Iglesia de San Pedro
Se alza frente a la puerta del Alcázar de la
muralla y configurando uno de los espacios más atractivos de la ciudad: el
Mercado Grande, la gran plaza extramuros del arrabal oriental que definió
Torres Balbás. Resulta problemática su situación en las cercanías del
monasterio benedictino de Santa María la Antigua, llamado también en la
documentación Santa María la Vieja, dado que sus fábricas son casi colindantes
e incluso el brazo meridional del transepto de San Pedro apoya en alguna de las
sepulturas del cementerio de Santa María la Vieja, hecho que resulta muy
anómalo. Puede suponerse que la anterior iglesia de San Pedro era de pequeñas
dimensiones y que cuando, en los inicios del segundo tercio del siglo XII, se
comenzó el actual templo, el monasterio apenas tendría vida y por ello la
parroquia se levantó tan cerca de la iglesia monástica.
Luego este último templo fue reconstruido a
finales del XII tal como indican su portada con una arquivolta de rollos y su
ábside, en cuya fábrica se atisban mudejarismos similares a los de los ábsides
de la abadía de Santa María de Burgohondo y Santo Domingo de Piedrahita.
También existe una gran escasez documental en
torno a San Pedro, y más cuando lo que se buscan son datos específicos del
desarrollo de la fábrica, por lo que la primera referencia de valor, posterior
a algunas citas vagas, no es otra que la relación de parroquias de 1250. A San
Pedro, que disputará tradicionalmente a San Vicente el puesto de decana entre
las parroquias abulenses, le correspondían ciento veinte morabetinos, mínima
cantidad, confirmados por la concordia de 1254. Era ya una de las parroquias más
vinculadas a las élites ciudadanas, cuestión que queda de manifiesto al ver
cómo todavía en siglos posteriores recibe muchas intervenciones de mejora y
adecentamiento (atrio, campanario...) o es elegida como lugar de enterramiento
de familias relevantes. Fue declarado Monumento Nacional en 1914.
San Pedro es, como ya indicó Gómez-Moreno,
iglesia gemela de la de San Vicente, pero de más larga construcción, por lo que
no llegó a levantar sus proyectadas tribunas (por ello las naves laterales son
más altas, más esbeltas) y fue rematada al oeste por un gran rosetón
cisterciense, en todo similar a uno que permanece cegado en el brazo sur del crucero
catedralicio (muchas otras son las relaciones entre la última fabrica románica
de este templo y la catedral).
Este retraso constructivo motivó el que la
torre se adosase tardíamente a uno de los ábsides, el septentrional que es de
menores dimensiones que el meridional, quizá cuando se prescindió de organizar
una fachada torreada o una torre sobre el cimborrio –aquí muy dudosa– y siempre
antes de construir el brazo norte del transepto, y el que la misma dependencia
con San Vicente se aprecie en la cubierta de la nave central, que aquí cambia
sus capiteles por unos más sencillos que en la nave mayor reciben a los lados
dos elementales cul de lampe
similares a ejemplos de la catedral y de Galicia, y simplifica los nervios de
su crucería. La decoración escultórica tiene muchos puntos en común con la de
la primera fase de San Vicente, pero falta el esplendor de toda la segunda fase
de escultura borgoñona de la basílica. Además, gran parte de los detalles
ornamentales (capiteles, canecillos y cornisas) han sufrido en demasía el “paso
del tiempo” y aparecen limados, rozados o simplemente sustituidos. La planta (sin cripta y con los ábsides
laterales de desiguales dimensiones), repite el modelo de la basílica, incluso
si se acepta que delante de su actual fachada pudo haberse proyectado el citado
cuerpo de torres y nártex, estamos en un modelo idéntico al de ese primer
proyecto de San Vicente que apuntó Merino de Cáceres.
En la planta se marcan sendas escaleras en el
crucero que indican que en un primer proyecto se pensó en dotar al templo de
tribunas siguiendo el modelo de iglesia de peregrinación vicentino.
Las portadas laterales se disponen aquí en el
mismo tramo y los únicos añadidos a la planta originaria son una sacristía
gótica y una torre que, ya se ha dicho, puede ser la respuesta posterior a la
falta de torres en la fachada, si es que no se construyó cuando se olvidó la
construcción de una sobre el cimborrio que nunca pasó de la fase de proyecto.
Ciertamente es torre remetida de cualquier manera en los muros, construida
sobre un zócalo de sillería de granito que nunca se utilizaría en el XII (el
material también se utiliza en el arranque del brazo sur del transepto),
anterior al brazo norte del transepto y torre con sucesivos recrecimientos (se
nota un hueco cegado en el lado este y un forzado cambio de plan en las
escaleras), y a la que hace veinte años se le ha mudado el campanario de
ladrillo por otro de sillería en una restauración que vista con los criterios
actuales es excesiva. Por todo ello es difícil aventurar nada exacto sobre
ella.
Al exterior, los capiteles muestran aves
explayadas, sirenas y centauros alados y la ornamentación vegetal (hojas con
escotaduras unos y otros casi acantos clásicos) que había en la basílica. En
los casi destrozados canecillos aún se distinguen figuras y modillones de
cuatro, cinco y seis lóbulos. Entre las molduras, además de las rosetas y
palmetas, hay una con palmetas curvas inscritas en círculos que en Ávila sólo
se da en San Segundo y también en un ábaco que se guarda en el Ayuntamiento y
que parece procede de Santo Domingo.
Los muros, del granito ocre típico del románico
abulense y levantados sobre zócalo de grandes sillares de granito gris, son más
opacos que los de San Vicente, es decir, sus ventanas apenas pasan de pequeñas
y altas saeteras, tanto en la nave mayor, como en las laterales.
Las portadas del templo son tardías y cercanas
a la desornamentación de la estética cisterciense (de manera evidente en la
oeste).
La fachada de la nave norte se organiza en
cinco paños escalonados, cortados por contrafuertes de tres escarpas que se
corresponden con los tramos del interior. Las ventanas de cuatro de estos
lienzos tienen dos arcos decrecientes, el interior con baquetón que descansa
sobre columnas con capiteles de sección circular, y el exterior –sin decorar–
bordeado por una lisa imposta. Dispuesta sobre ésta, la fachada de la nave
mayor presenta análogas características, pero tiene los machones reformados con
granito y las ventanas aparecen semitapadas en las secciones de hace casi cien
años que recogen una mayor pendiente de la cubierta de la nave lateral,
reformada en las últimas restauraciones. Ello es indicio o de un último
proyecto de pequeñas tribunas o de una cubierta plana, y lo honesto es indicar
que ninguna de las alternativas nos convence y optamos por creer estamos ante
uno de tantos balbuceos que se producen en la construcción de un edificio,
balbuceo que quizá sea reflejo del paso desde una cubierta románica a una
gótica.
Las cornisas de estas fachadas son de granito y
con una molduración ajena al románico. En el cuarto tramo, al norte, entre dos
gruesos machones y protegida por un alero con grandes y deteriorados
canecillos, se abre una puerta con cinco arquivoltas decoradas con baquetones,
rosetas rehundidas de variado número de pétalos y decoración quebrada en doble
zigzag, que siempre se ha relacionado con el triforio de la catedral. Una
imposta de rosetas sirve de ábaco a los capiteles de acanto de los tres pares
de columnas en los que descansan las arquivoltas mediales. Los fustes de las
columnas, graníticos y monolíticos y sus basas son ajenos a la puerta. Una
imposta con puntas de diamantes bordea la rosca externa del arco.
La fachada sur presenta una estructura análoga
a la norte, sin refuerzos de granito en los contrafuertes, sin escarpas, y con
una de sus ventanas, la del primer tramo de la nave central con una imposta de
puntas de diamante. La portada tiene gran similitud con la norte, pero decora
con un baquetón en sus tres arquivoltas externas, como en Santo Domingo. Las
columnas se apoyan en una alta basa y la imposta que rodea al baquetón externo
se decora con palmetas en círculos entrelazados. Su altura desproporcionada y
poca anchura hacen destacar esta portada por su esbeltez entre todas las del
románico abulense.
En la fachada oeste, reforzada por cuatro
contrafuertes, se abren dos óculos, una portada y un gran rosetón. En la
portada, muy reparada, hay que destacar los capiteles calizos de campana
invertida, la imposta que rodea la última arquivolta, moldurada con puntas de
diamante muy evolucionadas, y la serie de arquillos ciegos que anuncia el
cuerpo superior de la fachada.
En éste, cobijado bajo un gran arco de medio
punto que viene a ser el primer perpiaño de la nave central, se abre un gran
rosetón cisterciense que sólo conserva de lo original un gran baquetón liso y
otro en zigzag, y tres cabezas en piedra que lo decoran. En 1967 se procedió a
desmontar “con premeditación y alevosía”, cambiando el diagnóstico que
en 1914 hiciera Sentenach de que el rosetón estaba girado, por el de que el
rosetón tenía “cáncer de piedra”; y dispuestos a curarle sustituyeron
por moldes de hormigón las piedras centenarias y por cristal esmerilado las
vidrieras, que por lo que se ve también se contagiaron del cáncer de piedra
(algunos pobres restos quedan en el Museo Provincial, cuidados y valorados).
Esta fachada, a pesar de las reformas, tiene
una configuración general en todo similar a muchas iglesias cistercienses y
hace suya la ausencia de monumentalidad estructural y la transposición de la
organización interna del templo que Valle Pérez define en las fachadas de la
Orden de Cîteaux (manifiesta es la similitud con Sacramenia, Armenteira,
Meira...).
Interior
Las capillas laterales y la mayor se cubren con
bóvedas de horno y cañones al modo de San Vicente y lo mismo ocurre con los
brazos del crucero, pero la zona del crucero correspondiente a las naves
laterales ya se cubre con soluciones góticas, con bóvedas de crucería
semejantes a las que luego cubrirán los tramos de la nave central. Sigue en la
nave mayor el modelo marcado en la iglesia de San Vicente, aunque aquí las ménsulas
gallonadas en las que apean los nervios recuerdan claramente a la estética que
en la catedral aparece en el siglo XIII.
Los capiteles de la capilla mayor, groseramente
embadurnados y dorados, repiten los ya vistos de vegetales del exterior; y
entre estos del interior –además del de las palomas dándose el pico y el de los
leones con la cabeza entre las patas, que había en San Vicente– aparecen uno
con hombres sentados y grifos que vuelven violentamente la cabeza, otro con
tres figuras en actitud de marcha y uno muy curioso con dos figuras ofrendando
a otra central (Vila da Vila ha relacionado estos capiteles historiados con narraciones
de temas bíblicos: Caín y Abel, Sansón...). Los capiteles del ábside sur se
decoran con grifos, hombres montando leones y sirenas de doble cola. En el
ábside norte más palomas dándose el pico, más grifos, más felinos y más leones
con la cabeza entre las patas como los ya vistos, y uno original que mezcla
aves explayadas y cabezas humanas. Rosetas y palmetas decoran también las
cornisas y ábacos del interior, junto con ellas hay entrelazos cercanos a los
de San Andrés.

Alzado de
la nave central, con los arcos de medio punto, el cuerpo de ventanas, sin
tribuna sobre las naves laterales, y una cubierta de pilares preparados para
sustentar
una bóveda de cañón, de ahí la presencia de
ménsulas para
soportar los nervios de la crucería
Nave del
transepto desde el brazo de la Epístola
Para Vila da Vila son varias las campañas y
talleres escultóricos que trabajan en San Pedro. Una primera campaña arranca
entre 1120 y 1130 y llega hasta 1150 y se desarrolla en la cabecera. Es campaña
en la que ella encuentra cuatro manos distintas y en la que son evidentes las
relaciones con San Vicente, San Isidoro, San Andrés y San Segundo primero, y
luego –ya en las décadas finales del siglo– con San Nicolás, Santo Tomé y La
Magdalena. Destacan entre los capiteles historiados los dedicados a Caín y Abel,
otro con hombre y mujer y uno dedicado a la lucha entre el león y Sansón.
Postula una paralización de las obras a mediados de siglo y la dispersión de
los maestros por las citadas iglesias y que hasta el último tercio del siglo
doce no se produce la reanudación de las obras en una corta campaña dedicada a
la construcción de los muros del transepto.
Sigue a esta una tercera campaña en la que se
levantaron las naves laterales con capiteles borgoñones. En esta tercera
campaña y como obra de otras manos se realizaron las portadas meridionales y
septentrionales de la basílica. En una cuarta campaña, ya en el siglo XIII se
levantaron los pilares cruciformes de granito gris con capiteles de campana
invertida, los formeros de medio punto –los de San Vicente son apuntados– y se
remataron los hastiales del transepto y la fachada occidental con su rosetón y se
voltearon las bóvedas, y finalmente en una quinta campaña se cerraría el
cimborrio que considera de finales del trece o principios del catorce.
También relacionable con la basílica vicentina,
y por ende con la sala capitular de la catedral, es ese cimborrio que, como
éstos, se cubre con bóvedas ochavadas de crucería, con ocho plementos de nítida
traza y cuatro trompas en forma de semibóvedas de crucería. Las ventanas que se
abren en los frentes de sus cuatro lados parecen indicar un adelanto de este
cimborrio al de San Vicente. Su altura también le hermana al de la catedral y
creemos que puede datarse a finales de la primera mitad del siglo XIII.
Resumimos que tradicionalmente se ha
considerado la fábrica de San Pedro anterior o coetánea en sus inicios de la de
San Vicente y se postulaba un gran retraso para la terminación del templo. Creo
que la cabecera debe realizarse en pos de la de San Vicente, pero ya desde el
transepto se manifiesta en San Pedro un retraso constructivo, evidente en el
momento en que cierran los brazos y se levantan las escaleras de la tribuna.
Hasta aquí la relación entre ambas fábricas
debe de ser muy directa y quizá por ello no se planteó la posibilidad de abrir
accesos en los hastiales del transepto (no hay aquí los fuertes desniveles que
impedían abrir puertas en el brazo nort e de San Vicente), pero hay que señalar
que los ventanales de los hastiales del crucero son ya muy distintos, muy
esbeltos y el del norte muy alejado del románico de la cabecera. Desde allí
toda la fábrica de San Pedro se retrasa y es claro el parón constructivo que
señala Vila da Vila. Cuando comienzan nuevamente las obras de San Pedro ya es
otro el templo a construir, han desaparecido del proyecto las tribunas de cuya
existencia como proyecto pueden dar testimonio las escaleras y la altura del crucero,
y no se pensó aquí siquiera el cuerpo borgoñón de torres y nártex. La nueva
iglesia está condicionada por el gran rosetón que se va a abrir en la fachada.
Las ventanas de los muros laterales son en exceso mezquinas, a pesar de
mantener columnas y capiteles y rematarse con una chambrana, son ventanas
trazadas desde el convencimiento de que la iluminación del templo estaba
asegurada por las ventanas de la nave superior y –quizá también– por el
rosetón. Los motivos decorativos están hermanados en volúmenes,
desornamentación y materiales con los de la catedral, especialmente las
cornisas y los capiteles, e incluso un granito gris similar al de la catedral
es el usado en los pilares de los formeros. Son ya del siglo X I I I y muy
cercanos a lo cisterciense quienes labran la fábrica.
Conocemos en San Pedro las siguientes
restauraciones, de las que las de Arenillas forman parte de las toscas
restauraciones del momento y las de Fernández Suárez son intervenciones más
cuidadosas, marcadas por un historicismo militante del que es buen ejemplo el
invento del actual campanario de la torre.
1918-1922. Repullés y Vargas. Reparación de
escaleras y general.
1929. Moya Lledó. Obras generales
1932. Moya Lledó. Obras generales
1948. Arenillas Álvarez. Obras generales
1951. Arenillas Álvarez. Cubierta 1953.
Arenillas Álvarez. Interior
1965. Arenillas Álvarez. Obras generales
1968. Arenillas Álvarez. Vidrieras y refuerzo
de contrafuertes.
1979. Fernández Suárez. Naves central y
laterales, cimborrio e impermeabilizar.
1981. Fernández Suárez. Obras generales 1981.
Fernández Suárez. Modificado
1982. Fernández Suárez. Modificado
Iglesia de San Andrés
Levantada en el segundo cuarto del siglo XII en
el barrio que tradicionalmente se considera de los canteros abulenses, en la
zona norte de extramuros y teniendo ya que salvar un importante desnivel con
respecto a los lienzos de la muralla. Situada en una pequeña plaza, mantiene
todavía cierto aislamiento urbano, contando las fachadas occidental y
meridional con amplios espacios a los que abrirse, no así la cabecera, algo
encajonada entre construcciones cercanas o el flanco norte que presenta
aspecto de cierto abandono. Parece sin embargo que en este aspecto ha mejorado,
ya que, a finales del siglo XIX, Enrique Ballesteros define la zona de San
Andrés como “miserable arrabal en el que subsiste”.
De su origen no se tiene ningún tipo de
constancia. El primer documento en el que aparece es la citada carta del
cardenal Gil Torres de 1250. La cantidad a pagar estipula - da, diez
morabetinos, indica que ya en ese momento no se trataba de un templo especialmente
importante. Sufrió diferentes intervenciones a lo largo de los siglos que
afectaron tanto al exterior (sacristía, espadaña, consolidación...), como al
interior (armadura, sepulcros...). En el siglo XIX continúa siendo parroquia,
carácter que perderá poco después, para pasar a depender de San Vicente. Fecha
importante es la de 1923, en la que es declarado Monumento Nacional y que abre
un nuevo proceso de restauraciones que se producirán en dos etapas: hacia 1930
se interviene en la sacristía y alrededor de 1960, en obras de mayor
envergadura, se trabaja en los paramentos, pilares, impostas, dovelas,
deformada bóveda del ábside central, se añade el contrafuerte del lado este y
se cambia el cuerpo superior del campanario.
Tiene una sencilla planta de tres naves, con
triple cabecera y sin crucero y debe destacarse su hermosa capilla mayor con
arquerías murales ciegas y todo un muestrario de motivos y formas que repiten
los del norte peninsular y el encanto de su capilla absidal de la epístola, con
un arco polilobulado de fina traza que apoya en valiosos capiteles de
entrelazos.
El carácter islámico que parece adivinarse en
los motivos de las impostas, capiteles y arcos polilobulados, quizá justifique
la extraña estructura del templo, con pilares cruciformes huérfanos de unos
arcos fajones que no debieron existir nunca, ya que no acusaron responsiones y
contrafuertes en los muros de las naves. La iglesia fue cubierta por una
armadura de madera que parece solución más cercana a la órbita islámica que a
lo cristiano de la época (las actuales armaduras sustituyeron en el XVI a las
originales). La fábrica, de aparejo pseudoisódomo, en granito ocre y con gran
ripio, se alza sobre zócalo de grandes sillares de granito gris con una altura
media de un metro. A mediodía y poniente portadas salientes, y en el muro norte
del tramo recto del ábside central la cegada puerta gótica de la desaparecida
sacristía.
En la fachada oeste, bajo una sencilla ventana,
se abre la puerta entre la torre y los dos machones de sillares de granito que
contrarrestan los empujes de la nave meridional. Se adelanta unos 30 cm (un
pie) del muro del templo, en un pequeño cuerpo protegido por un tejaroz.
Rodeadas por una imposta ajedrezada se disponen cuatro arquivoltas decrecientes
de medio punto, decoradas una con baquetón y las otras con una roseta de ocho
puntas inscritas en un círculo en cada una de sus dovelas. Las dos arquivoltas
mediales descansan sobre columnas cortadas en su tercio inferior que tienen
capiteles cuyos tambores se decoran uno con hojas y otros con animales muy
destrozados: grifos, palomas y arpías. Rosetas de cuatro pétalos en aros
perlados decoran los ábacos de estos capiteles que se prolongan por el cuerpo
saliente de la portada, en una disposición que luego será normal en las
iglesias de la ciudad. Una ventana cegada en esta fachada oeste, visible en el
interior de la nave sur, manifiesta que al edificio se le añadió la actual
torre de planta cuadrada, con tres pisos reentrantes, el inferior de granito
gris, en los que falta toda decoración y una escalera interior de caracol que
da acceso al campanario, bárbaro pegote de granito que ha venido a sustituir a
otro ruinoso de mampostería, que tampoco debió de ser el remate originario de
esta parte del edificio.
En la fachada sur, ligeramente descentrada, una
puerta repite la organización de la de poniente. Las únicas diferencias que
originariamente existieron entre estas dos puertas las tenemos en la decoración
del arco interior, aquí de rosetas de cuatro pétalos, en el mayor grosor del
baquetón, y en el crismón situado en la clave del segundo arco.
Tiene esta portada mejor conservadas sus
columnas y capiteles, entre ellos uno con leones agachados, pero el arco
externo y su imposta han sido sustituidos por piezas lisas. Dos machones, el de
la derecha añadido en una de las últimas restauraciones, limitan
horizontalmente la fachada meridional, cuyas desnudas paredes –rotas tan sólo
por dos sencillas ventanas de medio punto– coronan un alero con canecillos de
variada decoración: baquetones verticales en unos, gran modillón en otro,
algunos lisos y cuatro modillones de lóbulos en la mayoría. Paralela a ésta,
otra cornisa con lisos canecillos de nacela remata el muro de la nave mayor.
Una graciosa espadaña de inspiración clásica en albañilería de ladrillo, que
recuerda a la cercana iglesia de Santa María de la Cabeza, se alza sobre el
conjunto. Los mechinales cegados que se notan en esta fachada podrían
corresponder a una reparación desconocida, o incluso a un desaparecido pórtico
meridional. La fachada norte, hoy de difícil acceso porque donde no hay tapia, hay
verja, permanece prácticamente desnuda, situándose en ella una minúscula
ventana.
Su tripartita cabecera parece haber surgido sin
plan determinado y agrupa a muy distintos tipos de ábsides. El central, muy
profundo y con arquerías murales (como San Vicente, San Pedro y San Isidoro),
será luego modelo de San Isidoro y también en planta de San Esteban y San
Segundo. Los dos laterales no pasan de hornacinas, especialmente el de la
epístola que tiene un toral polilobulado que siempre se relaciona con San
Isidoro de León. La capilla mayor marca con codillos sus dos tramos.
En el tramo recto se dispone una arquería
ciega, con dos arcos sobre columnas (geminadas las centrales) con historiados
capiteles muy destrozados, que tienen sus ábacos decorados con rosetas de
cuatro pétalos, palmetas y lacerías. Dos altas semicolumnas de destruidos
capiteles se adosan a la curva del ábside, dividiéndole en tres partes que
albergan, cada una, una ventana. Bajo las ventanas y arquerías corre una
cornisa con tres baquetas, y sobre ellas una imposta ajedrezada. Ésta, al igual
que la cornisa del alero, tiene tramos restaurados sin decorar.
En su interior, la capilla mayor repite la
misma estructura que la exterior. En las bóvedas, de cañón y horno, hay un arco
triunfal y un arco fajón, dispuestos ambos sobre columnas ménsulas. Dos
columnas geminadas parecen marcar un imaginario arco en la embocadura de la
bóveda de horno.
Las ventanas ciegas y arquerías corresponden
con las del exterior, pero tienen arquivoltas de baquetón y capiteles de más
valor y mejor conservados, que junto con los de las columnas citadas forman un
muestrario de gran calidad y variados motivos:
·
Capiteles
del arco triunfal: En uno un hombre montando un león y otro intentando montar a
otro; una mujer sentada, con los brazos cruzados en el pecho y dos leones a su
lado en el otro (propone, con reservas, Vila da Vila la posibilidad de que
represente a Santa Tecla).
·
Capiteles
del arco fajón: En uno sólo se distinguen tres figuras humanas entre leones y
en el otro dos hombres enfrentados entre hojas emboladas. Les faltan los
brazos.
·
Capiteles
de las dos columnas geminadas que dan entrada al tramo curvo: En las dos hojas
y en uno de ellos hay, además, piñas intercaladas en las ramas de un árbol.
·
Capiteles
de las arquerías, lado izquierdo: Dos con leones (uno de ellos con dos leones
con una sola cabeza), otro con dos caballos, de los que uno muerde el cuello
del otro, y otro con un hombre acompañado de felino que introduce su pata en la
boca de una de las máscaras que hay a los lados del hombre.
·
Capiteles
de las arquerías, lado derecho: Uno con lacerías de tres cabos, simples hojas
lisas en otro, y en los dos que faltan, quizá los más delicados del conjunto,
jinete frente a un monstruo (Vila da Vila plantea que podría tratarse de San
Jorge) y un hombre sujetando en cada mano un águila.
·
Capiteles
de las tres ventanas del tramo curvo: En la central uno con lobos y otro
elegantísimo con dos zancudas mordiendo una serpiente, que a su vez muerde a
una de ellas; y en los de las laterales, leones solos, un león devorando
hombres, hombre y cuadrúpedo, y uno con una cabeza entre hojas.
Bolas, roleos y animales en distintas actitudes
decoran los ábacos de algunos de estos capiteles; en otros hay billetes,
rosetas de cuatro pétalos en círculos, palmetas y toda suerte de lacerías de
tres y seis cabos que recuerdan técnicas árabes.
Sobre las ventanas una imposta decorada con
rosetas de cuatro pétalos en círculos y entrelazos variados, y bajo ellas otra
con la triple baqueta que había en los aleros del exterior. En el lado
izquierdo del tramo recto, una puerta tapiada, con arco conopial orlado de
bolas, es el único recuerdo que queda de la sacristía del siglo XV.
En el interior, los ábsides laterales se
reducen a simples hornacinas. El de la izquierda, el menos pequeño, tiene un
altar barroco. El de la derecha presenta el ya citado arco con cinco lóbulos
sobre capiteles a los que les faltan las columnas. Sobre las hojas de éstos hay
una cabeza de lobo entre dos cuadrúpedos en uno, y grandes círculos y
entrelazos en el otro.
Arcos doblados que apoyan en pilares cruciformes
separan las naves. Ni las semicolumnas que en estos pilares arrancan hacia unos
inexistentes fajones, ni los canecillos que quedan en el muro, son pruebas
suficientes de que esta iglesia tuviese primitivamente una cubierta de cañón,
ya que no quedan restos de contrafuertes que aguantasen el empuje de la bóveda
de piedra. Los capiteles de los arcos formeros, salvo uno con león y
serpientes, son de pencas rebordeadas de iguales características que las que se
desarrollan en los monumentos de toda la ciudad.
Su escultura ha sido analizada por Margarita
Vila para quien su absidiolo meridional recoge influencias de las iglesias
leonesas de San Isidoro y Santa María del Mercado y por ello debe fecharse a
partir de 1130, fecha que cuadra a una capilla mayor en la que aprecia dos
manos distintas, trabajando por mitades, el principal en la zona de la derecha
y el secundario en la de la izquierda. La labor del maestro principal se
extiende también al absidiolo polilobulado. Un tercer maestro, que ella
relaciona con la catedral de Santiago, San Isidoro de León, la cabecera de San
Pedro y las naves de San Vicente es el autor de las esculturas del ábside
septentrional y las naves. Finalmente considera las portadas del templo obra de
canteros formados en el segundo taller de San Vicente, el que labró las
portadas de la basílica.
Iglesia de San Segundo
En la zona más occidental de la ciudad, a la
vez que la más baja, extramuros y junto al río, se encuentra el templo dedicado
hasta 1521 a San Sebastián y Santa Lucía y desde entonces hasta hoy a San
Segundo, uno de los varones apostólicos y primer obispo abulense según una
tradición alejada totalmente de la historia conocida. Dentro de esas reformas y
con fecha de 1521 se realiza el “descubrimiento” de unos restos humanos
que interesada y torticeramente se convirtieron en reliquias de San Segundo, un
primer obispo de Ávila que a lo sumo y muy benevolentemente se puede situar en
los terrenos de lo legendario. Basándose –suponemos– en tal tradición, nunca en
la lectura del monumento, afirma Martín Carramolino que “pocas, poquísimas
habrá, no digo en España, pero ni en toda la cristiandad, que le aventajen en
años”, y Fernández Valencia asegura “es la más antigua y primera de
Ávila”, con lo que queda de manifiesto el carácter de la obra de ambos
autores.
La proximidad del río ha hecho que estos
terrenos estuviesen dedicados, entre otras cosas, a zona de huertas
(posiblemente trabajadas por moros) que todavía hoy podemos contemplar, y,
aguas abajo, a oficios como las tenerías. En un primer momento de repoblación
estas tierras las ocuparon, según la Crónica de la Población de Ávila, las
gentes procedentes de Covaleda (que aún mantiene su presencia en el callejero
de la ciudad) y Lara, posteriormente serán los judíos los que aquí se asienten,
por sus trabajos en telares y curtidurías. En la actualidad, las intervenciones
realizadas alrededor de la muralla y el proyecto de un “paseo” que lleve
hasta la otra orilla, concretamente hasta los Cuatro Postes, han motivado que
San Segundo haya visto urbanizados sus accesos y entorno, recuperando las
antiguas edificaciones y tinas.
No debe extrañar que la primera referencia
documental sea, una vez más, de 1250, en que aparece aportando doce
morabetinos. Esta cantidad, mínima, por decirlo de alguna manera, indica el
escaso peso social de una iglesia, que tan sólo con el cambio de titular y la
vinculación sentimental con la Historia de Ávila que éste lleva consigo, pudo
gozar en los siglos XVI y XVII de una destacada presencia en la vida abulense,
siendo objeto de múltiples intervenciones destinadas a reverdecer laureles de
antaño. Pasaría posteriormente a una etapa de pérdida de actividad, de olvido
silencioso, roto parcialmente por su declaración de Monumento Nacional en 1923
y por la devota celebración que cada año recuerda su patronazgo sobre la
ciudad.
Es templo que en planta marca una cabecera
desviada que a veces se ha relacionado con la inclinación de la cabeza de
Cristo en la cruz, pero más lógico es pensar en alguna desconocida dificultad
del terreno, algún fallo de replanteo o hasta en algún culto anterior. Si se
observa la suma irregularidad de la planta del templo, aun sabiendo que conoció
fuertes reformas, se opta por atribuir la planta girada a la falta de pericia
de sus constructores.
Del momento románico únicamente conserva la
cabecera triabsidal, la portada meridional y los muros de caja, pero debe
advertirse que la cabecera fue reformada al abrirse una comunicación entre las
capillas y que los muros han sido múltiples veces reformados. Tradicionalmente
se ha relacionado con la iglesia de San Andrés y últimamente Vila da Vila la
relaciona con la de San Pedro. Tanto la cabecera como la portada, y
especialmente esta última, deben de ser coetáneas de San Andrés, por lo que se
pueden considerar obras construidas entre 1130 y 1160, sin que se pueda
precisar cuándo se terminó el resto de un templo que, como ya se ha dicho,
luego fue muy reformado. Abonaría las fechas propuestas la creencia general en
un fin de las obras de los templos pequeños de la ciudad a mediados del siglo
XII, hacia 1160.
Sobre un zócalo de grandes sillares de granito,
se alzan sus curvas hiladas de granito ocre hasta formar tres sencillísimos
ábsides que rematan en un alero formado por un filete sobre canecillos de
nacela. La cabecera carece de vanos y en su parte norte se adosaron
posteriormente una serie de edificaciones que nos impiden la visión completa de
la misma. Interiormente se estructuran estos ábsides con los consabidos tramos
recto y curvo, con bóvedas de cañón y horno, y estaban incomunicados hasta que
en la reforma de 1519, llevada a cabo por Lázaro de la Peña y Pedro de Huelmes,
se abrieron grandes arcos en los muros que les separaban. Marcando el inicio
del cañón corre una imposta decorada en entrelazos como los de San Andrés y con
palmetas curvas en círculos como las de las capillas absidales de San Pedro. La
imposta se prolonga hasta abarcar los ábacos de los capiteles que soportan los
arcos de entrada. Tres de los capiteles, “rudísimos” al decir de
Gómez-Moreno, se decoran con hojas retalladas a bisel (lo mismo ocurre en uno
escondido tras el retablo) y los otros tres tienen estos motivos:
– Capitel izquierdo de la capilla mayor: Tres
figuras vestidas con túnicas de amplias bocamangas y ojos almendrados, la
central con una toca ajustada. También una cabeza asomando entre hojas con
bolas.
– Capitel derecho de la capilla mayor: Un grifo
tratando de devorar al niño que sujeta una persona con una cruz potenzada en el
pecho.
– Capitel derecho de la capilla de la epístola:
León con la cabeza de su cachorro en la boca y una sirena.
La puerta sur, abocinada y de medio punto,
tiene la organización ya conocida: alternan arquivoltas de rosetas y de
baquetón que descansan respectivamente sobre jambas y sobre columnas lisas;
grifos, hojas como las de San Andrés y un ave con las alas explayadas decoran
los capiteles, y sobre éstos, ciñendo el derrame del arco, los ábacos se
adornan con rosetas de cuatro pétalos inscritas en doble círculo, y con un
perfecto entrelazo de cordón perlado.
Para Vila da Vila, San Andrés y San Pedro, y
una directa relación con las colegiatas cántabras de Santillana del Mar, San
Martín de Elines, o Cervatos, –que nosotros no vemos– están en el origen de la
escultura de San Segundo. Los talleres escultóricos serían dos, uno para la
cabecera y otro para la portada y las obras se realizarían en el segundo tercio
del siglo XII.
En la reforma citada, además de abrirse la
comunicación entre los arcos, se construyó la pequeña sacristía y se hicieron
los grandes arcos que hoy separan las naves y soportan una armadura, que es de
colgadizo en las laterales, y forma un gran artesón sujeto con dobles tirantes
en la central. Quizá como terminación de esta reforma se hizo la edificación
adosada a la fachada norte de la que hoy, arruinado el interior, tan sólo
quedan los muros externos y la cubierta, y en la que en el 1600 los carmelitas
calzados van a tener su primera casa abulense. Antes, en 1573, se enriqueció el
templo con una extraordinaria estatua de San Segundo, obra de Juan de Juni. En
la fachada oeste, una puerta con un gran arco carpanel y un óculo sobre ella,
ambos de granito, están ya en la órbita del barroco, y se puede datar en el
siglo XVII. En 1793 y 1803 Juan de Mendina reconstruye el muro sur, cuyos
sillares aparecen hoy muy desordenados.
Iglesia de Santo Tomé el Viejo
Situada extramuros en el barrio alto, en el
arrabal oriental, cercana a San Pedro, San Gil y San Vicente, se encuentra la
iglesia de Santo Tomé. Su emplazamiento, frente a la Puerta del Peso de la
Harina, muy próximo a la catedral, en un barrio que podemos calificar de
próspero, dedicado principalmente al comercio, talleres especializados,
profesiones liberales y espacio habitacional de los estamentos sociales
dominantes y lo más selecto del grupo artesanal, como indica Villar Castro, nos
habla de la importancia que este templo pudo tener en tiempos. Por otro lado la
cantidad que debía abonar en 1250 en concepto de prestimonios, treinta
morabetinos, la sitúa entre las parroquias relevantes del momento. La volvemos
a ver en la Concordia de 1254, también en relación con los temas pecuniarios
del cabildo. Fue reformada en 1540 por Diego Hernández, en una actuación
similar a la que ya vimos en San Segundo y a otras que conocemos en Santo
Domingo y La Magdalena, trazándose airosos formeros de perfil gótico e incrustándose
una vivienda en la capilla de la epístola. En el siglo XVIII perdió su carácter
parroquial y en 1774 y por real orden su parroquia se trasladó a la iglesia del
antiguo colegio de jesuitas, que ya era palacio episcopal y cambio su
advocación por la de Santo Tomás el Real y luego pasó a ser Paneras del Cabildo
y tras la desamortización y su venta en 1878, en el siglo XX fue garaje. Con
todas estas peripecias sobre sus muros, no es de extrañar que cuando en 1962 la
Academia de Bellas Artes emita un informe sobre ella diga que tan sólo quedan
de lo primitivo románico “los muros de hacia oeste, norte y sur, por dentro;
sólo arranques de las arquerías divisorias de sus naves reducidos a las
columnas extremas, y además un arco transversal en cabeza de la nave lateral
izquierda, de obra románica, con capiteles de hojas hendidas y talladas”. Fue
declarado Monumento Nacional en 1963.
En los muros de este templo se han abierto
ventanas adinteladas y añadido refuerzos que en nada entonan con su fábrica.
Los triples ábsides del románico fueron sustituidos por tres capillas
rectangulares de mayores dimensiones, la mayor con dos tramos rectos cubiertos
con crucerías del último gótico, de las que aún queda el inicio de las
nervaduras. La cubierta sería de madera, dado que no quedan en los muros los
contrarrestos que necesitaban unas bóvedas de piedra, ni señales de su
existencia. Al norte una puerta permanece cegada.
La fachada oeste es sumamente sencilla y en
ella aparecen contrafuertes de granito gris que parecen datables en 1540,
cuando se voltearon los nuevos formeros que se oponen a ellos.
En ella la portada oeste –tras la verja añadida
en 1925– presenta entre sus arquivoltas una pequeña, la segunda, con entrelazo
de dos cabos desconocido con esas características y en esa situación en los
ejemplos de lo que se conoce como primer románico abulense y que ya hemos
visto. Las otras arquivoltas se adornan, la interior con un baquetón, la
tercera con palmetas en círculos abiertos como las de la puerta norte de San
Nicolás, y la cuarta con rosetas de siete pétalos. Apoyan estas arquivoltas sobre
jambas y columnas con capiteles con grifos, arpías, centauros alados y hojas
como las descritas. Una imposta hace de ábaco de los capiteles y se prolonga
por todo el derrame del arco. Decoran ésta las tradicionales rosetas de cuatro
pétalos, que también molduran el “rectángulo decorativo moderno”,
es decir neorrománico, que hay entre la puerta y el óculo que corona la calle
central de esta fachada. En el conjunto de la fachada se pueden encontrar esa
ausencia de monumentalidad estructural y transposición de la organización
interna del templo que hemos definido como cistercienses al tratar de la
fachada oeste de San Pedro.
En la fachada sur, y entre dos ventanas
adinteladas, existe otra puerta, que hacia finales de los años 70 del pasado
siglo quedó liberada de los sillares que cegaban su entrada. Presenta una
cornisa de canecillos en nacela, entre los que se distinguen los que
posiblemente sean originales de los procedentes de reformas y restauraciones
(ocres unos y grises otros). Las arquivoltas de su portada se decoran con: un
baquetón, un entrelazo de dos cintas, un triple baquetón y puerta sur de San
Pedro Domingo, y un taqueado, una con figuras dispuestas en sus dovelas
perpendicularmente a los radios, otra igual a esta última con todas las
figuras, salvo dos, desaparecidas y una más con tres cintas perladas
entrelazadas. En la clave de la arquivolta ajedrezada queda el hueco en el que
primitiva - mente se dispuso el crismón. Descansan estas arquivoltas sobre la
tradicional imposta que forman los ábacos de los capiteles y su continuación
por el derrame del arco. Pal - metas entrelazadas y rosetas de cuatro pétalos
decoran esta imposta. Una sirena con dos colas y animales destrozadísimos
adornan los capiteles de las cuatro desaparecidas columnas.
Para Vila da Vila esta portada tiene gran
interés por la rareza que presenta respecto al resto del románico abulense.
En su actual estado es difícil, partiendo de un
análisis arquitectónico, fechar Santo Tomé el Viejo. Ya en 1978 apuntamos para
el templo una fecha cercana al 1200, incluyendo el mismo entre los últimos del
estilo en Ávila, y para ello nos basamos fundamentalmente en la puerta
meridional entonces descubierta y en su arquivolta con las figuras siguiendo la
rosca y dispuestas una en cada dovela. Nada más del templo permite sugerir
otras fechas, ni incluso precisar si estamos ante una fábrica unitaria. Forzando
la interpretación de sus mínimos restos podríamos suponer una cabecera profunda
para la nave mayor y pensar que las capillas laterales, con entradas mínimas,
no fueron otra cosa que meros absidiolos, lo que nos llevaría a emparentar la
cabecera con San Andrés, y proponer una fecha de construcción entre 1140 y
1200. Es una mera hipótesis, que confirman los capiteles de los torales bien
descritos por Gómez-Moreno, que parecen más cercanos a la cabecera de San Pedro
y a La Magdalena.
Vila da Vila aventura para el templo fechas
situadas entre el último tercio del siglo XII y primeros años del trece,
relaciona la portada occidental con las de San Andrés, San Isidoro y San
Nicolás, y la portada meridional la retrasa a los últimos años del siglo XII
por derivar de San Pedro, e incluir un triple baquetón, ajedrezados y figuras
dispuestas en torno al arco, que identifica con hombres y mujeres, un áspid, un
felino.
En la actualidad, está incorporada al Museo
Provincial pasando a ser una de sus dependencias en la que se ha instalado el
lapidario, almacén visitable en el que están algunos de los restos de la
cornisa meridional original de San Vicente.
La catedral: “fortior abulensis”
El emplazamiento de la catedral abulense
recuerda singularmente la estrecha unión que en la Edad Media se da entre los
conceptos de civitas, el de cerca y el de catedral. Si como ya se ha dicho no
existe ciudad si no existe muralla, también puede afirmarse que siempre que
existe catedral existe ciudad. Esto tiene que ver más que con el monumental
edificio que suele ser el primer templo, con el hecho de la existencia de un
cabildo que actúa desde entonces como estructura de poder, según ha demostrado
hasta la saciedad Ángel Barrios para el caso de Ávila.
El papel predominante que la catedral y el
cabildo tienen en el urbanismo de esta ciudad amurallada se manifiesta desde
cualquier lugar desde el que nos aproximemos a ella. La catedral es un hito
constante en el paisaje abulense, un hito que recorta su silueta en lo alto del
caserío, domina desde su única torre acabada todo el territorio y termina
confundiendo su cimorro con la fábrica de la muralla en la zona más llana de la
ciudad.
La catedral será, como pocas, hija del duro
tiempo histórico y del espacio en que surgió. En el tiempo será la última de
las cuatro catedrales de la Extremadura castellana del momento (posterior a la
Vieja salmantina, a la de Ciudad Rodrigo y a la desaparecida de Segovia),
estilísticamente podrá recoger los mismos aires de un gótico incipiente que ya
entonces comenzaban a soplar por Francia, históricamente será posible al
sumarse el apoyo de unos reyes fuertemente ligados a la ciudad y la pujanza del
extensísimo obispado abulense. Aquellos tiempos y la muy peculiar geografía
urbana de la ciudad amurallada obligan a hacer una catedral fortaleza, un
templo almenado, aspillerado y finalmente artillado. Sin salir de los límites
ciudadanos hay que anotar que puede recoger las enseñanzas de San Vicente de
Ávila y plantear una novedosa situación de préstamos enriquecedores entre ambas
fábricas.
El templo es sumamente singular, estilística y
funcionalmente. Ya Gómez-Moreno dijo que “no solamente fue quizá lo primero
que se vio de gótico en Castilla, sino que Francia misma puede vindicarla como
uno de los incunables más preciosos de su arquitectura parisién a mediados del
siglo XII; si su traza general y osatura es del todo parisién, los accesorios,
así como cierta sobriedad y clasicismo en los miembros y en la escultura,
parecen indicios, en el maestro que la trazase y dirigiese, de una educación extraña,
que tiene mucho de la escuela cluniacense”. Es edificio de larga andadura
constructiva, hecho como a impulsos, en el que las alteraciones y
rectificaciones son mayores que en otras catedrales, dándose aquí desde un
primer momento –junto con las normales adiciones en sucesivos estilos– lo que
Pedro Navascués ha definido como la exigencia de cambiar de planteamientos para
“acomodar una técnica constructiva gótica a una planta románica, por lo que
la catedral de Ávila es una lección viva de arquitectura medieval, con muchos
inter rogantes, cambios de plan, contradicciones y desajustes en su fábrica,
verdadero reto a nuestros historiadores y arquitectos”.
Debieron ser razones más fuertes que las de
perpetuar un lugar de culto las que sirvieron para elegir tal emplazamiento en
la zona más alta del caserío. En aquel lugar, entestando fuertemente la
cabecera de la catedral en los muros de la ciudad, el cabildo se
responsabilizaba de la defensa de la zona geográficamente más vulnerable de la
ciudad: la que se extendía ante la llanura, la que no estaba protegida por
ningún río o desnivel.
La defensa de aquel frente de la muralla fue
encomendada al alcázar real, la catedral y el palacio episcopal, es decir rey
(concejo y ciudad por delegación), cabildo y obispo. Allí las defensas se
reforzaron con los torreones del Alcázar y la Catedral, allí se abrieron las
tres más fuertes puertas (Alcázar, San Vicente y la luego muy transformada del
Obispo, recogida en la planta de Moya y reproducida en la predela del altar de
San Segundo del crucero catedralicio) y además se levantó una antemuralla. El
cabildo no sólo ocupaba el torreón más potente del amurallamiento, poseía
también la alta y potente torre de vigía que dominaba la ciudad, sus arrabales
y un gran trecho de todos los caminos que a ella llegaban. Como encargado de organizar
esa defensa estaba el alcaide de la fortaleza (alcázar) y cimorro. La unión
entre el alcázar, la muralla y la catedral se manifiesta en repetidas fuentes:
“Este Alcázar, e Iglesia con el otro Real que cae sobre la Plaça del Mercado
Grande, y torre de la Esquina se comunican el uno por el otro por lo alto de
las murallas”.
Funcionalmente la catedral abulense es, ya se
ha dicho aquí, el más poderoso ejemplo de templo-fortaleza que se conserva en
Europa y por ello es muy acertado calificarla de la fortior abulensis,
añadiendo este calificativo al conocido dístico latino (Sancta ovetensis;
dives toletana; pulcra leonina; forti
salmantina; fortior abulensis...). Las almenas coronan entre las torres
su fachada de poniente, la imponente torre noreste y parcialmente las naves
laterales del templo. Pero es su potentísima cabecera, cimorro para los
abulenses, el mejor exponente de ese carácter de templo-fortaleza.
La comprensión de esta cabecera militar, de su
funcionamiento y evolución, resulta tarea ardua, tanto por su complejidad, como
por la falta de una documentación sistemática sobre la misma, como por estar
toda ella embutida en un forro militar que quizá sea obra realizada en
distintos momentos.
Debemos partir de un acercamiento a aquella
catedral del último cuarto del siglo XII trazada por Fruchel, con una cabecera
con múltiples capillas absidales que se abrían en la girola (la primera del
lado de la epístola es aún visible exteriormente y las dos primeras del
evangelio debieron ser también visibles hasta que fuero n tapiadas por la
capilla de Velada). Aquella cabecera prácticamente cerrada, con pequeñas
saeteras y protegida por una barbacana debió ser pronto completada con un
primer forro de sillería sobre el que correría el adarve de la muralla, es obra
que podría fecharse a mediados del siglo XIII y relacionarse con el maestro don
Varón que recoge la documentación catedralicia.
Durante la segunda mitad del siglo XV, tiempo
de revueltas señoriales en Castilla y en la ciudad, se reforzaría esta cabecera
dotándola de un triple almenado, que hace coincidir el nivel de su adarve con
el de los muros de la ciudad, recrecidos entonces en la zona entre la catedral
y San Vicente para enrasar con las plataformas de los cubos. Este triple
almenado, preparado para el fuego artillero, con un adarve amatacanado volado,
y con una galería militar en su interior que tanto sirve para arrojar proyectiles
entre las ménsulas en las que se apoya como para hacer fuego desde sus
múltiples bocas artilleras, pudo ser obra de Juan Guas o de Alí Caro. Es el
cuerpo que en Ávila recibe el nombre de cimorro, el mismo que recibían los
cubos de la calle San Segundo citados en el Pleito de Albardería que
seguramente estarían rematados por colgadizos de madera (el Diccionario de la
Real Academia Española define cimorro como torre de iglesia).
Dejando a un lado esas reformas posteriores nos
centraremos en la etapa románica de la catedral. Aunque tenemos una discutible
constancia documental de donaciones que hacia 1135 hace Alfonso VII a una
catedral de San Salvador que había restaurado su padre tras más de trescientos
años de abandono, nada queda en pie de aquella primera catedral que es lógico
pensar que ocupaba el solar de la actual y cuya existencia años después está
claramente confirmada por las diversas donaciones que en la década de 1140 se
documentan, pero que es una incógnita que sólo la arqueología podrá desvelar.
Nos referimos a la dotación hecha en 1135 por Alfonso VII, a la cesión que el
mismo rey hace en 1142 de una amplia explotación agrícola junto al Adaja y a la
cesión que hace en 1144 de las tercias de las rentas, impuestos reales (salvo
el quinto del Botín de Guerra). La construcción de la catedral coincidirá con
el momento en el que el cabildo está organizado y aún lleva una vida reglar. El
cabido medieval abulense ha sido estudiado por Ángel Barrios quién ha precisado
que es tanto una estructura administrativa como una estructura de poder, y que
los capitulares y el mismo obispo son guerreros de frontera, seguramente
vasco-navarros de Cinco Villas, los Serranos de la Crónica, los valedores de
los guerreros según expresión del antiguo pueblo de Ávila que se recoge en el
Fuero de Évora, ciudad que también tiene una catedral fortificada. Durante una
primera época los capitulares y el obispo son una misma cosa y reciben
conjuntamente la mayor parte de las exacciones del extensísimo obispado, pero a
partir de 1185, año en el que se constata un fuerte conflicto de intereses, se
producirá una separación entre la mesa capitular y la mesa episcopal; y desde
ese momento creemos que puede afirmarse que las exacciones van al obispo y a
los capitulares, pero de un modo personal. No disminuye la riqueza, no
disminuyen los impuestos, pero estos tienen un muy distinto destino. Lo dicho
tiene que relacionarse tanto con el carácter militar de la catedral como con la
ralentización, la casi paralización de la obra y se producirá en el siglo XIII.
A modo de hipótesis puede pensarse en un templo
de triple cabecera, quizá similar a San Vicente, pero de menores dimensiones, y
situado en el espacio del actual cruce o y la nave mayor, al modo como ocurrió
en León. Un templo que se derriba cuando aún no se ha concluido para hacer uno
nuevo, más amplio y más fuerte e integrado en una muralla en construcción que
se abre para recibir su cabecera. No creo que puedan hacerse conjeturas sobre
si alguna parte de aquel templo queda en el actual, o sobre qué materiales del
mismo fueron reutilizados en la nueva catedral.
La parte más antigua del actual templo debe
fecharse entre 1160 y 1180 y atribuirse al maestro Fruchel que en 1191 y 1192
aparece citado en una escritura de trueque de las hereditates quas Fruchel,
magister operis in cathedrali ecclesia possedit dum viveret. Este fenomenal
maestro europeo, cuyo rastro posterior se ha seguido por el norte de España,
debió ser el autor de la traza general del edificio y especialmente de su
interesantísima cabecera. Las fechas son las del episcopado de Sancho II
(1161-81) y cuadran bien a las esculturas aparecidas en la clave del primer
tramo sobre las que volveremos.
Las fechas propuestas sitúan este primer
momento de la construcción en el reinado de Alfonso VIII, el rey “criado”
en Ávila y que también hizo donaciones para el templo. Desde 1180 hay hechos
que abonan un final de las obras de la cabecera: los enterramientos de los
obispos don Sancho y don Domingo y especialmente el pleito que en 1184-1185
enfrenta al obispo con los párrocos de la ciudad, que desde 1183 se había
constituido en el cabildo de San Benito, al reclamar éstos los excusados de las
parroquias que cedieron temporalmente y que el prelado aplicaba perpetuamente a
la fábrica de la catedral.
Fruchel fue quien cambió, desde un hipotético
proyecto primitivo de crucero con tres naves y cabecera con un tramo recto y
otro curvo, al construido de crucero con una nave central y una nave lateral a
poniente y una cabecera con doble tramo recto (se incorporó a la cabecera la
nave de levante del crucero) y el tramo curvo original, más una girola con
capillas radiales. Este hipotético primer proyecto, que ya fue apuntado por
Rodríguez Almeida y que José Miguel Merino de Cáceres ha precisado más, sólo
inspiró, de lo realizado, el tramo curvo de la cabecera, el planteamiento
general del crucero y el primer tramo del templo, el de las torres. Merino de
Cáceres, que está estudiando cuidadosa y certeramente la metrología de nuestra
arquitectura, y que en el caso concreto de esta catedral ha seguido las pautas
marcadas hace ya un siglo por Gómez-Moreno “(sería conveniente y provechoso
desechar el nuevo canon de metros en la medición de estos edificios y volver a
lo antiguo, pues así, lo cabal de las cotas da ya una gran base para ajustar el
trazado)”, ha podido confeccionar la adjunta planta comparativa en pies de
aquella catedral no realizada y de la actual. Su sugerente propuesta es
aceptable siempre que quede palmariamente patente que se trata de una fase
proyectual, sólo parcialmente realizada en planta, que originó ingentes
problemas cuando fue preciso abovedar la girola y la tribuna que corría sobre
ella. El cambio de modulación que él propone en los tramos de las naves
justifica el anómalo fajón que separa a las naves laterales del crucero y la
menor altura de los claristorios más próximos a las naves.
El cambio de plan, la no realización de la nave
este de aquel primitivo crucero y su incorporación a la capilla mayor, quedan
de manifiesto cuando se observa la distinta configuración y decoración de las
bóvedas de los absidiolos del tramo curvo y del tramo recto (todas con potentes
nervios, pero unas con bóvedas de horno y otras con plementos ya gotizantes), y
debió ser la causa de la muy peculiar cubrición de la cabecera, con una tribuna
ya desaparecida sobre el deambulatorio de la que aún queda el antiguo triforio
acomodado como ventanaje y bajo las cubiertas los arranques de los rampantes
radiales que la configuraban y con una cubierta de bóvedas sexpartitas en la
capilla mayor, la primera de la Península, cuya originalidad y relación con
Vézelay ya estableció Lambert (antes Gómez-Moreno ya apuntó a Saint Denis).
Esta primera bóveda sexpartita vino a cubrir unas naves pensadas para cerrarse
con un medio cañón que fuese continuación del arco toral y así, al cambiar el
plan, los capiteles debieron crecer para recibir las múltiples nervaduras, en
una solución que aquí une a su innegable belleza el valor que tiene todo lo
primigenio, aunque –al igual que en la abacial de Vézelay– la bóveda está mal
dispuesta y sus mayores empujes actúan sobre los pilares más débiles, aquellos
que apoyan sobre las claves de los formeros del tramo recto de la cabecera,
haciéndose palmariamente manifiesta la falta de correspondencia entre la planta
románica y un abovedamiento ya gótico.
Su exterior fue muy reformado cuando en el
siglo XVI, se desmontó la tribuna, pero aún quedan del triforio los
esbeltísimos huecos cerrados en herradura, con una molduración exterior que
recuerda tanto a la fase borgoñona de la basílica, como a San Pedro. Directa es
la relación entre el zigzag quebrado de este triforio y una arquivolta de la
puerta norte de San Pedro. Directa es también la relación entre el rosetón
parroquial y el que cegado está incrustado en lo alto del muro oeste del tramo
más meridional del crucero. Entre ellos nos es imposible establecer una
prioridad con datos formales, pero nos inclinamos a creer en una mayor
antigüedad del parroquial.
Volviendo a la planta románica y a los
absidiolos que caracterizan esta cabecera es preciso recordar que su forro
militar es muy posterior, que éstos eran originariamente exentos como
demuestran las cegadas ventanas y la rotunda curva del primer absidiolo del
lado norte, visible sobre el cortavientos de madera de entrada a las sacristías
y en la coronación de las defensas (sólo fue preciso reforzar la zona
extramuros de la cabecera: los cinco absidiolos del tramo curvo y el primero
del lado sur de la girola). Así podremos establecer unas inciertas relaciones
con los ejemplos ya citados de Saint Denis y Vézelay, más los de Pontigny y
Clairvause y hasta Heisterbach, pero también con ejemplos españoles como
Fitero, Poblet, Moreruela y Santo Domingo de la Calzada.
Los cambios estilísticos y funcionales permiten
desarrollar un amplio coro en esta cabecera profunda y ya gótica en su
terminación, y permiten también lograr una novedosa iluminación de este ámbito
mediante la apertura de una serie de ventanas en lo alto, casi en la bóveda,
posibles en una cubierta de nervaduras pero irrealizables en una románica de
medio cañón. En aquel espacio se había organizado el primer coro catedralicio
de España situado en una cabecera y se había logrado dar a aquel ámbito una nueva
iluminación.
Si a esta sabia estructura se une una innegable
preocupación estética manifiesta en la delicia de la labra de los capiteles y
molduras, en la cuidada traza de las bóvedas de horno de los distintos
absidiolos y en la habilísima elección del material, una piedra sangrante de La
Colilla a la que las vetas ferrosas le dan gran plasticidad, el resultado no
puede ser otro que el de la maravilla de esta capilla mayor en la que la luz y la
arquitectura se combinan armónicamente, en la que se siente tanto el pálpito de
liturgias pretéritas como el inteligente avance del quehacer arquitectónico.
Desde allí la marcha de las obras siguió de
manera desigual produciéndose con el paso de los años y los siglos cambios
frecuentes sobre el primer proyecto arquitectónico. En lo esencial los cuerpos
bajos de las torres, cuya traza y modulación ya aparecen en el que consideramos
primer proyecto de Fruchel, debían estar concluidos en los primeros años del
siglo XIII, puesto que en 1193 ya existía un lucillo en la capilla de San
Andrés y en 1211 ya se entierra en la de San Miguel a Esteban Domingo, señor de
Villafranca (son las capillas situadas bajo las torres sur y norte). Son torres
fuertes, sin huecos en la zona inferior, almenadas, hermanadas con las de
Sigüenza y Évora. La acabada remata en lo alto en una cúpula adornada con
escamas y gallones que debe situarse en la misma órbita de los cimborrios del
Duero. Se estructuró una fachada oeste muy similar a la de la iglesia abulense
de San Vicente, con una fachada-portada remetida a la altura de los pilares del
primer tramo –a finales del XIII se labraría para aquel lugar la portada que a
comienzos del XIV es llamada Portal de las Imágenes y que luego Guas trasladará
al costado norte– y con dos torres ocupando el primer tramo de las naves
laterales, tramo abierto destinado a capillas de enterramiento (las escaleras
de acceso a las torres arrancaban originariamente del interior del templo, del
segundo tramo y aún es visible su casi cegada puerta junto a la pila bautismal
y el cambio brusco y torpe del escalonamiento en la torre sur). La gran
diferencia entre ambos templos estará en la tribuna, que en la catedral, recordando
más a Santiago, ocupaba todo el primer tramo de la nave central y apoyaba su
abovedamiento sobre la puerta y sobre el primer par de formeros (aún son
visibles cegadas las grandes puertas que comunicaban las torres con esta
tribuna y las huellas que la bóveda dejó sobre los formeros) y en San Vicente
se reduce a un corredor sobre la puerta y una balconada hacia el interior del
templo. Conant ha sugerido como precedente de este nártex catedralicio a San
Vicente de Ávila, Santiago y Villalcázar de Sirga (incompleto) en España, a
Tewkesbury y Peterborough en Inglaterra y hasta la fachada occidental de la
capilla palatina de Aquisgrán y ciertas fachadas sajonas (Ganders-heim, por
ejemplo).
A comienzos del mismo siglo XIII debían estar
terminados los pilares románicos de las naves, con unos capiteles desnudos que
recuerdan en lo esencial el mismo momento de San Pedro, y los muros de caja de
la iglesia dado que por entonces se comenzó el claustro (de esos años son sus
primeros sepulcros). La última dependencia románica de la catedral será la que
tradicionalmente se considera su primera sacristía, a la que se accede desde la
primera capilla de la derecha de la girola (la dedicada a San Juan Bautista).
Es un espacio que corre paralelo y adosado a la muralla (la fábrica del muro ha
“aparecido” al retirar el revoco de la pared y se ha dejado al
descubierto tras rehacer el llagueado), rectangular, cerrado en un pequeño
ábside, cubierto con cañón y horno, de un granito gris que configura muros,
bóvedas y el cerramiento exterior de éstas. Luego seguirá la construcción de la
sala capitular y del claustro. Respecto a la sala capitular, la hoy llamada
Sacristía de Comuneros, allí se convocó la primera Junta de Comunidad de Ávila,
pensamos que es de mediados del siglo XIII. Su construcción suele retrasarse
hasta 1307, pero las varias anotaciones de enterramientos que a partir de 1244
se dan en el cabildo al que en 1289 se denomina cabildo nuevo y el hecho de que
en 1250 y 1256 se redacten los primeros Estatutos Capitulares que dicen que las
reuniones se realicen en el cabildo nuevo, permite adelantar hacia mediados de
siglo XIII la construcción de su soberbia bóveda octogonal cubierta
exteriormente con una magnífica serie de tejas pétreas y cornisas de precisa
traza, y dotada de delicadas y esbeltas ventanas que recogen un románico final
(especialmente la cegada del crucero).
Es obra quizá de quien Torres Balbás conoce
como maestro don Varón (para él también es el autor de la capilla del Sagrario
o antesacristía) y precedente de los cimborrios abulenses de San Pedro y San
Vicente, que debe relacionarse tanto con la capilla de Talavera salmantina como
con los múltiples antecedentes que en la arquitectura musulmana hay para cubrir
tales espacios. Si con la construcción del coro y capilla mayor ya se había
configurado lo esencial del templo catedral, con la sala capitular y el claustro
ya era posible que el cabildo practicase una vida secular. También a ese
momento, a un tardorrománico epigonal pueden pertenecer la puerta abierta en su
costado sur, junto al crucero, y el muy reformado nártex que la precedía y que
se incorporó al claustro, un claustro que tardará en concluirse, pero que ya
estaba en construcción en los primeros años del XIII según manifiestan los
enterramientos y las puertas.
Los restos de escultura románica son escasos y
se concentran en la parte oriental del templo, la de más antigua construcción.
Se trata de cuatro capiteles historiados existentes en la girola y unos
pequeños relieves vinculados al triforio, de los capiteles vegetales de la
misma girola, la decoración de florones de los nervios de la capilla central de
la girola y de los capiteles del triforio. A ellos hay que añadir todos los
capiteles desornamentados de la cabecera y pilares de las naves, cercanos a los
de San Pedro, en los que quizá confluya la influencia de una estética
cisterciense y la falta de recursos formales y económicos. Respecto a los
historiados Vila da Vila relaciona con uno de San Marín de Arévalo al que
representa grifos rampantes y arpías estilizadas. Otro de los capiteles, “ deforme
y rudo” para Gómez-Moreno, trata temática mariana con la Anunciación, la
Visitación y San José durmiendo. De los otros dos, “de buena mano” para
el mismo autor, uno re presenta el momento de una disputa entre caballeros
ataviados con ropas de la época, siendo testigos de la escena sus respectivos
escuderos. Mientras que la última cuenta la historia de Epulón y el pobre
Lázaro en dos escenas: una pareja de diablos torturando al rico Epulón y otra
de ángeles subiendo a los cielos el alma de Lázaro sobre una sábana. El tema de
la lucha entre caballeros lo volvemos a ver en uno de los pequeños relieves del
triforio, con la diferencia de que en este caso se trata de lucha ecuestre. A
su vez el tema de Lázaro aparece en otro de los relieves antes mencionados,
pero más desarrollado. En éste apreciamos la escena compartimentada, representaciones
de espacios arquitectónicos y un claro sentido narrativo. Son muchos los
autores que lo vinculan a la portada occidental de San Vicente y, por
extensión, al mundo galo, pero los parecidos son únicamente temáticos. Si en
todos éstos nos parecen dudosas las relaciones con lo vicentino, éstas son
mucho más d i rectas en los motivos florales de la capilla central de la girola
que nos parecen emparentables con los del intradós del toral entre las torres y
con los de la cornisa meridional de San Vicente, y con los de la cúpula de La
Lugareja. También los capiteles del triforio nos resultan cercanos a lo
borgoñón abulense.
Quede para el final una reflexión abierta sobre
Fruchel, el citado magister operis, cuyas huellas se han rastreado –con
mayor o menor acierto– en otros edificios del norte. Pensamos que ciñéndonos a
lo abulense hoy hay que limitar su trabajo directo a la arquitectura de la
cabecera catedralicia y suponer un control sobre los escultores y decoradores,
sin que nada sirva para pensar que el maestro sea también escultor. Puede
pensarse en una actuación indirecta de Fruchel en la arquitectura de la
basílica, quizá a través de algún discípulo, ayudante o incluso maestro. No hay
el más mínimo dato que permita unir su nombre a la escultura vicentina
abulense.
Arévalo
Situada en el norte de la provincia, la
localidad es la capital de la comarca de La Moraña o Tierra de Arévalo.
La localidad —conocida también por el apodo
de Ciudad de los cinco linajes— está rodeada de grandes llanuras y se
encuentra enclavada en la lengua de tierra ue forman al reunirse al norte de la
población los ríos Adaja y Arevalillo, quedando por consiguiente
a la margen izquierda del primero y a la derecha del segundo. Este
emplazamiento entre dos cursos de agua es típico de muchas localidades fundadas
en la Edad Media al sur del río Duero, y está relacionado con la defensa militar
de la villa. El casco antiguo de Arévalo está declarado bien de interés
cultural; en él se conservan una notable cantidad de ejemplos de
arquitectura mudéjar castellana — también llamada «románico de
ladrillo»— y constituye uno de los lugares más destacados en este aspecto.
Arévalo se fundó hacia 1085-1090, en el
contexto de la Reconquista cristiana, simultáneamente a las poblaciones
de Olmedo y Medina del Campo. Aparece documentada por primera
vez en el año 1090, cuando llegan a ella repobladores del norte de la península
—originarios mayoritariamente de Covaleda, Lara y Castilla—. Perteneció hasta
el año 1135 al obispado de Palencia y posteriormente al
de Ávila, raíz de la restauración de la diócesis de esta última.
Durante la segunda mitad del
siglo xii fue frontera entre los reinos de Castilla y
de León y crece rápidamente, siendo una de las principales
poblaciones de la meseta. El concejo de Arévalo a lo largo de su historia
consistió mayoritariamente de territorios de realengo. Durante la Edad
Media la villa constituyó una plaza fortificada y un centro de comunicaciones
de gran importancia entre los concejos adyacentes, entre los que se encontraban
Ávila, Medina del Campo, Olmedo, Coca o Segovia. La aristocracia en el poder
durante la Baja Edad Media —las 5 familias de los Tapia, Sedeño,
Montalvo, Briceño y Berdugo; que trazaban su linaje hacia atrás
identificándose como los descendientes de los reconquistadores de la ciudad— se
decantó por los Trastamara en la Guerra Civil Castellana.
El concejo de Arévalo fue en sus
comienzos territorio de realengo. Sin embargo durante los siglos XIV y XV la comunidad
de villa y tierra de Arévalo —que llegó a tener una extensión de
1118 km²— se señorializó progresivamente. En Arévalo se asentó una
numerosa comunidad judía y musulmana, siendo la judería de Arévalo la
segunda del reino de Castilla a comienzos del siglo xv, lo que
favoreció la economía local. En el mismo siglo la localidad cobra gran
importancia política por la frecuente visita de la corte. El rey Enrique
IV de Castilla convocó cortes en Arévalo y, más tarde Isabel la
Católica en las Casas Reales de Arévalo pasó su juventud. La
población mudéjar —en 1463 la aljama de Arévalo solo fue superada en recaudación
de impuestos por Toledo, Ávila, Sevilla y Guadalajara— de la ciudad se
encontraba también entre las más importantes de la Corona de Castilla. La
morería, que contaba con un alfaquí, estaba localizada cerca del río
Arevalillo.
En la ciudad también estableció su corte el
hermano de Isabel, Alfonso. La villa fue empeñada por Enrique
IV a Álvaro Estúñiga, —miembro de una familia con un linaje de
origen navarro— concediéndole el señorío y el ducado de esta en 1469.
Esta concesión se produjo en el contexto de los apuros económicos que había
padecido la corona durante la Guerra Civil Castellana entre Enrique IV y su
medio hermano Alfonso. El ducado de Arévalo tan solo perduró hasta 1480,
cuando los Zúñiga no pudieron retener la posesión de la ciudad por las
presiones de la familia real, capitulando y entregando Arévalo a Isabel de
Portugal, progenitora de Isabel la Católica.
El 2 de julio de 1494 se ratificó en Arévalo
el Tratado de Tordesillas. Este acuerdo sería también ratificado
en Setúbal por el monarca portugués Juan II el 7 de
septiembre de 1494. En el siglo XVI Ignacio de Loyola pasó su
adolescencia en Arévalo, siendo la fecha más probable de su estancia en la
localidad el periodo comprendido entre los años 1506 y 1517. Tras la muerte
de Fernando el Católico, el emperador Carlos V intentó ceder
Arévalo a Germana de Foix, a modo de compensar las rentas que en principio
le había prometido el esposo de Isabel la Católica en su testamento.
Tras la muerte de Germana de Foix la localidad
debería volver a manos del monarca. La villa protestó, se rebeló, y, tras
el pago de una serie de compensaciones monetarias, consiguió, en 1520, la
promesa del emperador de que la villa no sería nunca enajenada ni vendida.
Enclavada en una zona tradicionalmente cerealista, Arévalo, que ya en la Edad
Media se benefició como mercado agrario de su buena situación geográfica, se
convirtió a mediados del siglo XVIII en el principal centro de producción
de cereal de Castilla.
El comienzo del siglo XIX trajo sin
embargo una importante crisis de subsistencia durante la cual se duplicó de la
tasa de mortalidad y que también se caracterizó por una fuerte subida del
precio del trigo. El paso de los ejércitos franceses por la localidad
agravó la situación todavía más por las exigencias desmesuradas de vituallas
por parte de los oficiales —Auguste Marmont, duque de Ragusa, llegó a solicitar
8000 fanegas de trigo y 268 000 reales en 1811—y el propio
saqueo de la ciudad.
La villa adquirió el título de ciudad el 19 de
julio de 1894, concedido por María Cristina de
Habsburgo-Lorena —regente de Alfonso XIII— en virtud “del aumento
de su población, desarrollo de su agricultura, industria y comercio y fomento
de su instrucción popular”. Arévalo y Ávila fueron las dos
localidades de la provincia en las que a finales del
siglo XIX empezaron a aparecer los primeros colegios privados de
enseñanza primaria.
Iglesia de Santo Domingo
Este templo está situado extramuros, en la zona
de los arrabales. En origen estos terrenos estarían ocupados por las clases
humildes y las minorías étnicas, gentes que también hay que relacionar con el
proceso repoblador, pero que no pertenecían a las élites ni a los linajes
nobles que encabezaban áquel. Esto provoca que a partir de aquí se desarrollen
barrios como la judería y la morería y que las actividades más destacadas sean
la artesanía, el comercio, la industria, aspecto éste importante para comprender
el carácter que aún pervive en la plaza, tradicional sede del mercado. Todas
estas circunstancias motivan que las características de este espacio sean
diferentes a las que se ven en la plaza de la Villa o en la del Real, notándose
especialmente en el modelo de vivienda y la densidad de éstas.
Santo Domingo lo vemos ya en el documento de
Gil Torres, haciendo referencia a su fábrica antigua, siendo más abundante la
documentación que se refiere a las reformas que ha ido sufriendo a partir del
siglo XVI. Especial importancia desde el punto de vista devocional tiene la
presencia en este templo de la imagen de la Virgen de las Angustias, patrona de
Arévalo y su tierra. Conserva su actividad como parroquia.
Es templo con una portada con triple arquería,
de jambas y roscas almohadilladas, espejos y bolas de coro nación del modelo
escurialense, reconstruido en el último cuarto del siglo XVI, tras las reformas
y ampliaciones que años antes se hacen en el templo. Del edificio original
mudéjar aún está en pie y es visible el muy esbelto ábside con altos registros
de arquerías dobladas de un solo piso que le confieren una traza ligeramente
poligonal. En su interior aún puede rastrearse la estructura mudéjar de la
cabecera, confirmarse la existencia de arquerías en las naves e incluso
comprobar que sobre los actuales formeros existen más vestigios mudéjares.
También son mudéjares el cuerpo bajo de la torre (tiene pinturas murales de
hacia 1500 y fue rehecha en el siglo XVIII) y un cuerpo a modo de cimborrio
cuadrado que se levantó sobre el tramo central del ábside.
Äbside románico-mudéjar de la iglesia de
Santo Domingo de Silos
Iglesia de Santa María la Mayor
Una vez más hay que referirse al momento de la
repoblación, ya que tanto la historia como la ubicación de este templo no
podrían entenderse sin aquella. La monarquía, que en el caso de Arévalo se
había decantado por la caballería más o menos local para llevar a cabo tal
misión, autoriza al linaje de los Briceño para construir la torre y la iglesia
de Santa María, así como establecer allí su lugar de enterramientos y de “juntas”.
Para ello se tenía en cuenta que este linaje era el encargado de proteger la
cercana zona del castillo. Se encuentra por tanto en terrenos intramuros. El
lugar elegido se convirtió posteriormente en cierre occidental de la que se
conoce como plaza de la Villa, espacio típicamente castellano con edificios
bajos porticados y suelo empedrado, donde además estuvo ubicada la primitiva
sede del poder concejil.
En la actualidad esta plaza mantiene su aspecto
tradicional, pero fue perdiendo parte de su actividad en favor de otros
espacios como la plaza del Arrabal o la del Real, convirtiéndose la calle Santa
María en el eje que las comunica. Como muestra de su importancia en época
medieval hay que decir que eran los toques de su torre los que marcaban el
cierre de la cerca.
Su emplazamiento es singularmente mudéjar, con
alta torre que se levanta sobre un arco de medio punto con sucesivas roscas que
cruza la calle (algunas fuentes quieren ver en este arco la puerta central de
un recinto amurallado, una hipótesis carente de todo fundamento), y que
recuerda sobremanera a las turolenses.
En su interior tiene dos cámaras superpuestas,
abovedadas y con los ejes cruzados y un sistema de escaleras embutidas en los
muros y cubiertas con bóvedas escalonadas de cañón, que se ilumina mediante
pequeñas saeteras de ladrillo y permite llegar a un campanario en el que los
esbeltos arcos se adornan con dobladura, alfiz y esquinillas, sobre el que iba
la terraza similar a la torre nueva de San Martín, en la que se levantó el
chapitel barroco.
Es torre que parece construida a la vez que la
iglesia si se analiza la fachada norte del templo y la unión entre sus fábricas
(el machón que separa ambas fábricas parece haber sido reconstruido en parte,
suprimiendo los enjarjamientos con la torre) y antes de la iglesia si se
analiza la fachada sur y se ve cómo la torre se adosa al cuerpo de la iglesia,
en una operación que corresponde –quizá– a la reforma del coro del siglo XVI.
Sus tres pisos de arcos doblados, los
inferiores muy restaurados, que arrancan sin ningún basamento convierten la
traza exterior del ábside en una forma muy ligeramente poligonal, que ya ceñida
por una retícula se prolonga en los muros del saliente tramo recto, pero advirtiendo
que quizá por la existencia de la retícula estos tres registros alcanzan altura
mayor que la de los registros del ábside.
Remata toda la cabecera con un ático de
mampostería de desconocida utilidad que le hace sumamente esbelto, al que se
accedía por un hueco sobre el reformado toral de medio punto. Quizá fue un
granero, desván o sobrado, o quizá simplemente un cuerpo superpuesto cuando se
elevó la única nave, según se ve en los dibujos de Luis Cervera Vera, pero hay
que señalar que el recrecimiento de mampostería del ábside tiene el mismo
grosor que el resto de la construcción, que sobre la última faja de arcos del
ábside parece verse el arranque de lo que pudo ser un alero y que este alero
tendría la misma altura que el friso de esquinillas que aún se ve sobre los
muros de las naves laterales (áticos como éste hay en otros muchos templos).
En el restaurado interior de la iglesia
destacan el sotocoro con un alfarje de bellas lacerías en el que se mezclan lo
mudéjar y lo renaciente que tiene cuatro paños con lazo ataujerado de nueve y
de doce y es obra que Fernández-Shaw Toda atribuye a Juan Cordero y Diego de
Herrero hacia 1544.
Son magníficas las pinturas murales del ábside,
de fines del románico, creemos que obra retardaría que puede ser de la segunda
mitad del siglo XIII, con gran Pantocrátor y su correspondiente Tetramorfos
sobre filacterias con los nombres de los evangelistas, todo sobre un friso de
esquinillas antropomorfas (se decoran con muy expresivos rostros humanos) y
enmarcado por bandas de lacerías. También quedan fragmentos de pintura mural
por el resto del ábside.
La iglesia tenía adosadas al muro meridional
una serie de capillas que fueron desmontadas en una restauración de 1970. La
torpe restauración, al suprimir tales capillas, y al añadir un gran peso sobre
la armadura fue la causa de la ruina del edificio en 1981. La ruina, en lugar
de ser atajada, fue acentuada por la actuación de un restaurador que destrozó
la armadura hundiéndola sobre el sotocoro. A pesar de ello el taujel del coro
ha podido salvarse y bien restaurado por Enrique Nuere es hoy una de las joyas
del templo.
Iglesia de San Miguel
Siguiendo la dirección de la muralla desde San
Juan hacia el castillo, se encuentra el templo de San Miguel. Se sitúa por
tanto intramuros, muy cerca de los muros, en la zona que constituye el núcleo
medieval primitivo, caracterizado por la densidad de las edificaciones y la
morfología de sus calles y trazado. Parece que fue el linaje de los Montalvo el
encargado de defender esta área, centrándose en el río Arevalillo y el puente
de Medina, fundando la iglesia que ahora nos ocupa. Este linaje procede de Hernán
Martínez de Montalvo, luce por armas un águila en el centro de un campo de
plata y estaría relacionado con la nobleza de la capital.
Es de los templos que perdió su carácter
parroquial, a pesar de haber sido en el pasado el lugar de reunión del cabildo
eclesiástico mayor de Arévalo.
Hoy su interior permanece vacío, con el gran
retablo ocupando la capilla mayor, y habilitándose temporalmente como espacio
cultural y auditorio. Consta documentalmente en la relación de Gil Torres.
Es iglesia de difícil lectura arquitectónica,
sobre la que se ha fantaseado hablando de un culto compartido cristiano y judío
que se nos antoja increíble y de la que María Jesús Ruiz Ayúcar ha publicado
los datos fundamentales de las reformas del siglo XVI. En 1506 se reforma el
presbiterio elevando el altar. Entre 1507 y 1508 Marcos de Pinilla hace un
retablo que parece apropiado a un testero plano y que hoy parece de reducidas
dimensiones en su emplazamiento. Entre 1530 y 1550 la iglesia es profundamente reformada,
alterando el presbiterio, abriendo un gran arco toral “(que se haga un gran
arco en la capilla mayor por manera que se abra todo lo que fuera posible para
dar vista a los que oyen misa desde fuera de dicha capilla)”, tirando arcos
y haciendo la nueva gran armadura mudéjar, obra de Diego López. Antes de estas
reformas San Miguel debió ser una iglesia con pequeña cabecera con tramo recto
y curvo (desde el interior de su desmochada torre norte se ve parte del primitivo
alero del tramo recto con un friso de esquinillas similar al grande del ábside
de La Lugareja).
Con lo que los documentos y el monumento dicen
parece que la primera reforma de la cabecera se hizo pronto sobre los
divergentes muros del tramo central (desde el exterior aún pueden verse el
formero de arranque remetido en la fachada este), y que sobre el tramo curvo se
amplió el templo con una cuadrada cabecera que tiene en su exterior (que parece
inacabado) una serie de arcos ciegos que alternan sus dimensiones y formas con
los cajones de mampostería, y dos de ellos, estrechos y alargados, se cegaron
para poner el retablo, mejor dicho para volver a poner el retablo. En ambos
casos son de 1506 o anteriores (se indica que los arcos ciegos de los costados
de la cabecera cuadrada aparecen cegados desde el primer momento de la
construcción).
La torre que incorpora material reutilizado
romano, corresponde a lo primitivo del templo y originariamente se accedía al
campanario desde una puerta abierta en el presbiterio que daba paso a una
escalera embutida en el muro que permitía subir al primer nivel. Cuando en las
reformas del siglo XVI esta puerta fue cerrada al reorganizar los
enterramientos, se preparó un acceso a ese nivel vaciando parcialmente el
relleno de barro y cal del primer cuerpo de la torre y poniendo una escalera de
madera que permitía llegar hasta el primer nivel. En ese momento también se
debió recrecer el campanario, para acomodar su altura a la del nuevo y más alto
ábside.
En la reforma del templo que se realizó entre
1530 y 1550 además de cambiarse la embocadura del ábside se reorganizó el
cuerpo de naves trazándose dos amplísimos formeros que transforman todo el
espacio en un gran salón siguiendo los modos del momento. Se realizó entonces
una gran armadura ochavada que luego se perdió en su práctica totalidad, pero
de la que aún quedan dos de las magníficas pechinas con los lazos ataujerados
de doce unas y de nueve otras y con riquísima decoración. Algo de ello puede aún
apreciarse en los otros restos de la armadura que se amontona por el templo. No
debió afectar esta reforma a los muros de caja del templo construidos con cajas
horizontales de cal y canto entre verdugadas de ladrillo, al igual que la
torre. Al norte tiene una puerta con triple rosca de ladrillo sobre la que
corren esquinillas y sobre ellas cegadas ventanas de tipo saeteras. Esta
fachada se recrece al construirse la nueva armadura con tres nuevas bandas de
mampostería de mayor altura (unos cuatro pies, uno más que las inferiores) y se
decoró el recrecido remate con óculos de ladrillo en forma de cruz y estrella
de David que han dado pie a la inaceptable hipótesis del doble culto (recuérdese
que ya en 1492 se había producido la expulsión de los judíos y que la
conversión forzosa de los mudéjares se había producido en Castilla en 1506). Al
sur la construcción es idéntica (en mampostería y verdugadas de ladrillo) y
también tiene una portada mudéjar con un bello friso doble de esquinillas que
aún se aprecia sobre la puerta tardo-barroca que se le antepuso.
Su planta actual recoge toda la historia del
edificio y sus interrogantes, entre los que no es el menor el de las
dependencias del ángulo sureste que pueden relacionarse con alguna torre hueca
desaparecida o inacabada, que hoy se resuelve con estancias huecas superpuestas
de muy difícil acceso, que únicamente se comunican con el espacio de las
cubiertas de la nave meridional y con algún hueco. Parece haber sido torre y
quizá sean restos de la correspondiente a la primitiva capilla mayor.
Iglesia de San Martín
Es uno de los ejemplos más representativos de
todo el conjunto monumental de Arévalo. Esta iglesia se sitúa en la zona este
del núcleo, prácticamente en el inicio de la gran pendiente que concluye en el
cauce del río Adaja. Su disposición hace que sus dos fachadas principales se
conviertan en los referentes de las plazas a las que se abren. Así el conjunto
formado por la fachada norte, con la presencia de sus dos torres, constituye el
colosal cierre de la plaza de la Villa, completada por toda una serie de
edificios porticados y el magnífico ejemplar mudéjar que es Santa María la
Mayor. Al sur, San Martín presenta un imponente pórtico con un amplio atrio (en
estos momentos lleno de restos de fábrica), al que se llega desde Santo Domingo
siguiendo la parte más meridional de la Villa, junto al amurallamiento.
Su fundación se atribuye al linaje de los
Tapia, uno de los cinco que protagonizaron la repoblación de estas tierras,
estableciéndose así su lugar de enterramiento y reunión. Fue declarado
Monumento Nacional en 1931.
En la última restauración han salido a la luz
la traza de su románica cabecera, que no superaba claramente el crucero, los
canecillos de los muros coetáneos de su costado norte y algunas jambas y
molduras de la puerta románica del sur que tiene molduras de billetes en los
ábacos y una arquivolta con baquetones en sus aristas. Comparando estos datos
nuevos con la planta del templo que hiciera Cervera Vera, resulta una cabecera
desviada, similar a San Segundo de Ávila. Sobre las causas del desvío pueden aventurarse
varias hipótesis: litúrgicas/iconográficas (inclinación de la cabeza de Cristo
en la Cruz), problemas geológicos y/o de traza, y adecuación de la planta de
una preexistente torre de los Ajedreces. Dejando abierta la interrogante, hay
que señalar que la iglesia conoció en el barroco grandes transformaciones, que
tras dejar de ser parroquia casi se abandonó y que actualmente está sometida a
una interminable restauración.
Sus dos torres son llamadas de los Ajedreces y
Nueva, y si la primera debe su nombre a los tableros de ajedrez que decoran su
campanario, más difícil es buscar la causa del otro nombre si anotamos que el
pórtico meridional del templo se adosa a la torre y el pórtico no debe ser
posterior a 1200, ya que tipológicamente se inscribe en el ámbito de los
segovianos y tiene en los capiteles románicos que aún conserva una escultura
cercana a lo borgoñón de San Vicente de Ávila (los de hojas y el de los leones arqueados)
y según vimos alguno es, para Vila da Vila, cercano a la escultura de la
cabecera de la catedral.
El pórtico es ejemplar único en el románico
abulense, ya que el de Orbita es mudéjar de ladrillo, casi nada queda del de
San Esteban de Zapardiel, y del que hubo en Horcajo de las Torres, también de
ladrillo y mudéjar, sólo queda la cegada arquería sirviendo de apoyo a la
fachada meridional de la iglesia, a una nave de la misma. Este pórtico se
compone de once arcos de medio punto divididos en dos series de cuatro y seis
por uno central de mayor luz, con pilares, que enfila las dos portadas
laterales del templo.
La serie más oriental conserva sus columnas
pareadas originales, con capiteles luciendo motivos animales y vegetales
propios de la iconografía románica, mientras que su homónima occidental ha
visto cómo sus columnas eran sustituidas por otras de orden dórico y distinta
proporción. Sobre las enjutas se disponen una serie de florones al modo
segoviano. También hacia el oeste se abre un arco románico sobre columnas
pareadas con columnas con capiteles románicos y es posible que exista uno
cegado hacía el este. Todos estos arcos tienen baquetones en las aristas de su
rosca y ábacos con rosetas muy vicentinas. Protegidas por el pórtico, y a pesar
de ello muy deterioradas, se encuentran unas pinturas murales que tratan el
tema de la Última Cena y que habría que fechar en torno al siglo XIII (finales).
La torre Nueva, situada a los pies, construida
después de la nave, es aquella a la que se adosa el cuerpo del pórtico, es
estructuralmente ejemplo perfecto de torre mudéjar y ha de relacionarse por su
doble campanario con la tristemente desaparecida de Horcajo de las Torres y es
algo posterior –pienso– a la de Santa María la Mayor. Una serie de toscas
reformas derivadas de la construcción de la tribuna y de las reformas barrocas
hacen que esté desfigurada su estructura en la que hay cámaras superpuestas, con
bóvedas apuntadas que cruzan sus ejes y escaleras embebidas en los muros. La
más fuerte de tales reformas consistió en abrir de mala manera, en la cara
norte, un hueco tosco que permitía llegar hasta la primitiva entrada, situada
en la cara este y a la que se llegaba desde el primer coro, que era más bajo
que el actual y arruinado.
El sistema permite llegar a un primer cuerpo de
campanas con una bóveda con nervios de ladrillo, sobre el que exteriormente se
ve otro cuerpo que tiene el doble número de arcos en cada lado, arcos que hoy
están cegados y que algunos parecen abiertos en la litografía de Parcerisa de
1865, pero viendo una sección de la torre parece imposible que esos huecos
pudieran haber albergado alguna vez campanas. Además los huecos no aparecen en
las fotos que Gómez-Moreno hace en 1900. Un último tramo de escalera embebida
en los muros, al que siempre debió accederse mediante alguna escalera de
madera, permite llegar a una terraza inclinada, para una mejor evacuación de
las aguas, y protegida por un parapeto, terraza que ciertamente debía de tener
una función de vigilancia. Solución harto extraña en el mundo del románico,
pero que debió ser común a muchas otras torres de La Moraña (piénsese que la
cercana de Santa María tiene superpuesto un remate barroco). En la litografía,
“aún no habían pasado por ella los arquitectos del Rey”, como diría
Valle Inclán, presenta una imagen más conforme con la original, se nota la
textura de los cajones de mampostería, y hasta el fuerte llagueado de su
superficie (desaparecido casi en su totalidad en la última restauración, pero
aún quedan restos de él en la escondida parte baja del norte).
La torre de los ajedreces estructuralmente es
hueca y con cámaras. Parece apoyar sobre los muros del templo y las caras
visibles tienen un triple registro de profundas arquerías en su cuerpo bajo
(similar al de Rasueros), aquí separadas por unas pilastras verticales de
ladrillo que a modo de retícula ciñen verticalmente a los arcos de los tres registros
(en la cara norte, lo conocido se construye en este cuerpo con bandas de
mampostería encintada). El segundo cuerpo se subdivide en tres de desigual
altura. El primero de ellos con cuatro grandes huecos de medio punto con cuatro
roscas decrecientes, sobre él uno con una decoración en la que a p a recen los
tableros de ajedrez formados por ladrillos sobre un mortero de cal (pocos
motivos hay más islámicos) sobre bandas de sardinel y espigas, y alternando con
recuadros blancos con un medio punto dentro (sobre el tablero central del lado
este aparece una cruz que parece obra posterior), en el último cuerpo vuelve a
abrirse un hueco por lado, muy esbeltos, ahora inscritos en recuadro rehundido
y con cuatro roscas apuntadas.
En el interior tiene un altísimo cuerpo
cubierto con bóveda esquifada reforzada por ojivas, que arranca sobre cuatro
grandes arcos de medio punto rebajados en las cuatro caras internas de los
muros, en una de sus esquinas queda la huella de un husillo que serviría de
acceso cuando quedó en desuso el primitivo acceso al que debía llegarse desde
la cubierta de la nave –la románica era más baja–, que estaba en el segundo
cuerpo de la torre, al sur, en una pequeña puerta que se abre en el gran medio
punto, aquí cegado y con una pilastra de ladrillos a modo de mainel (suponemos
que sirva para llegar a alguna escalera abierta en el espesor del muro). No
hemos podido nunca subir al último cuerpo, que aparece sin cubierta en las fotografías
de Gómez-Moreno, y que hoy tiene una debida a la última restauración (ejecutada
–el término no es fortuito – en 1953 por Anselmo Arenillas Álvarez que en 1951
había reparado el atrio). Es torre que por su raro emplazamiento y decoración a
veces se ha querido considerar alminar, teoría descabellada ya que no conocemos
caso de otro edificio con doble culto, que la buena convivencia con el musulmán
sometido no llegó a tan idílico extremo, y ya que la torre tiene claramente
funciones de campanario al que se accedería desde el anterior templo románico.
Difícil problema es el de explicar
conjuntamente la ubicación y datación de estas torres, y más teniendo en cuenta
que si la otra es la Nueva, debe la de los ajedreces ser la Vieja, anterior a
1200. No encontramos solución convincente para tal problema, pero nos parece
que la torre de los Ajedreces pudiera ser posterior a la de los pies, pudiera
ser la nueva.
Monasterio de Santa María de La Lugareja
Cerca de Arévalo, a unos 2 km por la carretera
que sale hacia el sur, en lo que hoy es un caserío conocido como el Lugarejo,
está la cabecera del que fue el monasterio de Santa María de Gómez Román,
conocido como La Lugareja. Sus datos históricos, resumidos últimamente por
Guerra, Oviedo y Hungría, son los siguientes: la primera referencia documental
es una bula en 1178 en el que es citado como Monasterium Sancta Marie de Gómez
Román y era monasterio de monjes, en 1210 se da su primera reglamentación, en
1237 sigue siendo masculino y ya en 1245 es monasterio femenino y de la orden
benedictina, siguiendo las monjas en él hasta la década de 1520, en que se
trasladaron al que fue el Palacio Real que Enrique II de Trastámara construyó
en Arévalo (este último fue derribado en 1976 y sobre su solar se acaba de
construir uno de esos edificios pseudo neomudéjares al uso). Interesa detenerse
en esa primera reglamentación (1210) de un monasterio con pocos monjes: un
abad, un prior, un sacristán, un camarero, un enfermero y dos canónigos.
Acuerdan en sus estatutos que “el monasterio debería albergar como máximo a
un abad, 12 canónigos los cuales elegirían a mayordomo y 12 infantes; constaría
de una obra de fábrica, una mesa abacial y otra común que daría vestido y
calzado a los monjes, y dispondría de una enfermería y una sacristanía” y a
cada una de ellas se le asignan bienes suficientes. El nuevo monasterio tenía
grandes proyectos y uno de ellos debe ser continuar la iglesia.
Sobre su fundación, existe una lápida en el
cementerio del actual convento de bernardas con la siguiente inscripción:
los cuerpos que yazen en el lucillo / de la capilla mayor entre dos altares /
son de Gomez y Roman hermanos fundado / res i dotadores del monasterio y
hazienda de Gomez Roman / deste convento mia es la fiesta / que se celebra el
segundo dia del Espiritu / Santo fueron trasladados a este templo de Santa
Maria la real año de 1548.
Con los restos que nos quedan es difícil
hacerse una idea de la importancia que este monasterio tuvo para la comarca,
pero, en caso similar a lo ocurrido en Burgohondo, no se puede olvidar el
protagonismo que estas instituciones tuvieron en la época repobladora, siendo
titulares de gran número de propiedades y ejerciendo un poder más allá de lo
estrictamente religioso.
Del gran monasterio que debió ser La Lugareja
sólo queda en pie la magnífica cabecera, que se considera derivada de Sahagún.
Tiene este triple ábside, un cimborrio –que no torre– sobre el tramo recto del
ábside central y los arranques de un edificio más grande cuya existencia han
demostrado las últimas excavaciones arqueológicas, y del que no podemos
precisar el momento en el que desaparecieron sus tres naves. Los ábsides tienen
sus tramos curvos organizados con una única faja de altos y esbeltísimos arcos doblados,
emparentables con los de Cuéllar y Toro, con pilastras anchas que son
directamente relacionables con la cabecera del Cristo de las Batallas de Toro.
Arrancan las pilastras sobre un potente zócalo de mampostería con verdugadas de
ladrillo y rematan en el caso de la central con un singularísimo remate formado
por un primer friso de esquinillas y luego por una cornisa que arranca de una
hilada de ladrillos moldurados y remata con otro potentísimo friso de
esquinillas. Las laterales no tienen en la cornisa este último friso y su
modelo se repite en el frente del tramo recto del ábside de la epístola.
Sobre el espacio del tramo recto del ábside
central, apoyando en los machones de los arcos torales de los tres ábsides, en
los del toral de ingreso a la capilla mayor, y en los muros que cerraban los
profundos tramos rectos de los tres ábsides, se construyó un espléndido
cimborrio, cuadrado en su exterior, que se decoró con una serie de siete arcos doblados por lado que repiten el modelo de los ábsides. Arcos ciegos todos,
salvo el central en el que se abrió una ventana de menor altura para iluminar
el interior. Apoyando y rematando estas arquerías del cimborrio, corren frisos
de esquinillas, más potente el superior, que se interrumpen en las esquinas.
Explica este cimborrio la incomunicación de sus tres capillas, separadas por
los gruesos muros que sustentan el templo.
En el interior nos sorprende la belleza de un
espacio arquitectónico desnudo y singular. Aquí se amalgaman influencias
mudéjares, influencias del románico y unas influencias cistercienses que han
llevado a Jiménez Lozano a afirmar que estamos ante un románico que no cuenta historias.
En planta, una primera sorpresa proviene de la
aparición en los tramos curvos de una tímida forma de dura, que Pérez Higuera
ha relacionado con lo mozárabe y más concretamente con el grupo de iglesias de
Tarrasa. En altura destaca la presencia de esbeltos arcos doblados apuntados,
en los que se marcan capiteles utilizando los mismos ladrillos moldurados de la
cornisa, que marcan el nivel de las impostas que señalan el arranque de las
bóvedas. Son de horno las de la cabecera y de medio cañón apuntado las de los
tramos rectos en las que un arco fajón descansa sobre unas grandes y bellísimas
ménsulas construidas superponiendo cuatro hiladas de ladrillos moldurados.
Sobre el tramo recto de la capilla mayor el cimborrio cuadrado se convierte en
un espacio cupuliforme, mediante la incorporación de grandes pechinas sobre las
que arranca un tambor y sobre las que se construye una gran cúpula con una
clave central (también se da en Fuentes de Año, Blasconuño de Matacabras y
Montuenga). El tambor tiene 16 arcos doblados construidos con ladrillos
moldurados, son todos ciegos salvo los cuatro centrales, que se rematan, una
vez más, en y con una serie de elementos pétreos, florones con cabezas labradas
que a la altura de los arcos separan los huecos del tambor y que en la clave se
convierten en un atractivo pinjante.
Si desde Gómez - Moreno se viene relacionando
este espacio arquitectónico, de manera algo forzada, con la catedral de
Salamanca (quizá teniendo en cuenta la relación con el mudéjar de To ro sería
más adecuado pensar en la colegiata de esa localidad como modelo), hay que
añadir a las posibles relaciones las evidentes que hay entre la labra de estos
florones y los de la capilla de Gracia de la girola de la catedral de Ávila.
Todo ello nos lleva a pensar que la fecha más apropiada para esta cabecera debe
situarse en torno al 1200/1210, con lo que se plantea un grave problema, ya que
se adelanta este edificio a muchos que se consideraban anteriores.
Al salir del templo, sobre el espacio que
ocuparon las naves del mismo, es inevitable plantearse una reflexión sobre cómo
serían estas desaparecidas arquitecturas, que quizá empleaban en sus muros y
fachadas el mismo lenguaje de esbeltos arcos que se ve en las más señeras
iglesias de Cuéllar y Toro.
Románico Mudéjar rural en la Moraña
La Moraña es una extensa llanura situada
al norte de la provincia que incluye la propia Moraña y la llamada "Tierra
de Arévalo". La escasez de canteras de piedra y la posible presencia
de población mudéjar en esta zona propició la construcción de numerosos templos
parroquiales de estilo románico-mudéjar.
Tres buenos representantes de este estilo
morañés son los templos de San Nicolás de Bari en Madrigal de las Altas Torres,
y las iglesias parroquiales de Donvidas, Narros del Castillo y Palacios Rubios.
Madrigal de las Altas Torres
Es Madrigal, junto a Arévalo, una de las
grandes villas mudéjares del norte de la provincia, en límite con Valladolid, a
unos 75 km de la capital y con una población que ronda los dos mil habitantes.
Documentalmente lo encontramos en 1074, apareciendo como Matrigale,
también en la relación de Gil Torres, in tercio de Madrigal. Parece ser
que este topónimo habría que relacionarlo con “matriz”, equivalente a “cauce”,
aquí referido al río Trabancos. La segunda parte del nombre, que más parece
poema, es obra del siglo XIX (ambas cosas ya se han dicho).
Fue antigua aldea de Arévalo, pero cobró
independencia por fuero otorgado en 1017, por el obispo de Burgos, y confirmado
en 1168 por Alfonso VIII. Su historia aparece marcada por el importante vínculo
que establece en esta villa la casa Trastámara. Relación que se pone de
manifiesto con la construcción del Palacio Real de Juan II, con el nacimiento
de Isabel de Castilla o su constitución en sede de Cortes durante los reinados
de Juan II, Enrique IV e Isabel I. Además, después de la muerte de Fernando el
Católico, quedó establecido el señorío de Madrigal (1517) con su viuda, Germana
de Foix, a la cabeza.
Iglesia de San Nicolás
Se alza en el centro de la población y tiene
como elementos singulares, en el exterior, la fortísima torre y una cabecera
con dos ábsides muy distintos, y en el interior la serie de apuntados formeros
y las magníficas armaduras de la nave central.
El ábside central arranca sobre un zócalo
construido y decorado con ladrillos dispuestos en hileras a sardinel intercaladas
con hiladas de ladrillo a soga, zócalo que últimamente ha sido “restaurado”.
El cuerpo de este gran ábside repite el sistema
de tres fajas de arcos que ya hemos visto tantas veces, pero debe anotarse que
aquí la alternancia en el eje de las arquerías se da entre la primera
desmentida y las siguientes, y la arquería superior es más esbelta y apuntada y
como en Santa María del Castillo remata con un friso de esquinillas.
Sobre él aparece una vez más ese ático a modo
de camaranchón, pero aquí no es de tosca mampostería, son recuadros dobles
rehundidos y rematados por un friso de esquinillas (seguramente fue similar el
que aún queda parcialmente sobre el ábside central de la cercana iglesia de
Santa María del Castillo). Este ábside, hoy cegado, transformado y escondido
parcialmente bajo distintos añadidos guarda en su interior, en las cegadas
saeteras, una celosía de caliza con rosetas entrelazadas que, aunque tapiada y
olvidada, es pieza única en Ávila y debería cuidarse con mimo. A ambos lados de
este ábside central, existían o t ros laterales, lógicamente más pequeños, y de
ellos aún queda un mínimo resto del que ocupaba el lado de la epístola o sur.
Adosado al central, en el lado de la epístola,
encerrando los restos del pequeño ábside original ya citado, se construyó
después un gran ábside tan extraño por la planta y dimensión como por la
disposición de sus arquerías, que arrancan aquí de un zócalo de tosca fábrica
de ladrillo s o b re el que se dispone un friso de esquinillas sobre el que se
levanta una primera faja de arcos doblados de medio punto, viene luego otro
friso de esquinillas y otra faja de arcos y a partir de ahí se levanta un muro
tosco con fuerte machones de ladrillo
entre los que en un caso se dispone un friso de esquinillas. Aventura es fechar
este conjunto, pero teniendo en cuenta lo descrito, la estructura interior del
templo y la torre del mismo, puede adelantarse una fecha cercana a finales del
siglo XIII para el ábside central y suponer que el otro es de la siguiente
centuria, o incluso posterior (hay reformas documentadas en 1437).
La torre tiene 50 m de altura, su planta está
algo descentrada respecto al eje del templo, se abre sobre una puerta de acceso
a la nave central que hoy está cegada y servía sin duda alguna como campanario
y como torre de vigía. El interior es de difícil descripción, albergando varios
cuerpos de distintas dimensiones y estructuras, siendo más amplios (con lo que
se aligera el peso) y de mejor arquitectura los dos cuerpos superiores,
especialmente el cuarto con una airosa cúpula sobre pechinas, de ocho plementos,
esquifada. Exteriormente tiene arquerias ciegas en el primer cuerpo y sobre
ella dos esbeltísimos huecos embebidos en recuadros que en lo alto recibían las
campanas. Remata en un friso de esquinillas y parapeto y sobre él un cuerpo
remetido más pequeño coronado por un chapitel ochavado, por ello ha sido puesta
en relación con las iglesias góticas francesas del Poitou, aunque ciertamente
el ejemplar que más tiene que ver con ella es la cercana torre de Donjimeno.
Cinco cornisas perimetrales cortan su desarrollo.
El interior, en el que hoy hay muchas capillas
adosadas, debió tener en origen únicamente tres naves sobre formero s apuntados
de ladrillo, que luego reciben una armadura auténticamente espléndida que quizá
sea pieza de mediados del siglo XVI, momento en el que se realizan otras muchas
obras en el templo. Esta armadura se subdivide mediante un gran arco fajón
casetoneado en otras dos, una en el crucero y otra en las naves. La del crucero
está policromada y tiene pechinas en los ángulos que permiten el paso desde la
forma cuadrada a la octogonal.
El ochavo se organiza con faldones sobre una
cornisa de mocárabes y decora sus faldones con una profusión de lazos que
forman dos ruedas por faldón. La nave central tiene un gran artesonado
rectangular con tres faldones por lado que apoyan en ménsulas con mocárabes y
almizate en la calle central. Es forma auténticamente sorprendente, que además
no coincide con los tramos que los apuntados fajones configuran. Aunque muy ennegrecida,
está cruda toda ella, faldones y almizate están cubiertos de ruedas de lazos,
consiguiendo una sensación de riqueza, plasticidad y movimiento.
Techumbre de la iglesia de San Nicolás.
Tiene el templo una impresionante riqueza de
cuadros y esculturas, la mayor parte de ellos en el altar mayor o en las
capillas. Debe señalarse también la existencia de importantes e interesantes
restos de un alicer mudéjar, mezclados con otros dos retablos.
Narros del Castillo
Es Narros pueblo de larga historia pero de
origen incierto, que está noroeste de la capital, a unos 45 km, y pertenece al
partido judicial de Arévalo, destacando su altitud, que supera los 950 m.
En la relación de Gil Torres aparece
perteneciendo al cabildo de Zapardiel, junto a otros 32 núcleos entre los que
destacan Flores de Ávila o Fontiveros. Sobre su nombre parece haber consenso en
relacionarlo directamente con la tarea repobladora, concretamente con el origen
de la población que ocupó esta zona. Así, se hace derivar Narros de
Nah(f)arros, quedando pues clara la procedencia de los repobladores. En el
documento antes citado se le nombra como Narros de Bebán, siendo una
fortificación que existía en el pueblo la que posteriormente le dio nombre. De
este castillo se sabe que fue lugar de disputa entre Alfonso VII –hijo de Dña.
Urraca y D. Raimundo de Borgoña– y Alfonso I el Batallador, enfrentamiento que
llevó a su derribo, ocupando poco después la iglesia parte de los terrenos en
los que había estado asentado. El núcleo gozó de cierta importancia en el siglo
XV, como lo confirman el hecho de poseer distintas aldeas (como Villacomer o
Castronuevo), o el título de villazgo, que le fue concedido posiblemente a
finales de esa centuria, pasando a pertenecer al marquesado de Fuente el Sol y
a relacionarse después con la casa de Alba.
Iglesia de Santa María del Castillo
La iglesia se encuentra en la plaza, en terreno
elevado y circundada por los restos de la fortificación antes referida, entre
los que destaca una sobrepuerta mudéjar de hacia 1500. Sobre su entorno más
cercano hay que hacer notar el espacio al que se abre la cabecera, sin muchas
modificaciones, y la presencia de una pista deportiva con frontón en el lado
septentrional, que hay que relacionar con la cercana escuela.
Es iglesia que Valdés considera sigue el modelo
sahagunino, y que a mi modo de ver tiene más relación con los modelos
toledanos, como han establecido otros estudiosos. Aunque consta la existencia
de una iglesia ya en la relación de Gil Torres de 1250, no puede asegurarse que
en esa fecha ya existiese toda la albañilería mudéjar del templo actual. Este
templo dedicado a Santa María del Castillo, estuvo fortificado, como su nombre
y emplazamiento indican, y aún quedan la traza general y considerables restos de
cal y argamasa de la fortificación. Magnífica es su cabecera en la que se
mantienen los tramos recto y curvo, junto con el comienzo de lo que fue la
decoración de los muros de sus naves. Luego una reforma llevada a cabo en el
siglo XVI, que singularmente se manifiesta en la torre que se antepone a la
antigua puerta occidental, en los formeros de las naves y en las armaduras del
templo y del sotocoro, alteró la imagen primitiva del interior, reconstruyendo
formeros apuntados de ladrillo con perfiles achaflanados (más amplios los
cercanos al presbiterio, para configurar un amplio espacio ante el altar, y
casi de la mitad de la anchura los del tramo del coro).
Fue una reforma litúrgica encaminada a lograr
una más amplia visión del altar y a construir un magnífico coro y una fuerte
torre muy similar a la de Santo Domingo de las Posadas. Se cubre la nave
central con armadura ochavada de par y nudillo con dobles tirantes, en la que
destaca un magnífico almizate con grandes ruedas que incorporan pinjantes de
mocárabes. Magnífico es también el sotocoro con una riquísima viga frontal que
además de soportar la estructura, separa el cuerpo volado del coro del impresionante
taujel en el que se acumulan lazos ataujerados, cintas y unos deliciosos
racimos de mocárabe. Todo ello, una vez más, fechable a mediados del siglo XVI,
ya que parece ser obra de Juan Carmona, Pedro Sánchez y Sebastián García, los
mismos carpinteros que realizan el sotocoro de Macotera.
La cabecera tiene un tramo curvo facetado al
exterior con tres órdenes de siete arcos doblados ciegos enmarcados en una
retícula formada por pilastras acodadas y bandas de sardineles, que sobre la
arquería superior se transforman en esquinillas. Las tres arquerías presentan
desigual altura siendo más alta la del cuerpo superior y arrancando la primera
sin basamento alguno, como en Santa María de Arévalo, Fuente el Sauz y Palacios
Rubios. En el tramo recto estas arquerías pasan a ser dos, y están enmarcadas por
una retícula de ladrillos, alcanzando la inferior la misma altura que en el
tramo poligonal alcanza el segundo orden de arquerías.
La auténtica novedad de este templo aparece en
los muros laterales del cuerpo de naves en los que hay una serie de arcos de
medio punto entrelazados que genera una teoría de arcos apuntados.
Acertadamente han sido relacionados con lo toledano, pero no pueden olvidarse
los ejemplos de Villoria y de Santiago en Salamanca (antes de su “triste”
restauración) y de Santervás de Campos. Todos los arcos descansan sobre
pilastras resaltadas de gran amplitud que en el costado meridional incorporan a
su trazado una pilastrilla medial que concluye en el centro del medio punto.
Armadura de la nave central, datada en
el siglo XVI, provista de dobles tirantes y un almizate profusamente decorado.Interior de la Iglesia de san Juan
Bautista
Armadura de la nave central y el
sotocoro, datados ambos en el siglo XVI.
La última restauración, al liberar la cabecera
de toscos contrafuertes, ha puesto al descubierto tendeles salientes y
bordeados y una constante labor de enfoscado de las enjutas del primer orden de
arcos. En el interior también ha sacado a la luz un orden de trece esbeltas
arquerías y sobre el otro de siete que se corresponde con el exterior y tres
fuertes y apuntados fajones en el tramo recto. El toral y fajones de la
cabecera son agudos.
De las distintas intervenciones que se han
llevado a cabo en este templo, principalmente en los siglos XVI y XVII, hay que
mencionar la apertura de la puerta meridional, realización de un pórtico (hoy
suprimido), actuaciones de consolidación y mantenimiento y, papel destacado,
una torre a los pies, que ya es de mediados del XVI, como la de Velayos, que se
adosa a la fachada occidental, presenta planta cuadrada y luce motivo de
esquinillas.
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[1] Cul-de-lampe se trata de la
denominación de un elemento arquitectónico en forma de consola que se
emplea a menudo en la arquitectura gótica. Se trata de una piedra
saliente en forma de ménsula que hace de basamento de un enjarje, es decir
del arranque de un arco o el nervio de una bóveda.
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