viernes, 10 de enero de 2025

Capítulo 40-2, Románico Aragonés- Ibieca, Casbas de Huesca, Románico en el Somontano, Alquezar, Románico en el Cincar, Monzón, Chalamera, Fraga

Ibieca
Ibieca se encuentra situada en pleno Somontano oscense entre los ríos Alcanadre y Guatizalema, a unos 23 km al Este de la capital. Para llegar hasta allí se toma la carretera que va hasta Barbastro; una vez pasada la población de Siétamo, se coge un desvío hacia la izquierda y, atravesando el casco urbano de Liesa. Unos 6 km más adelante se llega al pequeño pueblo de Ibieca, con sus calles de trazado irregular y sus edificaciones de carácter tradicional de grandes portalones en arco de medio punto donde, se puede leer la fecha de construcción, en muchas de sus claves, levantadas casi todas ellas en la segunda mitad del siglo XVIII.
Siguiendo a Escolástico Ferrer Villa, el origen de este nombre puede hallarse en los numerosos ibones, o pequeños lagos, que encontramos en el término municipal. Respecto a la ocupación de este territorio, los restos hallados en las cercanías de la ruinosa ermita de San Pedro indican un poblamiento romano de época bajo-imperial y posteriormente hispano-visigoda.
Pero las primeras noticias documentales nos llegan en el año 1099, cuando Pedro I de Aragón confirma la donación al monasterio de Montearagón de la iglesia de Citrana, caserío cercano a Ibieca que quedó despoblado hacia el siglo XV. En 1104, aparece mencionado por primera vez el nombre de Ibieca, en la concordia suscrita entre el obispo de Huesca y el abad de Montearagón, sobre las iglesias correspondientes a cada jurisdicción. En 1248, en el poblado en que ejercía su señorío Ximeno de Foces se erigía, a 2 km de distancia, el santuario dedicado a San Miguel para el panteón familiar, donándosela poco después a la orden hospitalaria de San Juan de Jerusalén.
Los siguientes datos que tenemos en cuanto a la propiedad de la tierra hablan que, en 1389, era de Miguel de Gurrea. El 20 de enero de 1440 Alfonso V de Aragón concedió a Lope Jiménez de Urrea el mero y mixto imperio y la jurisdicción civil y criminal sobre Argamesa e Ibieca como pueblos habitados y los despoblados del lugar de Foces y Castelnou y en el siglo XVI era de Juan de Gurrea y en 1610 de Gaspar de Bolea.

Iglesia de San Miguel de Foces
A poco más de 2 km de Ibieca se encuentra esta iglesia que ilustra la transición del románico a los nuevos conceptos del gótico. Declarada Monumento Nacional el 13 de marzo de 1916, su singularidad radica en su arquitectura, sus pinturas y su ubicación aislada en un entorno de singular belleza, con unas magníficas vistas de la Sierra de Guara.
Es el único resto del pueblo que allí hubo, reconquistado a los musulmanes por Sancho Ramírez. Foces fue en la antigüedad un castillo roquero que, aprovechando como base una escarpada peña, resultaba ser una de las fortificaciones más importantes por su situación estratégica en el Camino Real que unía Huesca con Alquézar. Por las noticias que se tienen, este castillo reconquistado a los musulmanes en época de Sancho Ramírez, se lo regaló Pedro I a un caballero fiel que le acompañó en la conquista de Huesca (1096) en gratitud por la ayuda prestada. Se construyeron alrededor de este castillo varias casas para vivienda de sus defensores en tiempos de paz, lo cual dio origen al poblado de Foces del que aún se conservan algunos restos de cimentaciones en las inmediaciones de la peña donde estuvo el castillo.
Los Foces fueron una de las familias más influyentes del reino aragonés, nobles “de natura”, esto es, se decían descendientes de los supuestos doce magnates de la conquista aragonesa encabezada por Pedro I de Aragón en el siglo XI y ocuparon altos cargos dentro de la administración política catalano-aragonesa participando en numerosas campañas bélicas al lado de los reyes e incluso financiando económicamente la cruzada de Jaime I a Tierra Santa.
La historia nos habla de Ortiz de Foces, que se encontraba entre los nobles que prestaron juramento de fidelidad en Sariñena al testamento que hizo en dicha villa el monarca aragonés Alfonso el Batallador en 1134.
Ramón de Foces aparece citado entre los nobles que Ramiro II mandó decapitar en el trágico suceso de “la Campana de Huesca”, hecho que sucedió probablemente en el año 1136 de nuestra Era. El cadáver de Ramón de Foces, junto con el de los otros decapitados, fue sepultado en una capilla en el templo de los caballeros de San Juan de Jerusalén de Huesca que estaba contiguo al palacio real. En 1163 se convocan cortes en Zaragoza, a las que asisten los ricos-hombres Lope Sanz de Foces, Galindo de Foces y Atho de Foces. Al año siguiente, estos mismos caballeros, junto con Portolés de Foces, figuran en el acuerdo de paz convenido en Zaragoza entre Alfonso II y varios nobles aragoneses.
Otro noble a destacar de esta familia fue Artal de Foces, del que sabemos que acompañó a su rey Pedro II a la célebre batalla de las Navas de Tolosa (1212) y fue uno de los caballeros que llevó al pontífice Inocencio III los presentes que le enviaron nuestros reyes, consistentes en la lanza y el pendón del califa Muhàmmad an-Nàssir vencido en la batalla. A su vez, el pontífice dio a Artal varias reliquias, entre ellas un trozo de lignum crucis, que se conservaron en la capilla del castillo de Foces, las cuales dio su hijo Eximino al convento que mandó construir en Foces y que más tarde se colocaron en la consagración del altar de la ermita de Santa María del Monte en Liesa, donde hoy se siguen venerando.
Eximino de Foces, distinguido cortesano de la época de Jaime I, fue nombrado procurador general del reino de Valencia en 1258, tras su conquista en 1238. Fue él quien mandó levantar este suntuoso templo dedicado a San Miguel, convertido en panteón de la familia. La obra se terminó en 1259 y poco después fue donada a la Orden de San Juan de Jerusalén junto al castillo y la villa de Foces. A partir de este momento los Foces trasladan su residencia al castillo de Albaida en Valencia, donde se asentaron definitivamente para participar en la expansión por el Mediterráneo.
El último de los Foces que recibió sepultura en el panteón familiar fue Atho, hijo de Eximino que fue mesnadero del rey Jaime I. Cuando murió en Barcelona el rey Alfonso III, Atho de Foces se encontraba presente siendo uno de los tres representantes del reino de Aragón que fueron a Mallorca a esperar al futuro monarca don Jaime II, hermano del anterior.
No ha de resultar extraño, dada la cercanía de esta familia tan influyente a la monarquía así como su poder económico, que quisieran reafirmar su status construyendo un gran panteón familiar. Debido a la envergadura del proyecto y el breve periodo de ejecución, tan sólo diez años, se observa que trabajó una gran cantidad de personas, atendiendo a las numerosas marcas de cantero que se pueden observar en sus piedras. Desde la llegada al papado de Inocencio IV en 1243 se posibilita el enterramiento selectivo de personalidades relevantes en el interior de las iglesias, un hecho que ya se venía practicando por la realeza en templos tan importantes como San Juan de la Peña o San Pedro el Viejo de Huesca lo cual, aparte de producir un acercamiento a Dios, llevaba consigo el enaltecimiento del linaje y el recuerdo por parte de las generaciones posteriores.
Así pues esta se convirtió en una práctica habitual entre las familias más poderosas; si a esto añadimos la proximidad de Eximino, promotor y mecenas de la obra, al monarca Jaime I y a su relación con las órdenes militares, se comprende la donación que éste hace tanto de la iglesia como de la población que allí se asienta a la orden de San Juan del Hospital de Jerusalén para su vela, custodia y plegarias. Desde este momento pues, la iglesia de San Miguel, el castillo y la villa de Foces pertenecen a los Hospitalarios, bajo la condición de mantener allí un comendador y trece frailes, conservando el patronato Eximino para él y su familia.
Cuando Eximino hace donación de este lugar a los sanjuanistas, estos establecen muy cerca de aquí un hospital y lazareto para caminantes y peregrinos del que sólo queda su capilla, esto es, la ermita de Nuestra Señora del Monte. Levantada sobre un cerro cercano a Liesa, al borde de un camino que existía desde época romana, manifiesta la misión de la Orden de San Juan del Hospital de Jerusalén que consistía en la protección, alojamiento y asistencia, tanto sanitaria como espiritual, de los peregrinos. No se prolongó demasiado en el tiempo la ocupación de este convento por parte de los hospitalarios, pues según cuenta la tradición, en el 1309 cierto fraile alquimista al que un noble judío pidió que curara a su hija de mal de amores, se negó a conceder tal favor. El judío tomó venganza y en la noche de San Juan cuando todos los monjes estaban reunidos en el rezo de maitines y se disponían a celebrar la fiesta, asaltó el monasterio degollando a todos los frailes.
No tenemos confirmación de estos hechos, pero en el cuaderno de anotaciones que alguien de la familia Borau de Liesa tenía para su uso particular, se cita la matanza y dice así: “estas santas reliquias fueron de los templarios de Foces y la ermita (refiriéndose a Nuestra Señora del Monte de Liesa) era hospicio para ejercicios y hay casa y ermitaño para suministrar a los caballeros lo necesario en sus ejercicios y como poco antes fue su degüello, Dios las reservó a la Virgen del Monte…”. Se trata de un documento de difícil datación que no sirve para verificar estos hechos, pues tenemos noticias que nos dicen que el comendador de Foces estuvo presente en las cortes de Zaragoza celebradas en 1320.
Con la desaparición de los sanjuanistas de este convento de Foces, no se volvió a dar sepultura en el templo. El castillo y la villa pasaron en 1440 a poder de la familia de los Urreas, momento en que la villa de Foces y el cenobio sanjuanista ya estaban deshabitados y aquel magnífico convento acabó por desaparecer; tan sólo se conserva el majestuoso templo testimonio del poderío de sus fundadores.
Varias son las hipótesis que se barajan en torno a la construcción de este edificio, a caballo entre el románico y el gótico, edificado en un periodo de ejecución sumamente breve y financiado por una de las familias con mayor poder económico del momento. Una de estas hipótesis centra sus fundamentos en la existencia de una antigua iglesia tardorrománica que, según nos cuenta un documento conservado en la catedral de Huesca, existió en Foces dedicada al arcángel San Miguel, que se reaprovecharía para la construcción del panteón, remodelando la parte del crucero y la cabecera, basándose en las reducidas dimensiones de la nave en proporción al tamaño del resto de la iglesia.


Rosetón 

A través de esta teoría nos queda sin justificar la enorme similitud que existe entre la portada principal de San Miguel de Foces y la Puerta del Palau de la catedral de Valencia, donde algunos autores han querido ver la forma de trabajar de los mismos canteros, algo que no resulta descartable teniendo en cuenta la vinculación en estos mismos años en que Eximino de Foces es nombrado procurador general del reino de Valencia y adonde marcha para instalarse definitivamente.
También parece posible un cambio en la dirección de las obras con la llegada de un nuevo maestro, más abierto a las nuevas influencias que llegan de Europa, puesto que a lo largo de todo el siglo XIII la arquitectura presenta pocas innovaciones respecto a los siglos anteriores, salvo la introducción de bóvedas de cañón apuntadas y arcos torales también apuntados. Poco a poco aparecen algunas novedades como las cabeceras poligonales, los contrafuertes o las bóvedas de crucería, formas constructivas que comienzan a ensayarse en estos momentos que coinciden con la construcción de esta iglesia.
San Miguel de Foces es una construcción de transición al gótico donde ambos estilos se solapan, edificada con buena sillería en la que aparecen abundantes marcas de cantero y donde las primeras soluciones góticas se aprecian claramente al exterior en la zona de la cabecera con sus tres ábsides que disponen de contrafuertes en ángulos. La nave continúa siendo fiel a los esquemas estéticos, técnicos y espaciales del románico, nave única cubierta por bóveda de cañón apuntada de dos tramos, marcados por arcos fajones apoyados en breves pilastras que se rematan en ménsulas con molduras escalonadas. A ambos lados de esta nave única se abren dos arcosolios destinados a albergar un sepulcro y de los que hay que resaltar su sobriedad.


A los pies del lado del evangelio aparece una puerta cegada que vendría a comunicar con alguna de las dependencias del antiguo cenobio: es una puerta de puro estilo románico, de pequeñas dimensiones en su hueco pero con unas grandes dovelas enmarcadas por una moldura perimetral decorada con puntas de diamante finamente labradas. Esta puerta se cegó en el siglo XIII para la construcción de una escalera de acceso al campanario. En opinión de algunos autores, esta escalera llevaba a la antigua torre de defensa actualmente desaparecida y es muy probable, dado el carácter militar de la orden de San Juan de Jerusalén, que esta escalera se construyera para dar acceso a un paseo de ronda que podría tener la iglesia fortificada, al igual que vemos en otras construcciones de características similares. Se trata de una escalera de caracol embutida en el muro de piedra y desde la cual actualmente se accede a la cubierta. Junto a la escalera se encuentra la pila bautismal, sin decoración y tallada en un solo bloque de piedra caliza, lo que viene a confirmar la hipótesis de la presencia de un núcleo de población cercano a esta iglesia.
Se modifica el concepto de nave única, con la utilización de planta de cruz latina cuyos brazos se cubren con bóveda de crucería, lo que significa un avance respecto de la construcción de la nave de la iglesia. El transepto está iluminado por dos óculos situados en la parte alta de los muros de los brazos norte y sur, y también se abren sendas ventanas ojivales en los muros de Poniente de ambos brazos, además de las ventanas del ábside central y los absidiolos que miran al Este; de este modo tenemos huecos de luz en los cuatro puntos cardinales, algo que también resulta novedoso respecto al aspecto habitual de los edificios románicos con una iluminación mucho más tenue. La parte del crucero se cubre con bóveda de crucería reforzada por doble nervadura de marcado carácter gótico.


Interior de la capilla mayor

Vista del crucero y de la nave 

Ábside del lado de la epístola

Bóveda de la cabecera

Capitel en el interior

Capiteles en el interior

Capiteles en el interior 

Capiteles en el interior 

Capiteles en el interior 

Arcosolio 

En los muros de cierre correspondientes a los testeros del transepto se abren dos arcosolios apuntados, en disposición simétrica respecto a los ejes de las naves, que albergan los sarcófagos de la familia fundadora, decorados por una serie de interesantes pinturas, bastante bien conservadas, correspondientes al estilo gótico lineal y que se pueden fechar en torno al 1300.



La iglesia de San Miguel de Foces posee una cabecera triabsidal, siendo el ábside central de mayores proporciones que los laterales. Los tres encajan ya con los modos de construir góticos, de mediados del siglo XIII: los ventanales abiertos en esta zona de la cabecera se alejan del modelo románico de arco de medio punto para adoptar el arco ojival propio del estilo gótico, y los tres ábsides se cierran con bóvedas gallonadas resaltadas por nervaduras que apean sobre finas columnas adosadas al muro con capiteles finamente labrados.
Las basas, tanto de las columnillas adosadas a los muros como de las pilastras en haz de la cabecera de la iglesia, corresponden a la tipología ática, tan utilizada en el románico; un detalle característico de este lugar es la decoración denticulada que aparece de forma aleatoria en muchas de estas basas bajo el collarino.
La decoración de los capiteles es en general de carácter geométrico y vegetal, alejados ya del repertorio temático propio del románico. No obstante hay que señalar la presencia de unos pocos capiteles con representación figurativa que merecen ser destacados tanto por su iconografía como por el lugar relevante en el que se encuentran. Dos de ellos son los capiteles de las columnas de los arcos torales del lado del evangelio, en los cuales se representan cuatro basiliscos con las colas entrelazadas en la parte central, enmarcando la cabeza de un mono, y atacando a un hombre cada uno, situado en las esquinas del capitel. Otro de los basiliscos, esculpido en una cara lateral del capitel, mira fijamente a un hombre con vara de peregrino; elementos que simbolizan destrucción y muerte, por ello se sitúan a la izquierda del ábside. En el otro capitel del lado de la epístola se representan dos animales cuadrúpedos afrontados, una imagen que se repite en la iglesia del Salvador de Agüero: son escenas que vienen a significar la lucha entre el Bien y el Mal. También en la capilla central hay varios capiteles con tallas figurativas, algunos de ellos con una simbología relacionada con el carácter funerario del templo, como puede ser una representación de san Miguel, encargado de conducir las almas ante Dios, alanceando al demonio mientras otros diablos intentan arrebatarle las almas; una de las figuras que lo acompaña, a la derecha, sujeta una serpiente entre las manos, representación que aparece también en el tímpano de la portada de San Pedro de la catedral de Jaca y se identifica con los arrepentidos que protagonizaban las ceremonias de penitencia pública en la Edad Media. También en el ábside central encontramos otro capitel representando una cabeza humana que está siendo atacada por dos animales; cada uno de ellos le muerde una oreja.
Así pues, estos son los únicos capiteles donde aparece una representación iconográfica simbólica frente a la persistencia de capiteles derivados del corintio por todo el edificio, lo que pone de manifiesto que la actividad de este taller no fue muy extensa.

La portada principal se abre en el muro sur. Consta de cuatro arquivoltas de medio punto decoradas con distintos motivos seriados como son dientes de sierra, puntas de diamante y arquillos de herradura, todas ellas enmarcadas por una moldura decorada con roleos y palmetas, toda una profusa decoración vegetal que parece salir de la boca de sendos dragones situados al inicio del arco. Son los únicos animales que encontramos en la decoración de toda la portada, el resto de la ornamentación se basa fundamentalmente en motivos florales y geométricos. Estos arcos apean en los extremos sobre cuatro parejas de esbeltas columnas adosadas con capiteles de fina labra con decoración vegetal que descansan sobre un elevado podio.
Esta portada es similar a la portada más antigua que se conserva en la catedral de Valencia, conocida como puerta del Palau, fechada hacia 1262 y que puede sugerir que los artistas de Foces fueron empleados también en la fábrica de una parte de la catedral de Valencia, sin duda debido a la mediación del procurador Jimeno de Foces. Algunos autores la relacionan también con la portada del santuario de Nuestra Señora de Salas, próxima a Huesca, si bien se trata de un modelo de portada muy extendido en la península ibérica en los edificios religiosos de los siglos XII y XIII.

Portada 

Capiteles de la portada 

Capiteles de la portada 

En la fachada oeste encontramos otra puerta, centrada en el muro, de arco de medio punto, con largas y estrechas dovelas y rodeada en todo el perímetro del arco por una moldura con delicadas puntas de diamante, muy similar a la puerta que vemos cegada en su interior.
Cabe destacar la abundante presencia de marcas de cantería que encontramos en todo el edificio así como su diversidad, lo que demuestra la gran cantidad de trabajadores que intervinieron en la construcción del templo. La más curiosa de estas marcas es una llave que vemos próxima a la puerta de los pies de la iglesia y que no volvemos a ver en todo el edificio. Este signo lapidario coincide con otros hallados en los monasterios cistercienses de Veruela y de Santa María de Huerta en Soria. Esta coincidencia puede contribuir a establecer como fecha de construcción de esta fachada los años finales del siglo XIII.
Encontramos en el muro sur otras inscripciones incisas en la piedra. Una de ellas es el escudo de los Caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, con la cruz de ocho puntas y bajo esta un círculo en el que se marcan las horas de oración: prima, tercia, sexta, nona y vísperas, junto con la representación de un rudimentario reloj de sol, lo que pone de manifiesto la importancia que tenía para los que habitaron este lugar el control del tiempo. Consultando el reloj solar era posible conocer los horarios de los oficios.

Escudo de la Orden de San Juan de Jerusalén y reloj de sol con las horas canónicas 

Recientemente se han llevado a cabo unas excavaciones arqueológicas que han descubierto restos de edificaciones adosadas a la fachada oeste y al entorno próximo, que seguramente aportarán nuevos datos que nos ayuden a comprender mejor el pasado de este lugar. 


Casbas de Huesca
Situado en el Somontano oscense a 29 km de Huesca, a través de la carretera N-240 en dirección a Barbastro, en Angües se toma el desvío a la izquierda y siempre con la sierra de Guara como paisaje de fondo. El núcleo urbano presenta un interés singular. Sus calles presentan un trazado medieval, son largas y no muy anchas, con abundantes portadas en arco de medio punto y fachadas construidas en sillar y tapial principalmente.
Aunque sus orígenes son mucho más remotos, de ellos no quedan apenas restos. Como villa aparece citada en la Colección diplomática de Pedro I de Aragón y Navarra en el año 1095, pero es a partir de 1172 cuando Casbas cobra importancia y comienza a transformarse en un centro de gran importancia para toda la región y sobre todo de una influencia decisiva. Casbas había sido conquistada por el conde de Urgel y tras la reconquista comienza las labores de repoblación mediante la concesión de abundantes privilegios. El conde de Urgel cede todos sus derechos a Oria, o Áurea como también se le nombra en muchos documentos, condesa de Pallars por matrimonio con don Arnal Mir, que construirá un monasterio para monjas recibiendo la licencia el 26 de febrero de 1172 de manos de Esteban de San Martín, obispo de Huesca que anteriormente había sido abad del monasterio de Poblet, permiso obtenido bajo la condición de reconocer su permanente dependencia del obispo de Huesca.
Según refleja Jerónimo Zurita en sus Anales de la Corona de Aragón, Arnal Mir era uno de los grandes del reino de Aragón, denominándolo “señor de castillos y villas en los condados de Pallars, Ribagorza y Urgel”, casado en primeras nupcias con Estefanía de Urgel, hija del poderoso Ermengol VII conde de Urgel, y repudiada por no obtener descendencia, a pesar de lo cual mantuvo muy buenas relaciones con el padre. A su vez, Áurea era hija de Bernardo de Entenza, señor de Alcolea del Cinca y de Garsenda de Pallars.

Monasterio de Nuestra Señora de la Gloria
En julio de 1175 la comunidad monástica ya estaba organizada, ubicándose provisionalmente en la casa solariega que doña Áurea poseía en Casbas por derecho de herencia y quien a pesar de ser fundadora nunca llegó a profesar como religiosa. Esta casa, según nos cuentan en Casbas, correspondería al edificio que se encuentra adosado al lado sur del torreón de entrada al monasterio.
Las primeras monjas que llegaron a Casbas procedían del monasterio de Santa María de Vallvert, fundado en el priorato de Tragó por Ermengol VII y su esposa Dulce, dependiente desde el siglo X del cenobio benedictino de Alaón; entre ellas se encontraba Elisabet, la primera abadesa del monasterio entre 1173 y 1182.
A pesar de que en un primer momento no se determina la adscripción a ninguna orden determinada, Casbas acaba por acatar las normas de la orden del Císter, por lo que cumple con una de sus principales funciones: la repoblación y colonización agraria, por lo que obtuvieron el apoyo y los favores de la monarquía. Ya en el momento de su fundación, con las donaciones de doña Oria, comienzan a extenderse las posesiones del monasterio incluso fuera del propio lugar de Casbas y en abril de 1178 se hace la dotación formal en presencia del rey Alfonso II, la reina doña Sancha, el obispo Esteban y varios nobles. En 1179, año en el que muere la fundadora, el rey Alfonso II confirma la pertenencia al monasterio de Casbas de las siguientes posesiones: villa de Casbas, derechos sobre la villa de Labagüarre, castillo y villas de Morata y Santa Agram, en el río Jalón, heredades en Ricla y Calatorao, castillo y villas en Peralta de Alcofea, Torres de Alcanadre y Torrillón, villa de la Roya y heredades en Alcolea. El rey otorga también el privilegio a los hombres de estos lugares de no prestar ningún servicio, ni pagar cena, hueste, cabalgada, monedaje ni cualquier otra carga, recibiendo al monasterio bajo su protección y amparo. A todas estas donaciones se sumarán las realizadas por el propio hijo de la fundadora, Arnaldo de Pallars, quien cede al monasterio de Casbas todos sus derechos sobre las iglesias de Casbas, Torres de Alcanadre y Ara, a cambio de la encomienda de la de Torres y cien sueldos jaqueses al año.

Portada del Monasterio de Casbas 

No solo son las donaciones lo que va agrandando el patrimonio del monasterio: también se reflejan en los documentos algunas compras como el molino en el río Formiga, que se vende en 1182 a la abadesa Isabel o Elisabet. Esta abadesa compartirá gobierno con doña Catalana, sobrina de doña Áurea y pariente del rey Pedro II de Aragón, hasta el año de su fallecimiento, 1187, cuando doña Catalana pasa a dirigir la comunidad religiosa como abadesa de pleno derecho (posiblemente hasta entonces hubiera llevado el título de abadesa a modo honorífico). Durante los veinte años que duró su abadiado, como hecho destacado se puede nombrar la donación a la abadesa de Casbas de los lugares de Bierge, Yaso y Sieso realizada por Alfonso II de Aragón en 1188, en permuta por el castillo y villa de Morata, así como la compra a título personal del monasterio de San Benito de Calatayud, lo que le originaría una severa crítica por parte del obispo de Huesca y posiblemente el consejo de abandonar el cargo. Quizá fuera éste el motivo que le llevara a la localidad turolense de Burbáguena para fundar en ella el monasterio de Santa María, que agrupaba a mujeres y hombres en una heredad donada a ella por el rey Pedro II y donde pasó los dos últimos años de su vida.
Mientras, en 1196, el papa Celestino III consiente que el convento tome la orden cisterciense, eximiendo además al monasterio de la jurisdicción diocesana a la que había sido adscrito según las condiciones de la fundación, eximiéndolo también de pagar cualquier tributo y ordenando que ningún obispo ni otra persona puedan interferir en la elección de abadesa, ni entrometerse en la institución ni remoción de abadesa.
En 1204, Catalina de Eril sucederá en el cargo de abadesa a doña Catalana, perteneciente a la familia que ejercía el señorío de Candasnos. Siguen incrementándose las posesiones del monasterio, aunque ya de forma más pausada. En 1208 el rey Pedro II concede al monasterio una extensión de tierra yerma en los Monegros, pero regada por el río Ebro. En febrero de 1214 encontramos el primer caso de donación voluntaria de una persona al monasterio junto con sus bienes materiales, en este caso Gazol entregará al monasterio 100 maravedís de oro y “todas sus cosas” en el término de Casbas; poco antes se había ejecutado la compra del monasterio de San Benito en Calatayud junto con las posesiones de Lafoz, Miedes y Cadenas.
Ya desde este momento son prácticamente constantes los cambios de propiedades a particulares seguramente con la intención de reagrupar bienes tan dispersos y así poder ejercer un mejor control de todos ellos.
Así pues, podemos hablar de un primer periodo de prosperidad que comprenden desde la fundación hasta los primeros años del abadiado de Catalina de Eril (1215-1220), debido principalmente a las donaciones que recibe el monasterio. Los sucesivos abadiados de Sancha de Lizana (1235) y Sancha Guillén (1256) son un periodo de depresión, que se mantiene en los primeros años de Inés de Ribas (1258 aproximadamente) iniciando ésta un periodo de recuperación que se consolidará en la época de Urraca de Huerta (1284) y se mantendrá con Elvira Sánchez (1295). A partir de entonces, cuando en 1330 toma el cargo de abadesa Teresa de Entenza, comienza la decadencia más fuerte del monasterio.
El monasterio de Santa María de Casbas llegó a tener grandes riquezas y se constituyó en un centro de gran influencia. Contó con el apoyo de la monarquía y todas sus abadesas provenían de las grandes familias aragonesas que con sus dotes contribuyeron a agrandar las posesiones del monasterio, algo que no se correspondía con los primeros deseos de pobreza y austeridad de la orden, aunque no fue ésta una excepción, ya que desde mediados del siglo XII la mayoría de los monasterios cistercienses se convirtieron en grandes terratenientes, siendo ellos mismos víctimas de lo que en origen censuraron. Los principios de la orden del Císter renuncian a los bienes terrenales como única forma de alcanzar los beneficios eternos, potencian el trabajo junto con el recogimiento y la oración: un espíritu de simplicidad y pobreza que como en nuestro caso, se vio sustituido por el lujo y la riqueza.
La propia arquitectura es reflejo de las normas del Císter: evita la decoración porque perturba y distrae para la oración y el recogimiento, se busca una arquitectura más espiritual.
El conjunto monástico, declarado Monumento Histórico-Artístico de carácter Nacional en noviembre de 1979, fue edificado conforme el modelo cisterciense y en la actualidad conserva algunos restos de su estructura original como son las murallas, la torre del homenaje de planta cuadrangular, la casa abacial, el claustro de cuatro crujías con arcos lobulados del siglo XV y la sala capitular donde vemos dos laudas sepulcrales con las figuras esculpidas de dos abadesas y las fechas de su fallecimiento, 1527 y 1575. Todo ello con notables remodelaciones realizadas principalmente en los siglos XVII y XVIII. Mención aparte merece el templo que es la parte que mejor conserva su estado original aunque perdió gran parte de su mobiliario litúrgico en la guerra de 1936.
La iglesia comenzó a construirse en los últimos años del siglo XII. La parte que más se corresponde con el estilo románico, propiamente dicho, es la comprendida por los tres ábsides de planta semicircular y una parte del crucero. El resto de la fábrica adquiere elementos más característicos de la arquitectura cisterciense y por lo tanto encontramos una serie de elementos de claro carácter protogótico.
La fábrica original es de sillares bien escuadrados con abundantes marcas de cantero, aunque en altura se pierde la calidad de los mismos, quizá debido a un empeoramiento de las condiciones económicas. La iglesia presenta una sola nave, transepto y tres ábsides en la cabecera.

Vista de la entrada al Monasterio de Casbas 

Desde el exterior se pueden ver las reformas sufridas en el siglo XVIII, cuando se recrecieron tanto la nave como el transepto y la cabecera mediante ladrillos, abriendo una galería de arquillos en la parte del transepto que nos recuerdan las tipologías de los palacios aragoneses. Se conserva la cornisa original, así como los canecillos que la sustentaban a lo largo de todo el perímetro del edificio.
La cabecera del templo está formada por tres ábsides, sobresaliendo el central respecto a los laterales por su tamaño, tanto en altura como en anchura, y todos ellos elevados sobre un basamento con una pequeña moldura y articulados por medio de columnas en las uniones del ábside central con los laterales. En cada uno de los ábsides se abre un ventanal en derrame decorado por una arquivolta que descansa sobre capiteles con columnillas y basas. Estos vanos absidales presentan capiteles de decoración sencilla: motivos geométricos, vegetales y volutas. El único capitel historiado lo encontramos en el ábside central, donde se repite la misma escena en sus dos caras. Aquí se representa dos parejas de hombres de pelo corto, cubiertos sólo por un calzón formando pliegues. Cada uno de ellos sujeta al otro por detrás de la nuca, mientras que la otra mano se enlaza con la del oponente, representando una forma de lucha o enfrentamiento.



Capitel de la ventana del ábside central

Capitel de la ventana del ábside norte 

En el lado sur del transepto se abre un amplio ventanal decorado con arquivoltas que descansan sobre columnillas rematadas por capiteles sin decoración, frente al vano que se abre al lado opuesto que es simplemente en forma de aspillera.
En el arranque del muro sur de la nave se encuentra en un cuerpo resaltado, la portada, profundamente abocinada, de excelente factura. Está formada por once arquivoltas de medio punto de muy diversa decoración geométrica, intercaladas con cuatro arquivoltas en arco de medio punto que se apean sobre otras tantas parejas de columnas con capiteles lisos y a las que les faltan los fustes. Las arquivoltas se apoyan en nueve pares de capiteles, lisos y estilizados, que a su vez se apoyarían sobre nueve pares de columnas, hoy desaparecidas, que quedaban agrupadas de tres en tres. Queda reflejada en esta portada toda la simbología del número nueve (nueve son las fases del desarrollo espiritual) y del número tres, símbolo de la Trinidad. Pero el eje simbólico de esta portada es el crismón, único motivo esculpido en el centro del tímpano, también trinitario y con un Agnus Dei en su centro. Del mismo modo que las arquivoltas, vienen a sugerir un símbolo de lo material que distrae al hombre del profundo conocimiento, siendo profusamente trabajadas con diversos motivos geométricos, ajedrezado jaqués, incluso una de ellas se encontraba decorada con puntas de diamante, muestra del excelente trabajo de cantería llevado a cabo en esta portada. La numerología tuvo su importancia durante todo el románico siendo potenciada en gran manera por el Císter para llegar a ser fundamental en el gótico por lo que nos situamos en la antesala de las nuevas formas y modos de construir del nuevo estilo que poco a poco se introduciría también por estos territorios.

El interior de la iglesia está formado por los tres ábsides y por tres tramos de nave cubierta con bóveda de cañón sobre fajones, que a su vez se apoyan en columnas adosadas que no llegan al nivel del suelo sino que se ven interrumpidas por grandes ménsulas. Los ábsides se cierran por medio de bóvedas de cuarto de esfera y presentan en su parte central sendos ventanales, el del lado del evangelio aparece oculto por un retablo barroco. Parece ser que se le dio mayor relevancia al central, de doble arco con capiteles historiados que descansan sobre esbeltas columnas, mientras que el que queda a la vista en el lado sur es más sencillo, con un solo capitel a cada lado decorado con motivos geométricos y florales, aunque no de peor factura.

Cúpula del crucero 

Sobre el transepto se eleva un cimborrio octogonal ciego, sustentado por cuatro arcos torales de medio punto doblados. El paso del cuadrado al octógono se realiza mediante trompas con decoración posterior de yeserías sobre las que se representan los escudos de algunas abadesas del monasterio.
En el último tramo hacia los pies de la iglesia encontramos dos coros, el coro alto, con sillería y el coro bajo, cerrado por celosías desde donde la comunidad religiosa podía seguir los oficios aislándose de los seglares.
También a los pies se encontraba la torre románica de la que todavía se conserva un tramo de las escaleras de caracol.
En este monasterio se veneraba la imagen de Nuestra Señora de la Gloria, una talla románica de la que sólo se conserva su cabeza, la cual se recuperó a modo de las imágenes del XVIII, con cuerpo de armazón, y que hoy en día se conserva en la iglesia parroquial de la localidad.
Este monasterio mantuvo su actividad durante siglos momentos de mayor o menor esplendor, momentos de gran poderío económico e incluso influencia política, pero también de trabajo y oración. Tuvo un último momento de auge, a partir de 1988, cuando llegó su última abadesa y a pesar del reducidísimo número de monjas que lo habitan, el monasterio se llenó de actividad: se hacían dulces, cerámica, todo ello destinado a la venta. Desde el ámbito espiritual se convocan semanas de oración, la hospedería acoge a un buen número de personas que buscan aquí un lugar de recogimiento, en busca de paz y tranquilidad. Definitivamente el monasterio cerró sus puertas en el año 2004 cuando pasó a manos privadas, desde entonces permanece a la espera de una rehabilitación, unos nuevos usos y deseando no caer en el olvido. En 1998 se publicó la tesis doctoral sobre La arquitectura cisterciense en Aragón, 1150-1350, de Ignacio Martínez Buenaga, que presenta un capítulo dedicado a este monasterio.

 

Románico en el Somontano
El Somontano de Barbastro
Estamos en unas tierras que fueron pobladas ya durante el Paleolítico puesto que se conocen los restos de la vivienda de unos cazadores que vivían en la Cueva de la Fuente del Trucho, que utilizaban como refugio a las bajas temperaturas de la última glaciación, hace más de veinte mil años. En sus paredes aún permanecen los testimonios de sus rituales, mediante representaciones de manos en negativo, líneas de puntos o algunas cabezas de caballos, pero del resto no quedó nada más. En el Neolítico, cuando ya se implanta la cerámica en el mundo agrícola –en estas tierras especialmente ganaderas– volveremos a saber de sus rituales cuando las cuevas del río Vero nos ofrezcan los grandes testimonios de la pintura levantina, de ese arte esquemático que nos habla de unos pueblos que han salido de la glaciación y que se organizan en poblamientos estables que abundarán por el territorio a partir de la Edad de los Metales.
Todo ese legado de establecimientos humanos en los que se organiza la explotación del territorio, lo recibe y lo utiliza Roma construyendo sus propios espacios urbanos en la entidad de Labitolosa (La Puebla de Castro) o la propia Barbotum, actual Barbastro. Calzadas, puentes, obras hidráulicas y una temprana cristianización es la herencia romana en este territorio, herencia que adquiere su máxima expresión en la organización del extenso territorio de la actual comarca del Somontano de Barbastro, situada en el centro de la provincia de Huesca a caballo, en su mayor parte, entre las sierras pirenaicas y abierta a las llanuras monegrinas.
Los 1.163 km2 que componen la actual comarca están vertebrados por los ríos Alcanadre, Isuala, Vero y el gran río Cinca, que además de aportar caminos de comunicación generan espacios de rica agricultura de regadío. En ella se continúan con antiguos cultivos, cada vez más especializados y reconocidos, entre los que hay que mencionar los viñedos del Somontano. Todo el territorio está vinculado a la capital, Barbastro, en la que viven unas quince mil personas de las casi 24.111 que habitaban la comarca según el censo de 2013.
Precisamente es inmemorial este papel de centralidad que juega Barbastro, una ciudad notable ya en tiempos de Roma o de Al-Andalus. Ampliando este último dato, es interesante recordar que uno de los distritos de la Marca Superior de Al-Andalus fue la Barbitanya, entre los ríos Alcanadre y Cinca, con capital en Barbastro, una ciudad fundada en el siglo IX por Jalaf Ibn Rasid, quien también construyó una fortificación en Alquézar para reforzar la defensa en la frontera del Norte. A pesar de este importante pasado, su universalización la adquiere con el suceso de la Cruzada de 1064, el momento en que Ermengol III de Urgel, casado con la condesa doña Sancha de Aragón, logró arrebatar la ciudad a los musulmanes dentro de una acción militar que muchos historiadores consideran y califican como la primera Cruzada de la historia.
Esa acción militar, una de las victorias más importantes de los ejércitos del rey Sancho Ramírez contra los musulmanes, fue tan efímera como conocida puesto que el dominio sobre Barbastro sólo duró ocho meses, hasta que los ejércitos del rey al-Muqtadir de Zaragoza volvieran a poner sitio a la ciudad, la conquistaran y lograran acabar con la vida del conde de Urgel, el esposo de la condesa doña Sancha y por tanto cuñado del rey de Aragón. La operación había fracasado en su intento de establecer un dominio permanente en la zona, cosa que no se logrará hasta 1089, fecha de la conquista de Monzón, pero había conseguido llamar la atención de los poderes europeos sobre las riquezas que albergaban las ciudades musulmanas.
Por ello, ya serán los tiempos de Pedro I, tercer rey de la dinastía aragonesa, los que vivan la conquista definitiva de estas tierras con operaciones en el entorno del año 1100 que hicieron cristianas definitivamente –y tras posesiones temporales– a grandes fortalezas como Alquézar y a poblaciones importantes como Abiego o Estadilla.
Estas acciones en la zona provocaron importantes cambios en la gestión de un territorio que pasaba a manos, fundamentalmente, de instituciones eclesiásticas que iban a potenciar ese valor de distrito rural con el que habían logrado los musulmanes generar épocas de riqueza. El río Vero hacía el milagro hasta las tierras del Alcanadre, poniendo el límite con el Somontano oscense, trabajado por una población de no más de tres mil habitantes protegidos por una estructura militar de pequeñas fortalezas –entre las que destacaba la gran obra de Alquézar– que vigilaban los caminos y protegían las cosechas.
A partir de la conquista de esta zona, en los inicios del siglo XII, se pone en marcha un proyecto de repoblación que llevará a crear nuevas poblaciones, en muchas ocasiones cerca de las antiguas poblaciones islámicas que han quedado como testimonio de la pujanza de la zona en los inicios del siglo xi. La iglesia protagoniza la nueva época, en esta zona de manera mucho más notoria que en otros territorios del valle, puesto que además se había producido un movimiento del obispado que salió de la sede de Roda de Isábena, en plena montaña, para asentarse en Barbastro y tomar posesión de la mezquita como catedral consagrada en mayo de 1101.
Todos estos movimientos nos van aportando restos de las arquitecturas con las que se quiso controlar el territorio, en especial de los castillos en los que se asienta el régimen señorial de los honores y de las iglesias donde un clero rural, poco formado y peor alimentado, atiende la expansión evangelizadora del cristianismo que inspira la monarquía aragonesa. Enrique Calvera apunta que en estos primeros tiempos la diócesis de Barbastro produce iglesias que encarga a canteros lombardos y financia también iglesias que “forman parte del románico de peregrinación que se difundió desde la corte de Jaca” como la de Alberuela de la Liena.
Frente a estas modalidades presentes en la zona montañosa norte, en las llanuras del Sur nos encontramos con “otro grupo de iglesias edificadas en la segunda mitad del siglo xii y que forman parte del llamado románico pleno”, como es el caso de la colegiata de Berbegal con su interesante planta basilical.
Como colofón de todo ese mundo románico, en la ciudad de Barbastro se vivió el nacimiento de la Corona de Aragón, acontecimiento clave en la historia peninsular, cuando el 11 de agosto de 1137, se firmaron los documentos que hacían realidad los esponsales de Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, con la reina doña Petronila, hija del rey Ramiro II el Monje. El hijo de ambos, Alfonso II de Aragón heredaría el título real y el reino de su madre, la princesa aragonesa, y las tierras de Barcelona de su padre, el conde. La elección de Barbastro para este acontecimiento ya nos habla del papel jugado por esta ciudad en la Baja Edad Media, cuando se consolidó como ciudad pujante gracias a su situación estratégica (entre el llano y la montaña), a la celebración de ferias y mercados y a la fama que cobraron sus artesanías textiles. Todo un mundo de progreso que escasamente se vio atacado, aunque hubo momentos muy tensos como la crisis que padeció provocada por la peste negra de 1348 o por la trágica guerra de los Dos Pedros. 


Alquézar
Villa del Somontano de Barbastro, situada a 660 m de altitud en la margen derecha del Vero, sobre el último de los profundos cañones que forma este río en la sierra de Sevil. Parte del municipio forma parte del Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara. Se accede a Alquézar desde Barbastro, ciudad de la que dista 24 km, por la carretera A-1232; o bien desde Huesca por la autovía A-22, tomando a la izquierda el ramal de la carretera A-1229, en un recorrido de 51 km en total.
Es una villa monumental, con un casco urbano de trazado medieval y hermosas casonas de los siglos XV, XVI y XVII, en el que destaca el conjunto formado por el castillo y la colegiata, aislado sobre un elevado promontorio rocoso en el extremo Este de la población, asomándose desafiante y espectacular sobre los profundos cañones del Vero.
El enclave donde se alza el antiguo castillo posee unas excepcionales condiciones defensivas y una excelente visibilidad sobre el Somontano barbastrense, hacia el Sur, y sobre las sierras prepirenaicas del Sobrarbe, al Norte. No es extraño, por tanto, que haya sido ocupado desde épocas remotas que pueden remontarse hasta la prehistoria, dada la existencia en sus cercanías de importantes pinturas rupestres paleolíticas. Algunos autores otorgan origen romano a algunos tramos del basamento de la fortaleza. Su origen histórico data sin embargo de comienzos del siglo IX, en época islámica, de la que también procede el topónimo, al Qasr, esto es, “la fortaleza” o, más propiamente, “el palacio”.
Varios cronistas árabes, y destacadamente Al Udrí, se refirieron a este lugar como al Qasr Banu Jalaf, esto es, “el palacio de los descendientes de Jalaf”, por ser considerado este personaje su constructor. Jalaf ibn Rasid ibn Asad, probablemente de linaje árabe yemení y que habitaba en el castillo de Antasar, secundó a finales del siglo VIII la rebelión del gobernador de la Barbitania, Bahlul Ibn Marzuq, contra el emir de Córdoba; pero fue hecho prisionero por Bahlul, quizás a causa de una traición, y, tras ser liberado por su familia, en el año 802 asesinó en Barbastro a su antiguo aliado, restableciendo la obediencia a Córdoba. Asumió entonces la gobernación de la Barbitania, cargo que mantuvo durante sesenta años. La construcción de la fortaleza de Alquézar se data al inicio de su tarea como gobernador, cuando fue preciso establecer una punta de lanza frente a la zona del Sobrarbe, que por entonces veía formarse los primeros núcleos organizados cristianos, dependientes de los francos.
Tras la muerte de Jalaf, su hijo le sucedió en el cargo pero fue asesinado poco después por Ismail Ibn Musa, de la familia de los Banu Qasi, que gobernó en el distrito hasta que en 889 fue vencido, a su vez por Al Tawil. Este emprendió, hacia los años 907-908, una campaña contra el Sobrarbe que partía de Alquézar, asegurando con ella la sumisión de este condado. Los descendientes de Al Tawil, los Banu Amrús, gobernaron en Barbastro y Alquézar hasta principios del siglo XI, en una época caracterizada por constantes y desangradoras luchas intestinas entre los diferentes clanes familiares. Durante todo ese tiempo, Alquézar fue el castillo que protegió el acceso a Barbastro, y desde luego fue una de las principales, si no la principal, fortaleza de la Barbitania o Barbitaniya.
Lo fue también, desde luego, desde que a mediados del siglo XI comenzó a dejarse sentir con fuerza la presión cristiana sobre esta zona de la Marca Superior de Al-Ándalus. De hecho, la primera toma de Barbastro, en 1064, se acometió desde tierras ribagorzanas. Solo tras esa fecha cayó Alquézar, que en 1067 ya estaba en manos de Sancho Ramírez; en esa fecha el rey recompensa al abad Banzo, de San Andrés de Fanlo, por haber construido “la torre en Alquézar”, otorgándole la villa de Beranuy y la iglesia de Santa María de Sabiñánigo. Figuran en ese documento como seniores de Alquézar Galindo Galíndez, Fortuño López y Jimeno Sánchez, todos ellos tenentes de distintas plazas en Sobrarbe, lo que hace suponer que la toma de la fortaleza alquezarana se produjo con tropas procedentes de esta zona.
En un documento fechado dos años más tarde, Sancho Ramírez otorga privilegios al lugar y declara que la conquista de tan importante enclave se debió al abad Galindo, nombrado prior de Alquézar y de su iglesia: Et quia acquisivistis castrum Alquezari et tulistis ad sarracenorum. El rey proyectó establecer una canónica en el castillo de Alquézar, al igual que hizo en Loarre, con monjes procedentes del antiguo monasterio de San Juan de Matidero, en Sobrarbe; ya en junio de 1074 figura un abad Sancho, de este cenobio, como abad de Alquézar. Tanto el monasterio de Matidero como el de San Cucufate de Lecina pasaron en esa fecha a ser propiedad de la plaza alquezarense.
Sin embargo, la fortaleza todavía habría de volver fugazmente a manos musulmanas, que retuvieron de nuevo la plaza entre 1075 y 1083, lo que probablemente truncó el proyecto de establecer en Alquézar una canónica. Cuando en 1080 los obispos García de Aragón y Raimundo de Roda acuerdan los límites entre sus respectivas diócesis, adjudican a esta última la zona de la Barbitania, con los castros de Naval, Salinas y Alquézar, confiando en que pasen a manos cristianas in proximo futurum. Lo estaban, en efecto, al año siguiente, cuando figuran como tenentes Galindo y Sancho Galíndez y Pipino Aznárez, también llamado Pipino de Biescas. Dos años después se consigna la realización de obras en la fortaleza, seguramente la construcción de su iglesia y el refuerzo del antiguo bastión islámico, pues habrá de ser ahora importante base para la segunda y definitiva toma de Barbastro. Sancho Ramírez concede en esa fecha, 1083, a Santa María de Alquézar los diezmos del alodio de Atasuer y de Abizanda; y figura de nuevo como abad Galindo, apellidado de Muro, importante personaje de la corte real aragonesa.
1083 es también el año en que el rey de Aragón refrenda la adjudicación de Alquézar a la diócesis de Roda, tal como habían acordado los obispos en 1080, advirtiendo sin embargo al de Jaca, su hermano García, que no pusiera jamás los pies en Alquézar “si no quería perder los ojos de su cabeza”. En el enfrentamiento del monarca con su hermano, el obispo, debió de desempeñar un destacado papel Pipino Aznárez, uno de los tenentes de la fortaleza. Y aunque desde 1086, en que tuvo lugar la reconciliación entre Sancho Ramírez y su hermano, Alquézar tenía que haber pasado al obispado de Jaca, la súbita muerte de García hizo que el traspaso no llegara a producirse nunca.
El hecho de que Alquézar contara con seis tenentes confirma, por otra parte, la importancia estratégica de esta plaza en estas fechas, pues de aquí saldrán los efectivos que protagonizaron la toma de Salinas y Naval, además de la propia Barbastro. En 1085 aparecen como tenentes el ya mencionado Pipino, García Xemenones, Xemeno Galindiz y Belasco, Xemeno y Sancio Garcés, además del abbate domino Galindo y del merino don Vitalis; se trata de un documento que consigna la venta que efectúa el abad García de Boxosa al obispo de Roda, de unas casas cum omnibus que accepi in populatione in Alchecar sub iussione domini Sancii regis; esta posesión le será confirmada al obispo por el monarca en 1092, junto con muchas otras propiedades, otorgándole libertad de plantar y de comprar o recibir donaciones el castro de Alchezar. En el mismo año, Ramón de Roda entregará este alodio alquezarano a la sede rotense como parte de la dotación de la canónica. Y es asimismo en esa fecha cuando Sancho Ramírez se refiere a la iglesia de Alquézar como capelle nostre, es decir, como capilla real, condición que seguirá ostentando en lo sucesivo. Las obras avanzaban a buen ritmo, de forma que la consagración de esta iglesia tuvo lugar en 1099, ocasión en la que Pedro I muestra su munificencia con Alquézar otorgándole numerosas localidades somontanas y de la tierra llana (entre ellas Abiego, Lascellas, Azara, Ponzano, Salas, Salinas, Adahuesca o Estada), además de las salinas de Naval, San Juan de Matidero y la iglesia del Santo Sepulcro de Barbastro, ubicada en la zuda musulmana, es de suponer que previendo su próxima conquista. Al otorgarle el castillo y términos de Huerta de Vero se hace constar la ocasión: in die qua consecrata est ecclesia eidem beatisime Dei Genitrici Marie que fundata est in castello Alquezar. Poco después, en 1113, el obispo Ramón de Barbastro-Roda consagrará en esta iglesia un altar dedicado a San Juan Bautista.
Paralelamente se fue produciendo la repoblación de los contornos, como consta por la concesión de una carta puebla a Lecina por el abad Galindo en 1093, acto que se consigna “en la sala capitular de la iglesia de Santa María de Alquézar”. Previamente Sancho Ramírez, en 1092, había delimitado los términos de Lecina, reconociendo que había sido entregada a la capilla real de este castillo y a su abad, dilecto nostro capellano Galindo. El sucesor de este monarca, Pedro I, otorgará en 1115 franqueza e ingenuidad a los pobladores actuales y futuros del burgo novo de Alchezar, esto es, de la parte de la villa que se estaba formando fuera del recinto del castillo y que acabará por conformar el pueblo actual, en detrimento del castro, que irá progresivamente vaciándose de casas hasta quedar habitado exclusivamente por los clérigos y sus servidores. Se les concedió derecho a celebrar mercado cada quince días, lo que benefició enormemente al desarrollo y prosperidad de la villa.
Tras la conquista de Barbastro, en 1101, Alquézar recibe de nuevo cuantiosas donaciones por Pedro I, algunas tan importantes como el priorato de San Juan de Monzón y sus bienes, la población de Alcubierre, el pórtico de la zuda de Barbastro y diversos pueblos, diezmos, iglesias y heredades; manda asimismo que nadie pueda vender ni empeñar bienes de la iglesia de Alquézar, ni tampoco “hacer violencia” en ella. Permite que sus ganados puedan pastar por todo el reino y, en definitiva, que el lugar no esté sujeto a ninguna autoridad, ni episcopal ni real.
Tanto Alfonso I como Ramiro II confirmarán las donaciones y libertades otorgadas a Alquézar por sus antecesores, y el hijo de Pipino, Barbatorta, que sucederá a su padre en la tenencia, acreció los privilegios de su iglesia con la concesión en 1133 de cuanto poseía en Azara, disponiendo el pago de décimas y primicias de sus pobladores a Alquézar.
Cuando todavía se disputaba la adscripción de Alquézar al obispado de Roda-Barbastro o al de Huesca, pues Ramiro II había confirmado en 1137 su pertenencia al primero de ellos y el papa Eugenio III, por el contrario, había resuelto en 1145 a favor del segundo, Ramón Berenguer IV, sucesor del rey Monje, decidió adjudicarla con todos sus bienes al obispado de Tortosa, restablecido tras la conquista de esta plaza en 1148. Casi cien años permaneció Alquézar vinculada a tan lejana y ajena sede episcopal, cuyos obispos no olvidaban añadir a su primer título el de prior de esta iglesia que seguía siendo capilla real; así figura en todos los documentos conservados desde 1156, en que el obispo Gaufredo comienza a disponer de los bienes de este priorato arrendando la iglesia del Santo Sepulcro de Barbastro a cambio de determinados tributos. El castillo permaneció en manos de tenentes, entre los que destaca Pelegrino de Castellazol, que lo fue durante el último tercio del siglo XII.
Fueron años de restricciones y estrecheces para los clérigos alquezaranos, cuyas rentas serán administradas a beneficio de la sede tortosina, pues, privada aún de su antigua jurisdicción, para ella las rentas de Alquézar fueron su principal sostén. Sin embargo, es en este periodo cuando, habiéndose asignado a los clérigos algunas rentas de libre disposición sin licencia episcopal, se inician obras de reedificación de las casas y celdas de los canónigos: en 1223 se nombran administradores específicos para ello, y en 1259 se nombran las obras de construcción de los dormitorios. Para esta fecha ya había pasado Alquézar a depender de la diócesis de Huesca, lo que se produce mediante sentencia arbitral de junio de 1242.
Durante el reinado de Jaime I comenzaron las pignoraciones de Alquézar en beneficio de distintos nobles que auxiliaron económicamente a la monarquía aragonesa. En 1233 se entregan a Arnaldo de Foces los castillos y villas de Alquézar, Bespén, Tramacet y Olsón, que a la muerte del beneficiario deberían volver a la Corona. También Jaime I intervino en 1245 en los pleitos que enfrentaban a los habitadores del castro y del burgo nuevo de Alquézar, equiparándolos con un único fuero, el entregado por Sancho Ramírez; e incluso amplió sus privilegios en 1263, declarándolos salvos y seguros en cualquier lugar de los dominios del rey.
De nuevo en 1286 fue enajenado en favor de Pedro de Cervera, que se hará cargo del castillo de Alquézar en calidad de alcayde, aunque por pocos años, pues a finales del siglo xiii el lugar consta de nuevo como de realengo. Una vez más será entregado a un noble, Pedro Jordán de Urriés, en 1357, y de nuevo en 1372, cuando Pedro IV lo entrega a Gonzalo González a cambio de Ricla. Violante de Urrea vendió en marzo de 1380 el castillo, villa y aldeas de Alquézar a este último monarca, y sus sucesores todavía volvieron a empeñarlos a Gonzalo González en el primer cuarto del siglo xv, siendo rescatada su propiedad para la Corona definitivamente en 1429. Seguía siendo de realengo en 1610. 

Claustro de la Colegiata de Santa María
Se ha escrito que la iglesia actual de Santa María de Alquézar, a los pies del castillo, fue realizada en el segundo cuarto del siglo XVI por Juan de Segura, a iniciativa del concejo de la villa, y reformada en el siglo XVII. Antes que ella hubo un templo románico consagrado en 1099 del que no quedan apenas vestigios, excepción hecha de su muro sur, que da al claustro y fue aprovechado en la obra nueva, reformando la primitiva portada. Ese templo tuvo como titular a Santa María y altares a San Bartolomé, San Nicolás y San Juan Bautista, cuya capilla consagró en 1113 el obispo de Roda.



Planta del conjunto 

De todo el conjunto arquitectónico destaca el claustro, una de las últimas obras del románico en Aragón, al que se ha situado a principios del siglo XII, aunque Lacoste opine que debe ser situado en las primeras décadas del siglo XIII, apoyándose en estudios comparados con la iconografía peninsular y con claras referencias al mundo navarro.

Planta del claustro 

Es evidente que esta iglesia fue consagrada por Pedro I en 1099. Este dato no permite suponer que el edificio estuviera concluido, antes bien nos hace intuir que se completaría su conexión con el espacio religioso en los años inmediatos al 1100, puesto que el obispo san Ramón está consagrando altares en 1113, cuando Alquézar vive un auge económico importante como consecuencia de la carta puebla de Alfonso el Batallador. Es por ello, que Durán considera que es éste el momento en el que se construyó el atrio de la iglesia, actualmente convertido en galería norte, con cuatro arcadas descansando sobre seis capiteles esculpidos torpemente, pero llenos de ingenuidad en sus representaciones figurativas.
Esta galería norte, profundamente alterada (en un proceso que incluso llegó a ubicar un ábaco como basa), dejó de tener función de porche muy pronto, puesto que en el siglo XIII sabemos que hay personas que se entierran en el claustro.
Muy pronto, el pequeño recinto claustral presentará un estado de ruina que, en 1313, se explica “a causa su antigüedad” y que provoca que el propio obispo de Huesca conceda indulgencias para reedificarlo, como “obra suntuosa”, pues debe albergar la milagrosa imagen del Crucificado. En este momento, comenzando el siglo XIV, se añaden las tres crujías en arcos de medio punto sostenidos por pares de columnas, que apoyaron los espacios renacentistas, del siglo XVI, que hoy alberga el Museo Colegial.
Este claustro encierra “interés excepcional de la iconografía”, destacando las interpretaciones de la Jerusalén celestial y la de la Trinidad –un hombre con tres cabezas y una figura horizontal– que unos explican como parte de la Asunción de la Virgen y otros como motor de la Creación del primer hombre. Como conclusión, cuando se hace el claustro de Alquézar, la escultura denota un cierto empobrecimiento en su calidad y un cierto populismo en su ejecución, aunque es interesante el planteamiento iconográfico de este conjunto que respira arcaísmo y que para algunos trascribe cierto conocimiento de ese esquematismo y de ese modo peculiar de hacer los ojos que definió el estilo pinatense.

Originalmente la galería norte estaba formada por dos parejas de arcos de medio punto con un machón central, pero para instalar un sepulcro se replanteó la arquería desplazando las columnas y construyendo dos arcos desiguales. La iconografía de los capiteles responde principalmente a temas del Antiguo Testamento. En la Edad Moderna se añadió un piso de ladrillo abierto con ventanales típicos de galerías aragonesas.


El primer capitel (el más oriental) representa, en la parte superior el Sacrificio de Isaac cuando el Ángel detiene la acción y le ofrece un cordero para sacrificar, y en la parte inferior un personaje asando un “becerro cebado” simbolizando un pasaje de la parábola del hijo pródigo. En un costado se representa a Sara preparando unas viandas bajo una palmera. En el otro costado figuran tres peregrinos que acompañan a Isaac.

El segundo capitel representa la ceremonia de consagración del templo en 1099, y aparece el Obispo San Ramón de Roda, distinguido con su báculo y ropas ceremoniales, en actitud de bendecir junto a otros oficiantes y testigos.

El tercer capitel, adosado al machón central, representa la Creación de Adán en el interior de una mandorla sostenida por dos ángeles. En la parte superior se representa la Trinidad mediante tres cabezas. Conserva parcialmente la policromía, y es el capitel más conocido.

El cuarto capitel, después del machón central, recrea el Diluvio Universal, representado como un barco de tres niveles, en el inferior se acomodan las parejas de cuadrúpedos, en el central la familia de Noé, y en el superior las parejas de aves.

El quinto capitel presenta en sus cuatro caras episodios del Génesis: la Tentación y Pecado Original de Adán y Eva, la Expulsión del Paraíso y la historia de Caín y Abel.

El sexto capitel, el más occidental, figura el Banquete de Herodes y la Muerte de S. Juan Bautista, con los comensales en torno a la mesa contemplando a Salomé bailando (parte inferior del capitel), y en un lateral a Bautista reprochando a Herodes y en el otro a Herodes con la cabeza de S. Juan una vez decapitado. 

Las pinturas murales góticas de los siglos XV y XVI que lucen en los muros interiores del claustro son de gran interés, y se conservan en bastante buen estado. Se sitúan en dos niveles y representan escenas de la Infancia y Pasión de Cristo.
 




Románico en las comarcas del Cinca
El Cinca Medio es una comarca aragonesa que está, como indica su propio nombre, situada en el curso medio del Cinca. Su capital es Monzón. Limita al Noroeste con el Somontano de Barbastro, al Este con La Litera y al Sur con el Bajo Cinca y los Monegros. Se podría decir que es la comarca que tiene una mayor densidad de población, con más de 40 habitantes por km cuadrados, que viven de la agricultura y, sobre todo, de la industria.
La historia del territorio está profundamente vinculada a las consecuencias que tiene el testamento de Alfonso I el Batallador, dejando a las órdenes militares y a la Iglesia la posesión del reino de Aragón. La complejidad del testamento salta cuando muere el rey, en septiembre de 1134, y los herederos plantean hacerse con el reino, momento en el que la nobleza aragonesa y las ciudades –lideradas por la capital de Jaca– deciden incumplir el mandato testamentario y coronar rey al último hijo de Sancho Ramírez, al monje Ramiro que pasará a reinar como Ramiro II.
La llegada del hermano del difunto Alfonso al trono, permite frenar la entrega del reino a estructuras eclesiásticas aunque es evidente que obligaba a abrir una importante negociación que pusiera fin al contencioso. En este momento, la Iglesia está reforzada tras los procesos de cambio que ha puesto en marcha el papado y está dispuesta a no renunciar a la herencia. Junto a ella, los templarios y los sanjuanistas están poniendo en marcha un nuevo modo de entender la vida religiosa, conciliándola con una sociedad guerrera y con unos tiempos en los que era imprescindible luchar para conquistar las tierras en manos de los llamados infieles, aquellos que no profesaban la religión cristiana. Ese nuevo modo de entender la vida partía de la definición de un soldado, mitad guerrero y mitad monje, que resultaba muy cercano a las gentes que veían en él un apoyo y un aliado para librarle de la amenaza musulmana que todavía tenían los pobladores de la zona centro de Aragón.
Reafirmando su vocación religiosa, aportando a la sociedad un nuevo espíritu cristiano mucho más moderno y útil, estos monjes-soldados van a verse obligados, por las circunstancias del momento a hacerse cargo de la conquista y organización territorial del valle medio del Cinca. En concreto, cuando el reino aragonés quiera resarcirles de lo que no han recibido del testamento de Alfonso I el Batallador les abrirán las puertas de esta zona.
Los primeros que llegan a estas tierras son los templarios, cuando el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, en nombre de su esposa la reina Petronila de Aragón, los convoca a una reunión a celebrar en la ciudad de Gerona en el año 1143. Concluyendo ese año, el conde les plantea la renuncia al testamento y los templarios aceptan, conscientes de que esa decisión es la más rentable para sus intereses. Así, el maestre Roberto de Craón renuncia a la herencia a cambio de recibir posesiones en Monzón, Mongay, Chalamera, Remolíns y Corbíns.
Este es el momento en el que el castillo de Monzón se convierte en la sede oficial de la orden templaria en la corona de Aragón. Además, el castillo se convirtió en la sede de una amplia encomienda que controló rentas y tierras, que puso en marcha lo que Castillón Cortada llama “un apostolado militar, agrícola y cultural”. La importancia de este establecimiento templario lo demuestra el hecho de que el propio rey Jaime I sea llevado a Monzón y educado por los templarios, entre agosto de 1213 y junio de 1217.
Como era obligado, el castillo fue ampliado, reformado y transformado en una fortaleza conventual que respondía a los modos de construir de ese espíritu cisterciense, austero y básico, que muestran los canteros del siglo xiii. Construyen poblados y levantan pequeñas iglesias en ese románico tardío que se generaliza en la segunda mitad del siglo xii, al mismo tiempo que organizan la repoblación con base en las almunias que se establecen en lugares como Binéfar, Binaced o Pitilla, en el año 1169. Es el momento en el que se organizan los riegos, con las acequias que se sacan del Cinca en esos mismos años, como por ejemplo la que se construye en Conchel en 1160. Acequias que se acompañan de la obra de todo tipo de edificios necesarios para controlar el agua y para usar el agua como motor de transformación de productos agrícolas.
Pero, en los inicios del siglo XIV la orden sufre el asalto de algunos reyes –liderados por el francés– que quieren librarse de estos poderosos señores y que deciden unirse al papa para provocar uno de los episodios más absurdos e injustos de la historia eclesiástica medieval: la acusación de herejía a los templarios. El castillo de Monzón se rinde en 1309, ya desaparecida la orden militar concluye la presencia de los templarios que fueron claves para la implantación del románico en esta zona.
Su espacio lo ocupa otra orden, la hospitalaria de San Juan de Jerusalén, que estaba esperando este momento para hacerse con los dominios de los templarios. Habían llegado a las tierras del Cinca, en concreto a Monzón, en el año 1148 y se convirtieron en los nuevos gestores de la situación en 1317. En ese momento la corona aragonesa estructura la encomienda hospitalaria de Monzón que, un siglo después, en 1414 se verá dividida en tres encomiendas para quitarles poder y limitar sus rentas, aunque la situación económica del momento aconsejaba hacerlo para que pudieran gestionar mejor los recursos. Serán las encomiendas de Monzón, la de Chalamera-Belver y la de Calavera-Valonga. 

Monzón
Monzón, cabecera de comarca del Cinca Medio, se sitúa en la zona oriental de la provincia. La ciudad actual ocupa ambas orillas del río Sosa junto a su desembocadura en el Cinca, aunque la ubicación original de la villa se situaba en la margen izquierda al pie del cerro sobre el que se asienta su célebre castillo. Se encuentra a 67 km de Huesca por la Autovía A-22.
Durante la hegemonía musulmana Monzón fue un importante centro estratégico disputado por los gobernantes de Huesca, Barbastro y Lérida. Posteriormente, en la reconquista, fue escenario de batallas entre musulmanes y cristianos. En 1089 fue tomado por Sancho Ramírez y su hijo el futuro Pedro I, aunque es posible que esta conquista estuviera precedida por otras tomas o intentos de toma de la ciudad, ya que en 1086 el infante ya se intitulaba rey de Sobrarbe, Ribagorza y Monzón. El monarca y su hijo ubicaron en Monzón su cuartel general y en 1092 se establecieron los términos de la ciudad. En época de Alfonso I el Batallador Monzón se perdió en varias ocasiones para ser definitivamente conquistado en 1141 por Ramón Berenguer IV.
Tras la conquista de 1089 Sancho Ramírez y el infante-rey Pedro nombraron a dos tenentes, Jimeno Garcés e Íñigo Sanz Menaia, que fueron señores del castillo desde 1089 hasta 1104. Según diversas fuentes ostentaron también dicho cargo el abad Galindo entre 1089 y 1099, el infante Ramiro de Navarra entre 1106 y 1116, Tizón entre 1112 y 1113 y entre 1116 y 1124, el futuro rey navarro García Ramírez entre 1124 y 1134, Pedro Abarca en 1134, Miguel Azlor en 1135, Pedro de Estopiñán entre 1137 y 1143 y García Ramirez y Ramón Berenguer IV en 1143.
Alfonso I había dispuesto en su testamento que las órdenes militares heredaran el reino de Aragón. Sin embargo, fue su hermano Ramiro II el Monje quién subió al trono tras su muerte en 1134. En 1137 Ramiro II casó a su hija Petronila con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, quien se hizo cargo del gobierno como príncipe de Aragón. Éste entregó varias posesiones al Temple en 1143, entre ellas Monzón, como compensación por el incumplimiento del testamento de Alfonso I.
A partir de entonces, y durante todo el siglo xiii, Monzón se convierte en el centro neurálgico de la Orden del Temple en la Corona de Aragón. En Monzón se realizaban los capítulos, las profesiones religiosas y se tomaban las decisiones. Los monjes soldados estuvieron a la cabeza en las campañas aragoneses de la reconquista y como pago por sus servicios militares obtuvieron villas y castillos en lugares estratégicos. Además se les recompensó con la posesión de hospitales, albergues, despoblados y puertos de montaña para atender a pobres y peregrinos. Construyeron iglesias, acequias, molinos, caminos y gozaron de gran prestigio entre la población. La orden dependía directamente del papa, por lo que escapaba a la jurisdicción episcopal y señorial.
Pedro de Rovera fue el primer templario al frente de la encomienda de Monzón. En 1163 el comendador era Raimundo de Cubels, en 1199 Guillén de Peralta, en 1204 Poncio de Marescalc, en 1210 Guillén de Cadell, en 1214 Ramón de Berenguer, en 1216 Bernardo Sa Aguilella, en 1226 Arquimbaldo de Sama, en 1232 Raimundo de Serra, en 1240 Pedro Jimeno, en 1244 Dalmacio de Fenollar, en 1248 Bernardo de Huesca, en 1255 Bernardo de Altarriba, en 1260 Pedro de Queralt, en 1263 Guillén de Ager y Guillén de Montgroí, en 1269 Guillén de Miravet, en 1272 Dalmacio de Serra, entre 1279 y 1289 Arnaldo de Timor, en 1300 Raimundo de Falces y en 1304 Berenguer de Belvís.
En 1158 ya se citaban algunas iglesias como dependientes de Monzón como Chalamera o Ballobar y en 1192 quedaba delimitada la encomienda con sus veintiocho iglesias en Monzón, Crespán, Cofita, Ariéstolas, Castejón Ceboller, Pomar, Estiche, Santa Lecina, Larroya, Castelflorite, Alcolea, Castaillén, Sena, Sigena, Ontiñena, Torre de Cornelios, Chalamera, Ballobar, Ficena, Calavera, Casasanovas, Valcarca, Ripol, Alfántega, San Esteban de Litera, Almunia de San Juan, Binahut, Morilla y Monesma.
Monzón y su castillo permanecerían en poder de los templarios hasta los últimos días de la orden en 1309, cuando capitularon los últimos monjes tras el asedio de las tropas de Jaime II bajo las órdenes de Artal de Luna.
La población montisonense estaba fuertemente islamizada; no obstante durante el dominio islámico existió un grupo de cristianos mozárabes que practicaban su culto, bajo pago monetario, en tres templos de tradición visigoda: Santa María, San Esteban y San Juan. Tras la conquista de 1089 Sancho Ramírez fundó de nuevo las iglesias de Santa María y San Juan, firmando los obispos a partir de entonces como obispos de Roda y Monzón y reservándose el monarca San Juan como capilla real. La población siguió siendo eminentemente musulmana aunque la villa fue ocupada paulatinamente por repobladores cristinos que acudieron de Pamplona, Aragón, Sobrarbe, Ribagorza y Pallars especialmente tras la conquista definitiva del valle a mediados del siglo XII. 

Castillo
El castillo de Monzón, Bien de Interés Cultural, se erige sobre un cerro a orillas del Sosa que domina la ciudad y todo el valle. Su origen hay que buscarlo en la existencia de una fortificación o castro prerromano sobre el que se edificaron diferentes estancias en época musulmana aprovechando, según algunos autores, edificios visigodos. A partir de la segunda mitad del siglo XII, con la llegada de los templarios, se acometió una importante reforma que dio como resultado una gran fortaleza-convento adaptada a las necesidades de su regla.

Posteriormente, tras la caída de la Orden del Temple y su paso a manos hospitalarias, el castillo y sus estancias entraron en franca decadencia, llegándose incluso a desmontar y trasladar a la ciudad uno de sus templos, el de San Juan, por hallarse en un lugar de difícil acceso. Ya en los siglos XVII y XVIII se amplió la fortificación para adaptarla a las nuevas exigencias bélicas. Su aspecto exterior es moderno, con sólidas murallas de ladrillo, cuerpos de guardia y acceso mediante una larga rampa en zig-zag.
Dentro del recinto amurallado, de planta aproximadamente triangular, se conservan cinco edificios de época medieval: la torre del homenaje, la torre de la cárcel o “de Jaime I”, el edificio de las dependencias o dormitorios, la sala capitular, también llamada “de los caballeros o refectorio”, y la capilla de San Nicolás. Además, en la ladera sur del cerro sobre el que se eleva el castillo, perviven los restos de la iglesia de San Juan. Esta fortificación se incluye dentro de la tipología de castillos de planta irregular dispersa, un modelo muy utilizado en otras fortalezas pertenecientes a órdenes militares, como el castillo hospitalario del Krak de los Caballeros en Siria.

Torre del homenaje 

La torre del homenaje se eleva exenta en el centro del recinto amurallado. Es un edificio de planta cuadrada de aparejo formado por lienzos de cantos rodados dispuestos en opus spicatum delimitados por encintados y esquinas de sillería. El aspecto que presenta actualmente es fruto de una restauración que ha recrecido el edificio hasta la altura que debió tener en origen, incluyendo una ventana geminada en el muro sureste cuya existencia sólo se conocía gracias a las fuentes documentales. El acceso se realiza por el muro suroeste a través de un vano en arco de medio punto al nivel del suelo, aunque en origen la entrada se situaría en alto como medida defensiva. La iluminación, además de la citada ventana, se realiza a través de vanos en arco de medio punto en los muros noroeste y sureste y dos pares de aspilleras rematadas en arquillos de medio punto en los muros noreste y suroeste.
Interiormente el edificio cuenta con cuatro plantas más la galería superior.
Castillón ubica esta torre en época musulmana, en torno al siglo IX, aunque la mayoría de los investigadores retrasan su cronología hasta finales del siglo xi o la primera mitad del XII, en época cristiana, pero antes de la llegada de los templarios a Monzón. Esta tesis se ve reforzada por la existencia de la técnica del opus spicatum, utilizada también en otros edificios románicos de la zona, como la colegiata de Santa María del Romeral, en el mismo Monzón.
Los otros cuatro edificios que se conservan dentro del castillo fueron construidos por los templarios como parte de su fortaleza-convento. Son construcciones de aspecto austero realizadas en piedra sillar perfectamente trabajada, aunque en la actualidad presentan estados de conservación muy diferentes. Poseen multitud de marcas de cantero, algunas de las cuales se pueden observar en otras iglesias pertenecientes a la encomienda de Monzón. Por la sobriedad de su edificación y sus similitudes con otros ejemplos templarios de la zona, se pueden datar entorno a la segunda mitad del siglo XII y principios del XIII.

El edificio de las cárceles de la encomienda, o “torre de Jaime I”, llamado así por creerse que fue el aposento del joven Jaime I durante su estancia en el castillo, se encuentra junto al acceso a la fortaleza, en el ángulo sureste. Se trata de una torre de planta trapezoidal, de dos alturas con gruesos muros de sillar intervenidos posteriormente con ladrillo. A la planta baja se accede por medio de un cuerpo de guardia anejo y posee un vano en aspillera en el muro sureste. La planta alta contaría, a su vez, con otras dos alturas separadas por un suelo de madera, acceso adintelado y una serie de hornacinas adinteladas y de medio punto, así como un vano de medio punto abocinado en el interior en el muro suroeste y un gran vano de arco rebajado en el muro noroeste que, en origen, podría haber sido otro acceso. La estancia se cubre con bóveda de cañón.
El módulo de las dependencias o dormitorios se alza en el lado sur del recinto amurallado. Se trata de una construcción de planta rectangular dividida en dos estancias mediante un muro interior y cubierta por un tejado inclinado actual. Los orificios que presenta, a media altura, en todo el perímetro de su planta evidencian que estuvo dividido en dos alturas. En el exterior, el edificio presenta un aspecto bastante desvirtuado con respecto al que debió tener en origen. Sus muros de hiladas de sillares regulares y bien escuadrados presentan erosiones y han sido remozados en algunas zonas utilizando el ladrillo. En el muro este se conserva un sillar decorado con un escudo en relieve. La fachada norte presenta tres accesos en la planta baja, dos en arco de medio punto y uno central adintelado, y tres vanos en la planta alta, dos de medio punto que pudieron servir de acceso a una terraza o balcón y otro más pequeño y adintelado en la zona central.

Fachada del torreón de los dormitorios.

Interior del torreón de los dormitorios 

La fachada sur, que hunde sus cimientos en la profundidad del cerro, presenta dos grandes vanos adintelados en la planta baja, uno en cada estancia y otros dos más pequeños sobre ellos. En el muro este se disponen un vano adintelado y el hueco de una chimenea.
Interiormente, el edificio cuenta con un grueso muro que sirve de separación entre las dos estancias, comunicadas por medio de un gran vano adintelado del que parte una escalera hacia una estancia inferior, probablemente una despensa. Dicha estancia se comunica con el exterior del castillo por medio de una serie de galerías subterráneas.
La sala capitular o refectorio se sitúa en la zona noroeste, en paralelo a la torre del homenaje y unida a ella por medio de un arco en la parte superior que sirvió como canalización de agua hacia un aljibe. Se trata de una gran sala de planta rectangular cubierta por bóveda de cañón apuntado. Exteriormente, su fábrica tiene un aspecto desigual, fruto de las diversas intervenciones sufridas a lo largo de la dilatada historia del castillo. De su primitiva fábrica de sillar apenas quedan testimonios entre los remozados de ladrillo y las restauraciones que han sustituido la mayoría de los sillares por piezas modernas. El acceso se realiza por la fachada sureste mediante un vano en arco de medio punto en el extremo derecho. En esta fachada se abren también dos ventanas en arco de medio punto con arquivolta interior sostenida por sendas columnillas, una hornacina cubierta por bóveda de cañón con un aljibe y un óculo de iluminación en el extremo izquierdo del muro. En la fachada opuesta, la noroeste, se abren cinco vanos en arcos de medio punto abocinados al interior y se aprecia un acceso en arco de medio punto tapiado bajo un gran arco apuntado.

Salón capitular


El muro suroeste cuenta con un cuerpo prismático adosado que se comunica con la techumbre por medio de un hueco en la bóveda y posee un vano adintelado en la parte superior. Este cuerpo prismático hace que la ventana en arco de medio punto que se abre en la parte superior del muro parezca descentrada al interior, pero no al exterior. Interiormente se conserva un sillar decorado con relieves geométricos y vegetales. En la fachada opuesta, la noreste, se disponen un óculo de iluminación en la parte superior y un vano adintelado que da acceso a la techumbre por el exterior, donde existe además una pequeña hornacina en la parte baja del muro.
La iglesia o capilla de San Nicolás se encuentra orientada al Este con su ábside poligonal como un torreón más de la muralla. Se trata de un sobrio edificio de nave única cubierta con bóveda de cañón apuntado características que, al igual que en la sala capitular, recuerdan a la arquitectura del Císter tomada por las órdenes militares. No obstante, dentro de su sobriedad, es el único edificio del conjunto que presenta decoración esculpida. En la actualidad la fábrica de piedra sillar de arenisca se halla muy deteriorada por efecto de la erosión. El acceso se realiza por el muro oeste mediante un vano en arco de medio punto apoyado sobre impostas y rematado por un guardapolvo moldurado. Las dovelas presentan molduras en bocel y media caña imitando una sucesión de arquivoltas enmarcadas por una última rosca de dovelas en muy mal estado que pudieron tener decoración en bajorrelieve, salvo la central que presenta un crismón. A ambos lados de la portada se disponen dos pequeños vanos; sobre ella otro más grande y sobre éste otro pequeño, todos en arco de medio punto y el último reconstruido en su parte superior con ladrillos y cegado.

Iglesia del castillo 

En la fachada sur se abren otros dos vanos en arco de medio punto, uno cegado en la parte inferior, que fue en origen un acceso lateral y otro muy deteriorado en la parte superior.
El arco del acceso lateral está compuesto por grandes dovelas con decoración geométrica en bajorrelieve, en la que se ha querido ver la reutilización de material visigótico, aunque las nuevas tesis apuntan a una cronología coetánea al resto del conjunto. El arco del vano superior muestra decoración cairelada y conserva un capitel con motivos geométricos en relieve y collarino sogueado. La fachada norte posee un acceso en arco rebajado y dos pequeños vanos que coinciden con un tramo de escalera intramural que da acceso a la cubierta. En los tres paños del ábside-torreón poligonal se abren tres ventanas en arco de medio punto escalonado.

Templo templario - Ábside y boveda interior 

En el interior, el templo presenta un aspecto sobrio, con la nave cubierta por bóveda de cañón apuntado sobre línea de imposta y la cabecera semicircular en su interior, cubierta por una bóveda de cuarto de esfera. El ábside muestra sus tres ventanas abocinadas al interior, la central escalonada, sendas aberturas a modo de hornacinas adinteladas en los extremos y una cripta que da paso a las galerías subterráneas que comunican con el exterior del castillo. La escalera intramural tiene acceso en arco de medio punto desde el interior en el muro norte. La ventana del muro sur presenta al interior arco de medio punto sostenido por sendas columnillas con capiteles tallados con motivos geométricos similares a los de las dovelas, de inspiración visigótica y collarinos sogueados. En el interior, la portada está flanqueada por sendos modillones de rollos decorados con cabezas de animales, el de la izquierda representa un macho cabrío y el de la derecha un cánido con las fauces abiertas. Sobre la portada principal, la ventana en arco de medio punto, sostenido por columnillas, presenta capiteles tallados con motivos geométricos estilizados.
El castillo de Monzón ha sufrido multitud de intervenciones a lo largo de su dilatada historia por lo que su cronología es difícil de determinar en algunos casos concretos, como sucede en la torre del homenaje. Sin embargo tanto ésta como los cuatro edificios de época templaria conservados dentro del recinto amurallado y los restos de la iglesia de San Juan, constituyen un valioso testimonio del estilo románico de la comarca del Cinca Medio. Durante los siglos XII y XIII los templarios desarrollaron aquí un estilo constructivo de transición al gótico que fue copiado y sirvió de inspiración para otras construcciones que podemos visitar en la zona. 


Concatedral de Santa María del Romeral
Santa María del Romeral se alza sobre la zona más elevada de Monzón, compartiendo la vista privilegiada del castillo que se erigiera sobre la cota más alta, y ocupando el que fuera el punto neurálgico de la antigua población. Francisco Castillón Cortada propone una ubicación superpuesta al emplazamiento de la que fuera mezquita mayor. La reconquista de la ciudad en 1089 pudo llevar aparejada la intención de poner término a la enraizada musulmanización y con ello, imponerse la restauración eclesiástica. La restitución de la realidad cristiana repercutiría sobre los usos y costumbres arabizados sobre todo en lo referente al culto religioso y, por tanto, a la arquitectura. Siendo así, el levantamiento de la fábrica románica sobre los cimientos de una anterior construcción islámica pudo manifestar el matiz simbólico de la Reconquista. A pesar de que ninguno de los restos presentes lo avala, cabe la posibilidad que compartieran mezquita e iglesia un mismo suelo, como sucedería según la pauta consuetudinaria por la que se cristianizarían la cercana San Esteban u otras como la catedral de Huesca, la Seu Vella de Lérida o San Pedro de Fraga.
Aunque la colegiata mantiene muchas partes de filiación románica, la estructura original se ha ido desdibujando con aditamentos de naturaleza gótica, barroca y mudéjar. Independientemente, se trata de un templo de planta de cruz latina con tres naves paralelas, crucero y triple cabecera.
El perímetro exterior de la basílica aparece hoy envuelto por los añadidos de gusto posterior que impiden aislar la composición primera de su alzado, pero no así su constitución paramental. Ésta puede inferirse a partir de la observación de los muros absidales, compuestos a partir de sillares bien tallados y escuadrados, que asientan sobre basamento tejido con cantos de río dispuestos en opus spicatum y acotados con cadenas de sillares; técnica análoga a la empleada en la torre del homenaje del castillo de Monzón y en la ermita de la Magdalena de Cofita. Los paños en que la piedra sufrió excesivamente el efecto de la erosión fueron remozados con un recubrimiento de ladrillo.
La cabecera se manifiesta externamente con la apariencia resultante de la última restauración, llevada a cabo en 1997 y ejecutada por la Escuela Taller “Mariano de Pano”, aunque ya se produjo un importante cambio al sustituirse en el siglo XVI el ábside lateral norte por otro de planta hexagonal y factura gótica. Permanecen, en cambio, el central y el lateral sur, ambos de planta semicircular y de fábrica románica. Se abrían en el ábside mayor tres vanos con disposición radial hacia el altar, estando solapado el derecho por el hemiciclo poligonal y restando visibles solamente el izquierdo y el central. Su hechura es idéntica al del ventanal que ilumina el semicilindro meridional, de medio punto con arquivolta abocinada, siendo el último de menores dimensiones. Tres ventanas más de doble derrame centran cada una de las caras exteriores del hexágono.

Cabecera 

Muro sur 

Desde el exterior, el muro septentrional se antoja sensiblemente transformado. Contraviniendo el uso medieval de colocar el acceso al amparo de un ambiente soleado, el ingreso principal se aloja en posición céntrica, que se corresponde con una portada porticada añadida en 1689. Se accede a ella a través de una escalinata que desemboca en un arco de medio punto enmarcado por pilastras adosadas de orden toscano, abriéndose inmediatamente después la puerta, también de medio punto con sillares recorridos por un friso trabajado en motivos de hojas cordadas. Dos grandes óculos iluminan el interior de la capilla agregada a la altura del tercer tramo, mientras que el crucero, que apenas sobresale en planta, recibe luz a través de un gran ventanal abierto en arco de medio punto abocinado bajo arquivoltas en degradación, apeando la interior sobre columnas coronadas por capiteles. Éstos se decoran mediante bolas inscritas entre hojas cuneadas, con el ábaco ornado con nudos para la banda izquierda y rosetas inscritas en roleos en la derecha.
El hastial occidental fue completamente modificado entre los siglos XV y XVIII con el añadido de una serie de capillas a los pies, lo que supuso una prolongación de las naves. El nártex se perdió tras ser declarado el templo colegial y con ello, el espacio se habilitó para coro canonical. Todavía hoy es apreciable al exterior la sección de una arcada apuntada que circunda un gran óculo en el lienzo central del muro.

El claustro se emplazó en el flanco sur del edificio hasta su demolición en la guerra de 1642, provocada por la sublevación de Cataluña. Ocupaba una vasta superficie a juzgar por el solar de su ubicación, comunicando con el espacio interior del templo a través de una puerta abierta en el muro de Mediodía, que actualmente aparece tabicada. Según se recoge en las noticias compendiadas por el prior D. Pedro Vicente Pilzano, en una de las alas se hallaban la Curia, la Escuela Parroquial y el Archivo del Vicariato General. Ciertamente, el claustro debió poseer cierta entidad al compararlo Mariano de Pano con el de San Pedro el Viejo de Huesca, si bien, el historiador montisonense no contaba, ya por entonces, con una confirmación visual que lo refrendase. Es cierto que sirvió de escenario, durante la celebración de las Cortes en la ciudad, para la reunión de algún brazo de dichas asambleas. Con todo, no restan vestigios de su presencia más allá de una crujía delimitada por arcadas cegadas de perfil apuntado. Sobre dos de las dovelas se hacen visibles algunas marcas de cantería.
Las reformas practicadas en el interior a principios del siglo XVII, enluciendo las paredes, y la rehabilitación de las fachadas exteriores supusieron la supresión de la mayoría de signos lapidarios que albergaba el templo, hasta que en 1964 lamentablemente se vuelve a repicar la obra. Por ello, la existencia de las marcas mencionadas adquiere especial notabilidad. Las más significativas consisten en cuatro cruces punteadas, a las que acompaña un signo semicircular radiado muy deteriorado. La última comprende una a mayúscula perfectamente definida. El resto de dovelas se labran en relieve con pequeños motivos zoomorfos, pese a que en general, la decoración escultórica resulta poco discernible a causa de la erosión. Sin menoscabo de ello, el trazo de los animalillos recuerda a los presentes en el sarcófago de Chalamera. Hacia el lateral, uno de los sillares –hoy muy malogrado– recibió la talla de un escudo de armas perteneciente al linaje de los Reymat o Reimat; familia documentada en Monzón desde el siglo XVII y cuyo distintivo racimo de uvas aparece aquí grabado sobre la piedra. El Padre Faci relataba uno de los milagros que Santa María de Monzón había obrado a favor de Pedro Reimat, señalando en detalle, además, lo que aquél ofreciera a la Virgen como muestra de su eterno agradecimiento: “una cama de damasco carmesí con muy preciosas franjas de oro”.
El tránsito se ha querido identificar con un ambiente de filiación visigótica e incluso se propuso su correspondencia con el patio de la antigua mezquita. Sea como fuere, sobre la pared del crucero se abre un ventanal en arco de herradura ligeramente peraltado y cerrando a un tercio del radio por lo que debiera considerarse una arcada más propiamente visigoda. Sobre las dovelas del mismo se conserva parcialmente un doble friso trabajado con motivos en zig-zag en el registro inferior y recorrido por ovas en el superior. Dicho vano es sucedido por otra pareja de ventanales que se despliegan hacia poniente y abren bajo una arcada de estricto medio punto abocinada; el desgaste de las dovelas en el primero denuncia su posible originalidad mientras el segundo es fruto de reforma posterior.

La torre-campanario de estilo mudéjar se hizo elevar sobre el cimborrio en 1613. Se organiza en tres alturas, partiendo de base cuadrada en la que alternan la sillería y el ladrillo. La decoración comprende las características cruces de múltiples brazos que describen diseños romboidales. Sobre ella se alzan el resto de cuerpos de planta octogonal, abriéndose en todos ellos y para cada una de sus caras, ventanales de medio punto abocinados. Su construcción finalizaría sólo un año después, haciéndose colocar en el cuerpo superior, decorado con fajas de rombos, diez campanas. El remate de la torre con pretil y el cierre mediante cúpula piramidal responden a una obra reciente. Iglesias Costa señala cierta analogía entre su repertorio ornamental y el presente en la torre crucero de la iglesia francesa de Saint-Lizier-en-Couserans. El campanario de la colegiata se agregaría en el denominado Territorio Mudéjar y por tanto, quedaría integrado en el conjunto de arte mudéjar aragonés que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2001.
La austeridad ornamental de la que hacen gala los muros en el exterior se ve interrumpida solamente en las paredes de la fachada oeste, recorridas por cornisa abilletada. Contrariamente, el resto de muros, con remates de ladrillo, sostienen un falso alero que se adapta a las cubiertas de teja curva. 
En el interior domina la masividad, los espacios se articulan respetando la sobriedad distintiva del estilo románico y los volúmenes se recortan atendiendo a criterios de proporcionalidad. La nave central –más amplia– es algo más tardía que las colaterales, ligeramente peraltadas. Tienen todas una altura similar, cubriéndose la principal mediante bóveda de cañón apuntado y cerrándose las laterales con bóveda de medio cañón estricto.

Nave sur 

La complejidad del sistema de soportes se resuelve mediante tres robustos pares de pilastras de sección cruciforme con columnas de media caña adosadas en cada una de sus cuatro caras y levantadas sobre plinto con basa. En los pilares del primer tramo fueron redescubiertos los mechinales que sostenían los travesaños para disponer las tribunas y gradas de los diputados en las sesiones de las Cortes Generales del Reino de Aragón que se celebraron en la colegiata. Castillón Cortada recoge el modo de proceder haciéndose eco de lo expuesto por Jerónimo de Blancas y permitiendo reconstruir idealmente el modo como se dispusiera el entramado: “en la parte que está enfrente del Altar Mayor, se hace un cahadalso muy grande que tiene muchas gradas, y en lo alto se pone un dosel y debaxo una silla para el Rey y todo está entapizado”. Las cubiertas, cuyos esfuerzos son contenidos por arcos fajones dobles y perpiaños, arrancan a partir de la línea de imposta –de perfil de nacela– que recorre los paramentos por encima de los arcos formeros.

Nave central

Nave sur 

Nave lateral norte 

Todas las columnas embebidas en los soportes están coronadas por capiteles que condensan, a excepción del caveto, la decoración escultórica interior de filiación románica. Aunque la mayoría fueron rehechos tras la restauración llevada a cabo en los años sesenta del siglo pasado, la gran variedad que ofrece el repertorio ornamental requiere un análisis en profundidad. Sin embargo, al margen de la diversidad ornamental, los modelos se reiteran en función de una distribución heterogénea desde los pies hasta el crucero pero no así en la cabecera, donde la decoración se abandona interrumpiendo la continuidad del ciclo. Los capiteles que reciben talla son aquellos que rematan las pilastras adosadas en las paredes exteriores de las naves laterales, los que sostienen los arcos fajones de las colaterales, todos aquellos que sirven de apeo para los fajones de la nave central, los que coronan las semicolumnas adosadas a los pies y aquellos sobre los que descansan los arcos formeros.






En el primer modelo una cinta continua, compuesta de cuatro canutillos, recorre la cesta trazando en los tres lados el contorno ondulante de una w. De cada vértice emanan otras tantas v de menores dimensiones, agotándose los apéndices en volutas. La central y las homólogas de los costados cortos se rellenan con una piña, mientras que los vacíos que define la cinta se ornan con dos rosetas en degradación en el ángulo izquierdo, y cruz sobre dos rosetas cristológicas en el derecho. Se utiliza especialmente, apareciendo en el capitel adosado sobre el pilar izquierdo de la capilla central de los pies, en aquél sobre el que reposa el arco fajón del tramo posterior de la nave lateral norte y, también, en el que sustenta el fajón derecho del segundo tramo de la nave central, si bien, ahora los huecos se cubren con cruces que sustituyen a las piñas.
El segundo esquema comprende una retícula de cintas que se entrecruzan retorciéndose en forma de lazo en cada angulación. Se hace presente en el capitel que remata la semicolumna a la derecha de la colateral central de los pies y se reitera en el capitel sobre el que apoya el arco fajón derecho del tramo final de la nave mayor.
La única representación antropomórfica se halla en dos de los capiteles que descansan sobre los pilares del último tramo. Son los correspondientes al apeo del arco formero derecho y aquél del sostén del arco fajón izquierdo de la nave central –éste muy desmejorado–. Ambos quedan centrados en el lado largo por un anciano enclenque, barbado, con el cabello a cerquillo, los ojos almendrados y que extiende los brazos hacia los laterales, doblegando las manos, de dedos gruesos y alargados, hacia el interior. La barba se talla de modo esquemático a partir de tres franjas verticales y el cuerpo se traza en dos bloques, dando a las extremidades inferiores la forma de una herradura invertida y adoptando el tronco el contorno de una piña. La ausencia de nimbo, atuendo, blasón u otros motivos obstaculiza su identificación. Las esquinas se decoran con palmetas que se hacen acompañar en el borde libre por ovas trabajadas en bajo relieve.
Otro de los patrones consiste en compleja estructura vegetal: motivos flordelisados circundados por una envoltura cordada y punteada, con báculos enfrentados y generando un aspa para cada ángulo. Es visible en el capitel que remata el pilar izquierdo del último tramo de la nave lateral sur y en aquél correspondiente al pilar derecho del segundo tramo de la nave central. En el siguiente modelo, tallado sobre el capitel que sirve de apeo para el arco formero izquierdo del último tramo de la nave mayor, la cesta se llena de entrelazos que la recorren desde el collarino hasta el ábaco, desplegándose horizontalmente.
En el segundo tramo se hace visible uno de los capiteles más representativos del templo: es aquél sobre el que descansa el formero derecho. Aquí se reitera el motivo del báculo gemelo punteado, ahora contrapuesto. Los vacíos se llenan con bolas de poco relieve y un friso en zig-zag se desdobla por encima de ellas. Otro de los esquemas reproduce un paisaje de círculos superpuestos formados a partir de cintas de doble canutillo. La composición es similar a otra dominada por motivos romboidales que se sobreponen albergando en el interior diminutas florecillas. También en aquella donde los rombos son sustituidos por formas hexagonales que circundan, igualmente, pequeña roseta.
Uno de los modelos que aparece de modo continuo es de cestería, cubierto en su totalidad por una retícula de junquillo oblicuo que se entrecruza. Presenta éste una cierta complejidad al obligarse en cada cruce produciéndose por encima o debajo del anterior. El patrón es análogo a otro en el que se dota de mayor amplitud a las juntas y donde el lado largo queda centrado por dos rombos y, todavía, en aquél donde el cruce es salvado por doble nudo. Finalmente, otro de los modelos resulta reminiscente del motivo de cestería, salvo porque ahora aparece circunscrito en grandes círculos.
Los capiteles que reciben exclusivamente decoración vegetal responden a cinco variantes: la primera con los ángulos trabajados a partir de grandes hojas de palmeta y una piña intercalada entre ambas; la segunda conviene un festón a base de roleos en los que se inscriben rosetas; otra donde los roleos se suplen con motivos cuadrangulares; una cuarta con la cesta saturada por un manto de flores y, por último, la misma pero disminuyendo la dimensión e incrementando la concentración de florecillas.
La colección de motivos geométricos y vegetales responde en su mayoría al repertorio habitual en la decoración arquitectónica románica. No obstante, el estilo de algunos denota un claro ascendiente musulmán quizá a propósito de la fuerte arabización que experimentaría toda la Ribera del Cinca y especialmente, Monzón. Las composiciones a base de lacerías y motivos vegetales comulgan, además, con la mano de los artistas que trabajaron en el “Sepulcro de Selgua”.
Los largos dedos del anciano barbado y los motivos flordelisados inscritos en círculos reaparecen, en cambio, en alguna de las representaciones vegetales y antropomorfas de Chalamera. Con todo, la presencia de ciertas cruces, el tipo de florecillas y el característico adorno de báculos invita a pensar en una raíz visigótica que pudiera beber en inspiración de los restos sobre los que pudo alzarse el templo.

La cabecera se articula en tres ábsides, siendo el central –de mayor altura que los laterales– y el meridional semicirculares. Ambos se cubren mediante bóveda de cuarto de esfera, mientras que el hemiciclo septentrional cierra con bóveda nervada y plementería gótica. Aunque en la actualidad no queda rastro alguno de su existencia, las fuentes aseveran sobre la presencia de una cripta en el ábside norte. Con su transformación en el siglo XV y su habilitación para capilla particular, el espacio de la cripta se adaptó para enterramiento de miembros del cabildo colegial. La única decoración presente hoy en el semicilindro absidal es la imagen de Santa María que preside el altar mayor; una talla policromada que data del siglo XIV. Interiormente, todos los ventanales de la cabecera se abren bajo un arco de medio punto abocinado.
La cubierta del crucero se traduce en el interior como un cimborrio gótico-renacentista de profusa nervadura estrellada sobre trompas, mientras que los brazos se cierran en rigurosa bóveda de cañón. En cuanto a las alteraciones que sufriera el transepto, es digno de mención un arcosolio abierto en el brazo sur, de perfil apuntado, con un nicho cavado en la parte central y que debiera ser tapiado con el tiempo, pues, así permanece actualmente. Castillón Cortada afirma que fue redescubierto tras la restauración de mediados del siglo XX y que albergaría, otrora, el sarcófago de algún obispo o prior, debido a que el tímpano del nicho estaba decorado con pinturas murales de filiación románica.
Las figuras estaban enmarcadas por un arco lobulado y, aunque pudieran conservarse in situ, el hueco debió de tabicarse nuevamente con piedra. María Teresa Oliveros de Castro señala que en el centro aparecía representado un santo obispo tocado con la mitra, sosteniendo el báculo con la mano izquierda, oficiando entre dos asistentes y en actitud de bendecir, probablemente san Agustín o san Valero. Los diáconos que lo flanqueaban, en traje talar, también portaban objetos de culto sobre las manos. La naturaleza de la escena pudiera justificarse por razones históricas con la implantación temprana en Santa María de Monzón de la Canónica agustiniana y la voluntad de honrar al obispo de Hipona con su presencia explícita en el templo. Sobre lo que fuera el sepulcro, abre una gran ventana apreciada desde el exterior como arcada de herradura pero que en el interior se trasmuda en arco de medio punto con arquivoltas en degradación que apean sobre capiteles de sencilla ornamentación vegetal y que, a su vez, reposan sobre columnillas. Su equivalente se abre sobre el testero del brazo norte, si bien, la arquivolta exterior se labra con ovas.
Con la transformación del muro occidental entre los siglos XV y XVIII, se alterará, asimismo, el perímetro de las paredes laterales abriéndose diversas capillas. La actual capilla del Bautismo fue construida durante el siglo XVI, cubriéndose con bóveda de crucería y tallándose en la clave de bóveda las figuras del Pantocrátor, Santiago y Santo Domingo. Los nervios descansan sobre ménsulas en las que se representan ángeles. En la pared izquierda abre un gran vano ornado con fina tracería gótica y aloja en el centro la pila bautismal. Las demás capillas fueron abiertas en honor de Santiago, Santa Ana, Santa Lucía, San Salvador, San Pedro, el Espíritu Santo, San Fabián y San Sebastián, San Juan Evangelista, Santa Margarita, Santos Lucas, Miguel y Catalina, San Bernabé, Santa Susana, la Capilla del Hábeas y la propia de San Antonio Abad y de la Esperanza.

La denominada capilla de la parroquieta, situada en el colateral de Mediodía de los pies, se consagró al Santísimo y fue mandada erigir por el canónigo Serrador, sirviendo desde la creación de la colegiata como parroquia, independientemente de la colegial. Se cubre con cúpula de media naranja con linterna central de iluminación decorada con yeserías barrocas talladas a modo de lacerías de tradición mudéjar. La capilla colateral norte de los pies, popularmente designada “Capilla de la Paz” o “Capilla de Nuestra Señora” cierra, en cambio, mediante bóveda estrellada y su altar se oculta tras el gran “Retablo de los Fortones”, obra de 1947-48.
Con la conversión de Santa María en colegiata, la fábrica fue manipulada; se recubrieron las paredes de yeso y otra ornamentación barroca, y se mutilaron algunos de sus miembros como los frisos que recorrían los ventanales. La superposición de estilos llegaría a perturbar la limpieza y sobriedad que imponía la línea románica demandando la fábrica, desde entonces, una reparación que subsanase dicha interferencia. Asimismo, la guerra de 1642 causaría graves amputaciones en el templo observadas in situ y coetáneamente por el franciscano Fr. Juan Ginto: “Fueron sesenta las iglesias del Reino de Aragón que fueron saqueadas, llevándose los franceses la plata y ornamentos preciosos que estaban dedicados al culto divino, sin dexar en ellos áun la mínima campanilla… En la Villa de Monzón dieron saco a dos iglesias, a la de Santa María, Colegial, maltratando su edificio que, aunque antiguo, es suntuoso”.
Con todo, la enmienda se hará esperar hasta el 10 de abril de 1962, cuando el Rdo. Marcelino Llorens, contando con recursos aportados por los vecinos montisonenses, decide tomar la iniciativa restaurando la armonía que se planteó inicialmente con el proyecto románico. A tal efecto se crea una Junta de Honor integrada por distinguidas personalidades de las artes y las letras. Se empezó liberando los muros laterales del aparato barroco, retirando el enlucido y reformando las techumbres. Enfermando el padre Llorens poco tiempo después de emprendida la restauración, tendría que abandonar la Parroquia, asumiendo la dirección una Comisión Ejecutiva que convendría la reforma de los ábsides central y meridional, la sacristía y el crucero. El templo fue inaugurado el día 22 de febrero de 1964, siendo consagrado el altar mayor –de piedra blanca “Floresta”– por el obispo del Pino pocos días antes y depositándose en él las reliquias de san Felicísimo y santa Faustina. Se mencionó previamente la última restauración de los ábsides, llevada a cabo por la Escuela Taller Mariano de Pano a finales de la década de los noventa del siglo pasado, rehabilitándose las paredes exteriores de la cabecera.
Después de ello, aunque se aventuraba ya la necesidad de activar los engranajes para restablecer la vitalidad estructural de la Colegiata, la inversión se pospondría todavía sin poder evitar que tuviera lugar algún incidente previo. Ocurrió en 2007 al desprenderse una de las campanas más grande y antigua, la cual, se precipitaría –tras la rotura de uno de los cuatro lazos que la anclaban– sobre la bóveda del crucero, perforando el tejado y deteniéndose sólo gracias al fuerte armazón de piedra del cañón de la bóveda. Así pues, aún fue preciso emprender dos restauraciones más dado que el interior, aunque impecable, requería cierta acción para restituir a las capillas modernas el esplendor de antaño y, del mismo modo, fachadas, torre y techumbres precisarían de ciertos retoques. Ésta última intervención contó con la financiación del Ministerio de Cultura, derivándose la ejecución del proyecto al Instituto del Patrimonio. Los trabajos estipulados consistieron en la sustitución de la techumbre, la restauración de la fábrica y entramados de la torre-campanario, el repicado y reparación de la fachada oeste, desde el ábside poligonal hasta la capilla bautismal, el repicado del mortero de cemento que cubría el resto de los cerramientos y el secado de la humedad del aparejo de sillería. La reparación y embellecimiento de las capillas fue sufragada gracias a colectas específicas y donativos, bajo el impulso del párroco José Huerva.
Para estimar una horquilla cronológica en la que se enmarque la construcción del templo es preciso atender a su comparación formal con otras fábricas de entidad similar. Por un lado, las técnicas y algunos detalles como la complejidad de los soportes interiores remitirían a la primera fase constructiva de Santa María de Sigena, mientras que el diseño y la ornamentación de los ventanales, así como la decoración escultórica que reciben los capiteles y el muro de Mediodía se hermanan con los de Santa María de Chalamera. Además, la reciedumbre y austeridad de la estructura parecen directamente inspiradas en otras fábricas asociadas a la Orden del Temple. Por todo ello debiera inscribirse la construcción en la segunda mitad del siglo XII.
En cuanto a la dedicación, Santa María sería designada patrona de la colegiata desde época visigótica y durante la Reconquista de Monzón sin detallarse ninguna advocación. De hecho, Castillón Cortada contempla que la documentación medieval recoge las noticias relativas al templo nominándolo sencillamente como Sancta María in Montson. El título de “Romeral” que ostenta actualmente fue hallado por primera vez por el historiador en la bula del Papa Pablo V, emitida con su declaración de Colegiata Insigne. Fray Ramón de Huesca confirma en el tomo IX de su Teatro histórico de las iglesias del Reyno de Aragón, que la génesis de tal advocación se remonta al descubrimiento de una imagen románica de la Virgen hallada entre unos romeros y que, según la tradición, “era de marfil, palmo y medio de alta”. Se referiría a ella Pilzano en términos similares: “(…) era de marfil, muy hermosa, y alta de palmo y medio conservada hasta el año 1642 en que por las guerras se perdió sin haberse podido jamás averiguar su paradero (…)”. También Fray Ginto ratificaría el hurto afirmando que “la antiquísima Imagen de la Virgen del Romeral fue robada”. Sobre su aparición, Castillón recoge las palabras del Padre Camós según el cual “consta por tradición de aquella Ciudad, que se halló (la imagen) bajo un romero en el mismo sitio, donde hoy está su Iglesia, no lejos del Castillo de dicha Ciudad; era este sitio deserto, muy poblado de romeros (…)”. La devoción a Santa María del Romeral se celebraría en Monzón como fiesta principal de la Colegiata el 15 de agosto, como así se debiera por originarse de la Asunción de María.

De la existencia de un templo montisonense dedicado a Santa María se tiene certeza documental al constar explícitamente en la carta dotal que el rey Sancho Ramírez, su hijo Pedro I, el obispo Raimundo Dalmacio y otros grandes prohombres del reino concedieran en agosto de 1089. El documento menciona “Santa María, San Juan y San Esteban de los Macarechos” como las tres iglesias pertenecientes a Monzón y del propio contenido de la carta se desprende la voluntad de convertir el templo mayor en cabeza de todas las iglesias del Valle del Cinca, y es que se estipulaba que “todas las décimas y primicias y oblaciones y defunciones que son y serán de Monzón y de sus términos, con sus habitantes sean de Santa María de Monzón”, también para los repobladores de la recién reconquistada población montisonense “que son de Pamplona, de Aragón, de Sobrarbe, de Ribagorza y de Pallars” se determinaba “sean de Santa María de Monzón”. Siguiendo esta misma línea, en lo religioso se concretaba que “irán al Bautismo a la iglesia de Santa María las poblaciones siguientes: San Juan de Monzón, San Esteban de Monzón, Castellón, Ceboller, Pomar, Santa Lecina, Alcolea, Ontiñena, Ballobar, San Esteban de Litera, Balcarca y Ariéstolas”. Y, del mismo, se gestionaba un preciso entramado de derechos y privilegios materializados en virtud del mandato regio, el cual disponía “serán de la jurisdicción de Monzón y vendrán al Bautismo a Santa María: las iglesias de Selgua, Gil, Almunia de la Campania de Cardel, Permisán, Ilche, Ornols, Odina, Monroy, Morilla, que están al otro lado del Cinca”, todavía “las iglesias de Santiago y de Santa María de Chalamera, las iglesias de Fraga y Zaidín, Osso y Ficena y Urceia, Albalate, Calavera y Ráfales” y “las almunias de la Litera serán de Santa María de Monzón”.
Inmediatamente después, Santa María sería entregada a Roda, particularmente a la persona de Raimundo Dalmacio, estableciéndose una estrecha relación de dependencia y convirtiéndose en una de las iglesias principales del obispado como refrendan las palabras de Pilzano al aseverar que “cuasi componían una sola pues el Prior y el Sacristán Mayor de esta Iglesia de Monzón eran y son dignidades de la Catedral de Roda donde aún conservan su sitial siendo la propia del Prior de Monzón la segunda del coro de Roda, inmediata a la del Prior Mayor de aquella”. Es así que el 1 de noviembre de 1092 el propio obispo confirmaba la anexión: adjicio huic donationi ecclesiam Sanctae Mariae de Monson ut habeant et possideant eam cum omnibus suis pertenentiis, quas hodie habet et deinceps adquisierit praeter quartum et coenam et placita episcopalia. La pertenencia de Santa María al obispado rotense sería, asimismo, ratificada en la bula extendida por el papa Pascual II en 1110 y dirigida al obispo de Roda-Barbastro, Poncio, pues en ella se manifestaba que “las iglesias de Monzón, Almenar, Chalamera y Calasanz, sean del obispado de Roda”. Y aún en 1195, el obispo de Lérida-Roda emitiría un nuevo documento para consolidar esta adhesión a la que se refería como consolidada “desde tiempo inmemorial”.
Como se aventuró previamente, la consagración de Santa María debiera aparejarse a una de las finalidades inherentes al proceso de reconquista: la restauración eclesiástica. Es por ello que la cristianización del templo debió ser temprana y no muy lejana en fecha a la liberación de Monzón. Lo que se conoce con seguridad es que tuvo lugar bajo el reinado de Pedro I, quien asistiera personalmente al acto con el obispo de Roda Poncio –el consagrante– y, aunque no se puede precisar fecha exacta, sí se estima que ocurriera antes de mayo de 1098, pues consta como ya realizada cuando en ese momento se procede a dar cuenta de un dono que había tenido lugar y que consistía en dotar a Santa María con la iglesia y castillo de Conchel, así como otros alodios, huertos y heredades, a saber: Dono Deo et ecclesie sancte Mariae de Monzon villam atque castrum quod vocatur Congiel, scilicet quicquid ibi habebam in die concrecrationis predicte ecclesie, intuyendo, por tanto, que pudiera suceder en mayo de 1095.
En cualquier caso, el padre Huesca, vendría a revalidar la relación existente entre la cristianización de Santa María y el matiz simbólico de la Reconquista al afirmar “Ganado Monzón en 1089, lo primero que hizo el Rey, como tan buen cristiano y piadoso principe, fue dar gracias al Señor de los ejércitos por tan señalada victoria y a los santos por cuya intercesión creía haberla conseguido, y ordenar el culto divino obrando de acuerdo con su hijo Pedro, rey de Monzón, y con su gran privado el obispo de Roda, Raimundo Dalmacio. Hizo dedicar la iglesia principal, que según la costumbre de aquel tiempo sería la mezquita mayor, purificada con las ceremonias de la Iglesia, y la dotó con munificencia”.
El rey Sancho Ramírez, aficionado a la Canónica agustiniana, había introducido la vida de los canónigos regulares en San Pedro de Siresa, Lasieso, Alquézar, Roda, Jaca y Montearagón. Con la vinculación de Monzón a Roda, no podía esperarse sino que sucediera lo mismo, y en 1092 el obispo Raimundo Dalmacio, que había fundado la Canónica agustiniana en Roda, adjudicaba Santa María de Monzón a la misma. Contaría, desde entonces, según Pilzano, con nueve beneficiados, sacristán mayor y prior, quedando este último sometido a la tutela del prior rotense.
Colmada así la restitución eclesiástica, un vacío documental se cernirá sobre el templo durante un tiempo y sin que vuelvan a reanudarse las noticias hasta tres décadas más tarde, con el reinado de Ramiro II, el Monje. Surgirán, precisamente, en el seno de los acontecimientos que repercutirán sobre su mandato y se hacen presentes entre los documentos que compendia el Libro Verde de la catedral de Lérida. Entre ellos figuran las donaciones que hiciera el monarca a las iglesias del reino y, entre ellas, a las montisonenses de Santa María y San Juan.
Con la llegada de los templarios a Monzón a mediados del siglo XII, la jurisdicción del templo será constantemente disputada por el obispado ilerdense y los caballeros del Temple. Uno de los primeros defensores de los derechos de la mitra leridana frente a las aspiraciones templarias fue el obispo de Roda Guillermo Pérez. El arcediano llegaría a reunirse hasta en tres ocasiones (1154-1160-1173) con distintos maestres de la Orden para discutir sobre los diezmos y demás derechos, haciendo valer a favor de su argumento la carta dotal de 1089 y amparándose la otra parte contendiente en la donación formalizada en 1143 con la Concordia de Gerona. Gombaldo de Camporrells tomaría el relevo en la pugna por conservar los privilegios, emitiendo hacia 1196 un documento que regulaba la vida de la iglesia y su dependencia para con Roda. También Berenguer de Erill, futuro consejero del rey Jaime I, impondría, hacia 1206, sus designios en la gestión de los diezmos y primicias de la iglesia al querer disputarlos en parte Gil de Alguaire, mayordomo de Santa María de Monzón. El último prelado que intentó frenar las pretensiones templarias fue Guillermo de Moncada, prestándose en 1264 a la protección de las oblaciones, décimas, horno, huertos y el resto de derechos del templo.
La relevancia histórica de Santa María se pone de manifiesto al servir de escenario para aconteceres de vital trascendencia. Es así que bajo sus naves fueron redactadas y aprobadas gran parte de las constituciones que rigieron durante siglos en la Corona de Aragón. Incluso se utilizó como aula para los capítulos generales de algunas órdenes religiosas como la Congregación Claustral Tarraconense y la Cesaraugustana Benedicta. Sin embargo, lo que condicionaría indudablemente su valía fue su destino como sede para la reunión de las Cortes del Reino entre los siglos XIII y XVII.
En 1289 fueron convocadas por Alfonso III para estudiar las resoluciones a tomar en las guerras con Francia y Castilla. En 1362 y 1383 se volverán a reunir por orden de Pedro IV el Ceremonioso, discutiéndose la revelación de secretos al Duque de Anjou, a Enrique de Castilla y al Barón Sicilia, aunque la última asamblea se vio interrumpida a causa de la epidemia de peste por lo que se trasladarían a Tamarite y Fraga. La invasión del Principado por el Duque de Lorena propiciará una nueva reunión en 1469 por mandato de Juan I. En 1510 y 1512 fueron convocadas por Fernando el Católico, primero para concretar la expulsión de los musulmanes de Granada y después para tratar la reforma de la Iglesia. Con Carlos I, las Cortes se celebraran repetidamente para dirimir asuntos de vital importancia: en 1528 el deseo del rey francés de apresar al monarca; en 1533 la paz con Francia e Italia; en 1537 los hechos vinculados al Concilio de Trento y a Barbarroja; en 1542 la marcha del rey a Flandes; en 1547 la herejía protestante; y la última en 1553, para abordar la continuación de la guerra con Francia. Felipe II las convoca en 1563 para tratar su matrimonio con la reina de Inglaterra con la intención de “atraer al seno de la Iglesia” dicha nación y también en 1585 a causa de la presencia de los turcos y corsarios en el Peñón de Vélez. Volverían a celebrarse Cortes en 1626 por voluntad de Felipe IV y finalmente en 1701 con Felipe V.
Pese a la magnitud de los acontecimientos que nutrieron la historia de Santa María con el transcurrir de los siglos, la iglesia no recibiría el título de Colegiata Insigne hasta mediados del siglo XVII. En 1607 el papa Pablo V extendió la Bula por la que se procedía a elevarla a dicha categoría, disponiéndose un cabildo de veinticuatro miembros y convirtiéndose en cabecera del Vicariato General y Curia eclesiástica para los pueblos aragoneses dependientes del obispado de Lérida dese 1633 y hasta 1852, momento en que fue suprimida la Colegiata permaneciendo como cabecera de Arciprestazgo.
En la actualidad y desde 1995, tras la reciente creación de la Diócesis de Barbastro-Monzón, la iglesia comparte por decreto pontificio dignidad con la catedral de Barbastro, a la que está unida sin cabildo. Y, sin embargo, su propia monumentalidad se vio ennoblecida ya en 1949 con la declaración de Monumento Nacional, si bien, la valía histórico-artística y arquitectónica de Santa María promovería una ampliación de la protección merecida con su consideración como BIC (Bien de Interés Cultural) a partir del 3 de noviembre de 1993. 


Chalamera
Chalamera se encuentra en la zona norte de la comarca del Bajo Cinca, en una suave pendiente entre los cursos de los ríos Cinca y Segre. Se encuentra la localidad, tomando la carretera A-131, a 80 km de Huesca y a 24 km de Fraga.
En el siglo XII Chalamera se situaba en la zona fronteriza entre los dominios musulmanes y los aragoneses. Durante el reinado de Pedro I el territorio donde se ubica esta localidad fue reconquistado, entrando a formar parte de la diócesis de Barbastro. Poco después, en 1110, los musulmanes debieron retomar la villa para entregarla en 1120 al conde de Barcelona Ramón Berenguer III y así poder concentrar sus esfuerzos en los ataques de los aragoneses.
Durante el reinado de Alfonso I el Batallador fue retomado el valle del Cinca pero, tras la batalla de Fraga y la muerte del monarca en 1134, las fronteras se retrajeron y Chalamera pasó nuevamente a poder musulmán. Finalmente fue reconquistada en 1141 por Ramón Berenguer IV, príncipe de Aragón y conde de Barcelona.
En 1143 Ramón Berenguer IV entregaría a los templarios el castillo de Chalamera, que permanecería en su poder hasta los últimos días de la orden en 1309, junto con el de Monzón. 

Ermita de Santa María
La denominada ermita de Santa María de Chalamera, llamada así por tratarse de un edificio aislado y alejado del núcleo urbano, no es en realidad una ermita, sino que constituye el último vestigio de lo que fue un monasterio benedictino, exactamente el priorato perteneciente al monasterio de Santa María de Alaón o de la O. Esta tesis, ampliamente estudiada por Castillón, no es compartida por algunos autores como Arco y Garay, García Guatas y Aramendia, que creen más probable la pertenencia de esta iglesia al Temple y no al alejado monasterio de Alaón. Otros, como Iglesias Costa, sugieren una construcción compartida por benedictinos y templarios.
Independientemente de sus orígenes podemos afirmar que se trata de un gran templo de estilo románico tardío, ubicado aproximadamente a 2 km de la población en dirección a Alcolea, sobre una altiplanicie que domina la ribera del Cinca. Ostenta el título de Monumento Nacional desde 1976 y es Bien de Interés Cultural.
Según Castillón el actual templo románico se levanta sobre los restos de un monasterio visigodo y pudo amparar un pequeño poblado que mantuvo el culto cristiano aún bajo dominación árabe. No obstante, la primera noticia que se conserva data de 1089, cuando el rey Sancho Ramírez entrega la iglesia al obispo de Roda Ramón Dalmau. Éste, en 1100, la dona al abad Arnaldo para que establezca una comunidad benedictina dependiente de Alaón, situación que no se lleva a cabo hasta pasada la reconquista definitiva de Fraga en 1149.
Según Castillón este priorato, que se ubicaba en la ruta de peregrinación a Santiago que venía desde Lérida, contaba con una prestigiosa escuela en la que se impartían el trivium y el cuadrivium. La comunidad monástica estaba formada por prior, monjes, donados y pueri oblati y sus dominios englobaban tierras en Cardosa, la Milgrana, Alcolea, Ontiñena, Fraga, Osso, Alcort, etc. La riqueza de este monasterio hizo que sus posesiones fueran objeto de disputa a lo largo de su dilatada historia. Así, en 1195 el papa Celestino III reclamó a los templarios de Chalamera y a los clérigos de Ontiñena y Alcolea, por queja del prior Bernardo, que no usurparan los derechos del monasterio y en 1236 el prior Berenguer de Castanesa se dirigió al obispo de Lérida para que intercediera ante las intromisiones de los templarios chalamerenses. En 1170 el rey Alfonso II concedió privilegios de inmunidad y franquicia al monasterio de Alaón y a sus prioratos, dotándolos así de una gran independencia y en 1223 el papa Honorio III tomó bajo su protección al priorato de Santa María asegurando la protección contra los intereses templarios y episcopales.
Gracias a la abundante documentación histórica conservada conocemos una lista de priores pertenecientes a la época que nos ocupa, que comienza con Bernardo, entre 1163 y 1199 (abad de Alaón entre 1199 y 1204), Guillermo en 1202, Raimundo de Montfromit entre 1203 y 1218 (abad de Alaón entre 1227 y 1232), Bernardo de Sola en 1222, Berenguer de Castanesa entre 1232 y 1258, Ferrario de Estavill en 1292 (abad de Alaón en 1295), Raimundo en 1299, etc.
La monumentalidad de este templo no dejó indiferentes a los viajeros que transitaban por estas tierras. Así, en 1585 el cronista Cock al pasar por Belver de Cinca escribió lo siguiente: “Es Chalamera una ermita antiquísima de Nuestra Señora que está sobre la peña a la otra parte del Cinca, bien alta”.
Se trata de un edificio de planta de cruz latina, de nave única con tres tramos cubiertos por bóveda de cañón apuntado. Los brazos del transepto se cubren con bóveda de cañón, al igual que el presbiterio que da paso a un ábside de planta semicircular, acusada en el exterior y cubierto por una bóveda de cuarto de esfera. A ambos lados del ábside central se abren, en el transepto y por debajo de la línea de imposta, sendos ábsides –de menor tamaño– también semicirculares pero no acusados en el exterior y cubiertos por bóveda de cuarto de esfera. El crucero, delimitado por arcos torales de medio punto, se cubre con una cúpula sobre trompas que pasan de la planta cuadrada a la octogonal.


Fachada norte
 

Ábside

El acceso principal se realiza por la fachada occidental, en la que se sitúa también una escalera de caracol intramural que asciende hacia la techumbre. En el muro occidental del transepto sur existe un acceso secundario. La iluminación se realiza a base de varias ventanas de arco de medio punto con doble derrame, una de ellas sobre la portada principal, tres en el ábside central, una en cada extremo del transepto y otra en el primer tramo en el muro sur. Otras dos ventanas de arco de medio punto derramadas hacia el interior y en aspillera hacia el exterior, en sendos ábsides laterales, completan el repertorio de vanos, a excepción de un acceso moderno a la cúpula en el lienzo exterior noreste de la misma y un pequeño vano de iluminación en la escalera intramural en el muro sur.
En el exterior el conjunto tiene un aspecto monumental, de gran tamaño, totalmente exento y se encuentra ubicado en campo abierto. La fábrica es de sillería regular bien trabajada que le da al edificio una gran unidad. En algunos sillares vemos diferentes marcas de cantero en forma de sol esquemático, cruces y otros símbolos. Parece ser, por lo que leemos en distintas fuentes, que al menos hasta 1970, hubo restos del citado monasterio de Santa María en el lado sur del edificio actual, cimientos y restos de muros, algunos compuestos en opus spicatum, de los que hoy a simple vista no queda nada. Lo que si podemos apreciar en el muro y transepto sur es una línea de canecillos lisos que sostendrían la estructura del claustro, comunicado con la iglesia por el acceso del Sur.
Como se ha mencionado, el acceso principal se realiza por la fachada occidental por una portada típica del románico tardío, muy similar a la del cercano monasterio de Sigena. Se trata de un arco de medio punto abocinado por medio de seis arquivoltas dobles que descansan en seis pares de columnas, siendo las exteriores triples y proyectando éstas sus arquivoltas formando una pequeña bóveda de cañón en la parte más externa y todo ello rematado por un guardapolvo liso.
El vano está flanqueado, por tanto, por un grupo de ocho columnas a cada lado, que descansan sobre un basamento retranqueado formado por la primera hilada de sillares de la fábrica. La primera columna del lado derecho de la portada ha perdido su fuste. Las basas, con toro y escocia lisos, poseen decoración en forma de bolas, motivos geométricos y monstruos en los ángulos.
Los capiteles, ubicados bajo una línea de imposta retranqueada, forman un conjunto iconográfico difícil de descifrar por su rústica labra y por las mutilaciones de las que han sido objeto. Autores como Guatas sugieren temas relacionados con los bestiarios tan de moda en la escultura de finales del Románico. Otros como Castillón, Aramendía e Iglesias opinan que estos capiteles narran la expulsión del Paraíso y la Natividad de Cristo, a la derecha, y la lucha entre el Bien y el Mal escenificado en las batallas de la reconquista, a la izquierda.
El grupo de capiteles de la izquierda comienza con una pieza que muestra una figura en el centro con ambas manos levantadas entre dos rostros flanqueados por hondas, escena que ha sido interpretada como Cristo en majestad bendiciendo entre dos ángeles. El segundo capitel muestra cinco figuras con indumentaria medieval y decoración de bolas entre sus cabezas que podría representar un apostolado. En el tercero aparece un caballero en actitud de ataque hacia dos soldados desmontados tras un caballo, escena alusiva a la batalla de Fraga según Castillón. El cuarto presenta un ave descabezada entre dos rostros mutilados flanqueados por hondas, pudiendo representar a la paloma de la paz entre dos ángeles. En el quinto aparece la lucha entre un soldado y un dragón –cuerpo cubierto de escamas, cola de pez y garras de ave (la cabeza no se conserva)–, representación de san Miguel luchando contra el mal. El sexto muestra dos cuadrúpedos en los que se ha querido ver un rebaño de corderos simbolizando la paz de la Iglesia. En el séptimo vuelve a aparecer un ave de alas extendidas, mientras que el octavo muestra restos de cabezas entre volutas.
El grupo de capiteles de la derecha comienza con una pieza en la que se distinguen dos figuras entre palmeras con ramos en sus manos, posible representación de Adán y Eva en el Paraíso. El segundo capitel muestra una figura central portando una llave y dos figuras en los laterales, una de ellas arrodillada, interpretándose como la expulsión del Paraíso. El tercero muestra la lucha entre dos felinos, símbolo de la lucha entre el bien y el mal. El cuarto presenta una figura saliendo de un elemento vegetal estilizado, pudiendo representar el misterio de la Encarnación. En el quinto aparece un cuerpo animal entre dos rostros flanqueados por volutas, identificado como la paloma del Espíritu Santo entre José y María. En el sexto se observa una figura con las manos sobre el vientre entre dos rostros flanqueados por hondas, escena que se ha interpretado como una representación de María entre José y el Niño. El séptimo y el octavo muestran restos de cabezas entre volutas.
El vano de doble derrame abierto sobre la portada principal constituye una réplica en miniatura de ésta. Está compuesto por un arco de medio punto abocinado y flanqueado por tres pares de columnas que, sobre una línea de imposta a modo de ábaco corrido, sustentan tres arquivoltas rematadas por un guardapolvo. Las columnas poseen sencillas basas decoradas con bolas en los ángulos y capiteles que representan rostros entre hondas, volutas y elementos vegetales estilizados, en el caso de los dos pares interiores, y los mismos motivos con representación de aves en la parte central en el par externo. Entre la portada principal y este vano se dispone una línea de cuatro ménsulas y obre el vano, como remate de la fachada, una espadaña geminada.


El acceso lateral, ubicado en la parte sur del edificio, se realiza a través de un vano de arco de medio punto en cuyo tímpano se halla un rosetón esquemático en relieve datado por García Guatas en el siglo XVII. El vano posee dos modillones –angrelado el derecho y moldurado con diferentes festones el izquierdo– sobre los que se dispone un dintel monolítico y el citado tímpano, circundado por dovelas de tamaño irregular. Junto a este acceso, pegado al muro sur de la nave, se dispone un arcosolio al que sigue el arranque de un zócalo corrido que avanza escasos metros y, al otro lado, grandes sillares que forman los restos de un basamento.

Portada del transepto sur 

Portada del transepto sur 

La ventana de doble derrame sita en el muro sur del transepto está formada, al igual que las del ábside central y la del muro norte, por un arco de medio punto flanqueado por sendas columnas que sostienen una arquivolta rematada por guardapolvo. Las columnas son de basa sencilla, fuste liso y capitel labrado con volutas y frutos estilizados. Bajo este vano se halla una inscripción que reza: SEPULCRUM DE B(ER)NAR / DO CAPELLANO, en alusión a un prior Bernardo, que estaría enterrado allí.

Ventana del ábside central 

Las ventanas del ábside central presentan capiteles labrados. Los de la ventana derecha, con motivos trenzados de cestería; los de la ventana central palmetas uno y estilizaciones vegetales y frutos el otro; y los de la ventana izquierda, un ave uno y motivos irreconocibles por su mal estado, el otro. La ventana del muro norte del transepto presenta, por su parte, un capitel con representaciones de cabezas aladas y otro con palmetas y volutas.

Cabe destacar, además, la línea de canecillos que recorre todo el alero del edificio bajo la techumbre. Algunos de estos presentan, en la cabecera y en la cúpula, decoración a base de grupos de pequeñas estrellas de cuatro o cinco puntas. Un grupo de tres estrellas aparece también en la imposta que recorre la parte superior de la línea de canecillos justo en la parte central de la cabecera.

Si imponente es el aspecto exterior de Santa María de Chalamera, más imponente es aún si cabe su interior. A éste se accede por una escalinata descendente de cinco peldaños desde la portada occidental. El pavimento es la roca sin apenas alisar sobre la que se levanta directamente el templo. La esbelta nave, más alta que la cabecera, se articula en tres tramos separados por pilastras de triple esquina de los que parten arcos de medio punto ciegos adosados a los muros y arcos fajones apuntados doblados sobre la línea de imposta que recorre la nave. El vano situado sobre la portada presenta un aspecto interior similar al exterior, de arco de medio punto con tres pares de columnas a los lados sustentando tres arquivoltas rematadas por guardapolvo. Todos sus capiteles muestran cabezas entre hondas terminadas en volutas, excepto el capitel exterior del lado derecho, que posee una representación de dos animales enfrentados.


Toda la cabecera, incluyendo los tres ábsides, está elevada sobre tres escalones corridos a lo largo del transepto. El presbiterio tiene dos oquedades en sus muros laterales a modo de hornacinas adinteladas, apareciendo sobre la del lado norte un relieve en forma de roseta y una inscripción ilegible. El ábside, que conserva restos de pintura mural, posee un altar sobreelevado al que se accede por dos escalinatas laterales y presenta en su parte anterior una pieza en forma de tímpano con un relieve de dos felinos enfrentados, escena similar a la representada en uno de los capiteles de la portada. Aramendía señala que esta pieza pudo estar ubicada en origen en una portada desaparecida, mientras que Pita y Castillón apuntan un origen mucho más lejano como pieza reutilizada visigoda, paleocristiana o romana.


Las ventanas del ábside central presentan una morfología interior similar a la exterior, en arco de medio punto flanqueado por sendas columnas que sostienen una arquivolta rematada por guardapolvo. Los capiteles del vano derecho presentan palmetas y volutas con motivos geométricos intercalados. En el vano central se representa a un personaje saliendo de una cara esquemática y la lucha entre un guerrero y un dragón –cuerpo de escamas, cola de pez, garras de ave y gran cabeza humana–, ambas escenas similares a las representadas en dos capiteles de la portada. Los capiteles del vano izquierdo muestran una sirena de doble cola y una tosca figura entre dos aves que lo sostienen de las manos.
Los ábsides sitos en los brazos del transepto poseen vanos de iluminación abocinados hacia el interior y en aspillera, mientras que las ventanas de los extremos del transepto también presentan un aspecto interior similar al exterior, en arco de medio punto flanqueado por sendas columnas que sostienen una arquivolta rematada por guardapolvo. Los capiteles del vano sur muestran bolas o frutos esquemáticos mientras que los del norte son lisos.

El templo conserva algunos bienes muebles que es necesario reseñar. En primer lugar, una pila cilíndrica situada entre el segundo y el tercer tramo de la nave y otra de fuste liso y amplio contenedor situado junto al acceso sur, que antes ocupaba el lugar de la primera. En el ábside lateral del lado sur se conserva un sarcófago de cubierta a doble vertiente –labrado con motivos geométricos y vegetales– y dos cubiertas de sarcófago a dos aguas –una lisa y otra con cuatro medallones en los que se han representado manos, árboles y cuadrúpedos–. En el ábside lateral del lado norte se conserva otro sarcófago de cubierta a doble vertiente sin decoración. Algunos autores datan estos sarcófagos en época paleocristiana o visigoda (Pita, Castillón, Aramendia e Iglesias) y otros en época medieval (Conte, Arco Garay y Román Martínez). Por último, en una de las hornacinas del presbiterio se conservan los restos de lo que fue la antigua imagen de Santa María de Chalamera, labrada en piedra y datada en torno al siglo XIII. Actualmente preside una imagen moderna, copia de la anterior.
La planta y el estilo arquitectónico de la iglesia de Santa María de Chalamera, similares a las de algunas iglesias de realengo como las de Sigena o Santa Cruz de la Serós, sugieren una cronología entre finales del siglo XII y principios del XIII. Esta tesis se ve reforzada por el estilo románico tardío ya de transición al gótico y por la documentación histórica conservada de este periodo, que hace referencia al esplendor que vivió el monasterio en estas fechas y la gran cantidad de donaciones recibidas que hacen suponer, aunque no se especifique que fueran empleadas para la fábrica de la iglesia, un momento de gran actividad constructiva.

 

Fraga
Fraga, cabecera de la comarca del Bajo Cinca, está situada en el límite sudeste de la provincia. Actualmente la ciudad ocupa ambas orillas del río Cinca cerca ya de su desembocadura en el Segre, aunque el emplazamiento original de la villa se situaba en la margen izquierda, en una franja de terreno que asciende desde la orilla hasta el castillo y que configura un núcleo urbano típicamente medieval con calles estrechas de trazado irregular y grandes desniveles. Se halla en medio del gran eje de comunicación que es la A-2, a 124 km de Zaragoza y a 33 km de Lérida. Desde Huesca, a 131 km, tomaremos la carretera A-131 que vertebra el valle del Cinca desde Ontiñena hasta la misma Fraga.
La documentación histórica habla de Fraga como un punto clave de la defensa musulmana en el marco de la reconquista. Según Pita, ya desde el siglo x fue una importante base dentro de la marca superior contra las incursiones de los cristianos pirenaicos. Durante los siglos XI y XII, ya roto el poder político musulmán de Córdoba, Fraga fue un fuerte perteneciente a Lérida, escenario de diversas batallas contra los reyes de Aragón y los condes de Urgel. Se cree que en la década de 1090 pudo ser conquistada por Sancho Ramírez y en 1122 por Alfonso I el Batallador, perdiéndose poco después en ambas ocasiones. En 1133 fue sitiada y en 1134 tuvo lugar la batalla de Fraga, que supuso una grave derrota para el Batallador. Finalmente, el 24 de octubre de 1149, Fraga fue tomada definitivamente por Ramón Berenguer IV, príncipe de Aragón y conde de Barcelona.
Tras la conquista de Fraga, el conde de Pallars Arnal Mir fue nombrado señor de la villa, cargo que pudo tener cierto carácter hereditario, ya que en 1174 ostentaba este cargo su hijo Ramón Arnal y en 1178 su nieta Valencia, casada con García Pérez quien aparece como conde de Pallars y señor de Fraga en 1183. No obstante, esta tenencia pudo ser compartida durante el último tercio del siglo xii, ya que las fuentes citan también a Guillén I de Moncada como señor de Fraga en 1173. Tras su muerte en Valencia, en 1185, aparece como tenente Arnaldo de Erill. En 1192 Alfonso II convierte Fraga en villa de realengo y en 1201 su hijo Pedro II la constituye como municipio capaz de regirse a sí mismo por medio de un concejo compuesto por veinte hombres. Además, desde finales del siglo XII la Orden del Temple ostenta la autoridad eclesiástica sobre la villa.
En 1242 Jaime I otorga los Fueros de Huesca a los ciudadanos de Fraga, fecha en la que los Moncada comenzaban a estabilizarse como señores. Cabe señalar también que, al encontrarse la ciudad en medio de la ruta entre Zaragoza y Barcelona, las dos capitales más importantes de la Corona de Aragón, la ciudad fue visitada con frecuencia por Alfonso II y Pedro II y fue escenario de la firma de importantes documentos.
Según Pita, la mayor parte de la población musulmana permaneció en la villa tras la conquista trasladándose, eso sí, al barrio de la Morería. No obstante, parte de esta población emigró, según Flocel Sabaté, hacia Valencia y otras zonas. Por otro lado, algunos antiguos pobladores se convirtieron, o reconvirtieron, al cristianismo conformando un escaso núcleo de población cristiana junto con los contingentes de Ramón Berenguer IV y los repobladores llegados de tierras pirenaicas. Esta circunstancia hizo, según Pita, que durante todo el siglo XII la población de Fraga continuara siendo eminentemente musulmana, olvidadas ya las costumbres y tradiciones visigóticas que se profesaban en el lugar hacía ya más de cuatro siglos. 

Iglesia de San Pedro
La iglesia de San Pedro se ubica en el corazón del casco histórico de Fraga. Su construcción comenzó tras la toma definitiva de la ciudad, en la segunda mitad del siglo XII, siendo una de las etapas de la ruta secundaria que llevaba a los peregrinos a Santiago desde Lérida. Según Salarrullana se levantó sobre la mezquita aljama bajo las órdenes de Agustín Sanz. Se trata de una iglesia de nave única con capillas laterales, cabecera semicircular y torre campanario adosada a la misma. Posee un acceso en el muro de los pies y otro, el principal, en el muro sur. Su fábrica románica tardía, de la que se conservan la disposición de la planta en nave única, la portada sur, el ábside y el primer cuerpo de la torre campanario, se fue completando con añadidos góticos y renacentistas. El aspecto actual del edificio es fruto de una profunda restauración llevada a cabo en 2004.

En general el edificio presenta un aspecto bastante ecléctico. La cabecera es románica al igual que el primer cuerpo de la torre, al que sigue otro cuerpo gótico y un tercero mudéjar. La nave, gótica, presenta la fachada sur adelantada respecto a su ubicación original, con portada románica y galería corrida, al modo de las casas solariegas, añadida en el siglo XVIII. Además, la parte de los pies se encuentra encastrada entre diferentes edificios anejos.
En el interior, la nave y la cabecera se cubren con bóveda de crucería estrellada renacentista. La iluminación se realiza por medio de vanos apuntados en la parte superior y un óculo a los pies.

Exteriormente el ábside está muy manipulado y la mayor parte de sus sillares han sido sustituidos. Posee dos gruesos contrafuertes y un vano ciego en arco de medio punto con arquivolta sobre sendas columnillas. El cuerpo bajo de la torre campanario presenta hiladas desiguales. Posee un vano sencillo de arco de medio punto en la parte baja y otro en la parte alta en arco de medio punto con arquivolta sobre sendas columnillas y grandes dovelas rematadas en guardapolvo y apoyadas sobre la línea de imposta.
La portada sur está formada por un arco de medio punto con dos arquivoltas que apean en sendas jambas con aristas a bocel. Sus capiteles-imposta, bajo un voladizo con relieves de palmetas y roleos, muy similares a los de Sigena, presentan escenas finamente talladas relacionadas con la lucha entre el bien y el mal.
En el primer capitel del lado derecho encontramos una representación de san Gabriel luchando contra un dragón de dos cabezas que le muerde un ala, bajo las inscripciones DRACO: Y S(AN)CT(I): GABRIEL (al revés) y otra escena en la aparece san Miguel luchando contra un dragón, bajo la inscripción S(AN)CT(I): MICA(EL): DRACO. El segundo capitel representa a san Juan y a Cristo tentado por un demonio alado y con cuernos que le muestra unas piedras, bajo la inscripción IOH(ANE) S: IH(ESU)S SATAN.
En el primer capitel del lado izquierdo aparecen dos escenas de Cristo tentado por el diablo separadas por un personaje ataviado con túnica. El segundo capitel presenta a Abraham entre dos ángeles que portan sendas almas en forma de niños, el de la izquierda ha perdido la cabeza, bajo la inscripción ABRAAM.







Entrada principal y entrada a la sacristia a la izquierda
 

En el interior del edificio, a la altura donde debió de ubicarse en origen la portada, se conserva parte de un dintel con varias escenas en relieve que pudieran aludir a la resurrección de Lázaro. En primer lugar aparece Cristo con el nimbo crucífero; a continuación tres personajes tocados, uno de ellos agachado; dos personajes ante un cuerpo amortajado; y un ángel que porta un incensario.
Las circunstancias históricas de Fraga durante la Edad Media, así como el estilo sobrio de los elementos románicos que han llegado hasta nuestros días y sus semejanzas formales con otros edificios coetáneos, hacen pensar para la iglesia de San Pedro en una cronología en torno a finales del siglo XII y principios del XIII. 

 

 

 

 

 

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