Románico y Mudéjar de Alba de Tormes
La Tierra de Alba de Tormes y toda la
esquina noreste de Salamanca, participa de la arquitectura románica mudéjar de
la gran comarca de "Tierra de Pinares" que se puede considerar
como el vivero de este estilo en Castilla y León.
En efecto, las iglesias salmantinas de esta
zona son extensión de las que se acumulan en el sureste de Zamora (Toro como
centro), de Valladolid (con Olmedo como principal referencia), el oeste de
Segovia (con "capitales" en Cuéllar y Coca), y el norte de
Ávila (con Arévalo y Madrigal de las Altas Torres en la Moraña como principales
focos).
Concretamente, en Alba de Tormes encontraremos
la iglesia de Santiago y la interesantísima de San Juan, no sólo por su
arquitectura mudéjar sino por su combinación con elementos escultóricos de
piedra, como los capiteles de la cabecera y, sobre todo, el apostolado
románico en piedra policromada que se guarda en su interior.
Alba de Tormes
Capital del Campo de Alba y a orillas del río
Tormes, la villa de Alba se emplaza sobre una plataforma que domina una amplia
vega, a unos 20 km al sudeste de Salamanca.
No tenemos constancia expresa de que Alba
participase de los primeros intentos repobladores llevados a cabo por Ramiro II
en el valle del Tormes, hasta la sierra de Béjar, tras la victoriosa batalla de
Simancas del 6 de agosto de 939. Las crónicas, principalmente la del obispo
Sampiro, afirman que Ramiro “ordenó una expedición por la cuenca del Tormes,
donde procedió a la población de ciudades desiertas como Salamanca […],
Ledesma, Baños, Abandega, Peña y otros castillos que resultaría largo
nombrarlos”. Este primer intento de consolidación del dominio cristiano en
la Extremadura leonesa se desmoronó en el último cuarto de la décima centuria,
tanto por la debilidad del reino como por las campañas de Almanzor quien, en la
denominada campaña “de las ciudades” de 986, y según al-Udri, tomó las
plazas de Salamanca, Zamora, León y Alba de Tormes, probando la presencia
cristiana en Alba. Tampoco aparece coronado por el éxito el probable intento
repoblador de Raimundo de Borgoña, contemporáneo de los más exitosos de
Segovia, Ávila y Salamanca y al que debía responder el Fuero otorgado por
Alfonso VII en 1140. Como argumenta José M.ª Mínguez, el lugar no pasaría de
ser, en estos años finales del siglo XI e inicios del XII, más que una aldea
del entorno agrícola de la emergente y recién repoblada Salamanca y en esta
línea aparece la donación que realiza Alfonso VII al obispo Berengario y su
sede de Santa María de Salamanca, en 1144 y 1149, del diezmo de los frutos y
rentas reales de Alba (Hanc antem donationem quam de decima omnium nostrorum
redditum in Alba habemus ecclesie beate Marie pontificali salamantice fundate).
Pero quizás por ese mismo presumible carácter más productivo que estratégico,
la villa no atrajo el interés de la consolidación repobladora hasta que, con la
separación entre León y Castilla tras la muerte del emperador, en 1157, quedó
en una posición de frontera dentro del reino leonés de Fernando II. Este
monarca concedió a la mesa capitular salmantina las aceñas de Alba de Tormes, “que
llaman de Palacio, que están junto al castillo de la villa”. En 1196-1197,
la alianza castellano-aragonesa tomó la plaza y saqueó el territorio, lo que
obligó a Alfonso IX a fomentar, parece que por primera vez de forma decidida,
el asentamiento de nuevos pobladores. Perdido ya de antiguo el fuero de 1140,
una suerte similar corrió el otorgado probablemente ahora por Alfonso IX, según
Mínguez, que sólo conocemos por un traslado del original, que se afirma
extraviado, en un privilegio de Alfonso X en 1279. Parece, en cualquier caso,
que es en los inicios del siglo XIII cuando emergen Alba y su alfoz,
constituido éste por numerosos poblados de reciente fundación. La sede
salmantina recibió, en 1202, “unas casas y otros bienes” en Alba de
manos de don Lombardo, arcediano de Medina y Alba.
La importancia de la villa se sustentaba en un
intenso comercio sostenido básicamente por su importante feria, protegida por
Alfonso X en 1255 y 1261. A la muerte de Sancho IV, en el año 1295, Alba de
Tormes, junto con Salamanca y Zamora defendieron los derechos de Fernando IV
contra las pretensiones de los Cerdas y del infante don Juan. Tras una época de
tensiones y luchas entre estas facciones de la nobleza en las que se vio
inmiscuida Alba, en 1304 se resuelven pacíficamente, adjudicándose la tenencia
de Alba a don Alfonso de la Cerda, junto con otras villas como Béjar,
Valdecorneja y Monzón. El dominio de Alba, que fue alternándose entre el
realengo y el infantazgo, pasó con Enrique II a los infantes portugueses don
Dionís (entre 1373 y 1380, época de notables tensiones con el concejo albense)
y don Juan de Portugal (1385). La hija de este último y de la castellana doña
Constanza, Beatriz de Portugal, heredó el señorío de Alba a finales del siglo
XIV y ya aparece en la documentación concejil en 1402, siendo sustituida por
Fernando de Antequera (de 1411 a 1416), lo que incluyó a la villa entre los
señoríos castellanos de los infantes de Aragón. Pasó así por las manos de
Sancho de Rojas, Leonor de Alburquerque y el rey Juan de Aragón y Navarra. La
derrota de éste ante Juan II devolvió a Alba a la órbita castellana, al ser
entregada en 1429 a don Gutierre Álvarez de Toledo. Arranca con esta donación
de la Casa de Alba, que alcanzó el rango de ducado en 1472, siendo el portador
del primer título de duque de Alba don García Álvarez de Toledo.
Del trazado medieval de Alba escasos son los
vestigios que han llegado a nuestros días. El primitivo recinto murado,
correspondiente a la primera fase de consolidación del núcleo, se extendía
entre la fortaleza y el espolón, albergando una superficie de 15 hectáreas,
ampliadas a 34 en la segunda cerca. El mercado era, junto a la ganadería y
agricultura, la principal fuente de recursos de la villa y tierra.
Son las doce parroquias medievales documentadas
en Alba: San Juan, Santiago, San Miguel, San Hervás (San Gervasio), Santa María
de Serranos, San Andrés, San Martín (arruinada ya a finales del siglo XVI),
Santo Domingo, San Salvador, San Esteban, San Pedro (arrasada por un incendio
en 1512), Santa Cruz, así como el monasterio premonstratense de San Leonardo,
fundado por Alfonso VII hacia 1154, en un principio dúplice y desde 1164 sólo
masculino, y el de benitas de Santa María de las Dueñas, que se situaba extramuros
al menos desde 1279. Sólo las dos primeras han conservado vestigios románicos,
que al menos testimonian la importancia de la villa como foco de románico de
ladrillo, para Gómez-Moreno en el origen del florecimiento de este modo
constructivo en la zona de Salamanca, Béjar, Ciudad Rodrigo y Ávila.
Iglesia de San Juan
La de San Juan es la iglesia románica más
importante de Alba y una de las de estilo mudéjar con mayor entidad de la
provincia. Se sitúa en la Plaza Mayor, lugar preeminente dentro del casco
histórico, junto al ayuntamiento.
El Libro de los lugares y aldeas del Obispado
de Salamanca, de principios del siglo XVII, se refiere a San Juan como
parroquia “de las más principales de esta villa […], tiene una muy buena
iglesia de tres naves, bien enmaderadas, la capilla maior de vóveda y dos
cappillas coraterales de lo mismo, con su sacristía y tribuna y buenos
ornamentos y la plata necesaria y la iglesia bien reparada”.
La estructura original aparece hoy notablemente
alterada por las numerosas transformaciones que sufrió el conjunto durante los
siglos XV al XVIII, y de las que se vio en parte liberada por la restauración
de 1957. Es un templo de planta basilical y tres naves sin transepto, coronado
por cabecera triple, con portadas dispuestas en los muros sur y norte, esta
última cegada. El conjunto se levantó en ladrillo, aunque combinado con la
piedra en los esquinales, dos hiladas de sillería del zócalo exterior de los ábsides
y en los elementos escultóricos.
De su pasado tardorrománico conserva
fundamentalmente la cabecera y los muros de las colaterales hasta la altura de
las portadas.
La cabecera, compuesta de profundos
presbiterios y ábsides interiormente semicirculares, es la estructura mejor
conservada, pese al solapamiento del ábside del evangelio y parte del mayor por
construcciones modernas. Llama la atención, en primer lugar, la disimetría de
los ábsides laterales –probablemente fruto de refecciones posteriores– y el
notable esviaje del de la epístola respecto al eje de la nave.
El rehecho ábside del evangelio está precedido
por presbiterio dividido en dos tramos y cubierto con bóveda de cañón en
ladrillo, reforzada por fajones doblados de medio punto e idéntico material,
que apean en responsiones con semicolumnas adosadas, mientras que sendas
columnas se acodillan entre el tramo recto y el hemiciclo absidal. El paramento
interior del presbiterio se anima con arcos doblados ciegos, sobre los que
corre una banda de friso en esquinilla y la imposta, con perfil de nacela,
sobre la que voltea la bóveda. El breve hemiciclo, muy poco profundo, se cubre
con bóveda de horno y articula su paramento interno en dos pisos, el superior
liso, en el que se abre una ventana, hoy cegada, de arco doblado de medio punto
sobre columnas acodilladas de capiteles vegetales de acantos. Separa el piso
superior del inferior –decorado éste con una serie de arquillos ciegos
trilobulados– como es recurrente en el románico de ladrillo de la zona, una
imposta de nacela y un friso en esquinilla.
El ábside de la epístola, único libre de
añadidos, manifiesta idéntica distribución interior al del evangelio. Sin
embargo, exteriormente este ábside presenta planta poligonal, con zócalo liso
entre dos hiladas de sillería, piso inferior animado por dos grandes arcos
ciegos de medio punto doblados y con columnas acodilladas de fustes de ladrillo
y basas y capiteles líticos, y piso superior retranqueado y también decorado
con tres arcos ciegos de similar factura aunque menor tamaño. En el paño
central de este piso superior se abre una rehecha saetera, abocinada al
interior. En la parte baja del tramo recto se situaron los cuatro sepulcros de
la familia de Diego de Villapecellín (†1510), camarero del duque y regidor de
Alba, obra del siglo XVI. Al exterior, el presbiterio se decora con dos pisos
de arquerías ciegas de medio punto.
El ábside mayor presenta planta exteriormente
heptagonal y en semicírculo al interior, estando parcialmente solapado por
construcciones modernas.
Exteriormente se articula el tambor absidal en
tres pisos: un zócalo liso con dos hiladas de sillares, piso inferior decorado
con arquerías ciegas y dobladas de medio punto y piso superior con similar
arquería, de mayor desarrollo y ambas sin columnas. En los paños extremos y
central se abren las ventanas, estrechas saeteras fuertemente abocinadas hacia
el interior, donde aparecen como ventanas de arco de medio punto doblado, sin
columnas. Interiormente, el ábside mayor se cubre con bóveda de horno sobre imposta
de nacela y friso en esquinilla.
El piso inferior se anima con una arquería
ciega de medio punto. El presbiterio de la capilla mayor se cierra hoy con una
cúpula barroca sobre pechinas, obra del siglo XVIII, animándose su paramento
meridional con arcos ciegos de medio punto, friso en esquinilla y la imposta de
nacela sobre la que volteaba la previsible bóveda de cañón original. En el muro
del evangelio estos arcos fueron eliminados al disponerse los sepulcros de los
caballeros Diego de la Carrera y su hijo Juan Flores, datados en 1536.
Las naves se cubren con armaduras de madera,
fruto de la restauración de 1957 aunque incorporando, en la nave de la
epístola, fragmentos de un bello artesonado mudéjar pintado, de finales del
siglo XV. Tanto el cuerpo occidental de las naves como la torre de mampostería
y ladrillo son obra moderna, de finales del siglo XVIII (1787).
La estructura interior de la nave se encuentra
enormemente alterada, habiendo sido sustituidos los pilares de separación de
las tres naves por dos amplios arcos formeros escarzanos. Resta de la obra
románica parte del muro de la colateral norte, con las ventanas de arco de
medio punto doblado que le dan luz y, en un breve antecuerpo, una hoy cegada
portada, de arco apuntado y cinco arquivoltas de escaso resalte con imposta de
nacela, coronada por un friso en esquinilla y cornisa de nacela.
La colateral sur muestra en su paramento
externo signos de intervenciones postmedievales y se compartimenta en paños
mediante pilastras, en los que, bajo un friso en esquinilla, se abren saeteras
rodeadas por arcos de medio punto.
En el retranqueo de la nave con el presbiterio,
ángulo donde encontramos sillares reforzando el ladrillo, debía acodillarse una
columna hoy perdida, a tenor del alto plinto y la deteriorada basa que aún
subsiste. En este costado meridional se dispone hoy un moderno atrio, fruto de
la última restauración, que sustituye a otro anterior. En su arco de acceso se
reutilizaron dos capiteles románicos de ángulo, probablemente procedentes de la
primitiva portada meridional, hoy sustituida por otra moderna. En el mismo
estilo que el resto de la escultura del templo, el derecho se decora con dos
personajes de aspecto simiesco –larga cola, pezuñas de cabra y rostro demoniaco
de orejas puntiagudas con profundas arrugas nasolabiales– que comparten cabeza
en el centro de la cesta y vomitan tallos perlados rematados en brotes que
enredan sus cuerpos. Uno de ellos esgrime una especie de cayado y el otro un
contundente cuchillo o hacha. En el otro capitel se representa otro personaje
de rasgos similares que engulle o vomita un tallo vegetal enroscado, que ase
con una mano.
En San Juan de Alba de Tormes, como en la
iglesia de Santiago de la misma villa, se combina el ladrillo como sistema
constructivo con la decoración escultórica en piedra. La economía de medios
lleva, en este caso, a reducir el uso de la piedra a las basas, cimacios y
capiteles, usándose ladrillo para fustes y molduras, cuyo tosco aspecto actual
sería disimulado por un enlucido hoy eliminado. Junto a los ya referidos
capiteles del pórtico meridional, la escultura se concentra en los ábsides
laterales, en las cestas que coronan las columnas de las ventanas y las que
animan el interior de los presbiterios.
Su resolución es ruda y junto a motivos
vegetales de acantos, hojas carnosas avolutadas y crochets aparecen temas
figurados, como los cuadrúpedos de aire leonino afrontados compartiendo cabeza,
dos parejas de aves afrontadas con mascarones monstruosos entre ellas o los
personajes simiescos compartiendo cabeza en el centro de la cesta. En el
interior de la capilla mayor se custodian otros dos capiteles, unidos
modernamente con yeso, que proceden de la desaparecida iglesia de Santiago de
la misma villa.Se decoran, respectivamente, con dos basiliscos
afrontados de cuellos enlazados por una banda perlada y con sendos híbridos
inscritos en roleos perlados, uno reptiliforme de cola enroscada de remate
vegetal y cabeza felina coronada por un cuerno y el otro una especie de pez que
se engulle la cola. El rudo tratamiento de los relieves y el carácter
recurrente de la iconografía no permite mayores precisiones en la filiación de
estos relieves, que parecen obra de un taller local, al estilo de los que
trabajan en los edificios secundarios segovianos y abulenses.
Distinto y excepcional es el caso del
apostolado de piedra policromada, presidido por la Maiestas, y la figura de la
Theotokos que hoy se conservan en el interior de la capilla mayor. Formalmente
se trata de catorce figuras sedentes en un muy alto relieve –prácticamente de
bulto redondo– adosadas a placas rectangulares de 110 × 42 cm en el caso de los
apóstoles y 120 × 45 cm para las figuras de la Maiestas y María con el Niño.
Todos aparecen sentados en sitiales, simples en su mayoría y de varales entorchados
y dos filas de arcos de medio punto (estrellas o flores en el de Cristo) entre
bandas perladas en los de Cristo, San Pablo y la Virgen. Los apóstoles aparecen
descalzos y ataviados con túnica y manto –en cinco casos de cuello ornado con
pedrería y perlados– de densos pliegues en tubo de órgano y en “uve” muy
pegados a los cuerpos, marcando netamente los volúmenes de las piernas. Dentro
del cierto hieratismo de los semblantes y actitudes, cada figura se
individualiza por su rostro, de construcción cuadrada y prominentes labios
inferiores muy carnosos, actitud y atributos. Once de los apóstoles portan
libros, ora abiertos y con ilegibles leyendas, ora cerrados, sobre la pierna
derecha o la izquierda. Sólo San Pablo, reconocible por su alopecia, porta una filacteria.
Con su otra mano realizan gestos diversos: tres muestran la palma, dos asen un
borde del manto, otros dos entrecruzan los dedos índice y corazón y el resto
bien la apoyan entre las rodillas, realizan el gesto de bendición, sostienen el
libro con ambas manos y finalmente San Pedro sujeta las llaves que lo
identifican. Como San Juan evangelista podemos interpretar el único del grupo
que carece de barba (aunque un repinte posterior le dotó de ella), bien poblada
en los demás, partida y de puntas rizadas o trenzadas.
La mayestática figura central representa una
Teofanía, de sereno rostro de larga barba partida y larga cabellera que le cae
sobre los hombros, vestido con calzado puntiagudo y manto sobre la túnica.
Apoya su diestra en un bastón en forma de “tau”, mientras en su otra
mano porta el cetro decorado con una flor de lis. Es éste el “Anciano de los
días”, un Cristo-Dios atemporal que preside al Colegio Apostólico, sin
connotaciones apocalípticas ni contenidos morales específicos. La figura del
Todopoderoso reina en el ámbito celeste y los apóstoles son su cortejo, por lo
que aparecen descalzos.
La figura de María con el Niño, indudablemente
de la misma mano que el resto del conjunto, presenta idénticas dimensiones que
la de la Majestad. Sentada en un trabajado sitial, viste túnica, manto y velo,
sobre el que luce corona, y aparece calzada. Sujeta al Niño con su diestra y
muestra la palma de la otra mano. Jesús, sentado en su regazo y centrado, porta
el libro en la izquierda y bendice con la diestra.
Dos son los interrogantes principales que
manifiesta este excepcional conjunto. El primero de ellos es el de la
procedencia de las imágenes, hoy situadas en torno al altar mayor, aunque desde
la restauración de 1957 estuvieron en el pórtico y antes incluso en el ábside
de la epístola, donde las sitúan Quadrado (1865-1872) y Manuel Gómez-Moreno
(1901). Desconocemos la primitiva ubicación de las mismas, decantándose quienes
las han estudiado por situarlas a modo de friso, presidiendo la fachada
meridional del templo (Quadrado) o bien en análoga disposición a la actual
aunque empotradas en los paramentos internos del ábside y presbiterio de la
capilla mayor (Gómez-Moreno, Yarza). La representación frontal de las figuras y
su carácter sedente, que prácticamente obliga a una contemplación a ras de las
mismas es argumento, creemos que suficiente, para apuntalar la intuición del
autor del Catálogo Monumental, disponiéndose el conjunto de las figuras
alrededor de la cabecera, al modo de la decoración interior del ábside de la
seo de Zaragoza. Quizá la Theotokos ocupase uno de los ábsides laterales, ya
que iconográficamente no parece convenir en exceso su inclusión dentro del
cortejo celestial de apóstoles presidido por la Teofanía.
La segunda incógnita tiene relación con la
filiación artística de las catorce figuras. Sin demasiada consistencia se ha
venido repitiendo su hipotética relación estilística con los relieves del
pórtico Moissac, extrapolando el mero recuerdo en el diseño de plegados que
intuyó Gómez-Moreno. Ni cronológica ni estilísticamente puede sostenerse tal
paralelismo, sin que aparezca clara la vía de inspiración del artista o
artistas. En cualquier caso, sí aparece como una personalidad distinta a los
autores del resto de la escultura del edificio, con algunos recuerdos que nos
llevan, desde luego sin poder establecer vínculos y de manera muy difusa, hasta
los apóstoles de la Cámara Santa ovetense o la portada meridional de San Juan
de Benavente. Aunque no encontremos en la escultura de la catedral salmantina
–el referente plástico del románico provincial– puntos de contacto con el
apostolado de Alba, allí, como aquí, los ecos de los talleres que trabajaron a
mediados del siglo XII en el oeste y Mediodía francés parecen estar en la base
de su estilo.
Se desconoce la fecha de erección del edificio,
que por sus características formales debió levantarse en los años finales del
siglo XII o primeros del XIII, coincidiendo con la revitalización de la villa y
su alfoz en época de Alfonso IX de León. La misma cronología parece convenir
también a la decoración escultórica estudiada.
Iglesia de Santiago
La iglesia de Santiago “muy bien tratada”
según el Libro de los lugares y aldeas del obispado de Salamanca, de 1604-1629
aparece hoy sin culto y en preocupante estado de abandono, aunque en vísperas
de una confiemos inminente restauración. Se encuentra situada en la zona
oriental y más elevada del caserío, junto al Hospital de Santiago y San Marcos,
dentro del recinto de la residencia de las Hijas de la Caridad. Al norte del
edificio, en parte enmascarado por edificaciones posteriores, se alza la
estructura del que fuera Hospital de Santiago, fundado por el duque don
Fadrique.
Es la primera iglesia de Alba de la que se
tiene noticia documental, apareciendo citada en el Fuero de 1140 –que, como
antes señalamos, debe corresponder a redacciones posteriores–, pues las
reuniones del concejo se celebraban en su pórtico. De esta costumbre nos queda
referencia expresa en un documento del Archivo Municipal, datado en 1323 (“Sepan
quantos esta carta vieren commo nos el conçeio de Alva de Tormes, todos
enssembla, estando ayuntados a Santiago a campana rrepicada, segunt se suele
husar…”) y son numerosos los textos del siglo XV que citan las reuniones en
“las casas del conçeio que son a Santiago” o “so el portal de la iglesia de
Santiago”.
La estructura del templo, de reducidas
dimensiones y en el que predomina el ladrillo como material constructivo,
consta de una sola nave, obra de finales del siglo XV, con cabecera formada por
ábside semicircular y profundo presbiterio cubierto con bóveda de cañón, único
vestigio de la construcción románica, que alterna el aparejo de ladrillo con la
mampostería. Adosada al muro meridional del presbiterio aparece una torre de
planta cuadrada, levantada en mampostería –mismo aparejo que la nave– y conocida
como “del Reloj”, por haberse colocado en ella el de la villa,
posteriormente a la ruina de la torre de San Miguel. Sobre el muro
septentrional del presbiterio se alza además una espadaña barroca en ladrillo,
de tres cuerpos y cinco vanos.
Al exterior, el ábside se alza sobre un zócalo
de mampostería y anima el tambor con tres hileras superpuestas de arquerías
ciegas de medio punto, decreciendo su tamaño en altura. Las dos inferiores son
de arcos de medio punto doblados, siendo la superior de arcos de medio punto
simples. En el piso central se abren, en el eje y laterales, tres aspilleras de
medio punto abocinadas. En el muro septentrional del presbiterio encontramos
repetida la secuencia de las tres arquerías superpuestas, pero aquí las del piso
superior son trilobuladas. La cornisa que remata todo el conjunto está formada
por tres filas escalonadas de ladrillos dispuestos en horizontal.
En el interior, la cabecera combina el ladrillo
en los paramentos del ábside y presbiterio con la piedra de las columnas,
molduras y capiteles. El paso de la nave a la cabecera se marca por un gran
arco triunfal, diafragma, de medio punto y cuatro roscas, que apoya en una
pareja de semicolumnas adosadas con capiteles historiados. Los cimacios
correspondientes se prolongan en la imposta por toda la cabecera, marcando el
arranque de las bóvedas. Da paso desde el presbiterio al hemiciclo un arco de
medio punto doblado que apoya sobre otra pareja de semicolumnas adosadas de
capiteles también figurados. Este tambor absidal anima su paramento interno con
dos arquerías ciegas, la inferior de arcos de medio punto doblados, separada de
la superior –ésta de arcos sencillos– por dos frisos en esquinilla enmarcando
una imposta de nacela. A la altura del arranque de la bóveda de horno que cubre
el ábside corre otra moldura ornada con cuatro filas de finos tacos.
El paramento septentrional del presbiterio,
cubierto con bóveda de cañón, presenta dos grandes arcadas ciegas de medio
punto y dobladas, que en el muro sur fueron eliminadas al colocarse aquí los
dos magníficos sepulcros góticos que contienen los restos del caballero Antón
de Ledesma (†1413) y su mujer Leonor de Pas (†1412).
La decoración escultórica se concentra en los
capiteles de las cuatro columnas situadas en el arco triunfal y en el tránsito
del presbiterio al ábside. En el arco triunfal observamos, en el capitel del
lado septentrional, una arpía y un águila bicéfala ambas de alas explayadas, al
estilo de las de Almenara, y en el frontero dos parejas de estilizados y
esquemáticos cuadrúpedos pasantes afrontados dos a dos, de largas patas y
compartiendo cabezas en los ángulos de la cesta. Los capiteles del arco del hemiciclo
muestran, el del lado norte, fracturado, un grupo de tres personajes a caballo
sumamente estilizados, uno de ellos con rastros de haber portado un halcón. En
el capitel sur aparece un guerrero con espada al hombro y escudo “de cometa”
entre dos grandes aves bicéfalas. En los cimacios corre un friso de palmetas
inscritas en clípeos. La imposta correspondiente del lado norte del presbiterio
presenta a su vez decoración de estrellas de cinco puntas inscritas en clípeos.
La escultura es ruda, parangonable en cuanto a estilo a la monumental de San
Juan de la misma villa.
Este ejemplo de iglesia románica de ladrillo,
datable en la segunda mitad del siglo XII, presenta la particularidad, que
comparte con la de San Juan de la misma localidad, de combinar la piedra con el
ladrillo, tanto en el aparejo como en la decoración. La reforma de finales del
siglo XV añadió a la estructura original la nave actual y posiblemente una
colateral abierta al norte, nave que posteriormente se condenó y de la que
restan trazas de un formero. La torre es solidaria del muro meridional de la nave,
por lo que nos inclinamos a pensar en una misma campaña para ambas.
Historia y monumentos románicos de
Ciudad Rodrigo
El románico de Ciudad Rodrigo es
tardío como corresponde a lo avanzado de su repoblación. Aunque parece ser que
es heredera de la ciudad hispano-romana Miróbriga Bettonum no es hasta 1136
cuando empieza a ser citada documentalmente.
La verdadera repoblación y activación de la
ciudad fue por mano de Fernando II. De esta época data la fundación de la
catedral.
Dentro del patrimonio románico, Ciudad Rodrigo
cuenta con la catedral, la iglesia de San Andrés y la de San Isidoro y San
Pedro.
Ciudad Rodrigo
Ciudad Rodrigo se asienta sobre un promontorio
rocoso de la margen derecha del río Águeda, a unos 86 km al sudoeste de
Salamanca y cercana ya a la frontera con Portugal.
La antigua Miróbriga de origen vetón y luego
romanizada ocupa una posición estratégica para el control del sector occidental
de la Península, de interés tanto en la Antigüedad como desde las perspectivas
de expansión del reino leonés.
Aunque correspondió al conde Rodrigo González
Girón la más antigua reconstrucción y repoblación de Ciudad Rodrigo, en época
de Alfonso VI (1072-1109), las razzias árabes terminaron por destruir el
germinal asentamiento, elevado sobre el cerro que domina el valle del Águeda,
durante el reinado de Alfonso VII (1126-1157). En 1136 era propiedad de la sede
salmantina. Así las cosas, hemos de esperar otro intento efectivo por parte de
Fernando II que tras consolidar las tierras del Tormes y reservar la zona bejarana
para el reino de Castilla, seguirá las calzadas Colimbriana y Dalmacia hacia
occidente, repoblando Ledesma y la fronteriza civitas de Ciudad Rodrigo en
1161. Encargó la reorganización eclesiástica al obispo compostelano,
estableciendo una nueva diócesis en territorio mirobrigense y concediendo a su
obispo los mismos derechos que su abuelo don Ramón había otorgado a Salamanca.
Los repobladores que acudieron a Ciudad Rodrigo
procedían de Zamora, Ávila, León y Salamanca. Pero tal maniobra no dejó inmunes
a salmantinos, zamoranos y portugueses, que en 1162 y 1163 levantaron sus
lanzas contra el monarca leonés, afrentados por la instalación de una nueva
ciudad en los umbrales de sus mismas áreas de expansión. Tampoco Ciudad Rodrigo
(Alsibdat) se libró de las algaradas sarracenas, pues en 1174 fue atacada por
Abu Hafs.
Catedral de Santa María de la Asunción
La historia de esta importante localidad
salmantina sería impensable si pretendemos deslindarla de la de su catedral,
como bien lo creyó Hernández Vegas, demostrándolo con creces en una modélica
monografía que vio la luz en 1935. Topografía urbana, vida ciudadana,
actividades constructivas, luctuosos hechos de armas, devenir intelectual y
acervo espiritual de Ciudad Rodrigo y de su seo corren parejos. Su carácter
fuerte hizo que la catedral siguiera jugando un papel defensivo cuando Isabel
la Católica subió al trono y años más tarde, durante la Guerra de las
Comunidades. Navarro (1900) ya tuvo en cuenta su cualidad fortificada y Ruiz
Hernando alude a las mismas circunstancias: el alcázar de Ciudad Rodrigo no se
construyó hasta 1372, la catedral cubrió estas necesidades contando con una
insigne “Torre de Defensa”, levantada junto al hastial occidental, hasta
su definitiva demolición después de 1520.
El 17 de julio de 1165 se dotaba al obispo de
Ciudad Rodrigo y el 20 de febrero de 1168 Fernando II concedía una pensión al
maestro de obras de la catedral, además de ofrecer para la sede sus rentas y
heredades de Ciudad Rodrigo y Oronia. Desde 1168 consta el título de obispo
mirobrigense, continuador de la vieja sede altomedieval de Caliabria, en
territorio portugués, entre los ríos Côa y Águeda. Que la nueva sede fuera
declarada heredera de la visigoda parecía la excusa perfecta para evitar las
envidias y recelos del cabildo salmantino, molesto por la erección de un
flamante obispado ante sus mismas puertas.
En 1170, con el concilio del legado pontificio
cardenal Jacinto, se había resuelto un contencioso entre los obispados de
Salamanca y Ciudad Rodrigo sobre sus términos, el mismo rey confirmaba la
concordia que establecía la línea divisoria a la altura del Huebra y el Yeltes.
El obispado limitaba a occidente con la frontera del reino y al sur con las
tierras del obispado de Coria (hay concordia de 1191 con la sede extremeña). En
1212 Alfonso IX reanudaba los trabajos y donaba para la fábrica de la catedral
de Ciudad Rodrigo su heredad de Raigadas, en el Côa. En 1171 Fernando II donaba
a la catedral la heredad de Torre de Aguilar y la ciudad de Caliabria. Y en
1174 nuevos derechos en la misma Ciudad Rodrigo y sus minas de oro, plata,
cobre y hierro. Alfonso IX concedía a la sede la Encomienda de las Raigadas, de
la Orden de San Julián del Pereiro.
La más antigua catedral de Santa María fue obra
construida en ladrillo, de tres naves con techumbres de madera que apoyaban
sobre arcos pétreos y seis pilares de cantería. Una fábrica de raigambre
mudéjar característica de la Extremadura duriense, con portada principal de
piedra y una torre-campanario, la portada estuvo presidida por una imagen de la
Virgen sedente con el Niño.
Sobre otra de las portadas se alzaban las
imágenes de la Virgen del Ripial, San Pedro y San Mauro. Hernández Vegas y José
Ramón Nieto extractan esta descripción del capellán Antonio Sánchez Cabañas.
El edificio, después conocido como parroquia de
San Andrés, estuvo instalado extramuros, en el arrabal de San Francisco. La
actual iglesia de San Andrés, que todavía conserva una interesante portada
románica, se corresponde con la antigua advocación de San Pablo y nada tiene
que ver con la más antigua sede episcopal, que fue completamente destruida
durante la Guerra de Secesión portuguesa, aunque de la misma aún se adivinaran
los cimientos allá por los inicios del siglo XX.
No existe seguridad sobre cuándo empezaron las
obras del edificio actual: 1160 para el padre Mansilla, 1165 para Hernández
Vegas, 1166 para Sánchez Cabañas, 1168 para Crozet, 1170 para Ramón Pascual
Díez; Navarro considera la catedral rematada poco después del fallecimiento de
Fernando II en 1188 y Ceán da la fecha de 1190 para el comienzo de las obras,
opinión que comparte Martínez Frías. Gómez-Moreno cree que las obras pudieron
iniciarse antes de fines del siglo XII y que su tracista conocía bien la catedral
de Zamora. La catedral mirobrigense le resultaba “arcaica y retrasada”,
como las de Zamora, Salamanca y la colegiata de Toro. Anota además la
información suministrada por el corresponsal de Ponz, que atribuía la fundación
catedralicia a 1170 y que aún estaba por rematar en 1205. Un traslado de un
antiguo epitafio perteneciente al primer maestro de obras, refiere la data de
1215. La iconografía de San Francisco –como en tantos otros edificios
medievales– sirve a Gómez-Moreno para señalar la actividad constructiva con
posterioridad a 1228, más o menos hacia 1230, cuando Fernando III dotaba a la
catedral con una renta anual de 200 maravedís sobre el pecho de los judíos del
lugar. Las obras se interrumpen nuevamente en época de Sancho IV con motivo de
las incursiones portuguesas. En 1319 María de Molina formalizaba similar gesto
que Alfonso VII en Salamanca, eximiendo siete obreros de tributos para la obra
de Santa María: un carretero, un herrero, un “masón”, un carpintero, un
portero y dos menestrales canteros, además de 500 maravedís sobre el portazgo
de la ciudad.
La catedral de Ciudad Rodrigo se eleva junto al
paramento noroeste del recinto fortificado. Tiene planta de cruz latina y está
claramente orientada hacia el sudeste. Conserva de su primitiva fase
tardorrománica los absidiolos norte y sur de la cabecera y gran parte del
crucero. La capilla mayor fue rehecha a mediados del XVI por Rodrigo Gil de
Hontañón a instancias del cardenal Tavera (1539- 1550). De un “moribundo
estilo románico” (J. R. Nieto) son ambos absidiolos que emplean aparejos de
modesta calcárea amarillenta, se cubren con bóveda de horno precedida por un
tramo presbiterial recto sellado con cañón apuntado, si bien el septentrional
quedó exteriormente oculto por la sacristía.
Los absidiolos están iluminados con sendas
ventanas de modernos derrames avenerados y una “claraboya sobre el arco de
cada ábside, alero exterior zamorano de arquillos sobre repisas y flores
entalladas en sus huecos, y cubierta de losas escalonadas puestas con primor”
(Gómez-Moreno).
El absidiolo de la epístola muestra
perfectamente en el exterior su muro románico original. El más meridional, en
su tramo presbiterial, está perforado por una especie de óculo en cuyo interior
apreciamos un fragmento de escultura que parece representar un águila, con el
estilo característico de fines del siglo XII o inicios del XIII. Penetramos al
mismo por medio de un arco moldurado de baquetones y escocias, que arranca de
capiteles de crochets. Otro fragmento escultórico tardorrománico aparece engastado
a cierta altura sobre el lienzo oriental del brazo norte del crucero,
tallándose aquí un caballero luchando contra un cuadrúpedo, probablemente un
león. Hernández Vegas creía ver aquí ecos de una leyenda según la cual un
cantero mirobrigense dio muerte a un oso que se empeñaba en destruir lo que
pacientemente se había construido durante el día.
Las tres naves poseen cuatro tramos y un
pórtico occidental conocido como Pórtico de la Gloria, espacio característico
de otros edificios del reino de León (catedral de Salamanca y colegiata de
Toro). Las naves laterales están perforadas por ventanas rasgadas apuntadas con
arquivoltas de escocias y baquetones, algunas polilobuladas, sobre capiteles
cuajados de acantos y fauna tardorrománica. Los vanos de la nave principal son
ya góticos, con tracería calada y óculos.
Los primeros trabajos se centraron pues en la
cimentación de la planta, la erección de la triple cabecera y los muros del
crucero y de las naves hasta dos tercios de su altura. Se trazan además las dos
portadas del crucero: la meridional de las Cadenas y la septentrional del
Enlosado o de Amayuelas.
El tramo central del crucero porta bóveda
hemisférica reforzada con ocho nervaduras molduradas que arrancan de
esculturas, en improvisada ménsula, al estilo de la Catedral Vieja salmantina.
Similares estatuas-nervadura aparecen en los cuatro tramos de los brazos
meridional y septentrional del crucero y con posterioridad se adoptaron en la
nave mayor. Tras el replanteo inicial de las cubiertas, verificable en el tipo
de soporte, la construcción del edificio catedralicio fue bastante homogénea
hasta la culminación de las naves. Los pilares son de núcleo cruciforme al que
se adhieren gruesas semicolumnas flanqueadas por otras dos de menor diámetro.
En los del tramo central del crucero, anillos a media altura coinciden con la
línea de impostas que coronan los capiteles del primer tramo de la nave mayor.
El resto de las bóvedas del crucero y de las naves son de similar estructura
que la del tramo central, con aparejos anulares a modo de cúpulas sobre
pechinas reforzadas por ocho nervaduras.
Las naves laterales debieron cubrirse entrado
ya el siglo XIII, la central y el crucero esperarían hasta el XIV.
Las estatuas-nervadura del tramo central del
crucero representan personajes barbados –probablemente apóstoles– portando
libros, palmas o filacterias que apoyan sobre ménsulas figuradas con ángeles.
Trazada por Rodrigo Gil de
Hontañón (1540) y la colaboración de Juan Negrete. Para el retablo mayor
se contrató a Fernando Gallego que contó con el Maestro de los
Rostros Siniestros, o Maestro Bartolomé, que terminaron unas magníficas
tablas (1480-1488), hoy en el museo de la Universidad de Tucson (Arizona).
Los pilares de Ciudad Rodrigo son muy similares
a los de la catedral de Zamora mientras que en las bóvedas ojivales que cubren
los cuatro tramos más antiguos en el crucero y el resto de la nave central y de
las laterales, aparecen los mismos elementos que en Salamanca, de clara
evocación aquitana, incorporando ligaduras que arrancan de pequeñas ménsulas
colocadas en las claves de los perpiaños. Las estatuas-nervadura que aparecen
en el arranque de las bóvedas, tal y como infería Lambert, son más modernas que
las de la Catedral Vieja salmantina, su función es aquí puramente decorativa
–que no estructural– y su ejecución de mayor pobreza. La copia miniaturizada de
las pequeñas cúpulas gallonadas sobre los capiteles del primer nivel, bajo las
doce figuras de la portada del Perdón, demostraría una cronología posterior a
la catedral charra. Para el autor galo, las partes más antiguas de la catedral
mirobrigense no parecen anteriores al siglo XIII, continuándose los trabajos al
menos hasta 1230.
La catedral de Ciudad Rodrigo presenta un rico
elenco de marcas de destajista que llamaron la atención de Navarro y fueron
pacientemente documentadas por Hernández Vegas. Su análisis permitió al
canónigo reforzar la sucesión de aquellas fases constructivas que el propio
análisis arquitectónico revela: “Las obras debieron empezar por las dos
capillas laterales de la cabecera del templo, con los ábsides correspondientes
[...] continuó por todo el crucero hasta la terminación de las galerías ciegas
de ambos brazos, en el interior; y en el exterior, hasta la terminación de las
dos portadas [...] Contemporáneas son las dos naves laterales con sus ventanas
y arcaduras, hasta la altura de las bóvedas, incluyendo los muros de las
capillas de los Dolores y del Sagrario, la puerta de salida al claustro, el
imafronte de la del Perdón, con los muros laterales, y quizá también los
torales de la nave central, los restos de las dos antiguas torres y,
probablemente, algunos elementos de las naves occidental y meridional del claustro”
(M. Hernández Vegas,1935, [1982], p. 53).
Llamaba la atención Gómez-Moreno sobre las
arquerías murales, sin parangón en la arquitectura medieval hispana, a
excepción de las de la colegiata de Toro. Se disponen en grupos de tres entre
el arranque del muro y la cornisa, sencillas en el interior del muro oriental
del crucero y polilobuladas en el resto de los muros del crucero y naves
laterales.
La portada de las Cadenas, en el brazo sur del
crucero, posee arquivoltas de medio punto. Bajo el intradós del arco escarzano
que la cobija se alojan cinco interesantes esculturas con Cristo mostrando las
llagas y cuatro apóstoles (San Pedro, San Pablo, San Juan Evangelista y
Santiago). Visten túnicas y mantos orlados con plegados pesantes y están
labradas con cierto arcaísmo en relación con las estatuas-nervadura del crucero
(Crozet). Por encima corre un friso con otras doce esculturas bajo arquitos apuntados
que apoyan sobre capiteles de hojarascas, aves y mofletudas máscaras. Sobre
arquivoltas y guardapolvos se despliega una abigarrada ornamentación
tardorrománica: puntas de diamante, flores tetrapétalas, rosetas, volutas. Y
los pequeños tímpanos, por encima de las cabezas de las estatuas, están
animados con gotizantes palmetas, una cabeza de monje y otra de obispo junto a
su mano bendicente y un disco con lises calados. Para Sendín las estatuas
representan personajes veterotestamentarios: Abraham, Isaías, Salomón, la reina
de Saba, Ezequiel, Moisés, Melquisedec, Balaam, David, Elías, San Juan Bautista
y Jeremías. Crozet, más comedido en la identificación de los doce personajes
habla de Abraham, un profeta sosteniendo una filacteria, la reina de Saba, un rey
barbado, otro profeta desplegando otra filacteria, Moisés con las tablas de la
Ley y los cornuta facie, un profeta o un evangelista portando un libro abierto,
otro con filacteria, David, un personaje vestido con atuendos monacales ceñidos
por cordón y tocado con capucha (quizá San Francisco) y otros dos profetas con
sendas filacterias (uno de ellos acerca su mano izquierda hasta su mejilla, tal
y como vemos en tantas representaciones de San Juan Evangelista).
El autor galo hacía alusión a su eclecticismo
iconográfico y a su desproporción, perceptible en cabezas y forzado
recrecimiento de peanas. David cruza sus piernas y tañe el arpa, al arcaico
estilo de Platerías, participando del leve cinetismo que también se presiente
en la reina de Saba y en el monje, anunciando la sensación de movimiento que
será más evidente en las figuras del occidental Pórtico de la Gloria. De hecho,
Gómez-Moreno consideraba que este friso y la gran portada occidental eran obra
del mismo escultor.
Portada de las
Cadenas, esculturas de alrededor de 1200, que representan Majestas Domini
rodeado por los apóstoles Juan, Pedro, Pablo y Santiago el Viejo
Portada de las
Cadenas, esculturas de alrededor de 1230, representación: Abraham, Isaías,
reina de Saba, Salomón, Ezequiel, Moisés, Melquisedec, Balaam, David, Juan el
Bautista, Elías, Jeremías
La imagen de San Francisco, visible quizá en la
estatua nervadura del cuarto tramo de la nave calzado con humildes sandalias y
también en la misma portada occidental, sugiere una datación que oscila entre
1214 (fecha más que gratuita asignada a la visita del santo de Asís a Ciudad
Rodrigo, cuando regresaba de su peregrinación a Compostela) y 1228 (fecha de su
canonización). Que esta circunstancial visita sirva para prestigiar la
decoración del noble edificio que se estaba construyendo o bien sólo permita justificar
la presencia de un convento de los frater minor en esta localidad
salmantina (ca. 1220) y como comunidad bien conocida por todos los residentes
fueran representados en la catedral, era algo que ya preocupaba a René Crozet.
Otro arco, a la derecha de la portada
meridional, cubre el espacio libre existente hasta el absidiolo de la epístola.
Bajo el arco se encuentra una imagen sedente de la Virgen con el Niño que fue
policromada en 1546. El Niño está sentado sobre la rodilla derecha de la madre,
bendiciendo con la diestra.
La portada del Enlosado, en el brazo norte del
crucero tiene también decoración tardorrománica, aunque fue retocada en época
moderna, como apreciamos en sus fustes husiformes. Posee arco pentalobulado –al
estilo de la Magdalena de Zamora– decorado con finos acantos en molinillo y
triple arquivolta semicircular de baquetones y escocias cuajadas por incisas
bandas de tetrapétalas y círculos.
La gruesa chambrana porta palmetas perladas.
Los capiteles presentan arpías y grifos afrontados por sus alas. Toda la
portada septentrional queda cobijada por un gran arco apuntado flanqueado por
gruesas semicolumnas acanaladas de cronología posterior, tal vez de mediados
del siglo XIII. El gran arco apuntado está ornado por guardapolvo de puntas de
clavo, moldura de baquetón romboidal y hojas tetrapétalas.
Los curiosos polilóbulos que rematan en triples
cilindros encuentran similitudes evidentes con varias portadas del Saintonge
(portadas occidentales de Esnandes, Vandré y Nôtre-Dame de Chartres y
arquivoltas absidales de Rioux). Los baquetones que formulan una trama
romboidal aparecen además en los contrafuertes y jambas de Rioux.
La portada que se abre a la panda claustral
meridional es también tardorrománica, con arquivoltas de baquetones y escocias
que apoyan sobre capiteles de perlados crochets. Muy cerca, existe un arcosolio
ornado con tetrapétalas inscritas en el interior de círculos de evidente
carácter románico, motivo muy similar al que vemos en la portada de la iglesia
de San Andrés de Ciudad Rodrigo.
El
claustro de la catedral de Ciudad Rodrigo conserva dos laterales románicos
tardíos y otros dos plenamente góticos. La imagen muestra uno de los primeros,
con una virgen románica al fondo. Fue construido por Benito Sánchez en el siglo
XIV.
El
claustro de la catedral de Ciudad Rodrigo conserva dos laterales del románico
tardío y otros dos plenamente góticos. La imagen muestra uno de los últimos,
con una virgen románica del siglo XIII al fondo. Fue construido por Pedro de
Güemes en el siglo XVI.
No obstante, el claustro se levantó entre el
siglo XIV (galerías occidental y meridional), cuando está documentada la
participación de Benito Sánchez, y el XVI (galerías oriental y septentrional)
cuando interviene Pedro de Güemes. Martínez Frías insistía en que gran parte de
la historiografía –incluido Hernández Vegas– había arrastrado un error de
Llaguno, que en una nota de su Diccionario señalaba cómo Fernando II hacía
donación de una pensión de 100 maravedís anuales al maestro Benito Sánchez por
hacerse cargo de los trabajos de la catedral. En realidad el crítico debió
confundir al tracista del siglo XIV con el mismísimo Mateo del pórtico
compostelano (curiosamente el supuesto documento se suscribía sólo tres días
antes que el compostelano).
La gran portada del Pórtico de la Gloria
corresponde al segundo tercio del siglo XIII. El espacio se cubre con crucería
cuatripartita cuyas nervaduras parten de ménsulas, con personaje y león
andrófago hacia oriente, y capiteles con personajes demoniacos hacia occidente.
Es una portada marcadamente apuntada, con siete abigarradas arquivoltas
talladas en el sentido de las roscas, perfectamente góticas. La figuración se
despliega también sobre el tímpano, un alto dintel dividido en dos registros y
dos niveles de columnas con capiteles a ambos lados, el superior con estatuas
entre el jambaje. En el mainel se talló la Virgen con el Salvador. El dintel
presenta la vida de Cristo (entrada en Jerusalén, la Última Cena, el
Prendimiento y la Crucifixión) y de la Virgen (Muerte y Ascensión), reservando
el tímpano propiamente dicho para su Coronación.
Las arquivoltas atañen al Juicio Final: en la
exterior ángeles olifantes anuncian la resurrección de los muertos, que salen
de sus féretros; a la derecha el demonio arroja a los pecadores hacia el averno
y en la zona superior se efigia a Cristo entre dos ángeles y los símbolos de
los cuatro evangelistas; la siguiente arquivolta se orna con querubines y
serafines; a continuación obispos portadores de cruces y libros; ángeles
ceroferarios e incensates aparecen en la cuarta; veintiocho santas dispuestas
dos a dos en la quinta y parejas con los ancianos del Apocalipsis, coronados y
tañendo instrumentos musicales o portando libros en la sexta, la dispuesta
interiormente.
En las estatuas del nivel superior se
identifica a Santiago el Mayor, Santiago el Menor, San Juan Evangelista, San
Pedro y otros ocho apóstoles con filacterias y libros. El registro se corona
con fundidos capiteles vegetales entre los que asoman algunos personajes
coronados o tocados con capirotes y máscaras. En uno de ellos se reconoce la
escena de Daniel en el foso de los leones, un ángel y Habacuc. A los pies del
apostolado se aprecian pequeñas cúpulas gallonadas, al estilo de la Torre del
Gallo salmantina, a las que antes hicimos referencia, y en la misma línea que
un fragmento escultórico procedente de San Leonardo de Zamora y conservado en
el neoyorquino museo The Cloisters. Los capiteles del primer nivel refieren
escenas con el santo de Asís (Crozet habla de la estigmatización), la Santa
Cena, la Coronación de la Virgen, la Huida a Egipto y numerosas cestas
vegetales con acantos cuajados de arpías.
Tímpano. El taller sigue la escuela del
Maestro Mateo. Herencia del arte ojival primario. La entrada triunfal de la
Virgen María en los Cielos (La Coronación) es una maravilla (1275-1300).
La identidad entre esta portada y la occidental
de la colegiata de Toro ya fue puesta de manifiesto por Bertaux. Durliat
insistía en los paralelos compostelanos, evidentes en el característico cruce
de piernas en uno de los apóstoles del lado derecho. En la misma línea se había
pronunciado Pita, que apreciaba ecos mateanos en los apóstoles de la portada
occidental mirobrigense. Pero lo cierto es que la búsqueda de paralelos en los
talleres góticos de Burgos y León, aunque no convenciera a Crozet en lo estilístico,
parece mucho más lógica y acorde con una cronología tardía. Yarza ofrecía una
datación ca. 1260- 1286 para Toro que permite hacernos reflexionar sobre el
Pórtico de la Gloria de Ciudad Rodrigo (vid. Joaquín Yarza Luaces, “La
portada occidental de la colegiata de Toro y el sepulcro del Doctor Grado, dos
obras significativas del gótico zamorano”, Studia Zamorensia [Anejos 1].
Arte medieval en Zamora, 1988, pp. 117-129). Piquero optaba por la década de
1230, señalando la evidente progenie francesa para su tímpano con doble dintel
y distribución triangular superior.
Los ventanales de las naves laterales se
enriquecen –tanto interior como exteriormente– con una lujuriosa ornamentación
(Crozet). Entre sus capiteles aparece un acróbata, un rabelista y un cantero
labrando la piedra. Las arquivoltas poseen perfiles polilobulados, de
hojarascas caladas y baquetones romboidales entrecruzados.
Las tres ventanas del trifolio de la catedral de Santa María son piezas poco frecuentes en el románico, tanto por su riqueza decorativa como por su conservación.
La brillante decoración escultórica, aunque
mayoritariamente ejecutada a lo largo del siglo XIII, es rica en arcaísmos.
Así, la abigarrada fauna fantástica de arpías, grifos, gallináceas, surgida
entre tupidas frondas, las puntas de clavo y las tramas romboidales, los
archipresentes arquillos polilobulados y las semicolumnas acanaladas, nos
aproximan al románico zamorano y por extensión al claustro de la Catedral Vieja
salmantina, donde abundaban las cestas vegetales de tesitura carnosa. A buen
recaudo, estamos ante el hito terminal más brillante del románico salmantino.
Mezcolanza de vegetaciones góticas, bestiarios deslavazados y geométricos
carenados, cruce de caminos entre lo compostelano y el sudoeste francés en una
tierra abierta, definitivamente consolidada por los monarcas leoneses. Lo
cierto es que las familiaridades de la mejor escultura románica salmantina con
respecto al estilo del sudoeste francés también parece tener eco más de dos
décadas después, en obras tan tardías como la catedral de Ciudad Rodrigo, un
epígono vigoroso que se mete de lleno en el gótico.
La capilla del Sagrario, antiguamente de San
Blas, es de planta cuadrangular y se cubre con bóveda octopartita que a Crozet
le recordaba lo cisterciense y a Gómez-Moreno el estilo abulense de Fruchel
(cf. pórtico de San Vicente de Ávila), bien distinto de los sistemas de
cubiertas ensayados en Salamanca, Zamora y en la misma catedral mirobrigense.
No obstante su despiece es anular, como en las bóvedas angevinas salmantinas
(cf. crucero de Las Huelgas).
Los ocho nervios reposan sobre pilares
angulares y otros dispuestos en los puntos medios de los muros (hay una ménsula
donde se dispone la puerta) compuestos por triples semicolumnas y aristas con
rosetas. Dos óculos polilobulados perforan su muro hacia el pórtico. Contó con
dos ventanas cegadas y otras dos apuntadas con parejas de columnillas hacia
mediodía. Su muro exterior presenta siete arquillos ciegos trilobulados.
Los dos sitios sufridos por la ciudadela de
Ciudad Rodrigo durante la Guerra de la Independencia dañaron fuertemente el
edificio catedralicio. El mismo Pórtico de la Gloria fue convertido en polvorín
(función que después fue a parar al claustro), pero la fortuna hizo que nunca
llegara a verse afectado, aunque sí resultó alterada la torre y la fachada de
poniente que remodeló Sagarvinaga, herida con abundante metralla artillera y
fuego de fusilería. Hernández Vegas recoge parte del informe redactado por el arquitecto
responsable de las fortificaciones Francisco de Paula de la Vega y Pérez al
término de las refriegas, en el mismo se anota el estado ruinoso de la portada
occidental “sus columnas destrozadas, en sus dos terceras partes los
capiteles destruidos, y enteramente sus basas y zócalos, como también la parte
de cornisa, remates y demás que adornan la expresada portada y fachada”.
Las obras de restauración fueron modestas y parciales a lo largo de todo el
siglo XIX. Poco antes de ser declarada Monumento Nacional en 1899 intervino el
arquitecto provincial Joaquín de Vargas y Aguirre. A partir de esa fecha Luis
M.ª Cabello y Lapiedra se encargó de nuevas reparaciones en las bóvedas.
Durante la segunda década del siglo José Tarabella restaura el claustro gótico
siguiendo criterios miméticos de fatales consecuencias, labrando flamantes
capiteles y basas al tiempo que despreciaba gran número de piezas originales.
José Ramón Nieto recoge exhaustivamente el devenir de estos trabajos y los
realizados con posterioridad por Anselmo Arenillas.
Iglesia de San Pedro y San Isidoro
En Ciudad Rodrigo y su entorno encontramos el
foco más occidental del denominado románico en ladrillo o románico-mudéjar, y
la iglesia de San Pedro es uno de los escasos testimonios que se han conservado
en la zona. El templo se halla en el interior del recinto amurallado, cerca de
la Plaza Mayor y a escasos metros de la antigua casa de los Vázquez (hoy
edificio de Correos). Se trata de un edificio de origen románico ampliamente
reformado en la primera mitad del siglo XVI por iniciativa, entre otros, de los
Vázquez, Chaves y Maldonado que instalaron allí su panteón familiar. De la
primitiva construcción, también de tres naves, sólo se respetó el ábside del
lado del evangelio (convertido en baptisterio), la portada septentrional y otra
cegada en el muro occidental, elementos todos ellos que nos hablan de una
fábrica mixta de ladrillo y piedra.
El ábside se levanta sobre un zócalo de
sillería y se decora con una original sucesión de cinco arcos ciegos de
ladrillo muy esbeltos que cobijan otros más pequeños, una disposición que
recuerda a la del ábside de Villoria. En el arco central se abre una pequeña
aspillera enmarcada por un alfiz rematado por un friso de ladrillos en
esquinilla igual al que remata todo el muro.
El presbiterio se ornamenta en toda su altura
con otros tres arcos de medio punto doblados coronados por un friso de
esquinillas y enmarcados por rectángulos. En el del centro se abre una sencilla
ventana de medio punto. Junto a este tramo recto se ha edificado en el siglo XX
una nueva sacristía imitando la misma decoración.
En el interior, el hemiciclo absidal se divide
en dos cuerpos separados por una imposta de ladrillos en nacela: el inferior
decorado con cinco arcos ciegos de medio punto coronados por el habitual friso
de esquinillas y el superior liso, sólo perforado por la ventana. Se cubre con
bóveda de cuarto de esfera mientras que el tramo correspondiente al presbiterio
lo hace con una bóveda gótica de terceletes que sustituyó a la primitiva de
cañón.
En el exterior, a través de un pórtico
edificado en el lado norte se accede a una antigua portada románica muy
parecida a la de la iglesia de San Andrés de la misma localidad. Realizada en
piedra arenisca, consta de dos arquivoltas de medio punto adornadas con
hexapétalas inscritas en círculos perlados y separadas por molduras de finos
billetes. Apea todo ello sobre una línea de imposta moldurada dispuesta
directamente sobre las jambas. Flanqueando la portada aparecen dos pilastras
con baquetones en sus cantos que sustentan un tejaroz descubierto durante la
restauración de 1994. Este último presenta una cornisa adornada con
tetrapétalas inscritas en círculos que se apoya sobre seis canecillos bien
conservados y de cuidada ejecución. Se disponen de forma simétrica a ambos
lados de una metopa central decorada con una cabeza femenina tocada con corona:
en los extremos dos canecillos moldurados con finos baquetones, seguidos de
otros dos con cabezas masculinas y dos más de rollos. Por encima del tejaroz
corre un friso de arcos ciegos en ladrillo y sobre ellos veintinueve canecillos
de ladrillo cortados en nacela. Como ya apuntara Gómez-Moreno, es evidente la
relación que existe entre este ideario decorativo, tan común en el románico
salmantino, y el que se puede ver en muchas portadas abulenses y segovianas.
Otra portada, ahora cegada, se abría en origen
en el hastial occidental. Se componía de un simple arco de medio punto y un
alfiz sobre el que se disponía otro arco ciego, tal vez correspondiente a una
antigua ventana. En el interior el hueco de esta puerta fue aprovechado como
arcosolio.
Por los restos descritos se deduce que la
iglesia de San Pedro fue un edificio románico de tres naves rematadas en otros
tantos ábsides semicirculares. En su fábrica alternaban el ladrillo, empleado
sobre todo para muros y bóvedas, y la piedra, reservada al menos para una de
sus portadas y para la decoración escultórica. Sus características
constructivas y decorativas apuntan hacia una cronología que puede rondar los
últimos años del siglo XII o principios del XIII.
Iglesias románicas de la comarca de
Vitigudino, Salamanca
Hinojosa de Duero
Hinojosa de Duero es villa fronteriza con
Portugal, por medio del profundo barranco de Los Arribes por donde discurre
encajonado el río Duero, en cuyas riberas florecen aquí naranjos y limoneros;
un llamativo paisaje al que dedicó emocionadas líneas el P. Morán. La
población, a unos 50 km al norte de Ciudad Rodrigo –a cuyo obispado pertenece–
y a unos 9 km al noroeste de Lumbrales, se asienta en las laderas del cerro del
Castillo, nombre que rememora la existencia de una fortaleza ya irreconocible,
aunque Madoz todavía apunta que en la cima “se hallan los vestijios (sic) de
un castillo muy antiguo”.
Hinojosa aparece en la historia seguramente
durante el impulso colonizador que experimenta la comarca a lo largo del siglo
XII, culminado con la repoblación de Ledesma y Ciudad Rodrigo en 1161, a cargo
del rey Fernando II. Ese mismo año el monarca creó además una nueva sede
episcopal, sufragánea de Santiago de Compostela, la de Ciudad Rodrigo, a cuya
diócesis quedó adscrita inmediatamente Hinojosa. Pero el nuevo obispo
civitatense no sólo ejerció dominio eclesiástico sobre nuestra villa sino que
desde muy temprano, según se muestra ya en la bula de confirmación de la
diócesis, extendida por Alejandro III en 1175, aparece como propietario de un
señorío, el que se llamará Abadengo de Ciudad Rodrigo, formado por Hinojosa,
Lumbrales y otros núcleos menores. Mientras tanto en la administración civil
esta villa siempre formó parte del alfoz de Ciudad Rodrigo, aunque bajo el
citado dominio señorial. A estos momentos o a comienzos del siglo XIII remonta
también Ángel Barrios la construcción del castillo, lo que además da idea de la
significación y crecimiento que iba experimentando la villa. Sostienen también
algunos autores (Hernández Vegas, García Sánchez o Llorente Maldonado) que
Hinojosa, junto al resto del Abadengo, estaría no en manos episcopales sino de
los templarios hasta la disolución de la Orden en 1311, momento en el que se
integraría plenamente en el dominio metropolitano.
Su papel fronterizo se fue potenciando
igualmente desde estos tiempos influenciado por la consolidación de la
independencia de Portugal –que el propio papa Alejandro III reconoció– y sobre
todo cuando un acuerdo entre Fernando IV de Castilla y don Dionis de Portugal,
suscrito en 1279, hizo que pasaran a poder luso los territorios de la comarca
de Sabugal, que pertenecían al obispado de Ciudad Rodrigo y que hasta entonces
habían sido castellanos. Esta nueva circunstancia traerá sus consecuencias en
los siglos siguientes, así, durante la Guerra de Independencia de Portugal,
entre 1640 y 1668, que afectó especialmente a los pueblos de frontera, Hinojosa
fue uno de los numerosos sitios que tuvieron que soportar incendios y saqueos.
Su proximidad a la raya hizo también de este territorio escenario de
actividades militares en la Guerra de Sucesión y en las napoleónicas. No
obstante no todos los problemas que sufrió la villa se derivaron de esta
circunstancia sino que los quebrantos internos del reino durante la Baja Edad
Media también la alcanzaron y así hay noticias de que su castillo fue asaltado
y saqueado en febrero de 1441 por Fernán Nieto, revoltoso lugarteniente del
alcaide de San Felices de los Gallegos, que campeó a sus anchas y que llegó a
contar incluso con el favor del rey Juan II.
Ermita del Cristo de la Misericordia
La ermita del Cristo de la Misericordia es
conocida también como “Parroquia Vieja”, por la función que debió jugar
más o menos hasta mediados del siglo XVI, cuando se construye la actual
parroquia de San Pedro, ya en pleno casco urbano, un casco cuya estructura
debió ir desplazándose ladera abajo a lo largo de la Edad Media, apartándose
gradualmente de la antigua iglesia. No cabe duda de que lo alejado que se
encontraba el viejo templo –1 km al oeste del caserío– y el empinado acceso
fueron causas para que se pensara en su sustitución. Desde entonces parece que
fue degradándose poco a poco hasta perder buena parte de la cubierta,
convertido ya en cementerio, tal como lo viera Gómez-Moreno antes de su
recuperación.
Tanto Morán como García Boiza dan a la ermita
también la advocación de San Pedro y el primero de ellos dice que el culto se
trasladó aquí desde la Cabeza de San Pedro, un puntiagudo cerro a orillas del
Duero, en su confluencia con el Huebra, que ha aportado multitud de estelas
romanas, algunas de ellas reutilizadas en la construcción de nuestra ermita.
Actualmente el edificio, visible desde la
lejanía dominando el pueblo, es una sólida construcción de sillería granítica,
con pequeña cabecera cuadrangular y ancha nave articulada en cinco irregulares
tramos, con espadaña en el testero y con tres portadas, una al norte
–actualmente la principal–, otra al oeste –hoy cegada– y otra al sur. Las
diversas reformas que experimentó el conjunto en un tiempo relativamente corto,
hacen que no sea fácil hacer una interpretación de todo su proceso evolutivo,
que arranca desde las postrimerías románicas.
La cabecera es de planta cuadrada, de reducidas
dimensiones y aspecto macizo, con la cumbrera actualmente a la misma altura que
el resto del templo, cubierta interiormente con bóveda de arista en yeso; sólo
una ventana abierta en siglos postmedievales en el lado sur, rompe su sólida
imagen. Hacia el testero este cuerpo se prolonga, sin solución de continuidad,
en un estrecho cuerpo cuyos muros se quiebran en la parte superior para dejar
exenta una pequeña espadaña rematada a piñón, con dos troneras ligeramente
apuntadas. A la escalera que interiormente sube al campanario se accede por una
puerta abierta en el muro septentrional, a casi dos metros de altura sobre la
actual cota del suelo.
Llama la atención la presencia, tanto en esta
fachada como en la meridional, de una serie de canecillos embutidos en el muro
y que ponen de manifiesto la existencia de uno o incluso varios aleros
anteriores. En el lado norte sólo se ven cuatro, al mismo nivel, tres de ellos
recortados a ras de muro y el otro muy erosionado, pero en el sur son en total
nueve, dispuestos en tres niveles, todos más o menos bien conservados: en el
superior hay cinco piezas, dos troncopiramidales, otro con motivo vegetal cuatrifolio
en aspa y botón central, otro quizá sea la cabeza de un bóvido y un último con
motivo geométrico de discos pareados; a su izquierda todo el paño aparece
alterado de arriba abajo, conteniendo cuatro canes distribuidos en dos alturas,
tres de ellos troncopiramidales y el otro con un floripondio.
El alero actual que remata esta cabecera es en
el lado norte una simple cornisa de nacela, sin canes, y en el sur una cornisa
de listel y chaflán sostenida por modillones de cuarto de bocel. En una
restauración llevada a cabo en 1996 se elevó ligeramente la cubierta.
Esta extraña composición constructiva deriva de
una evolución del conjunto y de una readaptación de usos. Mi opinión es que a
partir de una primera cabecera, de la que se nos ha conservado algún rastro de
alero –ciertamente de difícil interpretación–, se hace una primera ampliación
que eleva la cornisa ligeramente, después otra nueva reforma recrecería todo el
cuerpo al menos hasta su altura actual –aunque es posible que aún más–,
dotándolo con toda probabilidad de unas características defensivas. Esta nueva
cualidad se manifiesta en la presencia de un acceso alto, aunque tampoco
podemos afirmar que éste sea exactamente el original.
La nave es igualmente compleja, bastante más
ancha que la cabecera. Sus cinco tramos se caracterizan por una falta de
regularidad, especialmente el primero, más estrecho, y el último, de planta
trapezoidal. Están separados por amplios arcos diafragma que aguantan una
cubierta de madera a dos aguas.
Exteriormente el primer tramo en el muro norte
está a paño con el resto de la nave, mientras que en el sur tiene un
retranqueo, aunque la cabecera está centrada respecto a su eje y no al del
resto de la nave. En ambos testeros –hoy clareados con sendas ventanas
rectangulares de cronología postmedieval– se aprecia el primitivo remate del
muro, con la característica forma inclinada, recrecida posteriormente,
manteniéndose igualmente ambos aleros. El inferior conserva en el lado norte
cinco canes, uno recortado y los otros cuatro con diversas formas animalísticas
y geométricas bastante erosionadas, sin cornisa; en el sur se conserva más
completo, con todos los canes de forma piramidal y con cornisa achaflanada. El
alero superior, en ambos lados, es de canes de cuarto de bocel.
A partir del segundo tramo la nave se ensancha,
aunque de forma disimétrica, avanzando más hacia mediodía. Ya desaparece por
completo cualquier rastro de una cornisa inferior sustituida ahora por una
línea de canzorros a cada lado que nos habla de la existencia de sendos
pórticos que cubrían prácticamente toda la longitud de la nave. Llama sin
embargo la atención el hecho de que tanto en un lado como en el otro la
continuidad de hiladas es perfecta, lo que parece hablar de una herencia no
traumática entre el primero y los demás tramos de la nave.
Estos nuevos tramos presentan mayor
uniformidad, separados interiormente por los arcos diafragma y al exterior con
los muros prácticamente lisos, interrumpidos sólo por las portadas que se abren
a ambos lados en el tramo central y por un arcosolio apuntado en el lado
septentrional del segundo tramo. Los aleros que podemos ver parecen resultado
de numerosas reformas, así en el segundo, tercero y comienzo del cuarto tramo,
tanto a un lado como al otro, se conservan piezas de gusto románico, con
cornisa de chaflán y canecillos de variada morfología: modillones, formas
geométricas, cabezas humanas, troncocónicos con medias bolas o florones. Lo que
remata buena parte del cuarto tramo, todo el quinto y el piñón del hastial
occidental es una sencilla cornisa de nacela, seguramente fruto de una reforma
posterior, como también son obra tardía los dos ventanales que se abren a un
lado y otro del cuarto tramo.
Los esquinales noroeste y suroeste muestran un
recurso para contrarrestar empujes netamente románico: están reforzados por
pilastras perpendiculares a los muros laterales y al hastial, elevándose en
tres de los cuatro casos sólo hasta media altura.
En cuanto a la fachada occidental es un amplio
hastial con portada monumental encima de la que se abre un óculo abocinado, de
triple molduración abocelada.
Las portadas son tres y en ellas se ve una
introducción de los gustos del primer gótico. La más modesta es la meridional,
quizá porque es el sitio de más difícil accesibilidad. Está enmarcada en
pilastras que llegan hasta el alero y está formada por arco doblado y apuntado,
con doble jamba rematada en imposta de doble bocel. La occidental ha sido
parcialmente tabicada, haciendo ahora la función de ventana está igualmente
flanqueada por pilastrillas, aunque más cortas, y se forma mediante arco de
ingreso liso y triple arquivolta moldurada a base de boceles y medias cañas,
todo ello apuntado, con tres columnillas acodilladas a cada lado, dispuestas
sobre podios individualizados y rematadas por capiteles con decoración vegetal
de variada composición. Los cimacios son moldurados y se derraman también por
las pilastras.
La tercera portada se sitúa en la fachada norte
y es la que hoy sirve de acceso. Como las anteriores presenta enmarcamiento de
pilastras y por su estructura y decoración es muy similar a la de poniente,
aunque en este caso los arcos tienden a un medio punto deformado, tal vez
porque en algún momento pudo remontarse toda la portada.
La complejidad del edificio es tal que para su
adecuada interpretación merecería la pena hacer una profunda lectura de
paramentos con metodología arqueológica, sistema que se escapa de nuestro
cometido. Aún así creemos que su evolución estructural y cronológica parten del
planteamiento de un edificio de dimensiones algo más reducidas en anchura y
notablemente menores en altura, con cabecera cuadrada, planificado en un
momento en torno a 1200 y en el que se esculpen unos canecillos de forma
troncopiramidal que son la nota dominante del románico de la ciudad de Zamora y
de su tierra, con otros ejemplos a lo largo de las Extremaduras castellanas,
desde Castronuño (Valladolid) hasta la colegial de San Pedro de Soria y otros
edificios de esa misma capital, si bien lo habitual es que lleven bifolias
lanceoladas dispuestas en V. De este primer edificio se conservaría la cabecera
–cuyas modificaciones, según se aprecia en el lado sur, es uno de los temas más
complejos– y el primer tramo de la nave.
Se cree que mientras se procede a la
construcción de ese mismo proyecto se acomete un cambio de planes, dando mayor
anchura y altura a los otros cuatro tramos de nave, pero manteniendo la
continuidad de la obra, de ahí que no haya ruptura de sillares. Quizá haya un
pequeño hiato temporal, de modo que ya se incorporan entonces con mayor fuerza
las corrientes goticistas que influyen en la forma y decoración de las
portadas. Es posible que se reformara también la cabecera, elevándola
ligeramente –hasta el sector superior de canecillos románicos– y tal vez
añadiendo la espadaña, aunque ésta también podría ser de la fase siguiente.
Estaríamos en las décadas iniciales del siglo XIII.
Un tercer momento constructivo afectaría al
sector levantado en la primera etapa, que probablemente hasta entonces seguía
siendo más bajo. Se sobreelevan la cabecera y el primer tramo de la nave,
introduciendo nuevos canes en cuarto de bocel o reutilizando en otros casos las
piezas del antiguo alero. Ahora se reforma el interior de la cabecera,
añadiendo algunas decoraciones y emblemas heráldicos y posiblemente se daría
una consistencia “fortificada” al exterior de la misma, quizá de acuerdo
a la corriente que hizo que se encastillaran numerosas iglesias a lo largo de
todo el reino. Una fecha dentro del siglo XV encaja bien con las
características constructivas que se observan para esta fase y con los avatares
concretos que vivió Hinojosa por esos tiempos. Entonces se dispuso también una
nueva cubierta, un artesonado mudéjar decorado con policromías y del que
Gómez-Moreno llegó a ver todavía algunas partes.
Es probable que esta modificación de techos
fuese acompañada igualmente por la reconstrucción de los arcos que separan los
tramos de la nave, o quizá de su construcción ex novo, como parece indicar la
ausencia de contrafuertes exteriores, unos arcos que también posiblemente hayan
sido modificados en alguna de las últimas restauraciones pues el mismo
Gómez-Moreno describe la cubierta “cabalgando sobre arcos escarzanos
atravesados, que entonces se añadieron, y otro semicircular más moderno”.
Finalmente cabría reseñar algunas reformas
menores, como pueden ser la sustitución de aleros, apertura de ventanas, cierre
de la portada occidental o, ya más recientemente, el nuevo recrecimiento de la
cubierta, aunque todo ello es mucho menos significativo.
No es mucho menos significativo.
Estilísticamente la vinculación de las dos fases que podemos considerar dentro
de época románica –aunque la segunda también puede analizarse perfectamente
desde los estudios góticos– nos lleva a un parentesco con lo zamorano, cosa por
otra parte lógica dada la proximidad geográfica. A los motivos decorativos
arriba reseñados habría que añadir el enmarque de las portadas entre pilastras
–como ya señaló Gómez-Moreno– y en general el esquema compositivo de las
mismas, que las acerca a algunos ejemplos tardíos de la capital del Duero (San
Esteban o Santa María de la Horta), a la colegiata de Toro (portada meridional)
o incluso a la parroquial de Fermoselle. Ya en territorio salmantino, las
concomitancias con la catedral de Ciudad Rodrigo, especialmente con la puerta
de las Cadenas, ponen en evidencia la estrecha relación con la sede episcopal,
cuya seo también se estaba levantando por las mismas fechas.
San Felices de los Gallegos
La fortificada villa de San Felices de los
Gallegos se encuentra muy cerca de la frontera portuguesa, 36 km al norte de
Ciudad Rodrigo, asentada sobre un ligero promontorio que apenas destaca sobre
el llano circundante.
Apócrifas noticias remontarían la fundación del
lugar al siglo VII, a cargo de un obispo de Oporto llamado Félix, mientras que
una tradición popular local asegura asimismo que este sitio fue antaño una
ciudad conocida con el nombre de Gibaleón. Sin embargo parece que la verdadera
fundación se llevaría a cabo en 1169 y es a partir de entonces cuando comienza
a aparecer en la documentación como lugar perteneciente a la diócesis de Ciudad
Rodrigo. Su posición fronteriza hizo que se viera envuelta en distintos avatares
entre las Coronas de Castilla y de Portugal, circunstancias que motivaron
también la erección de murallas y de un castillo y de que casi siempre su
tenencia estuviera encomendada a algún señor. En 1284 el rey Sancho IV dona el
lugar a Martín Pérez de Portocarrero, aunque muy poco después el mismo monarca
se lo vuelve a trocar a cambio de una parte de la villa de Laguna de Negrillos,
para entregárselo en 1293 a su propio hijo, el infante don Felipe, poco antes
de que en 1296 los portugueses lo tomaran por la fuerza y de que por el tratado
de Alcañices, de 1297, pasara a formar parte de la Corona de Portugal durante
un tiempo.
Sería por estas fechas cuando don Dionis, rey
de Portugal, construiría o reconstruiría el castillo, entregando en 1304 la
villa a su hijo Alfonso Sánchez, quien cuatro años después la permuta con
Alfonso de Meneses, hermano de la reina María de Molina, a cambio de la mitad
de la villa de Alburquerque, obteniendo poco después el disfrute del mismo
fuero que usaban los de Ciudad Rodrigo. En 1327 San Felices regresaría a la
corona castellana por el matrimonio de María de Portugal con Alfonso XI,
quedando siempre del lado portugués las demás villas que habían sido
conquistadas junto a ésta: Alfaiates, Sabugal, Castell-Rodrigo, Almeida,
Castelmelhor y Montforte. De 1329 y 1348 hay sendos privilegios otorgados por
Juan Alfonso de Alburquerque a los vecinos de la villa y se conoce un documento
firmado en 1350 por Pedro I de Castilla en el que se pide al concejo de Ciudad
Rodrigo que permita vender en su villa el vino de los de San Felices –aún en
manos de Juan Alfonso de Alburquerque– para tratar de sobrellevar las graves
consecuencias de la peste: “por razón de la pestilençia de la mortandat, que
fue muy pobre e muy yerma de conpañas el dicho lugar”. Tras la muerte de
Pedro I y a consecuencia del caos reinante en Castilla fue de nuevo conquistada
la plaza por los portugueses y así, según otro documento conservado en el
Archivo Nacional da Torre do Tombo, en 1370 el rey portugués Fernando I entregaría
su castillo “fronteyro” de San Felices a Juan Ruiz Portocarrero.
Finalmente la paz firmada entre este rey y Enrique II de Trastámara hará que
regrese de forma definitiva a Castilla.
Desde este momento la villa es objeto de un
continuo trasiego de unos personajes a otros, por medio de cesiones, permutas o
herencias. Así Enrique II la entregará a su hermano Sancho, de quien pasó a su
hija Leonor de Alburquerque y de ésta al rey Juan I, quien a su vez la traspasó
a Giral de Torralt, hasta que en 1397 está en poder de don Fernando de
Antequera, esposo de doña Leonor y futuro rey de Aragón. La hija de ambos,
María de Aragón será la nueva propietaria y tras ella su hijo, el rey Enrique IV
de Castilla. Poco después está al frente del castillo y de la villa de Pedro
Girón, aunque se ha supuesto que como mero delegado real pues aún en 1470 el
rey la considera como propia, aunque dos años después ya ha sido traspasada a
Juan Pacheco, marqués de Villena. En este trasiego de propietarios San Felices
llega a un nuevo señor, Gracián de Sese, a quien el marqués de Villena trata de
gratificar así su colaboración en la toma de Trujillo en 1474. Dos años después
este nuevo titular, partidario de la Beltraneja, permite que San Felices sea
ocupada por los portugueses, lo que provocará un amotinamiento de los lugareños
–que se declaran del partido de Isabel la Católica–, quienes finalmente
capturan y ajustician al de Sese. Ese mismo año de 1476 los Reyes Católicos la
entregarán definitivamente a la Casa Ducal de Alba, en cuyo patrimonio estará
hasta mediados del siglo XIX y con cuyos señores acudirá en 1491 a la conquista
de Granada. Pocos años después de esta toma de posesión los duques acometerán
la construcción del castillo que hoy se conserva.
La importancia de este señorío siempre estuvo
relacionada con su posición estratégica pues nunca fue un extenso dominio, más
bien todo lo contrario ya que, al margen de la villa, su tierra estaba
integrada sólo por las aldeas de Ahigal de los Aceiteros y Puerto Seguro. Un
claro exponente de todo ello es el interés que manifestó por ejemplo Enrique
III en 1397 apoyando al vecindario con algunas disposiciones para que pudieran
vender su vino en Ciudad Rodrigo, “por quanto el dicho lugar está en la
dicha frontera et ha pasado e pasa en tiempo de las guerras asaz afanes e
quiero e es mi merçed que se pueble para mi serviçio”. Por cierto que las
tensiones entre los de San Felices y el concejo mirobrigense serán reiteradas
durante la primera mitad del siglo XV, motivadas tanto por la venta del vino
como por el deslinde de términos. Igualmente se documentan graves enfrentamientos
con el obispado en 1441, causados ahora por las correrías de Fernando de
Burgos, alcaide y juez de San Felices, quien con el apoyo de sus lugartenientes
y de la mayoría de los vecinos de San Felices, se dedicó de forma reiterada y
durante tres años a saquear tierras y villas episcopales, respondiendo el
obispo con una excomunión masiva.
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
La amplia parroquia de Nuestra Señora de la
Asunción se encuentra situada en medio del casco urbano, presidiendo la plaza,
junto a una de las puertas de la muralla, aunque extramuros del ahora casi
despoblado recinto medieval. Es uno de los cinco templos que todavía se
conservan en la villa.
Está levantada en sillería de granito y formada
por una cabecera poligonal y tres naves separadas por amplios arcos, mucho más
ancha la central que las laterales, que llevan incorporadas dos pequeñas
capillitas que dan aspecto de crucero. Tiene dos torres, una a los pies y otra
en la fachada meridional, en el encuentro entre cabecera y naves, mientras que
una amplia sacristía se adosa al norte. Buena parte del edificio es producto de
una profunda reforma llevada a cabo en el siglo XVI, con algunos añadidos a lo
largo del XVII y con modificaciones realizadas a partir del incendio que sufrió
en 1887 en el que se quemaron doce retablos, entre ellos el mayor, con nueve
tablas de Luis Morales.
Sólo algunas partes de los muros de las naves
pueden ser consideradas como románicas, aunque dentro de unas fases tan tardías
que pueden ser analizadas desde la óptica protogótica. De ese momento queda
parte del muro norte, incluyendo una pequeña portada, el hastial occidental,
con otra puerta más monumental y buena parte de la fachada meridional, aunque
otra portada que aquí se encuentra –y que hoy es la principal– fue renovada por
completo hacia el 1500. En este lado se reconoce perfectamente el paramento
antiguo, que llega hasta la mitad de la altura actual, con numerosas marcas de
cantero, y que está coronado por los restos del antiguo alero, con todo un
conjunto de canecillos recortados a ras de muro.
Detalle de la puerta gótica en la
fachada principal de la glesia de Nuestra Señora de la Asunción, San Felices de
los Gallegos, con arco de entrada gótico y distintas fases en los paramentos
recrecidos desde la primitiva fábrica románica tardía
En la fachada norte se reconoce también la
primitiva fábrica en toda la mitad occidental, constituyendo un robusto, macizo
y bien labrado paramento, con numerosas marcas de cantero, en el que se
encuentra una portada cegada, formada por arco de medio punto doblado, sobre
pilastras con impostas de nacela y trasdosado con chambrana nacelada. Son
ostensibles asimismo los restos del alero original, con todos los canes
recortados. Parte de esos canecillos e incluso de la cornisa se salvaron de la
destrucción al ser incorporados como remate de una capillita abierta en ese
lado ya en época gótica, cronología que se desprende del sistema de
contrafuertes oblicuos que emplea. Sobre tal capilla se han conservado nueve
canecillos con distintas decoraciones geométricas (agrupación de medias bolas,
puntas de diamante, aspas, cilindros) y una roseta, sosteniendo la cornisa de
listel y chaflán.
Fachada
y entrada a la torre moderna a los pies de la glesia de Nuestra Señora de la
Asunción, San Felices de los Gallegos, con arco de entrada proto-gótico y
distintas fases en los paramentos recrecidos desde la primitiva fábrica
románica tardía
En el hastial se conserva igualmente la vieja
fábrica, con una portada enmarcada entre pilastrillas y formada por arco de
ingreso y tres arquivoltas, todas lisas y levemente apuntadas, de aristas
vivas, con chambrana de nacela.
Los apoyos de las arquivoltas se hacen sobre
columnillas acodilladas dispuestas sobre alto plinto individualizado, con basas
de desarrollado toro y fino collarino –generalmente muy erosionadas–, fustes
monolíticos y capiteles vegetales, un tanto toscos, unos con puntiagudas hojas
lisas, a veces rematando en bolas, otros con especie de helechos entrecruzados
y en algún caso con acantos bajo arquillos. Los cimacios, de nacela, se
prolongan por un lado en las pilastras del arco de ingreso y por otro en los
delgados contrafuertes que enmarcan todo el conjunto. Sobre esta portada se
aprecia el remate del antiguo hastial a dos aguas, que incluye también un
pequeño y sencillo óculo cegado.
En el interior resulta más difícil apreciar la
estructura primitiva, a pesar de que los muros tienen la sillería desnuda. Se
ve perfectamente la portada norte y al mismo momento pueden corresponder los
dos arcosolios apuntados que presiden el testero de las naves laterales y que
quizá sean los torales que daban paso a los respectivos absidiolos; sobre uno
de ellos, el del lado de la epístola, se aprecia claramente la traza de la
cubierta anterior al recrecimiento de la nave.
Igualmente, sobre el machón que separa el
testero de la nave septentrional de la capilla mayor, se aprecian restos de un
arco de medio punto que pudiera ser de la misma fábrica original.
A juzgar por los restos conservados en el
perímetro de la nave, el templo románico debió tener unas dimensiones muy
similares a las actuales, posiblemente también organizado en tres naves y con
similar distribución. Estamos ante un edificio bastante tardío, que habría que
fechar ya en las primeras décadas del siglo XIII, con una vinculación con lo
tardorrománico-protogótico zamorano o con otros edificios salmantinos como la
ermita del Cristo, de Hinojosa de Duero, caracterizados por el enmarque de
portadas entre pilastrillas y por unas formas decorativas muy evolucionadas.
Murallas
Casi nunca resulta fácil fechar la construcción
de recintos amurallados, entre otras cosas por la ausencia de referencias
artísticas o estilísticas y por la continua renovación a que suelen estar
sometidos. En el caso de la de San Felices de los Gallegos la existencia de una
Cerca Vieja y de otra Cerca Nueva, prácticamente contiguas y con algunos
elementos que parecen de época común, complica mucho más el asunto. La primera
de ellas ha sido detenidamente analizada por Muñoz García y Serrano-Piedecasas,
autores que han reconocido la existencia de seis fases distintas. Al margen de
la primera, que remontan a un momento bajoimperial romano, o de la segunda, que
fechan hacia los siglos X y XI, a nosotros nos interesaría la tercera, dividida
además en dos períodos, una fase IIIa en la que se levantarían las torres
cuadradas con sillería en las esquinas y con marcas de cantero, que datan en el
siglo XII; y una fase IIIb, ya del siglo XIII, en que se rehacen las puertas
del recinto de la Cerca Vieja, entre ellas la desaparecida Puerta del Moro y la
que ellos llaman puerta-torre. Es esta última una entrada situada en el lado
este del recinto, semioculta por una torre albarrana en espolón que se levanta
delante de ella; debió tener dos barreras de portones a juzgar por las
quicialeras, enmarcadas entre sendos arcos apuntados, con dos cortas bóvedas de
cañón apuntado que arrancan de impostas, de las cuales la exterior es bastante
más alta. Según los mismos autores esta obra no rebasaría la mitad del siglo
XIII.
Vista general desde la plaza del frontal
de la Torre de Campanas de San Felices de los Gallegos, donde se aprecia la
puerta ojival de la torre que da paso a la calle Campanario
Vista de detalle del cuerpo inferior de
la Torre de Campanas de San Felices de los Gallegos, donde se aprecia con
claridad la puerta de arco ojival de la torre que da paso a la calle Campanario
y una serie de mechinales a su izquierda, además de numerosas marcas de cantero
en los sillares del cuerpo inferior de la construcción
Por lo que respecta a la Cerca Nueva, conserva
dos puertas igualmente en arco apuntado, la Puerta de las Campanas y la Puerta
del Puerto, cuyas similitudes con las anteriores es reseñada por esos
estudiosos, aunque se inclinan por una cronología en este caso del siglo XIV.
Nos interesa especialmente la Puerta de las
Campanas, más compleja y mejor conservada que la otra y que se halla situada
frente al hastial de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Está formada
por doble arco apuntado, delimitando una corta bóveda del mismo tipo, con
impostas de listel y chaflán, sobre el que se levanta una potente torre
rematada en siglos posteriores por un campanario. La presencia de marcas de
cantero idénticas a las de la iglesia aboga, a nuestro entender y contra la
opinión de Muñoz García y Serrano-Piedecasas, por una cronología también de las
primeras décadas del siglo XIII.
Ante esta coincidencia de fechas para elementos
de ambas cercas cabría preguntarse si no estamos ante dos recintos
contemporáneos, a modo de barrera y contrabarrera –lo que tampoco sería algo
extraño–, en los que el del exterior o Cerca Nueva hubiera sufrido profundas
transformaciones en los muros que no afectaron a las puertas.
Bibliografía
ALDEA VAQUERO, Quintín; MARÍN MARTÍNEZ, Tomás y
VIVES GATELL, José: Diccionario de Historia Eclesiástica de España, IV tomos,
Madrid, 1972-75.
AZCÁRATE RISTORI, José María de: Monumentos
Españoles. Catálogo de los declarados histórico-artísticos, II, Madrid, 1954.
AZCÁRATE RISTORI, José M.ª de: El protogótico
hispánico, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1974.
AZCÁRATE RISTORI, José María de: Arte gótico en
España, Madrid, 1990.
AZOFRA AGUSTÍN, Eduardo y LÓPEZ BORREGO, R. M.:
“Arquitectura Mudéjar salmantina. Nuevas aportaciones”, BSAA, LVII, 1991, pp.
269-278.
BANGO TORVISO, Isidro Gonzalo: “Arquitectura y
Escultura”, en AA.VV., Historia del Arte de Castilla y León. Tomo II. Arte
Románico, Valladolid, 1994, pp. 11-212.
BANGO TORVISO, Isidro Gonzalo: El arte románico
en Castilla y León, Madrid, 1997.
BARRIOS GARCÍA, Ángel: “Repoblación de la zona
meridional del Duero. Fases de ocupación, procedencias y distribución espacial
de los grupos repobladores”, SH, III, 2, 1985, pp. 33-82.
BARRIOS GARCÍA, Ángel: “El poblamiento medieval
salmantino”, en MARTÍN, J.-L. (dir.), Historia de Salamanca, t. II. Edad Media,
Salamanca, 1997, pp. 217-327.
BARRIOS GARCÍA, Ángel, MARTÍN EXPÓSITO, Alberto
y SER QUIJANO, Gregorio del: Documentación medieval del Archivo Municipal de
Alba de Tormes, (col. “Documentos y Estudios para la Historia del Occidente
peninsular durante la Edad Media”, 7), Salamanca, 1982.
BARRIOS GARCÍA, Ángel, MARTÍN EXPÓSITO, Alberto
y SER QUIJANO, Gregorio del: Documentación medieval del Archivo Municipal de
Alba de Tormes, (col. “Documentos y Estudios para la Historia del Occidente
peninsular durante la Edad Media”, 7), Salamanca, 1982.
BARRIOS GARCÍA, Angel, MONSALVO ANTÓN, José M.ª
y SER QUIJANO, Gregorio del: Documentación medieval del Archivo Municipal de
Ciudad Rodrigo, Salamanca, 1988.
BENITO MARTÍN, Félix: La formación de la ciudad
medieval. La red urbana en Castilla y León, Valladolid, 2000.
BLÁZQUEZ GÓMEZ, Ricardo: Alba de Tormes y su
historia, Alba de Tormes, 1994.
BERNAL ESTÉVEZ, Ángel: Ciudad Rodrigo en la
Edad Media, Salamanca, 1981.
BERTAUX, Émile: “La sculpture chrétienne en
Espagne des origines au XIVe siècle”, en MICHEL, André (dir.), Histoire de
l’Art, t. II-1, París, 1906, pp. 214-295.
CABELLO LAPIEDRA, Luis María: La catedral de
Ciudad Rodrigo. Memoria descriptiva, Barcelona, s. f.
CABELLO LAPIEDRA, Luis María: Ciudad Rodrigo,
Salamanca, 1940.
CALZADA, Andrés: Historia de la arquitectura
española, Barcelona, 1933.
CAMPS CAZORLA, Emilio: El arte románico en
España, Barcelona, 1935.
CARRASCO CANTOS, Pilar: Estudio
léxico-semántico de los fueros leoneses de Zamora, Salamanca, Ledesma y Alba de
Tormes: concordancias lematizadas, Granada, 1997.
CASARIEGO, Jesús Evaristo (ed.): Crónicas de
los Reinos de Asturias y León, León, 1985.
CASASECA CASASECA, Antonio y NIETO GONZÁLEZ,
José Ramón: Libro de los lugares y aldeas del obispado de Salamanca (Manuscrito
de 1604-1629), Salamanca, 1982.
CASASECA CASASECA, Antonio: La provincia de
Salamanca, León, 1991.
CASASECA CASASECA, Antonio y NIETO GONZÁLEZ,
José Ramón: Libro de los lugares y aldeas del obispado de Salamanca (Manuscrito
de 1604-1629), Salamanca, 1982.
CASTÁN LANASPA, Javier: El Arte románico en las
Extremaduras de León y Castilla, Valladolid, 1990.
CASTRO, A. y ONÍS, F. de, 1916 CASTRO, Américo
y ONÍS, Federico de: Fueros leoneses de Zamora, Salamanca, Ledesma y Alba de
Tormes, I, Textos, Madrid, 1916.
CHUECA GOITIA, Fernando: Historia de la
Arquitectura Española. Edad Antigua y Edad Media, Madrid, 1965.
CIRLOT, Juan Eduardo: Salamanca y su provincia,
Barcelona, 1956.
CONANT, Kenneth John: Arquitectura carolingia y
románica. 800/1200, Madrid, 1959 (1982).
COOK, Walter William Spencer y GUDIOL RICART,
José: Pintura e imaginería románicas. (Col. “Ars Hispaniae”, VI), Madrid, 1950
(1980).
CROZET, René: “La cathédrale de Ciudad
Rodrigo”, BM, 130, 1972, pp. 97-111.
DURLIAT, Marcel: L'art roman en Espagne, París,
1962.
EGIDO NÚÑEZ, Estanislao: Alba de Tormes.
Guía-manual histórico-turística, Madrid, 1968.
ENCINAS, Alonso de: Ciudad Rodrigo, Madrid,
1967.
ENRÍQUEZ DE SALAMANCA, Cayetano: Rutas del
románico en la provincia de Salamanca, Madrid, 1989.
FERNÁNDEZ HIDALGO, C.: Informe histórico de la
Santa Iglesia Catedral de Ciudad Rodrigo, con una ligera reseña de las glorias
políticas y militares de esta plaza, Ciudad Rodrigo, 1857.
FITA, Fidel: “Caliabria y Ciudad Rodrigo. Datos
inéditos comunicados en 1755 al P. Enrique Flórez por el Obispo D. Pedro Gómez
de la Torre”, BRAH, LXII, 1913, pp. 264-270.
FITA, Fidel: “La diócesis y fuero eclesiástico
de Ciudad Rodrigo en 13 de febrero de 1161”, BRAH, LXI, 1912, pp. 437-448.
FLÓREZ, Enrique: España Sagrada, t. XIV,
Madrid, 1758.
GACTO FERNÁNDEZ, María Trinidad: Estructura de
la población de la Extremadura leonesa en los siglos XII y XIII (Estudio de los
grupos socio jurídicos, a través de los fueros de Salamanca, Ledesma, Alba de
Tormes y Zamora, Salamanca, 1977.
GARCÍA BOIZA, Antonio: Inventario de los
Castillos, Murallas, Puentes, Monasterios, Ermitas, Lugares pintorescos o de
recuerdo histórico, así como de la riqueza mobiliaria, artística o histórica de
las Corporaciones o de los particulares de que se pueda tener noticia en la
provincia de Salamanca, Salamanca, 1937 (1993).
GARCÍA DE FIGUEROLA, Belén: Techumbres
mudéjares en Salamanca, Salamanca, 1996.
GARCÍA GARCÍA, Jesús María: Alba de Tormes,
páginas sueltas de su historia, Salamanca, 1991.
GARRIDO, G.: “La catedral de la vieja
Miróbriga”, Monterrey, 1, 1955, pp. 57-58.
GONZÁLEZ DÍEZ, Emiliano y MARTÍNEZ LLORENTE,
Félix: Fueros y cartas pueblas de Castilla y León. El derecho de un pueblo.
Catálogo de la Exposición, Salamanca, 1992.
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Julio: “Repoblación de la
‘Extremadura’ leonesa”, Hispania, III, 11, 1943, pp. 195-273.
GONZÁLEZ GONZÁLEZ, Julio: “Repoblación en
tierra de Alba de Tormes (1226)”, AEM, 17, 1987, pp. 105-118.
GÓMEZ-MORENO, Manuel: Catálogo Monumental de
España. Provincia de Salamanca, 2 tomos, Madrid, 1967.
GUDIOL RICART, José y GAYA NUÑO, Juan Antonio:
Arquitectura y escultura románicas, (Col. “Ars Hispaniae”, V), Madrid, 1948.
HÉLIOT, Pierre: “Statues sur les retombées de
doubleaux et d’ogives”, BM, CXX, 1962, pp. 121-167.
HERNÁNDEZ VEGAS, Mateo: Ciudad Rodrigo. La
Catedral y la Ciudad, 2 tomos, Salamanca, 1935 (1982).
HERSEY,
Carl Kenneth: The Salmantine Lanterns: Their Origins and Developpment,
Cambridge, 1937.
ILLIC, Gertrud: Los fueros leoneses de Zamora,
Salamanca, Ledesma y Alba de Tormes. Tesis doctoral leída en la Universidad de
Madrid el 13 de febrero de 1964.
LAMPÉREZ Y ROMEA, Vicente: “La arquitectura
salmantina y la Catedral de Ciudad Rodrigo”, La Lectura, Madrid, 1901.
LAMPÉREZ Y ROMEA, Vicente: Historia de la
Arquitectura Cristiana Española en la Edad Media según el estudio de los
Elementos y los Monumentos, 2 tomos, Madrid, 1908-1909 (Valladolid, 1999).
LOMAX, Derek W.: “Los documentos primitivos del
Archivo Municipal de Ciudad Rodrigo”, AL, XXX, 1976, pp. 185-203.
LÓPEZ SIMÓN, Estanislao: La catedral de Ciudad
Rodrigo. Guía ilustrada, Salamanca, 1989.
LLAGUNO Y AMIROLA, Eugenio: Noticias de los
arquitectos y arquitectura de España desde su restauración, ilustradas y
acrecentadas con notas, adiciones y documentos por D. Juan Agustín
Ceán-Bermúdez, Madrid, 1829 (1977), 2 tomos.
LLORENTE MALDONADO DE GUEVARA, Antonio: Las
comarcas históricas y actuales de la provincia de Salamanca, Salamanca, 1976.
MADOZ, Pascual: Diccionario
Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar.
Salamanca, Madrid, 1845-1850 (Valladolid, 1984).
MANSILLA, Demetrio: “Ciudad Rodrigo”, en DHEE,
I, Madrid, 1972, pp. 420-429.
MARTÍN, José-Luis: “Los fueros: normas de
convivencia y trabajo”, en MARTÍN, J.-L. (dir.), Historia de Salamanca. II.
Edad Media, Salamanca, 1997, pp. 75-126.
MARTÍN MARTÍN, José Luis: El patrimonio de la
Catedral de Salamanca. Un estudio de la ciudad y el campo salmantino en la Baja
Edad Media, Salamanca, 1985.
MARTÍN MARTÍN, José Luis: “La iglesia
salmantina”, en MARTÍN, J.-L. (dir.), Historia de Salamanca. II. Edad Media,
Salamanca, 1997, pp. 127-215.
MARTÍN MARTÍN, José Luis et alii: Documentos de
los Archivos Catedralicio y Diocesano de Salamanca (siglos XIIXIII), (col.
“Acta Salmanticensia. Filosofía y Letras”, 100), Salamanca, 1977.
MARTÍN RODRÍGUEZ, Máximo: Octavo centenario de
la Fundación de la Diócesis de Ciudad Rodrigo (col. “Publicaciones Españolas”,
n.º 490), Madrid, s.f.
MARTÍN RODRÍGUEZ, Máximo: Apuntes de la
Diócesis de Ciudad Rodrigo, Salamanca, 1969.
MARTÍNEZ FRÍAS, José María: “Los monumentos
religiosos (Edad Media)”, en AA.VV., Salamanca. Geografía. Historia. Arte.
Cultura, Salamanca, 1986
MÍNGUEZ FERNÁNDEZ, José María: “La repoblación
de los territorios salmantinos”, en MARTÍN, J.-L. (dir.), Historia de
Salamanca. II. Edad Media, Salamanca, 1997, pp. 13-74.
MONSALVO ANTÓN, José María: Documentación
histórica del Archivo Municipal de Alba de Tormes (siglo XV), Salamanca, 1988.
MONSALVO ANTÓN, José María: El sistema político
concejil: el ejemplo del señorío medieval de Alba de Tormes y su concejo de
Villa y Tierra, Salamanca, 1988b.
MONSALVO ANTÓN, José María: “La organización
concejil en Salamanca, Ledesma y Alba de Tormes”, en Actas del I Congreso de
Historia de Salamanca, Salamanca, 1989, I, Salamanca, 1992, pp. 365-396.
MUÑOZ GARCÍA, Miguel Ángel y SERRANO-PIEDECASAS
FERNÁNDEZ, Luis: “La arqueología de las villas de repoblación al sur del río
Tormes, como revisión de la historia local”, en Actas del V Congreso de
arqueología medieval española, Valladolid, 22 a 27 de marzo de 1999,
Valladolid, 2001, pp. 383-392.
NAVARRO, Felipe B.: “Conferencias de la
Sociedad. Ciudad-Rodrigo”, BSEE, VIII, 83, 1900, pp. 14-23 y 84, 1900, pp.
38-47.
NIETO GONZÁLEZ, José Ramón: “Catedral de Ciudad
Rodrigo: intervenciones arquitectónicas de los siglos XIX y XX”, en Sacras
moles. Catedrales de Castilla y León. 3. Tempus edax, homo edacior, Valladolid,
1996, pp. 33-40.
NIETO GONZÁLEZ, José Ramón y PALIZA MONDUATE,
M. T.: Arquitecturas de Ciudad Rodrigo, Salamanca, 1994.
PASCUAL GONZÁLEZ, J. A. y PÉREZ, José I.:
“Notas sobre la documentación medieval de Alba de Tormes”, Salamanca. Revista
Provincial de Estudios, 7, 1983, pp. 97-106.
PITA ANDRADE, José Manuel: “El arte de Mateo en
las tierras de Zamora y Salamanca”, CEG, VIII, XXV, 1953, pp. 207-226.
PONZ, Antonio: Viaje de España, 3. Tomos
IX-XIII. Trata de Sevilla, de Castilla y León y de la Corona de Aragón, Madrid,
1788 (1988).
PORTER, Arthur Kingsley: La escultura románica
en España, 2 tomos, Barcelona-Florencia, 1928.
PRADALIER, Henri: La sculpture monumentale à la
Catedral Vieja de Salamanque, Tesis doctoral, 2 tomos, Universidad de
Toulouse-le-Mirail, 1978
PRIETO PANIAGUA, María Riánsares: La
arquitectura románico-mudéjar en la provincia de Salamanca, Salamanca, 1980.
QUADRADO, José María: España. Sus monumentos y
artes. Su naturaleza e historia. Salamanca, Ávila y Segovia, Barcelona, 1884
(1979).
RIVERA BLANCO, Javier (coord.): Catálogo
Monumental de Castilla y León. Bienes inmuebles declarados. Vol. 2. Salamanca,
Segovia, Soria, Valladolid, Zamora, Salamanca, 1995.
RODRÍGUEZ RUBIO, Tomás y GÓMEZ GUTIÉRREZ,
Constantino: Recuerdos y bellezas de Alba de Tormes, Alba de Tormes, 1922.
RUIZ ASENCIO, José Manuel: “Campañas de
Almazor contra el reino de León (981-986)”, AEM, 5, 1968, pp. 31-64.
RUIZ ASENCIO, José Manuel: “Rebeliones leonesas
contra Vermudo II”, en León y su historia. Miscelánea histórica, I, León, 1969,
pp. 215-241.
SÁNCHEZ AIRES, Casiano: Breve Reseña
Geográfica, Histórica y Estadística del Partido Judicial de Ciudad Rodrigo,
Salamanca, 1904 (1996).
SÁNCHEZ ARROYO, Rosa, Alba de Tormes, Gijón,
1997.
SÁNCHEZ CABAÑAS, Antonio: “El fuero antiguo de
Ciudad Rodrigo”, BRAH, LXII, 1913, pp. 389-393.
SÁNCHEZ Y SÁNCHEZ, Daniel: Alba de Tormes.
Historia, Arte y Tradiciones, Salamanca, 1984.
SENDÍN CALABUIG, Manuel F.: “El Apostolado de
la catedral. Interpretación iconográfica”, en Ciudad Rodrigo. Carnaval. 1981,
Salamanca, 1981.
SIERRA, V.: “La catedral de Ciudad Rodrigo”, en
Las Catedrales de Castilla y León. Un proyecto eterno, Valladolid, 1995.
TORMO Y MONZÓ, Elías: “Investigación Histórica.
I. Una Guía de Alba de Tormes. De Salamanca a Alba de Tormes”, BRAH, XCVII,
1931, pp. 609-638.
TORRES BALBÁS, Leopoldo: Arte Almohade. Arte
nazarí. Arte mudéjar, (Col. “Ars Hispaniae”, IV), Madrid, 1949.
VALDÉS FERNÁNDEZ, Manuel: “Arte de los siglos
XII a XV y cultura mudéjar”, en Historia del Arte de Castilla y León. Tomo IV,
Arte mudéjar, Valladolid, 1996, pp. 9-128.
VILLAR Y MACÍAS, Manuel: Historia de Salamanca.
Libro II. Desde la repoblación a la Fundación de la Universidad, Salamanca, 9
vols., 1887 (1973).
VIÑAYO GONZÁLEZ, Antonio: León y Asturias.
Oviedo, León, Zamora, Salamanca, (col. “La España Románica”, 5), Madrid, 1982
(1.ª ed., St. Léger Vauban, 1972).
YARZA LUACES, Joaquín: Arte y arquitectura en
España 500/1250, Madrid, 1979 (1985).
YARZA LUACES, J., 1988 YARZA LUACES, Joaquín:
La Edad Media, (col. “H.ª del Arte Hispánico”, II), Madrid, 1988.
No hay comentarios:
Publicar un comentario