Pecharromán
Pecharromán es una pequeña aldea sita en una
hondonada de terreno húmedo y frondoso. Se encuentra en el norte de la
provincia, distando de la capital casi 80 km, su término municipal media entre
los de Sacramenia, al norte, y Fuentidueña, al sur.
Localidad de probable repoblación riojana,
pronto se nos aportan noticias de su existencia ya que a mediados del siglo XII
era donada la serna de Prato Romani (Pecharromán) por parte de Alfonso VII al
entonces convento cisterciense de Santa María y San Juan de Sacramenia. Como
Pratis de Heicha Roman se la cita a comienzos de la siguiente centuria, para
medio siglo más tarde pasar a mencionarla como Pradecha Roman en el conocido
documento de Gil de Torres.
A mediados del siglo XV se la enumera tanto en
los listados de visitas pastorales de la diócesis como entre las componentes de
la Comunidad de Villa y Tierra de Fuentidueña, a la que debió pertenecer desde
sus inicios.
Nunca debió ser su vecindario numeroso, como
prueban los datos que aporta Madoz a mediados del siglo XIX, cuando contaba con
ochenta habitantes distribuidos en treinta o cuarenta casas de “construcción
inferior”. Sin embargo, hoy en día su situación es crítica viéndose
reducido este número a menos de la tercera parte.
Iglesia de San Andrés
La iglesia de San Andrés se encuentra situada
al sur del núcleo urbano de Pecharromán, donde se yergue sobre una ladera desde
la que se domina la población. Tras descender una escalinata, se abre por el
costado norte del atrio a una pequeña placita, que comparte junto a varias
casas privadas y el escueto edificio de Ayuntamiento. Al sur, se ha enfoscado
la nave en su práctica totalidad dándole uso como frontón, algo común en las
iglesias castellanas.
Orientada la cabecera a levante, su planta
responde al sencillo modelo de única nave rectangular unida a la cabecera
canónica de recto tramo presbiterial y curvo absidal, cubriéndose estos
mediante medio cañón apuntado y bóveda de horno, que en la actualidad ocultan
sus materiales tras el enjalbegado. Se adosa la torre a los pies, a la esquina
meridional, en la que se observan palpables huellas de un hundimiento y
posterior reintegración en sillería, quedando afectado en gran medida el ángulo
suroccidental; se asciende a ella por escalera de caracol. El templo se compuso
en su mayor parte en mampostería revestida con cal, a excepción del recercado
de vanos y machones, los últimos en su mayoría modernos, despiezados en sillar.
La proporción del edificio se ha mantenido bastante fiel a la original aun con
el paso de los estilos, dado que la cabecera se ha conservado en este sentido
intacta, y para la nave parecen haberse respetado las medidas en cuanto a
longitud y anchura, habiendo de pensar en una cubierta de madera dado el escaso
espesor de los muros de caja y, pese a que pudo ser una parhilera, en poco
diferiría su altura del actual cielo raso atirantado. El único añadido lo
constituye la sacristía, de planta rectangular, a la que se accede desde el
tramo sur del presbiterio. Por el contrario y a juzgar por la grieta que
comienza a hacerse patente en el muro sur en la zona del mencionado frontón, se
le ha sustraído al templo un acceso que a juzgar por su perfil a de ser de
medio punto.
Tras el importante remozado interior en tiempos
del barroco, tan frecuente en las iglesias de la provincia, el edificio ha
perdido en buena medida sus elementos románicos, quedando estos reducidos al
ámbito de la cabecera. Se accede a ella por medio del triunfal, ligeramente
apuntado y doblado que apoya sobre sendas semicolumnas que perdieron sus cestas
en la mencionada intervención. Los muros del presbiterio se articulan mediante
parejas de arcos de medio punto que comparten el apoyo central en columnas que
rematan en capiteles vegetales. El del sur muestra pencas de punta vuelta
acogiendo un fruto carnoso en cada ángulo, quedando el espacio intermedio para
una hoja de helecho de marcado nervio central. El septentrional sigue a nuestro
parecer el modelo del anterior aunque de forma evidentemente más tosca, en otro
ejemplo en que un artista de mayor calidad talla una pieza que será seguida por
otro de técnica menos depurada como se repetirá en esta misma iglesia o en la
ventana occidental de San Miguel de Bernuy, también relacionada con el llamado
taller de Fuentidueña.
El hemiciclo se iluminaba mediante tres
ventanales con derrame al interior y exterior, de los que el central se
encuentra oculto por el retablo, posiblemente conservando sus cestas intactas
tras él. Siguen manteniendo su función los dos restantes, compartiendo
estructura formada por un vano interior de medio punto apeado en jambas y
trasdosado por otra rosca de arista viva sustentada por columnas. Ambos
encalados y sobre imposta de nacela y listel a la altura del alfeizar. Se
diferencian en las representaciones de los capiteles, mostrando los del sur
esquemáticas pencas bajo puntas de hojas en planos superpuestos, y tallos
avolutados angulares junto con hojas de helecho y acanto bajo nuevos tallos de
menores dimensiones que recuerdan algún capitel de la nave central de Santa
María de Sacramenia y a su vez ambos relacionados con los vegetales de la
portada. Las cestas del vano septentrional muestran una tosca representación de
tallos avolutados en los ángulos con hojas lanceoladas en la zona central, y el
restante sendos trasgos de ruda labra mordiendo una de las varias máscaras que
veremos más adelante repetidas en la parte externa.
Al exterior el mayor despliegue ornamental se
centra en la cabecera, que se yergue sobre un leve zócalo. Articulan el
paramento cuatro pilastras dobladas que dividen el muro en cinco tramos, siendo
los dos extremos de bastante menor anchura. Quedaban en origen abiertos para
iluminación el segundo, tercero (hoy cegado por un poderoso contrafuerte) y el
cuarto. Todo ello ceñido por dos impostas de listel y nacela que recorren el
ábside.
Los vanos repiten al exterior la estructura
interior, por lo que al igual que en aquellos la decoración se centra en las
columnas, de fuste circular sobre plinto y basa ática de aplastado toro
inferior con garras angulares y rematadas en capiteles. Éstos, en el vano
meridional, representan hojas de acanto con las puntas vueltas de las que
penden frutos y en el parejo dos aves picoteándose las patas con las cabezas
entrelazadas al modo de las existentes en la sala capitular de la catedral
oxomense, repitiendo de nuevo uno de los motivos más gratos al taller vistos
por ejemplo en Fuentesoto, Vivar de Fuentidueña o Cozuelos aunque en los
últimos casos sin entrelazar las cabezas. De nuevo se repite en esta cesta la
aparición en la zona superior del ángulo de una de las máscaras animalísticas
que pueblan la línea de canes. Los capiteles del ventanal norte están ocupados
por la misma representación aunque de manos de distinto artífice, de la misma
manera que sucedía en las cestas del presbiterio. En ambos se representa una
sirena-pájaro, sin embargo, la situada más al sur es la de mayor pericia
mostrando un razonable tratamiento de los detalles y de la anatomía femenina
que en el rostro se acerca a la arpía de San Miguel de Bernuy y a los capiteles
del triunfal de Fuente el Olmo de Fuentidueña.
Sin duda el elemento más importante por su
temática en la escultura de San Andrés es la hilera de canecillos que sostienen
la cornisa, en cuya configuración queda patente la unión con los maestros menos
dotados de San Miguel de Fuentidueña, aquellos que actuaron en los canes de la
nave con menos pericia. De la misma manera, según Ruiz Montejo, interviene
también en ellos un maestro de técnica más depurada, identificado como el que “tallaba
ambos párpados muy perfilados” en aquel templo.
Comenzando su descripción de sur a norte y
desde la zona del presbiterio, se inicia la serie con cinco piezas en las que
la central representa un cánido y las laterales cuatro cabezas monstruosas de
ojos circulares con los párpados bien marcados, hocico prominente y pequeñas
orejas. Siguen el modelo de las vistas en el alero de San Miguel de Fuentidueña
y recuerdan a las situadas a modo de ménsulas en los baldaquinos de San Juan de
Duero en Soria. En el primer tramo del ábside sólo dos modillones, una simple
nacela y un tosco cerdo de prominente morro y diminutos ojos y orejas. En el
segundo tramo cuatro piezas, la primera un vacuno que introduce su lengua en
uno de sus orificios nasales y las tres restantes seres monstruosos e híbridos
similares a los del presbiterio, con muecas que abarcan del enfado en los dos
primeros a la burla en el último.
En el segmento central del ábside se muestra la
figura más enigmática de cuantas se representan en el alero, a partir de la
cual se pueden inferir distintas teorías acerca del programa iconográfico del
templo. Se trata de un rostro humano con cornamenta, de largos cabellos que
caen simétricamente a ambos lados de la cabeza, ceño fruncido, nariz recta,
boca entreabierta y poblada barba que se agrupa en dos mechones a los lados del
mentón formando bucles hacia el exterior. Está directamente relacionado con otro
similar perteneciente a San Miguel en Fuentidueña para el que Ruiz Montejo
propone la misma mano. Para esta autora sería la imagen de Moisés representado
con su habitual cornamenta. Sin embargo, en opinión de Boto Varela, nos
hallamos ante la representación de uno de los protagonistas del carnaval
medieval disfrazado de ciervo, lo que supone un testimonio iconográfico
excepcional de forma conjunta al mencionado de San Miguel y otro caso en Vega
de Bur (Palencia). Acompañan a esta pieza una representación animalística; otra
en la que un hombre en actitud burlesca ayuda a una mujer desnuda a voltearse
apoyándose sobre su hombro izquierdo, apareciendo bajo ellos la figura de una
serpiente con lo que hemos de pensar en el mundo del vicio, desde antaño ligado
al carnaval; y por último un monje o campesino tocado con caperuza cónica.
De nuevo cuatro piezas jalonan el cuarto tramo.
La primera de ellas representa una figura femenina de largos cabellos lisos que
caen simétricamente a ambos lados de la cabeza, con las cuencas oculares
hundidas, nariz ancha y recta y prominentes pómulos; viste una túnica abotonada
en la parte superior. El siguiente can muestra un saltimbanqui apoyado sobre
los codos y manos en las que porta dos objetos; encorva su cuerpo de manera que
muestra los pies por encima de la cabeza. A éstas siguen las figuras de dos
exhibicionistas, mujer y hombre, que muestran de forma desenfadada sus sexos y
que junto al anterior grupo de saltimbanquis parecen anteponer en San Andrés la
temática obscena como algo procaz y recreativo a lo puramente moralizante.
El quinto tramo lo ocupan dos figuras bastante
desgastadas en las que aparecen un campesino ataviado con gorro de perfil
cónico, y una mujer con tocado liso ceñido a la cabeza y sobre él un
sombrerete.
Para finalizar, en el tramo presbiterial, de
nuevo aparecen cinco seres monstruosos siguiendo los anteriores modelos para la
fisonomía. El primero de ellos con la boca abierta, aprieta la dentadura en
mueca de dolor ya que de su cuello salen dos serpientes que le muerden la
frente. El siguiente se abre con las manos las fauces y enseña la lengua en
mueca de burla. Los tres últimos parecen mostrar rostro asustado o de sorpresa
con las bocas entreabiertas.
En mi opinión, la unión de los temas
pecaminosos expuestos mediante las máscaras en actitud burlesca, los animales
fantásticos, saltimbanquis y exhibicionistas siempre de la clase más humilde
con el hombre disfrazado de ciervo, parecen indicar hacia la representación de
un programa en el que prima la visión del mal como interpelación al fiel a
alejarse de él a partir de un tema que bien podría ser el del carnaval. El
contrapunto podría venir desde las representaciones de los vanos mediante las
aves picoteándose las patas y las sirenas-ave, símbolo del alma tras la muerte.
En San Andrés el ingreso al templo se realiza
por el frente norte de la nave, dada la situación del edificio con respecto a
la localidad. Entre pequeños machones, y probablemente remontada, se ubica una
portada de medio punto y cuatro arquivoltas, exornada con chambrana de listel y
nacela, que reposan sobre columnas acodilladas a excepción de la interior que
lo hace directamente sobre la jamba. Las roscas extremas son de arista viva,
quedando la tercera animada por un bocel entre listoncillos.
La más sobresaliente es la dispuesta en segundo
lugar, en ella se muestra una sucesión de cabecillas cuyos modelos son
similares en muchos casos a los utilizados en los canes, y que por su
disposición recuerdan la rosca del arco de ingreso al pórtico de Grado del
Pico.
En mi opinión las piezas más orientales son las
de mayor perfección, encajando con las características del más experto de los
artistas, aquél que tallaba “ambos párpados muy perfilados” según Ruiz
Montejo, continuando la serie algunos de los miembros menos hábiles de la
cuadrilla. Se agrupan las figuras por parejas en cada dovela representándose en
ellas frutos carnosos, cánidos, hombres jóvenes, un cérvido y la serie de
bestias fantásticas vista en el alero, tocadas algunas con gorros de perfil
cónico. Estas roscas apean sobre cimacios de listel y nacela corridos a modo de
imposta que a su vez se sostienen sobre columnas. Estas arrancan sobre plinto y
basas áticas de aplastado toro inferior prolongándose en fustes monolíticos las
de los extremos y despiezado siguiendo las jambas el central, creando un
gracioso ritmo. Los tres capiteles del lado oriental son de temática vegetal
quedando el izquierdo, desde la perspectiva del espectador, decorado con
crochets, el central con dos hileras de pencas superpuestas y amenizadas por un
ser monstruoso en el ángulo, y el de la derecha con un primer nivel de pencas y
un segundo de tallos avolutados.
En el lado occidental las cestas central y
derecha repiten motivos del lado opuesto, destacando el capitel izquierdo por
la representación, aunque tosca, de un trasgo.
He de hacer notar en la zona del arranque entre
la tercera y cuarta arquivolta la presencia de una pieza embutida con labor de
ajedrezado, de la que ignoramos su procedencia. De la misma manera un relieve
muy desgastado en la cara interior del machón oriental que encuadra la portada
labrado en granito.
La última pieza de traza románica del templo se
encuentra de nuevo en el interior, en la zona del sotocoro. Se trata de una
pila bautismal de copa semiesférica y lisa de 127 cm de diámetro, tallada en
caliza en la que aun se conservan restos de su labra a hacha. El tenante es
cilíndrico, de 21 cm de altura.
Dadas las características estructurales del
templo, unidas a las formas escultóricas derivadas del taller que intervino en
San Miguel de Fuentidueña, hemos de proponer una cronología para la factura de
San Andrés hacia mediados del siglo XIII.
Ermita de Santa María de Cárdaba o Santa
Apolonia
El antiguo priorato de Santa María de Cárdaba
se encuentra situado en el partido judicial de Cuéllar, a unos 800 m al sur de
Sacramenia tomando la humilde carretera provincial que une esta localidad con
la vecina Pecharromán siguiendo el cauce del arroyo que irriga el valle. Al
este y oeste lindan con él sendos oteros, en cuyas vertientes opuestas se
yerguen el monasterio cisterciense de Santa María de Sacramenia y la villa de
Fuentidueña.
Los inicios de la historia de Cárdaba están aún
por esclarecer debido a las dudas cronológicas que ofrecen sus restos
arquitectónicos, el silencio documental y la falta de intervenciones
arqueológicas. Este primer momento arrancaría de fecha incierta y llegaría
hasta el año 937 en que pasa a depender como priorato del monasterio burgalés
de San Pedro Arlanza. En opinión de Martín Postigo se habría tratado de un
monasterio visigodo, basándose en los hallazgos de esa época en el valle del
Duratón y en la arquitectura de la nave, punto este al que aludiremos más
adelante.
Ya en dos cartas de dotación de terrenos al
monasterio de Arlanza fechadas en 912 se mencionaba el monasterio de Cárdaba.
Ambas de veracidad aún no resuelta, que en opinión de Martínez Díez sólo pueden
aludir a situaciones del siglo XII, y que para Martín Postigo serían
directamente falsificaciones realizadas por el monje Florencio, calígrafo de
San Pedro de Arlanza y Santa María de Valeránica; sumándose a estas opiniones
otros autores como Amador de los Ríos, Serrano o Linage Conde. La primera de
ellas es una donación por parte de Fernán González y su mujer Sancha en la que
se especifica: et in Sacramenia Sancta Maria de Cardeba pro pastura. Hec
omnia determinata que continentur ad parte ecclesie vestre cuncta ad integro
deliminata iure perhenni concedimos abenda. La segunda está redactada por
la familia del citado Fernán González, en ella tras una enumeración de los
términos que pasan a depender de Arlanza, se concluye mencionando Cárdaba: et
in Sacramenia Sancta Maria de Cardaba cum cui adiacenciis, ut eum edificetis.
Sí se tiene por cierto el desaparecido
documento del primero de marzo de 937 en el que el Conde de Castilla Fernan
González, junto con su esposa doña Sancha, donan al monasterio de San Pedro
de Arlanza el monasterium Sancte Marie quod est situm in Cardaua por
motivos exclusivamente religiosos: pro animabus nostris. Por lo demás,
el documento se centra en señalar con detalle los límites de los términos y
heredades que pertenecían a Cárdaba. Según el estudio de Martín Postigo, todo
parece apuntar a que se trataba de la primera donación, no encontrando
evidencias de que ésta se hubiese realizado con anterioridad.
Con ello comenzó una relación de dependencia
que se extendería durante poco más de cinco siglos y medio, que como advierten
Cuadrado Sánchez y López de Guereño, nos han legado una mínima serie de
noticias. Entre ellas destaca un documento con fecha del 24 de abril de 1176,
firmado por el rey Alfonso VIII, por medio del cual el monarca reconoce a
Arlanza el derecho de tener en el priorato cierto número de vasallos para el
goce y usufructo de los montes. Por ello es posible pensar que al igual que en
otros prioratos benedictinos –se repite el caso en San Frutos del Duratón,
dependiente de Santo Domingo de Silos– el abad hubiese enviado desde Arlanza
algunos monjes con el fin de explotar las tierras. Continúa el silencio
documental hasta finalizar el siglo XII, en el que al igual que en el posterior
únicamente se rompe con documentos de confirmación de la dependencia del
priorato segoviano con respecto al monasterio burgalés en 1189-1190 y 1217.
Ya en el siglo XIV, en 1338, se nos ofrecen
datos más puntuales de la vida de Cárdaba. En esa fecha el Papa Benedicto XII,
con el fin de reformar en lo necesario los monasterios benedictinos de la
diócesis de Toledo entre los que se encontraba Arlanza, dispuso un repaso a las
cuentas de cada uno de ellos. Allí se especifica la difícil situación del
cenobio burgalés, a la que no escapaba el priorato de Cárdaba. Éste por
entonces malvivía con los 54 almunes de pan que le rentaba el altar mayor, 30
que procedían del alquiler del granero y 24 del molino, además del cultivo de
las viñas de los alrededores que producían cien cántaras de vino. Suman el
total de las cantidades 493 maravedís, habiendo de vivir de ello dos monjes que
eran además ayudados desde Arlanza.
La última etapa de Santa María de Cárdaba
comienza en 1488, fecha desde la que liga su destino a Santa María de
Sacramenia. La proximidad del monasterio cisterciense, situado en el coto de
San Bernardo a unos 3 km, y la lejanía de la abadía de Arlanza en territorio
burgalés, hicieron posible un trueque de posesiones del que saldrían
beneficiadas las tres partes, pasando a convertirse el antiguo priorato en
granja del mencionado Sacramenia. Siendo abad del último cenobio Juan de Acebes
se incorporó a su disciplina la “granxa o priorato de Santa Maria de
Cardaba, con su coto redondo, jurisdicción civil y criminal; un batan; un
molino; las casas que tenia dentro del coto y la ermita o iglesia de Santa
Maria”. En contraprestación Arlanza recibió “los préstamos o beneficios
simples: el uno en Aldeorno y el otro en Ontaria o Fontoria del Pinar ambos en
el obispado de Osma” según citan Cuadrado Sánchez y López de Guereño
basándose en el Libro Tumbo del Real Monasterio de Santa María de Sacramenia
depositado en Archivo Histórico Nacional.
Así pues el funcionamiento de Santa María de
Cárdaba tras el truque en poco habría de diferir del de otras granjas adscritas
a monasterios de la orden cisterciense. Su organización, salvando las
diferencias, era muy similar a la de la casa madre repitiéndose a menor escala
la distribución y partes de la abadía. Al frente de ellas se encontraba el
maestre de granja, converso que dirigía la explotación, quien a su vez hacia de
nexo con la administración del monasterio a la hora de solventar los temas económicos.
En cuanto a la jurisdicción criminal es relevante la alusión que a ella se hace
en el anterior documento de 1488, y que al menos seguía vigente en 1556, cuando
pese a haber sido derribada su horca se volvió a levantar reafirmándose así el
poder del abad en su territorio.
De los límites de la granja a fines del siglo
XV informa un documento fechado el 23 de julio de 1491 en el que se especifica
que estos abarcaban “Desde la tierra tabernera que es bajo el molino de la
muger de Fernando de Cuéllar a las peñas del relox, y desde bajo de dicho
molino también a la covatilla del cerral y desde allí por el quiscerral por la
cumbre de las aguas vertientes a dar al camino de las tres encías, y desde allí
viene a dar en la tierra de la lámpara que es hondo de las tres encinas que están
junto con la tierra de Redondo y desde allí al prado de Sacramenia, y desde
allí van a dar al camino de Santovenia junto a las tierras de Benito Fernández,
desde donde va a la Peña Bajona”.
Al igual que sucedía en los siglos anteriores,
pocas son las noticias que de Cárdaba nos han llegado fechadas en época
moderna. Hay que esperar hasta el siglo XVIII, momento en el que el monarca
Felipe V confirmó entre otros privilegios a Sacramenia la granja de Cárdaba el
20 de marzo de 1713. Más adelante, en 1744, se realizó ante el escribano de
Fuentidueña Antonio González Almazán una nueva hitación de la granja teniendo
en cuenta anteriores apeos. En 1747, el 17 de septiembre, se colocó en la
ermita una imagen de la Virgen dándola la advocación del Nombre de María,
acudiendo al acto religioso que se celebró en conmemoración de tal ocasión el
abad de Sacramenia fray Martín Collado. En 1755 el coto de Cárdaba se tenía en
arriendo, realizándose uno el 17 de abril ante el escribano de Hontangas de la
Cueva por ocho años en el que se incluían las casas, la iglesia y las viñas. Al
año siguiente tras pintarse la capilla y adornarse todo “con decencia”
se devolvió en procesión la imagen de la Virgen que durante las obras se había
trasladado a la casa madre. Al redactarse el Catastro de Ensenada habitaban en
la granja dos labradores, más el molinero y el batanero.
Tras el proceso desamortizador del siglo XIX,
en la actualidad ha pasado a ser propiedad particular, quedando incluida en una
finca destinada a la producción de vino, que envasado se ha estado almacenando
en el interior de la ermita durante largos periodos, compartiendo en ocasiones
el uso con el de panera. En otros momentos el pavimento llegó a quedar cubierto
por una capa de cieno debido a las filtraciones que se producían desde un
estanque cercano.
Declarada Bien de Interés Cultural con
categoría de Monumento, por Decreto de 22 de febrero de 1996, la ermita se
encuentra enclavada en la parte baja de la actual propiedad, cercana a la
carretera que une Pecharromán y Sacramenia, debido a lo cual ha quedado
soterrado su ábside hasta media altura.
Está construida en fábrica mixta de caliza, a
través de la cual se aprecian al menos dos fases diferentes en la construcción.
Contrariamente a lo que es habitual, la primera de ellas pertenece a la nave,
compuesta mediante sillares bien escuadrados que aportan un color ocre a la
edificación; la segunda se corresponde con la cabecera, integrada por sillares
calizos de buen despiece. El ábside se encuentra canónicamente orientado a
levante, realizándose el acceso mediante un moderno vano adintelado dispuesto en
el muro septentrional de la nave. Su planta repite el sencillo modelo tantas
veces empleado en el ámbito rural de nave rectangular adosada a la cabecera de
tramo recto presbiterial y curvo absidal cubriéndose ambos con sillería de
excelente estereotomía. Por su parte la nave se cubre mediante bóveda de medio
cañón de mampostería que se puede apreciar en la actualidad, al igual que otros
ornamentos del templo, al haberse eliminado una capa de enjalbegado que los
cubría hasta hace escasos años con la que también se perdieron los restos de
policromía del muro sur.
Como se ha señalado, la parte más antigua del
edificio parece ser la nave. Para realizar esta aseveración algunos autores se
han basado fundamentalmente en varios aspectos constructivos: el tamaño de los
sillares, el estar dispuestos a hueso en el flanco norte y el posible perfil de
herradura del vano situado en el hastial occidental. Examinando por el exterior
el muro septentrional, observamos como se encuentra yuxtapuesto a la cabecera,
que no trabado, lo que sí sucede en el meridional, habiéndose incluso
reaprovechado algunos sillares para la fábrica del presbiterio. También se
observa en ambos paramentos un leve recrecimiento, quizá perteneciente al
momento de disponer la actual cubierta a dos aguas, así como algunas
reintegraciones en los esquinales de los pies. Atendiendo al grosor de los
muros, ya advirtieron de su considerable anchura Cuadrado Sánchez y López de
Guereño, lo que en su opinión encajaría con paramentos de cronología
prerrománica, pese a que no hemos de olvidar que sostienen una bóveda de medio
cañón sin ningún contrafuerte externo, lo que necesariamente implicaba un
aumento en el tamaño. Menor es el grosor del hastial occidental, que ronda los
90 cm, algo que tampoco sería extraño puesto que los empujes que soporta son
menores. Las citadas autoras relacionan esta disminución con las remodelaciones
que ha sufrido esta zona, haciendo a la vez notar la presencia de un banco de
fábrica que recorre el perímetro del muro que unido a este proporcionaría un
grosor similar al de los otros dos paramentos.
El otro elemento que hacía decantarse a Martín
Postigo por el origen prerrománico de la nave, aparte los vestigios visigodos
de la cuenca del Duratón y la fábrica de los muros, fue la existencia de un
vano de herradura en el hastial de los pies, único en toda la nave. En la
actualidad se encuentra cegado y como ya apuntaron Cuadrado Sánchez y López de
Guereño, pese a estar mínimamente peraltado ha sufrido el rozado de sus
salmeres y la eliminación de las jambas, lo que impide emitir un juicio certero
en la actualidad pese a que en antiguas fotografías sí se observan estas partes
antes de ser cercenadas.
En el interior sorprende la presencia de un
fajón muy cercano a la zona de los pies, que da paso a un ámbito más estrecho
debido al mayor grosor de los muros que se ha atribuido a unas posibles obras
de refuerzo de la zona tras varias ruinas de la primitiva espadaña.
En mi opinión, si bien es cierto que existen
algunos indicios de que la nave pudiera pertenecer a una construcción de
cronología prerrománica, quizá del tiempo en que se la cita por vez primera en
los documentos, no lo es menos que estas “pruebas” son cuando menos
ambiguas. A ello se añade la falta de un completo estudio arqueológico que
aporte datos fehacientes sobre la ermita, sus alrededores y los restos del
molino y el batán. Por el momento, parece lo más prudente situarnos en una
postura escéptica en lo que se refiere a esta primera cronología del edificio,
aun no escondiendo nuestra inclinación a que se trate de una construcción en
cualquier caso posterior a la época visigoda.
Más identificable parece la cronología de la
cabecera a tenor de su escultura y la comparación de sus formas con otros
ejemplos de la comarca que se construyen en la segunda mitad del siglo XIII
como puedan ser San Miguel de Sacramenia y San Vicente de Pospozuelo con los
que encontraremos frecuentes parentescos.
Se accede al ábside por medio de un fajón liso
que hace las veces de triunfal. Antecede este a un sobrio tramo recto en el que
a dos alturas –la del alféizar de los vanos del ábside y la de arranque de las
bóvedas– corren sendas impostas que se prolongan por el hemiciclo con ruda
decoración de tetrafolias insertas en clípeos tangentes formados por dos
pequeños tallos, añadiendo motivos ovalados entre ellos en algunos casos. En el
tramo semicircular se abren los tres vanos de iluminación, todos ellos compuestos
de saetera y dos roscas de arista viva. Ante el central hoy se ubica el
esqueleto de un destartalado retablo renacentista.
Al exterior el tambor absidal, pese a
encontrarse semisoterrado, se yergue mostrando un buen despiece de sillería que
bien podría haberse construido de un solo impulso a juzgar por su homogeneidad.
Articulan el paramento cuatro semicolumnas dando lugar a cinco espacios de los
que los tres centrales son más amplios, abriéndose en ellos los vanos de
iluminación de modo similar a San Andrés de Pecharromán o San Vicente de
Pospozuelo. Los tres ventanales repiten estructura formada por estrecha
aspillera trasdosada por una rosca abocelada, todo ello guarnecido por
chambrana abilletada, simplificando el modelo del único vano de Santa Marina de
Sacramenia. Con igual motivo ajedrezado se exorna la imposta que corre por todo
el ábside abrazando incluso las columnas adosadas al igual que sucede en el
interior del ábside de San Vicente en Fuentesoto y San Miguel de Sacramenia.
Sostiene el alero de listel y chaflán una
ringlera de canes vegetales, geométricos, animalísticos o simples cavetos en
los que al igual que en los capiteles de las semicolumnas se presentan formas
de inercia realizadas tardíamente por manos alejadas de los principales
circuitos. En ellos se presentan distintas figuras repitiendo modelos vistos en
templos cercanos sin perseguir fin catequético alguno. Se suceden, comenzando
desde el tramo presbiterial sur, en el siguiente orden: caveto, porcino de
afilado morro realzado por estrías longitudinales, vacuno esquemático de boca
entreabierta cuya nariz y osamenta se forman mediante dos boceles y sencillo
ave al que falta la cabeza, de plumaje inciso y simétrico. Ya en el ábside, el
primer tramo lo ocupa un animal que saca la lengua. El segundo tramo, tres
cavetos y dos canes de tetrafolias con distintas incisiones. En el tramo
central se disponen una ruda hoja de helecho siguiendo modelos de San Vicente
de Pospozuelo y San Miguel de Sacramenia bajo sendos rostros animalísticos,
caveto, fémina de desproporcionada cabeza, y por último dos cavetos. El cuarto
segmento lo ocupan un perfil de nacela, un esquemático rostro de facciones
incisas, caveto, modillón de dos lóbulos y de nuevo perfil nacelado. El
segmento corto del lateral norte lo ocupa una carnosa hoja de punta vuelta.
Finaliza la serie en el tramo recto dispuesto a septentrión: figura humana con
las manos atadas a la altura de los tobillos, fruto carnoso bajo hoja picuda
similar a los de los cimacios interiores del ábside de San Miguel de
Fuentidueña, motivo geométrico de losanges y círculos, y por último dos en
avanzado estado de deterioro.
Fuentesoto
La localidad de Fuentesoto se encuentra situada
a 928 m de altitud sobre el nivel del mar, ocupando una pequeña vaguada entre
dos colinas de terreno calcáreo. Entre ella y la capital median 75 km en
dirección norte, siguiendo la carretera CL-603 y tomando desvío al oeste poco
después de pasar Tejares, municipio que se le encuentra agregado.
Las fuentes escritas que nos proporcionan
información sobre su historia medieval son escasas, no apareciendo citada hasta
mediados del siglo XIII, ya bajo su topónimo actual. Pasada la primera mitad
del siglo XV se la menciona en la relación de visitas pastorales realizadas en
el obispado. Según Madoz, a mediados del siglo XIX contaba con ciento cincuenta
y dos habitantes distribuidos en sus cuarenta y ocho casas más la de
Ayuntamiento y escuela, a la que acudían 18 alumnos.
Ermita de San Vicente Mártir (de
Pospozuelo)
Poco más de un kilómetro es la distancia que en
dirección oeste habremos de recorrer desde Fuentesoto para visitar la ermita de
San Vicente. Tendremos que dirigirnos por la estrecha carretera que une la
localidad con la vecina Sacramenia para encontrar el edificio pocos metros
después de rebasar el cruce que lleva a Fuentidueña, en la margen derecha de la
calzada. Allí, cercana a un fresco soto se encuentra la ermita que a mediados
del siglo XIX pareció a Madoz un “edificio de muy buena construcción”.
Según Martínez Díez, el templo perteneció al
despoblado de San Vicente de Pospozuelo que se extendía en las proximidades de
la ermita. Desde entonces existe un enorme lapso temporal en que no tenemos
constancia de haberse celebrado culto alguno en ella hasta la actualidad en que
anualmente se realizan procesiones nocturnas hasta Fuentesoto siguiendo la
carretera e iluminándola con gran número de velas. Se trata de un edificio que
desde su origen románico debió quedar incompleto, mostrando prueba de ello el arranque
del muro norte, quedando soterrados por la cercana carretera, los restos del
sur que alcanzaban 1 m de altura y que fueron exhumados en la restauración
llevada a cabo a principios de la década de los noventa del siglo pasado. Con
objeto de no perjudicar la fábrica del monumento se propuso entonces alejar el
trazado de la calzada, para lo que fue incluso ejecutado un proyecto, que más
de una década y media después no se ha llevado a cabo.
En la actualidad el templo se compone de una
galana cabecera dotada de los repetidos tramos recto y curvo absidal a los que
se adosa una efímera nave que no llega a serlo. Se encuentra orientada a
levante y construida en su mayor parte con sillares de buen despiece a lo largo
de los muros, empleándose una caliza más clara en el recercado de vanos,
cornisas y la mayor parte de los elementos decorativos.
Al exterior se muestra como una sobria
construcción cuyo tambor absidal se yergue sobre un pequeño zócalo.
Queda articulado en cinco tramos mediante
semicolumnas que parten de basamento a la altura del podio, plinto y basas
áticas de aplastado toro inferior rematado con garras angulares. El despiece de
los fustes sigue estrictamente las hileras del paramento, lo que parece
confirmar un solo impulso en el transcurso de la obra en esta zona, rematando
en capiteles de incisas hojas lanceoladas a la altura de la cornisa. Entre
estas grandes hojas dispuestas en los ángulos surgen distintos tallos
avolutados, sustituidos en la tercera cesta por una tosca figura humana que
alza los brazos. Sostienen el alero canes con perfil de proa de barco. El muro
se abre en los segmentos segundo, tercero y cuarto mediante ventanales que
comparten estructura: esbeltas aspilleras trasdosadas por arcos de medio punto
que apean sobre cimacios de listel y nacela y, estos a su vez, sobre
columnillas de corto fuste rematadas en capiteles. Exornan cada conjunto
chambranas abilletadas. Las cestas repiten el modelo de las semicolumnas con leves
variaciones, a excepción del vano meridional donde se muestran en los laterales
esbeltas arquitecturas cubiertas a dos aguas con representación de vanos
horadados con trépano.
Al interior la cabecera presenta inmejorable
aspecto, fruto de las últimas intervenciones y alguna otra referida por varios
autores datada en el siglo XIX de la que no se aportan datos precisos. Ayuda a
la grata impresión del conjunto el juego cromático de la toba, más oscura, con
la blanquecina caliza del hemiciclo.
El arco triunfal, de medio punto y doblado, da
acceso al ábside. Lo sustentan sendos pares de columnas que comparten basa y
capitel, mostrando en ellos al norte las repetidas aves picoteándose las patas
talladas entre otros lugares en Fuentidueña, Cozuelos, Vivar, Pecharromán o el
monasterio de Santa María de la Sierra. En este caso la representación es de
mayor tosquedad que en los anteriores, reflejada especialmente en la ruda trama
vegetal. No obstante y en palabras de Ruiz Montejo, “el tema, composición e
incluso la técnica del plumaje concuerdan con la imagen de aves que, por sí
sola, ha revelado la existencia de un taller y su itinerancia”. La cesta
del lado sur la ocupa una pareja de grifos con las cabezas vueltas, de nuevo
con la impronta, aunque lejana, del taller. A ambos capiteles se superponen
cimacios de listel y nacela de los que penden frutos esféricos y que se
repetirán en otros de la cabecera.
El presbiterio se cubre con medio cañón, que al
igual que la bóveda de horno del hemiciclo, muestra una perfecta estereotomía.
Los muros se articulan y refuerzan mediante parejas de arcos que comparten
columna central. En ella ambos capiteles repiten la misma imagen: grandes hojas
de helecho en los ángulos de marcado tallo central que flanquean la imagen de
un obispo con báculo y mitra en actitud de bendecir con su diestra. La técnica
de labra y las proporciones hacen de estas cestas unas de las más refinadas del
conjunto que unido al anterior capitel de aves parecen revelar una personalidad
artística más definida en Fuentesoto próxima al taller de Fuentidueña. Por los
cimacios corren ondulados zarcillos en cuyos meandros surgen palmetas de
variado número de hojas. Los cimacios extremos de las arquerías presentan
decoración de ajedrezado que se prolongará a modo de imposta por el hemiciclo a
la altura de los alféizares recorriendo incluso los fustes.
El ábside se encuentra profusamente decorado.
Se articula mediante una teoría de arcos que lo recorren de extremo a extremo.
En los laterales, y sobre un banco corrido de fábrica como el resto del grupo,
se asientan sendos arcos redondos para continuar la zona central con otros tres
enmarcando los vanos. Estos a su vez, en su acusado derrame presentan tres
arquivoltas –la interior de bocel y las dos externas de arista viva–, de las
cuales la interna apea en columnillas rematadas en capiteles.
Dado el elevado número de cestas en este
espacio las enumeraremos en sentido de las agujas del reloj. La primera muestra
la repetida imagen de rudas aves picoteándose las patas, con los cuellos
entrelazados las mayores; sorprende la aparición de un rostro en la zona
central del capitel cuyos rasgos fisonómicos no se alejan de los de las pilas
bautismales de Cuevas de Provanco y Sebúlcor. Las tres siguientes son
vegetales, repitiéndose en ellas el tema de las grandes hojas lanceoladas y de
gran nervio central vistas en otros lugares del templo; en la primera de ellas
el espacio central de la cara más ancha lo ocupa un nuevo rostro tocado con
sombrero; en los siguientes tallos rematados en crochets. En quinto lugar
encontramos la enigmática imagen de un gran felino, posiblemente un león dada
la forma de su cola que para Ruiz Montejo emparenta con modelos de época
califal. Éste parece atacar un desproporcionado rostro humano, ubicándose tras
sus cuartos traseros otra figura antropomorfa, denotando en conjunto el
desconocimiento de las formas y torpeza en lo referente a espacios y
proporciones por parte del autor. Los dos siguientes capiteles repiten el
modelo vegetal visto con anterioridad. Continúa la serie con nuevas aves
picoteándose las patas, para en noveno lugar mostrarse una cesta con sencillo
motivo de entrelazo que genera grandes losanges. De nuevo el repetido motivo de
hojas lanceoladas. En undécimo lugar una ambigua representación que en opinión
de Ruiz Montejo mostraría una rudísima pareja de dragones. Concluye la serie en
el extremo meridional del hemiciclo, mostrando de nuevo el repetido modelo de
capitel vegetal.
El conjunto podría hacer alusión al poder de
las fuerzas del mal sobre el hombre, lo que parecería corroborar la aparición
de animales atacando humanos, grifos y dragones; sin embargo queda mayor
incógnita sobre la aparición de los obispos. En cuanto a la datación hemos de
pensar en fechas muy tardías paras las que convencionalmente se manejan en el
estilo, quizá bien entrada la segunda mitad del siglo XIII.
El Románico mudéjar o Románico de
ladrillo de Cuéllar
Cuéllar ha sido considerado uno de los tres
principales focos españoles del románico de ladrillo, acompañando a Arévalo y
Sahagún. Su influjo, por todo su alfoz, va a ser decisivo.
No obstante, a diferencia de otras
construcciones más norteñas de Castilla y León (Zamora, Valladolid, etc.), en
que el empleo del ladrillo se dedica para toda la construcción, en el existente
en esta comarca de Segovia, la presencia del calicanto va a ser
cuantitativamente más importante que el ladrillo. Éste se suele reservar
para las partes más nobles, en un paralelismo casi total con lo que sucede para
la sillería en las comarcas orientales. En el mejor de los casos, el ladrillo
es empleado para la cabecera con arcos ciegos, portadas de arquivoltas con
alfiz y los ventanales.
Otro apartado a destacar de Cuéllar y su alfoz
es la presencia de torres de armoniosa geometría.
He elegido la iglesia y monumentos del conjunto
monumental de Cuéllar: San Esteban, San Martín, San Andrés, Santa María de la
Cuesta, etc.
Además, otras iglesias y ermitas de localidades
cercanas son también de nuestro interés como San Baudelio de Samboal, San Juan
y Santa María de Aguilafuente, Santa María de Fuentepelayo, San Pedro de
Tolocirio, San Bartolomé de Montuenga, San Nicolás de Nieva, Santa María de
Melque de Cercos, Rapariegos, la Ermita del Santo Cristo de la Moralejilla, la
Asunción de Migueláñez y San Nicolás de Coca.
Cuéllar
Se encuentra situada a 60 km al noroeste de la
capital, cercana a la ciudad de Valladolid de la que dista 50 km, siendo
después de Segovia la villa más poblada de la provincia y obispado. José María
Quadrado la definía en el tercer cuarto del siglo XIX como una localidad con
aspecto de ciudad en la lejanía, que disminuye en grandeza al acercarse, pero
en la que se acrecienta el interés al irse delimitando las formas de sus
monumentos. Pocos años después, Picatoste, diría de ella que “se alza
arrogante y majestuosa en una colina dominada por el castillo, y á cuyas faldas
se recuesta el caserío con marcado carácter de antigüedad”. La villa está
declarada Bien de Interés Cultural con categoría de conjunto histórico por
Decreto de 27 de enero de 1994.
Existió controversia acerca del origen de su
topónimo, siendo Colmenares el primero en apuntar la posibilidad de que Cuéllar
se correspondiese con la Colenda romana. Sin embargo, a la vista de su
orografía ondulada, parece más acertado que derive del latín collis (colina),
apareciendo citada por primera vez en el 1093 con la grafía Quellar.
Aún sin documentos que lo avalen, todo parece
indicar que en fechas posteriores a la Batalla de Simancas (939) habría dado
comienzo la primera repoblación de la villa, al igual que sucedía con otras de
su entorno. Esta repoblación la llevaron a cabo distintos condes llegados del
reino astur, que descendieron a la zona del Duero y posteriormente continuaron
en tierras más meridionales. Por su situación geográfica, Cuéllar se ubica en
la zona de influencia de los condes de Monzón y sus sucesores los condes de
Castilla, en concreto, la repoblación de la villa la llevó a cabo Asur
Fernández.
La referencia indirecta al acontecimiento
anterior, llega por medio del texto de Ruiz Asencio perteneciente a su tesis
doctoral y que detalla cómo Almanzor no dejó piedra sobre piedra en la
localidad: “La partida tuvo lugar el 23 de mayo de 977 desde la muralla de
Al-Mussara, una gran explanada en la margen derecha del Guadalquivir. El punto
elegido para la unión de las tropas fue Madrid. La cita en este castillo nos
indica que el sector que iba a ser atacado era la extremadura castellana y
dentro de ésta la villa de Cuéllar. La campaña fue enseguida acompañada del
mayor éxito. Cuéllar cayó en poder de los musulmanes, que con rico botín y
muchos prisioneros emprendieron el regreso”. En concreto, al cabo de
treinta y cinco días se encontraban de nuevo en su punto de partida.
No tenemos ninguna noticia desde entonces hasta
el último cuarto del siglo XI. Por tanto, debemos atribuir la segunda
repoblación de Cuéllar al reinado de Alfonso VI. No podemos fijar con exactitud
el año de la nueva fundación, –quizá antes de 1085–, sin embargo, ha de
situarse entre el 1076 –repoblación de Sepúlveda– y el 1093 –primera aparición
documental–. Estas fechas quedan respaldadas por Lucas de Tuy y Rodrigo Jiménez
de Rada con sus textos del siglo XIII. El repoblador de Cuéllar y su Tierra fue
el conde Pedro Ansúrez, como demuestra una dotación a la iglesia de Santa María
la Mayor de Valladolid, y más a las claras, el infante don Juan Manuel, en el
Libro de los enxiemplos del conde Lucanor e de Patronio, cuando en el número
XXVII afirma “E el conde don Pero Ançúrez pobló a Cuéllar e morava en ella”.
La Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar
aparece documentada por primera vez en 1147, en relación con el amojonamiento
de ciertos territorios colindantes con el monasterio de La Armedilla. Sus
límites con los distintos territorios vecinos se irán definiendo en posteriores
años, hasta quedar conformados en 1210, dando lugar a una de las más extensas
de la Extremadura castellana. Estaba dividida en cinco sexmos que se unían al
de la villa. Del interior de su amplio perímetro han llegado a nuestros días 41
aldeas, de las cuales 10 pasaron en el siglo XIX a la actual provincia de
Valladolid.
Pronto proliferaron en Cuéllar gran número de
templos, lugares de reunión, no sólo para los actos litúrgicos sino también
municipales. El número de iglesias de la villa en 1247 ascendía a dieciocho,
teniendo en cuenta que la población difícilmente superaría las dos mil almas,
tenemos una proporción que se aproxima a los cien habitantes por parroquia, lo
que parece indicio claro de la bonanza económica que atravesaba la población,
apoyada en la explotación de la lana del ganado ovino. Las parroquias eran las
siguientes: San Andrés, San Bartolomé, San Cristóbal, Santo Domingo, San
Esteban, San Gil, San Juan, Santa María, Santa Marina, San Martín, San Miguel,
San Nicolás, San Pedro, San Salvador, San Sebastián, Santa Trinidad, Santiago y
Santo Tomé.
Hubo convivencia de las tres religiones durante
varios siglos en Cuéllar. Mención destacada merece la colonia árabe por las
técnicas constructivas que aportó al conjunto monumental, dejando expresivas
muestras de su pericia en los templos medievales. Igualmente numerosa fue la
presencia de judíos como atestigua el callejero actual, y prueba de ello es la
afirmación de Lacave al aseverar que “En Cuéllar por el decenio de 1470 los
cristianos acudían a escuchar los sermones del rabino que tenía fama de gran orador”.
El reinado de Alfonso X, fue propicio para el
desarrollo de la localidad, ya que bajo su mandato se otorgó fuero para regular
la vida en ella y sus tierras en 1256. Éste fue el conocido Fuero Real,
redactado un año antes y otorgado igualmente a otras poblaciones como Béjar,
Burgos o Sahagún. Junto con él, concedió el monarca distintos privilegios a
caballeros y concejo con el fin de aumentar la población.
A lo largo del siglo XV, distintos fueron los
señores de Cuéllar, hasta que por concesión de Enrique IV pasó de la Infanta
Isabel a don Beltrán de la Cueva, quien incorporó el Señorío a la Casa de
Alburquerque durante largos siglos. De la mano de este primer señor conoció el
esplendor la edificación del castillo-palacio que preside la población y que en
tiempos de Ponz debía encontrarse en razonable estado de conservación.
Iglesia de San Andrés
Se encuentra esta iglesia en terrenos
extramuros, en la zona noroeste del casco urbano de Cuéllar. Está próxima a la
cerca, a cuyo recinto se accedía desde su colación a través de la puerta de su
nombre. Es uno de los ejemplares señeros en Castilla dentro de su tipo, del que
sobresale gracias a su imponente, aunque en ocasiones maltratada, fachada
occidental. Sorprende su tardía declaración como Bien de Interés Cultural el 9
de junio de 1982, si bien durante largos años permaneció en el olvido y acechada
por la ruina.
Poco es lo que de su historia medieval
conocemos, ya que como señaló Ruiz Hernando no cuenta con una monografía. Así
las cosas, su primera aparición documental se remonta a los instrumentos
fiscales del cardenal Gil de Torres de 1247, año en el que tributaba treinta y
un maravedís y medio al obispado segoviano. Esta fecha, en la que entendemos la
iglesia estaba construida en lo fundamental, está en sintonía con la que para
ella y otros templos de Cuéllar propone Yarza, datándolas hacia finales del
siglo XII y primera mitad del XIII.
Posteriormente se la menciona el 5 de octubre
de 1277 momento en el que el maestro Lorent, deán de Segovia y canónigo de
Toledo, falla en las disputas habidas entre los canónigos segovianos y los
clérigos de Cuéllar sobre los préstamos, rentas y pechas en la población, donde
intervino como testigo Diego Pascual, clérigo de San Andrés.
Está construida en mazonería de piedra de
Campaspero y ladrillo. Se encuentra canónicamente orientada a levante, consta
de cabecera triple con sus ábsides en batería y tres naves distribuidas en
cuatro tramos. De ellos, el más oriental es el de mayor longitud señalando así
un crucero que no se manifiesta en planta, elemento que se repite en Cuéllar al
menos en San Martín y San Esteban, si bien en aquellos casos se distinguen por
su menor amplitud con respecto al resto de los tramos, el alzado de sus formeros
y en origen, probablemente, por el tipo de cubierta.
Separan la nave central de las laterales sendas
hileras de formeros, doblados los centrales y triples los extremos, cuyas
roscas de medio punto arrancan de impostas de nacela como demuestran los
septentrionales. Apean en pilares de ladrillo compuestos, continuando muy
modificados en planta los del costado meridional. Queda la duda, al enyesarse
el paramento, de cómo se articularía la parte del muro situada sobre los arcos
hasta su cumbrera, aunque suponemos correspondería a cada formero su alfiz con
decoración de arcos y recuadros en su interior al modo de San Martín o San
Esteban.
Sobre ellos techaba la nave central una
cubierta de madera, de la que desconocemos su forma, si bien en el siglo XVI
fue sustituida por otra de par y nudillo y tirantes dobles de la que existen
restos en la bajocubierta y que en opinión de Ruiz Hernando bien pudiera
repetir su estructura la de la original. En el mismo espacio se conservan dos
canes de caliza con sencillo perfil de nacela en los que debieron reposar los
tirantes de la armadura primitiva. Como en otras ocasiones, al variarse el
sistema de cubrición se modificó la proporción vertical; al trocarse la
cubierta de madera por las bóvedas disminuyó la altura, con la consiguiente
pérdida de esbeltez para la nave central. Las naves laterales se cubren con
medios cañones de ejes normales a los de las naves, unidos por fajones a cada
tramo y fraguados sobre cimbras, de forma similar a como debieron ser los de la
desaparecida Santa Marina aun culminando en aquel caso en testeros planos.
Queda al descubierto la fábrica de mampostería en el tramo más occidental de la
nave del evangelio, donde se confirma que no entestan en el paramento de la
fachada imafronte, que debió ser construida con anterioridad, arrancando
directamente y sin imposta. En este templo, con este particular sistema de
cubrición y los elementos pétreos conservados al exterior, se pone de
manifiesto, quizá de forma extrema, lo complicado de la distinción del llamado
arte mudéjar del tradicional románico, con el que tantos elementos comparte,
pareciendo recobrar fuerza las palabras de don Fernando Chueca “Es obra de
moros para cristianos: es obra asimismo de cristianos que se dejaron
sugestionar por los principios de la arquitectura musulmana; son obras en que
siempre encontraremos una tensión, muchas veces violenta, por la que se
manifiesta este choque de situaciones” (vid. CHUECA GOITIA, F., 1994, p.
8).
Desde 1818 el aspecto del templo varió por
completo. Siguiendo tardíamente los modelos barrocos realizados en la provincia
de Segovia se llevó a cabo la remodelación interior del edificio por Clemente
Mesón bajo el impulso del párroco Ysidoro Ybáñez Alonso, según la inscripción
dispuesta en el triunfal. Se enyesaron entonces los pilares prismáticos
proporcionándoles formas en consonancia con las bóvedas de arista tabicadas en
los cuatro tramos de la nave principal.
No debió afectar esta intervención a las naves
laterales pues los muros de caja conservan la ordenación que llega a la altura
de la imposta de arranque de las bóvedas, donde en cada tramo se dispone un
grupo en que dos arcos doblados flanquean un recuadro.
Al interior la estructura medieval de la
capilla central se encuentra oculta por las yeserías de la reforma del siglo
XIX, sin embargo en planta denota seguir el modelo canónico de tramo recto
presbiterial y curvo para el ábside que hemos de suponer cubiertos por bóvedas
de medio cañón y exedra al igual que las laterales. Ocupa el hemiciclo un
retablo barroco presidido por el titular del templo que sustituyó a otro
anterior “de pincel” según el inventario de 1668. El actual se construyó a
finales del siglo XVII, pues consta que el 28 de abril de 1698 se efectuaba el
contrato para su dorado con los maestros vallisoletanos Sebastián de la Puerta,
Juan Miren Fernández y Pedro Capuchón. Los profundos ábsides laterales repiten
su ordenación dividiendo en tres tramos de distintas anchuras el presbiterio
mediante fajones que arrancan de impostas en nacela. El tramo curvo se exorna
mediante cinco arcos de medio punto, ciegos los laterales y –en origen– abierto
y abocinado el central, dispuestos entre sendas fajas de nacelas y esquinillas
que en la parte superior se prolongan por todo el ábside marcando el arranque
de las bóvedas. Se aumentaba la iluminación de estas capillas con vanos
abocinados abiertos a norte y sur respectivamente. En ambos casos se conservan
restos de policromía posterior a la fábrica resaltando el rojo de los
ladrillos, simulando vanos, cenefas helicoidales, motivos discoidales y
despiece de sillares.
Desde la nave norte, enfrente de la portada
sur, se accede a un espacio cerrado al que da paso una extraordinaria portadita
compuesta por un arco mixtilíneo labrado en piedra, de la que no conocemos
ejemplo similar en tierras segovianas.
Se trata de un cuerpo de planta rectangular
alineado en paralelo al cuerpo de naves y compuesto en mampostería. En cuanto a
su función, anotar la presencia de un arcosolio apuntado adosado al muro norte,
que quizá conceda la funeraria, recordando así el caso del cegado pórtico de
Santa María de la Cuesta. Desde su interior se aprecia la magnífica
articulación del muro norte de la iglesia, que al quedar en un espacio interior
se ha conservado de forma espléndida. Sobre un zócalo de calicanto se dispone una
faja de esbeltos arcos ciegos, doblados e insertos en alfiz bajo un friso de
esquinillas. Sobre esta se dispone otra banda de arcos –algunos abiertos para
iluminar– simples y de menor tamaño que repiten la decoración de alfices y
esquinillas, y que alinean sus claves con las de los arcos del cuerpo bajo y
los largueros de sus arrabás. En suma una articulación semejante a la de la
fachada meridional y que junto con aquella configura el único ejemplo de este
tipo de decoración en el exterior de las naves en la provincia de Segovia.
Queda la duda de si en este costado existió la hilera de canes que exorna el
costado sur o si sólo se labraron en la fachada que mira a la localidad, ya que
al colocarse la cubierta de este espacio quedó oculta la zona en que debieran
estar dispuestos. Sorprende la presencia en el muro, a la altura de la arquería
más alta, de varios canzorros de caliza dejando huella de la existencia de una
estructura anterior que quizá respondiera a un sencillo pórtico. En cuanto a la
relación constructiva de este espacio con el resto de elementos de la fábrica,
parece evidente su edificación tras la existencia de este pórtico y después de
haberse elevado al menos la base de la torre, en la que apoya su muro
occidental, probablemente avanzado el siglo XIII. Actualmente se expone en el
muro oriental de esta estancia un espectacular Calvario gótico al que entre
otros se han referido Cook y Gudiol Ricart, haciendo referencia a sus formas
arcaizantes.
Sí es de traza románica la pila bautismal de
San Andrés. Se encuentra ubicada en el sotocoro, ante un pequeño altar en la
nave de la epístola. Tallada en caliza se eleva sobre un tenante de 21 cm de
altura cuya única decoración la constituye un bocel. La copa de 115 cm de
diámetro se decora al exterior con gallones ceñidos por un motivo sogueado en
cuyas enjutas, y a diferencia de su pariente de San Esteban, se labran motivos
vegetales. Remata la zona de la embocadura un somero bocelete.
La torre se adosó a la esquina noroccidental
del templo tiempo después de haberse concluido este. No se contemplaba para
ella esta disposición en la traza original del conjunto como prueba la
existencia al interior de un vano en el hastial, simétrico a otro ubicado en la
nave sur; ambos se encuentran en el interior de grandes arcos doblados y están
formados por cuatro arquivoltas de ladrillo. De no adosarse a la fachada norte
esta es la situación más razonable para la torre ya que al sur el declive del terreno
dificultaría la cimentación, y enfilada con la cabecera taparía la portada de
los pies. Tiene planta cuadrada y está construida en mampostería concertada con
refuerzo de sillería en los esquinales lo que unido a su situación y el remate
en terraza la confiere una gran semejanza con otras cuellaranas, y
especialmente con las de San Martín, San Pedro y El Salvador. Se abren en su
zona superior dos registros de arcos para campanas por frente, recorriendo el
inferior una imposta a la altura de los salmeres. Se accede a su interior desde
el coro, a través de un hueco horadado junto al vano, dando paso a un husillo
de buena fábrica que nos deja en el cuerpo de campanas donde sobresale la
central fechada en 1919.
Al exterior los ábsides se yerguen rotundos
sobre su basamento de calicanto encintado al que hoy se incorpora parte de la
cimentación que ha quedado al descubierto. El central lo constituye un polígono
de once lados, abierto en el tercero, sexto y noveno con aspilleras que
iluminaban el interior. Se articula mediante dos registros de arcos doblados y
ciegos de medio punto, sobre los que se dispone una faja de recuadros coronada
por tramos de facetas. Sobre estas una banda de ladrillos a sardinel y encima
más facetas y de nuevo recuadros a modo de ático. Por la zona inferior de los
ábsides laterales corren dos teorías desmentidas de arcos doblados y ciegos, lo
que supone una excepción en la provincia de Segovia junto con las del ábside de
Villaverde de Íscar. Sobre ellas dos bandas de recuadros igualmente doblado, de
diseño más esbelto la superior. Culminan al igual que el central en una cornisa
de ladrillos en nacela. Los tramos rectos repiten la ordenación de los ábsides
laterales, con la única salvedad de suplir las dos fajas inferiores por una de
traza más estilizada. En conjunto una decoración, que salvo en las arquerías
desmentidas, poco se aleja de los otros dos grandes templos cuellaranos, San
Martín y San Esteban, y por tanto de los modelos cercanos a aquellos en las
provincias de Ávila y Valladolid.
Al igual que la fachada septentrional, la sur
se alza sobre un zócalo, si bien en este caso más noble, de sillería. Se
encuentra reforzada aquí la estructura mediante potentes machones pétreos
dispuestos en la esquina suroeste y en el encuentro de las naves con los
ábsides, respondiendo quizá al acusado desnivel del terreno en esta dirección o
a un problema en la cimentación. El muro repite la ordenación de arcos,
recuadros y esquinillas vista al norte con la inclusión en piedra de la portada
y la hilera de canes. Sin embargo, no ha sido este su aspecto hasta las últimas
restauraciones llevadas a cabo entre 1989 y 1991, con anterioridad el muro se
encontraba enfoscado y recorrido en su parte superior por una banda de
recuadros como se observa en fotografías.
La portada se encuentra muy deteriorada, consta
de cinco arquivoltas de medio punto alternándose las de arista viva con las de
baquetón entre listoncillos y todo ello acogido por una leve chambrana. De la
misma forma se distribuían los apeos, jambas para las de arista y columnas
acodilladas para los baquetones. Estas últimas rematan en capiteles, bajo
imposta de listel y nacela, de los que hoy apenas nada nos ha llegado. En el
lado occidental se intuye en la primera cesta una pareja de arpías en los extremos,
quedando mutilada la zona central, están talladas con el cuerpo de perfil y las
cabezas de frente, dibujando su plumaje formas romboidales. La segunda muestra
lo que parecen una pareja de figuras a caballo en movimiento, ambos bajo arcos
trilobulados y de nuevo en los extremos del capitel. En el lado oriental, el
más cercano a la puerta muestra en su extremo una figura alada con un brazo
extendido del que pende una amplia túnica de pliegues concéntricos a base de
incisiones. Su pareja se ha perdido por completo, mostrando únicamente una gran
poma en su extremo oriental. Debido al estado del conjunto es tarea poco menos
que imposible encuadrarlos en el marco de un taller o precisar para ellos una
cronología, si bien la aparición de los arcos trilobulados pudiera denotar una
factura acorde con la del templo, anterior a la primera mitad del siglo XIII.
Se distribuye por la cornisa una hilera de
canes en la que predominan las representaciones geométricas, animalísticas,
monstruosas y vegetales, siguiendo modelos repetidos una y otra vez por los más
humildes talleres y que no responden en conjunto a programa iconográfico
alguno. Encontramos parangón a este tipo de representaciones en piedra en
templos construidos mayoritariamente en ladrillo en San Miguel y La Trinidad de
Olmedo, en la provincia de Valladolid. Comenzando por la zona de los pies se
suceden siete cavetos todos ellos modernos; a estos siguen una hoja carnosa de
punta vuelta; otro con motivos vegetales y un tercero con una figura femenina
destocada, vistiendo capa y con las manos plegadas sobre el torso. El siguiente
grupo de diez comienza con un asno de perfil y abultado cuerpo; una mujer con
toca estrecha y alargada enrollada en la cabeza a modo de turbante cuyo uso
está documentado en España a partir de la segunda mitad del siglo XII y se
mantuvo hasta principios del XIV (vid. BERNIS MADRAZO, C., Indumentaria
medieval española, Madrid, 1955, p. 18); sigue un ave con penacho doble en
espiral, continúan un motivo vegetal, un perfil en proa de barco, una arpía con
el cuerpo muy abultado y de perfil y el rostro de frente, hoja carnosa de punta
vuelta, una extraña representación de perfil de un hombre alado, un basilisco y
un asno tañendo la lira. El tercer grupo comienza con un nuevo crochet, otra
figura femenina tocada al modo de la anterior y cubierta con manto, un
estilizado ave de minúscula cabeza, ave picoteando un racimo de uvas,
destruido, motivo vegetal, rostro de varón, caveto, crochet, y finaliza con una
nueva arpía de cabellos sueltos cuya talla, al igual que la de la anterior,
difiere completamente de las representadas en la portada, dejando patente que
portadas y cornisa debieron ser realizadas por distintos maestros.
El último grupo comienza con la representación
de la dextera Dei en actitud de bendecir, un ave con la cabeza vuelta, un
perfil en proa de barco, una figura humana sin rostro, una penca de punta
vuelta, una nueva arpía de frente, sigue otro muy deteriorado y que quizá
mostrase un hombre portando un barril, un nuevo basilisco con las alas
explayadas, sigue uno deteriorado y finaliza la serie un nuevo caveto.
Desde el paso por San Andrés de Lampérez y
Romea a principios del siglo pasado se puso de manifiesto la singularidad de la
fachada occidental de San Andrés de Cuéllar, elemento tan pocas veces
conservado en este tipo de arquitectura entre los que se podría citar en las
proximidades, aunque muy modificadas, en los casos de Rágama en Salamanca y
Santa María de Mojados en la provincia de Valladolid. Se encuentra dividida en
tres paños correspondientes a cada una de las naves, pese a que el
septentrional quedase oculto tras la construcción de la torre. El central,
rematado en piñón, se encuentra delimitado por cadenas de sillares en los
esquinales entre los que se disponen cinco grandes arcos que arrancan de
imposta de ladrillos en nacela sin función tectónica, en disposición que
Lampérez atribuía al deseo del constructor de imitar hastiales pétreos al modo
del de San Pedro de Ávila. Su interior se divide en dos cuerpos, ocupa el
superior un esbelto vano de medio punto flanqueado por fajas verticales de
ladrillos en esquinilla, que en opinión de Ruiz Hernando es solución cercana a
algunas del Creciente Fértil. El cuerpo inferior lo ocupa una portada pétrea
que junto a la meridional y la de El Salvador se abren, extrañamente, en
templos construidos principalmente en ladrillo. En este caso se planteó la duda
de si sustituye a una anterior o se incluyó tras un cambio brusco en la obra, a
la vista del remate en friso de esquinillas y del estado inacabado que
mostraban sus enjutas antes de la última intervención dirigida por Pedro
Feduchi Canosa en la que también se incluyó la puerta de alabastro con la cruz
de San Andrés. Sigue el esquema de la portada sur repitiendo las cinco
arquivoltas alternando aristas vivas y boceles entre listoncillos, todo bajo
chambrana. Apean sobre jambas y parejas de columnas acodadas y sobre basamento
corrido. Arrancan las columnillas de plintos y basas áticas, y las coronan
cuatro capiteles bajo imposta de listel y nacela. El situado más al norte
muestra dos parejas de aves picoteando racimos de uvas con la cabeza vuelta, en
escena alusiva a la eucaristía. Los otros tres repiten la misma figura: pencas
carnosas en las que se marca el nervio central y a las que se superponen tallos
avolutados en los vértices, recordando siquiera vagamente algunos vegetales de
la iglesia y sala capitular del monasterio de Santa María de Sacramenia.
El cuerpo lateral se ordena mediante dos bandas
de arcos ciegos, la inferior rematada en esquinillas y la superior en ritmo
decreciente siguiendo la pendiente de la cubierta.
Iglesia de San Esteban
Se ubica la iglesia de San Esteban en la actual
parte alta de la villa, cercana al arco de San Martín, puerta correspondiente
al primitivo recinto murado de Cuéllar. Este primer recinto parece que se
adelantaba hasta el templo –en la primavera de 2005 se hallaban en curso
excavaciones arqueológicas en su atrio con objeto de delimitar el trazado de
los muros–, con lo que de confirmarse constituiría su punto más avanzado hacia
el este. Como en otros conjuntos defensivos, en Cuéllar también las iglesias servían
de remate a las murallas, así San Esteban y Santiago lo hacían en la ciudadela
y San Pedro en el recinto exterior, todas ellas en el flanco oriental, el más
desprotegido al encontrarse hacia este lado la pendiente más suave de la ladera
en que se asienta el grueso de la localidad. Fue declarada Bien de Interés
Cultural por decreto de 3 de junio de 1931.
A día de hoy su historia documental arranca en
1247, fecha en la que ya había de estar construida. El 28 de mayo de ese año,
el Papa Inocencio IV ordenaba al arcediano y el sacristán de la catedral de
Burgo de Osma que fallasen en el pleito existente entre los clérigos de San
Esteban de Cuéllar y el guardián del convento de San Francisco sobre el
enterramiento del soldado Muño Gómez. En ese año se trataba del templo más
importante de la localidad como demuestran los documentos recaudatorios
encargados por el cardenal Gil de Torres, en los que se cita a Sant Estevan
contribuyendo con cincuenta y cuatro maravedís, seguida por San Martín con algo
más de cuarenta y dos. Prueba de esta importancia sería el que, según Velasco
Bayón, fuese el lugar de reunión del concejo durante la Edad Media alternándose
con el portal de San Francisco, hasta que en 1520 se construyó un edificio
nuevo para ayuntamiento. En 1272 aparece mencionada junto a la iglesia de Santo
Tomé en el pleito que mantenían los clérigos de varias parroquias cuellaranas
con el arcipreste de la iglesia de San Pedro sobre cierta cantidad de dinero,
en el que tuvo que mediar el arcediano de Lara (Burgos) a petición del Papa
Gregorio X.
Ya en el siglo XIV contamos con noticias del
templo desde 1302. En la relación de clérigos de 1365 aparece servida por
cuatro beneficiados, para en el siglo siguiente, en 1427, contar con siete. San
Esteban fue una iglesia favorecida por la aristocracia local, donde los
caballeros hijosdalgo de la villa poseían su archivo, que todavía verse en el
muro del evangelio simulando una ventana enrejada que se encuentra vacía
actualmente.
La mejor muestra artística que la alta
jerarquía cuellarana legó a San Esteban la componen sin duda las parejas de
sepulcros que se disponen a ambos lados del tramo presbiterial. Realizados en
el siglo XV y la primera década del XVI, todos ellos repiten el mismo esquema
compositivo en el que se disponen los sepulcros en el interior de hornacinas
apuntadas de las que penden arcos polilobulados, todo inserto en alfices y
decorado con yeserías de raigambre islámica. Los más antiguos se sitúan en el
lado del evangelio, en ellos sobre los sepulcros se disponen las rígidas
figuras yacentes de un hombre y una mujer en alabastro. El frontal de las cajas
lo ocupan cinco arcos apuntados en cuyo interior campean los escudos del marido
en su caso, y estos y los de la mujer alternados en el de la esposa. En el
interior de las hornacinas, por las que también corre una hilera de arcos
agudos de extradós festoneado, aun se observan restos de policromía, más
patentes en el caso de la mujer. Corre por el interior de los alfices una
inscripción en latín, incompleta debido al deterioro de las yeserías. En la
zona inferior se disponen leones tumbados. Según Ceballos-Escalera pertenecen a
don Alfonso García de León y su esposa doña Urraca García de Tapia.
Los situados en el lado de la epístola están
fechados en la primera década del siglo XVI según anuncia una inscripción.
Pertenecen al regidor de la villa Martín López de Córdova Hinestrosa,
descendiente de los sepultados enfrente, y a su esposa. En líneas generales
siguen el diseño de los anteriores, sustituyendo los arcos polilobulados por
otros angrelados, los motivos decorativos y sustituyendo las figuras yacentes
por tapas blasonadas al igual que los frontales. El sepulcro más cercano al
ábside fue mutilado en su parte superior en el siglo XVII con motivo de la
apertura de una ventana de iluminación para el altar que actualmente se
encuentra cegada.
San Esteban ha llegado a nuestros días sin
culto, al que sólo se abre algunos días en Navidad debido a la devoción
existente en la localidad por el “Niño de la Bola” que solía presidir su
retablo mayor y en la fiesta del patrón del templo.
Se encuentra canónicamente orientada y consta
de accesos al norte, sur y poniente, siendo únicamente practicable el
meridional.
Está construida en fábrica mixta de mampostería
de la blanquecina piedra de Campaspero en la nave y cuerpo de la torre, y
ladrillo en el ábside, portada y vanos del campanario. Su particular trazado de
planta basilical muestra un cuerpo de tres naves, donde según Ruiz Hernando la
central multiplica casi por cuatro la anchura de las laterales, y cinco tramos
siendo los dos extremos de menor longitud. A este cuerpo se adosa una ancha
cabecera que excede los límites de la nave principal compuesta por los consabidos
tramo recto presbiterial y curvo absidal. A esto se suma la torre en el lado
septentrional y un hoy casi desaparecido pórtico al sur del que restan las
últimas piezas de uno de sus arcos, de unos tres metros de luz, cerca de la
fachada occidental, invitando a pensar en un portal de ladrillo de gusto
cuellarano al modo de los de Santiago, San Miguel, Santa María de la Cuesta o
San Juan de Aldea Real.
Este tipo de disposición en planta del cuerpo
de naves no es extraña en Cuéllar.
Todo hace pensar que también la tuvieron
Santiago (vid. RUIZ HERNANDO, J. A., 1988, p. 77) y probablemente Santa Marina
(vid. QUADRADO, J. M., 1884 (1979), pp. 705-706) y aún las mantiene en sus tres
tramos más occidentales San Pedro, aunque desconozcamos el tipo de remate en
los testeros. En las proximidades se repite el modelo en Montejo de Arévalo y
en la propia capital segoviana, aun con diferencias, en los templos de San
Esteban y San Juan de los Caballeros; y en las provincias de Valladolid y Ávila
se acercan al modelo las de San Miguel de Olmedo, Santa María de Mojados,
Bobadilla del Campo y San Miguel de Arévalo.
El alzado original pienso que difería en gran
medida del que hoy se nos presenta.
Desde la zona del coro se accede al
bajocubierta sobre la nave sur, allí se observa la marcada diferencia de
alturas existente entre el muro original de la nave central y las rebajadas
bóvedas laterales. Dada la diferencia de alturas entre naves se aprovechó para
abrir en el muro sobresaliente de la central cuatro esbeltos vanos de medio
punto distanciados entre 4,50 m y 4,90 m respectivamente con la función de
iluminar el interior del templo. Por debajo de ellos se encuentra una línea de
mechinales en la que debió apoyar la parte alta de la cubierta de la nave
lateral. En suma, un alzado en el que era patente la diferencia de alturas
entre las naves laterales y la central, a modo de basílica, aprovechándose el
escalonamiento para rasgar el muro incluyendo un cuerpo de luces en la parte
alta y donde las naves laterales, dada su estrechez, deben funcionar como
elementos sustentantes de la nave mayor. La nave central se cerraba con una
ligera cubierta de madera y las laterales con bóvedas rebajadas de crucería hasta
la remodelación barroca del siglo XVIII en que se mudó por completo el aspecto
del edificio.
En este momento se sustituyó la cubierta de
madera de la nave central por una bóveda de medio cañón con lunetos, con lo que
la proporción en altura varió sensiblemente al ser la actual más baja.
Igualmente se enyesaron las arquerías, probablemente de medio punto y dobladas
sobre pilares cruciformes. Con ello los restos románicos al interior de la
iglesia han quedado reducidos a la mínima expresión. Al tramo más oriental de
la nave del evangelio se accede mediante un esbelto arco de medio punto que
arranca de impostas en nacela. Se trata de un espacio rectangular cubierto por
una bóveda de medio cañón de eje transversal al de las naves que dada su
situación parece formar un crucero que no se manifiesta en planta como ya
advirtiera Ruiz Hernando. En la nave sur fue modificado el espacio, si bien se
ha de anotar que la bóveda es diferente a las del resto de la nave. En la
arquitectura cuellarana encuentra parangón en la iglesia de San Martín, aunque
aquel ha perdido su cubierta original.
Actualmente ocupa el frente del hemiciclo un
retablo rococó construido en 1774 por Manuel García Sánchez. Por una puerta
abierta en el sotabanco se accede a la trasera del retablo, desde donde aun es
visible la articulación primitiva del ábside compuesta por dos frisos de
esquinillas bajo cornisas de nacela. Entre ellas se sitúa un vano en el eje de
la cabecera. Al igual que en San Martín y San Andrés los ladrillos están
pintados en rojo y se remarcan los tendeles con líneas negras.
También se conservan algunos restos de la
decoración de la nave central en el bajocubierta. Sobre el nivel de las bóvedas
barrocas, en la cumbrera de los muros, corre un recercado de ladrillos a
sardinel por todo el perímetro, en el que se insertan cadenas de ladrillo a
intervalos de 1 m y 1,80 m, formando retículas que articularían el muro de modo
muy similar a como lo hacen los alfices de los formeros en la iglesia de San
Martín.
En el sotocoro y semioculta entre materiales
sin uso se encuentra la pila bautismal. Se trata de una pieza de vaso
semiesférico de 112 cm de diámetro decorada al exterior con los recurrentes
gallones entre los que discurre un motivo sogueado y un bocel en la zona de la
embocadura. Se asienta sobre tenante cilíndrico liso de 35 cm de altura. Su
decoración exterior nos remite al modelo de la conservada en San Andrés, aunque
en San Esteban no se tallaron los relieves de las enjutas.
Al exterior la presencia de los muros de caja
es de lo más sobria, ocultando bajo el revoco su fábrica. La anima en el
costado meridional la portada compuesta mediante cinco arquivoltas, la interior
de doble grosor que el resto, que arrancan de una imposta de nacela. Todo ello
enmarcado por un alfiz al que se superpone un frontón posterior. En el esquinal
suroeste se advierten distintas fábricas pertenecientes a los diversos alzados
por los que ha pasado el templo.
Al norte, al igual que en Santa María de la
Cuesta, se adosa la torre, de planta cuadrada y construida en mampostería
jalonada de mechinales. Se abren en ella tres registros de vanos de medio
punto, uno por frente, recercados en ladrillo. Actualmente sólo se encuentran
abiertos los del registro superior conformando el cuerpo de campanas sobre el
que se dispone el remate en terraza.
El impresionante ábside de San Esteban se forma
al exterior mediante trece paños. Se asienta sobre una potente cimentación de
calicanto para la que se reaprovechó algún sillar. Sobre ella se articula el
tambor mediante dos bandas de arcos de medio punto doblados con fondos de
mampostería a espejo, encintada en la inferior y enfoscada en la superior.
Sobre estas una banda de parejas de recuadros y un friso doble de esquinillas,
rematando a modo de ático en una faja de recuadros doblados. El tramo presbiterial
repite la ordenación del ábside con la simple variación de sustituir el friso
de parejas de recuadros por una mayor altura en la cimentación. Con todo ello
se configura un modelo que con ciertas variaciones se repite en los otros dos
grandes templos cuellaranos, San Andrés y San Martín, así como en Santa María
de Íscar, San Miguel de Olmedo o Santa María de Mojados en la provincia de
Valladolid; en Santa María del Castillo de Madrigal de las Altas Torres en
Ávila; o Villar de Gallimazo, Cantaracillo (La Asunción), Aldealengua y Coca de
Alba en la provincia de Salamanca, siendo el caso de San Esteban en el que más
se acentúa el efecto decorativo debido a la gran fragmentación de los motivos
según Pérez Higuera.
Iglesia de San Martín
Se yergue la iglesia de San Martín en el
interior del primer recinto amurallado de la villa, hoy sin culto y empleada
como centro de interpretación de la cultura mudéjar tras sus últimas
remodelaciones realizadas bajo la tutela del municipio, quien actualmente
detenta su titularidad. Está enclavada en la zona occidental del núcleo urbano,
a escasos metros del castillo-palacio de los Alburquerque y de la puerta de San
Basilio, en la parte más elevada de Cuéllar con lo que su torre se erige en
privilegiada atalaya sobre una gran extensión de la Tierra de Pinares.
Como en tantas otras ocasiones salta a la luz
documental a partir de los instrumentos recaudatorios del Cardenal Gil de
Torres fechados en 1247, ofreciéndonos una fecha ante quem para el inicio de
las obras. Tributaba cuarenta y dos maravedís y nueve sueldos, siendo
únicamente superada en la localidad por San Esteban que entregaba cincuenta y
cuatro maravedís.
Según Ubieto Arteta se menciona San Martín
junto a la Trinidad en 1322, para posteriormente, en 1365, aparecer servida por
un clérigo en la relación de los beneficiados cuellaranos.
Más noticias nos han llegado de época moderna,
entre las que destaca el bautizo en su pila del séptimo duque de Alburquerque,
don Francisco Fernández de la Cueva, el 28 de abril de 1575. A comienzos del
siglo XVII debía de ser parroquia de escasa feligresía, como demuestra el dato
de que en 1600 no se registren en sus libros bautismos o defunciones. Quizá por
esta escasez de parroquianos se le anexionó la vecina San Gil, hoy
desaparecida, y de la que sólo queda la plaza de su nombre a pocos cientos de metros
al este de San Martín. Aun así la situación continuó invariable: tres bautismos
y tres casamientos en 1700, y cuatro bautismos y cinco difuntos en 1800.
De lleno le afectó la desamortización
eclesiástica de Mendizábal, tras la que pasó a manos particulares como muestra
el Boletín Oficial de la Provincia de Segovia, donde se recoge su subasta el 21
de agosto de 1854 junto a las de Santiago, Santa Marina y Santa Ana. Su remate
se efectuó en 12.540 reales, siendo adquirida en 1871 por don Francisco García
Minguela, cediéndola a don Vicente Suárez quien mantuvo un pleito con el
Ayuntamiento debido a si el atrio y el cementerio estaban incluidos en el lote
junto a la iglesia. Con su paso a manos particulares se agravó el estado de
deterioro de la fábrica, realizándose distintas obras en su interior de
compartimentación del espacio de las naves laterales para adecuarla a la
función de almacén.
Pese a llegar en precarias condiciones a
comienzos del siglo XX como demuestran distintas fotografías en las que se
observa que ya había perdido sus cubiertas, fue declarada Bien de Interés
Cultural por decreto del 3 de junio de 1931. Se la restauró por primera vez en
1982, aunque no le serían repuestas las cubiertas hasta una segunda fase
llevada a cabo a partir de 1989 a cargo de la Escuela-Taller de Cuéllar y que
afectó entre otros elementos a la pavimentación, cubierta, fachadas, torre,
etc. Tras estas intervenciones y el cambio en su titularidad, pasó a utilizarse
como centro cultural polivalente empleándose como local de ensayos de grupos de
danzas y bailes regionales o sala de exposiciones.
La imagen del interior de San Martín que hoy
observamos se aleja en gran medida de la que tuvo durante varios siglos. No se
ha de olvidar que al igual que en su interior existe un buen sepulcro de
yeserías del siglo XV posterior al plan primitivo de la iglesia, en los siglos
del barroco se llevaron a cabo importantes obras de remodelación del espacio
interior semejantes a las que se realizaban en el resto de la provincia.
Entonces se mudó la cubierta de madera por bóvedas de medio cañón con lunetos y
se remozó todo el interior cubriendo los paramentos con yeserías que
actualmente hemos perdido.
Está construida en fábrica mixta, de
mampostería de piedra de Campaspero enfoscada en el cuerpo de naves y ladrillo
para los ábsides, portadas y esquinales. Consta de planta basilical de tres
naves algo irregular, con cinco tramos y cabecera triple canónicamente
orientada, con accesos al norte, sur y poniente, costado al que se añadió
posteriormente la torre en el ángulo meridional. En su costado sur aún se
aprecian los restos de la arquería del pórtico así como su cimentación al oeste
y norte de la iglesia.
Los ábsides se alzan sobre un potente zócalo de
mazonería. El central, formado por un polígono de once lados, se estructura
mediante dos teorías de arcos de medio punto doblados y superpuestos, abiertos
en los lados tercero, sexto y noveno para iluminación. Sobre ellos una banda de
recuadros doblados bajo un friso de facetas por cada lado del polígono. Remata
el ábside en potente cornisa volada de cuatro hileras de ladrillos aparejados a
tizón. Los ábsides laterales repiten el esquema decorativo del central en la
zona inferior en el que sobre el zócalo de calicanto se superponen las
arquerías de medio punto dobladas y sobre ellas una pareja de recuadros simples
por lado, desapareciendo los frisos de esquinillas. En suma un esquema
decorativo que fue grato a los mazarifes que trabajaron en las grandes iglesias
cuellaranas: San Martín, San Esteban y San Andrés y que a su vez se extiende
por las actuales provincias de Ávila (Santa María del Castillo en Madrigal de
las Altas Torres) y Valladolid (San Miguel de Olmedo, Santa María de Íscar o
Santa María en Mojados).
Al exterior su alzado muestra una leve
diferencia de alturas entre la nave central y las laterales, aspecto sobre el
que incidiremos más adelante. Los muros perimetrales se encuentran actualmente
enfoscados, insinuando un despiece de sillares únicamente alterado por la
apertura de vanos. En la fachada imafronte se abre un pequeño acceso de medio
punto y doblado bajo otro vano igualmente redondo, ambos muy retocados. A norte
y sur, coincidiendo con el tercer tramo de las naves, se abren dos portadas
similares: de medio punto y trasdosadas por cinco roscas que arrancan de
imposta de ladrillos en nacela, enmarcando el conjunto un alfiz. Este tipo de
portadas se repiten en otros templos como San Esteban en la misma localidad, y
en las parroquiales de San Cristóbal de Cuéllar, Lovingos, Aldea Real o San
Juan de Aguilafuente.
La maciza torre se encuentra yuxtapuesta en el
ángulo suroeste del templo. Al igual que el resto de las cuellaranas es de
esbeltas proporciones, pudiéndola relacionar más directamente con las de San
Andrés, el Salvador y San Pedro en cuanto al tipo de planta cuadrada, de
fábrica de mampostería de piedra de Campaspero con refuerzo de sillar en los
esquinales, y en cuanto a que todas ellas fueron construidas a los pies de las
naves y tras una cesura en las obras con respecto al templo. Se accede a ella
desde el interior de la iglesia por medio de un hueco abierto a varios metros
de altura hasta el que se llega por una escalera de madera portátil.
El interior consta de tres naves, más estrechas
las laterales, aun sin llegar a la desproporción de San Pedro o San Esteban, y
cinco tramos. Los cuatro más cercanos a los pies de igual luz, el tangente a la
cabecera mucho más estrecho y de mayor flecha, formando como puso de manifiesto
Ruiz Hernando un crucero que no se delata en planta. Esta solución no es ajena
al ámbito cuellarano ya que se repite en San Esteban. La coincidencia de
soluciones en ambas iglesias nos hace dudar acerca del tipo de cubrición que en
origen se emplearía en San Martín en este tramo, ya que por analogía pudiera
haberse tratado de un medio cañón pétreo de eje transversal al de las naves. Su
articulación difiere de la del resto ya que en este caso se forma mediante
triple rosca que arranca del suelo y la única interrupción de la imposta de
nacela; en la zona superior se disponen tres recuadros.
Los formeros, muy esbeltos y doblados, reposan
en pilares compuestos formados también por los arranques de los alfices. Estos
se elevan hasta la coronación del muro, únicamente interrumpidos por una banda
de ladrillos a sardinel dispuesta sobre los arcos. En esta zona alta, y
enfiladas con las claves de los formeros, se abren ventanas de medio punto
dobladas e insertas en alfiz que dan lugar a la articulación de la zona
superior del muro junto a los recuadros blancos que se originan en sus flancos.
En mi opinión, la función de estos vanos en
origen sería la de iluminar la nave central del templo pese a que ahora no lo
hagan. Por tanto pensamos que en el alzado original era más acusada la
diferencia de altura entre las naves laterales y la central, dando lugar a este
cuerpo de vanos. Así los faldones de las naves laterales arrancarían en su
parte superior justo por debajo de este “claristorio”, de la misma forma
que ocurría en San Esteban, donde aun quedan los mechinales de apoyo del faldón
de la cubierta en esta ubicación. Dos notas más nos hacen apuntar esta
posibilidad, por un lado y atendiendo al perfil de los vanos, observamos el
clásico derrame al interior de los ventanales concebidos para iluminación,
quedando la parte externa con la clásica forma de aspillera enmarcada por
ladrillos del mismo modo que en los ventanales de los ábsides.
Por otro, hemos de hacer notar las rafas de
ladrillo dispuestas en la fachada occidental encintando la zona superior de los
esquinales de la nave central; creemos que su disposición aquí responde a que
el espacio que marcan sería la diferencia de altura entre las naves, con lo que
quedarían al aire y de ahí la necesidad del refuerzo. En resumen, un alzado que
aunque actualmente no estamos acostumbrados a ver en este tipo de iglesias
debido en algunos casos a la proliferación de las cubiertas a dos aguas en las
restauraciones, no es extraño a los planteamientos de edificios coetáneos,
tanto de piedra como de ladrillo, y valga como ejemplo la ermita de Nuestra
Señora de la Cabeza en Ávila, que al igual que San Martín se puede fechar en el
primer tercio del siglo XIII.
Da acceso a la capilla central un triunfal de
medio punto triple cuyas roscas parten de imposta en nacela que se prolongará
por todo el ábside. El tramo presbiterial se articula mediante sendos arcos
doblados en cuya unión arranca un fajón sobre el que reposa el medio cañón que
tiene por cubierta. De nuevo triple es el arco que da acceso al hemiciclo,
exornado por tres vanos de medio punto de rosca triple y entre frisos de
nacelas y esquinillas. Cubre este espacio la canónica exedra.
Similar ordenación presentan las capillas
laterales, con la salvedad del muro dispuesto en el ábside del evangelio para
ubicar el sepulcro del siglo XV. Se accede a ellos por sendos arcos doblados
con impostas en nacela que se prolongan por todo el interior y de la que
arrancarán las bóvedas de medio cañón y horno. Los muros del tramo recto se
exornan con arcos ciegos, y el hemiciclo con un vano de medio punto y triple
rosca entre bandas de nacela y esquinillas.
Iglesia de Santa María de la Cuesta
declarada bien de interés cultural el 28 de
noviembre de 1994, Santa María de la Cuesta se encuentra ubicada en lo alto de
un cerro al mediodía del núcleo urbano erigiéndose en mirador privilegiado de
la villa y la tierra de Pinares. Su acceso más pintoresco se realiza desde el
norte, partiendo de la cercana iglesia de El Salvador para tomar una empinada
cuesta aun encodonada que nos sitúa frente a la portada septentrional, en este
caso y por ser la que se abre al caserío, la principal.
Por este costado anima la construcción un
pequeño jardincillo. Al sur una enigmática construcción formada por unos muy
potentes muros de sillería que parten del templo y corren por la ladera de la
colina de los que desconocemos la función. Para Colmenares estos fueron el
motivo de que el pueblo tomase Santa María de la Cuesta por edificación
templaria sin otra base que lo monumental de la construcción. En opinión de
Velasco Bayón se trataría de las primeras defensas de la muralla cuellarana,
sobre las que se asentaría el templo. En el interior del recinto se dispondría
el “buen claustro” a que hace referencia Colmenares y el camposanto a
que alude Quadrado, al que se accedía por una portada apuntada.
Poco tiempo debía llevar construido el templo
cuando en 1190 aparece mencionado por primera vez con motivo de un pleito entre
las diócesis de Segovia y Palencia por su posesión junto con sus propiedades.
Dada la complejidad del caso, el asunto fue elevado a Roma, desde donde el Papa
Clemente III delegó en don Martín, Obispo de Sigüenza, don Rodrigo arcediano de
Briviesca y don Juan arcediano de Ávila para que se pronunciasen. Su veredicto
fue favorable a la diócesis segoviana, no modificándose por tanto la propiedad
del edificio.
Sesenta años más adelante aparece en el plan de
distribución de rentas del obispado segoviano encargado por Gil de Torres.
Desconocemos la suma de maravedís con que contribuía a la mesa episcopal, pues
la entrada “Sancta María” aparece en dos ocasiones, caso que no se
repite en la villa. Hemos de entender que la duplicidad es debida a que el
documento se refiere en un caso a Santa María de la Cuesta y en otro a Santa
Marina.
En el siglo XIV aparece citada por primera vez
en 1308. Posteriormente, en 1315 el Obispo de Segovia don Fernando Serracín
fundó dos aniversarios en la iglesia en sufragio por las almas de sus padres,
lo que hizo pensar a Colmenares que el prelado, que ocupaba la sede desde 1300,
fuera nacido en Cuéllar. El hecho más significativo en este siglo en relación
con la iglesia se produjo el 8 de marzo de 1325, día en que fue convocado por
don Pedro de Cuéllar, Obispo segoviano, un sínodo en su localidad natal. Los
asistentes se reunieron en Santa María de la Cuesta, aprobándose un doctrinal
en atención al elevado número de clérigos iletrados, basado en los decretos del
Concilio de Valladolid.
Ya en 1365, en la relación de iglesias y
clérigos cuellaranos aparece regida por un vicario y tres clérigos
beneficiados, mismo número que tendría posteriormente en 1427.
Santa María de la Cuesta se encuentra
canónicamente orientada al este y está compuesta en fábrica mixta de calicanto,
sillería y ladrillo. Repite el modelo de templo de una nave rectangular adosada
a la cabecera formada por hemiciclo absidal antecedido por un presbiterio
articulado en dos tramos por un fajón. Se adosa al sur la sacristía, a
septentrión la torre y en el plan original un pórtico, hoy cegado, tangente a
una capilla en la zona más oriental y las antiguas cilla y vivienda del
sacristán en la occidental. La mencionada capilla cuenta con bóvedas tabicadas,
a excepción de la zona que ocuparía el altar, cubierta por medio cañón apuntado
sostenido por fajones pétreos entre los que se disponen en los muros sendos
lucillos igualmente agudos. Destaca en el frente la presencia de un vano en
forma de aspillera perteneciente a la torre que parece confirmar que la capilla
fue añadida con posterioridad a la primera fábrica.
Al interior sorprende el gran desarrollo
longitudinal de la nave, dividida en cinco tramos compartimentados por pilares,
en este aspecto sin duda la más sobresaliente de Cuéllar. Se encuentra
reformada por completo en el barroco, siguiendo la corriente provincial con lo
que se han ocultado por completo los restos románicos bajo yeserías. Con ello
ha mudado igualmente su proporción ya que la original cubierta de madera –de la
que nada queda tras el incendio de principios de la década de los setenta– quedaría
a una altura superior a las actuales bóvedas como demuestra el vano superior
del muro imafronte.
La zona interior del ábside queda igualmente
cubierta por el retablo barroco dedicado a la Asunción de la Virgen desde 1711
en que fue construido por los entalladores Juan Correas y Blas Martínez de
Obregón. Además del referido acceso apuntado abierto a mediodía, se abre al
norte una sencilla portada de medio punto, policromada con posterioridad, cuyas
dos roscas interiores son de arista viva y moldurada la exterior.
Sobresale sin duda la pila bautismal, de traza
eminentemente románica, ubicada en el sotocoro y arrimada al muro de la
epístola. Es una pieza tallada en caliza de copa semiesférica, de 126 cm de
diámetro por 60 cm de altura a la que se suman los 27 cm del tenante de perfil
cilíndrico y liso. Cercana a la embocadura corre una cenefa de motivos
arriñonados cuyas puntas rematan en bucle; la zona inferior la ocupan grandes
gallones unidos por parejas mediante una moldura que confluye en su zona
central dando lugar a motivos en forma de losange y de cogollo alternativamente
junto a otros deteriorados.
Al exterior el ábside presenta la sobria imagen
que le confiere su fábrica de cal y canto revocada, sólo interrumpida por una
hilera de sillares en la parte superior, bajo los canes, y los tres vanos de
medio punto ciegos y de triple rosca de arista viva. Muy desgastados se
encuentran los modillones, de entre los que predominan los de perfil de nacela,
pese a que aun se conservan algunos de rollos, bolas, prótomos y un rostro
humano. De los dos primeros tipos no volveremos a encontrar ejemplos en la villa
de Cuéllar.
Tras construirse el ábside y los muros de caja
de la nave se adosó la torre al costado septentrional. Consta de dos cuerpos en
releje construidos mediante cajones de mampostería entre cintas de ladrillo,
con el que también se refuerzan los esquinales. El cuerpo inferior se exorna en
la parte baja mediante dos grandes recuadros en los que se abre una pequeña
aspillera de iluminación a levante y poniente. En el cuerpo superior se suceden
grandes vanos de medio punto, uno por frente, en los dos primeros niveles.
Remata el superior en vanos ajimezados de mainel pétreo repitiéndose la
conjunción piedra-ladrillo tan característica de la arquitectura cuellarana,
repetida en templos como El Salvador, San Andrés o el antiguo pórtico de Santa
Marina; en la comarca, en la parroquial de Pinarejos; e incluso en la misma
capital en el segundo cuerpo de vanos de las torres de San Andrés o San Martín.
La parte superior culminaba en terraza, como el resto de torres cuellaranas,
hasta la década de los noventa momento en que se dispuso una cubierta a cuatro
aguas. Al interior ha sido remodelada por completo cegándose su acceso original
situado al oeste y compuesto por un vano de medio punto doblado cuyas roscas
parten de salmeres pétreos. Actualmente se asciende mediante una moderna
escalera de caracol metálica, que sustituye a la anterior de madera adosada a
los muros. En el piso bajo se guardan actualmente dos proyectores
cinematográficos de mediados del siglo XX.
Del antiguo pórtico restan dos grandes arcos
redondos de ladrillo al norte y el que cerraba junto al hastial occidental.
Dada la fecha en que parece estaba construido el templo, el de Santa María
debió ser uno de los precursores del modelo que se extendería a otras iglesias
cuellaranas que tienen o han tenido pórtico latericio, característica endémica
de la villa –San Esteban, Santiago, ¿San Martín?, San Miguel– y sus alrededores
–Aldea Real–.
El hastial occidental presenta un acceso de
época moderna cobijado por un pequeño pórtico, al que se superponen
sucesivamente un óculo abierto en el momento de la remodelación barroca de la
nave y un vano perteneciente a la primera fábrica desenfilado de la cumbrera,
doblado y de medio punto al que flanquean sendos recuadros. La cornisa presenta
una hilera de ladrillos dispuestos en pirámide.
Al muro sur se adosa la sacristía en la zona
más cercana a la cabecera y a la nave una construcción con función de trastera,
desde cuyo interior aun se pueden ver restos de canzorros insertos en el muro
del templo.
Samboal
Situado en la comarca de Tierra de Pinares a
796 m de altura sobre el nivel del mar, entre los cauces de los ríos Malucas y
Pirón. Dista de la capital 57 km por la carretera N-605, tomando después la que
une Santa María la Real de Nieva con Cuéllar. A poca distancia de la provincia
de Valladolid, con la que limita su término municipal. Pese a la tendencia a la
baja de los últimos años, sus habitantes rondan los setecientos, cifra que
dobla holgadamente el número de mediados del siglo XIX.
Las primeras manifestaciones de civilización en
el término de Samboal datan del Calcolítico. A mediados del siglo pasado se
encontraron restos funerarios en el “Pago Praobispo”, a la vez que los
restos óseos aparecieron varios fragmentos cerámicos que formaron parte de un
vaso y una cazuela.
Desde su fundación, la historia de la localidad
está íntimamente ligada al monasterio dedicado a San Baudilio. Su ubicación
depende por completo del asentamiento de la comunidad benedictina, alrededor de
la cual se distribuye. Debemos situar su origen en época de repoblación, y más
concretamente en torno a 1112, fecha en que el conde Ansúrez dona el cenobio al
palentino de San Isidoro de Dueñas. En posterior donación, ya en 1144 el mismo
conde cede el pinar que lindaba con la población y monasterio a la misma casa
matriz, que ampliará su influencia sobre la aldea con posteriores dádivas en
1200 y 1202 en las que se aumenta la jurisdicción civil y criminal en el
monasterio y demás posesiones y edificios. A finales del siglo XIV, la reina
doña Juana expidió documento en Cuéllar por el que se rebajaba a los pecheros
de Samboal a tributar en consonancia con su digno estatus, el de campesinos, y
no como lo venían haciendo a modo de caballeros.
Iglesia de San Baudilio
La parroquial de San Baudilio se encuentra
situada sobre un promontorio en la zona occidental del núcleo urbano de la
localidad. A sus costados oriental y meridional se abre la plaza mayor del
pueblo, donde se aprovecha el moderno atrio sobreelevado para disponer una zona
ajardinada delimitada por la carretera provincial 342 que une Samboal con
Cuéllar y Nava de la Asunción.
Como se ha anticipado en la introducción
histórica, el templo parroquial debió pertenecer a un extinto priorato del
monasterio palentino de San Isidro de Dueñas, al que quedó indisolublemente
ligada la historia de la aldea que se fundó y creció en su contorno. De los
vestigios de las demás dependencias actualmente nada sabemos, con lo que se
cierne una gran duda acerca del total del conjunto.
En la actualidad se desconoce el origen
concreto del priorato, suponiéndosele en cualquier caso una antigüedad mayor a
la que documentalmente se pueda hoy probar. Fray Antonio de Yepes en la Crónica
General de la Orden de San Benito, escrita en el primer tercio del siglo XVII,
propone: “El Monasterio de San Baudulo es el que ahora llamamos de
San Boal del Pinar, el cual es muy antiguo y no se sabe el principio de su
fundación. Ya en el último tercio del mismo siglo, Argáiz precisa algo más su
dictamen, También tengo por monasterio de tiempo de los godos (…) el de San
Boal del Pinar, porque no se saben sus principios”.
Aporta más luz acerca de los orígenes de San
Baudilio un documento emitido en 1112 al que ya hacía mención Colmenares, en el
que se realiza la donación del priorato a San Isidro de Dueñas. En él, el conde
Pedro Ansúrez junto con su mujer doña Eilo ceden a Dios, a la orden cluniacense
y a la mencionada casa matriz el monasterio de San Baudilio, entonces llamado
de Carracielo con sus heredades, términos, pertenencias, pinares, etc. Rubrican
el documento el Arzobispo de Toledo don Bernardo, Pedro, Obispo de Palencia y
los condes Pedro Ansúrez y su mujer además de varios testigos.
Según un apeo fechado en 1144, el conde Ansúrez
había realizado una nueva donación al monasterio de San Isidro de Dueñas antes
de su fallecimiento en 1118. En este caso se trataba de un extenso pinar que
lindaba con San Boal, interviniendo en él algunas de las principales
autoridades cuellaranas, así como un tal Antelmo Prior, quien en opinión de
Herrero Gómez y Merino Arroyo pudo ser el primer dignatario cluniacense del
priorato. Para los mismos autores quizá a partir de este momento el cenobio
tomó el apellido “del Pinar”. En 1200 Alfonso VIII emite un privilegio
por el que se confirman las prebendas otorgadas por sus antecesores al
monasterio de San Isidro, enumerándose además sus pertenencias entre las que se
contaba “el Monasterio e Iglesia de San Boal de Carraciello del Pinar, cerca
de Cuellar, con toda su jurisdicción y heredad, y con todos sus diezmos, y
pechos, y con todas sus pertenencias, y derechos”.
La información de los siglos XIV y XV nos llega
a partir de las actas de los capítulos generales de la orden cluniacense, a la
que había pasado junto con la casa madre, publicadas por Robert a finales del
siglo XIX. A partir de ellas se observa cómo la primera mitad del siglo XIV fue
una época de penurias para la congregación, en la que se sucedieron periodos de
deficiente gestión de bienes. Con el arranque de la segunda mitad de siglo el
rumbo del cenobio varió por completo, incluso mostrándose al prior de San Boal
como ejemplo de administración, quien a su vez era uno de los visitadores en la
Provincia de España. Poco duró esta prosperidad, pues de nuevo en 1396 sólo se
encontraba en San Boal el prior, sin los dos monjes que debían acompañarle, y
en lo que a las dependencias se refiere carecía de claustro, dormitorio y
refectorio, presentando los restantes edificios un penoso estado. Pocos son los
datos que se ofrecen de la primera mitad del siglo XV, período en el que
siempre se refieren las actas al prior de San Boal como uno de los visitadores
de la provincia de España, en compañía de los priores de Carrión de los Condes,
Villafranca, San Miguel de Zamora, San Vicente de Salamanca, Nájera o San
Romani.
A finales del siglo XV San Boal deja de
pertenecer a San Isidro de Dueñas, que a su vez había abandonado la disciplina
cluniacense tras la mediación de los Reyes Católicos, incorporándose a la nueva
observancia de San Benito el Real de Valladolid. Al decir de Herrero Gómez y
Merino Arroyo, San Boal, en cambio, pasó a poder de los abades comendatarios.
Estos eran eclesiásticos regulares que gozaban en encomienda de este beneficio,
quizá nombrados directamente desde Roma. Refleja a las claras la situación que
se presentaba en la carta del abad de San Isidro Manuel Troncoso fechada en
1771 y publicada por los citados autores: “Con haberse dado las abadías a
comendatarios sabe V.S.I. el daño que padecio la religion y lo mucho que
perdieron de sus rentas las casas; la de San Boal fue una de las que conocieron
este daño pues llegó a terminos de no poder mantenerse tres monjes…”.
Debido a la precaria situación y también contando con la intervención de los
Reyes Católicos, los abades de San Isidro y San Boal comenzaron los trámites
para la devolución del cenobio a su antigua casa madre en 1486. Así el 15 de
mayo de ese año Fernando e Isabel comisionaron a un beneficiado de la iglesia
mayor de Valladolid para que tomase el monasterio de San Boal. Sin embargo, aun
bastante tiempo después, el convento continuaba en manos de un superior
comendatario, por lo que los Reyes Católicos enviaron distintas misivas de
protesta a Roma explicando la situación ante las constantes negativas. Éstas
continuaron hasta 1512, fecha en la que el Papa Julio II emitía una bula por la
que devolvía la propiedad de San Boal a San Isidro de Dueñas no sin antes
haberse producido toda una serie de altercados que llegaron incluso al empleo
de la fuerza para lograrse el desalojo.
Con la unión de nuevo a San Isidro se
recuperaron las prebendas anteriores a su separación, a las que se añadieron
algunas otras. Así el emperador Carlos V expidió una real cédula en 1523
amparando a San Isidro en la posesión del monasterio segoviano y resguardando
las propiedades de los monjes, pese a que en la práctica este último punto no
se respetó.
Transcurrió el siglo XVII bajo el signo de las
dificultades económicas que siempre acecharon a San Boal, desembocando en el
XVIII sin mejor fortuna. A comienzos de este siglo, el caserío de Samboal se
encontraba casi deshabitado, a lo que se unió un devastador incendio que si
bien no afectó al monasterio debió arrasar la población. Por ello se solicitó
al rey Felipe V una amplia exención de impuestos durante veinte años con objeto
de la reconstrucción de la aldea. Tras la decimonónica desamortización de Mendizábal,
San Boal siguió siendo vicaría regida por un monje a quien en algunos
documentos aun se le denominaba Padre Abad. Las escasas posesiones que tenía la
iglesia se conservaron durante unas tres décadas más, hasta 1860, tiempo que
permaneció el último monje en el cenobio; en la época del primer párroco
dispuesto por el obispo segoviano se produjo el robo de casi todos los bienes
hasta entonces existentes, cerrándose con ello la historia la existencia del
priorato.
Del conjunto monástico sólo han llegado a
nuestros días los restos de un imponente templo fechable hacia el segundo
cuarto del siglo XIII. De él se conserva la cabecera y dos capillas laterales
dispuestas a modo de transepto, asentándose sobre la septentrional la torre,
que sin duda es una de las más galanas de la comarca.
La iglesia de San Baudilio presenta en planta
un ábside macrocefálico compuesto por un profundo tramo recto presbiterial
articulado en dos tramos desiguales y el canónico hemiciclo. A él se adosan
sendas capillas en los laterales, conformando hoy una suerte de crucero que en
la traza primigenia de la iglesia no debió ser tal, sino los testeros rectos de
las naves laterales que se prolongarían por el cuerpo de la iglesia de forma
similar a los cercanos modelos cuellaranos de San Esteban o la desaparecida Santa
Marina. Una segunda posibilidad, aunque menos probable, sería que hubiesen sido
capillas orientales de un pórtico que corriese al norte y sur de la nave
central.
El cuerpo original fue sustituido por la corta
nave actual en 1746-1747 fecha en que la iglesia se encontraba arruinada a
excepción de la cabecera. De aquel cuerpo Ruiz Hernando alcanzó a ver algunos
restos en la zona occidental, la que hoy ocupa el jardín, y que quizá se
corresponderían con las arquerías de la nave reutilizadas a que hacen
referencia Herrero Gómez y Merino Arroyo basados en testimonios de lugareños.
De la intervención de mediados del siglo XVIII también ha de proceder el
segundo cuerpo de la capilla sur, del que desconozco la función y al que se
accedería por un vano hoy cegado en su costado occidental, justo encima de la
roza de la antigua bajante del pórtico de pizarra.
Al interior poco aporta la nave, cubierta por
medio cañón que arranca de imposta en nacela siguiendo el modelo de la cabecera
y rasgada por dos vanos en los laterales y un tercero a los pies. Bien distinto
es el caso de la cabecera cuya vista en perspectiva genera un espléndido ritmo
causado por los fajones de doble y triple rosca por ambas caras que se
prolongan hasta la superficie mediante pilares prismáticos. Rebasando el
triunfal se accede al presbiterio, cubierto por medio cañón y articulado mediante
un fajón doble, a cuyos lados refuerzan el paramento arcos de medio punto
doblados en la zona occidental, que a buen seguro tuvieron sus iguales en el
tramo oriental como desvelan las huellas producidas por la humedad en el actual
enyesado.
El hemiciclo se cubre con la repetida exedra,
siendo la única decoración del frente un retablo neoclásico. En el lado sur se
abre una puerta cegada en la actualidad por el calicanto de relleno del ábside
y una hoja de ladrillo contemporánea que conducía a una antigua sacristía
demolida en beneficio de la vista exterior del ábside. En el lado norte se abre
el acceso a la antigua casa parroquial; por su parte superior, hoy cegada, se
accedía al “corillo de los frailes” que constaba de un balconcillo
cerrado con celosía de madera.
Se ingresa a las dos capillas mediante esbeltas
portadas de seis roscas de ladrillo aparejado por su lado más corto, habiendo
sido modificada la septentrional y rozadas las jambas de la meridional
probablemente para adosar un púlpito. Ambas son de planta cuadrangular y se
cubren con bóvedas de arista, que en el lado sur reposa curiosamente en tres
ménsulas angulares de gusto tardío que quizá certifiquen su mayor modernidad
con respecto a la septentrional. Sus cuatro muros se encuentran ordenados
mediante roscas latericias que como definió Ruiz Hernando “crean un ritmo
continuo y decreciente, como imagen multiplicada en espejos que se repite
indefinidamente”.
La capilla sur se iluminaba mediante vanos a
mediodía y levante –este hoy cegado–, que a su vez se exornan con otras tres
roscas aumentando la sensación de profundidad. Queda la duda de la decoración
exterior del muro de poniente, cegado por la presencia del pórtico, pero que
atendiendo a su perfil ochavado en planta no sería extraño que encubriese una
portada de roscas similar a la de la capilla septentrional.
En el interior de esta capilla se guarda
reubicada una pila bautismal de traza románica labrada en caliza; se compone de
copa semiesférica de 98 cm de diámetro sobre tenante cilíndrico de 15,5 cm de
altura. Decora el vaso una cenefa de arquillos pinjantes de medio punto bajo
una línea incisa, repitiendo un modelo tantas veces visto en la zona.
La capilla septentrional muestra el mismo tipo
de decoración en sus muros alternando arquerías de cuatro y cinco roscas por
lado. Como se ha apuntado se cubre con bóveda de arista, fabricada en ladrillo
en la que quedan restos de policromía con despiece de sillares y estrellas de
épocas distintas. Conserva en la cara exterior del muro occidental una portada
de cinco roscas que arrancan de ladrillos con perfil de nacela repitiendo los
modelos de portadas cuellaranas vistas en San Martín o San Esteban y otras
cercanas en Aldea Real o San Cristóbal de Cuéllar. Actualmente la capilla se
utiliza como trastera, habiendo variado mucho su fisonomía, al modificarse el
acceso original a la torre rompiendo la bóveda para instalar una escalera de
madera. Primitivamente se accedía a ella desde el exterior por medio de un vano
cegado a la altura del trasdós de la bóveda. La torre está compuesta en fábrica
mixta de cajones de mazonería y ladrillo en los esquinales y el cuerpo
superior. En él se abren tres registros de vanos que repiten la estructura por
sus cuatro frentes: el inferior con dos arcos de medio punto doblados bajo una
cenefa de esquinillas; el intermedio igualmente dos arcos insertos en alfiz; y
el superior, cuerpo de campanas, con cuatro esbeltos vanos, que en el frente
oriental han sido tres hasta el otoño de 1997, momento en que cayó el campanín
restituyéndose los vanos y atirantándose interior y exteriormente la torre para
paliar los problemas de estabilidad.
Al exterior el ábside se muestra como uno de
los modelos señeros en la provincia. De planta dodecagonal, se yergue sobre una
potente cimentación de cal y canto y un zócalo de mampostería labrada a espejo.
En él se superponen tres registros de arquerías de medio punto dobladas que
rematan en un friso de facetas que da paso a un potente alero cuyo vuelo
recuerda los de San Martín o San Andrés de Cuéllar. Los vanos, hoy cegados, se
abrían en los lados tercero, sexto y noveno. En el muro sur del presbiterio se superponen
dos fajas de arcos de medio punto doblados e insertos en recuadros; en el
norte, más deteriorado, la faja inferior consta de tres arcos, el central de
doble luz que los laterales, que a su vez están doblados e inscritos en
recuadros, en la superior cuatro esbeltos arcos doblados también insertos en
recuadros.
La disposición de la decoración del ábside lo
liga de forma directa con las formas constructivas cuellaranas, emanadas de
templos como Santiago, La Trinidad o El Salvador, pese a que en estos no se
doble la arquería superior, y que se repiten en otros modelos de la provincia
como Santa María de Aguilafuente.
Aguilafuente
La población de Aguilafuente está ubicada a
unos 40 km al norte de la capital. Se encuentra enclavada en el límite sur de
la comarca de Tierra de Pinares, en el centro de la provincia y bañada por el
arroyo Malucas. Cuenta como acontecimiento histórico más destacado con la
celebración en la iglesia de Santa María del famoso Sínodo provincial de 1472,
cuyas actas fueron publicadas en Segovia por Juan Párix de Heidelberg. Este
mismo autor publicó en 1471 Expositionem nominum legalium, primera obra
editada por una imprenta nacional.
La forma más antigua de su topónimo es
Baguilafont, de origen godo, cuyo significado sería “la fuente de Baguila”.
Lo encontramos en 1137, al donar Alfonso VII la villa de Salcedón al Arcediano
de Segovia. Posteriormente, en 1154, el mismo rey la cambia con el obispado,
apareciendo citada en el documento como “villa”, por lo que este título
le pudo haber sido concedido en la primera mitad del siglo XII; desde entonces
y hasta 1536, cuando es vendida al duque de Béjar, continuó siendo propiedad de
la mitra segoviana. En 1210, se marcan sus límites con la Comunidad de Villa y
Tierra de Cuéllar. En el reparto de prestimonios de 1247 aparece citada como
una villa con 88 vecinos, sólo superada en la episcopalía de Segovia por la
agrupación de Turégano con Veganzones, por lo que es seguro fue una de las
posesiones más importantes del cabildo a este nivel.
La ganadería y en menor medida la agricultura,
fueron las principales actividades económicas en las tierras de Aguilafuente en
época medieval, –período en el que se ha especulado sobre la posibilidad de que
se encontrase cercada– ya que fueron favorecidas por las buenas condiciones que
ofrecía el término. Estas actividades no variaron en siglos sucesivos, hasta
llegar al último cuarto del siglo XX, momento en el que se abandonan estas
prácticas en beneficio del sector secundario, que ha permitido el mantenimiento
del nivel de población en torno a los mil habitantes en la actualidad, pese a
haber contado con 1345 vecinos a finales del siglo XIX.
Iglesia de Santa María
La iglesia de Santa María se encuentra ubicada
en el frente septentrional de la plaza del Sínodo, alojada en el interior del
casco urbano y muy cercana al edificio de Ayuntamiento. Tal denominación la
recibe en conmemoración del sínodo provincial celebrado en 1472 en la
parroquial, siendo convocado por el obispo don Juan Arias Dávila. Su
importancia histórica radica en el hecho de que sus actas fueron impresas en
Segovia por Juan Párix de Heidelberg constituyéndose en la primera obra impresa
en el país. En la actualidad este incunable se conserva en la catedral
segoviana.
Se trata de un templo litúrgicamente orientado,
de planta basilical, tres naves y construido en fábrica mixta de mampuesto y
ladrillo, con accesos tardogóticos al norte, poniente y sur, siendo este último
el único en uso en la actualidad. Sin embargo, no fue esta su disposición
primigenia que se reducía a una sola nave y cabecera a las que posteriormente,
avanzado el siglo XIII, se añadiría la torre al sur del ábside. Hacia las
fechas de la celebración del sínodo provincial se planteó la necesidad de realizar
una remodelación con la que se aumentaría la capacidad y el porte del edificio.
Para ello se mudó la antigua nave por un espacioso cuerpo de tres, con cuatro
tramos, en el que la central tiene cerca del doble de ancho que las laterales
sostenidas todas por pilares cruciformes. Se añadió además un nuevo ábside semicircular
al norte del primitivo.
Queda la interrogante del tipo de abovedamiento
que se empleó para el cuerpo de naves, pues el edificio experimentó otro gran
cambio interior en el siglo XVIII, momento en el que se dispusieron las
actuales bóvedas tabicadas de crucería y medio cañón con lunetos
respectivamente variando entonces la proporción del edificio, no pudiendo
observarse en la actualidad huellas de las primitivas bóvedas en el bajo
cubierta por el precario estado que este presenta debido a la plaga de palomas
que soporta. En la misma época se procedió a la elevación del coro, quedando
hoy marcado su espacio al exterior por medio de grandes grietas verticales, y
al enyesado completo del interior del edificio como tantas otras veces en la
provincia.
Así pues, los restos románicos quedan reducidos
al ábside central, que al exterior muestra una sencilla organización basada en
la repetición de arcos de medio punto. Se trata de una cabecera poligonal de
once lados asentada sobre un potente zócalo compuesto en mazonería con una
verdugada de ladrillos intercalada. Sobre este se superponen tres bandas de
arcos de medio punto doblados al modo de Samboal, quedando abierta la
intermedia en sus lados tercero, sexto y noveno por medio de aspilleras de
iluminación. Remata el tambor un sencillo friso de esquinillas.
Al norte se le adosó un ábside semicircular
construido con el denominado “aparejo toledano” de mampostería entre
cintas de ladrillo, que enlaza decorativamente con el anterior mediante una
hilada de ladrillos a sardinel bajo un friso de esquinillas a la altura del
dispuesto en el central, aunque en este caso prosigue el desarrollo vertical del
ábside. La diferencia de tamaños se salvó mediante dos arcos en esviaje que
unen los hemiciclos y estos con la torre, otorgando al conjunto su particular
aspecto que esquemáticamente repite el modelo de cabecera de la vecina San
Juan: ábside central original, torre al sur y capilla adosada al norte.
En el interior da acceso a la cabecera un
esbelto triunfal de medio punto y cuatro roscas –de doble ancho la interior que
las exteriores– que arrancan de una imposta de ladrillos en nacela que se
prolongará por todo el ábside sobre un friso de facetas. El tramo presbiterial
queda dividido por un fajón doblado de medio punto, dando lugar a dos secciones
de paramento que se articulan mediante sendos arcos redondos que arrancan desde
el suelo y alcanzan la imposta. El hemiciclo está abierto por tres vanos de fuerte
derrame al interior, compuestos por tres roscas bajo las que se repite la
decoración de la imposta superior bajo los alfeizares, repitiendo un modelo
visto en San Martín de Cuéllar. El ábside dispuesto al norte está completamente
recubierto por los yesos de la reforma barroca, dejando estos discernir un
tramo presbiterial cerrado con bóveda de medio cañón apoyada en un fajón que
reposa en ménsulas y el absidal con el cuarto de esfera decorado con motivos
geométricos.
Por el sur se adosa la torre, de planta
cuadrada y construida en mampostería con refuerzo de sillares en los
esquinales. Se accede a ella mediante un husillo situado entre el ábside mayor
y la torre que lleva a la altura del bajocubierta, para después continuar por
una escalera de madera que da paso al cuerpo de campanas donde se abren arcos
apuntados que junto a los canes en perfil de proa de barco que sustentaban la
primitiva cornisa nos hacen retrasar su fecha de factura con respecto al ábside
central. El último cuerpo es adición contemporánea.
En el sotocoro, arrimada a la nave del
evangelio, se conserva la pila bautismal de traza románica. Se trata de una
pieza tallada en caliza de copa semiesférica de 117 cm de diámetro y 59 cm de
alto decorada con los repetidos gallones y sobre ellos, cercano a la embocadura
un motivo sogueado que se repite en la parte superior de un tosco pie de 18 cm
de alto.
Teniendo en cuenta la aparición de la iglesia
en el conocido documento fiscal de Gil de Torres –1247– y las formas
decorativas conservadas en el ábside, cercanas a algunos modelos cuellaranos,
hemos de proponer una datación para los restos conservados en Santa María hacia
la primera mitad del siglo XIII.
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