Románico
en el Valle del Besaya
El Río
Besaya es uno de los principales de Cantabria. Como todos los ríos
cántabros importantes discurre de sur a norte buscando la costa del Cantábrico.
El
Besaya nace cerca de Reinosa y desemboca en la Ría de Suances.
Su
recorrido irregular está rodeado por zonas más o menos llanas y fértiles,
encajonadas entre frondosas montañas, formando un rico valle, que no sólo
permitió el asentamiento humano en aldeas y monasterios desde antiguo, sino que
supuso el principal camino de comunicación entre la costa y la meseta
castellana.
Incluso
sirvió de ramal alternativo del Camino de Santiago para quienes arribaban del
norte de Europa a la costa cántabra.
Esta
vía de enlace de la costa cantábrica con el corazón de Castilla es la que
aprovecha la actual Autovía A-67 (Autovía Cantabria-Meseta) en su ramal más
septentrional, arrancando en Aguilar de Campoo (Palencia) pasando junto a
Reinosa para alcanzar Torrelavega y Santander, siguiendo el Valle del Besaya.
Como
indica el profesor García Guinea, este territorio estuvo surcado por una
importante calzada romana que comunicaba Pisoraca (Herrera de Pisuerga) con los
puertos romanos de Suances y Santander (Portus Blendius y Portus Victoriae,
respectivamente).
La
cuenca del Besaya es, por tanto, una región rica en románico. Además de su
cuantía, es seguro que nos encontramos con el románico más altamente
cualificado de Cantabria.
Características del románico cántabro de la Comarca del
Besaya
A
excepción del densísimo románico de la meridional comarca del Campoo, en el
Valle del Besaya se encuentra el patrimonio más rico de toda Cantabria.
A
lo largo de esta comarca encontramos numerosas iglesias que, en lo
arquitectónico y escultórico, demuestran la participación de talleres
distintos.
Existen
hechuras arquitectónicas y estilos de esculpir que lo demuestran.
Sin
embargo, hay una serie de características comunes en todas o casi todas estas
iglesias: la riqueza escultórica que nos ofrecen, especialmente en los
canecillos que soportan las cornisas.
Dentro
de la iconografía escultórica de este románico no puede dejar de aparecer las
escenas de tipo sexual (más que eróticas, pues parecen más bien que reflejan
actitudes costumbristas y naturales, alejadas de lo sensual y libidinoso).
He
elegido en esta comarca unas cuantas iglesias relevantes, como las iglesias de
San Andrés de Rioseco, San Cosme y San Damián de Bárcena de Pie de
Concha, Santa María de Yermo, San Juan Bautista de Raicedo y San
Facundo y San Primitivo de Silió.
Ríoseco
La
villa de Ríoseco está situada en la cuenca alta del Besaya, al norte del
pequeño ayuntamiento campurriano de Santiurde de Reinosa, a 658 metros de
altitud; dista 3 kilómetros de Santiurde, capital del municipio y muy próxima a
Pesquera (2 kilómetros). Se accede por la carretera local, CA-806 que parte del
barrio Ventorrillo, de Pesquera.
No
encontramos documentación antigua sobre Ríoseco y su iglesia de San Andrés. Tan
sólo, la cita que García Guinea (1979a) recoge del Cartulario Apócrifo de
Cervatos (999), …in Rio seco tres solares. Quizá, por su proximidad
a otros lugares documentados, como Pesquera, Porciles…, etc., Ríoseco
dependería del obispado de Burgos, al menos en lo religioso.
Figura
en el Libro Becerro de las Behetrías (1352), como Río Seco,
perteneciente a la Merindad de Aguilar de Campoo. Este lugar es la tercia
parte abadengo, e el abat de Çervatos a y dos vasallos; e la terçia parte que
es de la orden de Sant Iohan; e la terçia parte que es behetría e que son
vasallos de Gutiérre Pérez de Cuena. Pagaban al rey sus derechos en moneda
y servicios; asimismo, pagaban los derechos de los señores al Abad de Cervatos,
a don Gutierre Perez. A la Orden de San Juan de Jerusalén, de la Bailía de
Población de Campos (Palencia) le correspondía una tercera parte de este lugar,
y recibía de cada uno de sus vasallos ocho celemines de pan, mitad trigo y
mitad cebada, en pago por infurción cada año.
En
el Diccionario de Madoz (1845-1850), se lee: “villa con ayuntamiento.
Situada al pie de los puertos denominados Pagüenzo y Lodar a media legua de la
carretera de Santander a Palencia. Confina con términos de Somaconcha,
Pesquera, Santiurde y Morancas. Hay dos montes cubiertos de hayas, abedules,
robles y otros arbustos. Iglesia parroquial de San Andrés…”.
Iglesia de San Andrés
La
iglesia de San Andrés de Ríoseco es una de las iglesias románicas de la cuenca
del Besaya que se nos ha conservado en buenas condiciones, con una planta y un
alzado que poco sufrió en posteriores siglos. Tan sólo le fue añadida una
sacristía al muro meridional, entre el ábside y la puerta de entrada. La
cabecera es semicircular; el presbiterio y sus muros, tanto el del Norte como
el del Sur, conservan paramentos típicamente románicos. La espadaña desdice un
poco del casticismo románico, pues parece añadido del siglo XVIII.
El
plano es el normal de un edificio popular destinado al culto de un concejo
reducido: una sola nave, finalizada al Este por un testero ya mencionado.
El
muro meridional se abre por una puerta, un tanto solemne, destacada en saliente
y con un tejadillo cuya cornisa es muy escueta, sin decoración, con arista
matada por un simple bocel fino y resaltado, y que está sostenida por nueve
canes de caveto sin decoración.
La
entrada es de arco de medio punto que apoya en gruesas jambas prismáticas de
cimacio biselado. Las arcaduras o arquivoltas, que abocinan la luz del arco,
son cinco y una chambrana exterior, que las cobija, decorada con una trenza muy
simple de dos tallos que se cruzan, seme jante al cimacio de uno de los
capiteles que están en la credencia izquierda del presbiterio de Retortillo. La
disposición y tallado de estas cinco arquivoltas es la siguiente, de dentro a
afuera.
1.
Ancha arquivolta biselada en la que se tallan muy limpiamente flores
cuatripétalas cóncavas, inscritas en círculos y separados estos por haces
geométricos. 2. Dos medias cañas decoradas con bolas y un baquetón central. 3.
Tres baquetones, el central más ancho. 4. Gran baquetón todo él cubierto de una
red de siete filas de pequeños billetes. 5. Repite tres baquetones, el central
un poco más grueso.
Todas
estas arquivoltas reposan sobre un largo cimacio acodillado. Sobre el primer
pilar, el más interior carga la primera arquivolta de cuatripétalas citada.
Sobre el segundo, convertido ya en capitel con su fuste, la segunda. La tercera
vuelve a hacerlo sobre pilastra sin capitel. Y la cuarta, la de billetes, de
nuevo sobre capitel. La quinta, la de tres baquetones, apoya sobre los anchos
pilares que en derecha e izquierda limitan la puerta. Es interesante el cimacio
corrido que se va adaptando al zigzag preciso para el abocinado, y se decora,
con una técnica casi a cincel, muy plana, con una palmeta de doce hojas que se
abre en abanico, se inscribe en un círculo y su posición va alternando, normal
e invertida, según el recorrido de las partes del cimacio.
Tan
bello conjunto de arquerías y cimacios prometía, sin duda, algo más para la
composición de sus capiteles, dos a cada lado de la puerta que, en cierta
manera, son decepcionantes, siendo los exteriores casi lisos, y los interiores
tan sólo con tres humildes bolas con caperuza. Los fustes son monolíticos con
basa de toro estrecho –el alto y moldurado, escocia bastante marcada, y toro
bajo bulboso y alto, decorado, bien con arquillos o bien con dientes de lobo.
Tienen lengüeta o bola que se une a un alto plinto tallado en lo alto con
molduras simples.
Sobre
el tejadillo de la puerta se abre una simple ven tana abocinada, de arco de
medio punto, que casi roza el extremo inferior de los canecillos del muro sur,
todos de caveto.
El
ábside lleva en su presbiterio meridional una venta na abocinada, de medio
punto, pero sin columnas ni arquivoltas, que en un momento determinado debió de
ser reformada. Muy posiblemente, esta ventana fue abierta posteriormente al
trazado primitivo de la iglesia, pues vemos están rotas las impostas que, como
en el muro norte del presbiterio, debían de cruzar de parte a parte cuando no
existía vano.
La
cornisa, semejante para toda la iglesia románica, y que ya describimos para el
tejadillo de la puerta. Los canecillos, sin embargo, son iconográficos. Son
cuatro: 1. Figura humana, de pie y vestida. 2. Personaje femenino, sentado. 3.
Hombre sedente que sostiene sobre sus rodillas un barril. 4. Muy difícil de
describir por estar enormemente erosionado.
El
ábside, propiamente dicho, está dividido en tres franjas o calles que separan
dos contrafuertes prismáticos que acaban en base para sostener medias columnas
entregas coronadas por capiteles de bolas y animales, que a modo de canecillo
soportan la cornisa. Dos impostas, las mismas que recorrían el presbiterio sur
antes de abrirse en este la ventana, dividen horizontalmente el ábside en tres
zonas. De estas impostas, la más baja, abre el inicio de la ventana central
cuyas columnas en ella se apoyan, y está simplemente moldurada con resaltadas
líneas paralelas.
La
ventana es más rica en elementos decorativos.
Tiene
una arquivolta exterior ancha, en escocia, y decorada –en dos filas, sepa radas
por dos líneas paralelas–, con semicírculos completos y planos, tangentes. La
segunda arquivolta, la interior, dibuja un grueso baquetón. La primera apoya
sobre imposta de cuatripétalas inscritas en círculos, motivo que ya vimos en la
primera rosca de la puerta. El baquetón lo hace sobre cimacios del mismo dibujo
que cargan sobre los capiteles –dos– de la ventana. El izquierdo lleva tres
filas de hojas horizontales y volutas en lo alto. El derecho la consabida mujer
vestida, que recoge con las manos sus cabellos, y se deja morder los pechos por
dos serpientes. Los fustes son monolíticos y uno de ellos, el derecho, ha sido
repuesto en la restauración. Las basas son normales.
Los
canecillos del ábside, que están muy deteriorados, son de izquierda a derecha:
1. Figura humana acurrucada con las manos por debajo de sus muslos. 2.
Superposición de tres cavetos.3. Dos cavetos, uno sobre otro. 4. Capitel de
columna con decoración de bolas con caperuza. 5. Igual al número tres. 6.
Figura femenina sentada con las manos sobre las rodillas. 7. Cabeza de animal.
8. Rollo en vertical. 9. Capitel de columna ¿con animales afrontados? 10.
Superposición de dos cavetos. 11. Cuerpo y cabeza de animal con la cola entre
las patas y mirando a la derecha. 12. Personaje humano de pie.
Los
canecillos del muro norte del presbiterio, son también cuatro: 13. Muy
destrozado, parece que tuvo un animal. 14. Figura humana que lleva alas ¿? 15.
Bola con caperuza. 16. Liso en caveto.
Capitel de la columna
izquierda
Segunda columna del
ábside
Los
del muro norte de la nave son todos de caveto.
Interior de la iglesia
Toda
la cabecera se aboveda con las típicas organizaciones románicas: bóveda de
horno apuntada para el semi círculo absidal, y de cañón, también apuntado, para
el presbiterio. Ambos tienen sobre el suelo un banco con asiento de baquetón, y
tres impostas de abajo a arriba que le divi den en tres cuerpos. El más bajo
acaba en el alfeizar de la ventana central, que, como la exterior, lleva
columnas, capi teles y dos arquivoltas, una de bolas y otra de baquetón
sogueado.
El
capitel izquierdo, tiene cimacio con arquillos en dos filas, como vimos en la
arquivolta más grande de la ventana exterior, cimacio que se prolonga después
en todo el ábside, formando la segunda imposta, pero que va a repetir, en
pequeño, las hojas de palma inscritas en círculo, que ya habíamos visto en los
cimacios de la puerta de entrada.
La
cesta de este capitel izquierdo recoge el tema de dos aves que se enfrentan
tocando sus picos y cuyas colas se con vierten en un tallo que anudándose en lo
bajo posa sus extremos en el cuello de cada uno de los pájaros.
El
capitel derecho, tiene un cimacio extraño a base de un aspa de numerosas
líneas, en un lado, y de dos círculos separados, pero concéntricos, a los que
parece tachar una línea de Noroeste a Sureste. La cesta se cubre con una Eva
sentada y desnuda que recoge la manzana que le ofrece la serpiente, enroscada
en un árbol, representado por un tallo que se divide en cuatro ramas en lo
alto.
Es
interesante señalar la no aparición de Adán en el lateral derecho. Faltaban los
dos fustes de esta ventana, ahora repuestos. En su día, el semi círculo absidal
quedó oculto con un retablo barroco de principios del siglo XVIII, de columnas
salomónicas, que ha que dado instalado frente a la puerta de entrada. También
de esta época son dos arcosolios de piedra con sus correspondientes
retablillos. Interesante es también un lienzo de influencia italiana, del siglo
XVII, que representa la Adoración de los Pastores.
El
arco triunfal, de bastante altura, doblado y apuntado, apoya sobre capiteles de
temas muy preferidos de los artistas románicos. El izquierdo, con una
composición tradicional, pero con arcaicas figuras, recoge la lucha de Sansón
con el león al que intenta desgarrar sus mandíbulas. En la cara frontal de la
cesta aparece el vencedor de los filisteos a horcajadas sobre el león, pero con
un canon extraordinariamente corto, gran cabeza de largas melenas, barbas y
vestido corto hasta las rodillas. El león lleva unas melenas representadas por
mechones triangulares rayados en su dintorno, técnica que utilizan también
algunos de los maestros que representan así las melenas de esta fiera en alguno
de los capiteles interiores del ábside de San Martín de Elines. En los
laterales del capitel aparecen, en el izquierdo un hombre sentado que sujeta la
cola del león, y en el derecho, otro de pie, que lleva un poderoso cinturón sujetando
su vestido, que levanta las manos, cerrando la derecha y portando en la
izquierda una especie de maza o aspersorio.
El
capitel derecho trata la conocida situación de Daniel en la fosa de los leones.
El
profeta aparece de frente, de pie, con las manos juntas sobre el pecho en
actitud de sumisión, mientras los leones acercan sus cabezas como besando los
pies al profeta o lamiéndolos.
Bárcena de pie de Concha
Esta
población de la cuenca del Besaya es cabeza del municipio al que da nombre.
Está situada a 298 metros sobre el nivel del mar, y a una distancia de 56,5 km
al Sur de Santander. Se ubica junto a las marcadas y profundas hoces excavadas
por el río, y próxima a la Reserva Nacional del Saja-Besaya.
Está
rodeada de montes de considerable altura, y su territorio cuenta con
importantes bosques de hayas y de robles. Sus habitantes viven, sobre todo, del
trabajo en la industria y en los servicios, dejando a la agricultura y a la
ganadería tradicionales como actividades económicas complementarias. Se accede
por la Autovía de la Meseta (A-67), o bien por ferrocarril, y por la N-611
(Santander-Palencia). En el apócrifo Cartulario de Cervatos (999), consta en
una escritura in Barzenas Pie de Concha duos Solares…; García Guinea (1979a),
considera el documento como una segura interpolación, dado el nombre que se le
da al lugar. En 1110, se fechan los Fueros y Privilegios concedidos por el rey
Alfonso VII al monasterio de “Cillaperil” (MUÑOZ Y ROMERO, 1970).
Tradicionalmente, el lugar de Cillaperriel se ha identificado con Bárcena de
Pie de Concha. D. Ángel de los Ríos apuntaba refiriéndose a Bárcena: “Me han
dicho que aún se conoce en las inmediaciones un sitio llamado Ciellaperil o
cosa semejante de donde pudo tomar el nombre el monasterio de Cillaperriella
cuya carta de fueros otorgada en 1110 publicó Muñoz y Romero”, según recoge
García Guinea de un texto inédito, del Archivo familiar de la Torre de Proaño.
Documentalmente,
se constata que el día 15 de noviembre de 1185, el rey Alfonso VIII de
Castilla, concedía al Obispo y a la Catedral de Burgos el monasterio de San
Cosme y San Damián de Cillaperriel, a cambio de la iglesia de Santa María de
Villargura, que daba al monasterio de Las Huelgas. El día 8 de julio de 1187 se
confirmaba en Burgos, a la Catedral y al obispado de dicha ciudad, la donación
del monasterio de Cillaperiel (SERRANO, L., 1935; GONZÁLEZ, J., 1960).
En
otros documentos fechados en 1430 y 1436, del Archivo de la Colegiata de
Santillana, figura, entre otros, el arciprestazgo de Cillaperril (ESCAGEDO
SALMÓN, 1927).
La
iglesia medieval de San Cosme y San Damián está situada en el núcleo de
población de Bárcena de Pie de Concha, junto al antiguo camino real y, después,
carretera nacional (N-611) que comunicaba la Meseta con la costa.
El
municipio de Bárcena de Pie de Concha se sitúa junto al curso alto del Besaya.
Su territorio–con fuertes desniveles que oscilan desde los 1.290 metros del
Pico Jano, a las profundas hoces que ha excavado el Besaya en su paso hacia el
valle de Iguña–, cuenta con bosques de hayas y robles centenarios en Montabliz,
y con numerosas variedades arbóreas; también con pastos y prados naturales,
regados por arroyos y ríos, como el Torina, el Bisueña y el Galerón, afluentes
todos del Besaya.
Se
conserva en este municipio el empedrado de un tramo de calzada romana, de 5,5
km, que desde Pie de Concha llega hasta la vecina población de Pesquera. Fue
declarado Bien de Interés Cultural en 2002, con la categoría de Zona
Arqueológica. Este tramo pertenecía a la calzada que fue trazada a raíz de las
Guerras Cántabras (29-19 a. C.), para comunicar Pisoraca con el emplazamiento
romano defensivo de Julióbriga y con la costa, en Portus Blendium (Suances).
En
un documento fechado en 1210 del Cartulario de Santa María de Aguilar de
Campoo, una carta de venta de heredades en Valderredible al citado monasterio,
consta entre los testigos el abbad de Ciela Perriel, Pedro Abbad. En 1351,
Pedro I firmaba un documento, confirmando las posesiones y privilegios que le
habían sido otorgados al Monasterio de Santa María de Aguilar de Campoo: do
et otorgo a vos Don Pelay Royz abbad del monesterio de Aguilar de Campo et a
todo el convento… para siempre jamas el quarto de las rentas del mio portadgo
de Pie de Concha…, (GONZÁLEZ DE FAUVE, M. E., 1992). Este privilegio de
portazgo en Pie de Concha aparece recogido también en otros documentos del
reinado de Alfon so VIII, o bien del Libro Becerro de las Behetrías (1352), o
de las Asturias de Santillana, en 1404. Éstos hacen referencia al pueblo de Pie
de Concha (que dista de Bárcena 1 km) como lugar perteneciente a la Merindad de
las Asturias de Santillana, siendo de la iglesia y del Obispo de Burgos, su
señor, a quien pagaban sus derechos, y ninguno al rey.
Iglesia de San Cosme y San Damián
Poco
sabemos del monasterio de los Santos Cosme y Damián, cuya iglesia aún permanece
en pie en el pueblo de Bárcena de Pie de Concha, lugar que guarda otros
recuerdos transcendentales para la historia de Cantabria, como son, sobre todo,
los restos materiales de la calzada romana que partiendo de Pisoraca (Herrera
de Pisuerga) entraba a Campoo por el puerto de Pozazal y, en paralelo casi con
la cuenca del Besaya, cruzaba los altos que forman la primera barrera que había
de salvarse para alcanzar los valles bajos de Iguña y de Buelna, y seguir así,
a niveles casi marítimos, hasta Portus Blendius (Suances) y Portus Victoriae
Iuliobrigensis (Santander o Santoña). Este fue siempre el camino o la vía más
frecuentada de las que unían las tierras de la costa cantábrica con las más
altas de la meseta castellana. Si los romanos lo utilizaron preferentemente,
haciendo más fácil su tránsito, ello favoreció también el que generaciones
posteriores, se sirviesen del camino abierto para esta natural conexión. Así,
durante toda la Edad Media, siguió siendo esta vía la más utilizada para
relacionar, sobre todo con fines comerciales, los productos del ámbito costero
con aquellos distintos de los campos meseteños.
Historia
Como
ya hemos comprobado repetidamente, muchas de las iglesias románicas se alzaban
en vías, caminos o carreras transitadas. Así, la división que hemos hecho para
estudiar el románico montañés, nos ha permitido señalar que los núcleos más
densos de edificios estaban, o en los lugares de mayor producción de cereales,
como son las tierras de Campoo los Valles, o en las vías de penetración y
salida del territorio, como lo son las cuencas de los ríos o la franja costera.
Y como la inicial repoblación de los siglos VIII-X, se realizaba sobre todo a
base de la instalación de pequeños monasterios de explotación y afianzamiento,
lo común era levantarlos en puntos estratégicos que en siglos anteriores
hubieran tenido poblamiento.
No
es pues extraño que la iglesia de los Santos Cosme y Damián, de Bárcena de Pie
de Concha, fuese viejo monasterio que jalonase uno de los puntos más
significativos de las Hoces del Besaya: su salida y entrada, donde el cuerpo y
el ánimo de los viajeros, caminantes o caballeros, estaba más presto al
refrigerio o al descanso.
No
sabemos, sin embargo, en qué momento se originó el monasterio, aunque es de
suponer que no mucho después, ni tampoco mucho antes, de lo que nos demuestran
monasterios con vida y testimonios documentales en las comarcas próximas. En
Cantabria, los primeros síntomas de la repoblación intramontes se dan en
Liébana, en los años finales del siglo VIII, y en las Asturias de Santillana en
los comienzos del IX, en lo que sería la demarcación del conde Gundesindo en
los valles de la margen izquierda del río Miera o en el alfoz de Camesa, entre
la costa y las últimas aguas del río Pas. Fue en estos años, pues, de finales
del siglo VIII y comienzos del IX, entre los reinados de Alfonso I (739-757) y
Alfonso II (791-842) cuando los intramontes de Cantabria debieron de llenarse
de monasterios repobladores. Y es en estos años cuando pudo nacer el de los
Santos Cosme y Damián de Bárcena de Pie de Concha.
Pero
de él apenas tenemos noticias de su pasado. Ni siquiera en los documentos que a
él hacen mención se dice dónde concretamente está situado. L. Serrano, dice que
este monasterio “estaba en Valdiguña, en la provincia de Santander y
perteneció a la infanta Sancha, hermana de Alfonso VI, como se ve por los
fueros otorgados al mismo por este monarca”.
Pero
lo primero que hemos de adivinar es el nombre del lugar donde se alzaba este
monasterio, pues si se dice el valle –Valdiguña– y se concreta que estaba en
Cillaperriel, la verdadera localización podía averiguarse por su advocación a
los santos Cosme y Damián. En Valdeiguña, no existe otra iglesia dedicada a
estos santos más que la de Bárcena de Pie de Concha, que felizmente aún
conserva casi todo su alzado románico. De manera que no creemos equivocarnos si
aseguramos que el monasterio citado de Cillaperriel estaba en el citado actual
pueblo de Bárcena de Pie de Concha.
De
todas formas, el documento que cita L. Serrano ha sido considerado apócrifo por
Martínez Díez, pues dados sus anacronismos –su fecha en 12 de enero de 1110–
como son: anterioridad al reinado de Alfonso VII; confusión en el nombre de la
reina; consideración de emperador a Alfonso VI antes de su coronación en 1135;
personajes considerados vivos, cuando ya habían fallecido antes de empezar el
reinado de Alfonso VII (1126), etc., no parece poder sostener su no falsedad.
Según
Martínez Díez, “El contenido de esta falsa carta podemos calificarlo como
concesión de la inmunidad o privilegio del coto al monasterio de Cillaperriel
de Iguña con un alcance parecido al alcanzado por Santillana en 1045: exención
de prestaciones personales a favor del rey y de servicio militar en el fonsado;
exención de anubda; responsabilidad colectiva por los homicidios y portazgo;
prohibición de ingerencia al conde y demás oficiales reales en los asuntos del
monasterio y de sus hombres; que nadie pueda prendar al monasterio ni a sus
hombres; finalmente se autoriza al mismo monasterio y a sus colonos para que
puedan ocupar las tierras del rey no parceladas”.
Cree
también el citado historiador que la falsificación no debió de realizarse con
posterioridad a la fecha de 1187, pues a partir de esta fecha “la inmunidad
de la Catedral burgalesa era indiscutible y no requería el apoyo de falsos
títulos”.
Que
el Cillaperriel que nombran los documentos, monasterium quod vulgo dicitur
Celleperriel, in honore beatorum martirum Cosme et Damián fundatum, es este de
Bárcena de Pie de Concha, viene confirmado por un papel suelto, con fecha de
1870, que hemos encontrado entre los documentos de Ángel de los Ríos que los
descendientes de este ilustre historiador montañés del siglo XIX guardan en su
torre de Proaño y que acabamos de citar en líneas precedentes, y que opina
también, en su final, al comprobar que “deben de estar equivocadas la fecha
o las personas”, que él se inclina a creer “que se otorgó la carta por
don Alonso el Batallador a su cuñada doña Sancha, mujer después del conde don
Rodrigo Gutiérrez de Lara, confirmándola años después don Alonso el emperador y
su hijo don Sancho”.
Como
vemos, ya antes que Martínez Díez, hubo quien vio en el primer documento de
Cillaperriel bastantes datos no concordes en fechas y personajes, y si el
investigador actual llegó a pensar que el otorgante de la Carta pudiera haber
sido Alfonso VI, rechazándolo después como imposible, Ríos y Ríos lo supone de
Alfonso I el Batallador. Lo más importante de la nota del “sordo de Proaño”
es que asegura que el lugar de Cillaperriel existía en las inmediaciones de
Bárcena.
Otro
dato que aporta el documento de 1110 es el nombre del abad que entonces le
regía: et ad suum Abate qui est Dominus Marinus.
Sin
embargo ante otro documento posterior de Alfonso VIII (17-XI-1185 y
confirmación en Burgos en 1187), no discutida su autenticidad, cediendo el
monasterio de Cillaperriel a la catedral de Burgos, a cambio de Santa María de
Villargura que da al monasterio de las Huelgas, es muy posible que hubiese una
base anterior de derechos que quisieran asegurarse, puesto que fue confirmado
por los reyes desde Alfonso XI hasta Felipe V.Esta
es la única y pequeña historia, si bien insegura en algunas partes, que nos
queda del monasterio de los Santos Cosme y Damián de Bárcena de Pie de Concha
que, si realmente es de 1110, como expresa el documento discutido, su
construcción se debió de realizar pocos años después, tal vez como consecuencia
de las exenciones que le daba el fuero, y de las buenas intenciones del rey que
lo promulgaba y que pudieron manifestarse también en una ayuda o señalada
protección económica que animase a construir la fábrica que ahora nosotros
podemos contemplar, pues las características de sus aportaciones escultóricas
cuadran muy bien al estilo de un románico de la primera mitad del siglo XII, y
no posterior.
El monumento
La
iglesia, antiguo monasterio de los santos Cosme y Damián, se ha conservado casi
intacta en su integridad. Tan solo parece que son posteriores al románico los
dos cuerpos altos de la espadaña, y, desde luego las dos capillas añadidas a su
muro meridional, con claros abovedamientos estrellados de diagonales,
terceletes y combados, de un patente gótico avanzado, así como el cierre que, a
modo de nave y pórtico, cubre el muro norte desde el ángulo noroccidental hasta
prácticamente el arranque del ábside. Todo el alzado –salvo los cuerpos citados
de la espadaña– es románico viejo, cerrando un espacio formado por un solo ábside
semicircular con bóveda de horno, presbiterio un poco más alto que el ábside, y
una sola nave muy modificada interiormente por el añadido de las capillas
góticas citadas. Sus proporciones son medianas y muy en relación con el tipo de
iglesias rurales que se vienen llamando “de concejo”. Tiene de largo, al
exterior, unos veinticuatro metros, por nueve de ancho en el muro del hastial
occidental.
El
ábside es extremadamente sencillo y de semicírculo perfecto y creemos que nunca
tuvo más ventana que la aspillera que existe en el punto central del muro, a un
nivel bastante bajo y con arquillo de medio punto, de manera que resulta
excesiva la macicez del muro de este parámetro absidal, casi siempre acompañado
de al menos una ventana columnada. El presbiterio sobresale un poco al exterior
de los muros del ábside por la colocación en este punto de un contrafuerte
escalonado en cada lado. Esta cabecera formada por ábside y presbiterio, pudo
tener, en el muro izquierdo de este último una ventana románica, pero en
realidad no lo podemos asegurar, pues la que ahora existe se ve que está
reformada muy posteriormente. La única luz, pues, que recibe esta cabecera
llega con tono muy débil de la estrecha abertura de la aspillera y de esta
ventana del presbiterio, y de otra, apenas visible, que se abre, sin duda
románica, en el hastial oriental del presbiterio, en forma de óculo redondo,
pequeño y simple.
Los canecillos del ábside
Realmente,
casi toda la secuencia de los canecillos de las diferentes cornisas se conserva
en su traza y gusto románicos. Empezando por el semicírculo del ábside, y de
izquierda a derecha, vemos los siguientes canecillos:
1.
Cabeza, al parecer, femenina, bastante desgastada. 2. Cabeza de león, fiera o
monstruo que tiene entre sus dientes una cabecita humana o algo no definido. 3.
Bola con caperuza sobre dos cavetos superpuestos. 4. Cabeza de caballo
embridada. 5. Osezno o jabalí pastando. 6. Figura femenina con toca en la
cabeza y postura obscena. Muy desgastada. 7. Figura masculina sentada, en
postura similar; tiene las piernas destrozadas. 8. Otro hombre o mono, sentado,
itifálico. Tiene rota la pierna izquierda, y la boca en O. 9. Cabeza de animal,
monstruo o carnicero, con las fauces abiertas enseñando su fiera dentadura. 10.
Arpista sentado, en actitud de tocar. 11. Figura humana, masculina que,
sentada, sujeta con las dos manos un objeto cuadrangular (¿pan, cerámica…?).
Parece está desnudo. 12. Mujer desnuda, con toca rizada en la cabeza, mostrando
bien los senos y cruzando con las manos la pierna derecha sobre la izquierda.
13. Monstruo de grandes dientes entre los que sujeta a un hombre desnudo cuya
cabeza ya está totalmente dentro de las fauces del animal.
El
hombre está de espaldas, quizás de rodillas, y con sus brazos a lo alto parece
querer librarse de ser engullido, agarrándose a las orejas del endriago.
Toda
la cornisa del ábside y de los muros románicos es sencilla, de caveto, y lisa
sin decoración.
Semicírculo absidal y sus canecillos
El presbiterio
Tiene
en su cornisa tanto en los muros norte y sur, canecillos muy variados y
bastante bien conservados. Los del muro norte, y de izquierda a derecha son los
siguientes: 1. Gran bola en caveto con caperuza. 2. Animal con la cabeza vuelta
a la derecha, mostrando sus feroces dientes. 3. Cabeza y cuello de animal de
frente, que saca la lengua. 4. Cabeza de animal monstruoso que se engulle hasta
los hombros la cabeza humana de un hombre de rodillas. 5. Cabeza de cabra con
largos cuernos vueltos. 6. Animal con la boca abierta y dientes marcados que
mira a la izquierda, similar al canecillo número 2. Los del presbiterio sur son
otros seis: 1. Gran bola en cavetos superpuestos. 2. Águila o ave descabezada
por destrucción. 3. Cabeza de lobo o animal carnicero casi totalmente
destruida. 4. Gruesa voluta con caperuza. 5. Cruz griega de brazos curvos
doblados hacia el muro. 6. Cabeza que parece humana, lascada en su derecha.
Los seis canecillos del presbiterio sur
Los
canecillos del muro norte de la iglesia son los siguientes: 1. Volutas o
espirales gruesas, pegadas a una moldura en forma de arco. 2. Cerdo o jabalí
pastando. 3. Cruz griega, con brazos curvos que apoyan sobre el caveto del
canecillo, semejante al canecillo 5 del presbiterio sur. 4. Rollo ancho como un
bidón o “carral”, en cuyos lados laterales hay grabada una roseta o
rueda de ocho radios. 5. Cabeza de animal de largo hocico, muy desgastada,
parece cabeza de asno o lobo. 6. Espiral doble que sujeta, en alto y bajo, una
especie de estela. 7. Dos rollos con decoración espiral a los lados. 8. Punta
de diamante, lisa. 9. Ajedrezado. 10. Gran punta de diamante y especie de
sogueado sobre moldura. 11. Figura grotesca muy desgastada. 12. Punta de
diamante. 13. Idem. 14. Dos rollos en caveto, arriba y abajo, unidos por un
vástago vertical que se curva en el centro hasta tocar el caveto. 15. Ménsula
en forma de flor abierta o clave de bóveda. 16. Baquetón vertical en el centro.
17. Pirámide escalonada, de siete pisos, que lleva en los laterales una cruz
griega inscrita en círculo. 18. Cabeza de animal sobre caveto de dos gradas.
Canecillos 1, 2, 3 y 4 del muro norte de
la nave
Canecillos 11, 12, 13 y 14 del muro
norte de la nave
Muro sur de la nave y sus canecillos 14
a 21
Los
canecillos del muro sur, sostienen como los anteriores, una cornisa lisa, en
caveto, sin ninguna decoración. Son los siguientes: 1. Especie de asno con la
cabeza vuelta. 2. Doble espiral con base de dientes de lobo. 3. Canecillo con
varias bolas. 4. Moldura de engranaje con espirales grabadas en los lados. 5.
Dos molduras en círculos concéntricos, semeja la mitad de una estela circular.
6. Pequeña bola con caperuza colocada sobre tres cavetos escalonados. 7. Rollo
horizontal arriba y sobre él, cabecita caricaturesca. 8. Bolas unidas por
vástago vertical. 9. Dos rollos horizontales arriba y abajo del caveto, de
lados con círculos concéntricos unidos por vástago. 10. Especie de punta con
algunas decoraciones. 11. liso. 12. Especie de piña con sogueado. 13.
Estropeado por el tejado de la capilla. 14. Punta de diamante. 15. Espirales.
16. Cintas en espiral. 17. Punta de diamante sobre cinco escalones de pirámide.
18. También pirámide de seis escalones. 19. Bola con caperuza. 20. Figura
humana, de frente vestida con saya hasta los pies, parece sentada y apoyada en
gran bastón de mango horizontal, tan repetido en la iconografía románica. 21.
Bola con caperuza sobre tres cavetos escalonados.
Los vanos y ventanas
Ya
vimos que el ábside presenta dos huecos de luz: la aspillera centrada en el arco
de la capilla, y el óculo que se abre en lo alto del arco que separa la bóveda
de horno y la de cañón del presbiterio.
Rompen
el muro norte, la que pudo ser puerta en este lado, que comunica con la nave
añadida al muro posterior en soportal, y una ventana, más a poniente. El muro
románico del sur también está roto en la entrada a las dos capillas que se le
añadieron, quizás pudo tener al mediodía otra puerta o ventanas desaparecidas.
La
puerta, que se conserva en su fábrica románica, se abre en el hastial
occidental, en los bajos de la espadaña.
Está
en resalte del muro, como suele ser normal en el románico, y su tejadillo y
cornisa se sustentan por ocho canecillos; los dos extremos con figuras
pornográficas, los demás, de rollos y pirámides. Todos bastante erosionados. La
cara delantera de la cornisa es, como todas las de la iglesia románica, de
simple caveto, pero en el caso de esta puerta, se adorna con una secuencia de
medias esferas. La propia puerta lleva una chambrana de medio punto con una
decoración muy simple de línea continua de rombos. Las arquivoltas son cuatro,
lisas totalmente y sin ningún detalle, ni grabado, ni escultórico.
Apoyan
sobre cimacio seguido, tan escueto y geométrico como el resto y de solo dos
listeles paralelos. Hasta las dos troneras del tercer cuerpo de la espadaña,
todo parece románico, pues lo cierra una imposta con una verdadera procesión de
rombos tangentes, similares a los de la chambrana. Incluso hasta que empieza el
piñón, que parece un añadido del siglo XVII, las dos troneras bajas mantienen
aún gran parte de su decoración y organización románicas, pues sus chambranas
se ven talladas en nido de abeja, y a su altura, los muros laterales de la
espadaña, muestran cada uno dos canecillos muy similares al resto de los de la
iglesia.
Portal
Fachada
Interior de la iglesia
Está
muy transformado en tres naves, cuando el plano inicial tan sólo era de una,
como se puede apercibir en su plano. La bóveda de horno del ábside queda a
menor altura que la bóveda del presbiterio que es de cañón apuntado. La
separación entre el muro del ábside y la bóveda de horno se hace por una
imposta de billetes en tres filas. A la altura de la base de la ventana corre
otra nueva imposta idéntica de billetes. Ambas impostas se extienden también
por los muros del presbiterio llegando a las columnas del arco triunfal donde
concluyen.
Cabecera
El arco triunfal
Es
apuntado y doblado, apoyado en capiteles muy limpiamente tallados. El capitel
de la izquierda está constituido por un cimacio de círculos tangentes de doble
moldura amorcillada que se abren en su parte inferior y se grapan unos a otros
con un nudo, al parecer, de tres cuerdas.
Capitel del arco triunfal
Estos
círculos se ahuecan bastante profundamente, dejando ver en su interior una flor
o palma de cuatro hojas. La cesta es de buen tamaño y está esculpida en dos
cuerpos: el superior se forma por un juego de seis volutas, dos por cada lado.
El lateral izquierdo tiene las volutas separadas por una gran bola con
caperuza; su voluta derecha forma un solo cuerpo, en la esquina, con la primera
voluta del centro del capitel y va separada de su otra gemela por una cabeza
grande de felino que muerde las colas de dos leones. El lateral derecho, repite
el mismo conjunto del izquierdo, salvo que la bola con caperuza es aquí cabeza
de felino. Debajo de todo este cuerpo alto del capitel, hay cuatro leones, uno
en cada lateral de la cesta, y dos para el lado frontal. Todos los animales
están tallados de perfil y apoyan sus cuatro patas sobre el collarino, se tocan
las cabezas, dos a dos y llevan unas melenas que les llegan hasta la mitad del
lomo. Sus colas, que están metidas entre las patas traseras, las suben después
sobre el lomo hasta llegar a las fauces del felino del primer cuerpo que las
sostiene entre los dientes. A derecha e izquierda de este frontis del capitel
la simetría es total. El capitel de la derecha es, quizá, más sencillo. El
cimacio es casi idéntico al del capitel izquierdo, salvo que si en el izquierdo
los círculos tangentes se separaban en lo alto y en lo bajo con unos
triángulos, en el derecho lo hacen con esferillas. En este, la cesta ha
prescindido de toda decoración animalísitca que se sustituye aquí por volutas o
espirales pareadas y grapadas en los ángulos, y grandes bolas con caperuza para
el resto, todo ello realizado con sumo cuidado y limpieza.
Los
fustes que soportan estos capiteles son entregos y con tambores, y sus basas,
iguales, llevan collarino bastante plano y grandes bolas angulares, una de
ellas con caperuza. Estas basas apoyan, a su vez, en alto podium que forma un
banco que ocupa el presbiterio y que, en parte, ha sido cortado para abrir paso
a la sacristía.
Muy
interesante es, también, la ventana central e interna del ábside, desde el
punto de vista escultórico, pues se enmarca por dos columnas con sus capiteles
muy bien tallados. El de la izquierda, con cimacio de aves entrelazadas que se
pican, y cesta con bolas de caperuza, y volutas en lo alto, separadas por
cabezas de animal. El capitel de la derecha, con cimacio de los conocidos
círculos tangentes, tiene una cesta con dos leones afrontados. Las basas de
estas columnas son áticas con bolas. La chambrana de esta ventana lleva hojas
de palma, tangentes, separadas por perlas.
También
el muro meridional de la nave ha sido abierto, como dijimos al principio, para
dar paso a las dos capillas de abovedamiento de nervios. En este mismo muro y
junto al antepecho del coro, se conserva una ventana de la fábrica románica,
muy sencilla, de arco de medio punto, sin arquivoltas, decorado con dos leves
molduras: un pequeñísimo bocel y una línea de dientes de lobo.
La inscripción de consagración
Se
podría pasar inadvertida si no se indica al visitante que se encuentra en el
interior de la iglesia, nada más entrar por la puerta occidental, a la derecha
de esta, y en un sillar de la jamba izquierda. El texto está a falta del nombre
de quien la consagró y de la fecha en que tal acto fue realizado. Lleva solo
dos renglones y medio, en un tipo de letra mayúscula con varias inclusiones de
unas letras en otras y alguna abreviatura, a más de alguna pérdida de letras
por erosión o desgaste. Ya la leyó Amós de Escalante, y nosotros también lo
pudimos hacer en 1979. Hoy, desde luego más erosionada, apenas puede
apreciarse.
ISTA EC(LES)IA CONSEC(RA)TA E(ST) / IN HONORE S(ANC)TORUM:
COSM(E) ET DAMIANI
Nuestro
parecer es que esta iglesia dedicada a los Sanos Cosme y Damián, puede
colocarse en la primera mitad del siglo XII, emparejada en estilo, en todo, a
las de Castañeda y Santillana, sobre todo a la primera, con la que hay una
visible relación en la manera de tratar tanto los canecillos como las figuras
de los leones. También está muy próxima a la escultura de San Martín de Elines.
Pudiera ser unos años más moderna que las anteriores, pero desde luego, a la
vista de lo que nuestros estudios y comparaciones nos obligan, no nos
atreveríamos a colocarla, en la segunda mitad del XII.
Yermo
La
aldea de Yermo se sitúa en la margen izquierda del Besaya, a 2,8 kilómetros al
Sur de Cartes, la cabeza del municipio, y a una altitud de 120 metros sobre el
nivel del mar. Se accede a Yermo por la CA-283, que se toma de la N-611
(Santander-Palencia), entre Cartes y las Caldas de Besaya.
En
el Libro Becerro de las Behetrías (1352), se registra Santa María de Yermo como
lugar de la Merindad de las Asturias de Santillana, y perteneciente al Obispo
de Oviedo. Pagaban al rey sus derechos de servicios y monedas, además de la
fonsadera y la martiniega. El Obispo de Oviedo cobraba, como señor que era
de este lugar, por infurçion e por sus derechos diez e ocho maravedis e mas
tres gallinas, e danle mas de cada fumo dos coronados e el primo dia de agosto
dal cada uno cada anno un toçino e danle mas de nunçio veynte e tres maravedis
e la maneria.
Yermo,
barrio del lugar de Cohicillos, del ayuntamiento de Cartes, como figura en el
Diccionario de Madoz (1845-1850), se desarrolló en torno al antiguo monasterio
de Santa María, fundado en el siglo IX.
En
el Catastro de Ensenada (1752), se registra la Jurisdicción de Cartes,
constituida por la villa de Cartes y por los lugares de La Barquera, Bedicó,
Mijarrojos y Santiago de Cartes. El lugar de Cohicillos consta en dicho
Catastro, en la Jurisdicción de Torrelavega, como señorío de la Duquesa del
Infantado, quien percibía los derechos de alcabalas y martiniega. Los moradores
de Cohicillos pagaban también el diezmo y primicias de los frutos a los dos
curas beneficiados “de ración entera”, y la cuartilla de los diezmos a
la fábrica de la iglesia. Asimismo, consta en el Catastro que parte de un
impuesto, que el pueblo de Cohicillos tenía “contra sí”, estaba
destinado “para hacer la ermita de la Concepción para ayuda de parroquia
para la comodidad de los vecinos por la distancia que había de la iglesia
parroquial”. Madoz (1845-1850), cita “la iglesia parroquial de Santa María del
Yermo, matriz de la ayuda de la parroquia (Nuestra Señora de la Concepción),
situada entre los barrios del Corral y San Miguel; ambas están servidas por dos
curas de ingreso y presentación del duque del Infantado”.
En
la actualidad, la iglesia de Santa María, apartada del núcleo de población de
Yermo, es la parroquial de Cohicillos, El Yermo y Ríocorvo. Fue declarada Bien
de Interés Cultural, con la categoría de Monumento, en 1930.
Iglesia de Santa María
Otro
monasterio que aún conserva en Cantabria su casi total alzado románico es el de
Santa María de Yermo. Naturalmente que no es el alzado de su fundación, pues
ésta, si seguimos al documento que la señala, se produce en los mediados años
del siglo IX. El testimonio se conserva en el Liber Testamentorum del Archivo
de la Catedral de Oviedo, folio 15, v. 17, y no todos los historiadores que han
trabajado sobre él están de acuerdo sobre su verdadera fecha ni sobre su
autenticidad, pues el documento parece interpolado, aunque es muy probable
tuviese una base más antigua que se correspondiese con la fecha de su
fundación. De todas formas esta diversidad de opiniones ya se conocía en los
años mediados del siglo XIX, pues Ángel de los Ríos, verdadero pionero en el
estudio de nuestro románico montañés, decía que esta iglesia de Yermo era “bien
conocida por la originalidad de varios detalles de su arquitectura bizantina y
por escrituras antiguas relativas a ella que hay en el archivo de la Catedral
de Oviedo; escrituras que han dado lugar a controversias entre varios autores y
eruditos”. Para algunos, como Escagedo, podría llevarse al año 817; Lasaga
Larreta pensó en otra fecha, 823, pero parece más segura la fecha que otros
investigadores, como Fray Justo Pérez de Urbel o García Larragueta, consideran
muy probable, la de 853. Se trata de una kartula testamenti por la que
Severino y Ariulfo, obispos, entregan a San Salvador de Oviedo y a su obispo
Serrano de Oviedo el monasterio nostro vocabulo Sancta Maria de Ermo quod
fundabimos in Asturias territorio de Kamesa in valle qui dicitur Quo. El
lugar está bien claramente determinado: en Camesa y en Asturias (naturalmente
de Santillana) en el valle que llaman Cóo, es decir, todo el “coto” del
monasterio, que según Lasaga Larreta, que conocía bien estos alrededores,
comprendería todo lo que es el concejo de Cohicillos con puntos límites que
serían Riocorvo, Viérnoles, Ibio al poniente, y por el sur el término de Cóo. Y
además de este coto propio del monasterio, le entregan a Serrano totum
integro foras istos terminos nostras hereditates sive et ecclesias, que son un
dominio que se extiende hasta la costa, en Miengo y Ubiarco, por ejemplo, y
llega por occidente a Cabezón de la Sal y Treceño, buscando las salinas de esta
comarca; por el sur alcanzaba a Bárcena Mayor y Campoo de Suso (Sejos), un
espacio amplio, desde el Deva hasta Trasmiera, con derechos de pastar sin “montazgo”.
Según Lasaga Larreta, comprendía el dominio del monasterio: “por un lado la
cuenca del Saja y Nansa y por el otro llegaba al Pas, en la sección del valle
de Piélagos, con privilegio de pastos para sus ganados en toda la costa del mar
y hasta el mismo Trasmiera”. En Cabuérniga tenían Bárcena mayor con su
iglesia de Santa Águeda; en Ucieda, la mitad de su iglesia de Santa Juliana; en
Terán, Santa Eulalia; en Valle su iglesia de San Adriano; en Ibio la de San
Félix y Doroteo, etc. Lasaga nos dice que Santa María de Yermo llegó a diezmar
en noventa y dos pueblos.
Tales
delimitaciones y posesiones no creemos, dadas las seguras interpolaciones, que
puedan ser adjudicadas a la época de fundación. La redacción del documento es,
además, bastante sospechosa para creerla de tanta antigüedad. Pero lo que sí
nos asegura es que el monasterio de Santa María de Yermo tuvo en su día fuerza
y poder, aunque tal vez el documento esté bastante “hinchado” en siglos
posteriores, y por los escribanos ovetenses, en un intento de legalizar los
derechos de su obispado en las iglesias de Asturias de Santillana, desde el
Deva a Trasmiera, tan discutidos con la mitra burgalesa. El pleito entre los
dos obispados de Burgos y de Oviedo, según Fernández Conde, empezó con el
obispo Martín, predecesor del obispo Pelayo. Éste –que realiza en su oficina
pelagiana una serie de “falsos”, que buscaban mantener la sede de Oviedo
hasta Trasmiera e incluso hasta Vizcaya– fue contemporáneo de Alfonso VI y
celebró concilio en Oviedo en 1115, y realizó sus “trampas” hacia 1122.
Duró este pleito hasta el papado de Lucio III quien encomendó a los obispos de
Sigüenza y Orense en 1182 (enero) la solución del mismo, añadiendo a estos
nombrados jueces, un mes más tarde, al obispado de Palencia. Sentenció este
tribunal en Sahagún, en 1184, lográndose un acuerdo por el que Oviedo renuncia
a sus pretensiones sobre las iglesias de Asturias de Santillana, que
dependerían definitivamente de Burgos, y este renunciaría a cuatro iglesias
concretas.
Tales
delimitaciones y posesiones no creemos, dadas las seguras interpolaciones, que
puedan ser adjudicadas a la época de fundación. La redacción del documento es,
además, bastante sospechosa para creerla de tanta antigüedad. Pero lo que sí
nos asegura es que el monasterio de Santa María de Yermo tuvo en su día fuerza
y poder, aunque tal vez el documento esté bastante “hinchado” en siglos
posteriores, y por los escribanos ovetenses, en un intento de legalizar los
derechos de su obispado en las iglesias de Asturias de Santillana, desde el
Deva a Trasmiera, tan discutidos con la mitra burgalesa. El pleito entre los
dos obispados de Burgos y de Oviedo, según Fernández Conde, empezó con el
obispo Martín, predecesor del obispo Pelayo. Éste –que realiza en su oficina
pelagiana una serie de “falsos”, que buscaban mantener la sede de Oviedo
hasta Trasmiera e incluso hasta Vizcaya– fue contemporáneo de Alfonso VI y
celebró concilio en Oviedo en 1115, y realizó sus “trampas” hacia 1122.
Duró este pleito hasta el papado de Lucio III quien encomendó a los obispos de
Sigüenza y Orense en 1182 (enero) la solución del mismo, añadiendo a estos
nombrados jueces, un mes más tarde, al obispado de Palencia. Sentenció este
tribunal en Sahagún, en 1184, lográndose un acuerdo por el que Oviedo renuncia
a sus pretensiones sobre las iglesias de Asturias de Santillana, que
dependerían definitivamente de Burgos, y este renunciaría a cuatro iglesias
concretas.
Según
Lasaga Larreta, ya en 1350 sólo aparecían como pertenecientes al Obispado de
Oviedo Santa María de Yermo, Viérnoles y Barcenaciones, habiendo casi caído
todo el concejo de Cohicillos, posteriormente, en el señorío de la casa de la
Vega.
Pero,
y a pesar del conocimiento de su cesión en el 853 al obispado de Oviedo por sus
citados propietarios Severino y Ariulfo, poco más sabemos de la historia
subsiguiente del monasterio. Parece, por lo que el documento citado dice, que
fue creado por los propios obispos donadores: quod fundavimus y que su “coto”
fue establecido por el rey Ordoño. Nada conocemos de la secuencia de sus abades
y hasta cuándo vive como monasterio. Indirectamente sí sabemos que hacia los
años mediados del siglo XI (1031), consta (Archivo Diocesano de Santillana,
pergamino nº 16 antiguo) como abad en Yermo, un tal Poncio, que cede o vende un
solar en Ubiarco al abad Juan, de Santillana. Al menos, es un dato que nos
permite asegurar que Santa María de Yermo tenía en estos años vida monasterial
y heredades en la costa montañesa.
Fernández
Conde, aunque admite las interpolaciones del documento de 853, diciendo: “es
una interpolación pelagiana a juzgar por los restos de estilo diplomático de la
escuela de Don Pelayo y por las inexactitudes diplomático-históricas que
contiene”, cree que “es muy probable la existencia de una donación
anterior, sobre la que los copistas ovetenses compusieron esta, ampliándola
considerablemente. A la luz del pleito entre Burgos y Oviedo, nos podemos
aproximar al contenido de la donación base. El núcleo de aquella sería el
monasterio de Santa María de Hermo, con su patrimonio. La larga serie de
iglesias y los pastos de la franja costera, que contiene la donación de
Severino y Ariulfo constituiría la interpolación ovetense. De otra manera,
conociendo la amplitud de las aspiraciones de los obispos ovetenses del siglo
XII, no comprendemos como estos habrían renunciado al importante patrimonio en
las Asturias de Santillana, legitimado por un documento tan antiguo, como el
que acabamos de examinar”.
Pero,
a pesar del acuerdo establecido por los obispos de Oviedo y Burgos en 1184, por
el que el de Oviedo renunciaba a sus derechos sobre las iglesias y bienes que
esta diócesis ovetense había tenido en las Asturias de Santillana y más lejos,
según el interpolado documento del 853, los intereses de la mitra ovetense –que
no debió de aceptar con beneplácito la sentencia de los obispos de Sigüenza,
Orense y Palencia, firmada en Sahagún en 1184– seguían vivos todavía en el
siglo XIV (1382), pues en una escritura, de este año, que Ángel de los Ríos
copia de la Regla Colorada (folio 125), y que viene titulada “Carta de la
Encomienda que dio Don Gutierre, obispo de Oviedo, a Pedro Fernández de
Velasco, camarero mayor del Rey, de la iglesia de Santa María del Yermo, y de
otras muchas iglesias que ha en el territorio de Camesa en el Valle que dicen
Co”, este obispo Don Gutierre (aprovechando quizá el poder del camarero
ante el rey) le pide al Velasco, como encomendado suyo, que resucite los
derechos y bienes de todo tipo y recobre heredades, iglesias, etc., que el
documento (interpolado) del 853, el de la fundación de Yermo, les había
concedido.
No
sabemos, desde luego, el éxito que “nuestro” Velasco pudo tener y
ofrecer al obispo Gutierre, pues –según Lasaga Larreta– a partir de esa fecha
sólo aparecían como señorío del obispado de Oviedo la iglesia de Santa María de
Yermo, Viérnoles y Barcenaciones, y más tarde, como ya apuntamos, todo el
concejo de Cohicillos fue absorbido por el poderío de la Casa de la Vega.
El monumento
La
iglesia de Santa María de Yermo es una típica iglesia románica de las llamadas
de concejo, es decir, de una sola nave rectangular con ábside semicircular en
la cabecera y de proporciones medianas, pues alcanza en el largo unos 22 metros
y 7,5 de ancho. Destaca, sin embargo, por su unidad de estilo y por su
excelente conservación, pues su estructura románica está casi completa,
teniendo sólo un añadido, sobrepuesto al muro norte, que no modifica apenas su
alzado románico, salvo su cornisa, que perdió los canecillos. Tampoco han
sufrido variación notable las entradas de luces, pues salvo los óculos que se
abren en el muro exterior del presbiterio meridional y en lo alto del hastial
oriental, que parecen haber sido modificados, las ventanas y la puerta mantienen
su viejo aspecto románico.
También
desentona una aspillera de tamaño reducido que se abrió posteriormente al final
casi de la fachada y a la izquierda de ella. No sabemos como sería el hastial
occidental, que ahora ocupa una espadaña de los siglos XVI a XVIII, pero tal
como es corriente, en estas iglesias románicas de una sola nave, es muy posible
que los maestros románicos colocasen una espadaña parecida sobre el mismo muro
del Oeste. También hay que excluir de la época románica, la escalera de doble
orientación que sube al campanario, pero tal vez fue construida al par que la
espadaña hoy existente.
Empezando
por la fachada del mediodía que es, sin duda, lo más espectacular y bien
conservado de la iglesia, llama la atención lo bien trabajada y asentada que
está su sillería, lo que prueba el excelente trabajo de cantería que realizaron
los operarios medievales, utilizando una caliza arenisca de tonalidades
variables, con predominio de un color ocre, en algunas partes bastante intenso.
La organización de esta fachada, con su puerta casi central y destacada un poco
del muro general, y las dos ventanas iguales a uno y otro lado, es también
bastante normal en el románico rural (caso, por ejemplo, de Cervatos). También
dos relieves tallados en bloques verticales, que en líneas posteriores
analizaremos, se colocan simétricamente en relación con la puerta y muy cerca
de la cornisa del muro. Todo ello con un marcado sentido de equilibrio, al que
se juntan dos figuras animalísiticas, próximas a las chambranas de las dos
ventanas, que muestran en conjunto un afán de planteamientos geométricos que
contribuyen a dar a esta fachada de Yermo un armonioso ritmo perfectamente
estudiado.
La
puerta se alza sobre un banco de unos 40 centímetros, donde descansan los dos
machones que sostienen las armaduras apuntadas que conforman el hueco de
entrada. De fuera a adentro, el primer arco o chambrana, se labra con círculos
secantes, a modo de cadena de anillas. Sigue luego una primera arquivolta de
dos baquetones paralelos. Chambrana y primera arquivolta apoyan sobre el
cimacio de las jambas.
La
segunda arquivolta está formada por un baquetón y una escocia adornada por fila
de bolas totalmente esféricas y apoya sobre los dos capiteles exteriores a uno
y otro lado de la puerta.
La
tercera arquivolta es de ancha escocia con esquina de puntas de diamante y
carga sobre cimacio de entre capiteles. La cuarta arquivolta es de escocia y
tres finos baquetones, y descansa sobre los cimacios de los dos capiteles más
internos. La quinta arquivolta es de grueso baquetón entre filetes, y ya cobija
la sexta arquivolta formada por las dovelas que cubren el tímpano iconográfico,
que comentaremos inmediatamente, y que ya está sostenida por las jambas más
internas que forman el hueco de la puerta. Toda la línea de cimacios va tallada
por un cordón serpentiforme, que forma ondulaciones, que en lo alto y en lo
bajo, alternativamente, encierran una especie de flor de lis, colocada mirando
hacia abajo y hacia arriba. Las basas de las cuatro columnas que componen la
puerta son similares, de tipo ático, collarino doble, escocia bastante aplanada
y grueso toro con lengüeta.
Detalle de la puerta meridional,
mostrando arquivoltas, tímpano y canecillos de la puerta y de la cornisa
El
plinto es de muy poca altura y se asienta sobre el banco, ya citado, con
esquinales de tres junquillos paralelos. Los fustes son monolíticos y acaban en
capiteles iconográficos, que describimos también de fuera a adentro y de
izquierda a derecha. Los dos capiteles de la izquierda llevan los siguientes
motivos o escenas. El más exterior representa una lucha de jinetes separados
por una figura femenina que, interponiéndose entre los dos caballos, intenta
separar –así parece– a los dos contendientes, los cuales están en actitud de
acometerse: el de la derecha, protegiéndose con un escudo con símbolo
cruciforme, alza con su mano derecha, y por encima de su cabeza, una enorme
espada en disposición de descargarla sobre su enemigo, que también sostiene
escudo con siete rayos que salen de un punto central, y tiene a sus espaldas un
pequeño demonio. El caballero de la izquierda ataca con lanza que, pasando por
detrás de la cabeza de la mujer mediadora, choca con el escudo de su
contrincante. Toda la escena es la típica lucha de caballeros que tanto se
repite en la iconografía románica.
El
capitel más interior viene trabajado con el relieve de dos fieras, león y grifo
que, apoyando sus patas en el collarino, enfrentan sus cabezas en lucha feroz.
Los collarinos de ambos capiteles están bastante deteriorados y con marcas de
haber disparado sobre ellos con escopeta de perdigones.
Capiteles lado izquierdo
Los
dos capiteles de la derecha son también iconográficos. El más próximo a la
puerta, presenta la conocida escena de Daniel entre los leones, éstos,
simétricamente colocados, bajan sus cuellos y cabezas hasta la altura de los
pies del profeta. En lo alto del esquinal de la cesta destacan el tronco y
cabeza de Daniel, de frente, que parece esperar resignado la extraña actitud de
los animales. A ambos lados de la cabeza del personaje bíblico parece verse, a
la derecha, un ángel portador de lanza y libro, y a la izquierda un demonio de
espantoso rostro que se abraza la cabeza, con una significación de vencimiento
o de huida. El capitel más exterior de este lateral derecho de la puerta, idea
dos fieros leones que tocando sus grupas vuelven sus airadas y terroríficas
fauces hacia una figura despedazada que ocupa el centro del capitel.
Capiteles lado derecho
Parece
indudable –aunque somos siempre bastante cautelosos al querer interpretar
simbolismos– que los capiteles de la puerta de Santa María de Yermo, tienen una
especial escatología que puede relacionarse con los pecados y las fuerzas del
mal en su lucha con las virtudes y el bien, y la intervención de la iglesia o
de la fe religiosa en el triunfo de las segundas sobre las primeras, que
veremos también simbolizado en la figura doblemente repetida del tímpano. La
lucha de los caballeros, uno de los cuales tiene tras de sí el rostro
significativo de un demonio, expresa ya claramente quien es o a qué espíritu de
maldad defiende uno de los contendientes, cuyo escudo ha sido traspasado por la
lanza del justo. Tal vez el conjunto signifique la guerra abierta entre la
ortodoxia y la heterodoxia, lucha a la cual asiste la iglesia buscando la paz,
que es, de hecho, la unidad en una sola fe. Por otra parte, los dos capiteles
de la derecha se contraponen ambos en la forma de expresar dos situaciones
opuestas: la del pecador, destrozado por las fauces airadas de sus vicios, y la
del justo, representado por Daniel que doma los instintos perversos. El ángel
de su derecha sería el simbolismo de la gracia, de la fe y de la virtud; y el
demonio que huye, vencido, vendría a significar el fracaso del infierno.
El
vano de la puerta se corona con un excelente tímpano labrado, que aumenta su
interés artístico y simbólico con el hecho de que son muy pocas las iglesias
del románico de Cantabria que lo tienen, pues sólo recordamos los de Cervatos,
Retortillo y éste de Yermo. Está formado, tallado y labrado en piedra
monolítica de arco apuntado y que en su lado horizontal lleva la línea
quebrada, como dintel, que desenvuelve hacia arriba los lados curvos resaltados
por dos muy finos baquetones. Todo ello circunda el espacio donde, en relieve
bastante resaltado, figura un episodio singular de la lucha de un caballero
perfectamente armado de casco, lóriga y escudo, éste sujeto por la mano
izquierda, en tanto que en la derecha mantiene una espada en alto. El momento
representado es el acto en el que este jinete resiste el ataque de un
fantástico animal de monstruosa apariencia, con cabeza de felino, cuerpo
serpentiforme y escamoso de dragón, patas anteriores de león y alas de águila,
figuración bastante inocente de la unión de la maldad, del pecado y del terror.
El caballero le presenta su escudo que la fiera muerde con furor, en un salto
directo que le hace levantar sus garras. El caballo no lleva protección alguna,
contrastando con el que luego describiremos, que se encuentra, con escena
parecida, en el reverso del mismo tímpano y dentro de la iglesia. Este
guerrero, pues, es un defensor del bien, es la milicia de la iglesia, que
valientemente ataca o se defiende del endriago perverso y dañino y que, sin
duda, querrá simbolizar a los enemigos del hombre justo o de la misma iglesia.
De hecho, el escultor ha querido manifestar que el jinete tiene la protección
divina, pues detrás del caballo ha esculpido un ángel alado que parece escoltar
y animar al luchador.
Tímpano de la puerta por el exterior. El
caballero y la fiera en el momento de iniciar la lucha
La
puerta, resaltada del muro, como dijimos, lleva una cornisa de piedra trabajada
en su borde con una imposta de ovas y sogueado. Esta cornisa, que no soporta
tejadillo, apoya sobre nueve canecillos de proa de nave. Entre los canecillos,
a modo de metopa, los sillares se perforan con un arquillo de medio punto que
no parece atravesar el muro, y cuya finalidad no se nos alcanza. Dos ventanas,
en todo simétricas, y plenamente románicas, se alzan y abren a los lados de la
puerta. Son abocinadas, dobladas, y tan sólo presentan decoración de billetes
en las chambranas, que las cubren. Sobre cada una de las ventanas descritas se
ha colocado una figura animal, en la misma hilada de la sillería de este muro
meridional: la de la izquierda parece la cabeza de un león como las que solían
colocarse como soporte de los sarcófagos nobiliarios. La de la derecha es un
protomo de leona o león, con amplia melena, que parece acoger entre sus patas a
dos cachorrillos.
En
la otra hilada de sillería, y formando pendant, se han incrustado sendas placas
esculpidas, la de la izquierda lleva como coronación una gran inscripción que
dice SANTA MARINA, y la derecha es una Virgen sedente con el Niño en
posición central entres sus rodillas. El relieve de Santa Marina se compone de
dos arquillos separados por columnas de tipo románico, con sus capiteles, y
sobre ellos restos de las torres de dos pisos y armaduras que representan o
simbolizan la ciudad de Jerusalén, que tanto se repiten en los frisos
románicos. Entre los dos arcos se ha ideado un ángel que parece acoger o
salvaguardar a una de las figuras, la de la derecha, claramente femenina, con
cabello de largas guedejas que caen sobre los hombros y que, frontalmente, alza
las manos abiertas en actitud de bendición o de sumisión y respeto. Viste brial
hasta los tobillos, pellizón de pliegues señalados y manto corto con extremos
colgantes.
La
otra figura, también de pie, viste muy semejantemente; también parece femenina
por su vestimenta y largo cabello y sostiene entre sus manos un libro u objeto
vertical.
Es
sobre este relieve bipersonal sobre el que carga la inscripción de SANTA
MARINA, quizá haciendo alusión a una representación de la vida de la santa.
Las letras parecen de paleografía que no desentona con los años finales del
XII, pero no sabemos si fue este relieve aprovechado de alguna ermita próxima e
incrustado en la fábrica de la iglesia de Yermo. El parentesco estilístico de
estos dos relieves habría que buscarle, muy directamente, en la manera de hacer
del maestro que labra los capiteles iconográficos del claustro de Santillana y
los grandes paneles escultóricos de esta misma iglesia (Pantocrátor, Santa
Juliana domeñando al demonio, y la Virgen con el Niño), que siempre hemos
supuesto pertenecieron a una portada monumental que existió en el monasterio de
Santa Juliana. Nuestra particular opinión es que es el mismo maestro de
Santillana, que trabajó en los finales del XII, quien esculpe alguna parte de
las tallas de Santa María de Yermo.
Así
podemos comprobarlo con suficiente seguridad al analizar el otro relieve gemelo
de Yermo, con el de la Virgen y el Niño de Santillana. La postura de este grupo
es idéntica en ambas iglesias, tanto en el enmarcado arquitectónico como en la
disposición de los personajes. Naturalmente que en la Virgen y el Niño de
Santillana, por su tamaño, hay un cuidado y perfección de detalles que no tiene
la de Yermo, y que ésta está realizada más como una pieza rápida que como una
obra acabada y principal, pero en ambas existe el estilo de un mismo artista.
La Virgen lleva toca sobre la cabeza que se plisa en pliegues sobre los
hombros, el Niño va coronado en ambos bajorrelieves, y la forma de tratar los
ojos y el rostro es, salvando las distancias de tamaño e importancia,
absolutamente similar.
A
mayor abundamiento, no es posible dudar de la actuación de una misma mano, en
los capiteles iconográficos del ala sur del claustro de Santillana y en el
tímpano de Yermo. Comparemos simplemente la figura del caballero y caballo del
tímpano exterior de esta última iglesia, que ya describimos, con uno de los
capiteles de Santa Juliana, en donde se representa la misma escena y tema. La
semejanza es total, la forma de hacer el caballo, el jinete, la cota de mallas,
la postura de éste, el escudo e incluso esa barra que muerde el monstruo que,
colocada delante del escudo, no podemos imaginar de qué se trata, aunque
tenemos nuestra opinión que enseguida expondremos. La misma fiera atada es de
una similitud estilística verdaderamente sorprendente. Por lo que no dudamos
que alguno de los maestros del claustro de Santillana, o su taller, intervino
de una manera notable en la decoración escultórica de la iglesia de Yermo.
Siguiendo
obligadamente con la descripción de su muro meridional, es preciso que
detallemos, en lo posible, cada uno de los canecillos que forman esta rica
serie que corona la fachada y que, sosteniendo una cornisa adornada con
procesión de rombos tangentes, ciertamente, ofrecen aspectos de sumo interés
interpretativo.
Son
veintidós. Los números 1, 2, 3 –empezando por la izquierda– transcriben en su
decoración, con variaciones, el tema muy románico de las puntas de diamante y
rombos. El número 4 es un águila, posiblemente que con sus garras y pico hace
presa a una liebre o pez, tema corriente en la iconografía del románico
montañés, como vemos en Castañeda. El número 5 es un pequeño animal, tal vez un
osezno, que visto de espaldas, apoya sus cuatro patas en el caveto del
canecillo. El 6 talla la imagen de un hombre de pie, de clase rural, con su
faldellín típico, que lleva en su mano izquierda un palo o lanza y con la
derecha sostiene un enorme cuerno que aproxima a la boca para hacerle sonar; a
su lado, aparece un animal pequeño, ¿un perro?, que dirige su cabeza hacia el
osezno del canecillo anterior. El 7 representa a un ballestero sentado, que
mantiene bien sujeta con ambas manos el arma. Hasta aquí, en estos cuatro
canecillos iconográficos últimos, creemos adivinar una especie de escena común
cuyo título podría ser “La vida campesina”, o la ocupación de la caza en
la sociedad rural de la Edad Media. Como el águila es el animal depredador que
ataca sin compasión a otros que le sirven de alimento, así el hombre acomete a
otras bestias o alimañas en monterías organizadas con sus jaurías de perros, el
toque del cuerno, las lanzas y las ballestas. Tan sólo nos permitimos recordar
el cimacio con la caza del jabalí que existe en la llamada puerta de El Cuerno,
de la iglesia de Piasca. El octavo canecillo, el que enmarca por la izquierda
la inscripción de Santa Marina, inicia un nuevo conjunto de ellos dedicado a
otros hábitos del estado llano o de los pueblos medievales: la juglaría.
Representa aquel a un personaje sentado en silla o banqueta baja que toca un
rabel, al parecer de dos cuerdas, que sujeta con la mano izquierda, lo apoya en
el hombro y lo pulsa con el arco manejado con la derecha. El número 9 de los
canecillos, figura a una mujer con su toca y capa que tañe la pandereta,
instrumento de forma cuadrada y no redonda, como lo es la pandereta actual,
pero manejada con posturas simulares a como todavía se sigue tocando el
pandero, alzándole hasta la cabeza, bien a la derecha, como en la
representación de un capitel de la iglesia de los Carabaos, o en el capitel de
la ventana interior del ábside de Yermo, o bien hacia la izquierda, como en
este canecillo que analizamos. El número 10 parece representar a una
saltimbanqui femenina, pues se ve le llega la falda hasta los propios pies. La
contorsionista se dobla hasta tocarlos con su cabeza, cubierta con toca de barbuquejo.
Tenemos pues un conjunto de titiriteros, músicos y juglares tal como
seguramente podrían verse en los pueblos y villas de nuestra Edad Media. El
canecillo número 11, inicia también otro grupo de ellos con simbología moral,
en este caso de crítica o resalte de los vicios de la lujuria. Es la figura de
un hombre, sentado, que lleva su mano derecha a la barbilla y la izquierda a su
exagerado falo. El número 12 es la imponente cabeza de un animal vampiro, con
orejas de murciélago y agudos dientes que engulle hasta el vientre a un
personaje desnudo; sin duda ideación también del vicioso presa de sus propias y
desviadas inclinaciones. El número 13 presenta a un hombre itifálico que lleva
a su boca un objeto de difícil interpretación, pues uno de los brazos con que
lo sujeta está roto.
El
canecillo 14 es una mujer sentada, en silla de respaldo; lleva toca y sostiene
sobre las rodillas un gran libro abierto. El número 15, mujer desnuda, en
postura totalmente impúdica y excitante. El canecillo número 16, que está
justamente sobre el relieve de la Virgen con el Niño, es una pareja
abrazándose, ella desnuda y él con trabucos que le llegan más debajo de las
rodillas. El número 17 es muy particular y haciendo referencia posiblemente a
alguna fábula; se ven dos figuras de frente, de pie, la izquierda lleva saya
corta, espada en su mano derecha hacia lo alto y cabeza con orejas de animal;
la de la derecha es una mujer con toca y túnica con cinturón, parece abrazar a
la primera. El canecillo 18, situado sobre el león con sus cachorros, parece
simbolizar aquello que puede perder a la mujer, poniendo a ésta como propensa a
la calumnia y a la lujuria. Se esculpe a la mujer, a la izquierda del canecillo
a la que muerden sus pechos dos serpientes y a la que un demonio, que tiene a
su izquierda, intenta, con una especie de gancho, abrir o cerrar la boca de la
fémina. El canecillo número 19 es también de enorme interés pues, como es
normal en la iconografía románica, suele colocarse en parangón con la lujuria,
y es la representación de la avaricia. La manera de idearlo es muy semejante a
como se organiza el anterior canecillo: el avaro aparece de pie, con su bolsa
de cuero o garniel colgada del cuello; en su mano derecha lleva –pienso– una
medida de cereal, las típicas cajas de pueblos y en la izquierda una balanza,
todos ellos emblemas del amor desmedido a los bienes materiales de la riqueza y
del dinero. A su izquierda, como antes, la figura del demonio que intenta
también aprisionar al pecador por la boca. El número 20 recoge a una pareja
desnuda, de pie, abrazándose. El canecillo número 21 es un águila, de frente el
cuerpo y cabeza de perfil, haciendo presa con sus patas en un animal. El número
22, y último del muro meridional de la nave, lleva dos bolas, una sobre otra,
que parecen enganchadas al caveto por una especie de grapa metálica acabada en
estrella de cinco puntas. Es curioso anotar que entre canecillo y canecillo
existen los mismos arquillos taladrados que tenía la cornisa de la puerta.
El
muro meridional concluye, ya en su separación del ábside, por un contrafuerte
de tres cuerpos prismáticos en disminución, coronándose el último por un talud
de piedra.
Ábside
El
ábside comienza con un resalte anguloso de su muro meridional, correspondiente
al arco triunfal interior. Baja mucho en altura al de la fachada, lo suficiente
para dejar abierto el muro del saliente, donde apoya el ábside, con un gran
óculo bordeado por una chambrana circular de billetes.
Viene
a continuación, el muro del presbiterio, algo más remetido y en donde, en época
posterior al románico, se abrió otro ventanal circular no muy bien encajado. Se
corona este muro por cuatro canecillos que sostienen cornisa de caveto. Son
canecillos simples, de proa de nave y uno de ellos de punta de diamante, como
los que ya describimos en el comienzo del muro sur.
A
continuación viene ya el semicírculo del ábside, que se divide en tres calles
verticales por dos contrafuertes poco resaltados, acabados también en talud.
Todo el ábside, incluidos sus contrafuertes, descansa sobre un zócalo inferior
moldurado. Horizontalmente, el ábside tiene dos cuerpos, separados por una
imposta de caveto decorada con grandes rombos tangentes, como vimos en la
cornisa del muro sur.
Sobre
esta imposta apoya la única ventana del ábside, situada justamente en el punto
central del mismo y entre los dos contrafuertes. Lleva basas de alto plinto,
toro aplanado, escocia y collarino. Los fustes de las columnas son monolíticos
y terminan en capiteles decorados. El izquierdo tiene algo que parece querer
plasmar un hecho concreto que es difícil poder interpretar: pareja de hombre y
mujer, vestidos, que se acarician y abrazan; figura angular, más pequeña,
parece de mujer o niña con falda de volantes, que dirige a ellos la vista y
junta sus manos sobre el vientre; otra pareja, la mujer pudiera ser conducida
por un hombre portador de espada. ¿Qué han querido representar? ¿Tal vez el
comienzo y la terminación de un episodio celestinesco?.
Ventana del ábside
El
capitel derecho es de hojas y frutas aunque está bastante machacado. Ambos
llevaron en su día cimacio decorado. El izquierdo de hojas acorazonadas; el
derecho de entrelazos. No sabemos cuándo, ni por qué (tal vez por colocar algún
añadido al ábside) se picaron estos cimacios. Pero la decoración se continúa en
imposta sobre el muro del ábside hasta concluir en los contrafuertes. El
intradós del arco de la ventana es apuntado y lleva esculpido, en una sola
piedra, un bello entrelazo de cuatro cabos.
Capitel derecho de la ventana del ábside
Los
canecillos que sostienen la cornisa del ábside –que es sencilla, tan sólo de
caveto y sin decoración– son los siguientes: 1º. De tres rollos superpuestos;
2º. Cabeza humana, muy tosca, con especie de bonete y rasgos y facciones que le
dan un aspecto un tanto brutal o anormal; 3º. Bola con caperuza; 4º. Otra
cabeza humana, con cuello, pero también marcando su fealdad, sin pelo, con ojos
de pupilas abultadas, nariz ancha y rota en su punta, carrillos arrugados y
gigantesca boca entreabierta que acentúa su aspecto salvaje; 5º. De proa de
nave, simulando un libro abierto; 6º. Otra cabeza de tipo negroide semejante a
la anterior, de anchas narices y gruesos labios; 7º. Figurilla sentada
sosteniendo sobre las rodillas un libro abierto; 8º. Cabrito sentado que
mantiene entre las patas, posiblemente, un arpa y cuyas cuerdas pulsa con sus
patas y pezuñas anteriores; 9º. De proa de nave moldurada; 10º. Pareja desnuda
en postura de coito; 11º. De proa de nave moldurada, tipo que se repite con
alguna variación en los tres últimos canecillos del semicírculo del ábside.
Canecillos 6, 7 y 8
Canecillos 1,2, 3 y 4 del presbiterio
norte
Canecillo nº 10, pareja desnuda en
postura de coito
Ya
en posición al Norte, se inicia el muro exterior del presbiterio de este lado.
Se corona también por cuatro canecillos, alguno de difícil interpretación: El 1
es animal indeterminado (perro, osezno, jabalí…) mostrando su lomo y apoyando
sus patas sobre el caveto del canecillo. El 2 lleva cabezas de animal como
entre cepos. Los otros dos restantes tienen: el anteúltimo una serie de
entrelazos, y el último es de proa de nave con molduras.
Toda
la serie de canecillos del muro norte de la nave ha desaparecido, siendo
sustituidos por una cornisa no románica.
A
este muro del norte se le añadió, posteriormente al románico, una sacristía que
encubre en parte el contrafuerte que soporta las presiones del arco triunfal
por este lado septentrional. El núcleo primitivo de esta capilla al norte fue
posiblemente románico y hoy se distingue muy bien el añadido, a una y otra
parte, que debió ser realizado en el siglo XVIII.
La
espadaña es moderna en su parte alta, pero sin duda la románica estuvo en el
mismo sitio y fue luego modificada.
Interior de la iglesia
Antes
de atravesar el umbral de la puerta principal, en la jamba derecha, y en los
sillares más altos de ella, hay grabada una inscripción que fija la fecha, a mi
entender, del momento final de la conclusión de Santa María de Yermo. La
inscripción dice así:
ERA MCCXLI / DE SANTA MARIA / ESTA IGLESIA / PETRO QUINTA /
NA ME FECIT / PATER NOSTE / R POR SU ALMA.
Las
letras, si bien tienen una grafía un tanto especial, dentro de las formas
epigráficas de los finales del XII, nos dan tipos que sólo pueden colocarse en
estos años y en los primeros del siglo XIII: así el de “milesima”
compuesto por un signo ovoide, casi cerrado que vemos en inscripciones de 1183
en San Martín de Elines; de Cervatos, en 1199, y en Barruelo de los Carabaos en
cartela de 1264. La E de tipo uncial y la U casi cuadrada también se pueden
situar en estas fechas que señalamos. La R de ERA, con su trazo
curvo muy remetido y sinuoso la hallamos solamente en una inscripción del
monasterio de Aguilar, fechada en 1209. La C con apéndices vueltos, hacia
arriba y hacia abajo, sólo la encontramos en la epigrafía románica palentina a
partir de 1185 (Lebanza) siendo después frecuente en los primeros años del
siglo XIII (Mave, Aguilar). Otras letras, como la A, de trazo cursivo no son
frecuentes en la epigrafía monumental de la duodécima centuria, momento en que,
por otra parte, y a principios de la siguiente, comienza a desvirtuarse un poco
la escritura oficial con el paso a la vulgar, acentuándose el subjetivismo en
las representaciones de las letras.
Sobre
la lectura de esta inscripción ha habido, en cuanto a la fecha, diversas
interpretaciones. Arremiendos, en su libro Cantabria, editado antes que la
monografía de Lasaga Larreta (1894), lee bien, a mi parecer, los datos de la
Era, señalando la de MCCXLI (1241), año por lo tanto de 1203. Pero
Lasaga le corrige leyendo MCCXI, lectura a simple vista equivocada, pues la X
lleva el signo bien claro que la da el valor de cuarenta. Y si para Lasaga
Larreta la iglesia se acabaría en 1173, lo que la haría treinta y ocho años más
vieja, la acertada lectura la lleva al año 1203, que pensamos es la fecha de
conclusión de la iglesia, y que por otros estudiosos fue así aceptada.
Pasado
el quicio de la puerta, tropezamos con el tímpano en su versión interior que,
como dijimos ya, al describir la iconografía del exterior, lleva una muy
semejante escena de lucha de caballero contra gigantesco monstruo. Las
diferencias, desde luego, no son esenciales, si bien parece verse la mano de un
artista distinto.
El
exterior lo adscribimos, sin duda, al maestro de los capiteles del claustro de
Santillana. La talla, sin embargo, del tímpano interior no nos atreveríamos a
adjudicárselo al mismo cantero, aunque parece, por su similitud y su indudable
correspondencia y continuidad, que ambas caras se tallan al mismo tiempo. En el
tímpano exterior el caballero aparece en el momento en que todavía tiene la
espada hacia atrás, junto al ángel; el monstruo muerde y rompe, posiblemente,
con sus fauces una barra que ahora pensamos puede tratarse de una lanza, la
cual, en la lucha, ha sido atenazada por la fiera. En el tímpano interior, el
caballero ya hunde la espada en el pecho de la fiera y en vez de morder ésta la
lanza muerde el escudo. Como en este caso el vestiglo, que aquí tiene la forma
de un león con larga cola en espiral, lleva clavado en el lomo un fragmento de
una lanza, es lo que me hace suponer que la barra mordida en el tímpano
exterior es, tal vez, la lanza del caballero. Por otra parte, si en la escena
exterior el endriago está pleno de vida, en la interior ya está mortalmente
herido, pues lleva, aparte de la lanzada y de la espada hundida, las entrañas o
paquete intestinal fuera de su cuerpo. ¿Qué simbología complementaria tiene
esta secuencia de lucha en el anverso y reverso de un mismo tímpano? Sin duda
debe de tratarse de la perenne oposición entre el bien y el mal, enfrentamiento
continuo en el hombre, en el que la fe y la iglesia le ayudan con la fuerza de
sus experiencias y gracias, para liberarse, de las tinieblas del paganismo y
del pecado. Así, estos caballeros armados, ayudados por los ángeles, vienen a
ser los caballeros de la buena causa. La iglesia, como lugar sagrado, sería el
seguro acogimiento donde el fiel puede vencer a los espíritus del mal y donde
las buenas obras aparecen siempre como triunfadoras en el singular combate. El
cristiano está, al amparo de la iglesia y de su doctrina, perfectamente
defendido, bien armado para la ofensiva y la defensiva, cubierto él y sus
medios (guerrero y caballo) con la cota de malla de los sacramentos,
indulgencias y gracias. A la sombra de los muros de la iglesia medieval, el mal
no puede tener resguardo ni triunfo, y pasado el umbral del santo lugar, el
cristiano hiere de muerte a los enemigos infernales de su alma.
La
iglesia de Santa María de Yermo tiene una sola nave que siempre debió de
cubrirse con armadura lígnea. En el muro del norte se abre una capilla
románica, hoy sacristía, que en siglos posteriores fue ampliada y modificada, y
a la que ya nos referimos al describir el exterior del monumento. En el muro de
la cabecera un gran arco triunfal, apuntado y doblado, con guardapolvos de
doble fila de aspas o puntas de diamante, apoya sobre impostas decoradas con
bellos roleos de hojas tripétalas en forma de alabarda, adorno que se repite en
los cimacios de los capiteles de este arco. El derecho lleva, en conjunto, el
tema de la adoración de los Magos.
El
centro lo ocupa la Virgen sedente sosteniendo sobre sus rodillas al Niño. Lleva
la Virgen toca y manto, apareciendo fajado el Niño. El cual tiene la mano
derecha en alto, en postura de bendición, y la izquierda abierta y vuelta sobre
su pecho. San José, de pie, envuelto también en manto que le cubre los tobillos
y del que saca las manos sosteniendo una ofrenda. A continuación, en el lateral
derecho del capitel, aparecen los tres reyes Magos a caballo, en posiciones muy
simétricas. Completo, sobre la montura, no se ve, en realidad, más que al del
extremo, pues el caballo de éste oculta prácticamente las posturas de los otros
dos, que imaginamos idéntica: esto es, a la jineta, con sus pies en los
estribos; la mano izquierda, libre de una capa o manto plisado muy
geométricamente, sostiene las riendas, y la derecha lleva un pomo de ofrendas
en forma de esfera. Los reyes están coronados con un simple aro dentado. Al
lado izquierdo del capitel aparece una sola figura, con una gran capa de cuello
decorado con línea de perlas, que dirige sus brazos hacia el Niño, como si
quisiese recibirle entre sus brazos. Puede tratarse de un sacerdote revestido,
tal vez Zacarías, con lo que vendrían a amalgamarse dos temas: Adoración de los
Magos y presentación en el Templo. Creemos pueda ser un sacerdote, porque
detrás de él aparece un altar sobre el que está colocado el cáliz cubierto por
un arco que tal vez pueda indicar el sagrario. Sobre las esquinas del capitel
voltean las clásicas volutas. La técnica de talla es muy pobre y elemental y,
desde luego, no puede atribuirse la obra al escultor del claustro de
Santillana, aunque sí, posiblemente, a su taller.
El
capitel izquierdo del arco triunfal representa en el centro la figura de un
Pantocrátor que sostiene con su mano izquierda un libro con herrajes, y la
derecha la alza en postura de bendición, como es tradicional en este tema. Tras
de la cabeza se representan unos rayos, enmarcándose la imagen con la consabida
mandorla que sostienen las cuatro figuras emblema de los evangelistas: el
ángel, el águila, el león y el toro. A ambos lados del capitel, y en dos filas
simétricas, como espectadores en un palco, aparecen los apóstoles, en figura de
busto y apoyando las manos sobre un borde que pudiera ser el de una barca, tal
vez la nave de la iglesia. En las esquinas, como en el otro capitel, fuertes
volutas. La existencia, como motivo decorativo, de las líneas de perlas, tan
usadas por el maestro de Santillana, nos hace pensar, aunque la tosquedad es
grande, que pudiera ser el artista un discípulo u oficial del maestro del
claustro de Santa Juliana. Las basas de las semicolumnas de este arco triunfal
son de fuerte toro, débil escocia y collarino. Descansan sobre plinto bajo al
que se unen lengüetas o bolas que surgen del toro. Todo ello apoya sobre banco
alto, corrido, con tres molduras de baquetones.
Capitel izquierdo del
arco triunfal. Pantocrátor
Capitel derecho del
arco triunfal. Epifanía
El
cascarón del ábside lo ocupa actualmente un retablo barroco que oculta la
ventana. Sin embargo, hemos podido ver un poco su disposición, e incluso tomar
nota de sus elementos. Lleva arco apuntado y una arquivolta formada por dos
baquetones y una escocia con bolas pegadas, tal como ya vimos en la puerta
principal. El cimacio de los dos capiteles está machacado, igual que estaban
los exteriores, pero los capiteles se conservan.
El
de la derecha representa a un saltimbanqui que hace contorsiones, cabeza abajo,
al son de dos instrumentos musicales que tocan sendas figuras de pie, a cada
lado. La izquierda hace sonar una especie de violín o rabel de tres cuerdas, y
la derecha una pandereta cuadrada; escena, pues, que repite el tema que ya
vimos en tres canecillos del muro sur de la nave.
El
capitel de la izquierda lleva una lucha de dos individuos, vestidos solamente
con “bracae”, representación bastante repetida en el románico montañés.
Una figura femenina, con toca y barbuquejo, y gran capa, parece asistir
impertérrita a la lucha. Las basas de estas columnas de la ventana llevan
collarino, escocia y toro adornado con un perfecto sogueado.
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