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martes, 21 de enero de 2025

Capítulo 49-1, Románico en Navarra- Románico en la Valdorba, Orísoain, Olleta, Carcastillo

Románico en la Valdorba

Orísoain
Sobre un leve escarpe que domina buena parte del valle hacia Garínoain, Solchaga y la peña de Unzué, el reducido caserío de Orísoain culmina en la iglesia parroquial. En un entorno ajardinado y abierto, la plataforma sobre la que se construye nos presenta una bella panorámica del valle con sus onduladas tierras de labor y secano. Su término limita al Norte y Este con Leoz, al Sur con Garínoain y al Oeste con Olóriz. Dista algo más de 30 km de Pamplona. Tras recorrer la N-121, nos desviamos a la altura de Barsoain con dirección a Leoz por la NA-5100; finalmente, ya con el pueblo a la vista, tomamos la NA-5152.
Poco o nada significativo se desprende de la documentación medieval conservada. Al parecer fue lugar de señorío realengo, si bien los beneficios patrimoniales de su iglesia y el nombramiento de párroco y beneficiado dependían del comendador de los sanjuanistas. En 1366 contaba con once fuegos, cinco de labradores y seis de infanzones, lo que la convertía en una de las localidades más pobladas del valle. Administrativamente, la población formó parte entre los siglos XV y XIX del valle de Leoz. 

Iglesia de San Martín
Tampoco es mucho lo que los instrumentos medievales nos cuentan sobre la parroquia de San Martín.
Como en otras ocasiones, a pesar de su actual aspecto homogéneo y unitario, son numerosas las intervenciones y reformas que con el correr de los tiempos se han ido documentando. La mención más antigua data de 1407; Carlos III dispensó a los pobladores de las primicias para que con ese dinero repararan la torre de la iglesia. En el siglo XVI se adosa al muro norte la sacristía, y junto a ella, ya en 1653, se añade una capilla. Finalmente, en el siglo XVIII se reparan las bóvedas y después se erige el cielo raso que cubre el tramo de los pies. No obstante, el aspecto que muestra hoy el interior del templo es magnífico, destacando con protagonismo propio el presbiterio, los capiteles y el sistema de soportes y la cripta.

Pero vayamos por partes. En planta la iglesia de San Martín es un edificio de nave única y amplio presbiterio semicircular. Realmente la cabecera está integrada por un preámbulo rectangular y el característico tambor cilíndrico que cierra el edificio a oriente. Sus dimensiones generales son notables, con más de 21 m de longitud por casi 6 de anchura. La nave se divide en tres tramos rectangulares desiguales; el de los pies es notablemente más corto.
Son varios los aspectos que personalizan el diseño en planta del edificio. En primer lugar los soportes, de acentuado resalte interior y profundo estribo exterior. La conjunción de ambos elementos supera desde los plintos interiores los 3,5 m. Curiosamente es más grueso el soporte que la propia luz del arco soportado. ¿Cuál es la causa de este evidente sobredimensionamiento de los soportes? Si comparamos la planta de Orísoain con la de Olleta, Echano o Cataláin observamos que las tres muestran pilares igualmente sobresalientes en el tramo de la nave más oriental. Su presencia se justifica por la necesidad de soportar los formeros de la base cuadrada del cimborrio, en unas finalmente realizado, en otras no. En Orísoain se adopta por imitación el mismo tipo de soporte, sólo que ya no se prevé la construcción de un cimborrio, sino una bóveda de cañón corrida, como finalmente fue el cerramiento de Echano. Los pilares de Orísoain imitan los de sus antecesoras, sistematizando sus características ya como un elemento de estilo. Se conserva la forma pero no su función. Se imitan los pilares sin tener en cuenta que habían nacido como sustento de un cimborrio central, de tal forma que la excepción se hace norma, en un entorno artístico ya relativamente arcaizante e imitativo. Según esta hipótesis, Orísoain sería la última del grupo en gestar su diseño planimétrico. Ahora veremos si sus elementos plásticos confirman también un origen más moderno que sus correspondientes en Cataláin, Olleta o Echano.
El efecto de los volúmenes interiores del edificio es monumental. Con una iluminación contrastada, pero rica y general, una altura en consonancia con sus dimensiones planimétricas y un estado de conservación envidiable, se nos muestra magnífica.
Nuestro interés todavía aumenta cuando descendemos las escaleras de la cripta y nos adentramos en su reducido espacio, oscuro y misterioso. Son cuatro las criptas que desde Leire a San Martín de Unx salpican estos ramales menores del Camino de Santiago; en medio quedan las de Gallipienzo y la que ahora nos ocupa en Orísoain. Las tres citadas justifican su construcción por necesidades estructurales, en un afán por regularizar las parcelas y plataformas en las que se iban a erigir los oratorios principales. En los tres casos su valor tectónico y estructural salta a la vista. Quizá por esta razón también se ha considerado la cripta de San Martín como estructural. No obstante, la parcela sobre la que se construye el templo, aun ocupando el nivel superior del promontorio, es amplia. De hecho, el templo se puede rodear, quedando tanto al Este como al Oeste un relativamente amplio espacio libre, llano y a la misma altura del templo.
Además, la cripta excava la mitad inferior de su volumen en el suelo, su línea de imposta al ras de suelo. En consecuencia, el desnivel que salva es muy pequeño.
Se podía haber solucionado mediante una robusta cimentación. La cripta de Orísoain es la única de las citadas que no es imprescindible para la definición constructiva de la plataforma. Lógicamente tiene una evidente funcionalidad tectónica, pero su presencia no parece imprescindible. Si se elige construirla debió de ser porque iba a satisfacer otras necesidades, bien litúrgicas, bien funerarias. De ahí el aparato decorativo y arquitectónico que enriqueció su reducido volumen interno.
La cripta presenta una interesante cubierta, compuesta por bóveda de cañón rebajada y cuarto de esfera sobre el cilindro absidal. Se refuerza mediante dos robustos semiarcos de sección rectangular, que confluyen sobre el centro del primer fajón. Esta estructura parece una versión ruda y popular de las cabeceras con bóveda reforzada por semiarcos; de hecho, muestra una composición parecida a la de la cripta del Salvador de Gallipienzo, a su vez relacionada con el monasterio de La Oliva. En planta es un cuadrado de cuatro metros de lado, con una altura media de unos dos metros.
Las basas de la cripta son altas, como las de San Pedro de Aibar o Cataláin.
Entre los dos toros que componen las molduras superior e inferior, se sitúa una doble nacela en forma de faja convexa. En otras columnas es una simple faja cilíndrica. Como sabemos, el vano axial y la línea de cimacios marcan el nivel del suelo exterior. Las columnas y los arcos de refuerzo no se integran en los muros y bóvedas, de sillarejo muy rústico. De hecho, todos ellos van sobrepuestos como elementos de refuerzo. En sus capiteles, todos un tanto rústicos y sumarios, se alternan los vegetales y los que incorporan figuras. Todas las cestas basan su composición general en la tradicional división en dos niveles de eco languedociano. En el superior quedan los tallos diagonales que se avolutan en las esquinas, con prismas en los centros. Desde el lado norte tenemos: vegetal con tallos entrelazados y flores; otro vegetal con tallos y grandes bolas; dos personajes, quizás sirenas levantando su doble cola, de cuerpos labrados a partir de minuciosas líneas incisas y paralelas; serpientes enlazadas; aves en esquina que unen sus picos en el centro; y, finalmente, de nuevo en el muro plano de cierre, otro vegetal con tallos cruzados.



Pero subamos de nuevo a la luz y disfrutemos de los capiteles de los soportes superiores. Incorporan cimacios de variada decoración a base de taqueado, motivos vegetales con cabezas en los ángulos, quedando otros lisos. Los capiteles también muestran una alternancia similar con temas vegetales, con palmetas, con bolas y volutas, además de cabezas o vegetales exclusivamente con diferentes niveles de pencas estilizadas. Los hay figurativos, como el que tiene dos centauros enfrentados que disparan con un arco a un águila que llevan en sus lomos; en otro se enfrentan dos cuadrúpedos con cabezas y alas de águila, y termina la serie de los figurados con unos jinetes con escudo y lanza. 



El interior, a pesar de su monumentalidad general, va a mostrar algunas peculiaridades e incongruencias que nos van a ayudar a reconstruir la historia del edificio. El presbiterio, con la suma en continuidad de ábside y anteábside, se cubre respectivamente con bóveda de horno y de medio cañón. Como en Echano, el encuentro entre esta semicircular y el primer fajón, ya apuntado, no es del todo satisfactorio. Tampoco lo es el engarce entre la bóveda de medio punto (no apuntada) que cubre los dos tramos siguientes y los fajones de refuerzo. Al ser la luz de los fajones sustancialmente menor que la de los muros perimetrales, la bóveda semicircular, partiendo de un radio mayor, alcanza los ápices de los fajones, que, apuntados, parten de un segmento más estrecho. Diferente es también la definición plástica de los capiteles del fajón más occidental. Es el mejor resuelto de todos los del templo, ya que muestra un perfil apuntado trazado con dos centros y arcos simétricos e iguales. Se erige con su correspondiente dobladura, poco sobresaliente, para engarzar con columnas y pilares. Los capiteles son más cortos y volados que los otros cuatro, siendo la labra más ruda y menos profunda.
¿Cual es el origen de estas disimetrías? Vayamos por partes. Tres de los pilares del tramo más oriental de la nave (los dos del primer fajón y el norte del segundo) muestran, como en Echano, el inicio de los arcos formeros que debían de formar el cuadrilátero del cimborrio. Esa presencia se justifica sólo teniendo en cuenta que el proyecto primitivo de Orísoain también debió de contar con el cimborrio como cerramiento para el tramo más oriental de la nave. Pronto se descartó tal proyecto, probablemente por la paralización de las obras y el correspondiente cambio de orientación de la obra, ya en manos de otro maestro y de otro taller.



También cambian las impostas, que en los cuatro primeros capiteles van decoradas, los más orientales con el taqueado del ábside, los dos intermedios con temas figurados y vegetales. Estos últimos ya no tienen continuidad en las impostas limítrofes, que muestran molduras cóncavo-convexas lisas. Esta nueva imposta va a continuar ya por los dos tramos más occidentales y va servir de cimacio de los dos últimos capiteles.

Observemos detenidamente los capiteles interiores. Los cuatro más orientales siguen las pautas compositivas de inspiración languedociana que tienen tanto éxito en la comarca en torno al segundo tercio del siglo XII. De grandes cestas, la organizan mediante dos o tres niveles de elementos vegetales, destacando los vástagos o tallos que, en bulto redondo, los unen. Los inferiores suelen llevar hojas festoneadas con hojitas, hojas hendidas y bolas; el superior, tallos diagonales que se avolutan en las esquinas. La talla de todos ellos es muy profunda, buscando siempre marcados efectos de claroscuro.
El fajón más oriental presenta por el sur tres niveles, dos de hojas festoneadas con bolas en los picos curvados y volutas en la pared superior con máscara en el frente largo; por el otro lado son dos los niveles, añadiendo en el superior figuras humanas que se asoman a las hojas convertidas en balcones. El siguiente arco apea por el sur sobre un capitel prácticamente igual al del pilar anterior por ese lado; frente a él, su pareja sustituye las hojas inferiores por dos centauros cazando aves con arcos y flechas.
Su composición es simétrica y su labra similar a la de los capiteles de la cripta.
Finalmente, los capiteles del fajón más occidental son algo más narrativos, pasando las figuras a ocupar la mayor parte de la cesta del capitel. Se siguen conservando las volutas superiores, pero ya sólo insinuadas.



La calidad de la labra se convierte en sumaria y popular. Al sur, un guerrero a caballo se protege con un escudo redondo, mientras que otros dos en los laterales muestran también escudo y espada; al otro lado, dos leones (?) enfrentan sus cabezas en el centro del capitel, quedando un hombre en actitud de lucha en la parte superior.

La portada se abre en el segundo tramo del muro sur, aprovechando para armar su jamba derecha uno de los pilares interiores y su correspondiente estribo exterior, que es sustituido por el paramento adelantado. Todo el conjunto está guarecido por un tejaroz muy volado, de triple faja moldurada, sostenido por siete modillones de rollo que recuerdan ejemplos de tradición islámica. Entre ellos se disponen seis metopas decoradas con relieves lamentablemente muy deteriorados. La composición general recuerda a la portada de Artaiz. En el más oriental parece adivinarse el plumaje de un ave, el siguiente carece de placa, el tercero sombrea las formas de una serpiente o sirena, muy perdidos cuarto y quinto, y en el último de nuevo una o varias aves con una especie de serpiente. Quizá una plaqueta similar embutida en uno de los vanos cegados de la torre sea la que falta de la portada. Si es así, es la mejor conservada. Aunque fracturada, acoge un florón central inscrito entre tallos simétricos con pájaros en tres de sus ángulos.
La puerta salva el abocinamiento mediante dos arquivoltas, una decorada con cabecitas, y ambas ceñidas por fuera por un arco con palmetas. Apean sobre columnas acodilladas con basa y capiteles figurados. Se decoran con temas vegetales de palmetas, volutas y bolas, incluyendo algunos animales enfrentados. Sobre los capiteles discurre una doble imposta, a modo de cimacio, una con rosetas y bolas, y la otra con tacos. Ocupa el tímpano un Crismón tangente a la pieza sobre la que va labrado. En su mitad superior muestra un rebaje rectangular. El crismón apea sobre zapatas decoradas con acanaladuras y bolas.

Portada 

Capiteles portada 

Capiteles portada 

Detalle de la arquivolta 

El resto del perímetro exterior del templo muestra un elaborado escalonamiento de volúmenes, con acentuado recrecimiento de varias hiladas sobre la nave.

Como es habitual en la Valdorba, los sillares están bien escuadrados e integran hiladas regulares y continuadas. Los estribos dan ritmo, especialmente al cilindro absidal, que muestra en uno de los paramentos intermedios la aspillera del vano del ábside. Un segundo vano, éste con doble molduración de platabanda, se abre al tramo más oriental del muro sur. Otro más, también con arco de descarga, aparece sobre el hastial occidental. Por esta parte el templo se observan claramente las huellas tapiadas de los dos vanos que formaron la espadaña medieval, posteriormente transformada en torre.
El cilindro absidal conserva una interesante colección de canes con decoraciones figuradas. Da la impresión de que la nave, al menos sobre su muro sur, también los tuvo, si bien desaparecieron con el recrecimiento realizado durante la reforma de las cubiertas en el siglo XVIII. Probablemente uno de estos retirados esté embutido en la parte inferior del hastial occidental. Se conservó porque representaba a Judas que, con la soga anudada al cuello, aparece descabezado. Son un total de doce los canes conservados. Su definición plástica es bastante ruda y su estado de conservación tampoco es demasiado bueno. Muestran un repertorio conocido: ave, león, serpientes entrelazadas, unicornio, monstruo devorador, músico y acróbata, hombre y mujer sentados comiendo pan, hombre llevando un barril en sus hombros, animal descabezado, sirena, etc. Dominan las representaciones de temática popular.






Da la impresión de que San Martín de Orisoain se construyó al menos en dos períodos bien diferenciados. El primero, comenzando por la cripta, erigió el ábside con su bóveda, los muros perimetrales, los pilares, los cuatro capiteles más orientales, los arranques de los arcos formeros para el cimborrio, y la portada. El comportamiento de la obra es similar a Echano. Cuando se reanudan las obras, se continúa por las partes altas de los muros en sus tramos occidentales, realizándose nuevos capiteles para el último fajón que se coloca ahora. Después se cierran las bóvedas de la nave, quedando el templo concluido. Los diseños de las basas de las columnas de la cripta, así como los cuatro capiteles más antiguos de la iglesia, nos remiten a modelos ya observados en San Pedro de Aibar, por lo que su cronología se inscribe bien en el segundo tercio del siglo XII.
La segunda fase, continuista y simplificadora, terminaría el templo en la segunda mitad del siglo.

 

Olleta
Esta pequeña población del extremo sureste de la comarca de la Valdorba se encuentra al final de la NA-5110 que hemos tomado, viniendo de Pamplona, desde la N-121 a la altura de Pueyo. En el valle es una de las más alejadas de la capital (57 km). Se halla en un bello paraje, húmedo y boscoso, al pie del alto de Lerga y a pocos kilómetros por tanto de Valdeaibar y San Martín de Unx. De hecho, su amplio término municipal linda con ambas por el Este y el Sur respectivamente; al Norte queda Iracheta y al Oeste Amátriain.
En la Edad Media la localidad pertenecía al dominio de la Corona, a cuyas arcas pagaba pecha. Como otros lugares del valle resultó beneficiada por la exención promulgada en 1264 por Teobaldo II. Su población, mediado el siglo XIV, era de once fuegos, con más de la mitad de hidalgos; debió de disminuir en la segunda mitad del siglo, ya que en 1390 Carlos III condona a sus vecinos la mitad de la pecha durante dos años, en atención a la reducción de la población.

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
La parroquia de la Asunción se enclava en un hermoso entorno, enmarcado por dos brazos del río Sánsoain. El soto boscoso acompaña al templo en la parte más baja de la hondonada que acoge al reducido caserío. Son dos los puentes que permiten al acceso a la plataforma de la iglesia, uno por el Sur y otro por el Norte.
Este último, comunicación natural con el centro del pueblo, es de origen medieval y se asocia a un pasadizo que se abre a la fachada norte del templo. El conjunto resulta bello y pintoresco.
En la Edad Media, la iglesia debió de estar vinculada a la orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, al igual que otros templos del valle a través de las encomiendas de Leache e Iracheta. Durante los siglos XVI y XVII se realizaron diversas obras de conservación que terminaron en el siglo XVIII con la construcción sobre su hastial occidental de la casa del abad. En 1956, en el curso de la limpieza de la capa de cal que decoraba el interior, se encontraron interesantes pinturas murales góticas que fueron trasladas al Museo de Navarra. Durante el año siguiente se llevaron a cabo las obras de restauración del entorno, retirando algunos edificios y estancias de su perímetro.

En planta muestra nave de cuatro tramos con presbiterio de cierre semicircular. El ábside, más estrecho que la nave, está conformado por dos espacios unidos en continuidad: un preámbulo rectangular y el cierre cilíndrico propiamente dicho. Como Cataláin, Echano y Orísoain, también la Asunción de Olleta presenta unas dimensiones generosas para su tipología, acercándose a los 20 m de longitud por algo más de 6 de anchura. Destaca la profundidad de los pilares que acogen a los fajones y formeros del cimborrio; se aproximan a los 2,5 m, mientras que la luz máxima de los fajones es aquí de unos 3,5 m. Por contra, la nave se planea sin contrafuertes, consiguiendo un espacio más diáfano y claramente diferenciado. Sus muros, con aproximadamente un metro de grosor, son como en Cataláin relativamente finos, sobre todo teniendo en cuenta la ausencia de contrafuertes.
La fisonomía exterior de la Asunción de Olleta nos va a deparar un buen número de sorpresas, algunas de difícil justificación. Su fachada norte da a una amplia plaza ajardinada a la que se abre la portada situada en el último tramo de la nave. El ábside, por su lado meridional lleva adosada la sacristía. Junto a ella, diversas construcciones y viviendas ocultan el resto de su perímetro. La torre de los pies y el cimborrio de ladrillo son el resultado de sucesivas reformas e intervenciones.
Los paramentos están resueltos con sillares de arenisca perfectamente escuadrada y bastante regular. Mayoritariamente conforman hiladas continuas y compactas hasta alcanzar las cuatro últimas, donde se observa un evidente recrecimiento por encima de la primitiva línea de canes. Para hacernos una idea de cómo era la articulación del tejaroz primitivo debemos observar las partes altas del muro meridional desde el tramo recto del ábside hasta el arranque de la torre.
Oculto por los tejados de los casales perimetrales se conserva el tejaroz primitivo con su correspondiente línea de canes. En una disposición muy original, éstos se embuten en el muro en alternancia con un sillar rectangular con un breve medio punto horadado en el centro de su mitad inferior. Da la impresión de que en la parte del ábside visible se retiraron los canes, cegándose con argamasa tanto el hueco que dejaban, como los breves arquillos que entre ellos se intercalaban.
El muro norte, cuyo tejaroz primitivo debía de ser una o dos hiladas más alto, no ha conservado ningún resto de esta configuración, que fue sustituida por una doble línea de sillares muy finos. El recrecimiento del muro por el lado sur, no visible desde la calle, utilizó sillarejo en lugar de los sillares escuadrados. Este uso de mal aparejo en lugares ocultos parece definir una obra posterior a la construcción de la sacristía, relacionable quizás con los trabajos de cantería documentados a partir de 1600. Todo el recrecimiento se remata mediante una moldura ajedrezada, que probablemente integraría el primitivo tejaroz.
En consecuencia, por el lado meridional se ha conservado la línea de canes primitiva. Subsisten, en mejor o peor estado, una veintena que repasa algunos de los temas y figuras habituales. De Este a Oeste, los cinco primeros se encuentran en el ábside: un águila de buena labra con sus tarsos y plumas perfectamente diferenciados; lo que parece un león devorando a otro animal; relieve de hojas con tallos diagonales; para terminar la serie, dos más, también vegetales, tratados con volumen. Ya en el muro de la nave, la serie continúa con un repertorio igualmente variado y conocido: hombre que se echa la mano al cuello, cabezota monstruosa, taqueado, hombre con delantal, lo que parece un oso con algo en la boca, hombre barbudo ornando, taqueado, hombre con saquete al cuello, voluta volumétrica, toro, cabeza de animal y un pájaro con cabezota monstruosa.




El muro norte es el único de todo el perímetro visible que utiliza sillares de dimensiones notoriamente irregulares. Vamos a detenernos un poco en valorar sus detalles. Las hiladas muestran una clara continuidad en la unión con el ábside. En sus partes bajas (cuatro primeras hiladas visibles) esa homogeneidad es patente, incluso en el paramento adelantado de la portada. Las irregularidades se acentúan a partir de una línea vertical que escalonadamente nace por abajo, a unos dos metros del ábside, y a sólo uno por arriba. Esta línea escalonada parece señalar un cambio de obra, el final de un primer impulso constructivo y el inicio del segundo. Esta compartimentación de los trabajos seguiría las pautas habituales, concentrando el primer impulso constructivo en la cabecera, cimentación primeras hiladas del perímetro y puerta de acceso.
Como es habitual, el cilindro absidal acumula buena parte del impacto plástico del edificio. Muestra tres pequeños vanos de medio punto y doble arco liso, con un vierteaguas de moldura ajedrezada como único recurso decorativo.
Simétricamente dispuestos, son cuatro los contrafuertes prismáticos que compartimentan el alzado. Su remate es poco menos que curioso. A la altura de los arcos se observa un brevísimo escalonamiento; y a una hilada sobre los vierteaguas organizan un remate en base a dos pirámides truncadas que, a modo de elevado basamento, rematan en cuatro basas de diseño también peculiar.
Con toro, caña y toro de nuevo, reproducen una composición presente, por ejemplo, en las relativamente cercanas San Andrés de Aibar o el Santo Cristo de Cataláin. Curiosamente, el estribo en general, y su remate en particular, se asemejan a sus correspondientes en Cataláin, si bien allí no llegan a alcanzar la altura de los vanos. ¿Recibirían estas basas su fuste correspondiente? Es de suponer que sí. Da la impresión de que sobre ellas no se dispuso canecillo, por lo que con sus oportunos capiteles, formarían parte también de los soportes del tejaroz. Así se articula, por ejemplo, la colegiata de San Pedro de Cervatos (Cantabria).
¿Se libra la portada de irregularidades? No, por supuesto. Como el muro vecino, el paramento avanzado sobre el que se organiza su breve abocinamiento no tiene un remate con alero propio como es habitual. Alcanza la imposta taqueada superior a través de un enlace trapezoidal. Esta evidente asimetría compositiva, probablemente sea consecuencia de la propia historia constructiva del edificio por esta parte.
Pero veamos ya cuáles son las características de la bella portada de la iglesia. Dado que el muro no es muy grueso, y tampoco lo es el paramento avanzado, el abocinamiento del hueco se salva mediante sólo dos arquivoltas. Muestran un perfil moldurado a través de bocel angular, medias cañas y listel. Todas las molduras son lisas, excepto las medias cañas de la exterior, decoradas con bolas y flores; igualmente es liso el vierteaguas. Apean sobre dos pares de columnas acodilladas, de fuste liso e interesantes capiteles con decoración mayoritariamente vegetal.
Curiosamente el diseño de las basas es similar a las descritas sobre los estribos del ábside. Una imposta de listel y tacos subraya, a modo de cimacio, el encuentro entre arcos y capiteles. En el centro queda el tímpano, con un elaborado crismón trinitario, sobre portantes rectos y zapatas.
El crismón es más rico de lo habitual. Se organiza mediante dos círculos concéntricos, más ancho el exterior, que acogen en su corona cuatro cruces patadas orientadas y simétricas. Estas cruces, que recuerdan al emblema de los sanjuanistas, la hacen única; también que tanto las cruces como las letras están tratadas con espíritu ornamental y generosas dimensiones. Igual que otros elementos de la portada, conserva restos de policromía.
Como es habitual, la mayor carga estilística está en los cuatro capiteles. Sus características son homogéneas. Se organizan mediante dos niveles de vegetación. Las hojas inferiores, festoneadas, hendidas y rellenas, curvan sus picos para acoger bolas. Los tallos superiores se avolutan en los vértices superiores en torno a bolas, quedando en los centros caras o discos. Los dos niveles de vegetación se unen mediante un vástago que queda exento y supone casi una marca de clase dentro del ámbito comarcal de la Valdorba.
Recientemente J. Martínez de Aguirre ha observado esta solución en uno de los capiteles de la antigua portada románica de la catedral de Pamplona.

Todas las peculiaridades descritas en el exterior del templo anuncian un volumen interno rico, variado e interesante. De hecho, entre otras cosas vamos a observar tres tipos distintos de bóvedas, dos grupos de soportes y un interesantísimo conjunto de capiteles, todo dentro de un espacio de luces muy contrastadas y volúmenes claramente jerarquizados. Presbiterio, cimborrio y nave se nos muestran como tres unidades equilibradamente superpuestas.
Empecemos por el presbiterio. Al cilindro absidal se abren las tres ventanas simétricas de abocinamiento liso. Otra similar, cegada, se abría a la nave por el Sur. Tanto ábside como anteábside se cubren con una bóveda de cañón rebajada que se convierte en horno para el cilindro de cierre. Sus sillares, tras unas primeras hiladas talladas a escuadra, van reduciendo su anchura y dejando su cara externa sin escuadrar; este aparejo, que también define las demás bóvedas del templo, es característico de paramentos que debían ir lucidos y pintados.
Entre muro y bóveda, el ábside acoge una imposta decorada con finos roleos con hojitas de cuatro lóbulos, que conserva buena parte de su policromía. Continúa hasta alcanzar los primeros pilares. En las esquinas aparecen sendas cabecitas monstruosas de las que nacen los tallos y caulículos. Como veremos más adelante, esta imposta tendrá continuidad en los cimacios de los capiteles de los citados pilares.

El elemento arquitectónico más peculiar de edificio es el cimborrio. Como ya hemos visto en el estudio planimétrico, lo sustentan cuatro pilares prismáticos con semicolumnas adosadas, hoy recortadas en dos tercios de su altura. Para conformar el rectángulo de su base, se erigen en los lados largos dos gruesos fajones de medio punto. Los lados cortos reciben una articulación doble: dos profundos formeros apuntados parten de los pilares sin alcanzar sus ápices la línea de impostas; sobre ellos, de los capiteles occidentales nacen sendos arcos de cuarto de círculo que alcanzan las enjutas del fajón oriental. Ya está erigido el cuadrado. Las trompas lo convierten en octógono, y el octógono, tras una imposta lisa, se cierra progresivamente hasta conformar una la cupulita semiesférica de hiladas concéntricas, restaurada mediado el siglo XX.
La nave, por su parte, se cubre con una bóveda de cañón apuntado que sorprende por su luz y por la aparente ligereza de sus elementos sustentantes. Está reforzada por dos arcos fajones simples que apean sobre semicolumnas adosadas directamente al muro (recordemos que no tiene contrafuertes exteriores). En la bóveda del tramo de los pies se conserva la huella del primitivo acceso al cuerpo de campanas, al que se subía por medio de una escalera de mano.
De los ocho capiteles del templo, los dos más orientales son figurados, mientras que los demás se ajustan al tradicional repertorio vegetal. Estos últimos muestran características homogéneas, si bien la calidad de su labra se va reduciendo hacia occidente, de tal forma que, aunque los repertorios son los mismos y la composición general uniforme, pierden volumetría, profundidad de talla y detallismo.

Vamos a comenzar por los dos interesantes capiteles historiados del toral del presbiterio. Ambos conservan restos apreciables de su policromía y organizan sus escenas sobre un fondo de grandes volutas que asoman en las esquinas superiores.
El meridional presenta a dos personajes, uno en cada esquina, que sujetan saquetes anudados a sus cuellos. Tras ellos, parejas de demonios de orejas picudas, cara felina y garras les azuzan con picos y lancetas. Los avaros asoman sus pies sobre el collarino del capitel, mientras que los demonios se enganchan con sus garras a bolas o botones prominentes. Las mangas de los condenados muestran ricos brocados de pedrería, lo mismo que la correa de la que penden sus “riquezas”. ¿Y sus rostros? Ojos prominentes y almendrados, con párpados resaltados, pupilas buriladas, narices anchas y no demasiado prominentes, frente breve, pelo trabajado a base de incisiones paralelas, boca recta con comisuras marcadas y rostro de composición triangular. Remata el capitel un elaborado cimacio, continuación de los roleos absidales, que lleva dos parejas de leones muy estilizados que comparten cabeza esquinada.
Frente a él, en el otro capitel, podemos ver a tres hombres, uno en cada cara y el de la frontal a eje, que parecen sujetar a sendas fieras (leones o similar) mientras intentan devorar a otros dos hombres. En las esquinas del capitel, éstos aparecen en cuclillas, con las fieras sobre sus hombros y las fauces mordiendo sus cabezas. Los barbudos laterales, además de sujetar a las fieras, agarran uno de los brazos de las víctimas, como acompañándolas. Las características faciales son similares a las ya descritas. Como en el otro capitel, todos los personajes asoman sus pies sobre el collarino. El cimacio lleva de nuevo leones, esta vez cazando ciervos.
Da la impresión de que, como en otros templos de su mismo contexto geográfico y cronológico, nos encontramos ante el tema genérico de la iglesia y la práctica religiosa como salvaguarda de las almas ante las amenazas que les acosan.

La imposta que sigue, bajo el cimborrio, muestra media caña y listel lisos. Nos lleva hasta el siguiente par de capiteles. Con ellos se inicia la serie de repertorios vegetales. Con una articulación de dos niveles, el inferior presenta las conocidas hojas simétricas festoneadas, hendidas y rellenas, que nacen del collarino y curvan hacia afuera; sobre gruesos tallos se avolutan en las esquinas dejando en los centros flores, caras o rosetas. Todos ellos muestran el vástago de unión entre los dos niveles, tan característico de la zona. En general sus rasgos son similares a los de la portada. Sus cimacios van siempre decorados, los cuatro más orientales con bolas, los de los pies con tacos. En el pilar sureste del cimborrio se conservan restos de una imposta con bolas, que para el resto del edificio es sustituida por la citada moldura lisa.



Con las peculiaridades descritas, la historia constructiva del edificio se nos presenta tan interesante como compleja. En una primera campaña se erigió el ábside con los pilares más orientales del cimborrio, sus capiteles y arco fajón, el resto del perímetro mural y la portada. Da la impresión de que también se realizaron entonces algunos capiteles y molduras. El proyecto inicial, como en Cataláin o Echano y otros edificios de la comarca, pretendía construir un templo de nave única con cimborrio ante el presbiterio y nave con cubierta de madera a dos aguas sobre dos arcos diafragma. De ahí la ausencia de contrafuertes y pilares para los soportes de la nave. Como ocurrió en otros casos, el edificio no se terminó siguiendo este proyecto. No obstante, la continuación de las obras de Olleta fue la más fiel con el plan inicial, ya que erigió el cimborrio alterando la articulación inicial de los formeros, que adquirieron dos niveles con perfiles apuntados en el inferior. Observamos, pues, un evidente progreso cronológico entre fajones y formeros. Es en esta campaña cuando se realiza el cierre perimetral de muros y probablemente también la bóveda apuntada. Para completar los soportes se utilizan los capiteles que ya estaban labrados.

 

Ante la ausencia de documentación relevante, van a ser razones estilísticas las que nos permitan aproximarnos a la cronología del primer proyecto constructivo. Ya Uranga e Íñiguez observaron en Olleta y otras iglesias de la Valdorba influencias decorativas jaquesas y del taller del maestro Esteban. Recientemente ha precisado más esta orientación J. Martínez de Aguirre, relacionando los capiteles que nos ocupan con el repertorio decorativo que deriva en último término del “taller de Esteban” y de la portada de la antigua catedral románica de Pamplona. Allí vemos un capitel con vástago labrado como los de la portada de Olleta. No obstante, esos repertorios muestran una clara evolución tanto formal hacia la simplificación, como de contenido hacia la incorporación de nuevos temas. Teniendo en cuenta la cronología del citado taller, la Asunción de Olleta se iniciaría durante el segundo cuarto del siglo XII. Más difícil es situar en el tiempo la conclusión del edificio. La presencia ya generalizada de perfiles apuntados en los arcos, la llevaría al menos al último cuarto de dicha centuria.

 

Carcastillo
La localidad de Carcastillo pertenece al partido judicial y a la merindad de Tudela. Situada al lado del monasterio de La Oliva, dista poco más de 70 km de Pamplona, que pueden recorrerse por Autopista A-15 o por la N-121 hasta la localidad de Caparroso. Desde este punto nos desviaremos por la NA-5500 pasando por Rada, Mélida, La Oliva y llegando al fin a nuestro destino.
El lugar de Carcastillo aparece en el siglo X como puesto avanzado de la monarquía pamplonesa en las fronteras con los musulmanes. En 1129 Alfonso I el Batallador concedió al lugar el fuero de Medinaceli, pero en 1162 Sancho VI el Sabio lo donó al monasterio de La Oliva, lo que supuso para este último un gran acicate de cara a su edificación definitiva. Aunque Carcastillo quedará englobado dentro de un señorío monástico, en 1351 Carlos II el Malo advirtió que la jurisdicción civil pertenecía a la corona.
La villa contaba ya con más de treinta y seis fuegos en 1350, y los monjes de La Oliva atendían su parroquia.

Monasterio de Santa María la Real de la Oliva
Un par de kilómetros antes de llegar a Carcastillo por la NA-5500 se encuentra el monasterio cisterciense de La Oliva que, tras un largo período de abandono a raíz de los procesos desamortizadores del siglo XIX, recobró su destino monacal en 1926. Durante casi tres décadas, hasta comienzos de los años sesenta, las obras de restauración fueron continuas. En 1963 se inició la construcción de nuevas dependencias, emplazadas al sur de las medievales, lo que ha permitido dedicar al turismo las antiguas al tiempo que se mantiene el culto en la gran iglesia abacial. Las labores de recuperación del conjunto medieval se han venido realizando hasta la actualidad. La Oliva constituye uno de los cenobios cistercienses más monumentales de España, como prueba el que fuera escogido por Dimier entre las cincuenta estudiadas en su monografía sobre el Císter fuera de Francia. De época tardorrománica conserva en buen estado iglesia, sacristía, sala capitular, locutorio, sala de los monjes, cocina y capilla de la enfermería, además de vestigios del dormitorio y el refectorio. Si a ello añadimos las remodelaciones góticas de portada, claustro y otras dependencias el resultado es un complejo merecedor de una detallada visita.

Los documentos medievales proporcionan pocos datos referentes a su construcción. Se discute desde hace más de trescientos años acerca del diploma que incluye la primera mención en 1134, hoy tenido por falso. Hacia 1145 era un lugar dependiente de Niencebas, futuro Fitero. En 1150 el rey García Ramírez donó a Bertrando, expresamente citado como abad olivense, La Oliva, Encisa y Castelmunio. La monumentalización pétrea de iglesias y dependencias cistercienses se iniciaba generalmente diez o quince años después del asentamiento de una comunidad en el lugar escogido, una vez verificada la idoneidad del emplazamiento. El primer dato relativo a una edificación perdurable en La Oliva aparece en la donación que hizo el rey aragonés Alfonso II a Bertrando en 1164, consistente en la villa de Carcastillo con todos sus términos (ut ibi ad honorem Dei et beate Marie genitricis eiusdem edificet monasterium in remissionem peccatorum patris mei et in memoriam nominis mei). Las crónicas medievales atribuyen la edificación a los reyes Sancho VI y Sancho VII. El Memorial del Padre Ubani, de 1634, incluye la primera mención de la consagración de la iglesia el 13 de julio de 1198, conforme al contenido de un breviario antiguo manuscrito en pergamino. Posteriormente Bravo, Moret, Juan Antonio Fernández y los padres Arroquia y Arizmendi llevaron a cabo aportaciones de interés.
Desde el punto de vista histórico-artístico destacan las descripciones iniciales de Madrazo, Altadill, Iturralde y Suit, Larumbe (con noticia detallada de las intervenciones hacia 1930) y Biurrun. Lampérez y Romea la consideró ejemplo del “magnífico estilo de transición” entre románico y gótico, y valoró la importancia de la iglesia en el panorama del Císter español. En 1931 Élie Lambert estableció la filiación estilística del templo dentro del arte hispano-languedociano. En 1946 Torres Balbás puso en entredicho la importancia del componente languedociano y afirmó la impronta de la catedral de Tarragona, constituida a su juicio en cabeza de escuela, considerando imposible que fuera iniciada en 1164, fecha demasiado temprana para que una iglesia española tuviese “apoyos dispuestos para bóvedas nervadas y de ojivas”. René Crozet situó sus bóvedas nervadas en el panorama de la introducción de esta fórmula en Navarra y Aragón. Uranga e Íñiguez aseveraron la coincidencia cronológica con Tarragona y añadieron que La Oliva sirvió de modelo para Tudela, Santo Domingo de la Calzada e Irache. Poco más tarde, Yarza insistió en las relaciones con Tarragona y Tudela, y destacó que “tal vez sea el primer edificio totalmente abovedado con crucería en España”, idea que desarrolla a partir del análisis de los pilares. Entre las aportaciones de los últimos años señalaremos la concienzuda descripción del Catálogo Monumental de Navarra, el cuidado análisis que hace de su arquitectura en el panorama del románico tardío navarro Martínez Álava y el interesante estudio metrológico elaborado por Maciá y Ribes en comparación con la catedral de Lérida. Además de la bibliografía histórico-artística, para el conocimiento completo de La Oliva en época románica conviene manejar las publicaciones de Munita Loinaz, incluida la edición de la colección documental y el estudio del dominio del cenobio.
Antes de pasar a la descripción y análisis de la fábrica tardorrománica conviene incluir algunos datos sobre las intervenciones en el templo. No nos detendremos en las modificaciones que sufrieron las dependencias más anti guas a lo largo de los siglos, pues sería prolijo empezar por los cambios que en la Baja Edad Media y entre los siglos XVI y XIX alteraron lo edificado antes de 1230. La expulsión de los monjes en 1835 fue seguida de un largo período de abandono. La abadía fue comprada por particulares que con el tiempo establecieron una sociedad agrícola, que empleó la iglesia y otras dependencias para sus necesidades. Previamente había servido de asilo en la guerra carlista. La Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra, tras desinteresarse inicialmente, más tarde veló por la protección de sus venerables restos. Pero para entonces ya habían sucumbido importantes estancias, como el refectorio cuya piedra fue empleada en 1864 para la ampliación de la parroquial de Carcastillo. El informe de Ansoleaga e Iturralde (1877) sirvió para incoar el expediente que terminaría, tras la mediación de Federico de Madrazo, con la declaración de Monumento Nacional en 1880. En 1883 la Comisión tomó posesión del cenobio y se iniciaron las labores de conservación. En 1892 se plantea la posibilidad de introducir de nuevo una comunidad monástica, ya que los propietarios tenían previsto enajenar los antiguos terrenos del monasterio, con lo que podrían disponer de superficies cultivables. En 1922 parece cercana la intervención restauradora, ya que se pide una memoria al arquitecto Teodoro Ríos. La llegada de la comunidad procedente de San José de Getafe vino seguida de unos años de intenso trabajo, protagonizados por la apasionada y no siempre acertada intervención de Onofre Larumbe, caracterizada por un generalizado uso del cemento. La iglesia fue inaugurada en 1931. La reconstrucción de cubiertas y la intervención en las galerías del claustro se acometieron paso a paso. A partir de 1940 la Institución Príncipe de Viana se hizo cargo de las labores de restauración, de forma que se ha ido interviniendo sucesivamente en buena parte de las dependencias.

La Iglesia Abacial
La iglesia presenta una variante del tipo más frecuente entre las abaciales cistercienses, puesto que consta de tres naves, largo transepto (de la misma anchura que la nave principal) y cinco capillas paralelas, siendo la central mayor (más alta, más ancha y más profunda) y de remate semicircular, mientras las laterales disponen remate recto. Su longitud total supera los setenta metros y la nave del transepto casi alcanza los cuarenta. La ordenación de cabeceras con cinco capillas, teniendo las laterales testero recto es abundantísima en las abadías de la orden, y así es por ejemplo, la de la abadía madre de La Oliva, Scala Dei. Este trazado había sido ya empleado por Cîteaux en su primera edificación monumental. La disposición absidada de la capilla mayor es un rasgo que diferencia a La Oliva y a otros cenobios hispánicos de las pautas más generales en el resto de Europa. En general, estas pequeñas diferencias sobre la planta básica de la orden suelen deberse a la influencia de tradiciones locales, a condicionantes topográficos o a designios del arquitecto tracista del edificio. Otras hijas de Scala Dei, como Flaran, optaron por capillas absidadas en las cinco de la cabecera. Son especialmente cercanas en planta a La Oliva los templos de Huerta y Matallana, así como Las Huelgas de Burgos, cenobio femenino cuya iglesia alcanzó enormes dimensiones. Se alejan Valbuena (con capillas intermedias absidadas), Bujedo de Juarros y San Andrés de Arroyo (ambas con sólo una capilla a cada lado, distribución acorde en Bujedo con su nave única). Sacramenia dispone capillas escalonadas de exterior recto e interior absidado. La planta de La Oliva se presenta como un compromiso entre el diseño cisterciense básico y el de las cabeceras más frecuentes en las grandes iglesias de los reinos peninsulares durante la segunda mitad del siglo XII, con amplio transepto al que se abren cinco capillas generalmente escalonadas y semicirculares (o bien semicirculares las tres centrales y de exterior recto e interior semicircular las extremas). Integran esta familia arquitectónica las catedrales de Tarragona y Lérida, y muy probablemente (fue modificada en época posmedieval) la de Sigüenza, que sería la más antigua de todas ellas.
Hemos de situar la llegada de esta solución en la década de 1150, si bien la mayor parte de las construcciones –cuya lista podría ampliarse– se alzaron con posterioridad. La ubicación de la escalera de caracol en el encuentro entre la capilla septentrional y el transepto, con acceso desde éste, es frecuente en abaciales cistercienses y no muy habitual en otras iglesias de su tiempo. De ahí la conclusión: el arquitecto comenzó su proyecto a partir de una planta que le habrían propuesto los monjes, semejante a la que dibujaría en el siglo XIII Villard de Honnecourt, pero más detallada a la hora de situar la escalera y de incluir las dependencias claustrales. El director de la obra no renunció a personalizar su creación. No copió otro templo de la misma orden, porque no consta que lo hubiera en esas fechas con una cabecera semejante, y, sobre todo, se mostró muy cuidadoso a la hora de diseñar un alzado cargado de coherencia.
Las cuatro capillas laterales presentan planta aproximadamente cuadrada.

Entrada a las capillas de la cabecera

Capillas en la cabecera de la iglesia cisterciense.

Interior de uno de sus cuatro ábsides de planta cuadrada.

Capilla de la cabecera 

Columnas emplazadas en cada esquina sostienen los nervios que trazan arcos diagonales de medio punto para formar una bóveda de crucería. El perfil de dichos nervios es rectangular, como fue habitual en las primeras bóvedas de este tipo en Navarra. Están aparejados con dovelas sencillas (a diferencia de ciertas bóvedas tempranas de este género, cuyos nervios de mayor sección emplean más de un sillar en cada hilada, como el Espíritu Santo de Roncesvalles). El cruce se resuelve por medio de claves cruciformes, cuyos brazos apenas se inician. El empleo de estas claves, que en las cuatro capillas colaterales se componen de manera semejante, acredita el trabajo de un buen arquitecto, capaz de prever el punto de mayor compromiso en el despiece, con lo que desplaza las pequeñas y habituales correcciones de dimensión a las dovelas inmediatas a la clave.
Otro rasgo indicativo de un proyecto esmerado lo apreciamos en el modo como dispone las molduras. Por el interior, una moldura compuesta por tres baquetones parte en horizontal desde el cimacio del ángulo noroeste hacia el testero; a mitad de muro se quiebra en ángulo recto para bajar a nivel inferior y seguir en horizontal, de forma que, tras pasar por detrás de la columna angular, prosigue en el muro oriental y marca el nivel inferior del abocinamiento de las ventanas. Ya en el muro meridional, la moldura vuelve a trazar un ángulo recto y tras contornear por alto la primera credencia, remonta hasta el nivel del cimacio. La presencia de dos nichos, probablemente uno destinado a credencia y el otro a piscina, responde a otra constante de las abadías cistercienses. Uno de los rasgos más personales de las capillas laterales olivenses son las ventanas, que se manifiestan al exterior mediante dos estrechos vanos de remate en cuarto de círculo. Interiormente están formadas por un amplio arco envolvente de medio punto, dividido por un parteluz abocinado en quilla, en cuyo centro existe una columnita rematada en capitel. Este diseño tan peculiar muy probablemente tuvo origen en Santo Domingo de la Calzada y fue copiado en Irache y Santiago de Agüero.
Los motivos de los capiteles más antiguos confirman que quienes iniciaron nuestra iglesia vinieron de la entonces colegiata riojana, en el momento en el que en ella ya se estaba realizando la girola, posiblemente bajo la dirección del maestro Garsión. La cronología de Santo Domingo es bien conocida: se colocó la primera piedra en 1158. Su arquitecto utilizó nervios de sección cuadrangular en la girola, mientras que en los espacios de mayor categoría, como la capilla del eje del deambulatorio, optó por otros mucho más moldurados, que nos recuerdan (aunque son más complejos los riojanos) a los que vemos en el crucero de La Oliva. Los capiteles responden a dos modelos. Por una parte están los ocho de las columnas angulares, con diseño de grandes hojas lisas de eje hendido, unidas mediante combados y vueltas en volutas adornadas con hojas lobuladas y piñas; unas molduras altas horizontales marcan la “copa”. Por otra, las dos parejas que soportan los arcos de embocadura en el pilar que divide ambas capillas ofrecen una hojarasca de acantos hendidos muy plásticos, unidos también por combados y adornados con margaritas o piñas en esquinas y centro de cada capitel; son obra del mismo taller. Los arcos de embocadura son apuntados, anchos, y descansan en dos soluciones distintas: en los extremos sobre un pilar con columnilla de esquina, en el centro sobre semicolumnas gemelas, primer anuncio de la utilización de las fórmulas arquitectónicas que Lambert denominó “hispano-languedocianas”.

Capitel de las capillas septentrionales de la cabecera 

Las capillas meridionales presentan pequeñas diferencias, como el despiece de las ventanas o la presencia de capiteles mucho más toscos (unos con hojarasca acumulada y torpe, en uno o dos niveles de hojas muy nervadas, bajo un cuerpo de volutas también simples o dobles, que recuerdan a los que se tallaron en la segunda fase de la catedral de Tudela; y otros con motivos simplificados, algo más elegante pero sin la claridad de diseño dominante en las capillas septentrionales). Desde luego, es otra la cuadrilla que aquí trabaja y otro el responsable de las obras. Podemos suponer que, una vez encauzado el proceso constructivo olivense por Garsión, éste y su equipo escultórico regresaron a La Calzada.

Cabecera de la iglesia abacial 

Por el exterior las cuatro capillas laterales se presentan de manera semejante, cada una con sus dos ventanitas de marco achaflanado terminadas en cuarto de círculo. Existe un contrafuerte doble en ángulo recto en cada esquina y otro sencillo entre cada pareja de capillas. Dichos contrafuertes tienen sección rectangular que reduce su resalte cerca de la cornisa. Los modillones son sencillos, en nacela con baquetón horizontal. Una moldura simple recorre la línea del alféizar de las ventanas y se quiebra en los laterales formando ángulo recto hasta el nivel donde adelgazan los contrafuertes.


La capilla mayor consta de ábside semicircular y anteábside recto. Éste último alcanza aproximadamente la misma profundidad que las capillas laterales, de manera que el semicírculo absidal queda completamente por fuera del muro oriental de dichas capillas, lo que permite abrir ventanas en sus cinco paños. Dos molduras recorren los paramentos interiores. Una arranca de la altura de los cimacios de las capillas laterales, dibuja un doble ángulo recto hacia abajo a mitad del tramo anteabsidal (más o menos como en las capillas) y prosigue en horizontal marcando el nivel inferior del derrame del alféizar de las ventanas. La segunda moldura se inicia en los cimacios de los pilares torales para llegar a los de las pilastras de embocadura del semicírculo y desde allí contornear los arcos de las ventanas. Dobles columnas apean los arcos de embocadura del anteábside y del ábside, mientras columnas sencillas soportan los nervios. El anteábside se cubre mediante bóveda de medio cañón apuntado; el semicírculo, con bóveda de horno apuntada sobre nervios que confluyen en la clave del arco de embocadura absidal en una solución frecuente en edificios urbanos hispanos iniciados en torno a 1150-1160 y en grandes abadías cistercienses (Poblet, Moreruela, etc.). Una vez más la fábrica con la que guarda ciertas semejanzas y ofrece cronología más antigua corresponde a Santo Domingo de la Calzada, donde es nervada la bóveda que cubre la capilla de San Pedro, abierta en el eje de la girola, con dos nervios que se entregan en el arco de embocadura. En el paño meridional del semicírculo se abren dos nichos semejantes a los vistos en las capillas laterales, con la diferencia de que en este caso uno remata en semicírculo mientras el otro lo hace en arco apuntado.
Los capiteles de la capilla mayor ofrecen diseños diferentes. Los de las cuatro columnas sencillas muestran grandes hojas lisas o nervadas, vueltas en volutas poco plásticas que recuerdan de nuevo a Santo Domingo. Los dobles de los arcos de embocadura juegan con palmas, acantos, hojas nervadas y piñas, en diseños poco jugosos, obra de un escultor menos experto. Por el exterior la capilla mayor presenta la misma moldura sencilla que las capillas laterales por debajo de las ventanas. Entre cada vano existe un contrafuerte con doble rebaje. La cornisa apoya en canecillos sencillos de perfil triangular.

Capitel doble de la capilla mayor 

La nave del transepto, sensiblemente de la misma anchura y altura que la mayor, se ordena del siguiente modo: hacia el Este presenta las embocaduras de las capillas anteriormente descritas, separadas mediante pilastras de tres tipos: las de los arcos torales están articuladas por gruesas semicolumnas gemelas más columnillas en los codillos; las situadas entre cada par de capillas laterales disponen una semicolumna gruesa más columnillas en los codillos; y las de las esquinas muestran dos columnillas; una recibe el correspondiente nervio y la otra el arco formarel que remata el muro extremo del transepto. Por encima de los arcos de acceso a las capillas laterales se abren ventanas abocinadas de medio punto.

Nave del transepto 

El muro meridional presenta una puerta de medio punto junto al ángulo oriental, que conduce a una pequeña estancia de planta en cruz, alojada en el grueso del contrafuerte. Se ha supuesto que pudo servir inicialmente de archivo o “tesoro” (entendido al modo medieval, para guardar objetos preciados, quizá incluidas reliquias y miniaturas, no necesariamente joyas o metales preciosos).
Al lado de esta puerta se aprecia en el aparejo del paramento un cambio de obra, que también se manifiesta hacia el exterior y que delimita una de las fases constructivas. La ventana superior, amplia y de medio punto, es original.

Hacia el exterior muestra una disposición diferente a la empleada en las altas de la cabecera, lo que indica asimismo una cronología posterior. El muro septentrional presenta una composición parecida, pero algo más compleja.
En la parte inferior se ven dos puertas de medio punto. La oriental accede a la escalera de caracol que da servicio a las cubiertas. Más al oeste se abre otra puerta, centrada con relación a la sacristía emplazada al otro lado. Consta de bovedilla de medio cañón que da acceso a la puerta propiamente dicha, de medio punto y menor altura. Un poco más arriba se reconoce la antigua puerta de maitines, que conectaba directamente con el dormitorio por medio de una escalera de la que apenas quedan vestigios, cuya monumentalidad fue alabada en textos antiguos. Una serie de mechinales y otro hueco tapiado al mismo nivel son los restos del enteste de la escalera de maitines y también de uno de los cambios producidos en época posmedieval. La ventana original, de medio punto, está emplazada a nivel más alto que en el muro meridional, no sólo por la tradicional disminución del tamaño de los vanos en las fachadas septentrionales, sino por la necesidad de dejar espacio suficiente para disponer la cubierta del dormitorio. Las dos fachadas del transepto se caracterizan hacia el exterior por la presencia de un remate escalonado, que se prolonga por encima de las capillas laterales.
Todas las bóvedas del transepto son de crucería, pero mientras la central muestra nervios de triple baquetón, las cuatro restantes los disponen con perfil achaflanado, muy habitual en el gótico navarro de los dos primeros tercios del siglo XIII. La bóveda del crucero se decora mediante finas líneas rojas que resaltan sobre el fondo más claro del mortero de las juntas. En la clave fue pintada una cruz ensanchada con la misma tonalidad roja. Los capiteles altos del brazo sur alternan hojas lisas unidas mediante combados con otras que arrancan del collarino sin combados. Unas y otras se adornan con bolas u otros complementos de esquina. En el brazo norte distinguimos un conjunto numeroso de hojas lisas planísimas con combados.
En las tres naves longitudinales de la iglesia se reconoce el largo proceso constructivo. Las líneas básicas perduraron: a) separación mediante arcos apuntados, excepto en el primer tramo, donde se emplearon arcos de medio punto y diferentes proporciones, prueba evidente de un cambio de dirección de obra; b) utilización generalizada de bóvedas de crucería sencilla con nervios mayoritariamente achaflanados (excepto el primer tramo); c) pilares que suponen una variante del llamado tipo “hispano-languedociano”, con núcleo de sección cruciforme, semicolumnas gemelas gruesas en tres caras y frente liso hacia las naves laterales, con columnillas de menor sección en los codillos, opción acorde con la voluntad de austeridad, severidad y monumentalidad propia de la arquitectura cisterciense que con tanto acierto se plasma en La Oliva; y d) pilastras formadas por frente liso y una columnilla en cada codillo. Pero hubo cambios de detalle derivados de su edificación a lo largo de muchos años.
El tramo inmediato al transepto en las tres naves resulta algo distinto a los restantes. Se aprecia en que los capiteles bajos tallados siguen fórmulas que ya hemos visto en cabecera y transepto: hojas lisas unidas por combados con “copas” y bolas en las esquinas; alguno de ellos despliega una sobreabundancia de pencas de pequeño tamaño. Las proporciones están calculadas de modo que la altura desde el suelo hasta la moldura situada sobre el arco formero sea igual a la existente desde dicha moldura hasta la clave de bóveda. Para ello la bóveda resulta más abombada y ligeramente más alta que las de los restantes tramos.
El diseño de las ventanas mantiene las pautas conocidas de la cabecera, de tal modo que la del muro norte es más ancha que las restantes de la nave, mientras que las de la nave mayor son más estrechas. La molduración de los nervios de la bóveda de la nave mayor adopta un perfil de doble baquetón, parecido al del crucero y muy distinto al achaflanado que vemos en el resto de los tramos. Y tanto los nervios como los plementos fueron decorados con despiece de líneas rojas sobre las juntas de los sillares. Es el mismo procedimiento que hemos visto en el crucero y se empleará en la sala capitular. Visto por el exterior, es decir, en la panda meridional del claustro y en el muro perimetral sur, los paramentos acusan clarísimos cambios de obra tras este primer tramo. La diferencia entre el primer tramo y los restantes es muy fácil de entender en relación con el desarrollo lógico de las obras, puesto que para avanzar en el abovedamiento del crucero y del transepto, no bastaba con disponer como contrarresto las bóvedas de la cabecera, sino que eran precisos contrarrestos similares en la parte occidental, que sólo podía proporcionar la construcción consolidada del primer tramo de naves. En consecuencia, a la hora de resumir el proceso constructivo veremos que este primer tramo de las tres naves hubo de edificarse antes que las bóvedas del transepto.
En cuanto a los restantes cinco tramos, parece que las obras avanzaron de este a oeste, porque los capiteles más modernos, con hojarasca más tardía, se sitúan a los pies. En medio se emplean una gran variedad de patrones ornamentales.
Los hay que introducen diseños típicos del gótico inicial, con tallos vueltos en hojas lobuladas a manera de crochets, hojas de laurel, hojas grandes individualizadas, habituales en las primeras décadas del siglo XIII. Su presencia en los pilares 5 y 9 coinciden con un nuevo director de obras, el que cambió las proporciones de la nave y dirigió a una nueva cuadrilla de canteros. Un único capitel, en el pilar 9, acude al repertorio tardorrománico para figurar una arpía y una cabeza de monstruo que devora dos dragones. Este motivo aparece, entre otros lugares, en la cabecera de Santo Domingo de la Calzada y en un cimacio de la catedral de Tudela. Otros capiteles de las naves se inspiran en los más sencillos de la cabecera, pero prescindiendo de su plasticidad y de los habituales dados bajo el cimacio. Los hay que quieren ser más ricos, con hojas vueltas y abundancia de adornos geométricos o esquematizaciones vegetales, conseguidos mediante incisiones, muy toscos, como los bajos del pilar 7.
Da la impresión de que alguno pudo haber tomado como fuente de inspiración el capitel del Agnus Dei de la sala de los monjes. En los altos de los pilares 8, 9 y 10 se ve otra pobre derivación de diseños tardorrománicos, con bolas aplanadas rematando hojas lisas y tallos verticales. Y en los altos de los pilares 11 y 12 aparecen por vez primera cabecitas humanas, talladas con mucha torpeza. Podríamos explicar la novedad por el deseo de imitar un nuevo repertorio llegado a una obra muy significativa y muy relacionada con La Oliva, la actual catedral de Tudela, cuyos capiteles de los pilares del crucero introdujeron hermosas cabecitas entre hojarasca, conforme a un diseño propio de las primeras décadas del siglo XIII. Por último, los dos capiteles incrustados en el hastial ofrecen motivos vegetales típicamente góticos pero más avanzados, como grandes flores de lis o bien hojas más pequeñas de bordes dentados. Da la impresión de que fueron en general canteros poco hábiles quienes se responsabilizaron de la talla de los capiteles de las naves, tomando casi siempre como referencia patrones ornamentales ya empleados en La Oliva o Tudela. La excepcionalidad de algunos diseños, especialmente los adornados con hojarasca plenamente gótica, podría atribuirse a la presencia de algún maestro de mayor calidad que quizá acabara asumiendo tareas de mayor importancia, puesto que coinciden con cambios de fases constructivas. Los del muro norte parecen de distinta mano que los del sur, mientras que los capiteles altos dan la impresión de haber sido tallados por tramos.
Pese a su aparente semejanza, no todos los pilares son idénticos, sino que varios de los occidentales presentan zócalos ligeramente más bajos. Otro detalle propio de menor esmero se advierte en el despiece de sillares de las enjutas sobre los arcos de separación de naves, ya que no siempre consiguen hiladas uniformes y paralelas, sino que parecen iniciarse a la vez desde ambos pilares sin preocuparse por mantener la horizontalidad y continuidad de los tendeles.
Una torpeza semejante a la de muchos capiteles encontramos en el tratamiento de las claves: las de la nave meridional juegan con dibujos de cruces y orlas geométricas, mientras que las de la central adaptan con manifiestas limitaciones motivos típicos del gótico: cordero crucífero, rostro de Cristo con nimbo crucífero, águila explayada (probable representación del emblema del rey Sancho VII) y cruz florenzada. Todas ellas centran bóvedas de crucería sencilla en las que siempre se repite el mismo tipo de nervios de perfil achaflanado que hemos visto en el transepto.
El mismo tipo de nervios también se emplea en las naves laterales, con la diferencia de que sólo ciertas claves de la nave de la epístola están decoradas mediante diseños incisos circulares. Por cierto, estos nervios de las naves laterales trazan arcos rebajados, siendo los de los tramos segundo a sexto de menor curvatura que los del primero. En general las bóvedas han perdido su revestimiento pictórico, salvo la del tramo occidental de la nave mayor, donde quedan abundantes restos de dos fórmulas ornamentales: a) en los muros altos, en el arco fajón y en los nervios se ve una veladura blanca compartimentada por despiece fingido de sillares en rojo; y b) en los plementos se aprecia un fondo ocre con despiece fingido de sillares en blanco.
Casi todos los tramos de los muros perimetrales incluyen una ventana, siempre conforme a las mismas pautas de angostura y abocinamiento. Los tramos segundo, tercero y cuarto del muro septentrional tienen ventanas ciegas, porque la construcción del claustro gótico conllevó el reforzamiento del muro común con la iglesia. El tramo quinto carece de ventana por la presencia de la puerta de conversos y el sexto tampoco tiene porque no podía recibir iluminación externa (al otro lado estaban las estancias de conversos y la bodega). El tramo segundo del muro sur también presenta la ventana cegada por la sacristía nueva.


Capiteles de la nave 

Los tramos tercero, cuarto y quinto del sur son los únicos con ventanas abiertas, mientras que el sexto carece de ellas. En su lugar encontramos un arcosolio funerario gótico. Una moldura sencilla como la de las capillas laterales de la cabecera recorre el muro meridional bajo las ventanas. Las ventanas de la nave central muestran diseños más variados. Las del muro septentrional de los tramos segundo, tercero y cuarto son parecidas, estrechas y abocinadas, mientras que el tramo quinto ofrece dos de medio punto bajo arco rebajado. En el muro meridional desde el tramo segundo quisieron aprovechar mejor la entrada de luz y abrieron mayor número de vanos: tres en el segundo tramo, uno más ancho en el tercero, otros tres menos estrechos en el cuarto y cuatro en el quinto, siempre bajo arcos rebajados (excepto el tercero, con arco de medio punto). El tramo sexto carece de ventanas en ambos lados, lo que unido a otros elementos lleva a pensar en su edificación en una fase más tardía. Bajo todas las ventanas altas corre la habitual moldura horizontal de baquetón triple.

La puerta de acceso al claustro está situada en el primer tramo de la nave del evangelio. Consta de bóveda rebajada y puerta de medio punto, luego su trazado es diferente al de la puerta de la sacristía, con lo que inicia un tipo de ordenación de puertas que va a ser habitual en las dependencias realizadas ya entrado el siglo XIII. En esta línea, pero todavía más tardía, se sitúa la puerta de conversos, abierta en el penúltimo tramo de la nave del evangelio. Muestra arco apuntado y está precedida de una bovedilla muy rebajada. La puerta occidental es gótica.
Por el exterior, todas las cornisas tanto de las naves laterales como de la central descansan en ménsulas de perfil triangular, como las de la capilla mayor.
Sobre el crucero se alza un campanario octogonal, abierto en todas sus caras con arcos apuntados y cubierto por bóveda apuntada de ocho paños. En cada paño de la bóveda existe un hueco rectangular, todo pensado para difundir mejor el sonido de las campanas. Por el exterior culmina en una pirámide octogonal.
Al maestro tracista, quizá el propio Garsión, hay que atribuir la perfección en las proporciones del planteamiento inicial. Maciá y Ribes resumen que en La Oliva “la largura de las naves es igual al doble de su anchura total; la longitud total del templo es el triple de la anchura de las naves y la largura del crucero es igual al producto de esta anchura por raíz cuadrada de dos; esta misma medida más una vez la anchura de las naves da la posición del muro de levante del crucero en relación a la fachada de los pies. El grueso de los muros es la vigésima parte de la largura de las naves. Posiblemente la unidad de medida sea el pie capitolino. En definitiva, se trata del mismo sistema dimensional empleado en la Seu Vella [de Lérida] y la diferencia más importante es, únicamente, que en La Oliva se ha doblado la largura de las naves. Un último aspecto que confirma, todavía más, la proximidad conceptual de las dos obras es la relación anchura/alzada de la nave mayor, idéntica que en la Seu Vella: 1/1,7”.
La abundancia de marcas de cantero merece un breve comentario. En general se presentan en grupos de veinte a cuarenta, que parecen distribuirse la labor como si trabajaran por cuadrillas o por campañas diferenciadas. Es posible distinguir hasta tres grupos de marcas en la capilla mayor y colaterales. Las de quienes iniciaron las obras se constatan en las septentrionales y en la parte baja del muro meridional de la sacristía. El segundo grupo domina en las capillas meridionales, donde menos del 25% coinciden con las del primer grupo. El tercer grupo corresponde a la capilla mayor y en este caso sí hay un porcentaje importante repetido: casi el 40% corresponden a la primera cuadrilla, el 15% corresponden a marcas del primer grupo que se repiten en el segundo, otro 15% pertenecen exclusivamente al segundo grupo y sólo el 30% son marcas que no hemos visto antes y casi no veremos después. Así que la primera cuadrilla empezó la construcción de la iglesia abacial por las capillas septentrionales; la segunda lo hizo a continuación por las meridionales, con la esporádica colaboración de alguno de la primera. Cuando la primera terminó su tarea empezó a alzar la capilla mayor. Algunos de la segunda fueron sumándose al tajo y también llegaron nuevos canteros, que no se quedaron demasiado tiempo.
Se aprecia con nitidez un corte de obra cerca de la esquina oriental del muro sur del transepto. En el muro norte el corte no es tan evidente, entre otras razones por haber sufrido más modificaciones (tribuna añadida en época barroca) y por conservar restos de revestimiento pictórico que disimulan las irregularidades en las hiladas. De todas formas, también aquí se advierte, al otro lado de la puerta, la introducción de marcas distintas. A partir de ambos cortes aparecen a ambos lados del transepto, en conexión con una nueva fase de obras reconocible asimismo en el tipo de capiteles, una serie novedosa de marcas, algunas de ellas muy peculiares y repetidas. Casi el 30% corresponden a la primera y no llegan al 10% las de la segunda. Las marcas nuevas son mucho más abundantes en el muro sur que en el muro norte. En el primer tramo de la nave y en los cuatro primeros pilares coinciden con las del transepto. Sólo aparece un 20% de marcas nuevas, de lo que deducimos que hubo una evidente continuidad entre la labor de los muros perimetrales del transepto y la del primer tramo de naves con sus pilares. Los nervios de la crucería del primer tramo de nave presentan marcas completamente distintas a las de los pilares que los sostienen. Son muy cuidadas y bien trazadas, con abundantes remates en cuña y en todo semejantes a las existentes en la bóveda de la sacristía y en muchas de las restantes dependencias de la panda oriental del claustro. Hemos de concluir que fue una nueva cuadrilla la encargada de abovedar dicho primer tramo. A partir del segundo tramo y hasta los pies, así como en los correspondientes pilares, aparece otro grupo de marcas, más relacionadas con las del transepto y primer tramo. Pero junto a ellas vemos algunas nuevas que se van a reiterar mucho en esta área. En total registramos en esta zona una cincuentena, con una peculiaridad en la distribución, en cuanto que si bien algunas marcas aparecen tanto en el muro sur como en el norte, y en los pilares de uno y otro lado, otras sólo figuran en uno de los lados. De ello podemos deducir que, o bien trabajaron dos equipos simultáneamente, o bien las obras avanzaron con más velocidad en la parte septentrional. Para terminar, la fachada occidental (salvo la portada propiamente dicha) ofrece a la vista marcas que son muy frecuentes en las naves, por lo que hay que asignar la elevación de sus muros a la misma fase y cuadrilla. En cambio, en la parte alta de la fachada, es decir, en el pasaje abovedado, aparece un número de marcas muy reducido, que hemos visto con anterioridad. La escasez es semejante a la que encontramos en dependencias tardías, como cocina y refectorio.

Dependencias monásticas
A época tardorrománica pertenecen las dependencias de la panda oriental. Los dos muros principales y paralelos que limitan las estancias de norte a sur, presentan distinto grosor. El oriental mantiene una anchura uniforme a lo largo de toda su extensión, mientras que el occidental cambia en cada estancia: en la antesacristía es muy estrecho (lo que probablemente originó la disposición del arco de descarga, que no vemos sobre ningún otro vano); en la sala capitular es algo más ancho, pero no tanto como el oriental; y en el locutorio y vestíbulo de la sala de monjes ofrece grosor semejante al del otro lado. Esto provoca que los vanos abiertos a un lado y a otro sean distintos: las puertas orientales se articulan mediante dos arcos de distinta factura, mientras que las occidentales precisan un vano sencillo de mayor o menor profundidad. Las ventanas orientales se abren mediante pronunciado abocinamiento. En la mayor parte de los casos los muros longitudinales no traban con los transversales, lo que significa que no fueron edificando y concluyendo las estancias una a una, yuxtaponiéndolas, sino que siguieron el criterio más eficaz de avanzar primero en el muro oriental, de grosor uniforme, antes de ir subdividiendo los espacios propios de cada estancia.
La sacristía está emplazada aneja al muro septentrional del transepto. Se trata de una estancia dividida en dos espacios, uno rectangular cubierto por bóveda de medio cañón y otro casi cuadrado con bóveda de crucería. El examen de los muros revela que fue añadida después de terminado el muro norte del transepto.
El corte de obra se aprecia nítidamente en el paramento de la galería claustral y en el enteste de la bóveda de medio cañón. Lo confirma además el análisis de las marcas de cantero. En efecto, visto desde claustro, situándonos nada más acceder a él por la puerta de la iglesia, justo al lado del pequeño armariolum situado al sur de la puerta de la antesacristía, se aprecia un corte en el paramento, tanto en la colocación de las hiladas como en el color de la piedra.
Lo mismo sucede en el interior de la sacristía, donde las primeras hiladas se labraron con sillares de color mayoritariamente arenoso, mientras que a partir del arranque del arco encontramos abundante piedra de tonalidad más grisácea.
Las marcas de cantero de las hiladas inferiores, las de color arena predominante, son semejantes a las que se ven en el interior de a iglesia, en el brazo norte del transepto, mientras que las de la bóveda incluyen muchas nuevas, las mismas que hallamos a lo largo de toda la panda oriental del claustro y que ya hemos visto en la bóveda del tramo oriental de la nave mayor. La sacristía se cubre con bóveda de medio cañón, elaborada en sillares muy bien escuadrados que atestiguan la pericia en la talla del nuevo equipo venido para continuar las obras del monasterio. Dispone de un nicho en su muro occidental, quizá empleado –como en otros monasterios bernardos– para quemar las telas usadas en la unción de los óleos a los moribundos o para recoger las aguas con que se habían lavado vasos y ornamentos sagrados. La puerta oriental fue añadida cuando se modificó toda esa zona al remodelarse el dormitorio y las dependencias hacia la capilla de San Jesucristo.
La antesacristía forma un espacio casi cuadrado, comunicado con la sacristía y el claustro. Se cubre con bóveda de crucería formada por potentes nervios constituidos por un grueso bocel, recurso muy frecuente en edificaciones del último tercio del siglo XII y primero del XIII.
En los plementos quedan restos de la decoración pictórica consistente en encintado rojo sobre el rejuntado de color claro. Se supone que este reducido espacio pudo haber servido como biblioteca, aunque en su interior no existen huecos en las paredes para alojar estantería y, en cambio, sí los hay tallados por su parte exterior, en el muro del claustro, con rebajes y marcas indicativas de haber tenido puertas y estantes, lo que evidencia su uso como pequeñas librerías. La presencia de armarios excavados en piedra en la pared que da al claustro es una constante cisterciense.
En el caso olivense se ven los rebajes en que encajaban los estantes de madera. La puerta hacia el claustro es muy amplia, de medio punto, y presenta molduración en forma de doble bocel parecido a la de la puerta que comunica iglesia y claustro, pero no idéntica ya que el doble bocel de la de la iglesia descansa en un zócalo y el de la antesacristía se presenta continuo hasta el suelo. Fueron cuadrillas distintas las que tallaron una y otra.
La sala capitular presenta planta cuadrada con cuatro columnas que apean seis bóvedas de crucería enteras y tres semibóvedas, siguiendo una solución que encontramos en Scala Dei y en Veruela. Como sabemos, estas tres abadías están unidas por relación de filiación, ya que de la francesa dependieron tanto la navarra como la aragonesa, por lo que hemos de suponer que el punto de partida de esta solución está en Francia. Además, si examinamos los capiteles de las tres salas capitulares, los de la francesa muestran el repertorio decorativo más antiguo, todavía perteneciente a la tradición del románico pleno languedociano, mientras que las dos españolas incorporan diseños tardorrománicos. Los capiteles derivan del repertorio empleado en las partes altas del transepto. Las bóvedas, de crucería sencilla, están formadas por nervios que ofrecen la misma sección con bocel vista en la antesacristía y nos recuerdan a los de Scala Dei, aunque allí son de ladrillo.
Los arcos que unen las columnas se adornan con baquetones en las esquinas. Un elemento muy característico es el adelgazamiento hasta terminar en punta que se produce en los arranques de los nervios, constreñidos por los gruesos arcos que conectan las columnas. Este recurso aparece en salas capitulares del Midi francés (Scala Dei, Fontfroide y Flaran) y, según Biget, Pradalier y Pradalier Schlumberger, su llegada a Languedoc habría tenido lugar después de 1181 y su presencia en Scala Dei, de donde pudo haber pasado a La Oliva, sería posterior a 1200. La puerta y las dos parejas de arcos de medio punto abiertas al claustro descansan en grupos de cinco columnas en cruz, muy conseguidos, de manera que existen soportes tanto para las arquivoltas interiores de menor luz como para las exteriores (se trata de arcos doblados). Es muy probable que estos grupos cruciformes de fustes se inspiraran en las cuatro columnas en cruz que apean los arcos también doblados pero más austeros (carecen de molduración) de la sala capitular de Scala Dei.

Sala Capitular

Sala capitular 

Cuando la galería oriental fue abovedada en el siglo XIV se añadieron columnas, arcos y ménsulas. Se conservan las dos ventanas originales de la sala, de medio punto y con enmarque abocelado. El abocinamiento de ambas mantiene buena parte de lo que debió de ser la ornamentación mural original de las bóvedas y vanos edificados por esta cuadrilla, consistente en encintado de mortero claro sobre las juntas de los sillares, recorrido por una gruesa línea roja, descrito en la antesacristía y en el tramo oriental de la nave mayor. Es un procedimiento muy sencillo de ornamentación, que encontramos en otros edificios navarros de finales del siglo XII también caracterizados por su austeridad, como el palacio real de Pamplona. La ventana central fue redecorada en época posmedieval.
La puerta que hallamos a continuación de la sala capitular comunica con la escalera de acceso al dormitorio. La puerta es alta, pero más estrecha que las de la antesacristía e iglesia. El vano remata en arco de medio punto y carece de molduración. La escalera se cubre mediante una sucesión de arcos de medio punto progresivamente más elevados a ritmo con los escalones, que sobresalen del muro lo suficiente como para enriquecerlos con una moldura sencilla. El sistema de arcos en degradación recuerda fuertemente a soluciones arquitectónicas del románico provenzal, como el abovedamiento del crucero de la catedral de Aviñón, lo que nos proporciona una pista para aventurar la procedencia del taller que edificó toda esta fase. Al llegar a media altura, la escalera se bifurca en dos, perpendiculares al tramo inicial, solución muy frecuente en dormitorios cistercienses.
A continuación se abre al claustro otra puerta, más baja y de la misma anchura, que conduce a un espacio rectangular cubierto con bóveda de medio cañón. Se trata del locutorio, el lugar donde el prior se comunicaba verbalmente con los monjes y distribuía las tareas a realizar tanto en el interior del entorno claustral como en huertas y campos de cultivo. Tiene tres puertas originales. Una hacia el claustro, de medio punto, arco único y sin molduración, ya mencionada. La segunda se abre enfrente, hacia el huerto, también de medio punto sin molduración pero con doble vano, siendo el interior más alto (veremos que esta solución se repite en la sala de los monjes); el aro exterior dispone un rebaje para el batiente. La tercera, más pequeña y dintelada, está en el muro meridional y comunica con la cárcel. A partir de 1206, en los cenobios cistercienses fue permitida la construcción de una pequeña celda de reclusión. Generalmente fue ubicada en el estrecho espacio que quedaba debajo de la escalera de acceso al dormitorio. En La Oliva se trata de un espacio rectangular, angosto, cubierto por dos bóvedas de medio cañón. La más alta incorpora una pequeña abertura rectangular que comunicaba con el dormitorio. Debido a su colocación debajo de la escalera, su parte occidental hubo de abovedarse a menor altura, pero con la misma calidad constructiva. En el muro oriental se abre una estrecha aspillera abocinada, semejante a otros vanos del monasterio. En el sur existen dos nichos rectangulares que parecen originales modificados. La estancia resulta muy estrecha; apenas dejaba espacio para ubicar un camastro.
La última puerta situada en la galería oriental del claustro comunica con un espacio rectangular muy parecido al locutorio, tanto en dimensiones como en elementos. La puerta, de medio punto y sencilla, es en todo semejante a la de dicho espacio. Lo mismo sucede con la que da al huerto, con su doble arco, muy deteriorada en el rebaje para el batiente. Se cubre con bóveda de medio cañón. La tercera puerta, de medio punto y doble arco, se abre en el muro septentrional y da a la sala de los monjes. La existencia de un vestíbulo paralelo al locutorio es una opción visible en muchos monasterios cistercienses, aunque otros prescinden de él y acceden directamente desde el claustro a la sala de los monjes. No está claro el uso y la necesidad de una estancia tan semejante a la del locutorio. Quizá tenga que ver con la existencia de la enfermería justo al otro lado del muro oriental de la sala de los monjes.
La sala de los monjes solía ser el espacio más cuidado después de la iglesia y la sala capitular. En ella realizaban tareas intelectuales, como la copia de códices, y otras actividades a cubierto. La de La Oliva es rectangular y en su centro se sitúan dos columnas que apean las seis bóvedas de crucería con que se cubre la totalidad del espacio. Dispone de tres puertas originales, todas de medio punto. La del muro meridional conecta con el vestíbulo. Consta de dos arcos de medio punto sin molduración especial. La del muro septentrional se abría hacia el exterior y también consta de doble arco. La tercera puerta, en el muro occidental, comunicaba con el calefactorio y se abría hacia poniente (hoy se encuentra tapiada, lo que no impide ver el doble vano). Cuenta con dos ventanas. La primera, original, de medio punto y abocinamiento interior se abre en el tramo suroriental. La segunda, dintelada y de doble abocinamiento, fue añadida, puesto que comunicaba con un espacio que desde el principio parece haber estado cerrado y cubierto mediante arcos de piedra. Dos huecos rectangulares en el muro oriental debían de servir como pequeños armarios. Su factura semejante al doble hueco de la cárcel permite suponer que son originales. Otro hueco similar aparece en la pared frontera, pero no se puede afirmar que estuviera allí desde el principio. Las dos columnas presentan capiteles decorados. El meridional dedica su cara oriental a un Agnus Dei crucífero y las restantes a grandes hojas muy ornamentadas mediante incisiones, con combados que encierran grandes palmas en las esquinas y enmarcan una hoja lanceolada lobulada en el centro de cada cara. No tiene nada que ver con los que hemos visto en la cabecera de la iglesia, por lo que hemos de atribuirlo a un escultor de la cuadrilla que construía toda la panda. El septentrional es vegetal, en la línea de algunos vistos en la iglesia aunque de mayor calidad, con grandes hojas lisas (de reborde inciso) vueltas en piñas con adornos avolutados y tallos verticales de esquina; en el centro de cada cara vemos una lanceta. Sobre los amplios cimacios de los capiteles apean los arcos y nervios que constituyen las bóvedas. Todos los nervios muestran grueso bocel, semejante al de la antesacristía y la sala capitular. En cambio, los arcos que descansan en la columna meridional presentan perfil más complejo que los otros, ya que se molduran con baquetones en las esquinas (como los arcos de la sala capitular), frente al sencillo cuadrángulo de los septentrionales. En el centro de los cuatro muros se dispusieron ménsulas de dos rollos o de talón que reciben los arcos y los nervios. No hay ménsulas en las esquinas, de manera que los nervios penetran en el rincón mediante adelgazamiento, con un procedimiento que nos recuerda al empleado en la sala capitular. La sala comunicaba hacia el norte, a través de la puerta que se cerraba desde fuera, con otra estancia, probablemente cubierta de madera y que quedaba por encima del canal de desagüe. Es ésta la ubicación más frecuente de las letrinas en los monasterios cistercienses.
Hacia el este, entestaban en el exterior de la sala de los monjes los muros paralelos que iba hacia la capilla de San Jesucristo y que formaba parte, según la documentación del siglo XIV, de la antigua enfermería.

Sala de los monjes 

Encima de las dependencias abiertas a la galería oriental del claustro se situaba el dormitorio de nave única. Era una gran sala rectangular cubierta con once arcos transversales de piedra que soportarían una cubierta de madera.
Se conserva el arranque de uno de estos arcos en el muro encima de la sala de los monjes. Se trata de una ménsula y las primeras dovelas de una solución conocida en otros edificios navarros y europeos de los siglos XII y XIII. Los dormitorios cistercienses solían contar con numerosas ventanas, de manera que cada camastro tuviera al menos una en sus inmediaciones, que permitiría la buena iluminación a la hora sexta, cuando los monjes aprovechaban para leer.
El de La Oliva todavía muestra los huecos correspondientes a una serie compuesta por once de ellas, todas seguidas, más la duodécima abierta en la pared que daba más allá del locutorio. Ésta última conserva el hueco y el dintel originales; las demás están restauradas y cegadas. Todas corresponden al muro occidental (del oriental nada queda). Son ventanitas abocinadas, rectangulares. Por lo visto fueron recrecidas y completadas durante el proceso restaurador del siglo XX.
Del calefactorio sólo existe la antigua puerta medieval, de medio punto hacia el claustro y de arco rebajado hacia el interior, hoy tapiada. Muchos monasterios tuvieron una oficina intermedia entre el calefactorio y el refectorio. Lo delata en La Oliva la existencia de una puerta propia y diferenciada, de medio punto semejante a la que comunicaba con el calefactorio, así como la notable separación existente entre ambos espacios. Del refectorio conservamos buena parte del muro meridional, la parte del muro occidental compartido con la cocina y sólo las hiladas inferiores de una parte del resto. De planta rectangular y nave única, estuvo cubierto por arcos transversales de piedra sobre los que descansaría una bóveda o una cubierta de madera. Quedan a la vista los arranques de tres de los ocho arcos que soportaban su cubierta, que según antiguas descripciones pudo haber sido de medio cañón. Dichos arranques constan de una sencilla ménsula de perfil redondeado y seis o más dovelas. La fachada meridional, que conectaba con el claustro, conserva en su parte baja la puerta original, de medio punto. El intradós aparece moldurado con doble toro sobre zócalo. Aunque su forma nos recuerda a la puerta por la que se accede desde el claustro a la iglesia, el examen detenido demuestra que ciertamente se inspiraron en ella, pero no emplearon las mismas plantillas para su labra, por lo que hemos de concluir que se realizó en una fase diferente, aunque coincida con ella en la disposición interior de un arco rebajado. La puerta se veía flanqueada por dos vanos semicirculares a manera de ventanas bajas a cada lado que todavía tienen parte de los herrajes. La composición de puerta más dos vanos es novedosa en lo que conozco de refectorios cistercienses hispanos. Recuerda a la distribución de vanos en los accesos a las salas capitulares, pero no consta que en ningún período el refectorio de La Oliva fuera usado como sala capitular. Tanto la puerta como estas ventanas están labradas con cierta tosquedad, de manera que los encuentros con las hiladas dispuestas alrededor se resuelven de forma torpe. Existen marcas de cantero semejantes a algunas de los edificios más tardíos, por lo que hay que concluir que la puerta y las cuatro ventanas fueron ejecutadas después de terminada la sala de los monjes y al mismo tiempo que el resto del refectorio y la cocina. En el muro común con la cocina vemos una alacena doble en esviaje, probablemente original y, justo donde termina el muro de la cocina, una ventana baja abocinada. La parte alta de la fachada meridional se ordena mediante dos ventanas alargadas de medio punto y un óculo lobulado, cegados cuando recrecieron el claustro.
Junto al refectorio se encuentra la cocina, de planta rectangular y cubierta por dos tramos de bóveda de crucería. Se trata de una dependencia muy modificada. Inicialmente parece que tuvo el hogar en el centro, como muchas otras cocinas cistercienses. Llegaron al siglo XX restos de un tiro emplazado en el centro de la bóveda, cuyas huellas desaparecieron con motivo de una restauración. En el muro meridional, que la separa del claustro, se encuentra la puerta, cegada en su mitad por un muro de ladrillo. En el muro oriental, que la separa del refectorio, existe un gran vano de medio punto que comunica con la alacena rectangular en el lado del refectorio. Se supone que es el torno a través del cual se pasaba la comida. A continuación existen otra alacena rota y una más, muy deteriorada, que conecta asimismo con el refectorio (además de un hueco en alto). En el muro occidental hay un nicho que comunica con el otro lado del muro y debió de servir como ventanilla para pasar la comida al refectorio de conversos. A continuación se ve una alacena con arco apuntado y un vano cegado que al otro lado se corresponde con un arco carpanel. El muro septentrional tiene una ventana y dos puertas. La puerta oriental es original, con vano de medio punto hacia el interior y rebajado hacia el otro lado. Se abría hacia el exterior.

Cocina 

La puerta situada hacia el oeste fue añadida en época desconocida. La ventana es de medio punto, mayor que las habituales en La Oliva. El deterioro de su enmarque impide una datación definitiva, pero da la impresión de seguir las maneras de aparejar el abocinamiento (con dovelas internas de menor tamaño) propias de la que se encuentra en el muro frontero y de las del refectorio, por lo que habría sido proyectada desde su construcción. Las bóvedas descansan en ménsulas. De las que se sitúan en las esquinas, una está rota y las tres restantes se decoran con grandes hojas lisas que siguen el diseño de las de la sala capitular, orladas con reborde conseguido mediante líneas incisas. Una de las dos ménsulas centrales también muestra grandes hojas más sencillas, formando parte de una sección de cono, al igual que la enfrentada. Los nervios ofrecen sección rectangular que no ha de interpretarse como testimonio de mayor antigüedad, sino de su pertenencia a una estancia para cuyo uso no era apropiada una decoración esmerada. En el centro y hacia el sur, donde antiguamente hubo tiros de chimenea, los plementos se ven restaurados.
En la esquina común entre las pandas occidental y septentrional existió una escalera de caracol hoy accesible desde la parte alta y cegada en cambio en la zona baja. Su puerta inferior pudo estar junto a la puerta de conversos del claustro, porque allí el muro se ve completamente reconstruido. Debió de emplearse para dar servicio a la zona alta de las estancias de conversos. En su parte baja se adorna con un friso de arquillos. El exterior del muro occidental de la cocina presenta una disminución de sección en la parte alta, probablemente dispuesto para la colocación de un forjado en el presumible comedor de conversos. Las estancias dispuestas en la panda occidental son muy posteriores a época románica. La portería corresponde a mediados del siglo XIII.

La capilla de San Jesucristo, al nordeste de la iglesia, es un pequeño edificio muy restaurado de nave única, de un único tramo, que remata en cabecera poligonal de cinco paños. Al exterior presenta contrafuertes en las esquinas. La nave se cubre mediante bóveda de cañón apuntado situada entre dos arcos que descansan en sus respectivas columnas con tambores, con capiteles de grandes hojas lisas unidas por combados y cuyos espacios intermedios se adornan mediante incisiones en forma de cabrios.
La cabecera dispone una bóveda de nervios, también sobre columnas aparejadas, que confluyen en el arco de embocadura en un diseño que recuerda a la capilla mayor de la iglesia abacial. Pero ya vio Lambert la clara diferencia entre el cuarto de esfera de la iglesia, reforzada en su parte inferior por gruesos nervios, y las superficies curvas que unen los nervios en la capillita, ya que forman plementos diferenciados. A veces se han extraído consecuencias cronológicas de ello, diciendo que el abovedamiento de la iglesia es más antiguo y más sencillo que el de la capilla. La realidad es algo más compleja, porque el sistema empleado en dicha capilla no es por sí mismo más moderno. Ni siquiera es un hallazgo de la arquitectura gótica, sino un procedimiento ya empleado en espacios plenamente románicos como el cuerpo alto del pórtico de Moissac. Allí, de manera semejante a La Oliva, se quiere compaginar una bóveda de nervios con la máxima altura en cada uno de los paños murales de los que arranca dicha bóveda.

Interior de la capilla de San Jesucristo 

En consecuencia, los capiteles de los que arrancan los nervios no se colocan en la parte superior del muro, sino a nivel más bajo. Parece deducirse de este sistema constructivo que el objetivo en la capilla de Jesucristo era disponer una bóveda nervada sobre un espacio de altura restringida sin imposibilitar la apertura de ventanas a cierta altura, ya que los nervios descansan en capiteles cuyos cimacios se emplazan justo al ras del abocinamiento del alféizar de las ventanas.
El diseño de la cabecera, poligonal en el exterior y en el interior, hace de San Jesucristo una de las primeras iglesias navarras en que tanto el exterior como el interior de la cabecera están formados por cinco paños, muy frecuente en el gótico navarro y que aparece ya en Roncesvalles, en el primer cuarto del siglo XIII, cuyos cinco paños empiezan con un quiebro respecto de los muros de la nave, como en la capilla que nos ocupa. El diseño de los capiteles recuerda a la sala capitular y también a algunos labrados por talleres tardíos en el interior de la iglesia abacial. Muestran grandes hojas lisas de escaso relieve, unidas por combados y marcadas en sus detalles y en elementos intermedios mediante incisiones. Carecen de dados bajo los cimacios, que son todos iguales, con triple baquetón prolongado en moldura del mismo tipo que la que recorre los paños ciegos. Todos estos detalles llevan a proponer una datación avanzada, que podemos corroborar por la cercanía de diseño que muestran respecto de la portada de la iglesia de Carcastillo, consagrada en 1232. Las marcas de cantero prueban que San Jesucristo fue edificada después de la panda del capítulo y antes del refectorio, cocina y portería. Por eso resulta muy adecuado identificarla con la capilla de la enfermería, de acuerdo con documentos antiguos y con el testimonio del padre Ubani.
Resumiendo, las fases constructivas tardorrománicas, tendríamos el comienzo de la iglesia por su cabecera hacia 1164, según traza y dirección inicial del arquitecto de Santo Domingo de la Calzada. Se alzaron primero las capillas laterales y luego la mayor, que estaría abovedada a tiempo para la consagración de 1198. Luego se edificaron los muros y pilares del transepto y el primer tramo de las naves, en fechas muy cercanas a la consagración, que fueron abovedados a continuación, interviniendo aquí un maestro mayor de probable origen provenzal, al que también cabe responsabilizar de la construcción de las dependencias de la panda oriental del claustro (sacristía, sala capitular, locutorio y sala de los monjes) en las dos primeras décadas del siglo XIII. Después prosiguieron la construcción de las naves de la iglesia y la capilla de San Jesucristo, en la segunda y tercera décadas del XIII, para continuar con el refectorio, la cocina y la portería, ya en el segundo tercio de la decimotercera centuria. La portada de la iglesia, las galerías del claustro y otras obras corresponden ya plenamente a diseños y época gótica.

 

 

 

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