Románico en los Monegros
La comarca de los Monegros se extiende por las
tierras de la provincia de Zaragoza y la de Huesca, ocupando la parte central
de la Depresión del Ebro, estando vertebrada por las sierras de Alcubierre y
Sigena que se van extendiendo desde la zona del noroeste hacia la zona sureste,
alcanzando la cota de 822 m en el Monte Oscuro. Las tierras de la Hoya de
Huesca y de Zaragoza ponen su límite en el poniente, las del Bajo Cinca y Caspe
en el oriente, al Sur está la Ribera Baja del Ebro y al Norte se suceden los
paisajes de Huesca, Barbastro y del Cinca medio.
Este paisaje estepario, considerado como único
en España, está cubierto de cerros, llanuras y barrancos, en los que se suceden
pequeñas balsas de agua salada que se van creando a partir de la escasa agua de
lluvia. Es un territorio que está entre las aguas de los ríos Ebro al Sur,
Gállego al Oeste y Cinca al Este, porque los únicos ríos que penetran en este
territorio son el Flumen a la izquierda y el Alcanadre a la derecha, que se
unen pasado Sariñena para ir a buscar al Ebro.
El paisaje hoy día está formado principalmente
por tierras bajas en las que se han ido asentando las poblaciones en función de
las comunicaciones que la recorren, cuestión que ya documenta la arqueología
desde el mundo romano para conectar el interior de Hispania con la costa
mediterránea. Las localidades más ricas en población las encontramos en la zona
norte, donde se concentran la mayor parte de los habitantes de la comarca. En
la zona centro se encuentra Sariñena, que va a jugar un papel de centralidad para
el territorio desde siempre, y en la zona sur están poblaciones como Bujaraloz
y la Almolda, además del monasterio de Villanueva de Sigena.
El paisaje desértico monegrino es algo que, a
la vista de los testimonios documentales y bibliográficos, debemos considerar
moderno puesto que en la antigüedad estaba poblado de abundante matorral y
sotobosque que creaba una masa arbórea que –al caminante– daba la sensación de
encontrarse ante una mancha oscura llena de peligros. Espacio de bandoleros y
de escaramuzas bélicas, como las acaecidas en el movido interregno de 1401 que
puso fin el Compromiso de Caspe en 1412, este paraje boscoso fue referido incluso
en fuentes musulmanas a las que debemos el topónimo, pues los musulmanes
nombraron este territorio como al-Yabal al-aswad, el “monte negro”.
Incluso se ha hablado que el Cantar de Roldán podría referirse a él cuando
menciona a Montnegre, paraje próximo a Zaragoza que es atravesado por el
ejército franco tras la negativa del gobernador musulmán de Zaragoza a abrir
las puertas de la ciudad en el verano del año 778. En todo caso, el bosque
pervivió durante el medievo puesto que se consideraba que un hombre a caballo
no lo podía atravesar –en buen andar– en menos de tres días. La zona,
seguramente deforestada a partir del siglo xvi según algunos por decisión de
Felipe II con ocasión de la construcción de la Armada Invencible, cosa compleja
pues esta zona debería estar cubierta por sabinas que no es madera usada en los
barcos.
Lo que sí se sabe es que esta zona está muy
poblada en época musulmana especialmente desde el siglo X, aunque hay
asentamientos de fines del siglo ix en Alberuela de Tubo, cuando la arqueología
nos documenta establecimientos tan importantes como la población de Las Cías de
Marcén, donde vivieron cerca de cuatrocientas personas dedicadas a la
agricultura (cereal y olivo) y a la artesanía. Este núcleo, según el profesor
Sénac, se mantendría activo hasta principios del siglo XII cuando se encuentra
con que se abandonan su mezquita califal, sus calles y sus amplias casas
pluricelulares de ocho y nueve habitaciones. La fecha del abandono coincide con
la del avance de los ejércitos aragoneses por estas tierras del distrito
musulmán de Huesca, acción que supuso la quiebra del sistema defensivo musulmán
asentado en la fortaleza de Gabarda, construida por los musulmanes sobre los
restos de una torre de vigilancia romana alto imperial, que fue conquistada por
Pedro I en el año 1104 y entregada la gobierno de un tenente cristiano que
contribuirá a defenderlo y a convertirlo en un ariete para un territorio
fuertemente islamizado.
El hermano del rey Pedro, el famoso Alfonso el
Batallador, fue el que llevó a cabo las grandes acciones de ataque por los
Monegros, tierra en la que incluso encontró la muerte (en la aldea monegrina de
Poleñino el año 1134) después de abandonar gravemente herido la batalla que se
dio ante las murallas de la ciudad de Fraga, una ciudad que Alfonso I había
soñado con conquistar y que no caería en manos aragonesas hasta 1148. La
situación creada a la muerte del rey no es fácil de resolver, tarea en la que se
manejó bien su hermano Ramiro II “el Monje” que abandonó el monasterio obligado
por los nobles y ciudades aragoneses. Su primer problema es el conflicto con
las órdenes militares, a las que su hermano ha dejado el reino, un conflicto
que durará años y que al final se resolverá con compensaciones de tierras y
bienes que en algunos casos, también estarán en esta comarca monegrina donde
tienen notables posesiones los templarios.
La gran operación del siglo xii en estas
tierras es la fundación del Real Monasterio de Sigena, obra de la reina Sancha
de Aragón en 1188, que tiene como cometido principal el poner en funcionamiento
estas amplias tierras y el controlar el camino que une Fraga y Huesca,
Barcelona y Zaragoza, cosa que no es ajena a las religiosas hospitalarias y a
su espíritu caritativo. El monasterio se empeña en el desarrollo de la zona,
logrando convertir un secano del siglo xii en un vergel agrícola en el xiii, al
mismo tiempo que considera fundamental la concesión de cartas de población que
crean nuevos enclaves como Bujaraloz y Candasnos. Carta que también se concede
a Sariñena en 1170 autorizándoles a construir todas las acequias que quisieran
del Alcanadre para derivar el agua de aquel a sus tierras, asiento sin duda del
poder económico de esta villa que albergará pronto interés en construir
edificios románicos. Aquí nos encontramos con un ejemplo de este románico
tardío, la ermita de Santiago, que participaría de lo que en algunos estudios
llaman iglesias de repoblación, construidas en el siglo XIII y estructuradas en
sencillas plantas rectangulares con arcos diafragma apuntados y portadas de
tradición románica.
Este es el momento en el que llega, con esta
repoblación de las órdenes militares, un estilo románico muy básico, rural,
construido desde la pobreza de los recursos de pueblos que se acaban de fundar,
aunque manteniendo la estética cisterciense, de buena fábrica de sillería,
todavía con muy pocos vanos a pesar de lo avanzado del siglo y con una
llamativa desnudez en capiteles y canecillos. Serán fundamentalmente obras del
siglo XIII e incluso más tardías, las que nos muestran la presencia del
románico en los Monegros, excepción hecha del magnífico espacio monástico de
Sigena que nació llamado a ser Panteón real de la monarquía aragonesa.
Es momento de constatar también la existencia
de un importante trasiego de peregrinos a Santiago que –documentados desde el
siglo XII– siguen el conocido como Camino del Ebro, rumbo a la ciudad de
Zaragoza vinculada al culto de Santa María la Mayor.
En esta página dedicada a la Comarca de Los
Monegros he elegido el excelente Monasterio de Santa María de Villanueva de
Sigena y las iglesias de Fraella, Marcén.
Villanueva de Sigena
La localidad de Villanueva de Sigena se
encuentra a 56 km de Huesca, a 92 de Zaragoza y a 16 km de la capital de su
comarca, Sariñena, en dirección hacia Fraga. Este término municipal se
caracteriza por un clima desértico y un paisaje típicamente monegrino, donde
destaca el monte repleto de pinares y arbustos que provocan un cambio drástico
en el paisaje en relación al llano. No hay que olvidar que es la población
natal de Miguel Servet, el descubridor de la circulación menor, o pulmonar, de
la sangre que fue condenado a la hoguera por el fanatismo de Calvino.
Real Monasterio de Santa María de Sigena
El Real Monasterio de Santa María ubicado en el
término municipal de Villanueva de Sigena, a poco más de 1 km al sur de esta
localidad, está situado en la margen izquierda del río Alcanadre, en un
ensanchamiento de su valle que tiene lugar pocos kilómetros antes de que éste
afluente desemboque en el río Cinca y que hace que dicho monasterio componga
casi un pequeño oasis en las proximidades de la comarca semidesértica de los
Monegros. Como observa Agustín Ubieto, el monasterio de Sigena se encuentra en
una zona que fue de gran importancia estratégica en época medieval puesto que
es equidistante de las ciudades de Zaragoza, Huesca, Barbastro (Huesca) y
Lérida, y en la ruta que llevaba desde Huesca y Barbastro hasta Lérida y Fraga
(Huesca), siguiendo las principales vías fluviales cercanas (ríos Alcanadre,
Isuela, Flumen y Cinca).
Al estudiar el avance de las tropas aragonesas,
se detecta que esta región estaba necesitada en las últimas décadas del siglo
XII de la existencia de una localidad o un monasterio que organizara su
territorio. Los documentos más antiguos que se conocen en relación con el
origen del monasterio de Sigena se remontan al mes de octubre de 1187, cuando
Ermengol de Aspa, prior del Hospital de San Gil, concede a la reina doña
Sancha, esposa del rey Alfonso II de Aragón, las villas de Sigena, Sena y
Urgelleto para que fundara allí una casa para las monjas de la orden
hospitalaria de San Juan de Jerusalén, así como el castillo de Santa Lecina con
el fin de que pudiera intercambiarlo a los Templarios por las iglesias de Sena
y de Sigena. En marzo de 1188, la reina de Aragón doña Sancha adjudica el manso
de Codogn al maestre de Amposta a cambio de la villa y monasterio de Sigena con
Sena, Urgelleto y Santa Lecina. En este segundo documento se precisa que la
reina accede al cambio de propiedades para la construcción de un monasterio.
De este modo el conjunto monástico de Sigena
comenzó a edificarse en marzo de 1188, fundándose la comunidad de monjas
hospitalarias en abril de ese mismo año, fecha en la que el rey Alfonso II concedía la villa de
Candasnos a dicho cenobio y a su esposa, la reina doña Sancha. El objetivo de
esta nueva fundación era el de acoger a las damas nobles del reino en un
ambiente de oración y realización de obras de misericordia. El 25 de octubre de
1191 la reina doña Sancha escribe desde Huesca a la priora del monasterio de
Sigena, doña Sancha de Abiego, trasmitiéndole que se termine rápidamente la
torre que se levantaba en esta fecha dentro del monasterio. Ricardo del Arco y
Garay se preguntó si esta torre se podía identificar con la que actualmente se
conserva adosada al lado meridional del transepto de la iglesia monástica; esto
demostraría que en esta fecha las obras del templo estarían ya bastante
avanzadas.
Sea o no cierta la suposición de Del Arco, la
mayor parte de la iglesia debía estar concluida en 1196, puesto que en octubre
de este año la reina se dirigía de nuevo desde Daroca a la priora, doña Beatriz
de Capraria, instándole a que prohíba que las personas laicas se sienten
durante los oficios divinos en el coro, a excepción de las mujeres de la
familia real, y en especial de su hija doña Constanza, reina de Hungría. Así
pues, deben pertenecer a la primera etapa constructiva del cenobio sigenense la
iglesia abacial y la sala capitular, ya que sólo estos dos espacios monásticos
están levantados en su totalidad con el mismo tipo de piedra sillar, y además
por las evidentes semejanzas que existen entre la decoración de la ventana del
ábside de la iglesia y la de las puertas occidentales de acceso a la Sala
Capitular. En 1208, la reina doña Sancha murió y fue enterrada, como ordenaba
en su testamento, en la capilla de San Pedro, situada en el extremo norte del
crucero de la iglesia, momento en el que pasó a ser Panteón Real.
Este año de 1208 fue profundamente
significativo para la historia de este monasterio aragonés, ya que además de su
transformación en Panteón Real se añade que fue también en este mismo año
cuando la reina Constanza contrajo nupcias con el rey Federico II de Sicilia.
Tras la muerte de la reina doña Sancha, el monasterio de Sigena siguió
obteniendo beneficios de las estrechas relaciones que mantuvo con este cenobio
la reina doña Constanza de Sicilia, que debió jugar un papel fundamental en el
patrocinio de la sala capitular. Doña Constanza fue primero reina de Hungría
por su matrimonio con el rey Eimerico y tras quedar viuda contrajo matrimonio
con Federico II Barbarroja de Sicilia. Gonzalo M. Borrás Gualís y Manuel García
Guatas han sistematizado estas relaciones a partir de varios hechos
testimoniados por la documentación escrita.
En primer lugar, en una firma del testamento
del rey Alfonso II de Aragón de abril de 1196, el monarca dejaba a su hija
mayor, Constanza, que entrara al monasterio sigenense, dándole una dote de
6.000 sueldos. En segundo lugar, por una carta ya mencionada de octubre de
1196, doña Sancha instaba a la priora del monasterio a que hiciera prevalecer
el derecho de su hija Constanza de permanecer durante los oficios litúrgicos en
el coro frente a la presencia inadecuada que hacían de este lugar algunas
personas laicas. Este documento instaba a las monjas de Sigena a que consolaran
a doña Constanza, reina de Hungría, lo que también ayuda a demostrar que en
esta fecha se encontraba la hija de los reyes de la Corona de Aragón en dicho
monasterio. En tercer lugar, en abril de 1208, la reina Sancha prometía desde
Ceste a la priora Ozenda del monasterio de Sigena que acudiría a Sigena con su
hija doña Constanza y en compañía de doña María de Montpellier, reina de
Aragón, para la fiesta de la dedicación del templo.
En cuarto lugar, en 1213 recibió sepultura en
el monasterio de Sigena el cadáver de Pedro II de Aragón, fallecido en la
batalla de Muret. Pedro II era hermano de Constanza de Sicilia y pasó así a
acompañar los restos de su madre, Sancha de Castilla, que por su matrimonio con
el rey Alfonso II había sido reina de Aragón. Las otras hermanas de doña
Constanza, doña Dulce y la condesa doña Leonor, también fueron enterradas en el
Panteón Real de Sigena. Finalmente, y en quinto lugar, el 10 de abril de 1217, doña
Ozenda, priora de Sigena, recibió para su custodia cuatro cartas relativas a la
dote y a los esponsales de la reina Constanza de Sicilia. Las posibilidades
económicas como mecenas de la reina Constanza no debieron sino aumentar, cuando
su esposo el rey Federico II Barbarroja de Sicilia, accedió al título de
emperador del Sacro Imperio Germánico en 1209. La reina Constanza de Sicilia
falleció en 1223, lo que supuso la consumación del período de mayor prosperidad
y esplendor del monasterio de Sigena. Concluía con ello esta primera gran época
en la que se inserta su dimensión románica, aunque le esperaba una complicada e
intensa historia que no estaría exenta de graves atentados a su patrimonio como
el incendio de sus estancias provocado en el verano de 1936.
El Real Monasterio de Santa María de Sigena,
fundado antes de acabar el siglo XII, ha recorrido la historia de Aragón como
un símbolo de la vida espiritual y manifestación de la grandeza de su reino. Su
fábrica inicial, las sucesivas reformas y ampliaciones, así como la dotación
ornamental y litúrgica recibida a lo largo de los siglos lo convirtieron en un
monumento esencial de la herencia cultural de los aragoneses.
El conjunto monumental se encontraba en la Edad
Media franqueado por dos torreones en su fachada norte que le daban un cierto
aire de fortaleza, de los que actualmente sólo quedan algunos restos de la base
de su perímetro. Al de la izquierda se le llamaba torre de Azcón, y al de la
derecha torre de Urriés. La entrada al monasterio se abría desde el muro este,
al igual que en la actualidad. En este mismo muro, distinguimos ya los ábsides
central y lateral del lado de la epístola de la iglesia.
La iglesia
El templo, litúrgicamente orientado, está
construido en piedra sillar de buena calidad y de color en general uniforme. En
origen poseía una única nave rectangular, transepto y tres ábsides
semicilíndricos que se abrían a él, aunque fue ampliada con la adición en el
lado norte del transepto del Panteón Real. Por su parte, el ábside del
evangelio desapareció en el siglo XVIII y fue sustituido por un espacio
levantado en ladrillo que alberga los enterramientos de algunas de las monjas
de la comunidad.
El ábside central ilumina el interior por medio
de una ventana de doble derrame y arco de medio punto con finas arquivoltas en
baquetón, encuadrada por una ancha moldura decorada con piñas y motivos
vegetales. El lateral presenta un ventanal abierto en medio punto y de doble
derrame, con seis arquivoltas abocinadas que descansan sobre pilastras y tres
parejas de columnas con capiteles cúbicos. El ábside que corresponde al lado
del evangelio, fue mandado derruir por la priora doña Josefa de Montoliu, para
la construcción de un departamento de estilo barroco destinado al enterramiento
de las monjas. En el exterior se aprecia también la ventana que se abre en el
hastial meridional de la nave del transepto, formada por una serie de
arquivoltas en arco de medio punto, enmarcadas por una moldura decorada con
roleos, que se apoyan sobre una imposta adornada con los mismos motivos. Las
arquivoltas se apean en ocho columnas de fuste cilíndrico con capiteles
historiados y la luz del arco presenta un perfil sinuoso; el ventanal aparece
cobijado bajo una cornisa y tejaroz de sencillos canecillos.
Ábside mayor – Ventana
La fachada de la iglesia es de líneas muy
sencillas, sin elementos historiados, a excepción de la serie de arquillos al
modo lombardo que sustentan la cornisa, apeándose en ménsulas decoradas. En el
muro sur destacan unos poderosos contrafuertes, ligeramente más grises. Entre
ellos se abren los vanos de la iglesia, bajo los que se albergaban, a poca
altura del suelo, los sepulcros en piedra de Pedro II de Aragón y sus
caballeros, que fueron profanados por las tropas napoleónicas en 1809.
Cornisa de la nave
La imponente portada eclesial, abierta en el
lado sur del primer tramo de la nave, fue ordenada construir por Jaime I por
parecerle pequeña la primitiva puerta de entrada a la iglesia, aunque la obra
no se ejecutaría hasta el reinado de Pedro III en 1282. Presenta portada
abocinada con catorce arquivoltas de baquetón de medio punto, que se apoyan
sobre columnas de fuste cilíndrico y capitel liso. La cornisa del tejaroz se
apoya sobre canecillos simples. Al lado, se abre un arcosolio vacío, que
cobijaba una tosca urna románica sostenida por cuatro columnitas, donde se dio
reposo a los restos de don Rodrigo de Lizana, caballero que murió en la batalla
de Muret junto con el rey Pedro II y otros nobles aragoneses. Dicho sarcófago
desapareció a mediados de los años 70 del siglo XX.
Portada
Detalle de la portada
En el ángulo suroeste del brazo sur del
transepto se levantó un sólido torreón pétreo, de planta rectangular, que acoge
una escalera de caracol iluminada por sencillas aspilleras, que da acceso a las
cubiertas, y una espadaña de dos ojos con arco de medio punto que acogen las
campanas.
Ventana del transepto
Ventana del transepto
La nave de la iglesia está dividida en cuatro
tramos mediante pilastras con semicolumnas adosadas, en las que apean los arcos
fajones apuntados que sostienen la bóveda, indicando ya una fecha tardía de
ejecución; las semicolumnas adosadas presentan plintos de sección cuadrada y
capiteles, lisos o decorados con temas vegetales y geométricos. Estas pilastras
se reflejan en el exterior en robustos contrafuertes. La iluminación del templo
se realiza a través de cuatro vanos que se abren en el muro sur además de los
ya comentados en los ábsides, ornamentados a base de columnas de capiteles
vegetales e historiados y arquivoltas y baquetones con motivos vegetales y
geométricos. Los ábsides se cubren con bóveda de cuarto de esfera. En las
paredes del ábside central se conservan restos de pinturas muy dañadas, lo
mismo que la Epifanía que se conserva en la pared del lado de la epístola.
Panteón Real
En el crucero observamos la linterna, donde se
abren cuatro vanos que iluminan esta zona, cubierta con bóveda de crucería
sobre arcos torales. En el lado del evangelio destaca el Panteón Real, hoy
convertido en capilla, que hoy presenta el pavimento rebajado y permite la
contemplación de los plintos de sustentación de las columnas pareadas
dispuestas en el arco apuntado que da acceso al Panteón. En el Panteón
descansaron, antes de ser profanados, los cuerpos de la reina doña Sancha,
esposa de Alfonso II, su hijo el rey Pedro II y sus hermanas doña Leonor,
condesa de Tolosa, y doña Dulce. No se conservan restos de las pinturas que
adornaban este Panteón, ni las de los sarcófagos y de las que hablaban con todo
elogio Lascuarre y Varón. El Panteón presenta dos arcosolios en el muro oeste y
otros dos en el muro norte, y al Este se abre el ábside. En el brazo norte del
transepto puede apreciarse la embocadura, cegada actualmente, del arco que daba
acceso al destruido ábside norte, demolido por orden de la priora doña Josefa
de Montoliu para construir una estancia de planta rectangular que alberga los
enterramientos de algunas de las monjas de la Orden.
A los pies de la iglesia se abre el refectorio,
con diez arcadas apuntadas, que fue restaurado a mediados de los años 90.
Actualmente es utilizado para el culto por la Orden que habita en el
monasterio. Seguidamente se ubicaban la cocina y los vestíbulos, hoy
desaparecidos.
Claustro
Desde el fondo del muro norte de la nave del
templo, se accede al claustro, el cual era de planta cuadrada y poco elevado y
sus tramos cubiertos con bóveda de medio cañón, con arcos de refuerzo. Esta
zona está restringida actualmente por ser clausura y tan sólo se conserva la
crujía adosada al refectorio. En torno a él se distribuían las diferentes
estancias monásticas dejando al aire libre, en el centro, un enorme patio. El
primitivo claustro tenía catorce arcos de medio punto soportados por columnillas
con capiteles lisos en cada una de sus naves. Poco a poco, las distintas
edificaciones que se fueron levantando sobre él provocaron la necesidad de
fortalecer los soportes, apareciendo así los actuales arcos de medio punto
sobre pilares pétreos.
Antes de 1936, año en el que se incendió y
destruyó la mayor parte del monasterio, el conjunto de edificaciones del
cenobio sigenense tenía un aspecto muy diferente al actual. El incendio
destruyó todas las edificaciones situadas sobre la planta principal y parte de
las edificaciones antiguas. Tras el desescombro hoy queda un patio abandonado,
rodeado por dos alas del claustro y las ruinas de las otras dos.
En una parte del ala situada al norte del
claustro se dispuso el dormitorio de las monjas “medias cruces”,
mientras que el resto estaba reservado para dormitorio de las “dueñas” o
“cruces enteras”, aposento que se prolongaba por el lado este,
compartiendo el espacio con la sala capitular. En este antiguo dormitorio llama
la atención la combinación de los tres arcos del ángulo unidos en un solo haz
adosado al muro, conocido como “arco palmera”. En paralelo a la crujía
septentrional del claustro, más al norte de los dormitorios, se dispuso otra
ala en paralelo con éstos, que fue ocupada por un patio y por las dependencias
que la reina doña Sancha habitó hasta su muerte. Luego fueron habilitadas como
dormitorio y enfermería.
Por lo que respecta al lado oeste, en él se
disponían el noviciado y el locutorio, ocupando un ángulo el acceso al palacio
prioral y a la zona extraconventual. En el lado sur estaba la cocina y junto a
ella se localizaba el refectorio, que era un magnífico salón de veintisiete
metros de longitud, ya señalado anteriormente, y que actualmente se utiliza
como capilla de las monjas. La mayor parte de estas dependencias, de planta
rectangular, se cubrían con techumbre plana de madera, con ricas y distintas labores
que eran soportadas por arcos diafragma pétreos, que hoy, a falta de techumbre,
pueden verse en toda su extensión y magnitud.
Las pinturas de la Sala Capitular
A principios del siglo XIII y bajo el mecenazgo
de la reina Constanza de Sicilia, hija de doña Sancha y Alfonso II, se
construyó la sala capitular, una de las estancias más emblemáticas del
monasterio. Se accede al ella desde las arcadas del claustro, a través de una
serie de cuatro arcos abocinados de medio punto que conforman su entrada.
Ricardo del Arco describe la sala como un espacioso salón de 16 m de longitud
que, en su opinión, debió de ser más largo y simétrico respecto al acceso.
Cinco arcos apuntados transversales sostenían la antigua techumbre mudéjar,
plana de madera dorada y policromada, y entre ellos se abren estrechos vanos,
uno de ellos circular, al muro medianero del claustro, que dan paso a la luz.
En la sala capitular del monasterio de Sigena,
se encontraba el conjunto mural del siglo XIII, el de mayor calidad de su
época, no sólo en los reinos hispánicos sino en todo el Occidente europeo. Bajo
las llamas desapareció en agosto de 1936 este conjunto artístico medieval,
anterior a 1220, y que hoy conocemos gracias a las fotografías en blanco y
negro que se realizaron en el mismo año del incendio. Junto a estas fotografías
hay que indicar que el pintor oscense Valentín Carderera realizó en 1866 una
acuarela sobre esta sala capitular, en la que podemos contemplar cómo estaban
las pinturas. Los restos se conservan actualmente en el Museo de Arte de
Cataluña, a donde llegaron después de ser arrancadas del monasterio en 1945 y
donde permanecen al parecer sin ningún título de propiedad que pueda justificar
su presencia en el mismo a juzgar por la documentación conocida.
Lo que fue la sala
capitular se aprecia en esta magnífica acuarela de Valentín Carderera y
Solano (siglo XIX) reproducida por el diario Heraldo de Aragón, una verdadera
sala noble de recepción de la realeza aragonesa que se decoró siguiendo los más
refinados modos del arte europeo de su momento.
Museu Nacional d’Art de Catalunya.
Pinturas de la Sala capitular de Santa María de Sigena
Museu Nacional d’Art de Catalunya.
Pinturas de la Sala capitular de Santa María de Sigena
Museu Nacional d’Art de Catalunya.
Pinturas de la Sala capitular de Santa María de Sigena
Museu Nacional d’Art de Catalunya.
Pinturas de la Sala capitular de Santa María de Sigena
Museu Nacional d’Art de Catalunya.
Pinturas de la Sala capitular de Santa María de Sigena
Las pinturas, cubiertas hasta 1882, están
realizadas al temple y muestran importantes influencias inglesas, aunque los
especialistas se inclinan por pensar que sus autores serían pintores italianos,
a causa de los importantes rasgos bizantinos que podemos detectar en ellas, y
que pudieron ser enviados desde Sicilia por la hija de Alfonso II y doña
Sancha, la princesa Constanza que había estado casada con el rey Federico II de
Sicilia. En todo caso el maestro que pintó o lideró el taller que las pintó, es
anónimo y lo conocemos como Maestro de Sigena.
Las pinturas ocupaban toda la estancia y
representaban episodios del Antiguo Testamento, así como los antepasados de
Cristo, que aparecían en los intradoses de los arcos, con catorce
representaciones en cada uno de ellos. En el arranque del primer arco, al
Noreste, cuando se arrancaron las maltrechas pinturas tras su incendio durante
la Guerra Civil, permanece un fragmento en el que vemos a uno de los ancestros
de Cristo con su descendencia. Concretando la descripción de las mismas, hay
que partir de la clave de este programa iconográfico: tres ciclos se suceden
para explicar la presencia del Mesías en el mundo.
El primero es el ciclo del Antiguo Testamento,
compuesto por veinte escenas que estaban repartidas por las enjutas de los
arcos fajones comenzando por la Creación de Adán y la de Eva y concluyendo en
la Unción del rey David. Entre las dos se podían ver escenas con la admonición
de Dios en el Paraíso, Eva tentando con la manzana, la expulsión del Paraíso,
la escena del ángel enseñando a trabajar –como castigo– a Adán, las labores
diarias de Adán y Eva, las ofrendas de Caín y Abel, la muerte de Abel, la
construcción del Arca de Noé, la entrada de las parejas de animales en la misma
y el Diluvio Universal, la embriaguez de Noé, el sacrificio de Isaac, la
derrota de los egipcios en el paso del mar Muerto, la columna de fuego
contemplada por los israelitas, Moisés recibe las Tablas de la Ley, el pueblo
adorando el Becerro de oro y el momento en el que Moisés con sus vara hace
brotar agua de la roca.
En el intradós de estos mismos arcos fajones
que ofrecían las escenas del Antiguo Testamento se nos presentaban una serie de
personajes, en total setenta, que constituyen lo que conocemos como los
antepasados y precursores de Cristo y que formaban el ciclo conocido como la
Genealogía de Cristo. Cada arco albergaba catorce figuras que comenzaban en
Jesé, el padre de David, y concluían en el propio Jesús de Nazaret. Hoy
solamente conocemos de todos ellos una veintena.
El tercer ciclo se refería a las escenas que
nos recordaban los grandes momentos del Nuevo Testamento, que el pintor había
dispuesto en los muros perimetrales de la sala capitular repartidas en once
escenas que comenzaban el relato de la vida de Cristo en la Anunciación y
concluía en la descripción del momento en el que Cristo baja a los infiernos
para liberar a los justos, escena muy del gusto de la baja edad media. Junto a
estas dos se incluyeron las de la Visitación a santa Isabel, el Nacimiento en Belén,
la adoración de los pastores, la presentación del Niño en el templo, y
comenzando la vida pública las de la Tentación de Cristo, la Resurrección de
Lázaro, la Flagelación, la Crucifixión, y el momento del dolor de María ante el
sepulcro. Hay que destacar que en sus orígenes las escenas fueron más, pero en
el trascurso del tiempo fueron desapareciendo algunas de ellas, siendo estas
las que han llegado hasta nosotros.
Salón del Trono
Para concluir, una breve referencia a una de
las estancias que más realce dio al monasterio: la Sala Pintada o Salón del
Trono. Esta estancia formaba parte del conjunto de edificaciones que
conformaban el Palacio Prioral que mandó construir la priora doña Blanca de
Aragón, en el siglo XIV y que se encontraba fuera del claustro, en la zona sur
del mismo. Era la sala más importante y, en consecuencia recibió muchas
denominaciones, desde la de salón del trono a la de sala pintada, por las
pinturas que la decoraban y que pintó el cartujo fray Manuel Bayeu
inmortalizando en sus paredes retratos idealizados de las prioras que habían
gobernado el monasterio. Esta sala era de grandes dimensiones (14 m de fondo
por 7 de ancho), espacio necesario para que sirviera de escenario donde la
priora y su séquito recibían a los visitantes notables, en una lujosa estancia
en cuyas paredes mostraban valiosos y majestuosos tapices y que se cubría por
techumbre abovedada de madera.
Fraella
Este lugar monegrino forma parte de las tierras
dependientes de Grañén que, situado en una pequeña elevación sobre la planicie
monegrina a unos 23 km de Huesca, es la cabeza de un moderno municipio que
comprende los pueblos de Calén, Curbe, Fraella y Montesusín.
Centrando la historia del territorio, se puede
recordar que Grañén es una población considerada de origen romano, pues indican
que su topónimo responde a la existencia en la zona de algún terrateniente que
podría llamarse Granius, siendo un lugar conquistado a inicios del siglo xii
por los ejércitos aragoneses que custodiaran este lugar de realengo, al cargo
de un tenente que iniciará su relación con el mandato de Sancho Enecones al
servicio del rey Pedro I de Aragón. Al final del siglo, en 1198, el rey Pedro
II cedió el derecho de patronazgo sobre la iglesia al obispo Ricardo de Huesca,
y pocos años después –en 1258– el rey Jaime entregó a Blasco de Maza los
castillos y villas de Grañén y Robres, lugares que acabarían en manos del barón
de Ayerbe. En el siglo xvii la villa pasó a manos del ducado de Villahermosa y
en el siglo xviii, en 1785 concretamente, conseguiría la categoría jurídica de
villa. Centrándonos en la pequeña localidad de Fraella, esta se sitúa en el
entorno de Grañén, par tiendo de la N-X, que es la carretera que va de Huesca a
Sariñena, al Sur de las formaciones sedimentarias conocidas como “Torrollones”.
La primera referencia documental refiere la condición de villa que tenía
Fraella el 5 de abril de 1097, al ordenar que el sacristán de la catedral de
Huesca pusiera canónigo en la iglesia de Fraella. El 30 de agosto de 1257,
Jaime I de Aragón ordenó que se dispensase de impuesto a los de Fraella durante
un período de tres años y se les incluyese en la anulación general de las
deudas de los judíos. El 29 de junio de 1278, Pedro III de Aragón dio Fraella y
su castillo a Blasco Pérez de Azlor, volviendo posteriormente a ser propiedad
de la Corona, pues consta que el 23 de octubre de 1291, fue entregado por su
sucesor Jaime II de Aragón a Juan Fernández de Heredia. Esta mención documental
nos lleva a la existencia de esa estratégica roca en la que descansaría ya una
fortaleza musulmana posteriormente remozada en época de domino cristiano. A
ella se refería el viajero Pedro Blecua cuando decía, en 1792, que “junto al
pueblo hay un torreón de cantería con vestigios de castillo”.
Iglesia de San Nicolás de Bari
La iglesia se sitúa en Lo alto de un
promontorio rocoso en la periferia del casco urbano y fue construida íntegramente
en sillería de piedra arenisca, bien escuadrada y perfectamente asentada.
Presenta nave única de planta rectangular, litúrgicamente orientada, cubierta
con bóveda de cañón apuntado de cuatro tramos, delimitados por cuatro arcos
fajones que apean sobre rudas semicolumnas.
El ábside se cubre con bóveda de cuarto de
esfera ligeramente apunta da y en él se abre un alto ventanal de medio punto y
doble derrame. Otra ventana similar se abre en el lado de la epístola y una
tercera bajo la espadaña de doble ojo que le levanta sobre el hastial de
poniente. En el siglo XIV fueron añadidas las capillas laterales.
La portada se abre, en el muro sur, con tres
arquivoltas de medio punto abocinadas y baquetón en sus aristas, parecida a la
de Albero Bajo, enmarcada por una nacela. Estuvo protegida por un porche, dados
los restos que quedan en el muro.
En la fachada sur, junto al ábside, se abren
dos hornacinas. Todo el perímetro de la iglesia, exceptuando la pared
occidental, se encuentra recorrido por el alero de su tejado con dos vertientes
en la nave y cónico en el ábside, donde apoya sobre una cornisa de modillones.
Su cronología data del siglo XII; la sencillez de estructuras, las sencillas
construcciones de la época y la ausencia de decoración no permiten precisar ni
filiaciones ni una cronología más precisa.
Marcén
Lalueza es un municipio que incluye los lugares
de Marcén y San Lorenzo del Flumen, extendiéndose por tierras de Monegros,
albergando una escasa población que sobrepasa los mil habitantes. Esta aldea
pertenece al monasterio de Sigena en sus orígenes, aunque siempre fue lugar de
realengo, pues como tal aparece citado en el Cartulario de Montearagón el año
1104. Pocos años antes, en 1093, aparece la primera mención documental del
lugar de Marcén hablándonos de la existencia de una mezquita en dicho lugar. El
rey Pedro I, que muestra interés en ocupar estas zonas, hará donación en 1102
al señor Lope Íñiguez de bienes en el lugar con la curiosa intención de que asentará
su casal en esta tierra y comenzará su explotación. En ese momento se está
traspasando la propiedad de algunas tierras, antaño en manos musulmanas,
controlando la población por el destacamento militar que gestiona el teniente
Mango Eximenones y ya hay un cas tillo, del que queda el topónimo urbano de la
calle del Castillo y las zonas inmediatas a la iglesia. Según documentos de
1792 era pueblo de señorío eclesiástico dependiente del obispo de Huesca.
Marcén es un pequeño pueblo de Los Monegros dependiente del ayuntamiento de
Lalueza, habitado por un centenar de vecinos. Está situado a unos 10 km por
carretera al este de Grañén, lugar desde el que hay que seguir la carretera
bien indicada que señala Fraella y Marcén. En esta zona, debe tenerse presente,
son frecuentes en Los Monegros afloramientos de grandes placas de roca arenisca
por arrastre de la tierra blanda en su entorno conformando elevaciones
amesetadas en las que hay profusión de asentamientos islámicos como los de
Gabarda: “La Iglesieta”, Usón, Alberuela de Tubo, o el propio yacimiento
de “Las Cías” situado inmediatamente al nordeste de Marcén,
establecimiento musulmán de principios del siglo XI.
Iglesia de San Pedro
El templo dedicado a San Pedro ocupa el lado
noroeste de una reducida plataforma rocosa, parcialmente amurallada, en la que
podemos hallar tumbas antropomorfas “de repoblación”.
En este templo orientado, lógicamente al Este,
se mantienen la cabecera y la nave originales conviviendo con un recrecimiento
importante, realizado en el siglo XVI en su ábside y en la nave que hallamos
coronada por una especie de “falsa” cubierta de sillares y ladrillo, con
vanos de ventilación en su lado de poniente y en ambos lados del arranque de la
nave.
También se añadió una espadaña bífora adosada
al presbiterio sur, casi en funciones de desproporcionado contrafuerte, y una
capilla adosada al lado norte, con bóveda de crucería gótica. Hacia el año 2000
se efectuó una restauración del templo, eliminándose el porche añadido ante su
portada y con solidando el tejado exterior, bajo el cual se halla el original
de losas del templo románico. Lo cierto es que el templo está sin uso
litúrgico, con un acceso más que difícil y con su tejado recién restaurado,
apuntalado desde el interior.
La cabecera del templo es poligonal en el
exterior, de tres lienzos que rematan en altura por medio de canecillos. Fue
recrecida siguiendo su perímetro original.
La portada se abre en el mu ro sur y consta de
cuatro arquivoltas abocinadas de sencilla hechura que se apean sobre una
imposta corrida y jambas rectas con una pequeña decoración incisa en su borde
libre. Por encima de la misma se abren dos ventanales, derramado el anterior y
aspillerado el posterior. Aún hallamos un tercer vano en altura del muro de
poniente. La cornisa original del templo permanece en buena parte de su
perímetro. En el lado norte, el muro forma la defensa septentrional del pequeño
cerro. Una capilla gótica, se añadió hacia la parte media de su muro sur,
frente a la portada. En el interior el templo se halla completamente encala do.
Su estado es bueno, en líneas generales, pero transmite lo que en efecto sufre:
un total abandono derivado de su falta de uso litúrgico. Es notablemente oscuro
en su cabecera puesto que no hay vanos en el ábside y los dos que se abren en
el muro sur, lo hacen en la nave y son de pequeña apertura. El de poniente, ha
sido ampliado en el interior para suplir esta circunstancia, sin conseguirlo.
El templo posee cabecera y nave. La cabecera se compone del cilindro absidal
semicircular, a pesar de ser poligonal al exterior, y un amplio presbiterio
delimitado por sendos arcos fajones de medio punto que apean por medio de
capiteles lisos en semicolumnas adosadas. Las columnas posteriores se apoyan en
basas áticas muy bien trabajadas y retrepadas en altos plintos. Las anteriores
han sido modificadas, quizá eliminando sus basas y plintos. En la actualidad se
continúan con añadido de cemento imitando a la semicolumna. Tam bién los
capiteles de este arco cercano al ábside han sido re bajados, pareciendo
continuar su fajón. En el lado sur se ha repicado el encalado para sacar a la
luz una pintura que, por estar en zona donde se rebajó el capitel, no puede más
que ser tardía. El fajón que delimita la cabecera y la nave es doblado dando la
sensación de ser un verdadero arco triunfal. El cilindro absidal no presenta
ninguna particularidad. Se cubre con bóveda de cuarto de esfera y transmite la
sensación de poca profundidad, en parte debido a la existencia del fajón y las
semicolumnas en su unión con el presbiterio. El presbiterio se cubre con bóveda
de medio cañón mientras que la na ve lo hace con medio cañón apuntado,
certificando su tardío momento de ejecución. La nave se divide en cuatro tramos
por medio de tres arcos fajones apuntados. La portada se abre en el segundo tramo.
Frente a ella se abrió una capilla gótica cubierta con bóveda de crucería. En
el primer tramo se abre un vano con derrame, otro lo hace en el tercer tramo,
siendo notablemente aspillerado y sin apenas derrame. Una serie de capillas
excavadas en el muro acogen diversos altares. Recorre la nave una imposta
biselada continuando los ábacos de los capiteles. A los pies del templo se
realizó coro alto de fábrica al que se accede por escalera de piedra en el
ángulo noroeste del templo. Frente a la escalera, en semi penumbra se halla la
pila bautismal, de sencilla hechura, sin decoración esculpida y conserva restos
de pintura en su fon do. Por una pequeña y estrecha escalera de piedra, ubicada
en el ángulo suroeste del coro, se asciende al espacio recrecido del templo que
oculta la cubierta primitiva del mismo. Un entramado de puntales afianza la
cubierta “nueva” haciéndola descargar sobre la primitiva con el riesgo
que ello comporta para su estabilidad. La cubierta de la cabecera tiene un
tratamiento específico. Su hechura es perfecta, no en vano es la zona del
templo de mayor trascendencia y a la que se dedica también en lo arquitectónico
más atención. Curiosamente es te templo ha pasado desapercibido para la mayor
parte de las obras específicas dedicadas al arte románico. Su cronología tardía
se ha de llevar a finales del XII o inicios del XIII.
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