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martes, 21 de enero de 2025

Capítulo 50, Románico en Tudela y la Ribera de Navarra

 

Románico en Tudela y la Ribera de Navarra
La Ribera de Navarra por antonomasia es la del Ebro. Comprende el sur de Navarra y sus límites: Tierra Estella y la Navarra Media, al norte; la comunidad de La Rioja, al oeste y suroeste, y la provincia de Zaragoza, al sureste y este.
Es un territorio que se incluye geográficamente en el Valle del Ebro, con la salvedad del paisaje semidesértico de las Bárdenas Reales. La presencia del Ebro y sus afluentes convierte a La Ribera en un verdadero vergel, cuya tradición hortícola viene ya de los tiempos de la dominación árabe.
La capital de la comarca es Tudela. Su románico es tardío, de grandes dimensiones (grandes iglesias, catedrales y monasterios cistercienses son sus mejores representantes) y en algunos casos, de excelente calidad artística, como en el caso del claustro de la Catedral de Tudela. 

Tudela
Tudela, la segunda ciudad de Navarra y la más meridional del territorio, es cabeza de la merindad del mismo nombre y capital de la comarca de La Ribera. Se halla ubicada a 264 m de altitud en un barranco rodeado de planas y cabezos, en la margen derecha del río Ebro y en una confluencia de vías naturales de comunicación entre los Pirineos, el Sistema Ibérico y la Meseta, y de cursos fluviales como el Queiles, el Mediavilla o el Ebro –que recibe al Alhama aguas arriba, y poco antes a dos de los ríos más caudalosos del territorio, el Aragón y el Arga–. Esta situación favoreció desde muy temprano un desarrollo de la agricultura en las vegas del Ebro (huertas de La Mejana), y ha convertido a Tudela en un centro agrícola de gran relevancia en Navarra a través del comercio de sus variados productos. Su acceso desde Pamplona, a una distancia de 94 km, se efectúa por la NA-121, enlazando posteriormente con la N-232 una vez pasado Castejón de Ebro, o bien directamente a través de la A-15.
En los alrededores de Tudela han sido hallados diferentes restos materiales pertenecientes al Paleolítico, a las Edades del Bronce y del Hierro, así como un tramo de vía romana y algunas villas agrícolas de este período (Mosquera, Ramalete). De igual modo, el puente de diecisiete arcos que cruza el Ebro y que todavía se conserva pudo ser obra romana, si bien durante las centurias posteriores sufrió diferentes añadidos y restauraciones. También diversos vestigios arqueológicos demuestran una presencia visigótica posterior en la ciudad y sus inmediaciones.
Sobre su nombre, existen diferentes teorías bien documentadas y expuestas por Marín Royo. Pero la más lógica resulta ser la que propone que el nombre Tutela proviene de “defensa”, denominación ya anunciada por fuentes romanas como Valerio Marcial, y posiblemente asociada a un castro asentado en las faldas del cerro –en el que después se estableció el citado castillo– y cuya misión sería la salvaguarda del puente romano, el único existente en todo el Ebro hasta Zaragoza. En época musulmana pasó a ser designada Totila, Tutila o Tutilla, para ser llamada finalmente en época cristiana Tudella y Tudela.
En cuanto a los referentes históricos sobre su origen, debe indicarse que en época visigoda el valle del Ebro y la comarca de Tudela estuvieron gobernados por un conde llamado Casius o Qasi. Con la invasión de la Península Ibérica por pueblos musulmanes este gobernante se convirtió al Islam para continuar manteniendo bajo su dominio la región, pero siguió conservando conexiones con los caudillos pamploneses, con quienes le unían vínculos de parentesco. Durante esta etapa, Tudela quedó adscrita a la Marca Superior, de la cual era capital la ciudad de Zaragoza, y supeditada al gobierno cordobés de Abd-al-Rahman I. La estirpe Banu Qasi, con una cierta independencia del emirato cordobés, efectuó diferentes alianzas con los gobernantes pamploneses e, incluso, con los carolingios, lo que llevó a Córdoba al envío a Tudela de su general Amrus ibn Yusuf para controlar a esta familia. Así pues, y por su propia iniciativa, hacia el año 802 fortificó y amuralló este núcleo de Tudela, con el objeto de asentar un punto de apoyo de las avanzadillas en la Marca Superior, pero también para tratar de asegurar las fronteras conquistadas y frenar las posibles acometidas de pamploneses, vascones y carolingios. Allí construyó un castillo aislado y fortificado sobre un cerro testigo –el monte de Santa Bárbara–, rodeado por los ríos Mediavilla y Queiles, que actuaban como fosos naturales. Esta fortaleza se amplió bajo el impulso de Muza ibn Muza, aumentando el recinto amurallado mientras se extendía una medina en el llano hasta el límite del río Mediavilla. Los Banu Qasi continuaron gobernando este territorio a lo largo de todo el siglo IX y hasta el primer tercio del X, cuando su último representante (Muhamad ben Allach, conocido como Mutarrif) falleció en una campaña efectuada por el rey Sancho Garcés I contra sus dominios (cuando consiguió conquistar diversas plazas de la margen derecha del Ebro y sitiar Tudela). Ante esta situación fue llamado el califa Abd-al Rahman III al-Nasir, que acudió desde Clunia al tiempo que los cristianos se refugiaban en Calahorra, ciudad que logró tomar poco después, empujando y persiguiendo a los cristianos en su retirada hacia el Norte y derrotándolos finalmente en las cercanías de San Esteban de Deyo, en la Batalla de Valdejunquera (920).
Una nueva ofensiva cristiana tres años después contra el castillo de Viguera hizo regresar de nuevo a Abd-al Rahman III en la primavera de 924. Desde Tudela, y con la colaboración de diferentes gobernantes de la zona, como el zaragozano Muhammad al Tuchibi, organizó una incursión de castigo y avanzó hacia Pamplona, derrotando por el camino a Sancho Garcés I y saqueando posteriormente la ciudad. Tras estas actuaciones y antes de regresar al Sur, reorganizó el gobierno de Tudela colocando en el poder a los Tuchibíes zaragozanos y desterrando a los Banu Qasi que, en su mayoría, fueron trasladados a Córdoba, aunque algunos de sus miembros se convirtieron al cristianismo y se integraron en el ejército leonés.
Durante las dos centurias siguientes, Tudela pasó a estar totalmente supeditada a Zaragoza y a sus dinastías gobernantes, primero a los Tuchibíes, y después a los Huyíes, intercalando algún breve período de mayor autonomía como reino independiente en el segundo tercio del siglo XI. Es en esta época cuando la ciudad se despliega a lo largo de toda la vega hasta el río Queiles y se expande su perímetro amurallado, a la par que se construía una nueva atalaya, la Torre de Monreal, asentada sobre restos de un fortín anterior en otro de los cerros, enmarcando la trama urbana de Tudela y permitiendo el control de toda la llanura. Pero además en esta época continuaron las escaramuzas entre cristianos y musulmanes y las sucesivas reconquistas de territorios. Pueden destacarse algunos acontecimientos ocurridos en los reinados de monarcas como Sancho Garcés II Abarca (que construyó un castillo en las Bardenas en 985 para controlar la cercana Tudela), García Sánchez II (durante su gobierno, Pamplona volvió a ser atacada por el caudillo musulmán Almanzor en los años 998 y 1000), Sancho Ramírez (que estableció un reducto avanzado en Arguedas en 1084) y Pedro I (período en el que se estrecha la vigilancia sobre Tudela con la edificación, en 1098, de una fortaleza en Milagro y otra en el Pueyo de Sancho, ya a la vista de la ciudad; así como con la repoblación y reforzamiento de las cercanas poblaciones de Caparroso, Santacara, Calahorra y Azagra).
El derrumbamiento de la poderosa taifa de Zaragoza –ya muy debilitada desde hacía unos años atrás por las incursiones cristianas y la pérdida de Huesca (1096)– tuvo lugar, de forma irremediable, hacia el año 1110 con la conquista de Barbastro y la invasión y ocupación almorávide de Lérida, Tortosa, Denia, Tarazona, Tudela y Zaragoza. El asedio y posterior caída de Zaragoza a manos de Alfonso I en mayo de 1118 marcaron, de forma definitiva, el destino de Tudela, que finalmente se rindió a este monarca el 18 de diciembre y firmó una capitulación (15 de marzo de 1119) con cláusulas semejantes a las que se habían dispuesto para Zaragoza. El monarca cristiano se comprometía a respetar los bienes, formas de vida y estatutos jurídicos de los moros que habían permanecido en la ciudad, instándolos, además, a que en el plazo de un año mudaran su residencia a la parte exterior de la muralla. Con respecto a los judíos, se determinó otorgarles amparo bajo el mismo fuero que se había aplicado a los de Nájera y se les permitió continuar habitando la judería. En cuanto al grupo mozárabe, minoría en tiempos musulmanes, fue asimilado con los repobladores cristianos y se le concedió el fuero de Sobrarbe, carta puebla que ya se había adjudicado a Zaragoza, y que protegía tanto a nobles e infanzones como a burgueses, hombres libres, francos o ingenuos, dotándolos de libertad para disponer de bienes raíces y configurando una jurisdicción propia desempeñada por un juez o un alcalde, a semejanza de lo que ya se había aplicado con anterioridad en otras colonizaciones de nueva planta del reino, como Jaca, Estella, Sangüesa, Puente la Reina o San Saturnino de Pamplona.
Estos derechos fueron ampliados con la disposición de un nuevo privilegio en 1127, el fuero de Zaragoza, aplicado a los infanzones de Aragón, que fue denominado “privilegio de los veinte” o fuero tortum per tortum y por el cual se concedió a los pobladores de la villa un término de libre aprovechamiento de agua, pastos y leña, la garantía de libre comercio, el derecho a vengar un daño ocasionado de forma similar, el reforzamiento de la jurisdicción local y la configuración de un gobierno municipal compuesto por veinte jurados que se harían cargo, junto con las autoridades ya establecidas, de la vida ciudadana.
Tudela se configuró, pues, desde el momento de su conquista, en una nueva “tenencia” del reino navarro-aragonés que estuvo encomendada a Aznar Aznárez en un primer momento y posteriormente al conde Rotrou de Perche, primo del Batallador, que a su vez dejó dos lugartenientes: primero a Íñigo López en 1123, y desde 1133 al magnate pamplonés y futuro rey García Ramírez, casado con Margarita, sobrina del conde; circunstancias que permitieron que, a la muerte de Alfonso I y ante la escisión de los reinos de Aragón y Pamplona, Tudela quedara integrada en el reino de Pamplona.
Durante estos reinados se produjo en Tudela un asunto que afectó sobremanera a la vida religiosa de la localidad. En 1121 el obispo de Tarazona consagró la mezquita mayor como iglesia parroquial, bajo la advocación de Santa María y servida por un cabildo sujeto a la regla de San Agustín. De este modo, Tudela quedó supeditada a la diócesis de Tarazona, el obispado más cercano. Pero a la muerte de Alfonso I el Batallador, con la separación de Pamplona y Aragón, la situación se convirtió en un grave problema jurisdiccional. Por ello, García Ramírez la incorporó durante un tiempo a la diócesis de Pamplona; concretamente hasta 1143, momento en que se vio obligado a cederla nuevamente al obispado de Tarazona –situación que perduró hasta 1783– con el objeto de que retornase la paz entre ambas diócesis. Para compensar al primado pamplonés, le otorgó a cambio la villa de Marcilla. De todas formas, el cabildo tudelano no cesó en su empeño por librarse de la soberanía de Tarazona, y en 1193 logró que el papado la acogiese bajo su protección directa como priorato, primero, y como deanato, posteriormente (1239), con un cabildo secularizado.
La presencia cristiana en la villa se distribuyó en diferentes barrios que se configuraron en torno a las parroquias, y de las cuales tomaron sus nombres, tal y como se indica en el Libro de Fuegos de 1366. De ellos, Santa María Magdalena sería el más poblado, con 80 fuegos, y le seguirían San Salvador (73), San Jaime (68) y Santa María (67). A continuación se situarían San Julián (45), San Jorge (35), San Nicolás (33), San Pedro (20), San Miguel (11) y Santa María de las Dueñas (6). En cuanto al sector socioeconómico, debe señalarse que los hidalgos constituían 21 fuegos, los francos sumarían un total de 590, los moros serían 79 y los judíos 270, a los que se sumarían los clérigos residentes en la villa, un total de 66. Los números indican una población total de poco más de un millar de fuegos (1.026 según Carrasco, 1.008 según García Arancón), lo que convertiría a Tudela en una de las poblaciones más importantes de Navarra, contando Pamplona con una población muy similar (967 fuegos según Carrasco, 1.038 hogares según García Arancón), seguida de Estella (829/865) y Sangüesa (445/466). No obstante, el cénit demográfico ya había sido alcanzado en la década de 1260-1270, cuando Tudela estaba habitada por 1.427 familias, unas 178 más de las que contaba Pamplona por aquel entonces, y que habrían descendido a 485 en 1350. Esta involución demográfica sin duda tuvo sus causas más directas en las epidemias de peste que asolaron Europa desde 1348 y que afectaron también a la población de Tudela, como se demuestra en las cifras manejadas en 1386, cuando los fuegos judíos se redujeron nuevamente a 200.
Al igual que las principales villas del reino, Tudela también acogió en diferentes períodos, a los monarcas navarros pudiendo destacarse la presencia en ella, por ejemplo, de Sancho VI el Sabio (1151, 1177, 1178, 1181, 1182, 1187 y 1190), Teobaldo I (1234, 1237, 1238), Teobaldo II (1264), etc. Pero, sin duda alguna, sobresalió de entre todos Sancho VII el Fuerte, que sintió especial predilección por Tudela, la villa en la que probablemente nació y donde pasó largas temporadas en diferentes ocasiones (1196, 1197, 1207, 1209, 1211, 1213, 1215, 1217, 1218). En ella se estableció definitivamente, al final de su vida (desde 1220) hasta que falleció en 1234. Carlos III renovaría su palacio a finales del siglo XIV. Para finalizar debe agregarse que, además, Tudela se convirtió en cabeza de su merindad homónima a mitades del siglo XIII, y en ciudad en 1390, por concesión del rey Noble, así como que tuvo representación en las Cortes del reino, por el “brazo de las Universidades”, a semejanza de otras importantes villas navarras.

Iglesia de Santa María
La actual Catedral de Tudela se localiza en el casco antiguo de la ciudad, junto a la denominada Plaza Vieja o Plaza del Ayuntamiento. Como sabemos, fue dedicada a Santa María y originalmente no fue catedral, sino iglesia colegiata, ocupada por canónigos que seguían la regla de San Agustín. Este hecho explica que no sólo se construyese la iglesia, sino que ésta fuese acompañada de un amplio claustro y una serie de dependencias u oficinas claustrales. Su conversión en catedral data del siglo XVIII, aunque ha habido algunas variaciones al respecto y hoy día la diócesis de Tudela está unida a la de Pamplona.
A pesar de que tenemos documentos que hablan de la colegiata de Santa María desde 1121 es evidente que el edificio conservado es bastante posterior a dicha fecha, ya que se trata de una construcción del románico tardío, a la que se añadieron partes realizadas según los usos constructivos del gótico y añadidos o transformaciones según las normas de momentos posteriores, por ejemplo en época barroca. En este sentido, parece claro que los datos documentales de la primera etapa, es decir, tanto la donación de 1121, como las noticias de obras y aportaciones para obras de 1125 y 1135 o la consagración de 1149 (a la que asistió el rey García Ramírez y su segunda esposa Urraca), corresponden al primer edificio de la colegiata, que no hemos conservado, y que utilizó inicialmente la fábrica de la mezquita mayor de la ciudad, sobre la que se realizaron algunas obras de adecuación o mejoras antes de la consagración de 1149. Es cierto que algunos autores han negado recientemente la consagración de 1149, suponiendo que el documento se refiere al poco conocido monasterio femenino de Santa María de las Dueñas (MARTÍNEZ DE AGUIRRE, 2006), pero si leemos completo el documento que cita dicha consagración vemos numerosas razones, que por extensión no podemos recoger aquí, que permiten seguir defendiendo la consagración del primer edificio de la colegiata en 1149 (MELERO MONEO, 1997 y 2007, en prensa).
Sin embargo, después de esa fecha se decidió construir un edificio nuevo, que es el conservado, el cual se edificó en la segunda mitad del siglo XII y su construcción implicó la desaparición de la primera iglesia o edificio usado en la primera mitad del mismo siglo. Antes de la nueva construcción, la colegiata fue adquiriendo terrenos que lindaban con el edificio antiguo o el huerto de dicho edificio, tanto por compra como en calidad de beneficiaria de diversas donaciones. Sin lugar a dudas, se debía estar preparando el terreno necesario para la construcción de un edificio eclesial de mayores dimensiones, que es el que hemos conservado y de cuyas obras tenemos noticias en 1183, 1186 (para el claustro) o 1228 (para la obra de las campanas) y que seguía en obras en la segunda mitad del siglo XIII, ya que hay una donación para ellas en el testamento de Teobaldo II de 1270 (GARCÍA ARANCÓN, 1985). Estos datos nos corroboran que el edificio iniciado en la segunda mitad del siglo XII continuó en construcción durante buena parte del siglo XIII, momento en que se pudieron realizar las partes altas y las bóvedas.
Sobre el avance de las obras en el siglo XII y principios del XIII nos dan una idea las fechas de dedicación y consagración de la nueva iglesia, realizadas en 1188 y 1204, aún cuando ninguno de los documentos que aluden a ellas son de la época. Así, conocemos la dedicación de 1188 a través de un libro litúrgico de la propia iglesia de Santa María editado a mitades del siglo XVI y del cual se conservan dos ejemplares en los Archivos Eclesiásticos de Tudela. Se trata del denominado Breviario Antiguo del Deanato, que posee la liturgia propia de la iglesia y que en su calendario hace referencia a esta dedicación. En cuanto a la consagración de 1204, también la conocemos de forma indirecta, a través de una referencia en el Libro Nuevo de la Catedral de Tudela, conservado en los Archivos Eclesiásticos de Tudela, en uno de cuyos folios (fol. 147r) se habla de la consagración del nuevo Retablo Mayor de la iglesia en 1494 y se alude a la anterior consagración del altar en 1204. Algunos autores (MARTÍNEZ DE AGUIRRE, 2006) no admiten esta posible consagración de 1204 y otros, como Yanguas y Miranda, supusieron que en esa fecha se hizo una consagración que no dependía de las obras de la iglesia, sino que respondía a que por causas desconocidas se había removido el altar y por ello tuvo que volver a consagrarse. Sin embargo, personalmente creo que por el momento no hay indicios claros en la documentación de que dicha consagración no existiese, por lo que hemos de creer los datos proporcionados por la consagración del altar en 1494, en la que se encuentra la referencia a la consagración de 1204 defendida por la mayoría de los autores y copiada por los archiveros de Tudela Juan Antonio Fernández y Ruiz de Conejares en el siglo XVIII. Si admitimos las dos fechas parece probable que en 1188 la cabecera de la iglesia estuviese suficientemente avanzada como para poder realizar en ella el culto y poder derribar el viejo edificio, mientras que en 1204 quizá estaba realizado todo el edificio hasta una cierta altura, aunque la mayoría de las cubiertas se debieron realizar posteriormente. En cuanto al claustro, tanto el documento en el que se habla de sus obras como el proceso constructivo y la escultura de algunas dependencias de esta zona nos hacen suponer que la arquitectura debió iniciarse muy tempranamente, de forma paralela a la cabecera de la iglesia. Así lo indican los restos escultóricos de lo que debió ser el refectorio, mientras que la escultura de las galerías se pudo realizar algo más tardíamente, quizá en las dos últimas décadas del siglo XII.

Aspectos arquitectónicos de la iglesia
La iglesia de Santa María de Tudela presenta una planta basilical con un eje longitudinal algo desviado hacia el noreste. La ligera desviación respecto de la orientación típica de las iglesias cristianas está justificada por la reutilización de la mezquita musulmana, cuyo mihrab debía estar orientado hacia el santuario musulmán de la Meca.
La iglesia es un edificio de tres naves con forma de cruz latina, que posee transepto marcado al que se abren cinco ábsides, mientras que al sur del templo se construyó un claustro y las correspondientes estancias para la vida en común de los canónigos.
En el muro oriental del transepto se abren los cinco ábsides citados, de los que el central es de mayores dimensiones que los que lo flanquean a ambos lados. Sin embargo, uno de los elementos más destacados de esta zona de la iglesia o cabecera es que tres de los cinco ábsides son semicirculares, concretamente los situados en el centro, y los dos restantes son de trazado recto, en este caso los situados en los extremos del transepto. Esta disposición tradicionalmente se había atribuido a la influencia de las construcciones cistercienses, que se relacionaban con el uso de ábsides planos. Sin embargo, no parece que sea esa la explicación u origen de la cabecera de esta iglesia de Santa María de Tudela.
En este sentido, por un lado la historiografía actual no admite la existencia de un arte cisterciense con características propias y autónomas, sino que se cree que los edificios cistercienses utilizaron las características estéticas y arquitectónicas de su tiempo (románicas o góticas según el momento y lugar de construcción) adaptándolas a los intereses de la orden.
Por otro lado, la iglesia cisterciense de la zona más próxima a Tudela es la de Fitero, que no presenta ábsides planos sino una compleja cabecera de tipo benedictino con ábsides semicirculares y girola.


En este sentido, Lambert citaba el caso de la iglesia de la abadía de Valbuena (Valladolid), que este autor creía era el modelo del que dependía Tudela y que fechaba en 1190- 1200 (LAMBERT 1982). Sin embargo, el estudio de Tudela ha permitido adelantar considerablemente su cronología, ya que al menos su cabecera estaría realizada para 1188 y, por tanto, no puede copiar la iglesia de Valbuena, datada posteriormente (MELERO MONEO, 1997 y 2007).
En cuanto a la relación defendida por autores más recientes con la cabecera de la iglesia del monasterio de La Oliva (MARTÍNEZ ÁLAVA, C., 2002 y MARTÍNEZ DE AGUIRRE, 2006), que tiene el ábside central semicircular y los cuatro laterales planos, se evidencian enormes diferencias si comparamos la planta de las dos cabeceras. Por otro lado, si tenemos en cuenta el proceso constructivo y la cronología crítica de ambos edificios, es difícil suponer que Tudela pudiese ser influida por un edificio como el de La Oliva, ya que no tenemos indicio de su construcción hasta una fecha próxima a 1164. Será a partir de esta fecha cuando el cambio de casa madre pudo suponer cierta estabilidad y recursos para la construcción de la iglesia monacal, cuya cabecera se consagró en 1198, momento en que la cabecera de Santa María de Tudela estaba en uso al menos desde diez años antes, ya que se consagró en 1188 y se había iniciado su construcción en la década de los 60 o los 70. Es pues muy difícil suponer que la cabecera de La Oliva pudiese ser usada como modelo de la de Tudela. Además, es evidente que hubo otras iglesias con grandes similitudes con la planta de Tudela y que no tenían nada que ver con los cistercienses. Es el caso de la primitiva Seo o catedral de San Salvador de Zaragoza, en la que según algunas reconstrucciones se utilizó una cabecera idéntica a la de la colegiata de Tudela (PEROPADRE, 1987; LACARRA DUCAY, 1987; PEROPADRE y ARAGUAS, 1989; y ARAGUAS, 1992). Esta reconstrucción de la desaparecida y en parte transformada cabecera románica de la Seo de Zaragoza fue realizada con motivo de las excavaciones de fines del siglo XX, que se prolongaron entre los años 1980-1986 y 1992-1996.
Quizá Tudela copia o simplemente comparte modelo con la Seo de Zaragoza que debió construirse bajo el obispado de Pedro de Tarroja (1153-1184). También apoya esta similitud de modelos arquitectónicos la coincidencia, muy clara, entre el taller escultórico del interior de la cabecera de este edificio zaragozano y alguno de los talleres escultóricos de Tudela, concretamente los de la iglesia de San Nicolás y del claustro de la colegiata. En este sentido, no hay que olvidar que la iglesia de Tudela dependió durante siglos del obispado aragonés de Tarazona, sin lugar a dudas muy marcado por lo que se hacía en Zaragoza.

El exterior del edificio no muestra claramente el carácter románico de la iglesia, ya que está rodeado por diversas capillas y otras construcciones tardías, como la emblemática capilla de Santa Ana (por citar sólo una de las capillas tardías); la torre campanario, que sustituye a la torre medieval de la misma función que se hundió en 1676; la zona de la sacristía nueva; el Palacio Decanal; o las casas que rodean el claustro por su lado sur. A pesar de estas construcciones tardías puede verse parte del edificio medieval, como la zona superior de los ábsides, las tres espléndidas portadas con escultura románica (sur, norte y oeste), parte del muro y del alero norte de la iglesia y una magnífica vista de las partes altas de la zona sur desde el claustro. También son visibles las torrecillas que originalmente se elevaban sobre la zona de los tejados, una sobre el ábside principal y dos flanqueando la fachada oeste, aunque de estas últimas sólo queda completa la situada en la zona sur (aunque su parte alta es gótica), ya que la del lado norte perdió su parte superior al caer la torre campanario construida a principios del siglo XIII. Además puede verse el material de construcción del edificio, en el que se utilizó una piedra de cantería de gran tamaño y bien cortada. En el exterior vemos también que los modillones de las capillas del transepto poseen una interesante decoración a base de motivos florales, que son en realidad modillones musulmanes de época califal procedentes de la mezquita mayor de Tudela y reutilizados en el edificio (GÓMEZ MORENO, 1945 y PAVÓN MALDONADO, 1978 y 2006). El resto de los modillones, tanto del ábside central como del transepto y naves, parecen imitar el modelo ofrecido por los canecillos de la mezquita, aunque simplificando su esquema decorativo, ya que se mantiene la estructura de modillón integrado por rollos, pero se ha eliminado la decoración floral. Hay también algunos de estos modillones nuevos.
En cada uno de los hastiales o extremos del transepto y de la nave central se abrió una puerta y ello permitió que se organizasen tres fachadas, cada una de las cuales está integrada por dos niveles: el inferior con los elementos escultóricos correspondientes a la puerta y el superior integrado por las ventanas o vanos. Tales vanos son tres estrechas y elegantes ventanas en cada una de las dos fachadas laterales y un gran rosetón con estructura radial en la fachada oeste. Este último está incluido dentro de un gran arco de descarga que ocupa la parte alta del muro y fue repuesto por una restauración de la Institución Príncipe de Viana, ya que Segura Miranda todavía vio el rosetón tapiado y en espera de la restauración a partir de algunas piezas halladas (SEGURA MIRANDA, 1964). Por tanto, la reposición de su estructura es posterior al trabajo de este autor y, desde luego, la observación directa y de cerca de esta ventana confirma la idea de la restauración, ya que se aprecia que la mayor parte de la estructura de este rosetón es nueva (MELERO MONEO, 2007).

Al entrar en el interior nos damos cuenta de que la etiqueta de arquitectura de transición o hispano-languedociana que se ha aplicado a este edificio, como a tantos otros, es simplemente una etiqueta. De hecho, encontramos estructuras románicas en la planta y muros del nivel inferior y estructuras claramente góticas en la parte alta, concretamente en las ventanas del nivel superior del muro o las bóvedas.
También se utilizaron capiteles con decoración gótica tanto en el nivel bajo del último tramo del edificio como en el nivel alto de la nave central y parte del transepto (excepto en su muro oriental).
Las dos naves laterales y la central están compuestas por cuatro tramos longitudinales, cuadrados en el caso de las naves laterales y rectangulares en el caso de la central.

Nave de la Epístola. 

Todo el edificio está cubierto por bóvedas de crucería, salvo los dos ábsides que flanquean el ábside central, los cuales poseen cubiertas de bóvedas de cañón en el tramo recto y de cuarto de esfera en el semicircular. El ábside central posee una bóveda gallonada en la zona semicircular, mientras que el coro que le precede presenta una bóveda de crucería similar a las del resto de la iglesia. Las distintas bóvedas de crucería correspondientes a cada uno de los tramos que componen el edificio están separadas de la bóveda anterior y de la posterior por un arco fajón. Estos arcos apean sobre semicolumnas adosadas, que poseen capiteles decorados, cuyo fuste recorre toda la altura del muro y lo mismo ocurre con las semicolumnas que soportan los nervios de las bóvedas, integrándose todas ellas en los pilares cruciformes, que recogen tanto las semicolumnas de la nave central como las que soportan los arcos fajones o formeros de las naves laterales. Naturalmente, en el caso de las naves laterales una parte de los pilares se encuentran embutidos y adosados a los muros perimetrales, mientras que otros forman parte de los pilares de separación de las naves central y laterales.
Cada tramo de la nave central de la iglesia posee una composición mural bastante sencilla. Así, en la parte inferior, encontramos el arco formero (ligeramente apuntado) que comunica la nave central con la lateral correspondiente y en la mitad superior encontramos una ventana por tramo, estando separados ambos niveles en la nave central por una imposta decorativa horizontal que divide el muro en dos pisos o alturas. Esta imposta, como elemento de división del muro en altura, también se utilizó en el transepto.


Altar mayor


Capiteles de la nave

Capiteles del ábside central 

En cuanto a las ventanas, éstas poseen distintas tipologías a lo largo del edificio y proporcionan una buena luminosidad a la nave central y al transepto. En el caso de las naves laterales la luminosidad es claramente menor, pero hay que tener en cuenta que está bastante alterado el sistema de iluminación original de esta zona, puesto que en la nave norte se han abierto capillas en épocas posteriores a la Edad Media que han eliminado las ventanas originales del edificio. En el caso de la nave sur quedan las tres ventanas correspondientes a los tres tramos más occidentales (una por cada tramo), pero hemos perdido la que debió ubicarse en el primer tramo de esta nave sur, ya que el muro de esta zona fue radicalmente variado al rehacerse la capilla del Espíritu Santo en el siglo XVIII.

Coro 

Escultura monumental del interior de la iglesia
Desde el punto de vista de la escultura monumental, el edificio de la colegiata presenta el trabajo de diversos talleres escultóricos del románico tardío, concretamente, el taller que realizó la escultura del interior de la cabecera, es decir, de los cinco ábsides y del refectorio; el taller de la puerta lateral sur de la iglesia y el taller de la puerta lateral norte; los talleres que trabajaron en los capiteles del interior de las naves laterales de la iglesia y en los capiteles bajos de los primeros tramos de la nave central; o el taller que realizó las partes altas de la puerta del Juicio. Además de ello habría al menos que citar el taller que trabajó en el primer gótico en las arquivoltas y capiteles de la puerta del Juicio y los talleres que en el gótico más avanzado realizaron los capiteles de las zonas altas de una parte del transepto, de la nave central y de la zona occidental de las naves laterales.
El taller escultórico que trabajó primero en la colegiata de Tudela fue, desde el punto de vista iconográfico, menos rico que su sucesor, ya que tan sólo se realizaron capiteles vegetales que dependen de forma bastante directa de las primeras obras del gótico francés, como Saint-Denis y ciertas partes de la fachada oeste de la catedral de Chartres. Estos capiteles se encuentran localizados en las capillas absidales, en la parte alta del muro oriental del transepto y también quedan restos de la escultura de este taller en el espacio que podemos identificar con el refectorio, en el ángulo sureste del claustro. De acuerdo al estudio de esta escultura y a los datos documentales conocidos, las fechas en las que dicho taller debió trabajar fueron sin duda anteriores a la dedicación de la iglesia en 1188, pero este taller no tuvo continuidad, ya que la escultura que se realizó después varió radicalmente, tanto respecto a la temática como en cuanto a los aspectos estilísticos (MELERO MONEO, 1997 y 2007). Respecto a lo que se acaba de indicar en relación a la filiación de esta escultura, no creo que dependa de ciertos capiteles vegetales de la cabecera de la catedral de Sigüenza, como ha propuesto Martínez de Aguirre (MARTÍNEZ DE AGUIRRE, 2006). De hecho, aún cuando se pudiese admitir que tanto los capiteles Tudela como los de Sigüenza seguían un modelo cercano, no hay ningún motivo para suponer que los capiteles de Sigüenza pudieran ser el modelo de Tudela, ciudad relacionada con la Isla de Francia por razones tanto políticas como artísticas y no sólo en las fechas que afectan a la cronología de los capiteles sino también en otros momentos. En cambio no tenemos ningún motivo para imaginar una relación con Sigüenza, ya que el uso de libros de modelos con motivos decorativos vegetales justifica las coincidencias sin tener que pensar en una relación concreta, más aún cuando las fechas dadas para los capiteles de esta última iglesia no son anteriores a las fechas de Tudela.
En este sentido, recordemos que los capiteles de Tudela debían estar realizados antes de la dedicación de 1188.
En los capiteles bajos de los primeros tres pilares de separación de las naves (a continuación del transepto) y en los correspondientes capiteles de los mismos pilares de las naves laterales trabajaron escultores cuya formación deriva de la escultura del claustro y realizaron tanto temas figurativos como de animales y vegetales. Hay claras diferencias entre los capiteles de la nave sur y los de la nave norte, que serían los últimos de la etapa románica y que están conectados estilísticamente tanto con la escultura de la puerta norte como con la escultura de la primera etapa de la puerta del Juicio de la misma iglesia. Como ya se ha indicado, en el interior de la iglesia la decoración de los capiteles bajos de los dos pilares más occidentales, así como los capiteles altos de la mayor parte del edificio (salvo del muro oriental del transepto y de las capillas de la cabecera) se realizaron en época tardía y estética claramente gótica.

Puerta sur del transepto
En el extremo sur del transepto encontramos una puerta que posee un arco de medio punto rodeado por arquivoltas, que apean a ambos lados de dicho arco sobre tres capiteles. La decoración de estas arquivoltas está formada por motivos vegetales y geométricos, pero los capiteles poseen decoración figurativa. Ésta última desarrolla un ciclo apostólico en el que se aprecia un claro protagonismo de San Pedro.



Arquivoltas puerta sur


En los capiteles se evidencia la dependencia de la escultura del claustro, aunque hay claras diferencias de calidad que implican ciertas modificaciones estilísticas respecto a la escultura citada, así como dos grupos diferentes de canteros trabajando en los capiteles de esta puerta sur, dadas las diferencias de calidad, de proporción, de composición, etc. de los capiteles de las jambas derechas respecto a los de las jambas izquierdas. No obstante, es evidente que todos los capiteles de esta puerta deben pertenecer a un único taller, que sin duda estaba formado por canteros cuyo trabajo dependía de la escultura del claustro.
Esta escultura probablemente puede fecharse hacia 1190-1195, antes del inicio de la galería oeste del claustro. Sin embargo, la estructura arquitectónica podía existir ya hacia 1173, puesto que en un documento datado en esa fecha se habla de una concordia sobre una tienda que se ubicaba delante de la puerta de San Gil de la iglesia de Santa María, es decir, delante de la puerta sur que se abre junto a la capilla de San Gil (MELERO MONEO, 1997, 2006 y 2007). No parece aconsejable pensar que la cita de la capilla se refiriese al edificio primitivo, ya que por un lado no llegaba hasta el lugar donde se encuentra esta puerta y por otro no sabemos que la antigua mezquita convertida en iglesia tuviese una capilla dedicada a San Gil. Ni tan siquiera podemos suponer que se compartimentase el espacio de lo que había sido sala de oración de la mezquita para crear capillas. Por otro lado, recordemos que la devoción a San Gil y esta capilla siguieron existiendo al menos hasta el siglo XV, momento en que el retablo encargado por el Canciller Francisco de Villaespesa para la que sería su capilla funeraria dedicó una parte de su iconografía a la antigua advocación de este espacio, es decir, a San Gil.
Desde el punto de vista iconográfico, en esta puerta se representa un ciclo apostólico en el que se destaca la figura de San Pedro, pero esta escultura aún no estaría realizada en 1173, momento en que el documento comentado denominaba a esta puerta como de San Gil por su proximidad a la capilla de dicho santo (MELERO MONEO, 1994-5). El ciclo se inicia por el capitel interno de las jambas izquierdas según el espectador donde encontramos representado a Cristo caminando sobre las aguas en dirección a la barca de los apóstoles, mientras que Pedro se dirige hacia él también por el agua y comienza a hundirse, debiendo ser salvado por Cristo que le recrimina su falta de fe. La fuente literaria de esta escena es Mateo (14, 22-33), único pasaje que habla de Pedro caminando y hundiéndose en las aguas. Esta escena se sitúa en el momento posterior al milagro de la multiplicación de los panes y los peces, ocurrida a su vez después de que se comunicase a Cristo la muerte del Bautista. El ciclo continúa con el capitel intermedio donde se representa el tema evangélico en el que una mujer unge los pies de Cristo con perfume. Se trata de la unción realizada en la cena en casa de Simón el leproso, es decir, un episodio situado antes de la Pasión. Este tema se encuentra en los cuatro evangelios canónicos, por tanto, en Mateo (26, 6- 13), Marcos (14, 3-9), Juan (12, 1-8) y Lucas (7, 36-50).
Sin embargo, las dos versiones que mejor se relacionan en este capitel son las de Lucas y Juan, en las que la mujer unge los pies de Cristo, mientras que en los otros dos textos se dice que le ungió la cabeza. Pero, en la versión de Lucas se identifica la mujer con una pecadora a la que Cristo perdona sus pecados, mientras que en la de Juan la mujer es María de Betania, que era hermana de Lázaro, al que Cristo había resucitado. Entre ambos textos parece probable que la escena de este capitel represente el episodio narrado por Lucas y que por tanto se trate de la cena en casa de Simón el fariseo y la mujer sea la pecadora perdonada por Cristo según el citado texto evangélico (MELERO MONEO, 2006 y 2007). La escena ocurre poco antes de la Pasión de Cristo y el Evangelio la presenta como la unción para la sepultura. El capitel más externo representa el inicio de la Iglesia y de la primacía de Pedro, ya que en una de sus caras se representa una Traditio Legis, en la que San Pedro y San Pablo reciben de Cristo la ley de la Iglesia. En el otro lado del capitel (el más externo) se representan los dos apóstoles citados con sus atributos habituales, es decir, la espada de San Pablo y las llaves de San Pedro.
En el caso de las jambas derechas del espectador los tres capiteles se refieren también a San Pedro, mediante un tema narrado por los Hechos de los Apóstoles y que aquí es representado a través de tres episodios, ubicados cada uno de ellos en uno de los tres capiteles. Así, el capitel interno presenta la curación de un paralítico realizada por San Pedro en presencia de San Juan Evangelista delante del templo de Jerusalén (Hch 3, 1-8), siendo bien claras las muletas utilizadas por el paralítico hasta el momento del milagro. En el capitel medio se representa el momento siguiente en que San Pedro se puso a predicar delante del pórtico de Salomón del mismo templo en presencia del paralítico curado y de san Juan (Hch 3, 9-26). Por último, en el capitel externo se alude a los sacerdotes del templo que enojados ante la curación decidieron prender a Pedro junto a Juan para interrogarles (Hch 4, 1-31). Por tanto, se trata de un ciclo apostólico, con un resalte especial de la figura de San Pedro (MELERO MONEO, 1994-5, 2006 y 2007). En este sentido, creo que es evidente que en estos tres capiteles no hay ninguna referencia al tema de la Duda de Santo Tomás, como se había supuesto antiguamente (CMN).

Puerta norte del transepto
En el extremo norte del transepto se abre otra puerta que, como en el caso de la situada en el hastial sur, posee decoración escultórica con arquivoltas, capiteles y en este caso ménsulas que soportan el tímpano. Entre las diferencias de esta puerta norte respecto a la puerta del transepto sur pueden citarse, por ejemplo, que el arco que define la puerta norte es ligeramente apuntado y que presenta un tímpano sobre ménsulas decoradas, aún cuando el tímpano no posee decoración. La puerta tiene tres arquivoltas y un arco guarda lluvias, todo ello con decoración vegetal, y como apeo de las tres arquivoltas hay tres columnas con los correspondientes capiteles a cada lado de la puerta.
Desde el punto de vista formal la escultura de estos capiteles muestra claras dependencias compositivas respecto a algunos capiteles del claustro de la misma iglesia, pero el estilo denota evolución formal, con plegados lineales y más planos que en el claustro, aunque sin perderse totalmente el carácter volumétrico de las figuras. También se nota una cierta influencia de la escultura de los primeros conjuntos góticos del norte de Francia (MELERO MONEO, 1997, 2006 y 2007).

En cuanto a la iconografía, se representaron dos ciclos hagiográficos, uno de ellos es el dedicado a San Juan Bautista en las jambas izquierdas del espectador y otro dedicado a San Martín de Tours en las jambas derechas. Los episodios representados en ambos casos son los habituales, así en el ciclo de San Juan Bautista la narración se inicia con el capitel interior, en el que se representa el Bautismo de Cristo, que está flanqueado por San Juan Bautista y un ángel. A continuación en el capitel intermedio encontramos el Banquete de Herodes y la danza de Salomé, para acabar en el capitel externo con la decapitación del Bautista y la entrega de su cabeza. En el caso del ciclo de San Martín el relato también se inicia en el capitel interior, donde se representa el episodio de la Caridad de San Martín, es decir, vemos al santo a caballo, en el momento en el que parte su capa para compartirla con un pobre. A continuación, en el capitel medio, se representa el sueño del santo en el que Cristo le muestra el paño donado al pobre, que en realidad era el mismo Cristo. Finalmente, en el capitel externo encontramos un milagro del santo en el que resucita a un joven tras los ruegos de la madre, probablemente se trata de la resurrección del neófito Ligugé. En cuanto a las ménsulas con decoración figurativa que soporta el tímpano, poseen una serie de aspectos formales muy cercanos a la escultura de los primeros capiteles de la nave norte del interior de la iglesia.
Desde el punto de vista cronológico la escultura de esta puerta puede datarse como inmediata a la galería oeste del claustro, probablemente hacia 1200-1204, quizá antes de la consagración datada en la última fecha (MELERO MONEO, 1994-5, 1997, 2006 y 2007).

Escultura de la primera etapa, o románica, de la Puerta del Juicio
En la fachada oeste de la iglesia de Santa María de Tudela se localiza la denominada puerta del Juicio, así llamada debido al tema iconográfico representado en ella. Como se ha visto, se enmarca dentro de un gran arco apuntado y posee un pronunciado derrame. Aunque los restos de la puerta que han llegado hasta nosotros son esencialmente del primer gótico (arquivoltas, capiteles y ménsulas del tímpano conservado sin decoración), la zona superior de esta portada y probablemente el proyecto original pertenecieron al románico, así como los pequeños aleros con decoración figurativa incrustados en el muro de la fachada oeste a ambos lados de la portada. Esta escultura o parte románica de la portada puede conectarse estilísticamente con la escultura de la puerta norte de la colegiata de Tudela y con la escultura del interior de la misma iglesia, concretamente la que encontramos en los capiteles de la nave norte situados en los tres primeros pilares.
La iconografía de la etapa románica de esta puerta, es decir, del alero superior y los aleros de las enjutas es bastante sencilla. Se trata de ángeles y santos en el alero alto y a ambos lados de la puerta hay pequeños aleros soportados por modillones figurativos esculpidos con diversas figuras alegóricas, por ejemplo la lucha de Sansón y el león. Por su parte, en las ocho arquivoltas que rodean la puerta (son de principios del gótico), se representan de forma amplia las consecuencias del Juicio Final tanto en el Paraíso como en el Infierno, mientras que en los capiteles de las jambas (también del primer gótico) hay un ciclo del Antiguo Testamento. Finalmente, en las ménsulas que soportan el tímpano sin decorar hay ángeles que anuncian el Juicio Final y animales antropófagos. Cronológicamente es posible la escultura de la zona alta de la puerta del Juicio, es decir, la parte románica, pudiese estar acabada hacia 1204, aunque en dicho momento todavía no debía estar colocada en el lugar donde se ha conservado (MELERO MONEO, 1997, 2006 y 2007).
Respecto al programa iconográfico de esta puerta, desarrollado a principios del gótico, no debemos olvidar que las arquivoltas tienen una serie de particularidades que pueden estar justificadas tanto por el primer proyecto de la fachada, como por los antecedentes de la colegiata en el campo de la traducción del árabe a las lenguas romances y al latín. En este sentido y desde el punto de vista de la iconografía de la escultura de la puerta del Juicio, concretamente del posible uso de la tradición literaria musulmana en la definición de los castigos de algunos de los condenados incluidos en el infierno, hay que tener en cuenta no sólo el mantenimiento de la población musulmana y por tanto de sus tradiciones religiosas hasta su expulsión en el siglo XVI, sino también ciertos datos histórico-documentales de mitad del siglo XII. Así, algunos estudios relacionan al clérigo inglés Roberto de Ken con la colegiata de Tudela y con la traducción del Corán y otras obras musulmanas, quizá junto a Germán el Dálmata, por encargo del abad de Cluny Pedro el Venerable (MARTÍN DUQUE, 1962; BURNETT, 1977; y MELERO MONEO, 1987, 1997, 2006 y 2007). Según un dato documental Roberto de Ken fue canónigo de Tudela en 1156, además de haber sido arcediano de la diócesis de Pamplona de 1143 a 1157. Ello, junto al encargo de Pedro el Venerable, puede suponer el funcionamiento de un centro de traducción del árabe al latín y al romance ubicado en Tudela o en Tarazona, obispado del que dependía la colegiata tudelana y cuyos obispos y otros integrantes del cabildo catedralicio fueron también y a la vez canónigos de Tudela. Además, y aún cuando la realización de gran parte de la puerta corresponde al primer gótico es bastante probable que el proyecto global de la puerta, tanto desde el punto de vista de la estructura como de la iconografía, existiese desde el principio y quizá debemos interrogarnos sobre el papel que tuvo en el diseño de su programa iconográfico el citado clérigo Roberto de Ken o de Chester. En este sentido, podría haber sido él o algún otro clérigo dedicado a la traducción de textos árabes, quien proporcionase las descripciones de los castigos del infierno, tanto los que se explican según la tradición cristiana como los que pueden proceder de la tradición musulmana, ya que debía conocer bien ambas tradiciones escatológicas tal y como se demuestra por su trabajo como traductor de los textos musulmanes.
Evidentemente, cuando se realizaron las arquivoltas y capiteles de la puerta del Juicio, el clérigo Roberto ya no estaba en Tudela y quizá tampoco su equipo de traductores y eso pudo determinar que su proyecto fuese variado, introduciéndose en el sentido general del programa iconográfico otras ideas derivadas de problemas que la propia colegiata tuvo en momentos posteriores, más cercanos a la segunda etapa de la puerta del Juicio, como el enfrentamiento de la iglesia de Santa María con Sancho el Fuerte y con el colectivo judío por razones de impagos de impuestos. Estos problemas pudieron motivar que en el programa se cargasen las tintas en los pecados contra la usura (conducta de la que se acusó al rey Sancho el Fuerte) y que hubiese un cierto antisemitismo en la intención del conjunto de los castigos infernales por los enfrentamientos que la iglesia de Santa María de Tudela tuvo también con el colectivo judío, igualmente por el impago de impuestos. 

·       Resumiendo
·       Estructura: Está formada por un gran arco abocinado dividido en 8 arquivoltas que se apoyan en otras tantas columnas ubicadas a ambos lados de la puerta de madera de acceso, siendo un total de 16 los pilares que sustentan el arco. Las 8 arquivoltas están decoradas con 115 dovelas y 8 claves.
·       Iconografía: La Puerta del Juicio toma su nombre de la escena que representan las esculturas que contiene: El Juicio Final. En el pórtico se escenifica la separación de condenados y bienaventurados tras la sentencia divina de Dios. Así, la mitad izquierda (desde la posición del espectador) está destinada a los salvados en el Cielo, mientras que en la mitad derecha aparecen los réprobos en el Infierno. Una nueva información descubierta en el 2015 son los Tahúres (Jugadores); hasta ahora estas dovelas se identificaban como los “cambistas” porque se suponía que lo que tenían en las manos era un ábaco, pero al identificar la tabla como la de un juego medieval, se modificó su interpretación. Además de esta división en Cielo e Infierno, la Puerta del Juicio presenta otras dos partes: los elementos comunes y el Génesis. Los elementos comunes son aquellas escenas en las que aparecen personajes que no pertenecen propiamente a escenas de Cielo o Infierno, pero que forman parte esencial en la narración del Apocalipsis y, en concreto, del Juicio Final. Espacialmente, estas escenas se ubican en el eje central del pórtico ocupando la línea de claves, las mochetas y las jambas, además del tímpano, aunque actualmente este elemento no contiene imagen alguna. En cuanto al Génesis, estas escenas se encuentran en los capiteles de las 16 columnas que sostienen el arco. En ellas aparecen imágenes relativas a diferentes pasajes recogidos en el primer libro de la Biblia: el Génesis.
·       Un juicio sin juez: El tímpano de la Puerta del Juicio no presenta actualmente imagen alguna. De hecho, no se conoce qué pudo lucir ahí, aunque el resto de elementos y el mensaje que transmite la Puerta, relativo al Día del Juicio Final, indica que en el tímpano debió lucir originariamente una imagen de Cristo-Juez.
·       Una obra única en el mundo: La Puerta del Juicio es una obra única en el arte cristiano occidental gracias al tratamiento que el autor del pórtico dio al Infierno, reservando la mitad de su superficie a las escenas del Averno. En total, son 50 las dovelas dedicadas a los castigos infernales, dos más que las reservadas a los bienaventurados del Cielo. ​ 



    La mitología clásica apunta, en distintas de sus leyendas, que la Tierra está horadada por varias ‘Bocas del Infierno’. Se trata de supuestas puertas de conexión entre nuestro mundo y el Averno, ese lugar habitado por el Diablo y sus seguidores. Desde la primera transmisión de esas narraciones mitológicas y hasta la publicación de este ejemplar de ‘Pregón’ que ahora tiene en sus manos, nadie ha logrado encontrar ni una sola de esas supuestas bocas al Inframundo ni evidencia alguna de su existencia. Pero si en verdad la Tierra posee alguna de estas ‘Puertas Infernales’ esta estaría, sin duda, en Tudela. Y es que la Catedral de la capital ribera cuenta, entre sus innumerables joyas, con un pórtico único en el mundo: la Puerta del Juicio, acceso principal al templo levantado a caballo entre los siglos XII y XIII. A través de las escenas talladas en sus dovelas, la portada narra el Juicio Final, ubicando en su parte izquierda (según la visión del espectador) a los salvados en el Cielo y, en su lado derecho, a los condenados en el Infierno. La singularidad que posee esta portada radica en el hecho de que la mitad de su superficie está dedicada al Averno, algo que no ocurre en ningún otro pórtico catedralicio del arte cristiano occidental. Se desconocen los motivos de semejante profusión de escenas de castigos y tormentos, pero lo cierto es que se puede afirmar que, de algún modo, el mayor Infierno de la Tierra… está esculpido en Tudela. Tal fue el interés del diseñador del pórtico tudelano por ahondar en las escenas infernales que llegó a reservar más espacio al Averno que al Cielo. Concretamente, y teniendo en cuenta que la portada no es simétrica, existen 50 dovelas dedicadas a los condenados frente a las 48 donde se ubican los bienaventurados. Este extraordinario abanico de condenas llegó a agotar las formas de castigo recogidas en los textos cristianos, obligando al diseñador a plasmar en la Puerta del Juicio tormentos aparecidos en las leyendas musulmanas que, a buen seguro, eran contadas por los miembros de la comunidad árabe en aquella Tudela medieval. 

La avaricia, el pecado ‘estrella’: El pecado más veces representado en este particular Infierno tudelano es el de la Avaricia, ocupando 22 de sus 50 dovelas.
Esto responde a la intención del diseñador de plasmar en la Puerta escenas de la vida cotidiana para, así, hacer llegar su mensaje moralizador de un modo más potente. De este modo, podemos ver tallados oficios de la época como el del carnicero, el pañero o la panadera, todos ellos condenados por defraudar a sus clientes mintiéndoles en la cantidad y calidad de sus productos. Pero si hay unos protagonistas absolutos en la Puerta del Juicio, estrechamente relacionados con el pecado de la Avaricia, estos son los judíos. Son perfectamente reconocibles en el pórtico al aparecer con sus bolsas de monedas colgadas al cuello. Hay que tener en cuenta las diferencias religiosas que los hebreos mantenían con la comunidad cristiana de la ciudad, aunque es probable que su papel de ‘malos de la película’ en el pórtico tudelano fuera por un motivo mucho más prosaico. Y es que, desde la conquista de Tudela en el año 1119, los diferentes reyes cristianos al frente de la ciudad otorgaron a los judíos privilegios tales como la exención del pago de distintos impuestos. La propia Catedral (en aquellos momentos Colegiata) sufría las consecuencias de este beneficio dado a los judíos, ya que parte de esos impuestos de los que estaban liberados revertía directamente en sus arcas. Así, conforme se elevaba la fuerza de la comunidad hebrea de Tudela, descendía el poder económico de la Catedral. Por ello, el autor del pórtico tudelano no perdió la ocasión de colocar en el centro de la diana a los judíos, representándolos ejerciendo la usura (préstamo de dinero con interés), una actividad prohibida a los cristianos y que la Iglesia censuraba sin paliativos. 

Los 7 pecados capitales: Tras la Avaricia, el siguiente pecado con mayor presencia en la Puerta del Juicio es el de la Soberbia. Y aquí, el diseñador del pórtico aprovechó para incluir entre los condenados, no solo a miembros del Pueblo Llano, sino también a representantes de los otros dos estamentos sociales de la época: el Clero y la Nobleza. Así, entre las escenas infernales aparecen obispos, abades y monjes, además de caballeros perfectamente ataviados con sus atuendos de guerra y sus armas. Con esta más que arriesgada referencia a las clases sociales más pudientes, la Puerta lanza un mensaje muy claro: Nadie, independientemente de la condición que disfrutó en vida, podrá esquivar el Juicio Final y su condena al Infierno en caso de no haber cumplido con sus obligaciones. La Lujuria es otro de los Pecados Capitales destacados en la Puerta. La lascivia, el adulterio o la sodomía son algunas de las faltas esculpidas en sus dovelas. En ellas se hace evidente uno de los cánones que se repiten en prácticamente todas las escenas del Infierno de Tudela. Este canon se basa en mostrar al condenado en cuestión siendo castigado en la parte u órgano del cuerpo con el que cometió pecado en vida. Así, vemos a la mujer lujuriosa siendo mordida por una serpiente en su vulva o a los sodomitas colgados de una cuerda atada a sus genitales. Siguiendo esta regla, aparecen extirpaciones de lenguas entre los blasfemos o amputaciones de manos entre los ladrones, entre otros castigos. La lista de Pecados Capitales se completa con la Gula y la Pereza, sin descartar, también, los dos que completan la lista: la Envidia y la Ira, que, según las interpretaciones que se puedan dar a distintas dovelas, también tienen su presencia en la Puerta del Juicio. 

Juego de tronos: Semejante abanico de suplicios infernales convierten a la Puerta del Juicio en una obra sin par. Un ‘libro de piedra’ que impacta a quien sabe leerlo y que ha sido objeto de una extensa bibliografía conformada por libros, estudios y tesis doctorales, además de artículos periodísticos como el que en 2016 realizó el rotativo británico “The Guardian” con motivo del rodaje en Bardenas Reales de la afamada serie televisiva norteamericana ‘Juego de Tronos’. Entre los atractivos de la comarca Ribera destacados en el citado artículo, su autora se fijó en la Puerta del Juicio, haciendo un curioso paralelismo con la serie excusa de su viaje a nuestra tierra. Textualmente, en su trabajo se podía leer lo siguiente: “Las imágenes que presenta la Puerta del Juicio pueden inspirar, incluso, a los escritores más hastiados. Los demonios sonrientes vierten aceite hirviendo por las gargantas de los pecadores, mientras que los niños son arrojados a tanques de aceite por encima de las hogueras. Pronto perdí la cuenta de la cantidad de empalados representados. La fascinación mórbida me mantuvo mirando durante media hora más o menos hasta que, aterrorizada por mi probable destino, entré en la Catedral. En verdad, las tallas de los tormentos de la Puerta del Juicio hacen que ‘Juego de Tronos’ quede a la altura de los ‘Teletubbies’”. 

Tímpano
El tímpano de la Puerta del Juicio de Tudela luce actualmente liso y sin decoración alguna, algo que parece que no fue así en su origen. Atendiendo al programa iconográfico plasmado en el pórtico, dedicado al Juicio Final, es probable que este espacio estuviera ocupado por la figura de Cristo Juez rodeado del tetramorfos, representación simbólica de los cuatro evangelistas (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), tal y como aparece en la recreación presentada en esta ficha.

Interpretación
Un Juicio sin juez. Eso es lo que, actualmente, ven aquellos que contemplan la Puerta del Juicio de Tudela. Ante los ojos de los visitantes, ocupando la mitad izquierda del pórtico, aparecen los benditos en el Cielo; mientras los malditos son castigados en el Infierno, esculpido en la mitad derecha. En medio de estas dos partes, en el tímpano, donde debería estar el Juez Supremo, ahora no hay nada.
Pero no parece que fuera así en origen. En buena lógica, y completando la narración del Juicio Final plasmada en la Puerta, es muy probable que este privilegiado espacio del pórtico estuviera ocupado originariamente por un pantocrátor con la figura de Cristo Juez, sentado en su trono y bendiciendo. A su alrededor, aparecería el tetramorfos, representación simbólica de los cuatro evangelistas: Mateo, como un hombre alado; Marcos, como un león; Lucas, como un toro; y Juan, como águila. Esta imagen, con Cristo Juez entronizado rodeado por los cuatro evangelistas, correspondería perfectamente a la descrita en el libro del Apocalipsis (4, 2-9) donde se puede leer: "Vi que un trono estaba erigido en el Cielo, y Uno sentado en el trono (...) En medio del trono, y en torno al trono, cuatro Vivientes llenos de ojos por delante y por detrás. El primer Viviente, como un león; el segundo Viviente, como un novillo; el tercer Viviente tiene un rostro como de hombre; el cuarto Viviente es como un águila en vuelo".
La reconstrucción del tímpano realizada en este trabajo está basada en la imagen que luce en la portada de la iglesia de Santa María Magdalena de Tudela, templo del siglo XII cuya construcción es contemporánea a la de la catedral.

Mochetas
Interpretación
Las mochetas de la Puerta del Juicio -elementos arquitectónicos sobre los que se sujeta el tímpano- muestran en su parte exterior cuatro ángeles -dos a cada lado de la puerta de acceso a la catedral-. Cada uno de ellos porta una trompeta que se dispone a tocar para anunciar el Juicio Final. Esta escena está basada en la narración recogida en el Evangelio según San Mateo: "Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán en el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. Él enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos desde un extremo de los cielos hasta el otro" (Mateo 24, 30-31).


Dos ángeles se disponen a tocar las trompetas que portan.
 

Así, y tal y como narra este Evangelio, los ángeles esculpidos en las mochetas de la Puerta del Juicio estarían escoltando a la imagen de Cristo Juez que, a buen seguro, ocuparía el tímpano de la portada original. Lamentablemente, de aquel supuesto pantocrátor ya no queda resto alguno.
El tímpano de la Puerta del Juicio está rodeado por una arquivolta de 10 dovelas formada por imágenes de ángeles. Las 10 escenas que conforman este primer arco tienen una composición prácticamente idéntica. En cada una de ellas se ve, como se puede observar en la que aquí nos ocupa, a una pareja de ángeles con coronas y cetros en sus manos, dispuestos para ser entregados a los bienaventurados que se han ganado un lugar en el Reino de los Cielos. El tímpano que estos ángeles rodean, ahora vacío, estaría originariamente ocupado por la figura de Cristo Juez sentado en su trono en el día del Juicio Final.
Las coronas que portan los ángeles son el regalo que Dios dará a los bienaventurados como símbolo de victoria por haber salvado las tentaciones del Diablo. Esta recompensa aparece en la carta a la Iglesia de Esmirna, al inicio del Apocalipsis, donde se puede leer: "Mantente fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de vida" (Apocalipsis 2, 10). En otra de las cartas dirigidas a las siete iglesias de Asia, concretamente a la de Filadelfia, también se hace referencia a la corona. En la citada epístola aparece lo siguiente: "Ya que has guardado mi recomendación de ser paciente, también yo te guardaré de la hora de la prueba que va a venir sobre el mundo entero para probar a los habitantes de la tierra. Vengo pronto; mantén con firmeza lo que tienes para que nadie te arrebate la corona" (Apocalipsis 3, 10-11). 

Arquivoltas
1ª arquivolta

Dos ángeles, vestidos con largas túnicas y mantos, portan en sus manos sendas coronas y cetros que se disponen a entregar a los bienaventurados. 

Interpretación
La primera arquivolta de la Puerta del Juicio es especial. Y es que, a diferencia del resto de arcos de la Puerta, las dovelas que la componen no se dividen entre escenas del Cielo (a la izquierda) o del Infierno (a la derecha). En concreto, sus 10 dovelas -cinco a cada lado- están protagonizadas por otras tantas parejas de ángeles que portan coronas y cetros, regalos preparados para los bienaventurados que gozarán de la Vida Eterna en el Reino de los Cielos. Por ello, esta primera arquivolta es una prolongación del tímpano, ahora vacío, pero que originariamente estaría ocupado por la imagen de Cristo Juez en su trono en el día del Juicio Final.
La corona es el símbolo que distingue a aquellos que han conseguido realizar en vida los méritos suficientes para ingresar en el Cielo. Así, como si fuera una corona de rey hecha de metales preciosos, con ella se premia a aquellos que reinarán en el Cielo después de la muerte. Por otra parte, también recuerda a las coronas de laureles que se entregaban a los vencedores militares o atléticos, simbolizando de este modo la victoria de los fieles sobre las tentaciones del Mal.
Así pues, la corona que portan los ángeles de esta primera arquivolta es la Corona de Vida Eterna prometida por Dios a aquellos que no sucumban a las tentaciones del Diablo. Esta promesa aparece en el Apocalipsis 2, 10, donde se puede leer: "Mantente fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de vida".

Dos ángeles sujetan en sus manos sendas coronas y cetros que, al parecer, se disponen a entregar a los bienaventurados. Ambos visten túnicas y mantos. 

Interpretación
El tímpano de la Puerta del Juicio está rodeado por una arquivolta de 10 dovelas formada por imágenes de ángeles. Las 10 escenas que conforman este primer arco tienen una composición prácticamente idéntica. En cada una de ellas se ve, como se puede observar en la que aquí nos ocupa, a una pareja de ángeles con coronas y cetros en sus manos, dispuestos para ser entregados a los bienaventurados que se han ganado un lugar en el Reino de los Cielos. El tímpano que estos ángeles rodean, ahora vacío, estaría originariamente ocupado por la figura de Cristo Juez sentado en su trono en el día del Juicio Final.
Las coronas que portan los ángeles son el regalo que Dios dará a los bienaventurados como símbolo de victoria por haber salvado las tentaciones del Diablo. Esta recompensa aparece en la carta a la Iglesia de Esmirna, al inicio del Apocalipsis, donde se puede leer: "Mantente fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de vida" (Apocalipsis 2, 10). En otra de las cartas dirigidas a las siete iglesias de Asia, concretamente a la de Filadelfia, también se hace referencia a la corona. En la citada epístola aparece lo siguiente: "Ya que has guardado mi recomendación de ser paciente, también yo te guardaré de la hora de la prueba que va a venir sobre el mundo entero para probar a los habitantes de la tierra. Vengo pronto; mantén con firmeza lo que tienes para que nadie te arrebate la corona" (Apocalipsis 3, 10-11).

Dos ángeles, ataviados con túnicas y mantos, portan en sus manos un total de tres coronas y un cetro que se disponen a entregar a los bienaventurados. El ángel de la izquierda lleva dos coronas, mientras que el de la derecha porta una tercera corona y un cetro. 

Interpretación
El estudio detallado de la Puerta del Juicio nos permite ver que la primera arquivolta que rodea al tímpano es especial. A diferencia del resto de arcos de la portada, en ella no aparecen escenas relativas a la vida en el Cielo -a la izquierda del espectador- o a los sufrimientos del Infierno -a la derecha-. En su lugar, las 10 dovelas que la componen están protagonizadas por ángeles que, como los de la escena que aquí nos ocupa, portan coronas y cetros para entregárselos a los bienaventurados que gozarán del Reino de los Cielos. Esta arquivolta es la más cercana al tímpano donde, originariamente, estaría ubicada la figura de Cristo Juez.
La principal referencia bíblica al premio de la corona es la recogida en el libro del Apocalipsis, donde se puede leer la siguiente promesa de Dios: "Mantente fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de vida" (Apocalipsis 2, 10).
Otra de las referencias bíblicas a la corona que recibirán los bienaventurados se encuentra en la Primera Epístola a los Tesalonicenses. En ella aparece la denominada corona de gozo, que se otorgará a todos aquellos que hayan persuadido a otros a creer en Cristo. En la citada carta, San Pablo dice lo siguiente a los Tesalonicenses: "¿Cuál es nuestra esperanza, nuestro gozo, la corona de la que nos sentiremos orgullosos ante nuestro Señor Jesús en su Venida, sino vosotros?' (Tesalonicenses 2, 19).

Un hombre coronado y con aureola de santidad apunta con su dedo el texto escrito en una filacteria del que ya no se conserva ningún resto. El protagonista de la escena, vestido con túnica y manto, aparece sentado sobre un trono. 

Interpretación
La línea central de claves que divide la Puerta del Juicio en dos mitades está formada por ocho piezas -una por arquivolta-, con sus respectivas figuras esculpidas. Los personajes tallados ocupan esta línea central del pórtico por ser símbolos principales de las virtudes o comportamientos a seguir por todo aquel que aspire a lograr la gloria en el Cielo.
La primera de las claves que se pueden ver en la Puerta, ubicada junto al tímpano, muestra a un personaje coronado y sentado en un trono. En sus manos extiende una filacteria donde, originariamente, se podría leer un texto ahora perdido, y que serviría para identificar al personaje. Sin más pistas, las hipótesis sobre la identidad de esta figura son varias. Una de ellas apunta la posibilidad de que la figura aquí esculpida represente al Rey Salomón, tercer y último rey del Israel unificado entre los años 970 y 930 antes de Cristo, y sucesor en el trono de su padre David. Según aparece en el Libro Primero de los Reyes (3, 4-15), Yahveh se apareció a Salomón en sueños y le concedió "un corazón sabio e inteligente" para poder juzgar a su pueblo siguiendo sus "preceptos y mandamientos".
Así pues, si el personaje de esta clave fuera Salomón, estarían prácticamente unidas en el pórtico las figuras de este rey y juez de Israel y la del Juez Supremo, Cristo, cuya imagen debió ocupar originariamente el tímpano de la Puerta. 

2ª dovela

Un hombre y una mujer, perfectamente ataviados y luciendo aureolas de santidad sobre sus cabezas, parecen mantener una conversación. Destaca la indumentaria de la mujer, completada con el tocado de la cabeza. 

Interpretación
Siguiendo el sistema de lectura de la Puerta del Juicio, la dovela que aquí nos ocupa es la primera del Cielo. Esta parte del pórtico, que se abre a la izquierda del espectador, está dedicada a los bienaventurados, aquellos que gozarán del Reino de los Cielos gracias a sus buenas obras en vida. Entre estos bienaventurados podemos distinguir a mártires con palmas en sus manos; a profetas con filacterias; y a otros personajes a los que es imposible aglutinar en un grupo concreto al no portar atributos u objetos que los identifiquen. Sin estas pistas, lo único que se puede afirmar de ellos es que son los salvados, aquellos que gozarán del Paraíso tras el Juicio Final tal y como se describe en la Biblia: "Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Evangelio según San Mateo 25, 34).
Entre los salvados esculpidos en la Puerta está la pareja que protagoniza esta primera dovela del Cielo. Se trata de un hombre y una mujer que parecen estar conversando. Como se ve, el hombre coloca su mano sobre el hombro de su compañera, un gesto que algunos autores han interpretado como representativo de la fidelidad en el matrimonio, quizás en clara contraposición a las numerosas escenas sobre el adulterio que se pueden ver en el semiarco derecho de la Puerta, el dedicado a las escenas del Infierno.

Dos hombres, que portan hojas de palmera o palmas en sus manos, conversan entre ellos. El de la izquierda sólo lleva el tallo de la palma, quizás por el deterioro de la imagen. Este atributo o símbolo cristiano distingue a estos dos personajes como mártires. 

Interpretación
Entre los grupos de bienaventurados que aparecen representados en la Puerta del Juicio de Tudela se encuentra el de los mártires, aquellos que mueren por amor a Jesucristo y en defensa de la religión cristiana. Como dice el Evangelio según San Mateo, todos los que mueran en nombre de Cristo tendrán como recompensa la Vida Eterna en el Reino de los Cielos. Tal y como aparece en el citado libro de la Biblia, Jesús dijo a sus discípulos: "Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará" (San Mateo 16, 25).
El principal atributo que distingue a los mártires es la hoja de palmera (palma) que portan en sus manos. En época precristiana, la palma era el premio que recibían militares o atletas victoriosos. Posteriormente, la palma fue adoptada por el cristianismo como símbolo de la victoria de los fieles que dan su vida por Jesucristo, logrando así la Vida Eterna. Mártires y palmas aparecen unidos en el Apocalipsis 7, 9-10: "Miré y había una muchedumbre inmensa (mártires) de pie delante del trono y del Cordero, con vestiduras blancas y palmas en sus manos".
La escena que aquí se muestra es una de las nueve dedicadas por la Puerta a los mártires. Hay otras siete que ocupan toda la cuarta arquivolta y una más en la cuarta clave. Ninguno de los mártires de estas escenas porta otro objeto o atributo distinto a la palma, lo que hace imposible determinar su identidad.

Moisés y Aarón parecen conversar mientras portan los objetos que los identifican. Moisés, a la izquierda, lleva entre sus manos las Tablas de la Ley. A la derecha se encuentra su hermano mayor Aarón, que viste indumentaria de sacerdote y porta una vara y un libro. Ambos lucen sendas aureolas sobre sus cabezas. 

Interpretación
Dos de los pocos personajes bíblicos que se pueden identificar en el Cielo de la Puerta del Juicio son los esculpidos en esta dovela. Se trata de Moisés y de su hermano mayor Aarón, figuras fundamentales del Antiguo Testamento y que la Puerta incluye como ejemplo a seguir. Ellos son los principales protagonistas del Éxodo, el segundo libro de la Biblia, en el que se narra la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto y su huida en busca de la tierra prometida.
Dios eligió para esta misión a Moisés, quien se convirtió en el máximo profeta y legislador del pueblo hebreo. Como aparece en esta dovela, Moisés suele ser representado portando las Tablas de la Ley que recibió de Dios en el monte Sinaí, con los Diez Mandamientos de obligado cumplimiento para los israelitas.
Moisés contó con la ayuda de su hermano mayor Aarón, quien hizo de portavoz por el problema de "tartamudez" que padecía. Aarón fue el primer sumo sacerdote de los judíos, por ello aparece esculpido con indumentaria de obispo y con su inseparable vara. De ella, Dios hizo brotar flores y almendras demostrando al pueblo de Israel que Moisés y Aarón eran sus elegidos. Anteriormente, este mismo cayado fue el instrumento que Dios utilizó para demostrar su poder ante el faraón, primero convirtiéndolo en serpiente y, después, ejecutando a través de él las tres primeras plagas sobre Egipto.

Dos hombres, vestidos con túnica y manto, parecen conversar mientras portan en sus manos sendas filacterias. Ambos cubren sus cabezas con sendos gorros y lucen sobre ellas aureolas de santidad. 

Interpretación
Entre los justos que aparecen esculpidos en el Cielo de la Puerta del Juicio se encuentran los profetas, aquellos elegidos por Dios para transmitir su palabra y revelar los acontecimientos futuros que han de suceder por intercesión divina. Estos acontecimientos son principalmente dos: la primera llegada de Cristo, como el Mesías; y la segunda, como Juez, al fin de los tiempos.
El Antiguo Testamento distingue entre 16 profetas escritores. Se trata de Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías, y Malaquías. Estos mismos profetas son los que aparecen esculpidos en la Puerta del Juicio, distinguiéndose del resto de justos por la filacteria o rollo que sostienen en sus manos. Es probable que, originariamente, las filacterias mostraran el nombre o alguna de las profecías de su portador, pero actualmente no es así, con lo que es imposible identificarlos.
En cualquier caso, y por su rostro aniñado, cabe la posibilidad de que el personaje de la derecha sea Daniel, profeta autor del que es considerado como el "Apocalipsis del Antiguo Testamento" por sus múltiples referencias al fin del mundo. Así, el profeta que le acompaña podría ser Joel, quien suele ser representado con un gorro similar al que luce en esta dovela. Al igual que Daniel, sus visiones sobre la ruina de Israel son consideradas como el anuncio del Juicio Final.

Un obispo, vestido con su tradicional indumentaria eclesiástica y portando mitra y báculo, mira apesadumbrado hacia el suelo mientras un demonio agarra su mano izquierda. En el centro, un tercer personaje, también con gesto de tristeza, se interpone entre el obispo y el demonio. 

Interpretación
La Puerta del Juicio enseña a quien la observa que nadie, independientemente de su estamento social, está libre de caer en el Infierno. Esta dovela es fiel reflejo de esta afirmación, señalando directamente a las altas jerarquías del clero. En concreto, el protagonista es un obispo, quien está acompañado por un ayudante que intercede entre él y el demonio que le hostiga.
El hecho de que el protagonista sea un alto prelado indica que el pecado que se representa es el de la Soberbia, considerado el más grave que un eclesiástico puede cometer. Así, el obispo que protagoniza la escena está a punto de purgar en el Infierno los abusos de poder que cometió en vida. La dovela también puede referirse a la simonía, que es la compra o venta de lo espiritual por medio de bienes materiales, incluyendo cargos eclesiásticos. Además, en el centro de la imagen se aprecia cómo el prelado da la mano al demonio, un gesto que hace sospechar de un posible pacto entre ambos.
Esta dovela forma parte de cuatro imágenes dedicadas a la Soberbia en el clero que se completa con las escenas Los monjes, El Abad y El Obispo y la Soga. Son cuatro dovelas que se encuentran alineadas en la parte más alta de sus arquivoltas. La que aquí nos ocupa y las El abad y El obispo y la soga son de composición muy similar y están protagonizadas por altos cargos religiosos: dos obispos y un abad.

Un hombre y una mujer son acarreados a la espalda por un demonio que conduce ambos cuerpos, totalmente desnudos, sujetos por una gruesa cuerda. A la vez, la criatura infernal muerde la mano de la mujer.

Interpretación
Entre las dovelas de la Lujuria encontramos diversas variantes de este pecado como la del adulterio, representada en esta escena por una pareja que es conducida por un demonio al castigo que le espera y que se puede ver en la dovela superior (Los adúlteros al fuego). El adulterio es considerado por la Iglesia una violación grave de los Mandamientos de Dios, como aparece en el Éxodo 20, 14.
Esta práctica no sólo estaba censurada desde el plano religioso. Las leyes medievales castigaban duramente el adulterio al considerarlo un grave delito que ponía en peligro el orden natural de la descendencia al introducir la bastardía. Era visto como un atentado contra el honor del marido y, por ello, fue castigado con mayor dureza en las mujeres. El Fuero de Tudela, concedido a la ciudad en el siglo XII, recogía las penas por adulterio que iban desde diversas cuantías económicas hasta la muerte, en función del estado civil, estamento social o religión de los adúlteros. Así, el marido estaba facultado para matar a los adúlteros, ahora bien, no podía vengar la afrenta con la vida del hombre y perdonar a la mujer. Además, si "sacaba los cojones" al adúltero, debía pagar 500 sueldos.
Otro detalle de la escena es que el demonio muerde la mano izquierda de la mujer. Esto puede ser un castigo al falso juramento de fidelidad que la condenada hizo al casarse, siendo mordida la mano donde llevaba el anillo de boda.

Un hombre y una mujer son introducidos en una caldera de la que emergen llamas de fuego. El hombre, de espaldas al espectador, ya se encuentra dentro de la marmita, mientras la mujer está a punto de ser lanzada a ésta por un sonriente demonio que carga el cuerpo de la fémina sobre su espalda.

Interpretación
Esta dovela muestra al espectador el castigo al que son sometidos los adúlteros que aparecen en la escena inferior (Los adúlteros). Así, ambas dovelas aparecen ligadas, algo que no es habitual en el resto de la Puerta del Juicio. La escena presenta en primer plano a la mujer, considerándola inductora del pecado, mientras el hombre aparece en segundo plano. Aunque el adulterio implicaba tanto a hombres como a mujeres, las féminas eran más duramente castigadas por esta práctica, tanto por las leyes eclesiásticas como jurídicas. Por ejemplo, según el Fuero de Tudela, la mujer adúltera perdía el derecho a las arras.
Como se ve en la escena en cuestión, los condenados son castigados a quemarse en la caldera, un elemento tradicional en el arte cristiano pero pocas veces relacionado con el pecado del adulterio. Tanto en los textos cristianos como musulmanes de la época aparecen referencias a este pecado pero nunca se habla de la caldera como forma de castigo, aunque sí del fuego. Así, en la Visión de San Pablo (s. VI) se señala que los monjes que iban con mujeres se quemarán con ellas en el horno; y en la Visión de Wettim (s. IX) se mete a los adúlteros en el fuego hasta la altura de sus órganos sexuales. Los textos islámicos del Mi"raj sobre el viaje de Mahoma al Infierno y las narraciones orales musulmanas también recogen el fuego del horno como castigo a los adúlteros.

Una mujer desnuda es atacada por una serpiente que, enroscada en su pierna, muerde su vulva mientras dos sapos hacen lo mismo en sus pechos. La condenada es inmovilizada por dos demonios que la sujetan de los brazos. El de la izquierda porta un espejo circular que coloca junto al compungido rostro de la mujer. 

Interpretación
Esta dovela es la más conocida de todas las dedicadas a la Lujuria en la Puerta del Juicio. En ella se muestra la imagen clásica del castigo a este pecado que, generalmente, está protagonizada por una mujer, a la que se relaciona como descendiente de Eva, causante de la caída del hombre en el Paraíso y, por lo tanto, inductora del pecado a lo largo de toda la historia de la Humanidad.
Los animales que aparecen en la imagen también tienen su significado. Así la serpiente, como símbolo de la tentación, muerde la vulva de la condenada, órgano con el que ha pecado y, a la vez, ha inducido al pecado a otros. Los sapos también muerden a la réproba, en su caso en los pechos. Este castigo en concreto aparece en diversos textos cristianos y narraciones orales musulmanas de la época donde esta tortura era aplicada a prostitutas o mujeres solteras que se negaban a amamantar a sus hijos o, incluso, a aquellas que negaban su leche a los huérfanos.
El elemento que completa la escena es el espejo que un demonio enseña a la pecadora para mostrarle cómo va a quedar su cuerpo tras el castigo. Este objeto simboliza el pecado de la Soberbia al relacionarlo con el carácter vanidoso de las sirenas, que la literatura medieval representaba peinándose mientras observaban su belleza en espejos. Las sirenas, al igual que la protagonista de esta dovela, utilizaban su belleza para seducir a los hombres y llevarlos a la perdición. 

3ª dovela

Dos hombres, vestidos con túnica y manto, parecen conversar. El de la izquierda despliega la filacteria que porta en sus manos ante los ojos de su compañero de escena. Éste, con rostro compungido y llevando otra filacteria en su mano derecha, parece leer el texto del pergamino. Ambos lucen aureolas de santidad en sus cabezas. 

Interpretación
Uno de los grupos de justos que disfruta del Cielo en la Puerta del Juicio de Tudela es el de los profetas. Se trata de aquellos elegidos por Dios para transmitir su palabra y anunciar acontecimientos tan relevantes como la llegada del Mesías o el Juicio Final en el que toda la humanidad será juzgada.
El Antiguo Testamento distingue un total de 16 profetas escritores, el mismo número de figuras que aparecen esculpidas entre la segunda y tercera dovela del Cielo "tudelano" con sus filacterias en las manos. Actualmente, no queda resto alguno del texto que, originariamente, pudo haber lucido en estos pergaminos, con lo que es imposible identificar a cada uno de los profetas esculpidos.
En cualquier caso, y atendiendo a pequeños detalles o rasgos físicos, diferentes estudios aventuran alguna hipótesis. Así, varios autores apuntan la posibilidad de que el personaje ubicado a la derecha de la dovela que aquí nos ocupa sea el profeta Jeremías, al que se suele representar con gesto triste al ser consciente del castigo que le esperaba al pueblo de Israel y por todas las calamidades que sufrió durante su vida. La labor de este profeta fue la de llamar al arrepentimiento al reino de Judá advirtiendo del castigo que le aguardaba si sus reyes no volvían su corazón hacia Dios. Esto supuso a Jeremías tener que soportar crueles torturas y penas impuestas por estos reyes, algo que hizo con gran entereza.
Los dos personajes que protagonizan esta dovela pertenecen al grupo de profetas esculpidos entre la segunda y tercera arquivolta de la Puerta del Juicio. Este grupo está formado por 16 figuras que corresponden a los 16 profetas escritores de la Biblia: Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías, y Malaquías. El problema es que resulta imposible determinar la identidad de cada escultura, ya que no queda rastro alguno del texto que, en su día, debió lucir en las filacterias que portan.
La actividad de estos profetas se desarrolló a partir del siglo IX-VIII a. C. Son los transmisores de la alianza salvadora entre Dios y el pueblo de Israel; anuncian la llegada de un Mesías que establecerá un reino de justicia; y, además, proclaman la llegada del fin de los tiempos como castigo a la humanidad.
Entre estos últimos, los conocidos como profetas "apocalípticos", destaca Isaías, el primero de los profetas escritores recogidos en el Antiguo Testamento. En su libro habla de una conmoción, devastación y desolación universal. Entre sus profecías se puede leer: "Devastada será la tierra y del todo saqueada, porque así ha hablado Yahveh ("). La tierra ha sido profanada bajo sus habitantes, pues traspasaron las leyes, violaron el precepto, rompieron la alianza eterna ("). Por eso han sido consumidos los habitantes de la tierra" (Isaías 24, 3-6).

Dos monjes, vestidos con sus hábitos, agarran con sus manos los escapularios que lucen sobre sus túnicas. El deterioro que sufre esta dovela ha borrado el rostro de ambos personajes, pero sus cabezas, ligeramente ladeadas y agachadas, hacen suponer que la cara de las figuras reflejaría originariamente su tristeza y pesadumbre. 

Interpretación
La Puerta del Juicio dedica al clero cuatro dovelas del Infierno. Cada una de ellas se encuentra ubicada en la parte más alta de su respectiva arquivolta, justo al lado de la línea de claves de la que parte el resto de escenas de la portada.
Tres de las citadas cuatro escenas -El obispo, El abad y El obispo y la soga- están protagonizadas por altos cargos de la Iglesia, pudiéndose ver en ellas a dos obispos y un abad. Su composición es casi idéntica: los prelados, apesadumbrados, esperan su castigo mientras sus subordinados interceden ante los demonios que les hostigan. Es de suponer que el pecado cometido por los clérigos es el de la Soberbia, considerado como el principal de los pecados capitales; aunque también puede referirse a la simonía, que es la compra o venta de lo espiritual por medio de bienes materiales, incluyendo cargos eclesiásticos.
La dovela que nos ocupa en esta ficha no sigue la composición estética de las otras tres escenas citadas, pero mantiene la crítica al clero. En concreto, sus protagonistas son dos monjes que lucen los hábitos de su orden. Ambos parecen conversar mientras se muestran mutuamente los escapularios que portan sobre sus túnicas, tal vez sorprendidos por encontrarse en el Infierno siendo ambos miembros del clero. Pero, como bien enseña la Puerta, nadie está libre de la condena eterna por el mero hecho de pertenecer a un estamento social u otro.

Dos hombres, ataviados con túnica y manto, muestran sus rostros apesadumbrados. El de la izquierda cruza sus manos a la altura del vientre mientras ladea su cabeza. Por su parte, el de la derecha agarra sus ropajes con una mano a la vez que apoya la otra en su rostro cariacontecido y triste. 

Interpretación
Entre las dovelas que conforman el Infierno de la Puerta del Juicio se puede distinguir un grupo de siete escenas de composición prácticamente idéntica. Cada una de ellas está protagonizada por una pareja de condenados que parece estar esperando, o incluso saber ya, el veredicto dictado para ellos en el Juicio Final. Los pecadores esculpidos en estas dovelas aparecen con rostros apesadumbrados, lo que denota su preocupación por un destino que ya es ineludible: el Infierno.
La dovela que aquí nos ocupa es la primera de esta serie que se completa con las imágenes Condenados. Al igual que ocurre en la mayor parte de ellas, los personajes esculpidos no portan objetos o atributos distintivos, lo que hace imposible saber cuál fue el pecado que cometieron en vida y por el que van a ser castigados en el Infierno.
Este ciclo de dovelas dedicado a los condenados parece inspirado en el pasaje que el Evangelio según San Mateo dedica al Juicio Final. En él, Cristo separa a los bienaventurados que irán al Cielo y a los condenados cuyo destino será el Infierno. Cristo coloca a éstos últimos a su izquierda y les comunica, con estas palabras, su sentencia final: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles" (San Mateo, 25, 41). Unas palabras que, por sus afligidos rostros, parecen estar escuchando en este instante los condenados de la dovela.

Un hombre, con una bolsa de monedas colgada de su cuello, está a punto de ser lanzado a un río por dos demonios que le voltean agarrándole de brazos, piernas y pelo. En el agua del río se encuentra otro hombre, quien parece estar cumpliendo ya su condena.

Interpretación
El castigo a la usura que aparece en la Puerta del Juicio muestra en esta dovela una nueva variante, al condenar a los pecadores a ser lanzados a un río.
El río como castigo ya aparece en el Libro de la Sabiduría 11, 6 de la Biblia donde se puede leer: "En vez de las aguas perennes del río, se vieron aquellos turbados con sangre podrida". Pero la unión del castigo en el río con el pecado de Avaricia cometido por los usureros se ve claramente reflejada en la Visión de San Pablo (siglo III) en la que se describe la siguiente escena: "Había en medio de aquel río una plenitud de hombres y mujeres, y gusanos que los comían. Yo sollocé y, suspirando, pregunté: "Señor, ¿quiénes son esos" Y un ángel me respondió: "Estos son los que exigen las usuras de las usuras".
La inspiración para esculpir esta dovela pudo estar en los citados textos cristianos, pero también en documentos musulmanes como la Ascensión de Mahoma o Mi"raj, donde el profeta explica así lo que vio en su paso por el Infierno: "Vi un río de sangre en el cual había un hombre y en la orilla otro que tenía ante sí unas piedras. El hombre que estaba en el río se adelantaba, pero cuando estaba cerca de salir, el que estaba en la orilla le arrojaba una piedra dentro de la boca y volvía a su lugar. Y así hacía continuamente con él. Dije: "¿Qué es esto" Y me dijeron: "El que viste en el río es el usurero"".

Una mujer, completamente desnuda, carga sobre sus hombros a un demonio. El ser infernal, con sus pies en sentido contrario, agarra a la mujer por los pelos con una mano mientras en la otra porta una red. A la espalda de la pecadora hay otro demonio que obliga a la mujer a caminar hostigándola con una especie de tenaza. 

Interpretación
La dovela de esta ficha muestra a una mujer desnuda que lleva a hombros a un demonio mientras otro la azuza por detrás con una especie de tenaza. Esta escena no está descrita en ninguna leyenda cristiana o musulmana de la época, pero se asemeja mucho a un capitel de la iglesia de Santiago de los Caballeros de Zamora (siglo XI) y a una dovela del pórtico de la abadía francesa de Moissac (siglo XII), donde sendos condenados portan a hombros a demonios.
El hecho de que la figura tudelana no porte ningún elemento identificador, unido a la falta de referencias escritas con respecto a esta escena, hace imposible determinar el pecado cometido. Algunos autores afirman que se trata del pecado de la Lujuria, e incluso indican que esta mujer es la misma que aparece en la dovela de la izquierda (La lujuria). Otra versión defiende que se trata del pecado de la Pereza. Por eso la condenada es castigada a cargar eternamente a un demonio sobre sus hombros, realizando el esfuerzo que en vida no hizo.
En la dovela tudelana destaca un elemento que la diferencia de sus "gemelas" francesa y zamorana. Se trata de la red que el demonio lleva en su mano. Esta red puede aludir a la que aparece en el Salmo 91 donde se habla de la protección de Dios a los justos. En sus versículos 3 y 4 se puede leer: "Él te librará de la red del cazador, de la peste funesta. Con sus plumas te cubrirá y bajo sus alas te refugiará".

Un hombre, sentado en el suelo, es alcanzado por unas llamas mientras dos demonios introducen o sacan de su boca una masa informe por medio de una especie de pinzas y garfios.

Interpretación
La interpretación más extendida de esta dovela defiende que en ella se plasma el castigo a un avaro que, desposeído de todos sus bienes y totalmente desnudo, es obligado a tragar una gran piedra como símbolo de las riquezas amasadas en vida. En la escena se representa con extrema fidelidad el castigo descrito por los textos musulmanes del Mi"raj, que narran el viaje de Mahoma al Infierno, referido a los usureros que roban a huérfanos y viudas. En estos textos se narra cómo los diablos obligan al pecador a abrir la boca mediante garfios sujetando sus labios "como belfos de camello" para hacerle tragar piedras de fuego que representan las ganancias atesoradas de forma injusta.
Otra interpretación de esta dovela habla de que la escena está relacionada con algún pecado cuyo instrumento sea la boca, como la maledicencia, el perjurio o, incluso, la Gula, ya que el castigo se aplica directamente a ella. Así, algunos autores creen que lo que introducen los demonios en la boca del condenado es metal fundido. Por su parte, otra versión referente al castigo a la Gula defiende que, en realidad, los demonios no introducen nada en el cuerpo del réprobo, sino que sacan de su interior su aparato digestivo. De este modo, lo que las criaturas infernales muestran al espectador no sería una piedra de fuego ni metal fundido, sino el propio estómago, esófago e intestinos del ahora famélico condenado.

DOS HOMBRES se queman en el fuego al que dos demonios están a punto de arrojar a un tercero. Las criaturas agarran el cuerpo del condenado, desnudo y rodeado por una cuerda atada a la cintura, quien se resiste a caer a las llamas. El demonio de la izquierda porta un instrumento con el que parece empujar al réprobo hacia el fuego. 

Interpretación
La práctica totalidad de las dovelas ubicadas en la línea inferior del Infierno de la Puerta del Juicio están dedicadas a castigos relacionados con el fuego. Este castigo aparece en numerosas referencias bíblicas. Así, en el Evangelio según San Mateo se puede leer la descripción del Juicio Final cuando Cristo dirá a los pecadores: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el Diablo y sus ángeles" (San Mateo 25, 41).
Las imágenes de condenados en el fuego son muy comunes en las representaciones artísticas anteriores, contemporáneas y posteriores a la construcción de la Puerta del Juicio. Se trata de un castigo profusamente mencionado en la literatura cristiana sobre las visiones del más allá. Así aparece en las visiones de Wenlock y Drythelm, ambas del siglo VIII; o en la Visión de Rotcharius, del siglo IX, donde los pecadores purgan sus pecados metidos en el fuego hasta el pecho.
También la literatura musulmana dedica múltiples referencias a este castigo. Así, en el Mi"raj, donde se narra el viaje de Mahoma al Infierno, aparecen adúlteros que se consumen en un horno de fuego; aquellos que en vida odiaron a sus padres son atormentados en el fuego y atacados con garfios de hierro; y, los pecadores en general, son arrojados a las llamas del Infierno, que queman pero no matan, para que el condenado sufra eternamente. 

Cuarta dovela

Dos hombres conversan entre ellos portando en sus manos sendas hojas de palmera o palmas, atributo simbólico cristiano que les identifica como mártires. Ambos visten túnica y manto y lucen sendas aureolas de santidad sobre sus cabezas. 

Interpretación
La cuarta arquivolta izquierda de la Puerta del Juicio está dedicada en exclusiva a los mártires, aquellos que dan su vida por amor a Jesucristo y en defensa de la religión cristiana. En total son nueve las escenas reservadas por la Puerta a este grupo de bienaventurados: una se encuentra en la cuarta clave; otra en la segunda arquivolta; y el resto -como la dovela que aquí nos ocupa- ocupa el cuarto arco.
Las principales referencias bíblicas a los mártires se encuentran en el Evangelio según San Mateo. En él se recoge el famoso Sermón del Monte, en el que Jesús enumera a los bienaventurados que gozarán del Reino de los Cielos. De los mártires dice: "Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los Cielos" (San Mateo 5, 11-12).
Todos los mártires esculpidos en las citadas ocho dovelas de la Puerta del Juicio portan en sus manos una palma, símbolo de la victoria de los que mueren defendiendo la palabra de Cristo. En el libro del Apocalipsis (7, 9-10) se puede leer: "Miré y había una muchedumbre inmensa (mártires) de pie delante del trono y del Cordero, con vestiduras blancas y palmas en sus manos". El hecho de que los mártires de la portada tudelana no lleven otro tipo de objetos -principalmente el instrumento con el que fueron torturados- hace imposible su identificación.

Dos hombres hablan entre ellos portando en sus manos sendas hojas de palmera o palmas, un atributo simbólico cristiano con el que se distingue a los mártires. Ambos visten un sencillo atuendo compuesto por túnica y manto, y lucen sendas aureolas de santidad sobre sus cabezas. 

Interpretación
Los mártires, aquellos bienaventurados que logran el premio de la Vida Eterna sacrificando su vida en defensa de Jesucristo, tienen especial protagonismo en la Puerta del Juicio. La portada les dedica hasta nueve escenas: una ubicada en la cuarta clave; otra en la segunda arquivolta de la izquierda; y las siete restantes ocupando la totalidad del cuarto semiarco izquierdo de la Puerta.
La dovela que aquí vemos forma parte de esta cuarta arquivolta y mantiene la composición general del resto de escenas referidas a este tema, con dos mártires conversando y portando en sus manos sendas palmas, símbolo del martirio y de la victoria de la fe en Cristo por encima de la muerte. En otras obras artísticas, los mártires suelen aparecer portando los objetos o instrumentos con los que fueron torturados. Pero esto no ocurre en las imágenes esculpidas en la Puerta del Juicio, lo que hace imposible determinar la identidad de las figuras esculpidas.

Dos hombres, vestidos con túnica y manto, parecen conversar. Ambos sostienen en sus manos hojas de palmera o palmas, atributo que los distingue como mártires. Sobre sus cabezas se adivinan sendas aureolas de santidad. 

Interpretación
La cuarta arquivolta izquierda de la Puerta del Juicio de Tudela está dedicada en exclusiva a los mártires, aquellos que sacrifican su vida en nombre de Cristo y en defensa de la religión cristiana. La dovela que aquí nos ocupa cumple el canon ya repetido en el resto de escenas celestiales dedicadas a este grupo de bienaventurados. En ella se ve a dos mártires con sus respectivas hojas de palmera o palmas, símbolo que representa la victoria de aquellos que mueren por Cristo, logrando con su sacrificio la Vida Eterna en el Reino de los Cielos.
Según la iconografía medieval, las representaciones pictóricas o escultóricas de los mártires suelen acompañar a sus protagonistas del objeto o instrumento con el que fueron torturados. Así, entre las representaciones de los primeros mártires cristianos podemos ver a San Esteban portando las piedras con las que fue lapidado; a San Felipe o San Andrés, con la cruz en la que fueron crucificados; a Santiago El Menor, con el mazo con el que fue golpeado en la cabeza; a San Bartolomé, con el cuchillo con el que sus captores le despellejaron; a Santo Tomás, con la lanza que le atravesó el cuerpo; o a San Simón, con la sierra con la que fue despedazado su cadáver. A diferencia de estos ejemplos, las imágenes de los mártires que aparecen esculpidas en la Puerta del Juicio de Tudela no portan otro objeto distinto a la citada palma, lo que hace imposible determinar su identidad.

Dos hombres conversan entre ellos portando en sus manos sendas hojas de palmera o palmas, atributo simbólico cristiano que distingue a los mártires. La figura de la izquierda es un obispo que viste la indumentaria típica de su cargo con mitra y báculo. Ambos mártires lucen sendas aureolas de santidad sobre sus cabezas.

Interpretación
Dentro del conjunto de dovelas dedicadas a los mártires que se pueden observar en el Cielo de la Puerta del Juicio destaca ésta, en la que aparece un obispo ataviado con la indumentaria tradicional de su cargo. Junto a él se encuentra otra figura que, como el prelado, porta en su mano una palma, símbolo del martirio que ambos sufrieron en vida por defender la palabra de Cristo. Como sucede en el resto de dovelas dedicadas a los mártires, la falta de elementos distintos a la citada palma hace imposible determinar la identidad de las figuras esculpidas.
La Biblia recoge muy diversas referencias a los mártires y a la recompensa de la Vida Eterna que lograrán por sacrificar su vida defendiendo a Cristo. Las principales citas se encuentran en el Evangelio según San Mateo, donde se pueden leer las instrucciones que Jesús dio a los apóstoles y una advertencia de lo que estos se iban a encontrar en el desempeño de su labor: "Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas" (San Mateo 10, 16). Seguidamente, Jesús predice el martirio que sus discípulos sufrirán por defender su palabra: "Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes ("). Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin se salvará" (San Mateo 10, 17-22).

Dos hombres llevan en sus manos sendas hojas de palmera o palmas, símbolo cristiano que los distingue como mártires. Ambos parecen dialogar entre sí luciendo sobre sus cabezas aureolas de santidad.

Interpretación
"Miré y había una muchedumbre inmensa de pie delante del trono y del Cordero, con vestiduras blancas y palmas en sus manos". Esta escena del Apocalipsis (7, 9-10) pudo servir de inspiración al escultor de la Puerta del Juicio para dar forma a la cuarta arquivolta izquierda, dedicada a los mártires. La dovela que aquí nos ocupa forma parte de las siete que componen este arco. En todas aparecen dos hombres con palmas, símbolo de los fieles que mueren por Cristo. Las figuras no llevan otro atributo que no sea la palma, lo que impide determinar su identidad.
La persecución de los cristianos comenzó poco después de la crucifixión de Jesús. Las autoridades judías de la época no aceptaban a Jesucristo como su Mesías y, por ello, acusaban a sus seguidores de blasfemos. Pero el principal enemigo de los primeros cristianos fue el Imperio Romano, que llevó a cabo varias persecuciones contra ellos que se prolongaron durante tres siglos. Los cristianos, tomando como principio que Jesús es el único hijo del Dios verdadero, se negaban a adorar a los dioses y a las estatuas divinizadas de los emperadores, lo que fue considerado por las autoridades como una rebelión política contra el imperio. Las persecuciones comenzaron en el año 64, bajo el mandato de Nerón, y se prolongaron hasta el 363, año de la muerte de Juliano, el último emperador pagano. Durante estos tres siglos, se estima que fueron miles los cristianos martirizados.

Un abad y un monje, ataviados con sus hábitos y con rostros cariacontecidos, son hostigados por un demonio. Éste agarra la mano izquierda del monje y acerca su boca al rostro del clérigo. Al mismo tiempo, la criatura infernal extiende su brazo por detrás del monje hasta llegar a tocar con su mano la capucha del abad. 

Interpretación
El pecado de Soberbia aparece representado en esta dovela en un abad y un monje que son hostigados por un demonio. La escena se puede referir también a la simonía, que es la compra o venta de lo espiritual por medio de bienes materiales.
Esta escena forma parte de un conjunto de cuatro imágenes dedicadas al clero que se completa con las dovelas El obispo, Los monjes y El obispo y la soga. Todas ellas se encuentran alineadas en la parte más alta de sus respectivas arquivoltas.
La que aquí nos ocupa y las imágenes El obispo y El obispo y la soga tienen una composición muy similar y están protagonizadas por altos cargos de la Iglesia. En ésta el protagonista es un abad, mientras en las otras aparecen son sendos obispos. En los tres casos, los prelados están acompañados por sus respectivos subordinados, quienes se interponen entre ellos y el demonio que les hostiga.
Al igual que en la dovela El obispo, también en ésta se deja entrever un posible pacto con el demonio. Aquí es el subordinado quien une su mano a la del ser infernal, mientras que en la otra citada escena es el propio obispo quien estrecha su mano. Además, el demonio coloca su boca junto a la cabeza del monje, llegando a lamer su capucha y, según algunas versiones, susurrándole al oído. Al mismo tiempo, la criatura toca con su mano la cabeza del abad recordándole que él también tiene su sitio reservado en el Infierno.

Dos hombres, vestidos con túnica y manto, muestran sus rostros afligidos. El de la izquierda cruza sus manos a la altura del vientre y gira la cabeza con gesto apesadumbrado. El de la derecha parece sujetar con una mano sus ropajes, mientras con la otra sostiene su rostro cariacontecido y triste. 

Interpretación
La dovela de esta ficha es la segunda de una colección de siete que la Puerta dedicada a los pecadores que aguardan su sentencia durante el Juicio Final. Estas siete imágenes comparten temática y una misma composición, con dos personajes con gesto triste y apesadumbrado al conocer el destino que les espera: el Infierno. Otra característica que se repite en estas siete dovelas es que los condenados que aparecen en ellas no portan objeto o atributo que les identifique o que ayude a determinar el pecado que cometieron en vida y por el que han sido condenados.
Esta serie de escenas se completa con las dovelas Condenados.
La angustia que reflejan los rostros de estos pecadores, como se puede ver en las caras de los protagonistas de esta ficha, hace pensar que se encuentran asistiendo al Juicio Final y que ya conocen el veredicto dictado. Este episodio se narra en el Evangelio según San Mateo, cuando Cristo ubica a su izquierda a los pecadores y les envía al Infierno dirigiéndoles las siguientes palabras: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis" (San Mateo, 25, 41).

Dos hombres caminan por el Infierno guiados por un demonio. El condenado del centro, porta un tablero de juego similar al backgammon (conocido en la Edad Media como Tabla Real). El réprobo de la derecha, lleva otra bolsa colgada de su muñeca. 

Interpretación
El flujo de dinero que llega a Tudela de principios del siglo XIII gracias a la creciente actividad comercial hizo que apareciera en la ciudad un tipo de establecimiento distinto a los tradicionales: las casas de juego y apuestas. Estos lugares, conocidos como tafurerías o tahurerías -locales donde se daban cita tahúres como los que aparecen en esta dovela-, tuvieron un gran auge en las ciudades medievales.
El hecho de que los juegos de azar gozaran cada vez de más aceptación entre la población, independientemente de su estamento social o religión, hizo que las autoridades interviniesen para perseguir la usura; fiscalizar el juego en provecho propio; y garantizar el orden público, ya que en las tafurerías eran habituales las peleas entre jugadores y las blasfemias de aquellos que habían perdido su dinero, además de otros excesos, todos ellos perseguidos tanto por las autoridades de la ciudad como por la iglesia
La primera noticia sobre el juego en Navarra durante la Edad Media data de 1227 -con las obras de la Puerta del Juicio concluidas o muy avanzadas- y habla de la compra por el rey Sancho El Fuerte de varias casas cerca de la Catedral donde existía un lugar de juego, probablemente con el fin de sacar provecho económico de un negocio donde los jugadores pagaban por alquilar tableros de juego, fichas y dados. Curiosamente, justo en la dovela inferior a ésta (La soberbia) aparece condenado un personaje que, según alguna versión, podría ser el propio Sancho El Fuerte, quizás relacionando su castigo con la avaricia de los tahúres

Un hombre es hostigado por un demonio que le intenta arrebatar la corona o tiara que luce sobre su cabeza. El ser infernal agarra con su mano la mano derecha del condenado mientras con la otra le tira del pelo o de una especie de velo. El réprobo parece resistirse ladeando su cabeza y mostrando su compungido rostro. 

Interpretación
Esta dovela es una de las más misteriosas de la Puerta del Juicio debido a la dificultad para identificar al condenado que es hostigado por el demonio.
Su vestimenta indica que se trata de un noble o de un miembro destacado del clero. Porta en su mano un objeto que podría ser un cetro que se desvanece junto a su rostro. Pero hay otro elemento que da alguna pista más. Se trata de la corona o tiara que luce sobre su cabeza y que el demonio parece querer arrebatarle. La Puerta del Juicio enseña que todo pecador, sea del estamento social que sea, será condenado. Que cualquiera, por mucho poder que tenga, lo puede perder todo. Por ello, cabe la posibilidad de que la Puerta incluyera entre los réprobos del Infierno al hombre que estaba por encima de todos: el rey.
Varios autores apuntan que la importancia que la Puerta da al pecado de la Avaricia es una crítica directa al propio Sancho VII El Fuerte, en cuyo reinado se realizó la portada y que residía habitualmente en Tudela. Éste abusó de su poder en numerosas ocasiones para apropiarse de bienes particulares a través de donaciones o herencias forzosas. Además, la conducta usurera que mantuvo durante su vida -ejerció de prestamista financiando guerras de otros reyes- y la protección que dio a los judíos contra los intereses de la Colegiata le enfrentaron a la Iglesia y a la población tudelana en medio de un creciente clima antisemita.

Cuatro hombres se queman en un fuego de cuyas llamas sólo asoman sus respectivas cabezas. Dos demonios empujan al condenado ubicado a mayor altura, quien trata de resistirse a ser alcanzado por unas llamas que ya le llegan hasta la sien. 

Interpretación
El fuego como castigo aparece en varias dovelas del Infierno de la Puerta del Juicio, principalmente en las escenas inferiores de cada una de las arquivoltas. Cuando se construyó, la portada tenía como objetivo hacer llegar un mensaje moralizante a la población tudelana de la época, mostrando el castigo que aguardaba a los pecadores después del Juicio Final. Las imágenes debían impactar al receptor del mensaje. Por ello, el diseñador del pórtico ubicó estas escenas, repletas de llamas rojas, lo más cerca posible de los ojos del espectador.
El castigo del fuego eterno es el tormento más frecuente en las representaciones del Infierno. La Biblia contiene numerosas referencias a esta tortura. La principal aparece en el Evangelio según San Mateo, donde se puede leer el instante del Juicio Final en el que Cristo dirá a los pecadores: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el Diablo y sus ángeles" (San Mateo 25, 41).
También la literatura de la época, tanto cristiana como musulmana, utilizó con frecuencia este castigo para representar la imagen del Infierno. De hecho, la escena esculpida en la dovela que aquí podemos ver parece estar sacada de El Viaje del Caballero Owein al Purgatorio de San Patricio, obra contemporánea a la Puerta del Juicio, donde se habla del fuego eterno y de las almas de los condenados que suben y bajan en las llamas de los pozos infernales.

Dos hombres se queman en el interior de una caldera mientras dos demonios les sujetan para impedir que salgan del recipiente. A la vez, cada uno de los réprobos sufre el castigo que le infringen sendas serpientes, que se introducen por su boca. 

Interpretación
La Puerta del Juicio contiene numerosas dovelas en las que se ve a los condenados sufrir terribles castigos físicos en aquellas partes del cuerpo que utilizaron para pecar. Así, el espectador puede observar entre las escenas del Infierno cómo se torturan los órganos sexuales de los lujuriosos; las manos de quienes juraron en falso o de los ladrones que con ellas robaron; o la boca con la que los mentirosos engañaron o los glotones y borrachos tragaron comida y bebida en exceso. Esta última, la boca, es la parte del cuerpo más castigada en la Puerta y, como se puede apreciar, protagonista de la dovela que aquí nos ocupa.
En esta ocasión, el castigo a los dos condenados se aplica por medio de sendas serpientes que se introducen por sus bocas. Esta escena tiene gran similitud con la que aparece narrada en el texto musulmán del Mi"raj sobre en el viaje de Mahoma al Infierno. En él se puede leer como los demonios sujetan los labios de los usureros con arpones de fuego para permitir a las serpientes penetrar por sus bocas, rompiendo sus intestinos y saliendo por sus anos.
El hecho de que los condenados no porten ningún objeto que los identifique hace que las interpretaciones a esta dovela sean varias. Así, y ya que es la boca la parte del cuerpo castigada, la escena puede representar el pecado de maledicencia o perjurio o, como una tercera posibilidad, el de la Gula. 

Quinta dovela

Dos monjes, vestidos con sus tradicionales atuendos eclesiásticos y portando sendos libros, parecen conversar entre ellos y con un tercer personaje que luce túnica y manto. Las tres figuras que conforman la escena llevan sobre sus cabezas sus respectivas aureolas de santidad. 

Interpretación
Entre los salvados esculpidos en el Cielo de la Puerta del Juicio aparece representado el estamento del clero como protagonista en dos dovelas distintas: la que aquí nos ocupa y la correspondiente a la escena Clérigos II.
En esta dovela se pueden ver a dos monjes luciendo su tradicional vestimenta, con túnica de amplias mangas y capuchas sobre sus cabezas. Además, destaca el hecho de que entre sus manos sostengan sendos libros, que bien pudieran ser las Sagradas Escrituras o la conocida como Regla, libro donde se recogen las normas que rigen la vida en el monasterio. La primera Regla fue escrita por San Benito en el siglo VI. Su principal mandato era el de "Ora et labora" ("Reza y trabaja") y se convirtió en la única ordenanza a seguir por la mayoría de los monasterios hasta la adopción de la Regla de San Agustín por parte de otras órdenes como la de los Premostratenses -a partir del siglo XII- o de los Dominicos o Agustinos -siglo XIII-.
La escena la completa un tercer personaje del que no se puede asegurar que pertenezca al clero, ya que, a diferencia de sus compañeros de dovela, sus vestimentas -túnica y manto- no son exclusivas de este estamento. Además, y como detalle, esta tercera figura no porta el libro que sí llevan los monjes, lo que refuerza la hipótesis de que no se trata de un religioso.

Dos personas levantan la tapa de sus respectivos sepulcros y salen de sus tumbas con sus cuerpos todavía envueltos en los sudarios con los que fueron enterrados. Ambos parecen mirar con gesto sorprendido el lugar en el que se encuentran. 

Interpretación
Según el sistema de lectura de la Puerta, esta dovela es la primera de las cuatro -junto a Al cielo II, La mujer y Al cielo IV- que la portada dedica a la resurrección de los bienaventurados, aquellos que gozarán del Cielo tras el Juicio Final.
Según la Biblia, la resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores" (Hechos de los Apóstoles 24, 15), precederá al Juicio Final de Dios, esa "hora en la que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida, pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación" (San Juan 5, 28-29).
El libro del Apocalipsis, en su capítulo 20, distingue dos tipos de resurrecciones: la primera, la de aquellos que murieron "a causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios"; y una segunda, "del resto de los muertos", previa al Juicio Final, "donde cada uno será juzgado según sus obras". Entre estas dos resurrecciones transcurrirán mil años, durante los cuales Satanás permanecerá "encadenado".
Los protagonistas de esta dovela son dos de esos primeros resucitados, quizás miembros de un matrimonio, que ahora abandonan sus sepulcros entre el resto de salvados en el Juicio Final. En cualquier caso, cabe destacar que ninguno de los dos luce la aureola de santidad típica de los bienaventurados, lo que hace pensar que Cristo Juez todavía no ha dictado el veredicto final para ellos.

Un hombre y una mujer parecen conversar entre ellos. Ambos aparecen perfectamente ataviados con unos ropajes en los que destaca el detalle de los vestidos de la mujer. Los dos lucen sendas aureolas de santidad en sus cabezas. 

Interpretación
Según aparece en la Biblia, en el día del Juicio Final Cristo separará a condenados y salvados. A los primeros los enviará al castigo en el Infierno, mientras que a los segundos les recompensará con la Vida Eterna en el Reino de los Cielos. Los personajes que protagonizan esta dovela pertenecen a este segundo grupo, al de los salvados por Cristo, aquellos que, como narra el Evangelio según San Mateo (13, 43): "Brillarán como el sol en el Reino de su Padre".
La falta de objetos o atributos en la escena hace imposible identificar a los personajes que en ella aparecen. Por lo tanto, no es posible agruparlos en una categoría concreta dentro del conjunto bienaventurados de la Puerta del Juicio como sí se puede hacer con los profetas, que portan sus filacterias; o con los mártires, esculpidos con sus hojas de palmera o palmas.
Así, la pareja de esta dovela forma parte del grupo genérico de los salvados por Cristo, aquellos que con sus obras en vida se han ganado el premio de gozar del Reino de los Cielos por toda la eternidad. De todos modos, algunos autores han querido ver en esta escena un elogio a la fidelidad en el matrimonio representada en la mano del hombre que se apoya en el hombro de su compañera. Esta escena es prácticamente igual a la dovela Salvados I, donde también aparece un hombre y una mujer conversando, aunque situados a la inversa.

Tres personas salen de sus respectivos sepulcros con sus cuerpos envueltos en sudarios. Uno de ellos es un hombre que, a la izquierda de la imagen, levanta con una mano la tapa de su tumba y mira cariacontecido el lugar donde se encuentra. Las otras dos figuras, con rostro más sereno, abandonan sus sepulcros. 

Interpretación
La serie de cuatro dovelas dedicada por la Puerta del Juicio a las resurrecciones de los bienaventurados continúa con esta escena. El ciclo se completa con las imágenes Al cielo. En cualquier caso, cabe resaltar el hecho de que ninguno de los resucitados esculpidos en estas dovelas luce las tradicionales aureolas de santidad que distinguen a los salvados, lo que hace suponer que todavía están a la espera del veredicto que dictará Cristo Juez en el Juicio Final.
Estas escenas se basan en un pasaje del Evangelio según San Juan, donde se narra la salida de los muertos de sus sepulcros para el Juicio Final, o en el texto de la Primera Epístola a los Corintios (15, 52), donde San Pablo dice: "En un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, los muertos resucitarán incorruptibles".
Los protagonistas de la dovela que aquí nos ocupa son tres de estos elegidos para entrar en el Reino de los Cielos. La escena en cuestión no da pistas sobre la identidad y relación de los resucitados, aunque bien podrían ser miembros de una misma familia. La composición de esta escena es muy similar a las ocho que la Puerta del Juicio dedica a las resurrecciones (cuatro en el lado del Cielo y cuatro en el del Infierno), pero tiene una singularidad, y es que agrupa en una misma dovela a tres personas, mientras que cada una de las siete escenas restantes están protagonizadas por parejas de resucitados.

Dos hombres conversan luciendo sobre sus cabezas sendas aureolas de santidad. El de la izquierda apoya su mano sobre el brazo de su compañero. Sobre ambos personajes aparecen esculpidos tres edificios amurallados. 

Interpretación
¿Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo". Así describe San Mateo (25, 34) la sentencia dictada por Cristo en el Juicio Final para los salvados, aquellos que gozarán del Cielo. Los protagonistas de esta dovela son dos de estos salvados, quienes no portan objetos para una identificación más precisa.
Pero si por algo se distingue esta dovela es por el motivo arquitectónico esculpido sobre los dos personajes. Se trata de una representación de la Jerusalén Celestial, la ciudad de los elegidos o salvados por Cristo tras el Juicio Final que aparece descrita en el libro del Apocalipsis. "Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: "Esta es la morada de Dios con los hombres". Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos y no habrá ya muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas" (Apocalipsis 21, 3-4).
Este libro describe cómo será esta nueva Jerusalén: "Tenía una muralla grande y alta con doce puertas; y sobre ellas, doce Ángeles y nombres grabados que son los de las doce tribus de los hijos de Israel. La muralla se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero" (Apocalipsis 21, 11-14).
La Puerta contiene otra imagen de esta Jerusalén Celestial. Ésta se encuentra justo a la izquierda de esta dovela, en la imagen Coronados.

Un ángel, con aureola de santidad sobre su cabeza, extiende sus alas a la vez que coloca sus manos abiertas sobre su pecho. El ser celestial viste una larga túnica. 

Interpretación
Entre los personajes representados en la línea de claves de la Puerta del Juicio aparece un ángel. Este ser celestial no porta ningún atributo u objeto que sirva para identificarlo pero, dada su privilegiada ubicación en la línea central del pórtico, parece claro que se trata de un ángel "especial". Una de las posibilidades apunta a que se trata del arcángel Gabriel, considerado como el mensajero de Dios por excelencia. De hecho, él fue el encargado de anunciar los nacimientos de Juan el Bautista y, sobre todo, del mismísimo Jesús a su madre María.
Además, según leyendas posteriores, Gabriel tiene un papel protagonista dentro del contexto del Apocalipsis y del Juicio Final que se plasma en la Puerta. De hecho, y aunque la Biblia no lo nombra, la tradición apunta a que Gabriel es el ángel que revela a Juan el libro del Apocalipsis, tal y como aparece escrito en el primer versículo del primer capítulo. Incluso, la leyenda señala que este arcángel será quien tocará la trompeta que anunciará el Juicio Final.
La figura del arcángel Gabriel suele ser representada con un lirio en sus manos, cuando se alude a la Anunciación a María; o con una trompeta, cuando el motivo versa sobre el anuncio del Juicio Final. En el caso de la imagen esculpida en pórtico de Tudela, el ángel en cuestión no porta ninguno de estos dos atributos, con lo que no se puede asegurar con rotundidad que sea el citado Gabriel.

Dos hombres son hostigados por un demonio, quien carga sobre su espalda a uno de ellos. Éste dibuja con su cuerpo desnudo una postura imposible mientras el demonio le muerde una mano y le clava una horquilla en el rostro. El ser infernal sujeta con su mano al segundo réprobo, quien mira hacia el otro lado con gesto triste. 

Interpretación
Ninguno de los elementos que aparecen en esta dovela permite precisar la identidad de los condenados que la protagonizan o el pecado que cometieron en vida. Solamente el hecho de que el demonio muerda la mano de uno de ellos da alguna pista. La Puerta del Juicio contiene abundantes escenas en las que los réprobos reciben castigo físico en el órgano con el que pecaron. Así, se puede afirmar que el réprobo aquí condenado tuvo que pecar en vida por medio de esa mano.
Las conjeturas sobre el pecado que cometió son múltiples, pero hay dos que destacan. Una apunta a que el condenado cometió perjurio, al haber jurado con su mano algo que luego no cumplió. La otra opción es que el réprobo fuera en vida un ladrón, por lo que tendría sentido que ahora, en el Infierno, el castigo al que se le somete recaiga en la mano con la que cometía sus robos. Destaca que la mano castigada sea la izquierda, quizás con el fin de resaltar la condición de persona maldita que solía asociarse en la Edad Media a aquellos que eran zurdos.
Existen otras dos dovelas en la Puerta (Los adúlteros y La boca de la verdad) en las que el castigo físico a la mano es también evidente, pero si con alguna escena está relacionada esta dovela es con la ubicada justo a la izquierda (El castigo a la mano). La composición de ambas es similar, pudiéndose ver a dos condenados que son hostigados por un demonio que muerde la mano izquierda de uno de ellos. 

Dos hombres levantan la tapa de sus respectivos sepulcros y salen de las tumbas con sus cuerpos todavía envueltos por sus sudarios. Ambos parecen mirar con gesto sorprendido el lugar en el que se encuentran. 

Interpretación
Según el sistema de lectura de la Puerta, esta dovela es la primera de las cuatro -junto a Al infierno-, que la portada dedica a la resurrección de los pecadores, aquellos que sufrirán el castigo eterno tras el Juicio Final.
Como aparece escrito en el libro de los Hechos de los Apóstoles (24, 15), la resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores", precederá al Juicio Final de Dios, esa "hora en la que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida, pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación" (San Juan 5, 28-29).
El libro del Apocalipsis, en su capítulo 20, distingue dos tipos de resurrecciones: la primera, la de aquellos que murieron "a causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios"; y una segunda, "del resto de los muertos", previa al Juicio Final, "donde cada uno será juzgado según sus obras". Entre estas dos resurrecciones transcurrirán mil años, durante los cuales Satanás permanecerá "encadenado".
Esta dovela está protagonizada por dos de aquellos que serán condenados. El libro del Apocalipsis, en el citado capítulo, recoge una lista de los que irán al Infierno tras el Juicio Final: "Los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre: que es la muerte segunda".

Un hombre se quema sentado ante una mesa sobre la que apoya sus manos mientras es castigado por dos demonios. La criatura de la derecha le agarra de la cabeza para mantenérsela erguida mientras el demonio de la izquierda introduce en la boca del condenado una especie de horquilla o gancho de metal. 

Interpretación
Junto a prestamistas y cambistas, la Puerta del Juicio condena también a los banqueros, una profesión que floreció en la Tudela medieval gracias al desarrollo del comercio. Además de custodiar y prestar dinero, los banqueros idearon el sistema de letras de cambio, con el que se evitaba que los comerciantes ambulantes recorrieran las peligrosas rutas medievales con grandes sumas de dinero en metálico.
Estos mercaderes ejercían su oficio en una especie de escritorio conocido como banca, de ahí el origen de la actual palabra "banco" como lugar de transacciones económicas. La dovela muestra al avaricioso banquero sentado en su escritorio mientras le alcanzan las llamas del Infierno. Sobre la mesa hay varias monedas y la balanza donde las pesaba para determinar su valor. Dos demonios le abren la boca para amputarle la lengua por haber engañado a sus clientes; o bien para hacerle tragar las monedas ganadas. Esta segunda opción coincide con la visión del Infierno del escritor Gonzalo de Berceo (1197-1264) en la que narra así este castigo: "Métanles por las bocas el oro regalado, dirán que no debiesen haberlo ganado". Además, también recuerda a la leyenda contada por el teólogo Jacques de Vitry (1160/70-1240) en la que un avaro pidió ser enterrado con todo su dinero. Cuando sus familiares abrieron la tumba para robarle descubrieron horrorizados como unos diablillos hacían tragar al difunto monedas incandescentes.

Un hombre y una mujer desnudos, y con rostros apesadumbrados, son custodiados por un demonio que sujeta una cuerda con la que tiene amarrados sus cuerpos. La criatura infernal sostiene un espejo circular que coloca sobre el pecho del hombre. Detrás, la mujer apoya su cabeza sobre la mano con gesto de tristeza. 

Interpretación
Esta dovela forma parte de la trilogía que la Puerta del Juicio dedica al adulterio y que se completa con las escenas Los adúlteros y Los adúlteros al fuego.
Pero así como estas dos dovelas están situadas una junto a la otra uniendo el apresamiento y posterior castigo de una misma pareja, la que ahora nos ocupa está más alejada espacialmente de las dos anteriores y muestra a otra pareja distinta. Lo que resulta curioso es la similitud existente entre esta escena y la Los adúlteros, sobre todo en el modo en el que los demonios de ambas dovelas atrapan a los adúlteros utilizando una gruesa cuerda que rodea sus cinturas.
En la escena destaca un elemento que aparece en el centro de la composición. Se trata de un espejo circular que el demonio coloca sobre el pecho del hombre y que se asemeja al que se puede ver en la dovela La lujuria. En esa imagen, un demonio sujeta un espejo a la altura del rostro de la condenada para mostrarle cómo va a quedar su cuerpo tras el castigo al que está siendo sometida. El espejo es un elemento que simboliza la Soberbia interpretada como la vanidad o prepotencia del pecador, quien se mira continuamente en él creyéndose superior al resto. Así, vemos que en la Puerta del Juicio aparecen dos espejos: uno en la citada dovela La lujuria, acusando a la mujer; y el segundo en esta escena, donde el acusado es un hombre. 

Dos hombres cuelgan boca abajo atados de una vara que porta un demonio sobre sus hombros. Los condenados, totalmente desnudos, penden amarrados a cada extremo del palo por una gruesa cuerda anudada a sus genitales. Las manos de los réprobos también parecen estar atadas a sus espaldas.

Interpretación
Entre las dovelas referentes al pecado de la Lujuria se encuentra ésta dedicada a la homosexualidad masculina o sodomía, práctica del coito anal cuyo nombre tiene su origen en el relato bíblico sobre la destrucción de Sodoma y Gomorra.
La interpretación que defiende que esta dovela hace referencia a la sodomía se apoya en tres aspectos. Por un lado, los dos condenados comparten características físicas y una edad similar, lo que hace pensar que son pareja. Además, están siendo castigados en el órgano con el que pecaron: sus genitales. Y, por último, ambos penden boca abajo, lo que alude a su condición de "invertidos".
El origen de esta dovela está en las narraciones de los musulmanes tudelanos. De hecho, en un pasaje del Mi"raj, donde se narra el viaje de Mahoma al Infierno, se puede leer: "otros estaban colgados por sus partes viriles en ganchos de fuego; eran los adúlteros". La composición de la escena tiene un origen más remoto, ya que copia la metopa del mito de Hércules y los Cercopes del templo C de Selinunte (s. VI. a. C.). La escena tudelana cambia la figura de Hércules por la del demonio, y la de los Cercopes por la de los condenados. Pero si el escultor tudelano copió a su "colega" griego, es posible que éste hiciera lo mismo con el artista sumerio que siglos antes esculpió al héroe mitológico Gilgamesh (cuyo origen data del año 2650 a. C.) portando en las manos a dos leones colgados de sus colas.

Dos personas se queman en el fuego dentro de una caldera que sale de la boca de un monstruo mientras son obligados a beber un líquido que cae de un recipiente. El líquido es vertido por dos demonios que fuerzan a los condenados a ingerirlo agarrando a cada uno de ellos del pelo y tirando su cabeza hacia atrás. 

Interpretación
El pecado capital de la Gula, referido al exceso en el consumo de bebida, aparece representado en esta dovela en dos personas que son obligadas a tragar un líquido de fuego que dos demonios vierten sobre sus bocas. Además, los condenados se queman dentro de una caldera que sale de las fauces del monstruo Leviatán.
La inspiración de esta escena parece tener su origen en los textos musulmanes de la época, concretamente en el Mi"raj, donde se narra el viaje de Mahoma al Infierno. En él, el profeta islámico describe lo siguiente: "Después miré y vi unas gentes que pedían alivio contra la sed. Los demonios les traían unas copas de fuego; y así que las tomaban, caía la carne de sus rostros por causa del calor; y así que las bebían, se rompían sus intestinos y se les salían por los anos”. Dije: "¿Quiénes son éstos?". Respondió: "Los bebedores de vino"".
Entre los paralelos literarios que pudieron servir de inspiración a esta escena destaca el del monje cisterciense alemán Cesáreo de Heisterbach (1180-1240), quien narra el castigo a un noble a quien se le obligó a beber ascuas de una copa. Ya en el siglo XIV, el dominico inglés John Bromyard contaba en su obra como los glotones eran amenazados por una copa infernal que contenía fuego y azufre.
Esta dovela comparte la misma temática y composición con la escena Los soldados. 

Sexta dovela

Dos mujeres, vestidas con túnica y manto, y con sendas aureolas de santidad sobre sus cabezas, parecen conversar. La de la izquierda levanta su mano señalando con el dedo índice, mientras su compañera de escena la mira sujetando con sus manos el manto que cubre sus ropajes. 

Interpretación
La mayoría de los salvados esculpidos en el Cielo de la Puerta del Juicio son hombres, aunque también aparecen algunas mujeres. Pese a que la presencia femenina en el Paraíso "tudelano" es inferior a la masculina, el pórtico reserva la práctica totalidad de su sexta arquivolta a las mujeres, a las que dedica cinco dovelas en las que aparecen otras tantas parejas de santas con sus aureolas de santidad.
Cuando se levantó la Puerta del Juicio, la iconografía de los santos y las santas estaba en plena configuración. Por ello, en el pórtico se pueden ver personajes muy fácilmente reconocibles por los atributos que portan, ya que se conocen los pasajes bíblicos en los que se narran sus historias; pero también hay muchos otros que todavía no han sido identificados de forma individual y que son representados en grupo, como los profetas, los mártires o los apóstoles.
Otro de estos grupos uniformes es el de las mujeres. La dovela que aquí nos ocupa pertenece a ese citado conjunto de escenas dedicadas a las santas ubicado en la sexta arquivolta de la Puerta. En la imagen se ve a dos mujeres, con sus correspondientes aureolas de santidad sobre las cabezas, en plena conversación. Como se puede comprobar, ninguna de las dos porta objeto o atributo alguno que ayude a precisar su identidad, con lo que tan sólo se puede afirmar que se trata de dos santas.

Dos mujeres parecen conversar entre sí. La figura de la izquierda sujeta en su mano una corona, mientras la de la derecha la luce sobre su cabeza. Ambas van ataviadas con túnicas y mantos, y portan sendas aureolas de santidad. 

Interpretación
Las mujeres también tienen su espacio reservado en el Cielo de la Puerta del Juicio. A lo largo del semiarco izquierdo se pueden encontrar algunas dovelas en las que aparecen mujeres, casi siempre acompañadas por algún hombre. Pero el diseñador del pórtico tudelano quiso reservar a las féminas un lugar concreto dentro del Paraíso, concentrando las imágenes protagonizadas en exclusiva por mujeres en la sexta arquivolta del semiarco izquierdo. Este conjunto se compone de cinco dovelas. En cada una de ellas se puede ver a una pareja de mujeres, que parecen estar conversando mientras lucen sobre sus cabezas sus correspondientes aureolas de santidad.
Como se puede ver en esta escena, las santas que la protagonizan portan sendas coronas, atributo que simboliza la recompensa otorgada por Dios a todos aquellos que han obrado correctamente en vida. En el caso de las mujeres, el premio de la corona sirve para distinguir a aquellas que hicieron de la virginidad un valor y una virtud a defender. Así pues, cabe la posibilidad que las féminas esculpidas en esta dovela sean dos vírgenes cristianas. La imagen no aporta más pistas para determinar su identidad concreta. Dentro del citado conjunto de cinco dovelas dedicadas a las mujeres hay otra más (Mujeres) en la que sus protagonistas portan coronas.

Dos mujeres, ataviadas con túnica y manto, parecen conversar entre ellas. La ubicada a la derecha apoya su mano en el hombro de su compañera de escena, quien le acerca su mano al pecho. Ambas lucen sendas aureolas de santidad sobre sus cabezas. 

Interpretación
Entre los salvados esculpidos en el Cielo de la Puerta del Juicio se pueden distinguir varios grupos como el de los profetas, con las filacterias abiertas en sus manos; o el de los mártires, que aparecen portando las tradicionales hojas de palmera o palmas. Las mujeres constituyen otro de estos grupos y, al igual que ocurre con los citados bienaventurados, cuentan con un espacio reservado. En concreto, la Puerta les dedica cinco dovelas de la sexta arquivolta del Cielo. En cada una de estas cinco escenas aparece una pareja de mujeres.
En la dovela que aquí podemos ver, las dos féminas esculpidas no portan atributo alguno más allá de las aureolas que decoran sus cabezas, con lo que tan sólo se puede afirmar que se trata de dos mujeres santas.
Una hipótesis apunta a que estas mujeres podrían ser dos mártires, pero, como se puede ver en la imagen, ninguna de ellas porta la tradicional hoja de palmera con la que se suelen representar a aquellos que dieron su vida defendiendo el nombre de Cristo. Además, tampoco llevan consigo ningún símbolo que haga referencia a su martirio como podían ser los pechos en una bandeja, en el caso de Santa Águeda; la rueda dentada y la espada, si se tratara de Santa Catalina; o los ojos en un plato con los que se suele representar a Santa Lucía. De este modo, resulta imposible determinar la identidad exacta de estas dos mujeres.

Un hombre y una mujer, sentados en sendos bancos, son coronados por un ángel situado entre ambos. La mujer levanta una mano y con la otra sujeta su manto en el regazo. Por su parte, el hombre une las palmas de sus manos. Completando la escena, en la parte superior de la dovela, aparecen esculpidos tres edificios amurallados. 

Interpretación
Uno de los atributos más tradicionales para representar a los salvados por Cristo es la corona. Se trata de un símbolo utilizado por el cristianismo para distinguir a aquellos que han conseguido realizar en vida los méritos suficientes para ingresar en el Cielo. Así, como si fuera una corona de rey hecha con metales preciosos, con ella se premia a aquellos que reinarán en el Cielo después de la muerte.
La dovela que aquí nos ocupa es la primera de una serie de ocho escenas, repartidas en las tres últimas arquivoltas del semiarco izquierdo, en las que sus protagonistas reciben o lucen coronas e, incluso, cetros de poder.
Uno de los detalles peculiares de esta dovela es el motivo arquitectónico esculpido sobre los personajes. Se trata de la Jerusalén Celestial, la ciudad de los salvados tras el Juicio Final descrita así en el libro del Apocalipsis (21,3-14): "Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: "Esta es la morada de Dios con los hombres". Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él será su Dios (") Tenía una muralla grande y alta con doce puertas; y sobre ellas, doce Ángeles y nombres grabados que son los de las doce tribus de los hijos de Israel. La muralla se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero". La Puerta tudelana contiene otra imagen de esta Jerusalén Celestial. Ésta se encuentra justo a la derecha de esta dovela, en la imagen Salvados.

Un obispo, vestido con su tradicional indumentaria y portando mitra y báculo, es atrapado junto a uno de sus subordinados por un demonio que tira de la soga con la que ha rodeado sus cuerpos. El subordinado, en el centro de la escena, coloca su mano sobre el hombro del demonio, quien gira su cabeza hacia él. 

Interpretación
Esta dovela forma parte, junto a las escenas El obispo, Los monjes y El abad, de las cuatro imágenes dedicadas por la Puerta del Juicio al pecado de la Soberbia dentro del clero. También se pueden referir a la simonía, que es la compra o venta de lo espiritual por medio de bienes materiales, incluyendo cargos eclesiásticos.
La que nos ocupa comparte composición con las escenas El obispo y El abad, con el prelado a la izquierda de la imagen y su subordinado en el centro intercediendo entre él y un demonio que les hostiga. Al igual que en la dovela El obispo, el protagonista de esta escena es un obispo. Éste es atrapado por el ser infernal con una soga que rodea su cuerpo y el de su subordinado que, al igual que en la citada dovela, parece interceder entre su superior y el demonio para impedir un destino que ya está fijado: el Infierno.
Un detalle relevante de la imagen es el modo en el que el subordinado llama la atención del demonio colocándole la mano sobre el hombro. Las interpretaciones a este gesto son múltiples. Puede tratarse de una prueba de valentía de aquel que sabe que está ante su última oportunidad de escapar del castigo eterno, o que esté pidiendo explicaciones por encontrarse en el Infierno cuando en vida había hecho un pacto con él. Otras versiones apuntan a que, en realidad, lo que hace el clérigo es escuchar lo que el demonio le susurra al oído.

El arcángel Miguel lucha contra un demonio que intenta escapar ante la acometida de la figura celestial. El arcángel, con sus alas extendidas, empuña firmemente en su mano derecha una espada mientras con la izquierda agarra el cuerno del demonio para evitar su huida. 

Interpretación
Entre los demonios y condenados que se entremezclan en las dovelas del Infierno aparece la figura celestial de San Miguel. La escena en cuestión muestra la tradicional imagen de este arcángel luchando contra un demonio al que está a punto de derrotar. Como se aprecia, la fuerza divina de San Miguel es tal que logra enderezar con su mano uno de los torcidos cuernos de la criatura.
Puede sorprender la presencia de San Miguel en medio de las arquivoltas dedicadas al Infierno, pero hay que tener en cuenta el papel desempeñado por este arcángel tal y como recoge la Biblia en el libro del Apocalipsis. En él se puede leer: "Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya lugar en el cielo para ellos" (Apocalipsis 12, 7). Por su sempiterna lucha contra Satanás, San Miguel es considerado Jefe de los Ejércitos de Dios.
La tradición cristiana otorga también a este arcángel la tarea de rescatar las almas de los fieles del poder del Mal, especialmente a la hora de la muerte. Además, cabe señalar que San Miguel también suele ser representado pesando las almas en una balanza para determinar el destino de los difuntos en el Juicio Final.
Por todo ello, la presencia de este arcángel como "agente infiltrado" entre las escenas infernales de la Puerta está sobradamente justificada.

Un hombre es mordido en la lengua por una serpiente que se enrosca a su espalda. El condenado es conducido por un demonio que lo lleva atado por medio de una cuerda alumbrando el camino con una antorcha o látigo de fuego. Además de la serpiente y la soga, alrededor del cuello del réprobo cuelga una bolsa de monedas.

Interpretación
Según las leyendas y textos musulmanes que se leían en la Tudela medieval, los avaros purgarán sus pecados en el Infierno siendo mordidos por una serpiente. Esta dovela plasma fielmente este castigo. El torturado es un usurero que lleva al cuello la bolsa de monedas que avariciosamente ganó en vida. El hecho de que la serpiente muerda su lengua responde a la norma repetida en otras dovelas de la Puerta de castigar el órgano con el que el réprobo pecó. Por ello, la lengua del usurero, con la que tantas veces engañó a sus clientes, es la que sufre el castigo.
Además de la serpiente, el pecador lleva alrededor de su cuello una bolsa de monedas y una soga, dos elementos que, por separado, evocan multitud de cosas, pero que unidos recuerdan inequívocamente a una figura clave del cristianismo: Judas Iscariote. Según los Evangelios, este apóstol traicionó a Jesús revelando al Sanedrín el lugar donde podía ser apresado su Maestro sin que sus seguidores interfiriesen. A cambio, Judas recibió una bolsa con 30 monedas de plata.
Arrepentido por su traición, el apóstol se suicidó ahorcándose con una soga.
Judas ha pasado así a la tradición cristiana como el traidor por antonomasia. Su figura, junto a la de las autoridades judías que intervinieron en la muerte de Jesús, fue utilizada siglos después para alimentar corrientes antisemitas como la que queda patente en la Puerta del Juicio de Tudela en dovelas como ésta.

Dos hombres sufren la amputación de sus lenguas, que están aprisionadas en una enorme rueda que un demonio hace girar a golpe de mazo. El giro violento de la rueda hace que los pecadores entren y salgan de un río de forma alternativa, de modo que cuando uno está dentro del agua, el otro queda suspendido en el aire. 

Interpretación
Esta dovela, donde se muestra el castigo a la maledicencia, es ejemplo de la mezcla religiosa que existía en Tudela cuando se levantó la Puerta del Juicio. Y es que en ella se funden imágenes de diversas tradiciones.
Los condenados de la escena blasfemaron, perjuraron o mintieron, y ahora son sometidos a la amputación del órgano con el que pecaron: su lengua. Este castigo, que se repite varias veces en la Puerta, está plasmado en esta dovela con una compleja mezcla de elementos entre los que destaca la rueda y el río. La escena es idéntica a la descrita en los Oráculos Sibilinos (siglo II) donde se dice: "cuando se hayan impuesto todos los castigos a todos los de corazón perverso, del gran río una rueda de fuego los circundará y quemará de horrible manera".
La rueda aparece en la Visión de San Pablo (s. III) donde se narra: "En un lugar del Infierno hay una rueda ardiente con mil surcos, y en ella las almas son torturadas mil veces"; y en el hadiz de Abulmatsani Elamluquí (s. VIII): "Hay en el Infierno gentes atadas a ruedas ígneas de noria, que giran sin descanso ni reposo".
El significado del río es más ambiguo y no coincide con los textos cristianos ni musulmanes. En ellos se habla de un río de fuego donde los condenados son sumergidos sin poder salir. En cambio, en esta dovela entran y salen sin parar, con lo que el castigo consiste en someterles a continuos pasos de frío a calor.

Dos hombres se queman dentro de una caldera que sale de la boca de un monstruo. El demonio que les tortura acerca a la boca de uno de los condenados una especie de cucharón, mientras con su otra mano agarra el rostro del segundo réprobo llegando a presionar la cuenca de su ojo. 

Interpretación
Entre los pecados capitales representados en la Puerta del Juicio aparece el de la Gula, vicio referido a comer o beber sin medida o de manera excesiva. La dovela que aquí nos ocupa parece hacer referencia a este pecado. En ella, dos condenados se queman en una caldera que emerge de la boca del monstruo Leviatán. La posible relación de esta escena con el pecado de la Gula se basa en el instrumento con el que el demonio está torturando a los réprobos. Como se puede ver, la criatura infernal lleva en su mano una especie de cucharón que acerca a la boca de uno de los pecadores.
Según algunas interpretaciones, la tortura a la que está siendo sometido el condenado consiste en obligarle a comer en exceso, del mismo modo que lo hizo en vida. La diferencia es que, en esta ocasión, el "manjar" que debe comer el réprobo es el propio caldo cocinado en la marmita donde el pecador se está quemando, y que el demonio le sirve hirviendo en el cucharón.
Otra versión de la escena apunta a que, en realidad, el castigo a este pecador no consiste en darle de comer, sino en todo lo contrario. Así, según esta interpretación, el demonio estaría ofreciendo al condenado un suculento y apetitoso guiso en el interior del citado cucharón, pero el réprobo, preso de las llamas, no puede llegar a degustarlo como, sin duda, lo hubiera hecho en vida. 

Séptima dovela

Un salvado, con aureola de santidad sobre la cabeza, se dispone a ser coronado por un ángel que acaba de hacerle entrega de un cetro. Ambas figuras visten túnica y manto. La cabeza del protagonista de la escena ha desaparecido, mientras que la del ángel está partida por la mitad por culpa del deterioro de la escultura. 

Interpretación
Según recoge la Biblia, todos aquellos que no sucumban a las tentaciones del Diablo serán recompensados con la Vida Eterna en el Reino de los Cielos. Así aparece en la carta dirigida a la Iglesia de Esmirna, recogida en el libro del Apocalipsis, donde se puede leer la citada promesa de Dios con las siguientes palabras: "No temas por lo que vas a sufrir: el Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis tentados, y sufriréis una tribulación de diez días. Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de vida" (Apocalipsis 2, 10).
La escena recogida en la dovela que aquí nos ocupa muestra el instante exacto en el que se consuma esta promesa divina. En la imagen se ve a un ángel entregando un cetro y una corona a uno de esos "tentados" por el Diablo que ha logrado mantenerse "fiel hasta la muerte".
La corona y el cetro son dos símbolos utilizados por el cristianismo para representar el triunfo de los justos sobre el Mal. Así, tales atributos distinguen a aquellos que se han ganado en vida su entrada en el Reino de los Cielos. De este modo, en el Cielo de la Puerta del Juicio de Tudela se pueden ver a varios bienaventurados -como el de esta dovela- luciendo sus coronas y cetros en varias escenas repartidas, principalmente, entre la sexta, séptima y octava arquivolta del semiarco izquierdo.

Un abad y un monje, vestidos con sus hábitos y con aureolas de santidad, parecen conversar entre ellos. El abad, situado a la izquierda, porta un báculo en una mano mientras apoya la otra en el hombro del monje. Éste sujeta un libro con una mano y extiende la otra hasta tocar el pecho del abad. 

Interpretación
El estamento del clero se encuentra representado en el Cielo de la Puerta del Juicio en dos dovelas principalmente: la que aquí nos ocupa y la correspondiente a la escena Clérigos. En ambas aparecen monjes, vestidos con sus atuendos tradicionales, con largas túnicas y capuchas cubriendo sus cabezas.
En la imagen que aquí se muestra se puede ver la figura de un abad, quien porta el báculo que le distingue como superior de su abadía o monasterio. Junto a él, un monje parece conversar sosteniendo un libro en su mano. El volumen en cuestión no contiene inscripción alguna que sirva para determinar de qué obra se trata. De este modo, bien podrían ser las Sagradas Escrituras o la conocida como Regla, conjunto de ordenanzas por las que se rige la vida en el monasterio. La presencia del libro se repite en la otra escena dedicada al clero en el Cielo de la Puerta -Clérigos-, donde dos monjes llevan en sus manos sendos volúmenes. Así, es posible que el mérito que se quiere destacar sea el estricto cumplimiento por parte de los clérigos de las citadas normas de la Regla.
La primera Regla fue escrita por San Benito en el siglo VI, convirtiéndose en la única ordenanza a seguir por la mayoría de los monasterios hasta la adopción de la Regla de San Agustín por parte de otras órdenes como la de los Premostratenses -a partir del siglo XII- o de los Dominicos o Agustinos -siglo

Dos hombres, sentados sobre un banco, parecen conversar entre ellos. Ambos visten túnicas y mantos, y lucen sobre las cabezas sus respectivas aureolas de santidad. El de la izquierda parece escuchar el discurso de su compañero, quien gesticula alzando su mano. 

Interpretación
La práctica totalidad del semiarco izquierdo de la Puerta del Juicio está dedicado al Cielo. En él aparecen esculpidos decenas de bienaventurados que, gracias a las obras que realizaron en vida, se han ganado el premio de gozar de la Vida Eterna en el Paraíso.
Los dos personajes que protagonizan esta dovela pertenecen a ese grupo, el de los salvados por Cristo, aquellos que, como aparece en el Evangelio según San Mateo (13, 43): "Brillarán como el sol en el Reino de su Padre". Según narra este libro de la Biblia unos capítulos más adelante, dentro de su descripción del Juicio Final, Cristo separará a los condenados de los elegidos, y dirá a éstos últimos: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo" (San Mateo 25, 34).
Entre estos bienaventurados que aparecen en el Cielo del pórtico tudelano también se pueden distinguir a profetas con sus filacterias; a mártires con sus palmas; a vírgenes con coronas; o, incluso, a personajes bíblicos del Antiguo Testamento. Pero también hay muchos otros, como los protagonistas de la imagen que aquí nos ocupa, que no se pueden encuadrar en ninguno de estos grupos concretos. Se trata de salvados que no portan ningún atributo, objeto o indumentaria que sirva para identificarlos con exactitud.

Dos hombres, vestidos con túnica y manto, y con sendas aureolas de santidad sobre sus cabezas, parecen conversar. El de la derecha porta corona y cetro, mientras el de la izquierda apoya su mano sobre el hombro de su compañero de escena y recoge su manto con la otra. 

Interpretación
Dentro de los grupos de salvados que se pueden distinguir a lo largo del Cielo de la Puerta del Juicio se encuentran los mártires, quienes portan las tradicionales hojas de palmera en sus manos; o los profetas, quienes abren sus filacterias ante el espectador. Junto a estos atributos clásicos de la iconografía cristiana encontramos otro más, la corona, con la que se solía representar a aquellos que, gracias a sus buenas acciones en vida, gozarán del Reino de los Cielos tras el Juicio Final.
La corona es pues el premio que Dios promete a aquellos justos que, gracias a sus buenas obras en vida, disfrutarán de la Vida Eterna en el Paraíso. Esta promesa aparece escrita en los primeros capítulos del Apocalipsis, concretamente en la carta enviada a la Iglesia de Esmirna, donde se puede leer la siguiente promesa de Dios: "No temas por lo que vas a sufrir: el Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis tentados, y sufriréis una tribulación de diez días. Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de vida" (Apocalipsis 2, 10).
Entre estos fieles "hasta la muerte" se encuentra el personaje esculpido a la izquierda de la dovela que aquí nos ocupa quien, además de la citada corona, porta en sus manos un cetro. Este objeto es un símbolo de poder propio de los reyes medievales que, al igual que la corona, fue adoptado por el arte cristiano para distinguir a los bienaventurados.

Dos hombres, con sendas aureolas de santidad, conversan mientras gesticulan ostensiblemente con sus manos. El personaje de la izquierda alza una mano y coloca la otra sobre su pecho. El de la derecha parece querer templar el ánimo de su compañero apoyando su mano sobre el brazo. 

Interpretación
Según la narración del Juicio Final recogida por el Evangelio según San Mateo (25, 31-46), todas las naciones se congregarán ante Cristo Juez "y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos". Siguiendo con esta metáfora, el citado texto compara a los cabritos con los condenados al Infierno, mientras que las ovejas son los elegidos para entrar en el Reino de los Cielos.
Los dos hombres que protagonizan esta dovela son dos de esos elegidos, los salvados por Cristo para gozar de la Vida Eterna en el Paraíso. Como se recoge en el citado Evangelio según San Mateo, Cristo se dirigirá a ellos en el Juicio Final diciéndoles: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme".
El destino de estos elegidos es el Reino de los Cielos, representado en el semiarco izquierdo de la Puerta del Juicio. En él se pueden identificar a algunos de los bienaventurados esculpidos como los mártires, quienes portan palmas; o a los profetas, con filacterias. Pero hay muchos, como los dos que aparecen en esta dovela, que no llevan atributos, objetos o indumentaria identificativa, con lo que lo único que se puede decir de ellos es que son dos de los salvados por Cristo.

Dos hombres, ambos con gesto apesadumbrado, cubren sus cuerpos semidesnudos con sendos mantos. El de la izquierda, que luce en su cabeza una kipá judía, sostiene su barbilla en la mano mientras apoya la otra en el hombro de la figura de la derecha. Este segundo hombre también sostiene su triste rostro con una mano. 

Interpretación
Entre las decenas de condenados esculpidos en el Infierno de la Puerta del Juicio de Tudela hay un total de 14, divididos en parejas en siete dovelas prácticamente iguales, a los que es imposible atribuirles un pecado concreto. Y es que ninguno de ellos porta objeto o atributo que ayude a precisar la falta que cometieron en vida, y por la que están a punto de pagar con el castigo eterno. El único elemento diferenciador que se aprecia en la dovela que aquí nos ocupa es la kipá -gorro típico de los judíos- que luce el personaje de la izquierda. En este sentido, cabe destacar que la comunidad judía de Tudela es ampliamente criticada en la Puerta, acusando a sus miembros de usureros y avariciosos.
Las citadas siete dovelas se encuentran repartidas a lo largo de toda la mitad derecha de la Puerta ocupando, además de la imagen que protagoniza esta escena, las dovelas Condenados. En cada una de ellas aparecen dos personajes con rostro apesadumbrado y con la mirada perdida, dejando entrever al espectador que ya conocen el fatal destino que les espera tras el Juicio Final. De hecho, estas escenas podrían ilustrar perfectamente el pasaje bíblico del Evangelio según San Mateo en el que se narra el Juicio Final y las palabras de condena de Cristo dirigidas a los pecadores: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el Diablo y sus ángeles" (San Mateo 25, 41).

Dos hombres desnudos son retenidos por un demonio que muerde con fuerza los dedos pulgares de sus manos mientras les agarra por la cabeza. Los condenados, con gesto de tristeza, portan en las manos que tienen libres sendos cuchillos de grandes dimensiones con los que cubren sus órganos sexuales. 

Interpretación
El auge comercial vivido por Tudela entre los siglos XII y XIII fue el origen de la formación de los más diversos gremios de artesanos. Prueba de la importancia que estas hermandades tuvieron en la ciudad es la cantidad de nombres de gremios que, todavía hoy, se mantienen en las calles del Casco Antiguo donde los artesanos de cada oficio se unían para fabricar y vender sus productos. Las calles Herrerías, Carnicerías, Pelaires, Cortadores, o Caldereros son algunos ejemplos.
Cada gremio se regía por unas normas internas que todo nuevo miembro debía jurar. El incumplimiento de este juramento parece ser el tema principal de esta dovela. La escena critica el carácter avaricioso de algunos de estos mercaderes, quienes manipulaban la calidad, peso, o medidas de su producto con el fin de obtener mayores ganancias (ver El pañero y El carnicero). En concreto, la dovela acusa de fraude a los dos carniceros que la protagonizan. Ambos meten sus manos en la boca de un demonio que hace las veces de Bocca della Verità (Boca de la Verdad) que, como la de Roma, se cierra sobre la mano de aquellos que han cometido perjurio. De este modo, el órgano castigado es la mano, la misma con la que los carniceros mintieron en su juramento y con la que ejecutaron el fraude.
Este castigo, en el que un demonio muerde la mano de un condenado, se repite en otras tres dovelas de la Puerta (Los adúlteros, El castigo a la mano y La mano castigada).

Un hombre pesa un trozo de carne en una balanza. En el plato de la mercancía coloca su mano, desequilibrando la balanza a su favor. Delante de él se ve una mesa con el resto del animal despiezado. La escena se completa con la presencia de un perro que mira cómo el hombre realiza la operación de pesaje de la carne. 

Interpretación
Entre los oficios utilizados en la Puerta del Juicio para representar el pecado de la Avaricia se encuentra en el de carnicero. Esta profesión era una de las que peor fama tenían en la Edad Media, ya que los carniceros estaban continuamente bajo sospecha de engañar a su clientela para conseguir mayores ganancias.
Al igual que ocurre en la dovela inferior (El pañero) en la que se ve a un pañero falseando la medida de una tela, la acción representada en esta escena no sitúa al carnicero en el Infierno, sino que realiza una especie de flash-back cinematográfico para mostrar al pecador antes de morir y justo en el momento en el que comete la falta por la que va a ser condenado.
Además, la infracción en la que incurre el mercader es doble, al engañar en la cantidad y en la calidad de la carne que va a vender. Así, como se aprecia claramente en la dovela, el carnicero falsea el peso de la carne presionando con su mano el plato de la balanza donde se encuentra la pieza. Por otro lado, tanto la carne que se encuentra en el plato como la que se ve sobre la mesa de despiece tienen un aspecto sospechosamente parecido al del perro que observa la escena.
La avaricia del carnicero por engordar sus ganancias de forma ilícita le conducirá al Infierno. De hecho, la dovela reservada al castigo a los carniceros (La boca de la verdad) se encuentra situada justo encima de esta escena.

Dos hombres manipulan unas piezas de tela sobre una especie de caja fuerte. El personaje situado a la derecha, que viste una especie de delantal, mide con una vara el paño mientras el hombre ubicado a la izquierda sostiene la misma pieza de tela por el otro extremo. 

Interpretación
Entre los oficios representados en la Puerta del Juicio para ilustrar el pecado de la Avaricia se encuentra el de vendedor de telas. La escena muestra a un pañero falseando la medida de una pieza. El mercader arruga el paño impidiendo que la tela alcance el otro extremo de la vara de medir. Además, y ante la presencia del cliente, trata de ocultar el engaño tapando con su mano el trozo de vara sobrante.
Un elemento importante en la escena es la caja fuerte que el pañero usa de mostrador. Y es que, otra versión de esta escena defiende que, en realidad, los personajes son dos vendedores que intentan esconder la citada caja bajo las telas.
En cualquier caso, la dovela utiliza este elemento como símbolo de avaricia, mostrando así al espectador que la codicia del pañero es tan grande como su caja.
Uno de los aspectos singulares de esta dovela es el hecho de que la escena no sitúa al pecador en el Infierno, sino que lo presenta antes de morir y justo en el momento en el que comete la falta por la que va a ser condenado (ver La carga del pañero). La Puerta interrumpe así la narración de las escenas del Infierno y traslada al espectador al pasado para hacerle testigo del pecado cometido por el pañero. Esta especie de flash-back cinematográfico sólo se repite una vez más en toda la Puerta, concretamente en la dovela ubicada justo encima (El carnicero), donde un carnicero falsea el peso de su género en una balanza.

Un hombre desnudo se resiste a entrar en el interior de una caldera de la que salen numerosas llamas. El fuego está a punto de atrapar su cuerpo. Incluso una de las llamas penetra por su boca. Junto al condenado, un demonio intenta introducirlo en la marmita golpeándole en los glúteos con un gran martillo. 

Interpretación
La práctica totalidad de los condenados que se encuentran en el Infierno de la Puerta del Juicio no oponen gran resistencia al ser castigados por los demonios. En cambio, el réprobo que protagoniza esta dovela lucha con todas sus fuerzas por impedir ser introducido en la caldera donde le aguarda el fuego eterno. La rebeldía del pecador es tal que el demonio encargado de aplicarle el castigo intenta meterle en la marmita golpeándole el culo con un gran martillo.
La imagen de demonios golpeando a los condenados con grandes martillos o mazas de hierro aparece tanto en la literatura cristiana como en la musulmana de la época. Sin embargo, esta tortura no se relaciona con un pecado concreto.
Así pues, las interpretaciones que se pueden dar a esta escena son diversas. Una de ellas apunta a que el hecho de que el condenado sea golpeado en el culo relaciona este castigo con la homosexualidad. Esta versión se basa en la norma repetida en la Puerta de castigar la parte del cuerpo con la que se ha pecado.
Siguiendo esta regla, otra interpretación defiende que la escena alude al castigo al perezoso, quien en vida ha estado más tiempo sentado que trabajando. De hecho, 300 años después de ser esculpida en Tudela, El Bosco utilizó esta misma imagen en su obra La Mesa de los Siete Pecados Capitales para ilustrar el castigo a la Pereza, donde un condenado es golpeado en el culo con un martillo.

Dos hombres arden en el fuego mientras beben un líquido que cae de sendas tinajas. Los recipientes son portados por dos demonios que se encargan de verter el líquido sobre las bocas de los condenados. Entre los elementos de la escena destaca la presencia de dos lanzas a ambos lados de la imagen. 

Interpretación
La Gula, referida al consumo excesivo de bebida, se representa en esta dovela en dos hombres que se queman en el fuego eterno mientras dos demonios vierten sobre sus bocas un líquido de fuego que cae de sendas tinajas.
Esta escena comparte temática y composición con la dovela Los borrachos. Ambas están inspiradas en relatos y textos musulmanes, concretamente en la Ascensión de Mahoma o Mi"raj, donde se narra su viaje al Infierno y en la descripción del suplicio al que son condenados los bebedores de vino.
Así como en la dovela Dios maldice a Caín los condenados no portan ningún objeto que les identifique con oficio o estamento social alguno, en ésta que nos ocupa aparecen sendas lanzas que hacen pensar que los réprobos son soldados.
Durante la construcción de la Puerta del Juicio, Tudela era un punto de gran relevancia estratégica al ubicarse entre los potentes reinos de Castilla y Aragón. Ante esta continua amenaza de invasión, la labor de los soldados encargados de la vigilancia de las murallas de Tudela era fundamental para la defensa de la ciudad. Por ello, cabe la posibilidad de que esta dovela fuera concebida como una llamada de atención a los soldados para que fueran diligentes en su labor y se abstuvieran de excederse en la bebida, evitando así ser desarmados por sus enemigos tan fácilmente como han hecho los demonios en esta escena.

Un caballero ataviado con la tradicional indumentaria de los guerreros medievales (cota de malla, casco, escudo, y lanza o banderín) cabalga sobre su montura precedido por dos cabras y una oveja a los pies del corcel. A la grupa del caballo está sentado un demonio que apoya su mano sobre el escudo del jinete. 

Interpretación
Un caballero cabalgando en el Infierno y escoltado por un demonio. Atendiendo a esta descripción, varios autores han identificado al personaje que protagoniza esta dovela con el mismísimo Cuarto Jinete del Apocalipsis. Además, los detalles que sobre este personaje aporta la Biblia parecen refutar esta teoría: "había un caballo verdoso; y el que lo montaba se llamaba Muerte; y el Hades le seguía. Se les dio poder sobre la cuarta parte de la tierra para matar con la espada, con el hambre, con la peste y con las fieras de la tierra" (Apocalipsis 6, 7-8).
En cambio, otros autores ven en esta dovela la representación del pecado de la Soberbia personificado en un caballero que abusa de su poder para arremeter contra la propiedad de su prójimo y arrebatarle el ganado. Según esta teoría, la escena en cuestión muestra cómo el demonio sentado a la grupa conduce al jinete al Infierno para hacerle pagar por su pecado. Las cabezas de ganado que preceden al caballero son el símbolo de sus posesiones en la tierra obtenidas a través del citado abuso de poder; y el hecho de que el jinete porte toda la indumentaria de caballero es reflejo de la altivez propia de la Soberbia.
Los defensores de esta segunda versión vinculan esta dovela con la que se encuentra justo a la derecha (El ángel caído) en la que se ve al jinete, todavía con su casco y escudo, quemándose en el fuego eterno. 

Octava dovela

Un hombre, vestido con túnica y manto, y sentado en un trono, es coronado por parte de un ángel mientras agarra en su mano derecha un cetro. Con la otra mano, el protagonista de la escena llega a tocar al ángel. 

Interpretación
La corona y el cetro son los símbolos tradicionales de poder de los reyes. Estos símbolos fueron adoptados por el cristianismo para representar la victoria de aquellos que, por sus buenas acciones en vida, gozarán del Reino de los Cielos. En la Puerta del Juicio de Tudela aparece un buen número de esos bienaventurados portando estos atributos divinos. Ejemplo claro es la figura que aparece esculpida en esta dovela, cuya estampa se asemeja a la de un rey medieval, sentado en su trono, con cetro en la mano y con corona en la cabeza. Pero, en este caso, el protagonista de la escena no es un monarca terrenal, sino uno de los salvados en el Juicio Final. De hecho, su coronación no es realizada por súbditos o vasallos, sino por un ángel enviado por Cristo.
De este modo, la dovela que aquí nos ocupa (muy similar en composición a la ubicada justo encima -Coronados-) parece estar inspirada en el texto apócrifo conocido como el Evangelio Cátaro del Pseudo Juan, donde se narra la entrega de coronas el día del Juicio Final: "Y entonces el Hijo de Dios se sentará a la diestra de su Padre, y éste mandará en sus ángeles, y él mandará en sus justos. Y los colocará en los coros de los ángeles, a fin de vestirlos con inmortales vestidos, y les ceñirá coronas que no se marchitarán nunca, y les dará asientos inmutables, y Dios permanecerá en medio de todos ellos".

Dos hombres, vestidos con túnica y manto, y con sendas aureolas de santidad sobre sus cabezas, parecen conversar sentados en un banco. La figura de la izquierda coloca su mano sobre el objeto cilíndrico que porta su interlocutor. 

Interpretación
A ambos lados del Cordero de Dios encontramos siete dovelas en las que se ven a parejas de santos sentados en bancos o tronos. Su ubicación hace pensar que se trata de los apóstoles, los discípulos de Jesús a los que el Mesías dará el poder de juzgar en el Juicio Final. Pero hay un importante detalle que va contra esta hipótesis. Y es que, en lugar de 12 apóstoles, aparecen 14.
Una de las hipótesis que se barajan para explicar esta peculiaridad es que el autor del pórtico representase en él a los 11 apóstoles elegidos por Jesús "todos a excepción de Judas Iscariote-, sumando a Matías, elegido para sustituir la vacante de Judas; y a Pablo y Bernabé, reconocidos con el título de apóstoles en la propia Biblia. La otra tesis es que junto a los apóstoles estén representados los evangelistas. Así, a los 11 discípulos originales tras el suicidio de Judas se les unirían Lucas y Marcos, ya que los otros dos evangelistas -Juan y Mateo- ya formaban parte del grupo de apóstoles. A estas 13 figuras habría que sumar a Pablo, el "Apóstol de los Gentiles", que aparece en la dovela Junto al cordero.
La mayor parte de los personajes incluidos en el Grupo bíblico.

Dos hombres, vestidos con túnica y manto, y con sendas aureolas de santidad sobre sus cabezas, parecen conversar sentados en un banco. Ambos tienen sus pies descalzos. 

Interpretación
En la arquivolta más alta de la Puerta del Juicio, escoltando al Cordero de Dios, aparece un grupo de personajes que bien podrían ser los apóstoles, a quienes Jesús prometió esta privilegiada ubicación en el Juicio Final. Así se recoge en el Evangelio según San Mateo: "Vosotros que me habéis seguido en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel" (San Mateo 19, 28).
Las Sagradas Escrituras hablan de 12 figuras, mientras que la Puerta del Juicio de Tudela presenta a 14. Una teoría apunta que este número se obtiene al sumar a los 11 apóstoles -los 12 originales menos Judas- a Matías, elegido por los propios discípulos para sustituir al traidor; y a Pablo de Tarso y Bernabé, a quienes la Biblia otorga la categoría de "apóstoles".
Pero la imposibilidad de identificar a estas figuras hace que no se pueda afirmar con rotundidad que se trata de los apóstoles, y ahí surge otra teoría. Ésta apunta que estos 14 personajes son la unión entre apóstoles y evangelistas. Así, a los 11 discípulos originales se les unirían los evangelistas Marcos y Lucas, ya que los otros dos -Juan y Mateo- ya formaban parte de los apóstoles. A estos 13 personajes habría que sumar finalmente al apóstol Pablo, quien aparece esculpido en la dovela Junto al cordero portando su tradicional espada.
n esta serie no portan atributos u objetos que sirvan para su precisa identificación. En cualquier caso, parece que el personaje esculpido a la izquierda de la escena que aquí nos ocupa es Juan, el más joven de "Los Doce" apóstoles y uno de los cuatro evangelistas.

San Pablo y San Pedro parecen conversar sentados en una especie de trono. San Pablo, a la izquierda, porta una espada, mientras San Pedro, a la derecha, lleva en su mano unas enormes llaves. Ambos aparecen descalzos y luciendo sobre sus cabezas sendas aureolas de santidad. 

Interpretación
Las siete dovelas ubicadas en la octava arquivolta de la Puerta del Juicio, a ambos lados del Cordero de Dios, están protagonizadas por unos personajes que parecen corresponder a los apóstoles de Jesús o a una mezcla de estos con los cuatro evangelistas. En total son 14 las figuras esculpidas, de las que sólo podemos identificar con seguridad a las dos que aparecen en esta dovela. Se trata de San Pablo y San Pedro, quienes portan los objetos tradicionales con los que son representados: la espada y las llaves, respectivamente. Ambos son considerados "Príncipes de los Apóstoles" por su extraordinaria labor predicadora, lo que justifica su privilegiada ubicación en la Puerta, justo a la derecha del Cordero de Dios.
San Pedro (Betsaida, 1 a. C.-Roma, 67) fue elegido por Jesús como líder de los Apóstoles y de su Iglesia. Así aparece en el Evangelio según San Mateo (16, 18-19): "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos".
San Pablo (Tarso, 9-Roma, 67) fue el más activo predicador entre los gentiles (no judíos) y motor de la expansión del cristianismo en el Imperio Romano. Pablo no perteneció al grupo original de apóstoles. De hecho, fue un feroz perseguidor de cristianos hasta que Jesús se le apareció y obró su conversión. La pasión con la que predicó hace que se le conozca como el "Apóstol de los Gentiles".

El cordero de Dios o Agnus Dei de la Puerta del Juicio de Tudela aparece representado mostrando las características tradicionales de esta figura dentro del arte cristiano. El Cordero, con aureola, de pie y erguido, agarra con su pata delantera derecha un estandarte coronado por una cruz y del que cuelga un pendón. 

Interpretación
La imagen del Cordero de Dios (Agnus Dei) es el elemento escultórico ubicado a mayor altura de la Puerta del Juicio. Su ubicación concuerda con lo descrito en el Apocalipsis 5, 6: "Entonces vi, de pie en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero". Según la narración recogida en este libro, Dios entrega al Cordero los destinos del mundo y, por tanto, la potestad de tomar el libro y abrir sus siete sellos. "La multitud de Ángeles alrededor del trono decía con fuerte canto: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza" (Apocalipsis 5, 11-12).
Los cuatro primeros sellos esconden los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Tras el quinto aparece la visión de las almas de los degollados fieles a Dios. El sexto desencadena un gran terremoto. Por último, tras la apertura del séptimo sello "se hizo el silencio en el cielo como una media hora". Este silencio da paso al toque angelical de las Siete Trompetas que anuncian la llegada del Reino del Señor.
El Agnus Dei es la representación de Jesucristo como víctima ofrecida en sacrificio por los pecados de los hombres, a semejanza del cordero sacrificado por los judíos durante la Pascua. Esta denominación le fue aplicada por el profeta San Juan Bautista durante el episodio del bautismo de Jesús en el río Jordán: "He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (San Juan 1, 31).

Dos hombres, sentados en un banco, parecen mantener una conversación entre ellos. Ambos aparecen vestidos con túnicas y mantos y con los pies descalzos. Además, los dos lucen sendas aureolas de santidad sobre sus cabezas. Cada uno de ellos porta entre sus manos un libro. 

Interpretación
En la clave más alta de la Puerta del Juicio se encuentra el Cordero de Dios. Junto a él, y a cada uno de sus lados, se agrupan siete dovelas: cuatro en el semiarco izquierdo y tres en el derecho. En todas ellas aparecen parejas de hombres sentados en una especie de bancos o tronos. Por su ubicación, escoltando al Cordero durante el Juicio Final, parecen ser los apóstoles, pero el problema es que no aparecen 12 figuras, sino un total de 14.
Una explicación posible es que a los 12 apóstoles iniciales -una vez sustituido Judas por Matías- el maestro tallista del pórtico tudelano añadiera los otros dos apóstoles reconocidos por las Sagradas Escrituras: Pablo de Tarso y Bernabé.
Otra tesis defiende que estos 14 personajes son la unión de apóstoles y evangelistas. Así, a los 11 discípulos se sumaría el apóstol Pablo, esculpido en la dovela Junto al cordero; y los evangelistas Lucas y Marcos -Juan y Mateo estarían dentro del grupo de apóstoles-. Así pues, cabe la posibilidad de que los libros que aparecen en la escena que aquí nos ocupa sean evangelios; y los personajes que los portan, sus propios autores. Si buscamos más libros entre las figuras de esta serie encontramos un tercero en la dovela Junto al cordero. Pero faltaría uno más, que podría ser el rollo que el personaje identificado como el apóstol-evangelista Juan da a su compañero en la dovela Junto al cordero.

Dos hombres, con sus cuerpos semicubiertos por sendos mantos, muestran sus rostros compungidos. El de la izquierda cruza sus manos a la altura del vientre. Por su parte, el de la derecha agarra sus ropajes con una mano mientras con la otra sostiene su cabeza. 

Interpretación
La práctica totalidad de los condenados esculpidos en el Infierno de la Puerta del Juicio están acompañados en sus dovelas por demonios que les aplican su castigo correspondiente o, en su defecto, les guían hacia él. Pero existe un grupo de 14 réprobos que parecen estar esperando la asignación de su particular tortura y demonio ejecutor.
Este tipo de condenados, a los que pertenecen los dos hombres protagonistas de esta imagen, se encuentran repartidos en otras seis escenas distribuidas a lo largo del Infierno de la Puerta en las dovelas Condenados I. Todas ellas comparten el mismo diseño, con dos réprobos con gesto afligido y mirada perdida. Además, ninguno de los 14 condenados esculpidos en estas imágenes porta objeto o atributo alguno que ayude a saber cuál fue el pecado que cometieron en vida para estar ahora en el Infierno.
Así pues, y a tenor de su gesto apesadumbrado, parece que los protagonistas de estas dovelas acaban de escuchar la sentencia condenatoria dictada para ellos durante el Juicio Final. De hecho, estas imágenes podrían ilustrar el pasaje bíblico donde se narra cómo será el momento en el que Cristo separará a los justos de los pecadores, diciendo a estos últimos: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el Diablo y sus ángeles" (San Mateo 25, 41).

Un hombre carga sobre su espalda un fardo que sujeta con su mano derecha, mientras en la izquierda porta una vara. El condenado, ataviado con una especie de delantal, es obligado a caminar por un demonio que, situado a su espalda, le empuja con su mano además de amenazarle con un látigo. 

Interpretación
El oficio de pañero es uno de los utilizados en la Puerta del Juicio para representar el pecado de la Avaricia. En la dovela El pañero se muestra a uno de estos vendedores de telas cometiendo engaño a la hora de medir la mercancía. En ésta que nos ocupa, ubicada justo a la derecha de la escena citada, aparece ese mismo pañero, todavía con la vara de medir en su mano y vistiendo su delantal, siendo conducido al Infierno por un demonio.
La criatura infernal le obliga a caminar portando un pesado fardo, símbolo de todas las ganancias que consiguió en vida de forma fraudulenta y que ahora se ve obligado a cargar sobre su espalda como castigo. Esos beneficios fueron logrados por el pañero engañando a sus clientes en la medida de las piezas de tela que les vendía. Ahora, como se puede ver en la escena, es el demonio quien amenaza al pecador con "medir su espalda" utilizando el látigo que porta.
Esta visión de los pañeros esculpida en las dovelas El pañero y La carga del pañero de la Puerta del Juicio coincide con la opinión del francés Jacques de Vitry (1160-1240), uno de los predicadores más importantes de la época y contemporáneo a la construcción de la portada tudelana, quien arremetió contra los vendedores de telas con estas palabras: "Tienen una vara para comprar y otra diferente para vender, pero el diablo tiene una tercera con la que les medirá las espaldas".

Una mujer se quema entre las llamas mientras manipula la masa de pan que tiene sobre una mesa. A su lado, un demonio sujeta con su mano a la mujer para impedir que salga del fuego que la rodea. Además, el ser infernal parece querer abrir el ojo de la condenada para que ésta observe el castigo al que está siendo sometida. 

Interpretación
El pan era el alimento base de la población y uno de los bienes más vigilados y controlados por las autoridades medievales. En las ciudades existían hornos de propiedad municipal que eran alquilados a cambio de un impuesto. Además, los arrendatarios debían cumplir una serie de condiciones de producción y distribución del pan, llegándose a estipular el tamaño, peso, calidad y precio de cada pieza. De este modo, los mandatarios municipales trataban de evitar que los panaderos realizaran prácticas especulativas o fraudulentas contra la población aprovechándose de un bien tan preciado en la época como era el pan.
La dovela que aquí nos ocupa condena estas malas prácticas. En ella aparece una panadera que ha engañado en el ejercicio de su oficio con el objetivo de obtener mayores ganancias. Ahora paga en el Infierno por su pecado de Avaricia.
Su castigo consiste en amasar eternamente el pan con el que en vida defraudó a sus clientes. Un demonio vigila su labor para que, esta vez, no infrinja las normas que debía haber cumplido en el ejercicio de su oficio. Esta criatura infernal abre los ojos de la condenada mostrándole aquello que debía haber hecho en vida y no hizo. Además, la panadera está rodeada por las llamas del fuego eterno, unas llamas como las del horno que regentaba en vida. De este modo, ella se quema ahora en el Infierno al igual que antes se cocían los panes en su horno.

Dos hombres miran al cielo con gesto de sorpresa y estupefacción. El de la izquierda apoya sus manos sobre un rústico cayado. Por su parte, el de la derecha, también apoyado sobre su propio bastón, señala con un dedo al cielo. 

Interpretación
La Puerta del Juicio se levantó hace 800 años con la misión de adoctrinar al pueblo mostrándole las consecuencias que sus actos en vida tendrán cuando llegue el Apocalipsis. A buen seguro, el clérigo encargado de explicar a las gentes de aquella Tudela medieval las escenas infernales iniciaba su relato por esta dovela.
Como se puede observar, no se trata de la típica escena con condenados y demonios. En ella aparecen dos hombres que miran boquiabiertos al cielo mientras uno de ellos señala a Dios llegando entre las nubes el día del Juicio Final. La escena se inspira en un pasaje del Evangelio según San Mateo, en el que Jesús advierte a sus discípulos de que estén alerta para no ser sorprendidos por la llegada del fin del mundo. En concreto, el texto en el que se inspira esta dovela dice así: "Entonces estarán dos en el campo; uno será llevado y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en el molino; una será llevada y la otra será dejada. Por tanto, velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor" (Mateo 24, 40-42).
Esta dovela se convertía así en una clara advertencia para aquellos pecadores que escucharan al clérigo explicar su significado ante la Puerta del Juicio. El fin era que los aludidos corrigieran su conducta lo antes posibles. De lo contrario, cualquier día podían verse sorprendidos por la llegada de Dios para juzgarles y mandarles a un Infierno que, en ese momento, se abría ante sus ojos.

Dos hombres se queman en una caldera que surge de la boca del monstruo Leviatán, mientras son hostigados por dos demonios. El ser infernal de la izquierda tira del pelo a uno de ellos y golpea la cabeza del otro con un palo. Por su parte, el demonio de la derecha porta en su mano una especie de azada. 

Interpretación
Entre los seres infernales representados en la Puerta del Juicio se encuentra el monstruo conocido como Leviatán. Esta criatura aparece esculpida hasta en cuatro dovelas distintas, tres de ellas en la parte más baja de sus respectivas arquivoltas (Mercaderes de dinero, Los borrachos y Los glotones); y la cuarta, la de esta escena, un poco más elevada (La boca del Leviatán). A primera vista, la presencia del Leviatán puede pasar desapercibida, ya que su cabeza, tallada boca arriba en las cuatro dovelas citadas, se llega a confundir con las calderas que emergen de sus fauces.
El Leviatán es una bestia marina común a las tradiciones cristianas y hebreas. En el Génesis no se hace referencia directa a su nombre o características físicas, pero se incluye dentro de los monstruos marinos creados por Dios (Génesis 1, 21). Ya en el libro del profeta Isaías se nombra al Leviatán como un ser al que castigará Dios, identificándole, así como una criatura malvada: "Aquel día castigará Yahveh, con su espada dura, grande y fuerte, a Leviatán, serpiente huidiza; a Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al dragón que hay en el mar" (Isaías 27, 1).
En la Edad Media, el Leviatán era considerado la encarnación del Mal y aliado de Satán. Así, y como aparece esculpido en la Puerta del Juicio de Tudela, este monstruo de los abismos se representaba como la mismísima boca del Infierno a través de la cual desaparecerán los condenados el día del Juicio Final.

Un caballero ataviado con cota de malla, casco y escudo arde entre las llamas del fuego. El condenado se encuentra sentado a los pies de dos demonios. El ubicado a la derecha, que luce alas emplumadas, ejerce fuerza sobre el guerrero con una especie de vara con la que impide que éste escape del fuego que rodea su cuerpo. 

Interpretación
Esta dovela parece ser continuación de la ubicada justo a la izquierda (El caballero) en la que un caballero cabalga sobre su montura mientras es conducido al Infierno por un demonio. Según varios autores, esa escena representa el pecado de la Soberbia personificado en el citado guerrero que, abusando de su poder, ha arrebatado el ganado que aparece junto a su caballo. En la dovela que aquí nos ocupa, el caballero paga por su pecado siendo devorado por las llamas.
Una prueba más que avala la versión de que estas dos dovelas hablan de la Soberbia es que uno de los demonios que castigan al caballero luce unas alas emplumadas que lo identifican como ángel caído. Este detalle no es menor, ya que el hecho de ser castigado por un ángel caído vincula la soberbia del condenado con la demostrada por estos ángeles cuando se rebelaron contra Dios, queriéndose igualar a él. Como castigo, todos estos ángeles fueron expulsados del Cielo.
Pese a ser el único demonio alado que actualmente se puede ver en la Puerta del Juicio, no parece ser que originariamente fuera así. De hecho, el principal ángel caído, el mismísimo Satanás, representado en su trono en la dovela Satanás, también parece lucir unas alas, aunque apenas se adivinan debido al grave deterioro que sufre la citada dovela.

 

 

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