martes, 12 de agosto de 2025

Cap'ítulo 99, Románico y Mudéjar de Alba de Tormes, y Ciudad Rodrigo, Iglesias románicas de la comarca de Vitigudino, Salamanca

 

Románico y Mudéjar de Alba de Tormes
La Tierra de Alba de Tormes y toda la esquina noreste de Salamanca, participa de la arquitectura románica mudéjar de la gran comarca de "Tierra de Pinares" que se puede considerar como el vivero de este estilo en Castilla y León.
En efecto, las iglesias salmantinas de esta zona son extensión de las que se acumulan en el sureste de Zamora (Toro como centro), de Valladolid (con Olmedo como principal referencia), el oeste de Segovia (con "capitales" en Cuéllar y Coca), y el norte de Ávila (con Arévalo y Madrigal de las Altas Torres en la Moraña como principales focos). 
Concretamente, en Alba de Tormes encontraremos la iglesia de Santiago y la interesantísima de San Juan, no sólo por su arquitectura mudéjar sino por su combinación con elementos escultóricos de piedra, como los capiteles de la cabecera y, sobre todo, el apostolado románico en piedra policromada que se guarda en su interior. 


Alba de Tormes
Capital del Campo de Alba y a orillas del río Tormes, la villa de Alba se emplaza sobre una plataforma que domina una amplia vega, a unos 20 km al sudeste de Salamanca.
No tenemos constancia expresa de que Alba participase de los primeros intentos repobladores llevados a cabo por Ramiro II en el valle del Tormes, hasta la sierra de Béjar, tras la victoriosa batalla de Simancas del 6 de agosto de 939. Las crónicas, principalmente la del obispo Sampiro, afirman que Ramiro “ordenó una expedición por la cuenca del Tormes, donde procedió a la población de ciudades desiertas como Salamanca […], Ledesma, Baños, Abandega, Peña y otros castillos que resultaría largo nombrarlos”. Este primer intento de consolidación del dominio cristiano en la Extremadura leonesa se desmoronó en el último cuarto de la décima centuria, tanto por la debilidad del reino como por las campañas de Almanzor quien, en la denominada campaña “de las ciudades” de 986, y según al-Udri, tomó las plazas de Salamanca, Zamora, León y Alba de Tormes, probando la presencia cristiana en Alba. Tampoco aparece coronado por el éxito el probable intento repoblador de Raimundo de Borgoña, contemporáneo de los más exitosos de Segovia, Ávila y Salamanca y al que debía responder el Fuero otorgado por Alfonso VII en 1140. Como argumenta José M.ª Mínguez, el lugar no pasaría de ser, en estos años finales del siglo XI e inicios del XII, más que una aldea del entorno agrícola de la emergente y recién repoblada Salamanca y en esta línea aparece la donación que realiza Alfonso VII al obispo Berengario y su sede de Santa María de Salamanca, en 1144 y 1149, del diezmo de los frutos y rentas reales de Alba (Hanc antem donationem quam de decima omnium nostrorum redditum in Alba habemus ecclesie beate Marie pontificali salamantice fundate). Pero quizás por ese mismo presumible carácter más productivo que estratégico, la villa no atrajo el interés de la consolidación repobladora hasta que, con la separación entre León y Castilla tras la muerte del emperador, en 1157, quedó en una posición de frontera dentro del reino leonés de Fernando II. Este monarca concedió a la mesa capitular salmantina las aceñas de Alba de Tormes, “que llaman de Palacio, que están junto al castillo de la villa”. En 1196-1197, la alianza castellano-aragonesa tomó la plaza y saqueó el territorio, lo que obligó a Alfonso IX a fomentar, parece que por primera vez de forma decidida, el asentamiento de nuevos pobladores. Perdido ya de antiguo el fuero de 1140, una suerte similar corrió el otorgado probablemente ahora por Alfonso IX, según Mínguez, que sólo conocemos por un traslado del original, que se afirma extraviado, en un privilegio de Alfonso X en 1279. Parece, en cualquier caso, que es en los inicios del siglo XIII cuando emergen Alba y su alfoz, constituido éste por numerosos poblados de reciente fundación. La sede salmantina recibió, en 1202, “unas casas y otros bienes” en Alba de manos de don Lombardo, arcediano de Medina y Alba.
La importancia de la villa se sustentaba en un intenso comercio sostenido básicamente por su importante feria, protegida por Alfonso X en 1255 y 1261. A la muerte de Sancho IV, en el año 1295, Alba de Tormes, junto con Salamanca y Zamora defendieron los derechos de Fernando IV contra las pretensiones de los Cerdas y del infante don Juan. Tras una época de tensiones y luchas entre estas facciones de la nobleza en las que se vio inmiscuida Alba, en 1304 se resuelven pacíficamente, adjudicándose la tenencia de Alba a don Alfonso de la Cerda, junto con otras villas como Béjar, Valdecorneja y Monzón. El dominio de Alba, que fue alternándose entre el realengo y el infantazgo, pasó con Enrique II a los infantes portugueses don Dionís (entre 1373 y 1380, época de notables tensiones con el concejo albense) y don Juan de Portugal (1385). La hija de este último y de la castellana doña Constanza, Beatriz de Portugal, heredó el señorío de Alba a finales del siglo XIV y ya aparece en la documentación concejil en 1402, siendo sustituida por Fernando de Antequera (de 1411 a 1416), lo que incluyó a la villa entre los señoríos castellanos de los infantes de Aragón. Pasó así por las manos de Sancho de Rojas, Leonor de Alburquerque y el rey Juan de Aragón y Navarra. La derrota de éste ante Juan II devolvió a Alba a la órbita castellana, al ser entregada en 1429 a don Gutierre Álvarez de Toledo. Arranca con esta donación de la Casa de Alba, que alcanzó el rango de ducado en 1472, siendo el portador del primer título de duque de Alba don García Álvarez de Toledo.
Del trazado medieval de Alba escasos son los vestigios que han llegado a nuestros días. El primitivo recinto murado, correspondiente a la primera fase de consolidación del núcleo, se extendía entre la fortaleza y el espolón, albergando una superficie de 15 hectáreas, ampliadas a 34 en la segunda cerca. El mercado era, junto a la ganadería y agricultura, la principal fuente de recursos de la villa y tierra.
Son las doce parroquias medievales documentadas en Alba: San Juan, Santiago, San Miguel, San Hervás (San Gervasio), Santa María de Serranos, San Andrés, San Martín (arruinada ya a finales del siglo XVI), Santo Domingo, San Salvador, San Esteban, San Pedro (arrasada por un incendio en 1512), Santa Cruz, así como el monasterio premonstratense de San Leonardo, fundado por Alfonso VII hacia 1154, en un principio dúplice y desde 1164 sólo masculino, y el de benitas de Santa María de las Dueñas, que se situaba extramuros al menos desde 1279. Sólo las dos primeras han conservado vestigios románicos, que al menos testimonian la importancia de la villa como foco de románico de ladrillo, para Gómez-Moreno en el origen del florecimiento de este modo constructivo en la zona de Salamanca, Béjar, Ciudad Rodrigo y Ávila.

Iglesia de San Juan
La de San Juan es la iglesia románica más importante de Alba y una de las de estilo mudéjar con mayor entidad de la provincia. Se sitúa en la Plaza Mayor, lugar preeminente dentro del casco histórico, junto al ayuntamiento.
El Libro de los lugares y aldeas del Obispado de Salamanca, de principios del siglo XVII, se refiere a San Juan como parroquia “de las más principales de esta villa […], tiene una muy buena iglesia de tres naves, bien enmaderadas, la capilla maior de vóveda y dos cappillas coraterales de lo mismo, con su sacristía y tribuna y buenos ornamentos y la plata necesaria y la iglesia bien reparada”.
La estructura original aparece hoy notablemente alterada por las numerosas transformaciones que sufrió el conjunto durante los siglos XV al XVIII, y de las que se vio en parte liberada por la restauración de 1957. Es un templo de planta basilical y tres naves sin transepto, coronado por cabecera triple, con portadas dispuestas en los muros sur y norte, esta última cegada. El conjunto se levantó en ladrillo, aunque combinado con la piedra en los esquinales, dos hiladas de sillería del zócalo exterior de los ábsides y en los elementos escultóricos.
De su pasado tardorrománico conserva fundamentalmente la cabecera y los muros de las colaterales hasta la altura de las portadas.
La cabecera, compuesta de profundos presbiterios y ábsides interiormente semicirculares, es la estructura mejor conservada, pese al solapamiento del ábside del evangelio y parte del mayor por construcciones modernas. Llama la atención, en primer lugar, la disimetría de los ábsides laterales –probablemente fruto de refecciones posteriores– y el notable esviaje del de la epístola respecto al eje de la nave.
El rehecho ábside del evangelio está precedido por presbiterio dividido en dos tramos y cubierto con bóveda de cañón en ladrillo, reforzada por fajones doblados de medio punto e idéntico material, que apean en responsiones con semicolumnas adosadas, mientras que sendas columnas se acodillan entre el tramo recto y el hemiciclo absidal. El paramento interior del presbiterio se anima con arcos doblados ciegos, sobre los que corre una banda de friso en esquinilla y la imposta, con perfil de nacela, sobre la que voltea la bóveda. El breve hemiciclo, muy poco profundo, se cubre con bóveda de horno y articula su paramento interno en dos pisos, el superior liso, en el que se abre una ventana, hoy cegada, de arco doblado de medio punto sobre columnas acodilladas de capiteles vegetales de acantos. Separa el piso superior del inferior –decorado éste con una serie de arquillos ciegos trilobulados– como es recurrente en el románico de ladrillo de la zona, una imposta de nacela y un friso en esquinilla.
El ábside de la epístola, único libre de añadidos, manifiesta idéntica distribución interior al del evangelio. Sin embargo, exteriormente este ábside presenta planta poligonal, con zócalo liso entre dos hiladas de sillería, piso inferior animado por dos grandes arcos ciegos de medio punto doblados y con columnas acodilladas de fustes de ladrillo y basas y capiteles líticos, y piso superior retranqueado y también decorado con tres arcos ciegos de similar factura aunque menor tamaño. En el paño central de este piso superior se abre una rehecha saetera, abocinada al interior. En la parte baja del tramo recto se situaron los cuatro sepulcros de la familia de Diego de Villapecellín (†1510), camarero del duque y regidor de Alba, obra del siglo XVI. Al exterior, el presbiterio se decora con dos pisos de arquerías ciegas de medio punto.



El ábside mayor presenta planta exteriormente heptagonal y en semicírculo al interior, estando parcialmente solapado por construcciones modernas.
Exteriormente se articula el tambor absidal en tres pisos: un zócalo liso con dos hiladas de sillares, piso inferior decorado con arquerías ciegas y dobladas de medio punto y piso superior con similar arquería, de mayor desarrollo y ambas sin columnas. En los paños extremos y central se abren las ventanas, estrechas saeteras fuertemente abocinadas hacia el interior, donde aparecen como ventanas de arco de medio punto doblado, sin columnas. Interiormente, el ábside mayor se cubre con bóveda de horno sobre imposta de nacela y friso en esquinilla.
El piso inferior se anima con una arquería ciega de medio punto. El presbiterio de la capilla mayor se cierra hoy con una cúpula barroca sobre pechinas, obra del siglo XVIII, animándose su paramento meridional con arcos ciegos de medio punto, friso en esquinilla y la imposta de nacela sobre la que volteaba la previsible bóveda de cañón original. En el muro del evangelio estos arcos fueron eliminados al disponerse los sepulcros de los caballeros Diego de la Carrera y su hijo Juan Flores, datados en 1536.

Las naves se cubren con armaduras de madera, fruto de la restauración de 1957 aunque incorporando, en la nave de la epístola, fragmentos de un bello artesonado mudéjar pintado, de finales del siglo XV. Tanto el cuerpo occidental de las naves como la torre de mampostería y ladrillo son obra moderna, de finales del siglo XVIII (1787).
La estructura interior de la nave se encuentra enormemente alterada, habiendo sido sustituidos los pilares de separación de las tres naves por dos amplios arcos formeros escarzanos. Resta de la obra románica parte del muro de la colateral norte, con las ventanas de arco de medio punto doblado que le dan luz y, en un breve antecuerpo, una hoy cegada portada, de arco apuntado y cinco arquivoltas de escaso resalte con imposta de nacela, coronada por un friso en esquinilla y cornisa de nacela.
La colateral sur muestra en su paramento externo signos de intervenciones postmedievales y se compartimenta en paños mediante pilastras, en los que, bajo un friso en esquinilla, se abren saeteras rodeadas por arcos de medio punto.
En el retranqueo de la nave con el presbiterio, ángulo donde encontramos sillares reforzando el ladrillo, debía acodillarse una columna hoy perdida, a tenor del alto plinto y la deteriorada basa que aún subsiste. En este costado meridional se dispone hoy un moderno atrio, fruto de la última restauración, que sustituye a otro anterior. En su arco de acceso se reutilizaron dos capiteles románicos de ángulo, probablemente procedentes de la primitiva portada meridional, hoy sustituida por otra moderna. En el mismo estilo que el resto de la escultura del templo, el derecho se decora con dos personajes de aspecto simiesco –larga cola, pezuñas de cabra y rostro demoniaco de orejas puntiagudas con profundas arrugas nasolabiales– que comparten cabeza en el centro de la cesta y vomitan tallos perlados rematados en brotes que enredan sus cuerpos. Uno de ellos esgrime una especie de cayado y el otro un contundente cuchillo o hacha. En el otro capitel se representa otro personaje de rasgos similares que engulle o vomita un tallo vegetal enroscado, que ase con una mano.

En San Juan de Alba de Tormes, como en la iglesia de Santiago de la misma villa, se combina el ladrillo como sistema constructivo con la decoración escultórica en piedra. La economía de medios lleva, en este caso, a reducir el uso de la piedra a las basas, cimacios y capiteles, usándose ladrillo para fustes y molduras, cuyo tosco aspecto actual sería disimulado por un enlucido hoy eliminado. Junto a los ya referidos capiteles del pórtico meridional, la escultura se concentra en los ábsides laterales, en las cestas que coronan las columnas de las ventanas y las que animan el interior de los presbiterios.
Su resolución es ruda y junto a motivos vegetales de acantos, hojas carnosas avolutadas y crochets aparecen temas figurados, como los cuadrúpedos de aire leonino afrontados compartiendo cabeza, dos parejas de aves afrontadas con mascarones monstruosos entre ellas o los personajes simiescos compartiendo cabeza en el centro de la cesta. En el interior de la capilla mayor se custodian otros dos capiteles, unidos modernamente con yeso, que proceden de la desaparecida iglesia de Santiago de la misma villa.Se decoran, respectivamente, con dos basiliscos afrontados de cuellos enlazados por una banda perlada y con sendos híbridos inscritos en roleos perlados, uno reptiliforme de cola enroscada de remate vegetal y cabeza felina coronada por un cuerno y el otro una especie de pez que se engulle la cola. El rudo tratamiento de los relieves y el carácter recurrente de la iconografía no permite mayores precisiones en la filiación de estos relieves, que parecen obra de un taller local, al estilo de los que trabajan en los edificios secundarios segovianos y abulenses.
Distinto y excepcional es el caso del apostolado de piedra policromada, presidido por la Maiestas, y la figura de la Theotokos que hoy se conservan en el interior de la capilla mayor. Formalmente se trata de catorce figuras sedentes en un muy alto relieve –prácticamente de bulto redondo– adosadas a placas rectangulares de 110 × 42 cm en el caso de los apóstoles y 120 × 45 cm para las figuras de la Maiestas y María con el Niño. Todos aparecen sentados en sitiales, simples en su mayoría y de varales entorchados y dos filas de arcos de medio punto (estrellas o flores en el de Cristo) entre bandas perladas en los de Cristo, San Pablo y la Virgen. Los apóstoles aparecen descalzos y ataviados con túnica y manto –en cinco casos de cuello ornado con pedrería y perlados– de densos pliegues en tubo de órgano y en “uve” muy pegados a los cuerpos, marcando netamente los volúmenes de las piernas. Dentro del cierto hieratismo de los semblantes y actitudes, cada figura se individualiza por su rostro, de construcción cuadrada y prominentes labios inferiores muy carnosos, actitud y atributos. Once de los apóstoles portan libros, ora abiertos y con ilegibles leyendas, ora cerrados, sobre la pierna derecha o la izquierda. Sólo San Pablo, reconocible por su alopecia, porta una filacteria. Con su otra mano realizan gestos diversos: tres muestran la palma, dos asen un borde del manto, otros dos entrecruzan los dedos índice y corazón y el resto bien la apoyan entre las rodillas, realizan el gesto de bendición, sostienen el libro con ambas manos y finalmente San Pedro sujeta las llaves que lo identifican. Como San Juan evangelista podemos interpretar el único del grupo que carece de barba (aunque un repinte posterior le dotó de ella), bien poblada en los demás, partida y de puntas rizadas o trenzadas.
La mayestática figura central representa una Teofanía, de sereno rostro de larga barba partida y larga cabellera que le cae sobre los hombros, vestido con calzado puntiagudo y manto sobre la túnica. Apoya su diestra en un bastón en forma de “tau”, mientras en su otra mano porta el cetro decorado con una flor de lis. Es éste el “Anciano de los días”, un Cristo-Dios atemporal que preside al Colegio Apostólico, sin connotaciones apocalípticas ni contenidos morales específicos. La figura del Todopoderoso reina en el ámbito celeste y los apóstoles son su cortejo, por lo que aparecen descalzos.
La figura de María con el Niño, indudablemente de la misma mano que el resto del conjunto, presenta idénticas dimensiones que la de la Majestad. Sentada en un trabajado sitial, viste túnica, manto y velo, sobre el que luce corona, y aparece calzada. Sujeta al Niño con su diestra y muestra la palma de la otra mano. Jesús, sentado en su regazo y centrado, porta el libro en la izquierda y bendice con la diestra.




Dos son los interrogantes principales que manifiesta este excepcional conjunto. El primero de ellos es el de la procedencia de las imágenes, hoy situadas en torno al altar mayor, aunque desde la restauración de 1957 estuvieron en el pórtico y antes incluso en el ábside de la epístola, donde las sitúan Quadrado (1865-1872) y Manuel Gómez-Moreno (1901). Desconocemos la primitiva ubicación de las mismas, decantándose quienes las han estudiado por situarlas a modo de friso, presidiendo la fachada meridional del templo (Quadrado) o bien en análoga disposición a la actual aunque empotradas en los paramentos internos del ábside y presbiterio de la capilla mayor (Gómez-Moreno, Yarza). La representación frontal de las figuras y su carácter sedente, que prácticamente obliga a una contemplación a ras de las mismas es argumento, creemos que suficiente, para apuntalar la intuición del autor del Catálogo Monumental, disponiéndose el conjunto de las figuras alrededor de la cabecera, al modo de la decoración interior del ábside de la seo de Zaragoza. Quizá la Theotokos ocupase uno de los ábsides laterales, ya que iconográficamente no parece convenir en exceso su inclusión dentro del cortejo celestial de apóstoles presidido por la Teofanía.
La segunda incógnita tiene relación con la filiación artística de las catorce figuras. Sin demasiada consistencia se ha venido repitiendo su hipotética relación estilística con los relieves del pórtico Moissac, extrapolando el mero recuerdo en el diseño de plegados que intuyó Gómez-Moreno. Ni cronológica ni estilísticamente puede sostenerse tal paralelismo, sin que aparezca clara la vía de inspiración del artista o artistas. En cualquier caso, sí aparece como una personalidad distinta a los autores del resto de la escultura del edificio, con algunos recuerdos que nos llevan, desde luego sin poder establecer vínculos y de manera muy difusa, hasta los apóstoles de la Cámara Santa ovetense o la portada meridional de San Juan de Benavente. Aunque no encontremos en la escultura de la catedral salmantina –el referente plástico del románico provincial– puntos de contacto con el apostolado de Alba, allí, como aquí, los ecos de los talleres que trabajaron a mediados del siglo XII en el oeste y Mediodía francés parecen estar en la base de su estilo.
Se desconoce la fecha de erección del edificio, que por sus características formales debió levantarse en los años finales del siglo XII o primeros del XIII, coincidiendo con la revitalización de la villa y su alfoz en época de Alfonso IX de León. La misma cronología parece convenir también a la decoración escultórica estudiada.


Iglesia de Santiago
La iglesia de Santiago “muy bien tratada” según el Libro de los lugares y aldeas del obispado de Salamanca, de 1604-1629 aparece hoy sin culto y en preocupante estado de abandono, aunque en vísperas de una confiemos inminente restauración. Se encuentra situada en la zona oriental y más elevada del caserío, junto al Hospital de Santiago y San Marcos, dentro del recinto de la residencia de las Hijas de la Caridad. Al norte del edificio, en parte enmascarado por edificaciones posteriores, se alza la estructura del que fuera Hospital de Santiago, fundado por el duque don Fadrique.
Es la primera iglesia de Alba de la que se tiene noticia documental, apareciendo citada en el Fuero de 1140 –que, como antes señalamos, debe corresponder a redacciones posteriores–, pues las reuniones del concejo se celebraban en su pórtico. De esta costumbre nos queda referencia expresa en un documento del Archivo Municipal, datado en 1323 (“Sepan quantos esta carta vieren commo nos el conçeio de Alva de Tormes, todos enssembla, estando ayuntados a Santiago a campana rrepicada, segunt se suele husar…”) y son numerosos los textos del siglo XV que citan las reuniones en “las casas del conçeio que son a Santiago” o “so el portal de la iglesia de Santiago”.

La estructura del templo, de reducidas dimensiones y en el que predomina el ladrillo como material constructivo, consta de una sola nave, obra de finales del siglo XV, con cabecera formada por ábside semicircular y profundo presbiterio cubierto con bóveda de cañón, único vestigio de la construcción románica, que alterna el aparejo de ladrillo con la mampostería. Adosada al muro meridional del presbiterio aparece una torre de planta cuadrada, levantada en mampostería –mismo aparejo que la nave– y conocida como “del Reloj”, por haberse colocado en ella el de la villa, posteriormente a la ruina de la torre de San Miguel. Sobre el muro septentrional del presbiterio se alza además una espadaña barroca en ladrillo, de tres cuerpos y cinco vanos.
Al exterior, el ábside se alza sobre un zócalo de mampostería y anima el tambor con tres hileras superpuestas de arquerías ciegas de medio punto, decreciendo su tamaño en altura. Las dos inferiores son de arcos de medio punto doblados, siendo la superior de arcos de medio punto simples. En el piso central se abren, en el eje y laterales, tres aspilleras de medio punto abocinadas. En el muro septentrional del presbiterio encontramos repetida la secuencia de las tres arquerías superpuestas, pero aquí las del piso superior son trilobuladas. La cornisa que remata todo el conjunto está formada por tres filas escalonadas de ladrillos dispuestos en horizontal.

En el interior, la cabecera combina el ladrillo en los paramentos del ábside y presbiterio con la piedra de las columnas, molduras y capiteles. El paso de la nave a la cabecera se marca por un gran arco triunfal, diafragma, de medio punto y cuatro roscas, que apoya en una pareja de semicolumnas adosadas con capiteles historiados. Los cimacios correspondientes se prolongan en la imposta por toda la cabecera, marcando el arranque de las bóvedas. Da paso desde el presbiterio al hemiciclo un arco de medio punto doblado que apoya sobre otra pareja de semicolumnas adosadas de capiteles también figurados. Este tambor absidal anima su paramento interno con dos arquerías ciegas, la inferior de arcos de medio punto doblados, separada de la superior –ésta de arcos sencillos– por dos frisos en esquinilla enmarcando una imposta de nacela. A la altura del arranque de la bóveda de horno que cubre el ábside corre otra moldura ornada con cuatro filas de finos tacos.

El paramento septentrional del presbiterio, cubierto con bóveda de cañón, presenta dos grandes arcadas ciegas de medio punto y dobladas, que en el muro sur fueron eliminadas al colocarse aquí los dos magníficos sepulcros góticos que contienen los restos del caballero Antón de Ledesma (†1413) y su mujer Leonor de Pas (†1412).

La decoración escultórica se concentra en los capiteles de las cuatro columnas situadas en el arco triunfal y en el tránsito del presbiterio al ábside. En el arco triunfal observamos, en el capitel del lado septentrional, una arpía y un águila bicéfala ambas de alas explayadas, al estilo de las de Almenara, y en el frontero dos parejas de estilizados y esquemáticos cuadrúpedos pasantes afrontados dos a dos, de largas patas y compartiendo cabezas en los ángulos de la cesta. Los capiteles del arco del hemiciclo muestran, el del lado norte, fracturado, un grupo de tres personajes a caballo sumamente estilizados, uno de ellos con rastros de haber portado un halcón. En el capitel sur aparece un guerrero con espada al hombro y escudo “de cometa” entre dos grandes aves bicéfalas. En los cimacios corre un friso de palmetas inscritas en clípeos. La imposta correspondiente del lado norte del presbiterio presenta a su vez decoración de estrellas de cinco puntas inscritas en clípeos. La escultura es ruda, parangonable en cuanto a estilo a la monumental de San Juan de la misma villa.
Capitel del arco triunfal
Capitel del arco triunfal 

Este ejemplo de iglesia románica de ladrillo, datable en la segunda mitad del siglo XII, presenta la particularidad, que comparte con la de San Juan de la misma localidad, de combinar la piedra con el ladrillo, tanto en el aparejo como en la decoración. La reforma de finales del siglo XV añadió a la estructura original la nave actual y posiblemente una colateral abierta al norte, nave que posteriormente se condenó y de la que restan trazas de un formero. La torre es solidaria del muro meridional de la nave, por lo que nos inclinamos a pensar en una misma campaña para ambas.

 

Historia y monumentos románicos de Ciudad Rodrigo
El románico de Ciudad Rodrigo es tardío como corresponde a lo avanzado de su repoblación. Aunque parece ser que es heredera de la ciudad hispano-romana Miróbriga Bettonum no es hasta 1136 cuando empieza a ser citada documentalmente.
La verdadera repoblación y activación de la ciudad fue por mano de Fernando II. De esta época data la fundación de la catedral.
Dentro del patrimonio románico, Ciudad Rodrigo cuenta con la catedral, la iglesia de San Andrés y la de San Isidoro y San Pedro.

Ciudad Rodrigo
Ciudad Rodrigo se asienta sobre un promontorio rocoso de la margen derecha del río Águeda, a unos 86 km al sudoeste de Salamanca y cercana ya a la frontera con Portugal.
La antigua Miróbriga de origen vetón y luego romanizada ocupa una posición estratégica para el control del sector occidental de la Península, de interés tanto en la Antigüedad como desde las perspectivas de expansión del reino leonés.
Aunque correspondió al conde Rodrigo González Girón la más antigua reconstrucción y repoblación de Ciudad Rodrigo, en época de Alfonso VI (1072-1109), las razzias árabes terminaron por destruir el germinal asentamiento, elevado sobre el cerro que domina el valle del Águeda, durante el reinado de Alfonso VII (1126-1157). En 1136 era propiedad de la sede salmantina. Así las cosas, hemos de esperar otro intento efectivo por parte de Fernando II que tras consolidar las tierras del Tormes y reservar la zona bejarana para el reino de Castilla, seguirá las calzadas Colimbriana y Dalmacia hacia occidente, repoblando Ledesma y la fronteriza civitas de Ciudad Rodrigo en 1161. Encargó la reorganización eclesiástica al obispo compostelano, estableciendo una nueva diócesis en territorio mirobrigense y concediendo a su obispo los mismos derechos que su abuelo don Ramón había otorgado a Salamanca.
Los repobladores que acudieron a Ciudad Rodrigo procedían de Zamora, Ávila, León y Salamanca. Pero tal maniobra no dejó inmunes a salmantinos, zamoranos y portugueses, que en 1162 y 1163 levantaron sus lanzas contra el monarca leonés, afrentados por la instalación de una nueva ciudad en los umbrales de sus mismas áreas de expansión. Tampoco Ciudad Rodrigo (Alsibdat) se libró de las algaradas sarracenas, pues en 1174 fue atacada por Abu Hafs.

Catedral de Santa María de la Asunción
La historia de esta importante localidad salmantina sería impensable si pretendemos deslindarla de la de su catedral, como bien lo creyó Hernández Vegas, demostrándolo con creces en una modélica monografía que vio la luz en 1935. Topografía urbana, vida ciudadana, actividades constructivas, luctuosos hechos de armas, devenir intelectual y acervo espiritual de Ciudad Rodrigo y de su seo corren parejos. Su carácter fuerte hizo que la catedral siguiera jugando un papel defensivo cuando Isabel la Católica subió al trono y años más tarde, durante la Guerra de las Comunidades. Navarro (1900) ya tuvo en cuenta su cualidad fortificada y Ruiz Hernando alude a las mismas circunstancias: el alcázar de Ciudad Rodrigo no se construyó hasta 1372, la catedral cubrió estas necesidades contando con una insigne “Torre de Defensa”, levantada junto al hastial occidental, hasta su definitiva demolición después de 1520.
El 17 de julio de 1165 se dotaba al obispo de Ciudad Rodrigo y el 20 de febrero de 1168 Fernando II concedía una pensión al maestro de obras de la catedral, además de ofrecer para la sede sus rentas y heredades de Ciudad Rodrigo y Oronia. Desde 1168 consta el título de obispo mirobrigense, continuador de la vieja sede altomedieval de Caliabria, en territorio portugués, entre los ríos Côa y Águeda. Que la nueva sede fuera declarada heredera de la visigoda parecía la excusa perfecta para evitar las envidias y recelos del cabildo salmantino, molesto por la erección de un flamante obispado ante sus mismas puertas.
En 1170, con el concilio del legado pontificio cardenal Jacinto, se había resuelto un contencioso entre los obispados de Salamanca y Ciudad Rodrigo sobre sus términos, el mismo rey confirmaba la concordia que establecía la línea divisoria a la altura del Huebra y el Yeltes. El obispado limitaba a occidente con la frontera del reino y al sur con las tierras del obispado de Coria (hay concordia de 1191 con la sede extremeña). En 1212 Alfonso IX reanudaba los trabajos y donaba para la fábrica de la catedral de Ciudad Rodrigo su heredad de Raigadas, en el Côa. En 1171 Fernando II donaba a la catedral la heredad de Torre de Aguilar y la ciudad de Caliabria. Y en 1174 nuevos derechos en la misma Ciudad Rodrigo y sus minas de oro, plata, cobre y hierro. Alfonso IX concedía a la sede la Encomienda de las Raigadas, de la Orden de San Julián del Pereiro.
Vista general
 

La más antigua catedral de Santa María fue obra construida en ladrillo, de tres naves con techumbres de madera que apoyaban sobre arcos pétreos y seis pilares de cantería. Una fábrica de raigambre mudéjar característica de la Extremadura duriense, con portada principal de piedra y una torre-campanario, la portada estuvo presidida por una imagen de la Virgen sedente con el Niño.
Sobre otra de las portadas se alzaban las imágenes de la Virgen del Ripial, San Pedro y San Mauro. Hernández Vegas y José Ramón Nieto extractan esta descripción del capellán Antonio Sánchez Cabañas.
El edificio, después conocido como parroquia de San Andrés, estuvo instalado extramuros, en el arrabal de San Francisco. La actual iglesia de San Andrés, que todavía conserva una interesante portada románica, se corresponde con la antigua advocación de San Pablo y nada tiene que ver con la más antigua sede episcopal, que fue completamente destruida durante la Guerra de Secesión portuguesa, aunque de la misma aún se adivinaran los cimientos allá por los inicios del siglo XX.
No existe seguridad sobre cuándo empezaron las obras del edificio actual: 1160 para el padre Mansilla, 1165 para Hernández Vegas, 1166 para Sánchez Cabañas, 1168 para Crozet, 1170 para Ramón Pascual Díez; Navarro considera la catedral rematada poco después del fallecimiento de Fernando II en 1188 y Ceán da la fecha de 1190 para el comienzo de las obras, opinión que comparte Martínez Frías. Gómez-Moreno cree que las obras pudieron iniciarse antes de fines del siglo XII y que su tracista conocía bien la catedral de Zamora. La catedral mirobrigense le resultaba “arcaica y retrasada”, como las de Zamora, Salamanca y la colegiata de Toro. Anota además la información suministrada por el corresponsal de Ponz, que atribuía la fundación catedralicia a 1170 y que aún estaba por rematar en 1205. Un traslado de un antiguo epitafio perteneciente al primer maestro de obras, refiere la data de 1215. La iconografía de San Francisco –como en tantos otros edificios medievales– sirve a Gómez-Moreno para señalar la actividad constructiva con posterioridad a 1228, más o menos hacia 1230, cuando Fernando III dotaba a la catedral con una renta anual de 200 maravedís sobre el pecho de los judíos del lugar. Las obras se interrumpen nuevamente en época de Sancho IV con motivo de las incursiones portuguesas. En 1319 María de Molina formalizaba similar gesto que Alfonso VII en Salamanca, eximiendo siete obreros de tributos para la obra de Santa María: un carretero, un herrero, un “masón”, un carpintero, un portero y dos menestrales canteros, además de 500 maravedís sobre el portazgo de la ciudad.

La catedral de Ciudad Rodrigo se eleva junto al paramento noroeste del recinto fortificado. Tiene planta de cruz latina y está claramente orientada hacia el sudeste. Conserva de su primitiva fase tardorrománica los absidiolos norte y sur de la cabecera y gran parte del crucero. La capilla mayor fue rehecha a mediados del XVI por Rodrigo Gil de Hontañón a instancias del cardenal Tavera (1539- 1550). De un “moribundo estilo románico” (J. R. Nieto) son ambos absidiolos que emplean aparejos de modesta calcárea amarillenta, se cubren con bóveda de horno precedida por un tramo presbiterial recto sellado con cañón apuntado, si bien el septentrional quedó exteriormente oculto por la sacristía.
Los absidiolos están iluminados con sendas ventanas de modernos derrames avenerados y una “claraboya sobre el arco de cada ábside, alero exterior zamorano de arquillos sobre repisas y flores entalladas en sus huecos, y cubierta de losas escalonadas puestas con primor” (Gómez-Moreno).
Vista general con Portada de las Cadenas en primer plano
 

El absidiolo de la epístola muestra perfectamente en el exterior su muro románico original. El más meridional, en su tramo presbiterial, está perforado por una especie de óculo en cuyo interior apreciamos un fragmento de escultura que parece representar un águila, con el estilo característico de fines del siglo XII o inicios del XIII. Penetramos al mismo por medio de un arco moldurado de baquetones y escocias, que arranca de capiteles de crochets. Otro fragmento escultórico tardorrománico aparece engastado a cierta altura sobre el lienzo oriental del brazo norte del crucero, tallándose aquí un caballero luchando contra un cuadrúpedo, probablemente un león. Hernández Vegas creía ver aquí ecos de una leyenda según la cual un cantero mirobrigense dio muerte a un oso que se empeñaba en destruir lo que pacientemente se había construido durante el día.

Las tres naves poseen cuatro tramos y un pórtico occidental conocido como Pórtico de la Gloria, espacio característico de otros edificios del reino de León (catedral de Salamanca y colegiata de Toro). Las naves laterales están perforadas por ventanas rasgadas apuntadas con arquivoltas de escocias y baquetones, algunas polilobuladas, sobre capiteles cuajados de acantos y fauna tardorrománica. Los vanos de la nave principal son ya góticos, con tracería calada y óculos.

Los primeros trabajos se centraron pues en la cimentación de la planta, la erección de la triple cabecera y los muros del crucero y de las naves hasta dos tercios de su altura. Se trazan además las dos portadas del crucero: la meridional de las Cadenas y la septentrional del Enlosado o de Amayuelas.
El tramo central del crucero porta bóveda hemisférica reforzada con ocho nervaduras molduradas que arrancan de esculturas, en improvisada ménsula, al estilo de la Catedral Vieja salmantina. Similares estatuas-nervadura aparecen en los cuatro tramos de los brazos meridional y septentrional del crucero y con posterioridad se adoptaron en la nave mayor. Tras el replanteo inicial de las cubiertas, verificable en el tipo de soporte, la construcción del edificio catedralicio fue bastante homogénea hasta la culminación de las naves. Los pilares son de núcleo cruciforme al que se adhieren gruesas semicolumnas flanqueadas por otras dos de menor diámetro. En los del tramo central del crucero, anillos a media altura coinciden con la línea de impostas que coronan los capiteles del primer tramo de la nave mayor. El resto de las bóvedas del crucero y de las naves son de similar estructura que la del tramo central, con aparejos anulares a modo de cúpulas sobre pechinas reforzadas por ocho nervaduras.
Las naves laterales debieron cubrirse entrado ya el siglo XIII, la central y el crucero esperarían hasta el XIV.
Las estatuas-nervadura del tramo central del crucero representan personajes barbados –probablemente apóstoles– portando libros, palmas o filacterias que apoyan sobre ménsulas figuradas con ángeles.

Trazada por Rodrigo Gil de Hontañón (1540) y la colaboración de Juan Negrete. Para el retablo mayor se contrató a Fernando Gallego que contó con el Maestro de los Rostros Siniestros, o Maestro Bartolomé, que terminaron unas magníficas tablas (1480-1488), hoy en el museo de la Universidad de Tucson (Arizona).
 

Los pilares de Ciudad Rodrigo son muy similares a los de la catedral de Zamora mientras que en las bóvedas ojivales que cubren los cuatro tramos más antiguos en el crucero y el resto de la nave central y de las laterales, aparecen los mismos elementos que en Salamanca, de clara evocación aquitana, incorporando ligaduras que arrancan de pequeñas ménsulas colocadas en las claves de los perpiaños. Las estatuas-nervadura que aparecen en el arranque de las bóvedas, tal y como infería Lambert, son más modernas que las de la Catedral Vieja salmantina, su función es aquí puramente decorativa –que no estructural– y su ejecución de mayor pobreza. La copia miniaturizada de las pequeñas cúpulas gallonadas sobre los capiteles del primer nivel, bajo las doce figuras de la portada del Perdón, demostraría una cronología posterior a la catedral charra. Para el autor galo, las partes más antiguas de la catedral mirobrigense no parecen anteriores al siglo XIII, continuándose los trabajos al menos hasta 1230.

La catedral de Ciudad Rodrigo presenta un rico elenco de marcas de destajista que llamaron la atención de Navarro y fueron pacientemente documentadas por Hernández Vegas. Su análisis permitió al canónigo reforzar la sucesión de aquellas fases constructivas que el propio análisis arquitectónico revela: “Las obras debieron empezar por las dos capillas laterales de la cabecera del templo, con los ábsides correspondientes [...] continuó por todo el crucero hasta la terminación de las galerías ciegas de ambos brazos, en el interior; y en el exterior, hasta la terminación de las dos portadas [...] Contemporáneas son las dos naves laterales con sus ventanas y arcaduras, hasta la altura de las bóvedas, incluyendo los muros de las capillas de los Dolores y del Sagrario, la puerta de salida al claustro, el imafronte de la del Perdón, con los muros laterales, y quizá también los torales de la nave central, los restos de las dos antiguas torres y, probablemente, algunos elementos de las naves occidental y meridional del claustro” (M. Hernández Vegas,1935, [1982], p. 53).
Llamaba la atención Gómez-Moreno sobre las arquerías murales, sin parangón en la arquitectura medieval hispana, a excepción de las de la colegiata de Toro. Se disponen en grupos de tres entre el arranque del muro y la cornisa, sencillas en el interior del muro oriental del crucero y polilobuladas en el resto de los muros del crucero y naves laterales.

La portada de las Cadenas, en el brazo sur del crucero, posee arquivoltas de medio punto. Bajo el intradós del arco escarzano que la cobija se alojan cinco interesantes esculturas con Cristo mostrando las llagas y cuatro apóstoles (San Pedro, San Pablo, San Juan Evangelista y Santiago). Visten túnicas y mantos orlados con plegados pesantes y están labradas con cierto arcaísmo en relación con las estatuas-nervadura del crucero (Crozet). Por encima corre un friso con otras doce esculturas bajo arquitos apuntados que apoyan sobre capiteles de hojarascas, aves y mofletudas máscaras. Sobre arquivoltas y guardapolvos se despliega una abigarrada ornamentación tardorrománica: puntas de diamante, flores tetrapétalas, rosetas, volutas. Y los pequeños tímpanos, por encima de las cabezas de las estatuas, están animados con gotizantes palmetas, una cabeza de monje y otra de obispo junto a su mano bendicente y un disco con lises calados. Para Sendín las estatuas representan personajes veterotestamentarios: Abraham, Isaías, Salomón, la reina de Saba, Ezequiel, Moisés, Melquisedec, Balaam, David, Elías, San Juan Bautista y Jeremías. Crozet, más comedido en la identificación de los doce personajes habla de Abraham, un profeta sosteniendo una filacteria, la reina de Saba, un rey barbado, otro profeta desplegando otra filacteria, Moisés con las tablas de la Ley y los cornuta facie, un profeta o un evangelista portando un libro abierto, otro con filacteria, David, un personaje vestido con atuendos monacales ceñidos por cordón y tocado con capucha (quizá San Francisco) y otros dos profetas con sendas filacterias (uno de ellos acerca su mano izquierda hasta su mejilla, tal y como vemos en tantas representaciones de San Juan Evangelista).
El autor galo hacía alusión a su eclecticismo iconográfico y a su desproporción, perceptible en cabezas y forzado recrecimiento de peanas. David cruza sus piernas y tañe el arpa, al arcaico estilo de Platerías, participando del leve cinetismo que también se presiente en la reina de Saba y en el monje, anunciando la sensación de movimiento que será más evidente en las figuras del occidental Pórtico de la Gloria. De hecho, Gómez-Moreno consideraba que este friso y la gran portada occidental eran obra del mismo escultor.
Portada de las Cadenas
Portada de las cadenas
Portada de las Cadenas, esculturas de alrededor de 1200, que representan Majestas Domini rodeado por los apóstoles Juan, Pedro, Pablo y Santiago el Viejo
Capiteles de la portada 
Capiteles de la portada
Portada de las Cadenas, esculturas de alrededor de 1230, representación: Abraham, Isaías, reina de Saba, Salomón, Ezequiel, Moisés, Melquisedec, Balaam, David, Juan el Bautista, Elías, Jeremías 

La imagen de San Francisco, visible quizá en la estatua nervadura del cuarto tramo de la nave calzado con humildes sandalias y también en la misma portada occidental, sugiere una datación que oscila entre 1214 (fecha más que gratuita asignada a la visita del santo de Asís a Ciudad Rodrigo, cuando regresaba de su peregrinación a Compostela) y 1228 (fecha de su canonización). Que esta circunstancial visita sirva para prestigiar la decoración del noble edificio que se estaba construyendo o bien sólo permita justificar la presencia de un convento de los frater minor en esta localidad salmantina (ca. 1220) y como comunidad bien conocida por todos los residentes fueran representados en la catedral, era algo que ya preocupaba a René Crozet.
Portada de las cadenas (portal su) Virgen con el niño 

Otro arco, a la derecha de la portada meridional, cubre el espacio libre existente hasta el absidiolo de la epístola. Bajo el arco se encuentra una imagen sedente de la Virgen con el Niño que fue policromada en 1546. El Niño está sentado sobre la rodilla derecha de la madre, bendiciendo con la diestra.

La portada del Enlosado, en el brazo norte del crucero tiene también decoración tardorrománica, aunque fue retocada en época moderna, como apreciamos en sus fustes husiformes. Posee arco pentalobulado –al estilo de la Magdalena de Zamora– decorado con finos acantos en molinillo y triple arquivolta semicircular de baquetones y escocias cuajadas por incisas bandas de tetrapétalas y círculos.
La gruesa chambrana porta palmetas perladas. Los capiteles presentan arpías y grifos afrontados por sus alas. Toda la portada septentrional queda cobijada por un gran arco apuntado flanqueado por gruesas semicolumnas acanaladas de cronología posterior, tal vez de mediados del siglo XIII. El gran arco apuntado está ornado por guardapolvo de puntas de clavo, moldura de baquetón romboidal y hojas tetrapétalas.
Los curiosos polilóbulos que rematan en triples cilindros encuentran similitudes evidentes con varias portadas del Saintonge (portadas occidentales de Esnandes, Vandré y Nôtre-Dame de Chartres y arquivoltas absidales de Rioux). Los baquetones que formulan una trama romboidal aparecen además en los contrafuertes y jambas de Rioux.

La portada que se abre a la panda claustral meridional es también tardorrománica, con arquivoltas de baquetones y escocias que apoyan sobre capiteles de perlados crochets. Muy cerca, existe un arcosolio ornado con tetrapétalas inscritas en el interior de círculos de evidente carácter románico, motivo muy similar al que vemos en la portada de la iglesia de San Andrés de Ciudad Rodrigo.
Entrada al patio desde la parte gótica del claustro.
El claustro de la catedral de Ciudad Rodrigo conserva dos laterales románicos tardíos y otros dos plenamente góticos. La imagen muestra uno de los primeros, con una virgen románica al fondo. Fue construido por Benito Sánchez en el siglo XIV.
El claustro de la catedral de Ciudad Rodrigo conserva dos laterales del románico tardío y otros dos plenamente góticos. La imagen muestra uno de los últimos, con una virgen románica del siglo XIII al fondo. Fue construido por Pedro de Güemes en el siglo XVI.
Galería del claustro catedralicio.
 

No obstante, el claustro se levantó entre el siglo XIV (galerías occidental y meridional), cuando está documentada la participación de Benito Sánchez, y el XVI (galerías oriental y septentrional) cuando interviene Pedro de Güemes. Martínez Frías insistía en que gran parte de la historiografía –incluido Hernández Vegas– había arrastrado un error de Llaguno, que en una nota de su Diccionario señalaba cómo Fernando II hacía donación de una pensión de 100 maravedís anuales al maestro Benito Sánchez por hacerse cargo de los trabajos de la catedral. En realidad el crítico debió confundir al tracista del siglo XIV con el mismísimo Mateo del pórtico compostelano (curiosamente el supuesto documento se suscribía sólo tres días antes que el compostelano).
Patio central del claustro de la catedral de Santa María de Ciudad Rodrigo
 

La gran portada del Pórtico de la Gloria corresponde al segundo tercio del siglo XIII. El espacio se cubre con crucería cuatripartita cuyas nervaduras parten de ménsulas, con personaje y león andrófago hacia oriente, y capiteles con personajes demoniacos hacia occidente. Es una portada marcadamente apuntada, con siete abigarradas arquivoltas talladas en el sentido de las roscas, perfectamente góticas. La figuración se despliega también sobre el tímpano, un alto dintel dividido en dos registros y dos niveles de columnas con capiteles a ambos lados, el superior con estatuas entre el jambaje. En el mainel se talló la Virgen con el Salvador. El dintel presenta la vida de Cristo (entrada en Jerusalén, la Última Cena, el Prendimiento y la Crucifixión) y de la Virgen (Muerte y Ascensión), reservando el tímpano propiamente dicho para su Coronación.
Las arquivoltas atañen al Juicio Final: en la exterior ángeles olifantes anuncian la resurrección de los muertos, que salen de sus féretros; a la derecha el demonio arroja a los pecadores hacia el averno y en la zona superior se efigia a Cristo entre dos ángeles y los símbolos de los cuatro evangelistas; la siguiente arquivolta se orna con querubines y serafines; a continuación obispos portadores de cruces y libros; ángeles ceroferarios e incensates aparecen en la cuarta; veintiocho santas dispuestas dos a dos en la quinta y parejas con los ancianos del Apocalipsis, coronados y tañendo instrumentos musicales o portando libros en la sexta, la dispuesta interiormente.
En las estatuas del nivel superior se identifica a Santiago el Mayor, Santiago el Menor, San Juan Evangelista, San Pedro y otros ocho apóstoles con filacterias y libros. El registro se corona con fundidos capiteles vegetales entre los que asoman algunos personajes coronados o tocados con capirotes y máscaras. En uno de ellos se reconoce la escena de Daniel en el foso de los leones, un ángel y Habacuc. A los pies del apostolado se aprecian pequeñas cúpulas gallonadas, al estilo de la Torre del Gallo salmantina, a las que antes hicimos referencia, y en la misma línea que un fragmento escultórico procedente de San Leonardo de Zamora y conservado en el neoyorquino museo The Cloisters. Los capiteles del primer nivel refieren escenas con el santo de Asís (Crozet habla de la estigmatización), la Santa Cena, la Coronación de la Virgen, la Huida a Egipto y numerosas cestas vegetales con acantos cuajados de arpías.
Tímpano. El taller sigue la escuela del Maestro Mateo. Herencia del arte ojival primario. La entrada triunfal de la Virgen María en los Cielos (La Coronación) es una maravilla (1275-1300).
 

La identidad entre esta portada y la occidental de la colegiata de Toro ya fue puesta de manifiesto por Bertaux. Durliat insistía en los paralelos compostelanos, evidentes en el característico cruce de piernas en uno de los apóstoles del lado derecho. En la misma línea se había pronunciado Pita, que apreciaba ecos mateanos en los apóstoles de la portada occidental mirobrigense. Pero lo cierto es que la búsqueda de paralelos en los talleres góticos de Burgos y León, aunque no convenciera a Crozet en lo estilístico, parece mucho más lógica y acorde con una cronología tardía. Yarza ofrecía una datación ca. 1260- 1286 para Toro que permite hacernos reflexionar sobre el Pórtico de la Gloria de Ciudad Rodrigo (vid. Joaquín Yarza Luaces, “La portada occidental de la colegiata de Toro y el sepulcro del Doctor Grado, dos obras significativas del gótico zamorano”, Studia Zamorensia [Anejos 1]. Arte medieval en Zamora, 1988, pp. 117-129). Piquero optaba por la década de 1230, señalando la evidente progenie francesa para su tímpano con doble dintel y distribución triangular superior.
Los ventanales de las naves laterales se enriquecen –tanto interior como exteriormente– con una lujuriosa ornamentación (Crozet). Entre sus capiteles aparece un acróbata, un rabelista y un cantero labrando la piedra. Las arquivoltas poseen perfiles polilobulados, de hojarascas caladas y baquetones romboidales entrecruzados.


Las tres ventanas del trifolio de la catedral de Santa María son piezas poco frecuentes en el románico, tanto por su riqueza decorativa como por su conservación.
 

La brillante decoración escultórica, aunque mayoritariamente ejecutada a lo largo del siglo XIII, es rica en arcaísmos. Así, la abigarrada fauna fantástica de arpías, grifos, gallináceas, surgida entre tupidas frondas, las puntas de clavo y las tramas romboidales, los archipresentes arquillos polilobulados y las semicolumnas acanaladas, nos aproximan al románico zamorano y por extensión al claustro de la Catedral Vieja salmantina, donde abundaban las cestas vegetales de tesitura carnosa. A buen recaudo, estamos ante el hito terminal más brillante del románico salmantino. Mezcolanza de vegetaciones góticas, bestiarios deslavazados y geométricos carenados, cruce de caminos entre lo compostelano y el sudoeste francés en una tierra abierta, definitivamente consolidada por los monarcas leoneses. Lo cierto es que las familiaridades de la mejor escultura románica salmantina con respecto al estilo del sudoeste francés también parece tener eco más de dos décadas después, en obras tan tardías como la catedral de Ciudad Rodrigo, un epígono vigoroso que se mete de lleno en el gótico.

La capilla del Sagrario, antiguamente de San Blas, es de planta cuadrangular y se cubre con bóveda octopartita que a Crozet le recordaba lo cisterciense y a Gómez-Moreno el estilo abulense de Fruchel (cf. pórtico de San Vicente de Ávila), bien distinto de los sistemas de cubiertas ensayados en Salamanca, Zamora y en la misma catedral mirobrigense. No obstante su despiece es anular, como en las bóvedas angevinas salmantinas (cf. crucero de Las Huelgas).
Los ocho nervios reposan sobre pilares angulares y otros dispuestos en los puntos medios de los muros (hay una ménsula donde se dispone la puerta) compuestos por triples semicolumnas y aristas con rosetas. Dos óculos polilobulados perforan su muro hacia el pórtico. Contó con dos ventanas cegadas y otras dos apuntadas con parejas de columnillas hacia mediodía. Su muro exterior presenta siete arquillos ciegos trilobulados.
Los dos sitios sufridos por la ciudadela de Ciudad Rodrigo durante la Guerra de la Independencia dañaron fuertemente el edificio catedralicio. El mismo Pórtico de la Gloria fue convertido en polvorín (función que después fue a parar al claustro), pero la fortuna hizo que nunca llegara a verse afectado, aunque sí resultó alterada la torre y la fachada de poniente que remodeló Sagarvinaga, herida con abundante metralla artillera y fuego de fusilería. Hernández Vegas recoge parte del informe redactado por el arquitecto responsable de las fortificaciones Francisco de Paula de la Vega y Pérez al término de las refriegas, en el mismo se anota el estado ruinoso de la portada occidental “sus columnas destrozadas, en sus dos terceras partes los capiteles destruidos, y enteramente sus basas y zócalos, como también la parte de cornisa, remates y demás que adornan la expresada portada y fachada”. Las obras de restauración fueron modestas y parciales a lo largo de todo el siglo XIX. Poco antes de ser declarada Monumento Nacional en 1899 intervino el arquitecto provincial Joaquín de Vargas y Aguirre. A partir de esa fecha Luis M.ª Cabello y Lapiedra se encargó de nuevas reparaciones en las bóvedas. Durante la segunda década del siglo José Tarabella restaura el claustro gótico siguiendo criterios miméticos de fatales consecuencias, labrando flamantes capiteles y basas al tiempo que despreciaba gran número de piezas originales. José Ramón Nieto recoge exhaustivamente el devenir de estos trabajos y los realizados con posterioridad por Anselmo Arenillas. 


Iglesia de San Pedro y San Isidoro
En Ciudad Rodrigo y su entorno encontramos el foco más occidental del denominado románico en ladrillo o románico-mudéjar, y la iglesia de San Pedro es uno de los escasos testimonios que se han conservado en la zona. El templo se halla en el interior del recinto amurallado, cerca de la Plaza Mayor y a escasos metros de la antigua casa de los Vázquez (hoy edificio de Correos). Se trata de un edificio de origen románico ampliamente reformado en la primera mitad del siglo XVI por iniciativa, entre otros, de los Vázquez, Chaves y Maldonado que instalaron allí su panteón familiar. De la primitiva construcción, también de tres naves, sólo se respetó el ábside del lado del evangelio (convertido en baptisterio), la portada septentrional y otra cegada en el muro occidental, elementos todos ellos que nos hablan de una fábrica mixta de ladrillo y piedra.

El ábside se levanta sobre un zócalo de sillería y se decora con una original sucesión de cinco arcos ciegos de ladrillo muy esbeltos que cobijan otros más pequeños, una disposición que recuerda a la del ábside de Villoria. En el arco central se abre una pequeña aspillera enmarcada por un alfiz rematado por un friso de ladrillos en esquinilla igual al que remata todo el muro.
El presbiterio se ornamenta en toda su altura con otros tres arcos de medio punto doblados coronados por un friso de esquinillas y enmarcados por rectángulos. En el del centro se abre una sencilla ventana de medio punto. Junto a este tramo recto se ha edificado en el siglo XX una nueva sacristía imitando la misma decoración.
En el interior, el hemiciclo absidal se divide en dos cuerpos separados por una imposta de ladrillos en nacela: el inferior decorado con cinco arcos ciegos de medio punto coronados por el habitual friso de esquinillas y el superior liso, sólo perforado por la ventana. Se cubre con bóveda de cuarto de esfera mientras que el tramo correspondiente al presbiterio lo hace con una bóveda gótica de terceletes que sustituyó a la primitiva de cañón.




En el exterior, a través de un pórtico edificado en el lado norte se accede a una antigua portada románica muy parecida a la de la iglesia de San Andrés de la misma localidad. Realizada en piedra arenisca, consta de dos arquivoltas de medio punto adornadas con hexapétalas inscritas en círculos perlados y separadas por molduras de finos billetes. Apea todo ello sobre una línea de imposta moldurada dispuesta directamente sobre las jambas. Flanqueando la portada aparecen dos pilastras con baquetones en sus cantos que sustentan un tejaroz descubierto durante la restauración de 1994. Este último presenta una cornisa adornada con tetrapétalas inscritas en círculos que se apoya sobre seis canecillos bien conservados y de cuidada ejecución. Se disponen de forma simétrica a ambos lados de una metopa central decorada con una cabeza femenina tocada con corona: en los extremos dos canecillos moldurados con finos baquetones, seguidos de otros dos con cabezas masculinas y dos más de rollos. Por encima del tejaroz corre un friso de arcos ciegos en ladrillo y sobre ellos veintinueve canecillos de ladrillo cortados en nacela. Como ya apuntara Gómez-Moreno, es evidente la relación que existe entre este ideario decorativo, tan común en el románico salmantino, y el que se puede ver en muchas portadas abulenses y segovianas.

La portada occidental 
 

Otra portada, ahora cegada, se abría en origen en el hastial occidental. Se componía de un simple arco de medio punto y un alfiz sobre el que se disponía otro arco ciego, tal vez correspondiente a una antigua ventana. En el interior el hueco de esta puerta fue aprovechado como arcosolio.
Por los restos descritos se deduce que la iglesia de San Pedro fue un edificio románico de tres naves rematadas en otros tantos ábsides semicirculares. En su fábrica alternaban el ladrillo, empleado sobre todo para muros y bóvedas, y la piedra, reservada al menos para una de sus portadas y para la decoración escultórica. Sus características constructivas y decorativas apuntan hacia una cronología que puede rondar los últimos años del siglo XII o principios del XIII.

 

Iglesias románicas de la comarca de Vitigudino, Salamanca 

Hinojosa de Duero
Hinojosa de Duero es villa fronteriza con Portugal, por medio del profundo barranco de Los Arribes por donde discurre encajonado el río Duero, en cuyas riberas florecen aquí naranjos y limoneros; un llamativo paisaje al que dedicó emocionadas líneas el P. Morán. La población, a unos 50 km al norte de Ciudad Rodrigo –a cuyo obispado pertenece– y a unos 9 km al noroeste de Lumbrales, se asienta en las laderas del cerro del Castillo, nombre que rememora la existencia de una fortaleza ya irreconocible, aunque Madoz todavía apunta que en la cima “se hallan los vestijios (sic) de un castillo muy antiguo”.
Hinojosa aparece en la historia seguramente durante el impulso colonizador que experimenta la comarca a lo largo del siglo XII, culminado con la repoblación de Ledesma y Ciudad Rodrigo en 1161, a cargo del rey Fernando II. Ese mismo año el monarca creó además una nueva sede episcopal, sufragánea de Santiago de Compostela, la de Ciudad Rodrigo, a cuya diócesis quedó adscrita inmediatamente Hinojosa. Pero el nuevo obispo civitatense no sólo ejerció dominio eclesiástico sobre nuestra villa sino que desde muy temprano, según se muestra ya en la bula de confirmación de la diócesis, extendida por Alejandro III en 1175, aparece como propietario de un señorío, el que se llamará Abadengo de Ciudad Rodrigo, formado por Hinojosa, Lumbrales y otros núcleos menores. Mientras tanto en la administración civil esta villa siempre formó parte del alfoz de Ciudad Rodrigo, aunque bajo el citado dominio señorial. A estos momentos o a comienzos del siglo XIII remonta también Ángel Barrios la construcción del castillo, lo que además da idea de la significación y crecimiento que iba experimentando la villa. Sostienen también algunos autores (Hernández Vegas, García Sánchez o Llorente Maldonado) que Hinojosa, junto al resto del Abadengo, estaría no en manos episcopales sino de los templarios hasta la disolución de la Orden en 1311, momento en el que se integraría plenamente en el dominio metropolitano.
Su papel fronterizo se fue potenciando igualmente desde estos tiempos influenciado por la consolidación de la independencia de Portugal –que el propio papa Alejandro III reconoció– y sobre todo cuando un acuerdo entre Fernando IV de Castilla y don Dionis de Portugal, suscrito en 1279, hizo que pasaran a poder luso los territorios de la comarca de Sabugal, que pertenecían al obispado de Ciudad Rodrigo y que hasta entonces habían sido castellanos. Esta nueva circunstancia traerá sus consecuencias en los siglos siguientes, así, durante la Guerra de Independencia de Portugal, entre 1640 y 1668, que afectó especialmente a los pueblos de frontera, Hinojosa fue uno de los numerosos sitios que tuvieron que soportar incendios y saqueos. Su proximidad a la raya hizo también de este territorio escenario de actividades militares en la Guerra de Sucesión y en las napoleónicas. No obstante no todos los problemas que sufrió la villa se derivaron de esta circunstancia sino que los quebrantos internos del reino durante la Baja Edad Media también la alcanzaron y así hay noticias de que su castillo fue asaltado y saqueado en febrero de 1441 por Fernán Nieto, revoltoso lugarteniente del alcaide de San Felices de los Gallegos, que campeó a sus anchas y que llegó a contar incluso con el favor del rey Juan II.

Ermita del Cristo de la Misericordia
La ermita del Cristo de la Misericordia es conocida también como “Parroquia Vieja”, por la función que debió jugar más o menos hasta mediados del siglo XVI, cuando se construye la actual parroquia de San Pedro, ya en pleno casco urbano, un casco cuya estructura debió ir desplazándose ladera abajo a lo largo de la Edad Media, apartándose gradualmente de la antigua iglesia. No cabe duda de que lo alejado que se encontraba el viejo templo –1 km al oeste del caserío– y el empinado acceso fueron causas para que se pensara en su sustitución. Desde entonces parece que fue degradándose poco a poco hasta perder buena parte de la cubierta, convertido ya en cementerio, tal como lo viera Gómez-Moreno antes de su recuperación.
Tanto Morán como García Boiza dan a la ermita también la advocación de San Pedro y el primero de ellos dice que el culto se trasladó aquí desde la Cabeza de San Pedro, un puntiagudo cerro a orillas del Duero, en su confluencia con el Huebra, que ha aportado multitud de estelas romanas, algunas de ellas reutilizadas en la construcción de nuestra ermita.
Actualmente el edificio, visible desde la lejanía dominando el pueblo, es una sólida construcción de sillería granítica, con pequeña cabecera cuadrangular y ancha nave articulada en cinco irregulares tramos, con espadaña en el testero y con tres portadas, una al norte –actualmente la principal–, otra al oeste –hoy cegada– y otra al sur. Las diversas reformas que experimentó el conjunto en un tiempo relativamente corto, hacen que no sea fácil hacer una interpretación de todo su proceso evolutivo, que arranca desde las postrimerías románicas.
La cabecera es de planta cuadrada, de reducidas dimensiones y aspecto macizo, con la cumbrera actualmente a la misma altura que el resto del templo, cubierta interiormente con bóveda de arista en yeso; sólo una ventana abierta en siglos postmedievales en el lado sur, rompe su sólida imagen. Hacia el testero este cuerpo se prolonga, sin solución de continuidad, en un estrecho cuerpo cuyos muros se quiebran en la parte superior para dejar exenta una pequeña espadaña rematada a piñón, con dos troneras ligeramente apuntadas. A la escalera que interiormente sube al campanario se accede por una puerta abierta en el muro septentrional, a casi dos metros de altura sobre la actual cota del suelo.
Llama la atención la presencia, tanto en esta fachada como en la meridional, de una serie de canecillos embutidos en el muro y que ponen de manifiesto la existencia de uno o incluso varios aleros anteriores. En el lado norte sólo se ven cuatro, al mismo nivel, tres de ellos recortados a ras de muro y el otro muy erosionado, pero en el sur son en total nueve, dispuestos en tres niveles, todos más o menos bien conservados: en el superior hay cinco piezas, dos troncopiramidales, otro con motivo vegetal cuatrifolio en aspa y botón central, otro quizá sea la cabeza de un bóvido y un último con motivo geométrico de discos pareados; a su izquierda todo el paño aparece alterado de arriba abajo, conteniendo cuatro canes distribuidos en dos alturas, tres de ellos troncopiramidales y el otro con un floripondio.
El alero actual que remata esta cabecera es en el lado norte una simple cornisa de nacela, sin canes, y en el sur una cornisa de listel y chaflán sostenida por modillones de cuarto de bocel. En una restauración llevada a cabo en 1996 se elevó ligeramente la cubierta.
Esta extraña composición constructiva deriva de una evolución del conjunto y de una readaptación de usos. Mi opinión es que a partir de una primera cabecera, de la que se nos ha conservado algún rastro de alero –ciertamente de difícil interpretación–, se hace una primera ampliación que eleva la cornisa ligeramente, después otra nueva reforma recrecería todo el cuerpo al menos hasta su altura actual –aunque es posible que aún más–, dotándolo con toda probabilidad de unas características defensivas. Esta nueva cualidad se manifiesta en la presencia de un acceso alto, aunque tampoco podemos afirmar que éste sea exactamente el original.

La nave es igualmente compleja, bastante más ancha que la cabecera. Sus cinco tramos se caracterizan por una falta de regularidad, especialmente el primero, más estrecho, y el último, de planta trapezoidal. Están separados por amplios arcos diafragma que aguantan una cubierta de madera a dos aguas.
Exteriormente el primer tramo en el muro norte está a paño con el resto de la nave, mientras que en el sur tiene un retranqueo, aunque la cabecera está centrada respecto a su eje y no al del resto de la nave. En ambos testeros –hoy clareados con sendas ventanas rectangulares de cronología postmedieval– se aprecia el primitivo remate del muro, con la característica forma inclinada, recrecida posteriormente, manteniéndose igualmente ambos aleros. El inferior conserva en el lado norte cinco canes, uno recortado y los otros cuatro con diversas formas animalísticas y geométricas bastante erosionadas, sin cornisa; en el sur se conserva más completo, con todos los canes de forma piramidal y con cornisa achaflanada. El alero superior, en ambos lados, es de canes de cuarto de bocel.
A partir del segundo tramo la nave se ensancha, aunque de forma disimétrica, avanzando más hacia mediodía. Ya desaparece por completo cualquier rastro de una cornisa inferior sustituida ahora por una línea de canzorros a cada lado que nos habla de la existencia de sendos pórticos que cubrían prácticamente toda la longitud de la nave. Llama sin embargo la atención el hecho de que tanto en un lado como en el otro la continuidad de hiladas es perfecta, lo que parece hablar de una herencia no traumática entre el primero y los demás tramos de la nave.
Estos nuevos tramos presentan mayor uniformidad, separados interiormente por los arcos diafragma y al exterior con los muros prácticamente lisos, interrumpidos sólo por las portadas que se abren a ambos lados en el tramo central y por un arcosolio apuntado en el lado septentrional del segundo tramo. Los aleros que podemos ver parecen resultado de numerosas reformas, así en el segundo, tercero y comienzo del cuarto tramo, tanto a un lado como al otro, se conservan piezas de gusto románico, con cornisa de chaflán y canecillos de variada morfología: modillones, formas geométricas, cabezas humanas, troncocónicos con medias bolas o florones. Lo que remata buena parte del cuarto tramo, todo el quinto y el piñón del hastial occidental es una sencilla cornisa de nacela, seguramente fruto de una reforma posterior, como también son obra tardía los dos ventanales que se abren a un lado y otro del cuarto tramo.
Los esquinales noroeste y suroeste muestran un recurso para contrarrestar empujes netamente románico: están reforzados por pilastras perpendiculares a los muros laterales y al hastial, elevándose en tres de los cuatro casos sólo hasta media altura.

En cuanto a la fachada occidental es un amplio hastial con portada monumental encima de la que se abre un óculo abocinado, de triple molduración abocelada.
Las portadas son tres y en ellas se ve una introducción de los gustos del primer gótico. La más modesta es la meridional, quizá porque es el sitio de más difícil accesibilidad. Está enmarcada en pilastras que llegan hasta el alero y está formada por arco doblado y apuntado, con doble jamba rematada en imposta de doble bocel. La occidental ha sido parcialmente tabicada, haciendo ahora la función de ventana está igualmente flanqueada por pilastrillas, aunque más cortas, y se forma mediante arco de ingreso liso y triple arquivolta moldurada a base de boceles y medias cañas, todo ello apuntado, con tres columnillas acodilladas a cada lado, dispuestas sobre podios individualizados y rematadas por capiteles con decoración vegetal de variada composición. Los cimacios son moldurados y se derraman también por las pilastras.

La tercera portada se sitúa en la fachada norte y es la que hoy sirve de acceso. Como las anteriores presenta enmarcamiento de pilastras y por su estructura y decoración es muy similar a la de poniente, aunque en este caso los arcos tienden a un medio punto deformado, tal vez porque en algún momento pudo remontarse toda la portada.
La complejidad del edificio es tal que para su adecuada interpretación merecería la pena hacer una profunda lectura de paramentos con metodología arqueológica, sistema que se escapa de nuestro cometido. Aún así creemos que su evolución estructural y cronológica parten del planteamiento de un edificio de dimensiones algo más reducidas en anchura y notablemente menores en altura, con cabecera cuadrada, planificado en un momento en torno a 1200 y en el que se esculpen unos canecillos de forma troncopiramidal que son la nota dominante del románico de la ciudad de Zamora y de su tierra, con otros ejemplos a lo largo de las Extremaduras castellanas, desde Castronuño (Valladolid) hasta la colegial de San Pedro de Soria y otros edificios de esa misma capital, si bien lo habitual es que lleven bifolias lanceoladas dispuestas en V. De este primer edificio se conservaría la cabecera –cuyas modificaciones, según se aprecia en el lado sur, es uno de los temas más complejos– y el primer tramo de la nave.
Se cree que mientras se procede a la construcción de ese mismo proyecto se acomete un cambio de planes, dando mayor anchura y altura a los otros cuatro tramos de nave, pero manteniendo la continuidad de la obra, de ahí que no haya ruptura de sillares. Quizá haya un pequeño hiato temporal, de modo que ya se incorporan entonces con mayor fuerza las corrientes goticistas que influyen en la forma y decoración de las portadas. Es posible que se reformara también la cabecera, elevándola ligeramente –hasta el sector superior de canecillos románicos– y tal vez añadiendo la espadaña, aunque ésta también podría ser de la fase siguiente. Estaríamos en las décadas iniciales del siglo XIII.
Un tercer momento constructivo afectaría al sector levantado en la primera etapa, que probablemente hasta entonces seguía siendo más bajo. Se sobreelevan la cabecera y el primer tramo de la nave, introduciendo nuevos canes en cuarto de bocel o reutilizando en otros casos las piezas del antiguo alero. Ahora se reforma el interior de la cabecera, añadiendo algunas decoraciones y emblemas heráldicos y posiblemente se daría una consistencia “fortificada” al exterior de la misma, quizá de acuerdo a la corriente que hizo que se encastillaran numerosas iglesias a lo largo de todo el reino. Una fecha dentro del siglo XV encaja bien con las características constructivas que se observan para esta fase y con los avatares concretos que vivió Hinojosa por esos tiempos. Entonces se dispuso también una nueva cubierta, un artesonado mudéjar decorado con policromías y del que Gómez-Moreno llegó a ver todavía algunas partes.
Es probable que esta modificación de techos fuese acompañada igualmente por la reconstrucción de los arcos que separan los tramos de la nave, o quizá de su construcción ex novo, como parece indicar la ausencia de contrafuertes exteriores, unos arcos que también posiblemente hayan sido modificados en alguna de las últimas restauraciones pues el mismo Gómez-Moreno describe la cubierta “cabalgando sobre arcos escarzanos atravesados, que entonces se añadieron, y otro semicircular más moderno”.

Finalmente cabría reseñar algunas reformas menores, como pueden ser la sustitución de aleros, apertura de ventanas, cierre de la portada occidental o, ya más recientemente, el nuevo recrecimiento de la cubierta, aunque todo ello es mucho menos significativo.
No es mucho menos significativo. Estilísticamente la vinculación de las dos fases que podemos considerar dentro de época románica –aunque la segunda también puede analizarse perfectamente desde los estudios góticos– nos lleva a un parentesco con lo zamorano, cosa por otra parte lógica dada la proximidad geográfica. A los motivos decorativos arriba reseñados habría que añadir el enmarque de las portadas entre pilastras –como ya señaló Gómez-Moreno– y en general el esquema compositivo de las mismas, que las acerca a algunos ejemplos tardíos de la capital del Duero (San Esteban o Santa María de la Horta), a la colegiata de Toro (portada meridional) o incluso a la parroquial de Fermoselle. Ya en territorio salmantino, las concomitancias con la catedral de Ciudad Rodrigo, especialmente con la puerta de las Cadenas, ponen en evidencia la estrecha relación con la sede episcopal, cuya seo también se estaba levantando por las mismas fechas.

 

San Felices de los Gallegos
La fortificada villa de San Felices de los Gallegos se encuentra muy cerca de la frontera portuguesa, 36 km al norte de Ciudad Rodrigo, asentada sobre un ligero promontorio que apenas destaca sobre el llano circundante.
Apócrifas noticias remontarían la fundación del lugar al siglo VII, a cargo de un obispo de Oporto llamado Félix, mientras que una tradición popular local asegura asimismo que este sitio fue antaño una ciudad conocida con el nombre de Gibaleón. Sin embargo parece que la verdadera fundación se llevaría a cabo en 1169 y es a partir de entonces cuando comienza a aparecer en la documentación como lugar perteneciente a la diócesis de Ciudad Rodrigo. Su posición fronteriza hizo que se viera envuelta en distintos avatares entre las Coronas de Castilla y de Portugal, circunstancias que motivaron también la erección de murallas y de un castillo y de que casi siempre su tenencia estuviera encomendada a algún señor. En 1284 el rey Sancho IV dona el lugar a Martín Pérez de Portocarrero, aunque muy poco después el mismo monarca se lo vuelve a trocar a cambio de una parte de la villa de Laguna de Negrillos, para entregárselo en 1293 a su propio hijo, el infante don Felipe, poco antes de que en 1296 los portugueses lo tomaran por la fuerza y de que por el tratado de Alcañices, de 1297, pasara a formar parte de la Corona de Portugal durante un tiempo.
Sería por estas fechas cuando don Dionis, rey de Portugal, construiría o reconstruiría el castillo, entregando en 1304 la villa a su hijo Alfonso Sánchez, quien cuatro años después la permuta con Alfonso de Meneses, hermano de la reina María de Molina, a cambio de la mitad de la villa de Alburquerque, obteniendo poco después el disfrute del mismo fuero que usaban los de Ciudad Rodrigo. En 1327 San Felices regresaría a la corona castellana por el matrimonio de María de Portugal con Alfonso XI, quedando siempre del lado portugués las demás villas que habían sido conquistadas junto a ésta: Alfaiates, Sabugal, Castell-Rodrigo, Almeida, Castelmelhor y Montforte. De 1329 y 1348 hay sendos privilegios otorgados por Juan Alfonso de Alburquerque a los vecinos de la villa y se conoce un documento firmado en 1350 por Pedro I de Castilla en el que se pide al concejo de Ciudad Rodrigo que permita vender en su villa el vino de los de San Felices –aún en manos de Juan Alfonso de Alburquerque– para tratar de sobrellevar las graves consecuencias de la peste: “por razón de la pestilençia de la mortandat, que fue muy pobre e muy yerma de conpañas el dicho lugar”. Tras la muerte de Pedro I y a consecuencia del caos reinante en Castilla fue de nuevo conquistada la plaza por los portugueses y así, según otro documento conservado en el Archivo Nacional da Torre do Tombo, en 1370 el rey portugués Fernando I entregaría su castillo “fronteyro” de San Felices a Juan Ruiz Portocarrero. Finalmente la paz firmada entre este rey y Enrique II de Trastámara hará que regrese de forma definitiva a Castilla.
Desde este momento la villa es objeto de un continuo trasiego de unos personajes a otros, por medio de cesiones, permutas o herencias. Así Enrique II la entregará a su hermano Sancho, de quien pasó a su hija Leonor de Alburquerque y de ésta al rey Juan I, quien a su vez la traspasó a Giral de Torralt, hasta que en 1397 está en poder de don Fernando de Antequera, esposo de doña Leonor y futuro rey de Aragón. La hija de ambos, María de Aragón será la nueva propietaria y tras ella su hijo, el rey Enrique IV de Castilla. Poco después está al frente del castillo y de la villa de Pedro Girón, aunque se ha supuesto que como mero delegado real pues aún en 1470 el rey la considera como propia, aunque dos años después ya ha sido traspasada a Juan Pacheco, marqués de Villena. En este trasiego de propietarios San Felices llega a un nuevo señor, Gracián de Sese, a quien el marqués de Villena trata de gratificar así su colaboración en la toma de Trujillo en 1474. Dos años después este nuevo titular, partidario de la Beltraneja, permite que San Felices sea ocupada por los portugueses, lo que provocará un amotinamiento de los lugareños –que se declaran del partido de Isabel la Católica–, quienes finalmente capturan y ajustician al de Sese. Ese mismo año de 1476 los Reyes Católicos la entregarán definitivamente a la Casa Ducal de Alba, en cuyo patrimonio estará hasta mediados del siglo XIX y con cuyos señores acudirá en 1491 a la conquista de Granada. Pocos años después de esta toma de posesión los duques acometerán la construcción del castillo que hoy se conserva.
La importancia de este señorío siempre estuvo relacionada con su posición estratégica pues nunca fue un extenso dominio, más bien todo lo contrario ya que, al margen de la villa, su tierra estaba integrada sólo por las aldeas de Ahigal de los Aceiteros y Puerto Seguro. Un claro exponente de todo ello es el interés que manifestó por ejemplo Enrique III en 1397 apoyando al vecindario con algunas disposiciones para que pudieran vender su vino en Ciudad Rodrigo, “por quanto el dicho lugar está en la dicha frontera et ha pasado e pasa en tiempo de las guerras asaz afanes e quiero e es mi merçed que se pueble para mi serviçio”. Por cierto que las tensiones entre los de San Felices y el concejo mirobrigense serán reiteradas durante la primera mitad del siglo XV, motivadas tanto por la venta del vino como por el deslinde de términos. Igualmente se documentan graves enfrentamientos con el obispado en 1441, causados ahora por las correrías de Fernando de Burgos, alcaide y juez de San Felices, quien con el apoyo de sus lugartenientes y de la mayoría de los vecinos de San Felices, se dedicó de forma reiterada y durante tres años a saquear tierras y villas episcopales, respondiendo el obispo con una excomunión masiva.

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
La amplia parroquia de Nuestra Señora de la Asunción se encuentra situada en medio del casco urbano, presidiendo la plaza, junto a una de las puertas de la muralla, aunque extramuros del ahora casi despoblado recinto medieval. Es uno de los cinco templos que todavía se conservan en la villa.

Fachada sur
 

Está levantada en sillería de granito y formada por una cabecera poligonal y tres naves separadas por amplios arcos, mucho más ancha la central que las laterales, que llevan incorporadas dos pequeñas capillitas que dan aspecto de crucero. Tiene dos torres, una a los pies y otra en la fachada meridional, en el encuentro entre cabecera y naves, mientras que una amplia sacristía se adosa al norte. Buena parte del edificio es producto de una profunda reforma llevada a cabo en el siglo XVI, con algunos añadidos a lo largo del XVII y con modificaciones realizadas a partir del incendio que sufrió en 1887 en el que se quemaron doce retablos, entre ellos el mayor, con nueve tablas de Luis Morales.
Sólo algunas partes de los muros de las naves pueden ser consideradas como románicas, aunque dentro de unas fases tan tardías que pueden ser analizadas desde la óptica protogótica. De ese momento queda parte del muro norte, incluyendo una pequeña portada, el hastial occidental, con otra puerta más monumental y buena parte de la fachada meridional, aunque otra portada que aquí se encuentra –y que hoy es la principal– fue renovada por completo hacia el 1500. En este lado se reconoce perfectamente el paramento antiguo, que llega hasta la mitad de la altura actual, con numerosas marcas de cantero, y que está coronado por los restos del antiguo alero, con todo un conjunto de canecillos recortados a ras de muro.
Detalle de la puerta gótica en la fachada principal de la glesia de Nuestra Señora de la Asunción, San Felices de los Gallegos, con arco de entrada gótico y distintas fases en los paramentos recrecidos desde la primitiva fábrica románica tardía
 

En la fachada norte se reconoce también la primitiva fábrica en toda la mitad occidental, constituyendo un robusto, macizo y bien labrado paramento, con numerosas marcas de cantero, en el que se encuentra una portada cegada, formada por arco de medio punto doblado, sobre pilastras con impostas de nacela y trasdosado con chambrana nacelada. Son ostensibles asimismo los restos del alero original, con todos los canes recortados. Parte de esos canecillos e incluso de la cornisa se salvaron de la destrucción al ser incorporados como remate de una capillita abierta en ese lado ya en época gótica, cronología que se desprende del sistema de contrafuertes oblicuos que emplea. Sobre tal capilla se han conservado nueve canecillos con distintas decoraciones geométricas (agrupación de medias bolas, puntas de diamante, aspas, cilindros) y una roseta, sosteniendo la cornisa de listel y chaflán.
Fachada y entrada a la torre moderna a los pies de la glesia de Nuestra Señora de la Asunción, San Felices de los Gallegos, con arco de entrada proto-gótico y distintas fases en los paramentos recrecidos desde la primitiva fábrica románica tardía
En el hastial se conserva igualmente la vieja fábrica, con una portada enmarcada entre pilastrillas y formada por arco de ingreso y tres arquivoltas, todas lisas y levemente apuntadas, de aristas vivas, con chambrana de nacela.

Los apoyos de las arquivoltas se hacen sobre columnillas acodilladas dispuestas sobre alto plinto individualizado, con basas de desarrollado toro y fino collarino –generalmente muy erosionadas–, fustes monolíticos y capiteles vegetales, un tanto toscos, unos con puntiagudas hojas lisas, a veces rematando en bolas, otros con especie de helechos entrecruzados y en algún caso con acantos bajo arquillos. Los cimacios, de nacela, se prolongan por un lado en las pilastras del arco de ingreso y por otro en los delgados contrafuertes que enmarcan todo el conjunto. Sobre esta portada se aprecia el remate del antiguo hastial a dos aguas, que incluye también un pequeño y sencillo óculo cegado.
En el interior resulta más difícil apreciar la estructura primitiva, a pesar de que los muros tienen la sillería desnuda. Se ve perfectamente la portada norte y al mismo momento pueden corresponder los dos arcosolios apuntados que presiden el testero de las naves laterales y que quizá sean los torales que daban paso a los respectivos absidiolos; sobre uno de ellos, el del lado de la epístola, se aprecia claramente la traza de la cubierta anterior al recrecimiento de la nave.
Igualmente, sobre el machón que separa el testero de la nave septentrional de la capilla mayor, se aprecian restos de un arco de medio punto que pudiera ser de la misma fábrica original.
A juzgar por los restos conservados en el perímetro de la nave, el templo románico debió tener unas dimensiones muy similares a las actuales, posiblemente también organizado en tres naves y con similar distribución. Estamos ante un edificio bastante tardío, que habría que fechar ya en las primeras décadas del siglo XIII, con una vinculación con lo tardorrománico-protogótico zamorano o con otros edificios salmantinos como la ermita del Cristo, de Hinojosa de Duero, caracterizados por el enmarque de portadas entre pilastrillas y por unas formas decorativas muy evolucionadas.

Murallas
Casi nunca resulta fácil fechar la construcción de recintos amurallados, entre otras cosas por la ausencia de referencias artísticas o estilísticas y por la continua renovación a que suelen estar sometidos. En el caso de la de San Felices de los Gallegos la existencia de una Cerca Vieja y de otra Cerca Nueva, prácticamente contiguas y con algunos elementos que parecen de época común, complica mucho más el asunto. La primera de ellas ha sido detenidamente analizada por Muñoz García y Serrano-Piedecasas, autores que han reconocido la existencia de seis fases distintas. Al margen de la primera, que remontan a un momento bajoimperial romano, o de la segunda, que fechan hacia los siglos X y XI, a nosotros nos interesaría la tercera, dividida además en dos períodos, una fase IIIa en la que se levantarían las torres cuadradas con sillería en las esquinas y con marcas de cantero, que datan en el siglo XII; y una fase IIIb, ya del siglo XIII, en que se rehacen las puertas del recinto de la Cerca Vieja, entre ellas la desaparecida Puerta del Moro y la que ellos llaman puerta-torre. Es esta última una entrada situada en el lado este del recinto, semioculta por una torre albarrana en espolón que se levanta delante de ella; debió tener dos barreras de portones a juzgar por las quicialeras, enmarcadas entre sendos arcos apuntados, con dos cortas bóvedas de cañón apuntado que arrancan de impostas, de las cuales la exterior es bastante más alta. Según los mismos autores esta obra no rebasaría la mitad del siglo XIII.

Vista general desde la plaza del frontal de la Torre de Campanas de San Felices de los Gallegos, donde se aprecia la puerta ojival de la torre que da paso a la calle Campanario
Vista de detalle del cuerpo inferior de la Torre de Campanas de San Felices de los Gallegos, donde se aprecia con claridad la puerta de arco ojival de la torre que da paso a la calle Campanario y una serie de mechinales a su izquierda, además de numerosas marcas de cantero en los sillares del cuerpo inferior de la construcción 

Por lo que respecta a la Cerca Nueva, conserva dos puertas igualmente en arco apuntado, la Puerta de las Campanas y la Puerta del Puerto, cuyas similitudes con las anteriores es reseñada por esos estudiosos, aunque se inclinan por una cronología en este caso del siglo XIV.
Nos interesa especialmente la Puerta de las Campanas, más compleja y mejor conservada que la otra y que se halla situada frente al hastial de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Está formada por doble arco apuntado, delimitando una corta bóveda del mismo tipo, con impostas de listel y chaflán, sobre el que se levanta una potente torre rematada en siglos posteriores por un campanario. La presencia de marcas de cantero idénticas a las de la iglesia aboga, a nuestro entender y contra la opinión de Muñoz García y Serrano-Piedecasas, por una cronología también de las primeras décadas del siglo XIII.
Ante esta coincidencia de fechas para elementos de ambas cercas cabría preguntarse si no estamos ante dos recintos contemporáneos, a modo de barrera y contrabarrera –lo que tampoco sería algo extraño–, en los que el del exterior o Cerca Nueva hubiera sufrido profundas transformaciones en los muros que no afectaron a las puertas.

 

 

 

 

 

 

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