sábado, 2 de agosto de 2025

Capítulo 91, Románico en las comarcas de Ayllón y Maderuelo

 

Arte Románico en las comarcas de Ayllón y Maderuelo, Segovia
Este recorrido corresponde al extremo oriental de la provincia, dominado por las villas de Ayllón y Maderuelo, junto a los límites provinciales de Soria y Guadalajara.
Comarca situada en las estribaciones de las altas sierras de Ayllón y Pela, con una altitud media que supera ampliamente los mil metros, y desde las que se divisan picos que llegan a los dos mil. Esta región, como las vecinas de Guadalajara y Soria han sufrido un proceso de despoblación severísimo durante las últimas décadas, y empiezan a abundar lugares casi deshabitados, salvo los meses de verano. El clima durísimo, no sólo en invierno donde son frecuentes las nevadas duraderas, sino durante buena parte del otoño y primavera, no invita a quedarse a una gentes que ven, en otros lugares, una forma de vida más cómoda.
No siempre fue así, pues estas tierras fueron largamente disputadas por castellanos y musulmanes durante siglos, y una vez en manos cristianas, comenzó un esfuerzo repoblador que hizo de lugares como Ayllón, Fresno de Cantespino o Maderuelo, puntos fuertes y de importancia política en la Castilla medieval.

Características del románico en las Tierras de Ayllón y Maderuelo
Se trata de una de las comarcas más interesantes de la provincia gracias al carácter monumental de algunas de sus villas y a la noble soledad que se respira a lo largo y ancho de la zona.
En las antiguas Tierras de Ayllón y Maderuelo existe de un románico muy relacionado con el construido en la vecina provincia de Soria.
Incluso en lo escultórico, se aprecian claras relaciones con los restos románicos de la Sala Capitular de la catedral de El Burgo de Osma, como en el caso de la arquivolta esculpida de la pequeña iglesia de Alquité.
Las portadas se complican y abocinan, adquiriendo una decoración más geométrica que vegetal. La piedra de las construcciones alcanza un color rojizo, tan típico de las tierras del oeste soriano.
Los ejemplos seleccionados en esta zona son los templos de Ayllón, San Miguel de Languilla y la Natividad de Santa María de Riaza, Negredo, Becerril, Aldealengua de Santa María, Mazagatos, Grado del Pico, Francos, Valdevarnés, Fuentemizarra, etc.
También abordaremos el interesantísimo patrimonio románico de la villa de Maderuelo, especialmente de su ermita de la Vera Cruz.

Ayllón
La Villa de Ayllón está situada en el extremo este de la provincia segoviana, a 98 km de la capital, en la ladera sur de un cerro a cuyos pies discurre el curso del río Aguisejo en un paraje en el que predomina la ferruginosa tierra roja que contrasta con el verde de robles y pinos.
El origen del asentamiento se remonta a tiempos de celtíberos y romanos, pero será a partir de la llegada de los musulmanes en el siglo X cuando se conozca por fuentes documentales así como por restos arquitectónicos y materiales. Se trataría del momento en el que se empiezan a levantar las defensas que rodean la parte superior del cerro. Documentalmente, Alonso Zamora Canellada, director del Museo de Segovia, en el estudio arqueológico e histórico del Castillo de Ayllón, señala la existencia de dos textos de época califal en los que se refleja el paso de las tropas de Abd al-Rahman III en varias ocasiones, una de regreso a territorio seguro tras los ataques realizados en la meseta, mientras que en otro momento no sólo fueron de paso, sino que arrasaron todos los núcleos del valle del río Riaza.
Asimismo, los vestigios más antiguos pertenecen a muros de tapial forrados por el aparejo encintado que se caracteriza por tongadas horizontales de ladrillo entre las cuales se disponen nuevamente ladrillos en disposición vertical, dejando, en tramos regulares, un espacio central cuadrangular en el que se coloca una piedra de forma regular que tiende hacia las formas esféricas en su cara vista. Dicho tipo de aparejo se encuentra en otros puntos de la provincia todos ellos relacionados con la presencia musulmana califal. Como ejemplos podemos citar el castillo de Fresno de Cantespino, la Puerta de Alfonso VIII de Fuentidueña, la torre de la iglesia de El Salvador de Segovia. En la Villa de Ayllón se conservan restos murarios en el recinto alto así como en la iglesia de San Miguel.
Por otro lado, la cerámica vidriada típica de la época es casi inexistente en la zona, únicamente don Pelayo Artigas, cronista oficial de la villa, cita a inicios del siglo XX el hallazgo de algún fragmento cuyas características son similares a la cerámica califal cordobesa, actualmente en paradero desconocido.
Ayllón desde mediados del siglo X irá creciendo de forma paulatina, muestra de esta importancia es la mención de la localidad en el Fuero de Sepúlveda en el 1076 con motivo de a señalización de los límites ambos términos. Pero será a partir del año 1085, con la toma de Toledo por parte de Alfonso VI, cuando la presencia cristiana en la Villa sea más estable. El territorio se reorganiza y Ayllón se convierte en la cabecera de una de las varias Comunidades de Villa y Tierra que se fijaron en toda la provincia, teniendo bajo su jurisdicción un amplio territorio con más de 21 pueblos, siendo Señorío de Fernando de Antequera y dependiendo, en un primer momento de la Diócesis de Osma, para pasar a la de Sigüenza en 1088.
Una gran parte de los reyes castellanos de los siglos XII, XIII y XIV pasarán cortos periodos en el Castillo de la Villa, como Alfonso VII, Alfonso VIII, Fernando III o Alfonso X. Igualmente don Álvaro de Luna elegirá este enclave como lugar de destierro en el año 1427, siendo estos momentos y los posteriores los de mayor esplendor de la construcción.
De la estructura y organización espacial del Castillo poco se conoce a pesar de las excavaciones arqueológicas allí realizadas por Alonso Zamora. Lo que sí se puede afirmar es la existencia de dos recintos amurallados, uno en la parte alta del cerro y otro que protegería la ladera en la que se asienta la población. El Castillo se encontraría dentro del primero. Se trataría de un edificio lo suficientemente grande para poder albergar a la corte real y con unos muros que garantizasen su protección, aunque no hay documento alguno que afirme estas hipótesis.
La primera mención que hay sobre el Castillo de Ayllón se encuentra en el Poema del Mío Cid, concretamente en el verso 398 de la edición preparada por Ian Michael, en el que se señala la existencia de una serie de torres que están en manos de los moros. Desconocemos si hace referencia a las torres del propio Castillo, a las torres albarranas del recinto amurallado superior o bien, según la hipótesis de Criado de Val, a la serie de atalayas situadas al este de la Villa, allí ubicadas para la defensa de Toledo y el control de los pasos de la Sierra teniendo como vértices Ayllón, Gormaz y Atienza.
De todo ello lo único que se mantiene en pie hoy en día es una torre albarrana conocida como Torre Martina por su uso como campanario de la iglesia contigua de San Martín del Castillo así como restos del recinto amurallado elaborado en tapial, posiblemente recubiertos con mampostería encintada, siendo los “paredones” los de mayor altura y mejor conservados. Este recinto tenía un total de cinco cubos de planta cuadrangular así como varios accesos, uno posiblemente situado en la zona noroeste y otro en el extremo este.
El recinto bajo sería de posterior construcción al alto adosándose a este en los puntos de unión. Su función era evidente, la defensa del núcleo urbano de la Villa en una zona en la que las defensas naturales son escasas. Construido en mampostería de piedra caliza, contaría con, al menos, tres puertas de acceso, de las que únicamente se conserva la conocida como “El Arco” cuyo estilo data del siglo XVI fruto de las remodelaciones realizadas a la puerta original de piedra y ladrillo. El trazado de dicho recinto se encontraría desde la zona alta de la Iglesia de San Juan, bajando ladera abajo hasta el Convento de la Concepción, en cuyo recinto exterior se conserva parte de la muralla. De este punto avanzaría paralelo al río y a la carretera de Soria hasta volver a unirse con el recinto alto.
El núcleo urbano protegido por este recinto amurallado sería de una importante entidad dado el elevado número de iglesias con las que llegó a contar don Pelayo Artigas en su estudio sobre las Iglesias de Ayllón señala la existencia de las siguientes parroquias:
·       San Esteban que debió estar situada a la derecha de la entrada de la plaza y fue suprimida en 1797.
·       San Millán emplazada muy próxima a la zona en la que, posteriormente, se erigió Santa María la Mayor, a inicios del siglo XVIII debía mantenerse en aún en buen estado.
·       Santa María del Castillo situada en el cerro debió arruinarse en el siglo XVII y de ella nada se conserva.
·       Santa María Mediavilla fue desmantelada en 1732 como consecuencia de su pobreza y de la poca afluencia de feligreses con la que contaba ya que estaba apartada del pueblo en la ladera del cerro y rodeada de regueros que anegaban el paso.
·       San Martín del Castillo, cuyos cimientos son aún visibles, se encuentra en el interior del recinto alto, al sureste de la meseta del cerro. Fue disuelta en 1802 manteniéndose en pie la Torre Martina que era empleada como campanario de dicha iglesia.
·       San Juan Evangelista es la única de las iglesias que contaba con torre de campanario en la Villa, siendo una de las que aún mantienen parte de sus muros en pie. Situada en la ladera sureste del cerro fue desmantelada en 1796 como consecuencia de su pobreza. Se trata de una sólida iglesia románica a la que la Familia de los Daza adosó una magnífica capilla gótica en el siglo XVI.
·       San Miguel se trata de la iglesia románica situada en el frente norte de la plaza de la Villa. Fue la última de las parroquias en suprimirse en el año 1902 lo cual ha provocado que aún se mantenga en pie pese a los graves problemas estructurales que ha sufrido. Santa María la Mayor, la iglesia parroquial es un templo barroco con algún testimonio conservado entre sus muros. Igualmente se conoce la existencia de varias ermitas y conventos. San Nicolás y Santiago eran las dos ermitas románicas localizadas a extramuros de la villa, una situada al este y la otra al oeste, de las cuales no quedan más que restos. En lo referente a las Comunidades Conventuales la de San Francisco estará fundada en el siglo XIII, habiendo sufrido importantes reformas a lo largo de su historia, mientras que la Purísima Concepción datará del siglo XVI.
Tal y como se puede apreciar la vida religiosa de la Villa durante la Edad Media fue de una significativa relevancia ya que contaba con un total de ocho parroquias, dos ermitas y un convento, hoy en día, gran parte de ellos, desaparecidos o en estado ruinoso como consecuencia del declive socioeconómico que sufre Ayllón desde inicios del siglo XVIII.

Iglesia de San Miguel Arcángel
La iglesia de San Miguel se encuentra situada en el flanco sur de la Plaza de la Villa de Ayllón, junto a la Casa Consistorial, no estando exenta ya que en el muro norte se adosan una serie de edificios. Como consecuencia de esta privilegiada posición, ha sufrido varias remodelaciones a lo largo de su historia, en el momento en el que se procede a su análisis se aprecia la gran variedad de formas constructivas que en ella se han empleado dando lugar a un edificio enormemente complejo. Actualmente en ella no se celebra el culto y ocasionalmente se emplea como sala de exposiciones, ya que desde el 1 de febrero de 1902 fue agregada a Santa María la Mayor siendo la última de las parroquias en suprimirse.
La planta muestra una nave principal con proporciones cuadrangulares, con coro elevado a sus pies, y una capilla lateral en el frente norte, remata una cabecera de tramo recto y ábside ligeramente desviada respecto del eje central.
En la fachada oeste se sitúa la robusta espadaña de dos vanos de medio punto, reforzada por dos contrafuertes levantados como consecuencia de los problemas estructurales que la hicieron derrumbarse teniéndose que construir de nuevo en el siglo XV. Entre ambos contrafuertes se localiza una pequeña puerta de acceso de arco de medio punto doblado sobre columnillas colocadas en la última restauración. La portada principal se sitúa en el muro sur, próxima a los pies.

En el momento en el que se levantó la iglesia aprovecharon los restos existentes de un edificio anterior cuyos muros estaban construidos con la mampostería encintada datada a fines del siglo X o comienzos del XI. Dicho edificio nos es totalmente desconocido, pero dadas las grandes dimensiones de los restos que aún se conservan posiblemente tendría carácter defensivo aunque no tiene una posición estratégica sobre el territorio.
La mayor parte del muro sur así como la unión norte entre nave y cabecera presentan este tipo constructivo. En el análisis de paramentos es totalmente evidente que esos restos son anteriores a los muros de sillería románicos y, también, que como consecuencia de su presencia, para aprovecharlos del mejor modo posible, la nave de la iglesia cuenta con una dimensión casi cúbica dado que la altura es bastante aproximada a la longitud y anchura, hecho que igualmente condiciona que la cubierta sea de madera. No se trata de la única iglesia de la provincia que presenta restos de este tipo de mampostería; El Salvador, en Segovia, cuenta con algunos restos aislados en la fachada norte de la torre.
En el siglo XVI se construyó en el lado septentrional una nave lateral, con cubierta a un agua, que se abre a la principal a través de un arco de amplio desarrollo. En el muro este de dicha nave, y paralelo a la cabecera se construyó un pequeño espacio empleado como sacristía que actualmente no está cubierto.


A la cabecera, cubierta con bóveda y cúpula de piedra, se accede a través de una gran arco levemente apuntado sostenido por dos semicolumnas cuyos capiteles están ornamentados con hojas bastante estilizadas. El cimacio está decorado con taqueado de influencia aragonesa, algo muy común en el resto de las iglesias románicas de la villa, prolongándose por toda la cabecera a modo de línea de imposta. Ambas basas son de doble toro y las esquinas del podio sobre el que se asientan están rematadas con bolas, algunas de las cuales han desaparecido.
Este espacio únicamente está iluminado por el vano situado en el lado de la epístola del tramo recto. Los otros dos existentes, tanto el situado en el lado opuesto del coro como el del ábside, están cegados, este último está cubierto por el retablo barroco que cubre todo el hemiciclo, mientras que el primero fue sustituido por la sepultura de don Juan Contreras, quien financió la construcción del pórtico sur.
Ninguno de los mencionados vanos contaba con decoración al interior, al exterior, el situado en el frente sur del tramo recto, cuenta con un aro de doble punto de ancho bocel y ajedrezada chambrana apoyado en dos columnillas de capiteles decorados con iconografía animal, grifos y aves de doble cabeza y alas desplegadas. Ambos cimacios están ornamentados con roleos vegetales unidos entre sí. El vano se encuentra en un espacio bastante reducido, a cada lado del mismo se dispone un contrafuerte construidos en el siglo XV como consecuencia de los graves problemas estructurales del templo en la fachada sur, hecho que se manifiesta igualmente en el ábside a través de profundas grietas restauradas hace pocos años.
El otro vano decorado al exterior es el situado en la zona central del ábside, repitiendo el mismo esquema de arco de medio punto con guardapolvos sobre columnillas. En este caso la decoración de los capiteles es de amplia retícula.
Ábside
 

La cornisa que recorre toda la cabecera, está decorada con entrelazado, descansando sobre metopas y canecillos ornamentados con figuras muy bien conservadas.
Ventana del ábside
Capitel de la ventana
Capitel de la ventana 
Ventana del ábside

La mejor muestra se localiza en la fachada sur del presbiterio, allí es donde encontramos un flautista, una pareja abrazada, un personaje con un cántaro en los brazos y un cantero labrando con la piqueta, a los que hay que unir un grifo.


Otros de los canecillos que recorren el ábside contienen a un arquero, personaje con mazo en las manos, otra pareja, etc. También hay otra serie de motivos más esquemáticos como hojas que envuelven una bola o modillones de rollos. En cuanto a las metopas todas ellas cuentan con rosetón variando el número de puntas.



Dos baquetones dispuestos verticalmente y coronados por capiteles foliados dividen el ábside en tres tramos. En el interior de templo se depositaron varias piezas de cornisa y algún can en mal estado de conservación rescatados en la última restauración.

En la fachada sur se adosó en el siglo XV un pórtico destinado a proteger la portada. Años más tarde fue ampliado con otra altura más para poder disfrutar de los espectáculos de la plaza. Posteriormente el espacio se cerró y fue empleado como vivienda parroquial.
La portada principal de la iglesia, protegida por esta estructura, es de múltiples roscas con diferente decoración: rosetones de ocho puntas, sogueado, bolas, zigzag y ajedrezado. Una de las columnillas ha sido extraída y sustituida por otra de piedra diferente. Los capiteles están decorados con animales, uno de ellos cuenta con aves que entrelazan sus cabezas mientras que el otro porta dos leones afrontados descabezados. Esta portada, adelantada respecto la línea del muro, refleja igualmente la debilidad de la estructura ya que está claramente desviada hacia delante.

Si como consecuencia del adosado norte se eliminó la cornisa y canecillos originales, en la fachada sur aún se conserva en ciertas partes. La decoración para la cornisa es a base de bolas mientras que la de los canes es de rollos y hojas que envuelven, en unos casos, una bola, y en otros, dos.
Por último hay que señalar la presencia de una austera pila bautismal, de difícil datación, de cuerpo troncocónico sin decoración alguna, en piedra caliza, cuyas dimensiones son las siguientes: 95 cm de diámetro y 66,5 cm de altura, siendo el pie de época posterior.
Las características aquí descritas apuntan a una gran similitud entre esta iglesia, la de San Juan Evangelista y las ruinas de la Ermita de Santiago, quedando datadas todas ellas a finales del siglo XII, hecho que demuestra el gran desarrollo económico que tuvo la Villa durante estos años. 


Convento de San Francisco
El convento de San Francisco, hoy de propiedad particular, se encuentra situado a extramuros de la Villa de Ayllón, junto a la carretera que conduce a Aranda de Duero. El río Aguisejo recorre por uno de sus laterales abasteciendo de agua a la comunidad que se encontraría originariamente entre sus muros.
Fundado en el siglo XIII por El Cristo de la Edad Media, San Francisco de Asís, según señala Pelayo Artigas, cronista oficial de la Villa. Como única muestra de su fundación, rescatado de las ruinas, se halló el escudo de armas del Rey don Alfonso VIII. En dicho momento se trataría de una pequeña comunidad que emplearían a la que fue cedida la Iglesia de San Bartolomé por parte del Obispado de Sigüenza, tratándose, de este modo, de la primera iglesia utilizada antes de construir la nueva gracias al Condestable don Álvaro de Luna. Los restos que hoy en día se conservan de estos primeros momentos son los muros exteriores de una pequeña iglesia de una sola nave con cabecera recta.
A lo largo de su historia fue el lugar elegido como enterramiento de las nobles familias de Ayllón, allí descansaron los restos de don Juan Pacheco de Luna, Conde de San Esteban de Gormaz, así como varios individuos de las familias de los Vellosillo, Daza, Chaves y Temiños.
Igualmente fue lugar celebración de importantes reuniones como la celebrada en 1411 en la que participaron San Vicente Ferrer, don Fernando de Antequera, Juan II y su madre Catalina de Lancaster.

La Comunidad conventual no era muy numerosa, las fuentes señalan que a mediados del siglo XVIII se componía de veinte sacerdotes, seis legos, dos coristas y un donado, aunque también cabe señalar que anteriormente tuvo como principal labor la de Seminario. Con la llegada de la Guerra de la Independencia la decadencia fue inevitable; el 2 de septiembre de 1809 llegó a Ayllón la Cuadrilla del Empecinado arrasando con los bienes a su antojo, y finalmente en 1836 fue víctima de la desamortización, hecho que provocó la desaparición y traslado de la mayor parte de los bienes muebles y la ruina total del edificio.
Gracias a las restauraciones realizadas en posible observar las diferentes etapas constructivas por las que pasó, por un lado, la magnífica cabecera, es gótica, mientras que la fachada principal, el cuerpo de cruz latina y la mayor parte de las estancias anexas, corresponden al estilo neoclásico.
Los restos románicos que aquí se encuentran son bastante escasos, prácticamente inapreciables; se trata de dos canecillos localizados en la fachada principal, uno situado en el muro sur del recinto que representa una figura arrodillada en actitud penitente muy deteriorada, y otro, el que simboliza una figura monstruosa encadenada, está colocado en un lugar bastante destacado bajo los ángeles que sostienen la hornacina con la imagen de San Francisco de Asís en la fachada principal de acceso al templo.
Ambos canecillos no pertenecerían al Convento primitivo, sino que fueron trasladados en 1732, así como otras muchas piezas, de la Iglesia románica de Santa María Mediavilla para hacer frente a los gastos ocasionados con la construcción de la Iglesia de Santa María la Mayor. Se subastaron todos los materiales y el Síndico del Convento adquirió la piedra, madera y tejas del cuerpo de la torre, cuerpo de la iglesia, cementerio y atrio que fueron a parar a las obras que se estaban realizando en el Convento. Los canecillos se reaprovecharon en la cornisa de la casa del Síndico así como en otras partes del Convento, pero en 1933 ó 1934, los dueños del ya conocido como Ex-Convento, los vendieron a unos americanos, según el relato de don Elías Casas, uno de los operarios contratados para tal labor. Así se desmontaron los canes y se vendieron probablemente a uno de los emisarios del magnate norteamericano W. Randolph Heartst quien asimismo adquirió por estas fechas el claustro del monasterio cisterciense de Sacramenia.
En los años setenta el Convento fue adquirido por última vez gracias a lo cual se ha rescatado y restaurado de una manera formidable. 


Languilla
Situada en la zona más nororiental de la provincia a 3,5 km al norte de Ayllón junto a la carretera SG-945 que conduce a Aranda de Duero, fue fundada en tiempos de la repoblación por gentes venidas de la localidad soriana de Langa de Duero. Se encuentra esta población en tierras dedicadas al cultivo del cereal con el caserío dispuesto en la ladera sur de un pequeño cerro a cuyos pies se unen las aguas del río Riaza y Aguisejo. Históricamente perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de Ayllón y estaba enclavada en el sexmo, división administrativa de menor entidad, de Valdanzo.

Iglesia de San Miguel Arcángel
La iglesia de San Miguel Arcángel, situada en la zona más céntrica del caserío que configura el conjunto urbano en el frente sur de la plaza del ayuntamiento sobre una pequeña plataforma, ha sufrido numerosas e importantes reformas a lo largo de su historia, principalmente en el siglo XVI, aunque son los vestigios románicos los que la dotan de gran belleza e importancia.
El templo, elaborado en sillarejo, es de una nave rematada por cabecera cuadrangular, a la que se le han añadido dos cuerpos en cada uno de sus laterales, el de mayores dimensiones dedicado a capilla y el menor como sacristía, mientras que a los pies se encuentra la espadaña de dos ojos.

El primero de los elementos que revelan el origen de San Miguel es el atrio cerrado y objeto de varias reformas ya que originariamente contaría con un vano central de acceso y tres arcos de medio con guardapolvos de medias bolas a cada lateral, de los cuales únicamente son hoy visibles dos de los situados en el flanco oriental. Así mismo en la fachada sur de dicho pórtico se hallaba otro arco de idénticas características el cual serviría de acceso y que se mantiene igualmente cegado.

En el interior del espacio central de los tres en que fue dividido el atrio se encuentra resguardado el elemento más importante de la iglesia. Se trata de una de las principales portadas de la provincia y dada su situación geográfica será evidente la influencia soriana y más concretamente de la catedral de El Burgo de Osma, el principal foco de la zona.

Sobre un cuerpo resaltado se disponen cuatro arquivoltas decoradas con bolas, baquetón, óvalos, perlas, arquillos y red de rombos, que se apoyan en dos líneas de cuatro columnas a las que se unen tres pares más retranqueadas, siendo la más saliente la de mayor diámetro. Ambos grupos cuentan con capiteles sin separación que se prolongan hacia el exterior en disposición abocinada. La serie situada en el flanco oriental repite un motivo decorativo continuo basado en dos aves que unen sus picos y colas formando un cuerpo ovalado rematado por una cabecilla masculina que aparece tras ellos. La ornamentación de los capiteles de las tres columnillas retranqueadas es algo diferente: en el capitel de mayores dimensiones, aunque se encuentra bastante dañado, se disponen únicamente dos parejas de aves afrontadas mientras que en los dos más exteriores los pájaros son sustituidos por hojas de acanto dispuestas en forma de cáliz. Sobre la línea de capiteles se sitúa el cimacio decorado con roleo perlado con flor en su interior.

El mayor interés iconográfico se encuentra en el grupo de capiteles del flanco occidental. Bajo un cimacio decorado con el clásico ajedrezado se disponen un conjunto de cinco capiteles decorados con una serie iconográfica que nos aproxima a la catedral de El Burgo de Osma. Siguiendo los capiteles desde el interior hacia el exterior de la portada, encontramos en el primero de ellos la representación de la expulsión del paraíso: Adán y Eva cubiertos por una hoja de parra y con gesto avergonzado prestan atención a las órdenes del Señor, que sustenta una gran cruz y está acompañado por un ángel que porta igualmente otro objeto retorcido en sus manos. Los dos siguientes capiteles muestran el pasaje de la Matanza de los Inocentes con el rey Herodes sentado en su trono con un objeto en sus manos y rodeado de diablillos que le susurran el crimen al oído.


A continuación dos madres muestran el dramatismo de la acción, sujetando una de ellas al niño muerto por los pies mientras que la otra parece estar en actitud de beber algún tipo de veneno, siendo, por tanto, esta escena muy similar a una de las que aparecen en la Sala Capitular de la catedral de El Burgo de Osma en la que varios soldados asesinan a los bebés y sus aterradas madres proceden a un dramático envenenamiento. Las similitudes con la catedral soriana no finalizan en este punto ya que los rasgos de la talla hacen presumir una misma técnica y estética de personajes achaparrados de rostros ovalados con ojos abombados, miembros desproporcionados y pliegues toscos. El último de los cuatro, de pequeñas proporciones, alberga la escena de la Muerte de San Juan Bautista, quien arrodillado y rodeado por un entorno arquitectónico, que bien podría simbolizar su prisión, se prepara para recibir el fatídico golpe de espada de su verdugo.
Finalmente la última escena que se representa en el conjunto de esta serie de capiteles es el banquete celebrado por Herodes con motivo de su cumpleaños, en el que aparece sentado a la derecha de Herodías quien ocupa la posición central de la mesa. Les acompañan otras tres figuras masculinas mientras que dos sirvientes arrodillados frente a la mesa sirven los manjares de la celebración.
Es de suponer que en el centro de la mesa se encontraría la bandeja con la cabeza de San Juan Bautista, pero como consecuencia de la degradación de la piedra esto es imposible de percibir. Fuera del programa iconográfico aparecen decorados los capiteles de las dos columnillas retranqueadas con dos sirenas-pájaro afrontadas.
En el interior del templo se mantiene únicamente el arco del triunfo de medio punto doblado sobre dos semicolumnas dispuestas sobre podium, con basas áticas decoradas con dientes de sierra y coronadas por capiteles decorados con iconografía animal y vegetal. En el capitel del lado del evangelio son dos leones en altorrelieve los elegidos, mientras que en capitel de la epístola son una clase de concha de marcado relieve las que se disponen en cada una de las esquinas. El cimacio que se prolonga a modo de imposta por el muro en el que se abre el arco está formado por dos pequeñas molduras y una fina línea de pequeñas puntas de diamante.

El último de los elementos románicos que se conservan en el interior de la iglesia de San Miguel es la pila bautismal recientemente trasladada del baptisterio situado en el primitivo atrio a la capilla adosada a la cabecera. Se trata de una obra de grandes dimensiones: 120 cm de diámetro x 70 cm de altura de la copa cilíndrica. Fue elaborada en caliza y decorada con gallones rematados en la parte superior por un ancho listel.
La iglesia de San Miguel es una muestra clara de las influencias ejercidas por el estilo soriano de la catedral de El Burgo de Osma en toda la zona nororiental de la provincia de Segovia. Otro ejemplo similar será la puerta de Alquité de estilo más artesanal y modesto.

 

Aldealuenga de Santa María
Localidad situada a cerca de 100 km al noreste de la capital de la provincia, muy próxima al límite de la misma con tierras burgalesas y, sobre todo, sorianas, ubicándose a medio camino en la carretera CL-114, que comunica Ayllón y Maderuelo. Está emplazada a poco menos de mil metros de altitud, en terrenos de monte y abundante pasto regados por el río Riaza, lo que le ha permitido gozar de una próspera vega y de terrenos tradicionalmente aptos para la caza.
A mediados del siglo XIII, aparece en la documentación bajo el nombre de Aldea Luenga, denominación que para Siguero Llorente vendría a poner de manifiesto un núcleo importante en cuanto a lo abultado de su población, sufriendo después una deformación fonética que daría lugar al actual; Madoz se refiere a este núcleo también como Aldealengua de Maderuelo, por ser esta la comunidad a la que pertenecía. En su término se encontraba el despoblado de Valdeperal. Formó parte de las posesiones de don Álvaro de Luna y posteriormente de las del conde de Miranda, hasta el fin de la existencia de los señoríos y en la actualidad se integra en las tierras de Riaza. En todo ese tiempo, hay que señalar el año 1693, cuando siendo monarca Carlos II, obtuvo Aldealengua el título de villazgo a cambio de un pago de “Setecientos Ducados de vellón en contado”.

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
Templo situado dentro del caserío de la localidad, en su extremo septentrional que se corresponde con la parte más elevada del núcleo, dentro de un espacio de acceso limitado por una cerca. Es iglesia de una nave, con cabecera recta, que ha visto crecer su extensión gracias a una sacristía adosada en la parte oriental, un pórtico cerrado a mediodía, aunque este parece haber sustituido a otro anterior, y un espacio a los pies donde hoy se sitúa la pila bautismal. Por las partes que permanecen a la vista, parece que la fábrica debió realizarse en mampostería más o menos concertada, dejando reservados los vanos, cornisas y esquinas para sillería.

Al exterior conserva gran parte de la cornisa que recorre tanto la cabecera como la nave en sus muros septentrional y meridional, faltando únicamente este último flanco de la nave por el recrecimiento del pórtico. En la cabecera la cornisa de nacela es sostenida por canecillos de escaso repertorio y desarrollo ornamental; de esta manera, en la parte meridional aparecen una docena de canecillos con perfiles de nacela, uno lobulado, otros con frutos y uno con un barrilillo; de igual suerte, en la parte septentrional la secuencia de nacelas es mayor, apareciendo ya en la zona más cercana a la nave, un cérvido y un centauro armado con un arco, en actitud de disparar. En la cornisa de la nave, a mediodía, sólo se conserva el primer canecillo, luciendo una composición con la representación de una pareja humana, ambos vestidos con traje talar, marcando la cintura, y capucha; el de la izquierda se lleva la mano al cuello mientras el personaje de la derecha aparece saludando. La cornisa del muro septentrional sin embargo, conserva una parte mucho mayor de su estructura, además de lucir motivos ornamentales de mayor riqueza iconográfica, con figuras humanas en diferentes actitudes, motivos vegetales, representaciones animales, del bestiario,...









Al lado de mediodía, como ya se ha señalado, se añadió un pórtico cegado, que cuenta en sus muros con diversas piezas reutilizadas que parecen evidenciar la existencia de otro anterior; aleatoriamente por tanto se disponen elementos casi todos con diferentes motivos vegetales inscritos en círculos, otra con tres altas hojas de nervios picudos o piezas de una cornisa de zarcillos. El actual acceso a este espacio se compone de una portada de medio punto con vanos a los lados en disposición simétrica, contando también con piezas reaprovechadas de anterior factura; a pesar de lo alterado de este pórtico, Santamaría López lo relaciona por ejemplo con Valdevarnés, como testimonio de lo característico de la tierra de Maderuelo.



Protegida por esta estructura, la portada del templo se presenta como un destacado conjunto ornamental; organizada a partir de tres arquivoltas de medio punto trasdosadas por una chambrana de tacos de escaso bulto y reducido tamaño, esta portada, dispuesta en saledizo, reúne un buen número de motivos ornamentales. La arquivolta exterior se decora con una abstracta interpretación de vegetal, semejante a capullos, inscrita en tallitos perlados, mientras que en la intermedia, una serie de frutos rodea un doble bocel por cara separado por un listoncillo; la menor de las arquivoltas ha visto mutilar su parte externa de perfil achaflanado y que trasdosa un dovelaje con flores tetrapétalas dentro de círculos cóncavos rodeados de tallitos en el resto del espacio y ocupando un bocel los perfiles interno y externo de su intradós.
En cuanto a los apeos, estos alternan jambas acodilladas con una columna entre ellas; la imposta, con perfil de listel y chaflán, presenta en este último decoración de tallos triples que van acogiendo en sus meandros conjuntos de abultadas hojitas de marcado nervio central, todo ello trabajado a bisel, en la parte derecha y tallos triples que van alternando la formación de clípeos con el cruce en ángulo. Esta primera jamba tiene los perfiles abocelados; la columna de la derecha ha perdido la basa, que debía ser similar a la conservada al otro lado, con plinto y doble toro con escocia intermedia, todo ello sin ornamentar, al igual que el fuste. Por lo que se refiere a los capiteles, ambos trabajados, se distingue a la izquierda una pareja de leones en plena lucha, cuya representación no deja de ser fruto de la imaginación del autor, así como la factura, donde se observa un intento de representación en perspectiva, mientras que a la derecha, aparece una pareja de arpías que reúne sus miradas, junta los extremos de sus alas y entrecruza sus colas de reptil.

En el interior se encuentra una única nave, organizada en cuatro tramos, además del añadido de los pies cubiertos con yeserías barrocas, siendo la cabecera a partir del arco triunfal lo mejor conservado de la fábrica primitiva. Este arco de triunfo, de medio punto, doblado, apea en pilastras sin ornamentar y donde la única presencia de una imposta de bisel altera la homogeneidad del conjunto, dando paso a un presbiterio cubierto con bóveda de medio cañón –hoy con las mismas yeserías que la nave– que cuenta con un arco ciego de medio punto en sus muros laterales; después del cimacio de listel y nacela, estos arcos descansan en unas columnas de fuste monolítico y poca altura, situadas sobre lo que fue un banco corrido adosado al muro que posiblemente recorriese todo el espacio. Este banco servía de basamento sobre el que se sitúan los plintos lisos y prismáticos que sostienen unas basas con un toro inferior muy desarrollado, bolas angulares, filete intermedio y toro de menor envergadura en la parte superior. Entre los capiteles, por su parte, se distingue a partir de un collarino abocelado, los del muro septentrional con parejas de hojas lisas y frutos en la parte superior –en el más oriental los frutos son sustituidos por cabezas humanas de fisonomía bien representada– situándose pequeñas piñas entre ellas. De los correspondientes al muro meridional, uno parece seguir el modelo anterior, aquí con motivos vegetales mucho más carnosos, mientras que el otro se distingue por la ausencia de cabezas, la sencillez en el trabajo de talla, la presencia de policromía y un ábaco ornado con círculos en relieve, ausente en el resto.

Cuenta además este templo con una pila bautismal de traza románica, ubicada a los pies del mismo. Se compone de un vaso semiesférico con una moldura de triple bocel en la cara superior de la embocadura y gallones de escaso bulto que arrancan de un baquetón situado en la parte inferior. Tiene unas medidas exteriores de 110 x 60 cm y se completa con un tenante liso con bocel inferior de 30 cm En lo referente a la cronología, este templo debe situarse en la parte final del siglo XII, comienzos del siglo XIII.


Maderuelo
La villa de Maderuelo  está situada en el extremo septentrional de la provincia de Segovia, a cerca del centenar de kilómetros de la capital y lindando su término ya con las de Soria y Burgos. Su amplia y antaño fértil vega, regada por el Riaza (antiguo Aza), aparece hoy ocupada por el embalse de Linares, mientras que hacia el noreste se extienden las interminables parameras que se adentran en tierras sorianas.
Su carácter fronterizo y la estratégica ubicación del lugar acabaron convirtiendo al asentamiento en cabeza de una importante Comunidad de Villa y Tierra, basándose su cierta pujanza y posterior declive en su estrecha relación con la ganadería. El origen del poblamiento medieval tiene más que ver con su estratégica situación desde el punto de vista militar, y ya durante el tumultuoso siglo X formaría parte del conjunto de enclaves fortificados que constituían la punta de lanza de la Reconquista promovida por los condes castellanos desde la fortaleza burgalesa de Aza, que junto a las de Roa, Osma, Clunia y San Esteban de Gormaz, dibujaban el límite del avance cristiano en los inicios de la segunda década de la décima centuria. Según Martínez Díez, sería el conde Gonzalo Fernández quien acometería esta empresa, basada en contingentes humanos procedentes de los valles norteños de Burgos.
Desde Aza irán penetrando éstos siguiendo el curso del río hasta ocupar Montejo de la Vega de la Serrezuela, Maderuelo y quizás Ayllón, enclaves segovianos desde los que las gentes del conde debían hostigar a los musulmanes de Atienza y Guadalajara, pues las crónicas árabes hacen referencia a la operación de castigo realizada contra las fortalezas del Riaza por las tropas de Abd al-Rahmán III en 939, cuando retornaban a Córdoba tras la batalla de Simancas, que tuvo lugar en agosto de dicho año. Según el parte de guerra redactado el 27 del mismo mes, recogido en la crónica de Ibn Hayyan transcrita por Pedro Chalmeta, tras arrasar Roa, las gentes de Guadalajara imploraron al califa que, en vez de dirigirse a Gormaz para abastecerse, atacase “los castillos y cultivos” de los cristianos asentados en la ribera del Riaza. Así, éste “dirigió las tropas contra el río Haza, no dejando allí castillo que no destruyese, aldea que no arrasase, ni medio de vida que no acabase”. Tras el descalabro del ejército musulmán el Alhandega, el resto de las tropas se dirigió hacia Atienza y Guadalajara camino de Córdoba. Sea como fuere, del análisis cronístico realizado por Chalmeta parece deducirse una efectiva ocupación cristiana de varios enclaves avanzados al sur del Duero, en las riberas del Riaza y el Aguisejo, posiciones que serían abandonadas en el último tercio del siglo X ante el empuje de Almanzor y su hijo Abd alMalik, y que no volverían a consolidarse, esta vez de modo definitivo, hasta la segunda década del siglo XI. Refiere Jiménez de Rada en su De rebus Hispaniæ que el conde castellano Sancho García recuperó en el año 1011 las fortalezas del sudoeste soriano, norte de Segovia y las del valle del Riaza, entre las que se cuenta Maderuelo (Hic obtinuit Pennam Fidelem, et Septempublicam, el Madolium, et Motelionem, et Varinatium, et Oaroman, et Sanctum Stephanum, quæ in captione patris perdiderant Christiani), aserto que, con todas las precauciones que imponen la distancia cronológica a la escribió el arzobispo toledano, bien pudiera ser tenido por bueno.
Pese a los límites diocesanos establecidos por el Concilio de Husillos (1088) entre la diócesis burgalesa y oxomense, el área entre Maderuelo y Sepúlveda debió quedar bajo el dominio de la segunda (trans fluvium Dorium castrum Materiolum et Vocikellas et usque ad civitatem septempublicensem et quicquid ultra continetur decerneretur esse Hoxomensis ecclesie). La cierta indefinición del texto conciliar y las pretensiones de Osma motivaron que, entre 1108 y 1110, Pascual II restableciese los límites entre dichas diócesis, quedando varias localidades del suroeste de Soria y norte de Segovia, incluida la que nos ocupa, sujetas en derecho a la sede burgalesa aunque en la práctica lo estaban a la soriana. No obstante, dicho sometimiento fue fugaz, hasta su integración en 1123 en la recién restaurada diócesis de Segovia, cuyos límites fueron confirmados en 1130 por Calixto II. En la documentación catedralicia queda testimonio del disfrute por parte del cabildo de las décimas de las rentas reales en la localidad –salvo la fonsadera y los pedidos– según privilegio concedido por Alfonso VII y confirmado por Alfonso VIII en 1181 y luego por sus sucesores, al que se añade el diezmo del portazgo en 1200. Algo después, el 25 de mayo de 1202, Alfonso VIII donó a don Gonzalo, obispo de Segovia, unas casas en Maderuelo que fueron de Martín Fernández, sitas junto al castillo, en la zona alta (...concedo quasdam domos in Maderolo, que quondam fuerint de Martino Ferrandi, sitas sursum in castello...). En torno a esta época se pueden datar los notables vestigios de arquitectura civil que conserva el pueblo, en su mayor parte próximos de la puerta principal de su muralla y estudiados por el profesor Ruiz Hernando en el correspondiente capítulo introductorio.
Ya en el último tercio del siglo XIV comienza el proceso de señorialización de la villa, fuera del realengo que hasta ahora la gobernaba. Tras un fugaz paso por manos francesas, en 1395, doña Leonor, reina de Navarra, infanta de Castilla y condesa de Evreux, nombró a su marido, el navarro Carlos III, gobernador, regidor y administrador general de las villas y fortalezas de Roa, Madrigal, Sepúlveda, Arévalo y Maderuelo, así como de las aldeas a ellas sometidas, pasando de mano en mano la tenencia de nuestra villa entre castellanos y aragoneses hasta llegar en 1426 a las del poderoso Álvaro de Luna, condestable de Castilla, quien la integró en su condado de Santistevan (de Gormaz), donde permaneció incluso tras su caída en desgracia.
En cuanto a lo eclesiástico, a través de los documentos de reparto de rentas del cabildo segoviano en 1247 tenemos noticias de la existencia de las iglesias de Santa Colomba, Santo Domingo, Santa Cruz, San Juan, San Salvador, San Miguel, San Millán, San Martín y San Andrés. También en el Archivo de la Catedral de Segovia se conserva, en un traslado del siglo XV, un documento de confirmación por el concejo de Maderuelo del repartimiento y reordenación parroquial de la villa hecha por el obispo segoviano don Blasco en 1298, con motivo del traslado de la puebla “de los Arenales acima del castiello”, texto referido por González Dávila y Colmenares y que dado su interés recogemos en el Apéndice Documental en su transcripción  por Bonifacio Bartolomé. Nos habla el documento de la traslación a finales del siglo XIII del centro neurálgico a la zona alta de la localidad, quedando como parroquias las iglesias de Santa María “que dizen del castiello” para la zona superior y la de San Miguel para la baja.
De ellas dependían en lo eclesiástico y tributario el resto de iglesias de Maderuelo, la mayoría de ellas extramuros, lo que nos habla de un primer hábitat disperso, en barrios separados entre sí por unos centenares de metros, a modo de diminutas aldeas de campesinos entorno a un recinto fortificado alargado y reducido, bien adaptado al espolón sobre el que se alza y fácilmente defendible. Concretamente a la parroquia de Santa María –que era “la mayor en la mas honrrada”– se vinculaban las de El Salvador, San Juan, Santa Cruz, Santo Domingo y Santa Coloma (cuyos préstamos pertenecían a la mesa episcopal); de San Miguel dependían las de San Millán, San Martín y San Andrés. Tal reparto debió crear ciertas polémicas, pues la visita pastoral de 1446-1447, también publicada por Bartolomé Herrero, aparte de la dudosa conducta moral del párroco de San Miguel, nos refiere las disputas y discordancias entre los clérigos y parroquianos sobre “servicio delas eglesias”.
En el siglo XVI, Maderuelo contaba con 85 vecinos pecheros en la villa y 453 en las 13 aldeas de su Tierra; en el XVIII, Hernández Ruiz de Villa cifra la población en 160 vecinos. A mediados de la siguiente centuria sólo quedaba con rango parroquial la iglesia de Santa María, citando Madoz como ermitas las de San Miguel, Santa Cruz y Castroboda, sin duda contenedor espiritual más que suficiente para los 77 vecinos y 259 almas que lo poblaban.

Iglesia de Santa María
La iglesia de Santa María se sitúa en la parte alta del pueblo, sobre y frente al moderno puente que atraviesa el intermitente embalse de Linares, presidiendo una placita.
Este notable edificio, de generosas proporciones, presenta planta basilical coronada por cabecera de amplio presbiterio y ábside semicircular. Divídese la nave en cuatro tramos mediante tres aparatosos arcos diafragma de ladrillo sobre machones prismáticos de mampostería y frente latericio, que soportan una hermosa armadura, en atípica solución en lo segoviano que llamó la atención de Antonio Ruiz Hernando y propició la creación de capillas entre los pilares, con algunos arcosolios de la nobleza de Maderuelo de los siglos XVI y XVII. A esta estructura se añadió –probablemente a finales del XV o principios del siglo XVI– al sur de los dos tramos orientales, una capilla de dos tramos cubiertos con bóvedas vaídas, a modo de breve colateral, abierta al cuerpo del templo por dos formeros doblados de medio punto de molduraciones tardogóticas y ornados con bolas, contando el espacio con acceso propio mediante un arco de herradura de ladrillo bajo friso de esquinillas, al oeste.
El templo poseía al menos dos portadas, abiertas al norte y sur del segundo tramo de la nave, y probablemente otra al oeste, aunque el actual acceso se realiza desde un renovado hastial, obra del siglo XVIII y coronado por una gran espadaña.
Arco de entrada apuntado en el hastial meridional de la iglesia de Santa María, Maderuelo
Capiteles del arco de ingreso meriodional de la iglesia de Santa María, Maderuelo
Detalle vegetal del arco de ingreso meriodional de la iglesia de Santa María, Maderuelo
 

En la puerta meridional, bajo un arco de descarga de ladrillo y sobre jambas lisas, se reutilizó, quizás del primitivo templo, un arco de medio punto moldurado con bocel exornado por chevrons, decorados éstos con hojitas lobuladas a modo de palmetas, rodeándose con guardapolvos de puntas de clavo y apoyando en dos impostas achaflanadas. Su estilo es ya avanzado, característico de la arquitectura rigorista, no debiendo su cronología ser anterior a mediado el siglo XIII. Enfrentada a ésta, en el muro norte de la nave se abría otra portada en ladrillo, hoy cegada, con arco de medio punto recercado por alfiz y coronado por un friso de esquinillas.

Portada de la iglesia de Santa María en Maderuelo

Aparece la fachada meridional protegida por un atrio renacentista que prolonga la línea del muro de la capilla meridional antes citada, abierto por cuatro arcos escarzanos y rebajados sobre pilares encapitelados con decoración de tallos y hojarasca y basas molduradas con bolas. Integra la estructura una portada gótica de arco apuntado y una arquivolta moldurada con boceles que apea en una pareja de columnas acodilladas de capiteles vegetales, con cardina el izquierdo y hojas treboladas el otro, claramente anterior y probablemente resto de un pórtico precedente al actual, pues no en vano el documento de reordenación parroquial que publicamos en el Apéndice refiere que las reuniones del concejo se producían “ayuntados ante la iglesia de Santa María en concejo ansi como es costumbre”. Dos estancias adosadas al sur de la cabecera, con funciones de sacristía y trastero, y la moderna sala que se alza sobre el atrio, completan la edificación.
El análisis de sus aparejos, en los que se combina la sillería reaprovechada con la mampostería y el ladrillo, ofrece un mosaico de campañas, reformas y ampliaciones, que rinden compleja la lectura de las fases constructivas. Es indudable que el templo se alza con, y probablemente sobre, los restos una primitiva edificación románica, de la no acertamos a reconocer sino sus desmembrados testimonios, pues ninguna estructura parece haber sido conservada. Podemos elucubrar, dada la entidad de los ejemplos románicos de la comarca, que sería bastante más modesto que el actual. De él nos queda buena parte de la sillería en la que debía levantarse la cabecera, reutilizada tanto burdamente concertada como en la mampostería de la actual capilla mayor y muro sur de la nave.
Creo que en época bajomedieval esta iglesia fue demolida y completamente reedificada bajo unos principios constructivos ajenos a lo castellano en cuanto a traza (se han apuntado parangones catalanes, aragoneses y levantinos), aunque no en la forma de aparejar los muros.
Ésta responde bien a los de la arquitectura llamada mudéjar, con verdugadas de ladrillo dividiendo mamposterías, combinadas con ladrillo en esquinales, encintado de vanos y, en nuestro caso, en la sorprendente arquería que anima la zona baja del paramento exterior del muro sur del presbiterio.

La cabecera, con el hemiciclo acodillado al amplio presbiterio, se levanta combinando la sillería reaprovechada del anterior templo –torpemente aparejada–, con la mampostería en las zonas altas y el ladrillo. En época moderna se añadieron al hemiciclo dos potentes estribos de sillería, uno en el eje y otro en el paño meridional. Al interior, el tramo recto se cubre con cañón reforzado por dos fajones, mientras el ábside recibe un cascarón, aunque todo se encuentra recubierto por yeserías barrocas y preside el altar un retablo de finales del siglo XV.
Exteriormente, el tambor absidal muestra en su descuidado aparejo una amalgama de materiales reutilizados –sillares mal concertados y otros usados como mampuestos– junto a verdugadas de ladrillos y mampostería. Aproximadamente a media altura parece que se abrió un cuerpo de ventanas luego eliminado, primando la ruda mampostería y el ladrillo, todo en un desconcierto que sólo el hoy perdido enfoscado podía disimular. El sector septentrional del hemiciclo, así como las zonas bajas de la fachada norte, se aparejaron con mampostería que incorpora numerosos sillares románicos entre verdugadas del ladrillo, mostrando las altas una más cuidada mampostería concertada, también entre hiladas de ladrillo, material usado para los esquinales.
En esta fachada, además de una dovela con taqueado y otra con una flor inscrita en clípeo perlado de fina talla, probablemente de una portada, se reutilizaron elementos de la primitiva cornisa, con perfil abiselado y labrada como los canes que la sustentan en la mala y acarcavada caliza de los páramos cercanos.
Junto a los canecillos de simple nacela, otros se decoran con perfil de quilla, bolas en dos hileras, dos o tres rollos, nacelas escalonadas y sumarísimos bustos y prótomos de animales. En el remate meridional del piñón del hastial occidental, sobre el arco que da paso al camino que circunda el templo, se reutilizaron dos canes, uno de nacela y otro con un tosco busto femenino, bajo fragmento de imposta decorado con tallos ondulados de los que brotan hojitas; otro fragmento de la misma pieza, y otros tres canes, los vemos en los muros del atrio y capilla meridional.
Son numerosos los restos reutilizados del primitivo templo. En el interior encontramos cimacios con tallos ondulantes y hojitas, de ruda y seca talla, otros con bocel sogueado, fragmentos de sillares moldurados con boceles, procedentes quizás de jambas y del banco de fábrica de la primitiva iglesia, un fragmento de dovela con bocel y banda de puntas de clavo, y varios sillares con rosetas, que probablemente funcionasen como metopas del primitivo alero y que vemos dispersos en el muro del atrio y en la casa que cierra la plaza frente al hastial del templo. Al exterior, en el muro meridional de la nave abundan también las piezas labradas a hacha, reconociéndose sillares bien escuadrados, algunos con un bocel, varias dovelas lisas y un fuste de columna entrega.
Sorprendente resulta la arquería ciega de ladrillo que observamos en la zona inferior del muro septentrional del presbiterio. Se compone de tres arcos de herradura sobre pilastras de sillería y ladrillo que se ensanchan a modo de imposta abiselada, sobre la que se despiezan los arcos, enjarjados bajo el medio punto para conseguir la herradura, que lo peralta en aproximadamente un medio radio.

Es probable que estuvieran rodeados por alfiz, del que se ha perdido su remate, constituyendo así, como señala Ruiz Hernando, “uno de aquellos escasos ejemplos en que con mayor fuerza se detecta lo musulmán en la arquitectura segoviana”. Fuera de modernas e infundadas teorías que sin base ninguna pretenden ver aquí vestigios de una supuesta y sólo digamos que más que improbable mezquita, entendemos esta arquería como una ornamentación muraria contemporánea de la reforma que sustituyó el primitivo templo románico por el actual, en fecha que, sin atrevemos a precisarla, creemos poder encuadrar entre la segunda mitad del siglo XIII y principios del XIV, quizá no casualmente cercana a la de 1298 en que el obispo don Blasco establece la reorganización parroquial por trasladarse la población a esta zona alta de la localidad.


Ermita de la Santa Cruz
En el reparto de rentas de 1247 entre los canónigos del cabildo segoviano se cita, aportando diez maravedíes menos dieciocho dineros, a la parroquia de “Sancta Cruz de Maderuelo”, que tal era su denominación. Como el resto de las iglesias extramuros de la villa, y suponemos que tras el declive de la utilidad estratégica de su enclave, el consiguiente agrupamiento de la población y la reorganización eclesiástica aludida en la introducción, perdió su categoría parroquial. Sin embargo, el edificio corrió mejor suerte que los de Santa Coloma o San Millán, siendo su mayor amenaza bien moderna, relacionada con la construcción del embalse de Linares, cuyas aguas anegan regularmente la iglesia.
Pese a las reformas de su nave, el sencillo edificio románico ha conservado en lo fundamental su apariencia primitiva, con su nave única cerrada con madera a dos aguas y cabecera de testero plano de menor altura y ancho que aquella, cubierta ésta con una bóveda de medio cañón que parte de imposta con perfil achaflanado. El conjunto se levanta en mampostería, reforzada con sillería –labrada a hacha– en los esquinales de la capilla y el codillo de ésta con la nave, así como en el recercado de vanos y los aleros. Posee dos portadas, abiertas al norte y sur y ambas ejemplo de la máxima austeridad que impregna toda la construcción; se trata de simples vanos coronados por arcos de medio punto lisos, sobre impostas de listel y chaflán, sin la mínima concesión decorativa. Su aspecto actual debe, no obstante, corresponder a reformas modernas, pues en la excavación de la necrópolis en septiembre de 1974 apareció reutilizado en una de las tumbas un fragmento de cimacio decorado con roleos y brotes, procedente quizás de uno de los accesos.

En el alero de la cabecera se manifiesta un mayor empeño ornamental, aún así mínimo, recibiendo la cornisa triple hilera de billetes, sobre canes que alternan los rollos y las nacelas escalonadas. En la nave la cornisa es de simple chaflán, sobre modillones de idéntico diseño y otros con nacelas, dos rollos o bastoncillos, pero todos con simplísimos motivos geométricos. Una estrecha saetera se abre en el muro oriental de la capilla, fuertemente abocinada al interior y coronada por arco de medio punto; el resto de vanos, adintelados, corresponden a actuaciones posteriores, resultando aún así el espacio sumamente lóbrego.

Más allá del excepcional revestimiento pictórico que hasta el pasado siglo conservó su cabecera, y sobre el que de inmediato nos detendremos, el valor de esta humilde construcción radica en su antigüedad, constituyendo uno de los más tempranos templos segovianos conservados. Sus formas rudas remiten a la perduración de esquemas altomedievales dentro ya de los finales del siglo XI o principios de XII, repitiendo el de edificios levantados en la llamada “época condal” castellana –ermita de la Virgen de las Nieves de Barbadillo del Pez, Santa Cecilia de Santibáñez del Val, San Quirico y Santa Julita de Tolbaños de Abajo, etc.–, caso de la también ornada con pinturas murales ermita de San Miguel de Gormaz (Soria).

Las pinturas murales que decoraban la cabecera de la Santa Cruz de Maderuelo fueron dadas a conocer por Pedro Mata y Álvaro, publicándose una reseña sobre ellas en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones de 1907, donde junto a la descripción se avanzaba una datación dentro del siglo XIII, informándonos que “el singular monumento es hoy propiedad de un molinero que no comprende el tesoro que aquellos dibujos representan ni la importancia que tienen para la historia del arte patrio”, amén de la pérdida de la cubierta de la nave y de las grietas que amenazaban a la cabecera. Esta llamada de atención fue recogida en ambos lados del Atlántico, recibiendo el interés tanto de Walter Cook y el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, como del Marqués de Lozoya, quien en 1930 consideraba hecho milagroso que se hubieran librado “de la codicia de los marchantes”, señalando además una proximidad estilística con las pinturas catalanas. Fotografiadas por Hauser y Menet y recogidas en la Enciclopedia Espasa, su importancia y la expectación levantada condujeron a la declaración de la ermita como Monumento Histórico-Artístico en diciembre de 1924.
Ante la construcción del embalse de Linares, proyectado ya en 1931, Ramón Gudiol llevó a cabo el arranque y traslado a lienzo de las pinturas en 1947, quedando éstas instaladas en 1950 en el Museo del Prado y escapando así de la disgregación que sufrieron las de San Baudelio de Berlanga. Sin embargo, el proceso que condujo a un final no tan lamentable como el de los frescos sorianos está plagado de tintes rocambolescos, perfectamente documentados por María José Martínez Ruiz en una reciente investigación. El Obispado había vendido la ermita a un particular por 150 pesetas hacia 1896, cambiando al poco de manos tras multiplicarse el precio de la transacción casi por siete. El nuevo propietario utilizaba el edificio como almacén de paja y ganado, siendo pronto tentado a la venta de las pinturas tras el interés suscitado por la publicación de Mata y Álvaro, hablándose de una cantidad de 30.000 pesetas y saliendo a relucir el nombre de uno de los grandes expoliadores de nuestro patrimonio como León Leví, por entonces afanado en la adquisición del conjunto de San Baudelio de Berlanga. La reacción de la administración estatal fue con la lentitud acorde a la de otros más desgraciados casos, actuando tanto la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades como la Real Academia de Bellas Artes, quien realizó un peritaje en 1923, encargado a los académicos Marceliano Santamaría y José Garnelo. Decidida la adquisición por el Estado, las estrecheces económicas obligaron a solicitar la colaboración del Museo del Prado, donde finalmente recalaron las pinturas, que fueron colocadas en una armazón que reproduce las formas interiores de la capilla original.
Salvados los frescos, cayó el desinterés por la ermita que las acogía, que pese a los muros de contención sigue recibiendo periódicamente las aguas del embalse.
Tras ser arrancadas y trasladadas a lienzo en Barcelona, hoy en la capilla son apenas perceptibles las improntas de su rica decoración pictórica –que cubre el testero, la bóveda, los muros laterales y el interior del arco triunfal–, cuya calidad contrasta con la austeridad arquitectónica del marco original.
El muro interior sobre el arco triunfal determina un a modo de tímpano en el que se distribuyen dos escenas del ciclo del Génesis, con la Creación de Adán ante un cargado de frutos Árbol del Paraíso, al sur, y el Pecado Original, al norte, éste último tema según la iconografía tradicional, con la serpiente enroscada en el árbol y dirigiéndose a Eva –uno de los escasos desnudos románicos y compendio de la concepción del cuerpo para esta estética–, quien toma en su diestra la manzana mientras se tapa el sexo con la otra mano; al otro lado Adán se lleva la mano derecha a la garganta mientras oculta sus partes con hojas. En ambas escenas se dispusieron letreros identificando a Adán (ATM) y Eva (AT EV). Bajo una greca plisada, en las enjutas del arco y bajo fondo arquitectónico, se disponían otras figuras, de las que sólo se conserva parte de la cabeza de un lebrel seguramente rampante. Mientras que Gudiol opinaba que al otro lado debía haber otro, para Cook en esta zona se dispondría un Anuncio a los Pastores.
El testero, por su parte, aparece también dividido en dos registros por una greca plisada a la altura del arco de la ventanita, instalándose en el superior una apoteosis del Cordero, nimbado e inscrito en un clípeo dispuesto sobre una cruz y elevado por una pareja de ángeles. Flanquean esta peculiar teofanía triunfal dos figuras arrodilladas y oferentes; el del lado del evangelio puede identificarse con Abel, pues alza en ambas manos un corderillo, y una Dextera Domini surge sobre su cabeza bendiciéndole. Mayor complejidad revela la identificación del personaje del otro lado, que alza como ofrenda una copa; todo apunta a que se trata de Melquisedec (Génesis 14, 18-19). El semicírculo está rodeado por un fondo de ondas que refuerzan el carácter inmaterial de la visión.
Detalle de las improntas. Escenas del Génesis
 
Detalle de las improntas en el testero de la capilla
 

En el centro del testero, en el abocinamiento del arco de la ventana se dispone la paloma del Espíritu Santo dentro de un clípeo, y tallos en los laterales. A ambos lados del vano completan la decoración del muro dos escenas neotestamentarias; una sintética Epifanía en el de la epístola, con la Virgen y un casi desaparecido Niño en su regazo que dirige su mano hacia un único rey mago que, ataviado con capa y coronado, le ofrece su presente. Ambas figuras aparecen bajo sendos arcos sobe columnas, de enjutas almenadas. En lado del evangelio se representó a María Magdalena ungiendo con sus cabellos los pies de Cristo (Lucas 7, 36- 50), con un ángel sobre la arrodillada mujer que surge de un rompimiento del cielo y señala tanto a la Magdalena como a Cristo.

En los muros laterales se distribuyen, sobre un piso inferior perdido con simulación de cortinajes según Cook y Gudiol, las figuras de un apostolado bajo arquerías, completado en el muro norte, junto al testero, por la representación de una ciudad amurallada, con torre almenadas y cubiertas con cúpulas gallonadas, en cuya puerta y bajo un frontón asoman las cabezas de tres personajes masculinos, identificados con un carácter positivo como los 144.000 elegidos, las almas de los mártires o los elegidos a la espera de la contemplación sin velos de la divinidad, esto es, los justos (Grau); Sureda se inclina sin embargo por interpretarlos como “aquellas gentes que no pueden entrar en la Jerusalén celestial”, esto es, los condenados a la segunda muerte según el Apocalipsis 21,8. Los apóstoles se disponen bajo arcos adaptados a sus nimbos, sobre columnas torsas y con arquitecturas figuradas en las enjutas, siendo reconocible la figura de San Pablo por su alopecia y quizás como sugiere Sureda la de San Pedro, con canosa barba y cabellera. Todos aparecen frontales, sin comunicación entre sí y con variados gestos de su mano izquierda, ora bendicente, ora señalando el códice o filacteria que sostienen en su diestra.
Sobre el apostolado y ya en los riñones de la bóveda, aparece un registro superior con cinco figuras por cada lado que acompañan a la visión celestial central del Pantocrátor bendicente inscrito en una mandorla flanqueada por cuatro ángeles que surgen de un fondo de ondas y estrellas. La Maiestas Domini se presenta bajo la tradicional figuración de Cristo con nimbo crucífero, sentado apoyando sus pies desnudos en un escabel, ataviado con túnica y rico manto, bendiciendo con su diestra mientras muestra en la otra mano el Libro ya abierto en el que se leían el Alfa y la Omega, sólo conservada parte de la primera.
Las figuras antes citadas establecen una escala superior dentro del cortejo divino ya representado por el Apostolado. En la serie se sitúa, intercalado entre otros personajes, un peculiar Tetramorfos angelomorfo, esto es, antropozoomórfico, bajo la fórmula de cuerpo de ángel con la cabeza de los animales simbólicos de los evangelistas. Vemos así en el muro septentrional y de oeste a este: en primer lugar una figura femenina que todos los autores coinciden en identificar con la Virgen María, nimbada y realizando con sus manos los gestos propios de la escena de la Anunciación, pese a que quien la acompaña es el símbolo de San Juan, de muy desleído rostro, quien parece ofrecerla el Libro de su evangelio. El centro de la composición aparece ocupado por un querubín, quizás interpretando la visión de Ezequiel 1, 5-10, con cuatro alas, dos desplegadas y otras dos cubriendo su cuerpo, con los brazos extendidos portando incensarios y recubiertos de ojos; completa la serie el símbolo de Lucas dirigiendo el Libro con ambas manos hacia un arcángel que Cook y Gudiol identifican con San Miguel, con lanza y un rollo del que los citados autores afirman que desapareció la inscripción PETICIUS. En el costado de la epístola, y en el mismo sentido de lectura de oeste a este, vemos en primer lugar a un santo tonsurado y vestido con ropas talares -Sureda apunta que pudiera tratarse de San Pedro- y junto a él el símbolo de Mateo, otro querubín turiferario y el león-Marcos ofreciendo su evangelio a otro arcángel, sobre cuya filacteria Cook y Gudiol piensan que se escribió el texto POSTULACIUS.

Iconográficamente, el programa desarrolla de modo muy sintético la creación y caída del género humano, para cuya redención es precisa la encarnación y sacrificio de Cristo, así como el arrepentimiento de los pecados –aquí simbolizado por la Magdalena, según atinada observación de Áurea de la Morena– culminándose con una visión triunfal de la Segunda Parusía y la Jerusalén Celeste que espera tras ella a los justos.

El denominado “Maestro de Maderuelo” ha sido estilísticamente identificado con el autor de los frescos de San Baudelio de Berlanga y vinculado al taller catalán activo en Santa María de Taüll. Santiago Manzarbeitia publicó en 2005 un mural de procedencia desconocida y propiedad particular, representando una Maiestas Mariæ, que se integraría en dicho círculo de penetración desde Cataluña hacia los reinos occidentales de maneras cargadas de un bizantinismo quizás de progenie italiana. Probablemente se refiriese a este fragmento Walter Cook en su disertación –recogida en extracto por Elías Terol en 1929– cuando citaba tres fragmentos de procedencia imprecisa y estilo similar al de Maderuelo, entre ellos “una Virgen con el Niño”. Son evidentes las analogías con las pinturas de San Baudelio –aunque últimamente se cuestiona la identidad de manos abogándose por ambiente estilístico común–, que hemos de extender también, y de modo bien neto, a las recientemente descubiertas en la ermita de San Miguel de Gormaz, donde se repiten composiciones como las ofrendas de Abel y Melquisedec flanqueando al Agnus Dei. Respecto a la datación de las pinturas, viene aceptándose para ellas una fecha en torno a 1125, evidente límite ante quem para la iglesia que las acoge, que datará de los años finales del siglo XI o los iniciales del siguiente.
Desde el año 2003, además de la visión de las pinturas originales por los visitantes del Prado, pueden contemplar una réplica exacta los del Museo de Arte Alexandria (Louisiana, EE. UU.).


Santa María de Riaza
Esta población de 55 habitantes se encuentra ubicada a 2 km al oeste de Ayllón sobre una terraza bajo la cual discurren las aguas del río del que recibe su nombre y la carretera N-110. Su historia siempre ha estado vinculada a la de Ayllón a cuya Comunidad de Villa y Tierra pertenecía enclavada dentro del sexmo de Valdanzo; incluso en la actualidad pervive esa dependencia ya que administrativamente se vincula al Ayuntamiento de Ayllón.

Iglesia de La Natividad
La iglesia de la Natividad está situada sobre el extremo más occidental de la terraza en la que se ubica la población, lo cual le atribuye una mayor sensación de solidez ya que se trata de un templo llamativamente robusto, todo ello elaborado en sillería de piedra caliza de color rojizo característica del entorno.
Se conserva íntegra su estructura románica tardía, probablemente construida bien entrado el siglo XIII. Su planta es de una sola nave coronada por cabecera absidiada, precedida por presbiterio, a la que se adosó posteriormente una sacristía que desfigura su bella imagen, y una espadaña a los pies levantada en el año 1797. A primera vista no se aprecian las dos fases constructivas que se desarrollaron en la iglesia: primeramente se edificó la cabecera y seguidamente la nave, siguiendo el procedimiento más usual, pero en el momento en el que se comienzan a levantar los altos muros de la nave estos se derrumbaron como consecuencia del peso de la bóveda de cañón proyectada como cubierta de la nave. De este modo se decide cambiar la piedra por la madera más ligera conservando parte del muro sur de la nave en su unión con el presbiterio, tramo en el que es posible ver al interior el arranque de dicha bóveda, mientras que al exterior se aprecia la diferente fábrica ya que en la primera fase se empleó una piedra mejor escuadrada y de mejor calidad que la elegida para el resto de la edificación.

Los altos muros de la nave y de la cabecera está rematados por cornisa de piedra de simple nacela bajo la que se dispone una magnífica colección de canes decorados con diferentes motivos, entre los que se encuentra la proa de barco como el más numeroso, más escasas son las hojas que envuelven una bola en la punta o los modillones de rollos, únicamente hay tres figuras masculinas. En cuanto a las metopas solamente está decorada con dos aves la situada en el fragmento de muro de la primera fase constructiva.
El principal acceso se halla en el muro del mediodía protegido por un pórtico formado por un total de ocho arcos de medio punto, aunque primitivamente sería diez, cinco dispuestos a cada lado de la puerta de acceso al atrio, sobre línea de imposta de simple nacela que recorre horizontalmente los pilares, en lugar de columnas, que sustentan la galería.

Es digna de admirar su portada, adelantada respecto a la línea del muro, formada por cuatro arquivoltas las cuales están decoradas con rosetas de cuatro hojas, boceles, puntas de diamantes, motivos vegetales, bolas, zigzag con besantes y ajedrezado en la chambrana. Se apoyan alternativamente sobre sencillas jambas y columnas acodilladas cuyos capiteles sustentan la única decoración figurativa. Por un lado, los situados en la parte occidental muestran dos leones enfrentados y dos ángeles con las alas abiertas, respectivamente. Por otro lado, los ubicados en el lateral opuesto, el primero de ellos está decorado con motivos vegetales de hojas de acanto en cuyo extremo se sustenta una piña mientras que en el siguiente hay tres figuras masculinas, dos de ellas en actitud de lucha.
Los cimacios bajo los que se sitúan los mencionados capiteles están decorados con una sencilla guirnalda. Como remate, en la parte superior, se dispone un cuerpo saliente de nueve canes ornamentados tanto con motivos vegetales, como con bustos de animales y figuras humanas. Aunque la talla sea de poca calidad, las figuras dotan a la portada de una cierta gracia artística.
Portada
Capitel de la portada
 
Capitel de la portada
 

El contraste de la robustez exterior por el intento de construir un templo más ligero se percibe en el interior de la iglesia. Los altos muros nos alejan del románico más sombrío, la nave está cubierta por un artesonado de madera posiblemente fechado a inicios del siglo XV. La unión entre la nave y la cabecera, ambas similar altura, se realiza a través del apuntado y doblado arco del triunfo que descansa en las dos semicolumnas de escasa envergadura dispuestas sobre podium. Los capiteles que las rematan ya no albergan una decoración suntuosa sino que unas sencillas hojas decoran el capitel del lado del Evangelio, mientras que el de la epístola, retallado en parte, aún deja ver el mismo motivo ornamental.

La bóveda de horno es la empleada como cubrición del ábside siguiendo los parámetros constructivos del estilo románico más clásico. En cuanto al presbiterio, cubierto por bóveda apuntada, está dividido en dos tramos por un arco fajón sustentado por dos atlantes bajo los cuales se hallan las dos ventanas que iluminan este espacio, aunque en origen serían tres, una situada en cada lateral del tramo recto y la tercera en el ábside. Esta tercera se cegó en el momento en el que se adosó la sacristía renacentista al exterior y se situó el retablo gótico en el interior. Los dos vanos que se conservan son abocinados de arco de medio punto en el interior, al exterior son de doble arco apuntado con guardapolvos sobre columnillas muy estilizadas al igual que sus capiteles decorados con diferentes motivos vegetales que nos aproximan más al estilo gótico que al románico.
Son varias las piezas de arte mueble que se custodian en esta iglesia de la Natividad. Por un lado el conjunto de tablas rescatadas en la última restauración de la techumbre en 1985 que muestran varias escenas de la vida de Cristo. Aunque es evidente que ya no son románicas son una muestra del gótico inicial de comienzos del siglo XIV por lo que se pueden considerar como una muestra más del tránsito del románico al gótico evidente en el conjunto del edificio.

Por otro lado, situada a los pies bajo el coro, se halla la magnífica y llamativa pila bautismal, posiblemente una de las más arcaicas de la provincia dadas sus características: de tipo cilíndrico, sin pie y de consideradas dimensiones (112 cm de diámetro exterior, 88 cm de diámetro interior y 78 cm de altura). Bajo las dos molduras aboceladas que recorren la embocadura se disponen tres registros decorativos. El primero de ellos, situado en la parte superior, está compuesto por ondas de sinuosa traza, el segundo registro, el que más espacio ocupa y en el que residen los elementos decorativos más interesantes, está formado por una galería de diez recuadros de relieve no muy marcado, albergando cinco de ellos arcos de herradura, uno de ellos duplicado hacia abajo formando un ocho, mientras que en el resto hay otros elementos decorativos sin orden claro como una pequeña cabeza masculina, tres piñas, botones o bolas y simulaciones de elementos arquitectónicos no definidos. Serán todas estas características las que han causado polémica a la hora de datar la pieza ya que son varios los autores que defienden su origen visigodo o mozárabe sin unos criterios fiables; en cambio la teoría más cierta y seguida es la que señala el origen románico de la pieza de fines del siglo XI o inicios del XII, ya que el rito de inmersión se conservó al menos hasta el décimo milenio, por lo tanto estaríamos ante una pila bautismal anterior al templo románico que se conserva actualmente, lo cual podría advertir la existencia de un templo anterior o bien que la obra tuviera otra procedencia desconocida.


Grado del Pico
Se sitúa esta localidad en el extremo nororiental de la provincia, al sur de la Sierra de Grado y a la vera del Pico del mismo nombre –de holgados 1500 m de altura–, accidentes que prestan su nombre al pueblo. La separan 18 km de Ayllón siguiendo hacia el sudeste la carretera que se adentra en las inmediatas tierras de Guadalajara, emplazándose no lejos de Villacadima y Campisábalos, ambas con interesantes iglesias románicas.
Bango Torviso apuntó la probabilidad de que nuestra localidad recibiera antiguamente la denominación de Aguisejo –hoy nombre del afluente del Riaza, también llamado río Grado– término con el que aparece en la sentencia del cardenal Guido de hacia 1136 por la que se dirimen los términos de las diócesis de Sigüenza, Osma y Tarazona. En tal concordia, confirmada en el mismo año por Alfonso VII, y por bula de Inocencio II en el mismo y en 1138, quedó en manos del obispo segontino Bernardo de Agen el antes referido Aguisejum, junto a Ayllón, Caracena, Berlanga, etc. Pese a tal dictamen, la diócesis de Sigüenza hubo de batallar contra la apropiación de Caracena, Almazán, Berlanga y Ayllón por parte de los prelados oxomenses, quienes aludían a la Hitación de Wamba para reclamar su derecho sobre las mismas. Entre 1159 y 1165 son numerosos los documentos pontificios en los que se conmina al obispo de Osma a la restitución de los bienes usurpados al obispado de Sigüenza, parece que con la aprobación de los propios lugares y sus clérigos. De 1165 data la sentencia del arzobispo toledano que dictamina la restitución de las citadas villas y sus términos a la diócesis segontina, quien desde entonces volvió a cobrar las décimas de estas iglesias, como confirma la bula del papa Celestino III en 1191; pese a todo, continuaron las disputas en cuanto a límites entre ambas diócesis hasta la resolución del asunto en 1229, manteniéndose bajo tal dependencia hasta el pasado siglo.
En 1146 una bula de confirmación de Eugenio III al obispo segontino mantiene la primitiva denominación, aunque ya en un documento de Alfonso VII de 1149, en el que delimita los términos del concejo de Atienza y le vende ciertos castillos, viene referido como límite una “fonte de Grado”. En la pesquisa de propiedades y rentas de dicha diócesis de 1353, publicada por Minguella, la aldea de Grado del Pico aparece dentro del arciprestazgo de Ayllón, de cuya Comunidad de Villa y Tierra era aldea, rindiendo su iglesia de San Pedro dos beneficios, el curado de noventa maravedíes y el del ausente de cuarenta.

Iglesia de San Pedro Apóstol
Situada en el extremo septentrional del caserío, dominando el núcleo desde la falda de la loma sobre la que éste se asienta, se alza este notable templo, uno de los más destacados dentro del modesto panorama artístico de la comarca. Aunque se viene considerando que en él los vestigios de la iglesia románica se reducen al magnífico pórtico, en realidad conserva de este estilo la torre y, en buena medida aunque muy modificado, el trazado del cuerpo de la iglesia, salvo la cabecera, sustituida por la actual en época moderna. Sufrió en este momento un notable recrecido la nave, así como el añadido de una capilla al norte, la sacristía al sur de la cabecera prolongando hacia el este el atrio y la transformación éste, cegándose a tal fin los arcos de la galería y habilitando la zona occidental como capilla de la Soledad.

Se levantaron la nave única y la torre occidental en sillería labrada a hacha, completándose las reformas y añadidos posteriores en mampostería revestida de esgrafiado, siendo visible la reutilización de numerosas piezas procedentes de la fábrica original. La notable anchura de la nave y la ausencia de contrarrestos nos hacen pensar que recibió en origen cubierta de madera, sustituida hoy por tres tramos de bóvedas de lunetos.
La torre, de planta cuadrada, se dispone en el centro del hastial occidental de la nave, comunicándose con su cuerpo bajo –hoy habilitado como baptisterio– a través de un arco de medio punto liso sobre impostas de leve nacela. Este piso inferior se cierra hoy con un cielo raso, aunque suponemos que se proyectó para recibir una bóveda; en sus muros meridional y occidental se abrieron sendas saeteras fuertemente abocinadas al interior. Se eleva la torre sin intermediación de impostas hasta el piso alto, en el que se abren cuatro vanos para campanas, uno por cara, todos de medio punto, ampliados posteriormente el sur y oeste, que prácticamente invaden la cornisa, de chaflán sobre canes de proa de nave. Da acceso a los pisos superiores otra portada de arco de medio punto, descentrada respecto a la anterior y dispuesta a la altura del coro alto que ocupa el fondo de la nave.
También se mantiene, dentro de los mismos parámetros de austeridad y probablemente remontada, la portada original, abierta al sur y compuesta de arco de medio punto liso sobre impostas achaflanadas, rodeado por arquivolta lisa y chambrana de nacela. Pero es sin duda la magnífica galería porticada que recubre la fachada meridional del templo la que ha dado a éste justa fama dentro del románico segoviano, y ello tanto por la calidad de su escultura como por conservarse íntegramente. Se alza sobre un elevado podio de sillería de aristas aboceladas y debió ser construida al mismo tiempo que la iglesia, manteniéndose su cierre occidental ciego, la serie de tres arcos a ambos lados de la portada –enfrentada a la de la iglesia y emplazada con notable disimetría– y el primitivo acceso oriental, éste oculto al exterior por la sacristía. Los arcos, de medio punto y lisos, se rodean con chambranas abiseladas, apoyando en dobles columnas sobre basas áticas de amplio y aplastado toro inferior, sobre plintos. Los fustes son monolíticos, coronando sus capiteles cimacios que se continúan como imposta por todo el frente sur de la estructura, decorándose con flores hexapétalas de espinoso tratamiento que brotan de un tallo serpenteante y roleos con hojas acogolladas –en la zona occidental– o bien tetrafolias de doble corola –en la oriental–, motivo que orna también los cimacios. El tipo de las citadas parejas de hojas acogolladas acogiendo piñas son motivo infrecuente en lo segoviano y más vinculado con el románico de tierras de Soria, dándonos ya un primer indicio del origen de estos escultores.
Pórtico de la iglesia de San Pedro, Grado del Pico, Segovia.
 

Los capiteles, parcialmente ocultos por el cierre de los arcos del pórtico, combinan los temas vegetales con los figurativos, sobre todo extraídos del bestiario, reservándose los historiados para los dos accesos. De oeste a este, vemos así en el primero una estilización vegetal con hojas nervadas muy pegadas a la cesta, de puntas rizadas en la parte alta; le sigue otro con tallos entrelazados entre los que se disponen racimos, figurándose el siguiente, sobre fondo de hojas de puntas acogolladas, con dos híbridos de cabezas humanas, cuerpos de ave y escamosas colas de reptil que, en la cara corta visible, se anudan y ascienden hasta introducirse en las abiertas fauces de un mascarón monstruoso. En este lado, finalmente, los de las columnas entregas reciben ruda decoración vegetal a base de grandes helechos de remate avolutado.

Capitel de la galería.
 
Capitel de la galería.
 
Capitel de la galería.
Capitel de la galería.
 

Capitel de la adoración de los magos
Capitel de la adoración de los magos 
Capitel de la portada, los grifos.
Detalle del pórtico
Detalle del pórtico 

La portada meridional del atrio, algo más destacada que los arcos y descentrada hacia el este, muestra igualmente arco de medio punto liso, ornándose la chambrana con dos docenas de cabecitas monstruosas de aire maléfico, la mayoría de bichas tocadas con capirote, aunque hay algunas de cánidos, relacionada como señaló Ruiz Montejo con otras de Pecharromán y Fuentidueña. Apea el arco en dobles columnas adosadas, rematadas por una pareja de capiteles dobles de espléndida factura; en el izquierdo del espectador se representó la Adoración de los Magos, realizando el más próximo a la Sagrada Familia la ritual genuflexión, aquí exagerada y acompañada del beso a los pies del Niño, éste sentado sobre María; tras ellos, como es también habitual, aparece la figura apartada y pensativa de un San José aquí sedente, tocado con bonete, apoyado en un bastón y asiendo el respaldo del sitial de la Virgen, cubierto como el suyo por un grueso paño. Ésta aparece con la cabeza tocada y coronada, los pies apoyados en un escabel ornado con brocados y sosteniendo en su regazo a Jesús, cuya cabeza se ha perdido, aunque tras ella, en la cesta, se grabó en bajorrelieve una cruz patada. Resta la pequeña diestra del niño en actitud bendicente, recibiendo en los pies el beso del primero de los magos, postrado ante él, siguiendo la misma tradición iconográfica del tímpano de Santiago de Agüero, extraída del apócrifo Liber de Infantia Salvatoris, 92 y copiada en El Frago y Biota. Sobre este primer rey completa la composición un árbol de ramas entrecruzadas e incurvadas de las que penden palmetas y frutos acorazonados, así como un disco con incisiones radiales que debe querer representar a la estrella que guió a los reyes. De sus dos compañeros sólo es visible uno, que se muestran de pie y como el anterior coronado, alzando con ambas manos el pomo con su ofrenda. El tercer mago está oculto por el cemento de la puerta.
El capitel frontero del de la Epifanía recibe una pareja de grifos afrontados de picos incurvados, que despliegan sus alas interiores –con un espléndido tratamiento del plumaje– y vuelven hacia atrás sus cuellos, en composición que nos recuerda modelos vistos en la sala capitular de El Burgo de Osma o la portada también soriana de Villasayas, pero sobre todo el modelo de grifo de sendos capiteles de San Miguel de Fuentidueña y Cozuelos de Fuentidueña.
A la derecha de la portada continúa la serie con un capitel de acanalados helechos, otro también vegetal con dos pisos de carnosas hojas cóncavas de nervios perlados y uno figurado, de complicada interpretación, y no sólo por estar parcialmente oculto. Vemos en él, en sentido contrario al de las agujas del reloj, lo que parece una figura monstruosa de cuerpo cubierto de escamas, que eleva un brazo realizando un gesto con los dedos índice y corazón extendidos y abiertos; sigue un personaje alzando un ramo trifolio que con la diestra se recoge la parte baja de la saya, al que acompaña uno similar en el otro ángulo posando su mano en la grupa de un cuadrúpedo que no resulta visible, mientras alza en la diestra una especie de maza. La cabeza de esta última figura aparece atravesada por un venablo, lo que parece desalentar a seguir la interpretación de Bango y Boto Varela, quienes veían aquí una posible escena circense. Completa la serie una cesta de fondo reticulado sobre el que se labró un entrelazo de tallos entrecruzados ornados con banda de contario.

En el acceso de la sacristía a la estancia hoy utilizada como trastero se conserva el acceso oriental al pórtico, de arco de medio punto liso y rasurada chambrana, sobre dobles columnas y cimacios decorados con florones perlados similares a los del frente meridional. El capitel derecho muestra una serie de seis guerreros armados con lanzas, cuatro de ellos cubiertos por cota de malla y los otros dos con túnicas, del mismo tipo a los que flanquean la escena central del capitel frontero, lo que nos hace pensar se trate de la guardia del sepulcro de Cristo. En efecto, en este capitel y con rudo estilo se labraron, flanqueadas por soldados, tres figuras angélicas, la central de la cuales levanta con ambas manos la tapa de un sepulcro mostrando al yacente, mientras que los ángeles laterales portan incensarios y se recogen la parte baja de la túnica en un gesto similar al ya visto. La presencia de ángeles y militares parece aludir a una especie de doble guardia del sepulcro de Cristo en el momento inmediatamente posterior a su deposición y previo a la Resurrección, atípica iconografía que plantea no pocas reservas teológicas, a las que supongo ajenos tanto a su escultor como al párroco de Grado de finales del siglo XII.
Bango Torviso detectó en los capiteles de Grado del Pico la expansión de temas y formas destiladas por el taller aragonés de San Juan de la Peña, recibiendo para dicho autor los ábacos un tratamiento conforme a tal círculo artístico, así como el asunto de la genuflexión ritual en la Epifanía. Según Boto Varela, a los influjos aragoneses se suman otros sorianos y formas de origen local, precisando algunas de las lecturas del primero.
Por mi parte, reconozco en los relieves de Grado del Pico al menos dos facturas dentro de un mismo taller. A la mano más experimentada corresponden únicamente los capiteles del acceso meridional del atrio y el de los híbridos de colas entrelazadas y devoradas por un mascarón. En ellos se manifiestan composiciones más complejas, un más completo estudio anatómico y fisonómico de las figuras, amén de un tratamiento de las texturas y los plegados de los paños más voluminoso y elaborado, todo frente a la tosquedad del segundo artífice, bien manifiesta en sus capiteles figurados, donde los pliegues se resumen a superposiciones o simples acanaladuras. En cuanto a la filiación del taller, creemos que su origen es soriano y bien probable que su presencia se relacione con la pertenencia de estas tierras a la diócesis segontina, aunque recordemos que en las fechas en que debió levantarse la galería existía una disputa aún no resuelta entre ésta y la de Osma. La más ruda de las facturas tiene paralelos evidentes con la escultura del área meridional soriana –entorno de Tiermes y Caracena–, pudiéndose vincular la mano más hábil, más que con los modelos aragoneses directamente, con las producciones del taller de la catedral de El Burgo de Osma y con otras de Soria capital y su entorno, en las que es sensible la impronta del llamado “taller de San Juan de la Peña”, aquí matizadas y enriquecidas con ciertos modos derivados de la segunda campaña del claustro de Santo Domingo de Silos y del taller de Fuentidueña. Vemos así notables similitudes entre la construcción de los rostros de los magos de la Epifanía, con ojos exoftálmicos y abultados mofletes, y la vista en los capiteles de la portada de San Nicolás, hoy trasladada a San Juan de Rabanera en Soria, la portada occidental de Santo Domingo y los baldaquinos de San Juan de Duero, también en la capital soriana, o la cercana de Garray. También en algunas de éstas se repiten las hojas acogolladas encerrando piñas o granas que vimos en la imposta de la galería de Grado, así como el detalle de las pequeñas incisiones que marcan la línea de contrapliegue, recurso quizás derivado del trabajo de la eboraria y que detectamos en numerosas obras castellanas de los años finales del siglo XII y principios del XIII de ámbitos geográficos diversos: además de los ejemplos sorianos citados y los frontales de altar de San Nicolás y de San Miguel de Almazán, en el ámbito navarro-aragonés lo encontramos en San Miguel de Estella, Irache, Tudela, Santiago de Agüero, San Salvador de Ejea, el ábside de la seo de Zaragoza o en el claustro de San Juan de la Peña, las esculturas del deambulatorio de Santo Domingo de la Calzada o el tímpano del Cordero de Armentia; en la zona burgalesa en Soto de Bureba, Butrera, Gredilla de Sedano, Ahedo de Butrón, claustro de Silos, etc. En cuanto a la cronología, en función de las vinculaciones establecidas, podemos pensar que oscila entre los últimos años del siglo XII y las dos primeras décadas del XIII.

 

 

 

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