Románico
en el Valle del Besaya
Silió
En
el valle de Iguña, junto al río Erecia, afluente por la derecha del Besaya, se
sitúa la localidad de Silió y su pequeño barrio de Santa Marina. Se accede por
la A-67 (Autovía de la Meseta) o bien por la CA-712, carretera local que parte
de la N-611 hacia el Este, en Molledo. Silió se halla a treinta y seis
kilómetros de Santander, en el municipio de Molledo, de cuya capital (Molledo)
dista 2,5 kilómetros, y próximo, también a Bárcena de Pie de Concha.
Silió
se encuentra en un llano, a 265 metros de altitud, en un territorio rico en
prados naturales, rodeados de bosques de variados árboles, que Madoz recoge en
su Diccionario (1845- 1850), “robles, álamos negros, hayas, fresnos y
arbustos y frutales”. El sector secundario ocupa a un importante número de
sus habitantes, en detrimento de la tradicional explotación agrícola y ganadera
a que se dedicaban en otro tiempo no muy lejano.
Este
pueblo conserva y celebra fiestas populares, muy antiguas en el Valle de Iguña,
entre las que destacan: La Vijanera (Vieja enera), se celebraba el primer día
del año para despedir al año viejo, a modo de comparsa de carnaval; en la
actualidad, se celebra el primer domingo de enero; y La Maya, que se celebra el
día 25 de Julio (Santiago Apóstol), consiste en premiar al mozo que logra
trepar más alto por la maya resultante de la unión de dos troncos altos de
robles, procedentes y arrastrados desde el monte.
Documentalmente,
según recoge García Guinea en su estudio (1979a), “la más remota noticia que
conocemos, se refiere al lugar, con el nombre de Aselió, cuando pensamos –año
1019– desde luego, no existía entonces la fábrica románica que hoy se conserva.
Se trata de un documento, de ese año, en el que una tal doña Sendina, entregaba
al monasterio de Santillana del Mar unas casas en Helecha per illa carraria qui
discurre ad Aselio (JUSUÉ, E., 1912). Nos consta, pues, que en los años
iniciales del siglo XI, existía en Iguña un lugar, poblado o villa, denominado
Aselió, es decir, Silió”. Actualmente, figura en los mapas el “Camino de
Helecha” entre La Serna y Silió.
La
primera mención que habla de la existencia de un monasterio en Iguña con la
advocación de Santos Facundo y Primitivo –que necesariamente tiene que ser este
de Silió, pues no existe en Iguña otro con este nombre– consta en el privilegio
que el rey Sancho II de Castilla, en 1068, concediendo al obispo Simón II
(1066-1082) y a la iglesia de Oca para restaurarla y reforzarla ya que prefatam
sedem a multis temporibus desolata iacet, una serie de iglesias propiedades del
rey, y entre ellas: Et in Valle de Egunia monasterium Sancti Facundi, cum
montibus, pascuis, terminis, terris, pomeriis, arboribus fructuosis et
infructuosis, etc. Este obispo Simón II ya había confirmado el testamento de
doña Mayor, la reina madre de Fernando I –la de Frómista– en 1066, nombrándose
Semendus Episcopus Burgalensis, y parece haber sido el último obispo de Oca,
pues en su obispado pasó esta diócesis a tener su asiento en Burgos,
denominándose en adelante diócesis de Burgos, quedando así, como dice Florez, “única
Matriz de la Castilla”, (FLOREZ, E., 1771).
Nuevamente
hay noticias, cincuenta años después, en 1120, de que el monasterio de Silió,
que era realengo de la reina Urraca, va a pasar a la sede episcopal de Burgos
siendo obispo de ella Simón III, pero no con el título de “burgense”,
sino con la expresión “Rector de la Sede”. Se lo entrega a él y a sus
canónigos, en un tiempo, como dice Florez (1771): “Entre aquellas
turbaciones de guerras (las que tenían Alfonso I el Batallador y su mujer, la
reina Urraca) no faltaban devotos que ofreciesen dones a la Sede (de Burgos), y
especialmente la reina D. Urraca le dio el monasterio de Valdeguña, consagrado
a S. Facundo”.
Alfonso
X, en 1285, confirmó esta donación de la reina Urraca a la Sede de Burgos. Con
el intento de hallar mayores antecedentes, Mesones Martínez, su verdadero
primer biógrafo (MESONES MARTÍNEZ, 1965) nos presenta la noticia de que existe
un documento muy inconcreto de 938, tomada posiblemente del libro de Miguel de
Asua sobre Santillana del Mar –que cita– “sacada según datos del Archivo
Ducal de Frías” de que el rey “Alfonso, hijo de Ordoño” otorgó un
privilegio “a los señores de Velasco para que en sus tierras (que estaban
constituidas precisamente por las montañas de Burgos) pudieran fundar un
monasterio en honor de San Facundo”. Pero no creemos que en esa fecha –938–
estuviese vigente el señorío de los Velasco, y además el “Alfonso, hijo de
Ordoño”, que podría ser Alfonso III, muere en el 910, y el otro “hijo de
Ordoño II”, Alfonso IV, el Monje, debía de estar por esas fechas de 938
ciego y en prisión. Sólo cabe que la fecha de 938 estuviese mal leída. Por eso
no nos atrevemos a tomar muy en cuenta la fundación del monasterio de Silió en
ese concreto año, aunque dadas las cronologías del nacimiento de otros, no la
damos tampoco por imposible.
En
el Libro Becerro de las Behetrías (1352), figura como Salio, de la Merindad de
Asturias de Santillana, perteneciente al Obispado de Burgos. En este logar
ay solares solariegos del sennor de Castanneda, e ay otrosi solares del
obispado de Burgos e son muchos dellos yermos, asi que non saben por çierto
quantos solares son; e ay otros solares que son behetría e son naturales della
los de Quebedo.
En
el Apeo de las Asturias de Santillana, de 1404, se lee “Este Concejo era
behetría, abadengo y realengo. Tres solares realengos que radicaban en Salio…
el tercer solar rentaba la mitad que el primero, porque cuando estuvo
despoblado, Gonzalo Ruiz de la Vega, deseoso de que alguien lo habitara, había
rebajado a la mitad lo que debían pechar quienes de allí en adelante le
viviesen. Los moradores de estos solares disfrutaban del derecho de los hombres
de behetría, pagando las rentas enumeradas a quien el rey designase”. Este
administraba la Justicia y recibía lo correspondiente por los asesinatos de los
hidalgos, a través de su Adelantado en el Valle.
Ya,
en el Catastro del Marqués de la Ensenada (1753), consta el lugar de Silió como
señorío que pertenece a la Marquesa de Aguilar, quien percibía los derechos de
alcabalas y el de humazgo. Asimismo, consta que los vecinos pagaban un diezmo a
la parroquia y, también, que había tres clérigos, según declaración de los
representantes del concejo.
Para
llegar a la iglesia parroquial de San Facundo, en el antiguo barrio de la
Riguera; se atraviesa el núcleo de población de Silió. Se halla junto a las
últimas casas en un cuidado entorno, con cerca de piedra. Fue declarada
Monumento de Interés Histórico Artístico, en 1970.
Con
motivo de la reforma realizada para la construcción de la sacristía (siglos
XVII-XVIII), se desplazó una parte de la arquería ciega del ábside –los arcos
del lado de la Epístola– que quedó formando parte del muro meridional de dicha
sacristía, donde permanece en la actualidad. Los capiteles sobre los que
descansaban estos arcos, se conservaron en una casa particular hasta que fueron
restituidos, sobre el nuevo tramo de arquería, llevada a cabo, tras la
rehabilitación de la iglesia de San Facundo, en la década de 1940. Según recoge
Simón Cabarga (1965), “El arquitecto Ramiro Sáinz Martínez, último y feliz
retocador de los estragos causados por el incendio durante la revolución de
1936, postula que hacia fines del siglo XVII se adosó a esta iglesia –ejemplar
de los más alabados en el cuadro de la arquitectura rural montañesa, según
Ortiz de la Torre– una capilla que originó la mutilación de una magnífica
arquería ciega que circundaba el ábside, destruyéndose parte de estos arcos que
fueron sustituidos por otros de mayor luz y más elevados”.
“Al verificarse la reconstrucción de una casa solariega en
el mismo pueblo –la de los Quevedo Bustamante– no hace muchos años aparecieron
entre los sillares de la portalada algunos capiteles y molduras que
correspondían a los arcos desmontados cuando se hizo aquella capilla; eran
elementos primitivos felizmente devueltos a la iglesia, a la espera de su
reconstrucción exacta en los lugares de donde fueron desmontados”.
Iglesia de los Santos Facundo y Primitivo
Desgraciadamente,
no sabemos si la monumentalidad de su ábside se pudo corresponder con la nave,
cuyos muros, si es que llegó a tenerlos concluidos, fueron modificados en
fechas posteriores al románico, pues sus cornisas apuntan a épocas ya muy
avanzadas y ejecutadas, tal vez, en distintas fases, ya que el muro norte
señala hasta cuatro hiladas de sillería que no parecen contemporáneas.
El monumento
El
hecho es que, de estas modificaciones realizadas en la iglesia, y que son
difíciles de adivinar, solo se han salvado, como románicas: el ábside, tanto
exterior como interiormente, las puertas meridional y occidental (y esto con
algunas dudas) y una doble arquería que quedó cobijada dentro de la sacristía
del XVII-XVIII.
Pero,
quizás, los más dañinos e inexplicables ataques que la fábrica románica ha
soportado y que afectaron a todas las arquerías interiores del ábside, fue el
provocado incendio que en nuestra guerra civil ocasionó el estallido y
resquebrajamiento de gran parte de sus capiteles historiados, cuya
interpretación se ha hecho casi imposible, privándonos para siempre de algunos
modos o escenas iconográficas que pudieran haber tenido una posible
explicación.
Empezando,
como siempre en nuestros recorridos, por el muro sur, apreciamos que en lo alto
del esquinal suroccidental, se mantiene aún un único canecillo románico como
testimonio, quizás, de una cornisa que en su día debió tenerlos. Desde luego,
es un canecillo bien románico que talla una cabeza de animal con cortas orejas,
que pudieran llevarnos a creerla de león con ojos de abultado relieve, detalle
que suele repetirse en el tratamiento que de ellos se hace por alguno de los
canteros que trabajan en Silió. Este muro sur, como todos los de la iglesia, es
de muy buena sillería, bien escuadrada y asentada. Esto nos hace pensar que
aunque haya sido removido posteriormente, el inicial románico hubo de tener
parecido aspecto y altura. Se abrieron en él dos ventanas rectangulares,
abocinadas, que indican, por su factura, su pertenencia a siglos posteriores al
gótico. Se colocaron con su dintel a un metro aproximadamente de la cornisa y a
la misma altura una de otra. La primera de ellas apoya el alfeizar sobre el tejadillo
del cuerpo saliente de la puerta. Esta se abre un poco más hacia occidente del
centro del muro meridional, siendo, sin duda, bastante solemne, pues se compone
de una chambrana de billetes, cinco arquivoltas iguales, de prisma simple,
alguna con esquina matada en medio bocel, y el arco de entrada, que es de medio
punto igual que las arquivoltas. Todas estas arcaduras, incluida la chambrana,
apoyan sobre un cimacio seguido, biselado, y de esquina también suavizada por
medio bocel, y cuyo bisel se adorna con serie seguida de grandes flores de
ocho, siete y seis pétalos. También las esquinas de las jambillas acodilladas,
se matan con medio bocel que se forma tallando de arriba abajo dos báculos
enfrentados. En conjunto esta puerta, a pesar de estas simples decoraciones,
muestra una limpieza arquitectónica destacada, pues carece de fustes, capiteles
y basas, apoyando, todo el acodillado, en un banco seguido de dos hiladas de
sillería, adornada la última, en lo alto, por un baquetón y un listel. Este tipo
de puertas, carentes de barrocos dibujos vegetales y geométricos en sus
arquivoltas, no es extraño en iglesias románicas de la primera mitad del siglo
XII, pues así son las arcaduras de las puertas de Santillana y Castañeda. Y lo
mismo podemos decir de las de Cervatos y San Martín de Elines, en todas las
cuales las arquivoltas románicas solo, en todo caso, se molduran con boceles
esquinados.
El
anticipo de la puerta de Silió, se cubre, como apuntamos, con un tejaroz
sostenido por ocho canecillos que soportan una cornisa muy sencilla, también,
biselada y sin ningún aditamento más. Los canecillos tampoco son complicados,
los que pueden definirse, pues hay dos –el cuarto y el quinto– que están muy
destrozados: el cuarto debió de tener una figura humana sentada de la que solo
se ven las piernas, de rodillas a pies; el quinto, con rotura de su parte alta
y la erosión brutal del resto, solo permite suponer que tuvo igualmente un
personaje indescifrable. El canecillo inicial, el primero de la izquierda, es
de tejadillo a cuatro aguas sobre caveto; el número dos lleva, en caveto, un
cuerpo masculino que solo tiene bien determinada la cabeza con unos ojos
abultados y redondos. El canecillo tres, es igual que el primero, pero es
imposible asegurar que es lo que se ideó en este trozo de piedra arenisca
comido por la erosión. El número seis parece repetir la figura geométrica del
número uno. Y los números siete y ocho, repiten el seis, y en caveto sencillo.
Concluida
la puerta, sigue el muro sur sin interrupción alguna, hasta verse interrumpido
en su parte baja por el muro de la sacristía, del XVII-XVIII, que se pega a su
esquinal y cubre hasta bien alto el muro recto del presbiterio sur y una parte
de la primera ventana, la del SE, del semicírculo absidal.
El
ábside, en su conjunto, tiene prácticamente la misma altura de la nave y logra
la prestancia de una gran iglesia, por lo que hay que pensar que este
monasterio de los Santos Facundo y Primitivo de Silió debió de tener una mayor
importancia de lo que la historia nos ha podido transmitir. Al menos, su tamaño
nos permite suponer un número no pequeño de monjes –o de canónigos– desde su
pertenencia a la sede burgalesa en 1120, o bien que fue construido para un
número de fieles bastante considerable. La misma riqueza, en contraste con la
puerta, de su decoración escultórica, tanto exterior como interior, y por
buenos maestros canteros, nos hace suponer que detrás de su construcción hubo
de haber alguna personalidad pudiente, tal vez la misma doña Urraca, pues la
fábrica que presenta el monasterio es difícil pudiera ser levantada por un
concejo rural.
Se
forma el ábside por dos tramos rectos, presbiteriales, al norte y al sur, y un
semicírculo de tres calles verticales, dividido por altas columnas de fustes
independientes que apoyan sus basas en altos contrafuertes prismáticos que
parten de un banco perfectamente construido. Horizontalmente, el semicírculo
absidal y los presbiterios, están divididos en tres cuerpos separados por dos
impostas: el primer cuerpo, el inferior, es el más alto y en él se sitúan los
cuatro contrafuertes; en el segundo, que es el más estrecho, están los tres
ventanales, pero tan solo hasta la altura de los cimacios de sus capiteles,
pues es a esta altura cuando se desarrolla la segunda imposta –de ajedrezado,
como la primera– que irá recorriendo ábside y presbiterio y servirá de
chambrana a las arquivoltas de estas ventanas. El tercer cuerpo horizontal, el
más alto, lo ocupan los fustes citados que llegan hasta la cornisa en capiteles
iconográficos que, con toda la serie de canecillos, la sostendrán en común. En
realidad se trata de una organización muy similar a la de los ábsides de
Frómista y de Jaca.
El
ábside en su totalidad, incluidos los presbiterios, está en su exterior
perfectamente conservado y no parece haya sufrido transformaciones ni notables
restauraciones. Mantiene todos sus canecillos, incluidos los de los
presbiterios, que describiremos a continuación.
Conserva
una sencilla cornisa en gola que acaba en bocel, sostenida por cinco
canecillos, que de izquierda a derecha, son: 1. Cabeza de animal que muestra,
en sus dientes visibles, su ferocidad. Tiene hocico bastante puntiagudo y ojos
de marcada exoftalmia; 2. Superposición de cuatro cavetos; 3. Otro protomo de
animal con orejas hacia atrás que semeja perro o lobo. Boca cerrada y sin
mostrar los dientes; 4. Mujer sentada (le falta media pierna derecha) que con
la mano de este lado se toca los pechos; 5. Figura masculina, muy destrozada,
que parece tocar un rabel que apoya en el hombro izquierdo; está sentado y se
muestra itifálico, aunque con el miembro seccionado; 6. Termina el presbiterio
meridional con el capitel de la primera columna, con la que comienza el
semicírculo absidal. Es un capitel pequeño y bellamente trabajado, con
perfección y cuidado, que lleva, partiendo del collarino, siete bolas con
caperuza sobre las que apoya un juego de volutas con cabecita entre ellas.
La
primera calle absidal del Sureste: son también cinco canecillos. El primero es
una gran voluta colgada del caveto. El segundo, presenta una bella cabeza,
mirando hacia abajo, que muestra un cráneo peinado con mechones largos y
paralelos; lleva bigote y barba, ésta caída y plana, con un aspecto de rostro
de monje budista o de exótico personaje oriental. El tercer canecillo figura el
protomo de un caballo perfectamente embridado y con sus crines peinadas sobre
el cuello y la frente. El canecillo cuatro se organiza con tres volutas
superpuestas que cuelgan del caveto. Y el quinto con dos largos rollos
verticales, curvados y pegados entre sí. Concluye esta primera calle del
semicírculo absidal con otro capitel de columna que recoge la lucha a mordiscos
de dos feroces animales, y sobre ellos volutas.
Canecillos 1 y 2
Canecillos 3 y 4
La
segunda calle absidal del Este: tiene esta calle, que es la central del ábside
y que es algo más estrecha que la anterior, tan sólo cuatro canecillos. El
primero, que es el que está a la derecha del capitel de animales luchadores,
talla una pareja de león y hombre desnudo. Éste, que está de espaldas y de
rodillas, se abraza a la cabeza del león que tiene entre sus fauces, engullida
hasta el cuello, la testa del humano que parece no resistirse a ser tragado.
Es, sin duda, una buena representación de los leones andrófagos que vemos en
otros modillones y capiteles del románico montañés, como en el conocido de San
Martín de Elines, o en otro de la colegiata de Castañeda, y que aquí, en Silió,
vuelve a repetirse en el capitel del evangelio del arco triunfal. La
significación de esta especie de automartirio es difícil asegurarla, aunque se
ha intentado explicar con razones místicas. El segundo canecillo es el tipo
repetido de la superposición de cavetos. El tercero interpreta, con bastante
realismo, una mano cortada más arriba de la muñeca. Es una mano izquierda y se
apoya toda ella sobre el caveto del can. El cuarto canecillo es un cilindro de
aplastados laterales con una especie de caperuza triangular que se va
estrechando desde el caveto. A continuación viene el capitel que separa la
segunda calle, que acabamos de describir, de la tercera. Se trata de un par de
pelícanos que se pican a sí mismos, en el centro de la cesta y cinco discos en
el lateral izquierdo y en el derecho.
Segunda columna y primer canecillo
Segundo canecillo
Tercer canecillo
Cuarto canecillo
Tercera columna
La
tercera calle absidal del Noreste: el primer canecillo lleva un entrelazo de
dos serpientes; está muy deteriorado. El segundo canecillo esculpe seis rollos
horizontales, unos encima de otros. El tercero es el consabido arpista,
masculino, que, sentado, sostiene una gran arpa entre sus piernas, apoyando su
otro extremo en el hombro izquierdo y pulsando las cuerdas con las dos manos.
El cuarto canecillo, último de este tramo, representa también una figura muy
repetida en la iconografía de canecillos románicos, el portador de un bidón o “carral”
que lleva sujeto con correas a la espalda y que se cruzan después sobre el
pecho.
Está
igualmente sentado, pero tiene rotas las piernas desde las rodillas. Muy
desgastado, los brazos también están rotos hasta el hombro y no sabemos si los
subiría en alto para sujetar el bidón.
Canecillos del presbiterio norte
Se
inicia esta última parte de la cornisa con el capitel correspondiente a la
última columna del ábside, que tiene una cesta de tres pares de volutas de
tallos planos, que se cruzan de dos en dos y van a cerrarse en lo alto en
carnosas espirales. Vuelven a contarse los cinco canecillos que habíamos ya visto
en el presbiterio meridional, que esta vez son los siguientes: 1. Protomo de
carnero, con sus retorcidos cuernos y cuello largo y cilíndrico, muy
erosionado, no permite percibir detalles; 2. Perro, o lobo quizás, echado de
bruces sobre el caveto del canecillo, volviendo la cabeza hacia el carnero y
mostrando sus espaldares al espectador; también muy maltratado; 3. Parece un
cerdito, en parecida postura a la del perro, pero con el hocico recto mostrando
las características de este animal; 4. Figura sedente de hombre con vestimenta
talar, de frente, que ha sido decapitado. Tiene los brazos sujetando un bastón
muy repetido en el románico, en forma de T. Con la mano izquierda oprime el
mango y con la derecha, más por bajo, sujeta el palo. El último canecillo, con
postura inversa, esto es, con la cabeza hacia abajo, talla al parecer otro
cerdo más grueso o un oso con la cabeza entre las patas delanteras.
Las ventanas del ábside
Quizás
los lugares donde los maestros de la obra de Silió pusieron más interés y gusto
perfeccionista fue en el exterior de las ventanas del ábside, tres preciosos
vanos que decoraron con verdadero esmero y que bien podemos considerar como uno
de los conjuntos más singulares del románico español, no sólo por la excelente
conservación con la que han llegado a nosotros, sino también porque en su
estilo y forma de hacer se despegan de la vulgaridad o del ruralismo de las
obras de inercia, y se nos muestran estos canteros como verdaderos escultores
que no llegaremos nunca a saber de dónde vinieron y qué traían consigo, pero
que, desde luego, estarían muy próximos, en el tiempo y la técnica, a los
ejecutores del románico que nosotros hemos llamado “dinástico”, que con
inspiración cluniaciense, introdujeron las corrientes francesas a través del
Camino de Santiago y, sobre todo, por las relaciones amistosas que Sancho III
de Navarra y sus descendientes tuvieron con los abades de Cluny. Mucho debe el
románico español, castellano inicial sobre todo, a estos reyes, tanto de
Castilla, León y Navarra (Fernando I, Ramiro I, Alfonso VI, Urraca).
Las
tres ventanas absidales de Silió, en su exterior, forman un conjunto casi
perfecto en donde la exactitud arquitectónica, la medida, el juego de su
simetría casi matemática, el cuidado en la talla y colocación de los sillares,
demuestran que estamos ante una obra ejecutada con un conocimiento fuera de lo
común, y realizada con un fondo económico carente de vetos. Una obra que hubo
de tener un comitente poderoso que en aquellos tiempos sólo pudo ser de familia
noble o real, o bien salido de la poderosa iglesia medieval. Intentaremos,
posiblemente sin éxito, investigar qué personajes pudieron estar implicados en
la “aventura” arquitectónica y escultórica de Silió.
El ventanal de la izquierda, o del Sureste
Ya
vimos que, como los otros dos, le envuelve por arriba una chambrana de tres
filas de ajedrezado, y una fuerte arquivolta con grueso bocelón que apoya sobre
cimacios y capiteles profusamente decorados. Los dos cimacios, de corte
nacelado, llevan talladas flores de ocho pétalos que se ven circundadas por
tallos circulares separados por diversos motivos geométricos. Cada cimacio
tiene cinco de estos círculos abiertos por la parte inferior, tres en uno de
los laterales y dos en el otro. Insistimos en hacer ver la perfección casi
orfebre de los dibujos de estos cimacios.
Las
dos cestas son iconográficas y de dos caras en ángulo. El capitel izquierdo
lleva en su lado izquierdo, y pegados al cimacio, dos grandes volutas separadas
por un pequeño motivo de círculos concéntricos. Bajo estas volutas, y como
cobijados por ellas, aparecen dos figuras de hombres de pie sobre el collarino,
con un canon reducido de no más de tres cabezas y un poco más, vestidos los dos
igual, con capas embrazadas y túnica que les llega hasta los pedules. El monje
de la izquierda, –puede parecerlo–, dobla su brazo derecho colocando la mano
sobre el corazón. No se le ve la otra mano. El personaje de la derecha tiene su
brazo izquierdo embrazado a la capa, y el derecho lo coloca en alto, doblado,
pero en señal inequívoca de bendición, es decir, los dos dedos más pequeños
doblados y los tres restantes, con el pulgar, abiertos. Por esta acción tan
clara de bendición pensamos pueda tratarse de la representación de dos
clérigos. Los rostros son bastante cuadrados, de ojos redondos y boca de labios
prietos y un poco salientes, ambos muy parecidos, con cierto aspecto de
máscaras. La cara derecha de este capitel izquierdo, lleva idénticas volutas
con el escudete de circulillos concéntricos y debajo, como protegidos también
por las volutas, otras dos figuras masculinas forman escena. Se trata,
evidentemente, de dos obreros vestidos de faldellín corto, por encima de las
rodillas, que en actitud de andar, portan un caldero o herrada, colgada de un
palo, cuyos extremos apoyan en el hombro de cada uno. Es escena muy repetida en
el románico inicial de Castilla, pues lo vemos en Frómista, Valdecal,
Santillana, etc. En el contacto de las dos volutas, en la esquina de la cesta,
pone el escultor una especie de división que acaba en una aparente escobilla
que hace el efecto de un pitón remetido que recuerda los famosos pitones del
románico dinástico.
Capitel izquierdo de la ventana
izquierda del ábside
El
capitel derecho de esta primera ventana del ábside, frente al que acabamos de
describir, es enormemente parecido, tanto que no puede dudarse que ambos sean
del mismo taller. La organización de los elementos que los constituyen, y la
disposición de los personajes que llenan sus cestas no cambian. Cimacios con
igual decoración, volutas idénticas; motivos secundarios, como los escudetes
que posan sobre las volutas y las escobillas en la tangencia de dos de ellas,
que se repiten sin apenas variación.
Capitel derecho de la ventana izquierda
del ábside
Cuatro
protagonistas masculinos en el capitel izquierdo y cuatro también en el
derecho. Los rostros de todos, con esa cierta invariabilidad de expresión que
apenas permite encontrar rasgos distintivos y que les da, como dijimos, una
cierta mueca de máscara. Tan solo hay una diferencia manifiesta en este capitel
derecho: los cuatro personajes forman una unidad de clérigos que repiten la
posición y la vestimenta de los dos que vimos en el izquierdo, con sus capas o
casullas embrazadas. Los dos del lateral izquierdo parecen sostener una piña
helicoidal en sus manos; los de la derecha forman una pareja más íntima como si
realizasen un rito en común. El de la izquierda levanta la mano de este lado,
totalmente abierta, más en postura de aceptación o saludo que de bendición, en
tanto que la derecha la coloca sobre el pecho. El clérigo que le acompaña le
abraza con su mano derecha y coloca la izquierda sobre su pecho.
Estos
dos capiteles son sostenidos por fustes exentos de dos tambores, y cuyas basas
áticas están cuidadosamente talladas, en las que el toro se une al plinto con
una bola. Todas las arcaduras, incluida la de las aspilleras, llevan en Silió
el medio punto.
Ventana central
La
segunda ventana del ábside, la del Este, la del centro: no necesitamos repetir
que la única diferencia que apercibimos en relación con las otras dos son sus
capiteles, cuyas cestas van a ser trabajadas con un predominio casi total de
elementos vegetales. El capitel de la izquierda modifica totalmente, y de
manera radical, la decoración de su cimacio, pues prescinde de las repetidas
flores octopétalas inscritas en círculos abiertos por su parte inferior, y las
sustituye por cinco cabezas humanas sobre caveto. Cabezas cortadas que repiten
la fisonomía de las figuras existentes en capiteles anteriores, como si el
escultor se viese obligado a no variar la expresión ni las proporciones de sus
rostros.
La
cesta de este capitel tiene, en su parte alta, volutas carnosas, del tipo de
las anteriores, que van dos de ellas a juntarse en la esquina del capitel y
están separadas entre sí por la conocida “escobilla” curvada y decorada con
líneas verticales. Pero las cabezas de león que ocupaban el arranque de las
volutas, ahora han sido sustituidas por cabecitas humanas que parece que
pudieran llevar diadema o corona. Debajo, y desde el collarino, suben cinco
esquemáticos acantos que se doblan al final para sostener una piña cada uno. El
lateral derecho de la cesta parece haber sufrido menos erosión que el
izquierdo. Los fustes de esta ventana son monolíticos y las basas llevan las
correspondientes bolas entre toro y plinto. El capitel derecho mantiene el
cimacio de las flores octopétalas, pero en su esquinal vuelve a utilizarse la
bola con caperuza. La cesta repite idénticas volutas, pero se sustituyen las
cabezas de animal o de persona por una especie de resaltado florón o cáliz
profundo y, del collarino, surgen otros cinco acantos, tan solo esbozados, que
trepan hasta las volutas y aquí se abren en bolas o pomas con caperuza.
Capitel izquierdo de la ventana central
Capitel derecho de la ventana central
La tercera ventana absidal del Noreste
La
misma organización arquitectónica: chambrana ajedrezada, arquivolta de gran
bocelón, cimacios con flores generalmente octopétalas, inscritas en círculos,
vamos a encontrar en este tercer ventanal. En los cimacios de sus capiteles hay
una variación, pues en sus esquinas aparece la bola con caperuza que se repetía
mucho en los capiteles del románico dinástico (Frómista, San Isidoro de León,
Carrión de los Condes –puerta de San Zoilo– Jaca, etc.) Otra diferencia de esta
ventana es que, a diferencia de las otras dos, antes del bocelón de la
arquivolta se sobrepone otra, de escocia muy estrecha adornada con pequeñas
bolas.
El
capitel izquierdo es un conglomerado de figuras que se reparten así, en el
conjunto de los dos laterales de la cesta: un nivel superior, tocando al
cimacio, que repite el mismo tema en cada lateral, consistente en una cabeza
central de león de la que salen volutas, juntándose dos de ellas en el punto
central de la cesta donde confluyen los dos planos laterales. Formando masa con
estas volutas pero a un nivel más bajo, dos cabezas siamesas de dos leones que
separan sus cuerpos colocándose cada uno en un lateral y apoyando dos de sus
patas (las únicas representadas) en el collarino. Estos leones llevan las colas
metidas entre las patas y subiéndolas después hasta sus lomos. En el hueco que
dejan las cabezas de estos leones se labra una cabeza humana, no barbada, que
apoya su barbilla en el collarino.
Es
difícil imaginar qué hace aquí esta cabeza, de corte y facciones muy similares
a las vistas en el capitel de la ventana izquierda, pues entre su cráneo y la
boca de los leones hay un bulto que podría ser el pelo, que muerden los
animales, o bien pudiera tratarse de una parte del cuerpo de un contorsionista
que con sus manos se le ve agarrarse a las patas delanteras de las bestias, y
que parece ser comido o vomitado por ellas. El desciframiento de lo que se
quiere representar está lejos de poder llegar a un acierto. El capitel, además,
está bastante erosionado y no tiene la limpieza de líneas que vimos en las
figuras de la ventana izquierda del ábside.
El
capitel de la derecha es sumamente curioso y espectacular, y también tiene
resonancias de vieja cronología. Igualmente compone un esquema totalmente
simétrico en cada una de las dos caras, que tiene su eje en la figura central.
En el segmento superior de los dos lados, se repite el tema de cabeza frontal
de león, de la que salen volutas, dos de las cuales van a unirse al centro de
la cesta. Por debajo de ello y en posturas y gestos extrañamente expresivos, se
acurrucan tres figuras, casi caricaturescas, de monos desnudos, que colocan sus
extremidades anteriores sobre el bocel del collarino, y muestran unas cabezas
rapadas y algo hocicudas, donde queda patente una boca abierta en O, de susto o
admiración, que aunque no son los primeros homínidos representados en el
románico, sí que se ofrecen en este capitel con un desparpajo original.
Capitel izquierdo de la ventana derecha
o del noreste del ábside
Capitel derecho de la ventana derecha o
del noreste del ábside
Los muros exteriores del Norte y del Oeste
El
muro del Norte, como ya apuntamos, tiene huellas de haberse modificado varias
veces; por ello, y aunque mantenga un aparejo de sillería más o menos
concertada, se aprecian bandas de distintas superposiciones. No sabemos si la
cornisa primitiva románica tuvo canecillos, lo que parece debió de ser así,
dada la prestancia, tamaño e importancia de la iglesia, pero desde luego la
cornisa que ahora existe, tanto en este muro como en la fachada occidental, es
con casi toda seguridad, de los siglos XVI-XVII, así como la espadaña colocada
sobre esta fachada.
La puerta occidental
La
única puerta que posee este muro es sencilla, doblada, con chambrana biselada,
sin ninguna decoración. Tanto ésta como el arco exterior son de medio punto,
aunque el del paso de entrada pudiera iniciar un levísimo apuntamiento. Carece
de columnas y capiteles, pero los dos arcos y la chambrana apoyan en cimacios
biselados cuyo borde superior vertical lleva secuencia de dientes de lobo, y la
cara biselada se adorna con las octopétalas inscritas en círculo, tan
utilizadas por los canteros del ábside, y puntas de diamante, por lo que nos
inclinamos a suponer que esta puerta debe de ser de igual cronología que la
iglesia.
Interior de la iglesia
Del
interior de la iglesia de Silió, desgraciadamente, tan sólo podemos contemplar
su ábside, su estupendo ábside, que pudiendo haber sido uno de los más
interesantes y originales del románico español, sobre todo por el valor que
contenía en su iconografía, tan sólo nos ofrece una enorme angustia, al
reconocer todo lo que en él se ha destrozado y posiblemente variado, pues el
aspecto de armazón que al cabo se ha conseguido resulta decepcionante al
comprobar todo lo que el hombre a lo largo de los siglos, por falta de
sensibilidad y de respeto, ha venido a desbaratar lo que una generación, segura
de sí misma, había logrado. Lo que ha sucedido en la iglesia de Silió, aparte
de asegurar una vez más la pasión destructiva de muchos seres humanos, operando
consciente o inconscientemente, nos ha mostrado en vivo la posibilidad,
perdida, de comprobar que muchas creaciones humanas que pudieran haber sido
transcendentales para servicio de la cultura y de la ciencia, han perdido
miserablemente su valor porque este, por la ignorancia unas veces y por la
maldad y el desprecio otras, no ha logrado ser suficientemente considerado.
Esto es precisamente lo que el estudioso del románico encuentra al enfrentarse
al análisis de este viejo monasterio iguñés: lo que ahora nos dice, y lo que
–si le hubiésemos dejado tranquilo en su existencia– nos hubiese podido decir.
En una palabra, comprobar que hemos fracasado, porque este análisis siempre ha
sido, una y otra vez, frenado por el desconocimiento de lo que un día tuvo y
hoy ya no podemos recomponer.
El
ábside que interiormente ahora contemplamos, aunque estructuralmente no parece
haber cambiado mucho, siempre debió de tener este aspecto, es decir, un
hemiciclo unido sin separación visible al presbiterio; un abovedamiento en
horno, con sillares, y dos cuerpos bajos con arcaduras, el alto separado del
cascarón por una imposta ajedrezada y en el que se abren los tres ventanales
que ya analizamos en el exterior. El bajo, está adornado con nueve arcaduras
ciegas, de medio punto, separándose del cuerpo de ventanas por otra imposta
continua de ajedrezado. El arco triunfal, que da paso a la nave, tiene una
considerable altura y es doblado y de medio punto.
Pero
este ábside, que en el exterior nos ha ofrecido, tanto en los capiteles de sus
ventanas como en la serie de canecillos, una riqueza escultórica notabilísima,
en muy buenas condiciones de integridad y de conservación, falla en este
sentido en su interior, de forma estrepitosa y lamentable, pues en los
dieciséis capiteles que en él existen (ocho en la arcadura baja, seis en las
tres ventanas, y los dos más grandes del triunfal) su estado casi general de
rotura y resquebrajamiento ha sido tal, que una lectura, que hubiésemos podido
hacer en su integridad, es imposible hacerla en el estado de ruina y rotura en
que ahora se encuentran. Y si, en su condición primigenia, tal vez pudiéramos
haber llegado a interpretar algunas escenas, la falta total o parcial de muchas
figuras, humanas o de animales, nos priva, desgraciada y casi concluyentemente,
de poder descifrar lo que el escultor quiso decirnos.
Las arquerías ciegas del piso bajo del ábside
La
visión de este conjunto de arcos –son nueve– que recorren todo el hemiciclo es
verdaderamente singular, porque aunque no son extrañas estas arquerías al
románico español y extranjero, y en Cantabria y Castilla son a veces
repetitivas (Castañeda, Cervatos, San Martín de Elines, Bareyo, etc.), las de
Silió, al no señalar separación de presbiterio y ábside se contemplan en una
secuencia ininterrumpida. Tienen quizás un reducidísimo peralte y a todas las
recorre una chambrana de dos filas de ajedrezado. Los arcos extremos apoyan en
capitel y pilastra, en tanto que el resto lo hacen todos en dos capiteles, por
ello el número total de capiteles que sostienen las nueve arcaduras son ocho.
Capitel número uno, de izquierda a derecha: Cimacio biselado en cuyo bisel se han tallado rosas octopétalas, inscritas o no en círculo, que han sido abrazadas por un vástago serpentiforme acabado en trébol. Son dos en cada lateral de la cesta y tres en el centro de la misma. Este cimacio está ahora brutalmente machacado, sobre todo en su superficie frontal, pero las rosas o margaritas que han sido respetadas muestran un cuidadoso gusto y perfección en su ejecución, manifestando la limpieza y grafía del dibujo y, por tanto, la maestría indudable del escultor que, aunque la figura humana la trate desproporcionadamente, sin duda por un apego más dirigido al símbolo que a la realidad, no por ello deja de manifestar ese afán de precisión y detallismo quizás proveniente de la eboraria. La cesta también ha sufrido los efectos de la salvajada, por lo que es difícil aclarar el significado. Pero la figuración es la siguiente: en todo el capitel, de su parte alta, tocando al cimacio, tres parejas de volutas separadas por escudetes planos. En el lateral izquierdo y a cobijo de una de las parejas de volutas aparecen dos personajes de pie, ejecutado el primero, que es el que permanece intacto, con la misma técnica y estilo con que fueron tallados los protagonistas de los capiteles de la ventana del SE del exterior del ábside, por lo que no dudamos en seguir atribuyendo este capitel al mismo taller. Se trata de una figura masculina al parecer que parece llevar capucha de monje, pupilas redondas y marcados párpados, con un rostro muy similar, como si hubiese tomado como modelo para todas las figuras un tipo físico invariable. Está de frente, con ese frontalismo característico y una inexpresividad de antiguas raíces; viste capa o manto de embrazar, que sujetaba con la mano derecha, mientras que del brazo izquierdo, caído y oculto bajo el manto, sacaba la mano para sostener la túnica. Los pies, con gran parte del collarino así, en su casi totalidad, fueron seccionados. A continuación de este sujeto de extraña factura, venía un segundo de la misma altura que colocado en el mismo plano que el anterior, tan sólo sabemos que con el brazo derecho doblado en alto y apoyada en el arranque de las volutas, abría su mano mostrando la palma. Cabeza, tronco y extremidades restantes, fueron totalmente fracturadas. Lo mismo que la tercera figura que de ella tan sólo queda el codo de su brazo izquierdo.
También
fueron hechas desaparecer las volutas unidas angulares de la cara frontal.
Situada en el arranque de estas volutas, ha permanecido intacta una especie de
cabeza grande de clavo, coniforme y estriado que parece separar las tres
figuras descritas de la izquierda, de otras tres que existían en el lateral
derecho de la cesta, dos de las cuales, rotas sus cabezas, han dejado tan sólo
en su relieve los faldellines plisados y el brazo derecho de la primera que se
dobla hacia su cintura, pero cuya mano siguió la suerte y el infortunio de las
otras, y la izquierda de la segunda que se alza hacia arriba para colocarse
también sobre el arranque de estas volutas laterales de la derecha. Este quinto
personaje forma con el último una escena que remite a la postura de la primera
pareja de la cesta. Porque además, este sexto personaje está completo, con la
cabeza de ojos un tanto asustados, boca saliente y se cubre con capa o manto
del que saca la mano izquierda, escondiendo en él, sin embargo, la mano
derecha. Todo el capitel se sostiene en fuste grueso y monolítico con basa
ática perfectamente realizada, con bolas y plinto bajo. Difícil es saber lo que
este conjunto de seis figuras, todas de pie, vestidas, en esas actitudes de las
manos alzadas algunas, y otras sin poder saber dónde llevan los brazos, quieren
decirnos. La dos y la tres, y la cuatro y la cinco, parecían haber tenido algo
que unía sus cabezas, pero es imposible saber que fue. Todo parece indicar que
se tratase de una escena de recibimiento o ritual, pero es esto mera
suposición. Aunque en una vieja fotografía que se dice propiedad del Museo
Etnográfico de Cantabria, la figura tercera parece haber sostenido con su mano
derecha un olifante, mientras la cuarta presionase en su mano derecha un objeto
más o menos esférico que apoya sobre el pecho, y el brazo izquierdo pudiera
también estar alzado y con el índice de la mano derecha indicando al cielo.
El
capitel número dos nos va a resultar todavía más enigmático que el primero. Al
estar incompasivamente mutilado, tanto o más que el anterior, como si se
hubiese actuado con rabia o rencor para decapitar conscientemente toda cabeza
humana o toda decoración artística; el tema, aunque con dificultad, puede casi
asegurar su composición, pero se nos escapa a una razonable interpretación.
El
cimacio de corte semejante al primero, es decir biselado, esculpe en el bisel
las mismas palmas octopétalas inscritas en círculo abierto en su parte baja,
dos en cada lateral y centro del cimacio, grapados el uno al otro y colocando
en las enjutas de las tangencias un pequeño rombo arriba y abajo. Lo círculos
que no han sido destrozados, tienen la misma perfección de tratamiento que
veíamos en los capiteles de la ventana SE del exterior del ábside. La cesta
repite en lo alto, y en sus tres lados, las consabidas volutas separadas dos a
dos, por los escudetes o cabezas de animal esquematizadas y resaltadas. La
primera unión de dos volutas que se forma en las dos esquinas de la cara
frontal de la cesta ha sido completamente cortada, manteniéndose sin embargo la
segunda entera, apercibiéndose el pequeño enlace que las une en forma de nudo
en vertical atado por el centro. Debajo de las volutas, que nacen del collarino
en forma de cintas planas, y sobre ellas, ocultándolas en parte, se desarrolla
un extraño juego de tres figuras desnudas colocadas como en vuelo, en
horizontal sobre la cesta y llenando cada una uno de los tres lados del
capitel. Las de los laterales se colocan en postura de piernas como si
estuviesen en carrera sobre los laterales verticales del capitel, o bien en
posición que podríamos considerar de genuflexión. La del centro de la cesta,
aparece echada, como en levitación, con los muslos en alto; las piernas hasta
las rodillas han sido cortadas. Las tres figuras, en posturas no frontales sino
de perfil, aprietan entre sus manos –derecha o izquierda– un gran puñal, que a
veces, en la del centro, sólo se intuye por haber casi desaparecido. Están pues
estos personajes como en disposición de lanzarse al ataque pero con una
colocación verdaderamente absurda. Los tres, con las manos que no sujetan el
puñal, se agarran o sostienen dos cabezas que pasan desapercibidas por su
destrozo pero que miradas con detenimiento se apercibe son dos rostros, tal vez
de mujer por los detalles que, aún borrosos, se aperciben de rostros más largos
que los que normalmente talla el escultor; queda aún, en una, la huella de los
ojos y las líneas del peinado y una oreja en la otra. Se ven, además, que
llevan coronas o peinados altos. Otra extraña curiosidad de estas figuras es
que, aunque decapitadas las cabezas de los principales protagonistas desnudos,
los dos últimos, el horizontal del centro y el del lateral derecho, tenían
unidas sus cabezas, como siamesas. No creo que podamos encontrar en toda la
iconografía del románico, capiteles con escenas semejantes, tan extrañas, que
no sabemos qué simbología puedan tener o qué hecho histórico o bíblico quieran
reflejar.
Capitel
número tres: tiene un cimacio muy parecido al del primer capitel de esta
arquería, que ya hemos descrito, aunque con algunas variaciones que le hacen
distinto. Se repite el juego de volutas en las caras de la cesta, y los
escudetes salientes, el central con cierta indicación de cabeza humana o
animal. El lateral izquierdo del capitel presenta figura de un hombre desnudo
al menos hasta la cintura, pues parece verse que se cubre con un pantaloncito;
lleva la mano izquierda a lo alto para abrirla, sin bendecir, en el arranque de
las volutas. La figurilla está frontalmente representada y lleva su brazo y
mano derecha en actitud de cubrir sus partes pudendas. El canon es el reducido
al que nos tiene acostumbrados el tallista. Vienen a continuación dos leones
afrontados, muy gruesos y caídos de grupa, con cabezas unidas que rompieron de
un certero golpe; apoyan las patas en el collarino y cruzan sus rabos hacia el
lomo. La cara frontal de la cesta presenta la unión simétrica del segundo y
tercer león del capitel pegados por sus espaldas, de cuya intercesión sale
hacia arriba, en vertical, para apoyarse en el inicio de las volutas, una mano
derecha al parecer que se abre en clara actitud de bendición. El lateral
derecho de la cesta, repite, con la rotura también de los leones afrontados, el
mismo esquema que tenía el izquierdo: el hombre púdico con la femoralia, que
levanta su mano derecha en saludo.
Capitel
número cuatro: todo el capitel está totalmente destruido en su parte frontal,
tanto el cimacio como la cesta. El cimacio, por lo que ha quedado en los
laterales, nos permite asegurar que todo él era semejante a la decoración del
primer capitel: octopétalas envueltas en serpentiforme tallo, que concluye en
trébol, siempre con esa perfección y acabado que jamás debió de haberse
destruido. Dada la total desaparición del frente de la cesta, prescindimos de
hacer cábalas de lo que en ella pudo esculpir el artesano que la talló. En el
lateral izquierdo del capitel, se conserva casi intacto un personaje masculino,
de pie, con la cabeza típica del artista que estamos viendo trabajar en Silió:
rostro plano, ojos redondos, resaltados párpados, nariz chata, y boca arqueada
de labios apretados. Viste capa hasta los pies y saca la mano derecha para
sostener un bastón en T, alzando el brazo izquierdo hasta el cimacio.
Un
ala que se ve aparecer junto a su cabeza, nos permite suponer que pudiera
tratase de un ángel, aunque el aspecto de la figura masculina nada podría
imaginarlo, de no ser por el ala. A su costado izquierdo se ven tan solo los
restos de lo que pudo representar un hombre desnudo, sentado en postura de
perfil y con las rodillas dobladas. Todo el resto de la cesta, en su parte
delantera, es una pura lasca que nada ayuda a iniciar hipótesis. El lateral
derecho una figura extravagante, también de perfil, con una cabeza monstruosa,
con un bulto en la frente, ojo en perfecto círculo… Pecho, vientre, pies…
desaparecidos. Tan sólo puede apreciarse que con el brazo derecho, doblado
hacia arriba debió sostener una flor o trébol. Desgraciadamente, esta figura
que tal vez pudiera representar el demonio, no puede aclararnos lo que
representaba en una escena donde, al lado contrario se esculpía un ángel de
aspecto totalmente humano, salvo el ala. Un aspecto digno de hacerse notar es
que, a diferencia de los otros capiteles, no ha utilizado las repetidas
volutas.
Capitel
número cinco: cimacio con palmitas de siete hojas inscritas en círculos
tangentes y abiertos en su parte inferior, ya vistos en Silió. Cesta con la
repetición en sus tres lados de los pares de volutas con escudete no labrado.
Debajo de las volutas, acantos estilizados que suben desde el collarino y se
doblan en lo alto a modo de pitones.
Capitel número seis: tiene un cimacio en bisel, no decorado y que
enseguida se ve que ha sido tallado en alguna posterior restauración. La cesta
está casi completa, no habiendo recibido actuaciones tan destructivas como
tuvieron los anteriores capiteles, por lo que intuimos que eran las figuras
humanas las que más recibieron el ataque y las iras de los que contra ellas
atentaron. Toda la cesta es vegetal. En lo alto, los tres pares de volutas
separadas, de una en una porque aquí aparecen, aunque desgastadas, cabecitas de
animal. Debajo, rodeando la cesta, siete piñas con caperuza. El collarino tiene
algunas lascas.
Capitel
número siete: esta vez el capitel tiene representación escultórica casi toda de
tema animal, y una gran simetría. Dejando a un lado las consabidas volutas y
sus escudetes, que siguen siendo esquemáticas cabezas de animal, la cesta se
llena con tres pares de pelícanos que, dos a dos, juntan sus pechos y volviendo
sus cuellos se pican a sí mismos en el lomo. Los destrozos han afectado a la
decapitación de las aves segunda y tercera, la ruptura de una pata y poco más.
Las aves laterales cruzan sus patas, y todas ellas tienen una decoración de
rayas paralelas en varias direcciones. El cimacio del capitel es también
moderno y biselado. Y el tema del pelícano muy frecuente en el románico. Sólo
en el de Cantabria podemos verlos en iglesias de cronología vieja como
Santillana, Castañeda, San Martín de Elines, etc.
Capitel
número ocho y último de la arquería baja: partamos de la consideración de que
el cimacio de este último capitel es, como en los sexto y séptimo, producto de
restauración moderna, y que, por lo tanto, desaparecieron los cimacios
originales que seguramente repetirían palmas y círculos tan queridos al taller.
Este capitel número ocho, vuelve a cesta humanística. Esta vez, excluyendo las
volutas, de pequeño desarrollo helicoidal, todos los protagonistas que aparecen
en la cesta son hombres vestidos con túnica hasta los tobillos, sin apenas
pliegues, un hundimiento de la parte central de la falda, casi imperceptible.
Cada lado de la cesta lo ocupa una pareja, en pie todos, en postura frontal
rostro y cuerpo, salvo los dos personajes de la cara central que aparecen tal
vez un poco ladeados y llevan sus manos sosteniendo un caldero por su asa
–caldero en tronco de cono–, el uno con la mano derecha y el otro con la
izquierda, en tanto que alzan sus otras manos, las cruzan agarrando con ellas,
y cada uno, un objeto rectangular que es difícil asegurar que es lo que puede
ser. Pudiera ser la paleta de un albañil, o un hacha, o cualquier otra cosa. La
pareja del lateral izquierdo toma una postura que parece muy amistosa. El
primero cruza su brazo izquierdo por el pecho y lo apoya en su hombro
izquierdo, en tanto que el brazo derecho lo lleva hasta la cintura de su
compañero, que, a su vez posa su brazo izquierdo, como agarrándolo, sobre el
hombro del primero. Sus cabezas, las de los seis personajes, aunque muy erosionados,
pero no decapitados ni golpeados, son del tipo idéntico a las que vimos, en
perfecto estado, en los capiteles de la ventana izquierda del ábside exterior.
La segunda pareja, la del centro del capitel, la que lleva el caldero repite
los mismos rostro-máscaras. Y la tercera pareja, la del lateral derecho,
vuelven a repetir el ambiente amistoso que parecía rodear a la primera, pero
esta vez operan de distinta manera. El hombre de la izquierda, cruza sus brazos
a la altura del vientre colocando su mano izquierda próxima a la cintura del
segundo portador del caldero, y el brazo derecho, moviendo un poco el hombro de
este lado, la pasa por encima del izquierdo dirigiendo su mano para coger el
brazo derecho de su compañero elevándolo de modo que quede abierta la mano
mostrándola extendida, como el ya visto saludo romano, como si quisiese que
quedase bien visible ante un público que presenciase la exaltación que su
compañero se merecía. Este, mira de frente, con un rostro que parece aceptar el
homenaje con aparente humildad, en tanto que lleva su mano izquierda a apoyarla
en la cadera derecha. ¿Qué nos quiso narrar el maestro de Silió con estas tres
escenas? La de la izquierda parece mostrar una situación de protección o de
camaradería; la del centro otra de trabajo o ritual y la tercera de aclamación
a una persona.
Las ventanas interiores del ábside, sus capiteles
Se
ilumina el ábside por tres ventanales de pura raigambre románica, que dan luz
suficiente hasta el medio día y más escasa por la tarde. Son tres aspilleras
altas que se abren con derrame hacia el interior, siendo toda su estructura de
sillería. Estas aspilleras se convierten en el interior en arcaduras, todas de
medio punto, que del interior al exterior son chambrana de taqueado en tres
filas, que hace de envolvente de los tres ventanales, convirtiéndose luego en
imposta para todos los muros del ábside. Viene después una gruesa arquivolta de
baquetón; luego la apertura propia del muro con arco semicircular y al final el
derrame que se cierra con la arcadura de la aspillera. Esto se repite para los
tres ventanales. Es la arquivolta la que carga sobre los capiteles decorados, y
estos sobre fustes exentos de uno o dos tambores que llevan basas muy
clásicamente ejecutadas con bolas sobre el plinto. El alfeizar interno de las
tres ventanas está a la altura de la imposta ajedrezada que recorre luego todo
el ábside.
Ventana izquierda
Los
capiteles de la ventana izquierda, o del evangelio, son bastante típicos y sin
ninguna concesión a presentar hipótesis. El izquierdo tiene un cimacio con
palmetas inscritas en círculos abiertos por debajo, que esta vez son secantes,
y dos en cada uno de los dos lados todo con fuerte hundimiento simulando
conchas. La cesta esculpe las repetidas volutas pareadas separadas por una
cabecita humana. Por debajo, brotando del collarino, se levantan cinco acantos
geometrizados que se doblan en frutos ovoideos. El capitel derecho es muy
parecido; mantiene un cimacio prácticamente idéntico al anterior. Tuvo las
volutas separadas por cabezas humanas y debajo las filas esquemáticas de cinco
acantos que aquí se doblan en pomas o bolas con caperuza. Desgraciadamente las
volutas centrales y las esferas centrales se han convertido en una gran lasca.
Los rostros humanos siguen ofreciéndonos la firma indudable del cantero o del
taller, pues repiten el mismo tipo de máscaras de redondos ojos.
Ventana central
El
capitel izquierdo está prácticamente destrozado. Hoy, su cimacio está cubierto
por una capa de cemento gris y no podemos ni siquiera suponer como fue su
decoración. La cesta también nos va a dejar casi en total desconocimiento de
cómo fue. Sí parece que tuvo volutas, esta vez separadas por una especie de
rosco abultado y agallonado, objeto que ya hemos visto en la decoración de
Silió. El resto de la cesta lo debió de llenar dos aves o perdices afrontadas,
pero su estado no permite ni siquiera asegurarlo.
El
capitel derecho tiene un cimacio que ha sido roto en su esquinal central, por
lo que desconocemos que tenía esculpido, lo que sí se ve bien son sus dos
laterales que llevan grabado cada uno dos círculos que forman un ocho; en los
dintornos de estas circunferencias va una especie de cabeza de clavo con ocho
gallones. Creemos que el centro roto pudo llevar otro círculo. La cesta lleva
las volutas de siempre cuyas centrales han sido también destrozadas. Quedan,
sin embargo, las consabidas cabezas que separaban en uno y otro lado a las
volutas. En el lateral izquierdo es una cabeza humana, en el derecho lo es de
animal carnicero que abre su boca mostrando los dientes. En el resto de la
cesta podemos tan sólo vislumbrar que hubo de desenvolverse una escena que
somos incapaces de adivinar. Se trata de la cabeza de un hombre que parece
estar en el suelo y que debe de ser atacado por un león que viene desde la
derecha. A la izquierda un hombre sentado, no sabemos si itifálico o no,
intenta coger su cabeza. Es una pena que no podamos sacar más claridades, pues
las volutas centrales, la cabeza, pecho y brazo derecho del muchacho y la
cabeza del león son puras lascas. La cabeza del hombre, que tanto interés
despierta en la otra persona y en el león, del mismo tipo de todas las que
existen en Silió, está un poco asustada. Nunca nuestras lamentaciones serán
suficientes si consideramos que un tal destrozo nos ha privado para siempre de
poder, al menos, ver la composición íntegra de estos capiteles de Silió que
podrían habernos sugerido alguna explicación a su simbolismo.
Hasta
el collarino de este capitel ha casi desaparecido. De todas formas, queremos
publicarlos por si algún especialista de temas bíblicos pudiese encontrar
alguna explicación que a nosotros se nos escapa.
Ventana derecha o de la epístola
Los
dos capiteles de esta ventana son también, a pesar del correspondiente
destrozo, muy interesantes, aunque también de difícil interpretación.
Comenzando por el izquierdo, tanto en su cimacio como en su cesta, se muestran
unas figuraciones muy difíciles, primero de poder reconocer sus actitudes y
acciones, sobre todo por su complicada composición que se acentúa por la falta
de materia: brazos y piernas rotos, que dificultan la asignación de ellas a sus
correspondientes personajes. El cimacio, esta vez está completo en ambos casos,
se reduce en su temática a dos círculos abiertos por debajo –en cada cara–
secantes, y encerrando cada uno un aguilucho –dado el pico ganchudo– con el que
muerde el vástago que le envuelve. Se apercibe el resquemado que el incendio
del retablo produjo y que, posiblemente, también fue la causa de las fracturas.
La cesta del capitel es complicada pues, en poco espacio, se han esculpido
demasiadas cosas. Para resumir al máximo, diremos que en la parte alta se
repite el juego de dos volutas para cada lateral, como estamos viendo que es
corriente en esta serie iguñesa, sobre cuyo arranque se coloca una cabeza de
animal –en el lado izquierdo– que muestra los dientes pero que parece mostrar
una especie de sonrisa “eginética”. Debajo de este rostro, que se ve
envuelto en su garganta por una especie de bufanda que forman los troncos de
las volutas, volvemos a ver esa especie de cabeza de clavo con diez gallones
(semejante también a un flan de molde) que ya hemos anotado en otros capiteles.
La voluta del lateral derecho sustituye la cabeza de animal “sonriente”,
por un escudete que lleva una pequeña rosca con una minúscula cuatripétala en
su interior. Las dos volutas gemelas del esquinal superior aparecen partidas.
Volviendo al lateral izquierdo de la cesta, pegado a los sillares de la ventana
vemos a un personaje masculino, solamente en busto, que parece llevarse a la
boca una especie de armónica que, aunque cascada por el extremo derecho, tiene
una forma rectangular. En este lado izquierdo, pero participando también el
derecho, es decir, en el esquinal del capitel, aparece algo inusitado, pero que
para nosotros que hemos trabajado en la iglesia de Pujayo, resulta de bastante
claridad, aunque siempre discutible. Tanto en Pujayo como en Silió, se trata de
una escena de contorsionista que se revuelve sobre sí mismo mostrando al mismo
tiempo su rostro de frente y su cuerpo de espaldas. Este tinglado de esta
escena circense, se completa en la cara derecha de la cesta, en donde aparece
un arpista en el momento de hacer sonar sus cuerdas. Arpa y brazo izquierdo del
músico están enormemente fracturados. Su mano derecha debió también de tocar el
arpa por el otro lado, aunque por su deterioro tan sólo puede ello imaginarse.
La cabeza del contorsionista muestra sus dos manos, una a cada lado de su
rostro, que parece están agarrados a una especie de pliegues ondulados que no
podemos explicar. Así pues, tanto en Pujayo como en Silió este conglomerado de
músicos expresan el deseo de los tallistas románicos de manifestar escenas
lúdicas de aquella sociedad.
El
capitel derecho de la ventana que estamos acabando de describir, aunque menos
complicado, es también interesante y de excelente factura que nos hace
reconocer la verdadera maestría de gran escultor que demuestra el cantero de
Silió. El cimacio está completo en sus dos caras y se decora en cada una con un
tallo surcado que serpentea formando dos círculos cerrados que inscriben unas
corolas rehundidas formadas por hojas octopétalas. Cada cara del cimacio lleva,
pues, una (ese) acostada, en perfecto estado de conservación. Nota positiva que
se puede extender a todo el capitel que es el único, en todo el conjunto de los
ventanales interiores, que aparece como recién hecho sin que se aperciba la más
mínima rotura. La parte alta de la cesta, en las dos áreas, se llena con el par
de volutas en cada una que se abren a los dos lados y quedan separadas, no por
las cabezas humanas o de animal que solían tallarse, sino por esos “flanes”
o roscos gallonados que ya conocemos; aunque de mayor tamaño. El resto de la
cesta se llena con una preciosa escena de la lucha de un personaje –que
solamente un buen maestro puede encajar en el pequeño espacio– con una fiera
carnívora, probablemente un león que, de perfil, ocupa más de la otra mitad. La
figura humana parece un rústico que viste una túnica plisada por encima de las
rodillas y con mangas. A la cintura parece llevar un cinturón reforzado propio
de individuos que han de hacer esfuerzos exagerados. La cabeza, que está
tratada con detalle es la de un hombre joven con facciones muy marcadas, ojos
redondos, pómulos resaltados, boca y labios salientes, barbilla cuadrangular y
orejas grandes.
El
cráneo lo apoya sobre el pecho del león y muestra un peinado que no hemos visto
en otros esculpidos por el mismo artista: gran cantidad de pelo peinado en
mechones ondulados que paralelamente se distribuyen a los dos lados de la
cabeza y acaban en pequeños rizos o volutas sobre la frente. Con su mano
derecha agarra el mango de una lanza o de un palo aguzado que acaba de meter en
el pecho del animal. No se esculpe su brazo izquierdo, por tenerle oculto por
debajo del cuello de su contrincante, pero sí la mano izquierda que aparece
sobre el cuello del monstruoso felino mostrándonos el abrazo defensivo del
luchador. El animal está en el momento de torcer el cuello hacia la derecha
para morder en el cuerpo de un pequeño potro o asno que el artista ha esculpido
en bajo relieve con un cuello y cabeza, de perfil, digna de un animalista
griego. El hombre, al propio tiempo que hinca su arma en el animal, lucha
cuerpo a cuerpo con el endriago. Notemos como a este personaje le ha
representado el cantero-artista vestido con sus pedules, calzado que nunca ha
indicado en otras figuras, tal vez porque en este capitel ha podido, por el
tamaño, dar más detalle. Indicaremos también que las volutas gemelas del
esquinal se separan por esa “escobilla” acanalada que también hemos
visto en otros casos.
El arco triunfal
Estos
dos grandes capiteles del arco triunfal, y a pesar de su altura, han sufrido
enormemente y se han destrozado casi totalmente. No sabemos si fue el fuego o
la irracionalidad humana, pero el estropicio ha conseguido que apenas podamos
interpretarlos y solo averiguar un poco que fue lo que el artista románico
quiso esculpirnos. Pero, a pesar de todo, ellos nos sirven para asegurar un
poco más la antigüedad del románico de Cantabria.
El
capitel izquierdo posee un cimacio muy significativo y no extraño a nuestra
tierra, pues le encontramos en Santillana, Argomilla de Cayón, San Miguel de
Olea, etc., y siempre en edificios de cronología de los años iniciales del
siglo XII. Se trata de una serie de clipeos, en este caso enlazados, que
encierran pequeños leones que apoyan sus cuatro patas en uno de los lados del
círculo. Aunque tienen indudable diferencia en algunos detalles, como clipeos
planos, y estar muy maltratados, parecen señalar una tendencia de proximidad
artística, al menos.
Toda
la cesta del capitel, en su parte alta, lleva los pares de volutas, tan
repetidos, de nuestro maestro; en los laterales separadas por cabeza masculina
–barbada parece y mostrando la lengua–, en el izquierdo, y femenina, con toca,
en el derecho. Sin embargo, las del centro soportan en su vértice una cabeza de
animal que está devorando la testa de un hombre desnudo, y con el cinturón de
disco en la espalda, mostrando sus nalgas y no olvidando detallar los
testículos. Debajo de las volutas del frontis de la cesta, a izquierda y
derecha, se ha tallado una piña y una cabeza humana, respectivamente. La escena
inferior –que analizando las rupturas podemos imaginar– ocupa toda la cesta.
Tiene las siguientes figuras: cuatro cuadrúpedos, dos juntando las cabezas en
la esquina izquierda del capitel, debajo de la piña, y que tienen entre sus
patas delanteras una copa cónica (¿cáliz? ¿pila bautismal?). Otros dos, también
juntando las cabezas en la esquina derecha, de modo que todo el centro del
capitel lo ocupaban, en su parte baja, los cuerpos de dos de los cuatro
cuadrúpedos opuestos por sus nalgas. Es interesante poder asegurar que encima
de los dos cuadrúpedos laterales el escultor colocó sobre sus grupas un
pajarito, de cuerpo cónico y cabecita redonda, que pica el cuerpo de estos
animales.
El
capitel derecho. Extiende su ruina sobre toda la superficie y aunque podemos
averiguar en parte todo lo que el cantero románico quiso esculpir, la verdad es
que nos ha sido difícil averiguarlo. El cimacio, salvo una reducidísima muestra
que nos ha dejado en el lateral derecho, podemos suponer que se ornaba todo él
con once clipeos tangentes y “grapados” que encierran en su dintorno el
cáliz de una flor de diez pétalos, en rehundido que, casi exactos, vemos
también en Santillana. Las volutas laterales y centrales de la cesta, bastante
resaltadas y rotas, pueden determinarse en su conjunto con sus cabecitas
separadoras humanas, pero bastante sintetizadas, mostrando un peinado de
mechones paralelos. La superficie del lateral izquierdo nos ha dejado sólo una
parte de lo en él tallado, sí lo suficiente para poder adivinar el asunto
esculpido: la pareja de obreros que llevan sobre sus hombros y colgada de un
palo una pipa, cubo o pequeña herrada cilíndrica, de madera, con resaltados
herrajes de refuerzo; repitiendo así la iconografía que ya vimos en el capitel
izquierdo de la ventana del sureste del exterior del ábside. Pero el segundo
portador ha desaparecido en este capitel del arco triunfal. Con dificultad
podemos suponer el tema central de la cesta: un obispo de pie revestido con
traje ceremonial, que porta con su mano izquierda un gran báculo, destrozado en
su cúspide, y con el brazo derecho, doblado en alto, hace con la mano el gesto
de bendecir. La cabeza ha sido totalmente seccionada. A su izquierda le sigue
un personaje de frente, pero con la cabeza doblada hacia la del obispo, y
portador de una cruz procesional que cogida con su diestra apoya en el hombro
del mismo lado. Se debe tratar, sin duda, de un acto ritual, procesión,
consagración, etc., que tampoco podemos determinar, porque todo el lateral
derecho del capitel está totalmente destruido.
Todo
lo que venimos describiendo en cuanto a escultura en el interior del ábside
tiene un estilo indiscutible de haber sido trabajado por un mismo taller o
maestro, de indudable personalidad que deja plena huella en Pujayo, cuyos
capiteles exteriores coinciden totalmente por las características particulares,
tanto de canon como de rasgos, con el hacer de nuestro maestro iguñés.
En
el interior de la iglesia se conservan dos pilas bautismales. Una, todavía en
uso, de tipo y época que creemos románica. De piedra de grano, es bastante
sencilla pero con las consabidas arquerías, de medio punto, cuyas jambas,
extraordinariamente finas, llegan hasta su fondo. Es de forma troncocónica, con
interior liso y con borde o embocadura de dos niveles, uno estrecho, hacia
dentro, para apoyar la tapa, y otro, tres veces más ancho, hacia fuera. Monta
toda la pieza sobre un basamento circular que da al conjunto forma de copa.
Ya
se publicó su fotografía, en blanco y negro, en 1979 (GARCÍA GUINEA, M. A.,
1979a, I, pp. 78, 281), cuando se publicó de algunas de las pilas más
representativas del arte románico en Cantabria, en el apartado “Pilas con
decoraciones de arcaduras”. Su tamaño viene a ser el tamaño medio que se
utiliza para gran parte de las iglesias románicas no muy des tacadas, como lo
son en este caso y excepcionalmente, las de Santillana, Santoña, Bareyo,
Villasevil, y pocas más.
La
segunda pila, puede ser, quizás más interesante. Se trata de otra pila, esta
vez cuadrada, y posiblemente más antigua que la románica que acabamos de
describir; ha sido estudiada y publicada por Alberto Peña Fernández
recientemente. Pero ya, en 1870, le había llamado la atención a don Ángel de
los Ríos y Ríos (“el sordo de Proaño”), cuando tomó notas, posiblemente
las primeras que se tomaban sobre la pila y la iglesia, y recogió un boceto
donde se ve que en esa época estaba colocada sobre una basa de tipo ático, con
lengüetas de bolas y plinto bajo y prismático. Dibujó sus inscripciones de
manera rápida que no llegó a interpretar de todo. Sólo dejó claro la palabra
MATER. Sobre el dibujo escribe: “Pila de Silió, hoy sirve para el agua
bendita y debió ser bautismal como la vieja de Moroso”.
Pero
dentro también de ese dibujo nos ofrece la seguridad de la existencia de la
pila románica que acabamos de describir, y nos dice: “Hay otra pila redonda
que debió reemplazar esta (se refiere a la cuadrada), con una inscripción de
letra francesa en el círculo. Vista deprisa resulta que fue ofrenda en honor de
San Facundo (titular de la iglesia) y de San Braulio”. Nosotros no hemos
llegado a ver esta inscripción, quizás por su posterior desgaste.
También
de época románica es la tapa de sarcófago que hoy en día encontramos en el
interior del templo. En su testero una inscripción reza: !Aqui yase Iohan
Sanches de Bustamante/ fino XI dias de Febrero año de mil cuatrocientos
noventa y dos años! según transcripción del escritor Amós de Escalante
(1871).
San
Juan de Raicedo
Esta
aldea del municipio de Arenas de Iguña, está situada a unos 180 metros de
altitud, junto al río Casares o río Anievas, afluente del Besaya y, muy cerca
de Arenas (600 m), la capital del municipio. Se halla en un estrecho valle
encajado, y está bordeada de montañas, prados y bosques. La población se
distribuye entre los antiguos barrios de Raicedo y de San Juan. Se accede por
la CA-271, que desde Arenas enlaza el Valle del Besaya con el de Toranzo,
atravesan do el Valle de Anievas. Según recoge Ortiz Díaz (2004), los vecinos
de San Juan de Raicedo vivían de la agricultura y de la ganadería
tradicionales, cultivaban praderías y suertes de terre no labrantío, entre
ellas “las suertes de San Juan de Jerusalén”.
M.
A. García Guinea (1979a), estudia un documento de 1112, perteneciente a la
Abadía de Santillana (Escagedo Salmón, 1927), en el que se hace mención a un
camino antiguo en el valle de Iguña discurret ad illa ponte vel a Sancto
Iohannes de Ravezudo (San Juan de Raicedo).
En
los dominios de la Bailía de Población de Campos (Palencia), de la Orden de San
Juan de Jerusalén, San Juan de Raicedo era uno de los prioratos con
jurisdicción espiritual (exento de la jurisdicción del obispo), cuyo Prior
atendía a la iglesia parroquial de este lugar y a las parroquias de Arenas de
Iguña, de Helecha, en La Serna y de Santa Águeda, donde también ponía tenientes
o capellanes. Este importante priorato del Valle de Iguña tenía anejas varias
ermitas de su entorno. Así, las ermitas de San Miguel; Santa Eufemia; Santa
Lucía, en Arenas de Iguña; San Antonio y San Sebastián, en Pedredo; San Roque y
San Francisco; Santa Catalina; Santa Eulalia, en Bostronizo; San Vitores; Santa
Úrsula y Virgen de los Remedios; y San Cristóbal, en Valdeiguña. “La
propiedad de las iglesias pertenecía al bailío y también sus car gas. Cobraba
en todo o en parte, sobre algunos diezmos, así, un tercio en Arenas de Iguña y
en San Juan de Raicedo; la mitad en La Serna; y todos en Santa Águeda. Las
rentas en esta zona norte de la Bailía servían para sostener a sus prioratos…”,
(REVUELTA GONZÁLEZ, M., 1971).
En
el Apeo de 1404, se cita a Raicedo como concejo, cuyos vecinos “vivían
en un solar de realengo y pagaban, al de la Vega por merced del Rey…”; este
tributo “les permitía vivir con quien quisieren”.
En
el siglo XVIII, en el Catastro del Marqués de la Ensenada, se registra el lugar
de San Juan de Raicedo, “que es de señorío como todo su valle que pertenece
y ha pertenecido desde inmemorial tiempo al Marqués de Aguilar de Campoo, quien
pone justicia ordinaria y percibe los derechos de mecenazgo y de alcabalas”.
También pagaban diezmos al Arzobispado de Burgos, al cura beneficiado y a la
Bailía de la Orden de los Caballeros de San Juan. En este lugar no residía
ningún clérigo “pues el cura párroco lo es también del lugar de La Serna,
donde habita”.
La
iglesia parroquial de San Juan Bautista se sitúa en el barrio de San Juan. Fue
declarada Bien de Interés Local, en 2003.
Iglesia de San Juan Bautista
El
pueblo de Raicedo se encuentra en el valle de Iguña, próximo a las Fraguas.
Sabemos que en este valle de Iguña tuvieron propiedades tanto el monasterio de
Santillana como el Infantado de Covarrubias, si bien ninguna de las dos fuentes
habla de San Juan de Raicedo. En ninguno de los cartularios consultados aparece
este monasterio por lo que no podemos adscribirle a ningún propietario
conocido. Como sabemos que San Juan de Raicedo fue priorato de la Orden de San
Juan de Jerusalén, es sin duda por ello mismo por lo que no consta en los
cartularios citados. Posiblemente desde comienzos del siglo XII, tal vez desde
el momento de la construcción de su iglesia, entra dentro del señorío temporal
y espiritual de la orden de Malta.
La
iglesia tiene la advocación de San Juan y es edificio románico de una sola
nave, presbiterio y ábside semicircular. Creemos una fecha posible para esta
iglesia los primeros años del siglo XII, sin que pueda pasar de la primera
mitad de este siglo.
Exterior
Puede
decirse que la traza exterior, románica, está prácticamente completa. Sólo la
espadaña ha sido modificada posteriormente, si bien sobre la organización de
otra románica situada en el mismo lugar que la actual. Una sacristía ha sido
añadida al Sur, cubriendo los muros del presbiterio y parte del ábside,
posiblemente en el siglo XVII. Sobre el muro sur se ha colocado también una
tejavana, a modo de porche, que protege la puerta. Ésta es sen cilla, de arco
apuntado y guardapolvos también apuntado. Sin duda se abrió o fue modificada ya
en fecha avanzada, posteriormente a la construcción uniforme y primitiva de la
iglesia.
El
muro sur conserva todos los canecillos románicos, que no fueron por ventura
arrancados cuando se alzó el tejado en reforma de fecha incierta. Son catorce y
muy sencillos: 1, 3, 4, 9 y 14 de cuatro y tres rollos; 2, 5, 7, 8, 10, 11, 12
y 13 en caveto; 6, una pierna humana. Sostienen una cornisa, sencilla,
prismática, que sólo lleva decoración de dados, en su primer tramo hasta el
quinto canecillo.
El
muro sur del presbiterio queda oculto por la sacristía, que ya hemos dicho fue
posteriormente edificada.
Capitel 9
Capitel 10
Capitel 11
El
ábside se divide en tres zonas verticales merced a dos contrafuertes
prismáticos que, escalonados, terminan, a la altura de los canecillos. No
estamos muy seguros de que estos contrafuertes no hayan sido añadidos, aunque
en época románica, con posterioridad al ábside primitivo de la iglesia, pues
nos extraña que las impostas ajedrezadas, que dividen también en tres franjas
horizontales al ábside, no envuelvan la sillería de estos responsiones.
La
cornisa del ábside es similar a la descrita en el muro sur, salvo que toda ella
lleva una greca de billetes a veces de distintos tamaños. Los canecillos son
los siguientes, de izquierda a derecha: 1. En caveto; 2. Cabeza de animal
sosteniendo entre las fauces una especie de rollo (estos dos canecillos están
sobre el tejado de la sacristía añadida, cuyo muro Este parte de la ventana sur
del ábside); 3. Cinco peces con la cabeza alternativamente hacia abajo y hacia
arriba; 4. En caveto; 5. Seis rollos (fuerte recuerdo de lo mozárabe); 6.
Idéntico al anterior, pero más estrecho; 7. Figura humana sujetando en su mano
izquierda un objeto que parece un gran rabel o instrumento de cuerda; 8. Cuatro
botones o capullos formando cruz; 9. Serpiente mordiéndose la cola; 10. Figura
huma na, sedente, vestida con túnica; 11. Cabeza de animal; 12. Pierna humana.
Canecillos 2 y 3
Canecillos 6 y 7
Canecillos 8 y 9
Canecillos 10,11 y 12
Tiene
el ábside tres ventanales, de tamaño casi idéntico, con guardapolvos de billete
y arquivolta interior de fuerte baquetón. Éste apoya en cimacio decorado que
carga sobre capiteles que a continuación describiremos. Fustes exentos y muy
esbeltos sostienen estos capiteles. Las basas llevan collarino, escocia poco
acusada y alta, y toro con bola en la esquina del plinto.
La
ventana del muro sur del ábside es visible sólo en su mitad derecha, debido al
muro sobrepuesto de la sacristía. El cimacio visible está casi totalmente
erosionado. El capitel es de perdices afrontadas.
La
ventana central, tiene muy desgastado también, el cimacio izquierdo. El derecho
lleva una serie de ondas suavemente incisas. Los capiteles, de tambor elevado,
son al parecer de tallos vegetales, muy verticales, que acaban en fruto o bola.
La
ventana que mira al Norte conserva cimacios que, aunque muy erosionados,
permiten averiguar que el izquierdo es de flores profundas inscritas en
círculos y el derecho flores también, hexapétalas, encajadas igualmente en
círculos. Los capiteles están también muy destrozados: el izquierdo no permite
suponer nada de su primitiva decoración; el derecho, iconográfico, tiene una
figura con los brazos en alto, muy tosca, en actitud orante y otra detrás de
ella que lleva algo en la mano.
El
muro norte del presbiterio está al parecer intacto, con cuatro canecillos que
sostienen cornisa decorada con billetes. El primer canecillo de la izquierda es
una cabeza de animal; el segundo figura humana sentada; el tercero cinco
rollos; el cuarto, liebre.
Canecillos ábside muro
norte
Canecillos ábside muro
norte
El
muro norte de la nave lleva también una serie completa de modillones que son,
de izquierda a derecha: 1. Cabeza de animal que sostiene en la boca una bola;
2. Cinco rollos; 3. Caveto; 4. Cinco rollos; 5. Figura vegetal; 6. Tres rollos;
7. Águila o ave con su cría; 8. Cabeza de animal con la lengua fuera; 9. Músico
tocando el arpa; 10. Pequeña figurilla humana con las manos en las ingles; 11.
Cuatro rollos; 12. Tres rollos; 13. De caveto; 14. Tres rollos; 15. De caveto;
16. Medio canecillo destrozado.
Lo
más interesante de este muro norte es la puerta que, resaltada de él, se
construye entre dos de los con trafuertes. Lleva chambrana decorada con hojas y
animales. Paralela a ella, y en medio punto, existe arquivolta sencilla,
primitiva, que apoya en cimacios de hojas envueltas en vástagos.
Los
capiteles son muy sencillos y toscos: el derecho de leones de pie, siameses en
la cabeza, sobre los que campean dos toscas volutas; el izquierdo es águila con
alas explayadas, posada con su patas en el collarino del capitel.
Los
fustes son exentos pero formados por cuatro tambores.
La
portada se corona por cornisa muy sencilla, de simples losas, que apoyan sobre
cuatro canecillos que, de izquierda a derecha, representan: especie de oso;
figura humana apoyando las manos en las rodillas; figura humana también, con
las piernas en alto sujetadas por sus propias manos; canecillo con figura que
parece tener cabeza de tonel. Entre estos cuatro canes hay unas metopas muy
toscas y borrosas: la primera es tal vez la figuración de dos animales
superpuestos o de un personaje que lucha con monstruo; la segunda parece
representar a la Virgen sedente con el niño en sus brazos, mientras una gruesa
serpiente rodea al grupo, y la tercera puede sin duda tratarse de Daniel entre
los leones. Sobre la cornisa hay colocados unos pequeños restos de canecillos
con cabezas humanas y billetes, posible mente de una iglesia anterior o de
alguna parte destruida de ésta. En el muro norte, bajo dos canecillos del
alero, y al centro mismo de la puerta descrita, campea un relieve del tipo de
las metopas con dos leones afrontados por sus lomos, todo ello de indudable
rusticidad.
En
la jamba izquierda de la puerta de este lado norte hay incrustada una lápida
sepulcral, invertida y muy borro sa, en el centro de la cual podemos leer lo
siguiente: VIII:K(A)L(ENDA)S M AR (TII) OBIT F(A)M(V)LO / DEI (ANE)S…/…/
ORATE PRO/ILLO: SI REGNETIS CU(M) XPO.
El
interior es en la cabecera del tipo clásico románico, en bóvedas y tres
ventanas. Lo más interesante desde el punto de vista iconográfico son los dos
capiteles del arco triunfal, el izquierdo con un entrelazo de serpentiformes, y
el derecho con una serie de anillos grapados que son parecidos a los de un
capitel de Santillana y a otro, desaparecido de Las Fraguas. También en el
interior se conserva una pila, tipo románica, lisa y sin decoración.
Por
comparación con las demás iglesias románicas de la provincia, y concretamente
con la de Cervatos, nos inclinamos a pensar que alguno de los escultores o
maestros que tallan en la Colegiata campurriana trabajaron en la decoración de
capiteles, metopas y canecillos de San Juan de Raicedo. Sobre todo, nos incita
a ello el análisis de los capiteles de la puerta del norte, tanto el del águila
como el de los leones afrontados con volutas en lo alto. La manera de hacer las
melenas, los ojos e incluso los cimacios de hojas de cuatro y cinco pétalos nos
llevan, sin duda, lo mismo que las metopas, a relacionarla, cronológica y
estilísticamente, con San Pedro de Cervatos. En el mismo sentido, y puesto que
ya pusimos en relación a Cer vatos con alguno de los maestros escultores de la
parte vieja, de Santa Eufemia de Cozuelos (Palencia), podemos decir que uno de
estos artesanos ha trabajado tanto en esta iglesia palentina como en Cervatos y
Raicedo. El que la parte vieja de Santa Eufemia la considerásemos construida hacia
1135, coincide perfectamente con la fecha de edificación de Cervatos en los
alrededores de 1129, años aproximados en que habría de colocarse San Juan de Raicedo
y también la iglesia de la Puebla de San Vicente, cerca de Mave (Palencia)
cuyos capiteles de su puerta tan semejan tes son, incluso en tema, con los de
San Juan de Raicedo. Esto nos prueba, que hay una penetración de maestros de
cantería, bien desde el Norte de Palencia hacia la costa, o bien, lo que
creemos más factible, desde la Montaña (cuna siempre de canteros) hacia las
tierras más ricas de Castilla.
Próximo Capítulo: Románico en la Comarca de Liébana
Bibliografía
AA.VV.,
Gran enciclopedia de Cantabria, Santander, 1985.
AA.VV.,
Cantabria a través de sus municipios, Avilés 1996.
AA.VV.,
Enciclopedia del Románico de Castilla y León, Aguilar de Campoo, Palencia,
2001, 16 vols.
AA.VV.,
Cantabria. 102 Municipios, Santander, 2004.
ARCE
DÍEZ, Pedro, Diccionario de Cantabria, Santander, 2006.
Cantabria artística. I. Arte religioso, textos de
Enrique Campuzano y Fernando Zamanillo. Ediciones de Librería Estudio, 1.º
edición, Santander, noviembre de 1980; pág. 18. ISBN 84-85429-15-X
CAMPUZANO
RUIZ, Enrique, Catálogo Monumental de Cantabria II. Valles del Saja y Besaya,
Santander, 1991.
CAMPUZANO
RUIZ, E., 1997, pp. 55-60;
Cartulario
de Piasca, Ejemplar original, fol. 58 v; copia del siglo XVIII, fols. 100, 100
v y 101, 101 v;
ESCAGEDO
SALMÓN, M., 1918, pp. 121-122, 145;
ESCAGEDO
SALMÓN, Mateo, Colección diplomática. Privilegios, Escrituras y Bulas en
pergamino de la Insigne y Real Iglesia Colegiata de Santillana, I.II, Santoña,
1927.
FLOREZ,
E., 1771, t. XXVI, pp. 200, 249;
GARCÍA
GUINEA, M. A., 1973, p. 93-94;
GARCÍA
GUINEA, M. A., 1979a, I, pp. 27, 31, 175-176, 214, 218, 233, 236-237, 268-272,
275, 277, 319-320, 340, 346-357, 485, 491; II, p. 118, 426, 540, 548; GARCÍA
GUINEA, M. A., 1985, pp. 414, 428, 434, 442, 458, 463;
GARCÍA
GUINEA, M. A., 1996a, pp. 223-230;
GARCÍA
GUINEA, M. A., 2004a, pp. 210-211;
HERBOSA,
V., 2002, p. 29; JUSUÉ, E., 1892 (1921);
JUSUÉ,
E., 1912, doc. XLII, p. 55;
LINAGE
CONDE, A., 1973, III, doc. 1646, pp. 453-454;
MADOZ,
P., 1845-1850 (1984), p. 267;
MANSILLA
REOYO, D., 1971, doc. 93; MARTÍNEZ DÍEZ, G., 1981, II, p. 156;
MARTÍNEZ
DE LA OSA, J. L., 1986, p. 89;
MARTÍNEZ
DÍEZ, G., 1981, II, pp. 204-205;
MAZA
SOLANO, T., 1970, II, pp. 183-188;
NUÑO
GONZÁLEZ, J., 2006, p. 208;
OLAGUER
FELIZ Y ALONSO, F., 2003, p. 174;
ORDIERES
DÍEZ, I., 1993, pp. 42, 48, 59, 67, 70, 85, 131, 134, 190, 221, 234, fig. 31,
37; ORTIZ DE LA TORRE, E., 1922, nº IV, p. 65;
ORTIZ
DE LA TORRE, E., 1926a;
PÉREZ
DE URBEL, F. J., 1945, III, doc. 22, p. 1056;
REVUELTA
GONZÁLEZ, M., “La bailía de Población de la Orden de San Juan de Jerusalén”,
PITTM, 32, 1971, pp. 205-238.
RÍOS
Y RÍOS, A. de los, circa 1850-1860, Archivo de la Torre de Proaño, carpeta
Proaño MA 8 (carpetilla 7-8);
RODRÍGUEZ,
A. y LOJENDIO, L. M., 1966, I, p. 41, nº 65;
SERRANO,
Luciano, Fuentes para la Historia de Castilla. Tomo II. Cartulario del
Infantado de Covarrubias, Vallado lid, 1907.
SERRANO,
L., 1935, I, pp. 81, 85-86, II, pp. 153-154, III, doc. 755, pp. 280-283; SIMÓN
CABARGA, J., 1965, pp. 120-122;
TRELLES
VILLADEMOROS, J. M., 1760, I, p. 337.
No hay comentarios:
Publicar un comentario