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jueves, 14 de agosto de 2025

Capítulo 101, Románico en la Comarca de Peñafiel y el Valle del Esgueva de Valladolid, Románico en la Ribera del Duero de Valladolid

 

Románico en la Comarca de Peñafiel y el Valle del Esgueva de Valladolid
A unos kilómetros más al norte de Peñafiel, enlazaremos con el románico del Valle del Esgueva, por razones básicamente logísticas y porque no conserva un patrimonio tan amplio como para establecer una ruta exclusiva por esta comarca.


Curiel de Duero
A 57 km al este de Valladolid y a 6 km de Peñafiel, ya casi en el límite provincial con Burgos, localizamos Curiel de Duero.
En el siglo XI se menciona por primera vez en un documento a Curiel, que no se cita entre los territorios que conformaban la diócesis palentina en 1037, pero sí es mencionado como población en 1049. Esto hace suponer que, al igual que ocurrió con la cercana villa de Peñafiel, este núcleo se repobló por primera vez en el siglo X y, tras sufrir los ataques musulmanes, se volvió a repoblar, dentro del condado de Monzón. Es posible que en un principio perteneciese al alfoz de aquella villa, en cuyo arciprestazgo siempre estuvo incluido. De hecho, cuando en 1059 aparezca Curiel citado entre los territorios de la mitra palentina, no se le mencionará como alfoz independiente. Se sabe que a principios de siglo Rodrigo Álvarez era tenente de las fortalezas de Luna, Mormojón y Curiel, entre otras, en la línea del Duero.
El desarrollo de la población incitó a la creación de una comunidad de villa y tierra en torno a Curiel y su castillo, que se entregó en señorío, junto con Castroverde, a la condesa Urraca Fernández. En el documento, fechado en 1148, Alfonso VII lo otorga, a cambio del castillo y jurisdicción de Santiuste de la Riba, a esta noble con quien tuvo una hija. Respecto a esta escritura algún autor ha manifestado que el lugar de Corellum debe ser identificado con Canillas y no con Curiel.
Alfonso X da como arras a su esposa, la reina Violante, diversas ciudades y villas, entre las que se contaba esta villa vallisoletana, que será usurpada por su hijo, Sancho IV. Se trataba de señoríos temporales usufructuarios, pues al fallecer su señor, o incluso el monarca donante, vuelven a realengo, para que el rey disponga de ellos. En este caso, las presiones señoriales hicieron a Juan I ceder Curiel y otros lugares a don Diego López de Stúñiga a cambio de Villalba de Losa en 1386. En 1391 Enrique III confirmará la cesión y cuatro años después saca a Pesquera de la Comunidad de Peñafiel y lo incorpora a la de Curiel para premiar a don Diego. A su alfoz pertenecían las aldeas de Bocos, Corrales, Roturas, San Llorente y Valdearcos. En las fechas en que se elaboró la Estadística de la diócesis palentina de 1345, contaba la villa con las parroquias de Santa María, San Martín, San Nicolás y Santa María Magdalena; la primera tenía sin duda preeminencia sobre las demás, pues estaba servida por dos prestes, un diácono, un subdiácono y cuatro graderos.
Al parecer fue don Diego quien decidió el abandono de la antigua fortaleza (hoy una impresionante ruina sobre la loma) y la construcción del castillo-palacio culminado en 1410. Allí se alojaron los duques, cuyas importantes posesiones en torno a Curiel, Béjar y Plasencia dan idea de su rango; y también allí se reunieron los condes de Haro y Ledesma en 1443 para tratar sobre el servicio al rey contra el monarca navarro. La villa, donde residía el corregidor, contaba con una judería y era fuente de sustanciosos ingresos. En concepto de alcabalas Curiel pagaba 60.000 maravedís anuales a su señor, al que además abonaban el alquiler de diversos inmuebles y heredades. Si a esto se añaden los derechos señoriales, reales y eclesiásticos satisfechos por cristianos y judíos se puede hablar de una localidad floreciente a lo largo de este siglo.
Sin embargo posteriormente, al hilo de la regresión demográfica y económica que afectó a toda la zona, Curiel redujo a la mitad el número de parroquias y vio la ruina del castillo y las murallas. El palacio fue vendido por la casa de Osuna en 1860 a un particular, que lo desmanteló en el presente siglo. Hoy solo queda en pie la iglesia de Santa María; los restos de San Martín, una puerta y la muralla son mudos testigos de otros tiempos.

Iglesia de Santa María
Se encuentra situada en el centro de la población sobre un fuerte talud que cae en dirección este-oeste y junto al arruinado palacio de los Zúñiga.
Templo reedificado por la familia Zúñiga en el curso del siglo XVI. De la antigua fábrica medieval resta la fachada occidental en cuyo centro se abre una portada de medio punto moldurada.
A cada lado de ella se abren dos arcos ciegos y apuntados. Los internos son doblados y presentan su arquivolta recorrida por bocel; los externos –de mayor luz y altura– son simples. Sobre todos estos arcos corre horizontalmente una línea de ménsulas –posiblemente destinados a sustentar la techumbre plana de un pórtico lígneo– que queda interrumpida por la portada central.

En el extremo occidental del muro norte se percibe otro arco también cegado similar y sobre él las huellas de una vertiente correspondiente a una cubierta a dos aguas. A su izquierda podemos apreciar también una clara quiebra en el paramento mural como testigo de la yuxtaposición de la fábrica moderna a la medieval.
La portada tardorrománica presenta una arquivolta interna de perfil rectangular con un friso decorativo a base de palmetas contrapuestas; la exterior cobijada por chambrana ajedrezada se nos muestra lisa, mientras que la central exhibe perfil de media caña y baquetón, exornada aquélla con motivos geométricos (bolas y puntas de diamante). Descansa el conjunto sobre sencillas jambas con una columna acodillada a cada lado que presentan sus capiteles y ábacos decorados: los primeros con roleos que encierran hojas; los segundos con palmetas a la derecha y motivos entrelazados a la izquierda.
Se trata de un templo de tres naves realizado en piedra y levantado en el siglo XII. Conserva las entradas románicas del siglo XII.
Su interior, de los siglos XV y XVI, conserva dos arcadas y un artesonado en madera policromada de estilo mudéjar. Su estructura interior es de tres naves cubiertas con armaduras de madera de par y nudillo y bóveda de nervios combados en el crucero. El retablo mayor, de tres cuerpos, tres calles y remate, data de mediados del siglo XVI. Dentro de él podemos ver siete relieves atribuibles a la escuela palentina con influencia clara de Francisco Giralte; está presidido por una imagen de la Virgen, gótica de la segunda mitad del siglo XV. 



Manzanillo
Se encuentra Manzanillo en las inmediaciones de Peñafiel, entre esta localidad y la de Cogeces del Monte. Desde la carretera y a causa de lo elevado de su emplazamiento, observamos la iglesia parroquial situada en una espaciosa plaza al norte del caserío. Su ingreso se realiza por el flanco meridional.
Las primeras menciones escritas sobre esta localidad son muy tardías, aunque hemos de suponer, como indica Gonzalo Martínez Díez, que a la zona llegaron los repobladores cristianos en el siglo X. A partir de este momento el avance y consolidación de nuevos núcleos, confiados por los reyes a los magnates norteños, fue lento pero implacable.
Cuando en el siglo XI Sancho el Mayor restaure la diócesis palentina la villa de Peñafiel se encontrará dentro de su jurisdicción. Esta población era ya la cabeza de un amplio alfoz, en el cual se hallaba la aldea de Manzanillo, cuya iglesia es mencionada en la famosa Estadística de la diócesis palentina como Sanct Yuste, estando servida por dos prestes y varios subordinados. Todas las localidades de la tierra de Peñafiel se hallaban sometidas a la villa en lo judicial, económico, hacendístico..., de ahí que sufriesen juntas los mismos reveses.
No se conservan mayores datos referidos a esta localidad, hasta que en 1447, junto con otras aldeas de su entorno, es separada de la tierra de Peñafiel a instancias del príncipe de Asturias. García Sanz indica que los términos de las entonces llamadas "villas eximidas" fueron segregadas del alfoz peñafielense para ser vinculadas al heredero de la corona. Esta situación fue transitoria, pues los lugares fueron pronto permutados y revirtieron, hacia 1465, en don Pedro Girón. Este importante noble, maestre de Calatrava, reorganizó su dominio en torno a Peñafiel. En 1490, señala García García, los frailes predicadores reclamaban el pago anual de la martiniega de nuevo "en conjunto": la suma total de 18.600 maravedís era repartida entre la villa y las aldeas y lugares, sin ninguna exención. Manzanillo contribuía con una cantidad muy similar a la de Peñafiel, lo que indica que se trataba de una comunidad floreciente. Precisamente en el siglo XV supone Heras realizado el pórtico del templo y ciertas reformas que concluirían en la siguiente centuria.
Durante siglos mantuvieron los Girón bajo su dominio a las antiguas "villas eximidas", a las que aún en los siglos XVII y XVIII seguían reclamando rentas y derechos de origen medieval (como el "servizuelo") e incluso imponiendo un alcalde mayor de su elección.

Iglesia de Santos Justo y Pastor
La iglesia actual de Manzanillo es una construcción de origen tardorrománico-protogótico, fechable ya dentro del siglo XIII, con reformas y añadidos en épocas posteriores. Presenta planta rectangular de una sola nave y construcciones anexas en el lado de la epístola: la sacristía, una capilla dedicada a la Virgen y el pórtico de acceso, además de una sala utilizada como baptisterio. Del edificio más antiguo se han conservado la cabecera y la portada dentro del pórtico.
La cabecera, cuadrada, se cubre con bóveda de crucería simple cuyos nervios descansan en cuatro columnas de las que sólo quedan los capiteles, al haber desaparecido los fustes. Aquéllos tienen cestas con motivos vegetales, concretamente hojas planas y alargadas. Por su parte, el arco triunfal, apuntado, descansa sobre columnas adosadas con el mismo tipo de cestas y un cimacio de caveto. En cuanto a las basas tan sólo reseñar que presentan un pequeño bocel.
La puerta de ingreso a la iglesia se encuentra dentro de un pórtico construido posteriormente a la iglesia. Abierta en arco apuntado, de las seis arquivoltas las cuatro primeras están decoradas con molduras cóncavo-convexas alternadas y de diferentes grosores. La última presenta un baquetón al que se superpone otra moldura-baquetón en zig-zag que en el lado derecho y en la zona de arranque, está casi embutido por el muro del pórtico. Tanto el arco como esta arquivolta apoyan en jambas mientras que las demás lo hacen sobre cuatro de columnas acodilladas a cada lado. Los cimacios carecen de decoración y en cuanto a las cestas introducen motivos vegetales formados por tres hojas largas y muy planas en su base que se despegan del cuerpo del capitel en la parte superior terminando en bolas o volutas. Las hojas centrales refuerzan los ángulos de las cestas. Sin embargo los dos capiteles interiores presentan una variante con respecto a los demás: dos filas superpuestas de hojas de acanto en el lado de la izquierda y tallos terminados en flores en el de la derecha. La línea de imposta, desde el arco hasta la última arquivolta, es de filete y caveto. Las basas de las columnas están compuestas por un toro aplanado y apoyan en pequeños plintos. Todo este conjunto descansa sobre un banco corrido diagonal que adaptándose al abocinamiento de la portada, continua por los muros del pórtico.
Por lo que respecta a la cronología, cabe señalar que los restos románicos de la parroquial de Manzanillo pertenecen a fechas ya bastante avanzadas, seguramente bien entrado el siglo XIII, participando de numerosos elementos de la incipiente estética gótica.

Santo Entierro
El Santo Entierro es un óleo sobre temple y tabla, con unas dimensiones de 93 x 199 cm que se encuentra en la iglesia parroquial de los Santos Justo y Pastor de Manzanillo. Está considerado como una de las obras maestras del estilo gótico hispano-flamenco. ​ El tema es el «entierro de Cristo», cercano al tema del «planto o llanto sobre Cristo muerto» que tuvo gran difusión y aceptación durante el Renacimiento y Barroco. Su autor es anónimo reconocido como Maestro de Manzanillo precisamente a raíz del estudio de esta pintura por el historiador de arte e hispanista estadounidense Chandler R. Post (1881–1959) en su obra A History of Spanish Painting, vol. IX, p. 459; vol. XII. pp 727-730. Las características de este pintor —activo en la segunda mitad del siglo XV— son principalmente las formas rígidas, perfiles agudos, formas dramáticas y una gama de colores muy rica y con mucha luz. ​
Estuvo expuesto en Las Edades del Hombre de Valladolid El arte en la Iglesia de Castilla y León, 1988 con el título Pintura del Santo Entierro, número 93 del catálogo.
La escena se presenta en horizontal sin que los personajes se tapen unos a otros. En primer término se ve el sarcófago de madera donde José de Arimatea, San Juan y Nicodemo están depositando el cuerpo de Cristo. En el centro se ve a María con los ojos semicerrados que dirige la mirada al cielo, a punto de desmayarse. A ambos lados están las dos Marías (Salomé y Cleofás) y en el extremo de la pintura, María Magdalena. En un lateral del sarcófago está dibujada la figura de la donante, de tamaño más reducido, siguiendo las normas que así lo aconsejaban. Viste con manto negro y toca blanca. A continuación y siguiendo siempre por el lateral se ven pintadas una serie de flores animadas con variado colorido: rosas con sus hojas, lirios, claveles y azucenas. El cuadro tiene como telón de fondo un paisaje con arquitectura en el que se ve el monte Gólgota y las tres cruces y un poco más lejos la ciudad de Jerusalén con torres y cúpulas.
Existe una pintura con las mismas características y medidas en el museo del Hermitage de Leningrado. ​
Está considerado como una de las obras maestras del estilo gótico hispano-flamenco. Su autor es anónimo reconocido como Maestro de Manzanillo 


Valle del Esgueva
El arte románico que queda en el Valle del Esgueva se encuentra en bastante mal estado (como es habitual -desgraciadamente- en muchas comarcas de Valladolid) ya que a la falta de restauraciones se le suma la mala calidad de la piedra: una caliza blanca de gran blandura y fragilidad.

Villafuerte de Esgueva
Se encuentra Villafuerte a unos 37 km al noreste de la capital y a 26 de Peñafiel, ya en tierras orientales, muy cerca de los límites con la provincia de Palencia. El acceso se realiza por carretera local desde Valladolid en dirección a Renedo y Piña de Esgueva. Tras pasar esta última y a la altura de Esguevillas de Esgueva hemos de desviarnos a la derecha en dirección a Villafuerte.
La población se encuentra situada sobre una pequeña y escarpada loma del páramo desde la que se domina una amplia vista del valle que se tiende a sus pies, regado por el curso del Esgueva, río en cuya margen izquierda se asienta la localidad. Defensa natural que se vio complementada en los siglos XIV-XV con la construcción de una de las fortalezas más interesantes de la provincia. La iglesia parroquial de San Miguel aparece ubicada en el centro del municipio, más concretamente en la plaza mayor.
Los hallazgos de restos tardorromanos y una necrópolis –visigoda o mozárabe– en el pago de la Ermita, de los que habla Vallejo, nos indican la existencia de un poblamiento antiguo en este término. Se denominó antaño "Vellosillo" (aunque con diversas grafías), si bien Heras puntualiza que tal poblado se ubicaba unos quinientos metros más al Oeste que el actual, cercano al Esgueva. Las noticias documentales conservadas informan de cómo en el siglo XIV esta localidad –con la categoría de lugar solariego– se inscribía dentro de la merindad palentina del Cerrato. El lugar pertenecía, entre otros, al maestre de la Orden de Calatrava.
Tras la marcha de los musulmanes y el avance cristiano hacia el sur en el siglo IX, el lugar fue repoblado, construida su primitiva fortaleza y circundado con una muralla. Esta labor, realizada por Alfonso III según Vallejo, lo convirtió en una importante plaza fuerte en el valle del Esgueva, retaguardia del Duero. Sin embargo, el mantenimiento de las luchas hizo que la repoblación definitiva no se produjese hasta finales del siglo XI y principios del XII, tanto en el valle del Esgueva como en el del Jaramiel. En la segunda mitad de éste se suele datar la construcción de la iglesia de San Miguel, que más tarde cambiará su advocación por la de la Santísima Trinidad. Además Salazar recoge las ventas de tierras, en 1192 y 1197, a Sancha Ximénez en documentos que dan idea de una población en expansión. Cobos y De Castro, afirman que en el término existía, además, un convento cuya primera mención se remonta a 1258. Pero, en la Estadística de la diócesis palentina (1345), sólo se cita la iglesia de San Miguel, con sus dos prestes y varios acólitos.
El proceso de señorialización hubo de ser complejo, pues cuando se redacta el Becerro de las behetrías, en 1352, se explica que el lugar era de "solariego" y pertenecía la mitad al Maestre de Calatrava y el resto a Ruy González, a los hijos de Alvar López de Torquemada, a Juan Fernández de Sandoval y a Sancho Ruy de Rojas. Los pagos al rey eran solamente en servicios y moneda, pues estaban exentos de martiniega (al pagar marzadga a sus señores) y el yantar "nunca lo pagaron". Además, cada vasallo prestaba las sernas a su señor respectivo y los de la Orden, por la fuerza, eran obligados a la fonsadera.
Paulatinamente el concejo de Vellosillo cobró fuerza, y debe afianzarse frente a los términos de su entorno. De ahí el amojonamiento de 1395, deslindando pagos con Castroverde, o la renovación de mojones con Castrillo Tejeriego en 1405. Dos años después, cuando se amojonan lindes con Castroverde y Amusco, el concejo y hombres buenos del lugar se reunían para tratar el asunto, a campana tañida, "como solían", en el portal de la iglesia de San Miguel. A lo largo del siglo se suceden estos acuerdos, entre concejos, por los límites.
Con el correr del tiempo los señores del lugar habían ido variando, salvo la Orden de Calatrava, cuyo Maestre trueca su parte a la familia Franco, que desde 1434 intentará hacerse con todo el señorío. Esta familia, asentada en Valladolid desde el siglo XI, era conversa y sus varones habían servido a los monarcas como embajadores e incluso en su Consejo; fueron regidores en la ciudad, pero esto no hizo olvidar su origen judío. De ahí su interés por obtener un señorío rural, que les identificase lo más pronto posible con los nobles "cristianos viejos". En 1464 García Franco de Toledo y su esposa asentaron ya un censo y renta perpetuos con el lugar de Vellosillo, del que parecen, pues, señores únicos. En torno a estas fechas, suponen Cobos y De Castro, se erigió el castillo que hoy se conserva, quizá como protección frente a revueltas anticonversas como la que costó la vida al hermano de García de Toledo.
En 1475 la reina Isabel envió una Cédula, publicada por Serrano, que imponía a la merindad del Cerrato una contribución de 335.223 maravedís, de los que 12.952 deben ser pagados por el concejo de "Villosyllo", lo que nos da idea de su buena situación económica. Con ésta debe relacionarse la colocación de una armadura mudéjar como techo para el templo. Ya en el siglo XVI, el castillo de Villafuerte –ya se denomina así en un documento de 1501– acoge a don Gonzalo Franco y su esposa, a quienes se habían confiscado los bienes. El apoyo de éstos, cuyos blasones ostenta la torre del homenaje, al Emperador, fue premiado con su designación como regidor de Toledo.
Con el tiempo la villa pasó al vizcondado de Valoria y, al desaparecer los señoríos, el castillo quedó en manos de la nobleza. A fines de pasado siglo Ortega describía el perfecto estado de la fortaleza, perteneciente al marqués de Novaliches por su esposa. Actualmente pertenece a una asociación cultural que lo rehabilitó parcialmente. La iglesia, que sufrió una gran reforma en el siglo XVIII, no mereció la atención de los especialistas, que sí lograron la declaración del castillo como monumento Histórico-Artístico Nacional en 1931.

Iglesia de La Santísima Trinidad
La iglesia parroquial, bajo la actual advocación de la Santísima Trinidad, se muestra como una intrincada y confusa aglomeración de estilos, entre los que se conservan algunos vestigios románicos. Puede decirse que el primitiva construcción tuvo unas proporciones modestas, propias de un edificio erigido por una comunidad rural: una sola nave con techumbre de madera y cabecera con tramo presbiterial recto de mayor anchura que el hemiciclo. En un segundo momento, durante los siglos XIV-XVI, se procedió a sustituir las cubiertas originales de la nave ampliándose además mediante la inclusión de una segunda nave al norte, lo que supuso la destrucción del muro septentrional de la nave primitiva. Un proceso común en gran parte de los templos rurales castellanos. A ello se sumó que a partir del siglo XVI se erigieron nuevas dependencias que acabaron de enmascarar la primitiva disposición planimétrica del templo. Una inscripción que se encuentra en el muro exterior de la sacristía consigna la fecha de 1787.

En la actualidad presenta dos naves, una robusta torre-campanario abierta a los pies de la de la epístola, sacristía, un estrecho pórtico y diversas dependencias anexas. Signo inequívoco de las continuas obras es la pluralidad de los materiales empleados en su construcción: sillería, mampostería, ladrillo, etc.
Los principales restos románicos se limitan a una cabecera con prolongado tramo recto presbiterial rematado por un tambor absidal semicircular y una portada abierta en el muro sur.
El testero descansa sobre un alto basamento o podio de sillarejo del mismo modo que la parroquial de Canillas. El inarticulado lienzo mural del ábside fue revestido recientemente con cemento, lo que impide contemplar su aparejo, pero no el único vano de medio punto que se abre en el centro de su paramento ni tampoco la línea de canecillos conservada bajo la cornisa.
Posee una arquivolta que, compuesta por un baquetón y un bocel, está enmarcada por una chambrana decorada con cuadrifolias. Apoya en dos pequeñas y esbeltas columnas acodilladas de fustes monolíticos y basas áticas de toro inferior grueso y aplastado.
El alero del ábside y de la zona meridional están decorados con una hilera de canecillos, todos de perfil de nácela y con gran variedad temática y riqueza de formas, alguna de ellas enormemente naturalistas: geométricas (cabezas de clavo, lóbulos), vegetales (palmetas estriadas, pinas) y humanas (bustos barbados).


En el interior, la cabecera se cubre con cañón apuntado sobre una moldura en talud en el tramo del presbiterio, y con bóveda de cascarón, igualmente apuntada, en el hemiciclo absidal. Comunica con la nave mediante arco triunfal –aquí apuntado y doblado– que descansa en columnas voladas a causa de la mutilación de su parte inferior. Todavía se conservaban completas en 1940, cuando José María del Moral dio a conocer una serie de restos románicos inéditos de la provincia. Presentaban basas áticas un bajo bocel achatado, listel, escota y bocel fino. Una sencilla imposta de chaflán recorre toda la cabecera a la altura del arranque de las cubiertas. Su nave correspondiente, la del sur, se cubría hasta no hace demasiado tiempo con una armadura o alfarje mudéjar de par y nudillo con una laceria policromada de los siglos XV-XVI. hoy es visible tan solo en el coro alto que aparece a los pies, puesto que el resto se conserva en Valladolid. Esta cubierta de madera hizo innecesaria la presencia de contrafuertes al exterior.
Frente a la sencillez arquitectónica del edificio hemos de resaltar cierta calidad en la talla de la decoración esculpida que ha sobrevivido hasta nuestros días, muy especialmente la de los capiteles del arco triunfal. El capitel septentrional presenta cabezas de animales mordiendo tallos que recorren la superficie de la cesta; el meridional, bastante deteriorado en su cara frontal, inserta en la occidental un cuadrúpedo amamantando crías y en la oriental –según Heras– lucha de animales. Sus cimacios, también tallados a bisel –el septentrional es nuevo–, se decoran con elementos geométricos (retícula de rombos), presente también en otros edificios vallisoletanos (Trigueros del Valle y San Juan Bautista de Berceruelo).

Por su parte, la ventana de medio punto que aparece en el ábside presenta dos capiteles en un lamentable estado de conservación, si bien todavía se insinúa parte de su decoración: el de la izquierda con motivos fitomorfos (palmetas) rematados en bolas, mientras que en el de la derecha tan solo es reconocible su coronamiento a base de volutas, puesto que el resto de la decoración de la cesta se ha perdido.

La portada, una de las más bellas de la provincia, aparece precedida por un espacio porticado de época moderna y enrasada en el muro sur. Se compone de cuatro arquivoltas, con un molduraje muy similar al de la ventana absidal, con chambrana decorada con el mismo motivo que aquella.
Apean sobre cuatro columnas acodilladas, dos a cada lado, con capiteles que alternan una estilizada decoración vegetal a base de palmetas estriadas (izquierda) y la representación de cuadrúpedos (derecha). Por su parte en los cimacios del arco de ingreso encontramos figuras antropomorfas con cola de reptil y rosetas inscritas en círculos.

Respecto a la talla empleada en toda la decoración, se alterna el bisel y en algunos casos, como ocurre con los cimacios de los capiteles de la portada y del arco triunfal, de gran profundidad.

Finalmente hay que referirse a la cronología. Para Del Moral, la cabecera y la portada de la parroquial de Villafuerte, pertenecían a un primer periodo que situaba en la primera mitad del siglo XII, la cubierta –visible tan sólo en el ábside– sería fruto de una remodelación ya en el siglo XIII. Sin embargo, en fechas más recientes, Felipe Heras ha situado el conjunto en la segunda mitad del siglo XII. 


Piña de Esgueva
Esta localidad se ubica en el fértil valle del Esgueva, en la margen derecha del río, a 26 km de Valladolid y 36 de Tórtoles de Esgueva. El acceso desde la capital se realiza por carretera local en dirección a Renedo; tras atravesar la localidad de Villanueva de los Infantes, y tan sólo 5 km después, llegamos a Piña de Esgueva, cerca ya de los límites con la provincia de Palencia.
Inmersa en los vaivenes de la lucha entre cristianos y musulmanes, la zona no fue definitivamente repoblada sino a partir del siglo XI. Y es en la siguiente centuria cuando se supone iniciada la construcción de la iglesia, que aún conserva algunos restos románicos. En 1280 se realizó un acuerdo por el que un canónigo vallisoletano trocaba ciertos bienes con el abad de la colegial. En esta carta, partida por ABC, se enumeraban diversas propiedades sitas en Pynna de Valle de Esgueva, localidad que hasta dicha fecha no había aparecido en los documentos del Archivo Catedralicio.
El silencio sobre esta localidad se prolonga hasta 1345. De esta fecha data una estadística de la diócesis palentina, a la que pertenece, en la que consta la existencia de una iglesia servida por tres prestes, un subdiácono y tres graderos. Pocos años después, en 1352, el Libro Becerro de las behetrías refleja la compleja situación de la localidad, que pertenecía a varios señores: al monasterio de Matallana, a la Orden de San Juan y a los hijos de Juan Rodríguez de Quiñones. Las instituciones religiosas contaban con diez vasallos cada una, mientras que el resto de los habitantes de Piña dependían de varios familiares de Juan Rodríguez a los que el documento llama escuderos. Cada vasallo debía pagar la martiniega (impuesto anual exigido en especies y dinero) a su señor respectivo al que, además, debía ayudar un día al mes con el ganado de labor o con su cuerpo si carecía de bestias. También especifica el Becerro los pagos debidos al rey, que depositan por igual todos los habitantes, salvo en el caso de la fonsadera, de la que están exentos los vasallos de los escuderos. En fin, una compleja realidad diaria, que también afectaba a otras aldeas de señorío múltiple y que irá desapareciendo al finalizar la Edad Media.

Iglesia de Nuestra Señora
Su iglesia parroquial presenta una disposición muy semejante a la de la cercana iglesia de Villafuerte, con una serie de dependencias anejas que, además de transformar y enmascarar su primera y original estructura arquitectónica, la han destruido en gran parte.
En origen presentaba nave única –la meridional– dividida en dos tramos y rematada con cabecera compuesta por hemiciclo absidal y presbiterio, abierto a la nave mediante un arco triunfal de medio punto.
En el muro meridional subsiste la portada de acceso al templo. Son éstos los únicos restos del primitivo templo románico; posteriormente, en época moderna, se añadió una nave en su crujía norte separándose mediante arquerías de medio punto sobre pilares.
Asimismo los muros del presbiterio fueron parcialmente destruidos para abrir un acceso a la nave añadida y a la sacristía situada al mediodía. La nave se cubre con bóveda estrellada y a sus pies aparece un coro alto, un pórtico y una torre rectangular adosada a la nave moderna. Esta es rectangular en planta y de un solo cuerpo.
En suma, se trata de una disposición planimétrica muy generalizada en aquellos edificios rurales que en momentos posteriores de su historia amplían el original románico buscando mayor amplitud espacial.


En el exterior el muro absidal –realizado con una sillería algo irregular en tamaño– se articula verticalmente en tres paños mediante dos contrafuertes rectangulares que rematan directamente en la cornisa.
En cada uno de estos paños se abren tres ventanales bastante deteriorados: el septentrional aparece cegado y tan sólo son visibles sus arquivoltas lisas, el meridional fue sustituido en época moderna por un vano adintelado, y el último, el central, ha perdido los fustes y basas de los dos pares de columnas sobre los que descansaban los capiteles. Las dos subsistentes presentan triple arquivolta de medio punto y chambrana. Una imposta decorada con entrelazo recorre horizontalmente todo el paramento absidal incluidos los contrafuertes. Este ábside se remata por una cornisa lisa sustentada por una hilera de modillones lisos.
Como es lógico, la decoración escultórica románica aparece ligada a los restos arquitectónicos conservados de ese periodo, es decir, a las ventanas absidales y la portada. De las primeras, de similar composición a las de San Miguel de Íscar, cabe destacar la central.
Presenta una chambrana ornada con puntas de diamante, y dos arquivoltas. La exterior se decora con bolas helicoides –similares a las existentes en los pilares de Santa María de Wamba–; la interior es lisa.
En cuanto a los capiteles: de izquierda a derecha presentan aves el primero, el segundo muy deteriorado, hojas lisas con nervios rematados en bolas el tercero –el segundo ha desaparecido– y palmetas simples en el cuarto. Por otra parte, tanto los cimacios como la imposta que divide horizontalmente el paramen- to absidal se ornamentan con un sencillo trenzado, presente también en San Miguel de Trigueros del Valle. La ventana septentrional esta cegada con cemento quedando tan sólo su chambrana.
Los canecillos que sostienen la volada cornisa del ábside se decoran con motivos y temática muy comunes a la de otros edificios de la zona: cabezas zoomorfas, piñas, etc., encontrándose también muy deteriorados; algunos de ellos, incluso, llegan a situarse sobre los contrafuertes.











Por último, en este apartado de la escultura hemos de detenernos en la portada que, carente de tímpano, se abre en el muro sur de la primitiva nave. Presenta jambas acodilladas con sendas columnas rematadas por una imposta en nacela. Sobre ella se disponen tres arquivoltas de arcos apuntados y perfil recto. La arquivolta central apoya sobre un par de columnas con basas áticas y cestas historiadas. Estas últimas –también muy erosionadas– se decoran con leones (izquierda) y grifos (derecha) afrontados.
Mientras que para algunos autores la talla, en general, es muy rudimentaria, otros opinan –al menos en lo que se refiere a los capiteles de la portada– que es excelente y propia del siglo XIII con algunos detalles, por ejemplo la imposta que como prolongación de los cimacios divide horizontalmente el tambor absidal, de influencia burgalesa.
En cuanto a la cronología de estos restos, por sus características pueden situarse a finales del siglo XII o principios del XIII. Es esta la opinión de Felipe Heras quien los incluye dentro de un románico oriental, el existente en el valle del Esgueva, en el que "se prolongan las formas del foco burgalés, con quien forma unidad".


Románico en la Ribera del Duero de Valladolid
a comarca de la Ribera del Duero oriental de Valladolid, es decir, las vegas que rodean el río Duero desde Tudela hasta Peñafiel y el límite provincial con Burgos, es especialmente conocida por sus vinos.
Esta tradición vinícola fue introducida en estas tierras precisamente por monjes franceses en la Edad Media. Monjes que habitaron en algunos de los monasterios que todavía se conservan.
Por eso, además del vino, La Ribera del Duero oriental de Valladolid tiene un gran aliciente en su arte románico monacal y también el que se construyó más humildemente en las iglesias parroquiales de las aldeas. 


Valbuena de Duero
El monasterio cisterciense de Santa María de Valbuena se encuentra situado en el pueblo de San Bernardo, a unos 45 km al este de Valladolid. Por la carretera nacional 122 en dirección a Soria llegamos hasta Quintanilla de Onésimo donde atravesamos el puente sobre el río Duero –construido por Felipe de la Cajiga por autorización de Carlos I– en dirección a Valbuena. Una vez pasado este pueblo, a unos 4 km, una desviación a la derecha nos conduce directamente al monasterio.
El pueblo de San Bernardo surgió en los años cincuenta, a causa del traslado del pueblo de Santa María de Poyo (Guadalajara) por la construcción del pantano de Entrepeñas, eligiéndose precisamente el coto de Valbuena para su instalación y privando así a este monasterio cisterciense de su solitario emplazamiento junto al río Duero,
Este área del valle del Duero sufrió, como consecuencia de los ataques musulmanes, una temprana despoblación. Los mozárabes, conscientes de los peligros de esta "zona de frontera" tardaron en aventurarse en ella, por lo que la repoblación fue tardía y escasa, quedando sin poblar muchos lugares.
En 1143 la condesa Estefanía, nieta del conde Ansúrez, donó sus bienes en Valbuena y Murviedro para la fundación de un monasterio dedicado a Dios, la Virgen y los santos Martín y Silvestre. Movida a este acto por el deseo de salvar su alma y las de sus parientes, ponía al futuro cenobio bajo el control del obispo de Palencia y no determinaba la orden a que pertenecerían los monjes. Quizá no tuviera predilección por una u otra, y sería la influencia de doña Urraca, hermana de Alfonso VIII, la que decidiría finalmente la fundación hacia los cistercienses. No en vano el rey había tomado ya contacto con la nueva orden de origen francés y había otorgado a algunos monasterios tierras recién arrebatadas a los musulmanes para que las repoblasen y cultivasen. De hecho cuando, ese mismo año, el monarca fija los términos de la institución, se refiere a ella como cisterciense, a pesar de que esta orden no aceptaba depender de la autoridad de ningún obispo.
El monasterio pronto contó con numerosas filiales (Medina de Rioseco, Matallana, Palazuelos, Bonaval y Aguilar), incrementó sus bienes con donaciones de reyes, papas y nobles y fue creando un interesante conjunto monumental. La estructura constructiva seguía el plan benedictino adoptado también por el Cister: claustro pegado a la iglesia; al Oeste de éste se ubican graneros y cillas en la planta baja y, sobre ella, dormitorios de "conversos" y la portería. La hospedería, separada del conjunto, ejercía eficazmente su función de acogida.
La comunidad la formaban monjes, con diversas ocupaciones (prior, cillero...) bajo el mando de un abad, y vivían en Santa María, nombre adoptado inmediatamente a pesar de los deseos de la condesa. Pero poseen "prioratos" y "granjas", explotados por los "conversos": hombres bajo la regla monástica pero con más ocupaciones serviles, menos oración... Los monjes visitan estos lugares, permaneciendo el menor tiempo posible para no faltar a los rezos en común. Además cuentan con "vasallos" laicos, generalmente campesinos, en los lugares pertenecientes al monasterio.
En 1151 fue "repoblado" por monjes de la abadía francesa de Berdona, uno de los cuales pasó a ser su abad. A partir de entonces el obispo de Palencia respetará la autonomía de Santa María, que pronto vuelve a estar regida por abades españoles y a aceptar filiales, como San Andrés de Valbení, por ejemplo.
La institución fue aumentando su patrimonio con poblaciones enteras, tierras de labor, molinos, privilegios, etc., de modo que a fines del siglo XII estará casi en su plenitud, siendo poco significativo el incremento posterior. La pujanza no se logrará sin continuos conflictos con los concejos limítrofes: en 1162 con Peñafiel, en 1193 con Cuéllar, en 1228 con Vellosillo (hoy Villafuerte).
El notable prestigio de estos monjes hizo que algunos notables pidiesen –a cambio de ciertos bienes– ser enterrados en su suelo, cosa que prohibían tajantemente las normas de la orden. Sin embargo, se recurrirá al Papa, y en 1227 Gregorio IX autorizará el sepelio de seglares; naturalmente éstos elegirán el lugar de su sepultura a cambio de sustanciosos ingresos para los monjes. El monasterio recibirá donaciones de tierras recién "reconquistadas" en el Sur, entre otros lugares, en el conocido "Aljarafe" sevillano (Villanueva Nogache) que les producirán más disgustos que beneficios.
Sin embargo, la crisis del siglo XIV también se dejará sentir en esta casa y así el abad de Santa María solicitará una rebaja en los impuestos que pagaba Valbuena ante el alarmante descenso de la población. Los pecheros, huidos o diezmados por la peste, el hambre o la guerra, fueron fijados en quince en 1305, y en sólo ocho en 1312. Si a esto unimos la mala administración de ciertos abades, nos explicamos que las donaciones bajen paulatinamente, al tiempo que decae la "fama" del monasterio.
Por eso en 1427 fray Martín de Vargas lo reformó, siendo éste y el de Montesión de Toledo los primeros monasterios de la regular observancia en España. En estas fechas se detecta un nuevo empuje en la institución, que vuelve a explotar lugares antes abandonados por falta de población. Consecuencia de esto serán los enfrentamientos por las lindes. En 1432 fray Martín llegó con el concejo de Vellosillo a un acuerdo que aún se ratificaba en 1448.
Los edificios sufrieron reformas en los siglos siguientes, hasta la Desamortización. Durante el presente siglo se estableció una colonia con agricultores procedentes del Sur que originó la actual población de San Bernardo, que tiene por parroquia la iglesia de Santa María, autorización de la función parroquial que llegó en 1506 de mano de Julio II. El monasterio fue declarado Monumento Histórico-Artístico Nacional el 3 de junio de 1931. A lo largo del tiempo ha sufrido remodelaciones y agresiones que han alterado, en algunas partes más que en otras, su concepción original. Sin embargo y pese a todo, presenta un buen estado de conservación, habiendo sido recientemente restaurado, para albergar la sede de la Fundación Las Edades del Hombre.

Monasterio de Santa María
El 15 de febrero de 1143, ​ Estefanía Armengola fundó un monasterio a orillas del río Duero, no muy lejos de la propia Valladolid, con voluntad de que lo gobernaran los monjes benedictinos, y al que dotó con la concesión del núcleo de Valbuena y Mombiedro.
Ego Stephania, humilis comitissa, bona memora, Armengoldi Comitis filia, quia iustium est xenodochia construere monasteri […] Facta carta in Vallebona. Era M.C.L.XXXI, mense februario XV kalendas, martis…observamos el lugar que debía ocupar el calefactorio, le sigue el refectorio y la cocina. En el ala oeste no se han conservado las antiguas estancias que corresponderían a los conversos y a las cillas.
El monasterio fue consagrado a Santa María, como era costumbre en los monasterios del Císter, y, como segundos titulares, a San Martín de Tours, San Silvestre y Todos los Santos. ​
En 1151 llegaron los monjes benedictinos cistercienses de la abadía francesa de Berdona para repoblar la zona y hacerse cargo del monasterio. Su primer abad se llamaba Martín, a quien sucedió en 1151 Ebrardo, ​ también monje francés, y en 1163, bajo el reinado de Alfonso VIII, el abad Guillermo​ Desde su fundación, el monasterio de Valbuena dependió siempre de esta abadía francesa, hasta que en 1430, con la reforma de la Congregación de Castilla​ pasó a depender del monasterio de Poblet.
Fue una de las primeras fundaciones cistercienses que tuvieron lugar a lo largo de la geografía de Castilla y León y de ella saldrían monjes para regentar y repoblar nuevas fundaciones. Este monasterio tuvo como filiales y bajo su autoridad otros centros: ​
·       Monasterio de Santa María de Aguiar en Portugal.
·       Monasterio de Santa María de Palazuelos, en Corcos de Aguilarejo.
·       Monasterio de Santa María de Matallana (del cual solo se conservan ruinas, que se pueden visitar).
·       Monasterio de Santa María de Bonaval, en Guadalajara.
·       Monasterio de Santa María de Rioseco, en Burgos.
Desde su fundación y a lo largo de todo el siglo xii, el monasterio gozó de una serie de privilegios por parte del papa, de los reyes y de muchos nobles, además de donaciones sustanciosas, todo lo cual contribuyó a su engrandecimiento y prosperidad, contando con la laboriosidad de los monjes y su buena administración de los bienes y propiedades. A partir del siglo XIII las donaciones continuaron, pero en menor medida, a la par que comenzó una lenta decadencia, que fue superada en el siglo XV, cuando en 1430, Martín de Vargas, clérigo jerezano maestro en Teología, fue nombrado abad del monasterio por Juan II y por Gutierre Álvarez de Toledo, obispo de Palencia. Martín de Vargas aplicó la reforma española de la Congregación de Castilla, que había sido fundada tres años antes en el monasterio de Montesión, en las proximidades de Toledo. Desde este momento Valbuena dejó de depender del monasterio de Berdona y se hizo filial del monasterio de Poblet. Es en esta ocasión cuando cambió su nombre, pasando a llamarse monasterio de San Bernardo de Valbuena. ​
En los siglos XVI y XVII se mantuvo con bastante actividad y en el XVIII entró en decadencia, hasta llegar al XIX, cuando desapareció como monasterio con la Desamortización de Mendizábal, poniéndose a la venta todas las dependencias, salvo la iglesia, que continuó funcionando como parroquia. El monasterio fue comprado por el barón Kessel, que lo vendió a otro particular llamado Juan Pardo, el cual mantuvo la finca y los edificios hasta que en 1950, el Instituto Nacional de Colonización lo compró para realizar el proyecto de instalar un poblado con 84 colonos de La Alcarria, procedentes del pueblo de Santa María de Poyos que había sido inundado por el embalse de Buendía. ​
Tras la guerra civil española, el monasterio y los terrenos aledaños se transformaron en campo de concentración franquista, con capacidad para 3.500 prisioneros. Estuvo activo al menos durante algunos meses en esta ubicación.
En 1954, la iglesia, que todavía dependía de la diócesis de Palencia, pasó a la archidiócesis de Valladolid y años más tarde, en 1967, el arzobispado vallisoletano adquirió la propiedad de los edificios monacales. A finales de los años 1990, el arzobispado cedió estos edificios para que sirvieran como sede a la nueva Fundación de Las Edades del Hombre. La gran obra de restauración y remodelación de los edificios se realizó en tres fases. La primera, que duró dos años y que fue llevada a cabo bajo las trazas y dirección del arquitecto Pablo Puente, pudo poner en marcha los locales destinados a las labores de la fundación. La segunda y tercera, dirigidas por los doctores arquitectos Jesús I. San José y Juan José Fernández, puso en valor el resto de dependencias, entre las que se encuentran la antigua hospedería y la iglesia del monasterio, que sigue cumpliendo su función como parroquia del pueblo de San Bernardo. ​
El Monasterio es Monumento Histórico-Artístico Nacional por decreto del 3 de junio de 1931, siendo asimismo Bien de Interés Cultural (BIC).

Benefactores y donaciones
Los benefactores o donantes de un monasterio eran en general los reyes, junto con los papas y miembros de la Iglesia, los nobles y otro grupo constituido por propietarios ricos, hombres libres que, sin título nobiliario alguno, representaban en su época un estamento de cierta importancia cultural y económica. ​
El monasterio de Santa María de Valbuena no fue fundado por voluntad real, sino de la nobleza, como ya se ha dicho, por la condesa Estefanía Armengol, cuyas donaciones fueron todo el término de Valbuena y la Granja de Mombiedro (Quintanilla de Abajo) ​. Más tarde le fue añadido, mediante una donación de Diego Martínez en septiembre de 1165, el monasterio de San Andrés de Valbení (cuyos monjes fundaron el monasterio de Santa María de Palazuelos en Corcos de Aguilarejo). ​ También el señor de Aguilar, Gonzalo Yáñez, regaló a los monjes unas tierras en Sevilla, y doña Justa, señora de la nobleza, donó una heredad en una localidad llamada Siete Molinos. ​
Los sucesivos reyes tomaron bajo su protección el cenobio, de tal manera que sus aportaciones constituyeron la mayor parte de las donaciones recibidas. En el mismo año de la fundación, el rey Alfonso VII hizo unas sustanciosas donaciones que fueron aumentando y confirmándose en años posteriores: ​
·       Quintanilla (Valladolid).
·       Propiedades de Torre del Rey en Malacuera (Guadalajara).
·       Villa o granja de Xaramiel (Jaramiel).
Los reyes Sancho III y Fernando III de Castilla se ocuparon del monasterio y de sus privilegios. Alfonso VIII de Castilla fue el más comprometido, no solo en este lugar, sino en todas las fundaciones cistercienses de su reino, a las que dio un sentido de defensa y fijación de fronteras entre reinos. Alfonso VIII aumentó el patrimonio de Valbuena con las tierras de Pedrosa y Ventosa, las de Pedro Gallego y el pozo de sal de Bonilla, además de aumentar los privilegios. ​

Organización de las propiedades en granjas
La orden monástica del Císter tuvo siempre gran incidencia sobre la población no solo en lo espiritual y cultural, sino en lo económico y colonizador. En este sentido, los dos monasterios más importantes en la ribera del río Duero fueron las grandes abadías del siglo XII, Santa María de Retuerta (fundado por Mayor Pérez, tía de la fundadora del monasterio de Valbuena, el primer monasterio de la orden de los Premostratenses) y Santa María de Valbuena, ambas nacidas por iniciativa de una misma familia, los descendientes del conde Ansúrez. Las dos abadías contaban con una economía basada fundamentalmente en la explotación agrícola con el sistema de granjas como unidad del suelo y base de la economía y colonización. ​
Todas las tierras propiedad del monasterio de Valbuena estaban divididas en granjas de explotación agraria y ganadera. Para que las granjas dieran rendimiento y productividad, era preciso tener abundante mano de obra. Una comunidad de monjes cistercienses debía seguir la regla de San Benito en que se dice ora et labora, pero al encontrarse con una extensión tan grande de tierras, ese labora no podía ser cubierto únicamente por los monjes, bajo riesgo de abandonar las obligaciones religiosas. En este sentido, el Capítulo General de la Orden intervino en varias ocasiones para regular la presencia de los frailes en los trabajos de las granjas; en el Capítulo de 1223 se expresa claramente, prohibiendo a los monjes que pasen demasiado tiempo en los trabajos fuera del monasterio. ​ Dentro de la clausura había un grupo de monjes con obligaciones específicas aparte de las espirituales: prior, soprior, cillero, maestro de novicios, bodeguero, enfermero, hermano refitolero —el encargado del refectorio o comedor— y alguno más. El prior era el segundo del abad, pero el abad podía nombrar a otros priores que serían los encargados de gobernar las granjas más lejanas (que se llamarían prioratos), ayudados por otro monje y siempre sometidos a la autoridad de la casa central: el monasterio.
Desde el punto de vista del trabajo, el grupo más numeroso e importante para una granja era el de los llamados conversos (sinónimo de lego) o conversos familiares. Los conversos eran hombres que vivían en el monasterio y en las granjas sin ser monjes ni participar de la vida monástica; pero sí tenían su zona de vivienda ubicada en la distribución del claustro. Estos conversos​ fueron de gran ayuda en la explotación de las granjas de los cistercienses de Valbuena junto con otro grupo, el de los vasallos, que estaba obligado a una serie de prestaciones establecidas.
Una granja tenía distintos campos de trabajo, todos importantes y todos con buenos resultados económicos:

Los molinos
El monasterio tenía entre sus posesiones bastantes molinos y aceñas que constituían una verdadera riqueza. La construcción de un molino era cara y solo los grandes señores podían permitirse el lujo de tenerlos, teniendo asegurada la molienda de los campesinos libres que no tenían más remedio que acudir a ellos. El monasterio de Valbuena llegó a contar con catorce molinos que están documentados. En la documentación se habla indistintamente de molendinis y açennas. Generalmente una aceña es un molino de agua, situado en los ríos, pero a veces se hace referencia a un molendinis que tiene el río Esgueva…
Los cistercienses de Valbuena tenían molinos de cuatro y seis ruedas. Todos fueron adquiridos en donaciones de heredades en que iban incluidos. Los monjes de Valbuena impusieron sus propias normas para el uso de los granjeros y colonos libres.
Por cada vegada que le fuese provado pague por cada fanega dos celemines para el monasterio.
El beneficio obtenido por la molienda se llamaba maquila. A mediados del siglo XV hubo una nueva disposición en que se decía que «en adelante se maquile igual que lo hacen en Peñafiel»:
De Sant Juan a Sant Miguel maquilan a cuarto e doble que son seys celemines de la carga, en los otros tiempos a cuarto de la carga […]
A partir del siglo XV el monasterio se tuvo que acoger a los arrendamientos de la mayor parte de los molinos para sanear su economía. Ya no ejercía una explotación directa pero seguían siendo una gran fuente de dinero. ​

Campos de cereales
Las tierras de cultivo se laboraban por el procedimiento de año y vez, es decir, un año se cultiva y al siguiente se deja en barbecho. El barbecho se utilizaba para apacentar el ganado que a su vez suministraba el suficiente abono para el año de cultivo. La producción de cereales junto con los viñedos fue muy importante para la economía de Valbuena. El monasterio poseía campos de cereales en sus propiedades de la cuenca del río Duero y en las de Sevilla. Las tierras se araban con la ayuda de los bueyes, nunca de caballos, o al menos la documentación jamás menciona a estos animales como ayuda en el campo.
Sembraban principalmente trigo y cebada más algo de centeno y avena. Con el trigo se elaboraba el pan blanco, la cebada servía de alimento a los animales y con el resto se hacía una clase de pan más ordinario. Los campos sembrados de cereal estaban muy vigilados y se imponían graves sanciones a todo el que no respetara las normas y entrara en ellos con su ganado. ​

Las viñas
Las viñas suponían un cultivo importantísimo al que los monjes prestaban gran atención. La productividad del vino era suficiente para abastecer al monasterio para la liturgia y el propio consumo y para comercializar el excedente. Era un tipo de cultivo tradicional en la zona y prácticamente todas las tierras adquiridas por donación llevaban incluida una extensión de viñedos. Los monjes también adquirieron viñas por medio de la compra a pequeños propietarios, que, al no contar con el equipo y la mano de obra necesaria, preferían vender y cambiar su estado de propietario por el de trabajador.
Los monjes tenían distribuidos lagares por todo el término y bodegas en las casas de su propiedad y en el propio monasterio donde contaban con una capacidad para veinte cubas. Se ve reflejado con toda claridad en los documentos de los contratos que en épocas más tardías el monasterio se vio obligado a dar en renta muchas de sus tierras, una parte del pago de alquiler era dado en vino, exigiendo que fuera siempre buen vino. Las viñas más apreciadas eran las de Olivares de Duero, Villanueva y Valbuena.

Las huertas
Las huertas (llamadas hortis en la documentación), estaban situadas en lugares con posibilidad de riego, cercanas a los ríos, arroyos, fuentes y canales de agua. En estas huertas se cultivaban los productos hortícolas y árboles frutales; de estos hay poca documentación que los especifique, salvo para la heredad de Villanueva de Nogayche en el término de Sevilla, donde se dice que había higueras y granados. La documentación del año 1375 describe el cultivo del cáñamo y del lino. Solo algunas tierras se dedicaban a cañamares y linares en las granjas de Soberado, Valbonilla, Piñiel y alguna otra.
Igual que ocurrió con las otras propiedades, las huertas tuvieron que ser arrendadas a partir del siglo XV.

Ganadería
El fundamento de la economía castellana era la asociación de la ganadería y la agricultura. Los monjes no hicieron sino seguir esta costumbre. La ganadería se encontraba presente en todos los monasterios cistercienses de Castilla sobre todo a partir de los comienzos del siglo xiii, aunque en el monasterio de Valbuena ya adquirió importancia desde los primeros años de su fundación. El monasterio contaba con: ​·       Ganado caballar y asnal.
·       Ganado vacuno.
·       Ganado porcino.
·       Aves de corral. 

Cabaña ovina
La cabaña ovina o ganadería lanar fue en toda Castilla una gran e importante actividad económica, hasta el punto de ser considerada a finales de la Edad Media como una gran potencia en estos recursos. En el monasterio de Valbuena fue igualmente importante hasta el punto de recibir de los reyes los mismos privilegios que tenía el ganado real: poder pastar por los montes del rey y estar exentos del pago de portazgo. Con la concesión de estos privilegios la ganadería lanar podía acogerse a la costumbre de la trashumancia en busca de pastos de invierno. ​
Los privilegios otorgados por los reyes al monasterio chocaron en muchas ocasiones con los otorgados a los concejos colindantes, dando ocasión a múltiples pleitos reflejados en la documentación. La ganadería trashumante necesitaba mucha menos mano de obra y por eso salió adelante en el siglo xiv, cuando hubo tanta mortandad como consecuencia de la peste. Precisamente en esos años aumentó la cabaña. El ganado necesitaba tan solo de un pastor con el que se acordaban una serie de condiciones muy reglamentadas, incluso lo referente a los perros acompañantes. ​ También estaba muy reglamentado el uso de la sal, el suministro por parte del monasterio, la cantidad necesaria por días y por cabeza. También la dieta alimenticia de los pastores:
·       Se les da pan dos veces por semana.
·       En Cuaresma se les dan alimentos que les permitan cumplir con la abstinencia obligada.
·       Recibían carne los domingos comprendidos entre San Pedro de los Arcos y San Miguel de septiembre, y desde esta fecha hasta las carnestolendas, tres días por semana. Los días que no recibían carne se les daba queso. También el vino estaba racionado. ​ 

Ganado vacuno
Las vacas aportaban la leche y la carne para alimentación. La piel era aprovechada para confeccionar albarcas y otros útiles. Además las yuntas de bueyes eran imprescindibles para las tareas del campo, arar y arrastrar los carros repletos de productos.

Ganado caballar y asnal
Estos animales eran utilizados para el transporte, en especial el de leña tan solicitada y necesaria en la época. Las yeguas se cuidaban para la reproducción cruzándolas con asnos o caballos

Ganado porcino
Eran conducidos en piara a los bosques donde podían alimentarse. Servían para la nutrición, siendo la mayor fuente de proteínas y grasas.

Aves de corral
Todas las casas existentes en las distintas parcelas o granjas tenían su corral adjunto donde se criaban sobre todo gallinas y gansos que enriquecían la dieta alimenticia.

Otros recursos económicos
Además de las granjas ya descritas, la heredad de los monjes contaba con otro tipo de riqueza: los bosques, los prados y pastos, y como consecuencia de estos espacios, la caza. También las pesqueras y salinas.

Bosques, prados, pastos y caza
Los bosques proporcionaban leña y carbón para el fuego, madera para la construcción de casas y de determinados útiles, y alimento para algunos animales, en especial los cerdos. En los bosques se distinguía la dehesa (monte bajo y acotado), y la alameda, con plantación de álamos para madera.
Los prados daban hierba que, segada al comienzo del verano, se guardaba para tener comida para los animales durante el invierno. Los pastos eran suelos sin cultivar, llenos de maleza, donde se apacentaba el ganado. De los pastos se obtenía también el humus que servía como fertilizante.
La caza era otra fuente de riqueza. Se cazaba sobre todo conejos y perdices, con la ayuda de perros, hurones y redes. El derecho a la caza también estaba reglamentado, implantándose duros castigos a los infractores.

Pesqueras o piscarias
La heredad tenía buenos recursos de agua que atravesaban distintas zonas: los ríos Esgueva, Arlanza y Malacuera en el Alto Jarama (Guadalajara). El río más importante y que más riqueza aportaba era el Duero. Estas corrientes fluviales, además de proporcionar agua para el regadío y uso doméstico, permitían que se construyera en ellas pesqueras y molinos. Las pesqueras eran muy codiciadas pues ofrecían una buena fuente de riqueza sin necesidad de muchos cuidados. Los monjes tenían absoluto dominio sobre las aguas fluviales y podían incluso arrendar los tramos que convinieran.

Salinas de Bonilla
En la Edad Media la sal era un bien muy preciado y de primera necesidad para los hombres y para el ganado. Servía para la conservación del pescado, carne de cerdo y tocino y para complemento en la alimentación de los animales. El monasterio de Valbuena tenía un pozo de sal en Bonilla (actual pedanía de Huete, en la provincia de Cuenca), concesión muy temprana del rey Alfonso VIII. Con este pozo de sal el monasterio tenía asegurada una producción necesaria para su consumo y un resto que se comercializaba. Los reyes sucesores siguieron concediendo la confirmación de esta propiedad.
En los documentos del siglo XV ya no se menciona más este pozo, pero se habla de otro situado en Atienza (Guadalajara), perteneciente al obispado de Sigüenza. La explotación de la sal se hacía con mano de obra asalariada. A partir de mediados del siglo XV los monjes optaron por el arrendamiento, igual que lo habían hecho con otras propiedades.

La heredad de Villanueva de Nogayche
Esta finca de gran extensión (incluida en los documentos entre las donaciones mayores) perteneció en su origen al rico hombre castellano Fernán Ruiz de Castro, que la había recibido del rey Alfonso X el Sabio en fecha anterior a 1287f​ Se la nombra en el libro de repartimiento de Sevilla a raíz de la conquista de esta ciudad.
[…] avía en ella quatro mill pies de olivar e de figueral, e por medida de tierra trescientas e ochenta e cinco arrançadas de sano.
La finca estaba situada en el Aljarafe sevillano y debido a la lejanía en que se encontraba, los monjes de Valbuena no la administraron nunca directamente sino que la arrendaron desde un principio. Gracias a los documentos conservados sobre pleitos del monasterio​ con los sucesivos arrendatarios pueden conocerse las partes de que se componía esta finca. ​ La heredad era muy extensa; tenía casas, molinos de aceite, cultivos de cereales, viñas, olivos y árboles frutales, sobre todo higueras y granados.
A los continuos pleitos y disgustos se añadió la caída de las rentas hacia finales del siglo XIV y la subida de precios y salarios. El 13 de julio de 1382 los monjes del monasterio decidieron deshacerse de esta propiedad a través de una permuta realizada con el último arrendatario, el armador Juan Martínez, que vivía en Sevilla. Juan Martínez poseía en Valladolid doce pares de casas y unas viñas, que cambió a los monjes por la finca de Villanueva de Nogayche. El cambio debió serle ventajoso pues en el documento de permuta consta que además donó al monasterio 4000 maravedíes.

El conjunto monástico
El conjunto constaba de iglesia, claustro (con todas sus dependencias), hospedería, dormitorios, zona de conversos y todos los demás departamentos propios de un monasterio cisterciense. La iglesia fue tomando forma a lo largo del siglo XII y las dependencias monacales siguieron construyéndose ya entrado el siglo XIII. Estaba rodeado de una cerca.
La iglesia está situada al norte de las dependencias monásticas como corresponde al criterio funcional que rige la arquitectura cisterciense y siguiendo el modelo tipológico tan repetido por ésta. Adosado a su lado sur está situado el claustro y en torno a él se disponen las demás dependencias. En el ala este, el armariolum, la sacristía, la sala capitular, el pasadizo a la huerta, el locutorio y la gran sala que se prolonga más allá del claustro. En un segundo piso, en esta misma ala, se disponen los dormitorios de los monjes. En el ala sur del claustro, observamos el lugar que debía ocupar el calefactorio, le sigue el refectorio y la cocina. En el ala oeste no se han conservado las antiguas estancias que corresponderían a los conversos y a las cillas.

La iglesia
La iglesia monasterial de Santa María de Valbuena, litúrgicamente orientada, presenta una planta de cruz latina con tres naves y crucero al que se abren las cinco capillas que forman la cabecera. Cada una de las naves está dividida en cuatro tramos. La nave central, de mayor anchura que las laterales, tiene un tramo de planta cuadrada, inmediatamente anterior al crucero, siendo rectangulares los tres restantes. Esto hace que la iglesia termine justo a la altura del muro oeste del claustro en lugar de prolongarse para englobar el "callejón de conversos", como suele se norma en los monasterios cistercienses. El crucero, marcado en planta, es de una sola nave con cinco tramos, siendo cuadrado el central y rectangulares los demás.
La cabecera está compuesta por cinco capillas, las tres centrales semicirculares precedidas de tramo recto y las laterales cuadradas. Este mismo esquema de planta, sobre todo la cabecera, lo encontramos en la colegiata-catedral de Tudela (Navarra) como ya apuntó Francisco Antón en el estudio que dedicó al monasterio Valisbonense. Según este autor la iglesia de Valbuena será prototipo de la Tudelana. También la relaciona con la del monasterio de la Oliva (Navarra) aunque en este caso todas las capillas laterales son cuadradas. Julia Ara además de relacionarla con los dos templos anteriores ve en la cabecera de la iglesia del monasterio vallisoletano de Palazuelos algunos puntos de contacto con Valbuena que se justifican por su filiación, aunque difiere de ella en cuanto a su estructura.

El exterior de la iglesia monasterial de Valbuena destaca por su sólida y uniforme arquitectura que descansa sobre un basamento rematado en chaflán. Realizada con sillares perfectamente dispuestos, la humedad entre otras causas está produciendo graves problemas de descomposición en la piedra. En algunos de estos sillares se pueden apreciar, tanto en el exterior como en el interior, algunas marcas de cantero. También observamos unas inscripciones, cuyo significado desconocemos, en varios sillares exteriores de la capilla mayor, en la capilla del Tesoro y en la puerta que comunica el claustro con la iglesia. Los contrafuertes, prismáticos, recorren el muro hasta la cornisa en la cabecera (separando las capillas) y muro este del crucero. En la fachada norte, sin llegar a la cornisa, terminan de forma apiramidada y en el hastial occidental y muro norte lo hacen escalonadamente.
Planta de la cabecera
Ábside
 

La cabecera está compuesta por cinco capillas dando un mayor desarrollo a la central que destaca considerablemente de las demás tanto en planta como en alzado. La capilla central, semicircular, está dividida en cinco paños por contrafuertes. Cada uno de ellos alberga una ventana-aspillera abierta en arco de medio punto. Horizontalmente, una sencilla moldura rectangular de perfiles achaflanados en la línea del alféizar de las ventanas recorre el hemiciclo absidal, incluídos los contrafuertes, dividiéndolo en altura en dos. Contiguas a la central, las dos capillas semicirculares menores presentan un paramento liso alterado por la apertura en cada una de ellas de una ventana de arco de medio punto y una moldura en la línea del alféizar. El mayor tamaño de la ventana del ábside de la epístola, que interrumpe por su base la moldura, denota una transformación posterior.
En los extremos del crucero están situadas las capillas cuadradas. Éstas poseen en cada una de ellas una interesante ventana orientada al este subdividida en dos medios vanos estrechos, siendo su interior, en esviaje, muy interesante. Este esquema original se vuelve a romper en el ábside de la epístola que muestra signos de remodelación. Una misma cubierta –a una vertiente– unifica las dos capillas laterales cuya cornisa está sostenida por canecillos de perfil de nacela.
A continuación de la capilla cuadrada más meridional se encuentra una construcción denominada Capilla del Tesoro ya de mediados del siglo XIII construida como capilla funeraria bajo la advocación de San Pedro.

El transepto se alza a la misma altura que la capilla mayor y la nave central. Sus brazos se cubren con un tejado a dos aguas mientras que su tramo central posee un cimborrio octogonal sobre trompas, manifestándose éstas al exterior con nítidos trompillones. Aunque no es frecuente el empleo de cimborrio, siempre siguiendo directrices de austeridad cisterciense, encontramos otros ejemplos de cimborrio octogonal en iglesias de esta Orden en Armenteira y Oseira en Galicia.
Sin embargo, nuestro cimborrio sólo conserva los arranques de los siglos XII-XIII ya que el cuerpo ochavado es del XVI y la linterna de ladrillo, barroca. En el extremo sur del crucero, como culminación del hastial y como es norma en estas iglesias, se dispone una espadaña. Ésta rivaliza en altura con el cimborrio y está compuesta por dos cuerpos separados por molduras, tres vanos de medio punto que la perforan asimétricamente y un remate a piñón. Esta misma disposición –en el brazo sur del crucero– adopta la espadaña del monasterio de Bujedo (Burgos) o el de Meira (Lugo) por citar algunos ejemplos.
El sistema de cubiertas de las naves es a dos aguas para la central y a una vertiente para las laterales. Vuelve así a su planteamiento inicial tras una transformación que cubrió las naves –cegando las ventanas de la central– con un único tejado a dos aguas. Las naves laterales reciben iluminación proporcionada por una ventana a los pies. Éstas, abiertas en arco de medio punto y abocinadas, son muy sencillas y no presentan ningún tipo de decoración. Otra ventana se dispone en el tramo anterior al crucero que parece haber sido hecha posteriormente. El mismo muro presenta signos de remodelación y su contrafuerte es de una sección menor que la de los demás. Cabe la posibilidad –un estudio arqueológico lo confirmaría– de que hubiera estado aquí adosada una pequeña capilla donde descansarían los muertos antes de enterrarlos. En el interior también se observa esta remodelación al carecer de moldura el arco formero de la bóveda.

La iglesia cuenta con dos fachadas. Una en el extremo norte del transepto, otra a los pies. Una tercera puerta cegada se sitúa en el segundo tramo de la nave del evangelio, contando desde los pies. Posiblemente se utilizó como la puerta funeraria de los conversos.
Conforme a la característica sencillez cisterciense, la fachada occidental es muy similar a la de otros monasterios de la Orden.
Organizada en tres cuerpos que se corresponden con cada una de las tres naves de la iglesia acusa de igual modo la diferencia de alturas entre ellas. El cuerpo central responde a una estructura pentagonal enmarcada por dos contrafuertes que terminando en talud no alcanzan la cornisa.
La puerta, apuntada y abocinada, descansa sobre un pedestal achaflanado. Cinco jambas sin decorar y dispuestas en profundidad sostienen otras tantas arquivoltas y una chambrana de caveto.
Cada una de las arquivoltas está formada por un baquetón y una moldura cóncava. Una línea de imposta de filete y caveto separa jambas de arquivoltas y se prolonga hasta los contrafuertes. Sobre la puerta se abre un óculo moldurado con baquetones y enmarcado por un arco ciego de medio punto rehundido. Recorre el piñón una moldura cóncava que se continua como cornisa a lo largo de la nave central.
Entre la chambrana y el arco ciego y de uno a otro contrafuerte se observa en el muro una serie de sillares diferentes al resto. Estos se avienen a una forma apiñonada que bien podrían ser las huellas tapadas de un pórtico o nártex con destino funerario como sucedía en numerosos monasterios de la orden del Císter que prohibía el enterramiento en el interior. Una intervención arqueológica nos daría una respuesta cierta. Este cuerpo central pentagonal está flanqueado por dos paños lisos con una sencilla ventana de medio punto en cada uno y rematados por almenas confiriéndole un aspecto de fortaleza. Redunda en ello el contrafuerte en el ángulo noroeste, también con almenas y matacanes. Antón relaciona este cuerpo saliente defensivo con el que posee la iglesia parroquial de San Juan de la Puerta Nueva de Zamora, obra de finales del siglo XII.

La fachada norte, en el crucero, reproduce de forma más sencilla el cuerpo central de la occidental. Un cuerpo pentagonal flanqueado por dos contrafuertes que terminan en talud, óculo enmarcado por un arco de medio punto abocinado y pequeña puerta con arco apuntado de doble rosca que apoya directamente sobre las jambas sin ningún tipo de adorno. Aunque en la actualidad se encuentra cegada, en su origen era la puerta de muertos de monjes como certifica el hallazgo en la zona noreste de restos humanos, el paradisum.
La austeridad en el empleo de elementos decorativos sigue siendo uno de los rasgos primordiales, también en el interior. Tras la restauración de los años 60 del siglo XX, los muros de sillería se presentan con su desnudez original sólo parcialmente alterada por algunos retablos. Uno de ellos, en el segundo tramo del evangelio desde el hastial, cubre la puerta de conversos al cementerio ya comentada al exterior.
Los soportes utilizados pertenecen a ese tipo de pilares de la llamada escuela "hispano-languedociana" estudiada por Lambert y de la que la iglesia de Valbuena se considera una de las más antiguas del grupo.
Sobre un zócalo se levantan los pilares de núcleo cruciforme cuyas caras llevan dobles columnas adosadas y una en cada codillo, sumando un total de doce columnas. Las primeras reciben el empuje de los arcos fajones y formeros mientras que las segundas sostienen los nervios de las bóvedas.

La mayor altura de la nave central con respecto a las laterales hace que las columnas que soportan los arcos fajones de aquella posean un fuste de mayor longitud. En los pilares adosados al muro sólo utiliza cuatro columnas, dos en el frente y dos en los codillos. En los primeros pilares de la nave central los fustes de las columnas aparecen cortados a diferentes alturas, de esta forma se consigue una mayor anchura en este tramo para –como es usual en el Cister– colocar el coro de los monjes. En la capilla mayor, al haber un muro de separación entre capillas, solamente tiene cinco columnas y en el caso de las capillas laterales los arcos de acceso apoyan directamente sobre las jambas.

Las basas de las columnas presentan un toro ancho y aplastado con lengüetas en los ángulos, escocia y un toro más pequeño. Los capiteles poseen collarino y responden al tipo severo usado y muy repetido por los cistercienses que nos recuerdan los usados por los egipcios. Este aire oriental puede deberse por una parte, a los intercambios culturales procedentes de las Cruzadas, no hay que olvidar que San Bernardo predicó la Segunda Cruzada y por otra, a la "uniformidad artística" que conlleva el Capítulo General. Son hojas esquemáticas, en algún caso terminadas en bolas, también los hay en forma troncocónica invertida con unas oquedades rectangulares en la parte superior al que se superponen hojas muy planas. En la catedral de Zamora o en la Colegiata de Toro encontramos capiteles muy parecidos a este último modelo. Este tipo de soporte que caracteriza como hemos dicho a la escuela hispano-languedociana también lo vemos en otros monasterios cistercienses vallisoletanos como Palazuelos o Matallana o en el premonstratense de Retuerta. Todos los arcos fajones y formeros son apuntados.
Se cubren las naves con bóvedas de crucería entre potentes arcos fajones y con fuertes nervios de sección prismática que carecen todavía de clave –tan solo una sencilla decoración– como en la iglesia palentina de Villamuriel. Al igual que en esta iglesia y siguiendo a Gómez Moreno y Azcárate podríamos denominarlas bóvedas de ojivas puesto que los nervios cruceros son de medio punto y la plementeria de tipo francés. Estas bóvedas aparecen ya a partir de 1170. En los dos últimos tramos de la nave mayor, a los pies, y penúltimo de la nave de la epístola se rehacen las bóvedas al construir un coro alto en el siglo XVI. Éste se sitúa sobre una bóveda estrellada muy plana. En este mismo siglo y en la nave de la epístola –en los dos tramos centrales– se construyó una escalera que une la iglesia con el claustro alto.

Los brazos del transepto se cubren con bóveda de cañón apuntado, de eje perpendicular al de la nave mayor. Se refuerza con gruesos arcos fajones de sección prismática que señalan los tramos.
Los dos más externos descansan sobre pilastras con un capitel de nacela muy similar al de las capillas de la cabecera. Los dos internos, que delimitan el espacio central del crucero, están enmarcados por un baquetón y descansan en dos semicolumnas. Señala el arranque de la bóveda una imposta de caveto, prolongación del cimacio de los capiteles.
El tramo del crucero se cubre con una bóveda levantada sobre las trompas originales, pensándose desde el principio utilizar esta cubrición, no muy normal dentro de la austeridad cisterciense. En el brazo sur del transepto se aprecian restos tapiados de lo que fuera la escalera que comunicaba el dormitorio de los monjes con la iglesia y también la puerta de acceso a la sacristía –hoy antesacristía– adintelada. En el lado norte, en su cara oeste, existe una sencilla puerta que da acceso a una escalera de caracol que conduce a las cubiertas. Esta escalera podemos hallarla también en el monasterio de Santa María de Bujedo o en el de Meira. La puerta de muertos, tapiada al exterior como dijimos, en el interior nos pasa desapercibida al colocar justo en ella un retablo barroco.

La cabecera tiene la misma longitud que el crucero abriéndose una capilla, mediante potentes arcos triunfales apuntados, a cada tramo. Estos arcos son, en las capillas laterales, doblados y apoyados en jambas con una moldura de doble caveto a modo de cimacio, siendo el superior más pequeño y prolongándose por la línea de imposta. El acceso a la capilla mayor se realiza a través de un arco enmarcado por baquetón que apoya sobre dobles columnas. Esta última se encuentra a un nivel más alto que el resto de la iglesia por lo que es necesario escaleras para llegar al presbiterio. Este tramo recto se cubre con bóveda de cañón apuntado señalando su arranque una imposta de caveto, como ya hemos visto en el crucero, prolongación del cimacio de los capiteles. El hemiciclo absidal, por el contrario, utiliza una bóveda de horno revestida de nervios, los cuales se unen en una clave dispuesta en el arco fajón que separa el tramo rectangular precedente y no en el centro del ábside. Las ventanas, una en cada paño, están tapadas por el retablo, recorriendo la línea del alféizar otra moldura de caveto que se prolonga por la capilla.
Las dos capillas adyacentes a la mayor reproducen el mismo esquema de ésta: arcos de ingreso apuntados y doblados descansando sobre pilastras de capiteles lisos, tramo recto cubierto con bóveda de cañón apuntado y bóveda de horno en el ábside. Tan solo una sencilla ventana de medio punto ilumina estas capillas que como ya apuntaba al hablar del exterior, la de la epístola se encuentra rehecha. Actualmente están tapadas por retablos. Completan la cabecera dos capillas cuadradas en los extremos cubiertas con bóveda de crucería sin clave. Sus gruesos arcos cruceros apoyan en columnas angulares.
Cada una de estas capillas se ilumina a través de una ventana apuntada muy abocinada que apoya sobre columnas con capiteles vegetales deteriorados. Esta ventana se subdivide en dos medios vanos estrechos de cuarto de círculo por medio de una columnilla.
Este tipo de ventana podemos encontrarlo en los monasterios navarros de la Oliva o de Irache. En el muro septentrional de la capilla de la epístola se abre una credencia en arco trebolado. Como sucede en el exterior y en la capilla contigua también esta ventana se encuentra rehecha en el lado de la epístola.

La línea del alféizar está recorrida por tres filas de taqueado, restaurado en algunas zonas, que recorrerían toda la capilla como parecen probar las huellas existentes en las paredes laterales, muy posiblemente destruídas al revocar la iglesia en blanco. Las mismas huellas a la misma altura aparecen en las demás capillas laterales. Adosada a esta misma capilla situada más al sur, desde donde se accede, se encuentra la capilla de San Pedro.



Es obra de mediados del siglo XIII y por tanto posterior a la construcción del ala este del monasterio como evidencian las ventanas que iluminaban la sacristía y el dormitorio de monjes que, ahora tapiadas, dan a esta capilla. Se trata de un espacio rectangular de tres tramos limitados por arcos apuntados con ábside trapezoidal y bóvedas de crucería. Los arcos descansan sobre ménsulas dispuestas sobre los muros laterales. La cabecera se cubre con bóveda de dos nervios que arrancan a su vez de sendas ménsulas y reproducen rostros humanos. Sobre ellas se disponen altos cimacios. Los nervios confluyen en la clave del arco de ingreso –apuntado y doblado–, y éste descansa sobre dobles columnas de zócalos tronco-piramidales. Sus capiteles vegetales presentan una técnica depurada que los relaciona con uno de los talleres del claustro. En el testero se abre una ventana de medio punto. Los muros presentan sendos arcosolios funerarios con pinturas donde se representan escenas caballerescas, cortesanas y religiosas según la estética del gótico lineal y siguiendo sus características pictóricas. Estas pinturas fueron objeto de una restauración en 1963-64.


La iglesia se comunica con el claustro mediante una puerta en el primer tramo de la nave de la epístola, contando a partir del crucero. Es la llamada puerta de los monjes porque era utilizada por estos para acceder a la iglesia desde el claustro. Otras dos puertas, apuntadas y tapiadas, en la nave de la epístola, en el primer tramo de los pies, también dan paso al claustro.

La “Puerta de los monjes”, que se abre en el interior de la iglesia, es muy simple: un arco rebajado; la exterior, en el claustro, está compuesta por dos arquivoltas apuntadas y chambrana decorada con una fila de tacos que apoyan en las jambas y en una columna acodillada a cada lado. Su capitel, bastante deteriorado, es de palmetas estilizadas que terminan en bolas y su basa sigue el tipo desarrollado en todo el monasterio: un pequeño anillo, escocia, toro y lengüetas en los ángulos para unirse al plinto. Todo ello sobre zócalo.
Las referencias documentales acerca de la construcción de la iglesia de Valbuena son escasas y poco estudiadas. De ahí que debamos recurrir a un análisis comparativo de sus elementos arquitectónicos y estilísticos con otros edificios de cronología más segura. En este sentido, como ya apuntaba al hablar de su planta, hay que relacionar la iglesia de Valbuena con la catedral de Tudela cuyo altar mayor fue consagrado en 1204. Los diferentes autores no coinciden sobre a cual de ellas dar la primacía, sin embargo, esta fecha nos anticipa una cronología de finales del siglo XII. Quizás la edificación empezaría entre 1170, momento en que aparecen las bóvedas nervadas o de ojivas y 1190 como proponen Lambert, Torres Balbás o Ara. No cabe duda de la gran homogeneidad de la construcción en sus partes antiguas por lo que no debemos prolongar en el tiempo su finalización. Lambert nos dice que pese a esta homogeneidad puede que en el curso de la obra se hiciera alguna modificación al proyecto original, puesto que el crucero tiene bóveda de cañón apuntado mientras que la nave central y las laterales tienen bóveda de crucería. Sin embargo, esta última ya se ha usado en las capillas laterales cuadradas.

El claustro
Es el único ejemplo completo y con un aceptable estado de conservación de la provincia pero, aunque ha sido objeto de una restauración que ha sustituido abundantes basas y fustes, precisa de una intervención integral.
Se compone de doble galería que corresponde a periodos cronológicos y artísticos diferentes. El cuerpo bajo es obra de hacia finales del primer cuarto del siglo XIII aunque su construcción se prolongara a lo largo del mismo.
La galería alta se levantó en el siglo XVI conforme al estilo de fajones que apoyados también sobre las columnas del pilar y las ménsulas delimitan los tramos de la galería. De esta forma los pilares tienen seis columnas adosadas. En el caso de los pilares angulares sus núcleos de planta esquinada reciben hasta un total de catorce columnas. En sus caras interiores se colocan dos grupos de tres que soportan los arcos fajones y una en el codillo para el arco diagonal. Otras dos columnas a cada lado del ángulo sostienen los arcos de medio punto y, ya en el ángulo, tres más para los arcos apuntados.

El ala oeste presenta una novedad con respecto a las demás y es la utilización de una media columna en lugar de dobles columnas en la cara interna del pilar. Todas las columnas apoyan sobre un alto zócalo corrido que cierra las galerías y cada grupo de dobles columnas lo hace en un único plinto que las engloba. Sus basas siguen el tipo ya visto en la iglesia, aplastado toro con lengüetas angulares, escocia y toro más pequeño. El fuste monolítico deja paso al capitel con collarino y un cimacio que al igual que el plinto engloba a las dos columnas. Este cimacio está formado a base de molduras superpuestas cóncavo-convexas que reciben los gruesos arcos.
La severidad cisterciense, tan presente en la iglesia y demás dependencias monásticas, se concede una licencia a la hora de decorar los capiteles del claustro.



Predominan claramente los temas vegetales pero también encontramos alguno de tipo figurativo. Los más llevan hojas planas que se retuercen en los extremos, otros con tallos entrelazados de gran claroscuro, hojas de palmeta, de vid o de acanto, tallos con hojas treboladas, con piñas o pomas en las puntas, hojas que se superponen unas a otras... hasta completar los más de doscientos capiteles labrados en este claustro de Valbuena. Los de las alas sur y norte están mucho más elaborados y tienen una mayor variedad. Entre los figurativos, todos ellos en el ala occidental, encontramos cabezas de bóvidos, cabezas humanas enmarcadas con decoración vegetal, dragones que entrelazan sus largos cuellos, leones y hasta un demonio. Estos capiteles son de factura más tosca y presentan un alto grado de deterioro.

Claustro del monasterio de Santa María de Valbuena. Panda de la sala capitular. Al fondo la «puerta de monjes».

Las arquerías de las alas norte y sur estan molduradas desde el interior mediante chambrana con perfil de caveto. Desde el exterior de la galería aparece chambrana con perfil de caveto si bien éste moldurado al igual que los arcos. Tan sólo observamos caveto el ala sur. En el ala sur podemos ver los restos del antiguo lavabo. Al exterior de la galería se aprecian restos de dobles columnas esquinadas para recoger la desaparecida bóveda.

Galería alta
 
Galería alta

 

El armariolum
En origen un simple hueco para almacenar libros fue transformado en el siglo XVI en un altar siguiendo el estilo de la época. Se encuentra nada más salir de la iglesia, excavado en la pared del crucero. Los monjes cogían de aquí los libros y sentados en el banco corrido del claustro se disponían para la "lectio divina".

Sacristía
Actualmente a esta sala se la conoce como la antesacristía. Situada en la galería este del claustro, es de planta rectangular y se accede a ella a través de una puerta en el lado sur del crucero, tras un pequeño pasillo de bóveda de cañón que abarca el grosor del muro. Esta sala, a pesar de sus paredes revocadas en blanco, deja ver la sillería utilizada en su construcción. Se cubre con bóveda de cañón. Originalmente una ventana de arco de medio punto iluminaría la estancia por su lado este. Una fuente ocupa hoy su primitivo lugar. Sin embargo, sus restos aparecen al otro lado del muro formando parte del recinto de la capilla de San Pedro.

La sala capitular
Totalmente transformada en la actual sacristía, sólo la arqueología nos permitiría conocer su distribución original. Sin embargo, aunque cegadas, podemos ver la puerta y las ventanas originales de salida al claustro. Estas difieren de las de otros monasterios de esta Orden pero mantienen una línea coherente con toda el ala este. Estamos ante un sencillo arco de medio punto doblado que se apoya directamente sobre las jambas y a cada lado una ventana igualmente abierta en arco de medio punto doblado. La construcción de la bóveda del claustro produce un desfase entre los huecos de acceso a la sala y los apoyos de aquélla.

Pasillos
A continuación de la sala capitular existen tres estrechos pasillos con diferentes usos cada uno de ellos. El primero es una estrecha dependencia que podría muy bien haber sido el lugar ocupado por la escalera secundaria de acceso al dormitorio de los monjes. Inmediatamente después, se encuentra el pasadizo de salida a las huertas. Desde el claustro un profundo arco de medio punto doblado nos conduce al interior del pasillo cubierto con bóveda de cañón. La puerta exterior reproduce este mismo esquema de arco de medio punto doblado.
Otro profundo arco de medio punto, similar al del anterior pasillo, nos introduce en lo que podría ser el locutorio o parlatorium de los monjes. Al igual que aquél, está cubierto con bóveda de cañón y aunque en la actualidad una puerta comunica con el exterior puede que originalmente no la tuviera. De esta forma exteriormente seguiría el esquema de arco de medio punto cobijando un óculo. A través de este mismo pasillo accedemos, a la derecha, a la sala de trabajos.

Sala de trabajos
Es la última dependencia del ala este. La puerta de ingreso a esta sala es de arco de medio punto y de arco escarzano en el interior. Se encuentra dividida en dos naves por tres columnas que crean ocho espacios abovedados. Cada una de las columnas está formada por plintobasa de tres anillos concéntricos de diferente diámetro y altura, fuste monolítico, collarino y un capitel de cuatro hojas muy planas terminadas en bolas (parecido al de la capilla mayor de la iglesia). Remata el capitel un cimacio volado de caveto y filete donde apoyan los gruesos nervios de la bóveda de crucería. Tanto los arcos formeros como los cruceros son todos de medio punto decorándose la clave con una pieza circular que inscribe una bola. En la pared, los nervios son recibidos por unas ménsulas de prolongado caveto, filete y moldura igual al cimacio de las columnas.

Claustro del monasterio de Santa María de Valbuena. Sala de trabajos destinada a exposiciones.
 

El amplio derrame y escalonamiento de sus ventanas no permite una excesiva iluminación interior. En cada uno de los paños se abre una gran ventana abocinada de medio punto excepto en el extremo suroeste donde esta se ha sustituido por una puerta, de arco de medio punto, que daría al patio junto al calefactorio.

Dormitorio de los monjes
Como es preceptivo, se sitúa sobre la sala capitular. Es una larga y estrecha habitación rectangular que pese, a sus transformaciones en épocas posteriores, en la actualidad conserva restos de su antigua fábrica. Las ventanas iniciales del lado oeste, pareadas, se pueden ver desde la galería alta del claustro que en origen daban a una terraza del claustro bajo. Las del lado este se encuentran tapiadas apreciándose ésto en el muro exterior. Las modernas son rectangulares. También en la capilla del Tesoro, por encima de la ventana también tapiada de la antigua sacristía vemos otra ventana del dormitorio. En su interior vemos los arranques de los arcos fajones empleados en la cubierta.

Calefactorio
Entre la sala de trabajos y el refectorio se localizaría el calefactorio del que sólo se conserva una puerta adintelada que sustituye a la medieval de la que se conservan restos. En la actualidad por aquí se accede al claustro alto.

Refectorio
Perpendicularmente dispuesto al lado sur del claustro, como es norma en los monasterios de esta Orden, es un claro ejemplo de la austeridad cisterciense materializada en la simplicidad de su estructura. Se trata de una gran sala rectangular (24 × 10 × 8 m) cubierta con una bóveda de cañón apuntado con tres gruesos arcos fajones. Éstos apoyan sobre ménsulas de caveto y tronco de pirámide invertida que dada la escasa altura a la que se disponen es de suponer que el suelo estaría más bajo. De esta forma la estancia queda dividida en cuatro tramos entre los que se abren ventanas de medio punto, tres en el lado este, dobladas y abocinadas y dos en el oeste, en los dos últimos tramos.
En la parte superior del muro sur se han abierto dos ventanas abocinadas de arco ligeramente apuntado.
Cada ventana posee dos arquivoltas que apoyan en dos columnas acodilladas a ambos lados cuyos capiteles están muy deteriorados y sus basas, sobre plinto, repiten el modelo ático (una escocia entre dos toros). En la parte inferior sólo hay un hueco mayor que reproduce el esquema de las superiores al que se le ha añadido una arquivolta y una columna más a cada lado y todo ello sobre un zócalo formado por el mismo muro. Es muy posible que este lugar estuviese ocupado por una hornacina para albergar la imagen de la Virgen y poder ser venerada por los monjes en sus almuerzos. En el ángulo SW se aprecian los restos de un tornavoz cuya escalera de acceso aparece embutida en el muro. El testero norte presenta signos claros de transformación de su traza original. Todavía hoy se ven dos de los tres arcos que formarían la entrada en lugar de uno como ahora existe. Sobre ellos hay un óculo en el interior que no recibe luz del exterior.
La construcción del refectorio –uno de los más antiguos de España– sería contemporánea de la iglesia y la sala de trabajos, todo lo más de principios del siglo XIII. Por último señalar que el emplazamiento del lavabo –ya comentado– no es inmediato al ingreso del refectorio como suele ser normal sino que está un tramo más adelante.

Cocina
A continuación del refectorio, comunica con éste a través de una puerta moderna. No mantiene su planta primitiva que fue rehecha a partir del siglo XVII aunque ocuparía este mismo lugar. Se trata de un espacio rectangular subdividido en dos: el meridional conserva su cubierta original mediante cuatro tramos sustentados por dos pilares cuadrangulares. El acceso desde el claustro se realiza mediante dos vanos: uno de arco apuntado con restos de chambrana –el primitivo– en el que se aprecian aún restos de humo, y otro con arco rebajado.


Sardón de Duero
Se encuentra Retuerta, partiendo desde Valladolid en dirección a Peñafiel y Aranda de Duero, entre las localidades de Sardón de Duero y Quintanilla de Onésimo (anteriormente Quintanilla de Abajo), aproximadamente a unos 23 km de Valladolid. Hoy en día tanto el monasterio como los terrenos colindantes son propiedad privada de la multinacional Sandoz, hecho que, sin embargo, no impide la visita a las dependencias claustrales, posible gracias a la amabilidad de sus dueños. El acceso se realiza por un camino de tierra no señalizado.
El monasterio se estableció en un bello paraje junto a una de las sinuosas curvas (Rivula Torta, lo llaman en 1145) del cauce del río Duero, en su margen izquierda. Al cenobio vallisoletano, bajo la advocación de Santa María, no solo le cabe el honor de ser la casa madre o matriz de la Orden Premonstratense en España sino también el de ser uno de los más importantes difusores por tierras castellanas de aquel ordus novus reformador que, basado en los votos de pobreza, obediencia y castidad, fue instituido en 1121 por el fundador de Prémontré, Norberto de Xanten, y aprobado por Honorio II tan solo cinco años más tarde. Fruto de esta actividad será la fundación o filiación de varios cenobios, entre otros muchos los palentinos de Santa Cruz de Ribas (1176) y Arenillas de San Pelayo, éste último dependiente de Retuerta desde 1168. Al igual que ocurrió con los cistercienses, los premonstratenses alcanzaron un gran auge en la época medieval, llegando a contabilizar en la Edad Media un total de 1800 cenobios repartidos por Europa, de los que alrededor de 50 corresponderían a España.
El inicio de la andadura histórica de Retuerta se remonta, según el Becerro analizado por Francisco Antón –su primer y principal estudioso– a los años centrales del siglo XII, hacia 1145-1146, cuando Doña Mayor, hija del conde Pedro Ansúrez, “dona el lugar que llaman Fuentes Claras o Retuerta” al abad Sancho y a sus monjes, que por aquellos momentos estaban llevando a cabo la construcción del monasterio y viviendo allí bajo la regla de San Agustín, modo de vida elegido por San Norberto para regir sus monasterios dúplices. Este abad fue, ni más ni menos, que uno de los primeros mostenses hispanos: el noble castellano Sancho de Ansúrez, profeso del monasterio francés de San Martín de Laon. Muy poco después (1146-1148), Doña Mayor –fundadora y benefactora del monasterio desde sus comienzos– lo dona al abad Bernaldo del monasterio premonstratense gascón de Casa Dei, del que pasa a ser filial, para que constituya allí abad y convento según la regla agustiniana y el “ordo premonstratense”.
Inmerso ya en la Circaría Hispánica (división de mayor o menor carácter administrativo en la que se agrupaban los monasterios premonstratenses de los reinos de Castilla y León) y regido por el abad Sancho –primo de la condesa fundadora– hasta 1163, la documentación parece indicar que este monasterio se asienta sobre uno más antiguo denominado por un diploma de 1153 San Martín de Fuentes Claras. Algunos escritores creen que en 1148 sufrió una traslación a su definitivo asentamiento; sin embargo es éste un dato que por el momento no tiene confirmación documental seriamente contrastada. El hecho de que el Becerro de la institución consigne a don Sancho como abad de Santa María hasta 1163 parece indicar que la intervención del francés fue temporal, y quizá se limitaría a supervisar el cumplimiento de las instrucciones emanadas de Prémontré.
Instalada la comunidad, sus bienes se fueron incrementando con donaciones como la de doña Elo, hija de la fundadora, en 1153, destinada a completar las construcciones y al mantenimiento de los hermanos. El propio Alfonso VIII, según publica Julio González, intervino a lo largo de su reinado, otorgando a Retuerta en 1160 la iglesia de Santa María de Valdegunia y amparando, en 1174, a la institución. Merced a estos favores y otros procedentes de diversos particulares, la Orden se extendió por el reino: en 1168 el monasterio de San Pelayo de Arenillas abrazaba su regla; un año después Santa María de Aguilar de Campoo es arrebatada a los monjes que la regían y pasa a ser filial; otras filiales fueron Santa Cruz de Ribas de Campos, San Miguel de Gros, Santa María de Almazán, etc. Es en esta etapa cuando se construyó la iglesia, que no llegó a concluirse, lo que explica sus cortas proporciones, pero que luce una bella cabecera románica.
Al iniciarse el siglo XIII se redactan los primeros estatutos conservados, aunque Hernando Garrido supone que su redacción se remonta a 1131-1134. Se desarrolla la planta del monasterio, que sigue la disposición benedictina (sala capitular, refectorio, claustro,...), especialmente durante el mandato del abad don Peregrino (1210-1221). Los monarcas castellano-leoneses confirmaron las donaciones y privilegios otorgados por sus antepasados, lo que permitió a los frailes una vida holgada. El crecimiento de esta orden es evidente, según Francisco Antón, si tenemos en cuenta que en 1282 asisten a la reunión en Valladolid, para ciertas reformas, diecisiete abades premonstratenses junto con cluniacenses y cistercienses de conventos castellanos. Sin embargo Hernando Garrido afirma que en 1290 se producía ya la decadencia moral y económica de las casas de la Orden.
Esto no supuso, no obstante, el inmediato fracaso de Retuerta, que aún en el siglo XIV siguió disfrutando del apoyo real: González Crespo publica varios documentos en los que Alfonso XI confirma propiedades y exenciones de la institución. El Becerro de las behetrías indica que los vasallos del monasterio solían pagar el "yantar", lo que motivó la despoblación. Para evitar este éxodo, según dicha fuente, los monarcas habían rebajado este impuesto, favoreciendo así a los frailes.
No obstante estos apoyos, la turbulencia de los tiempos afectó también a Santa María. Felipe II optó por entregar el lugar y sus bienes a la Orden de los jerónimos, y quizá a ellos se deban ciertas reformas en la iglesia y claustro. Las necesidades de la comunidad obligaron a ciertas modificaciones en los edificios y a veces las mismas se debieron a la fatalidad: en el siglo XVII un incendio destruyó, según indica Antón, todos los tejados de la abadía, que hubo que reparar. En el siglo siguiente se anotan nuevas obras en el testero del coro, la sacristía y sala capitular.
Gracias a dos documentos reales, fechados en 1255 y 1288, recogidos por ese viajero infatigable de las tierras vallisoletanas que fue Ortega Rubio no solo sabemos que en la iglesia fueron enterrados varios de los personajes benefactores del cenobio, entre ellos su fundadora, la condesa Doña Mayor, sino también de la existencia del monasterio en el último cuarto del siglo XIII. Tras la desafortunada Desamortización de Mendizábal (1835), en Retuerta –como en infinidad de monasterios hispanos– desapareció la vida monástica, convirtiéndose en propiedad privada. Ahora lo es, como ya señalamos, de la multinacional Sandoz, desde 1986. Sus nuevos propietarios han rehabilitado el conjunto monástico, convirtiéndolo en sede de una importante bodega.

Monasterio de Santa María de Retuerta
Los monasterios de la orden del Prémontré adoptan una disposición y distribución de sus dependencias muy similar a la asumida por otra orden rigorista y reformadora como era la orden del Cister. Estas similitudes entre los monasterios cistercienses y premonstratenses, como ya señaló en su día Bango Torviso se deben, en primer lugar, “a que ambas (órdenes) tuvieron unos planteamientos reglares muy parecidos...”, y a que “fueron construidas con un planteamiento arquitectónico muy similar propio del tardorrománico...”. Pero también presentarán sensibles diferencias en base a un hecho fundamental que permitirá –entre otras cosas– la existencia de campanarios en las fachadas de los templos: los edificios premonstratenses, partiendo de la cura pastoral propia de la orden, están preparados para acoger a los fieles.
En el caso que nos ocupa, las dependencias habitadas por los monjes norbertinos (nombre, junto con el de mostenses, con el que también se conoce a los canónigos regulares premonstratenses) aparecen situadas al sur de la iglesia y alrededor del claustro, que en la actualidad cuenta con tres pisos fruto de las reformas emprendidas a partir del siglo XVI. Éstas son: sala capitular y refectorio. El resto de dependencias han desaparecido o han sufrido importantes transformaciones: cocina (derribada en 1663), pasadizo y locutorio (convertidos en escalera a finales del siglo XVII), sacristía (transformada en 1665), hospedería vieja, situada en la panda sur (destruida en 1669), dormitorio de los monjes, etc. Sin embargo, y a pesar de todo, muy probablemente sea en este cenobio vallisoletano –quizás junto con el palentino de Aguilar de Campoo, sobre todo tras su restauración– en donde mejor se conserven las dependencias monásticas de un edificio premonstratense. No obstante su actual uso y función ha producido importantes transformaciones y, lo que es peor, mutilaciones, que nos han privado para siempre de alguno de sus elementos más característicos e interesantes.
El monasterio de Retuerta carece de una monografía actualizada. Los estudios existentes han partido casi siempre del análisis de sus diferencias y analogías –ciertamente evidentes– respecto a los edificios cistercienses o bernardos.

El conjunto monacal
Plano de la planta del monasterio.
 

En general los elementos arquitectónicos tardorrománicos de los edificios premostratenses son muy parecidos a los cistercienses, añadiendo aquellos que están más en consonancia con sus necesidades. Los premostratenses eran canónigos regulares y su misión consistía en adoctrinar al pueblo, como lo harían un siglo más tarde los franciscanos. Por eso la diferencia en decoración con el arte cisterciense es notable ya que los premostratenses sí dan paso a representaciones ilustrativas tanto en arquitectura como en escultura y pintura en las iglesias y claustros.
El conjunto monacal de Retuerta consta de la iglesia con el claustro adosado al muro sur, la hospedería, más otras dependencias que fueron de uso necesario para la comunidad. En su entorno se hallaban los campos de labor dedicados en una gran mayoría a la vid. El monasterio fue construido muy cerca del río Duero por lo que los suministros de agua estaban perfectamente controlados.
Se accede al monasterio a través de un arco construido en 1678 que conduce a un espacio amplio llamado compás donde se ven los muros de la hospedería y del claustro. Desde este lugar puede verse también la espadaña construida en 1655. En el lado opuesto se encuentra la iglesia cuya mole aparece imperfecta, con un cuerpo corto y un amplio crucero muy señalado en planta.

La iglesia
En sendos documentos de 1146 y 1153 se hace alusión expresa a la construcción del monasterio y a las obras de la iglesia. Por el momento es imposible saber que ocurrió con San Martín de Fuentes Claras y si sus edificios fueron o no aprovechados en la nueva construcción. Lo cierto es que en 1153 –durante el abadiato de Sancho– se estaba trabajando ya en la cabecera.
Antes de acceder al interior del recinto monástico conviene detenerse en el exterior de ésta. Una vez libre de los añadidos que aparecen en la documentación gráfica de principios de siglo, la cabecera de Retuerta se muestra en todo su esplendor. Realizada a base de sillería muy bien despiezada y perfectamente tallada, el paramento del ábside central se articula en tres paños –cada uno con su correspondiente ventana de doble derrame– por dos contrafuertes de sección rectangular y triple escalonamiento.
En los ábsides laterales aparece tan solo un contrafuerte –esta vez sin escalonamientos– que dividirá verticalmente el muro absidal en dos. Aunque similar a los del central, en este caso suben hasta la cornisa sirviéndola de apoyo. Una función dinamizadora que, en sentido horizontal y en el caso del ábside central, cumplen las molduras que partiendo de los cimacios de las ventanas recorre todo el tambor absidal excepto los mencionados contrafuertes. Una cornisa de perfil de nacela sobre canecillos triangulares remata estos tambores en altura; tan solo en el ábside sur, en el de la Epístola, aparecen canes lobulados en el tramo recto como resultado de transformaciones que también afectaron a la parte alta del muro realizadas en ladrillo. Un hecho que llamó enormemente la atención de su primer estudioso fue que la cabecera tripartita poseía una misma altura al exterior, mientras que interiormente las cubiertas de los ábsides laterales eran sensiblemente más bajas, denunciando por tanto la existencia de capillas sobre los ábsides laterales.
En su exterior, el ábside de la Epístola posee en su eje un vano –como también el del Evangelio– y sobre éste otro arco doblado de medio punto que casi toca la cornisa correspondiente (inexistente en el ábside norte). Además, en su costado sur nos encontramos un óculo y otra ventana situada más al sur, en el gran retallo donde se aloja la escalera para subir a la capilla alta. Capilla alta que también encontramos sobre el ábside del lado del Evangelio.
Ventana del ábside
 

A esta "sobrecapilla" ubicada sobre el ábside sur se accedía –siempre siguiendo la planta realizada por Francisco Antón puesto que en la actualidad su entrada ha sido tapiada– mediante un único ingreso abierto en el muro sur del presbiterio.
Dicha puerta daba paso a una escalera de caracol escasamente iluminada que era considerada "antigua" a finales del siglo XVII (1690), momento en el que la misma se abre al exterior que es como aparece representada en el plano de Torres Balbás. La escalera conducía a un pequeño ámbito compuesto por un tramo rectangular, cubierto por bóveda de crucería. Este precede a una capilla con tramo recto abovedado con cañón y semicírculo absidal con bóveda de horno, todo ello materializado en ladrillo. En este último se encuentra una credencia trebolada y el acceso a una reducida estancia construida en piedra, de planta cuadrada y cubierta con cañón apuntado. El recinto se iluminaba gracias a la ventana abierta hacia al transepto y a las ya citadas al analizar su exterior. Por su parte la del lado del Evangelio no posee escalera de acceso, lo que plantea la posibilidad de que se utilizase una escalera de mano que permitiese la entrada bien por el interior, por la ventana que se abre al transepto, o bien desde el exterior.
Al analizar las capillas sobre los ábsides laterales, destacaba Antón, "la extraordinaria rareza, el aspecto misterioso de esos recintos y el destino, no muy claro de ellos". Añadía que "las gentes de Retuerta llaman prisiones a esos recintos". Aunque han pasado muchos años desde la publicación de su trabajo, la investigación todavía no ha podido verificar el uso para el que estaban destinados. Se trata de una particularidad arquitectónica que ya está presente en los edificios hispanos del siglo IX, pero que también aparece en edificios del occidente europeo de los siglos XI - XIII con analogías planimétricas muy similares, aunque en distinta ubicación: sobre uno de los brazos del crucero (San Juan el Viejo, de Perpignan), torres (Vals, en el Ariége), etc.
Bóveda de la iglesia del monasterio de Santa María de Retuerta
 

Varias son las hipótesis que se manejan a la hora de explicarlos: lugar de reclusión para monjes penitentes (prisión), celebración de oficios nocturnos, lugar de refugio, para salvaguardar los objetos de valor, etc. Parece claro que en el caso que nos ocupa la del lado sur –y dada su configuración– puede ser considerada como un centro de culto (no así la del lado norte que para Francisco Antón pudo servir como lugar de refugio y para salvaguardar los "tesoros" y reliquias monásticas) pero en ningún caso como prisión, ya que ésta se situaba en la crujía oriental o "cuarto viejo", en donde "estaba la librería".
Función similar pudo tener la estancia que aparece vaciada en el muro meridional del ábside central de otro edificio premonstratense hispano (Santa María de Bujedo, en Burgos). Generalmente estas capillas elevadas suelen estar dedicadas a San Miguel, aunque en este caso no tenemos noticia de tal advocación.
Por último y en lo concerniente al exterior, se observa como en el punto sur de unión del muro oriental del transepto con la cabecera se alza el campanario, rehecho en 1655 como espadaña de dos cuerpos.
Antes de pasar al interior conviene precisar algunas cuestiones sobre esta cabecera. Su particularidad estriba en su singularidad respecto a los edificios premonstratenses conocidos, que no respecto a una tipología –tres ábsides, contrafuertes escalonados, etc.– enormemente difundida a lo largo del siglo XII en infinidad de templos castellano-leoneses (San Isidro de Dueñas y Santa María de Mave en Palencia; Sandoval y Carracedo en León, etc.); como muy bien afirmó su primer estudioso, su notoriedad viene otorgada por la "persistencia románica" y sobriedad arquitectónica. Una arquitectura que utiliza un léxico constructivo románico en el alzado, cubiertas y planta de su cabecera. No obstante sus mayores paralelismos –salvando unas diferencias que podemos considerar notables– los encontramos con otros edificios premonstratense como el burgalés de Bujedo o los palentinos de Santa Cruz de Ribas, Aguilar de Campoo y Arenillas de San Pelayo y sus influencias se dejan sentir en edificios rurales más o menos cercanos, como Piña de Esgueva y Villalba de los Alcores, sobre todo en la articulación exterior de su cabecera y en la configuración de sus contrafuertes.

Ya en el interior, los tres ábsides semicirculares y escalonados están precedidos por un tramo recto presbiterial ligeramente más ancho que el tambor. Como ocurre en multitud de edificios castellano-leoneses ya sean vallisoletanos (San Miguel de Íscar y Fresno el Viejo), burgaleses (Arlanza) palentinos (San Salvador de Cantamuda), etc., se comunicaban entre si –y hablamos en pasado puesto que ahora permanecen cegados– por un estrecho pasillo abierto en el tramo presbiterial al que se accedía por sendos arcos apuntados. Estos tramos se cubren con cañón apuntado, mientras que en el semicírculo se utiliza el cuarto de esfera. Estas diferencias en la cubrición permiten la existencia de un espacio vacío, entre el arco de medio punto que da paso al semicírculo y el que genera el cañón apuntado del presbiterio. Tal espacio es ocupado por un pequeño luneto en el que se abre un sencillo óculo de arquivolta achaflanada, elemento muy difundido en las iglesias cistercienses. En el arranque de las bóvedas y bajo los ventanales, corre –en el ábside central– una imposta que se prolonga a los muros del presbiterio. Otra por el interior del tambor absidal se prolonga a lo largo de los muros del tramo recto y continúa uniéndose con los cimacios de los capiteles de las columnas que recogen el arco de ingreso. Las ventanas del ábside central, de medio punto, apoyan tanto interior como exteriormente sobre estilizadas columnas acodilladas. Las de los ábsides laterales con chambrana y arquivolta recorrida por grueso bocel que apoya sobre línea de imposta muy deteriorada. Las jambas no incorporan columnas. También nos encontramos con credencias treboladas.

Los ábsides se abren a un transepto de tres tramos cuadrados, acusado en planta, mediante arcos apuntados de doble rosca y de idéntico perfil a los que separan sus tramos. Apoyan en pilares con columnas adosadas de fuste anillado y basas áticas con garras, sobre plintos que llegan a relacionar con lo zamorano (Catedral, la Magdalena, etc.). Esta nave transversal se cubre con un sencillo abovedamiento de crucería cuatripartita, con sus claves correspondientes decoradas con elementos vegetales, (excepto en el brazo sur, octopartita gracias a la adición de dos ligaduras). Los nervios descansan en repisas muy sencillas en los ángulos de los brazos. Opinan Antón y Torres Balbás que el tramo central o crucero se iba a cubrir, en un principio, con cúpula sobre trompas –como en Valbuena– y los brazos con cañón apuntado, pero se varió el planteamiento (como también ocurrió en Irache y Sangüesa) adoptando "la disposición impuesta por la escuela hispano languedociana" a base de crucería, llevándose a cabo su cubrición después de las naves.
Para Lambert el brazo sur del crucero fue de los últimos en abovedarse, siguiendo una tipología desarrollada en el suroeste de Francia, opinión rechazada por Antón que lo cree contemporáneo a las restantes del crucero. Estas bóvedas apoyan sus nervaduras sobre capiteles angulares ubicados en los muros norte y sur y sobre columnas acodilladas de los pilares cruciformes en su separación con las naves, con dos columnas adosadas por lado y una en los ángulos ubicadas sobre alto plinto o zócalo. Este tipo de soporte ya fue estudiado por Torres Balbás en 1946, el cual incluyó ésta de Retuerta y la palentina también premonstratense de Santa María la Real de Aguilar de Campoo en el grupo de iglesias "con dobles columnas en algunos o en todos los frentes de sus pilares".



Sus muros han sufrido notables transformaciones: en el del lado sur se abre la puerta –rematada por una cruz patriarcal y realizada en el siglo XVIII– que comunica con la sacristía, mientras que en el del norte una ventana plenamente gótica sobre doble pareja de esbeltas columnillas y realizada en el siglo XV viene a sustituir a la original que sería similar a su homónima del lado sur. En este brazo norte del transepto se ubicaba –según Ortega Rubio– el baptisterio y alrededor de este "siete nichos con sus correspondientes inscripciones modernas, copiadas, según se dice, de otras antiguas". Hoy en día estos nichos –adosados al muro del transepto y realizados en ladrillo– no conservan inscripción alguna in situ ni, por supuesto, restos de los 17 personajes que al parecer fueron allí enterrados.

La tripartita distribución espacial interna del edificio (cabecera y transepto) continúa en las naves: tres, de un solo tramo las laterales y de dos la central, el de los pies destinado a coro y notablemente sobreelevado respecto al resto del edificio. Tan solo la nave central conserva su anchura ya que las laterales la reducen en más de la mitad respecto a los tramos del transepto. Por causas desconocidas estas naves –que tal vez en origen fueron planteadas de tres tramos– no llegaron a concluirse –incluso ya se habían realizado los arcos perpiaños que separaban el primer y segundo tramo de las colaterales– y el resultado, lo que hoy podemos admirar, es una iglesia ápoda, como la define Antón. Los tramos conservados presentan cubierta idéntica a la ya descrita en el transepto e idéntico sistema de soportes, modificados en virtud del giro dado a la obra. Por ejemplo, los pilares cruciformes sobre zócalos ochavados (en planta idénticos a los de la abacial premonstratense de Pas-de-Calais) que iban a servir de separación entre las naves fueron truncados en su cara oeste, procediéndose a su cerramiento. Se planificaron para soportar bóveda de crucería con un par de columnas –de fustes lisos y basas que recuerdan a las del claustro de Valbuena en cada lado– y columnas angulares. También los arcos perpiaños de las colaterales apean sobre dobles columnas, excepto en el lado de la Epístola que repite el esquema de la cabecera; las ojivas de la bóveda del coro descansan sobre fustes cortados, etc. El último tramo de la bóveda central presenta una bóveda de ocho plementos como la del tramo meridional del transepto pero con diferente perfil.
En los tramos conservados de las colaterales y de forma simétrica se abren las únicas puertas con las que cuenta el templo. La abierta en el primer tramo de la nave sur, que da al claustro, es apuntada sobre jambas y con doble arquivolta. La del lado norte –cuyo pavimento ha sido cubierto por una rampa– da acceso al exterior.

Desde el exterior la portada presenta estructura apuntada, sin abocinar y de gran profundidad, con una sola arquivolta y un par de columnas acodilladas prácticamente destruidas, ya de principios del siglo XIII. Desde aquí podemos observar el brazo del transepto septentrional, el abortado desarrollo occidental de la nave lateral norte y el hastial de la central. Lo más destacado del primero es la ventana abierta en su extremo: presenta chambrana moldurada en nacela que descansa sobre sendas cabezas dispuestas sobre una línea de imposta mientras que la otra presenta su clave decorada. Incluye doble arquivolta recorrida cada una por un baquetón y separadas entre sí por surcos y listeles.
Las jambas se acodillan introduciéndose a cada lado esbeltas columnas, los capiteles son figurados con aves y los fustes anillados se disponen sobre basas de toro aplastado. El vano se organiza con mainel central y un óculo hexalobulado en su tímpano. De la nave lateral se puede apreciar su arco perpiaño doblado cegado con mampostería; el de la nave sur se encuentra oculto por construcciones más recientes. Finalmente, en el muro oeste del coro se percibe un óculo –recrecido en altura utilizando ladrillo y mampostería– que en 1750 fue rasgado para convertirlo en ventana al igual que ocurrió con el ventanal abierto en el lienzo central de la capilla mayor. Varios contrafuertes aparecen junto a la puerta norte y en los ángulos del brazo del mismo lado del transepto y coro, aunque estos últimos no aparecen representados en el plano de Torres Balbás. Desgraciadamente la cornisa ha desaparecido casi en su totalidad, conservándose tan solo en la nave central un pequeño tramo cara al norte de estructura muy similar a la de la cabecera.

El proceso crono-constructivo de la iglesia de Retuerta, como el de la mayor parte de las iglesias monásticas, es muy dilatado. Según la documentación y el análisis arquitectónico, la cabecera se inicia en 1153 con una concepción arquitectónica que podríamos incluir dentro de la denominada "arquitectura tardorrománica", pero nunca "románico cisterciense" (terminología utilizada por Heras García y ya rechazada por los especialistas) ni "románico rural" como la cataloga Sáinz Sáiz. Una tipología –tres ábsides semicirculares escalonados– que pervivirá todavía en aquellos edificios que realizados en fechas más tardías, hacia 1200, son considerados como "de tradición románica". Posteriormente (finales del siglo XII y sobre todo a lo largo del XIII) se procede a construir los soportes para la cubrición del transepto según se ha dicho. Esta cubrición no se llegó a realizar puesto que las obras continuaron por los brazos del transepto y las naves colaterales, con uno apoyos destinados a soportar bóveda de cañón. Llegados a este punto, la construcción da un giro importante debido a influencias hispano-languedocianas que hacen que los pilares centrales se erigieran de acuerdo al tipo de abovedamiento ojival, que es el que actualmente presenta el tramo del coro. Todavía en 1440 la iglesia no estaba terminada, según se desprende de la donación hecha por D. Rodrigo de Castañeda –señor de Fuentidueña– que, según Antón, estaba enterrado en el coro de la iglesia, aunque Ortega Rubio lo ubica en uno de los nichos del transepto.

El claustro
Como ya señalamos, este espacio distribuidor se encuentra ubicado al sur de la iglesia. Sus cuatro pandas se encuentran divididas en tramos más o menos regulares mediante arcos apuntados de sobrio perfil rectangular y cubiertos por bóvedas de crucería, cuyos enlucidos nervios u ojivas arrancan de sencillas repisas compuestas por baquetones y sencillas molduras de similar composición a las que veremos en el refectorio. A finales del siglo XVI se sustituyeron las galerías primitivas por las actuales, conservándose el banco sobre el que se asentaban las arquerías, el abovedamiento y los contrafuertes; posteriormente se procedió a construir el sobreclaustro y la tercera planta.

Este claustro, de una gran austeridad, podría datarse aproximadamente en el primer cuarto del siglo XIII. Francisco Antón considera su materialización posterior a la de la portada de la sala capitular ya que "uno de los fajones divisorios cayó sobre una ventana de la sala". Esto no aparece reflejado en el plano de Torres Balbás, plano que ha sufrido importantes variaciones y mutilaciones posteriores.

La sacristía
En la denominada panda del capítulo nos encontramos con una sacristía moderna que viene a sustituir a la primitiva, destruida en la segunda mitad del siglo XVII (1666). En la actualidad consta de triple ingreso: el abierto en el brazo sur del transepto y los que permiten su acceso desde el claustro, uno de ellos bajo puerta construida en 1778. La primitiva sería de un tamaño más reducido ya que la actual engloba algún pasadizo medianero con la sala capitular ya desaparecido; pasadizo al que podría corresponder uno de los dos ingresos –concretamente el situado más al norte– conservados. Desgraciadamente ya no son visibles los huecos apuntados que darían paso a la huerta y al claustro vistos en su momento por Antón Casaseca.

La sala capitular
Más hacia el sur se encuentra la sala del capítulo que, a pesar de las destrucciones y transformaciones sufridas, posee un notable interés. Se abre al claustro por una puerta de arco de medio punto y doble arquivolta con esbeltas columnas acodilladas sobre alto plinto, flanqueada por dobles vanos o ventanales rectangulares bajo arco de descarga y sobre plinto estriado. En origen estos huecos eran de medio punto pero fueron destruidos posteriormente. Aún así todavía conservan su disposición original: los arcos apean sobre dobles columnas en los laterales y sobre cuatro, con sus fustes retorcidos y en un solo haz en el parteluz. Fustes retorcidos de posible abolengo italiano o meridional.
En su interior el espacio rectangular se encuentra articulado en tres naves mediante cuatro columnas neoclásicas exentas y modernas, fruto de la restauración que sufrió esta dependencia entre 1771 y 1773 a causa del hundimiento de la bóveda. Se divide en nueve pequeños tramos cubiertos con bóveda de crucería mediante arcos apuntados, de sección rectangular los formeros y moldurados los restantes. Las diagonales de las bóvedas apoyan, por un lado, en las cuatro columnas exentas y por otro sobre las doce columnas adosadas –ocho en los muros y cuatro en las esquinas– con capiteles vegetales y basas con garras que apean sobre el banco que recorre interiormente la estancia.
En su muro oriental se abren dos ventanas de traza moderna que probablemente vienen a sustituir a las primitivas. De estas últimas, aparentemente nada se conserva a no ser que uno de esos primitivos vanos se correspondiese con un hueco abierto en el tramo central actualmente convertido en hornacina. En el muro norte de este recinto se conserva un arcosolio en el que al parecer reposan los restos de un abad. Afirma Antón que en esta sala se conservaba una interesante pila de agua bendita llevada hasta allí desde la iglesia. Desgraciadamente ésta ya no se encuentra allí, desconociéndose su paradero actual. La realización de esta dependencia monástica –en la actualidad con funciones de capilla–, hemos de localizarla a finales del siglo XII o principios del XIII

Pasadizo
En el extremo de la panda del capítulo se abría una puerta de medio punto doblado desde el interior sobre jambas que daba paso –nuevamente según Antón Casaseca– a un pasadizo que comunicaba al exterior con la desaparecida huerta monástica a través de otra puerta más sencilla. Por los vestigios visibles en sus muros –una imposta con perfil de nacela– podría aventurarse una bóveda de cañón como sistema de cubrición utilizado en origen. Desafortunadamente éste desapareció junto a la desideria o locutorio y en su lugar se erigió una gran escalera durante el mandato del abad Juan Girón (1693-1696).

El refectorio
Paralelo a la panda sur del claustro –y por tanto en distinta posición a la ocupada generalmente en los monasterios cistercienses– se encuentra el gran refectorio monástico (24 x 5, 90 m.). Esta ubicación se ha considerado propia de la organización monástica premonstratense (Bellpuig, etc.). Con doble acceso –el original es el situado en la parte occidental–, presenta al interior un gran espacio rectangular en planta de salón, dividido en cinco tramos mediante arcos fajones apuntados y cubiertos con bóvedas ojivales. Apoyan sobre sencillas ménsulas de triple rollo enmascaradas por decoración de estuco.
En el extremo oriental de su muro sur se encontraba –todavía en 1975– la tribuna del lector, con la escalera y hueco alojado en el propio muro, lo que hacía que al exterior éste se adelantase ligeramente sobre la línea de fachada. Hoy en día dicha tribuna ha desaparecido y en su lugar se ha abierto un hueco que comunica con el exterior. En ese mismo muro se abren varios vanos que iluminan la dependencia: tres lo hacían en la parte baja (aunque muy transformados, uno de ellos todavía conservaba su disposición original geminada, con parteluz pétreo) y cuatro en un nivel superior, también de medio punto y sin columnas. En 1595 se tapiaron cuatro arcos de ladrillo abiertos en el muro norte y situados a la misma altura que sus homónimos del muro meridional. En la actualidad una puerta adintelada se abre en su muro oeste, dando paso a una estancia moderna de función incierta –¿quizás la antigua cocina?– y cubierta con techumbre lígnea.
Analizando detenidamente su exterior –desde el acceso al monasterio– se observa claramente como la zona en la que se abren los primeros vanos mencionados fue construida en ladrillo, diferenciándose del resto del paramento, realizado en buena sillería dispuesta en hiladas más o menos homogéneas. Esta variación de materiales denota una obra posterior. El edificio, que articula su muro sur exteriormente mediante dos contrafuertes de escaso resalte que llegan hasta la cornisa, sufrió un recrecimiento en altura para situar un desván sobre las bóvedas, muy probablemente después del incendio que asoló las dependencias monásticas en 1662. Ya en el siglo XVIII el edificio del refectorio amenazaba ruina por lo que se optó por añadir un contrafuerte en el testero. Todo parece obra de la primera mitad del siglo XIII, probablemente del segundo cuarto.


El dormitorio de los monjes
Sobre la panda del capítulo se encontraba esta otra dependencia monástica, de la que tan solo nos restan unos vanos abiertos en un muro de ladrillo y visibles desde el exterior. Todos ellos son de medio punto, excepto uno que parece de arco de herradura. Esta parte, conocida como el "cuarto viejo", sufrió enormes daños en el incendio de 1662, por lo que fue prácticamente rehecha entre 1663 y 1665. No obstante Francisco Antón señala que el muro de ladrillo pudiera proceder de la primitiva construcción, mientras que el resto –de piedra– pudiera ser de la reconstrucción.

La escultura del monasterio de retuerta
Salvo contadas excepciones, la escultura localizada en Retuerta es realmente sobria, y por tanto en perfecta consonancia con el rigorismo propio que inspiraba a la orden premonstratense. Y si al hablar de la arquitectura de su edificio eclesial distinguíamos dos grandes secuencias constructivas, otro tanto ocurrirá a la hora de analizar su escultura, localizada principalmente en los capiteles. Básicamente encontramos dos grupos claramente diferenciados, tanto estilística como cronológicamente: por un lado los de la cabecera y por otro, los existentes en el resto del edificio. Entre los primeros podemos distinguir –a pesar de que algunos se encuentran ocultos por capas de cal– los netamente románicos, muy voluminosos y clásicos por su concepción (corintios). Denotan una gran calidad en su talla y un gran dominio de la labor escultórica, con las hojas muy desprendidas de la cesta y volutas muy desarrolladas. Los cimacios aparecen decorados con un viejo y conocido motivo que se prolonga como moldura por el presbiterio central: son las palmetas inscritas en labores almendradas o en forma de corazón. Y por otro lado, los de las ventanas absidales, de tamaño más reducido, algunos lisos mientras que los restantes presentan una profusa decoración que su avanzado estado de deterioro impide analizar y lo mismo ocurre con sus cimacios.

Los del segundo grupo (naves, exterior de las ventanas absidales y arco triunfal del lado del Evangelio) son más tardíos, incipientemente góticos (siglo XIII) o si se prefiere protogóticos. Algunos derivan de modelos plásticos de la segunda mitad del siglo XII que para Hernando Garrido, "evocan lejanamente alguno de los capiteles del desaparecido claustro de la catedral de Pamplona". Aunque no exenta de elegancia y convencionalismos, presentan una configuración más sencilla y una talla muy pegada a la cesta, a veces con hojas simplemente insinuadas en la parte inferior, crochets, dobles volutas en los ángulos y pares de hojas en sus frentes, piñas, etc. A diferencia de los anteriores sus cimacios en nacela poseen una decoración más sencilla, a base de golas, baquetones y filetes, alternados y escalonados. Todos ellos de un gusto muy "hispanolanguedociano", cuyos modelos aparecen repetidos hasta la saciedad en los edificios cistercienses, algunos ya del siglo XIII como por ejemplo en el también vallisoletano de La Santa Espina.
Mención aparte merece, por su pleno goticismo, la decoración de los capiteles que aparecen en el ventanal abierto en el muro norte del transepto, de la misma factura que el busto sobre el que descansa –a modo de repisa– una de las diagonales de la bóveda que cubre el brazo norte del transepto.
El predominio de la decoración inspirada en formas vegetales es absoluto, aunque tanto en la iglesia como en otras dependencias observamos representaciones animalísticas. Frente al rigorismo escultórico cistercienses, la sobriedad premonstratense se verá salpicada muy a menudo por suaves retazos figurativos consecuencia de un mayor aperturismo hacia los fieles. Esto es lo que ocurre en los capiteles de la puerta de acceso a la sala capitular. Aunque enorme mente desfigurados en su silueta y parcialmente destruidos, en estos últimos todavía es posible apreciar la presencia de aves y cuadrúpedos entrelazados con finos vástagos, de similar factura a capiteles zamoranos y palentinos de la segunda mitad del siglo XII y principios del XIII. Y otro tanto ocurre en los capiteles de los vanos que flanquean la portada; no obstante, aquí los capiteles con formas animalísticas se combinan con otras variantes más o menos tradicionales de capiteles corintios con doble fila de hojas, volutas, temas fitoformes, piñas, etc. Todos ellos son bastante rudimentarios y repetitivos y en cierta forma relacionados con ciertos capiteles aquilarenses (modalidades I, II y III según la nueva clasificación de Hernando Garrido). En cuanto a los cimacios, tan solo señalar que son de perfil de nacela. El conjunto pudo materializarse a finales del siglo XII. Respecto a los capiteles del interior de la sala capitular hay que señalar su correspondencia –en cuanto al tipo de decoración– con los vistos en la iglesia y su vinculación con modelos languedocianos de cronología más tardía que los de la portada, pudiéndose fechar ya en el siglo XIII.

Existe una decoración esculpida muy interesante en las claves. Similares a las de otros muchos edificios de los siglos XIII y XIV, hay que destacar las de la sala capitular por su variada decoración y esmerada talla: a las decoradas con rosáceas, ramos y demás elementos vegetales hay que subrayar –por su escasez– las que presentan una clara iconografía religiosa: mano bendiciendo, cordero místico, la paloma, etc.
Habría que destacar también la pila de agua bendita –"ejemplo raro y notable" para Antón– que se encontraba en la sala capitular. Fotografiada por él, ésta se asemejaba a un pilar de planta cruciforme con columnas angulares. Presenta un único capitel con hojas palmiformes talladas a bisel y separadas por bandas estriadas que se extienden desde el ábaco al collarino, de factura muy similar a algunos de la sala y probablemente de la misma cronología, principios del siglo XIII.

Junto a la puerta abierta en el primer tramo de la nave norte –aprisionada parcialmente por una rampa moderna de cemento–, aparece invertida, la taza de la pila bautismal, que carece de basa, si es que dispuso de ella. Presenta una decoración muy sencilla a base de profundos gallones. Su cronología puede ser medieval.





 

 

 

 

 

 

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