San Martín de Elines
El
pueblo de San Martín de Elines, en donde se levanta la iglesia románica más
importante de todo Valderredible, se sitúa a la margen derecha del río Ebro, a
9 km de Polientes y a pocos metros del vado más conocido y notable del río
merced a un viejo puente, hoy modernizado. Elines tiene una altitud de 690 m,
y, salvo Polientes, puede ser uno de los pueblos del valle más poblados, con 49
habitantes, que son vigilados de cerca por un bellísimo acantilado “La
Muñeta” (1.179 m), una de las avanzadas naturales del espinazo pétreo de La
Lora. A muy pocos kilómetros del pueblo, y hacia el Este, el Ebro inicia su
paso por las imponentes Hoces de Orbaneja del Castillo, un paisaje natural y
bravío de gran atractivo.
El
núcleo de población cuenta con un interesante conjunto arquitectónico
tradicional bien conservado; separada, a escasos metros, sobresale su
iglesia-colegiata de San Martín. Fue declarada Monumento Histórico-Artístico
Nacional, en 1931.
Se
accede, siguiendo el curso del Ebro, por la CA-275, de la que sale la carretera
local, que cruza el río, hasta San Martín de Elines. Algunos restos
prehistóricos, como el menhir de “Lanchahincada”, sobre la Lora son
testimonio de la presencia humana en este territorio, desde la Edad del Bronce.
Son muy escasos los documentos antiguos que hacen referencia a este lugar y a
su iglesia, y forman parte del Archivo Histórico de la Catedral de Burgos.
Según
L. Serrano (1936), era de patronato particular y estaba sometida a la
jurisdicción de esta diócesis. Los patronos nombraban al abad, presentándole
previamente al diocesano. Los canónigos de la colegiata eran elegidos entre el
patrono y el abad. El Cabildo gozaba de autonomía interna. El abad nombraba a
los clérigos de las iglesias dependientes de la colegiata. En 1165, Alfonso
VIII daba a Pedro Martínez, abati de Nelines, las villas de Espinosilla y
Repentidos, en el alfoz de Rabanales, según carta de donación y confirmación.
El
Becerro de las Behetrías (1352), registra varios lugares de Valderredible que
eran abadengos de San Martín de Elines: Repudio, La Piedra, Arroyuelos,
Villaverde de Hito, Polientes, Sobrepeña, Rucandio, Campo de Ebro, Quintanilla
de An, Entrepuerta, Rocamundo, Corada, Santa María de Hito o Población de
Arriba; y otros solariegos, como Ríopanero, cuyos vasallos (en ambos casos) le
pagaban a esta abadía su derecho por infurción cada año. Consta en el Becerro
Sant Martin de Helines, en la Merindad de Aguilar de Campoo; era solariego de
los Villalobos y de los Manrique, y vasallos de Lope Rodríguez de Villalobos.
Pagaban al rey moneda y servicios, y al monasterio de San Martín de este lugar
le pagaban cada año por infurción.
Iglesia de San Martín
El
primero monasterio, y luego colegiata de San Martín, fue durante toda la Edad
Media un centro de organización del valle y, sin duda, uno de los poderes más
destacados en el gobierno material, espiritual y cultural de la comarca.
Desgraciadamente,
apenas se conservan documentos que nos lo atestigüen, aunque las circunstancias
históricas que le dieron vida nos permitan imaginarnos que en los siglos
XI-XIII, los siglos del románico, y del auge monasterial en los reinos
castellano-leoneses, tuvo que tener un notable desarrollo que, a partir del
XIV, fue disminuyendo, hasta que nuestra colegiata se extinguió, tanto por
imperativos papalinos e históricos, como por deseo del tercer marqués de
Aguilar de Campoo, Juan Fernández Manrique, que a la vez era conde de
Castañeda, canciller Mayor de Castilla y embajador extraordinario en los
Estados Pontificios, etc., quien solicitó del Papa Paulo III que se elevase al
rango de Colegiata la iglesia de San Miguel de Aguilar y se suprimiesen las de
Castañeda, Escalada y San Martín de Elines, anejándolas a la citada iglesia de
Aguilar. Accediendo el Papa a esta petición, ésta se aprobó en 1541,
desapareciendo la colegialidad de la de Elines, aunque nombrando primer Abad de
Aguilar al último de Elines, don Sebastián de la Pinta (ALCALDE CRESPO, G.,
Aguilar es otra historia, 1995, pp. 131-132).
Pero
aparte de esta “pública escritura de concordia”, que fue la necrológica
del antiguo monasterio y luego colegiata de Elines, pocas noticias más tenemos.
El Cartulario, si le hubo, tendría que haber pasado a la nueva colegiata
aquilarense. Desconocemos la documentación que sobre Elines existirá en la Colegiata
de San Miguel de Aguilar, pero las pocas noticias que he visto publicadas de
este archivo, son ya de la segunda mitad del siglo XVI y XVIII, y, por lo
tanto, años después de su supresión como colegiata.
Exterior de la iglesia
Colocada
en lo más alto del pueblo, desde que uno se va acercando a él, destaca su torre
o husillo cilíndrico, que reaparece una y otra vez detrás de las altas choperas
del Ebro. Asentada sobre un pequeño prado de yerba verde, perfecta y
amorosamente cuidada por Don Bertín, sacer dote ya inseparable de su iglesia,
San Martín de Elines es uno de los principales atractivos del valle. Además de
su torre sobresalen también, al exterior, su linterna cuadrangular, su alta
nave y un solo ábside de la misma altura, que en conjunto dan una personalidad
diferenciada al monumento. El conde de Cedillo, el primero que en 1925 hace una
visita científica a la colegiata, nos la presenta con una redacción muy de la
época, pero ciertamente sugestiva: “Estamos –nos dice– ante el templo
parroquial, que alza sus gallardos perfiles en ventajada posición. Desde allí
puede apreciarse bien el espaciado valle, que se dilata y va en descenso desde
poniente a oriente. En el fondo la ancha y argentina cinta del río, con su
doble y frondoso acompañamiento, que parece que le tributa los honores de su
nombre, importancia y significación requieren. Cierran el valle dos altas murallas
laterales: por el norte los montes del Hito y por el sur los de La Lora, en
cuyas cúspides comienza con la provincia de Burgos una región natural llamada
Páramo de la Lora y también Pata del Cid. Por el oriente limita la vista la
peña de Castro Ruyo, recortada y pintoresca de líneas, al pie y a la derecha de
la cual escapa el río metiéndose en tierra burgalesa” (CEDILLO, Conde de, “Una
excursión a San Martín de Elines (Santander)”, Bol. Soc. Española de
Excursiones, 1925, nº XXXIII, pp. 5-6).
Ya
vimos, en mi Introducción al Románico de Cantabria, que el verdadero y detenido
estudio, para su época, lo hizo el Conde de Cedillo en 1925, como consecuencia
de una excursión que este escritor aristócrata hizo desde Reinosa, el día 29 de
agosto de 1924, acompañado de miembros de las familias reinosanas Abellanosa, y
de la Mora, así como del político liberal español Antonio Maura, que veraneaba
entonces en Corconte, Los detalles que el conde de Cedillo nos da de este
primer contacto, en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, en 1925,
son interesantes, porque cuando inicia el estudio de San Martín de Elines,
efectúa una verdadera búsqueda de bibliografía para conocer la historia de esta
colegiata montañesa. Preguntó Cedillo al cura del lugar por el archivo de la
iglesia, pero éste –según respuesta– “había sido, hace muchos años,
trasladado al Archivo de Simancas”. Cuando Cedillo vuelve a Madrid, después
de haber estado todo el día en San Martín, realizando la descripción de la
iglesia, busca afanoso, pero inútilmente, fuentes sobre la historia del
monasterio. Nos dice las que consultó esperando algo positivo, pero: “Ni la
España Sagrada [de Florez] en su ingente aparato de volúmenes –nos dice– ni la
“Crónica de la provincia de Santander” (Madrid, 1869), de Assas; ni “Costas y
Montañas”, el áureo libro de mi admirado Amós de Escalante; ni el bello y
substancioso “De Cantabria”, que dio a luz, en 1890, el amor filial de algunos
entusiastas escritores y artistas montañeses; ni el “Santander” (Barcelona,
1891) de D. Rodrigo Amador de los Ríos, incluido en la conocida colección
“España, sus monumentos y arte…” ni “Reinosa y el valle de Campoo” (Santander,
1916), de D. Julio G. de la Puente, obras todas ellas, de que, por su índole,
pudiera esperarse algo, nada dicen respecto al particular. Sólo el socorrido
Madoz, en su Diccionario geográfico (t. XI, p. 256) dedica un párrafo al pueblo
al que llama “San Martín de Helices (sic)…”. Por otra parte, ni el Archivo
Histórico Nacional ni en la Real Academia de la Historia, hallé dato alguno
relativo a San Martín de Elines ni aún de Valderredible, no obstante que,
secundado con todo interés por los dignos funcionarios de aquellos
abundantísimos depósitos documentales, examiné sus índices de impresos y
manuscritos y muy especialmente el tan copioso de la colección Salazar, de la
Academia, y el de la “Sección del Clero secular y regular, del Archivo”.
Buscó
y consultó también el conde de Cedillo, el Catálogo monumental y artístico de
la provincia de Santander, de Don Cristóbal de Castro, que estaba “inédito
en el Ministerio de Instrucción Pública”, en donde encuentra tan sólo sobre
“Elines. La Abadia vieja”, el siguiente parrafo: “Vecino a Reinosa, en el
pueblecito de San Martín de Elines, existió una abadía de la que apenas restan
un ábside desportillado y una portada de archivolta triple y capiteles que
debieron ser bellísimo (sic), a juzgar por alguna figura que ha resistido juntamente
la barbarie del tiempo y de los hombres”.
No
le convence, por exhausto, lo que el citado Catálogo le dice, ni tampoco las
cinco líneas que sobre el monumento encuentra en la Historia de la Arquitectura
Cristiana; de Lampérez (1908), por lo que escribe a continuación: “Yo no sé
si los Sres. Lampérez y Castro visitaron la iglesia de Elines antes de redactar
estas líneas. Lo que sí puedo afirmar es que las del Sr. Lamperez son
insuficientes, dada la importancia del monumento; y que las del Sr. Castro
distan mucho de inspirarse en las realidades que he visto con mis propios ojos.
Impónese, pues, una descripción más amplia y más justa y esto es lo que voy a
intentar, creyéndolo de interés para mis consocios excursionistas, en general,
y, en particular, para los cofrades de la espiritual hermandad en que de
antiguo y como fervoroso adepto milito, de los Amigos del Arte románico español”,
(pp. 11-12).
Toda
la descripción que Cedillo hace, tanto interior como exteriormente, del ábside
de la iglesia de Elines, es sumamente interesante y de singular nomenclatura. A
la cornisa exterior la llama “funículo”, por el sogueado de su borde. Al
relieve del muro sur, exterior, la famosa “Choricera”, la describe como
“el Salvador sedente, benedicente y con nimbo crucífero y acompañado a ambos
lados por sendas figuras que están de pie y parecen tener también nimbadas las
cabezas”.
Fue
además Cedillo el primero que, con el permiso del cura párroco, picó un poco
del reboco moderno que ocultaba la arquería mozárabe o visigoda del cementerio,
que hoy sabemos fue el viejo monasterio de Elines durante el siglo X, que
conocemos por un documento que copia Berganza en Historia del monasterio de
Castañeda, en donde decía textualmente que en la Era de 1140 (año 1102) se
arruinó el monasterio de San Martín: ruit ecclesia Santi Martini de Helines, lo
que nos permite casi asegurar que la fábrica románica que ahora contemplamos
debió de comenzarse en estos primerísimos años del siglo XII.
Pero
además, en el valioso artículo del conde de Cedillo, a más de cuatro
fotografías de Carlos Navarro, sobrino del conde, que también acompañó a los
excursionistas, incluyó dos dibujos de D. Casto de la Mora (padre), de una
visión del ábside, desde el Este, que muestra que la iglesia, y en esa fecha de
1925, tenía una pequeña buhardilla sobre el ángulo SO de la linterna. Nos dice
también que el ábside estaba oculto detrás de un retablo del siglo XVIII, y no
pudo ver por ello, o no se apercibió, de la existencia de pinturas.
Recogidas
estas noticias valiosas para la historia de la colegiata de Elines, que nos dio
el conde de Cedillo en 1925, pasamos a describir sucintamente que es lo que nos
ofrece hoy la colegiata, tanto en su arquitectura del exterior, comenzando por
el muro sur de su única nave, como en su interior.
Muro sur. Conjunto
El
muro sur de la nave, de unos 10,50 m aproximadamente de altura, es todo armado
de sillería bien tallada, y tiene una longitud, desde el extremo occidental al
husillo, de unos 17,50 m. Dos estribos sencillos que casi llegan a la cornisa,
separados entre sí tres metros, dividen el paramento en tres tramos. El primero
(izquierda) y el tercero (derecha) se abren en correspondiente ventana,
colocadas casi a la misma altura, siendo algo más pequeña la primera, y casi
unida al primer contrafuerte; y las dos de arco de medio punto, sin columnas ni
arquivoltas. La ventana del tercer tramo está casi centrada en éste. Entre los
dos contrafuertes, existió una puerta, hoy tapiada, en arco de medio punto,
indudablemente románica.
Tiene
todo este muro cornisa continuada, sin decoración (simples losas prismáticas)
sostenida por una larga serie de canecillos bastante bien conservados, que son,
de izquierda a derecha: 1.- Cuerpo de animal, parece oso, que sujeta con la
boca y patas delanteras, un rollo horizontal. 2.- Hombre sentado, que apoya las
manos en un bastón grande, en T. Va vestido con traje largo hasta los pies. 3.-
Cabeza y busto de ángel, con alas, que lleva una cruz en su mano izquierda y
bendice con la derecha. 4.- Cabeza grande de animal fantástico con las fauces
abiertas. 5.- Canecillo roto. 6.- Animal sentado. 7.- Está también fracturado y
debió de ser un pez vertical del que sólo queda la cola. 8.- Mujer sedente, con
cofia o turbante. Su brazo derecho lo apoya en la rodilla del mismo lado. 9.-
Protomo de carnero, con los cuernos muy vueltos hacia atrás. 10.- Cabeza
monstruosa entre humana y animal. 11.- Cabeza de cabra con cuernos verticales.
12.- Canecillo roto, quizás animal, vuelto de espaldas, que sostiene con sus patas
traseras una bola fracturada que pudo ser una cabeza. 13.- Águila sujetando una
cabeza humana entre las patas. 14.- Protomo de corzo. 15.- Hombre con cabeza de
mono, desnudo, itifálico, sedente; lleva una soga al cuello que va sujeta a un
rollo horizontal que el propio ensogado coge y apoya entre sus manos. 16.-
Parecido al 12 pero también roto. 17.- Cabeza humana, calva, con la boca
abierta. 18.- Oso como sentado, que apoya sus patas delanteras en el canecillo
y mira hacia el Este. 19.- Dos bolas gruesas sobre caveto. Muy desgastado, tal
vez fueron dos cabezas, una sobre otra. 20.- Dos pitones superpuestos. 21.-
Cabeza de animal humanizada. 22.- Cabeza de hombre, barbado y con bigote, calvo
en el centro y con flequillos laterales, tal vez monje, de bastante buena
talla, con pupilas taladradas, como suelen aparecer los ojos en esta serie de
canecillos. 23.- Canecillo roto con cabeza de animal. 24.- Dos rollos, a modo
de capullos de gusanos de seda, con bola de caperuza en el centro y laterales
con volutas. 25.- Animal sentado, decapitado. 26.- Dos serpientes entrelazadas.
27.- Halcón o paloma, de frente, con gran buche.
Canecillos muro sur
Detalle
Detalle
Detalle
Detalle
Detalle
La linterna
Acabada
la cornisa con canecillos del muro sur, sin aparente signo de ruptura, se pasa
al muro bajo de la linterna. Se rompe la secuencia de modillones, y en este
trozo que se junta al muro del husillo, se ve incrustada una placa relivaria,
muy bien enmarcada, excisa, en donde se resaltan (muy confusamente, porque está
rota y desgastada) tres figuras: una central que parece sentada, a modo de
pantocrátor, marcándose bien la verticalidad de las piernas y una vestimenta
larga con posibles pliegues paralelos y circulares. Toda la parte del pecho y
cabeza está completamente destrozada. Parece que la cabeza debió de llegar al
marco y que el brazo derecho lo tenía doblado hacia arriba y el izquierdo pudo
tenerlo apoyado sobre el pecho de otra figurita de pie, de tamaño mucho más
pequeño que la central que se sitúa a su izquierda. Otro personaje del mismo
tamaño, aparece al otro lado del supuesto pantocrátor. ¿De qué se trata? ¿Un
sacerdote y sus acólitos? Su estado de destrucción es tal que impide casi
entrar en sugerencias.
Su
estilo, más que visigodo o mozárabe, parece románico viejo, pero nada puede
asegurarse. En el pueblo, llaman a este relieve “la vieja choricera”
porque, según cuenta Don Bertín (pág. 46), en otro tiempo, durante la Cuaresma,
se hacía la catequesis de los niños en la iglesia y por las tarde al volver a
sus casas a por la merienda, que siempre solía consistir en un bocadillo de pan
y chorizo, las madres, muy solícitas en guardar la abstinencia, suprimían el
chorizo y ponían a los niños la disculpa de que se lo había llevado “la
vieja choricera”, por lo que ellos, al salir y al entrar en la iglesia, la
emprendían a pedradas con el viejo relieve hasta dejarle en las condiciones
tristes en que se encuentra. Los tres personajes llevaron nimbos crucíferos, y
a la izquierda de la figura principal, en el fondo, se apercibe un zigzag de
vestidura.
Una
cruz de piedra, de tipo calvario, queda en esta línea de tránsito entre el muro
sur de la nave y el de la linterna, con base, y apoyada en la sillería, y a la
altura de la segunda ventana del muro sur, a su izquierda, junto a un mechinal
que se abre a su derecha.
El
muro sur de la linterna sube pues muy por encima del tejado a dos aguas de la
nave. Carece en esta parte de canecillos, aunque debió tenerlos primitivamente,
puesto que existen, como veremos, en el muro oriental.
La torre o husillo
Sobre
este muro sur de la linterna se incrusta la torre o husillo, construido para
albergar la escalera de caracol. Un pequeño resalte angular la separa del muro
del cimborrio. La planta del husillo es ultracircular y tiene aproximadamente
dos metros de radio. Toda de sillería, lo románico se eleva justamente hasta el
tejado de la linterna a tres aguas. En el siglo XVI o XVII se hizo un poco más
alta para colocar las campanas en sus troneras, diferenciándose así lo
primitivo de lo nuevo. Para dar luz a la escalera de caracol y para subir a
ella hay, en el segmento de muro que mira al SE, una pequeña puerta muy
sencilla de arco de medio punto y cuatro aspilleras colocadas a distintas
alturas en esta misma orientación SE. La más baja termina también en arco de
medio punto. Las otras se cierran en forma adintelada. También el segmento de
la torre que mira al Oeste tiene tres aspilleras.
Pasando
ahora al muro este de la linterna que tiene cornisa biselada, salvo el espacio
que ocupan los primeros cinco canecillos, que se decora con jaqueado, vemos que
conserva este lado un total de dieciocho, y son los siguientes: 1.- Cabeza de
animal ladeada hacia el norte. 2.- Un aspa con bolas en la parte inferior. 3.-
Otro monstruo. 4.- Rollo en caveto doble. 5.- Cabecita de animal sobre pirámide
de cavetos. 6.- Hombre sedente, barbado e itifálico. 7.- Cabeza de monstruo
enseñando su fiera dentadura. 8.- Canecillo roto. 9.- Cabeza de monstruo
engullendo por los pies a un personaje desnudo, cabeza abajo, que intenta con
sus manos liberarse. 10.- Personaje sedente que aprieta entre sus manos una
gran caja rectangular con bordes dentados. ¿Se trata de un arpa o de un
acordeón? 11.- Homínido, al parecer, itifálico. 12.- Cabeza de carnero. 13.-
Sobre caveto, cabeza humana, calva, muy cuadrada. 14.- Pirámide de tres cavetos
en disminución y cabecita o bola en el centro. 15.- Tres barriles en caveto.
16.- Cabeza de cabra. 17.- Canecillo roto de difícil interpretación. 18.- En
caveto simple ahuecado.
El muro sur del presbiterio
Llegados
al muro sur del presbiterio, después de concluirse el muro de la linterna,
vemos que la altura de aquel vuelve a ser la del muro sur, y va a ser la misma
que la del ábside. Forma unidad de construcción con éste, pues, vemos que, a la
cornisa indecorada existente en el muro sur de la nave, como vimos, ahora, la
sigue otra con sogueado en baquetón. Va sostenida por siete canecillos
historiados que, de izquierda a derecha, son: 1.- Tres rollos gruesos,
horizontales, el central más grande. 2.- Canecillo roto, que parece representar
a una mujer dando a luz. 3.- Dos barriles, uno encima de otro, sobre caveto,
cuyos laterales tienen seis volutas pequeñas, seguidas. 4.- Gran rostro de
animal, y patas delanteras del mismo, que parecen sujetar a otro más pequeño.
5.- Cabeza de monstruo que mira al Este con sus redondos ojos. 6.- Monstruo que
devora a un hombre. 7.- Dos figuras humanas de pie, que se agarran los brazos.
Se ha interpretado por algunos como luchadores, otros como Caín y Abel, y
otros, mejor intencionados, como casto abrazo. Más nos inclinamos a pensar en
que sean luchadores.
En
línea con el cuarto canecillo, dos hiladas de sillería más abajo, se incrusta
una piedra tallada con una especie de dragón, en relieve rehundido. Tiene
cuerpo de león, patas con tres garras, cola que pasa bajo las patas posteriores
y cabeza y pico de ave, retrospectivo, como si –en operación muy repetida en el
caso de los pelícanos– quisiera picarse el lomo. Este engendro fantástico parece
golpear con sus patas delanteras el tallo curvo de una viña que detrás de él
crece en dos ramas, de las que cuelgan racimos de uvas. Uno de ellos, sobre la
misma cabeza del bicho, es picoteado por una perdiz de cuello estirado. Esta
pieza escultórica, cuyo simbolismo desconocemos, sí que pudiera ser de la vieja
iglesia mozárabe que precedió a la fábrica románica. El lienzo mural de este
presbiterio meridional lleva una ventana indudablemente posterior al románico;
posiblemente en el alzado primitivo existiese otra sencilla, en aspillera, sin
columnas y de arco doblado, igual a la que ahora existe en el muro norte.
El ábside
Al
terminar este muro sur, el presbiterio se remete, y en su parte baja se
refuerza con un contrafuerte que parece añadido posteriormente. Se pasa así al
semicírculo del ábside, que aparece dividido, en vertical, por tres calles
separadas por dos contrafuertes-columna, formados por un prisma que surge de la
línea de cimientos y sube unos 2,30 m, termina en tronco de pirámide y en él se
apoya el plinto y la basa ática de un largo fuste exento, formado de varios
tambores, que llega a lo alto por medio de un capitel que hace las veces de un
canecillo, para servir así de sostén de la cornisa. Excepcionalmente, no tiene
el ábside separación de cuerpos horizontales.
Cada
calle del ábside tiene una ventana, más solemne la central y más sencillas las
laterales. La de la izquierda, se compone de un arco ciego, de medio punto, con
chambrana de conchas de palmetas de ocho hojas, separadas en lo alto por una
perla, y arquivolta de baquetón con dos líneas paralelas incisas. Este arco
reposa sobre capiteles. El izquierdo lleva cimacio de caveto alto y sin
decoración; la cesta se decora con una fila de volutas bajo el cimacio y dos
pisos de bolas o flores cerradas con orificio central, a modo de fusayola.
Todas se envuelven por un tallo redondeado que las va abarcando. El capitel
derecho de esta arcadura ciega, es más sencillo. El cimacio, sin embargo, es de
entrelazo, pero la cesta tiene volutas en lo alto, y de las centrales, que se
juntan, sale hacia abajo un racimo de volutillas; el resto de la cesta es liso.
Este arco ciego abarca y se sobrepone a una ventana de arco de medio punto, con
chambrana taqueada que se extiende a los lados del medio punto hasta tocar los
cimacios de los capiteles del arco ciego. El hueco de luz de esta ventana es
una alta aspillera, también de medio punto, que queda circundada por jambas y
arco de grueso baquetón adornado de dos líneas paralelas que le recorren, como
él, desde el alféizar hasta la clave. Este arco carece de capiteles.
La
ventana central, aunque muy parecida, se complica algo más en su decoración,
pero con la ventana derecha se separan un poco de la traza de la izquierda.
Lleva la derecha muy semejante arco ciego, aunque la chambrana tiene partes de
palmetas idénticas a las de la izquierda y parte algo diferentes, pues las
rodea un círculo abierto en su base. Los capiteles del arco grande son: el
izquierdo con cimacio de palmetas cuatripétalas circundadas por clípeos
abiertos pero grapados, y cesta de cuatro volutas, unidas las del centro y
debajo dos sogas que se entrecruzan, acabadas en bola. El derecho es casi igual
al de la ventana izquierda, por su cimacio de cestería y cesta. Varía ahora el
arco pequeño que voltea a la aspillera, pues se diferencia del anterior, ya que
apoya ahora en capiteles labrados y carece de la chambrana de tacos. El capitel
izquierdo, con cimacio de tacos y cesta con volutas y leones afrontados que dan
vuelta a su cola hasta colocarla sobre el lomo; y el de la derecha con cimacio
decorado con muchas ondas o zarcillos a bisel, de estirpe visigoda y tallado en
sillar de muy diferente tono. La cesta lleva dos figurillas laterales, de pie,
simétricas y con faldellín, que tocan un olifante o cuerno cada una y lo
dirigen hacia el centro, apoyándoles en una cabeza cortada que está en el
esquinal central, surgiendo inmediatamente de la base del cimacio. La ventana
derecha, la del nordeste, es casi repetición de la central, salvo en sus cuatro
capiteles, que son de izquierda a derecha: 1.- Cimacio de billetes; cesta con
volutas en lo alto y hojas que se doblan a modo de pitones. 2.- Cimacio de
entrelazos y cesta con volutas, y debajo hojas dobladas, como pitones o acantos
vueltos. 3.- Cimacio con flores redondas, de muchos pétalos, como margaritas, y
debajo tres bolas con caperuza. El cuarto capitel, del arco ciego, tiene
cimacio de flores abiertas, como campánulas de cinco pétalos, inscritas en
círculos abiertos por abajo, grapados y tangentes; la cesta lleva tres hojas,
bien delimitadas, como en mandorla, y volutas en lo alto.
La
cornisa del ábside lleva sogueado, como la del presbiterio, y sus canecillos
son los siguientes, siempre de izquierda a derecha: 1.- Cuatro rollos formados
por volutas y una flor de cinco pétalos sobre el primero y segundo de estos
rollos, inscrita en círculo. 2.- Doble caveto con rosácea. 3.- Tres rollos. 4.-
Cabeza de animal monstruoso con las dos patas delanteras juntas. 5.- Dos rollos
y fruto o bola entre ellos. 6.- Capitel de la primera columna del ábside:
Daniel entre los leones. 7.- Figura humana con barril encima de la espalda, la
mano izquierda la pone en el bajo vientre. 8.- Hombre boca abajo, sentado, con
olla en medio de las piernas. 9.- Cabeza de monstruo enseñando los dientes,
como sonriendo. 10.- Canecillo destrozado. 11.- Cerdo sobre caveto. 12.- Triple
caveto, en el centro del exterior parecen dos cuernos. 13.-Monstruo con las
fauces abiertas devorando la cabeza de un animal pequeño. 14.- Capitel de la
segunda columna, con piñas en los extremos. 15 y 16.- Destrozados. 17.- Triple
caveto. 18.- Cabeza humana con pequeños cuernos. 19.- Cabeza con barba. 20.-
Tres rollos.
Muro del presbiterio norte
Acabado
el ábside, tropezamos con un contrafuerte prismático fortalecido
posteriormente, con lo que han desaparecido alguno de los canecillos de la
cornisa del presbiterio norte. Sólo han permanecido cinco, por lo que, como
hubo de tener siete –los que conservó el presbiterio sur– fueron dos los
eliminados con la construcción del estribo. Los que quedan son: 1.- Cabeza de
animal. 2.- Destrozado. 3.- Cabeza de monstruo engullendo a un hombre desnudo.
4.- Animal que muerde las manos a un hombre que está cabeza abajo. 5.- Dos
figuras humanas, de pie, vestidas. Sus cuerpos altos están completamente
destrozados. Este muro del presbiterio norte tiene, al exterior y a la altura
de las ventanas del ábside, otra de parecido tamaño, pero con un solo arco de
medio punto, sin arquivoltas, sin columnas y sin capiteles.
El muro norte de la linterna
Toda
la linterna debió, en un tiempo, ser modificada en su cubierta, lo que hizo se
perdieran los canecillos de alguna de sus cornisas. Ya vimos y describimos,
todos los que tenía el alero del muro Este. Carecía de ellos el del Oeste, y sí
que los conserva el del muro Norte, que son: 1.- De caveto simple. 2.- Cabeza
humana. 3.- Pirámide de cavetos con bola. 4.- Difícil de ver. 5.- Igualmente
difícil de ver e interpretar. 6.- Dos cavetos y algo en el centro difícil de
identificar. 7.- Pirámide de cavetos en disminución. 8.- Caveto con bola. 9.-
Rollo en caveto. 10.- Dos figurillas gemelas cogiéndose el brazo (similar al
número 7 del muro sur del presbiterio). 11.- Igual, pero las dos figurillas
invertidas y sentadas. 12.- Cabeza de monstruo.
La
linterna, en general, parece que debió sufrir en el equilibrio de su cúpula,
pues se aprecian en sus esquinas algunos refuerzos o estribos. Sólo tiene un
óculo en el muro oriental, encima mismo del tejado del ábside, y una ventanita
de arco de medio punto en el muro sur, casi tapada por el husillo.
La puerta actual de entrada
Posiblemente
la puerta más antigua estuviese en el muro sur, dado que existe una con arco de
medio punto tapiado, entre los dos estribos exteriores del muro sur de la nave.
Pero desde hace muchos años –en el pueblo no se conoce otra– se entra pasando
primero por el claustro del siglo XVI-XVII que se adhiere al muro occidental de
la iglesia.
Es
en este muro del oeste donde está, un poco descentrada, la puerta en servicio.
El caso es que esta entrada es también románica, muy sencilla, pero bien
labrada. Tiene dos fustes monolíticos a cada lado con sus correspondientes
capiteles. La entrada es de medio punto, así como sus dos arquivoltas
abaquetonadas entre escocias. Los capiteles de pequeño tamaño y bajos de cesta,
tienen cimacios de baquetón doble y las cestas llevan esculpidas, con un escaso
afán decorativo, toscas volutas en alto y en las esquinas piña, rosáceas y
ramo. Es difícil señalar la cronología, porque, desde luego, no coincide su
estilo y ejecución con ninguno de los capiteles del interior y exterior de la
iglesia.
Interior de la iglesia
Admira,
ciertamente, el interior de la iglesia de San Martín de Elines. Y admira por su
monumentalidad, porque, desde fuera, uno no se imagina lo que imponen sus
cuatro pilares entregos, casi totalmente cilíndricos, construidos con bloques
de sillería más grandes incluso que los de los muros exteriores. Sostienen los
cuatro arcos torales que mantienen el peso de la cúpula, formada sobre
pechinas.
Atravesando
la puerta, anteriormente citada, se pasa a la única nave de la iglesia a través
del muro del hastial del Poniente. La nave es alta (10,40 m) y ancha (9 m).
Ahora, su cubierta es de madera, y así creemos que pudo ser la primitiva,
aunque la existencia de dos estribos prismáticos a cada lado, y en
correspondencia, nos hace dudar si no fue pensado abovedarla con nave de cañón
y arcos fajones. Estos estribos son los mismo que hemos visto también
exteriormente y no terminan en la nave con capiteles, lo que explica nuestras
vacilaciones al querer conocer su verdadera techumbre.
Nada
más acabar la nave, a uno y otro lado, y al final de estos muros laterales, se
encuentran los dos primeros pilares cilíndricos, colocados entregos a los
muros, como ya advertimos en líneas precedentes, y que tienen de diámetro
visible 2,80 m. Culmina, cada uno, en un solo enorme capitel circular, del
mismo tamaño aproximadamente, provisto de cimacio esculpido.
Creemos que capitel y cimacio se tallan
en una gigantesca piedra, porque es difícil descubrir junturas, aunque los
cimacios pudieran ser, en algún caso, de dos. En estos capiteles apoya el
primer arco toral, doblado, que da paso al crucero cupulado. El capitel
derecho, según se mira al ábside, y rotando de derecha a izquierda, lo forman
dos escenas con figuras esculpidas, con un canon muy corto que no llega a tres
cabezas, y situadas en un suelo horizontal donde todas pisan. Todas ellas, que
son siete, en fila, nos narran el episodio evangélico de la Matanza de los
Inocentes.
De
derecha a izquierda, la primera es una mujer, de pie, con la pierna izquierda
adelantada, que con el brazo izquierdo doblado sujeta el derecho, cuya mano
apoya, en señal de dolor, sobre la mejilla derecha. Está cubierta con toca, que
envuelve cabeza y cuello, y viste falda plegada hasta los tobillos. A
continuación, y casi pegado, se ve un niño desnudo, cabeza abajo, al que un
soldado sujeta por la pierna izquierda, y con la mano derecha, provista de un
cuchillo, lo decapita. Se ve perfectamente la cabeza separada del cuerpo. El
soldado lleva cabello en ondas y túnica con cuello, cinturón y bajo abierto que
le llega hasta la rodilla; en sus piernas desnudas se nota la división de los
pedules. El cuarto personaje –siempre hacia la izquierda–, aparece de pie, en
postura totalmente frontal. Tiene la mano izquierda doblada, pero con el
índice, bien marcado hacia la derecha –donde está el sacrificio del primer
inocente– quiere expresar un mandato. Lleva corona con cabujones, de tipo real
y lanza en la mano derecha. Viste muy parecido a como lo hacen los personajes o
guardias ejecutores, salvo que el cinturón tiene gran lazada en el vientre. Lo
más normal, es pensar que puede tratarse de Herodes, el ordenador de la
matanza. A su derecha aparece otro niño, de pie, también desnudo, al que otro
posible soldado que tiene a su diestra, le sujeta por la mano izquierda, y con
su derecha blande una amenazadora espada, mientras una mujer, al extremo de
toda la composición, le sujeta la cabeza con su mano izquierda y con la derecha
le aprieta el hombro de este mismo lado. El soldado viste túnica abierta y más
corta. La mujer tiene toca ondulada con barboquejo, y túnica hasta los pedules
que, como en todas las figuras vestidas, aparecen muy marcados. Como fondo
decorativo de estos personajes se ven por detrás del primer grupo, hasta
Herodes, grandes y altas hojas de palma. Mientras que como fondo del segundo
grupo hay arcos de medio punto que apoyan en capiteles.
La
segunda escena de este capitel, orientada toda ella ya hacia el ábside, y sin
solución de continuidad, y prosiguiendo otra arcada con capiteles, aparece una
Virgen sedente, con el Niño sobre sus rodillas, que con la mano derecha alzada
hace el gesto de bendecir, y con la izquierda sujeta algo imposible de
descifrar. El Niño tiene nimbo crucífero y es sujetado con las dos manos por su
Madre. A ésta la hace de corona el arco que se desenvuelve muy cerca de su
cabeza, que la tiene cubierta de toca rizada y barboquejo. Su vestido es una
túnica con pliegues verticales y deja unos pedules con raya en medio. Parecen,
como fondo, destacarse los extremos de un brazo y una pata de sillón en tijera.
Separado de la Virgen por un pilar de tres fustes, se nos muestra el primer rey
de este grupo de la Epifanía o Adoración de los Reyes, en postura de
genuflexión de la pierna derecha. Viste capa afibulada (se ve muy bien la
fíbula) y túnica hasta los pedules. Ofrece a la Virgen y al Niño, con su mano
izquierda, una especie de fruto con ocho gajos, y con su derecha un objeto cilíndrico,
posiblemente el cetro como símbolo de realeza. Lleva corona, no crucífera, con
seis cabujones ovalados. A continuación, viene el segundo rey, con la misma
postura genuflexa, capa igualmente atada hacia el hombro con fíbula de dos
esferillas. Lleva este rey, suponemos Gaspar, corona esta vez crucífera. Como
ofrecimientos vemos que porta en la mano derecha, en actitud casi idéntica a
Melchor, una esfera, y en la izquierda repite el objeto no identificado que
llevaba el primer rey. Y finalmente, ya junto al muro y en postura repetida,
aunque de pie, aparece el tercer rey llevando muy parecidos presentes. Detrás
de los reyes, una decoración de grandes medias flores de lis. El cimacio, un
verdadero anillo ancho, es de entrelazos que van formando círculos secantes que
originan rombos.
El
capitel izquierdo de este arco toral que da al crucero, igual en tamaño al
derecho, tiene cimacio de entrelazos que, al cruzarse, forman cuadrados; este
tema recorre toda su extensión. En la cesta, y de izquierda a derecha mirando
al ábside, aparecen dos enormes leones enfrentados, las cabezas bajas con bocas
enseñando feroces dentaduras, y posando las cuatro patas en el collarino; pasan
sus largas colas por debajo de las patas traseras y las suben más arriba del
lomo para apoyarlas, en bola con cabeza humana, sobre el fondo del capitel.
Sobre las cabezas de los dos leones, casi juntas, han situado tres cabezas, una
en el centro, humana, y dos de león también dentadas. Finaliza est parte
izquierda de la cesta, con una especie de cabeza de clavo, grande que, cerca
del cimacio, está colocada a la línea de la grupa del segundo león, y tiene
gajos como los que tenía el objeto que llevaba en su mano izquierda el primer
Rey mago.
La
otra mitad de la cesta de este capitel monumental, la llena una escena
frecuentemente repetida en la iconografía románica, la de Sansón desquijarando
al león. Aparece este animal, sujetando con las patas delanteras a una cabeza
humana. Lleva el felino doble capa de melenas esculpidas, como volutas de largo
tallo, dirigidas hacia abajo. Detrás de esta masa de volutas, y montando a pelo
sobre el león, aparece el personaje bíblico con sus largos brazos (se ve uno
sólo, el izquierdo, intuyéndose el derecho por el otro lado) metiendo las manos
en las propias mandíbulas de la fiera. La cabeza de Sansón mira de frente,
junto a otra cabeza con boca de rana que se talla al mismo borde inferior del
cimacio. El león pasa, como los anteriores, la cola por debajo de sus patas
traseras, y cruzando el vientre la curva por arriba apoyándola al final sobre
las ancas. Termina el capitel, en su extremo, en dos grandes campánulas o
flores abiertas de seis pétalos, y volutas.
Siguiendo
con la descripción de estos cuatro capiteles, verdaderamente espectaculares,
pasamos ahora al capitel derecho del arco triunfal. Posee un cimacio con doble
decoración, por la que empezamos su descripción: la anchura es igual al que
tienen los capiteles monumentales, pero desde el muro hasta casi el fin del
segundo león que veremos en la cesta, aparece una ornamentación de palmetas de
seis o siete hojas, contorneadas cada una por un círculo, formado por los
mismos tallos que, saliendo por debajo, las envuelven.
Los
círculos son tangentes, y las palmetas rehunden su talla, pero en la tangencia
de ellas, los tallos aparecen unidos por una especie de grapa.
En
las enjutas de los arcos, arriba y abajo, se esculpe una especie de hojita
triangular. Son seis palmetas y media. A continuación –siempre a la izquierda–
el cimacio cambia completamente de dibujo; a las palmetas las sustituyen aves
–grajos, grullas o pelícanos– que se cruzan de dos en dos.
En
la cesta, –en la parte que mira al crucero– idea el escultor dos grandes leones
andrófagos, de pie y con sus cabezas casi juntas y de terrorífico aspecto, que
están engullendo a personajillos desnudos. El primer león, que apoya sus cuatro
patas en el collarino, tiene ya la cabeza dentro de sus fauces, y el que parece
niño tiende con sus brazos a liberarse. Queda de él al descubierto el vientre y
las piernas, que se representan paralelas y horizontales. El segundo león,
también ha tragado ya la cabeza de otro infante, al que sujeta además con la
garra derecha, viéndose igual mente que el sacrificado tiende a liberarse. Los
leones, por sus largas melenas –tratadas muy diferentemente a las que tenía el
león del capitel de Sansón, ya descrito, pues no acaban en volutas– y por su
expresiva ferocidad, son de temible aspecto. Tienen también sus colas entre las
patas traseras, que suben luego en vertical entre las ancas y vientre.
Terminada esta escena, y hacia el ábside, se llena el resto de la cesta con
cuatro grandes piñas y dos más pequeñas; de las que parecen salir hacia arriba
y colocándose sobre ellas, hay una serie de volutas, ocho, al menos, y tres, al
parecer cabezas de clavo.
El
capitel izquierdo del arco triunfal, describiéndole mirando al ábside y de
izquierda a derecha, es como sigue: cimacio de grandes rosáceas redondas, de
doce pétalos, y cáliz también redondo dividido en seis gajos, que alternan con
palmetas octopétalas, rehundidas y con altura las centrales. Todo el cimacio
repite esta alternancia floral. La cesta, también de izquierda a derecha,
recoge la escena, al parecer, de Daniel entre los leones. Tampoco es muy segura
esta interpretación, pues, algunos vemos que la figura de Daniel puede ser un
ángel, pues parece que dos alas le bordean la cabeza. Los leones, además de no
estar en actitud de lamer, sino de morder, sujetando al cuerpo por su cintura,
presentan enormes melenas, esta vez también acabadas en volutas. Este personaje
viste túnica hasta un poco más por debajo de las rodillas, viéndose claramente
sus pedules.
La otra parte de la cesta, la que mira al
ábside, se llena con otra figura que cabalga otro león. ¿Podrá otra vez ser
Sansón? El león está sacando una larga lengua. También monta a pelo y parece
sujetarse a las melenas del león con el brazo derecho y el izquierdo lo estira
para coger la cola –esta vez normal– del león.
Pasando
el arco toral que comunica la nave con el crucero, es decir, poniéndonos en el
centro del crucero, queda sobre nosotros la gran cúpula de media naranja,
bastante irregular en su circunferencia. Da la sensación de que ó fue mal
armada en su principio o que sus pechinas han podido ser removidas a causa de
algún fallo. Irregularidades que ya sospechamos al estudiar el exterior de la
linterna, y que ahora, bajo ella, se ven más seguras, pues todavía hay grietas
muy visibles en el muro del cimborrio que sostiene el arco triunfal.
Sin
movernos de debajo de la cúpula, podemos analizar cómo son los muros que a
izquierda y derecha quedan bajo los arcos torales del norte y del sur. Los dos
son ciegos, puro muro, aunque destaca en el izquierdo o del norte, un gran arco
doblado de descarga, entrego en el muro, que apoya en capiteles historiados.
Pero lo que debía ser su hueco, como si se hubiese querido seguir la iglesia
con dos brazos en el transepto, queda también ciego, hasta el suelo, abriéndose
en él tan sólo una ventana, muy completa, en el centro mismo, y una puerta de
medio punto que da paso a la actual sacristía.
La
ventana es del tipo y tamaño de las del ábside, con arco de medio punto y
doblado y un grueso baquetón entre líneas paralelas e incisas, como arquivolta.
No tiene chambrana, pero sí capiteles y fustes de dos tambores monolíticos. El
capitel de la izquierda mantiene un cimacio alto, en caveto y liso, y una cesta
con entrelazo que forma rombos y encima volutas, que salen de una cabecita de
animal, al parecer. Las basas son áticas, con bolas en esquina. La luz de esta
ventana, viene de una aspillera abocinada y está hoy tapiada. El capitel
derecho de esta ventana, tiene un cimacio igual al de la izquierda y cesta con
una fila de palmas verticales que son circundadas por un baquetón que parece
atarlas en el centro. En lo alto, pequeñas volutas y cabecitas de animal.
Los
capiteles del arco ciego de descarga del muro norte, en donde se abren la
ventana y la puerta, es decir, los que se alzan a media altura de los dos
pilares cilíndricos, y que están empotrados en el muro son: el izquierdo, con
cimacio de entrelazo que forma rombos y cesta con personajes extraños todos
sentados, apoyando sus pies o patas sobre el collarino. Se ven, en la esquina
un león, posiblemente acurrucado, que, entre su boca, sujeta un cordel que
luego sale hacia los dos lados del capitel, siendo cogido, por otros personajes
también sentados o acurrucados, unos con cabeza normal humana, y otros con
rostro simiesco. Sobre todos, volutas pequeñas. El tema, sin que podamos
deducir su simbolismo, es: Una gran figura central con cuerpo humano, sentado y
con las manos sobre las rodillas. La cabeza, un tanto animalesca parece que va
aprisionada por el cuello, del que salen, y no de la boca, dos cintas que pasan
por debajo de sus brazos. La izquierda termina enrollándose en el cuello de una
figura de mono, con la boca en O. La cuerda derecha es sujeta por la única
figura plenamente humana que la oprime con su mano izquierda, en tanto sujeta
con la derecha el brazo izquierdo de la figura central. Este cordel de la
derecha va a aprisionar el cuello de otro personaje sentado a su siniesra que
también tiene rostro simiesco con boca en O. El capitel derecho, el que está
cerca del arco de la puerta de la sacristía, con cimacio de cintas onduladas,
cesta con dos leones de cabeza única, en su esquina; sobre ella volutas
salientes y entre éstas y el muro una bola con caperuza a cada lado.
La
puerta de la sacristía, en su arcadura interior tiene dos capiteles: el
izquierdo de entrelazos gruesos, serpentiformes y cimacio de rosetas
hexapétalas entre círculos y hojas palmiformes. El derecho, es de cimacio liso
en un lado y rayado verticalmente en el otro. La cesta lleva, en bajo, serie de
hojas que se doblan y en alto otras parecidas, que alternan con alguna cabeza
humana o animal, difícil de percibir.
El
muro del sur, el que queda frente al de la sacristía, también es ciego, desde
el arco toral de este lado, y lleva, como el anterior, otro arco ciego de medio
punto que abarca a su vez una doble arquería que apoya en capiteles sobre
columnas a los lados y una ménsula en el centro. A nivel del suelo se abre una
puerta pequeña de subida al husillo, hoy tapiada. Los capiteles de esta
arquería ciega son: el izquierdo de volutas en lo alto y dos leones opuestos
con una sola cabeza. El cimacio es de ondas dobles que encierran en sus huecos
una pequeña perla. El derecho, de grandes hojas verticales.
Pasamos
ahora al presbiterio, lateral izquierdo. Tiene éste dos arcos, en bajo; sobre
ellos una imposta de billetes que separa este tramo inferior del superior o
segundo, y sobre la que se coloca una sola ventana como las que veremos en el
ábside. Este ventanal se adorna con chambrana de tacos, y arquivolta de grueso
baquetón, entre líneas incisas, que apoya sobre cimacios lisos.
El
capitel de la izquierda, es todo él de entrelazo en cestería y volutas en alto.
El
de la derecha, tiene largas volutas entrelazadas que ocupan, dejando grandes
vacíos, todo el capitel. Las basas, áticas y con lengüeta de bola. Sobre la
chambrana abilletada, corre una imposta, esta vez decorada con palmetas de ocho
puntas, separadas en lo alto por una perla, y que separa el segundo cuerpo del
presbiterio del último, que es el de la bóveda de cañón que cubre este espacio.
La
arquería baja de este presbiterio izquierdo, o del norte, está formada por dos
arcos que apoyan sobre tres capiteles. Estos arcos son, los dos, de medio
punto, doblados, con una arquivolta de ancha escocia, que apoya sobre los
citados capiteles, muy deteriorados, con cruentos golpes, que han dejado muy
difícil llegar a conocer toda la trama decorativa. El primero, a la izquierda
del espectador, posee cimacio de grandes tacos y cesta enormemente destrozada.
En el lado izquierdo quizá pueda tratarse de la figura de una Virgen sentada
que, con la mano derecha, sostiene una flor de lis y con la izquierda sujeta
sobre sus rodillas al Niño. Las dos figuras tienen rotas las cabezas. A su
izquierda parece verse otro personaje tan estropeado, como el centro del capitel,
que nos impide imaginar nada. En el lateral derecho vuelven a verse dos
personajes de pie de doble ropaje que les llega a los pies. Nada, naturalmente
podemos deducir de lo que se trata, ni siquiera nos atrevemos a sugerirlo. El
segundo capitel, el del centro de la arquería, tiene cimacio de ondas dobles
que dejan en el centro una perla. La cesta permite conocer que el tema es, sin
duda, el de los pelícanos que se auto hieren, porque en el lateral izquierdo
queda uno claramente manifiesto. Sin embargo, el resto ha sido brutalmente
machacado. El capitel tercero, que debió de tener una composición muy
interesante, lleva cimacio de billetes más pequeños que el primero, y una
cesta, también enormemente mutilada. Sin embargo, en el lateral izquierdo aparecen,
con postura rampante dos leones, el uno encima del otro, con cabezas de ojos
muy redondos, que sacan sus lenguas, bien claramente conservadas, que parecen
lamer a un personaje casi completamente destruido, y tal vez sentado, del que
solo se ve claro una mano, la derecha, que tiene en postura clara de bendición.
A su izquierda se idean otros dos leones, casi encima el uno del otro, que
igualmente dejan ver sus lenguas que lamen al personaje. Pensamos que puede
interpretarse como la escena bíblica, tan conocida en las representaciones
románicas, de Daniel entre los leones.
Pasando
al presbiterio derecho, al del sur, vemos idéntica configuración al anterior,
salvo que la ventana, que en el cuerpo segundo del izquierdo era plenamente
románica, aquí, en el derecho, ha sido sustituida por un arreglo destructor que
se hizo posiblemente en el siglo XVII-XVIII, buscando mayor iluminación natural
en esta parte de la iglesia. El cuerpo bajo, sí conserva la arquería doble con
tres capiteles: el primero (de izquierda a derecha) tiene cimacio liso y cesta
con dos leones afrontados, estando el de la izquierda casi totalmente
destrozado. Sobre ellos, en las esquinas, cabezas humanas que parecen sujetar
las ancas del animal, y volutas. El capitel segundo, con cimacio de palmetas
hexapétalas cuyos tallos se enroscan, formando círculos envolventes y
tangentes. La parte central del capitel está totalmente deteriorada. El capitel
tercero, tiene cimacio no decorado y su cesta, también con serpientes, que
envuelven a dos figuras, que parecen desnudas y que sacan las cabezas entre la
revuelta cola del animal.
El
ábside, en su semicírculo, es una de las más notables cabeceras del románico
montañés, tanto en lo arquitectónico como en lo escultórico. Si al exterior
llama poderosamente la atención, no es menor la impresión interna, pues sus dos
pisos de arquerías y los once capiteles que las soportan (cinco en la inferior
y seis en la superior), así como la imposta, de billetes, que separa el cuerpo
bajo del segundo, la arquería de chambranas de este último y la hilada de
palmetas sobre la que posa la bóveda de horno, todas trabajadas con notable
perfección, dan al ábside una especial atracción. El único pero que puede
ponérsele es, quizá, que la media naranja que le cubre está tres veces
agrietada, consecuencia, posiblemente, del mismo defecto que tenían las pechinas
de la cúpula. A esta vistosidad habría que añadir la luminosidad que le darían,
en tanto le duró, las pinturas murales del siglo XII, hoy casi totalmente
desaparecidas. Sin duda, si se hubiesen conservado todas, el ábside de San
Martín de Elines, hubiese sido uno de los monumentos más espectaculares del
románico español.
Los
capiteles, tienen, lo mismo que hemos visto en el presbiterio, bastante
diferencia de calidad y, aunque con menos dureza, han sufrido muchos de ellos
decapitación de figuras y otros malos tratos. Los de la arquería baja, son, de
izquierda a derecha, los siguientes: 1.- Cimacio muy bello y bien tallado a
base de palmetas hexapétalas que se abren por lo bajo por un tallo que las
circunda. Estos clípeos son tangentes entre sí y unidos en el centro por una
especie de grapa. En las enjutas de ellos, arriba y abajo, pequeños rombos. La
cesta del capitel, de muy extraña iconografía, y de bastante buen maestro,
lleva en su lateral izquierdo, una figura humana vestida con túnica, en
posición horizontal, como de vuelo, apoyando la mano izquierda sobre su vientre
y la derecha, sobre el lomo de un león con las siguientes características: las
dos patas traseras, y la izquierda delantera, las apoya sobre el collarino; su
cola, que da la vuelta por debajo de sus ancas, acaba en una gran flor de lis;
su melena, representada con pequeñas volutas, ocupa gran parte de su costado
derecho; la cabeza, al contrario que el cuerpo, mira de frente, y se une en
forma siamesa, a la de otro león. Es interesante apreciar que estos dos leones
se dan la pata por debajo de sus cabezas, y ambos se estrechan las derechas.
Por encima de sus testas se esculpen volutas, también siamesas, que marcan el
esquinal del capitel. La parte frontal de éste recoge todo el cuerpo del
segundo león, que es casi simétrico en todo al primero descrito. Está unido por
las ancas a un tercer león que mira, por lo tanto, al otro lateral –el derecho–
del capitel, y se une, dando las patas al cuarto león que ocupa este último
espacio. Las cabezas de estos leones, tercero y cuarto, han sido totalmente
machacadas. Las colas de los cuatro leones llevan la consabida flor de lis en
la que terminan. Esta parte frontal del capitel añade, a más de los dos leones,
opuestos por las ancas, dos figurillas otra vez en vuelo, sobre las grupas de
los leones, y ahora desnudas, que unidas por las piernas parecen ser engullidas
por una cabeza humana o animal que tiene ya sus pies dentro de la boca. Estos
personajillos, que parecen infantes, pueden ser los mismos, creo yo, que,
vestidos, vuelan sobre los leones de los laterales del capitel. Este, termina,
en su cara derecha, por ese cuarto león, ya citado, sobre el que vuela, como en
el primer lateral ya descrito, una figura, posiblemente infantil, pero con
túnica larga que le cubre hasta los pies.
Detallando
la postura de estas figuras, vemos que las que vuelan en los laterales van
vestidas como con pañales, mientras que las dos del frente del capitel, vuelan
totalmente desnudas, colocando sus manos, una, sobre el pecho, y otra, o sobre
el muslo o sobre el sexo. Los rostros, los que se conservan, pues los del
centro han sido amputados, no parecen sentir dolor alguno al ser tragados por
la cabeza humana o animal, y en los laterales incluso parecen sonreír, y, desde
luego, tocan al león con cierto cuidado y agrado. Algunos han interpretado este
capitel como una antropofagia mística; nosotros, la verdad, no nos atrevemos a
asegurar este simbolismo.
El
segundo capitel, parece evidente de otra mano. El número uno, que acabamos de
describir, es de un maestro mucho más naturalista, y, sin salirse de la
formulación estética románica, realiza una obra de un cierto primor y detalle,
y, desde luego, de fuerte expresividad. Su autor parece ser el que esculpe el
gran capitel circular de los Inocentes y de la Epifanía. El tratamiento de los
ojos de las figurillas de la “antropofagia mística” es idéntico al del
capitel de la pilastra gigante del lateral derecho de la nave. Sin embargo,
este segundo capitel de la arquería izquierda del ábside, es mucho más tosco y
desde luego ejecutado por un cantero sin grandes dotes de maestro, más bien
parece un trabajo de aprendiz. El cimacio está dentro de la misma rustiquez de
la cesta. El dibujo es el muy repetido de las flores o palmetas pentapétalas
dentro de círculo, abierto por debajo. El capitel va decorado con dos animales,
pueden ser leones siameses, de pie, con las patas muy rectas sobre el
collarino, que ocupan el lateral izquierdo y el centro de la cesta. Otro,
solitario, y apoyando su cabeza sobre las ancas del segundo, llena el lateral
derecho. Sobre los lomos de los leones o mastines, seis, cinco y seis perlas en
línea. El que ocupa el centro tiene debajo del vientre una especie de rueda de
soga enrollada en forma de espiral, como una estela redonda que desconocemos
qué es lo que han querido decirnos con ella.
El
tercer capitel. Cimacio de flores abiertas casi circulares, en forma de abanico
y recordando veneras. En dos filas, una sobre otra, la más inferior de diez u
once pétalos y la superior de doce. Se unen todas con un tallo que las recorre
por debajo. No es dibujo muy repetido en el románico. La cesta, como el
cimacio, está bastante destrozada. De izquierda a derecha podemos ver: voluta
tosca, debajo flor circular, cerrada, como un disco en relieve. Está tocando
las ancas de un león que mira a la derecha, y es siamés, con otro que ocupa el
centro del capitel. Tiene una cola que saliendo entre las patas traseras, cruza
el vientre y acaba en una especie de fruto piriforme. El centro lo ocupan dos
leones que se abrazan, detrás del primero, y enrollan sus colas formando una
trenza que acaba en dos frutos piriformes. El lateral derecho lo llena el
cuarto león que es el abrazado. El capitel se cierra con una flor circular, de
gran relieve que ya vimos en el lateral izquierdo. Las melenas de los felinos
se marcan con superpuestos triángulos rayados y acabados algunos en diminutas
volutas.
El
capitel cuarto. Cimacio liso, en caveto. Toda la decoración de la cesta es
sumamente sencilla: dos filas de bolas con caperuza y una tercera, de la que,
debajo de una especie de piña central, salen dos volutas hacia los laterales y
hacia el centro, llenándose los vacíos altos del capitel con bolas también de
caperuza. Bastante estropeado en la primera fila de bolas.
Capitel
quinto. Cimacio liso, en caveto. Lateral izquierdo del capitel: una lucha,
parece, entre dos personajes a pie, vestidos y con lanzas. Uno de ellos
introduce una de estas lanzas cortas al otro, por la boca. Éste se cubre la
cabeza con gorro cónico, y tiene a su derecha otro individuo, de pie, que apoya
una de sus manos sobre la cabeza de un hombre o mujer, de pequeño tamaño, tal
vez un niño, desnudo. En el centro de la cesta, un adulto también de pie y
desnudo, pone su mano izquierda sobre la misma cabeza del niño, mientras otro a
la derecha, muy curvado, debe de atacarle con una especie de arma dentada. Todo
muy confuso, tanto por el desgaste del capitel como por la dificultad de
interpretar las actitudes de todos los personajes. En principio, parece que se
trata de escenas de lucha, pues en el lateral derecho de la cesta, se ve
claramente una lucha cuerpo a cuerpo de dos púgiles. Las manos que sobre la
cabeza del pequeño infante parecen signo de protección dan que pensar si
pudiera tratarse incluso de la matanza de los inocentes (?). Las zonas
superiores del capitel las ocupan volutas que se unen en las esquinas.
La
arquería superior está formada por cinco arcos, tres con ventanas abocinadas y
aspillera, las correspondientes a las ventanas exteriores, y dos ciegos. A
todos los arcos les envuelve por arriba una chambrana decorada con dos tipos de
dibujos: en los dos arcos de la derecha son tacos o billetes; en el centro, y
en los dos arcos de la izquierda, palmetas hexapétalas separadas por una perla
y rehundidas a modo de venera. Los cinco arcos llevan una arquivolta de fino
listel y grueso baquetón que apoya sobre cimacios, algunos decorados. El
capitel primero (de izquierda a derecha) lleva águila de alas explayadas y
volutas angulares sobre ella. El cimacio, muy roto como el mismo capitel, es de
caveto sin decoración. Capitel segundo: entrelazos muy resaltados, en cestería,
con volutas en alto; cimacio idéntico al anterior. Capitel tercero: entrelazos
semejantes, pero menos tupidos que rodean piñas, en lo alto volutas. Cimacio de
billetes, pero muy machacado. Capitel cuarto: cimacio totalmente partido. Cesta
con palmetas heptapétalas rodeadas por sus tallos. Capitel quinto: cimacio de
billetes, bien conservado, y cesta con cinco grandes piñas colgantes. Capitel
sexto: cimacio liso de caveto, en parte roto; cesta de fuertes lazos
serpentiformes y volutas en alto formadas por los mismos lazos; entre los
huecos, alguna flor redonda.
Sobre
toda la arquería, y siguiendo la línea de separación entre el muro del ábside y
la arquería, corre una imposta muy bien labrada de palmas de seis o siete
hojas, sin tallo circundante, muy rehundida en tipo venera, pero separadas cada
una por una perla en lo alto. Esta imposta lo mismo que la más baja de
billetes, donde se apoyan los fustes monolíticos de la arquería, pasa también
el doblez del arco absidal y se repite en los muros del presbiterio. Las basas
de las columnas de esta arquería superior son áticas, dos toros y escocia, y en
algún caso llevan lengüeta de bolas.
Las pinturas murales del ábside
Las
únicas manifestaciones pictóricas que se han conservado en Cantabria lo han
sido en este monasterio de San Martín de Elines. Sabemos que, en algunas otras
iglesias, hay huellas de color en capiteles, cimacios, etc., que reforzaron la
escultura con colores llamativos, como el rojo y el azul, pero nada hemos
podido hallar de grandes conjuntos que, como en Cataluña o Castilla, trataron
de utilizar las bóvedas y muros interiores del ábside para desenvolver en ellas
las escenas y figuras relativas a la historia de la iglesia.
Con
los pocos restos que se han conservado en San Martín de Elines, podemos
suponer, sin embargo, que no sólo hubo una organización planteada en color para
su cabecera, sino que lo que aún podemos ver, nos asegura que el deseo de
adornar con pintura otras iglesias románicas de Cantabria, pudo, sin duda,
repetirse, pero que siguientes generaciones, con cambiado gusto, se dedicaron a
borrarlas, como en realidad es lo que sucedió en San Martín, pues tan sólo
milagrosamente ha llegado a nosotros una muestra que ha servido, al menos, para
creer que nuestro bello ábside se realzó, en el mismo siglo XII, con una
planteada escenografia que casi con seguridad tuvo como centro, en la bóveda de
horno, un Pantocrátor, y en los espacios de sillería entre las ventanas, un
apostolado; habiendo llegado también el color a las propias arcaduras bajas,
donde también –aunque muy pocos desgraciadamente– han quedado manchones de
color marrón, ocre, azul y blanco como a continuación expondremos.
Lo
único de figurativo que ha quedado sobre el muro semicircular, son dos
apóstoles, en el extremo derecho, a la altura de los ventanales. Se trata de
dos figuras masculinas, una sobre otra, que son únicos testigos de otras que
desaparecieron. La primera impresión –como apuntamos– es que se trata del
remanente de un apostolado que pudo extenderse por todo el ábside.
El
apóstol más alto, que se halla a nivel de la ventana derecha de la arquería
superior, se destaca sobre un fondo tricolor: azul celeste, en el espacio más
elevado, cerrado en marcada arcadura; ocre, en el centro, y rojo amarronado en
la parte baja. La cabeza está nimbada por un gran círculo blanquecino teñido de
ocre. Viste el personaje manto sobre los hombros, de color verde, y marca bien
los pliegues mediante manchas y líneas vinosas. La mano derecha, oculta bajo el
manto, parece sostener un algo redondo. Debajo del manto lleva una túnica de un
azul lavado, con mangas muy abiertas; de la derecha de una de ellas sale la
mano izquierda del apóstol, que lleva los dedos plegados, excepto el índice,
muy largo, que coloca sobre el objeto circular que oculta con el manto. Sobre
la cintura y sobre la túnica, se ve un ancho cinturón con rombos azules. Más a
su izquierda, y a la altura del hombro, creemos quiere interpretarse, en vinoso
y ocre, una parte de un capitel que queda cortado, pero que es muy semejante a aquel
que, con sus fustes, separa a los apóstoles de Santa María de Tahull.
Debajo
de esta pintura, y a la altura de los cimacios de las ventanas del semicírculo,
ha quedado un cuadrado con otro apóstol, esta vez representado sólo hasta la
cintura, aunque en postura frontal, como el anterior. Lleva también nimbo ocre,
y aparece sobre un fondo, esta vez de dos colores: vinoso fuerte, en lo alto,
hasta el cuello, y azul celeste. El rostro, como el anterior, es barbilampiño.
Lleva también capa vinosa, de color muy desgastado, y túnica con cuello de
líneas grises. Igual que el anterior, tiene el brazo derecho bajo el manto,
pero esta vez lo dobla poniéndole a la altura del hombro, para coger, con su
mano oculta, un libro. Todo el resto, al estar perdida la pintura, no deja ver
la mano izquierda.
Tan
interesantes, o más, debieron ser las pinturas que en su día tuvieron las
arcaduras bajas del semicírculo absidal. También casi totalmente desaparecidas,
sólo nos quedan fragmentos en los dos arcos centrales, en donde, en el fondo de
la rosca, figuraron, al parecer, escenas de un simbolismo tomadas de alguna
miniatura, tal vez de un Beato. Su estado de conservación es lamentoso, y su
visión causa más tristeza que emoción, pues lo poco que se ve, puede asegurar
el interés que las composiciones completas hubiesen tenido. El arco de la
izquierda, con tímpano de fondo marrón, lleva pintada y como cayendo de la
clave, una paloma blanca, de alas abiertas, que parece ser recibida por dos
especies de buitres o águilas que, de perfil, y con las alas abiertas, y las
patas ya en actitud de posarse, deben coronar una escena que es imposible
averiguar cómo terminaría. Todo el extradós del arco estuvo decorado con un
ramo serpentiforme, muy repetido, tanto en el románico como en los Beatos, y a
base de colores blanco y gris. Aunque sólo queda un fragmento, podemos en este
caso suponer el resto.
La
arcadura derecha, y en sitio similar, y también con fondo marrón, la pintura
que se percibe está aún raspada y deteriorada. Sólo, a la derecha, puede
asegurarse la representación de un cordero que tuvo cabeza humanizada –¿una
esfinge?– mirando a la derecha. Todo el tímpano izquierdo está perdido de
pintura. Tan sólo en el centro parece perfilarse, en marrón más claro, una
cornamenta de ciervo que figura estar atada por un cordel.
En
relación con el estilo de estas muestras pictóricas de San Martín de Elines, su
más próximo parentesco lo hallamos no en la pintura castellano-leonesa, sino en
la propia serie de los frescos pirenaicos, y muy concretamente en los de Tahull
(Santa María), como ya apuntamos. El tipo de peinado que vemos en la figura de
San Pedro de esta iglesia, es idéntico al que llevan nuestros apóstoles de San
Martín. La representación del libro que porta el apóstol bajo, como en dos
planos distintos; los fondos con franjas horizontales de distinto color, así
como la similitud de los capiteles pintados en Santa María de Tahull y en
Elines, nos aproximan éstos a la cronología de los catalanes.
El lapidario del claustro
Existen
en el lapidario del claustro, una serie de sarcófagos de época románica que
parece de interés que los analicemos:
1.-
Tapa de sepulcro, partida hacia el centro, que lleva tres líneas de inscripción
separadas por finas líneas horizontales. Borrosas algunas letras, dejan la
lectura insegura de unas frases que creemos recoger, lo más verazmente posible,
con esta transcripción:
QUINQUI ESET DEI…BIS IIII QUIACONGRUIT ASPICE MORTALIS:
QUID PRODEST GL(ori)A-TRL …IVES IN OBS CIVIS : MORIUNT ET INCOLA QUE
La
traducción, según la ordenación que de ella hace Cecilio Testón, es la
siguiente:
ASPICE, MORTALIS DEI, Q(ui) IA(m) CONGRUIT(ur) QUINQUIES ET
BIS IIII : Q(U)ID PRODEST GL(ori)AT(e)RR(ena) L(is) NOB(i)S (d)IVE(r)SI(s)
CIVI(bu)S: QUI INCOLA(mus) ET MORIENT(ur)
“Considera,
hombre de Dios, que estás aquí reunido en número de cuarenta, qué aprovecha la
gloria del mundo a nosotros, distintos ciudadanos, que vivimos ahora y hemos de
morir”.
2.-
Otra tapa de sepulcro semejante, a dos vertientes, decorada en la superior por
una secuencia de rosetas de seis y cuatro pétalos inscritos en círculos, y la
inferior por hojas pareadas, acaracoladas. En el centro corre una inscripción
que dice:
EERA: M: CC: XX: I: XVIII: IDVS: S(e)T(e)B(ris):
OBIIT:FAMVL(us) DEI ABBAS PETRVS ORATE: PRO ILLO
Traducción:
“En la era de 1229 (año 1183), VIII idus de septiembre, murió el siervo de
Dios, el abad Pedro, orad por él”.
Lo
que nos atestigua que en los finales del siglo XII, concretamente en 1183,
moría un abad de San Martín de Elines, el abad Pedro, del que sólo conocemos su
existencia por esta cubierta de su sepulcro.
3.-
Cubierta también de sepulcro, sin ninguna inscripción, románica sin duda,
magníficamente decorada. La tapa es también a dos aguas y lleva dos bandas
anchas y longitudinales en combinación de distintos tipos de lace ría románica.
Los
costados los ocupan dos series de arquillos seguidos. El lateral que da al
pasillo del claustro a base de arcos cruzados, apuntados, del tipo del claustro
de San Juan de Duero, de tradición musulmana. El otro lateral, el que da al
jardín, lleva catorce arcos de medio punto apoyados en capiteles lisos, al modo
de la organización del cuerpo de muchas pilas románicas.
4.-
Se encuentra casi frente a la puerta de entrada de la iglesia. Es sencilla, sin
decoración, y sólo una inscripción difícil de interpretar en su totalidad, que
dice:
HOC IACET IN PULCRO DE CON SUELO NTA SIPULCRO HIC E(st) SCE
M… DEBITA: PENA ERA MCLVII
Parece
clara la datación de era 1157, lo que haría el año 1119, es decir, en los
comienzos del XII. La letra es bas tante similar a la del sepulcro número 1.
5.-
Tapa de sepulcro colocada en el centro del jardín, a dos vertientes, con
decoración de líneas moduladas y hojas. Su cronología parece de finales del XII
o comienzos del XIII.
6.-
Sepulcro en el extremo NO del claustro, forman do también separación del
pasillo y jardín. Lleva en el centro de su tapa una inscripción en dos líneas,
con muy buena letra, que dice:
ANNO: DOMINI: M: CC: LXXX: XVIII: DIA: SAN: LUCAS: OBIIT:
FAMULVS: DEI / ABBAS: MARTINUS: DOMINICI: ORATE: PRO: ILLO:
“En
el año de 1280, pues, el día de San Lucas, 18 de octubre, murió el abad Martín
Domingo”. Otro nombre de abad de San Martín de Elines que sólo conocemos
por su sepulcro.
7.-
Este sepulcro, completo, con caja y cubierta, es sin duda, el más bello de
todos los conservados en el claustro de San Martín de Elines. Lo mismo que el
anterior está ya entro de época plenamente gótica.
Se
halla bajo arcosolium en el pasillo lateral del norte y sobre la tapa, en
recuadro al lateral izquierdo, se lee la siguiente inscripción: ANNO DOMINI
/ M:CC XXXI. Dicha tapa está bellamente decorada con una banda de zarcillos
ondulados y sobre ella otra de hojas pareadas acaracoladas, como las que vimos
en el sepulcro número 2. En el centro de la tapa aparece esculpida una gran
espada cuya empuñadura está junto a la inscripción descrita.
La
parte frontal del sepulcro, se centra con la figura del Pantocrátor, muy
deshecho en su punto medio superior, en almendra inscrita en rectángulo. En las
enjutas, los cuatro emblemas de los evangelistas. En la parte baja, y a ambos
lados del Pantocrátor, cuatro arquillos apuntados, cuyas enjutas se forman de
hojas gemelas, y cobija diez personajes: en los extremos existen figuras de
ángeles: uno de llamada al Juicio Final, con su trompeta; el otro, sin duda,
San Miguel Arcángel, sostiene la balanza para el peso de las almas. Las otras
seis figuras, muy destrozadas algunas, parecen apóstoles y evangelistas. Sobre
estos arquillos, a la izquierda, seis rectángulos ocupados por emblemas de
castillo (dos), león, escudo con banda (dos) y basilisco; a la derecha, cuatro
rectángulos donde se esculpen: león, castillo, venera y basilisco.
Este
sarcófago, que Huidobro pensaba debía de tener esculturas al otro costado, no
es así, porque descubierto ha aparecido liso. En la parte posterior de la
cubierta hay dos zonas de hojas en relieve, lanceoladas, y otras semejantes,
grabadas. Huidobro dice que la banda en escudo es la de Alfonso VII, y plantea
la hipótesis de que pudiera ser la sepultura de algún infante de Castilla que
pasó por San Martín “haciendo la peregrinación a Santiago de Galicia y allí
murió o si tal vez corresponderá a alguno de los Manrique, copatronos de la
iglesia que, en un principio, llevan por blasón castillo y león”. Si la
fecha es de 1231, como consta en él, hay que situarle en el reinado de Fernando
III el Santo.
Las arquerías mozárabes
Antes,
como ya dijimos, de la construcción de la iglesia románica, existió otra, en el
solar contiguo, al Oeste del que luego ocupó la del siglo XII que ahora
analizamos. Se conservan aún tapiadas, en el muro norte del claustro actual y
dando al cementerio, dos arcos de herradura que certifican la existencia de una
fábrica, mozárabe posible mente –o prerrománica para no asegurar estilo– que,
como dice Berganza, se arruinó en 1102, por lo que por estos mismos años, tuvo
que empezar a construirse la románica.
En
el paramento de este muro norte, y dentro por lo tanto del claustro, existen
también dos aspilleras, con dintel esculpido y arco ultrasemicircular, que dan
idea de lo humilde que debió de ser su fábrica. El dintel derecho lleva
perfectamente señalado, con el dibujo de un doble bocelillo muy tosco, el arco
de herradura. A sus lados, dos groseras ramas o plantas verticales con hojas a
modo de espirales. Sobre ellas en escuadra y completando el enmarque del arco,
otros dos boceles horizontales más anchos con imperfecto sogueado. El otro
dintel, con más sencillo enmarque de sogueado, se adorna tan sólo con una flor
cuatripétala a cada lado. Por lo que ha quedado de esta vieja iglesia, pensamos
que pudo ser de reducido tamaño, pero con tres naves, separadas por serie de
arcos al estilo de la de San Miguel de Escalada, en pobre y rústica afinidad,
pero ello es una sola suposición de muy inseguro sostenimiento, dadas las
remociones y acomodos que debieron de sufrir los muros de la fábrica que se
vino abajo en el año 1102.
Próximo Capítulo: Románico en el Valle del Besaya
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