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lunes, 9 de noviembre de 2020

Capítulo 25 - Arte Colonial Hispanoamericano

 Arte colonial hispanoamericano

El arte colonial hispanoamericano es el desarrollado en las colonias españolas en América, desde su descubrimiento por Cristóbal Colón en 1492 hasta la independencia de los diversos países americanos a lo largo del siglo XIX (los últimos Cuba y Puerto Rico en 1898). Los españoles llevaron al nuevo continente su idioma, cultura, religión y costumbres, los cuales impusieron a la población indígena, que anteriormente había desarrollado grandes civilizaciones como la maya, la azteca y la inca. Así, el arte colonial será fiel reflejo del arte efectuado en la metrópoli, suponiendo el final de las representaciones artísticas autóctonas, el arte precolombino. Vemos por tanto en el arte colonial los mismos estilos artísticos que se desarrollan paralelamente en el continente europeo, principalmente el Renacimiento, el Barroco y el Rococó.
La llegada de los conquistadores supuso una gran revolución sobre todo en el terreno de la arquitectura, con la traslación de las diversas tipologías de edificios propios de la cultura europea: principalmente iglesias y catedrales, dado el rápido desarrollo de la labor de evangelización de los pueblos nativos americanos, pero también edificios civiles como ayuntamientos, hospitales, universidades, palacios y villas particulares. En el terreno religioso, se dio a menudo la circunstancia de que muchas iglesias fueron construidas sobre antiguos templos indígenas. Aun así, frecuentemente se produjo una síntesis entre los estilos colonizadores y las antiguas manifestaciones precolombinas, generando una simbiosis que dio un aspecto muy particular y característico a las originales tipologías europeas. Así, observamos cómo las principales muestras de arte colonial se produjeron en los dos centros geográficos de más relevancia en la era precolombina: México y Perú. En pintura y escultura, en las primeras fases de la colonización fue frecuente la importación de obras de arte europeas, principalmente españolas, italianas y flamencas, pero enseguida comenzó la producción propia, inspirada en inicio en modelos europeos, pero incorporando nuevamente signos distintivos de la cultura precolombina. 

Arquitectura barroca en Hispanoamérica
La arquitectura barroca en Hispanoamérica ocurre en los siglos XVII y XVIII, cuando la conquista y dominación de las Indias llega a su apogeo. Se crean nuevas ciudades y se reconstruyen las ya existentes. 

Estilo
Es importante mencionar que hay variaciones estilísticas reflejada en América, ya que no es lo mismo hablar del Barroco México, Barroco en el Caribe, Barroco Iberoamericano, debido a las diferentes procedencias regionales de los conquistadores y sus referencias culturales, a la realidad en sí misma del nuevo mundo y a los diferentes roles que se fue asignado en el proceso de ocupación del espacio.
La estética básica con que se crean es la del barroco, la que muestra el poder de España. Pero en América el barroco encuentra su propio estilo, gracias a la fusión del nuevo estilo con el sustrato indígena y la tradición mudéjar, como en el Barroco Andino. Tres son los impulsores del barroco en América: la Corona, la burguesía y los jesuitas como representantes de la Iglesia.
La arquitectura también fue un vehículo para la evangelización. Los primeros conventos y las primeras iglesias americanas, de estilo renacentista, tendrán aspecto de fortaleza, debido al carácter de frontera de las Indias, como el convento de Acolmán en el valle de Teotihuacán, o el convento de Actopan, en Hidalgo, México. Pero es en los siglos XVII y XVIII cuando se construyeron los mejores ejemplos de la arquitectura americana, sobre todo gracias a las catedrales. 

Arquitectura Barroca Iberoamericana
La Arquitectura Barroco Iberoamérica expresa una situación cultural en un determinado momento histórico, sus obras son de gran importancia, en un primer lugar por cada una de las obras cuenta con rasgos de identidad propias de cada uno de los pueblos indígenas y en segundo lugar porque constituyen manifestaciones artísticas sociales y culturales de primer orden, siento estas las pionera de una Arquitectura Barroca rica en arte decorativo. ​
El indígena es el arquitecto que bajo los nuevos conceptos como: la desnaturalización del muro portante reflejado en las columnas, la generación espacios con cúpulas, el manejo de la incidencia de la luz con doble alturas, que fueron traídos por los españoles en la conquista, edificaron obras de gran importancia que hoy en día responden al territorio conquistado en un determinado momento y a bajo rasgos propios de la civilización. 

Edificios
En la catedral de México, trabajan Claudio Arciniega y Juan Miguel Agüero, donde trabajó, también, Lorenzo Rodríguez: fachada del Sagrario, y Luis Gómez de Trasmonte: fachada central. La catedral de México se convertirá en el paradigma de la arquitectura colonial. Francisco Becerra levantará la catedral de Puebla según este modelo. A Becerra le debemos los planes de las catedrales de Cuzco, Quito y Lima. Otro de los grandes arquitectos mexicanos es Francisco Antonio Guerrero y Torres: capilla del Pocito, en Puebla, que gusta del colorido brillante de los ladrillos vidriados y la cerámica; además construye numerosas casas señoriales para la burguesía mexicana: palacio de Jaral de Berrio. Su decoración recuerda los motivos aztecas. En Puebla aparece una escuela barroca tan activa como poco conocida. De su mano salieron la Capilla del Rosario (Puebla) y los santuarios de Ocotlán en Tlaxcala, y de San Francisco de Acatepec, dos magníficos ejemplos del rococó mexicano de autor desconocido.
El barroco en el virreinato del Perú está marcado por el terremoto de Lima de 1746. La ciudad quedó totalmente destruida y de su reconstrucción surgieron los edificios más representativos del barroco. Francisco Antonio Guerrero y Torres trabajó, también, en este virreinato: catedrales de Lima, Cuzco y Quito. También trabaja en Lima el portugués Constantino de Vasconcellos: convento de San Francisco. Este es el monumento arquetípico de la arquitectura limeña. José de la Sida: convento de San Agustín. En Arequipa aparecerá una escuela de fuertes reminiscencias indígenas. Destacan la iglesia de los jesuitas de Diego Felipe, el convento de Santo Domingo y el convento de San Agustín. En Colombia destaca Simón Schenherr, un jesuita de origen alemán: iglesia de los jesuitas de Cartagena de Indias y Popopayán. En Bolivia destaca la catedral de Potosí. Y en Argentina hay que reseñar a Juan Kraus, jesuita de origen alemán: iglesia de San Ignacio en Buenos Aires, y Andrés Blanqui: catedral de Córdoba. Lamentablemente, muchas de las obras americanas, sobre todo si son casas señoriales, son de autor anónimo; como el palacio de los marqueses de Torre-Tagle. 

CLAUDIO de ARCHINIEGA (Arceniega, c. 1527 - México, 1593)
Arquitecto español de origen vasco que trabajó en México.
La personalidad de la mayoría de los arquitectos españoles que pasan a Nueva España en el siglo XVI nos resulta insuficientemente conocida, es más lo que sabemos acerca de las obras mismas que de sus propios autores. De la vida de Arciniega se sabe muy poco: que nació alrededor de 1527, probablemente y según se deduce de su apellido en la villa alavesa de Arceniega, que en España trabajó también en Madrid y Guadalajara, encontrándose en México poco después de mediar el siglo y que disfrutó de una gran estimación entre sus contemporáneos. Cervantes de Salazar le llama «arquitecto excelente». Y, en efecto, a su cargo debieron estar importantes obras, pues en 1578 se le otorga el nombramiento de «obrero mayor de la Nueva España».
La catalogación de las obras que realiza en México es problemática y pues conocemos documentalmente obras hechas por él que se han perdido y sabemos de otras en las que interviene, pero que experimentaron cambios después de su muerte, acaecida en 1593. Arciniega es el autor de la traza de la catedral de México, aunque el edificio se terminó años después de su muerte. En 1570 era maestro mayor de la catedral; este nombramiento sería reciente, pues aunque la primera piedra se puso en 1563 las obras se interrumpieron hasta volverse a reanudar por estos años. De esta actividad en Nueva España poseemos algunos datos que nos muestran con toda evidencia que Arciniega fue uno de los arquitectos de su tiempo más solicitados en México. Parece ser que intervino en el Hospital de la Concepción, en el Templo y convento de San Matías de Iztacalco y en los desaparecidos Hospital Real de Indios y de Convalecientes, y que siguiendo sus trazas se hicieron los conventos de Santo Domingo y San Agustín, así como otras noticias nos informan acerca de su labor en la catedral de Puebla. 

Catedral Metropolitana de la Ciudad de México
La Catedral Metropolitana de la Asunción de la Santísima Virgen María a los cielos de la Ciudad de México es la sede de la Arquidiócesis Primada de México y se ubica en el lado norte de la Plaza de la Constitución en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en la Demarcación Cuauhtémoc. Al formar parte del mencionado conjunto arquitectónico en esa área de la ciudad, es en consecuencia Patrimonio de la humanidad desde 1987.
Las medidas aproximadas de este templo son 59 metros de ancho por 128 de largo y una altura de 67 metros hasta la punta de las torres. Es una de las obras más sobresalientes de la arquitectura hispanoamericana. Fue construida, según los planos del arquitecto español Claudio de Arciniega, quien se inspiró en catedrales españolas, ​ alrededor de una iglesia que fue erigida en el lugar poco después de la conquista española de Tenochtitlán. Las obras comenzaron en 1573, concluyeron en el interior en 1667 y en el exterior hasta 1813. ​
Debido al prolongado tiempo que llevó su construcción, poco menos de 250 años, prácticamente todos los principales arquitectos, pintores, escultores, doradores y demás artistas plásticos del virreinato trabajaron en algún momento en la edificación del recinto. Esa misma condición, la de su extenso lapso de edificación, permitió que se integraran en ella los diversos estilos arquitectónicos que estuvieron vigentes y en boga en esos siglos: gótico, barroco, churrigueresco, neoclásico, entre otros. Misma situación experimentaron los distintos ornamentos, pinturas, esculturas y mobiliario en el interior. ​​
Su realización significó un punto de cohesión social, pues en ella participaron lo mismo autoridades eclesiásticas, gubernamentales, distintas cofradías y hermandades religiosas, que múltiples generaciones de grupos sociales de todas las clases. ​
Es también, como consecuencia de la influencia de la iglesia católica en la vida pública, que el inmueble se entrelazó con acontecimientos de trascendencia histórica para las sociedades de la Nueva España y del México independiente. Por citar algunos, se encuentran la coronación de Agustín de Iturbide y Ana María Huarte como emperadores de México por el Presidente del Congreso; el resguardo de los restos fúnebres del mencionado monarca; sepultura hasta 1925 de varios de los próceres de la independencia como Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón; las disputas entre liberales y conservadores ocasionadas por la separación de la iglesia y el estado en la Reforma; el cierre del inmueble en los días de la Guerra Cristera; las visitas de los Papas Juan Pablo II (26 de enero de 1979) y Francisco (13 de febrero de 2016); los festejos del bicentenario de la independencia, entre otros. ​
La catedral presenta cuatro fachadas en las que se abren portadas flanqueadas por columnas y estatuas. Cuenta con cinco naves que se componen de 51 bóvedas, 74 arcos y 40 columnas; Hay dos torres-campanario que contienen actualmente 35 campanas. En su interior destacan dos grandes altares, la sacristía y el coro. Existen dieciséis capillas dedicadas a diferentes santos, cuya construcción fue patrocinada por diferentes hermandades religiosas. Las capillas están ricamente adornadas con altares, retablos, pinturas, muebles y esculturas. En el coro catedralicio se encuentran dos de los órganos dieciochescos más grandes del continente. Bajo el edificio hay una cripta en la que reposan los restos de algunos arzobispos de México. Junto a la catedral se encuentra el sagrario, en cuyo interior se ubica el baptisterio. 

Historia
Antecedente: La Iglesia mayor
Luego de la conquista española del imperio azteca, y tras el regreso de Hernán Cortés de la exploración de la actual Honduras, los conquistadores decidieron construir una iglesia en el lugar en el que se encontraba el Templo Mayor de la ciudad azteca de Tenochtitlán para, de este modo, consolidar el poder español sobre el territorio recién conquistado. Hay constancia de la existencia de un gran templo mayor dedicado al dios Quetzalcóatl, un templo dedicado al dios Huitzilopochtli​ y otras edificaciones menores. El arquitecto Martín de Sepúlveda fue el primer director del proyecto entre 1524 y 1532, mientras que Juan de Zumárraga fue el primer obispo de la sede episcopal en el Nuevo Mundo. La catedral de Zumárraga se encontraba en la parte noreste de lo la que es la actual catedral. Tenía tres naves separadas por columnas toscanas, el techo central presentaba intrincados grabados realizados por Juan Salcedo Espinosa y dorado por Francisco de Zumaya y Andrés de la Concha. La puerta principal era probablemente de estilo renacentista. El coro tenía 48 sitiales realizados a mano por Adrián Suster y Juan Montaño en madera de ayacahuite. Para la construcción, utilizaron las piedras del destruido templo del dios Huitzilopochtli, dios de la guerra y deidad principal de los aztecas. A pesar de todo, este templo pronto fue considerado insuficiente para la creciente importancia de la capital del virreinato de Nueva España. Esta primera iglesia fue elevada a catedral por el rey Carlos I de España y el papa Clemente VII según la bula del 9 de septiembre de 1534​ y, posteriormente, nombrada metropolitana por Paulo III en 1547. ​
Esta iglesia pequeña, pobre, vilipendiada por todos los cronistas que la juzgaban indigna de una tan grande y famosa ciudad, prestó bien que mal sus servicios durante largos años. Bien pronto se ordenó que se levantase un nuevo templo, de proporcionada suntuosidad a la grandeza de la Colonia más, más esta nueva fábrica tropezó con tantos obstáculos para su comienzo, con tantas dificultades para su prosecución, que el templo viejo vio pasar en sus naves estrechas suntuosas ceremonias del virreinato; y solo cuando el hecho que las motivaba revestía gran importancia, preferíase otra iglesia, como la de San Francisco, para levantar en su enorme capilla de San José de los Indios el túmulo para las honras fúnebres de Carlos V.
Viendo que la conclusión de la iglesia nueva iba para largo, ya comenzaba su fábrica, el año de 1584 se decidió reparar totalmente la catedral vieja, que sin duda estaría poco menos que ruinosa, para celebrar en ella el tercer Concilio Mexicano.
La iglesia tenía de largo poco más que el frente de la catedral nueva; sus tres naves no alcanzaban 30 metros de ancho y estaban techadas, la central con una armadura de media tijera, las de los lados con vigas horizontales. Además de la puerta del Perdón había otra llamada de los Canónigos, y quizás una tercera quedaba a la placeta del marqués. ​ Años más tarde, la catedral quedó pequeña para su función. En 1544, las autoridades eclesiásticas ya habían ordenaron la construcción de una catedral nueva y más suntuosa.

Inicio de la obra
Casi todas las catedrales americanas de esta primera época renacentista siguen el modelo de la de Jaén, cuya primera piedra se colocó en 1540. De planta rectangular y, a lo sumo con la capilla mayor ochavada, son las catedrales de México, Puebla,... (...) Se inspiró principalmente en la catedral de Jaén de 1540, de planta rectangular y cabecera plana, aunque es probable que también se dejara seducir por el modelo herreriano de Valladolid, la relación de la catedral vallisoletana, proyectada en 1580, con las catedrales americanas no se ha tenido en cuenta suficientemente.
Extraído de El Arte Hispanoamericano (1988). 

En 1552, se llegó a un acuerdo por el cual el coste de la nueva catedral sería compartido por la corona española, los comendadores y los indios bajo la autoridad directa del arzobispo de la Nueva España. ​ Los planes iniciales para la fundación de la nueva catedral comenzaron en 1562, dentro del proyecto para la edificación de la obra, el entonces arzobispo Alonso de Montúfar habría propuesto una monumental construcción compuesta de siete naves y basada en el diseño de la Catedral de Sevilla; un proyecto que a palabras del propio Montúfar llevaría 10 o 12 años. El peso de una obra de tales dimensiones en un subsuelo de origen pantanoso requeriría de una cimentación especial. Inicialmente se colocaron vigas cruzadas para construir una plataforma, algo que requería altos costos y un constante drenado, al final dicho proyecto se abandonaría no solo por el mencionado coste, sino por las inundaciones sufridas por el centro de la ciudad. Es entonces que apoyados en técnicas indígenas se inyectan sólidos pilotes de madera a gran profundidad, alrededor de veinte mil de estos pilotes en un área de seis mil metros cuadrados. El proyecto es disminuido de las siete originales naves a solo cinco: una central, dos procesionales y dos laterales para las 16 capillas. La construcción comenzó con los diseños y modelos creados por Claudio de Arciniega y Juan Miguel de Agüero, inspirados en las catedrales españolas de Jaén y Valladolid.
En 1571, con algo de retraso, el virrey Martín Enríquez de Almansa y el arzobispo Pedro Moya de Contreras colocaron la primera piedra del actual templo. La catedral comenzó a construirse en 1573 en torno a la iglesia existente que fue derribada cuando las obras avanzaron lo suficiente para albergar las funciones básicas del templo. ​
La obra comenzó con una orientación norte-sur, contraria a la de la mayoría de las catedrales, esto debido a las aguadas del subsuelo que afectarían el inmueble con una orientación tradicional oriente-poniente. Primero se edificaron la sala capitular y la sacristía; la construcción de las bóvedas y las naves tomó cien años. 

Desarrollo de la construcción
El inicio de las obras se encontró con un terreno fangoso e inestable que complicó los trabajos, debido a ello, el tezontle y la piedra de chiluca fueron favorecidos como materiales de construcción en varias áreas, sobre la cantera, al ser estos más livianos. En 1581, se comenzaron a levantar los muros y en 1585 se iniciaron los trabajos en la primera capilla, en esos momentos los nombres de los canteros que trabajaban en la obra eran: en las capillas las labraba Juan Arteaga y los encasamentos Hernán García de Villaverde, que además trabajaba en los pilares torales cuyas medias muestras esculpía Martín Casillas. En 1615 los muros alcanzaron la mitad de su altura total. Las obras del interior comenzaron en 1623 por la sacristía, derribándose a su conclusión la primitiva iglesia. El 21 de septiembre de 1629, las obras fueron interrumpidas por la inundación que sufrió la ciudad, en las que el agua alcanzó los dos metros de altura, causando daños en lo que actualmente es la plaza de la Constitución y otras partes de la ciudad. A causa de los daños, se inició un proyecto para construir la nueva catedral en las colinas de Tacubaya, al oeste de la ciudad pero la idea fue descartada y el proyecto continuó en la misma ubicación, bajo la dirección de Juan Gómez de Trasmonte. ​
El arzobispo Marcos Ramírez de Prado y Ovando realizó la segunda dedicación el 22 de diciembre de 1667, año en que se cerró la última bóveda. A la fecha de consagración, (careciendo, en ese momento, de campanarios, fachada principal y otros elementos construidos en el siglo XVIII), el coste de lo construido era equivalente a 1 759 000 pesos. Dicho coste fue cubierto en buena parte por los reyes de España Felipe II, Felipe III, Felipe IV y Carlos II. ​ Anexos al núcleo central del edificio se agregarían con el paso de los años el Colegio Seminario, la Capilla de las ánimas, y los edificios del Sagrario y de la Curia.
En 1675 fue concluida la parte central de la fachada principal, obra del arquitecto Cristóbal de Medina Vargas, que incluía la figura de la Asunción de María, advocación a la que está dedicada la catedral, y las esculturas de Santiago el mayor y San Andrés custodiando. Durante lo que resta del siglo XVII se construye el primer cuerpo de la torre del oriente, obra de los arquitectos Juan Lozano y Juan Serrano. La portada principal del edificio y las del lado del oriente fueron construidas en 1688 y la del poniente en 1689. Se concluyeron los seis contrafuertes que sostienen la estructura por el lado de su fachada principal y los botareles que apoyan las bóvedas de la nave mayor. ​
Durante el siglo XVIII poco se hizo para adelantar en el término de la construcción de la Catedral; en gran medida porque, ya concluida en su interior y útil para todas las ceremonias que se ofrecían, no se presentaba la necesidad urgente de continuar trabajando en lo que faltaba.
Aunque la obra hubiese sido suspendida de hecho, algunas obras al interior continuaron; hacia 1737 era maestro mayor Domingo de Arrieta. El hizo, en compañía de José Eduardo de Herrera, maestro de arquitectura, las tribunas que rodean el coro. En 1742 Manuel de Álvarez, maestro de arquitectura, dictaminó con el mismo Herrera acerca del proyecto de presbiterio que presentó Jerónimo de Balbás.
En 1752, el 17 de septiembre, se colocó en la coronilla del cimborrio de esta Iglesia una cruz de fierro, de más de tres varas, con su veleta, grabada en uno y otro lado la oración del Sanctus Deus, y en medio de ella un óvalo de a cuarta, en que se puso por un lado una cera de Agnus con su vidriera y en el otro lado una lámina en que se esculpió a Señora Santa Prisca, abogada de los rayos. La espiga de dicha cruz es de dos varas y todo su peso de catorce arrobas; se clavó en una peana de cantería. ​
En 1787, el arquitecto José Damián Ortiz de Castro fue designado, tras un concurso en el que se impuso a los proyectos de José Joaquín de Torres e Isidro Vicente de Balbás, a dirigir las obras de construcción de los campanarios, la fachada principal y la cúpula. Para la edificación de las torres, el arquitecto mexicano Ortiz de Castro diseño un proyecto para hacerlas eficaces ante los sismos; un segundo cuerpo que parece calado y un remate en forma de campana. Su dirección en el proyecto continuó hasta su fallecimiento en 1793. Momento en el que fue sustituido por Manuel Tolsá, arquitecto y escultor impulsor del Neoclásico, quien llegó al país en 1791. Tolsa se encarga de concluir la obra de la catedral. Reconstruye la cúpula que resultaba baja y desproporcionada, diseña un proyecto que consiste en abrir un anillo mayor sobre el que edifica una plataforma circular, para levantar desde ahí una linternilla mucho más alta. Integra los flameros, las estatuas y las balaustradas. Corona la fachada con figuras que simbolizan las tres virtudes teologales (Fe, esperanza y caridad). 

La catedral en el México independiente
Concluida la independencia de México, la catedral no tardó en ser escenario de capítulos importantes de la historia del nuevo país. Al ser el principal centro religioso y sede del poder eclesiástico fue parte de distintos acontecimientos que involucraba la vida pública del México independiente.
El 21 de julio de 1822 se realizó la ceremonia de coronación de Agustín de Iturbide como emperador de México. Desde temprano sonaron las salvas de veinticuatro cañones, se adornaron balcones y las fachadas de los edificios públicos fueron engalanadas, así como atrios y portales de iglesias. En la catedral se colocaron dos tronos, el principal junto al presbítero y el menor cerca del coro. ​ Poco antes de las nueve de la mañana, los miembros del Congreso y del Ayuntamiento ocuparon sus lugares destinados. Tropas de caballería e infantería hicieron valla al futuro emperador y a su séquito. Tres obispos oficiaron la misa. El presidente del Congreso, Rafael Mangino, fue el encargado de colocar la corona a Agustín I, acto seguido el propio emperador ciñó la corona a la emperatriz. Otras insignias les fueron impuestas a los recién coronados por los generales y damas de honor, el obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo exclamó ¡Vivat Imperator in aeternum!, «¡vivan el emperador y la emperatriz!». ​ Terminada la ceremonia, el tañido de las campanas y el estrépito de los cañones comunicaron al pueblo que la coronación se había consumado. ​
En 1825 las cabezas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez rescatadas y resguardadas tras haber permanecido colgadas frente a la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato, fueron trasladadas desde la Parroquia de Santo Domingo hasta la Catedral Metropolitana en una procesión solemne. La marcha de los cráneos resguardados en una urna cubierta con terciopelo negro fue acompañada por el repicar de las campanas, las voces del Coro del Cabildo y las cofradías que en aquel entonces eran las responsables de las capillas de la Catedral. Meses antes, esos mismos cráneos pendían frente a la Alhóndiga y ahora el arzobispo Pedro José de Fonte y Hernández Miravete daba autorización de que la Puerta Jubilar del recinto fuese abierta de par en par para recibir a los ya llamados ‘héroes’ de la Independencia.
También se recibieron los restos de José María Morelos, Francisco Javier Mina, Mariano Matamoros y Hermenegildo Galeana. Los restos fueron colocados en la Cripta de los Arzobispos y Virreyes y en aquel entonces se escribió: “A los honorables restos de los magnánimos e impertérritos caudillos, padres de la libertad mexicana, y víctimas de la perfidia y el nepotismo, la patria llorosa y agradecida erigió este público monumento”.
Coronación de Iturbide el 21 de julio de 1822
 

Sin embargo, allí no permanecieron mucho tiempo; hacia 1885, por órdenes del entonces presidente Porfirio Díaz Mori, los restos fueron sacados de la Catedral y luego, de nueva cuenta, fueron llevados en procesión hacia el recinto catedralicio, pero esta vez, la procesión estaba encabezada por el presidente de la República, los Ministros y Secretarios de Ayuntamiento, autoridades civiles, organizaciones populares, banderas mexicanas y estandartes laicos que reflejaban el carácter de la época. De nueva cuenta, la Puerta Jubilar vio desfilar a los héroes de la Patria, aunque esta vez sin Morelos.
Entonces fueron colocados en la Capilla de San José, y allí estuvieron cerca de cuarenta años hasta que en 1925 salieron de la Catedral para ser colocados en la base de la Columna del Ángel de la Independencia sobre Paseo de la Reforma. El gobierno mexicano no se llevó el cuerpo, sin embargo, de Agustín de Iturbide, que permanece en la Capilla de San Felipe de Jesús. ​
Siendo Arzobispo de México José Lázaro de la Garza y Ballesteros, se pronunció en contra de las Leyes de Reforma contenidas en la Constitución de 1857. En marzo de 1857, declaró durante un sermón, que las nuevas leyes eran "hostiles a la Iglesia". El 17 de abril, envió una circular a todos los sacerdotes de su diócesis "previniendo que no se absolviera sin previa retractación pública a los fieles que hubiesen jurado la constitución". Su postura fue escuchada por muchos empleados que se negaron a jurar la Carta Magna, quienes fueron destituidos de sus puestos por el gobierno mexicano. En diferentes partes del país, se realizaron diferentes pronunciamientos y levantamientos armados bajo el grito de "Religión y fueros".​
En consecuencia, la sociedad mexicana quedó dividida en dos facciones. Los liberales que apoyaron las reformas a la Constitución y los conservadores que la detractaban apoyando al clero. Estalló la Guerra de Reforma en el territorio mexicano, estableciéndose dos gobiernos. Por una parte el Constitucional a cargo de Benito Juárez y el promulgado por una Junta del Partido Conservador bajo el mando de Félix María Zuloaga. El 23 de enero de 1858 el gobierno conservador quedó formalmente establecido, el gobierno de liberal tuvo que escapar de la capital. El Arzobispo ofició una misa en la Catedral y para celebrar el acontecimiento se cantó el Te Deum. El 12 de febrero De la Garza envió una carta al presidente interino Zuloaga para congratular a su gobierno de forma oficial y brindarle su apoyo. ​
Durante buena parte de los siglos XIX y XX, una serie de diversos factores influyeron para una parcial perdida de su patrimonio artístico; al natural deterioro del tiempo se le sumaron, los cambios generacionales en el gusto, los incendios, los robos, pero también la falta de un marco normativo y de una conciencia para la conservación del inmueble y sus propiedades, esto claro, tanto por las autoridades eclesiásticas como las gubernamentales. De esta manera ambos entes hicieron uso de los tesoros artísticos para solventar las consecuencias de la inestabilidad política y económica del país. Por ejemplo las lámparas y atriles de plata, así como los vasos de oro y otras joyas se fundieron para financiar las guerras de mediados del siglo XIX. El cambio en la moda artística también influyo cuando el altar mayor del siglo XVII fue sustituido con un ciprés barroco en el siglo XVIII hecho por Jerónimo de Balbás; mismo que fue sustituido por el de Lorenzo de la Hidalga de estilo neoclásico y retirado para mejorar la visibilidad del Altar de los Reyes en 1943.
El 12 de junio de 1864 fue parte de la fastuosa recepción en la Ciudad de México de los emperadores Maximiliano de Habsburgo y Carlota Amalia, quienes asistieron a una misa de acción de gracias ese día en el inmueble. ​
Como parte de la serie de eventos que derivaron en el desencadenamiento de la Guerra Cristera, el 4 de febrero de 1926, en el periódico El Universal se publicó una protesta que había declarado el arzobispo José Mora y del Río nueve años antes en contra de la nueva Constitución, pero la nota se presentó como una noticia nueva, ​ es decir, como si se tratase de una declaración reciente. ​ Por órdenes del presidente Calles —quien consideró la declaración como un reto al Gobierno— Mora y del Río fue consignado ante la Procuraduría General de Justicia y detenido; se clausuraron varios templos, entre ellos la misma Catedral y se expulsó a los sacerdotes extranjeros. El artículo 130 constitucional fue reglamentado como la Ley de Cultos (mejor conocida como Ley Calles), se cerraron las escuelas religiosas y se limitó el número de sacerdotes para que solo uno oficiara por cada seis mil habitantes. El 21 de junio de 1929, durante la presidencia de Emilio Portes Gil, la Iglesia y el Gobierno firmaron los arreglos que pusieron fin a las hostilidades en el territorio mexicano, con lo cual quedó reabierto el recinto.
El 26 de enero de 1979 recibió por primera vez en la historia la visita un sumo pontífice de la iglesia católica, el Papa Juan Pablo II, quien en medio de un acto multitudinario, ofreció una histórica misa en la que habría de pronunciar una de sus célebres frases: ¡México siempre fiel! ​ Sería hasta el 13 de febrero de 2016 que habría de sucederse una nueva visita por parte de un máximo líder católico, cuando el Papa Francisco acudió a una reunión con todos los obispos de las diócesis de México. ​
La noche del 15 de septiembre de 2010 fue uno de los escenarios protagónicos de los festejos del bicentenario de la independencia; un espectáculo multimedia de imágenes y sonido proyectado sobre su fachada principal, acompañada de fuegos artificiales, fue el cierre de los eventos principales en el Zócalo capitalino. 

Incendio de 1967
El 17 de enero de 1967, un cortocircuito generó un importante incendio en la catedral. En el altar del perdón, se perdió parte de la estructura y decoración, así como las pinturas La Santa Faz de Alonso López de Herrera, El Martirio de San Sebastián de Francisco de Zumaya y La Virgen del Perdón de Simon Pereyns. En el coro se perdieron 75 de sus 99 asientos, una pintura de Juan Correa y muchos libros que se encontraban en el mismo. Los dos órganos de la catedral fueron muy dañados al fundirse parcialmente sus tubos. En otras partes de la catedral se dañaron destacadas pinturas de Rafael Ximeno y Planes, Juan Correa y Juan Rodríguez Juárez. Cuatro años después del incendio, en 1972, se iniciaron las obras de restauración de la catedral, para devolverle su aspecto original. ​
Los altares del perdón y de los reyes fueron limpiados y restaurados. En el Altar del Perdón, se añadieron varias pinturas que sustituyeron a las quemadas, La huida de Egipto, El Divino Rostro y El martirio de San Sebastián, todas obras de Pereyns. Además, se encontraron 51 pinturas, obras de Nicolás y Juan Rodríguez Juárez, Miguel Cabrera y José de Ibarra, ocultas tras el altar. Los órganos fueron desmantelados y enviados a los Países Bajos donde fueron reparados en un proceso que se prolongó hasta 1977. En el interior de uno de los órganos se encontró una copia de 1529 del nombramiento de Hernán Cortés como gobernador de Nueva España. El coro fue reconstruido en 1979. En el exterior, algunas de las estatuas fueron reparadas o sustituidas por réplicas debido a los daños que presentaban por la contaminación. En la pared del arco central de la catedral fue encontrado el sepulcro del presidente Miguel Barragán.
La Virgen del Perdón, obra de Pereyns destruida en el incendio.​
 

Restauración
La construcción de la catedral en suelo inestable conllevó problemas desde el inicio de las obras. La catedral, junto con el resto de la ciudad, se hunde en el lecho del lago desde el inicio de su construcción. Este proceso se aceleró a raíz de la sobreexplotación de los acuíferos subterráneos por parte de la enorme población que habita en el lugar. Este hecho provocaba el hundimiento a ritmos diferentes en distintas secciones de la catedral, así, los campanarios, presentaban una peligrosa inclinación en la década de 1970. En 1990, dieron comienzo unos trabajos para la estabilización de la catedral, aunque se encontraba construida sobre una base sólida, ​ esta se localizaba a su vez sobre un suelo de arcilla blanda que era una amenaza para su integridad estructural, puesto que se sufría un hundimiento sobre las capas freáticas inferiores, produciendo un daño de la estructura. Por ello, la catedral fue incluida en la World Monuments Fund como uno de los cien sitios en mayor riesgo. Tras la estabilización y conclusión de los trabajos, la catedral fue eliminada de dicha lista en 2000. ​Entre 1993 y 1998 se realizaron trabajos que ayudaron a la estabilización del edificio. Bajo la catedral se excavaron pozos y se colocaron ejes de hormigón que propiciaron una base más sólida al edificio. Con ello no se detuvo el hundimiento pero sí asegura que sea uniforme. Además, se corrigió la inclinación de las torres. ​
A la par del rescate estructural del edificio, también se iniciaron trabajos de remodelación, acondicionamiento y rescate del interior del conjunto arquitectónico, sobresaliendo la del Altar de los Reyes, que se realizó en colaboración con el gobierno de España. ​ 

Características
Exterior
Portadas
La fachada principal de la catedral presenta orientación sur. En ella se abren tres puertas, siendo la central de mayor tamaño que las laterales. La puerta central está flanqueada por unas parejas de columnas separadas por hornacinas en las que se encuentran las esculturas de san Pedro y san Pablo. Sobre la puerta se encuentra un altorrelieve en mármol de la Asunción de la Virgen María, inspirado en una obra del pintor flamenco Peter Paul Rubens, al igual que el resto de relieves de las fachadas; flanqueada igualmente por parejas de columnas, estás tritóstilas, en cuyas hornacinas se encuentran las esculturas de san Andrés y San Mateo. Por encima, se encuentra el escudo de México, con el águila con las alas extendidas. El conjunto lo culmina la torre del reloj, sobre el cual se encuentran las esculturas que representan la Fe, la Esperanza y la Caridad, obras del escultor Manuel Tolsá. ​La escultura de la Esperanza cayó durante el terremoto del 19 de septiembre de 2017. ​
La fachada oeste fue construida en 1688 y reconstruida en 1804. Presenta una portada dividida en tres secciones con imágenes de los cuatro evangelistas. Presenta un gran relieve que representa a Jesús entregando las llaves del cielo a san Pedro. Por su parte, la portada este es similar a la anterior, con cuatro apóstoles ocupando las hornacinas, con san Pedro a la cabeza, y un relieve de la nave de la Iglesia navegando por los mares de la eternidad. La fachada norte fue construida en el siglo XVI en estilo herreriano, es la parte más antigua de la catedral y la de menor altura.
Tres relieves en mármol blanco. El central representa la Asunción de la Virgen María. El que se tiene del lado izquierdo muestra la entrega de las llaves del Cielo a San Pedro; el que se tiene a mano derecha, la Barca de la Iglesia. Sobre el reloj se encuentran tres figuras representativas de las virtudes teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad. La Fe sostiene una cruz, la Esperanza un ancla y la Caridad sujeta a dos niños. El reloj y las esculturas se deben a Tolsá, así como las balaustradas y florones que coronan todo el conjunto. ​ 

Campanarios
Las torres fueron construidas entre 1787 y 1791, a pesar de que entre 1642 y 1672 se construyó la base y primer cuerpo de la torre oriental. Las obras estuvieron a cargo del arquitecto José Damián Ortiz de Castro. Las torres de la catedral presentan una altura de entre 64 y 67 metros cuyo acceso interior se realiza mediante unas escaleras elipsoidales construidas en madera. El remate de las torres presenta forma de campana, construida con roca tezontle procedente de Chiluca. Ambas torres, están coronadas por una cruz de metal sobre una esfera también de metal. La esfera de la torre oriental fue utilizada como cápsula del tiempo, en 2007, durante los trabajos restauración de la catedral, fue abierta y se descubrió en su interior una caja de plomo con medallas religiosas, monedas de la época, un relicario, una cruz de palma, diversas imágenes de santos y oraciones y testimonios autorizados por el cabildo de la catedralicio. Bajo la esfera, en la parte más alta de la torre, se encontró la inscripción «14 de mayo de 1791. Tibursio Cano» tallada en la piedra. ​ La cruz de la torre oriente cayó durante el terremoto del 19 de septiembre de 2017.
Cada torre tiene ocho esculturas representativas de santos protectores de la ciudad, siendo cuatro de doctores de la Iglesia occidental y las otras cuatro de doctores de la Iglesia en España. Las esculturas de la torre occidental son obra de José Zacarías Cora y representan a Gregorio Magno, Agustín de Hipona, Leandro de Sevilla, Fulgencio de Cartagena, san Francisco Javier y a santa Bárbara. Por su parte, las de la torre oriental fueron esculpidas por Santiago Cristóbal de Sandoval y representan a san Ambrosio, san Jerónimo, santa Rosa de Lima, santa María, san Felipe de Jesús, san Hipólito y san Isidro Labrador.
Las dos torres cuentan con espacio para albergar 56 campanas, aunque, a día de hoy existen 35, ubicándose 23 en la torre oriental, 11 en la occidental, y una más fuera de las dos torres que se ubica bajo un nicho cerca del coro. La campana de mayor tamaño de todas tiene el nombre de «Santa María de Guadalupe», fue fundida por Salvador de la Vega en 1791 y colocada en 1793, pesa alrededor de trece toneladas. La campana más antigua se fundió en 1578, y es conocida como «Santa María de la Asunción» o «Doña María», tiene un peso aproximado de 7 toneladas y fue colocada en 1653, al igual que «La Ronca», conocida así por su tono grave. La más moderna es del año 2002, fue colocada con motivo de la canonización de Juan Diego Cuauhtlatoatzin y fue bendecida por el papa Juan Pablo II.
Las campanas de la catedral han repicado en momentos importantes en la historia de México, así, convocaron al pueblo al recate de El Parián en 1682, repicaron en la coronación del emperador Agustín de Iturbide y en su fallecimiento y entierro, convocaron al pueblo a las defensa de la ciudad ante la invasión estadounidense el 14 de septiembre de 1847 y marcaron el inicio de las festividades del centenario de la Independencia nacional el 15 de septiembre de 1910 y el inicio de las festividades del Bicentenario de la Independencia Nacional el 15 de septiembre de 2010. Repican en su totalidad todos los años en la fiesta de Corpus Chisti, en la noche del 15 de septiembre, en la noche de Navidad, en la misa de Año Nuevo y en la misa de Pascua de resurrección. Actualmente ya no se utilizan con frecuencia, debido a que las torres están siendo reparadas por los daños que sufrieron durante el sismo del 19 de septiembre de 2017. 

Cúpula
Se terminó con adaptaciones al proyecto de Ortiz de Castro. En el interior también se representó la Asunción de la Virgen (Rafael Ximeno y Planes, 1810). La cúpula que existe hoy en día, es obra de Manuel Tolsá, y de tambor octogonal, levantada al centro del crucero, sobre cuatro columnas y rematada por una linternilla. Las actuales ventanas son de Matías Goeritz. En el incendio de 1967, ocasionado por un corto circuito en el Altar del Perdón la pintura de la Asunción se consumió. 

Interior
El 
retablo de los Reyes o altar de los Reyes, es un retablo de gran valor artístico y estético, que se ubica en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México.
Indistintamente se le identifica como altar o retablo debido a que, como el resto de los demás existentes en el majestuoso templo, estaba destinado a servir para el culto oficiándose misas en él. Su autor fue Jerónimo de Balbás y su construcción transcurrió de 1718 a 1725.
Se ubica en el ábside, al fondo de la catedral, espacio denominado como Capilla de los Reyes, aunque no posee reja alguna que delimite y cierre dicho espacio a la manera de una capilla como todo el resto.
Tal es la calidad, riqueza y grandeza de esta obra, que se considera una de las más bellas obras de arte creadas bajo el estilo barroco churrigueresco en todo el continente Americano.
Se puede considerar un monumento dentro de otro monumento que es la misma Catedral Metropolitana, debido a que es la obra cumbre del estilo artístico en el que fue concebido, el barroco churrigueresco o barroco estípite, también denominado "barroco mexicano", estilo arquitectónico originado y desarrollado plenamente en la Nueva España, donde alcanzó su máximo auge en su empleo en la decoración y ornamentación de edificios civiles y religiosos.
Durante el virreinato, se tenía la costumbre de dedicar la capilla mayor de cualquier catedral española al rey gobernante, adjudicándosele la mayor importancia y riqueza artística. La catedral de la capital novohispana no fue la excepción, y por esa razón se encargó y llevó a cabo su construcción, a cargo de uno de los más reconocidos artistas de la época.
Es obra maestra del escultor español Jerónimo de Balbás, autor también del Altar del Perdón de esta misma catedral, y del Altar Mayor de la parroquia del Sagrario en la Catedral de Sevilla, España. Está hecho de madera de cedro blanco tallada, y revestido de lámina u hoja de oro, lo cual le otorga mayor majestuosidad. Su construcción transcurrió de 1718 a 1725, pero hasta 1736 comenzó el proceso de dorado, a cargo del maestro dorador Francisco Martínez​.
el retablo fue estrenado en 1737. Como dato curioso con respecto a este retablo, desde el año 1824 hasta 1925, fue allí donde reposaron los restos de algunos próceres de la Independencia de México tales como Don Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, Juan Aldama, entre otros; hasta el año en que fueron trasladados a la Columna de la Independencia.
Este magnífico retablo, mide 25 metros de altura, 13 metros de ancho y 7 metros de profundidad, por lo cual preside la nave principal del templo por ubicarse detrás del presbiterio. Es de tres cuerpos verticales o calles formados por altas pilastras estípites, entre las cuales quedan comprendidas esculturas policromadas de reyes y reinas canonizados en medio de una profusión de detalles como querubin, guirnaldas, ramilletes y follajes.
En el eje principal, resaltan dos lienzos de Juan Rodríguez Juárez con los temas de La Adoración de los Reyes y La Asunción de la Virgen María. En la parte superior se hallan ángeles portando los atributos de la virgen como la Fuente Sellada, la Casa de Oro, el Pozo de Agua Viva y la Torre de David, mientras que en la cumbre remata una efigie de El Padre Eterno sosteniendo al mundo.
En la composición es una talla formada por tres calles verticales, dos laterales y una al centro, adornada con los cuadros La Asunción de la Virgen, y La Adoración de los Reyes, del pintor Juan Rodríguez Juárez. Este último, es el que da nombre al altar, además de una serie de esculturas de bulto de reyes y reinas canonizados, que posan a lo largo y ancho del altar.
La efigies de reyes y reinas canonizados colocadas en este retablo son las de Santa Margarita de Escocia, Santa Elena, Santa Isabel de Hungría, Santa Isabel de Portugal, Santa Cunegunda y Santa Edita; y las de San Hermenegildo, San Eduardo, San Casimiro, San Luis rey y San Fernando rey.
Debido al estado de deterioro ocasionado por el paso del tiempo, se emprendió la restauración de este conjunto. Había sido dañado debido a un incendio ocurrido en 1967, que consumió el Altar del Perdón y destruyó las pinturas de la cúpula y alcanzó el Retablo de los Reyes. Actualmente en el resto del templo se llevan a cabo obras de restauración para conservar la integridad del inmueble religioso más importante del continente.
Altar de los Reyes (detalle), Catedral Metropolitana de la Ciudad de México.

 Coro
La sillería del coro está fabricada en una excelente talla de tapincerán. Tiene dos niveles de sitiales: el alto para canónigos y el bajo para seises y sochantres. En la parte superior presenta 59 relieves de obispos y santos realizados en caoba, nogal, cedro y tepehuaje. La sillería del coro fue realizada por Juan de Rojas entre 1696 y 1697. También fue dañada en el incendio de 1967.
En el centro del coro, entre la reja y la sillería, está un facistol de caoba, adornado con figuras de marfil, una de las cuales, es un crucifijo que corona toda la obra. Se usa para sostener los libros de canto, y está conformado por tres cuerpos.
La portada del coro y la crujía fueron realizadas según el diseño del pintor Nicolás Rodríguez Juárez bajo la supervisión del sangley Quiauló. La reja del coro fue realizada en 1722 Sangley Queaulo. La construyó en Macao, China, utilizando tumbaga y calain. Fue estrenada en 1730 sustituyendo a una anterior de madera.

Órganos
La catedral ha tenido varios órganos en su historia. ​ La primera vez que consta de su existencia es un informe por escrito al rey de España en 1530, aunque no aparecen detalles del mismo. En 1655, Diego de Sebaldos construyó un órgano. El primer gran órgano lo construyó Jorge de Sesma en Madrid en 1690 y fue instalado en la catedral por Tiburcio Sanz en 1695. ​ Los dos órganos actuales de la catedral fueron construidos en México por el español José Nassarre entre 1734 y 1736. En el órgano de la Epístola, Nassarre reutilizó elementos del órgano de Jorge de Sesma.​En el incendio de 1967 sufrieron importantes daños, por lo que fueron restaurados en 1978 y posteriormente restaurados entre 2008 y 2014 por Gerhard Grenzing. ​
Órgano español.
 

Altar del Perdón
Se ubica en el trascoro, en la parte delantera de la nave central. El retablo fue realizado por el arquitecto español Jerónimo de Balbás en 1735, siendo una de sus obras más importantes. Es barroco, acabado en pan de oro, representa el primer uso del estípite en las Américas, en el cual, las columnas representan el cuerpo humano. A principios de 1967 hubo un incendio en la catedral que dañó el altar. Gracias a la restauración practicada, se puede admirar el día de hoy una gran obra de arte virreinal. ​
Se llama así porque se encuentra detrás de la puerta del mismo nombre. Aunque hay otras dos leyendas sobre el origen del nombre, la primera establece que los condenados por la Inquisición eran llevados al altar para pedir perdón antes de su ejecución. La segunda, se refiere al pintor Simon Pereyns, autor de muchas obras en la catedral, que al parecer fue acusado de blasfemia y condenado a prisión, mientras estaba en la cárcel, pintó una bella imagen de la Virgen María, por lo que su crimen fue perdonado. ​
En este altar se encuentra la imagen de Jesucristo crucificado realizada en pasta de caña de maíz conocida como el Señor del Veneno. ​ La imagen data del siglo XVIII y originalmente se encontraba en la capilla del Seminario de Porta Coeli de la Ciudad de México, pero tras ser clausurada al culto público en 1935, fue trasladada a la Catedral Metropolitana. Su fiesta se celebra el 19 de octubre. ​

Capillas
Capilla de Nuestra Señora de las Angustias de Granada (nº 22 en el plano)
La capilla sirve de asiento a la torre más antigua del templo, fue techada entre los años 1624 y 1627, y se utilizó originalmente como sacristía. La capilla presenta un estilo medieval, con la bóveda acanalada y dos retablos simples. En su retablo lateral derecho cuenta con una pintura ovalada del siglo XVI, obra del pintor flamenco Martín de Vos, San Rafael, arcángel y el joven Tobías. En la parte superior de este retablo se encuentra una pintura de la Virgen del Carmen y por encima de esta otra pintura de la Última cena. El retablo frontal que preside la capilla, es de estilo churrigueresco, y está presidido por una pintura de la Virgen de las Angustias de Granada.
En el siglo XIX se perdió el banco original del retablo lateral por lo que en 1964 le fue colocado otro elaborado por Miguel Ángel Soto, por encargo de la Comisión Diocesana de Orden y Decoro. El retablo principal fue mutilado en el siglo XX. Una escultura que albergaba de san Felipe de Jesús se encuentra ahora en Tepotzotlán y un lienzo de san Nicolás de Bari se integró a la colección pictórica que se ubicó en el sagrario y que fue posteriormente desmantelada.

Capilla de San Isidro
Conocida también como capilla del Santo Cristo Negro, El Señor del Veneno. También terminada entre 1624 y 1627, comunica internamente a la Catedral con el Sagrario, debido a que el Cabildo decidió abrir un acceso que la convirtió en “simple pasadizo”. Cuenta con una portada barroca en cantera gris, obra de Lorenzo Rodríguez (de fines de 1767 y principios de 1768) que hoy día se encuentra gravemente fracturada, debido a una severa grieta que apareció en la nave procesional oriente y que partió a toda la capilla. El parentesco de esta portada “va más con los marcos de las ventanas que... con las portadas exteriores del edificio”, debido a la composición del coronamiento de los marcos. 

Capilla de la Inmaculada Concepción
Retablo principal de la capilla de la Inmaculada Concepción.

Terminada su bóveda durante el período constructivo de 1624-1648, contó originalmente en su testero con un “retablo reticulado, con soportes salomónicos datable en el último tercio del siglo XVII” dedicado a Santa Ana y con 6 tablas de Juan Sánchez Salmerón. Tan solo se conservan en la iglesia dos pinturas colocadas en la capilla de la Divina Providencia: la Anunciación a Santa Ana y Los desposorios de la Virgen. Las telas dedicadas a La Purísima con San Joaquín y Santa Ana, La aparición del Arcángel a San Joaquín y El nacimiento de la Virgen se localizan ahora en el Museo del Virreinato.
El 21 de julio de 1752 el canónigo Joaquín Zorrilla regaló a la capilla una importante lámpara de plata que fue fundida en 1847. El sacristán mayor, bachiller Ventura López, no se quedó atrás y también donó un “nicho de vidrios azogados, dentro del cual había dos ceras de Agnus y algunas reliquias; más un Santo Niño recostado en una cruz de madera, con dos chapetas de plata sobredorada”, además de esmeraldas y perlas finas. No se sabe el destino de estas piezas.
El arzobispo michoacano Labastida y Dávalos –quien decidió su nueva advocación- ordenó la primera remodelación de la capilla, colocando un altar neoclásico de alabastro proveniente de la Hacienda de los Negros en Guadalajara, y que fue compartido con la Capilla de San José. Finalmente reconstruido fue enviado al templo de la Asunción en la colonia Industrial, donde desapareció en 1985.
En pleno siglo XX la capilla obtuvo nuevamente un retablo barroco de la modalidad anástila (sin columnas), el del Altar de San José localizado primeramente en el muro oriente de la portada norte. Este altar contiene obras de Simón Pereyns, Baltasar de Echave Orio y José de Ibarra.
Desaparecieron de la capilla un medio punto del siglo XVII que representaba a Jesús en gloria y una pintura de la Asunción de la Virgen de José Ibarra, además de las esculturas representativas de Santa Ana, San Joaquín, San Antonio de Padua, San Lorenzo, San Nicolás Tolentino y dos santos niños. 

Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe
Fue techada en la tercera etapa de cerramiento del edificio, entre 1653 y 1660, y utilizada antes de la segunda consagración catedralicia, primero como bautisterio y después como sala de juntas de la archicofradía del Santísimo Sacramento y de la Caridad.
Contó con retablos del siglo XVII ensamblados entre 1670 y 1675, que fueron renovados en 1754 mediante un contrato entre la archicofradía y José Joaquín de Sáyago, incluyendo el retablo de Guadalupe y los costados dedicados a San Juan Bautista y lienzos de Cristo Nuestro Señor. En 1807 se decide intervenir nuevamente estos retablos en virtud de que “ya están muy antiguos, están notablemente deteriorados e indecentes por lo que no corresponde al decoro de la misma Santa Iglesia ni al esplendor de un cuerpo tan ilustre y distinguido como la Archicofradía”. La obra es realizada entre 1807 y 1809 (conforme al dictamen de la Real Academia de San Carlos), por José Martínez de los Ríos, con la colaboración, para diecisiete esculturas, de Clemente Terrazas.
Fueron trabajados tres altares: el central continuó dedicado a la Guadalupana, flanqueada por San Joaquín y Santa Ana; el izquierdo dedicado a San Juan Bautista, con sus padres San Zacarías y Santa Isabel; y el derecho que cambió de advocación en 1809, antes con lienzos de Cristo vinculado al Santísimo Sacramento y después dedicado a los jesuitas San Luis Gonzaga, San Estanislao Kostka y San Juan Francisco Regis. 

Capilla de Nuestra Señora de La Antigua
Está consagrada a la advocación mariana del mismo nombre, y en el retablo principal, neoclásico, obra de Juan de Rojas (1718), hay una copia de la imagen de la Virgen de la Antigua cuyo original se encuentra en la Catedral de Sevilla. Esta imagen de influencia bizantina era muy venerada por la población española de la ciudad de México durante el período colonial.
Bajo la imagen de la virgen hay una magnífica escultura sevillana del Niño Jesús, original de la primera mitad del siglo XVII y atribuida a Juan Martínez Montañés. Es conocida popularmente como El Santo Niño Cautivo, debido a que permaneció en Argel junto a Francisco Sandoval de Zapata, racionero de la catedral, quien fue hecho prisionero por piratas del norte de África en 1622, cuando llevaba la escultura hacia México. 

Capilla de San Pedro
La capilla de San Pedro custodia otros dos retablos. El primero y principal está dedicado a honrar la vida del santo apóstol y fue edificado hacia 1670. En él se observan ya los lineamientos del barroco temprano en los que aún se observan elementos manieristas como los relieves de lacería, las ménsulas y los pinjantes.
El retablo está formado por tres cuerpos, el último de los cuales se integra al espacio arquitectónico dejando al centro el vano de la ventana. El retablo se merece una mención especial por su decoración general en la que sobresalen los variados motivos vegetales e inanimados propios del barroco. En cuanto a las pinturas de este retablo, no se ha podido saber a ciencia cierta quiénes fueron los autores, se trata de obras cuyo tema es la vida de San Pedro, y en un pasaje se recuerda el martirio del apóstol que pidió ser crucificado de cabeza “por no ser digno de morir como su maestro”. 

Capilla del Santo Cristo y de las Reliquias
Se construyó entre 1610 y 1615 dedicada al Santo Cristo de los Conquistadores. También recibe el nombre de Capilla de reliquias por las reliquias insignes guardadas en los retablos barrocos. Según algunos historiadores la imagen de Cristo crucificado conocida como el "Santo Cristo de los Conquistadores" (S. XVI O XVII) fue un regalo de Carlos V, otros sostienen que se trata de una obra realizada en estas tierras, lo cierto es que ya en la primera catedral recibía gran veneración.
Las pinturas y esculturas escenifican momentos de la pasión de Cristo uniendo a este tema la pasión o tormento de los santos y santas mártires. La escultura del "Santo Entierro" es utilizado todos los años en la procesión del Viernes Santo. El retablo de la derecha tiene al centro una Virgen de Guadalupe, de José de Ibarra, ante la que se juró a Santa María de Guadalupe como la Patrona General y Universal de todos los reinos de la Nueva España el 4 de diciembre de 1746, y que conserva una reliquia del ayate de Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Las reliquias de esta capilla se exponen anualmente el día de todos los santos y el día de los fieles difuntos (1 y 2 de noviembre). De acuerdo a la tradición, en esta capilla se custodian reliquias de, entre otros, San Vicente de Zaragoza, San Vito, Santa Úrsula, San Gelasio, San Vital de Milán, así como una astilla de la Vera Cruz y una espina de la corona de Jesús.

Capilla de San Felipe de Jesús
Exhibición de los restos de Agustín de Iturbide en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, con motivo de los festejos del Bicentenario de la Independencia Mexicana 2010 en la capillas San Felipe de Jesús.
 

La Capilla de San Felipe de Jesús se terminó en la primera etapa constructiva de la Catedral, en 1615; su bóveda fue cerrada en piedra de cantera con nervaduras al estilo gótico, ya que es una de las techumbres más antiguas del templo. Aquí se encuentran los restos de Agustín de Iturbide. Asimismo, aquí se conserva el corazón de Anastasio Bustamante. En esta capilla se encuentra una escultura alusiva al primer santo mexicano: San Felipe de Jesús. Esta obra, a modo de ver de muchos críticos de arte, es la escultura estofada, tallada y policromada mejor elaborada de Iberoamérica.

Capilla de Nuestra Señora de los Dolores
Es de las más antiguas de la Catedral. Terminada hacia 1600 estuvo dedicada a la archicofradía del Santísimo Sacramento, que la decoró suntuosamente. Fue dedicada a la Virgen de los Dolores cuando se colocó en el altar central la escultura, obra de Clemente Terrazas. Esta imagen estuvo en la capilla de Palacio Nacional en la época de Maximiliano I de México. 

Capilla del Señor del Buen Despacho (nº 5 en el plano)
Señor del Buen Despacho.
 

Se estrenó el 8 de diciembre de 1648 estuvo dedicada al gremio de los plateros que colocaron en ella dos imágenes de plata maciza, una de la purísima concepción y otra de San Eligio o Eloy.
La decoración de toda la capilla es estilo neoclásico pertenece la primera mitad del siglo XIX. 

Capilla de Nuestra Señora de la Soledad (nº 4 en el plano)
La capilla dedicada a la Virgen de la Soledad fue abierta al culto en la segunda mitad del siglo XVII. Ella protege a los albañiles y obreros que participaron en la construcción de la catedral. El retablo principal está formado por dos cuerpos y un remate, en él se aprecian las columnas salomónicas de capitel corintio que separan las entrecalles. Es una virgen de la Soledad copia de una imagen española. El retablo puede ser ubicado en la década de 1670-1680 gracias a las pinturas con el tema de la Pasión de Cristo hechas por el pintor Pedro Ramírez.
 
Capilla de San José (nº 3 en el plano)
Su retablo principal es barroco, procedente de la antigua Iglesia de Nuestra Señora de Montserrat y tiene en el centro la imagen de San José con el Niño, rodeado de santos, entre los que destaca Santa Brígida de Suecia. El retablo lateral es una composición de pinturas barrocas, que consiste en El triunfo de la Fe, La transfiguración, La circuncisión y La asunción.
Hay un antiguo Ecce homo sedente, llamado popularmente el Señor del cacao. Es una escultura mexicana de caña de maíz procedente de la primera catedral, y muy venerada por los indígenas durante la colonia, quienes a falta de monedas depositaban como ofrenda semillas de cacao, que en época prehispánica se consideraban valiosas piezas de cambio. En la actualidad es común que los niños depositen ofrendas en forma de caramelos.
El Señor del Cacao.

Capilla de San Cosme y San Damián (nº 2 en el plano)
Entre los retablos que decoran el interior de la capilla, el principal está dedicado a honrar a los santos tutelares de la capilla. Consta de dos cuerpos, el remate y tres entrecalles. Es uno de los retablos catedralicios del siglo XVII en los que se puede afirmar que tiene un acento manierista y como prueba de ellos están las columnas clasicistas estriadas. El retablo fue concebido para albergar pinturas, las cuales exaltan la vida de los santos médicos Cosme y Damián y se deben al pintor Sebastián López Dávalos. Al centro hay un antiguo crucifijo de madera conocido como el Señor de la Salud, que es invocado contra enfermedades y se considera protector de la ciudad en casos de epidemias. La última vez que la imagen fue sacada a la calle en procesión y trasladada al altar del perdón fue en 2009, con ocasión de la epidemia de gripe A (H1N1); la imagen no se sacaba desde 1850, ​ cuando hubo una epidemia de peste en la ciudad.
Un pequeño retablo lateral está consagrado al nacimiento de Jesús, y proviene del templo franciscano de Zinacantepec. 

Capilla de los Ángeles (nº 1 en el plano)
Sirve de basamento a lo torre occidental, y fue concluida entre 1653 y 1660. Esta primera capilla fue destruida por un incendio en 1711, por lo que fue inmediatamente sustituida por la actual, finalizada en 1713. Cuenta con unos fastuosos retablos barrocos con esculturas estofadas y policromadas, obras de Manuel de Nava, que representan a los siete arcángeles. 

Sacristía
Es el espacio más antiguo de la catedral. En 1626, al ordenar el virrey Rodrigo Pacheco y Osorio, Marqués de Cerralvo (1624-1635) la demolición del antiguo templo, la Sacristía funcionó (hasta 1641) como el lugar donde se celebraban los oficios. Lógicamente ahí fue colocado el altar mayor y según el inventario de 1632, éste contaba con dos atriles, uno de hierro dorado y el otro de plata hecho por el maestro Pedro Ceballos.
En el interior de la sacristía se pueden admirar enormes cuadros de los pintores novohispanos Cristóbal de Villalpando y Juan Correa. Los títulos de los cuadros son: El Triunfo De La Iglesia, La aparición de San Miguel, La Mujer del Apocalipsis (Villalpando); El Tránsito De La Virgen y La Entrada De Cristo A Jerusalén (Correa). Asimismo, hay una pintura atribuida al pintor español Bartolomé Esteban Murillo.
No se cuenta aún con la suficiente documentación para darse idea de la decoración interior que presentaba entre 1641 y 1684, pero en cambio, si se registran abundantes ornamentos y orfebrería en los inventarios de 1632, 1649, 1654 y 1669, dando pistas sobre lo que había.
Los muebles que hoy alberga son del último tercio del siglo XVIII: armarios y cajoneras en madera de bálsamo “que se apegan fielmente a los preceptos que al respecto formuló San Carlos Borromeo”, cardenal y arzobispo de Milán, en sus instrucciones de la fábrica y del ajuar eclesiásticos de 1577.
Juan de Viera comenta que en las cabeceras de la Sacristía había “dos mesas de caoba de China, negras como azabache, donde se ponen los cálices preparados para el sacrificio, siendo sus tableros de una pieza de dos varas de ancho y dos y medio de largo”. Y continúa señalando que la “caxonera” es de maderas “exquisitíssimas de palo de Saongolica y otros, con sus cerrajes dorados y repartidos a proporción, alacenas con puertas de la misma madera... y en la circunferencia... junto a los caxones distantes dos varas, sillas de brazos de la misma caoba”. Dichas cajoneras fueron alteradas en fecha reciente debido, al parecer, a problemas de funcionamiento.
Vista interior de la sacristía.

Todavía el libro de Toussaint de 1948 registra fotográficamente el ajuar de sillas con patas de cabriola y una credenza con cajones de faldones abombados, patas de cabriola y garra, además de relieves fitomorfos.
El armario para cálices, originalmente ubicado en el muro poniente bajo la Virgen del Apocalipsis de Cristóbal de Villalpando, albergaba gran número de “cálices de oro y vasos del mismo metal guarnecidos de finísimas piedras y otras vasijas y vasos sagrados, candeleros, pedestales, acheros de plata sobre dorada y cruceros... es mucha su riqueza. Solo de custodias de oro y diamantes tiene cinco, sin una nueva que ha costado 116,000 pesos”. El inventario de 1662 da cuenta de los aguamaniles, uno de ellos obra del platero Ena.
En 1957 se cambiaron el piso y la tarima perimetrales de madera por otro pétreo escalonado; se colocó una reja gemela a la de la sala Capitular (adaptada por el arquitecto Antonio G. Muñoz) para vestibular el espacio creándose una antesacristía. También el maestro Soto alteró las proporciones originales de algunas cajoneras: fue cortada la cajonera corrida del muro testero y se colocó al centro un oratorio de caoba “de gusto híbrido”.
Por último, el lienzo de la Virgen de Guadalupe con donante, obra de Francisco Martínez realizada en 1747 que permaneció largo tiempo en el sótano, ahora preside la sala Guadalupana del antiguo edificio de la Curia de la virgen de Guadalupe. 

Criptas
Bajo el Altar de los Reyes se encuentra la cripta de los arzobispos, en la que se encuentran los restos de los arzobispos de México, desde Fray Juan de Zumárraga hasta el Cardenal Ernesto Corripio y Ahumada, cuyos restos fueron depositados en abril de 2008. La entrada se realiza por una gran puerta de madera tras de la cual, se desciende una escalera de caracol que da acceso a la cripta, realizada por el arquitecto Ernesto Gómez Gallardo Argüelles. En el centro se encuentra un cenotafio con una escultura a tamaño natural de Zumárraga, en cuya base se encuentra un cráneo tallado en piedra en estilo azteca, puesto que era considerado protector de los indios frente a los abusos de sus amos. Detrás de este, existe un altar con otra escultura geométrica prehispánica ubicada en la parte inferior. Los demás arzobispos se encuentran en nichos en las paredes, señalados por placas de bronce en las que aparecen el nombre y el escudo episcopal de cada uno. En el suelo se encuentran losas de mármol que cubren los nichos de otras personas enterradas en la cripta. ​
La catedral contiene otras criptas y nichos donde están enterrados otras figuras religiosas, incluso en las capillas. Además, cuenta con criptas para los fieles que deseen ser enterrados en la catedral. 

Sagrario Metropolitano
El Sagrario Metropolitano de Ciudad de México se sitúa al este de la catedral. Fue construido siguiendo el diseño de Lorenzo Rodríguez entre 1749 y 1760, ​ durante el apogeo del barroco. Tenía la función de albergar los archivos y vestimentas del arzobispo, además, es el lugar para la reserva y comunión de la Eucaristía. ​
La primera iglesia que fue construida en el lugar de la actual catedral también tenía un sagrario aunque su ubicación exacta es desconocida. Durante la construcción de la catedral, el sagrario se ubicó en el lugar que actualmente ocupan las capillas de san Isidro y de la Virgen de las Angustias de Granada. Sin embargo, en el siglo XVIII se decidió construir un edificio separado pero conectado a la catedral. El actual sagrario está construido en piedra tezontle roja y piedra chiluca blanca que forma una cruz griega. Está conectado a la catedral a través de la capilla de san Isidro.
Fachada principal del sagrario metropolitano.
 

El edificio presenta dos entradas principales desde el exterior; la fachada principal se abre al sur, a la plaza de la Constitución; mientras que la otra se abre al este, a la plaza del Seminario. Las dos fachadas se encuentran ricamente decoradas. El tema principal glorifica la Eucaristía con imágenes de los apóstoles, los padres de la Iglesia, los santos fundadores de órdenes religiosas, mártires, así como escenas bíblicas. Se encuentran algunos relieves zoomorfos y otros antropomorfos, destacando un león rampante y el águila real presente en el escudo nacional de México. La fachada este, por su parte, presenta escenas del Antiguo Testamento, así como, imágenes de san Juan Nepomuceno y san Ignacio de Loyola. En esta fachada se encuentras inscritas las fechas de las diferentes fases de construcción del sagrario. ​
El exterior del sagrario es de estilo barroco, presenta decoraciones tales como estantes nichos de variadas formas, cortinas flotantes y un gran número de querubines. Destacan elementos frutales como racimos de uva y granadas, que simbolizan la sangre de Cristo y la Iglesia, y elementos florales como rosas, margaritas y diversos tipos de flores de cuatro pétalos. ​
El interior está construido con piedra chiluca y tezontle, la chiluca cubre las paredes y suelos, mientras que el tezontle se encuentra en los marcos de las puertas y ventanas. El crucero se cubre con una cúpula apoyada en arcos. El templo está dividido en tres naves. La nave central se dispone desde la entrada principal hasta el altar mayor, en el que se encontraba el desaparecido retablo churrigueresco que realizó Pedro Patiño Ixtolinque en 1829. En la nave oeste se encuentra el baptisterio, mientras que en la este, se encuentran unas oficinas, junto a la entrada, y una sacristía, junto al altar mayor; todo separado por muros del templo interior. 
 
Capilla de las Ánimas
Ubicada fuera de la catedral, vecina al ábside el nor-poniente del mismo, esta capilla del siglo XVII desentona con el resto del edificio por su magra construcción. Su sencilla portada, un arco de medio punto, flanqueado por pilastras tableradas; su segundo cuerpo- remate, a su vez flanqueado por un par de ventanas ovaladas. De ningún mérito artístico, esta capilla sirve hoy día, para los bautizos que se llevan a cabo en la Catedral Primada de México.
FRANCISCO ANTONIO GUERRERO y TORRES (Villa de Guadalupe, 1727–Ciudad de México, 1792)
Arquitecto barroco mexicano.
Fue el más notable cultivador del estilo dieciochesco en la capital de la Nueva España, traduciendo el rococó galante a un lenguaje mexicano.
Fue aprendiz de Lorenzo Rodríguez. Participó, en 1753, en obras de construcción del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, sin embargo, en ese proyecto el arquitecto principal fue Pedro de Arrieta.
Construyó el Palacio de los Condes de San Mateo de Valparaíso, entre el 5 de diciembre de 1769 y el 9 de mayo de 1772. El edificio, de acuerdo con los deseos del conde, fue erigido dentro del más puro estilo mexicano y se utilizó cantera de Chiluca para los elementos estructurales, tezontle para la ornamentación de la fachada y, finalmente, detalles de azulejos de talavera poblana. ​
Entre 1779 y 1785, también en un solar ocupado por una casa-fortaleza del siglo XVI, construyó un nuevo palacio para la marquesa del Jaral de Berrio, hija única de la condesa de San Mateo de Valparaíso. Este palacio consta de dos torretas esquineras (las casas solían tener sólo una, y ello ya era bastante ostentación de poder). El palacio es hoy conocido como Palacio de Iturbide. ​
Construyó también la Capilla del Pocito, en la Villa de Nuestra Señora de Guadalupe, como un ex-voto, pues no cobró por su edificación, ni cobraron tampoco los constructores y albañiles, siendo los materiales obtenidos gracias a las donaciones del pueblo y del obispo. Esta capilla está construida en el llamado estilo "barroco de transición", pues contiene elementos del barroco tardío (ultrabarroco) entremezclados con elementos del incipiente estilo neoclásico.
Doña María Ignacia de Azlor y Echeverz, hija del marqués de Aguayo y superiora de un colegio de niñas, le encargó la construcción del Templo de la Enseñanza. El arco con el que termina el sotocoro (un arco degenerado en tres arcos) recuerda aquel que se yergue en el arranque de la escalera del palacio de los Condes de Santiago Calimaya. Además, la planta de La Enseñanza recuerda la de la Capilla del Pocito. ​ Empero, no existen los planos de Guerrero y Torres, pero sí los de las modificaciones que le hiciera Ignacio Castera, quien se desenvolvió más bien en un lenguaje neoclásico. Acaso Castera construyó el convento, más no el templo. En todo caso, la obra no se realizó sino hasta 1795, tres años después de muerto Guerrero y Torres. ​
Es en buena medida gracias a sus obras que la ciudad de México es llamada "la ciudad de los palacios". Esta frase se suele atribuir al barón de Humboldt, pero fue pronunciada por el viajero inglés Charles La Trobe.

La capilla de la Virgen del Rosario es la capilla anexa al Templo de Santo Domingo en la ciudad de Puebla, México. Obra del siglo XVII, cumbre del barroco novohispano, fue calificada en su época como La Casa de Oro, así como la octava maravilla del mundo por fray Diego de Gorozpe, en un impreso de 1690. ​ Constituye el más destacado ejemplo del barroco novohispano y una de las mayores realizaciones artístico-religiosas de México. Está ubicada en la avenida peatonal 5 de mayo número 407.
El culto a la Virgen del Rosario fue promovido por la orden de los predicadores dominicos, quienes dedicaban en cada uno de sus conventos una capilla a su devoción. En México no fue la excepción cuando los primeros religiosos de la orden llegaron en 1526, pero no fue hasta el año de 1531 cuando iniciaron la construcción de su primer templo importante en Puebla, que también está dedicado al arcángel San Miguel sin embargo la capilla del Rosario fue concebida hasta 1650 y consagrada en 1690.
No obstante, fue la primera en México dedicada a la Virgen del Rosario. ​ Su construcción cumplía con un doble propósito: rendir culto a la Virgen y enseñar a los fieles el rezo del Santo Rosario. Fue concebida por el dominico fray Juan de Cuenca, quien en el año de 1650 inició su construcción, ​ pero dada la magnitud de la obra, hasta 1690 no fue terminada por otros dos dominicos fray Agustín Hernández y fray Diego de Gorozpe, quienes la dedicaron al insigne obispo de la Puebla del Consejo de su Majestad Manuel Fernández de Santa Cruz, ​ y celebrando su consagración el 16 de abril de 1690, para que coincidiera con la fecha en que se fundó la Ciudad de Puebla de los Ángeles. La celebración duró 8 días (La Octava), ​ pronunciándose en cada uno de ellos un sermón, procesiones, misas y eventos convirtiéndola en un gran escenario de júbilo. ​

El decidido impulso a la enseñanza del Santo Rosario y a la predilecta devoción a la Virgen de Nuestra Señora del Rosario, que se les dio en el siglo XVII, explica la complejidad de la gran obra, que tan pronto como fue terminada y calificada como la octava maravilla del mundo.
De mayo de 1967 al mismo mes de 1971, un equipo de restauradores auspiciados por la fundación Mary Street Jenkins realizó un trabajo de restauración de toda la Capilla.

Arquitectura
Este tipo de construcciones es reflejo del alcance económico de la iglesia en aquellos años y de la ambición y suntuosidad con que sus templos fueron planeados y erguidos.
La planta está dispuesta en forma de cruz latina, con brazos y testero cortos. La nave está dividida en tres tramos y su bóveda es de cañón con lunetos de la misma forma que los brazos del crucero, posee una cúpula angosta con tambor y sobre este unas ventanas y en la media naranja otras, cuyo propósito es dar iluminación al suntuoso ciprés justo abajo.
El interior de la capilla es majestuoso, en donde las estructuras arquitectónicas han sido cubiertas en cada rincón que se observe con relieves en estuco dorado, con el fin de exaltar el sentimiento religioso.
Los muros laterales de la nave están revestidos simétricamente por grandes lienzos de la mano del pintor José Rodríguez Carnero (1649-1725), con temas alusivos a los Gozos de la Virgen, las pinturas son de estilo claroscurista que contrastan con las luminosas y claras que adornan el crucero, del mismo autor.
La parte baja de las pinturas está adornado con un lambrín de azulejos en talavera poblana.
En el crucero se hallan otras pinturas con temas relacionados también con la vida de la Virgen, al igual que otra de gran tamaño que corona el ábside de la capilla y que está dedicada a la Glorificación y Triunfo del Rosario. Los relieves que revisten los muros, pilastras y bóvedas tienen motivos no solo del orden vegetal, animal o angelical sino también de orden simbólico-religioso.
La Capilla está decorada con estuco sobredorado, preparado con una base de harina con clara de huevo y agua y recubierta con láminas de oro de 24 quilates, ​ como muchas decoraciones barrocas de la capital poblana.
En el altar se erige el trono de la Virgen, con un baldaquino labrado por el maestro español Lucas Pinto. 

Portada
La portada de acceso se halla en el crucero izquierdo del templo, y su austero diseño barroco contrasta con la riqueza del interior. Presenta un arco de medio punto almohadillado, así como en la rosca y en las jambas, ligeramente abocinado y enmarcado por pilastras toscanas y columnas corintias. Remata el arco algo semejante a un balcón con una ventana entre pilastras.


Interior
La capilla se caracteriza por ser de planta de cruz latina con brazos y testeros cortos. Es una muestra deslumbrante del estilo barroco del siglo XVII novohispano, y un escenario para la fe, en donde cada elemento tiene un significado preciso. En la bóveda se hallan inmersas en el follaje las representaciones de las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Encontramos sesenta ángeles colocados alrededor de la circunferencia que forma la cúpula y la bóveda principal, cada uno en expresión distinta, algunas son sólo cabezas y/u otras son imágenes de cuerpo completo. Un detalle a resaltar, es que en el área destinada para el coro y el órgano, encontramos ángeles que parecen estar tocando instrumentos musicales y entonando cánticos. 

Cúpula
Las virtudes teologales en el orden que aparecen en la cúpula.
 

·       (a)En la cúpula, La Gracia Divina (Gratia Divina) lleva en sus manos la hoja de palma que simboliza el martirio y la rama del laurel la victoria. La Gracia, sin la cual no hay virtud valedera, representa el origen de todo lo divino en la tierra; se acompaña con los dones del Espíritu Santo:
·       (b) Entendimiento (Spirit Intellect)
·       (c) Fortaleza (Spirit Fortit)
·       (d) Piedad (Spirit Pietatis)
·       (e) Temor de Dios (Spirit Timoris)
·       (f) Ciencia (Spirit Scient)
·       (g) Consejo (Spirit Consilii) y
·       (h) Sabiduría (Spirit Sapientiae), cualidades representadas por mujeres que muestran una de sus piernas desnuda. A través de esta simbología se aprende que teniendo fe, esperanza y caridad, estando en gracia y recibiendo los dones esenciales, se puede llegar a la suprema sabiduría, representada por la paloma del Espíritu Santo, que en la cúpula se muestra envuelta entre nubes y rayos.

En la cúpula se aprecian además 16 santas: Santa Úrsula (i), Águeda de Catania (j), Santa Inés (k), Anastasia (l), Santa Apolonia (m), Santa Clara de Asís (n), Gertrudis de Helfta (o), Santa Lugarda (p), Rosalía de Palermo (q), Santa Rosa de Viterbo (r), Santa Teresa de Jesús (s), Tecla de Iconio (t), Santa Bárbara (u), Cecilia de Roma (v), Lucía de Siracusa (w) y Catalina de Alejandría (x).

 
Pinturas
En los laterales de la nave se exhiben seis grandes lienzos del pintor José Rodríguez Carnero, que aluden a los "gozos" de la Virgen: la Asunción, la Visitación y el Nacimiento. Frente a ellos en el lado izquierdo de la nave: la Adoración, la presentación en el Templo y Jesús entre los doctores, escenas que representan los momentos claves en la vida humana y terrenal de María. La parte inferior de los muros está cubierta con un soberbio lambrín de azulejos de talavera poblana, en cuya franja superior sobresalen cabecitas de querubines alternadas con el escudo dominico.
Anunciación, Visitación y Nacimiento, todas, obra del pintor Rodríguez Carnero.

Adoración, Presentación y Jesús y los doctores. 

Crucero
Aunque sus brazos son muy cortos presentan la misma exuberante decoración en la nave. En el lado izquierdo se aprecia una pintura de la Asunción de María junto a tallas estofadas de San Juan y san Mateo; más arriba rodeada de flores y follajes, Santa Isabel y san José. En el brazo derecho se exhibe un cuadro con la Coronación de María y las figuras de San Marcos y San Lucas; en el remate junto a la ventana, se puede ver a San Joaquín y Santa Ana. El tributo a los evangelistas se debe a que fueron ellos los primeros en hablar de la Virgen, cuya familia aparece aquí rodeada de ángeles (alabanzas), Flores (ofrendas), pájaros (música) y pelicanos (el símbolo de Cristo).
La Asunción de María, en el crucero izquierdo.
 

Ábside
En él se encuentra una enorme pintura dedicada a la Glorificación y Triunfo del Rosario, en la que se puede ver a la Virgen coronada de rosas. Junto con las pinturas del crucero constituye un tríptico descriptivo de la vida celestial de María, quien después de subir a los cielos y ser coronada se presenta en la tierra para distribuir el Rosario.

Altar
Este lugar es evocador de la interrelación entre la arquitectura religiosa y sus simbolismos: el cuadrado que se forma en el crucero representa la tierra, la base ochavada de la cúpula recrea el renacer después de la muerte, y su perfecta curvatura representa la bóveda celeste, símbolo del paraíso. 

Ciprés
El ciprés debajo de la cúpula de tambor que resguarda a la Virgen del Rosario está conformado por 12 columnas corintias en la base realizadas en mármol de Tecali, representan a los apóstoles. En el primer cuerpo se aprecian algunos santos dominicos, y en el segundo doce hermosas columnas salomónicas cubiertas de rosas y azucenas que enmarcan a Santo Domingo. Los santos empotrados a los nichos del techo sostienen racimos de flores, cuatro nervaduras decorativas están abrazadas por plantas y están dispuestas en forma de enredadera. También, hay molduras con altorrelieve de plantas propias de la región, como si se pretendiese recordarnos de la fertilidad y las bondades de ésta tierra. Incluso, hay una pequeña que representa de forma icónica al astro rey. En el remate sobre la linternilla, se encuentra San Gabriel Arcángel, figura que remata esta grandiosa obra barroca firmada por Lucas Pinto.
Decoration detalles en Capilla del Rosario
 

Pintura
Las primeras influencias fueron del tenebrismo sevillano, principalmente de Zurbarán –algunas de cuyas obras aún se conservan en México y Perú–, como se puede apreciar en la obra de los mexicanos José Juárez y Sebastián López de Arteaga, y del boliviano Melchor Pérez de Holguín. En Cuzco, esta influencia sevillana fue interpretada de modo particular, con abundante uso de oro y una aplicación de estilo indígena en los detalles, si bien inspirándose por lo general en estampas flamencas. La Escuela cuzqueña de pintura surgió a raíz de la llegada del pintor italiano Bernardo Bitti en 1583, que introdujo el manierismo en América. Destacó la obra de Luis de Riaño, discípulo del italiano Angelino Medoro, autor de los murales del templo de Andahuaylillas. También destacaron los pintores indios Diego Quispe Tito y Basilio Santa Cruz Puma Callao, así como Marcos Zapata, autor de los cincuenta lienzos de gran tamaño que cubren los arcos altos de la Catedral de Cuzco.
En el siglo XVIII los retablos escultóricos empezaron a ser sustituidos por cuadros, desarrollándose notablemente la pintura barroca en América. Igualmente, creció la demanda de obras de tipo civil, principalmente retratos de las clases aristocráticas y de la jerarquía eclesiástica. La principal influencia será la de Murillo, y en algún caso –como en Cristóbal de Villalpando– la de Valdés Leal. La pintura de esta época tiene un tono más sentimental, con formas más dulces y blandas. Destacan Gregorio Vázquez de Arce en Colombia, y Juan Rodríguez Juárez y Miguel Cabrera en México. 

JOSÉ JUAREZ (1617​ - h. 1670)
Pintor del Barroco español que vivió en el Virreinato de la Nueva España. ​
Su padre, Luis Juárez, también fue pintor, y él mismo dio lugar a una estirpe de artistas (yerno, nietos, etc.). ​ Juárez se formó primeramente en el taller de su padre y posteriormente en el de Sebastián López de Arteaga, de donde abrevó el estilo manierista de influencia italiana. ​ Los detalles sobre su vida son escasos.
Su estilo fue tenebrista, influido por Zurbarán, pero no de manera directa sino a través de la obra de López de Arteaga. Su obra es de temática religiosa. ​ Según Manuel Toussaint, en tiempos del pintor pudieron llegar a la entonces Nueva España grabados de Rubens, que influyeron su obra temprana, ​ por ejemplo, dos obras relativas a San Francisco de Asís. ​ Justino Fernández trató la misma relación entre ambos pintores con una Sagrada Familia con una paloma que se conserva en el monasterio de las Descalzas Reales en Madrid, y una obra del mismo tema hecho por Juárez y conservado en la Academia de Bellas Artes de Puebla. ​
Quizá sus obras más conocidas son dos que se encuentran en la Pinacoteca Virreinal de la Ciudad de México: la Epifanía o Adoración de los Reyes y el Martirio de los Santos Justo y Pastor; además, es muy conocida también la mencionada Sagrada Familia que está en Puebla. ​ 

Epifanía o Adoración de los Reyes, 1655
Museo Nacional de Arte, Cdad. de México, D.F.
El pintor José Juárez, hijo de Luis Juárez y abuelo de Nicolás y Juan Rodríguez Juárez, recibió su formación al lado de su padre. Las transformaciones estilísticas que pueden apreciarse en su producción sugieren la posibilidad, como lo piensan algunos estudiosos, de que hubiera viajado a España para completar su educación. La realidad es que su obra se vio muy influenciada por la pintura del sevillano Sebastián López de Arteaga. La fama de Juárez como pintor era reconocida desde 1645, aunque la década de los cincuenta fue sin duda alguna la etapa de su consagración. En esta composición, Juárez presenta un intenso claroscuro de gran fuerza expresiva, en el que utiliza colores brillantes y un cuidadoso manejo de los rostros de rasgos definidos, además de las texturas de las telas y la calidad de las joyas, que gustaba representar detalladamente. La escena es una epifanía, primera manifestación de la encarnación a la humanidad. Como muestra de su adoración, los sabios astrólogos o reyes de oriente otorgaron en ofrenda al Salvador tres regalos: oro, por su calidad de rey; incienso, por ser Dios, y mirra, que aludía a la humanidad de Cristo y a su inmolación necesaria para alcanzar la redención.

Martirio de los Santos Justo y Pastor, 1653 – 1655
Museo Nacional de Arte, Ciudad de México, D.F.
José Juárez realizó esta obra para la Casa Profesa, cuya temática está acorde con el lugar, ya que la historia de estos pequeños mártires, defensores de la fe, constituía un modelo a seguir para los alumnos de esta institución. En un primer plano el artista pintó a Justo y Pastor triunfantes, portando las palmas del martirio y con halos de santidad; pareciera que los pequeños infantes acaban de abandonar en el suelo sus cartillas de estudio para ser coronados por los magníficos ángeles que, a vuelo, se sostienen en el aire. Sobre la pared del fondo se recortan, a ambos lados, dos grandes ventanas que favorecen el juego de simultaneidad temporal y espacial que tanto agradó al artista. Desde ellas se observan escenas abocetadas relativas al martirio que sufrieron estos niños de ocho y doce años en Alcalá de Henares. Durante la persecución contra los cristianos emprendida por Diocleciano en el año 304 d.C., Justo y Pastor se presentaron voluntariamente ante el gobernador de Hispania para declarar públicamente su fe.
Éste intentó hacerlos desistir primero mediante azotes, pero al ver que era imposible decidió decapitarlos. El registro superior de la pintura lo ocupa un rompimiento de gloria en cuyo centro se dispuso al cordero, alusión al sacrificio de Cristo, mismo que está custodiado por dos figuras angélicas, una en movimiento y la otra en reposo, ambas de muy buena factura. Se han encontrado diferentes fuentes grabadas utilizadas por el artista para realizar esta composición. La maestría en el manejo del dibujo, el color, la luz y sus contrastes, sin duda alguna, la ubican como una de las pinturas de madurez del artista novohispano. La mayor parte de la crítica coincide en afirmar que ésta es una pieza cúspide dentro de la producción plástica de José Juárez.  

Aparición de la Virgen y el Niño a san Francisco
Museo Nacional de Arte, Cdad. de México, D.F.
Esta obra es la Virgen entrega al Niño a San Francisco y el niño que aparece abajo es un donante con un escudo y dice: A devossion de mi Pae Alonso gomes. 

SEBASTIÁN LÓPEZ de ARTEAGA (Sevilla, 1610-México, 1656)
Pintor barroco español que se formó junto con Zurbarán en los años 1620, cuyo estilo introdujo en México.​
Llegó a América en 1640, en concreto Nueva España (México), donde cultivó el estilo tenebrista con fuertes claroscuros. Es por lo tanto uno de los pintores más destacados de Nueva España. Pintó cuadros religiosos como Los desposorios de la Virgen, La incredulidad de santo Tomás o El crucificado, y más de una docena de retratos de los inquisidores, pues tuvo el cargo honorífico de pintor del Santo Oficio. 

Los Desposorios de la Virgen.
Museo Nacional de Arte, Ciudad de México, D.F.
Acerca de la pieza: 
Aunque los evangelios canónicos no hacen referencia a esta escena, las necesidades narrativas del cristianismo impulsaron a usar los evangelios apócrifos como fuente: el Protoevangelio de Santiago, el Evangelio del Pseudo Mateo, el Evangelio de la Natividad de María y el Evangelio Armenio de la Infancia, de los cuales se realizó una síntesis, a partir de la cual se puede encontrar gran cantidad de variantes. María, doncella de la casa de David, a una edad que oscila entre los doce y los quince años, y después de haber pasado diez en el templo, fue elegida con otras vírgenes para salir del mismo y casarse. María se negó porque había decidido consagrar su vida y su virginidad a Dios, pero el sacerdote Zacarías le dijo que había tenido una revelación durante la cual un ángel le había dicho que reuniese a todos los hombres solteros y viudos y que les hiciese dejar una vara en el templo durante la noc e. Al día siguiente, una señal le indicaría quién entre los candidatos había sido elegido para casarse con María. A la mañana siguiente se vio que la vara de José, un anciano carpintero de Nazaret, había florecido y que sobre ella volaba una paloma. A pesar de las negativas de José al matrimonio, debido a su muy avanzada edad y al temor de convertirse en objeto de burlas por la extrema juventud de María, se realizó la unión. Las tradiciones iconográficas se dividen en este tipo de representaciones donde José es un anciano (como en la Serie Je la vida de la Virgen de Durero) y otras donde es un joven, casi de la misma edad de la Virgen (como en la tabla de Rafael, de 1504, Pinacoteca Brera, Milán). A diferencia de la línea rafaelesca, donde la escena se desarrolla en el exterior y frente al templo, ésta transcurre en un interior, evidente por la luz, por el tapete que se encuentra en el piso y por las líneas arquitectónicas que se dibujan en el fondo de la composición y que enmarcan la silueta de Zacarías. Si entre los judíos el matrimonio era un contrato civil y no un rito religioso, la escena se occidentalizó —como observó Reáu hace muchos años— a partir del gesto simbólico de la conjunctio manuum, propia del derecho romano, unido a la antigua tradición grecorromana del uso del anillo como autoridad y cesión de la misma, motivo por el cual se representa el preciso momento en el que José va a colocar el anillo en el dedo de María durante la ceremonia.

De los evangelios apócrifos también derivan los colores con los que va vestida María, pues fue elegida para tejer un velo para el templo y los colores asignados fueron púrpura y escarlata. Siguiendo la moda de principios del siglo XVII, va vestida con saya rosa de fina tela adornada con guarniciones de oro, piedras preciosas y perlas y un broche que marca la unión del cuerpo, que termina en una punta, con la falda. El manto que la envuelve y que cae desde los hombros, también de tela rica, es azul por fuera y por dentro, pero en un tono más claro. Las texturas de las telas de Los Desposorios están pintadas con gran habilidad y demuestran la pericia que alcanzaban los pintores para resolverlas.

Los Desposorios plantean un problema muy interesante en relación con la obra de José Xuárez y Sebastián López de Arteaga. Cuando Manuel Toussaint conoció la Adoración de los magos que existía en el Museo de Davenport se la adjudicó a Arteaga, por sus características de "un dibujo extraordinariamente fino, paños explotados ricamente que ofrecen la sensación de realidad hasta en la diversa calidad de las telas empleadas en las vestiduras de los personajes". Pero en una frase clave para este problema, afirmó "que el autor de esta Adoración de los reyes es el mismo pintor a quien debemos Los Despo.„»  Martín Soria pudo ver la Adoración del Museo de Davenport antes de que decidieran venderla y señaló que estaba firmada por José Xuárez "en la parte inferior derecha". Pero además, según Soria, el cuadro que representa Los Desposorios, a pesar de estar firmado, difiere "radicalmente —en
espíritu, técnica, composición, iluminación, tipos y colores— de los trabajos conocidos de Arteaga
" y en cambio señaló las relaciones de las figuras con las de José Xuárez.

Cuando Toussaint escribió sobre esa Adoración de los magos, hoy desaparecida, la consideró como obra de Arteaga, no sólo por sus características, sino también porque recordaba que Couto había oído hablar de una obra del mismo tema de Arteaga. Es posible que Toussaint no viera la firma de Xuárez en esa obra, pero tuvo en cuenta el problema que significa la presencia de Arteaga en nuestra pintura y por lo tanto se limitó a afirmar que el autor de esa Adoración que fue de Davenport es el mismo que el autor de Los Desposorios. Ya se ha planteado que en la década de 1640confluyeron en Puebla, y quizá también en México, cuatro pintores que representaban diferentes corrientes: la itinerancia de Pedro García Ferrer por diversos centros artísticos peninsulares antes de su viaje a México —Valencianoledo— hace que su figura resulte particularmente interesante como representante del eclecticismo propio del siglo XVII; Sebastián López de Arteaga, formado en Sevilla; el flamenco Diego de Borgraf, joven pintor heredero de una tradición flamenca de larga estirpe, pues su padre y abuelo también fueron pintores, y el criollo José Xuárez, representante de una tradición local. Además, Arteaga y Xuárez tuvieron sucesivamente al mismo oficial, Bernabé Sánchez, y la restauración reciente de una obra tradicionalmente atribuida a Borgraf permitió ver que está firmada por Gaspar Conrado, quien tiene deudas formales muy claras con José Xuárez.5 Los ángeles que rodean a la pareja a derecha e izquierda tienen una clara deuda con José Xuárez. A esta red de relaciones se debe agregar el problema del modelo grabado que se usó para la composición de esta obra. Parece que Arteaga usó uno diferente al que ya se había establecido como tradición en la Nueva España.
Rogelio Ruiz Gomar dio a conocer dos obras de este mismo tema, una atribuida por él mismo a Luis Xuárez (sacristía de la parroquia de Atlixco, Puebla) y otra que atribuye a Echave Orio (no localizada por el momento).6 En ambas composiciones aparece una nota iconográfica precisa: las dos manos que salen de las nubes y que se apoyan sobre los hombros de los desposados, y que fuera repetida a fines del siglo XVII por Cristóbal de Villalpando. La obra de Arteaga se acerca pero también se aleja de todas estas composiciones novohispanas y no solamente por la misteriosa aparición de las manos celestiales, sino en cuestiones plásticas: desde la parte superior de la composición, donde los angelitos crean con su disposición en el espacio un nicho profundo que cobija toda la escena, hasta la peculiar manera de pensar y pintar los cuerpos cubiertos por los lujosos ropajes, en los cuales la calidad de la tela no mata a la figura humana, sino que la cubre generando volúmenes que permiten entenderla. Esa forma de tratar la composición y la relación cuerpo-forma es una de las pautas que diferencian la obra del sevillano Arteaga, a pesar de las observaciones señaladas por Toussaint y Soria. Hasta ese momento en la pintura novohispana (con el riesgo que suponen las generalizaciones), el movimiento se daba en superficie y no en profundidad, por dos motivos que considero fundamentales: la poca sofisticación en la construcción geométrica del espacio y el desconocimiento de los secretos constructivos de las proporciones de la anatomía humana —procedimientos bien conocidos por los italianos, medianamente usados por los españoles y mayoritariamente desconocidos por los pintores novohispanos.
La complejidad de las relaciones plásticas hace evidente que en el territorio de la Nueva España había espacios culturales dinámicos interactuantes, tal como en otros reinos del imperio de los Austria.
Esta complejidad, durante décadas, ha sido motivo de atribuciones y cambios de atribuciones de pinturas y se constituyó en uno de los quehaceres más espinosos de los historiadores de arte. Propongo este cuadro como uno de los modelos de las relaciones formales que contribuyeron a configurar la identidad de la plástica novohispana, pues se atiene a la tradición vigente en la Nueva España, pero utiliza los recursos visuales que traía desde Sevilla a los que, sin embargo, suaviza de acuerdo con la tradición local.
Procedente de algún convento novohispano, ingresó al conjunto reunido en la Encarnación de donde salió en 1861 para la Academia Nacional de San Carlos. En el inventario levantado en 1917, aparece en la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde además figuran dos tablas del mismo tema que por el momento no se han podido identificar y quizá como tantas otras estén irremediablemente perdidas. 

La incredulidad de santo Tomás, 1643
Museo Nacional de Arte, Ciudad de México, D.F.
A juicio de los estudiosos, el sevillano López de Arteaga (1610-1656) se somete a la maniera zurbaranesca —es posible que fuese su discípulo entre 1625 y 1630— y aporta un estilo tenebrista que pronto gana adeptos en el virreinato de Nueva España, desde que hacia 1640 se afinca en esa región. Dicho en pocas palabras, esa fidelidad al estilo del maestro extremeño queda de manifiesto en las primeras obras de su alumno. Todo parece indicar un respeto a la tradición de su mentor: virtuosismo en el dibujo, empleo del claroscuro, iluminación tenebrista, modelado intenso, sobriedad compositiva y un uso ceñido pero dramático de los colores.
Pintado para la iglesia de San Agustín, López de Arteaga se mueve en el canon de Caravaggio. A su manera tenebrista, en esta magnífica y recia gama de claroscuros, el pintor expresa muy claramente el dramatismo religioso de la escena —su específico significado—, implicando de pasada una serie de matices humanos nada desdeñables, reflejados con más verdad en cada uno de los rostros que observan el movimiento de Tomás hacia Cristo. La obra, que tan cerca está de la sensibilidad zurbaranesca, se guarda en la Pinacoteca Nacional de la Ciudad de México, y allí puede ser admirada.

El crucificado
1910 x 2635 mm. Museo Nacional de Arte, Ciudad de México, D.F.
Arteaga utiliza fuertes contrastes lumínicos para intensificar el dramatismo de la escena, como puede observarse en este cuadro, donde la figura de Cristo, fuertemente iluminada, contrasta sobre el fondo oscuro. El conmovedor pasaje presenta a Jesús expirante crucificado por tres clavos, ataviado tan sólo con un breve cendal, iconografía característica de la crucifixión. Su rostro suplicante se dirige hacia el firmamento, parece enunciar las palabras consignadas en los evangelios: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Mientras su cuerpo sigue una delicada línea ondulante que parece contraponerse a la dureza con que se señalan los huesos y músculos del Redentor. Al fondo, en la parte baja, se advierte un interesante paisaje de perfiles geométricos correspondiente a la ciudad santa. Otra pintura con el mismo tema, realizada también por Sebastián López de Arteaga, se conserva actualmente en el Museo de la Basílica de Guadalupe. Es importante destacar que existen notables diferencias entre ambas piezas, al grado de que si no estuvieran firmadas, resultaría muy difícil atribuirlas al mismo pincel. Esta es una de las características de la obra de este artista, que modificaba la factura de sus cuadros para adaptarse al gusto particular de su clientela.

San Miguel y el toro, 1650
Vemos la aparición de San Miguel en el Monte Gargano al obispo italiano Siponte, que vemos en la parte inferior izquierda. San Miguel le está explicando al obispo que había realizado San Miguel.
La leyenda dice que había un hombre, dueño de varios rebaños de ovejas y de algunos toros y bueyes, y que uno de estos últimos se perdió un día. Al volver con sus animales a casa y darse cuenta de que faltaba un toro, acompañado por varios criados suyos, recorrió todo el territorio en su busca.
Encontró al toro en la entrada de una cueva y muy violento pues se creía ya libre, y el pastor muy cabreado contra el animal, le disparó una flecha envenenada.
Pero al cambiar sin ningún motivo la dirección del viento, la flecha se dió la vuelta y se dirigió hacia él, clavándosele al pastor en un ojo.
Cuando se preguntó al obispo Siponte sobre el significado de aquel suceso, este ordenó a todos tres días de ayuno y rogativas, durante los cuales se le apareció San Miguel, diciéndole que él era el protector de aquella cueva existente en la cima del monte, y había sido él quien desvió la flecha, para seguir guardando aquel lugar en el que había decidido morar en forma de toro. 

MELCHOR PÉREZ de HOLGUÍN (Cochabamba, Virreinato del Perú, 1660-Potosí, 1732)
Pintor altoperuano, considerado uno de los mejores artistas de la historia de Bolivia y de la pintura barroca española.
Hijo de Diego Pérez Holguín y de Esperanza Flores, Melchor Pérez de Holguín nació en la ciudad de Cochabamba y pasó la mayor parte de su vida en Villa Imperial de Potosí (Alto Perú, actual Bolivia), donde desarrolló en su arte y se casó el 25 de marzo de 1695 con la lugareña Micaela del Castillo.
Se desconoce quién pudo ser su maestro. Su producción principal se centró en los encargos realizados para órdenes religiosas católicas, como la franciscana y la dominicana.
Entre sus pinturas destacan: El Juicio Final (1706), Triunfo de la Iglesia (1708, parroquia de San Lorenzo, Potosí), Entrada del virrey Morcillo en Potosí (1716) San Mateo (1724), perteneciente a la serie de los evangelistas de la Casa de la Moneda de Bolivia; Virgen de la Merced, La peregrina, San Francisco de Asís (1693, Museo de la Casa de Moneda, Potosí) y San Pedro de Alcántara en éxtasis (1701, Museo Nacional de Arte).
Su obra se inscribe en una Potosí crédula y milagrosa, donde el arte barroco se fundía con el carácter religioso español. La fe de Pérez de Holguín y sus conocimientos de religión, combinados con ciertas creencias sobrenaturales (paganismos), le mantuvieron en numerosas ocasiones al borde de la herejía.
Aunque toda la obra de Pérez de Holguín se realizó en la Villa Imperial, algunas fuentes sostienen que pudo haber estudiado en Sevilla con Murillo y que recibió gran influencia de los grabados flamencos y de Zurbarán. ​ Sea como fuere, hasta la fecha no se ha encontrado un solo cuadro firmado en otro lugar. Más tarde, sus obras fueron llevadas de Potosí a otras ciudades de Bolivia, y también al extranjero.
El principal repositorio de obras de Pérez de Holguín es la Casa Nacional de Moneda en Potosí, entre las que sobresalen los bustos de Mateo el Evangelista y de san Pedro de Alcántara, los retratos de los santos Bernardo de Claraval, Juan de Dios y Luis Gonzaga, un Pentecostés, la excelente Sagrada Familia con san Luis (Luis IX de Francia) y el Nacimiento (fechado en 1701), un san Francisco de Asís (firmado en 1694, que hace par con otro Pedro de Alcántara), y la serie de los cuatro evangelistas de cuerpo entero, firmada en 1724.
Otras muchas obras suyas se encuentran en el Museo Nacional de Arte ubicado en La Paz, frente a la plaza Murillo o de Armas.
Es difícil calcular el número de cuadros de Pérez de Holguín que salieron de Bolivia, pues su exportación fue clandestina. Se conoce solamente lo que se exhibe en museos públicos, por ejemplo, un San Francisco de Paula en el de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco de Buenos Aires, una Huida a Egipto, identificada por Cecilio Guzmán de Rojas en el Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile; esta institución posee, además, otro san Francisco de Paula (óleo sobre tela, 84x63cm); el O'Higginiano y de Bellas Artes de Talca (Chile) tiene un san Gerónimo; ​ y en el Museo de América de Madrid, la citada en Entrada del virrey Morcillo.
Aunque no se sabe cuánto produjo Pérez de Holguín, la gran cantidad de cuadros existentes en Bolivia después de un saqueo secular que sufre Potosí, nos da la pauta y permite concluir que fue bastante prolífico. Cobró fama desde la época virreinal, como lo demuestra el que su nombre sea el único que aparece en el inventario de la pinacoteca de los jesuitas de Potosí, levantado en 1769; que se conserven hasta el presente otros documentos de esa época que nos refieren de sus obras y que, finalmente, un informante de fines del virreinato, diga que fue un "pintor eminente", a quien llamaban Brocha de Oro. 

El juicio final, 1708
"El juicio final" es un cuadro que el mismo artista llama "mi gran obra maestra" y no queda duda alguna de ello después de observar la magnitud del detalle y la dedicación puesta es esta obra. Es impresionante observar los colores, la dimensión de los cuerpos, el manejo de las sombras y el juego de espacios y escenas que contempla es algo difícil de explicar y contener la emoción. El mismo artista no quiso pasar desapercibido y se hizo un autorretrato en la parte central del lienzo junto a su firma en la señala "se acabó en XXI de diciembre del año 1708". En el cuadro, él se muestra ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor.
Son muchos los elementos que componen este lienzo y necesitaremos de un artículo aparte para interiorizarnos más. En esta obra observamos todas las características de este artista que lo llevaron al éxito; por ejemplo, su escritura, algunas palabras escritas en latín, y lo interesante es que están escritas al revés y necesitamos un espejo para poder interpretarlas. Podemos observar también la perfección de la interpretación religiosa en sus personajes, el conocimiento que obtuvo sobre la historia de la religión y su manera de interpretar. No cabe duda que está bien catalogada como la obra más renombrada de Melchor en los lienzos religiosos.


El Triunfo de la Iglesia, 1706. Parroquia de San Lorenzo, en Potosí
Cuenta la historia de la religión y nos lleva al pasado con todos sus personajes. En primer plano vemos a Cristo Crucificado, a sus pies la Virgen María y los santos Juanes. Es curiosa la forma como está resuelta la colocación de los doctores de la Iglesia pues van como remeros en una especie de canoa junto a la nave mayor. La nave está rodeada de sus enemigos, entre ellos la muerte que cabalga sobre un monstruo y junto al arco que está sujeta se lee "Muerte Eterna". Al centro flotan los restos de los cuerpos de Arrio, Lutero y otros.

Entrada del Virrey arzobispo Morcillo en Potosí, 1716
Óleo sobre lienzo de  240 centímetros de alto por 570 Es parte de la colección pictórica del Museo de América, ubicado en Madrid, España.
Fue realizado a modo de crónica para conmemorar la entrada triunfal el 25 de abril de 1716 del nuevo Virrey del Perú Diego Morcillo Rubio de Auñón, arzobispo de Charcas, a la importante ciudad minera Villa Imperial de Potosí, en su trayecto desde La Plata a la Ciudad de los Reyes para tomar posesión de su alto cargo. ​ Potosí se muestra engalanada con gran cantidad de banderas, cuadros y tapices, así como de los estamentos sociales y personajes principales de la ciudad que salieron a saludar al Virrey obispo durante el desfile. ​
El propio Pérez de Holguín aparece en el cuadro a modo de autorretrato, tomando apuntes para realizar la obra.
El breve gobierno del Arzobispo Don Diego Morcillo como virrey del Perú ha quedado reproducido como pocos gracias al testimonio del cuadro de Holguín y a la minuciosa crónica realizada por Arzans Orsúa. A lo largo del lienzo asistimos al recibimiento que ofrece al virrey la Villa Imperial de Potosí el 25 de abril de 1716. En él están presentes, como participantes o como meros espectadores, todos los miembros de esta abigarrada y variopinta sociedad y Arzans, testigo directo como el propio pintor que se autorretrata en el borde inferior del cuadro junto a su firma.
En el lienzo conviven tres espacios temporales diferentes. La mitad inferior del cuadro está ocupada por la amplia comitiva que acompaña al prelado en su entrada a la ciudad. La parte superior se divide horizontalmente por dos lienzos fingidos con la representación de los actos con que se conmemoró el hecho histórico.
La fiesta se prolongó hasta la noche y al día siguiente y en ella no faltaron las corridas de toros ni las máscaras en las que se mezclaron las representaciones de las sibilas y los incas. Al mismo tiempo la ciudad se engalanaba con arcos de triunfo, tapices y lienzos con personajes mitológicos alegóricos, con los que se trataba de resaltar las muchas virtudes que adornaban al visitante y a la ciudad que le recibía. Y todo ello para tratar de conseguir los favores de la máxima autoridad, especialmente para que "les hiciese enviar azogues y restituir los indios de la mita", algo que hizo que los poderosos mineros no repararan en gastos y de lo que ya se estaban arrepintiendo a los pocos días, al comprobar que el poder de Morcillo iba a ser mínimo dada la brevedad de su interinidad. Lástima de los 150.000 pesos "que fuera mejor gastarlos en otra cosa" como se lamenta el cronista.
Inscripción: A ESTA BILLA IMPERIAL, DIA DE S. MARCOS EVANGELISTA A LAS TRES D LA TARDE QUE SE QUENTA 25 D ABRIL AÑO D 1716 ENTRO EL ECSELENTmo ILUSmo S. Sr. Dr D. FRAI DIEGO RRUBIO MORSILLO D AUÑON ARCOBISPO DE LA PLATA, I VIRREI D ESTOS RREINOS DEL PERU DE LOS MUI YLUSTRE D LA BILLA DE BILLA RROBLEDO EN LA MANCHA LOS MAS ILUSTRES PREFERIDOS CABALLEROS DE ESTA VILLA, CONFORME SUS ESTADOS ASISTIERON AL RRECIVIMIENTO DESU EGGELENCIA, MINEROS, BENEFICIADORES. ILOS S. SEÑORES AZOGUEROS. I LOS DEMAS ASISTENTES DE ESTA VILLA MERCADERES, OFICIALES, I HARTIFIZES, SIENDO ALCALDES HORDINARIOS DON FRANCISCO GAMBARTE, I DON PEDRO NAVARRO, I CORREJIDOR EL GENERAL DON FRANCISCO TIRADO DE QUENCA LO MANDO PINTAR EL V ( ) PEDRº MEXIA Y MORCILLO ( ) (CAU)FICADOR DE Sma P.

 
La peregrina, 1693. Museo de la Casa de Moneda, Potosí
Es una obra que ha sido guardada con mucho recelo por los frailes franciscanos, y que primera vez dejan que sea publicada, ya que están conscientes de que es hora de que se conozca más de este artista que representa a Bolivia en el mundo entero. Esta obra lleva el año 1732, año posterior al de sus últimas obras conocidas. No estamos seguros de que sea la última pero sí que es la obra que nos lleva a investigar más ya que es un lienzo que encierra un misterio, al no ser característico de Melchor.
Se trata de la imagen de la Virgen de la Merced que Carlos V obsequió, como talla, a Quito y que posteriormente recorrió varias ciudades de América y España, razón por la que se llamó peregrina. Según el cuadro, la imagen ingresó a la Villa Imperial el 23 de marzo de 1732 así que se pintó en una fecha posterior.
La pintó con mucho detalle, pero no la firmó y, más bien, puso el nombre de su nuera que era devota de la Virgen de la Merced.


DIEGO QUISPE TITO (San Sebastián del Cuzco, 1611 - San Sebastián del Cuzco, 1681)
Pintor peruano del siglo XVII, de origen andino. Es considerado uno de los miembros más destacados de la Escuela Cuzqueña.
Los testimonios documentales respecto de su vida son escasos, sin embargo se puede decir que inicia su obra pictórica hacia 1627, fecha de la que data su primer lienzo​ y que probablemente perteneció a la nobleza indígena. También que nace en 1611 (en 1667 firma una pintura indicando que tenía 56 años) y probablemente en el pueblo de San Sebastián donde, según la tradición, se encuentra su casa y taller.
Se consagra como un artista de gran prestigio en la ciudad del Cusco a partir de la década de 1660, al intensificar su producción para el templo de San Sebastián. Es a partir del virtuosismo que demuestra en los ciclos de pintura que produce para este templo que se gana el favor de son encargantes de pintura más importantes de Cuzco y del Alto Perú, a donde enviaba pinturas regularmente. ​ En una pintura que envía a Potosí en 1667 firma "Quispi Tito inga inbentó del año D-1667, edad 56",​ una manera de resaltar el aspecto creativo y culto de su trabajo. ​
Fue seguidor de Gregorio Gamarra, quien a su vez fue discípulo de padre Bernardo Bitti. Su pintura tuvo dos etapas. En la primera, su pintura se caracterizó por tener ciertos rezagos del manierismo, mientras que en la segunda, se puede ver en su pintura la influencia de los grabados flamencos. Sin embargo, es un pintor que se encuentra un tanto al margen del estilo imperante en la ciudad del Cuzco y que termina desarrollando e imponiendo un estilo nuevo a la pintura de la región. Él implanta el uso de grandes paisajes repletos de flores y animales que luego se convierten en característicos de la Pintura Cuzqueña. 

Pinturas en la Iglesia de San Sebastián
Diego Quispe Tito es contratado durante varias etapas de su vida para decorar la Iglesia de San Sebastián, en el barrio del cual era vecino, principalmente por los curacas Ignacio Inca Roca y Juan de Dios Sucso, ​ importantes donantes del templo. La iglesia fue destruida por el terremoto de 1650, y Diego Quispe Tito fue el principal artista encargado de la decoración del nuevo templo. Para esta iglesia realizó, además de otras pinturas sueltas, siete ciclos importantes de pinturas: Dos pinturas sobre el martirio y muerte de San Sebastián; Seis dípticos sobre la vida de San Juan Bautista; las obras sobre la infancia de Cristo (1669); cuatro cuadros sobre la pasión de Cristo; cuatro pinturas con los doctores de la iglesia (1634-1640); una serie de varios santos y otra serie de paisajes sacralizados. ​
Esta iglesia contenía la colección más importante de pinturas del artista, hasta que fueron destruidas por un incendio en septiembre del 2016. ​ 

Obras tempranas
Sus obras tempranas son arcaicas y muestran una indecisión estilística característica de principios del siglo XVII. ​ Son características de esta época la Visión de la Cruz de 1631 y la Ascensión de Cristo de 1634, ambas basadas en grabados de Wierix. ​ Son también de esta época la serie de los doctores de la iglesia, pintadas entre 1634 y 1640​ y basadas en grabados de Aegidius Sadeler II

El ciclo sobre la vida de San Juan Bautista
A partir de 1654 se empiezan las obras de la reconstrucción de la iglesia, luego del terremoto. En 1663 se encargan los marcos para las pinturas de Quispe Tito, con lo cual se sabe que las pinturas fueron hechas entre estas dos fechas. La serie constaba de 6 lunetos colocados en la parte alta de las paredes de la nave principal de la iglesia. Cada una de las pinturas contiene dos escenas distintas sobre la vida de San Juan Bautista. Ambas escenas representan realidades independientes con puntos de fuga y líneas de horizonte independientes, sin embargo comparten la superficie pictórica sin ninguna división clara de por medios, e incluso, al centro de la composición, hay elementos o personajes que habitan ambos espacios. La serie es de las obras más interesantes creadas por el artista, aquí se instauran varios elementos que luego se vuelven característicos de la Escuela Cuzqueña: Los paisajes colmados de aves y flores; vuelos, broches, gasas, plumas y demás elementos decorativos en la vestimenta de las mujeres y los ángeles; Los fondos brumosos y jardines en los planos intermedios con plantas bien definidas y fuentes; una perspectiva arquitectónica irreal, pero con detalles bien cuidadosamente elaborados; paredes falsas que dividen los espacios. ​
El primer luneto contiene las imágenes de la Anunciación del nacimiento de San Juan a la izquierda y de La Visitación a la derecha. Ambas imágenes están basadas en grabados de Jean Leclerc. ​ La pintura sigue bastante de cerca las composiciones originales, pero dramatizando las perspectivas arquitectónicas, en especial al juntar ambas escenas. Además Quispe Tito ha agregado un alegre perrito en la escena de la visitación así como un paisaje con la virgen sobre el burro, entre otras modificaciones.
El segundo luneto contiene una representación del nacimiento de San Juan a la izquierda y una escena con las familias de San Juan y de Jesús a la derecha; ambas basadas también en grabados de Jean Leclerc. ​ Esta pintura incluye las distorsiones arquitectónicas más dramáticas y experimentales de la serie. En la escena de la derecha se puede apreciar el uso de una pared falsa para dividir dos espacios abiertos, ​ el primero donde se encuentran las dos familias y los ángeles y el segundo con un elaborado jardín con rosas y una vistosa fuente. Quispe Tito ha incluido además un impresionante rompimiento de gracia y algunos ángeles que acompañan la escena. Esta pintura consagra un tipo de composición que luego se vuelve muy popular en la que los santos niños, acompañados de ángeles niños son los héroes de la composición.
El tercer luneto representa a San Juan como un niño acompañado por ángeles a la izquierda y al mismo santo predicando a la multitud a la derecha. Estas pinturas están basadas también en grabados de Leclerc. ​ Esta pintura se encuentra firmada "Dn Diego Quispe Tito me facit".​ Es quizás la más armónica de las composiciones. Ambas escenas se funden en un solo espacio natural repleto de flores, frutas y animales de invención del artista, además de un rompimiento de gracia con varios ángeles. La escena de San Juan predicando incluye además algunos personajes ausentes en el grabado original.
El cuarto luneto representa a la izquierda el Ecce Agnus Dei basado en un grabado de Jean Leclerc. ​ A la derecha se encuentra el bautismo de Cristo inspirado con bastante libertad en un grabado de Philippe Thomassin. La escena del Ecce Agnus Dei muestra a Cristo y San Juan bajo un rompimiento de gracia y rodeados de ángeles, incluyendo uno de la proporción de los dos principales personajes vestido elegantemente y que no aparece en el grabado original, pero que permite generar una composición mucho más equilibrada y que permite el juego de simetrías que se repite en toda la pintura. En la escena del bautismo, Quispe Tito descompone por completo la disposición del grabado original y reacomoda los personajes en una nueva composición que hace eco de la de la escena izquierda del cuadro; agrega además un rompimiento de gloria repleto de personajes. Esta escena es la única que presenta rasgos manieristas, en especial en los dos tres personajes desnudos que acompañan la escena.
El quinto luneto representa a la izquierda la prédica de San Juan contra Herodías y su encarcelamiento y a la derecha la danza de Salomé. Ambas imágenes basadas en grabados de Jean Leclerc. Quispe Tito consigue generar un dinámico ritmo a partir de la repetición de escaleras y columnas a lo largo de toda la composición. Además, al eliminar uno de los personajes de la escena de la danza permite que Herodías mire a la escena de la izquierda en lugar de a la danzante Salomé, uniendo las dos escenas de manera inteligente.
El último luneto representa la decapitación de San Juan a la izquierda y la presentación de su cabeza ante Herodías a la derecha. Ambas basadas también en grabados de Leclerc. ​ Es una de las composiciones más complejas; repleta de detalles interesantes. En la escena de la izquierda, Quispe Tito cambia por completa el ambiente en el que se encuentran los personajes, remplazando el interior de una carceleta por un espacio abierto, con plantas y un riachuelo repleto de aves nadadoras. 

Martirio y muerte de San Sebastián
Esta importante serie de pinturas, hoy desaparecidas luego del incendio del templo en el 2016, consta de dos obras que representan el martirio y la muerte de San Sebastián. Estaban ubicadas cada una a un lado del altar mayor de la iglesia. Probablemente fueron pintadas alrededor de 1679. ​
La pintura del martirio se encontraba firmada por el artista: "Don diego quispe tito hiso este lienzo...[por encargo del] cacique don Joseph Chalco Yopanque y Don Juan Tecsetupa".​ La pintura representa el asaeteamiento de San Sebastián y está basada en un grabado de Rafael Sadeler. ​ Cinco arqueros rodean al mártir, tres se encuentran en primer plano y dos de ellos dan la espalda. Esto es típico de las figuras del pintor cuando aparecen a medio cuerpo. ​ 

Otras pinturas en la ciudad del Cusco
El Juicio Final
Esta impresionante pintura de gran formato se encuentra en el convento de San Francisco del Cusco. Fue pintada en 1675 a partir de un grabado de Philippe Thomassin ​que fue muy común como fuente en todas las colonias hispanas. ​ 

La Serie del Zodiaco
Podemos observar en la Serie del Zodiaco escenas de parábolas y vida de Cristo que hoy se pueden observar en el Palacio Arzobispal de Cuzco. Esta serie del Zodíaco está compuesta en la actualidad por nueve lienzos correspondiendo cada uno a un signo zodiacal con una parábola de la vida de Cristo.
1.     Aries: San José y la Virgen buscando posada. Lucas, 2
2.     Cáncer: Parábola del hombre que edifica el granero
3.     Leo: Parábola del buen pastor. Juan, 10
4.     Libra: Parábola de la higuera estéril. Lucas, 13
5.     Escorpio: Parábola de los viñaderos infieles. Mateo, 21
6.     Sagitario: Parábola invitados a la boda. Mateo, 22
7.     Capricornio: Parábola del sembrador. Lucas, 8
8.     Acuario: Huida a Egipto de la sagrada Familia. Mateo, 2
9.     Piscis: Vocación de los apóstoles. Marcos, 1 

La leyenda de santa Sofronia,  finales del siglo 17
En el Perú colonial, el español gobernante orquestó la producción y dispersión de imágenes religiosas como testimonio de la misión cristiana de dominación española. Este largo panel narrativo, que debe leerse de derecha a izquierda, se produjo en el centro artístico colonial español de Cuzco, Perú, una ciudad de las tierras altas que siguió siendo un baluarte de la cultura inca nativa. Si bien los artistas que trabajan en gremios de pintura con influencia española tomaron prestados en gran medida de obras de artistas europeos en las colecciones locales de los españoles, también alteraron esos modelos mediante la adición de elementos nativos potencialmente subversivos: aquí los elementos del paisaje típicos del círculo del artista Quispe Tito deriva directamente de la pintura holandesa, mientras que la influencia nativa es visible en la decoración floral y las aves juguetonas. El tema de Santa Sofronia sigue siendo una elección extraña; una oscura figura medieval italiana, Sophronia no aparece en el calendario de la Iglesia y rara vez ha sido un tema en el arte.


CRISTOBAL de VILLALPANDO (Ciudad de México, c. 1649 - 1714) 

Fue uno de los pintores más afamados de la Nueva España, cuya obra se realizó a fines del siglo XVII y a principios del XVIII.
Aunque no se tiene la certeza, se puede inferir que el pintor nació en México hacia 1649, gracias a un documento hallado en un libro de amonestaciones de españoles perteneciente al sagrario de la catedral de México, fechado en 1669.
En este documento, Cristóbal de Villalpando asegura ser "hijo y legítimo vecino de la ciudad" y, a continuación, se asienta el nombre de su esposa, María de Mendoza. Los autores calculan que el pintor no podía contar con menos de 20 años al contraer matrimonio, por lo que se estima la fecha de su nacimiento cerca de 1649. ​ No obstante, su autorretrato en La apoteosis de San Miguel (1685) lo refleja como un hombre de apariencia de 35 años, por lo que se cree también que su fecha de nacimiento oscila entre 1650 y 1655. ​
Cristóbal de Villalpando fue veedor del gremio de pintores entre 1686 y 1699. En 1698 fue alférez de la Guardia de Alabarderos y ascendido a capitán en el año 1702. Su muerte se da en 1714, siendo enterrado en la iglesia de San Agustín.
Los primeros trabajos localizados de Villalpando se remontan al año 1675, en el retablo mayor del convento franciscano de San Martín de Tours de Huaquechula, donde se encuentran 17 lienzos dedicados a santos franciscanos, ocho a la vida de la Virgen y un Cristo crucificado. Otras de sus dos primeras obras fueron los retablos de Azcapotzalco (1681) y el Retablo de Ánimas en Xochimilco (1680). ​
En 1685, Villalpando realizó un ciclo de cuatro pinturas para la catedral de México, considerados como sus obras de mayor empeño: La apoteosis de San Miguel, La mujer del Apocalipsis, La Iglesia Militante y La Iglesia Triunfante; esta última, relacionada con El Triunfo de la Eucaristía de Rubens. ​ Lamentablemente y a causa quizá de fallas tectónicas en las bóvedas del edificio, Villalpando no pudo concluir el ciclo de seis lienzos que completó Juan Correa, a quien se deben Entrada en Jerusalén y La Asunción de la Virgen.
Tres años después de sus encargos en la catedral de México, Villalpando realiza en 1688 la pintura de la cúpula principal de la catedral de Puebla bajo el tema la Apoteosis de la Eucaristía. Su fama crece tanto que, para 1691, los franciscanos de Antigua en Guatemala le solicitan la elaboración de 49 lienzos sobre la vida de San Francisco para su convento principal. ​
Otra de sus obras reconocidas es La Plaza Mayor de México, pintado en 1695 y actualmente ubicado en el museo Corsham Court en Wiltshire, Inglaterra. ​
Se considera que el pintor alcanzó su plenitud artística en el periodo entre 1690 y 1710.

Los Siete Arcángeles en la obra de Villalpando
Villalpando es reconocido por la representación de los Siete Arcángeles en sus obras. En los encargos de la catedral de México, el pintor retrato a los Siete en el muro norte, intercalándose con las Virtudes. En 1688, en la catedral de Puebla, los retrató en la cúpula que cubre el altar mayor; y en 1694, los pintó en la catedral de Guadalajara, en Jalisco. También están presentes en La Dolorosa, lienzo preservado en Museo Soumaya de la Ciudad de México.
Estas obras marcan "la eclosión que la iconografía del Septenario experimenta a lo largo del s. XVIII en el virreinato novohispano”.
La vida de este pintor novohispano ha sido relacionado con la de otro artista de la época, Juan Correa, a quien examinó en la obtención de su título como pintor en 1687. Se considera que el arte de Correa está influenciado por los trabajos de Cristóbal de Villalpando. ​ No se le conoce un discípulo como tal, pero su arte incidió en pintores de la siguiente generación como José de Ibarra y Nicolás Rodríguez Juárez. 

La Anunciación.
Óleo sobre lienzo. 142 x 231cm. Fototeca Nacional de México
En Nueva España, como en muchos otros territorios de la corona española, los temas marianos, sean advocaciones o escenas de la vida de María, cobraron mucha importancia debido a la Contrarreforma, que defendía la figura de la Virgen de los ataques de los protestantes. Los pasajes de la vida de la madre de Dios que están directamente relacionados con la de Cristo se narran en los evangelios canónigos, como la anunciación o la visitación; pero muchos otros sólo se refieren en los evangelios apócrifos, tal sería el caso de los desposorios. Estas dos piezas, de idéntico formato, pertenecieron a una serie de la vida de la Virgen, cuyo objetivo didáctico era recordar a la madre de Dios. Durante el virreinato era común que los pintores recurrieran a modelos para resolver sus obras, sobre todo si se trataba de temas religiosos, lo que además facilitaba la transmisión de ideas a los fieles, principal objetivo de la pintura religiosa. Estos modelos podían ser grabados o pinturas antiguas, cuyo uso garantizaba, entre otras cosas, la propiedad y corrección iconográfica, evitando desviaciones de la norma doctrinal.
De tal manera vemos cómo Villalpando sigue los mismos esquemas que en su momento adoptaron Luis Juárez y Sebastián López de Arteaga para representar estos temas. A pesar de las restricciones creativas que suponía el uso de modelos en la resolución de las obras, los pintores tenían el suficiente margen para imprimir un sello personal a su trabajo. Así vemos cómo el estilo personal de Villalpando rescata de la tradición el gusto por los detalles, los contrastes lumínicos y la suavidad en los rostros; pero aporta el gusto por las formas más expresivas y vivaces, conseguidas por una pincelada suelta. 

Virgen del Apocalipsis, 1686
Esta obra al óleo sobre tela trata un tema ampliamente representado en el Arte Virreinal, en que San Miguel Arcángel lucha con el demonio de siete cabezas mientras dos ángeles elevan al Niño recién nacido a Dios Padre. La Virgen aparece gloriosa al centro de la escena. Como es notable en la obra de Villalpando, el uso de brillantes colores aporta luz a la escena, que se extiende en un grande escenario decorado en todos sus extremos. La obra, comisionada por el canónigo Ignacio Hoyos Santillana se encuentra en la Sacristía de la Catedral Metropolitana. Tiene unas medidas de 899 x 776cm.

MIGUEL MATEO MALDONADO y CABRERA (San Miguel Tlalixtac, Oaxaca, 27 de febrero de 1695-México, 16 de mayo de 1768).
Pintor novohispano, caracterizado por ser uno de los máximos exponentes de la pintura barroca del virreinato.
Miguel Cabrera nació en Antequera de Oaxaca en el año 1695 de padres desconocidos y ahijado de una pareja de mulatos. Inicia su actividad artística hasta el año de 1740.
El tema mariano, y más concretamente la Virgen de Guadalupe, ocupa gran parte de su obra; sobre esta materia escribió Maravilla americana y conjunto de raras maravillas observadas con la dirección de las reglas del arte de la pintura (1756). Un detalle, hizo pinturas para las capillas de la Catedral de la Ciudad de México, entre ellas, la sacristía, que alberga, en uno de sus muros La Mujer del Apocalipsis.
Fue pintor de cámara del arzobispo Manuel José Rubio y Salinas y fundador en 1753 de la primera academia de pintura de México.
Miguel Cabrera destaca en el género del retrato. No se reduce a la aplicación de recetas y convenciones, sino que a pesar de ellas proyecta a los sujetos, siendo el pintor de su situación pero también de su individualidad. Sus magníficos retratos de monjas, Sor Juana Inés de la Cruz (Museo Nacional de Historia), Sor Francisca Ana de Neve (sacristía de Santa Rosa de Querétaro) y Sor Agustina Arozqueta (Museo Nacional del Virreinato, en Tepotzotlán), son tres homenajes a la mujer: a su intelecto, su belleza y su vida interior.
Obra notable, es el magnífico retrato Doña Bárbara de Ovando y Rivadeneira y su ángel de la Guarda, así como el extraordinario retrato de doña Luz de Padiña y Cervantes(Museo de Brooklyn) y el no menos notable que hizo de la Mariscala de Castilla. Pintó a Fray Toribio de Nuestra Señora (templo de San Fernando, ciudad de México), el Padre Ignacio Amorín (Museo Nacional de Historia), el propio Manuel Rubio y Salinas (Taxco, Chapultepec y la catedral de México); a nobles y benefactores como el Conde de Santiago de Calimaya y los miembros del consulado de la ciudad de México.
Destacó como pintor costumbrista, es autor de Castas, serie de dieciséis pinturas, de las cuales conocemos doce (ocho están en el Museo de América en Madrid, tres en Monterrey, y otra en los Estados Unidos). Miguel Cabrera muere en 1768. 

Retrato de sor Juana Inés de la Cruz (1751).
Óleo sobre lienzo. 281 cm alto x 224 cm largo. Museo Nacional de Historia
Este óleo de mediano formato pintado a mediados del siglo XVIII constituye la obra maestra del Museo Nacional e Historia en cuanto a retratos se refiere. El pintor oaxaqueño Miguel Mateo Maldonado y Cabrera representó a sor Juana Inés de la Cruz, la Décima Musa, con base en el retrato del artista español Juan de Miranda, elaborado poco más de medio siglo después de la muerte de la famosa literata. Cabrera lo modificó colocando a la religiosa en una celda amplia llena de libros para destacar la sabiduría y el afán de estudio que caracterizaron la vida de la monja poetisa y apasionada científica. En los libros de la biblioteca se identifican, entre otros, las obras del sabio jesuita del siglo XVII Athanasius Kircher, quien influyó de manera importante en el pensamiento de sus contemporáneos. Los afilados dedos de sor Juana, de una blancura semejante a la de su rostro, dan a la figura un aspecto lleno de espiritualidad e inteligencia. Vestida con el sencillo hábito de la Orden de las Jerónimas y portando en el pecho el llamado escudo de monjas, se encuentra sentada en un sillón de respaldo alto; su mano derecha se posa sobre un libro, mientras la mano izquierda sostiene un rosario en alusión a su piedad. Miguel Cabrera, uno de los artistas que gozó de la mayor fama entre los muchos pintores que florecieron durante el siglo XVIII en el virreinato de la Nueva España, completó el cuadro con leyendas o textos en latín en un juego de inteligencia que marca los momentos más importantes de sor Juana: su nacimiento, su consagración al convento de San Jerónimo y su muerte. En él también expresa su admiración por la Décima Musa. Es probable que la obra fuera un encargo de la superiora de la orden jerónima.

La virgen del Apocalipsis” en 1760 
Miguel Cabrera realiza el cuadro “La virgen del Apocalipsis” en 1760 y es costeado por José Riaño y en él plasma su visión sobre el texto apocalíptico de San Juan. Se cree que para su realización Cabrera se inspirara en Rubens, compartiría ideas con José Ibarra y se alimentara de la iconografía típica de la época. Entre los elementos más destacados de la obra se encuentran: La mujer vestida de sol (al centro) la bestia que amenaza a la mujer y a su hijo; el arcángel San Miguel (hombre alado vestido de romano, con el poder de que Dios es el único vencedor del mal) y los querubines (mensajeros entre Dios y los humanos).

Pintura de Castas, 1763
abrera muestra las distintas castas que conforman a la sociedad en un ambiente cotidiano: Las escenas muestran un ambiente cotidiano y un cuadro familiar (padre, madre e hijo); además se muestra el tipo de mestizaje que se da gracias al cruce de etnias indígenas existentes de Nueva España. La colección incluye 16 cuadros los cuales Miguel Cabrera realizó en 1763 y se encuentran en el Museo de América.
La serie está hoy algo desperdigada, ya que en Madrid hay sólo ocho, otras tres están en Monterrey, una en EEUU, habiendo desaparecido otras dos, la número 3, que debía corresponder a la mezcla entre español y castiza, que da de nuevo español, y la número 6 que correspondería a la mezcla entre español y morisca, que da albino, según las taxonomías de la época.
Estas pinturas de castas solían presentarse en series, como un muestrario de la mezcla racial, una especie de catálogo, como puede verse en la imagen que cierra el presente artículo, de un autor anónimo y que se encuentra en un museo mexicano. Según la moda de este "género" los matrimonios son representados con las vestimentas correspondientes sus oficios y a su categoría social, en una especie de cuadro costumbrista
Hay que poner en contexto este tipo de pinturas para poder entenderlas: las sociedad del virreinato de Nueva España (el actual México) está dirigida por una casta de españoles que han heredado la ideología nobiliaria hispana de la "limpieza de sangre", según la cual un español con sangre morisca o judía en su árbol genealógico no es un cristiano viejo, es un español de segunda. Frente a esta pretensión de 
de sangre de la élite gobernante española está la realidad vigente del enorme y universal mestizaje de la sociedad civil, en la que la mezcla de razas es un hecho fehaciente. 
ese contexto estas pinturas de algún modo sirven para legitimar las pretensiones de la élite gobernante y sostener sus reivindicación del poder como "españoles puros", probablemente frente a los intentos de criollos bien situados económicamente que pugnan por situarse en los aledaños del poder o de ingresar en sus filas (piénsese que esta pintura se produce en el reinado de Carlos III, una época de ofensiva del gobierno central en lo tocante a imponer gobernantes de la metrópoli, frente a las pretensiones de los criollos). Se podría decir que esta pintura sirve para poner a cada uno en su sitio, según la ideología racista y colonial del momento.En cualquier caso, de un modo invertido, arte a veces expresa más de lo que la ideología dominante pretende hacerle decir, y estas pinturas pueden hoy verse y leerse como una muestra de la diversidad racial y cultural de la sociedad del virreinato, es decir como muestra de su riqueza y mestizaje, rasgos que hoy, libres del prejuicio racista que dominaba en su día, contemplamos como positivos y propios de sociedades vivas y dinámicas.
El hecho además de que Miguel Cabrera fuera probablemente de origen mestizo (se crió con sus tíos, de los que se nos dice que eran mulatos) añade un elemento de ironía a esta obras, que merecen quedar para la posteridad, tanto por sus valores estéticos innegables, como por ser un testimonio histórico de una sociedad que podría ser vista como un ejemplo para estos tiempos: una sociedad cuyos miembros no temieron mezclarse entre sí, aprendiendo los unos de los otros y creando una cultura y una raza mixtas, en definitiva abriendo perspectivas.
De chino cambujo e india, loba
 


De Albarazado y Mestiza, Barcino

De Castizo y Mestiza, Chamizo

De español y mestiza, castiza 

Mestizo e india coyote 

De Negro y de India, China Cambuja 

JUAN RODRÍGUEZ JUÁREZ (Ciudad de México, 14 de julio de 1675-1728​)
Era miembro de una familia española que durante mucho tiempo se destacó por sus logros en el mundo de la pintura. Su hermano era Nicolás Rodríguez Juárez (1667-1734), quien era como él, un pintor establecido en Nueva España. Era hijo de Antonio Rodríguez (1636–91), un notable pintor español. Su abuelo materno José Juárez (1617-1661) y el tatarabuelo materno Luis Juárez (1585-1639) también fueron pintores notables en la historia española y prominentes en la época barroca.
Como con la mayoría de los artistas en Nueva España durante el período barroco tardío, Juan Rodríguez Juárez produjo arte religioso. También siguió la tendencia de pintar retratos de altos funcionarios, como el virrey Linares y la nobleza local. Estas obras siguieron los modelos europeos, con símbolos de rango y títulos que se muestran sin adjuntar en las partes externas o que trabajan en otro elemento de las pinturas, como las cortinas.  Rodríguez Juárez pintó "un autorretrato extraordinario, sintomático del papel cambiante del artista en la colonia en el siglo XVIII". 
Se le atribuye un conjunto de pinturas antiguas de castaña (ca. 1715); están en una colección privada en Breamore House, Hampshire, Inglaterra.  Lienzos separados muestran mezclas raciales mexicanas en un orden jerárquico, con las mezclas hispano-indias primero, seguidas de las mezclas hispano-africanas, y luego permutaciones de parejas y descendientes racialmente mixtos. Son los siguientes: el español y la India producen un mestizo; El español y Mestiza producen un Castizo; Castizo y mujer española producen español. Español y Negra producen un mulato; El español y el mulata producen una morisca; El español y el morisca producen un Albino. De Mulato y Mestiza producen un Torna atrás. De Negro e India, Lobo ("lobo"); De Indio y Loba producen un "Hold-Yourself-In-Midair" (tente en el aire) de cabello arrugado (grifo); De Lobo e India producen un Torna atrás ("retroceder"); De Mestizo e India producen un coyote; Indios mexicanos; Indios otomíes en camino a la feria; Indios Bárbaros (Indios Bárbaros). 

Jesús con la mujer enferma, 1720
En esta obra se representa el pasaje bíblico cuando Jesús sana a una mujer que se encontraba fuera de la sinagoga un día sábado, por lo que es reprochado por el jefe de la sinagoga. Aparece la imagen de un perro a los pies de Jesús, símbolo de lealtad, mientras que Jesús aparece al centro con una túnica roja, símbolo de la sangre derramada por los pecadores, y una manta azul, que simboliza la justicia, la nobleza y al amor celestial. Juárez toma como ejemplo la obra de Murillo como referente para su obra en cuanto a la suavidad de las formas, que puede apreciarse en la presente obra. El lienzo tiene unas medidas de 154 x 256 cm y se encuentra en el Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México.

Retrato del virrey Fernando de Alencastre Noroña y Silva, ca. 1717
Retrato de don Fernando de Alencastre Noroña y Silva de medio cuerpo en tres cuartos de perfil a la derecha con la mirada al frente. Porta peluca blanca, casaca color vino con bordados en color blanco y botonadura plateada, chaleco dorado con botones al frente y puños de encaje blanco. Bajo su brazo izquierdo sujeta un sombrero negro, su mano derecha está apoyada sobre la esquina de un mueble a un lado de un bastón, con sus dedos sostiene un pañuelo. En la parte superior derecha del lienzo se ve un escudo heráldico.

Milagros del beato Salvador de Horta, ca. 1720
Esta pintura representa a San Salvador de Horta curando a los enfermos. San Salvador de Horta fue un fraile franciscano nacido en 1520 en Santa Colona de Farnés, Gerona, España. Era conocido por sus muchos milagros (especialmente curando a los enfermos) y por hacer votos de pobreza; finalmente fue canonizado en 1717 por el papa Clemente XI.
En esta pintura, se representa al santo siguiendo los pasos de una iglesia, ofreciendo su bendición a un hombre herido en la parte inferior derecha. Le atribuí la pintura a Juan Rodríguez Juárez. Nacido en una importante dinastía de pintores, a Rodríguez Juárez se le atribuye la introducción de importantes innovaciones estilísticas e iconográficas a principios del siglo XVIII. También le preocupaba elevar el estado de la pintura, y junto con su hermano Nicolás Rodríguez Juárez estableció una academia de pintura alrededor de 1722.
La composición (tomada de una impresión de Peter Paul Rubens) debe haber gozado de cierta popularidad entre los franciscanos. Un lienzo anterior del mismo tema fue encargado por el artista José Juárez, el abuelo de Rodríguez Juárez, para el Convento Grande de San Francisco, Ciudad de México.
Rodríguez Juárez debe haber conocido la pintura de su abuelo (hoy en el Museo Nacional de Arte, Ciudad de México), que probablemente le sirvió de modelo. Sin embargo, hay diferencias significativas, incluida la adición de la Virgen María en el cielo y las pinceladas sueltas magistrales que se ejemplifican por el grupo de figuras etéreas de pie en el fondo. Este es un trabajo importante que representa cómo la tradición de la pintura local dentro de la Nueva España podría tener tanto peso como el uso de fuentes europeas en la creación de composiciones nuevas y vibrantes.

De mulato y mestiza, produce mulato, es torna atrás, ca. 1715
Mestiza, Mulatto y Mulatto, alrededor de 1715 Código de Esclavos de Carolina del Sur UN ACTO PARA EL MEJOR PEDIDO Y GOBIERNO [DE] NEGROES Y OTROS SLAVES EN ESTA PROVINCIA Mientras que en las plantaciones de su majestad en América, la esclavitud ha sido introducida y permitida; y las personas comúnmente llamadas negros, indios, mulatos y mestizos han sido [considerados] esclavos absolutos, y los sujetos de propiedad en manos de personas particulares cuyo poder sobre los esclavos debe ser resuelto y limitado por leyes positivas para que los esclavos puedan ser mantenidos en la debida sujeción y obediencia, y los propietarios y otras personas que tienen el cuidado y el gobierno de los esclavos , puede verse impedido ejercer demasiado gran rigor y crueldad sobre ellos; y que se pueda preservar la paz pública y el orden de esta Provincia: Mestizo con india. Producen cholo Sea promulgado, que todos los negros, indios (indios libres en la mañana con este gobierno, y negros, mulatos y mestizos que ahora son libres exceptuados) mulatos o mestizos que ahora son o serán en lo sucesivo estar en esta Provincia, y todo su problema y descendencia nacido o para nacer, serán y por la presente son declarados como y permanecen para siempre esclavos de sus absolutos. , y seguirá la condición de la madre; y se considerarán,... Español. Serrana o mujer india marrón produce Mestizo tomado, reputado y juzgado por la ley para ser chattels personales en manos de sus propietarios y poseedores y sus ejecutores, administradores y cesionarios a todos los efectos, siempre que si cualquier mulato indio negro, o mestizo reclama su libertad, será y puede ser lícito para tal negro tal negro , indio, mulato, o mestizo, o cualquier persona o personas de cualquier tipo, en su nombre para solicitar a los jueces del tribunal de su Majestad de motivos comunes por petición o ... Y dicho tribunal o cualquiera de los jueces de los mismos, y por la presente están totalmente facultados para admitir a cualquier persona que lo solicite, para ser tutor de cualquier negro, indio, mulato o mestizo, reclamando su libertad, y tales guardianes serán habilitados, con derecho y capaces en la ley para imponer una acción de intrusión, en la naturaleza de la ravishment de barrio contra cualquier persona que reclamará bienes en propiedad , o que estará en posesión de tal negro, indio, mulato o mestizo. Negro con Mulata producen una serie Sambo de pinturas enviadas por el virrey Amat rey Carlos III en 1770. 

San Juan de Dios
Óleo sobre lienzo, 174,5 x 110,5 cm, Madrid, Museo de América
San Juan de Dios, la efigie de este santo, de cuerpo entero, en un paisaje; obra original y magnífica, que tiene reminiscencias de Zurbarán». Indudablemente, en un espíritu cultivado como el de Juan debió de causar honda impresión el estilo zurbaranesco, introducido en el virreinato por Sebastián López de Arteaga y divulgado por José Juárez. Ahí radica, además, el gusto del joven pintor: en Zurbarán halla formidable veracidad y lirismo, además de una profunda preocupación religiosa y, urdiendo la técnica pictórica, ese claroscuro que el español hereda de la rutina caravaggiesca. Siguiendo desde tierra mexicana este camino, Juan Rodríguez Juárez traduce en su obra la sensibilidad barroca; enlaza con ese estilo y participa en su etapa de mayor dinamismo y grandiosidad.

Escultura
En el siglo XVII en el Virreinato de Perú destacaron tres centros en la producción escultórica. En Lima se impuso la influencia montañesina con escultores como Martín Alonso de Mesa o el catalán Pedro de Noguera, inicialmente de estilo manierista, evolucionando hacia el barroco en obras como la sillería de la Catedral de Lima; el vallisoletano Gomes Hernández Galván, autor de las Tablas de la Catedral; Juan Bautista Vásquez, autor de una escultura de la Virgen conocida como La Rectora, actualmente en el Instituto Riva-Agüero; y Diego Rodrigues, autor de la imagen de la Virgen de Copacabana en el Santuario homónimo del Distrito del Rímac de Lima.
Los otros dos centros de importancia fueron el cuzqueño que desarrolló un tipo de imagen de vestir de fuerte aceptación popular, y el quiteño. Fue en este último donde a finales de siglo surgieron dos de los escultores más importantes de la época: Manuel Chili Caspicara y Bernardo Legarda.
La construcción de sillerías de coro y de retablos produjo las obras más valiosas del periodo. La riqueza decorativa característica del barroco incorporó el repertorio de motivos indígenas así como una extraordinaria profusión de detalles y una exuberancia ornamental que produjo retablos que son considerados como unas de las obras más representativas del arte iberoamericano.
En el Virreinato de Nueva España descolló la escuela guatelmateca de imaginería pero al igual que en el Virreinato del Perú fue en la retablística, sobre todo en México, donde se realizaron las obras más destacadas. 

MARTÍN ALONSO de MESA (Sevilla c.1573 – Lima 1626)
Escultor español activo en el Virreinato del Perú. Formado en algún taller sevillano, se tienen noticias de algunas de sus primeras obras de las que se ha identificado la Virgen de la Oliva (1595) de su santuario en Vejer de la Frontera. A primeros de siglo ya está afincado en Lima donde adquirió prestigio y fundó su propio taller, llegando a ser uno de los escultores más importantes de principios de siglo junto a Juan Martínez de Arrona destacando en la escultura y en la ejecución de retablos.
Se considera que con su llegada al Perú junto a otros maestros sevillanos como Martín de Oviedo y la importación de obras de talleres sevillanos que se produce en esa época, la escultura de la Ciudad de los Reyes inicia un giro hacia un realismo de estirpe montañesina, un barroquismo que reemplaza al manierismo vigente hasta entonces.
A pesar de la documentación existente su labor retablística no ha sobrevivido o ha sido trasladada de su emplazamiento original y aún no se ha identificado. 

Crucificado de la Sangre (1619). Basílica y convento de Santo Domingo de Lima.
Recientemente se ha ejecutado la restauración de un Crucificado que presidía el retablo mayor del templo de Santo Domingo de Lima. En la intervención pudo comprobarse que la escultura hueca guardaba en su interior un pergamino, donde constaban escritos con tinta los nombres del escultor, el comitente y la fecha del encargo. Dice así: “Este Sancto Crucifixo es de mano de Martín Alonso de mesa escultor acabole el mes de Março de 1619. hizole por mdo del Pe fr Saluador Ramirez Por de este conuento del Rosario de Lima el qual supca a nro señor se sirua de perdonarle sus pecados y lo mismo ruega por todos”. La restauración del Crucificado dominico ha resultado peculiar ya que se le ha querido otorgar una nueva advocación: “de la sangre”, y tras limpiar los repintes históricos ha sido objeto de unos espurios y abusivos chorreones de sangre que desfiguran la imagen.
Buen ejemplo contemporáneo de las coyunturas artísticas entre propietario, restaurador, religiosidad y piedad en las que se sigue debatiendo la imagen de devoción. Tras el hallazgo documental en el interior del Cristo de la Sangre de Santo Domingo, parece confirmarse la identificación y atribución razonada con apoyo documental realizada sobre el Crucificado de la Vera Cruz, en Santiago de Chile, obra de Martín Alonso por su directa relación formal y estilística. También habría que mirar con nuevos ojos el conocido Cristo de la Conquista del templo de la Merced en Lima, y tal vez identificarlo como el citado documentalmente en la capilla de redención de cautivos en 1620, hoy en un pilar del crucero. Este crucificado mercedario está más transformado en su rostro y paño de pureza, pero parece en la misma línea que estos comentados, con la particularidad iconográfica muy sevillana de presentar cuatro clavos, cruzados los pies en la misma posición del de la Clemencia de Montañés. Sin duda se trata de una escultura del siglo XVII que pudiera fecharse entre 1610 y 1620. Martín Alonso de Mesa, escultor sevillano emigrado al Perú a comienzos del siglo XVII, dominó durante dos décadas la contratación de los principales retablos y esculturas de la ciudad hasta que murió en 1626. De sus años sevillanos se conserva la Virgen de la Oliva en Vejer de la Frontera (Cádiz). En Lima se han identificado con seguridad algunas obras entre las que destacan el San Juan Evangelista de la catedral (1623) y ahora este Crucificado de la Sangre. La interpretación que ofrece Martín Alonso va inserta en el clasicismo y decoro propio de la escuela hispalense de la época, como puede apreciarse en la caja torácica de modelos aun atléticos, junto a una clara inspiración naturalista buscando efectos más vivos y cercanos al espectador. El paño de pureza muestra una moña y caída lateral de ahuecados pliegues y movidas curvas, de concepto más barroco que la anatomía del Cristo. Precisamente en Santo Domingo quiso el escultor ser enterrado, en la capilla del Rosario de los españoles, ya que fue hermano veinticuatro de la cofradía de la Virgen. 

San Juan Evangelista, Catedral de Lima
Cuando Martín Alonso firma y compromete el encargo de esta escultura –el 14 de febrero de 1623-, atravesaba unas circunstancias profesionales y laborales muy especiales.1 Distintos artistas ofertaban pujas, entre ellos el propio Mesa, para realizar la sillería de coro catedralicia (17 de febrero a 3 de marzo de 1623), adjudicada poco después a Noguera. Son conocidas las pugnas y pleitos que suscitó esta obra entre los artífices e instituciones implicadas (Marco Dorta 1951-1960; Chichizola 1981; San Cristóbal1981-1982). Mesa, autor del diseño de la sillería, veía por aquellos días cómo el proyecto escapaba de sus manos, a pesar del largo magisterio ejercido sin competencia durante años en la ciudad. La llegada de nuevos escultores y arquitectos, una generación artística más joven, forzó la creatividad de Martín Alonso, con tal de demostrar su valía e idoneidad para el gran proyecto coral intentando aportar novedades o identificarse con las nuevas tendencias de la plástica: composiciones más abiertas, naturalismo y movimiento, propios del primer barroco que ya campeaba en la Metrópoli. Encomendado por el Cabildo para presidir el altar mayor de la catedral limeña, en los trabajos previos a la consagración definitiva de 1625, el lugar y función exigían una escultura de tamaño natural, capaz de centrar la atención del recinto sagrado reo en acabado, de monumental grandeza y por entonces plenamente diáfano, ya que ni había retablo mayor, ni coro ni sillería en la nave central. Así, pues, el artista dispone al santo titular -Paulo III erigió el templo en catedral bajo la advocación de San Juan Evangelista en 1541- erguido, de pie y exento (con frecuencia aparecía sentado) (Berna les Ballesteros 1969:2). Esta obra manifiesta una rotunda presencia impositiva de sólida monumentalidad, tan genuina del género escultórico. Su composición frontal muestra matices, como la pierna flexionada levemente y dirigida hacia su izquierda. Pero, sobre todo, la rígida solidez estática se ve modificada y enriquecida al extenderse decididamente el brazo y la mano que sostiene la pluma; también, al apoyar el pie derecho sobre el águila, imprime un quiebro en la composición que aporta cierto movimiento ascendente (apreciado en la visión lateral), juego de volúmenes con profundidad y claroscuro en los paños (también visibles bajo el brazo extendido y el libro). Hay un aspecto importante en la composición de la imagen y que la diferencia notablemente de otras interpretaciones plásticas contemporáneas, como la del San Juan Evangelista de Martínez Montañés para el convento sevillano de Santa Clara (1621-1626?), o también la versión que realizó para el Monasterio de la Concepción de Lima hacia 1618 (hoy precisamente en la catedral limeña); o la que pocos años después (1627-1632) lucirá en el altorrelieve de la sillería catedralicia elaborada por Noguera. Mención aparte, en este sentido, merece el San Juan Evangelista expuesto en el Museo Pedro de Osma (Lima). Se trata del águila que suele acompañar al apóstol como su habitual emblema. En los primeros ejemplos el ave es independiente, colocada junto al personaje, apareciendo de frente y con las garras asentadas firmemente sobre la base, con las alas un tanto extendidas y las puntas hacia abajo. En la obra perteneciente al Museo Pedro de Osma, Martín Alonso compone con sentido unitario y traba al apóstol con el animal, al apoyar su pie sobre este, de tal modo que ya no sería posible esta postura sin el ave. En cambio, en los anteriores ejemplos mencionados, si desaparece el pájaro (caso del de la Concepción), no se altera la disposición del Evangelista. Pero, además, la postura del águila es más dinámica, despliega sus alas suavemente, intenta arrancar el vuelo hasta el punto de que una de sus patas -la más externa-, ya despegada, parece batir el aire. El movimiento ascendente sugiere contagiar -conectar formal y simbólicamente- a la actitud del Apóstol, elevando rostro y mirada a la inspiración divina procedente de lo alto. La escultura del Museo Pedro de Osma muestra también esta solución de apoyarse en el tetramorfo, pero con una actitud y resultado compositivo más reposado; así como el pequeño relieve de San Lucas en el retablo del Bautista de la Concepción de Lima, por Montañés, del que pudo tomar la idea, aunque en este la monumental composición cerrada expresa una actitud de íntima concentración. Como puede apreciarse en la vista lateral de la imagen, el recurso del águila que inicia el vuelo constituye un ejemplo de la pretendida inserción espacial de la escultura en su ámbito, de claro signo barroco, insinuando la irrupción del espacio circundante donde se sitúa el espectador, al mismo tiempo que dota de sentido unitario a la composición de las dos figuras, sin ser este ejemplo el cenit del recurso. En general, pese a este rasgo, la escultura muestra aún el concepto de bloque pétreo propio de la talla renacentista, frontalidad y aplomo compositivo, aunque con intenciones propias del primer barroco, acreditando a Martín Alonso de Mesa como un buen escultor del renacimiento final en Lima, a la búsqueda de nuevos caminos expresivos (Wittkower 1934: 340).


 


Próximo Capítulo: Capítulo 26 - Arquitectura barroca francesa

 

Bibliografía
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