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lunes, 9 de octubre de 2017

Capítulo 32 - Guerras Numidas


Guerra de Yugurta (112 – 105 a.C)
Tras la derrota final de los cartagineses, Publio Escipión colocó a Masinisa a cargo de gran parte del territorio de Sifax en reconocimiento de la ayuda que Masinisa le había prestado frente a Cartago. Masinisa unificó a las tribus númidas alentando y promoviendo su asentamiento fundando numerosas ciudades.
Quería lograr una nación unida, un estado único en el norte de África con una industria agrícola, se convirtió en el principal aliado del pueblo romano, estableció una organización helénica en su reino y mantuvo numerosas relaciones comerciales con Rodas, Delos y Atenas.

Aprovechándose del tratado de paz que impedía a Cartago enzarzarse en guerras sin el permiso de Roma, Masinisa se anexionó parte del territorio cartaginés y siguió anexionándose territorios púnicos durante el siglo II a.C apoyado por Roma.
En la propia Cartago existía un partido númida que deseaba la unión con Numidia, lo cual provocaba los recelos de Roma. Todos estos conflictos hicieron que se declarara la tercera guerra púnica.
En el año 149 a.C, Masinisa murió de viejo durante la guerra y Escipión el africano hizo dividir el territorio de Masinisa entre tres de sus hijos: Gulusa, Micipsa y Mastánabal impidiendo así la pretensión de Masinisa de una nación unificada.
Le confió a Gulusa el mando supremo del ejército númida y la dirección de la guerra contra lo que quedaba de Cartago (Tercera Guerra Púnica), es decir, la supremacía política sobre sus otros dos hermanos.
Caballería númida. Autor Giuseppe Rava

Gulusa asistió al sitió y destrucción total de Cartago por parte de las legiones romanas, en el año 149 a.C, muriendo al cabo de pocos años. El reino pasó a su hijo Masiva, de quien se sabe bien poco, tan sólo que estuvo en el año 111 a.C en Roma, junto con Yugurta, siendo asesinado por orden directa de éste al conocer los planes políticos que albergaban los romanos de proclamarlo rey único de toda la Numidia.
Yugurta no tenía ninguna posibilidad de heredar el trono, pero era muy popular entre la ciudadanía númida.
El rey númida Micipsa envidiaba la popularidad de Yugurta, y decidió que  estaría mejor en un lugar lo más lejano posible de Numidia. Y lo envió a Hispania con un contingente de caballería númida, a colaborar con Escipion en la guerra contra los hispanos.
Mandar a Yugurta a Hispania fue un serio error de cálculo. Los años que Yugurta pasó sirviendo junto al alto mando del ejército romano le sirvieron para aprender muchas lecciones valiosas que emplearía en el futuro. Primero conoció la organización militar y la estrategia de las legiones, ya que participó en numerosos episodios bélicos. Cuando tenía 26 años estuvo en el famoso asedio de Numancia, mandando tropas númidas enviadas por Micipsa. Y no solo aprendió de los romanos. También observó que los celtíberos, pese a enfrentarse a un ejército más avanzado y disciplinado, se estaban mostrando muy capaces de oponer una férrea resistencia. Eran quizá inferiores en tecnología y organización, pero usaban el terreno en su favor, evitando combatir en campo abierto, donde nadie podía esperar vencer a la poderosa máquina bélica romana sin tener una gran superioridad numérica. Los celtíberos se internaban en bosques y montañas, atrayendo a los legionarios para tenderles emboscadas. Atacaban de manera inesperada a las columnas romanas y se dispersaban rápidamente, huyendo por el terreno que hacía muy difícil toda persecución. Aquella, una de las primeras guerras de guerrillas, fue una dura prueba para los romanos, que no estaban tan preparados para ello, solamente para la batalla convencional. La guerrilla les exasperaba, incrementaba mucho los costes militares y además afectaba a la moral de los legionarios. Yugurta tomó buena nota.
Yugurta se revelo como un competente soldado. Según el historiador Salustio, “Por su obediencia incondicional y su desprecio del peligro, pronto se convirtió en héroe de los romanos y terror de sus enemigos”.
El mismo Escipión estaba entusiasmado con Yugurta, y lo recomendó efusivamente al rey Micipsa. ”Tengo en alta estima lo que ha hecho por nosotros, y haré lo que esté en mi mano por trasmitir esta estima al senado y el pueblo de Roma”.
Micipsa captó la indirecta de Escipión y nombro heredero a Yugurta, junto con sus propios hijos Hiempsal y Adherbal, y en su lecho de muerte, en el año 118 a.C, encomendó a Yugurta el cuidado de sus hijos.
El más joven, Hiempsal, sugirió que su padre sufría demencia senil, y también sugirió que por esa razón, debía abolirse la adopción de Yugurta.
Yugurta no estuvo de acuerdo con esa apreciación y poco después de la propuesta de Hiempsal, unos soldados irrumpieron en su casa y lo asesinaron. Y luego llevaron su cabeza a Yugurta.
El otro heredero decidió no correr la misma suerte que su hermano y se levantó en armas. Pero Yugurta tenía más soldados y era mejor militar y lo derrotó con facilidad, obligándolo a huir a la provincia romana de África, lo que antes era Cartago.
Al senado romano no le gustaron estas luchas en su provincia, y convoco a ambos númidas a Roma. El senado romano emitió un decreto que dividía Numidia entre Yugurta y Adherbal, en el que Yugurta obtenía la parte más rica del reino.
Este arreglo duro pocos años, los suficientes para que Yugurta se preparara para la guerra. Y cuando estuvo preparado, invadió las tierras de Adherbal, que disponía de pocos jinetes fue empujado a la ciudad fortificada de Cirta (actual Constantina) en Argelia.
Roma decidió enviar una comisión para investigar que estaba pasando. Yugurta alegó que Adherbal había intentado asesinarlo e insistió en su amistad con Escipión. La comisión romana abandonó África, momento que aprovecho Yugurta para reanudar el asedio de Cirta, poniendo vallado y foso.
Roma envió una nueva comisión, compuesta por senadores de alto rango, como Marco Emilio Escauro. Yugurta no hizo ninguna concesión y la nueva comisión, frustrada, volvió a Roma. Los defensores de Cirta, abandonados a su suerte por Roma, se vieron obligados a negociar con Yugurta. Se ofreció a los defensores y al mismo Adherbal conservar la vida a cambio de la rendición de la ciudad. Los defensores aceptaron y se rindieron, pero una vez los soldados de Yugurta penetraron en la ciudad, se les ordenó asesinar a todos los varones adultos, incluido el mismo Adherbal.
Cuando la noticia de la caída de Cirta llego a roma en el 112 a.C, la guerra resultaría inevitable, pues buena parte de los defensores de la ciudad eran comerciantes romanos. El propio hijo de Yugurta se presentó al Senado con la intención de apaciguar a los romanos con una gran cantidad de dinero, se le respondió que, a menos que ofreciera la rendición incondicional, se volviese de inmediato a su país.

Primera campaña: Lucio Calpurnio Bestia (110-109 a.C)
A Lucio Calpurnio le correspondió Numidia, mientras que Escipión Nasica permanecería en Italia. Se procedió a reclutar un ejército para la campaña africana.
El cónsul Lucio Calpurnio Bestia partió con el ejército a través de Italia hasta Regio, y de allí pasó a Sicilia, desde donde embarcó para África; con la intendencia que le esperaba preparada en la provincia romana, penetró inmediatamente en Numidia, apoderándose en un principio de algunas ciudades. Yugurta respondió con una propuesta de paz, que los romanos aceptaron de inmediato. Yugurta debía declarar su sumisión a Roma, pagar una modesta indemnización y entregar 30 elefantes y muchos caballos a los romanos. Era un castigo muy pequeño para los desmanes de Yugurta. Quizás Calpurnio Bestia fue sobornado por Yugurta, o quizás los romano estaban más preocupados por las noticias de una inminente invasión barbará a través de los Alpes. El senado de Roma creyó más en la posibilidad de un soborno y se constituyó una comisión investigadora. Yugurta fue llamado a Roma, con inmunidad total a cambio de su testimonio.
Guerra de Yugurta, principales acciones militares

Yugurta acudió a Roma, pero antes de que pudiera decir una palabra en el senado, un tribuno le prohibió hablar. Y sin poder hablar, Yugurta se dedicó a aprovechó el tiempo para asesinar Massiva, otro nieto de Masinisa que estaba reclamando el trono de Numidia. Cuando fue preguntado por el hecho, no ocultó su responsabilidad en el asesinato, y los indignados romanos, que debían respetar la inmunidad concedida a Yugurta, solo pudieron ordenarle que abandonara Italia de inmediato. Ya no habría más tratados de paz.
En el año 110 a.C, un ejército al mando del pretor Espurio Postumio Albino llego a África. Pero se vio obligado a volver a Roma para las elecciones, dejando al mando del ejército romano a su hermano Aulo.
Aulo Albino le tentaron los rumores de que había un gran tesoro oculto en la ciudad númida de Suzul. Así que esperó a que su hermano el cónsul estuviera camino de Roma para celebrar las elecciones y la cabeza de tres legiones sin experiencia se dirigió a Suthul (Calama). Al fracasa el tomar la ciudad por sorpresa, los romanos empezaron a cercar la ciudad.
Jinetes númidas: pesado a la izquierda y ligero a la derecha

Yugurta astutamente, viendo que Aulo Postumio no tenía capacidades como comandante, se presentó para romper el cerco de la ciudad. El rey númida hizo que su ejército realizara toda clase de maniobras evasivas, fingiendo huir por debilidad. Aulo Postumio, engañado, se cegó en una persecución que lo llevó hacia terrenos cada vez más propicios a su enemigo. Cuando por fin Yugurta hubo puesto las cosas a su favor, asaltó el campamento legionario durante la noche. El ejército romano, tomado por sorpresa, huyó en desbandada hacia una colina cercana. En su nueva ubicación elevada, los romanos podían defenderse con facilidad, pero existía un serio inconveniente: estaban completamente rodeados y no podían huir. Tenía dos opciones: intentar romper el cerco, algo que parecía un suicidio, o permanecer sitiado hasta que el hambre y la sed diezmasen a los suyos. Yugurta, adivinando la desesperación del general romano, le envió un mensaje prometiendo que si se rendía y accedía a abandonar Numidia, dejaría salir vivos a los legionarios. Aulo Postumio, sin saber qué más hacer, aceptó. Los prisioneros fueron obligados a pasar bajo un yugo, una costumbre ancestral mediante la cual cada soldado derrotado reconocía la superioridad del enemigo. Después de infligir a los romanos esta humillación, la mayor que podía sufrir un ejército de la antigüedad, Yugurta concedió a los romanos un plazo de once días para abandonar el país. La noticia llegó a Roma no a través de Aulo Albino, sino de Yugurta, que envió al Senado una copia del tratado acompañada de una carta en la que se queja duramente de traición por haber invadido un país con ansias de paz que no había levantado ni un dedo contra Roma.
El nuevo tribuno de la plebe Cayo Mamilio pidió la cabeza de Postumio Albino y exigió que su hermano Aulo Albino fuese ejecutado por traición y que a Espurio Albino se le juzgará también por traición.
La derrota romana no se debió solo a la superior dirección militar de Yugurta, sino también al terreno y las condiciones climatológicas. Los suministros romanos procedentes de la costa debían transportarse a través de unas montañas densamente pobladas de coníferas y árboles de hoja perenne, repletas de bandidos dispuestos a lanzarse sobre cualquier convoy escasamente protegido. En las veces que se enfrentaron en campo abierto, las legiones tuvieron que enfrentarse a la caballería númida de Yugurta, estos tenían mayor movilidad y conocían mucho mejor el terreno.

Segunda campaña: Quinto Cecilio Metelo (109 – 107 a.C)

El Senado redactó y despachó una dura carta para Yugurta, diciéndole que Roma no puede ni quiere reconocer un tratado firmado por un hombre sin Imperium y, por consiguiente, sin autoridad del Senado del pueblo romano para mandar un ejército, gobernar una provincia y concertar tratados.
La victoria de Yugurta sobre Aulo Postimio en la batalla de Suzul generó un sentimiento de especial furia en Roma. Y en el año 109 a.C, un nuevo ejército romano, al mando del cónsul Quinto Cecilio Metelo llegó a África. Mientras el otro cónsul Marco Junio Silano tenía la responsabilidad de conjurar la amenaza sobre Italia de las tribus germanas de cimbrios y teutones.
Metelo era un buen soldado, y además era conocido por su honradez y por ser incorruptible. El procónsul Espurio Albino le entregó un ejército desmoralizado, apático, derrotado e incapaz de aguantar riesgos y fatigas. Decidió no emprender ninguna campaña e instruir de nuevo a sus soldados.
Por medio de un edicto, prohibió que nadie vendiera pan en el campamento o cualquier otro alimento cocido, los cantineros no seguirían al ejército, los soldados no tendrían, ni en el campamento ni en marcha, esclavo o acémila. Además, todos los días cambiaba de campamento por caminos transversales, lo fortificaba con empalizada y foso, como si el enemigo estuviese a la vista, ponía numerosos puestos de guardia y les pasaba revista con sus oficiales; del mismo modo, durante la marcha, se hacía presente bien en vanguardia, bien en retaguardia, y muchas veces en el centro, para que nadie se saliese de su fila, para que marchasen apiñados en torno a sus insignias, para que los soldados llevasen su alimento y armas.
Yugurta se enteró por sus agentes de los preparativos de Metelo y viendo que no podría sobornar a Metelo, y temiendo el potencial del ejército que había traído, Yugurta intento establecer negociaciones de paz.

Soldados romanos durante la Guerra Yugurta: A jinete; B legionario; C centurión. Autor
Angus Macbride

Metelo, en principio se mostró dispuesto al diálogo y a Yugurta varias exigencias, siempre de una en una, como si cada una de ellas fuera a ser la última. De este modo, Yugurta entregó a Metelo rehenes, armas, elefantes, la devolución de prisioneros y los desertores romanos, que fueron ejecutados sin excepción.
Yugurta se dio cuenta demasiado tarde que Metelo había estado ganando tiempo, mientras entrenaba y aclimataba a su ejército. Metelo se dirigió hacia el oeste, tomó la ciudad de Vaga y se dirigió con su ejército hacia el río Muthul (Wäd Mellag o Mellag). Con un ejército de 35.000 hombres.

Batalla del río Muthul 108 a.C
Yugurta decidió tender una trampa al ejército romano que le perseguía, decidió buscar un desfiladero y cerrarlo por ambos lados para destruir su ejército. Metelo tras descender montañas y cruzar el desierto trató de alcanzar el río Muthul, donde esperaba reponer sus reservas de agua. Para ello tenía que pasar por un valle estrecho. Yugurta había desplegado 2.000 infantes ligeros y 45 elefantes de guerra bajo el mando de su hermanastro Bomílcar a la salida, mientras esperaba con el grueso de su ejército (20.000 hombres la mayoría jinetes y otros 35 elefantes) en una ladera de un monte por donde los romanos tendrían que pasar.
Batalla del río Muthul 108 a.C: Primera fase

Tras descender del paso de montaña y adentrarse en el valle, Metelo se percató de la emboscada, pero no tenía más remedio que reponer sus reservas de agua en el río y seguir el camino bajo la vista de los enemigos. Metelo destacó una fuerza de caballería e infantería ligera al mando de Publio Rutilio Rufo (sería cónsul en el 105 a.C) para que estableciera un campamento junto al río. Tras ello, la parte principal del ejército romano se desplazó en paralelo a la fuerza númida hacia el río.
Yugurta una vez que todo el ejército romano se había adentrado en el valle, ordenó a su infantería ligera prevalente unos 2.000 que ocupase y fortificase el puesto de montaña para cortar la retirada de los romanos. A una señal, la caballería númida cargó contra la columna de los romanos, atacándola en pequeños grupos aislados. Los romanos se mantuvieron en pequeños grupos, incapaces de realizar movimientos coordinados. Cada grupo luchaba por su propia supervivencia, y la caballería númida tenía el control del campo de batalla.
Según Salustio “Unos númidas hacían estragos en la retaguardia, otros probaban por izquierda y derecha, se mostraban atacando y presionaban, en todos los puntos desorganizaban las filas de los romanos. Entre éstos, incluso los que habían hecho frente al enemigo con ánimo más firme se veían burlados por la confusión del combate, y mientras ellos eran heridos sólo de lejos, no tenían posibilidad de herir a su vez o de trabar combate. Aleccionados ya con anterioridad por Yugurta los jinetes, cuando el escuadrón de los romanos comenzaba a perseguirlos, se retiraban, no en filas cerradas ni al mismo punto, sino lo más alejados posible los unos de los otros. De este modo, al ser superiores en número, si no podían hacer desistir al enemigo de su persecución, los atacaban por la espada y por los flancos cuando estaban desanimados. Y si para huir resultaba más adecuada una colina que los llanos, los caballos de los númidas, que estaban acostumbrados, se abrían paso por allí con facilidad entre los ramajes, mientras que a los nuestros lo abrupto y desconocido del lugar los entorpecía“.
Bomilcar mientras bloqueó la salida para evitar la fuga del grueso y prevenir la ayuda de las tropas de Metelo.
Cuando la batalla parecía completamente perdida, un legado del ejército de Metelo, Cayo Mario, había reorganizado algunos de los grupos conduciendo a 2.000 soldados contra los númidas para liberar a su comandante. Tras ello, Mario marchó contra la fuerza númida estacionada en la colina que se retiró cediendo a los romanos el control del paso, tras lo que marchó contra la retaguardia de la caballería númida, uniendo los grupos en una sola fuerza.
Batalla del río Muthul 108 a.C: Segunda fase

Mientras, Rufo contuvo a la fuerza de los númidas bajo el mando de Bomílcar, derrotando a los elefantes de guerra de Yugurta que sucumbieron en una auténtica carnicería matando a 40 y capturando a 4. Por la tarde, los dos ejércitos se encontraron uniéndose en una sola fuerza.
Batalla del río Muthul 108 a.C: Tercera fase

Gracias a su retirada a tiempo, Yugurta sufrió pocas bajas en comparación con los romanos que habían sido derrotados de manera aplastante si la batalla hubiera seguido el esquema del principio. Por lo tanto el resultado fue indeciso ya que aunque la victoria fue romana estos fueron también los que más bajas sufrieron.
Permaneció cuatro días en el campamento frente al río mientras se curaba a los heridos y se daba descanso a la tropa. Allí repartió condecoraciones y les dio las gracias a sus soldados, exhortándolos para que mostraran idéntico espíritu para lo que restaba de campaña.
La victoria romana se debió a dos factores principales: La calidad de los exploradores romanos que notificaron a su general la posición de los númidas emboscados y el inspirado liderazgo de Mario durante la batalla.
Yugurta supo retirarse a tiempo y no sufrió excesivas bajas. Pero tras la batalla, muchos de sus soldados, que eran mayoritariamente pastores y campesinos, optaron por regresar a sus hogares, a ocuparse de sus propios asuntos. Reorganizó el resto de sus tropas en guerrillas, volviendo con ello a la guerra de desgaste.

Batalla de Zama Regia
Cecilio Metelo, al ver que le estaban cansando con artimañas y que el enemigo no le daba posibilidad de combatir, decidió poner bajo asedio una ciudad grande, para lo cual eligió Zama Regia, baluarte del reino en la zona donde estaba situada, en la idea de que, como lo exigía el hecho, Yugurta vendría en auxilio al estar en peligro los suyos, y allí se daría la batalla.
Yugurta, informado por los desertores de lo que tramaba Metelo, se anticipó al cónsul. Ordenó a los habitantes de Zama Regia que defendieran las murallas con la ayuda de los desertores “la clase más firme de las tropas del rey, porque no podían engañarle“, con la promesa de que en su momento iría él con el ejército en ayuda de la plaza. Tras convenir la defensa, se retiró a unos parajes ocultos en espera de los romanos; poco después se enteró de que Mario había sido enviado sobre la marcha a buscar trigo, con unas pocas cohortes, a la región de Sica (actual Le Kef), que era la primera ciudad que, después de la derrota, había desertado del rey. Aprovechando la noche, hacia allí se encaminó Yugurta con una élite de caballería y, cuando salían los romanos de la ciudad, entabló combate con ellos en la misma puerta, animando al mismo tiempo a los habitantes de Sica para que atacaran a las cohortes por retaguardia.
Ya en campo abierto, los romanos pudieron repeler fácilmente el ataque de la caballería del rey. A continuación, Mario se encaminó en dirección a Zama Regia. La plaza estaba situada en una llanura, fortificada a base de obras y estaba bien abastecida de armas y de hombres. Por lo tanto, Cecilio Metelo rodeó con el ejército todo el perímetro de las murallas, indicando a sus lugartenientes dónde tenía que ejercer el mando cada cual.
Mientras se combatía en el asedio de Zama, Yugurta irrumpió de repente con un gran contingente de tropas en el campamento romano; descuidados los que estaban de guardia no pudieron impedir que los númidas penetraran en la empalizada. Los romanos, paralizados por el miedo, buscaban desesperadamente una salida. Cerca de cuarenta legionarios lograron reagruparse, tomaron un lugar elevado y allí lograron aguantar sin que los númidas pudieran desalojarlos; recogían los dardos que les arrojaban desde lejos y los volvían a arrojar. Entretanto, Metelo, que estaba librando una reñida batalla en los muros de la ciudad, oyó el criterio enemigo a sus espaldas y dándose cuenta de la amenaza, envió rápidamente al campamento a toda la caballería y a Cayo Mario con las cohortes de los aliados. Yugurta se retiró a lugares protegidos. Metelo, sin poder culminar la toma de la ciudad, cuando la noche se le echaba encima, optó por retirarse a su campamento.
Al día siguiente, antes de continuar el asalto, el cónsul dio la orden de que toda la caballería se aposte delante del campamento por la parte por donde se esperaba la posible llegada de Yugurta, asignó a los tribunos las puertas y las zonas próximas y se dirigió en dirección a la ciudad; al igual que el día anterior, asaltaron las murallas.
Yugurta apareció de repente en el campamento y cargó por sorpresa con la infantería mezclada con la caballería. Los jinetes, confiando en los de a pie, no perseguían para luego replegarse como era práctica habitual, sino que se enfrentaban de cara con los caballos y cargaban contra las líneas, procurando romper las líneas por las que penetrase su infantería ligera.
Al mismo tiempo se combatía con gran violencia en el asedio de Zama.
Llegó un momento en que la atención recayó sobre la batalla ecuestre que se allí se daba. Cuando Mario se apercibió de ello, atacó las murallas con gran violencia. Las escalas alcanzaron sus objetivos; casi se habían afianzado los romanos en las murallas, cuando los de la plaza acudieron y arrojaron contra ellos piedras, fuego y toda clase de proyectiles. Los romanos aguantaron al principio, luego, cuando se partieron varias escalas, y muchos estaban cubiertos de heridas, se alejaron de las murallas. Por último, la noche suspendió los combates.
Metelo, al ver que eran vanos sus intentos, que no tomaba la ciudad y que Yugurta no peleaba como no fuese en emboscadas o en su propio terreno, y que el verano estaba ya terminando, se alejó de Zama y estableció sus guarniciones en aquellas ciudades que habían hecho defección a su causa y se hallaban suficientemente fortificadas por la situación o por sus murallas. El resto del ejército lo instaló, para pasar el invierno, en la parte de la provincia más cercana a Numidia: el cónsul se acuarteló en Tisidio con una legión y Mario puso su campamento cerca de Utica.
Yugurta se dispuso a reclutar un nuevo ejército, mientras Metelo trataba de apoderarse de tantas ciudades númidas como fuera posible, para cortar las líneas de aprovisionamiento de Yugurta. Metelo sobornaba continuamente a los aliados de Yugurta, incluso a Bomilcar, el su leal compañero, que había asesinado a Massiva en Roma.
Yugurta empezó a ver conspiraciones por todos los lados, y muchos de sus consejeros lo abandonaron antes de ser acusados y ejecutados. Yugurta, después de perder a sus amigos, muertos la mayoría por sus órdenes, y al haberse refugiado muchos en la corte del rey Boco, como no podía hacer la guerra con lugartenientes de confianza y consideraba peligroso probar la lealtad de los nuevos, empezó a conducirse de forma contradictoria, lleno de incertidumbre.

Batalla de Thala
Con su mando renovado por otro año, Metelo decidió capturar a Yugurta, ambas fuerzas se encontraron y al instante se entabló el combate. En la parte comandada por el rey se peleó por algún tiempo, todos sus demás soldados fueron derrotados y puestos en fuga al primer choque.
Finalmente, Yugurta se retiró junto a parte de su caballería al desierto, en dirección a Thala (actual Tala), ciudad grande y rica, donde estaban la mayoría de sus tesoros y se habían refugiado sus hijos. Cuando Metelo tuvo información de ello, si bien sabía que entre Thala y el río más cercano había cincuenta millas (romanas) de terrenos secos y baldíos, no obstante, con la esperanza de liquidar la guerra si se apoderaba de esta plaza fuerte, se propuso superar todas las dificultades y ordenó descargar los bártulos de todos los animales de carga, excepto el trigo para diez días, además de transportar odres y otros recipientes para el agua.
Cecilio Metelo dio instrucciones de que, en los campos, se requisase el mayor número de animales domésticos para cargarlos con vasijas de todas clases, pero especialmente de madera, recogidas en las chozas númidas. Indicó a las gentes de la zona, que se habían rendido tras la huida del rey, que acarrearan la mayor cantidad de agua posible y les fijó fecha y lugar para ponerse a su disposición; todos los animales de carga del ejército acarrearían agua del río más cercano a Thala. Preparado de esta manera, partió en busca de Yugurta.
Los de la plaza fuerte, que se habían considerado defendidos por lo intrincado del lugar, se vieron impresionados ante la súbita aparición del ejército romano ante sus murallas. Yugurta huyó, aprovechando la noche, con sus hijos y gran parte del tesoro.
Metelo, al observar que la ciudad se hallaba bien defendida por obras y por su situación geográfica, rodeó las murallas con una empalizada y un foso. A continuación, por los dos sitios disponibles más apropiados aproximó los manteletes, levantó un terraplén, y construyó sobre el mismo unas torres. Frente a estos preparativos, los de la ciudad preparaban defensas en los lugares por los que iban a comenzar el asalto los romanos.
Finalmente, los romanos, aunque agotados por el gran esfuerzo anterior y los combates, a los cuarenta días de haber llegado allí, se apoderaron de la ciudad; todo el botín fue destruido por los desertores (éstos habían llegado a la ciudad junto a Yugurta tras la batalla en la que había salido derrotado el rey).
Mientras tanto, Yugurta indujo al rey Boco (suegro de Yugurta), mediante grandes regalos y mayores promesas, a entrar en alianza con él.
Los ejércitos de Yugurta y del rey Boco se unieron en un lugar acordado; y desde allí marchar contra la ciudad de Cirta, porque Metelo había instalado allí el botín, los prisioneros y la intendencia. De modo que Yugurta pensó que, o bien merecería la pena apoderarse de la ciudad, o, si el general romano decidía acudir en ayuda de la plaza, se batiría en combate. Más que el ataque a la ciudad, la estrategia de Yugurta consistía en involucrar cuanto antes al rey Boco en la guerra contra los romanos.
Cuando tuvo constancia Metelo de la unión de los dos reyes decidió esperarlos en un campamento fortificado no lejos de Cirta. Entretanto, por una carta recibida de Roma, Metelo se enteró de que la guerra en Numidia se le había concedido a Mario (del nombramiento del mismo como cónsul ya había tenido noticias). Pensando que se le iba a arrebatar una victoria ya lograda, envió unos delegados a Boco para que no se enfrentara con los romanos: todavía tenía muchas posibilidades de trabar alianza y amistad con él, las cuales eran preferibles a la guerra. A estas propuestas Boco respondió que él deseaba la paz pero exigía el mismo trato para Yugurta; Metelo envió otra delegación y de esta manera pasó el tiempo.

Tercera campaña: Cayo Mario (107 – 105 a.C)
Pero Metelo que recibió el sobrenombre de “Numídico” fue desplazado del mando por su lugarteniente Cayo Mario.
En el año 107 a.C, fueron elegidos cónsules Lucio Casio Longino junto a Cayo Mario. Mientras Mario estaba maquinando su nombramiento como comandante en África, Longino se puso al frente de las legiones en la Galia. El resultado fue una nueva catástrofe militar. El ejército romano de la Galia fue aniquilado sin piedad por los tigurinos, aliados suizos de los cimbrios (el propio Longino murió durante la batalla). Una vez más, Roma estaba indefensa por el norte. Parecía cuestión de tiempo que los bárbaros se diesen cuenta. Por ello, el Senado decidió retirar las tropas de Numidia y llevarlas hacia los Alpes.
Cayo Mario se encontró con que ya no disponía de un ejército. No iba a ser fácil reclutar nuevas tropas. Roma y sus aliados italianos se estaban quedando sin reclutas que cumpliesen las condiciones mínimas. Era tradición que se alistaran únicamente los ciudadanos capaces de comprar su propio equipamiento militar, bajo la idea de que eran los hombres con propiedades los primeros interesados en defenderlas, y por tanto los principales responsables de enfrentarse a los enemigos exteriores. Era un sistema que ahorraba enormes gastos al Estado, pero que tenía un serio inconveniente: estaba pensado para conflictos bélicos de corta duración donde las pérdidas humanas eran pocas y los soldados podían regresar pronto a sus casas para ocuparse de sus tierras y negocios. Sin embargo, una guerra prolongada como las dos que estaba librando Roma mantenía a los soldados alejados de casa durante demasiado tiempo, exasperando su ánimo y el de la sociedad romana en su conjunto, y causando un serio perjuicio a la economía. El estado de ánimo era peor en la confederación italiana, cuyos habitantes todavía no eran ciudadanos de la República, pero sí combatían en sus ejércitos sabiendo que no iban a obtener los mismos beneficios de las victorias militares. Las bajas en el campo de batalla hacían, además, que tanto en Roma como en el resto de Italia la cantera de hombres con propiedades, susceptibles de enrolarse en el ejército, estuviese casi agotada. Mientras tanto, los muchos pobres que había en la República y sus aliados eran considerados no aptos para la movilización, pues no podían permitirse pagar el equipamiento que iban a necesitar en la batalla. Esto puede parecer extraño desde nuestro moderno punto de vista, pero cabe insistir en que durante mucho tiempo el sistema había funcionado bien. Tan bien, que había permitido que Roma se convirtiese en una gran potencia.
Su nuevo ejército africano solo tenía un inconveniente: el elevado porcentaje de nuevos reclutas que jamás habían participado en una batalla y cuya instrucción era escasa. Pero también en esto demostró Mario una enorme agudeza militar. Cuando sus nuevas tropas llegaron a Numidia, empezó a curtir el ánimo de los reclutas a base de escaramuzas y pequeños ataques donde sus hombres, guiados por los escasos veteranos de los que aún disponía, podían estrenarse en combates a pequeña escala. En ellos los reclutas descubrieron que quienes intentaban huir del enemigo o rehusaban combatir eran fácilmente derrotados perseguidos y aniquilados. Por contra, la mayor probabilidad de supervivencia se daba entre quienes combatían de frente, con valor, consiguiendo que fuese el enemigo quien perdiera el ánimo.
Cayo Mario desolado en Tapsus por el comportamiento de su legión.

Mario, además, estimulaba el espíritu combativo de su ejército prometiendo a sus hombres el reparto de los botines de guerra. Así, en poco tiempo, Mario convirtió a sus reclutas novatos en soldados bien dispuestos para la batalla. Por fin tenía bajo su mando un ejército en condiciones.



Conquista de Capsa
Cuando su ejército estuvo en la forma requerida, Mario obtuvo algunas sonadas victorias que causaban gran alivio en Roma. Por ejemplo, emprendió un atrevido movimiento para conquistar la ciudad de Capsa. Situada en mitad de una zona desértica, se la consideraba inexpugnable porque el territorio circundante no disponía de pozos ni cultivos con los que los atacantes pudieran abastecerse de agua ni alimentos. Tampoco resultaba factible avanzar por aquel entorno desértico con carros de suministros. Era un caso raro de ciudad que disponía de fuentes de agua en el interior, pero ninguna más allá de sus murallas, y que por lo tanto se consideraba inmune a los intentos de sitio. Yugurta también estaba seguro de que Capsa era invulnerable, tanto que guardaba allí buena parte de sus tesoros, sin pensar que fuesen necesarias medidas extraordinarias de seguridad. Los propios habitantes y soldados guarnicionados en Capsa consideraban tan improbable un ataque romano que se permitían el lujo de relajar la vigilancia.
Mario, tras estudiarlo todo y teniendo en cuenta la falta de trigo que se iba a encontrar por el camino, ya que todo lo que se había producido lo habían trasladado por orden del rey a lugares seguros, y además el campo estaba seco y vacío de cosechas por aquella época (era el final del verano), se preparó con suficiente previsión. Asignó a la caballería auxiliar la conducción de todo el ganado que días antes había constituido parte del botín; ordenó a Aulo Manlio, su lugarteniente, que se dirigiera con unas cohortes de infantería ligera a la ciudad de Lares (actual Henchir Lorbeus), en donde se habían depositado las pagas y la intendencia, aseverándose que a los pocos días llegaría él allí realizando correrías. De este modo, manteniendo en secreto su propósito, se encaminó al río Tanais.
Durante la marcha se distribuyó el ganado en cantidades proporcionales entre la caballería y la infantería, fabricándose odres con sus pellejos; a los seis días, cuando llegaron al río, se abastecieron de agua usando una gran cantidad de odres que se habían hecho. Allí se levantó un campamento, con ligera protección, en donde se ordenó a los soldados que comieran y estuvieran preparados para salir con la puesta del sol, cargándose ellos mismos y las acémilas sólo de agua, y lo imprescindible para la batalla. Llegada la hora, las tropas abandonaron el campamento y, tras marchar toda la noche, se detuvieron; lo mismo se hizo durante los dos días siguientes. Al tercer día de marcha, antes del amanecer, llegaron a una distancia de unos 3 km de Capsa, en donde se hizo un alto guardando el mayor secreto posible. Al despuntar el día, los númidas salieron en gran número de la plaza mientras Mario ordenó que toda la caballería, y con ella la infantería más rápida, salieran en carrera hacia Capsa y se apoderaran de las puertas; a continuación, él, atento y a toda velocidad, los siguió con el resto del ejército. Sus defensores, acostumbrados a que nadie osara atravesar el desierto para atacarles, ni siquiera concebían la posibilidad de ver aparecer a un ejército romano.
Lo inesperado del ataque provocó la inmediata rendición de la plaza, la cual fue incendiada, los númidas en edad militar fueron ejecutados, todos los demás habitantes tomados prisioneros y el botín repartido entre los soldados.
El nombre de Cayo Mario empezó a correr de boca en boca entre los númidas, para quienes aquella gesta imposible carecía de fundamento lógico. Según Salustio, los númidas llegaron a atribuir poderes sobrenaturales a Mario, porque sus tácticas, de tan novedosas, les resultaban incomprensibles. Gracias a esta oleada de pánico, empezó a ser cada vez más frecuente que las poblaciones que no estaban muy bien guarnecidas se rindieran ante Mario sin combatir. En Roma, Mario era ya el héroe del momento.
Mario prosiguió su campaña durante el invierno (107-106 a.C) capturando varias ciudades de las que pocas le ofrecieron resistencia; la mayoría habían sido abandonadas ante la suerte sufrida por Capsa.

Conquista del fuerte del río Malva (Moulouya)
No lejos del río Malva, que separaba el reino de Yugurta del de Boco, había en medio de una llanura un monte rocoso de anchura suficiente para un fortín mediano, que alcanzaba una gran altura y con un único acceso sumamente estrecho; pues todo el monte estaba cortado a pico de manera natural.
Mario emprendió con sumo ímpetu la conquista de dicho lugar, porque allí estaban los tesoros del rey. El fortín contaba con suficiente número de hombres y de armas, gran cantidad de trigo y una fuente; el sitio era inapropiado para terraplenes, torres y demás máquinas de guerra, el camino para sus habitantes era bastante estrecho y con precipicios a ambos lados. Por allí se empujaban los manteletes en vano y con enorme riesgo, pues cuando habían avanzado un poco los inutilizaban con fuego o con piedras. Los soldados no podían estar al pie de la obra dado lo desigual del terreno, ni manejarse entre los manteletes sin peligro; los más osados iban cayendo o eran heridos, y el miedo de los demás iba en aumento.
Cuando Mario llevaba varios días dándole vueltas a si abandonaría su propósito, un hecho fortuito llegó en su ayuda. Un soldado ligur de las cohortes auxiliares, que había salido del campamento a traer agua, observó, no lejos del flanco del fortín alejado de los combatientes, unos caracoles que se deslizaban entre las piedras; poniéndose a buscar uno y otro, y luego más, con el ahínco de cogerlos, poco a poco acabó por llegar casi a la cima del monte.
El ligur abordó a Mario y le informó de todo lo ocurrido, sugiriéndole atacar el fuerte por la parte por la que él había ascendido, ofreciéndose a servirle de guía. Mario decidió enviar un reducido grupo con el ligur. De entre los trompetas y cornetas se eligieron a los cinco más ágiles y con ellos a cuatro centuriones para que les diesen escolta. Tras una dura ascensión, el grupo alcanzó la parte del fuerte que estaba desatendida por los defensores. Cuando Mario recibió noticias de que habían alcanzado su objetivo, aunque había mantenido durante todo el día atentos al combate a los númidas, arengó a los soldados y salió él mismo fuera de los emplazamientos de los manteletes; tras formar la tortuga, los romanos se fueron aproximando, al tiempo que eran protegidos desde lejos por las máquinas de asalto, los honderos y los arqueros. Los númidas, por su parte, como antes les habían desbaratado los manteletes a los romanos muchas veces e incluso se los habían incendiado, no se guarecían dentro de las murallas del fortín, sino que se pasaban el día y la noche delante del muro, lanzado improperios a los romanos y echando en cara a Mario su locura. Estando todos atentos al combate, de repente sonaron las trompetas a la retaguardia de los númidas.
Conquista del fuerte del río Malva. Legionarios de Mario tomando el fuerte durante la Guerra de Yugurta

Lo que pasó es contado por Salustio: “...al principio, las mujeres y los niños, que se habían adelantado para ver, salieron huyendo; luego, los que se hallaban más próximos al muro, y al final todo el mundo, armados y desarmados. Al ocurrir esto, los romanos presionaban con más ímpetu, los atropellaban y se limitaban a herir a la mayoría y luego pasaban por encima de los cuerpos de los caídos, atacaban la muralla, compitiendo ávidos de gloria, y ni a uno solo lo retardaba el botín”.
Mientras se desarrollaban estos acontecimientos, llegó al campamento un fuerte contingente de caballería al mando del cuestor que se había quedado en Roma para reclutarlos en el Lacio y entre los aliados. El cuestor era un tal Lucio Cornelio Sila.

Batalla contra númidas y mauros
Desesperado, Yugurta prometió a Boccho un tercio de su reino a cambio de su ayuda. Númidas y mauros unieron sus fuerzas y cayeron sobre las legiones de Mario mientras se retiraban a sus cuarteles de invierno.
Ambos atacaron por sorpresa al ejército de Mario, que estaba en plena marcha y no esperaba ataque alguno porque estaba a punto de caer la noche. Atacar de manera abierta poco antes de anochecer era algo insólito, pues en la oscuridad resultaba imposible continuar dirigiendo una batalla. Pensando que la noche, que ya se echaba encima, les serviría de protección si eran vencidos, y que, si vencían, no les suponía entorpecimiento alguno, ya que conocían el terreno y los romanos eran quienes más tenían que perder en el desorden: su ánimo se vería afectado por el factor sorpresa y por el hecho de no poder recurrir a sus ordenadas e infalibles tácticas. Estas, además, eran las únicas armas de las que disponía Yugurta.
Aunque superado en número y cogido por sorpresa, el ejército romano demostró tener una magnifica disciplina y un mando soberbio. Fue un caótico combate que los cronistas recordarían como algo más parecido a un sangriento tumulto callejero que a una batalla convencional. Sin embargo, Mario y sus oficiales hicieron un esfuerzo enorme para evitar que sus hombres se disgregasen. Finalmente, los romanos, a medida que su ubicación lo permitía, comenzaron a formar círculos defensivos y así, protegidos de esta manera y al mismo tiempo ordenados en un frente, resistieron la presión del enemigo.
En medio de esta situación desfavorable, Mario reunió un grupo de jinetes para prestar apoyo allí donde fuera necesario. La noche se acercaba pero el empuje de los atacantes no cedió un ápice y, conforme a las instrucciones de los reyes, considerando que la noche les era favorable, apretaron con más ganas. Entonces, Mario, para que su ejército tuviera un lugar de retirada, ocupó dos colinas inmediatas entre sí, en una de las cuales, poco ancha para un campamento, había un gran manantial, y la otra era adecuada para servirse de ella, porque, elevada y con precipicios en gran parte, requería pocos parapetos. Ordenó a Sila que pasase la noche junto al manantial con la caballería mientras él fue reuniendo poco a poco a los soldados dispersos, a los cuales hizo trepar a las elevaciones a paso ligero. Los reyes, obligados por la dificultad del lugar, desistieron de continuar la lucha, no obstante no permitieron a sus tropas alejarse mucho, sino que los hicieron acampar alrededor de las dos colinas, cosa que hicieron de forma desordenada.
Yugurta y Boco no habían conseguido las pérdidas que esperaban, pero sí consiguieron acorralar a los romanos, que ya no podían bajar de aquella colina. Así, pensaron que habían ganado y que Mario, como Aulo había hecho en una situación parecida, se rendiría.
Durante la noche los romanos asistieron con incredulidad a un curioso espectáculo: acampados muy cerca de ellos, númidas y mauros celebraban lo que consideraban una gran victoria, con cánticos y lo que parecía una enorme fiesta regada con alcohol. Al propio Mario le costaba creer que Yugurta fuese tan ingenuo; quizá se había dejado llevar por el inexperto entusiasmo de Boco, o quizá recordaba cuando había puesto en similar situación a Aulo Postumio Albino, el cual, viéndose sitiado, había terminado accediendo a marcharse de Numidia.
Cayo Mario en África inspeccionando la instrucción de sus legionarios

Mario, pues, ordenó a los suyos que aguardasen en silencio, permaneciendo alerta, sin dormir. Incluso suprimió el toque de trompeta rutinario que marcaba los cambios de guardia, para provocar la impresión de que sus tropas continuaban en desorden, sin recuperar la disciplina. Yugurta se tragó el anzuelo, o de lo contrario hubiese impedido la fiesta nocturna. Cuando se acercaba el amanecer y en el campamento de la alianza africana había terminado el jolgorio, ordenó un súbito ataque, acompañado de todo el griterío y toque de cornetas del que fuesen capaces sus hombres. Sila fue el primero en ser atacado con sus escuadrones lo más juntos posible; los demás permanecieron en sus puestos protegiéndose de los disparos. Boco atacó las últimas líneas romanas con la infantería que había traído su hijo Voluce y que, por haberse retardado en la marcha, no había participado en el combate anterior. Mario actuaba en primera línea, porque allí estaba Yugurta con el grueso de sus tropas.
Despertados de súbito y anonadados por el estruendo, los dos ejércitos enemigos apenas tuvieron tiempo de abandonar sus campamentos ante la avalancha romana que bajaba de la colina. Númidas y mauros huyeron en torpe desbandada sufriendo muchas bajas.
Habiendo conseguido una gran victoria justo cuando parecía haber sido emboscado, Mario se dispuso a regresar a su cuartel general. Cuando Yugurta y Boco consiguieron reorganizar lo que quedaba de sus tropas, lanzaron otro ataque sorpresa sobre la retaguardia de Mario. Mario, en previsión de un ataque, había ordenado marchar en formación cuadrangular (quadrato agmine incedere): Sila, en el ala derecha, con la caballería; en la izquierda, Aulo Manlio ejercía el mando de honderos y arqueros, además de las cohortes de ligures; los tribunos se colocaron en la vanguardia y en la retaguardia con la infantería ligera (cum expeditis manipulis).
Finalmente, al cuarto día, no lejos de la ciudad de Cirta, los exploradores detectaron al ejército númida, comprendió que el enemigo estaba cerca, Mario, incierto sobre el modo de ordenar el frente, aguardó en el mismo sitio sin variar la formación de marcha que llevaba, preparado para el ataque desde cualquier dirección. De este modo se frustraron las expectativas de Yugurta, quien había distribuido sus tropas en cuatro contingentes en la creencia de que, entre todos, algunos de los suyos lograrían atacar la retaguardia de los romanos. Entretanto, Sila, que fue el primero en ser atacado, formó la caballería en escuadrones lo más juntos posible; los demás permanecieron en sus puestos protegiéndose de los proyectiles en formación de testudo. Boco atacó las líneas posteriores romanas con la infantería que había traído su hijo Voluce y que, por haberse retardado en la marcha, no había participado en el combate anterior. Mario actuaba en primera línea, porque allí estaba Yugurta con el grueso de sus tropas.
Alguien gritó en latín que Mario había muerto, cuando los soldados oyeron esto, se asustaron y al mismo tiempo, los atacantes cobraron ánimos y avanzaron con más denuedo contra los sorprendidos romanos. Mario aguantó el envite y cuando estaba al borde de que el enemigo rompiese las líneas, Sila, que regresaba de aniquilar a aquellos con los que se había enfrentado, acometió a los enemigos de flanco, obteniendo la victoria y los enemigos huyeron.
Campaña de Mario durante la guerra de Yugurta (107-105 a.C)

Cayo Mario supuso que Boco estaría ya arrepintiéndose de la ayuda militar que había prestado a Yugurta. Era el momento de intentar aquello en lo que Metelo había fracasado: deshacer la alianza enemiga mediante la diplomacia. Mario envió a sus dos principales lugartenientes, Lucio Cornelio Sila y Aulo Manlio, a una entrevista secreta con Boco. La elección de Sila fue acertada, ya que usó de sus habilidades sociales para ganarse a los mauritanos. La negociación empezó a fluir. Sila, que ya había trazado cuidadosamente su plan, respondió diciendo que la paz no era suficiente. Si Boco quería la amistad de los romanos, debía satisfacer cierta cláusula especial: entregar a Yugurta. Este se encontró de repente con la interesante (pero peligrosa) disyuntiva de a quién iba a traicionar, a su suegro Yugurta o a Sila, un enviado romano respaldado por todo el poder de Roma.
Invito a ambos a una amistosa reunión, a la que los dos acudieron con poco entusiasmo, ya que ambos sabían que podían ser traicionados en cualquier momento. El encuentro comenzó con Yugurta y Sila esperando a que el rey Boccho diera una señal a sus soldados para que salieran de su escondite y apresaran al elegido. Al final, la señal llego, los soldados de Boccho salieron de su escondite y dieron muerte a los acompañantes del elegido para ser traicionado. El elegido había sido Yugurta, que fue apresado y entregado al triunfante Sila.
Yugurta encadenado delante de Sila. Autor Joachin Ibarra

La captura de Yugurta puso fin a las guerras númidas. Como recompensa por haber escogido el bando correcto, Boccho recibió una buena de Numidia, mientras que el resto se adjudicó a otro de los numerosos descendientes de Masinissa. Los hijos de Yugurta fueron perdonados, aunque tuvieron que marchar a al exilio a la ciudad italiana de Venusia.
En el 104 a.C, Yugurta regresó a Roma, pero esta vez lo hizo para ser paseado  cargado de cadenas por las calles de Roma, participando en el desfile triunfal de Cayo Mario por su victoria en Numidia.
Yugurta ante Mario. Autor Johnny Shumate

Tras finalizar los actos de celebración, fue enviado a la cárcel, donde fue despojado de sus ropas, afeitado y lo introdujeron en la fosa Tuliana que era la mazmorra más temible de Roma (anteriormente, había servido como cisterna), la única entrada se encontraba en un trampilla en el techo.
Triunfo de Mario sobre Yugurta 104 a.C. Yugurta encadenado desfilando delante del carro de Mario por las calles de Roma. Autor Giuseppe Rava

En aquella mazmorra permaneció Yugurta un par de días, mientras se celebraba un espléndido banquete en honor de Cayo Mario. Cuando el banquete terminó, llegaron los verdugos y lo estrangularon.


Final del reino de Numidia
Juba I (85 -46 a.C)
Tras Yugurta, el reino de Numidia fue confiado a reyes que eran dóciles vasallos de Roma. Uno de ellos, Juba, que subió al poder con el apoyo de Pompeyo, tomó parte junto este contra Cesar en la batalla de Farsalia. Apoyó a los refugiados pompeyanos en África y se unió a ellos. Fue derrotado en la batalla de Tapso (Thapsus) en el 49 a.C, en la que  aportó una fuerza compuesta por una caballería regular de más de 2.000 jinetes, cuyos caballos estaban provistos de frenos y bocado, una caballería ligera, cuatro legiones equipadas a la romana, una infantería ligera, además de contingentes reclutados entre las distintas tribus y dirigidos por sus propios jefes y la presencia de unos 60 elefantes y camellos. Tuvo que dividir sus fuerzas debido a la invasión del oeste de Numidia por el rey de Mauritania Boccho II, aliado de César, que consiguió tomar Cirta, la capital númida. Se suicidó tras la derrota para evitar caer en las manos de César, que anexionó su reino al Imperio Romano.
Mapa del reino de Numidia

Juba II (52 a.C-23 d.C)
Era hijo de Juba I nació en torno al año 52 a.C, y fue llevado a Roma con sólo cinco años para tomar parte el desfile triunfal por la batalla de Tapso en el 46 a.C. Fue educado como un romano recibiendo educación en latín y griego. Llegó a obtener la ciudadanía romana, llegando a ser un importante ciudadano en Roma, obteniendo el favor tanto de Julio César como de Octavio Augusto con quién lucho en la batalla de Accio en el 31 a.C y otras campañas.
En el año 29 a.C, fue restituido como rey númida por Augusto, por lo que Numidia pasó a ser un aliado fiel de Roma. Se casó entonces con Cleopatra Selene hija de Marco Antonio y Cleopatra VII, recibió una gran dote de Augusto.
Algunos reyes númidas

Debido a su romanización, Juba II encontró una fuerte oposición en los ciudadanos númidas, con importantes revueltas civiles. Esto fue lo que provocó que en el año 27 a.C, los reyes númidas se trasladasen a Mauritania, donde también reinaron.
Ayudó a Roma en las campañas norteafricanas conducidas por L. Sempronio Atratino el 22-21 a.C, y por L. Cornelio Balbo el 21-20 d.C, esta última acaecida tal vez en el territorio de la Getulia cedida a Juba, ha sido entendido como signo de su debilidad y fracaso. Juba no habría sabido mantener el control de la zona que Augusto le había encomendado, vital para preservar la provincia de África de las virulentas tribus gétulas, hecho que posiblemente había originado la donación del reino a Juba. Cuando a este monarca se le encomendó la Mauritania debía atender en el aspecto militar los cometidos de cualquier rey socio y aliado del momento: mantener la paz en su reino y resguardar sus fronteras.
Dión Casio indica que los gétulos irritados contra Juba y viendo al mismo tiempo también como indigno ser gobernados por los romanos, se sublevaron contra su rey, asolaron los países vecinos y mataron a un gran número de romanos enviados contra ellos. Su poder creció hasta tal punto, que su derrota le valió a Cornelio Coso el triunfo y el sobrenombre “gaetulicus”. Floro, por su parte, cita el éxito de Coso Cornelio Léntulo en el 6 DC contra los musulamios y los gétulos vecinos de las Sirtes, que habían invadido el territorio de África y según parece, habían amenazado Leptis Magna. Y por último, Orosio transmite que Coso acantonó a los musulamios y gétulos en un territorio delimitado y los mantuvo fuera de las fronteras romanas. Se desconoce cómo llevó a cabo su campaña el general romano o qué estrategia se siguió para sofocar tal rebelión.

Jinete romano contra númida. 1 jinete númida; 2 jinete romano. Autor Angus McBride

En Mauritania, Juba II estuvo muy influido por su esposa en temas de gobierno, y gracias a ella fomentó las artes escénicas y el conocimiento de la historia. Pero sobretodo fomentaron el comercio marítimo, convirtiéndose así el país en un importante referente comercial en el Mediterráneo. Escribió varios tratados y exploró las Islas Canarias.
En el año 19 d.C. Juba II nombró a su hijo Ptolomeo regente de Mauritania. Y cuatro años después en el año 23, moría.

Ptolomeo (23-40)
En el año 24, Ptolomeo ayudó decisivamente al gobernador de la provincia romana de África, Publio Dolabela, puso fin a una larga guerra con las tribus locales (dirigidas por los númidas de Tacfarinas y los garamantes) que asolaba África en contra de Roma desde el año 17. Aunque los rebeldes fueron finalmente derrotados, ambas partes sufrieron un gravoso número de pérdidas, tanto en caballería como en infantería.
El Senado Romano, reconociendo la leal conducta del rey mauritano, le otorgó un cetro de marfil, una túnica triunfal bordada y le saludaron como rey, aliado y amigo. Estas muestras de reconocimiento eran una antigua tradición romana que fue revivida por el Senado (Tácito, Anales, libro IV).
Ptolomeo tomó por esposa a Julia Urania, una mujer siria perteneciente probablemente a la familia real de Emesa. Su única hija conocida llamada como su hermana Drusila, nació entre los años 37 y 39 y fue la primera esposa que tuvo el gobernador de Judea Marco Antonio Félix. Pronto se divorciaron y Drusila se casó en el 56 con Sohaemo (Sohaemus), pariente lejano por parte de madre y rey-sacerdote de la ciudad de Emesa desde 54 hasta su muerte en 73. Tuvieron un único hijo, Cayo Julio Aexio, que sucedió a su padre como rey y sumo-sacerdote del dios El-Gabal. La reina Zenobia de Palmira decía descender de él.

Jinetes númidas

En el año 40, el emperador Calígula invitó a Ptolomeo a visitar Roma. Le recibió con los honores apropiados. Según Suetonio (en Vidas de los doce césares), en una ocasión en la que Ptolomeo acudió al anfiteatro durante un espectáculo de gladiadores, vestía una capa púrpura que atrajo la admiración del público. Celoso, Calígula ordenó su ejecución. Tras su muerte, Calígula se anexionó el reino. Más allá de las razones anecdóticas apuntadas por Suetonio, algunos autores han explicado el asesinato de Ptolomeo y anexión de su reino a una respuesta romana a la existencia de problemas internos en el reino y como un medio de garantizar la seguridad del país y de las provincias limítrofes. Sin embargo, otros autores han negado tales problemas, afirmando simplemente que en época de Calígula habían desaparecido los impedimentos para la anexión que existían en la época de Augusto, cuando cedió Mauritania a Juba II, que era el de poner en peligro a otras partes del imperio.
Tras sofocar una revuelta liderada por Aedemos, liberto de Ptolomeo, el reino fue organizado definitivamente por Claudio en dos provincias: Mauritania Tingitana y Mauritania Cesariense.
Norte de África en el año 46 tras la caída del reino de  Numidia

Los númidas siguieron alistándose como jinetes auxiliares del ejército romano.


Rebelión de Tacfarinas (15 – 24)
El nombre de Tacfarinas viene del bereber Tiqfarin latinizado, pertenecía a la tribu de los musulamios, calificados por Tácito como pueblo poderoso, situados junto a los desiertos del África y que por entonces no habitaba todavía en ciudades, durante el reinado del emperador Tiberio se alzaron en armas y arrastraron a la guerra a sus vecinos los mauros, dirigidos por Mazippa, que con sus tropas ligeras llevó a todas partes el incendio, la muerte y el terror.
Por las escasas fuentes clásicas que abordan su rebelión, principalmente Tácito en sus Anales, se deduce que Tacfarinas no procedía de familia noble o acaudalada. Como muchos otros jóvenes musulamios, acabó enrolándose como jinete auxilia  de las legiones.  En el 15 desertó, quizá fue por una decisión impulsiva ante alguna injusticia, o quizá porque su plan de insurgencia estaba ya maduro. Empezó la sublevación y algunos sus paisanos musulamios le dieron pleno apoyo, creando con su experiencia de combate organizó una banda de salteadores profesionales que comenzó a hostigar los intereses de Roma en la región. También se unieron los cinitios (cinithii), nación nada desdeñable contando además con el apoyo de los garamantes, que actuaron como receptores del botín.
Otro caudillo local, el mauro Mazippa, juntó fuerzas con él, pues éste jefe tribal mantenía su disputa personal con el rey Juba II, regente de aquel reino cliente. Mientras Tacfarinas organizó a su infantería al estilo romano, Mazippa se encargó de crear un cuerpo de caballería formidable con el que dar cobertura a su colega y mil quebraderos de cabeza al procónsul de África.
Los enfrentamientos se prolongaron a lo largo de siete años y se resolvieron con cuatro campañas que los generales romanos dirigieron como respuesta a las ofensivas de Tacfarinas.
Carga de jinetes númidas. Autor Aleksander Yurievich  Averianov

Primera campaña Marco Furio Camilo
El gobernador de la zona Marco Furio Camilo, harto de las airadas protestas de los latifundistas cuyos campos eran saqueados en las recurrentes razias de Mazippa, movilizó en la primavera del 17 a la legión III Augusta y sus cuerpos auxiliares dispuesto a presentar batalla al númida rebelde.
Ambos ejércitos se encontraron en la llanura entre Haidra (donde se encontraba el campamento principal de la legión III) y los montes Aures.
Furio Camilo desplegó sus tropas como de costumbre, con la legión III en el centro, con los auxiliares íberos y tracios en los flancos, la caballería ligera númida enviada como refuerzo por Juba II y la caballería romana en las alas. En total disponía de unos 10.000 hombres.
Tacfarinas, que disponía de 20.000 guerreros, envió a su caballería para tratar de envolver ambos flancos romanos, que empezaron a ceder ante la presión.
Pero en el centro, los legionarios de la III Legión causaban estragos entre la pobremente protegida infantería ligera de Tacfarinas. Varios intentos de la caballería númida por romper el muro de escudos de los legionarios fracasaron. Y la guardia personal de Tacfarinas, entrenada y armada al modo legionario, no era suficiente para romper la línea romana.
Tacfarinas se vio obligado a retirarse con sus tropas, dejando a Furio Camilo como vencedor.
Cuando el emperador Tiberio recibió las noticias de la victoria de Furio Camilo, estaba tan contento que le concedió la insignia triumphalia, un alto premio, pero inferior al triunfo, que en aquella época solo se concedía a los miembros de la familia Julia-Claudia, la familia del emperador Tiberio.
Aparentemente, Tiberio estaba muy contento con la victoria, pero tampoco quería que nadie le hiciera sombra o amenazara su poder. Según Tácito, “era la primera vez en siglos que algún miembro de la familia Furii conseguía fama militar”, y Tiberio no quería que Furio consiguiese otra.
Así que decidió apartar a Furio Camilo de la vida pública, consiguiendo que el senado le nombrara frates arvales, sacerdote de una cofradía dedicada al culto de diosas de la fertilidad (Lares, Flora, Dea, etc).
Este culto había sido muy importante en los primeros siglos de Roma, aunque había perdido bastante importancia durante la época republicana, para volver a ser reactivado por el emperador Augusto, que lo había convertido en una cofradía religiosa reservada para los grandes aristócratas y miembros de la familia del emperador.
Pero los problemas en África no habían terminado. Al poco tiempo volvieron a sufrir las incursiones de las tropas de Tacfarinas.

Segunda campaña: Lucio Apronio
Poco después de que Camilo celebrase su victoria, Tacfarinas volvió a la carga, continuando con su estrategia de guerrillas, tan típica en tierras africanas e hispanas. Las protestas continuaron y el siguiente procónsul para el 18, Lucio Apronio, se vio forzado a reemprender la campaña contra los insurgentes.
Jinetes bereberes sobre dromedarios, los romanos con su caballería eran incapaces de seguirlos cuando se internaban en el desierto


Primera campaña Marco Furio Camilo

El gobernador de la zona Marco Furio Camilo, harto de las airadas protestas de los latifundistas cuyos campos eran saqueados en las recurrentes razias de Mazippa, movilizó en la primavera del 17 a la legión III Augusta y sus cuerpos auxiliares dispuesto a presentar batalla al númida rebelde.
Ambos ejércitos se encontraron en la llanura entre Haidra (donde se encontraba el campamento principal de la legión III) y los montes Aures.
Furio Camilo desplegó sus tropas como de costumbre, con la legión III en el centro, con los auxiliares íberos y tracios en los flancos, la caballería ligera númida enviada como refuerzo por Juba II y la caballería romana en las alas. En total disponía de unos 10.000 hombres.
Tacfarinas, que disponía de 20.000 guerreros, envió a su caballería para tratar de envolver ambos flancos romanos, que empezaron a ceder ante la presión.
Y la guardia personal de Tacfarinas, entrenada y armada al modo legionario, no era suficiente para romper la línea romana.
Tacfarinas se vio obligado a retirarse con sus tropas, dejando a Furio Camilo como vencedor.
Cuando el emperador Tiberio recibió las noticias de la victoria de Furio Camilo, estaba tan contento que le concedió la insignia triumphalia, un alto premio, pero inferior al triunfo, que en aquella época solo se concedía a los miembros de la familia Julia-Claudia, la familia del emperador Tiberio.
Aparentemente, Tiberio estaba muy contento con la victoria, pero tampoco quería que nadie le hiciera sombra o amenazara su poder. Según Tácito, “era la primera vez en siglos que algún miembro de la familia Furii conseguía fama militar”, y Tiberio no quería que Furio consiguiese otra.
Así que decidió apartar a Furio Camilo de la vida pública, consiguiendo que el senado le nombrara frates arvales, sacerdote de una cofradía dedicada al culto de diosas de la fertilidad (Lares, Flora, Dea, etc).
Este culto había sido muy importante en los primeros siglos de Roma, aunque había perdido bastante importancia durante la época republicana, para volver a ser reactivado por el emperador Augusto, que lo había convertido en una cofradía religiosa reservada para los grandes aristócratas y miembros de la familia del emperador.
Pero los problemas en África no habían terminado. Al poco tiempo volvieron a sufrir las incursiones de las tropas de Tacfarinas.

Segunda campaña: Lucio Apronio
Poco después de que Camilo celebrase su victoria, Tacfarinas volvió a la carga, continuando con su estrategia de guerrillas, tan típica en tierras africanas e hispanas. Las protestas continuaron y el siguiente procónsul para el 18, Lucio Apronio, se vio forzado a reemprender la campaña contra los insurgentes.
Jinetes bereberes sobre dromedarios, los romanos con su caballería eran incapaces de seguirlos cuando se internaban en el desierto


Tacfarinas se envalentonó tras realizar varias incursiones relámpago con mucho éxito, tanto como para poner sitio a un campamento junto al río Pagyda en el que una cohorte de la legión III Augusta permanecía fortificada. Un centurión llamado Decrio era el primus pilus estaba al mando de aquel contingente y, según nos lega Tácito, “consideró vergonzoso que los legionarios romanos se sintiesen asediados por una chusma de desertores y vagos”. Decrio dirigió una salida dispuesto a romper el cerco, acción que fracasó debido a la superioridad numérica de los númidas. El valiente centurión, herido de flecha en un ojo y varias partes más de su cuerpo, les ordenó a gritos a sus hombres seguir avanzando, pero aquellos, atemorizados por la fiereza de los indígenas, le dejaron morir solo y se retiraron al resguardo de los muros de su campamento.
Tacfarinas, apremiado por la llegada de Apronio y los refuerzos, levantó el cerco, pero el procónsul, cuando liberó el campamento y supo de la conducta ignominiosa y cobarde de aquella cohorte, ordenó que se aplicase el peor castigo disciplinario del ejército romano: la decomatio. Uno de cada diez hombres murió apaleado por sus propios compañeros.

Decimatio: terrible castigo en el que 1 de cada 10 moría apaleado por sus compañeros

El escarmiento del río Pagyda resultó un estímulo implacable para las tropas romanas. Poco después, la III Augusta se enfrentó a Tacfarinas en Thala (Túnez, el mismo lugar donde fue vencido 120 años atrás Yugurta), siendo derrotando de nuevo al enfrentarse en   campo abierto. Esta victoria romana le hizo comprender a Tacfarinas que no debía enfrentarse a los romanos en una batalla convencional, obligándole a seguir con la guerra de guerrillas.
Para mayor cúmulo de desgracias, durante su repliegue hacia la costa fue sorprendido por un destacamento mandando por el hijo del procónsul, L. Apronio Cesanio, escaramuza de la consiguió escapar y refugiarse en los Montes Aurès, pero a costa de perder todo el botín de guerra que había amasado tras tres años de correrías. Apronio padre lo exhibió por las calles de Roma en el triunfo que el Senado le concedió por semejante hazaña r las calles de Roma en el triunfo que el Senado le concedió por semejante hazaña, y la obtención del septemviratus epulonum para su hijo L. Apronio Caesiano, por haber hecho retroceder a los númidas hacia el desierto.

Tercera campaña: Quinto Junio Bleso
Poco después de dicho triunfo, Tacfarinas envió un embajador a Roma, dispuesto a entrevistarse con el mismísimo Tiberio y reclamarle tierras para él y los suyos dentro de la provincia a cambio de un armisticio total. La misiva, más que una oferta de paz, era un chantaje, pues Tacfarinas advertía al emperador de que, de no aceptar,  mantendría sus hostilidades de forma permanente en una guerra sin fin contra Roma. La oferta del númida era seria, pero Tiberio estalló en cólera cuando la escuchó. Tácito recoge en sus Anales que el emperador,  dijo: “Ni siquiera Espartaco se atrevió a enviar mensajeros”.
En el año 21, el emperador Tiberio escribió una carta al senado, en la que exigía a este que eligiera sin más tardanza a un nuevo gobernador, experimentado y en buena forma física para hacer frente a Tacfarinas. Tiberio insinuó al senado que tenía que elegir entre dos nombres: Marco Emilio Lepido y Quinto Junio Bleso.
Marco Emilio Lepido no tenía el menor interés en marchar al norte de África, asi que comenzó a poner excusas para no ser elegido por el senado: tenía mala salud, hijos de corta edad y varias hijas casaderas, etc.
El otro candidato a gobernador, Quinto Junio Bleso, era tío de Lucio Aelio Sejano, el influyente prefecto de la guardia pretoriana del emperador Tiberio, era la ”siniestra” mano diestra de Tiberio, un veterano de las legiones con experiencia en gobernar provincias conflictivas como Panonia.
Además de la legión III Augusta instalada en África, Bleso se llevó consigo la IX Hispana y la XV Cohors Voluntariorum desde el limes del Danubio. Entre las dos legiones, la cohorte y sus auxilia, Bleso reunió cerca de 20.000 hombres en su aventura africana. Su primera disposición fue sencilla: el perdón indiscriminado para quien desertara de la revuelta, excepto para Tacfarinas.
Jinete númida. Autor Hocine Ziani, artista argelino, Museo Central del ejército en Argelia.

El nuevo procónsul, contaba con el doble de efectivos que sus dos antecesores, cambió de estrategia. No buscó un combate campal en el que vencer para exterminar a los rebeldes, sino que partió sus fuerzas en tres columnas: una sería liderada por Publio Cornelio Lentulo Escipion, que mandaba la IX legión Hispana; la segunda mandada por el hijo del procónsul Bleso, que mandaba la III Legión Augusta; la tarea de la IX Hispana era conservar a toda costa los dominios romanos en las cercanías de Leptis Magna, en Tripolitania, la parte este de África proconsular. Una ciudad muy rica, sobre todo gracias a la exportación de aceite de oliva, que ya había sido atacada por Tacfarinas en varias ocasiones.
Bleso dividió las tropas en pequeños destacamentos al mando de comandantes con probada experiencia en la guerra en el desierto, y ordenó que ocuparan puestos claves en las montañas, como los accesos a las fuentes de agua. Comenzó la construcción de una cadena de fortificaciones desde el oeste de Ammadara hasta los montes Aures, comunicadas por constantes patrullas de caballería, para tratar de retener a los jinetes númidas en el desierto y evitar que se acercaran a la costa. Los pueblos y granjas que habían prestado algún tipo de ayuda a Tacfarinas y los suyos eran quemados hasta los cimientos, y sus habitantes eran masacrados o convertidos a la esclavitud.
La estrategia romana funcionó a la perfección, y a principios del año 22 la tribu de los  musulamios estaba prácticamente sometida al poder de Roma. Solo quedaba un pequeño grupo de númidas que acompañaban a Tacfarinas en su huida, el hermano de Tacfarinas fue apresado. Inexplicablemente, Bleso puso fin a las operaciones de búsqueda de Tacfarinas. Consciente de que su mandato como procónsul terminaría en primavera, Bleso se retiró a Cartago y comenzó los preparativos para ceder el cargo a su sucesor.
Después de retirar sus tropas durante el invierno, Bleso volvió a Roma en la primavera del 23 y tuvo su triunfo, el último otorgado a alguien no perteneciente a la familia imperial; Tiberio quedó satisfecho pero, de nuevo, el problema quedó de nuevo sin resolver.

Cuarta campaña: Poblio Cornelio Dolabela
El nuevo procónsul del 24, Publio Cornelio Dolabela, se encontró con la triste realidad. Tacfarinas seguía pululando por el vasto territorio fronterizo que se extendía en el límite sur de la provincia, arropado por un ejército de disidentes, y los saqueos y correrías se seguían produciendo con absoluta impunidad. Tiberio y Bleso habían pecado de optimistas y no se habían detenido a pensar que la gran fuerza del líder rebelde residía en la inmensidad del desierto y sus correosos moradores. No sólo contaba entre sus filas a los prófugos libios, númidas o africanos, sino también colaboraban con él grupos de getulos y garamantes del árido sur, hasta los mauros descontentos con el rey Ptolomeo, hijo de Juba II, se pasaron a la causa númida. Atacaban y desaparecían en las arenas antes de que las guarniciones romanas pudiesen reaccionar. Las cohortes todavía no usaban camellos en aquella época y adentrarse en el inhóspito interior de Libia suponía una aventura fuera del alcance de un procónsul, por muy intrépido que fuese. Para mayor impulso de la revuelta, la salida de la IX Hispana de África fue usada como propaganda por los númidas para sumar efectivos, argumentando que los graves problemas del Imperio en el lejano norte les obligaban a sacar sus tropas de África. Había llegado el momento de liberar Numidia del yugo romano.


Jinete númida hostigando al enemigo

La capital de los garamantes, en el oasis de Garama (actual Jerma) se convirtió en una base de aprovisionamiento y un refugio seguro para los guerreros de Tacfarinas.
Toda esta  coyuntura hizo que Tacfarinas se entusiasmara mucho más y pusiese sitio a la plaza de Thubuscum (Khamisa, Argelia), pero la rápida intervención de Dolabela desarticuló el asedio, provocando una nueva derrota indígena ante la disciplinada infantería legionaria. El procónsul, más hábil que sus antecesores, no admitió la victoria hasta capturar al líder rebelde y emprendió su persecución. Valiéndose del apoyo de su aliado Ptolomeo, en cuyo territorio se había refugiado el númida, montó cuatro comunas bien nutridas de jinetes mauros cedidos por éste y peinó el sur de la provincia valle a valle. Un informador local avisó al procónsul de que Tacfarinas se encontraba escondido en las ruinas de un lugar llamado Auzea (Sour el-Ghozlane, Argelia). La zona era boscosa y ondulada, ideal para  acercarse sin ser visto con una pequeña expedición. Así lo hizo Dolabela. Llegó hasta allí, esperó toda la noche en silencio y, antes de que rompiera el alba, los confiados númidas se despertaron de súbito con las bocinas y los gritos de la legión. Los hombres de la III Augusta no tuvieron misericordia, mataron a todos los hombres que aún estaban medio dormidos. Las órdenes eran capturarle, le acorralaron cayendo sus guardaespaldas, después su hijo y, al final, solo y aislado se ensartó en la espadas de los legionarios que pretendían apresarle.
Dolabela, el verdadero vencedor del insurgente númida, reclamó su triunfo al Senado, pero su proposición fue desestimada por orden de Tiberio. Tácito intuyó la alargada sombra de Sejano tras aquella injusta decisión, pues si hubo alguien merecedor del triunfo sobre Tacfarinas, ese era Dolabela, aunque ello hubiese supuesto la vergüenza de Bleso, y peor aún, del propio Tiberio.
La ayuda de Ptolomeo no fue olvidada. Una delegación del senado romano viajo para visitar al joven rey mauritano, llevándole valiosos regalos y proclamándole amigo leal de Roma.
Los garamantes, por temor a que su propio apoyo a Tacfarinas pudiera traer represalias de los romanos, enviaron una embajada a Roma para demostrar su lealtad.


Próximo Capítulo: Guerra de las Galias

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