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viernes, 2 de mayo de 2025

Capítulo 58-2, Románico en Campoo y Valderredible2

Románico en Campoo y Valderredible

Villacantid
Villacantid se sitúa entre Reinosa y Espinilla, a unos tres kilómetros de esta población, la capital del municipio de la Hermandad de Campoo de Suso; junto al río Hijar, a 940 m de altitud. Este núcleo de población se halla rodeado de buenos prados segaderos, de cagigales y de bosques de robles y de hayas. Se accede por la CA-825, que se toma en Nestares de la CA-183, Reinosa-Alto Campoo.
Consta en un documento del Cartulario del Monasterio de Santa María de Aguilar de Campoo, fechado en 1229; como lugar de procedencia de uno de los testigos, “Pedro Pedrez de Villa Cantiz” (GONZÁLEZ DE FAUVE, 1992). Villa Cantiz, asimismo, se registra en el Becerro de las Behetrías (1352), como lugar de behetría, perteneciente a la Merindad de Aguilar de Campoo; tenían por naturales al linaje de los Ríos y a otros linajes locales.
En el Diccionario de Madoz (1845-1850), se recoge Villacantiz como lugar perteneciente al “ayuntamiento de Suso. Situado al pie de una elevada montaña que divide los pueblos de Suano, Población e Izara, del valle de Campó”. Se citan, además, “dos iglesias parroquiales San Pedro y Santa María servidas actualmente por un solo cura”. En la actualidad, es la iglesia de San Pedro (siglo XVI) la que conserva su título parroquial. En la iglesia de Santa María no se celebra ya culto religioso.
Santa María la Mayor se halla junto a la carretera, en paraje aislado, antes de llegar al case río de Villacantid, en un cuidado entorno. Fue declarada Bien de Interés Cultural, con la categoría de Monumento, en 1982. El edificio, restaurado, se ha convertido en Museo y Centro de Interpretación del Románico de Campoo.

Iglesia de Santa María la Mayor
La iglesia de Santa María, de Villacantid, es el único resto románico importante que pervive en el valle de Campoo de Suso.
No muy lejos, sin embargo, de esta iglesia, en el valle de Enmedio, existe un foco románico de extraordinaria importancia que sigue las normas de la iglesia capital de estos valles durante los siglos románicos, esto es, la Colegiata de Cervatos, monumento nacional y ejemplar perfecto y completo de esta región. Ya fueron estudiados los principales monumentos de este centro, a los que ya hicimos referencia, aunque no de una forma muy detallada, por el señor Fernández Casanova y publicados en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones en el número 151, año XIII. Se trata de las iglesias de Retortillo, Bolmir y la ya cita da de Cervatos, con las que guarda cierta semejanza la que nosotros particularmente vamos a estudiar.

Situación y ambiente histórico
Según Pérez de Urbel en su Historia del Condado de Cas tilla, el valle de Campoo de Suso, ha sido siempre, geográfica e históricamente, un límite. La primera expansión y repoblación de estas regiones de Campoo, desde el comienzo de la Reconquista, parece que se realiza a media dos del siglo VIII, cuando las victorias de Alfonso I permiten una estabilización en los valles del Sur de la antigua Cantabria. Situado este valle al SO de la actual provincia de Santander, las cumbres elevadas que le rodean se citan con los mismos nombres actuales en bastantes Fueros y Cartas Pueblas, a partir de los comienzos del siglo IX. Y desde la creación de Castilla independiente (950), aparecen las líneas cumbrales de este valle como borde divisorio entre los territorios leoneses y castellanos, precisamente por el vértice de la cordillera que mira al territorio de Pernía, vértice que la carta puebla de Brañosera (año 824), nombra Coba Regis y Penna Robra, cuya denominación actual es Covarrés y Peña Rubia, ésta al NE de Brañosera: per illum pradum por querum, per illas cobas regis et per illa penna robra.
Pernía pertenecía al reino asturiano-leonés donde a la sazón reinaba Alfonso II el Casto; Campoo y Brañosera al condado de Castilla, todavía no independiente en el año de la Carta de Brañosera, según Pérez Mier, pero que con este mismo documento, dado por los primeros condes, Nuño Núñez y la condesa Argilo, comienza a señalar el principio de su idea independizadora lograda por Fernán González en la mitad del siglo X.
El valle de Campoo, pues, juntamente con el de Brañosera, es, aún antes de la misma formación de Castilla, castellano.
Sin embargo, durante estos años del siglo IX, estos territorios se ven inseguros por las razias árabes.
Hacia el año 850, Ordoño I trata de asegurar y garan tizar la vida de sus vasallos afianzando su dominación en Asturias y territorios todavía no bien estabilizados, por esta inseguridad de fronteras que las luchas con los árabes necesariamente hacen suponer. Es ahora, cuando parece fueron repobladas León (856), Tuy, Astorga y Amaya (860), ciudad esta última a unos 45 km del territorio de Campoo.
De la intención de ampliar su territorio, y de la seguridad que el rey Ordoño daba ya a sus vasallos, puede ser testigo el documento del año 853 por el cual los obispos Severino y Ariulfo donan a la Sede de Oviedo la iglesia de Santa María del Yermo, cercana a Torrelavega, lo que viene a demostrar que ya podía ser atendida por el obispo ovetense. Este documento del año 853 es muy interesante para seguir el desarrollo de la historia de Campoo, pues–aunque, como sabemos, está interpolado– se citan varias pertenencias de la citada iglesia, entre las cuales son cedi das a la Sede de Oviedo las brañas y los pastos de algunas montañas campurrianas, conforme se expresa en el siguiente párrafo, traducido de la mencionada donación:
Y en territorio de Campoo, brañas y pastos que el vulgo llama seles y se hallan en el Lamar (hoy Lodar y Lamudo), y otras donde se dice Pitilla y otra donde se dice Fuenfría (hoy Fuenfría), en los Sexos (hoy Sejos)”. El original latino es: Et in territorio de Campo, braneas, pascua, quas vulgus dicit seles, inventrate ad illam Lamani, et ultera ubi dicitur Pitiela, et alte ramubi dicitur Fonte frigida, ad illos Sexos…
Es a partir de Ordoño I cuando existe una tendencia de León hacia la Castilla aún no delimitada, que se concreta con Alfonso III, al llevar la línea de la reconquista al Duero.
Durante esta época, Campoo está bajo la influencia directa de los reyes astur-leoneses, y en lo eclesiástico de la diócesis ovetense. No sería aventurado suponer que res tos de esta expansión asturiana hacia Castilla, comprendida entre 850 al 950, son, dentro del valle de Campoo, las necrópolis de Espinilla (Ayuntamiento de la Hermandad de Campo de Suso) y Castrillo del Haya, donde han aparecido algunas estelas sepulcrales. Ni estas estelas, ni las mismas necrópolis, tienen las típicas características visigóticas, aunque se asemejan a los enterramientos de este pueblo. Parecen, en todo, estar entre lo visigodo y los siglos románicos. En Castrillo del Haya hay una estela sepulcral con el nombre de PELAIO y en el reverso cruz visigoda o asturiana. En Espinilla nombres como ARIEL, IERONCA o TERONCA, LUPINI o LOPINE, etc.
Pero llega el año 950, año de la independencia de Castilla, independencia que se venía fraguando, como he dicho, desde la carta de Brañosera; que se fue consolidan do aún más con la creación de los jueces para resolver plei tos sin necesidad de acudir a León (hacia el 920), hasta hacerse sólida en el conde Fernán González, que se aprovechó de las luchas entre los propios reyes leoneses (Alfonso IV y Ramiro II).A partir de este año 950, Campoo pasa a ser castellano, limitando, conforme a la tradicional línea de la carta de Brañosera, con el reino de León, al que ya dijimos pertenecía Pernía, valle al otro lado de las sierras campurrianas hacia el poniente.
Con esto llegamos al año 999, cuando Sancho Garcés, conde independiente de Castilla, concede a Cervatos su Fuero. En éste vuelve a delimitarse el territorio de Campoo de Suso por las mismas líneas ya señaladas en el de Brañosera, para que en todo el territorio citado puedan pacer los ganados del monasterio como los del mismo conde, “Es el primer término –dice el Fuero– el Collado (el Collado de Somahoz. Al pie casi de él se encuentra Santa María de Villacantid), Orvo y Panporquero (Pradum Porquerum en el fuero de Brañosera), y desde allí a Covarrés (hoy tam bién llamado Covarrés, en Sel de la Fuente, límite en la cumbre del territorio de Campoo y los pueblos de Redondo, del partido de Cervera) hasta lo alto de Peña Labra (hoy Peña Labra) Et est primum terminum de Collado, et de Orvo, et de Panporquero, et deinde ad Covarrés, et usque ad summum de peña Lavra.
En una copia de esta Carta de Cervatos, que Pérez de Urbel reproduce en su libro Historia del Condado de Castilla, y reconoce está “corrompida, adulterada y transformada por añadiduras de las diferentes épocas”, se cita, por primera vez, que yo conozca, el pueblo de Villacantid con la forma anticuada de Villa Cannis, nombre que es muy probable esté defectuosamente transcrito. Apunto la idea de que quizá diga en la carta Villa Cantis, fundado en una más fácil derivación normal hacia el actual Villacantid. Esta misma con fusión en la transcripción la tuvo el copista del Becerro de la Universidad de Valladolid, que llamó a nuestro pueblo Villacannis, cuando realmente dice el original Villa Cantis.
Sea lo que quiera, el toponímico Villa Cannis o Villa Cantis coincide con el actual pueblo donde se levanta la iglesia de Santa María. La citada copia del Fuero de Cervatos no nombra nuestra iglesia, y sí la otra del lugar, la dedi cada a San Pedro, que en la fecha del Fuero debía de tener mayor importancia, pues se cita como monasterial, in Villa Canni monasterium Sacti Petri cum suis eclesiis. Quizá alguna de estas iglesias de él dependientes fuera esta de Santa María, todavía, como es natural, no en su fábrica románica.
Que esta cita del Fuero se refiere a nuestro Villacantid es indudable, pues se nombran pueblos vecinos como Fuent Vellida, Barrio, Isara, Celada de Campoo de Suso, Paracuellos, Nestares, etc.
Por lo tanto, si esta parte que cita la copia de Burgos está tomada del primitivo y auténtico Fuero de Cervatos (caso de la autenticidad de este documento, hoy discutida, como sabemos) queda claro que, tanto San Pedro de Villacantid como Santa María, si entonces existía, se cedieron a Cervatos por el conde Sancho Garcés.
Consta por esto, pues, que desde la segunda mitad del siglo X, Campoo de Suso pertenece al conde castellano, que cede parte de sus aprovechamientos en este territorio al abad Juan de Cervatos. Esto en el aspecto político, pues en el eclesiástico también debió desgajarse Campoo de la tutela de la diócesis ovetense, ya que hasta 1095, según Flórez, Santander y las Asturias de Santillana pertenecían a la diócesis de Valpuesta y a la de Oca.
En este año de 1095 aparece la Bula de Urbano II que señala ya como propio de la diócesis de Burgos: “Desde las poblaciones que están en los montes Pirineos hasta el mar y las Asturias hasta el río Deva, que baja de los susodichos montes Pirineos y según corren las aguas hacia el mediodía entre Mutave y Rotundo hasta Peñaforada, y luego con el río Pisuerga hasta que entra en el Arlanza”.
Consideramos, pues, que desde 1095 Campoo de Suso queda en lo religioso dentro de la diócesis de Burgos (a la cual hasta hace muy pocos años pertenecía), y en lo político y administrativo bajo la autoridad del rey de Cas tila, que ve en este territorio el límite con la región leone sa. De aquí que figure Campoo de Suso como lugar de realengo, condición que debió de tener desde tan lejana antigüedad, pues el Marquesado de Argüeso fue creación muy posterior. En el año 1168 parece ser que Alfonso VIII hizo alguna modificación en el aspecto eclesiástico de esta parte de Campoo, al ceder al monasterio de Cardeña el lugar de Bárcena Mayor y el monasterio de Hozcaba, “Bárcena Mayor con sus términos que son desde Bárcena de Castrillo hasta la Guardia, desde Somahoz mediana hasta el Poyo, desde el Poyo hasta el hondo de Bárcena Troiz y hasta Azedillo, Bustalanes y hasta llegar al valle de Queriendo”.
Y que juntamente con esto, antes o después, debió de ceder las iglesias de Santa María de Villacantid, San Cristóbal de Espinilla y Santa Eulalia de Cabuérniga al dicho monasterio pues, según Ángel de los Ríos, estas iglesias se visitaban por parte de los abades de Cardeña, como consta en varios documentos. En otros por mí repasados, que se guardan en el Archivo parroquial de la iglesia de San Pedro, del lugar de Villacantid, consta el nombre de “monasterial” que se da a la iglesia de Santa María la Mayor a la que vamos a referirnos en este estudio (Archivo Parroquial de San Pedro de Villacantid, Libro de Apeos y conocimientos de Aniversarios, 1757, folio 2).
Parece, pues, que tanto Santa María de Villacantid como San Cristóbal de Espinilla, como el propio Cervatos, eran propiedad del rey de Castilla, y en lo eclesiástico eran dirigidas por la sede de Burgos, pero las dos primeras (si es que ya existía una fábrica anterior a la románica), fueron cedidas a Cardeña; y a Cervatos, que se sabe existía como abadía antes de la actual edificación románica, la conmutó Alfonso VIII por Santa Eufemia de Cozuelos, que era de la sede burgalesa, en el año 1186.
Sin embargo, a mi entender, y fundado en la ausencia de sus nombres en los documentos citados en líneas anteriores, es muy probable que tanto Santa María de Villacantid como San Cristóbal de Espinilla, fueran edificadas a expensas del propio monasterio de Cardeña, en lugares donde existía alguna advocación o pequeña ermita que Alfonso VIII cedió (como cedió Bárcena Mayor y Hozcaba), al monasterio de Cardeña. Pero la pertenencia de estas iglesias a la sede de Burgos no debió de realizarse sin mediar protestas por parte del obispado de Oviedo, pues consta que en 1184 se concluye un pleito sostenido por ambas sedes y que tenía por objeto precisamente las iglesias de las Asturias de Santillana y Campoo. Como consecuencia de él, y seguramente porque tuvo que ceder las disputadas iglesias, se compensa al obispo ovetense, Don Rodrigo, con 700 áureos, que inmediatamente entregó al rey Fernando II, que a la sazón cercaba Cáceres. Fernando II, con su hijo, da a la iglesia de Oviedo los castillos de Proaza, llamados Montegaudio y Pajares, promulto et bono servitio quod mihi fecistis in Caceres et presertim per septingentis aureis quos mihi dedistis, quos recepistis de compositione episcopi burgensis ecclesie per controversiam que vertebatur inter ovetensem et burgensem ecclesiam super ecclesias quae erant in Asturias Sancte Iuliane et in Campo. (Arch. Cat. Oviedo).
Estamos con esto en los finales del siglo XII, alrededor de cuyos años debió de levantarse la actual fábrica románica de Santa María de Villacantid, cuando ya el territorio de Campoo de Suso tendía a una estabilización y organización que permanecería hasta los tiempos modernos. Es a fines del XII cuando se amplía este foco románico al que ya al principio aludimos, localizado en el valle de Campoo de Enmedio, con monumentos próximos unos a otros (véase en el mapa Retortillo y Villacantid), muestra palpable de una población bastante considerable en esta época.
Las iglesias de Santa María de Villacantid y San Cristóbal de Espinilla (hoy construcción moderna), parecían situarse precisamente por donde debió de pasar el camino que cruzaba el portillo de Somahoz, paso natural hacia la región palentina, collado transitado desde muy remota antigüedad (véase Fueros de Brañosera [824] y Cervatos [999]), y que muy probablemente debió de ser alguna antigua calza da o camino romano. De antiguo se estableció ya en este portillo una ermita o santuario dedicado a Nuestra Señora, cuya devoción se mantuvo firme hasta la ruina de este monasterio, que debió de ocurrir en los años finales del XVII, trasladándose la Virgen a la ermita actual de Nuestra Seño ra de las Nieves. El collado de Somahoz debió pervivir como camino abierto al tránsito hasta época muy reciente, seguramente hasta que se construyó el camino real que comunicaba el valle de Campoo de Suso con Reinosa y que es hoy la carretera, pues en los “Acuerdos de Hermandad”, del Archivo del Ayuntamiento, en Espinilla, aparecen, hasta fines del siglo XVIII, notas y cuentas sobre el arreglo del camino de Somahoz, y en 1705, concretamente, una escritura en Somahoz sobre el arreglo de la puente de Ruejedillo, sobre el río Camesa. Escritura que se hace entre los vecinos de Salcedillo (al otro lado del collado, en territorio palentino) y la hermandad. (legajo b. 1º., folio 39).
Si es seguro que Santa María de Villacantid se visita ba por los abades de Cardeña, como ya hemos dicho que apunta don Ángel de los Ríos, prueba, no cabe duda, una pertenencia de esta iglesia al monasterio de Cardeña, per tenencia que, o no debía ser más que nominal, en cuanto a las atenciones puramente religiosas, o desapareció muy pronto, ya que en 1352, fecha del apeo del libro Becerro, consta Villacantid como behetría cuyos “naturales” o seño res son de la casa de los Ríos, y no (como parece más lógico de pertenecer al citado monasterio), el abad de Cardeña: VILLACANTIS “Este lugar es behetría e son vasallos de Pedro Yánez de los Ríos e son naturales el dicho Juan Rodríguez–de los Ríos– (le cita antes como “natural” de Ormas) e Gómez Gutiérrez Matiella e Fernando Ibáñez de los Ríos e Gonzalo Núñez de Castañeda e nietos de Gonzalo Ruiz de Fresno, e hijos de Gonzalo Gutiérrez de Forna. Derechos del Rey. Pagan moneda e servicios e nunca pagaron yantar ni fonsadera. Derechos de los Señores. Dan cada año por infurción a cualquiera que sea su señor cada año un carnero, e el año que es bueno de monte un puerco e cuatro maravedís e dos celemines de cebada. Dan por martiniega cada año a D. Tello seis maravedís. (Becerro de las Behetrías de la Biblioteca de la Universidad de Valladolid, folio CLXXVII).
El mismo don Ángel de los Ríos duda de la autenticidad de la escritura de donación de Bárcena a Cardeña, hecha en 1168 por Alfonso VIII durante su minoría, a la que nos hemos referido, basado en que Escalona copia otra donación en el mismo año de 1168 y del mismo Bárcena Mayor a Sahagún. Hecho que pudiera también tener realidad, porque en el Becerro aparece el lugar de Naveda, en Campoo de Suso, a cuatro kilómetros de Villacantid, como señorío del abad de Sahagún y de Don Tello. Cuestión es ésta difícil de aclarar sobre si perteneció esto alguna vez a Cardeña o a Sahagún, pues en el citado Becerro también aparece un pueblo muy cercano a Villacantid, precisamente donde nace el Ebro, Fontibre, que hacia el año 1351 consta era la mitad abadengo de San Pedro de Cardeña.
A partir de los principios del siglo XIV en adelante, Campoo debió de sufrir un descenso de población, pues existen pueblos, antes habitados, que ya los llama yermos el Becerro, como Cervatos, en otro tiempo uno de los centros más vitales, y Villaescusa de Cervatos, ya entonces desaparecido y que luego dio nombre al actual Villaescusa Solaloma. Pero todavía a partir del apeo del Becerro debió disminuir la población del valle, porque el citado manuscrito nombra a Re(g)ulanes como vasallo de Don Tello, pueblo que, aunque se conoce su localización, hoy no existe. Santa María de Villacantid debió también de decaer por esta época, pues dada la constitución actual de la iglesia, parece que la fábrica románica debió de entrar en ruina, si es que llegó a construirse completa. El caso es –y en el estudio arqueológico y artístico lo veremos– que no queda de ella más que el ábside y la portada y algunos capiteles en el interior, cuya colocación no es seguro sea la primitiva que tuvieron.
El arreglo y fábrica actual debió de hacerse en trozos y ya en años bastante remotos, nunca después de 1640, pues las cuentas de la iglesia que existen en el Archivo parroquial de Villacantid comienzan hacia este año, y revisadas por mí no dan ningún arreglo ni construcción seria después de la citada fecha.

Descripción de la iglesia exterior
La iglesia de Santa María la Mayor de Villacantid que ya fue estudiada por nosotros en 1949 (BSAA, 1949, Valladolid, fasc. XLIX) se halla situada en una pequeña lomilla que, según se viene por el camino desde Espinilla, de N a S, asciende muy suavemente como en delicada rampa, pero que en la porción que mira al mediodía se corta por la senda o carrera que lleva al alto valle de Campoo de Suso. Colocada, pues, en el cruce de dos caminos que siempre debieron de utilizarse, aparece Santa María como centro religioso de indudable antigüedad. Su orientación es la normal en las iglesias románicas; esto es, ábside en dirección de levante. Actualmente la iglesia de Santa María se aparece al exterior como una conmixtión de dos estilos arquitectónicos; de una parte, el románico, perfecta mente diferenciado, no solamente por su aparejo de sillería, sino también por el mismo color de la piedra; y de otro, una fábrica de respetables proporciones (17 m de larga por 16 de ancha, contando las medidas de la sacristía), cuya antigüedad debe seguramente llegar a los prime ros años del siglo XVII. De esta última construcción prescindimos en este estudio, como es natural, no sólo por ser ajena al románico, sino también porque su pobreza y falta de estilo no merece que nos ocupemos de ella. De esta misma época es la torre, adosada al hastial, torre cuadrada, con tejado a cuatro aguas, como muchas iglesias del valle de Campoo, y de la que también prescindimos.
La fábrica románica que actualmente persiste en el exterior es solamente el ábside completo y la puerta. El ábside, aparte de algunas singularidades que luego anota remos, tiene la forma, colocación, orientación y alzado, siguiendo las normas tradicionales del románico, pero la puerta es seguramente el enigma de esta pequeña iglesia, que juntamente con su primitivo plano son dos problemas que creo nunca podrán ser puestos en claro.

La puerta
Si la puerta tuvo siempre la posición y orientación que hoy día presenta, la ermita de Villacantid es, seguramente, el único ejemplar del románico con tales características constructivas. No conozco, ni recuerdo, iglesia románica, por grande e importante que sea, cuya entrada se adose al ábside, como ocurre en Santa María de Villacantid. Esta extraña excepción, que pienso no puede darse en una iglesia tan pequeña como ésta, me hace suponer que la primitiva colocación de la puerta de Santa María no debió de ser la actual, sino que se adosaría al muro que daba al Mediodía, como aparece en casi todos los monumentos románicos y vemos en las iglesias más cercanas a ella, como Bolmir, Cervatos y Retortillo, colocada en un cuerpo algo saliente con respecto al plano normal del muro y cubierta luego con un tejaroz al modo de las citadas de Bolmir y Cervatos.
Me inclina, a asegurar más esto, el corte rápido que se hace –en el muro actual del Sur– entre la fábrica románica y la moderna y la continuación del ábside por debajo de los sillares de la puerta en el lugar en que ésta se le adosa.

Sobre cuándo se colocó la puerta en el lugar que ocupa, es imposible asegurarlo, aunque es probable lo fuese cuando se amplió la iglesia en época moderna, en un año que, como he anotado anteriormente, debió de estar comprendido entre los cuarenta primeros de la XVII centuria.

Actualmente la puerta se halla aprisionada entre el ábside, a la derecha del espectador, y un ancho bastión o contrafuerte, a la izquierda, que hace esquina y que no es más que el arranque del muro sur. Este bastión se halla cortado horizontalmente por una moldura, continuación de los ábacos de la puerta, aquí sin ninguna decoración. A partir de esta moldura o imposta, hacia el suelo, hay cuatro sillares sobre los cuales corre una decoración rehundida, con un motivo que no es más que una adaptación de los dientes de sierra, pero cuya ejecución, a base de un plano cóncavo y otro convexo, es de suma originalidad dentro de la decoración románica. Ya veremos en el estudio y la descripción de los demás elementos de la iglesia, el empleo de la decoración en zig-zag, o en sierra, emplea da en Santa María de Villacantid, con tanta libertad y belleza, que hace de este pequeño edificio de que tratamos uno de los más interesantes en lo que se refiere al aprovechamiento y utilización de este motivo decorativo tan puramente románico.

Coronando este bastión lateral, así como a la puerta en general, corre una cornisa sumamente sencilla, que no creo pueda ser la primitiva, sino la colocada en la época que pudo trasladarse la puerta a su actual lugar.
La puerta, construida ya bajo la norma del arco apunta do, consta de cuatro arquivoltas, la más exterior decorada a base de círculos que se cortan y la siguiente por tres baque tones totalmente lisos, el segundo y central, más grueso. La tercera arquivolta se forma por otros tres baquetones en la misma disposición que en la anterior, pero el central, en vez de ser liso, se decora con ajedrezado. La última arquivolta, ya adosada al dovelaje del dintel, se forma por dos molduras, una lisa, levemente decorada en un borde, y la otra a base de veintidós puntas de diamante. Las dovelas que for man el arco de acceso al templo son completamente lisas. Todas las arquivoltas se apoyan en un cimacio corrido, decorado el izquierdo con guirnaldas de hojas bi y trifoliadas, y el derecho con círculos secantes, pero con menos relieve que los citados de la primera arquivolta. Este ábaco se apoyaba en columnas adosadas a los ángulos convexos, de las cuales no queda mas que una, que recibe el empuje de la arquivolta de puntas de diamante en su lado izquierdo y que lleva un capitel decorado con animales fantásticos afronta dos, especie de grifos, de un sentimiento tosco y oriental.
El fuste es liso, y la basa con un grueso toro, una escocia y el inicio de otro toro.
Entre los pilares que alternando con las columnas sostienen las arquivoltas, los centrales llevan en su ángulo un sogueado bastante marcado, y de arriba a abajo.
El hecho de que la puerta sea ya apuntada, aunque no es carácter suficiente para adelantar hacia el gótico la construcción de la iglesia, pues ya sabemos se da este arco en Santa María de Tarrasa, por ejemplo, consagrada en 1112, sin embargo, por convivir en Santa María de Villacantid con el de medio punto y por otras notas que tendremos ocasión de señalar a lo largo de este estudio, se puede colocar la construcción de esta iglesia campurriana hacia finales del siglo XII, es decir, años después de construidas las iglesias de Bolmir y parte de la de Retortillo.




Capitel 

El ábside
Es indudablemente lo más bello de la fábrica románica de Santa María. Sus proporciones, pequeñas pero admirables, causan en el espectador una grata sorpresa, al mismo tiempo que un singular gozo estético. Conozco, por citar los más cercanos, los ábsides de Cervatos, Retortillo y Bolmir, y ninguno de ellos, ni siquiera el de la bella Colegiata, puedo asegurar me ha causado tan agradable impresión como el de Santa María de Villacantid. Las columnas pareadas, que forman los contrafuertes, componen, junto con la arcadura lisa del ábside y su magnífica ventana, una armonía tan sencilla como señorial. Sus mismas pequeñas proporciones permiten una contemplación más íntima y conjunta, que no se logra en los más altos y amplios de Retortillo y Cervatos.
Tratando de compararle con estos monumentos de su región, diremos que se asemeja mucho a los dos últimos citados, sobre todo al de Retortillo, donde también apare cen los fustes gemelos en el exterior del ábside, disposición arquitectónica que no es muy frecuente en el románico. Pero todo, en el de Villacantid, indica un cuidado en la labra de capiteles y canecillos que le hacen muy superior al del templo que se levanta sobre la romana Julióbriga.

Consta el semicírculo del ábside, en sentido vertical, de tres calles separadas por dos contrafuertes de columnas pareadas que tienen más un fin decorativo que arquitectónico. En el cuerpo central aparece la ventana, bella y bien conservada, cuya organización decorativa es muy interesante. Consta, de arriba abajo, de una chambrana de medio punto decorada en su intradós con puntas de clavo o flores cuadrifoliadas inscritas dentro de un doble círculo. Sobre el dovelaje corre una orla en zig-zag de los llamados dientes de sierra que se apoya en cada uno de los cimacios de los capiteles, cimacios que están completamente lisos; idéntica decoración en el dovelaje de la ventana hay en la iglesia de Tartalés de Cilla (Burgos) que nos indica relación entre el románico de Campoo y el de todo el núcleo primitivo castellano.
La decoración de los capiteles sigue la tendencia zoomorfa, pero fantástica o fabulosa, del ya citado de la puerta.
El izquierdo representa una especie de leones, con sus melenas señaladas, en la posición de rampantes, pero volviendo hacia atrás sus cabezas, que quedan unidas en la parte frontal del capitel. Sus rabos se introducen por debajo de las patas traseras y vuelven a aparecer como ciñendo la cintura de los animales, que se muerden el extremo libre. Una de las patas de atrás la apoyan, doblada, sobre el collarino del capitel. El capitel derecho lo forman, en la misma disposición que el anterior, dos animales imaginarios con patas de león (¿grifos?) y dos pequeñas alas que enrollan con el rabo en disposición análoga a los leones citados.
Pero lo más original y extraño de esta ventana, cuyos precedentes o consiguientes aún no he conseguido localizar, es la decoración de sus dos fustes, todos envueltos por dientes de sierra en dirección horizontal. Recuerdo ejemplares de columnas con estos mismos dibujos, pero que siguen la línea vertical del fuste, como algunos de la cripta de la Catedral de Santiago. Esta libertad de empleo del diente de sierra en la decoración parece originalidad de esta iglesia de Santa María de Villacantid.
La mayor relación la podemos encontrar en el románico nórdico, sobre todo de Inglaterra, donde la Catedral de Durhan nos da un tipo de pilares con esta decoración en zig-zag, pero rehundida (Cfr. ANDRÉ, M., Histoire de L’Art, t. II, primera parte, fig. 48).
Las basas de las columnas de la ventana se forman, también de arriba abajo, por una iniciación de un toro, una ancha escocia, otro toro grueso y el plinto; la unión de este toro se realiza por una especie de lengüeta que ocupa el lugar de las bolas tradicionales.

Los otros dos cuerpos verticales del semicírculo absidal carecen de ventanas, aunque su anchura hubiera dado muy bien para la colocación de otra de idénticas proporciones a la descrita.
Las columnas pareadas suben hasta la cornisa y se inician con unos reducidos y bajos contrafuertes formados por un plinto en donde apoyan sus basas. No son columnas monolíticas, sino formadas por seis tambores cilíndricos cada una hasta la línea de imposta, y por cuatro desde esta imposta hasta la cornisa.
El apoyo de la cornisa del ábside sobre estas columnas lo hace por intermedio de un capitel monolítico y gemelo, cuyas decoraciones son sumamente interesantes.
El capitel izquierdo del grupo de columnas, situado a la izquierda del espectador, representa, muy probablemente, la caza del oso, argumento decorativo ya repetido en el románico, como vemos en el claustro de la Catedral de Tarragona, en la Cámara Santa de Oviedo y en otros muchos sitios, identificándolo casi en la colocación de las figuras con la caza del jabalí, también repetida, y entre las que citaremos la iglesia de San Pedro de Caracena, en Soria y las que aparecen en la iglesia de Piasca.
El oso, que parece trata de apresar con su zarpa a una persona caída, es acosado por tres perros, por delante y por detrás, alguno de los cuales consigue morderle en las ancas. Delante de la fiera, un ballestero y un lancero se disponen a herir al animal. Se percibe claramente la pica, que parece morder el animal, y la verga de la ballesta sujetada por la mano izquierda del arquero. El espacio superior se rellena con unas volutas en relieve. La representación de esta caza no es extraña en un lugar donde siempre, sobre todo en aquella época, debió de abundar el oso, guarecido en estas montañas campurrianas invadidas por el bosque.
El mismo nombre de Brañosera, pueblo tan cercano a estas tierras campurrianas, expresa la abundancia de osos en estos montes durante aquellos siglos: Brannia-Osaria, como opina Pérez de Urbel en su citada obra.

El capitel que apoya sobre la otra doble columna del lado derecho, tiene una representación de dos caballeros luchando en un torneo, motivo muy repetido en los capiteles románicos, y que Kingsley Porter (1928, I, pp. 81-83) supone de origen español. Transcribimos a continuación algo de lo que sobre este tema dice Porter: “El motivo de los caballeros combatientes, que se encuentra en el sarcófago de Jaca y, casi en idéntica forma, en San Stéfano de Pavia, es seguramente de origen español… En donde apa rece por primera vez este tema, que yo sepa, es en los pinjantes de Santa María de Naranco, que son del siglo IX…
Indudablemente el motivo es de origen oriental, pues se encuentra en un cofre bizantino profano del Victoria and Albert Museum, como también en el arte sasánida… Este motivo tan difundido, aparece en España antes que en ningún otro lugar, y probablemente tenemos razón al suponer que fue aquí en donde se originó. También sospecho que si no era en un principio la ilustración de una Chanson de geste se asoció en seguida con ella… En el ábaco de un capitel del palacio ducal de Estella… está claro que aquí el escultor intentó representar el duelo entre Rolando y Ferragut, creo que muchas de las representaciones de este asunto se imaginaron como ilustraciones de una Chanson de geste, pero no siempre era la Chanson de Roland… En las tapas del libro, del siglo XII, que se conservan en el Museo Episcopal de Vich, hay una escena análoga: aquí el centro de la composición está ocupada por una iglesia románica, que sin duda representa una ciudad.
En las esculturas de San Zeno de Verona, aparece una dama misteriosa, aunque tiene nombre, al lado de los dos caballeros; debe ser una figura característica de alguna des conocida chanson de geste. En el Salterio de San Albans aparece esta escena con una inscripción, o mejor dicho, con un ser món marginal, que le da un significado distinto del que en su origen tenía. Lo que está representado corporaliter, el escriba nos indica que debe ser entendido spiritualiter. Es decir, que el combate de los caballeros viene a ser una especie de representación del conflicto que las buenas y malas pasiones sostienen en el alma humana.
Esto recuerda el hecho de que, en la tumba de Doña Sancha y en Cluny, la escena del combate de los caballeros aparece en relación con la de Sansón y el león. Sor prende la repetida yuxtaposición de estas dos escenas, al parecer tan poco relacionadas entre sí, y acaso no es resultado del azar. Sansón es el símbolo corriente del valor; el Salterio de San Albans demuestra que se dio a la lucha de los caballeros una significación análoga, aún cuando el asunto fundamental siguió siendo la ilustración de una chanson de geste. Véase, también, sobre la conjunción de estos temas el trabajo de M. Ruiz Maldonado (1978, pp. 75-81).
Pero la decoración de nuestro capitel lleva otros motivos, además de la lucha ecuestre, que probablemente están relacionados. Porter cita ejemplos, como “la dama misteriosa de Verona”, donde al combate se unen otros complementos historiados que amplían la probable escena de la lucha, narrada en algún cantar de gesta, pues en la Edad Media este combate caballeresco se acomoda a descripciones muy repetidas en esta clase de obras representativas de la poesía popular, como es el caso de su adaptación a la lucha entre Rolando y Ferragut.

Aparece en nuestro capitel, además de la lucha citada y tradicional, una figura central provista de una falda o traje corto que parece, en su actitud de brazos abiertos, querer relacionar el torneo de su derecha con otra figura un poco enigmática situada a su izquierda, que representa un caballero montado sobre un fabuloso animal y sujetando con sus manos la cabeza de la fiera.
Ya desde el primer momento parece interesante esta amalgama de temas, pues  ver un nuevo ejemplo de la unión de la lucha ecuestre medieval con la figura de Sansón luchando con el león, temas decorativos que apa recen reunidos por segunda vez en el románico, como apunta Porter, y que en España podemos comprobar en monumento tan bello y arcaico como el sarcófago de Doña Sancha, en Jaca.
Evidentemente, es casi seguro que la figura montada sobre el animal fabuloso sea Sansón destrozando las mandíbulas del león, cuya melena haya sido esquemáticamente representada a base de grupos de líneas que se cortan.
Otros capiteles españoles y extranjeros, así como miniaturas y bronces, cuando representan esta escena de Sansón la tratan de una forma muy análoga, colocándole montado sobre la fiera completamente, como el citado sarcófago de Doña Sancha, en el relicario de San Vicente de Conques-en-Rouergue (Aveyron), o en el capitel de la Catedral de Notre Dame des Doms, en Avignon, del siglo XII. Otros, con un pie en el suelo, como en el capitel del claustro de San Cugat del Vallés. El nuestro sigue la norma más frecuente, que es la primera, cabalgando sobre el león, al que trata de reducir con el esfuerzo de sus brazos.
Este tema de Sansón se hace frecuentísimo en la Edad Media y muchas iglesias incluso lo llegan a colocar en el tímpano, como vemos en San Martín de Palmou o en San Mamed de Moldes, donde la inmóvil actitud de Sansón, con sus manos paralelas desquijarando al león, puede compararse con la representación de Santa María de Villacantid. Apareciendo también en numerosos capiteles, tratado unas veces con toda perfección realista, figurando otras en forma primitiva y tosca, como en la iglesia de Monzón (Huesca), o llevado a un esquematismo que indica algo más que primitivismo, como en Santa María de Villacantid.
De lo que sí conviene que haga mención es del tema que cita Màle, recogido ya por Ángel de Apraiz, existente en Ste. Croix de Burdeos, donde aparece una mujer al lado de un caballero –Constantino– que el mismo autor francés, dando una explicación simbólica, supone que es la Iglesia cristiana acogiendo a su campeón, vencedor del paganismo.
Si nos decidimos a introducir estos argumentos, basa dos en lo simbólico, podemos ver también en esta enigmática figura la representación de alguna idea abstracta, como la Virtud, recibiendo y alentando a los que por ella luchan contra las fuerzas del vicio, o bien, la misma o parecida idea de Màle (1931) de la Iglesia vencedora de las herejías.
Lo que sí queda claro es que, una vez más, quedan relacionados en el románico la escena del combate ecues tre y la lucha de Sansón con el león. ¿Tendrá todo ello la significación del valor –como apunta Porter– o podrá representar la lucha del alma con las pasiones del cuerpo? Por el hecho de que aparezcan estos temas tan poco femeninos en el sepulcro de Doña Sancha, ¿no será aventurado darles una explicación de base espiritual?

Prosiguiendo con la descripción exterior del ábside, es interesante hacer señalar la forma de las basas de las columnas gemelas, muy parecidas a las de la iglesia de Retortillo. Son basas pareadas, talladas en el mismo bloque de piedra y unidas íntimamente formando una basa compuesta. Están formadas por un pequeño toro, una suave escocia y otro toro sumamente alto que se une por medio de un pitón a un plinto estrecho que apoya sobre otro más alto que ya forma parte del verdadero contrafuerte absidal.
Todo el ábside se halla dividido horizontalmente por una imposta lisa que se adapta a las columnas y que es continuación de la arquivolta de la ventana y lleva, como ésta, en el biselado, cuatripétalas inscritas en círculo. La parte alta del ábside se corona por una cornisa adornada con puntas de diamante que se apoya en canecillos bastante erosionados y de muy variada inspiración. Vemos la bola que se une a un modillón, esculpida con una perfección matemática; la oca que introduce su pico en el mismo canecillo y otra que sujeta un pequeño animal monstruo so; leones que doblan su cuello para aprisionar entre sus dientes otros inexplicables animales; bichos fabulosos que sujetan en alto sus patas, sacando entre ellas la cabeza, y otras desgastadas e indescifrables figuras algo semejantes a las que aparecen en los canecillos de Retortillo, Bolmir y Cervatos, y todas ellas empapadas de un pronunciado orientalismo.

Interior de la iglesia
Lo mejor conservado del interior de la iglesia es, como en el exterior, la zona absidal, incluyendo el arco triunfal. Todo ello debe mantener la misma estructura de la primitiva construcción románica, exceptuando el luneto o ventana abierta en el arranque de la bóveda por el lado de la Epístola, que consta documentalmente se abrió en el año 1763 para dar luz a la capilla mayor Más ciento y siete reales que tubon de costo dos ventanas para dar luz al cuerpo de la iglesia y capilla mayor (Cuentas del libro de fábrica de Santa María, folio 89). Cuando yo la estudié por primera vez tenía un pequeño altar barroco, pobre, dedicado a Santa María, adosado al mismo cascarón del ábside, fue construido y colocado en el año 1739, según consta en el Libro de Cuentas de Santa María, folio 23; con la restauración actual ha desaparecido, y ahora se ve una imposta de cuatrifolias que separa la bóveda de horno del semicírculo absidal.
Naves del evangelio y central
Se abre el ábside hacia la iglesia por medio del arco triunfal, soportado en los ábacos de los capiteles. El capitel del Evangelio se adorna con las mismas hojas cuadrifoliadas de la imposta, pero en las esquinas ha colocado el escultor de Santa María unas ocas que introducen el pico en el ábaco, modelo que ya hemos visto en los canecillos. Carátulas angulares se ven también en San Isidoro de León, bolas en San Martín de Frómista, cabezas de carnero o de buey en la Catedral de Tarragona; pero la aparición de la oca no la conozco, por ahora, sino en Santa María de Villacantid y también me parece que es posible las tuviera un capitel del castillo de Loarre.
El cimacio de la columna de la Epístola se decora con entrelazo de cestería.
Estos capiteles del arco triunfal son también sumamente interesantes. Uno de ellos, el del Evangelio, sigue la norma iconográfica tan atrayente en esta ermita de Villacantid. Por si fuera poco una sola lucha de caballeros, vuelve a repetirse aquí el momento en que dos figuras ecuestres se disponen al combate o le concluyen por interposición de un personaje femenino, más solemne y hierático que el otro personaje del capitel antes descrito. Éste sujeta con las manos las bridas de ambos caballos y viste faldón hasta casi los pies. Conocemos en la iglesia de Fruniz (Vizcaya) un capitel con lucha semejante en la que interviene como mediador un sacerdote: Habla de él Gaya Nuño en su “El románico en la provincia de Vizcaya” y dice: “El papel eclesiástico de la mediación, es tema original en lo que se me alcanza”. (1944, p. 35). Igualmente la iglesia de Retortillo presenta un capitel espléndido –como ya vimos con este tema de la mujer como mediadora.
Capitel izquierdo del arco triunfal. Lucha de caballeros con mediadora. Torneo 

El caballero de la izquierda lleva la lanza en ristre y el de la derecha parece se dispone a meter o sacar la daga de su empuñadura. Nuevamente la incógnita. ¿Qué se ha pre tendido representar? ¿Qué hecho histórico o fantástico quisieron dejar esculpido en este capitel? ¿Qué simbolismo encierra?
Muy probablemente es la narración figurativa de un duelo medieval (Tregua Dei). Sabemos que el día señalado para hacer la batalla, los combatientes, acompañados de un sacerdote y de sus padrinos, se presentaban a la lid a caballo y todos armados, les glaives au point, epées et dagues ceintes, como escribe un historiador francés. Esas mismas cabe zas que, como en un segundo término, contemplan el combate: ¿No pueden representar los asistentes al duelo o los mismos padrinos?
Indudablemente, los artistas románicos utilizaron esta tradicional lucha de caballeros para representar acciones y personajes diferentes que ellos mismos conocieron quizá. Por eso no se puede dar a este tema una explicación capaz de generalizarse; unas veces puede ser el combate de Rolando y Ferragut; otras el pasaje de una canción de gesta desconocida, como en San Zeno de Verona; otras, como en Santa María de Villacantid, Santa Cruz de Rivas (Palencia), Santa María de Siones, Termes (Soria), Catedral vieja de Salamanca, San Pedro de Caracena, etc., la simple y naturalista representación de un torneo o duelo; y otras, finalmente, una explicación puramente simbólica de alguna relación espiritual, como en el sepulcro de Doña San cha o en el capitel del exterior del ábside de Villacantid.

La decoración del otro capitel del arco triunfal, del lado de la Epístola, es completamente diferente al anteriormente descrito. Aquí, los influjos orientales, manifestados sobre todo en esta fauna monstruosa e híbrida, están bien marcados. Las luchas de animales mitológicos llegan a lo cristiano medieval a través de lo árabe. Las representaciones de grifos y serpientes que se muerden, aparecen en las telas y marfiles arábigos e invaden muy prontamente todo el arte decorativo medieval. Cuando se construye Santa María de Villacantid, fines del XII, estos temas orientales se han prodigado en los primeros monumentos románicos, de manera que huelga buscar semejanzas, pues como la mayor parte de la decoración románica, a todo se parece y a nada es igual, flotando, por encima de influjos o tendencias, una indudable originalidad.
Nuestro capitel muestra un enfrentamiento decorativo entre dos grifos. Estos temas de oposiciones dibujísticas entre dos animales de la misma especie (leones, águilas, pelícanos, etc.) son típicas en todo el arte románico, nacional y extranjero. Las basas de las columnas del arco triunfal se componen de un enorme plinto de cincuenta centímetros de lado, sobre el que se apoya la basa propia mente dicha, formada por un equino, un grueso y abombado toro y una escocia. El toro se une al equino por una especie de pitones en la columna del Evangelio y por bolas en la de la Epístola.
Capitel derecho. Arco triunfal. Visión frontal 

A continuación de las columnas del arco triunfal sobresalen unas pilastras en cuyo cimacio, de idéntica decoración al ábaco del capitel correspondiente, apoya un arco doblado como el triunfal, también de medio punto.
Esto es lo más completo de la iglesia. De la pilastra antes citada arranca, del lado del Evangelio, otro arco a la misma altura del doblado toral, que nos puede dar idea de cómo debió de ser la iglesia primitiva, dentro, claro está, de una inseguridad perfectamente explicable. La iglesia de Villacantid debió de empezar a levantarse con la idea de hacer una pequeña iglesia de una sola nave, al estilo de Cervatos, Bolmir y Retortillo. Esto me lo prueba el hecho de que la imposta exterior del ábside esté embebida en la otra construcción posterior y señalando claramente, con su acomodamiento, la dirección del muro norte. Después, quizá incluso antes de terminar toda la fábrica románica primitiva, debió de pensarse realizar unas capillas o naves laterales a los lados.
Esto se debió llegar a realizar por lo que se refiere a la capilla del Evangelio, pues hoy todavía se cubre con bóveda apuntada, pero que ha debido de ser enormemente renovada por presentar un trazado e irregularidad que desorienta.
Actualmente el muro que separa la nave central de la lateral del Evangelio, se soporta en un arco alto de medio punto, rebajado por otro de una construcción muy posterior, rondando a la reforma del XVII, y por otro arco apuntado. Ambos apoyan sobre pilastras prismáticas e irregulares, rodeadas de columnas con sus capiteles románicos.
Estas columnas apoyan sobre fuertes bancos rectangulares y también inexplicablemente deformes, muestra clara de una serie de reformas que impiden el trazado de la pro bable planta de la románica Santa María.
En estas dos columnas nos interesan sobre todo sus capiteles. Uno de ellos, el único que se abre en la nave central, aparece decorado tan sólo con motivos geométricos formados por espirales, entre los que se adapta una serie de puntas de diamantes sin apenas resaltamiento, casi sólo dibujadas y toscas. Es el capitel menos interesante de toda la iglesia. Los que dan paso a la capilla del Evangelio están mejor trabajados. Uno tiene esculpidas dos figuras de animales que parecen representar lobos. Los huecos se rellenan con la misma decoración de espiral y líneas trazadas, y los ángulos con volutas bastante marcadas. Su ábaco, sencillo, lo forman salientes y entrantes escalona dos. El otro capitel se llena de volutas y espirales entrelazadas con una armonía bellamente desordenada.

Quedan todavía otros dos capiteles con figuración geométrica; uno de ellos tosco y amazacotado, sin decoración, no es más que un débil trazado de líneas apenas resaltadas. El otro se adorna con volutas o caulículos de gran profundidad que forman, al reunirse en los ángulos, una especie de bolas o pitones. La utilización de las volutas entrelazadas, tan usa das en Cervatos, pero aquí bastante diferentes, pudo ser debida a la influencia que el arte de la colegiata campurriana pudo ejercer en los canteros de Villacantid.
La mayor parte de las basas de estas columnas, cuyos capiteles acabamos de describir, se forman por un pronunciado y estrecho toro, una escocia también aguda y hundida y otro toro suave que se une al plinto por una lengüeta u hoja, como ya vimos en las basas de las columnas de la ventana.

Conclusiones y notas
La pequeña iglesia románica de Santa María de Villacantid se levanta en una región, Valle de Campoo, de antiguo perteneciente al reino de Castilla y a la diócesis de Burgos en lo eclesiástico. Forma parte de un grupo románico popular, el románico de la región de la antigua Castilla (Asturias de Santillana y norte de Burgos), que tiene muchas semejanzas formales y decorativas. El Valle de Campoo, sobre todo el de Enmedio, es pródigo en monumentos románicos, sencillos y pequeños, pero de bellas proporciones. Todo Campoo, por ser límite entre Castilla y León, así como por ser el paso natural de la meseta castellana al  mar, tuvo siempre una particular atención por parte de los condes castellanos, que dictaron aquí sus primeros Fueros (Brañosera y Cervatos).
Santa María de Villacantid está dentro de este grupo de iglesias, que primitivamente debieron de tener una sola nave y cuyos ábsides suelen reforzarse por contrafuertes mixtos de columnas y pilares. Fue, quizá, una iglesia de concejo, ampliada en varias épocas. Los canteros que la construyeron conocieron, sin duda, a los maestros del monasterio de Aguilar, pero siguieron apegados a una línea de rusticidad más primitiva.
A esto podemos añadir también algunas tendencias e influjos nórdicos como es el empleo del zig-zag en sus columnas, que nos permiten suponer alguna relación por esta época con el románico inglés, supuesto nada extraño cuando sabemos las relaciones de Alfonso VIII con la corte británica.
Pero es también indudable, y muy digna de tenerse en cuenta, la relación de este románico de Villacantid, y en general del románico de Campoo, con este núcleo original y de grandes influencias que fue la región norte de Palen cia. Las relaciones de esta parte de la provincia montañesa con Palencia han sido siempre bastante intensas y no cabe duda que en aquellos siglos las montañas no debieron significar nada para la expansión de este foco románico palentino tan lleno de carácter.

Sería absurdo pretender dar a la pequeña iglesia de Santa María una importancia excesiva, que no tiene, pero sí señalaremos entre sus notas más originales: Primera. El empleo de la decoración de los dientes de sierra (fustes de las columnas de la ventana y rehundido del bastión lateral de la puerta), con una libertad que no hemos visto en ningún otro edificio románico.
Segunda. La aparición en uno de sus capiteles de una escena reunida (Sansón luchando con el león y la lucha ecuestre), de que ya habló Porter.
Tercera. El esculpido de un capitel del arco toral con la lucha, otra vez, de dos caballeros a los que trata de contener, quizá, una dama o personaje desconocido, representación probable todo ello de un duelo medieval, y que vemos repetido, muy cerca, en Retortillo, por un excelente maestro de aquellos que trabajaban en los capiteles del monasterio de Santa María de Aguilar de Campoo.
Antes de terminar nos interesa apuntar las siguientes noticias, tomadas de los archivos del Ayuntamiento de Espinilla y San Pedro de Villacantid, y que, fuera de lo románico, amplían algo la historia de la iglesia de Santa María.
El apelativo de la Mayor dado a Santa María, cuya advocación lleva nuestra iglesia, se debió de utilizar para indicar preeminencia sobre la iglesia de San Pedro, preeminencia no de temporalidad, pues es posible que el monasterio de San Pedro, que cita la Carta de Cervatos, tuviera más antigüedad que la iglesia de Santa María, que incluso pudo ser alguna de estas iglesias que pertenecían a San Pedro, como consta en la frase del documento citado: Monasterium Sancti Petri cum suis eclesiis. Pero es muy probable que la de San Pedro quedase en olvido su antigüedad en épocas más recientes al derruirse su fábrica primitiva, y que la de Santa María viniera a ser entonces la más vieja, la Mayor, en el juicio de los pobladores del Valle.
Tradicionalmente debió de sentir todo el valle de Campoo de Suso una preeminente devoción por esta Vir gen de Villacantid, devoción que el tiempo debió de ir borrando, pues actualmente, fuera del mismo pueblo, casi nadie en el Valle se acuerda o sabe que existe esta advocación. Consta en los testamentos y en las mandas que se hacen durante los siglos XVII y XVIII que Santa María de Villacantid se equiparaba con otras iglesias o ermitas de tradicional arraigo en la devoción del Valle, como Santa María de Somahoz (hoy desaparecida), San Miguel de Somacelada y Santa María de Montesclaros, a las que los difuntos donaban velas o misas.

Santa María de Villacantid conserva una pila bautismal, hoy colocada en el fondo de la nave del Evangelio, que nos parece de época avanzada, quizás ya del XIV, seguramente realizada cuando se hicieron algunas reformas en la iglesia. Es semiesférica aplastada, y se halla colocada sobre basa moldurada de bocel y escocia. En la copa hay relieves de aspa y cruz, y en el centro dos figuras femeninas, una de saya hasta los pies y otra de corto faldellín hasta las rodillas. Entre ambas sostienen una gran flor de lis. El borde lleva una greca de medias esferillas entre dos baquetones.


Románico en el Valle de Valderredible
De todas las zonas de la Comarca de Campoo, la que más contenido románico tiene es, sin duda, el precioso valle por donde circula el joven río Ebro, llamado Valle de Valderredible.

Villanueva de la Nía
Villanueva de la Nía está situado en la zona occidental del municipio de Valderredible, en la margen derecha del Ebro; junto al quiebro que hace el río en su recorrido hacia el Este. Se halla a unos 600 m de altitud, en un llano; atraviesa su territorio el río Mardancho, que lleva sus aguas al Ebro en este mismo término. Dista de Polientes, la capital del municipio, 13 km. Se accede por la CA-273, Quintanilla de las Torres (Palencia)-Polientes.
Este lugar y su iglesia de San Juan se documentan en el Cartulario del Monasterio de San Salvador de Oña. Según su carta de fundación, “Don Sancho, conde de Castilla, y su mujer doña Urraca fundan el Monasterio de San Salvador de Oña, ponen por abadesa a su hija Trigridia y hacen relación de las posesiones con que dotan a la abadía”, Et in alfoç de Paretes ruuias, Alfania cum integritate. Villanova, cum sua ecclesia, cum integritate. Ecclesia Sancti Iohannis, cum integritate. Ecclesia Sancte Maria, cum integritate. In Pollientes, nostram portionem, in ecclesia et in villam… (ÁLAMO, J. del, 1950). López Mata (1957), apunta al respecto: “Dentro de Valderredibles (sic) existía en el año 1011 el alfoz de Paredes Rubias. El conde Don Sancho, para incrementar la dotación de San Salva dor de Oña, entresacó de él varios lugares… Estas mismas villas fueron de nuevo agregadas a Oña en 1048 por García de Navarra…”. El Diccionario Eclesiástico, en su tomo 3º, recoge: “Villa nueva de Alfanía o Alanía (S. Juan). Burgos. Orden de San Benito. Situado fuera de Valdiviesso, cerca de Sedano.
Se ignoran sus principios. Por escritura de 10-IV-1048 consta que el rey García Sanchez III, el de Nájera, y su esposa Estefanía lo dan a Oña y a su abad Iñigo. En otra de 1207 aparece en pesquisa de las propiedades de Oña”. M. A. García Guinea identifica este San Juan de Alfanía o Alanía, que se cita en el Diccionario, con la iglesia de San Juan de Villa nueva de la Nía, en Valderredible, no en la provincia de Burgos. Para ello se basa en los documentos anteriormente citados del Cartulario del monasterio de Oña; también, en que en el Becerro de las Behetrías (1352), se registra Villa nueva en la Merindad de Aguilar de Campoo como abadengo, e son vasallos del abad de Onna, a quien pagaban una tercera parte de la martiniega cada año (las otras dos las percibía el rey) y también, el derecho por infurción en especie. Además, se apoya en el significado de “Nía”, como un manojo de mies cortada y tendida para formar gavillas; y en el de Nial, como almiar donde se conserva el heno.
Por otra parte, también se documenta Villanueva en el Cartulario del Monasterio de Santa María de Aguilar de Campoo, como lugar de procedencia de uno de los testigos, en una carta de venta de una tierra y un prado en Susilla, fechada en 1219; se cita Villa Nova, entre otros pueblos limítrofes, Susilla, Lastrilla, San Esteban… (GONZÁLEZ DE FAUVE, 1992).
La iglesia parroquial de San Juan Bautista que asoma por encima del caserío de Villanueva de la Nía, se sitúa en un pequeño altozano rocoso. En su entorno se hallan restos de una necrópolis rupestre altomedieval, de tumbas antropomorfas excavadas en el roquedo. A unos 800 m, en el paraje de La Quintana, se encuentra una cavidad artificial, cueva-habitáculo de La Quin tana (BERZOSA GUERRERO, 2005).

Iglesia de San Juan Bautista
La iglesia románica existente en este pueblo de Valderredible, bajo la advocación de San Juan Bautista, y que es citada tanto por Yepes en la Crónica General de la Orden de San Benito (Madrid 1613-1621, Edic. Pérez de Urbel. Madrid, 1959-1960) y J. del Álamo en la Colección Diplomática de San Salvador de Oña (1950), y más recientemente por el Diccionario de Historia Eclesiástica de España, del Instituto Enrique Florez (1973), como monasterio benedictino situado “fuera de Valdivieso, cerca de Sedano”, y que nosotros hemos recogido, en documentos del siglo XVI-XVII, con situación próxima a Olleros de Paredes Rubias, con el viejo nombre de Villanueva de Alfanía, una veces, y de Alanía otras, nos vemos obligados a llevar la contraria a la opinión de los autores citados, para colocar lo en el actual pueblo de Villanueva de la Nía: primero, porque una “nía” es un sitio donde se amontonan las mieses cortadas para formar gavillas, como almiar, o si es evolución de alhania esta palabra, derivada del árabe al-haniy ya, con significación de lugar abovedado o con arcos, ha de colocarse a nuestro entender no en Sedano, sino en Valderredible. De ese monasterio de San Juan de Alanía o Alfanía, ignoramos sus principios. La primera escritura en la que se le nombra es del cuatro de abril de 1048, en donde consta que el rey García Sánchez III, el de Nájera, y su esposa Estefanía se lo entregan a Oña y a su abad Iñigo. Más tarde, en 1207, en una pesquisa sobre las pro piedades de este último monasterio, de nuevo aparece su nombre, y ni Yepes ni Álamo nos vuelven a dar más noticias de él. Dado que la actual parroquia lleva la misma advocación de San Juan Bautista y que mantiene aún gran parte de una iglesia románica, que puede ser fechada en las primeras decenas del siglo XII, no parece aventurado pensar que estamos viendo los restos de este misterioso monasterio de San Benito de muy vieja cronología, y hasta ahora de equivocada localización.
Desde luego, su pertenencia al abad de Oña, en relación con los vasallos del pueblo de Villanueva, se mantiene todavía en el siglo XIV, pues el Becerro de las Behetrías, ya vimos que consideraba al lugar como abadengo, aunque la martiniega se repartía entre el rey, dos partes, y el abad de Oña, una.
De la iglesia románica sólo ha perdurado, prácticamente, el ábside semicircular y el presbiterio con su arco triunfal. Despareció totalmente la única nave románica que tuvo, al ser derribados sus muros para agrandarla con tres naves, y en el siglo XVI-XVII, la que ahora existe, realizando una iglesia de planta rectangular, tres naves y dos tramos, a base de la colocación de dos grandes columnas cilíndricas, y dos responsiones de medias columnas entregas, para los muros interiores de las dos naves laterales, convirtiendo la iglesia en una verdadera iglesia de salón con cubiertas ojivales de terceletes, y combados, ya de cronología avanzada. La Fundación de Santa María la Real, Centro de Estudios del Románico, ha llevado a cabo una concienzuda restauración, dado el estado deplorable que estas bóvedas tenían, en peligro inminente de derrumbe.

Al exterior, salvo ábside y presbiterio, como dijimos, todo es moderno, aunque los muros de la nueva construcción se hicieron en sillería, perfectamente concertada, pero las cornisas de la nave románica desaparecieron y, con casi seguridad, el mismo fin llevarían los canecillos que sin duda existieron. También es muy probable que, en el hastial occidental, tuviese la fábrica románica una espadaña, que también fue sustituida por la actual, que, en gran medida, al menos, transformó la antigua, pues es en el cuerpo bajo de la espadaña, que ahora vemos, se abrió una puerta de arco de medio punto y pilastras renacentistas, muy en concordancia con el resto de lo innovado.
El ábside y el presbiterio, presentan una conservación que nos parece envidiable, aún cuando se ve alguna discordancia en los muros exteriores del presbiterio, pues la cornisa del muro sur, en su unión con la del ábside, resalta un contrafuerte del que carece el presbiterio norte. Esto, y la apertura, en el presbiterio sur, de una ventana rectangular con abocinamiento exterior para una larga aspillera vertical, que tampoco la tiene el del norte, creemos que son las únicas modificaciones que han podido perturbar la belleza y la simetría de una cabecera románica impecable.

El ábside es alto, aproximadamente como el de Cervatos, de perfecto semicírculo, que se une directamente al presbiterio sin ningún contrafuerte o columna que le divi da en calles. Creo que el presbiterio del norte fue el modelo, que en el del sur, quizá por presiones del arco triunfal, tuvo que ser reforzado por el contrafuerte, al que en líneas anteriores nos hemos referido, y que tuvo como consecuencia el colocar sobre él dos canecillos, el cuarto y el quinto, que primitivamente, estarían, como los otros, apoyados en el alto bisel de la cornisa de presbiterio.

Los cinco canecillos de este presbiterio sur son, de izquierda a derecha: 1.- Roto. Sólo se ven cuatro muñones, dos arriba y dos abajo, como si hubiesen sido los restos de un animal de cuatro patas o de una figura que nunca podríamos recomponer; 2.- Figura masculina, sentada, que se abre la boca con su mano izquierda y con la derecha debió tocarse un falo que aparece partido; 3.- De difícil reconocimiento, tal vez una mujer desnuda con sus piernas alzadas que sujeta con las manos. Su estado de desgaste, como casi todo el resto de los capiteles, no permite suposiciones seguras; 4.- También difícil de afirmar su representación, parece un animal que muerde un rollo horizontal?; 5. Hombre sentado, de frente, que carga con un bidón sobre la espalda y que sujeta con sus manos. Como sabemos es figuración muy utilizada en los canecillos románicos. La cornisa, que se repetiría en todo su recorrido de ábside y presbiterio sur, lleva un resaltado y grueso baquetón, mar cado con una fuerte incisión, que rompe la arista del borde.
Capiteles 2 y 3
Capiteles 4 y 5

El ábside, en su casi limpieza exterior, queda dividido en dos cuerpos por una imposta situada algo más cerca del suelo que de la cornisa, que va toda ella decorada de taqueado muy prieto, en tres filas, sobre el que se coloca la ventana, también románica, que se sitúa en el mismo centro del muro absidal.
Esta ventana lleva, en su centro, una alta y ancha aspillera, cerrada en arco de medio punto sin ninguna muestra exterior de abocinado.
Está enmarcada, a cada lado, por ambas columnas de fuste liso, coronados por capiteles vegetales muy semejantes. El izquierdo, se decora con una especie de gran flor heptapétala, ovalada y vertical, que ocupa el esquinal del capitel y aparece protegida en lo alto por el paraguas de una hoja lisa de acanto que debió de tener una cabecita de animal, ahora casi toda destrozada. La hoja va colocada en el vértice de dos ramas arborescentes cuyo tronco o raíz parece sujetarse al centro del collarino, como si le agarrase con tres dedos. Cada rama, formada por ocho volutillas en el lateral izquierdo, y por doce, en el derecho, ocupa todo el espacio que le corresponde en el capitel, formando un juego de volutas que acaban en pequeñas manzanas esféricas o bolas. Independientemente de estas ramillas, pero saliendo del grupo, dos volutas más grandes suben hasta tocar el cimacio, que está formado por dos pisos de nacela sin ninguna decoración. El capitel derecho, aunque del mismo tipo decorativo que el izquierdo, no tiene este juego arborescente de volutas.

 

Del collarino sale una base de acantos lisos y vueltos, a modo de pitones gruesos, en número de seis, siendo el central más ancho, pero cuya cabeza aparece fracturada, sin que podamos asegurar si acababa en gran bola o pitón mayor. Sobre esta especie de soporte surgen, en vertical, hojas lanceoladas y cóncavas, que ya vimos, por ejemplo, en los capiteles del pórtico de San Isidoro de León, pero aquí protegidas cada una, por dos volutillas con marcado terminal de bola o manzana, semejantes, a las del capitel izquierdo, y situadas en vertical, una a cada lado de las hojas. También, repitiendo el orden de la simetría del capitel opuesto, salen del grupo dos volutas más grandes, para formar el ángulo del capitel. El cimacio es idéntico de nacela doble. Sobre estos dos capiteles, carga un arco de medio punto formado por siete dovelas, lisas y sin ninguna decoración o moldura, sobre el que dobla otro mayor de las mismas características del anterior, pero sin marcarse arquivoltas ni chambrana. Las basas de las columnas de esta ventana –de simplicidad notable, pero que recuerda mucho a las ventanas de Cervatos– son de escocia poco marcada y de toro bastante aplanado sobre plinto de poca altura.

El semicírculo del ábside lleva cornisa casi intacta, con borde de baquetón, siendo sostenida por catorce canecillos que no parecen haber sido removidos.
El primero, desde la izquierda, representa una liebre colocada caminando a cuatro patas sobre la nacela del capitel, con la cabeza de largas orejas hacia abajo y entre las dos patas delanteras.
El segundo figura un águila muy tosca, con las alas explayadas y las patas sobre la parte baja del canecillo. Esta representación del águila es muy común en estos canteros del círculo de Cervatos.
El número tres, casi entero, representa a un cabrito de punzantes y largos cuernos, tendido boca arriba sobre la nacela, con las patas delanteras hacia arriba y largas barbas que le llegan hasta el ombligo; entre las patas traseras, plegadas, se apercibe su sexo masculino.
El cuarto, parece un hombre con patas de cerdo, desnudo y de frente, que se agarra con los brazos y manos a un rodillo que está en lo alto del canecillo, en actitud de iniciar un salto de trapecio. La cabeza, que ha sido totalmente seccionada, no nos permite decir si fue de animal, mono u hombre.
El canecillo cinco, representa a una mujer desnuda, con toca plisada en la cabeza, y con los pechos bien señalados, en el momento de dar a luz una criatura, cuya cabeza se ve aparecer fuera ya del cuerpo de la madre que, con sus manos en alto, se agarra a otra especie de rodillo, como para querer representar los esfuerzos que el acto requiere.
El número seis, está muy roto en su parte inferior y no nos permite ver lo que este hombre, que parece sentado y desnudo, está haciendo. Se ve perfectamente que el antebrazo derecho lo acerca a la mejilla de este lado.
Pudiera haber tenido la pierna izquierda colocada sobre la rodilla derecha, pero nada es seguro, ni siquiera si fue una figura itifálica.
El canecillo siete, es una bella pieza de un hombre sentado que mantiene entre sus piernas un sarcófago o arpa, en vertical y vacío, al que sostiene con ambas manos, mientras apoya su cabeza, totalmente ladeada, mirando al cielo, y con unos ojos de párpados abiertos, tan característicos en el estilo de las manos que labraron los de Cervatos. No es nueva esta representación del hombre que mantiene un sarcófago, pues ya le hemos visto en otro canecillo de Santillana del Mar, que hoy se muestra en el claustro de la colegiata, procedente de los que estuvieron en la cornisa del muro meridional de la iglesia, y que se quitaron para colocar las arquerías del siglo XVI-XVII, que hoy se ven sobre la puerta principal de la iglesia de Santa Juliana.
El canecillo número ocho, presenta ahora sólo la superficie de la nacela o caveto, pero se aperciben unas marcas que permiten suponer que existió una talla hoy desaparecida.
El número nueve, es un cabrito con cuernos doblados y hacia abajo, y con las patas delanteras levantadas como para embestir.
El diez, es otro canecillo de muy difícil interpretación, se trata de dos figuras, una más grande, la pegada al caveto, con cabeza de mujer (se apercibe la toca en la barbilla), y sentada, puede estar desnuda, que sostiene con sus brazos y entre sus rodillas una figura de hombre que lleva en su mano izquierda una especie de escuadra en forma de L, y con su mano derecha parece colocarla en actitud de bendición. Imposible saber que puede sugerirnos esta pareja con tal disposición inexplicable.
El número once, no es más claro que el anterior, pudiera tratarse de una escena circense de dos trapecistas, pero es muy difícil asegurar la disposición de las figuras.
El canecillo doce está muy erosionado en toda su parte alta. Lo que deja transparentar es que pudiera tratarse de una pequeña figura que, doblando la espalda apoya sus antebrazos sobre las rodillas y baja la cabeza. Entre sus piernas hay colocada una cabecita humana ¿Escena de parto?
El canecillo número trece, es una gran bola con caperuza; el catorce, o último canecillo del semicírculo absidal, es un pequeño cerdo que husmea con su hocico.
Canecillos 12, 13 y 14 

Los canecillos del presbiterio norte, son cinco. El primero, es una especie de cuerno doblado que sale del caveto, desde arriba, y no llega a juntarse al caveto en su parte baja. El segundo, es simplemente en caveto, sin otra talla. El tercero, muy roto, pudiera ser una mujer dando a luz o trapecistas. El número cuatro, un personaje echado de bruces a todo lo largo sobre el caveto, que lleva cabellos peinados con raya y parece vestir un traje de piel sujeto con cinturón de disco dorsal, que Pedro Luis Huerta Huerta dice que era “un cinturón de fuerza que era utilizado por campesinos (vendimiadores y segado res), porteadores y por personajes especialmente vigoro sos, como los acróbatas, los atlantes o forzudos y lucha dores, de ahí que, de forma genérica, se haya identificado a las figuras que lo llevan” (HUERTA HUERTA, P. L., Enciclopedia del Románico de Castilla y León, Fundación Santa María la Real, t. I, Burgos, Aguilar de Campoo 2002, p. 519). Figuras con este tipo de cinturón se ven en las iglesias burgalesas de Boada de Villadiego, Tablada de Villa diego, Crespos, San Miguel de Cornezuelo y Vallejo de Mena, y en Cantabria en la de Cervatos y en esta de Villanueva de la Nía. También en Francia hay ejemplos de la representación de hombres utilizando este cinturón. El último canecillo del presbiterio norte, lleva una máscara de animal con cuernos de cabra que parece estar clavada a un vástago vertical y cilíndrico grabado con línea de sogueado. Estos dos últimos canecillos están muy erosionados.

El interior de la iglesia, como hemos dicho anterior mente, queda reducido, en lo románico, a su cabecera: el semicírculo del ábside se cubre con bóveda de horno que apoya sobre imposta de ajedrezado, en tanto que el presbiterio lo hace con cañón de medio punto que, igual mente, reposa sobre la misma imposta de billetes de tres filas. En el centro del muro semicircular, se abre una sola ventana de simple arco doblado, sin arquivoltas decoradas, es decir, en organización idéntica a la que tenía el hueco al exterior, aunque ahora se abocina el alfeizar, y los capiteles se adornan de la siguiente manera: el izquierdo, tiene cimacio de tallo serpentiforme, que sale de la boca de una cabeza angular y va encerrando, en su recorrido, palmetas de número diverso de hojas de limbo cóncavo, en disposición totalmente igual, a modo de ataurique, que repetidamente veíamos en el tímpano de Cervatos, y en los cimacios de sus capiteles, señal inequívoca de la mano de un mismo taller. La cesta lleva volutas, hojas y pitones. El capitel derecho, es de cimacio biselado y liso, y su cesta es de alto interés iconográfico, pues representa la figura de un hombre sentado, vestido con túnica, en cuclillas, mostrando sus piernas desnudas y cogiéndose las canillas con ambas manos.
Se cubre la cabeza, de destacado tamaño, con un peinado rizoso. Los huecos de la cesta se llenan con dos bolas con caperuza. El simbolismo de esta figura se nos escapa. Los fustes de estas columnas son lisos y monolíticos, y sus basas llevan toro alto muy reducido, a modo de collarino, escocia normal y toro bajo, tipo neumático, con bolas que pisan un bajo plinto. Interiormente, esta ventana apoya sobre otra imposta, también de ajedrezado, que se corresponde con la exterior del ábside, y que recorre el semicírculo absidal y el presbiterio.


El arco triunfal, es de medio punto, doblado, que carga sobre dos capiteles iconográficos y éstos sobre medias columnas entregas compuestas de tambores. Los cimacios de ambos capiteles se adornan con el mismo motivo de tallo serpentiforme, que va encerrando, en su recorrido, hojas palmiformes del tipo similar a las ya conocidas y vistas en Cervatos, pero siempre algo distintas.
La cesta del capitel izquierdo lleva lo siguiente: lateral izquierdo, cabecita cortada en lo alto y cuerpo de león, que junta su cabeza en el esquinal, con otra de otro león que mira a la izquierda, y tiene su cuerpo ocupando media cesta, y sus ancas pegadas a otro león que mira a la derecha. Éste junta igualmente su testa al cuarto león, que ocupa el lateral derecho de la cesta, con otra cabecita cortada.
A todo lo largo de los lomos de los dos leones centrales, y sobre ellos, secuencia de dos pisos de puntas verticales de hojas lanceo-ladas y cóncavas, y cabecita que parece humana. Todas las patas de los leones apoyan en el collarino.
Este capitel tiene paralelos de estilo y técnica con otros de Cervatos, Bustasur, Bolmir, Bárcena de Pie de Concha, Pujayo y San Juan de Raicedo, y sin duda deben de pertenecer a un taller que trabaja, en la primera mitad del siglo XII, en el norte de Palencia y sur de Cantabria.
El capitel derecho lleva, en el centro de la cara frontal de la cesta, una figura revestida, de frente, que apoya sus manos sobre el pecho, abiertas y mostrando sus palmas, en postura de orante. A su derecha, otro personaje con su mano derecha sobre el vientre y la izquierda sosteniendo un cuerno de cazador que lleva aplicado a la boca, y a su derecha, una mujer entocada que levanta con sus manos las piernas mostrando el sexo, en postura ya vista en capitel de Cervatos y en otros sitios. Sobre estas figuras, y entre ellas y el cimacio, dos grandes ramos de palmera, en horizontal, vistos también en capiteles de Cervatos y Bolmir.
La espadaña que conserva la iglesia, ha sido muy reformada. Es de tres cuerpos, pero nada existe en ella verdaderamente románico. Está en el hastial occidental, tiene tres troneras, dos grandes ventanales en el segundo cuerpo, y un rosetón en el primero, sobre la puerta de entrada, de arco de medio punto rebajado, sobre jambas de placas acompañadas de otras más altas a los lados, del mismo carácter; obra, muy posiblemente del siglo XVI-XVII.
Finalmente existe, en un sillar del ábside (exterior) un fino grafito que quizá pueda indicar una fecha, pero que creo que deberá analizarse con tiempo in situ, por ver si puede llegar a leerse algo. La pila bautismal se encuentra a la izquierda de la entrada a la iglesia, es semiesférica, con cuba cuajada de escamas verticales. Lleva en la embocadura un poco abultado bocel y reposa sobre tambor cilíndrico. Sus medidas: 109 cm de diámetro y 105 de altura.


San Martín de Elines
El pueblo de San Martín de Elines, en donde se levanta la iglesia románica más importante de todo Valderredible, se sitúa a la margen derecha del río Ebro, a 9 km de Polientes y a pocos metros del vado más conocido y notable del río merced a un viejo puente, hoy modernizado. Elines tiene una altitud de 690 m, y, salvo Polientes, puede ser uno de los pueblos del valle más poblados, con 49 habitantes, que son vigilados de cerca por un bellísimo acantilado “La Muñeta” (1.179 m), una de las avanzadas naturales del espinazo pétreo de La Lora. A muy pocos kilómetros del pueblo, y hacia el Este, el Ebro inicia su paso por las imponentes Hoces de Orbaneja del Castillo, un paisaje natural y bravío de gran atractivo.
El núcleo de población cuenta con un interesante conjunto arquitectónico tradicional bien conservado; separada, a escasos metros, sobresale su iglesia-colegiata de San Martín. Fue declarada Monumento Histórico-Artístico Nacional, en 1931.
Se accede, siguiendo el curso del Ebro, por la CA-275, de la que sale la carretera local, que cruza el río, hasta San Martín de Elines. Algunos restos prehistóricos, como el menhir de “Lanchahincada”, sobre la Lora son testimonio de la presencia humana en este territorio, desde la Edad del Bronce. Son muy escasos los documentos antiguos que hacen referencia a este lugar y a su iglesia, y forman parte del Archivo Histórico de la Catedral de Burgos.
Según L. Serrano (1936), era de patronato particular y estaba sometida a la jurisdicción de esta diócesis. Los patronos nombraban al abad, presentándole previamente al diocesano. Los canónigos de la colegiata eran elegidos entre el patrono y el abad. El Cabildo gozaba de autonomía interna. El abad nombraba a los clérigos de las iglesias dependientes de la colegiata. En 1165, Alfonso VIII daba a Pedro Martínez, abati de Nelines, las villas de Espinosilla y Repentidos, en el alfoz de Rabanales, según carta de donación y confirmación.
El Becerro de las Behetrías (1352), registra varios lugares de Valderredible que eran abadengos de San Martín de Elines: Repudio, La Piedra, Arroyuelos, Villaverde de Hito, Polientes, Sobrepeña, Rucandio, Campo de Ebro, Quintanilla de An, Entrepuerta, Rocamundo, Corada, Santa María de Hito o Población de Arriba; y otros solariegos, como Ríopanero, cuyos vasallos (en ambos casos) le pagaban a esta abadía su derecho por infurción cada año. Consta en el Becerro Sant Martin de Helines, en la Merindad de Aguilar de Campoo; era solariego de los Villalobos y de los Manrique, y vasallos de Lope Rodríguez de Villalobos. Pagaban al rey moneda y servicios, y al monasterio de San Martín de este lugar le pagaban cada año por infurción.

Iglesia de San Martín
El primero monasterio, y luego colegiata de San Martín, fue durante toda la Edad Media un centro de organización del valle y, sin duda, uno de los poderes más destacados en el gobierno material, espiritual y cultural de la comarca.
Desgraciadamente, apenas se conservan documentos que nos lo atestigüen, aunque las circunstancias históricas que le dieron vida nos permitan imaginarnos que en los siglos XI-XIII, los siglos del románico, y del auge monasterial en los reinos castellano-leoneses, tuvo que tener un notable desarrollo que, a partir del XIV, fue disminuyendo, hasta que nuestra colegiata se extinguió, tanto por imperativos papalinos e históricos, como por deseo del tercer marqués de Aguilar de Campoo, Juan Fernández Manrique, que a la vez era conde de Castañeda, canciller Mayor de Castilla y embajador extraordinario en los Estados Pontificios, etc., quien solicitó del Papa Paulo III que se elevase al rango de Colegiata la iglesia de San Miguel de Aguilar y se suprimiesen las de Castañeda, Escalada y San Martín de Elines, anejándolas a la citada iglesia de Aguilar. Accediendo el Papa a esta petición, ésta se aprobó en 1541, desapareciendo la colegialidad de la de Elines, aunque nombrando primer Abad de Aguilar al último de Elines, don Sebastián de la Pinta (ALCALDE CRESPO, G., Aguilar es otra historia, 1995, pp. 131-132).
Pero aparte de esta “pública escritura de concordia”, que fue la necrológica del antiguo monasterio y luego colegiata de Elines, pocas noticias más tenemos. El Cartulario, si le hubo, tendría que haber pasado a la nueva colegiata aquilarense. Desconocemos la documentación que sobre Elines existirá en la Colegiata de San Miguel de Aguilar, pero las pocas noticias que he visto publicadas de este archivo, son ya de la segunda mitad del siglo XVI y XVIII, y, por lo tanto, años después de su supresión como colegiata.

Exterior de la iglesia
Colocada en lo más alto del pueblo, desde que uno se va acercando a él, destaca su torre o husillo cilíndrico, que reaparece una y otra vez detrás de las altas choperas del Ebro. Asentada sobre un pequeño prado de yerba verde, perfecta y amorosamente cuidada por Don Bertín, sacer dote ya inseparable de su iglesia, San Martín de Elines es uno de los principales atractivos del valle. Además de su torre sobresalen también, al exterior, su linterna cuadrangular, su alta nave y un solo ábside de la misma altura, que en conjunto dan una personalidad diferenciada al monumento. El conde de Cedillo, el primero que en 1925 hace una visita científica a la colegiata, nos la presenta con una redacción muy de la época, pero ciertamente sugestiva: “Estamos –nos dice– ante el templo parroquial, que alza sus gallardos perfiles en ventajada posición. Desde allí puede apreciarse bien el espaciado valle, que se dilata y va en descenso desde poniente a oriente. En el fondo la ancha y argentina cinta del río, con su doble y frondoso acompañamiento, que parece que le tributa los honores de su nombre, importancia y significación requieren. Cierran el valle dos altas murallas laterales: por el norte los montes del Hito y por el sur los de La Lora, en cuyas cúspides comienza con la provincia de Burgos una región natural llamada Páramo de la Lora y también Pata del Cid. Por el oriente limita la vista la peña de Castro Ruyo, recortada y pintoresca de líneas, al pie y a la derecha de la cual escapa el río metiéndose en tierra burgalesa” (CEDILLO, Conde de, “Una excursión a San Martín de Elines (Santander)”, Bol. Soc. Española de Excursiones, 1925, nº XXXIII, pp. 5-6).
Ya vimos, en mi Introducción al Románico de Cantabria, que el verdadero y detenido estudio, para su época, lo hizo el Conde de Cedillo en 1925, como consecuencia de una excursión que este escritor aristócrata hizo desde Reinosa, el día 29 de agosto de 1924, acompañado de miembros de las familias reinosanas Abellanosa, y de la Mora, así como del político liberal español Antonio Maura, que veraneaba entonces en Corconte, Los detalles que el conde de Cedillo nos da de este primer contacto, en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, en 1925, son interesantes, porque cuando inicia el estudio de San Martín de Elines, efectúa una verdadera búsqueda de bibliografía para conocer la historia de esta colegiata montañesa. Preguntó Cedillo al cura del lugar por el archivo de la iglesia, pero éste –según respuesta– “había sido, hace muchos años, trasladado al Archivo de Simancas”. Cuando Cedillo vuelve a Madrid, después de haber estado todo el día en San Martín, realizando la descripción de la iglesia, busca afanoso, pero inútilmente, fuentes sobre la historia del monasterio. Nos dice las que consultó esperando algo positivo, pero: “Ni la España Sagrada [de Florez] en su ingente aparato de volúmenes –nos dice– ni la “Crónica de la provincia de Santander” (Madrid, 1869), de Assas; ni “Costas y Montañas”, el áureo libro de mi admirado Amós de Escalante; ni el bello y substancioso “De Cantabria”, que dio a luz, en 1890, el amor filial de algunos entusiastas escritores y artistas montañeses; ni el “Santander” (Barcelona, 1891) de D. Rodrigo Amador de los Ríos, incluido en la conocida colección “España, sus monumentos y arte…” ni “Reinosa y el valle de Campoo” (Santander, 1916), de D. Julio G. de la Puente, obras todas ellas, de que, por su índole, pudiera esperarse algo, nada dicen respecto al particular. Sólo el socorrido Madoz, en su Diccionario geográfico (t. XI, p. 256) dedica un párrafo al pueblo al que llama “San Martín de Helices (sic)…”. Por otra parte, ni el Archivo Histórico Nacional ni en la Real Academia de la Historia, hallé dato alguno relativo a San Martín de Elines ni aún de Valderredible, no obstante que, secundado con todo interés por los dignos funcionarios de aquellos abundantísimos depósitos documentales, examiné sus índices de impresos y manuscritos y muy especialmente el tan copioso de la colección Salazar, de la Academia, y el de la “Sección del Clero secular y regular, del Archivo”.
Buscó y consultó también el conde de Cedillo, el Catálogo monumental y artístico de la provincia de Santander, de Don Cristóbal de Castro, que estaba “inédito en el Ministerio de Instrucción Pública”, en donde encuentra tan sólo sobre “Elines. La Abadia vieja”, el siguiente parrafo: “Vecino a Reinosa, en el pueblecito de San Martín de Elines, existió una abadía de la que apenas restan un ábside desportillado y una portada de archivolta triple y capiteles que debieron ser bellísimo (sic), a juzgar por alguna figura que ha resistido juntamente la barbarie del tiempo y de los hombres”.
No le convence, por exhausto, lo que el citado Catálogo le dice, ni tampoco las cinco líneas que sobre el monumento encuentra en la Historia de la Arquitectura Cristiana; de Lampérez (1908), por lo que escribe a continuación: “Yo no sé si los Sres. Lampérez y Castro visitaron la iglesia de Elines antes de redactar estas líneas. Lo que sí puedo afirmar es que las del Sr. Lamperez son insuficientes, dada la importancia del monumento; y que las del Sr. Castro distan mucho de inspirarse en las realidades que he visto con mis propios ojos. Impónese, pues, una descripción más amplia y más justa y esto es lo que voy a intentar, creyéndolo de interés para mis consocios excursionistas, en general, y, en particular, para los cofrades de la espiritual hermandad en que de antiguo y como fervoroso adepto milito, de los Amigos del Arte románico español”, (pp. 11-12).
Toda la descripción que Cedillo hace, tanto interior como exteriormente, del ábside de la iglesia de Elines, es sumamente interesante y de singular nomenclatura. A la cornisa exterior la llama “funículo”, por el sogueado de su borde. Al relieve del muro sur, exterior, la famosa “Choricera”, la describe como “el Salvador sedente, benedicente y con nimbo crucífero y acompañado a ambos lados por sendas figuras que están de pie y parecen tener también nimbadas las cabezas”.
Fue además Cedillo el primero que, con el permiso del cura párroco, picó un poco del reboco moderno que ocultaba la arquería mozárabe o visigoda del cementerio, que hoy sabemos fue el viejo monasterio de Elines durante el siglo X, que conocemos por un documento que copia Berganza en Historia del monasterio de Castañeda, en donde decía textualmente que en la Era de 1140 (año 1102) se arruinó el monasterio de San Martín: ruit ecclesia Santi Martini de Helines, lo que nos permite casi asegurar que la fábrica románica que ahora contemplamos debió de comenzarse en estos primerísimos años del siglo XII.
Pero además, en el valioso artículo del conde de Cedillo, a más de cuatro fotografías de Carlos Navarro, sobrino del conde, que también acompañó a los excursionistas, incluyó dos dibujos de D. Casto de la Mora (padre), de una visión del ábside, desde el Este, que muestra que la iglesia, y en esa fecha de 1925, tenía una pequeña buhardilla sobre el ángulo SO de la linterna. Nos dice también que el ábside estaba oculto detrás de un retablo del siglo XVIII, y no pudo ver por ello, o no se apercibió, de la existencia de pinturas.
Recogidas estas noticias valiosas para la historia de la colegiata de Elines, que nos dio el conde de Cedillo en 1925, pasamos a describir sucintamente que es lo que nos ofrece hoy la colegiata, tanto en su arquitectura del exterior, comenzando por el muro sur de su única nave, como en su interior.


Muro sur. Conjunto 

El muro sur de la nave, de unos 10,50 m aproximadamente de altura, es todo armado de sillería bien tallada, y tiene una longitud, desde el extremo occidental al husillo, de unos 17,50 m. Dos estribos sencillos que casi llegan a la cornisa, separados entre sí tres metros, dividen el paramento en tres tramos. El primero (izquierda) y el tercero (derecha) se abren en correspondiente ventana, colocadas casi a la misma altura, siendo algo más pequeña la primera, y casi unida al primer contrafuerte; y las dos de arco de medio punto, sin columnas ni arquivoltas. La ventana del tercer tramo está casi centrada en éste. Entre los dos contrafuertes, existió una puerta, hoy tapiada, en arco de medio punto, indudablemente románica.
Tiene todo este muro cornisa continuada, sin decoración (simples losas prismáticas) sostenida por una larga serie de canecillos bastante bien conservados, que son, de izquierda a derecha: 1.- Cuerpo de animal, parece oso, que sujeta con la boca y patas delanteras, un rollo horizontal. 2.- Hombre sentado, que apoya las manos en un bastón grande, en T. Va vestido con traje largo hasta los pies. 3.- Cabeza y busto de ángel, con alas, que lleva una cruz en su mano izquierda y bendice con la derecha. 4.- Cabeza grande de animal fantástico con las fauces abiertas. 5.- Canecillo roto. 6.- Animal sentado. 7.- Está también fracturado y debió de ser un pez vertical del que sólo queda la cola. 8.- Mujer sedente, con cofia o turbante. Su brazo derecho lo apoya en la rodilla del mismo lado. 9.- Protomo de carnero, con los cuernos muy vueltos hacia atrás. 10.- Cabeza monstruosa entre humana y animal. 11.- Cabeza de cabra con cuernos verticales. 12.- Canecillo roto, quizás animal, vuelto de espaldas, que sostiene con sus patas traseras una bola fracturada que pudo ser una cabeza. 13.- Águila sujetando una cabeza humana entre las patas. 14.- Protomo de corzo. 15.- Hombre con cabeza de mono, desnudo, itifálico, sedente; lleva una soga al cuello que va sujeta a un rollo horizontal que el propio ensogado coge y apoya entre sus manos. 16.- Parecido al 12 pero también roto. 17.- Cabeza humana, calva, con la boca abierta. 18.- Oso como sentado, que apoya sus patas delanteras en el canecillo y mira hacia el Este. 19.- Dos bolas gruesas sobre caveto. Muy desgastado, tal vez fueron dos cabezas, una sobre otra. 20.- Dos pitones superpuestos. 21.- Cabeza de animal humanizada. 22.- Cabeza de hombre, barbado y con bigote, calvo en el centro y con flequillos laterales, tal vez monje, de bastante buena talla, con pupilas taladradas, como suelen aparecer los ojos en esta serie de canecillos. 23.- Canecillo roto con cabeza de animal. 24.- Dos rollos, a modo de capullos de gusanos de seda, con bola de caperuza en el centro y laterales con volutas. 25.- Animal sentado, decapitado. 26.- Dos serpientes entrelazadas. 27.- Halcón o paloma, de frente, con gran buche.


Canecillos muro sur

Detalle
Detalle
Detalle
Detalle
Detalle 

La linterna
Acabada la cornisa con canecillos del muro sur, sin aparente signo de ruptura, se pasa al muro bajo de la linterna. Se rompe la secuencia de modillones, y en este trozo que se junta al muro del husillo, se ve incrustada una placa relivaria, muy bien enmarcada, excisa, en donde se resaltan (muy confusamente, porque está rota y desgastada) tres figuras: una central que parece sentada, a modo de pantocrátor, marcándose bien la verticalidad de las piernas y una vestimenta larga con posibles pliegues paralelos y circulares. Toda la parte del pecho y cabeza está completamente destrozada. Parece que la cabeza debió de llegar al marco y que el brazo derecho lo tenía doblado hacia arriba y el izquierdo pudo tenerlo apoyado sobre el pecho de otra figurita de pie, de tamaño mucho más pequeño que la central que se sitúa a su izquierda. Otro personaje del mismo tamaño, aparece al otro lado del supuesto pantocrátor. ¿De qué se trata? ¿Un sacerdote y sus acólitos? Su estado de destrucción es tal que impide casi entrar en sugerencias.
Su estilo, más que visigodo o mozárabe, parece románico viejo, pero nada puede asegurarse. En el pueblo, llaman a este relieve “la vieja choricera” porque, según cuenta Don Bertín (pág. 46), en otro tiempo, durante la Cuaresma, se hacía la catequesis de los niños en la iglesia y por las tarde al volver a sus casas a por la merienda, que siempre solía consistir en un bocadillo de pan y chorizo, las madres, muy solícitas en guardar la abstinencia, suprimían el chorizo y ponían a los niños la disculpa de que se lo había llevado “la vieja choricera”, por lo que ellos, al salir y al entrar en la iglesia, la emprendían a pedradas con el viejo relieve hasta dejarle en las condiciones tristes en que se encuentra. Los tres personajes llevaron nimbos crucíferos, y a la izquierda de la figura principal, en el fondo, se apercibe un zigzag de vestidura.

Una cruz de piedra, de tipo calvario, queda en esta línea de tránsito entre el muro sur de la nave y el de la linterna, con base, y apoyada en la sillería, y a la altura de la segunda ventana del muro sur, a su izquierda, junto a un mechinal que se abre a su derecha.
El muro sur de la linterna sube pues muy por encima del tejado a dos aguas de la nave. Carece en esta parte de canecillos, aunque debió tenerlos primitivamente, puesto que existen, como veremos, en el muro oriental. 

La torre o husillo
Sobre este muro sur de la linterna se incrusta la torre o husillo, construido para albergar la escalera de caracol. Un pequeño resalte angular la separa del muro del cimborrio. La planta del husillo es ultracircular y tiene aproximadamente dos metros de radio. Toda de sillería, lo románico se eleva justamente hasta el tejado de la linterna a tres aguas. En el siglo XVI o XVII se hizo un poco más alta para colocar las campanas en sus troneras, diferenciándose así lo primitivo de lo nuevo. Para dar luz a la escalera de caracol y para subir a ella hay, en el segmento de muro que mira al SE, una pequeña puerta muy sencilla de arco de medio punto y cuatro aspilleras colocadas a distintas alturas en esta misma orientación SE. La más baja termina también en arco de medio punto. Las otras se cierran en forma adintelada. También el segmento de la torre que mira al Oeste tiene tres aspilleras.
Pasando ahora al muro este de la linterna que tiene cornisa biselada, salvo el espacio que ocupan los primeros cinco canecillos, que se decora con jaqueado, vemos que conserva este lado un total de dieciocho, y son los siguientes: 1.- Cabeza de animal ladeada hacia el norte. 2.- Un aspa con bolas en la parte inferior. 3.- Otro monstruo. 4.- Rollo en caveto doble. 5.- Cabecita de animal sobre pirámide de cavetos. 6.- Hombre sedente, barbado e itifálico. 7.- Cabeza de monstruo enseñando su fiera dentadura. 8.- Canecillo roto. 9.- Cabeza de monstruo engullendo por los pies a un personaje desnudo, cabeza abajo, que intenta con sus manos liberarse. 10.- Personaje sedente que aprieta entre sus manos una gran caja rectangular con bordes dentados. ¿Se trata de un arpa o de un acordeón? 11.- Homínido, al parecer, itifálico. 12.- Cabeza de carnero. 13.- Sobre caveto, cabeza humana, calva, muy cuadrada. 14.- Pirámide de tres cavetos en disminución y cabecita o bola en el centro. 15.- Tres barriles en caveto. 16.- Cabeza de cabra. 17.- Canecillo roto de difícil interpretación. 18.- En caveto simple ahuecado.






El muro sur del presbiterio
Llegados al muro sur del presbiterio, después de concluirse el muro de la linterna, vemos que la altura de aquel vuelve a ser la del muro sur, y va a ser la misma que la del ábside. Forma unidad de construcción con éste, pues, vemos que, a la cornisa indecorada existente en el muro sur de la nave, como vimos, ahora, la sigue otra con sogueado en baquetón. Va sostenida por siete canecillos historiados que, de izquierda a derecha, son: 1.- Tres rollos gruesos, horizontales, el central más grande. 2.- Canecillo roto, que parece representar a una mujer dando a luz. 3.- Dos barriles, uno encima de otro, sobre caveto, cuyos laterales tienen seis volutas pequeñas, seguidas. 4.- Gran rostro de animal, y patas delanteras del mismo, que parecen sujetar a otro más pequeño. 5.- Cabeza de monstruo que mira al Este con sus redondos ojos. 6.- Monstruo que devora a un hombre. 7.- Dos figuras humanas de pie, que se agarran los brazos. Se ha interpretado por algunos como luchadores, otros como Caín y Abel, y otros, mejor intencionados, como casto abrazo. Más nos inclinamos a pensar en que sean luchadores.






En línea con el cuarto canecillo, dos hiladas de sillería más abajo, se incrusta una piedra tallada con una especie de dragón, en relieve rehundido. Tiene cuerpo de león, patas con tres garras, cola que pasa bajo las patas posteriores y cabeza y pico de ave, retrospectivo, como si –en operación muy repetida en el caso de los pelícanos– quisiera picarse el lomo. Este engendro fantástico parece golpear con sus patas delanteras el tallo curvo de una viña que detrás de él crece en dos ramas, de las que cuelgan racimos de uvas. Uno de ellos, sobre la misma cabeza del bicho, es picoteado por una perdiz de cuello estirado. Esta pieza escultórica, cuyo simbolismo desconocemos, sí que pudiera ser de la vieja iglesia mozárabe que precedió a la fábrica románica. El lienzo mural de este presbiterio meridional lleva una ventana indudablemente posterior al románico; posiblemente en el alzado primitivo existiese otra sencilla, en aspillera, sin columnas y de arco doblado, igual a la que ahora existe en el muro norte.

El ábside
Al terminar este muro sur, el presbiterio se remete, y en su parte baja se refuerza con un contrafuerte que parece añadido posteriormente. Se pasa así al semicírculo del ábside, que aparece dividido, en vertical, por tres calles separadas por dos contrafuertes-columna, formados por un prisma que surge de la línea de cimientos y sube unos 2,30 m, termina en tronco de pirámide y en él se apoya el plinto y la basa ática de un largo fuste exento, formado de varios tambores, que llega a lo alto por medio de un capitel que hace las veces de un canecillo, para servir así de sostén de la cornisa. Excepcionalmente, no tiene el ábside separación de cuerpos horizontales.
Cada calle del ábside tiene una ventana, más solemne la central y más sencillas las laterales. La de la izquierda, se compone de un arco ciego, de medio punto, con chambrana de conchas de palmetas de ocho hojas, separadas en lo alto por una perla, y arquivolta de baquetón con dos líneas paralelas incisas. Este arco reposa sobre capiteles. El izquierdo lleva cimacio de caveto alto y sin decoración; la cesta se decora con una fila de volutas bajo el cimacio y dos pisos de bolas o flores cerradas con orificio central, a modo de fusayola. Todas se envuelven por un tallo redondeado que las va abarcando. El capitel derecho de esta arcadura ciega, es más sencillo. El cimacio, sin embargo, es de entrelazo, pero la cesta tiene volutas en lo alto, y de las centrales, que se juntan, sale hacia abajo un racimo de volutillas; el resto de la cesta es liso. Este arco ciego abarca y se sobrepone a una ventana de arco de medio punto, con chambrana taqueada que se extiende a los lados del medio punto hasta tocar los cimacios de los capiteles del arco ciego. El hueco de luz de esta ventana es una alta aspillera, también de medio punto, que queda circundada por jambas y arco de grueso baquetón adornado de dos líneas paralelas que le recorren, como él, desde el alféizar hasta la clave. Este arco carece de capiteles.

La ventana central, aunque muy parecida, se complica algo más en su decoración, pero con la ventana derecha se separan un poco de la traza de la izquierda. Lleva la derecha muy semejante arco ciego, aunque la chambrana tiene partes de palmetas idénticas a las de la izquierda y parte algo diferentes, pues las rodea un círculo abierto en su base. Los capiteles del arco grande son: el izquierdo con cimacio de palmetas cuatripétalas circundadas por clípeos abiertos pero grapados, y cesta de cuatro volutas, unidas las del centro y debajo dos sogas que se entrecruzan, acabadas en bola. El derecho es casi igual al de la ventana izquierda, por su cimacio de cestería y cesta. Varía ahora el arco pequeño que voltea a la aspillera, pues se diferencia del anterior, ya que apoya ahora en capiteles labrados y carece de la chambrana de tacos. El capitel izquierdo, con cimacio de tacos y cesta con volutas y leones afrontados que dan vuelta a su cola hasta colocarla sobre el lomo; y el de la derecha con cimacio decorado con muchas ondas o zarcillos a bisel, de estirpe visigoda y tallado en sillar de muy diferente tono. La cesta lleva dos figurillas laterales, de pie, simétricas y con faldellín, que tocan un olifante o cuerno cada una y lo dirigen hacia el centro, apoyándoles en una cabeza cortada que está en el esquinal central, surgiendo inmediatamente de la base del cimacio. La ventana derecha, la del nordeste, es casi repetición de la central, salvo en sus cuatro capiteles, que son de izquierda a derecha: 1.- Cimacio de billetes; cesta con volutas en lo alto y hojas que se doblan a modo de pitones. 2.- Cimacio de entrelazos y cesta con volutas, y debajo hojas dobladas, como pitones o acantos vueltos. 3.- Cimacio con flores redondas, de muchos pétalos, como margaritas, y debajo tres bolas con caperuza. El cuarto capitel, del arco ciego, tiene cimacio de flores abiertas, como campánulas de cinco pétalos, inscritas en círculos abiertos por abajo, grapados y tangentes; la cesta lleva tres hojas, bien delimitadas, como en mandorla, y volutas en lo alto.









La cornisa del ábside lleva sogueado, como la del presbiterio, y sus canecillos son los siguientes, siempre de izquierda a derecha: 1.- Cuatro rollos formados por volutas y una flor de cinco pétalos sobre el primero y segundo de estos rollos, inscrita en círculo. 2.- Doble caveto con rosácea. 3.- Tres rollos. 4.- Cabeza de animal monstruoso con las dos patas delanteras juntas. 5.- Dos rollos y fruto o bola entre ellos. 6.- Capitel de la primera columna del ábside: Daniel entre los leones. 7.- Figura humana con barril encima de la espalda, la mano izquierda la pone en el bajo vientre. 8.- Hombre boca abajo, sentado, con olla en medio de las piernas. 9.- Cabeza de monstruo enseñando los dientes, como sonriendo. 10.- Canecillo destrozado. 11.- Cerdo sobre caveto. 12.- Triple caveto, en el centro del exterior parecen dos cuernos. 13.-Monstruo con las fauces abiertas devorando la cabeza de un animal pequeño. 14.- Capitel de la segunda columna, con piñas en los extremos. 15 y 16.- Destrozados. 17.- Triple caveto. 18.- Cabeza humana con pequeños cuernos. 19.- Cabeza con barba. 20.- Tres rollos.














Muro del presbiterio norte
Acabado el ábside, tropezamos con un contrafuerte prismático fortalecido posteriormente, con lo que han desaparecido alguno de los canecillos de la cornisa del presbiterio norte. Sólo han permanecido cinco, por lo que, como hubo de tener siete –los que conservó el presbiterio sur– fueron dos los eliminados con la construcción del estribo. Los que quedan son: 1.- Cabeza de animal. 2.- Destrozado. 3.- Cabeza de monstruo engullendo a un hombre desnudo. 4.- Animal que muerde las manos a un hombre que está cabeza abajo. 5.- Dos figuras humanas, de pie, vestidas. Sus cuerpos altos están completamente destrozados. Este muro del presbiterio norte tiene, al exterior y a la altura de las ventanas del ábside, otra de parecido tamaño, pero con un solo arco de medio punto, sin arquivoltas, sin columnas y sin capiteles.

El muro norte de la linterna
Toda la linterna debió, en un tiempo, ser modificada en su cubierta, lo que hizo se perdieran los canecillos de alguna de sus cornisas. Ya vimos y describimos, todos los que tenía el alero del muro Este. Carecía de ellos el del Oeste, y sí que los conserva el del muro Norte, que son: 1.- De caveto simple. 2.- Cabeza humana. 3.- Pirámide de cavetos con bola. 4.- Difícil de ver. 5.- Igualmente difícil de ver e interpretar. 6.- Dos cavetos y algo en el centro difícil de identificar. 7.- Pirámide de cavetos en disminución. 8.- Caveto con bola. 9.- Rollo en caveto. 10.- Dos figurillas gemelas cogiéndose el brazo (similar al número 7 del muro sur del presbiterio). 11.- Igual, pero las dos figurillas invertidas y sentadas. 12.- Cabeza de monstruo.








La linterna, en general, parece que debió sufrir en el equilibrio de su cúpula, pues se aprecian en sus esquinas algunos refuerzos o estribos. Sólo tiene un óculo en el muro oriental, encima mismo del tejado del ábside, y una ventanita de arco de medio punto en el muro sur, casi tapada por el husillo.

La puerta actual de entrada
Posiblemente la puerta más antigua estuviese en el muro sur, dado que existe una con arco de medio punto tapiado, entre los dos estribos exteriores del muro sur de la nave. Pero desde hace muchos años –en el pueblo no se conoce otra– se entra pasando primero por el claustro del siglo XVI-XVII que se adhiere al muro occidental de la iglesia.
Es en este muro del oeste donde está, un poco descentrada, la puerta en servicio. El caso es que esta entrada es también románica, muy sencilla, pero bien labrada. Tiene dos fustes monolíticos a cada lado con sus correspondientes capiteles. La entrada es de medio punto, así como sus dos arquivoltas abaquetonadas entre escocias. Los capiteles de pequeño tamaño y bajos de cesta, tienen cimacios de baquetón doble y las cestas llevan esculpidas, con un escaso afán decorativo, toscas volutas en alto y en las esquinas piña, rosáceas y ramo. Es difícil señalar la cronología, porque, desde luego, no coincide su estilo y ejecución con ninguno de los capiteles del interior y exterior de la iglesia. 

Interior de la iglesia
Admira, ciertamente, el interior de la iglesia de San Martín de Elines. Y admira por su monumentalidad, porque, desde fuera, uno no se imagina lo que imponen sus cuatro pilares entregos, casi totalmente cilíndricos, construidos con bloques de sillería más grandes incluso que los de los muros exteriores. Sostienen los cuatro arcos torales que mantienen el peso de la cúpula, formada sobre pechinas.
Atravesando la puerta, anteriormente citada, se pasa a la única nave de la iglesia a través del muro del hastial del Poniente. La nave es alta (10,40 m) y ancha (9 m). Ahora, su cubierta es de madera, y así creemos que pudo ser la primitiva, aunque la existencia de dos estribos prismáticos a cada lado, y en correspondencia, nos hace dudar si no fue pensado abovedarla con nave de cañón y arcos fajones. Estos estribos son los mismo que hemos visto también exteriormente y no terminan en la nave con capiteles, lo que explica nuestras vacilaciones al querer conocer su verdadera techumbre.
Nada más acabar la nave, a uno y otro lado, y al final de estos muros laterales, se encuentran los dos primeros pilares cilíndricos, colocados entregos a los muros, como ya advertimos en líneas precedentes, y que tienen de diámetro visible 2,80 m. Culmina, cada uno, en un solo enorme capitel circular, del mismo tamaño aproximadamente, provisto de cimacio esculpido.
Creemos que capitel y cimacio se tallan en una gigantesca piedra, porque es difícil descubrir junturas, aunque los cimacios pudieran ser, en algún caso, de dos. En estos capiteles apoya el primer arco toral, doblado, que da paso al crucero cupulado. El capitel derecho, según se mira al ábside, y rotando de derecha a izquierda, lo forman dos escenas con figuras esculpidas, con un canon muy corto que no llega a tres cabezas, y situadas en un suelo horizontal donde todas pisan. Todas ellas, que son siete, en fila, nos narran el episodio evangélico de la Matanza de los Inocentes.
De derecha a izquierda, la primera es una mujer, de pie, con la pierna izquierda adelantada, que con el brazo izquierdo doblado sujeta el derecho, cuya mano apoya, en señal de dolor, sobre la mejilla derecha. Está cubierta con toca, que envuelve cabeza y cuello, y viste falda plegada hasta los tobillos. A continuación, y casi pegado, se ve un niño desnudo, cabeza abajo, al que un soldado sujeta por la pierna izquierda, y con la mano derecha, provista de un cuchillo, lo decapita. Se ve perfectamente la cabeza separada del cuerpo. El soldado lleva cabello en ondas y túnica con cuello, cinturón y bajo abierto que le llega hasta la rodilla; en sus piernas desnudas se nota la división de los pedules. El cuarto personaje –siempre hacia la izquierda–, aparece de pie, en postura totalmente frontal. Tiene la mano izquierda doblada, pero con el índice, bien marcado hacia la derecha –donde está el sacrificio del primer inocente– quiere expresar un mandato. Lleva corona con cabujones, de tipo real y lanza en la mano derecha. Viste muy parecido a como lo hacen los personajes o guardias ejecutores, salvo que el cinturón tiene gran lazada en el vientre. Lo más normal, es pensar que puede tratarse de Herodes, el ordenador de la matanza. A su derecha aparece otro niño, de pie, también desnudo, al que otro posible soldado que tiene a su diestra, le sujeta por la mano izquierda, y con su derecha blande una amenazadora espada, mientras una mujer, al extremo de toda la composición, le sujeta la cabeza con su mano izquierda y con la derecha le aprieta el hombro de este mismo lado. El soldado viste túnica abierta y más corta. La mujer tiene toca ondulada con barboquejo, y túnica hasta los pedules que, como en todas las figuras vestidas, aparecen muy marcados. Como fondo decorativo de estos personajes se ven por detrás del primer grupo, hasta Herodes, grandes y altas hojas de palma. Mientras que como fondo del segundo grupo hay arcos de medio punto que apoyan en capiteles.

La segunda escena de este capitel, orientada toda ella ya hacia el ábside, y sin solución de continuidad, y prosiguiendo otra arcada con capiteles, aparece una Virgen sedente, con el Niño sobre sus rodillas, que con la mano derecha alzada hace el gesto de bendecir, y con la izquierda sujeta algo imposible de descifrar. El Niño tiene nimbo crucífero y es sujetado con las dos manos por su Madre. A ésta la hace de corona el arco que se desenvuelve muy cerca de su cabeza, que la tiene cubierta de toca rizada y barboquejo. Su vestido es una túnica con pliegues verticales y deja unos pedules con raya en medio. Parecen, como fondo, destacarse los extremos de un brazo y una pata de sillón en tijera. Separado de la Virgen por un pilar de tres fustes, se nos muestra el primer rey de este grupo de la Epifanía o Adoración de los Reyes, en postura de genuflexión de la pierna derecha. Viste capa afibulada (se ve muy bien la fíbula) y túnica hasta los pedules. Ofrece a la Virgen y al Niño, con su mano izquierda, una especie de fruto con ocho gajos, y con su derecha un objeto cilíndrico, posiblemente el cetro como símbolo de realeza. Lleva corona, no crucífera, con seis cabujones ovalados. A continuación, viene el segundo rey, con la misma postura genuflexa, capa igualmente atada hacia el hombro con fíbula de dos esferillas. Lleva este rey, suponemos Gaspar, corona esta vez crucífera. Como ofrecimientos vemos que porta en la mano derecha, en actitud casi idéntica a Melchor, una esfera, y en la izquierda repite el objeto no identificado que llevaba el primer rey. Y finalmente, ya junto al muro y en postura repetida, aunque de pie, aparece el tercer rey llevando muy parecidos presentes. Detrás de los reyes, una decoración de grandes medias flores de lis. El cimacio, un verdadero anillo ancho, es de entrelazos que van formando círculos secantes que originan rombos.
El capitel izquierdo de este arco toral que da al crucero, igual en tamaño al derecho, tiene cimacio de entrelazos que, al cruzarse, forman cuadrados; este tema recorre toda su extensión. En la cesta, y de izquierda a derecha mirando al ábside, aparecen dos enormes leones enfrentados, las cabezas bajas con bocas enseñando feroces dentaduras, y posando las cuatro patas en el collarino; pasan sus largas colas por debajo de las patas traseras y las suben más arriba del lomo para apoyarlas, en bola con cabeza humana, sobre el fondo del capitel. Sobre las cabezas de los dos leones, casi juntas, han situado tres cabezas, una en el centro, humana, y dos de león también dentadas. Finaliza est parte izquierda de la cesta, con una especie de cabeza de clavo, grande que, cerca del cimacio, está colocada a la línea de la grupa del segundo león, y tiene gajos como los que tenía el objeto que llevaba en su mano izquierda el primer Rey mago.
La otra mitad de la cesta de este capitel monumental, la llena una escena frecuentemente repetida en la iconografía románica, la de Sansón desquijarando al león. Aparece este animal, sujetando con las patas delanteras a una cabeza humana. Lleva el felino doble capa de melenas esculpidas, como volutas de largo tallo, dirigidas hacia abajo. Detrás de esta masa de volutas, y montando a pelo sobre el león, aparece el personaje bíblico con sus largos brazos (se ve uno sólo, el izquierdo, intuyéndose el derecho por el otro lado) metiendo las manos en las propias mandíbulas de la fiera. La cabeza de Sansón mira de frente, junto a otra cabeza con boca de rana que se talla al mismo borde inferior del cimacio. El león pasa, como los anteriores, la cola por debajo de sus patas traseras, y cruzando el vientre la curva por arriba apoyándola al final sobre las ancas. Termina el capitel, en su extremo, en dos grandes campánulas o flores abiertas de seis pétalos, y volutas.
Siguiendo con la descripción de estos cuatro capiteles, verdaderamente espectaculares, pasamos ahora al capitel derecho del arco triunfal. Posee un cimacio con doble decoración, por la que empezamos su descripción: la anchura es igual al que tienen los capiteles monumentales, pero desde el muro hasta casi el fin del segundo león que veremos en la cesta, aparece una ornamentación de palmetas de seis o siete hojas, contorneadas cada una por un círculo, formado por los mismos tallos que, saliendo por debajo, las envuelven.
Los círculos son tangentes, y las palmetas rehunden su talla, pero en la tangencia de ellas, los tallos aparecen unidos por una especie de grapa.
En las enjutas de los arcos, arriba y abajo, se esculpe una especie de hojita triangular. Son seis palmetas y media. A continuación –siempre a la izquierda– el cimacio cambia completamente de dibujo; a las palmetas las sustituyen aves –grajos, grullas o pelícanos– que se cruzan de dos en dos.
En la cesta, –en la parte que mira al crucero– idea el escultor dos grandes leones andrófagos, de pie y con sus cabezas casi juntas y de terrorífico aspecto, que están engullendo a personajillos desnudos. El primer león, que apoya sus cuatro patas en el collarino, tiene ya la cabeza dentro de sus fauces, y el que parece niño tiende con sus brazos a liberarse. Queda de él al descubierto el vientre y las piernas, que se representan paralelas y horizontales. El segundo león, también ha tragado ya la cabeza de otro infante, al que sujeta además con la garra derecha, viéndose igual mente que el sacrificado tiende a liberarse. Los leones, por sus largas melenas –tratadas muy diferentemente a las que tenía el león del capitel de Sansón, ya descrito, pues no acaban en volutas– y por su expresiva ferocidad, son de temible aspecto. Tienen también sus colas entre las patas traseras, que suben luego en vertical entre las ancas y vientre. Terminada esta escena, y hacia el ábside, se llena el resto de la cesta con cuatro grandes piñas y dos más pequeñas; de las que parecen salir hacia arriba y colocándose sobre ellas, hay una serie de volutas, ocho, al menos, y tres, al parecer cabezas de clavo.
El capitel izquierdo del arco triunfal, describiéndole mirando al ábside y de izquierda a derecha, es como sigue: cimacio de grandes rosáceas redondas, de doce pétalos, y cáliz también redondo dividido en seis gajos, que alternan con palmetas octopétalas, rehundidas y con altura las centrales. Todo el cimacio repite esta alternancia floral. La cesta, también de izquierda a derecha, recoge la escena, al parecer, de Daniel entre los leones. Tampoco es muy segura esta interpretación, pues, algunos vemos que la figura de Daniel puede ser un ángel, pues parece que dos alas le bordean la cabeza. Los leones, además de no estar en actitud de lamer, sino de morder, sujetando al cuerpo por su cintura, presentan enormes melenas, esta vez también acabadas en volutas. Este personaje viste túnica hasta un poco más por debajo de las rodillas, viéndose claramente sus pedules.
 La otra parte de la cesta, la que mira al ábside, se llena con otra figura que cabalga otro león. ¿Podrá otra vez ser Sansón? El león está sacando una larga lengua. También monta a pelo y parece sujetarse a las melenas del león con el brazo derecho y el izquierdo lo estira para coger la cola –esta vez normal– del león.
Pasando el arco toral que comunica la nave con el crucero, es decir, poniéndonos en el centro del crucero, queda sobre nosotros la gran cúpula de media naranja, bastante irregular en su circunferencia. Da la sensación de que ó fue mal armada en su principio o que sus pechinas han podido ser removidas a causa de algún fallo. Irregularidades que ya sospechamos al estudiar el exterior de la linterna, y que ahora, bajo ella, se ven más seguras, pues todavía hay grietas muy visibles en el muro del cimborrio que sostiene el arco triunfal.
Sin movernos de debajo de la cúpula, podemos analizar cómo son los muros que a izquierda y derecha quedan bajo los arcos torales del norte y del sur. Los dos son ciegos, puro muro, aunque destaca en el izquierdo o del norte, un gran arco doblado de descarga, entrego en el muro, que apoya en capiteles historiados. Pero lo que debía ser su hueco, como si se hubiese querido seguir la iglesia con dos brazos en el transepto, queda también ciego, hasta el suelo, abriéndose en él tan sólo una ventana, muy completa, en el centro mismo, y una puerta de medio punto que da paso a la actual sacristía.
La ventana es del tipo y tamaño de las del ábside, con arco de medio punto y doblado y un grueso baquetón entre líneas paralelas e incisas, como arquivolta. No tiene chambrana, pero sí capiteles y fustes de dos tambores monolíticos. El capitel de la izquierda mantiene un cimacio alto, en caveto y liso, y una cesta con entrelazo que forma rombos y encima volutas, que salen de una cabecita de animal, al parecer. Las basas son áticas, con bolas en esquina. La luz de esta ventana, viene de una aspillera abocinada y está hoy tapiada. El capitel derecho de esta ventana, tiene un cimacio igual al de la izquierda y cesta con una fila de palmas verticales que son circundadas por un baquetón que parece atarlas en el centro. En lo alto, pequeñas volutas y cabecitas de animal.

Los capiteles del arco ciego de descarga del muro norte, en donde se abren la ventana y la puerta, es decir, los que se alzan a media altura de los dos pilares cilíndricos, y que están empotrados en el muro son: el izquierdo, con cimacio de entrelazo que forma rombos y cesta con personajes extraños todos sentados, apoyando sus pies o patas sobre el collarino. Se ven, en la esquina un león, posiblemente acurrucado, que, entre su boca, sujeta un cordel que luego sale hacia los dos lados del capitel, siendo cogido, por otros personajes también sentados o acurrucados, unos con cabeza normal humana, y otros con rostro simiesco. Sobre todos, volutas pequeñas. El tema, sin que podamos deducir su simbolismo, es: Una gran figura central con cuerpo humano, sentado y con las manos sobre las rodillas. La cabeza, un tanto animalesca parece que va aprisionada por el cuello, del que salen, y no de la boca, dos cintas que pasan por debajo de sus brazos. La izquierda termina enrollándose en el cuello de una figura de mono, con la boca en O. La cuerda derecha es sujeta por la única figura plenamente humana que la oprime con su mano izquierda, en tanto sujeta con la derecha el brazo izquierdo de la figura central. Este cordel de la derecha va a aprisionar el cuello de otro personaje sentado a su siniesra que también tiene rostro simiesco con boca en O. El capitel derecho, el que está cerca del arco de la puerta de la sacristía, con cimacio de cintas onduladas, cesta con dos leones de cabeza única, en su esquina; sobre ella volutas salientes y entre éstas y el muro una bola con caperuza a cada lado.
 
La puerta de la sacristía, en su arcadura interior tiene dos capiteles: el izquierdo de entrelazos gruesos, serpentiformes y cimacio de rosetas hexapétalas entre círculos y hojas palmiformes. El derecho, es de cimacio liso en un lado y rayado verticalmente en el otro. La cesta lleva, en bajo, serie de hojas que se doblan y en alto otras parecidas, que alternan con alguna cabeza humana o animal, difícil de percibir.
El muro del sur, el que queda frente al de la sacristía, también es ciego, desde el arco toral de este lado, y lleva, como el anterior, otro arco ciego de medio punto que abarca a su vez una doble arquería que apoya en capiteles sobre columnas a los lados y una ménsula en el centro. A nivel del suelo se abre una puerta pequeña de subida al husillo, hoy tapiada. Los capiteles de esta arquería ciega son: el izquierdo de volutas en lo alto y dos leones opuestos con una sola cabeza. El cimacio es de ondas dobles que encierran en sus huecos una pequeña perla. El derecho, de grandes hojas verticales.

Pasamos ahora al presbiterio, lateral izquierdo. Tiene éste dos arcos, en bajo; sobre ellos una imposta de billetes que separa este tramo inferior del superior o segundo, y sobre la que se coloca una sola ventana como las que veremos en el ábside. Este ventanal se adorna con chambrana de tacos, y arquivolta de grueso baquetón, entre líneas incisas, que apoya sobre cimacios lisos.
El capitel de la izquierda, es todo él de entrelazo en cestería y volutas en alto.
El de la derecha, tiene largas volutas entrelazadas que ocupan, dejando grandes vacíos, todo el capitel. Las basas, áticas y con lengüeta de bola. Sobre la chambrana abilletada, corre una imposta, esta vez decorada con palmetas de ocho puntas, separadas en lo alto por una perla, y que separa el segundo cuerpo del presbiterio del último, que es el de la bóveda de cañón que cubre este espacio.

La arquería baja de este presbiterio izquierdo, o del norte, está formada por dos arcos que apoyan sobre tres capiteles. Estos arcos son, los dos, de medio punto, doblados, con una arquivolta de ancha escocia, que apoya sobre los citados capiteles, muy deteriorados, con cruentos golpes, que han dejado muy difícil llegar a conocer toda la trama decorativa. El primero, a la izquierda del espectador, posee cimacio de grandes tacos y cesta enormemente destrozada. En el lado izquierdo quizá pueda tratarse de la figura de una Virgen sentada que, con la mano derecha, sostiene una flor de lis y con la izquierda sujeta sobre sus rodillas al Niño. Las dos figuras tienen rotas las cabezas. A su izquierda parece verse otro personaje tan estropeado, como el centro del capitel, que nos impide imaginar nada. En el lateral derecho vuelven a verse dos personajes de pie de doble ropaje que les llega a los pies. Nada, naturalmente podemos deducir de lo que se trata, ni siquiera nos atrevemos a sugerirlo. El segundo capitel, el del centro de la arquería, tiene cimacio de ondas dobles que dejan en el centro una perla. La cesta permite conocer que el tema es, sin duda, el de los pelícanos que se auto hieren, porque en el lateral izquierdo queda uno claramente manifiesto. Sin embargo, el resto ha sido brutalmente machacado. El capitel tercero, que debió de tener una composición muy interesante, lleva cimacio de billetes más pequeños que el primero, y una cesta, también enormemente mutilada. Sin embargo, en el lateral izquierdo aparecen, con postura rampante dos leones, el uno encima del otro, con cabezas de ojos muy redondos, que sacan sus lenguas, bien claramente conservadas, que parecen lamer a un personaje casi completamente destruido, y tal vez sentado, del que solo se ve claro una mano, la derecha, que tiene en postura clara de bendición. A su izquierda se idean otros dos leones, casi encima el uno del otro, que igualmente dejan ver sus lenguas que lamen al personaje. Pensamos que puede interpretarse como la escena bíblica, tan conocida en las representaciones románicas, de Daniel entre los leones.

Pasando al presbiterio derecho, al del sur, vemos idéntica configuración al anterior, salvo que la ventana, que en el cuerpo segundo del izquierdo era plenamente románica, aquí, en el derecho, ha sido sustituida por un arreglo destructor que se hizo posiblemente en el siglo XVII-XVIII, buscando mayor iluminación natural en esta parte de la iglesia. El cuerpo bajo, sí conserva la arquería doble con tres capiteles: el primero (de izquierda a derecha) tiene cimacio liso y cesta con dos leones afrontados, estando el de la izquierda casi totalmente destrozado. Sobre ellos, en las esquinas, cabezas humanas que parecen sujetar las ancas del animal, y volutas. El capitel segundo, con cimacio de palmetas hexapétalas cuyos tallos se enroscan, formando círculos envolventes y tangentes. La parte central del capitel está totalmente deteriorada. El capitel tercero, tiene cimacio no decorado y su cesta, también con serpientes, que envuelven a dos figuras, que parecen desnudas y que sacan las cabezas entre la revuelta cola del animal.
El ábside, en su semicírculo, es una de las más notables cabeceras del románico montañés, tanto en lo arquitectónico como en lo escultórico. Si al exterior llama poderosamente la atención, no es menor la impresión interna, pues sus dos pisos de arquerías y los once capiteles que las soportan (cinco en la inferior y seis en la superior), así como la imposta, de billetes, que separa el cuerpo bajo del segundo, la arquería de chambranas de este último y la hilada de palmetas sobre la que posa la bóveda de horno, todas trabajadas con notable perfección, dan al ábside una especial atracción. El único pero que puede ponérsele es, quizá, que la media naranja que le cubre está tres veces agrietada, consecuencia, posiblemente, del mismo defecto que tenían las pechinas de la cúpula. A esta vistosidad habría que añadir la luminosidad que le darían, en tanto le duró, las pinturas murales del siglo XII, hoy casi totalmente desaparecidas. Sin duda, si se hubiesen conservado todas, el ábside de San Martín de Elines, hubiese sido uno de los monumentos más espectaculares del románico español.
Los capiteles, tienen, lo mismo que hemos visto en el presbiterio, bastante diferencia de calidad y, aunque con menos dureza, han sufrido muchos de ellos decapitación de figuras y otros malos tratos. Los de la arquería baja, son, de izquierda a derecha, los siguientes: 1.- Cimacio muy bello y bien tallado a base de palmetas hexapétalas que se abren por lo bajo por un tallo que las circunda. Estos clípeos son tangentes entre sí y unidos en el centro por una especie de grapa. En las enjutas de ellos, arriba y abajo, pequeños rombos. La cesta del capitel, de muy extraña iconografía, y de bastante buen maestro, lleva en su lateral izquierdo, una figura humana vestida con túnica, en posición horizontal, como de vuelo, apoyando la mano izquierda sobre su vientre y la derecha, sobre el lomo de un león con las siguientes características: las dos patas traseras, y la izquierda delantera, las apoya sobre el collarino; su cola, que da la vuelta por debajo de sus ancas, acaba en una gran flor de lis; su melena, representada con pequeñas volutas, ocupa gran parte de su costado derecho; la cabeza, al contrario que el cuerpo, mira de frente, y se une en forma siamesa, a la de otro león. Es interesante apreciar que estos dos leones se dan la pata por debajo de sus cabezas, y ambos se estrechan las derechas. Por encima de sus testas se esculpen volutas, también siamesas, que marcan el esquinal del capitel. La parte frontal de éste recoge todo el cuerpo del segundo león, que es casi simétrico en todo al primero descrito. Está unido por las ancas a un tercer león que mira, por lo tanto, al otro lateral –el derecho– del capitel, y se une, dando las patas al cuarto león que ocupa este último espacio. Las cabezas de estos leones, tercero y cuarto, han sido totalmente machacadas. Las colas de los cuatro leones llevan la consabida flor de lis en la que terminan. Esta parte frontal del capitel añade, a más de los dos leones, opuestos por las ancas, dos figurillas otra vez en vuelo, sobre las grupas de los leones, y ahora desnudas, que unidas por las piernas parecen ser engullidas por una cabeza humana o animal que tiene ya sus pies dentro de la boca. Estos personajillos, que parecen infantes, pueden ser los mismos, creo yo, que, vestidos, vuelan sobre los leones de los laterales del capitel. Este, termina, en su cara derecha, por ese cuarto león, ya citado, sobre el que vuela, como en el primer lateral ya descrito, una figura, posiblemente infantil, pero con túnica larga que le cubre hasta los pies.
Detallando la postura de estas figuras, vemos que las que vuelan en los laterales van vestidas como con pañales, mientras que las dos del frente del capitel, vuelan totalmente desnudas, colocando sus manos, una, sobre el pecho, y otra, o sobre el muslo o sobre el sexo. Los rostros, los que se conservan, pues los del centro han sido amputados, no parecen sentir dolor alguno al ser tragados por la cabeza humana o animal, y en los laterales incluso parecen sonreír, y, desde luego, tocan al león con cierto cuidado y agrado. Algunos han interpretado este capitel como una antropofagia mística; nosotros, la verdad, no nos atrevemos a asegurar este simbolismo.

El segundo capitel, parece evidente de otra mano. El número uno, que acabamos de describir, es de un maestro mucho más naturalista, y, sin salirse de la formulación estética románica, realiza una obra de un cierto primor y detalle, y, desde luego, de fuerte expresividad. Su autor parece ser el que esculpe el gran capitel circular de los Inocentes y de la Epifanía. El tratamiento de los ojos de las figurillas de la “antropofagia mística” es idéntico al del capitel de la pilastra gigante del lateral derecho de la nave. Sin embargo, este segundo capitel de la arquería izquierda del ábside, es mucho más tosco y desde luego ejecutado por un cantero sin grandes dotes de maestro, más bien parece un trabajo de aprendiz. El cimacio está dentro de la misma rustiquez de la cesta. El dibujo es el muy repetido de las flores o palmetas pentapétalas dentro de círculo, abierto por debajo. El capitel va decorado con dos animales, pueden ser leones siameses, de pie, con las patas muy rectas sobre el collarino, que ocupan el lateral izquierdo y el centro de la cesta. Otro, solitario, y apoyando su cabeza sobre las ancas del segundo, llena el lateral derecho. Sobre los lomos de los leones o mastines, seis, cinco y seis perlas en línea. El que ocupa el centro tiene debajo del vientre una especie de rueda de soga enrollada en forma de espiral, como una estela redonda que desconocemos qué es lo que han querido decirnos con ella.

El tercer capitel. Cimacio de flores abiertas casi circulares, en forma de abanico y recordando veneras. En dos filas, una sobre otra, la más inferior de diez u once pétalos y la superior de doce. Se unen todas con un tallo que las recorre por debajo. No es dibujo muy repetido en el románico. La cesta, como el cimacio, está bastante destrozada. De izquierda a derecha podemos ver: voluta tosca, debajo flor circular, cerrada, como un disco en relieve. Está tocando las ancas de un león que mira a la derecha, y es siamés, con otro que ocupa el centro del capitel. Tiene una cola que saliendo entre las patas traseras, cruza el vientre y acaba en una especie de fruto piriforme. El centro lo ocupan dos leones que se abrazan, detrás del primero, y enrollan sus colas formando una trenza que acaba en dos frutos piriformes. El lateral derecho lo llena el cuarto león que es el abrazado. El capitel se cierra con una flor circular, de gran relieve que ya vimos en el lateral izquierdo. Las melenas de los felinos se marcan con superpuestos triángulos rayados y acabados algunos en diminutas volutas.

El capitel cuarto. Cimacio liso, en caveto. Toda la decoración de la cesta es sumamente sencilla: dos filas de bolas con caperuza y una tercera, de la que, debajo de una especie de piña central, salen dos volutas hacia los laterales y hacia el centro, llenándose los vacíos altos del capitel con bolas también de caperuza. Bastante estropeado en la primera fila de bolas.

Capitel quinto. Cimacio liso, en caveto. Lateral izquierdo del capitel: una lucha, parece, entre dos personajes a pie, vestidos y con lanzas. Uno de ellos introduce una de estas lanzas cortas al otro, por la boca. Éste se cubre la cabeza con gorro cónico, y tiene a su derecha otro individuo, de pie, que apoya una de sus manos sobre la cabeza de un hombre o mujer, de pequeño tamaño, tal vez un niño, desnudo. En el centro de la cesta, un adulto también de pie y desnudo, pone su mano izquierda sobre la misma cabeza del niño, mientras otro a la derecha, muy curvado, debe de atacarle con una especie de arma dentada. Todo muy confuso, tanto por el desgaste del capitel como por la dificultad de interpretar las actitudes de todos los personajes. En principio, parece que se trata de escenas de lucha, pues en el lateral derecho de la cesta, se ve claramente una lucha cuerpo a cuerpo de dos púgiles. Las manos que sobre la cabeza del pequeño infante parecen signo de protección dan que pensar si pudiera tratarse incluso de la matanza de los inocentes (?). Las zonas superiores del capitel las ocupan volutas que se unen en las esquinas.
La arquería superior está formada por cinco arcos, tres con ventanas abocinadas y aspillera, las correspondientes a las ventanas exteriores, y dos ciegos. A todos los arcos les envuelve por arriba una chambrana decorada con dos tipos de dibujos: en los dos arcos de la derecha son tacos o billetes; en el centro, y en los dos arcos de la izquierda, palmetas hexapétalas separadas por una perla y rehundidas a modo de venera. Los cinco arcos llevan una arquivolta de fino listel y grueso baquetón que apoya sobre cimacios, algunos decorados. El capitel primero (de izquierda a derecha) lleva águila de alas explayadas y volutas angulares sobre ella. El cimacio, muy roto como el mismo capitel, es de caveto sin decoración. Capitel segundo: entrelazos muy resaltados, en cestería, con volutas en alto; cimacio idéntico al anterior. Capitel tercero: entrelazos semejantes, pero menos tupidos que rodean piñas, en lo alto volutas. Cimacio de billetes, pero muy machacado. Capitel cuarto: cimacio totalmente partido. Cesta con palmetas heptapétalas rodeadas por sus tallos. Capitel quinto: cimacio de billetes, bien conservado, y cesta con cinco grandes piñas colgantes. Capitel sexto: cimacio liso de caveto, en parte roto; cesta de fuertes lazos serpentiformes y volutas en alto formadas por los mismos lazos; entre los huecos, alguna flor redonda.

Sobre toda la arquería, y siguiendo la línea de separación entre el muro del ábside y la arquería, corre una imposta muy bien labrada de palmas de seis o siete hojas, sin tallo circundante, muy rehundida en tipo venera, pero separadas cada una por una perla en lo alto. Esta imposta lo mismo que la más baja de billetes, donde se apoyan los fustes monolíticos de la arquería, pasa también el doblez del arco absidal y se repite en los muros del presbiterio. Las basas de las columnas de esta arquería superior son áticas, dos toros y escocia, y en algún caso llevan lengüeta de bolas. 

Las pinturas murales del ábside
Las únicas manifestaciones pictóricas que se han conservado en Cantabria lo han sido en este monasterio de San Martín de Elines. Sabemos que, en algunas otras iglesias, hay huellas de color en capiteles, cimacios, etc., que reforzaron la escultura con colores llamativos, como el rojo y el azul, pero nada hemos podido hallar de grandes conjuntos que, como en Cataluña o Castilla, trataron de utilizar las bóvedas y muros interiores del ábside para desenvolver en ellas las escenas y figuras relativas a la historia de la iglesia.
Con los pocos restos que se han conservado en San Martín de Elines, podemos suponer, sin embargo, que no sólo hubo una organización planteada en color para su cabecera, sino que lo que aún podemos ver, nos asegura que el deseo de adornar con pintura otras iglesias románicas de Cantabria, pudo, sin duda, repetirse, pero que siguientes generaciones, con cambiado gusto, se dedicaron a borrarlas, como en realidad es lo que sucedió en San Martín, pues tan sólo milagrosamente ha llegado a nosotros una muestra que ha servido, al menos, para creer que nuestro bello ábside se realzó, en el mismo siglo XII, con una planteada escenografia que casi con seguridad tuvo como centro, en la bóveda de horno, un Pantocrátor, y en los espacios de sillería entre las ventanas, un apostolado; habiendo llegado también el color a las propias arcaduras bajas, donde también –aunque muy pocos desgraciadamente– han quedado manchones de color marrón, ocre, azul y blanco como a continuación expondremos.
Lo único de figurativo que ha quedado sobre el muro semicircular, son dos apóstoles, en el extremo derecho, a la altura de los ventanales. Se trata de dos figuras masculinas, una sobre otra, que son únicos testigos de otras que desaparecieron. La primera impresión –como apuntamos– es que se trata del remanente de un apostolado que pudo extenderse por todo el ábside.
El apóstol más alto, que se halla a nivel de la ventana derecha de la arquería superior, se destaca sobre un fondo tricolor: azul celeste, en el espacio más elevado, cerrado en marcada arcadura; ocre, en el centro, y rojo amarronado en la parte baja. La cabeza está nimbada por un gran círculo blanquecino teñido de ocre. Viste el personaje manto sobre los hombros, de color verde, y marca bien los pliegues mediante manchas y líneas vinosas. La mano derecha, oculta bajo el manto, parece sostener un algo redondo. Debajo del manto lleva una túnica de un azul lavado, con mangas muy abiertas; de la derecha de una de ellas sale la mano izquierda del apóstol, que lleva los dedos plegados, excepto el índice, muy largo, que coloca sobre el objeto circular que oculta con el manto. Sobre la cintura y sobre la túnica, se ve un ancho cinturón con rombos azules. Más a su izquierda, y a la altura del hombro, creemos quiere interpretarse, en vinoso y ocre, una parte de un capitel que queda cortado, pero que es muy semejante a aquel que, con sus fustes, separa a los apóstoles de Santa María de Tahull.
Debajo de esta pintura, y a la altura de los cimacios de las ventanas del semicírculo, ha quedado un cuadrado con otro apóstol, esta vez representado sólo hasta la cintura, aunque en postura frontal, como el anterior. Lleva también nimbo ocre, y aparece sobre un fondo, esta vez de dos colores: vinoso fuerte, en lo alto, hasta el cuello, y azul celeste. El rostro, como el anterior, es barbilampiño. Lleva también capa vinosa, de color muy desgastado, y túnica con cuello de líneas grises. Igual que el anterior, tiene el brazo derecho bajo el manto, pero esta vez lo dobla poniéndole a la altura del hombro, para coger, con su mano oculta, un libro. Todo el resto, al estar perdida la pintura, no deja ver la mano izquierda.
Tan interesantes, o más, debieron ser las pinturas que en su día tuvieron las arcaduras bajas del semicírculo absidal. También casi totalmente desaparecidas, sólo nos quedan fragmentos en los dos arcos centrales, en donde, en el fondo de la rosca, figuraron, al parecer, escenas de un simbolismo tomadas de alguna miniatura, tal vez de un Beato. Su estado de conservación es lamentoso, y su visión causa más tristeza que emoción, pues lo poco que se ve, puede asegurar el interés que las composiciones completas hubiesen tenido. El arco de la izquierda, con tímpano de fondo marrón, lleva pintada y como cayendo de la clave, una paloma blanca, de alas abiertas, que parece ser recibida por dos especies de buitres o águilas que, de perfil, y con las alas abiertas, y las patas ya en actitud de posarse, deben coronar una escena que es imposible averiguar cómo terminaría. Todo el extradós del arco estuvo decorado con un ramo serpentiforme, muy repetido, tanto en el románico como en los Beatos, y a base de colores blanco y gris. Aunque sólo queda un fragmento, podemos en este caso suponer el resto.
La arcadura derecha, y en sitio similar, y también con fondo marrón, la pintura que se percibe está aún raspada y deteriorada. Sólo, a la derecha, puede asegurarse la representación de un cordero que tuvo cabeza humanizada –¿una esfinge?– mirando a la derecha. Todo el tímpano izquierdo está perdido de pintura. Tan sólo en el centro parece perfilarse, en marrón más claro, una cornamenta de ciervo que figura estar atada por un cordel.
En relación con el estilo de estas muestras pictóricas de San Martín de Elines, su más próximo parentesco lo hallamos no en la pintura castellano-leonesa, sino en la propia serie de los frescos pirenaicos, y muy concretamente en los de Tahull (Santa María), como ya apuntamos. El tipo de peinado que vemos en la figura de San Pedro de esta iglesia, es idéntico al que llevan nuestros apóstoles de San Martín. La representación del libro que porta el apóstol bajo, como en dos planos distintos; los fondos con franjas horizontales de distinto color, así como la similitud de los capiteles pintados en Santa María de Tahull y en Elines, nos aproximan éstos a la cronología de los catalanes.

El lapidario del claustro
Existen en el lapidario del claustro, una serie de sarcófagos de época románica que parece de interés que los analicemos:
1.- Tapa de sepulcro, partida hacia el centro, que lleva tres líneas de inscripción separadas por finas líneas horizontales. Borrosas algunas letras, dejan la lectura insegura de unas frases que creemos recoger, lo más verazmente posible, con esta transcripción:
QUINQUI ESET DEI…BIS IIII QUIACONGRUIT ASPICE MORTALIS: QUID PRODEST GL(ori)A-TRL …IVES IN OBS CIVIS : MORIUNT ET INCOLA QUE
La traducción, según la ordenación que de ella hace Cecilio Testón, es la siguiente:
ASPICE, MORTALIS DEI, Q(ui) IA(m) CONGRUIT(ur) QUINQUIES ET BIS IIII : Q(U)ID PRODEST GL(ori)AT(e)RR(ena) L(is) NOB(i)S (d)IVE(r)SI(s) CIVI(bu)S: QUI INCOLA(mus) ET MORIENT(ur)
Considera, hombre de Dios, que estás aquí reunido en número de cuarenta, qué aprovecha la gloria del mundo a nosotros, distintos ciudadanos, que vivimos ahora y hemos de morir”.
2.- Otra tapa de sepulcro semejante, a dos vertientes, decorada en la superior por una secuencia de rosetas de seis y cuatro pétalos inscritos en círculos, y la inferior por hojas pareadas, acaracoladas. En el centro corre una inscripción que dice:
EERA: M: CC: XX: I: XVIII: IDVS: S(e)T(e)B(ris): OBIIT:FAMVL(us) DEI ABBAS PETRVS ORATE: PRO ILLO
Traducción: “En la era de 1229 (año 1183), VIII idus de septiembre, murió el siervo de Dios, el abad Pedro, orad por él”.
Lo que nos atestigua que en los finales del siglo XII, concretamente en 1183, moría un abad de San Martín de Elines, el abad Pedro, del que sólo conocemos su existencia por esta cubierta de su sepulcro.
3.- Cubierta también de sepulcro, sin ninguna inscripción, románica sin duda, magníficamente decorada. La tapa es también a dos aguas y lleva dos bandas anchas y longitudinales en combinación de distintos tipos de lace ría románica.
Los costados los ocupan dos series de arquillos seguidos. El lateral que da al pasillo del claustro a base de arcos cruzados, apuntados, del tipo del claustro de San Juan de Duero, de tradición musulmana. El otro lateral, el que da al jardín, lleva catorce arcos de medio punto apoyados en capiteles lisos, al modo de la organización del cuerpo de muchas pilas románicas.
4.- Se encuentra casi frente a la puerta de entrada de la iglesia. Es sencilla, sin decoración, y sólo una inscripción difícil de interpretar en su totalidad, que dice:
HOC IACET IN PULCRO DE CON SUELO NTA SIPULCRO HIC E(st) SCE M… DEBITA: PENA ERA MCLVII
Parece clara la datación de era 1157, lo que haría el año 1119, es decir, en los comienzos del XII. La letra es bas tante similar a la del sepulcro número 1.
5.- Tapa de sepulcro colocada en el centro del jardín, a dos vertientes, con decoración de líneas moduladas y hojas. Su cronología parece de finales del XII o comienzos del XIII.
6.- Sepulcro en el extremo NO del claustro, forman do también separación del pasillo y jardín. Lleva en el centro de su tapa una inscripción en dos líneas, con muy buena letra, que dice:
ANNO: DOMINI: M: CC: LXXX: XVIII: DIA: SAN: LUCAS: OBIIT: FAMULVS: DEI / ABBAS: MARTINUS: DOMINICI: ORATE: PRO: ILLO:
En el año de 1280, pues, el día de San Lucas, 18 de octubre, murió el abad Martín Domingo”. Otro nombre de abad de San Martín de Elines que sólo conocemos por su sepulcro.
7.- Este sepulcro, completo, con caja y cubierta, es sin duda, el más bello de todos los conservados en el claustro de San Martín de Elines. Lo mismo que el anterior está ya entro de época plenamente gótica.
Se halla bajo arcosolium en el pasillo lateral del norte y sobre la tapa, en recuadro al lateral izquierdo, se lee la siguiente inscripción: ANNO DOMINI / M:CC XXXI. Dicha tapa está bellamente decorada con una banda de zarcillos ondulados y sobre ella otra de hojas pareadas acaracoladas, como las que vimos en el sepulcro número 2. En el centro de la tapa aparece esculpida una gran espada cuya empuñadura está junto a la inscripción descrita.
La parte frontal del sepulcro, se centra con la figura del Pantocrátor, muy deshecho en su punto medio superior, en almendra inscrita en rectángulo. En las enjutas, los cuatro emblemas de los evangelistas. En la parte baja, y a ambos lados del Pantocrátor, cuatro arquillos apuntados, cuyas enjutas se forman de hojas gemelas, y cobija diez personajes: en los extremos existen figuras de ángeles: uno de llamada al Juicio Final, con su trompeta; el otro, sin duda, San Miguel Arcángel, sostiene la balanza para el peso de las almas. Las otras seis figuras, muy destrozadas algunas, parecen apóstoles y evangelistas. Sobre estos arquillos, a la izquierda, seis rectángulos ocupados por emblemas de castillo (dos), león, escudo con banda (dos) y basilisco; a la derecha, cuatro rectángulos donde se esculpen: león, castillo, venera y basilisco.
Este sarcófago, que Huidobro pensaba debía de tener esculturas al otro costado, no es así, porque descubierto ha aparecido liso. En la parte posterior de la cubierta hay dos zonas de hojas en relieve, lanceoladas, y otras semejantes, grabadas. Huidobro dice que la banda en escudo es la de Alfonso VII, y plantea la hipótesis de que pudiera ser la sepultura de algún infante de Castilla que pasó por San Martín “haciendo la peregrinación a Santiago de Galicia y allí murió o si tal vez corresponderá a alguno de los Manrique, copatronos de la iglesia que, en un principio, llevan por blasón castillo y león”. Si la fecha es de 1231, como consta en él, hay que situarle en el reinado de Fernando III el Santo.


Las arquerías mozárabes
Antes, como ya dijimos, de la construcción de la iglesia románica, existió otra, en el solar contiguo, al Oeste del que luego ocupó la del siglo XII que ahora analizamos. Se conservan aún tapiadas, en el muro norte del claustro actual y dando al cementerio, dos arcos de herradura que certifican la existencia de una fábrica, mozárabe posible mente –o prerrománica para no asegurar estilo– que, como dice Berganza, se arruinó en 1102, por lo que por estos mismos años, tuvo que empezar a construirse la románica.
En el paramento de este muro norte, y dentro por lo tanto del claustro, existen también dos aspilleras, con dintel esculpido y arco ultrasemicircular, que dan idea de lo humilde que debió de ser su fábrica. El dintel derecho lleva perfectamente señalado, con el dibujo de un doble bocelillo muy tosco, el arco de herradura. A sus lados, dos groseras ramas o plantas verticales con hojas a modo de espirales. Sobre ellas en escuadra y completando el enmarque del arco, otros dos boceles horizontales más anchos con imperfecto sogueado. El otro dintel, con más sencillo enmarque de sogueado, se adorna tan sólo con una flor cuatripétala a cada lado. Por lo que ha quedado de esta vieja iglesia, pensamos que pudo ser de reducido tamaño, pero con tres naves, separadas por serie de arcos al estilo de la de San Miguel de Escalada, en pobre y rústica afinidad, pero ello es una sola suposición de muy inseguro sostenimiento, dadas las remociones y acomodos que debieron de sufrir los muros de la fábrica que se vino abajo en el año 1102.

 

Próximo Capítulo: Románico en el Valle del Besaya

  

 

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