miércoles, 8 de enero de 2025

Capítulo 39-1, Románico Aragonés- Ribagorza, Roda de Isabelina, Beranuy, Sopeira

 

Ribagorza
En la zona más oriental de Aragón se encuentra la histórica comarca de Ribagorza, con un nombre quizás del siglo viii vinculado a la idea de una “nueva Gotia”, que ocupa una superficie de casi 2.460 km2 en el sector central de la cordillera pirenaica. Encerrada entre Sobrarbe, al Oeste, el Somontano de Barbastro al Suroeste, La Litera al Sur y las tierras de Lérida al Este, está vertebrada por una importante red fluvial que gira en torno al río Ésera, nacido en la cabecera del valle de Benasque, y a su principal afluente el Isábena, con el que se une en Graus camino del río Cinca. No es menos importante el río Noguera Ribagorzano, un río que marca la frontera de Aragón con Cataluña.
Este amplio territorio que hoy tiene una baja densidad de población, solar de los macizos más elevados de la cordillera pirenaica y de algunos de los glaciares que conservamos en España, mantuvo en la antigüedad un importante poblamiento que protagonizó momentos importantes de la historia alto medieval, en especial después de la llegada de los musulmanes a estas tierras en el año 714. El conflicto crecerá cuando los carolingios, tras el humillante fracaso de Carlomagno en su intento de ocupar la ciudad musulmana de Zaragoza el verano del 778, decidan establecer pequeñas guarniciones que controlen los movimientos de las tierras de la Frontera Superior de al-Andalus gobernadas desde la capital zaragozana. Guarniciones de soldados, mandados por un funcionario con el rango de conde, o grupos de monjes que fundan un pequeño monasterio desde el que desarrollar la gestión socioeconómica del territorio, asegurando su fidelidad y su rentabilidad.
Este sistema, denominado por el archivero Durán Gudiol con el término de “monacocracia” se implantó en la franja central de Ribagorza para consolidar las vías internas y abrir nuevos accesos al mediodía, configurando una línea formada por Alaón, fundado antes del 813 en las tierras orienta les, en la zona media por Obarra en el cauce del Isábena y por San Pedro de Tabernas en las tierras del Ésera y en el occidente sobrarbense por San Victorián. Desde estos espacios se atiende, con gentes preparadas y disciplinadas, desde la evangelización hasta la promoción de un sentimiento de rebeldía frente a los musulmanes que ocupaban sus tierras y les privaban de su independencia.
En este proceso es fundamental la presencia de los condes de Ribagorza-Pallars que lideraran el proceso político acaecido en el siglo IX. Ellos fueron los que alentaron el nacimiento de una nueva entidad política que dependiendo de ellos irán forjando desde principios del siglo IX hasta el año 872, momento en el que una conspiración termino con parte de la familia condal tolosana. En ese momento de crisis, estas tierras alcanzarán finalmente cierta independencia puesto que uno de los supervivientes de la familia condal se refugia en estos valles y decide proclamarse conde como Ramón I. Cuando muera, hacia el año 920, dos hijos suyos separarán aún más la identidad de estas tierras: Bernardo Unifredo gobernará Ribagorza y Miro el territorio de Pallars.
Se consolida una familia condal propia para Ribagorza que, en consecuencia, de su vinculación al territorio que gestionan desde los monasterios, se dedicarán a ampliarlo por el valle del Ésera. Esta operación fue obra del conde Ramón II, que gobierna a mediados del siglo x y que se empeña en la organización de Roda de Isábena en el año 956. En ese año el conde y su esposa Garsenda de Fezesnac asisten a la consagración de la catedral de San Vicente, convertida ya en el centro espiritual del condado y en la sede de un obispado que contribuye a ese sentimiento de independencia. Por eso, los condes harán obispo de Roda a su hijo Odesindo, nieto del recordado Bernardo Unifredo, que morirá el año 976.
A principios del siglo X estas tierras, en las que la familia condal va quedando sin sucesores que gobiernen su pequeño estado basado en la explotación ganadera, vuelven a vivir momentos de grave peligro cuando los musulmanes deciden organizar contra ellas alguna de sus campañas estivales. El detonante pudo ser la arriesgada intervención del conde Isarno de Ribagorza que sale al paso de la expedición de Abd al-Malik que va hacia Barcelona en el año 1003.
En esa ocasión será mortalmente derrotado en la batalla de Monzón, quedando la casa condal sin heredero masculino vivo, pero además provocará que tres años después el ejército cordobés decida invadir Ribagorza que está gobernada por su hermana, la anciana condesa Toda, que no cuenta con el apoyo de los guerreros ribagorzanos.
Desde 1006 se abren los tiempos de reconstrucción de todo un país que han quemado y destruido los musulmanes, comenzando por la catedral de Roda de Isábena que es reconstruida por el maestro lombardo Bradila, que nunca verá concluido su proyecto de tres naves. Tiempos también de la construcción y modernización de sencillas fortalezas con las que hacer frente a los peligros que amenazan por todos los lados –cristianos por el Este y Oeste, musulmanes por el Sur–, que constituyen una importante red de vigilancia basada fundamentalmente en torres circulares ubica das a dos horas de camino entre ellas como medida orientativa de garantizar la seguridad máxima. En esta arquitectura militar destaca la de Fantova, levantada para controlar el paso de la cuenca del Ésera al Isábena, acondicionada como residencia condal en 1015 por Guillermo Isarnez y levantada por unos arquitectos a los que algunos especialistas suponen curiosas tendencias esotéricas, como la apertura de siete vanos en la parte superior de la torre. La torre con sus 20 m de altura, aljibes, necrópolis y ermita componen un conjunto excepcional nombrado en los documentos como civitas o palaço.
En todo caso, al principio del siglo xi se construyen muchos castillos e iglesias en el modo lombardo, tarea de renovación edilicia que llevan a cabo cuadrillas de maestros que llegan desde los condados catalanes. Ellos introducen un lenguaje elegante que abre una nueva etapa frente al románico local anterior, modo constructivo que se puede contemplar en la ermita de San Aventín de Bonansa consagrada el año 1018 en presencia de la condesa Toda y vinculada con la sobrabense iglesia de los Santos Julián y Pablo de Tella.
Los lombardos son los autores de la mayor parte de las obras románicas de Ribagorza, en las que se puede ver cómo utilizan el sillarejo de cuidada colocación, creando muros gruesos y rellenos de argamasa, preparados para soportar bóvedas que si son de cañón o arista se apoyan en pilares de triple esquina. Completan su firma esas ventanas pequeñas, que se desarrollan con doble derrame para ganar luz, y esas decoraciones de tipo arquitectónico para crear juegos de luces y sombras.
Todo un mundo creativo que marca un hito con la construcción de la iglesia del monasterio de Santa María de Obarra, a orillas del Isábena, fundado a principios del siglo IX como acción principal de la casa condal y rehecha en 1103.
Mientras se están desarrollando estas obras se suceden los tiempos de intrigas en la corte condal que acabarán con la muerte del conde Guillermo Isarnez que se hizo cargo del poder como hijo natural del fallecido conde Isarno y ante la ausencia de otro heredero. Este suceso acaecido en 1016 hace que el rey Sancho III el Mayor de Pamplona decida intervenir, entre 1017 y 1025, conquistando la mayor parte de Ribagorza.
Con la violenta e inesperada anexión del territorio al reino de Sancho III el Mayor, muchos de los edificios que se estaban construyendo ven detenerse sus procesos que serán retomados por una nueva generación de canteros, gentes del territorio que seguramente se han formado con los maestros lombardos que ya no están aquí, que construyen con modos populares manteniendo elementos lombardos –como la decoración de arquillos y lesenas– que tendrán la fortuna de convertirse en imagen de identidad y se mantendrán durante años, llegando incluso hasta los comienzos del siglo XIII como demuestra la parroquial de San Román de Castro.
A la muerte del rey pamplonés, en 1035, el condado de Ribagorza es heredado por su hijo Gonzalo que se convierte en rey de Sobrarbe y Ribagorza, aunque su traumática muerte en 1044 dará al traste con este estado y los señores ribagorzanos, que seguramente han participado en la muerte del rey puesto que algunos historiadores hablan del carácter rebelde de los cerretanos que son remisos a aceptar reyes extranjeros, pondrán la corona en manos de Ramiro, otro hijo del rey San cho el Mayor y primer rey de Aragón. La llegada de Ramiro I supuso el fin del control ribagorzano desde el monasterio de Obarra y el principio del poder del monasterio de Alaón.
El nuevo reino de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza, se convertirá en el mejor vehículo para la difusión del románico y especialmente en el reinado del segundo monarca –Sancho Ramírez (1064-1094)– que impone los modos románicos de la catedral de Jaca, su edificio más importante.
Asistimos a un proceso de unificación y modernización, a la imposición del uso del sillar, a la creación de una arquitectura que se ha convertido en el emblema de la monarquía; aunque hay que reconocer que en Ribagorza el románico que llega ha perdido esas ricas modulaciones exteriores jaquesas como las ventanas enmarcadas o las columnas enriqueciendo los ábsides. La austeridad se impone cada vez con más fuerza, máxime cuando la corte se aleja y cuando la sede episcopal de Roda acaba asentada en la recién conquistada ciudad de Barbastro, en el año 1100. La tradición cultural de los clérigos que mantienen vivo el culto y potencian la biblioteca rotense perdurará durante años y podemos ver que lo mismo ocurre con su afán constructivo, que produce en 1107 el único vestigio mural románico ribagorzano en la sala de la enfermería de la catedral, consagrada por el importante obispo san Ramón del Monte que también reformó la cripta en la que –en 1170– se colocaría el magnífico sepulcro historiado que custodia sus restos. El siglo XII continúa siendo plenamente románico y ya se ha olvidado el quehacer lombardo.
Aunque la catedral de Roda pervive, ha perdido ese valor de centro eclesiástico y de referencia política. Se abre una nueva época en la que este territorio aún tendrá que vivir el dramático traslado de la sede a la ciudad de Lérida en 1149, momento en el que Ribagorza comienza su decadencia. A partir de ese momento, el territorio queda en manos de la nobleza local que se desangra en luchas intestinas, mientras los reyes aprovechan la circunstancia para traer y llevar estos territorios entre Cataluña y Aragón, concluyendo con la creación del nuevo Condado de Ribagorza por Jaime II, en 1322, para su hijo Pedro. Como fondo de todo ello la construcción de abundantes puentes que, durante los siglos XII y XIII, permiten mejorar las comunicaciones por un territorio muy difícil, y la explotación de sus minas de plata en Benasque, en funcionamiento el año 1182 cuando el rey Alfon so II se las da a una cuadrilla de mineros, o las de hierro en Bielsa que aportan riqueza a la Corona.
Durante todo el medievo la incomunicación de las aldeas que constituyen el tejido urbano de Ribagorza, la falta de un desarrollo económico y la escasez de los recursos, provocaron que las poblaciones no pudieran renovar sus pequeñas parroquias y que cuando lo hicieran fuera con los mismos modos contractivos de los artesanos locales que siguieron haciendo lo único que conocían: las humildes ermitas románicas. Eso dificulta mucho la construcción del catálogo del románico de Ribagorza, que frente a esa multitud ingente de edificios y ruinas nos aporta las grandes obras de Roda de Isábena, Santa María de Alaón y Santa María de Obarra, esta última una excepcional iglesia en la que los monjes consiguieron que, a principios del siglo XI, el primer rayo de sol entre por la ventana central del ábside y llegue hasta el altar en el solsticio de verano. Justo en el momento de tercia, cuando los monjes comenzaban la celebración –según el rito romano que ellos querían implantar en Aragón– con el canto del Salmo 42: “Envía tu luz y tu verdad”. La arquitectura se con vertía en un observatorio astronómico y en un calendario cristiano usable siempre.

 

Roda de Isábena
Partiendo de Graus se toma la carretera comarcal A-1605 en dirección Roda de Isábena, a unos 25 km a nuestra izquierda sobre un cerro se ve el pequeño caserío de Roda de Isábena, viéndose la parte superior de la potente y airosa torre de la que fue su catedral, extrañamente blanquecina, cuando era de ladrillo visto, en cambio hoy revocado. Tras tomar el desvío señalizado se llega a una zona de aparcamiento desde donde no se puede continuar con el vehículo. Por la calle principal, una cuesta “cantimpiano”, se accede a una agradable y remodelada plaza. A nuestra derecha se alza la catedral, potente y magnífica, mostrando las últimas fases de su construcción, la torre y un notable pórtico barrocos, mientras los ábsides románicos asoman en su cabecera. Por la calle que discurre frente a los mismos y que nos permitirá contemplar su espléndida estampa, a la izquierda se sitúa el muro este del claustro y tras él, una estupenda casa se alza ante nosotros, la casa del prior, hoy propiedad privada. A la izquierda se conservan los restos de la llamada “torre gorda” de la que se conserva su primer piso, cubierto por una notable cúpula. 

Catedral de San Vicente y San Valero
Dentro de las acciones llevadas a cabo por Carlomagno con la creación de la Marca Hispánica, está la concesión a la diócesis de Urgel (814), sufragánea de Narbonne, de los entonces “Pagus Ripacurcense” (territorios iniciales de Ribagorza y Pallars) y del “Pagus Gestabiense” (Gistaín); para desarrollar en ellos la decisiva y fructífera política de evangelización, consolidación y nueva creación de monasterios iniciada por él en todo su imperio. En estos territorios colabora decisivamente al comienzo de su estructuración, y a que sus gentes adquirieran una conciencia de pertenencia a un grupo social, ya plenamente de raíz cristiana, que era preciso defender y potenciar.
Hasta el último tercio del siglo ix estos territorios de pendieron políticamente del condado de Tolosa. Ramón I, miembro de esa casa condal y delegado para el control de los mismos, aprovechando los conflictos que allí tienen lugar, logra segregarlos de aquella dependencia, en 872, y erigirse en 884 como primer conde independiente de Ribagorza y Pallars. El mismo Ramón I (884-920/30) transmitirá en vida a sus hijos Bernardo y Miro el condado de Ribagorza y a Llope Isarn el de Pallars. Ambos condados serán desde este momento independientes entre sí, aunque siguieron manteniendo las naturales relaciones, muy conflictivas en el tramo final del condado de Ribagorza. Comienza así la trayectoria histórica del condado de Ribagorza en la que se enmarcan los esfuerzos por lograr la erección de su sede de Roda de Isábena y la catedral que estudiaremos.
Es conocida la trascendental importancia que para los reinos y condados cristianos hispánicos tuvo el control religioso de sus territorios, mediante la erección de obispa dos propios, canónicamente constituidos. Ramón I intentó lograrlo sin éxito, por la oposición de los obispos de Urgel que defendían su titularidad sobre estos territorios en función de aquella donación de Carlomagno.


Vista general desde el lado sur

Fachada 

Será finalmente en 956-957 cuando Ramón II (956-960) logre erigir como sede propia a Roda de Isábena, dedicada a San Vicente, con el acuerdo de la superior sede de Narbonne y la obligada aceptación de los obispos de Urgel, que así veían disminuidos sus territorios de influencia y su poder. Con este acto, el condado reafirmaba su plena independencia que se ampliaba, también, a los fundamentales asuntos religiosos.
El emplazamiento de Roda en la cuenca media del río Isábena y en el límite sur del condado, fue particularmente elegido. Roda estaba en una zona recientemente conquistada y por tanto, fuera del territorio otorgado a Urgel en 814. Con ello se buscó eludir el control de esa diócesis para fundamentar mejor esa fundación propiamente ribagorzana, pero no se logrará. Los sucesivos obispos de Roda, entre otros graves problemas, tuvieron que enfrentar y superar las continuas pretensiones de sometimiento ejercidas por los obispos urgelitanos.
Es cierto que la proximidad de Roda a territorios musulmanes suponía un peligro, sin embargo, a muy poca distancia, en el Norte, en el mismo río Isábena, estaba el valle ripacurcense en el que se levantaba la sede condal –el castrum ripacurcense– del que desconocemos su emplazamiento real, y el monasterio de Obarra, cuya primera cita documental es del año 874. Así, Roda y aquel valle conformaban una unidad territorial política y religiosa que justificaba la elección de su emplazamiento.
Absolutamente nada sabemos de la iglesia que se constituyó como primera catedral, pero sabemos que la asoladora razzia que Abd al-Malik al-Muzzafar perpetró sobre Ribagorza en el año 1006, tuvo entre otras trágicas consecuencias la total destrucción de esta primera iglesia y la ocupación temporal de esta zona del condado por los musulmanes, hasta que Guillermo Isárnez recuperó la zona hacia 1010. Con la recuperación de Roda, a partir de ese año el pueblo inicia las obras de recuperación de su destrozada catedral, una iglesia provisional y sencilla de la que nada sabemos, consagrada en 1018 bajo las advocaciones de Santa María, San Clemente y San Esteban, sin embargo no a San Vicente que era su antiguo patrón, ello porque paralelamente se abordó la construcción de una nueva catedral a la que se transmitió ese patronazgo, prestigiosa y adecuada, cuyas obras previsible mente durarían años.
Para construirla se contó con maestros lombardos, portadores de la arquitectura más moderna de su tiempo, y eso no se podía rechazar. Sus iglesias, aquí totalmente abovedadas, suponían un importante progreso y una arquitectura –el primer románico lombardo, 1000-1040– perfectamente articulada en sus muros y espacios. Estos maestros ofrecían dos tipologías ajustadas a las necesidades existentes; la abacial y la catedralicia, pues ambas eran similares en todo, salvo en el número de sus tramos (Obarra, Roda de Isábena, Santos Niños Justo y Pastor de Urmella) y la pequeña iglesia rural (San Esteban de Conques, Santa María de Villanova, ermita de la Virgen de las Rocas de Güel, San Andrés de Calvera), todas iniciadas e interrumpidas en distintos grados de su ejecución.

Los trabajos de la nueva catedral comenzaron por la cabecera y apenas iniciadas las obras las dejaron interrumpidas. A través de la cripta de Roda en su actual estado no nos permitirá comprender fácilmente cómo iba a ser la catedral. El acceso se efectúa a través de la pequeña puerta que se abre en su muro sur al espacio existente, que hasta 1978 estuvo cegado por tierra, retirada ese mismo año por el entonces párroco de Roda, José María Leminyana, un hombre que abordó con su trabajo personal junto con la inestimable ayuda de los vecinos de Roda y, luego, del Gobierno de Aragón, la terminación de la restauración de la catedral desde que accedió a la parroquia hasta su estado actual.

Ábsides 

Ábsides 

Ábsides 

La liberación de dicho espacio nos permite ver que iba a estar conformado por un ábside y su tramo adyacente, el último de la nave lateral sur de esta fase lombarda. En este tramo se puede ver la parte inferior del muro del ábside con sus triples esquinas de embocadura y su correspondiente muro sur, que presenta al Oeste una pilastra de triple articulación. Enfrentado a ella y parcialmente englobado por un muro posterior correspondiente a la fase del obispo Salomón, vemos emerger el pilar de triple articulación perteneciente a la nave central, que al estar parcialmente oculto por el citado muro parece una pilastra. El tramo iba a estar cubierto por una bóveda de arista, configurando así el inicio de un ábside y su tramo adyacente, característicamente lombardos, que quedaron interrumpidos. Se iba a continuar la obra con otro tramo hacia el Oeste que nunca se inició.

Saliendo de la cripta actual entraremos al espacio situado al Norte. Todo él estaba igualmente cegado por tierra hasta los años 1983-85 en que se desenterró. Un ábside con su semicúpula que arranca prácticamente desde el suelo preside el espacio de una estrecha nave cubierta con una bóveda de medio cañón con similar arranque. Ábside y bóveda ocupan el espacio de lo que fue la nave norte de esta fase lombarda.
El ábside conserva en relativo buen estado unas magníficas pinturas datadas en los siglos XII-XIII, fechas que pueden concretar la cronología de esta modificación. Y además la pequeña ventana que preside su ábside ha sido reconstruida, a costa de una pequeña parte de las pinturas. Hacia la mitad de la nave veremos unas catas que muestran, parcialmente embutidos en los arranques de la bóveda, los inicios de la pilastra y el pilar lombardos, homólogos a los estudiados en la nave lateral sur. En la embocadura del ábside, las triples esquinas están englobadas en esta obra posterior. Subiendo al presbiterio superior de esta nave, se ve cómo sobresalen notoriamente en altura la pilastra, el pilar y las triples esquinas de embocadura del ábside, recientemente reconstruido.

Volviendo al espacio central de la cripta, este espacio iba a ser el ábside central y su tramo inmediato lombardos. Aquí, las cosas son más difíciles de ver, puesto que hay que hacer abstracción de las bóvedas y pequeños pilares que hoy se ven, ya que no existían en este momento. En el ábside queda la parte inferior de su muro original lombardo, hasta la doble ventana existente, como denota el aparejo de sillarejo lombardo pese a los rejuntados posteriores. Dos muros en el Sur y Norte delimitan la actual cripta, englobando los pilares lombardos descritos y cegando los vanos entre ellos. En mi última visita a Roda he podido comprobar que, muy probablemente, el pilar norte de la nave sur, cuyo paramento aflora a ras del muro, tiene sus esquinas recayentes al espacio de esta nave central lombarda y englobadas por el muro sur citado. El muro norte oculta totalmente el homólogo pilar de articulación triple y en su entrega al muro del ábside, se pue de ver una clara línea de mal empalme. Ambos muros ocultan la triple articulación de la embocadura del ábside.

Planta de la cripta

Cripta

Cripta norte

Saliendo al exterior de la cabecera, los ábsides laterales no pueden desarrollarse exentos, como sus cubiertas, por compartir con el central sus muros. En los muros inferiores de los tres ábsides, pese a la dificultad de los actuales rejuntados, se aprecian en sus zonas inferiores, correspondientes a lo anteriormente descrito como fase lombarda, aparejos de sillarejo que conservan los arranques de las lesenas aparejadas a soga, todos característicamente lombardos, y que se prolongaron con los muros de los tres ábsides en una fase posterior. El ábside sur presenta dos lesenas, una al Norte y la terminal en su encuentro con el ábside principal. En éste vemos en cambio seis lesenas, dos de ellas marginales pero la central, que discurre por su eje, indica que iban a ser dos las ventanas a construir según el proyecto lombardo, al Norte y Sur, que como veremos no son las existentes actualmente. La lesena central impedía abrir una ventana en el eje del ábside, como sucedió en la cercana fase lombarda de San Andrés de Calvera. El ábside norte presenta tres lesenas, más las dos marginales, a pesar de que buena parte de este ábside obedezca a una reconstrucción posterior. En el pie de la torre y en su cara este existe un inicio de obra lombarda, el recrecido de la calle y los muretes adosados lo engloban casi en su to talidad, pero en su lado norte se aprecia una lesena lombarda, es la característica lesena lateral que presentaban estas torres, mientras que el paño de muro que delimita se corresponde en altura con ella.
Por tanto, la fase lombarda descrita presenta el característico aparejo de sillarejo lombardo, a pesar de que los rejuntados practicados dificultan su apreciación. Esta fase consta de la parte inferior de los muros de los tres ábsides, de mayor altura el ábside norte, y de sus tramos adyacentes que incorporan pilares y pilastras lombardos, otra vez construidos con mayor altura en el tramo norte. Todos ellos se iban a prolongar hacia los pies de la catedral, pero la marcha de los maestros lombardos dejó la cabecera en este estado. A ello hay que sumar el inicio de una torre también lombarda. El proyecto original era construir una iglesia de tres naves con sus tres ábsides y sin coro atrofiado, las naves se iban a cubrir con bóvedas de arista, con lo que la iglesia sería similar a la de Obarra.
La torre lombarda se iba a construir en el flanco sur del ábside sur. El profesor Fernando Galtier apunta la hipótesis de que un maestro, Bradila, que según la documentación estaba en Roda en julio del 1010 y que se relaciona con la fase lombarda de la cercana ermita de la Virgen de las Rocas de Güel, fuese el maestro de esta fase inicial de la catedral. Nada conocemos sobre las causas de esta interrupción de la obra lombarda generalizada en el condado y que vemos repetida en otros lugares (San Vicente de Cardona, San Paragorio de Noli, Saint Philibert de Tournus, entre otros destacados ejemplos). 

El 15 de febrero de 1030 Arnulfo efectúa una nueva consagración de una parte de las obras en esta catedral, que dedica ahora a San Vicente y San Valero.
Arnulfo (1028 1064) fue impuesto como obispo por Sancho III el Mayor, que ya en 1025 ha incorporado totalmente Ribagorza y Sobrarbe a sus dominios. Arnulfo es un fiel de Sancho, basta decir que fue consagrado en Burdeos para comprender el designio político de este nombramiento. Sancho no podía permitir que el mundo religioso de Ribagorza no se sujetara a sus designios ya que Borrel, consagrado obispo en 1017 en Urgel y no en Roda, era afín a aquella sede y a los condes de  Pallars. Urgel y Pallars trataron de imponer en Ribagorza sus pretensiones de dominio en aquellos años. Como es sabido Valero fue obispo de Zaragoza y su vida fue acompañada de una aureola de santidad y prestigio, y tuvo como diácono a Vicente, natural de Huesca. Ambos fueron apresados el año 303 en Zaragoza y llevados a pie y con penalidades a Valencia ante el prefecto Daciano, que vino a la entonces Hispania romana para seguir perpetrando la persecución que Diocleciano y Maximiano habían desatado contra los cristianos. San Valero fue desterrado a un lugar no conocido de los pirineos aragoneses donde murió, y Vicente fue cruel y repetidamente martirizado. Así, ambos fueron desde entonces venerados como santos con el mayor prestigio y honor. Arnulfo, que habitó poco en Roda, logró traer desde la Estadilla entonces musulmana, los restos de san Valero, entre 1025 y 1030, y desde ese momento aquí se conservan. Es en 1170 cuando, a instancias de Alfonso II, el cráneo de san Valero fue donado por los canónigos de Roda y trasladado a la Seo de Zaragoza, donde se conserva como venerada reliquia del patrón de Zaragoza. La referencia a san Valero como nuevo y egregio patrón de Roda aparece por vez primera en estos momentos.

Es verdaderamente complejo conocer qué obra consagra Arnulfo en Roda, para ello me obligo a contrastar lo que las fábricas muestran, como mejor “documento” de estudio posible siguiendo el fiable criterio del profesor Galtier, que comparto en esta cuestión, si bien es una hipótesis de trabajo. La presencia de la doble ventana en el nivel de la actual cripta es definitoria a este respecto.
Se conoce el estado de estas ventanas, anterior a la restauración de Leminyana y que se corresponde con su con formación actual. Hacia el exterior las ventanas, separadas por un machón, se conservan íntegramente. Se trata de dos pequeñas ventanas con arquito que presentan ligeramente retranqueados sus verdaderos vanos y que se alzan por encima del paramento inferior lombardo.
En su interior ambas ventanas están ligeramente derramadas, se cubren con boveditas capialzadas y siguen separadas por el machón. Un arco resaltado, que aún conservaba pinturas geométricas en su intradós y cuyas jambas coincidían con las actuales columnitas que enmarcan hoy las dos ventanas, conformaba un vano abierto hacia la cripta que las cobijaba, pero entre ellas existía un notable hueco alto y estrecho, que el profesor Galtier interpreta como el arranque semiperdido de un arco que se entregaba al machón, tendido perpendicularmente al muro. Todo esto fue transformado interiormente en la disposición actual, que trata de reproducir de un modo más canónico la forma en que usualmente se presentan estas ventanas, perdiéndose este dato precioso.
Estas ventanas y ese comienzo del arco traen inmediata mente el recuerdo de la cripta de Leyre, lo que es perfectamente acorde con el nuevo dominio navarro y la procedencia de Arnulfo. Su baja posición, lejos del lugar en que coherentemente se abrirían las más altas ventanas en el proyecto lombardo interrumpido, indica claramente la voluntad de lograr a este nivel un espacio cultual cerrado. Además un arco, hoy embutido en el actual muro sur de la cripta pero visible en sus dos caras, y muy probablemente otro arco similar, hoy oculto por el muro norte del espacio central de la cripta hacia la nave lateral sur lombarda, abrían el espacio de la nave ventral lombarda hacia las laterales.

Las reliquias de san Valero están en Roda desde hace pocos años y es necesario exhibirlas al culto para excitar la religiosidad de las gentes y lograr así, los donativos y concesiones que se esperaban de una reliquia de tal nivel. Esto explicaría el alcance de la obra consagrada por Arnulfo, mínima más que sencilla, urgente y aún extraña, una obra que aprovecha la fase lombarda, que eleva hasta la altura adecuada el muro del ábside central con esas dos ventanitas “navarras” en posición antinatural, y que a la luz de ese arranque citado del arco sobre el machón entre las dos ventanas, podría haber proyectado una arquería longitudinal, como en Leire, que dividiría el espacio central en dos naves. Si así hubiera sido, esta arquería buscaría el apoyo de la cumbrera de un tejado provisional a dos aguas sobre sencillas armaduras de madera. Ignoro si esa arquería existió realmente y cómo este pequeño espacio se cerró al Oeste, también cómo se cubrió y cómo se articularon, en esta obra, las pilastras, el pilar y la zona del ábside sobreelevados de la nave norte lombarda. Pero como he dicho anteriormente es una más que razonable hipótesis de trabajo.
A este respecto, hay recordar la rica donación que Arnulfo hizo a la catedral de Roda en el día de su consagración: tapices, cortinas, tabernáculos, dalmáticas, manípulos y un valioso cáliz. ¿Dónde se esperaba colocar todo esto? Parece ser una donación en espera del desarrollo de las obras de la catedral que sin duda, en este momento, se esperaban continuar, sin embargo no fue así.
Salomón (1064-1075), destituido en 1075, sucedió a Arnulfo. En 1095 aún en vida de Salomón, Pedro I y el obispo Lupo de Roda de Isábena, le requieren información sobre el estado de la diócesis durante su mandato y en su carta de respuesta, que se conserva, nos da la preciosa noticia de que encontró la catedral de Roda pene destructa, es decir, arruinada, destruida; tanto que su consagración se celebró en San Victorián donde residió muchos años.
Es necesario considerar que la investigación nos expone una situación de graves penurias en Roda y todo el condado, desde su dominio por Sancho III hasta el comienzo del reinado de Sancho Ramírez (1064-1094), inicio que se corresponde con el episcopado de Salomón. En ese periodo son pocas las empresas constructivas en el condado y en su inmediatez, fundamentalmente dirigidas al fortalecimiento e implantación de pequeños castillos; obras más o menos parciales en los de Samitier, Aínsa, Boltaña, Troncedo, Escanilla y hacia los años sesenta Luzás y Viacamp; de algunas pequeñas iglesias, entre otras pocas, Toledo de la Nata, Buil o Pano, con la terminación de las obras interrumpidas en Urmella y Obarra. Y la construcción del monasterio de San Martín (San Victorián), de la que las recientes excavaciones exhuman una iglesia de buen tamaño muy probablemente de tiempo ramirense; a San Victorian se encomendó el control y sometimiento del mundo religioso de Ribagorza, con lo que el resto de monasterios e iglesias ribagorzanas se abocaron a una clara recesión y a ese sometimiento.
Sin duda, la temporal conquista de Barbastro en 1064 y de algunos otros territorios que aportarían jugosos beneficios; las dos legaciones del cardenal Hugo Cándido que entre otras importantes cuestiones logró poner orden económico en las diócesis de Jaca y Roda; y la infeudación del reino de Aragón al papado como consecuencia del viaje a Roma de Sancho Ramírez (1068), del que parece volvió “impregnado de fervorosos propósitos” fueron la razón de que Salomón pudiera reanudar las obras de la catedral rotense. Estas obras lograron la terminación de los tres ábsides y de sus tramos inmediatos que se configuraron como respectivos presbiterios. Para poder elevar y apoyar adecuadamente los muros que delimitan el presbiterio central, fue preciso construir potentes muros que cegaron los vanos de la fase de Arnulfo y englobaron los pilares lombardos.
Los muros de los ábsides se elevaron hasta su estado actual, utilizando aparejo de sillarejo muy similar a la obra lombarda y prolongando en ellos las lesenas; es constatable en ellas un cambio de aparejo, que iniciado a soga en las partes lombardas se prolonga con hiladas alternadas de piezas a tizón y a soga en esta fase posterior. Las lesenas se entregan superiormente a arquillos de tipología lombarda, coronados por una estrecha hilada de esquinillas y una delgada losa que recoge la entrega de las piezas de cobertura; el ábside norte fue reconstruido y su configuración actual obedece a esas obras realizadas en el siglo pasado. La lesena central del ábside principal, prolongada sobre la lombarda, se dejó interrumpida bajo una aspillera, hoy cegada al interior.
Tres ventanas de tipología lombarda tardía con doble derrame, cubiertas por pequeñas bóvedas capialzadas y con sus vanos centrales cubiertos por un estrecho dintel, se abrieron en el ábside central; la central fue cegada interiormente por Leminyana para disponer el estupendo Calvario, robado por Erik el Belga; del que sólo la imagen de san Juan ha sido recuperada y aquí está, el Cristo y la Virgen son reproducciones que completan el Calvario que hoy preside este ábside. En su lugar existió un magnífico retablo de Gabriel Yolí (1533) cuyas imágenes fueron destruidas en 1939, quedando su mazonería muy alterada y que posteriormente se retirara. Quedan las estupendas sargas (1556) que cubrían el retablo en Semana Santa, colocadas hoy en los muros laterales del presbiterio. Aún sobre esta ventana cegada existe un pequeño óculo. Similar ventana, algo más alta, se abre en el eje del ábside sur. La homóloga del ábside norte está reconstruida.
Interiormente los paramentos de los ábsides central y sur son de irregulares piezas de sillarejo; el del ábside norte está totalmente reconstruido en la parte superior visible, pero integra en su embocadura las triples esquinas lombardas.
La semicúpula del ábside central está construida con lajas irregulares de tamaño algo mayor de lo habitual y su zona de clave es de aparejo de lajas dispuestas de un modo francamente descuidado. El arco de embocadura de este ábside es doble, ambos apilastrados. En el extradós del arco exterior es noto rio el relleno del espacio que sirvió para alojar el apoyo de la tablazón de las cimbras de la bóveda del presbiterio. El ábside sur es apuntado, su semicúpula se apareja inferiormente con lajas irregularmente dispuestas y su zona de clave presenta mampuestos dispuestos con franca anarquía y su embocadura igualmente presenta doble arco apuntado y apilastrado, pero aquí la zona destinada al apoyo de la cimbra es ampliamente notoria, quizás por desfases entre el nivel necesario de la semicúpula y la bóveda.
El tramo que conforma el presbiterio del ábside central presenta en sus muros un cuidado sillarejo y se cubre con bóveda de medio cañón, con igual y cuidado aparejo. El del ábside sur tiene sus muros de sillarejo más irregular, si bien la parte superior de su muro norte lo presenta más cuidado; su bóveda de medio cañón arranca con lajas y se cierra en su zona de clave con sillarejos de piedra toba.
Toda esta fase corresponde a la obra de Salomón y las características descritas la integran en la llamada arquitectura lombardista, tan extendida en Ribagorza y otros lugares. Es una arquitectura construida tras la marcha de los maestros lombardos, por maestros locales –a la vista está la imperfección en su ejecución– que nada sabían de bóvedas de arista y triples articulaciones y sí de bóvedas de medio cañón, eficaces pero lejanas de una cuidada construcción. Maestros que no renuncian al prestigio de construir lesenas, arquillos y frisos de esquinillas de tipología lombarda, mucho más fáciles de imitar, de ahí el nombre de románico lombardista.

Parece que las obras siguieron con mayor o menor continuidad, siendo finalizadas ya en el obispado de san Ramón (1104-1126). Se continuó con la construcción del cuerpo de las naves, con tres tramos de desigual profundidad correspondientes a la anchura de los ábsides, separados por cuatro potentes pilares cruciformes de núcleo cuadrado, claramente construidos para estribar bóvedas y no armaduras de madera como se ha dicho. La nave central se cubrió con bóveda de cañón apuntado de buen aparejo, con tres arcos fajones apuntados y apilastrados en esos pilares y en las pilastras de embocadura del presbiterio. Seis potentes arcos apilastrados en los pilares y pilastras citadas separan la nave central de las laterales; su intradós no se apareja con dovelas en continuidad en su espesor, sino que su parte central se construyó con lajas, de la misma manera que un muro, poniendo en evidencia cierta chapucería o la necesidad de abaratar la obra. Estos arcos conservaban en su intradós relieves geométricos de yeso pintado.
Los tres tramos de las naves laterales se articulan con arcos fajones de medio punto apilastrados en los pilares centrales y en pilastras de sección recta en los muros exteriores. Están cubiertos por torpes bóvedas de arista; los tramos de la nave sur en sus cuatro ángulos y los ángulos sur de los tramos segundo y tercero de la nave norte, presentan sus arranques con salmeres de lajas aparejadas horizontalmente y aún inclinadas hacia su interior. Esto es coherente con la usual práctica románica, de tradición bizantina, de ganar altura en la construcción de estos salmeres con esta disposición de lajas que de este modo son autoestables y forman parte, estructuralmente, del muro y no es preciso cimbrar, con lo que las cimbras para las bóvedas son menores y se economizaba en medios auxiliares. Superados estos salmeres, las bóvedas presentan una plementería de anárquicas piezas de piedra toba que siguen más o menos la geometría adecuada de una bóveda de arista.

En el año 1100 se produce la segunda y definitiva con quista de Barbastro. Roda de Isábena y sus canónigos se vuelcan en la aportación de medios económicos y humanos para el traslado y organización de esa nueva sede, perdiendo Roda su condición de catedral. Sólo cuatro años más tarde san Ramón accede a la sede de Barbastro. Se afirma que la magnífica cripta actual, que ocupa el espacio de la nave central lombarda fue construida por san Ramón, fundamentalmente por la consagración que efectuó en ella de un altar dedicado a Santa María en 31 de mayo del 1125. Un año después su cuerpo fue inhumado delante del altar de la cripta, pero el artificio y las características que presenta la cripta, en mi opinión, se retrotraen a fechas bastante anteriores.
Desde este espacio central se accede al Sur por una estrecha puertecita a la nave sur lombarda, recuperada tras su desescombro y restauración y hoy, saliendo de la cripta, al espacio también desescombrado que presenta la bóveda y semicúpula que englobó la nave norte lombarda. De forma que, en realidad, este conjunto de naves laterales y central lombardas constituye la totalidad de la cripta, aunque el espacio de la nave central sea el de mayor prestigio y calidad y que estudiamos ahora como cripta románica de la catedral.

Consta de tres naves con seis tramos, el primero de ellos obedece a una ampliación posterior. Los tramos se cubren con bóvedas de arista delimitadas por arcos fajones en su nave central, ya que los laterales son en realidad estructuralmente fajones y no formeros, bóvedas y arcos se estriban sobre pequeñas columnas o pequeños pilares; las columnillas perimetrales se adosan a los muros del ábside lombardo y a los de la fase de Salomón, ya que se dispuso en este espacio pre-existente; las bóvedas de arista adosadas al muro semicircular del ábside son tripartitas para adaptarse a su curvatura, siendo los dos primeros tramos son menos profundos que los otros. Las bóvedas de arista están construidas con lajas de clara tipo logía románica; es decir, con aristones semicirculares y por tanto con clave más alta que la de sus arcos de embocadura.
Y de forma característica sus salmeres presentan sus lajas dispuestas horizontalmente. Las columnillas y pequeños pilares octogonales presentan capiteles sencillamente labrados y sin labrar. Tal parece que buena parte de las columnillas, pilarcillos y capiteles son reutilizados. Todo esto repite la tipología y las situaciones que presentan las homólogas criptas románicas construidas en Europa en anteriores periodos al que se asigna la construcción de esta cripta, por lo que la hipótesis enunciada más arriba es más que verosímil. De ser así, la cripta se cerraría al oeste y varias gradas permitirían el acceso desde la nave central al presbiterio sobre la cripta de forma análoga en que persiste en el presbiterio sur. Una magnífica cripta que es uno de los mejores logros que exhibe la catedral.

Por la puerta abierta en el tercer tramo de la nave norte se accede al claustro.
Se ha dado la fecha de comienzo de este claustro hacia 1136; pero hay que hacer constar que la capilla de San Agustín que se abre en el muro este de la antigua sala capitular fue consagrada por san Ramón en 1107. El claustro es de planta ligeramente rectangular y transmite aún, afortunadamente, la espiritualidad y sosiego que le corresponde.
Las cuatro pandas se cubren con faldones de correas y tablazón de madera que en sus ángulos se apoyan en arcos diafragma sobre columnillas, y se abren al jardín con arquerías sobre rotundos ábacos y capiteles someramente esculpidos que presentan temas animalísticos, florales, geométricos o sólo aristas biseladas.






Los capiteles se entregan a columnillas apoyadas en un murete perimetral y sus basas son variaciones de la basa ática del jónico, tan utilizada en el periodo románico. Una cornisa de triple taqueado jaqués corona el murete interior de las arquerías. En el centro del jardín se alza el brocal de un pozo tardío sobre un basamento de piedra que se conecta a un gran aljibe en el subsuelo del centro del claustro mientras que tres bajantes de piedra románicas que se conservan en los ángulos norte, oeste y sur de las pandas, conectan el canalón de recogida de agua de los faldones que cubren las pandas con este aljibe.
En la parte meridional de la panda este se abre la arquería que da paso a la antigua sala capitular. Cinco arcos sobre columnillas que se apoyan en un murete, salvo en el central donde el murete se interrumpe para permitir el paso, presentan capiteles con notorios ábacos de bisel curvo y listel recto; los capiteles reflejan iguales y esquemáticos temas florales mientras que las basas son de una conformación similar a las de las columnillas de las pandas.
La antigua sala capitular presenta un espacio de poco fondo y alargado y en la actualidad el paso a la capilla de San Agustín que se abría en el centro de su muro este está cerrado. La pequeña capilla de San Agustín consta de un mínimo espacio que preside al Este un ábside con coro atrofiado. Fue consagrada por san Ramón en 1107 para oratorio de los canónigos enfermos, por lo que también se llama de la enfermería. Unas magníficas pinturas románicas de comienzos del siglo XII sobreviven ya semiperdidas en su ábside. La capilla se construyó sobre otra inferior que conserva los mínimos restos de un posible baptisterio, que podría pertenecer a las primeras fases de obra de la catedral. Por la panda norte del claustro se accede a una gran sala cubierta por una notable bóveda de cañón apuntado, con algunos restos de pinturas. Fue refectorio, archivo, biblioteca y nueva sala capitular en 1628, en la que se dispuso la sillería que hoy se conserva en la capitular antigua. Hoy alberga las dependencias del restaurante de Roda.

Capiteles

Capiteles 

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Inscripciones

Inscripciones 

Inscripciones 

Inscripciones 

Inscripciones 

Inscripciones 

Es importantísimo en este claustro el necrologio que conserva una notabilísima serie de inscripciones talladas en el intradós de sus arcos o incrustadas en sus paramentos, algunas con restos de policromía, que arrancan de 1143, siendo uno de los pocos lugares en Europa que pueden exhibir algo similar en cantidad, calidad y contenidos epigráficos.
Es en 1149 cuando, con la conquista de Lérida, la sede lejos de Roda, pasaba de Barbastro a Lérida, con los repetidos e importantes esfuerzos económicos y humanos que Roda realizó y las penurias subsiguientes.
En el siglo XIII se construyó la actual portada en el muro sur, ya de conformación tardía, muy probablemente destruyendo la original románica de la que no se conserva nada. Su amplio derrame cubierto por seis arquivoltas molduradas sobre capiteles y columnillas dispuestas en los ángulos se re creció sobre el muro sur existente. La puerta es una magnífica muestra de la carpintería mudéjar del XIII.
Nos consta que en 1650 el acceso a la cripta se abrió completamente a la nave central con la ampliación de un tramo, con la arquería que hoy podemos ver, que ofrece una magnífica vista global de la cripta desde la nave. Ese tramo presenta los salmeres de sus bóvedas de arista aparejados con pequeñas dovelas de piedra toba perfectamente talladas, de forma claramente diferenciada con el resto de las bóvedas de esta cripta. La nueva situación originó la necesidad de adecuar los niveles del pavimento de todo el tercer tramo de la iglesia con la complejidad que hoy se presenta.
El siglo XVIII fue pródigo en realizaciones en la catedral. En 1737 el maestro tejero Juan de Lachalde reconstruyó la totalidad de las cubiertas de la iglesia, que recientemente han sido restauradas, por lo que ignoramos su conformación original.
En 1724 Silvestre Colás diseña el pórtico barroco y el maestro albañil Dionisio Lanzón lo termina en 1728. Es un notable pórtico abierto con cinco vanos hacia la plaza, el central con arco carpanel y los laterales de medio punto, una serie de hornacinas de las que sus imágenes fueron destruidas, una falsa abierta con ventanas y un pequeño frontón donde se aloja en un nicho una imagen de san Vicente. Alrededor de estas fechas se comienza la obra de la torre barroca, cuya base engloba los restos de la torre lombarda iniciada e interrumpida sobre la que se alzó. A estas obras siguió la construcción del actual coro abierto en los pies de la iglesia, rompiendo su muro oeste y construyendo en su embocadura un arco apuntado de ladrillo que se articula formalmente a media altura con ménsulas de ladrillo, su espacio se cubre con bóveda de cañón apuntado de piezas de piedra toba. La actual sillería se colocó en 1786.
Finalmente los decretos de desamortización y suspensión de jurisdicciones propias dieron el golpe de gracia a Ro da, que fue transformada en parroquia. A ello hay que añadir la declaración de monumento histórico nacional en 1924 de la catedral, bien que siguió en la ruina y el abandono hasta las campañas de restauración de 1962-1980 dirigidas por Pons Sorolla, seguidas por las importantes obras realizadas por José María Leminyana y el pueblo de Roda y el interés actual interés por grupos de investigación de universidades. Roda y esta catedral son parte fundamental de nuestra historia, la de todos, la de tantos obispos, canónigos y gentes que debieron enfrentar y atravesar graves situaciones y problemas. Es el resultado de una firme voluntad de construir aquí no sólo la sede del obispo, sino la casa de Dios abierta a todos, el lugar de sosiego y recogimiento propicio en el que las espléndidas liturgias, los melodiosos cantos y la profunda religiosidad nos acercan hacia Dios.
 
Pintura, escultura y otras artes Decorativas
En los inicios del siglo X se funda la ciudad de Roda de Isábena dentro de la voluntad de construir un sentimiento nacionalista en las nuevas tierras de Ribagorza, con la finalidad de generar un centro espiritual y político para el nuevo estado. Culminación de este proceso es la construcción de la iglesia basilical que se consagrará el 30 de noviembre del año 957 y que será dedicada a la memoria de san Vicente mártir. Una vez asentado en ella un obispo, miembro de la familia condal, Roda se convierte en el motor de las empresas artísticas que serán llevadas a cabo por los maestros lombardos y que renovarán los viejos modos de construir locales.
Al mismo tiempo, la catedral se dota de un mobiliario litúrgico –evidentemente reducido en función de los duros momentos que atraviesan– que es necesario para hacer realidad esa representación pública del poder protegido por Dios. Sabemos que tienen un cáliz, una campana de metal para marcar los momentos importantes, un misal, un leccionario, un antifonario y dos juegos completos de ropas de culto, además de una cruz de plata que debió presidir el altar, quizás –como nos sugiere una imagen del Sacramentario– enmarcada y oculta con una cortina.
Pieza muy importante de estos momentos, además de ser un instrumento fundamental para entender la vida eclesial en esta catedral, es el famoso Liber Pontificalis Rotae que conocemos como Sacramentario de Roda y que se conserva en el Archivo Capitular de Lérida. Datado hacia el año 1000, nos permite saber las oraciones de la Misa y es fundamental para poder conocer la iconografía de Cristo en la Cruz, triunfando sobre la muerte, como nos indica la miniatura que inicia el canon de la misa. La riqueza de este texto, fundamental para conocer la liturgia del momento, nos describe que celebraban la procesión del Domingo de Ramos con palmas, ramos de olivo y flores, bendecidas por el obispo, que la acompaña hasta las afueras de la ciudad, donde bendecirá el caserío y predicará explicando el sentido de la fiesta que celebran. En la misma línea nos habla de la liturgia del Viernes Santo, a las dos de la tarde después de leer la Pasión de Cristo. En ese momento, la Cruz estará en el altar oculta por las cortinas, mientras dos cantores cantan los improperios Popule meus. In adoratione Crucis y otros dos van elevando la cruz. Una larga ceremonia que concluye con la intervención del obispo desnudando los altares para lavarlos con agua y vino, recreando el lavatorio que se hizo con el cuerpo muerto de Jesús de Nazaret.
A efectos de la notable riqueza artística que vamos a ver generar en torno a esta catedral, es importante apuntar que en ella se vivió una intensa vida litúrgica gracias a que tenía un clero catedralicio de alto nivel intelectual y profunda formación, además de la implicación que mantenía la familia condal ribagorzana en su día a día. Auge cultural y artesano que se rompe con la terrible invasión que sufre cuando la asaltan los temidos ejércitos cordobeses en 1006, mandados por el caudillo Abd al-Malik que llegó incluso a destruir Roda, haciendo prisionero al obispo Aimerico.
Tras este suceso se abre un segundo período en la historia artística de la catedral. Una etapa en la que se levanta la nueva arquitectura por maestros lombardos, que estarán ocupados en ello hasta el entorno del año 1017. Esta fecha se relaciona con una consagración que no podemos entender muy bien (el 5 de mayo de 1018) y sobre todo con la vinculación del templo rotense a las reliquias del obispo san Valero de Zaragoza. En este momento contando con la protección del rey Sancho Ramírez, el obispo Arnulfo puede permitirse, según los documentos, enriquecer la catedral con tapices (incluido alguno de origen bizantino), mobiliario litúrgico co mo retablos o ropas, e incluso un cáliz de plata sobredorada. Es importante constatar que estamos asistiendo a la creación de un espacio de prestigio que liderará parte de la vida religiosa aragonesa de la segunda mitad del siglo XI, en concreto la amplia zona oriental del reino de Aragón.
Ya en el siglo XII, reinando Alfonso el Batallador, se produce un acontecimiento importante como es la construcción de la gran cripta de la cabecera, que hoy nos plantea interesantes problemas de lectura puesto que ignoramos el proyecto lombardo previo y sólo vemos las reformas acometidas a mediados del siglo XVII. Estamos entre 1120 y 1130 y la cripta se compone de tres espacios muy interesantes para saber cómo avanzan las modas y los gustos artísticos en el reino de Aragón, que ya engloba todas las tierras del Pirineo central.

Cripta norte o “Sala del Tesoro

En la zona norte está el espacio subterráneo que conocemos actualmente como “Sala del Tesoro” por haber sido empleado durante siglos para custodiar el dinero y la orfebrería catedralicia, además de los documentos que avalaban la titularidad de sus bienes. Por ello, al acceder nos encontramos con una serie de cajones, que llevan el nombre de los oficios capitulares, ajustados al muro absidal. La importancia que tiene este espacio abovedado es la decoración pictórica que se le aplicó en los inicios del siglo XIII con unas pinturas al temple que muchos –siguiendo al profesor Gudiol– han vinculado al quehacer artístico del “Maestro de Navasa”. Actualmente se la considera como la cripta de san Valero puesto que en medio de su espacio absidal se ubica la recreación de la urna que albergó los restos de este santo, una caja a la que se le han incorporado los esmaltes que tuvo la original. Sabe mos que el cuerpo del obispo de Zaragoza había sido traído, desde la musulmana Estada, por el obispo Arnulfo de Roda poco antes de 1030.
Considerada por algunos como un excepcional conjunto del arte románico, estas pinturas murales al temple –que responden al quehacer románico pero no están exentas de esa visión artesanal rural y decadente, como tampoco de ciertos presagios góticos que sugirió Post– se centran en la imagen del Pantocrátor que preside la bóveda, escoltado por los cuatro evangelistas, aunque su mayor riqueza iconográfica reside en un friso que propone un curioso calendario agrícola. Este menologio engloba doce personajes que nos hablan de los meses del año. Se han descrito hasta la saciedad, pero es bueno que recordemos que hay un personaje que vierte agua de un cántaro (representación de enero), un pescador que se calienta al fuego (febrero), el podador de viñas (marzo), la mujer que porta flores y ofrece los brazos abiertos que es símbolo del primaveral abril, y seguramente un pastor que aunque sólo podemos intuirlo –al borrarse la imagen– re presentaría a mayo. Ya al otro lado de la ventana, la misma que ilumina la estancia, nos encontramos posiblemente un agricultor que siega con la guadaña (junio), el hombre que siega con la hoz en la mano (julio), la trilla de agosto, la recolección de los frutos de septiembre, el quehacer en las viñas (octubre), la matacía y el leñador de noviembre y la celebración en la mesa llena que promueve el mes de diciembre.

Cripta norte. Calendario agrícola (enero, febrero, marzo y abril) 

Cripta norte. Calendario agrícola (junio, julio, agosto y septiembre) 

El conjunto, como indican Borrás y García Guatas, está lleno de contenido simbólico y encierra alusiones a la “representación unitaria del cosmos”, que culmina en los temas del bautismo de Cristo y la Psicóstasis con san Miguel, que se ubican a ambos lados de la bóveda. Ellos marcan aquí los dos extremos de la vida del cristiano: el nacimiento a la vida de la gracia y el paso a la vida eterna, en ese juicio de las almas que pesa san Miguel mientras el diablo intenta engañar la balanza. La decoración que nos queda en la parte inferior del ábside nos permite contemplar una serie de escenas de lucha entre hombres y animales, que no son habituales en este espacio. Además, se ha podido ver que bajo la pintura de comienzos del siglo xiii están las cruces de consagración e incluso una inscripción que García Omedes supone es la de la dedicación de la cripta.

En el altar que preside esta capilla septentrional de la cripta se encuentra depositada una pieza de gran importancia: la arqueta relicario que conservaba los restos de san Valero. Enriquecida con esmaltes de Limoges cuando se construyó en la década de 1120, quizás gracias al mecenazgo del obispo san Ramón, en la actualidad es el resultado del ajuste que ha habido que hacer con los elementos decorativos que se han recuperado después de su robo y destrucción en 1979, obra de Erik el Belga. La recomposición de este elemento la hicimos con ocasión de la exposición “El Espejo de Nuestra Historia. La historia de la diócesis de Zaragoza” celebrado en 1992. Sobre una caja de las mismas medidas que la anterior, con tapa troncónica forrada de terciopelo y con galón dorado en sus aristas, se colocaron algunos medallones con esmaltes burilados, en forma de disco y ovalados, aunque falta el más importante de ellos que era el de la cerradura, con pájaro y hojas esmaltadas que remitían al relicario de Santa Fe de Conques.

Arqueta de san Valero 

De la época de san Ramón del Monte, obispo de Roda Barbastro desde 1104 a 1126 y mecenas excepcional de su tiempo, quedan abundantes piezas que enriquecen el tesoro de esta catedral, aunque han desaparecido muchas y otras se han recuperado troceadas tras el vandálico robo ya citado. Algunas de ellas se muestran en unos expositores, como la tira de tela hispanomusulmana que se decora con inscripciones cúficas que fueron extraídas de la mal llamada mitra de san Valero puesto que estas piezas nos llevan a principios del siglo XI. También se exhibe el galón o cenefa de la que fuera la mitra de san Ramón, obra del siglo XII, la capa del santo de seda carmesí que nos certifica la notable altura del santo, y el sudario de san Ramón que sería comprado quizás en tierras musulmanas y que es una sábana de lino con una greca bordada en sedas de colores. Actualmente tanto el sudario como la pieza de lino que envolvió el cuerpo del santo se encuentran en un pequeño expositor situado en la nave norte del templo.
Vinculado con este santo hay que hablar también del peine litúrgico, tallado en marfil con doble hilera de púas, decorado con ornamentación vegetal por una cara y por la otra con dos medallones con gacelas y un grifo central que nos habla de su ascendencia árabe y que nos lleva al siglo XII; así como del llamado peine de san Ramón que ha perdido las púas, cortadas para generar reliquias del santo, y que aunque es de peor calidad en su ejecución nos lleva también al mundo oriental, quizás según Iglesias Costa al arte egipcio-fatimí de la primera mitad del siglo xii. Dentro de la eboraria del siglo XII habrá que incluir dos piezas más del tesoro rotense que nos hablan del esplendor que vive la sede con este pre lado. Me refiero al báculo de san Valero, escueto palo o asta de decoración muy sobria limitada a dibujos triangulares en negro, aunque no tiene la importancia del conocido como báculo de san Ramón que está trabajado en cobre, esmaltado en colores azul, verde, blanco y rojo, y enriquecido en la voluta con un gran lirio.

La destrucción derivada del robo de 1979, a raíz del cual la banda de Erik el Belga troceó parte de lo robado para venderlo mejor, se sumaba a antiguos expolios del tesoro rotense que tuvieron su momento más dramático con la salida del archivo para la catedral de Lérida a mediados del siglo XIX. E incluso a principios del siglo XX cuando fueron a parar al Museo Textil de Barcelona la capa y las dalmáticas del conocido como terno de san Valero, adscritos popular y devocionalmente a este santo aunque documentalmente se sabe que llegan a esta iglesia en 1279 traídos por el prior de Roda desde talleres musulmanes. En el mismo museo se conserva el terno de san Vicente que es obra vinculada al trabajo textil inglés de principios del siglo XIV.
La parte central de la cripta se sitúa bajo el ábside central y en ella se encuentran los restos de los santos más vincula dos a este espacio catedralicio: san Valero y san Ramón del Monte, que a su muerte se convirtió en una de las fuentes de financiación más importantes de la catedral gracias a las peregrinaciones que llegaban a rezar ante sus milagrosos restos. Precisamente por ello puede entenderse la existencia del magnífico sarcófago esculpido que alberga su cuerpo desde diciembre del año 1170 y que actualmente preside el espacio central de esta cripta que recordamos es resultado del mecenazgo del citado santo. La historia de este sepulcro es interesante para comprender la de Roda.
Por supuesto que éste no es el emplazamiento primitivo pues se hizo para estar empotrado en el ábside de la cripta a finales del XII, se llevó luego al claustro y concluyó su periplo a mediados del siglo XVII llegando al lugar que ocupa hoy.
En ese momento se exhumaron sus restos y como los de san Valero se colocaron en dos cajas de madera sobredorada, en sendas capillitas del muro donde todavía están protegidas por rejas de forja fechadas en 1650.
He escrito sobre esta magnífica pieza de la escultura románica aragonesa asumiendo que su llegada a Roda está vinculada con la salida de la cabeza de san Valero de la misma, rumbo a la ciudad de Zaragoza que ya ejerce el papel de capitalidad y necesita una reliquia importante de su obispo. El obispo Torroja de Zaragoza y su amigo el rey Alfonso II suben a Roda a buscar la reliquia en la navidad de 1170, con un amplio séquito en el que está el obispo de Lérida, y en ese viaje debieron entregar este sepulcro como compensación a la pérdida de reliquias. Está claro que esta operación no les generó al cabildo rotense ninguna pérdida salvo la emocional, puesto que quien les aporta muchos ingresos es el cuerpo de san Ramón que el 27 de diciembre de 1170 debió de inhumarse en este nuevo contenedor.
Por ello, la obra escultórica explica su relación con los talleres que están trabajando en la Seo zaragozana y en concreto demuestra su vinculación con los escultores provenzales que trabajan en la fachada oeste de la catedral del Salvador de Zaragoza, tanto en sus vestidos (ángeles del Apocalipsis que sostuvieron el sarcófago –y hoy están en el altar– y ancianos del Apocalipsis que acompañaban al Pantocrátor de la portada zaragozana) como en el tratamiento de algunas iconografías siempre dentro de un relieve muy bien ejecutado que falla en el empastamiento de pintura que debió de tener y del que quedan restos. En él podemos ver las escenas de la Infancia de Jesús (Anunciación, Visitación, Nacimiento, Adoración de los Reyes Magos y Huida a Egipto en el lateral) y la dedicada a san Ramón vestido de pontifical, entre dos diáconos que le asisten en la liturgia, tallada en el lateral izquierdo. 

San Ramón, también es el impulsor de la construcción de la capilla de San Agustín –en el año 1107– recién llegado al obispado. Conocida como “La Enfermería” se consagró en honor de San Agustín y San Ambrosio, ubicada en el ángulo del ábside norte con el claustro, donde quizás pudiera estar la primitiva iglesia de esta fortificación que cayó cuando se levantó el claustro y la Sala Capitular. Nos interesa destacar que esta capilla tuvo una interesante decoración pictórica que podemos recomponer con los restos del Pantocrátor, con las cuatro figuras de santos con nimbo que se presentan a ambos lados de la ventana, y las imágenes que podemos suponer hubo en el intradós del arco del presbiterio.
El con junto, antiguamente vinculado al maestro de Taull, hoy se considera obra del maestro de Pedret que demuestra aquí su estilo expresivo, su soltura, su capacidad de generar imágenes rotundas, su habilidad en hacer rostros muy poco sugeridos y su formación italo-bizantina. De este pintor sabemos su participación en la decoración de la catedral de San Licerio de Couserans, que no puede olvidarse es el lugar de procedencia del santo rotense.

Mesa de altar con los relieves que se habían utilizado como soporte del sepulcro de san Ramón

Sepulcro de san Ramón. Lateral. Huida a Egipto 

Sepulcro de san Ramón. Lateral. San Ramón con dos diáconos 

Junto a las construcciones arquitectónicas y sobre todo su preocupación por dotarlas de un mensaje que soportaba principalmente la pintura, el culto cabildo de Roda en el siglo XII (especialmente después de ser privados de la sede episcopal –1149– trasladada a la ciudad de Lérida), va construyendo un peculiar modo de trabajar la escultura que encuadramos dentro de la escuela rotense, adscrita por supuesto a la existencia de un taller ribagorzano al que es necesario dedicar unas líneas. Esta cuestión la detectamos especialmente en el vestido de algunas imágenes de María entronizada con el Niño, que presentan un manto cerrado bajo el cuello, abierto por su frente, acentuando el sentido volumétrico de la Virgen que, consecuencia de ese manto, nos aparece como una mujer cargada de espaldas. Junto a ello, la estatuaria presenta pliegues acanalados que caen verticalizando la túnica desde la cintura. Estamos ya concluyendo el siglo XII y, aunque la historiografía catalana la haya denominado “tipo pirenaico”, es evidente que deben ser tenidas como muestras de la escultura ribagorzana las de Graus, Villanueva o Pedrui, e incluso la propia Virgen de Roda robada en 1979.
En relación con esta última, la Virgen de Roda, hay que decir que estamos hablando de una típica imagen románica, Virgen trono, que –aunque ha visto cómo su hijo era ligeramente desplazado hacia la izquierda– no ha perdido esa rigidez propia del modelo mariano. Gudiol y Cook han escrito que “las imágenes de la Virgen, que por razones geográficas pueden atribuirse al taller de Roda, pertenecen a la serie iconográfica catalana. La que se conserva en la catedral de Roda pertenece al círculo estilístico del sepulcro de san Ramón, reflejando, mezcladas, la lógica clasista del escultor de los ángeles de los pilares y la minuciosidad de los relieves del arca”, añadiendo además que “el Museo de Barcelona posee una talla policromada con idénticas características”.
Manuel Iglesias, partiendo de esta idea, señala que “es lógico que la villa de Roda de Isábena, sede de san Ramón, el obispo que presidió la sorprendente floración artística de los pueblos de Ribagorza, tuviera sus talleres propios de imaginería y aun de otras artes aplicadas, que subsistirían muchos años después bajo la comunidad de canónigos que sustituyó al obispado. Ya se hizo referencia en su lugar aPedro carpintero’, inscrito en el necrologio del claustro como socio del cabildo, mención que interpretamos como propia de un artífice destacado del gremio de la madera”.
Profundizando en la importancia que tuvo la escultura devocional en este mundo rotense, Iglesias Costa apunta que “la Virgen Románica es una imagen que precisa ser especificada, dadas las diferentes tallas que existen de otros estilos o con denominación especial. Es posible que éste sea uno de los mejores logros de aquella escuela de imaginería. Su fina estilización y armonía, revelan el carácter y excepcional maestría del artista. Hay en ella un parentesco con las esculturas del taller ribagorzano del valle de Bohí. Pero las semejanzas son más bien superficiales, ya que las producciones de Tahull se perciben de signo oriental mientras en Roda parece predominar el clasicismo mediterráneo. La elegante dignidad del rostro de la Madre que se reproduce en la cara del Niño, obedece a esquemas diferentes a la Majestad del frontal de Santa María de Tahull en Barcelona, o a la imagen del Salvador de aquella parroquia, obras evidentes de la misma mano. El profuso plegado de las vestiduras de estas últimas contrasta con las sobrias insinuaciones de la imagen de Roda”.
Planteadas las claves generales, entrando en la descripción de la talla que nos ocupa, hay que destacar que esta talla de Roda presenta bastantes similitudes en el planteamiento del vestuario con las imágenes del grupo rotense o ribagorzano que se vienen estudiando. El velo o toca muy ajustado a la cabeza y cayendo sobre los hombros, el manto cerrado bajo el cuello y con una orla que lo recorre en esa zona y que no deja definido si hubo o no broche romboidal, los pliegues elípticos de la túnica en la zona de sugerencia volumétrica de las rodillas y piernas, pliegues verticales y sobre todo esa sensación de sinuosidad que presenta el borde inferior del manto.
Tampoco falta ese singular tratamiento del rostro, que define estilo y es propio de las obras de esa zona oriental, magnificando los rasgos para darle mayor expresividad y para dotarla de una mirada más inquisitiva. Aparte de ello, hay muchas referencias que nos llevan desde esta imagen a otras; incluso algún autor (Iglesias) ha indicado la vinculación en ese hierático bizantinismo con la imagen de la Virgen de Pedrui, talla con la que se identifica en la gama cromática usada.
Por tanto, estamos hablando de una talla policromada que puede ser fechada en las postrimerías del siglo XII, pues aunque mantiene el rigor del modelo mayestático ya se detectan movimientos de carácter innovador, como el desplazamiento del Niño o la posición de la mano izquierda de la Virgen sosteniendo a su Hijo por su lado izquierdo.
Además de estas esculturas de María, desde estos talleres se hacen notables imágenes de Cristo crucificado que van a abarcar un período que ocupa la segunda mitad del siglo XII y la primera del siglo XIII. Además de incluir el excepcional Santo Cristo de Castiliscar, llevado por los caballeros ribagorzanos desde aquí a tierras de las Cinco Villas de Aragón, o el de la colegiata de Alquézar, es evidente que la gran obra es el calvario que tuvo Roda –quemado en 1936– y del que se sólo salvó la imagen de san Juan que –recuperada en Bélgica tras ser robada– se exhibe restaurada y con esa búsqueda de la naturalidad que acompaña la apuesta por el realismo que caracterizaba al conjunto del que nos quedan fotos. Actualmente esta talla románica, restaurada en el estado en que quedaba, se encuentra en el lado sur del ábside central.
La documentación nos permite conocer que hay artistas de la madera documentados en Roda en ese tiempo; como ejemplo puede ser citado ese Pedro “carpintero” que alcanzó tal prestigio en la canónica rotense que su fallecimiento quedó registrado en el necrologio del claustro. Iglesias Costa apunta con acierto la posibilidad de que este carpintero sea el autor de la magnífica puerta de acceso al templo que se construye en sus años y que, junto a los herrajes típicamente románicos, presenta una labra absolutamente mudéjar en los batientes de las puertas que dan acceso al templo.
En este apéndice hay que incluir algunas piezas de arte suntuario como la famosa silla gestatoria que se conserva del siglo XII convertida en sede del celebrante, y la famosa silla de san Ramón que fue troceada por Erik el Belga para facilitar su venta y que hoy está expuesta colocando los trozos que se han recuperado sobre una estructura de metacrilato que sugiere el modelo de silla consular romana que se pliega en tijera y que se remataba en sus ejes por cabezas y patas de animales. Estamos ante una pieza muy notable que era considerada por el marqués de Lozoya como “uno de los más bellos muebles de todos los tiempos”, después de que Mayer la calificara como “obra única” y de gran rareza. Realizada en boj, se han recuperado las garras y las cabezas de los leones, así como pequeños fragmentos que muestran su ornamentación vegetal de entrelazo, hojas y flores que nos recuerdan la Biblia de San Juan de la Peña y la arqueta pequeña de Loarre. Para ubicarla debe saberse que actualmente la silla se encuentra en la capilla de Santa Bárbara, en los pies del templo al final de la nave de la epístola, y que se acompaña de las sandalias, un guante y la mitra de san Ramón que, es sabido, fueron retiradas del sarcófago.

Silla de san Ramón en su estado actual 

Toda esta herencia rotense pervive en el siglo XIII pero en manos de unos escultores locales que reciben modelos que imitan más desde el campo del quehacer artesanal, justo en un tiempo en el que el poder económico de la catedral disminuye y los clérigos tienen problemas para mantener ese antiguo scriptorium del que salieron piezas de enorme importancia. Lamentablemente la mayoría siguen en el archivo de la catedral de Lérida, sin retornar a la diócesis que pertenecen, como es el caso del importante “Ritual de San Ramón” conocido como Sacramentarium y ya citado anteriormente. En la Biblioteca Nacional está el conocido como “El Emilianense 52” que no es más que un Misal escrito en letra visigótico hispana que incluye dos misas dedicadas a san Valero, obra desde luego de no antes del siglo XI.
Para valorar la formación de este clero y su atención a todo lo que ocurre en su entorno, también debemos referirnos a un manuscrito de enorme importancia como es el “Códice de Roda” –conocido como Codex de Meyá– que nos documenta las genealogías de los que gobiernan las tierras del Pirineo hasta el año 980, fecha sobre la que hay que situar su redacción. En 1699 salió de Roda a Zaragoza prestado al cronista Diego Dormer, cuyos herederos lo vendieron, y es tuvo cambiando de propietarios hasta que cayó en la custodia de la Real Academia de la Historia. Las siguientes generaciones siguieron con esta preocupación de construir la memoria del poder y del territorio. En consecuencia, las genealogías de los gobernantes también serán tratadas en las “Crónicas de Alaón” que debieron ser escritas en el siglo xi para referir la sucesión y las gestas en la familia condal ribagorzana.
Junto a estas acciones del importante escritorio rotense (del que conocemos nombres de maestros y de gramáticos, incluso de un juglar llamado Simón que copió la “Eneida” de Virgilio) no hay que dejar de hacer referencia de su actividad literaria. En este campo hay abundantes autores que entienden que el famoso himno panegírico Carmen Campidoctoris (actualmente en la Biblioteca Nacional de Francia) fue escrito en este escritorio rotense, varias décadas antes que el famoso cantar castellano, puesto que narra las hazañas del Cid por tierras de Aragón y de Lérida junto a su relación con la corte del rey Sancho Ramírez y de su hijo Pedro I.
Estamos en los inicios del siglo XII y para ese momento yo pienso que quizás ya se ha construido el conjunto escultórico más importante: el claustro de la catedral de Roda, que ha provocado opiniones encontradas en cuanto a su construcción aunque –como hemos indicado en otra publicación– sea evidente la identificación de la construcción de claustros con el reinado y el tiempo de Ramiro II el Monje. No vamos a entrar en su dimensión arquitectónica, tratada anteriormente, pero si conviene hacer alguna referencia a su apuesta por un mensaje evangélico que no transcribe el cuidado y el estudio propio de los solventes ideólogos de esta canónica. Hay autores siguiendo a san Vicente Pino que lo sitúan a finales del siglo xi llevados por lo que consideran escasa elaboración del mensaje y su tosca ejecución material, vinculado al episcopado de Ramón Dalmacio. Como referencia aportan la relación de sus esquematizaciones vegetales con las acanaladuras de la cripta de Leyre, donde se trabaja entre 1057 y 1098, con capiteles de Obarra y con algunos que decoran la iglesia alta de San Juan de la Peña, consagrada el año 1094; sin olvidar las representaciones arcaicas de animales que traen a la memoria algunas obras catalanas de la undécima centuria.
Aun reconociendo que los capiteles están esculpidos toscamente con motivos geométricos y vegetales, e incluso valorando esas representaciones de animales domésticos (perro, asno y gallo) en la crujía sur, otros piensan que parece más ajustado inclinarse por el siglo XII para ubicar estas cuatro galerías de arcos de medio punto, apoyados en sencillas columnas de corto fuste, sobre basas áticas, que sostienen capi teles que muestran las muescas de la estructura de cerramiento claustral en madera que apoyó en ellos. Si no corresponden al momento de Sancho Ramírez –aspecto que no deberíamos desechar– estarán vinculados a Ramiro II y al obispo Gaufrido (1136-1143), pagado con los recursos que producen las peregrinaciones al sepulcro de san Ramón y estructurado en cuarenta y dos columnas (doce en las alas norte y sur, nueve en las galerías del este y oeste) que descansan en un banco corrido.
Como ya se ha sugerido estamos en un conjunto de capiteles que resultan de una tosca ejecución que no desentona de esa sensación de primitivismo latente en todo el conjunto, incluidas las pesadas y macizas arcadas en las que amplios cimacios, en forma de zapatas, sustentan los arcos de medio punto dovelados, sobre cuyo extradós corre un friso ajedrezado jaqués pero reinterpretado al modo ribagorzano.
La importancia excepcional de este claustro, cubierto al exterior con techumbre de piedra en una sola vertiente, reside en el conjunto epigráfico de sus 191 inscripciones que recordaban los días en que fallecieron las personas por las que los clérigos de Roda rezaban. Publicadas por Durán Gudiol comienzan en el año 1141, momento en que se sitúa cronológicamente la data del epígrafe más antiguo de este memorándum que se sucede sobre los salmeres de los arcos, los ábacos de los capiteles y en los muros. Frente a la opinión tradicional, Rico Camps ha propuesto recientemente la fecha de 1240 alegando que una única persona, un desconocido maestro de Roda, esculpiría todas a la vez. Lógicamente las memorias de los fallecidos hasta entonces, habida cuenta que hay epígrafes que nos llevan hasta el siglo XV.
Por lo demás, el claustro cuya puerta de acceso está en el muro sur tiene en la zona norte la gran sala rectangular del refectorio que, cubierta con bóveda apuntada, conserva fragmentos de pintura mural. Al Este se conserva el acceso a la sala capitular, con cinco arcos que presentan intradoses y ábacos decorados con laudas funerarias que aún conservan restos de su policromía original. Hay que tener en cuenta que desde esta sala se accede a la capilla de San Agustín que ya citamos.
Para concluir nos referiremos a la torre campanario y a la portada principal del templo que se abre a mediodía protegida por un pórtico de cinco arcadas diseño del maestro Silvestre Colas y ejecución del maestro albañil Lanzón de Graus construido en los inicios del siglo XVIII, en concreto entre 1724 y 1728. A su fondo se abre la protegida portada principal, obra de comienzos del siglo XIII, con lacería de estilo mudéjar en los batientes de su puerta, y organizada con seis arquivoltas siendo la exterior la que compone una especie de guardapolvos con decoración de puntas de diamante. El resto de ellas se decoran con motivos vegetales y geométricos, completando la lectura de la misma los capiteles historiados que se han vinculado al sarcófago del santo. En el lado izquierdo se asume que están las representaciones del paraíso, la lucha contra el dragón apocalíptico, el sacrificio de Isaac, el propio san Ramón bendiciendo, san Miguel pesando las almas y la presentación en el templo. En el lado derecho se coincide que están la Huida a Egipto, san Miguel y el dragón, la Epifanía, la Visitación, la Natividad y la Anunciación.

Portada 

La puerta de acceso está formada por un arco de medio punto, con seis arquivoltas abocinadas. La exterior que forma el guardapolvos con decoración de puntas de diamante. Las arquivoltas descansan en seis columnas en cada lado, tres de cada lado de menor entidad y tamaño en alternancia con las gruesas. Las batientes de la puerta se encuentra tallada con lacería de estilo mudéjar, reforzadas por el herraje medieval original.
Las arquivoltas se decoran con motivos geométricos y vegetales que descansan en un ábaco corrido decorado con lacería muy bien trabajada. Las columnas tienen el fuste liso y de ellos destacan sus capiteles labrados con temática historiada, y que guarda similar composición que el sarcófago de San Ramón.

Capiteles portada 

Capiteles portada 

Lado izquierdo
        El Paraíso. Adán y Eva.
        Un ángel con una espada (San Miguel) lucha con un dragón de siete cabezas.
        El Sacrificio de Isaac, por encima de la imagen, la mano de Dios.
        Imagen del obispo San Ramón en actitud de bendecir. Le acompañan un diácono y un subdiácono.
        San Miguel pesando las almas de los difuntos, mientras el diablo intenta hacer trampas (escena conocida como la psicostasis).
        La purificación de la Virgen y la presentación en el templo del Niño.

Lado derecho
        La Huida a Egipto
        Lucha de un caballero armado con espada y escudo con un león
        La Adoración de los Magos
        La Visitación
        La Natividad
        La Anunciación 
El templo estaba presidido por un retablo renacentista concluido en 1537, del que como quedan sólo la mazonería se ha trasladado a un lateral del templo, y por unas sargas Semana Santa. Considerado como uno de los mejores de su época en su clase, está el órgano construido en 1653 por fray Martín Peruga, con caja hecha por Juan Busin. Está a los pies del templo, en el coro construido en el siglo XVII y concluido en 1720, con sillería renacentista, donde está también la Vir gen de San Mamés en piedra con restos de policromía tallada en el siglo xiv. Hay que mencionar también la existencia de una pila del siglo XV en la capilla bautismal y algunos retablos góticos –como el de San Miguel– distribuidos por las capillas. Todo enriquece el patrimonio rotense, especialmente la imagen románica de Nuestra Señora de Estet tallada hacia 1300 y repintada en el siglo XVIII (que preside la cripta) y la excelente colección de ornamentos renacentistas y barrocos.

 

Beranuy
El municipio de Beranuy constituye junto con Ballabriga, Biascas de Obarra, Calvera, Morens, Herrerías y Pardinella la mancomunidad de Veracruz. Se emplaza la localidad, como el resto de núcleos sobredichos, en el valle del Isábena, con la particular distinción de su disposición urbana, estructurada en dos barrios asentados en sendas orillas de dicho río y demarcados por la presencia de un puente medieval que reconduce sus aguas. Beranuy se alza al pie de la carretera A-1605 que recorre axialmente la Ribagorza y enlaza a la altura de Benabarre con la carretera nacional que se prolonga hasta Lérida.
El lugar de Beranuy ostentará, por su posición privilegiada en las proximidades del monasterio de Santa María de Obarra, un notable protagonismo como instrumento de la casa condal pallaresa. Así, el registro escrito de las andanzas que se imputan a sus vecindades a razón de su participación en el proceso mediado por el reino de Aragón para frenar la extensión de influencias de los condes de Pallars más allá del linde occidental de Cataluña, arranca a mediados del siglo XI. No obstante, parece que las menciones al término pudieran remontarse al año 871, cuando a colación de una referencia al territorio de Biascas se quiso emplazar dichas tierras en el valle de Veranoi. Dicha noticia se contiene en la documentación asociada al archivo del cenobio obarrense, al que remite una donación obrada por un tal Suñer en representación de Goltergodo, quien en 936 hiciera entrega al monasterio de un solar del sitio de Beranui.
Hacia 1052 se transcribe un movimiento que da cuenta de las distintas dependencias a que fue ra sometido el término y que entronca con la política del rey aragonés Ramiro I de recuperación de las plazas dominadas por los condes pallareses. Se trata de la permuta concertada entre el monarca y la viuda de Riculfo, Anzolina, por la mitad del castro de Tor a cambio de las villas de Beranuy y Pardinella; operación que cinco años más tarde suscitaba una disputa que enfrentaba a los sucesores del matrimonio, los hermanos Bernardo y Amado, renunciando parcialmente el segundo a ciertos derechos sobre una de las mitades acordadas y a favor de la obtención de otras prerrogativas sobre el núcleo de Beranuy, del cual ejercería, en lo sucesivo, el señorío. La tenencia del lugar se desplazará, en cambio, a las casas de Erill y de Espés hacia los albores del siglo XIII.
Aunque se desconoce cualquier noticia referente a la erección del templo que nos ocupa y las menciones específicas se postergan hasta la baja Edad Media, se tiene constancia de la adhesión de la iglesia de Santa Eulalia a la jurisdicción del priorato de Obarra dentro de la abadía de San Victorián de Asán. Con la supresión de dicho abadiato, la potestad sobre Beranuy recaerá en la sede rotense y parece que pudo gozar dicha mitra de ciertos derechos ya con anterioridad, en tanto en el siglo XIV, el limosnero de Roda recaudaba 7 libras anuales. Hacia finales del siglo XVI, la parroquial sería integrada en la nueva diócesis de Barbastro. Tampoco existe, sin embargo, relación documental alguna que informe sobre la antigua advocación, en honor de la mártir emeritense, ni sobre la nueva consagración a la Asunción de la Virgen. 

Monasterio de Santa María de Obarra
A unos 8 km de Beranuy se alza el monasterio de Santa María de Obarra. Inmediatamente antes que la carre tera se adentre en el congosto de Obarra, antes de la Crocreta, se accede al monasterio desde la citada carretera por un sendero que atraviesa el Isábena por un puente moderno de tipología medieval, reconstruido totalmente en los años 1960-1970, según los restos del puente anterior, perdido en una riada del año 1963 y no apto para vehículos. Es preciso estacionar el coche en un aparcamiento anterior dispuesto al efecto junto a la carretera.
Al acercarnos, se ve Obarra desde la carretera que discurre a un nivel más alto, en un prado de la margen izquierda del río Isábena. Pasado el puente la iglesia abacial de Obarra nos ofrece su magnífica estampa. A su derecha una pequeña ermita dedicada a San Pablo se alza aislada en el prado. Tras esa primera impresión, se ve a los pies y detrás de la abacial, un conjunto de edificaciones ya arruinadas y cubiertas por la hiedra y la maleza, pese a los continuos cuidados de Laureano Monclús, párroco de Beranuy, que celosamente cuida y muestra el monasterio. Esas edificaciones abandonadas y en grave estado de ruina, son los restos que nos llegan de las dependencias del monasterio, de forma que su cronología además de incierta corresponde a diversas épocas.
Obarra fue fundado a mediados del siglo IX y se emplazó en la zona norte de un pequeño valle que se denominó Valle Ripacurcense, morada de los condes de Ribagorza, el Castrum Ripacurcense, ya completamente desaparecido y de emplaza miento ignorado. El monasterio se emplazaba al pie del camino, de tradición romana, que por el puerto de las Aras y por el flanco oriental del Turbón, conducía a la alta montaña ribagorzana (Super Aras, por encima de las Aras). Al sur del Valle Ripacurcense e inmediato a él, en el año 956 se erigió la sede de Roda de Isábena, configurándose así el centro político y religioso del altomedieval condado de Ribagorza, situándose Obarra en lugar central y de prestigio del condado.
Pese a la importancia de los fondos documentales conservados sobre Obarra, no tenemos ninguna noticia sobre su construcción. Según el catedrático Fernando Galtier, la actual iglesia abacial de Santa María de Obarra se construyó en el primer tercio del siglo XI. Nada se sabe de la iglesia y dependencias de Obarra anteriores a esas fechas, lamentable mente ninguna excavación arqueológica se ha realizado aquí.
En el año 1006, Abd al-Malik perpetró sobre esta zona del condado de Ribagorza una terrible razzia de consecuencias demoledoras, que llevó a la destrucción del monasterio existente y motivó la dispersión de sus monjes. Galindo, que era su abad en aquellos terribles años, es –siguiendo al profe sor Galtier– quien acometió los notables esfuerzos por recuperar y consolidar Obarra y lograr el retorno de sus monjes, y a quien se debe la iniciativa de la construcción de la actual abacial, que confió a maestros lombardos, bien secundada y apoyada por los condes. La anexión del condado de Ribagorza por Sancho III de Navarra, ya plenamente lograda en el año 1025, supuso para toda la Ribagorza el sometimiento a nuevas trayectorias políticas, la pérdida de su independencia y el comienzo de un periodo de decadencia que será ya irreversible.
Así, en 1076, Sancho Ramírez somete a Obarra como priorato dependiente del monasterio de San Martín (San Victorián), buscando eliminar toda disidencia, con el natural perjuicio para su patrimonio y crecimiento. Los Mur de Pallaruelo, originarios de la comarca de la Fueva (Sobrarbe), proporcionaron durante los siglos XV y XVI tres priores al cenobio obarrés, que vinieron a dar nuevo lustre a este entonces decadente priorato. Pedro de Mur, mandó rehacer su palacio de Obarra entre los años 1550 y 1557, y acometió obras menores en la abacial.
Obarra llega así, a los años de las sucesivas desamortizaciones y a los conflictos generados por la anexión del patrimonio de San Victorian al refundado Obispado de Barbastro, en el más completo abandono. Es en 1963, cuando se iniciaron las obras de su recuperación dirigidas por Pons Sorolla, muy discutibles en algunos aspectos, que la conducen hasta nuestros días. 

Es esta es una iglesia más, iniciada y no concluida por los maestros lombardos. En uno de los textos introductorios de esta enciclopedia se ha tratado de las características de su arquitectura. Santa María de Obarra, pese a llegarnos inacabada, es una de las mejores piezas de entre todas las obras realizadas en la Europa altomedieval en esos años por los maestros lombardos y así merece que se valore y se cuide.
El proyecto inicial de esta abacial correspondía a una iglesia románico lombarda de tres naves con siete tramos, más ancha y un poco más alta la central que las laterales, abarcadas por sendos ábsides sin interposición de coros atrofiados.
Todos los tramos se iban a cubrir con bóvedas de arista cuyos arcos y aristones se prolongarían hasta el suelo en pilares y pilastras de triple articulación.
El ábside central fue especialmente cuidado y en su paramento interior se dispuso una falsa arquería. La característica articulación de los paramentos exteriores de los muros lombardos se puede ver aquí perfectamente desarrollada, con mayor énfasis y desarrollo en el ábside central. El primer cuerpo de una torre lombarda interrumpida en este estado, se adosa al muro sur de la abacial. Como veremos, sus constructores también aportaron la realización de pinturas de juntas polícromas sobre estucos y pequeños capiteles tallados en piedra en la puerta principal.
En el interior de Santa María de Obarra se alza el esplendor de uno de los espacios más relevantes de la arquitectura románico-lombarda. La vista se dirige inmediatamente hacia el ábside central, acompañada por los ritmos y articulaciones específicos y característicos de la primera fase de la arquitectura lombarda. Alzando la vista es notoria la interrupción de la obra lombarda y su continuación posterior, puesta de manifiesto por las bóvedas de medio cañón sobre arcos fajones de sus primeros tramos, hoy reconstruidas en su mayor parte.
El hecho de que todo el interior de la iglesia haya perdido sus revocos y pinturas, que sin duda existieron, nos permite ver los aparejos y recursos constructivos utilizados. Las bóvedas de arista se levantaron sobre tramos sensiblemente cuadrados en las naves laterales y sobre tramos rectangulares en la central.
Todos ellos delimitados por arcos fajones y muros con o sin arcos formeros semiempotrados en ellos, que no son tales, sino articulaciones entre las bóvedas y el muro. Los aristones son semicirculares, plenamente románicos. Las plementerías de las bóvedas están ejecutadas con rústicas lajas tomadas con abundante argamasa de cal. Es notorio en la plementería de las bóvedas de la nave central cómo sus piezas se disponen en abanico en los plementos laterales, único medio de lograr un cierre adecuado de las mismas, dada la diferencia de curvatura entre los aristones y el arco formero. No menos notable es que las lajas de los salmeres se disponen horizontalmente, buscan do con ello prolongarlos algo más y ahorrar cimbra. Por otra parte los plementos no se traban entre sí sino que se adosan, con mínimas lajas aparejadas entre sí.




Pero los maestros lombardos supieron extraer de sus bóvedas, mayores y fundamentales consecuencias para la articulación de su espacio románico.
Prolongaron los aristones y arcos hasta el suelo –con variantes en los pilares como se verá– y en las pilastras de articulación triple. En el caso de los pilares, la existencia de la arquería que separa las naves y la introducción de arcos adosados a su intradós, todos ellos prolongados hasta el suelo, implica la aparición de dos esquinas más por ángulo, lo que se consideró excesivo a efectos formales y complejo de tallar. La solución fue que el aristón y el alto formero no se prolongaron hasta el suelo, conforman do el arco fajón y los dos de las arcadas mencionadas la triple esquina. Los arcos presentan en su plano de imposta sencillas molduras de cartabón y listel recto, a modo de articulación de entrega en pilares y pilastras.

El ábside central presenta un ligero peralte en su planta semicircular y se cubre con una semicúpula de aparejo de sillarejos dispuestos en hiladas concéntricas según los paralelos de la semicúpula, que acusan ese peralte. Bajo el plano de imposta de la semicúpula se abrieron tres ventanas característicamente lombardas, que dan sentido y direccionalidad al espacio. Bajo ellas una arquería ciega ligeramente resaltada sobre el paramento con cinco arquillos doblados y desiguales semiempotrados en el muro, sobre semicolumnillas sin basa, también aparejadas con el muro rematadas con pequeños capiteles lombardos con esquemáticos temas vegetales muy deteriorados. Los extremos de esta arquería se entregan a jambas rectas. Los ábsides norte y sur no presentan peralte y en cada uno de ellos se abren dos ventanas lombardas. Dado que el pavimento ha sufrido algunas remociones de su nivel, hoy unas gradas ascienden al séptimo tramo que oficia de presbiterio común, asomando la roca de base del terreno y los zócalos de cimentación.


En el segundo tramo de la nave sur se abrió la puerta principal románica, interiormente su vano se abre por un arco de medio punto que recoge el espesor del muro y cobija un dintel monolítico. Entre los tramos tercero y cuarto se aprecian bien las discontinuidades que en el muro supuso el añadido del primer cuerpo de la torre interrumpida, con la apertura de una puerta de acceso a él.

En el cuarto tramo de la nave norte se ubica la puerta primitiva de acceso a las dependencias monásticas; interiormente, esta puerta es similar a la de la nave sur. Toda esta obra lombarda quedó interrumpida en el siguiente estado de desarrollo. Además de los tres ábsides, la nave central quedó solo con sus tres últimos tramos finalizados, la nave lateral norte con sus cuatro últimos tramos y la sur se completó.
En el exterior, el aspecto de la fachada oeste sorprende, es el resultado del discutible plan adoptado por Pons Sorolla. El muro lombardo quedó interrumpido apenas iniciado y el recrecido, que se efectúa sobre él en la continuación de las obras, se había perdido casi en su totalidad debido a un des plome de toda esta parte de la iglesia en el siglo XIX. Pons So rolla lo reconstruyó con articulaciones de su paramento poco afortunadas, aunque el aparejo de sillarejo del muro trate de repetir el de la obra lombarda. Sobre los restos de dos lesenas marginales y de otras dos mediales se prolongaron dichas lesenas, hasta sus planos de coronación donde se reinterpreta la cornisa de arquillos lombardos que no se sabe si existió aquí. La gran ventana que hoy centra esta fachada es una invención de Pons Sorolla. Es interesante ver que las cubiertas de las naves se escalonan ligeramente y que ello se refleja en el muro oeste. Las continuas reparaciones de estos faldones, la ruina y su abandono implican un total desconocimiento sobre las piezas de cobertura originalmente utilizadas. Nada se puede asegurar sobre lo oportuno de las colocadas en el proceso de restauración de la abacial.

La fachada sur de la abacial de Obarra es magnífica y solemne. Del volumen de las naves emerge ligeramente la cubierta de la nave central, bajo cuyo alero se tiende una cornisa continua de arquillos lombardos sin lesenas y algunos pequeños óculos tardíos. En el primer tramo se abrió en el siglo XVI una magnífica puerta con un arco de medio punto de grandes dovelas bien aparejadas y jambas con piezas de buen tamaño de la misma arenisca compacta. El escudo de don Pedro de Mur que ostenta la clave acredita la promoción y cronología de esta puerta. En el segundo tramo se abre la puerta románica lombarda original. Consta de un vano sencillo, cubierto con dos arcos de medio punto en degradación; el arco exterior se subraya superiormente con un arquillo y el arco interior se estriba sobre columnillas sin basa, que apare jan sus tambores con el muro. Los interesantes capiteles que las coronan son genuinamente lombardos y desarrollan temas vegetales muy deteriorados por el paso del tiempo. Esta puerta es la única original lombarda con esta mínima elaboración que se conserva en Ribagorza.
Tanto en el exterior como en el interior de esta puerta se conservaban en el siglo pasado debilísimos restos de la pintura de juntas polícromas lombardas, actualmente desaparecidos pero que se pudieron documentar. Eran trazos de pintura roja de almagre sobre una fina capa de estuco de cal blanco. En el exterior subrayaban las juntas de las dovelas y en el interior los contornos de los sillarejos de las jambas, el intradós del arco de descarga, los sillarejos del tímpano, etc.
Toda la fachada está articulada en paños por una serie de lesenas que se enlazan superiormente con series continuas de arquillos lombardos sobre los que se desarrolla un estrecho friso de dientes de sierra, muchos de ellos realizados en piedra toba. En el centro de los paños se abren ventanas lombardas de doble derrame y bovedillas cónicas, desiguales en su tamaño y situación en el muro, sin que se pueda explicar la razón de estas variantes. Entre los tramos tercero y cuarto se adosó al muro ya realizado, el primer cuerpo de lo que iba a ser una torre lombarda que quedó interrumpida. El paramento exterior presenta amplias lesenas marginales y aparejo de sillarejo en consonancia con el muro sur. Este cuerpo no forma una unidad constructiva con el muro al que se adosa, sino un cuerpo no previsto en el primer proyecto de la abacial y añadido posteriormente en el curso de la obra lombarda.

La hermosa cabecera de esta abacial, está compuesta por tres ábsides, siendo el central más ancho y alto que los laterales. El ábside central más elaborado y cuidado, se articula con dos lesenas mediales y dos marginales en tres paños, en cuyo centro se abren típicos vanos lombardos que presentan una triple articulación interior y exterior en degradación. Sobre las ventanas se desarrolla un friso de nichos ciegos subraya dos por una serie de estrechos arquillos decorativos que se enrasan con el plano saliente de las lesenas que delimitan ca da paño, entregándose a ellas y a unas mensulillas dispuestas en las jambas de los nichos. Una cenefa continua de losanges conformada por delgadas piezas de piedra y delimitada entre dos listeles se dispuso sobre los nichos recibiendo el vuelo de las lajas de piedra de la cubierta. El ábside sur, había perdido toda su zona superior y fue reconstruido siguiendo las pautas de lo que quedó y las del ábside norte; dos lesenas mediales y dos marginales articulan en tres paños el paramento entregándose a tres series de arquillos lombardos, que se coronan con un estrecho friso de dientes de sierra delimitado entre dos molduras en forma de filete. En los paños central y meridional de este ábside se abren dos vanos semejantes decorativamente a los existentes en el muro sur presentando una dobladura del arco de embocadura de sus vanos. El hecho de que los tres ábsides compartan su muro común, implica que las cubiertas de los ábsides laterales no puedan desarrollarse totalmente, entregándose al muro del ábside central.

La fachada norte, similar a la sur, recae en la zona ocupa da por los restos de las dependencias arruinadas del monasterio. Su paramento se distribuye por medio de lesenas que se enlazan superiormente en series de arquillos lombardos que solo existen en los cuatro primeros tramos correspondientes a la obra lombarda, sin embargo, no existen ventanas. En el arranque de la parte más oriental del muro, podemos ver un ligero zócalo un poco retallado del paramento del muro, que emerge del terreno y que forma parte del sistema de cimentación lombardo de esta parte del muro. En el cuarto tramo se abre la puerta lombarda que ponía en comunicación la iglesia con las dependencias monásticas. Dos arcos de medio punto dispuestos en degradación sobre sus respectivas jambas sal van el vano. Un falso aparejo inciso en las dovelas del arco de esta puerta, prolonga en ellas las llagas del aparejo del muro.

Pese al rejuntado generalizado, los retejidos y reconstrucciones de los muros deteriorados o perdidos de las citadas obras de restauración, es posible apreciar que se construyeron con un cuidado aparejo de sillarejo de buen formato dispuesto en hiladas continuas, fundamentalmente aparejadas a soga, cuya altura varía en algunas zonas y sin hiladas continuas de perpiaños. Las juntas de sus tendeles son delgadas y la argamasa utilizada es una argamasa de cal y donde se conserva la original, como en otros ejemplos lombardos, se caracteriza por un color rosáceo al haber añadido a la argamasa cerámica finamente machacada, lo que le confiere una relativa calidad hidráulica muy conveniente. Por tanto, se puede afirmar que el aparejo de los muros es típicamente lombardo y denota conocimiento del viejo oficio de la construcción. Los mechinales de los muros fueron eliminados y retejidos sin razón alguna en las últimas obras de restauración. Sólo las fotografías antiguas permiten asegurar su existencia.

Hasta aquí queda descrito el estado en que la obra lombarda de Obarra estaba en el momento de su interrupción, añadiendo que los pilares y muros con sus pilastras de los tramos por completar según el plan inicial lombardo quedaron ejecutados a diversas alturas e interrumpidos posteriormente.
Tras la marcha de los maestros lombardos y con el sometimiento de Obarra a San Victorián, fueron sus monjes quienes procedieron a su obligada conclusión, encargando a maestros locales su finalización, probablemente a mediados del siglo XI, pero su incapacidad para construir bóvedas de arista y sus complejas articulaciones condujo a la elección de bóvedas de medio cañón sobre arcos fajones para cubrir los tramos pen dientes de ejecución, que se estribaron sobre recrecimientos de los muros y pilares. Por lo demás, el sistema de cubiertas se realizó en este momento, siguiendo el plan lombardo, con cubiertas escalonadas, ligeramente más alta y a dos aguas en la central y a una vertiente en las laterales, con faldones de argamasa de mampostería recrecidos sobre los senos y capas de compresión de las bóvedas.
Tras la desaparición de San Victorián como monasterio, la miseria cundió en Obarra. Y en 1872 el cura párroco don Antonio Zalacaín vivió con dolor el desplome de la zona de los pies de su abacial. Sacando fuerzas de flaqueza, don Antonio consiguió levantar un muro que, situado a nivel de los pilares de separación de los tramos segundo y tercero, segregaba el espacio arruinado del resto de la abacial, que permaneció en pie y en culto, mientras la zona desplomada permanecía con sus muros y pilares arruinados. Es en 1963 cuando se inician las obras de restauración de Pons Sorolla y la empresa zaragozana Tricás Comps, que reconstruyeron las zonas perdidas y recuperaron la abacial de Obarra, tal y como hoy la vemos.
Muy poco sabemos sobre el equipamiento litúrgico de Obarra. Hasta la Guerra Civil se conservaba en Obarra un mausoleo de la baronía de Espés del siglo XIV, abierto en el muro sur del tramo adyacente al ábside sur; bajo arco apuntado, con escultura policromada de un barón yacente sobre su sarcófago, que presentaba los escudos de los Espés cobijados en una serie de arquillos apuntados e igualmente policroma dos, sostenido por tres leones erguidos de piedra. Todo el conjunto fue destruido en 1936, quedando solo dos de esos leones, que hoy se conservan en el Museo Diocesano de Barbastro. El profesor Galtier pudo ver tres aras de altar durante los trabajos de la segunda campaña de restauración. De Obarra procedía un preciado retablo de madera de tradición románica, provisto de una serie de iconos realizados en yeso y pintados, que pereció en 1936 o se extravió. La magnífica talla de la Virgen titular del monasterio parece haber sido realizada por un maestro occitano en el siglo XIV.
Con estos simples y sencillos artificios arquitectónicos, que utilizan los elementos estructurales indispensables para la realización de la obra, el constructor lombardo logra una articulación del espacio románico que introduce potentes ritmos verticales, pausados y acompañados simultáneamente por el que generan los tramos cubiertos por bóvedas de arista con sus respectivos pilares, pilastras y arcos. Es evidentemente el firme propósito de construir el espacio románico específica mente el que guía al maestro lombardo. Un genial logro de la arquitectura lombarda que la define inequívocamente y que le otorga la condición de ser la más moderna del tiempo.
 
Ermita de San Pablo
En el mismo prado en que se alza la abacial de Obarra, al Sur y a pocos metros de ella se alza esta pequeña y proporcionada ermita. No conocemos la fecha de su construcción que puede situarse a últimos del XI o principios del XII. No podemos explicar su emplazamiento aislado, la falta de excavaciones arqueológicas nos impiden conocer si estuvo integrada en el conjunto monástico mediante dependencias que han desaparecido totalmente. Consta de nave única, coro atrofiado y ábside. La nave, que es algo más ancha en los pies que en su entrega al coro, se cubre con bóveda de medio cañón sin interposición de cornisas con los muros, su zona de clave está construida con dovelas de piedra toba. El ábside se cubre con la usual semicúpula que presenta cuidadas hiladas concéntricas y una sola ventana de doble derrame y bovedillas cónicas se abre en su centro. Sobre el arco de embocadura del coro atrofiado se aprecia lo que parece ser una ventanita cruciforme. Otras dos ventanas se abren en su muro sur y la puerta de acceso en el centro del muro oeste. Toda ella está construida con sillarejo de tamaño variado y con relativo cuidado aparejo.
 



Sopeira
La población de Sopeira es cabeza de un pequeño municipio de la Ribagorza, en el límite con la provincia de Lleida. A orillas del río Noguera Ribagorzana, que ejerce de línea divisoria entre las tierras aragonesas y catalanas, extiende su reducido caserío en un ensanchamiento del valle, que hasta ese punto discurre encajonado entre la sierra de Sis y la de Sant Gervàs, a la salida del congosto de Escales, hoy cubierto por las aguas del embalse de este nombre. Sopeira se sitúa junto a la carretera N-230 de Lleida a Vielha, entre Arén y Pont de Suert, a 704 m de altitud, y está circundado por las impresionantes paredes rocosas de Sant Cugat, Vinyer y L’Obaga. El propio topónimo de la localidad hace referencia a esta situación, pues deriva de sub petram.
Fue lugar dependiente del monasterio de Alaón o de Nuestra Señora de la O, cuya iglesia, único edificio conservado del antiguo conjunto monástico medieval, es actualmente su parroquial. Dada su estratégica situación, en el punto que señala el límite entre las tierras de la baja Ribagorza y las montañas pirenaicas, al borde del río que se abre paso entre ellas, estuvo poblado al menos desde época romana, como atestigua el hallazgo de una lápida dedicada a Q. Caecilio Campano y L. Caecilius Maturus, datada en el siglo III d. C. Ya en época medieval poseyó castillo, seguramente adscrito al de Orrit, que se menciona en la documentación desde el año 871.

Monasterio de Santa María de Alaón (o Nuestra Señora de la O)
Se desconoce la fecha de fundación del que llegaría a ser uno de los principales monasterios medievales de Aragón, aunque muy probablemente su origen sea visigodo, dado que el primer documento que lo menciona, que data de principios del siglo IX, se refiere a él como un establecimiento preexistente que en esa época se hallaba reducido a yermo. Se trata de un instrumento datado entre los años 806 y 814 por el que Bigón, conde de Tolosa, entrega al presbítero Crisógono una cella o ermita situada en el pago de Orrit y dedicada a Santa María y San Pedro para que recupere en ella la actividad y la dirija durante toda su vida, haciendo saber a sus fieles que nadie debe inquietarle en esa tarea, ni tampoco a los hombres que estén con él. Manda a Crisógono rogar a Dios in ipso monasterio Alaon por el rey de los francos y por su hijo, así como por el propio conde, y le autoriza, ya en su condición de primer abad, a recuperar las tierras y viñas que hubieran pertenecido ad ipsum monasterium annis preteritis.
Así pues, en los albores del siglo IX, se daban en estas tierras a orillas del Ribagorzana las condiciones de paz y sosiego necesarias para la recuperación de una vida monástica iniciada en tiempos anteriores pero que había llegado a desaparecer, probablemente como consecuencia de la irrupción musulmana en la zona y de la que, probablemente, el único vestigio hoy visible sean las cuevas o balmas que se abren en las paredes vertiginosas de la sierra de San Gervàs, que favorecerían la presencia de una comunidad de eremitas.
Del documento otorgado por Bigón se deduce que aquella antigua comunidad había conseguido hacerse con un patrimonio que se había dispersado y era necesario reconstituir, objetivo que irá consiguiéndose poco a poco por obra de los abades que sucedieron a Crisógono y merced a la protección dispensada por los condes de Tolosa, continuada luego por los de Ribagorza. La progresiva consolidación y ampliación de los dominios de aquel pequeño cenobio se conoce con bastante detalle merced a un excepcional conjunto de documentos de los siglos IX a XI compilado a finales de esta última centuria y que es conocido como Cartoral de Alaón.
Conservado actualmente en la Real Academia de la Historia, consta de casi tres centenares de diplomas de esa época, más varias decenas de instrumentos añadidos hasta mediados del siglo XIII, y constituye una de las recopilaciones documentales altomedievales más importantes de España. El Cartoral arroja luz no solo sobre las vicisitudes históricas del monasterio de Alaón, sino sobre numerosas poblaciones de los antiguos condados de Ribagorza y Pallars. Contiene, asimismo, un Fragmentum Historicum, intercalado en el siglo XV, que resume los episodios fundamentales del devenir de aquellos pagos.
La lástima es que ese cartulario reuniese básicamente noticias menores, cotidianas, relativas a compras, cesiones y donaciones de tierras y otros bienes patrimoniales, y no las relativas a su fundación, beneficios y privilegios, de los que sin duda gozó un cenobio que se constituyó en foco rector de la vida de buena parte del territorio ribagorzano y Pallarés.
Seguramente se refería a la carencia de este tipo de documentos el erudito Manuel Abad y Lasierra cuando, en 1772, visitó el archivo de Alaón y afirmó: “En este archivo, sería mejor y más útil dar razón de lo que falta que de lo que en él se conserva”, haciendo referencia expresa a la ausencia de “un excelente cartulario o becerro en el que estaban escritos los privilegios de esta casa”.
En el Archivo Histórico Nacional de Madrid se guarda un informe realizado pocos años antes (1753) por el abad José Romá sobre estos antiguos privilegios; pero en el estado actual de los conocimientos que se tienen sobre la documentación alaonesa no puede afirmarse que sean auténticos, dado que tras la publicación por el cronista José Pellicer, a mediados del siglo xvii, de un Privilegio de Alaón supuestamente otorgado por Carlos el Calvo y hoy tenido unánimemente por apócrifo, todos estos datos han sido puestos en tela de juicio. Hoy se consideran falsos tanto ese Privilegio, datado en 845, como las sucesivas confirmaciones, hasta nueve, que de él se hicieron entre los años 862 y 1040, y que son consignadas y copiadas por el abad Romá; sin embargo, en el informe de éste se da noticia también de la existencia, en el claustro del monasterio, de la tumba de los supuestos fundadores del cenobio en el año 832, esto es, del conde Vandregisilo y de su esposa María, indicando la fecha de la muerte del primero (836) y reproduciendo, incluso, el dibujo de los emblemas heráldicos que figuraban en la lápida, lo que parece una falsedad excesiva, por atrevida.
Hay que señalar, además, que lo que inicialmente había sido designado como cella nostra por el conde Bigón, o ermita consagrada a la doble advocación de Santa María y San Pedro Apóstol, pasó en tempranas fechas a denominarse “basílica” en la documentación. Así ocurre en el instrumento datado entre los años 833 y 834 por el que el conde Galindo, a petición del abad Asaldo, confirma los privilegios dados al monasterio por sus predecesores, donde se indica que en dicho monasterio vaselica fundata est, lo que induce a considerar la posibilidad de que en esas fechas se hubiera acometido, junto con la restauración patrimonial del antiguo cenobio visigótico, su reconstrucción arquitectónica con la erección de un nuevo edificio que sustituyera a la primitiva cella.
Coincide esta fecha con la de la supuesta fundación del monasterio que figura en el falso Privilegio de Carlos el Calvo o Privilegio de Alaón, donde se afirma que tal cosa ocurrió en el año 832. Cabría, por tanto, la posibilidad de que la mixtificación hecha por José Pellicer en el siglo XVII se realizará a partir de alguna noticia cierta, como ha ocurrido tantas otras veces en las falsificaciones de documentos medievales. En este caso, no sería contradictoria con el instrumento otorgado por el conde Bigón, puesto que en éste no se hace mención a la necesidad de realizar obras en el monasterio, sino solo a la reanudación de su actividad; y es factible que, cuando ésta ya estuviera en marcha, pocas décadas después, se pudiera plantear la construcción de una nueva basílica.
A lo largo del siglo IX, y según puede comprobarse en detalle, este sí fehaciente, gracias a la documentación del Cartoral, los abades y monjes de Alaón fueron configurando un patrimonio que se extendía a ambas orillas del río Noguera Ribagorzana por los núcleos de Olb, Oliberá, Torogó, Miralles, Aulet, Llastarri, Orrit, Arén, Sapeira y por supuesto Sopeira, básicamente a través de compras y donaciones, aunque también con la posibilidad de hacerse con zonas yermas por la vía de la aprisio. Esta última modalidad de adquisición de tierras probablemente se llevaba a cabo por vía indirecta, es decir, era el monasterio el que contaba con el privilegio de hacerse con tierras incultas, pero éstas eran roturadas por particulares que, seguidamente, hacían donación de ellas a los monjes, quedando a partir de entonces obligados al pago de diezmos y otros tributos al cenobio, como meros cultivadores, en un claro proceso de feudalización de la zona.
Los monjes fueron intentando redondear un dominio compacto, reunificando tierras a menudo disgregadas al haberse dividido antiguos alodios entre varios herederos. Contaban para ello con la protección condal, gracias a la que también obtuvieron privilegios de inmunidad, como el concedido en el año 871 por Bernardo de Tolosa, en nombre de Carlos el Calvo, por el que Alaón y sus tierras, y las iglesias que le pertenecían, quedaban libres de la jurisdicción de los funcionarios civiles, pasando a regirse el monasterio por sí mismo; quedaba exento del pago de diversos tributos, se le otorgaba facultad ilimitada para adquirir bienes y se le concedía, además, el privilegio de pastorear libremente sus rebaños por los dominios condales y no solo por los terrenos que se hallaban bajo la jurisdicción monástica directa.
También desde el año 866 comienzan a documentarse casos de donaciones que implican una commendatio o entrega del propio donante al cenobio, reflejándose en ello la función social, y no sólo espiritual, que la institución monástica desarrollaba. En este sentido, consta desde fechas tempranas la existencia entre los miembros de la comunidad monástica de monjes hospederos o enfermeros cuya presencia da fe de la acogida de viandantes o peregrinos que atravesaban el difícil paso de Escales en dirección a o desde Francia.
Se producen asimismo donaciones por parte de grandes terratenientes del entorno, que en algún caso, como el del rico propietario de Sopeira llamado Gilmon, llevaban aparejada a cambio la concesión de un cargo importante en el monasterio; Gilmon, en concreto, fue nombrado abad en junio de 876, tras la muerte de Frugell y en un momento de franca expansión de la abadía, que contaba en esa fecha con 24 monjes. Esta práctica ha sido puesta en relación con la pervivencia de tradiciones visigodas. En cuanto a la situación desde el punto de vista estrictamente eclesiástico, Alaón de pendió inicialmente del obispado de Urgel, por estar ubicado en los territorios entregados a esta mitra por Carlomagno a principios del siglo IX. Así consta, de hecho, en el acta de consagración de la catedral urgelitana, de 839, donde se cita este monasterio y sus dominios entre los enclaves que le pertenecían en territorio de la Ribagorza y se le encomienda la dirección espiritual del pago ripacurciense. Ese mismo año se data el testamento del obispo de Urgel, Sisebuto, quien lega a Alaón su biblioteca. Con el correr de los años, sin embargo, ya fuera por la relativa lejanía a la que estaba situado ese cenobio, ya por el deseo de independencia respecto de esta sede por parte del condado de Ribagorza a partir de su constitución a mediados del siglo X, Alaón pasó a formar parte del obispado de Roda de Isábena desde su creación, en el año 956, y quedó apartado definitivamente de la órbita del de Urgel, pese a las reiteradas protestas de los titulares de este último ante los reyes de Aragón, que se documentan hasta bien entrado el siglo XII. De hecho, el cenobio alaonés no fue ajeno a la propia creación del condado de Ribagorza sino que, por el contrario, la apoyó decididamente, lo que, en justa correspondencia, determinó la especial protección de que fue objeto por la nueva dinastía condal.
Se ignora cuál fuera la regla monástica por la que se regía la comunidad alaonesa en aquellas fechas. Se cree, no obstante, que estaría sujeta a viejas reglas de raigambre visigótica, como la regula communis o la asanense, pues hasta la segunda mitad del siglo X, durante el abadiado de Altemir (938-961), y por tanto ya bajo la mitra de Roda, no consta de manera fehaciente la introducción de la regla de San Benito.
La presencia de una nueva dinastía condal independiente en Ribagorza, iniciada con Ramón y Bernardo Unifredo a partir del último cuarto del siglo IX, influyó de manera determinante en el devenir de Alaón, que vivió en este periodo una etapa de esplendor. Recibió entonces numerosas donaciones de importancia, como la de la iglesia de Iscles en 967 por Odesindo, obispo de Ribagorza, y se crearon sus primeros prioratos: del año 975 data el de San Clemente de Torogó, así como la existencia de una casa sufragánea en San Martín de Sas. Esta predilección de los condes ribagorzanos hacia Alaón se manifiesta sobre todo durante el gobierno de Unifredo, en las décadas de 960 y 970, que coinciden con el abadiado de Oriulfo. El conde Unifredo y su esposa Sancha beneficiaron al cenobio alaonés con exenciones, privilegios y sucesivas donaciones territoriales, entre ellas un alodio en San Esteban del Mall, el castro de Llastarri con todos sus hombres y tierras (968) y su cella de Santa Cándida (973), así como de nuevo la iglesia del castro de Iscles (979). En la donación del castro de Llastarri vuelve a aparecer una referencia a las “basílicas”, en plural, que habían sido fundadas en Alaón en honor de Santa María y San Pedro; y en la de la cella de Santa Cándida se alude al cenobio como predicto monasterio construendum.
Nuevamente estas menciones deben ser puestas en relación con la realización de obras, puesto que pocos años después, en 977, concretamente los días 29 y 30 de mayo, fueron consagradas las iglesias dedicadas a estas advocaciones en Alaón por el obispo Aimerico de Roda, a petición de Unifredo y Sancha, que aparecen así como los grandes benefactores del monasterio. Consta, de hecho, que ambos condes fueron enterrados allí.
El hecho de que se cite la existencia de dos basílicas, y el de que se consagren dos iglesias en dos días consecutivos, probablemente hace referencia, más que a la existencia de dos edificios independientes, a la erección de dos altares dedicados a las dos advocaciones señaladas, tal como han seguido existiendo en el edificio actual, de fecha muy posterior; pero este extremo solo puede ser esclarecido por medio de las necesarias excavaciones arqueológicas. La actividad constructiva, no obstante, debió de proseguir en los años posteriores a la consagración, tal vez con la erección de nuevas dependencias monásticas, puesto que en un documento de 987 el presbítero Undísculo otorga la iglesia de San Julián, en la Valseñiu, al abad Álvaro y ad predicto monasterio trado Alaone construendo in onore Sancte Marie vel Sancti Petri apostoli et illas ecclesias qui in illo monasterio constructa sunt.
Frente a esta etapa de esplendor, el siglo XI abrió un periodo de decadencia para Alaón, que sufrió las consecuencias de la razzia de Abd al-Malik por tierras ribagorzanas en el año 1006. Pese a que no consta que el monasterio sufriera destrozos materiales, como ocurrió con otros enclaves de su entorno, aquella campaña de castigo encabezada por el hijo del caudillo musulmán Almanzor sumió a Alaón en una grave crisis de la que tardaría décadas en recuperarse: con su comunidad gravemente mermada, su territorio devastado en parte y sometido al pago de fuertes tributos a los “paganos”, el cenobio tuvo que vender parte de sus propiedades para hacer frente a aquella situación y, mal que bien, sobrevivir. Se asiste por entonces a un proceso de secularización que agravó su depauperada situación.
La situación cambió por completo en la segunda mitad de siglo, el rey Sancho Ramírez, al restaurar la sede de Roda en 1068, le hizo entrega del monasterio de Alaón junto con muchos otros establecimientos eclesiásticos. Esta nueva vinculación al obispado rotense supondría, a corto plazo, la reactivación de la vida monástica en Alaón, donde se instauró poco después la reforma cluniacense, aunque no sin oposición por parte de los monjes, pues suponía la aniquilación del viejo rito mozárabe vigente. El impulsor de la renovación del monasterio sería el obispo Ramón Dalmau de Roda, quien en 1077 nombró abad a un monje de San Victorián llamado Bernardo Adelmo para que tratase de devolverle su antiguo esplendor. Por orden del obispo, y bajo la dirección del abad, se reorganizó el archivo de la casa, tarea que llevó a cabo el monje Domingo, como resultado de la cual existe hoy el famoso Cartoral de Alaón y algunas breves crónicas históricas de la Ribagorza. Ramón Dalmau implantó la canónica agustiniana en el año 1092, reservándose el derecho de elegir al abad del monasterio. Alaón recuperó pronto su dinamismo, hasta el punto de que en los años siguientes su abad se consideraba la figura de mayor relieve en la organización eclesiástica ribagorzana, tras el obispo. No tardaría en plantearse la renovación arquitectónica de su basílica, auspiciada tanto por los nuevos usos que imponía la reforma eclesiástica cluniacense cuanto por la recuperación económica de que había empezado a gozar el monasterio. Se consignan de nuevo importantes donaciones, entre ellas los prioratos de Santa María de Santa María de Vilet (1078), Santa María de Chalamera (1101) y San Bartolomé de Calasanz (1103), como consecuencia del avance de la reconquista cristiana hacia la tierra baja, y del apoyo que a ella prestaron los monjes de Alaón, que contribuyeron a la organización y repoblación de estos territorios.
En abril de 1103 se pusieron los fundamentos del nuevo templo monástico, que sería solemnemente consagrado por el obispo Ramón de Barbastro, el famoso san Ramón, el 8 de noviembre de 1123. Trabajó en ella un magistro Bernardo a quien el abad concedió libertad y franqueza por sus buenos servicios, y posteriormente se obró el claustro.
En esta centuria y la siguiente, que son las de mayor esplendor del cenobio, Alaón va consagrando su autonomía y se configura como un auténtico señorío feudal que atesoró todas las jurisdicciones: espiritual, civil, criminal y territorial. Fue abadiado nullius, es decir, sin otra autoridad superior a la suya excepto la papal, desde que en 1212 obtuvo de Inocencio III pleno iure sobre todos los territorios e iglesias que le pertenecían: su abad ejercía, por tanto, como si poseyera la dignidad episcopal excepto en la consagración de los santos óleos y en la ordenación de clérigos.
Los monarcas aragoneses le concedieron diversos privilegios de inmunidad y franqueza que le eximían del pago de tributos y, finalmente, Alfonso IV, a comienzos del siglo xiv, le otorgó la jurisdicción civil y criminal, mero y mixto imperio, sobre todos sus vasallos. En cuanto al ámbito político, el abad de Alaón fue miembro in perpetuum del Consejo Real de Aragón desde el reinado de Pedro IV. En las Cortes de Aragón ocupó el noveno lugar del lado derecho por el brazo eclesiástico, y asistía también a las de Barcelona por el brazo señorial, como barón de Miralles.
El monasterio quedó integrado en la Congregación Claustral Benedictina Tarraconense y Cesaraugustana a partir de las primeras décadas del XIII. Desde 1385, la elección de abades en los cenobios de esta Congregación quedó reservada al papa, lo que, desde luego en el caso de Alaón, conllevó su decadencia, pues una dignidad que llevaba aparejados cargos de tanta importancia jurisdiccional y política fue codiciada por muchos, y entregada a menudo a personajes que nada tenían que ver con la comunidad monástica alaonesa. Comenzará pronto la época de los abades comendatarios, esto es, que apenas llegaban a residir en el monasterio ni a gobernar los asuntos de la comunidad sino solo a percibir sus rentas, hasta el extremo de que llegó a afirmarse que, ya en el siglo XVI, algunos de ellos no sabían siquiera dónde estaba Alaón.
El siglo XVII vio florecer a abades tan destacados como Juan Briz Martínez, autor de dos historias sobre el monasterio de San Juan de la Peña, cuyo abadiado también ocupó, y Benito Latrás, que murió en Zaragoza en olor de santidad y cuyo cuerpo incorrupto, el famoso Cos Sant, fue trasladado a la iglesia de Alaón, donde gozó de la veneración de las gentes de la zona hasta que fue destruido en 1936. Sin embargo, este mismo siglo XVII vio también apagarse definitivamente la pujanza y relevancia del monasterio, atacado en sucesivas ocasiones con motivo de los conflictos bélicos que afectaron a la zona. Si ya sufrió peligros y expolios en las revueltas que asolaron la Ribagorza durante el reinado de Felipe II, la denominada Guerra dels Segadors le haría objeto de saqueo por las tropas francesas que apoyaban al bando catalán en varias ocasiones, siendo víctima de dos incendios que acabaron con todo el arte mueble que allí se atesoraba, a excepción de la talla románica de Nuestra Señora de la Expectación o de la O, titular del monasterio.
Sin haberse podido recuperar de aquellos estragos, el 2 de agosto de 1811, durante la Guerra de la Independencia, nuevamente las tropas francesas le prendieron fuego y se llevaron preso a su abad. En un estado de postración insuperable le alcanzó la Desamortización de 1835, que acabó definitivamente con la vida monástica. Solo pudo salvarse la iglesia, al quedar convertida en parroquial de Sopeira, aunque fue objeto de un nuevo expolio durante la Guerra Civil, en que desapareció también la talla de la Virgen, último recuerdo del viejo esplendor monacal de Alaón, cuyo lugar ocupa hoy una réplica moderna. Hoy se conserva el templo en adecuadas condiciones, gracias a sucesivas obras de restauración realizadas en las últimas décadas. En la última campaña, ya en el siglo XXI, se han sacado a la luz los restos de su claustro.

La abacial de Nuestra Señora de la O, actual parroquia del lugar de Sopeira, es una iglesia de tres naves divididas en seis tramos y rematadas en tres ábsides de planta semicircular, de mayores proporciones el central. Las naves laterales se cubren con bóvedas de arista mientras que la central, más ancha y alta, lo hace con medio cañón reforzado con fajones en sus últimos tramos. Los casquetes absidales, por su parte, presentan bóvedas de horno.
Es un edificio elegante y sobrio, construido con sillares de regular tamaño, bien trabajados y escuadrados, dispuestos en hiladas uniformes y sin ripios, unidas éstas con finos tendeles de argamasa. El aparejo es homogéneo en toda la obra, sin variaciones que pudieran delatar ampliaciones o añadidos.
La techumbre, de lajas de pizarra que sustituyeron a las originales losas del país en una reciente restauración, refleja al exterior la diferencia de altura entre las naves, quedando cubierta la central con tejado a dos aguas y las laterales, a un nivel inferior, con una sola vertiente. Esta disposición determina también la estructura escalonada del hastial del lado este, que sobresale por encima de los ábsides como en Obarra y Luzás, en una formulación de raigambre ultrapirenaica poco usual en Aragón.
Los tres ábsides de la cabecera presentan una notable diferencia de proporciones, mucho más desarrollado en altura y anchura el central. Sus tambores son lisos, horadados con una ventana aspillerada de medio punto en su eje, de doble derrame en los ábsides menores y de arco doblado con derrame sólo al interior en el mayor. En este último, además, se practicó una aspillera sencilla en la parte inferior del muro, apenas una ranura que sirve para iluminar la cripta. La única decoración de esta zona de los ábsides aparece en la parte superior, bajo el alero: se trata de una galería de arquillos de medio punto sobre ménsulas en nacela, por encima de la cual corre un friso compuesto por tres hileras de dientes de sierra, en los ábsides central y norte, y de tacos formando ajedrezado en el ábside sur. En los puntos de encuentro entre los ábsides y el muro que los aloja, y de estos entre sí, sencillas lesenas recorren toda la altura de los tambores al encuentro de la serie de arquillos.
Tanto la sucesión de arquillos como el friso ajedrezado continúan bajo los dos niveles de aleros de los muros laterales, dotando, pese a su sencillez, de un remarcable efecto plástico al conjunto. Es reseñable el hecho de que el taqueado se consigue colocando pequeñas piezas de piedra al tresbolillo, del mismo modo que ocurre en la iglesia de Luzás, en lugar de estar talladas en los sillares al modo jaqués canónico. No hay en estos muros ni rastro de haber existido lesenas, lo que constituye una de las peculiaridades que caracterizan la formulación particular de los motivos lombardos en este edificio.
En el muro sur se abrieron dos series de ventanas de medio punto aspilleradas, cuatro bajo el alero de la nave central y tres bajo el de la lateral, devueltas a su estado original en las últimas campañas de restauración, pues en época tardía habían sido convertidas, en algunos casos, en óculos. Son ventanas rehundidas al exterior y derramadas al interior. Se alojaron bajo las galerías de arquillos, coincidiendo las del nivel inferior con los tramos segundo, cuarto y sexto de la nave, mientras que las del nivel superior siguen una distribución alternada entre el centro de los tramos primero y cuarto (desde el Este) y el espacio sobre los apeos de los tramos segundo y quinto.
Es también en el muro sur donde se encuentra la portada, en arco de medio punto doblado, siguiendo el sencillo esquema de las portadas del primer románico, aunque en este caso la composición se complementa con algunos elementos ornamentales que le confieren un mayor empaque. Así, en el espacio entre los arcos interior y exterior se colocó otro arco doble moldurado, a modo de arquivolta intermedia, mientras que sobre las dovelas del arco exterior, siguiendo su perfil a modo de trasdós, se dispuso un friso taqueado de cuatro hileras rematado por una línea continua de estrechos sillares. Este friso está interrumpido por una dovela situada en la clave y por otras dos en el centro de las dos mitades resultantes, dividiendo la rosca en cuatro segmentos.

La dovela de la clave exhibe un crismón de ocho brazos, más cortos los horizontales, mientras que el vertical lleva las letras P y S en sus palos superior e inferior, respectivamente. De los extremos superiores de los brazos en aspa penden las letras a (alfa) y w (omega). Es un crismón trinitario del tipo oscense.

La doble arquivolta intermedia apoya en dos columnas acodilladas con capiteles y basas de tosquísima talla, deficientemente conservados, y fustes lisos repuestos en época reciente, pues los originales se perdieron. Este crismón, especialmente hermoso en su sobriedad, puede fecharse hacia 1120.
Este muro constituía el cierre del recinto monástico por el Sureste, mientras que el lado norte de la iglesia daba al claustro, recientemente descubierto. La eliminación de la gruesa capa de escombro que cubría su estructura ha dejado libre también la superficie íntegra del muro norte, que quedaba oculta en su tercio inferior. Permitió asimismo recuperar la función de la pequeña puerta de comunicación entre claustro e iglesia, hasta entonces tapiada y semienterrada.
Es una austera puerta de arco de medio punto doblado, sin atisbo de decoración. Sobre ella, rompiendo parte de las dovelas del arco exterior, queda la huella de una de las ménsulas sobre las que se apoyaron los arcos que cubrieron una de las pandas del claustro, lo que indica a las claras que éste fue construido con posterioridad a la iglesia. Hubo cinco arcos apoyados en este muro, como delata la presencia de dos de las ménsulas de apeo, al lado derecho de la puerta, y la huella de otras tres que se incrustaron en el muro. También se advierten, en la parte superior y bajo el friso de arquillos, dos hileras de mechinales donde debieron de encajarse los travesaños de la cubierta de esta galería claustral.
A la derecha de la puerta, aproximadamente en la parte central del segmento de muro que queda hasta los pies, y a la altura de la cuarta hilada desde el suelo, hay empotrada una lauda sepulcral, descubierta asimismo con el desescombro de este espacio. Tiene roto el ángulo inferior izquierdo y parece inconclusa. En la inscripción, que ocupa cuatro líneas, puede leerse: OBIIT VENERABILIS VNIFREDVS COMES.
Sobre el extremo noroccidental de la iglesia se levantó una torre-campanario rectangular, no destacada en planta sino elevada sobre la bóveda de la nave lateral. Construida a base de sillarejo sin trabajar, unido con abundante argamasa, es obra evidentemente tardía. Presenta puerta adintelada en alto, sobre la línea de cubiertas de la nave, y varios vanos de medio punto y distribución irregular en el tercio alto de sus lados mayores, para alojar las campanas. En los lados menores hay más vanos: en el que mira a Oriente solo se abrió uno, justo sobre la cubierta de la iglesia, seguramente con la función de acceder a ella; el lado occidental cuenta con tres, muy dispares, de los que el más interesante es el central, que da muestra de haber sido geminado, aunque actualmente le falta el parteluz, y cuyo arco viene destacado por una moldura en resalte, sobrepuesta, hasta la línea de impostas. La torre se cubre con un tejadillo moderno a cuatro aguas.
El lado occidental de la torre, en su parte baja, se funde con el muro de los pies de la iglesia. La utilización, en esta parte, de un material idéntico al utilizado en el resto del templo hace suponer que originalmente no habría torre, pero sí un campanario en forma de sencilla espadaña.
El hastial occidental es el muro más austero de la iglesia. No cuenta ni siquiera con la sencilla decoración de taqueado y arquillos que rodea el resto del perímetro del edificio, sino solo con una amplia ventana de medio punto en su centro, de derrame recto y con un friso ajedrezado que le trasdosa el arco.
En el interior, el espacio ofrece una sensación de amplitud que se debe fundamentalmente a la altura y anchura de su nave mayor. No es, sin embargo, un templo diáfano, pues tanto la relativa estrechez de las naves laterales cuanto el grosor de los soportes que las separan de la central crean un espacio marcadamente jerárquico y compartimentado. Hubo una voluntad patente de solemnizar el ámbito central, no solo otorgándole mayores proporciones sino también por la forma de disponer su abovedamiento, de cañón corrido hecho a base de sillares regulares y trabajados, frente a las bóvedas de arista de las naves laterales. Para estas últimas se usó sillarejo sin labrar colocado de canto, solución hábil característica del arte lombardo pero de aspecto más basto que el que ofrece la perfecta delineación semicircular de la bóveda central.



La zona de la cabecera queda destacada, asimismo, por hallarse sobreelevada respecto del pavimento de la nave y precedida de una escalinata de cinco peldaños formados con grandes bloques de piedra. Esta elevación se debe a la existencia de una cripta bajo el ábside central y su presbiterio, denominada capilla de San Pedro. La parte central de los peldaños tercero y cuarto está horadada por tres pequeñas oquedades en cada uno, a modo de peculiares ventanitas que establecen comunicación visual entre la nave mayor y la cripta.
Los accesos a este espacio inferior se sitúan en los laterales de la escalinata central, hacia las naves menores, y consisten en dos arcos con bóveda en declive, un tanto desviada, que dan paso a una serie de estrechos escalones; en el acceso del lado sur aparece empotrada una columna de fuste liso. Por su tosquedad, estos accesos parecen una solución mal resuelta, que encaja con dificultades en el resto de la obra. Condicionaron también la configuración de los soportes de la nave en el tramo del presbiterio, pues las semicolumnas sobre las que apean aquí los arcos fajones necesitaron de un basamento que los salvara en altura; y así, los más cercanos a la cabecera se apoyan sobre un plinto que es casi un murete, mientras que los que enmarcan el presbiterio lo hacen sobre una estructura adintelada que precede a los accesos a la cripta. Sistema, en todo caso, que contribuye a diferenciar aún más esta zona respecto del resto del templo.
Aún queda por reseñar otro elemento decorativo que reafirma esta diferenciación, y es el pavimento de mosaico que cubre el ábside mayor y el presbiterio. Se trata de una obra románica, extraordinaria por la escasez de ejemplares conservados de esta época, del tipo denominado opus sectile, es decir, formando dibujos a base de encajar grandes piezas marmóreas que en este caso proceden de las cercanas canteras de Rocamora. Es un pavimento dividido en dos secciones. La que ocupa el presbiterio crea un tapiz con tres series paralelas de motivos circulares, a modo de ruedas o rosetones, compuestos por piezas radiales de colores blanco y rojo, con alguna aislada en amarillo, que rodean un botón central negro y sobre un fondo general de este mismo color. El número de “radios” o “pétalos” es variable, lo que da a algunos de estos motivos aspecto cruciforme, mientras que otros se asemejan más a margaritas. Toda la composición va encuadrada por una cenefa que forma una sucesión de rombos en blanco y rojo.


La parte musiva que cubre propiamente el suelo del ábside está conservada parcialmente: su mitad norte, aproximadamente, y el sector central se perdieron y fueron rehechos reaprovechando las piezas pero sin formar dibujos. La cenefa que bordea el hemiciclo absidal está hecha con una combinación de piezas cuadradas blancas, rojas y amarillas, mientras que el sector sur junto a ella, que guarda su diseño original, reproduce de manera esquemática el símbolo primitivo del misterio eucarístico, es decir, los panes y los peces. Esta sencilla representación de uno de los fundamentos de la fe cristiana es, por su apropiada ubicación, su capacidad evocadora y su rareza, uno de los elementos más singulares de la hermosa iglesia monástica de Alaón.
Hubo otro lugar destacado en la nave central, ante el altar mayor y fue el reservado al coro de los monjes, que se prolongaba desde la misma escalinata del presbiterio hasta la mitad de la nave, al concluir el tercer tramo. Este espacio estuvo separado de las naves por un muro entre los soportes de las bóvedas, que los cerraba hasta aproximadamente la mitad de la altura de los arcos formeros. Se creaba así una parte diferenciada del resto de la iglesia a la que los fieles no podían entrar, pues el sitio destinado a los seglares era el de los últimos tramos de la iglesia, los de los pies, los más cercanos a la puerta, donde probablemente se ubicarían los altares más populares, así como las pilas bautismales. Estas últimas siguen ocupando su lugar hasta hoy, junto al muro occidental de las naves laterales. El muro que separaba a los monjes de los feligreses, sin embargo, desapareció en fecha indeterminada aunque con seguridad antes del siglo xviii, época de la que data el coro actual, de madera y cerrado por una verja del mismo material, que se construyó en el tramo central de los pies.
De aquellos muros de cerramiento quedan las huellas en los sillares desparejos que se ven en los soportes de los tramos centrales. El viejo coro de los clérigos, donde también se hallaba el púlpito, ocupaba el lugar preferente para presenciar la celebración de los oficios, que quedaban de este modo rodeados de un aura reverencial para los fieles, alejados de los espacios sagrados por su condición de legos. Sin embargo, probablemente podrían acercarse a ellos cuando no se celebraba, circunvalando el coro hasta la cripta por las naves laterales, o al menos por la del sur, pues en la septentrional se hallaba el acceso al claustro y las dependencias monacales.
El sistema de soportes es otro de los elementos que aportan la singularidad a la iglesia de Alaón, pues constituyen una especie de paso intermedio o de combinación entre las viejas técnicas del románico lombardo y las más recientes, aunque tampoco modernas, del románico pleno, de influencia francesa a través del potente foco jaqués. Vemos aquí los característicos arcos formeros doblados y lisos, combinados con pilares cruciformes que llevan pilastras adosadas como apeo de los fajones, tan característicos del arte lombardo; pero vemos también, en los soportes del quinto tramo hacia los pies, y en los del más próximo a la cabecera, cómo casi inadvertidamente se da un paso hacia una nueva formulación que bebe de otras fuentes: hay que fijarse bien para darse cuenta de que, de pronto, lo que justo un poco más allá era una pilastra ha sido sustituido por una semicolumna que engarza suavemente con su arco formero mediante un sencillo capitel, y lo mismo con el arco fajón que llega de la nave central y que surge un poco más arriba. Es como ver materializado de forma simple el complejo proceso que supone un cambio de mentalidad: asistimos al momento en que se opta por una manera nueva de mirar las cosas.


Esas semicolumnas que sustituyen a las pilastras lisas aparecen en los soportes que dividen los tramos cuarto y quinto, así como en los del más próximo a la cabecera, cuyas especiales condiciones por la presencia de la cripta quizá obligaron a arbitrar una nueva solución que ofreciera un resultado armónico, y pudo por eso recurrirse a las columnas. Pero no conformes con el paso dado, y también posiblemente porque representaba una ventaja a la hora de concebir un espacio más amplio que ya no precisaba de compartimentaciones jerárquicas, el soporte que había de separar los dos últimos tramos de la nave, donde se congregarían los fieles, se vio simplificado a una columna. Estilizada, fina frente a la rotunda presencia de los pilares compuestos, pero igual de eficaz como elemento sustentante, fue aprovechada para alojar en su capitel una labor escultórica que, de paso, recordaría a los fieles algunos de los mensajes más importantes de la fe cristiana. Entre ellos sabemos hoy reconocer dos, simbolizados en las tallas en relieve que representan, en el lado que toca a la nave de la epístola, al pelícano, ave que con la sangre de su pecho alimenta a sus polluelos, como prefiguración del sacrificio de Cristo y de la Eucaristía, y en el lado del evangelio, al llamado “nudo del infinito”, un lazo cuadrilobulado que empieza y acaba en sí mismo, que no tiene principio ni fin y que, por tanto, resume en un sencillo diseño el misterio de la eternidad.
Pero la eternidad está reflejada también en el mundo terreno, en el eterno ciclo de la vida que muere y recomienza, y esa es la idea que aparece reflejada en otros motivos escultóricos que aparecen en los capiteles, en este caso no solo en los que coronan las columnas exentas, sino también en algunos correspondientes a las semicolumnas, como los que tienen relación con el mundo vegetal, que también cada año nace y se agosta, y especialmente con la presencia de las medias margaritas, flores que aparecen tanto en Luzás como en los crismones de la catedral de Jaca y de Santa María en Santa Cruz de la Serós, vinculadas por tanto a símbolos cristológicos. Los capiteles de las semicolumnas, sin embargo, presentan una talla mucho más esquemática y convencional, que salvo casos aislados puede tener una simple intención ornamental. Es reseñable, también, el hecho de que los capiteles tallados aparecen únicamente en la nave central, mientras que faltan en absoluto en las laterales, lo que demuestra, una vez más, la voluntad de enfatizar la solemnidad del espacio principal de la iglesia.

Finalmente, dos de los tramos de la nave central no llevan fajones que refuercen la bóveda: uno es el inmediatamente posterior al presbiterio, que coincidía con el centro del espacio reservado al coro de los monjes; el otro es el inmediatamente anterior al de los pies, o sea el reservado a los fieles y sustentado por las columnas exentas. Aparte de remarcar la especificidad de estos dos espacios diferenciados en su uso, la ausencia de fajones en ellos puede deberse también a un motivo de orden práctico, cual es el de que si en ellos hubiera habido fajones no podrían haberse abierto las ventanas que se abren justo sobre los soportes que deberían recibirlos, con lo que habría menguado la luminosidad del espacio interior, tan necesaria en un enclave como el que ocupa esta iglesia, rodeada de montañas y que, por tanto, disfruta de muy pocas horas de sol.
Las columnas exentas del espacio de los seglares ofrecen una última semejanza con las que ocupan el mismo lugar en Luzás, y es la forma de las basas, de tipo ático, aunque aquí algo abullonadas, y con bolas en las esquinas del plinto.
Otro elemento singular de la iglesia de Alaón es el pavimento de cantos rodados que puede apreciarse en buena parte del conjunto, especialmente en la nave central: simples piedras de río colocadas formando grecas de motivos circulares que encierran flores de seis pétalos. En realidad, es un dibujo formado a partir de la intersección infinita de unos círculos con otros, un motivo sin solución de continuidad que no deja de ser otra forma de aludir a lo que nunca acaba, a la eternidad. No se puede aventurar una fecha para su ejecución, pues se trata de un recurso ornamental tradicional, casi ancestral, muy extendido en todo el territorio pirenaico y que aparece en diferentes épocas.
Además de las dos grandes pilas bautismales colocadas en junto al muro de los pies en las dos naves laterales, consistentes simplemente en dos grandes bloques de piedra vaciada en su interior y tallada en forma aproximadamente cilíndrica al exterior, hay dos pilas benditeras colocadas junto al pilar más inmediato a la portada. Una de ellas va encastrada en ese mismo pilar, hacia la nave sur, y tiene el vaso decorado con sogueado en la base, ovas separadas por motivos cruciformes en la mitad inferior y, en la superior, una hilera de bolas sobre la que va la boca, que presenta un friso tallado con incisiones diagonales que forman una especie de zigzag. La otra, acodada junto a la semicolumna, es exenta y más sencilla: sobre basa cuadrada y fuste liso, la copa va simplemente estriada.

Por el interior, las dos puertas del templo, esto es, la portada principal y la que da acceso al claustro, son muy similares por lo austeras. La principal, bajo el arco, tiene el vano adintelado y la del claustro, por el contrario, replica el arco superior a un nivel más bajo.
Adentrándonos en la cripta, nos encontramos en un espacio muy reducido y bajo, cubierto con bóveda de medio cañón rebajado e iluminado por una aspillera que al interior se derrama, con la peculiaridad de que su bovedilla es capialzada en declive, forzada por la limitación de altura que le impone la cubierta. Salvo el murete de los pies, donde se abren tres ventanas de medio punto en coincidencia con las oquedades de la escalera del presbiterio, todo el interior se cubrió con una capa de revoco repintada en gris remedando sillares. Desprendida del techo parte de esa capa, quedaron a la vista dos inscripciones pintadas con almagre, de diferente caligrafía y época, así como un crismón y varias cruces patadas inscritas en círculos, que parecen de consagración.
La inscripción más antigua, en caracteres visigóticos, menciona a los santos Nereo y Aquileo, venerados por la cristiandad desde el siglo IV. Es un argumento más que abona la hipótesis de que esta cripta es un vestigio de la primitiva cella prerrománica. La otra inscripción rememora la consagración de este lugar por Ramón, obispo de Roda-Barbastro, en honor de los santos Pedro y Pablo, el 16 de septiembre de un año indeterminado pero que forzosamente corresponde a los comprendidos entre 1104 y 1126, que fueron los de su obispado. Como la fecha no coincide con la de la consagración de la iglesia, que tuvo lugar el 8 de noviembre de 1123, se supone que la de la cripta se realizó con anterioridad, para habilitar un espacio de culto mientras se desarrollaban las obras del resto del templo. Encabezando esta inscripción figura un crismón, también del tipo trinitario oscense, que tiene las letras invertidas.

Apenas quedan restos del importante conjunto monástico medieval que contó al menos, según consta documentalmente, con archivo, biblioteca, claustro, sala capitular, dormitorios y hospedería. Se reconoce la antigua sala capitular en lo que hoy es sacristía, edificio de planta rectangular anejo a la cabecera del muro norte, que entre los siglos XVI y XVIII albergó la capilla de San Benito y que actualmente se comunica con la iglesia por medio de una puertecita adintelada. En el muro occidental de esta sacristía se aprecian perfectamente, tapiados, los arcos que originalmente comunicaron este espacio con el claustro. Son cuatro, aunque probablemente falta uno que equilibraría la composición, pues en origen habría uno más grande y central, de acceso, y dos más pequeños a cada lado, sustentados por columnillas.
Del claustro, ya mencionado al abordar la descripción del muro norte de la iglesia, solo se ha podido recuperar la estructura y buena parte de las basas de su columnata, algunas de ellas similares a las de las columnas del interior y otras bulbosas. También se hallaron algunos fragmentos de capiteles tallados con motivos vegetales que recuerdan a los de Luzás, así como la lauda funeraria del “venerable Unifredo comes” ya comentada.
Hubo en este claustro varias tumbas, como refieren las fuentes anteriores a la exclaustración, entre ellas la que citó J. Villanueva de los esposos Ermengaudo y Ermesenda, cuya inscripción les recordaba como promotores de la obra del claustro, sin fecha; o la de Atón, señor de Tena, y su madre Belasquita, protectores del monasterio, datada en 1046 y a la que se refirió el abad Romá en su informe de mediados del siglo xviii, junto con la de los hoy por hoy legendarios condes Vandregisilo y María, cuya lápida describió con detalle este abad, ubicándola frente a la capilla de San Benito, esto es, delante de la antigua sala capitular reconvertida en sacristía.
A occidente del espacio que ocupó el claustro se distribuyó el resto de las dependencias monacales, algunas de cuyas cimentaciones, a veces muy tardías, han sido también descubiertas en las recientes excavaciones. A estas dependencias se accedía por el pórtico situado junto al muro sur de la iglesia y que cerraba el conjunto monástico por este lado, sobre el cual estuvo hasta fechas relativamente recientes la casa parroquial, biblioteca y archivo. Fue esta zona el palacio abacial, seguramente erigido a mediados del siglo XV, con ocasión de la orden del papa Calixto III dada al abad de San Victorián para que auxiliase al de Alaón sufragando la reparación del edificio monástico. En el cuadrante suroeste se cree que estuvo la hospedería, que contaba con un sector de habitaciones de mayor lujo y comodidad, destinadas a las visitas ilustres. En las fotografías antiguas se alcanza a ver el edificio que remontaba el pórtico de la casa abacial, hoy desaparecido.
Alaón, además de su importancia histórica, posee un elevado interés artístico, pues en el edificio de su iglesia se lleva a cabo una personalísima y armónica combinación de la vieja tradición lombarda, de tan fuerte arraigo y pervivencia en la Ribagorza y el Norte de Lérida, con las corrientes jaquesas de raigambre francesa. Los constructores de Alaón no se limitaron a reproducir las fórmulas constructivas que habían otorgado carácter a las iglesias pirenaicas desde hacía más de un siglo y que continuaban en toda su vigencia, como demuestran las iglesias de Santa María y San Clemente de Taull, en el valle de Boí, consagradas tan solo un mes después de la de Alaón y que son plenamente lombardas; por el contrario, y seguramente alentados por la emblemática figura de san Ramón de Roda-Barbastro, que tan en contacto estuvo con Francia, demostraron una capacidad de renovación artística que dio como resultado una formulación arquitectónica propia.
Los estilemas de creación alaonesa dejarían, además, una amplia estela en la zona. Puede verse su influjo patente en las iglesias de Miralles, Vilarrué, Cornudella de Baliera, Ardanué, Turbiné y Castanesa, entre otras, así como en la magnífica de Luzás, heredera directa suya. Es cierto que Alaón se asemeja a Obarra, construida cien años antes, hasta el punto de que se las ha llamado “iglesias gemelas”; sin embargo, rompe claramente con ella tanto en la transformación de sus estructuras de cubierta como en el sistema de apeos y hasta en el lenguaje formal de sus elementos decorativos, abriendo paso a nuevas influencias. 

 

 

 

 

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