Ribagorza
En la zona más oriental de Aragón se encuentra
la histórica comarca de Ribagorza, con un nombre quizás del siglo viii
vinculado a la idea de una “nueva Gotia”, que ocupa una superficie de
casi 2.460 km2 en el sector central de la cordillera pirenaica. Encerrada entre
Sobrarbe, al Oeste, el Somontano de Barbastro al Suroeste, La Litera al Sur y
las tierras de Lérida al Este, está vertebrada por una importante red fluvial
que gira en torno al río Ésera, nacido en la cabecera del valle de Benasque, y
a su principal afluente el Isábena, con el que se une en Graus camino del río
Cinca. No es menos importante el río Noguera Ribagorzano, un río que marca la
frontera de Aragón con Cataluña.
Este amplio territorio que hoy tiene una baja
densidad de población, solar de los macizos más elevados de la cordillera
pirenaica y de algunos de los glaciares que conservamos en España, mantuvo en
la antigüedad un importante poblamiento que protagonizó momentos importantes de
la historia alto medieval, en especial después de la llegada de los musulmanes
a estas tierras en el año 714. El conflicto crecerá cuando los carolingios,
tras el humillante fracaso de Carlomagno en su intento de ocupar la ciudad musulmana
de Zaragoza el verano del 778, decidan establecer pequeñas guarniciones que
controlen los movimientos de las tierras de la Frontera Superior de al-Andalus
gobernadas desde la capital zaragozana. Guarniciones de soldados, mandados por
un funcionario con el rango de conde, o grupos de monjes que fundan un pequeño
monasterio desde el que desarrollar la gestión socioeconómica del territorio,
asegurando su fidelidad y su rentabilidad.
Este sistema, denominado por el archivero Durán
Gudiol con el término de “monacocracia” se implantó en la franja central
de Ribagorza para consolidar las vías internas y abrir nuevos accesos al
mediodía, configurando una línea formada por Alaón, fundado antes del 813 en
las tierras orienta les, en la zona media por Obarra en el cauce del Isábena y
por San Pedro de Tabernas en las tierras del Ésera y en el occidente
sobrarbense por San Victorián. Desde estos espacios se atiende, con gentes
preparadas y disciplinadas, desde la evangelización hasta la promoción de un
sentimiento de rebeldía frente a los musulmanes que ocupaban sus tierras y les
privaban de su independencia.
En este proceso es fundamental la presencia de
los condes de Ribagorza-Pallars que lideraran el proceso político acaecido en
el siglo IX. Ellos fueron los que alentaron el nacimiento de una nueva entidad
política que dependiendo de ellos irán forjando desde principios del siglo IX hasta
el año 872, momento en el que una conspiración termino con parte de la familia
condal tolosana. En ese momento de crisis, estas tierras alcanzarán finalmente
cierta independencia puesto que uno de los supervivientes de la familia condal
se refugia en estos valles y decide proclamarse conde como Ramón I. Cuando
muera, hacia el año 920, dos hijos suyos separarán aún más la identidad de
estas tierras: Bernardo Unifredo gobernará Ribagorza y Miro el territorio de
Pallars.
Se consolida una familia condal propia para
Ribagorza que, en consecuencia, de su vinculación al territorio que gestionan
desde los monasterios, se dedicarán a ampliarlo por el valle del Ésera. Esta
operación fue obra del conde Ramón II, que gobierna a mediados del siglo x y
que se empeña en la organización de Roda de Isábena en el año 956. En ese año
el conde y su esposa Garsenda de Fezesnac asisten a la consagración de la
catedral de San Vicente, convertida ya en el centro espiritual del condado y en
la sede de un obispado que contribuye a ese sentimiento de independencia. Por
eso, los condes harán obispo de Roda a su hijo Odesindo, nieto del recordado
Bernardo Unifredo, que morirá el año 976.
A principios del siglo X estas tierras, en las
que la familia condal va quedando sin sucesores que gobiernen su pequeño estado
basado en la explotación ganadera, vuelven a vivir momentos de grave peligro
cuando los musulmanes deciden organizar contra ellas alguna de sus campañas
estivales. El detonante pudo ser la arriesgada intervención del conde Isarno de
Ribagorza que sale al paso de la expedición de Abd al-Malik que va hacia
Barcelona en el año 1003.
En esa ocasión será mortalmente derrotado en la
batalla de Monzón, quedando la casa condal sin heredero masculino vivo, pero
además provocará que tres años después el ejército cordobés decida invadir
Ribagorza que está gobernada por su hermana, la anciana condesa Toda, que no
cuenta con el apoyo de los guerreros ribagorzanos.
Desde 1006 se abren los tiempos de
reconstrucción de todo un país que han quemado y destruido los musulmanes,
comenzando por la catedral de Roda de Isábena que es reconstruida por el
maestro lombardo Bradila, que nunca verá concluido su proyecto de tres naves.
Tiempos también de la construcción y modernización de sencillas fortalezas con
las que hacer frente a los peligros que amenazan por todos los lados
–cristianos por el Este y Oeste, musulmanes por el Sur–, que constituyen una
importante red de vigilancia basada fundamentalmente en torres circulares ubica
das a dos horas de camino entre ellas como medida orientativa de garantizar la
seguridad máxima. En esta arquitectura militar destaca la de Fantova, levantada
para controlar el paso de la cuenca del Ésera al Isábena, acondicionada como
residencia condal en 1015 por Guillermo Isarnez y levantada por unos
arquitectos a los que algunos especialistas suponen curiosas tendencias
esotéricas, como la apertura de siete vanos en la parte superior de la torre.
La torre con sus 20 m de altura, aljibes, necrópolis y ermita componen un
conjunto excepcional nombrado en los documentos como civitas o palaço.
En todo caso, al principio del siglo xi se
construyen muchos castillos e iglesias en el modo lombardo, tarea de renovación
edilicia que llevan a cabo cuadrillas de maestros que llegan desde los condados
catalanes. Ellos introducen un lenguaje elegante que abre una nueva etapa
frente al románico local anterior, modo constructivo que se puede contemplar en
la ermita de San Aventín de Bonansa consagrada el año 1018 en presencia de la
condesa Toda y vinculada con la sobrabense iglesia de los Santos Julián y Pablo
de Tella.
Los lombardos son los autores de la mayor parte
de las obras románicas de Ribagorza, en las que se puede ver cómo utilizan el
sillarejo de cuidada colocación, creando muros gruesos y rellenos de argamasa,
preparados para soportar bóvedas que si son de cañón o arista se apoyan en
pilares de triple esquina. Completan su firma esas ventanas pequeñas, que se
desarrollan con doble derrame para ganar luz, y esas decoraciones de tipo
arquitectónico para crear juegos de luces y sombras.
Todo un mundo creativo que marca un hito con la
construcción de la iglesia del monasterio de Santa María de Obarra, a orillas
del Isábena, fundado a principios del siglo IX como acción principal de la casa
condal y rehecha en 1103.
Mientras se están desarrollando estas obras se
suceden los tiempos de intrigas en la corte condal que acabarán con la muerte
del conde Guillermo Isarnez que se hizo cargo del poder como hijo natural del
fallecido conde Isarno y ante la ausencia de otro heredero. Este suceso
acaecido en 1016 hace que el rey Sancho III el Mayor de Pamplona decida
intervenir, entre 1017 y 1025, conquistando la mayor parte de Ribagorza.
Con la violenta e inesperada anexión del
territorio al reino de Sancho III el Mayor, muchos de los edificios que se
estaban construyendo ven detenerse sus procesos que serán retomados por una
nueva generación de canteros, gentes del territorio que seguramente se han
formado con los maestros lombardos que ya no están aquí, que construyen con
modos populares manteniendo elementos lombardos –como la decoración de
arquillos y lesenas– que tendrán la fortuna de convertirse en imagen de
identidad y se mantendrán durante años, llegando incluso hasta los comienzos
del siglo XIII como demuestra la parroquial de San Román de Castro.
A la muerte del rey pamplonés, en 1035, el
condado de Ribagorza es heredado por su hijo Gonzalo que se convierte en rey de
Sobrarbe y Ribagorza, aunque su traumática muerte en 1044 dará al traste con
este estado y los señores ribagorzanos, que seguramente han participado en la
muerte del rey puesto que algunos historiadores hablan del carácter rebelde de
los cerretanos que son remisos a aceptar reyes extranjeros, pondrán la corona
en manos de Ramiro, otro hijo del rey San cho el Mayor y primer rey de Aragón.
La llegada de Ramiro I supuso el fin del control ribagorzano desde el
monasterio de Obarra y el principio del poder del monasterio de Alaón.
El nuevo reino de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza,
se convertirá en el mejor vehículo para la difusión del románico y
especialmente en el reinado del segundo monarca –Sancho Ramírez (1064-1094)–
que impone los modos románicos de la catedral de Jaca, su edificio más
importante.
Asistimos a un proceso de unificación y
modernización, a la imposición del uso del sillar, a la creación de una
arquitectura que se ha convertido en el emblema de la monarquía; aunque hay que
reconocer que en Ribagorza el románico que llega ha perdido esas ricas
modulaciones exteriores jaquesas como las ventanas enmarcadas o las columnas
enriqueciendo los ábsides. La austeridad se impone cada vez con más fuerza,
máxime cuando la corte se aleja y cuando la sede episcopal de Roda acaba
asentada en la recién conquistada ciudad de Barbastro, en el año 1100. La
tradición cultural de los clérigos que mantienen vivo el culto y potencian la
biblioteca rotense perdurará durante años y podemos ver que lo mismo ocurre con
su afán constructivo, que produce en 1107 el único vestigio mural románico
ribagorzano en la sala de la enfermería de la catedral, consagrada por el
importante obispo san Ramón del Monte que también reformó la cripta en la que
–en 1170– se colocaría el magnífico sepulcro historiado que custodia sus restos.
El siglo XII continúa siendo plenamente románico y ya se ha olvidado el
quehacer lombardo.
Aunque la catedral de Roda pervive, ha perdido
ese valor de centro eclesiástico y de referencia política. Se abre una nueva
época en la que este territorio aún tendrá que vivir el dramático traslado de
la sede a la ciudad de Lérida en 1149, momento en el que Ribagorza comienza su
decadencia. A partir de ese momento, el territorio queda en manos de la nobleza
local que se desangra en luchas intestinas, mientras los reyes aprovechan la
circunstancia para traer y llevar estos territorios entre Cataluña y Aragón,
concluyendo con la creación del nuevo Condado de Ribagorza por Jaime II, en
1322, para su hijo Pedro. Como fondo de todo ello la construcción de abundantes
puentes que, durante los siglos XII y XIII, permiten mejorar las comunicaciones
por un territorio muy difícil, y la explotación de sus minas de plata en
Benasque, en funcionamiento el año 1182 cuando el rey Alfon so II se las da a
una cuadrilla de mineros, o las de hierro en Bielsa que aportan riqueza a la
Corona.
Durante todo el medievo la incomunicación de
las aldeas que constituyen el tejido urbano de Ribagorza, la falta de un
desarrollo económico y la escasez de los recursos, provocaron que las
poblaciones no pudieran renovar sus pequeñas parroquias y que cuando lo
hicieran fuera con los mismos modos contractivos de los artesanos locales que
siguieron haciendo lo único que conocían: las humildes ermitas románicas. Eso
dificulta mucho la construcción del catálogo del románico de Ribagorza, que
frente a esa multitud ingente de edificios y ruinas nos aporta las grandes
obras de Roda de Isábena, Santa María de Alaón y Santa María de Obarra, esta
última una excepcional iglesia en la que los monjes consiguieron que, a
principios del siglo XI, el primer rayo de sol entre por la ventana central del
ábside y llegue hasta el altar en el solsticio de verano. Justo en el momento
de tercia, cuando los monjes comenzaban la celebración –según el rito romano
que ellos querían implantar en Aragón– con el canto del Salmo 42: “Envía tu
luz y tu verdad”. La arquitectura se con vertía en un observatorio
astronómico y en un calendario cristiano usable siempre.
Roda de Isábena
Partiendo de Graus se toma la carretera
comarcal A-1605 en dirección Roda de Isábena, a unos 25 km a nuestra izquierda
sobre un cerro se ve el pequeño caserío de Roda de Isábena, viéndose la parte
superior de la potente y airosa torre de la que fue su catedral, extrañamente
blanquecina, cuando era de ladrillo visto, en cambio hoy revocado. Tras tomar
el desvío señalizado se llega a una zona de aparcamiento desde donde no se
puede continuar con el vehículo. Por la calle principal, una cuesta “cantimpiano”,
se accede a una agradable y remodelada plaza. A nuestra derecha se alza la
catedral, potente y magnífica, mostrando las últimas fases de su construcción,
la torre y un notable pórtico barrocos, mientras los ábsides románicos asoman
en su cabecera. Por la calle que discurre frente a los mismos y que nos
permitirá contemplar su espléndida estampa, a la izquierda se sitúa el muro
este del claustro y tras él, una estupenda casa se alza ante nosotros, la casa
del prior, hoy propiedad privada. A la izquierda se conservan los restos de la
llamada “torre gorda” de la que se conserva su primer piso, cubierto por
una notable cúpula.
Catedral de San Vicente y San Valero
Dentro de las acciones llevadas a cabo por
Carlomagno con la creación de la Marca Hispánica, está la concesión a la
diócesis de Urgel (814), sufragánea de Narbonne, de los entonces “Pagus
Ripacurcense” (territorios iniciales de Ribagorza y Pallars) y del “Pagus
Gestabiense” (Gistaín); para desarrollar en ellos la decisiva y fructífera
política de evangelización, consolidación y nueva creación de monasterios
iniciada por él en todo su imperio. En estos territorios colabora decisivamente
al comienzo de su estructuración, y a que sus gentes adquirieran una conciencia
de pertenencia a un grupo social, ya plenamente de raíz cristiana, que era
preciso defender y potenciar.
Hasta el último tercio del siglo ix estos
territorios de pendieron políticamente del condado de Tolosa. Ramón I, miembro
de esa casa condal y delegado para el control de los mismos, aprovechando los
conflictos que allí tienen lugar, logra segregarlos de aquella dependencia, en
872, y erigirse en 884 como primer conde independiente de Ribagorza y Pallars.
El mismo Ramón I (884-920/30) transmitirá en vida a sus hijos Bernardo y Miro
el condado de Ribagorza y a Llope Isarn el de Pallars. Ambos condados serán
desde este momento independientes entre sí, aunque siguieron manteniendo las
naturales relaciones, muy conflictivas en el tramo final del condado de
Ribagorza. Comienza así la trayectoria histórica del condado de Ribagorza en la
que se enmarcan los esfuerzos por lograr la erección de su sede de Roda de
Isábena y la catedral que estudiaremos.
Es conocida la trascendental importancia que
para los reinos y condados cristianos hispánicos tuvo el control religioso de
sus territorios, mediante la erección de obispa dos propios, canónicamente
constituidos. Ramón I intentó lograrlo sin éxito, por la oposición de los
obispos de Urgel que defendían su titularidad sobre estos territorios en
función de aquella donación de Carlomagno.
Vista general desde el lado sur
Fachada
Será finalmente en 956-957 cuando Ramón II
(956-960) logre erigir como sede propia a Roda de Isábena, dedicada a San
Vicente, con el acuerdo de la superior sede de Narbonne y la obligada
aceptación de los obispos de Urgel, que así veían disminuidos sus territorios
de influencia y su poder. Con este acto, el condado reafirmaba su plena
independencia que se ampliaba, también, a los fundamentales asuntos religiosos.
El emplazamiento de Roda en la cuenca media del
río Isábena y en el límite sur del condado, fue particularmente elegido. Roda
estaba en una zona recientemente conquistada y por tanto, fuera del territorio
otorgado a Urgel en 814. Con ello se buscó eludir el control de esa diócesis
para fundamentar mejor esa fundación propiamente ribagorzana, pero no se
logrará. Los sucesivos obispos de Roda, entre otros graves problemas, tuvieron
que enfrentar y superar las continuas pretensiones de sometimiento ejercidas por
los obispos urgelitanos.
Es cierto que la proximidad de Roda a
territorios musulmanes suponía un peligro, sin embargo, a muy poca distancia,
en el Norte, en el mismo río Isábena, estaba el valle ripacurcense en el que se
levantaba la sede condal –el castrum ripacurcense– del que desconocemos su
emplazamiento real, y el monasterio de Obarra, cuya primera cita documental es
del año 874. Así, Roda y aquel valle conformaban una unidad territorial
política y religiosa que justificaba la elección de su emplazamiento.
Absolutamente nada sabemos de la iglesia que se
constituyó como primera catedral, pero sabemos que la asoladora razzia que Abd
al-Malik al-Muzzafar perpetró sobre Ribagorza en el año 1006, tuvo entre otras
trágicas consecuencias la total destrucción de esta primera iglesia y la
ocupación temporal de esta zona del condado por los musulmanes, hasta que
Guillermo Isárnez recuperó la zona hacia 1010. Con la recuperación de Roda, a
partir de ese año el pueblo inicia las obras de recuperación de su destrozada
catedral, una iglesia provisional y sencilla de la que nada sabemos, consagrada
en 1018 bajo las advocaciones de Santa María, San Clemente y San Esteban, sin
embargo no a San Vicente que era su antiguo patrón, ello porque paralelamente
se abordó la construcción de una nueva catedral a la que se transmitió ese
patronazgo, prestigiosa y adecuada, cuyas obras previsible mente durarían años.
Para construirla se contó con maestros
lombardos, portadores de la arquitectura más moderna de su tiempo, y eso no se
podía rechazar. Sus iglesias, aquí totalmente abovedadas, suponían un
importante progreso y una arquitectura –el primer románico lombardo, 1000-1040–
perfectamente articulada en sus muros y espacios. Estos maestros ofrecían dos
tipologías ajustadas a las necesidades existentes; la abacial y la
catedralicia, pues ambas eran similares en todo, salvo en el número de sus
tramos (Obarra, Roda de Isábena, Santos Niños Justo y Pastor de Urmella) y la
pequeña iglesia rural (San Esteban de Conques, Santa María de Villanova, ermita
de la Virgen de las Rocas de Güel, San Andrés de Calvera), todas iniciadas e
interrumpidas en distintos grados de su ejecución.
Los trabajos de la nueva catedral comenzaron
por la cabecera y apenas iniciadas las obras las dejaron interrumpidas. A
través de la cripta de Roda en su actual estado no nos permitirá comprender
fácilmente cómo iba a ser la catedral. El acceso se efectúa a través de la
pequeña puerta que se abre en su muro sur al espacio existente, que hasta 1978
estuvo cegado por tierra, retirada ese mismo año por el entonces párroco de
Roda, José María Leminyana, un hombre que abordó con su trabajo personal junto
con la inestimable ayuda de los vecinos de Roda y, luego, del Gobierno de
Aragón, la terminación de la restauración de la catedral desde que accedió a la
parroquia hasta su estado actual.
Ábsides
Ábsides
Ábsides
La liberación de dicho espacio nos permite ver
que iba a estar conformado por un ábside y su tramo adyacente, el último de la
nave lateral sur de esta fase lombarda. En este tramo se puede ver la parte
inferior del muro del ábside con sus triples esquinas de embocadura y su
correspondiente muro sur, que presenta al Oeste una pilastra de triple
articulación. Enfrentado a ella y parcialmente englobado por un muro posterior
correspondiente a la fase del obispo Salomón, vemos emerger el pilar de triple
articulación perteneciente a la nave central, que al estar parcialmente oculto
por el citado muro parece una pilastra. El tramo iba a estar cubierto por una
bóveda de arista, configurando así el inicio de un ábside y su tramo adyacente,
característicamente lombardos, que quedaron interrumpidos. Se iba a continuar
la obra con otro tramo hacia el Oeste que nunca se inició.
Saliendo de la cripta actual entraremos al
espacio situado al Norte. Todo él estaba igualmente cegado por tierra hasta los
años 1983-85 en que se desenterró. Un ábside con su semicúpula que arranca
prácticamente desde el suelo preside el espacio de una estrecha nave cubierta
con una bóveda de medio cañón con similar arranque. Ábside y bóveda ocupan el
espacio de lo que fue la nave norte de esta fase lombarda.
El ábside conserva en relativo buen estado unas
magníficas pinturas datadas en los siglos XII-XIII, fechas que pueden concretar
la cronología de esta modificación. Y además la pequeña ventana que preside su
ábside ha sido reconstruida, a costa de una pequeña parte de las pinturas.
Hacia la mitad de la nave veremos unas catas que muestran, parcialmente
embutidos en los arranques de la bóveda, los inicios de la pilastra y el pilar
lombardos, homólogos a los estudiados en la nave lateral sur. En la embocadura del
ábside, las triples esquinas están englobadas en esta obra posterior. Subiendo
al presbiterio superior de esta nave, se ve cómo sobresalen notoriamente en
altura la pilastra, el pilar y las triples esquinas de embocadura del ábside,
recientemente reconstruido.
Volviendo al espacio central de la cripta, este
espacio iba a ser el ábside central y su tramo inmediato lombardos. Aquí, las
cosas son más difíciles de ver, puesto que hay que hacer abstracción de las
bóvedas y pequeños pilares que hoy se ven, ya que no existían en este momento.
En el ábside queda la parte inferior de su muro original lombardo, hasta la
doble ventana existente, como denota el aparejo de sillarejo lombardo pese a
los rejuntados posteriores. Dos muros en el Sur y Norte delimitan la actual
cripta, englobando los pilares lombardos descritos y cegando los vanos entre
ellos. En mi última visita a Roda he podido comprobar que, muy probablemente,
el pilar norte de la nave sur, cuyo paramento aflora a ras del muro, tiene sus
esquinas recayentes al espacio de esta nave central lombarda y englobadas por
el muro sur citado. El muro norte oculta totalmente el homólogo pilar de
articulación triple y en su entrega al muro del ábside, se pue de ver una clara
línea de mal empalme. Ambos muros ocultan la triple articulación de la
embocadura del ábside.
Planta de la cripta
Cripta
Cripta norte
Saliendo al exterior de la cabecera, los
ábsides laterales no pueden desarrollarse exentos, como sus cubiertas, por
compartir con el central sus muros. En los muros inferiores de los tres
ábsides, pese a la dificultad de los actuales rejuntados, se aprecian en sus
zonas inferiores, correspondientes a lo anteriormente descrito como fase
lombarda, aparejos de sillarejo que conservan los arranques de las lesenas
aparejadas a soga, todos característicamente lombardos, y que se prolongaron
con los muros de los tres ábsides en una fase posterior. El ábside sur presenta
dos lesenas, una al Norte y la terminal en su encuentro con el ábside
principal. En éste vemos en cambio seis lesenas, dos de ellas marginales pero
la central, que discurre por su eje, indica que iban a ser dos las ventanas a
construir según el proyecto lombardo, al Norte y Sur, que como veremos no son
las existentes actualmente. La lesena central impedía abrir una ventana en el
eje del ábside, como sucedió en la cercana fase lombarda de San Andrés de
Calvera. El ábside norte presenta tres lesenas, más las dos marginales, a pesar
de que buena parte de este ábside obedezca a una reconstrucción posterior. En
el pie de la torre y en su cara este existe un inicio de obra lombarda, el
recrecido de la calle y los muretes adosados lo engloban casi en su to talidad,
pero en su lado norte se aprecia una lesena lombarda, es la característica
lesena lateral que presentaban estas torres, mientras que el paño de muro que
delimita se corresponde en altura con ella.
Por tanto, la fase lombarda descrita presenta
el característico aparejo de sillarejo lombardo, a pesar de que los rejuntados
practicados dificultan su apreciación. Esta fase consta de la parte inferior de
los muros de los tres ábsides, de mayor altura el ábside norte, y de sus tramos
adyacentes que incorporan pilares y pilastras lombardos, otra vez construidos
con mayor altura en el tramo norte. Todos ellos se iban a prolongar hacia los
pies de la catedral, pero la marcha de los maestros lombardos dejó la cabecera
en este estado. A ello hay que sumar el inicio de una torre también lombarda.
El proyecto original era construir una iglesia de tres naves con sus tres
ábsides y sin coro atrofiado, las naves se iban a cubrir con bóvedas de arista,
con lo que la iglesia sería similar a la de Obarra.
La torre lombarda se iba a construir en el
flanco sur del ábside sur. El profesor Fernando Galtier apunta la hipótesis de
que un maestro, Bradila, que según la documentación estaba en Roda en julio del
1010 y que se relaciona con la fase lombarda de la cercana ermita de la Virgen
de las Rocas de Güel, fuese el maestro de esta fase inicial de la catedral.
Nada conocemos sobre las causas de esta interrupción de la obra lombarda
generalizada en el condado y que vemos repetida en otros lugares (San Vicente de
Cardona, San Paragorio de Noli, Saint Philibert de Tournus, entre otros
destacados ejemplos).
El 15 de febrero de 1030 Arnulfo efectúa una
nueva consagración de una parte de las obras en esta catedral, que dedica ahora
a San Vicente y San Valero.
Arnulfo (1028 1064) fue impuesto como obispo
por Sancho III el Mayor, que ya en 1025 ha incorporado totalmente Ribagorza y
Sobrarbe a sus dominios. Arnulfo es un fiel de Sancho, basta decir que fue
consagrado en Burdeos para comprender el designio político de este
nombramiento. Sancho no podía permitir que el mundo religioso de Ribagorza no
se sujetara a sus designios ya que Borrel, consagrado obispo en 1017 en Urgel y
no en Roda, era afín a aquella sede y a los condes de Pallars. Urgel y Pallars trataron de imponer
en Ribagorza sus pretensiones de dominio en aquellos años. Como es sabido
Valero fue obispo de Zaragoza y su vida fue acompañada de una aureola de
santidad y prestigio, y tuvo como diácono a Vicente, natural de Huesca. Ambos
fueron apresados el año 303 en Zaragoza y llevados a pie y con penalidades a
Valencia ante el prefecto Daciano, que vino a la entonces Hispania romana para
seguir perpetrando la persecución que Diocleciano y Maximiano habían desatado
contra los cristianos. San Valero fue desterrado a un lugar no conocido de los
pirineos aragoneses donde murió, y Vicente fue cruel y repetidamente
martirizado. Así, ambos fueron desde entonces venerados como santos con el
mayor prestigio y honor. Arnulfo, que habitó poco en Roda, logró traer desde la
Estadilla entonces musulmana, los restos de san Valero, entre 1025 y 1030, y
desde ese momento aquí se conservan. Es en 1170 cuando, a instancias de Alfonso
II, el cráneo de san Valero fue donado por los canónigos de Roda y trasladado a
la Seo de Zaragoza, donde se conserva como venerada reliquia del patrón de
Zaragoza. La referencia a san Valero como nuevo y egregio patrón de Roda
aparece por vez primera en estos momentos.
Es verdaderamente complejo conocer qué obra
consagra Arnulfo en Roda, para ello me obligo a contrastar lo que las fábricas
muestran, como mejor “documento” de estudio posible siguiendo el fiable
criterio del profesor Galtier, que comparto en esta cuestión, si bien es una
hipótesis de trabajo. La presencia de la doble ventana en el nivel de la actual
cripta es definitoria a este respecto.
Se conoce el estado de estas ventanas, anterior
a la restauración de Leminyana y que se corresponde con su con formación
actual. Hacia el exterior las ventanas, separadas por un machón, se conservan
íntegramente. Se trata de dos pequeñas ventanas con arquito que presentan
ligeramente retranqueados sus verdaderos vanos y que se alzan por encima del
paramento inferior lombardo.
En su interior ambas ventanas están ligeramente
derramadas, se cubren con boveditas capialzadas y siguen separadas por el
machón. Un arco resaltado, que aún conservaba pinturas geométricas en su
intradós y cuyas jambas coincidían con las actuales columnitas que enmarcan hoy
las dos ventanas, conformaba un vano abierto hacia la cripta que las cobijaba,
pero entre ellas existía un notable hueco alto y estrecho, que el profesor
Galtier interpreta como el arranque semiperdido de un arco que se entregaba al machón,
tendido perpendicularmente al muro. Todo esto fue transformado interiormente en
la disposición actual, que trata de reproducir de un modo más canónico la forma
en que usualmente se presentan estas ventanas, perdiéndose este dato precioso.
Estas ventanas y ese comienzo del arco traen
inmediata mente el recuerdo de la cripta de Leyre, lo que es perfectamente
acorde con el nuevo dominio navarro y la procedencia de Arnulfo. Su baja
posición, lejos del lugar en que coherentemente se abrirían las más altas
ventanas en el proyecto lombardo interrumpido, indica claramente la voluntad de
lograr a este nivel un espacio cultual cerrado. Además un arco, hoy embutido en
el actual muro sur de la cripta pero visible en sus dos caras, y muy
probablemente otro arco similar, hoy oculto por el muro norte del espacio
central de la cripta hacia la nave lateral sur lombarda, abrían el espacio de
la nave ventral lombarda hacia las laterales.
Las reliquias de san Valero están en Roda desde
hace pocos años y es necesario exhibirlas al culto para excitar la religiosidad
de las gentes y lograr así, los donativos y concesiones que se esperaban de una
reliquia de tal nivel. Esto explicaría el alcance de la obra consagrada por
Arnulfo, mínima más que sencilla, urgente y aún extraña, una obra que aprovecha
la fase lombarda, que eleva hasta la altura adecuada el muro del ábside central
con esas dos ventanitas “navarras” en posición antinatural, y que a la
luz de ese arranque citado del arco sobre el machón entre las dos ventanas,
podría haber proyectado una arquería longitudinal, como en Leire, que dividiría
el espacio central en dos naves. Si así hubiera sido, esta arquería buscaría el
apoyo de la cumbrera de un tejado provisional a dos aguas sobre sencillas
armaduras de madera. Ignoro si esa arquería existió realmente y cómo este
pequeño espacio se cerró al Oeste, también cómo se cubrió y cómo se
articularon, en esta obra, las pilastras, el pilar y la zona del ábside
sobreelevados de la nave norte lombarda. Pero como he dicho anteriormente es
una más que razonable hipótesis de trabajo.
A este respecto, hay recordar la rica donación
que Arnulfo hizo a la catedral de Roda en el día de su consagración: tapices,
cortinas, tabernáculos, dalmáticas, manípulos y un valioso cáliz. ¿Dónde se
esperaba colocar todo esto? Parece ser una donación en espera del desarrollo de
las obras de la catedral que sin duda, en este momento, se esperaban continuar,
sin embargo no fue así.
Salomón (1064-1075), destituido en 1075,
sucedió a Arnulfo. En 1095 aún en vida de Salomón, Pedro I y el obispo Lupo de
Roda de Isábena, le requieren información sobre el estado de la diócesis
durante su mandato y en su carta de respuesta, que se conserva, nos da la
preciosa noticia de que encontró la catedral de Roda pene destructa, es
decir, arruinada, destruida; tanto que su consagración se celebró en San
Victorián donde residió muchos años.
Es necesario considerar que la investigación
nos expone una situación de graves penurias en Roda y todo el condado, desde su
dominio por Sancho III hasta el comienzo del reinado de Sancho Ramírez
(1064-1094), inicio que se corresponde con el episcopado de Salomón. En ese
periodo son pocas las empresas constructivas en el condado y en su inmediatez,
fundamentalmente dirigidas al fortalecimiento e implantación de pequeños
castillos; obras más o menos parciales en los de Samitier, Aínsa, Boltaña,
Troncedo, Escanilla y hacia los años sesenta Luzás y Viacamp; de algunas
pequeñas iglesias, entre otras pocas, Toledo de la Nata, Buil o Pano, con la
terminación de las obras interrumpidas en Urmella y Obarra. Y la construcción
del monasterio de San Martín (San Victorián), de la que las recientes
excavaciones exhuman una iglesia de buen tamaño muy probablemente de tiempo
ramirense; a San Victorian se encomendó el control y sometimiento del mundo
religioso de Ribagorza, con lo que el resto de monasterios e iglesias ribagorzanas
se abocaron a una clara recesión y a ese sometimiento.
Sin duda, la temporal conquista de Barbastro en
1064 y de algunos otros territorios que aportarían jugosos beneficios; las dos
legaciones del cardenal Hugo Cándido que entre otras importantes cuestiones
logró poner orden económico en las diócesis de Jaca y Roda; y la infeudación
del reino de Aragón al papado como consecuencia del viaje a Roma de Sancho
Ramírez (1068), del que parece volvió “impregnado de fervorosos propósitos”
fueron la razón de que Salomón pudiera reanudar las obras de la catedral
rotense. Estas obras lograron la terminación de los tres ábsides y de sus
tramos inmediatos que se configuraron como respectivos presbiterios. Para poder
elevar y apoyar adecuadamente los muros que delimitan el presbiterio central,
fue preciso construir potentes muros que cegaron los vanos de la fase de
Arnulfo y englobaron los pilares lombardos.
Los muros de los ábsides se elevaron hasta su
estado actual, utilizando aparejo de sillarejo muy similar a la obra lombarda y
prolongando en ellos las lesenas; es constatable en ellas un cambio de aparejo,
que iniciado a soga en las partes lombardas se prolonga con hiladas alternadas
de piezas a tizón y a soga en esta fase posterior. Las lesenas se entregan
superiormente a arquillos de tipología lombarda, coronados por una estrecha
hilada de esquinillas y una delgada losa que recoge la entrega de las piezas de
cobertura; el ábside norte fue reconstruido y su configuración actual obedece a
esas obras realizadas en el siglo pasado. La lesena central del ábside
principal, prolongada sobre la lombarda, se dejó interrumpida bajo una
aspillera, hoy cegada al interior.
Tres ventanas de tipología lombarda tardía con
doble derrame, cubiertas por pequeñas bóvedas capialzadas y con sus vanos
centrales cubiertos por un estrecho dintel, se abrieron en el ábside central;
la central fue cegada interiormente por Leminyana para disponer el estupendo
Calvario, robado por Erik el Belga; del que sólo la imagen de san Juan ha sido
recuperada y aquí está, el Cristo y la Virgen son reproducciones que completan
el Calvario que hoy preside este ábside. En su lugar existió un magnífico retablo
de Gabriel Yolí (1533) cuyas imágenes fueron destruidas en 1939, quedando su
mazonería muy alterada y que posteriormente se retirara. Quedan las estupendas
sargas (1556) que cubrían el retablo en Semana Santa, colocadas hoy en los
muros laterales del presbiterio. Aún sobre esta ventana cegada existe un
pequeño óculo. Similar ventana, algo más alta, se abre en el eje del ábside
sur. La homóloga del ábside norte está reconstruida.
Interiormente los paramentos de los ábsides
central y sur son de irregulares piezas de sillarejo; el del ábside norte está
totalmente reconstruido en la parte superior visible, pero integra en su
embocadura las triples esquinas lombardas.
La semicúpula del ábside central está
construida con lajas irregulares de tamaño algo mayor de lo habitual y su zona
de clave es de aparejo de lajas dispuestas de un modo francamente descuidado.
El arco de embocadura de este ábside es doble, ambos apilastrados. En el
extradós del arco exterior es noto rio el relleno del espacio que sirvió para
alojar el apoyo de la tablazón de las cimbras de la bóveda del presbiterio. El
ábside sur es apuntado, su semicúpula se apareja inferiormente con lajas
irregularmente dispuestas y su zona de clave presenta mampuestos dispuestos con
franca anarquía y su embocadura igualmente presenta doble arco apuntado y
apilastrado, pero aquí la zona destinada al apoyo de la cimbra es ampliamente
notoria, quizás por desfases entre el nivel necesario de la semicúpula y la
bóveda.
El tramo que conforma el presbiterio del ábside
central presenta en sus muros un cuidado sillarejo y se cubre con bóveda de
medio cañón, con igual y cuidado aparejo. El del ábside sur tiene sus muros de
sillarejo más irregular, si bien la parte superior de su muro norte lo presenta
más cuidado; su bóveda de medio cañón arranca con lajas y se cierra en su zona
de clave con sillarejos de piedra toba.
Toda esta fase corresponde a la obra de Salomón
y las características descritas la integran en la llamada arquitectura
lombardista, tan extendida en Ribagorza y otros lugares. Es una arquitectura
construida tras la marcha de los maestros lombardos, por maestros locales –a la
vista está la imperfección en su ejecución– que nada sabían de bóvedas de
arista y triples articulaciones y sí de bóvedas de medio cañón, eficaces pero
lejanas de una cuidada construcción. Maestros que no renuncian al prestigio de
construir lesenas, arquillos y frisos de esquinillas de tipología lombarda,
mucho más fáciles de imitar, de ahí el nombre de románico lombardista.
Parece que las obras siguieron con mayor o
menor continuidad, siendo finalizadas ya en el obispado de san Ramón
(1104-1126). Se continuó con la construcción del cuerpo de las naves, con tres
tramos de desigual profundidad correspondientes a la anchura de los ábsides,
separados por cuatro potentes pilares cruciformes de núcleo cuadrado,
claramente construidos para estribar bóvedas y no armaduras de madera como se
ha dicho. La nave central se cubrió con bóveda de cañón apuntado de buen
aparejo, con tres arcos fajones apuntados y apilastrados en esos pilares y en
las pilastras de embocadura del presbiterio. Seis potentes arcos apilastrados
en los pilares y pilastras citadas separan la nave central de las laterales; su
intradós no se apareja con dovelas en continuidad en su espesor, sino que su
parte central se construyó con lajas, de la misma manera que un muro, poniendo
en evidencia cierta chapucería o la necesidad de abaratar la obra. Estos arcos
conservaban en su intradós relieves geométricos de yeso pintado.
Los tres tramos de las naves laterales se
articulan con arcos fajones de medio punto apilastrados en los pilares
centrales y en pilastras de sección recta en los muros exteriores. Están
cubiertos por torpes bóvedas de arista; los tramos de la nave sur en sus cuatro
ángulos y los ángulos sur de los tramos segundo y tercero de la nave norte,
presentan sus arranques con salmeres de lajas aparejadas horizontalmente y aún
inclinadas hacia su interior. Esto es coherente con la usual práctica románica,
de tradición bizantina, de ganar altura en la construcción de estos salmeres
con esta disposición de lajas que de este modo son autoestables y forman parte,
estructuralmente, del muro y no es preciso cimbrar, con lo que las cimbras para
las bóvedas son menores y se economizaba en medios auxiliares. Superados estos
salmeres, las bóvedas presentan una plementería de anárquicas piezas de piedra
toba que siguen más o menos la geometría adecuada de una bóveda de arista.
En el año 1100 se produce la segunda y
definitiva con quista de Barbastro. Roda de Isábena y sus canónigos se vuelcan
en la aportación de medios económicos y humanos para el traslado y organización
de esa nueva sede, perdiendo Roda su condición de catedral. Sólo cuatro años
más tarde san Ramón accede a la sede de Barbastro. Se afirma que la magnífica
cripta actual, que ocupa el espacio de la nave central lombarda fue construida
por san Ramón, fundamentalmente por la consagración que efectuó en ella de un
altar dedicado a Santa María en 31 de mayo del 1125. Un año después su cuerpo
fue inhumado delante del altar de la cripta, pero el artificio y las
características que presenta la cripta, en mi opinión, se retrotraen a fechas
bastante anteriores.
Desde este espacio central se accede al Sur por
una estrecha puertecita a la nave sur lombarda, recuperada tras su desescombro
y restauración y hoy, saliendo de la cripta, al espacio también desescombrado
que presenta la bóveda y semicúpula que englobó la nave norte lombarda. De
forma que, en realidad, este conjunto de naves laterales y central lombardas
constituye la totalidad de la cripta, aunque el espacio de la nave central sea
el de mayor prestigio y calidad y que estudiamos ahora como cripta románica de
la catedral.
Consta de tres naves con seis tramos, el
primero de ellos obedece a una ampliación posterior. Los tramos se cubren con
bóvedas de arista delimitadas por arcos fajones en su nave central, ya que los
laterales son en realidad estructuralmente fajones y no formeros, bóvedas y
arcos se estriban sobre pequeñas columnas o pequeños pilares; las columnillas
perimetrales se adosan a los muros del ábside lombardo y a los de la fase de
Salomón, ya que se dispuso en este espacio pre-existente; las bóvedas de arista
adosadas al muro semicircular del ábside son tripartitas para adaptarse a su
curvatura, siendo los dos primeros tramos son menos profundos que los otros.
Las bóvedas de arista están construidas con lajas de clara tipo logía románica;
es decir, con aristones semicirculares y por tanto con clave más alta que la de
sus arcos de embocadura.
Y de forma característica sus salmeres
presentan sus lajas dispuestas horizontalmente. Las columnillas y pequeños
pilares octogonales presentan capiteles sencillamente labrados y sin labrar.
Tal parece que buena parte de las columnillas, pilarcillos y capiteles son
reutilizados. Todo esto repite la tipología y las situaciones que presentan las
homólogas criptas románicas construidas en Europa en anteriores periodos al que
se asigna la construcción de esta cripta, por lo que la hipótesis enunciada más
arriba es más que verosímil. De ser así, la cripta se cerraría al oeste y
varias gradas permitirían el acceso desde la nave central al presbiterio sobre
la cripta de forma análoga en que persiste en el presbiterio sur. Una magnífica
cripta que es uno de los mejores logros que exhibe la catedral.
Por la puerta abierta en el tercer tramo de la
nave norte se accede al claustro.
Se ha dado la fecha de comienzo de este
claustro hacia 1136; pero hay que hacer constar que la capilla de San Agustín
que se abre en el muro este de la antigua sala capitular fue consagrada por san
Ramón en 1107. El claustro es de planta ligeramente rectangular y transmite
aún, afortunadamente, la espiritualidad y sosiego que le corresponde.
Las cuatro pandas se cubren con faldones de
correas y tablazón de madera que en sus ángulos se apoyan en arcos diafragma
sobre columnillas, y se abren al jardín con arquerías sobre rotundos ábacos y
capiteles someramente esculpidos que presentan temas animalísticos, florales,
geométricos o sólo aristas biseladas.
Los capiteles se entregan a columnillas
apoyadas en un murete perimetral y sus basas son variaciones de la basa ática
del jónico, tan utilizada en el periodo románico. Una cornisa de triple
taqueado jaqués corona el murete interior de las arquerías. En el centro del
jardín se alza el brocal de un pozo tardío sobre un basamento de piedra que se
conecta a un gran aljibe en el subsuelo del centro del claustro mientras que
tres bajantes de piedra románicas que se conservan en los ángulos norte, oeste
y sur de las pandas, conectan el canalón de recogida de agua de los faldones
que cubren las pandas con este aljibe.
En la parte meridional de la panda este se abre
la arquería que da paso a la antigua sala capitular. Cinco arcos sobre
columnillas que se apoyan en un murete, salvo en el central donde el murete se
interrumpe para permitir el paso, presentan capiteles con notorios ábacos de
bisel curvo y listel recto; los capiteles reflejan iguales y esquemáticos temas
florales mientras que las basas son de una conformación similar a las de las
columnillas de las pandas.
La antigua sala capitular presenta un espacio
de poco fondo y alargado y en la actualidad el paso a la capilla de San Agustín
que se abría en el centro de su muro este está cerrado. La pequeña capilla de
San Agustín consta de un mínimo espacio que preside al Este un ábside con coro
atrofiado. Fue consagrada por san Ramón en 1107 para oratorio de los canónigos
enfermos, por lo que también se llama de la enfermería. Unas magníficas
pinturas románicas de comienzos del siglo XII sobreviven ya semiperdidas en su
ábside. La capilla se construyó sobre otra inferior que conserva los mínimos
restos de un posible baptisterio, que podría pertenecer a las primeras fases de
obra de la catedral. Por la panda norte del claustro se accede a una gran sala
cubierta por una notable bóveda de cañón apuntado, con algunos restos de
pinturas. Fue refectorio, archivo, biblioteca y nueva sala capitular en 1628,
en la que se dispuso la sillería que hoy se conserva en la capitular antigua.
Hoy alberga las dependencias del restaurante de Roda.
Capiteles
Capiteles
Capiteles
Inscripciones
Inscripciones
Inscripciones
Inscripciones
Inscripciones
Inscripciones
Es importantísimo en este claustro el
necrologio que conserva una notabilísima serie de inscripciones talladas en el intradós
de sus arcos o incrustadas en sus paramentos, algunas con restos de policromía,
que arrancan de 1143, siendo uno de los pocos lugares en Europa que pueden
exhibir algo similar en cantidad, calidad y contenidos epigráficos.
Es en 1149 cuando, con la conquista de Lérida,
la sede lejos de Roda, pasaba de Barbastro a Lérida, con los repetidos e
importantes esfuerzos económicos y humanos que Roda realizó y las penurias
subsiguientes.
En el siglo XIII se construyó la actual portada
en el muro sur, ya de conformación tardía, muy probablemente destruyendo la
original románica de la que no se conserva nada. Su amplio derrame cubierto por
seis arquivoltas molduradas sobre capiteles y columnillas dispuestas en los
ángulos se re creció sobre el muro sur existente. La puerta es una magnífica
muestra de la carpintería mudéjar del XIII.
Nos consta que en 1650 el acceso a la cripta se
abrió completamente a la nave central con la ampliación de un tramo, con la
arquería que hoy podemos ver, que ofrece una magnífica vista global de la
cripta desde la nave. Ese tramo presenta los salmeres de sus bóvedas de arista
aparejados con pequeñas dovelas de piedra toba perfectamente talladas, de forma
claramente diferenciada con el resto de las bóvedas de esta cripta. La nueva
situación originó la necesidad de adecuar los niveles del pavimento de todo el
tercer tramo de la iglesia con la complejidad que hoy se presenta.
El siglo XVIII fue pródigo en realizaciones en
la catedral. En 1737 el maestro tejero Juan de Lachalde reconstruyó la
totalidad de las cubiertas de la iglesia, que recientemente han sido
restauradas, por lo que ignoramos su conformación original.
En 1724 Silvestre Colás diseña el pórtico
barroco y el maestro albañil Dionisio Lanzón lo termina en 1728. Es un notable
pórtico abierto con cinco vanos hacia la plaza, el central con arco carpanel y
los laterales de medio punto, una serie de hornacinas de las que sus imágenes
fueron destruidas, una falsa abierta con ventanas y un pequeño frontón donde se
aloja en un nicho una imagen de san Vicente. Alrededor de estas fechas se
comienza la obra de la torre barroca, cuya base engloba los restos de la torre
lombarda iniciada e interrumpida sobre la que se alzó. A estas obras siguió la
construcción del actual coro abierto en los pies de la iglesia, rompiendo su
muro oeste y construyendo en su embocadura un arco apuntado de ladrillo que se
articula formalmente a media altura con ménsulas de ladrillo, su espacio se
cubre con bóveda de cañón apuntado de piezas de piedra toba. La actual sillería
se colocó en 1786.
Finalmente los decretos de desamortización y
suspensión de jurisdicciones propias dieron el golpe de gracia a Ro da, que fue
transformada en parroquia. A ello hay que añadir la declaración de monumento
histórico nacional en 1924 de la catedral, bien que siguió en la ruina y el
abandono hasta las campañas de restauración de 1962-1980 dirigidas por Pons
Sorolla, seguidas por las importantes obras realizadas por José María Leminyana
y el pueblo de Roda y el interés actual interés por grupos de investigación de
universidades. Roda y esta catedral son parte fundamental de nuestra historia,
la de todos, la de tantos obispos, canónigos y gentes que debieron enfrentar y
atravesar graves situaciones y problemas. Es el resultado de una firme voluntad
de construir aquí no sólo la sede del obispo, sino la casa de Dios abierta a
todos, el lugar de sosiego y recogimiento propicio en el que las espléndidas
liturgias, los melodiosos cantos y la profunda religiosidad nos acercan hacia
Dios.
Pintura, escultura y otras artes
Decorativas
En los inicios del siglo X se funda la ciudad
de Roda de Isábena dentro de la voluntad de construir un sentimiento
nacionalista en las nuevas tierras de Ribagorza, con la finalidad de generar un
centro espiritual y político para el nuevo estado. Culminación de este proceso
es la construcción de la iglesia basilical que se consagrará el 30 de noviembre
del año 957 y que será dedicada a la memoria de san Vicente mártir. Una vez
asentado en ella un obispo, miembro de la familia condal, Roda se convierte en
el motor de las empresas artísticas que serán llevadas a cabo por los maestros
lombardos y que renovarán los viejos modos de construir locales.
Al mismo tiempo, la catedral se dota de un
mobiliario litúrgico –evidentemente reducido en función de los duros momentos
que atraviesan– que es necesario para hacer realidad esa representación pública
del poder protegido por Dios. Sabemos que tienen un cáliz, una campana de metal
para marcar los momentos importantes, un misal, un leccionario, un antifonario
y dos juegos completos de ropas de culto, además de una cruz de plata que debió
presidir el altar, quizás –como nos sugiere una imagen del Sacramentario–
enmarcada y oculta con una cortina.
Pieza muy importante de estos momentos, además
de ser un instrumento fundamental para entender la vida eclesial en esta
catedral, es el famoso Liber Pontificalis Rotae que conocemos como
Sacramentario de Roda y que se conserva en el Archivo Capitular de Lérida.
Datado hacia el año 1000, nos permite saber las oraciones de la Misa y es
fundamental para poder conocer la iconografía de Cristo en la Cruz, triunfando
sobre la muerte, como nos indica la miniatura que inicia el canon de la misa.
La riqueza de este texto, fundamental para conocer la liturgia del momento, nos
describe que celebraban la procesión del Domingo de Ramos con palmas, ramos de
olivo y flores, bendecidas por el obispo, que la acompaña hasta las afueras de
la ciudad, donde bendecirá el caserío y predicará explicando el sentido de la
fiesta que celebran. En la misma línea nos habla de la liturgia del Viernes
Santo, a las dos de la tarde después de leer la Pasión de Cristo. En ese
momento, la Cruz estará en el altar oculta por las cortinas, mientras dos
cantores cantan los improperios Popule meus. In adoratione Crucis
y otros dos van elevando la cruz. Una larga ceremonia que concluye con la
intervención del obispo desnudando los altares para lavarlos con agua y vino,
recreando el lavatorio que se hizo con el cuerpo muerto de Jesús de Nazaret.
A efectos de la notable riqueza artística que
vamos a ver generar en torno a esta catedral, es importante apuntar que en ella
se vivió una intensa vida litúrgica gracias a que tenía un clero catedralicio
de alto nivel intelectual y profunda formación, además de la implicación que
mantenía la familia condal ribagorzana en su día a día. Auge cultural y
artesano que se rompe con la terrible invasión que sufre cuando la asaltan los
temidos ejércitos cordobeses en 1006, mandados por el caudillo Abd al-Malik que
llegó incluso a destruir Roda, haciendo prisionero al obispo Aimerico.
Tras este suceso se abre un segundo período en
la historia artística de la catedral. Una etapa en la que se levanta la nueva
arquitectura por maestros lombardos, que estarán ocupados en ello hasta el
entorno del año 1017. Esta fecha se relaciona con una consagración que no
podemos entender muy bien (el 5 de mayo de 1018) y sobre todo con la
vinculación del templo rotense a las reliquias del obispo san Valero de
Zaragoza. En este momento contando con la protección del rey Sancho Ramírez, el
obispo Arnulfo puede permitirse, según los documentos, enriquecer la catedral
con tapices (incluido alguno de origen bizantino), mobiliario litúrgico co mo
retablos o ropas, e incluso un cáliz de plata sobredorada. Es importante
constatar que estamos asistiendo a la creación de un espacio de prestigio que
liderará parte de la vida religiosa aragonesa de la segunda mitad del siglo XI,
en concreto la amplia zona oriental del reino de Aragón.
Ya en el siglo XII, reinando Alfonso el
Batallador, se produce un acontecimiento importante como es la construcción de
la gran cripta de la cabecera, que hoy nos plantea interesantes problemas de
lectura puesto que ignoramos el proyecto lombardo previo y sólo vemos las reformas
acometidas a mediados del siglo XVII. Estamos entre 1120 y 1130 y la cripta se
compone de tres espacios muy interesantes para saber cómo avanzan las modas y
los gustos artísticos en el reino de Aragón, que ya engloba todas las tierras
del Pirineo central.
Cripta norte o “Sala del Tesoro”
En la zona norte está el espacio subterráneo
que conocemos actualmente como “Sala del Tesoro” por haber sido empleado
durante siglos para custodiar el dinero y la orfebrería catedralicia, además de
los documentos que avalaban la titularidad de sus bienes. Por ello, al acceder
nos encontramos con una serie de cajones, que llevan el nombre de los oficios
capitulares, ajustados al muro absidal. La importancia que tiene este espacio
abovedado es la decoración pictórica que se le aplicó en los inicios del siglo
XIII con unas pinturas al temple que muchos –siguiendo al profesor Gudiol– han
vinculado al quehacer artístico del “Maestro de Navasa”. Actualmente se
la considera como la cripta de san Valero puesto que en medio de su espacio
absidal se ubica la recreación de la urna que albergó los restos de este santo,
una caja a la que se le han incorporado los esmaltes que tuvo la original. Sabe
mos que el cuerpo del obispo de Zaragoza había sido traído, desde la musulmana
Estada, por el obispo Arnulfo de Roda poco antes de 1030.
Considerada por algunos como un excepcional
conjunto del arte románico, estas pinturas murales al temple –que responden al
quehacer románico pero no están exentas de esa visión artesanal rural y
decadente, como tampoco de ciertos presagios góticos que sugirió Post– se
centran en la imagen del Pantocrátor que preside la bóveda, escoltado por los
cuatro evangelistas, aunque su mayor riqueza iconográfica reside en un friso
que propone un curioso calendario agrícola. Este menologio engloba doce
personajes que nos hablan de los meses del año. Se han descrito hasta la
saciedad, pero es bueno que recordemos que hay un personaje que vierte agua de
un cántaro (representación de enero), un pescador que se calienta al fuego
(febrero), el podador de viñas (marzo), la mujer que porta flores y ofrece los
brazos abiertos que es símbolo del primaveral abril, y seguramente un pastor
que aunque sólo podemos intuirlo –al borrarse la imagen– re presentaría a mayo.
Ya al otro lado de la ventana, la misma que ilumina la estancia, nos
encontramos posiblemente un agricultor que siega con la guadaña (junio), el
hombre que siega con la hoz en la mano (julio), la trilla de agosto, la
recolección de los frutos de septiembre, el quehacer en las viñas (octubre), la
matacía y el leñador de noviembre y la celebración en la mesa llena que
promueve el mes de diciembre.
Cripta norte. Calendario agrícola (enero, febrero, marzo y abril)
Cripta norte. Calendario agrícola (junio, julio, agosto y septiembre)
El conjunto, como indican Borrás y García
Guatas, está lleno de contenido simbólico y encierra alusiones a la “representación
unitaria del cosmos”, que culmina en los temas del bautismo de Cristo y la
Psicóstasis con san Miguel, que se ubican a ambos lados de la bóveda. Ellos
marcan aquí los dos extremos de la vida del cristiano: el nacimiento a la vida
de la gracia y el paso a la vida eterna, en ese juicio de las almas que pesa
san Miguel mientras el diablo intenta engañar la balanza. La decoración que nos
queda en la parte inferior del ábside nos permite contemplar una serie de
escenas de lucha entre hombres y animales, que no son habituales en este
espacio. Además, se ha podido ver que bajo la pintura de comienzos del siglo
xiii están las cruces de consagración e incluso una inscripción que García
Omedes supone es la de la dedicación de la cripta.
En el altar que preside esta capilla
septentrional de la cripta se encuentra depositada una pieza de gran
importancia: la arqueta relicario que conservaba los restos de san Valero.
Enriquecida con esmaltes de Limoges cuando se construyó en la década de 1120,
quizás gracias al mecenazgo del obispo san Ramón, en la actualidad es el
resultado del ajuste que ha habido que hacer con los elementos decorativos que
se han recuperado después de su robo y destrucción en 1979, obra de Erik el
Belga. La recomposición de este elemento la hicimos con ocasión de la
exposición “El Espejo de Nuestra Historia. La historia de la diócesis de
Zaragoza” celebrado en 1992. Sobre una caja de las mismas medidas que la
anterior, con tapa troncónica forrada de terciopelo y con galón dorado en sus
aristas, se colocaron algunos medallones con esmaltes burilados, en forma de
disco y ovalados, aunque falta el más importante de ellos que era el de la
cerradura, con pájaro y hojas esmaltadas que remitían al relicario de Santa Fe
de Conques.
Arqueta de san Valero
De la época de san Ramón del Monte, obispo de
Roda Barbastro desde 1104 a 1126 y mecenas excepcional de su tiempo, quedan
abundantes piezas que enriquecen el tesoro de esta catedral, aunque han
desaparecido muchas y otras se han recuperado troceadas tras el vandálico robo
ya citado. Algunas de ellas se muestran en unos expositores, como la tira de
tela hispanomusulmana que se decora con inscripciones cúficas que fueron
extraídas de la mal llamada mitra de san Valero puesto que estas piezas nos
llevan a principios del siglo XI. También se exhibe el galón o cenefa de la que
fuera la mitra de san Ramón, obra del siglo XII, la capa del santo de seda
carmesí que nos certifica la notable altura del santo, y el sudario de san
Ramón que sería comprado quizás en tierras musulmanas y que es una sábana de
lino con una greca bordada en sedas de colores. Actualmente tanto el sudario
como la pieza de lino que envolvió el cuerpo del santo se encuentran en un
pequeño expositor situado en la nave norte del templo.
Vinculado con este santo hay que hablar también
del peine litúrgico, tallado en marfil con doble hilera de púas, decorado con
ornamentación vegetal por una cara y por la otra con dos medallones con gacelas
y un grifo central que nos habla de su ascendencia árabe y que nos lleva al
siglo XII; así como del llamado peine de san Ramón que ha perdido las púas,
cortadas para generar reliquias del santo, y que aunque es de peor calidad en
su ejecución nos lleva también al mundo oriental, quizás según Iglesias Costa
al arte egipcio-fatimí de la primera mitad del siglo xii. Dentro de la eboraria
del siglo XII habrá que incluir dos piezas más del tesoro rotense que nos
hablan del esplendor que vive la sede con este pre lado. Me refiero al báculo
de san Valero, escueto palo o asta de decoración muy sobria limitada a dibujos
triangulares en negro, aunque no tiene la importancia del conocido como báculo
de san Ramón que está trabajado en cobre, esmaltado en colores azul, verde,
blanco y rojo, y enriquecido en la voluta con un gran lirio.
La destrucción derivada del robo de 1979, a
raíz del cual la banda de Erik el Belga troceó parte de lo robado para venderlo
mejor, se sumaba a antiguos expolios del tesoro rotense que tuvieron su momento
más dramático con la salida del archivo para la catedral de Lérida a mediados
del siglo XIX. E incluso a principios del siglo XX cuando fueron a parar al
Museo Textil de Barcelona la capa y las dalmáticas del conocido como terno de
san Valero, adscritos popular y devocionalmente a este santo aunque documentalmente
se sabe que llegan a esta iglesia en 1279 traídos por el prior de Roda desde
talleres musulmanes. En el mismo museo se conserva el terno de san Vicente que
es obra vinculada al trabajo textil inglés de principios del siglo XIV.
La parte central de la cripta se sitúa bajo el
ábside central y en ella se encuentran los restos de los santos más vincula dos
a este espacio catedralicio: san Valero y san Ramón del Monte, que a su muerte
se convirtió en una de las fuentes de financiación más importantes de la
catedral gracias a las peregrinaciones que llegaban a rezar ante sus milagrosos
restos. Precisamente por ello puede entenderse la existencia del magnífico
sarcófago esculpido que alberga su cuerpo desde diciembre del año 1170 y que actualmente
preside el espacio central de esta cripta que recordamos es resultado del
mecenazgo del citado santo. La historia de este sepulcro es interesante para
comprender la de Roda.
Por supuesto que éste no es el emplazamiento
primitivo pues se hizo para estar empotrado en el ábside de la cripta a finales
del XII, se llevó luego al claustro y concluyó su periplo a mediados del siglo XVII
llegando al lugar que ocupa hoy.
En ese
momento se exhumaron sus restos y como los de san Valero se colocaron en dos
cajas de madera sobredorada, en sendas capillitas del muro donde todavía están
protegidas por rejas de forja fechadas en 1650.
He escrito sobre esta magnífica pieza de la
escultura románica aragonesa asumiendo que su llegada a Roda está vinculada con
la salida de la cabeza de san Valero de la misma, rumbo a la ciudad de Zaragoza
que ya ejerce el papel de capitalidad y necesita una reliquia importante de su
obispo. El obispo Torroja de Zaragoza y su amigo el rey Alfonso II suben a Roda
a buscar la reliquia en la navidad de 1170, con un amplio séquito en el que
está el obispo de Lérida, y en ese viaje debieron entregar este sepulcro como
compensación a la pérdida de reliquias. Está claro que esta operación no les
generó al cabildo rotense ninguna pérdida salvo la emocional, puesto que quien
les aporta muchos ingresos es el cuerpo de san Ramón que el 27 de diciembre de
1170 debió de inhumarse en este nuevo contenedor.
Por ello, la obra escultórica explica su
relación con los talleres que están trabajando en la Seo zaragozana y en
concreto demuestra su vinculación con los escultores provenzales que trabajan
en la fachada oeste de la catedral del Salvador de Zaragoza, tanto en sus
vestidos (ángeles del Apocalipsis que sostuvieron el sarcófago –y hoy están en
el altar– y ancianos del Apocalipsis que acompañaban al Pantocrátor de la
portada zaragozana) como en el tratamiento de algunas iconografías siempre
dentro de un relieve muy bien ejecutado que falla en el empastamiento de
pintura que debió de tener y del que quedan restos. En él podemos ver las
escenas de la Infancia de Jesús (Anunciación, Visitación, Nacimiento, Adoración
de los Reyes Magos y Huida a Egipto en el lateral) y la dedicada a san Ramón
vestido de pontifical, entre dos diáconos que le asisten en la liturgia,
tallada en el lateral izquierdo.
San Ramón, también es el impulsor de la
construcción de la capilla de San Agustín –en el año 1107– recién llegado al
obispado. Conocida como “La Enfermería” se consagró en honor de San
Agustín y San Ambrosio, ubicada en el ángulo del ábside norte con el claustro,
donde quizás pudiera estar la primitiva iglesia de esta fortificación que cayó
cuando se levantó el claustro y la Sala Capitular. Nos interesa destacar que
esta capilla tuvo una interesante decoración pictórica que podemos recomponer
con los restos del Pantocrátor, con las cuatro figuras de santos con nimbo que
se presentan a ambos lados de la ventana, y las imágenes que podemos suponer
hubo en el intradós del arco del presbiterio.
El con junto, antiguamente vinculado al maestro
de Taull, hoy se considera obra del maestro de Pedret que demuestra aquí su
estilo expresivo, su soltura, su capacidad de generar imágenes rotundas, su
habilidad en hacer rostros muy poco sugeridos y su formación italo-bizantina.
De este pintor sabemos su participación en la decoración de la catedral de San
Licerio de Couserans, que no puede olvidarse es el lugar de procedencia del
santo rotense.
Mesa de altar con los relieves que se habían utilizado como soporte del sepulcro de san Ramón
Sepulcro de san Ramón. Lateral. San Ramón con dos diáconos
Junto a las construcciones arquitectónicas y
sobre todo su preocupación por dotarlas de un mensaje que soportaba
principalmente la pintura, el culto cabildo de Roda en el siglo XII (especialmente
después de ser privados de la sede episcopal –1149– trasladada a la ciudad de
Lérida), va construyendo un peculiar modo de trabajar la escultura que
encuadramos dentro de la escuela rotense, adscrita por supuesto a la existencia
de un taller ribagorzano al que es necesario dedicar unas líneas. Esta cuestión
la detectamos especialmente en el vestido de algunas imágenes de María
entronizada con el Niño, que presentan un manto cerrado bajo el cuello, abierto
por su frente, acentuando el sentido volumétrico de la Virgen que, consecuencia
de ese manto, nos aparece como una mujer cargada de espaldas. Junto a ello, la
estatuaria presenta pliegues acanalados que caen verticalizando la túnica desde
la cintura. Estamos ya concluyendo el siglo XII y, aunque la historiografía
catalana la haya denominado “tipo pirenaico”, es evidente que deben ser
tenidas como muestras de la escultura ribagorzana las de Graus, Villanueva o
Pedrui, e incluso la propia Virgen de Roda robada en 1979.
En relación con esta última, la Virgen de Roda,
hay que decir que estamos hablando de una típica imagen románica, Virgen trono,
que –aunque ha visto cómo su hijo era ligeramente desplazado hacia la
izquierda– no ha perdido esa rigidez propia del modelo mariano. Gudiol y Cook
han escrito que “las imágenes de la Virgen, que por razones geográficas
pueden atribuirse al taller de Roda, pertenecen a la serie iconográfica
catalana. La que se conserva en la catedral de Roda pertenece al círculo
estilístico del sepulcro de san Ramón, reflejando, mezcladas, la lógica
clasista del escultor de los ángeles de los pilares y la minuciosidad de los
relieves del arca”, añadiendo además que “el Museo de Barcelona posee
una talla policromada con idénticas características”.
Manuel Iglesias, partiendo de esta idea, señala
que “es lógico que la villa de Roda de Isábena, sede de san Ramón, el obispo
que presidió la sorprendente floración artística de los pueblos de Ribagorza,
tuviera sus talleres propios de imaginería y aun de otras artes aplicadas, que
subsistirían muchos años después bajo la comunidad de canónigos que sustituyó
al obispado. Ya se hizo referencia en su lugar a ‘Pedro carpintero’,
inscrito en el necrologio del claustro como socio del cabildo, mención que
interpretamos como propia de un artífice destacado del gremio de la madera”.
Profundizando en la importancia que tuvo la
escultura devocional en este mundo rotense, Iglesias Costa apunta que “la
Virgen Románica es una imagen que precisa ser especificada, dadas las
diferentes tallas que existen de otros estilos o con denominación especial. Es
posible que éste sea uno de los mejores logros de aquella escuela de
imaginería. Su fina estilización y armonía, revelan el carácter y excepcional
maestría del artista. Hay en ella un parentesco con las esculturas del taller
ribagorzano del valle de Bohí. Pero las semejanzas son más bien superficiales,
ya que las producciones de Tahull se perciben de signo oriental mientras en
Roda parece predominar el clasicismo mediterráneo. La elegante dignidad del
rostro de la Madre que se reproduce en la cara del Niño, obedece a esquemas
diferentes a la Majestad del frontal de Santa María de Tahull en Barcelona, o a
la imagen del Salvador de aquella parroquia, obras evidentes de la misma mano.
El profuso plegado de las vestiduras de estas últimas contrasta con las sobrias
insinuaciones de la imagen de Roda”.
Planteadas las claves generales, entrando en la
descripción de la talla que nos ocupa, hay que destacar que esta talla de Roda
presenta bastantes similitudes en el planteamiento del vestuario con las
imágenes del grupo rotense o ribagorzano que se vienen estudiando. El velo o
toca muy ajustado a la cabeza y cayendo sobre los hombros, el manto cerrado
bajo el cuello y con una orla que lo recorre en esa zona y que no deja definido
si hubo o no broche romboidal, los pliegues elípticos de la túnica en la zona
de sugerencia volumétrica de las rodillas y piernas, pliegues verticales y
sobre todo esa sensación de sinuosidad que presenta el borde inferior del
manto.
Tampoco falta ese singular tratamiento del
rostro, que define estilo y es propio de las obras de esa zona oriental,
magnificando los rasgos para darle mayor expresividad y para dotarla de una
mirada más inquisitiva. Aparte de ello, hay muchas referencias que nos llevan
desde esta imagen a otras; incluso algún autor (Iglesias) ha indicado la
vinculación en ese hierático bizantinismo con la imagen de la Virgen de Pedrui,
talla con la que se identifica en la gama cromática usada.
Por tanto, estamos hablando de una talla
policromada que puede ser fechada en las postrimerías del siglo XII, pues
aunque mantiene el rigor del modelo mayestático ya se detectan movimientos de
carácter innovador, como el desplazamiento del Niño o la posición de la mano
izquierda de la Virgen sosteniendo a su Hijo por su lado izquierdo.
Además de estas esculturas de María, desde
estos talleres se hacen notables imágenes de Cristo crucificado que van a
abarcar un período que ocupa la segunda mitad del siglo XII y la primera del
siglo XIII. Además de incluir el excepcional Santo Cristo de Castiliscar,
llevado por los caballeros ribagorzanos desde aquí a tierras de las Cinco
Villas de Aragón, o el de la colegiata de Alquézar, es evidente que la gran
obra es el calvario que tuvo Roda –quemado en 1936– y del que se sólo salvó la
imagen de san Juan que –recuperada en Bélgica tras ser robada– se exhibe
restaurada y con esa búsqueda de la naturalidad que acompaña la apuesta por el
realismo que caracterizaba al conjunto del que nos quedan fotos. Actualmente
esta talla románica, restaurada en el estado en que quedaba, se encuentra en el
lado sur del ábside central.
La documentación nos permite conocer que hay
artistas de la madera documentados en Roda en ese tiempo; como ejemplo puede
ser citado ese Pedro “carpintero” que alcanzó tal prestigio en la
canónica rotense que su fallecimiento quedó registrado en el necrologio del
claustro. Iglesias Costa apunta con acierto la posibilidad de que este
carpintero sea el autor de la magnífica puerta de acceso al templo que se
construye en sus años y que, junto a los herrajes típicamente románicos,
presenta una labra absolutamente mudéjar en los batientes de las puertas que
dan acceso al templo.
En este apéndice hay que incluir algunas piezas
de arte suntuario como la famosa silla gestatoria que se conserva del siglo XII
convertida en sede del celebrante, y la famosa silla de san Ramón que fue
troceada por Erik el Belga para facilitar su venta y que hoy está expuesta
colocando los trozos que se han recuperado sobre una estructura de metacrilato
que sugiere el modelo de silla consular romana que se pliega en tijera y que se
remataba en sus ejes por cabezas y patas de animales. Estamos ante una pieza
muy notable que era considerada por el marqués de Lozoya como “uno de los
más bellos muebles de todos los tiempos”, después de que Mayer la
calificara como “obra única” y de gran rareza. Realizada en boj, se han
recuperado las garras y las cabezas de los leones, así como pequeños fragmentos
que muestran su ornamentación vegetal de entrelazo, hojas y flores que nos
recuerdan la Biblia de San Juan de la Peña y la arqueta pequeña de Loarre. Para
ubicarla debe saberse que actualmente la silla se encuentra en la capilla de
Santa Bárbara, en los pies del templo al final de la nave de la epístola, y que
se acompaña de las sandalias, un guante y la mitra de san Ramón que, es sabido,
fueron retiradas del sarcófago.
Silla de san Ramón en su estado actual
Toda esta herencia rotense pervive en el siglo XIII
pero en manos de unos escultores locales que reciben modelos que imitan más
desde el campo del quehacer artesanal, justo en un tiempo en el que el poder
económico de la catedral disminuye y los clérigos tienen problemas para
mantener ese antiguo scriptorium del que salieron piezas de enorme importancia.
Lamentablemente la mayoría siguen en el archivo de la catedral de Lérida, sin
retornar a la diócesis que pertenecen, como es el caso del importante “Ritual
de San Ramón” conocido como Sacramentarium y ya citado
anteriormente. En la Biblioteca Nacional está el conocido como “El Emilianense
52” que no es más que un Misal escrito en letra visigótico hispana que
incluye dos misas dedicadas a san Valero, obra desde luego de no antes del
siglo XI.
Para valorar la formación de este clero y su
atención a todo lo que ocurre en su entorno, también debemos referirnos a un
manuscrito de enorme importancia como es el “Códice de Roda” –conocido
como Codex de Meyá– que nos documenta las genealogías de los que
gobiernan las tierras del Pirineo hasta el año 980, fecha sobre la que hay que
situar su redacción. En 1699 salió de Roda a Zaragoza prestado al cronista
Diego Dormer, cuyos herederos lo vendieron, y es tuvo cambiando de propietarios
hasta que cayó en la custodia de la Real Academia de la Historia. Las
siguientes generaciones siguieron con esta preocupación de construir la memoria
del poder y del territorio. En consecuencia, las genealogías de los gobernantes
también serán tratadas en las “Crónicas de Alaón” que debieron ser
escritas en el siglo xi para referir la sucesión y las gestas en la familia
condal ribagorzana.
Junto a estas acciones del importante
escritorio rotense (del que conocemos nombres de maestros y de gramáticos,
incluso de un juglar llamado Simón que copió la “Eneida” de Virgilio) no
hay que dejar de hacer referencia de su actividad literaria. En este campo hay
abundantes autores que entienden que el famoso himno panegírico Carmen
Campidoctoris (actualmente en la Biblioteca Nacional de Francia) fue escrito en
este escritorio rotense, varias décadas antes que el famoso cantar castellano,
puesto que narra las hazañas del Cid por tierras de Aragón y de Lérida junto a
su relación con la corte del rey Sancho Ramírez y de su hijo Pedro I.
Estamos en los inicios del siglo XII y para ese
momento yo pienso que quizás ya se ha construido el conjunto escultórico más
importante: el claustro de la catedral de Roda, que ha provocado opiniones
encontradas en cuanto a su construcción aunque –como hemos indicado en otra
publicación– sea evidente la identificación de la construcción de claustros con
el reinado y el tiempo de Ramiro II el Monje. No vamos a entrar en su dimensión
arquitectónica, tratada anteriormente, pero si conviene hacer alguna referencia
a su apuesta por un mensaje evangélico que no transcribe el cuidado y el
estudio propio de los solventes ideólogos de esta canónica. Hay autores
siguiendo a san Vicente Pino que lo sitúan a finales del siglo xi llevados por
lo que consideran escasa elaboración del mensaje y su tosca ejecución material,
vinculado al episcopado de Ramón Dalmacio. Como referencia aportan la relación
de sus esquematizaciones vegetales con las acanaladuras de la cripta de Leyre,
donde se trabaja entre 1057 y 1098, con capiteles de Obarra y con algunos que
decoran la iglesia alta de San Juan de la Peña, consagrada el año 1094; sin
olvidar las representaciones arcaicas de animales que traen a la memoria
algunas obras catalanas de la undécima centuria.
Aun reconociendo que los capiteles están
esculpidos toscamente con motivos geométricos y vegetales, e incluso valorando
esas representaciones de animales domésticos (perro, asno y gallo) en la crujía
sur, otros piensan que parece más ajustado inclinarse por el siglo XII para
ubicar estas cuatro galerías de arcos de medio punto, apoyados en sencillas
columnas de corto fuste, sobre basas áticas, que sostienen capi teles que
muestran las muescas de la estructura de cerramiento claustral en madera que
apoyó en ellos. Si no corresponden al momento de Sancho Ramírez –aspecto que no
deberíamos desechar– estarán vinculados a Ramiro II y al obispo Gaufrido
(1136-1143), pagado con los recursos que producen las peregrinaciones al
sepulcro de san Ramón y estructurado en cuarenta y dos columnas (doce en las
alas norte y sur, nueve en las galerías del este y oeste) que descansan en un
banco corrido.
Como ya se ha sugerido estamos en un conjunto
de capiteles que resultan de una tosca ejecución que no desentona de esa
sensación de primitivismo latente en todo el conjunto, incluidas las pesadas y
macizas arcadas en las que amplios cimacios, en forma de zapatas, sustentan los
arcos de medio punto dovelados, sobre cuyo extradós corre un friso ajedrezado
jaqués pero reinterpretado al modo ribagorzano.
La importancia excepcional de este claustro,
cubierto al exterior con techumbre de piedra en una sola vertiente, reside en
el conjunto epigráfico de sus 191 inscripciones que recordaban los días en que
fallecieron las personas por las que los clérigos de Roda rezaban. Publicadas
por Durán Gudiol comienzan en el año 1141, momento en que se sitúa
cronológicamente la data del epígrafe más antiguo de este memorándum que se
sucede sobre los salmeres de los arcos, los ábacos de los capiteles y en los
muros. Frente a la opinión tradicional, Rico Camps ha propuesto recientemente
la fecha de 1240 alegando que una única persona, un desconocido maestro de
Roda, esculpiría todas a la vez. Lógicamente las memorias de los fallecidos
hasta entonces, habida cuenta que hay epígrafes que nos llevan hasta el siglo XV.
Por lo demás, el claustro cuya puerta de acceso
está en el muro sur tiene en la zona norte la gran sala rectangular del
refectorio que, cubierta con bóveda apuntada, conserva fragmentos de pintura
mural. Al Este se conserva el acceso a la sala capitular, con cinco arcos que
presentan intradoses y ábacos decorados con laudas funerarias que aún conservan
restos de su policromía original. Hay que tener en cuenta que desde esta sala
se accede a la capilla de San Agustín que ya citamos.
Para concluir nos referiremos a la torre
campanario y a la portada principal del templo que se abre a mediodía protegida
por un pórtico de cinco arcadas diseño del maestro Silvestre Colas y ejecución
del maestro albañil Lanzón de Graus construido en los inicios del siglo XVIII,
en concreto entre 1724 y 1728. A su fondo se abre la protegida portada
principal, obra de comienzos del siglo XIII, con lacería de estilo mudéjar en
los batientes de su puerta, y organizada con seis arquivoltas siendo la
exterior la que compone una especie de guardapolvos con decoración de puntas de
diamante. El resto de ellas se decoran con motivos vegetales y geométricos,
completando la lectura de la misma los capiteles historiados que se han
vinculado al sarcófago del santo. En el lado izquierdo se asume que están las
representaciones del paraíso, la lucha contra el dragón apocalíptico, el
sacrificio de Isaac, el propio san Ramón bendiciendo, san Miguel pesando las
almas y la presentación en el templo. En el lado derecho se coincide que están
la Huida a Egipto, san Miguel y el dragón, la Epifanía, la Visitación, la
Natividad y la Anunciación.
Portada
La puerta de acceso está formada por
un arco de medio punto, con seis arquivoltas abocinadas. La exterior
que forma el guardapolvos con decoración de puntas de diamante. Las arquivoltas
descansan en seis columnas en cada lado, tres de cada lado de menor entidad y
tamaño en alternancia con las gruesas. Las batientes de la puerta se encuentra
tallada con lacería de estilo mudéjar, reforzadas por el herraje medieval
original.
Las arquivoltas se decoran con motivos
geométricos y vegetales que descansan en un ábaco corrido decorado
con lacería muy bien trabajada. Las columnas tienen el fuste liso y de ellos
destacan sus capiteles labrados con temática historiada, y que guarda similar
composición que el sarcófago de San Ramón.
Capiteles portada
Capiteles portada
Lado
izquierdo
•
El
Paraíso. Adán y Eva.
•
Un
ángel con una espada (San Miguel) lucha con un dragón de siete cabezas.
•
El
Sacrificio de Isaac, por encima de la imagen, la mano de Dios.
•
Imagen
del obispo San Ramón en actitud de bendecir. Le acompañan un diácono
y un subdiácono.
•
San
Miguel pesando las almas de los difuntos, mientras el diablo intenta hacer
trampas (escena conocida como la psicostasis).
•
La
purificación de la Virgen y la presentación en el templo del Niño.
Lado derecho
•
La
Huida a Egipto
•
Lucha
de un caballero armado con espada y escudo con un león
•
La
Adoración de los Magos
•
La
Visitación
•
La
Natividad
•
La
Anunciación
El templo estaba presidido por un retablo
renacentista concluido en 1537, del que como quedan sólo la mazonería se ha
trasladado a un lateral del templo, y por unas sargas Semana Santa. Considerado
como uno de los mejores de su época en su clase, está el órgano construido en
1653 por fray Martín Peruga, con caja hecha por Juan Busin. Está a los pies del
templo, en el coro construido en el siglo XVII y concluido en 1720, con
sillería renacentista, donde está también la Vir gen de San Mamés en piedra con
restos de policromía tallada en el siglo xiv. Hay que mencionar también la
existencia de una pila del siglo XV en la capilla bautismal y algunos retablos
góticos –como el de San Miguel– distribuidos por las capillas. Todo enriquece
el patrimonio rotense, especialmente la imagen románica de Nuestra Señora de
Estet tallada hacia 1300 y repintada en el siglo XVIII (que preside la cripta)
y la excelente colección de ornamentos renacentistas y barrocos.
Beranuy
El municipio de Beranuy constituye junto con
Ballabriga, Biascas de Obarra, Calvera, Morens, Herrerías y Pardinella la
mancomunidad de Veracruz. Se emplaza la localidad, como el resto de núcleos
sobredichos, en el valle del Isábena, con la particular distinción de su
disposición urbana, estructurada en dos barrios asentados en sendas orillas de
dicho río y demarcados por la presencia de un puente medieval que reconduce sus
aguas. Beranuy se alza al pie de la carretera A-1605 que recorre axialmente la
Ribagorza y enlaza a la altura de Benabarre con la carretera nacional que se
prolonga hasta Lérida.
El lugar de Beranuy ostentará, por su posición
privilegiada en las proximidades del monasterio de Santa María de Obarra, un
notable protagonismo como instrumento de la casa condal pallaresa. Así, el
registro escrito de las andanzas que se imputan a sus vecindades a razón de su
participación en el proceso mediado por el reino de Aragón para frenar la
extensión de influencias de los condes de Pallars más allá del linde occidental
de Cataluña, arranca a mediados del siglo XI. No obstante, parece que las
menciones al término pudieran remontarse al año 871, cuando a colación de una
referencia al territorio de Biascas se quiso emplazar dichas tierras en el
valle de Veranoi. Dicha noticia se contiene en la documentación asociada al
archivo del cenobio obarrense, al que remite una donación obrada por un tal
Suñer en representación de Goltergodo, quien en 936 hiciera entrega al
monasterio de un solar del sitio de Beranui.
Hacia 1052 se transcribe un movimiento que da
cuenta de las distintas dependencias a que fue ra sometido el término y que
entronca con la política del rey aragonés Ramiro I de recuperación de las
plazas dominadas por los condes pallareses. Se trata de la permuta concertada
entre el monarca y la viuda de Riculfo, Anzolina, por la mitad del castro de
Tor a cambio de las villas de Beranuy y Pardinella; operación que cinco años
más tarde suscitaba una disputa que enfrentaba a los sucesores del matrimonio,
los hermanos Bernardo y Amado, renunciando parcialmente el segundo a ciertos
derechos sobre una de las mitades acordadas y a favor de la obtención de otras
prerrogativas sobre el núcleo de Beranuy, del cual ejercería, en lo sucesivo,
el señorío. La tenencia del lugar se desplazará, en cambio, a las casas de
Erill y de Espés hacia los albores del siglo XIII.
Aunque se desconoce cualquier noticia referente
a la erección del templo que nos ocupa y las menciones específicas se postergan
hasta la baja Edad Media, se tiene constancia de la adhesión de la iglesia de
Santa Eulalia a la jurisdicción del priorato de Obarra dentro de la abadía de
San Victorián de Asán. Con la supresión de dicho abadiato, la potestad sobre
Beranuy recaerá en la sede rotense y parece que pudo gozar dicha mitra de
ciertos derechos ya con anterioridad, en tanto en el siglo XIV, el limosnero de
Roda recaudaba 7 libras anuales. Hacia finales del siglo XVI, la parroquial
sería integrada en la nueva diócesis de Barbastro. Tampoco existe, sin embargo,
relación documental alguna que informe sobre la antigua advocación, en honor de
la mártir emeritense, ni sobre la nueva consagración a la Asunción de la Virgen.
Monasterio de Santa María de Obarra
A unos 8 km de Beranuy se alza el monasterio de
Santa María de Obarra. Inmediatamente antes que la carre tera se adentre en el
congosto de Obarra, antes de la Crocreta, se accede al monasterio desde la
citada carretera por un sendero que atraviesa el Isábena por un puente moderno
de tipología medieval, reconstruido totalmente en los años 1960-1970, según los
restos del puente anterior, perdido en una riada del año 1963 y no apto para
vehículos. Es preciso estacionar el coche en un aparcamiento anterior dispuesto
al efecto junto a la carretera.
Al acercarnos, se ve Obarra desde la carretera
que discurre a un nivel más alto, en un prado de la margen izquierda del río
Isábena. Pasado el puente la iglesia abacial de Obarra nos ofrece su magnífica
estampa. A su derecha una pequeña ermita dedicada a San Pablo se alza aislada
en el prado. Tras esa primera impresión, se ve a los pies y detrás de la
abacial, un conjunto de edificaciones ya arruinadas y cubiertas por la hiedra y
la maleza, pese a los continuos cuidados de Laureano Monclús, párroco de Beranuy,
que celosamente cuida y muestra el monasterio. Esas edificaciones abandonadas y
en grave estado de ruina, son los restos que nos llegan de las dependencias del
monasterio, de forma que su cronología además de incierta corresponde a
diversas épocas.
Obarra fue fundado a mediados del siglo IX y se
emplazó en la zona norte de un pequeño valle que se denominó Valle
Ripacurcense, morada de los condes de Ribagorza, el Castrum Ripacurcense, ya
completamente desaparecido y de emplaza miento ignorado. El monasterio se
emplazaba al pie del camino, de tradición romana, que por el puerto de las Aras
y por el flanco oriental del Turbón, conducía a la alta montaña ribagorzana
(Super Aras, por encima de las Aras). Al sur del Valle Ripacurcense e inmediato
a él, en el año 956 se erigió la sede de Roda de Isábena, configurándose así el
centro político y religioso del altomedieval condado de Ribagorza, situándose
Obarra en lugar central y de prestigio del condado.
Pese a la importancia de los fondos
documentales conservados sobre Obarra, no tenemos ninguna noticia sobre su
construcción. Según el catedrático Fernando Galtier, la actual iglesia abacial
de Santa María de Obarra se construyó en el primer tercio del siglo XI. Nada se
sabe de la iglesia y dependencias de Obarra anteriores a esas fechas,
lamentable mente ninguna excavación arqueológica se ha realizado aquí.
En el año 1006, Abd al-Malik perpetró sobre
esta zona del condado de Ribagorza una terrible razzia de consecuencias
demoledoras, que llevó a la destrucción del monasterio existente y motivó la
dispersión de sus monjes. Galindo, que era su abad en aquellos terribles años,
es –siguiendo al profe sor Galtier– quien acometió los notables esfuerzos por
recuperar y consolidar Obarra y lograr el retorno de sus monjes, y a quien se
debe la iniciativa de la construcción de la actual abacial, que confió a
maestros lombardos, bien secundada y apoyada por los condes. La anexión del
condado de Ribagorza por Sancho III de Navarra, ya plenamente lograda en el año
1025, supuso para toda la Ribagorza el sometimiento a nuevas trayectorias
políticas, la pérdida de su independencia y el comienzo de un periodo de
decadencia que será ya irreversible.
Así, en 1076, Sancho Ramírez somete a Obarra
como priorato dependiente del monasterio de San Martín (San Victorián),
buscando eliminar toda disidencia, con el natural perjuicio para su patrimonio
y crecimiento. Los Mur de Pallaruelo, originarios de la comarca de la Fueva
(Sobrarbe), proporcionaron durante los siglos XV y XVI tres priores al cenobio
obarrés, que vinieron a dar nuevo lustre a este entonces decadente priorato.
Pedro de Mur, mandó rehacer su palacio de Obarra entre los años 1550 y 1557, y
acometió obras menores en la abacial.
Obarra llega así, a los años de las sucesivas
desamortizaciones y a los conflictos generados por la anexión del patrimonio de
San Victorian al refundado Obispado de Barbastro, en el más completo abandono.
Es en 1963, cuando se iniciaron las obras de su recuperación dirigidas por Pons
Sorolla, muy discutibles en algunos aspectos, que la conducen hasta nuestros
días.
Es esta es una iglesia más, iniciada y no
concluida por los maestros lombardos. En uno de los textos introductorios de
esta enciclopedia se ha tratado de las características de su arquitectura.
Santa María de Obarra, pese a llegarnos inacabada, es una de las mejores piezas
de entre todas las obras realizadas en la Europa altomedieval en esos años por
los maestros lombardos y así merece que se valore y se cuide.
El proyecto inicial de esta abacial
correspondía a una iglesia románico lombarda de tres naves con siete tramos,
más ancha y un poco más alta la central que las laterales, abarcadas por sendos
ábsides sin interposición de coros atrofiados.
Todos los tramos se iban a cubrir con bóvedas
de arista cuyos arcos y aristones se prolongarían hasta el suelo en pilares y
pilastras de triple articulación.
El ábside central fue especialmente cuidado y
en su paramento interior se dispuso una falsa arquería. La característica
articulación de los paramentos exteriores de los muros lombardos se puede ver
aquí perfectamente desarrollada, con mayor énfasis y desarrollo en el ábside
central. El primer cuerpo de una torre lombarda interrumpida en este estado, se
adosa al muro sur de la abacial. Como veremos, sus constructores también
aportaron la realización de pinturas de juntas polícromas sobre estucos y
pequeños capiteles tallados en piedra en la puerta principal.
En el interior de Santa María de Obarra se alza
el esplendor de uno de los espacios más relevantes de la arquitectura
románico-lombarda. La vista se dirige inmediatamente hacia el ábside central,
acompañada por los ritmos y articulaciones específicos y característicos de la
primera fase de la arquitectura lombarda. Alzando la vista es notoria la
interrupción de la obra lombarda y su continuación posterior, puesta de
manifiesto por las bóvedas de medio cañón sobre arcos fajones de sus primeros
tramos, hoy reconstruidas en su mayor parte.
El hecho de que todo el interior de la iglesia
haya perdido sus revocos y pinturas, que sin duda existieron, nos permite ver
los aparejos y recursos constructivos utilizados. Las bóvedas de arista se
levantaron sobre tramos sensiblemente cuadrados en las naves laterales y sobre
tramos rectangulares en la central.
Todos ellos delimitados por arcos fajones y
muros con o sin arcos formeros semiempotrados en ellos, que no son tales, sino
articulaciones entre las bóvedas y el muro. Los aristones son semicirculares,
plenamente románicos. Las plementerías de las bóvedas están ejecutadas con
rústicas lajas tomadas con abundante argamasa de cal. Es notorio en la
plementería de las bóvedas de la nave central cómo sus piezas se disponen en
abanico en los plementos laterales, único medio de lograr un cierre adecuado de
las mismas, dada la diferencia de curvatura entre los aristones y el arco
formero. No menos notable es que las lajas de los salmeres se disponen
horizontalmente, buscan do con ello prolongarlos algo más y ahorrar cimbra. Por
otra parte los plementos no se traban entre sí sino que se adosan, con mínimas
lajas aparejadas entre sí.
Pero los maestros lombardos supieron extraer de
sus bóvedas, mayores y fundamentales consecuencias para la articulación de su
espacio románico.
Prolongaron los aristones y arcos hasta el
suelo –con variantes en los pilares como se verá– y en las pilastras de
articulación triple. En el caso de los pilares, la existencia de la arquería
que separa las naves y la introducción de arcos adosados a su intradós, todos
ellos prolongados hasta el suelo, implica la aparición de dos esquinas más por
ángulo, lo que se consideró excesivo a efectos formales y complejo de tallar.
La solución fue que el aristón y el alto formero no se prolongaron hasta el
suelo, conforman do el arco fajón y los dos de las arcadas mencionadas la
triple esquina. Los arcos presentan en su plano de imposta sencillas molduras
de cartabón y listel recto, a modo de articulación de entrega en pilares y
pilastras.
El ábside central presenta un ligero peralte en
su planta semicircular y se cubre con una semicúpula de aparejo de sillarejos
dispuestos en hiladas concéntricas según los paralelos de la semicúpula, que
acusan ese peralte. Bajo el plano de imposta de la semicúpula se abrieron tres
ventanas característicamente lombardas, que dan sentido y direccionalidad al
espacio. Bajo ellas una arquería ciega ligeramente resaltada sobre el paramento
con cinco arquillos doblados y desiguales semiempotrados en el muro, sobre
semicolumnillas sin basa, también aparejadas con el muro rematadas con pequeños
capiteles lombardos con esquemáticos temas vegetales muy deteriorados. Los
extremos de esta arquería se entregan a jambas rectas. Los ábsides norte y sur
no presentan peralte y en cada uno de ellos se abren dos ventanas lombardas.
Dado que el pavimento ha sufrido algunas remociones de su nivel, hoy unas
gradas ascienden al séptimo tramo que oficia de presbiterio común, asomando la
roca de base del terreno y los zócalos de cimentación.
En el segundo tramo de la nave sur se abrió la
puerta principal románica, interiormente su vano se abre por un arco de medio
punto que recoge el espesor del muro y cobija un dintel monolítico. Entre los
tramos tercero y cuarto se aprecian bien las discontinuidades que en el muro
supuso el añadido del primer cuerpo de la torre interrumpida, con la apertura
de una puerta de acceso a él.
En el cuarto tramo de la nave norte se ubica la
puerta primitiva de acceso a las dependencias monásticas; interiormente, esta
puerta es similar a la de la nave sur. Toda esta obra lombarda quedó
interrumpida en el siguiente estado de desarrollo. Además de los tres ábsides,
la nave central quedó solo con sus tres últimos tramos finalizados, la nave
lateral norte con sus cuatro últimos tramos y la sur se completó.
En el exterior, el aspecto de la fachada oeste
sorprende, es el resultado del discutible plan adoptado por Pons Sorolla. El
muro lombardo quedó interrumpido apenas iniciado y el recrecido, que se efectúa
sobre él en la continuación de las obras, se había perdido casi en su totalidad
debido a un des plome de toda esta parte de la iglesia en el siglo XIX. Pons So
rolla lo reconstruyó con articulaciones de su paramento poco afortunadas,
aunque el aparejo de sillarejo del muro trate de repetir el de la obra lombarda.
Sobre los restos de dos lesenas marginales y de otras dos mediales se
prolongaron dichas lesenas, hasta sus planos de coronación donde se
reinterpreta la cornisa de arquillos lombardos que no se sabe si existió aquí.
La gran ventana que hoy centra esta fachada es una invención de Pons Sorolla.
Es interesante ver que las cubiertas de las naves se escalonan ligeramente y
que ello se refleja en el muro oeste. Las continuas reparaciones de estos
faldones, la ruina y su abandono implican un total desconocimiento sobre las
piezas de cobertura originalmente utilizadas. Nada se puede asegurar sobre lo
oportuno de las colocadas en el proceso de restauración de la abacial.
La fachada sur de la abacial de Obarra es
magnífica y solemne. Del volumen de las naves emerge ligeramente la cubierta de
la nave central, bajo cuyo alero se tiende una cornisa continua de arquillos
lombardos sin lesenas y algunos pequeños óculos tardíos. En el primer tramo se
abrió en el siglo XVI una magnífica puerta con un arco de medio punto de
grandes dovelas bien aparejadas y jambas con piezas de buen tamaño de la misma
arenisca compacta. El escudo de don Pedro de Mur que ostenta la clave acredita
la promoción y cronología de esta puerta. En el segundo tramo se abre la puerta
románica lombarda original. Consta de un vano sencillo, cubierto con dos arcos
de medio punto en degradación; el arco exterior se subraya superiormente con un
arquillo y el arco interior se estriba sobre columnillas sin basa, que apare
jan sus tambores con el muro. Los interesantes capiteles que las coronan son
genuinamente lombardos y desarrollan temas vegetales muy deteriorados por el
paso del tiempo. Esta puerta es la única original lombarda con esta mínima
elaboración que se conserva en Ribagorza.
Tanto en el exterior como en el interior de
esta puerta se conservaban en el siglo pasado debilísimos restos de la pintura
de juntas polícromas lombardas, actualmente desaparecidos pero que se pudieron
documentar. Eran trazos de pintura roja de almagre sobre una fina capa de
estuco de cal blanco. En el exterior subrayaban las juntas de las dovelas y en
el interior los contornos de los sillarejos de las jambas, el intradós del arco
de descarga, los sillarejos del tímpano, etc.
Toda la fachada está articulada en paños por
una serie de lesenas que se enlazan superiormente con series continuas de
arquillos lombardos sobre los que se desarrolla un estrecho friso de dientes de
sierra, muchos de ellos realizados en piedra toba. En el centro de los paños se
abren ventanas lombardas de doble derrame y bovedillas cónicas, desiguales en
su tamaño y situación en el muro, sin que se pueda explicar la razón de estas
variantes. Entre los tramos tercero y cuarto se adosó al muro ya realizado, el
primer cuerpo de lo que iba a ser una torre lombarda que quedó interrumpida. El
paramento exterior presenta amplias lesenas marginales y aparejo de sillarejo
en consonancia con el muro sur. Este cuerpo no forma una unidad constructiva
con el muro al que se adosa, sino un cuerpo no previsto en el primer proyecto
de la abacial y añadido posteriormente en el curso de la obra lombarda.
La hermosa cabecera de esta abacial, está
compuesta por tres ábsides, siendo el central más ancho y alto que los
laterales. El ábside central más elaborado y cuidado, se articula con dos
lesenas mediales y dos marginales en tres paños, en cuyo centro se abren
típicos vanos lombardos que presentan una triple articulación interior y
exterior en degradación. Sobre las ventanas se desarrolla un friso de nichos
ciegos subraya dos por una serie de estrechos arquillos decorativos que se
enrasan con el plano saliente de las lesenas que delimitan ca da paño,
entregándose a ellas y a unas mensulillas dispuestas en las jambas de los
nichos. Una cenefa continua de losanges conformada por delgadas piezas de
piedra y delimitada entre dos listeles se dispuso sobre los nichos recibiendo
el vuelo de las lajas de piedra de la cubierta. El ábside sur, había perdido
toda su zona superior y fue reconstruido siguiendo las pautas de lo que quedó y
las del ábside norte; dos lesenas mediales y dos marginales articulan en tres
paños el paramento entregándose a tres series de arquillos lombardos, que se
coronan con un estrecho friso de dientes de sierra delimitado entre dos
molduras en forma de filete. En los paños central y meridional de este ábside
se abren dos vanos semejantes decorativamente a los existentes en el muro sur
presentando una dobladura del arco de embocadura de sus vanos. El hecho de que
los tres ábsides compartan su muro común, implica que las cubiertas de los
ábsides laterales no puedan desarrollarse totalmente, entregándose al muro del
ábside central.
La fachada norte, similar a la sur, recae en la
zona ocupa da por los restos de las dependencias arruinadas del monasterio. Su
paramento se distribuye por medio de lesenas que se enlazan superiormente en
series de arquillos lombardos que solo existen en los cuatro primeros tramos
correspondientes a la obra lombarda, sin embargo, no existen ventanas. En el
arranque de la parte más oriental del muro, podemos ver un ligero zócalo un
poco retallado del paramento del muro, que emerge del terreno y que forma parte
del sistema de cimentación lombardo de esta parte del muro. En el cuarto tramo
se abre la puerta lombarda que ponía en comunicación la iglesia con las
dependencias monásticas. Dos arcos de medio punto dispuestos en degradación
sobre sus respectivas jambas sal van el vano. Un falso aparejo inciso en las
dovelas del arco de esta puerta, prolonga en ellas las llagas del aparejo del
muro.
Pese al rejuntado generalizado, los retejidos y
reconstrucciones de los muros deteriorados o perdidos de las citadas obras de
restauración, es posible apreciar que se construyeron con un cuidado aparejo de
sillarejo de buen formato dispuesto en hiladas continuas, fundamentalmente
aparejadas a soga, cuya altura varía en algunas zonas y sin hiladas continuas
de perpiaños. Las juntas de sus tendeles son delgadas y la argamasa utilizada
es una argamasa de cal y donde se conserva la original, como en otros ejemplos
lombardos, se caracteriza por un color rosáceo al haber añadido a la argamasa
cerámica finamente machacada, lo que le confiere una relativa calidad
hidráulica muy conveniente. Por tanto, se puede afirmar que el aparejo de los
muros es típicamente lombardo y denota conocimiento del viejo oficio de la
construcción. Los mechinales de los muros fueron eliminados y retejidos sin
razón alguna en las últimas obras de restauración. Sólo las fotografías
antiguas permiten asegurar su existencia.
Hasta aquí queda descrito el estado en que la
obra lombarda de Obarra estaba en el momento de su interrupción, añadiendo que
los pilares y muros con sus pilastras de los tramos por completar según el plan
inicial lombardo quedaron ejecutados a diversas alturas e interrumpidos
posteriormente.
Tras la marcha de los maestros lombardos y con
el sometimiento de Obarra a San Victorián, fueron sus monjes quienes
procedieron a su obligada conclusión, encargando a maestros locales su
finalización, probablemente a mediados del siglo XI, pero su incapacidad para
construir bóvedas de arista y sus complejas articulaciones condujo a la
elección de bóvedas de medio cañón sobre arcos fajones para cubrir los tramos
pen dientes de ejecución, que se estribaron sobre recrecimientos de los muros y
pilares. Por lo demás, el sistema de cubiertas se realizó en este momento,
siguiendo el plan lombardo, con cubiertas escalonadas, ligeramente más alta y a
dos aguas en la central y a una vertiente en las laterales, con faldones de
argamasa de mampostería recrecidos sobre los senos y capas de compresión de las
bóvedas.
Tras la desaparición de San Victorián como
monasterio, la miseria cundió en Obarra. Y en 1872 el cura párroco don Antonio
Zalacaín vivió con dolor el desplome de la zona de los pies de su abacial.
Sacando fuerzas de flaqueza, don Antonio consiguió levantar un muro que,
situado a nivel de los pilares de separación de los tramos segundo y tercero,
segregaba el espacio arruinado del resto de la abacial, que permaneció en pie y
en culto, mientras la zona desplomada permanecía con sus muros y pilares
arruinados. Es en 1963 cuando se inician las obras de restauración de Pons
Sorolla y la empresa zaragozana Tricás Comps, que reconstruyeron las zonas
perdidas y recuperaron la abacial de Obarra, tal y como hoy la vemos.
Muy poco sabemos sobre el equipamiento
litúrgico de Obarra. Hasta la Guerra Civil se conservaba en Obarra un mausoleo
de la baronía de Espés del siglo XIV, abierto en el muro sur del tramo
adyacente al ábside sur; bajo arco apuntado, con escultura policromada de un
barón yacente sobre su sarcófago, que presentaba los escudos de los Espés
cobijados en una serie de arquillos apuntados e igualmente policroma dos,
sostenido por tres leones erguidos de piedra. Todo el conjunto fue destruido en
1936, quedando solo dos de esos leones, que hoy se conservan en el Museo
Diocesano de Barbastro. El profesor Galtier pudo ver tres aras de altar durante
los trabajos de la segunda campaña de restauración. De Obarra procedía un
preciado retablo de madera de tradición románica, provisto de una serie de
iconos realizados en yeso y pintados, que pereció en 1936 o se extravió. La
magnífica talla de la Virgen titular del monasterio parece haber sido realizada
por un maestro occitano en el siglo XIV.
Con estos simples y sencillos artificios
arquitectónicos, que utilizan los elementos estructurales indispensables para
la realización de la obra, el constructor lombardo logra una articulación del
espacio románico que introduce potentes ritmos verticales, pausados y
acompañados simultáneamente por el que generan los tramos cubiertos por bóvedas
de arista con sus respectivos pilares, pilastras y arcos. Es evidentemente el
firme propósito de construir el espacio románico específica mente el que guía
al maestro lombardo. Un genial logro de la arquitectura lombarda que la define
inequívocamente y que le otorga la condición de ser la más moderna del tiempo.
Ermita de San Pablo
En el mismo prado en que se alza la abacial de
Obarra, al Sur y a pocos metros de ella se alza esta pequeña y proporcionada
ermita. No conocemos la fecha de su construcción que puede situarse a últimos
del XI o principios del XII. No podemos explicar su emplazamiento aislado, la
falta de excavaciones arqueológicas nos impiden conocer si estuvo integrada en
el conjunto monástico mediante dependencias que han desaparecido totalmente.
Consta de nave única, coro atrofiado y ábside. La nave, que es algo más ancha
en los pies que en su entrega al coro, se cubre con bóveda de medio cañón sin
interposición de cornisas con los muros, su zona de clave está construida con
dovelas de piedra toba. El ábside se cubre con la usual semicúpula que presenta
cuidadas hiladas concéntricas y una sola ventana de doble derrame y bovedillas
cónicas se abre en su centro. Sobre el arco de embocadura del coro atrofiado se
aprecia lo que parece ser una ventanita cruciforme. Otras dos ventanas se abren
en su muro sur y la puerta de acceso en el centro del muro oeste. Toda ella
está construida con sillarejo de tamaño variado y con relativo cuidado aparejo.
Sopeira
La población de Sopeira es cabeza de un pequeño
municipio de la Ribagorza, en el límite con la provincia de Lleida. A orillas
del río Noguera Ribagorzana, que ejerce de línea divisoria entre las tierras
aragonesas y catalanas, extiende su reducido caserío en un ensanchamiento del
valle, que hasta ese punto discurre encajonado entre la sierra de Sis y la de
Sant Gervàs, a la salida del congosto de Escales, hoy cubierto por las aguas
del embalse de este nombre. Sopeira se sitúa junto a la carretera N-230 de Lleida
a Vielha, entre Arén y Pont de Suert, a 704 m de altitud, y está circundado por
las impresionantes paredes rocosas de Sant Cugat, Vinyer y L’Obaga. El propio
topónimo de la localidad hace referencia a esta situación, pues deriva de sub
petram.
Fue lugar dependiente del monasterio de Alaón o
de Nuestra Señora de la O, cuya iglesia, único edificio conservado del antiguo
conjunto monástico medieval, es actualmente su parroquial. Dada su estratégica
situación, en el punto que señala el límite entre las tierras de la baja
Ribagorza y las montañas pirenaicas, al borde del río que se abre paso entre
ellas, estuvo poblado al menos desde época romana, como atestigua el hallazgo
de una lápida dedicada a Q. Caecilio Campano y L. Caecilius Maturus,
datada en el siglo III d. C. Ya en época medieval poseyó castillo, seguramente
adscrito al de Orrit, que se menciona en la documentación desde el año 871.
Monasterio de Santa María de Alaón (o
Nuestra Señora de la O)
Se desconoce la fecha de fundación del que
llegaría a ser uno de los principales monasterios medievales de Aragón, aunque
muy probablemente su origen sea visigodo, dado que el primer documento que lo
menciona, que data de principios del siglo IX, se refiere a él como un
establecimiento preexistente que en esa época se hallaba reducido a yermo. Se
trata de un instrumento datado entre los años 806 y 814 por el que Bigón, conde
de Tolosa, entrega al presbítero Crisógono una cella o ermita situada en el
pago de Orrit y dedicada a Santa María y San Pedro para que recupere en ella la
actividad y la dirija durante toda su vida, haciendo saber a sus fieles que
nadie debe inquietarle en esa tarea, ni tampoco a los hombres que estén con él.
Manda a Crisógono rogar a Dios in ipso monasterio Alaon por el rey de los
francos y por su hijo, así como por el propio conde, y le autoriza, ya en su
condición de primer abad, a recuperar las tierras y viñas que hubieran
pertenecido ad ipsum monasterium annis preteritis.
Así pues, en los albores del siglo IX, se daban
en estas tierras a orillas del Ribagorzana las condiciones de paz y sosiego
necesarias para la recuperación de una vida monástica iniciada en tiempos
anteriores pero que había llegado a desaparecer, probablemente como
consecuencia de la irrupción musulmana en la zona y de la que, probablemente,
el único vestigio hoy visible sean las cuevas o balmas que se abren en las
paredes vertiginosas de la sierra de San Gervàs, que favorecerían la presencia
de una comunidad de eremitas.
Del documento otorgado por Bigón se deduce que
aquella antigua comunidad había conseguido hacerse con un patrimonio que se
había dispersado y era necesario reconstituir, objetivo que irá consiguiéndose
poco a poco por obra de los abades que sucedieron a Crisógono y merced a la
protección dispensada por los condes de Tolosa, continuada luego por los de
Ribagorza. La progresiva consolidación y ampliación de los dominios de aquel
pequeño cenobio se conoce con bastante detalle merced a un excepcional conjunto
de documentos de los siglos IX a XI compilado a finales de esta última centuria
y que es conocido como Cartoral de Alaón.
Conservado actualmente en la Real Academia de
la Historia, consta de casi tres centenares de diplomas de esa época, más
varias decenas de instrumentos añadidos hasta mediados del siglo XIII, y
constituye una de las recopilaciones documentales altomedievales más
importantes de España. El Cartoral arroja luz no solo sobre las vicisitudes
históricas del monasterio de Alaón, sino sobre numerosas poblaciones de los
antiguos condados de Ribagorza y Pallars. Contiene, asimismo, un Fragmentum
Historicum, intercalado en el siglo XV, que resume los episodios
fundamentales del devenir de aquellos pagos.
La lástima es que ese cartulario reuniese
básicamente noticias menores, cotidianas, relativas a compras, cesiones y
donaciones de tierras y otros bienes patrimoniales, y no las relativas a su
fundación, beneficios y privilegios, de los que sin duda gozó un cenobio que se
constituyó en foco rector de la vida de buena parte del territorio ribagorzano
y Pallarés.
Seguramente se refería a la carencia de este
tipo de documentos el erudito Manuel Abad y Lasierra cuando, en 1772, visitó el
archivo de Alaón y afirmó: “En este archivo, sería mejor y más útil dar
razón de lo que falta que de lo que en él se conserva”, haciendo referencia
expresa a la ausencia de “un excelente cartulario o becerro en el que
estaban escritos los privilegios de esta casa”.
En el Archivo Histórico Nacional de Madrid se
guarda un informe realizado pocos años antes (1753) por el abad José Romá sobre
estos antiguos privilegios; pero en el estado actual de los conocimientos que
se tienen sobre la documentación alaonesa no puede afirmarse que sean
auténticos, dado que tras la publicación por el cronista José Pellicer, a
mediados del siglo xvii, de un Privilegio de Alaón supuestamente otorgado por
Carlos el Calvo y hoy tenido unánimemente por apócrifo, todos estos datos han
sido puestos en tela de juicio. Hoy se consideran falsos tanto ese Privilegio,
datado en 845, como las sucesivas confirmaciones, hasta nueve, que de él se
hicieron entre los años 862 y 1040, y que son consignadas y copiadas por el
abad Romá; sin embargo, en el informe de éste se da noticia también de la
existencia, en el claustro del monasterio, de la tumba de los supuestos
fundadores del cenobio en el año 832, esto es, del conde Vandregisilo y de su
esposa María, indicando la fecha de la muerte del primero (836) y
reproduciendo, incluso, el dibujo de los emblemas heráldicos que figuraban en
la lápida, lo que parece una falsedad excesiva, por atrevida.
Hay que señalar, además, que lo que
inicialmente había sido designado como cella nostra por el conde Bigón, o
ermita consagrada a la doble advocación de Santa María y San Pedro Apóstol,
pasó en tempranas fechas a denominarse “basílica” en la documentación.
Así ocurre en el instrumento datado entre los años 833 y 834 por el que el
conde Galindo, a petición del abad Asaldo, confirma los privilegios dados al
monasterio por sus predecesores, donde se indica que en dicho monasterio
vaselica fundata est, lo que induce a considerar la posibilidad de que en
esas fechas se hubiera acometido, junto con la restauración patrimonial del
antiguo cenobio visigótico, su reconstrucción arquitectónica con la erección de
un nuevo edificio que sustituyera a la primitiva cella.
Coincide esta fecha con la de la supuesta
fundación del monasterio que figura en el falso Privilegio de Carlos el Calvo o
Privilegio de Alaón, donde se afirma que tal cosa ocurrió en el año 832.
Cabría, por tanto, la posibilidad de que la mixtificación hecha por José
Pellicer en el siglo XVII se realizará a partir de alguna noticia cierta, como
ha ocurrido tantas otras veces en las falsificaciones de documentos medievales.
En este caso, no sería contradictoria con el instrumento otorgado por el conde
Bigón, puesto que en éste no se hace mención a la necesidad de realizar obras
en el monasterio, sino solo a la reanudación de su actividad; y es factible
que, cuando ésta ya estuviera en marcha, pocas décadas después, se pudiera
plantear la construcción de una nueva basílica.
A lo largo del siglo IX, y según puede
comprobarse en detalle, este sí fehaciente, gracias a la documentación del
Cartoral, los abades y monjes de Alaón fueron configurando un patrimonio que se
extendía a ambas orillas del río Noguera Ribagorzana por los núcleos de Olb,
Oliberá, Torogó, Miralles, Aulet, Llastarri, Orrit, Arén, Sapeira y por
supuesto Sopeira, básicamente a través de compras y donaciones, aunque también
con la posibilidad de hacerse con zonas yermas por la vía de la aprisio.
Esta última modalidad de adquisición de tierras probablemente se llevaba a cabo
por vía indirecta, es decir, era el monasterio el que contaba con el privilegio
de hacerse con tierras incultas, pero éstas eran roturadas por particulares
que, seguidamente, hacían donación de ellas a los monjes, quedando a partir de
entonces obligados al pago de diezmos y otros tributos al cenobio, como meros
cultivadores, en un claro proceso de feudalización de la zona.
Los monjes fueron intentando redondear un
dominio compacto, reunificando tierras a menudo disgregadas al haberse dividido
antiguos alodios entre varios herederos. Contaban para ello con la protección
condal, gracias a la que también obtuvieron privilegios de inmunidad, como el
concedido en el año 871 por Bernardo de Tolosa, en nombre de Carlos el Calvo,
por el que Alaón y sus tierras, y las iglesias que le pertenecían, quedaban
libres de la jurisdicción de los funcionarios civiles, pasando a regirse el monasterio
por sí mismo; quedaba exento del pago de diversos tributos, se le otorgaba
facultad ilimitada para adquirir bienes y se le concedía, además, el privilegio
de pastorear libremente sus rebaños por los dominios condales y no solo por los
terrenos que se hallaban bajo la jurisdicción monástica directa.
También desde el año 866 comienzan a
documentarse casos de donaciones que implican una commendatio o entrega
del propio donante al cenobio, reflejándose en ello la función social, y no
sólo espiritual, que la institución monástica desarrollaba. En este sentido,
consta desde fechas tempranas la existencia entre los miembros de la comunidad
monástica de monjes hospederos o enfermeros cuya presencia da fe de la acogida
de viandantes o peregrinos que atravesaban el difícil paso de Escales en
dirección a o desde Francia.
Se producen asimismo donaciones por parte de
grandes terratenientes del entorno, que en algún caso, como el del rico
propietario de Sopeira llamado Gilmon, llevaban aparejada a cambio la concesión
de un cargo importante en el monasterio; Gilmon, en concreto, fue nombrado abad
en junio de 876, tras la muerte de Frugell y en un momento de franca expansión
de la abadía, que contaba en esa fecha con 24 monjes. Esta práctica ha sido
puesta en relación con la pervivencia de tradiciones visigodas. En cuanto a la
situación desde el punto de vista estrictamente eclesiástico, Alaón de pendió
inicialmente del obispado de Urgel, por estar ubicado en los territorios
entregados a esta mitra por Carlomagno a principios del siglo IX. Así consta,
de hecho, en el acta de consagración de la catedral urgelitana, de 839, donde
se cita este monasterio y sus dominios entre los enclaves que le pertenecían en
territorio de la Ribagorza y se le encomienda la dirección espiritual del pago
ripacurciense. Ese mismo año se data el testamento del obispo de Urgel,
Sisebuto, quien lega a Alaón su biblioteca. Con el correr de los años, sin
embargo, ya fuera por la relativa lejanía a la que estaba situado ese cenobio,
ya por el deseo de independencia respecto de esta sede por parte del condado de
Ribagorza a partir de su constitución a mediados del siglo X, Alaón pasó a
formar parte del obispado de Roda de Isábena desde su creación, en el año 956,
y quedó apartado definitivamente de la órbita del de Urgel, pese a las
reiteradas protestas de los titulares de este último ante los reyes de Aragón,
que se documentan hasta bien entrado el siglo XII. De hecho, el cenobio alaonés
no fue ajeno a la propia creación del condado de Ribagorza sino que, por el
contrario, la apoyó decididamente, lo que, en justa correspondencia, determinó
la especial protección de que fue objeto por la nueva dinastía condal.
Se ignora cuál fuera la regla monástica por la
que se regía la comunidad alaonesa en aquellas fechas. Se cree, no obstante,
que estaría sujeta a viejas reglas de raigambre visigótica, como la regula
communis o la asanense, pues hasta la segunda mitad del siglo X, durante el
abadiado de Altemir (938-961), y por tanto ya bajo la mitra de Roda, no consta
de manera fehaciente la introducción de la regla de San Benito.
La presencia de una nueva dinastía condal
independiente en Ribagorza, iniciada con Ramón y Bernardo Unifredo a partir del
último cuarto del siglo IX, influyó de manera determinante en el devenir de
Alaón, que vivió en este periodo una etapa de esplendor. Recibió entonces
numerosas donaciones de importancia, como la de la iglesia de Iscles en 967 por
Odesindo, obispo de Ribagorza, y se crearon sus primeros prioratos: del año 975
data el de San Clemente de Torogó, así como la existencia de una casa sufragánea
en San Martín de Sas. Esta predilección de los condes ribagorzanos hacia Alaón
se manifiesta sobre todo durante el gobierno de Unifredo, en las décadas de 960
y 970, que coinciden con el abadiado de Oriulfo. El conde Unifredo y su esposa
Sancha beneficiaron al cenobio alaonés con exenciones, privilegios y sucesivas
donaciones territoriales, entre ellas un alodio en San Esteban del Mall, el
castro de Llastarri con todos sus hombres y tierras (968) y su cella de Santa
Cándida (973), así como de nuevo la iglesia del castro de Iscles (979). En la
donación del castro de Llastarri vuelve a aparecer una referencia a las “basílicas”,
en plural, que habían sido fundadas en Alaón en honor de Santa María y San
Pedro; y en la de la cella de Santa Cándida se alude al cenobio como predicto
monasterio construendum.
Nuevamente estas menciones deben ser puestas en
relación con la realización de obras, puesto que pocos años después, en 977,
concretamente los días 29 y 30 de mayo, fueron consagradas las iglesias
dedicadas a estas advocaciones en Alaón por el obispo Aimerico de Roda, a
petición de Unifredo y Sancha, que aparecen así como los grandes benefactores
del monasterio. Consta, de hecho, que ambos condes fueron enterrados allí.
El hecho de que se cite la existencia de dos
basílicas, y el de que se consagren dos iglesias en dos días consecutivos,
probablemente hace referencia, más que a la existencia de dos edificios
independientes, a la erección de dos altares dedicados a las dos advocaciones
señaladas, tal como han seguido existiendo en el edificio actual, de fecha muy
posterior; pero este extremo solo puede ser esclarecido por medio de las
necesarias excavaciones arqueológicas. La actividad constructiva, no obstante,
debió de proseguir en los años posteriores a la consagración, tal vez con la
erección de nuevas dependencias monásticas, puesto que en un documento de 987
el presbítero Undísculo otorga la iglesia de San Julián, en la Valseñiu, al
abad Álvaro y ad predicto monasterio trado Alaone construendo in onore
Sancte Marie vel Sancti Petri apostoli et illas ecclesias qui in illo
monasterio constructa sunt.
Frente a esta etapa de esplendor, el siglo XI
abrió un periodo de decadencia para Alaón, que sufrió las consecuencias de la
razzia de Abd al-Malik por tierras ribagorzanas en el año 1006. Pese a que no
consta que el monasterio sufriera destrozos materiales, como ocurrió con otros
enclaves de su entorno, aquella campaña de castigo encabezada por el hijo del
caudillo musulmán Almanzor sumió a Alaón en una grave crisis de la que tardaría
décadas en recuperarse: con su comunidad gravemente mermada, su territorio
devastado en parte y sometido al pago de fuertes tributos a los “paganos”,
el cenobio tuvo que vender parte de sus propiedades para hacer frente a aquella
situación y, mal que bien, sobrevivir. Se asiste por entonces a un proceso de
secularización que agravó su depauperada situación.
La situación cambió por completo en la segunda
mitad de siglo, el rey Sancho Ramírez, al restaurar la sede de Roda en 1068, le
hizo entrega del monasterio de Alaón junto con muchos otros establecimientos
eclesiásticos. Esta nueva vinculación al obispado rotense supondría, a corto
plazo, la reactivación de la vida monástica en Alaón, donde se instauró poco
después la reforma cluniacense, aunque no sin oposición por parte de los
monjes, pues suponía la aniquilación del viejo rito mozárabe vigente. El impulsor
de la renovación del monasterio sería el obispo Ramón Dalmau de Roda, quien en
1077 nombró abad a un monje de San Victorián llamado Bernardo Adelmo para que
tratase de devolverle su antiguo esplendor. Por orden del obispo, y bajo la
dirección del abad, se reorganizó el archivo de la casa, tarea que llevó a cabo
el monje Domingo, como resultado de la cual existe hoy el famoso Cartoral de
Alaón y algunas breves crónicas históricas de la Ribagorza. Ramón Dalmau
implantó la canónica agustiniana en el año 1092, reservándose el derecho de
elegir al abad del monasterio. Alaón recuperó pronto su dinamismo, hasta el
punto de que en los años siguientes su abad se consideraba la figura de mayor
relieve en la organización eclesiástica ribagorzana, tras el obispo. No tardaría
en plantearse la renovación arquitectónica de su basílica, auspiciada tanto por
los nuevos usos que imponía la reforma eclesiástica cluniacense cuanto por la
recuperación económica de que había empezado a gozar el monasterio. Se
consignan de nuevo importantes donaciones, entre ellas los prioratos de Santa
María de Santa María de Vilet (1078), Santa María de Chalamera (1101) y San
Bartolomé de Calasanz (1103), como consecuencia del avance de la reconquista
cristiana hacia la tierra baja, y del apoyo que a ella prestaron los monjes de
Alaón, que contribuyeron a la organización y repoblación de estos territorios.
En abril de 1103 se pusieron los fundamentos
del nuevo templo monástico, que sería solemnemente consagrado por el obispo
Ramón de Barbastro, el famoso san Ramón, el 8 de noviembre de 1123. Trabajó en
ella un magistro Bernardo a quien el abad concedió libertad y franqueza por sus
buenos servicios, y posteriormente se obró el claustro.
En esta centuria y la siguiente, que son las de
mayor esplendor del cenobio, Alaón va consagrando su autonomía y se configura
como un auténtico señorío feudal que atesoró todas las jurisdicciones:
espiritual, civil, criminal y territorial. Fue abadiado nullius, es decir, sin
otra autoridad superior a la suya excepto la papal, desde que en 1212 obtuvo de
Inocencio III pleno iure sobre todos los territorios e iglesias que le
pertenecían: su abad ejercía, por tanto, como si poseyera la dignidad episcopal
excepto en la consagración de los santos óleos y en la ordenación de clérigos.
Los monarcas aragoneses le concedieron diversos
privilegios de inmunidad y franqueza que le eximían del pago de tributos y,
finalmente, Alfonso IV, a comienzos del siglo xiv, le otorgó la jurisdicción
civil y criminal, mero y mixto imperio, sobre todos sus vasallos. En cuanto al
ámbito político, el abad de Alaón fue miembro in perpetuum del Consejo Real de
Aragón desde el reinado de Pedro IV. En las Cortes de Aragón ocupó el noveno
lugar del lado derecho por el brazo eclesiástico, y asistía también a las de
Barcelona por el brazo señorial, como barón de Miralles.
El monasterio quedó integrado en la
Congregación Claustral Benedictina Tarraconense y Cesaraugustana a partir de
las primeras décadas del XIII. Desde 1385, la elección de abades en los
cenobios de esta Congregación quedó reservada al papa, lo que, desde luego en
el caso de Alaón, conllevó su decadencia, pues una dignidad que llevaba
aparejados cargos de tanta importancia jurisdiccional y política fue codiciada
por muchos, y entregada a menudo a personajes que nada tenían que ver con la
comunidad monástica alaonesa. Comenzará pronto la época de los abades
comendatarios, esto es, que apenas llegaban a residir en el monasterio ni a
gobernar los asuntos de la comunidad sino solo a percibir sus rentas, hasta el
extremo de que llegó a afirmarse que, ya en el siglo XVI, algunos de ellos no
sabían siquiera dónde estaba Alaón.
El siglo XVII vio florecer a abades tan
destacados como Juan Briz Martínez, autor de dos historias sobre el monasterio
de San Juan de la Peña, cuyo abadiado también ocupó, y Benito Latrás, que murió
en Zaragoza en olor de santidad y cuyo cuerpo incorrupto, el famoso Cos Sant,
fue trasladado a la iglesia de Alaón, donde gozó de la veneración de las gentes
de la zona hasta que fue destruido en 1936. Sin embargo, este mismo siglo XVII vio
también apagarse definitivamente la pujanza y relevancia del monasterio,
atacado en sucesivas ocasiones con motivo de los conflictos bélicos que
afectaron a la zona. Si ya sufrió peligros y expolios en las revueltas que
asolaron la Ribagorza durante el reinado de Felipe II, la denominada Guerra
dels Segadors le haría objeto de saqueo por las tropas francesas que apoyaban
al bando catalán en varias ocasiones, siendo víctima de dos incendios que
acabaron con todo el arte mueble que allí se atesoraba, a excepción de la talla
románica de Nuestra Señora de la Expectación o de la O, titular del monasterio.
Sin haberse podido recuperar de aquellos
estragos, el 2 de agosto de 1811, durante la Guerra de la Independencia,
nuevamente las tropas francesas le prendieron fuego y se llevaron preso a su
abad. En un estado de postración insuperable le alcanzó la Desamortización de
1835, que acabó definitivamente con la vida monástica. Solo pudo salvarse la
iglesia, al quedar convertida en parroquial de Sopeira, aunque fue objeto de un
nuevo expolio durante la Guerra Civil, en que desapareció también la talla de
la Virgen, último recuerdo del viejo esplendor monacal de Alaón, cuyo lugar
ocupa hoy una réplica moderna. Hoy se conserva el templo en adecuadas
condiciones, gracias a sucesivas obras de restauración realizadas en las
últimas décadas. En la última campaña, ya en el siglo XXI, se han sacado a la
luz los restos de su claustro.
La abacial de Nuestra Señora de la O, actual
parroquia del lugar de Sopeira, es una iglesia de tres naves divididas en seis
tramos y rematadas en tres ábsides de planta semicircular, de mayores
proporciones el central. Las naves laterales se cubren con bóvedas de arista
mientras que la central, más ancha y alta, lo hace con medio cañón reforzado
con fajones en sus últimos tramos. Los casquetes absidales, por su parte,
presentan bóvedas de horno.
Es un edificio elegante y sobrio, construido
con sillares de regular tamaño, bien trabajados y escuadrados, dispuestos en
hiladas uniformes y sin ripios, unidas éstas con finos tendeles de argamasa. El
aparejo es homogéneo en toda la obra, sin variaciones que pudieran delatar
ampliaciones o añadidos.
La techumbre, de lajas de pizarra que
sustituyeron a las originales losas del país en una reciente restauración,
refleja al exterior la diferencia de altura entre las naves, quedando cubierta
la central con tejado a dos aguas y las laterales, a un nivel inferior, con una
sola vertiente. Esta disposición determina también la estructura escalonada del
hastial del lado este, que sobresale por encima de los ábsides como en Obarra y
Luzás, en una formulación de raigambre ultrapirenaica poco usual en Aragón.
Los tres ábsides de la cabecera presentan una
notable diferencia de proporciones, mucho más desarrollado en altura y anchura
el central. Sus tambores son lisos, horadados con una ventana aspillerada de
medio punto en su eje, de doble derrame en los ábsides menores y de arco
doblado con derrame sólo al interior en el mayor. En este último, además, se
practicó una aspillera sencilla en la parte inferior del muro, apenas una
ranura que sirve para iluminar la cripta. La única decoración de esta zona de
los ábsides aparece en la parte superior, bajo el alero: se trata de una
galería de arquillos de medio punto sobre ménsulas en nacela, por encima de la
cual corre un friso compuesto por tres hileras de dientes de sierra, en los ábsides
central y norte, y de tacos formando ajedrezado en el ábside sur. En los puntos
de encuentro entre los ábsides y el muro que los aloja, y de estos entre sí,
sencillas lesenas recorren toda la altura de los tambores al encuentro de la
serie de arquillos.
Tanto la sucesión de arquillos como el friso
ajedrezado continúan bajo los dos niveles de aleros de los muros laterales,
dotando, pese a su sencillez, de un remarcable efecto plástico al conjunto. Es
reseñable el hecho de que el taqueado se consigue colocando pequeñas piezas de
piedra al tresbolillo, del mismo modo que ocurre en la iglesia de Luzás, en
lugar de estar talladas en los sillares al modo jaqués canónico. No hay en
estos muros ni rastro de haber existido lesenas, lo que constituye una de las peculiaridades
que caracterizan la formulación particular de los motivos lombardos en este
edificio.
En el muro sur se abrieron dos series de
ventanas de medio punto aspilleradas, cuatro bajo el alero de la nave central y
tres bajo el de la lateral, devueltas a su estado original en las últimas
campañas de restauración, pues en época tardía habían sido convertidas, en
algunos casos, en óculos. Son ventanas rehundidas al exterior y derramadas al
interior. Se alojaron bajo las galerías de arquillos, coincidiendo las del
nivel inferior con los tramos segundo, cuarto y sexto de la nave, mientras que
las del nivel superior siguen una distribución alternada entre el centro de los
tramos primero y cuarto (desde el Este) y el espacio sobre los apeos de los
tramos segundo y quinto.
Es también en el muro sur donde se encuentra la
portada, en arco de medio punto doblado, siguiendo el sencillo esquema de las
portadas del primer románico, aunque en este caso la composición se complementa
con algunos elementos ornamentales que le confieren un mayor empaque. Así, en
el espacio entre los arcos interior y exterior se colocó otro arco doble
moldurado, a modo de arquivolta intermedia, mientras que sobre las dovelas del
arco exterior, siguiendo su perfil a modo de trasdós, se dispuso un friso taqueado
de cuatro hileras rematado por una línea continua de estrechos sillares. Este
friso está interrumpido por una dovela situada en la clave y por otras dos en
el centro de las dos mitades resultantes, dividiendo la rosca en cuatro
segmentos.
La dovela de la clave exhibe un crismón de ocho
brazos, más cortos los horizontales, mientras que el vertical lleva las letras P
y S en sus palos superior e inferior, respectivamente. De los extremos
superiores de los brazos en aspa penden las letras a (alfa) y w (omega). Es un
crismón trinitario del tipo oscense.
La doble arquivolta intermedia apoya en dos
columnas acodilladas con capiteles y basas de tosquísima talla, deficientemente
conservados, y fustes lisos repuestos en época reciente, pues los originales se
perdieron. Este crismón, especialmente hermoso en su sobriedad, puede fecharse
hacia 1120.
Este muro constituía el cierre del recinto
monástico por el Sureste, mientras que el lado norte de la iglesia daba al
claustro, recientemente descubierto. La eliminación de la gruesa capa de
escombro que cubría su estructura ha dejado libre también la superficie íntegra
del muro norte, que quedaba oculta en su tercio inferior. Permitió asimismo
recuperar la función de la pequeña puerta de comunicación entre claustro e
iglesia, hasta entonces tapiada y semienterrada.
Es una austera puerta de arco de medio punto
doblado, sin atisbo de decoración. Sobre ella, rompiendo parte de las dovelas
del arco exterior, queda la huella de una de las ménsulas sobre las que se
apoyaron los arcos que cubrieron una de las pandas del claustro, lo que indica
a las claras que éste fue construido con posterioridad a la iglesia. Hubo cinco
arcos apoyados en este muro, como delata la presencia de dos de las ménsulas de
apeo, al lado derecho de la puerta, y la huella de otras tres que se incrustaron
en el muro. También se advierten, en la parte superior y bajo el friso de
arquillos, dos hileras de mechinales donde debieron de encajarse los travesaños
de la cubierta de esta galería claustral.
A la derecha de la puerta, aproximadamente en
la parte central del segmento de muro que queda hasta los pies, y a la altura
de la cuarta hilada desde el suelo, hay empotrada una lauda sepulcral,
descubierta asimismo con el desescombro de este espacio. Tiene roto el ángulo
inferior izquierdo y parece inconclusa. En la inscripción, que ocupa cuatro
líneas, puede leerse: OBIIT VENERABILIS VNIFREDVS COMES.
Sobre el extremo noroccidental de la iglesia se
levantó una torre-campanario rectangular, no destacada en planta sino elevada
sobre la bóveda de la nave lateral. Construida a base de sillarejo sin
trabajar, unido con abundante argamasa, es obra evidentemente tardía. Presenta
puerta adintelada en alto, sobre la línea de cubiertas de la nave, y varios
vanos de medio punto y distribución irregular en el tercio alto de sus lados
mayores, para alojar las campanas. En los lados menores hay más vanos: en el que
mira a Oriente solo se abrió uno, justo sobre la cubierta de la iglesia,
seguramente con la función de acceder a ella; el lado occidental cuenta con
tres, muy dispares, de los que el más interesante es el central, que da muestra
de haber sido geminado, aunque actualmente le falta el parteluz, y cuyo arco
viene destacado por una moldura en resalte, sobrepuesta, hasta la línea de
impostas. La torre se cubre con un tejadillo moderno a cuatro aguas.
El lado occidental de la torre, en su parte
baja, se funde con el muro de los pies de la iglesia. La utilización, en esta
parte, de un material idéntico al utilizado en el resto del templo hace suponer
que originalmente no habría torre, pero sí un campanario en forma de sencilla
espadaña.
El hastial occidental es el muro más austero de
la iglesia. No cuenta ni siquiera con la sencilla decoración de taqueado y
arquillos que rodea el resto del perímetro del edificio, sino solo con una
amplia ventana de medio punto en su centro, de derrame recto y con un friso
ajedrezado que le trasdosa el arco.
En el interior, el espacio ofrece una sensación
de amplitud que se debe fundamentalmente a la altura y anchura de su nave
mayor. No es, sin embargo, un templo diáfano, pues tanto la relativa estrechez
de las naves laterales cuanto el grosor de los soportes que las separan de la
central crean un espacio marcadamente jerárquico y compartimentado. Hubo una
voluntad patente de solemnizar el ámbito central, no solo otorgándole mayores
proporciones sino también por la forma de disponer su abovedamiento, de cañón corrido
hecho a base de sillares regulares y trabajados, frente a las bóvedas de arista
de las naves laterales. Para estas últimas se usó sillarejo sin labrar colocado
de canto, solución hábil característica del arte lombardo pero de aspecto más
basto que el que ofrece la perfecta delineación semicircular de la bóveda
central.
La zona de la cabecera queda destacada,
asimismo, por hallarse sobreelevada respecto del pavimento de la nave y
precedida de una escalinata de cinco peldaños formados con grandes bloques de
piedra. Esta elevación se debe a la existencia de una cripta bajo el ábside
central y su presbiterio, denominada capilla de San Pedro. La parte central de
los peldaños tercero y cuarto está horadada por tres pequeñas oquedades en cada
uno, a modo de peculiares ventanitas que establecen comunicación visual entre
la nave mayor y la cripta.
Los accesos a este espacio inferior se sitúan
en los laterales de la escalinata central, hacia las naves menores, y consisten
en dos arcos con bóveda en declive, un tanto desviada, que dan paso a una serie
de estrechos escalones; en el acceso del lado sur aparece empotrada una columna
de fuste liso. Por su tosquedad, estos accesos parecen una solución mal
resuelta, que encaja con dificultades en el resto de la obra. Condicionaron
también la configuración de los soportes de la nave en el tramo del presbiterio,
pues las semicolumnas sobre las que apean aquí los arcos fajones necesitaron de
un basamento que los salvara en altura; y así, los más cercanos a la cabecera
se apoyan sobre un plinto que es casi un murete, mientras que los que enmarcan
el presbiterio lo hacen sobre una estructura adintelada que precede a los
accesos a la cripta. Sistema, en todo caso, que contribuye a diferenciar aún
más esta zona respecto del resto del templo.
Aún queda por reseñar otro elemento decorativo
que reafirma esta diferenciación, y es el pavimento de mosaico que cubre el
ábside mayor y el presbiterio. Se trata de una obra románica, extraordinaria
por la escasez de ejemplares conservados de esta época, del tipo denominado
opus sectile, es decir, formando dibujos a base de encajar grandes piezas
marmóreas que en este caso proceden de las cercanas canteras de Rocamora. Es un
pavimento dividido en dos secciones. La que ocupa el presbiterio crea un tapiz
con tres series paralelas de motivos circulares, a modo de ruedas o rosetones,
compuestos por piezas radiales de colores blanco y rojo, con alguna aislada en
amarillo, que rodean un botón central negro y sobre un fondo general de este
mismo color. El número de “radios” o “pétalos” es variable, lo
que da a algunos de estos motivos aspecto cruciforme, mientras que otros se
asemejan más a margaritas. Toda la composición va encuadrada por una cenefa que
forma una sucesión de rombos en blanco y rojo.
La parte musiva que cubre propiamente el suelo
del ábside está conservada parcialmente: su mitad norte, aproximadamente, y el
sector central se perdieron y fueron rehechos reaprovechando las piezas pero
sin formar dibujos. La cenefa que bordea el hemiciclo absidal está hecha con
una combinación de piezas cuadradas blancas, rojas y amarillas, mientras que el
sector sur junto a ella, que guarda su diseño original, reproduce de manera
esquemática el símbolo primitivo del misterio eucarístico, es decir, los panes
y los peces. Esta sencilla representación de uno de los fundamentos de la fe
cristiana es, por su apropiada ubicación, su capacidad evocadora y su rareza,
uno de los elementos más singulares de la hermosa iglesia monástica de Alaón.
Hubo otro lugar destacado en la nave central,
ante el altar mayor y fue el reservado al coro de los monjes, que se prolongaba
desde la misma escalinata del presbiterio hasta la mitad de la nave, al
concluir el tercer tramo. Este espacio estuvo separado de las naves por un muro
entre los soportes de las bóvedas, que los cerraba hasta aproximadamente la
mitad de la altura de los arcos formeros. Se creaba así una parte diferenciada
del resto de la iglesia a la que los fieles no podían entrar, pues el sitio destinado
a los seglares era el de los últimos tramos de la iglesia, los de los pies, los
más cercanos a la puerta, donde probablemente se ubicarían los altares más
populares, así como las pilas bautismales. Estas últimas siguen ocupando su
lugar hasta hoy, junto al muro occidental de las naves laterales. El muro que
separaba a los monjes de los feligreses, sin embargo, desapareció en fecha
indeterminada aunque con seguridad antes del siglo xviii, época de la que data
el coro actual, de madera y cerrado por una verja del mismo material, que se
construyó en el tramo central de los pies.
De aquellos muros de cerramiento quedan las
huellas en los sillares desparejos que se ven en los soportes de los tramos
centrales. El viejo coro de los clérigos, donde también se hallaba el púlpito,
ocupaba el lugar preferente para presenciar la celebración de los oficios, que
quedaban de este modo rodeados de un aura reverencial para los fieles, alejados
de los espacios sagrados por su condición de legos. Sin embargo, probablemente
podrían acercarse a ellos cuando no se celebraba, circunvalando el coro hasta
la cripta por las naves laterales, o al menos por la del sur, pues en la
septentrional se hallaba el acceso al claustro y las dependencias monacales.
El sistema de soportes es otro de los elementos
que aportan la singularidad a la iglesia de Alaón, pues constituyen una especie
de paso intermedio o de combinación entre las viejas técnicas del románico
lombardo y las más recientes, aunque tampoco modernas, del románico pleno, de
influencia francesa a través del potente foco jaqués. Vemos aquí los
característicos arcos formeros doblados y lisos, combinados con pilares
cruciformes que llevan pilastras adosadas como apeo de los fajones, tan
característicos del arte lombardo; pero vemos también, en los soportes del
quinto tramo hacia los pies, y en los del más próximo a la cabecera, cómo casi
inadvertidamente se da un paso hacia una nueva formulación que bebe de otras
fuentes: hay que fijarse bien para darse cuenta de que, de pronto, lo que justo
un poco más allá era una pilastra ha sido sustituido por una semicolumna que
engarza suavemente con su arco formero mediante un sencillo capitel, y lo mismo
con el arco fajón que llega de la nave central y que surge un poco más arriba.
Es como ver materializado de forma simple el complejo proceso que supone un
cambio de mentalidad: asistimos al momento en que se opta por una manera nueva
de mirar las cosas.
Esas semicolumnas que sustituyen a las
pilastras lisas aparecen en los soportes que dividen los tramos cuarto y
quinto, así como en los del más próximo a la cabecera, cuyas especiales
condiciones por la presencia de la cripta quizá obligaron a arbitrar una nueva
solución que ofreciera un resultado armónico, y pudo por eso recurrirse a las
columnas. Pero no conformes con el paso dado, y también posiblemente porque
representaba una ventaja a la hora de concebir un espacio más amplio que ya no
precisaba de compartimentaciones jerárquicas, el soporte que había de separar
los dos últimos tramos de la nave, donde se congregarían los fieles, se vio
simplificado a una columna. Estilizada, fina frente a la rotunda presencia de
los pilares compuestos, pero igual de eficaz como elemento sustentante, fue
aprovechada para alojar en su capitel una labor escultórica que, de paso,
recordaría a los fieles algunos de los mensajes más importantes de la fe
cristiana. Entre ellos sabemos hoy reconocer dos, simbolizados en las tallas en
relieve que representan, en el lado que toca a la nave de la epístola, al
pelícano, ave que con la sangre de su pecho alimenta a sus polluelos, como
prefiguración del sacrificio de Cristo y de la Eucaristía, y en el lado del
evangelio, al llamado “nudo del infinito”, un lazo cuadrilobulado que
empieza y acaba en sí mismo, que no tiene principio ni fin y que, por tanto,
resume en un sencillo diseño el misterio de la eternidad.
Pero la eternidad está reflejada también en el
mundo terreno, en el eterno ciclo de la vida que muere y recomienza, y esa es
la idea que aparece reflejada en otros motivos escultóricos que aparecen en los
capiteles, en este caso no solo en los que coronan las columnas exentas, sino
también en algunos correspondientes a las semicolumnas, como los que tienen
relación con el mundo vegetal, que también cada año nace y se agosta, y
especialmente con la presencia de las medias margaritas, flores que aparecen tanto
en Luzás como en los crismones de la catedral de Jaca y de Santa María en Santa
Cruz de la Serós, vinculadas por tanto a símbolos cristológicos. Los capiteles
de las semicolumnas, sin embargo, presentan una talla mucho más esquemática y
convencional, que salvo casos aislados puede tener una simple intención
ornamental. Es reseñable, también, el hecho de que los capiteles tallados
aparecen únicamente en la nave central, mientras que faltan en absoluto en las
laterales, lo que demuestra, una vez más, la voluntad de enfatizar la
solemnidad del espacio principal de la iglesia.
Finalmente, dos de los tramos de la nave
central no llevan fajones que refuercen la bóveda: uno es el inmediatamente
posterior al presbiterio, que coincidía con el centro del espacio reservado al
coro de los monjes; el otro es el inmediatamente anterior al de los pies, o sea
el reservado a los fieles y sustentado por las columnas exentas. Aparte de
remarcar la especificidad de estos dos espacios diferenciados en su uso, la
ausencia de fajones en ellos puede deberse también a un motivo de orden
práctico, cual es el de que si en ellos hubiera habido fajones no podrían
haberse abierto las ventanas que se abren justo sobre los soportes que deberían
recibirlos, con lo que habría menguado la luminosidad del espacio interior, tan
necesaria en un enclave como el que ocupa esta iglesia, rodeada de montañas y
que, por tanto, disfruta de muy pocas horas de sol.
Las columnas exentas del espacio de los
seglares ofrecen una última semejanza con las que ocupan el mismo lugar en
Luzás, y es la forma de las basas, de tipo ático, aunque aquí algo abullonadas,
y con bolas en las esquinas del plinto.
Otro elemento singular de la iglesia de Alaón
es el pavimento de cantos rodados que puede apreciarse en buena parte del
conjunto, especialmente en la nave central: simples piedras de río colocadas
formando grecas de motivos circulares que encierran flores de seis pétalos. En
realidad, es un dibujo formado a partir de la intersección infinita de unos
círculos con otros, un motivo sin solución de continuidad que no deja de ser
otra forma de aludir a lo que nunca acaba, a la eternidad. No se puede aventurar
una fecha para su ejecución, pues se trata de un recurso ornamental
tradicional, casi ancestral, muy extendido en todo el territorio pirenaico y
que aparece en diferentes épocas.
Además de las dos grandes pilas bautismales
colocadas en junto al muro de los pies en las dos naves laterales, consistentes
simplemente en dos grandes bloques de piedra vaciada en su interior y tallada
en forma aproximadamente cilíndrica al exterior, hay dos pilas benditeras
colocadas junto al pilar más inmediato a la portada. Una de ellas va encastrada
en ese mismo pilar, hacia la nave sur, y tiene el vaso decorado con sogueado en
la base, ovas separadas por motivos cruciformes en la mitad inferior y, en la
superior, una hilera de bolas sobre la que va la boca, que presenta un friso
tallado con incisiones diagonales que forman una especie de zigzag. La otra,
acodada junto a la semicolumna, es exenta y más sencilla: sobre basa cuadrada y
fuste liso, la copa va simplemente estriada.
Por el interior, las dos puertas del templo,
esto es, la portada principal y la que da acceso al claustro, son muy similares
por lo austeras. La principal, bajo el arco, tiene el vano adintelado y la del
claustro, por el contrario, replica el arco superior a un nivel más bajo.
Adentrándonos en la cripta, nos encontramos en
un espacio muy reducido y bajo, cubierto con bóveda de medio cañón rebajado e
iluminado por una aspillera que al interior se derrama, con la peculiaridad de
que su bovedilla es capialzada en declive, forzada por la limitación de altura
que le impone la cubierta. Salvo el murete de los pies, donde se abren tres
ventanas de medio punto en coincidencia con las oquedades de la escalera del
presbiterio, todo el interior se cubrió con una capa de revoco repintada en gris
remedando sillares. Desprendida del techo parte de esa capa, quedaron a la
vista dos inscripciones pintadas con almagre, de diferente caligrafía y época,
así como un crismón y varias cruces patadas inscritas en círculos, que parecen
de consagración.
La inscripción más antigua, en caracteres
visigóticos, menciona a los santos Nereo y Aquileo, venerados por la
cristiandad desde el siglo IV. Es un argumento más que abona la hipótesis de
que esta cripta es un vestigio de la primitiva cella prerrománica. La otra
inscripción rememora la consagración de este lugar por Ramón, obispo de
Roda-Barbastro, en honor de los santos Pedro y Pablo, el 16 de septiembre de un
año indeterminado pero que forzosamente corresponde a los comprendidos entre
1104 y 1126, que fueron los de su obispado. Como la fecha no coincide con la de
la consagración de la iglesia, que tuvo lugar el 8 de noviembre de 1123, se
supone que la de la cripta se realizó con anterioridad, para habilitar un
espacio de culto mientras se desarrollaban las obras del resto del templo.
Encabezando esta inscripción figura un crismón, también del tipo trinitario
oscense, que tiene las letras invertidas.
Apenas quedan restos del importante conjunto
monástico medieval que contó al menos, según consta documentalmente, con
archivo, biblioteca, claustro, sala capitular, dormitorios y hospedería. Se
reconoce la antigua sala capitular en lo que hoy es sacristía, edificio de
planta rectangular anejo a la cabecera del muro norte, que entre los siglos XVI
y XVIII albergó la capilla de San Benito y que actualmente se comunica con la
iglesia por medio de una puertecita adintelada. En el muro occidental de esta
sacristía se aprecian perfectamente, tapiados, los arcos que originalmente
comunicaron este espacio con el claustro. Son cuatro, aunque probablemente
falta uno que equilibraría la composición, pues en origen habría uno más grande
y central, de acceso, y dos más pequeños a cada lado, sustentados por
columnillas.
Del claustro, ya mencionado al abordar la
descripción del muro norte de la iglesia, solo se ha podido recuperar la
estructura y buena parte de las basas de su columnata, algunas de ellas
similares a las de las columnas del interior y otras bulbosas. También se
hallaron algunos fragmentos de capiteles tallados con motivos vegetales que
recuerdan a los de Luzás, así como la lauda funeraria del “venerable
Unifredo comes” ya comentada.
Hubo en este claustro varias tumbas, como
refieren las fuentes anteriores a la exclaustración, entre ellas la que citó J.
Villanueva de los esposos Ermengaudo y Ermesenda, cuya inscripción les
recordaba como promotores de la obra del claustro, sin fecha; o la de Atón,
señor de Tena, y su madre Belasquita, protectores del monasterio, datada en
1046 y a la que se refirió el abad Romá en su informe de mediados del siglo
xviii, junto con la de los hoy por hoy legendarios condes Vandregisilo y María,
cuya lápida describió con detalle este abad, ubicándola frente a la capilla de
San Benito, esto es, delante de la antigua sala capitular reconvertida en
sacristía.
A occidente del espacio que ocupó el claustro
se distribuyó el resto de las dependencias monacales, algunas de cuyas
cimentaciones, a veces muy tardías, han sido también descubiertas en las
recientes excavaciones. A estas dependencias se accedía por el pórtico situado
junto al muro sur de la iglesia y que cerraba el conjunto monástico por este
lado, sobre el cual estuvo hasta fechas relativamente recientes la casa
parroquial, biblioteca y archivo. Fue esta zona el palacio abacial, seguramente
erigido a mediados del siglo XV, con ocasión de la orden del papa Calixto III
dada al abad de San Victorián para que auxiliase al de Alaón sufragando la
reparación del edificio monástico. En el cuadrante suroeste se cree que estuvo
la hospedería, que contaba con un sector de habitaciones de mayor lujo y
comodidad, destinadas a las visitas ilustres. En las fotografías antiguas se
alcanza a ver el edificio que remontaba el pórtico de la casa abacial, hoy
desaparecido.
Alaón, además de su importancia histórica,
posee un elevado interés artístico, pues en el edificio de su iglesia se lleva
a cabo una personalísima y armónica combinación de la vieja tradición lombarda,
de tan fuerte arraigo y pervivencia en la Ribagorza y el Norte de Lérida, con
las corrientes jaquesas de raigambre francesa. Los constructores de Alaón no se
limitaron a reproducir las fórmulas constructivas que habían otorgado carácter
a las iglesias pirenaicas desde hacía más de un siglo y que continuaban en toda
su vigencia, como demuestran las iglesias de Santa María y San Clemente de
Taull, en el valle de Boí, consagradas tan solo un mes después de la de Alaón y
que son plenamente lombardas; por el contrario, y seguramente alentados por la
emblemática figura de san Ramón de Roda-Barbastro, que tan en contacto estuvo
con Francia, demostraron una capacidad de renovación artística que dio como
resultado una formulación arquitectónica propia.
Los estilemas de creación alaonesa dejarían,
además, una amplia estela en la zona. Puede verse su influjo patente en las
iglesias de Miralles, Vilarrué, Cornudella de Baliera, Ardanué, Turbiné y
Castanesa, entre otras, así como en la magnífica de Luzás, heredera directa
suya. Es cierto que Alaón se asemeja a Obarra, construida cien años antes,
hasta el punto de que se las ha llamado “iglesias gemelas”; sin embargo,
rompe claramente con ella tanto en la transformación de sus estructuras de
cubierta como en el sistema de apeos y hasta en el lenguaje formal de sus
elementos decorativos, abriendo paso a nuevas influencias.
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