miércoles, 6 de agosto de 2025

Capítulo 92, Románico de Fuentidueña, Sacramenia y sus Tierras

Románico de Fuentidueña, Sacramenia y sus Tierras
Esta comarca presume de tener una elevadísima densidad y al mismo tiempo calidad de iglesias románicas de la provincia, siendo uno de los focos románicos más sobresaliente de la Comunidad de Castilla y León.
Todo ello, a pesar de que la incuria de décadas pasadas, cuando el valor de nuestro patrimonio era ignorado, se cebó especialmente en la comarca.
Me refiero a que a diferentes lugares de Estados Unidos viajaron dos de sus mejores primores: el ábside de la iglesia de San Martín de Fuentidueña y diversas estancias del Monasterio de Santa María la Real de Sacramenia.
El primero está en el Museo Metropiltano de Nueva York (Sección Museo de los Claustros) sirviendo para albergar conciertos de música medieval y las segundas en Miami sirviendo de salón de bodas y celebraciones (!)
A pesar de ello, nos ha llegado un legado monumental importantísimo, con decenas de iglesias.

De todas ellas, destacamos el propio templo monástico de Santa María la Real de Sacramenia así como otras iglesias de Sacramenia como Santa MarinaSan Martín y San Miguel. También abordaremos las iglesias parroquiales de San Miguel de Fuentidueña y Santa María, así como el templo de San Andrés de Pecharromán y la Ermita de San Vicente de FuentesotoCozuelos de FuentidueñaVivar de Fuentidueña y Castro de Fuentidueña.

 

Sacramenia
La localidad de Sacramenia está situada al norte de la provincia de Segovia, muy cerca de los actuales límites administrativos con Burgos y Valladolid, a la vera de la Ribera del Duero. Podemos acceder desde San Martín de Bernuy y Fuentidueña, desde Peñafiel por Rábano y Castrillo de Duero (Valladolid), o desde Nava de Roa (Burgos) y Cuevas de Provanco (Segovia). Dista 19 km de Peñafiel, 31 de Cantalejo y 35 de Sepúlveda.
La población se asienta a la vera del arroyo de la Vega, subsidiario del río Duratón, alzada sobre la ladera que desciende desde las amplias parameras cercanas. En la temprana data de 912 ya se registran dos donaciones a San Pedro de Arlanza donde aparece el nombre de Sacramenia, una de Fernán González y doña Sancha y otra de Gonzalo Téllez y Flámula. El conde castellano ratificaba la suya en 937. Martín Postigo no duda de la falsedad verificable en el diploma del 912, datándolo en 937 en función del fenómeno repoblador (de hecho, difícilmente podríamos aceptar una fecha tan antigua pues la villa de Sepúlveda no se alcanzó hasta el 940).
Sacramenia volverá a aparecer en otras donaciones a San Pedro de Cardeña (en Fuente Adrada) y Covarrubias en 943 y 978 respectivamente. Probablemente en el origen estemos ante un viejo eremitorio, fenómeno habitual en tierras segovianas durante la etapa altomedieval, que años después se convertiría en cenobio cisterciense. Tal casuística recordaba a Linage el caso de San Frutos de Duratón, cedido al monasterio benedictino de Silos por Alfonso VI en tierras recién repobladas.

Iglesia de San Martín
La iglesia de San Martín está ubicada en la parte alta del caserío, a escasos metros del edificio de Ayuntamiento. Se encuentra rodeada por un pretil que delimita el atrio que a su vez está abierto al este por un arco de grandes dovelas. A la misma altura en la trama urbana y unida a esta por la calle de las Iglesias como se ha dicho, se encuentra la de Santa Marina, dejando patente la pujanza de Sacramenia en época medieval ya que a estos edificios habría que unir la ermita de San Miguel y el cercano monasterio de Santa María en el coto de San Bernardo. A mediados del siglo XIX el culto estaba suprimido en ella.
El presente edificio ha experimentado la variación en su estructura tantas veces repetida en la arquitectura románica rural segoviana, esto es, se ha conservado de la primitiva fábrica la cabecera, siendo por completo modificados y ampliados el cuerpo de la nave, la torre y la sacristía en tiempos del barroco. En cualquier caso, la planta del primitivo San Martín en poco diferiría del modelo de cabecera semicircular adosado a una nave rectangular y sacristía al sur. No quedan restos del pórtico que, de existir, no alcanzaría un gran desarrollo por lo escarpado del terreno en el costado meridional; no parece descabellado que la torre se situara a los pies dadas las características del terreno o adosada al costado septentrional de la nave como en el caso de la cercana Santa Marina.



Al exterior son exiguos sus restos, reduciéndose como hemos dicho a la cabecera y alguna pieza reaprovechada con perfil de bocel o marcas de labra a hacha incrustada en los muros, preferentemente en el meridional. El ábside se divide mediante dos semicolumnas que lo articulan en tres tramos y apoyan en basas formadas mediante un toro, escocia, y otro toro oblongo de mayor diámetro y con garras sobre plinto y basamento; los capiteles, hoy segados, alcanzaban la línea de cornisa primitiva. Cada uno de los tramos está presidido por un ventanal habiéndose agrandado el vano de los dos extremos en reformas posteriores. En su diseño primitivo los tres responderían a la misma estructura de aspillera bajo un arco de medio punto y arista cóncava que apea en columnillas, todo acogido por una chambrana abiselada. Sólo se decoran los capiteles de los ventanales sur y este, todos ellos con toscos y carnosos motivos vegetales que recuerdan la escultura del monasterio de Santa María. La primitiva línea de cornisa conserva sus canes con perfil en nacela, a excepción de uno de temática fálica; el recrecimiento pertenece a época posterior a la que aquí se trata.
A este caso como a pocos se adapta el verbo al decir que el cuerpo de la nave ha sufrido intervenciones hasta llegar al estado que hoy nos muestra. No hay rastro en él de obra románica. Únicamente sirven de peanas a distintas imágenes una basa y dos capiteles de los que desconocemos la procedencia. En el muro oeste se encuentra dispuesta la columna, invertida, cuya basa formada por un toro achatado y deteriorados plinto y basamento sostiene un San Sebastián barroco. Arrimada al muro del evangelio y cercana al de los pies, hace las mismas funciones una cesta torpemente superpuesta y unida con cemento a una columna con la que nunca convivió, dado que el capitel se diseñó para recibir columnillas pareadas, al igual que su compañero de fatiga. En el lado más ancho muestra dos aves con la cabeza vuelta, picoteando unos racimos de uvas en alusión eucarística. En la cara más corta, hoy dispuesta hacia el oeste y con las lógicas limitaciones de espacio, se repite el anterior tema, mientras que en el opuesto se dispone un batracio, quizá en contraposición como alusión al maligno. La cronología parece tardía, perteneciente a bien entrado el siglo XIII, a juzgar por el movimiento de las aves y el trato que recibe el plumaje.
En cualquier caso es obvio que nada tienen que ver su factura, de mayor calidad, y temática con la del resto de la escultura conservada del templo. Similares conclusiones transmite el segundo de los capiteles, proveniente a juzgar por sus dimensiones y disposición del mismo lugar que el primero. En este caso la escena que representa en las tres caras que quedan vistas es la psicostasis. En el lado mayor se representa el núcleo principal de la escena, donde San Miguel sostiene con la mano izquierda la balanza del peso de las almas ante una figura deteriorada que hemos de entender como el demonio valiéndose de argucias para desequilibrarla en su favor. La figura del arcángel es de canon achaparrado, limitado por el marco espacial de la cesta, de su rostro las únicas facciones aún reconocibles son unos grandes ojos almendrados y orejas circulares y despegadas de la cabeza. Viste túnica de pliegues circulares en la parte inferior y cuenta con grandes alas que en el caso de la derecha se explaya por todo el frente menor del capitel para servir de base a la representación de los justos –de esquemático rostro circular y disposición isocefálica–. En el lado opuesto se disponen los condenados representados por dos personajes que se encuentran muy deteriorados.

La cabecera es la zona del templo que, aunque retocada en sus bóvedas –hoy yeserías barrocas de medio cañón y horno–, se conserva con una mayor fidelidad a sus orígenes medievales. Se forma mediante los usuales tramos recto presbiterial y curvo absidal. Da paso a ella el triunfal de medio punto sustentado por esbeltas columnas pareadas que comparten capitel a ambos lados: el del norte se desfiguró por completo al picarlo para realizar el enyesado de la zona aunque aún se intuyen motivos vegetales; el del sur conserva una escena de tosca labra donde una pareja de dragones de aspecto “naif” con colas terminadas en bucle y carentes de estudio anatómico, acechan a un personaje humano arrinconado en el costado este. El mismo tipo de representación de animales monstruosos se emplea en la cercana iglesia parroquial de Castro de Fuentidueña. El muro del tramo presbiterial se articula mediante una teoría de tres arquillos por lado de medio punto, compartiendo apeos los tangentes. Ninguno de ellos ha conservado la decoración de sus capiteles y sus basas se forman mediante una escocia entre dos toros, aplastado el inferior sobre un plinto y garras en las esquinas. Al sur la arquería se ha abierto en su arco más occidental para abrir la puerta de la SACRAMENIA / 1217 actual sacristía. Las bóvedas arrancan de una imposta de nacela y listel que debió correr por la totalidad del ábside. El hemiciclo se encuentra oculto por un retablo barroco dedicado a San Martín obispo, titular de la parroquia.
En la zona de los pies se conserva la pila bautismal de traza románica, que al decir del actual párroco fue intercambiada con la de Santa Marina en el tercer cuarto del siglo pasado tras un intento de venta. Se trata de una pieza de copa semicircular de 117 cm de diámetro sobre pie cilíndrico de 43,5 cm de altura. Ostenta una de las ornamentaciones más descollantes en las pilas segovianas de la época, decorándose con grandes gallones bajo una cenefa de palmetas y tallo ondulante. Asoman en las enjutas entre gallones rostros, de la misma manera que en Sebúlcor, o Castroserracín, o en la provincia de Burgos en los casos de Fuentelisendo (procedente del despoblado de Corcos), Hontangas, Torregalindo y una de las de Moradillo de Roa; con la diferencia de que en este caso en el frontal se dispone un gran ángel de alas explayadas, vestido con túnica de gruesos pliegues y portando una tela. Entre los rostros destaca uno barbado que comparte características formales con el Moisés de San Miguel de Fuentidueña y el mismo personaje en Pecharromán, lo que unido a los rostros y cabellos de las demás figuras nos hacen pensar en un escultor ligado al denominado por Ruiz Montejo taller de Fuentidueña. El pie también está decorado, representándose rosetas terapétalas con botón central insertas en clípeos, a excepción de una cruz patada que aparece en zona cercana al ángel, al modo de la pila del antiguo poblado de Corcos y ahora ubicada en Fuentelisendo (Burgos).


Iglesia de Santa Marina
La iglesia de Santa Marina está ubicada en las faldas de la colina en que se asentaba la Sacramenia medieval, a la misma altura que su vecina San Martín, a la que se une mediante la calle Iglesias. Desde el sur se accede a ella mediante unas escaleras que salvan el desnivel con la calle y desembocan en el atrio. A diferencia de hoy, a mediados del siglo XIX era el templo parroquial de la localidad para posteriormente, ya en el siglo pasado, utilizarse como aula alguna de sus dependencias. La planta actual responde a un sencillo modelo de nave rectangular adosa da a la cabecera semicircular, torre en el costado septentrional y capilla y sacristía a mediodía, que debió llevarse a cabo en la primera mitad del siglo XIII. En poco ha de diferir del plan primigenio de la fábrica, pese a encontrarse rehecha y alargada la nave reutilizando antiguos materiales y no desechándose la posibilidad de la existencia al sur de un pequeño pórtico.

Al exterior son contados los restos que nos han llegado de la fábrica románica, centrándose en la cabecera, compuesta con sillares calizos, muy desgastados los inferiores, que evidencian rastros de haber sido dispuestos en distintos intervalos de tiempo. La única huella medieval se centra en la decoración que ostenta el ventanal central con derrame al exterior, formado por una saetera trasdosada por arquillos de medio punto incisos y dos sumarios boceletes. El remate exterior lo forma un bocel corrido y festoneado con el mismo tipo de decoración incisa, aunque en este caso de tamaños desiguales, rematando en un guardapolvo ajedrezado. Adosada al costado norte se conserva la torre, que parece desmochada, construida con sillares escuadrados en los esquinales y enfoscada al exterior, se cubre con una cubierta de madera a cuatro aguas repuesta durante la amplia intervención de principios de la década de 1990. El acceso interior se realiza mediante dos tramos de escalera de caracol.
No quedan restos románicos al interior de la nave, siendo bien distinto el caso de la cabecera, aunque como al exterior con huellas de haber sido muy reformada en sucesivas etapas. Se accede a ella por medio de un triunfal doblado y remontado que apea en semicolumnas de capitel liso y jambas al exterior. El presbiterio se articula mediante altos arcos de medio punto que alcanzan la altura de la imposta –de listel y chaflán– perforados en su interior para acoger un vano y el acceso a la sacristía respectivamente. Corre por el hemiciclo un banco de fábrica que se ornamenta con una cenefa de billetes –perdida en buena parte– sobre el que se asientan cinco arcos de medio punto quedando el primero, tercero y quinto abiertos para iluminación.
Los tangentes comparten elementos sustentantes que arrancan, según los casos, de dobles basas formadas por dos toros contrapuestos con incisiones a bisel o directamente sobre el banco para continuar con escuetos fustes y rematar en capiteles de largas hojas planas de punta avolutada –los dos centrales– o lisos, al igual que los cimacios.

En el interior del cuarto arco y cercano al capitel izquierdo se encuentra reutilizado un relieve cuyas significación y datación son complicadas por igual debido a la descontextualización y lo peregrino de la iconografía. Se trata de una figura femenina de ruda talla, con las manos alzadas –abierta la izquierda desde el punto de vista del espectador y cerrada la derecha– que viste traje engalanado con volantes ondulados que caen en distintas capas. Se adorna con un colgante esférico que pende de grueso cordón y varias esferas a la altura del pecho. El rostro es completamente circular e inexpresivo, de incisa nariz recta, ojos almendrados y escueta boca enmarcada por prominentes labios; el cabello se dispone alrededor del perímetro craneal asemejándose a un nimbo.
De época posterior a la que aquí se trata datan las pinturas que adornan el hemiciclo, fechadas en la más alta de sus cartelas en 1436. En la bóveda del hemiciclo, ocupando la parte superior del cuarto de esfera aparecen restos de lo que en su día fue un Pantocrátor representado en el interior de una mandorla y acompañado, entre otras figuras, en el exterior por el tetramorfos.

En el interior de la capilla adosada al costado de la epístola se ubica la pila bautismal. El vaso es una pieza hemisférica de 137 cm de diámetro alzada sobre un pie cilíndrico de 51,5 cm de altura cuya única decoración es una faja lisa cercana a la embocadura y un bocel en la zona de unión de copa y pie.
 
Iglesia de San Miguel
Los magníficos restos de San Miguel se encuentran sobre un otero que cobija por el norte la localidad de Sacramenia desde el que se obtiene una impresionante vista del valle del Duratón. Se accede allí tomando la carretera que une el pueblo con Laguna de Contreras, para poco después de salir de la localidad, tomar un camino carretero en buen estado a la derecha. Por él iremos ascendiendo sin dificultades la ladera, primero por su vertiente oeste y a continuación por el costado septentrional, desde el que accedemos a la parte superior, presidida por el edificio.
Aun habiendo sido declarado Monumento Histórico Artístico por Real Decreto de 16 de febrero de 1983, la falta de actuación por parte de la Administración está ayudando de forma eficaz a su continuo expolio y ruina, que dadas las circunstancias será completo a no mucho tardar.
La primera descripción del templo y causa del estado de abandono la proporciona Quadrado hacia 1884, siendo posteriormente seguido por autores como Hernández Useros menos de una década después: “Era este una pequeña pero acabada joya del arte románico en su edad primera, que habían guardado intacta los siglos, sin mudarle ni añadirle cosa alguna. Asombra conservación tan perfecta en aquella rasa y ventosa altura circuida por vastísimo horizonte: la portada lateral mantiene enteras sus dos columnas á cada parte, las hojas y figuras de sus capiteles, las labores de su cornisa y arquivolto; y obra de ayer parece el torneado cascarón de la capilla, guarnecida dentro y fuera de medias cañas, perforada por tres ventanas en el hemiciclo y figurando dos grandes ajimeces en la parte baja de sus muros interiores, como si del cincel acabaran de salir los rudos follajes y caprichosos grupos de personas y animales que visten los capiteles ó forman los canecillos. No es de consiguiente por vetustez ó por flaqueza que se hayan venido abajo la bóveda y la fachada: culpa es, se asegura, de los franceses que hasta allí treparon quemando las puertas de la ermita, y el huracán que más tarde hallándola abandonada la derribó.”
A la vista de los distintos restos arqueológicos exhumados en el templo y sus inmediaciones, hemos de pensar que su localización prosigue una tradición venida probablemente de época altomedieval. Restos de aquel hábitat quedan en las covachas situadas en la vertiente meridional de la colina. Asimismo se hallan varios enterramientos en la zona del ábside, dos de ellos infantiles, que mantienen una alineación diferente a la del resto. Las tumbas pertenecen según Zamora Canellada al tipo de “enterramientos en suelo de talla antropomorfa” pertenecientes a la época de repoblación, y por tanto anteriores a la edificación del templo.
Los restos que nos han llegado muestran una construcción de sencilla planta formada por una nave rectangular unida a la canónica cabecera románica de tramo recto presbiterial y curvo absidal orientado a levante. También se encuentran diferenciadas sus partes en cuanto a los materiales empleados en su construcción, utilizándose sillería bien escuadrada para la cabecera y portada, y encofrado de cal y canto en la nave. Como excepción queda la zona inferior del codillo meridional entre el presbiterio y la nave donde se emplea el ladrillo, y que en opinión de Zamora Canellada, podrían ser restos provenientes de una construcción anterior a la iglesia.
Escasos son los restos de decoración que podemos encontrar en la nave tras su incendio, en el que perdió la cubierta, que suponemos lignaria, y el hastial de occidente. Únicamente nos han llegado algunas muestras de pintura en el lienzo norte, donde quedan huellas de un despiece de sillares pintado en tonos rojizos similar al que se conserva en el muro oeste de Aldea Real.
Portada
 

Por el contrario sí nos ha llegado en buena medida la portada, adelantada respecto al muro, formada por la sucesión de un arco de medio punto, cinco arquivoltas y chambrana abilletada que reposan sobre jambas y columnillas acodilladas cuyos fustes y basas han desaparecido. Por el arco corre un zarcillo ondulante en cuyos meandros se inscriben palmetas planas de variado número de pétalos.
Similar decoración, aunque quizá de distinta mano, encontramos en la tercera rosca cuyas hojas adquieren un mayor volumen quedando divididas por incisos nervios centrales. Igualmente comparten forma las arquivoltas primera y cuarta de bocel entre listoncillos, y la segunda y quinta de arista viva.
Los cimacios se prolongan a lo largo del derrame a ambos lados a modo de impostas, repitiendo de nuevo el tema del zarcillo ondulante con palmetas en su interior. Se han conservado tres de los cuatro capiteles que exornaban la portada, pinjantes. El del lado oeste muestra hojas de helecho en los ángulos con tallos avolutados entre ellas que rematan en formas romboidales, muy similares a las vistas en la ermita de San Vicente de Pospozuelo en Fuentesoto. En la zona oriental completan el grupo una pareja de cuadrúpedos que comparten cabeza de orejas puntiagudas, larguísimas patas y estrecho cuerpo; y un ave de alas explayadas, cuerpo oval y cabeza de perfil de la que parecen salir formas serpenteantes. Ambos responden a criterios de ejecución poco depurados.
Capitel de la portada
Capitel de la portada 

Al exterior el ábside se articula mediante dos sobrias semicolumnas que se alzan sobre plinto y basa ática y alcanzan el alero poblado de desgastados canes de nacelas superpuestas, frutos carnosos y animalísticos. En cada uno de los tres lienzos se abre un vano en forma de aspillera, todas ellas trasdosadas por un bocel de medio punto que reposa sobre cortas columnillas.
Las cestas del vano meridional muestran ruda decoración incisa en la que se muestra un personaje de rostro ovalado y barbado cuyos largos cabellos se ondulan dando lugar a palmetas; y una extraña figura, quizá femenina, de largo cabello al viento que aunque lejanamente, recuerda algunas figuras de la portada meridional de la iglesia de Castrecías en la provincia de Burgos. En el ventanal central la decoración repite los modelos de hojas de eucalipto vistos en la portada y en Fuentesoto. Los capiteles septentrionales quedaron sin tallar, quizá por economía, dado que serían los que quedasen más ocultos a la vista de los fieles.

Ventana del ábside

Canecillos
Canecillos
Canecillos
 

Se accede al interior del ábside por medio de un arco triunfal de medio punto doblado que reposaba sobre columnas geminadas hoy desaparecidas en su práctica totalidad, aunque en los capiteles aun se conserva la iconografía.
El del lado norte muestra la imagen de Sansón desquijarando al león, que además es acosado por otro personaje vestido de forma arabizante, blandiendo una lanza y que muestra un abultamiento en la parte superior de su torso, rasgo característico de los pórticos de San Esteban de Gormaz (Soria). La escena se amolda a los cánones convencionales en que el protagonista se sitúa sobre el animal y con sus propias manos le rompe la quijada, sin embargo todo ello queda lejos de las leyes de la proporción y de la anatomía como ya observara Ruiz Montejo. Su par en el costado sur muestra una intrigante escena en la que un personaje vestido al modo de los campesinos musulmanes ase por los cuernos a un vacuno. En la zona central asoma, muy desgastada, una figura que en opinión de la misma autora representa un “monstruo cuadrumano”, muy utilizado en la iconografía soriana. Ambas cestas muestran motivos ornamentales en las caras que miran al ábside al igual que algunos de los capiteles reaprovechados en la ermita de Nuestra Señora del Río en San Miguel de Bernuy.

El tramo presbiterial se cubre con bóveda de medio cañón que arranca sobre una imposta de listel y nacela. Originalmente se articulaban y reforzaban sus muros mediante parejas de arcos de medio punto que compartirían soporte central en cada uno de los lados. De ellos hoy nada queda a excepción de algún arranque y restos de la imposta vegetal que sigue los modelos de las arquivoltas vistas en la portada sur.
Ábside. Arquería y ventanas
 

El hemiciclo se estructura de una forma muy parecida a la ermita de San Vicente de Pospozuelo en cuanto a la decoración interior de los vanos, sin embargo, dado el menor diámetro en este caso, faltan los arcos ciegos que allí rematan los laterales. Así pues, del mismo modo tres arcos mayores enmarcan los vanos en cuyo acusado derrame presentan la aspillera, una rosca de arista viva y otra abocelada que reposan sobre columnillas rematadas en capiteles. A la altura de los alféizares corre una imposta ajedrezada que incluso abraza los fustes de las columnas. En sentido de las agujas del reloj, los capiteles del ábside muestran la siguiente temática: el primero de ellos muestra un gran cuadrúpedo, quizá un felino por la forma de su cola, en lucha con dos hombres, de los que el que le ataca por detrás presenta el tronco y cabeza de frente y las piernas de perfil. Las cuatro siguientes cestas repiten las hojas de eucalipto. En último lugar aparece una sucesión de cuadrúpedos, quizá equinos, donde en la cara mayor también parece asomar una imagen al modo del monstruo simiesco aparecido en el capitel meridional del arco triunfal.
Capitel de la arquería
Ventana interna del ábside
Capiteles de la arquería
Capitel de la arquería
 

Vistos los modelos representados en San Miguel hemos de pensar, al decir de Ruiz Montejo, que aun apareciendo la escena de Sansón desquijarando el león, maestros de tan corta formación fueran capaces de transmitir una simbología elevada. Por ello hemos de pensar en que tanto esta representación como las figuraciones de pelea entre humanos y animales se acerquen más a simples ejemplos de lucha del hombre con las fuerzas del mal.
En cuanto a la técnica, y para la misma autora, parece que se constata en este caso la penetración de formas procedentes del románico soriano a través de una mano de obra mudéjar.
Dada la repetición de los cercanos modelos de la iglesia de San Vicente de Pospozuelo, y pese a la falta de varios elementos, todo parece indicar a una cronología tardía, bien rebasada la mitad del siglo XIII.

 

Monasterio de Santa María la Real
Aún, en 1866, alcanzamos á ver preciosos restos de su archivo; aún, ¡cosa más extraña! alcanzamos un resto de su comunidad, un buen sacerdote que viviendo en las cercanías iba á encerrarse allí por temporada, y que vistiendo su majestuoso hábito blanco nos hizo los honores de la casa con fruición sólo igual á la nuestra. ‘¿Quién sobrevivirá á quién? se nos ocurría con lágrimas en los ojos; ¿el monje o el monasterio?’. Y al despedirnos del ignorado monumento, aún sin previsión de los nuevos trastornos que iban á caer sobre nuestra patria, parecíamos oírle murmurar como á todos los que en desamparo se quedan, pero entonces con voz más perceptible, aquellas palabras de Job tan indefiniblemente melancólicas: Voy á dormirme en el polvo, y si mañana me buscares, ya no existiré” (José Mª QUADRADO, España: sus monumentos y artes, su naturaleza e historia. Salamanca, Ávila y Segovia, Barcelona, 1979 (1884), p. 718.
La tradición señalaba para Sacramenia la presencia del cenobita Juan Paniagua, citado por Manrique y Colmenares, más tarde venerado como santo y al que debemos la doble advocación de San Juan y Santa María de Sacramenia, inmediatamente anterior a la llegada de los monjes bernardos. La crítica erudita había señalado que la casa segoviana de Santa María de Sacramenia era la más antigua entre las españolas, datando su fundación en 1141 ó 1142. Pero el razonamiento resultaba más que cuestionable dado que la fuente aducida con exclusividad eran las tradicionales Tablas de Cîteaux, plagadas de inexactitudes, según demostró el padre Cocheril. Las últimas investigaciones de José Carlos Valle señalaron que la primera casa cisterciense hispana correspondía a Sobrado (1142) y no a Moreruela (tradicionalmente datada en 1131 o 1132, vid. VALLE PÉREZ, José Carlos, “La introducción de la orden del Císter en los reinos de Castilla y León. Estado de la cuestión”, en La introducción del Císter en España y Portugal, Burgos, 1991, pp. 133-161).
En 1144 Alfonso VII realizaba una donación fundacional al abad Raimundo y a los monjes de Sacramenia que seguían la regla de San Benito, el mismo monarca demostró nuevamente su generosidad en 1147, 1152 y 1153, al igual que Alfonso VIII en 1174, 1191 y 1199, ofreciendo las rentas de 200 cahices de sal en Villafría, la granja de Aldea Falcón, las sernas de las Viñas, Carrascal y Pechorromán, la dehesa de Llantada y diversas heredades en San Mamés, San Miguel de Bernuy y Fuentidueña, además de un canal en el Duratón a la altura de Fuentidueña y molinos y cañamares sobre el río de Sacramenia. Alfonso VIII ofrecía en 1174 libertad de pastos, de leña y de madera para la construcción de su iglesia. Por su parte, en 1183 Fernando II de León otorgaba al monasterio libertad sobre el derecho de portazgo y de pastos en todo su reino.
En una donación del obispo de Segovia Pedro de Agen en 1147, se especificaba que los monjes allí instalados trabajaban con sus propias manos, para algunos autores dato indicativo de su nueva condición cisterciense; en la misma donación se haría alusión a la fundación por parte de los cistercienses de Sacramenia del monasterio de Nuestra Señora de la Armedilla, en tierras del concejo de Cuéllar, y que tiempo después pasó a la observancia de la orden jerónima. Para Linage resultaba extraño que entre la fundación del viejo monasterio-eremitorio y la afiliación de Sacramenia al instituto cisterciense mediaran tan pocos años. Lo cierto es que en Sacramenia se produjo una afiliación –que no fundación– de la línea L’Escale-Dieu/Morimond, aunque sólo desde 1179 podemos asegurar que el cenobio pertenecía al Císter pues así se detalla en una bula concedida por el papa Alejandro III. De 1172 data un falso por el que Fernando II de León otorgaba al abad Remundo de Sacramenia heredades, granjas y derechos de pastos y leñas en los términos de Fuentidueña, Sepúlveda y Cuéllar. De 1173 data otra donación de Cerebruno, arzobispo de Toledo, de una granja en la aldea de Cabaniel, junto al río Henares. En 1186 el monasterio obtendría de Alfonso VIII derechos de pastos y leñas en tierras de Sepúlveda.
La casa segoviana no fue demasiado afortunada y languideció a lo largo del siglo XIII, siendo calificada como “mui pobre e mui minguada” en un privilegio otorgado por Alfonso X en 1274. En 1454, don Pedro de Luna, señor de la villa de Fuentidueña, penetró a la fuerza en la abadía, saqueándola y apropiándose de sus ornamentos y del archivo. El abad fray García de San Martín huyó entonces hasta Cuevas de Provanco y San Martín de Rubiales, mandando como pesquisidor al bachiller Diego Manuel, alcalde real de la Casa de la Moneda de Segovia, quien solventó el contencioso decretando una pública procesión de arrepentimiento y una ceremonia de reconocimiento de la afrenta previo pago de 25.000 maravedís. El abadiato pasó entonces a manos de don Juan de Acebes, el último perpetuo del monasterio, antes de la institución de los abades trienales. El mismo abad fue el responsable en 1488 del trueque con los benedictinos de San Pedro de Arlanza de ciertas propiedades en Aldehorno y Hontoria del Pinar a cambio del priorato de Santa María de Cárdaba. Pedro de Luna siguió manteniendo actitudes hostiles y extremadamente violentas con respecto a los derechos del monasterio y de sus colonos en Lagunilla y el valle de Amaldua hasta 1492.
Tras la progresiva decadencia que llenó toda la Baja Edad Media, Sacramenia terminó por integrarse en 1481 en la reformada Congregación General de Castilla según los usos de Montesión y Valbuena. En 1584 su comunidad no pasaba de 15 miembros, y para Valle, justificaba la modestia de las obras allí acometidas a lo largo de la época moderna.
Hacia 1627-29 reseñaba Colmenares que el monasterio sólo conservaba de importancia la iglesia “que pide mayor casa que al presente tiene”, sufriendo un incendio en 1674, según se desprende de una inscripción visible en un salmer sobre la columna central de la panda septentrional del claustro (se custodia hoy en Miami). El fuego hizo arder toda la casa y derritió las campanas de la iglesia. Sugiere Merino cómo una espadaña –alzada quizás sobre el absidiolo septentrional de la nave del evangelio– se derrumbó durante el mismo, siendo sustituida por la todavía visible sobre el lado de la epístola de la cabecera.
Tras el incendio los trabajos de reparación que ascendieron a 2.000 ducados fueron sufragados por el caballero de Santiago don Alonso de Carden Peralta y Pacheco. Durante el transcurso de estas obras se trajo una señera campana desde el priorato de Santa María de la Sierra, se remató el claustro alto (1770) y la hospedería hacia el lado occidental del claustro (en la bóveda de la escalera aparece la data de 1775), así como la sacristía, enfermería y atrio de convalecientes, estancias de cuya evidencia sólo perduran algunos vestigios completamente arruinados.
El primer decreto desamortizador de José Bonaparte en 1809 motivó una orden de desalojo, sufriendo un saqueo por parte del comandante Librada “el Romo”. Fernando VII restituía los bienes en 1814, siendo abad Vicente Tarancón y prior Raimundo González. El decreto de 1820 suprimía las casas con menos de 24 miembros, efectuándose un inventario de Sacramenia y expulsando a la comunidad, que sólo pudo llevarse los enseres de sus celdas. En 1821 Ramón Cano, abogado natural de Castrillo de Duero, adquiría el monasterio y procedía a desvalijarlo en su totalidad (incluyendo pisos, tabiques, balcones, rejas, barandas, puertas, ventanas, ladrillos y tejas), respetando sólo la iglesia.
En 1823, tras la caída de los liberales, regresaban los monjes al frente del abad Fernando Ruiz, hijo del monasterio de Valdediós. Encontraban esta vez la casa en un estado deplorable, sin pisos, tabiques ni carpinterías. El siguiente abad, Rafael Gañán, emprendió las obras más urgentes de acondicionamiento, emprendiendo medidas legales contra Ramón Cano, que fue condenado al pago de una multa de más de 70.000 reales de los que la comunidad sólo pudo cobrar la mitad.
Pero el decreto desamortizador más virulento correspondió al célebre gabinete Mendizábal, que en 1835 suprimía todos los conventos con menos de doce profesos. En Sacramenia sólo la iglesia se salvó de la enajenación, siendo cedida a la parroquia de Pecharromán. El Coto y el monasterio pasaron más tarde a manos de José Bustamante, director del Real Colegio de Artillería de Segovia y por matrimonio de su hija Dolores con Carlos Guitián a los descendientes de éstos. La hospedería, rehabilitada como vivienda de colonos, pudo salvarse de la total destrucción, desapareciendo el archivo y la sillería del coro. Cuando Quadrado visitó el monasterio en 1866 lo encontró “herido de muerte”.
En 1870 la iglesia se dividió transversalmente a la altura del quinto pilar, destinando la cabecera al culto –con acceso desde el brazo norte del crucero– y el resto del templo –que lamentablemente permaneció casi un siglo sin cubiertas– a cochera y almacén de aperos, tal distribución se mantuvo hasta la reciente restauración que se inició en 1974. Torres Balbás describía el conjunto monacal en 1920, cuando todavía permanecían allí la sala capitular, el refectorio y la cocina.
En 1926 parte de sus dependencias fueron expoliadas y expatriadas a los Estados Unidos, iniciando un increíble periplo estudiado meticulosamente por Merino. La iglesia permaneció afortunadamente in situ, siendo finalmente restaurada durante la década de 1980.

La abadía de Sacramenia es uno de los más brillantes testimonios arquitectónicos del Císter en tierras castellanas, conservando un templo que se caracteriza por una rotunda horizontalidad, sumándose así al ideario de la estética cisterciense, opuesta al ornato y los volúmenes ascensionales. Sólo parte de la iglesia permanece extramuros del recinto monacal, hacia el extremo septentrional del mismo.
Para acceder hasta el ámbito monástico debe superarse un zaguán, precedido por un sector de frondosos chopos y una portada clasicista. Está flanqueada por pilastras y coronada por un frontón partido, alojando un relieve de la Inmaculada y dos esculturas identificadas con las figuras de Alfonso VII y Alfonso VIII que -como una buena parte de las dependencias monacales- fueron a parar a los Estados Unidos. A la derecha de la portada clasicista se conserva un crucero de 1683 sufragado por Mateo Escudero y su mujer María Carretero. Desde el zaguán se penetra hasta un gran patio frontero con el sector de la cilla, reformado en época barroca. Con el tiempo, el zaguán fue tabicado, convirtiéndose en cochera, abriéndose otra puerta hacia su lado meridional, entre el horno y una portería.
La iglesia, litúrgicamente orientada y de dimensiones nada despreciables, tiene planta de cruz latina, con tres naves de seis tramos, crucero saliente y cabecera con cinco capillas escalonadas: semicircular la central, precedida por tramo presbiterial recto, y otras dos a cada lado, rectas al exterior y semicirculares al interior, con presbiterio recto las contiguas al ábside mayor y más bajas las extremas.
Planta
 

La original tipología utilizada en la cabecera permitió a Valle imaginar algún precedente gascón o languedociano que en la actualidad no se ha conservado, Merino señalaba su genérica similitud respecto a Le Thoronet y Sénanque. Destaca en cualquier caso por la gran diafanidad de sus volúmenes, la maestría de su estereotomía arenisca y la rotunda desnudez de sus muros.
Desde el exterior, la capilla mayor queda dividida en dos cuerpos de similar altura por medio de una imposta cuyo perfil combina baquetones, escocias y listeles. Está perforada por tres ventanas de medio punto, con chambrana engolada y arquivolta baquetonada cuyas escocias están ornadas con hojas cuatripétalas y bayas. La arquivolta apoya sobre una imposta –la misma que se prolonga a lo largo del hemiciclo– y columnillas acodilladas coronadas por capiteles vegetales de carnoso sogueado, los fustes reposan sobre basas áticas con garras angulares y plintos cúbicos. El ábside mayor culmina con cornisa nacelada que apoya sobre canecillos, la mayor parte de ellos nacelados, aunque destacan algunas piezas de gran calidad escultórica que plasman un barrilito, gruesas piñas, hojas ramificadas, acantos y perfiles acaracolados o modelos de cestería, piezas que se repiten en los ábsides laterales.
Exterior de la cabecera
 
Ábside
 
Ventana del ábside
 
Crucero y Contrafuertes de la iglesia
Canecillos
Canecillos 

La nave central, más ancha y alta que las laterales, se cubre con bóvedas estrelladas de ligaduras y terceletes que arrancan de ménsulas angulares lisas o con bolas y datan de inicios del siglo XVI. Fueron alzadas con posterioridad a la integración de la casa en la Congregación General de Castilla en 1481, aunque conserve los originales fajones de sección prismática, apuntados y doblados, que voltean sobre imposta nacelada y semicolumnas de fustes truncados que rematan en toscas ménsulas troncónicas. Cada tramo está perforado por una ventana de medio punto con alféizar en talud. Todos los capiteles poseen cestas lisas excepto los de los tres primeros pilares del lado septentrional y un toral del meridional, con decoración de acantos. Torres Balbás advertía cierta familiaridad entre las cestas del triunfal de Sacramenia y las de la iglesia del templo premonstratense vallisoletano de Retuerta, la apreciación resulta certera, un cierto sabor abulense valida incluso la vía borgoñona.
Interior, nave principal
Interior de la iglesia, hacia los pies
 

También los formeros son apuntados y doblados, apoyando sobre semicolumnas adosadas al pilar. A partir del cuarto pilar del lado septentrional y el quinto del lado meridional, los capiteles de los formeros son vegetales y se disponen bajo cimacios e impostas naceladas que se prolongan a lo largo del muro. Las basas son áticas, con garras esféricas de finos acantos o frondas delicadamente talladas en sus esquinas, y se disponen sobre plintos moldurados. Los pilares son de sección cruciforme, con basamento baquetonado, adosándose semicolumnas a tres de sus frentes y una pilastra hacia las naves laterales.
Las naves laterales se cubren con crucerías cuatripartitas, reforzándose con nervios baquetonados (presentan claves vegetales las bóvedas más orientales de la nave meridional) que apoyan sobre cimacios nacelados y pilares de esquinas achaflanadas. Ventanas abocinadas de medio punto abiertas en cada uno de los tramos de las naves laterales –más altas las de la nave septentrional– iluminan el interior. La puerta de conversos, en el último tramo de la nave meridional del templo, fue cegada, en tanto que la puerta de monjes –con arco rebajado– del primer tramo data de hacia 1500. El primer pilar de la nave septentrional, cubierto por el nivel de pavimento, fue descubierto durante la restauración, apreciándose ahora sus basas áticas con garras de acanto de fina labra, contario en el zócalo inferior e incisos fileteados. En el mismo pilar, los cimacios de los torales se prolongan a lo largo de la semicolumna que voltea sobre el crucero, remarcando un característico anillo que nos recuerda un planteamiento similar al adoptado en Moreruela y Sandoval. En la nave colateral meridional el anillo se decora con tetrapétalas inscritas en el interior de círculos.
Capiteles del interior
 

La puerta de conversos consta de chambrana talonada y cinco arquivoltas de medio punto que apoyan sobre columnas acodilladas, cimacios nacelados y toscos capiteles vegetales y geométricos, los fustes terminan con basas áticas de garras angulares. Insistía Valle en cómo era habitual que en muchas construcciones cistercienses los sectores occidentales desvelasen la necesidad de agilizar las obras y la atonía de sus fábricas, advirtiendo una mayor rusticidad. Los dos tramos más occidentales de la nave central se cubren con un coro alto, posterior al ingreso del cenobio en la Congregación castellana, presenta bóvedas estrelladas de terceletes y combados (mantiene además un arco rebajado entre los pilares del tercer tramo –desde los pies– de la nave septentrional). A los pies están depositados cuatro sarcófagos lisos (dos de ellos antropomorfos) y una aguabenditera moderna que apoya sobre un pilarcito formado por un bloque de seis columnillas con cestas lisas que data del siglo XIII.

Al exterior, la nave central tiene cubierta a doble vertiente y las laterales a una sola. El muro septentrional se refuerza mediante seis contrafuertes prismáticos escalonados entre los que se disponen las ventanas abocinadas de medio punto. Todos los muros rematan (aunque las construcciones adosadas impidan contemplar el lado meridional) en cornisas naceladas y canecillos con idéntico perfil, la mayor parte –junto a la hilada cumbrera– producto de la restauración. Algunos canecillos de rollos del muro septentrional y otros con perfil discoidal, en el lado oeste del brazo septentrional del crucero, son también recientes.
La fachada occidental es de una gran sencillez, reflejando fielmente la distribución interna (la reciente restauración retiró algunos aditamentos de su lateral meridional). La portada está flanqueada por dos contrafuertes rematados en talud y sendas ventanas de medio punto abocinadas perforando las naves laterales. Está situada en el cuerpo inferior, ligeramente avanzada sobre el muro y coronada por un tejaroz liso, dispone de chambrana lisa y seis arquivoltas baquetonadas de medio punto que apoyan sobre cimacios lisos ligeramente prolongados a lo largo del muro, sencillos capiteles vegetales y columnas acodilladas sobre basas áticas. Las cestas, muy erosionadas, tie nen someros acantos con flores hexapétalas y piñas angulares. En el cuerpo central inferior y el contrafuerte septentrional aún podemos advertir dos canzorros que soportaron un desparecido atrio.
Fachada occidental
Portada
Capiteles de la portada occidental
El cuerpo superior, está flanqueado por enormes contrafuertes prismáticos rematados en gabletes con pináculos de crochets. Entre los contrafuertes del cuerpo superior aparece un gran arco apuntado rebajado con perfil baquetonado que arranca de dobles cabecitas antropomórficas (recuerdan a otras similares en la portada occidental de Bujedo de Juarros, Burgos), parece cumplir función de descarga, cobijando el gran rosetón. Recientemente restaurado, posee centro lobulado del que parten doce columnillas radiales, amenizadas con capiteles de crochets que delimitan otros doce trilóbulos. El cuerpo occidental remata en frontón partido que data de 1733, albergando una hornacina con la imagen de San Bernardo coronada por pináculo.

A la capilla mayor da paso un triunfal apuntado y doblado que apoya sobre semicolumnas adosadas. El presbiterio está cubierto con cañón apuntado que arranca de imposta nacelada. El muro meridional alberga una credencia –quizás pudo tener un uso funerario– con apuntado arco polilobulado. El ábside mayor, propiamente dicho, está perforado por tres ventanas de medio punto y se cubre con bóveda de horno (carece de nervios de refuerzo que había imaginado Merino de Cáceres antes de desmontar el retablo de 1592). Las capillas contiguas se organizan de similar manera, si bien los arcos apuntados y doblados voltean sobre ménsulas con dos rollos e imposta nacelada, se cubren con cañones apuntados. A las otras dos capillas extremas se accede desde un arco apuntado que apoya sobre ménsulas naceladas a modo de mochetas, se cubren con bóveda de horno y resultan perforadas mediante sendas ventanas de medio punto talladas en un bloque pétreo sobre mochetas naceladas (trilobuladas al interior).

El crucero se cubre con bóvedas de cañón apuntado que arrancan de impostas naceladas, alzando un cimborrio –de vistosos contrafuertes angulares exteriores– con crucería estrellada en el tramo central de similar cronología que las de la nave mayor aunque en este caso la plementería define una corona central y motivos heráldicos angulares pintados hoy perdidos.
Martín Postigo recogía una donación real de 1490 referida a la explotación de una cantera en tierra de Sepúlveda que tal vez pueda ponerse en relación con estas obras inmediatas a la integración de Sacramenia en la Congregación Cisterciense castellana. El cimborrio está perforado por un óculo a cada lado, hacia el septentrional contemplamos otra seña heráldica pétrea ornada con un águila bicéfala.

La puerta de muertos aparece cuidadosamente cegada en el testero septentrional del crucero, por encima apreciamos dos ventanas de medio punto abocinadas y un rosetón con arquivoltas lisas que se repite –aquí con lacería– en el meridional. Por el testero meridional se penetraba hasta una sacristía moderna, la puerta data de fines del siglo XVI o inicios del XVII, tiene frontón partido y remata en pináculo, una fracturada inscripción aún presenta restos visibles (...MUNDAMINI QVI FERTISVASA D(omi)N(i)...”. También conserva la puerta de monjes en el primer tramo de la nave septentrional que da paso al desaparecido claustro, interiormente ostenta arco rebajado y hacia el exterior perfiles tardogóticos de bolas (doble jamba y chambrana que apoya sobre ménsulas) característicos de la época de los Reyes Católicos. Al exterior, el ángulo noroccidental presenta sólidos contrafuertes prismáticos escalonados muy restaurados.
A lo largo de los muros interiores del templo se han conservado restos de policromía (especialmente en algunos sectores de la nave septentrional y en el tramo presbiterial de la capilla mayor). El retablo mayor, obra de factura clasicista, está presidido por una maltrecha talla en madera policromada de la Virgen con el Niño que data de la primera mitad del siglo XIV.

Para Valle, la iglesia de Sacramenia es una empresa homogénea, fruto de una única campaña constructiva acometida por el mismo equipo de canteros. La distinta factura de los capiteles permitieron determinar a Sowell cómo mejoraban su calidad a medida que avanzamos hacia occidente aunque sin llegar a constatar diferentes fases constructivas. De hecho, la escultura desplegada sobre los capiteles del triunfal presenta una inusitada calidad, pero diferimos de Sowell pues los desarrollos superiores de picudos acantos y los barrocos remates frutales presentes en los capiteles de los tramos más orientales van tornándose toscos, tendiendo hacia el geometrismo y las cestas de trama romboidal en los tramos occidentales. Ciertos elementos presentes en el nivel superior de la fachada de poniente (el perfil del arco de descarga con la pequeñas cabecitas dobles o el tipo de contrafuertes) sugieren la presencia de un nuevo equipo de canteros cuyos rasgos estilísticos son plenamente góticos.
El resto de las dependencias monásticas se sitúan al sur del templo, alrededor del claustro. La mayor antigüedad correspondía a las orientales, prolongación del brazo meridional del crucero y cuya construcción aseguraba el desarrollo de la vida cotidiana en el cenobio (sobre esta cuestión vid. VALLE PÉREZ, José Carlos, “La arquitectura del reino de León en tiempos de Fernando II y Alfonso IX: las construcciones de la Orden del Císter”, en Actas del Simposio Internacional sobre ‘O Pórtico da Gloria e a Arte do seu tempo’, Santiago de Compostela, 1988, pp. 149-172: id., “Las primeras construcciones de la orden del Císter en el reino de León”, en Arte Medievale. Ratio fecit diversum. San Bernardo e le arti. Atti del congresso internazionale, Roma, 1991, VIII/1, 1994, pp. 34 y ss.; id., “Las construcciones de la Orden del Císter en los reinos de Castilla y León: notas para una aproximación a la evolución de sus premisas”, Cistercivm, XLIII, 1991, pp. 767-786). En la actualidad ningún testimonio medieval se ha conservado in situ exceptuando una solana moderna hacia el sudeste y algunos muros desventrados cuajados por frondosas enredaderas que no interesaron demasiado a los expoliadores. Los actuales propietarios han diseñado un parapetado jardín en el espacio ocupado antaño por el claustro, foráneos abetos y sauces dan sombra a una fuente barroca central.

El claustro poseía ocho tramos en la panda oriental y seis en las tres restantes que estaban cubiertos con bóvedas de crucería, octopartitas las centrales (en la panda oriental la del acceso hasta el capítulo) y de nervaduras estrelladas las de los ángulos. Fajones y nervaduras de las bóvedas apoyaban sobre columnillas hacia el patio y sobre ménsulas en los muros de cierre. Para Merino tales cubiertas no eran anteriores al siglo XV, si bien las arquerías abiertas hacia el patio tenían mayor antigüedad, aunque fueron renovadas a fines del siglo XVI o inicios del XVII las de las galerías occidental y meridional, al igual que los contrafuertes existentes entre las arquerías y el claustro alto.
Vista del claustro; a la derecha el armorial procedente de San Francisco de Cuéllar.
Antiguo monasterio español, Iglesia de San Bernardo de Clairvaux, 16711 West Dixie Highway, North Miami Beach, Florida. Un claustro medieval del monasterio español que fue construido en la ciudad de Sacramenia en Segovia, España, en el siglo 12. Esta obra de arte es de dominio público porque el artista (s) murió hace más de 70 años. 
El claustro alto, con ocho arcadas de medio punto por panda que apoyaban sobre columnas dóricas, presentaba antepechos al exterior (excepto en la septentrional, donde aparecían balaustradas de hierro forjado) y arcos rebajados en los ángulos interiores. Se cubría con una techumbre de madera. En la crujía claustral oriental, a la derecha de la puerta de acceso a la iglesia existió un nicho tardogótico que cobijaba un altar románico apoyado sobre columnillas de rudos capiteles (hoy en Miami), se trataría del archipresente armarium, convertido en altar -como en otras casas cistercienses- cuando a fines del medievo se destinó una estancia específica como biblioteca. Adyacente se hallaba la antigua sacristía, con acceso desde una sencilla puerta de medio punto con triple baquetón, que permitía el paso hasta un espacio estrecho y alargado cubierto con bóveda de cañón y el hastial del crucero. Desde la vieja sacristía se llegaba hasta la construida a fines del siglo XVII.
Vista del claustro en su emplazamiento actual.
 

La mayoría de autores consideran que el capítulo, con nueve tramos cubiertos con bóvedas de crucería que apoyan sobre cuatro columnas y ménsulas cónicas, es posterior al templo (Torres Balbás, Sowell y Steger), si bien Valle advertía claras coincidencias (perfil de las nervaduras, apeo de las cubiertas, modelos de capiteles y elementos ornamentales o marcas de cantería) entre los canteros que inician la construcción de la iglesia de Sacramenia y los activos en la sala capitular. La entrada a la sala del capítulo posee puerta de medio punto provista de doble baquetón y escocia ornada con motivos florales que apoya sobre sencillas cestas vegetales de tipo corintio. Aparece flanqueada por otros cuatro vanos de medio punto que apoyan sobre cuatro columnillas centrales. Sobre el capítulo se alzó el dormitorio de monjes. Más allá del capítulo se hallaba un locutorio y las salas de trabajo (durante el desmantelamiento de Byne permanecían tapiadas).

En el lado meridional planteaba Merino la posible existencia de una sala de copistas y el refectorio, cubierto con bóveda de cañón apuntado reforzada por cuatro arcos fajones apeados sobre ménsulas formadas por tres capiteles sobre modillones moldurados con baquetón entre filetes y nacela inferior. Fue remodelado a lo largo del siglo XVII, rehaciéndose el muro meridional y añadiendo yeserías, al tiempo que se instalaba un banco corrido y el sitial abacial, con nicho avenerado. El testero septentrional estaba perforado por dos rosetones con doble derrame escalonado, cegados quizás por las bóvedas claustrales. La cocina estaba instalada en el ángulo sudoccidental, con acceso desde el refectorio, el claustro y el exterior. En la actualidad sólo conservamos su zona baja aunque Torres Balbás señalara cómo se cubría con bóvedas algo más modernas que las del refectorio.
Perspectiva del monasterio antes de los expolios (según Merino de Cáceres)
 

Hacia poniente, aparte de la hospedería moderna que prolonga el hastial templario occidental hasta la cocina y un espacioso compás, está situado el refectorio de conversos (Sowell y Valle), en ocasiones confundido con la cilla (Merino y Torres Balbás) y cuya cubierta es coetánea a la de la sala capitular. Se trata de un gran espacio rectangular delimitado por catorce tramos cubiertos con crucerías, los formeros y fajones son de medio punto y las nervaduras de las bóvedas presentan sección bocelada, apoyando sobre ménsulas lisas hacia los muros oriental y occidental y seis columnas en el centro de la estancia. Las columnas están coronadas por sencillos capiteles, algunas cestas son lisas y otras están ornadas con incisos rombos entrecruzados (en el mismo refectorio de conversos se conservan fuera de contexto otros cinco capiteles decorados con los mismos rombos entrecruzados). Los fustes apoyan sobre basas áticas con garras esféricas vegetales y podium. Para la escasa iluminación se utilizan pequeñas ventanas cuadrangulares que perforan los muros de oriente y de poniente. Varios tirantes metálicos aseguran la estabilidad del conjunto.
Anotaba Merino cómo la hospedería ocultó el muro medieval occidental, dotado de potentes contrafuertes unidos mediante arcos de perfil muy rebajado. En su lado meridional se abría una puerta apuntada de acceso al convento (se conserva en Miami); y en ángulo con la anterior, la de la cocina, con acceso directo desde el exterior.

Para el primer taller que participó en la construcción del monasterio de Sacramenia se supone un origen languedociano o gascón, con rasgos escultóricos parejos en el Bordelais y la región de Agen (Cahn), aunque sin descartar otras huellas borgoñonas y la colaboración de mano de obra local (al respecto de los localismos vid. VALLE PÉREZ, José Carlos, “La arquitectura cisterciense: sus fundamentos”, Cistercivm, XXX, 151, 1978, pp. 275-289; id., “Les fondaments de l´architecture de l´ordre de Cîteaux”, Les Cahiers de Saint-Michel de Cuxa, 13, 1982, pp. 311-331), hipótesis que nos parece más plausible y revela puntos de contacto con talleres escultóricos activos en otros edificios románicos segovianos (Perorrubio, El Arenal, Tenzuela, Peñasrubias, Caballar) y cuya datación oscilaría ca. 1175-1180 (Sowell). Rasgos como los carnosos roleos anudados acogiendo bayas, las flores tetrapétalas o las cestas corintias admiten perfectamente la comparación con similares caracteres en galerías del área inmediata.

El segundo taller –plenamente gótico– activo en el sector occidental del templo debió participar también en el claustro y otras dependencias monásticas (cocina o refectorio), así como en el hastial de poniente del templo cisterciense Santa María de la Sierra, sus referentes parecen estar en fábricas de tesitura francoborgoñona (catedrales de Sigüenza, Cuenca y El Burgo de Osma o los cenobios bernardos de Huerta y Las Huelgas), datando Valle su actividad ca. 1225-1230. La construcción de la fábrica monacal se prolongó pues a lo largo de un abultado periodo de tiempo que duró casi media centuria.

Las arquerías de las galerías meridional y oriental del claustro fueron modificadas entre los siglos XV y XVI. También corresponden a la misma época las bóvedas de las cuatro crujías claustrales, en conexión con las que cubren el tramo central del crucero, nave central y coro alto.
En 1926 el claustro monacal y la sala capitular fueron desmontados por Arthur Byne, solícito agente expoliador camuflado de erudito, a la sazón agente de William Randolph Hearst en España. El delegado del famoso magnate de la prensa norteamericana, burlando y sobornando a las autoridades españolas, había adquirido el conjunto segoviano por 40.000 dólares (otros 10.000 le supusieron su desmantelamiento y embalaje) con destino a la suntuosa Casa Grande de San Simeón (California), las operaciones fueron dirigidas por la arquitecta Julia Morgan, formada en Berkeley y protegida de la madre de Hearst.
Las cajas de madera que contenían los restos pétreos fueron trasladadas hasta la cercana villa de Peñafiel en camiones, y desde allí por ferrocarril hasta Madrid y el puerto levantino de El Grao, desde donde fueron embarcadas rumbo a los Estados Unidos. Pero el violento crack bursátil de 1929 quebró la bonanza financiera de Hearts de modo que sus megalómanos proyectos se fueron a pique.
Los materiales procedentes de Sacramenia permanecieron olvidados hasta 1951, sepultados en unos almacenes del Bronx neoyorquino, fecha en que fueron adquiridos por los promotores inmobiliarios E. Raymond Moss y William S. Edgemon con la intención de ser reaprovechados en un centro comercial y de recreo de nueva creación. El monto de la operación ascendió, veinticinco años después de su salida de Sacramenia, a los mismos 40.000 dólares que había abonado Byne por la inicial adquisición.
Desde New York esta vez, fueron nuevamente embarcados rumbo a los muelles de Everglades (Florida) y por carretera hasta Miami. Pero serias penalidades se sumaron a la desconcertante historia del convento a la hora de desembalar el voluminoso cargamento. El Departamento de Agricultura norteamericano consideró necesario impedir la llegada de paja extranjera para evitar posibles contagios fitosanitarios. Así, durante la operación del cambio del material vegetal que facultaba el mullido, fue alterado el contenido de muchas de las cajas, confundiendo consiguientemente los códigos de posición de los materiales y dando al traste con todo intento de recomposición lógica. Por otra parte, en los planos originales de Byne, las cajas que contenían materiales procedentes de la galería oriental del claustro se habían clasificado con la letra “O”, lo mismo que las procedentes de la galería occidental, el gigantesco rompecabezas en tres dimensiones (Merino de Cáceres) así generado resultaba de complejísima resolución.
Desde Nueva York llegaron hasta Miami unas 35.784 piezas embaladas en 10.751 cajas, y tras año y medio de concienzudo trabajo dirigido por Allen Carswell (uno de los especialistas que participó en el montaje de The Cloisters del Metropolitan de Nueva York) al frente de quince albañiles y ocho canteros, en 1954 sólo se habían conseguido establecer las líneas generales del conjunto: tres alas claustrales, la sala del capítulo y el refectorio.
Los restos del convento de Sacramenia, bautizado como Ancient Spanish Monastery, terminaron instalándose en una zona excesivamente alejada de los principales focos comerciales de la ciudad, de modo que las expectativas de explotación turística nunca dieron sus anhelados frutos. En 1962 fueron adquiridos por la diócesis del sur de Florida, alzando una iglesia en el antiguo refectorio y convirtiendo el conjunto medieval en parroquia (Saint Bernard de Clairvaux), museo y más recientemente residencia de anciano.
Señalaba Merino cómo la reconstrucción fue a todas luces imprecisa, torpe y carente de rigor científico, despreciando el claustro alto y forzando los materiales existentes a las necesidades de las nuevas estancias.

 

Cuevas de Provanco
A modo de pequeña península entre las provincias de Burgos y Valladolid se encuentra el término municipal de esta villa segoviana. Su caserío se dispone en lo alto de una colina, buscando el mediodía, lo que impone a su casco un trazado de calles estrechas y empinadas, repletas de rincones y miradores.
Su existencia consta documentalmente desde mediados del siglo X, cuando es repoblada por el Conde Asur Fernández con fines eminentemente militares; sin embargo, poco duró en manos cristianas Covas de Provança tras las incursiones de Almanzor en el último cuarto del siglo. Casi dos centurias más tarde y tras retornar a manos cristianas, se le menciona como Covas en 1123, al confirmarse por el Papa Calixto II los límites de la diócesis segoviana y en 1130 al ratificarse por don Raimundo, arzobispo de Toledo. Pertenece a la Comunidad de Villa y Tierra de Fuentidueña desde su formación, llegando a ser más importante que la propia Villa en sus comienzos, como demuestran sus elevados pagos a la mesa episcopal en 1247. Según Barrios García, su topónimo es de ascendencia etimológica céltica.
A mediados del siglo XIX su población ascendía a trescientas diez almas, repartidas en sus noventa y cuatro casas; a su escuela acudían treinta y ocho alumnos y alumnas.

Iglesia de la Vera Cruz
La iglesia de la Invención de la Cruz se encuentra inserta en el interior del casco urbano, en el centro de la loma sobre la que se asienta la localidad de Cuevas de Provanco. Desde la carretera de Sacramenia, hemos de ascender por sus enmarañadas calles hasta acceder a una pequeña placita, en la que rodeado por un pretil se yergue el templo.
A tenor de lo conservado, se nos muestra un edificio de sencilla planta que en origen debía responder al repetido modelo de única nave rectangular, cuya longitud es cercana a dos veces la anchura, y con cubierta de madera adosada a la canónica cabecera románica de tramo recto presbiterial y hemiciclo absidal cubiertos con medio cañón y cuarto de esfera respectivamente. A ellas se unirían al sur un pórtico siguiendo la tradición segoviana y la torre de planta cuadrada en cuyo primer nivel se abría una estancia con uso probablemente de capilla y que en la actualidad se emplea como sacristía.
Está canónicamente orientada y construida en su mayor parte en caliza despiezada en pequeños sillares.
Tras comenzarse la construcción en la segunda mitad del siglo XII, con el paso de los siglos se debió ir adecuando el edificio a las nuevas necesidades y ornando conforme a los nuevos gustos. El cambio estructural más destacado fue el llevado a cabo en el Renacimiento, momento en el que, como en tantas otras iglesias de la provincia, se introdujo al espacio interior el pórtico pasando a funcionar como nave lateral mediante la apertura en el muro de un gran arco de medio punto. También en época moderna se sustituyó la primitiva cubierta de madera por la actual de par y nudillo con tirantes dobles, con lo que al contrario que las iglesias enyesadas en el XVIII, es probable que mantenga una proporción similar en la nave principal a la que tuvo en origen.
Planta
 

Al exterior el ábside se alza sobre un leve zócalo semisoterrado de sillería sobre el que se dispone el paramento dividido por dos semicolumnas que arrancan de basamento, plinto y basa de oblongo toro, y que alcanzan la cornisa rematando en desgastados capitelillos de formas prismáticas. Articulan así tres tramos de los que en la actualidad sólo están abiertos el central y el del sur, que conserva un óculo barroco en la parte superior y del que por antiguas fotografías conocemos otro vano rectangular cegado en la última restauración. No tenemos certeza de que estuviera abierto el del norte, si bien es cierto que se conserva una pequeña pieza con un arco de medio punto en relieve que por su disposición nos hace sospechar que así fue. En cualquier caso, el único vano original es el del tramo central, formado por una estrecha saetera a la que se antepone una rosca abocelada que reposa en dos columnillas de canon muy corto, fuste liso y capiteles y basas totalmente desgastados. A esta se superponen cuatro piezas formando un alfiz y sobre ellas un arquillo de medio punto que repite el modelo del situado en el tramo norte. Remata el ábside una hilera de desgastados canes en los que predominan los perfiles de nacela y proa de barco sustentando la cornisa de listel y chaflán.

El tramo presbiterial presenta en el costado septentrional dos arcos ciegos de medio punto articulando y reforzando el muro, similares a los de San Miguel de Fuentidueña en lo que para algunos podría ser un antecedente. También en este costado se conserva una simple portada de ingreso, hoy cegada, de medio punto que reposa sobre jambas cuyo uso debía ser secundario, quizá relacionado con el acceso a un primitivo cementerio. Sustentan las cornisas de este flanco del edificio canes que no difieren de los del ábside.


Al interior, se accede a la cabecera por medio de un triunfal doblado y ligeramente apuntado que reposa en sendas semicolumnas que arrancan de desgastadas basas formadas por dos toros y una escocia sobre un banco de fábrica y rematan en capiteles prismáticos lisos. Sobre ellos se dispone un cimacio de listel y chaflán que se prolonga a modo de imposta recorriendo el perímetro de la cabecera.
El tramo presbiterial queda dividido por un fajón apuntado con perfil combado de lo más peregrino que ha perdido por completo su función tectónica. Lo reciben dos columnillas pareadas por lado que comparten capiteles, ambos prismáticos y lisos, y basas que sobre basamento repiten el modelo de las del triunfal. Los dos tramos de muro se articulan mediante un arco de medio punto cada uno, quedando el lienzo sur abierto para el ingreso a la antigua torre y a la sacristía.
El hemiciclo está cubierto por una retocada bóveda de cuarto de esfera bajo la que se exorna el frente con un friso de pinturas góticas divididas en once escenas enmarcadas por orlas y en las que predominan el rojo, azul marino, distintos marrones, blanco y negro.
Hasta su desmoronamiento en 1946 se adosaba al sur una torre de planta cuadrangular que al menos en su nivel inferior estaba compuesta en sillería. Esta ruina debió afectar en buena medida al ábside, lo que puede explicar los extraños perfiles de sus arcos y lo retocado de las bóvedas. Se accedía a ella, como se ha apuntado, desde el lienzo meridional del presbiterio por medio de una escalera pétrea de dos tramos que desembocaba en el trasdós de la bóveda de la capilla inferior para probablemente continuar por medio de otra escalera de madera. La zona inferior se aprovechó para ubicar una estancia techada con medio cañón de eje paralelo al del ábside. En ella se liberó, en la última restauración de comienzos de la década de 1990 tras un mueble y el enjalbegado, un arquillo de medio punto en el muro este que reposa en columna de fuste liso y capitel prismático sin tallar y que parece formar parte de una arquería. En la misma intervención apareció en el muro oeste, por la zona que mira a la nave, una portada de tres arquivoltas de medio punto y aristas vivas. En ella las roscas extremas reposan en jambas y la intermedia en columnillas que rematan en capiteles de los que sólo está decorado el meridional con sencillas pencas de punta vuelta. Sobre ellos un cimacio de listel con incisión y nacela que se prolonga a modo de imposta al interior y al exterior bien pudo ser el modelo de la rozada chambrana. Según el informe publicado de la mencionada intervención, en el subsuelo de la sacristía se comprobó “la existencia de una estancia abovedada, rectangular, con muros construidos en mampostería gruesa caliza irregular, rejuntada con mortero de cal y arena, con remate de sillería en la trampilla de entrada… Dicha estancia tiene una superficie de más o menos once metros cuadrados, y una altura de dos metros”. Según los estudios arqueológicos la estancia debió servir de osario en tiempos recientes, formando sus muros la base subterránea de la torre.

El espléndido coro muestra policromía y cartelas en árabe de las que sabemos gracias a Gustavo Turienzo su significado: LA-ALLAH ILA-ALLAH (“No hay Dios sino Dios”, o menos literalmente, “No hay más que un Dios”), probablemente formando parte de un complejo de catequización mudéjar fechable hacia la segunda mitad del siglo XIV o primer tercio del XV. Según el mismo autor, hasta hace algunos años se encontraban paralelos claros de esta decoración en las estribaciones de la Sierra de Alcaraz, entre Albacete y Jaén, en la Torre del Valle de Perojí, cuya construcción se remontaba a finales del siglo XIV.

Bajo el coro se sitúa la pila bautismal, pese a haber conocido otros emplazamientos en la iglesia. Se trata de una pieza de copa semiesférica de 124 cm de diámetro con el interior decorado con gallones rehundidos y el exterior con grandes gallones en relieves y rostros asomantes en las enjutas al modo de Sebúlcor o Requijada. Sobre ellos, en la zona más cercana a la embocadura una cenefa de doble zigzag con botones en los que se insertan florecillas, rematando la parte superior en bocelillo. La parte inferior del vaso la ocupa un motivo sogueado. Por su composición y estilo, los rostros son muy cercanos a los de la parroquial de Sebúlcor, en ellos se repite el mismo tipo de caras ovaladas en posición frontal de ojos rehundidos con forma almendrada, nariz recta y escueta boca ovalada. No se representan atributos o gesto alguno, arrugas, párpados o pestañas, por lo que el único motivo diferenciador entre sí son los distintos tocados –lisos y pegados al cráneo– y peinados, mediante sencillas incisiones que forman mechones. Las orejas, de forma circular, quedan despegadas de la cabeza, repitiéndose el modelo en todas las cabezas. El pie, poligonal y de época posterior, está decorado con distintos motivos vegetales y de cruces.


Fuentidueña
Se alza la amurallada villa de Fuentidueña en el extremo norte de la provincia de Segovia, allí donde ésta se encuentra con las de Burgos y Valladolid. Ocupa un espacio ligeramente quebrado, con algunos escarpes calizos esculpidos por el río Duratón y sus pequeños afluentes, en un territorio que sirve de transición entre la Serrezuela situada al nordeste y las llanuras endorreicas de Cantalejo, hacia el suroeste. Es una comarca agrícola, con baja densidad de población, situada a 72 km de Segovia, a 80 de Valladolid y a bastante menor distancia de otros núcleos –capital del Partido Judicial–, 25 de Peñafiel y 23 de Cantalejo.
En el estrecho valle que aquí forma el Duratón, de abundantes fuentes, el caserío se dispone sobre una ladera orientada al norte, siendo manifiesta la evolución histórica del urbanismo de la villa, que desde sus orígenes medievales en la parte más alta del cerro, se ha ido desplazando hacia la ribera del río, en un proceso que incluso se ha acelerado en las últimas décadas. Así, el solar más antiguo de la villa, en el entorno del casi desaparecido castillo y de la arruinada iglesia de San Martín, es hoy –y al parecer desde hace siglos– un despoblado que ni siquiera tiene la calificación de suelo urbano, constituyendo en buena parte una única propiedad privada.
El casco urbano actual ocupa el tercio inferior del recinto amurallado y la zona extramuros contigua y aunque parece ser que ya fue una zona muy vital durante la Edad Media, como demuestra la propia existencia de la iglesia románica de Santa María y sugiere el hecho de encontrarse aquí el monumental puente, es en los últimos decenios cuando la zona ha conocido cierta expansión, con la edificación de nuevas viviendas en el sector más cercano al río, un espacio en otros tiempos sometido a inundaciones estacionales pero hoy salvaguardado de las mismas mediante la regulación del caudal que hace el embalse de Las Vencías, situado a 2 km en dirección sureste.
Aunque algunos amores patrios hayan querido remontar la existencia de Fuentidueña a tiempos visigóticos, y a pesar del hallazgo de una moneda romana, lo cierto es que las primeras noticias de la villa no se documentan hasta la plena Edad Media. Aun así este territorio fue escenario de una importante actividad militar desde que en el año 912 se consolidasen las fortalezas cristianas de Osma, San Esteban de Gormaz, Clunia, Aza y Roa, dando lugar a una agitada frontera en torno al Duero que, con algunos vaivenes, permanecerá durante más de un siglo. A pesar de los problemas que causaron las aceifas de Abderramán III durante la primera mitad del siglo X y las terribles y siempre victoriosas incursiones de Almanzor durante la segunda mitad del siglo, la comarca debió ser repoblada muy tempranamente, como demuestra la existencia en 937 del monasterio de Santa María de Cárdaba –situado a un kilómetro de Sacramenia– y que en esa fecha donó el conde Fernán González a San Pedro de Arlanza. Algunos años más tarde, en el 943, aparece Asur Férnández, conde de Monzón, al frente de estas tierras, cuya cabeza debía situarse entonces en Sacramenia, donde se situaba un castillo que en el año 983 sería atacado por Almanzor.
Tras este bache vendrá la colonización definitiva del territorio, bajo los auspicios del conde castellano Sancho García, pero aunque poco a poco irán apareciendo algunas poblaciones que luego formarán parte de la Comunidad de Villa y tierra de Fuentidueña –Sacramenia, Torreadrada, Castro y Urdiales (943), Membibre de Hoz (1089), Cuevas de Provanco y Bernuy (1123)– de la villa no tendremos noticias hasta el 27 de marzo de 1135, cuando el rey Alfonso VII conceda a la catedral de Segovia las décimas de los bienes reales. En este documento Fuentidueña es citada entre un elenco de villas de cierta importancia, por lo que cabe suponer que desde sus orígenes fue un asentamiento relevante.
Gonzalo Martínez Díez supone que la conformación de la Comunidad de Villa y Tierra de Fuentidueña tendría lugar a comienzos del siglo XIII, a tenor de que en un documento de 1207 en el que el rey Alfonso VIII confirma al monasterio cisterciense de Santa María de Sacramenia sus posesiones en el entorno, se habla de in Fontedona uel in suo termino, obviando cualquier otra referencia a poblaciones circundantes, lo que hasta entonces sí resultaba habitual. A las 21 poblaciones actuales que conformaron esa Comunidad el mismo autor añade 18 despoblados, tres de los cuales, Valcavado, Santa Cruz y Serranilla, se hallaban en lo que hoy es el término municipal de la propia Fuentidueña.
Muy interesantes para nuestra villa resultan dos documentos fechados en 1247 en los que el cabildo de la catedral de Segovia hace el reparto de rentas entre sus miembros. La razón es que aquí se mencionan, al margen de las distintas aldeas, hasta seis iglesias situadas en la propia Fuentidueña –ya entonces cabeza de un arciprestazgo–, a saber: San Juan, Santa María, San Miguel, San Esteban, San Martín, San Salvador. A ellas Luis-Miguel Villar García y Gonzalo Martínez Díez añaden la de San Pedro y el último además la de Santa Inés, pero nosotros no las vemos reflejadas en ninguno de los dos documentos, publicados en su día por el primero de los autores y que ambos toman como fuente.
La segunda mitad del XII y todo el siglo XIII debió ser en consecuencia una época dorada para la villa, que se rodeó de una amplia muralla que muy pronto quedaría desbordada por el lado septentrional, como atestigua la existencia ya del templo románico de Santa María. Es también en estos momentos cuando queda constatada la presencia de Alfonso VIII, quien desde aquí extenderá documentos entre el 14 de octubre de 1174 (aunque el de esta fecha parece ser falso) y el 20 de noviembre del mismo año, posteriormente el 7 y 8 de diciembre de 1204, e incluso fue aquí donde este monarca testó en esta última fecha, una última voluntad que permanecería en vigor hasta su muerte, acaecida en 1214, tal como recogen otros documentos posteriores: cum dominus Adefonsus, illustris rex Castelle et Toleti, apud Fontemdoniam infirmaretur, suum ibidem condidit testamentum. El prestigio de Fuentidueña dentro de las villas del reino se manifiesta igualmente en el hecho de que es una de las que juraron fidelidad al tratado que suscribieron en Seligenstadt el 23 de abril de 1188 Alfonso VIII y el emperador alemán Federico I Barbarroja mediante el que concertaron el matrimonio de sus hijos Berenguela y Conrado. También Fernando III, firmará cartas en esta villa entre el 28 de mayo y el 17 de julio de 1222, lo que pone de manifiesto que el monarca no estaba simplemente de paso sino que la corte permaneció en Fuentidueña unos dos meses, con lo que esto suponía en cuanto a capacidad de acogida. Su hijo y heredero, Alfonso X, también consta que pasó por Fuentidueña el 6 de abril de 1274, desde donde concedió una suculenta donación al monasterio de Sacramenia. Todas estas circunstancias de evidente desarrollo debieron atraer igualmente a linajudas familias, y así, a lo largo del siglo XIII, según cuenta Justo Hernansanz, parece que se asentaron en la villa algunas ramas de los Lara. Pero esta situación no debió perdurar mucho tiempo más y quizás el desplazamiento del peso económico y social del reino de Castilla hacia la meseta sur y Andalucía –a lo cual contribuyeron también algunos vecinos de Fuentidueña– provocó el lento declinar de una villa cuya evidente función militar y administrativa era la base principal de su existencia.
Esta situación de declive se constata en el año 1308, cuando la infanta Isabel, hija de Sancho IV, “por façer bien y merçes a todos los xpianos y xpianas, moradores en la villa de Fuentidueña de la çerca adentro y a los que moraren de aquí adelante y porque se pueble la villa mejor otórgoles y confírmoles todas las cartas y los preuilegios que ellos tienen de los Reyes donde yo vengo, de las franqueças y de las livertades que les dieron y por les hacer más merçes quítoles de aquí adelante de todos los seruicios que ellos ouieren a dar”. Tal privilegio confirma que nos hallamos ante una población en franca decadencia, más aún la zona intramuros, la que habitualmente servía para delimitar jurídicamente una villa y a la que en este caso va dirigido explícitamente el privilegio de la infanta. Pero se abrían unos tiempos difíciles para todo el reino, que se vio sumido en continuos levantamientos y banderías, de cuyas repercusiones no se escapó nuestra villa, cuyo territorio fue asolado en 1336 por las tropas aragonesas que iban en apoyo del rebelde infante don Juan Manuel, fortificado en su villa de Peñafiel.
Otro de los fenómenos característicos de este siglo XIV, la creciente señorialización de los tradicionales realengos, afectará igualmente a Fuentidueña, que Alfonso XI entregará a su bastardo don Tello, uno de los hombres con mayores dominios en todo el reino y que posteriormente será uno de los rebeldes Trastámaras que disputarán la corona al legítimo rey Pedro I. Durante el primer levantamiento, que tuvo lugar en el año 1352, Fuentidueña tuvo que ser sometida por las tropas reales y aunque todavía entonces don Tello la mantuvo en su poder, acabaría perdiéndola años más tarde, recuperándola de nuevo con la subida al trono de su hermano Enrique II. Fallecido el señor en 1370 el rey se negó a cumplir su testamento, que disponía el traspaso de sus dominios a sus hijos, todos ellos naturales, de modo que la villa permaneció en la corona hasta que el sucesor de Enrique, Juan I, la volvió a entregar en señorío en 1379, ahora a Juan Rodríguez de Castañeda, hijo de Rodrigo González de Castañeda quien había intentado apropiarse del lugar durante las guerras trastámaras, aprovechando la rebeldía de don Tello. Desde entonces Fuentidueña permaneció en manos de los Castañeda hasta los años centrales del siglo XV.
Durante este período su castillo sirvió de prisión al adelantado de Castilla, Pedro Manrique, suegro de Rodrigo de Castañeda, a la sazón señor de la villa. Corrían los años 1437-1438 y el adelantado consiguió huir con la connivencia de sus guardianes, muriendo poco después don Rodrigo sin herederos por lo que el rey Juan II entregó este dominio en 1443 a don Pedro de Luna Manuel, hijo bastardo de don Álvaro de Luna –después legitimado–, quien tomará posesión de la villa en 1446. Desde entonces los Luna permanecieron varios siglos como señores de Fuentidueña, como atestigua su prolífica heráldica repartida por casas, murallas y templos. Casó Pedro de Luna con Elvira de Ayala, padres de Álvaro de Luna, quien matrimonio con Isabel de Bobadilla y heredó la villa en 1490. A Álvaro le sucedió en 1519 Pedro de Luna Bobadilla, casado con Aldonza Manrique, de quienes fue hijo Álvaro de Luna Manrique, casado con Mencía de Mendoza –hija del tercer conde de Miranda– y señor de Fuentidueña desde 1542, un año después del fallecimiento de su esposa, quien había dispuesto en su testamento que, por morir sin hijos, sus bienes se dedicaran a fundar el hospital de La Magdalena. Fallecido don Álvaro sin descendencia, Fuentidueña pasó a su tío Álvaro de Luna Bobadalla, quien la traspasó inmediatamente a su hijo Antonio de Luna Valori, nacido en la propia villa en 1512, casado en primeras nupcias con Leonor Sarmiento y en segundas con Francisca de Rojas. Falleció en 1581 y heredó sus estados su hijo mayor Álvaro de Luna Sarmiento, casado con Isabel Enríquez, cuyo heredero fue Antonio de Luna Enríquez.
En 1602 el rey Felipe III concedió a Antonio de Luna el título de conde de Fuentidueña, aunque poco pudo disfrutar de él pues murió en 1605, sucediéndole su hija Ana de Luna Enríquez y Mendoza, habida con su esposa Juana de Mendoza y Toledo, pero ya entonces la vinculación de esta familia con la villa empezaba a ser menos directa. Hijos de doña Ana fueron Cristóbal Portocarrero Luna, el heredero de la casa, que murió tempranamente y Antonio, conde de Obedos, pero su sucesor, tercer conde de Fuentidueña, fue su nieto Cristóbal Portocarrero de Guzmán Luna y Enríquez, de quien pasó a su hijo Cristóbal Gregorio Portocarrero Funes de Villampando, presidente del Consejo de Indias y que en 1720 levantó junto a su palacio la capilla de la Virgen del Pilar.
Heredó los dominios de éste su nieta María Francisca de Sales Portocarrero, que en 1768 casó con Felipe Palafox y Croy de Habre, de quienes fue sucesor su hijo Eugenio Portocarrero y Palafox, que combatió contra Napoleón y murió sin sucesión en 1834, pasando sus dominios a su hermano Cipriano, que precisamente había participado en la Guerra de la Independencia al lado de las tropas francesas. Hijas y herederas de Cipriano Portocarrero y Palafox, que debió exiliarse a Francia, fueron Francisca y Eugenia. La primera heredó los títulos de condesa de Fuentidueña y de Montijo, casando con Jacobo Luis Stuard Fitz-James, duque de Alba; la segunda, condesa de Teba y Marquesa de Osera, lo haría con el emperador de Francia Napoleón III. Ostenta hoy el título de condesa de Fuentidueña Cayetana Fitz-James Stuard, duquesa de Alba.

Murallas y castillo
La primitiva villa se rodeó seguramente desde el mismo momento de sus orígenes de una extensa muralla de cal y canto que además muy pronto se vio desbordada por el lado septentrional, aunque con el paso de los siglos buena parte del espacio interior quedaría yermo.
No se conocen noticias referidas a su construcción o a las numerosas reformas que atestiguan sus paramentos, aunque cabe suponer que la mayor parte de lo que ha sobrevivido se deba a la cerca original, levantada en los momentos de esplendor de la villa de fines del XII y siglo XIII, con reconstrucciones llevadas a cabo en los siglos bajomedievales, cuando fue un hecho generalizado el reforzamientos de los muros en muchas villas a consecuencia de las frecuentes luchas nobiliarias que entonces se desarrollaron. Estas reformas parecen verse claramente en algunos lienzos que fueron recrecidos, quedando inutilizados los primitivos merlones.
El muro, cuyo recorrido se adapta perfectamente a la sinuosidad del terreno, estaba reforzado por una serie de cubos de desigual formato y distribución que muy posiblemente correspondan a distintos momentos, inclinándonos por la idea de que los cuadrangulares pueden pertenecer a la primitiva fábrica y los semicilíndricos –claramente adosados, al menos en alguno de los casos– a las reformas bajomedievales, estando éstos preferentemente asociados al sector del castillo. Además hay grandes tramos como el septentrional que no portan cubo alguno e incluso en el sector oriental, donde se abre un tajo rocoso, es muy posible que la muralla fuera una obra menor, pues es la zona más inaccesible para un asedio y además el único tramo donde apenas se han conservado restos.
El recinto conserva las tres puertas que al parecer siempre tuvo, aunque no podemos descartar la existencia de algún postigo, como era habitual, aunque no haya noticia alguna al respecto. La puerta de mediodía o de Trascastillo, la más próxima al castillo, se halla en el tramo de muralla mejor conservado, con un arco de medio punto entre dos altos cubos cuadrangulares; y creemos que es obra del siglo XIII, aunque reformada posteriormente empleando ladrillo. Hasta la reordenación de los campos circundantes extramuros mediante la concentración parcelaria se conservaba el camino original de acceso a la villa por este lado, muy modificado a partir de entonces, aunque todavía reconocible en algún tramo. Igualmente parece intuirse en esta parte meridional parte de un foso y restos de una antebarrera que precedía a la muralla y que a día de hoy está siendo objeto de fuertes agresiones por los cultivos.
La puerta noroeste o del Salidero es la que todavía sirve de entrada a la villa, aunque de ella sólo queda un cubo cilíndrico –con el vano de salida al adarve– y un contrafuerte que luce un escudo de los Luna objeto de damnatio memoriae. Esta puerta debió ser la más importante, al menos en época bajomedieval, e incluso su acceso estaba controlado desde la casa frontera intramuros mediante al menos una saetera que directamente vigila el acceso.
La tercera entrada es la puerta de la Calzada, situada hacia el nordeste y formada por un sencillo paso abierto en un corto quiebro del trazado que aparenta la forma de cubo cuadrangular. Ha desaparecido el recerco del arco pero conserva parte de los merlones que la coronaban y un erosionado escudete en el que es prácticamente imposible reconocer las armas.
Puerta de Trascastillo
 

En la parte más alta del recinto amurallado y asociado al mismo se conservan los restos del castillo, hoy, al ser propiedad privada, rodeados por una valla que impide su libre acceso y análisis. No es mucho lo que queda de él, aunque Justo Hernansanz dice que tenía “dos puertas, a las que se pasaba mediante puente elevadizo, una al norte, que daba a la Villa, dentro de murallas, y la otra al Sur, que salía a la cumbre del cerro, fuera de murallas”. Este mismo autor, que aporta el dibujo personal de una hipotética reconstrucción de la fortaleza, nos cuenta que algunos ventanales y escudos de los Luna se encuentran hoy colocados en el castillo de Castilnovo.
Los restos del castillo de Fuentidueña fueron sacados a subasta pública por el Estado en el año 1970 y de nuevo en 1972, pasando entonces a propiedad privada. Hace algún tiempo su actual propietario llevó a cabo una discutida intervención en el solar, que parece no afectó mucho a los muros conservados pero sí al yacimiento arqueológico, pudiéndose contemplar ahora en el lugar una construcción de nueva planta que ejerce la función de bodega.
En el extremo opuesto al del castillo se debía hallar otra importante edificación adosada a la muralla, cuyos últimos restos se pueden apreciar en la plaza del ayuntamiento. Se trata de dos ventanales parejos formados por arcos escarzanos, con arrimaderos en el interior desde donde se puede observar una magnífica vista de la vega del Duratón. Son los últimos restos de lo que debió ser una construcción de carácter palacial, sobre los que recientemente se han colocado unos merlones, en una solución tan imaginativa como indocumentada y en consecuencia carente de sentido.

 
Iglesia de San Miguel Arcángel
Situada en la zona más elevada del actual caserío, en la ladera meridional del cerro del castillo, la iglesia de San Miguel domina junto a éste la silueta del caserío de Fuentidueña. De las ocho parroquias que aparecen recogidas en el censo de 1247 es ésta –que contribuía con 15 maravedíes y cuatro sueldos y medio a la mesa capitular– la que mejor ha conservado su estructura original, aunque no exenta de reformas y añadidos, valores que avalaron su declaración como Bien de Interés Cultural en 1995. No obstante, a mediados del siglo XV su situación en cuanto a parroquianos debía ser delicada, pues tenía unida otra, que en la visita publicada por Bartolomé Herrero aparece en blanco –quizá la de San Martín– y junto a las escasas misas que acogía, el visitador recoge que tenía un “beneficio pobre”. En el censo de 1587 publicado por Tomás González se recogen 60 vecinos en la parroquia.

Se trata de un magnífico edificio de planta basilical y notables proporciones, levantado en sillería caliza labrada a hacha –prolija en marcas de cantero–, compuesto de nave única dividida en cinco tramos y cabecera orientada de ábside semicircular precedido de tramo recto presbiterial. Posee dos portadas, la denominada “de los Perdones”, abierta en el hastial occidental, y otra más emplazada en el muro septentrional del tercer tramo de la nave, hacia el caserío, ésta protegida por una galería porticada tardorrománica levantada con posterioridad al cuerpo del templo y muy reformada. Una robusta torre de planta cuadrada se dispone adosada al sur de los dos tramos más occidentales de la nave, con acceso desde el interior. A las citadas estructuras, erigidas en al menos dos campañas románicas, se vinieron a añadir sucesivas reformas, fundamentalmente durante el siglo XVI y bajo el patronazgo de las familias Luna, Sarmiento y Rojas. En épocas más recientes, diversas obras de restauración terminaron por configurar el aspecto actual del templo.

La cabecera, de generosas proporciones, parece mantener el porte de la primitiva pese a las reformas. Se compone de tramo recto presbiterial al que se acodilla un ábside semicircular, éste levantado sobre un zócalo de remate achaflanado –al exterior, pues interiormente muestra bocel y doble chaflán– aparejado en excelente sillería bien concertada. El tambor absidal se divide en cinco paños desiguales delimitados por semicolumnas alzadas sobre plintos prismáticos en el zócalo, con basas de perfil ático y garras en el grueso toro inferior decoradas con serpientes y hojas acogolladas. Horizontalmente, queda delimitado el hemiciclo en dos niveles mediante sendas líneas de imposta, la inferior, bajo el cuerpo de ventanas, se decora con filete y triple fila de billetes, e invade los fustes de las semicolumnas que articulan el paramento; la imposta superior, que prolonga los cimacios de los capiteles de las ventanas, recibe entrelazo de cestería.


En los tres paños centrales del hemiciclo –dada la brevedad de los extremos– se abrieron sendas ventanas rasgadas, aspilleras abocinadas hacia el interior y rodeadas de arcos doblados de medio punto, con gruesos boceles los interiores, lisos los externos y exornados por chambranas con triple hilera de fino taqueado.

Los arcos internos apean en columnas acodilladas de basas áticas degeneradas sobre plintos y capiteles de ruda factura, los exteriores todos vegetales menos uno, ornado con una ruda pareja de gallináceas afrontadas bajo cuyos picos se dispone un tallo trenzado.
En el resto, las cestas se ornan con hojas carnosas y nervadas de bordes vueltos y remate superior de tallos trenzados con remate avolutado y hojas lisas rematadas por caulículos y corona inferior de ovas; en dos de ellas, de collarino perlado, se tallaron grandes hojas lanceoladas de espinoso tratamiento y remate de hojarasca y, por último, una deslabazada composición de corona inferior de hojitas ensiformes de nervio central y superior de entrelazo perlado.
Las ventanas repiten esta disposición al interior, volviendo a dominar en sus capiteles los temas vegetales a base de hojas lisas rematadas en caulículos, tallos de puntas avolutadas y anudadas en el remate de la cesta, hojitas nervadas de espinoso tratamiento, acantos y hojarasca. Sólo dos cestas escapan a tales esquemas, y son la correspondiente al capitel izquierdo de la ventana central, ornada con dos niveles de bolas bajo arquillos y un piso superior de tallos y hojitas espinosas, y el capitel derecho de la ventana septentrional, con una pareja de grifos afrontados de cuellos vueltos. Los cimacios de estos capiteles, decorados con tallo ondulante y hojarasca, se continúan a modo de imposta por el interior del paramento.


Tres filas de billetes ornan la arista de la cornisa del ábside y presbiterio, soportada por una hilera de canecillos en la que se integran los capiteles de las tres semicolumnas. El del extremo meridional se decora con dos parejas de leones afrontados y encorvados que juntan sus cabezas en los ángulos de la cesta, sacando la lengua y asiéndose con sus garras al collarino. El capitel siguiente, que flanquea por el sur el paño central del hemiciclo, nos muestra el tema neotestamentario de la Huida a Egipto, con una representación arquitectónica en la cara sur, especie de puerta de muralla flanqueada por dos torres almenadas, la Virgen con el Niño en su regazo sobre la montura en el frente y en la otra cara a San José tirando de sus riendas; esta composición hará fortuna y la encontraremos, con un tratamiento muy similar, en un capitel del arco triunfal de Santa Marta del Cerro y en otro de un formero de San Millán de Segovia, aquí fuertemente impregnada del estilo de San Vicente de Ávila. El siguiente capitel se orna con tres parejas de bellas aves afrontadas de cuellos vueltos uniendo sus picos, al estilo de algunas cestas que ornan el pórtico de la iglesia de San Martín de Segovia y, por último, en el más septentrional encontramos la tradicional iconografía de la lujuria, bajo la forma de dos parejas de sirenas de doble cola que alzan sus apéndices con ambas manos, híbridos que con similar tratamiento los encontramos en prácticamente toda la geografía segoviana.


Una espléndida serie de canecillos ricamente decorados soporta las cornisas de la nave y cabecera. En su factura es de nuevo evidente la diversidad de manos escultóricas que los ejecutaron, concentrándose en la nave los de mayor calidad.
Los cinco del muro meridional del presbiterio se decoran, de oeste a este, con una hoja nervada y lobulada de punta vuelta soportando una baya; un extraño híbrido de cuerpo de ave y cabeza felina de cuyo cuello nacen otras dos pequeñas cabecitas de ave; otro híbrido agazapado, probablemente un áspid, de cabeza y cuartos delanteros de felino y cola bífida de reptil; una fracturada serpiente de cuerpo enroscado y, en el codillo, una figura humana ataviada con un pesado manto de pliegues paralelos aplastados en zigzag, atavío y disposición que, como veremos, va a convertirse en uno de los iconos del taller y permitirá seguir su difusión por la provincia. El rostro de este personaje resume la caracterización fisonómica de este escultor: tocado con un bonete, muestra una construcción cuadrada, con profundas arrugas bajo los pómulos y recurso al trépano para vaciar las pupilas y las fosas nasales.



Ya en el hemiciclo absidal, el siguiente canecillo nos presenta a un guerrero ataviado con larga túnica con cinturón y armado con un escudo oblongo y una lanza. Sigue otro con una hoja nervada rematada en caulículos, uno más muy destrozado y otros tres decorados con personajes: el primero es un obispo o abad ricamente ataviado con vestiduras ornadas de brocados y pedrería, mitra cónica y sosteniendo un destrozado báculo en la mano izquierda y un libro en la derecha; el siguiente es un músico que toca una especie de flauta de pan y el tercero, junto al capitel de la Huida a Egipto, es un infante ataviado con casco semiesférico que porta una rodela sobre la que cruza su lanza.
Tras dos prótomos y otra pieza destrozada vemos dos canecillos figurados con sendos personajes de aire rústico, uno masculino ante un yugo, portando lo que parece un cayado y una vara de arrear los bueyes, y el otro femenino, velado, sosteniendo quizás un huso de hilar. Tras el capitel de las aves aparece un can con un descabezado cuadrúpedo; otro con una máscara monstruosa engullendo la cabeza de un personajillo, que se ase inútilmente a las orejas del diablo; sigue la figura de un acróbata realizando una contorsión que le lleva a colocar los pies sobre su cabeza; otro personaje sedente que debía sostener un objeto hoy perdido en su regazo, otro can rasurado y, en el extremo septentrional del hemiciclo, otro con una hoja de acanto.
Coronan el muro norte del presbiterio otros cinco modillones, los dos más orientales ornados con un muy gastado personaje sedente leyendo un libro que sostiene sobre sus rodillas y otro igualmente sentado, aunque ignoramos su actividad al estar fracturados sus brazos. En los tres restantes vemos una arpía de cabellera partida, un deteriorado personaje y una hoja picuda. En estos canecillos del ábside y pese a poder diferenciar al menos dos manos, el estilo es homogéneo con el de los capiteles de la cornisa. Su difusión alcanzará un extraordinario desarrollo por toda la provincia a través de la participación de alguno de estos artífices en el foco del Duratón y en el románico de la capital.

Los paramentos externos del presbiterio se ornan a media altura con una imposta de listel y nacela, animándose sobre ésta con dos arcos ciegos de medio punto sobre columna central a modo de mainel, disposición presente también en la expatriada cabecera de San Martín y repetida en la cercana iglesia de Cobos de Fuentidueña. Es probable que estos arcos se situasen en origen como en San Martín, sobre la continuación de la imposta inferior del hemiciclo, y fuesen recolocados a más altura tras la supresión de las capillas adosadas. En ambos lados son evidentes las rozas de las bóvedas y vestigios de los muros de las desaparecidas capillas laterales que recubrían la cabecera hasta las semicolumnas del hemiciclo. Muy rehechas, las columnas y los capiteles que las coronan parecen fruto de la última restauración, cuando fueron suprimidas dichas capillas y condenado el paso que les daba servicio –mediante sendos arcos de medio punto– desde el interior de la cabecera. Ambas cestas copian modelos de los originales, así los estilizados grifos rampantes afrontados que vemos en las portadas occidental y norte reproducidos en el muro norte del presbiterio, y las aves afrontadas y opuestas que incurvan sus cuerpos para picarse las patas, copiado de una cesta de la portada septentrional.

Al interior, los muros del presbiterio aparecen sumamente modificados por la apertura de sendos arcos de medio punto que daban servicio a las antes referidas capillas laterales hoy eliminadas, sólo restando vestigios de la imposta con triple hilera de fino taqueado sobre la que voltea la bóveda de cañón que cubre el tramo.



El paramento interno del ábside se articula como al exterior en dos niveles, delimitados por respectivas impostas que fueron parcialmente fracturadas al colocar el hoy eliminado retablo mayor. La inferior, que corre a la altura del alféizar de las ventanas, se decora con friso de rosetas hexapétalas inscritas en clípeos vegetales. En los laterales de este piso bajo se disponen dos credencias románicas; la sita en la zona septentrional muestra un arco polilobulado de cinco lóbulos inscrito en un marco rectangular, mientras que la meridional, modificada en su zona inferior, presenta un curioso arco trilobulado. La imposta que delimita el cuerpo de ventanas, sobre que la que se alza la bóveda de horno que cubre el ábside, se decora con triple hilera de tacos.

Como al inicio señalé, la nave se divide en cinco tramos, ligeramente más amplio el tercero de ellos, en cuyo muro norte se abre la portada. Es notablemente más alta que la cabecera, lo que permite la apertura en su hastial de un vano de arco de medio punto y abocinado hacia el interior que la da luz por el este; el resto de las ventanas, que se abrían en cada tramo del muro septentrional, fueron cegadas por las reformas posteriores, siendo visibles sus rozas.
Marcan los tramos, al interior, semicolumnas sobre basamentos prismáticos rematados en chaflán y basas áticas de amplio toro inferior con bolas y plintos, columnas que soportan los fajones de la rehecha bóveda de medio cañón, y que exteriormente se corresponden con estribos prismáticos que alcanzan la cornisa.
Las coronan, bajo la imposta de fino abilletado sobre la que voltea la bóveda, una serie de ocho espléndidos capiteles figurados, en los que se recoge la mejor aportación plástica del templo. No se alzan los muros de la nave sobre el zócalo que vimos en la cabecera, sólo regruesándose el apoyo de las semicolumnas.
Iniciaremos la lectura de los capiteles del muro norte por el correspondiente al tramo más occidental, cesta vegetal de collarino sogueado ornada con grandes hojas de acanto en abanico con voluminosos caulículos en las puntas, disponiéndose entre ellas palmetas y, en la zona superior, un piso de hojas similares aunque de menor tamaño. En el capitel siguiente, de espléndida factura, se figura el tema del personaje sometiendo a una pareja de grifos, a los que ase por las barbichuelas. Uno de los híbridos dirige su garra al rostro del infante, ataviado éste con túnica corta. La interpretación del tema resulta compleja, pudiéndose aventurar un sentido moralizante. Compositivamente se relaciona sin duda con los temas de la “Ascensión de Alejandro” y el denominado “Señor de los Animales”.


Capitel de la nave. Ascensión de Alejandro
 

El que sigue es, probablemente, el capitel más emblemático de la escultura del templo y uno de los más llamativos de todo el románico segoviano, y en él se labró una representación de la Psicostasis y los castigos infernales.
Compositivamente son las figuras del arcángel San Miguel y un gran mascarón demoníaco las que marcan, en los ángulos de la cesta, la contraposición semántica entre el Bien y el Mal en esta síntesis del juicio que considera las acciones morales. Un ángel de acaracolados cabellos, dispuesto en el lateral que mira hacia los pies tras la figura de San Miguel, sostiene en un lienzo las almas de dos bienaventurados. Ante él aparece el arcángel ataviado con una túnica con ceñidor y sosteniendo la balanza con su mano izquierda, mientras que con la diestra tira hacia sí del platillo más cercano a él, en el que se dispone otro alma de un justo que junta sus manos en actitud orante; un feo demonio intenta vanamente alzarla con sus garras, artimaña que no es infrecuente en representaciones de este tema. Del otro brazo de la balanza, ocupado por una atormentada y grotesca figurilla que representa a un condenado, cuelga otro diablillo, esforzado en hacerlo caer de su lado, mientras el mismo demonio que antes veíamos que intentaba hacer ascender al justo, tira con su otra garra de la soga que rodea el cuello del pecador. El Infierno aparece presidido por un gran mascarón demoníaco cornudo, de orejas puntiagudas, ojos rehundidos y grandes fauces abiertas de enormes y puntiagudos colmillos, de la que brotan serpientes que envuelven a los demonios y atacan a los seis condenados, dispuestos en la cara que mira al altar. Se encuentran éstos dentro de una enorme caldera, cuyo fuego es aventado por un diablillo, y sufren tormento por parte de las ya citadas serpientes y dos demonios, uno clavando su lanza en la cabeza de uno de los desdichados y el otro, alado y de aspecto grotesco, pisoteándoles con sus garras. Como es habitual, refuerza la contraposición el caos compositivo que domina la zona reservada a los castigos infernales, frente al orden de la figura angélica que porta a los elegidos.
Capitel de la nave. Pesaje de las almas
 

Sigue en este muro norte el capitel historiado con la escena de la lapidación de San Esteban, quien sufre el martirio a manos de seis personajes ataviados con túnicas y portando los proyectiles. Por la alopecia de uno de ellos, el situado en el ángulo de la cesta que mira a los pies del templo, podríamos intuir que se trata de San Pablo, a tenor de la narración de los Hechos de los Apóstoles 7, 58, donde se dice que “los testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo”, e incluso se añade que “Saulo aprobaba su muerte” (Hechos, 7, 60). Es además el único personaje que no porta piedras, sino que señala con el índice extendido de su diestra hacia arriba, mientras sujeta su manto con la otra mano. La iconografía sigue bastante fielmente el relato de las actas apostólicas, donde se narra el martirio sufrido por el primer diácono tras su discurso ante el sanedrín (Hechos 6, 8-15 y 7), añadiendo algunos detalles que hacen más comprensible la escena, como el demonio alado y tocado con capirote que inspira la felonía a uno de los ejecutores en el frente de la cesta, la Dextera Domini que emerge de un fondo de ondas hacia al diácono, quien arrodillado y en actitud orante recibe el martirio, o la presencia del ángel sosteniendo el alma ya nimbada de San Esteban en un lienzo, en el lateral que mira al altar.

El capitel del primer tramo del muro meridional, de collarino ornado de hojitas vueltas trepanadas, decora su cesta con dos coronas de grandes hojas de acanto acanaladas, con fuertes escotaduras, de puntas vueltas y remate de caulículos igualmente acanalados. Le sigue hacia el este un hermoso capitel vegetal con grandes hojas de acanto recortadas y de espinoso tratamiento que acogen pesados cogollos en sus puntas, completándose con un piso superior de caulículos y hojitas acogolladas. Completan las cestas de este muro una donde se figuran dos parejas de aves de cuellos entrelazados picándose las patas, bajo un piso de gruesos caulículos y, en la más oriental, una pareja de leones afrontados de colas resueltas en tallos vegetales, bajo caulículos. El motivo de las aves lo encontraremos repetido en Nuestra Señora de la Peña de Sepúlveda, Sotillo, Castiltierra, Becerril, Pecharromán, Santa María de la Sierra o la ermita de Nuestra Señora de las Vegas de Requijada.
Da paso a la cabecera desde el cuerpo de la nave un arco triunfal doblado de medio punto, que recae en semicolumnas adosadas sobre altos plintos moldurados con boceles y basas áticas de fino toro superior, amplia escocia y grueso toro inferior, en el lado del evangelio ornado con una pareja de muy perdidas aves. El capitel que corona la columna de este lado, bajo cimacio de tallos y roleos, fue rasurado en sus extremos. Pese a las fracturas, es identificable el tema que lo orna, con la Visitatio Sepulchri o Tres Marías ante el sepulcro vacío de Cristo. Las Santas Mujeres, de las que ha desaparecido la central, portan los pomos de los perfumes, aparecen veladas y ante ellas, ocupando el frente de la cesta, se disponen varias figuras que representan a los soldados que custodiaban el sepulcro, armados con una lanza, otro tocado con yelmo, uno que alza con ambas manos una especie de maza o hacha y el último que sujeta un enorme podón. Ante ellos aparece el sarcófago, cuya caja se orna con una greca, dispuesto sobre cuatro columnillas y del que la lauda era alzada por la casi desaparecida figura de un ángel, del que resta la parte inferior de la túnica ornada con brocados, indumentaria bien diferenciada de las túnicas cortas de los soldados. La composición resulta en cualquier caso algo embrollada por la presencia del ángel mezclado con los soldados. El capitel frontero del lado de la epístola del triunfal se decora con cuatro arpías de largas cabelleras partidas representadas en posición frontal, con las alas explayadas, bajo cimacio ornado con greca trenzada de tallos.

La serie de canecillos que coronan el alero del cuerpo de la iglesia manifiesta diversa calidad, aunque todos denotan un estilo más evolucionado que los de la cabecera, algunos en relación con el de los capiteles del interior de la nave. Se decoran con simples hojas lisas de puntas vueltas, rematadas en piñas o caulículos, bustos humanos masculinos o femeninos y prótomos monstruosos de rasgos fieros, con frecuencia deformados por grotescas muecas, cápridos y bóvidos. Destacan, entre los del muro meridional, uno de bella ejecución figurado con una centaura amamantando a un infante, ante la desesperación de una mujer velada y de profundas arrugas que, en el can vecino, se lacera el rostro.
No podemos afirmar con rotundidad que esta fuera la disposición original de las piezas –pues tanto las cubiertas como las zonas altas del muro fueron remontadas–, aunque de ser el caso, podríamos interpretar la angustia de la anciana en relación a la caída en brazos del pecado del infante. El carácter negativo se reafirma en dos de los modillones de la zona oriental de la nave, uno decorado con un anciano de profundas arrugas, acaracolada cabellera y gruesa y larga barba, que luce en sus sienes dos astas de ciervo, iconografía relacionada por Gerardo Boto con un sentido carnavalesco. La pieza siguiente se decora con una pareja amorosamente enlazada en el acto amoroso, con tratamiento cuando menos escasamente parco en detalles. La fémina aparece desnuda, mientras que el hombre denota su condición de rústico por su capa con capirote.

También en los canes del muro septentrional de la nave dominan las connotaciones negativas, con extraños híbridos como los prótomos de aire felino, enhiestas orejas y fauces rugientes de las que emergen dos haces de tallos o una serpiente que se enrolla en su cabeza mordiéndole la oreja, el que conjuga un cuerpo de ave recubierto de escamas, pezuñas de cabra, cabeza felina y larga cola enroscada resuelta en un brote vegetal, la bestezuela de torso humano, cabeza grotesca tocada con birrete cónico y parte inferior de ave terminada en cola de reptil. Tres de ellos, situados sobre la portada, parecen sugerir una asociación escénica: el prótomo de un monstruo con pico de ave y tocado por un bonete cónico se dirige hacia un busto masculino barbado y de cabellera partida, de serena actitud, mientras por el otro lado también se gira hacia el personaje otro prótomo monstruoso de aire felino y fauces rugientes.
Encontramos también una bestezuela híbrida con cuerpo de ave, cola serpentiforme enroscada y cabeza felina coronada por dos largos cuernos y una máscara de un personaje femenino, velado, de facciones grotescas, que separa con las manos las comisuras de los labios en gesto burlón. Junto a estos, otros muestran bustos humanos, prótomos de raposos, cápridos, bóvidos o simples bayas y caulículos.




Como ya referí, el templo posee dos portadas, pudiéndose considerar principal la que se sitúa en el tramo central del muro norte de la nave, hacia el caserío, protegida por la galería porticada. Se abre este acceso en un antecuerpo avanzado entre los dos contrafuertes que delimitan el tercer tramo de la nave, posteriormente reforzado por dos machones que ciñen la portada y solapan parcialmente las arquivoltas y jambas exteriores.
Se compone de arco de medio punto en arista viva y cinco arquivoltas, la interior y la tercera molduradas con grueso bocel entre nacelas, la segunda con una mediacaña y las dos exteriores lisas, exornadas por una cenefa de triple hilera de menudo taqueado, que en el caso de la externa hace las veces de tornapolvos. Apean los arcos en jambas escalonadas en las que se acodillan dos parejas de columnas, aunque debían ser tres, siendo eliminadas las extremas por el añadido moderno de los antes citados estribos. Estas columnas, escalonadas y en gradación, se alzan sobre zócalos en talud y plintos moldurados, y presentan basas áticas de más desarrollado toro inferior, fustes monolíticos y capiteles ornamentados. En lectura de este a oeste vemos, en la primera cesta, acantos acanalados de espinoso tratamiento, de cuyas puntas penden palmetas acogolladas. En el interior de este lado oriental encontramos el tema de las dobles parejas de grifos rampantes afrontados que sirvió de modelo a uno de los rehechos capiteles exteriores del presbiterio, aquí sobre collarino ornado de ovas. Los cimacios de este lado se decoran con tallos ondulantes y piñas, mientras que en el otro reciben entrelazos. Los capiteles de este lado occidental se decoran, el interior, sobre collarino sogueado, con una pareja de aves afrontadas de cuellos entrelazados picándose las patas y enredadas en banda de contario, motivo similar al de una de las cestas del interior del muro sur de la nave. El capitel exterior muestra una pareja de fieros leones afrontados, dispuestos sobre corona vegetal de acantos.


En un ligero antecuerpo de la muy modificada fachada occidental se abre la otra portada, denominada “de los Perdones”. Se compone de arco de medio punto liso rodeado por cuatro arquivoltas, la interior y la tercera molduradas con bocel entre mediascañas y las otras dos en arista viva, rodeadas por chambrana abilletada. Apean los arcos en jambas escalonadas coronadas por impostas corridas, decoradas con entrelazo de cestería en la mitad septentrional y tallo ondulante que acoge tetrapétalas en la otra. En las jambas se acodillan dos parejas de columnas de basas áticas sobre plintos y esbeltos fustes coronados por respectivos capiteles. En los del lado izquierdo del espectador –esto es, el norte–, el exterior muestra su cesta decorada con una pareja de arpías afrontadas de largos cuellos entrelazados por un tallo rematado en brotes acogollados. Los híbridos muestran cabezas de efebo de acaracolados cabellos, cuerpos escamosos, pezuñas de cabra y enroscadas colas de reptil. Su compañero de este lado presenta las dos parejas de grifos rampantes y afrontados de cola resuelta en tallo vegetal que ya vimos en la portada septentrional.


Más enigmático resulta el capitel interior del lado sur de la portada, donde sobre una corona inferior de acantos de fuertes escotaduras se disponen dos ángeles y ante ellos un personaje ataviado con una túnica, arrodillado en actitud por desgracia irreconocible debido al desgaste del relieve. Parece que bajo su brazo derecho se sitúa una especie de cuenco o platillo y sin duda esclarecería la interpretación la inscripción grabada en la filacteria que despliega con ambas manos el ángel situado sobre él, aunque en ella sólo acertamos a leer: VIDE [¿NOVE?]MBRIS. Por su parte, el ángel de la cara exterior se recoge un grueso pliegue de su manto, mientras posa su diestra sobre la cabeza de la figura postrada. Desafortunadamente, tampoco ofrece mayores precisiones la ruda copia que del capitel se ejecutó en la portada de la cercana iglesia de Cozuelos de Fuentidueña. De ser correcta la interpretación como NOVEMBRIS de la segunda palabra de la inscripción, estaríamos ante una sacralizada vendimia, con un significado similar a la que ocupa uno de los capiteles de la portada occidental de San Zoilo de Carrión de los Condes, aunque todo esto lo avanzamos con los máximos reparos posibles. Por último, la cesta exterior de este lado meridional recibe un piso superior de tallos avolutados, sobre tres grandes hojas de acanto de seco tratamiento, profundas acanaladuras y remates avolutados en las puntas.

Ante la fachada septentrional se dispuso una galería porticada que evidencia un estilo más tardío que el resto del edificio, pudiéndose datar, pese a mantener su tipología románica, no antes de los años centrales del siglo XIII. El desconcertado aparejo, un notorio esviaje respecto a la nave y los vestigios de otro zócalo, hacen pensar que muy probablemente fuera totalmente remontada –reutilizando los materiales originales– en época imprecisa, quizás coincidiendo con la erección de la capilla de los Luna en el segundo tercio del siglo XVI. Consta además que existía, ante su actual portada, un cuerpo avanzado y cubierto, eliminado en el siglo pasado, y del que se guarda memoria en el pueblo. En su actual disposición se compone de portada y cuatro arcos de medio punto hacia el oeste, que apean en columnas geminadas salvo el machón central, compuesto de un haz de cuatro fustes. Quizás repitiese tal distribución hacia la cabecera, aunque sólo subsisten dos arcos, el más oriental también sobre un cuádruple haz de columnas, y el arranque del tercero, quedando el resto eliminado por el añadido de la referida capilla de los Luna. Los arcos se exornan, al exterior e interior, con guardapolvos de nacela, coronándose los soportes con capiteles todos vegetales, de buena factura, dominando las hojas lanceoladas y las lisas partidas rematadas en gruesos caulículos o bolas, de las que en algún caso penden piñas. Dos de las cestas del lado oriental de la galería evidencian una factura más ruda y en ellas se acentúa el aire gotizante. Los fustes son todos monolíticos, alzándose sobre finas basas áticas con lengüetas y con plintos. El banco corrido de la galería moldura sus aristas son sendos boceles, y en él se grabaron, como en muchos otros pórticos, dos alquerques. Los canes que soportan la cornisa del pórtico son la mayoría de simple nacela, salvo uno decorado con un rollo.
La portada de la galería, abierta en un breve antecuerpo y de aspecto rehecho, se compone de arco de medio punto liso exornado por dos arquivoltas, la interior moldurada con un grueso baquetón y la exterior con un bocelillo y nacela. Apean los arcos en jambas en las que se acodillan dos parejas de columnas de capiteles troncocónicos lisos. En el interior del pórtico, junto a su cierre occidental, se reutilizaron dos capiteles románicos de esquina o machón, uno de ellos decorado con hojas lanceoladas de nervio central con cogollos en las puntas y dos pisos de hojitas ensiformes; el otro, muy desgastado, muestra hojas lisas de nervio medial, remate acogollado y ramillete central. Sobre ellos se situó un escudo cuartelado con las armas de los Sarmiento y los Luna, al que rodeaba una hoy fragmentaria inscripción.

Aunque se suele considerar que la torre situada al sur, a haces de la fachada occidental, es un añadido posterior a la fábrica románica –según la opinión de Inés Ruiz Montejo–, salvo el muy reformado cuerpo superior de campanas todo parece indicar que su construcción es obra contemporánea a la de la iglesia. De planta cuadrada y potentes muros de sillería, resulta poco airosa y más bien maciza, limitándose los vanos en el piso bajo a una minúscula saetera, lo que dota al elemento de un aire defensivo reforzado por el acceso interior, desde el tramo occidental de la nave. Interiormente aparece sumamente modificada, conservando a cota algo inferior del coro renacentista una portada de dintel sobre dos ménsulas que da paso a una escalera de caracol inscrita en el ángulo nororiental de la estructura, en la que la labra a hacha de sus sillares no deja lugar a duda sobre su cronología románica. Hemos de imaginar que el acceso a la referida escalera se realizaría a través de algún elemento móvil, o bien mediante una escalera de madera a lo largo de los muros, al estilo de la actual, de fábrica. El cuerpo superior, que alberga las campanas, fue modernamente reformado, aunque su estado de conservación es cuando menos preocupante.

En el interior se conserva además la pila bautismal, alojada en una moderna capilla abierta en el muro norte del tramo más occidental de la nave, lugar ocupado hasta el siglo pasado por el acceso al coro. Se trata de un ejemplar de notables proporciones, con copa semiesférica lisa sólo animada por un rebaje en la embocadura y un bocel inferior, de 138 cm de diámetro por 62 cm de altura, sobre tenante cónico de 19 cm de alto. La traza es románica, aunque su cronología es imprecisa. Junto a la pila, se guarda un muy erosionado capitel románico de 38 cm de altura, decorado con arpías de colas entrelazadas, que quizá proceda de la portada septentrional. También el muro de contención de la ladera del castillo, al sur del templo, está aparejado con sillares románicos labrados a hacha, en algunos de los cuales son visibles marcas de cantero. Del mismo modo, son numerosas las estelas discoideas medievales en todo el recinto de la iglesia.

El edificio, uno de los de mayor entidad del románico segoviano fuera del foco de la capital, es fruto de la actividad del mismo equipo que levantó el expatriado ábside de San Martín de la misma localidad, dejándose sentir el oficio de su taller escultórico en otras iglesias cercanas como las de San Julián de Cobos de Fuentidueña, La Magdalena de Vivar de Fuentidueña, San Andrés de Pecharromán, la parroquial de Cozuelos de Fuentidueña o la ermita de San Vicente de Fuentesoto. Sin embargo, el taller aquí conformado o al menos parte de sus miembros, extendieron su estilo hacia el sur y el este de la geografía segoviana, sobre todo en el románico del Duratón y de la capital (atrio sur de San Millán, canes de San Sebastián, etc.).
Como la mayoría de las fábricas de cierto porte, su construcción es el resultado de un dilatado proceso, pudiéndose determinar en función de las facturas varias fases e incluso al menos dos campañas. A una primera fase podemos adscribir la cabecera y probablemente la traza general del templo, aunque en alzado parece detenerse en la capilla. Sin que se evidencie una diferenciación de campañas, otro equipo de escultores, los mismos que trabajaron en la expatriada iglesia de San Martín de la misma villa, remataron los capiteles y canecillos de la cabecera y realizaron la pareja de capiteles del arco triunfal. Como ocurría en San Martín, parece que este taller –en cuyo estilo hay indudables herencias de lo abulense– llega únicamente a ejecutar la cabecera, aunque en nuestro caso la nave se realizó en buena sillería, participando en su decoración un maestro excepcional, deudor de las mejores maneras de la plástica tardorrománica castellana y que manejaba un repertorio iconográfico más completo, como dejó constancia en el capitel de la Psicostasis. El hecho de que su calidad sólo se deje sentir en las zonas altas de la nave hace pensar que un taller intermedio se ocupó de la decoración de la portada septentrional, aunque quizás sólo se trate de diferentes manos dentro de un mismo equipo, pues es clara la relación entre el capitel de las aves del muro sur de la nave y la más ruda interpretación del mismo asunto en una cesta de la portada norte, extremo aún más evidente en el caso de los grifos afrontados que vemos en la portada norte y en la occidental. En esta puerta “de los Perdones” encontramos además la participación de un escultor de limitadas capacidades dentro del mismo estilo, que talla los capiteles de las arpías, el de los ángeles y el decorado con acantos. A una campaña más tardía –bien avanzado el siglo XIII– corresponde la galería porticada, en cuyos capiteles vegetales es también notoria la duplicidad de facturas.

Los muros del presbiterio románico –que imaginamos repitiendo las arquerías exteriores al estilo de la de San Martín o su réplica de Cobos de Fuentidueña– fueron notablemente alterados por las intervenciones bajomedievales, al abrirse en ellos sendos arcos de medio punto que comunicaban con dos capillas laterales, eliminadas en la última reforma del templo a mediados del siglo XX y en tiempos erigidas bajo el patronazgo de los Rojas, la septentrional, y los Sarmientos, la meridional. Restan los emblemas heráldicos de estas familias, con el escudo de gules ornado de trece bezantes dispuestos en cuatro series de tres y uno inferior, armas de los Sarmientos, y otro, con dos lobos de sable, uno sobre otro, y bordura de gules con ocho aspas, armas correspondientes a los Ayala. A su patronazgo y al de los Luna se deben también las actuales capillas abiertas a norte y sur del tramo oriental de la nave, la última albergando hoy un muy notable retablo pétreo renacentista. En la escalera del púlpito que parte de la entrada de esta capilla se reutilizó un cimacio románico decorado con rosetas hexapétalas inscritas en clípeos, similares a las que decoran la imposta baja del interior del ábside. 


Iglesia de San Martín
Las ruinas de San Martín se ubican en la zona más elevada del pueblo, sobre un afloramiento rocoso que alberga una necrópolis altomedieval, en la falda oriental del teso donde se asienta la fortaleza, “cerro de la desolación” en la pluma de Gonzalo Santonja. Bien poco es lo que hoy podemos contemplar de la primitiva iglesia románica, reducida a la descarnada osamenta de los muros de su nave única, levantados en el socorrido y robusto encofrado de calicanto tan frecuente en la provincia. Contrastaba con tal utilitarismo constructivo la espléndida sillería de su cabecera, compuesta de tramo presbiterial y ábside semicircular, ambos sobre basamento abocelado, emplazada donde hoy cierra el recinto un anodino muro de mampostería. Y ello debido a que, pese a estar administrativamente protegida por una declaración de Monumento Nacional, la cabecera de San Martín ingresó en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York a cambio de parte de las pinturas de San Baudelio de Berlanga, que el Museo americano adquirió para su devolución a España. Su desmantelamiento se llevó a cabo en 1958 –con la aquiescencia de las instancias culturales de nuestro país– bajo la dirección del arquitecto Alejandro Ferrant, según Gaya a su pesar, trasladándose los despojos hasta el puerto de Bilbao, de donde partieron a América. En desproporcionada contrapartida, el museo americano adquirió al traficante de arte León Leví una parte de las pinturas bajas de San Baudelio de Berlanga, que a modo de trueque fueron colocadas en el Museo del Prado, aunque la transacción se vistió bajo la apariencia de entregas en depósito. “Piedras a cambio de pinturas”, que tituló Gaya Nuño. El desmontaje y reconstrucción de la cabecera de Fuentidueña en el museo de “Los Claustros”, a orillas del río Hudson, fueron realizados con la asesoría de Carmen GómezMoreno, prolongándose los trabajos durante dos años, entre el 13 de febrero de 1958 en que llegó el barco al puerto de Nueva York y el 19 enero de 1960, siendo oficialmente inaugurada la obra el 1 de junio de 1961, ya construido el nuevo espacio que emula la nave.
Casi nulas son las noticias sobre la iglesia en la época cercana a su construcción. Sólo sabemos que en el censo y reparto de rentas ratificado por el cardenal Gil de Torres en 1247 correspondían a la mesa episcopal en “Sant Martin XXI moravedis et IX soldos”. La iglesia no se utilizaba ya a principios del siglo XVII, pues como refiere Hernansanz Navas, en los libros se apunta que “no se iba a ella en procesión el día de San Mateo, como era costumbre, por estar peligrosísima y si se iba no se entraba porque está caída la techedumbre (sic.)”.
Intentaré describir lo que era aquella iglesia de San Martín a partir de lo poco que resta in situ y de las viajeras piedras. Fotografías anteriores al traslado nos muestran la ya referida diferencia de materiales con los que se levantaron la nave y el campanario, por un lado, y la cabecera por otro. Las primeras lo fueron en calicanto, reservándose la sillería para los esquinales y troneras de su torre –visibles en antiguas fotografías, pues apenas resta hoy un muñón–, ésta situada ocupando el ángulo noroccidental de la iglesia. Debió poseer dos portadas, al norte y sur, ya de antiguo desaparecidas y de las que restaban y restan los huecos que dejaron su expolio. Pese al notable grosor de los muros, todo indica que la nave se cubrió con madera, dada la ausencia de estribos, y frente a la opinión de Carmen Gómez-Moreno, no creemos que corresponda a campaña distinta la responsable de la cabecera, sino a simple economía de medios.

La cabecera responde a idénticos patrones que la ya analizada de San Miguel, siendo con bastante probabilidad levantadas ambas por un mismo equipo de canteros y, con leves variantes, de escultores. Muestra presbiterio abovedado con cañón sobre imposta de cuatro filas de finos billetes, unido mediante doble codillo de sillería al cuerpo del templo, animado interior y exteriormente por arquerías ciegas, emplazadas sobre una imposta de nacela que corre a un tercio de altura del muro y se continúa por el hemiciclo. Al exterior, los arcos de medio punto apean en curiosas estatuas-columnas, destrozadas a pedradas, de las que la meridional se decora con un mascarón monstruoso de aire felino y fauces abiertas en actitud de engullir a un agachado atlante barbado, que ase sus piernas con sus manos en gesto de esfuerzo, pues sobre él de disponen otros dos descabezados atlantes, que recogen su túnica con anchos cinturones; éstos, arrodillados, apoyan sus piernas alternativamente en la cabeza de la figura inferior, doblando la otra contra el muro, mientras debían hacer el gesto de soportar el corto fuste que se alza sobre ellos. Corona éste un capitel con tres parejas de aves afrontadas que vuelven sus cuellos hacia atrás y un cimacio de tallos entrelazados. La columna del muro meridional del presbiterio muestra otro destrozado atlante, extremadamente grueso y en apariencia desnudo, y sobre él un capitel vegetal de dos pisos de hojas con pomas en las puntas y cimacio de tetrapétalas. Al interior se repite la estructura, aunque aquí los arcos apoyan en dobles columnas, también sobre destrozadas figuras, coronadas por lastimados capiteles ornados con esfinges y centauros, éstos probablemente arqueros, tocados con bonetes perlados y dividiendo sus dos naturalezas con un cinturón también perlado bajo el que brotan enroscados mechones.

La cabecera, junto al río Hudson.
 

Da paso desde la nave al presbiterio un arco triunfal de medio punto y doblado, que apea en una pareja de semicolumnas, con basas áticas de grueso toro inferior con lengüetas, sobre plintos y la prolongación del banco corrido de fábrica sobre el que se asienta toda la cabecera. Coronan estas columnas entregas una pareja de capiteles historiados, bajo cimacios de hojas de hiedra y brotes apalmetados entre roleos. El del lado del evangelio recibe el tema de la Adoración de los Magos, con las monturas en la cara que mira a la nave y los tres reyes ricamente ataviados en el frente, como es tradicional dos de ellos de pie sosteniendo los presentes y el más cercano a la Sagrada Familia arrodillado. Frente a éste, la Virgen sostiene en su regazo al Niño, que avanza su brazo derecho hacia el mago, mediando entre ellos una curiosa y arbitraria forma, recreación arquitectónica de la cueva sobre la que campea la estrella. La figura de San José, tocado con bonete gallonado y ante arquitecturas figuradas, cierra en la cara oriental la escena, que en lo compositivo más que en lo estilístico nos recuerda la del mismo tema en el arco triunfal de San Justo de Sepúlveda. En el capitel del lado de la epístola se representó el tema de Daniel en el foso de los leones, introduciendo sus manos en las fauces y siendo respetado por las bestias, de abultadas melenas, que posan sus zarpas sobre las rodillas de la figura central. En estas dos cestas se pone de manifiesto la duplicidad de facturas dentro del mismo taller –minuciosamente analizadas por Carmen Gómez Moreno y David L. Simon–, siendo más cuidadosa la mano que labró la Epifanía.
Interior, en su estado actual
 

Capiteles del arco triunfal
 

El hemiciclo, cubierto con bóveda de horno y en cuyo piso inferior se conservan dos credencias polilobuladas, repite al exterior la distribución vista en San Miguel, con cuatro columnas entregas que delimitan tres paños centrales en los que se abre el cuerpo de ventanas y otros dos laterales, más breves y ciegos. Sobre el zócalo, también rematado en talud, dos impostas que invaden los fustes de las semicolumnas delimitan horizontalmente el tambor en tres niveles; la inferior es de simple nacela, mientras que la superior, que prolonga los cimacios de los capiteles de las ventanas, recibe palmetas entre tallos entrelazados. Las ventanas, rasgadas y abocinadas al interior –donde repiten la estructura con leves variantes decorativas–, se rodean de arcos de medio punto lisos con chambranas abilletadas, apeando en parejas de columnas acodilladas. Sus capiteles se decoran, entre otros motivos animalísticos, con parejas de grifos rampantes; aves bicéfalas de alas explayadas; un mascarón monstruoso que devora las colas de dos dragones con cabezas de ave, a su vez picado en las orejas por éstos, composición que se repite con la variante de morder las alas de dos basiliscos; parejas de arpías masculinas frontales; sirenas de doble cola alzada; rapaces atacando una máscara humana central y aves de largos cuellos agachados picándose las patas enredadas en follaje, motivos estos dos últimos que veremos repetirse fielmente en el interior de Nuestra Señora de La Asunción de Duratón. Otro de los capiteles, el derecho de la ventana central, al interior, muestra dos parejas de aves opuestas que vuelven sus cuellos para picar las granas de un tallo central, que se divide en dos ramas que enredan los cuellos de los animales, dibujando al juntar también sus colas una forma acorazonada. Este motivo tendrá una amplia repercusión en el románico segoviano, y así lo encontramos, con escasas variantes aunque diversas facturas, en las portadas occidentales de San Miguel de Turégano, Tenzuela y la Santísima Trinidad de Segovia, en uno de los formeros de Rebollo, un capitel de ventana de San Justo de Sepúlveda, otro interior de Duratón, etc. 
Soporta la abilletada cornisa del hemiciclo una serie de espléndidos canecillos, en la que se integran los cuatro capiteles que coronan las columnas entregas, decorados éstos con parejas de grifos rampantes afrontados entre follaje, entrelazo de cestería bellamente calado, arpías femeninas de cabellera partida y alas explayadas –de progenie abulense y que volveremos a encontrar con idéntico tratamiento en el interior de la Virgen de la Peña de Sepúlveda y en Cerezo de Arriba, entre otros lugares–, y dos parejas de felinos afrontados de agachadas testas, vomitando tallos que se enredan en el centro de la cesta, de neta raigambre abulense y notable éxito en tierras segovianas. En los canes vamos a ver desplegados algunos de los motivos que ya observamos en la cabecera de San Miguel y que serán difundidos –y repetidos hasta vulgarizar las formas– a lo largo de casi toda la geografía provincial por numerosas cuadrillas de escultores: un lector con códice abierto sobre sus rodillas; un felino agachado volviendo su rugiente cabeza; un monstruo engullendo la cabeza de un personajillo que le agarra las orejas; una figura femenina con toca plisada y grueso manto de pliegues aplastados y oblicuos, resueltos en zigzag; varias figuras, la mayoría masculinas, sedentes o de pie, algunas con instrumentos musicales, un acróbata, tallos enroscados dibujando una S en la que se alojan dos lises, prótomos de animales, etc. Destacamos de la amplia serie la asociación de dos canes representando el Pecado Original, con Adán desnudo tapándose sus partes con una hoja y la serpiente enroscada al tronco de un árbol, aunque falta la figura de Eva, así como otra pieza con la excelente representación de un castillo o mejor la puerta de una muralla, flanqueada por dos torres almenadas y con tres pisos de arquillos de medio punto.

Al interior, en los codillos que articulan el presbiterio y el hemiciclo, se disponen dos sorprendentes estatuas columna en las que, rozando el bulto redondo, se labraron una Anunciación en el lado de la epístola y un obispo en el del evangelio, muy probablemente a San Martín, patrón del templo, éste bajo capitel de dos pisos de acantos y remate avolutado y apoyando sus pies sobre los lomos de dos felinos. Viste ropa talar, tocando su erosionada cabeza con una fragmentada mitra, siendo claramente visibles los dos extremos de la estola y el cíngulo bajo la casulla y sobre el alba, ambas prendas con ricos brocados. Pese a la algo rígida concepción de la anatomía, la figura adquiere cierto movimiento por el juego y la caída de los paños, con pliegues curvos sobre las piernas y los dos en tubo de órgano entre ellas, cuya simetría contrasta con la diversidad adoptada por la casulla debido a la posición de los brazos, con pliegues repartidos en abanico sobre el pecho y dos cascadas de pliegues escalonados en zigzag en los laterales. La fractura de las manos no permite determinar cual era su actitud, aunque podemos suponer que bendecía con la diestra y portaría un báculo o libro en la otra. Su canon se aproxima al de siete cabezas.
Las dos figuras del esquinal del lado de la epístola son claramente identificables como el arcángel y María gracias a la filacteria que porta el primero, en la que a duras penas se lee: AVE (M)AR(I)A GRA(TI)A PLENA.
El alado y descabezado Gabriel se dirige con un gesto de avance hacia la Virgen, nimbada, que muestra la tradicional actitud levantando ambas manos mostrando las palmas, proporcionando efectos de volumen por el arremolinamiento del manto sobre el pecho, recorrido por amplios pliegues paralelos y otros en U. Los juegos de pliegues de las túnicas y mantos repiten los estereotipos antes señalados en la de San Martín, aunque aquí existe un mayor estudio anatómico, movimiento y por tanto tensión de los paños. Se alza la escena de la Anunciación sobre un relieve con un glouton y seres monstruosos de aire felino, con potentes garras, que parecen ser devorados por el mascarón. En el capitel que corona el grupo se representó una Natividad y Adoración de los pastores atípica por la distribución de las figuras, con dos rústicos en un lateral dirigiéndose hacia la otra cara, donde vemos a María tendida en el lecho y sobre ella, en paralelo, al Niño en su cuna recibiendo el calor del buey y la mula.

Desde el punto de vista estilístico, podemos relacionar estos altorrelieves con el San Juan hoy sobre la portada de Santiago de Sepúlveda y las tres imágenes de San Miguel de Segovia, cuya filiación parece conducirnos a las figuras de la portada meridional de San Vicente de Ávila, coincidiendo así con la opinión de Gaillard, Carmen Gómez-Moreno y Vila da Vila.

Documentadas y buenas páginas se han dedicado a los avatares que llevaron a cruzar el Atlántico a unas piedras declaradas Monumento Nacional en 1931, frutos de un país empobrecido económica y culturalmente, que era el nuestro, y de un concepto del coleccionismo, que no del Patrimonio, muy en boga desde el siglo XVIII desgraciadamente hasta hoy en día. Pues pisoteados orgullos patrios aparte, nada de norteamericano tiene el expolio de los despoblados y sus arruinados templos, trasladando trillos a dormitorios o pilas bautismales a jardines de modernas urbanizaciones, e igual de absurdo resulta el Museo de los Claustros, si es que lo es, que el Arqueológico Nacional, que lógicamente no es tal. Ignoramos si la destechada cabecera de San Martín hubiera aguardado la bonanza, otra vez económica y a veces cultural, que desde el último tercio del siglo XX permite que vayamos conservando incluso lo por mor de los tiempos está en desuso, así que otórguesenos que consideremos aquella expatriación más como síntoma de un periodo por fortuna pasado –y así la califiquemos de hecho histórico–, que como afrenta actual. Y con el mismo objetivo recogemos la nota que en su espléndida La arquitectura española en sus monumentos desaparecidos publicase Gaya Nuño en 1961, justo testimonio de que no todas las voces –y había que atreverse contra tanta determinación oficial– fueron complacientes con el traslado: “En la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando votaron en contra de la cesión de esta iglesia los señores Menéndez Pidal, Cort, Benedito, Esplá, Moisés de Huerta y el Infante de Baviera, absteniéndose o votando en blanco el marqués de Moret. En la Real Academia de la Historia, el único voto en contra fue el de don Leopoldo Torres Balbás”. Escrito quede en justicia a su memoria –y a la del vizconde de Altamira, delegado de Bellas Artes de la provincia de Segovia, quien dimitió– tal rechazo a un desafuero del que fueron partícipes, junto al obispo de Segovia de entonces, otros ilustres prohombres como Sánchez-Cantón (Director del Museo del Prado), Manuel Gómez-Moreno y Gallego Burin (Directores Generales de Bellas Artes), Areilza, Ruiz Giménez o Rubio, los tres últimos, respectivamente, embajador de España en Estados Unidos y sucesivos ministros de Educación Nacional. Remitimos al lector interesado en conocer las dos orillas de esta turbia laguna de nuestro patrimonio monumental a lo escrito por James Rorimer y Carmen Gómez-Moreno por un lado, y Justo Hernansanz, José Miguel Merino y Gonzalo Santonja por el otro en las obras citadas en la bibliografía.

 

 

 

 

 

 

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