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domingo, 5 de septiembre de 2021

Capítulo 46 - La cartuja de Miraflores

 

La Cartuja de Miraflores en Burgos
La impresionante Cartuja de Burgos está situada a unos tres kilómetros de la ciudad, en la orilla izquierda del río Arlanzón, en un enclave que contaba con abundante en caza y pesca y rico paisaje, de ahí que se conociera como Miraflores.
Su origen estuvo en un pabellón real construido por Enrique III de Castilla en bienes de propios del municipio, lo que le supuso continuos pleitos con el ayuntamiento, y que terminó donando en testamento para la fundación de un convento franciscano.
Pero su hijo, Juan II, se lo entregó a la Orden de San Bruno, sin que todavía estén claros los motivos del cambio, estableciendo allí su propio lugar de enterramiento y dotándolo de un rico patrimonio y de abundantes rentas, no sin antes vencer la fuerte oposición que seguía ejerciendo el ayuntamiento. Y finalmente, en 1442, cuarenta años después de la muerte de Enrique III, los cartujos terminaron tomando posesión del lugar, con una primera comunidad de cinco monjes y un hermano aunque con la idea de que se llegara a doce padres, ocho hermanos y doce criados.
Además, a comienzos de la década de 1450, cuando casi estaban acabadas las obras de acondicionamiento para el nuevo uso del antiguo palacio, un incendio destruyó la construcción palacial y en 1454 fue necesario empezar a levantar un nuevo edificio con trazas de Juan de Colonia, el maestro de obras de la catedral de Burgos, elaboradas según las necesidades y criterios de la vida de la Cartuja, en la que había tres tipos de religiosos: los monjes o padres, los conversos, hermanos o legos, y los novicios. Los primeros llevaban una vida cenobítica y eremítica, mientras que los segundos eran los que desarrollaban los oficios necesarios para el funcionamiento del convento, desde el cocinero hasta el zapatero.
Así, el nuevo convento se proyectó de acuerdo a esas necesidades, con un primer claustro de la portería, el de ingreso a la cartuja, que da paso a la iglesia. Adosada a ésta se ubica el claustrillo, con la capilla de la familia, la sala capitular y el refectorio, que sólo se utiliza domingos y festivos, pues el resto de los días los cartujos comen en soledad en sus celdas. Este claustrillo se comunica con el claustro grande, alrededor del que se distribuyen veintiséis celdas que sólo se distinguen por letras, de la A a la Z, todas con igual distribución, con una primera planta para el trabajo y una segunda para la oración, el estudio y el descanso, todas con su correspondiente jardín cerrado.
En el jardín central del claustro grande se ubicaba el cementerio, sin lápidas, sólo con cruces de madera y con los cuerpos enterrados con los propios hábitos como mortaja y sobre la tierra, sin féretro.
Como para esas fechas ya había fallecido Juan de Colonia, primero se hizo cargo de las obras Garci Fernández Matienzo y después Simón de Colonia, hijo de Juan, que fue el encargado de culminar la obra.
Durante la ocupación francesa el monasterio fue saqueado, produciéndose graves daños. También fueron nefastos los periodos en los que estuvo deshabitado merced a los sucesivos decretos de desamortización, aunque tras el de 1835, gracias a las negociaciones del prior Luis de Barrio, y a pesar de la dictada exclaustración, las autoridades permitieron la permanencia de una pequeña comunidad de monjes, reconociéndose el valor histórico y artístico de la cartuja y eludiendo la venta del conjunto hasta que en 1880, con la restauración de la Orden, Miraflores fue devuelta a los cartujos y habitada de nuevo por un grupo de monjes venidos de Francia.
Declarado Monumento Nacional en 1923, en la actualidad sigue acogiendo una comunidad cartuja, cuya regla implica la clausura, de ahí que sólo sea visitable una pequeña parte del conjunto, compuesta por la portería, un pequeño patio y la iglesia.


Planta de la cartuja con lo único visitable en la actualidad

Plano parcial de la cartuja de Miraflores

El acceso se realiza a través de un atrio, con una portada que abre a un patio en el que se encuentra la fachada de la iglesia, con portada organizada mediante un arco apuntado en cuyo tímpano aparece una Piedad o Quinta Angustia, asunto de especial devoción de Isabel I, con las armas reales de Castilla y León a la izquierda y el escudo personal de Juan II a la derecha, blasones que también se repiten en el interior, señalando la fundación y el que es el panteón real de Juan II, por lo que las armas de los Reyes Católicos sólo están presentes en el hastial del templo.
Atrio de acceso al complejo, con la iglesia al fondo, con el escudo de los Reyes Católicos en el hastial, único blasón de estos monarcas presente en el conjunto 

Patio
Para acceder a la Iglesia y contemplar la portada hay que pasar por un patio ajardinado, cuya tracería data de la primera mitad del siglo XVI. Este patio sirve de conexión de las estancias del monasterio con las dependencias de servicio y la portería. Hay una estatua de San Bruno de Colonia, fundador de la Orden.
La galería porticada que precede al patio está formada por arcos de medio punto que sostienen bóvedas de arista rebajadas, rematadas en claves con decoración modular. En 2010 se intervino el claustro para asegurar el mantenimiento de los muros y consolidar la salida de aguas del patio, que sufría las inclemencias del tiempo.
Portada de acceso al patio en el que se encuentra la fachada de la iglesia 

La portada de la iglesia se alzó en 1486 y fue ubicada originalmente en el lateral izquierdo del templo, proporcionando el acceso de los fieles directamente desde el exterior del monasterio. Está formada por arquivoltas apuntadas decoradas con vegetales, animales y algunos motivos figurativos humanos. La arquería está situada bajo un gran arco conopial con macollas. En el tímpano se representa el motivo de la Compasión de la Virgen, que conforme a los cánones iconográficos bajomedievales, presenta a la Virgen sentada sujetando con sus brazos a su Hijo muerto, y los símbolos de la luna y el sol sobre los brazos de la cruz.
Estilísticamente se vincula a la obra de los Colonia (padre e hijo), que intervinieron en el levantamiento del templo. Puede relacionarse también con otras portadas de otros templos burgaleses, como la iglesia de San Nicolás de Bari o la iglesia de San Lesmes.
Entre 1657 y 1659 se ordenó su traslado a la ubicación actual, la fachada oeste, a los pies de la nave del templo. Se accede a ella desde el patio de la portería. En 2010 se procedió a restaurar la portada para devolverla a su estado original y, además, recuperar la escultura de la Compasión de la Virgen.
Portada de la iglesia

Conjunto interior
La iglesia es su ámbito más espectacular. Fue trazada por Juan de Colonia y concluida bajo la dirección de su hijo, Simón de Colonia. Es de planta rectangular. Cuenta con un atrio cubierto con bóveda de terceletes con estrellas de piedra caladas en las intersecciones de los nervios y un ventanal en la pared de la Epístola descubierto en las últimas obras de restauración y que perteneció a la edificación primigenia de caza de Enrique II.

Portada que comunica el atrio con la iglesia

Detalle de las estrellas decorativas de la bóveda del atrio de la iglesia 

A continuación se desarrolla la iglesia en sí, de nave única muy alargada, para dar espacio a los tres tramos propios de los templos cartujos, pues la vida monástica de hermanos y padres se hacía por separado, incluyendo también los oficios divinos. Así, la zona más cercana a los pies, hasta la reja, estaba reservada para los seglares varones, con entrada prohibida a las mujeres, el intermedio era para hermanos, también llamados conversos o legos y, finalmente, el más cercano al presbiterio y, por tanto, el más próximo a la divinidad, para los padres, también llamados monjes. 
La nave desde la zona de los fieles 

Además de por su arquitectura, la iglesia también destaca por la gran calidad de las obras de arte que atesora. En la parte de la nave destinada a los fieles podemos contemplar un tríptico flamenco de grandes dimensiones, fechado a fines del siglo XV y adscrito a la Escuela de Rogier van der Weyden. 

Tríptico del Calvario
En la estancia de los fieles está ubicado un tríptico de factura flamenca que data de finales del siglo xv que representa la Pasión del Señor. Atribuido a la escuela de Rogier van der Weyden, desarrolla en el panel izquierdo el motivo del camino del Calvario, donde Cristo lleva la cruz a cuestas hasta el monte Gólgota. En el panel central, Cristo crucificado en el centro y acompañado de los dos ladrones. En la escena del plano frontal pueden verse a la Virgen, María Magdalena y el discípulo Juan. En el panel derecho se representa el Descendimiento. Toda la obra destaca por la calidad pictórica del tratamiento anatómico de las figuras y por el detallismo y la minuciosidad en las pinceladas.
Tríptico de la Escuela de Van der Weyden en el testero del Evangelio en la zona reservada a los fieles 

Está presidido por tres escenas del Ciclo de la Pasión, con una Crucifixión flanqueada por el Camino del Calvario y el Llanto ante Cristo muerto, aunque entre esas principales también aparecen otros episodios del Ciclo de la Resurrección y Glorificación, con la Resurrección, el Noli me tangere, los Discípulos camino de Emaús o la Ascensión.
Este ámbito para fieles está separado del coro de los hermanos mediante una reja, y el de éstos y el de los padres, por una estructura con dos altares barrocos del siglo XVII, obra de Policarpo de la Nestosa en madera dorada, con una talla de la Inmaculada de Bernardo de Elcarreta coronando la entrada, donde también puede leerse “FELIX COELI PORTA” (Feliz Puerta del Cielo).
Estructura que separa el ámbito de los hermanos del de los padres en la nave de la iglesia

Sillerías de Coro
Coro de los Padres

Sillería de los Padres. 

Componen el coro de los Padres cuarenta sitiales distribuidos en dos grupos de veinte a cada uno de los lados de la nave y un grupo de diez en el muro trasero de los altares barrocos. Este espacio, reservado a los Padres cartujos para el rezo de las Horas, fue realizado en madera de nogal entre 1486 y 1489 por el escultor Martín Sánchez y decorado con diversos motivos ornamentales. A las sillas de los padres se suman tres muebles fijos: la silla del celebrante, el facistol y el atril que hacen juego con el conjunto de sitiales.
Tras la destrucción de algunas sillas durante el período de las invasiones francesas de 1808, estas fueron sustituidas por nuevas piezas de autor desconocido. 

Coro de los Hermanos
El coro de los Hermanos, situado en el espacio contiguo al coro de los Padres, se organiza en catorce sillas de madera situándose siete a cada uno de los lados. La talla fue realizada por el escultor Simón de Bueras hacia 1558 en presunta colaboración con Esteban Xaques y Juan de Sabugo. La abundante decoración de influencia italiana en los paneles dorsales se completa con la representación en la parte superior central de diversos motivos de temática hagiográfica.
Detalle de la sillería renacentista de los hermanos 

La iglesia presenta cabecera poligonal ligeramente ensanchada respecto de la nave, cuenta con capillas laterales en el lado del Evangelio y se cubre con una bóveda de terceletes cuyos nervios descansan en ménsulas con las armas reales, que también se repiten en las claves, con mayor ornamentación en el ábside, con los nervios cairelados.
Cubierta de bóvedas de terceletes en la nave

Cubierta de nervios cairelados del ábside. También se distinguen las tres vidrieras que se conservan, parcialmente, tapadas por el retablo, y las otras cuatro ventanas con vidrios transparentes colocados en el siglo XVII, seguramente para proporcionar luz al altar 

Lo más espectacular del conjunto se encuentra en la cabecera, con los sepulcros de los reyes Juan II de Castilla e Isabel de Portugal y el del infante don Alfonso y el grandioso retablo mayor. 

Retablo Mayor
El retablo mayor de la Cartuja fue tallado en madera por el artista Gil de Siloé y policromado y dorado por Diego de la Cruz (ese oro procedía de los primeros envíos del continente americano tras el descubrimiento). ​ Realizado entre 1496 y 1499, se trata sin duda de una de las obras más importantes de la escultura gótica hispana, por su originalidad compositiva e iconográfica y la excelente calidad de la talla, valorada por la policromía.
Uno de los elementos más destacados del retablo es la rueda angélica en la que se enmarca la imagen de Cristo crucificado, de belleza y expresividad acentuada significativamente por el trabajo de policromía de Diego de la Cruz. En la parte más externa de la rueda se sitúan las figuras de Dios Padre, a la izquierda, y del Espíritu Santo, a la derecha, sosteniendo el travesaño de la cruz.
En la parte inferior del madero, completan la escena las figuras de la Virgen María y San Juan Evangelista. El pelícano situado en la parte superior de la cruz confiere al conjunto central un gran valor simbólico, alegoría del sacrificio eucarístico, porque el ave alimenta a sus crías con su propia sangre. ​
Retablo mayor y sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal. 

Es evidente que su diseño buscaba causar un fuerte impacto visual al tiempo que integraba un coherente programa eucarístico. Para su ejecución Siloe contó con un disciplinado taller y con la maestría en la policromía de Diego de la Cruz, no en vano en todos los los documentos figura a la par, una simbiosis que dio como resultado una obra extraordinariamente impactante, con una composición excepcional en toda Europa que nos presenta a Diego de Siloe como un gran innovador, un creador de modelos que servirían de pauta para obras posteriores.
A pesar de la profusión decorativa, el retablo muestra un esquema geométrico preciso, dividido en dos cuerpos rectangulares pero tomando como base el círculo, seguramente por influencia de los rosarios alemanes, dato que podría apoyar la hipótesis del origen germánico de Siloe.
Así, el cuerpo superior se articula en torno a un gran círculo que simbolizaría la hostia, una rueda de ángeles que cobija una Crucifixión y cuyos brazos dividen el espacio en cuatro zonas en las que se desarrollan escenas de la Pasión, con la Oración en el Huerto, la Flagelación, Camino del Calvario y la Piedad o Quinta Angustia, esta última en sustitución el asunto más habitual del Ecce Homo por ser de especial devoción para Isabel I.
Cuerpo superior del retablo 

La Oración en el Huerto 

La Flagelación

La Subida al Calvario

La Quinta Angustia 

Pero más que de una Crucifixión tendríamos que hablar un Calvario, pues el Crucificado está flanqueado por la Virgen y San Juan Evangelista, situados en un plano inferior, lo que hace que la Cruz destaque, remarcando el papel redentor de Cristo, sobre el que aparece un pelícano, tradicionalmente asociado con el sacrificio de Jesucristo por la salvación del hombre porque, según la leyenda, se pica su propio pecho para dar de beber a sus polluelos.
Cristo crucificado con el pelícano sobre la cruz y la Virgen y San Juan Evangelista a los pies
 
El Crucificado está resaltando la humanidad de Cristo pero, al mismo tiempo, también se está reflejando su divinidad a través de la presencia de la Trinidad, pues a la altura de los brazos de la cruz aparecen Dios Padre como emperador celeste, un anciano con la triple corona, y el Espíritu Santo, que en vez de representarse como una paloma, en este caso adopta la forma de un hombre joven con ropas sacerdotales, señal de celebración eucarística, ambos haciendo el gesto de sostener los brazos de la cruz.
Dios Padre haciendo un gesto de sujetar la cruz


El Espíritu Santo con aspecto de joven coronado haciendo el mismo gesto de sujetar la cruz 

Ya fuera del círculo angélico, en los cuatro ángulos se representa el Tetramorfo, aunque no en el orden habitual, pues arriba a la izquierda, en vez de Mateo, está Juan, quizá por la devoción que tuvieron hacia él tanto la reina Isabel como su padre. Juan II, en honor al que se erigió el panteón. A ambos lados del círculo aparecen los santos Pedro y Pablo, y en los espacios superiores e inferiores entre el círculo angélico y los del Tetramorfos, los Padres de la Iglesia Occidental.
San Pedro

San Pablo

San Juan Evangelista y San Gregorio 

San Mateo y San Ambrosio

San Marcos y San Jerónimo 

San Lucas 

El cuerpo bajo también está fragmentado a modo de entrecalles marcadas por las figuras de los santos Catalina de Alejandría, Juan Bautista, María Magdalena y Santiago el Mayor.
Santa Catalina de Alejandría 

San Juan Bautista

María Magdalena

Santiago el Mayor 

La calle central es la que más se detiene en el asunto eucarístico, con un tabernáculo añadido en el siglo XVII sobre el que aparece un tambor giratorio con escenas que cambian según el calendario litúrgico: Nacimiento, Bautismo, Resurrección, Pentecostés y Asunción, y que comparten eje con el Crucificado del cuerpo superior.

Escena de la Resurrección en el tambor giratorio, de acuerdo al Tiempo de Pascua del Calendario Litúrgico

Las siguientes calles del cuerpo bajo muestran escenas de la Vida de Cristo, con la Anunciación y la Epifanía en la parte superior y la Última Cena y el Beso de Judas en la inferior. 
La Anunciación 

En la Epifanía llama la atención el protagonismo de san José, que ya no aparece apartado de la escena sino al lado de la Virgen y el Niño contemplando la Adoración.

La Epifanía 


La escena de la Última Cena, en realidad, está reflejando dos momentos diferentes: la propia Cena pascual y la Cena en casa de Simón, cuando María Magdalena muestra su arrepentimiento y amor a Jesús.
La Última Cena

El Beso de Judas, escena que muestra mezcla con el Prendimiento 

Contemplando todas las escenas representadas en su conjunto, se observa como en el retablo aparece toda la vida completa de Cristo, con Ciclo de la Infancia, el de la Pasión y el de la Vida Gloriosa.
En las entrecalles más externas del cuerpo bajo se representan a Juan II e Isabel de Portugal, orantes y protegidos, respectivamente, por Santiago y santa Isabel, quizá con san Juanito al lado, aunque no es la forma tradicional de representarlo, ya que tiene los rasgos de un adulto pero pequeño tamaño.

Juan II orante protegido por Santiago

Isabel 

Por encima de ellos aparecen, respectivamente, los escudos reales: el blasón real de Castilla soportado por leones rampantes y el de Castilla y Portugal por dos ángeles.

Escudo de Castilla y Portugal sostenido por dos ángeles, ubicado encima de la figura de Isabel de Portugal orante 

Son los reyes de Castilla, para cuya gloria su hija, Isabel I, desplegó todo este panteón real con fuertes connotaciones políticas en las que es evidente que buscó demostrar su propia legitimidad al trono de Castilla, justificando una línea sucesoria que había sufrido un quiebro al apartar de la corona a la infanta doña Juana, hija de Enrique IV y de Juana de Portugal y que hubiera sido la legítima sucesora como nieta de Juan II y de su primera esposa, María de Aragón, con la que hubiera sido más lógico, de no existir estos intereses, que hubiera sido enterrado el rey.
Finalmente resulta sorprendente que en la culminación del retablo dos de los cuatro santos sean dominicos: Domingo de Guzmán y Pedro Mártir, y no haya cartujos. Quizá la causa esté en la estrecha colaboración de la reina con el inquisidor Tomás de Torquemada y con Diego de Deza, ambos dominicos, justo coincidiendo con el asesinato, por parte de conversos, del inquisidor Pedro de Arbués en Zaragoza. 

Sepulcros Reales
El conjunto de sepulcros reales fue obra del artista Gil de Siloé por encargo de la reina Isabel la Católica. Por una parte se encuentra colocado en el centro de la nave el sepulcro de Juan II e Isabel de Portugal, que tiene forma de estrella de ocho puntas. Y, en el lado del Evangelio de la iglesia, se encuentra colocado el sepulcro del infante Alfonso de Castilla. Ambos sepulcros fueron realizados en alabastro y son joyas de la escultura del gótico tardío.

Sepulcro de los reyes Juan II e Isabel de Portugal
El monumento funerario de los reyes es una impresionante y rotunda pieza exenta de alabastro que ocupa gran parte del presbiterio, con forma de estrella de ocho puntas, resultado de la intersección de un rombo y un rectángulo, completamente insólita en Europa occidental y profusamente decorada con motivos vegetales variados, animales reales y fantásticos, alguna escena, putti…

Monumento funerario de Juan II e Isabel de Portugal 

Según el profesor Joaquín Yarza, la curiosa e insólita forma de estrella de ocho puntas podría responder a una proyección en plano de una bóveda estrellada, “con el sentido cósmico que ello implica, además de ser una estrella”. Además, en la antigüedad existía la creencia de que las almas, como cuerpos etéreos y brillantes, se transformaban en estrellas, un concepto que resurge a finales del siglo XV en algunas obras, presentes entre las pertenencias de Isabel la Católica, como Vita Christi de Ludolfo de Sajonia “el Cartujano”, extraída a partir de los Evangelios e inspiradora de la Devotio moderna.
Juan II aparece revestido de sus atributos, con corona y rico manto, y portaba cetro o espada, hoy desaparecido. Además, su cabeza apoya sobre una almohada en la que se dibuja en relieve una especie de círculo que recuerda un nimbo, que Yarza considera consciente, buscando enaltecer aún más la figura del rey, cuyo rostro no es el original, sino fruto de una restauración en un momento indefinido después de que hubiera sido desfigurado durante alguna de las algaradas de descontento contra la corona durante el reinado de Fernando VII.

Rostro de Juan II, con el evangelista San Mateo en primer plano 

La imagen de la reina se cree obra directa de Gil de Siloe. Sostiene un Libro de Horas en las manos, mostrándola en un papel secundario, dedicada al ocio y la oración, sin intervenir en los órganos de gobierno. En cuanto al tratamiento del alabastro, destaca por la calidad a la hora de reflejar las distintas texturas de encarnaciones y tejidos.
Las estatuas yacentes de ambos monarcas están separadas por una crestería gótica, al igual que los doseles de estilo gótico colocados por encima de las cabezas de las estatuas de ambos cónyuges.

Detalle del yacente de Isabel de Portugal 

En los vértices del rombo que conforma la estrecha figuran los cuatro evangelistas, piezas de gran calidad en el conjunto. Se muestran como escribas y están acompañados de sus representaciones.

El evangelista San Lucas

El evangelista San Juan, con restos de policromía 

Además, había también otras doce figuras rodeando a los reyes, aunque hoy sólo aparezcan nueve y sólo siete sean originales, las de los apóstoles Santiago, Bartolomé, Pedro y otros cuatro más no identificables. Las dos restantes son una santa coronada, quizá santa Catalina, y un san Esteban, está última casi con seguridad procedente del sepulcro del infante don Alfonso.

El evangelista San Marcos con dos de las figuras que también ocupan los vértices 

Aunque existen restos de policromía que plantearon la duda sobre si el conjunto estaba policromado, en la última y exhaustiva restauración llevada a cabo en la década de 2000 hasta 2012, se ha considerado que son fruto de un añadido posterior. También se ha constatado que el conjunto presenta notables diferencias de calidad.  Podría pensarse que eran las lógicas dentro de un taller de la época, en el que todas las piezas no salían de las manos del maestro, pero también se ha concluido que durante una intervención a comienzos del siglo XX de José María del Palacio y Abárzuza, conde de las Almenas, disfrazado de mecenas y engañando a los monjes, se sustituyeron unas piezas por otras y algunas hasta desaparecieron definitivamente del conjunto, como la talla de Santiago el Mayor de Gil de Siloe que hoy se conserva en The Cloisters del Metropolitan Museum de Nueva York, y que originariamente habría estado junto a la cabeza de la reina.

Réplica de la figura de Santiago el Mayor que se conserva en The Cloisters, expuesta en una de las capillas laterales de la iglesia de la cartuja

El basamento estrellado está rodeado de leones sujetando escudos, o devorándose entre ellos, o luchando contra perros, y los de las zonas en eje con la cabecera, son rampantes sosteniendo los escudos de los reyes. De todos modos, no parecen verdaderamente adaptados al conjunto, demasiado grandes, como si procedieran de otro monumento y se hubieran reubicado ahí.

León rampante coronado que sujeta el escudo de armas de Castilla y León y Portugal y otro de los que rodean todo el conjunto, en este caso también con un escudo 

En los vértices del poliedro se sitúan pequeñas figuritas de cartujos leyendo breviarios, quizá en perpetua oración por los monarcas difuntos. 
En cuanto a los dieciséis lados, sirven para desplegar un rico programa iconográfico, con nichos o capillitas con dosel que contienen figuras y escenas alusivas a la Muerte y la Resurrección. En el lateral correspondiente al costado de la reina están las siete Virtudes, que se corresponden con siete figuras del Antiguo Testamento en la parte del rey.
Aunque aparecen las Siete Virtudes, no son iguales ni en tamaño ni en estilo y parece que han sufrido cambios de lugar, algo que afecta a todo el conjunto en general, incluso con posibles equivocaciones en cuanto a lo que reza en las peanas y las figuras que las acompañan. Muestran unas iconografías que parecen ser muy habituales en libros miniados de la época, muy similares a las que pueden encontrarse en tratados de la segunda mitad del siglo XV.

Dos de las Virtudes. Aunque en las peanas están identificadas, de izquierda a derecha, como la Fe y la Esperanza, la iconografía que presenta la primera más bien parece corresponder a la Prudencia, trastocadas en sus reubicaciones 

El resto de figuras son incluso más difíciles de explicar, creyéndose que algunas no serían del sepulcro original, con inscripciones que también son más tardías, de diferente grafía y tamaño. La Reina Ester, por ejemplo, es más pequeña y aparece apoyada sobre un pedestal que la eleva por encima de las demás, pareciendo que su lugar original no sería ése sino sobre la cama o que incluso fuera de otra obra; si perteneciera al ciclo del Antiguo Testamento, podría estar en relación con su concepción como monarca justa.
Se cree que es autógrafa de Siloe la figura de Joseph, hijo de Jacob, una de las prefiguraciones de Cristo en el Antiguo Testamento, símbolo de la Resurrección porque fue tirado a un pozo por sus hermanos y logró sobrevivir, aunque no se sabe si aquí aparece en ese sentido o como paradigma de alguna de las virtudes.
También aparecen representados Sansón, prefiguración del Antiguo Testamento porque su descenso a Gaza se entiende en paralelo al descenso de Cristo a los Infiernos; David, que aquí podría ponerse en relación, lo mismo que Esther, con su configuración como monarca justo; Esdrás, figura notable del mundo judío que recibió de Artajerjes la misión de transportar dinero para los sacrificios del templo de Jerusalén; Daniel, figura que se encomienda a Dios y logra salvarse de los leones; y Abraham sacrificando a Isaac, prefiguración de la Redención de Cristo del Nuevo Testamento.

Joseph y Sansón

Sacrificio de Isaac 

En los dos nichos restantes se representa a la Virgen de la Leche, símbolo de la salvación por la sangre de Cristo derramada, y la Piedad, también conocida en la península como Quinta Angustia, con un fuerte carácter devocional que busca implicar al fiel en el dolor de una madre, un asunto muy popular durante el reinado de los Reyes Católicos y que se puede encontrar, tanto en el ámbito funerario como en los penitenciales o en las portadas de las iglesias, como vemos en la propia portada de la iglesia de Miraflores.

Virgen de la Leche 

En cuanto al enterramiento del infante don Alfonso, hermano de Isabel la Católica, se ubica en la pared del lado del Evangelio del presbiterio, el segundo lugar en importancia, y también es de alabastro y de Gil de Siloe, terminado por las mismas fechas que el de sus padres.
El diseño elegido no es tan original, además de que su emplazamiento condiciona su forma, un arcosolio de arco escarzano sobre el que se sobrepone otro conopial que culmina en un ramo de flores de la Anunciación, a su vez superado por una especie de alfiz sobre el que aparece un arco de medio punto.

Monumento fúnebre del infante don Alfonso 

La superficie entre el arco escarzano y el conopial está ocupada por una rica decoración y en la clave cuenta con un espléndido San Miguel luchando contra el dragón, sobre el que aparece una figura tricéfala que algunos identifican con la representación de la Trinidad, una forma condenada por el papa Urbano VIII en el siglo XVII por considerarla herética. 

San Jorge luchando contra el dragón, y detrás, justo en la clave, una posible representación de la Trinidad 

El sepulcro está enmarcado por una especie de pilastras en las que aparecen once de los apóstoles y San Juan Bautista, con la serie de apóstoles incompleta pero que se ha puesto en relación con la conocida devoción de Isabel la Católica por los Santos Juanes, que aparecen emparejados como intercesores en el Juicio Final. De entre los apóstoles, Santo Tomás, el primero de la izquierda, con gafas, ya difundidas en esta época y que solían asociarse con figuras que desarrollaban un trabajo intelectual, y que además parece portar una escuadra, se ha interpretado como un autorretrato de Siloe.

Santo Tomás 

Las pilastras se prolongan por encima del arco conopial terminando en una peana con una Anunciación, a la misma altura que el jarrón de flores que remata el arco conopial, que aunque iconográficamente al principio significaba que ese hecho había tenido lugar en la primavera, terminó convirtiéndose en símbolo de la pureza de la Virgen.
En los pilares aparecen, a modo de gárgolas, dos dragones alados que traducen lo que sería una composición arquitectónica, un detalle habitual en los retablos de Gil de Siloe.
El sarcófago está adosado al muro del arcosolio y aunque lo habitual es que sobre éste apareciera la escultura del yacente con la cabeza orientada hacia el altar mayor, por donde sale el sol, en este caso el difunto aparece orante, arrodillado ante un reclinatorio, algo todavía muy excepcional en la época, una figura en la que destacan la cabeza y las manos enguantadas, con el resto cubierto de ricas telas que muestran la capacidad del escultor para obtener diversas texturas.
El fondo del nicho también está ricamente decorado, con quince cuadrados enmarcados por una orla de hojas, ramas, putti y animalillos variados.
Todo el arco aparece ricamente adornado con un extraordinario angrelado compuesto por un entramado de ramas y hojas entre las que parecen putti y animales reales e imaginarios, inigualable en todo el arte hispano a pesar de las pérdidas, pues falta todo el de la derecha y gran parte del de la izquierda, y que presentaría un aspecto muy similar al de una celosía que dejara en semipenumbra el fondo, desde donde emerge la figura del infante.
El frente del sarcófago muestra la heráldica sostenida por dos ángeles y flanqueada por dos guerreros con armadura, alabarda y escudo junto a unos putti, quizá con la función de guardianes del difunto, con un matiz funerario de vigilancia.

Heráldica en el sarcófago 

Uno de los guerreros del sarcófago 

La lectura iconográfica del conjunto en relación con la salvación es evidente, protagonizada por la Anunciación y San Miguel venciendo al mal, aunque aquí no aparezca como psicopompo, el encargado de pesar las almas en el Juicio Final y transportar a los salvados al Cielo.
En cuanto al conjunto de monumentos, la decisión de que Juan II fuera enterrado junto a Isabel de Portugal y el hijo fallecido de este matrimonio, no debió tener nada que ver con el rey, que lo lógico es que hubiera pensado en un enterramiento junto a su primera esposa, María de Aragón, de la que nació su heredero natural, Enrique IV, y que yace en Guadalupe.
Pero durante el reinado de este último existió una fuerte rivalidad, heredada de la época de su padre, entre la nobleza, buscando dominar la voluntad de los monarcas y dividida en bandos para controlar los territorios estratégicos, las nuevas tierras en expansión hacia el Al-Ándalus, los impuestos y jurisdicciones sobre las comarcas más ricas, los oficios cortesanos… un conflicto en el que el problema sucesorio fue utilizado como moneda de cambio entre dos facciones: los partidarios de la infanta doña Juana, la línea sucesoria legítima, hija de Enrique IV y de Juana de Portugal; y sus detractores que, apoyados en la supuesta ilegitimidad de la infanta, alegando que no era hija del rey sino fruto de las relaciones adúlteras de la reina con don Beltrán de la Cueva, casi con seguridad una difamación, primero se posicionaron a favor del príncipe don Alfonso, hijo de Juan II y su segunda esposa, Isabel de Portugal, y que a la muerte de éste, defendieron la sucesión de su hermana Isabel.
El conflicto terminó resolviéndose con la Guerra de Sucesión Castellana, en la que la victoria de los partidarios de Isabel hizo posible que ésta accediera al trono de Castilla, una línea sucesoria que no era la legítima.
Así, con una iglesia conformada como panteón real, la presencia de los enterramientos de los padres y del hermano de Isabel I de Castilla conlleva una fuerte carga política, elementos sancionadores en defensa de su propia legitimidad en la sucesión, encargados por la propia reina justo después de vencer en la guerra. 

Vidrieras
Otra de las maravillas de la iglesia de la Cartuja de Miraflores, situada en la orilla izquierda del río Arlanzón, a unos tres kilómetros de Burgos, una fundación de Juan II en el siglo XV, son las vidrieras, milagrosamente conservadas desde su colocación a fines de ese siglo, cuando se trajeron de Flandes.

Planta de la iglesia con la ubicación de las vidrieras 

En el ábside se conservan tres vidrieras figurativas, con la Coronación de la Virgen, la Presentación en el Templo y la Epifanía, además de otras cuatro incoloras, fruto de una sustitución ya en el siglo XVII quizá buscando dar más luz al retablo. El ciclo completo estaría en relación con los Gozos de la Virgen tal y como aparecen en los Libros de Horas de la época y en consonancia con el profundo respeto de los cartujos por Nuestra Señora y del interés general por ese asunto a fines de la Edad Media; en este sentido, faltarían la Anunciación, la Visitación, la Natividad, el Anuncio a los Pastores y la Huida a Egipto o la Matanza de los Inocentes.
Del análisis de las tres conservadas, sin que presenten ningún tipo de firma, inscripción o fecha, a falta de documentación, y teniendo en cuenta que están bastante alteradas por sucesivas restauraciones, los expertos creen que también serían de origen flamenco y de las mismas fechas que las diez de la nave.
Si las escenas del ábside pertenecen al Ciclo de la Natividad y en relación con la Vida de la Virgen y la Infancia de Cristo, las diez de las naves desarrollan el Ciclo de la Pascua, resaltando los Dolores de la Virgen, escenas que en los Libros de Horas ilustran las del Oficio de la Cruz. Las del Evangelio se centran en el Via crucis, con la Oración en el huerto, la Flagelación, la Coronación de Espinas, la Subida al Calvario y la Crucifixión; y las de la Epístola desarrollan la Via gloriae, con el Descendimiento, la Resurrección, la Ascensión, Pentecostés y el Juicio Final.
Oración en el huerto
Flagelación
Coronación de espinas
Subida al Calvario
Crucifixión
Descendimiento con mezcla iconográfica con un Entierro
Resurrección
Ascensión
Pentecostés
Juicio Final
 

Estas diez de la nave forman un conjunto de gran homogeneidad atribuible a un solo autor, gracias a su reciente restauración, cuando se ha identificado la firma que aparece en la Crucifixión, donde puede leerse “CLAS LEUVEN EASE”, con Niclais Rombouts, que también aparece en varias fuentes documentales como Meester Niklaas, Klaas Rombouts o Claex Rambours, uno de los vidrieros más famosos de los Países Bajos entre fines del siglo XV y comienzos del XVI y, por tanto, de Europa, pues el prestigio de las obras flamencas hacía que fueran exportadas a todo el continente, especialmente, a Inglaterra, Francia, Italia y Alemania. 
De todos modos, lo que todavía no se sabe es si su participación estuvo en la realización de los cartones, a pequeña escala, en los dibujos a tamaño natural, en la realización de las propias vidrieras o en su montaje o en varios de estos procesos.
En cuanto a las fechas de ejecución, se sabe que se trajeron en 1484 y que su montaje final no se realizó hasta 1488, una vez terminadas las bóvedas del templo, conformándose como las más antiguas conservadas del artista y uno de los primeros casos de importación directa de vidrieras de los Países Bajos a Castilla. 

Exposición permanente
En las capillas laterales de la iglesia de la cartuja se sitúa la exposición «De lo bello a lo divino», incluida dentro del recorrido visitable de la Cartuja. En ella se muestra al público una variada selección de piezas de primera calidad entre las que se incluyen obras de Gil de Siloé, Pedro Berruguete o Joaquín Sorolla, entre otros. 

La Anunciación
Obra del pintor Pedro Berruguete a finales del siglo xv es una de las piezas más destacadas de la colección. La Anunciación destaca por el detallismo en los objetos y el interesante juego de perspectivas, que crea una perfecta ilusión espacial. En todas estas obras las figuras aparecen muy individualizadas, y el dominio del espacio, la perspectiva y la composición se enriquece con un certero sentido del dibujo y una sabia utilización del color.
Anunciación, ca. 1500

Obras dispersas fuera del monasterio
Además de las múltiples obras conservadas en la exposición permanente, otras obras han sido vinculadas históricamente al monasterio, ya sea porque fueron encargadas por la Cartuja o porque fueron donadas originalmente a Miraflores, aunque hoy no se encuentren allí. 

Tríptico de Miraflores
En 1445, el rey Juan II de Castilla donó el llamado Tríptico de Miraflores (Berlín, Gemäldegalerie), obra del pintor flamenco Rogier van der Weyden, a la Cartuja de Miraflores. La tabla muestra tres momentos de la vida de Cristo y la Virgen: la Natividad, el Descendimiento, y la aparición de Cristo resucitado a la Virgen María.
El tríptico fue descrito con precisión por Antonio Ponz en el tomo XII de su Viage de España, editado en Madrid en 1788, donde recogía la noticia de la donación tomada del libro Becerro del monasterio, en el que de forma excepcional quedaba recogido el nombre del pintor: «Magistro Rogel, magno, & famoso Flandresco».​
Durante la invasión napoleónica la tabla fue rapiñada de la Cartuja por el general Darmagnac. Actualmente se exhibe en la Gemäldegalerie de Berlín. ​ 

Tríptico de San Juan Bautista
Además del Tríptico de Miraflores, en el transcurso de la Guerra de la Independencia el general D’Armagnac se hizo también con un conjunto de 5 tablas que formaban el Tríptico de San Juan Bautista, obra del pintor flamenco Juan de Flandes. Actualmente las diversas tablas están dispersas entre distintos museos y una colección privada. 

Otras obras
Además de las obras mencionadas anteriormente podemos destacar el Tríptico de la Vida de San Juan Bautista del Maestro de Miraflores y que tras pasar por el Museo de la Trinidad, ha ido a parar al Museo Nacional del Prado en Madrid. También en 1914 un particular sustrajo varias imágenes de alabastro del Sepulcro de los Reyes, con el pretexto de restaurarlas. Entre ellas destaca la talla de Santiago Apóstol, conservada actualmente en The Cloisters del Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

Próximo Capítulo:  Capítulo 47 - Colegio de San Gregorio, Iglesia de San Pablo, Monasterio de San Juan de los Reyes, Capilla Real de Granada.



Bibliografía
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