Románico en la Comarca de Boedo-Ojeda,
Palencia
El Boedo y la Ojeda forman
una comarca del centro-norte de Palencia en su sector más oriental, junto a la
provincia de Burgos.
Se trata de una de las comarcas más ricas e
importantes de toda España en cuanto a románico se refiere.
Aquí nos ocuparemos de las iglesias (parroquial
y ermita) de Perazancas de Ojeda; la espectacular iglesia de Moarves
de Ojeda con su famosa fachada; las iglesias parroquiales de Zorita
del Páramo, Pisón de Ojeda, Quintanatello de Ojeda, Dehesa de
Montejo, Nogales de Pisuerga, Dehesa de Romanos, Sotillo de Boedo, Santibáñez
de Ecla, Villabermudo de Ojeda, Páramo de Boedo, Sotobañado y
Priorato y Vega de Bur, además de los restos conservados en su
cementerio.
Mención especial
dedicaremos a los cenobios de la comarca: el Monasterio de San Andrés de
Arroyo y la iglesia monástica de Santa Eufemia de Cozuelos.
También nos ocuparemos
brevemente de especialísima pila bautismal conservada en Colmenares de
Ojeda.
Perazancas de Ojeda
Perazancas se sitúa en la zona alta de la
Ojeda, al borde del arroyo del mismo nombre, a unos 25 km al norte de Herrera
de Pisuerga.
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
El templo parroquial está localizado en el
centro de la localidad, a unos 50 m de la carretera y rodeado por un muro del
siglo XVI o XVII de buen aparejo que se franquea por medio de una puerta
sobreelevada que da acceso al recinto del primitivo campo santo. El ábside
románico aparece cimentado sobre roca madre en el sector más oriental. La
iglesia fue declarada Monumento Histórico-Artístico el 3 de junio de 1931.
La estructura románica original tuvo una nave
rectangular con dos tramos, ábside semicircular, presbiterio rectangular y dos
capillas laterales.
Sería posible imaginar que se amplió a tres
naves durante los primeros años del siglo XIII, algo que podría sugerirse desde
el análisis de las cestas vegetales, pero lo cierto es que varias reformas
posteriores enmascararon el edificio más antiguo. García Guinea infiere la
posibilidad de que este edificio fuera la iglesia del monasterio de San Pelayo,
fundado en 1186 y asignado a Sahagún. Para el citado autor la iglesia original
pudo contar desde su origen con tres naves y tres ábsides, siendo quizá ampliada
a otras dos colaterales en época románica tardía. Navarro citaba la existencia
de una inscripción de dedicación en el interior del edificio que estaba trazada
en letra “monacal” del siglo XI, aunque incompleta y estropeada. El dato
epigráfico, que podría suministrar una información valiosísima, si es que
realmente existió, ha desaparecido en la actualidad.
Hacia el siglo XV se amplió el templo de una a
tres naves, tallándose varias cestas con hojas de parra y perforando un
ventanal oriental decorado con una moldura de bolas. Del mismo modo se trasladó
la portada desde su primitiva posición hasta el sector meridional de la nueva
nave.
En el siglo XVII la iglesia fue nuevamente
ampliada hacia el norte y hacia el oeste, cambiando los ejes este-oeste por
otros norte-sur y así el templo moderno plantea tres naves con testero plano
septentrional. Se trazaron igualmente la sacristía, el atrio, y el campanario,
y sufrió otras reformas menores en el siglo XVIII.
El ábside románico, reforzado por dos
contrafuertes exteriores retocados modernamente y provisto de canecillos de
proa de nave en su cornisa, se cubre internamente con bóveda de horno. El
presbiterio lo hace con bóveda de cañón apuntado. Los tres tramos de la moderna
cabecera septentrional poseen bóvedas estrelladas con claves decoradas y
nervaturas que descansan en cul-de-lampes, en el resto de los tramos se emplean
crucerías octopartitas que apoyan irregularmente sobre otras cul-de-lampes y un
grueso pilar de sección circular. El sistema de soportes es variopinto debido a
la interpenetración de varias fases constructivas. El atrio meridional se cubre
con dos bóvedas de crucería del siglo XVII en tanto que el ábside románico se
reforzó con dos irregulares contrafuertes.
El aparejo medieval es de una excelente
sillería arenisca (en la portada con notable pátina) de grano fino, tono dorado
y tallada con trinchante. En la portada se combina el trinchante con la gradina
y puntero gótico en los fustes. La sacristía se levantó en mampostería con
sillares angulares, un aparejo idéntico a los del atrio, antigua casa rectoral
y campanario.
La casa rectoral, la sacristía y la
torre-campanario de sección cuadrangular, son de cronología moderna (siglos
XVII-XVIII), de hecho todo el muro oeste del templo se encuentra arropado por
las mismas, aunque no podemos descartar el hecho de que la torre-campanario
reaprovechara la antigua espadaña medieval del hastial occidental. También en
el muro de la casa rectoral se reaprovechó una ventana gótica geminada.
El ábside románico posee interiormente una
arquería ciega trilobulada de cinco arcos que apoyan sobre columnas gemelas y
dobles cestas vegetales muy populares decoradas con hojas de acantos y pitones
en las esquinas superiores. Sobre ellos se dispone un guardapolvo vegetal cuyas
enjutas rematan en máscaras y una imposta que recorre todo el hemiciclo
interior a la altura del arranque de la ventana central. Ésta es de medio punto
y queda flanqueada por capiteles rasurados, posee doble arquivolta de entrelazo
vegetal y trama romboidal. Por encima de la ventana parte otra imposta de
racimos entre entrelazos combinándose con alguna pieza abilletada que continúa
en el tramo del presbiterio.
Los capiteles del triunfal son piezas proclives
a la estética andresina mientras que sus impostas vegetales aparecen talladas
con fuerte calado. En el primitivo lado de la epístola se aprecian cestas
góticas decoradas con hojas de parra y algún que otro cuadrúpedo, las basas
parten de alto podium y portan esferas angulares o garras vegetales y de
cuadrúpedo.
La portada románica es el elemento más
llamativo del edificio. Se abre en el lado sur y está formada por un arco de
medio punto rematado con chambrana de vegetales entrelazados entre los que se
aprecia un dragón. Posee una interesante arquivolta figurada en sentido radial
con diferentes representaciones: la lucha de dos villanos a escudo y bastón
acompañados de un personaje femenino que se lacera el rostro –como en Santiago
de Carrión, Páramo de Boedo, etc.–, un rabelista, un posible músico, un oso,
tañedores de salterio, un lector, una pareja abrazada, una bailarina
contorsionista del mismo tipo que en la portada de Moarves de Ojeda, una gruesa
hoja de acanto y un clérigo escribiendo sobre pergamino acompañado de un ángel
que sostiene el tintero y levanta una mano señalando hacia arriba. Esta
arquivolta descansa sobre dos columnas con triple fuste.
En la basa de la columna de la derecha se
tallaron dos animales afrontados muy erosionados. El cimacio porta decoración
vegetal que se prolonga por el intradós conteniendo aves picoteando racimos. A
cada lado se disponen dos capiteles, a la izquierda una cesta de acantos y otra
con la escena de la Huida a Egipto, a la derecha un combate de un guerrero a
caballo contra dos dragones afrontados.
Es fácil vincular estos modelos escultóricos de
la portada con los capiteles de la iglesia del monasterio de Aguilar de Campoo
(capitel de la Huida en el MAN y cimacio del claustro in situ), la galería
porticada de Rebolledo de la Torre, la portada septentrional de Arenillas de
San Pelayo y la iglesia de Santa María de Piasca (Cantabria), lo cual permite
fijar una cronología aproximada en torno al último cuarto del siglo XII, propia
de los talleres que se inspiraron en la portada de Santiago de Carrión de los
Condes. La arquería ciega del ábside, tan peculiar en el tardorrománico
palentino (Vallespinoso de Aguilar, Zorita del Páramo o Villanueva del Río),
nos sirve para aquilatar mejor la cronología propuesta. La calidad de la talla,
sin embargo, permite adscribir la obra a un taller de factura más tosca que el
activo en Piasca de la mano de Covaterio (donde se constata epigráficamente la
fecha del 1172).
La ventana del ábside románico se decora
exteriormente con una imposta abilletada en el arranque, sus capiteles tienen
decoración vegetal de hojas ramificadas con bayas y esquemáticos acantos. Su
arquivolta interior porta hojas de acanto helicoidales, a modo de molinillos,
del tipo visto en algunas cestas vegetales del claustro del monasterio de
Aguilar. La arquivolta exterior presenta elementos arracimado entre entrelazos.
De análisis estilístico se podría desprender una misma mano para los capiteles
de esta ventana absidal y los de la arquería ciega del interior.
También románica es la pila bautismal
conservada en el primitivo ábside. Presenta copa troncocónica lisa de 107 cm de
diámetro y 88 cm de altura cuyo único ornato es el bocel de su borde, bajo el
que corre una banda de zigzag incisa. Se asienta sobre basamento cilíndrico
decorado con una banda de contario.
Ermita de San Pelayo
La ermita de San Pelayo se encuentra a unos
1.500 m al sur del núcleo urbano y al borde de la carretera que discurre por el
valle del arroyo Perazancas. La ermita está emplazada en el cruce de dos
antiguos caminos; uno de ellos coincide con la actual carretera y el otro, que
discurre por detrás de la ermita, une las tierras del pago de Perazancas con
Vallespinoso de Aguilar, o lo que es lo mismo la Ojeda con la comarca de
Aguilar de Campoo.
El templo pudiera haberse levantado sobre otra
edificación más antigua de la que se reutilizaron los capiteles de la puerta de
acceso calificados por Gómez-Moreno como mozárabes. Diferentes testimonios
bibliográficos y documentales aluden a la presencia de un monasterio en este
lugar, aunque no podemos descartar que el cenobio se elevara en el interior de
la villa de Perazancas. El propio García Guinea observó la existencia de restos
de una necrópolis bajo la ermita, apreciación corroborada recientemente por la
excavación arqueológica llevada a cabo en 1996 en el exterior del templo que
permitió sacar a la luz diferentes enterramientos (tumbas de lajas, simple fosa
y sarcófagos monolíticos), aunque sin encontrar rastro de otras estructuras
arquitectónicas.
La lápida empotrada en el interior del muro
norte alude en su epígrafe a una construcción erigida por el abad Pelayo en
honor de su propio patrono en el año 1076, durante el reinado de Alfonso VI.
Navarro García hacía referencia –sin citar la fuente de información– a que esta
lápida procedía de la desaparecida ermita de San Cristóbal que se alzaba en un
cerro.
Por un documento de 1186 sabemos que María
Fernández y su madre Urraca Jiménez, fundaron el monasterio de San Pelayo de
Perazancas que entregaron al de Sahagún. Poco después, en 1199, Alfonso VIII
donaba illam meam villam quam Sanctum Pelagium de Pedrasancas vacante al
monasterio de monjas cistercienses de San Andrés de Arroyo, siendo abadesa la
condesa doña Mencía. San Pelayo debió quedar pronto despoblado y hasta 1457
mantuvo el nombre de “Granja de San Pelayo de Perazancas”.
Esta ermita ha sido considerada como uno de los
escasos hitos del siglo XI en tierras palentinas. Se trata de un pequeño
edificio que se alza aislado en la adustez del paisaje. Posee una sola nave de
planta rectangular cubierta con techumbre de madera colocada en la última
restauración, ábside semicircular con bóveda de cuarto de esfera y corto tramo
recto que coincide con las jambas del arco triunfal. La utilización de
distintos materiales y aparejos en cada una de las partes evidencia varias
campañas constructivas.
Construccion aislada, con elementos mozárabes y cuyo ábside muestra pequeños arcos característicos del estilo lombardo
La parte más antigua corresponde al ábside,
levantado en torno al año 1076, coincidiendo con la cronología expresada en la
inscripción conservada en el interior del templo: IN N(omi)NE D(omi)NI
N(o)S(tri)/ IH(es)U XP(rist)I/ SUB HO/ NORE S(an)C(t)I/ PELAGI PELAGIO ABAS
FECIT/ IN ERA MCXIIII OBSTI/NENTE REX ILLEFONS(us) IN LEGIONE. En el
exterior, se articula en cinco paños de sillería separados por cuatro columnas
desprovistas de capiteles que apoyan sobre basas muy toscas adornadas con una
simple moldura y pequeñas incisiones en zigzag. La iluminación de la cabecera
se realiza por medio de dos vanos; una aspillera abierta en el eje del ábside y
una ventana en el lado sur decorada con una arquivolta de tacos. Sin duda el
interés de la construcción radica en la articulación dada al alzado de esta
parte del edificio que lo convierte en una herencia del primer románico en
tierras castellanas, es decir un ejemplar en el que se puede rastrear la
expansión de las corrientes románicas catalano-aragonesas. Esta influencia
queda patente en la decoración que corona el ábside, a base de arquillos
ciegos, una franja de esquinillas o engranajes y una banda de tacos.
La aplicación en San Pelayo de esta solución
decorativa, denominada “lombarda”, en una fecha temprana parece ligada a
la benedictinización de la región, al tiempo que se construía San Martín de
Frómista y San Isidro de Dueñas, en tierras más meridionales. La llegada de
esta corriente se ha puesto también en relación con la presencia de obispos de
tal procedencia como Bernardo y Poncio que ocuparon la sede episcopal palentina
en tiempos de Alfonso VI. Otros detalles como las columnas adosadas articulando
el paramento absidal ponen de manifiesto, según Bango Torviso, la asimilación
de fórmulas del románico pleno. Esta solución hace suponer que estemos en un
momento inercial del primer románico contaminado por el léxico constructivo que
se estaba ensayando en otros edificios de la misma provincia, como los ya
mencionados de Frómista y Dueñas.
La nave, de mayor altura que la cabecera,
recibe la iluminación a través de dos saeteras abiertas en el muro sur
coronadas por arcos labrados en un solo bloque de piedra con incisiones que
imitan el despiece de dovelas.
La ermita tenía dos accesos, el principal
abierto al poniente y otro en el lado norte. La portada principal está formada
por un arco de medio punto que apoya sobre dos columnas rematadas en capiteles
prerrománicos con sus correspondientes cimacios reaprovechados de alguna
construcción anterior. Gudiol dio noticia del hallazgo entre el escombro
retirado del presbiterio de algunos restos escultóricos emparejables con los
capiteles de la puerta.
El cimacio de la izquierda porta el epígrafe ERA
M...APAS…/…OB ONORE...PELAII, que tal vez haga referencia a la fundación
del templo por parte del abad Pelayo, como ocurre con la inscripción conservada
en el interior. La puerta del lado septentrional, tapiada en la actualidad,
aprovecha como dintel la lápida fundacional a la que ya se ha hecho referencia.
Comunicaba con alguna dependencia desaparecida (sacristía) o con el cementerio,
pues en la parte exterior quedan restos de un enlosado formado por antiguos
sillares románicos tallados a hacha y al menos una tapa de sarcófago invertida.
Respecto a la cronología de la nave de la
ermita, los resultados obtenidos durante la última excavación arqueológica
ponen de manifiesto su reconstrucción con posterioridad, al menos, al siglo XI,
época a la que pertenece la grafía de la inscripción hallada en la cubierta de
un sarcófago encontrado bajo la esquina noroeste de la nave y sobre el que
apoya ésta: ...ET N(ona)S F(e)BR(uaria)S.../...TE... Por otra parte la
existencia de buen número de sillares y dovelas talladas a gradina en la
fachada occidental denuncian una reedificación de esa parte en época
postmedieval.
Las pinturas murales
Lo más relevante del interior de la ermita de
San Pelayo es el conjunto de pinturas murales que se conserva en el espacio
absidal y que conforma una de las muestras pictóricas más relevantes del
románico castellano-leonés. En torno a 1718 fueron encaladas para pintar encima
la imitación de un falso aparejo de sillería lo que no impidió que doscientos
años después, en 1923, fueran dadas a conocer por Luciano Huidobro.
Las primeras referencias bibliográficas datan
de finales de los años veinte, prolongándose durante toda la década de los
treinta a raíz, sobre todo, de la declaración de la ermita como Monumento
Histórico-Artístico, el 3 de junio de 1931. En julio de 1958, aprovechando las
obras de restauración que se llevaban a cabo en el edificio, se procedió al
descubrimiento de las pinturas murales bajo la supervisión de Josep Gudiol i
Ricart quien aprovechó la ocasión para realizar un breve estudio iconográfico y
estilístico acompañado de abundante documentación fotográfica. Éste pensaba que
la ermita había sido sometida a una profunda reconstrucción durante la segunda
mitad del siglo XII, momento, según él, en el que se ejecutó la decoración
mural. En 1980 fue necesaria una nueva intervención como consecuencia de los
agrietamientos que experimentaban los muros y que ponían en peligro la
conservación de las pinturas. El tratamiento consistió básicamente en la
limpieza superficial y la consolidación de los restos conservados, así como en
la reintegración material y cromática de algunas partes perdidas. La última
campaña de restauración se llevó a cabo de noviembre de 1996 a febrero de 1997.
En ella se procedió a la limpieza de toda materia orgánica e inorgánica
(permitiendo leer algunos letreros hasta ahora ilegibles), eliminación de
antiguos repintes, consolidación profunda de las partes que habían perdido su
adhesión y la prevención de la humedad capilar.
Tras esta última restauración se ha podido
constatar la existencia de un enlucido anterior a la ejecución de los murales
románicos. Éste, contemporáneo al momento en que se construyó el ábside,
consistió en unas simples líneas blancas que marcaban el llagueado del aparejo.
Esta decoración quedó oculta al aplicarse sobre ella, poco tiempo después, las
pinturas que hoy vemos. Para ello se aplicó en primer lugar un enfoscado tosco
para regularizar la superficie y una vez seco se picó en parte para que agarrase
mejor la capa de enlucido que se dio después. Esta capa era más fina, compacta
y homogénea. Estando todavía húmeda esta última, se marcaron las líneas rectas
que estructuraban la composición mediante una cuerda impregnada en pintura que
era tensada y golpeada contra la superficie blanca. Después se aplicaron los
pigmentos disueltos en agua formando las grandes manchas de color de los fondos
y de las figuras. En este momento se realizaron los ropajes blancos
aprovechando la base de preparación y se dibujó un suave contorno lineal de
color rojo. Este método de trabajo se vería condicionado por el tiempo que
tardaba en secarse la superficie, de ahí la necesidad de ir trabajando por
pequeños sectores o andamiadas. Los detalles del modelado definitivo se efectuaron
al temple aplicando toques de color y trazos en negro y en blanco. Estas líneas
que definen las partes anatómicas fueron más susceptibles de degradación con la
humedad y el roce lo que provocó su desgaste.
La cuenca absidal está reservada a la visión de la Maiestas Domini. Por desgracia es muy poco lo que queda. De la imagen divina sólo se conserva la parte izquierda con el libro abierto sobre la rodilla y la letra omega a la altura del hombro que debía hacer pareja con la letra alfa en el otro lado. Aparece dentro de una mandorla mística festoneada de nubes estilizadas que se abren para dar paso a la Parusía. Al lado de Cristo queda parte de su corte celestial formada por dos ángeles en vuelo y un querubín sobre las ruedas de fuego, tal como lo visionó el profeta Ezequiel. De seguir la iconografía tradicional debería estar presente el Tetramorfos que posiblemente apareciese en alguna de las partes perdidas del cascarón absidal. De hecho sobre la cabeza de uno de los ángeles puede leerse MATH(eo), tal vez alusión al hombre alado que representa al evangelista.
La paleta utilizada por el pintor de Perazancas
comprendía colores básicos como el blanco, el rojo, el verde o el amarillo que
toleraban toda clase de mezclas. A éstos se añadieron el azul y el siena que
actuaban como accesorios o secundarios. El color negro intervino como elemento
estructural perfilando los rasgos anatómicos de las cabezas y de los rostros.
La utilización de esta gama cromática tan sobria no impidió el logro de
composiciones expresivas como la del apostolado o la del mensario. En la zona del
hemiciclo absidal, el espacio que ocupa el Apostolado ha sido tratado mediante
franjas de distintos colores, mientras que en la parte que ocupa el calendario
se ha preferido el fondo único de color blanco o combinado con una banda azul.
En ambos casos estos fondos planos y monocromos realzan el valor simbólico de
las figuras que se transforman así en imágenes intemporales dentro de la visión
eterna.
Las pinturas se distribuyen en tres registros
(superior, medio e inferior) que se corresponden, a su vez, con lo celeste (la
divinidad), la transición (los santos y los apóstoles) y lo humano o temporal
(los trabajos y los meses). La cuenca absidal está reservada a la visión
teofánica de la Maiestas Domini. Por desgracia es muy poco lo que queda. De la
imagen divina sólo se conserva la parte izquierda con el libro abierto sobre la
rodilla y la letra omega a la altura del hombro que debía hacer pareja con la
letra alfa en el otro lado. Aparece dentro de una mandorla mística festoneada
de nubes estilizadas que se abren para dar paso a la Parusía. Al lado de Cristo
queda parte de su corte celestial formada por dos ángeles en vuelo y un
querubín sobre las ruedas de fuego, tal como lo visionó el profeta Ezequiel. De
seguir la iconografía tradicional debería estar presente el Tetramorfos que
posiblemente apareciese en alguna de las partes perdidas del cascarón absidal.
De hecho sobre la cabeza de uno de los ángeles puede leerse MATH(eo),
tal vez alusión al hombre alado que representa al evangelista.
En la zona intermedia del ábside se halla el
colegio apostólico distribuido en dos grupos a ambos lados de la ventana
central. Sobre un fondo neutro de color verde y recorrido por una franja
amarilla aparecen las figuras de diez apóstoles dialogando por parejas.
Siguiendo la iconografía tradicional, se les representa con túnica blanca,
manto rojo y pies descalzos. A veces portan un libro cerrado en la mano
izquierda mientras que con la otra realizan alguna tímida gestualización.
Posiblemente todos fuesen identificados con una leyenda realizada en trazo
blanco, pero en la actualidad sólo son reconocibles las de TOMA(s),
MATHE(o), BARTH(o)L(ome) y BARNABAS.
En la jamba derecha del arco triunfal aparece
un personaje con nimbo e indumentaria clerical que porta un libro en su mano
izquierda y un báculo en la derecha. A su lado quedan restos de un letrero del
que sólo se puede leer ...ORVS, tal vez San Isidoro (ISIDORVS).
La ventana central aparece flanqueada por un falso enmarcamiento arquitectónico
pintado compuesto por dos columnas con sus correspondientes capiteles. El
derrame se decora con líneas rojas, elementos florales y la figura de un
cuadrúpedo.
Sobre el frente de la ventana de la epístola se
representa un bello dragón alado.
La zona inferior del hemiciclo absidal se
encuentra compartimentada en pequeños recuadros dentro de los cuales se
representan escenas típicas de un calendario agrícola, conforme a una fórmula
compositiva que gozará de cierto éxito en la pintura medieval hispana. Las
representaciones se disponen en dos series distribuidas a ambos lados del
recuadro situado bajo la ventana del eje absidal: a la izquierda los meses de
mayo a octubre y a la derecha de noviembre a abril. Según Bango Torviso, esta
ordenación está en relación con la vieja liturgia hispana, cuyo calendario
comenzaba precisamente en el mes de noviembre. Por desgracia no se han
conservado todas las imágenes y sólo podemos identificar con absoluta certeza
los temas de septiembre (vendimia), octubre (alimentación a los cerdos) y enero
(Jano bifronte), mientras que para las demás se puede dar una interpretación
bastante coherente. En el primer compartimento del lado del evangelio, hay un
personaje vestido con túnica y capa. Dentro de la misma escena, se percibe, no
sin dificultad, otra figura con un objeto alargado en su mano, tal vez un mayal
como alusión al mes de agosto, aunque la indumentaria de abrigo que parece
portar el hombre no parece la más apropiada para la época estival. A
continuación figuran los meses de septiembre y octubre representados mediante
la vendimia y la alimentación de los cerdos respectivamente. En el lado de la
epístola se conservan otros cuatro compartimentos. En el primero sólo queda a
la vista una mano levantada que, en opinión del mencionado autor,
correspondería a un sembrador que realizaría su tarea en el mes de noviembre.
En la siguiente figura un hombre sujetando un utensilio alargado a modo de
hacha o azada dispuesto a asestar un golpe a algo que tiene a sus pies. Pudiera
representar al matarife sacrificando al cerdo, en una composición similar a la
que aparece en San Isidoro de León. En el caso de San Pelayo de Perazancas, y a
diferencia de lo que ocurre en la mayor parte de los calendarios hispanos, la
escena de la matanza ocupa el mes de diciembre como ocurre en los ciclos
italianos y franceses. A esta conclusión induce parte del letrero conservado en
el ángulo superior del recuadro en el que puede leerse (d)EC(ember).
A continuación aparece la figura de Jano
bifronte en representación del mes de enero. El rostro barbado mira hacia el
año viejo que finaliza y el barbilampiño al año nuevo que comienza. En el
último recuadro de la serie se adivina tímidamente la silueta de una figura
difícil de identificar, aunque siguiendo el orden propuesto debería tratarse
del mes de febrero, habitualmente representado con la figura de un hombre
calentándose al fuego.
El programa iconográfico continuaba por el
intradós del arco triunfal con una serie de escenas referidas al ciclo de Caín
y Abel enmarcadas en espacios rectangulares. Sólo se han conservado
parcialmente las del lado derecho. En la primera de ellas, por encima de la
imposta ajedrezada, se representa a un personaje ante la la divinidad, bien
Abel entregando su ofrenda o bien Dios interrogando a Caín sobre su hermano. En
la escena superior un personaje de rostro barbado y tocado con sombrero de ala
puntiaguda parece hallarse encaramado sobre un esquemático montículo con un
objeto alargado en sus manos y en actitud oferente. En este caso no cabe duda
de que estamos ante el fratricida, identificado por el letrero (ca)IN IMPIVS
que aparece sobre su cabeza. En el arranque del lado izquierdo del arco se
perciben los restos de otra representación muy deteriorada en la que parecen
apreciarse los pies de un personaje arrodillado y otro de pie.
En el muro frontal situado por encima del arco
triunfal quedan restos de una composición en la que figuraba una escena central
formada por al menos dos ángeles en vuelo y dos personajes en los extremos, uno
de ellos, el del lado derecho, podemos identificarle con San Pelayo, gracias a
la leyenda PEL(agio) –inapreciable desde abajo– que aparece junto a él.
Acompañando a la gran muestra iconográfica
aparecen ricos repertorios ornamentales formados fundamentalmente por bandas
dentadas o en zigzag, meandros tridimensionales y motivos florales, que marcan
la separación entre las distintas escenas. En la mayoría de los casos responden
a patrones seriados utilizados con frecuencia en este tipo de composiciones
románicas. Así es fácil reconocer motivos idénticos en otros conjuntos
pictóricos peninsulares, especialmente catalanes y aragoneses. En la separación
de algunas escenas del arco y de la bóveda se han utilizado franjas de
distintos colores separadas por una hilera de puntos blancos apenas
perceptibles, solución ya empleada en algunos conjuntos franceses como
Saint-Savin-sur-Gar- tempe y Notre-Dame-la-Grande de Poitiers.
Respecto a su filiación, los distintos autores
han coincidido con más o menos matices en la influencia francesa que impregna
estas pinturas pero no así en su cronología para la que se han barajado fechas
que van desde principios del siglo XII hasta pleno siglo XIII. Ch. L. Kuhn
proponía para ellas el segundo cuarto del siglo XII. Gudiol apuntaba la
ausencia de conjuntos con los que guardaran relación inmediata, aunque
reconocía la mano de un artista francés. Detectaba cierto parentesco con
modelos ultrapirenaicos, como la iglesia de Saint Jean de Poitiers y el ábside
y cripta de Tavant. Joan Sureda fue más lejos señalando paralelismos con
algunos conjuntos galos, como Saint-Aignan de Brinay-sur-Cher, y adscribiendo
las pinturas de Perazancas a la segunda mitad del siglo XII, pero no
necesariamente de los últimos años de la centuria. Recientemente, I. G. Bango
Torviso ha sugerido el tercer cuarto del siglo XII, mientras que M. A.
Castiñeiras González las fecha en torno a 1100 relacionándolas con la mejor tradición
pictórica del Poitou.
Colmenares de Ojeda
Colmenares se sitúa en el extremo norte de la
Ojeda, lindante con la comarca de la Peña, a orillas del río Burejo. La iglesia
de San Fructuoso se ubica en el punto más elevado del caserío, sobre un pequeño
cerro, 100 m a la derecha de la carretera Dehesa de Montejo-Olmos de Ojeda por
un camino hormigonado. Por su lado septentrional la rodean pastos y tierras sin
cultivar.
Ningún testimonio escrito hace referencia al
templo bajomedieval, el cual, como veremos, es fruto de dos campañas góticas.
El Cartulario de Santo Toribio de Liébana se hace eco de una donación recibida
en Colmenares por el monasterio lebaniego, a mediados del siglo XIII, in monte
et in fonte. Navarro recoge el origen del topónimo en la apicultura que aún hoy
se desarrolla en la zona. Los numerosos blasones que ennoblecen el caserío,
nobiliarios y eclesiásticos, nos informan de una cierta prosperidad de la población
durante los siglos XVI al XVIII. Este mismo autor informa de la existencia en
el archivo de Simancas de abundante documentación sobre los linajes del pueblo,
entre los que destaca a los carrioneses Guión de Colmenares, propietarios de
una torre señorial, cuadrada, de unos 40 m de alto y ruinosa a decir de
Navarro, de la cual todavía existen muros perfectamente visibles desde el atrio
de San Fructuoso.
Iglesia de San Fructuoso
La iglesia de San Fructuoso de Colmenares, tal
y como ha llegado hasta nosotros, se presenta como un edificio de planta
rectangular, compuesto de dos naves separadas por pilares y testero plano,
construido en dos fases góticas de fines del siglo XIV o inicios del XV e
inicios de siglo XVI respectivamente, con adiciones y reformas del siglo XVIII.
El único elemento románico conservado lo constituye la magnífica pila bautismal
colocada en la cabecera de la nave meridional. La primera campaña gótica (ca. 1400)
configuró un edificio de una nave dividida en tres tramos culminada por un
ábside cuadrado reforzado exteriormente por contrafuertes angulares.
Probablemente a este momento corresponda la erección de la torre, cuadrada y de
dos pisos, que se eleva a los pies de la nave septentrional. La reforma de la
estructura a principios del siglo XVI añadió el coro alto a los pies de la
nave, la sacristía y una colateral al sur en la que se abrió la portada, a la
que posteriormente (siglos XVII-XVIII) se protegió con un pórtico cuadrado de
grandes dimensiones. En el siglo XVIII se replantearon los pilares de la nave,
se añadieron una serie de contrafuertes de sección triangular y se abrió el
ventanal de la cabecera de la nave sur (datado epigráficamente en 1787). El conjunto,
tanto en la obra gótica como en la moderna, se levantó en excelente sillería
arenisca de veta amarilla y grano fino con improntas muy claras de talla a
gradina. La decoración escultórica del edificio refleja esa referida duplicidad
de campañas góticas. Los capiteles del arco de triunfo se decoran
respectivamente con toscas hojas planas con crochets y un entrelazo acogiendo
un brote acorazonado el izquierdo y un centauro-sagitario y un personaje
sentado sosteniendo una especie de báculo entre hojas con digitaciones
secamente tratadas el derecho. Este último, pese a su tosco aspecto, es
interesante por representar la recuperación de una plantilla románica en una
obra de fines del siglo XIV.
La pila bautismal de Colmenares, actualmente
situada en el testero de la nave sur, es el único resto románico del edificio y
constituye uno de los más ricos ejemplares de la provincia.
De forma troncocónica invertida, 84 cm de
altura y 123 de diámetro superior, se alza sobre su basa original,
lamentablemente deteriorada. El borde superior se decora con semicírculos y
ovas y la peana recibe clípeos vegetales formados por tallos que brotan de
máscaras monstruosas.
Aquí vemos dos escenas: a la izquierda
la del bautismo y a la derecha la del abrazo de dos hombres y justo en el
extremo se ve un tercero posando su diestra sobre el hombro del central: las
interpretaciones de esta escena han sido varias: resurrección de Lázaro, Jesús
y los discípulos de Emaús...
La profusa decoración de la copa, organizada a
modo de friso, agrupa cuatro escenas o motivos sin otra compartimentación que
la compositiva. En primer lugar, según un orden de lectura que más adelante
justificaremos, aparece la escena de las Santas Mujeres portando los óleos ante
el sepulcro vacío de Cristo, siguiendo fundamentalmente la narración del
evangelio de Lucas (XXIV, 1-12).
Vemos así los dos ángeles, uno turiferario a la
cabecera del sepulcro y el otro a los pies mostrando el sarcófago vacío a las
tres mujeres, mientras que los guardias armados caen a tierra presos de temor.
Continuando la lectura en el sentido de las agujas del reloj, la escena
siguiente presenta un grupo de tres personajes, dos abrazados y un tercero
posando su diestra sobre el hombro del central. Iconográficamente complejo ha
sido interpretado como el forcejeo de tres personajes indeterminados (Lojendio)
o como la resurrección de Lázaro (García Guinea). A nuestro parecer y a título
de hipótesis, dada la falta de precisión de la escena, estos tres personajes
pudieran ilustrar la aparición de Jesús a los dos discípulos en el camino de
Emaús, pasaje recogido en Lucas, XXIV, 13-35, es decir, inmediatamente después
de la escena del sepulcro vacío, escena que, como señala Louis Réau, evoca de
forma indirecta la resurrección de Cristo.
Salvando el personaje de la izquierda
(que pertenece a otra escena), aparecen las santas Mujeres portando los óleos
ante el sepulcro vacío de Cristo (aquí sobre todo se ven dos y no el sepulcro)
Vemos unos de los ángeles turiferarios a
la cabecera del sepulcro, mientras que los guardias armados están por los
suelos ¿dormidos?
Asistimos seguidamente a una escena de
bautismo: en el centro de la composición, y tras la representación de una pila
bautismal decorada con motivos vegetales, aparece un personaje barbado
sosteniendo una copa o cáliz y realizando con su diestra un gesto de bendición
generalmente reservado a figuraciones divinas o dignidades eclesiásticas
(índice y corazón extendidos).
Un grifo entre tallos parece cerrar la
composición, justo al lado del bautismo con una difícil interpretación.
Flanquean esta figura una pareja de asistentes,
uno de los cuales porta una cruz, que introducen sus manos en la pila y, a la
derecha, una figura femenina repite el gesto de los anteriores. A la izquierda,
dos personajes barbados portan sendos infantes al bautismo. La escena reproduce
pues una representación de bautismo, sin que podamos identificar un episodio
concreto, y la única duda reside en precisar si éste es por inmersión –como
sugiere García Guinea– o por aspersión. Si, como creemos, esta escena pretende
ilustrar la realización de las últimas instrucciones dadas por Cristo a sus
discípulos (“Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura.
El que creyere y fuera bautizado, se salvará, más el que no creyere, se
condenará”, Marcos, XVI, 15- 16), tendríamos en la pila de Colmenares una
sintética exaltación del Bautismo como sacramento fuente de vida, puerta de
acceso al reino divino abierta por el sacrificio y resurrección de Cristo,
puerta instituida como tal por el propio Cristo y regida por sus ministros, es
decir, por el clero, representado en nuestro relieve por las tres figuras
centrales de la escena. La decoración se completa con la representación de un
grifo rampante entre follaje.
La
escena más fantástica es la de un gran grifo rampante rodeado de follaje,
situado entre las escenas del bautismo y las santas Mujeres.
Desde el punto de visto estilístico el relieve
manifiesta la manera de un artista local, hábil a la hora de integrar sus
composiciones en la superficie curva del soporte y cuya talla enérgica no rehúye
el alto relieve, creando fuertes contrastes de luces y sombras. Apoyando la
evidente teatralidad de las escenas el escultor imprime una fuerte expresión a
los personajes, llegando en algunos rostros –como señala Lojendio– al
patetismo.
Este expresionismo no está exento de arquetipos
arcaizantes como las desproporciones de los cánones, de grandes cabezas de ojos
almendrados, acusada exoftalmía e iris marcado por puntos de trépano, el
acartonado rictus de los labios de comisuras caídas la rigidez de miembros y
actitudes o el acartonamiento de los plegados.
El rústico carácter de la escultura dificulta
el establecimiento de conexiones claras con otras obras palentinas. Luis M.ª de
Lojendio la relacionaba con los capiteles de Lebanza y la portada de la
Asunción de Perazancas y García Guinea buscaba paralelos en Arenillas de San
Pelayo, apostolado de Moarves y Moradillo de Sedano. Los amplios plegados en
tubo de órgano paralelos, el tipo de tocado de las Santas Mujeres y la figura
del grifo nos hacen pensar en el conocimiento, por parte de nuestro escultor, bien
de los cercanos capiteles de la iglesia del monasterio de Aguilar
–principalmente el de las Tres Marías ante el sepulcro– bien de la portada de
Revilla de Santullán, donde aparece reflejado idéntico asunto. En cualquier
caso, la personal interpretación por parte del escultor de Colmenares no
permite avanzar más allá de la especulación.
Por su riqueza iconográfica y decorativa la
pila de Colmenares aparece como uno de los ejemplares tardorrománicos más
interesantes de la provincia, junto a las de Calahorra de Boedo, Cantoral de la
Peña y Valcobero. Cronológicamente debe situarse en los últimos años del siglo
XII.
Pisón de Ojeda
Pisón de Ojeda se sitúa en la zona alta de la
comarca, a orillas del río Burejo. El templo parroquial aparece instalado sobre
una suave loma que domina el caserío desde el lado sureste.
Iglesia de San Pelayo
Se trata de un edificio concejil de humildes
dimensiones, construido con sillares bien trabados de arenisca local. Las
restauraciones más recientes emplearon materiales actuales que contrastan
fuertemente con el carácter medieval de la iglesia.
Posee una única nave dividida en tres tramos de
distintas proporciones marcados por pilares, éstos portan columnas adosadas que
sujetan arcos fajones de sección prismática.
El ábside es semicircular y se abre a la nave
mediante un arco triunfal apuntado que apoya sobre semicolumnas adosadas a
pilastras. Se cubre la nave con bóveda de cañón apuntada, para el ábside se
empleó la bóveda de horno que arranca desde el nivel fijado por la moldura
lisa, coincidente con los cimacios del triunfal.
El capitel del lado de la epístola del triunfal
tiene acantos ramificados rematados por frutos, dos rostros de fina labra
asoman en el nivel superior. Entre los acantos se advierten pequeñas bayas
andresinas. La cesta del lado del evangelio es de acantos lisos, sobre ésta
aparece una imposta decorada por cuatro rosetas multipétalas en gran resalte.
Los cuatro capiteles de la nave son ya góticos y reproducen temas muy similares
a los que podemos ver en la parroquial de Quintanatello de Ojeda. Entre éstos
destacan los dos del lado de la epístola con máscaras entre hojas de roble y
palmetas.
El ábside semicircular está perforado por un
vano central de medio punto. Su bocel interior apoya sobre dos columnas con
capiteles vegetales y el exterior sobre una imposta. El guardapolvo se decora
con una fila de puntas de diamante. Los capiteles, de gran simplicidad aunque
de buena factura, son de acantos lisos.
En el lado meridional se alzó un atrio y se
dispuso la portada moderna entre contrafuertes prismáticos. Ésta es de medio
punto y está provista de baquetones y escocias que apean sobre jambas
esquinadas. Encima de la puerta se conservan todavía restos del primitivo
tejaroz provisto de tres canecillos, uno de ellos decorado con una cabecita
humana. El resto de los canes son de perfil semicircular o de forma prismática.
Similares piezas, junto a otras naceladas, aparecen en el ábside.
En la cabecera se conserva un fragmento de
cancel decorado con flores hexapétalas centrales y círculos tangentes entre
bandas zigzagueantes que recuerda las placas de la balaustrada del coro alto en
la parroquial de Vega de Bur.
La cronología de la cabecera puede fijarse
hacia los primeros años del siglo XIII, la nave pertenece ya a fines del siglo
XIV o inicios del XV. Posteriores actuaciones en el XVIII, cuando se remodeló
la espadaña del hastial, otorgaron al edificio su fisonomía actual. Fue
finalmente restaurado en 1988.
Vega de Bur
Vega de Bur esta situado en plena comarca de la
Ojeda, junto a la carretera local que comunica Olmos de Ojeda y Dehesa de
Montejo, a unos 23 km al oeste de Aguilar de Campoo.
Iglesia de San Vicente Mártir
La parroquia de San Vicente Mártir se ubica en
el centro de la localidad, a la derecha de la carretera que atraviesa el pueblo
y bordea los pies del edificio. Una pequeña plaza al sur y edificios
abandonados al este constituyen el entorno inmediato del edificio.
La iglesia actual es fruto de dos campañas
constructivas. La primera, datable a fines del siglo XV o inicios del XVI, es
la responsable de la cabecera cuadrada con contrafuertes angulares y cubierta
con bóveda de terceletes. La portada meridional del edificio es algo anterior,
quizás del siglo XIII o XIV, y fue reaprovechada en época tardogótica. La caja
de muros de la nave propiamente dicha, el coro alto de los pies y la espadaña
corresponden a una segunda campaña, tipológicamente encuadrable en el siglo XVI.
La nave se divide en dos tramos, uno corto –el
occidental– cubierto con crucería y sobre el que se alza el coro de piedra y,
el otro cubierto a mayor altura que el ábside y como él, con bóveda de
terceletes. El coro alto se yergue sobre un arco rebajado y presenta
balaustrada de piedra calada, realizándose el acceso por escalera en acodo
adosada al ángulo noroeste del templo. La estructura de la nave incorpora la
portada meridional, de tipología románica, pero de cronología muy tardía. Una
pareja de contrafuertes ciñe la nave a la altura de la separación de sus tramos
y un tercer contrafuerte, éste de ángulo, refuerza la unión entre ella y la
cabecera.
La espadaña se alza sobre el hastial y presenta
tipología característica de época gótica, con remate a piñón y dos niveles
separados por molduras, el inferior con dos troneras apuntadas y el superior
con campanil. El conjunto de la nave y cabecera se levanta en buena sillería
arenisca de grano fino y tonos ocres y amarillentos. La irregularidad de
hiladas y las frecuentes rupturas e intrusiones de fajas de ladrillo son
reflejo de las sucesivas campañas y refecciones sufridas por el edificio, que
dificultan una correcta lectura del mismo.
A la estructura anteriormente descrita se vino
a añadir, probablemente en el curso del siglo XVIII, la sacristía cuadrada
reforzada con contrafuertes angulares adosada al paño septentrional del ábside,
cubierta con bóveda de terceletes de tipología similar a las de la nave. En el
mismo siglo XVIII se añadió el actual cubo de subida a la espadaña. A finales
de dicha centuria se levantó el pórtico meridional, con cubierta de madera
soportada con tres columnas, las dos orientales de sección circular y capitel neoclásico
de tipo toscano y la occidental de sección octogonal y capitel vegetal del
siglo XVI, que confirma la existencia de un atrio anterior, contemporáneo de la
nave. Parte del atrio abierto fue transformado en época reciente por la adición
de muros calados por arquillos de ladrillo y la zona oriental de la estructura
se cerró para construir un almacén. A este momento se adscribe también la caja
en ladrillo del cuerpo superior de la espadaña.
La decoración escultórica del edificio se
concentra en la portada meridional, la ventana abierta en el muro sur del
ábside, los capiteles y ménsulas del interior y la rica serie de claves
esculpidas de las cubiertas.
Prueba de que fue románica: parece una curiosa forma de representar el tema de Sansón y el león. Está detrás del retablo, en un espacio reducido y sólo se puede ver entrando por debajo del mismo e iluminando los capiteles con una bombilla de esas que se meten por dentro unida al cable.
El otro capitel que representa parece a
un caballero (halcón en su mano), aunque es extraña la figura del personaje
bajo las patas del caballo. El estilo es semejante, calidad de talla pero de un
estilo muy "achaparrado".
La portada, de arco de medio punto y triple
arquivolta, condensa el mayor interés decorativo por constituir un ejemplo de
uso retardatario de esquemas románicos. Copia de la cercana portada de San
Tirso, hoy incluida en el cementerio de Vega de Bur, presenta molduración de
cuarto de caña, media caña, billetes, media caña con rosetas y dientes de
sierra excisos. Protege el conjunto una chambrana de dientes de sierra de tipo
andresino parcialmente solapada por el atrio. La arquivolta abilletada reposa
sobre una pareja de columnas acodilladas de toscos capiteles vegetales con
sumarios y geometrizados acantos trepanados y collarino sogueado.
Los cimacios muestran dos líneas de dientes de
sierra perlados y opuestos. Estamos pues ante una curiosa recreación de
esquemas tardorrománicos –andresinos y derivados de la portada de Moarves– en
un edificio de avanzada cronología, hecho que no constituye un caso aislado
(cf. Quintanatello de Ojeda). El abocinado ventanal gótico enmarcado por alfiz
abierto en el muro sur del ábside muestra por su parte una conjunción de
elementos claramente góticos (hojas de parra en la chambrana, tracería calada
en el vano y fragmentos de otras del mismo tipo sobre él) junto a otros
derivados del lenguaje decorativo tardorrománico, como son las palmetas
inscritas entre entrelazo perlado que decoran los pequeños capiteles corridos,
tosca interpretación de las existentes en San Tirso.
Quintanatello de Ojeda
En la cabecera del Burejo y entre las villas de
Herrera de Pisuerga y Cervera de Pisuerga se encuentra la localidad de
Quintanatello de Ojeda, perteneciente al término municipal de Olmos de Ojeda.
“Quintana Tello”, en la merindad de
Monzón era según el Libro Becerro de las Behetrías, lugar del infante don
Tello, hijo bastardo de Alfonso XI y señor de Aguilar y de Vizcaya.
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
La iglesia de la Asunción, que actualmente
cumple las funciones parroquiales, se localiza en el centro del núcleo de
población, junto a la carretera que nos conduce a Vega de Bur, Colmenares y
Dehesa de Montejo. Situada en una pequeña elevación que tiende hacia la parte
noreste de la población, se encuentra rodeada por un pequeño muro de contención
moderno. Fue declarada Bien de Interés Cultural por la Junta de Castilla y León
el 12 de marzo de 1993.
La planta de Nuestra Señora de la Asunción
presenta las complicaciones estructurales propias de un edificio románico que
ha sido muy transformado en épocas posteriores: posee una única nave dividida
en cuatro tramos, un presbiterio flanqueado por sendas capillas laterales
(convirtiendo este espacio en una especie de transepto, al menos desde una
perspectiva visual) a un nivel más bajo que la nave y, por último, un ábside
semicircular. Adosado a la nave aparece un pórtico con cubierta de madera a una
sola vertiente que apoya sobre una columna rematada por un capitel jónico
neoclásico que arranca de un zócalo pétreo de gran altura. El conjunto se
completa con una sacristía, cuadrangular en planta, que se adosa al lado sur y
con un cuerpo de acceso a la espadaña, ubicada en la parte occidental del
edificio. En su construcción se utilizaron diversos materiales, predominando la
mampostería (ábside, capilla sur) y la sillería de aparejo irregular (sacristía
sur, capilla norte, espadaña).
El interior de la nave se cubre con bóveda de
cañón apuntado con tres arcos fajones que descansan sobre semicolumnas
adosadas. El interior tan sólo se ilumina por un vano apuntado abierto en el
hastial bajo la espadaña. La portada se abre en el muro meridional de la nave,
enmarcada al exterior por dos contrafuertes. La caída del revoco en el coro
alto y cuarto tramo de la bóveda permite vislumbrar un revestimiento pictórico
que imita juntas de sillería, realizado probablemente cuando se hizo este
abovedamiento. El muro norte presenta al exterior potentes contrafuertes y se
remata por un alero soportado por una hilera de canecillos.
El ábside semicircular está cortado
interiormente por un murete de cierre que acodaba el anterior retablo ya
desmontado, en el que se abre un ventanal rectangular abocinado en el lado de
la epístola. En el extremo occidental localizamos la espadaña –de modestas
dimensiones– rematada a piñón; ésta se divide, mediante simples molduras, en
dos niveles con vanos apuntados en el intermedio y campanil superior.
Como ya indiqué la actual fábrica del templo es
el resultado de varias fases constructivas, alguna de ellas de cronología
posmedieval. La primera (primer cuarto del siglo XIII) que podríamos considerar
de transición, comprendería el hemiciclo absidal, el presbiterio y la espadaña.
Estos espacios se diferencian de la nave –arquitectónicamente hablando– por la
sección de alguno de sus arcos fajones, completamente lisa y con perfil a modo
de dos listeles unidos. Un segundo momento, gótico tardío (segunda mitad del
siglo XV), comprendería la elevación de la nave en una única campaña. En una
tercera fase (siglos XV-XVI) se construiría el coro alto. Y en una última
(siglos XVII-XVIII) se añadieron las capillas que, a modo de sacristías, se
sitúan a ambos lados del presbiterio.
Distintas
obras de remoce y reformas (1887 y 1986) completan la visión del edificio que
hoy contemplamos. En el arco fajón del último tramo de la nave es todavía
visible una inscripción que nos data puntualmente la construcción de la bóveda
de la nave: AÑO DE MIL CCCCLXXVI, ejemplo de perduración de una
tipología románica en época gótica.
Ya que en el muro meridional de la nave
se abría la portada románica.
De medio punto, posee chambrana decorada con
alternancia de elementos vegetales, geométricos y zoomorfos (un ingenuo león
que expulsa hojarasca por la boca, en el arranque izquierdo entre cintas
perladas y dientes de sierra) y dos arquivoltas también de medio punto: la
externa moldurada con media caña y bocel y abilletada la interna. Éstas apoyan
sobre cimacio a modo de capitel corrido con un motivo decorativo vegetal
idéntico al de la chambrana. La exterior apea sobre dos columnillas entregas
que no llegan apoyar en el suelo, con capitel decorado y basas ornamentadas con
garras de concha. Una portada muy similar encontramos en la parroquial de Payo
de Ojeda, a pocos kilómetros de Quintanatello.
Las columnas del interior de la nave también
tienen decorados sus capiteles y basas. Algunos de los primeros presentan la
cesta lisa, con piñas o bolas en los ángulos, y amplios acantos geometrizantes
adheridos a la misma, mientras que las segundas presentan lengüetas. Otros se
ornamentan con hojas de parra (idénticas a las aparecidas en la portada), bayas
o entrelazos, cimacios adiamantados y garras de concha en las basas. En general
la decoración vegetal presenta un textura muy membranosa y nervuda muy en
consonancia con la del mismo tipo aparecida en la portada. Dos capiteles más
formaban parte del pie del altar del templo, y hoy en día se encuentran
desperdigados en la sacristía norte; los dos están decorados con elementos
vegetales en estrecha relación con los del tramo presbiterial (hojas de palma y
frutas de baya), y en uno de ellos se incluye además un ave atacando a un
cuadrúpedo. Muy probablemente formaron parte de algún tramo eclesial ya
desaparecido. Sobre uno de ellos se alzaba la anterior mesa de altar, circular,
con la siguiente inscripción: HIZOSE ESE PUL(PIT)O SENDO CUR D(O)N EUGENO
DEL(fracturado)O 1764. Por tanto formaría parte del púlpito que estuvo
instalado en el lado del evangelio, bajo el arco presbiterial, del que aún se
conservan restos pétreos policromados apoyados en el muro sur de la capilla.
En el ábside los canecillos son de simple
nacela, excepto uno de ellos que lleva una piña tallada. Merece la pena señalar
la existencia de un par de relieves localizados en la enjuta derecha del arco
rebajado sobre el que se eleva el coro. Se trata de dos blasones inscritos en
sendos rectángulos: uno de ellos con las llaves y el otro con dos flores
cuatripétalas. Otro más corona la clave del fajón apuntado de acceso al
presbiterio: en placa pétrea tallada con cardina aparece un florón a modo de
remate de retablo. Por lo que respecta al exterior, se conserva un bajorrelieve
–empotrado sobre el guardapolvo de la portada– muy tosco y esquemático con la
representación del Calvario inscrito en rectángulo bajo doselete avenerado y
fondo decorado con flores de lis. Bajo este relieve volvemos a encontrar otro
elemento epigráfico, ilegible en parte, en caracteres plenamente góticos: AÑO
DE MIL E CCCCLXXI AÑOS...
Como podemos comprobar la secuencia cronológica
que establecimos en el apartado arquitectónico encaja perfectamente con el
análisis formal de su ornamentación escultórica, pudiendo llegar a diferenciar
el trabajo de varios canteros. En primer lugar, y a nivel de hipótesis,
podríamos datar la portada como obra gótica basándonos tan sólo en la
inscripción existente sobre ella (1471), si bien es verdad que quizás un
detallado análisis del relieve lo desligue totalmente de la portada. Pero
además contamos con varios aspectos que nos inducen a pensar así, sobre todo su
relación con los capiteles del interior de la nave. Otro síntoma claro de
goticismo es el hecho de utilizar los capiteles a modo de friso corrido, como
ocurre en infinidad de templos palentinos: Corvio, Matamorisca, Colmenares,
etc. Hernando ya cuestionó, por causas estilísticas, el posible
reaprovechamiento de una portada anterior, opina que los capiteles de la
portada constituyen una versión degradada y tardía de los existentes en San
Tirso de Vega de Bur y en Dehesa de Romanos.
En cuanto a los capiteles que formaban el pie
del altar, destacar su decoración vegetal del tipo andresino, mientras que a
nivel figurativo copian temas ya existentes, por ejemplo, en uno de los
canecillos de Dehesa de Romanos y en determinadas ménsulas de cabeceras ya
plenamente góticas como son las de San Cebrián de Mudá y San Andrés de Barrio
de San Pedro. Alguno de los capiteles del interior de la nave datarían, por el
tipo de decoración, en torno al tercer cuarto del siglo XV (relacionables
también con sus homólogos de la iglesia parroquial de la Asunción de Perazancas
de Ojeda), y a esta misma cronología puede petenecer el florón que decora uno
de los relieves ya mencionados y la placa del Calvario. También el canecillo
decorado con nacela y piña es muy semejante a otro existente en Vega de Bur.
Todo ello hace que consideremos su escultura de
la misma forma que su arquitectura, es decir, como un caso paradigmático de ese
románico de inercia utilizado por canteros rurales cuyos talleres estaban
activos en plena época gótica, y que trabajaban copiando plantillas románicas.
Parte de la escultura de Quintanatello de Ojeda –junto con la de otros
edificios palentinos como San Nicolás de Bari en Sotillo de Boedo o la
parroquial de Vega de Bur y de Payo de Ojeda– representa un caso extremo de la
pervivencia formal, incluso hasta el siglo XV, de formularios románicos.
Ermita de San Esteban
La portada románica de la iglesia de San
Esteban de Quintanatello de Ojeda se encuentra instalada –desde 1962– en una de
las pandas del claustro de la catedral de Palencia. Es el único vestigio
interesante de la ermita que ha llegado hasta nosotros, ya que del edificio
original –al parecer de una sola nave– tan solo se conserva una mínima parte de
sus cimientos al sudoeste de la localidad, entre tierras de labor que poco a
poco van disgregando el yacimiento. También un arco de la misma fue a parar al
Palacio Episcopal de Palencia en 1975.
La portada está realizada con sillares de
piedra caliza regulares bien cortados y dispuestos. Presenta vano de medio
punto abocinado y tres arquivoltas que apean sobre dos parejas de columnas con
basas y capiteles decorados, mientras que la exterior lo hace sobre una imposta
que se prolonga por el cuerpo de la portada. Aparece ésta rematada por un
tejaroz poco volado decorado con una serie de canecillos.
Esta portada perteneció a una ermita
desaparecida en Quintanatello de Ojeda, Palencia. Se conserva en el Museo
Diocesano de Palencia.
La decoración de las arquivoltas es variada,
pero siempre a base de motivos de clara inspiración geométrica (bolas, dientes
de sierra, puntas de diamante) y vegetal (hojas estilizadas). Este último tipo
de ornamentación se repetirá en la línea de imposta que nace a la altura del
arranque de las arquivoltas, aunque en este caso empleando roleos y palmetas en
los cimacios.
En cuanto a los capiteles, también aparecen
decorados, alternando la ornamentación de hojas de acanto perforadas) con los
figurados de Sansón y el león con un santo y la Huida a Egipto, este último en
un mal estado de conservación. En cuanto a los canecillos, tres de ellos poseen
decoración figurada –en uno de ellos se ve claramente a un hombre cargando con
un tonel–, y geométrica –red de rombos– mientras que los dos restantes son
lisos. Sobre éstos, la cornisa también aparece decorada con pequeñas bolas. Destacar
por último que entre los canecillos aparecen una serie de losas decoradas, a
modo de metopas, con entrelazos y redes de rombos.
La portada aparece rematada por un
tejaroz decorado con canecillos. Tres de ellos poseen una decoración figurativa
y geométrica y los otros dos son lisos. la cornisa aparece también decorada con
prequeñas bolas. Entre los canecillos centrales son llamativas las losas
decoradas con entrelazos y redes de rombos.
Su cronología es plenamente románica (último
tercio del siglo XII) y fue realizada, según García Guinea y Simon, por el
mismo escultor o taller que trabajó en la portada de Moarves, vinculado también
a la cantería de Aguilar, Barrio de San Pedro y Rebolledo de la Torre (aunque
en los dos últimos casos es algo más que discutible).
Capiteles
mozárabes de un arco toral. La ermita estuvo en Quintanatello de Ojeda,
Palencia, pero actualmente solo se conservan estos capiteles y una portada,
todos en el Museo Diocesano de Palencia.
Capiteles
mozárabes de un arco toral. La ermita estuvo en Quintanatello de Ojeda,
Palencia, pero actualmente solo se conservan estos capiteles y una portada,
todos en el Museo Diocesano de Palencia.
Olmos de Ojeda
Localidad situada en plena comarca de la Ojeda,
a 16 km al suroeste de Aguilar de Campoo, en una zona con una fuerte densidad
de edificaciones románicas y en la que se emplazan alguno de los más bellos
edificios palentinos de este estilo.
Monasterio de Santa Eufemia de Cozuelos
La granja de Santa Eufemia de Cozuelos, finca
agraria de propiedad particular se ubica en el término de Olmos de Ojeda, a
unos 16 km al suroeste de Aguilar de Campoo. El templo, declarado Monumento
Nacional el 3 de junio de 1931, magníficamente conservado por la familia
Bustamante, es perfectamente visitable. Pertenece este lugar al término
municipal de Olmos (no hay que confundir con la localidad de Cozuelos de Ojeda,
más cercana a Aguilar de Campoo), asentado en pleno territorio de la Ojeda,
comarca de transición entre la Meseta y las sierras precantábricas, cercana al
cauce del Burejo y en una zona llana ocupada por extensas tierras de cultivo y
monte bajo. Desde la finca existen excepcionales vistas sobre los macizos más
elevados de la montaña palentina.
Gracias a los documentados trabajos de Julio
González podemos analizar detalladamente el pasado de Santa Eufemia de
Cozuelos. Desde la redacción de su obra sobre Alfonso VIII (1960), acumuló buen
número de noticias del monasterio que cristalizaron en una pequeña monografía
(1977). Sus fuentes básicas fueron algunos manuscritos de la colección Burriel
(Biblioteca Nacional) y legajos del fondo de Uclés (Archivo Histórico
Nacional).
Los orígenes de Santa Eufemia remontan al siglo
X, quizá en forma de humilde establecimiento eremítico. Existen numerosos
hallazgos arqueológicos que permiten asegurar cierta incidencia del poblamiento
romano en las cercanías de La Granja. Protegidos por el castillo de Ebur, que
defendía los accesos entre el curso medio del Pisuerga y La Liébana, se
fundaron algunos monasterios como el de San Cosme y San Damián de Cozuelos, al
que sabemos se le ofrecieron donaciones en 946 y 947. En 969 Hanni Obecoz y su
mujer Fronilde se hicieron familiares de la casa de Cozuelos señalando que era ad
crescente infante rege Ranimiro in Legione, et comites domnos Fredenandos
regnante unusquisque in sua regione. Durante aquellos años, el abad
respondía al nombre de Egregio.
Poco después aparece documentada la advocación
de Santa Eufemia –junto a los dos santos anteriores– que acabó por convertirse
en la principal del cenobio. Otros pequeños monasterios particulares como San
Miguel de Tobilla y San Lorenzo de Campo, se fueron integrando al de Cozuelos
durante la primera mitad del siglo XI. Alfonso VI donó Cozuelos al obispado
burgalés en 1100 y Alfonso VII dotó al monasterio con tierras en Olmos y el
portazgo de Herrera (1135); poco después se hizo lo propio con la iglesia de Santa
María de Astudillo y las aldeas de Micieces, Villavega de Micieces y Olmos, así
como con varias heredades en Melgar de la Puente, Revilla de Boedo, Astudillo,
Boadilla y La Liébana.
Sin embargo, el suceso más importante para
Santa Eufemia de Cozuelos se produjo el 4 de diciembre de 1186, cuando Alfonso
VIII lo permutaba al obispo de Burgos por San Pedro de Cervatos (Cantabria) y
acto seguido fue cedido al maestre de la orden de Santiago. Ocupado por
comendadoras de Santiago, dependientes de la encomienda de Uclés, siguieron
ampliando su patrimonio durante las décadas siguientes con propiedades en
Sotobañado, Montoto, Montejo, Pisón, Moarves, Dehesa de Romanos, Amayuelas,
Micieces y Vega de Bur. El número de dueñas allí instaladas rondó la treintena,
casi todas ellas pertenecientes a clases nobles. A mediados del siglo XIII el
monasterio donaba al abad de Frontada un herrén a cambio de una renta anual. En
el mismo siglo XIII recibía tierras en Micieces, Páramo de Boedo y
Quintanatello. En 1288 el convento compraba a Juan González de Nogales
posesiones en Nogales y en 1292 doña Mari García vendía a las freiras de
Cozuelos todos sus bienes en Villadiezma.
Damas ilustres como doña Berenguela López de
Haro y doña Sancha Alfonso –hija de Alfonso IX de León– favorecieron a las
monjas santiaguistas durante el tercer cuarto de la misma centuria y el
monasterio obtiene además privilegios ganaderos otorgados por Sancho IV en
1288. A partir de entonces se paralizan las compras importantes. Durante el
siglo XIV, los modestos arrendamientos fueron sistema corriente de explotación
y la mayor parte de los vasallos fueron eximidos de sus pagos. En 1486 se
solicitó el traslado de la comunidad. Éste fue definitivamente efectuado en
1502 al convento de Santa Fe de Toledo por orden de la reina Isabel la
Católica.
La iglesia de Santa Eufemia de Cozuelos es uno
de los más bellos y armónicos edificios del románico palentino. Fue construido
en su totalidad con buenos sillares de arenisca local. Desde el exterior pueden
determinarse bien sus elementos y recomponer las líneas maestras de su
organización interna. La cabecera posee tres ábsides semicirculares.
El ábside del evangelio queda dividido por un
contrafuerte prismático que llega hasta la misma cornisa. Esta se decora con
simple caveto, sin ningún tipo de relieve.
El ábside central, más monumental y de mayor
altura, está dividido verticalmente en tres paños por dos contrafuertes
semejantes que llegan sólo hasta la mitad del muro, rematando en plinto y basa
ática que no llegó a soportar ningún fuste.
En cada uno de los paños se abre una aspillera
enmarcada con una columna a cada lado y sus correspondientes capiteles
tallados. Parece evidente que la primera fase constructiva de este ábside llegó
hasta la terminación de los guardapolvos y de las basas de los contrafuertes,
cuyos fustes nunca se colocaron. Se concluyó años más tarde, prescindiendo de
las columnas y colocando en lo alto cinco hiladas de sillería diferentes de las
otras. La cornisa final está sostenida por veintiséis canecillos lisos. El ábside
de la epístola repite la misma composición que el del evangelio. Una gran
linterna prismática se levanta sobre el crucero de la iglesia y debió
construirse al tiempo que se concluyó la parte superior del ábside, es decir,
en esa segunda campaña que va a determinar un cambio de estilo, bien visible en
los capiteles del interior.
El interior de Santa Eufemia refleja bien la
organización externa: planta de cruz latina con cabecera de triple ábside
semicircular, transepto con cúpula sobre trompas en el crucero y nave única. El
ábside mayor lleva tres ventanas dobladas, de medio punto y fuerte
abocinamiento, sin columnas ni arquivoltas.
Su muro
se divide en dos niveles por medio de una imposta con tres filas de billetes a
la altura del arranque de las ventanas y otra sobre los vanos con decoración de
hojas entre entrelazos. La cubierta es de cuarto de esfera en el cascarón
absidal y de cañón apuntado en el presbiterio. La separación entre éste y el
ábside se hace por medio de un arco triunfal apuntado y doblado que apoya sobre
capiteles y medias columnas.
Los ábsides laterales llevan también cubierta
de cuarto de esfera, carecen de tramo presbiterial y se abren a los brazos del
crucero mediante un arco de medio punto doblado que apoya sobre altas jambas
con cimacio idéntico al de hojas entre entrelazo del ábside mayor. Este cimacio
se prolonga también por el interior de los ábsides, que tienen una sola ventana
abocinada sin columnas ni arquivoltas. Otra imposta multimoldurada recorre los
muros de estos ábsides a la altura de la base de las ventanas. Tanto el ábside
mayor como los laterales arrancan de un zócalo corrido, en donde apoyan –en el
ábside principal– las basas bien molduradas de sus medias columnas.
Las cubiertas de los dos brazos del crucero se
resuelven a base de bóvedas de cañón apuntado de eje normal al del templo.
Estas bóvedas arrancan de una imposta de caveto.
La cúpula del crucero se levanta sobre los
cuatro arcos torales, que cargan todos sobre capiteles tallados, más antiguos
los del triunfal y más modernos los restantes. Unas trompas talladas con los
símbolos de los evangelistas convierten el cuadrado en octógono, y por medio de
mensulillas se acondiciona la base para la colocación de la media naranja que
se eleva con sorprendentes hiladas concéntricas de sillería. Entre las trompas
quedan las cuatro ventanas que la iluminan. El muro interior del brazo norte del
crucero lleva una ventana similar, mientras que la que se abre en el muro del
sur posee guardapolvo sencillo. En conjunto, los soportes de los arcos son
fuertes pilastras acodilladas que en el toral de la nave poseen basamento
circular bien marcado.
Un aspecto interesante del templo, que ya llamó
la atención de Lampérez, es la comunicación que se establece entre la nave y
los brazos del transepto, mediante un pasillo en codillo con bóveda de medio
cañón, quizá con funcionalidad litúrgica, que permitiría conectar ambos ámbitos
destinados a la comunidad monacal y a la feligresía.
La nave se articula en dos tramos cubiertos con
bóveda de crucería, bien resaltadas las nervaturas en baquetón, y cuatro
plementos. Una clave circular bien trabajada adorna su centro. En los ángulos
próximos al arco toral los nervios parten de cortas columnillas con capitel
andresino y cimacio decorado de ovas.
Los dos tramos de la nave se separan por
responsiones de tres fustes. Los centrales, más anchos y que sostienen el arco,
son entregos; en tanto que los laterales, más estrechos, son exentos.
Los tres capiteles correspondientes son también
de tipo andresino, con remates de bolas y piñas. Las tres ventanas de la nave
tienen simple abocinamiento, aunque dos de ellas decoran su arco con las
conocidas ovas andresinas. Las bases poseen toro abombado, con garras angulares
planas y arquillos excisos.
Tal vez hacia el siglo XIV, al muro
septentrional se añadió un espacio longitudinal que exteriormente se corona con
canecillos de proa de nave. Interesante en ella es la inscripción que sobre la
puerta de arco apuntado se colocó a inicios del siglo XVI (vid. infra).
Ya señalaba García Guinea (1959) que Santa
Eufemia de Cozuelos resultaba punto de encuentro entre las dos grandes
tendencias del románico palentino: por un lado la derivada de Frómista, por el
otro, la generada por la eclosión de fines del XII marcada por las influencias
francesas. El análisis de la escultura, refuerza en este caso lo ya desvelado
por el estudio de su fábrica.
En Cozuelos se detectan tres fases escultóricas
bien delimitadas. Un primer taller trabaja en la ornamentación de sus ábsides
hacia la mitad del siglo XII, éste dejará paso a los maestros del crucero en
torno a las décadas del 1160- 1170, emparentados con la cabecera de la iglesia
del monasterio de Aguilar y la portada de Moarves. Finalmente, un tercer taller
plenamente formado en San Andrés de Arroyo, fue el encargado de rematar la
obra, desde el lado occidental del transepto hasta los pies, participando además
en la decoración del desaparecido claustro. Esta última campaña debería datarse
con posterioridad al 1200, cuando la casa dependía ya de la Orden de Santiago.
El exterior del ábside principal está recorrido
por una moldura abilletada a la altura del coronamiento de las pilastras que
abraza también a los contrafuertes, las tres ventanas del mismo son de medio
punto y cuentan con doble arquivolta de baquetón y escocias decoradas con bolas
y tienen además guardapolvos de billetes. Los capiteles combinan temas
zoomórficos (águilas de alas explayadas, leones afrontados a dos niveles que en
uno de los casos portan pequeñas cabezas en la zona alta de la cesta) y vegetales
(palmetas entre entrelazo y acantos a dos niveles con los bordes carnosos
sogueados). El hemiciclo interior del ábside mayor está recorrido por dos
impostas: una abilletada a la altura del arranque de las ventanas (se aloja
también en los fustes de las semicolumnas que dividen el tambor en tres paños)
y otra, de palmetas entre entrelazo, que coincide con el cimacio de los
capiteles y reproduce el mismo motivo de dos cestas del exterior.
Los ábsides laterales portan sendas impostas de
palmetas entre entrelazos –inacabada en el lado del evangelio– al inicio de las
bóvedas y de baquetones y escocias bajo las ventanas.
Entre el presbiterio y la bóveda de horno del
ábside mayor aparece un tramo recto con dos semicolumnas provistas de altas
basas, tienen boceles superiores y toros sogueados cuyos ángulos rematan en
bolas angulares.
El capitel de la derecha porta cinco niveles de
caulículos, de esquema muy similar a otras piezas de Santillana del Mar; el de
la izquierda, leones afrontados a dos niveles entre personajes masculinos de
idéntico sabor montañés. Las basas de las semicolumnas del triunfal son
similares a las anteriores, el capitel derecho porta águilas con alas
explayadas en sus esquinas y leones superiores mientras que el izquierdo se
decora con leones afrontados a dos niveles y una máscara. Aunque las basas de
las semicolumnas de los torales reproducen modelos similares a las del triunfal
(toros con sogueado en el evangelio y filetes de billetes en el derecho), sus
capiteles ostentan hojas de acanto lisas rematadas en husos angulares que nos
recuerdan a los de Santa María de Mave. La cesta del evangelio aparece
fracturada.
A partir de este punto, existe un cambio
estilístico muy evidente, como si los escultores activos en la primera campaña
y relacionados con Frómista y el románico cántabro, dejaran paso a otra
genración de sensibilidad ultrapirenaica, que había ensayado su oficio en la
portada de Moarves. Es probae que la obra del cimborrio y los pilares sobre
los que apea se deba a este nuevo grupo de canteros.
Las cuatro cestas del lado occidental se
decoran con el archipresente Sansón desquijarando al león, diferentes niveles
de caulículos sobre los que asoman rostros de eclesiásticos y temas vegetales
de angulosos acantos provistos de canaladuras. En las trompas se esculpieron
los símbolos de los evangelistas, coincidiendo con la tradición de San Martín
de Frómista. Pertenece también al mismo taller la ventana superior del brazo
sur del crucero, de medio punto y con dos arquivoltas, una muy ancha de billetes
alineados y otra interior con baquetón y escocias decoradas con bolas. Las
impostas y los capiteles tienen acantos con canaladuras de raigambre borgoñona,
visibles en la cripta baja del Pórtico de la Gloria y en la portada occidental
de San Vicente de Ávila.
Desde el cierre del crucero a la conclusión de
la nave se advierte otro cambio de tesitura escultórica. Ya indicamos cómo sus
bóvedas de crucería poseen claves vegetales caladas y las semicolumnas arrancan
de alto podium con basas andresinas. De cualquier modo, el dinamismo de esta
serie de capiteles, con bayas arracimadas en sus ángulos, floraciones centrales
e impostas de ovas, aparece mezclada con elementos más tardíos, visibles en los
crochets lisos –de los responsiones del tramo más occidental– que recuerdan a
otros más evolucionados de la iglesia del monasterio de Aguilar.
La evidente constatación de campañas sólo
aporta fechas aproximadas, pero demuestra una evolución estilística muy clara.
Portada de esta iglesia cercana a Olmos de Ojeda (Palencia) por donde se comunicaba con un claustro hoy desaparecido. La decoración de zigzag de la arquivolta interior tiene origen normando. La exterior muestra motivos vegetales.
La portada que debió comunicar la iglesia con
el extinto claustro es una pieza señera del edificio y fue tallada por los
mismos escultores que trabajaron en San Andrés de Arroyo. Es apuntada y posee
arquivolta interior de chevrons y exterior con primorosos calados vegetales,
algunas dovelas de ésta poseen motivos simétricos de ramilletes con cinco
tallos recogidos por un cogollo y rodeados por un lazo, otras tienen hojas en
espiral, así como un ave fracturada. La chambrana es de baquetón y escocia. Las
arquivoltas descansan sobre capiteles vegetales de la más pura esencia
andresina y jambas acodilladas. Aquéllos poseen cogollos y tallos ramificados
que recuerdan a las cestas exteriores de la capilla del abad del monasterio de
Aguilar. Estos capiteles se prolongan por el intradós, a modo de friso, con
calados vegetales de hojas helicoidales que acogen bayas en sus remates y
arpías con capirotes afrontadas sobre un nivel de acantos. Estos seres están
directamente relacionados con los de Revilla de Santullán y portada occidental
de Zorita del Páramo. Las basas, con anillo superior, apoyan sobre alto podium
moldurado por baquetón, escocia y filete con ovas.
La ventana rasgada del hastial occidental es de
factura más moderna y posee capiteles andresinos mucho más abarrocados, con
floración central y hojitas adheridas a los acantos. En ella se percibe un
goticismo claro, aunque recuerde a los capiteles del lado izquierdo de la
portada meridional antes descrita. La totalidad de los canecillos absidales son
de simple nacela, a excepción de uno en el ábside del evangelio donde la nacela
posee una placa en resalte. También podemos advertir que el canecillo más septentrional
del brazo norte del crucero aparece figurado con un tosco contorsionista que
recuerda a los de Moarves, San Jorde y Arenillas de San Pelayo. Otro canecillo
rematado en elemental crochet de acanto liso se aprecia en el alero del brazo
septentrional del crucero, junto a una fantasía vegetal de hoja vuelta sobre sí
misma y muy geometrizada que parte de una placa rectangular recordándonos algún
motivo similar de Vallespinoso, Montoto y Zorita del Páramo.
Parece evidente que en la construcción de Santa
Eufemia se emplearon piezas tardorromanas procedentes del entorno cercano. Un
fragmento de estela con rosetas biseladas fue reutilizado en un contrafuerte
del brazo norte del crucero, un canecillo del lado meridional del ábside del
evangelio fue tallado partiendo de otra estela romana recortada.
En el brazo septentrional del transepto se abre
una ventana de medio punto cuyo arco presenta molduras con las omnipresentes
ovas andresinas, si bien está casi cegada por la adición de la estancia
lateral. Otra ventana de similares características se abre por encima de la
afiligranada puerta que comunicaba la iglesia y el claustro. El resto de los
canes de la nave y del crucero son de nacela, así como los del cimborrio
cuadrangular que alberga la cúpula. Aquí, las esquinas presentan semicolumnas
achaflanadas coronadas por capiteles con acantos lisos muy sencillos.
Además de la decoración ceñida a los capiteles,
algunas molduras aisladas y sin solución de continuidad decoran el interior de
los muros: una en el brazo norte del transepto, a la altura del arranque de la
ventana, donde se aprecian piezas con engranajes y otra con decoración de nido
de abeja en el inicio del arco que corona el vano de comunicación entre el
brazo sur del transepto y la nave.
En el interior del curioso pasillo que comunica
la nave con el brazo norte del transepto aparece engastado un sillar con
entrelazos vegetales apenas esbozados. Sobre el muro occidental del mismo brazo
norte del transepto, a unos cinco metros del nivel del pavimento, se talló un
tosco cuadrúpedo, quizá alusión al Cordero Pascual.
Con la destrucción del claustro de Cozuelos a
inicios del siglo pasado, desapareció uno de los testimonios escultóricos más
ricos del románico tardío en tierras palentinas, quizá comparable en calidad al
de San Andrés de Arroyo.
Varias piezas se reutilizaron entre algunos
muros que cercaban la finca y en la fábrica de harinas, otras pasaron a
convertirse en material de construcción de dependencias anejas. En el aparejo
pétreo de la casona cuadrangular elevada en el lado sur del templo, junto al
hipotético claustro, aparecían docenas de fustes de columna, canecillos de
nacela, cornisas y varias piezas figuradas. Llama la atención una clave de
bóveda vegetal calada, un león que sirvió de apoyo a un sarcófago y una
sencilla portada con arco de medio punto. En su ángulo noroccidental quedó
instalado el capitel figurado con las Marías ante el sepulcro que ahora se
conserva, junto con el resto de los vestigios en el lapidario. Otras cestas
vegetales aparecieron al prospectar entre el aparejo del muro que arranca del
ábside de la epístola.
El altar de la capilla mayor se montó
aprovechando un capitel doble y otros seis más sencillos, además de sus basas.
Son piezas de refinadísimos desarrollos vegetales que pueden proceder del
derruido claustro monástico y nos recuerdan muy directamente las cestas de la
entrada a la sala capitular del monasterio de Arroyo. En el ábside de la
epístola otro altar reutiliza las basas de seis columnas, quizá procedentes de
la entrada a una sala capitular. Reproducen exactamente los perfiles de las
basas andresinas, con doble anillo elevado y arco exciso en el toro inferior.
Los restos escultóricos rescatados se han
agrupado en una excepcional colección lapidaria. Recogida con especial esmero
por los actuales propietarios de la finca (familia Díaz Bustamante), está
depositada en el espacio adherido al muro norte del edificio. La colección
reúne piezas de carácter muy dispar: desde simples fragmentos de molduras
aboceladas hasta excelentes capiteles figurados. El lapidario de Santa Eufemia
de Cozuelos ha sido recientemente publicado (cfr. J. L. Hernando Garrido,
1993d, pp. 50-56).
Se trata de una colección heterogénea que
abarca desde restos pertenecientes al desaparecido monasterio prerrománico del
siglo X –como el capitel troncopiramidal decorado con toscos ángeles excisos de
alas explayadas que portan jarritos, otro decorado con rudos acantos y una
serie de canes de rollos– a algunas piezas funerarias de principios del siglo,
dos fragmentos del mobiliario litúrgico gótico y una enseña heráldica moderna.
Sin embargo, la mayor parte de la serie está compuesta por restos procedentes del
claustro y otras dependencias nobles del antiguo monasterio santiaguista cuya
cronología oscila entre los últimos años del siglo XII y el primer tercio del
XIII. Junto a los capiteles vegetales de clara progenie andresina destacan
principalmente dos en los que la raigambre nos lleva al claustro de Santa María
la Real de Aguilar de Campoo y su entorno. Nos referimos al capitel decorado
con un dragón alado entre entrelazo y sierpe que remata la cola del mismo que
en la zona alta de la cesta posee los característicos tacos y elementos
cóncavos propios de los capiteles del claustro de aguilarense. Se descubrió
hace apenas una década entre el derrumbe producido por un incendio en las
viviendas agrarias anejas. Como paralelos podemos citar una cesta de la portada
occidental de Piasca, aunque el estilo de la pieza de Santa Eufemia de Cozuelos
coincida mejor con la portada de Revilla de Santullán. La otra pieza es el
excepcional capitel de ángulo figurado decorado con una elevación del alma y
las Marías ante el sepulcro vacío de Cristo. Fue trasladado desde la casa
elevada en el espacio que ocupó el antiguo claustro hasta el interior del
lapidario en 1992 para preservarlo de la erosión. Los personajes se disponen
bajo arquillos trilobulados que se coronan con torrecillas y pequeñas cubiertas
gallonadas. Los rasgos fisonómicos y el trabajo de los pliegues de las Marías y
de los cuatro eclesiásticos que flanquean la elevación del alma son
definitorios de los escultores que trabajaron en las cestas figuradas para el claustro
de Aguilar. Detalles como la labor de sogueado del sepulcro de Cristo y el
tratamiento de las cuencas de los ojos reafirman la intervención de un mismo
taller.
A juzgar por la existencia de materiales
enteramente góticos y otros con paralelos en el claustro de Aguilar, creo
conveniente hablar de un trabajo prolongado. A lo largo de esta larga
actividad, coinciden varios escultores conocedores de la figuración
tardorrománica con auténticos especialistas en la talla vegetal andresina. Un
fenómeno parejo al que se aprecia en la capilla del abad del monasterio de
Aguilar, portada meridional de Revilla de Santullán y portada occidental de
Zorita del Páramo.
Sobre las jambas de la puerta abierta en el
brazo sur del transepto se trazaron en mayúsculas perfectamente legibles los
grafitos “IOANES” (a la derecha) y “NICOLAO ME FECIT” (a la
izquierda).
El sarcófago de doña Sancha Alfonso se localiza
en el brazo norte del transepto. Apoya sobre peanas con leones y ostenta rica
decoración heráldica. La talla es plana y popular aunque de gran interés. En la
caja se representan leones pasantes de erizadas melenas y lises, tema que
también ocupa la cubierta a doble vertiente, si bien en su cumbrera se talló
una espada incisa de pomo esférico y la venera de Santiago en su empuñadura.
Una inscripción en caracteres góticos se despliega en el borde superior de la cabecera
de cubierta donde es perfectamente legible la data y el nombre de la finada: “MCCCVIII
D(omi)NA SANCIA A(l)FONSO”.
En el brazo sur del transepto existe otra pieza
similar aunque sin ninguna inscripción identificativa. Ésta se decora con tres
escudos ocupados por águilas de alas explayadas en un lateral longitudinal de
la caja, reserva otra gran seña heráldica con idéntico tema para disponer sobre
la cubierta a doble vertiente. La pieza apoya sobre canecillos y molduras de
dudosa procedencia. García Guinea, recogiendo una referencia del archivo
particular montañés de D. Ángel de los Ríos, que vio el edificio a mediados del
siglo pasado, señala que el ocupante del sepulcro fue D. Hernando de los Ríos.
Una lápida de pavimento –junto al pasillo de comunicación entre la nave y el
brazo sur del transepto– aparece decorada con motivos de lises, calderas, y
águilas de alas explayadas. Otra lápida instalada frente a la capilla mayor se
decora en su centro con una espada y la leyenda en caracteres góticos apenas
legible de “...TRMO... DE FERNANDEZ. AVE MARIA”.
En el exterior del edificio, junto a la
cabecera, en el espacio presumiblemente ocupado por la necrópolis, aparecen
diez sarcófagos antropomorfos de incierta datación.
Según F. Gutton, un visitador de la orden
realizó una interesante descripción de la iglesia en 1528. Según la crónica el
templo disponía de numerosos altares, el mayor dedicado a la Virgen, un coro
con 26 sillas y en el centro el sepulcro de la fundadora, otros sepulcros
estaban colocados en una capilla lateral. Desde el coro se accedía al claustro,
donde existía una logia reservada a la comendadora y una capilla dedicada a
hacer las funciones de sala capitular, en ésta se agrupaban muchas sepulturas
de caballeros identificados por sus escudos.
Primer
sepulcro de la venerable Sancha Alfonso de León (1220-1270), que fue
hija ilegítima del rey Alfonso IX de León y de Teresa Gil de
Soverosa. Se encuentra en el monasterio de Santa Eufemia de Cozuelos de
Ojeda, en la provincial de Palencia.
Sobre el arco de entrada al cuerpo
septentrional adosado, una lápida recuerda el traslado del cuerpo de la
comendadora Sancha Alfonso hasta la nueva casa de Toledo: “CON LICENCIA DEL
REY NUESTRO SEÑOR DON FELIPE 3º I CON/ SU CEDULA REAL SE TRASLADO DE ESTA
IGLESIA/ A LA DEL MONASTERIO DE SANTA FEE EL REAL DE TOLEDO/ EL CUERPO DE LA
SERENISIMA SEÑORA INFANTA DOÑA SANCHA ALFON/ SO HIJA DEL REY DON ALONSO DE LEON
I POR HORDEN DE LA SEÑORA DOÑA SAN/ CHA DE GUZMAN COMENDADORA MAIOR I CON SU
PODER I DEL CONVENTO LLEVO A SU ALTEZA/ JUAN AGUILAR REVOLLEDO VECINO DE
AGUILAR DE CAMPOO DE DIEZ DE/ MAIO DE 1608 AÑOS”. La última comunidad de
monjas santiaguistas se había trasladado desde Santa Eufemia de Cozuelos hasta
el convento de Santa Fe de Toledo en 1502.
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