Arte Románico en las comarcas de Ayllón
y Maderuelo, Segovia
Este recorrido corresponde al extremo oriental
de la provincia, dominado por las villas de Ayllón y Maderuelo,
junto a los límites provinciales de Soria y Guadalajara.
Comarca situada en las estribaciones de las
altas sierras de Ayllón y Pela, con una altitud media que supera ampliamente
los mil metros, y desde las que se divisan picos que llegan a los dos mil. Esta
región, como las vecinas de Guadalajara y Soria han sufrido un proceso de
despoblación severísimo durante las últimas décadas, y empiezan a abundar
lugares casi deshabitados, salvo los meses de verano. El clima durísimo, no
sólo en invierno donde son frecuentes las nevadas duraderas, sino durante buena
parte del otoño y primavera, no invita a quedarse a una gentes que ven, en
otros lugares, una forma de vida más cómoda.
No siempre fue así, pues estas tierras fueron
largamente disputadas por castellanos y musulmanes durante siglos, y una vez en
manos cristianas, comenzó un esfuerzo repoblador que hizo de lugares como
Ayllón, Fresno de Cantespino o Maderuelo, puntos fuertes y de importancia
política en la Castilla medieval.
Características del románico en las
Tierras de Ayllón y Maderuelo
Se trata de una de las comarcas más
interesantes de la provincia gracias al carácter monumental de algunas de sus
villas y a la noble soledad que se respira a lo largo y ancho de la zona.
En las antiguas Tierras de Ayllón y Maderuelo
existe de un románico muy relacionado con el construido en la vecina provincia
de Soria.
Incluso en lo escultórico, se aprecian claras
relaciones con los restos románicos de la Sala Capitular de la catedral de El
Burgo de Osma, como en el caso de la arquivolta esculpida de la pequeña iglesia
de Alquité.
Las portadas se complican y abocinan,
adquiriendo una decoración más geométrica que vegetal. La piedra de las
construcciones alcanza un color rojizo, tan típico de las tierras del oeste
soriano.
Los ejemplos seleccionados en esta zona son los
templos de Ayllón, San Miguel de Languilla y la Natividad de Santa María de
Riaza, Negredo, Becerril, Aldealengua de Santa María, Mazagatos, Grado del
Pico, Francos, Valdevarnés, Fuentemizarra, etc.
También abordaremos el interesantísimo
patrimonio románico de la villa de Maderuelo, especialmente de su ermita de la
Vera Cruz.
Ayllón
La Villa de Ayllón está situada en el extremo
este de la provincia segoviana, a 98 km de la capital, en la ladera sur de un
cerro a cuyos pies discurre el curso del río Aguisejo en un paraje en el que
predomina la ferruginosa tierra roja que contrasta con el verde de robles y
pinos.
El origen del asentamiento se remonta a tiempos
de celtíberos y romanos, pero será a partir de la llegada de los musulmanes en
el siglo X cuando se conozca por fuentes documentales así como por restos
arquitectónicos y materiales. Se trataría del momento en el que se empiezan a
levantar las defensas que rodean la parte superior del cerro. Documentalmente,
Alonso Zamora Canellada, director del Museo de Segovia, en el estudio
arqueológico e histórico del Castillo de Ayllón, señala la existencia de dos
textos de época califal en los que se refleja el paso de las tropas de Abd
al-Rahman III en varias ocasiones, una de regreso a territorio seguro tras los
ataques realizados en la meseta, mientras que en otro momento no sólo fueron de
paso, sino que arrasaron todos los núcleos del valle del río Riaza.
Asimismo, los vestigios más antiguos pertenecen
a muros de tapial forrados por el aparejo encintado que se caracteriza por
tongadas horizontales de ladrillo entre las cuales se disponen nuevamente
ladrillos en disposición vertical, dejando, en tramos regulares, un espacio
central cuadrangular en el que se coloca una piedra de forma regular que tiende
hacia las formas esféricas en su cara vista. Dicho tipo de aparejo se encuentra
en otros puntos de la provincia todos ellos relacionados con la presencia musulmana
califal. Como ejemplos podemos citar el castillo de Fresno de Cantespino, la
Puerta de Alfonso VIII de Fuentidueña, la torre de la iglesia de El Salvador de
Segovia. En la Villa de Ayllón se conservan restos murarios en el recinto alto
así como en la iglesia de San Miguel.
Por otro lado, la cerámica vidriada típica de
la época es casi inexistente en la zona, únicamente don Pelayo Artigas,
cronista oficial de la villa, cita a inicios del siglo XX el hallazgo de algún
fragmento cuyas características son similares a la cerámica califal cordobesa,
actualmente en paradero desconocido.
Ayllón desde mediados del siglo X irá creciendo
de forma paulatina, muestra de esta importancia es la mención de la localidad
en el Fuero de Sepúlveda en el 1076 con motivo de a señalización de los límites
ambos términos. Pero será a partir del año 1085, con la toma de Toledo por
parte de Alfonso VI, cuando la presencia cristiana en la Villa sea más estable.
El territorio se reorganiza y Ayllón se convierte en la cabecera de una de las
varias Comunidades de Villa y Tierra que se fijaron en toda la provincia,
teniendo bajo su jurisdicción un amplio territorio con más de 21 pueblos,
siendo Señorío de Fernando de Antequera y dependiendo, en un primer momento de
la Diócesis de Osma, para pasar a la de Sigüenza en 1088.
Una gran parte de los reyes castellanos de los
siglos XII, XIII y XIV pasarán cortos periodos en el Castillo de la Villa, como
Alfonso VII, Alfonso VIII, Fernando III o Alfonso X. Igualmente don Álvaro de
Luna elegirá este enclave como lugar de destierro en el año 1427, siendo estos
momentos y los posteriores los de mayor esplendor de la construcción.
De la estructura y organización espacial del
Castillo poco se conoce a pesar de las excavaciones arqueológicas allí
realizadas por Alonso Zamora. Lo que sí se puede afirmar es la existencia de
dos recintos amurallados, uno en la parte alta del cerro y otro que protegería
la ladera en la que se asienta la población. El Castillo se encontraría dentro
del primero. Se trataría de un edificio lo suficientemente grande para poder
albergar a la corte real y con unos muros que garantizasen su protección,
aunque no hay documento alguno que afirme estas hipótesis.
La primera mención que hay sobre el Castillo de
Ayllón se encuentra en el Poema del Mío Cid, concretamente en el verso 398 de
la edición preparada por Ian Michael, en el que se señala la existencia de una
serie de torres que están en manos de los moros. Desconocemos si hace
referencia a las torres del propio Castillo, a las torres albarranas del
recinto amurallado superior o bien, según la hipótesis de Criado de Val, a la
serie de atalayas situadas al este de la Villa, allí ubicadas para la defensa
de Toledo y el control de los pasos de la Sierra teniendo como vértices Ayllón,
Gormaz y Atienza.
De todo ello lo único que se mantiene en pie
hoy en día es una torre albarrana conocida como Torre Martina por su uso como
campanario de la iglesia contigua de San Martín del Castillo así como restos
del recinto amurallado elaborado en tapial, posiblemente recubiertos con
mampostería encintada, siendo los “paredones” los de mayor altura y
mejor conservados. Este recinto tenía un total de cinco cubos de planta
cuadrangular así como varios accesos, uno posiblemente situado en la zona
noroeste y otro en el extremo este.
El recinto bajo sería de posterior construcción
al alto adosándose a este en los puntos de unión. Su función era evidente, la
defensa del núcleo urbano de la Villa en una zona en la que las defensas
naturales son escasas. Construido en mampostería de piedra caliza, contaría
con, al menos, tres puertas de acceso, de las que únicamente se conserva la
conocida como “El Arco” cuyo estilo data del siglo XVI fruto de las
remodelaciones realizadas a la puerta original de piedra y ladrillo. El trazado
de dicho recinto se encontraría desde la zona alta de la Iglesia de San Juan,
bajando ladera abajo hasta el Convento de la Concepción, en cuyo recinto
exterior se conserva parte de la muralla. De este punto avanzaría paralelo al
río y a la carretera de Soria hasta volver a unirse con el recinto alto.
El núcleo urbano protegido por este recinto
amurallado sería de una importante entidad dado el elevado número de iglesias
con las que llegó a contar don Pelayo Artigas en su estudio sobre las Iglesias
de Ayllón señala la existencia de las siguientes parroquias:
·
San
Esteban que debió estar situada a la derecha de la entrada de la plaza y fue
suprimida en 1797.
·
San
Millán emplazada muy próxima a la zona en la que, posteriormente, se erigió
Santa María la Mayor, a inicios del siglo XVIII debía mantenerse en aún en buen
estado.
·
Santa
María del Castillo situada en el cerro debió arruinarse en el siglo XVII y de
ella nada se conserva.
·
Santa
María Mediavilla fue desmantelada en 1732 como consecuencia de su pobreza y de
la poca afluencia de feligreses con la que contaba ya que estaba apartada del
pueblo en la ladera del cerro y rodeada de regueros que anegaban el paso.
·
San
Martín del Castillo, cuyos cimientos son aún visibles, se encuentra en el
interior del recinto alto, al sureste de la meseta del cerro. Fue disuelta en
1802 manteniéndose en pie la Torre Martina que era empleada como campanario de
dicha iglesia.
·
San
Juan Evangelista es la única de las iglesias que contaba con torre de
campanario en la Villa, siendo una de las que aún mantienen parte de sus muros
en pie. Situada en la ladera sureste del cerro fue desmantelada en 1796 como
consecuencia de su pobreza. Se trata de una sólida iglesia románica a la que la
Familia de los Daza adosó una magnífica capilla gótica en el siglo XVI.
·
San
Miguel se trata de la iglesia románica situada en el frente norte de la plaza
de la Villa. Fue la última de las parroquias en suprimirse en el año 1902 lo
cual ha provocado que aún se mantenga en pie pese a los graves problemas
estructurales que ha sufrido. Santa María la Mayor, la iglesia parroquial es un
templo barroco con algún testimonio conservado entre sus muros. Igualmente se
conoce la existencia de varias ermitas y conventos. San Nicolás y Santiago eran
las dos ermitas románicas localizadas a extramuros de la villa, una situada al
este y la otra al oeste, de las cuales no quedan más que restos. En lo
referente a las Comunidades Conventuales la de San Francisco estará fundada en
el siglo XIII, habiendo sufrido importantes reformas a lo largo de su historia,
mientras que la Purísima Concepción datará del siglo XVI.
Tal y como se puede apreciar la vida religiosa
de la Villa durante la Edad Media fue de una significativa relevancia ya que
contaba con un total de ocho parroquias, dos ermitas y un convento, hoy en día,
gran parte de ellos, desaparecidos o en estado ruinoso como consecuencia del
declive socioeconómico que sufre Ayllón desde inicios del siglo XVIII.
Iglesia de San Miguel Arcángel
La iglesia de San Miguel se encuentra situada
en el flanco sur de la Plaza de la Villa de Ayllón, junto a la Casa
Consistorial, no estando exenta ya que en el muro norte se adosan una serie de
edificios. Como consecuencia de esta privilegiada posición, ha sufrido varias
remodelaciones a lo largo de su historia, en el momento en el que se procede a
su análisis se aprecia la gran variedad de formas constructivas que en ella se
han empleado dando lugar a un edificio enormemente complejo. Actualmente en ella
no se celebra el culto y ocasionalmente se emplea como sala de exposiciones, ya
que desde el 1 de febrero de 1902 fue agregada a Santa María la Mayor siendo la
última de las parroquias en suprimirse.
La planta muestra una nave principal con
proporciones cuadrangulares, con coro elevado a sus pies, y una capilla lateral
en el frente norte, remata una cabecera de tramo recto y ábside ligeramente
desviada respecto del eje central.
En la fachada oeste se sitúa la robusta
espadaña de dos vanos de medio punto, reforzada por dos contrafuertes
levantados como consecuencia de los problemas estructurales que la hicieron
derrumbarse teniéndose que construir de nuevo en el siglo XV. Entre ambos
contrafuertes se localiza una pequeña puerta de acceso de arco de medio punto
doblado sobre columnillas colocadas en la última restauración. La portada
principal se sitúa en el muro sur, próxima a los pies.
En el momento en el que se levantó la iglesia
aprovecharon los restos existentes de un edificio anterior cuyos muros estaban
construidos con la mampostería encintada datada a fines del siglo X o comienzos
del XI. Dicho edificio nos es totalmente desconocido, pero dadas las grandes
dimensiones de los restos que aún se conservan posiblemente tendría carácter
defensivo aunque no tiene una posición estratégica sobre el territorio.
La mayor parte del muro sur así como la unión
norte entre nave y cabecera presentan este tipo constructivo. En el análisis de
paramentos es totalmente evidente que esos restos son anteriores a los muros de
sillería románicos y, también, que como consecuencia de su presencia, para
aprovecharlos del mejor modo posible, la nave de la iglesia cuenta con una
dimensión casi cúbica dado que la altura es bastante aproximada a la longitud y
anchura, hecho que igualmente condiciona que la cubierta sea de madera. No se
trata de la única iglesia de la provincia que presenta restos de este tipo de
mampostería; El Salvador, en Segovia, cuenta con algunos restos aislados en la
fachada norte de la torre.
En el siglo XVI se construyó en el lado
septentrional una nave lateral, con cubierta a un agua, que se abre a la
principal a través de un arco de amplio desarrollo. En el muro este de dicha
nave, y paralelo a la cabecera se construyó un pequeño espacio empleado como
sacristía que actualmente no está cubierto.
A la cabecera, cubierta con bóveda y cúpula de
piedra, se accede a través de una gran arco levemente apuntado sostenido por
dos semicolumnas cuyos capiteles están ornamentados con hojas bastante
estilizadas. El cimacio está decorado con taqueado de influencia aragonesa,
algo muy común en el resto de las iglesias románicas de la villa, prolongándose
por toda la cabecera a modo de línea de imposta. Ambas basas son de doble toro
y las esquinas del podio sobre el que se asientan están rematadas con bolas, algunas
de las cuales han desaparecido.
Este espacio únicamente está iluminado por el
vano situado en el lado de la epístola del tramo recto. Los otros dos
existentes, tanto el situado en el lado opuesto del coro como el del ábside,
están cegados, este último está cubierto por el retablo barroco que cubre todo
el hemiciclo, mientras que el primero fue sustituido por la sepultura de don
Juan Contreras, quien financió la construcción del pórtico sur.
Ninguno de los mencionados vanos contaba con
decoración al interior, al exterior, el situado en el frente sur del tramo
recto, cuenta con un aro de doble punto de ancho bocel y ajedrezada chambrana
apoyado en dos columnillas de capiteles decorados con iconografía animal,
grifos y aves de doble cabeza y alas desplegadas. Ambos cimacios están
ornamentados con roleos vegetales unidos entre sí. El vano se encuentra en un
espacio bastante reducido, a cada lado del mismo se dispone un contrafuerte
construidos en el siglo XV como consecuencia de los graves problemas
estructurales del templo en la fachada sur, hecho que se manifiesta igualmente
en el ábside a través de profundas grietas restauradas hace pocos años.
El otro vano decorado al exterior es el situado
en la zona central del ábside, repitiendo el mismo esquema de arco de medio
punto con guardapolvos sobre columnillas. En este caso la decoración de los
capiteles es de amplia retícula.
La cornisa que recorre toda la cabecera, está
decorada con entrelazado, descansando sobre metopas y canecillos ornamentados
con figuras muy bien conservadas.
La mejor muestra se localiza en la fachada sur
del presbiterio, allí es donde encontramos un flautista, una pareja abrazada,
un personaje con un cántaro en los brazos y un cantero labrando con la piqueta,
a los que hay que unir un grifo.
Otros de los canecillos que recorren el ábside
contienen a un arquero, personaje con mazo en las manos, otra pareja, etc.
También hay otra serie de motivos más esquemáticos como hojas que envuelven una
bola o modillones de rollos. En cuanto a las metopas todas ellas cuentan con
rosetón variando el número de puntas.
Dos baquetones dispuestos verticalmente y
coronados por capiteles foliados dividen el ábside en tres tramos. En el
interior de templo se depositaron varias piezas de cornisa y algún can en mal
estado de conservación rescatados en la última restauración.
En la fachada sur se adosó en el siglo XV un
pórtico destinado a proteger la portada. Años más tarde fue ampliado con otra
altura más para poder disfrutar de los espectáculos de la plaza. Posteriormente
el espacio se cerró y fue empleado como vivienda parroquial.
La portada principal de la iglesia, protegida
por esta estructura, es de múltiples roscas con diferente decoración: rosetones
de ocho puntas, sogueado, bolas, zigzag y ajedrezado. Una de las columnillas ha
sido extraída y sustituida por otra de piedra diferente. Los capiteles están
decorados con animales, uno de ellos cuenta con aves que entrelazan sus cabezas
mientras que el otro porta dos leones afrontados descabezados. Esta portada,
adelantada respecto la línea del muro, refleja igualmente la debilidad de la
estructura ya que está claramente desviada hacia delante.
Si como consecuencia del adosado norte se
eliminó la cornisa y canecillos originales, en la fachada sur aún se conserva
en ciertas partes. La decoración para la cornisa es a base de bolas mientras
que la de los canes es de rollos y hojas que envuelven, en unos casos, una
bola, y en otros, dos.
Por último hay que señalar la presencia de una
austera pila bautismal, de difícil datación, de cuerpo troncocónico sin
decoración alguna, en piedra caliza, cuyas dimensiones son las siguientes: 95
cm de diámetro y 66,5 cm de altura, siendo el pie de época posterior.
Las características aquí descritas apuntan a
una gran similitud entre esta iglesia, la de San Juan Evangelista y las ruinas
de la Ermita de Santiago, quedando datadas todas ellas a finales del siglo XII,
hecho que demuestra el gran desarrollo económico que tuvo la Villa durante
estos años.
Convento de San Francisco
El convento de San Francisco, hoy de propiedad
particular, se encuentra situado a extramuros de la Villa de Ayllón, junto a la
carretera que conduce a Aranda de Duero. El río Aguisejo recorre por uno de sus
laterales abasteciendo de agua a la comunidad que se encontraría originariamente
entre sus muros.
Fundado en el siglo XIII por El Cristo de la
Edad Media, San Francisco de Asís, según señala Pelayo Artigas, cronista
oficial de la Villa. Como única muestra de su fundación, rescatado de las
ruinas, se halló el escudo de armas del Rey don Alfonso VIII. En dicho momento
se trataría de una pequeña comunidad que emplearían a la que fue cedida la
Iglesia de San Bartolomé por parte del Obispado de Sigüenza, tratándose, de
este modo, de la primera iglesia utilizada antes de construir la nueva gracias
al Condestable don Álvaro de Luna. Los restos que hoy en día se conservan de
estos primeros momentos son los muros exteriores de una pequeña iglesia de una
sola nave con cabecera recta.
A lo largo de su historia fue el lugar elegido
como enterramiento de las nobles familias de Ayllón, allí descansaron los
restos de don Juan Pacheco de Luna, Conde de San Esteban de Gormaz, así como
varios individuos de las familias de los Vellosillo, Daza, Chaves y Temiños.
Igualmente fue lugar celebración de importantes
reuniones como la celebrada en 1411 en la que participaron San Vicente Ferrer,
don Fernando de Antequera, Juan II y su madre Catalina de Lancaster.
La Comunidad conventual no era muy numerosa,
las fuentes señalan que a mediados del siglo XVIII se componía de veinte
sacerdotes, seis legos, dos coristas y un donado, aunque también cabe señalar
que anteriormente tuvo como principal labor la de Seminario. Con la llegada de
la Guerra de la Independencia la decadencia fue inevitable; el 2 de septiembre
de 1809 llegó a Ayllón la Cuadrilla del Empecinado arrasando con los bienes a
su antojo, y finalmente en 1836 fue víctima de la desamortización, hecho que
provocó la desaparición y traslado de la mayor parte de los bienes muebles y la
ruina total del edificio.
Gracias a las restauraciones realizadas en
posible observar las diferentes etapas constructivas por las que pasó, por un
lado, la magnífica cabecera, es gótica, mientras que la fachada principal, el
cuerpo de cruz latina y la mayor parte de las estancias anexas, corresponden al
estilo neoclásico.
Los restos románicos que aquí se encuentran son
bastante escasos, prácticamente inapreciables; se trata de dos canecillos
localizados en la fachada principal, uno situado en el muro sur del recinto que
representa una figura arrodillada en actitud penitente muy deteriorada, y otro,
el que simboliza una figura monstruosa encadenada, está colocado en un lugar
bastante destacado bajo los ángeles que sostienen la hornacina con la imagen de
San Francisco de Asís en la fachada principal de acceso al templo.
Ambos canecillos no pertenecerían al Convento
primitivo, sino que fueron trasladados en 1732, así como otras muchas piezas,
de la Iglesia románica de Santa María Mediavilla para hacer frente a los gastos
ocasionados con la construcción de la Iglesia de Santa María la Mayor. Se
subastaron todos los materiales y el Síndico del Convento adquirió la piedra,
madera y tejas del cuerpo de la torre, cuerpo de la iglesia, cementerio y atrio
que fueron a parar a las obras que se estaban realizando en el Convento. Los
canecillos se reaprovecharon en la cornisa de la casa del Síndico así como en
otras partes del Convento, pero en 1933 ó 1934, los dueños del ya conocido como
Ex-Convento, los vendieron a unos americanos, según el relato de don Elías
Casas, uno de los operarios contratados para tal labor. Así se desmontaron los
canes y se vendieron probablemente a uno de los emisarios del magnate
norteamericano W. Randolph Heartst quien asimismo adquirió por estas fechas el
claustro del monasterio cisterciense de Sacramenia.
En los años setenta el Convento fue adquirido
por última vez gracias a lo cual se ha rescatado y restaurado de una manera
formidable.
Languilla
Situada en la zona más nororiental de la
provincia a 3,5 km al norte de Ayllón junto a la carretera SG-945 que conduce a
Aranda de Duero, fue fundada en tiempos de la repoblación por gentes venidas de
la localidad soriana de Langa de Duero. Se encuentra esta población en tierras
dedicadas al cultivo del cereal con el caserío dispuesto en la ladera sur de un
pequeño cerro a cuyos pies se unen las aguas del río Riaza y Aguisejo.
Históricamente perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de Ayllón y estaba
enclavada en el sexmo, división administrativa de menor entidad, de Valdanzo.
Iglesia de San Miguel Arcángel
La iglesia de San Miguel Arcángel, situada en
la zona más céntrica del caserío que configura el conjunto urbano en el frente
sur de la plaza del ayuntamiento sobre una pequeña plataforma, ha sufrido
numerosas e importantes reformas a lo largo de su historia, principalmente en
el siglo XVI, aunque son los vestigios románicos los que la dotan de gran
belleza e importancia.
El templo, elaborado en sillarejo, es de una
nave rematada por cabecera cuadrangular, a la que se le han añadido dos cuerpos
en cada uno de sus laterales, el de mayores dimensiones dedicado a capilla y el
menor como sacristía, mientras que a los pies se encuentra la espadaña de dos
ojos.
El primero de los elementos que revelan el
origen de San Miguel es el atrio cerrado y objeto de varias reformas ya que
originariamente contaría con un vano central de acceso y tres arcos de medio
con guardapolvos de medias bolas a cada lateral, de los cuales únicamente son
hoy visibles dos de los situados en el flanco oriental. Así mismo en la fachada
sur de dicho pórtico se hallaba otro arco de idénticas características el cual
serviría de acceso y que se mantiene igualmente cegado.
En el interior del espacio central de los tres
en que fue dividido el atrio se encuentra resguardado el elemento más
importante de la iglesia. Se trata de una de las principales portadas de la
provincia y dada su situación geográfica será evidente la influencia soriana y
más concretamente de la catedral de El Burgo de Osma, el principal foco de la
zona.
Sobre un cuerpo resaltado se disponen cuatro
arquivoltas decoradas con bolas, baquetón, óvalos, perlas, arquillos y red de
rombos, que se apoyan en dos líneas de cuatro columnas a las que se unen tres
pares más retranqueadas, siendo la más saliente la de mayor diámetro. Ambos
grupos cuentan con capiteles sin separación que se prolongan hacia el exterior
en disposición abocinada. La serie situada en el flanco oriental repite un
motivo decorativo continuo basado en dos aves que unen sus picos y colas
formando un cuerpo ovalado rematado por una cabecilla masculina que aparece
tras ellos. La ornamentación de los capiteles de las tres columnillas
retranqueadas es algo diferente: en el capitel de mayores dimensiones, aunque
se encuentra bastante dañado, se disponen únicamente dos parejas de aves
afrontadas mientras que en los dos más exteriores los pájaros son sustituidos
por hojas de acanto dispuestas en forma de cáliz. Sobre la línea de capiteles
se sitúa el cimacio decorado con roleo perlado con flor en su interior.
El mayor interés iconográfico se encuentra en
el grupo de capiteles del flanco occidental. Bajo un cimacio decorado con el
clásico ajedrezado se disponen un conjunto de cinco capiteles decorados con una
serie iconográfica que nos aproxima a la catedral de El Burgo de Osma.
Siguiendo los capiteles desde el interior hacia el exterior de la portada,
encontramos en el primero de ellos la representación de la expulsión del
paraíso: Adán y Eva cubiertos por una hoja de parra y con gesto avergonzado
prestan atención a las órdenes del Señor, que sustenta una gran cruz y está
acompañado por un ángel que porta igualmente otro objeto retorcido en sus
manos. Los dos siguientes capiteles muestran el pasaje de la Matanza de los
Inocentes con el rey Herodes sentado en su trono con un objeto en sus manos y
rodeado de diablillos que le susurran el crimen al oído.
A continuación dos madres muestran el
dramatismo de la acción, sujetando una de ellas al niño muerto por los pies
mientras que la otra parece estar en actitud de beber algún tipo de veneno,
siendo, por tanto, esta escena muy similar a una de las que aparecen en la Sala
Capitular de la catedral de El Burgo de Osma en la que varios soldados asesinan
a los bebés y sus aterradas madres proceden a un dramático envenenamiento. Las
similitudes con la catedral soriana no finalizan en este punto ya que los
rasgos de la talla hacen presumir una misma técnica y estética de personajes
achaparrados de rostros ovalados con ojos abombados, miembros desproporcionados
y pliegues toscos. El último de los cuatro, de pequeñas proporciones, alberga
la escena de la Muerte de San Juan Bautista, quien arrodillado y rodeado por un
entorno arquitectónico, que bien podría simbolizar su prisión, se prepara para
recibir el fatídico golpe de espada de su verdugo.
Finalmente la última escena que se representa
en el conjunto de esta serie de capiteles es el banquete celebrado por Herodes
con motivo de su cumpleaños, en el que aparece sentado a la derecha de Herodías
quien ocupa la posición central de la mesa. Les acompañan otras tres figuras
masculinas mientras que dos sirvientes arrodillados frente a la mesa sirven los
manjares de la celebración.
Es de suponer que en el centro de la mesa se
encontraría la bandeja con la cabeza de San Juan Bautista, pero como
consecuencia de la degradación de la piedra esto es imposible de percibir.
Fuera del programa iconográfico aparecen decorados los capiteles de las dos
columnillas retranqueadas con dos sirenas-pájaro afrontadas.
En el interior del templo se mantiene
únicamente el arco del triunfo de medio punto doblado sobre dos semicolumnas
dispuestas sobre podium, con basas áticas decoradas con dientes de sierra y
coronadas por capiteles decorados con iconografía animal y vegetal. En el
capitel del lado del evangelio son dos leones en altorrelieve los elegidos,
mientras que en capitel de la epístola son una clase de concha de marcado
relieve las que se disponen en cada una de las esquinas. El cimacio que se
prolonga a modo de imposta por el muro en el que se abre el arco está formado
por dos pequeñas molduras y una fina línea de pequeñas puntas de diamante.
El último de los elementos románicos que se
conservan en el interior de la iglesia de San Miguel es la pila bautismal
recientemente trasladada del baptisterio situado en el primitivo atrio a la
capilla adosada a la cabecera. Se trata de una obra de grandes dimensiones: 120
cm de diámetro x 70 cm de altura de la copa cilíndrica. Fue elaborada en caliza
y decorada con gallones rematados en la parte superior por un ancho listel.
La iglesia de San Miguel es una muestra clara
de las influencias ejercidas por el estilo soriano de la catedral de El Burgo
de Osma en toda la zona nororiental de la provincia de Segovia. Otro ejemplo
similar será la puerta de Alquité de estilo más artesanal y modesto.
Aldealuenga de Santa María
Localidad situada a cerca de 100 km al noreste
de la capital de la provincia, muy próxima al límite de la misma con tierras
burgalesas y, sobre todo, sorianas, ubicándose a medio camino en la carretera
CL-114, que comunica Ayllón y Maderuelo. Está emplazada a poco menos de mil
metros de altitud, en terrenos de monte y abundante pasto regados por el río
Riaza, lo que le ha permitido gozar de una próspera vega y de terrenos
tradicionalmente aptos para la caza.
A mediados del siglo XIII, aparece en la
documentación bajo el nombre de Aldea Luenga, denominación que para Siguero
Llorente vendría a poner de manifiesto un núcleo importante en cuanto a lo
abultado de su población, sufriendo después una deformación fonética que daría
lugar al actual; Madoz se refiere a este núcleo también como Aldealengua de
Maderuelo, por ser esta la comunidad a la que pertenecía. En su término se
encontraba el despoblado de Valdeperal. Formó parte de las posesiones de don
Álvaro de Luna y posteriormente de las del conde de Miranda, hasta el fin de la
existencia de los señoríos y en la actualidad se integra en las tierras de
Riaza. En todo ese tiempo, hay que señalar el año 1693, cuando siendo monarca
Carlos II, obtuvo Aldealengua el título de villazgo a cambio de un pago de
“Setecientos Ducados de vellón en contado”.
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
Templo situado dentro del caserío de la
localidad, en su extremo septentrional que se corresponde con la parte más
elevada del núcleo, dentro de un espacio de acceso limitado por una cerca. Es
iglesia de una nave, con cabecera recta, que ha visto crecer su extensión gracias
a una sacristía adosada en la parte oriental, un pórtico cerrado a mediodía,
aunque este parece haber sustituido a otro anterior, y un espacio a los pies
donde hoy se sitúa la pila bautismal. Por las partes que permanecen a la vista,
parece que la fábrica debió realizarse en mampostería más o menos concertada,
dejando reservados los vanos, cornisas y esquinas para sillería.
Al exterior conserva gran parte de la cornisa
que recorre tanto la cabecera como la nave en sus muros septentrional y
meridional, faltando únicamente este último flanco de la nave por el
recrecimiento del pórtico. En la cabecera la cornisa de nacela es sostenida por
canecillos de escaso repertorio y desarrollo ornamental; de esta manera, en la
parte meridional aparecen una docena de canecillos con perfiles de nacela, uno
lobulado, otros con frutos y uno con un barrilillo; de igual suerte, en la
parte septentrional la secuencia de nacelas es mayor, apareciendo ya en la zona
más cercana a la nave, un cérvido y un centauro armado con un arco, en actitud
de disparar. En la cornisa de la nave, a mediodía, sólo se conserva el primer
canecillo, luciendo una composición con la representación de una pareja humana,
ambos vestidos con traje talar, marcando la cintura, y capucha; el de la
izquierda se lleva la mano al cuello mientras el personaje de la derecha
aparece saludando. La cornisa del muro septentrional sin embargo, conserva una
parte mucho mayor de su estructura, además de lucir motivos ornamentales de
mayor riqueza iconográfica, con figuras humanas en diferentes actitudes,
motivos vegetales, representaciones animales, del bestiario,...
Al lado de mediodía, como ya se ha señalado, se
añadió un pórtico cegado, que cuenta en sus muros con diversas piezas
reutilizadas que parecen evidenciar la existencia de otro anterior;
aleatoriamente por tanto se disponen elementos casi todos con diferentes
motivos vegetales inscritos en círculos, otra con tres altas hojas de nervios
picudos o piezas de una cornisa de zarcillos. El actual acceso a este espacio
se compone de una portada de medio punto con vanos a los lados en disposición
simétrica, contando también con piezas reaprovechadas de anterior factura; a
pesar de lo alterado de este pórtico, Santamaría López lo relaciona por ejemplo
con Valdevarnés, como testimonio de lo característico de la tierra de
Maderuelo.
Protegida por esta estructura, la portada del
templo se presenta como un destacado conjunto ornamental; organizada a partir
de tres arquivoltas de medio punto trasdosadas por una chambrana de tacos de
escaso bulto y reducido tamaño, esta portada, dispuesta en saledizo, reúne un
buen número de motivos ornamentales. La arquivolta exterior se decora con una
abstracta interpretación de vegetal, semejante a capullos, inscrita en tallitos
perlados, mientras que en la intermedia, una serie de frutos rodea un doble
bocel por cara separado por un listoncillo; la menor de las arquivoltas ha
visto mutilar su parte externa de perfil achaflanado y que trasdosa un dovelaje
con flores tetrapétalas dentro de círculos cóncavos rodeados de tallitos en el
resto del espacio y ocupando un bocel los perfiles interno y externo de su
intradós.
En cuanto a los apeos, estos alternan jambas
acodilladas con una columna entre ellas; la imposta, con perfil de listel y
chaflán, presenta en este último decoración de tallos triples que van acogiendo
en sus meandros conjuntos de abultadas hojitas de marcado nervio central, todo
ello trabajado a bisel, en la parte derecha y tallos triples que van alternando
la formación de clípeos con el cruce en ángulo. Esta primera jamba tiene los
perfiles abocelados; la columna de la derecha ha perdido la basa, que debía ser
similar a la conservada al otro lado, con plinto y doble toro con escocia
intermedia, todo ello sin ornamentar, al igual que el fuste. Por lo que se
refiere a los capiteles, ambos trabajados, se distingue a la izquierda una
pareja de leones en plena lucha, cuya representación no deja de ser fruto de la
imaginación del autor, así como la factura, donde se observa un intento de
representación en perspectiva, mientras que a la derecha, aparece una pareja de
arpías que reúne sus miradas, junta los extremos de sus alas y entrecruza sus
colas de reptil.
En el interior se encuentra una única nave,
organizada en cuatro tramos, además del añadido de los pies cubiertos con
yeserías barrocas, siendo la cabecera a partir del arco triunfal lo mejor
conservado de la fábrica primitiva. Este arco de triunfo, de medio punto,
doblado, apea en pilastras sin ornamentar y donde la única presencia de una
imposta de bisel altera la homogeneidad del conjunto, dando paso a un
presbiterio cubierto con bóveda de medio cañón –hoy con las mismas yeserías que
la nave– que cuenta con un arco ciego de medio punto en sus muros laterales;
después del cimacio de listel y nacela, estos arcos descansan en unas columnas
de fuste monolítico y poca altura, situadas sobre lo que fue un banco corrido
adosado al muro que posiblemente recorriese todo el espacio. Este banco servía
de basamento sobre el que se sitúan los plintos lisos y prismáticos que
sostienen unas basas con un toro inferior muy desarrollado, bolas angulares,
filete intermedio y toro de menor envergadura en la parte superior. Entre los
capiteles, por su parte, se distingue a partir de un collarino abocelado, los
del muro septentrional con parejas de hojas lisas y frutos en la parte superior
–en el más oriental los frutos son sustituidos por cabezas humanas de fisonomía
bien representada– situándose pequeñas piñas entre ellas. De los
correspondientes al muro meridional, uno parece seguir el modelo anterior, aquí
con motivos vegetales mucho más carnosos, mientras que el otro se distingue por
la ausencia de cabezas, la sencillez en el trabajo de talla, la presencia de
policromía y un ábaco ornado con círculos en relieve, ausente en el resto.
Cuenta además este templo con una pila
bautismal de traza románica, ubicada a los pies del mismo. Se compone de un
vaso semiesférico con una moldura de triple bocel en la cara superior de la
embocadura y gallones de escaso bulto que arrancan de un baquetón situado en la
parte inferior. Tiene unas medidas exteriores de 110 x 60 cm y se completa con
un tenante liso con bocel inferior de 30 cm En lo referente a la cronología,
este templo debe situarse en la parte final del siglo XII, comienzos del siglo
XIII.
La villa de Maderuelo está situada en el
extremo septentrional de la provincia de Segovia, a cerca del centenar de
kilómetros de la capital y lindando su término ya con las de Soria y Burgos. Su
amplia y antaño fértil vega, regada por el Riaza (antiguo Aza), aparece hoy
ocupada por el embalse de Linares, mientras que hacia el noreste se extienden
las interminables parameras que se adentran en tierras sorianas.
Su carácter fronterizo y la estratégica
ubicación del lugar acabaron convirtiendo al asentamiento en cabeza de una
importante Comunidad de Villa y Tierra, basándose su cierta pujanza y posterior
declive en su estrecha relación con la ganadería. El origen del poblamiento
medieval tiene más que ver con su estratégica situación desde el punto de vista
militar, y ya durante el tumultuoso siglo X formaría parte del conjunto de
enclaves fortificados que constituían la punta de lanza de la Reconquista
promovida por los condes castellanos desde la fortaleza burgalesa de Aza, que
junto a las de Roa, Osma, Clunia y San Esteban de Gormaz, dibujaban el límite
del avance cristiano en los inicios de la segunda década de la décima centuria.
Según Martínez Díez, sería el conde Gonzalo Fernández quien acometería esta
empresa, basada en contingentes humanos procedentes de los valles norteños de
Burgos.
Desde Aza irán penetrando éstos siguiendo el
curso del río hasta ocupar Montejo de la Vega de la Serrezuela, Maderuelo y
quizás Ayllón, enclaves segovianos desde los que las gentes del conde debían
hostigar a los musulmanes de Atienza y Guadalajara, pues las crónicas árabes
hacen referencia a la operación de castigo realizada contra las fortalezas del
Riaza por las tropas de Abd al-Rahmán III en 939, cuando retornaban a Córdoba
tras la batalla de Simancas, que tuvo lugar en agosto de dicho año. Según el
parte de guerra redactado el 27 del mismo mes, recogido en la crónica de Ibn
Hayyan transcrita por Pedro Chalmeta, tras arrasar Roa, las gentes de
Guadalajara imploraron al califa que, en vez de dirigirse a Gormaz para
abastecerse, atacase “los castillos y cultivos” de los cristianos
asentados en la ribera del Riaza. Así, éste “dirigió las tropas contra el río
Haza, no dejando allí castillo que no destruyese, aldea que no arrasase, ni
medio de vida que no acabase”. Tras el descalabro del ejército musulmán el Alhandega,
el resto de las tropas se dirigió hacia Atienza y Guadalajara camino de
Córdoba. Sea como fuere, del análisis cronístico realizado por Chalmeta parece
deducirse una efectiva ocupación cristiana de varios enclaves avanzados al sur
del Duero, en las riberas del Riaza y el Aguisejo, posiciones que serían
abandonadas en el último tercio del siglo X ante el empuje de Almanzor y su
hijo Abd alMalik, y que no volverían a consolidarse, esta vez de modo
definitivo, hasta la segunda década del siglo XI. Refiere Jiménez de Rada en su
De rebus Hispaniæ que el conde castellano Sancho García recuperó en el año 1011
las fortalezas del sudoeste soriano, norte de Segovia y las del valle del
Riaza, entre las que se cuenta Maderuelo (Hic obtinuit Pennam Fidelem, et
Septempublicam, el Madolium, et Motelionem, et Varinatium, et Oaroman, et
Sanctum Stephanum, quæ in captione patris perdiderant Christiani), aserto
que, con todas las precauciones que imponen la distancia cronológica a la
escribió el arzobispo toledano, bien pudiera ser tenido por bueno.
Pese a los límites diocesanos establecidos por
el Concilio de Husillos (1088) entre la diócesis burgalesa y oxomense, el área
entre Maderuelo y Sepúlveda debió quedar bajo el dominio de la segunda (trans
fluvium Dorium castrum Materiolum et Vocikellas et usque ad civitatem
septempublicensem et quicquid ultra continetur decerneretur esse Hoxomensis
ecclesie). La cierta indefinición del texto conciliar y las pretensiones de
Osma motivaron que, entre 1108 y 1110, Pascual II restableciese los límites
entre dichas diócesis, quedando varias localidades del suroeste de Soria y
norte de Segovia, incluida la que nos ocupa, sujetas en derecho a la sede
burgalesa aunque en la práctica lo estaban a la soriana. No obstante, dicho
sometimiento fue fugaz, hasta su integración en 1123 en la recién restaurada
diócesis de Segovia, cuyos límites fueron confirmados en 1130 por Calixto II.
En la documentación catedralicia queda testimonio del disfrute por parte del
cabildo de las décimas de las rentas reales en la localidad –salvo la fonsadera
y los pedidos– según privilegio concedido por Alfonso VII y confirmado por
Alfonso VIII en 1181 y luego por sus sucesores, al que se añade el diezmo del
portazgo en 1200. Algo después, el 25 de mayo de 1202, Alfonso VIII donó a don
Gonzalo, obispo de Segovia, unas casas en Maderuelo que fueron de Martín
Fernández, sitas junto al castillo, en la zona alta (...concedo quasdam
domos in Maderolo, que quondam fuerint de Martino Ferrandi, sitas sursum in
castello...). En torno a esta época se pueden datar los notables vestigios
de arquitectura civil que conserva el pueblo, en su mayor parte próximos de la
puerta principal de su muralla y estudiados por el profesor Ruiz Hernando en el
correspondiente capítulo introductorio.
Ya en el último tercio del siglo XIV comienza
el proceso de señorialización de la villa, fuera del realengo que hasta ahora
la gobernaba. Tras un fugaz paso por manos francesas, en 1395, doña Leonor,
reina de Navarra, infanta de Castilla y condesa de Evreux, nombró a su marido,
el navarro Carlos III, gobernador, regidor y administrador general de las
villas y fortalezas de Roa, Madrigal, Sepúlveda, Arévalo y Maderuelo, así como
de las aldeas a ellas sometidas, pasando de mano en mano la tenencia de nuestra
villa entre castellanos y aragoneses hasta llegar en 1426 a las del poderoso
Álvaro de Luna, condestable de Castilla, quien la integró en su condado de
Santistevan (de Gormaz), donde permaneció incluso tras su caída en desgracia.
En cuanto a lo eclesiástico, a través de los
documentos de reparto de rentas del cabildo segoviano en 1247 tenemos noticias
de la existencia de las iglesias de Santa Colomba, Santo Domingo, Santa Cruz,
San Juan, San Salvador, San Miguel, San Millán, San Martín y San Andrés.
También en el Archivo de la Catedral de Segovia se conserva, en un traslado del
siglo XV, un documento de confirmación por el concejo de Maderuelo del
repartimiento y reordenación parroquial de la villa hecha por el obispo
segoviano don Blasco en 1298, con motivo del traslado de la puebla “de los
Arenales acima del castiello”, texto referido por González Dávila y
Colmenares y que dado su interés recogemos en el Apéndice Documental en su
transcripción por Bonifacio Bartolomé.
Nos habla el documento de la traslación a finales del siglo XIII del centro
neurálgico a la zona alta de la localidad, quedando como parroquias las
iglesias de Santa María “que dizen del castiello” para la zona superior
y la de San Miguel para la baja.
De ellas dependían en lo eclesiástico y
tributario el resto de iglesias de Maderuelo, la mayoría de ellas extramuros,
lo que nos habla de un primer hábitat disperso, en barrios separados entre sí
por unos centenares de metros, a modo de diminutas aldeas de campesinos entorno
a un recinto fortificado alargado y reducido, bien adaptado al espolón sobre el
que se alza y fácilmente defendible. Concretamente a la parroquia de Santa
María –que era “la mayor en la mas honrrada”– se vinculaban las de El
Salvador, San Juan, Santa Cruz, Santo Domingo y Santa Coloma (cuyos préstamos
pertenecían a la mesa episcopal); de San Miguel dependían las de San Millán,
San Martín y San Andrés. Tal reparto debió crear ciertas polémicas, pues la
visita pastoral de 1446-1447, también publicada por Bartolomé Herrero, aparte
de la dudosa conducta moral del párroco de San Miguel, nos refiere las disputas
y discordancias entre los clérigos y parroquianos sobre “servicio delas
eglesias”.
En el siglo XVI, Maderuelo contaba con 85
vecinos pecheros en la villa y 453 en las 13 aldeas de su Tierra; en el XVIII,
Hernández Ruiz de Villa cifra la población en 160 vecinos. A mediados de la
siguiente centuria sólo quedaba con rango parroquial la iglesia de Santa María,
citando Madoz como ermitas las de San Miguel, Santa Cruz y Castroboda, sin duda
contenedor espiritual más que suficiente para los 77 vecinos y 259 almas que lo
poblaban.
Iglesia de Santa María
La iglesia de Santa María se sitúa en la parte
alta del pueblo, sobre y frente al moderno puente que atraviesa el intermitente
embalse de Linares, presidiendo una placita.
Este notable edificio, de generosas
proporciones, presenta planta basilical coronada por cabecera de amplio
presbiterio y ábside semicircular. Divídese la nave en cuatro tramos mediante
tres aparatosos arcos diafragma de ladrillo sobre machones prismáticos de
mampostería y frente latericio, que soportan una hermosa armadura, en atípica
solución en lo segoviano que llamó la atención de Antonio Ruiz Hernando y
propició la creación de capillas entre los pilares, con algunos arcosolios de
la nobleza de Maderuelo de los siglos XVI y XVII. A esta estructura se añadió
–probablemente a finales del XV o principios del siglo XVI– al sur de los dos
tramos orientales, una capilla de dos tramos cubiertos con bóvedas vaídas, a
modo de breve colateral, abierta al cuerpo del templo por dos formeros doblados
de medio punto de molduraciones tardogóticas y ornados con bolas, contando el
espacio con acceso propio mediante un arco de herradura de ladrillo bajo friso
de esquinillas, al oeste.
El templo poseía al menos dos portadas,
abiertas al norte y sur del segundo tramo de la nave, y probablemente otra al
oeste, aunque el actual acceso se realiza desde un renovado hastial, obra del
siglo XVIII y coronado por una gran espadaña.
En la puerta meridional, bajo un arco de
descarga de ladrillo y sobre jambas lisas, se reutilizó, quizás del primitivo
templo, un arco de medio punto moldurado con bocel exornado por chevrons,
decorados éstos con hojitas lobuladas a modo de palmetas, rodeándose con
guardapolvos de puntas de clavo y apoyando en dos impostas achaflanadas. Su
estilo es ya avanzado, característico de la arquitectura rigorista, no debiendo
su cronología ser anterior a mediado el siglo XIII. Enfrentada a ésta, en el
muro norte de la nave se abría otra portada en ladrillo, hoy cegada, con arco
de medio punto recercado por alfiz y coronado por un friso de esquinillas.
Aparece la fachada meridional protegida por un
atrio renacentista que prolonga la línea del muro de la capilla meridional
antes citada, abierto por cuatro arcos escarzanos y rebajados sobre pilares
encapitelados con decoración de tallos y hojarasca y basas molduradas con
bolas. Integra la estructura una portada gótica de arco apuntado y una
arquivolta moldurada con boceles que apea en una pareja de columnas acodilladas
de capiteles vegetales, con cardina el izquierdo y hojas treboladas el otro,
claramente anterior y probablemente resto de un pórtico precedente al actual,
pues no en vano el documento de reordenación parroquial que publicamos en el
Apéndice refiere que las reuniones del concejo se producían “ayuntados ante
la iglesia de Santa María en concejo ansi como es costumbre”. Dos estancias
adosadas al sur de la cabecera, con funciones de sacristía y trastero, y la
moderna sala que se alza sobre el atrio, completan la edificación.
El análisis de sus aparejos, en los que se
combina la sillería reaprovechada con la mampostería y el ladrillo, ofrece un
mosaico de campañas, reformas y ampliaciones, que rinden compleja la lectura de
las fases constructivas. Es indudable que el templo se alza con, y
probablemente sobre, los restos una primitiva edificación románica, de la no
acertamos a reconocer sino sus desmembrados testimonios, pues ninguna
estructura parece haber sido conservada. Podemos elucubrar, dada la entidad de
los ejemplos románicos de la comarca, que sería bastante más modesto que el
actual. De él nos queda buena parte de la sillería en la que debía levantarse
la cabecera, reutilizada tanto burdamente concertada como en la mampostería de
la actual capilla mayor y muro sur de la nave.
Creo que en época bajomedieval esta iglesia fue
demolida y completamente reedificada bajo unos principios constructivos ajenos
a lo castellano en cuanto a traza (se han apuntado parangones catalanes,
aragoneses y levantinos), aunque no en la forma de aparejar los muros.
Ésta responde bien a los de la arquitectura
llamada mudéjar, con verdugadas de ladrillo dividiendo mamposterías, combinadas
con ladrillo en esquinales, encintado de vanos y, en nuestro caso, en la
sorprendente arquería que anima la zona baja del paramento exterior del muro
sur del presbiterio.
La cabecera, con el hemiciclo acodillado al
amplio presbiterio, se levanta combinando la sillería reaprovechada del
anterior templo –torpemente aparejada–, con la mampostería en las zonas altas y
el ladrillo. En época moderna se añadieron al hemiciclo dos potentes estribos
de sillería, uno en el eje y otro en el paño meridional. Al interior, el tramo
recto se cubre con cañón reforzado por dos fajones, mientras el ábside recibe
un cascarón, aunque todo se encuentra recubierto por yeserías barrocas y preside
el altar un retablo de finales del siglo XV.
Exteriormente, el tambor absidal muestra en su
descuidado aparejo una amalgama de materiales reutilizados –sillares mal
concertados y otros usados como mampuestos– junto a verdugadas de ladrillos y
mampostería. Aproximadamente a media altura parece que se abrió un cuerpo de
ventanas luego eliminado, primando la ruda mampostería y el ladrillo, todo en
un desconcierto que sólo el hoy perdido enfoscado podía disimular. El sector
septentrional del hemiciclo, así como las zonas bajas de la fachada norte, se aparejaron
con mampostería que incorpora numerosos sillares románicos entre verdugadas del
ladrillo, mostrando las altas una más cuidada mampostería concertada, también
entre hiladas de ladrillo, material usado para los esquinales.
En esta fachada, además de una dovela con
taqueado y otra con una flor inscrita en clípeo perlado de fina talla,
probablemente de una portada, se reutilizaron elementos de la primitiva
cornisa, con perfil abiselado y labrada como los canes que la sustentan en la
mala y acarcavada caliza de los páramos cercanos.
Junto a los canecillos de simple nacela, otros
se decoran con perfil de quilla, bolas en dos hileras, dos o tres rollos,
nacelas escalonadas y sumarísimos bustos y prótomos de animales. En el remate
meridional del piñón del hastial occidental, sobre el arco que da paso al
camino que circunda el templo, se reutilizaron dos canes, uno de nacela y otro
con un tosco busto femenino, bajo fragmento de imposta decorado con tallos
ondulados de los que brotan hojitas; otro fragmento de la misma pieza, y otros
tres canes, los vemos en los muros del atrio y capilla meridional.
Son numerosos los restos reutilizados del
primitivo templo. En el interior encontramos cimacios con tallos ondulantes y
hojitas, de ruda y seca talla, otros con bocel sogueado, fragmentos de sillares
moldurados con boceles, procedentes quizás de jambas y del banco de fábrica de
la primitiva iglesia, un fragmento de dovela con bocel y banda de puntas de
clavo, y varios sillares con rosetas, que probablemente funcionasen como
metopas del primitivo alero y que vemos dispersos en el muro del atrio y en la
casa que cierra la plaza frente al hastial del templo. Al exterior, en el muro
meridional de la nave abundan también las piezas labradas a hacha,
reconociéndose sillares bien escuadrados, algunos con un bocel, varias dovelas
lisas y un fuste de columna entrega.
Sorprendente resulta la arquería ciega de
ladrillo que observamos en la zona inferior del muro septentrional del
presbiterio. Se compone de tres arcos de herradura sobre pilastras de sillería
y ladrillo que se ensanchan a modo de imposta abiselada, sobre la que se
despiezan los arcos, enjarjados bajo el medio punto para conseguir la
herradura, que lo peralta en aproximadamente un medio radio.
Es probable que estuvieran rodeados por alfiz,
del que se ha perdido su remate, constituyendo así, como señala Ruiz Hernando,
“uno de aquellos escasos ejemplos en que con mayor fuerza se detecta lo
musulmán en la arquitectura segoviana”. Fuera de modernas e infundadas
teorías que sin base ninguna pretenden ver aquí vestigios de una supuesta y
sólo digamos que más que improbable mezquita, entendemos esta arquería como una
ornamentación muraria contemporánea de la reforma que sustituyó el primitivo
templo románico por el actual, en fecha que, sin atrevemos a precisarla,
creemos poder encuadrar entre la segunda mitad del siglo XIII y principios del
XIV, quizá no casualmente cercana a la de 1298 en que el obispo don Blasco
establece la reorganización parroquial por trasladarse la población a esta zona
alta de la localidad.
Ermita de la Santa Cruz
En el reparto de rentas de 1247 entre los
canónigos del cabildo segoviano se cita, aportando diez maravedíes menos
dieciocho dineros, a la parroquia de “Sancta Cruz de Maderuelo”, que tal
era su denominación. Como el resto de las iglesias extramuros de la villa, y
suponemos que tras el declive de la utilidad estratégica de su enclave, el
consiguiente agrupamiento de la población y la reorganización eclesiástica
aludida en la introducción, perdió su categoría parroquial. Sin embargo, el
edificio corrió mejor suerte que los de Santa Coloma o San Millán, siendo su
mayor amenaza bien moderna, relacionada con la construcción del embalse de
Linares, cuyas aguas anegan regularmente la iglesia.
Pese a las reformas de su nave, el sencillo
edificio románico ha conservado en lo fundamental su apariencia primitiva, con
su nave única cerrada con madera a dos aguas y cabecera de testero plano de
menor altura y ancho que aquella, cubierta ésta con una bóveda de medio cañón
que parte de imposta con perfil achaflanado. El conjunto se levanta en
mampostería, reforzada con sillería –labrada a hacha– en los esquinales de la
capilla y el codillo de ésta con la nave, así como en el recercado de vanos y
los aleros. Posee dos portadas, abiertas al norte y sur y ambas ejemplo de la
máxima austeridad que impregna toda la construcción; se trata de simples vanos
coronados por arcos de medio punto lisos, sobre impostas de listel y chaflán,
sin la mínima concesión decorativa. Su aspecto actual debe, no obstante,
corresponder a reformas modernas, pues en la excavación de la necrópolis en
septiembre de 1974 apareció reutilizado en una de las tumbas un fragmento de
cimacio decorado con roleos y brotes, procedente quizás de uno de los accesos.
En el alero de la cabecera se manifiesta un
mayor empeño ornamental, aún así mínimo, recibiendo la cornisa triple hilera de
billetes, sobre canes que alternan los rollos y las nacelas escalonadas. En la
nave la cornisa es de simple chaflán, sobre modillones de idéntico diseño y
otros con nacelas, dos rollos o bastoncillos, pero todos con simplísimos
motivos geométricos. Una estrecha saetera se abre en el muro oriental de la
capilla, fuertemente abocinada al interior y coronada por arco de medio punto;
el resto de vanos, adintelados, corresponden a actuaciones posteriores,
resultando aún así el espacio sumamente lóbrego.
Más allá del excepcional revestimiento
pictórico que hasta el pasado siglo conservó su cabecera, y sobre el que de
inmediato nos detendremos, el valor de esta humilde construcción radica en su
antigüedad, constituyendo uno de los más tempranos templos segovianos
conservados. Sus formas rudas remiten a la perduración de esquemas
altomedievales dentro ya de los finales del siglo XI o principios de XII,
repitiendo el de edificios levantados en la llamada “época condal”
castellana –ermita de la Virgen de las Nieves de Barbadillo del Pez, Santa
Cecilia de Santibáñez del Val, San Quirico y Santa Julita de Tolbaños de Abajo,
etc.–, caso de la también ornada con pinturas murales ermita de San Miguel de
Gormaz (Soria).
Las pinturas murales que decoraban la cabecera
de la Santa Cruz de Maderuelo fueron dadas a conocer por Pedro Mata y Álvaro,
publicándose una reseña sobre ellas en el Boletín de la Sociedad Española de
Excursiones de 1907, donde junto a la descripción se avanzaba una datación
dentro del siglo XIII, informándonos que “el singular monumento es hoy
propiedad de un molinero que no comprende el tesoro que aquellos dibujos
representan ni la importancia que tienen para la historia del arte patrio”,
amén de la pérdida de la cubierta de la nave y de las grietas que amenazaban a
la cabecera. Esta llamada de atención fue recogida en ambos lados del
Atlántico, recibiendo el interés tanto de Walter Cook y el Metropolitan Museum
of Art de Nueva York, como del Marqués de Lozoya, quien en 1930 consideraba
hecho milagroso que se hubieran librado “de la codicia de los marchantes”,
señalando además una proximidad estilística con las pinturas catalanas.
Fotografiadas por Hauser y Menet y recogidas en la Enciclopedia Espasa, su importancia
y la expectación levantada condujeron a la declaración de la ermita como
Monumento Histórico-Artístico en diciembre de 1924.
Ante la construcción del embalse de Linares,
proyectado ya en 1931, Ramón Gudiol llevó a cabo el arranque y traslado a
lienzo de las pinturas en 1947, quedando éstas instaladas en 1950 en el Museo
del Prado y escapando así de la disgregación que sufrieron las de San Baudelio
de Berlanga. Sin embargo, el proceso que condujo a un final no tan lamentable
como el de los frescos sorianos está plagado de tintes rocambolescos,
perfectamente documentados por María José Martínez Ruiz en una reciente
investigación. El Obispado había vendido la ermita a un particular por 150
pesetas hacia 1896, cambiando al poco de manos tras multiplicarse el precio de
la transacción casi por siete. El nuevo propietario utilizaba el edificio como
almacén de paja y ganado, siendo pronto tentado a la venta de las pinturas tras
el interés suscitado por la publicación de Mata y Álvaro, hablándose de una
cantidad de 30.000 pesetas y saliendo a relucir el nombre de uno de los grandes
expoliadores de nuestro patrimonio como León Leví, por entonces afanado en la
adquisición del conjunto de San Baudelio de Berlanga. La reacción de la
administración estatal fue con la lentitud acorde a la de otros más
desgraciados casos, actuando tanto la Junta Superior de Excavaciones y
Antigüedades como la Real Academia de Bellas Artes, quien realizó un peritaje
en 1923, encargado a los académicos Marceliano Santamaría y José Garnelo.
Decidida la adquisición por el Estado, las estrecheces económicas obligaron a
solicitar la colaboración del Museo del Prado, donde finalmente recalaron las
pinturas, que fueron colocadas en una armazón que reproduce las formas
interiores de la capilla original.
Salvados los frescos, cayó el desinterés por la
ermita que las acogía, que pese a los muros de contención sigue recibiendo
periódicamente las aguas del embalse.
Tras ser arrancadas y trasladadas a lienzo en
Barcelona, hoy en la capilla son apenas perceptibles las improntas de su rica
decoración pictórica –que cubre el testero, la bóveda, los muros laterales y el
interior del arco triunfal–, cuya calidad contrasta con la austeridad
arquitectónica del marco original.
El muro interior sobre el arco triunfal
determina un a modo de tímpano en el que se distribuyen dos escenas del ciclo
del Génesis, con la Creación de Adán ante un cargado de frutos Árbol del
Paraíso, al sur, y el Pecado Original, al norte, éste último tema según la
iconografía tradicional, con la serpiente enroscada en el árbol y dirigiéndose
a Eva –uno de los escasos desnudos románicos y compendio de la concepción del
cuerpo para esta estética–, quien toma en su diestra la manzana mientras se
tapa el sexo con la otra mano; al otro lado Adán se lleva la mano derecha a la
garganta mientras oculta sus partes con hojas. En ambas escenas se dispusieron
letreros identificando a Adán (ATM) y Eva (AT EV). Bajo una greca plisada, en
las enjutas del arco y bajo fondo arquitectónico, se disponían otras figuras,
de las que sólo se conserva parte de la cabeza de un lebrel seguramente
rampante. Mientras que Gudiol opinaba que al otro lado debía haber otro, para
Cook en esta zona se dispondría un Anuncio a los Pastores.
El testero, por su parte, aparece también
dividido en dos registros por una greca plisada a la altura del arco de la
ventanita, instalándose en el superior una apoteosis del Cordero, nimbado e
inscrito en un clípeo dispuesto sobre una cruz y elevado por una pareja de
ángeles. Flanquean esta peculiar teofanía triunfal dos figuras arrodilladas y
oferentes; el del lado del evangelio puede identificarse con Abel, pues alza en
ambas manos un corderillo, y una Dextera Domini surge sobre su cabeza
bendiciéndole. Mayor complejidad revela la identificación del personaje del
otro lado, que alza como ofrenda una copa; todo apunta a que se trata de
Melquisedec (Génesis 14, 18-19). El semicírculo está rodeado por un fondo de
ondas que refuerzan el carácter inmaterial de la visión.
En el centro del testero, en el abocinamiento
del arco de la ventana se dispone la paloma del Espíritu Santo dentro de un
clípeo, y tallos en los laterales. A ambos lados del vano completan la
decoración del muro dos escenas neotestamentarias; una sintética Epifanía en el
de la epístola, con la Virgen y un casi desaparecido Niño en su regazo que
dirige su mano hacia un único rey mago que, ataviado con capa y coronado, le
ofrece su presente. Ambas figuras aparecen bajo sendos arcos sobe columnas, de
enjutas almenadas. En lado del evangelio se representó a María Magdalena
ungiendo con sus cabellos los pies de Cristo (Lucas 7, 36- 50), con un ángel
sobre la arrodillada mujer que surge de un rompimiento del cielo y señala tanto
a la Magdalena como a Cristo.
En los muros laterales se distribuyen, sobre un
piso inferior perdido con simulación de cortinajes según Cook y Gudiol, las
figuras de un apostolado bajo arquerías, completado en el muro norte, junto al
testero, por la representación de una ciudad amurallada, con torre almenadas y
cubiertas con cúpulas gallonadas, en cuya puerta y bajo un frontón asoman las
cabezas de tres personajes masculinos, identificados con un carácter positivo
como los 144.000 elegidos, las almas de los mártires o los elegidos a la espera
de la contemplación sin velos de la divinidad, esto es, los justos (Grau);
Sureda se inclina sin embargo por interpretarlos como “aquellas gentes que
no pueden entrar en la Jerusalén celestial”, esto es, los condenados a la
segunda muerte según el Apocalipsis 21,8. Los apóstoles se disponen bajo arcos
adaptados a sus nimbos, sobre columnas torsas y con arquitecturas figuradas en
las enjutas, siendo reconocible la figura de San Pablo por su alopecia y quizás
como sugiere Sureda la de San Pedro, con canosa barba y cabellera. Todos
aparecen frontales, sin comunicación entre sí y con variados gestos de su mano
izquierda, ora bendicente, ora señalando el códice o filacteria que sostienen
en su diestra.
Sobre el apostolado y ya en los riñones de la
bóveda, aparece un registro superior con cinco figuras por cada lado que
acompañan a la visión celestial central del Pantocrátor bendicente inscrito en
una mandorla flanqueada por cuatro ángeles que surgen de un fondo de ondas y
estrellas. La Maiestas Domini se presenta bajo la tradicional figuración de
Cristo con nimbo crucífero, sentado apoyando sus pies desnudos en un escabel,
ataviado con túnica y rico manto, bendiciendo con su diestra mientras muestra en
la otra mano el Libro ya abierto en el que se leían el Alfa y la Omega, sólo
conservada parte de la primera.
Las figuras antes citadas establecen una escala
superior dentro del cortejo divino ya representado por el Apostolado. En la
serie se sitúa, intercalado entre otros personajes, un peculiar Tetramorfos
angelomorfo, esto es, antropozoomórfico, bajo la fórmula de cuerpo de ángel con
la cabeza de los animales simbólicos de los evangelistas. Vemos así en el muro
septentrional y de oeste a este: en primer lugar una figura femenina que todos
los autores coinciden en identificar con la Virgen María, nimbada y realizando
con sus manos los gestos propios de la escena de la Anunciación, pese a que
quien la acompaña es el símbolo de San Juan, de muy desleído rostro, quien
parece ofrecerla el Libro de su evangelio. El centro de la composición aparece
ocupado por un querubín, quizás interpretando la visión de Ezequiel 1, 5-10,
con cuatro alas, dos desplegadas y otras dos cubriendo su cuerpo, con los
brazos extendidos portando incensarios y recubiertos de ojos; completa la serie
el símbolo de Lucas dirigiendo el Libro con ambas manos hacia un arcángel que
Cook y Gudiol identifican con San Miguel, con lanza y un rollo del que los
citados autores afirman que desapareció la inscripción PETICIUS. En el
costado de la epístola, y en el mismo sentido de lectura de oeste a este, vemos
en primer lugar a un santo tonsurado y vestido con ropas talares -Sureda apunta
que pudiera tratarse de San Pedro- y junto a él el símbolo de Mateo, otro
querubín turiferario y el león-Marcos ofreciendo su evangelio a otro arcángel,
sobre cuya filacteria Cook y Gudiol piensan que se escribió el texto POSTULACIUS.
Iconográficamente, el programa desarrolla de
modo muy sintético la creación y caída del género humano, para cuya redención
es precisa la encarnación y sacrificio de Cristo, así como el arrepentimiento
de los pecados –aquí simbolizado por la Magdalena, según atinada observación de
Áurea de la Morena– culminándose con una visión triunfal de la Segunda Parusía
y la Jerusalén Celeste que espera tras ella a los justos.
El denominado “Maestro de Maderuelo” ha
sido estilísticamente identificado con el autor de los frescos de San Baudelio
de Berlanga y vinculado al taller catalán activo en Santa María de Taüll.
Santiago Manzarbeitia publicó en 2005 un mural de procedencia desconocida y
propiedad particular, representando una Maiestas Mariæ, que se integraría en
dicho círculo de penetración desde Cataluña hacia los reinos occidentales de
maneras cargadas de un bizantinismo quizás de progenie italiana. Probablemente
se refiriese a este fragmento Walter Cook en su disertación –recogida en
extracto por Elías Terol en 1929– cuando citaba tres fragmentos de procedencia
imprecisa y estilo similar al de Maderuelo, entre ellos “una Virgen con el
Niño”. Son evidentes las analogías con las pinturas de San Baudelio –aunque
últimamente se cuestiona la identidad de manos abogándose por ambiente
estilístico común–, que hemos de extender también, y de modo bien neto, a las
recientemente descubiertas en la ermita de San Miguel de Gormaz, donde se
repiten composiciones como las ofrendas de Abel y Melquisedec flanqueando al
Agnus Dei. Respecto a la datación de las pinturas, viene aceptándose para ellas
una fecha en torno a 1125, evidente límite ante quem para la iglesia que las
acoge, que datará de los años finales del siglo XI o los iniciales del
siguiente.
Desde el año 2003, además de la visión de las
pinturas originales por los visitantes del Prado, pueden contemplar una réplica
exacta los del Museo de Arte Alexandria (Louisiana, EE. UU.).
Santa María de Riaza
Esta población de 55 habitantes se encuentra
ubicada a 2 km al oeste de Ayllón sobre una terraza bajo la cual discurren las
aguas del río del que recibe su nombre y la carretera N-110. Su historia
siempre ha estado vinculada a la de Ayllón a cuya Comunidad de Villa y Tierra
pertenecía enclavada dentro del sexmo de Valdanzo; incluso en la actualidad
pervive esa dependencia ya que administrativamente se vincula al Ayuntamiento
de Ayllón.
Iglesia de La Natividad
La iglesia de la Natividad está situada sobre
el extremo más occidental de la terraza en la que se ubica la población, lo
cual le atribuye una mayor sensación de solidez ya que se trata de un templo
llamativamente robusto, todo ello elaborado en sillería de piedra caliza de
color rojizo característica del entorno.
Se conserva íntegra su estructura románica
tardía, probablemente construida bien entrado el siglo XIII. Su planta es de
una sola nave coronada por cabecera absidiada, precedida por presbiterio, a la
que se adosó posteriormente una sacristía que desfigura su bella imagen, y una
espadaña a los pies levantada en el año 1797. A primera vista no se aprecian
las dos fases constructivas que se desarrollaron en la iglesia: primeramente se
edificó la cabecera y seguidamente la nave, siguiendo el procedimiento más usual,
pero en el momento en el que se comienzan a levantar los altos muros de la nave
estos se derrumbaron como consecuencia del peso de la bóveda de cañón
proyectada como cubierta de la nave. De este modo se decide cambiar la piedra
por la madera más ligera conservando parte del muro sur de la nave en su unión
con el presbiterio, tramo en el que es posible ver al interior el arranque de
dicha bóveda, mientras que al exterior se aprecia la diferente fábrica ya que
en la primera fase se empleó una piedra mejor escuadrada y de mejor calidad que
la elegida para el resto de la edificación.
Los altos muros de la nave y de la cabecera
está rematados por cornisa de piedra de simple nacela bajo la que se dispone
una magnífica colección de canes decorados con diferentes motivos, entre los
que se encuentra la proa de barco como el más numeroso, más escasas son las
hojas que envuelven una bola en la punta o los modillones de rollos, únicamente
hay tres figuras masculinas. En cuanto a las metopas solamente está decorada
con dos aves la situada en el fragmento de muro de la primera fase constructiva.
El principal acceso se halla en el muro del
mediodía protegido por un pórtico formado por un total de ocho arcos de medio
punto, aunque primitivamente sería diez, cinco dispuestos a cada lado de la
puerta de acceso al atrio, sobre línea de imposta de simple nacela que recorre
horizontalmente los pilares, en lugar de columnas, que sustentan la galería.
Es digna de admirar su portada, adelantada
respecto a la línea del muro, formada por cuatro arquivoltas las cuales están
decoradas con rosetas de cuatro hojas, boceles, puntas de diamantes, motivos
vegetales, bolas, zigzag con besantes y ajedrezado en la chambrana. Se apoyan
alternativamente sobre sencillas jambas y columnas acodilladas cuyos capiteles
sustentan la única decoración figurativa. Por un lado, los situados en la parte
occidental muestran dos leones enfrentados y dos ángeles con las alas abiertas,
respectivamente. Por otro lado, los ubicados en el lateral opuesto, el primero
de ellos está decorado con motivos vegetales de hojas de acanto en cuyo extremo
se sustenta una piña mientras que en el siguiente hay tres figuras masculinas,
dos de ellas en actitud de lucha.
Los cimacios bajo los que se sitúan los
mencionados capiteles están decorados con una sencilla guirnalda. Como remate,
en la parte superior, se dispone un cuerpo saliente de nueve canes ornamentados
tanto con motivos vegetales, como con bustos de animales y figuras humanas.
Aunque la talla sea de poca calidad, las figuras dotan a la portada de una
cierta gracia artística.
El contraste de la robustez exterior por el
intento de construir un templo más ligero se percibe en el interior de la
iglesia. Los altos muros nos alejan del románico más sombrío, la nave está
cubierta por un artesonado de madera posiblemente fechado a inicios del siglo
XV. La unión entre la nave y la cabecera, ambas similar altura, se realiza a
través del apuntado y doblado arco del triunfo que descansa en las dos
semicolumnas de escasa envergadura dispuestas sobre podium. Los capiteles que
las rematan ya no albergan una decoración suntuosa sino que unas sencillas
hojas decoran el capitel del lado del Evangelio, mientras que el de la
epístola, retallado en parte, aún deja ver el mismo motivo ornamental.
La bóveda de horno es la empleada como
cubrición del ábside siguiendo los parámetros constructivos del estilo románico
más clásico. En cuanto al presbiterio, cubierto por bóveda apuntada, está
dividido en dos tramos por un arco fajón sustentado por dos atlantes bajo los
cuales se hallan las dos ventanas que iluminan este espacio, aunque en origen
serían tres, una situada en cada lateral del tramo recto y la tercera en el
ábside. Esta tercera se cegó en el momento en el que se adosó la sacristía
renacentista al exterior y se situó el retablo gótico en el interior. Los dos
vanos que se conservan son abocinados de arco de medio punto en el interior, al
exterior son de doble arco apuntado con guardapolvos sobre columnillas muy
estilizadas al igual que sus capiteles decorados con diferentes motivos
vegetales que nos aproximan más al estilo gótico que al románico.
Son varias las piezas de arte mueble que se
custodian en esta iglesia de la Natividad. Por un lado el conjunto de tablas
rescatadas en la última restauración de la techumbre en 1985 que muestran
varias escenas de la vida de Cristo. Aunque es evidente que ya no son románicas
son una muestra del gótico inicial de comienzos del siglo XIV por lo que se
pueden considerar como una muestra más del tránsito del románico al gótico
evidente en el conjunto del edificio.
Por otro lado, situada a los pies bajo el coro,
se halla la magnífica y llamativa pila bautismal, posiblemente una de las más
arcaicas de la provincia dadas sus características: de tipo cilíndrico, sin pie
y de consideradas dimensiones (112 cm de diámetro exterior, 88 cm de diámetro
interior y 78 cm de altura). Bajo las dos molduras aboceladas que recorren la
embocadura se disponen tres registros decorativos. El primero de ellos, situado
en la parte superior, está compuesto por ondas de sinuosa traza, el segundo
registro, el que más espacio ocupa y en el que residen los elementos
decorativos más interesantes, está formado por una galería de diez recuadros de
relieve no muy marcado, albergando cinco de ellos arcos de herradura, uno de
ellos duplicado hacia abajo formando un ocho, mientras que en el resto hay
otros elementos decorativos sin orden claro como una pequeña cabeza masculina,
tres piñas, botones o bolas y simulaciones de elementos arquitectónicos no
definidos. Serán todas estas características las que han causado polémica a la
hora de datar la pieza ya que son varios los autores que defienden su origen
visigodo o mozárabe sin unos criterios fiables; en cambio la teoría más cierta
y seguida es la que señala el origen románico de la pieza de fines del siglo XI
o inicios del XII, ya que el rito de inmersión se conservó al menos hasta el
décimo milenio, por lo tanto estaríamos ante una pila bautismal anterior al
templo románico que se conserva actualmente, lo cual podría advertir la
existencia de un templo anterior o bien que la obra tuviera otra procedencia
desconocida.
Grado del Pico
Se sitúa esta localidad en el extremo
nororiental de la provincia, al sur de la Sierra de Grado y a la vera del Pico
del mismo nombre –de holgados 1500 m de altura–, accidentes que prestan su
nombre al pueblo. La separan 18 km de Ayllón siguiendo hacia el sudeste la
carretera que se adentra en las inmediatas tierras de Guadalajara, emplazándose
no lejos de Villacadima y Campisábalos, ambas con interesantes iglesias
románicas.
Bango Torviso apuntó la probabilidad de que
nuestra localidad recibiera antiguamente la denominación de Aguisejo –hoy
nombre del afluente del Riaza, también llamado río Grado– término con el que
aparece en la sentencia del cardenal Guido de hacia 1136 por la que se dirimen
los términos de las diócesis de Sigüenza, Osma y Tarazona. En tal concordia,
confirmada en el mismo año por Alfonso VII, y por bula de Inocencio II en el
mismo y en 1138, quedó en manos del obispo segontino Bernardo de Agen el antes
referido Aguisejum, junto a Ayllón, Caracena, Berlanga, etc. Pese a tal
dictamen, la diócesis de Sigüenza hubo de batallar contra la apropiación de
Caracena, Almazán, Berlanga y Ayllón por parte de los prelados oxomenses,
quienes aludían a la Hitación de Wamba para reclamar su derecho sobre las
mismas. Entre 1159 y 1165 son numerosos los documentos pontificios en los que
se conmina al obispo de Osma a la restitución de los bienes usurpados al
obispado de Sigüenza, parece que con la aprobación de los propios lugares y sus
clérigos. De 1165 data la sentencia del arzobispo toledano que dictamina la
restitución de las citadas villas y sus términos a la diócesis segontina, quien
desde entonces volvió a cobrar las décimas de estas iglesias, como confirma la
bula del papa Celestino III en 1191; pese a todo, continuaron las disputas en
cuanto a límites entre ambas diócesis hasta la resolución del asunto en 1229,
manteniéndose bajo tal dependencia hasta el pasado siglo.
En 1146 una bula de confirmación de Eugenio III
al obispo segontino mantiene la primitiva denominación, aunque ya en un
documento de Alfonso VII de 1149, en el que delimita los términos del concejo
de Atienza y le vende ciertos castillos, viene referido como límite una “fonte
de Grado”. En la pesquisa de propiedades y rentas de dicha diócesis de 1353,
publicada por Minguella, la aldea de Grado del Pico aparece dentro del
arciprestazgo de Ayllón, de cuya Comunidad de Villa y Tierra era aldea,
rindiendo su iglesia de San Pedro dos beneficios, el curado de noventa
maravedíes y el del ausente de cuarenta.
Iglesia de San Pedro Apóstol
Situada en el extremo septentrional del
caserío, dominando el núcleo desde la falda de la loma sobre la que éste se
asienta, se alza este notable templo, uno de los más destacados dentro del
modesto panorama artístico de la comarca. Aunque se viene considerando que en
él los vestigios de la iglesia románica se reducen al magnífico pórtico, en
realidad conserva de este estilo la torre y, en buena medida aunque muy
modificado, el trazado del cuerpo de la iglesia, salvo la cabecera, sustituida
por la actual en época moderna. Sufrió en este momento un notable recrecido la
nave, así como el añadido de una capilla al norte, la sacristía al sur de la
cabecera prolongando hacia el este el atrio y la transformación éste, cegándose
a tal fin los arcos de la galería y habilitando la zona occidental como capilla
de la Soledad.
Se levantaron la nave única y la torre
occidental en sillería labrada a hacha, completándose las reformas y añadidos
posteriores en mampostería revestida de esgrafiado, siendo visible la
reutilización de numerosas piezas procedentes de la fábrica original. La
notable anchura de la nave y la ausencia de contrarrestos nos hacen pensar que
recibió en origen cubierta de madera, sustituida hoy por tres tramos de bóvedas
de lunetos.
La torre, de planta cuadrada, se dispone en el
centro del hastial occidental de la nave, comunicándose con su cuerpo bajo –hoy
habilitado como baptisterio– a través de un arco de medio punto liso sobre
impostas de leve nacela. Este piso inferior se cierra hoy con un cielo raso,
aunque suponemos que se proyectó para recibir una bóveda; en sus muros
meridional y occidental se abrieron sendas saeteras fuertemente abocinadas al
interior. Se eleva la torre sin intermediación de impostas hasta el piso alto,
en el que se abren cuatro vanos para campanas, uno por cara, todos de medio
punto, ampliados posteriormente el sur y oeste, que prácticamente invaden la
cornisa, de chaflán sobre canes de proa de nave. Da acceso a los pisos
superiores otra portada de arco de medio punto, descentrada respecto a la
anterior y dispuesta a la altura del coro alto que ocupa el fondo de la nave.
También se mantiene, dentro de los mismos
parámetros de austeridad y probablemente remontada, la portada original,
abierta al sur y compuesta de arco de medio punto liso sobre impostas
achaflanadas, rodeado por arquivolta lisa y chambrana de nacela. Pero es sin
duda la magnífica galería porticada que recubre la fachada meridional del
templo la que ha dado a éste justa fama dentro del románico segoviano, y ello
tanto por la calidad de su escultura como por conservarse íntegramente. Se alza
sobre un elevado podio de sillería de aristas aboceladas y debió ser construida
al mismo tiempo que la iglesia, manteniéndose su cierre occidental ciego, la
serie de tres arcos a ambos lados de la portada –enfrentada a la de la iglesia
y emplazada con notable disimetría– y el primitivo acceso oriental, éste oculto
al exterior por la sacristía. Los arcos, de medio punto y lisos, se rodean con
chambranas abiseladas, apoyando en dobles columnas sobre basas áticas de amplio
y aplastado toro inferior, sobre plintos. Los fustes son monolíticos, coronando
sus capiteles cimacios que se continúan como imposta por todo el frente sur de
la estructura, decorándose con flores hexapétalas de espinoso tratamiento que
brotan de un tallo serpenteante y roleos con hojas acogolladas –en la zona
occidental– o bien tetrafolias de doble corola –en la oriental–, motivo que
orna también los cimacios. El tipo de las citadas parejas de hojas acogolladas
acogiendo piñas son motivo infrecuente en lo segoviano y más vinculado con el
románico de tierras de Soria, dándonos ya un primer indicio del origen de estos
escultores.
Los capiteles, parcialmente ocultos por el
cierre de los arcos del pórtico, combinan los temas vegetales con los
figurativos, sobre todo extraídos del bestiario, reservándose los historiados
para los dos accesos. De oeste a este, vemos así en el primero una estilización
vegetal con hojas nervadas muy pegadas a la cesta, de puntas rizadas en la
parte alta; le sigue otro con tallos entrelazados entre los que se disponen
racimos, figurándose el siguiente, sobre fondo de hojas de puntas acogolladas,
con dos híbridos de cabezas humanas, cuerpos de ave y escamosas colas de reptil
que, en la cara corta visible, se anudan y ascienden hasta introducirse en las
abiertas fauces de un mascarón monstruoso. En este lado, finalmente, los de las
columnas entregas reciben ruda decoración vegetal a base de grandes helechos de
remate avolutado.
La portada meridional del atrio, algo más
destacada que los arcos y descentrada hacia el este, muestra igualmente arco de
medio punto liso, ornándose la chambrana con dos docenas de cabecitas
monstruosas de aire maléfico, la mayoría de bichas tocadas con capirote, aunque
hay algunas de cánidos, relacionada como señaló Ruiz Montejo con otras de
Pecharromán y Fuentidueña. Apea el arco en dobles columnas adosadas, rematadas
por una pareja de capiteles dobles de espléndida factura; en el izquierdo del
espectador se representó la Adoración de los Magos, realizando el más próximo a
la Sagrada Familia la ritual genuflexión, aquí exagerada y acompañada del beso
a los pies del Niño, éste sentado sobre María; tras ellos, como es también
habitual, aparece la figura apartada y pensativa de un San José aquí sedente,
tocado con bonete, apoyado en un bastón y asiendo el respaldo del sitial de la
Virgen, cubierto como el suyo por un grueso paño. Ésta aparece con la cabeza
tocada y coronada, los pies apoyados en un escabel ornado con brocados y
sosteniendo en su regazo a Jesús, cuya cabeza se ha perdido, aunque tras ella,
en la cesta, se grabó en bajorrelieve una cruz patada. Resta la pequeña diestra
del niño en actitud bendicente, recibiendo en los pies el beso del primero de
los magos, postrado ante él, siguiendo la misma tradición iconográfica del
tímpano de Santiago de Agüero, extraída del apócrifo Liber de Infantia
Salvatoris, 92 y copiada en El Frago y Biota. Sobre este primer rey completa la
composición un árbol de ramas entrecruzadas e incurvadas de las que penden
palmetas y frutos acorazonados, así como un disco con incisiones radiales que
debe querer representar a la estrella que guió a los reyes. De sus dos
compañeros sólo es visible uno, que se muestran de pie y como el anterior
coronado, alzando con ambas manos el pomo con su ofrenda. El tercer mago está
oculto por el cemento de la puerta.
El capitel frontero del de la Epifanía recibe
una pareja de grifos afrontados de picos incurvados, que despliegan sus alas
interiores –con un espléndido tratamiento del plumaje– y vuelven hacia atrás
sus cuellos, en composición que nos recuerda modelos vistos en la sala
capitular de El Burgo de Osma o la portada también soriana de Villasayas, pero
sobre todo el modelo de grifo de sendos capiteles de San Miguel de Fuentidueña
y Cozuelos de Fuentidueña.
A la derecha de la portada continúa la serie
con un capitel de acanalados helechos, otro también vegetal con dos pisos de
carnosas hojas cóncavas de nervios perlados y uno figurado, de complicada
interpretación, y no sólo por estar parcialmente oculto. Vemos en él, en
sentido contrario al de las agujas del reloj, lo que parece una figura
monstruosa de cuerpo cubierto de escamas, que eleva un brazo realizando un
gesto con los dedos índice y corazón extendidos y abiertos; sigue un personaje
alzando un ramo trifolio que con la diestra se recoge la parte baja de la saya,
al que acompaña uno similar en el otro ángulo posando su mano en la grupa de un
cuadrúpedo que no resulta visible, mientras alza en la diestra una especie de
maza. La cabeza de esta última figura aparece atravesada por un venablo, lo que
parece desalentar a seguir la interpretación de Bango y Boto Varela, quienes
veían aquí una posible escena circense. Completa la serie una cesta de fondo
reticulado sobre el que se labró un entrelazo de tallos entrecruzados ornados
con banda de contario.
En el acceso de la sacristía a la estancia hoy
utilizada como trastero se conserva el acceso oriental al pórtico, de arco de
medio punto liso y rasurada chambrana, sobre dobles columnas y cimacios
decorados con florones perlados similares a los del frente meridional. El
capitel derecho muestra una serie de seis guerreros armados con lanzas, cuatro
de ellos cubiertos por cota de malla y los otros dos con túnicas, del mismo
tipo a los que flanquean la escena central del capitel frontero, lo que nos
hace pensar se trate de la guardia del sepulcro de Cristo. En efecto, en este
capitel y con rudo estilo se labraron, flanqueadas por soldados, tres figuras
angélicas, la central de la cuales levanta con ambas manos la tapa de un
sepulcro mostrando al yacente, mientras que los ángeles laterales portan
incensarios y se recogen la parte baja de la túnica en un gesto similar al ya
visto. La presencia de ángeles y militares parece aludir a una especie de doble
guardia del sepulcro de Cristo en el momento inmediatamente posterior a su
deposición y previo a la Resurrección, atípica iconografía que plantea no pocas
reservas teológicas, a las que supongo ajenos tanto a su escultor como al
párroco de Grado de finales del siglo XII.
Bango Torviso detectó en los capiteles de Grado
del Pico la expansión de temas y formas destiladas por el taller aragonés de
San Juan de la Peña, recibiendo para dicho autor los ábacos un tratamiento
conforme a tal círculo artístico, así como el asunto de la genuflexión ritual
en la Epifanía. Según Boto Varela, a los influjos aragoneses se suman otros
sorianos y formas de origen local, precisando algunas de las lecturas del
primero.
Por mi parte, reconozco en los relieves de
Grado del Pico al menos dos facturas dentro de un mismo taller. A la mano más
experimentada corresponden únicamente los capiteles del acceso meridional del
atrio y el de los híbridos de colas entrelazadas y devoradas por un mascarón.
En ellos se manifiestan composiciones más complejas, un más completo estudio
anatómico y fisonómico de las figuras, amén de un tratamiento de las texturas y
los plegados de los paños más voluminoso y elaborado, todo frente a la tosquedad
del segundo artífice, bien manifiesta en sus capiteles figurados, donde los
pliegues se resumen a superposiciones o simples acanaladuras. En cuanto a la
filiación del taller, creemos que su origen es soriano y bien probable que su
presencia se relacione con la pertenencia de estas tierras a la diócesis
segontina, aunque recordemos que en las fechas en que debió levantarse la
galería existía una disputa aún no resuelta entre ésta y la de Osma. La más
ruda de las facturas tiene paralelos evidentes con la escultura del área
meridional soriana –entorno de Tiermes y Caracena–, pudiéndose vincular la mano
más hábil, más que con los modelos aragoneses directamente, con las
producciones del taller de la catedral de El Burgo de Osma y con otras de Soria
capital y su entorno, en las que es sensible la impronta del llamado “taller
de San Juan de la Peña”, aquí matizadas y enriquecidas con ciertos modos
derivados de la segunda campaña del claustro de Santo Domingo de Silos y del
taller de Fuentidueña. Vemos así notables similitudes entre la construcción de
los rostros de los magos de la Epifanía, con ojos exoftálmicos y abultados
mofletes, y la vista en los capiteles de la portada de San Nicolás, hoy
trasladada a San Juan de Rabanera en Soria, la portada occidental de Santo
Domingo y los baldaquinos de San Juan de Duero, también en la capital soriana,
o la cercana de Garray. También en algunas de éstas se repiten las hojas
acogolladas encerrando piñas o granas que vimos en la imposta de la galería de
Grado, así como el detalle de las pequeñas incisiones que marcan la línea de
contrapliegue, recurso quizás derivado del trabajo de la eboraria y que
detectamos en numerosas obras castellanas de los años finales del siglo XII y
principios del XIII de ámbitos geográficos diversos: además de los ejemplos
sorianos citados y los frontales de altar de San Nicolás y de San Miguel de
Almazán, en el ámbito navarro-aragonés lo encontramos en San Miguel de Estella,
Irache, Tudela, Santiago de Agüero, San Salvador de Ejea, el ábside de la seo
de Zaragoza o en el claustro de San Juan de la Peña, las esculturas del
deambulatorio de Santo Domingo de la Calzada o el tímpano del Cordero de
Armentia; en la zona burgalesa en Soto de Bureba, Butrera, Gredilla de Sedano,
Ahedo de Butrón, claustro de Silos, etc. En cuanto a la cronología, en función
de las vinculaciones establecidas, podemos pensar que oscila entre los últimos
años del siglo XII y las dos primeras décadas del XIII.
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