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sábado, 3 de mayo de 2025

Capítulo 59, Románico en el Valle del Besaya

 

Románico en el Valle del Besaya
El Río Besaya es uno de los principales de Cantabria. Como todos los ríos cántabros importantes discurre de sur a norte buscando la costa del Cantábrico.
El Besaya nace cerca de Reinosa y desemboca en la Ría de Suances.
Su recorrido irregular está rodeado por zonas más o menos llanas y fértiles, encajonadas entre frondosas montañas, formando un rico valle, que no sólo permitió el asentamiento humano en aldeas y monasterios desde antiguo, sino que supuso el principal camino de comunicación entre la costa y la meseta castellana.
Incluso sirvió de ramal alternativo del Camino de Santiago para quienes arribaban del norte de Europa a la costa cántabra.
Esta vía de enlace de la costa cantábrica con el corazón de Castilla es la que aprovecha la actual Autovía A-67 (Autovía Cantabria-Meseta) en su ramal más septentrional, arrancando en Aguilar de Campoo (Palencia) pasando junto a Reinosa para alcanzar Torrelavega y Santander, siguiendo el Valle del Besaya.
Como indica el profesor García Guinea, este territorio estuvo surcado por una importante calzada romana que comunicaba Pisoraca (Herrera de Pisuerga) con los puertos romanos de Suances y Santander (Portus Blendius y Portus Victoriae, respectivamente).
La cuenca del Besaya es, por tanto, una región rica en románico. Además de su cuantía, es seguro que nos encontramos con el románico más altamente cualificado de Cantabria.

Características del románico cántabro de la Comarca del Besaya
A excepción del densísimo románico de la meridional comarca del Campoo, en el Valle del Besaya se encuentra el patrimonio más rico de toda Cantabria.
A lo largo de esta comarca encontramos numerosas iglesias que, en lo arquitectónico y escultórico, demuestran la participación de talleres distintos.
Existen hechuras arquitectónicas y estilos de esculpir que lo demuestran.
Sin embargo, hay una serie de características comunes en todas o casi todas estas iglesias: la riqueza escultórica que nos ofrecen, especialmente en los canecillos que soportan las cornisas.
Dentro de la iconografía escultórica de este románico no puede dejar de aparecer las escenas de tipo sexual (más que eróticas, pues parecen más bien que reflejan actitudes costumbristas y naturales, alejadas de lo sensual y libidinoso).
He elegido en esta comarca unas cuantas iglesias relevantes, como las iglesias de San Andrés de Rioseco, San Cosme y San Damián de Bárcena de Pie de Concha, Santa María de Yermo, San Juan Bautista de Raicedo y San Facundo y San Primitivo de Silió.

Ríoseco
La villa de Ríoseco está situada en la cuenca alta del Besaya, al norte del pequeño ayuntamiento campurriano de Santiurde de Reinosa, a 658 metros de altitud; dista 3 kilómetros de Santiurde, capital del municipio y muy próxima a Pesquera (2 kilómetros). Se accede por la carretera local, CA-806 que parte del barrio Ventorrillo, de Pesquera.
No encontramos documentación antigua sobre Ríoseco y su iglesia de San Andrés. Tan sólo, la cita que García Guinea (1979a) recoge del Cartulario Apócrifo de Cervatos (999), …in Rio seco tres solares. Quizá, por su proximidad a otros lugares documentados, como Pesquera, Porciles…, etc., Ríoseco dependería del obispado de Burgos, al menos en lo religioso.
Figura en el Libro Becerro de las Behetrías (1352), como Río Seco, perteneciente a la Merindad de Aguilar de Campoo. Este lugar es la tercia parte abadengo, e el abat de Çervatos a y dos vasallos; e la terçia parte que es de la orden de Sant Iohan; e la terçia parte que es behetría e que son vasallos de Gutiérre Pérez de Cuena. Pagaban al rey sus derechos en moneda y servicios; asimismo, pagaban los derechos de los señores al Abad de Cervatos, a don Gutierre Perez. A la Orden de San Juan de Jerusalén, de la Bailía de Población de Campos (Palencia) le correspondía una tercera parte de este lugar, y recibía de cada uno de sus vasallos ocho celemines de pan, mitad trigo y mitad cebada, en pago por infurción cada año.
En el Diccionario de Madoz (1845-1850), se lee: “villa con ayuntamiento. Situada al pie de los puertos denominados Pagüenzo y Lodar a media legua de la carretera de Santander a Palencia. Confina con términos de Somaconcha, Pesquera, Santiurde y Morancas. Hay dos montes cubiertos de hayas, abedules, robles y otros arbustos. Iglesia parroquial de San Andrés…”.

Iglesia de San Andrés
La iglesia de San Andrés de Ríoseco es una de las iglesias románicas de la cuenca del Besaya que se nos ha conservado en buenas condiciones, con una planta y un alzado que poco sufrió en posteriores siglos. Tan sólo le fue añadida una sacristía al muro meridional, entre el ábside y la puerta de entrada. La cabecera es semicircular; el presbiterio y sus muros, tanto el del Norte como el del Sur, conservan paramentos típicamente románicos. La espadaña desdice un poco del casticismo románico, pues parece añadido del siglo XVIII.
El plano es el normal de un edificio popular destinado al culto de un concejo reducido: una sola nave, finalizada al Este por un testero ya mencionado.
El muro meridional se abre por una puerta, un tanto solemne, destacada en saliente y con un tejadillo cuya cornisa es muy escueta, sin decoración, con arista matada por un simple bocel fino y resaltado, y que está sostenida por nueve canes de caveto sin decoración.

La entrada es de arco de medio punto que apoya en gruesas jambas prismáticas de cimacio biselado. Las arcaduras o arquivoltas, que abocinan la luz del arco, son cinco y una chambrana exterior, que las cobija, decorada con una trenza muy simple de dos tallos que se cruzan, seme jante al cimacio de uno de los capiteles que están en la credencia izquierda del presbiterio de Retortillo. La disposición y tallado de estas cinco arquivoltas es la siguiente, de dentro a afuera.
1. Ancha arquivolta biselada en la que se tallan muy limpiamente flores cuatripétalas cóncavas, inscritas en círculos y separados estos por haces geométricos. 2. Dos medias cañas decoradas con bolas y un baquetón central. 3. Tres baquetones, el central más ancho. 4. Gran baquetón todo él cubierto de una red de siete filas de pequeños billetes. 5. Repite tres baquetones, el central un poco más grueso.
Todas estas arquivoltas reposan sobre un largo cimacio acodillado. Sobre el primer pilar, el más interior carga la primera arquivolta de cuatripétalas citada. Sobre el segundo, convertido ya en capitel con su fuste, la segunda. La tercera vuelve a hacerlo sobre pilastra sin capitel. Y la cuarta, la de billetes, de nuevo sobre capitel. La quinta, la de tres baquetones, apoya sobre los anchos pilares que en derecha e izquierda limitan la puerta. Es interesante el cimacio corrido que se va adaptando al zigzag preciso para el abocinado, y se decora, con una técnica casi a cincel, muy plana, con una palmeta de doce hojas que se abre en abanico, se inscribe en un círculo y su posición va alternando, normal e invertida, según el recorrido de las partes del cimacio.
Tan bello conjunto de arquerías y cimacios prometía, sin duda, algo más para la composición de sus capiteles, dos a cada lado de la puerta que, en cierta manera, son decepcionantes, siendo los exteriores casi lisos, y los interiores tan sólo con tres humildes bolas con caperuza. Los fustes son monolíticos con basa de toro estrecho –el alto y moldurado, escocia bastante marcada, y toro bajo bulboso y alto, decorado, bien con arquillos o bien con dientes de lobo. Tienen lengüeta o bola que se une a un alto plinto tallado en lo alto con molduras simples.




Sobre el tejadillo de la puerta se abre una simple ven tana abocinada, de arco de medio punto, que casi roza el extremo inferior de los canecillos del muro sur, todos de caveto.

El ábside lleva en su presbiterio meridional una venta na abocinada, de medio punto, pero sin columnas ni arquivoltas, que en un momento determinado debió de ser reformada. Muy posiblemente, esta ventana fue abierta posteriormente al trazado primitivo de la iglesia, pues vemos están rotas las impostas que, como en el muro norte del presbiterio, debían de cruzar de parte a parte cuando no existía vano.

La cornisa, semejante para toda la iglesia románica, y que ya describimos para el tejadillo de la puerta. Los canecillos, sin embargo, son iconográficos. Son cuatro: 1. Figura humana, de pie y vestida. 2. Personaje femenino, sentado. 3. Hombre sedente que sostiene sobre sus rodillas un barril. 4. Muy difícil de describir por estar enormemente erosionado.




El ábside, propiamente dicho, está dividido en tres franjas o calles que separan dos contrafuertes prismáticos que acaban en base para sostener medias columnas entregas coronadas por capiteles de bolas y animales, que a modo de canecillo soportan la cornisa. Dos impostas, las mismas que recorrían el presbiterio sur antes de abrirse en este la ventana, dividen horizontalmente el ábside en tres zonas. De estas impostas, la más baja, abre el inicio de la ventana central cuyas columnas en ella se apoyan, y está simplemente moldurada con resaltadas líneas paralelas.
La ventana es más rica en elementos decorativos.
Tiene una arquivolta exterior ancha, en escocia, y decorada –en dos filas, sepa radas por dos líneas paralelas–, con semicírculos completos y planos, tangentes. La segunda arquivolta, la interior, dibuja un grueso baquetón. La primera apoya sobre imposta de cuatripétalas inscritas en círculos, motivo que ya vimos en la primera rosca de la puerta. El baquetón lo hace sobre cimacios del mismo dibujo que cargan sobre los capiteles –dos– de la ventana. El izquierdo lleva tres filas de hojas horizontales y volutas en lo alto. El derecho la consabida mujer vestida, que recoge con las manos sus cabellos, y se deja morder los pechos por dos serpientes. Los fustes son monolíticos y uno de ellos, el derecho, ha sido repuesto en la restauración. Las basas son normales.

Los canecillos del ábside, que están muy deteriorados, son de izquierda a derecha: 1. Figura humana acurrucada con las manos por debajo de sus muslos. 2. Superposición de tres cavetos.3. Dos cavetos, uno sobre otro. 4. Capitel de columna con decoración de bolas con caperuza. 5. Igual al número tres. 6. Figura femenina sentada con las manos sobre las rodillas. 7. Cabeza de animal. 8. Rollo en vertical. 9. Capitel de columna ¿con animales afrontados? 10. Superposición de dos cavetos. 11. Cuerpo y cabeza de animal con la cola entre las patas y mirando a la derecha. 12. Personaje humano de pie.
Los canecillos del muro norte del presbiterio, son también cuatro: 13. Muy destrozado, parece que tuvo un animal. 14. Figura humana que lleva alas ¿? 15. Bola con caperuza. 16. Liso en caveto.
Capitel de la columna izquierda
Segunda columna del ábside 

Los del muro norte de la nave son todos de caveto.

Interior de la iglesia
Toda la cabecera se aboveda con las típicas organizaciones románicas: bóveda de horno apuntada para el semi círculo absidal, y de cañón, también apuntado, para el presbiterio. Ambos tienen sobre el suelo un banco con asiento de baquetón, y tres impostas de abajo a arriba que le divi den en tres cuerpos. El más bajo acaba en el alfeizar de la ventana central, que, como la exterior, lleva columnas, capi teles y dos arquivoltas, una de bolas y otra de baquetón sogueado.


El capitel izquierdo, tiene cimacio con arquillos en dos filas, como vimos en la arquivolta más grande de la ventana exterior, cimacio que se prolonga después en todo el ábside, formando la segunda imposta, pero que va a repetir, en pequeño, las hojas de palma inscritas en círculo, que ya habíamos visto en los cimacios de la puerta de entrada.
La cesta de este capitel izquierdo recoge el tema de dos aves que se enfrentan tocando sus picos y cuyas colas se con vierten en un tallo que anudándose en lo bajo posa sus extremos en el cuello de cada uno de los pájaros.
El capitel derecho, tiene un cimacio extraño a base de un aspa de numerosas líneas, en un lado, y de dos círculos separados, pero concéntricos, a los que parece tachar una línea de Noroeste a Sureste. La cesta se cubre con una Eva sentada y desnuda que recoge la manzana que le ofrece la serpiente, enroscada en un árbol, representado por un tallo que se divide en cuatro ramas en lo alto.
Es interesante señalar la no aparición de Adán en el lateral derecho. Faltaban los dos fustes de esta ventana, ahora repuestos. En su día, el semi círculo absidal quedó oculto con un retablo barroco de principios del siglo XVIII, de columnas salomónicas, que ha que dado instalado frente a la puerta de entrada. También de esta época son dos arcosolios de piedra con sus correspondientes retablillos. Interesante es también un lienzo de influencia italiana, del siglo XVII, que representa la Adoración de los Pastores.
El arco triunfal, de bastante altura, doblado y apuntado, apoya sobre capiteles de temas muy preferidos de los artistas románicos. El izquierdo, con una composición tradicional, pero con arcaicas figuras, recoge la lucha de Sansón con el león al que intenta desgarrar sus mandíbulas. En la cara frontal de la cesta aparece el vencedor de los filisteos a horcajadas sobre el león, pero con un canon extraordinariamente corto, gran cabeza de largas melenas, barbas y vestido corto hasta las rodillas. El león lleva unas melenas representadas por mechones triangulares rayados en su dintorno, técnica que utilizan también algunos de los maestros que representan así las melenas de esta fiera en alguno de los capiteles interiores del ábside de San Martín de Elines. En los laterales del capitel aparecen, en el izquierdo un hombre sentado que sujeta la cola del león, y en el derecho, otro de pie, que lleva un poderoso cinturón sujetando su vestido, que levanta las manos, cerrando la derecha y portando en la izquierda una especie de maza o aspersorio.

El capitel derecho trata la conocida situación de Daniel en la fosa de los leones.
El profeta aparece de frente, de pie, con las manos juntas sobre el pecho en actitud de sumisión, mientras los leones acercan sus cabezas como besando los pies al profeta o lamiéndolos.

 

Bárcena de pie de Concha
Esta población de la cuenca del Besaya es cabeza del municipio al que da nombre. Está situada a 298 metros sobre el nivel del mar, y a una distancia de 56,5 km al Sur de Santander. Se ubica junto a las marcadas y profundas hoces excavadas por el río, y próxima a la Reserva Nacional del Saja-Besaya.
Está rodeada de montes de considerable altura, y su territorio cuenta con importantes bosques de hayas y de robles. Sus habitantes viven, sobre todo, del trabajo en la industria y en los servicios, dejando a la agricultura y a la ganadería tradicionales como actividades económicas complementarias. Se accede por la Autovía de la Meseta (A-67), o bien por ferrocarril, y por la N-611 (Santander-Palencia). En el apócrifo Cartulario de Cervatos (999), consta en una escritura in Barzenas Pie de Concha duos Solares…; García Guinea (1979a), considera el documento como una segura interpolación, dado el nombre que se le da al lugar. En 1110, se fechan los Fueros y Privilegios concedidos por el rey Alfonso VII al monasterio de “Cillaperil” (MUÑOZ Y ROMERO, 1970). Tradicionalmente, el lugar de Cillaperriel se ha identificado con Bárcena de Pie de Concha. D. Ángel de los Ríos apuntaba refiriéndose a Bárcena: “Me han dicho que aún se conoce en las inmediaciones un sitio llamado Ciellaperil o cosa semejante de donde pudo tomar el nombre el monasterio de Cillaperriella cuya carta de fueros otorgada en 1110 publicó Muñoz y Romero”, según recoge García Guinea de un texto inédito, del Archivo familiar de la Torre de Proaño.
Documentalmente, se constata que el día 15 de noviembre de 1185, el rey Alfonso VIII de Castilla, concedía al Obispo y a la Catedral de Burgos el monasterio de San Cosme y San Damián de Cillaperriel, a cambio de la iglesia de Santa María de Villargura, que daba al monasterio de Las Huelgas. El día 8 de julio de 1187 se confirmaba en Burgos, a la Catedral y al obispado de dicha ciudad, la donación del monasterio de Cillaperiel (SERRANO, L., 1935; GONZÁLEZ, J., 1960).
En otros documentos fechados en 1430 y 1436, del Archivo de la Colegiata de Santillana, figura, entre otros, el arciprestazgo de Cillaperril (ESCAGEDO SALMÓN, 1927).
La iglesia medieval de San Cosme y San Damián está situada en el núcleo de población de Bárcena de Pie de Concha, junto al antiguo camino real y, después, carretera nacional (N-611) que comunicaba la Meseta con la costa.
El municipio de Bárcena de Pie de Concha se sitúa junto al curso alto del Besaya. Su territorio–con fuertes desniveles que oscilan desde los 1.290 metros del Pico Jano, a las profundas hoces que ha excavado el Besaya en su paso hacia el valle de Iguña–, cuenta con bosques de hayas y robles centenarios en Montabliz, y con numerosas variedades arbóreas; también con pastos y prados naturales, regados por arroyos y ríos, como el Torina, el Bisueña y el Galerón, afluentes todos del Besaya.
Se conserva en este municipio el empedrado de un tramo de calzada romana, de 5,5 km, que desde Pie de Concha llega hasta la vecina población de Pesquera. Fue declarado Bien de Interés Cultural en 2002, con la categoría de Zona Arqueológica. Este tramo pertenecía a la calzada que fue trazada a raíz de las Guerras Cántabras (29-19 a. C.), para comunicar Pisoraca con el emplazamiento romano defensivo de Julióbriga y con la costa, en Portus Blendium (Suances).
En un documento fechado en 1210 del Cartulario de Santa María de Aguilar de Campoo, una carta de venta de heredades en Valderredible al citado monasterio, consta entre los testigos el abbad de Ciela Perriel, Pedro Abbad. En 1351, Pedro I firmaba un documento, confirmando las posesiones y privilegios que le habían sido otorgados al Monasterio de Santa María de Aguilar de Campoo: do et otorgo a vos Don Pelay Royz abbad del monesterio de Aguilar de Campo et a todo el convento… para siempre jamas el quarto de las rentas del mio portadgo de Pie de Concha…, (GONZÁLEZ DE FAUVE, M. E., 1992). Este privilegio de portazgo en Pie de Concha aparece recogido también en otros documentos del reinado de Alfon so VIII, o bien del Libro Becerro de las Behetrías (1352), o de las Asturias de Santillana, en 1404. Éstos hacen referencia al pueblo de Pie de Concha (que dista de Bárcena 1 km) como lugar perteneciente a la Merindad de las Asturias de Santillana, siendo de la iglesia y del Obispo de Burgos, su señor, a quien pagaban sus derechos, y ninguno al rey.

Iglesia de San Cosme y San Damián
Poco sabemos del monasterio de los Santos Cosme y Damián, cuya iglesia aún permanece en pie en el pueblo de Bárcena de Pie de Concha, lugar que guarda otros recuerdos transcendentales para la historia de Cantabria, como son, sobre todo, los restos materiales de la calzada romana que partiendo de Pisoraca (Herrera de Pisuerga) entraba a Campoo por el puerto de Pozazal y, en paralelo casi con la cuenca del Besaya, cruzaba los altos que forman la primera barrera que había de salvarse para alcanzar los valles bajos de Iguña y de Buelna, y seguir así, a niveles casi marítimos, hasta Portus Blendius (Suances) y Portus Victoriae Iuliobrigensis (Santander o Santoña). Este fue siempre el camino o la vía más frecuentada de las que unían las tierras de la costa cantábrica con las más altas de la meseta castellana. Si los romanos lo utilizaron preferentemente, haciendo más fácil su tránsito, ello favoreció también el que generaciones posteriores, se sirviesen del camino abierto para esta natural conexión. Así, durante toda la Edad Media, siguió siendo esta vía la más utilizada para relacionar, sobre todo con fines comerciales, los productos del ámbito costero con aquellos distintos de los campos meseteños.

Historia
Como ya hemos comprobado repetidamente, muchas de las iglesias románicas se alzaban en vías, caminos o carreras transitadas. Así, la división que hemos hecho para estudiar el románico montañés, nos ha permitido señalar que los núcleos más densos de edificios estaban, o en los lugares de mayor producción de cereales, como son las tierras de Campoo los Valles, o en las vías de penetración y salida del territorio, como lo son las cuencas de los ríos o la franja costera. Y como la inicial repoblación de los siglos VIII-X, se realizaba sobre todo a base de la instalación de pequeños monasterios de explotación y afianzamiento, lo común era levantarlos en puntos estratégicos que en siglos anteriores hubieran tenido poblamiento.
No es pues extraño que la iglesia de los Santos Cosme y Damián, de Bárcena de Pie de Concha, fuese viejo monasterio que jalonase uno de los puntos más significativos de las Hoces del Besaya: su salida y entrada, donde el cuerpo y el ánimo de los viajeros, caminantes o caballeros, estaba más presto al refrigerio o al descanso.
No sabemos, sin embargo, en qué momento se originó el monasterio, aunque es de suponer que no mucho después, ni tampoco mucho antes, de lo que nos demuestran monasterios con vida y testimonios documentales en las comarcas próximas. En Cantabria, los primeros síntomas de la repoblación intramontes se dan en Liébana, en los años finales del siglo VIII, y en las Asturias de Santillana en los comienzos del IX, en lo que sería la demarcación del conde Gundesindo en los valles de la margen izquierda del río Miera o en el alfoz de Camesa, entre la costa y las últimas aguas del río Pas. Fue en estos años, pues, de finales del siglo VIII y comienzos del IX, entre los reinados de Alfonso I (739-757) y Alfonso II (791-842) cuando los intramontes de Cantabria debieron de llenarse de monasterios repobladores. Y es en estos años cuando pudo nacer el de los Santos Cosme y Damián de Bárcena de Pie de Concha.
Pero de él apenas tenemos noticias de su pasado. Ni siquiera en los documentos que a él hacen mención se dice dónde concretamente está situado. L. Serrano, dice que este monasterio “estaba en Valdiguña, en la provincia de Santander y perteneció a la infanta Sancha, hermana de Alfonso VI, como se ve por los fueros otorgados al mismo por este monarca”.
Pero lo primero que hemos de adivinar es el nombre del lugar donde se alzaba este monasterio, pues si se dice el valle –Valdiguña– y se concreta que estaba en Cillaperriel, la verdadera localización podía averiguarse por su advocación a los santos Cosme y Damián. En Valdeiguña, no existe otra iglesia dedicada a estos santos más que la de Bárcena de Pie de Concha, que felizmente aún conserva casi todo su alzado románico. De manera que no creemos equivocarnos si aseguramos que el monasterio citado de Cillaperriel estaba en el citado actual pueblo de Bárcena de Pie de Concha.
De todas formas, el documento que cita L. Serrano ha sido considerado apócrifo por Martínez Díez, pues dados sus anacronismos –su fecha en 12 de enero de 1110– como son: anterioridad al reinado de Alfonso VII; confusión en el nombre de la reina; consideración de emperador a Alfonso VI antes de su coronación en 1135; personajes considerados vivos, cuando ya habían fallecido antes de empezar el reinado de Alfonso VII (1126), etc., no parece poder sostener su no falsedad.
Según Martínez Díez, “El contenido de esta falsa carta podemos calificarlo como concesión de la inmunidad o privilegio del coto al monasterio de Cillaperriel de Iguña con un alcance parecido al alcanzado por Santillana en 1045: exención de prestaciones personales a favor del rey y de servicio militar en el fonsado; exención de anubda; responsabilidad colectiva por los homicidios y portazgo; prohibición de ingerencia al conde y demás oficiales reales en los asuntos del monasterio y de sus hombres; que nadie pueda prendar al monasterio ni a sus hombres; finalmente se autoriza al mismo monasterio y a sus colonos para que puedan ocupar las tierras del rey no parceladas”.
Cree también el citado historiador que la falsificación no debió de realizarse con posterioridad a la fecha de 1187, pues a partir de esta fecha “la inmunidad de la Catedral burgalesa era indiscutible y no requería el apoyo de falsos títulos”.
Que el Cillaperriel que nombran los documentos, monasterium quod vulgo dicitur Celleperriel, in honore beatorum martirum Cosme et Damián fundatum, es este de Bárcena de Pie de Concha, viene confirmado por un papel suelto, con fecha de 1870, que hemos encontrado entre los documentos de Ángel de los Ríos que los descendientes de este ilustre historiador montañés del siglo XIX guardan en su torre de Proaño y que acabamos de citar en líneas precedentes, y que opina también, en su final, al comprobar que “deben de estar equivocadas la fecha o las personas”, que él se inclina a creer “que se otorgó la carta por don Alonso el Batallador a su cuñada doña Sancha, mujer después del conde don Rodrigo Gutiérrez de Lara, confirmándola años después don Alonso el emperador y su hijo don Sancho”.
Como vemos, ya antes que Martínez Díez, hubo quien vio en el primer documento de Cillaperriel bastantes datos no concordes en fechas y personajes, y si el investigador actual llegó a pensar que el otorgante de la Carta pudiera haber sido Alfonso VI, rechazándolo después como imposible, Ríos y Ríos lo supone de Alfonso I el Batallador. Lo más importante de la nota del “sordo de Proaño” es que asegura que el lugar de Cillaperriel existía en las inmediaciones de Bárcena.
Otro dato que aporta el documento de 1110 es el nombre del abad que entonces le regía: et ad suum Abate qui est Dominus Marinus.
Sin embargo ante otro documento posterior de Alfonso VIII (17-XI-1185 y confirmación en Burgos en 1187), no discutida su autenticidad, cediendo el monasterio de Cillaperriel a la catedral de Burgos, a cambio de Santa María de Villargura que da al monasterio de las Huelgas, es muy posible que hubiese una base anterior de derechos que quisieran asegurarse, puesto que fue confirmado por los reyes desde Alfonso XI hasta Felipe V.Esta es la única y pequeña historia, si bien insegura en algunas partes, que nos queda del monasterio de los Santos Cosme y Damián de Bárcena de Pie de Concha que, si realmente es de 1110, como expresa el documento discutido, su construcción se debió de realizar pocos años después, tal vez como consecuencia de las exenciones que le daba el fuero, y de las buenas intenciones del rey que lo promulgaba y que pudieron manifestarse también en una ayuda o señalada protección económica que animase a construir la fábrica que ahora nosotros podemos contemplar, pues las características de sus aportaciones escultóricas cuadran muy bien al estilo de un románico de la primera mitad del siglo XII, y no posterior.

El monumento
La iglesia, antiguo monasterio de los santos Cosme y Damián, se ha conservado casi intacta en su integridad. Tan solo parece que son posteriores al románico los dos cuerpos altos de la espadaña, y, desde luego las dos capillas añadidas a su muro meridional, con claros abovedamientos estrellados de diagonales, terceletes y combados, de un patente gótico avanzado, así como el cierre que, a modo de nave y pórtico, cubre el muro norte desde el ángulo noroccidental hasta prácticamente el arranque del ábside. Todo el alzado –salvo los cuerpos citados de la espadaña– es románico viejo, cerrando un espacio formado por un solo ábside semicircular con bóveda de horno, presbiterio un poco más alto que el ábside, y una sola nave muy modificada interiormente por el añadido de las capillas góticas citadas. Sus proporciones son medianas y muy en relación con el tipo de iglesias rurales que se vienen llamando “de concejo”. Tiene de largo, al exterior, unos veinticuatro metros, por nueve de ancho en el muro del hastial occidental.
El ábside es extremadamente sencillo y de semicírculo perfecto y creemos que nunca tuvo más ventana que la aspillera que existe en el punto central del muro, a un nivel bastante bajo y con arquillo de medio punto, de manera que resulta excesiva la macicez del muro de este parámetro absidal, casi siempre acompañado de al menos una ventana columnada. El presbiterio sobresale un poco al exterior de los muros del ábside por la colocación en este punto de un contrafuerte escalonado en cada lado. Esta cabecera formada por ábside y presbiterio, pudo tener, en el muro izquierdo de este último una ventana románica, pero en realidad no lo podemos asegurar, pues la que ahora existe se ve que está reformada muy posteriormente. La única luz, pues, que recibe esta cabecera llega con tono muy débil de la estrecha abertura de la aspillera y de esta ventana del presbiterio, y de otra, apenas visible, que se abre, sin duda románica, en el hastial oriental del presbiterio, en forma de óculo redondo, pequeño y simple.



Los canecillos del ábside
Realmente, casi toda la secuencia de los canecillos de las diferentes cornisas se conserva en su traza y gusto románicos. Empezando por el semicírculo del ábside, y de izquierda a derecha, vemos los siguientes canecillos:
1. Cabeza, al parecer, femenina, bastante desgastada. 2. Cabeza de león, fiera o monstruo que tiene entre sus dientes una cabecita humana o algo no definido. 3. Bola con caperuza sobre dos cavetos superpuestos. 4. Cabeza de caballo embridada. 5. Osezno o jabalí pastando. 6. Figura femenina con toca en la cabeza y postura obscena. Muy desgastada. 7. Figura masculina sentada, en postura similar; tiene las piernas destrozadas. 8. Otro hombre o mono, sentado, itifálico. Tiene rota la pierna izquierda, y la boca en O. 9. Cabeza de animal, monstruo o carnicero, con las fauces abiertas enseñando su fiera dentadura. 10. Arpista sentado, en actitud de tocar. 11. Figura humana, masculina que, sentada, sujeta con las dos manos un objeto cuadrangular (¿pan, cerámica…?). Parece está desnudo. 12. Mujer desnuda, con toca rizada en la cabeza, mostrando bien los senos y cruzando con las manos la pierna derecha sobre la izquierda. 13. Monstruo de grandes dientes entre los que sujeta a un hombre desnudo cuya cabeza ya está totalmente dentro de las fauces del animal.
El hombre está de espaldas, quizás de rodillas, y con sus brazos a lo alto parece querer librarse de ser engullido, agarrándose a las orejas del endriago.
Toda la cornisa del ábside y de los muros románicos es sencilla, de caveto, y lisa sin decoración.
Semicírculo absidal y sus canecillos















El presbiterio
Tiene en su cornisa tanto en los muros norte y sur, canecillos muy variados y bastante bien conservados. Los del muro norte, y de izquierda a derecha son los siguientes: 1. Gran bola en caveto con caperuza. 2. Animal con la cabeza vuelta a la derecha, mostrando sus feroces dientes. 3. Cabeza y cuello de animal de frente, que saca la lengua. 4. Cabeza de animal monstruoso que se engulle hasta los hombros la cabeza humana de un hombre de rodillas. 5. Cabeza de cabra con largos cuernos vueltos. 6. Animal con la boca abierta y dientes marcados que mira a la izquierda, similar al canecillo número 2. Los del presbiterio sur son otros seis: 1. Gran bola en cavetos superpuestos. 2. Águila o ave descabezada por destrucción. 3. Cabeza de lobo o animal carnicero casi totalmente destruida. 4. Gruesa voluta con caperuza. 5. Cruz griega de brazos curvos doblados hacia el muro. 6. Cabeza que parece humana, lascada en su derecha.
Los seis canecillos del presbiterio sur 

Los canecillos del muro norte de la iglesia son los siguientes: 1. Volutas o espirales gruesas, pegadas a una moldura en forma de arco. 2. Cerdo o jabalí pastando. 3. Cruz griega, con brazos curvos que apoyan sobre el caveto del canecillo, semejante al canecillo 5 del presbiterio sur. 4. Rollo ancho como un bidón o “carral”, en cuyos lados laterales hay grabada una roseta o rueda de ocho radios. 5. Cabeza de animal de largo hocico, muy desgastada, parece cabeza de asno o lobo. 6. Espiral doble que sujeta, en alto y bajo, una especie de estela. 7. Dos rollos con decoración espiral a los lados. 8. Punta de diamante, lisa. 9. Ajedrezado. 10. Gran punta de diamante y especie de sogueado sobre moldura. 11. Figura grotesca muy desgastada. 12. Punta de diamante. 13. Idem. 14. Dos rollos en caveto, arriba y abajo, unidos por un vástago vertical que se curva en el centro hasta tocar el caveto. 15. Ménsula en forma de flor abierta o clave de bóveda. 16. Baquetón vertical en el centro. 17. Pirámide escalonada, de siete pisos, que lleva en los laterales una cruz griega inscrita en círculo. 18. Cabeza de animal sobre caveto de dos gradas.
Canecillos 1, 2, 3 y 4 del muro norte de la nave
Canecillos 11, 12, 13 y 14 del muro norte de la nave
Muro sur de la nave y sus canecillos 14 a 21 

Los canecillos del muro sur, sostienen como los anteriores, una cornisa lisa, en caveto, sin ninguna decoración. Son los siguientes: 1. Especie de asno con la cabeza vuelta. 2. Doble espiral con base de dientes de lobo. 3. Canecillo con varias bolas. 4. Moldura de engranaje con espirales grabadas en los lados. 5. Dos molduras en círculos concéntricos, semeja la mitad de una estela circular. 6. Pequeña bola con caperuza colocada sobre tres cavetos escalonados. 7. Rollo horizontal arriba y sobre él, cabecita caricaturesca. 8. Bolas unidas por vástago vertical. 9. Dos rollos horizontales arriba y abajo del caveto, de lados con círculos concéntricos unidos por vástago. 10. Especie de punta con algunas decoraciones. 11. liso. 12. Especie de piña con sogueado. 13. Estropeado por el tejado de la capilla. 14. Punta de diamante. 15. Espirales. 16. Cintas en espiral. 17. Punta de diamante sobre cinco escalones de pirámide. 18. También pirámide de seis escalones. 19. Bola con caperuza. 20. Figura humana, de frente vestida con saya hasta los pies, parece sentada y apoyada en gran bastón de mango horizontal, tan repetido en la iconografía románica. 21. Bola con caperuza sobre tres cavetos escalonados.

Los vanos y ventanas
Ya vimos que el ábside presenta dos huecos de luz: la aspillera centrada en el arco de la capilla, y el óculo que se abre en lo alto del arco que separa la bóveda de horno y la de cañón del presbiterio.
Rompen el muro norte, la que pudo ser puerta en este lado, que comunica con la nave añadida al muro posterior en soportal, y una ventana, más a poniente. El muro románico del sur también está roto en la entrada a las dos capillas que se le añadieron, quizás pudo tener al mediodía otra puerta o ventanas desaparecidas.
La puerta, que se conserva en su fábrica románica, se abre en el hastial occidental, en los bajos de la espadaña.
Está en resalte del muro, como suele ser normal en el románico, y su tejadillo y cornisa se sustentan por ocho canecillos; los dos extremos con figuras pornográficas, los demás, de rollos y pirámides. Todos bastante erosionados. La cara delantera de la cornisa es, como todas las de la iglesia románica, de simple caveto, pero en el caso de esta puerta, se adorna con una secuencia de medias esferas. La propia puerta lleva una chambrana de medio punto con una decoración muy simple de línea continua de rombos. Las arquivoltas son cuatro, lisas totalmente y sin ningún detalle, ni grabado, ni escultórico.
Apoyan sobre cimacio seguido, tan escueto y geométrico como el resto y de solo dos listeles paralelos. Hasta las dos troneras del tercer cuerpo de la espadaña, todo parece románico, pues lo cierra una imposta con una verdadera procesión de rombos tangentes, similares a los de la chambrana. Incluso hasta que empieza el piñón, que parece un añadido del siglo XVII, las dos troneras bajas mantienen aún gran parte de su decoración y organización románicas, pues sus chambranas se ven talladas en nido de abeja, y a su altura, los muros laterales de la espadaña, muestran cada uno dos canecillos muy similares al resto de los de la iglesia.
Portal
Fachada 

Interior de la iglesia
Está muy transformado en tres naves, cuando el plano inicial tan sólo era de una, como se puede apercibir en su plano. La bóveda de horno del ábside queda a menor altura que la bóveda del presbiterio que es de cañón apuntado. La separación entre el muro del ábside y la bóveda de horno se hace por una imposta de billetes en tres filas. A la altura de la base de la ventana corre otra nueva imposta idéntica de billetes. Ambas impostas se extienden también por los muros del presbiterio llegando a las columnas del arco triunfal donde concluyen.
Cabecera 

El arco triunfal
Es apuntado y doblado, apoyado en capiteles muy limpiamente tallados. El capitel de la izquierda está constituido por un cimacio de círculos tangentes de doble moldura amorcillada que se abren en su parte inferior y se grapan unos a otros con un nudo, al parecer, de tres cuerdas.
Capitel del arco triunfal 

Estos círculos se ahuecan bastante profundamente, dejando ver en su interior una flor o palma de cuatro hojas. La cesta es de buen tamaño y está esculpida en dos cuerpos: el superior se forma por un juego de seis volutas, dos por cada lado. El lateral izquierdo tiene las volutas separadas por una gran bola con caperuza; su voluta derecha forma un solo cuerpo, en la esquina, con la primera voluta del centro del capitel y va separada de su otra gemela por una cabeza grande de felino que muerde las colas de dos leones. El lateral derecho, repite el mismo conjunto del izquierdo, salvo que la bola con caperuza es aquí cabeza de felino. Debajo de todo este cuerpo alto del capitel, hay cuatro leones, uno en cada lateral de la cesta, y dos para el lado frontal. Todos los animales están tallados de perfil y apoyan sus cuatro patas sobre el collarino, se tocan las cabezas, dos a dos y llevan unas melenas que les llegan hasta la mitad del lomo. Sus colas, que están metidas entre las patas traseras, las suben después sobre el lomo hasta llegar a las fauces del felino del primer cuerpo que las sostiene entre los dientes. A derecha e izquierda de este frontis del capitel la simetría es total. El capitel de la derecha es, quizá, más sencillo. El cimacio es casi idéntico al del capitel izquierdo, salvo que si en el izquierdo los círculos tangentes se separaban en lo alto y en lo bajo con unos triángulos, en el derecho lo hacen con esferillas. En este, la cesta ha prescindido de toda decoración animalísitca que se sustituye aquí por volutas o espirales pareadas y grapadas en los ángulos, y grandes bolas con caperuza para el resto, todo ello realizado con sumo cuidado y limpieza.
Los fustes que soportan estos capiteles son entregos y con tambores, y sus basas, iguales, llevan collarino bastante plano y grandes bolas angulares, una de ellas con caperuza. Estas basas apoyan, a su vez, en alto podium que forma un banco que ocupa el presbiterio y que, en parte, ha sido cortado para abrir paso a la sacristía.

Muy interesante es, también, la ventana central e interna del ábside, desde el punto de vista escultórico, pues se enmarca por dos columnas con sus capiteles muy bien tallados. El de la izquierda, con cimacio de aves entrelazadas que se pican, y cesta con bolas de caperuza, y volutas en lo alto, separadas por cabezas de animal. El capitel de la derecha, con cimacio de los conocidos círculos tangentes, tiene una cesta con dos leones afrontados. Las basas de estas columnas son áticas con bolas. La chambrana de esta ventana lleva hojas de palma, tangentes, separadas por perlas.
También el muro meridional de la nave ha sido abierto, como dijimos al principio, para dar paso a las dos capillas de abovedamiento de nervios. En este mismo muro y junto al antepecho del coro, se conserva una ventana de la fábrica románica, muy sencilla, de arco de medio punto, sin arquivoltas, decorado con dos leves molduras: un pequeñísimo bocel y una línea de dientes de lobo.

La inscripción de consagración
Se podría pasar inadvertida si no se indica al visitante que se encuentra en el interior de la iglesia, nada más entrar por la puerta occidental, a la derecha de esta, y en un sillar de la jamba izquierda. El texto está a falta del nombre de quien la consagró y de la fecha en que tal acto fue realizado. Lleva solo dos renglones y medio, en un tipo de letra mayúscula con varias inclusiones de unas letras en otras y alguna abreviatura, a más de alguna pérdida de letras por erosión o desgaste. Ya la leyó Amós de Escalante, y nosotros también lo pudimos hacer en 1979. Hoy, desde luego más erosionada, apenas puede apreciarse.
ISTA EC(LES)IA CONSEC(RA)TA E(ST) / IN HONORE S(ANC)TORUM: COSM(E) ET DAMIANI
Nuestro parecer es que esta iglesia dedicada a los Sanos Cosme y Damián, puede colocarse en la primera mitad del siglo XII, emparejada en estilo, en todo, a las de Castañeda y Santillana, sobre todo a la primera, con la que hay una visible relación en la manera de tratar tanto los canecillos como las figuras de los leones. También está muy próxima a la escultura de San Martín de Elines. Pudiera ser unos años más moderna que las anteriores, pero desde luego, a la vista de lo que nuestros estudios y comparaciones nos obligan, no nos atreveríamos a colocarla, en la segunda mitad del XII.


Yermo
La aldea de Yermo se sitúa en la margen izquierda del Besaya, a 2,8 kilómetros al Sur de Cartes, la cabeza del municipio, y a una altitud de 120 metros sobre el nivel del mar. Se accede a Yermo por la CA-283, que se toma de la N-611 (Santander-Palencia), entre Cartes y las Caldas de Besaya.
En el Libro Becerro de las Behetrías (1352), se registra Santa María de Yermo como lugar de la Merindad de las Asturias de Santillana, y perteneciente al Obispo de Oviedo. Pagaban al rey sus derechos de servicios y monedas, además de la fonsadera y la martiniega. El Obispo de Oviedo cobraba, como señor que era de este lugar, por infurçion e por sus derechos diez e ocho maravedis e mas tres gallinas, e danle mas de cada fumo dos coronados e el primo dia de agosto dal cada uno cada anno un toçino e danle mas de nunçio veynte e tres maravedis e la maneria.
Yermo, barrio del lugar de Cohicillos, del ayuntamiento de Cartes, como figura en el Diccionario de Madoz (1845-1850), se desarrolló en torno al antiguo monasterio de Santa María, fundado en el siglo IX.
En el Catastro de Ensenada (1752), se registra la Jurisdicción de Cartes, constituida por la villa de Cartes y por los lugares de La Barquera, Bedicó, Mijarrojos y Santiago de Cartes. El lugar de Cohicillos consta en dicho Catastro, en la Jurisdicción de Torrelavega, como señorío de la Duquesa del Infantado, quien percibía los derechos de alcabalas y martiniega. Los moradores de Cohicillos pagaban también el diezmo y primicias de los frutos a los dos curas beneficiados “de ración entera”, y la cuartilla de los diezmos a la fábrica de la iglesia. Asimismo, consta en el Catastro que parte de un impuesto, que el pueblo de Cohicillos tenía “contra sí”, estaba destinado “para hacer la ermita de la Concepción para ayuda de parroquia para la comodidad de los vecinos por la distancia que había de la iglesia parroquial”. Madoz (1845-1850), cita “la iglesia parroquial de Santa María del Yermo, matriz de la ayuda de la parroquia (Nuestra Señora de la Concepción), situada entre los barrios del Corral y San Miguel; ambas están servidas por dos curas de ingreso y presentación del duque del Infantado”.
En la actualidad, la iglesia de Santa María, apartada del núcleo de población de Yermo, es la parroquial de Cohicillos, El Yermo y Ríocorvo. Fue declarada Bien de Interés Cultural, con la categoría de Monumento, en 1930.

Iglesia de Santa María
Otro monasterio que aún conserva en Cantabria su casi total alzado románico es el de Santa María de Yermo. Naturalmente que no es el alzado de su fundación, pues ésta, si seguimos al documento que la señala, se produce en los mediados años del siglo IX. El testimonio se conserva en el Liber Testamentorum del Archivo de la Catedral de Oviedo, folio 15, v. 17, y no todos los historiadores que han trabajado sobre él están de acuerdo sobre su verdadera fecha ni sobre su autenticidad, pues el documento parece interpolado, aunque es muy probable tuviese una base más antigua que se correspondiese con la fecha de su fundación. De todas formas esta diversidad de opiniones ya se conocía en los años mediados del siglo XIX, pues Ángel de los Ríos, verdadero pionero en el estudio de nuestro románico montañés, decía que esta iglesia de Yermo era “bien conocida por la originalidad de varios detalles de su arquitectura bizantina y por escrituras antiguas relativas a ella que hay en el archivo de la Catedral de Oviedo; escrituras que han dado lugar a controversias entre varios autores y eruditos”. Para algunos, como Escagedo, podría llevarse al año 817; Lasaga Larreta pensó en otra fecha, 823, pero parece más segura la fecha que otros investigadores, como Fray Justo Pérez de Urbel o García Larragueta, consideran muy probable, la de 853. Se trata de una kartula testamenti por la que Severino y Ariulfo, obispos, entregan a San Salvador de Oviedo y a su obispo Serrano de Oviedo el monasterio nostro vocabulo Sancta Maria de Ermo quod fundabimos in Asturias territorio de Kamesa in valle qui dicitur Quo. El lugar está bien claramente determinado: en Camesa y en Asturias (naturalmente de Santillana) en el valle que llaman Cóo, es decir, todo el “coto” del monasterio, que según Lasaga Larreta, que conocía bien estos alrededores, comprendería todo lo que es el concejo de Cohicillos con puntos límites que serían Riocorvo, Viérnoles, Ibio al poniente, y por el sur el término de Cóo. Y además de este coto propio del monasterio, le entregan a Serrano totum integro foras istos terminos nostras hereditates sive et ecclesias, que son un dominio que se extiende hasta la costa, en Miengo y Ubiarco, por ejemplo, y llega por occidente a Cabezón de la Sal y Treceño, buscando las salinas de esta comarca; por el sur alcanzaba a Bárcena Mayor y Campoo de Suso (Sejos), un espacio amplio, desde el Deva hasta Trasmiera, con derechos de pastar sin “montazgo”. Según Lasaga Larreta, comprendía el dominio del monasterio: “por un lado la cuenca del Saja y Nansa y por el otro llegaba al Pas, en la sección del valle de Piélagos, con privilegio de pastos para sus ganados en toda la costa del mar y hasta el mismo Trasmiera”. En Cabuérniga tenían Bárcena mayor con su iglesia de Santa Águeda; en Ucieda, la mitad de su iglesia de Santa Juliana; en Terán, Santa Eulalia; en Valle su iglesia de San Adriano; en Ibio la de San Félix y Doroteo, etc. Lasaga nos dice que Santa María de Yermo llegó a diezmar en noventa y dos pueblos.
Tales delimitaciones y posesiones no creemos, dadas las seguras interpolaciones, que puedan ser adjudicadas a la época de fundación. La redacción del documento es, además, bastante sospechosa para creerla de tanta antigüedad. Pero lo que sí nos asegura es que el monasterio de Santa María de Yermo tuvo en su día fuerza y poder, aunque tal vez el documento esté bastante “hinchado” en siglos posteriores, y por los escribanos ovetenses, en un intento de legalizar los derechos de su obispado en las iglesias de Asturias de Santillana, desde el Deva a Trasmiera, tan discutidos con la mitra burgalesa. El pleito entre los dos obispados de Burgos y de Oviedo, según Fernández Conde, empezó con el obispo Martín, predecesor del obispo Pelayo. Éste –que realiza en su oficina pelagiana una serie de “falsos”, que buscaban mantener la sede de Oviedo hasta Trasmiera e incluso hasta Vizcaya– fue contemporáneo de Alfonso VI y celebró concilio en Oviedo en 1115, y realizó sus “trampas” hacia 1122. Duró este pleito hasta el papado de Lucio III quien encomendó a los obispos de Sigüenza y Orense en 1182 (enero) la solución del mismo, añadiendo a estos nombrados jueces, un mes más tarde, al obispado de Palencia. Sentenció este tribunal en Sahagún, en 1184, lográndose un acuerdo por el que Oviedo renuncia a sus pretensiones sobre las iglesias de Asturias de Santillana, que dependerían definitivamente de Burgos, y este renunciaría a cuatro iglesias concretas.
Tales delimitaciones y posesiones no creemos, dadas las seguras interpolaciones, que puedan ser adjudicadas a la época de fundación. La redacción del documento es, además, bastante sospechosa para creerla de tanta antigüedad. Pero lo que sí nos asegura es que el monasterio de Santa María de Yermo tuvo en su día fuerza y poder, aunque tal vez el documento esté bastante “hinchado” en siglos posteriores, y por los escribanos ovetenses, en un intento de legalizar los derechos de su obispado en las iglesias de Asturias de Santillana, desde el Deva a Trasmiera, tan discutidos con la mitra burgalesa. El pleito entre los dos obispados de Burgos y de Oviedo, según Fernández Conde, empezó con el obispo Martín, predecesor del obispo Pelayo. Éste –que realiza en su oficina pelagiana una serie de “falsos”, que buscaban mantener la sede de Oviedo hasta Trasmiera e incluso hasta Vizcaya– fue contemporáneo de Alfonso VI y celebró concilio en Oviedo en 1115, y realizó sus “trampas” hacia 1122. Duró este pleito hasta el papado de Lucio III quien encomendó a los obispos de Sigüenza y Orense en 1182 (enero) la solución del mismo, añadiendo a estos nombrados jueces, un mes más tarde, al obispado de Palencia. Sentenció este tribunal en Sahagún, en 1184, lográndose un acuerdo por el que Oviedo renuncia a sus pretensiones sobre las iglesias de Asturias de Santillana, que dependerían definitivamente de Burgos, y este renunciaría a cuatro iglesias concretas.
Según Lasaga Larreta, ya en 1350 sólo aparecían como pertenecientes al Obispado de Oviedo Santa María de Yermo, Viérnoles y Barcenaciones, habiendo casi caído todo el concejo de Cohicillos, posteriormente, en el señorío de la casa de la Vega.
Pero, y a pesar del conocimiento de su cesión en el 853 al obispado de Oviedo por sus citados propietarios Severino y Ariulfo, poco más sabemos de la historia subsiguiente del monasterio. Parece, por lo que el documento citado dice, que fue creado por los propios obispos donadores: quod fundavimus y que su “coto” fue establecido por el rey Ordoño. Nada conocemos de la secuencia de sus abades y hasta cuándo vive como monasterio. Indirectamente sí sabemos que hacia los años mediados del siglo XI (1031), consta (Archivo Diocesano de Santillana, pergamino nº 16 antiguo) como abad en Yermo, un tal Poncio, que cede o vende un solar en Ubiarco al abad Juan, de Santillana. Al menos, es un dato que nos permite asegurar que Santa María de Yermo tenía en estos años vida monasterial y heredades en la costa montañesa.
Fernández Conde, aunque admite las interpolaciones del documento de 853, diciendo: “es una interpolación pelagiana a juzgar por los restos de estilo diplomático de la escuela de Don Pelayo y por las inexactitudes diplomático-históricas que contiene”, cree que “es muy probable la existencia de una donación anterior, sobre la que los copistas ovetenses compusieron esta, ampliándola considerablemente. A la luz del pleito entre Burgos y Oviedo, nos podemos aproximar al contenido de la donación base. El núcleo de aquella sería el monasterio de Santa María de Hermo, con su patrimonio. La larga serie de iglesias y los pastos de la franja costera, que contiene la donación de Severino y Ariulfo constituiría la interpolación ovetense. De otra manera, conociendo la amplitud de las aspiraciones de los obispos ovetenses del siglo XII, no comprendemos como estos habrían renunciado al importante patrimonio en las Asturias de Santillana, legitimado por un documento tan antiguo, como el que acabamos de examinar”.
Pero, a pesar del acuerdo establecido por los obispos de Oviedo y Burgos en 1184, por el que el de Oviedo renunciaba a sus derechos sobre las iglesias y bienes que esta diócesis ovetense había tenido en las Asturias de Santillana y más lejos, según el interpolado documento del 853, los intereses de la mitra ovetense –que no debió de aceptar con beneplácito la sentencia de los obispos de Sigüenza, Orense y Palencia, firmada en Sahagún en 1184– seguían vivos todavía en el siglo XIV (1382), pues en una escritura, de este año, que Ángel de los Ríos copia de la Regla Colorada (folio 125), y que viene titulada “Carta de la Encomienda que dio Don Gutierre, obispo de Oviedo, a Pedro Fernández de Velasco, camarero mayor del Rey, de la iglesia de Santa María del Yermo, y de otras muchas iglesias que ha en el territorio de Camesa en el Valle que dicen Co”, este obispo Don Gutierre (aprovechando quizá el poder del camarero ante el rey) le pide al Velasco, como encomendado suyo, que resucite los derechos y bienes de todo tipo y recobre heredades, iglesias, etc., que el documento (interpolado) del 853, el de la fundación de Yermo, les había concedido.
No sabemos, desde luego, el éxito que “nuestro” Velasco pudo tener y ofrecer al obispo Gutierre, pues –según Lasaga Larreta– a partir de esa fecha sólo aparecían como señorío del obispado de Oviedo la iglesia de Santa María de Yermo, Viérnoles y Barcenaciones, y más tarde, como ya apuntamos, todo el concejo de Cohicillos fue absorbido por el poderío de la Casa de la Vega.

El monumento
La iglesia de Santa María de Yermo es una típica iglesia románica de las llamadas de concejo, es decir, de una sola nave rectangular con ábside semicircular en la cabecera y de proporciones medianas, pues alcanza en el largo unos 22 metros y 7,5 de ancho. Destaca, sin embargo, por su unidad de estilo y por su excelente conservación, pues su estructura románica está casi completa, teniendo sólo un añadido, sobrepuesto al muro norte, que no modifica apenas su alzado románico, salvo su cornisa, que perdió los canecillos. Tampoco han sufrido variación notable las entradas de luces, pues salvo los óculos que se abren en el muro exterior del presbiterio meridional y en lo alto del hastial oriental, que parecen haber sido modificados, las ventanas y la puerta mantienen su viejo aspecto románico.

También desentona una aspillera de tamaño reducido que se abrió posteriormente al final casi de la fachada y a la izquierda de ella. No sabemos como sería el hastial occidental, que ahora ocupa una espadaña de los siglos XVI a XVIII, pero tal como es corriente, en estas iglesias románicas de una sola nave, es muy posible que los maestros románicos colocasen una espadaña parecida sobre el mismo muro del Oeste. También hay que excluir de la época románica, la escalera de doble orientación que sube al campanario, pero tal vez fue construida al par que la espadaña hoy existente.

Empezando por la fachada del mediodía que es, sin duda, lo más espectacular y bien conservado de la iglesia, llama la atención lo bien trabajada y asentada que está su sillería, lo que prueba el excelente trabajo de cantería que realizaron los operarios medievales, utilizando una caliza arenisca de tonalidades variables, con predominio de un color ocre, en algunas partes bastante intenso. La organización de esta fachada, con su puerta casi central y destacada un poco del muro general, y las dos ventanas iguales a uno y otro lado, es también bastante normal en el románico rural (caso, por ejemplo, de Cervatos). También dos relieves tallados en bloques verticales, que en líneas posteriores analizaremos, se colocan simétricamente en relación con la puerta y muy cerca de la cornisa del muro. Todo ello con un marcado sentido de equilibrio, al que se juntan dos figuras animalísiticas, próximas a las chambranas de las dos ventanas, que muestran en conjunto un afán de planteamientos geométricos que contribuyen a dar a esta fachada de Yermo un armonioso ritmo perfectamente estudiado.
La puerta se alza sobre un banco de unos 40 centímetros, donde descansan los dos machones que sostienen las armaduras apuntadas que conforman el hueco de entrada. De fuera a adentro, el primer arco o chambrana, se labra con círculos secantes, a modo de cadena de anillas. Sigue luego una primera arquivolta de dos baquetones paralelos. Chambrana y primera arquivolta apoyan sobre el cimacio de las jambas.
La segunda arquivolta está formada por un baquetón y una escocia adornada por fila de bolas totalmente esféricas y apoya sobre los dos capiteles exteriores a uno y otro lado de la puerta.
La tercera arquivolta es de ancha escocia con esquina de puntas de diamante y carga sobre cimacio de entre capiteles. La cuarta arquivolta es de escocia y tres finos baquetones, y descansa sobre los cimacios de los dos capiteles más internos. La quinta arquivolta es de grueso baquetón entre filetes, y ya cobija la sexta arquivolta formada por las dovelas que cubren el tímpano iconográfico, que comentaremos inmediatamente, y que ya está sostenida por las jambas más internas que forman el hueco de la puerta. Toda la línea de cimacios va tallada por un cordón serpentiforme, que forma ondulaciones, que en lo alto y en lo bajo, alternativamente, encierran una especie de flor de lis, colocada mirando hacia abajo y hacia arriba. Las basas de las cuatro columnas que componen la puerta son similares, de tipo ático, collarino doble, escocia bastante aplanada y grueso toro con lengüeta.
Detalle de la puerta meridional, mostrando arquivoltas, tímpano y canecillos de la puerta y de la cornisa 

El plinto es de muy poca altura y se asienta sobre el banco, ya citado, con esquinales de tres junquillos paralelos. Los fustes son monolíticos y acaban en capiteles iconográficos, que describimos también de fuera a adentro y de izquierda a derecha. Los dos capiteles de la izquierda llevan los siguientes motivos o escenas. El más exterior representa una lucha de jinetes separados por una figura femenina que, interponiéndose entre los dos caballos, intenta separar –así parece– a los dos contendientes, los cuales están en actitud de acometerse: el de la derecha, protegiéndose con un escudo con símbolo cruciforme, alza con su mano derecha, y por encima de su cabeza, una enorme espada en disposición de descargarla sobre su enemigo, que también sostiene escudo con siete rayos que salen de un punto central, y tiene a sus espaldas un pequeño demonio. El caballero de la izquierda ataca con lanza que, pasando por detrás de la cabeza de la mujer mediadora, choca con el escudo de su contrincante. Toda la escena es la típica lucha de caballeros que tanto se repite en la iconografía románica.
El capitel más interior viene trabajado con el relieve de dos fieras, león y grifo que, apoyando sus patas en el collarino, enfrentan sus cabezas en lucha feroz. Los collarinos de ambos capiteles están bastante deteriorados y con marcas de haber disparado sobre ellos con escopeta de perdigones.
Capiteles lado izquierdo 

Los dos capiteles de la derecha son también iconográficos. El más próximo a la puerta, presenta la conocida escena de Daniel entre los leones, éstos, simétricamente colocados, bajan sus cuellos y cabezas hasta la altura de los pies del profeta. En lo alto del esquinal de la cesta destacan el tronco y cabeza de Daniel, de frente, que parece esperar resignado la extraña actitud de los animales. A ambos lados de la cabeza del personaje bíblico parece verse, a la derecha, un ángel portador de lanza y libro, y a la izquierda un demonio de espantoso rostro que se abraza la cabeza, con una significación de vencimiento o de huida. El capitel más exterior de este lateral derecho de la puerta, idea dos fieros leones que tocando sus grupas vuelven sus airadas y terroríficas fauces hacia una figura despedazada que ocupa el centro del capitel.
Capiteles lado derecho 

Parece indudable –aunque somos siempre bastante cautelosos al querer interpretar simbolismos– que los capiteles de la puerta de Santa María de Yermo, tienen una especial escatología que puede relacionarse con los pecados y las fuerzas del mal en su lucha con las virtudes y el bien, y la intervención de la iglesia o de la fe religiosa en el triunfo de las segundas sobre las primeras, que veremos también simbolizado en la figura doblemente repetida del tímpano. La lucha de los caballeros, uno de los cuales tiene tras de sí el rostro significativo de un demonio, expresa ya claramente quien es o a qué espíritu de maldad defiende uno de los contendientes, cuyo escudo ha sido traspasado por la lanza del justo. Tal vez el conjunto signifique la guerra abierta entre la ortodoxia y la heterodoxia, lucha a la cual asiste la iglesia buscando la paz, que es, de hecho, la unidad en una sola fe. Por otra parte, los dos capiteles de la derecha se contraponen ambos en la forma de expresar dos situaciones opuestas: la del pecador, destrozado por las fauces airadas de sus vicios, y la del justo, representado por Daniel que doma los instintos perversos. El ángel de su derecha sería el simbolismo de la gracia, de la fe y de la virtud; y el demonio que huye, vencido, vendría a significar el fracaso del infierno.

El vano de la puerta se corona con un excelente tímpano labrado, que aumenta su interés artístico y simbólico con el hecho de que son muy pocas las iglesias del románico de Cantabria que lo tienen, pues sólo recordamos los de Cervatos, Retortillo y éste de Yermo. Está formado, tallado y labrado en piedra monolítica de arco apuntado y que en su lado horizontal lleva la línea quebrada, como dintel, que desenvuelve hacia arriba los lados curvos resaltados por dos muy finos baquetones. Todo ello circunda el espacio donde, en relieve bastante resaltado, figura un episodio singular de la lucha de un caballero perfectamente armado de casco, lóriga y escudo, éste sujeto por la mano izquierda, en tanto que en la derecha mantiene una espada en alto. El momento representado es el acto en el que este jinete resiste el ataque de un fantástico animal de monstruosa apariencia, con cabeza de felino, cuerpo serpentiforme y escamoso de dragón, patas anteriores de león y alas de águila, figuración bastante inocente de la unión de la maldad, del pecado y del terror. El caballero le presenta su escudo que la fiera muerde con furor, en un salto directo que le hace levantar sus garras. El caballo no lleva protección alguna, contrastando con el que luego describiremos, que se encuentra, con escena parecida, en el reverso del mismo tímpano y dentro de la iglesia. Este guerrero, pues, es un defensor del bien, es la milicia de la iglesia, que valientemente ataca o se defiende del endriago perverso y dañino y que, sin duda, querrá simbolizar a los enemigos del hombre justo o de la misma iglesia. De hecho, el escultor ha querido manifestar que el jinete tiene la protección divina, pues detrás del caballo ha esculpido un ángel alado que parece escoltar y animar al luchador.
Tímpano de la puerta por el exterior. El caballero y la fiera en el momento de iniciar la lucha 

La puerta, resaltada del muro, como dijimos, lleva una cornisa de piedra trabajada en su borde con una imposta de ovas y sogueado. Esta cornisa, que no soporta tejadillo, apoya sobre nueve canecillos de proa de nave. Entre los canecillos, a modo de metopa, los sillares se perforan con un arquillo de medio punto que no parece atravesar el muro, y cuya finalidad no se nos alcanza. Dos ventanas, en todo simétricas, y plenamente románicas, se alzan y abren a los lados de la puerta. Son abocinadas, dobladas, y tan sólo presentan decoración de billetes en las chambranas, que las cubren. Sobre cada una de las ventanas descritas se ha colocado una figura animal, en la misma hilada de la sillería de este muro meridional: la de la izquierda parece la cabeza de un león como las que solían colocarse como soporte de los sarcófagos nobiliarios. La de la derecha es un protomo de leona o león, con amplia melena, que parece acoger entre sus patas a dos cachorrillos.
En la otra hilada de sillería, y formando pendant, se han incrustado sendas placas esculpidas, la de la izquierda lleva como coronación una gran inscripción que dice SANTA MARINA, y la derecha es una Virgen sedente con el Niño en posición central entres sus rodillas. El relieve de Santa Marina se compone de dos arquillos separados por columnas de tipo románico, con sus capiteles, y sobre ellos restos de las torres de dos pisos y armaduras que representan o simbolizan la ciudad de Jerusalén, que tanto se repiten en los frisos románicos. Entre los dos arcos se ha ideado un ángel que parece acoger o salvaguardar a una de las figuras, la de la derecha, claramente femenina, con cabello de largas guedejas que caen sobre los hombros y que, frontalmente, alza las manos abiertas en actitud de bendición o de sumisión y respeto. Viste brial hasta los tobillos, pellizón de pliegues señalados y manto corto con extremos colgantes.
La otra figura, también de pie, viste muy semejantemente; también parece femenina por su vestimenta y largo cabello y sostiene entre sus manos un libro u objeto vertical.
Es sobre este relieve bipersonal sobre el que carga la inscripción de SANTA MARINA, quizá haciendo alusión a una representación de la vida de la santa. Las letras parecen de paleografía que no desentona con los años finales del XII, pero no sabemos si fue este relieve aprovechado de alguna ermita próxima e incrustado en la fábrica de la iglesia de Yermo. El parentesco estilístico de estos dos relieves habría que buscarle, muy directamente, en la manera de hacer del maestro que labra los capiteles iconográficos del claustro de Santillana y los grandes paneles escultóricos de esta misma iglesia (Pantocrátor, Santa Juliana domeñando al demonio, y la Virgen con el Niño), que siempre hemos supuesto pertenecieron a una portada monumental que existió en el monasterio de Santa Juliana. Nuestra particular opinión es que es el mismo maestro de Santillana, que trabajó en los finales del XII, quien esculpe alguna parte de las tallas de Santa María de Yermo.
Así podemos comprobarlo con suficiente seguridad al analizar el otro relieve gemelo de Yermo, con el de la Virgen y el Niño de Santillana. La postura de este grupo es idéntica en ambas iglesias, tanto en el enmarcado arquitectónico como en la disposición de los personajes. Naturalmente que en la Virgen y el Niño de Santillana, por su tamaño, hay un cuidado y perfección de detalles que no tiene la de Yermo, y que ésta está realizada más como una pieza rápida que como una obra acabada y principal, pero en ambas existe el estilo de un mismo artista. La Virgen lleva toca sobre la cabeza que se plisa en pliegues sobre los hombros, el Niño va coronado en ambos bajorrelieves, y la forma de tratar los ojos y el rostro es, salvando las distancias de tamaño e importancia, absolutamente similar.
A mayor abundamiento, no es posible dudar de la actuación de una misma mano, en los capiteles iconográficos del ala sur del claustro de Santillana y en el tímpano de Yermo. Comparemos simplemente la figura del caballero y caballo del tímpano exterior de esta última iglesia, que ya describimos, con uno de los capiteles de Santa Juliana, en donde se representa la misma escena y tema. La semejanza es total, la forma de hacer el caballo, el jinete, la cota de mallas, la postura de éste, el escudo e incluso esa barra que muerde el monstruo que, colocada delante del escudo, no podemos imaginar de qué se trata, aunque tenemos nuestra opinión que enseguida expondremos. La misma fiera atada es de una similitud estilística verdaderamente sorprendente. Por lo que no dudamos que alguno de los maestros del claustro de Santillana, o su taller, intervino de una manera notable en la decoración escultórica de la iglesia de Yermo.

Siguiendo obligadamente con la descripción de su muro meridional, es preciso que detallemos, en lo posible, cada uno de los canecillos que forman esta rica serie que corona la fachada y que, sosteniendo una cornisa adornada con procesión de rombos tangentes, ciertamente, ofrecen aspectos de sumo interés interpretativo.
Son veintidós. Los números 1, 2, 3 –empezando por la izquierda– transcriben en su decoración, con variaciones, el tema muy románico de las puntas de diamante y rombos. El número 4 es un águila, posiblemente que con sus garras y pico hace presa a una liebre o pez, tema corriente en la iconografía del románico montañés, como vemos en Castañeda. El número 5 es un pequeño animal, tal vez un osezno, que visto de espaldas, apoya sus cuatro patas en el caveto del canecillo. El 6 talla la imagen de un hombre de pie, de clase rural, con su faldellín típico, que lleva en su mano izquierda un palo o lanza y con la derecha sostiene un enorme cuerno que aproxima a la boca para hacerle sonar; a su lado, aparece un animal pequeño, ¿un perro?, que dirige su cabeza hacia el osezno del canecillo anterior. El 7 representa a un ballestero sentado, que mantiene bien sujeta con ambas manos el arma. Hasta aquí, en estos cuatro canecillos iconográficos últimos, creemos adivinar una especie de escena común cuyo título podría ser “La vida campesina”, o la ocupación de la caza en la sociedad rural de la Edad Media. Como el águila es el animal depredador que ataca sin compasión a otros que le sirven de alimento, así el hombre acomete a otras bestias o alimañas en monterías organizadas con sus jaurías de perros, el toque del cuerno, las lanzas y las ballestas. Tan sólo nos permitimos recordar el cimacio con la caza del jabalí que existe en la llamada puerta de El Cuerno, de la iglesia de Piasca. El octavo canecillo, el que enmarca por la izquierda la inscripción de Santa Marina, inicia un nuevo conjunto de ellos dedicado a otros hábitos del estado llano o de los pueblos medievales: la juglaría. Representa aquel a un personaje sentado en silla o banqueta baja que toca un rabel, al parecer de dos cuerdas, que sujeta con la mano izquierda, lo apoya en el hombro y lo pulsa con el arco manejado con la derecha. El número 9 de los canecillos, figura a una mujer con su toca y capa que tañe la pandereta, instrumento de forma cuadrada y no redonda, como lo es la pandereta actual, pero manejada con posturas simulares a como todavía se sigue tocando el pandero, alzándole hasta la cabeza, bien a la derecha, como en la representación de un capitel de la iglesia de los Carabaos, o en el capitel de la ventana interior del ábside de Yermo, o bien hacia la izquierda, como en este canecillo que analizamos. El número 10 parece representar a una saltimbanqui femenina, pues se ve le llega la falda hasta los propios pies. La contorsionista se dobla hasta tocarlos con su cabeza, cubierta con toca de barbuquejo. Tenemos pues un conjunto de titiriteros, músicos y juglares tal como seguramente podrían verse en los pueblos y villas de nuestra Edad Media. El canecillo número 11, inicia también otro grupo de ellos con simbología moral, en este caso de crítica o resalte de los vicios de la lujuria. Es la figura de un hombre, sentado, que lleva su mano derecha a la barbilla y la izquierda a su exagerado falo. El número 12 es la imponente cabeza de un animal vampiro, con orejas de murciélago y agudos dientes que engulle hasta el vientre a un personaje desnudo; sin duda ideación también del vicioso presa de sus propias y desviadas inclinaciones. El número 13 presenta a un hombre itifálico que lleva a su boca un objeto de difícil interpretación, pues uno de los brazos con que lo sujeta está roto.
El canecillo 14 es una mujer sentada, en silla de respaldo; lleva toca y sostiene sobre las rodillas un gran libro abierto. El número 15, mujer desnuda, en postura totalmente impúdica y excitante. El canecillo número 16, que está justamente sobre el relieve de la Virgen con el Niño, es una pareja abrazándose, ella desnuda y él con trabucos que le llegan más debajo de las rodillas. El número 17 es muy particular y haciendo referencia posiblemente a alguna fábula; se ven dos figuras de frente, de pie, la izquierda lleva saya corta, espada en su mano derecha hacia lo alto y cabeza con orejas de animal; la de la derecha es una mujer con toca y túnica con cinturón, parece abrazar a la primera. El canecillo 18, situado sobre el león con sus cachorros, parece simbolizar aquello que puede perder a la mujer, poniendo a ésta como propensa a la calumnia y a la lujuria. Se esculpe a la mujer, a la izquierda del canecillo a la que muerden sus pechos dos serpientes y a la que un demonio, que tiene a su izquierda, intenta, con una especie de gancho, abrir o cerrar la boca de la fémina. El canecillo número 19 es también de enorme interés pues, como es normal en la iconografía románica, suele colocarse en parangón con la lujuria, y es la representación de la avaricia. La manera de idearlo es muy semejante a como se organiza el anterior canecillo: el avaro aparece de pie, con su bolsa de cuero o garniel colgada del cuello; en su mano derecha lleva –pienso– una medida de cereal, las típicas cajas de pueblos y en la izquierda una balanza, todos ellos emblemas del amor desmedido a los bienes materiales de la riqueza y del dinero. A su izquierda, como antes, la figura del demonio que intenta también aprisionar al pecador por la boca. El número 20 recoge a una pareja desnuda, de pie, abrazándose. El canecillo número 21 es un águila, de frente el cuerpo y cabeza de perfil, haciendo presa con sus patas en un animal. El número 22, y último del muro meridional de la nave, lleva dos bolas, una sobre otra, que parecen enganchadas al caveto por una especie de grapa metálica acabada en estrella de cinco puntas. Es curioso anotar que entre canecillo y canecillo existen los mismos arquillos taladrados que tenía la cornisa de la puerta.


El muro meridional concluye, ya en su separación del ábside, por un contrafuerte de tres cuerpos prismáticos en disminución, coronándose el último por un talud de piedra.





















Ábside
El ábside comienza con un resalte anguloso de su muro meridional, correspondiente al arco triunfal interior. Baja mucho en altura al de la fachada, lo suficiente para dejar abierto el muro del saliente, donde apoya el ábside, con un gran óculo bordeado por una chambrana circular de billetes.
Viene a continuación, el muro del presbiterio, algo más remetido y en donde, en época posterior al románico, se abrió otro ventanal circular no muy bien encajado. Se corona este muro por cuatro canecillos que sostienen cornisa de caveto. Son canecillos simples, de proa de nave y uno de ellos de punta de diamante, como los que ya describimos en el comienzo del muro sur.
A continuación viene ya el semicírculo del ábside, que se divide en tres calles verticales por dos contrafuertes poco resaltados, acabados también en talud. Todo el ábside, incluidos sus contrafuertes, descansa sobre un zócalo inferior moldurado. Horizontalmente, el ábside tiene dos cuerpos, separados por una imposta de caveto decorada con grandes rombos tangentes, como vimos en la cornisa del muro sur.
Sobre esta imposta apoya la única ventana del ábside, situada justamente en el punto central del mismo y entre los dos contrafuertes. Lleva basas de alto plinto, toro aplanado, escocia y collarino. Los fustes de las columnas son monolíticos y terminan en capiteles decorados. El izquierdo tiene algo que parece querer plasmar un hecho concreto que es difícil poder interpretar: pareja de hombre y mujer, vestidos, que se acarician y abrazan; figura angular, más pequeña, parece de mujer o niña con falda de volantes, que dirige a ellos la vista y junta sus manos sobre el vientre; otra pareja, la mujer pudiera ser conducida por un hombre portador de espada. ¿Qué han querido representar? ¿Tal vez el comienzo y la terminación de un episodio celestinesco?.
Ventana del ábside 

El capitel derecho es de hojas y frutas aunque está bastante machacado. Ambos llevaron en su día cimacio decorado. El izquierdo de hojas acorazonadas; el derecho de entrelazos. No sabemos cuándo, ni por qué (tal vez por colocar algún añadido al ábside) se picaron estos cimacios. Pero la decoración se continúa en imposta sobre el muro del ábside hasta concluir en los contrafuertes. El intradós del arco de la ventana es apuntado y lleva esculpido, en una sola piedra, un bello entrelazo de cuatro cabos.
Capitel izquierdo ventana del Ábside
Capitel derecho de la ventana del ábside 

Los canecillos que sostienen la cornisa del ábside –que es sencilla, tan sólo de caveto y sin decoración– son los siguientes: 1º. De tres rollos superpuestos; 2º. Cabeza humana, muy tosca, con especie de bonete y rasgos y facciones que le dan un aspecto un tanto brutal o anormal; 3º. Bola con caperuza; 4º. Otra cabeza humana, con cuello, pero también marcando su fealdad, sin pelo, con ojos de pupilas abultadas, nariz ancha y rota en su punta, carrillos arrugados y gigantesca boca entreabierta que acentúa su aspecto salvaje; 5º. De proa de nave, simulando un libro abierto; 6º. Otra cabeza de tipo negroide semejante a la anterior, de anchas narices y gruesos labios; 7º. Figurilla sentada sosteniendo sobre las rodillas un libro abierto; 8º. Cabrito sentado que mantiene entre las patas, posiblemente, un arpa y cuyas cuerdas pulsa con sus patas y pezuñas anteriores; 9º. De proa de nave moldurada; 10º. Pareja desnuda en postura de coito; 11º. De proa de nave moldurada, tipo que se repite con alguna variación en los tres últimos canecillos del semicírculo del ábside.
Canecillos 6, 7 y 8
Canecillos 1,2, 3 y 4 del presbiterio norte
Canecillo nº 10, pareja desnuda en postura de coito 

Ya en posición al Norte, se inicia el muro exterior del presbiterio de este lado. Se corona también por cuatro canecillos, alguno de difícil interpretación: El 1 es animal indeterminado (perro, osezno, jabalí…) mostrando su lomo y apoyando sus patas sobre el caveto del canecillo. El 2 lleva cabezas de animal como entre cepos. Los otros dos restantes tienen: el anteúltimo una serie de entrelazos, y el último es de proa de nave con molduras.
Toda la serie de canecillos del muro norte de la nave ha desaparecido, siendo sustituidos por una cornisa no románica.
A este muro del norte se le añadió, posteriormente al románico, una sacristía que encubre en parte el contrafuerte que soporta las presiones del arco triunfal por este lado septentrional. El núcleo primitivo de esta capilla al norte fue posiblemente románico y hoy se distingue muy bien el añadido, a una y otra parte, que debió ser realizado en el siglo XVIII.
La espadaña es moderna en su parte alta, pero sin duda la románica estuvo en el mismo sitio y fue luego modificada.

Interior de la iglesia
Antes de atravesar el umbral de la puerta principal, en la jamba derecha, y en los sillares más altos de ella, hay grabada una inscripción que fija la fecha, a mi entender, del momento final de la conclusión de Santa María de Yermo. La inscripción dice así:
ERA MCCXLI / DE SANTA MARIA / ESTA IGLESIA / PETRO QUINTA / NA ME FECIT / PATER NOSTE / R POR SU ALMA.
Las letras, si bien tienen una grafía un tanto especial, dentro de las formas epigráficas de los finales del XII, nos dan tipos que sólo pueden colocarse en estos años y en los primeros del siglo XIII: así el de “milesima” compuesto por un signo ovoide, casi cerrado que vemos en inscripciones de 1183 en San Martín de Elines; de Cervatos, en 1199, y en Barruelo de los Carabaos en cartela de 1264. La E de tipo uncial y la U casi cuadrada también se pueden situar en estas fechas que señalamos. La R de ERA, con su trazo curvo muy remetido y sinuoso la hallamos solamente en una inscripción del monasterio de Aguilar, fechada en 1209. La C con apéndices vueltos, hacia arriba y hacia abajo, sólo la encontramos en la epigrafía románica palentina a partir de 1185 (Lebanza) siendo después frecuente en los primeros años del siglo XIII (Mave, Aguilar). Otras letras, como la A, de trazo cursivo no son frecuentes en la epigrafía monumental de la duodécima centuria, momento en que, por otra parte, y a principios de la siguiente, comienza a desvirtuarse un poco la escritura oficial con el paso a la vulgar, acentuándose el subjetivismo en las representaciones de las letras.
Sobre la lectura de esta inscripción ha habido, en cuanto a la fecha, diversas interpretaciones. Arremiendos, en su libro Cantabria, editado antes que la monografía de Lasaga Larreta (1894), lee bien, a mi parecer, los datos de la Era, señalando la de MCCXLI (1241), año por lo tanto de 1203. Pero Lasaga le corrige leyendo MCCXI, lectura a simple vista equivocada, pues la X lleva el signo bien claro que la da el valor de cuarenta. Y si para Lasaga Larreta la iglesia se acabaría en 1173, lo que la haría treinta y ocho años más vieja, la acertada lectura la lleva al año 1203, que pensamos es la fecha de conclusión de la iglesia, y que por otros estudiosos fue así aceptada.
Pasado el quicio de la puerta, tropezamos con el tímpano en su versión interior que, como dijimos ya, al describir la iconografía del exterior, lleva una muy semejante escena de lucha de caballero contra gigantesco monstruo. Las diferencias, desde luego, no son esenciales, si bien parece verse la mano de un artista distinto.
El exterior lo adscribimos, sin duda, al maestro de los capiteles del claustro de Santillana. La talla, sin embargo, del tímpano interior no nos atreveríamos a adjudicárselo al mismo cantero, aunque parece, por su similitud y su indudable correspondencia y continuidad, que ambas caras se tallan al mismo tiempo. En el tímpano exterior el caballero aparece en el momento en que todavía tiene la espada hacia atrás, junto al ángel; el monstruo muerde y rompe, posiblemente, con sus fauces una barra que ahora pensamos puede tratarse de una lanza, la cual, en la lucha, ha sido atenazada por la fiera. En el tímpano interior, el caballero ya hunde la espada en el pecho de la fiera y en vez de morder ésta la lanza muerde el escudo. Como en este caso el vestiglo, que aquí tiene la forma de un león con larga cola en espiral, lleva clavado en el lomo un fragmento de una lanza, es lo que me hace suponer que la barra mordida en el tímpano exterior es, tal vez, la lanza del caballero. Por otra parte, si en la escena exterior el endriago está pleno de vida, en la interior ya está mortalmente herido, pues lleva, aparte de la lanzada y de la espada hundida, las entrañas o paquete intestinal fuera de su cuerpo. ¿Qué simbología complementaria tiene esta secuencia de lucha en el anverso y reverso de un mismo tímpano? Sin duda debe de tratarse de la perenne oposición entre el bien y el mal, enfrentamiento continuo en el hombre, en el que la fe y la iglesia le ayudan con la fuerza de sus experiencias y gracias, para liberarse, de las tinieblas del paganismo y del pecado. Así, estos caballeros armados, ayudados por los ángeles, vienen a ser los caballeros de la buena causa. La iglesia, como lugar sagrado, sería el seguro acogimiento donde el fiel puede vencer a los espíritus del mal y donde las buenas obras aparecen siempre como triunfadoras en el singular combate. El cristiano está, al amparo de la iglesia y de su doctrina, perfectamente defendido, bien armado para la ofensiva y la defensiva, cubierto él y sus medios (guerrero y caballo) con la cota de malla de los sacramentos, indulgencias y gracias. A la sombra de los muros de la iglesia medieval, el mal no puede tener resguardo ni triunfo, y pasado el umbral del santo lugar, el cristiano hiere de muerte a los enemigos infernales de su alma.
La iglesia de Santa María de Yermo tiene una sola nave que siempre debió de cubrirse con armadura lígnea. En el muro del norte se abre una capilla románica, hoy sacristía, que en siglos posteriores fue ampliada y modificada, y a la que ya nos referimos al describir el exterior del monumento. En el muro de la cabecera un gran arco triunfal, apuntado y doblado, con guardapolvos de doble fila de aspas o puntas de diamante, apoya sobre impostas decoradas con bellos roleos de hojas tripétalas en forma de alabarda, adorno que se repite en los cimacios de los capiteles de este arco. El derecho lleva, en conjunto, el tema de la adoración de los Magos.

El centro lo ocupa la Virgen sedente sosteniendo sobre sus rodillas al Niño. Lleva la Virgen toca y manto, apareciendo fajado el Niño. El cual tiene la mano derecha en alto, en postura de bendición, y la izquierda abierta y vuelta sobre su pecho. San José, de pie, envuelto también en manto que le cubre los tobillos y del que saca las manos sosteniendo una ofrenda. A continuación, en el lateral derecho del capitel, aparecen los tres reyes Magos a caballo, en posiciones muy simétricas. Completo, sobre la montura, no se ve, en realidad, más que al del extremo, pues el caballo de éste oculta prácticamente las posturas de los otros dos, que imaginamos idéntica: esto es, a la jineta, con sus pies en los estribos; la mano izquierda, libre de una capa o manto plisado muy geométricamente, sostiene las riendas, y la derecha lleva un pomo de ofrendas en forma de esfera. Los reyes están coronados con un simple aro dentado. Al lado izquierdo del capitel aparece una sola figura, con una gran capa de cuello decorado con línea de perlas, que dirige sus brazos hacia el Niño, como si quisiese recibirle entre sus brazos. Puede tratarse de un sacerdote revestido, tal vez Zacarías, con lo que vendrían a amalgamarse dos temas: Adoración de los Magos y presentación en el Templo. Creemos pueda ser un sacerdote, porque detrás de él aparece un altar sobre el que está colocado el cáliz cubierto por un arco que tal vez pueda indicar el sagrario. Sobre las esquinas del capitel voltean las clásicas volutas. La técnica de talla es muy pobre y elemental y, desde luego, no puede atribuirse la obra al escultor del claustro de Santillana, aunque sí, posiblemente, a su taller.
El capitel izquierdo del arco triunfal representa en el centro la figura de un Pantocrátor que sostiene con su mano izquierda un libro con herrajes, y la derecha la alza en postura de bendición, como es tradicional en este tema. Tras de la cabeza se representan unos rayos, enmarcándose la imagen con la consabida mandorla que sostienen las cuatro figuras emblema de los evangelistas: el ángel, el águila, el león y el toro. A ambos lados del capitel, y en dos filas simétricas, como espectadores en un palco, aparecen los apóstoles, en figura de busto y apoyando las manos sobre un borde que pudiera ser el de una barca, tal vez la nave de la iglesia. En las esquinas, como en el otro capitel, fuertes volutas. La existencia, como motivo decorativo, de las líneas de perlas, tan usadas por el maestro de Santillana, nos hace pensar, aunque la tosquedad es grande, que pudiera ser el artista un discípulo u oficial del maestro del claustro de Santa Juliana. Las basas de las semicolumnas de este arco triunfal son de fuerte toro, débil escocia y collarino. Descansan sobre plinto bajo al que se unen lengüetas o bolas que surgen del toro. Todo ello apoya sobre banco alto, corrido, con tres molduras de baquetones.
Capitel izquierdo del arco triunfal. Pantocrátor
Capitel derecho del arco triunfal. Epifanía 

El cascarón del ábside lo ocupa actualmente un retablo barroco que oculta la ventana. Sin embargo, hemos podido ver un poco su disposición, e incluso tomar nota de sus elementos. Lleva arco apuntado y una arquivolta formada por dos baquetones y una escocia con bolas pegadas, tal como ya vimos en la puerta principal. El cimacio de los dos capiteles está machacado, igual que estaban los exteriores, pero los capiteles se conservan.
El de la derecha representa a un saltimbanqui que hace contorsiones, cabeza abajo, al son de dos instrumentos musicales que tocan sendas figuras de pie, a cada lado. La izquierda hace sonar una especie de violín o rabel de tres cuerdas, y la derecha una pandereta cuadrada; escena, pues, que repite el tema que ya vimos en tres canecillos del muro sur de la nave.
El capitel de la izquierda lleva una lucha de dos individuos, vestidos solamente con “bracae”, representación bastante repetida en el románico montañés. Una figura femenina, con toca y barbuquejo, y gran capa, parece asistir impertérrita a la lucha. Las basas de estas columnas de la ventana llevan collarino, escocia y toro adornado con un perfecto sogueado. 

Próximo Capítulo: Románico en el Valle del Besaya1

 

 

 

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