Románico en la Comarca de Peñafiel y el
Valle del Esgueva de Valladolid
A unos kilómetros más al norte de Peñafiel,
enlazaremos con el románico del Valle del Esgueva, por razones básicamente
logísticas y porque no conserva un patrimonio tan amplio como para establecer
una ruta exclusiva por esta comarca.
Curiel de Duero
A 57 km al este de Valladolid y a 6 km de
Peñafiel, ya casi en el límite provincial con Burgos, localizamos Curiel de
Duero.
En el siglo XI se menciona por primera vez en
un documento a Curiel, que no se cita entre los territorios que conformaban la
diócesis palentina en 1037, pero sí es mencionado como población en 1049. Esto
hace suponer que, al igual que ocurrió con la cercana villa de Peñafiel, este
núcleo se repobló por primera vez en el siglo X y, tras sufrir los ataques
musulmanes, se volvió a repoblar, dentro del condado de Monzón. Es posible que
en un principio perteneciese al alfoz de aquella villa, en cuyo arciprestazgo
siempre estuvo incluido. De hecho, cuando en 1059 aparezca Curiel citado entre
los territorios de la mitra palentina, no se le mencionará como alfoz
independiente. Se sabe que a principios de siglo Rodrigo Álvarez era tenente de
las fortalezas de Luna, Mormojón y Curiel, entre otras, en la línea del Duero.
El desarrollo de la población incitó a la
creación de una comunidad de villa y tierra en torno a Curiel y su castillo,
que se entregó en señorío, junto con Castroverde, a la condesa Urraca
Fernández. En el documento, fechado en 1148, Alfonso VII lo otorga, a cambio
del castillo y jurisdicción de Santiuste de la Riba, a esta noble con quien
tuvo una hija. Respecto a esta escritura algún autor ha manifestado que el
lugar de Corellum debe ser identificado con Canillas y no con Curiel.
Alfonso X da como arras a su esposa, la reina
Violante, diversas ciudades y villas, entre las que se contaba esta villa
vallisoletana, que será usurpada por su hijo, Sancho IV. Se trataba de señoríos
temporales usufructuarios, pues al fallecer su señor, o incluso el monarca
donante, vuelven a realengo, para que el rey disponga de ellos. En este caso,
las presiones señoriales hicieron a Juan I ceder Curiel y otros lugares a don
Diego López de Stúñiga a cambio de Villalba de Losa en 1386. En 1391 Enrique III
confirmará la cesión y cuatro años después saca a Pesquera de la Comunidad de
Peñafiel y lo incorpora a la de Curiel para premiar a don Diego. A su alfoz
pertenecían las aldeas de Bocos, Corrales, Roturas, San Llorente y Valdearcos.
En las fechas en que se elaboró la Estadística de la diócesis palentina de
1345, contaba la villa con las parroquias de Santa María, San Martín, San
Nicolás y Santa María Magdalena; la primera tenía sin duda preeminencia sobre
las demás, pues estaba servida por dos prestes, un diácono, un subdiácono y
cuatro graderos.
Al parecer fue don Diego quien decidió el
abandono de la antigua fortaleza (hoy una impresionante ruina sobre la loma) y
la construcción del castillo-palacio culminado en 1410. Allí se alojaron los
duques, cuyas importantes posesiones en torno a Curiel, Béjar y Plasencia dan
idea de su rango; y también allí se reunieron los condes de Haro y Ledesma en
1443 para tratar sobre el servicio al rey contra el monarca navarro. La villa,
donde residía el corregidor, contaba con una judería y era fuente de sustanciosos
ingresos. En concepto de alcabalas Curiel pagaba 60.000 maravedís anuales a su
señor, al que además abonaban el alquiler de diversos inmuebles y heredades. Si
a esto se añaden los derechos señoriales, reales y eclesiásticos satisfechos
por cristianos y judíos se puede hablar de una localidad floreciente a lo largo
de este siglo.
Sin embargo posteriormente, al hilo de la
regresión demográfica y económica que afectó a toda la zona, Curiel redujo a la
mitad el número de parroquias y vio la ruina del castillo y las murallas. El
palacio fue vendido por la casa de Osuna en 1860 a un particular, que lo
desmanteló en el presente siglo. Hoy solo queda en pie la iglesia de Santa
María; los restos de San Martín, una puerta y la muralla son mudos testigos de
otros tiempos.
Iglesia de Santa María
Se encuentra situada en el centro de la
población sobre un fuerte talud que cae en dirección este-oeste y junto al
arruinado palacio de los Zúñiga.
Templo reedificado por la familia Zúñiga en el
curso del siglo XVI. De la antigua fábrica medieval resta la fachada occidental
en cuyo centro se abre una portada de medio punto moldurada.
A cada lado de ella se abren dos arcos ciegos y
apuntados. Los internos son doblados y presentan su arquivolta recorrida por
bocel; los externos –de mayor luz y altura– son simples. Sobre todos estos
arcos corre horizontalmente una línea de ménsulas –posiblemente destinados a
sustentar la techumbre plana de un pórtico lígneo– que queda interrumpida por
la portada central.
En el extremo occidental del muro norte se
percibe otro arco también cegado similar y sobre él las huellas de una
vertiente correspondiente a una cubierta a dos aguas. A su izquierda podemos
apreciar también una clara quiebra en el paramento mural como testigo de la
yuxtaposición de la fábrica moderna a la medieval.
La portada tardorrománica presenta una
arquivolta interna de perfil rectangular con un friso decorativo a base de
palmetas contrapuestas; la exterior cobijada por chambrana ajedrezada se nos
muestra lisa, mientras que la central exhibe perfil de media caña y baquetón,
exornada aquélla con motivos geométricos (bolas y puntas de diamante). Descansa
el conjunto sobre sencillas jambas con una columna acodillada a cada lado que
presentan sus capiteles y ábacos decorados: los primeros con roleos que
encierran hojas; los segundos con palmetas a la derecha y motivos entrelazados
a la izquierda.
Se trata de un templo de tres naves realizado
en piedra y levantado en el siglo XII. Conserva las entradas románicas del
siglo XII.
Su interior, de los siglos XV y XVI, conserva
dos arcadas y un artesonado en madera policromada de estilo mudéjar. Su
estructura interior es de tres naves cubiertas con armaduras de madera de par y
nudillo y bóveda de nervios combados en el crucero. El retablo mayor, de tres
cuerpos, tres calles y remate, data de mediados del siglo XVI. Dentro de él
podemos ver siete relieves atribuibles a la escuela palentina con influencia
clara de Francisco Giralte; está presidido por una imagen de la Virgen, gótica de
la segunda mitad del siglo XV.
Manzanillo
Se encuentra Manzanillo en las inmediaciones de
Peñafiel, entre esta localidad y la de Cogeces del Monte. Desde la carretera y
a causa de lo elevado de su emplazamiento, observamos la iglesia parroquial
situada en una espaciosa plaza al norte del caserío. Su ingreso se realiza por
el flanco meridional.
Las primeras menciones escritas sobre esta
localidad son muy tardías, aunque hemos de suponer, como indica Gonzalo
Martínez Díez, que a la zona llegaron los repobladores cristianos en el siglo
X. A partir de este momento el avance y consolidación de nuevos núcleos,
confiados por los reyes a los magnates norteños, fue lento pero implacable.
Cuando en el siglo XI Sancho el Mayor restaure
la diócesis palentina la villa de Peñafiel se encontrará dentro de su
jurisdicción. Esta población era ya la cabeza de un amplio alfoz, en el cual se
hallaba la aldea de Manzanillo, cuya iglesia es mencionada en la famosa
Estadística de la diócesis palentina como Sanct Yuste, estando servida por dos
prestes y varios subordinados. Todas las localidades de la tierra de Peñafiel
se hallaban sometidas a la villa en lo judicial, económico, hacendístico..., de
ahí que sufriesen juntas los mismos reveses.
No se conservan mayores datos referidos a esta
localidad, hasta que en 1447, junto con otras aldeas de su entorno, es separada
de la tierra de Peñafiel a instancias del príncipe de Asturias. García Sanz
indica que los términos de las entonces llamadas "villas eximidas"
fueron segregadas del alfoz peñafielense para ser vinculadas al heredero de la
corona. Esta situación fue transitoria, pues los lugares fueron pronto
permutados y revirtieron, hacia 1465, en don Pedro Girón. Este importante noble,
maestre de Calatrava, reorganizó su dominio en torno a Peñafiel. En 1490,
señala García García, los frailes predicadores reclamaban el pago anual de la
martiniega de nuevo "en conjunto": la suma total de 18.600
maravedís era repartida entre la villa y las aldeas y lugares, sin ninguna
exención. Manzanillo contribuía con una cantidad muy similar a la de Peñafiel,
lo que indica que se trataba de una comunidad floreciente. Precisamente en el
siglo XV supone Heras realizado el pórtico del templo y ciertas reformas que
concluirían en la siguiente centuria.
Durante siglos mantuvieron los Girón bajo su
dominio a las antiguas "villas eximidas", a las que aún en los
siglos XVII y XVIII seguían reclamando rentas y derechos de origen medieval
(como el "servizuelo") e incluso imponiendo un alcalde mayor
de su elección.
Iglesia de Santos Justo y Pastor
La iglesia actual de Manzanillo es una
construcción de origen tardorrománico-protogótico, fechable ya dentro del siglo
XIII, con reformas y añadidos en épocas posteriores. Presenta planta
rectangular de una sola nave y construcciones anexas en el lado de la epístola:
la sacristía, una capilla dedicada a la Virgen y el pórtico de acceso, además
de una sala utilizada como baptisterio. Del edificio más antiguo se han
conservado la cabecera y la portada dentro del pórtico.
La cabecera, cuadrada, se cubre con bóveda de
crucería simple cuyos nervios descansan en cuatro columnas de las que sólo
quedan los capiteles, al haber desaparecido los fustes. Aquéllos tienen cestas
con motivos vegetales, concretamente hojas planas y alargadas. Por su parte, el
arco triunfal, apuntado, descansa sobre columnas adosadas con el mismo tipo de
cestas y un cimacio de caveto. En cuanto a las basas tan sólo reseñar que
presentan un pequeño bocel.
La puerta de ingreso a la iglesia se encuentra
dentro de un pórtico construido posteriormente a la iglesia. Abierta en arco
apuntado, de las seis arquivoltas las cuatro primeras están decoradas con
molduras cóncavo-convexas alternadas y de diferentes grosores. La última
presenta un baquetón al que se superpone otra moldura-baquetón en zig-zag que
en el lado derecho y en la zona de arranque, está casi embutido por el muro del
pórtico. Tanto el arco como esta arquivolta apoyan en jambas mientras que las demás
lo hacen sobre cuatro de columnas acodilladas a cada lado. Los cimacios carecen
de decoración y en cuanto a las cestas introducen motivos vegetales formados
por tres hojas largas y muy planas en su base que se despegan del cuerpo del
capitel en la parte superior terminando en bolas o volutas. Las hojas centrales
refuerzan los ángulos de las cestas. Sin embargo los dos capiteles interiores
presentan una variante con respecto a los demás: dos filas superpuestas de
hojas de acanto en el lado de la izquierda y tallos terminados en flores en el
de la derecha. La línea de imposta, desde el arco hasta la última arquivolta,
es de filete y caveto. Las basas de las columnas están compuestas por un toro
aplanado y apoyan en pequeños plintos. Todo este conjunto descansa sobre un
banco corrido diagonal que adaptándose al abocinamiento de la portada, continua
por los muros del pórtico.
Por lo que respecta a la cronología, cabe
señalar que los restos románicos de la parroquial de Manzanillo pertenecen a
fechas ya bastante avanzadas, seguramente bien entrado el siglo XIII,
participando de numerosos elementos de la incipiente estética gótica.
Santo Entierro
El Santo Entierro es un óleo
sobre temple y tabla, con unas dimensiones de 93 x 199 cm que se encuentra
en la iglesia parroquial de los Santos Justo y Pastor de Manzanillo. Está
considerado como una de las obras maestras del estilo gótico
hispano-flamenco. El tema es el «entierro de Cristo», cercano al tema
del «planto o llanto sobre Cristo muerto» que tuvo gran difusión y aceptación
durante el Renacimiento y Barroco. Su autor es anónimo reconocido
como Maestro de Manzanillo precisamente a raíz del estudio de esta
pintura por el historiador de arte e hispanista estadounidense Chandler R.
Post (1881–1959) en su obra A History of Spanish Painting, vol. IX,
p. 459; vol. XII. pp 727-730. Las características de este pintor —activo en la
segunda mitad del siglo XV— son principalmente las formas rígidas,
perfiles agudos, formas dramáticas y una gama de colores muy rica y con mucha
luz.
Estuvo expuesto en Las Edades del
Hombre de Valladolid El arte en la Iglesia de Castilla y León,
1988 con el título Pintura del Santo Entierro, número 93 del catálogo.
La escena se presenta en horizontal sin que los
personajes se tapen unos a otros. En primer término se ve el sarcófago de
madera donde José de Arimatea, San Juan y Nicodemo están
depositando el cuerpo de Cristo. En el centro se ve a María con los ojos
semicerrados que dirige la mirada al cielo, a punto de desmayarse. A ambos
lados están las dos Marías (Salomé y Cleofás) y en el extremo de la
pintura, María Magdalena. En un lateral del sarcófago está dibujada la
figura de la donante, de tamaño más reducido, siguiendo las normas que así
lo aconsejaban. Viste con manto negro y toca blanca. A continuación y
siguiendo siempre por el lateral se ven pintadas una serie de flores animadas
con variado colorido: rosas con sus hojas, lirios, claveles y azucenas. El
cuadro tiene como telón de fondo un paisaje con arquitectura en el que se ve el
monte Gólgota y las tres cruces y un poco más lejos la ciudad
de Jerusalén con torres y cúpulas.
Existe una pintura con las mismas
características y medidas en el museo del Hermitage de Leningrado.
Está
considerado como una de las obras maestras del estilo gótico hispano-flamenco.
Su autor es anónimo reconocido como Maestro de Manzanillo
Valle del Esgueva
El arte románico que queda en el Valle del
Esgueva se encuentra en bastante mal estado (como es habitual
-desgraciadamente- en muchas comarcas de Valladolid) ya que a la falta de
restauraciones se le suma la mala calidad de la piedra: una caliza blanca de
gran blandura y fragilidad.
Villafuerte de Esgueva
Se encuentra Villafuerte a unos 37 km al
noreste de la capital y a 26 de Peñafiel, ya en tierras orientales, muy cerca
de los límites con la provincia de Palencia. El acceso se realiza por carretera
local desde Valladolid en dirección a Renedo y Piña de Esgueva. Tras pasar esta
última y a la altura de Esguevillas de Esgueva hemos de desviarnos a la derecha
en dirección a Villafuerte.
La población se encuentra situada sobre una
pequeña y escarpada loma del páramo desde la que se domina una amplia vista del
valle que se tiende a sus pies, regado por el curso del Esgueva, río en cuya
margen izquierda se asienta la localidad. Defensa natural que se vio
complementada en los siglos XIV-XV con la construcción de una de las fortalezas
más interesantes de la provincia. La iglesia parroquial de San Miguel aparece
ubicada en el centro del municipio, más concretamente en la plaza mayor.
Los hallazgos de restos tardorromanos y una
necrópolis –visigoda o mozárabe– en el pago de la Ermita, de los que habla
Vallejo, nos indican la existencia de un poblamiento antiguo en este término.
Se denominó antaño "Vellosillo" (aunque con diversas grafías),
si bien Heras puntualiza que tal poblado se ubicaba unos quinientos metros más
al Oeste que el actual, cercano al Esgueva. Las noticias documentales
conservadas informan de cómo en el siglo XIV esta localidad –con la categoría
de lugar solariego– se inscribía dentro de la merindad palentina del Cerrato.
El lugar pertenecía, entre otros, al maestre de la Orden de Calatrava.
Tras la marcha de los musulmanes y el avance
cristiano hacia el sur en el siglo IX, el lugar fue repoblado, construida su
primitiva fortaleza y circundado con una muralla. Esta labor, realizada por
Alfonso III según Vallejo, lo convirtió en una importante plaza fuerte en el
valle del Esgueva, retaguardia del Duero. Sin embargo, el mantenimiento de las
luchas hizo que la repoblación definitiva no se produjese hasta finales del
siglo XI y principios del XII, tanto en el valle del Esgueva como en el del Jaramiel.
En la segunda mitad de éste se suele datar la construcción de la iglesia de San
Miguel, que más tarde cambiará su advocación por la de la Santísima Trinidad.
Además Salazar recoge las ventas de tierras, en 1192 y 1197, a Sancha Ximénez
en documentos que dan idea de una población en expansión. Cobos y De Castro,
afirman que en el término existía, además, un convento cuya primera mención se
remonta a 1258. Pero, en la Estadística de la diócesis palentina (1345), sólo
se cita la iglesia de San Miguel, con sus dos prestes y varios acólitos.
El proceso de señorialización hubo de ser
complejo, pues cuando se redacta el Becerro de las behetrías, en 1352, se
explica que el lugar era de "solariego" y pertenecía la mitad
al Maestre de Calatrava y el resto a Ruy González, a los hijos de Alvar López
de Torquemada, a Juan Fernández de Sandoval y a Sancho Ruy de Rojas. Los pagos
al rey eran solamente en servicios y moneda, pues estaban exentos de martiniega
(al pagar marzadga a sus señores) y el yantar "nunca lo pagaron".
Además, cada vasallo prestaba las sernas a su señor respectivo y los de la
Orden, por la fuerza, eran obligados a la fonsadera.
Paulatinamente el concejo de Vellosillo cobró
fuerza, y debe afianzarse frente a los términos de su entorno. De ahí el
amojonamiento de 1395, deslindando pagos con Castroverde, o la renovación de
mojones con Castrillo Tejeriego en 1405. Dos años después, cuando se amojonan
lindes con Castroverde y Amusco, el concejo y hombres buenos del lugar se
reunían para tratar el asunto, a campana tañida, "como solían",
en el portal de la iglesia de San Miguel. A lo largo del siglo se suceden estos
acuerdos, entre concejos, por los límites.
Con el correr del tiempo los señores del lugar
habían ido variando, salvo la Orden de Calatrava, cuyo Maestre trueca su parte
a la familia Franco, que desde 1434 intentará hacerse con todo el señorío. Esta
familia, asentada en Valladolid desde el siglo XI, era conversa y sus varones
habían servido a los monarcas como embajadores e incluso en su Consejo; fueron
regidores en la ciudad, pero esto no hizo olvidar su origen judío. De ahí su
interés por obtener un señorío rural, que les identificase lo más pronto
posible con los nobles "cristianos viejos". En 1464 García
Franco de Toledo y su esposa asentaron ya un censo y renta perpetuos con el
lugar de Vellosillo, del que parecen, pues, señores únicos. En torno a estas
fechas, suponen Cobos y De Castro, se erigió el castillo que hoy se conserva, quizá
como protección frente a revueltas anticonversas como la que costó la vida al
hermano de García de Toledo.
En 1475 la reina Isabel envió una Cédula,
publicada por Serrano, que imponía a la merindad del Cerrato una contribución
de 335.223 maravedís, de los que 12.952 deben ser pagados por el concejo de
"Villosyllo", lo que nos da idea de su buena situación
económica. Con ésta debe relacionarse la colocación de una armadura mudéjar
como techo para el templo. Ya en el siglo XVI, el castillo de Villafuerte –ya
se denomina así en un documento de 1501– acoge a don Gonzalo Franco y su
esposa, a quienes se habían confiscado los bienes. El apoyo de éstos, cuyos
blasones ostenta la torre del homenaje, al Emperador, fue premiado con su
designación como regidor de Toledo.
Con el tiempo la villa pasó al vizcondado de
Valoria y, al desaparecer los señoríos, el castillo quedó en manos de la
nobleza. A fines de pasado siglo Ortega describía el perfecto estado de la
fortaleza, perteneciente al marqués de Novaliches por su esposa. Actualmente
pertenece a una asociación cultural que lo rehabilitó parcialmente. La iglesia,
que sufrió una gran reforma en el siglo XVIII, no mereció la atención de los
especialistas, que sí lograron la declaración del castillo como monumento
Histórico-Artístico Nacional en 1931.
Iglesia de La Santísima Trinidad
La iglesia parroquial, bajo la actual
advocación de la Santísima Trinidad, se muestra como una intrincada y confusa
aglomeración de estilos, entre los que se conservan algunos vestigios
románicos. Puede decirse que el primitiva construcción tuvo unas proporciones
modestas, propias de un edificio erigido por una comunidad rural: una sola nave
con techumbre de madera y cabecera con tramo presbiterial recto de mayor
anchura que el hemiciclo. En un segundo momento, durante los siglos XIV-XVI, se
procedió a sustituir las cubiertas originales de la nave ampliándose además
mediante la inclusión de una segunda nave al norte, lo que supuso la
destrucción del muro septentrional de la nave primitiva. Un proceso común en
gran parte de los templos rurales castellanos. A ello se sumó que a partir del
siglo XVI se erigieron nuevas dependencias que acabaron de enmascarar la
primitiva disposición planimétrica del templo. Una inscripción que se encuentra
en el muro exterior de la sacristía consigna la fecha de 1787.
En la actualidad presenta dos naves, una
robusta torre-campanario abierta a los pies de la de la epístola, sacristía, un
estrecho pórtico y diversas dependencias anexas. Signo inequívoco de las
continuas obras es la pluralidad de los materiales empleados en su
construcción: sillería, mampostería, ladrillo, etc.
Los principales restos románicos se limitan a
una cabecera con prolongado tramo recto presbiterial rematado por un tambor
absidal semicircular y una portada abierta en el muro sur.
El testero descansa sobre un alto basamento o
podio de sillarejo del mismo modo que la parroquial de Canillas. El
inarticulado lienzo mural del ábside fue revestido recientemente con cemento,
lo que impide contemplar su aparejo, pero no el único vano de medio punto que
se abre en el centro de su paramento ni tampoco la línea de canecillos
conservada bajo la cornisa.
Posee una arquivolta que, compuesta por un
baquetón y un bocel, está enmarcada por una chambrana decorada con
cuadrifolias. Apoya en dos pequeñas y esbeltas columnas acodilladas de fustes
monolíticos y basas áticas de toro inferior grueso y aplastado.
El alero del ábside y de la zona meridional
están decorados con una hilera de canecillos, todos de perfil de nácela y con
gran variedad temática y riqueza de formas, alguna de ellas enormemente
naturalistas: geométricas (cabezas de clavo, lóbulos), vegetales (palmetas
estriadas, pinas) y humanas (bustos barbados).
En el interior, la cabecera se cubre con cañón
apuntado sobre una moldura en talud en el tramo del presbiterio, y con bóveda
de cascarón, igualmente apuntada, en el hemiciclo absidal. Comunica con la nave
mediante arco triunfal –aquí apuntado y doblado– que descansa en columnas
voladas a causa de la mutilación de su parte inferior. Todavía se conservaban
completas en 1940, cuando José María del Moral dio a conocer una serie de
restos románicos inéditos de la provincia. Presentaban basas áticas un bajo bocel
achatado, listel, escota y bocel fino. Una sencilla imposta de chaflán recorre
toda la cabecera a la altura del arranque de las cubiertas. Su nave
correspondiente, la del sur, se cubría hasta no hace demasiado tiempo con una
armadura o alfarje mudéjar de par y nudillo con una laceria policromada de los
siglos XV-XVI. hoy es visible tan solo en el coro alto que aparece a los pies,
puesto que el resto se conserva en Valladolid. Esta cubierta de madera hizo
innecesaria la presencia de contrafuertes al exterior.
Frente a la sencillez arquitectónica del
edificio hemos de resaltar cierta calidad en la talla de la decoración
esculpida que ha sobrevivido hasta nuestros días, muy especialmente la de los
capiteles del arco triunfal. El capitel septentrional presenta cabezas de
animales mordiendo tallos que recorren la superficie de la cesta; el
meridional, bastante deteriorado en su cara frontal, inserta en la occidental
un cuadrúpedo amamantando crías y en la oriental –según Heras– lucha de
animales. Sus cimacios, también tallados a bisel –el septentrional es nuevo–,
se decoran con elementos geométricos (retícula de rombos), presente también en
otros edificios vallisoletanos (Trigueros del Valle y San Juan Bautista de
Berceruelo).
Por su parte, la ventana de medio punto que
aparece en el ábside presenta dos capiteles en un lamentable estado de
conservación, si bien todavía se insinúa parte de su decoración: el de la
izquierda con motivos fitomorfos (palmetas) rematados en bolas, mientras que en
el de la derecha tan solo es reconocible su coronamiento a base de volutas,
puesto que el resto de la decoración de la cesta se ha perdido.
La portada, una de las más bellas de la
provincia, aparece precedida por un espacio porticado de época moderna y
enrasada en el muro sur. Se compone de cuatro arquivoltas, con un molduraje muy
similar al de la ventana absidal, con chambrana decorada con el mismo motivo
que aquella.
Apean sobre cuatro columnas acodilladas, dos a
cada lado, con capiteles que alternan una estilizada decoración vegetal a base
de palmetas estriadas (izquierda) y la representación de cuadrúpedos (derecha).
Por su parte en los cimacios del arco de ingreso encontramos figuras
antropomorfas con cola de reptil y rosetas inscritas en círculos.
Respecto a la talla empleada en toda la
decoración, se alterna el bisel y en algunos casos, como ocurre con los
cimacios de los capiteles de la portada y del arco triunfal, de gran
profundidad.
Finalmente hay que referirse a la cronología.
Para Del Moral, la cabecera y la portada de la parroquial de Villafuerte,
pertenecían a un primer periodo que situaba en la primera mitad del siglo XII,
la cubierta –visible tan sólo en el ábside– sería fruto de una remodelación ya
en el siglo XIII. Sin embargo, en fechas más recientes, Felipe Heras ha situado
el conjunto en la segunda mitad del siglo XII.
Piña de Esgueva
Esta localidad se ubica en el fértil valle del
Esgueva, en la margen derecha del río, a 26 km de Valladolid y 36 de Tórtoles
de Esgueva. El acceso desde la capital se realiza por carretera local en
dirección a Renedo; tras atravesar la localidad de Villanueva de los Infantes,
y tan sólo 5 km después, llegamos a Piña de Esgueva, cerca ya de los límites
con la provincia de Palencia.
Inmersa en los vaivenes de la lucha entre
cristianos y musulmanes, la zona no fue definitivamente repoblada sino a partir
del siglo XI. Y es en la siguiente centuria cuando se supone iniciada la
construcción de la iglesia, que aún conserva algunos restos románicos. En 1280
se realizó un acuerdo por el que un canónigo vallisoletano trocaba ciertos
bienes con el abad de la colegial. En esta carta, partida por ABC, se
enumeraban diversas propiedades sitas en Pynna de Valle de Esgueva, localidad
que hasta dicha fecha no había aparecido en los documentos del Archivo
Catedralicio.
El silencio sobre esta localidad se prolonga
hasta 1345. De esta fecha data una estadística de la diócesis palentina, a la
que pertenece, en la que consta la existencia de una iglesia servida por tres
prestes, un subdiácono y tres graderos. Pocos años después, en 1352, el Libro
Becerro de las behetrías refleja la compleja situación de la localidad, que
pertenecía a varios señores: al monasterio de Matallana, a la Orden de San Juan
y a los hijos de Juan Rodríguez de Quiñones. Las instituciones religiosas contaban
con diez vasallos cada una, mientras que el resto de los habitantes de Piña
dependían de varios familiares de Juan Rodríguez a los que el documento llama
escuderos. Cada vasallo debía pagar la martiniega (impuesto anual exigido en
especies y dinero) a su señor respectivo al que, además, debía ayudar un día al
mes con el ganado de labor o con su cuerpo si carecía de bestias. También
especifica el Becerro los pagos debidos al rey, que depositan por igual todos
los habitantes, salvo en el caso de la fonsadera, de la que están exentos los
vasallos de los escuderos. En fin, una compleja realidad diaria, que también
afectaba a otras aldeas de señorío múltiple y que irá desapareciendo al
finalizar la Edad Media.
Iglesia de Nuestra Señora
Su iglesia parroquial presenta una disposición
muy semejante a la de la cercana iglesia de Villafuerte, con una serie de
dependencias anejas que, además de transformar y enmascarar su primera y
original estructura arquitectónica, la han destruido en gran parte.
En origen presentaba nave única –la meridional–
dividida en dos tramos y rematada con cabecera compuesta por hemiciclo absidal
y presbiterio, abierto a la nave mediante un arco triunfal de medio punto.
En el muro meridional subsiste la portada de
acceso al templo. Son éstos los únicos restos del primitivo templo románico;
posteriormente, en época moderna, se añadió una nave en su crujía norte
separándose mediante arquerías de medio punto sobre pilares.
Asimismo los muros del presbiterio fueron
parcialmente destruidos para abrir un acceso a la nave añadida y a la sacristía
situada al mediodía. La nave se cubre con bóveda estrellada y a sus pies
aparece un coro alto, un pórtico y una torre rectangular adosada a la nave
moderna. Esta es rectangular en planta y de un solo cuerpo.
En suma, se trata de una disposición
planimétrica muy generalizada en aquellos edificios rurales que en momentos
posteriores de su historia amplían el original románico buscando mayor amplitud
espacial.
En el exterior el muro absidal –realizado con una
sillería algo irregular en tamaño– se articula verticalmente en tres paños
mediante dos contrafuertes rectangulares que rematan directamente en la
cornisa.
En cada uno de estos paños se abren tres
ventanales bastante deteriorados: el septentrional aparece cegado y tan sólo
son visibles sus arquivoltas lisas, el meridional fue sustituido en época
moderna por un vano adintelado, y el último, el central, ha perdido los fustes
y basas de los dos pares de columnas sobre los que descansaban los capiteles.
Las dos subsistentes presentan triple arquivolta de medio punto y chambrana.
Una imposta decorada con entrelazo recorre horizontalmente todo el paramento
absidal incluidos los contrafuertes. Este ábside se remata por una cornisa lisa
sustentada por una hilera de modillones lisos.
Como es lógico, la decoración escultórica
románica aparece ligada a los restos arquitectónicos conservados de ese
periodo, es decir, a las ventanas absidales y la portada. De las primeras, de
similar composición a las de San Miguel de Íscar, cabe destacar la central.
Presenta una chambrana ornada con puntas de
diamante, y dos arquivoltas. La exterior se decora con bolas helicoides
–similares a las existentes en los pilares de Santa María de Wamba–; la
interior es lisa.
En cuanto a los capiteles: de izquierda a
derecha presentan aves el primero, el segundo muy deteriorado, hojas lisas con
nervios rematados en bolas el tercero –el segundo ha desaparecido– y palmetas
simples en el cuarto. Por otra parte, tanto los cimacios como la imposta que
divide horizontalmente el paramen- to absidal se ornamentan con un sencillo
trenzado, presente también en San Miguel de Trigueros del Valle. La ventana
septentrional esta cegada con cemento quedando tan sólo su chambrana.
Los canecillos que sostienen la volada cornisa
del ábside se decoran con motivos y temática muy comunes a la de otros
edificios de la zona: cabezas zoomorfas, piñas, etc., encontrándose también muy
deteriorados; algunos de ellos, incluso, llegan a situarse sobre los
contrafuertes.
Por último, en este apartado de la escultura
hemos de detenernos en la portada que, carente de tímpano, se abre en el muro
sur de la primitiva nave. Presenta jambas acodilladas con sendas columnas
rematadas por una imposta en nacela. Sobre ella se disponen tres arquivoltas de
arcos apuntados y perfil recto. La arquivolta central apoya sobre un par de
columnas con basas áticas y cestas historiadas. Estas últimas –también muy
erosionadas– se decoran con leones (izquierda) y grifos (derecha) afrontados.
Mientras que para algunos autores la talla, en
general, es muy rudimentaria, otros opinan –al menos en lo que se refiere a los
capiteles de la portada– que es excelente y propia del siglo XIII con algunos
detalles, por ejemplo la imposta que como prolongación de los cimacios divide
horizontalmente el tambor absidal, de influencia burgalesa.
En cuanto a la cronología de estos restos, por
sus características pueden situarse a finales del siglo XII o principios del
XIII. Es esta la opinión de Felipe Heras quien los incluye dentro de un
románico oriental, el existente en el valle del Esgueva, en el que "se
prolongan las formas del foco burgalés, con quien forma unidad".
Románico en la Ribera del Duero de
Valladolid
a comarca de la Ribera del Duero oriental
de Valladolid, es decir, las vegas que rodean el río Duero desde Tudela hasta
Peñafiel y el límite provincial con Burgos, es especialmente conocida por sus
vinos.
Esta tradición vinícola fue introducida en
estas tierras precisamente por monjes franceses en la Edad Media. Monjes que
habitaron en algunos de los monasterios que todavía se conservan.
Por eso, además del vino, La Ribera del Duero
oriental de Valladolid tiene un gran aliciente en su arte románico monacal y
también el que se construyó más humildemente en las iglesias parroquiales de
las aldeas.
Valbuena de Duero
El monasterio cisterciense de Santa María de
Valbuena se encuentra situado en el pueblo de San Bernardo, a unos 45 km al
este de Valladolid. Por la carretera nacional 122 en dirección a Soria llegamos
hasta Quintanilla de Onésimo donde atravesamos el puente sobre el río Duero
–construido por Felipe de la Cajiga por autorización de Carlos I– en dirección
a Valbuena. Una vez pasado este pueblo, a unos 4 km, una desviación a la
derecha nos conduce directamente al monasterio.
El pueblo de San Bernardo surgió en los años
cincuenta, a causa del traslado del pueblo de Santa María de Poyo (Guadalajara)
por la construcción del pantano de Entrepeñas, eligiéndose precisamente el coto
de Valbuena para su instalación y privando así a este monasterio cisterciense
de su solitario emplazamiento junto al río Duero,
Este área del valle del Duero sufrió, como
consecuencia de los ataques musulmanes, una temprana despoblación. Los
mozárabes, conscientes de los peligros de esta "zona de frontera"
tardaron en aventurarse en ella, por lo que la repoblación fue tardía y escasa,
quedando sin poblar muchos lugares.
En 1143 la condesa Estefanía, nieta del conde
Ansúrez, donó sus bienes en Valbuena y Murviedro para la fundación de un
monasterio dedicado a Dios, la Virgen y los santos Martín y Silvestre. Movida a
este acto por el deseo de salvar su alma y las de sus parientes, ponía al
futuro cenobio bajo el control del obispo de Palencia y no determinaba la orden
a que pertenecerían los monjes. Quizá no tuviera predilección por una u otra, y
sería la influencia de doña Urraca, hermana de Alfonso VIII, la que decidiría finalmente
la fundación hacia los cistercienses. No en vano el rey había tomado ya
contacto con la nueva orden de origen francés y había otorgado a algunos
monasterios tierras recién arrebatadas a los musulmanes para que las repoblasen
y cultivasen. De hecho cuando, ese mismo año, el monarca fija los términos de
la institución, se refiere a ella como cisterciense, a pesar de que esta orden
no aceptaba depender de la autoridad de ningún obispo.
El monasterio pronto contó con numerosas
filiales (Medina de Rioseco, Matallana, Palazuelos, Bonaval y Aguilar),
incrementó sus bienes con donaciones de reyes, papas y nobles y fue creando un
interesante conjunto monumental. La estructura constructiva seguía el plan
benedictino adoptado también por el Cister: claustro pegado a la iglesia; al
Oeste de éste se ubican graneros y cillas en la planta baja y, sobre ella,
dormitorios de "conversos" y la portería. La hospedería,
separada del conjunto, ejercía eficazmente su función de acogida.
La comunidad la formaban monjes, con diversas
ocupaciones (prior, cillero...) bajo el mando de un abad, y vivían en Santa
María, nombre adoptado inmediatamente a pesar de los deseos de la condesa. Pero
poseen "prioratos" y "granjas", explotados
por los "conversos": hombres bajo la regla monástica pero con
más ocupaciones serviles, menos oración... Los monjes visitan estos lugares,
permaneciendo el menor tiempo posible para no faltar a los rezos en común.
Además cuentan con "vasallos" laicos, generalmente campesinos,
en los lugares pertenecientes al monasterio.
En 1151 fue "repoblado" por
monjes de la abadía francesa de Berdona, uno de los cuales pasó a ser su abad.
A partir de entonces el obispo de Palencia respetará la autonomía de Santa
María, que pronto vuelve a estar regida por abades españoles y a aceptar
filiales, como San Andrés de Valbení, por ejemplo.
La institución fue aumentando su patrimonio con
poblaciones enteras, tierras de labor, molinos, privilegios, etc., de modo que
a fines del siglo XII estará casi en su plenitud, siendo poco significativo el
incremento posterior. La pujanza no se logrará sin continuos conflictos con los
concejos limítrofes: en 1162 con Peñafiel, en 1193 con Cuéllar, en 1228 con
Vellosillo (hoy Villafuerte).
El notable prestigio de estos monjes hizo que
algunos notables pidiesen –a cambio de ciertos bienes– ser enterrados en su
suelo, cosa que prohibían tajantemente las normas de la orden. Sin embargo, se
recurrirá al Papa, y en 1227 Gregorio IX autorizará el sepelio de seglares;
naturalmente éstos elegirán el lugar de su sepultura a cambio de sustanciosos
ingresos para los monjes. El monasterio recibirá donaciones de tierras recién
"reconquistadas" en el Sur, entre otros lugares, en el
conocido "Aljarafe" sevillano (Villanueva Nogache) que les
producirán más disgustos que beneficios.
Sin embargo, la crisis del siglo XIV también se
dejará sentir en esta casa y así el abad de Santa María solicitará una rebaja
en los impuestos que pagaba Valbuena ante el alarmante descenso de la
población. Los pecheros, huidos o diezmados por la peste, el hambre o la
guerra, fueron fijados en quince en 1305, y en sólo ocho en 1312. Si a esto
unimos la mala administración de ciertos abades, nos explicamos que las
donaciones bajen paulatinamente, al tiempo que decae la "fama"
del monasterio.
Por eso en 1427 fray Martín de Vargas lo
reformó, siendo éste y el de Montesión de Toledo los primeros monasterios de la
regular observancia en España. En estas fechas se detecta un nuevo empuje en la
institución, que vuelve a explotar lugares antes abandonados por falta de
población. Consecuencia de esto serán los enfrentamientos por las lindes. En
1432 fray Martín llegó con el concejo de Vellosillo a un acuerdo que aún se
ratificaba en 1448.
Los edificios sufrieron reformas en los siglos
siguientes, hasta la Desamortización. Durante el presente siglo se estableció
una colonia con agricultores procedentes del Sur que originó la actual
población de San Bernardo, que tiene por parroquia la iglesia de Santa María,
autorización de la función parroquial que llegó en 1506 de mano de Julio II. El
monasterio fue declarado Monumento Histórico-Artístico Nacional el 3 de junio
de 1931. A lo largo del tiempo ha sufrido remodelaciones y agresiones que han
alterado, en algunas partes más que en otras, su concepción original. Sin
embargo y pese a todo, presenta un buen estado de conservación, habiendo sido
recientemente restaurado, para albergar la sede de la Fundación Las Edades del
Hombre.
Monasterio de Santa María
El 15 de febrero de 1143, Estefanía Armengola
fundó un monasterio a orillas del río Duero, no muy lejos de la propia
Valladolid, con voluntad de que lo gobernaran los monjes benedictinos, y
al que dotó con la concesión del núcleo de Valbuena y Mombiedro.
Ego Stephania, humilis comitissa, bona
memora, Armengoldi Comitis filia, quia iustium est xenodochia construere
monasteri […] Facta carta in Vallebona. Era M.C.L.XXXI, mense februario XV
kalendas, martis…observamos el lugar que debía ocupar el calefactorio, le
sigue el refectorio y la cocina. En el ala oeste no se han conservado las
antiguas estancias que corresponderían a los conversos y a las cillas.
El monasterio fue consagrado a Santa
María, como era costumbre en los monasterios del Císter, y, como segundos
titulares, a San Martín de Tours, San Silvestre y Todos los
Santos.
En 1151 llegaron los monjes benedictinos
cistercienses de la abadía francesa de Berdona para repoblar la zona
y hacerse cargo del monasterio. Su primer abad se llamaba Martín, a quien
sucedió en 1151 Ebrardo, también monje francés, y en 1163, bajo el reinado
de Alfonso VIII, el abad Guillermo Desde su fundación, el monasterio de
Valbuena dependió siempre de esta abadía francesa, hasta que en 1430, con la
reforma de la Congregación de Castilla pasó a depender del monasterio de
Poblet.
Fue una de las primeras fundaciones
cistercienses que tuvieron lugar a lo largo de la geografía de Castilla y León
y de ella saldrían monjes para regentar y repoblar nuevas fundaciones. Este
monasterio tuvo como filiales y bajo su autoridad otros centros:
·
Monasterio
de Santa María de Aguiar en Portugal.
·
Monasterio
de Santa María de Palazuelos, en Corcos de Aguilarejo.
·
Monasterio
de Santa María de Matallana (del cual solo se conservan ruinas, que se
pueden visitar).
·
Monasterio
de Santa María de Bonaval, en Guadalajara.
·
Monasterio
de Santa María de Rioseco, en Burgos.
Desde su fundación y a lo largo de todo el
siglo xii, el monasterio gozó de una serie de privilegios por parte
del papa, de los reyes y de muchos nobles, además de donaciones
sustanciosas, todo lo cual contribuyó a su engrandecimiento y prosperidad,
contando con la laboriosidad de los monjes y su buena administración de los
bienes y propiedades. A partir del siglo XIII las donaciones
continuaron, pero en menor medida, a la par que comenzó una lenta decadencia,
que fue superada en el siglo XV, cuando en 1430, Martín de Vargas,
clérigo jerezano maestro en Teología, fue nombrado abad del
monasterio por Juan II y por Gutierre Álvarez de
Toledo, obispo de Palencia. Martín de Vargas aplicó la reforma española de
la Congregación de Castilla, que había sido fundada tres años antes en
el monasterio de Montesión, en las proximidades de Toledo. Desde este
momento Valbuena dejó de depender del monasterio de Berdona y se hizo filial
del monasterio de Poblet. Es en esta ocasión cuando cambió su nombre, pasando a
llamarse monasterio de San Bernardo de Valbuena.
En los siglos XVI y XVII se
mantuvo con bastante actividad y en el XVIII entró en decadencia,
hasta llegar al XIX, cuando desapareció como monasterio con
la Desamortización de Mendizábal, poniéndose a la venta todas las
dependencias, salvo la iglesia, que continuó funcionando como parroquia. El
monasterio fue comprado por el barón Kessel, que lo vendió a otro particular
llamado Juan Pardo, el cual mantuvo la finca y los edificios hasta que en 1950,
el Instituto Nacional de Colonización lo compró para realizar el
proyecto de instalar un poblado con 84 colonos de La Alcarria, procedentes
del pueblo de Santa María de Poyos que había sido inundado por
el embalse de Buendía.
Tras la guerra civil española, el
monasterio y los terrenos aledaños se transformaron en campo de
concentración franquista, con capacidad para 3.500 prisioneros. Estuvo activo
al menos durante algunos meses en esta ubicación.
En 1954, la iglesia, que todavía dependía de
la diócesis de Palencia, pasó a la archidiócesis de Valladolid y
años más tarde, en 1967, el arzobispado vallisoletano adquirió la propiedad de
los edificios monacales. A finales de los años 1990, el arzobispado cedió estos
edificios para que sirvieran como sede a la nueva Fundación de Las Edades
del Hombre. La gran obra de restauración y remodelación de los edificios se
realizó en tres fases. La primera, que duró dos años y que fue llevada a cabo
bajo las trazas y dirección del arquitecto Pablo Puente, pudo poner en
marcha los locales destinados a las labores de la fundación. La segunda y
tercera, dirigidas por los doctores arquitectos Jesús I. San José y Juan José
Fernández, puso en valor el resto de dependencias, entre las que se encuentran
la antigua hospedería y la iglesia del monasterio, que sigue cumpliendo su
función como parroquia del pueblo de San Bernardo.
El Monasterio es Monumento Histórico-Artístico
Nacional por decreto del 3 de junio de 1931, siendo asimismo Bien de
Interés Cultural (BIC).
Benefactores y donaciones
Los benefactores o donantes de un monasterio
eran en general los reyes, junto con los papas y miembros de la Iglesia, los
nobles y otro grupo constituido por propietarios ricos, hombres libres que, sin
título nobiliario alguno, representaban en su época un estamento de cierta
importancia cultural y económica.
El monasterio de Santa María de Valbuena no fue
fundado por voluntad real, sino de la nobleza, como ya se ha dicho, por la
condesa Estefanía Armengol, cuyas donaciones fueron todo el término de Valbuena
y la Granja de Mombiedro (Quintanilla de Abajo) . Más tarde le fue añadido,
mediante una donación de Diego Martínez en septiembre de 1165,
el monasterio de San Andrés de Valbení (cuyos monjes fundaron
el monasterio de Santa María de Palazuelos en Corcos de
Aguilarejo). También el señor de Aguilar, Gonzalo Yáñez, regaló a los
monjes unas tierras en Sevilla, y doña Justa, señora de la nobleza, donó
una heredad en una localidad llamada Siete Molinos.
Los sucesivos reyes tomaron bajo su protección
el cenobio, de tal manera que sus aportaciones constituyeron la mayor
parte de las donaciones recibidas. En el mismo año de la fundación, el rey
Alfonso VII hizo unas sustanciosas donaciones que fueron aumentando y
confirmándose en años posteriores:
·
Quintanilla (Valladolid).
·
Propiedades
de Torre del Rey en Malacuera (Guadalajara).
·
Villa
o granja de Xaramiel (Jaramiel).
Los reyes Sancho III y Fernando
III de Castilla se ocuparon del monasterio y de sus
privilegios. Alfonso VIII de Castilla fue el más comprometido, no
solo en este lugar, sino en todas las fundaciones cistercienses de su reino, a
las que dio un sentido de defensa y fijación de fronteras entre reinos. Alfonso
VIII aumentó el patrimonio de Valbuena con las tierras de Pedrosa y Ventosa,
las de Pedro Gallego y el pozo de sal de Bonilla, además de aumentar los
privilegios.
Organización de las propiedades en
granjas
La orden monástica del Císter tuvo siempre gran
incidencia sobre la población no solo en lo espiritual y cultural, sino en lo
económico y colonizador. En este sentido, los dos monasterios más importantes
en la ribera del río Duero fueron las grandes abadías del siglo XII, Santa
María de Retuerta (fundado por Mayor Pérez, tía de la fundadora del
monasterio de Valbuena, el primer monasterio de la orden de los Premostratenses)
y Santa María de Valbuena, ambas nacidas por iniciativa de una misma familia,
los descendientes del conde Ansúrez. Las dos abadías contaban con una economía
basada fundamentalmente en la explotación agrícola con el sistema
de granjas como unidad del suelo y base de la economía y
colonización.
Todas las tierras propiedad del monasterio de
Valbuena estaban divididas en granjas de explotación agraria y ganadera. Para
que las granjas dieran rendimiento y productividad, era preciso tener abundante
mano de obra. Una comunidad de monjes cistercienses debía seguir la regla de
San Benito en que se dice ora et labora, pero al encontrarse con una
extensión tan grande de tierras, ese labora no podía ser cubierto
únicamente por los monjes, bajo riesgo de abandonar las obligaciones religiosas.
En este sentido, el Capítulo General de la Orden intervino en varias ocasiones
para regular la presencia de los frailes en los trabajos de las granjas; en el
Capítulo de 1223 se expresa claramente, prohibiendo a los monjes que pasen
demasiado tiempo en los trabajos fuera del monasterio. Dentro de la clausura
había un grupo de monjes con obligaciones específicas aparte de las
espirituales: prior, soprior, cillero, maestro de novicios, bodeguero,
enfermero, hermano refitolero —el encargado del refectorio o comedor—
y alguno más. El prior era el segundo del abad, pero el abad podía nombrar a
otros priores que serían los encargados de gobernar las granjas más lejanas
(que se llamarían prioratos), ayudados por otro monje y siempre sometidos
a la autoridad de la casa central: el monasterio.
Desde el punto de vista del trabajo, el grupo
más numeroso e importante para una granja era el de los
llamados conversos (sinónimo de lego) o conversos familiares.
Los conversos eran hombres que vivían en el monasterio y en las granjas sin ser
monjes ni participar de la vida monástica; pero sí tenían su zona de vivienda
ubicada en la distribución del claustro. Estos conversos fueron de gran ayuda
en la explotación de las granjas de los cistercienses de Valbuena junto con
otro grupo, el de los vasallos, que estaba obligado a una serie de
prestaciones establecidas.
Una granja tenía distintos campos de trabajo,
todos importantes y todos con buenos resultados económicos:
Los molinos
El monasterio tenía entre sus posesiones
bastantes molinos y aceñas que constituían una verdadera
riqueza. La construcción de un molino era cara y solo los grandes señores
podían permitirse el lujo de tenerlos, teniendo asegurada la molienda de los
campesinos libres que no tenían más remedio que acudir a ellos. El monasterio
de Valbuena llegó a contar con catorce molinos que están documentados. En la
documentación se habla indistintamente de molendinis y açennas.
Generalmente una aceña es un molino de agua, situado en los ríos, pero a veces
se hace referencia a un molendinis que tiene el río Esgueva…
Los cistercienses de Valbuena tenían molinos de
cuatro y seis ruedas. Todos fueron adquiridos en donaciones de heredades en que
iban incluidos. Los monjes de Valbuena impusieron sus propias normas para el
uso de los granjeros y colonos libres.
Por cada vegada que le fuese provado
pague por cada fanega dos celemines para el monasterio.
El beneficio obtenido por la molienda se
llamaba maquila. A mediados del siglo XV hubo una nueva disposición
en que se decía que «en adelante se maquile igual que lo hacen en Peñafiel»:
De Sant Juan a Sant Miguel maquilan a
cuarto e doble que son seys celemines de la carga, en los otros tiempos a
cuarto de la carga […]
A partir del siglo XV el monasterio
se tuvo que acoger a los arrendamientos de la mayor parte de los molinos para
sanear su economía. Ya no ejercía una explotación directa pero seguían siendo
una gran fuente de dinero.
Campos de cereales
Las tierras de cultivo se laboraban por el
procedimiento de año y vez, es decir, un año se cultiva y al siguiente se
deja en barbecho. El barbecho se utilizaba para apacentar el ganado que a
su vez suministraba el suficiente abono para el año de cultivo. La producción
de cereales junto con los viñedos fue muy importante para la economía
de Valbuena. El monasterio poseía campos de cereales en sus propiedades de la
cuenca del río Duero y en las de Sevilla. Las tierras se araban con la ayuda de
los bueyes, nunca de caballos, o al menos la documentación jamás menciona a
estos animales como ayuda en el campo.
Sembraban
principalmente trigo y cebada más algo
de centeno y avena. Con el trigo se elaboraba el pan blanco, la
cebada servía de alimento a los animales y con el resto se hacía una clase de
pan más ordinario. Los campos sembrados de cereal estaban muy vigilados y se
imponían graves sanciones a todo el que no respetara las normas y entrara en
ellos con su ganado.
Las viñas
Las viñas suponían un cultivo importantísimo al
que los monjes prestaban gran atención. La productividad del vino era
suficiente para abastecer al monasterio para la liturgia y el propio consumo y
para comercializar el excedente. Era un tipo de cultivo tradicional en la zona
y prácticamente todas las tierras adquiridas por donación llevaban incluida una
extensión de viñedos. Los monjes también adquirieron viñas por medio de la
compra a pequeños propietarios, que, al no contar con el equipo y la mano de
obra necesaria, preferían vender y cambiar su estado de propietario por el de
trabajador.
Los monjes tenían
distribuidos lagares por todo el término y bodegas en las casas de su
propiedad y en el propio monasterio donde contaban con una capacidad para
veinte cubas. Se ve reflejado con toda claridad en los documentos de los
contratos que en épocas más tardías el monasterio se vio obligado a dar en
renta muchas de sus tierras, una parte del pago de alquiler era dado en vino,
exigiendo que fuera siempre buen vino. Las viñas más apreciadas eran las
de Olivares de Duero, Villanueva y Valbuena.
Las huertas
Las huertas (llamadas hortis en
la documentación), estaban situadas en lugares con posibilidad de riego,
cercanas a los ríos, arroyos, fuentes y canales de agua. En estas huertas se
cultivaban los productos hortícolas y árboles frutales; de estos hay poca
documentación que los especifique, salvo para la heredad de Villanueva de
Nogayche en el término de Sevilla, donde se dice que
había higueras y granados. La documentación del año 1375
describe el cultivo del cáñamo y del lino. Solo algunas tierras
se dedicaban a cañamares y linares en las granjas de Soberado, Valbonilla,
Piñiel y alguna otra.
Igual que ocurrió con las otras propiedades,
las huertas tuvieron que ser arrendadas a partir del siglo XV.
Ganadería
El fundamento de la economía castellana era la
asociación de la ganadería y la agricultura. Los monjes no hicieron sino seguir
esta costumbre. La ganadería se encontraba presente en todos los monasterios
cistercienses de Castilla sobre todo a partir de los comienzos del
siglo xiii, aunque en el monasterio de Valbuena ya adquirió importancia
desde los primeros años de su fundación. El monasterio contaba con: ·
Ganado
caballar y asnal.
·
Ganado
vacuno.
·
Ganado
porcino.
·
Aves
de corral.
Cabaña ovina
La cabaña ovina o ganadería lanar fue en toda
Castilla una gran e importante actividad económica, hasta el punto de ser
considerada a finales de la Edad Media como una gran potencia en
estos recursos. En el monasterio de Valbuena fue igualmente importante hasta el
punto de recibir de los reyes los mismos privilegios que tenía el ganado real:
poder pastar por los montes del rey y estar exentos del pago de portazgo.
Con la concesión de estos privilegios la ganadería lanar podía acogerse a la
costumbre de la trashumancia en busca de pastos de invierno.
Los privilegios otorgados por los reyes al
monasterio chocaron en muchas ocasiones con los otorgados a los concejos
colindantes, dando ocasión a múltiples pleitos reflejados en la documentación.
La ganadería trashumante necesitaba mucha menos mano de obra y por eso salió
adelante en el siglo xiv, cuando hubo tanta mortandad como consecuencia de
la peste. Precisamente en esos años aumentó la cabaña. El ganado
necesitaba tan solo de un pastor con el que se acordaban una serie de
condiciones muy reglamentadas, incluso lo referente a los perros acompañantes.
También estaba muy reglamentado el uso de la sal, el suministro por parte del
monasterio, la cantidad necesaria por días y por cabeza. También la dieta
alimenticia de los pastores:
·
Se
les da pan dos veces por semana.
·
En Cuaresma se
les dan alimentos que les permitan cumplir con
la abstinencia obligada.
·
Recibían
carne los domingos comprendidos entre San Pedro de los Arcos y San Miguel de
septiembre, y desde esta fecha hasta las carnestolendas, tres días por
semana. Los días que no recibían carne se les daba queso. También el vino
estaba racionado.
Ganado vacuno
Las vacas aportaban la leche y la carne para
alimentación. La piel era aprovechada para confeccionar albarcas y
otros útiles. Además las yuntas de bueyes eran imprescindibles para las tareas
del campo, arar y arrastrar los carros repletos de productos.
Ganado caballar y asnal
Estos animales eran utilizados para el
transporte, en especial el de leña tan solicitada y necesaria en la época. Las
yeguas se cuidaban para la reproducción cruzándolas con asnos o caballos
Ganado porcino
Eran conducidos en piara a los
bosques donde podían alimentarse. Servían para la nutrición, siendo la mayor
fuente de proteínas y grasas.
Aves de corral
Todas las casas existentes en las distintas
parcelas o granjas tenían su corral adjunto donde se criaban sobre todo
gallinas y gansos que enriquecían la dieta alimenticia.
Otros recursos económicos
Además de las granjas ya descritas, la heredad
de los monjes contaba con otro tipo de riqueza: los bosques, los prados y
pastos, y como consecuencia de estos espacios, la caza. También las pesqueras y
salinas.
Bosques, prados, pastos y caza
Los bosques proporcionaban leña y carbón para
el fuego, madera para la construcción de casas y de determinados útiles, y
alimento para algunos animales, en especial los cerdos. En los bosques se
distinguía la dehesa (monte bajo y acotado), y la alameda, con
plantación de álamos para madera.
Los prados daban hierba que, segada al comienzo
del verano, se guardaba para tener comida para los animales durante el
invierno. Los pastos eran suelos sin cultivar, llenos de maleza, donde se
apacentaba el ganado. De los pastos se obtenía también el humus que
servía como fertilizante.
La caza era otra fuente de riqueza. Se cazaba
sobre todo conejos y perdices, con la ayuda de perros, hurones y
redes. El derecho a la caza también estaba reglamentado, implantándose duros
castigos a los infractores.
Pesqueras o piscarias
La heredad tenía buenos recursos de agua que
atravesaban distintas zonas: los
ríos Esgueva, Arlanza y Malacuera en el Alto
Jarama (Guadalajara). El río más importante y que más riqueza aportaba era
el Duero. Estas corrientes fluviales, además de proporcionar agua para el
regadío y uso doméstico, permitían que se construyera en ellas pesqueras y
molinos. Las pesqueras eran muy codiciadas pues ofrecían una buena fuente de
riqueza sin necesidad de muchos cuidados. Los monjes tenían absoluto dominio
sobre las aguas fluviales y podían incluso arrendar los tramos que convinieran.
Salinas de Bonilla
En la Edad Media la sal era un bien
muy preciado y de primera necesidad para los hombres y para el ganado. Servía
para la conservación del pescado, carne de cerdo y tocino y para complemento en
la alimentación de los animales. El monasterio de Valbuena tenía un pozo de sal
en Bonilla (actual pedanía de Huete, en la provincia de
Cuenca), concesión muy temprana del rey Alfonso VIII. Con este pozo de sal el
monasterio tenía asegurada una producción necesaria para su consumo y un resto
que se comercializaba. Los reyes sucesores siguieron concediendo la
confirmación de esta propiedad.
En los documentos del siglo XV ya no
se menciona más este pozo, pero se habla de otro situado
en Atienza (Guadalajara), perteneciente al obispado de Sigüenza.
La explotación de la sal se hacía con mano de obra asalariada. A partir de
mediados del siglo XV los monjes optaron por el arrendamiento, igual
que lo habían hecho con otras propiedades.
La heredad de Villanueva de Nogayche
Esta finca de gran extensión (incluida en los
documentos entre las donaciones mayores) perteneció en su origen al rico hombre
castellano Fernán Ruiz de Castro, que la había recibido del rey Alfonso X
el Sabio en fecha anterior a 1287f Se la nombra en
el libro de repartimiento de Sevilla a raíz de la conquista de esta
ciudad.
[…] avía en ella quatro mill pies de
olivar e de figueral, e por medida de tierra trescientas e ochenta e cinco
arrançadas de sano.
La finca estaba situada en
el Aljarafe sevillano y debido a la lejanía en que se encontraba, los
monjes de Valbuena no la administraron nunca directamente sino que la
arrendaron desde un principio. Gracias a los documentos conservados sobre pleitos
del monasterio con los sucesivos arrendatarios pueden conocerse las partes de
que se componía esta finca. La heredad era muy extensa; tenía casas, molinos
de aceite, cultivos de cereales, viñas, olivos y árboles frutales, sobre
todo higueras y granados.
A los continuos pleitos y disgustos se añadió
la caída de las rentas hacia finales del siglo XIV y la subida de
precios y salarios. El 13 de julio de 1382 los monjes del monasterio decidieron
deshacerse de esta propiedad a través de una permuta realizada con el
último arrendatario, el armador Juan Martínez, que vivía en Sevilla. Juan Martínez
poseía en Valladolid doce pares de casas y unas viñas, que cambió a los monjes
por la finca de Villanueva de Nogayche. El cambio debió serle ventajoso pues en
el documento de permuta consta que además donó al monasterio
4000 maravedíes.
El conjunto monástico
El conjunto constaba de iglesia, claustro (con
todas sus dependencias), hospedería, dormitorios, zona de conversos y todos los
demás departamentos propios de un monasterio cisterciense. La iglesia fue
tomando forma a lo largo del siglo XII y las dependencias monacales
siguieron construyéndose ya entrado el siglo XIII. Estaba rodeado de una
cerca.
La iglesia está situada al norte de las
dependencias monásticas como corresponde al criterio funcional que rige la
arquitectura cisterciense y siguiendo el modelo tipológico tan repetido por
ésta. Adosado a su lado sur está situado el claustro y en torno a él se
disponen las demás dependencias. En el ala este, el armariolum, la sacristía,
la sala capitular, el pasadizo a la huerta, el locutorio y la gran sala que se
prolonga más allá del claustro. En un segundo piso, en esta misma ala, se
disponen los dormitorios de los monjes. En el ala sur del claustro, observamos
el lugar que debía ocupar el calefactorio, le sigue el refectorio y la cocina.
En el ala oeste no se han conservado las antiguas estancias que corresponderían
a los conversos y a las cillas.
La iglesia
La iglesia monasterial de Santa María de
Valbuena, litúrgicamente orientada, presenta una planta de cruz latina con tres
naves y crucero al que se abren las cinco capillas que forman la cabecera. Cada
una de las naves está dividida en cuatro tramos. La nave central, de mayor
anchura que las laterales, tiene un tramo de planta cuadrada, inmediatamente
anterior al crucero, siendo rectangulares los tres restantes. Esto hace que la
iglesia termine justo a la altura del muro oeste del claustro en lugar de prolongarse
para englobar el "callejón de conversos", como suele se norma
en los monasterios cistercienses. El crucero, marcado en planta, es de una sola
nave con cinco tramos, siendo cuadrado el central y rectangulares los demás.
La cabecera está compuesta por cinco capillas,
las tres centrales semicirculares precedidas de tramo recto y las laterales
cuadradas. Este mismo esquema de planta, sobre todo la cabecera, lo encontramos
en la colegiata-catedral de Tudela (Navarra) como ya apuntó Francisco Antón en
el estudio que dedicó al monasterio Valisbonense. Según este autor la iglesia
de Valbuena será prototipo de la Tudelana. También la relaciona con la del
monasterio de la Oliva (Navarra) aunque en este caso todas las capillas laterales
son cuadradas. Julia Ara además de relacionarla con los dos templos anteriores
ve en la cabecera de la iglesia del monasterio vallisoletano de Palazuelos
algunos puntos de contacto con Valbuena que se justifican por su filiación,
aunque difiere de ella en cuanto a su estructura.
El exterior de la iglesia monasterial de
Valbuena destaca por su sólida y uniforme arquitectura que descansa sobre un
basamento rematado en chaflán. Realizada con sillares perfectamente dispuestos,
la humedad entre otras causas está produciendo graves problemas de
descomposición en la piedra. En algunos de estos sillares se pueden apreciar,
tanto en el exterior como en el interior, algunas marcas de cantero. También
observamos unas inscripciones, cuyo significado desconocemos, en varios
sillares exteriores de la capilla mayor, en la capilla del Tesoro y en la
puerta que comunica el claustro con la iglesia. Los contrafuertes, prismáticos,
recorren el muro hasta la cornisa en la cabecera (separando las capillas) y
muro este del crucero. En la fachada norte, sin llegar a la cornisa, terminan
de forma apiramidada y en el hastial occidental y muro norte lo hacen
escalonadamente.
La cabecera está compuesta por cinco capillas
dando un mayor desarrollo a la central que destaca considerablemente de las
demás tanto en planta como en alzado. La capilla central, semicircular, está
dividida en cinco paños por contrafuertes. Cada uno de ellos alberga una
ventana-aspillera abierta en arco de medio punto. Horizontalmente, una sencilla
moldura rectangular de perfiles achaflanados en la línea del alféizar de las
ventanas recorre el hemiciclo absidal, incluídos los contrafuertes,
dividiéndolo en altura en dos. Contiguas a la central, las dos capillas
semicirculares menores presentan un paramento liso alterado por la apertura en
cada una de ellas de una ventana de arco de medio punto y una moldura en la
línea del alféizar. El mayor tamaño de la ventana del ábside de la epístola,
que interrumpe por su base la moldura, denota una transformación posterior.
En los extremos del crucero están situadas las
capillas cuadradas. Éstas poseen en cada una de ellas una interesante ventana
orientada al este subdividida en dos medios vanos estrechos, siendo su
interior, en esviaje, muy interesante. Este esquema original se vuelve a romper
en el ábside de la epístola que muestra signos de remodelación. Una misma
cubierta –a una vertiente– unifica las dos capillas laterales cuya cornisa está
sostenida por canecillos de perfil de nacela.
A continuación de la capilla cuadrada más
meridional se encuentra una construcción denominada Capilla del Tesoro ya de
mediados del siglo XIII construida como capilla funeraria bajo la advocación de
San Pedro.
El transepto se alza a la misma altura que la
capilla mayor y la nave central. Sus brazos se cubren con un tejado a dos aguas
mientras que su tramo central posee un cimborrio octogonal sobre trompas,
manifestándose éstas al exterior con nítidos trompillones. Aunque no es
frecuente el empleo de cimborrio, siempre siguiendo directrices de austeridad
cisterciense, encontramos otros ejemplos de cimborrio octogonal en iglesias de
esta Orden en Armenteira y Oseira en Galicia.
Sin embargo, nuestro cimborrio sólo conserva
los arranques de los siglos XII-XIII ya que el cuerpo ochavado es del XVI y la
linterna de ladrillo, barroca. En el extremo sur del crucero, como culminación
del hastial y como es norma en estas iglesias, se dispone una espadaña. Ésta
rivaliza en altura con el cimborrio y está compuesta por dos cuerpos separados
por molduras, tres vanos de medio punto que la perforan asimétricamente y un
remate a piñón. Esta misma disposición –en el brazo sur del crucero– adopta la
espadaña del monasterio de Bujedo (Burgos) o el de Meira (Lugo) por citar
algunos ejemplos.
El sistema de cubiertas de las naves es a dos
aguas para la central y a una vertiente para las laterales. Vuelve así a su
planteamiento inicial tras una transformación que cubrió las naves –cegando las
ventanas de la central– con un único tejado a dos aguas. Las naves laterales
reciben iluminación proporcionada por una ventana a los pies. Éstas, abiertas
en arco de medio punto y abocinadas, son muy sencillas y no presentan ningún
tipo de decoración. Otra ventana se dispone en el tramo anterior al crucero que
parece haber sido hecha posteriormente. El mismo muro presenta signos de
remodelación y su contrafuerte es de una sección menor que la de los demás.
Cabe la posibilidad –un estudio arqueológico lo confirmaría– de que hubiera
estado aquí adosada una pequeña capilla donde descansarían los muertos antes de
enterrarlos. En el interior también se observa esta remodelación al carecer de
moldura el arco formero de la bóveda.
La iglesia cuenta con dos fachadas. Una en el
extremo norte del transepto, otra a los pies. Una tercera puerta cegada se
sitúa en el segundo tramo de la nave del evangelio, contando desde los pies.
Posiblemente se utilizó como la puerta funeraria de los conversos.
Conforme a la característica sencillez
cisterciense, la fachada occidental es muy similar a la de otros monasterios de
la Orden.
Organizada en tres cuerpos que se corresponden
con cada una de las tres naves de la iglesia acusa de igual modo la diferencia
de alturas entre ellas. El cuerpo central responde a una estructura pentagonal
enmarcada por dos contrafuertes que terminando en talud no alcanzan la cornisa.
La puerta, apuntada y abocinada, descansa sobre
un pedestal achaflanado. Cinco jambas sin decorar y dispuestas en profundidad
sostienen otras tantas arquivoltas y una chambrana de caveto.
Cada una de las arquivoltas está formada por un
baquetón y una moldura cóncava. Una línea de imposta de filete y caveto separa
jambas de arquivoltas y se prolonga hasta los contrafuertes. Sobre la puerta se
abre un óculo moldurado con baquetones y enmarcado por un arco ciego de medio
punto rehundido. Recorre el piñón una moldura cóncava que se continua como
cornisa a lo largo de la nave central.
Entre la chambrana y el arco ciego y de uno a
otro contrafuerte se observa en el muro una serie de sillares diferentes al
resto. Estos se avienen a una forma apiñonada que bien podrían ser las huellas
tapadas de un pórtico o nártex con destino funerario como sucedía en numerosos
monasterios de la orden del Císter que prohibía el enterramiento en el
interior. Una intervención arqueológica nos daría una respuesta cierta. Este
cuerpo central pentagonal está flanqueado por dos paños lisos con una sencilla
ventana de medio punto en cada uno y rematados por almenas confiriéndole un
aspecto de fortaleza. Redunda en ello el contrafuerte en el ángulo noroeste,
también con almenas y matacanes. Antón relaciona este cuerpo saliente defensivo
con el que posee la iglesia parroquial de San Juan de la Puerta Nueva de
Zamora, obra de finales del siglo XII.
La fachada norte, en el crucero, reproduce de
forma más sencilla el cuerpo central de la occidental. Un cuerpo pentagonal
flanqueado por dos contrafuertes que terminan en talud, óculo enmarcado por un
arco de medio punto abocinado y pequeña puerta con arco apuntado de doble rosca
que apoya directamente sobre las jambas sin ningún tipo de adorno. Aunque en la
actualidad se encuentra cegada, en su origen era la puerta de muertos de monjes
como certifica el hallazgo en la zona noreste de restos humanos, el paradisum.
La austeridad en el empleo de elementos
decorativos sigue siendo uno de los rasgos primordiales, también en el
interior. Tras la restauración de los años 60 del siglo XX, los muros de
sillería se presentan con su desnudez original sólo parcialmente alterada por
algunos retablos. Uno de ellos, en el segundo tramo del evangelio desde el
hastial, cubre la puerta de conversos al cementerio ya comentada al exterior.
Los soportes utilizados pertenecen a ese tipo
de pilares de la llamada escuela "hispano-languedociana"
estudiada por Lambert y de la que la iglesia de Valbuena se considera una de
las más antiguas del grupo.
Sobre un zócalo se levantan los pilares de
núcleo cruciforme cuyas caras llevan dobles columnas adosadas y una en cada
codillo, sumando un total de doce columnas. Las primeras reciben el empuje de
los arcos fajones y formeros mientras que las segundas sostienen los nervios de
las bóvedas.
La mayor altura de la nave central con respecto
a las laterales hace que las columnas que soportan los arcos fajones de aquella
posean un fuste de mayor longitud. En los pilares adosados al muro sólo utiliza
cuatro columnas, dos en el frente y dos en los codillos. En los primeros
pilares de la nave central los fustes de las columnas aparecen cortados a
diferentes alturas, de esta forma se consigue una mayor anchura en este tramo
para –como es usual en el Cister– colocar el coro de los monjes. En la capilla mayor,
al haber un muro de separación entre capillas, solamente tiene cinco columnas y
en el caso de las capillas laterales los arcos de acceso apoyan directamente
sobre las jambas.
Las basas de las columnas presentan un toro
ancho y aplastado con lengüetas en los ángulos, escocia y un toro más pequeño.
Los capiteles poseen collarino y responden al tipo severo usado y muy repetido
por los cistercienses que nos recuerdan los usados por los egipcios. Este aire
oriental puede deberse por una parte, a los intercambios culturales procedentes
de las Cruzadas, no hay que olvidar que San Bernardo predicó la Segunda Cruzada
y por otra, a la "uniformidad artística" que conlleva el
Capítulo General. Son hojas esquemáticas, en algún caso terminadas en bolas,
también los hay en forma troncocónica invertida con unas oquedades
rectangulares en la parte superior al que se superponen hojas muy planas. En la
catedral de Zamora o en la Colegiata de Toro encontramos capiteles muy
parecidos a este último modelo. Este tipo de soporte que caracteriza como hemos
dicho a la escuela hispano-languedociana también lo vemos en otros monasterios
cistercienses vallisoletanos como Palazuelos o Matallana o en el premonstratense
de Retuerta. Todos los arcos fajones y formeros son apuntados.
Se cubren las naves con bóvedas de crucería
entre potentes arcos fajones y con fuertes nervios de sección prismática que
carecen todavía de clave –tan solo una sencilla decoración– como en la iglesia
palentina de Villamuriel. Al igual que en esta iglesia y siguiendo a Gómez
Moreno y Azcárate podríamos denominarlas bóvedas de ojivas puesto que los
nervios cruceros son de medio punto y la plementeria de tipo francés. Estas
bóvedas aparecen ya a partir de 1170. En los dos últimos tramos de la nave
mayor, a los pies, y penúltimo de la nave de la epístola se rehacen las bóvedas
al construir un coro alto en el siglo XVI. Éste se sitúa sobre una bóveda
estrellada muy plana. En este mismo siglo y en la nave de la epístola –en los
dos tramos centrales– se construyó una escalera que une la iglesia con el
claustro alto.
Los brazos del transepto se cubren con bóveda
de cañón apuntado, de eje perpendicular al de la nave mayor. Se refuerza con
gruesos arcos fajones de sección prismática que señalan los tramos.
Los dos más externos descansan sobre pilastras
con un capitel de nacela muy similar al de las capillas de la cabecera. Los dos
internos, que delimitan el espacio central del crucero, están enmarcados por un
baquetón y descansan en dos semicolumnas. Señala el arranque de la bóveda una
imposta de caveto, prolongación del cimacio de los capiteles.
El tramo del crucero se cubre con una bóveda
levantada sobre las trompas originales, pensándose desde el principio utilizar
esta cubrición, no muy normal dentro de la austeridad cisterciense. En el brazo
sur del transepto se aprecian restos tapiados de lo que fuera la escalera que
comunicaba el dormitorio de los monjes con la iglesia y también la puerta de
acceso a la sacristía –hoy antesacristía– adintelada. En el lado norte, en su
cara oeste, existe una sencilla puerta que da acceso a una escalera de caracol
que conduce a las cubiertas. Esta escalera podemos hallarla también en el
monasterio de Santa María de Bujedo o en el de Meira. La puerta de muertos,
tapiada al exterior como dijimos, en el interior nos pasa desapercibida al
colocar justo en ella un retablo barroco.
La cabecera tiene la misma longitud que el
crucero abriéndose una capilla, mediante potentes arcos triunfales apuntados, a
cada tramo. Estos arcos son, en las capillas laterales, doblados y apoyados en
jambas con una moldura de doble caveto a modo de cimacio, siendo el superior
más pequeño y prolongándose por la línea de imposta. El acceso a la capilla
mayor se realiza a través de un arco enmarcado por baquetón que apoya sobre
dobles columnas. Esta última se encuentra a un nivel más alto que el resto de
la iglesia por lo que es necesario escaleras para llegar al presbiterio. Este
tramo recto se cubre con bóveda de cañón apuntado señalando su arranque una
imposta de caveto, como ya hemos visto en el crucero, prolongación del cimacio
de los capiteles. El hemiciclo absidal, por el contrario, utiliza una bóveda de
horno revestida de nervios, los cuales se unen en una clave dispuesta en el
arco fajón que separa el tramo rectangular precedente y no en el centro del
ábside. Las ventanas, una en cada paño, están tapadas por el retablo,
recorriendo la línea del alféizar otra moldura de caveto que se prolonga por la
capilla.
Las dos capillas adyacentes a la mayor
reproducen el mismo esquema de ésta: arcos de ingreso apuntados y doblados
descansando sobre pilastras de capiteles lisos, tramo recto cubierto con bóveda
de cañón apuntado y bóveda de horno en el ábside. Tan solo una sencilla ventana
de medio punto ilumina estas capillas que como ya apuntaba al hablar del
exterior, la de la epístola se encuentra rehecha. Actualmente están tapadas por
retablos. Completan la cabecera dos capillas cuadradas en los extremos
cubiertas con bóveda de crucería sin clave. Sus gruesos arcos cruceros apoyan
en columnas angulares.
Cada una de estas capillas se ilumina a través
de una ventana apuntada muy abocinada que apoya sobre columnas con capiteles
vegetales deteriorados. Esta ventana se subdivide en dos medios vanos estrechos
de cuarto de círculo por medio de una columnilla.
Este tipo de ventana podemos encontrarlo en los
monasterios navarros de la Oliva o de Irache. En el muro septentrional de la
capilla de la epístola se abre una credencia en arco trebolado. Como sucede en
el exterior y en la capilla contigua también esta ventana se encuentra rehecha
en el lado de la epístola.
La línea del alféizar está recorrida por tres
filas de taqueado, restaurado en algunas zonas, que recorrerían toda la capilla
como parecen probar las huellas existentes en las paredes laterales, muy
posiblemente destruídas al revocar la iglesia en blanco. Las mismas huellas a
la misma altura aparecen en las demás capillas laterales. Adosada a esta misma
capilla situada más al sur, desde donde se accede, se encuentra la capilla de
San Pedro.
Es obra de mediados del siglo XIII y por tanto
posterior a la construcción del ala este del monasterio como evidencian las
ventanas que iluminaban la sacristía y el dormitorio de monjes que, ahora
tapiadas, dan a esta capilla. Se trata de un espacio rectangular de tres tramos
limitados por arcos apuntados con ábside trapezoidal y bóvedas de crucería. Los
arcos descansan sobre ménsulas dispuestas sobre los muros laterales. La
cabecera se cubre con bóveda de dos nervios que arrancan a su vez de sendas ménsulas
y reproducen rostros humanos. Sobre ellas se disponen altos cimacios. Los
nervios confluyen en la clave del arco de ingreso –apuntado y doblado–, y éste
descansa sobre dobles columnas de zócalos tronco-piramidales. Sus capiteles
vegetales presentan una técnica depurada que los relaciona con uno de los
talleres del claustro. En el testero se abre una ventana de medio punto. Los
muros presentan sendos arcosolios funerarios con pinturas donde se representan
escenas caballerescas, cortesanas y religiosas según la estética del gótico
lineal y siguiendo sus características pictóricas. Estas pinturas fueron objeto
de una restauración en 1963-64.
La iglesia se comunica con el claustro mediante
una puerta en el primer tramo de la nave de la epístola, contando a partir del
crucero. Es la llamada puerta de los monjes porque era utilizada por estos para
acceder a la iglesia desde el claustro. Otras dos puertas, apuntadas y
tapiadas, en la nave de la epístola, en el primer tramo de los pies, también
dan paso al claustro.
La “Puerta de los monjes”, que se abre
en el interior de la iglesia, es muy simple: un arco rebajado; la exterior, en
el claustro, está compuesta por dos arquivoltas apuntadas y chambrana decorada
con una fila de tacos que apoyan en las jambas y en una columna acodillada a
cada lado. Su capitel, bastante deteriorado, es de palmetas estilizadas que
terminan en bolas y su basa sigue el tipo desarrollado en todo el monasterio:
un pequeño anillo, escocia, toro y lengüetas en los ángulos para unirse al
plinto. Todo ello sobre zócalo.
Las referencias documentales acerca de la
construcción de la iglesia de Valbuena son escasas y poco estudiadas. De ahí
que debamos recurrir a un análisis comparativo de sus elementos arquitectónicos
y estilísticos con otros edificios de cronología más segura. En este sentido,
como ya apuntaba al hablar de su planta, hay que relacionar la iglesia de
Valbuena con la catedral de Tudela cuyo altar mayor fue consagrado en 1204. Los
diferentes autores no coinciden sobre a cual de ellas dar la primacía, sin embargo,
esta fecha nos anticipa una cronología de finales del siglo XII. Quizás la
edificación empezaría entre 1170, momento en que aparecen las bóvedas nervadas
o de ojivas y 1190 como proponen Lambert, Torres Balbás o Ara. No cabe duda de
la gran homogeneidad de la construcción en sus partes antiguas por lo que no
debemos prolongar en el tiempo su finalización. Lambert nos dice que pese a
esta homogeneidad puede que en el curso de la obra se hiciera alguna
modificación al proyecto original, puesto que el crucero tiene bóveda de cañón
apuntado mientras que la nave central y las laterales tienen bóveda de
crucería. Sin embargo, esta última ya se ha usado en las capillas laterales
cuadradas.
El claustro
Es el único ejemplo completo y con un aceptable
estado de conservación de la provincia pero, aunque ha sido objeto de una
restauración que ha sustituido abundantes basas y fustes, precisa de una
intervención integral.
Se compone de doble galería que corresponde a
periodos cronológicos y artísticos diferentes. El cuerpo bajo es obra de hacia
finales del primer cuarto del siglo XIII aunque su construcción se prolongara a
lo largo del mismo.
La galería alta se levantó en el siglo XVI
conforme al estilo de fajones que apoyados también sobre las columnas del pilar
y las ménsulas delimitan los tramos de la galería. De esta forma los pilares
tienen seis columnas adosadas. En el caso de los pilares angulares sus núcleos
de planta esquinada reciben hasta un total de catorce columnas. En sus caras
interiores se colocan dos grupos de tres que soportan los arcos fajones y una
en el codillo para el arco diagonal. Otras dos columnas a cada lado del ángulo
sostienen los arcos de medio punto y, ya en el ángulo, tres más para los arcos
apuntados.
El ala oeste presenta una novedad con respecto
a las demás y es la utilización de una media columna en lugar de dobles
columnas en la cara interna del pilar. Todas las columnas apoyan sobre un alto
zócalo corrido que cierra las galerías y cada grupo de dobles columnas lo hace
en un único plinto que las engloba. Sus basas siguen el tipo ya visto en la
iglesia, aplastado toro con lengüetas angulares, escocia y toro más pequeño. El
fuste monolítico deja paso al capitel con collarino y un cimacio que al igual que
el plinto engloba a las dos columnas. Este cimacio está formado a base de
molduras superpuestas cóncavo-convexas que reciben los gruesos arcos.
La severidad cisterciense, tan presente en la
iglesia y demás dependencias monásticas, se concede una licencia a la hora de
decorar los capiteles del claustro.
Predominan claramente los temas vegetales pero
también encontramos alguno de tipo figurativo. Los más llevan hojas planas que
se retuercen en los extremos, otros con tallos entrelazados de gran claroscuro,
hojas de palmeta, de vid o de acanto, tallos con hojas treboladas, con piñas o
pomas en las puntas, hojas que se superponen unas a otras... hasta completar
los más de doscientos capiteles labrados en este claustro de Valbuena. Los de
las alas sur y norte están mucho más elaborados y tienen una mayor variedad.
Entre los figurativos, todos ellos en el ala occidental, encontramos cabezas de
bóvidos, cabezas humanas enmarcadas con decoración vegetal, dragones que
entrelazan sus largos cuellos, leones y hasta un demonio. Estos capiteles son
de factura más tosca y presentan un alto grado de deterioro.
Claustro del monasterio de Santa María
de Valbuena. Panda de la sala capitular. Al fondo la «puerta de monjes».
Las arquerías de las alas norte y sur estan
molduradas desde el interior mediante chambrana con perfil de caveto. Desde el
exterior de la galería aparece chambrana con perfil de caveto si bien éste
moldurado al igual que los arcos. Tan sólo observamos caveto el ala sur. En el
ala sur podemos ver los restos del antiguo lavabo. Al exterior de la galería se
aprecian restos de dobles columnas esquinadas para recoger la desaparecida
bóveda.
El armariolum
En origen un simple hueco para almacenar libros
fue transformado en el siglo XVI en un altar siguiendo el estilo de la época.
Se encuentra nada más salir de la iglesia, excavado en la pared del crucero.
Los monjes cogían de aquí los libros y sentados en el banco corrido del
claustro se disponían para la "lectio divina".
Sacristía
Actualmente a esta sala se la conoce como la
antesacristía. Situada en la galería este del claustro, es de planta
rectangular y se accede a ella a través de una puerta en el lado sur del
crucero, tras un pequeño pasillo de bóveda de cañón que abarca el grosor del
muro. Esta sala, a pesar de sus paredes revocadas en blanco, deja ver la
sillería utilizada en su construcción. Se cubre con bóveda de cañón.
Originalmente una ventana de arco de medio punto iluminaría la estancia por su
lado este. Una fuente ocupa hoy su primitivo lugar. Sin embargo, sus restos
aparecen al otro lado del muro formando parte del recinto de la capilla de San
Pedro.
La sala capitular
Totalmente transformada en la actual sacristía,
sólo la arqueología nos permitiría conocer su distribución original. Sin
embargo, aunque cegadas, podemos ver la puerta y las ventanas originales de
salida al claustro. Estas difieren de las de otros monasterios de esta Orden
pero mantienen una línea coherente con toda el ala este. Estamos ante un
sencillo arco de medio punto doblado que se apoya directamente sobre las jambas
y a cada lado una ventana igualmente abierta en arco de medio punto doblado. La
construcción de la bóveda del claustro produce un desfase entre los huecos de
acceso a la sala y los apoyos de aquélla.
Pasillos
A continuación de la sala capitular existen
tres estrechos pasillos con diferentes usos cada uno de ellos. El primero es
una estrecha dependencia que podría muy bien haber sido el lugar ocupado por la
escalera secundaria de acceso al dormitorio de los monjes. Inmediatamente después,
se encuentra el pasadizo de salida a las huertas. Desde el claustro un profundo
arco de medio punto doblado nos conduce al interior del pasillo cubierto con
bóveda de cañón. La puerta exterior reproduce este mismo esquema de arco de
medio punto doblado.
Otro profundo arco de medio punto, similar al
del anterior pasillo, nos introduce en lo que podría ser el locutorio o
parlatorium de los monjes. Al igual que aquél, está cubierto con bóveda de
cañón y aunque en la actualidad una puerta comunica con el exterior puede que
originalmente no la tuviera. De esta forma exteriormente seguiría el esquema de
arco de medio punto cobijando un óculo. A través de este mismo pasillo
accedemos, a la derecha, a la sala de trabajos.
Sala de trabajos
Es la última dependencia del ala este. La
puerta de ingreso a esta sala es de arco de medio punto y de arco escarzano en
el interior. Se encuentra dividida en dos naves por tres columnas que crean
ocho espacios abovedados. Cada una de las columnas está formada por plintobasa
de tres anillos concéntricos de diferente diámetro y altura, fuste monolítico,
collarino y un capitel de cuatro hojas muy planas terminadas en bolas (parecido
al de la capilla mayor de la iglesia). Remata el capitel un cimacio volado de
caveto y filete donde apoyan los gruesos nervios de la bóveda de crucería.
Tanto los arcos formeros como los cruceros son todos de medio punto decorándose
la clave con una pieza circular que inscribe una bola. En la pared, los nervios
son recibidos por unas ménsulas de prolongado caveto, filete y moldura igual al
cimacio de las columnas.
El amplio derrame y escalonamiento de sus
ventanas no permite una excesiva iluminación interior. En cada uno de los paños
se abre una gran ventana abocinada de medio punto excepto en el extremo
suroeste donde esta se ha sustituido por una puerta, de arco de medio punto,
que daría al patio junto al calefactorio.
Como es preceptivo, se sitúa sobre la sala
capitular. Es una larga y estrecha habitación rectangular que pese, a sus
transformaciones en épocas posteriores, en la actualidad conserva restos de su
antigua fábrica. Las ventanas iniciales del lado oeste, pareadas, se pueden ver
desde la galería alta del claustro que en origen daban a una terraza del
claustro bajo. Las del lado este se encuentran tapiadas apreciándose ésto en el
muro exterior. Las modernas son rectangulares. También en la capilla del Tesoro,
por encima de la ventana también tapiada de la antigua sacristía vemos otra
ventana del dormitorio. En su interior vemos los arranques de los arcos fajones
empleados en la cubierta.
Calefactorio
Entre la sala de trabajos y el refectorio se
localizaría el calefactorio del que sólo se conserva una puerta adintelada que
sustituye a la medieval de la que se conservan restos. En la actualidad por
aquí se accede al claustro alto.
Refectorio
Perpendicularmente dispuesto al lado sur del
claustro, como es norma en los monasterios de esta Orden, es un claro ejemplo
de la austeridad cisterciense materializada en la simplicidad de su estructura.
Se trata de una gran sala rectangular (24 × 10 × 8 m) cubierta con una bóveda
de cañón apuntado con tres gruesos arcos fajones. Éstos apoyan sobre ménsulas
de caveto y tronco de pirámide invertida que dada la escasa altura a la que se
disponen es de suponer que el suelo estaría más bajo. De esta forma la estancia
queda dividida en cuatro tramos entre los que se abren ventanas de medio punto,
tres en el lado este, dobladas y abocinadas y dos en el oeste, en los dos
últimos tramos.
En la parte superior del muro sur se han
abierto dos ventanas abocinadas de arco ligeramente apuntado.
Cada ventana posee dos arquivoltas que apoyan
en dos columnas acodilladas a ambos lados cuyos capiteles están muy
deteriorados y sus basas, sobre plinto, repiten el modelo ático (una escocia
entre dos toros). En la parte inferior sólo hay un hueco mayor que reproduce el
esquema de las superiores al que se le ha añadido una arquivolta y una columna
más a cada lado y todo ello sobre un zócalo formado por el mismo muro. Es muy
posible que este lugar estuviese ocupado por una hornacina para albergar la
imagen de la Virgen y poder ser venerada por los monjes en sus almuerzos. En el
ángulo SW se aprecian los restos de un tornavoz cuya escalera de acceso aparece
embutida en el muro. El testero norte presenta signos claros de transformación
de su traza original. Todavía hoy se ven dos de los tres arcos que formarían la
entrada en lugar de uno como ahora existe. Sobre ellos hay un óculo en el
interior que no recibe luz del exterior.
La construcción del refectorio –uno de los más
antiguos de España– sería contemporánea de la iglesia y la sala de trabajos,
todo lo más de principios del siglo XIII. Por último señalar que el
emplazamiento del lavabo –ya comentado– no es inmediato al ingreso del
refectorio como suele ser normal sino que está un tramo más adelante.
Cocina
A continuación del refectorio, comunica con
éste a través de una puerta moderna. No mantiene su planta primitiva que fue
rehecha a partir del siglo XVII aunque ocuparía este mismo lugar. Se trata de
un espacio rectangular subdividido en dos: el meridional conserva su cubierta
original mediante cuatro tramos sustentados por dos pilares cuadrangulares. El
acceso desde el claustro se realiza mediante dos vanos: uno de arco apuntado
con restos de chambrana –el primitivo– en el que se aprecian aún restos de humo,
y otro con arco rebajado.
Sardón de Duero
Se encuentra Retuerta, partiendo desde
Valladolid en dirección a Peñafiel y Aranda de Duero, entre las localidades de
Sardón de Duero y Quintanilla de Onésimo (anteriormente Quintanilla de Abajo),
aproximadamente a unos 23 km de Valladolid. Hoy en día tanto el monasterio como
los terrenos colindantes son propiedad privada de la multinacional Sandoz,
hecho que, sin embargo, no impide la visita a las dependencias claustrales,
posible gracias a la amabilidad de sus dueños. El acceso se realiza por un
camino de tierra no señalizado.
El monasterio se estableció en un bello paraje
junto a una de las sinuosas curvas (Rivula Torta, lo llaman en 1145) del cauce
del río Duero, en su margen izquierda. Al cenobio vallisoletano, bajo la
advocación de Santa María, no solo le cabe el honor de ser la casa madre o
matriz de la Orden Premonstratense en España sino también el de ser uno de los
más importantes difusores por tierras castellanas de aquel ordus novus
reformador que, basado en los votos de pobreza, obediencia y castidad, fue
instituido en 1121 por el fundador de Prémontré, Norberto de Xanten, y aprobado
por Honorio II tan solo cinco años más tarde. Fruto de esta actividad será la
fundación o filiación de varios cenobios, entre otros muchos los palentinos de
Santa Cruz de Ribas (1176) y Arenillas de San Pelayo, éste último dependiente
de Retuerta desde 1168. Al igual que ocurrió con los cistercienses, los
premonstratenses alcanzaron un gran auge en la época medieval, llegando a
contabilizar en la Edad Media un total de 1800 cenobios repartidos por Europa,
de los que alrededor de 50 corresponderían a España.
El inicio de la andadura histórica de Retuerta
se remonta, según el Becerro analizado por Francisco Antón –su primer y
principal estudioso– a los años centrales del siglo XII, hacia 1145-1146,
cuando Doña Mayor, hija del conde Pedro Ansúrez, “dona el lugar que llaman
Fuentes Claras o Retuerta” al abad Sancho y a sus monjes, que por aquellos
momentos estaban llevando a cabo la construcción del monasterio y viviendo allí
bajo la regla de San Agustín, modo de vida elegido por San Norberto para regir
sus monasterios dúplices. Este abad fue, ni más ni menos, que uno de los
primeros mostenses hispanos: el noble castellano Sancho de Ansúrez, profeso del
monasterio francés de San Martín de Laon. Muy poco después (1146-1148), Doña
Mayor –fundadora y benefactora del monasterio desde sus comienzos– lo dona al
abad Bernaldo del monasterio premonstratense gascón de Casa Dei, del que pasa a
ser filial, para que constituya allí abad y convento según la regla agustiniana
y el “ordo premonstratense”.
Inmerso ya en la Circaría Hispánica (división
de mayor o menor carácter administrativo en la que se agrupaban los monasterios
premonstratenses de los reinos de Castilla y León) y regido por el abad Sancho
–primo de la condesa fundadora– hasta 1163, la documentación parece indicar que
este monasterio se asienta sobre uno más antiguo denominado por un diploma de
1153 San Martín de Fuentes Claras. Algunos escritores creen que en 1148 sufrió
una traslación a su definitivo asentamiento; sin embargo es éste un dato que
por el momento no tiene confirmación documental seriamente contrastada. El
hecho de que el Becerro de la institución consigne a don Sancho como abad de
Santa María hasta 1163 parece indicar que la intervención del francés fue
temporal, y quizá se limitaría a supervisar el cumplimiento de las
instrucciones emanadas de Prémontré.
Instalada la comunidad, sus bienes se fueron
incrementando con donaciones como la de doña Elo, hija de la fundadora, en
1153, destinada a completar las construcciones y al mantenimiento de los
hermanos. El propio Alfonso VIII, según publica Julio González, intervino a lo
largo de su reinado, otorgando a Retuerta en 1160 la iglesia de Santa María de
Valdegunia y amparando, en 1174, a la institución. Merced a estos favores y
otros procedentes de diversos particulares, la Orden se extendió por el reino:
en 1168 el monasterio de San Pelayo de Arenillas abrazaba su regla; un año
después Santa María de Aguilar de Campoo es arrebatada a los monjes que la
regían y pasa a ser filial; otras filiales fueron Santa Cruz de Ribas de
Campos, San Miguel de Gros, Santa María de Almazán, etc. Es en esta etapa
cuando se construyó la iglesia, que no llegó a concluirse, lo que explica sus
cortas proporciones, pero que luce una bella cabecera románica.
Al iniciarse el siglo XIII se redactan los
primeros estatutos conservados, aunque Hernando Garrido supone que su redacción
se remonta a 1131-1134. Se desarrolla la planta del monasterio, que sigue la
disposición benedictina (sala capitular, refectorio, claustro,...),
especialmente durante el mandato del abad don Peregrino (1210-1221). Los
monarcas castellano-leoneses confirmaron las donaciones y privilegios otorgados
por sus antepasados, lo que permitió a los frailes una vida holgada. El
crecimiento de esta orden es evidente, según Francisco Antón, si tenemos en
cuenta que en 1282 asisten a la reunión en Valladolid, para ciertas reformas,
diecisiete abades premonstratenses junto con cluniacenses y cistercienses de
conventos castellanos. Sin embargo Hernando Garrido afirma que en 1290 se
producía ya la decadencia moral y económica de las casas de la Orden.
Esto no supuso, no obstante, el inmediato
fracaso de Retuerta, que aún en el siglo XIV siguió disfrutando del apoyo real:
González Crespo publica varios documentos en los que Alfonso XI confirma
propiedades y exenciones de la institución. El Becerro de las behetrías indica
que los vasallos del monasterio solían pagar el "yantar", lo
que motivó la despoblación. Para evitar este éxodo, según dicha fuente, los
monarcas habían rebajado este impuesto, favoreciendo así a los frailes.
No obstante estos apoyos, la turbulencia de los
tiempos afectó también a Santa María. Felipe II optó por entregar el lugar y
sus bienes a la Orden de los jerónimos, y quizá a ellos se deban ciertas
reformas en la iglesia y claustro. Las necesidades de la comunidad obligaron a
ciertas modificaciones en los edificios y a veces las mismas se debieron a la
fatalidad: en el siglo XVII un incendio destruyó, según indica Antón, todos los
tejados de la abadía, que hubo que reparar. En el siglo siguiente se anotan nuevas
obras en el testero del coro, la sacristía y sala capitular.
Gracias a dos documentos reales, fechados en
1255 y 1288, recogidos por ese viajero infatigable de las tierras
vallisoletanas que fue Ortega Rubio no solo sabemos que en la iglesia fueron
enterrados varios de los personajes benefactores del cenobio, entre ellos su
fundadora, la condesa Doña Mayor, sino también de la existencia del monasterio
en el último cuarto del siglo XIII. Tras la desafortunada Desamortización de
Mendizábal (1835), en Retuerta –como en infinidad de monasterios hispanos–
desapareció la vida monástica, convirtiéndose en propiedad privada. Ahora lo
es, como ya señalamos, de la multinacional Sandoz, desde 1986. Sus nuevos
propietarios han rehabilitado el conjunto monástico, convirtiéndolo en sede de
una importante bodega.
Monasterio de Santa María de Retuerta
Los monasterios de la orden del Prémontré
adoptan una disposición y distribución de sus dependencias muy similar a la
asumida por otra orden rigorista y reformadora como era la orden del Cister.
Estas similitudes entre los monasterios cistercienses y premonstratenses, como
ya señaló en su día Bango Torviso se deben, en primer lugar, “a que ambas
(órdenes) tuvieron unos planteamientos reglares muy parecidos...”, y a que
“fueron construidas con un planteamiento arquitectónico muy similar propio
del tardorrománico...”. Pero también presentarán sensibles diferencias en
base a un hecho fundamental que permitirá –entre otras cosas– la existencia de
campanarios en las fachadas de los templos: los edificios premonstratenses,
partiendo de la cura pastoral propia de la orden, están preparados para acoger
a los fieles.
En el caso que nos ocupa, las dependencias
habitadas por los monjes norbertinos (nombre, junto con el de mostenses, con el
que también se conoce a los canónigos regulares premonstratenses) aparecen
situadas al sur de la iglesia y alrededor del claustro, que en la actualidad
cuenta con tres pisos fruto de las reformas emprendidas a partir del siglo XVI.
Éstas son: sala capitular y refectorio. El resto de dependencias han
desaparecido o han sufrido importantes transformaciones: cocina (derribada en
1663), pasadizo y locutorio (convertidos en escalera a finales del siglo XVII),
sacristía (transformada en 1665), hospedería vieja, situada en la panda sur
(destruida en 1669), dormitorio de los monjes, etc. Sin embargo, y a pesar de
todo, muy probablemente sea en este cenobio vallisoletano –quizás junto con el
palentino de Aguilar de Campoo, sobre todo tras su restauración– en donde mejor
se conserven las dependencias monásticas de un edificio premonstratense. No
obstante su actual uso y función ha producido importantes transformaciones y,
lo que es peor, mutilaciones, que nos han privado para siempre de alguno de sus
elementos más característicos e interesantes.
El monasterio de Retuerta carece de una
monografía actualizada. Los estudios existentes han partido casi siempre del
análisis de sus diferencias y analogías –ciertamente evidentes– respecto a los
edificios cistercienses o bernardos.
El conjunto monacal
En general los elementos arquitectónicos
tardorrománicos de los edificios premostratenses son muy parecidos a los
cistercienses, añadiendo aquellos que están más en consonancia con sus
necesidades. Los premostratenses eran canónigos regulares y su misión consistía
en adoctrinar al pueblo, como lo harían un siglo más tarde los franciscanos.
Por eso la diferencia en decoración con el arte cisterciense es notable ya que
los premostratenses sí dan paso a representaciones ilustrativas tanto en
arquitectura como en escultura y pintura en las iglesias y claustros.
El conjunto monacal de Retuerta consta de la
iglesia con el claustro adosado al muro sur, la hospedería, más otras
dependencias que fueron de uso necesario para la comunidad. En su entorno se
hallaban los campos de labor dedicados en una gran mayoría a la vid. El
monasterio fue construido muy cerca del río Duero por lo que los suministros de
agua estaban perfectamente controlados.
Se accede al monasterio a través de un arco
construido en 1678 que conduce a un espacio amplio llamado compás donde se ven
los muros de la hospedería y del claustro. Desde este lugar puede verse también
la espadaña construida en 1655. En el lado opuesto se encuentra la iglesia cuya
mole aparece imperfecta, con un cuerpo corto y un amplio crucero muy señalado
en planta.
La iglesia
En sendos documentos de 1146 y 1153 se hace
alusión expresa a la construcción del monasterio y a las obras de la iglesia.
Por el momento es imposible saber que ocurrió con San Martín de Fuentes Claras
y si sus edificios fueron o no aprovechados en la nueva construcción. Lo cierto
es que en 1153 –durante el abadiato de Sancho– se estaba trabajando ya en la
cabecera.
Antes de acceder al interior del recinto
monástico conviene detenerse en el exterior de ésta. Una vez libre de los
añadidos que aparecen en la documentación gráfica de principios de siglo, la
cabecera de Retuerta se muestra en todo su esplendor. Realizada a base de
sillería muy bien despiezada y perfectamente tallada, el paramento del ábside
central se articula en tres paños –cada uno con su correspondiente ventana de
doble derrame– por dos contrafuertes de sección rectangular y triple
escalonamiento.
En los ábsides laterales aparece tan solo un
contrafuerte –esta vez sin escalonamientos– que dividirá verticalmente el muro
absidal en dos. Aunque similar a los del central, en este caso suben hasta la
cornisa sirviéndola de apoyo. Una función dinamizadora que, en sentido
horizontal y en el caso del ábside central, cumplen las molduras que partiendo
de los cimacios de las ventanas recorre todo el tambor absidal excepto los
mencionados contrafuertes. Una cornisa de perfil de nacela sobre canecillos
triangulares remata estos tambores en altura; tan solo en el ábside sur, en el
de la Epístola, aparecen canes lobulados en el tramo recto como resultado de
transformaciones que también afectaron a la parte alta del muro realizadas en
ladrillo. Un hecho que llamó enormemente la atención de su primer estudioso fue
que la cabecera tripartita poseía una misma altura al exterior, mientras que
interiormente las cubiertas de los ábsides laterales eran sensiblemente más
bajas, denunciando por tanto la existencia de capillas sobre los ábsides
laterales.
En su exterior, el ábside de la Epístola posee
en su eje un vano –como también el del Evangelio– y sobre éste otro arco
doblado de medio punto que casi toca la cornisa correspondiente (inexistente en
el ábside norte). Además, en su costado sur nos encontramos un óculo y otra
ventana situada más al sur, en el gran retallo donde se aloja la escalera para
subir a la capilla alta. Capilla alta que también encontramos sobre el ábside
del lado del Evangelio.
A esta "sobrecapilla" ubicada
sobre el ábside sur se accedía –siempre siguiendo la planta realizada por
Francisco Antón puesto que en la actualidad su entrada ha sido tapiada–
mediante un único ingreso abierto en el muro sur del presbiterio.
Dicha puerta daba paso a una escalera de
caracol escasamente iluminada que era considerada "antigua" a
finales del siglo XVII (1690), momento en el que la misma se abre al exterior
que es como aparece representada en el plano de Torres Balbás. La escalera
conducía a un pequeño ámbito compuesto por un tramo rectangular, cubierto por
bóveda de crucería. Este precede a una capilla con tramo recto abovedado con
cañón y semicírculo absidal con bóveda de horno, todo ello materializado en
ladrillo. En este último se encuentra una credencia trebolada y el acceso a una
reducida estancia construida en piedra, de planta cuadrada y cubierta con cañón
apuntado. El recinto se iluminaba gracias a la ventana abierta hacia al
transepto y a las ya citadas al analizar su exterior. Por su parte la del lado
del Evangelio no posee escalera de acceso, lo que plantea la posibilidad de que
se utilizase una escalera de mano que permitiese la entrada bien por el
interior, por la ventana que se abre al transepto, o bien desde el exterior.
Al analizar las capillas sobre los ábsides
laterales, destacaba Antón, "la extraordinaria rareza, el aspecto
misterioso de esos recintos y el destino, no muy claro de ellos".
Añadía que "las gentes de Retuerta llaman prisiones a esos recintos".
Aunque han pasado muchos años desde la publicación de su trabajo, la
investigación todavía no ha podido verificar el uso para el que estaban
destinados. Se trata de una particularidad arquitectónica que ya está presente
en los edificios hispanos del siglo IX, pero que también aparece en edificios
del occidente europeo de los siglos XI - XIII con analogías planimétricas muy
similares, aunque en distinta ubicación: sobre uno de los brazos del crucero
(San Juan el Viejo, de Perpignan), torres (Vals, en el Ariége), etc.
Varias son las hipótesis que se manejan a la
hora de explicarlos: lugar de reclusión para monjes penitentes (prisión),
celebración de oficios nocturnos, lugar de refugio, para salvaguardar los
objetos de valor, etc. Parece claro que en el caso que nos ocupa la del lado
sur –y dada su configuración– puede ser considerada como un centro de culto (no
así la del lado norte que para Francisco Antón pudo servir como lugar de
refugio y para salvaguardar los "tesoros" y reliquias
monásticas) pero en ningún caso como prisión, ya que ésta se situaba en la
crujía oriental o "cuarto viejo", en donde "estaba la
librería".
Función similar pudo tener la estancia que
aparece vaciada en el muro meridional del ábside central de otro edificio
premonstratense hispano (Santa María de Bujedo, en Burgos). Generalmente estas
capillas elevadas suelen estar dedicadas a San Miguel, aunque en este caso no
tenemos noticia de tal advocación.
Por último y en lo concerniente al exterior, se
observa como en el punto sur de unión del muro oriental del transepto con la
cabecera se alza el campanario, rehecho en 1655 como espadaña de dos cuerpos.
Antes de pasar al interior conviene precisar
algunas cuestiones sobre esta cabecera. Su particularidad estriba en su
singularidad respecto a los edificios premonstratenses conocidos, que no
respecto a una tipología –tres ábsides, contrafuertes escalonados, etc.–
enormemente difundida a lo largo del siglo XII en infinidad de templos
castellano-leoneses (San Isidro de Dueñas y Santa María de Mave en Palencia;
Sandoval y Carracedo en León, etc.); como muy bien afirmó su primer estudioso,
su notoriedad viene otorgada por la "persistencia románica" y
sobriedad arquitectónica. Una arquitectura que utiliza un léxico constructivo
románico en el alzado, cubiertas y planta de su cabecera. No obstante sus
mayores paralelismos –salvando unas diferencias que podemos considerar
notables– los encontramos con otros edificios premonstratense como el burgalés
de Bujedo o los palentinos de Santa Cruz de Ribas, Aguilar de Campoo y
Arenillas de San Pelayo y sus influencias se dejan sentir en edificios rurales
más o menos cercanos, como Piña de Esgueva y Villalba de los Alcores, sobre
todo en la articulación exterior de su cabecera y en la configuración de sus
contrafuertes.
Ya en el interior, los tres ábsides
semicirculares y escalonados están precedidos por un tramo recto presbiterial
ligeramente más ancho que el tambor. Como ocurre en multitud de edificios
castellano-leoneses ya sean vallisoletanos (San Miguel de Íscar y Fresno el
Viejo), burgaleses (Arlanza) palentinos (San Salvador de Cantamuda), etc., se
comunicaban entre si –y hablamos en pasado puesto que ahora permanecen cegados–
por un estrecho pasillo abierto en el tramo presbiterial al que se accedía por
sendos arcos apuntados. Estos tramos se cubren con cañón apuntado, mientras que
en el semicírculo se utiliza el cuarto de esfera. Estas diferencias en la
cubrición permiten la existencia de un espacio vacío, entre el arco de medio
punto que da paso al semicírculo y el que genera el cañón apuntado del
presbiterio. Tal espacio es ocupado por un pequeño luneto en el que se abre un
sencillo óculo de arquivolta achaflanada, elemento muy difundido en las
iglesias cistercienses. En el arranque de las bóvedas y bajo los ventanales,
corre –en el ábside central– una imposta que se prolonga a los muros del
presbiterio. Otra por el interior del tambor absidal se prolonga a lo largo de
los muros del tramo recto y continúa uniéndose con los cimacios de los
capiteles de las columnas que recogen el arco de ingreso. Las ventanas del
ábside central, de medio punto, apoyan tanto interior como exteriormente sobre
estilizadas columnas acodilladas. Las de los ábsides laterales con chambrana y
arquivolta recorrida por grueso bocel que apoya sobre línea de imposta muy
deteriorada. Las jambas no incorporan columnas. También nos encontramos con
credencias treboladas.
Los ábsides se abren a un transepto de tres
tramos cuadrados, acusado en planta, mediante arcos apuntados de doble rosca y
de idéntico perfil a los que separan sus tramos. Apoyan en pilares con columnas
adosadas de fuste anillado y basas áticas con garras, sobre plintos que llegan
a relacionar con lo zamorano (Catedral, la Magdalena, etc.). Esta nave
transversal se cubre con un sencillo abovedamiento de crucería cuatripartita,
con sus claves correspondientes decoradas con elementos vegetales, (excepto en
el brazo sur, octopartita gracias a la adición de dos ligaduras). Los nervios
descansan en repisas muy sencillas en los ángulos de los brazos. Opinan Antón y
Torres Balbás que el tramo central o crucero se iba a cubrir, en un principio,
con cúpula sobre trompas –como en Valbuena– y los brazos con cañón apuntado,
pero se varió el planteamiento (como también ocurrió en Irache y Sangüesa)
adoptando "la disposición impuesta por la escuela hispano languedociana"
a base de crucería, llevándose a cabo su cubrición después de las naves.
Para Lambert el brazo sur del crucero fue de
los últimos en abovedarse, siguiendo una tipología desarrollada en el suroeste
de Francia, opinión rechazada por Antón que lo cree contemporáneo a las
restantes del crucero. Estas bóvedas apoyan sus nervaduras sobre capiteles
angulares ubicados en los muros norte y sur y sobre columnas acodilladas de los
pilares cruciformes en su separación con las naves, con dos columnas adosadas
por lado y una en los ángulos ubicadas sobre alto plinto o zócalo. Este tipo de
soporte ya fue estudiado por Torres Balbás en 1946, el cual incluyó ésta de
Retuerta y la palentina también premonstratense de Santa María la Real de
Aguilar de Campoo en el grupo de iglesias "con dobles columnas en
algunos o en todos los frentes de sus pilares".
Sus muros han sufrido notables
transformaciones: en el del lado sur se abre la puerta –rematada por una cruz
patriarcal y realizada en el siglo XVIII– que comunica con la sacristía,
mientras que en el del norte una ventana plenamente gótica sobre doble pareja
de esbeltas columnillas y realizada en el siglo XV viene a sustituir a la
original que sería similar a su homónima del lado sur. En este brazo norte del
transepto se ubicaba –según Ortega Rubio– el baptisterio y alrededor de este
"siete nichos con sus correspondientes inscripciones modernas,
copiadas, según se dice, de otras antiguas". Hoy en día estos nichos
–adosados al muro del transepto y realizados en ladrillo– no conservan
inscripción alguna in situ ni, por supuesto, restos de los 17 personajes que al
parecer fueron allí enterrados.
La tripartita distribución espacial interna del
edificio (cabecera y transepto) continúa en las naves: tres, de un solo tramo
las laterales y de dos la central, el de los pies destinado a coro y
notablemente sobreelevado respecto al resto del edificio. Tan solo la nave
central conserva su anchura ya que las laterales la reducen en más de la mitad
respecto a los tramos del transepto. Por causas desconocidas estas naves –que
tal vez en origen fueron planteadas de tres tramos– no llegaron a concluirse
–incluso ya se habían realizado los arcos perpiaños que separaban el primer y
segundo tramo de las colaterales– y el resultado, lo que hoy podemos admirar,
es una iglesia ápoda, como la define Antón. Los tramos conservados presentan
cubierta idéntica a la ya descrita en el transepto e idéntico sistema de
soportes, modificados en virtud del giro dado a la obra. Por ejemplo, los
pilares cruciformes sobre zócalos ochavados (en planta idénticos a los de la
abacial premonstratense de Pas-de-Calais) que iban a servir de separación entre
las naves fueron truncados en su cara oeste, procediéndose a su cerramiento. Se
planificaron para soportar bóveda de crucería con un par de columnas –de fustes
lisos y basas que recuerdan a las del claustro de Valbuena en cada lado– y columnas
angulares. También los arcos perpiaños de las colaterales apean sobre dobles
columnas, excepto en el lado de la Epístola que repite el esquema de la
cabecera; las ojivas de la bóveda del coro descansan sobre fustes cortados,
etc. El último tramo de la bóveda central presenta una bóveda de ocho plementos
como la del tramo meridional del transepto pero con diferente perfil.
En los tramos conservados de las colaterales y
de forma simétrica se abren las únicas puertas con las que cuenta el templo. La
abierta en el primer tramo de la nave sur, que da al claustro, es apuntada
sobre jambas y con doble arquivolta. La del lado norte –cuyo pavimento ha sido
cubierto por una rampa– da acceso al exterior.
Desde el exterior la portada presenta
estructura apuntada, sin abocinar y de gran profundidad, con una sola
arquivolta y un par de columnas acodilladas prácticamente destruidas, ya de
principios del siglo XIII. Desde aquí podemos observar el brazo del transepto
septentrional, el abortado desarrollo occidental de la nave lateral norte y el
hastial de la central. Lo más destacado del primero es la ventana abierta en su
extremo: presenta chambrana moldurada en nacela que descansa sobre sendas
cabezas dispuestas sobre una línea de imposta mientras que la otra presenta su
clave decorada. Incluye doble arquivolta recorrida cada una por un baquetón y
separadas entre sí por surcos y listeles.
Las jambas se acodillan introduciéndose a cada
lado esbeltas columnas, los capiteles son figurados con aves y los fustes
anillados se disponen sobre basas de toro aplastado. El vano se organiza con
mainel central y un óculo hexalobulado en su tímpano. De la nave lateral se
puede apreciar su arco perpiaño doblado cegado con mampostería; el de la nave
sur se encuentra oculto por construcciones más recientes. Finalmente, en el
muro oeste del coro se percibe un óculo –recrecido en altura utilizando
ladrillo y mampostería– que en 1750 fue rasgado para convertirlo en ventana al
igual que ocurrió con el ventanal abierto en el lienzo central de la capilla
mayor. Varios contrafuertes aparecen junto a la puerta norte y en los ángulos
del brazo del mismo lado del transepto y coro, aunque estos últimos no aparecen
representados en el plano de Torres Balbás. Desgraciadamente la cornisa ha
desaparecido casi en su totalidad, conservándose tan solo en la nave central un
pequeño tramo cara al norte de estructura muy similar a la de la cabecera.
El proceso crono-constructivo de la iglesia de
Retuerta, como el de la mayor parte de las iglesias monásticas, es muy
dilatado. Según la documentación y el análisis arquitectónico, la cabecera se
inicia en 1153 con una concepción arquitectónica que podríamos incluir dentro
de la denominada "arquitectura tardorrománica", pero nunca
"románico cisterciense" (terminología utilizada por Heras
García y ya rechazada por los especialistas) ni "románico rural"
como la cataloga Sáinz Sáiz. Una tipología –tres ábsides semicirculares
escalonados– que pervivirá todavía en aquellos edificios que realizados en
fechas más tardías, hacia 1200, son considerados como "de tradición
románica". Posteriormente (finales del siglo XII y sobre todo a lo
largo del XIII) se procede a construir los soportes para la cubrición del
transepto según se ha dicho. Esta cubrición no se llegó a realizar puesto que
las obras continuaron por los brazos del transepto y las naves colaterales, con
uno apoyos destinados a soportar bóveda de cañón. Llegados a este punto, la
construcción da un giro importante debido a influencias hispano-languedocianas
que hacen que los pilares centrales se erigieran de acuerdo al tipo de
abovedamiento ojival, que es el que actualmente presenta el tramo del coro.
Todavía en 1440 la iglesia no estaba terminada, según se desprende de la
donación hecha por D. Rodrigo de Castañeda –señor de Fuentidueña– que, según
Antón, estaba enterrado en el coro de la iglesia, aunque Ortega Rubio lo ubica
en uno de los nichos del transepto.
El claustro
Como ya señalamos, este espacio distribuidor se
encuentra ubicado al sur de la iglesia. Sus cuatro pandas se encuentran
divididas en tramos más o menos regulares mediante arcos apuntados de sobrio
perfil rectangular y cubiertos por bóvedas de crucería, cuyos enlucidos nervios
u ojivas arrancan de sencillas repisas compuestas por baquetones y sencillas
molduras de similar composición a las que veremos en el refectorio. A finales
del siglo XVI se sustituyeron las galerías primitivas por las actuales, conservándose
el banco sobre el que se asentaban las arquerías, el abovedamiento y los
contrafuertes; posteriormente se procedió a construir el sobreclaustro y la
tercera planta.
Este claustro, de una gran austeridad, podría
datarse aproximadamente en el primer cuarto del siglo XIII. Francisco Antón
considera su materialización posterior a la de la portada de la sala capitular
ya que "uno de los fajones divisorios cayó sobre una ventana de la sala".
Esto no aparece reflejado en el plano de Torres Balbás, plano que ha sufrido
importantes variaciones y mutilaciones posteriores.
La sacristía
En la denominada panda del capítulo nos
encontramos con una sacristía moderna que viene a sustituir a la primitiva,
destruida en la segunda mitad del siglo XVII (1666). En la actualidad consta de
triple ingreso: el abierto en el brazo sur del transepto y los que permiten su
acceso desde el claustro, uno de ellos bajo puerta construida en 1778. La
primitiva sería de un tamaño más reducido ya que la actual engloba algún
pasadizo medianero con la sala capitular ya desaparecido; pasadizo al que
podría corresponder uno de los dos ingresos –concretamente el situado más al
norte– conservados. Desgraciadamente ya no son visibles los huecos apuntados
que darían paso a la huerta y al claustro vistos en su momento por Antón
Casaseca.
La sala capitular
Más hacia el sur se encuentra la sala del
capítulo que, a pesar de las destrucciones y transformaciones sufridas, posee
un notable interés. Se abre al claustro por una puerta de arco de medio punto y
doble arquivolta con esbeltas columnas acodilladas sobre alto plinto,
flanqueada por dobles vanos o ventanales rectangulares bajo arco de descarga y
sobre plinto estriado. En origen estos huecos eran de medio punto pero fueron
destruidos posteriormente. Aún así todavía conservan su disposición original:
los arcos apean sobre dobles columnas en los laterales y sobre cuatro, con sus
fustes retorcidos y en un solo haz en el parteluz. Fustes retorcidos de posible
abolengo italiano o meridional.
En su interior el espacio rectangular se
encuentra articulado en tres naves mediante cuatro columnas neoclásicas exentas
y modernas, fruto de la restauración que sufrió esta dependencia entre 1771 y
1773 a causa del hundimiento de la bóveda. Se divide en nueve pequeños tramos
cubiertos con bóveda de crucería mediante arcos apuntados, de sección
rectangular los formeros y moldurados los restantes. Las diagonales de las
bóvedas apoyan, por un lado, en las cuatro columnas exentas y por otro sobre
las doce columnas adosadas –ocho en los muros y cuatro en las esquinas– con
capiteles vegetales y basas con garras que apean sobre el banco que recorre
interiormente la estancia.
En su muro oriental se abren dos ventanas de
traza moderna que probablemente vienen a sustituir a las primitivas. De estas
últimas, aparentemente nada se conserva a no ser que uno de esos primitivos
vanos se correspondiese con un hueco abierto en el tramo central actualmente
convertido en hornacina. En el muro norte de este recinto se conserva un
arcosolio en el que al parecer reposan los restos de un abad. Afirma Antón que
en esta sala se conservaba una interesante pila de agua bendita llevada hasta
allí desde la iglesia. Desgraciadamente ésta ya no se encuentra allí,
desconociéndose su paradero actual. La realización de esta dependencia
monástica –en la actualidad con funciones de capilla–, hemos de localizarla a
finales del siglo XII o principios del XIII
Pasadizo
En el extremo de la panda del capítulo se abría
una puerta de medio punto doblado desde el interior sobre jambas que daba paso
–nuevamente según Antón Casaseca– a un pasadizo que comunicaba al exterior con
la desaparecida huerta monástica a través de otra puerta más sencilla. Por los
vestigios visibles en sus muros –una imposta con perfil de nacela– podría
aventurarse una bóveda de cañón como sistema de cubrición utilizado en origen.
Desafortunadamente éste desapareció junto a la desideria o locutorio y en su
lugar se erigió una gran escalera durante el mandato del abad Juan Girón
(1693-1696).
El refectorio
Paralelo a la panda sur del claustro –y por
tanto en distinta posición a la ocupada generalmente en los monasterios
cistercienses– se encuentra el gran refectorio monástico (24 x 5, 90 m.). Esta
ubicación se ha considerado propia de la organización monástica premonstratense
(Bellpuig, etc.). Con doble acceso –el original es el situado en la parte
occidental–, presenta al interior un gran espacio rectangular en planta de
salón, dividido en cinco tramos mediante arcos fajones apuntados y cubiertos
con bóvedas ojivales. Apoyan sobre sencillas ménsulas de triple rollo
enmascaradas por decoración de estuco.
En el extremo oriental de su muro sur se
encontraba –todavía en 1975– la tribuna del lector, con la escalera y hueco
alojado en el propio muro, lo que hacía que al exterior éste se adelantase
ligeramente sobre la línea de fachada. Hoy en día dicha tribuna ha desaparecido
y en su lugar se ha abierto un hueco que comunica con el exterior. En ese mismo
muro se abren varios vanos que iluminan la dependencia: tres lo hacían en la
parte baja (aunque muy transformados, uno de ellos todavía conservaba su disposición
original geminada, con parteluz pétreo) y cuatro en un nivel superior, también
de medio punto y sin columnas. En 1595 se tapiaron cuatro arcos de ladrillo
abiertos en el muro norte y situados a la misma altura que sus homónimos del
muro meridional. En la actualidad una puerta adintelada se abre en su muro
oeste, dando paso a una estancia moderna de función incierta –¿quizás la
antigua cocina?– y cubierta con techumbre lígnea.
Analizando detenidamente su exterior –desde el
acceso al monasterio– se observa claramente como la zona en la que se abren los
primeros vanos mencionados fue construida en ladrillo, diferenciándose del
resto del paramento, realizado en buena sillería dispuesta en hiladas más o
menos homogéneas. Esta variación de materiales denota una obra posterior. El
edificio, que articula su muro sur exteriormente mediante dos contrafuertes de
escaso resalte que llegan hasta la cornisa, sufrió un recrecimiento en altura para
situar un desván sobre las bóvedas, muy probablemente después del incendio que
asoló las dependencias monásticas en 1662. Ya en el siglo XVIII el edificio del
refectorio amenazaba ruina por lo que se optó por añadir un contrafuerte en el
testero. Todo parece obra de la primera mitad del siglo XIII, probablemente del
segundo cuarto.
El dormitorio de los monjes
Sobre la panda del capítulo se encontraba esta
otra dependencia monástica, de la que tan solo nos restan unos vanos abiertos
en un muro de ladrillo y visibles desde el exterior. Todos ellos son de medio
punto, excepto uno que parece de arco de herradura. Esta parte, conocida como
el "cuarto viejo", sufrió enormes daños en el incendio de
1662, por lo que fue prácticamente rehecha entre 1663 y 1665. No obstante
Francisco Antón señala que el muro de ladrillo pudiera proceder de la primitiva
construcción, mientras que el resto –de piedra– pudiera ser de la
reconstrucción.
La escultura del monasterio de retuerta
Salvo contadas excepciones, la escultura
localizada en Retuerta es realmente sobria, y por tanto en perfecta consonancia
con el rigorismo propio que inspiraba a la orden premonstratense. Y si al
hablar de la arquitectura de su edificio eclesial distinguíamos dos grandes
secuencias constructivas, otro tanto ocurrirá a la hora de analizar su
escultura, localizada principalmente en los capiteles. Básicamente encontramos
dos grupos claramente diferenciados, tanto estilística como cronológicamente:
por un lado los de la cabecera y por otro, los existentes en el resto del
edificio. Entre los primeros podemos distinguir –a pesar de que algunos se
encuentran ocultos por capas de cal– los netamente románicos, muy voluminosos y
clásicos por su concepción (corintios). Denotan una gran calidad en su talla y
un gran dominio de la labor escultórica, con las hojas muy desprendidas de la
cesta y volutas muy desarrolladas. Los cimacios aparecen decorados con un viejo
y conocido motivo que se prolonga como moldura por el presbiterio central: son
las palmetas inscritas en labores almendradas o en forma de corazón. Y por otro
lado, los de las ventanas absidales, de tamaño más reducido, algunos lisos
mientras que los restantes presentan una profusa decoración que su avanzado estado
de deterioro impide analizar y lo mismo ocurre con sus cimacios.
Los del segundo grupo (naves, exterior de las
ventanas absidales y arco triunfal del lado del Evangelio) son más tardíos,
incipientemente góticos (siglo XIII) o si se prefiere protogóticos. Algunos
derivan de modelos plásticos de la segunda mitad del siglo XII que para
Hernando Garrido, "evocan lejanamente alguno de los capiteles del
desaparecido claustro de la catedral de Pamplona". Aunque no exenta de
elegancia y convencionalismos, presentan una configuración más sencilla y una
talla muy pegada a la cesta, a veces con hojas simplemente insinuadas en la
parte inferior, crochets, dobles volutas en los ángulos y pares de hojas en sus
frentes, piñas, etc. A diferencia de los anteriores sus cimacios en nacela
poseen una decoración más sencilla, a base de golas, baquetones y filetes,
alternados y escalonados. Todos ellos de un gusto muy "hispanolanguedociano",
cuyos modelos aparecen repetidos hasta la saciedad en los edificios
cistercienses, algunos ya del siglo XIII como por ejemplo en el también
vallisoletano de La Santa Espina.
Mención aparte merece, por su pleno goticismo,
la decoración de los capiteles que aparecen en el ventanal abierto en el muro
norte del transepto, de la misma factura que el busto sobre el que descansa –a
modo de repisa– una de las diagonales de la bóveda que cubre el brazo norte del
transepto.
El predominio de la decoración inspirada en
formas vegetales es absoluto, aunque tanto en la iglesia como en otras
dependencias observamos representaciones animalísticas. Frente al rigorismo
escultórico cistercienses, la sobriedad premonstratense se verá salpicada muy a
menudo por suaves retazos figurativos consecuencia de un mayor aperturismo
hacia los fieles. Esto es lo que ocurre en los capiteles de la puerta de acceso
a la sala capitular. Aunque enorme mente desfigurados en su silueta y
parcialmente destruidos, en estos últimos todavía es posible apreciar la
presencia de aves y cuadrúpedos entrelazados con finos vástagos, de similar
factura a capiteles zamoranos y palentinos de la segunda mitad del siglo XII y
principios del XIII. Y otro tanto ocurre en los capiteles de los vanos que
flanquean la portada; no obstante, aquí los capiteles con formas animalísticas
se combinan con otras variantes más o menos tradicionales de capiteles
corintios con doble fila de hojas, volutas, temas fitoformes, piñas, etc. Todos
ellos son bastante rudimentarios y repetitivos y en cierta forma relacionados
con ciertos capiteles aquilarenses (modalidades I, II y III según la nueva
clasificación de Hernando Garrido). En cuanto a los cimacios, tan solo señalar
que son de perfil de nacela. El conjunto pudo materializarse a finales del
siglo XII. Respecto a los capiteles del interior de la sala capitular hay que
señalar su correspondencia –en cuanto al tipo de decoración– con los vistos en
la iglesia y su vinculación con modelos languedocianos de cronología más tardía
que los de la portada, pudiéndose fechar ya en el siglo XIII.
Existe una decoración esculpida muy interesante
en las claves. Similares a las de otros muchos edificios de los siglos XIII y
XIV, hay que destacar las de la sala capitular por su variada decoración y
esmerada talla: a las decoradas con rosáceas, ramos y demás elementos vegetales
hay que subrayar –por su escasez– las que presentan una clara iconografía
religiosa: mano bendiciendo, cordero místico, la paloma, etc.
Habría que destacar también la pila de agua
bendita –"ejemplo raro y notable" para Antón– que se
encontraba en la sala capitular. Fotografiada por él, ésta se asemejaba a un
pilar de planta cruciforme con columnas angulares. Presenta un único capitel
con hojas palmiformes talladas a bisel y separadas por bandas estriadas que se
extienden desde el ábaco al collarino, de factura muy similar a algunos de la
sala y probablemente de la misma cronología, principios del siglo XIII.
Junto a la puerta abierta en el primer tramo de
la nave norte –aprisionada parcialmente por una rampa moderna de cemento–,
aparece invertida, la taza de la pila bautismal, que carece de basa, si es que
dispuso de ella. Presenta una decoración muy sencilla a base de profundos
gallones. Su cronología puede ser medieval.
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