Románico
en la comarca de Liébana1
SANTO
TORIBIO
El
monasterio de Santo Toribio de Liébana se sitúa entre Potes y Camaleño, a cinco
kilómetros de este lugar, capital del municipio al que pertenece, y muy cerca
de la localidad de Turieno, en el antiguo valle de Valdebaró. Se halla en un
bello paraje montañoso, en una ladera del monte La Viorna, rodeado de bosques y
frente a las altas cumbres del Macizo Oriental de los Picos de Europa. A Santo
Toribio se accede por la CA-885 que parte hacia la izquierda de la CA-185
(Potes-Fuente Dé).
En
el entorno del monasterio, “rodeando como en corona religiosa el centro
donde se alza Santo Toribio…”, se encuentra el conjunto de ermitas y
oratorios de Cueva Santa, Nuestra Señora de los Ángeles, San Juan de la
Casería, San Pedro, Santa Catalina, y San Miguel. Estos dos últimos se sitúan
en alto, desde donde se divisa un espectacular paisaje.
La
fundación del antiguo monasterio benedictino tuvo lugar durante el reinado de
Alfon so I, en el siglo VIII, según consta, junto a otros monasterios, en el
Cartulario de Santo Toribio de Liébana (SÁNCHEZ BELDA, 1948). Tuvo sus orígenes
y desarrollo bajo la advocación de San Martín de Turieno. Durante el siglo X,
este monasterio desempeñó una importante labor administrativa y de poder en
gran parte del territorio lebaniego.
A
finales del siglo XII, en 1183, era anexionado el monasterio de Santo Toribio
con todo su patrimonio al monasterio de Oña; esta adscripción fue confirmada
por el rey Alfonso VIII.
En
el Becerro de las Behetrías (1352), consta Monesterio de Santo Toribio
de Lievana. Este monasterio es del abat de Onna; e que tiene
previlligio en commo quito el Rey de yantar e que la non pagasen.
En
el Catastro de Ensenada, se registra, en 1753, el concejo de Santibañes,
con sus cuatro barrios: Turieno, Floranes, Mieses y Congarna; el monasterio de
Santo Toribio situado en Turieno, formaba parte de este concejo. El lugar de
Turieno era población de señorío de la Duquesa del Infantado, y del Monasterio
de Santo Toribio, “dentro del término de la población se comprende una
porción de término propio del referido Monasterio de Santo Toribio… Hay
diferentes vecinos que se ejercitan en hacer cruces, que tocan al brazo
izquierdo del Santo Madero de la Cruz, que se venera en el referido Monasterio,
las venden y benefician”. Sobre las tierras se hallaban impuestos los
diezmos, que percibía el monasterio. La población le pagaba al monasterio por
martiniega y, a la Duquesa y por alcabalas. No había jornaleros, puesto que
todos tra bajaban su hacienda, según declaración de los representantes de los
vecinos de Turieno. Dos vecinos de la población vivían en “una casería”
del monasterio. Asimismo, declararon: “El monasterio de Santo Toribio, cuya
iglesia es parroquia de la población, y uno de sus monjes cura de ella, se
compone de trece de misa y tres hermanos legos, y otro clérigo en la población.
Sólo existía en este lugar un monasterio, el de Santo Toribio, de la orden de
San Benito”.
Tras
la restauración y rehabilitación del monasterio de Santo Toribio de Liébana a
principios de la década de 1960, se instaló la comunidad de PP. Franciscanos.
La
actual iglesia del monasterio de Santo Toribio, que conserva algunos restos
románicos, es gótica, de mediados del siglo XIII, a la que se añadió, a
principios del XVIII, la capilla barroca donde se veneran las reliquias del
Lignum Crucis. Según la tradición, en este lugar se custodia el trozo más
grande de la Cruz de Cristo, traído desde Palestina por Santo Toribio en el
siglo VI. En 1512, se convirtió en centro de peregrinación y de jubileo, por
privilegio del Papa Julio II.
El
año jubilar comienza el domingo 16 de abril, el día de Santo Toribio, cuando se
abre la Puerta del Perdón del Monasterio a los numerosos devotos que acuden a
lo largo de todo el año a ganar el “Jubileo Lebaniego”.
Monasterio e iglesia de Santo Toribio de Liébana
En
los valles y montes de Liébana, en cualquier sitio donde se hubiese levantado
el monasterio de Santo Toribio, la belleza del paisaje estaba asegurada.
Historia
Cuando
en 1978 cuando se publicó la primera Guía sobre el monasterio, ya nos llamó la
atención su situación privilegiada y nos hizo pensar que los monjes medievales
sabían muy bien donde fijaban sus moradas. Pocas veces, recordábamos, habíamos
visto que un convento o abadía de vieja prosapia estuviese en un lugar
inadecuado. Se nos venían a la memoria monasterios como San Juan de la Peña,
San Andrés de Arroyo, Guadalupe, Lebanza, Leire…
“Pero
aquí –decíamos– Santo Toribio alcanza la excelencia, circundado por la
agresividad de unos picos intactos. Parece desafiar esa locura de peñascos y de
cielo que han sido escenario inmóvil, como una inmensa ola petrificada, de
tanta historia representada por aquellas generaciones que empezaron a moldear
España. Las evocaciones que en el viajero produce esta epopeya geológica, que
conocemos con el nombre de Picos de Europa, son innumerables y leja nas. Los
alrededores de Santo Toribio están tan cargados de fuerza física y humana que
es muy difícil sustraerse a la emoción y a la filosofía que transmiten. Recrear
aquí, es fácil. Zambullirse en la imaginación de su pasado es algo que nos
viene dado, con la misma materialidad, casi, con que se nos ofrece el contorno
a través de los sentidos. Ver y sentir es, en este solemne rincón, una
operación simultánea”.
Situado
a pocos cientos de metros de las últimas casas de la villa de Potes,
capitalidad de la comarca, Santo Tori bio de Liébana se aparta de lo urbano,
haciéndose montañero, y sacralizando así el pico de La Viorna, con su basílica
y con todas las ermitas que le rodean.
Sus
orígenes, como los de muchos monasterios hispa nos que empiezan a vivir en esos
siglos de reconquistas y repoblaciones, se confunden con las leyendas, las
tradiciones y la historia. Feliz y milagrosamente se ha conservado, –a pesar
del sufrimiento de una fracasada e inútil desamortización–, su Cartulario, que
publicó Sánchez Belda en 1948 y se han editado recientemente, por la Fundación
Marcelino Botín (1994 y 2001), dos volúmenes referentes a la documentación de
los siglos XIV y XV, y Apeos del 1515 y 1538, guardada en el Archivo Histórico
Nacional, sección Clero, subsección Libros. Con toda esta documentación, aunque
la vida de un monasterio durante tantos siglos sólo puede ser bosquejada, sí,
al menos, podemos revivir el ambiente de unos monjes que recluidos en el
silencio y en la meditación, no dejan por ello de incorporarse a la vida real,
humilde y rutinaria, pero práctica, de los seglares. Préstamos, compras,
ventas, trabajos, pleitos, crisis económicas, problemas con sus vasallos, o con
los nobles, o con la misma realeza… todo lo que administrativa y oficiosamente
hubo de ser escrito, aunque a veces recogido con la frialdad de un acta, ha
llegado a nosotros. Sin embargo, muy poco de relatos directos, de juicios y
comentarios personales e íntimos, de las relaciones y reacciones humanas, se
nos ha transmitido. Parece que, lo afectivo y entrañable, lo que no necesitaba
constancia documental, lo que podía ser olvidado sin perjudicar el orden y la
buena marcha jurídica de la sociedad y del monasterio, no se consideraba digno
de perpetuarse. La documentación de Santo Toribio nos ha llegado –lo mismo que
sucede con la de otros monasterios medieva les– sólo muy indirectamente,
gracias al interés de los historiadores, vaciando al máximo su contenido, y
aunque ha podido aclarar muchas cuestiones relativas a la problemática vital y
humana del monasterio, siempre ha dejado otras que nunca fueron transmitidas.
García de Cortázar, en el prólogo de la Colección Diplomática de Santo Toribio
de Liébana, publicada en 1994, ya se lamenta de que los actos jurídicos forman
el contenido de la mayor parte de los documentos y dice que “Sólo muy
excepcionalmente, el tono de los documentos escapa a ese ambiente de
negociación entre paisanos para abrirse a otros datos, como por ejemplo, lo que
debieron ser los comienzos de la práctica piadosa del Año Santo Lebaniego…”,
(p. 14).
El
porqué y cuándo se inicia la existencia de nuestro monasterio de Santo Toribio,
se puede deducir de la situación que los valles de Liébana empiezan a tener en
los comienzos de la monarquía asturiana después de la batalla de Covadonga, que
se puede tomar como símbolo de una nueva organización en las montañas
cantábricas. Detenido en ellas el ambicioso deseo de los árabes de ocupar las
tierras cristianas hasta el mar, será Alfonso I (739-757) quien inicie una
verdadera política de oponerse militarmente a los invasores y de establecer al
tiempo una retaguardia fuerte, aprovechando no sólo las gentes huidas con
motivo del desastre de Guadalete, sino aquellas cristianas que siguiendo su
vida en ciudades y pueblos de Castilla, León y Galicia, fueron liberados y
llevados consigo al reino asturiano –cristianos secum ad patriam duxit, como
dicen las crónicas–. Alfonso I, el rey asturiano de origen cántabro, inicia
pues, la empresa de la reconquista y, como consecuencia de ella, la de
repoblación en el interior de la cornisa cantábrica “territorio primoriense”,
esto es las Asturias de Cangas de Onis, y las Asturias más tarde llamadas “de
Santillana”, Liébana, Bardulia (la primitiva Castilla), Tras miera,
Sopuerta, Carranza, y las tierras gallegas. Alfonso I, pues, estableció las
bases fundamentales de la fortaleza que sustentaría el progreso del reino,
aprovechando las guerras civiles entre berberiscos y árabes, y realizando
expediciones temporales, es decir, simples “razias”, que lograron dar a
los cristianos, aparte de un numerario de soldados para la guerra, la
posibilidad de poder controlar un espacio, la Meseta Norte, que sirviese de
verdadero cortafuegos defensivo para evitar peligrosas sorpresas. En los
gobiernos de sus sucesores en el reino asturiano (Fruela I, Aure lio, Silo,
Mauregato y Bermudo I, años de 757 a 791), decayó el poder de estos reyes,
tanto por su temperamento poco belicista, como por coincidir estos años con la
llegada a Córdoba del omeya Abderramán I ben Moavia (755-788) que funda en
Córdoba el emirato independiente de Damasco, y, por lo tanto, fortalece la
unidad árabe con un frente más recio y temible en los límites poco estables de
la Meseta, y tierras mutuamente consideradas de avanzadas. Durante la segunda
mitad del siglo VIII, prácticamente durante el emirato de Abderramán, hubo paz
con los musulmanes por convenios de ambas partes, en tiempos de Silo, y ningún
problema tampoco con Mauregato, pero no parece que hubiese avances organizados
de repoblación fuera de montes ni tampoco auge notable en la corte asturiana.
Sí que hay constancia, no sabemos si de suficiente veracidad, de la fundación
del monasterio de San Miguel de Pedroso en la provincia de Burgos, cerca de
Belorado en 759, pero nosotros creemos que la repoblación debió quedar limitada
durante estos finales del siglo VIII a repoblaciones de intramontes y
vertientes meridionales de ellos.
La
verdadera e intensa –y ya no paralizada– política de repoblación de la Meseta
norte y primeros valles del curso del Ebro, la va a dar el rey Alfonso II El
Casto (791 842). Si con Abderramán hubo paz entre los reyes de Asturias y
Córdoba, con la muerte del emir y la llegada al poder de su hijo Hixem I, la
paz en las tierras de Álava y Castilla se vio perturbada por unas campañas del
emir con tra las avanzadas asturianas y provocó la abdicación del pacífico rey
Bermudo I (789-791) a favor de Alfonso II. ¿En qué situación encontraba el
nuevo rey sus dominios, después de haber transcurrido treinta y cuatro años
desde la muerte de Alfonso I? La llegada al reino asturiano de tanta gente
cristiana como había recogido este rey en sus campañas, tuvo que provocar un
intento obligado de organizar el territorio a base de núcleos de explotación
que pudieran poner en actividad terrenos hasta entonces yermos. El sistema más
utilizado en aquella sociedad era la creación de monasterios, como focos
fundamentales de unión espiritual y de trabajo, necesarios para el
fortalecimiento de la amenazada retaguardia del reino. Los promotores de estos
centros de devoción y de vida material eran generalmente los poderosos: los
propios reyes, la nobleza, los propietarios económicamente fuertes, o el clero,
bien separadamente o bien unidos, para mejor ir llenando de actividad y de
provecho todos los valles y montes de unas comarcas hasta entonces muy poco
explotadas. Por otra parte, sabemos del interés que Alfonso I tuvo, no sólo por
renovar o consagrar, sino también por construir nuevos templos o iglesias en
todo su reino, según nos dice la crónica de Alfonso III (Basílicas plures
construxit et instauravit) y que nos puede ofrecer la idea que de
renovación e impulso dejó el rey en herencia a sus sucesores. Nada pues nos ha
de extrañar que, desde su muerte (año 757) hasta los comienzos del reinado de
Alfonso II (año 791), el territorio lebaniego pueda testimoniar
documentalmente, la existencia de monasterios, que ya en los finales del siglo
VIII, están viviendo, como San Salvador de Villena o Bellenna, Santa María de
Cosgaya, Aquas Cálidas (La Hermida), San Facundo y Primitivo de Tanarrio, etc.,
y que sin duda debieron de fundarse ya en tiempos de Alfonso I y demostraron
tener una organización y un cierto ambiente cultural tan dentro de una
modernidad que, nada menos que en alguno de ellos, pudo pensar y trabajar un
monje como Beato que, en palabras de Sánchez Albornoz, “dispuso de una serie
de textos que es muy dudoso que en el lejano y cerrado valle de Liébana
existieran antes de la invasión islámica”.
Nuestro
monasterio de Santo Toribio, que muy posiblemente funcionaba en esta segunda
mitad del siglo VIII, igual que otros ya citados (y que tuvo como primera
advocación la de San Martín que le duró, con vacilaciones, hasta el siglo XII,
en cuyo siglo fue cambiada por la de Santo Toribio) se envuelve en cuanto a su
fundación, entre tradiciones y leyendas. Una de ellas retrotrae su creación
hasta el siglo V (d. de J.C.). Según ella habría sido su erector el santo
obispo de Astorga, Toribio, que, en este siglo acabado de nombrar, llevó a
Liébana las reliquias que había adquirido en Tierra Santa. Este obispo existió
ciertamente y tuvo amistad con el Papa San Léon, pero es difícil que las dejase
en tierras lebaniegas, porque en este siglo el cristianismo no hay constancia
de que estuviese implantado en Liébana. La segunda tradición o leyenda,
recogida por Sandoval, pero que Sánchez Belda no la reconoce documentada, ni
siquiera como tal tradición, dice que en el siglo VI, un presbítero palentino,
llamado también Toribio –al que había elogiado Montano (MENÉNDEZ PELAYO, M.,
Historia de los heterodoxos, I, p. 170)– se retiró a Liébana con cinco
compañeros fundando cerca de Turieno el monasterio de San Martín y, poco
después, acentuó más su retirada del mundo haciéndose cenobita para vivir en lo
que hoy todavía conocemos por “Cueva Santa”. La vida de un cenobita,
retirado a los montes y a las cuevas, no es insólita en el siglo VI, y por
ello, hipotéticamente, no pare ce razonable desechar esta suposición.
Incluso
pensamos que las dos tradiciones o leyendas podrían aceptarse para componer una
historia que pudo, quizás, estar más cerca de la realidad. Veamos:
Primero,
tendríamos así en el siglo V a un obispo de Astorga que visita Palestina, se
trae a su regreso las reliquias sagradas, entre las cuales está uno de los
trozos más grandes del lignum crucis, y en un momento determinado las
lleva a Liébana y funda el monasterio. La cosa es totalmente factible, tan
factible que son partidarios de ella Alonso de las Bárcenas, Menéndez Pelayo y
Vicente de la Fuente.
Segundo,
un siglo más tarde, un presbítero de Palencia que quiere retirarse del mundo y
que nada tiene que ver con el nombrado obispo de Astorga, ni con las reliquias
palestinas, se retira con otros compañeros a las montañas de Turieno para vivir
como monjes en un pequeño monasterio que dedicaría a San Martín. El presbítero,
llamado Toribio, como el obispo de Astorga, y que vivió cien años después de
este, se aparta a la “Cueva Santa” para seguir su vida como cenobita.
Partidarios de esta hipótesis lo fueron Argaiz, Sandoval y el P. Yepes.
Tercero,
comienzos del siglo VIII, es decir, 300 años, más o menos, después de la
vivencia del obispo de Astor ga, y doscientos del Toribio palentino. Los
árabes, en su rápido recorrido por España, estaban ya en el 714 por tierras
próximas a Astorga, luego no es difícil que, temerosos los cristianos,
decidieran salir de la ciudad llevándose a las montañas de Liébana sus queridas
reliquias, entre ellas, los restos de su obispo Santo Toribio, donde podrían
ser mejor defendidas y ocultadas. El monasterio de San Martín, el que había
fundado el Toribio de Palencia en Turieno, podía seguir viviendo, como núcleo
quizá cenobita, con otras generaciones de monjes que pudieron crear en el siglo
VIII un foco monasterial con las capillas o ermitas que rodeaban al monasterio
de San Martín, que, por la importancia de la llegada del lignum crucis, iría
perdiendo su primera advocación de San Martín para verse al final sustituida
por la de Santo Toribio.
Cuarto,
el siglo IX. Si todo esto es cuestión de una suma de tradiciones y leyendas que
algunos historiadores pasaron por alto, como Ambrosio de Morales, que en 1765,
en su Viaje…, pág. 59, se limitó a decir que “por su grande antigüedad no
hay memoria de su fundación” –cuando la época en que este autor escribe no
desdeñaba hacer de las leyendas el primer capítulo de su historia–, la
documentación del monasterio nada nos dice de sus orígenes, ni cuándo ni por
quien se levantó. La primera noticia, y tan sólo de que existe, nos la da el Cartulario
en documento de 828, es decir, primer cuarto del siglo IX, y esta es la fecha
que debe mos tomar, por responsabilidad histórica, para comenzar el breve y
verdadero relato de su historia.
De
todas formas, y conociendo el desenvolvimiento histórico de Liébana que
acabamos de exponer, y dada la documentada política de Alfonso I, y
prescindiendo de leyendas o tradiciones, que siempre, o casi siempre, pre
tendieron explicar lo desconocido (fundación de San Juan de la Peña, de Santa
María la Real de Aguilar de Campoo, etc.) la de Santo Toribio de Liébana pudo
verificarse razonablemente o en tiempos de Alfonso I, como opina Sánchez Belda,
“cuando este monarca reorganizó la Liébana”, o en el de sus sucesores,
aprovechando la paz que existió en el reino asturiano hasta el comienzo del
reinado de Alfonso II (791), tal como parece tuvieron lugar las de otros
monasterios lebaniegos, citados en anteriores párrafos, y cronológicamente
documentados.
Estos
primeros monasterios, en general de pequeño tamaño y reducido número de monjes
y “sorores”, pues algunos fueron dúplices y establecidos como pactos
monásticos, bastante normales en la documentación de los primeros siglos de la
Reconquista, y según las reglas de San Isidoro o San Fructuoso de Braga,
recibirían un gran susto cuando las tropas del emir Hixem I, en el 795, entra
ron en Oviedo, la capital del reino asturiano, aunque sólo fue una conquista
momentánea; y al contrario, una inmensa tranquilidad, cuando Alfonso II toma y
saquea Lisboa (797) y establece relaciones con Carlomagno. Salvo algunas
peligrosas “razias” en los primeros años del siglo IX, dirigidas por el
emir Alháquem I, más intimidadoras que eficaces, la tranquilidad del reino
asturiano fue bastante aceptable. Sin duda, las cordilleras de altas montañas
de Cantabria, difícilmente atacables, no animaron a los árabes a entrar en
ellas, y bajo el reinado de Alfonso II, primera mitad del siglo IX, los valles
de Liébana, Asturias de Santi llana, Trasmiera, etc., ven surgir nuevos
monasterios y el progreso evidente de muchos de los ya existentes. Es en este
segundo respiro de cierta seguridad en el reino de Asturias, cuando el
Cartulario nos ofrece la primera constancia de la existencia del monasterio de
San Martín de Turieno, más tarde de Santo Toribio de Liébana. La con cesión
(828) que al monasterio hacen un presbítero de nombre Propendius y la Deo
devota Ñoñita de la iglesia de San Pedro de Vinnon que ellos habían fundado,
con sus tierras, viñas y pomares, etc., es el comienzo de una larga historia de
lo que fue la abadía de San Martín y, más tarde, del priorato de Santo Toribio
de Liébana. No parece, sin embargo, que en este siglo IX fuese San Martín de
Turieno–primera advocación de Santo Toribio– una abadía con mayor importancia
de la que tenían otros monasterios de la comarca. En el documento del 828, sí
se sobreentiende la existencia en ella de un abad llamado Eterio, que no puede
ser, por cronología, el compañero de Beato.
Pero
el Cartulario de Santo Toribio recoge, antes que la cita de nuestro
monasterio, otros documentos más antiguos, del siglo VIII, incluso, como el de
790 de los monjes y monjas de Aquas Calidas y de su abad Albarone, o el de San
Esteban de Mieses (826), o el de Villena, en 796 y 827, que, sin duda, pasarían
a la documentación de Santo Toribio cuando más tarde se incorporaron éstos al
dominio de Santo Toribio, quedando sus documentos en este monasterio.
Pero,
desde luego, no parece que durante este siglo IX haya motivos para considerarle
de mayor antigüedad que otros varios monasterios de Liébana, como los
anteriormente citados, que ya anticipan su existencia documentalmente. Sánchez
Belda ya señala, que de esta novena centuria sólo existen en el Cartulario tres
documentos que mencionen a San Martín, el primero de 828, que comentamos; otro
de 831, en el que dos personajes, Ordoño y Proflinia donan todas sus posesiones
a Santa María de Baró y a San Martín, y a otras iglesias o monasterios, y,
finalmente, el de 879, por el que sabemos que Lellito y Lilo lograron desposeer
a los monjes de San Martín de la iglesia de San Adrián de Siyon da (Argüébanes)
que más tarde, en el 885, la consiguen recuperar judicialmente. Pero esta
intervención injusta sobre el monasterio, nos prueba que su fuerza no es
grande, y que, aunque le vemos que comienza a fijar sus posesiones, pues ya
recibía bienes en Toranzo (documento de 831), el radio de acción del que luego
sería gran monasterio de Santo Toribio, se limita a los terrenos vecinos a su
emplazamiento, viñas y tierras de los alrededores de los actuales pueblos de
Turieno, Argüébanes, Mieses y Viñón. Pero, por otra parte, una figura destacada
de la corte de Alfonso III, el que era abad en este año de 879 en San Martín,
el abad Sisnando, llegó a ser –según nos cuenta el Cronicón Iriense– capellán
del citado rey y de su esposa: detalerunt secum suus capella num nomine
Sisnandum de Levana. Lo que evidentemente prueba que el monasterio
lebaniego estaba ya en comunicación directa con la realeza asturiana y que, por
lo tanto, prometía subir en importancia.
El siglo X
Y
así parece que se va viendo que esto sucede en los primeros años del siglo X.
En
el año 914, en una escritura de venta aparece, el nombre del abad de San
Martín, un tal Fanilon (abba nostro Fanilone), y un año después, 915, la venta
de unas tierras en Mieses, que hace el monasterio a Munio y su mujer Gulatruda,
que parecen ser ricos nobles de la región, nos hace suponer que siguen los
monjes conectando con figuras importantes en la vida política de Liébana. El
número de monjes que formaban entonces la congregación de San Martín de Turieno
era de 18. Tienen nombres tanto de origen latino como visigodo e indígena, lo
que indica que la población en Liébana y Cantabria en estos momentos, mezcla
aportaciones tanto cántabro-romanas como visigodas. Estos eran los monjes:
Cartrio, Vicente, Froila, Abodino, Beato, Sindino, Materno, Paternelo,
Anastasio, Eugenio, Busiano, Cesáreo, Siongio, Capio y Vistrimundo.
Existe
un documento de 925, que Sánchez Belda con sidera apócrifo y lo cree escrito en
el siglo XIII, pero que pudiera tener alguna base real, que vendría a ser un
testimonio de que ya por estas fechas el monasterio de San Martín de Turieno
era conocido por guardar el cuerpo de Santo Toribio, pues lleva ya las dos
advocaciones. Tal vez encerrase la verdad de que, por estas fechas del 925,
hubiese sido la cesión de Santa María de Lebeña a San Martín de Turieno.
Pero
siempre se han preguntado los estudiosos por qué tarda tanto tiempo el
monasterio de San Martín de Turieno en cambiar de advocación, de San Martín a
Santo Toribio, pues esto, realmente, no sucede hasta 1125, y ello con un
periodo de transición con las dos advocaciones, y sólo a partir de 1181 se
impone definitivamente el título de Santo Toribio. Sánchez Belda lo resuelve
pensando –y a su opinión nosotros nos sumamos– que esta tardanza sólo puede
explicarse por la no existencia de culto a cualquiera de los santos de este
nombre –Toribio– hasta los finales del siglo IX o comienzos de X en que pudo
realizarse el traslado de los restos de Santo Toribio, el obispo de Astorga, a
San Martín de Turieno, como consecuencia de darles más seguridad ante los
posibles avances árabes. Precisamente en el 868 Mohamed I se presenta ante
Astorga con un ejército, en tiempos de Alfonso III el Magno. Si bien este rey
le ven ció y detuvo en sus intentos, no parece extraño que por este peligro –o
por otros que pudiesen surgir y que surgieron–, se trasladase entonces el
cuerpo de Santo Toribio de Astor ga a Liébana, pues en 878 el príncipe árabe
Almondir y su ministro Haxim, intentan llegar hasta Astorga, y aunque también
fueron vencidos por Alfonso III en Polvorosa, cerca de Benavente, los momentos
son poco propicios a la paz, pues nuevamente, en 823, los musulmanes llegaron
hasta Sahagún, incendiaron el monasterio y dieron muerte a sus monjes. Y de
acuerdo con esta suposición, se comprueba que en el Cartulario, entre muchos nombres
de monjes y personajes que en él se recogen, sólo aparece por primera vez un “Toribio”
en documento de 921, atestiguan do ya el hecho de su devoción.
Siguiendo
con nuestra historia de San Martín de Turieno durante el siglo X, llegamos al
año 940 con un nuevo documento en el que se nos hace constar la existencia de
otro abad de nombre Gonzalo. Posiblemente desde el Fanilone que regía en 914,
pudo haber otros aba des, pues salvo el apócrifo de 925 no ofrece el Cartulario
mas documentos hasta este del 940 en el que comienza una serie de donaciones
con una que hacen Recaredo y Jimena de una serna en Armaño, y los nombres de
los monjes –a más del abad Gonzalo– que viven en el monasterio: Juan, Sendino,
Donadeo, Hoppila, Froila, Flaino y Vitesindo, algunos ya citados en la lista
del 915, como Froila y Sendino. Un año después –941– Sendino donó a la abadía
todo lo que él tenía en la iglesia de los Santos Facundo y Primitivo de
Tanarrio, estando presente en el acto el Conde Alfonso. Además de donaciones,
ya parece estar el monasterio en condiciones de ampliar su patrimonio inmueble
comprando tierras, pues le vemos adquirirlas en Aliezo, Armaño y Brañas. Ya se encuentra
el nombre de Opila como monje, desde el 940, persona de mucho interés en la
historia de San Martín de Turieno, por iniciar su carrera de abad en 945, que
va a durarle veinte años, precisamente los de mayor apogeo del cenobio durante
el siglo X, que –como dice Sánchez Belda– “de ser uno de tantos monasterios
como abundaban en la región, pasó a ser el más importante de toda la Liébana
por obra de su abad que trabajó con entusiasmo por su acrecentamiento, como se
deduce de los numerosos documentos que se han conservado de su gobierno”.
De
Opila hay en el Cartulario veintiún documentos: dieciséis son de donaciones,
tres de ventas y dos de cambios de bienes y avenencias. La estadística nos dice
que el interés de los lebaniegos y su devoción a la abadía, se acrecienta y va
poco a poco situándola a la cabeza de las que en la región existían. En 945 y
946 le ofrecen tierras en los términos de Turieno y Cillorigo, así como la
iglesia de San Pedro y San Pablo de Quiviesa (Potes), que le dona Vermudo Hañiz
con otros bienes. En el 947, las propiedades de Opila y sus monjes se amplían
hacia el Oeste en la cuenca del Deva: un tal Savarico les dona diversas hereda
des en la bastante apartada Cosgaya.
En
el año que media el siglo X (950), Vistrilli concede a San Martín de Turieno la
quinta parte de sus bienes en Caiecto (Cahecho), Casellas (Casillas), Bandecio
(Vendejo), Colio y Potes, y un año después (951), esta misma devota extiende su
donación dándole todo lo que posee en Mesas (Mieses), Bandomedio (Valmeo),
Birdiago (en Riaño de León), Camilianes (Camijanes), Congarna y San Vicente de
la Barquera, con lo cual vemos acercarse los bienes del monasterio hasta la
costa montañesa, en Herrerías y San Vicente.
Por
la influencia del abad Opila, y por la importancia que la abadía de San Martín
de Turieno va teniendo en la zona, las entregas de bienes se van acentuando,
pues en 952, un, al parecer, rico propietario de raciones en iglesias del
valle, cede a los monjes de San Martín las que tenía en la de San Vicente de
Potes, en la de Santa María de Bárago, y en Santiago de Colio, así como
heredades en Argüébanes, Vendejo y Leiras (Asturias), con lo que Opila veía que
su dominio alcanzaba no sólo la cuenca del Deva, donde tenía su centro, sino
que se adentraba a las altas tierras del Quiviesa y del Bullón.
En
959, existe un documento de una donación de Flai no, con entrega de su persona
al monasterio, ofreciendo a éste todo el ganado que posee y la heredad que
tiene en Villaescusa de Ecla (Cervera de Pisuerga). Y es ahora cuan do parece
que queda claro el patrocinio de la familia nobilísima del conde Alfonso al
monasterio de San Martín, en la persona de su hijo Pepi Adefonsi y de su mujer
Teresa, vendiendo una viña en Frama al presbítero Adica, del monasterio de San
Martín. A estos Pepi Adefonsez y Tarasia les vemos dar a Santillana del Mar, en
966, el monasterio de Villafranca en Liébana. Pepi puede ser hijo del conde
Alfonso, el de Santa María de Lebeña. Y en este mismo año, un hermano suyo tal
vez, Vermudo Adefonsi, donaba también a la abadía de San Martín la iglesia de
San Juan de Lutias y la mitad de todo lo que poseía en Potes, Argüébanes,
Valmeo, Procieda, Campollo, Tolina y Bores.
Nobles
debían de ser Froila Laínez y su mujer Eldozar que, igualmente en el 961, donan
al monasterio toda la heredad que tenían de su abuela Tigridia en San Esteban
de Mieses, y bienes en Toranzo, Espinama, Cahecho, etc.
Siguen
las donaciones en 962 con Deutrio o Deutio que reparte viñas tanto a San Martín
de Turieno como a San Pedro de Viñón, en este último pueblo y Castro Cillorigo.
Y una “traditio” de Nuño que se entrega al monasterio con todas sus
heredades y siervos. Pero este año de 962, los esfuerzos del abad Opila para
fortalecer el monasterio se ven a veces truncados por acciones de determinadas
personas contra los bienes de San Martín, aprovechándose de montes, dehesas y
prados del monasterio, por lo que el abad, con su procurador Lemecius, lleva el
asunto ante Memne, juez de Pepi Adefonsi, ya citado como hijo del conde
Alfonso. Lo que prueba la autoridad de este último al tener a su disposición un
juez, y la no menor de Opila al aparecer en documento de la misma fecha como
componedor en la avenencia en relación con la posesión de unas viñas en Mus,
término de Turieno.
Tres
documentos interesantes y significativos, conocemos gracias al Cartulario, en
963. En el primero una donación de Diego Muñoz, primer conde de Saldaña, según
P. de Urbel, de una viña en Mieses. Después otro en el que Gonzalo Rodríguez y
doña Guntroda, el primero tal vez hermano de Fernando Rodríguez, conde de
Liébana, cambian al abad Opila una tierra en Tabarniego por otra en Lerones.
Por este documento sabemos que nuestro monasterio poseía esta tierra de Lerones
procedente de la quinta del conde Alfonso que, sin duda, aunque no existe el
documento, debió entregar a San Martín en su tiempo, como ofrecimiento o renta.
Así pues, aun cuando el documento de 925, citado en anteriores y próximas
líneas, del conde Alfonso y de su esposa Justa, fuese apócrifo, es indudable
que bienes de los dichos pasaron al monasterio de San Martín, tal como ahora
comprobamos en documento no dudoso. El interés de este conde por el monasterio
se deduce del que sus hijos –los Adefonsi– tienen también por él. El tercer
documento, de 963, vuelve a recoger otra donación de Vermudo Adefonsi a
Savarico, y su mujer Vistrilli, de una viña que estaba en Lutias y que había
plantado Diego Muñoz, con la condición de que a su muerte la dejasen al
monasterio de Turieno.
Y
en el mismo año en que desaparece del Cartulario el abad Opila, el 964, Diego
Muñoz y doña Aldena le ofrecen sus quintas y raciones en Campollo, Vendejo,
Colio, Potes y Dehesa (tal vez Dehesa de Montejo, Palencia).
No
sabemos si la desaparición en los documentos del abad Opila fue por muerte o
por elección, pero sí que en 966, vemos un nuevo abad en la persona de Romano,
que debió de regir el monasterio hasta el 980, año en el que aparece otro abad
Sabarigo. Romano, pues, gobernó catorce años, y de su abadiato dejó sólo un
documento cuyos protagonistas, sin duda de la nobleza pudiente, Munio y
Paterna, su mujer, donan al monasterio sus heredades en Bodia (Valdecereceda),
Mus, Soto (Turieno), Vocelón (cerca de Potes) y Retorta (Val de Cillorigo). El
documento que le sigue en el Cartulario y que haga referencia a San Martín de
Turieno, es de 980, citándose ya en él al abad Sabarigo que recibe de Fernando
Díaz y su mujer Mansuara, para él y otros fratres que cita, entre ellos Asedeus
y Juan, el monasterio de San Esteban de Mieses.
Como
confirmación de esta donación, el abad da una mula, cincuenta sueldos y dos
yeguas. Después, en diez años, esto es hasta el 990, el Cartulario tiene un
gran paréntesis documental. Y en esta fecha última ya hay en San Martín otro
abad –Flaino– que también figuraba como monje en 940, aunque pudo ser otro del
mismo nombre.
En
este documento, Vermudo y su madre, donan a San Vicente de Potes las iglesias
de Santa María de Valmayor, San Cosme y San Damián, Santa Eulalia y San Pedro,
todas en el término de Potes; las donaban indirectamente a San Martín de
Turieno, cuyo abad, desde 952, era tam bién abad de San Vicente, ya que se dice
ad ecclesie Sancti Vincentii et abbati nostro domno Flaino et sibe cultores
qui sunt remorantes in Sancto Martino. Se termina el siglo X, año de 999,
con una escritura de época de Vermudo II. Nuevo abad en San Martín de Turieno.
Se trata de Pedro Mendici que–siguen las donaciones– recibe de un tal Cristóbal
Pérez una tierra en Argüébanes. Poco, pues, sabemos de estos abades que cierran
secuencia en el siglo X, después de la gran figura de Opila, que dio los
primeros grandes impulsos para extender el dominio territorial y el poder de
San Martín de Turieno.
El siglo XI
Se
inicia ya el siglo XI bajo el condado de Gómez Díaz en Saldaña y Liébana, y el
Cartulario con unas ventas que hacen determinadas personas de tierras y casas
en Floranes, Polentinos (Palencia) y Soto (Turieno), en 1001, y que debieron de
tener relación con el monasterio. Enseguida vuelven los nobles lebaniegos a
favorecer al monasterio. Esta vez, en 1015, el conde Munio Gómez, nieto de los
condes Diego Muñoz y Tigridia, y hermano del conde de Liébana García Gómez,
según cree P. de Urbel, dona, con su esposa Elvira, la iglesia de San Julian
–que Sánchez Belda opina que puede ser la de Cosgaya– que fue de su madre
Momadona.
Nuevo
silencio del Cartulario hasta 1036, en cuyo año consta ya, en el
monasterio de San Martín, otro abad de nombre Esteban, aunque creemos que pudo
haber otro, intermedio entre Pedro Mendici (999) y Esteban, oculto en este
vacío documental. En 10 de enero de 1036, Dabi y su mujer Gogina dan a San
Martín, en testamento y para su salvación (unde remedio abbeant animas
nostras in seculum sem piternum), toda su quinta en Potes. Pero ya en
febrero del mismo año es otro abad el que rige el monasterio: Juan, a quien
Nonito, frater de San Martín (y ya citado en el documento anterior) ofrece
tierras en Argüébanes, y viñas en Serra (Armaño), Soto (Turieno) y Vallino (en
La Viorna), así como en Los Coos, lo que nos asegura que algunos de los monjes
que ingresaban en San Martín eran lebaniegos y además propietarios, en tanto
que otros religiosos se entregan al monasterio cediendo su persona y bienes
situados lejos del núcleo dominical de la abadía, como el presbítero Justo que
da las viñas que tiene en Castrejón (partido judicial de Cervera).
De
1036 pasamos a 1048 (11 de mayo), en cuyo documento vemos que un nuevo abad,
Pedro –que posiblemente sea el Petrus presbiter que figuraba incluido en
la lista de monjes del documento de 1036 (febrero)– recibe de Diego Pelayo unas
viñas en Valdelopar. Del abadiato de Pedro son los documentos de 1051, en el
que el presbítero Munio dona a San Martín viñas y tierras en diversas partes de
Liébana; 1058, bastante dudosos en la fecha los dos, sobre ventas de
particulares; 1059, otros dos documentos ya más directamente dedicados al
monasterio. El primero (10 de septiembre) en el que los abades Pedro, de San
Martín de Turieno y Gonzalo, abad de San Julián de Congarna, muy posiblemente
en común, pues San Julián de Congarna pertenecía desde 1015 al monasterio de San
Martín, dirimen los límites del monte Viorna con los vecinos de Otero y Mieses,
que, conforme parece deducirse del texto, entraban a talar árboles en él. De
abril de 1060 es el último documento en el que figura el abad Pedro.
Quien
le sustituyó es el abad Beliti, quien ya figura en 1064 en documento de un tal
Salvador con su esposa María ofreciendo la quinta de sus bienes a San Martín en
Paloberzo (en Lodias), Val Constante (cerca de Potes) y Fonte fría, también
cerca de Potes. Aparece Beliti en escrituras de 1065, 1066 y 1067. Todas ellas
son interesantes pues se aperciben algunas novedades. Por ejemplo, en la
primera de 1065, figura Beliti, con el sobrenombre de “Quintela”: connomento
Beliti episcopo, lo que parece señala la mayor categoría eclesiástica que
Beliti había adquirido. Pero también vuelve a insistirse en el texto, cosa que
ya habíamos visto en otro anterior de 1051, en una doble advocación del
monasterio, que parece ocurre en estos años, de San Juan: cenobio Sancto
Martín episcopi et Sancti Iohannes. En el mismo documento (1065, 7 de
diciembre), se citan varios fratres y monjes del monasterio: Romano, Salvatore,
Pelayo, Alejandro, otro Belitio frater, Hordoño, otro Pelayo y Godestio.
Y a estas dos advocaciones se une la de San Miguel Arcángel. Estas nuevas
advocaciones pudieran indicar la creación de las capillas que van rodeando a la
basílica principal, creando este foco monasterial de Santo Toribio. La
advocación de San Juan puede referirse a la de San Juan de Turieno o a San Juan
de la Casería. Y la de San Miguel pudiera ser la ermita de esta advocación al
lado del monasterio, dando vista al valle de Turieno. En otro documento de
1065, del 30 de diciembre, en el que consta la donación que al monasterio hacen
Godestio Díaz y su mujer Marina, se delimitan muy bien las personas que
componen el monasterio de San Martín: abbate, monacos, fratres vel ceteri
gasalianes, diferenciando a los monjes de los hermanos.
García
Gallo, considera el carácter de “canónica” del monasterio de Santo
Toribio, al menos desde el 947, por la condición clerical de todos o de la
mayor parte de sus monjes. El único documento de 1066, dice que Salvador y su
mujer Flaina entregan a la abadía viñas, majuelos, en Tabijana (Turieno), Mogrovejo
y otros puntos sin identificar. Acaba el abadiato de Beliti, al menos en lo que
nos dice el Cartulario, en 1067, y quedamos sin conocimiento de todo lo
que pudo suceder en los años finales del siglo XI y el primer cuarto del XII,
pues justamente hasta 1125 calla la documentación en referencia directa a San
Martín, aunque intuimos, sin embargo, que en los últimos años del XI, o quizás
posteriormente, San Martín debió de tener posesiones en los pueblos montañeses
de León, pues se recogen escrituras de 1089 sobre determinadas propiedades de
Martín Annaya (no está claro si éste es el abad de San Martín) que este compra
en Barniedo. Es una pena que estos años finales del XI y primeros del XII
carezcan de testimonios históricos en un periodo fundamental del románico, y
cuando es seguro que el monasterio pasaba por momentos de indudable progreso.
Siglo XII
Es
muy interesante el primer documento que ofrece el cartulario en el siglo XII, y
ello porque es, en esta fecha de 1125, cuando aparecen por primera vez
equiparadas las dos advocaciones del monasterio: Sancto Martino vel Sancto
Toribio, que en años posteriores dejará como predominan te a la de Santo
Toribio, que permanecerá, casi en exclusividad, hasta la actualidad. Continúan
los personajes fieles devotos a la abadía que, con sus donaciones, generalmente
pro anima, van enriqueciendo a la congregación de monjes. En este caso de 1125,
García Gutiérrez y su mujer María ceden al abad Martín Suárez el monasterio de
Colio, in alfoce de Cellorico. El segundo documento, de este mismo año,
sigue aún vacilante, pues se olvida de la advocación a Santo Toribio, citando,
en este orden, las de San Martín, Santa María y San Juan. De nuevo calla el Cartulario,
nada menos que treinta y un años, y vuelve a hablar en 1156. Naturalmente
existía ya otro abad llamado Pedro Fernández, que recibe, él y sus monjes,
todos los bienes que tiene en Argüébanes y en Turulledes, Miguel Rebero, quien
también se entrega a Santo Toribio. Aunque no directamente al monasterio, pero
sí afectando a todos los dependientes de él, hay en 1157 un privilegio de
Sancho III, que Sánchez Belda cree dudoso, concediendo al con cejo de Baró y a
los habitantes de San Martín un fuero para un cambio recíproco de domicilio y
bienes, sin ningún pago, entre las gentes de ambas localidades, y el derecho de
cualquier clérigo de los dos lugares que, estando de posada in villa, no pueda
ser prendido ni por sayón ni por merino. Martínez Díez (1976), aunque admite la
existencia de este fuero de Baró y del privilegio de Sancho III, coloca el
documento en 1159.
Al
año siguiente –1158– en escritura también de donación, el abad Pedro Fernández
recibe de una tal Eulalia Domínguez un solar en Pido (“alfoz de Espinama”). Se
habla del fuero de Baró, lo que parece indicar que, en cierta manera, pudiese
tener base auténtica el documento anterior, y sigue omitiéndose la advocación a
Santo Toribio.
Sin
cronología fija, pero después de 1158 (época de Alfonso VIII) es la entrega en
censo de una tierra a Gil de Berguas por parte del abad Pedro Fernández. En
este documento ya se recoge la advocación de Santo Toribio, después de la de
San Martín, y antes de la de San Juan. Mas adelante se sobrepondrá a todas las
demás, quedando ya como definitiva y casi exclusiva.
Nuevo
vacío de unos veinte años. Pasamos ahora al año 1181. Poco sabemos de lo que
estaba ocurriendo en Santo Toribio. En Piasca, si conocemos que en el 1172
estaba como maestro de obras (magister operis) de la iglesia de su monasterio,
un tal Covaterio, y regía un prior, don Pedro Albus. Es pues seguro que, en
este último tercio del siglo XII, estaban en su apogeo los dos monasterios más
populares de Liébana. Por lo que se refiere a Santo Tori bio, el año 1181
creemos que sería un momento posible mente álgido en la devoción popular al
santo. Y lo suponemos porque ello obliga, en cierta manera, a los obispos más
próximos a la abadía, a crear una cofradía en Santo Toribio que pudiese
congregar a todos los devotos de sus comarcas. La constituyen en común los
obispos de León (Juan Albertino), de Palencia (Raimundo), de Oviedo (Rodrigo) y
de Burgos (Marino o Martín). Es una cofradía para vivos y difuntos, clérigos y
laicos, soldados, ricos y pobres, a la que se asigna un sacerdote que
diariamente cante misa por los cofrades. Estos estaban obligados a dar a la
casa de Santo Toribio, cada año, una emina de cebada entre dos y un denario
para que de ello viva el citado sacerdote. Todos los que formasen parte de la
cofradía tendrían cuarenta días de indulgencia.
Desconocemos
el por qué, dos años después de constituirse esta cofradía de los cuatro
obispos, y cuando parecía que su influencia podía dar al monasterio una mayor
fuerza, el rey Alfonso VIII (en 1185, abril), y tampoco sabemos las razones que
movieron al monarca, donó el monasterio de Santo Toribio al conde Gómez y a su
mujer Emilia. Precisamente estas situaciones, que mueven a insistentes
interrogaciones, son las que deberían haberse historiado, pero los documentos
son normalmente tan fríos que sólo recogen el protocolo de los hechos y olvidan
las causas que los provocaron. Lo que sí sabemos es que muerto el conde Gómez,
a poco de firmarse la donación, su viuda, la condesa Emilia, estando en Oña,
entregó la abadía de Santo Toribio al monasterio de San Salvador de Oña, y
Alfonso VIII, estando en Burgos, ratificó la cesión, comenzando así para Santo
Toribio su etapa de priorato y acabando la de abadía.
Dos
meses después de la cesión a Oña, en junio de 1183, el rey Alfonso VIII mandó
hacer una pesquisa a su portero real Álvaro Rodríguez (posiblemente el Álvaro
Rodríguez que confirmó el documento real del 13 de abril) en los bienes del
monasterio de Santo Toribio. También nos quedan en el misterio las razones que
tenía Alfonso VIII en conocer los bienes, o determinados bienes, que Santo
Toribio poseía. Fue una pesquisa en la que participaron: el prior de Piasca
(quizás por la fecha, el Pedro Albus que dedicó su iglesia en 1172), Rodrigo
Petriz, de Varó y Lope Petriz, de Cereceda, a más de Pedro Fernán dez, el
merino, y Juan Martínez, de Potes. Muy posible mente esta pesquisa hubo de
partir de los nuevos propietarios del monasterio, los abades de Oña, y del
prior del monasterio anexionado, Gualterio, cuyo nombre ya denota el interés de
Oña por iniciar una política, también nueva, en el gobierno de su priorato
recientemente incorporado: Santo Toribio. Sánchez Belda, al comentar el
nombramiento de Gualterio como primer prior de Santo Toribio, dependiente de la
abadía oniense, nos dice que dicho nombre “indica bien a las claras su
procedencia extraña a la región lebaniega y la política seguida por los abades
con relación a su nuevo priorato: la de poner a su frente a hombres educados en
la casa madre para conseguir que la anexión fuese efectiva”. Creemos pues,
razonable, el que fuese el propio Gualterio quien solicitase al rey la puesta
en marcha de esta pesquisa sobre posesiones, quizás discutidas, en Lues (Baró),
Gargala (pradería de Potes), Caravaño (en Camaleño), Enterría (próximo a
Cosgaya), Pembes, Las Ilces, Pido y Espinama, a las que, muy probablemente,
seguirían otras. Gualterio podría así iniciar su priorato sobre bases seguras e
insoslayables como son siempre necesarias en el gobierno y en la economía de
cualquier organización.
Pero
parece obvio que el nuevo régimen en Santo Toribio y la pérdida de su categoría
de abadía y su rebaje a priorato, no hubo de sentar bien a las jerarquías
depuestas y no tardaron mucho en surgir desavenencias y litigios.
Así,
a los tres años del priorato de Gualterio, el 29 de agosto de 1186, parece
zanjarse un pleito entre el obispo de Palencia, Arderico, y el abad de Oña,
Juan, sobre la posesión de la iglesia de San Esteban de Mieses. La cuestión era
que Alfonso VIII había cedido a Oña tanto el propio monasterio de Santo Toribio
como las iglesias y monasterios de su propiedad. Por ello, San Esteban de
Mieses que había sido cedido al monasterio lebaniego en 980 por Fernando Díaz y
su mujer Mansuara, caería bajo las atribuciones de Oña. Ello provoca un
desacuerdo entre este monasterio burgalés y el obispo de Palencia. Parece ser,
según se deduce del documento, en el que se llega a un pacífico entendimiento,
que Arderico estimaba que San Esteban de Mieses pertenecía íntegramente al
monasterio de San Salvador de Campo de Muga (Cantamuda, partido judicial de
Cervera de Pisuerga): dominus palentinus ad monas terium Sancti Salvatoris
de Campo de Muga integre cum suis heredita tibus pertinere dicebat. Juan,
el abad de Oña, estimaba, al contrario, que la iglesia de San Esteban de Mieses
pertenecía al monasterio de San Martín y Santo Toribio. Se llegó al acuerdo
salomónico –ad compositionem et concordian pervene runt– de que la
iglesia discutida se repartiese por mitad entre Santo Toribio y San Salvador de
Cantamuda.
Otro
documento, también durante el priorato de Gualterio, nos indica que la decisión
del rey Alfonso VIII no dejó de suscitar reticencias, pues al monasterio de
Sahagún no le debió de gustar la entrega de Santo Toribio a Oña, ya que en 1192
entabló pleito al monasterio burgalés, pues creía tener más derechos que Oña,
basándose en que la condesa Milie (Emilia) y sus hijos lo habían donado a
Sahagún. El abad Juan, de Oña, mantenía que la condesa había cedido Santo
Toribio al monasterio oniense. En la contienda fue nombrado juez el obispo
Arderico de Palencia, que sentenció a favor de Oña, sin que sepa mos las
razones que dio, pero el documento en sí prueba la reacción del monasterio de
Sahagún a perder su influencia sobre un monasterio en cuyo territorio la diócesis
leonesa venía incidiendo. Recordemos que el monasterio de Piasca, a pocos
kilómetros de Santo Toribio, pertenecía a Sahagún y la consagración de su
iglesia en 1172 la realiza el obispo de León y no el de Burgos o el de
Palencia.
Se
cree, por otra parte, que la cesión de Alfonso VIII a Oña tuvo algo que ver con
su política de “castellanizar” al máximo la región lebaniega para
sacarla del ámbito leonés, pues sabemos que entregó a Oña otras propiedades
reales en Llano del Rey y la iglesia de Santa María de Lebeña en el año de
1187.
Mientras
estos roces y acomodaciones sucedían durante el priorato de Gualterio, el
monasterio de Santo Toribio seguía teniendo sus fieles devotos que, posible
mente, estaban ajenos a estas desavenencias políticas, y que seguían
favoreciéndole incluso el mismo año de la llegada de Gualterio. El Cartulario
nos dice que en 1183 Martín Miguel de Quintana entregaba todos sus collazos de
Colio. Posteriormente, en 1190, Martín Muñoz se hace vasallo de Santo Toribio.
Llegaba a Liébana desde tierras leonesas, quizás por la llamada del fuero de
Baró, y había comprado una tierra, edificando en ella casas. Hombre de behetría
(es interesante la definición que de seguido hace el documento de lo que es la
behetría al decir: et habui domi num de quo volebam) decide pasarse al
acogimiento del monasterio de Santo Toribio al que entrega su solar y casas. El
prior, Gualterio, lo acepta con tal de que entregue seis panes y un ariete
(carnero) anual en infurcion al señor (domino) que tuviese la casa de
Santo Toribio. En este mismo año, otros devotos donan a Santo Toribio un solar
en Villalumbroso (Frechilla, Palencia). Y dos años después, 1192, siguen las
donaciones en Otero de Guardo, Herreruela (Palencia), que en 1195 se amplían
con otras en Pedrosa (Riaño), Colio, etc. Prueba todo ello de que el cambio
producido en el monasterio no parece afectar para nada al ámbito devocional.
Después
de 1195 no vuelve a citarse a Gualterio como prior. Sánchez Belda supone que en
1197 seguía en su cargo, pues en esta fecha se realizan nuevas pesquisas que,
por orden de Alfonso VIII, se hicieron a fin de aclarar si los collazos de
Santo Toribio debían de pagar a los merinos pechos reales como marzadga,
homicidio, etc., pesquisa que resultó negativa, pues nunca se había visto que
los collazos del monasterio lebaniego pagasen marzadga[1] al merino del rey, ni
homicidio al concejo de Baró.
El siglo XIII
Durante
la primera mitad de este siglo, cuando la arquitectura románica va siendo
sustituida por los prime ros síntomas del gótico (ya en la segunda década se
está levantando la catedral de Burgos), y en nuestros valles cántabros se va
cambiando el arco de medio punto por el apuntado y las bóvedas de medio cañón o
de arista dan paso a la de nervios o crucería cisterciense, vemos que la
escultura, sobre todo en el ámbito rural, permanece fiel a la tradición
románica.
Aunque
la documentación escrita nada nos dice de cómo era la fábrica de la iglesia del
monasterio de Santo Toribio, la arqueología (excavaciones de 1964) nos aseguró
que antes de la construcción de la iglesia que ha llega do a nosotros, que
parece levantarse en 1256, hubo otra románica que seguramente se demolió en
todo o en parte al alzarse la gótica. De todas formas, es difícil que llegue
mos a saber cuál fue la historia arquitectónica del monasterio del lignum
crucis. Nuestra posición, en este sentido, la expondremos en líneas posteriores
cuando nos refiramos a lo que vimos en las citadas excavaciones.
Por
lo que se refiere a la historia humana del monasterio, en esta primera mitad
del XIII, aunque la planteemos más resumidamente por el hecho de irnos ya
alejando de la vida y el espíritu románicos, diremos que vamos a ir comprobando
los primeros síntomas de un cambio de gestión en la organización monasterial en
relación con la explotación de sus bienes inmuebles. Sánchez Belda nos dice,
abreviando la situación, que es ahora cuando comienzan “a generalizarse las
cartas de censo”, significando que el monasterio “va reduciendo cada vez
más la superficie de tierra que explota directamente por medio de sus siervos o
colonos y la va entregando a arrendatarios libres que la cultivan en propio
beneficio mediante el pago de un canon”.
El
primer documento del Cartulario, en estos primeros años del siglo XIII,
se fecha en el 1204 y ya en él se cita como abad a Martín, cuando,
paradójicamente, esta vieja advocación ha desaparecido ya definitivamente. Los
dos documentos de este año se refieren a donaciones de particulares. Una para
que se entierre a la donadora en el monasterio, y la otra pro alma, es decir,
por oraciones. De ellas se deducen heredades para el monasterio en Tama,
Naroba, Armaño, Aliezo y Lebeña. Nuevas donaciones en 1208, entre ellas una muy
valiosa de doña Inés González, posiblemente hija del duque Gonzalo Roiz, que
cede a Santo Toribio posesiones que habían sido del duque en Valdecillorigo,
Berguas, Armaño, Pendes y Lebeña. En 1208, aparece ya el primer censo suscrito
por Martín y sus monjes. Se trata de una heredad en Armaño, que fue de la
citada Inés González, pero que el prior concede ahora al presbítero de Rases,
Domingo, para que éste entregue de infurción a la casa de Santo Toribio, tres
quarteros de trigo in pane et in carne et unum pozal de vino por la emina
ferrata de Sancto Iohanne. Termina la constancia documental en 1208, con la
recepción de un nuevo monje en Santo Toribio, Gutiérrez Pelaéz, miles (según
Sánchez Albornoz el título de miles designaba a los infanzones, jinetes o
caballeros…) de Colio, viudo, que, con el consentimiento de sus hijos, pasa a
formar parte de la congregación monástica, donando a Santo Toribio, una heredad
en Valdeferrero (Pernía). De 1210-1215, hay compras del monasterio fuera de
Liébana, en Villaslero (por Cervera de Pisuerga), Dehesa de Mon tejo
(Palencia), Villaprea (Riaño) y en San Felices de Castillería (Palencia).
El
último documento donde aparece el prior Martín, es de 1218, en otro censo a
Martín Fernández sobre una casa, propiedad del monasterio, en Valdeferrero,
entregando al censatario tres modios anuales de centeno y donando post morte
las heredades que poseía en Valdeferreros.
En
1220 nuevo prior, Alfonso, que sólo figurará hasta 1225, con cuatro escrituras:
una en 1220 de donación post morte; otra de 1221, en un cambio de tierras.
También de 1221 es una donación de heredades en Campollo y Poya yo. La última,
de 1225, con testamento de Gonzalo Sánchez, que ofrece la “quinta” de
sus bienes muebles al monasterio si tuviese hijos después de su muerte, y todos
íntegramente si no los tuviese.
En
1233, nuevo prior, Juan, en Santo Toribio. Lo vemos en un documento en donde se
apercibe la intervención del abad de Oña que, eso sí, con la aquiescencia del
prior del monasterio lebaniego (cum assensu et beneplácito) conceden a
Pedro Ibáñez, en arrendamiento, el monasterio de Santiago de Colio, pero
después de la muerte de su padre, y la entrega anual de la mitad de sus frutos.
Una nota más de cómo el priorato de Santo Toribio se va desprendiendo de las
posesiones directas y las va dando en censo o arrendamiento. En 1236 Pedro Díaz
promete, antes de partir para la guerra, que después de su muerte pase al
monasterio de Santo Toribio todo lo que posee en Liébana y cuatro yeguas si
muriese en la “hueste”. El monasterio cada vez más acude a arrendar sus
pertenencias y a apartarse de explotarlas por él mismo. Así, vemos que en 1240
arrienda el de San Vicente de Potes, y esta vez es el abad de Oña, Miguel,
quien se lo entrega a Rodrigo Pérez con la obligación de pagar al prior de
Santo Toribio, al año, 25 modios de trigo, pero con la condición, por parte del
arrendatario, de no poder venderle o transmitir le sin consentimiento del abad
de Oña, y obligándose a ser fiel y obediente al monasterio lebaniego. Muestra
ello, de cómo la sumisión de éste a Oña es patente, pero también que la actitud
del abad oniense es favorecer a Santo Tori bio, su sufragáneo.
En
1241 vuelven también los censos, y el nombre de un nuevo prior, Rodrigo, que
entrega a Ruy Rodríguez un solar en estas condiciones, en Villafrea (León),
previo pago cada año de un maravedí y una cuarta de habas. Sin embargo, estos
arrendamientos y censos, no interrumpen el que todavía el monasterio realice
compras de bienes y heredamientos en algunos pueblos lebaniegos, quizás para
compensar las cesiones de su propia explotación. Y tam bién continúan las
donaciones para después de la muerte y sepultura en Santo Toribio, etc.
El
año de 1255, se señala en Liébana como el de la concesión a los hombres de
estos valles de la exención de homicidio por parte del rey Alfonso X, desde
Sahagún (20 abril) para fazer bien et mercet a los de Lieuana, expresado
en el hecho de que cualquiera que fuese acusado de homicidio y lo negase, se
salve por el juramento de once vecinos, pero si fuese manifiesto el homicidio
que peche según fuero; exención que tuvo que afectar en positivo a muchos de
los colonos y siervos del monasterio.
Muy
interesante para el conocimiento de la fábrica actual de Santo Toribio es el
documento de 1256 por el que sabemos que el obispo D. Fernando, de Palencia,
concede cuarenta días de indulgencia a aquellos que den limosnas para la
reconstrucción que en esos momentos se estaba haciendo de la iglesia del
monasterio ecclesia in honore glorio sissimi confesoris Turibu noviter
construatur.
Este
testimonio del obispo palentino, a favor del monasterio lebaniego, a pesar de
no pertenecer este a la diócesis de Palencia, sino a la de León, en su
arciprestazgo de Saldaña, prueba la unidad religiosa que alrededor de Santo
Toribio se había creado, cuando en 1181, como ya señalamos en precedentes párrafos,
se había constituido por los obispos de León, Palencia y Burgos, una cofradía
para el culto del Santo. Así pues, por este documento que el 14 de agosto de
1256 firmado en Husillos, el obispo Fernando, conocemos que la iglesia que
actualmente vemos, se levanta y cubre en esa época y desde luego –como veremos
al hablar de las excavaciones realiza das en 1963 y 1964 por el Seminario
Sautuola del Museo Provincial de Prehistoria y Arqueología de Santander–
sustituyendo a otra iglesia más antigua, románica, de la que son restos
visibles las puertas que publicamos.
En
estos años de reconstrucción de la iglesia, concretamente en 1257, consta la
existencia de un nuevo prior, Antón, que sólo debe de durar parte de ese año,
pues otro prior, Fernando García, le sustituye ese mismo año. En los meses de
priorato del primero, apreciamos que el monasterio concede heredades para que
en ellas, y por el pago de una renta anual de seis modios de pan, mitad de
trigo y mitad de centeno, se construyan molinos por los concesionarios. Otro
testimonio del desinterés de los monjes de explotar por sí mismos sus
propiedades. Con el prior Fernando García, y el siguiente: Rodrigo, y aunque se
sigan recibiendo donaciones, prosiguen los arrendamientos. En este caso, el
prior Rodrigo arrienda los vasallos de Castre jón (Palencia) que por donación
había recibido.
En
1262 otro nuevo prior –es curioso constatar la poca duración que están teniendo
los priorazgos– aparece en este cargo: García González, a quien vamos a verle
actuar al menos doce años, con bastante actividad documental.
Aunque
los devotos no parecen disminuir, porque se conceda a ciertas personas tener un
capellán en la iglesia de su pueblo (1262); por entrada en vasallaje (1267),
los arrendamientos y censos proliferan en viñas y hereda des en el Otero (Val
de Cillorigo), Ojedo, etc. Particular mención merece el arrendamiento que el
monasterio tenía sobre la iglesia de San Vicente de Potes. La propiedad directa
de esta iglesia pasó en 1240 (como vimos), y por deseo del abad de Oña, a ser
arrendada a Rodrigo Pérez.
El
patrón de esta iglesia parece que era el prior de Santo Toribio, con derecho a
nombrar al cura, a quien en 1262, el prior García González eligió en la persona
de Martín Ibáñez, al que llama nuestro compañero e capellán, sin duda
por formar parte del monasterio, pero reteniendo para el prior de Santo Toribio
la capellanía de San Vicente de Potes con todos sus derechos… para dallo a
qual capellán que yo quisiero. Pero en 1264 consta que era un tal Pedro
Rodríguez quien tenía la cura de San Vicente. La actitud que el prior García
González tuvo con este cura no debió de ser bien aceptada por el arcediano de
Saldaña, pues, en un momento determinado, interviene éste ante el prior de
Santo Toribio, que debía de actuar de una manera un tanto despótica y explotadora
contra el cura Pedro Rodríguez, diciéndole: vos tomades tanto de las riendas de
essa iglesia que él non pode y vivir, y le aprieta diciéndole: vos devedes
saber que esto non es derecho. De todo esto, un tanto confuso, se deduce
que el prior de Santo Toribio era el patrono de San Vicente con derecho a
nombrar al cura de esta iglesia, pero también vemos la dependencia de Santo
Toribio, del obispado de León, a través del arcipreste de Saldaña, el maestre
Bernardo, quien a pesar de saludar al prior, como amigo que amo y en que fío,
le advierte que da poder y manda al diácono Diego Martínez de Armaño que catando
las riendas e los bienes dessa iglesia cumpla lo que vos non cumpliedes.
Por
estos años, y lo mismo que sucedía en el monasterio de Santillana, el poder de
los monasterios, la fuerza de ellos, se ve va decayendo ante las presiones y
contra fueros de la nobleza y sus propios cargos administrativos. La realeza
tiene que manifestarse en estos momentos ejerciendo su protección sobre los
bienes y derechos de los monasterios. En relación con el de Santo Toribio,
malos aires también habían de correr en este sentido, pues en 1271 el infante
don Fernando de la Cerda, hijo de Alfon so X, sale en su protección, diciendo: Sepades
que yo recibo en mi guarda et en mio defendimiento et en mi comienda el
monesterio de Sancto Turibio, que es del monesterio de Onna, con todos sus
monasterios que a el perteneçen…, etc., pidiendo que nadie non sea osado de
embargarle, mandando a los merinos que se lo amparen et lo defiendan. Quizás,
como resultado de estos mandamientos, aparezca en el cartulario la remembranza
de las infurciones antiguas que pagaban al monasterio sus colo nos en
Argüébanes, Cosgaya, Cillorigo, Cambarco, Bodia, Bárcena, Otero y Mieses. Y de
la necesidad de defensa que el monasterio tenía, puede ser ejemplo la donación
que el prior García González hacía a Guillén García y su mujer doña Isabel, de
la heredad que el monasterio tenía en Cea, porque estos le habían ayudado a
sacar otras que eran enagenadas de gran tiempo et de grant sazón.
En
1279 nuevo prior, don Sancho, con trece años de mandato, en los que volvemos a
ver predominar los documentos de arrendamientos, préstamos, aparcerías y
censos, subrayando aún más la dejación de heredades, evitando un trabajo y
buscando más las rentas. En 1298 vemos ya a otro prior, Domingo García, que
duró poco en su priorazgo, pues en febrero de 1300 ya consta la figura de
Toribio como primera autoridad del monasterio. Sánchez Belda reconoce que “tuvo
una importancia extraordinaria en la vida del monasterio… Su figura resulta
atractiva e interesante por la labor que realizó, de cuya magnitud da idea el
grato recuerdo dejado entre los monjes, quienes rodearon su vida con aires de
leyenda”.
Argaiz
copió esta leyenda de un libro que estaba en el monasterio, que la explicaba de
esta manera: Era Toribio un hombre de la Serna, cerca de Carrión, que non
podia aver fijos é vino en romería a Santo Toribio á le rogar que le diese
fijos, é por los ruegos é meritos de Santo Toribio díole Dios un fijo é púsole
por nombre Turibio é después que el mozo obo siete años andando traveseando con
otros mozos cerca del Río Carrión, cayó en el río é afogose (año 1270).
Jusué transcribe este texto y añade: “Después cuenta cómo fue resucitado por
las súplicas que su madre hizo a Santo Tori bio y cómo después profesó en la
Orden Benedictina y llegó a ocupar elevados puestos en Santo Toribio y en Oña”.
Con
Toribio prior, que toma las riendas del monasterio al iniciarse el siglo XIV,
la historia de lo que pudo ser la época románica del mismo, ya ha terminado,
por lo que veremos sólo a grandes rasgos las líneas fundamentales que marcaron
sobre todo su decadencia.
La
actividad de este castellano de Carrión, desenvuelta sobre todo para ver de
organizar su economía y su dominio, fue ingente y consecuencia de un carácter
decidido y tenaz. Comienza recogiendo notarialmente la parte del testamento del
obispo de Osma, don Juan Álvarez, que hacía referencia a los legados que había
dejado a Santo Toribio, en Colio, Pendes, Franca, etc.; sigue visitando
personalmente los solares que el monasterio tenía en Ojedo y Aliezo, y fija su
propiedad; entra en pleito con el rector de la iglesia de San Vicente de Potes,
por haber éste construido una sepultura para él y sus sucesores sin permiso del
prior, lo que obliga al Papa Bonifacio VIII a nombrar juez al abad de San
Isidoro de León; en 1302 vuelve a su labor pesquisidora en todos aquellos
puntos que eran o fueron del patrimonio monasterial: Tama, Aliezo, Armaño,
Cabria (cerca de Aguilar)…; limita el término de Santa María de Lues; toma
posesión con el merino del monasterio de un solar en Turieno; arrienda casas y
tierras, vasallos y solares, molinos; investiga en relaciones de heredades en
Castrejón (Palencia), Villaslero (Cervera); cuida de la capellanía de San
Martín; se niega a ir a Roma, y apela al Vaticano para no aceptar la citación
que le había hecho el prior del monasterio de Sandoval, Juan, que se decía juez
delegado del Sumo Pontífice; se cuida de los curatos de San Martín y San
Vicente de Potes… etc. Pero su permanente actividad acabó el 4 de agosto de
1316, cuando es nombrado prior mayor del monasterio de Oña, y tiene que dejar
Santo Toribio con enorme añoranza. Antes de ir a tomar posesión de su nuevo
cargo, con el que sin duda la abadía oniense premiaba su labor, deja constancia
escrita de todos los bienes que quedaban en el monasterio y en 1316 hace una
bien terminada relación de todos ellos. Esta “remembranza” nos sirve
para darnos idea del modo de vida del monasterio en los comienzos del siglo
XIV. De toda la enunciación de objetos y muebles deducimos que Santo Toribio
nunca fue un monasterio de grandes riquezas y que allí la vida de los monjes
debió de desenvolver se dentro de una cierta humildad. En la bodega dejaba
cuatro cántaros de manteca y 127 quesos de cabra, cinco maquilas de nueces y
dos tocinos grandes. En las cuadras parece que el monasterio tenía dos bueyes y
dos asnos, todos con sus apareamientos, diecinueve cerdos y trece lechones. En
San Juan, que sería el hoy San Juan de la Casería, y que tal vez era donde
estaban las cuadras, había cincuenta y dos cabras y ovejas. Habla de otras
ovejas de “cueva” que dice son “las que Dios quiere”. Me imagino
que éstas serían bestias mantenidas libremente en el monte, pues lo mismo dice
de las vacas. También había una mula ensillada y enfrenada, sin duda para
posibilitar las salidas necesarias del monasterio. Los bienes muebles de Santo
Toribio estaban también en alguna de las casas propiedad del monasterio en
puntos alejados de éste: así consta que en San Juan había un arca en que cabían
más de diez moyos, y en Potes dos tinas, una tinaja, tres carrales (barril o
tonel para acarrear vino) y una cuba grande.
Por
lo que se refiere a los libros, elemento bastante indicativo del nivel cultural
de los monasterios medievales y de su importancia como centro de formación,
poca altura debía tener su biblioteca, a no ser que aquí sólo recogiese don
Toribio la relación de los puramente rituales: Cuatro dominicales, dos
santorales de lecciones y de canto, dos misales, tres sobrealtares, un
epistolario, tres oficionarios, un “presero”, dos salterios, unas “costumbres”,
un libro de bautizar, uno de San Isidro y otro “en que están las lecciones
con su historia de Sancto Toribio et de otros sanctos”, un manual de “tablas”
(puede ser un “índice”) y de “batear” (bautizar) y de otras
oraciones et de otros oficios.
Existía
en el monasterio un “estudio”, quizá biblioteca, pues se dice que allí
había un “libro de letra toledana de sermones”.
En
cuanto a ropas de iglesia se hace una relación detallada; destacan once
casullas de seda tejidas con oro, dos de lino labradas, cinco dalmáticas de
seda, dieciséis capas de seda, nueve sobrepellices nuevas. Cada altar, que eran
cinco en el monasterio, lleva sus cortinas. Se señalan tam bién cuatro
frontales de seda y cuatro de lino, trece fazaleias (toallas) para los
altares, con las que utilizaba el prior para los días de fiesta señalada;
camisas, estolas y manípulos, tres cítaras (cojines), corporales de seda para
el prior, tres aras con sus corporales en los altares, etc. De orfebrería se
señalan: una cruz de plata con el lignum Domini, tres cruces pequeñas y
una grande de Limoges, tres cálices de plata (se citan otros tres, uno que
estaba en Aguilar, y los otros dos en Carrión, no sabemos si estaban allí
deposita dos o se estaban fabricando entonces); tres cruces de “fuste”
(de madera) sin contar la de San Isidoro; dos cruces de Limoges para los
difuntos. Se hace relación también de colchones con fundas de lino y de terliz,
catorce almohadas, diez camas de madera, etc.
Por
esta enumeración, podemos suponer, basándonos en las camas, que cuatro de éstas
tenían los clérigos del monasterio; el resto, es decir, cinco (pues una estaba
en el horno), serían para los monjes. Luego el monasterio lo formarían, en los
comienzos del siglo XIV, cinco monjes, cuatro clérigos y el resto serían
servidores, colonos –que en algún caso se nombran– que muy posiblemente dormían
sobre colchones, sin cama.
Existían
dos bodegas para el vino: la de Suso (de arriba), con una cuba, dos carrales,
tres toneles grandes y dos pequeños, y la de Yuso (de abajo) con siete
carrales, cuatro toneles, siete tinas y tres duernos (artesas). Sabemos que
tenían también un hórreo en el monasterio, pues se dice que en esta relación de
duernos entran los del orrio. Existía igualmente un horno –se le
cita abundantemente y en donde hemos visto tenían una cama, tres sábanas y un
arca.
La
relación de muebles despenseros es la siguiente: un armario para el pan, arcas
dentro del claustro y en el dormitorio en número de seis, posiblemente para los
monjes. En la cocina había otro armario y tres de tableros. De utensilios se
señalan: siete sogas de cuero, tres azadas, dos azadones, dos cuchillos
podadores, dos hoces de prado (guadañas), una maza de hierro, una azuela y
cuatro picos de hierro (de ellos tres para el molino). De imaginería se
relacionan nueve imágenes en el altar del cuerpo santo y seis imágenes menores.
Había también un frontal labrado en seda para el monumento, tres mesas para el
refectorio y tres más pequeñas.
De
toda esta relación se deduce que el monasterio estaba formado por una iglesia,
un claustro (claustra), un refectorio, cocina, dormitorio (posiblemente común,
pues se cita en singular), un estudio (¿biblioteca?), una habitación como
despensa, dos bodegas, un horno, un hórreo, y de ningún otro departamento queda
constancia, aunque posiblemente los hubiese, como cuadras y habitaciones para
los servidores. En documento del año 1450 se cita “el corral” del
monasterio, que parece estaba entre el monasterio y la sierra de Santa Catalina
(SÁN CHEZ BELDA, doc. 408).
De
los instrumentos de labranza sacamos en consecuencia que poco debía de ser el
trabajo directo, en este sentido, que realizaba el monasterio por esta época,
que concuerda con el gran número de arrendamientos y censos que hemos visto
manifestarse en la documentación ya desde el siglo XIII. El labrantío de una
huerta parece lo más concorde con la relación sobredicha de tres azadas, dos
azadones y dos cuchillos podadores; huerta, que tendría árboles frutales, como
puede aventurarse por los “podadores”. Para los bueyes y asnos se
cultivaría alguna pradera adjunta al monasterio ya que se habla de “hoces de
prado”. No parece se cultivaban tierras, pues creemos que, si fuese así, debía
de haberse inventariado al menos un arado. Sin embargo, el aprovechamiento de
animales domésticos debió de ser más amplio, pues buen número son los
diecinueve cerdos y los trece lechones, así como las cincuenta y dos cabezas
entre cabras y ovejas, lo que nos daría una economía basada mucho más en la
ganadería que en la agricultura. Los cereales, les llegarían a través de las
aportaciones de arrendamientos en especie e infurciones que repetidamente
aparecen en los documentos.
A
su muerte, el prior Toribio deja una serie de deudas que claramente especifica.
Entre los acreedores del monasterio estaban el duque Fernán García y el
arcipreste de Abia. Existe una relación de objetos del monasterio que están en
posesión de diversas personas: así, el incensario de plata en Sahagún; el
maestre Simón de Zamora tiene los decretales del prior; en León, el libro sexto
del prior lo tiene Alfonso García el abogado, y en Aguilar un cáliz de plata
estaba en casa de Diego Rodríguez. Como a todos estos objetos los marca al
parecer con una cantidad de deuda, no sabemos si están allí empeñados o en
prenda o es que se están arreglando o encuadernando, si son libros, y que esa
anotación pecuniaria es el cargo de estos trabajos.
En
muchos casos don Toribio no debía de estar muy suelto en su dinero, pues se ve
obligado, por ejemplo, en un viaje que hace a la corte, a pedir prestados cien
torne ses de plata. Muertos ya los prestadores, cuando el prior se marcha de
Santo Toribio, deja anotada su deuda a cancelar en misas por las almas de
quienes le ofrecieron esos dineros cuando los avia mucho menester.
Sin
duda, la mejor labor organizativa del prior es la exhaustiva relación de los
bienes, heredamientos, informaciones, préstamos, censos, vasallos, etc., que
tiene el monasterio, tanto lo que se conocía y se aprovechaba sin dificultades
como lo que le pertenecía, pero que, por deja dez, olvido, o malas artes, se
había perdido de cobrar.
Toda
la enumeración y listas que se hacen son de sumo interés para conocer las
propiedades y los derechos de Santo Toribio, así como las rentas que percibía
que, naturalmente, no podemos pasar a enumerar con detalle.
Por
todo ello vemos que, por uno o por otro aspecto (infurciones, rentas,
heredamientos, préstamos, vasallos, etc.), Santo Toribio tenía prácticamente
jurisdicción sobre la mayor parte de Liébana, fundamentalmente en
Valdecillorigo y Valdebaró, algo menos en Valdecereceda y muy poco en la zona
de Cabezón de Liébana y Valdeprado, donde, sin duda, era mayor la fuerza del
monasterio de Piasca. Fuera de los montes tenía vasallos y posesiones sobre
todo en la zona de Cervera de Pisuerga (Quintanilla, Quintanaluengos, Ruesga,
Roscales, Redondo, San Martín de Castrejón, Colmenares, Villaescusa de Ecla,
Dehesa de Montejo, Herreruela, San Felices de Castillería, etc.), Aguilar
(Cabria); Guardo (Otero de Guardo) y Carrión (Abia de las Torres). También en
las montañas de León, en los alrededores de Riaño, Santo Toribio poseía bienes
y otros derechos (en Varniedo, Villafrea, Verdiago, Pedrosa, Boca de Huérgano,
etc.). En algún caso, muy excepcional, ya en el siglo X, le vemos recibir
alguna donación en territorio de las Asturias de Santillana, en Camilianes
(Camijanes), si ciertamente este Camilianes se refiere a este pueblo de la zona
de San Vicente de la Barquera.
Sucesor
de don Toribio en el priorazgo del monasterio, fue Martín Ruiz; le vemos ya con
seguridad en 1320, con una apelación a la sentencia de excomunión pedida por
Juan Sánchez, canónigo de León, con motivo de los diezmos que se aplicaban para
la guerra de Granada. Durante su mandato, en 1328, y a su petición, el rey
Alfonso XI, sale en defensa del monasterio, y desde Guadalajara, ordenando a
todas las justicias de sus reinos para que den facilidades a los mensajeros del
monasterio que recorren los reinos recaudando limosnas para el mismo, y les
pide que non consintades que obispos nin vicarios nin arciprestes les tomen
ninguna cosa por razón de tercio nin cuarto nin por otra razón ninguna que
contra su voluntad sea en ningún lugar, de las cosas que les mandaren para el
dicho monasterio… salvo por la demanda de la Cruzada o de la Trenidat e de
Sancta Olalla si y fueren presentes. Este “recorrer los reinos” en
busca de limosnas prueba, sin duda, la situación poco placentera de la economía
del cenobio, y también el deseo del rey de proteger a este de las ambiciones de
las altas autoridades eclesiásticas. Entre 1329 y 1333, se suceden rápidamente
dos priores, Pedro González y Juan González, figurando ya en esta última fecha
un tercero, Miguel Martínez, que se mantiene al menos durante diez años,
teniendo en el primero (1333) que seguir pleiteando, ahora con el Concejo de
Potes, sobre la dichosa iglesia de San Vicente. Parece que el Concejo quiere
desentenderse de la autoridad del monasterio y convertir en iglesias
parroquiales las ermitas de San Pedro y Santa María de Valmayor, y poner en
ellas pilas bautismales. Habían llegado a tal punto las disidencias entre el
pueblo de Potes y el monasterio que un día, sin el permiso del prior de Santo
Toribio, se llevaron de San Vicente campana, ornamentos, libros, colocando la
primera en la villa de Potes. Habían sido componedores amigables del pleito, el
abad Juan del monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo, y García
Gómez de la Lama, que fallaron afianzando el patronazgo de Santo Toribio tanto
en San Vicente como en las ermitas, y exigen al Concejo de Potes que non
pueda decir nin alegar que son parrochianos de otra iglesia parrochial sinon de
la dicha eglesia de Sant Vicent.
Las
actuaciones de los poderes de los concejos y del señorío laical, cada vez más
fuertes, repercuten, como estamos viendo, en los derechos del monasterio. Cada
año que pasa, como consecuencia de la fuerza que van toman do aquellos, los
priores de Santo Toribio se defienden como pueden de las pretensiones que
intentan minar sus prerrogativas, incluso de hechos, como los realizados por el
infante don Pedro, en años anteriores (1316) levantan do una torre en Turieno
en contra de la voluntad del monasterio.
Pero
ahora, ya no son sólo los altos poderes eclesiásticos y administrativos los que
parecen querer entrar a saco en los derechos del cenobio lebaniego, sino que
son tam bién los propios vasallos los que empiezan a no querer reconocer sus
débitos con el prior, pues en 1339 se produce una petición de pesquisa de éste
ante el notario Juan Ruiz, ya que varios arrendatarios en el término de Potes
se negaban a reconocer el señorío del monasterio. Una mala cosecha entre los
años de 1331 a 1333, repercutió en la decadente situación del monasterio, pues
este se ve obligado a pedir un préstamo de cincuenta cargas de pan para
provisión del dicho monasterio en los annos malos que passaron.
En
estas condiciones tan poco halagüeñas, recibe el priorato Pedro González, que
no sabemos si sería el mismo Pedro González que ya en 1329 había sido prior
durante poco tiempo. Y en esta segunda época (1345 1352, al menos), le esperaba
un pleito entre él, como prior del monasterio de Santo Toribio, y su propio
abad de Oña, don Alfonso, sobre tasación de frutos del priorato, lo que sin
duda equivalía a un cierto encontronazo con su superior eclesiástico. Un cierto
desánimo en los priores sucesivos al gran Toribio, parece percibirse, sin duda
por estos ataques que desde distintos niveles sociales recibían. Hasta tal
punto debió de llegar la desmoralización que este prior Pedro González se
olvida de la prerrogativa que tenía de presentar al cura de Argüébanes, deja
pasar el plazo que exigía el derecho, descuido que aprovecha el arcediano de
Saldaña, siempre atento a ganar atribuciones, para nombrar a Fernando Martínez,
por lo que no le queda otro recurso a Pedro González que llegar a un acuerdo,
dando por hecho ya definitivo la autoridad del arcediano. La poca confianza que
el monasterio tenía en sus colonos o vasallos es manifiesta en el hecho de que
se les obligaba a los renteros a avisar al monasterio antes de hacer la
vendimia para que un monje recogiese antes que nadie la parte correspondiente.
El prior, en 1353, tiene que pedir al rey Pedro I que ordene a su merino mayor
de Castilla que interceda para obligar a los vasallos y moradores del
monasterio a entregar sus rentas.
La
decadencia del poder directivo del monasterio es cada vez más alarmante. Desde
1364 a 1369, rige el cenobio el prior Martín Alfonso, al que tres años después
le sustituyó Juan Ruiz de Villadiego, que mantiene su priorazgo durante veinte
años, en los que intenta dejar bien establecidos los derechos del monasterio,
sus censos, heredades y préstamos en algunos lugares de Liébana que necesitaban
la consabida constancia: Cahecho (1369), Beares (1377), Llande Re (1377), Baró
(1377), Campoo (1377), Lebeña (1379), Tanarrio (1389), etc.
Existen
de los años de este prior dos documentos que nos transmiten algunas costumbres
interesantes, tradicionales y antiguas, que aún pervivían en estos años finales
del siglo XIV. En el primero, de 1377, García Gómez de la Lama (el mismo que
había sido componedor amigable en 1333 en el pleito entre el concejo de Potes y
el prior Miguel Martínez en el asunto de la iglesia de San Vicente de Potes) en
la donación que hizo en esta fecha al prior Juan Ruiz de un solar en Pumar de
Campo, utiliza la vieja traditio in manum, por la que el concedente toma
al prior de Santo Toribio por las manos e asentólo e apoderólo en el dicho
de Pumar e dixo que lo daba al monasterio de Santo Toribio en remedio de su
anyma. El otro documento trata de la adscripción a vasallaje de un solar a
Santo Toribio, mediante el “besamanos” al prior, que hace el que lo
entrega a Juan Ruiz con estas frases: torno este solar a vasallaje de Sancto
Toribio e a vos en su nombre para que yo e los que en el beviermos seamos
vasallos de Sanc to Toribio para agora e para siempre jamás; e en senal desto
veso vos la mano por sennor, por mi e por mis herederos que de mi venieren.
Por otra parte, el prior Juan Ruiz sigue defendiéndose de los intentos que
poderosos e influyentes variados hacen ilegalmente sobre alguno de sus bienes.
Tiene un pleito con el merino de Liébana, Gonzalo Fernández, ante el alcalde
mayor de Liébana, por la recepción de determinados impuestos que el merino se
atribuía en nuncios, calumnias y homicidios sin ningún derecho; y también tiene
que actuar contra usurpaciones que algunos particulares hacían a sus vasallos.
Estos despropósitos sobre sus bienes y derechos obligan a la protesta del prior
Juan Ruiz y a la intervención otra vez de la realeza en la persona de Juan I.
En 1380 el propio rey tomaba bajo su amparo a Santo Toribio ordenando a los
justicias del reino respeten sus privilegios y protejan contra toda violación a
los vasallos del monasterio. García González de Orejón, descendiente de
aquellos que pusieron en Turieno torre, sin permiso del monasterio, es obligado
a renunciar en 1382 a los vasallos que pudiera tener en el concejo de
Santibáñez (Turieno) que es so el sennorio de Sancto Toribio. Los
roces con el señorío de los Gonzalez de Orejón parece que se suavizan en este
mismo año, pues el prior Juan Ruiz concede al Orejón el privilegio de ser
enterrado con su mujer doña Juana y tres de sus hijos en la iglesia del
monasterio en atención a los beneficios hechos al monasterio por sus abuelos.
Juan
Ruiz, si no alcanzó el nivel de prestigio que tuvo el prior Toribio ochenta
años antes, si que tomó una pos tura muy directa en la defensa de la hacienda y
autoridad del monasterio, intentando frenar la carrera de desprestigio señorial
del cenobio lebaniego. Fue tesonero en sus resoluciones y legal en sus
planteamientos. Con esta actitud se enfrentó con los hijosdalgo de Santibáñez
(Turieno), el 27 de abril de 1388, citándoles, en unión de peche ros de Santo
Toribio, en el monasterio. Testimoniada por estos últimos que todos los solares
que ocupaban los nobles eran del señorío del monasterio, les demandó a estos
que le enviasen sennas obreras para sallar las mieses segund que las obraban
los otros labradores. Esta petición debió de parecer a los hijosdalgo una
exigencia en desdoro de su categoría, pues le contestaron que ellos estaban
prestos para servir a dicho prior con lanzas e con azconas, como debían fazer
ommes fijosdalgo, mas enviar mugeres al sallo que antes dexarian los solares e
prestamos que toviesen. La tensión no se arregló tampoco en otra reunión
del 24 de diciembre del mismo año. Finalmente, dos días después, y en Potes,
los hijosdalgo se avinieron a hacer una facendera al año en la vendimia,
conforme dije ron era la única obligación de los vecinos de Santibáñez.
El
prior les dijo que nada les exigiría que no fuese de derecho, pero les echó en
cara que muchos de ellos no eran escuderos fijosdalgo segund fuero de Castilla
y que por ello no podrían excusar los servicios. De este documento se deduce:
1º, la clase de los hijosdalgo venía intentando en esta tierra de Liébana, y a
finales del XIV, prescindir de aquellos sometimientos que la podían ligar al
señorío del prior de Santo Toribio; 2º, el prior busca su defensa acudiendo a
reforzar las bases jurídicas de sus privilegios: confirmaciones de los reyes,
pesquisas, testimonios de sus vasallos, etc.; 3º, todavía, y casi siempre, si
el prior acude a solventar estos problemas por la vía del derecho, el
monasterio consigue resoluciones a su favor; 4º, la decadencia de las
prerrogativas de Santo Toribio parecen derivarse más bien de las dejaciones de
sus priores que de las prescripciones auténticas de sus viejos derechos.
Termina
el siglo XIV con el priorazgo de García Fernández, y entra el XV con el de Juan
Fernández de Medina que debe de durar al menos hasta 1427. La documentación de
estos años se refiere a: donación de solares por parte del monasterio para que
en ellos se construyan casas, posible mente para favorecer la repoblación;
concesión de préstamos; recepción de alguna viña porque los prestatarios son ya
viejos, flacos e muy cansados y no pueden cultivarla; numerosos arrendamientos de
solares y tierras, etc. En 26 de octubre de 1406, el prior Juan Fernández
estaba en Lebeña procediendo a arrendar varias heredades con objeto de que las
convirtiesen en viñas y pasados seis años, es decir, una vez que estas fuesen
productivas.
Pero
sí vemos en estos momentos que, a pesar de la indudable decadencia de Santo
Toribio, el prestigio del monasterio no se ha extinguido entre sus vasallos,
gentes de la zona, pues su prior es nombrado varias veces por árbitro en los
pleitos y discusiones sobre determinados derechos. El criterio de justicia de
sus priores no parece discutirse ni por la parte contraria, al menos mientras
gobernaba Juan Fernández, cuya personalidad debió de ser bastante atractiva. De
1428 a 1431, no parece existe prior, o al menos viene a ser suplantado por la
mayor autoridad del abad de Oña que encabeza los documentos. En 1434, Pedro
Sánchez de Villeña, y hasta 1442, rige como prior el monasterio, aunque sólo se
han conservado de él tres escrituras de arrendamientos y diezmos. Vemos que las
viñas en Liébana, según la calidad de las tierras podían dar frutos, desde su
plantación, en tres años y no a los seis como era lo normal. Durante ocho años
hay silencio en el Cartulario, que acaba en 1450 con la actuación como prior de
Pedro Ruiz que el 12 de mayo se reúne con el concejo de Potes, en el cementerio
de San Vicente, a causa del pleito que llevaban por el derecho de paso por el
camino que desde el corral del monasterio subía por Santa Catalina a las
praderías de San Julián de Congarna, pleito que solucionan los jueces árbitros
concediendo esta servidumbre a los de Potes. En 1457 es Fray Juan de Santander
el nuevo prior, que pronto es sustituido, en 1461, por Fray Martín de Miranda,
pero en este pequeño plazo de tiempo logra conseguir licencia para que el
monasterio pudiese apacentar sus ganados en los montes de los valles del norte
de León, en la llamada Tierra de la Reina, donde Santo Toribio tenía diversas
heredades y vasallos, e igualmente consigue que se autorice al monasterio a
pescar en todos los ríos de Liébana.
De
1461, como decimos, Fray Martín de Miranda mantiene su priorazgo hasta 1475.
Sigue la política de arrendamientos en Congarna (1462), Potes (1464), Baró
(1464-1469), Lebeña (1473), etc. Son numerosos los préstamos que hace Fray
Martín, que sale al paso de las dificultades económicas que puedan tener sus
vasallos, sirviéndose de aquellos. Sin embargo, parece que estos préstamos no
son absolutamente gratuitos y benefactores, pues en 1467 hay carta de
obligación de un préstamo de maravedís dejando como prenda los molinos que el
deudor poseía en el Deva. En documento de 1471, aparece un compromiso de las
gentes de Valdecillorigo, de dar al monasterio, en concepto de ofrenda, y cada
cinco años, un buey bueno. El acto adquiría aires de festejo, pues el prior les
invitaba, a los que se lo ofrecían, a un miedro de buen vino que beberían en el
monasterio.
En
junio de 1473, Fray Martín de Miranda, según documentos, debió de estar en
Frómista llamado por Fray Adan, prior conventual de San Benito de Valladolid,
para asistir al Capítulo general de la Orden. Posiblemente en él hablarían los
dos priores de la situación económica de Santo Toribio, pues en 1476 pide el de
Valladolid la posibilidad de incorporar al monasterio lebaniego las rentas de
la iglesia y capellanía de San Martín, que se conceden ya en 1477, y las de San
Vicente de Potes, Santa María de Lebeña y Santiago de Colio, todo a cuenta de
la constancia de que sus cuatro rectores estaban acusados de notorii
concubinarii por el prior de San Benito. Ello es significativo del declive
moral de la iglesia lebaniega en estos años fina les del siglo XV, cuando
cuatro curas de pueblos próximos estaban considerados tan bajos en su
prestigio, como si aires demasiado prematuros nos trajesen el aroma sensualista
del Renacimiento.
Después
de Fray Martín de Miranda y hasta el final del siglo XV se suceden nada menos
que seis priores en catorce años, con la siguiente cronología: Fray Juan de
Odias (1475-1479); Fray Diego de Bruselas (1482-1487); Fray Pedro de Mazuelo
(1487); Fray Diego de la Plaza (1490); Fray Francisco de Casillas (1493) y Fray
Sancho de Oña (1499-1513). La verdad es que pocas noticias importantes en su
actuación nos conserva el cartulario. Con Fray Diego de la Plaza se ve que las
relaciones entre el monasterio y la iglesia de San Vicente de Potes siguen
difíciles, pues el arcediano de Saldaña manifiesta que el prior de Santo
Toribio debía de contribuir a los gastos de la obra y ornamentos de aquella,
con la que, de antiguo, no dejaban de acabar los conflictos, ahora sostenidos
por la fuerza que iba adquiriendo el concejo de Potes que parecía pretender
separarse del señorío del monasterio en lo religioso. Por otra parte, el
monasterio de Oña y el de San Benito de Valladolid, empezaban a disputarse los
asuntos que pertenecían a Santo Toribio, lo que ocasionó una sentencia del
refrendario de la Santa Sede que prohibió, en 1492, inter venir en la
administración y en la hacienda de Santo Tori bio, al prior de San Benito.
Otras cuestiones económicas de herencias que el monasterio de Santo Toribio
recibía de sus fieles vasallos, podían herir los derechos de los familia res
más próximos del difunto por lo que, en algunos casos obligaron a que estos
últimos entablaran pleitos con el prior, pues, comprobamos, como ejemplo, que
en 1493, los jueces determinaron que la mitad de los bienes que Toribio, hijo
de Gómez Díaz de Mogrovejo, había dejado en su testamento al monasterio fuesen
adjudicados a su hermano Antonio, por la renta anual de seis fanegas de trigo.
La sombra y la influencia del monasterio se interponía así –y sin duda por
razones familiares que desconoce mos– en las relaciones entre allegados muy
próximos.
Parece
que ahora la economía del monasterio está en alza, pues el prior Casillas se
permite comprar una casa molino junto al puente de Turieno, en el Deva; por el
precio de dos mil quinientos maravedís, el día 18 de enero de 1493, y otro
llamado de Orejón muy cerca del anterior.
Se
cierra el siglo XV y comienza el XVI, con la documentación correspondiente al
prior Fray Sancho de Oña, que gobierna el monasterio durante catorce años,
demostrando un interés en la defensa de Santo Toribio que recuerda un poco el
que tuvo su antecesor Toribio, el de las “remembranzas”, en los inicios
del siglo XIV. Como figura destacada en el aprecio y confianza de las gentes de
la comarca, conocemos la intervención, que tuvo como juez, en el pleito
sostenido entre dos clases sociales de antiguo relacionadas: hidalgos y
labradores, que entraron en pleito, en el lugar de Congarna, en 1499, sobre
cuestiones de guardas de viñas y martiniegas. Fray Sancho de Oña pronunció una
sentencia muy acertada y justa decretando –viendo a Dios Nuestro Sennor ante
mis ojos e por guardar justicia commo soy obligado– que los vecinos de Congarna
sean para siempre vinanderos e guarden las vinnas por si o por otra persona… Y
en quanto la martiniega mando que ansi hidalgos commo labradores… que sean
obligados a pagar la dicha martiniega e coger la… Se entiende que estos
vecinos de Congarna dependían del señorío del monasterio de Santo Toribio.
Los
comienzos del siglo XVI nada parecen distintos en relación a la organización
del monasterio. Se nos conservan bastantes documentos del priorazgo de Sancho
de Oña. En uno de ellos, el 14 de octubre de 1500, conoce mos por primera vez
que la elección de prior se hacía por los monjes en presencia de comisionados,
(en este caso tres), enviados por el abad de Oña para que la elección fuese
efectuada canónicamente. También comprobamos que Sancho de Oña intenta aumentar
el patrimonio de las propiedades del monasterio: compra bienes y heredades a
particulares, dándolos luego a censo a los mismos vende dores, creándose así
una especie de vasallaje y encomendacio que ya estaba patente en siglos
anteriores en Liébana. Rea liza también compras directas de viñas y tierras en
Turieno y Argüébanes, Bodia, etc., que parecen significar una política de
dominio territorial. Al mismo tiempo se ve, que, como consecuencia de su
interés religioso, provoca gran número de donaciones por derecho a sepultura,
pro anima, etc., que aseguran que el monasterio está vivo tanto material como
espiritualmente.
Esta
buena disposición del prior no evita el roce de derechos entre el monasterio y
determinados concejos, y creemos que dichos roces serían debidos al interés de
San cho de Oña por defender las propiedades y los bienes del convento. No
dejaban de ser normales las discusiones por el aprovechamiento de pastos,
incluso en concejos donde Santo Toribio tenía más vasallos, como Argüébanes.
En
1503, concretamente, se sostenía pleito con el concejo de Argüébanes sobre el
derecho a pastar en el prado de Suera.
Los
jueces árbitros determinaron que el concejo no tenía derecho al pasto pero sí
al paso por el citado prado, y que el monasterio, como indemnización, debería
de pagar al concejo tres mil maravedís y dar “para un convite” cuatro
cántaros de vino, un cuarto de trigo y media docena de besugos. Pero
solucionado este caso de Suera, el pleito se renueva otra vez, aunque ahora el
contrincante es el con cejo de Potes que parece reclamar la dehesa de fuera al
monasterio. El pleito se lleva a la Real Chancillería que falla a favor de
Potes, prohibiendo al monasterio que lleve allí a pastar sus ganados. También
el concejo de Potes dis cute al prior de Oña la venta que en la villa hacía el
monasterio de pan y de vino, procedentes, sin duda, estos pro ductos, de los excedentes
de las aportaciones que el convento recibía de sus vasallos. En este caso el
fallo fue a favor del monasterio, pero permite suponer que en estos momentos no
pasaban los monjes de Santo Toribio necesidades, y que la organización
económica les permitía disponer de sobrantes. La disposición del prior, atento
siempre a mantener sus derechos, es acudir allí donde estos pueden ser
menospreciados o discutidos: reclama la posesión de los diezmos y ofrendas de
Santa María de Valmayor y de San Pedro, en Potes; asegura los privilegios de
Santo Toribio sobre las iglesias de Turieno; regula en todo momento las
relaciones con los concejos vecinos; cuida del desenvolvimiento y propiedades
del hospital de San Lázaro; gana iglesias para el monasterio, como la de San
Vicente de Pembes (1508) y se interesa por realizar numerosas compras de
heredades… Pero, sin duda, el mayor éxito en el priorazgo de Sancho de Oña fue
el conseguir del Papa Julio II el privilegio de jubileo siempre que la fiesta
del Santo cayese en domingo, en bula que se expende el 23 de septiembre de
1512. Con esta gracia papal, es la vida espiritual la que va a ser el verdadero
sostenimiento del monasterio. Parece que un jubileo en Santo Toribio ya existió
antes del sancionado por el Papa, pues en una escritura de 1480 entre el prior
(posiblemente Fray Juan de Odias) y el concejo de Santibáñez se concierta donde
se pueden poner las tabernas el “día del jubileo”. La devoción del
lignum crucis parece que –según Jusué– pudiera empezar ya en el siglo X, pero
se asegura a comienzos del XIV en el inventario de bienes del gran prior
Toribio. Naturalmente que la extensión de ella más allá de las zonas próximas
al monasterio, se amplía a regiones más alejadas de Liébana, después de la
intervención papal, que fue ratificada por el Papa León X en dos bulas
subsiguientes (30 diciembre 1513 y 10 julio de 1515) que aclaraban que el
jubileo se extendía a toda la semana siguiente al domingo que coincidiese con
la fiesta de Santo Toribio, y por el se ganaba indulgencia plenaria a cuantos,
confesados, visitasen los altares del monasterio. En 1518, el abad de Oña, Fray
Diego de Leciñena, se encargaba de notificar la concesión de este privilegio
que tanto pudo beneficiar al conocimiento y salvación espiritual de nuestro monasterio
lebaniego. Jusué ya testimonia que a finales del XVI se recogían limosnas en
Santo Toribio desde Sádaba (Aragón y Arguedas (Navarra). En la primera mitad
del XVII ya llega ba a Santo Toribio, para adorar el propio madero, don Juan
Coello de Ribera, obispo de Zamora, que ofreció el pectoral a la sagrada
reliquia.
El
priorazgo de Fray Sancho de Oña, deja en buen lugar, pues, al monasterio tanto
en lo material como en lo espiritual. Le sucedió Fray Diego de Criales en 1513,
a quien le toca recoger lo sembrado por su antecesor, pues nada más comenzar su
mandato, llegan al monasterio las dos bulas de León X afianzando el jubileo. En
1526, nuevo prior en la persona de Juan de Valpuesta, del que sólo sabemos que
su mayor preocupación, constatada documentalmente, fue el sostenimiento y
reparación del hospital de San Lázaro, que era del monasterio. Para él, y por
medio de la cofradía de Santo Toribio, ofreció a sus bienhechores las ventajas
espirituales siempre que se donase un real de plata para la conservación del
hospital. Una enorme laguna existe en el cartulario desde 1526 a 1577. Tan sólo
en este paréntesis hemos podido recuperar, en este último año citado, el nombre
del prior Fray Diego de la Puente.
Sin
duda el monasterio en estos finales años del XVI y en el XVII, decae un poco,
pero ello no representa postración económica. En 1591 se solicita al rey
licencia para pedir limosna en el reino de Aragón a fin de mantener el hospital
y la alberguería. Sabemos que Alfonso XI ya había concedido en 1328, desde
Guadalajara, facilidades a Santo Toribio para pedir en sus reinos; ahora el rey
Felipe II hace extensivo este derecho a Aragón. Estas prerrogativas no implican
pobreza del monasterio, sino un intento de ampliar la esfera de sus influencias
y devociones. Durante toda su vida el cenobio estuvo totalmente incardinado al
mundo rural y de él vivió y en él ejerció su influencia bien hechora. Nunca,
como se transparenta en su documentación, desde el principio, tuvo una holgura
excesiva y siempre tuvo que luchar por defender sus derechos y propiedades
contra los poderosos, civiles y eclesiásticos y, sobre todo, con los concejos
de villas y aldeas próximas con los que muy a menudo rozaban sus intereses.
Durante
los siglos XVIII y XIX, siguió funcionando a su ritmo, teniendo como bandera
para su continuación el reclamo y la atracción de su singular reliquia. Y
aunque la vida de casi todos nuestros monasterios medievales está en manifiesta
decadencia en estos siglos, Santo Toribio se salva de una desaparición
prematura gracias a una tradición devocional, de fuerte y largo arraigo en el
pueblo, que los Papas del Renacimiento hicieron duradera, y que cul minó con la
letra apostólica del Papa Clemente VIII, en 1596, concediendo al monasterio la
continuidad de jubileo al día de la Natividad de la Virgen. En 1611 en un
documento (A.H.N. Clero Libro 11, 417), aparecen dos priores, uno mayor, Fray
Diego de Billarán, prior mayor, y un prior segundo, Fray Gonzalo de San Millán.
Había ese año en el monasterio, además, un cura, un predicador y un mayordomo y
siete monjes.
Y
en estas épocas más avanzadas del racionalismo, en que los aires eran peores
para la vida monasterial, en un documento (A.H.N. Clero Libro 11. 416) se dice
textual mente todavía: “dicho monasterio [de Santo Toribio] es el más
poderoso de toda la provincia (Liébana) por sus muchas cosechas y rentas”.
En
otros documentos (del A.H.N. Clero) hemos podido recoger el nombre de otros
priores en el siglo XVIII, como son Pedro Celestino (1741), Fray Benito Osorio
(1758), Fray Leandro Argüelles (1775), Fray Iñigo Romo (1799), Fray Lesmes
Cortés (1807-1827), Fray Norberto Romeo (1832), Fray Benito Santos (1885).
En
1835 las desamortizaciones de Mendizábal afectan muy seriamente al monasterio
de Santo Toribio, de tal manera que la mayor parte de su documentación tuvo que
ser recogida en 1844 por la Comisión Provincial de Monumentos a fin de
trasladarla al Archivo Histórico Nacional. En este tiempo en el que quedó Santo
Toribio abandona do, alguien fue testigo de que se tiraron fajos de documentos
por las ventanas para venderlos o quemarlos. En los años de la Restauración
debieron de volver los monjes, pues en 1885 consta como prior Fray Benito
Santos. Después de la Guerra Civil de 1936-39, el monasterio fue restaurado en
1957, y en 1961 pasó a los Franciscanos, sien do el primer prior de esta Orden,
Fray Félix Jaureguialzo, quien acabó la restauración de la iglesia y promovió
las excavaciones arqueológicas en los ábsides y en la ermita de Santa Catalina,
en 1964.
Descripción del monumento. Los restos románicos de la
iglesia de Santo Toribio
Desgraciadamente,
un monasterio de la antigüedad de Santo Toribio, que sin duda hubo de tener a
lo largo de su vida –como veremos por sus vestigios arqueológicos– distintas
fábricas arquitectónicas, que ocuparon con mayor o menor extensión el solar de
la que ahora vemos, no ha tenido la suerte, como la tuvo, por ejemplo, su
vecino de Santa María de Piasca, de conservar un edificio románico total y
uniforme de la categoría de este último.
En
conjunto, sólo nos ha quedado un alzado gótico, bastante inicial, cuya
cronología, como vimos, concuerda con la fecha que en el cartulario se dice que
se está noviter construatur, es decir, edificando de nuevo. Su fecha, pues,
sería, alrededor de 1256, cosa que, contemplando el edificio, parece que se
aviene y concuerda bastante bien con la iglesia que actualmente existe.
Así
pues, la frase latina, nos permite suponer que la iglesia que se levantó en la
fecha indicada, desde el punto de vista constructivo, sustituye a otra
anterior, posiblemente románica, que, según las excavaciones realizadas en 1964
(que luego describiremos brevemente), debió de tener un ábside semicircular y
posiblemente un claustro en el muro norte de los que sólo se han podido ver
cimientos, que podrían considerarse, siempre hipotéticamente, restos de una
iglesia del siglo XII, que se levantó sobre otra, cuyos cimientos aparecían más
bajos, y de grosor mayor, que tal vez fuese de trazas asturianas o mozárabes.
Sobre la del XII, se intentó en 1256 construir la actual empezando por los
ábsides, con una visión más monumental, ya gótica, pero con notas de tradición
románica, pues en las citadas excavaciones se hallaron los machones de las
basas del arco triunfal más antiguo.
De
todas maneras, la iglesia que hoy se levanta, con ábsides pentagonales, tres
naves, cuatro tramos, bóvedas de nervios de ocho plementos para los tramos de
la nave central y seis para cada tramo de las laterales, la consideramos
interiormente de forma y espíritu gótico, por lo que prescindimos de incluirla
en un estudio sobre el arte románico.
Sin
embargo, las dos puertas exteriores que se abren en el muro meridional de la
iglesia, aunque pudieran ser incluso de la misma época de todo el monumento, sí
que las describimos, por estar en todo más de acuerdo con el hacer románico que
con el gótico, sobre todo la puerta del Perdón, que puede ser la más antigua.
Puerta izquierda del Sur
Aunque
debe de estar bastante reformada, pues la cornisa del trozo de muro que se
anticipa al de la nave meridional, carece de los canecillos que pudo tener en
su origen, esta puerta mantiene unas anchas arcaduras todas de medio punto.
La
chambrana o guardapolvos se forma con dos filetes separados por escocia.
Las
arquivoltas son cuatro constituidas cada una por un baquetón fino y otro más
grueso. Carecen todas de figuras o decoración esculpida, destacando
precisamente por su enorme sencillez. Apoyan sobre una banda o friso de
capiteles unidos –de tendencia precursora de los continuos góticos– que, a su
vez cargan sobre tres fustes de basas de formas románicas. El arco de entrada
es apuntado y descansa sobre impostas de doble listel y escocia que coronan las
jambas. La banda decorativa, que se extiende por capiteles y pilares
acodillados, lleva los siguientes motivos escultóricos: El grupo de la
izquierda, presenta dos cabezas de ángeles o niños, que aparecen separadas por
un escudo o paño cuadrangular donde van en relieve dos llaves cruzadas. El
último pilarcillo y el fuste extremo se ocupan por una gran águila con las alas
explayadas. El grupo de la derecha, también continuo, está muy destrozado,
apercibiéndose en el extremo izquierdo una cabeza humana que levanta los
brazos, y el resto queda ocupado por hojas de vid y algún animal que parece a
ellas entrelazarse.
Puerta de la derecha o del Perdón
Próxima
a la anterior, pero en el mismo muro sur, a su derecha –y también con anticipo
de muro–, está la puerta más devocional, la que se abre en el Jubileo, llamada
del Perdón. Ha sido también, en su zócalo alto y cornisa, muy restaurada,
aunque pudiera ser un poco más antigua. Su planteamiento constructivo es muy
semejante a la anteriormente descrita. Arquivoltas, tres, de baquetones gruesos
y finos separados por ancha escocia. Chambrana sen cilla apoyada en una pequeña
mensulita piramidal. Cimacios, tres a cada lado, seguidos, formados por dos
listeles paralelos en ángulo, muy simples, prismáticos lisos con aristas
matadas, y cestas piramidales sin decoración. Todo ello apoya sobre tres fustes
monolíticos, gruesos y lisos, salvo alguno que lleva en relieve una cruz
latina. Las basas son de grueso toro, garras y plinto poco alto, apoyadas las
tres sobre banco quebrado muy elevado.
Las excavaciones de 1964-65
Se
iniciaron el 6 de abril de 1964 a petición del primer prior franciscano que
tuvo el monasterio, P. Félix Jaureguialzo, quien tenía interés de ver si la
tumba de Santo Toribio podía aparecer donde entonces estaba la escultura
yacente del Santo, tal como la tradición repetía. Este impulso del P. Félix
venía acompañado de otro deseo que también en esos momentos tenía planteado: el
adecenta miento interior de la iglesia con la colocación de un nuevo pavimento.
Contó para lo primero con el director del Museo de Prehistoria y Arqueología de
Santander (que escribe estas líneas) que dispuso iniciar las excavaciones con
la pretensión de llegar a conocer algo de la historia del monasterio tan
popular en Liébana y aclarar, si fuese posible, las incógnitas de sus orígenes.
La
excavación llevó una semana del mes de abril del citado año de 1964 y doce días
de junio del mismo año, es decir, algo más de medio mes. La verdad es que al no
poder continuar más tiempo, por diversas causas, no fue un trabajo exitoso.
Resumiendo
la labor (que no necesita en esta obra enciclopédica más detalle), diremos que
se excavó el suelo del ábside del Evangelio, retirando la imagen de madera
policromada de Santo Toribio, que, yacente, estaba colocada en la entrada de la
capilla, de Norte a Sur. Se pasó después a excavar el espacio comprendido entre
los dos pilares del arco triunfal de la nave central, siguiendo después en esta
nave hacia los segundos.
En
estas catas interiores pudimos ver: 1º El aspecto románico de las basas de los
pilares del arco triunfal. 2º El ábside del Evangelio parece tuvo otro más
viejo, pero tam bién de contorno pentagonal. 3º En el primer tramo de la nave
central aparecieron restos de: a) un muro ancho, el más profundo y más
consistente, que iba paralelo casi a la línea de entrada norte-sur del ábside
central, pero sólo a una distancia de un metro de los machones del arco
triunfal, que siempre hemos supuesto fuese un muro principal de la iglesia más
vieja de Santo Toribio, que presumimos del siglo X. b) Los cimientos de un
ábside semicircular, fragmentos, nos hacen suponer una románica posterior, del
siglo XII (¿?) a la que podrían pertenecer varios sillares moldurados con un baquetón
matando las aristas, como suelen ser los bancos altos de las alas claustrales,
o de basamentos de pilares románicos, y que se colocaron como cimientos de las
pilastras góticas. No pudiendo seguir tra bajando en el interior, se hicieron
catas fuera de la iglesia, entre las dos puertas, que sólo nos permitieron
apreciar un incompleto basamento de pilar, de tipo cruciforme.
Interior de la iglesia
En
la pared meridional, junto a la torre, se conserva el arco apuntado de una
antigua fuente que pudiera ser de época tardo-románica, aunque es difícil
asegurar una cronología exacta.
Lo
mismo podemos decir de dos ventanas dobles, ajimezadas, que se quitaron del
muro exterior del viejo refec torio cuando se produjo la última restauración
del monasterio, y que, desmontadas, pudimos fotografiar en los suelos
exteriores del convento. Son de arco de medio punto, que descansa sobre
columnillas entregas.
La
arqueología, pues, del monasterio queda muy con fusa. Serían precisas nuevas e
insistentes averiguaciones que creemos ya muy difíciles de realizar. Demuestran
al menos–los ya ejecutados trabajos– la vejez del lugar como centro de culto
milenario, y las etapas, más o menos seguras en las que fueron levantadas sus
estructuras arquitectónicas.
Códice manuscrito
Códice manuscrito
Códice manuscrito
Códice manuscrito
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[1] Mazazga; fue un impuesto directo castellano que consistía
en un pago sustitutorio de la prestación personal de asistencia al fonsado o hueste movilizable
en caso de guerra.
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