Salamanca
Iglesia de San Martín
Se sitúa la parroquia de San Martín en las
inmediaciones de la Plaza Mayor, entre la plaza del Corrillo y la calle Sánchez
Barbero, rodeada e invadida por edificaciones posteriores que dificultan la
comprensión exterior del edificio. Su fundación data del año 1103, y fue
realizada a instancias del caballero toresano Martín Fernández.
En el siglo XVIII se hundieron gran parte de
las bóvedas de la nave central, siendo rehechas por Jerónimo García de
Quiñones. Para Pradalier, este condicionante impide establecer un análisis
comparativo respecto a las de la Catedral Vieja. Los dos tramos orientales de
la nave fueron igualmente rehechos tras el incendio del 2 de abril de 1854, que
destruyó el retablo mayor atribuido a Gregorio Fernández. El desgraciado
percance motivó una nueva restauración del edificio que en lúcidas palabras de
Gómez Moreno se ejecutó “sin que artífices eruditos hayan lucido en ella su
ciencia arqueológica y su inventiva”. En la actualidad los testimonios
medievales de la iglesia de San Martín quedan completamente enmascarados por
ulteriores reformas y las modernas edificaciones del entorno.
La planta es muy similar a la de la catedral
salmantina, basilical con tres naves y triple ábside semicircular invisible al
exterior por las edificaciones adosadas, carente de crucero. La zona inferior
del ábside del evangelio –la denominada capilla de San Blas– conserva una
especie de zócalo con arquería ciega trilobulada que apoya sobre columnas
pareadas.
Presenta tres portadas abiertas hacia
occidente, norte y sur. Las cubiertas estuvieron forradas por escamados
pétreos, al estilo de la Catedral Vieja.
Gruesos pilares que arrancan de zócalos
circulares, con semicolumnas adosadas y codillos angulares, soportan las
cubiertas. También las colaterales se cubren con bóvedas cupuliformes sobre
nervaduras diagonales rematadas en arista. El tramo presbiterial de la capilla
mayor se cierra con cañón apuntado y los colaterales con bóvedas de cañón, cuya
planta resulta ultrasemicircular. Para Gómez Moreno todo el sector oriental es
el más antiguo, obra de un tracista de origen toresano.
Lampérez consideraba que la existencia de
pilares con codillos angulares era sintomática de un cambio general de planes o
de un arrepentimiento en función de los modelos aportados por la catedral. En
vez de bóvedas de arista utilizará las de plementería anular, reforzadas con
nervaduras para las naves colaterales manteniendo el cañón apuntado con
perpiaños en los cuatro tramos de la nave mayor. De hecho, en los salmeres del
arranque de las bóvedas colaterales podemos apreciar dos hiladas que formaban
parte de la inicial arista desde donde “surgió toscamente el arco diagonal,
como los témpanos de aquella bóveda se convirtieron en los plementos de la de
crucería”. Para el mismo autor, tal planteamiento era fruto de la
influencia ejercida por la colegiata de Toro, dentro ya de las nuevas
corrientes “de transición”.
Pradalier opina que los tracistas intentaron
aplicar a la totalidad del edificio, incluyendo naves laterales, el sistema de
estatuas-nervadura utilizado en el crucero catedralicio. Sin embargo, la falta
de recursos económicos impidió rematar el ambicioso proyecto inicial, quedando
la ornamentación escultórica prevista sin ejecutar. Algo similar ocurrió en el
primer tramo de la nave de la Catedral Vieja.
En cuanto al taller escultórico activo en San
Martín, parece bien distinto del que trabajó en la catedral. Para Pradalier, es
un hecho demostrativo de la gran cantidad de tendencias escultóricas presentes
en la capital del Tormes durante la segunda mitad del siglo XII y que,
curiosamente, nunca tuvieron suficiente capacidad de integración como para
renovar su perfil plástico. Anota además la existencia de un capitel en la nave
de San Martín similar a los del pilar más occidental de la nave de la epístola
en la Catedral Vieja, datable hacia el primer cuarto del siglo XIII. Para
Lampérez los capiteles eran obra de dos “escuelas escultóricas distintas; de
toscas hojas los correspondientes á los muros laterales, y finísimos, con
numerosa fauna volátil, los de los pilares”. La existencia de dos talleres
era también suscrita por Gómez-Moreno: la mayor parte de los capiteles de la
nave central fueron destruidos durante el siglo XVIII, conservando sólo dos
leones y monstruos, así como claves con ángeles sosteniendo la luna y una
cartela y un obispo bajo un arco. Por lo que respecta a los visibles en las
colaterales, de cronología anterior, presentan acantos y otras figuraciones
(pájaros devorando un cuadrúpedo, rapaces bicéfalas, sirenas de doble cola, un
cuadrúpedo derribado entre dos leones y diferentes máscaras antropomorfas).
Poco después de concluir las bóvedas, a lo
largo del siglo XIII, los pilares no pudieron soportar los fuertes empujes e
hicieron ceder los muros, deformando los perpiaños y cubiertas. A fines de la
misma centuria se reforzaban las estructuras, remodelando la zona de los pies
de la nave mayor, las bóvedas occidentales de las colaterales, un fajón de la
capilla mayor y su bóveda de cañón y una tribuna superior con gran óculo que
perfora el hastial. A inicios del siglo XVI se montó un coro con crucería rebajada
frente a la tribuna del sector occidental.
El portal meridional que es para Gómez-Moreno
obra antigua, posee bóveda de cañón apuntada y portada de medio punto “toda
deshecha y llena de remiendos”. Fue remodelada y cubierta entre 1582 y
1586, siguiendo el estilo renaciente de Gil de Hontañón. Para Villar y Macías
en 1887 “aún se ven en el ingreso las estatuas de la Anunciación, como en la
Catedral Vieja”.
Las obras barrocas posteriores ocultaron dos de
las tres portadas románicas. Hoy sólo permanece abierta al casco urbano (a la
plaza del Corrillo) la septentrional. Posee tres arquivoltas de medio punto
ornadas con hojas tetrapétalas, baquetones y escocias, lóbulos formando
cilindros huecos y florones que descansan sobre excelentes capiteles vegetales
y figurados.
En el lado derecho apreciamos tres capiteles:
uno vegetal de sabor oniense, que nos recuerda el estilo de los capiteles de
entrada a la capilla de Talavera en el claustro de la Catedral Vieja; otro de
collarino ornado con ovas y bolas que en su cesta presenta aves de cuellos y
colas entrelazadas, finamente cinceladas sobre fondo vegetal y cabecillas que
asoman por el sector superior; y un tercero con arpías afrontadas tocadas con
caperuzas sobre fondo de góticos prótomos.
En el lado izquierdo aparecen otras tres
cestas: una vegetal con los típicos acantos borgoñones de perlados nervios
centrales, otra con dragones afrontados cuyos cuellos entrelazados recuerdan
similar plantilla en el sepulcro de la Magdalena de Zamora y una tercera –muy
deteriorada– con arpías de colas entrelazadas que parecen evocar similar fauna
del norte palentino (Zorita del Páramo y Santa Eufemia de Cozuelos). El zócalo
sobre el que apoyan los fustes de la portada y estos mismos parecen piezas restauradas
modernamente.
La portada septentrional queda cobijada por un
arco apuntado decorado con bolas también presentes en la cornisa superior. En
una hornacina apuntada abierta sobre la portada, aparece un grupo de San
Martín, cabalgando un escuálido equino, partiendo su capa con el pobre.
Los curiosos lobulados en las arquivoltas de la
portada septentrional ya recordaban a Gómez-Moreno la portada del Obispo de la
catedral zamorana. El mismo autor atribuía la portada septentrional y la
occidental de San Martín (más dos ventanales en la nave del evangelio) al
escultor presente en los primeros tramos de la nave central y claustro de la
Catedral Vieja; para Pradalier sólo las arquivoltas de la portada occidental
podrían relacionarse con la segunda campaña constructiva catedralicia.
La portada occidental permaneció oculta por la
capilla barroca de Nuestra Señora de las Angustias (1698) hasta 1958; fue
dotada por el acaudalado mercader de paños Juan Muñoz del Castillo. El tímpano
es también un añadido barroco. De antiguo se abría al mercado contiguo, de
hecho, el templo recibió el apelativo de San Martín del Mercado (así se
documenta en 1173) o San Martín de la Plaza y quizá tal ambiente pueda explicar
el carácter profano que refleja su interesante iconografía.
Está compuesta por seis arquivoltas. La
interior, muy deteriorada y ornada con flores cuadripétalas y pequeñas bayas,
la segunda posee moldura abocelada con motivo de herradura polilobulado que
apoya sobre reducidas columnillas (aparecen aquí inscripciones pintadas del
siglo XV –quizá de cuando se trazó el arco apuntado decorado con bolas de la
portada septentrional– referidas a apóstoles y quizá a profetas, M. Ruiz
Maldonado señalaba cómo sólo era posible leer los nombres de Simón, Felipe y
Bartolomé), la tercera arquivolta con palmetas perladas y una inscripción del
siglo XVII donde se leía “...AR EL BACHILLER DAMIAN DE LINTORNE + Y DEXO
UNAS AS...” y la cuarta con carnosas y esquemáticas hojas de acanto más un
entrelazo pintado.
La quinta arquivolta es la más interesante y
presenta numerosos temas figurados: una cabeza de león con sus fauces abiertas,
tres bustos femeninos con tocas y otro masculino, dos personajes sedentes, una
pareja en actitud amorosa, un ave de alas explayadas apresando una pieza con
sus garras, hojas carnosas, guerreros erguidos armados con lanzas y escudos y
otros en actitud de combate, un ave fantástica con cuerpo de reptil, un
cuadrúpedo sobre una caverna donde descansa un animal al lado de su cría, una
cabeza de fauno, otras máscaras monstruosas y once escenas que forman parte de
un mensario (un labriego que poda un árbol; dos figuras cubiertas con capirotes
pastoriles calentándose al fuego; un hombre con garrote matando un cerdo; un
maltrecho campesino junto a un cesto con frutos; un segador; una escena con los
trabajos de aventado de la mies; un jinete con escudo, túnica y capucha,
montando un caballo enjaezado; una figura sedente con la cabeza echada hacia
atrás y dos comensales sentados frente a una mesa en actitud de repartir una
hogaza). La sexta arquivolta, la más externa, presenta similares hojas carnosas
que las dos anteriores.
La portada occidental conserva todavía restos
de policromía original. Sus arquivoltas descansan sobre capiteles y columnas
acodilladas. Sólo se mantienen íntegros los tres capiteles exteriores del lado
izquierdo, decorados con cuadrúpedos alados apresando un personaje masculino
caído, arpías afrontadas con una presa bajo sus garras y estilizados vegetales
que para Ruiz Maldonado eran de un estilo muy diferente al que reflejan las
hojarascas de las arquivoltas. Restos muy deteriorados de dos cestas del lado derecho
revelan que se decoraron con temas vegetales, además de otra cesta con aves de
cabezas vueltas picoteando sus alas y dos más vegetales entre las que se cuela
un pequeño león.
La misma autora infiere que los once temas de
la quinta arquivolta aluden a un mensario (quizá una duodécima escena
permanezca aún embutida en el muro). En realidad, se trata de un unicum en
tierras salmantinas (los mensarios más cercanos, geográficamente hablando, son
el fragmentario de San Claudio de Olivares (Zamora) y el presente en las
pinturas de San Isidoro de León), recurriendo para el análisis del estilo y
correlación de los meses al calendario burgalés de Hormaza y los de Beleña de
Sorbe y Campisábalos, en la provincia de Guadalajara (vid. M. A. Castiñeiras
González, El calendario medieval hispano. Textos e imágenes (siglos XI-XIV),
Salamanca, 1996, pp. 102-103, 188 y fig. 37). Sin embargo, en San Martín de
Salamanca el orden lógico de las escenas parece alterado. La poda hace
referencia a marzo, los hombres calentándose al fuego se relacionarían con
enero o febrero, la ma-tanza del cerdo con noviembre o enero y las escenas de
siega, aventado y recolección a los tres meses estivales de junio, julio y
agosto. Sigue el jinete identificable con mayo, quizás abril se corresponda con
el personaje sedente masculino y los personajes sentados a la mesa pudieran
referirse a diciembre.
Para Castiñeiras la arquivolta salmantina
conjuga aportaciones francesas del primer gótico con experiencias peninsulares
autóctonas derivadas de lo silense. Quizá la escena referida al mes de agosto,
donde los campesinos aventan la ordenada mies repartida sobre la era, recuerde
similares imágenes previas a la parva de otros calendarios del sudoeste de
Francia (en Civray y Aulnay también la era se representa a vista de pájaro); de
otro lado, el hecho de retratar parejas de personajes en las escenas invernales
del banquete y del calefactorio evidencia cierto conocimiento del arte de
Saint-Denis y Chartres. El mismo autor señala cómo el evidente desorden en las
escenas de San Martín parece reafirmar el hecho de la extrapolación de temas
desde el calendario tradicional, desgajados de su significación original, en
conjuntos profanos del románico disolutivo castellano (p. e. Duratón), sin duda
un fenómeno nada extraño en una portada que se abría a uno de los zocos más
bulliciosos de la ciudad.
Ya indiqué cómo Gómez-Moreno atribuía ambas
portadas, la septentrional y la occidental, al escultor presente en los
primeros tramos de la nave central y claustro de la Catedral Vieja. No
obstante, Ruiz Maldonado añadía certeramente que tal atribución resultaba
desajustada en virtud de las deficientes condiciones que en época del insigne
historiador presentaba la rica portada occidental para una observación
detallada. Desde nuestro punto de vista los capiteles de la portada
septentrional mantienen indudables vínculos respecto a alguno de los escultores
activos en el claustro de la seo salmantina (cf. entrada a la capilla de
Talavera y capiteles del ángulo sureste).
El templo de San Martín conserva todavía en su
interior un interesante grupo de sepulcros del siglo XV. El del doctor Pedro de
Paz (†1405), antiguamente instalado en la capilla de San Blas, correspondiente
con la capilla mayor del evangelio, trasladado en 1855 hasta la hornacina del
baptisterio, bajo la escalera del coro, en la nave de la epístola. Los de los
caballeros Diego de Santiesteban (†1488) en la misma capilla de San Blas (esta
capilla mayor de la nave del evangelio fue dotada por Alonso Pérez y su mujer
Gilota González en 1369 según refiere una inscripción desaparecida que recogía
el texto de Villar y Macías), su padre Roberto de Santiesteban († post 1491) y
su mujer Isabel Nieta. Hasta 1855 contuvo además los cenotafios de Andrés de
Santiesteban, nieto de Roberto, y de su mujer Ana de Tejada Guevara.
Sepulcro,
de principios del XVI, del caballero Roberto de Santisteban e Isabel Nieta, su
esposa. De autoría desconocida, representa al difunto recostado con los ojos
abiertos. Una de las primeras manifestaciones artísticas con este modelo, junto
al Doncel de Sigüenza.
A los pies de la nave del evangelio, bajo el
coro, se sitúa la capilla de San Miguel Arcángel, fundada por Juan Rodríguez de
Villafuerte en 1413 y reedificada por el marqués de Alcañices y Montaos Manuel
Pérez Osorio en 1784. Villar y Macías señalaba cómo al construir esta capilla a
inicios del XV “para disimular su avance, que dejaba algo escondida la
portada Norte de la iglesia, alzaron el saliente arco ojival lobulado, bajo el
que se descubre la portada románica...”.
En el ábside de la epístola se abre un
arcosolio que contiene un sepulcro del siglo XIV descubierto durante una
restauración a inicios del siglo XX. En la arquivolta se lee el epitafio: “+
HIC IACET PETRUS BE/ RNARDI DEL CARPIO FILIU/ S IOANIS BERNARDI DEL C/ ARPIO
QUE IBIT XXV DIES IU/ NIY ANO D[omi]NI M[i]L L XXXV CUYUS A/ REQUIESCAT/ IN
PACE”. A juzgar por la datación que suprime la era hispánica, debe ser
traslado de otro epitafio más antiguo.
En la enjuta de otro arcosolio decorado con
puntas de diamante abierto en la nave del evangelio aparece el epitafio: “P
III IDUS APRILIS OBIIT/ FAMULUS D[e]I PETRUS/VELASCI SUB E[ra] M CC LX VI II
(1230)”. Gómez-Moreno recogía además otros dos epitafios, uno en otro
arcosolio de la nave del evangelio que contiene señas heráldicas, estaba
grabado sobre dos sillares y repintado en negro y rojo: “SIMPLEX VERIDICA
PIA PROVIDA/ IURIS AMICA CONDITUR HIC BONA/ P[er] SUA FACTA BONA HI[c] IACET
P[h]E/ MINA BONA UXOR IOH[an]IS B(er)NARDI/ ET OBBIT VII YDUS FEBRUARII E[ra]
M/ CCC XVI CUI[us] A[n]I[m]A/ REQUIESCAT IN PA/ CE (1278)”. Y sobre otro
arcosolio de la nave de la epístola: “QUINTO IDUS IUNII OBIIT/ FAMULA DEI MARIA
SIE/ SUB ERA MILLESIMA CCC (1262)”.
Iglesia de San Marcos
La iglesia de San Marcos está situada al norte
de la ciudad, junto al recinto de la vieja muralla y muy cerca de la antigua
Puerta de Zamora. Durante mucho tiempo se consideró que su peculiar planta
centralizada se debía precisamente al hecho de haber sido cubo de la muralla,
al estilo de la cabecera de la catedral abulense, pero el plano de Coello
(1867) desmiente tal supuesto, demostrando cómo se alzaba separada de aquélla y
muy cerca de un cubo, independiente de la propia planta eclesial. En 1768 el arquitecto
y maestro de obras de la Real Capilla Simón Gavilán Thomé, durante un
reconocimiento pericial de la iglesia, señalaba cómo por el norte estaba “casi
arrimada a la muralla de la ciudad...”. La documentación registra obras en
la “cerca” durante el siglo XVII, aunque más que a la sólida muralla
urbana debieron hacer referencia a un cierre que delimitaba las propiedades
inmediatas al templo.
En la exhaustiva monografía de Álvarez Villar,
redactada tras las obras de restauración de 1967-1968, se indicaba cómo entre
fines del siglo XII e inicios del XIII, la zona ocupada por San Marcos debió
permanecer despoblada. En 1219, el maestre de Calatrava entregaba la encomienda
de la Magdalena y sus casas a Diego García Sánchez, maestre de Alcántara,
obteniendo privilegio de Alfonso IX para poblarla con gentes castellanas,
contaba pues con un solar lo suficientemente amplio como para alzar sus muros y
evitar topar con la cerca defensiva. Un epígrafe sobre pizarra hallado entre el
relleno del subsuelo del ábside mayor durante las aludidas restauraciones hacía
referencia a esta donación real: “...QVE DONO EL REY/ALFONSO EL
BVE.../[D]ESTE NONBRE A LA.../CLERECIA DESTA IG.../SVS CAPPELLANES P.../1210
QVE FVE AÑO D[E]...”. Si bien sus caracteres epigráficos delatan un trabajo
propio del siglo XVII.
Aunque muchos autores datan la fundación de San
Marcos en 1178, la iglesia ya debió estar construida en 1202, cuando el mismo
rey había entregado el templo, con su corral y su jurisdicción a los clérigos
salmantinos, liberando de todo servicio y tributo real a sus futuros vecinos
para que fuera poblado, era el origen de lo que más tarde pasó a llamarse Real
Clerecía de San Marcos. El hecho de aludir al “corral” es frecuente entre la
documentación medieval salmantina pues con tal apelativo se hacía referencia a
un grupo de edificaciones domésticas agrupadas en forma anular alrededor de una
iglesia. La de San Marcos fue la correspondiente a los clérigos de Salamanca,
corporación regulada por el obispo don Gonzalo (ca. 1165-1167) en el Fuero de
la Clerecía y don Vidal (1179) en la constitución o arancel, donde se
especificaban cargas, obligaciones, recursos y derechos de sus moradores
clérigos y los laicos allí adscritos. Pero ciertamente, la constitución de la
Clerecía pudo ser anterior a la construcción del edificio analizado. Parece
pues desmesurado hablar de obras en época de Raimundo de Borgoña y doña Urraca
(ca. 1086-1125), tal y como sugerían los autores antiguos (Villar y Macías,
Vázquez de Parga). Riesco insistía sobre la inexistencia de documentación del
siglo XII en la que se citara la iglesia de San Marcos como sede de la
asociación de clérigos, así pues, la “datación cronológica de esta iglesia
debe hacerse –mientras no aparezcan otros documentos– a base del propio
edificio”, añadiendo a continuación que “pudo ser construida
perfectamente entre el último decenio del siglo XI y primeros años del XII”
sin aportar ningún argumento verdaderamente sólido.
En 1255 y 1262 Alfonso X disponía que todos los
vecinos del barrio, como vasallos de los reales capellanes, fueran sometidos a
la jurisdicción eclesiástica. Tal decisión fue ratificada posteriormente por
Fernando IV. La Real Capilla de San Marcos tuvo aquí su sede hasta que Carlos
III le concedió el Colegio de la extinta Compañía de Jesús, la llamada
Clerecía, donde siguieron celebrando misas y oficios de difuntos por los reyes
de España. San Marcos pasó entonces a convertirse en parroquia, finalmente trasladada
a la del Carmen.
El templo posee planta circular, con diámetro
interior de 18 m y cabecera triabsidada semicircular sólo apreciable en su
interior. Los ábsides se cubren con bóvedas de horno y los cortos tramos
presbiteriales con bóvedas de cañón. Las tres naves están separadas por medio
de gruesas columnas que sostienen siete arcos apuntados y doblados de perfil
rectangular sobre los que apoyan las techumbres lígneas. El tramo central se
cubre con artesonado de par y nudillo con limas mohamares del siglo XV. El
aparejo es de sólida sillería, muy maltrecho por la erosión y la capilaridad en
su zócalo perimetral exterior, con restos de remoces en hormigón hacia
mediodía.
El acceso principal se efectúa desde una
portada meridional, con tres arquivoltas apuntadas lisas que debió sustituir
otra románica más antigua. Sobre ésta campea un escudo con las armas de los
Austrias y el Toisón de Oro que se repite en el paramento oriental –en la calle
de Zamora– aunque sin el escusón con las quinas lusas.
Es evidente que las arquivoltas de esta portada
meridional pudieron haber sido alteradas, al menos Álvarez Villar registra la
existencia de una dovela románica localizada durante los remoces de 1967
perteneciente al salmer derecho de una portada decorada, ésta sí, con las
típicas hojas tetrapétalas inscritas en el interior de círculos tangentes que
pudo formar parte del antiguo acceso. Unos clichés obtenidos por don Felipe
Torres hacia la década de 1940 y publicados por Álvarez Villar demuestran que
entre los restos de la cercana muralla salmantina aparecieron dos sumarios
capiteles –uno transformado en pie de facistol– de carnosos acantos rematados
con bayas que pudieron haber formado parte de la portada románica meridional
(queda descartado que pertenecieran al pórtico tardorrenacentista contratado a
Martín Zavala en 1599, consistente en cinco columnas con sus basas y capiteles
de piedra de Ledesma, desmontado a inicios del siglo XX). Aunque no es
completamente descartable que remataran las columnillas de algún altar
interior.
Lampérez afirmaba cómo dentro de la estructura
cilíndrica de San Marcos “hay una basílica de tres naves y tres ábsides,
embutida en una planta circular”, diferenciando dos épocas, una inicial
propiamente románica que corresponde a la cabecera y, el resto del edificio, de
época gótica, como revela el apuntamiento de sus arcos, las impostas de los
pilares absidales a modo de capiteles y las puertas que perforan aquéllos para
penetrar en los husillos, la clara diferencia de aparejos en los paramentos
exteriores y las cornisas.
Estas apreciaciones sirvieron para que Joaquín
de Vargas –el verdadero informante del artículo publicado por Lampérez en 1904–
intuyera que la planta circular de San Marcos no obedeció a ningún plan
preconcebido, como las bien conocidas de Eunate, Torres del Río o la Vera Cruz
de Segovia.
Por el contrario Álvarez Villar, analizando las
marcas de cantero visibles tras la limpieza concluía que se apreciaban
idénticos signos lapidarios a lo largo de todo el perímetro del edificio.
Tampoco era partidario de considerar San Marcos como un cubo de la muralla,
aduce al respecto el referido plano de Coello, su escasa altura que lo habría
hecho muy vulnerable, la presencia de saeteras abiertas al este (cuando la
verdadera muralla corría por el norte) y los canecillos románicos que a fin de
cuentas impedían el desarrollo de un lienzo superior. El mismo autor señalaba
cómo el resalto en el muro exterior y el interior marcaba la zona de cambio de
nivel entre cabecera y naves, tres saeteras bajas perforan los ábsides y otras
dos intermedias dan luz a las escaleras de caracol que permiten acceder hasta
el tejado. En 1620 se reforma el muro de embocadura de los ábsides para
soportar el incremento de empujes producidos por la elevación de la espadaña,
se traza entonces una nueva arquivolta en el arco triunfal que Vargas
interpretó automáticamente como indicio de las dos supuestas fases
constructivas medievales. El arco lateral izquierdo presenta un descentramiento
evidente al no coincidir la bóveda de medio cañón con el semicírculo absidal
cubierto con cuarto de esfera. Recientemente Bango se mostraba todavía
partidario de reconsiderar dos fases constructivas medievales que nos resultan
perfectamente justificables.
Pero San Marcos encierra otro interrogante
sumamente peliagudo: ¿por qué una planta circular? Tal rareza es interpretada
por Álvarez Villar como consecuencia de un uso peculiar, en origen más como
sala capitular que como parroquia, pues su utilidad era exclusiva de los
clérigos salmantinos que celebraban allí conmemoración de sufragios regios y
rezos particulares. San Stefano Rotondo de Roma, el recuerdo de los numerosos
baptisterios bizantinos y una advocación de origen oriental (San Marcos) serían
tantas otras posibles claves para interpretar una planta sumamente atípica,
óptima para la instalación de una sillería perimetral.
Jacinto Vázquez de Parga daba noticia ante la
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando del derribo irregular sufrido por
el pórtico tardorrenacentista de San Marcos en febrero de 1908; afirmaba
valientemente entonces que “Si á las Comisiones de Monumentos no se les da
más amplias y eficaces atribuciones; si no se les sostiene su prestigio contra
corporaciones y autoridades, de las cuales deben ser independientes, y si no se
reprimen con mano fuerte las profanaciones de los monumentos, que son otras tantas
páginas en piedra de nuestra Historia, llegará un día en que por lucro,
abandono y odio á todo lo bueno, bello y grande, ó por conveniencia de
poderosos é influyentes vecinos de monumentos, desaparezca hasta el último”.
Los vestigios escultóricos románicos visibles
en San Marcos se limitan a los canecillos que soportan los aleros, la mayor
parte de simple nacela o con aditamentos cilíndricos, y quizá rehechos durante
las múltiples restauraciones vividas por el templo. A la izquierda de la
portada meridional aparecen canes con hojas hexapétalas, cabezas de bóvido,
tres bolas y una flor de lis. Hacia occidente máscaras humanas sumamente
rudimentarias.
Se conservan gran parte de las impostas del
interior de los ábsides marcando los arranques de las bóvedas de cuarto de
esfera, descritas por Álvarez Villar para el central como “de filete, bocel,
filete y caveto” (similar al perfil del alero de oriente) y “faja y
bocel separados por un pequeño retallo de sección angular” para los
colaterales. Las impostas que coronan los cuatro pilares cilíndricos son muy
sencillas, de perfil circular que se torna en octogonal para recibir las
dobladuras de los arcos apuntados. Las ménsulas que recogen los mismos arcos en
el muro perimetral presentan similar perfil que el de los capiteles.
La imperiosa necesidad de iluminar el interior
del templo, mal dotado con las cinco aspilleras románicas de remedo
galaico-portugués (cf. San Mamés de Moldes, Santa Eulalia de la Espenuca,
Capela do Mileu de Guarda y San Miguel de Castelao en Guimarães), las dos más
elevadas correspondientes a las escaleras de caracol embutidas en el muro que
ascienden hasta las cubiertas, motivó ciertas reformas durante el siglo XVII.
Existen otras dos aspilleras en los laterales de los pies, pero su mayor
anchura y distinta labra hicieron que Álvarez Villar señalara una cronología
posterior, quizá lo mismo pasó con la saetera de la escalera septentrional de
la cabecera.
En el siglo XVIII Francisco de la Hoya
reformaba la cabecera y elevaba la espadaña. Durante la misma centuria también
se efectuaron reformas en una puerta que se abría al “claustro”
adyacente siguiendo pautas vignolescas. En 1881, aprovechando un donativo
personal de Alfonso XII se abrió una ventana en el muro opuesto al del altar
mayor y se levantó un coro de madera. Ambos trabajos fueron suprimidos durante
la restauración de la década del 60.
Cuando se descubrió el frontal de la mesa de
altar instalado frente a un retablo barroco que estuvo en el lado de la
epístola aparecieron las columnillas románicas de apoyo: cuatro en los ángulos
y otra central. Fue reinstalado en el ábside mayor, disimulando los repicados
de sus basas cúbicas, fustes cilíndricos y toscos capiteles, las tres partes
talladas en una única pieza monolítica. Las cestas presentan sumarias hojas de
agua y acantos rematados por bolas, así como entrelazos adheridos coronados por
bayas y bastos collarinos de perfil rectangular. Un segundo altar se mantiene
en el mismo ábside del evangelio con similar trabazón, si bien su columnilla
central no es monolítica, posee un fuste husiforme de acusado éntasis y capitel
con doble nivel de hojas de agua muy picudas, los dos fustes posteriores están
formados por cuatro semicolumnillas adosadas. El resto de las cestas son de
sencillísimas hojas entrecruzadas. Del altar del ábside central sólo se
conservaron dos basas ornadas con bolas.
En 1967 se localizó bajo las losas del suelo,
en el ábside del evangelio, un Cristo de madera a modo de enterramiento, con
los brazos pegados a su cuerpo y muy fragmentado que fue completamente
restaurado por Alfonso Albarrán. Para Álvarez Villar es una pieza de mediados
del siglo XIV; tal vez se trate del Cristo del Castillo citado por Vázquez de
Parga, que era aún venerado en 1907.
Durante la misma restauración se descubrieron
varias pinturas murales ejecutadas al temple en la cabecera. Inmediatamente la
Dirección General de Bellas Artes acometió su limpieza y consolidación. En el
lado meridional del presbiterio del ábside de la epístola se aprecia un panel a
modo de tapiz enmarcado por cenefas entrelazadas de sabor mudéjar y con escudos
de Raimundo de Borgoña, una gran escena cuadrangular superior representa la
Coronación de la Virgen entre ángeles músicos, bajo ésta la inscripción pintada:
“ESTA OBRA MANDO FACER DOMINGO FER...:...TERO”. En otras tres escenas
inferiores, de menor tamaño, aparece el descenso de Cristo al seno de Abraham,
el prendimiento de un santo y una santa con la eucaristía en la diestra. En el
ábside mayor se pintó una Anunciación, con escudos reales de Castilla y León
sobre las claves de los vanos que comunican los tres ábsides. Junto al ábside
del evangelio apareció otro panel pintado con una imagen de San Cristóbal
oculto por un retablo barroco interpuesto, en otras tres escenas laterales, al
estilo del mural de la coronación mariana, aparecen tres santos (sólo se
conserva un Santiago y otro santo con flagelo). La factura de los murales
parece vinculada con las pinturas góticas de Santa Clara de Toro y la capilla
de San Martín en la Catedral Vieja, datables en torno a mediados del siglo XIV
o quizá más tardíamente.
Iglesia de San Cristóbal
Tras la repoblación de la ciudad vieja llevada
a cabo por Raimundo de Borgoña y la infanta Urraca se establecieron pequeñas
pueblas fuera del primitivo recinto amurallado que vieron condicionado su
asentamiento por los accidentes naturales del terreno. En el extremo más
oriental del territorio ocupado por los toreses se encontraba un pequeño cerro
sobre el que se construyó la iglesia de San Cristóbal, aglutinando en su
entorno a un nuevo barrio o “corro”. En 1147, durante el reinado de
Alfonso VII, se ordenó levantar una nueva cerca ante la necesidad de incorporar
estos arrabales recién creados. El Cerro de San Cristóbal quedó así integrado
dentro del recinto urbano, muy cerca de la muralla y de la puerta de Sancti
Spiritus.
Según Villar y Macías, la iglesia de San
Cristóbal fue fundada en 1145 por los caballeros del Hospital de Jerusalén,
cuestión que ha sido recientemente rebatida con sólidos argumentos por otros
autores. Gonzalo Martínez Díez y Olga Pérez Monzón sostienen que tal atribución
es falsa por cuanto el templo ya aparece mencionado en la confirmación del
patrimonio del cabildo del Santo Sepulcro hecha por el papa Honorio III con
fecha de 4 de septiembre de 1128. En dicho documento se expresa claramente su
pertenencia a la Orden del Santo Sepulcro, así como la situación del edificio
respecto al trazado urbano: …sancti Cristofori, extra civitatem sitam. Una bula
de 1164 hace referencia a esta iglesia en los mismos términos.
Hacia 1150, en una donación de 100 maravedíes
realizada por Miguel Domínguez al Hospital y al Santo Sepulcro, suscribe Don
Vela, prior de Sancti Cristofori que es uno de los primeros delegados del
cabildo del Santo Sepulcro conocido en el reino leonés.
La encomienda de San Cristóbal era una especie
de casa conventual en la que residían el encomendero y varios freires, según se
pone de manifiesto en una bula de Inocencio IV de 1247, citada por Gonzalo
Martínez.
La categoría de encomienda la mantuvo a lo
largo de la Baja Edad Media y así se recoge en los capítulos generales de la
Orden celebrados en 1449 y 1488. Poco tiempo después, en 1489, Inocencio VIII
mandó suprimir la Orden del Santo Sepulcro e incorporar sus bienes a la de San
Juan de Jerusalén. La iglesia de San Cristóbal de Salamanca se integró a partir
de entonces en la encomienda sanjuanista de Paradinas, a cuya jurisdicción
perteneció hasta el siglo XIX. En 1844 fue agregada a la iglesia del Sancti Spiritus
y hacia la década de 1920 fue utilizada como escuela parroquial, convirtiéndose
luego en el “Colegio de San José”. Hoy se encuentra totalmente
restaurada y abierta al culto.
El templo actual es un edificio románico
construido en la segunda mitad del siglo XII, con algunas reformas y
restauraciones posteriores que han desvirtuado algunas partes de su antigua
fábrica. La iglesia se encuentra sobre un terreno elevado rodeado por un murete
de sillarejo y con acceso a través de una escalinata. Está construida
íntegramente en sillería de arenisca dorada, procedente posiblemente de las
canteras de Villamayor, con el aparejo dispuesto en hiladas regulares y en
sillares bien cortados, aunque no siempre de un tamaño homogéneo. Posee
numerosas marcas de cantería y en algunas zonas las reconstrucciones y
remiendos son evidentes, como consecuencia de la restauración efectuada en el
siglo XVII tras el derrumbamiento del campanario que provocó a su vez el
hundimiento de las bóvedas y muros de la nave.
Se trata de una iglesia de cruz latina, de una
sola nave, con crucero destacado en alzado y planta y cabecera dispuesta a una
menor altura, formada por una capilla mayor semicircular precedida por un tramo
recto y dos capillas laterales de testero plano.
En el exterior, el ábside central presenta un
zócalo de sillería bien escuadrada y de gran tamaño que asienta sobre un
afloramiento rocoso en el que se excavó una necrópolis medieval de tumbas
antropomorfas, algunas de las cuales son visibles también desde el interior de
la capilla mayor.
El muro se articula en tres paños por medio de
pilastras que llegan hasta la cornisa, disminuyendo su resalte con la altura.
Unas pilastras similares marcan el paso de la capilla mayor a las laterales,
cuadrada la meridional y rectangular la septentrional; esta última, a
diferencia de la anterior, presenta dos vanos aspillerados dispuestos a
distinta altura. Se cubren con tejados a doble vertiente y tanto ellas como la
capilla mayor y su tramo recto van rematadas por cornisas decoradas con tres
filas de ajedrezado y sustentadas por canecillos de tosca factura que en el
caso del ábside central se decoran con variados motivos (cabeza de jabalí,
águila bicéfala, personaje con barril sobre la espalda, arpías, cruces, rollos,
bolas, etc.). Estos canecillos corresponden a la fase más antigua del templo
(segunda mitad del siglo XII) que comprende especialmente la capilla mayor,
mientras que el resto (capilla del evangelio, crucero y nave) parecen de
factura posterior.
A finales del siglo XII o principios del XIII
se levantaron las capillas laterales, el transepto y la nave, rematándose sus
muros con cornisas de billetes (tal vez reutilizadas) y de perfil nacelado,
soportadas por canecillos decorados en su mayor parte con grotescas cabezas
antropomorfas que en las esquinas suelen ser dobles o triples, idénticas a las
que aparecen en el extremo suroeste del claustro de la Catedral Vieja. En el
alero norte de la nave se percibe muy bien el cambio de campaña constructiva
con la utilización de canecillos ornados con boceles y medias cañas de
indudable recuerdo zamorano, además de arpías, animales y figuras
antropomorfas. Durante la reforma del siglo XVII se reutilizaron en esta parte
algunos sillares adornados con flores de tres pétalos inscritas en círculos
perlados –probablemente dovelas de la antigua portada románica–, similares a
algunos cimacios de dentro.
En el interior, el hemiciclo absidal se cubre
con bóveda de cuarto de esfera que arranca de una imposta lisa reconstruida
recientemente y el presbiterio con bóveda de medio cañón (en parte rehecha y
revocada) dividida en dos tramos por un arco fajón. En este caso, una imposta
de billetes recorre el muro. Da paso al crucero un arco triunfal de medio punto
doblado que apea sobre dos semicolumnas provistas de capiteles decorados con
volutas en el nivel superior y hojas cóncavas que acogen bolas en el inferior.
Los cimacios de estos capiteles presentan aros
entrelazados y tripétalas encerradas en círculos.
Las capillas laterales se cubren con bóvedas de
cañón y comunican con los brazos del crucero a través de un arco de medio
punto, la de la epístola, y apuntado, la del evangelio. Esta última se ilumina
a través de dos aspilleras con derrame al interior y decora sus muros con una
imposta lisa y otra ajedrezada.
El transepto está formada por un tramo central
cubierto con techumbre de madera y dos laterales con bóvedas de cañón apuntado
que arrancan de impostas corridas, en unos casos lisas y en otros decoradas con
billetes o con las consabidas tripétalas dentro de anillos. Según Gómez-Moreno,
el crucero debió soportar una bóveda de ojivas, si bien otros autores piensan
que se trataba de una bóveda de aristas, reforzada en el siglo XVI con arcos
cruceros que apearían en ménsulas. Los tres tramos están delimitados por arcos
torales apuntados –salvo el arco triunfal ya señalado– decorados dos de ellos
con un grueso bocel y una fina cenefa en zigzag. Están soportados por pilares a
los que se adosan semicolumnas coronadas por capiteles decorados con hojas que
acogen bolas, volutas, pequeñas cabecitas antropomorfas y uno de ellos con un
entrelazo sogueado atrapando a dos animales. Los cimacios en este caso
presentan igualmente flores de tres hojas encerradas en círculos y aros
entrelazados. Gómez-Moreno atribuye estos cambios en las formas de bóvedas y
arcos respecto a los de la capilla mayor a una dualidad de campañas, de manera
que la cabecera sería levantada en un primer momento y poco tiempo después se
realizaría el resto, en una fase más avanzada del estilo. A mi juicio, este
cambio de campaña se aprecia mucho mejor en el pilar sudoccidental del crucero
donde se utilizan capiteles vegetales con hojas vueltas en la parte superior y
otras más pequeñas cubriendo el collarino. Los cimacios en este caso muestran
una sucesión de pétalos muy planos, idénticos a los de la nave central de la
Catedral Vieja de Salamanca.
La nave se cubría originalmente con bóveda de
cañón que fue reformada en los siglos XV y XVI, pero tras el derrumbe de la
torre en el siglo XVII se vino abajo y hubo que sustituirla por una techumbre
de madera.
El desplome afectó también a la portada
septentrional que tuvo que ser recompuesta aprovechando parte de los materiales
románicos, entre ellos dos capiteles con sus cimacios colocados en el interior,
de labra similar a los del crucero. Uno se decora con un nivel inferior de
hojas sobre el que asoman tres personajes y el otro con volutas perladas y
gruesas hojas rematadas en punta.
La fuente de inspiración que alimenta a los
talleres escultóricos presentes en la obra de San Cristóbal parece estar en los
maestros que trabajaron en la Catedral Vieja de Salamanca a lo largo de la
segunda mitad del siglo XII. Las tantas veces repetidas flores inscritas en
círculos que vemos también en Forfoleda, Santibáñez del Río o Almenara, remiten
directamente a las impostas que decoran la cabecera y el crucero de la seo
salmantina, lo mismo que el capitel y cimacios del pilar sur del crucero que encuentran
igualmente su parangón en la nave central del edificio catedralicio. Otros
motivos representados en canecillos y cestas los hallamos también en Almenara
(águila bicéfala, hombre con tonel, arpías, etc.) y en Paradinas de San Juan
(hojas cóncavas acogiendo bolas). Así pues, parece lógico pensar que estas
formas aplantilladas que tratan de copiar los modelos más elaborados de la
catedral fueron difundidos por talleres de segunda fila que desarrollaron su
trabajo en la segunda mitad del siglo XII, especialmente en los años finales de
la centuria, primero en la propia ciudad y después en el entorno más próximo.
Crucifijo románico
En la capilla mayor se venera un crucifijo
románico que durante algún tiempo se custodió en la iglesia del Sancti Spiritus
y que Gómez-Moreno denomina “Cristo de los Carboneros”. Se trata de una
talla realizada en madera policromada, probablemente repintada, que muestra a
Cristo sujeto con cuatro clavos a una cruz lisa con los extremos del travesaño
ensanchados. Tiene los ojos cerrados y la cabeza –retallada en la parte
superior para adaptarle una corona de espinas– peina larga melena que cae tras
las orejas distribuyéndose en forma de mechones sobre los hombros. La anatomía
es esquemática, con los pechos en forma de capelina y las costillas muy
marcadas delimitando la caja torácica y el arco abdominal.
Desde la cintura hasta las rodillas se cubre
con un perizonium sujetado con un cinturón anudado en el centro que da lugar a
un plegado ondulante en la parte superior y a otro más anguloso en el resto de
la tela.
El ligero afilamiento de las facciones del
rostro y el tratamiento de los pliegues descritos apuntan hacia una cronología
avanzada dentro del estilo, que puede rondar los primeros años del siglo XIII.
Iglesia de Santo Tomás Cantuariense
La iglesia de Santo Tomás Cantuariense se halla
en el lado oriental de la ciudad, en lo que en época repobladora fue el
territorio de los portogaleses, muy cerca de la muralla y de la puerta del
mismo nombre.
Se levantó en honor de Santo Tomás Becket,
arzobispo de Canterbury, que fue martirizado en 1170 y canonizado por el papa
Alejandro III dos años después. Villar y Macías fue el primero en afirmar, sin
citar la fuente, que la iglesia fue fundada en 1175 por los maestros ingleses
Ricardo y Randulfo, con lo que sería una de las primeras fundaciones dedicadas
al santo en toda Europa. El mismo autor señala que un tal Randulfo donó en 1179
al cabildo la casa que habitaba con su huerto, que estaba en la colación de
esta parroquia, y la heredad que su hermano había comprado en Colledo. Sin
embargo y atendiendo a rasgos puramente estructurales, se puede admitir que la
iglesia pudo levantarse hacia o durante el primer tercio del siglo XIII,
considerando Gómez-Moreno que el arcaísmo y rudimentariedad de la decoración no
se deben a cuestiones cronológicas sino de poca aptitud.
Se trata de una iglesia construida íntegramente
de sillería arenisca formada por una sola nave, crucero destacado en planta
pero no en alzado y tres ábsides semicirculares. Según Bango Torviso, el
proyecto original comprendería un edificio basilical de tres naves, pero tras
una rápida primera etapa y tal vez por falta de recursos económicos se tuvo que
abandonar este plan reduciendo el cuerpo de iglesia a una sola nave. Quedó así
una planta de cruz latina similar a la de alguna otra iglesia castellano-leonesa,
como la palentina de Santa Eufemia de Cozuelos. Las reformas y añadidos
posteriores (torre-pórtico a los pies) acabarían por dar al edificio la forma y
estructura que hoy tiene.
La cabecera, levantada sobre un zócalo de
sillería de dos hiladas, está formada por tres ábsides semicirculares, de mayor
altura y anchura el central, precedidos por tramos rectos a la misma altura. En
el exterior, el ábside de la capilla mayor está dividido verticalmente en tres
paños por medio de pilastras escalonas que llegan hasta la cornisa, y
estructurados horizontalmente en tres cuerpos por medio de impostas; una con
perfil de nacela y la otra con bolas o pencas. En el eje del paño central se
abre una ventana aspillerada protegida por un arco de medio punto muy
restaurado que apoya sobre una pareja de columnillas con capiteles de hojas
esquemáticas. En los extremos del hemiciclo se disponen sendos arcos ciegos de
medio punto con decoración incisa que cobijan un disco de radios curvos y una
cabeza antropomorfa de rasgos muy erosionados embutida en el muro. Descansan
sobre grandes cimacios con decoración en zigzag y capiteles vegetales. En los
ábsides laterales se repite un esquema análogo. En el centro se abre un
ventanal con arco de medio punto soportado por columnillas con capiteles de
hojas rematadas en volutas y fustes que en el caso de la capilla de la epístola
son poligonales. En el hastial meridional del crucero se dispone otro arco
ciego similar a los de la capilla mayor albergando también un disco de radios
curvos.
Los muros se rematan con una cornisa moldurada
soportada por canecillos de muy variada factura. Los del ábside mayor presentan
un bocel vertical entre medias cañas similares a los que se dan en algunas
iglesias de la capital zamorana, mientras que los del resto del edificio
ofrecen un amplio repertorio de motivos: hojas, lazos, rollos, cabezas de
animales, bustos de hombre y de mujer, un personaje bebiendo de un barril, etc.
Canecillos. Vista de detalle de la
puerta tapiada, hiladas irregulares y marcas de cantero talladas en los
sillares de la nave central de la Iglesia de Santo Tomás Cantuariense de
Salamanca.
Vista
de detalle de los canecillos románicos y marcas de cantero talladas en los
sillares de la unión de la cabecera lateral derecha con la nave central de la
Iglesia de Santo Tomás Cantuariense de Salamanca
En el lado norte se abre la primitiva portada
románica bajo un tejaroz soportado por siete canecillos, todo ello muy
restaurado. Consta de arco apuntado y dos arquivoltas decoradas con bocel en la
arista que descansan en dos pares de columnas con estilizados capiteles de
hojas rematadas en volutas, similares a algunos de los que aparecen en el
cimborrio de la Catedral Vieja.
Vista de detalle de la puerta de entrada
gótica con arco apuntado embutida en el lateral derecho de la nave central de
la Iglesia de Santo Tomás Cantuariense de Salamanca
En el siglo XVI se construyó a los pies de la
nave una torre de planta rectangular con su portada y campanario.
Vista general de la torre campanario
moderna añadida a los pies de la nave central de la Iglesia de Santo Tomás
Cantuariense de Salamanca
En el interior, tres arcos apuntados y doblados
dan paso a las tres capillas de la cabecera que se cubren con bóvedas de horno
en el hemiciclo y cañón apuntado en los tramos presbiteriales. El mismo tipo de
cubierta se dispuso en los brazos del transepto, mientras que en el tramo
central del crucero se levantó una bóveda de crucería octopartita con nervios
de perfil protogótico que apoyan a su vez en ménsulas que efigian grandes
mascarones. La nave por el contrario se techó con una cubierta de madera moderna.
La decoración escultórica más cuidada se
concentra en las impostas vegetales que recorren los muros y en los capiteles
del crucero y de la capilla mayor. En el crucero las medias-columnas adosadas a
los pilares torales presentan capiteles e impostas decoradas, cuya restauración
es evidente, igual que en sus fustes.
Excepto uno de los capiteles que tiene
decoración figurada, el resto presenta motivos vegetales muy variados. Destaca
el hecho de que los más occidentales sean de una factura más sencilla, con
talla biselada, menor relieve, más incisiones y un tratamiento más esquemático,
a base de hojas de cardo esquinadas con volutas y elementos sogueados en el
frente, esquematizaciones onduladas con roleos angulares, así como grandes
hojas simplificadas de las que penden otras acorazonadas de tamaño variado que
semejan veneras. Los cimacios respectivos, escalonados y prolongados como
impostas varían entre las filas de tacos y los motivos vegetales con tallos
ondulantes.
Por su parte, los capiteles más orientales,
hacia la cabecera, son de talla más profunda, más complejos y de carácter más
naturalista; tres de ellos son vegetales y uno figurativo. Destacan las hojas
de palmeta acorazonadas y con roleos esquinados, otros similares pero de mayor
tamaño con cogollos en el centro y en los ángulos, así como palmetas con labor
a trépano. Los cimacios presentan formas típicamente románicas a base de
palmetas encerradas en formas acorazonadas, a veces dispuestos entre líneas verticales
que recuerdan columnillas. El capitel figurativo representa una escena de lucha
a caballo, posiblemente entre un jinete cristiano y otro musulmán, enfrentados
sobre un fondo vegetal con el mismo tipo de palmetas caladas que actúan como
eje de simetría. Uno de los caballeros porta un escudo circular y el otro uno
almendrado, que les oculta el rostro. Se trata de figuras de pequeño tamaño,
adaptadas al marco arquitectónico de bastante bulto pero con un tratamiento muy
somero tanto de los caballeros como de los animales.
Los nervios que sustentan la bóveda del crucero
apean en ménsulas esculpidas con grandes cabezas humanas, de formas muy macizas
y rasgos esquemáticos conseguidos mediante incisión y planos faciales muy
marcados, con pómulos salientes. Algunas de ellas van tocadas y destacan sus
grandes ojos almendrados.
La decoración de estos capiteles pone de
manifiesto el peso que sobre esta cantería ejercieron los talleres que
intervinieron en la Catedral Vieja en los últimos años del siglo XII. Pradalier
señalaba la participación de un cantero formado en los talleres de la seo
salmantina que copió algunos de los motivos ornamentales que allí aparecen pero
sin alcanzar la maestría ni la elegancia de las piezas que le sirvieron de
modelo. El mismo autor data los capiteles del crucero de Santo Tomás en torno a
1185.
Iglesia de San Julián y Santa Basilisa
El crecimiento que experimenta la ciudad de
Salamanca tras la repoblación de Raimundo de Borgoña conformó unos amplios
arrabales fuera de la vieja muralla de origen romano. Entre las gentes que
acudieron a habitar estos arrabales, las de procedencia castellana se asentaron
en el extremo norte, agrupados en varias parroquias que, tras la orden dictada
por Alfonso VII en 1147 para construir una nueva cerca más amplia, quedarían
intramuros, entre las puertas de Toro, de Zamora y de Villamayor. Es en esta zona,
junto a la última de esas puertas, donde surge uno de los más sólidos templos
románicos de la capital, el de San Juan Bautista, San Juan de Bárbalos o de
Barbalos, nombre que lleva también una localidad del Campo Charro, situada unos
40 km al sur de la capital, cerca de las estribaciones de la Sierra de Francia.
Este tipo de apellidos en las advocaciones
suele referirse a la procedencia de los pobladores que dan origen a la
parroquia, aunque en este caso no resulta tan claro, pues la franja meridional
de la provincia fue tardíamente repoblada.
Según Gómez-Moreno –y con él los autores que le
han leído– la fundación de San Juan de Barbalos data del año 1139 y fue llevada
a cabo por los hospitalarios, aunque no conocemos documentación que así lo
especifique. Algunos años después, poco antes de 1150, según nos cuenta Villar
y Macías –sin aportar tampoco documentación al respecto–, el magnate Ponce de
Cabrera, con el consentimiento del obispo, entregaría a esos caballeros un
terreno junto a la iglesia para que procedieran a la repoblación de todo el barrio.
Hacia esas mismas fechas Miguel Domínguez dejará una manda testamentaria con
cien maravedís para el Hospital y nuevas donaciones hacen Blasco Sánchez en
1161 y el canónigo Vela en 1163, aunque en ningún caso se cita expresamente la
iglesia, que sí aparece –si bien simplemente como San Juan–, en el Fuero de
Salamanca, que data también de esos tiempos. Ya en 1232 figura San Juan de
Barbalbo en una avenencia entre los freires del Hospital y el obispo don Martín
sobre la intervención de este último en las iglesias hospitalarias de la
diócesis, de todas las cuales quedaba excluida ésta porque estaba pendiente de
resolución si ésta tenía que pagar un tercio o un cuarto de sus diezmos.
Independientemente de lo que al final recaudara
aquí el cabildo, el Libro de Préstamos de la catedral, de 1265, señala que las
rentas de esta iglesia las tenía personalmente el obispo.
Según una inscripción conmemorativa esculpida
junto a la puerta sur, este templo fue escenario de los famosos sermones de San
Vicente Ferrer (1350-1419) e igualmente en ella se recogieron algunas devotas
emparedadas, a finales del siglo XIV según precisa Quadrado. Perteneció al
Hospital hasta el siglo XIX.
Rodeada hoy de edificios modernos, ante una
pequeña plaza, esta vieja parroquia conserva muy bien su estructura románica
originaria, construida íntegramente en sillería arenisca –hoy con un zócalo
moderno de granito–, con ábside semicircular, presbiterio cuadrado y una
estrecha nave que remata en su extremo occidental en una potente base donde
debiera ir una torre, en la actualidad rematada por una espadaña moderna. Se
accede al interior mediante tres portadas, una al norte, otra al sur y otra a
poniente.
Debió tener un claustro cuyos restos, en forma
de columnas y capiteles, llegó a ver Villar y Macías en un jardín inmediato.
Este mismo autor, al hablar de Santa María de la Vega, dice que conserva “una
de sus románicas galerías, semejantes, sin duda, a las antiguas de los
claustros de la catedral y San Juan de Barbalos, y también a las de Santa María
del Temple de Ceínos, aunque sin estatuas como las que a los de éstas decoraban”.
Gómez-Moreno es más explícito y especifica que “hacia el norte se halla la
puerta principal, de arcos redondos sobre pareja de columnas, y fuera de ella
un claustro, renovado en el siglo XVI; pero de lo antiguo queda una fila de
arcos agudos sobre pilares, en su ala oriental”.
El ábside se articula al exterior mediante tres
paños separados por delgadas semicolumnas que apoyan sobre plintos y basas muy
erosionadas, llegando hasta el alero, donde rematan en capiteles, decorados
ambos con anchas hojas carnosas de perfil lobulado y acusado relieve. Otras dos
columnas del mismo tipo se hallan en los remates laterales del hemiciclo
absidal, en el ángulo que forma con el presbiterio, con unos capiteles
similares, aunque con acantos enrollados en los extremos. Diecisiete canecillos
–seis, cinco y seis– sostienen una cornisa de nacela; catorce son de proa de
nave, uno se decora con doble disco, otro con cabecita de león y finalmente uno
más con hojarasca finamente tallada.
Bajo una imposta de perfiles curvos se disponen
tres ventanales, compuestos por saetera abocinada y enmarcamiento de arco de
medio punto doblado, el exterior simple y el interior formado por dovelas
aboceladas sostenidas por columnillas. Sus capiteles aparecen decorados con
cortos pero resaltados acantos, superados por un ábaco cilíndrico moldurado en
nacela y con cimacios igualmente cilíndricos y moldurados. Son estas seis
piezas idénticas y verdadera - mente llamativas pues su composición recuerda
más las formas renacentistas que las románicas, aunque creemos que son
originales y contemporáneas del resto del edificio. Junto al ventanal del paño
meridional se abrió en tiempos postmedievales otro cuadrangular para dar mayor
luz al altar, aunque hoy ese hueco aparece restaurado.
Continuando en el exterior del templo el
presbiterio es de la misma altura que el ábside y ligeramente más ancho, aunque
sólo se muestra individualizado de la nave por su cornisa, más baja que la de
aquélla. Los muros son planos, macizos, con un alero sostenido por seis canes
en el norte y siete en el sur, todos de proa de barco, alguno con nervio
central, como los que se ven también en Santo Tomás Cantuariense.
La nave no se diferencia en planta del tramo
presbiterial, aunque resulta de mayor altura que éste. En origen incluso debió
ser más alta aún, como se desprende del análisis de la fachada norte. En la
parte superior de este muro se aprecian dos ventanales románicos cuyas
arquerías de medio punto han sido remontadas, achaparrando el dovelaje hasta
formar unos arcos escarzanos. Morfológicamente eran como las del ábside, aunque
esta vez los capiteles tienen formas más ortodoxamente románicas, con hojas
ovales, nervadas y con las puntas enrolladas, labradas con cierta tosquedad y
rematadas por cimacios cuadrangulares con perfil de nacela, que también lo
hacen sobre las jambas apilastradas del marco exterior. Sobre estas ventanas se
dispone una chapa metálica moderna que recorre el muro y precede al alero,
compuesto éste por una treintena de canecillos de proa de barco, excepto dos de
ellos, con un perfil en S, un frente estriado y unos laterales con decoración
incisa en espirales, elementos que evidencian una cronología postmedieval.
Una portada se dispone en el centro de esta
fachada norte, a ras de muro, compuesta por arco de medio punto doblado
trasdosado con chambrana. El arco de ingreso tiene las dovelas con perfil
abocelado y con una sencilla banda decorando el sector exterior frontal, a base
de circulitos y hojitas de cuatro lóbulos o puntas; apoya en sendas columnas
con doble plinto –decorado el superior con arquitos–, basas de doble toro y
escocia, fustes monolíticos y capiteles de estilizadas hojas –que nos recuerdan
a los de la portada norte de Santo Tomás Cantuariense–, bastante erosionados,
bajo cimacios de finos zarcillos, muy similares a alguno de los del claustro de
Santa María de la Vega. El arco exterior presenta dovelas igualmente aboceladas
sobre jambas lisas, mientras que el guardapolvo está recorrido por acantos de
tratamiento espinoso, hábilmente ejecutados, prácticamente idénticos a los que
se vuelven a ver en los cimacios de Santa María de la Vega.
Sobre esta portada hay restos de numerosos
canzorros y la roza de una cubierta, recorriendo toda la longitud de la nave,
seguramente restos de aquel claustro desaparecido.
La fachada sur es tan sobria como la norte,
pero esta vez con huellas de numerosas reformas, casi siempre de difícil
interpretación: aleros recortados, huecos abiertos y cerrados –uno en forma de
cruz–, paños superpuestos, rozas de cubiertas, etc. La intervención más
contundente parece ser la que afectó al tercio superior del muro, donde se
abrieron tres ventanales cuadrados en siglos posteriores a los medievales, que
conllevaron la desaparición de los dos de época románica, cuya ubicación es
bien perceptible. Bajo todos ellos se aprecia una roza de cubierta que recorre
completamente el muro, incluyendo el presbiterio, con sus correspondientes
soportes de piedra, ya recortados. En el centro del muro se abre otra portada,
sencilla, de grandes dovelas, fechable hacia el siglo XVII, aunque sustituye a
otra anterior románica, de la que quedaría el alto arco de medio punto en el
interior del templo; además en el exterior parece entreverse la existencia de
un tejaroz que estaría sostenido al menos por siete canecillos.
El alero meridional, igualmente precedido de
una chapa metálica, muestra otros treinta y un canes, generalmente de proa de
nave, a veces con nervio central abocelado, aunque también los hay figurados
con formas vegetales, cabezas animales, cabezas humanas y diablescas, músicos o
un saltimbanqui.
Remata el templo a los pies un robusto y macizo
cuerpo que perteneció a una torre, contemporánea del resto del edificio. No
sabemos el aspecto que pudo tener, pero en la actualidad sólo se conserva el
primer cuerpo, soportado en el lado meridional por dos pilares doblados y tan
sólo por uno en el norte, ya que el otro que aparece en ese lado se apoya en
realidad en el muro de la nave. La fachada que mira a poniente es lisa y en
ella se abre un estrecho y simple arco apuntado –hoy alterado–, que penetra en
la iglesia por medio de un verdadero túnel abovedado.
El interior del templo refleja también la
calidad constructiva del exterior. El ábside se divide en dos cuerpos separados
por imposta moldurada, liso el inferior y animado el superior mediante los tres
ventanales cuya forma y decoración es idéntica a la que muestran exteriormente,
si bien aquí la hechura de los arcos internos tiende a lo escarzano. Otra
imposta que repite la molduración de la inferior da paso a la bóveda de cuarto
de esfera, enlazando con la del presbiterio.
El cuerpo presbiterial se divide en dos tramos
mediante un fajón apuntado que descansa en una pareja de pilastras con aristas
de bocel, rematadas en sendos capiteles cuadrangulares, el del evangelio
decorado con largos y dinámicos tallos entrecruzados y el de la epístola con
profusión de pequeños y espinosos acantos. Los cimacios no son sino la
prolongación de la imposta que precede a la bóveda de cañón apuntado, como la
del ábside también levantada en buena sillería arenisca.
El arco triunfal es muy similar al anterior,
aunque doblado hacia el lado que mira a la nave y ahora con los apoyos en
semicolumna. Ambas tienen hoy las basas recortadas y los capiteles son una vez
más vegetales, repitiendo en ambos casos más o menos las decoraciones que
tenían las pilastras de sus respectivos lados.
La nave se cubre con madera y así fue siempre,
aunque en los muros se reconocen las improntas de unas bóvedas postmedievales
de yeso. Sus muros no presentan otra particularidad que una serie de hornacinas
abiertas en la zona anterior, casi todas horadadas con posterioridad a la
construcción del templo.
Sobre la puerta norte, en el interior del
templo y ocupando varios sillares aparece pintada una inscripción que de forma
inexplicable ha pasado completamente desapercibida. En diez renglones, con el
texto en negro y cajeado en rojo, recoge la consagración del templo por el
obispo de Salamanca don Gonzalo Fernández. La transcripción, aunque presenta
algunas dudas puntuales por el estado de la pintura, es, una vez completadas
las abreviaturas, la siguiente:
IN : NOMINE : DOMINI : NOSTRI : IHESU :
CHRISTI : DEDICAS FUIT : ECCLESIA : IN HONORE : BEATI : IOHANIS : BABTISTE : ET
ALIORUM : PLURIMORUM : SANCTORUM : ET DEDICAVIT : EAM : GUNDISALVUS : FERNAN
DIZ : SALMANTICENSIS : EPISCOPUS : ET FECERUNT : EAM : DEDICARE : FRATER :
IOHANES : OVEQUIZ : CO MENDATOR : EIUSDEM : DOMUS : ET PET RUS : PELAGII DEL
POZO : ET UXOR : EIUS : MARIA : DE AGUILAR : ERA : M : ET : CC : ET : XXX :
VIIII : QUINTO : X : KALENDAS : MAII :
Es decir: “En el Nombre de Nuestro Señor
Jesucristo fue dedicada (consagrada) esta iglesia en honor del bienaventurado
Juan Bautista y de otros numerosos santos. La dedicó Gonzalo Fernández, obispo
de Salamanca, y la hicieron dedicar el hermano Juan Ovéquiz, comendador de esta
misma casa, y Pedro Peláez del Pozo y su mujer María de Aguilar. Era
MCCXXXVIIII, el día decimoquinto de las kalendas de mayo”.
La fecha corresponde al 17 de abril del año
1201 y se ajusta al tiempo en que ejerció su labor episcopal Gonzalo Fernández,
entre 1195 y 1226. Por su parte el mismo comendador aparece como representante
del Hospital en el acuerdo de la orden con el monasterio de San Román de
Hornija sobre la delimitación de términos y asignación de rentas, suscrito en
Zamora en 1203: ex parte Hospitalis J[ohanem] Oveti, comendatorem in
Salamanca. Posiblemente sea el mismo Johanne Oveci que firma como testigo
en una carta de donación emitida en 1196 en Olmo de Guareña y en la cual Pelayo
Arias entrega una serie de bienes a la Orden de San Juan, documento que
igualmente suscriben Petro Pelagii y Suero Pelagii, hijos del donante.
A juzgar por todos esos datos creemos que la
referencia cronológica de la inscripción es válida y que puede fechar
perfectamente el momento en que se finalizó la construcción del edificio
actual.
Cristo de la zarza
En esta iglesia se custodia también uno de los
más famosos testimonios de imaginería románica de la provincia, el llamado
Cristo de la Zarza, nombre que respondería a las circunstancias de su milagroso
hallazgo.
De tamaño ligeramente superior al natural –con
197 cm de altura– y tallado en nogal, recubierto de lienzo, muestra una figura
un tanto desproporcionada, con cabeza grande –que debió estar rematada en
corona–, corto tronco y anchas caderas, sujeta con cuatro clavos a una cruz
moderna. Los rasgos de la cara están bastante simplificados, con ojos
almendrados, ligeramente caídos y nariz formada por simple triángulo, con
cerrada y recortada barba compuesta por estrechos cilindros a modo de bucles,
mientras que el cabello cae sobre los hombros en seis simétricos mechones. La
anatomía de brazos y piernas es naturalista, aunque simple, mientras que la del
tronco es más artificial y geométrica, con los costillares formados por dos
triángulos invertidos y marcados con estriado; a la vez, otras estrías más
pequeñas y curvadas se dibujan en el esternón. El paño de pureza está sujeto
con un cíngulo anudado en el centro; cuelga hasta las rodillas y cae más en la
parte posterior, mientras que la superior se dobla en una segunda capa, todo
con pliegues muy marcados y abundantes, de traza rectilínea. La policromía ha
cambiado respecto a la que muestra la fotografía obtenida por Gómez-Moreno,
donde tiene los ojos cerrados.
Su manufactura, que sería contemporánea de la
construcción de la iglesia, guarda algunas similitudes con el Cristo de los
Carboneros –custodiado en la iglesia de San Cristóbal, de la capital–,
especialmente en la disposición del perizonium, en el cabello y en los detalles
anatómicos del torso. Ambos a su vez pueden ponerse en relación con el Cristo
de Cabrera, aunque esta imagen –procedente del despoblado de ese nombre,
curiosamente cerca de la localidad de Barbalos– es de notable mayor calidad,
especialmente en el rostro.
Arte Románico en Ledesma y Armuña Baja
Para conocer el
románico de la Armuña Baja y la monumental villa de
Ledesma (en Conjunto Histórico Artístico) lo mejor es partir desde
Salamanca, la capital, y dirigirnos en sentido noreste.
En este recorrido nos
centraremos específicamente en las iglesias de Santa Elena de
Ledesma (una de las tres que hay en esta población), Almenara de
Tormes y Santibáñez del Río.
Ledesma
La Tierra de Ledesma se sitúa en el sector
septentrional de Salamanca, entre La Armuña y la comarca de Vitigudino. La
villa de Ledesma dista unos 34 km de la capital y se alza estratégicamente en
un resalte granítico que se eleva abruptamente entre el curso del Tormes y el
tajo del arroyo Merdero.
Poblada desde la Edad del Hierro, el origen del
asentamiento, quizá prerromano, se atestigua desde la dominación romana, como
prueba una inscripción del año 6 en un cipo reutilizado en los muros de Santa
María la Mayor, publicada por Fernández-Guerra en 1889, que nos da el nombre de
Bletisa para el lugar. Éste debió mantener una historiográficamente oscura
pervivencia tras las invasiones bárbaras y someterse al dominio musulmán. La
Crónica de Alfonso III afirma que las armas de Alfonso I se cruzaron con las
árabes en Letesma dentro de los primeros intentos de reconquista del reino
astur, llevándose tras la campaña ad patriam a la población cristiana que la
habitaba. Otra crónica, en este caso la de Sampiro, dice que dos meses después
de la batalla de Simancas del 6 de agosto de 939, Ramiro II “ordenó una
expedición por la cuenca del Tormes, donde procedió a la población de ciudades
desiertas como Salamanca […], Ledesma, Baños, Abandega, Peña y otros castillos
que resultaría largo nombrarlos”. La idea del leonés de consolidar una
serie de puntos estratégicos para una ulterior articulación de la Extremadura
leonesa no fue acompañada por los acontecimientos posteriores. Mientras el
reino se consumía en luchas intestinas, este primer intento repoblador debió
dejar a su suerte a estas villas, que aún así subsistían, como nos prueban las
aceifas de 978 y 979 dirigidas por Almanzor.
Al concentrarse el segundo empuje repoblador,
promovido por Alfonso VI y Raimundo de Borgoña, en la ciudad de Salamanca,
Ledesma continuó sin recibir un apoyo decidido a su expansión, por lo que se la
integró en el grupo de poblaciones de carácter eminentemente agrícola del alfoz
salmantino. Así permaneció hasta 1161, cuando bajo los auspicios de Fernando II
y a la par que Ciudad Rodrigo, se acomete su repoblación, se la dota de fuero,
se delimita su alfoz y se prepara a la villa para ser el núcleo articulador del
territorio septentrional salmantino, entre la zona de Toro, Zamora y Salamanca.
Parece que los contingentes humanos que acudieron a poblar Ledesma tenían un
origen mayoritariamente segoviano y abulense. El amplio territorio de su alfoz
se acotó en detrimento del salmantino, motivo entre otros de la sublevación del
concejo de Salamanca contra el rey, quien partió a sofocar la situación desde
Ledesma en compañía de Fernando Rodríguez de Castro, en junio de 1162. La
organización civil y eclesiástica se llevó a cabo con prontitud, y en 1174 ya
aparece la villa como cabeza de arcedianato. Los conflictos que se derivaron en
lo civil al dotarse de entidad al nuevo territorio se reprodujeron igualmente
en lo eclesiástico, en este caso entre los obispados de Zamora y Salamanca,
quienes pugnaron hasta 1185 por la posesión y rentas de Ledesma y lugares
próximos. A la catedral de Santiago de Compostela había donado doña Urraca en
1115 la medietate de monasterio de Letesma quod situm est in ripa fluminis
Ulie (Monteverde, doc. 85) y en la villa tenían posesiones la Orden de
Santiago y la de San Juan de Jerusalén, con quien entabló un pleito el cabildo
salmantino en 1170 por la posesión de la iglesia de San Nicolás.
El complejo devenir histórico de la villa la
hizo pasar del realengo, hasta principios del siglo XIV, a la alternancia de
señorío y realengo. En 1366 figura como señor de Ledesma don Sancho, hijo de
Alfonso XI –quien, a petición del concejo, confirmó los fueros y privilegios,
muy generosos, de los habitantes de Ledesma– y conde de Alburquerque, el cual
se lo traspasó a su esposa, hija de Pedro I de Portugal, en 1373. Luego la
villa se integró en los dominios de Fernando de Antequera, futuro rey de Aragón,
de quien pasaron a los infantes aragoneses hasta la derrota de éstos por Juan
II, quien entrega la villa a don Pedro de Stúñiga en 1429. A partir de 1440 don
Pedro figura como conde de Ledesma, efímero título que se estabilizará con la
posesión del condado por Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque, en 1492.
Ledesma se organizaba en época medieval en seis
parroquias, cinco de ellas intramuros que eran las de Santa María la Mayor, San
Pedro, Santiago, San Martín y San Miguel y la de Santa Elena en el arrabal de
su nombre. A partir de 1842 sólo quedaron como parroquias la primera y la
última citadas, tras la reorganización que señala Madoz. Existen referencias
además a una antigua iglesia de San Juan, “supuesta iglesia mozárabe, de la
cual en el siglo pasado quedaban aún vestigios al poniente inmediatos al río”,
según refería Quadrado hacia 1865- 1872. De estos edificios nos ha llegado casi
completa la de Santa Elena y testimonios románicos en la de Santa María, en
cuyo portal se reunía el concejo al menos desde 1338, y San Miguel. También
quedan retazos del trazado de su muralla construida con grandes bloques de
granito local. Se conserva la puerta de San Nicolás, que comunicaba la villa
con el norte y la ribera meridional del Tormes, con dos arcos de medio punto
irregularmente peraltados sobre impostas con perfil de listel y chaflán. La
fortaleza, fruto de varias reconstrucciones y arreglos posteriores, se sitúa en
el extremo meridional de la villa.
Iglesia de Santa María la Mayor
La iglesia de Santa María se levanta en el
centro del recinto amurallado, cerrando con su costado de poniente uno de los
lados de la Plaza Mayor de la localidad, frente al consistorio. Aunque inmersa
en la trama urbana, permanece exenta de otras construcciones, destacándose
airosa del conjunto del caserío.
La fundación de Santa María la Mayor sería
inmediata a la época de la repoblación de Ledesma a mediados del siglo XII,
aunque del primitivo edificio románico actualmente sólo se conserva parte del
hastial occidental y el cuerpo bajo de la torre. No podemos en este caso
lamentar la total reconstrucción del templo desde finales del siglo XV y hasta
circa 1580, pues en el lugar de la primitiva iglesia se levantó un magnífico
ejemplo de arquitectura que, por las propias fechas en las que se ejecuta,
combina las soluciones del último gótico con el más refinado renacimiento y
ello de modo admirable. La renovación de la fábrica debió ejecutarse desde los
pies y hacia el este, conservando de la recia fábrica románica sólo el hastial
occidental con el pasaje y cuerpo bajo de la torre. Este hecho condicionó la
traza de la nave y explica la irregularidad de su tramo occidental y el
descentramiento de la portada oeste respecto al eje de la nueva estructura. Las
obras de la nave, con su portada meridional revelan un canto de cisne del
gótico hispano-flamenco, bajo la dirección de obra de Juan Gil el Mozo, en los
últimos años del siglo XV. La magnífica capilla mayor, con su ábside cerrado
por una espectacular bóveda de horno avenerada y capillas laterales con bóvedas
de casetones, fue realizada por Pedro de la Inestrosa y Pedro de Gamboa entre
1552 y 1580. Una sacristía y tres capillas abiertas en el muro septentrional
completan el edificio, cuyo proceso constructivo ha sido minuciosamente
analizado en la monografía del edificio de José Ramón Nieto que citamos en la
Bibliografía.
Los únicos elementos románicos conservados se
sitúan en el hastial de poniente y el cuerpo bajo de la torre que se alza
frente a éste. La torre presenta planta rectangular y aparece levemente
descentrada con respecto al cuerpo actual de la iglesia. Está construida en
sillares graníticos bien escuadrados y se alza sobre arcos apuntados y doblados
que determinan un pasadizo, alzado sobre un basamento moldurado con bocel y
cubierto por bóveda de cañón apuntado reforzada por un fajón que apea hacia el
oeste en una pilastra prismática y en un capitel-ménsula sobre la portada
occidental.
Dos impostas marcan el arranque de la bóveda,
la del muro occidental moldurada con bocel, nacela y listel –recurrente en el
románico zamorano– y la oriental con un vástago serpenteante que forma clípeos
vegetales en los que se enroscan tallos y hojitas, de fina talla.
El capitel pinjante que recoge el fajón se
decora con dos niveles de hojas de agua y nervio central, las laterales
interiormente lobuladas.
La portada occidental, de arco apuntado y
doblado sobre impostas de perfil de nacela, fue alterada en el siglo XVI (ca.
1552), cuando los canteros Hernando del Valle y Pedro del Casar añadieron el
actual arco doblado que cierra el vano, de intradós casetonado, así como la
repisa con molduraciones clásicas bajo el capitel románico. La puerta conserva
parte de los herrajes de la época, con clavos y flores decorativas, parte de
las cuales, como las mismas hojas de la puerta, fueron sustituidas en el siglo XVI.
Una imposta moldurada con listel y bisel da
paso al segundo cuerpo de la torre, algo retranqueado respecto al inferior y
también románico. En sus lienzos norte y sur se abrieron sendas ventanas de
triple arco de medio punto sobre impostas con perfil de listel y chaflán y
jambas lisas escalonadas, la meridional cegada. Sobre este cuerpo se eleva otro
muy breve y liso, igualmente delimitado por impostas del mismo tipo. Sucesivas
reformas postmedievales culminaron el cuerpo de la torre, añadiendo sobre la estructura
descrita dos airosos cuerpos.
El primero de ellos, liso, fue concertado por
Juan Gil de Hontañón en 1529, aunque no debió ejecutarse. El remate, con el
cuerpo de campanas, probablemente se concluyó en la primera mitad del siglo
XVI, según opinión de Nieto, y posterior es la espadaña neoclásica que afea el
costado meridional.
Iglesia de Santa Elena
La iglesia de Santa Elena se sitúa sobre un
leve altozano presidiendo el arrabal del mismo nombre, al sur del recinto
amurallado y bajo los muros del antiguo castillo.
Es el templo románico mejor conservado de la
villa, pese a que interiormente se encuentra totalmente remozado. Al exterior,
sin embargo, mantiene prácticamente íntegra la fábrica románica de sillares
bien escuadrados en granito local, reservándose la arenisca para los elementos
escultóricos, con el único añadido de una estancia al sur del presbiterio y
nave, con funciones de sacristía y capilla bautismal.
De modestas dimensiones, presenta planta
basilical de nave única y cabecera compuesta por un profundo tramo recto
presbiterial y ábside semicircular. En el hastial occidental se eleva la torre,
robusta y avanzada sobre el muro de la nave, conformando hacia la nave un
estrecho vestíbulo.
El tambor absidal se articula exteriormente en
dos pisos separados por una imposta con perfil de bisel que corre por todo el
muro, decorada una de sus piezas –quizá reutilizada– con una serie de arquillos
de medio punto excavados. Sobre la imposta se abría el cuerpo de ventanas, con
tres vanos de medio punto hoy cegados, continuando liso el paramento hasta la
cornisa, con el perfil típicamente zamorano de listel, mediacaña y bocelillo,
sustentada por una serie de canes figurados. Presentan éstos buena factura y
variada temática, con predominio de los bustos humanos: una mujer con toca con
barboquejo, otros masculinos con rictus sonriente o bien hieráticos, un
portador de barrilillo, una hoja de agua con nervio central y bola, otros de
proa de nave, un prótomo monstruoso, etc. El ábside se cubre con una bóveda de
cuarto de esfera, totalmente oculta, al igual que el muro, por el retablo
rococó que forra el interior.
El presbiterio, de la misma altura que el
hemiciclo, fue alterado por la apertura en época moderna de un vano adintelado
al septentrión. En él se continúa la cornisa absidal, con modillones decorados
con rostros hieráticos o bufonescos, como el del personaje que se lleva la mano
a la boca, torcida ésta en gesto burlón, y otro portador de un tocado de largas
orejas, a modo de las máscaras de carnaval, crochets, brotes vegetales,
barrilillo, nacela, acantos y otros con perfil de proa de nave.
Al interior, el presbiterio se cubre con bóveda
de cañón recubierta de yeserías casetonadas, probablemente coetáneas de las
pilastras añadidas con molduraciones neoclásicas que sustentan el arco
triunfal, éste de medio punto y doblado.
La nave se cubre a menor altura que la
cabecera, anomalía que quizá se explique bien por el recrecimiento de ésta al
construir el retablo y los aditamentos barrocos, bien por una reforma en la
altura de aquélla, decrecida al incorporar la actual armadura de par y nudillo,
datada por Gómez-Moreno en el siglo XVI. Tal reforma, si el segundo caso es el
cierto como creemos, mantuvo la cornisa, de idéntico perfil a la de la cabecera
y sustentada por canes del mismo tipo, con delicados bustos masculinos de rizada
cabellera, femeninos de damas veladas, prótomos de animales monstruosos, brotes
vegetales, crochets, proa de barco, etc., junto a otros claramente
postmedievales de perfil convexo y realizados en granito.
Aunque no hay que descartar la presencia en
origen de una portada meridional hoy suprimida, actualmente el templo posee dos
portadas, la principal abierta al norte y la otra en el hastial occidental. La
primera, abierta en el espesor del muro, consta de arco de medio punto y dos
arquivoltas lisas sobre imposta moldurada en chaflán y dos parejas de columnas
acodilladas en las jambas.
Cada pareja de capiteles, realizados como los
modillones en deleznable arenisca, están labrados en un mismo bloque y
decorados con motivos vegetales. Los de la derecha del espectador presentan dos
pisos de hojas carnosas de nervio central acanalado y rematadas en caulículos y
en cuanto a los del lado izquierdo, el interior exhibe dos filas de hojas
lisas, las superiores con cogollos y el externo dos niveles de hojas
apalmetadas con cogollos y ábaco de dados acanalados. Su talla y composición
son cuidadas, manifestando la misma mano que los canes.
La portada occidental carece de decoración
escultórica y está formada por arco y dos arquivoltas lisas y levemente
apuntadas que apoyan sobre jambas rematadas por una imposta moldurada a bisel.
Tanto en el hastial occidental como en los muros meridional y septentrional, la
presencia de canzorros nos indica la existencia de estructuras porticadas hoy
desaparecidas. La estructura de la torre aparece hoy alterada, alzándose sobre
el muro del hastial una moderna espadaña de dos troneras de medio punto y adornos
piramidales.
Pese a su modestia y carácter eminentemente
tectónico, la pureza y simplicidad de líneas hacen sumamente atractiva esta
iglesia, de muy similar concepto a la de San Miguel de la misma villa, aunque
la que nos ocupa tiene el valor añadido de su escultura, de notable calidad y
cuyos paralelos más cercanos parecen mirar hacia el foco zamorano, dentro de
los esquemas estilísticos del último cuarto del siglo XII.
Almenara de Tormes
Se encuentra Almenara en el extremo oriental de
la comarca de Tierra de Ledesma, fronteriza con La Armuña y el Campo de
Salamanca. La villa se alza bajo un cerro del valle del Tormes, a 20 km al
noroeste de Salamanca, remontando el curso del río en dirección a Ledesma por
el antiguo camino real.
La iglesia parroquial de la Asunción está
situada en la zona alta del caserío, junto al ayuntamiento, rodeada a cierta
distancia por edificaciones y en una suave pendiente norte-sur y este-oeste.
Aunque es probable que esta zona del Tormes se
beneficiase de la victoria leonesa de Simancas en 939, no contamos con ninguna
referencia expresa a Almenara hasta la segunda mitad del siglo XII, pese a que,
su propio nombre, que significa atalaya en árabe (al-manara), parece aludir al
carácter estratégico del cerro bajo el que se alza, sobre todo en el tumultuoso
siglo X.
No será hasta la reorganización de los
territorios de Ledesma, con Fernando II, cuando se produzca una efectiva
estructuración de las poblaciones de la zona occidental de La Armuña, realizada
al margen del concejo de Salamanca, lo que motivó su descontento. En 1164 el
monarca donó a la sede salmantina las villas de Baños, Almenara y Juzbado (predictas
villas ad integrum, cum sernis et azeniis et terminis). Tres años después,
Fernando II ratifica las donaciones hechas por sus antecesores al cabildo
salmantino, incluyendo entre otros bienes y derechos, el castillo de Almenara
(cum illo castello de Almenara). El señorío del obispo de Salamanca sobre la
localidad fue cuestionado en la disputa que mantuvo éste con la sede zamorana,
por estas mismas fechas, hasta su resolución en 1185. De 1175 data otro
privilegio rodado del monarca leonés por el que vuelve a conceder al obispo
Vidal la villam de Almenara cum omnibus suis pertinenciis et appendiciis,
donación ratificada por Alfonso IX en 1205 y Fernando IV en 1312. En 1315, sin
embargo, Alfonso XI reintegra Almenara a la jurisdicción de Ledesma.
Dentro de la órbita del cabildo salmantino
debió erigirse, en los años finales del siglo XII, la bella fábrica de la
iglesia, sin duda el más precioso testimonio del pasado de la villa. El
castillo de Almenara, que hemos de suponer sustituyó a la fortaleza a la que
alude el topónimo, se ubicaba en el otero que domina la vega del Tormes.
Aparece como vimos citado en el documento de 1167 y sabemos fue reedificado por
el infante don Sancho Pérez a fines del siglo XIII o inicios del XIV, aunque
poco después, en 1315, fue mandado demoler por Alfonso XI ante las quejas de
los concejos de Zamora, Salamanca y Ledesma, dado los “muchos males e dannos
e rrobos [e] malfetrías” que se cometían en sus territorios por gentes del
castillo.
La localidad, además de albergar desde el siglo
XII un pequeño monasterio dedicado a San Juan, propiedad de Santa María de la
Vega de Salamanca, contó con dos parroquias, una dedicada al Salvador,
desaparecida como tal a fines del siglo XV, y la que nos ocupará de la
Asunción, de la cual el Libro de los lugares y aldeas del Obispado de
Salamanca, de 1604-1629, nos dice que era “de cantería maltratada” y que
“tiene necesidad esta yglesia de reparar el techo y solar el suelo que está
terriço y por eso la yglesia está siempre llena de polvo”.
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
El templo, pese al deterioro que se señala a
principios del siglo XVII, ha conservado buena parte de su fábrica románica.
Consta ésta de nave única, con dos portadas al
norte y sur y cabecera compuesta de profundo tramo recto presbiterial y ábside
semicircular.
A fines del siglo XVI se alteró el presbiterio
con la apertura de dos capillas al norte y sur, que dan a su planta un falso
aspecto de cruz latina, así como el pórtico de tres vanos que protege la
fachada meridional. Nuevas reformas, ya en el siglo XVIII, alteraron la
cabecera, con la apertura de dos vanos y la reforma del arco del hemiciclo
absidal, y el hastial occidental, sobre el que se levantó la actual espadaña.
En un sillar del ángulo suroccidental del zócalo de la espadaña aparece una
inscripción de borrosos caracteres en los que aún se lee “…ANCHEZ/[AÑO] DE
1797”.
Tanto la fábrica románica como las reformas
postmedievales utilizan como material constructivo la dorada arenisca de
Villamayor.
El bello hemiciclo absidal presenta su aparejo
tan sumamente alterado que casi debemos suponer su remonte, al menos parcial,
así como un recrecimiento moderno, que elevó, retranqueándolo, dos tercios de
su alzado (1775-1779).
Se alza sobre un zócalo actualmente en talud,
fruto de la reciente restauración. Estas transformaciones datan de los siglos
XVII y XVIII. Así, en los libros de cuentas de Almenara, parcialmente
publicados por Margarita Ruiz (Ruiz Maldonado, 1989), se recoge, en 1672, la
orden de rasgar las ventanas para proporcionar mayor iluminación al ábside, así
como el pago, en 1701, a los obreros que “rompieron una pared para el hueco
de la caja de Nuestra Señora”, en referencia al ventanal del eje del
ábside, que debió ejecutarse en 1733, cuando se anota el pago por “hace una
ventana en la capilla mayor”, mientras que el arco trilobulado rodeado por
frontón curvo partido y pilastras, que hace de camarín de la hornacina central
del retablo debe corresponder a las obras atestiguadas cuando se construye la
bóveda de horno que cierra hoy el ábside, en 1775-1776. Todas estas
transformaciones mantuvieron de la primitiva estructura prácticamente sólo la
forma semicircular y reutilizaron las dos bandas decorativas del exterior.
En el friso inferior se suceden una serie de
rosetas de seis y ocho pétalos y botón central, bien de doble corola, bien
simple, inscritas en clípeos con decoración de contario y volutas en los
ángulos.
En esta serie se incluyen, además, cuatro
piezas figuradas inscritas igualmente en clípeos: un bello basilisco de
enroscada cola que ase con sus garras el tallo que lo enmarca, un felino
pasante de largo cuello vuelto hacia el espectador y enroscada cola erguida, un
dragoncillo alado de larga cola de reptil enroscada y orejas puntiagudas y un
erosionado cuadrúpedo inscrito en una banda de contario.
Asimismo, se integran en esta serie dos piezas
en resalte, una muy perdida y la otra con la representación de un estilizado
busto humano de ojos almendrados.
Sobre este friso, mediando una hilada, corre
una imposta con perfil de bisel, decorada con una serie de rosetas de botón
central inscritas en clípeos de triple tallo o banda de contario y anilladas
por parejas. Al interior, el hemiciclo conserva sólo parte de la imposta,
decorada con tres filas de tacos y con restos de policromía en tonos ocres y
parduzcos, que corría bajo las ventanas, de las cuales sólo la norte mantiene
parcialmente su tipología románica.
Ya señalé que el hemiciclo había visto alterado
su arco en el siglo XVIII. De la misma época data la bóveda de arista que cubre
el presbiterio, que sólo conserva de época románica un arco de triunfo, de
medio punto doblado y posiblemente rehecho y las semicolumnas adosadas en las
que reposa, sobre alto podio.
Ambas presentan basas de perfil ático con
grueso toro inferior con garras y sobre fino plinto y sus capiteles se coronan
con cimacios ornados con tres hileras de finos tacos, que suponemos se
continuaban como imposta por el presbiterio y nave.
Los capiteles son figurados, el del lado del
evangelio con tres águilas bicéfalas de alas explayadas y cuellos anillados, y
el de la epístola con un personaje de aspecto sedente que muestra las palmas de
sus manos recogidas sobre su pecho en su frente.
A ambos lados y separados de él por dos hojas
carnosas con crochets, aparecen otros dos personajes, uno, vestido con ropas
talares y mitrado, porta un báculo y aparece bendicente, mientas que el otro,
fragmentario, porta una especie de báculo. La escena, pese a no poder ser
identificada con seguridad, parece aludir al ceremonial litúrgico.
En la última restauración del edificio,
acometida en 1996, aparecieron tras el altar de la capilla de la epístola,
dedicado a la Virgen del Rosario, doce canes románicos, de los cuales cuatro se
conservan en la sacristía, decorados con una cabecita sosteniendo un tonel, un
híbrido de reptil y león, dos águilas y un cérvido. El resto fueron
reutilizados en el muro septentrional. También en el interior se conservan dos
piezas del friso inferior del ábside, decorada una con una hexapétala inscrita
en un clípeo con decoración de contario y un felino de puntiagudas y largas
orejas, con una palmeta y una cabecita entre ambos medallones. La otra recibe
una pareja de aves de cuellos vueltos, afrontadas en torno a un tallo.
La caja de muros de la nave, también muy
alterada, conserva la cornisa soportada por canes que la corona, salvo la ya
comentada reforma del hastial occidental. En ella se abren dos portadas de
igual desarrollo y morfología, al norte y al sur, ambas abiertas en antecuerpos
coronados por tejaroz.
La portada meridional presenta arco de medio
punto, rehecho a principios del siglo XX (“SE RESTAURO EN EL AÑO DE MCMIII”),
sobre jambas lisas, y tres arquivoltas sobre jambas escalonadas, de aristas
matadas por boceles, en las que se acodillan dos parejas de columnas. La
arquivolta interior presenta bocel, caveto ornado con pomas y una banda de
zigzag; la central, exornada por una fina banda de sogueado, se decora con un
friso de roleos formados por dos vástagos perlados serpenteantes en los que se
inscriben rosetas y una cabecita; y la exterior recibe semicírculos perlados
que albergan esquemáticas y estilizadas flores de arum también perladas. Las
columnas que se acodillan en las jambas, de canon achaparrado, presentan corto
fuste sobre basas de perfil ático degenerado, con grueso toro inferior sobre
plinto. Las coronan capiteles decorados, los del lado izquierdo del espectador,
con una pareja de sirenas de doble cola escamosa que elevan con ambas manos –el
exterior– y una pareja de arpías de alas explayadas a ambos lados de una hoja
lanceolada. Los cimacios, que se continúan como imposta por el antecuerpo,
reciben un tallo ondulante que acoge palmetas. Los capiteles de la parte
derecha se decoran, el interior con un jinete halconero y un felino atacado por
un ave, con una doble hoja de punta enrollada entre ambas figuras; y el
exterior, con dos toscas arpías afrontadas. Sobre ellos, la imposta, que les
sirve de cimacio, recibe una decoración similar a la de la segunda arquivolta,
con rosetas inscritas en clípeos perlados. La irregular disposición de las
dovelas, la inclusión en la primera arquivolta de una dovela con escaques y la
interrupción del diseño de los tallos ondulantes de la segunda nos hace pensar
que esta portada fue remontada, posiblemente coincidiendo con la “restauración”
del arco, en 1903.
Corona la portada un tejaroz, cuya cornisa,
decorada con un friso de vástagos enroscados y brotes, de buena factura, apea
en los dos contrafuertes entre los que se abre el vano y en una serie de seis
canecillos figurados. Sólo dos de las cobijas de la cornisa conservan
decoración, a base de medallones de entrelazo estrellado, de buena fac- tura.
Los canecillos se encuentran bastante deteriorados, aunque en cuatro de ellos
se reconocen músicos sedentes y coronados, otro es un personaje de pie (quizá
danzante) y el último un fracturado acróbata cabeza abajo. En el segundo can
comenzando por la izquierda se grabó la inscripción “NICHOLAV[S] / ME / FE /
C[IT]”.
La portada septentrional, protegida hoy por un
moderno pórtico fruto de la última restauración, manifiesta idéntica morfología
que la sur, abierta en un antecuerpo flanqueado por dos contrafuertes y
compuesta de arco liso de medio punto y tres arquivoltas que apean en jambas
escalonadas con dos parejas de columnas en los codillos. La corona también un
tejaroz, de cornisa abiselada ornada con dos filas de semibezantes soportada
por seis canes decorados con bustos masculinos y femeninos, éstos con toca con
barboquejo, de ojos almendrados y saltones con pupilas incisas y rictus
sonriente de sus labios. Las arquivoltas repiten la decoración vista en la
portada meridional, mientras que los capiteles del lado izquierdo se decoran
con dos niveles de grandes helechos de tratamiento espinoso y puntas vueltas y
cabecitas en los dados del ábaco.
El interior del lado derecho es igual a éstos,
mientras que el capitel externo se decora con una danzarina con los brazos en
jarras acompañada de otra figura femenina, tocada con barboquejo y vestido
escamoso de largas mangas que sostiene contra su pecho un objeto circular
irreconocible. Los cimacios presentan palmetas inscritas en clípeos de espinoso
tratamiento y entrelazos, con filetillo de zigzag y sogueado. Las columnas, de
corto canon, se alzan sobre basas de prominente toro inferior decorado con hojas.
Los muros norte y sur de la nave, como ya dije
bastante rehechos, conservan vestigios de la cornisa original y algunos
canecillos románicos, la mayoría de simple nacela y otros decorados con una
banda perlada, escalonados, boceles, crochets, rollos, un tonel, etc.
De la época de construcción del edificio debe
datar, igualmente, la pila bautismal hoy conservada en una capilla abierta en
el espesor del hastial occidental. Su copa es semiesférica, de 110 cm de
diámetro por 53 cm de altura, con somera decoración incisa de cruces de malta
en clípeos y banda de dientes de sierra en el borde.
En los muros interiores de la nave, junto a la
cabecera, se abrían dos lucillos sepulcrales de arco apuntado, ambos decorados
con pinturas murales muy deterioradas. Las correspondientes al del lado de la
epístola son mediocres y tardías (siglos XVI-XVII), mientras que las del
lucillo del muro norte se encuadran en el gótico lineal y datan, según Ruiz
Maldonado, de la segunda mitad del siglo XIV. Del siglo XVI, aunque restaurado
en los siglos XVII y XVIII, data el alfarje que cubre la nave, así como la tribuna
de los pies, cuya viga se decora con motivos geométricos y vegetales que
parecen inspirarse en los frisos exteriores del ábside. En el interior de la
capilla de Nuestra Señora del Rosario (lado de la epístola), a unos cuatro
metros de altura, apareció al desencalar el muro, en un sillar reutilizado
junto a una estela invertida, la inscripción “PETRO : IH[OA]N[E]S / MANDO:
IIII / MF / SUA ANIMA”.
La fábrica románica muestra, pese a las
alteraciones, una indudable unidad, que parece corresponderse con una única
campaña constructiva. Esta unidad se extiende al estilo de la escultura, pese a
que parecen apreciarse dos manos distintas. Junto a un estilo muy rudo y seco,
que recurre a la talla en dos planos y acusa escasa definición de los volúmenes
y desproporciones, encontramos otra mano algo más hábil, cuya impronta se deja
notar sobre todo en los capiteles del arco triunfal. Este escultor, posiblemente
el maestro Nicolás que dejó su firma en un canecillo, pese a recurrir a
convencionalismos, sobre todo en las caracterizaciones de los rostros y caer en
evidentes desproporciones, dota a los relieves de más volumen y en el tejaroz
de la portada meridional alcanza un aceptable grado de definición, tanto en los
tallos como en los clípeos entrelazados de la cornisa. Las fuentes de
inspiración de ambos hay que buscarlas en los talleres que trabajaban a finales
del siglo XII en la ciudad de Salamanca. Margarita Ruiz ya señaló la similitud
de los rostros ovalados, de ojos almendrados y saltones de pupila perforada y
rictus sonriente que vemos en los canes de la portada norte, con las esculturas
que decoran los nervios del brazo meridional del transepto de la seo vieja
salmantina, de circa 1185-1195, según Pradalier. Misma progenie salmantina se
puede adjudicar a las bandas de semibezantes enfrentados de la portada
septentrional de Almenara, que vemos en los cimacios de los pilares orientales
de la nave de la Catedral Vieja; motivos vistos en la puerta meridional del
claustro salmantino, como los medallones calados, parecen inspirar los frisos
de roleos y los entrelazos de Almenara, además de la recurrencia a las bandas
perladas. También la decoración de las arquivoltas parece un seco remedo de los
cimacios del brazo sur del transepto de la seo. Similares temas, como las
rosetas en clípeos de las dos bandas exteriores del ábside, encuentran su
parangón en la más cuidada decoración salmantina, y lo mismo les sucede a las
figuras, aunque en éstas su talla a bisel y escasa definición parecen
acercarlas más, por su linealidad, a modelos procedentes de telas orientales y
también a la pareja de capiteles conservados en la capilla mayor de San Juan de
Alba de Tormes, procedentes de la desaparecida iglesia de Santiago de la misma
villa. La sumaria decoración de rosetas, entrelazos y clípeos perlados nos
remite también al arco de la portada de la calle San Vicente Ferrer de la
capital, en las inmediaciones de la catedral.
Es, sin embargo, en la decoración de San
Cristóbal de Salamanca donde radica, a nuestro juicio, el origen de este
maestro, sobre todo en el tratamiento del relieve. En los canecillos de esta
iglesia de la capital encontramos el águila bicéfala del triunfal de Almenara,
el personaje sosteniendo el barrilillo, una arpía de alas explayadas de
tratamiento muy similar a las de nuestra portada sur, bustos humanos del tipo
de los antes descritos, etc. También en su ábside encontramos, igualmente
disgregado, un friso de hojas inscritas en clípeos perlados, al modo del
exterior del hemiciclo de Almenara. En los capiteles del interior de San
Cristóbal, junto a los capiteles de entrelazos, hallamos el esquema de cesta
vegetal de dos pisos de hojas, las inferiores cóncavas con bolas y las
superiores avolutadas, similar a las más secas de la portada septentrional de
Almenara o las del triunfal. Pueden también encontrarse paralelismos en otros
edificios de la provincia, como la portada de Santiz, donde se esculpieron dos
toscas águilas bicéfalas; en un capitel del interior de San Pedro de Paradinas
de San Juan, donde se representaron dos sirenas de doble cola alzada, de
similar diseño aunque mejor calidad que las de la portada sur de Almenara, etc.
En cualquier caso y pese a reconocer el origen de ciertos motivos en el gran
taller de la Catedral Vieja, nuestro escultor parece ajeno al cuidado estilo de
éste y recibir los modelos a través de talleres secundarios de la capital, que
lo difunden, con evidente pérdida de calidad, en los monumentos del entorno.
Por ello, la cronología de la iglesia románica de Almenara debe rondar los
últimos años del siglo XII o incluso los primeros del XIII.
Santibáñez del Río
La pequeña aldea de Santibáñez, perteneciente
al término de Doñinos, se sitúa junto a la orilla izquierda del Tormes, en una
llanura rodeada de pequeñas elevaciones, a escasos 5 km al este de Salamanca.
Este curioso y poco conocido edificio, hoy sin función cultual ninguna, se
encuentra en un lamentable estado de abandono y semirruina, desprovisto de
cubiertas ya que la restauración de la que fue objeto en 1986 acometió
simplemente la consolidación de la caja muraria.
La primera mención al modesto edificio, sobre
cuya advocación parece existir una cierta confusión, la encontramos ya en el
primer tercio del siglo XVII, en la que se cita el lugar de “Santi Váñez”
como “anexo de Tejares (el actual Barrio de Tejares)” y se dice que “tiene
quatro o cinco vezinos, la advocación de la iglesia es de Sant Justo y muy
antigua y la pared del campanario está muy torcida y peligrosa”. García
Boiza señala que el pueblo de Santibáñez desapareció en la riada de San
Policarpo (1626).
Iglesia de San Justo
San Justo de Santibáñez del Río aparece hoy día
como un pequeño edificio de nave única, levantada fundamentalmente en sillería
y rematada por una amplia capilla mayor postmedieval de testero plano, en
mampostería, a la que da paso desde la nave un arco triunfal de medio punto
doblado que apea sobre repisas.
Pese a la evidente sencillez de la estructura
destaca la gran disparidad de aparejos y materiales, signo de múltiples fases
constructivas y reparaciones.
El cuerpo de la nave, en cuyo costado
meridional se abre la portada, se erigió en sillería arenisca labrada a hacha y
con numerosas marcas de cantero, aunque en la zona inmediata a la portada y
hacia el oeste aparece, tanto en el muro norte como en el sur, un tramo que
combina este material con gruesos sillares de granito.
El muro del hastial, sobre el que erguía una
espadaña que ya a principios del siglo XVII se encontraba “muy torcida y
peligrosa”, debió finalmente desplomarse, pues son evidentes en él los
signos de reconstrucción, que deja- ron sobre el hastial una simple espadaña de
arco de medio punto, más funcional que estética.Desd
e la portada y hacia el este, la amplia
cabecera se levantó en mampostería de grandes bloques de arenisca, sustituyendo
a la original, en época moderna. Una puerta adintelada y cegada en el testero
daría paso a una sacristía hoy desaparecida. Otro acceso, adintelado al
interior y de medio punto al exterior e igualmente cegado, se abría en el muro
norte, frente a la portada.
Pero, pese a las reformas y al evidente
deterioro que ha significado la prolongada ausencia de cubiertas, el edificio
alberga en su muro meridional una bella portada románica en la que resulta
curioso tanto el retranqueo del plano de fachada como el que se abra en el
espesor del muro, sin abocinamiento.
Consta la portada de un arco de medio punto
excelentemente despiezado y rodeado por una arquivolta decorada con un friso de
rosetas octopétalas y tetrapétalas con botones, inscritas en clípeos de tallos,
de idéntico diseño que las vistas en los cimacios del pilar sudeste del crucero
de la seo salmantina.Apoyan arco y arquivolta sobre cimacio decorado
con lises inscritas en roleos formados por tallos entrelazados y jambas lisas.
Su diseño y tratamiento “metálico” remiten nuevamente a la Catedral
Vieja de Salamanca, concretamente a los cimacios de la portada occidental.
Remata el rehundido de la portada una moldura –que proporciona así un falso
aspecto de alfiz– casi tangente a la rosca de la arquivolta y decorada con un
friso de máscaras de felino vomitando hojarasca, motivo que volveremos a
encontrar aunque con distinto tratamiento en la portada de Villamayor. La
decoración se completa con los tres grandes modillones que, sobre la portada y
siguiendo la línea de otros lisos que aparecen en el muro, sostuvieron las
vigas de un pórtico hoy desaparecido.
Muestra el occidental una cabecita entre dos
toneles, el central dos esbeltas aves afrontadas bebiendo de la fuente de la
vida, alzada sobre un alto fuste sogueado, y el otro un monstruo híbrido de
parte posterior de cuadrúpedo y largo cuello de reptil, vuelto hacia abajo y
recubierto de escamas. Remata los muros de la nave una cornisa decorada con
friso de lises, en todo igual al de los cimacios de la portada, que se combina
con tramos de ajedrezado. Apoya el alero en una rica serie de canecillos, algunos
de rollos, proa de barco y doble nacela, aunque la mayoría están decorados con
crochets, cabecita con barrilillo, prótomos de cuadrúpedos, cabecitas humanas,
volutas, etc.
La calidad de la escultura, lo esmerado de la
talla y lo acertado de la composición, así como algunos detalles iconográficos
(aves bebiendo de la fuente de la vida) y decorativos (rosetas y lises en
clípeos vegetales), nos revelan, junto a otra mano más tosca, la presencia de
un cincel experto e indudablemente deudor del gran taller escultórico activo en
la cabecera y hastial de la Catedral Vieja probablemente en torno a 1170-1180.
Temas y tratamientos similares los encontramos también en oros edificios como
San Martín de Salamanca, Forfoleda, Castellanos de Villiquera, San Andrés de
Ciudad Rodrigo, etc.
Añade interés al proporcionado por la
decoración descrita la presencia de dos extensas inscripciones en verso que,
con caracteres del siglo XIII, se sitúan en la rosca de los salmeres del arco
de ingreso. Los epígrafes muestran manos distintas, siendo sus textos los
siguientes:
“Q[U]IS
: Q[U]IS AM / AT : XPM[CHRISTUM] : MV[N]DV[M] : / N[ON] DILIGIT : ISTVM : / SET
: Q[U]ASI : FETOR / E[M] : SPERIT : ILLI : AMO / REM”.
“Quisquit am/at Christum mundum / non
diligit istum / sed quasi fectorem (sic)/ sperit illi amorem”, la del
salmer izquierdo, cuya traducción sería: “Quienquiera que ama a Cristo no
estima este mundo, sino que hacia su autor dirige su amor”; y
“O DIVES: DIVES / NON OMNI TE[M]PORE / UIUES
: FAC : BENE : DVM / UIS : POST : MORTE[M] / VIVERE : SI VIS:”
“O dives, dives / non omni tempore / vives
fac bene dum / vis post mortem / vivere si vis”, la del salmer derecho, que
puede traducirse como: “Oh rico, rico no vivirás para siempre, haz el bien
si tras la muerte deseas vivir”.
Ambos epígrafes, catalogables en la categoría
de las hortationes, tenían como misión exhortar a los fieles la práctica
de la virtud, renunciando a las mundanidades y riquezas, como medio de alcanzar
la vida eterna. Este espíritu moralizante es relativamente frecuente en
inscripciones de los siglos XIII al XV. Lo encontramos en la clave central de
la bóveda absidal del templo alavés de Nuestra Señora de la Asunción de Tuesta,
en el libro que porta el Pantocrátor, donde leemos: “DIVES, DIVES NON OMNIS
TEMPORE VIVES, FAC BENE DEO IN VIVIS, POST MORTEM VIVERE SI VIS. ELIAS ME FECIT”
(Oh rico, no vivirás siempre rico; haz bien a Dios en los vivos si quieres
vivir después de la muerte. Me hizo Elías, según traducción de José J. López de
Ocáriz, Templo de Nuestra Señora de la Asunción. Tuesta, Vitoria, 1986, p. 35).
Al final del epitafio de Douce de Montrouch, en Saint-Genis-des-Fontaines
(Pirineos Orientales, Francia), encontramos el siguiente hexámetro leonino
rico: “FAC BENE DUM VIVIS POST MORTEM VIVERE SI VIS”, es decir, “Haz
el bien mientras vivas, si quieres vivir después de la muerte” (vid. Robert
Favreau, Épigraphie médiévale, Turnhout, 1997, pp. 287-288). El mismo verso lo
encontramos en 16 ejemplos entre los siglos XIII y XV (a los que habría que
añadir este de Santibáñez), como en un capitel del claustro de la catedral de
Monreale, figurado con el tema del pobre Lázaro y el rico Epulón, o en el
priorato de Saint-Orens de Auch, a principios del siglo XIV (vid. Hans Walther,
Carmina medii aevi posterioris latina, t. I-1, n.º 99, p. 312 y t. II-2, n.º
35, p. 3).
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