Románico
en la Costa de Cantabria
El
románico de Cantabria tiene su principal presencia en los valles interiores,
epecialmente en los Valles Pasiegos y el Besaya. No obstante, la costa y sus
entornos también cuenta con numerosos ejemplos de románico, aunque suele ser
más tardío que en el interior.
No
obstante, hay representaciones importantes, especialmente en la Costa Oriental,
como la iglesia de Santa María de Bareyo, San Román de Escalante, algunos
elementos arcaizantes de la iglesia de Santa María del Puerto de Santoña y
algunas construcciones populares de Castro Urdiales y Laredo.
Todas
ellas, más o menos alejadas de la costa cantábrica, tienen en común que se
sitúan en lugares de enorme belleza paisajística.
Por
su parte, en la costa cantábrica occidental destacan las portadas románicas de
la iglesia de Santa María de los Ángeles de San Vicente de la Barquea.
Costa
Oriental de Cantabria
Bareyo
El
pueblo de Bareyo se sitúa en el interior del municipio de igual nombre, a 53
metros de altitud, a un kilómetro aproximadamente al sur de Ajo y a casi cuatro
kilómetros de Güemes. Se accede por la carretera de la costa oriental, CA-141.
La iglesia de Santa María se halla, separada del núcleo de población, en la
margen derecha de la citada carretera, junto al cementerio y a la sombra de una
gran encina.
Pocas
referencias documentales existen sobre Bareyo y su iglesia de Santa María.
Quizá sea el primer testimonio escrito, un documento fechado en el año 1195 y
contenido en el Cartulario de Santa María de Puerto. En él se hace referencia a
una venta al Monasterio de Santoña por parte de Martín Martínez de Noceda, en
el que figura como testigo …dominus Petrus abbas de Baredio… Sin embargo, en la
pesquisa que el rey Alfonso VIII encargó en 1210, para verificar los bienes y
propiedades de este monasterio de Puerto, no se incluía a Bareyo. De todo esto
se deduce, siguiendo a M. A. García Guinea (1979), la existencia en este lugar
de una comunidad con su abad Pedro, que no dependía de Santa María de Puerto.
En
el Libro Becerro de las Behetrías (1352) figura “Voreyo”, perteneciente
a la Merindad de Castilla la Vieja, “logar de behetría, e an por sennor a
Pero Gonçalez e a Ruy Martínez e a Iohan Alfonso de Castiello e otros”. Pagaban
al rey moneda y servicios y al señor de la behetría …ha el nuncio e la manneria
segunt dicho es, e dello es abadengo, e a cada uno de los naturales un celemín
de çevada e de comer al moço.
En
el Catálogo del Patrimonio Cultural de Cantabria (2001), se hace referencia a
un documento fechado en el año 1555, en el que se pone de manifiesto que
algunas familias solariegas del lugar de Ajo, como Camino, Barriodeajo y
Cubillas tenían potestad como patronos que eran, para nombrar al abad de
ciertas iglesias y monasterios, así “…tiene en patronazgos y en votar abades
en las iglesias y monasterios de Santa María de Bareyo y San Salvador de
Castanedo y en otras partes donde les pertenece, y por tales se han tenido y
tiene de tiempo inmemorial a esta parte en su tiempo, y lo han conocido a sus
mayores, y aquellos así lo han visto y oído los suyos…”
El
Catastro de Ensenada (1753) recoge los nombres de varios vecinos de Ajo, “…vecinos
y vividores en el Barrio del Camino de la jurisdicción de este dicho lugar en
la que tienen sus patrimonios y haciendas y contribuyen como tales vecinos en
este pueblo en cuanto a lo temporal, pero en cuanto a lo espiritual son
feligreses de Santa María del lugar de Bareyo, donde diezman y primician de
tiempo inmemorial, sin que haya cosa en contrario….
Madoz
(1845-1850) hace referencia a esta iglesia como “iglesia parroquial… servida
por un cura que nombra el diocesano…”.
La
iglesia parroquial de Santa María de Bareyo o de la Purificación, es uno de los
monumentos más representativos del románico en Cantabria; en su interior
conserva una magnífica pila bautismal. Esta iglesia fue declarada Bien de
Interés Cultural, con la categoría de Monumento, en 1978. A lo largo de su
historia ha sido objeto de numerosas reformas. Recientemente, en los años 2003
y 2004, se han realizado importantes trabajos de restauración y, paralelamente,
excavaciones arqueológicas, tanto en el interior de la iglesia como en su
entorno, lo cual ha dado lugar a la publicación de estos trabajos y estudios
que recogemos en el estudio del monumento.
Iglesia de Santa María
Uno
de los monumentos religiosos más destacados de Trasmiera, en su estilo
románico, es el de Santa María de Bareyo. Podemos decir que es quizás el que
mejor manifiesta el trabajo muy destacado de una escuela o taller que en los
finales años del siglo XII copa prácticamente gran parte de la Trasmiera
Oriental y se le ve activo en una serie de edificios. Son maestros canteros,
posiblemente trasmeranos –la fama de estos canteros es proverbial– que en los
finales años del siglo XII y primeros del XIII, crean un estilo bastante
diferenciado y son llamados a la construcción de algunas iglesias, tanto en
Trasmiera como en el valle de Mena y en el norte burgalés.
Su
núcleo de atracción estaría sobre todo en la Junta de Siete Villas, donde dejan
dos muestras de indudable identidad y manera de trabajo: las iglesias de Bareyo
y lo que queda de la más vieja románica del que fue monasterio de Santa María
de Puerto, en Santoña. Ellas nos aseguran que son obras realizadas por los
mismos artesanos.
Y
aunque los que estudiamos el arte románico somos muy cautos en lo de buscar
coincidencias, creemos, en este caso, no equivocarnos al efectuar esta
afirmación. Pero es que de estos operarios es también la escultura que se hace
en la ermita de San Román de Escalante, entre Bareyo y Santoña, y la que se
realiza en las iglesias de la Mena burgalesa; sobre todo en Siones, iglesia que
es la tercera en igualdades, y en otras de esa región; y muy cerca de estos
canteros estaría también la de San Pantaleón de Losa, que por la inscripción en
su interior, fecha su consagración en 1207, cronología que cuadra bastante con
la que creemos nosotros no debe Bareyo distanciarse mucho, ni hacia arriba ni
hacia abajo, siendo también parecida la de todas estas iglesias citadas.
El
cantero que en ellas trabaja –o los canteros de un mismo taller– ha visto, sin
duda la buena escultura castellana que pocos años antes se realizaba en Silos,
San Vicente de Ávila, Santiago de Carrión, etc., pero no llegan a captar el
sentido innovador y en muchos casos preludio de un goticismo ya vigente en la
escultura del último románico francés (GARDELLES, J., 1974).
Sin
alcanzar esa humana presencia de un helenismo reinventado, como el Pantocrátor
de Carrión, ni la movida expresión de los personajes del sepulcro avilesino de
San Vicente, los canteros de Bareyo ejecutan una obra escultórica que mantiene
la tradición, ciertamente ruralizada, de los artesanos que laboraban en
iglesias de la primera mitad del siglo XII, con cierto hieratismo escasamente
expresivo, y un tanto congelado, que contrasta con el ánimo de vida y el amor a
la belleza humana que caracteriza a la corriente de tallistas que en la segunda
mitad dan a su trabajo un nuevo aire de prestancia, equilibrio y elegancia que
presiente ya un alejamiento del románico teológico, para dar paso a otro
románico mucho más corpóreo y sensualista que ha vuelto la mirada hacia
sensibilidades clásicas y que intenta otra vez buscar en el hombre la fuerza
corporal y la energía que el ser medieval, con sus preocupaciones excesivamente
dogmáticas, había preterido.
Para
poner un ejemplo en nuestro propio románico montañés, elegiría yo la escultura
de Bareyo, con sus figuras todavía acartonadas, llenas más de simbolismo que de
corporeidad, y las compararía con las cabezas de una de las arquivoltas de
Piasca.
Aunque
la época es casi la misma, hay una diferencia enorme entre el solemne
inmovilismo de la de Bareyo, y la naturalidad viva y manifiesta de las de
Piasca.
Las
de nuestra iglesia trasmerana están más cerca de la expresión egipcia; en tanto
que las de Piasca nos muestran ya otra mucho más de acuerdo con una estética
occidental más orgánica que dogmática. De hecho, es comprobar que la segunda
mitad del siglo XII significa ya que el espíritu del Renacimiento está
iniciando un cambio mental y sensible que sin mucho tardar va a imponerse en
los gustos y preocupaciones europeas.
Pero
esto no quiere decir que el hacer de los maestros de Bareyo, o de Santillana
(iglesia) o los de Castañeda, sometidos por el sentir de una sociedad
tradicional que les obliga a esculpir de una manera, sean mejores o peores
artistas que aquellos que les van a sustituir con una nueva calología. Parece,
evidentemente, que les domina el simbolismo que siempre es consecuencia de un
despegamiento corporal, pero su obra, aún llena de dependencias rurales, tiene
el enorme encanto de la sinceridad y la ingenuidad, ese “naifismo” que
un mundo ya cansado de refinamientos intelectuales sabe valorar por
considerarlo incluido en la calidad de lo verdadero.
Muy
poco, desde el punto de vista histórico, conocemos sobre la iglesia de Santa
María de Bareyo. Segmente fue monasterio creado en esos siglos IX y X como
consecuencia de las repoblaciones que Alfonso I y Alfonso II, sobre todo,
hicieron en los valles intramontanos de nuestra costa.
Si
no sabemos su antigüedad, al menos conocemos –según Ferrari Nuñez, 1978– que en
1136 pertenecía a Santa María de Puerto, o de Nájera, por donación de Alfonso
VII.
Lo
que sí podemos asegurar es que en los años finales del XII, Bareyo era un
monasterio dirigido por un abad, Pedro. La noticia es indirecta, pues se trata
de un documento del Cartulario de Santa María de Puerto, del año 1195 (ABAD
BARRASÚS, 1985, p. 342), en el que aparece como testigo dominus Petrus abbas de
Baredio, en una venta en la que Martín Martínez hace entrega de sus heredades
al abad de Puerto, Fernando Alfonso. Aunque Bareyo y Santoña están separados
por escasos kilómetros, no parece que, por la cronología del documento, pudiera
ser el monasterio de Santa María de Bareyo sufragáneo o dependiente de Santa
María de Puerto, que sin duda fue abadía más importante y poderosa que la de
Bareyo. Parece normal pensar que hubiese caído en el ámbito de su más potente
vecina, pero no fue así, pues cuando en 1210 Alfonso VIII manda hacer pesquisa
de las pertenencias que en ese momento tenía Santa María de Puerto, no aparecen
ni bienes ni heredades en las proximidades de Bareyo, y además Bareyo se
gobernaba pocos años antes por un abad y no por un prior de haber sido en algún
tiempo Bareyo sufragánea de Puerto que, desde 1159, al parecer, ya dependía de
Oña.
Bareyo,
como ya indicamos, debió de ser un monasterio, quizás, en principio, de esos
familiares que, al menos hasta casi los inicios del siglo XIII, pudo
conservarse como independiente. Su poca entidad, posiblemente, hizo que su
historia (que sin duda hubo de tenerla) quedase olvidada. Sin embargo, el que
en un documento de Santa María de Puerto fuese su abad Pedro a testificar, nos
puede hacer pensar que su relación con Puerto debió de existir, y que la
iglesia, que se estaría levantando en esos finales años del siglo XII, tuvo que
beneficiarse de la riqueza de sus monjes o de sus benefactores.
Desde
el punto de vista artístico, podemos casi asegurar que los maestros canteros
que empezaron la iglesia románica de Santa María de Puerto –que fue destruida,
y aprovechada en parte para terminarla en gótica–, eran los mismos que labraron
las esculturas de Santa María de Bareyo. Los dos capiteles que han subsistido
en el arco toral de la nave, y la misma pila bautismal de la iglesia santoñesa,
nos permiten suponer unas relaciones entre ambas iglesias, no sólo
documentales, sino arquitectónicas que, desde luego, jamás nos será posible
desvelar.
Tal
vez la cabecera del ábside románico de Puerto –que las ampliaciones tanto, la
gótica del XIII, como la del crucero del XVI, hicieron desaparecer– podría
haber tenido una planta similar a la nuestra de Bareyo, o a la burgalesa de
Siones. Poco más podemos decir de la historia y desenvolvimiento de este
monasterio de Santa María de Bareyo. De las Memorias de “Intervención en
Santa María de Bareyo”, (GUTIÉRREZ CORTINES, C. y ORDIERES, I., 1997) e “Intervenciones
arqueológicas en la restauración de la iglesia románica” (MARCOS MARTÍNEZ,
J., MANTECÓN CALLEJO, L., GARCÍA ALONSO, M. y BOHIGAS ROLDÁN, R., 2005),
promovidas por la Fundación Botín, aún inéditas (que analizaremos con más
detenimiento en los últimos párrafos de la descripción del monumento),
recogemos algunos otros datos de interés.
Uno
de ellos es el de conocer que Santa María de Bareyo seguía siendo abadía en
1552, pues en la información de hidalguía de un vecino de Ajo consta que “tiene
patronazgo y en votar abades en las iglesias y monasterios de Santa María de
Bareyo y San Salvador de Castanedo”, y que en el siglo XV anterior Santa
María de Bareyo figuraba en el listado del arcipreste de Latas. Y otro, también
de gran interés, es asegurar que hasta mediados del siglo XIX, y a partir de
1690, se consignan como abades de Bareyo a Lucas del Castillo (1690); Antonio
Lanuza (1705); Juan Antonio de la Sierra Vélez (1714-1728); Domingo de
Villanueva (1747); Juan de Angosto (1798); Fray Antonio de Villanueva (1801);
Fray Escolástico de Gargollo (hacia 1840) y Fernando de la Lastra (1851)
(BOHIGAS ROLDÁN, R., Op.cit., 2005, pp. 37-39). Todo lo cual parece indicarnos
una pervivencia del carácter de monasterio de Santa María de Bareyo hasta la
modernidad y su independencia en régimen de patronato familiar.
El monumento
Nuestra
iglesia de Bareyo es de planta un tanto original. Tiene una sola nave, un solo
ábside, capillas absidales semicirculares en el crucero, no visibles al
exterior, que la hacen bastante singular ya que es difícil hallar en lo
románico esta solución, pues Siones, por ejemplo, también las tiene pero son
estrechas capillas rectangulares. Este pseudo crucero de Bareyo, con ábsides
curvos donde suelen estar los brazos del transepto, no es normal en lo románico
y podría pensarse en una reminiscencia de planes desde lo
paleocristiano-bizantino (en España Cabeza de Griego) hasta lo visigodo (San
Miguel de Tarrasa) o mozárabe (San Cebrián de Mazote); y en lo románico, con
una cierta semejanza, pero no identidad, tan sólo podemos recordar, por su
cabecera trebolada (San Pedro de Pons, en Lérida), y Cahors, en Francia.
También en Burgos, en el monasterio de Rodilla, hay algo parecido en el
crucero, pero carecen de la profundidad total del medio círculo y aunque el
abovedamiento (bóveda de horno) es igual a los de Bareyo, en Rodilla son
simples capillitas con arquería exterior sobre capiteles y cuya finalidad
–quizás fuese igual para Bareyo– sería colocar la pila bautismal en uno y un
altar en el otro, pero que, como arquitectura, no tienen la enjundia de los
ábsides laterales de Bareyo. Pérez Carmona (1975 (1959) pág. 97-98) los llama “baldaquines”.
Sección longitudinal
Sección transversal
Descripción de la Iglesia
Exterior
Empezando
por el ábside –porque los muros meridionales del monumento están todos ocultos
por los tejados de construcciones añadidas no románicas, sino de los siglos
XVII-XVIII seguramente–, diremos que se nos presenta con una apariencia de
reciedumbre bastante marcada. Todo de excelente sillería isódoma en donde se ve
la alternancia irregular de sogas y tizones.
El
semicírculo se compone de tres calles verticales separadas por dos gruesas
columnas de fustes entregos formados por sillares cilíndricos que se
corresponden con la altura de los que componen los muros del ábside. Estas
columnas se coronan por capiteles que sostienen, como los canecillos, la
cornisa, y que unos y otros describiremos con la cornisa.
En
sentido horizontal, el ábside tiene, de abajo a arriba, una línea de piedras de
cimiento, sobre las cuales apoya un basamento de sillería, del tipo ya
indicado, de 1,10 a 1,50 m de alto, según los sitios, que se resalta con dos
pilares prismáticos que sirven de asiento a las columnas entregas, que acaban
en basas sencillas de reducido plinto. Esta primera zona, o basamento, acaba en
una imposta de doble caveto que se desenvuelve por todo el arco del ábside.
El
segundo cuerpo horizontal, de unos 2,50 m de altura, llega hasta otra imposta
del mismo tipo donde van a apoyar los quiciales de las ventanas, pero que al
llegar a los fustes de las columnas rompen su trayectoria.
El
tercer cuerpo horizontal, el más alto, es el de ventanas, que son tres,
ocupando cada una las tres calles correspondientes del ábside. Son todas
distintas: la izquierda es de un solo vano, que ha sufrido un deseo de
notoriedad al recibir, como significación de importancia, y posiblemente en el
siglo XVII-XVIII, una arquivolta sobre las románicas, a modo de destacada
chambrana, muy resaltada, colocada sobre dos ménsulas, y adornada en los
extremos con los típicos bolos rematadores de la arquitectura barroca
montañesa, y en el centro una gran cruz de piedra, que carga su brazo vertical
sobre la cumbre de la chambrana. Para incrustar ésta, los canteros modernos no
dudaron en suprimir los tambores románicos de la primera columna del ábside,
para hacer notar la importancia de su obra. Esta ventana izquierda, conserva,
sin embargo toda su estructura románica: una arquivolta de puntas de diamante
muy erosionadas, y otras dos más internas, de medio punto, la exterior lisa y
la interior con dos baquetones; presionan sobre sendas columnas de fuste
monolítico por intermedio de capiteles de bolas con caperuza y motivos
vegetales, también muy desgastados. Las basas de estas columnas están muy
destrozadas, en la izquierda, y relativamente conservadas en la derecha. Son
basas de una sola piedra, de tipo ático, con pequeño plinto, toro y escocia;
uno de los toros lleva en su ángulo una especie de lengüeta.
Ventana lateral
Ventana central
La
ventana central es doble, es decir, con dos luces, que separa un ajimez en
columna monolítica de tres fustes y un solo capitel unido con bolas y volutas.
La organización de esta doble ventana es la misma que vimos en la izquierda,
para los dos huecos: arquivolta exterior de puntas de diamante, y otras dos
interiores con baquetones y sin decoración, con sus correspondientes capiteles
de bolas y zarcillos. Las basas de estos fustes son muy parecidas a las que
tenía la ventana del lienzo izquierdo. Las más exteriores llevan lengüetas y
las de la columna central, de tres fustes, bolas angulares.
La
ventana del lienzo vertical derecho del ábside, carece de toda decoración y es
una simple aspillera con arco doblado de medio punto.
La
altura de este tercer cuerpo superior del ábside es de 4 metros, desde el
alfeizar de las ventanas hasta el borde de la cornisa, que va decorada con
bolas con caperuza, algo separadas en la escocia donde se asientan. Esta
cornisa va sostenida con cinco canecillos en cada lado del ábside, separándose
el tramo central por los capiteles (dos) de las columnas entregas que dividen
las tres calles del ábside.
La
primera calle, la de la izquierda, la que se corresponde con la ventana que
modificaron en el siglo XVIII, tiene los siguientes canecillos (mirando el
espectador al ábside y numerados, como siempre, de izquierda a derecha): 1.- De
simple moldura de caveto. 2.- Animal de pie con la cabeza entre las patas, como
paciendo. 3.- Cabeza de animal vuelta hacia la derecha. 4.- Figura masculina
muy desgastada, sentada al parecer e itifálica. 5.- Personaje femenino, con las
piernas levantadas en pornográfica postura.
La
segunda calle, se inicia con el capitel de la primera columna entrega, que
aparece con su fuste solo en las tres primeras hiladas de sus tambores, debido
a la desconsiderada chambrana colocada en el siglo XVIII. Este capitel lleva en
los dos laterales, cabezas masculinas que dejan caer desde su frente una
especie de tocado de esquemáticas palmas, que llenan el centro del capitel.
Los
canecillos de esta segunda calle son también cinco: 1.- Cabeza de bóvido de
fuertes cuernos. 2.- Su desgaste impide descifrar figura o tema. 3.-
Esquematismo de cabeza de animal en forma de concha. 4.- Dos cavetos
superpuestos. 5.- Cabecita de animal mirando a la derecha, parece quizás la
cabeza de un osezno. Se cierra la cornisa central con el otro capitel de
columna entrega, que se decora con tres asnos, dos de los cuales juntan sus
cabezas en el ángulo.
Los
canecillos de la tercera calle de la derecha son igualmente cinco: 1.- Dos
cavetos superpuestos y sobre el último, bola con caperuza en el centro. 2.-
Cabeza humana, sin cuello, que parece cubrir con algo su cabello. 3.- Muy
desgastado, puede ser un hombre con los pies en alto ¿itifálico? 4.- Dos
cavetos superpuestos, con concha o punta de diamante. 5.- Tres rollos verticales
sobre caveto.
La linterna
Destaca
al exterior la maciza y poco elevada linterna, de planta rectangular, con sus
laterales sur y norte algo más largos que los del oeste y este. Tiene dos
cuerpos a los que divide una imposta solo moldurada. El cuerpo inferior, en su
lado meridional, se abre por una amplia ventana muy posterior en cronología
(¿siglo XVIII?). El cuerpo superior tiene otra ventana muy parecida en el
lienzo que da al Este. La cornisa exterior de la linterna debió de consistir en
una imposta de puntas de diamante que aún se conservan en el lienzo sur. El
tejado es, como es normal, a cuatro aguas.
Los
muros exteriores del presbiterio parece que, en parte, han sufrido
modificaciones, sobre todo el sur. Por lo que se apercibe del muro norte, que
es la cornisa con sus canecillos, se deduce que la coronación de estos muros se
realizaba por moldura sostenida por siete canes con decoración de bolas,
aquillado, etc. Estos siete modillones han desaparecido en la cornisa del muro
sur del presbiterio, aunque debió de tenerlos. Los muros del transepto, o
capillas absidales del crucero, se aperciben al exterior, también con
canecillos, ahora dentro de construcciones muy posteriores que enmascaran
completamente el alto meridional de la iglesia románica.
Todo
el resto exterior de Bareyo es de época no románica (siglos XVI, XVII y XVIII),
es decir: el pórtico, una capilla cuadrada rompiendo las arquerías románicas
del presbiterio sur: otra en el muro izquierdo de la nave y la sacristía. En el
muro de la epístola y en el tramo primero de la nave y sustituyendo a la puerta
románica, que aquí debió de abrirse, hay ahora otra renacentista, del siglo
XVI, de medio punto y con chambrana de bolas. La torre actual de la iglesia, es
una obra de alzado prismático, que se construyó en el siglo XIX- XX, en estilo
neorrománico. Sin duda debió de existir otra románica, que pudo también ser de
espadaña. Evidentemente, de época quizás románica existió otra torre cuadrada,
muy sencilla, tal como hemos podido ver en el trabajo que sobre la iglesia
patrocinó la Fundación Botín y que recogió una foto de la que existió antes de
levantar la actual.
Interior de la iglesia
Toda
la cabecera de la iglesia, ábside, presbiterio y pseudocrucero, incluidas sus
exedras, son de una unidad románica indiscutible y conservadas casi
perfectamente, aunque existen dos lamentables reformas que han estropeado algo
el conjunto del estilo. Se trata de la capilla que se abrió en el muro bajo del
presbiterio del Evangelio, que hizo desaparecer las arcaduras de éste, y la
apertura en el de la Epístola de uno de los arcos para dar paso a la sacristía.
Fuera de estas faltas, todo, incluido el arco toral que se abre a la nave, es
obra de los maestros románicos que trabajaron en la iglesia.
El ábside
Empezando
la descripción por el ábside, que sin duda, es la parte más llamativa de la
iglesia, apercibimos que su configuración es bastante frecuente en iglesias
burgalesas y cántabras, llamando sobre todo la atención por rellenarse casi
totalmente de arquerías ciegas, tanto en el cuerpo inferior como en el segundo,
es decir, en todo el muro semicircular. Este tipo de organización interna de
los ábsides, aún siendo muy propia del románico, no es creación exclusiva de la
época, pues tiene precedentes antiguos que, refiriéndonos tan sólo al mundo
cristiano, lo vemos ya utilizado en lo paleocristiano (ábside principal de la
basílica de Matifou), se ve en lo mozárabe (Santo Tomás de las Ollas), en lo
asturiano (San Julián de los Prados, San Salvador de Priesca), y se hace cada
vez más frecuente y con variadas soluciones en el románico, siendo bastante
corriente en nuestras iglesias de Cantabria (Cervatos, San Martín de Elines,
Castañeda, Silió) por lo que, con Burgos, somos, sin duda, la región en donde
más existen estas arquerías ciegas en los ábsides. Pero es Bareyo (con el
Siones burgalés, que es casi una iglesia gemela a la nuestra, tanto en la
arquitectura como en la escultura) la que aglomera más arquerías ciegas, como
si quisiese hacer de su ábside una verdadera secuencia de arcos, lo que
consideramos una moda ya bastante localizada.
Sobre
el cuerpo superior de las arquerías carga la bóveda de cascarón o de horno del
ábside, toda de sillería, que se separa del alto de los arcos por una imposta
decorada con una secuencia continua de medias circunferencias.
La
arquería alta lleva siete arcos, los cuatro primeros (empezando por la
izquierda) son arcos de medio punto, irregularidad y falta de simetría en la
armadura general que no comprendemos. Empieza la arquería, y antes de los
arcos, con una semicolumna entrega, que viene desde el enlosado del ábside y
sube hasta el arranque del cascarón absidal, haciendo de paso entre los muros
del ábside y del presbiterio. Dicha columna, que se repetirá en el final de la
armadura, acaba en un capitel con volutas en lo alto y cesta tallada con dos
animales cuadrúpedos, de muy difícil distinción, que, colocados de pie, juntan
sus cabezas haciéndolas una. Sus características formales son la tosquedad un
tanto manifiesta, demostrando lo que va a ser en Bareyo algo que acompañará, en
general, al estilo rural del taller, aún cuando creemos que deben de ser varios
los operarios que trabajan.
El
primer arco lleva una chambrana de cubos o puntas de diamante muy desgastadas y
una arquivolta de fino baquetón grapado por gruesas molduras semicúbicas. Apoya
el arco en capiteles del mismo aspecto vulgar y descuidado: el izquierdo con
bolas de caperuza, y el derecho con formas geométricas ovaladas en las esquinas
y una rama de palma central y vertical que las separa. A pesar de su sencillez
muestra un mayor cuidado de ejecución que tenía el primero.
El
segundo arco carga sobre este último capitel descrito, lleva chambrana de
puntas de diamante y arquivolta algo distinta a la del anterior, simplemente
resaltando en el extradós del arco, cuatro dovelas de las nueve que tiene. Todo
el arco apoya en el segundo capitel, ya analizado, y en el tercer capitel que
llena su cesta con cabezas cortadas, la central tiene debajo un pequeño escudo
redondo, y bolas con caperuza.
El
tercer arco se abre en el muro por la aspillera izquierda de la ventana central
del ábside y su arco tiene chambrana semejante a las anteriores y arquivolta
lisa donde se han grabado dos serpientes mordiéndose. Apoya este arco sobre el
capitel último citado de cabezas y el siguiente, formado por unos caulículos
que arrancan del collarino en el centro y serpientes enroscadas en los
laterales. La basa de esta columna, que se forma por tres fustes más estrechos,
está picada en su plinto como para haber colocado posteriormente alguna
escultura.
El
cuarto arco repite la chambrana y en su muro la otra aspillera del ventanal
central, y posee una arquivolta lisa con un delgado baquetón en el borde. Apoya
a la izquierda en el capitel de caulículos y a la derecha en un capitel de
bolas con caperuza.
Entramos
así en las tres últimas arcadas, 5, 6 y 7, altas, que se corresponderían con la
primera ventana izquierda en el exterior del ábside, y que poseen arcos
peraltados más estrechos que los anteriores. Tienen los tres, chambrana, de
cuatripétalas burdas el primero, y de cubos los restantes, marcando en su luz,
más que otra arquivolta, una aparente dobladura. Cargan sobre los cuatro
últimos capiteles de la armadura: el primero ya descrito; el segundo de grandes
hojas de nervios muy señalados, como los de la pila bautismal y piñas
angulares, o lanzas, muy puntiagudas. El fuste que sostiene a este capitel se
decora con una tosca estatua-columna de un personaje realizado con un gusto y
una técnica muy popular, con barba y bigote, vestido de pellote, posiblemente,
con pliegues de extremada sencillez, y hasta las rodillas, y pedules abiertos
en los tobillos; las manos las lleva cogidas ambas a la altura de la cintura.
Está en postura muy frontalista y tiene, desde luego, estrecha relación con
otra figura en columna de la iglesia cercana de San Román de Escalante, iglesia
que se edifica, sin duda, por los mismos talleres trasmeranos que trabajan en
Bareyo y otras iglesias de la vieja Castilla.
El
sexto arco y el séptimo, muy iguales en su dibujo y talla, apoyan sobre el
último capitel descrito, el sexto, y sobre los dos finales el 7 y el 8. La
cesta del séptimo esculpe la primera escena iconográfica que anotamos en la
iglesia. Se trata, y siempre realizada con el mismo esquematismo, sencillez e
ingenuidad característicos de estos canteros artesanos. Tallan la temática
bíblica de Adán y Eva después del pecado, en el Paraíso, y con una disposición
clásica ya, desde muy antiguo y muy querida de los románicos, colocando a
nuestros primeros padres desnudos, separados por el árbol del Bien y del Mal,
tapando sus sexos con una hoja, separados por la serpiente tentadora que se
enrosca en el tronco.
Pero
todo ello con una ideación casi grotesca, un tanto caricaturesca, huyendo de
detalles, casi con simples esbozos, con unas grandes cabezas de los
protagonistas y unos cuerpos de canon reducidísimo. Es un hacer, el de estos
desconocidos escultores que llenan de cabezas cortadas estas arquerías, que son
el motivo predominante en sus figuras en esta y en otras iglesias donde
pusieron sus manos. En el fondo, y a pesar de su tosquedad, hay en ellos una
indudable valoración de lo humano, y un anticipo en el románico de la
sensibilidad gótica, pues algunos capiteles que sostienen la armadura inferior,
que ahora veremos, alcanzan una dicción mucho más expresiva y elegante que nos
hace pensar que en el mismo taller había operarios que podían llegar a
conseguir rasgos muchos más naturales y perfectos que incluso logran transmitir
delicadeza y serenidad veladas.
El
último capitel de la armadura superior, que es angular, lleva caulículos y
volutas que se unen en el esquinal de la cesta. Los muros de los arcos 1 y 7,
hoy macizos, debieron de estar abiertos en su día por aspilleras
correspondientes a las ventanas laterales exteriores. Las basas de todos los
fustes de esta arquería superior son, como casi todas las de la iglesia, de
tipo ático, con dos abultados toros y una estrecha escocia sobre plintos de
diferentes alturas. Los fustes son gruesos y monolíticos. Lo mismo que antes,
en la armadura primera, veíamos que existía una media columna entrega con su
capitel, que separaba la arquería del presbiterio, otro tanto ocurre en el
lateral derecho. Y su capitel tiene en su cesta acantos simplísimos, lisos, que
acaban en bolas con caperuza y lleva un cimacio de este mismo motivo. Hay que
anotar que los capiteles de esta arquería que describimos, tienen muy estrechos
cimacios totalmente lisos, y algunos, como el de Adán y Eva, carecen
prácticamente de cimacio.
La arquería inferior
Son
solamente cinco arcos, algo más anchos que aquellos de la arquería superior,
pero de características similares. El primero lleva una chambrana sencillísima,
de un estrecho filete, y una arquivolta con una especie de piñas de las que
sólo una se acabó de tallar. De interés es apreciar que se notan las marcas del
compás con el que se hizo el replanteamiento. Apoya el arco, a la izquierda, en
un primer capitel de esquina formado por espirales de caracol en lo alto y un
par de cabezas barbudas bastante bien trabajadas.
El
segundo capitel lleva un cimacio de piñas o frutos de difícil interpretación.
Sobre el cimacio y en el punto de unión de los arcos primero y segundo, destaca
una cabeza humana, de frente, muy similar a las dos que, de perfil, llenan la
de este segundo capitel.
El
segundo arco, con chambrana de filete resaltado, como el que veremos en toda
esta arquería, tiene un extradós que simula dovelas falsas, alternando una
saliente y otra rehundida, ya visto en el segundo arco de la arquería alta.
Apoya sobre el segundo y tercer capitel. Éste tiene en los laterales dos
cabezas humanas con expresiones internas muy reales, y en el centro de la cesta
otra cabeza muy perfecta que se cubre con gorro o tocado cónico, tal vez
episcopal, en el que se resalta, en relieve, una figura de báculo con volutas
opuestas. Esta destacada cabeza está rodeada y aislada por un ondulado
serpentiforme como el que aparece en la almendra del Pantocrátor de Santillana.
El
tercer arco, el central, aparte de la chambrana, que repite el filete de las
anteriores, su extradós se decora con nueve rosetas de ocho pétalos y cuatro
hojas de centro excavado. Carga sobre el capitel anterior y el siguiente,
cuarto, cuya cesta repite el mismo motivo de dos cabezas, barbadas, con
peinados también de ondas y expresión calmada. Están separadas por anchas
volutas rayadas de cuatro canaletas en sus lados planos visibles. Las volutas,
acaracoladas, reposan sobre las cabezas uniéndose a otras laterales.
El
cuarto arco nace en este capitel y apoya en el siguiente, el quinto, que vuelve
a repetir el esquema del segundo de la arquería alta, esto es, una cabeza sobre
el cimacio liso, y tres cabezas barbadas en la cesta, sobre el collarino. El
extradós de este arco, con un angrelado ondulado, lleva una decoración
puramente geométrica a base de medias esferillas, como botones, que van
incluidas en ruedas planas. El arco quinto, y último de esta arquería baja,
carga sobre el capitel anterior y sobre el último, el sexto, de la arquería, el
de esquina, decorado con una cabeza sobre la que aparecen volutas en caracol.
Los fustes de esta arquería baja no son monolíticos, sino formados por tambores
de la anchura de las hiladas de sillería y entregos. Las basas son sencillas de
dos toros (el superior más estrecho) y una escocia. Apoyan sobre plinto bajo,
que, a su vez, descansa sobre banquillo que corre adosado a la pared del
ábside.
¿Pero
qué impulsó a colocar tantas cabezas en tantos capiteles del bajo del ábside?
¿Qué han querido significar? Dado el esquematismo simbólico y reducionista de
estos maestros trasmeranos, que vemos bien claro en la separación que hacen del
tema de las Marías ante el sepulcro en los capiteles de la arquería o
credencias del presbiterio derecho, con la secuencia: tres pomos de perfumes,
cabeza de las tres Marías, tres lámparas sobre el sepulcro, dos cabezas con dos
escudos (los soldados), dos cabezas de ángeles, y dos cabezas asomadas a sendas
ventanas, es decir, la máxima síntesis para dar a conocer un suceso, podría
llevarnos, y ello con la máxima posibilidad –creemos– de que así sea, que estos
canteros o el jefe o religioso que les dirigió, lo que han intentado en la
arquería baja del ábside es presentarnos un Pantocrátor con los doce apóstoles.
En los seis capiteles de esta arquería, es en el tercero, es decir, casi en el
centro, donde han puesto una cabeza resaltada por su mayor jerarquía al
colocarla separada de las otras dos por medio de una mandorla ondulada,
parecida, como dijimos, a la que envolvía la figura del Pantocrátor de
Santillana, y un casquete cónico en la cabeza con el relieve de un báculo o
distintivo de alta categoría. Anotemos, además, que es en el tercer capitel
donde se completan los seis apóstoles de la izquierda, y que en los otros tres
capiteles se suman los otros seis de la derecha. Que además, la cabeza que está
a la derecha del resumido Pantocrátor, tiene un peinado muy distinto a las
otras cabezas, la mayoría barbadas, y ésta indica mayor juventud al mostrarla
imberbe, y con un gesto más delicado y tierno, para diferenciar el carácter más
femenino del apóstol San Juan.
Es
verdad que en los capiteles segundo y quinto, y sobre los cimacios, hay
añadidas sendas cabezas, pero pronto se ve que han sido pegadas allí
posteriormente y que, sin casi duda, proceden de la credencia de doble arco que
existió en el muro del presbiterio izquierdo, similar a la que existe todavía
en el derecho; de allí, en el siglo XVI, fueron arrancadas al edificar la
capilla rectangular del Evangelio.
La
colocación de un apostolado en el muro interior del ábside, con figuras de
bulto, no es muy corriente en el románico, pero sí existen ejemplos que creemos
es esto lo que quisieron representar los canteros ó los monjes de Santa María
de Bareyo. Fue más normal, para dar preferencia de lugar a Cristo y sus
apóstoles, utilizar la pintura, colocando el Pantocrátor en el cascarón de la
bóveda de horno y repartiendo a los apóstoles en los vacíos del muro del
hemiciclo. Pero aquí en Bareyo, por afán de síntesis, y por el mayor valor de
lo humano que ya se apercibía en el último románico, las directrices
iconográficas se van apartando de los rígidos cánones figurativos establecidos
y buscan otras vías más simplificadoras y menos dogmáticas. Todo ello,
naturalmente, no deja de ser una hipótesis.
El presbiterio
Se
cubre con bóveda de cañón apuntado, y llevaba en cada uno de sus muros
laterales una gran arquería ciega, de medio punto peraltado, formado por gran
baquetón entrego que parte de fustes con capitel y basas muy parecidos a las de
las arquerías del ábside. Este gran arco ciego cobija en la parte baja del
presbiterio de la Epístola, una credencia de doble armadura con tres columnas y
sus correspondientes capiteles. Se cierran los arcos por una imposta horizontal
tangente a ellos, que justamente ocupa la línea del medio círculo del arco
ciego. Sobre esta imposta, formada por dos simples listeles, apoyan los plintos
de las columnas de una ventana, ahora ciega, que aparece tapiada, posiblemente
desde cuando se hizo la sacristía meridional, a la que se accedió abriendo un
boquete en la sillería que cerraba la credencia derecha del muro del
presbiterio de este lado. La citada ventana, que debió de ser aspillera por
fuera, tiene un arco tallado en una sola piedra y muy rústicamente dibujado.
Apoya este arco en capiteles exentos decorados con bolas de caperuza, el
izquierdo, y caulículos y estrellas el derecho. Los fustes son: el izquierdo
salomónico y el derecho de estrías verticales; apoyan también en basas exentas,
con plinto, dos toros y escocia.
La
doble arquería o credencia del muro del presbiterio derecho consta, como ya
indicamos, de dos arcos de medio punto, con chambrana sencilla de un solo
listel y una arquivolta o extradós del arco de distinta decoración.
La
del izquierdo lleva una secuencia de ovas rehundidas que hacen el efecto de
arco polilobulado que se completa con un semicírculo de gajos radiados en forma
de concha.
La
del arco derecho tiene una serie de arquillos rehundidos que se ocupan por
espirales de forma esférica. El muro de fondo de este arco fue abierto en todas
su anchura y altura por una puerta que comunicaba el presbiterio con la
sacristía que se construyó en el siglo XVI-XVII. Una serie de cinco capiteles a
la misma altura, los dos más extremos correspondientes al gran arco ciego
peraltado que cobija las credencias, y los otros tres para apoyar los arcos de
ésta. Los del arco peraltado llevan: el izquierdo los tres pomos en hilera de
las Tres Marías, y el derecho con los voiyeurs que miran por las ventanillas.
Los tres de las credencias son: las cabezas de las Tres Marías, con su cimacio
de toscos molinillos; el sarcófago con su cimacio de las tres lámparas; y las
cabezas de los dos soldados con sus correspondientes escudos. Las basas de las
columnas (¿fustes de tambores?) de estas arquerías son muy similares a las
otras que vamos describiendo, y su plinto carga sobre un reducido banco que ha
sido cortado en la arquería derecha para facilitar el paso a la sacristía.
Capiteles dobles nº 18 de las arcaduras
o credencias desaparecidas del Evangelio
Del
muro del presbiterio, en el lado del Evangelio, y como ya apuntamos, sólo queda
el gran arco peraltado y ciego, resaltado por un gran baquetón y sus
correspondientes capiteles extremos: el derecho con solo un animal (es difícil
suponer la especie por tener cabeza y cuello rotos, tal vez de ave) acostado, y
con una larga y extraña cola vertical que acaba en un trébol de hojas
alargadas. El capitel izquierdo del gran arco ciego es otro fantástico engendro
de cabeza humana, cuerpo de grifo alado y cola vuelta provista en el extremo de
un abanico de cinco púas. De las credencias de este muro, que formarían pendant
con las descritas de la Epístola, sólo quedan los dos capiteles laterales, el
izquierdo con fantástico animal muy parecido al que vimos en el capitel de este
lado correspondiente al gran arco ciego abaquetonado, y es un ser con patas y
cuerpo de ave, cabeza humana y cola alzada acabada en trébol. El capitel
derecho, con otro animal con las patas en el collarino, cola de león, cabeza
indeterminada vuelta hacia sus ancas pero con mirada frontal que muerde un
objeto rectangular, roto en su ángulo derecho (¿libro?). De estas credencias
del Evangelio han desaparecido sus dos arcos, así como el capitel central que
podría habernos dado una interpretación a este conjunto de animales monstruosos
que son el único motivo decorativo. Del destrozo de esta parte del presbiterio
tiene la culpa la falta de aprecio por el hacer de sus antepasados en una
sociedad que difícilmente podía haber alcanzado una admiración por estas
representaciones artísticas que no sabía ya comprender.
El pseudo-crucero
El
presbiterio se abre hacia el pseudo-crucero por un gran arco triunfal, doblado
y apuntado, sostenido por semicolumnas entregas que no descienden hasta el
suelo, pues se cortan a la altura de los capiteles de la arquería baja del
ábside para apoyar en ménsulas talladas con gajos rehundidos, como se ven en
muchas pilas bautismales románicas. Los capiteles de este arco triunfal son: el
izquierdo (mirando al ábside) presenta en el centro de la cesta una figura
masculina, con túnica hasta los pies, que apoyan en el collarino, en lucha
abierta, con un puñal en cada mano, contra unos monstruos que se atacan
mordiendo el de la izquierda a una de las patas traseras del otro. Ocupando el
lugar en donde en el románico del siglo XI solían colocarse unos pitones, aparecen
cabezas de águilas que surgen de motivos volutiformes. El cimacio está decorado
con arquillos de medio punto que llevan en su interior una rosquilla cada uno.
Las esquinas del cimacio se adornan con bola con caperuza. Difícil es averiguar
qué se querría simbolizar con esta lucha de vestiglos que un hombre quiere
separar o acabar con ellos.
El
capitel derecho del arco triunfal lleva otra escena de revuelto enfrentamiento
de dos dragones de cinco cabezas cada uno, con cuerpo de cocodrilo y piel
rugosa, –representada con multitud de medias esferillas–, que con sus patas
delanteras, y oponiéndose pecho con pecho, parecen saludarse llevando cogidas
entre sus dedos una flor octopétala o una rueda. Las colas de estos dos
endriagos se enroscan en espiral. Vuelve pues a representarse una lucha en
donde no parece existir árbitro humano sino una colisión entre dos dragones de
semejante fuerza. El cimacio repite los arquillos del capitel de la izquierda,
pero en vez de encerrar rosquillas perforadas en su centro, aquí son simples
botones o medias esferillas. Las esquinas del cimacio se transforman en cabezas
animales.
Pasando
el arco triunfal entramos en el espacio del pseudo-crucero, puesto que la nave
transversal está aquí sustituida por capillas absidales de bóveda de horno cuya
altura coincide con las chambranas de la arquería alta del ábside, pero tienen
una profundidad de tres metros y una anchura de otros tres.
El
espacio central de este pseudo-crucero se alza en elevada linterna de dos
cuerpos: el bajo, vertical, sobre los arcos de las absidiolas, y abierto en dos
ventanas al Este y al Sur, que han sido modificadas posteriormente; y el alto,
ocupado por una bóveda esquifada armada por medio de una crucería de anchos
nervios y cuatro plementos; bóveda, ciertamente, poco utilizada en el románico
castellano. Dichos nervios descansan sobre cuatro ménsulas triangulares que
apoyan en canecillos decorados con cabeza humana, más groseramente tallada que
las del ábside; una especie de campana con su badajo; pequeño animal que parece
mamar de otro más grande con aspecto bovino y gruesa flor de cáliz con seis
hojas vueltas y perforadas, muy similares, pero poco repetidas en nuestro
románico, que nos sirven para dar aproximada cronología a otras labradas en
capiteles interiores de la iglesia de Santillana que hace que demos a éstas una
temporalidad que antes se nos hacía difícil suponer, pues si esta iglesia de
Bareyo la consideramos como de construcción casi segura en los años finales del
XII o principios del XIII, esta misma fecha deberemos dar a los discutidos
capiteles interiores de la iglesia de Santa Juliana de Santillana del Mar,
antes muy inseguros, que siempre nos parecieron rompían con las formas, tamaños
y decoraciones de los verdaderamente románicos, pero que ahora creemos serían
puestos cuando en el siglo XIII se colocaron las bóvedas que hoy cubren la
iglesia de Santa Juliana.
Las
capillas absidales de este pseudo-crucero, a las que antes nos hemos referido,
se abren al mismo por medio de arcos levemente apuntados y doblados que apoyan
en columnas entregas de fustes de varios tambores. Los capiteles de la arquería
de la epístola son: el de la izquierda tiene tallados grandes grifos de patas y
alas de ave, cabeza indeterminada de fiera y cuerpo y cola de escorpión que se
retuerce varias veces. El cimacio es de siete filas de dados de pequeño tamaño.
El capitel derecho, lleva dos grandes cabezas angulares cubiertas tal vez por
tocas geométricas, semejante al capitel número seis de la cornisa exterior del
ábside. Del collarino surgen verticalmente varias hojas planas, siendo el
cimacio solo moldurado y marcado en las esquinas por hojas carnosas. En el muro
interior de la absidiola, muy próximo al capitel de los grifos combatientes,
aparece un grande e interesante relieve tallado en hornacina de arco de medio
punto, que lleva en su interior dos figuras sedentes, en destacado volumen. La
de mayor tamaño es un anciano coronado, con grandes melenas y barba, que lleva
en su mano derecha y apoyado contra el pecho un respetable cuchillo. Con la
mano izquierda está en actitud de sujetar el brazo izquierdo de la otra figura
sedente que representa a un joven imberbe. Ya veremos como este grupo
escultórico puede perfectamente relacionarse con otro personaje que existe en
el interior de la absidiola del evangelio.
Ésta
se abre frente a la ya descrita y con el mismo sistema constructivo de su
gemela. Los capiteles son: el derecho, poniéndose frente a ella, es uno de los
capiteles más bellos, extraños, pero muy destacados por su acertada expresión y
composición. Se trata de la figuración de un personaje en cuclillas que,
ocupando el centro de la cesta, sujeta, por medio de argollas colocadas en los
hocicos, dos reses de larguísimos cuernos. El bóvido de la izquierda tiene la
cabeza completamente destrozada. El cimacio es biselado pero sin ninguna
decoración.
A
la izquierda de esta columna y capitel, en el muro interior de la absidiola,
existe un bajorrelieve descabezado de idéntica factura al grupo ya descrito de
enfrente, con la figura de un ángel sedente, que lleva en su mano izquierda un
libro al parecer. La intención de querer manifestar el carácter angélico de
este personaje, al acentuar el tamaño y la visibilidad de sus alas, nos hizo
pensar en que podía fácilmente relacionarse con el viejo portador del cuchillo
y la postura entregada del joven, y componer con todos la escena del sacrificio
de Isaac. Tema bíblico muchas veces representado en la iconología románica. El
capitel izquierdo se compone de dos filas de bolas con caperuza, encima un
grabado dentado y un cimacio con representación de pequeños canecillos. Cesta y
cimacio están rotos en su alto derecha.
Las
basas de las columnas de estas absidiolas apoyan sobre banco corrido y están
formadas por dos toros y escocia. El toro inferior más grueso, puede llevar
bola.
El
pseudo-crucero se abre a la única nave de la iglesia por medio de elevado arco
apuntado con capiteles grandes. Uno de ellos, el del lateral del evangelio,
tiene dos cabezas angulares, una femenina y otra masculina (seguimos repitiendo
este juego de dos cabezas) que posiblemente representen a Adán y Eva. En el
centro de ellas aparece el árbol con sus frutos al que abarca una serpiente que
parece morder el cabello de la figura masculina. El cimacio está formado por un
ondulado de serpientes y esquinales con cabeza de león. El otro capitel se
decora con varias hojas de palmera en varias filas, realizadas indudablemente
por el mismo taller que talló la pila bautismal; en las esquinas, dos piñas
verticales. El cimacio es de molduras simples con esquinas de cabeza
triangular. Toda la nave, de dos tramos, hoy se cubre con bóvedas góticas de
doce plementos, posiblemente construidas en el siglo XV-XVI, sustituyendo a
otras románicas de cañón apuntado. En el primer tramo, en el muro de la
epístola, se abre hoy puerta del siglo XVI, quizás levantada cuando cambiaron
las bóvedas y se edificó un pórtico con cuatro vanos, y pudo modificarse
también, la primera reforma de la torre o espadaña románica, que más tarde, en
los finales del XIX o principios del XX tomó el aspecto que ahora contemplamos,
en un neo-románico muy particular.
La pila bautismal
El
interés y la categoría de esta pila bautismal de Bareyo, que desde hace años ha
llamado la atención de todos los que la han conocido, es indudable, pues
creemos que junto a la de Santillana, y a la de Santa María de Puerto
(Santoña), destacan sobre todas las demás de Cantabria, tanto por su
monumentalidad como por su valor decorativo. Cuando eran casi desconocidas, las
excelentes de Burgos y Palencia, que ya han podido ser suficientemente
admiradas y valoradas, era la de Bareyo una de las más notables de nuestro
románico, y nunca dejaba de considerarse, hasta el punto de que en 1966 mereció
el honor de ser estudiada y publicada por Jacques Crozet, dedicándola una
monografía (CROZET, J., 1966, pp. 967-973), y unos excelentes dibujos que ya
publicamos en 1979 y lo volvemos a hacer en esta Enciclopedia, para la mayor
claridad de apreciación.
Cuando
los conocimientos y estimación del románico eran todavía muy iniciales, fue la
pila considerada como visigótica, cosa que ahora no es posible aceptar, al
mínimo análisis comparativo que se haga con el resto de las labores
escultóricas de la iglesia románica. Escagedo Salmón (1918) se expresaba así,
al describirla (p. 142): “Que yo conozca, sólo queda en nuestra montaña del
tiempo de los godos, la pila bautismal de Bareyo, preciosa joya visigótica, y
que es la única pila bautismal que se conserva de tan remotos tiempos, según
mis noticias, en nuestra patria”. En 1965, todavía se catalogaba como
pre-románica, pero ya en el año siguiente Crozet señalaba su carácter “románico
tardío”. La forma tetralobulada de su cuba, quizás había facilitado la
versión de mayor antigüedad al recordar alguna piscina paleocristiana (Son
Peretó, Son Bou, etc.). Pero el mismo Crozet dudó de que la pila y basamento
fuesen de la misma cronología, al señalar la profonde différence de style que
présentent l’execution de la cuve et la facture du socle, si bien parece
contradecirse al señalar (en el párrafo 9º de la página 972) que un détail tend
toutefois à démonter que les deux éléments constitutifs des fonts battismaux de
Bareyo ont bien été executés en fontion l’un de l’autre. Todavía, más adelante,
vuelve a intentar aclarar su duda sin demasiado éxito, diciendo “¿Son basa y
pila contemporánea? Sería una conclusión prematura, aunque las diferencias de
factura puedan explicarse por la intervención de dos artistas –o incluso tres–,
porque las acanaladuras del interior responden a una técnica infinitamente más
rigurosa que la de los bajorrelieves exteriores”.
Nosotros
pensamos que ya es difícil discutir su romanicidad, si atendemos tan sólo a los
rasgos y motivos de la escultura interior de la iglesia. En primer lugar si
recogemos las frases de Crozet de que “las acanaladuras del interior
responden a una técnica infinitamente más rigurosa”, tan solo habría que
contemplar el tímpano completo de las arcaduras del muro derecho del
presbiterio en el que la venera se realiza con el mismo cuidado, y comparar las
hojas del módulo A de la cuba con el capitel del arco que, a la derecha, separa
el pseudo crucero de la nave gótica, en el que se repiten las mismas hojas del
módulo. El texto que escribí en mi Románico de 1979, acababa con las siguientes
consideraciones: “Por otra parte, la tosquedad de los leones de la pila
juega pareja con las cabezas de animal del capitel izquierdo del arco toral del
presbiterio. La misma cabeza cortada entre los leones de la pila es, sin duda,
de la misma mano de los maestros que realizan la mayor parte de las cabezas que
tan abundantemente decoran el interior de la iglesia. La disposición de las
orejas en los leones, colocadas como diademas sobre su frente, aparecen
exactamente igual en los monstruos alados del capitel izquierdo de la absidiola
derecha del pseudo crucero”. Y en cuanto a estos problemas de la cronología
románica y de la autoría de la pila, no existe ninguna duda, para mí, de que ya
no merece mantener discusión alguna, y tampoco la de considerar a sus autores
como pertenecientes a uno o varios talleres que trabajan en Trasmiera en los
finales del siglo XII e incluso en los primeros del XIII, y lo hicieron también
en algunas iglesias burgalesas como Siones o Vallejo de Mena. Crozet compara
nuestra pila con la de Rebolledo de la Torre (Burgos) que se fecha en 1195,
datacion que bien puede corresponder, año más o menos, con la de Bareyo.
Este
recipiente bautismal está trabajado sobre piedra monolítica tetralobulada, cuyo
mayor diámetro mide 1,42 m. Reposa sobre un basamento, igualmente monolítico,
en donde se han tallado dos leones que, acostados, mantienen entre sus
mandíbulas los extremos de un brazo humano, en una curiosa y rara
representación del tipo de “leones andrófagos” tan estimada por la
iconografía románica. El centro de este brazo apoya sobre una cabeza cortada,
muy semejante a las que vemos repetidamente labradas en el interior de la
iglesia. Este modelo de leones sustentadores sobre todo de sarcófagos, no es
extraño a la costumbre románica, sobre todo en su fase final, y se repite en
otra de las pilas montañesas, la de Santa María de Puerto, realizada, creemos,
que con toda seguridad, por los mismos escultores de la de Bareyo. Ésta lleva
en sus cuatro lóbulos exteriores –siguiendo a Crozet–: A, entrelazos; B,
palmetas; C, palmetas y tallos entelazados y D, entrelazos apretados, en
cestería. Cada una de estas decoraciones está separada de la otra por medio de
tabletas verticales, ligeramente cóncavas. La altura es de 1,04 m, siendo las
medidas del soporte de los leones 0,56 m y 0,48 m las de la cuba. Estos
relieves y decoración, conservan aún algunos restos de policromía con colores
predominantes de azul, rosa y blanco marfileño.
Escalante
El
municipio de Escalante formaba parte de la antigua Merindad de Trasmiera. Se
sitúa en la costa oriental de Cantabria, al Oeste de Santoña y de Laredo y
rodeado de los municipios de Argoños, Arnuero, Meruelo, Hazas de Cesto y de
Bárcena de Cicero. Su territorio está flanqueado por la Sierra de Baranda al
Oeste, y al Este por Montehano y la ría de Treto con sus numerosos cana les que
forma el estuario del río Asón en su desembocadura. Esta zona de marisma forma
parte del importante conjunto de la Reserva Natural de las Marismas de Santoña,
Noja y Joyel –espacio para la protección de humedales y de aves–, declarado
Bien de Interés Local desde 1994. Este municipio de Escalante contaba desde
antiguo con varios molinos de marea, de canales y de fuentes situados en la
marisma. Ya consta la existencia de éstos en un documento de 1047, contenido en
el Cartulario de Santa María de Puerto, publicado por M. Serrano Sanz y que
estudia M. A. García Guinea (1979), deteniéndose en los términos que se citan:
“De Fuente Salvandi a Toquiellos, y una serna que está en territorio en la
parte del ‘molino Marini’ hasta la cumbre de la canal de Foiocos. Y en
Artillero en la canal, la mitad”. Y además se citan en esta misma zona el lago
de Flarines, la Fuente Davit y la Canal de Romeco entre otros términos. El
molino de Cerroja, recientemente restaurado, sería uno de los más antiguos de
Escalante, al ser identificado con el que se menciona en este texto del siglo
XI, según el estudio “Los molinos hidráulicos en Cantabria, siglos X al XIII”,
realizado por M. E. Álvarez Llopis (1989) y del que se hace referencia en el
Catálogo Monumental del municipio de Escalante (1997).
Este
municipio posee un rico patrimonio arquitectónico civil, con numerosas casonas
blasonadas y casas típicas en hilera con sus solanas, y algunas con colgadizos,
distribuidas por los distintos barrios. En el alto de Montehano se ubican los
restos de un castillo medieval (siglo XIII) declarado Bien de Interés Cultural
con la categoría de Monumento en 1993. No menos considerable es su patrimonio
religioso. Ya Madoz, en su Diccionario (1845-1850), se hace eco de ello al
hacer una somera relación: “…iglesia parroquial (Santa Cruz), servida por
cinco curas, dos de beneficio entero, y tres de medio que nombra el diocesano
en patrimoniales; …tres ermitas tituladas San Roque, San Román y La Soledad; y
vestigios de otras que hubo en las afueras con la advocación de San Salvador,
San Juan y San Pedro; otra había dentro de la villa (Santa María) la cual sirve
en la actualidad de almacén. Hay dos conventos, uno de frailes y otro de
monjas, ambos de religión seráfica; el de monjas está dedicado a Santa Clara;
ocupa un terreno pantanoso a los doscientos pasos al Oeste del centro de la
población; el de frailes situado a un cuarto de hora de la r(ía) hacia el
Sureste al pie del monte nombra do Hano, está basado sobre un peñasco rodeado
de mar por el NE y S., tocando el agua sus murallas”. Este convento de los
P.P. Capuchinos, se erige como vigía de la marisma, está dedi cado a San
Sebastián y fue declarado Bien de Interés Cultural con la categoría de
Monumento en 1981. El convento de las R.R. Clarisas está dedicado a San Juan de
Monte Calvario, data de los siglos XVII y XVIII y alberga la popular imagen de
la Virgen del Tránsito o Virgen de la Cama (siglo XVII).
Refiriéndonos
concretamente al pueblo de Escalante, éste es cabeza del municipio de su mismo
nombre y está situado a 42 kilómetros al E de Santander.
Se
accede a Escalante desde Santander por la CA-148 (Gama-Argoños), en dirección a
Santoña, que se toma en Gama de la N-634 (Santander-Bilbao), paralela a la A-8;
o bien, por la CA-141, carretera de la costa oriental. La ermita de San Román
se sitúa en el barrio del mismo nombre, a los pies de la sierra de Baranda. A
la ermita se accede por la CA-460, desde Escalante en dirección a Castillo.
En
el documento del Cartulario de Santa María de Puerto, anteriormente
citado, figura la incorporación de una serie de monasterios recuperados en
Escalante para el monasterio de Santoña, en tiempos del reinado de García de
Navarra. Siguiendo a García Guinea (1979), estos monasterios que habían sido
recuperados por el abad Paterno, estaban en manos de la nobleza trasmerana y
existían desde el año 927; eran el de Santa Cruz y el de Santa Gadea y San
Andrés: sacabit illos monasterios de iure de ipsos infanzones et fecit eos
de post parte de Sancta María de Portum, según confirma el documento que
data del 25 de marzo de 1047. Este interesante documento precisa, también, los
términos de dichos monasterios, como ya hemos apuntado. Con respecto al
monasterio de Santa Cruz (posible origen de la actual iglesia parroquial)
señala además el documento de 1047 “la serna de San Román” y “la
cagiga de la Cruz que es en término de San Román”. También aparece citada
la villa de Escalante junto a otros lugares de su entorno, donde la nobleza
tenía posesiones que había donado a dicho monasterio desde la segunda mitad del
siglo XI.
Escalante
no figura como voz propia en el Libro Becerro de las Behetrías (1352), porque
no le aporta ningún lugar ya que se hallaba comprendido en Argoños, pues formó
junto a Santoña una única jurisdicción, según opinión de G. Martínez Díez
(1981). Eran concejos que pertenecían a la Merindad de Castilla la Vieja.
Durante
parte del siglo XIII y del siglo XIV, Escalante estuvo bajo el extenso dominio
seño rial de la Casa de Ceballos, después pasó a ser señorío de los Guevara
hasta finalizado el siglo XVI. Se documentan a lo largo de este periodo
distintos pleitos entre los vecinos de la villa y diferentes miembros de la
familia Guevara, por el acusado dominio del carácter profundamente feudal.
Los
primeros documentos en que se menciona la ermita de San Román datan de
principios del siglo XVI. En el año 1501 tenía lugar en esta iglesia una
reunión entre los representantes de los Concejos de Escalante y de Argoños para
llevar a cabo la delimitación de sus territorios.
De
1641, data un documento de venta de los terrenos del entorno de la ermita de
San Román por parte del Concejo de Escalante a Juan de Santelices de la Madriz,
escribano de la villa de Escalante. En otro documento de 1749 consta el
reconocimiento por parte del Arzo bispo de Burgos, sobre la propiedad de la
ermita de San Román a Ventura de Santelices Venero, corregidor de Potosí, Perú.
A
lo largo de su historia, la ermita ha sido objeto de varias reformas. La más
importante fue llevada a cabo en 1963, de lo que da constancia una inscripción
en el muro exterior.
Actualmente
esta pequeña iglesia forma parte, junto a la casona de Jado (siglo XVII), los
colgadizos y otras dependencias más modernas, de un complejo hostelero. A
principios de la década de 1990 comenzó a acoger exposiciones temporales de
arte contemporáneo.
Ermita de San Román
La
pequeña iglesia–más bien ermita– de San Román de Escalante se levanta en la
proximidad del caserío de Escalante, pero aislada en una reducida pradería. Su
exterior, con muros todos de mampostería, salvo esquinales y vanos de sillería,
es de una patente humildad que en nada permite imaginar la belleza de su
contenido artístico, que si bien no es numeroso, se salva por la originalidad
del conjunto e incluso por la calidad de alguna de sus piezas escultóricas.
Tanto
su planta como su alzado son extremadamente sencillos y de proporciones exiguas
(9,60 m la longitud de la nave y 6 m la de presbiterio y ábside en su
exterior), que nos hacen clasificar a esta ermita dentro de la categoría de las
estrictamente funcionales y ajenas a toda intención de importancia. Tan sólo la
cornisa del ábside, esquinales y vanos utilizan la piedra tallada y esculpida
en sus canecillos. Los muros norte y sur carecen de ellos. No podemos averiguar
si en su primitiva construcción los tuvieron, aun que creemos que, tanto por
fuera como por dentro, el mayor cuidado que los constructores pusieron lo fue
para el ábside.
Su
historia nos es prácticamente desconocida, pues de todos los cartularios
consultados, y demás documentos, muy poco hemos podido sacar en relación con la
vida y acontecimientos del núcleo humano concentrado en el actual pueblo de
Escalante, y menos aún de lo referente a esta iglesia de San Román, de la que
no sabemos en sus orígenes ni a quien perteneció, ni cómo ni cuándo tuvo su
nacimiento. Lo más natural, estando tan próxima al fuerte monasterio de Santa
María de Puerto, es que muchas heredades del actual municipio de Escalante
hubiesen caído en su dominio, cosa que no parece sucedió, pues en la enumeración
que de las pertenencias de Puerto mandó hacer Alfonso VIII en la pesquisa de
1210, no aparece ninguna propiedad en Escalante, y sí en otros pueblos, incluso
más alejados del monasterio santoñés, como Meruelo, Solórzano, Ramales, etc.
Sin
embargo, sí que conocemos documentalmente–según acabamos de exponer– que
iglesias y monasterios situados en Escalante, concretamente los de Santa Cruz y
Santa Gadea y San Andrés (estas dos últimas advocaciones debieron de formar un
solo monasterio), habían pertenecido en el siglo X al monasterio de Puerto,
pero en un momento de decadencia de éste se habían apropiado de ellos ciertos
nobles, que los mantuvieron en su propiedad hasta que Paterno, el abad
renovador de Santa María de Puerto, los recupera para volverles a incluir entre
los bienes pertenecientes a este último monasterio.
Así
pues, documentalmente nos asegura que en Escalante desde muy antiguo hubo
monasterios y heredades pertenecientes a Puerto, aunque no se cite entre ellas
el monasterio de San Román, que sin embargo debía ya de existir, pues entre los
términos que el documento de 1047 cita para el de Santa Cruz aparece la “serna
de San Román” y “el término de San Román”. Posiblemente nuestro
monasterio no había sido usurpado por los homines iniqui, y por eso no
se le nombra, o bien pertenecía como familiar a algún noble de la tierra. Según
Yepes (Crónica…, t. V, fol. 67) y J. del Álamo (Colección diplomática de San
Salvador de Oña, t. I, p. 438, doc. 363, 1950, Madrid) se fundó en
Escalante, en 1206, el monasterio de San Antonio como anexo del monasterio de
Oña. Antes, o en esos momentos, podría estar construyéndose el de San Román
dadas las características arquitectónicas a las que luego nos referiremos.
Otro
documento de 1208 (J. DEL ÁLAMO: Colección…, t. I, p. 450, doc. 375) nos da a
conocer que es muy posible que la ermita de San Román hubiese sido siempre de
la familia representada en 1208 por doña Sancha Jiménez, que en esta fecha dona
al abad electo de Oña, don Rodrigo, el monasterio de Santa María de Mave
(concluido en 1200) y otros lugares entre los cuales figuran sus posesiones de
Escalante: in Escalant quantum ibi habeo populatum et heremun, in monte et
in fonte. ¿Estaría también incluida la ermita de San Román?.
Pasados
los años, las vicisitudes de los monasterios, los cambios, pérdidas y
adquisiciones de las propiedades pudieron ser tan variables que en la citada
pesquisa de heredades del monasterio santoñés, de 1210, ya Santa María de
Puerto no atestigua tener dominio sobre terrenos e iglesias en la villa de
Escalante, quizás porque, como hemos visto en anteriores líneas, desde 1208 una
noble castellana propietaria de casi todas las heredades de Escalante, se las
había cedido directamente a Oña.
San
Román de Escalante es una iglesia de una sola nave que también pensamos que
tuvo desde el principio una sencilla cubierta de madera, salvo en el ábside,
que por fuera lleva unidos el presbiterio y el hemiciclo sin ningún tipo de
recodos ni contrafuertes, y que, por dentro, es la única parte del monumento
que se aboveda, con la consabida cubierta de horno para el hemiciclo y de medio
cañón, en mampostería, para el presbiterio.
La
puerta, sencillísima, se centra en el muro meridional. Es de medio punto, sin
ningún tipo de chambrana ni arquivoltas; tan sólo se forma el arco con siete
buenas dovelas de sillería que apoyan en cimacios decorados: el izquierdo de
entrelazos y el de la derecha con tres filas de tacos y piramidillas de
reducido tamaño. Ambos pesan sobre las jambas –sin capiteles ni fustes–
formadas de bue nos bloques de sillares. Los muros del presbiterio son rec tos,
uniéndose al ábside, como ya indicamos, de una manera continua, procedimiento
que no es normal, aún en pequeñas iglesias que casi siempre marcan alguna
separación con acodos o contrafuertes entre ambas partes de la cabecera.
El
ábside, repetimos, todo de mampostería de material pétreo de reducido tamaño,
tiene una cornisa, tanto en el espacio del presbiterio como en el propio
semicírculo, bien tallada en largas y fuertes piedras de sillares horizontales
que se sostiene por dieciséis canecillos que son los siguientes de izquierda a
derecha: 1.- Especie de rollo en lo alto, con vástagos que descienden; 2.-
Cabeza al parecer de animal, muy desgastada; 3.- De líneas verticales; 4.
Liebre; 5.- Cabeza de animal; 6.- Gran moldura curva; 7. En caveto con una
moldura vertical que tal vez pudo ser otro animal; 8.- Cuerpo de espaldas y
cabeza de animal: 9.- Medio arco horadado; 10.- Bola sobre tres vástagos
verticales; 11.- Especie de pájaro que pica; 12.- Figura humana, muy gastada,
que parece cogerse la cabeza con las manos; 13.- Dos rollos cilíndricos
verticales; 14.- Especie de vástago vertical y dos bolas en alto laterales,
tal vez de interpretación fálica; 15.- Algo que parece un pez; 16. Varios
cavetos superpuestos. La interpretación de estos canecillos, dado su estado de
conservación deplorable, es sólo hipotética.
El
muro norte carece de todo vano. El ábside tiene dos, ahora en ventanos
posteriores al románico, pues entonces pudieron ser simples aspilleras; una en
el muro del presbiterio sur y otra en el centro del hemiciclo. En el muro sur
existe otro pequeño ventano que parece también de reforma posterior al
románico. Completa el exterior de la iglesia una reducidísima y funcional
espadaña colocada sobre el hastial occidental, tan sólo con el hueco para
colocar una campana. Aunque el arco del vano es de medio punto, nada puede
asegurarnos sea la colocada por los canteros románicos.
El
interior de la nave, no posee ningún tipo de decoración, pues es sólo de
mampostería vista. En uno de sus muros, hay incrustados dos escudos bajo una
misma cela da, que pertenecen a las armas de Velarde y Jado, natural mente no
románicos. Esta nave, después de la restauración última, que fue dirigida con
acierto por el entonces arquitecto técnico de la Diputación provincial Manuel
Carrión Irún, en los años sesenta del último siglo, lleva una cubierta de
madera, la que también debió de tener en la fábrica románica, pues carece de
contrafuertes, ni exteriores ni interiores, que pudieran haber indicado un
posible abovedamiento. Este sí que es manifiesto en el presbiterio y en la
capilla absidal, utilizando la mampostería en ambos–cosa no normal– tanto en el
cañón del primero como en la bóveda de horno del segundo.
De
la nave al presbiterio se pasa por el arco triunfal, igualmente de medio punto,
realizado todo él con piedra de sillería, doblado, y con dos roscas; la
superior apoya en jambas también de sillería y la inferior carga sobre
cimacios, capiteles y fustes, con decoración los tres elementos.
La
columna de la izquierda lleva un cimacio sólo biselado, pero adornado en sus
tres caras por una secuencia de tres rosas octopétalas inscritas en círculo en
el lateral izquierdo; muy parecidas son las seis más pequeñas que ocupan el
centro, también octopétalas e inscritas en círculo pero con su cáliz rehundido.
El
lateral derecho repite el tipo de flores que se ven en el centro, pero su
número son tres, como en el lateral izquierdo. Las esquinas del cimacio las
ocupan cabecitas de animal. El capitel de este soporte izquierdo se esculpe en
sus tres lados con cuatro leones en disposición siamesa, es decir: dos ocupando
el centro del capitel, enfrentando sus ancas pero dirigiendo cuerpo y cabeza
uno a la izquierda y otro a la derecha, de forma que vienen a juntar sus cabezas
sobre las de otro león que ocupa los laterales. Debajo del vientre de los
cuatro leones, y entre sus patas, hay en relieve una especie de fusa yola que
ocupa el vacío que queda entre las patas, con un circulillo central perforado.
Debajo de las cabezas de los felinos y apretada entre sus cuerpos aparecen dos
figuras humanas –cabeza y piernas– como apretujadas por las fieras. Sobre los
lomos de los leones, tanto en el centro de la cesta, como en los lados, crecen
dos filas de volutas entre lazadas, que en el vacío que dejan en lo alto
colocan cabe citas de animal de forma muy triangular. Y sobre las ancas de cada
león, y apoyadas en lo alto por una de las volutas, hay colocado algo ovoide,
decorado con líneas paralelas e inclinadas, en forma de campana de dificilísima
interpretación. Todos los cuatro leones apoyan sobre un collarino poco marcado
pero trabajado en la misma piedra que el capitel. El fuste presenta, en
vertical, diez acanaladuras bien marcadas, a base de estrechos baquetones con
alternancia de escocias, que bajan desde el collarino del capitel hasta la basa
del fuste. Esta basa se forma por un toro estrecho, con surco central, escocia
muy baja y otro toro inferior grueso, de superficie amplia y casi plana, en
forma de neumático, con decoración dentada que apoya sobre un plinto de poca altura,
al que se une, en sus ángulos, por lengüetas en forma de cabeza de mujer, con
toca rizada –la izquierda– y de varón –la derecha–. El plinto tiene como
decoración una serie de eses alargadas, inclinadas y para lelas, e incisas,
cuyos extremos acaban en espiral o voluta.
Toda
esta columna descansa en un banco corrido que recorre el presbiterio.
El capitel derecho del arco triunfal lleva cimacio liso, biselado y sin decoración, salvo una bola en cada esquina.
El
capitel, sin embargo, es muy interesante, con la representación, bastante
repetida en el románico, del descendimiento del Señor crucificado. Es también
un capitel muy abultado que va dirigiendo los cuerpos de los protagonistas
doblándolos hacia el collarino. En el lateral izquierdo aparecen nueve cabezas,
unas sobre otras. Puede este con junto representar o bien una parte de los
apóstoles, o bien el pueblo que se acercó al momento triste de la muerte de
Cristo. En el centro de la cesta se desarrolla el descendimiento, en ordenación
muy semejante a como puede verse también en el claustro de Santillana y en
otros capiteles que relatan este episodio evangélico. Cristo aparece ya con un
brazo –el derecho–, desclavado, que apoya sobre su vientre. El izquierdo, aún
sujeto a la cruz, está siendo desclavado por un personaje de talla reducida que
mantiene entre sus manos unas enormes tenazas que arrancarán el clavo, y que,
por lo tanto, representará a José de Arimatea.
A
la derecha de Cristo, y sosteniendo su brazo desclavado, una figura un poco más
grande, con la cabeza inclinada, y vestimenta de paralelos pliegues, puede ser
San Juan. Detrás de este personaje, y en la esquina izquierda del capitel, otra
figura femenina, también de pie, que acerca su mano izquierda a la cabeza de
San Juan y con la derecha recoge su manto, y lleva toca sobre la cabeza, que
inclina también hacia la cruz, como en muestra de dolor, parece figurar a la
Virgen. En el doblez hacia el lateral derecho del capitel se efigia otro
personaje masculino, de pie, que lleva libro e incensario. Y ya en el lateral
derecho, otra figura de difícil asignación de sexo que porta en su mano derecha
un, al parecer, hisopo y con la izquierda sostiene un calderillo esférico o
acetre. Estas dos últimas figuras pueden estar en relación y en consonancia con
el evangelio de San Juan (Jn. 19, 38-40); puede tratarse, la última, de
Nicodemus, “que había llegado primero trayendo una mezcla de mirra y de
aloes de unas cien libras”.
En
el Diptique de Berne, con miniaturas bizantinas del siglo XIII, la del
Descendimiento difiere un poco del texto de San Juan, como en el de Escalante:
Nicodemus sostiene el cadáver, del cual María aprieta el brazo derecho contra
su mejilla; debajo, a la derecha, José de Arimatea retira con una tenaza el
clavo que sujeta el apoyo o suppedaneum donde Jesús había posado los pies. San
Juan guarda la misma actitud que tenía en la precedente escena de la
Crucifixión (HUBER, P., Image et Message. Miniatures byzantines de l’Ancien
et du Nouveau Testament, Edit. Atlantis, Zúrich, 1975, pp. 117, lám. 17d).
Nuestro
capitel, nos deja a la figura frontal de la derecha, la que lleva el
incensario, por ser masculina, en la necesidad de adjudicarla a Nicodemus; y la
que está ocupando el lateral de este lado, la que porta el acetre con el
hisopo, el personaje acólito que acompañaría a Nicodemus portando los ungüentos
sacados de las plantas de la mirra y el aloe. Por encima de todo el conjunto
esculpido en el capitel, y entre el brazo horizontal de la cruz y el cimacio,
corre una imposta con pequeños discos redondos, poco resaltados, que están
sostenidos por una especie de mol dura dentada que se transforma, en los bajos,
en una superficie acanalada.
El
fuste de este capitel es de acanaladuras semejantes al anterior de la columna
izquierda, pero esta vez se torsionan, girando alrededor del fuste,
convirtiendo a éste en una verdadera columna salomónica. La basa es semejante a
la izquierda, sin decoración, salvo dos cabezas humanas que unen, en las
esquinas, el toro bajo con el plinto, a modo de lengüetas. Este último lleva
una decoración de rombos, finamente grabada, formando un verdadero enrejado.
El
presbiterio está recorrido por el banco citado donde apoyan las columnas del
arco triunfal. Se cubre con bóveda de medio cañón de mampostería, no siendo la
ven tana que se abre en el muro de la epístola, al menos ahora, de construcción
románica.
Acabado
el presbiterio se abre el ábside semicircular, con un acodillado de la anchura
del banco descrito, que hasta aquí llega, y que es ocupado por una columna a
cada lado, muy interesantes, porque tienen fustes con estatuas columnas,
capiteles y basas, que sostienen otro arco, parecido, en su composición de
sillería, al arco triunfal ya estudiado, también de medio punto y con jambas de
sillería. Todo el conjunto escultórico que posee este minúsculo ábside merece
toda la atención del investigador y del sim ple visitante, porque nos sigue
remarcando este taller trasmerano que opera en Santoña, Bareyo y el Valle de
Mena con una auténtica unidad de estilo que crea un foco, en este extremo
oriental cantábrico, muy digno de tenerse en cuenta.
El
arco no es doblado y comunica el presbiterio con la cátedra, cubriéndose, como
ya apuntamos, con bóveda de horno, toda ella de mampuesto, que se separa del
muro semicircular por medio de imposta de bolas con caperuza y cabecitas de
animal, y sigue por los muros del presbiterio después de haber llenado con la
misma decoración, pero con variaciones, los cimacios de los capiteles que
adornan este arco.
El
capitel de la izquierda, el que corresponde a la estatua-columna de la Virgen
con el Niño, es de fuerte originalidad, volviendo a demostrar la facilidad que
estos canteros trasmeranos tienen para crear motivos propiamente suyos,
demostrando una personalidad indudable que les caracteriza. Así vemos que la
cesta de este capitel, en su composición, carece de antecedentes similares y
tampoco volverá a repetirse en otros lugares. Se trata de una super posición de
tubos semicirculares, en cuatro filas horizontales, que en su disposición a lo
que más sugieren es a un fragmento de tejas “imbrices” superpuestas,
aunque dude mos, naturalmente, de que esta fuese la intención que el cantero
tuvo al esculpir. Esta especie de mocárabes, acaba bajo el cimacio, en un gran
rosco amorcillado que ocupa el centro del capitel, semejando una gran argolla
de casi imposible identificación, que deja a sus lados unas pequeñas hojas de
palma, como espinas de pescado, y unos circulillos que envuelven tres
pequeñísimas hojas verticales. El cimacio es también sumamente extraño, pues en
vez de repetir, como lo hace el capitel frontero de la epístola, las bolas con
caperuza o las cabezas de animal de la imposta del ábside y presbiterio, lleva
en la esquina una vasija de frente, en forma de cuenco muy carenado, y en los
laterales un pájaro ¿? (izquierda) y el relieve, parece femenino, de una figura
colocada en sentido horizontal, con cabello que le baja hasta el cuello y
viste, en visión de perfil, un traje ceñido, al parecer, que le llega hasta las
rodillas; de los hombros cuelga una pequeña bolsa. El personaje suje ta un
palo, o quizás un velón, pues no se ve muy bien que le llegue al suelo y tiene
las piernas y en general el cuerpo en actitud de caminar, como si se tratase de
representar un peregrino o caminante.
El
fuste de esta columna del evangelio es liso, y lleva una impresionante Virgen,
casi de bulto, con el Niño sentado sobre sus rodillas, siendo sostenido con las
dos manos de su madre. Ocupa la escultura más de la mitad de la largura del
fuste, que está formado por dos tambores. El tambor más largo lo llena la
escultura, de marcado bulto, y la mitad de un entrelazo de dos cabos que desde
los pedules de la madre baja en vertical hasta el final del fuste, es decir,
parece una especie de cadena perfectamente geometrizada. La cabeza y el cuerpo
de la Virgen se adaptan a la misma verticalidad del fuste, de manera que toda
la talla ofrece una larga dimensión rectangular.
La
cabeza de la Virgen está cubierta con ajustada toca que se aprieta a la
barbilla con estrecho barbuquejo. Viste con, al menos, una aljuba y una saya
con pliegues verticales redondeados que llegan hasta los pedules, bien marca
dos, en un aspecto de simplicidad geométrica, como tubos de órgano, que vuelve
a señalarnos el deseo de síntesis de estos maestros. El frontalismo de la
figura es casi total y sigue la línea más simbólica del estilo románico, más
ima gen solemne de adoración que de comunicación o de relato. Es interesante
señalar, que el manto de la Virgen con serva gran parte de su policromía en
rojo. La basa del fuste es muy parecida a las del arco triunfal y lleva, a modo
de lengüeta en el toro bajo, una flor de cuatro pétalos o una cruz patada,
cuyos brazos se enroscan en el centro.
La
columna del lado derecho, o de la epístola, tiene un cimacio con cabezas
humanas en los ángulos y bolas con caperuza y un grupo de aves, tal vez
perdices en el lateral derecho. El capitel relata el tema evangélico de la
Matanza de los Inocentes. De izquierda a derecha se organiza así: dos soldados
aparecen en el momento de cortar con espadas las cabezas de dos niños que
exhiben en alto con su mano izquierda; a continuación unas mujeres demuestran
su dolor mesándose los cabellos.
El
fuste repite otra estatua-columna, que desgraciadamente ha sido mutilada de la
cintura hasta los pies, posiblemente para ajustar a ella algún altar. Lo que
queda es sólo el busto de una figura masculina, que lleva sobre su cabeza, pero
tra bajada sobre el fuste, una cruz, sin duda para señalar el carácter
santificado del personaje. Este muestra el cabello al aire que le cae en
mechones sobre las orejas; barba y bigote, y una capa de cuello en pico con
pliegues parale los pero curvos, que parecen brotar, como abanico, de un libro
abierto que sostuvo en su día con ambas manos que, también, desgraciadamente,
han sido bárbaramente picadas. Difícil es saber a quien representa esta bella e
inquietante figura. ¿Es San Román, el titular de la ermita? ¿Es un abad o un
San Benito mostrando su Regla? Todo es posible, pero nada es seguro. Tiene sin
duda un aire de monje, pero su rostro, que parece mirarnos con una silenciosa y
asustada impasibilidad, sólo consigue acentuar en nosotros la pena de verle tan
terriblemente maltratado.
La
ventana del ábside es de medio punto, con una arquivolta exterior de ajedrezado
en su parte inferior for mando bocel, y según se va subiendo se convierte en
escocia que va siendo ocupada sucesivamente por tres aves de largo pico, la
última retrospectiva.
Esta
arquivolta más externa, que apoya sobre las jambas de sillería, lleva las
cuatro dovelas del arco separadas, por dos grandes grietas, del resto del
dovelaje. Otra arquivolta interna, tiene un gran baquetón adornado en su parte
alta por una secuencia de arquillos de medio punto muy regularmente graba dos.
Son muy bellas las grullas, zancudas y ocas de las molduras y arquivoltas de
esta ventana. Esta última arquivolta apoya sobre capiteles. El del lado del
Evangelio, posee un cimacio decorado por dos cintas planas que se van entre
cruzando formando rombos, pero con poca fuerza de relieve; en la esquina esa
especie de piña de forma cónica campaniforme, y cubierta de líneas paralelas,
pero inclina das, que veíamos en el capitel izquierdo animalístico del arco
triunfal sobre las ancas de los dos leones afrontados, y que no llegamos a
imaginar que puede significar. Bajo el cimacio, en una cesta de muy poca
altura, dos animales acostados, uniendo sus cabezas sobre las que pesa directa
mente la campana cónica que acabamos de describir. Las cabezas, muy
desgastadas, tienen un aire humanoide. El capitel derecho, el de la Epístola,
tiene también cimacio que se llena con una banda de finos grabados
cuadrangulares, como nido de abejas, que llevan debajo una cinta horizontal,
más estrecha, que se adorna de pequeñas líneas paralelas e inclinadas. El
ángulo del cimacio lleva una bola con caperuza que también parece tender a
pequeño rostro humano. La cesta, de la misma altura que tiene la del capitel
izquierdo, se esculpe de tres medias esferas con flores de cuatro y cinco
pétalos, las laterales, y otra, la angular, con un fuerte motivo helicoidal que
recuerda –igual mente en bárbara reducción– los conocidos “molinillos”
de acantos tan corrientes en la escultura de arquivoltas y capi teles de
finales de la escultura del siglo XII en Ávila (San Vicente) o en Aguilar o
escuelas del norte de Palencia. Los fustes de esta ventana del ábside son
cortos, gruesos y monolíticos y apoyan sobre basas de tipo ático con toro
inferior bastante parecido al de tipo pneumático de las columnas interiores, y
con lengüetas de variados dibujos que los unen al plinto. La de la columna
izquierda es como un rosco de cuerda, y la de la derecha con un pequeño prisma
que acaba en doble espiral.
Las
características de la escultura de San Román de Escalante, y su destacado nivel
artístico en relación con gran parte de los relieves románicos existentes en la
provincia, nos obliga a valorarla dentro del contexto de influencias y
relaciones. Lo primero que salta a la vista, ante un análisis comparativo, es
la originalidad de estos relieves que, sin alcanzar la finura y barroquismo de
los de Piasca, por ejemplo, o la esplendidez interpretativa de los de
Santillana, son, posiblemente, uno de los más bellos conjuntos escultóricos de
nuestro románico en los finales del XII y rozando, quizá, los primeros años del
siglo XIII. Es indudable que los maestros de San Román de Escalante poco tienen
que ver con los que trabajan en Piasca y Santillana. Parece como si,
finalizándose la duodécima centuria, apercibiésemos dos corrientes escultóricas
muy diversas. Una la que, incluida en la corriente palentina, derivada a su vez
de indudables influjos franceses, accede a nuestra provincia a través de los
pasos del sur de la misma, es decir, Liébana y el Besaya. Esta dirección, sin
duda, se alimenta de tendencias próximas al quehacer de esos focos vitales en
ese momento que son San Vicente de Ávila, Carrión de los Condes y monasterio de
Aguilar. La otra, en donde incluimos la escultura de Escalante, tiene mayores
concomitancias estilísticas con el románico de Burgos y el propio de Trasmiera.
Es indudable y perfectamente demostrable que tanto la iglesia de Bareyo en
nuestra provincia, como la de Siones y otras del norte de Burgos, forman un
foco trabajado por los mismos maestros. Las características son bien diversas a
las que nos muestran las corrientes palentinas: un cierto primitivismo,
primero, apreciable en la sencillez y esquematismo de los pliegues: un retorno
a un “canon” reducido, y una técnica de talla sumamente simplificada.
También, la aparición de novedades en el tratamiento de los capiteles (caso de
la extraña decoración del que aparece sobre la columna cariátide de la Virgen y
el Niño, de San Román), o la existencia de cabezas corta das, ya precursoras
del gótico, que vemos tanto en nuestra iglesia como en Bareyo, Siones, San
Bartolomé de Sosa, etc. Esta escuela de canteros indígenas, ajena a las
novedades introducidas por la corriente castellano-palentina, puede significar
un núcleo aislado en nuestras montañas (pudieran ser incluso artistas
trasmeranos todos ellos) que vive todavía apegado a tradiciones de un viejo
románico, pero que ya apunta en algún sentido una libertad decorativa que
preludia el gótico. De este momento es también la pila de Santoña y el estilo
de este grupo de artesanos sería algo más antiguo, aunque casi contemporáneo, a
la eclosión de nuestros primeros monumentos góticos, como la propia iglesia de
Santoña o la vieja nave de Laredo, y significará, en nuestro románico
provincial, la verdadera manifestación de una expresión unánime tardía dentro
de la región trasmerana, más directamente relacionada con el viejo núcleo de la
primitiva Castilla (Mena, Valdivieso, etc.) que con esta otra corriente más
implicada siempre con los modelos ultra pirenaicos traídos sin duda a través
del Camino de Santiago y que a nosotros nos llegan al Besaya y Liébana en estos
años finales del siglo XII.
Santoña
Santoña
se sitúa en el municipio de su mismo nombre, perteneciente a la antigua Junta
de Siete Villas, de la Merindad de Trasmiera. Esta villa costera se localiza a
cuarenta y ocho kilómetros al Este de Santander y a siete metros de altitud. Se
asienta esta población sobre una península–rodeada por el mar, la Bahía de
Santoña y la ría de Treto– que está unida a tierra por el tómbolo de la playa
de Berria y El Dueso, y por los humedales de la Marisma de Santoña. Ésta forma
parte de la Reserva Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel,
espacio protegido para las aves (ZEPA), desde 1994.
Se
accede a Santoña por la A-8, o por la carretera N-634, Santander-Bilbao, con
salida en Gama o en Cicero; o bien, por la carretera de la costa CA-141.
La
situación que ocupa la hoy importante villa cántabra de Santoña es, sin
exagerar, uno de los más bellos rincones que tiene la costa cantábrica. Y desde
luego, tanto la orilla marítima por donde se extiende el núcleo urbano, a los
pies del peñón del monte Buciero, como las lenguas dulces de las rías de Treto
y Limpias, que forman, con el espolón arenoso de El Puntal, las playas de
Santoña y La Salvé (Laredo), componen un conjunto geológico y paisajístico
inolvidable, que reúne muchas notas positivas para ser lugar preferido como
asentamiento humano. Ya Yepes se refería a Santoña con el siguiente párrafo: “Santa
María de Puerto, no lejos de Laredo… es un pueblo de mucha recreación y
apacibilidad, lleno de muchas arbole das y frescuras, donde se ven frutales de
diferentes especies y naciones, naranjas, limones, cidras, y otros árboles que
jamás pierden hoja. En este sitio tan acomodado hubo monjes luego que se
comenzó a restaurar España”.
Y
eso desde la más remota antigüedad, debido precisamente a los recursos
naturales que ofrece este pequeño espacio geológico (es uno de los municipios
más reducidos de Cantabria), al poderse aprovechar en muy poco terreno (12,3
km2) variados medios de subsistencia. El monte Buciero, cubierto totalmente de
un bosque de encina cantábrica, ha proporcionado cómoda mente en pasados
siglos, leña y caza, en tanto que las playas y la bahía, desde siempre han
tenido que ser explotadas por el hombre, tanto para el marisqueo como para la
pesca. Y sus hume dales (hoy formando parte de la Reserva Natural de las
Marismas), son el atractivo de más de 120 especies de aves migratorias. La
Arqueología prehistórica está constatada en yacimientos en cuevas del monte
Buciero (El Perro, cueva de La Fragua, etc.), con hallazgos, desde 1984, de
interesantes restos que dejaron en ellas los hombres del magdaleniense final y
del aziliense (hace 10.000 años), como abundantes concheros o útiles de pesca
(arpón de hueso típico aziliense, azagayas, etc.). Dadas las buenas condiciones
para la vida natural de este rincón de Cantabria es segura, con más o menos
intensidad, la permanencia de grupos humanos a lo largo de los siglos.
Los
romanos, dentro ya de épocas históricas, pisaron y vivieron estos arenales.
También ha sido la Arqueología quien nos lo asegura, pues tanto en excavaciones
relativamente recientes, como por hallazgos esporádicos, puede asegurarse su
asentamiento donde ahora se extiende el caserío.
Los
alrededores de la iglesia de Santa María, han proporcionado numerosos
fragmentos de terra sigillata, anzuelos de bronce, y trozos de estuco pintado,
teselas de mosaicos, monedas de los emperadores de los siglos II y III, etc.,
lo que ha hecho pensar a muchos estudiosos que quizá fuese Santoña el Portus
Victoriae Juliobrigensium del que hablan las fuentes, pues con el nombre de
Portus o Porto se conoció durante la Edad Media a este lugar. Algunos de estos
materiales permiten pro longar el establecimiento romano santoñés hasta el
siglo IV, si bien ya declinante.
Después,
ya en la Edad Media, y posiblemente por la continuidad de poblamiento y por el
propio valor natural de su bahía y puerto, Santoña fue centro importante de
asentamiento, cuando se crea, posiblemente en los siglos VIII o IX, y por los
reyes de Asturias o la nobleza castellana, el monasterio de Santa María de
Puerto, en los intentos repobladores de Alfonso I y Alfonso II. De estos siglos
de repoblación pueden ser los enterramientos en lajas, en fosa o con piedras
circundantes a la tumba, que aparecieron en las excavaciones que, en la década
del ochenta, llevó a cabo el Instituto de Prehistoria y Arqueología Sautuola en
las proximidades de la iglesia de Santa María.
La
historia de la Santoña medieval es, realmente, la historia de su monasterio que
en líneas subsiguientes resumimos, y que giró dentro del organismo
administrativo feudal de los condes y reyes castellanos, salvo alguna
ingerencia navarra que fue la que reanimó la vitalidad del ceno bio en momentos
puntuales.
En
el siglo XVI, decaída la preponderancia religiosa del prior y señor de Puerto,
la villa pasó a la jurisdicción real y se organizó dentro de la Merindad de
Tras miera, incluida en el Corregimiento de las Cuatro Villas de la Costa desde
los Reyes Católicos, acabando lo que fue destacado monasterio en simple
parroquia. Entre pleitos y enredos con Laredo, su vecina, la villa tuvo que
buscar un protector, el duque de Lerma, a principios del siglo XVII, acabando
en el XVIII, otra vez, en la jurisdicción real. Durante la Edad Moderna, en
tiempos del rey Felipe III, Santoña adquirió importancia nacional por llegar a
ser un punto muy valioso para la defensa de la costa cantábrica. Vio instalarse
los primeros cañones en El Buciero, y tuvo que defenderse de varios ataques
franceses, uno en 1639 por el obispo de Burdeos y otro en 1719, durante la
Guerra de Sucesión. Y en la de Independencia, cuatro mil hombres, mandados por
el Conde Cafarely, conquistaron Santoña. Obligaron estas acciones guerreras a
una actuación seria de fortificación, que había empezado en 1668 con la
construcción del cas tillo de San Carlos, y en 1719 el de San Felipe. Cuando
Madoz, en 1845-50, publica su conocido diccionario, nos dice que la defensa de
Santoña contaba en la montaña y en la emboca dura del puerto de cinco fuertes,
tres baterías “a flor de agua, en la playa”, siendo la defensa del “frente
de tierra” el fuerte imperial llamado de Napoleón, pero sobre todo “el
fuerte o reducto titulado del Mazo”. A partir de estas fechas, de mediados
del siglo XIX, se va transformando el viejo y medieval urbanismo de la villa,
consistente en dos pequeños grupos de población situ dos uno alrededor de la
iglesia y otro junto a la playa. Transformada en plaza fuerte, se van ins
talando soldados y jefes de Infantería, Artillería e Ingenieros, se construyen
cuarteles, “modificando así radicalmente el aspecto de la villa que quedó
transformada en una población compacta y octogonal”. Durante todo el siglo
XX, al ir perdiendo valor sus defensas e ir aumentando el recurso de la
industria pesquera, Santoña ha tomado el aspecto moderno con el que ahora la
vemos, pero en el que, desde el punto de vista monumental, sigue teniendo
primer puesto la vieja iglesia de su no menos viejo monasterio de Santa María
de Puerto.
Además
de un rico patrimonio natural, Santoña posee, también, un importante patrimonio
arquitectónico, del que se distingue en lo religioso la iglesia parroquial de
Santa María, y en lo civil casonas del siglo XVII, como la casa de Maeda
(antiguo Hospital Militar), declarada Bien de Interés Cultural en 1972, y la
casa Ortiz del Hoyo; del siglo XVIII el Ayuntamiento, la casa de la Carrera
Calderón, la casa de Arredondo y Pelegrín y la casa del barrio de La Cosa; del
siglo XIX, la casa-palacio del Marqués de Manzanedo, declarada Bien de Interés
Cultural con la categoría de Monumento en 1992. Estos edificios se sitúan en
los distintos barrios que conformaban el poblamiento disperso de la Santoña
medieval y que se registran desde antiguo en documentos. Así, figuran nombres
de familias que son origen del de los barrios, Laverde, La Cosa, Pelegrín, del
Haro, Maeda y Colino, y otros, como el barrio de La Pieza, según recoge M. A.
Aramburu-Zabala (2001).
La
iglesia del antiguo monasterio de Santa María de Puerto, motor del desarrollo
del núcleo de población de Santoña, se halla en el centro del actual casco
urbano, en la intersección de las calles Alfonso XII, O’Donnell y la avenida de
la Virgen de Puerto. De la medieval Villa de Puerto no se conservan otros
vestigios, debido a los incendios y asedios franceses que sufrió Santoña a lo
largo de su historia, en los que desaparecieron, entre otras construcciones,
las casas-torre nobiliarias.
Al
igual que Escalante, Santoña se hallaba comprendido en el territorio de Argoños
con el que formaron jurisdicción durante varios siglos. Según opinión de G.
Martínez Díez (1981), estos concejos, pertenecientes a la Merindad de Castilla
la Vieja, no aportaban ningún lugar al Becerro de las Behetrías (1352). Desde
fines del siglo XII la Colegiata de Santa María de Puerto pertenecía al
monasterio benedictino de Nájera, que ejercía un dominio temporal sobre ésta y
sobre las iglesias que de ella dependían, así como la jurisdicción
eclesiástica, la participación en las ventas, y en “todos los derechos de
señorío civil en Santoña y otros pueblos” (SERRANO, L., 1935).
En
el Diccionario de Madoz (1845-1850), pueden leerse entre otros muchos
datos: “Conócese vulgarmente esta villa por el nombre de Puerto, que tuvo de
tiempo inmemorial y que se conserva, con especialidad en la denominación de la
milagrosa imagen de María Santísima, venerada en la iglesia parroquial
titulándosela Virgen de Puerto. Fue ciudad populosa en lo antiguo, con silla
episcopal, y hoy una de las mejores y más deliciosas villas que conocen las
marinas cantábricas, por la fertilidad de su suelo y abundancia de esquisitos
pescados. Sus armas, de que se ve un magnífico escudo cimerado de corona real
en el frontispicio de la casa consistorial, consisten en un navío que entra en
el puerto rompiendo la cadena que sostenida desde un castillo, le atravesaba”.
La
iglesia parroquial de Nuestra Señora de Puerto, de Santoña, fue declarada Bien
de Interés Cultural con la categoría de Monumento en 1931.
Iglesia de Santa María de Puerto
La
historia del monasterio de Santa María de Puer to nos es casi totalmente
desconocida en sus principios. Sin embargo, no creemos que existan monasterios
de más leyendas que el tiempo casi aseguró como historias verdaderas. Argaiz en
su conocida, y muy citada, La soledad laureada de San Benito y sus hijos en las
iglesias de España, no se para en barras y nos lleva a suponer que nuestro
monasterio fue fundado en el año ¡37! por un discípulo de Santiago apóstol
llamado Arcadio que fue el primer obispo de la iglesia de Santoña.
Más
tarde, en el año 301 se produjo el martirio de San Ananías y sus compañeros que
fueron arrojados al mar, quedando como nombre del poblado el derivado de Santo
Anania (Santoña). Aunque confiesa honradamente que no sabe los obispos que en
Santoña sucedieron a San Arcadio, nos lleva Argaiz al año 561, año que asegura
era obispo Esteban que convirtió a la iglesia en regular, lo que considera fue
el año de la fundación de Santa María de Puerto como monasterio. Como bien dice
Abad Barrasús en su obra póstuma El monasterio de Santa María de Puerto (863
1210): “Sabida es la credulidad del investigador benedicti no, arrastrado por
la propensión a los falsos cronicones. Pero no podemos deducir una base mínima
de verdad his tórica”. Pero Argaiz sigue soñando historias y añade obispos de
Santoña, después de Esteban; al abad Lupo, a Aban do, a Victoriano… y en 811 el
obispo Quintila quien durante su abadiato u obispado se crearon muchos
monasterios: “Santa María y San Pedro, de Pas; San Julian de Velo; Santa
Eulalia de Oruña; San Julian de Mortera; San Martín de Sobarzo; Santa Eulalia
de Penagos; San Martín de Liérganes”; fueron estos los que el Conde
Gundesindo concedió en 816 al monasterio de San Vicente de Fístoles, según
documento que publicaron P. De Urbel y Luciano Serrano. Pero estos documentos,
tanto el de la fundación de Fístoles (811), como el de la cesión a éste por el
conde Gundesino y los monasterios acabados de citar, nada dicen de Santa María
de Puerto. Pérez de Urbel, sin embargo, habla de parentesco tanto de los
creadores de Fístoles como del conde Gundesindo, con un obispo Quintila, pues
en documento de 820 se cita a este obispo que “tenía posesiones comunes con
el conde”.
Es
decir, es a principios del siglo IX cuando la historia valorada con documentos
puede ya asegurarnos de la existencia de una iglesia monasterial en Santoña.
Pero
en esto, y en estas fechas, ya del siglo IX, tenemos otros que con toda certeza
nos lo certifican.
Dejando,
pues, las antiguas aseguraciones de Argaiz, que por la ausencia de documentos
no pueden ser otra cosa que viejas transmisiones orales o invenciones para
ennoblecer la antigüedad de unos orígenes (como la fundación de Santa María de
Puerto), ahora entramos en fechas en las que, aunque no podamos refrendarlas
con testimonios abundantes, sí que nos valen por estar concordes con la
creación de otros muchos monasterios montañeses.
Es
muy posible que Santa María de Puerto, como monasterio, tuviese su comienzo
antes del año 836, pues si un documento de este año del cartulario de San
Salvador de Oña, publicado por Juan del Álamo, nos da el nombre de un abad de
Port et presbiter, Zecius, como testigo en la fundación de un monasterio, por
el presbítero Cardello, el de San Andrés de Asía, en Soba (Cantabria), es ya
seguro que un poco antes ya funcionaba el monasterio de Santa María de Puerto.
Argaiz, que conocía ya este documento, lo aprovecha para entrar, ahora con más
razón, en la verdadera historia del monasterio.
Abad
Barrasús, que recoge en su libro sobre el monasterio de Santa María de Puerto,
todas las opiniones que por otros investigadores se dieron antes que él (MARTÍN
MÍNGUEZ, PADRE LUCIANO SERRANO, PÉREZ DE URBEL, SÁNCHEZ ALBORNOZ, LINAGE CONDE,
R. PÉREZ BUSTAMANTE, etc.) sobre los orígenes del monasterio que nos ocupa, no
duda la existencia de este abad de Puerto, Zecius, y cree que un momento
histórico que pudo producir la implantación de monasterios en Cantabria, fue la
repoblación de cristianos que Alfonso I, según cuenta la crónica de Alfon so
III, hizo en Liébana, Trasmiera, Sopuerta, Carranza, las Bardulias, hacia los
años mediados del siglo VIII. Quizás no estemos muy equivocados pensando que la
creación de monasterios en Cantabria se iniciaba tan pronto como comenzó la
reconquista, y que Santa María de Puerto, por suposición razonable, pudo haber
tenido sus orígenes al tiempo que nacían los de Fístoles y otros que a éste
entregó el conde Gundesindo.
Que
la suposición de que, el monasterio de Puerto, tiene un origen más antiguo de
lo que el primer documento del cartulario nos asegura, es que en él, en 863,
con motivo de una restitución de bienes que un tal Rebelio, hijo de Montano,
hace a Santa María de Puerto entre ellos el lugar de Castillo y su iglesia de
San Juan –en tiempos de Nepociano–, se nos dice, aunque sea indirectamente, que
ya existía después de la muerte de Alfonso II, por lo que se explica la opinión
de Pérez de Urbel, llevando al menos los orígenes de Santa María de Puerto
hasta 845.
Pero
es cierto que la mayoría de los historiadores dan como fecha totalmente segura
la que nos ofrece el documento primero del cartulario, en el año 863, presente
en el juicio de restitución un obispo Antonio, que debía de vivir ya en el
monasterio y al que otros documentos posteriores siguen citando con el recuerdo
de un tiempo en que vivía el obispo Antonio o “bajo la potestad del obispo
Antonio”. En el 863 reinaba ya en Asturias Ordoño I. Y en esta fecha y
documento aparece sólo un nombre, el abad Flavio y se habla ya de la regula
de Santa María de fratres de Porto.
Nada
sabemos de lo que ocurre en el monasterio en todos lo años sucesivos del siglo
IX, porque la segunda noticia constatable no aparece hasta el año 927, en el
segundo documento existente en el cartulario, que nos da a conocer ya algo más
de la marcha y organización del monasterio, pues parece que existe una gama de
jerarquía. Lo rige entonces el abad Montano y hay además un prepositus de
Portu. El documento, por otra parte, nos señala la existencia de otro abad
anterior llamado Matrolo, que, según Sojo y Lomba, rigió el monasterio desde el
919 a 927.
A
partir de estos años, no se sabe por qué razones, el monasterio quedó
abandonado, sin abad ni monjes; pero con la llegada al reino de Navarra y de
Castilla, del rey García IV, el de Atapuerca (1035-1054), hijo mayor de Sancho
III el Mayor, hubo, sin duda, una exitosa restauración promovida por un monje “venido
de oriente” y llamado Paterno, posiblemente implicado en la reforma
cluniaciense, que acabó con el rito mozárabe, y estuvo promovida por la
dinastía navarra. Este Paterno, “inspirante Xpo”, al ver abandonada la
iglesia y viendo que sus anteriores posesiones y heredades estaban en manos de
“hombres inicuos”, renovó el cenobio con su propio trabajo, fundando
casas, plantan do viñas y manzanos, etc., reuniendo una serie de hombres y
monjes que devolvieron la vida al abandonado monasterio. Existió, al parecer,
una abierta oposición por parte de los usurpadores, por lo que Paterno acude al
rey –quien posiblemente inspiró al abad la renovación y repoblación del
territorio– y el monarca aprobó documentalmente la obra de Paterno. Todo esto
lo sabemos gracias al fuero que dio al monasterio de Santa María de Puerto en
1047 (25 de marzo) y que se conserva en su cartulario, fuero que, por su
importancia, ha venido siendo desde antiguo muy criticado, tanto por la duda de
su autenticidad como por las opiniones diversas que la persona de Paterno ha
suscitado. Abad Barra sús, en su relativamente reciente obra sobre el
monasterio de Puerto (1985), señala la diversidad de pareceres en ambas
cuestiones. Recoge los distintos criterios, tanto de los defensores de la
veracidad del documento (SOJO Y LOMBA, ARGAIZ, YEPES, SERRANO SANZ, LINAGE
CONDE, PÉREZ DE URBEL, etc.) como de los detractores, sobre todo el más enragé,
Bernardino Martín Mínguez, que, en 1914, dice textual mente: “Entiendo que
el Fuero de Santoña, el de don García de Navarra, aunque recogido haya sido en
confirmaciones de más acá, tal como viniese dando su “estatuido decreto”, no
debe ser aceptado por la crítica histórica, por la crítica jurídica, ni por la
crítica filológica”.
En
cuanto a la figura del abad Paterno, y su procedencia, tampoco están de acuerdo
los investigadores. ¿Es nuestro Paterno el mismo que en tiempos de Sancho III
el Mayor, promovió la reforma cluniaciense en San Juan de la Peña y Oña? Sojo y
Lomba así lo creía, en tanto que historiadores de gran prestigio en el campo
medieval, como Linage Conde, niegan esta identidad. El documento de 1047 afirma
que venía ex orientis partibus, pero no concreta región ni lugar alguno, por lo
que también esto provoca disensiones, pues unos piensan llega a Santoña desde
Jerusalén o Palestina (Argaiz), y otros, como el propio Abad Barrasús, piensan
que este “oriente” muy bien podría referirse a Cataluña, San Juan de la
Peña, etc.
Pero
ante tantos y distintos pareceres que el citado documento viene suscitando,
incluso en su propia cronología (¿1042 ó 1047?), nos adscribimos a la más
reciente posición que de ella hace Gonzalo Martínez Díez, que, después de
determinados análisis dice “que se inclina decididamente por el año 1047
como fecha cierta del fuero santoñés”.
Respecto
a las concesiones que el rey García hace a Paterno y a sus monjes en este año,
se dirigen sobre todo, a establecer, y para el monasterio, una carta de
inmunidad con objeto de defenderle de aquellos poderosos que le tenían
abandonado. Posiblemente que este abandono pudo originarlo la situación
política por la que pasó el con dado de Castilla al ser incorporado a Navarra,
cuando el rey Sancho III ocupa el condado de Castilla con motivo del asesinato
del último conde, el joven García Sánchez. En esos años, de 1029 a 1035, es
casi seguro que esta situación de dependencia del rey navarro, pudo producir en
la nobleza castellana, e incluso en el propio monasterio de Santa María de
Puerto, una grave crisis, y que aprovechando esta desavenencias, los bienes del
monasterio fue sen en cierta manera “protegidos” por la nobleza
trasmerana no adicta a la dominación navarra, y que el abad Pater no
significase el intento de la monarquía de Pamplona de actuar, a través del
monasterio restaurado, sobre la noble za montañesa y sobre el gobierno de unas
tierras que difícilmente podrían aceptar la dominación navarra.
En
realidad, lo que García IV, el de Atapuerca, concede al abad y monjes de Puerto
es una protección o coto de unos terrenos o posesiones del monasterio en los
que nadie podría entrar sin autorización de Paterno (sine iussio ne abbatis).
Y pone como límite de Petra Risaddelante. Esto mismo se aplica a la dehesa de
Bo (término aún existente). Parece que el castigo de quien no atendiese a esta
prohibición era la muerte. Añade el documento, el privilegio de que “si
cualquier homicida, extranjero, pupilo o pobre se acogiese a la iglesia de
Santa María de Puerto y a su jurisdicción, ninguno se atreverá a ir en
seguimiento suyo para prenderle o sacarle, sin mandato expreso del abad, sino
que este mismo sea el juez, tomando para ello asesores con cuyo consejo dé sentencia
con arreglo a las leyes”.
Este
mismo día 25 de marzo de 1047, el abad Paterno, y por mandato del propio rey,
se traslada a Escalante para recuperar ciertos monasterios que tenían
determinados infanzones, sacarles de su derecho y volverlos a hacer parte del
monasterio de Santa María de Puerto, con lo que parece se inicia la política de
Paterno de ir recuperando aquellas iglesias, heredades y bienes, que de antiguo
pertenecían al monasterio portuense, desde los tiempos del obispo Antonio y del
abad Montano.
Pasados
cinco años de la concesión del fuero –y seguramente por decisión de los reyes
de Navarra, que busca ban acabar con la anarquía de los pequeños monasterios,
muy difícilmente controlables–, Santa María de Puerto, en documento que publica
el P. Fita, en el que se recoge el testamento del rey García (1052), quedó
anexionado, con otros monasterios que le pertenecían, a Santa María la Real de
Nájera, en cuya iglesia él pensaba enterrarse. Pero esta anexión a Nájera duró
muy poco, pues vencido García en Atapuerca por su hermano Fernando I, rey de
Castilla, éste incorpora los territorios santanderinos y, con ellos, parece
evidente recupera Santa María de Puerto su castellanismo. Por eso en documentos
de 1068, parece que comprobamos un aumento de donaciones al abad Mamés por
parte de nobles castellanos. Es interesante saber que el valor religioso del
monasterio se supera con el aumento de sus advocaciones –y por lo tanto
reliquias– que, a más de Santa María, tendrá las de San Pedro, San Pablo,
santos Justo y Pastor, y San Vicente, mártir. Así, se comprueba que en estos
años avanzados del siglo XI, el dominio del monasterio, y por tanto su riqueza
y poder, va en aumento hacia Ampuero y Laredo, Rasines, Carasa, Suesa. En 1075,
ya consta un nuevo abad, Gonzalo, y con este regidor los documentos del
cartulario aumentan, pues de 1083 a 1086 casi se acumulan la mitad de todos los
que se con servan. Numerosas donaciones y tradicio, se van sucediendo en
todo el territorio, al Este y al Oeste de Puerto, de tal manera que,
prácticamente, casi todas las tierras, valles y poblados desde la desembocadura
del Miera, en la bahía de Santander, al entrante costero de Islares, estaban
pasan do al señorío del monasterio, incluido el último tramo de la cuenca del
Asón, donde Carasa, Bádames, etc., ya se incorporaban a la expansión del
poderío portuense.
Entrado
el siglo XII, y ya bajo el mandato del abad Martín, la expansión continúa. Por
documentos de 1103 sabemos que es señor de Asturias y Trasmiera, Lope Sánchez.
Más tarde, en 1114, lo será el conde Rodrigo Muñoz, y a partir de 1199 el conde
Rodrigo González de Lara. Por estos años siguen las donaciones de “quiñones”
y heredades e iglesias en Islares, Argoños, etc. Según J. Cantera (1958)
podría, según documento, haberse incorpora do por segunda vez nuestro
monasterio a Nájera en 1117. La reina Urraca entrega a Nájera y a su prior don
Pedro, ciertas posesiones entre las que, al final, aparece Santa María de
Puerto. No sabemos, sin embargo, qué evidencia pudo tener esta entrega en
momentos tan difíciles e inestables para la reina Urraca y para su reino, ni
hasta que punto pudo aceptarse por el propio monasterio.
En
1135, o en años muy cercanos, se testifica una confirmación de Alfonso VII del
coto o fuero viejo que en 1047 había dado al monasterio de Puerto el rey García
de Navarra al muy citado abad Paterno, pero al propio tiempo le entregaba una
serie de iglesias yermas (sin duda abandona das) que el monarca tenía en el
alfoz de Penza, del que des conocemos su verdadera y total localización, pero
que debía de estar entre las desembocaduras del Miera y el Asón. Y también, en
el alfoz de Aras, le cedía otras como San Pantaleón, San Mamés, Santa Eulalia y
Villaparte (Rasines), San Mamés de Cerviago, etc. Remarcaba yo, en mi El
románico en Santander (1979, t. II, p. 35), que este documento viene a ser
interesante al referirse a las autoridades a quienes se conminaba a su respeto,
que eran: potestas terre, comites, príncipes, merinos, jueces, tiranos, sayones
y montaneros.
A
Alfonso VII, pues, se le está viendo realizar una política manifiesta de
repoblación y ordenación del territorio de la región trasmerana, de suma
transcendencia, apoyándose en el abad de Santa María de Puerto; pues aparte de
la citada vitalización de iglesias, con sus hereda des, montes, valles, etc.,
hay un momento de cambio de abades, 1136 (siéndolo ahora Sancho, sucesor de
Martín), a quien le dona otras que el propio rey indica que se las ofrece para
que se pueblen sus campos: concedo etiam eis et mando ut istas hereditates
populent, y añadiendo que citados pobladores sean libres de homicidio,
fonsadera y de cual quier otro pecho real, y tengan los mismos fueros que los
de Santa María de Puerto.
La
dependencia del monasterio de Puerto al de Nájera, a partir de la primera
cesión en tiempos del rey García de Navarra (1052), es bastante confusa, dado
el silencio que hacia el monasterio navarro guardan los documentos del
cartulario de Santa María de Santoña. Parece sí, como vimos, que con la reina
Urraca, a partir de 1117, hay interés por parte de los reyes de Castilla de
hacer notar esa dependencia de Puerto a Nájera, que continúa con su hijo
Alfonso VII, en 1135.
Pero,
en realidad, la segura y definitiva constancia de la sujeción de Puerto a
Nájera, sucede el día 30 de agosto de 1156, viviendo todavía Alfonso VII (muere
éste en 21 de agosto de 1157), cuando su hijo Sancho III el Deseado que –por
razones post morte, y por remedio de su alma y de la de su mujer Blanca de
Navarra, que fue enterrada en la iglesia de Navarra–, entrega Santa María de
Puerto al monasterio de Nájera.
Con
su incorporación a Nájera la preocupación de los reyes de Castilla hacia el
monasterio santoñés se hace más insistente. El 4 de agosto de 1165 el rey
Alfonso VIII le concedía la villa de Ambrosero, a los diez años del monarca, y
por consejo, seguramente, de los nobles Haro y Lara que protegían la minoría
del rey.
El
14 de marzo de 1175 parece confirmarse, indirectamente, la dependencia del
monasterio portuense a Nájera, cuando el mismo soberano, Alfonso VIII, ofrece
al monasterio de Cluny este navarro y entre sus posesiones y derechos incluye
el de Santa María de Puerto cum omnibus monasteriis, hereditatibus et suis
pertinentis.
Quince
años deja el cartulario sin insertar documentos, lo que nos impide conocer qué
sucesos memorables pudieron acaecer. No debieron, por lo visto, ser años
positivos, pues en 1190 el prior de Nájera, Duranio, concede al monasterio
montañés las primicias de pescado, exceptuando el de la ballena, pero ello –lo
dice el documento al compadecerse el citado prior, y a ruegos del señor de
Puerto, Fernando Alfonso, de la penuria y pobreza en que se encontraban los
clérigos de Santoña: compaciens penurie clericorum pauperum de Portu.
Es
evidente, pues, la desastrosa situación del monasterio, en estos años finales
del siglo XII. Posiblemente, para evitarla, sucede algo que no llegamos a
comprender. Parece que la potestad política de Santa María de Puerto pasa ahora
al conde, Don Diego López de Haro, que tenía “toda la tierra de Trasmiera”
y que, probablemente, acude a socorrer al monasterio. Pero no creemos
desaparezcan las facultades, sobre todo religiosas, del abad de Puerto, pues un
documento de 1210 da a don Gutiérrez los títulos de “abad” y de “señor”:
abate don Gutierre quod est senior de Porto. Esta nominación de “señor”
ya constaba documentalmente, en tiempos de su antecesor Fernando Alfonso, pero
la constatación de que el “señor” de Porto era también el “abad”, queda
atestiguada en esta escritura de 1210, si bien es difícil de asegurar que a
partir de estos finales del XII y principios del XIII, fue sen siempre los
abades de Santoña los “señores” de Puerto.
Este
último siglo, el XIII, se abre en el cartulario con una donación a Santa María
de Puerto, y a su abad Pedro Fernández, de un solar que Sancha Rodríguez había
recibido de su padre en Escalante. En el documento se señala, creo que por
primera vez, y en lo que conocemos, los principales cargos del monasterio:
abad, Pedro Fernández; mayordomo, don Juan; escanciano, Gonzalo; sacristán, don
Rodrigo y capiscol, don Domingo, y se hace referencia al “capítulo” o
Cabildo de Puerto.
Pero
prácticamente el cartulario se despide, con la pesquisa que el rey Alfonso VIII
manda hacer en 1210 de todas las pertenencias del monasterio de Santa María de
Puerto, a sus pesquisidores Pedro Gonsálvez, Ferrán Pétrez y Rodrico Gonzálvez
de Carranza, de aquellas heredades que “debe de tener Santa María de Porto,
las que tienen otros hombres y las que están ocultas y tienen tanto infanzones,
como clérigos y laicos, e incluso las yermas”, es decir, de las que en esa
fecha pertenecen o debían de pertenecer al monasterio, en tiempos del último
abad del que existe constancia en el cartulario, don Gutierre. En los
años que gobernó su antecesor, don Pelegrin (1205-1209), el rey Alfonso estaba
preocupado por la repoblación de Laredo, villa a la que había dado fuero en
1200. A este deseo del rey contribuyó su dilecto cléricomeo don Pelegrin, abad
de Santa María de Puerto, quien le entregó, como aportación a la empresa,
varias heredades e iglesias de Santa María de Puerto. Alfonso VIII no se olvida
de esta esplendidez y en su testamento de 1204 le entrega todas las iglesias
del término de Laredo para que las posea duran te su vida y percibiese de ellas
todos los beneficios eclesiásticos, excepto la tercera parte de los diezmos,
que sería de los parroquianos de las mismas para aplicarla a las fábricas de
las iglesias; y una vez muerto don Pelegrin los ten gan y posean los clérigos
descendientes de los pobladores de Laredo. En un documento de 1209, dispone el
rey, y como compensación de lo que le quitó a Santa María de Puerto, que las
tercias de que disfrutaba don Pelegrin, pasasen una vez muerto éste, al abad de
Santa María.
La
decadencia del monasterio de Santa María, parece ya insostenible. Toda la
fuerza y vitalidad que en los siglos XI y XII tuvo, va poco a poco
desapareciendo. Sin que podamos averiguar las razones totales de su declive, sí
que podemos señalar algunas: en primer lugar, la postración general de los
monasterios castellanos durante el siglo XIII, al ir disminuyendo sus razones
de ser por el ascenso indudable de la nobleza, que siempre disputó a la Iglesia
el poder que en lo civil ésta tenía. En segundo lugar, por la corrupción y
desesperanza de los viejos cenobios que sufrían el declinar espiritual de la
Orden Cluniaciense. En Santa María de Puerto, la propia conexión con el
monasterio de Nájera se aparecía muy dudosa en tiempos en que, este último, no
podía, por su propia pobreza, atender al sufragáneo. Por otra parte, la
situación política y social de la cornisa marítima de La Montaña, estaba
cambiando. Los concejos populares iban adquiriendo verdadera fuerza apoyados en
los fueros que los reyes les daban, en ese afán de repoblación de la costa, que
tiene sus mayores empujes en los años de los reinados de Alfonso VII y Alfonso
VIII. La aparición, como acaba mos de ver en documentos del abad Ferrando
Alonso (1190-1195), del carácter doble de “abad” y “señor” de
Puerto, indica que los abades iban perdiendo, en otros monasterios, el poder
civil de la villa, que lo ocupaba generalmente un noble, y Alfonso VIII quiere
bien remar car que el abad de Puerto “sigue teniendo tanto el señorío civil
y secular en la villa de Puerto, como el espiritual en la iglesia y monasterio”,
tal como opina Argaiz.
Después
de la pesquisa de 1210, y con una carta de composición del abad don Gutierre
con el obispo de Burgos, sobre la iglesia de Praves, termina el cartulario de
Santa María de Puerto, dejándonos a oscuras de lo que pudo suceder en él en el
resto de su vida monasterial. Deducido del cartulario de Nájera, nos sale aún
otro abad llamado don Fortunio que, según Abad Barrasus, gobierna de 1252 a
1254, con varios documentos. En uno de 1252 obra por mandamento de don Diego
Loped de Faro, sennor de Vizcaya, et de las montannas, e sennor de Santa María
de Puerto. Vemos que en estos años, el “señor” de Puerto es Diego
López de Haro, y don Fortunio sólo figura ya como abad bajo mandamiento del
noble de Haro.
Acabamos
este breve resumen, con las palabras de Argaiz, que con tanto fervor escribió
sobre Santa María de Puerto, que dijo: “Y pues ya esta antiquísima iglesia
había bajado tanto la cabeza, quiero poner fin a este Teatro pues no puedo
representar en él tanta grandeza como quisiera, por faltarle lo que solía: y
así digo que lo sucedido por mayor durante este año, es que fue poco a poco
extinguiendo el título abacial, y apoderándose de lo más que pudieron los
prelados de Nájera, como dueños propietarios de Santa María de Puerto”.
Descripción del monumento en sus elementos románicos
Aunque
el alzado de la fábrica que se nos ha conservado de la iglesia de Santa María
de Puerto no parece muy encajada en la época románica, pues su mayor parte
puede considerarse de la gótica –tanto inicial como terminal–, es casi seguro
que en sus orígenes se planteó con proyecto románico y que incluso su
organización actual gótica enmascara el de una iglesia románica, que se empezó
haciendo con este estilo, pero que en su decoración escultórica, sobre todo,
manifiesta un claro deseo de recoger las nuevas tendencias más naturalistas,
aunque vacilantes, del gótico.
Así
se nos presenta toda la nave mayor, y en general las tres naves de que consta,
como un edificio cisterciense cubierto de bóvedas de crucería de cuatro
plementos, y con cuatro tramos para todas las naves. Excluyendo el transepto
actual y la cabecera, excelentes piezas con bóvedas estrelladas góticas del
siglo XVI–1534–, y precio sas claves esculpidas con bustos de personajes
religiosos o laicos –al estilo de la bóveda del claustro de San Zoilo en
Carrión de los Condes–, que podrían tener algo que ver con Juan Gil de
Hontañón, creemos que esta iglesia de Santa María de Puerto pudo comenzarse
hacia finales del XII por una cabecera románica de ábside semicircular –si se
inició con la idea de una sola nave–, o con dos ábsides más, laterales, si se
pensó desde el principio en tres naves.
Desgraciadamente,
si esta primera iglesia existió, cuando se estaba comenzando a construir el
primer tramo de la nave o naves, las tendencias góticas y el deseo quizás de
ampliar y engrandecer más el templo, obligaron a cambiar las ideas. Aunque ya
estaba construido el arco de paso de la cabecera a la nave central, en estilo
todavía plenamente románico y con pilares de esta traza románica, de grandes
capiteles apoyados en fuertes columnas entregas, e icono gráficos, se optó por
elevar, seguramente, la iglesia y cubrirla con bóvedas de crucería simple, en
estos momentos de clara transición que apercibimos en muchas iglesias del siglo
XIII, en donde los síntomas arquitectónicos se inclinan al cisterciense o
protogótico, en tanto que la escultura se mantiene todavía en el tradicional
apego a las representaciones historiadas.
Los
restos más viejos, verdaderamente románicos, están pues, en los grandes pilares
que abren paso a la nave central hacia el crucero. Al realizar la ampliación de
la cabecera en el siglo XVI, quedaron incluidas, en los fuertes machones
necesarios, que habrían de resistir el peso de las bóvedas de la nueva
edificación, unas viejas medias columnas entregas, una en cada pilar, con su
correspondiente capitel individual, testigos ellas de lo que debieron de ser
las pilastras de un primer tramo que con el ábside o ábsides desaparecidos
formarían la cabecera románica de la iglesia. Estas pilastras pudieron estar
constituidas por un núcleo cruciforme, con medias columnas a cada lado, propias
totalmente de lo que en estos finales de siglo y principios del XIII, se estaba
realizando; muy parecido –por señalar un edificio próximo– a la cabecera de
Santa María de Bareyo en su arco triunfal, es decir: arco doblado, de medio
punto apoyando en capiteles historiados y fuertes fustes entregos que aquí en
Santa María de Puerto apoyan en basas áticas y éstas sobre altos plintos con
bolas.
Esta
disposición, que puede intuirse pero no asegurar se, pues las modificaciones de
los pilares han sido muy intensas, nos hace vacilar y suponer que la forma real
de la planta pudiera permitir eliminar las medias columnas laterales. Lo que se
asegura es la mayor antigüedad de la iglesia en su cabecera, que es muy posible
se iniciase con una planimetría románica que no llego a desarrollarse íntegra,
al variarse el criterio inicial por otro de tres naves con abovedamientos de
ojivas, que es el que vemos. Los viejos ábsides serían semicirculares o
poligonales tipo cistercien se (tal como los de Piasca, San Andrés de Arroyo,
Santa María de Aguilar, etc.) y quizás permaneciesen vigentes en la iglesia
transitiva, que hoy existe, hasta que la reforma del XVI, levantando el enorme
y alto crucero, obligase a hacer desaparecer la más vieja cabecera.
El capitel izquierdo
El
capitel izquierdo, que sostiene el primer arco for mero que separa la nave
central de la lateral del evangelio, mide 72 centímetros de ancho en la
extensión del cimacio y 52 centímetros de altura. Su cimacio está decorado con un
vástago o zarcillo que deja entre sus inflexiones hojas tri y cuatripétalas. En
las esquinas, parece que existieron cabecitas humanas de cuyas bocas debían de
salir las puntas de estos zarcillos. Han sido prácticamente picadas, aunque se
ven completas en la combinación del cimacio hacia la nave central.
La
decoración de este cimacio tiene su paralelo más próximo en la de la puerta de
la iglesia de Barrio de Santa María, en Palencia, sin duda de finales del XII.
El
capitel, también picado en su cara central, para tallar, posiblemente en el
siglo XVI, un escudo con sus cuarteles y armas, llevaba principalmente una
arpía a cada lado con cabeza humana, cuerpo de ave y cola de serpiente
destacada sobre fondo de hojas de acanto. La parte central se decoraba, por lo
que aún se percibe, con seguridad, con otras dos arpías que seguramente se
afrontaban. De ellas queda tan sólo el inicio del ala.
El
tipo de estas arpías es bastante repetido a lo que veo en los capiteles
románicos avanzados, de finales del XII, dentro de esa corriente escultórica
palentina de Santa María de Aguilar, y el parecido más directo lo tiene con las
arpías de Moradillo de Sedano (Burgos) que se fecha en 1188.
La
basa de la columna entrega que sostiene este capitel izquierdo es también
tradicionalmente románica y consta de plinto con bolas que le unen al baquetón
más grande. Hay escocia y otro baquetón.
Capitel izquierdo,
arpia
El capitel derecho
El
capitel derecho, está colocado sobre una media columna entrega totalmente
similar a la del capitel anterior. El cimacio está muy destrozado. También
tiene el capitel su parte delantera totalmente picada para la colocación de
otro escudo que no se llegó a grabar.
La
decoración del capitel en sus laterales, es la siguiente: en el lateral
izquierdo, tres infantes de pie, con escudos largos, los dos más extremos que
les llegan casi desde el cuello hasta los tobillos. El tercer soldado, con la
cabeza picada, da la sensación de llevar colgado del hombro derecho un zurrón que
llega a la altura de la cintura. El centro del capitel, como el cimacio en esta
parte, ha sido totalmente desprovisto de relieve. Tan sólo parece vislumbrarse
la existencia de un caballo pues ha quedado bastante bien delimitada la pata
posterior del mismo.
Las
figuras de este capitel tienen relación con la escuela escultórica del norte de
Burgos (Siones, Mena) y, sobre todo, con las del tímpano de El Vigo (Burgos).
El cimacio de los laterales del capitel –y así debió ser la decoración del
resto– mantiene medias bolas remarcadas por una cruz, a modo de panes partidos
o de clavos. El resto del cimacio, extendido a la izquierda sobre el codillo de
la pilastra, es igual al del capitel izquierdo, es decir, con zarcillo y hojas
en los vacíos y con cabecita angular.
El
fragmento de cimacio correspondiente al codillo derecho ha desaparecido por la
colocación en su lugar de una piedra angular con escudo sostenido por águila.
Tan sólo puede percibirse la cabecita angular y las dos hojas a cada lado que
iniciaban la decoración del zarcillo.
Capitel derecho
soldados
El
lateral derecho del capitel presenta, en lo poco que puede distinguirse, y
detrás del caballo, la figura de un personaje de pie que se apoya en un cayado
doblado en su parte inferior, como si se tratase de un pastor o peregrino.
Aunque es difícil, por su estado, hipotetizar cual sería el tema o el episodio
que se quiere representar, no creemos, como opina Aramburu, que se trate de El
prendimiento de Jesús. Si sólo se atendiese a las figuras de los soldados y el
del zurrón fuese Judas, como símbolo de la avaricia o de la usura, muy repetido
en el románico, no nos parecería equivocada la opinión de Aramburu, pero la
existencia de un caballo y de un personaje con bastón o cayado de tipo pas
toril o peregrino, no concuerda bien con la escena evangélica. Aunque, a decir
verdad, ni el caballo supuesto, ni el hombre con un cayado pueden en conciencia
asegurase, por lo que creemos más honrados prescindir de la interpretación.
El
resto del capitel, es decir, el centro de la cesta donde estaría el caballo
completo, posiblemente con jinete, ha sido picado, como dijimos, para labrar un
escudo muy posterior. La forma contorneal de éste se llegó a hacer pero no se
grabaron los cuarteles. A la derecha sí que se grabó perfectamente otro,
sostenido por águila, en una piedra que se incrustó en el ángulo alto de la
pilastra. Lleva cuatro cuarteles y la inscripción alrededor de todos ellos de “Armas
de los escuderos de la casa de Pelegrín”. Los cuarteles están ocupados por
castillo, árbol, árbol y castillo, es decir, repiten el árbol y el castillo con
idéntico dibujo.
Puede
verse que el arco triunfal o toral que en principio se planeaba, era alto, sin
duda de medio punto, y daría paso a la cabecera presbiterio y ábside o bien a
otro antiguo crucero desaparecido, pues pueden distinguirse a uno y otro lado
del gran arco, que ahora se abre al crucero actual, los restos de unos viejos
cimacios idénticos a los que llevan los capiteles que acabamos de describir. Lo
que hace pensar que la iglesia anterior, o la que se había construido según
otras directrices, era de una altura muy desta cada. Puede que el arco más
grande llevase sólo una pilastra con su cimacio y no hubiese capitel, que es
casi lo más seguro. De este primer alzado no se conserva más que lo que hemos
dicho.
La
iglesia se continuó hacia el Oeste, teniendo esta cabecera más vieja, y se
prosiguió con otra idea, ya gótica, de tres naves, dos laterales más bajas y
estrechas y una central más alta y ancha, de acuerdo, de todas formas, con la
cabecera ya construida y la iniciación de las pilastras del primer tramo cuyos
capiteles hemos descrito.
El
primer tramo de la iglesia iría a tener un aspecto quizás más románico, pero se
prosiguió ya con bóvedas de crucería de cuatro plementos.
Justamente,
habiéndose acabado de construir estos primeros pilares se produce posiblemente
un cambio de criterio de elevar la iglesia, o la idea de hacer el resto de
acuerdo con las formas nuevas implantadas por el gótico, pero sin modificar
mucho o casi nada la planta románica de una iglesia de tres naves, pues los
pilares de los restantes tramos (2º, 3º y 4º), de altura reducida, mantienen la
clásica configuración románica cruciforme, con cuatro fustes, sobre alto
plinto, y tienen capiteles bajos que apoyan sobre fustes entregos y temas
todavía en parte con esquemas iconográficos: la Pasión, el infierno, la caza
del jabalí, etc., si bien ya añaden la disposición continua tan mantenida en el
gótico.
La pasión
La caza del jabalí
El infierno
Poca
diferencia cronológica, sin embargo, tendríamos que admitir entre los últimos
edificios todavía primordial mente románicos de nuestra provincia, próximos a
Santa María de Puerto, como la citada iglesia de Bareyo, que estimamos
edificada en años a caballo entre los últimos del XII y primeros del XIII, y la
fábrica de este monasterio portuense. Alguno de los maestros escultores o
canteros pudieron ser los mismos, pero si Bareyo se ancla al pasado, sin la
aparición de novedades, quien dirige la obra de Santa María de Puerto conoce ya
directrices que van a hacer entrar al edificio en un nuevo mundo de
sensibilidad que no dudamos ya en calificar de gótico, aún cuando se hayan
fechado sus capiteles en el siglo XII y la iglesia completa hasta el crucero,
dentro del estilo románico, sin intentar buscar las diferencias.
Más
indudable aspecto románico, todavía, tienen las puertas del muro sur y la del
muro occidental, y algunas de las ventanas que, aisladamente, conservan aún
formas y organización de un arte transitivo indudable.
La puerta meridional
En
su conjunto, muy poco se diferencia de las clasificadas dentro de las
características claramente románicas: arco de medio punto con chambrana y
arquivoltas, que son tres alternando boceles y escocias. Arco de entrada
igualmente de medio punto, sin vacilación alguna hacia el apuntado; dos
columnas a cada lado con fustes monolíticos, capiteles sostenidos por ellos, en
los que se mezclan escenas y figuras con animales fantásticos y vegetales. En
el segundo capitel del lado derecho, de fuera a adentro, destaca una
interesante escena, muy popular, digna de aquellas de tema aldeano de las
Cantigas de Santa María: un asno cargado con leña, al que acompaña, de pie, y
agarrando su rabo, un personaje rústico, vestido con saya y capucha, pero con
pliegues del vestido ya fuera del hacer románico. El resto de los otros
capiteles, también de fuera a adentro, basilisco y león o fiera, ambos con
fondos de follaje gótico. El grupo de decoración del lado izquierdo de la
puerta lo forman animales igualmente fantásticos y hojarasca de aspecto gótico.
El capitel más interior es, sin embargo, iconográfico, con dos figuras muy toscas y sumamente deterioradas. La izquierda viste traje con pliegues hasta los pies, parece sentada y frontalista, se sujeta las rodillas con sus manos sosteniendo algo que ya es imposible reconocer ¿un libro? La otra figura, también de frente, aunque con la cabeza algo inclinada hacia nuestra derecha, lleva la mano derecha a la ingle y con la otra se sujeta al brazo de la anterior. Todos los cimacios son iguales con superposición de filetes. Las basas, algunas muy estropeadas, se forman a la manera ática sobre altos plin tos y estos sobre elevados bancos. Sobre las arquivoltas, y cortada en bajo por ellas, existe una ventana un poco apuntada con chambrana de hojas cortadas sobre escocia y arquivolta de baquetón, que apoya sobre estilizados capiteles con decoración vegetal, y muy finos y largos fustes monolíticos.
Capiteles del lado
izquierdo de la puerta meridional
Capiteles del lado
derecho de la puerta meridional
La
fachada principal es la del muro del hastial occidental, el de la espadaña
primitiva que se ocultó por una torre relativamente reciente, prismática, y de
poco valor arquitectónico y artístico. Ahora, después de la restauración,
desaparecida la torre, se aprecia perfectamente la espadaña románica, que se
aparece como la suma de tres cuerpos de muros de sillería que se corresponden
con las naves interiores. Los que cierran las naves laterales están un poco
rehundidos de la línea más saliente del central y llevan un contrafuerte
angular cada uno. La parte alta de estos muros laterales es inclinada en
consonancia con el tejado, de una sola agua. Una imposta o resalte, en su parte
media aproximadamente, les divide en dos partes. En el segundo cuerpo, y en cada
uno, se abre una ventana abocinada, apuntada, con chambrana y baquetón. La
chambrana de la derecha se decora con filas de hojas de vid o de roble y su
arquivolta carga sobre capiteles de cesta bas tante larga que llevan tallada
una cabecita muy desgastada y una estrella o punta de diamante. La otra
ventana, muy parecida, lleva capiteles con decoración muy simple, con aves y
vegetales.
El
cuerpo central de la fachada, el de la verdadera espadaña, y que se corresponde
con la nave central, se aparece saliente de los muros laterales que acabamos de
describir, y tiene tres cuerpos. En el más bajo está la puerta principal de la
iglesia, orientada al poniente. Se forma esta entrada, en arco apuntado, por
cuatro arquivoltas: la exterior de baque tones finos y escocia; la segunda de
hojas de distinta forma en sentido radial; la tercera de arquillos doblados que
apoyan en grueso baquetón; y la cuarta de dientes de lobo (típicamente
románicos) apoyando en marcado baquetón. Los capiteles de esta puerta son, los
de la izquierda con cimacios de molduras profundas y salientes, tienen
monstruos que luchan, aves extrañas que se afrontan y crochet. Otros son
modernos, tallados en la restauración. Los del lado derecho, los auténticos,
son de palomas afrontadas y crochet. Los otros son también modernos.
Acabamos
así la descripción de lo que nos ha parecido todavía de organización románica,
pero aquello que callamos, incluida toda la decoración interior de los capiteles
de las naves, no lo hacemos por estar ya muy alejado del espíritu y del hacer
propiamente románicos.
La pila bautismal románica
Creemos
que la pila bautismal de Santa María de Puerto, hoy colocada en el extremo
derecho del crucero, es una de las piezas románicas de este tipo más interesan
tes y bellas de Cantabria. Tan sólo pueden ser a ella comparadas, tanto por su
tamaño como por su riqueza escultórica, las de Bareyo y Santillana del Mar, y
las tres han de ser consideradas verdaderas despedidas del arte románico y
fechables, por tanto, en los finales años del siglo XII o en los primeros del
XIII.
La
de Santoña mide 1,10 m de alto y 1,32 de ancho y lleva una cuba de gallones
convexos en el exterior y cóncavos por dentro, formando un admirable juego de
contraste con relieves y hundimientos. La embocadura se delinea por un suave
bocel tanto por fuera como por la cara interna. Los gallones resaltados están
abrazados en común por un entrelazo continuo que deja en los vacíos un pequeño
botón circular perforado, a modo de fusayola. Toda la cuba descansa sobre el
lomo de dos leones acostados, que acercan sus cabezas en lo que hay que
considerar el frente principal de la pila. En este aspecto, como en otros que
ya analizaremos, la pila de Santoña se hermana con la de Bareyo, hasta el punto
que es muy posible que ambas hayan sido labradas por las manos de un solo
cantero o de un equipo común de artesanos. Los leones tienen en ambas idéntica
postura y estilo, siendo similar, hasta la forma de representar con espirales
rizosas, la piel que les cubre. Las cubas, aun siendo distintas (cuatrilobular
la de Bareyo y circular la de Santoña), conectan en una parecida decoración de
entrelazo que ambas repiten. La de Santa María de Puerto acentúa más la
iconografía, mientras que la de Bareyo queda reducida a los leones citados y a
una cabeza cortada, humana, que aparece entre las de los animales. En la de
Puerto se llega hasta la configuración de una escena, la de la Anunciación de
la Virgen por el arcángel San Gabriel en presencia de San José.
Detalle de la pila
bautismal. La Anunciación
Las
tres figuras aparecen entre los gallones resaltados, en disposición muy
vertical y obligadamente separadas por el volumen de aquellos. El ángel está a
la izquierda, de pie, con las alas explayadas y sosteniendo un libro o algo así
entre las manos. La Virgen ocupa el centro geométrico del lado principal de la
cuba y parece sentada, con largas melenas que caen sobre los hombros. Sus
brazos se pliegan sobre las rodillas. San José se muestra de espaldas, a la
derecha, como turbado y apoyándose en un bastón. Lleva una especie de manto con
pliegues inclina dos y paralelos. Una tercera figura, aislada, de pie y también
meditabunda, aparece en el lado opuesto de la cuba, entre dos gallones. Se
cubre con manto o capa y parece mirar a dos posibles monjes que, sentados y
leyendo ambos el mismo libro, se han labrado en la parte posterior de la base,
entre las ancas de los dos leones. Estos dos monjes, o personajes lectores,
parecen ya algo más goticistas y pueden explicarnos un poco esta conexión
románico-gótico inicial que se da en los capiteles ya descritos de la iglesia,
pues estas dos figuras leyentes de la pila pudieran haber sido talladas por los
artistas que labran la mayor parte de las iconografías continuas de los pilares
pseudogóticos, en tanto que las que forman la escena de la Anunciación parecen
realizadas por los que hicieron los dos capiteles más románicos de la iglesia.
Detalle de la pila
bautismal. Monjes leyendo un libro
Como
a la pila hay que suponerla fabricada en muy poco tiempo, esto nos lleva a
emitir la hipótesis de que los maestros que hacen los más viejos capiteles –al
parecer y desde el punto de vista estilístico– coinciden en su trabajo con los
escultores que labran los demás y que, por lo tanto, es posible que los
primeros fueran viejos canteros todavía anclados a la sensibilidad románica que
dejan, al morir, paso a otras generaciones con nuevos conceptos. El cambio de
criterio del viejo proyecto todavía románico, al protogótico de las naves,
puede deberse, y muy simplemente, a la desaparición del maestro iniciador y su
sustitución por otro y otros con nuevos criterios. La pila bautismal los une y
la muerte, quizás, los separa. Los más viejos hicieron tanto la iglesia de
Bareyo como su pila bautismal, y un poco posteriormente trabajarían en la de
Santoña con otros maestros más progresistas que llegarían a sustituirles. Lo
que expongo se puede comprobar con la comparación de la fotografía de los
personajes que leen en la pila de Santa María de Puerto con otros que se dan en
los capiteles protogóticos, y después asegurando, con el mismo sistema, la
indudable relación estilística entre las figuras de la Anunciación, la
escultura de Bareyo y la de los capiteles 1 y 2 de Puerto, románicos, que ya
describimos en líneas pre cedentes.
El
tema de la Anunciación de esta pila de Santoña se acomoda bien a la simbología
del bautismo, así como el de los leones que son aplastados por la cuba. Ya
sabemos que en Bareyo los encontramos en el mismo sitio. De siempre, el león ha
sido un animal que ha representado en ciertas interpretaciones el emblema del
pecado o del infierno. Las aguas bautismales, que salvan de uno y de otro, son
vencidas por el misterio de la redención que aquí, en la pila de Santoña, se
evoca en la Anunciación con la promesa de su venida. Los dos monjes lectores
pudieran personificar la verdad de las escrituras y de las profecías que son
transmitidas a la letra de los libros sagrados.
Otras
pilas bautismales conectan con el tema de la resurrección de Cristo o de la
bajada al limbo, en significación semejante de la liberación del pecado, del
triunfo de la fe sobre las tinieblas. En último término, y cuando la
esquematización simbólica llega al máximo, las pilas llevarán el signo de la
Cruz como compendiador total de la obra redentora.
De
interés artístico, aunque no románico, no puede dejar de citarse el retablo de
San Bartolomé, importante obra flamenca, de hacia mediados del siglo XVI, obra,
en pintura, del pintor de Brujas Pieter Nicolai o Pieter Claissens.
Románico Costa Occidental de Cantabria
San Vicente de la Barquera
San
Vicente de la Barquera es la más occidental de las históricas villas marineras
de Cantabria. Su emplazamiento privilegiado, junto al mar y muy cerca de los
Picos de Europa, hace que sea uno de los lugares más atractivos de la región.
Se sitúa esta población en una península y un promontorio rocoso, junto a un
puerto natural y a la Ría de San Vicente. Ría que forma el río Escudo en su
desembocadura, después de un largo recorrido por el municipio de Valdáliga
desde su nacimiento en San Vicente del Monte, en la Sierra del Escudo de
Cabuérniga.
La
parte más antigua de San Vicente de la Barquera, la Puebla Vieja, se halla en
la zona alta, a la que se accede por estrechas y empinadas calles. En la calle
Alta se localiza gran parte del patrimonio arquitectónico noble de la villa: el
Castillo del Rey (siglo XIII), la torre del Preboste, junto a la puerta de la
Barrera, la casa de los Corro (siglos XV-XVI), el Hospital de la Concepción
(siglo XVI), actualmente sede del Ayuntamiento y, en el extremo meridional del
peñasco, la iglesia parroquial de Nuestra Señora de los Ángeles. Todo ello
contenido en un recinto amurallado, del que se conservan algunos tramos y tres
de las cinco puertas que tenía la muralla: la puerta de Peregrinos o de
Asturias, el arco de La Barrera o Puerta de Santander y un portillo del Norte.
La Puebla medieval fue declarada Bien de Interés Cultural en 1987.
En
el Diccionario de Madoz se lee “la parte moderna está en llano: en el
de la playa forma la población un siete, y la mayor parte con soportales
mirando a Este y Sur, ocupando todo este frente la playa y ancha ría, cuyas
aguas llegan a las veces hasta los mencionados soportales, inundando las
bodegas de las casas; la ría se divide en dos brazos que pasan uno por debajo
del puente Maza, y el otro por el de Tras San Vicente; este brazo sube como
media legua hasta el barrio Entrambos-ríos, y aquel como casi otra hasta cerca
del barrio del Barcenal; por este suben las embarcaciones que traen vena y
estraen fierro de una ferrería que hay en Roiz (2 leguas); y por el otro las
que van a cargar teja y ladrillo; pero unas y otras quitan los palos para pasar
por debajo de los puentes: el de la Maza que es de mampostería tiene treinta y
dos ojos bañados todos por el mar en las mareas altas o pleamares, y fue
construido a fines del siglo XVI... el puente de Tras San Vicente, construido
de sillería el año 1799... tiene nueve ojos baña dos también en las pleamares...”
Del entorno del puerto recogemos, asimismo, lo que Amós de Escalante escribía
en 1871: “las casas de la villa, levantadas sobre solemnes pórticos,
ennoblecidos con balconaje de hierro, escudos y portadas, abrigan el silencioso
puerto”. Y respecto al Puente de la Maza: “Mandose construir por
despacho de los Reyes Católicos, fechado en Burgos, a 25 de agosto de 1495”.
No coincidiendo, por lo tanto, con la fecha que da Madoz.
Se
accede a San Vicente de la Barquera por la A-8, o bien, por la carretera N-634
(Santander-Oviedo) que aprovecha el puente de La Maza para cruzar la ría y sube
bordeando el peñasco, la panorámica es espectacular. Se encuentra a unos
sesenta kilómetros al Oeste de Santander.
Existen
testimonios de poblamiento de este territorio desde la Prehistoria, en la cueva
de Muñorrodero, en los túmulos megalíticos de El Barcenal, etc.
Probablemente,
el puerto de San Vicente fuese el Portus Vereasueca que menciona Plinio, en el
Libro IV de su Historia Natural, entre los cuatro puertos romanos de la costa
cantábrica dedi cados al comercio. Y, probablemente, había sido el puerto de
los orgenomescos, tribu poderosa cántabra, de origen celta, que dominaba una
amplia zona de occidente. Los límites de ocupación de los orgenomescos no están
totalmente determinados y la ubicación de su puerto ha sido muy discutida por
los historiadores; V. Saínz Díaz (1973) recoge diversas opiniones. Parece que
esta tribu se asentaba en el territorio atravesado por el río Deva, desde su
nacimiento en Liébana hasta su desembocadura en el mar. El puerto de Vereasueca
estaría cercano a este punto, “...ni Tina Mayor ni Tina Menor, o sea, ni
Unquera ni Pesués, pudieron ser considerados nunca como puertos de mar dotados
de las más mínimas e indispensables condiciones, la angostura y peligrosidad de
sus barras o entradas, la escasez de calado y la existencia de numerosos escollos,
han hecho que ni antes ni ahora existan en ninguno de los dos pueblos citados
ni ambiente ni núcleo marinero. En cambio, el brazo de mar que, bordeando la
histórica villa de San Vicente de la Barquera, pasa al pie de su castillo y de
su iglesia parroquial, constituyendo el foso natural de su antigua ciudadela,
llega hasta más allá de Entrambosríos y es perfectamente visible desde alturas
y fincas casi colindantes que pertenecen ya a Pesués. ¿Cómo es, pues, ni lógico
ni posible que conociendo forzosamente los Orgenomesci aquella tan dilatada y
bellísima bahía, a la que sin obstáculo alguno podían llegar aun con sus
embarcaciones de pieles y de troncos de árboles ahuecados renunciasen a tan
riquísimo venero de pesca y a lugar de tan formidable situación topográfica?”,
se preguntaba V. Saínz Díaz (1973).
Al
período de ocupación romana le sigue otro, de devastación y abandono,
impreciso. En el siglo VIII, entre los años 730 y 756, se fechan los primeros
signos de repoblación que el rey Alfonso I de Asturias llevó a cabo en este
lugar.
Así,
sería la primitiva construcción del castillo en el peñasco de San Vicente,
baluarte defensivo en un enclave tan estratégico, en torno al cual se iría
desarrollando la villa medieval. Ésta se vería muy fortalecida en el siglo
XIII, a consecuencia de la concesión del Fuero de San Sebastián, que el rey
Alfonso VIII de Castilla le otorgó en 1210. Suponía incentivar la repoblación
de la villa para defensa de esta zona del litoral, a través del reconocimiento
de importantes derechos y privilegios añadidos, dirigidos al fomento y
protección de actividades como la pesca y el comercio, amparadas por exenciones
fiscales, siguiendo en la línea política del control real de las villas y de
los puertos del Cantábrico. Estos privilegios tuvieron continuidad, puesto que
fueron refrendados, sucesiva mente, por los distintos monarcas. Por otra parte,
estas concesiones reales provocaron fre cuentes y numerosos pleitos con otros
lugares vecinos y sus señores, a lo largo de la Historia.
Muchos
estudiosos han opinado acerca de este Fuero de San Vicente; así F. González
Camino y Aguirre (1930), en notas a pie de página cita: “En el privilegio
concedido a San Vicente de la Barquera en 1210 por Alfonso VIII... recogido en
el ‘Derecho de la Villa de San Vicente contra los Concejos de Pesués y Pechón’,
que se halla en el volumen de la colección Pedraja (Biblioteca Municipal de Santander),
que contiene el ‘Memorial ajustado del pleito que siguieron el Fiscal de S.M. y
la villa de San Vicente de la Barquera con los concejos de Pesués y Pechón
sobre carga y descarga en el abra de Deba y pesca, en los ríos Deba y Nansa”. Y
en otra nota: “los derechos de San Vicente a las aguas de estos ríos tenían
su origen en el Privilegio de concesión del Fuero de San Sebastián a la villa
en 1210. En él, entre otras, se hace a San Vicente donación de las aguas de
Deva e de Nampsa ad piscandum in illis salicis directuris millitum”. García
Guinea (1979) se fija, también en estos privilegios y analiza ampliamente la repercusión
del Fuero: “...Alfonso VIII privaba al Monasterio de Santa María de Tejo de
los bienes que anteriormente le había concedido en el cercano barrio de Cara,
en beneficio de la repoblación de San Vicente. Así también, concedía la
Barquera con todo su término, La Arena, Valle, Serras y los Collados”.
Delimitando el concejo de San Vicente al Oeste por el río Deva, al Este por
Cara, sin profundizar hacia el Sur y controlando dos leguas al Oeste y al Este
por la costa.
Interesante
también en el contenido de este Fuero es la particular atención que Alfonso
VIII tiene con un tal Miguel (scriptori dilecto homini meo), en quien
repite la inclinación y atenciones que tuvo con Don Pelegrín en Laredo. Le
concede dos tercias de los diezmos de la iglesia, con tal que levante ésta y la
provea de clérigos, lámparas, campanas, ornamentos y demás cosas necesarias.
Cuando muriese Miguel, una de las tercias pasaría a los clérigos de la villa y
otra al concejo. La tercia restante pertenecía al obispo. La historia, pues, se
repite en Laredo y en San Vicente. Surge la figura en un caso de un clérigo
meo y en otro de un scriptori dilecto meo, los dos aplicados a una
empresa de repoblación. Con la concesión del Fuero de San Vicente de la
Barquera se cierra, en nuestro litoral montañés, la organización y refuerzo de
la costa más propiamente castellana. Desde estos momentos, que pueden circunscribirse
bastante concretamente a los últimos años del siglo XII y primeros del XIII,
nuestra provincia se sale de aquel marginalismo al que, en muchos aspectos, la
potenciación de la Castilla meseteña le había conducido. En cierta manera,
vuelve a adquirir una importancia destacada en la política general del reino, y
un nuevo esplendor, esta vez derivado del comercio, del pescado, y de las
exportaciones, nos coloca en situación no sólo de igualdad con las restantes
comarcas de Castilla, sino hasta una indudable preponderancia determina da por
un indiscutible auge económico durante el siglo XIII. Sintomático parece que en
las cuatro villas en las que Alfonso VIII concede fueros a sus concejos, Castro
Urdiales, Laredo, Santander y San Vicente de la Barquera, se levantasen cuatro
enormes monumentos góticos, como son sus espléndidas iglesias, que sólo son
posibles en un momento de creciente pro greso...”. La iglesia de Nuestra Señora
de los Ángeles de San Vicente de la Barquera fue declarada Bien de Interés
Cultural en 1931. En el citado Diccionario (1845-1850) se lee: “ocupa lo más
alto de la población, en sitio delicioso a 500 pies sobre el nivel del mar”. Se
trata, en conjunto, de un gran edificio gótico que ha sufrido diversas
reformas. En su interior destacamos algunas obras artísticas: su retablo mayor
prechurrigueresco (1675-1680), con la imagen gótica de Nuestra Señora de los
Ángeles; en la nave del Evangelio se abre la capilla de la familia Corro (siglo
XVI), donde se conserva la bellísima escultura funeraria que representa al
Inquisidor D. Antonio del Corro; asimismo, la capilla de la familia Mata alberga
un gran retablo (siglo XVIII), con la venerada talla del Santo Cristo de los
Afligidos.
Madoz
escribe: “No hay tradición de cuando se fabricó la iglesia de esta villa,
pero debe ser posterior al año 1248... Hasta entonces es probable que sirviera
de parroquia la capilla titulada de San Vicente o la de San Nicolás, o ambas,
las cuales están en la parte que ocupa la población desde el muelle a la
iglesia. Y esta opinión se funda en la tradición que hay de que la capilla
dicha de San Vicente es más antigua que la iglesia. Ésta fue posteriormente
ensanchada por los vecinos de esta villa, por haber mucha población y no caber
en la iglesia mayor por ser pequeña. Así se ve por la real orden que en 9 de
septiembre de 1534 dieron el emperador Carlos V y su madre doña Juana, para que
el corregidor o juez de residencia de las cuatro villas de la costa del mar
cántabro, informase sobre la representación que hicieron los vecinos de esta
villa, pidiendo por 8 años el vino que rentaba la fábrica de la iglesia, para
pagar con ello al conde de Buendía los 1.500 ducados que les había prestado
para dicho ensanche, por haberles faltado el dinero cuando ya tenían comenzada
la obra”. Este ensanche se refiere a la ampliación del crucero. Nuevamente,
citamos a V. Saínz Díaz (1973), quien manifiesta su desacuerdo respecto a la
identificación de la antigua iglesia parroquial: “...en modo alguno puede
sostenerse que la capilla o ermita de San Vicente, cuyos restos aún se
conservan en las proximidades del muelle, fuese la primitiva iglesia
parroquial; porque ni la antigüedad de sus muros autoriza a retrotraer su
construcción a los siglos en que ya la villa llevaba el nombre de San Vicente,
ni jamás los antiguos edificaron sus templos fuera de las murallas y en sitio
completamente indefenso. La primitiva iglesia parroquial tenía la advocación de
San Nicolás y debió de estar situada hacia la mitad de la calle del Corro, que
después se llamó calle Alta y, a juicio de varios autores, en el solar que muy
posteriormente ocuparon las escuelas”. También los nombres de la villa y
del puerto, en su identificación, han sido discutidos por diversos autores;
así, entre otros, el Padre Sota en su Crónica de los Príncipes de Asturias y de
Cantabria (1681), recogía el de Evencia para la población de San Vicente en
época romana. Posteriormente, en el siglo XI, en documentos de los años 1068 y
1085, correspondientes a donaciones a la catedral de Oca y a San Pedro de
Cardeña, se citan una serie de términos de Cantabria, entre ellos figura “Apleca”,
que Escagedo Salmón (1917) identifica con San Vicente, según recoge y apoya
Saínz Díaz (1973): “...et de Capezone, et de Apleca usque ad ripam de Deva.
La enumeración se hace de oriente a occidente, por lo que Apleca está al
occidente de Cabezón, entre esta villa y el Deva”. Hasta el siglo XII no se
documentaría con su nombre de San Vicente y hasta el XVII, con el de San
Vicente de la Barquera, que había tomado de la Virgen de la Barquera, cuya
capilla-santuario (siglo XVII) se halla a la entrada del puerto, y que se venera
desde antiguo con especial devoción. Según la tradición, la imagen de la Virgen
llegó a la Barquera en una barca sin tripulación. Cada año, el día 8 de
septiembre, se rememora tal acontecimiento en la fiesta de “La Folía”
(declarada de Interés Turístico Nacional), mediante una procesión en la que se
traslada a la Virgen de la Barquera desde su capilla a la iglesia parroquial y,
posteriormente, desde aquí al puerto, donde embarcará en un pesquero acompañado
del resto de la flota y otras embarcaciones de San Vicente; tras ser paseada y
aclamada será devuelta a su santuario, hasta el próximo año.
San
Vicente de la Barquera no figura en el Libro Becerro de las Behetrías (1352),
porque era un concejo de realengo, jurisdiccionalmente independiente, y, aunque
su territorio (con una extensión de 41,47 km2) estaba rodeado por la Merindad
de las Asturias de Santillana, no formaba parte de ella y estaba libre, por
tanto, del control de la Abadía de Santa Juliana (MARTÍNEZ DÍEZ, 1981). Durante
el siglo XIV, la actividad predominante de esta villa seguía girando en torno a
la pesca y al comercio, lo que generó un importante desarrollo económico y un
notable aumento de población, reflejados en los arrabales de La Mar y el de
Tenerías. En 1330 se fechan las primitivas normas de la cofradía de pescadores
y mareantes de San Vicente. “En 1379, se formaba ‘La Hermandad de San
Vicente de la Barquera con las Asturias de Santillana’ aprobada por Juan I y
confirmada por Enrique III, en las Cortes de Burgos de 1391”, según recoge
Escagedo Salmón (1924).
Los
siglos XV y XVI se ven marcados por grandes catástrofes para la historia de San
Vicente, incendios y pestes que diezman la población, pero que no impiden, por
otra parte, que se lleven a cabo alguna de las obras más notables, como la
ampliación de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles o la construcción del
Puente de la Maza, entre otras.
Según
algunos historiadores, Carlos V y su corte flamenca pasaron varias jornadas en
el monasterio franciscano de San Luis, tras su desembarco en Villaviciosa el 19
de septiembre de 1517, a su llegada por primera vez a España desde Flandes.
Parece que una enfermedad retuvo al futuro monarca durante unos veintitrés días
en esta villa. El convento de San Luis se sitúa a la entrada de San Vicente de
la Barquera, junto al puente de la Maza, por su lado oeste. De la iglesia, un
edificio gótico, tan sólo se conservan algunos restos, prácticamente camuflados
por una abundante vegetación. Se conservan también, otras dependencias barrocas
del convento, como el claustro, el refectorio y la cocina. Este conjunto fue
declarado Bien de Interés Cultural en 1992.
A
lo largo de la Edad Moderna, la decadencia de la que fuera importante villa
marinera del Cantábrico es progresiva, a pesar de algunos acontecimientos
relevantes en su historia.
En
el Catastro de Ensenada (1753), se recoge que el municipio de San Vicente de la
Barquera estaba constituido por la villa, de igual nombre, y por los barrios y
aldeas de Abaño, La Acebosa, El Barcenal, Gandarilla, Hortigal, Los Llaos, La
Revilla y Santillán. Maza Solano (1965) apunta: “En los Libros Mayor de la
Raíz y Personal de Eclesiásticos, pertenecientes a la villa de San Vicente de
la Barquera y su término, no figuran las contestaciones al Interrogatorio,
relativos a la villa”.
A
finales del siglo XVIII, en 1797 ya consta documentalmente, que la Abadía de
Santillana cobraba y tenía beneficios en la Revilla, lugar próximo a San
Vicente de la Barquera.
Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles
Las puertas
Los
más probable es que estas puertas de tipo románico, que se conservan en la
iglesia gótica de Nuestra Señora de los Ángeles, se construyeran en esos
primeros años del siglo XIII, cuando el rey Alfonso VIII está preocupado de la
repoblación de los puertos del cantábrico, apoyándose unas veces en don
Pelegrín clerico meo en Laredo, o en Miguel scriptori dilecto meo
para San Vicente de la Barquera. Y que debieron de comenzarse como consecuencia
de este fuero (3 de abril de 1210) es que en el documento de con cesión ofrece
al citado Miguel dos tercios de los diezmos de la iglesia, con tal de que
levante ésta et Michael debet face re Eclesiam y la provea de clérigos,
lámparas, campanas, ornamentos, y demás cosas necesarias. El aspecto románico
de estas dos puertas, con capiteles en cierta manera bas tante extraños, no
desdice nada de los síntomas de renovación que hacia finales del XII y
comienzos del XIII se estaban presentando, que preludiaban ya un cambio de men
talidades. Azcárate y su escuela llamarían a este momento “protogótico”,
pero yo pienso que estas puertas de San Vicente sería más acertado llamarlas
“tardorrománicas”. Lo digo porque en quien, o en quienes, las construyeron, que
creemos podrían haber sido de la comarca –que no dejaba de tener abundantes
canteros–, los tradicionales sistemas del gusto románico permanecen intactos:
puertas solemnes, destacadas del muro, con arcos perfectamente traza dos de
medio punto en todas las arquivoltas, sin eludir la individualidad de los
capiteles ni olvidar collarinos o basas áticas del más puro estilo, y con
cimacios (la puerta occidental) de billetes y semicírculos que podrían haberse
tallado por seguidores indígenas que habían admirado y aprendido en talleres
inequívocamente románicos.
Tan
solo la forma, casi cuadrada, de los capiteles de la citada puerta occidental,
nos hacen presumir intentos conscientes de apartarse de los esquemas
tradicionales.
La puerta situada en el muro del hastial oeste
Tiene,
a primera vista, un aspecto hasta exagerada mente románico, pues tiene todos
los ingredientes de lo que puede ser un modelo de ese estilo: tejadillo en
cornisa saliente del paramento sostenida por ocho canecillos que nadie dudaría
en llamarles románicos, con las típicas cabezas de animal, bola con caperuza,
iconográficos con parejas de figuras; metopas con rosetas cuatripétalas de dos
tipos, una pareja entre canecillo y canecillo, en algún caso con un florón en
el centro, que en cierta manera remedan a los que decoraban la cornisa del
ábside de Santa María de Piasca, pero con “aire” distinto.
Debajo
cuatro arquivoltas y una chambrana exterior de filete, escocia y bocelillo
cuajado de hojitas de trébol. La primera arquivolta, de dentro a afuera, se
forma por una ancha faja centrada entre dos boceles laterales, y sin
decoración, que va adornada con una secuencia de hojas cuatri pétalas y botón
central redondo.
La
cara lateral de esta arquivolta, la que mira a la calle va esculpida con
águilas coronadas, con cuerpo de frente y cabeza ladeada. La segunda arquivolta
lleva en su cara que mira a la entrada, y con decoración suavemente excisa, una
superposición de unas fachadas de castillo con tres arcaduras de medio punto,
en el bajo piso, que parecen puertas cerradas; dos con ventanas apuntadas en el
primero coronadas por dos torres almenadas. Un bocel separa, este lado de la
segunda arquivolta, del otro lado de la misma, el que da a la calle, que tiene,
al parecer, dientes de lobo. La tercera arquivolta lleva, para separarla de la
segunda una hilada de semicírculos del tipo de los andresinos de San Andrés de
Arroyo. El centro de esta tercera arquivolta lo ocupa un gran baquetón que va
como abrazado por triángulos que, mirados con detalle, son una cabeza y morro
de animal, con pelo y ojos bien marcados, que muerden el baquetón. La cuarta
arquivolta es una estrecha escocia entre dos bocelillos, el más exterior con los
consabidos semicírculos.
Estas
arquivoltas y chambrana apoyan sobre cimacios acodillados, todos con la misma
decoración de arriba abajo, en tres bandas, que separan dos incisiones
paralelas: la primera y más alta banda graba triángulos en serie, con su punta
hacia abajo; la segunda y central con los repetidos semicírculos andresinos; y
la tercera banda, la más ancha y baja, con un ajedrezado de varias filas. Este
cimacio acodillado apoya en cuatro capiteles a cada lado que a su vez lo hacen
sobre fustes monolíticos, cilíndricos y finos, que acaban en basas áticas
bastante rudas que llevan toro con lengüeta y equino adornado con semicírculos.
Todo ello monta sobre plinto acodillado de media altura que lo hace a su vez
sobre banco corrido. La chambrana y su cimacio, idéntico al descrito, cargan
sobre las jambas exteriores de la puerta cuya primera piedra de sillería lleva
un florón distinto pero también parecido a aquellos que vimos en las metopas de
la cornisa de la puerta y que, sin duda son decoraciones muy repetidas en las
composiciones góticas, lo que prueba que es la decoración la que anti cipa en
goticismo, a la arquitectura.
Los
capiteles del lateral izquierdo, de izquierda a derecha y de fuera a adentro,
son los siguientes: 1º.- Leones en lo alto, afrontados y con rostro unifacial,
que parecen tragarse por la cabeza a un águila que, en posición frontal y con
alas explayadas, ocupa el ángulo del capitel. 2º.- Muy confuso, parece
representar a un hombre desnudo que cabalga sobre un animal de muchas patas,
que ocupa el centro del capitel. El lateral derecho se llena con palmas
simétricas. 3º.- Lleva cimacio de serie de semicirculillos tipo San Andrés de
Arroyo. Está enormemente erosionado, pero parece esculpir dos aves afrontadas
que pican en el centro de la cesta a una culebra que agarran con sus patas. El
4º capitel, algo más claro, pero más complicado en su dibujo, lleva de arriba
abajo los siguientes componentes: en lo alto del ángulo de la cesta, cabecita
humana; debajo de ella, cabeza de animal de orejas de liebre con grandes alas
abiertas (dragón) que mantiene entre sus dientes afilados otra cabecita de
animal a la que, viniendo de los dos laterales de la cesta, unas serpientes de
enroscado cuerpo –tal vez la misma cola del dragón– también la muerden en el
cuello.
Los capiteles del lateral derecho, con la misma forma y cimacios, son también –aparte de parecida erosión que hace muy difícil una interpretación correcta– de una composición muy heterogénea. El primero, el más interior, junto al umbral, lleva en su lateral izquierdo un castillo con una sola torre almenada a la derecha y una entrada de gran puerta de arco de medio punto, coronada también por almenas. Estos relieves planos, de tipo militar, son bastan te excepcionales en la escultura románica y más con la repetición con la que aparecen en San Vicente. El lateral derecho de este primer capitel lo llena un personaje a caballo que parece llegar a la fortaleza, en tanto saluda con su mano izquierda alzada.
El
segundo capitel, casi borrado en su lado derecho, debió de representar a un
dragón alado y con rostro animalesco, que parece ser atacado, en posición
rampante, por dos, quizás, grifos. Es muy difícil asegurar lo que nos parece
ver.
El
dragón está en postura de caer desde el cielo, cerrando sus alas. El tercer
capitel, con un desgaste total de detalles, parece representar a un violinista
que sostiene el brazo del instrumento con la mano izquierda y con la derecha
pulsa el arco. A su derecha, en bajo, y solo con un esfuerzo imaginativo fuera
de lo común, podemos suponer la existencia de un titiritero que hace contorsión
con sus miembros. Nos gustaría que alguien intentase otra más acertada
hipótesis, aunque creo que será difícil alcanzar un acierto seguro. El capitel
cuarto, también con dudas, aunque en este caso estimamos que la interpretación
pudiera estar más cerca de la verdad, sería la representación de un
exhibicionista masculino que levanta su ropa para mostrar intimidades. El hecho
que el carácter sexual que vemos en algunas figuraciones de San Vicente –caso
de las parejas de algún canecillo de la puerta que analizamos– nos afirma el
estar estas tallas dentro todavía del más castizo espíritu románico, exponiendo
no sólo una crítica al pecado de la lujuria, sino también un juicio negativo
hacia la farándula.
La puerta sur
Esta
puerta monumental, de gran y profundo abocina do, se encuentra a un nivel algo
más alto que la del oeste, por lo que se accede a ella mediante una escalinata
de cinco peldaños. Se muestra al exterior mucho más nueva en todos sus
elementos, y menos erosionada, en general. Muy acomodada al alzado de la
fábrica gótica, y restaura da en algunos momentos, mantiene todavía en varios
capiteles, el talante imaginativo de los últimos escultores románicos. Su
organización arquitectónica sigue todavía apegada al pasado anterior: chambrana
estrecha, en escocia, a la que se acoplan figurillas humanas, frontalistas y de
pie, en colocación ya gótica, que van alternando con dobles volutillas que
juntan sus cabezas. Después viene la primera arquivolta –la más exterior– que
se adorna con dos hiladas paralelas de dientes de lobo, la una en bocel y la
otra en escocia. La segunda arquivolta y las restantes hasta la quinta, son
lisas, sin ninguna decoración, pero llevan sus aristas matadas por bocel, y
solo la tercera graba una secuencia de semicírculos de tipo andresino que nos
con duce a pensar que la diferencia cronológica de las puertas oeste y sur, no
debió de ser muy distinta. En correspondencia con estas cinco arquivoltas están
las cinco columnas que, a cada lado, las sostienen. Los cimacios son
extremadamente sencillos, con caveto sin ningún detalle, y tan solo con listel
marcado por una sola línea excisa.
Los
capiteles de esta puerta sur, de izquierda y derecha, los diez, son todos
iconográficos, salvo alguno vegetal esquemático. Empezando por los primeros,
los de la izquierda, su descripción es la siguiente: el primer capitel (de
fuera a adentro), se parece algo al segundo de la izquierda, de la puerta
oeste: hombre vestido que lucha sobre un dragón de cuerpo circular, con
marcadas esca mas, que le ataca desde el suelo mordiéndole las manos. Esta
escena ocupa el esquinal central donde se unen las dos caras de la cesta. La
izquierda se llena, además, con distintas direcciones de palmas, y la de la
derecha, con dos de las cuatro patas del animal monstruoso y la cola doble con
cabezas de grifo y carnicero. Esta última muerde un semi círculo donde está
encerrado otro grifo. De todas formas esta descripción no es muy segura, pues
no hay mucha claridad, sobre todo en la cara derecha de la cesta.
El
segundo capitel es muy despistante y puede ser una inclusión realizada hasta en
el siglo XVI. Representa un angelito con cabeza de angelote de retablo. Se
halla colo cado en el centro de la cesta, en postura de vuelo y con las alas
abiertas llenando los laterales; debajo volutas gruesas. Es un capitel
dudosamente románico. El tercer capitel, es aún más dudoso. Se trata de dos
angelotes con solo cabe za y alas; muy típicos barrocos, colocados sobre formas
vegetales de fuerte volumen. El cuarto capitel se decora con una muy sospechosa
y grande voluta doble, casi plana, rayada de líneas, que parece originarse en
un florón central colocado en bajo. El collarino lleva una secuencia de
semicírculos. Finalmente, el quinto capitel de este conjunto de la izquierda,
representa dos aves en lucha con dos dragoncillos. Aparecen montadas sobre
ellos y picándoles sus cabezas.
Los
otros cinco capiteles del lateral derecho de la puerta meridional, y también
numerados de fuera a adentro, son: el primero, gran trébol colocado hacia abajo
y muy simplemente geometrizado. Sale de una especie de estabilizados tallos
que, horizontalmente, dividen la cesta en dos partes, extendiendo hojas en el
espacio superior. El collarino vuelve a mostrar unas filas de semicírculos. Si
es románico, sería muy avanzado, porque aunque deja como fondo de la talla,
otra que parece de recuerdos de capiteles cistercienses (hendiduras para
separación de acantos), su técnica se aparta bastante de las decoraciones
propias de un románico pleno. El capitel segundo vuelve a asemejarse al capitel
número dos que vimos en el grupo del lateral izquierdo: un angelote, de pie,
con las alas abiertas, en vuelo, y debajo volutas poco románicas. El capitel
tercero, en pieza distinta, más blanda y porosa; vuelve a recoger el tema del
violinista que ya vimos en el tercer capitel, lateral derecho, de la puerta del
oeste; parecen, con muy poca duda, que ambos han salido de la mano del mismo
cantero. En este que estamos describiendo, y en el lateral izquierdo de la
cesta, se incorpora una figura sentada, de perfil, que suje ta con la mano
derecha el mango de un objeto que acaba en forma circular. Hay mucha porosidad
y erosión en la piedra que hace casi imposible averiguar de qué se trata. Y en
este caso, la mano izquierda del violinista, la que sujeta el instrumento (bien
visible en el capitel gemelo), ha sido casi totalmente destrozada. El lateral
derecho de la cesta muestra dos superficies acanaladas, una vertical y otra en
forma de voluta que se junta a una, al parecer, cabeza de león o fiera que
ocupa el rincón alto del capi tel. El collarino es también de semicírculos. El
capitel cuarto, esculpe un solo gran acanto doblado hacia abajo, que llega
hasta el collarino de la puerta meridional; no es en absoluto claro el relieve
que talló su ejecutor. Con cierta intención imaginativa parece que pretendió
mostrar a un dragón que muerde el cuello de otro que tiene cogido con sus
dientes; pero, quizás, pudo no ser esta la intención del labrante.
Esta
puerta del sur, fue modificada con un tímpano escudado, posiblemente ya en el
siglo XVII, que colocó una cruz en su centro, con las abreviaturas de Jesús,
María y José, a cuyos lados se labraron dos escudos, el izquierdo de Castilla y
León, y el derecho con un velero sobre ondas. En la enjuta izquierda, se
incrustó, en época posterior a la puerta, una cabeza de rey coronada que bien pudiera
recoger un recuerdo de Alfonso VIII quien concedió el fuero a San Vicente.
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