Ibieca
Ibieca se encuentra situada en pleno Somontano
oscense entre los ríos Alcanadre y Guatizalema, a unos 23 km al Este de la
capital. Para llegar hasta allí se toma la carretera que va hasta Barbastro;
una vez pasada la población de Siétamo, se coge un desvío hacia la izquierda y,
atravesando el casco urbano de Liesa. Unos 6 km más adelante se llega al
pequeño pueblo de Ibieca, con sus calles de trazado irregular y sus
edificaciones de carácter tradicional de grandes portalones en arco de medio
punto donde, se puede leer la fecha de construcción, en muchas de sus claves,
levantadas casi todas ellas en la segunda mitad del siglo XVIII.
Siguiendo a Escolástico Ferrer Villa, el origen
de este nombre puede hallarse en los numerosos ibones, o pequeños lagos, que
encontramos en el término municipal. Respecto a la ocupación de este
territorio, los restos hallados en las cercanías de la ruinosa ermita de San
Pedro indican un poblamiento romano de época bajo-imperial y posteriormente
hispano-visigoda.
Pero las primeras noticias documentales nos
llegan en el año 1099, cuando Pedro I de Aragón confirma la donación al
monasterio de Montearagón de la iglesia de Citrana, caserío cercano a Ibieca
que quedó despoblado hacia el siglo XV. En 1104, aparece mencionado por primera
vez el nombre de Ibieca, en la concordia suscrita entre el obispo de Huesca y
el abad de Montearagón, sobre las iglesias correspondientes a cada
jurisdicción. En 1248, en el poblado en que ejercía su señorío Ximeno de Foces
se erigía, a 2 km de distancia, el santuario dedicado a San Miguel para el
panteón familiar, donándosela poco después a la orden hospitalaria de San Juan
de Jerusalén.
Los siguientes datos que tenemos en cuanto a la
propiedad de la tierra hablan que, en 1389, era de Miguel de Gurrea. El 20 de
enero de 1440 Alfonso V de Aragón concedió a Lope Jiménez de Urrea el mero y
mixto imperio y la jurisdicción civil y criminal sobre Argamesa e Ibieca como
pueblos habitados y los despoblados del lugar de Foces y Castelnou y en el
siglo XVI era de Juan de Gurrea y en 1610 de Gaspar de Bolea.
Iglesia de San Miguel de Foces
A poco más de 2 km de Ibieca se encuentra esta
iglesia que ilustra la transición del románico a los nuevos conceptos del
gótico. Declarada Monumento Nacional el 13 de marzo de 1916, su singularidad
radica en su arquitectura, sus pinturas y su ubicación aislada en un entorno de
singular belleza, con unas magníficas vistas de la Sierra de Guara.
Es el único resto del pueblo que allí hubo,
reconquistado a los musulmanes por Sancho Ramírez. Foces fue en la antigüedad
un castillo roquero que, aprovechando como base una escarpada peña, resultaba
ser una de las fortificaciones más importantes por su situación estratégica en
el Camino Real que unía Huesca con Alquézar. Por las noticias que se tienen,
este castillo reconquistado a los musulmanes en época de Sancho Ramírez, se lo
regaló Pedro I a un caballero fiel que le acompañó en la conquista de Huesca (1096)
en gratitud por la ayuda prestada. Se construyeron alrededor de este castillo
varias casas para vivienda de sus defensores en tiempos de paz, lo cual dio
origen al poblado de Foces del que aún se conservan algunos restos de
cimentaciones en las inmediaciones de la peña donde estuvo el castillo.
Los Foces fueron una de las familias más
influyentes del reino aragonés, nobles “de natura”, esto es, se decían
descendientes de los supuestos doce magnates de la conquista aragonesa
encabezada por Pedro I de Aragón en el siglo XI y ocuparon altos cargos dentro
de la administración política catalano-aragonesa participando en numerosas
campañas bélicas al lado de los reyes e incluso financiando económicamente la
cruzada de Jaime I a Tierra Santa.
La historia nos habla de Ortiz de Foces, que se
encontraba entre los nobles que prestaron juramento de fidelidad en Sariñena al
testamento que hizo en dicha villa el monarca aragonés Alfonso el Batallador en
1134.
Ramón de Foces aparece citado entre los nobles
que Ramiro II mandó decapitar en el trágico suceso de “la Campana de Huesca”,
hecho que sucedió probablemente en el año 1136 de nuestra Era. El cadáver de
Ramón de Foces, junto con el de los otros decapitados, fue sepultado en una
capilla en el templo de los caballeros de San Juan de Jerusalén de Huesca que
estaba contiguo al palacio real. En 1163 se convocan cortes en Zaragoza, a las
que asisten los ricos-hombres Lope Sanz de Foces, Galindo de Foces y Atho de Foces.
Al año siguiente, estos mismos caballeros, junto con Portolés de Foces, figuran
en el acuerdo de paz convenido en Zaragoza entre Alfonso II y varios nobles
aragoneses.
Otro noble a destacar de esta familia fue Artal
de Foces, del que sabemos que acompañó a su rey Pedro II a la célebre batalla
de las Navas de Tolosa (1212) y fue uno de los caballeros que llevó al
pontífice Inocencio III los presentes que le enviaron nuestros reyes,
consistentes en la lanza y el pendón del califa Muhàmmad an-Nàssir vencido en
la batalla. A su vez, el pontífice dio a Artal varias reliquias, entre ellas un
trozo de lignum crucis, que se conservaron en la capilla del castillo de Foces,
las cuales dio su hijo Eximino al convento que mandó construir en Foces y que
más tarde se colocaron en la consagración del altar de la ermita de Santa María
del Monte en Liesa, donde hoy se siguen venerando.
Eximino de Foces, distinguido cortesano de la
época de Jaime I, fue nombrado procurador general del reino de Valencia en
1258, tras su conquista en 1238. Fue él quien mandó levantar este suntuoso
templo dedicado a San Miguel, convertido en panteón de la familia. La obra se
terminó en 1259 y poco después fue donada a la Orden de San Juan de Jerusalén
junto al castillo y la villa de Foces. A partir de este momento los Foces
trasladan su residencia al castillo de Albaida en Valencia, donde se asentaron
definitivamente para participar en la expansión por el Mediterráneo.
El último de los Foces que recibió sepultura en
el panteón familiar fue Atho, hijo de Eximino que fue mesnadero del rey Jaime
I. Cuando murió en Barcelona el rey Alfonso III, Atho de Foces se encontraba
presente siendo uno de los tres representantes del reino de Aragón que fueron a
Mallorca a esperar al futuro monarca don Jaime II, hermano del anterior.
No ha de resultar extraño, dada la cercanía de
esta familia tan influyente a la monarquía así como su poder económico, que
quisieran reafirmar su status construyendo un gran panteón familiar. Debido a
la envergadura del proyecto y el breve periodo de ejecución, tan sólo diez
años, se observa que trabajó una gran cantidad de personas, atendiendo a las
numerosas marcas de cantero que se pueden observar en sus piedras. Desde la
llegada al papado de Inocencio IV en 1243 se posibilita el enterramiento selectivo
de personalidades relevantes en el interior de las iglesias, un hecho que ya se
venía practicando por la realeza en templos tan importantes como San Juan de la
Peña o San Pedro el Viejo de Huesca lo cual, aparte de producir un acercamiento
a Dios, llevaba consigo el enaltecimiento del linaje y el recuerdo por parte de
las generaciones posteriores.
Así pues esta se convirtió en una práctica
habitual entre las familias más poderosas; si a esto añadimos la proximidad de
Eximino, promotor y mecenas de la obra, al monarca Jaime I y a su relación con
las órdenes militares, se comprende la donación que éste hace tanto de la
iglesia como de la población que allí se asienta a la orden de San Juan del
Hospital de Jerusalén para su vela, custodia y plegarias. Desde este momento
pues, la iglesia de San Miguel, el castillo y la villa de Foces pertenecen a
los Hospitalarios, bajo la condición de mantener allí un comendador y trece
frailes, conservando el patronato Eximino para él y su familia.
Cuando Eximino hace donación de este lugar a
los sanjuanistas, estos establecen muy cerca de aquí un hospital y lazareto
para caminantes y peregrinos del que sólo queda su capilla, esto es, la ermita
de Nuestra Señora del Monte. Levantada sobre un cerro cercano a Liesa, al borde
de un camino que existía desde época romana, manifiesta la misión de la Orden
de San Juan del Hospital de Jerusalén que consistía en la protección,
alojamiento y asistencia, tanto sanitaria como espiritual, de los peregrinos.
No se prolongó demasiado en el tiempo la ocupación de este convento por parte
de los hospitalarios, pues según cuenta la tradición, en el 1309 cierto fraile
alquimista al que un noble judío pidió que curara a su hija de mal de amores,
se negó a conceder tal favor. El judío tomó venganza y en la noche de San Juan
cuando todos los monjes estaban reunidos en el rezo de maitines y se disponían
a celebrar la fiesta, asaltó el monasterio degollando a todos los frailes.
No tenemos confirmación de estos hechos, pero
en el cuaderno de anotaciones que alguien de la familia Borau de Liesa tenía
para su uso particular, se cita la matanza y dice así: “estas santas
reliquias fueron de los templarios de Foces y la ermita (refiriéndose a Nuestra
Señora del Monte de Liesa) era hospicio para ejercicios y hay casa y ermitaño
para suministrar a los caballeros lo necesario en sus ejercicios y como poco
antes fue su degüello, Dios las reservó a la Virgen del Monte…”. Se trata
de un documento de difícil datación que no sirve para verificar estos hechos,
pues tenemos noticias que nos dicen que el comendador de Foces estuvo presente
en las cortes de Zaragoza celebradas en 1320.
Con la desaparición de los sanjuanistas de este
convento de Foces, no se volvió a dar sepultura en el templo. El castillo y la
villa pasaron en 1440 a poder de la familia de los Urreas, momento en que la
villa de Foces y el cenobio sanjuanista ya estaban deshabitados y aquel
magnífico convento acabó por desaparecer; tan sólo se conserva el majestuoso
templo testimonio del poderío de sus fundadores.
Varias son las hipótesis que se barajan en
torno a la construcción de este edificio, a caballo entre el románico y el
gótico, edificado en un periodo de ejecución sumamente breve y financiado por
una de las familias con mayor poder económico del momento. Una de estas
hipótesis centra sus fundamentos en la existencia de una antigua iglesia
tardorrománica que, según nos cuenta un documento conservado en la catedral de
Huesca, existió en Foces dedicada al arcángel San Miguel, que se reaprovecharía
para la construcción del panteón, remodelando la parte del crucero y la
cabecera, basándose en las reducidas dimensiones de la nave en proporción al
tamaño del resto de la iglesia.
A través de esta teoría nos queda sin
justificar la enorme similitud que existe entre la portada principal de San
Miguel de Foces y la Puerta del Palau de la catedral de Valencia, donde algunos
autores han querido ver la forma de trabajar de los mismos canteros, algo que
no resulta descartable teniendo en cuenta la vinculación en estos mismos años
en que Eximino de Foces es nombrado procurador general del reino de Valencia y
adonde marcha para instalarse definitivamente.
También parece posible un cambio en la
dirección de las obras con la llegada de un nuevo maestro, más abierto a las
nuevas influencias que llegan de Europa, puesto que a lo largo de todo el siglo
XIII la arquitectura presenta pocas innovaciones respecto a los siglos
anteriores, salvo la introducción de bóvedas de cañón apuntadas y arcos torales
también apuntados. Poco a poco aparecen algunas novedades como las cabeceras
poligonales, los contrafuertes o las bóvedas de crucería, formas constructivas
que comienzan a ensayarse en estos momentos que coinciden con la construcción
de esta iglesia.
San Miguel de Foces es una construcción de
transición al gótico donde ambos estilos se solapan, edificada con buena
sillería en la que aparecen abundantes marcas de cantero y donde las primeras
soluciones góticas se aprecian claramente al exterior en la zona de la cabecera
con sus tres ábsides que disponen de contrafuertes en ángulos. La nave continúa
siendo fiel a los esquemas estéticos, técnicos y espaciales del románico, nave
única cubierta por bóveda de cañón apuntada de dos tramos, marcados por arcos fajones
apoyados en breves pilastras que se rematan en ménsulas con molduras
escalonadas. A ambos lados de esta nave única se abren dos arcosolios
destinados a albergar un sepulcro y de los que hay que resaltar su sobriedad.
A los pies del lado del evangelio aparece una
puerta cegada que vendría a comunicar con alguna de las dependencias del
antiguo cenobio: es una puerta de puro estilo románico, de pequeñas dimensiones
en su hueco pero con unas grandes dovelas enmarcadas por una moldura perimetral
decorada con puntas de diamante finamente labradas. Esta puerta se cegó en el
siglo XIII para la construcción de una escalera de acceso al campanario. En
opinión de algunos autores, esta escalera llevaba a la antigua torre de defensa
actualmente desaparecida y es muy probable, dado el carácter militar de la
orden de San Juan de Jerusalén, que esta escalera se construyera para dar
acceso a un paseo de ronda que podría tener la iglesia fortificada, al igual
que vemos en otras construcciones de características similares. Se trata de una
escalera de caracol embutida en el muro de piedra y desde la cual actualmente
se accede a la cubierta. Junto a la escalera se encuentra la pila bautismal,
sin decoración y tallada en un solo bloque de piedra caliza, lo que viene a
confirmar la hipótesis de la presencia de un núcleo de población cercano a esta
iglesia.
Se modifica el concepto de nave única, con la
utilización de planta de cruz latina cuyos brazos se cubren con bóveda de
crucería, lo que significa un avance respecto de la construcción de la nave de
la iglesia. El transepto está iluminado por dos óculos situados en la parte
alta de los muros de los brazos norte y sur, y también se abren sendas ventanas
ojivales en los muros de Poniente de ambos brazos, además de las ventanas del
ábside central y los absidiolos que miran al Este; de este modo tenemos huecos de
luz en los cuatro puntos cardinales, algo que también resulta novedoso respecto
al aspecto habitual de los edificios románicos con una iluminación mucho más
tenue. La parte del crucero se cubre con bóveda de crucería reforzada por doble
nervadura de marcado carácter gótico.
Interior de la capilla mayor
Vista del crucero y de la nave
Ábside del lado de la epístola
Bóveda de la cabecera
Capitel en el interior
Capiteles en el interior
Capiteles en el interior
Capiteles en el interior
Arcosolio
En los muros de cierre correspondientes a los
testeros del transepto se abren dos arcosolios apuntados, en disposición
simétrica respecto a los ejes de las naves, que albergan los sarcófagos de la
familia fundadora, decorados por una serie de interesantes pinturas, bastante
bien conservadas, correspondientes al estilo gótico lineal y que se pueden
fechar en torno al 1300.
La iglesia de San Miguel de Foces posee una
cabecera triabsidal, siendo el ábside central de mayores proporciones que los
laterales. Los tres encajan ya con los modos de construir góticos, de mediados
del siglo XIII: los ventanales abiertos en esta zona de la cabecera se alejan
del modelo románico de arco de medio punto para adoptar el arco ojival propio
del estilo gótico, y los tres ábsides se cierran con bóvedas gallonadas
resaltadas por nervaduras que apean sobre finas columnas adosadas al muro con
capiteles finamente labrados.
Las basas, tanto de las columnillas adosadas a
los muros como de las pilastras en haz de la cabecera de la iglesia,
corresponden a la tipología ática, tan utilizada en el románico; un detalle
característico de este lugar es la decoración denticulada que aparece de forma
aleatoria en muchas de estas basas bajo el collarino.
La decoración de los capiteles es en general de
carácter geométrico y vegetal, alejados ya del repertorio temático propio del
románico. No obstante hay que señalar la presencia de unos pocos capiteles con
representación figurativa que merecen ser destacados tanto por su iconografía
como por el lugar relevante en el que se encuentran. Dos de ellos son los
capiteles de las columnas de los arcos torales del lado del evangelio, en los
cuales se representan cuatro basiliscos con las colas entrelazadas en la parte
central, enmarcando la cabeza de un mono, y atacando a un hombre cada uno,
situado en las esquinas del capitel. Otro de los basiliscos, esculpido en una
cara lateral del capitel, mira fijamente a un hombre con vara de peregrino;
elementos que simbolizan destrucción y muerte, por ello se sitúan a la
izquierda del ábside. En el otro capitel del lado de la epístola se representan
dos animales cuadrúpedos afrontados, una imagen que se repite en la iglesia del
Salvador de Agüero: son escenas que vienen a significar la lucha entre el Bien
y el Mal. También en la capilla central hay varios capiteles con tallas
figurativas, algunos de ellos con una simbología relacionada con el carácter
funerario del templo, como puede ser una representación de san Miguel, encargado
de conducir las almas ante Dios, alanceando al demonio mientras otros diablos
intentan arrebatarle las almas; una de las figuras que lo acompaña, a la
derecha, sujeta una serpiente entre las manos, representación que aparece
también en el tímpano de la portada de San Pedro de la catedral de Jaca y se
identifica con los arrepentidos que protagonizaban las ceremonias de penitencia
pública en la Edad Media. También en el ábside central encontramos otro capitel
representando una cabeza humana que está siendo atacada por dos animales; cada
uno de ellos le muerde una oreja.
Así pues, estos son los únicos capiteles donde
aparece una representación iconográfica simbólica frente a la persistencia de
capiteles derivados del corintio por todo el edificio, lo que pone de
manifiesto que la actividad de este taller no fue muy extensa.
La portada principal se abre en el muro sur.
Consta de cuatro arquivoltas de medio punto decoradas con distintos motivos
seriados como son dientes de sierra, puntas de diamante y arquillos de
herradura, todas ellas enmarcadas por una moldura decorada con roleos y
palmetas, toda una profusa decoración vegetal que parece salir de la boca de
sendos dragones situados al inicio del arco. Son los únicos animales que
encontramos en la decoración de toda la portada, el resto de la ornamentación
se basa fundamentalmente en motivos florales y geométricos. Estos arcos apean
en los extremos sobre cuatro parejas de esbeltas columnas adosadas con
capiteles de fina labra con decoración vegetal que descansan sobre un elevado
podio.
Esta portada es similar a la portada más
antigua que se conserva en la catedral de Valencia, conocida como puerta del
Palau, fechada hacia 1262 y que puede sugerir que los artistas de Foces fueron
empleados también en la fábrica de una parte de la catedral de Valencia, sin
duda debido a la mediación del procurador Jimeno de Foces. Algunos autores la
relacionan también con la portada del santuario de Nuestra Señora de Salas,
próxima a Huesca, si bien se trata de un modelo de portada muy extendido en la
península ibérica en los edificios religiosos de los siglos XII y XIII.
Portada
Capiteles de la portada
Capiteles de la portada
En la fachada oeste encontramos otra puerta,
centrada en el muro, de arco de medio punto, con largas y estrechas dovelas y
rodeada en todo el perímetro del arco por una moldura con delicadas puntas de
diamante, muy similar a la puerta que vemos cegada en su interior.
Cabe destacar la abundante presencia de marcas
de cantería que encontramos en todo el edificio así como su diversidad, lo que
demuestra la gran cantidad de trabajadores que intervinieron en la construcción
del templo. La más curiosa de estas marcas es una llave que vemos próxima a la
puerta de los pies de la iglesia y que no volvemos a ver en todo el edificio.
Este signo lapidario coincide con otros hallados en los monasterios
cistercienses de Veruela y de Santa María de Huerta en Soria. Esta coincidencia
puede contribuir a establecer como fecha de construcción de esta fachada los
años finales del siglo XIII.
Encontramos en el muro sur otras inscripciones
incisas en la piedra. Una de ellas es el escudo de los Caballeros de la Orden
de San Juan de Jerusalén, con la cruz de ocho puntas y bajo esta un círculo en
el que se marcan las horas de oración: prima, tercia, sexta, nona y vísperas,
junto con la representación de un rudimentario reloj de sol, lo que pone de
manifiesto la importancia que tenía para los que habitaron este lugar el
control del tiempo. Consultando el reloj solar era posible conocer los horarios
de los oficios.
Escudo de la Orden de San Juan de
Jerusalén y reloj de sol con las horas canónicas
Recientemente se han llevado a cabo unas
excavaciones arqueológicas que han descubierto restos de edificaciones adosadas
a la fachada oeste y al entorno próximo, que seguramente aportarán nuevos datos
que nos ayuden a comprender mejor el pasado de este lugar.
Casbas de Huesca
Situado en el Somontano oscense a 29 km de
Huesca, a través de la carretera N-240 en dirección a Barbastro, en Angües se
toma el desvío a la izquierda y siempre con la sierra de Guara como paisaje de
fondo. El núcleo urbano presenta un interés singular. Sus calles presentan un
trazado medieval, son largas y no muy anchas, con abundantes portadas en arco
de medio punto y fachadas construidas en sillar y tapial principalmente.
Aunque sus orígenes son mucho más remotos, de
ellos no quedan apenas restos. Como villa aparece citada en la Colección
diplomática de Pedro I de Aragón y Navarra en el año 1095, pero es a partir de
1172 cuando Casbas cobra importancia y comienza a transformarse en un centro de
gran importancia para toda la región y sobre todo de una influencia decisiva.
Casbas había sido conquistada por el conde de Urgel y tras la reconquista
comienza las labores de repoblación mediante la concesión de abundantes
privilegios. El conde de Urgel cede todos sus derechos a Oria, o Áurea como
también se le nombra en muchos documentos, condesa de Pallars por matrimonio
con don Arnal Mir, que construirá un monasterio para monjas recibiendo la
licencia el 26 de febrero de 1172 de manos de Esteban de San Martín, obispo de
Huesca que anteriormente había sido abad del monasterio de Poblet, permiso
obtenido bajo la condición de reconocer su permanente dependencia del obispo de
Huesca.
Según refleja Jerónimo Zurita en sus Anales de
la Corona de Aragón, Arnal Mir era uno de los grandes del reino de Aragón,
denominándolo “señor de castillos y villas en los condados de Pallars,
Ribagorza y Urgel”, casado en primeras nupcias con Estefanía de Urgel, hija
del poderoso Ermengol VII conde de Urgel, y repudiada por no obtener
descendencia, a pesar de lo cual mantuvo muy buenas relaciones con el padre. A
su vez, Áurea era hija de Bernardo de Entenza, señor de Alcolea del Cinca y de
Garsenda de Pallars.
Monasterio de Nuestra Señora de la
Gloria
En julio de 1175 la comunidad monástica ya
estaba organizada, ubicándose provisionalmente en la casa solariega que doña
Áurea poseía en Casbas por derecho de herencia y quien a pesar de ser fundadora
nunca llegó a profesar como religiosa. Esta casa, según nos cuentan en Casbas,
correspondería al edificio que se encuentra adosado al lado sur del torreón de
entrada al monasterio.
Las primeras monjas que llegaron a Casbas
procedían del monasterio de Santa María de Vallvert, fundado en el priorato de
Tragó por Ermengol VII y su esposa Dulce, dependiente desde el siglo X del
cenobio benedictino de Alaón; entre ellas se encontraba Elisabet, la primera
abadesa del monasterio entre 1173 y 1182.
A pesar de que en un primer momento no se
determina la adscripción a ninguna orden determinada, Casbas acaba por acatar
las normas de la orden del Císter, por lo que cumple con una de sus principales
funciones: la repoblación y colonización agraria, por lo que obtuvieron el
apoyo y los favores de la monarquía. Ya en el momento de su fundación, con las
donaciones de doña Oria, comienzan a extenderse las posesiones del monasterio
incluso fuera del propio lugar de Casbas y en abril de 1178 se hace la dotación
formal en presencia del rey Alfonso II, la reina doña Sancha, el obispo Esteban
y varios nobles. En 1179, año en el que muere la fundadora, el rey Alfonso II
confirma la pertenencia al monasterio de Casbas de las siguientes posesiones:
villa de Casbas, derechos sobre la villa de Labagüarre, castillo y villas de
Morata y Santa Agram, en el río Jalón, heredades en Ricla y Calatorao, castillo
y villas en Peralta de Alcofea, Torres de Alcanadre y Torrillón, villa de la
Roya y heredades en Alcolea. El rey otorga también el privilegio a los hombres
de estos lugares de no prestar ningún servicio, ni pagar cena, hueste,
cabalgada, monedaje ni cualquier otra carga, recibiendo al monasterio bajo su
protección y amparo. A todas estas donaciones se sumarán las realizadas por el
propio hijo de la fundadora, Arnaldo de Pallars, quien cede al monasterio de
Casbas todos sus derechos sobre las iglesias de Casbas, Torres de Alcanadre y
Ara, a cambio de la encomienda de la de Torres y cien sueldos jaqueses al año.
Portada
del Monasterio de Casbas
No solo son las donaciones lo que va agrandando
el patrimonio del monasterio: también se reflejan en los documentos algunas
compras como el molino en el río Formiga, que se vende en 1182 a la abadesa
Isabel o Elisabet. Esta abadesa compartirá gobierno con doña Catalana, sobrina
de doña Áurea y pariente del rey Pedro II de Aragón, hasta el año de su
fallecimiento, 1187, cuando doña Catalana pasa a dirigir la comunidad religiosa
como abadesa de pleno derecho (posiblemente hasta entonces hubiera llevado el
título de abadesa a modo honorífico). Durante los veinte años que duró su
abadiado, como hecho destacado se puede nombrar la donación a la abadesa de
Casbas de los lugares de Bierge, Yaso y Sieso realizada por Alfonso II de
Aragón en 1188, en permuta por el castillo y villa de Morata, así como la
compra a título personal del monasterio de San Benito de Calatayud, lo que le
originaría una severa crítica por parte del obispo de Huesca y posiblemente el
consejo de abandonar el cargo. Quizá fuera éste el motivo que le llevara a la
localidad turolense de Burbáguena para fundar en ella el monasterio de Santa
María, que agrupaba a mujeres y hombres en una heredad donada a ella por el rey
Pedro II y donde pasó los dos últimos años de su vida.
Mientras, en 1196, el papa Celestino III
consiente que el convento tome la orden cisterciense, eximiendo además al
monasterio de la jurisdicción diocesana a la que había sido adscrito según las
condiciones de la fundación, eximiéndolo también de pagar cualquier tributo y
ordenando que ningún obispo ni otra persona puedan interferir en la elección de
abadesa, ni entrometerse en la institución ni remoción de abadesa.
En 1204, Catalina de Eril sucederá en el cargo
de abadesa a doña Catalana, perteneciente a la familia que ejercía el señorío
de Candasnos. Siguen incrementándose las posesiones del monasterio, aunque ya
de forma más pausada. En 1208 el rey Pedro II concede al monasterio una
extensión de tierra yerma en los Monegros, pero regada por el río Ebro. En
febrero de 1214 encontramos el primer caso de donación voluntaria de una
persona al monasterio junto con sus bienes materiales, en este caso Gazol
entregará al monasterio 100 maravedís de oro y “todas sus cosas” en el
término de Casbas; poco antes se había ejecutado la compra del monasterio de
San Benito en Calatayud junto con las posesiones de Lafoz, Miedes y Cadenas.
Ya desde este momento son prácticamente
constantes los cambios de propiedades a particulares seguramente con la
intención de reagrupar bienes tan dispersos y así poder ejercer un mejor
control de todos ellos.
Así pues, podemos hablar de un primer periodo
de prosperidad que comprenden desde la fundación hasta los primeros años del
abadiado de Catalina de Eril (1215-1220), debido principalmente a las
donaciones que recibe el monasterio. Los sucesivos abadiados de Sancha de
Lizana (1235) y Sancha Guillén (1256) son un periodo de depresión, que se
mantiene en los primeros años de Inés de Ribas (1258 aproximadamente) iniciando
ésta un periodo de recuperación que se consolidará en la época de Urraca de
Huerta (1284) y se mantendrá con Elvira Sánchez (1295). A partir de entonces,
cuando en 1330 toma el cargo de abadesa Teresa de Entenza, comienza la
decadencia más fuerte del monasterio.
El monasterio de Santa María de Casbas llegó a
tener grandes riquezas y se constituyó en un centro de gran influencia. Contó
con el apoyo de la monarquía y todas sus abadesas provenían de las grandes
familias aragonesas que con sus dotes contribuyeron a agrandar las posesiones
del monasterio, algo que no se correspondía con los primeros deseos de pobreza
y austeridad de la orden, aunque no fue ésta una excepción, ya que desde
mediados del siglo XII la mayoría de los monasterios cistercienses se
convirtieron en grandes terratenientes, siendo ellos mismos víctimas de lo que
en origen censuraron. Los principios de la orden del Císter renuncian a los
bienes terrenales como única forma de alcanzar los beneficios eternos,
potencian el trabajo junto con el recogimiento y la oración: un espíritu de
simplicidad y pobreza que como en nuestro caso, se vio sustituido por el lujo y
la riqueza.
La propia arquitectura es reflejo de las normas
del Císter: evita la decoración porque perturba y distrae para la oración y el
recogimiento, se busca una arquitectura más espiritual.
El conjunto monástico, declarado Monumento
Histórico-Artístico de carácter Nacional en noviembre de 1979, fue edificado
conforme el modelo cisterciense y en la actualidad conserva algunos restos de
su estructura original como son las murallas, la torre del homenaje de planta
cuadrangular, la casa abacial, el claustro de cuatro crujías con arcos
lobulados del siglo XV y la sala capitular donde vemos dos laudas sepulcrales
con las figuras esculpidas de dos abadesas y las fechas de su fallecimiento,
1527 y 1575. Todo ello con notables remodelaciones realizadas principalmente en
los siglos XVII y XVIII. Mención aparte merece el templo que es la parte que
mejor conserva su estado original aunque perdió gran parte de su mobiliario
litúrgico en la guerra de 1936.
La iglesia comenzó a construirse en los últimos
años del siglo XII. La parte que más se corresponde con el estilo románico,
propiamente dicho, es la comprendida por los tres ábsides de planta
semicircular y una parte del crucero. El resto de la fábrica adquiere elementos
más característicos de la arquitectura cisterciense y por lo tanto encontramos
una serie de elementos de claro carácter protogótico.
La fábrica original es de sillares bien
escuadrados con abundantes marcas de cantero, aunque en altura se pierde la
calidad de los mismos, quizá debido a un empeoramiento de las condiciones
económicas. La iglesia presenta una sola nave, transepto y tres ábsides en la
cabecera.
Vista
de la entrada al Monasterio de Casbas
Desde el exterior se pueden ver las reformas
sufridas en el siglo XVIII, cuando se recrecieron tanto la nave como el
transepto y la cabecera mediante ladrillos, abriendo una galería de arquillos
en la parte del transepto que nos recuerdan las tipologías de los palacios
aragoneses. Se conserva la cornisa original, así como los canecillos que la
sustentaban a lo largo de todo el perímetro del edificio.
La cabecera del templo está formada por tres
ábsides, sobresaliendo el central respecto a los laterales por su tamaño, tanto
en altura como en anchura, y todos ellos elevados sobre un basamento con una
pequeña moldura y articulados por medio de columnas en las uniones del ábside
central con los laterales. En cada uno de los ábsides se abre un ventanal en
derrame decorado por una arquivolta que descansa sobre capiteles con
columnillas y basas. Estos vanos absidales presentan capiteles de decoración
sencilla: motivos geométricos, vegetales y volutas. El único capitel historiado
lo encontramos en el ábside central, donde se repite la misma escena en sus dos
caras. Aquí se representa dos parejas de hombres de pelo corto, cubiertos sólo
por un calzón formando pliegues. Cada uno de ellos sujeta al otro por detrás de
la nuca, mientras que la otra mano se enlaza con la del oponente, representando
una forma de lucha o enfrentamiento.
Capitel de la ventana del ábside central
Capitel de la ventana del ábside norte
En el lado sur del transepto se abre un amplio
ventanal decorado con arquivoltas que descansan sobre columnillas rematadas por
capiteles sin decoración, frente al vano que se abre al lado opuesto que es
simplemente en forma de aspillera.
En el arranque del muro sur de la nave se
encuentra en un cuerpo resaltado, la portada, profundamente abocinada, de
excelente factura. Está formada por once arquivoltas de medio punto de muy
diversa decoración geométrica, intercaladas con cuatro arquivoltas en arco de
medio punto que se apean sobre otras tantas parejas de columnas con capiteles
lisos y a las que les faltan los fustes. Las arquivoltas se apoyan en nueve
pares de capiteles, lisos y estilizados, que a su vez se apoyarían sobre nueve
pares de columnas, hoy desaparecidas, que quedaban agrupadas de tres en tres.
Queda reflejada en esta portada toda la simbología del número nueve (nueve son
las fases del desarrollo espiritual) y del número tres, símbolo de la Trinidad.
Pero el eje simbólico de esta portada es el crismón, único motivo esculpido en
el centro del tímpano, también trinitario y con un Agnus Dei en su
centro. Del mismo modo que las arquivoltas, vienen a sugerir un símbolo de lo
material que distrae al hombre del profundo conocimiento, siendo profusamente
trabajadas con diversos motivos geométricos, ajedrezado jaqués, incluso una de
ellas se encontraba decorada con puntas de diamante, muestra del excelente
trabajo de cantería llevado a cabo en esta portada. La numerología tuvo su
importancia durante todo el románico siendo potenciada en gran manera por el
Císter para llegar a ser fundamental en el gótico por lo que nos situamos en la
antesala de las nuevas formas y modos de construir del nuevo estilo que poco a
poco se introduciría también por estos territorios.
El interior de la iglesia está formado por los
tres ábsides y por tres tramos de nave cubierta con bóveda de cañón sobre
fajones, que a su vez se apoyan en columnas adosadas que no llegan al nivel del
suelo sino que se ven interrumpidas por grandes ménsulas. Los ábsides se
cierran por medio de bóvedas de cuarto de esfera y presentan en su parte
central sendos ventanales, el del lado del evangelio aparece oculto por un
retablo barroco. Parece ser que se le dio mayor relevancia al central, de doble
arco con capiteles historiados que descansan sobre esbeltas columnas, mientras
que el que queda a la vista en el lado sur es más sencillo, con un solo capitel
a cada lado decorado con motivos geométricos y florales, aunque no de peor
factura.
Cúpula del crucero
Sobre el transepto se eleva un cimborrio
octogonal ciego, sustentado por cuatro arcos torales de medio punto doblados.
El paso del cuadrado al octógono se realiza mediante trompas con decoración
posterior de yeserías sobre las que se representan los escudos de algunas
abadesas del monasterio.
En el último tramo hacia los pies de la iglesia
encontramos dos coros, el coro alto, con sillería y el coro bajo, cerrado por
celosías desde donde la comunidad religiosa podía seguir los oficios aislándose
de los seglares.
También a los pies se encontraba la torre
románica de la que todavía se conserva un tramo de las escaleras de caracol.
En este monasterio se veneraba la imagen de
Nuestra Señora de la Gloria, una talla románica de la que sólo se conserva su
cabeza, la cual se recuperó a modo de las imágenes del XVIII, con cuerpo de
armazón, y que hoy en día se conserva en la iglesia parroquial de la localidad.
Este monasterio mantuvo su actividad durante
siglos momentos de mayor o menor esplendor, momentos de gran poderío económico
e incluso influencia política, pero también de trabajo y oración. Tuvo un
último momento de auge, a partir de 1988, cuando llegó su última abadesa y a
pesar del reducidísimo número de monjas que lo habitan, el monasterio se llenó
de actividad: se hacían dulces, cerámica, todo ello destinado a la venta. Desde
el ámbito espiritual se convocan semanas de oración, la hospedería acoge a un
buen número de personas que buscan aquí un lugar de recogimiento, en busca de
paz y tranquilidad. Definitivamente el monasterio cerró sus puertas en el año
2004 cuando pasó a manos privadas, desde entonces permanece a la espera de una
rehabilitación, unos nuevos usos y deseando no caer en el olvido. En 1998 se
publicó la tesis doctoral sobre La arquitectura cisterciense en Aragón,
1150-1350, de Ignacio Martínez Buenaga, que presenta un capítulo dedicado a
este monasterio.
Románico en el Somontano
El Somontano de Barbastro
Estamos en unas tierras que fueron pobladas ya
durante el Paleolítico puesto que se conocen los restos de la vivienda de unos
cazadores que vivían en la Cueva de la Fuente del Trucho, que utilizaban como
refugio a las bajas temperaturas de la última glaciación, hace más de veinte
mil años. En sus paredes aún permanecen los testimonios de sus rituales,
mediante representaciones de manos en negativo, líneas de puntos o algunas
cabezas de caballos, pero del resto no quedó nada más. En el Neolítico, cuando
ya se implanta la cerámica en el mundo agrícola –en estas tierras especialmente
ganaderas– volveremos a saber de sus rituales cuando las cuevas del río Vero
nos ofrezcan los grandes testimonios de la pintura levantina, de ese arte
esquemático que nos habla de unos pueblos que han salido de la glaciación y que
se organizan en poblamientos estables que abundarán por el territorio a partir
de la Edad de los Metales.
Todo ese legado de establecimientos humanos en
los que se organiza la explotación del territorio, lo recibe y lo utiliza Roma
construyendo sus propios espacios urbanos en la entidad de Labitolosa (La
Puebla de Castro) o la propia Barbotum, actual Barbastro. Calzadas, puentes,
obras hidráulicas y una temprana cristianización es la herencia romana en este
territorio, herencia que adquiere su máxima expresión en la organización del
extenso territorio de la actual comarca del Somontano de Barbastro, situada en el
centro de la provincia de Huesca a caballo, en su mayor parte, entre las
sierras pirenaicas y abierta a las llanuras monegrinas.
Los 1.163 km2 que componen la actual comarca
están vertebrados por los ríos Alcanadre, Isuala, Vero y el gran río Cinca, que
además de aportar caminos de comunicación generan espacios de rica agricultura
de regadío. En ella se continúan con antiguos cultivos, cada vez más
especializados y reconocidos, entre los que hay que mencionar los viñedos del
Somontano. Todo el territorio está vinculado a la capital, Barbastro, en la que
viven unas quince mil personas de las casi 24.111 que habitaban la comarca según
el censo de 2013.
Precisamente es inmemorial este papel de
centralidad que juega Barbastro, una ciudad notable ya en tiempos de Roma o de
Al-Andalus. Ampliando este último dato, es interesante recordar que uno de los
distritos de la Marca Superior de Al-Andalus fue la Barbitanya, entre los ríos
Alcanadre y Cinca, con capital en Barbastro, una ciudad fundada en el siglo IX
por Jalaf Ibn Rasid, quien también construyó una fortificación en Alquézar para
reforzar la defensa en la frontera del Norte. A pesar de este importante pasado,
su universalización la adquiere con el suceso de la Cruzada de 1064, el momento
en que Ermengol III de Urgel, casado con la condesa doña Sancha de Aragón,
logró arrebatar la ciudad a los musulmanes dentro de una acción militar que
muchos historiadores consideran y califican como la primera Cruzada de la
historia.
Esa acción militar, una de las victorias más
importantes de los ejércitos del rey Sancho Ramírez contra los musulmanes, fue
tan efímera como conocida puesto que el dominio sobre Barbastro sólo duró ocho
meses, hasta que los ejércitos del rey al-Muqtadir de Zaragoza volvieran a
poner sitio a la ciudad, la conquistaran y lograran acabar con la vida del
conde de Urgel, el esposo de la condesa doña Sancha y por tanto cuñado del rey
de Aragón. La operación había fracasado en su intento de establecer un dominio
permanente en la zona, cosa que no se logrará hasta 1089, fecha de la conquista
de Monzón, pero había conseguido llamar la atención de los poderes europeos
sobre las riquezas que albergaban las ciudades musulmanas.
Por ello, ya serán los tiempos de Pedro I,
tercer rey de la dinastía aragonesa, los que vivan la conquista definitiva de
estas tierras con operaciones en el entorno del año 1100 que hicieron
cristianas definitivamente –y tras posesiones temporales– a grandes fortalezas
como Alquézar y a poblaciones importantes como Abiego o Estadilla.
Estas acciones en la zona provocaron
importantes cambios en la gestión de un territorio que pasaba a manos,
fundamentalmente, de instituciones eclesiásticas que iban a potenciar ese valor
de distrito rural con el que habían logrado los musulmanes generar épocas de
riqueza. El río Vero hacía el milagro hasta las tierras del Alcanadre, poniendo
el límite con el Somontano oscense, trabajado por una población de no más de
tres mil habitantes protegidos por una estructura militar de pequeñas
fortalezas –entre las que destacaba la gran obra de Alquézar– que vigilaban los
caminos y protegían las cosechas.
A partir de la conquista de esta zona, en los
inicios del siglo XII, se pone en marcha un proyecto de repoblación que llevará
a crear nuevas poblaciones, en muchas ocasiones cerca de las antiguas
poblaciones islámicas que han quedado como testimonio de la pujanza de la zona
en los inicios del siglo xi. La iglesia protagoniza la nueva época, en esta
zona de manera mucho más notoria que en otros territorios del valle, puesto que
además se había producido un movimiento del obispado que salió de la sede de Roda
de Isábena, en plena montaña, para asentarse en Barbastro y tomar posesión de
la mezquita como catedral consagrada en mayo de 1101.
Todos estos movimientos nos van aportando
restos de las arquitecturas con las que se quiso controlar el territorio, en
especial de los castillos en los que se asienta el régimen señorial de los
honores y de las iglesias donde un clero rural, poco formado y peor alimentado,
atiende la expansión evangelizadora del cristianismo que inspira la monarquía
aragonesa. Enrique Calvera apunta que en estos primeros tiempos la diócesis de
Barbastro produce iglesias que encarga a canteros lombardos y financia también
iglesias que “forman parte del románico de peregrinación que se difundió desde
la corte de Jaca” como la de Alberuela de la Liena.
Frente a estas modalidades presentes en la zona
montañosa norte, en las llanuras del Sur nos encontramos con “otro grupo de
iglesias edificadas en la segunda mitad del siglo xii y que forman parte del
llamado románico pleno”, como es el caso de la colegiata de Berbegal con su
interesante planta basilical.
Como colofón de todo ese mundo románico, en la
ciudad de Barbastro se vivió el nacimiento de la Corona de Aragón,
acontecimiento clave en la historia peninsular, cuando el 11 de agosto de 1137,
se firmaron los documentos que hacían realidad los esponsales de Ramón
Berenguer IV, conde de Barcelona, con la reina doña Petronila, hija del rey
Ramiro II el Monje. El hijo de ambos, Alfonso II de Aragón heredaría el título
real y el reino de su madre, la princesa aragonesa, y las tierras de Barcelona
de su padre, el conde. La elección de Barbastro para este acontecimiento ya nos
habla del papel jugado por esta ciudad en la Baja Edad Media, cuando se
consolidó como ciudad pujante gracias a su situación estratégica (entre el
llano y la montaña), a la celebración de ferias y mercados y a la fama que
cobraron sus artesanías textiles. Todo un mundo de progreso que escasamente se
vio atacado, aunque hubo momentos muy tensos como la crisis que padeció
provocada por la peste negra de 1348 o por la trágica guerra de los Dos Pedros.
Alquézar
Villa del Somontano de Barbastro, situada a 660
m de altitud en la margen derecha del Vero, sobre el último de los profundos
cañones que forma este río en la sierra de Sevil. Parte del municipio forma
parte del Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara. Se accede a
Alquézar desde Barbastro, ciudad de la que dista 24 km, por la carretera
A-1232; o bien desde Huesca por la autovía A-22, tomando a la izquierda el
ramal de la carretera A-1229, en un recorrido de 51 km en total.
Es una villa monumental, con un casco urbano de
trazado medieval y hermosas casonas de los siglos XV, XVI y XVII, en el que
destaca el conjunto formado por el castillo y la colegiata, aislado sobre un
elevado promontorio rocoso en el extremo Este de la población, asomándose
desafiante y espectacular sobre los profundos cañones del Vero.
El enclave donde se alza el antiguo castillo
posee unas excepcionales condiciones defensivas y una excelente visibilidad
sobre el Somontano barbastrense, hacia el Sur, y sobre las sierras
prepirenaicas del Sobrarbe, al Norte. No es extraño, por tanto, que haya sido
ocupado desde épocas remotas que pueden remontarse hasta la prehistoria, dada
la existencia en sus cercanías de importantes pinturas rupestres paleolíticas.
Algunos autores otorgan origen romano a algunos tramos del basamento de la
fortaleza. Su origen histórico data sin embargo de comienzos del siglo IX, en
época islámica, de la que también procede el topónimo, al Qasr, esto es, “la
fortaleza” o, más propiamente, “el palacio”.
Varios cronistas árabes, y destacadamente Al
Udrí, se refirieron a este lugar como al Qasr Banu Jalaf, esto es, “el
palacio de los descendientes de Jalaf”, por ser considerado este personaje
su constructor. Jalaf ibn Rasid ibn Asad, probablemente de linaje árabe yemení
y que habitaba en el castillo de Antasar, secundó a finales del siglo VIII la
rebelión del gobernador de la Barbitania, Bahlul Ibn Marzuq, contra el emir de
Córdoba; pero fue hecho prisionero por Bahlul, quizás a causa de una traición,
y, tras ser liberado por su familia, en el año 802 asesinó en Barbastro a su
antiguo aliado, restableciendo la obediencia a Córdoba. Asumió entonces la
gobernación de la Barbitania, cargo que mantuvo durante sesenta años. La
construcción de la fortaleza de Alquézar se data al inicio de su tarea como
gobernador, cuando fue preciso establecer una punta de lanza frente a la zona
del Sobrarbe, que por entonces veía formarse los primeros núcleos organizados
cristianos, dependientes de los francos.
Tras la muerte de Jalaf, su hijo le sucedió en
el cargo pero fue asesinado poco después por Ismail Ibn Musa, de la familia de
los Banu Qasi, que gobernó en el distrito hasta que en 889 fue vencido, a su
vez por Al Tawil. Este emprendió, hacia los años 907-908, una campaña contra el
Sobrarbe que partía de Alquézar, asegurando con ella la sumisión de este
condado. Los descendientes de Al Tawil, los Banu Amrús, gobernaron en Barbastro
y Alquézar hasta principios del siglo XI, en una época caracterizada por constantes
y desangradoras luchas intestinas entre los diferentes clanes familiares.
Durante todo ese tiempo, Alquézar fue el castillo que protegió el acceso a
Barbastro, y desde luego fue una de las principales, si no la principal,
fortaleza de la Barbitania o Barbitaniya.
Lo fue también, desde luego, desde que a
mediados del siglo XI comenzó a dejarse sentir con fuerza la presión cristiana
sobre esta zona de la Marca Superior de Al-Ándalus. De hecho, la primera toma
de Barbastro, en 1064, se acometió desde tierras ribagorzanas. Solo tras esa
fecha cayó Alquézar, que en 1067 ya estaba en manos de Sancho Ramírez; en esa
fecha el rey recompensa al abad Banzo, de San Andrés de Fanlo, por haber
construido “la torre en Alquézar”, otorgándole la villa de Beranuy y la
iglesia de Santa María de Sabiñánigo. Figuran en ese documento como seniores de
Alquézar Galindo Galíndez, Fortuño López y Jimeno Sánchez, todos ellos tenentes
de distintas plazas en Sobrarbe, lo que hace suponer que la toma de la
fortaleza alquezarana se produjo con tropas procedentes de esta zona.
En un documento fechado dos años más tarde,
Sancho Ramírez otorga privilegios al lugar y declara que la conquista de tan
importante enclave se debió al abad Galindo, nombrado prior de Alquézar y de su
iglesia: Et quia acquisivistis castrum Alquezari et tulistis ad sarracenorum.
El rey proyectó establecer una canónica en el castillo de Alquézar, al igual
que hizo en Loarre, con monjes procedentes del antiguo monasterio de San Juan
de Matidero, en Sobrarbe; ya en junio de 1074 figura un abad Sancho, de este cenobio,
como abad de Alquézar. Tanto el monasterio de Matidero como el de San Cucufate
de Lecina pasaron en esa fecha a ser propiedad de la plaza alquezarense.
Sin embargo, la fortaleza todavía habría de
volver fugazmente a manos musulmanas, que retuvieron de nuevo la plaza entre
1075 y 1083, lo que probablemente truncó el proyecto de establecer en Alquézar
una canónica. Cuando en 1080 los obispos García de Aragón y Raimundo de Roda
acuerdan los límites entre sus respectivas diócesis, adjudican a esta última la
zona de la Barbitania, con los castros de Naval, Salinas y Alquézar, confiando
en que pasen a manos cristianas in proximo futurum. Lo estaban, en
efecto, al año siguiente, cuando figuran como tenentes Galindo y Sancho
Galíndez y Pipino Aznárez, también llamado Pipino de Biescas. Dos años después
se consigna la realización de obras en la fortaleza, seguramente la
construcción de su iglesia y el refuerzo del antiguo bastión islámico, pues
habrá de ser ahora importante base para la segunda y definitiva toma de
Barbastro. Sancho Ramírez concede en esa fecha, 1083, a Santa María de Alquézar
los diezmos del alodio de Atasuer y de Abizanda; y figura de nuevo como abad
Galindo, apellidado de Muro, importante personaje de la corte real aragonesa.
1083 es también el año en que el rey de Aragón
refrenda la adjudicación de Alquézar a la diócesis de Roda, tal como habían
acordado los obispos en 1080, advirtiendo sin embargo al de Jaca, su hermano
García, que no pusiera jamás los pies en Alquézar “si no quería perder los
ojos de su cabeza”. En el enfrentamiento del monarca con su hermano, el
obispo, debió de desempeñar un destacado papel Pipino Aznárez, uno de los
tenentes de la fortaleza. Y aunque desde 1086, en que tuvo lugar la
reconciliación entre Sancho Ramírez y su hermano, Alquézar tenía que haber
pasado al obispado de Jaca, la súbita muerte de García hizo que el traspaso no
llegara a producirse nunca.
El hecho de que Alquézar contara con seis
tenentes confirma, por otra parte, la importancia estratégica de esta plaza en
estas fechas, pues de aquí saldrán los efectivos que protagonizaron la toma de
Salinas y Naval, además de la propia Barbastro. En 1085 aparecen como tenentes
el ya mencionado Pipino, García Xemenones, Xemeno Galindiz y Belasco, Xemeno y
Sancio Garcés, además del abbate domino Galindo y del merino don
Vitalis; se trata de un documento que consigna la venta que efectúa el abad
García de Boxosa al obispo de Roda, de unas casas cum omnibus que accepi in
populatione in Alchecar sub iussione domini Sancii regis; esta posesión le
será confirmada al obispo por el monarca en 1092, junto con muchas otras
propiedades, otorgándole libertad de plantar y de comprar o recibir donaciones
el castro de Alchezar. En el mismo año, Ramón de Roda entregará este alodio
alquezarano a la sede rotense como parte de la dotación de la canónica. Y es
asimismo en esa fecha cuando Sancho Ramírez se refiere a la iglesia de Alquézar
como capelle nostre, es decir, como capilla real, condición que seguirá
ostentando en lo sucesivo. Las obras avanzaban a buen ritmo, de forma que la
consagración de esta iglesia tuvo lugar en 1099, ocasión en la que Pedro I
muestra su munificencia con Alquézar otorgándole numerosas localidades
somontanas y de la tierra llana (entre ellas Abiego, Lascellas, Azara, Ponzano,
Salas, Salinas, Adahuesca o Estada), además de las salinas de Naval, San Juan
de Matidero y la iglesia del Santo Sepulcro de Barbastro, ubicada en la zuda
musulmana, es de suponer que previendo su próxima conquista. Al otorgarle el
castillo y términos de Huerta de Vero se hace constar la ocasión: in die qua
consecrata est ecclesia eidem beatisime Dei Genitrici Marie que fundata est in
castello Alquezar. Poco después, en 1113, el obispo Ramón de Barbastro-Roda
consagrará en esta iglesia un altar dedicado a San Juan Bautista.
Paralelamente se fue produciendo la repoblación
de los contornos, como consta por la concesión de una carta puebla a Lecina por
el abad Galindo en 1093, acto que se consigna “en la sala capitular de la
iglesia de Santa María de Alquézar”. Previamente Sancho Ramírez, en 1092,
había delimitado los términos de Lecina, reconociendo que había sido entregada
a la capilla real de este castillo y a su abad, dilecto nostro capellano
Galindo. El sucesor de este monarca, Pedro I, otorgará en 1115 franqueza e
ingenuidad a los pobladores actuales y futuros del burgo novo de Alchezar, esto
es, de la parte de la villa que se estaba formando fuera del recinto del
castillo y que acabará por conformar el pueblo actual, en detrimento del
castro, que irá progresivamente vaciándose de casas hasta quedar habitado
exclusivamente por los clérigos y sus servidores. Se les concedió derecho a
celebrar mercado cada quince días, lo que benefició enormemente al desarrollo y
prosperidad de la villa.
Tras la conquista de Barbastro, en 1101,
Alquézar recibe de nuevo cuantiosas donaciones por Pedro I, algunas tan
importantes como el priorato de San Juan de Monzón y sus bienes, la población
de Alcubierre, el pórtico de la zuda de Barbastro y diversos pueblos, diezmos,
iglesias y heredades; manda asimismo que nadie pueda vender ni empeñar bienes
de la iglesia de Alquézar, ni tampoco “hacer violencia” en ella. Permite
que sus ganados puedan pastar por todo el reino y, en definitiva, que el lugar
no esté sujeto a ninguna autoridad, ni episcopal ni real.
Tanto Alfonso I como Ramiro II confirmarán las
donaciones y libertades otorgadas a Alquézar por sus antecesores, y el hijo de
Pipino, Barbatorta, que sucederá a su padre en la tenencia, acreció los
privilegios de su iglesia con la concesión en 1133 de cuanto poseía en Azara,
disponiendo el pago de décimas y primicias de sus pobladores a Alquézar.
Cuando todavía se disputaba la adscripción de
Alquézar al obispado de Roda-Barbastro o al de Huesca, pues Ramiro II había
confirmado en 1137 su pertenencia al primero de ellos y el papa Eugenio III,
por el contrario, había resuelto en 1145 a favor del segundo, Ramón Berenguer
IV, sucesor del rey Monje, decidió adjudicarla con todos sus bienes al obispado
de Tortosa, restablecido tras la conquista de esta plaza en 1148. Casi cien
años permaneció Alquézar vinculada a tan lejana y ajena sede episcopal, cuyos obispos
no olvidaban añadir a su primer título el de prior de esta iglesia que seguía
siendo capilla real; así figura en todos los documentos conservados desde 1156,
en que el obispo Gaufredo comienza a disponer de los bienes de este priorato
arrendando la iglesia del Santo Sepulcro de Barbastro a cambio de determinados
tributos. El castillo permaneció en manos de tenentes, entre los que destaca
Pelegrino de Castellazol, que lo fue durante el último tercio del siglo XII.
Fueron años de restricciones y estrecheces para
los clérigos alquezaranos, cuyas rentas serán administradas a beneficio de la
sede tortosina, pues, privada aún de su antigua jurisdicción, para ella las
rentas de Alquézar fueron su principal sostén. Sin embargo, es en este periodo
cuando, habiéndose asignado a los clérigos algunas rentas de libre disposición
sin licencia episcopal, se inician obras de reedificación de las casas y celdas
de los canónigos: en 1223 se nombran administradores específicos para ello, y
en 1259 se nombran las obras de construcción de los dormitorios. Para esta
fecha ya había pasado Alquézar a depender de la diócesis de Huesca, lo que se
produce mediante sentencia arbitral de junio de 1242.
Durante el reinado de Jaime I comenzaron las
pignoraciones de Alquézar en beneficio de distintos nobles que auxiliaron
económicamente a la monarquía aragonesa. En 1233 se entregan a Arnaldo de Foces
los castillos y villas de Alquézar, Bespén, Tramacet y Olsón, que a la muerte
del beneficiario deberían volver a la Corona. También Jaime I intervino en 1245
en los pleitos que enfrentaban a los habitadores del castro y del burgo nuevo
de Alquézar, equiparándolos con un único fuero, el entregado por Sancho Ramírez;
e incluso amplió sus privilegios en 1263, declarándolos salvos y seguros en
cualquier lugar de los dominios del rey.
De nuevo en 1286 fue enajenado en favor de
Pedro de Cervera, que se hará cargo del castillo de Alquézar en calidad de
alcayde, aunque por pocos años, pues a finales del siglo xiii el lugar consta
de nuevo como de realengo. Una vez más será entregado a un noble, Pedro Jordán
de Urriés, en 1357, y de nuevo en 1372, cuando Pedro IV lo entrega a Gonzalo
González a cambio de Ricla. Violante de Urrea vendió en marzo de 1380 el
castillo, villa y aldeas de Alquézar a este último monarca, y sus sucesores
todavía volvieron a empeñarlos a Gonzalo González en el primer cuarto del siglo
xv, siendo rescatada su propiedad para la Corona definitivamente en 1429.
Seguía siendo de realengo en 1610.
Claustro de la Colegiata de Santa María
Se ha escrito que la iglesia actual de Santa
María de Alquézar, a los pies del castillo, fue realizada en el segundo cuarto
del siglo XVI por Juan de Segura, a iniciativa del concejo de la villa, y
reformada en el siglo XVII. Antes que ella hubo un templo románico consagrado
en 1099 del que no quedan apenas vestigios, excepción hecha de su muro sur, que
da al claustro y fue aprovechado en la obra nueva, reformando la primitiva
portada. Ese templo tuvo como titular a Santa María y altares a San Bartolomé,
San Nicolás y San Juan Bautista, cuya capilla consagró en 1113 el obispo de
Roda.
Planta del conjunto
De todo el conjunto arquitectónico destaca el
claustro, una de las últimas obras del románico en Aragón, al que se ha situado
a principios del siglo XII, aunque Lacoste opine que debe ser situado en las
primeras décadas del siglo XIII, apoyándose en estudios comparados con la
iconografía peninsular y con claras referencias al mundo navarro.
Planta del claustro
Es evidente que esta iglesia fue consagrada por
Pedro I en 1099. Este dato no permite suponer que el edificio estuviera
concluido, antes bien nos hace intuir que se completaría su conexión con el
espacio religioso en los años inmediatos al 1100, puesto que el obispo san
Ramón está consagrando altares en 1113, cuando Alquézar vive un auge económico
importante como consecuencia de la carta puebla de Alfonso el Batallador. Es
por ello, que Durán considera que es éste el momento en el que se construyó el
atrio de la iglesia, actualmente convertido en galería norte, con cuatro
arcadas descansando sobre seis capiteles esculpidos torpemente, pero llenos de
ingenuidad en sus representaciones figurativas.
Esta galería norte, profundamente alterada (en
un proceso que incluso llegó a ubicar un ábaco como basa), dejó de tener
función de porche muy pronto, puesto que en el siglo XIII sabemos que hay
personas que se entierran en el claustro.
Muy pronto, el pequeño recinto claustral
presentará un estado de ruina que, en 1313, se explica “a causa su
antigüedad” y que provoca que el propio obispo de Huesca conceda
indulgencias para reedificarlo, como “obra suntuosa”, pues debe albergar
la milagrosa imagen del Crucificado. En este momento, comenzando el siglo XIV,
se añaden las tres crujías en arcos de medio punto sostenidos por pares de
columnas, que apoyaron los espacios renacentistas, del siglo XVI, que hoy
alberga el Museo Colegial.
Este claustro encierra “interés excepcional
de la iconografía”, destacando las interpretaciones de la Jerusalén
celestial y la de la Trinidad –un hombre con tres cabezas y una figura
horizontal– que unos explican como parte de la Asunción de la Virgen y otros
como motor de la Creación del primer hombre. Como conclusión, cuando se hace el
claustro de Alquézar, la escultura denota un cierto empobrecimiento en su
calidad y un cierto populismo en su ejecución, aunque es interesante el
planteamiento iconográfico de este conjunto que respira arcaísmo y que para
algunos trascribe cierto conocimiento de ese esquematismo y de ese modo
peculiar de hacer los ojos que definió el estilo pinatense.
Originalmente la galería norte estaba
formada por dos parejas de arcos de medio punto con un machón central, pero
para instalar un sepulcro se replanteó la arquería desplazando las columnas y
construyendo dos arcos desiguales. La iconografía de los capiteles responde
principalmente a temas del Antiguo Testamento. En la Edad Moderna se añadió un
piso de ladrillo abierto con ventanales típicos de galerías aragonesas.
El primer capitel (el más
oriental) representa, en la parte superior el Sacrificio de
Isaac cuando el Ángel detiene la acción y le ofrece un cordero para
sacrificar, y en la parte inferior un personaje asando un “becerro cebado”
simbolizando un pasaje de la parábola del hijo pródigo. En un costado se
representa a Sara preparando unas viandas bajo una palmera. En el otro costado
figuran tres peregrinos que acompañan a Isaac.
El segundo capitel representa
la ceremonia de consagración del templo en 1099, y aparece el Obispo
San Ramón de Roda, distinguido con su báculo y ropas ceremoniales, en actitud
de bendecir junto a otros oficiantes y testigos.
El tercer capitel, adosado al
machón central, representa la Creación de Adán en el interior de una
mandorla sostenida por dos ángeles. En la parte superior se representa
la Trinidad mediante tres cabezas. Conserva parcialmente la
policromía, y es el capitel más conocido.
El cuarto capitel, después del
machón central, recrea el Diluvio Universal, representado como un barco de
tres niveles, en el inferior se acomodan las parejas de cuadrúpedos, en el
central la familia de Noé, y en el superior las parejas de aves.
El quinto capitel presenta en
sus cuatro caras episodios del Génesis: la Tentación y Pecado Original de
Adán y Eva, la Expulsión del Paraíso y la historia de Caín y Abel.
El sexto capitel, el más
occidental, figura el Banquete de Herodes y la Muerte de S. Juan Bautista,
con los comensales en torno a la mesa contemplando a Salomé bailando (parte
inferior del capitel), y en un lateral a Bautista reprochando a Herodes y en el
otro a Herodes con la cabeza de S. Juan una vez decapitado.
Las pinturas murales góticas de los
siglos XV y XVI que lucen en los muros interiores del claustro son de gran
interés, y se conservan en bastante buen estado. Se sitúan en dos niveles y
representan escenas de la Infancia y Pasión de Cristo.
Románico en las comarcas del Cinca
El Cinca Medio es una comarca aragonesa que
está, como indica su propio nombre, situada en el curso medio del Cinca. Su
capital es Monzón. Limita al Noroeste con el Somontano de Barbastro, al Este
con La Litera y al Sur con el Bajo Cinca y los Monegros. Se podría decir que es
la comarca que tiene una mayor densidad de población, con más de 40 habitantes
por km cuadrados, que viven de la agricultura y, sobre todo, de la industria.
La historia del territorio está profundamente
vinculada a las consecuencias que tiene el testamento de Alfonso I el
Batallador, dejando a las órdenes militares y a la Iglesia la posesión del
reino de Aragón. La complejidad del testamento salta cuando muere el rey, en
septiembre de 1134, y los herederos plantean hacerse con el reino, momento en
el que la nobleza aragonesa y las ciudades –lideradas por la capital de Jaca–
deciden incumplir el mandato testamentario y coronar rey al último hijo de
Sancho Ramírez, al monje Ramiro que pasará a reinar como Ramiro II.
La llegada del hermano del difunto Alfonso al
trono, permite frenar la entrega del reino a estructuras eclesiásticas aunque
es evidente que obligaba a abrir una importante negociación que pusiera fin al
contencioso. En este momento, la Iglesia está reforzada tras los procesos de
cambio que ha puesto en marcha el papado y está dispuesta a no renunciar a la
herencia. Junto a ella, los templarios y los sanjuanistas están poniendo en
marcha un nuevo modo de entender la vida religiosa, conciliándola con una sociedad
guerrera y con unos tiempos en los que era imprescindible luchar para
conquistar las tierras en manos de los llamados infieles, aquellos que no
profesaban la religión cristiana. Ese nuevo modo de entender la vida partía de
la definición de un soldado, mitad guerrero y mitad monje, que resultaba muy
cercano a las gentes que veían en él un apoyo y un aliado para librarle de la
amenaza musulmana que todavía tenían los pobladores de la zona centro de
Aragón.
Reafirmando su vocación religiosa, aportando a
la sociedad un nuevo espíritu cristiano mucho más moderno y útil, estos
monjes-soldados van a verse obligados, por las circunstancias del momento a
hacerse cargo de la conquista y organización territorial del valle medio del
Cinca. En concreto, cuando el reino aragonés quiera resarcirles de lo que no
han recibido del testamento de Alfonso I el Batallador les abrirán las puertas
de esta zona.
Los primeros que llegan a estas tierras son los
templarios, cuando el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, en nombre de su
esposa la reina Petronila de Aragón, los convoca a una reunión a celebrar en la
ciudad de Gerona en el año 1143. Concluyendo ese año, el conde les plantea la
renuncia al testamento y los templarios aceptan, conscientes de que esa
decisión es la más rentable para sus intereses. Así, el maestre Roberto de
Craón renuncia a la herencia a cambio de recibir posesiones en Monzón, Mongay,
Chalamera, Remolíns y Corbíns.
Este es el momento en el que el castillo de
Monzón se convierte en la sede oficial de la orden templaria en la corona de
Aragón. Además, el castillo se convirtió en la sede de una amplia encomienda
que controló rentas y tierras, que puso en marcha lo que Castillón Cortada
llama “un apostolado militar, agrícola y cultural”. La importancia de
este establecimiento templario lo demuestra el hecho de que el propio rey Jaime
I sea llevado a Monzón y educado por los templarios, entre agosto de 1213 y
junio de 1217.
Como era obligado, el castillo fue ampliado,
reformado y transformado en una fortaleza conventual que respondía a los modos
de construir de ese espíritu cisterciense, austero y básico, que muestran los
canteros del siglo xiii. Construyen poblados y levantan pequeñas iglesias en
ese románico tardío que se generaliza en la segunda mitad del siglo xii, al
mismo tiempo que organizan la repoblación con base en las almunias que se
establecen en lugares como Binéfar, Binaced o Pitilla, en el año 1169. Es el momento
en el que se organizan los riegos, con las acequias que se sacan del Cinca en
esos mismos años, como por ejemplo la que se construye en Conchel en 1160.
Acequias que se acompañan de la obra de todo tipo de edificios necesarios para
controlar el agua y para usar el agua como motor de transformación de productos
agrícolas.
Pero, en los inicios del siglo XIV la orden
sufre el asalto de algunos reyes –liderados por el francés– que quieren
librarse de estos poderosos señores y que deciden unirse al papa para provocar
uno de los episodios más absurdos e injustos de la historia eclesiástica
medieval: la acusación de herejía a los templarios. El castillo de Monzón se
rinde en 1309, ya desaparecida la orden militar concluye la presencia de los
templarios que fueron claves para la implantación del románico en esta zona.
Su espacio lo ocupa otra orden, la hospitalaria
de San Juan de Jerusalén, que estaba esperando este momento para hacerse con
los dominios de los templarios. Habían llegado a las tierras del Cinca, en
concreto a Monzón, en el año 1148 y se convirtieron en los nuevos gestores de
la situación en 1317. En ese momento la corona aragonesa estructura la
encomienda hospitalaria de Monzón que, un siglo después, en 1414 se verá
dividida en tres encomiendas para quitarles poder y limitar sus rentas, aunque
la situación económica del momento aconsejaba hacerlo para que pudieran
gestionar mejor los recursos. Serán las encomiendas de Monzón, la de
Chalamera-Belver y la de Calavera-Valonga.
Monzón
Monzón, cabecera de comarca del Cinca Medio, se
sitúa en la zona oriental de la provincia. La ciudad actual ocupa ambas orillas
del río Sosa junto a su desembocadura en el Cinca, aunque la ubicación original
de la villa se situaba en la margen izquierda al pie del cerro sobre el que se
asienta su célebre castillo. Se encuentra a 67 km de Huesca por la Autovía
A-22.
Durante la hegemonía musulmana Monzón fue un
importante centro estratégico disputado por los gobernantes de Huesca,
Barbastro y Lérida. Posteriormente, en la reconquista, fue escenario de
batallas entre musulmanes y cristianos. En 1089 fue tomado por Sancho Ramírez y
su hijo el futuro Pedro I, aunque es posible que esta conquista estuviera
precedida por otras tomas o intentos de toma de la ciudad, ya que en 1086 el
infante ya se intitulaba rey de Sobrarbe, Ribagorza y Monzón. El monarca y su
hijo ubicaron en Monzón su cuartel general y en 1092 se establecieron los
términos de la ciudad. En época de Alfonso I el Batallador Monzón se perdió en
varias ocasiones para ser definitivamente conquistado en 1141 por Ramón
Berenguer IV.
Tras la conquista de 1089 Sancho Ramírez y el
infante-rey Pedro nombraron a dos tenentes, Jimeno Garcés e Íñigo Sanz Menaia,
que fueron señores del castillo desde 1089 hasta 1104. Según diversas fuentes
ostentaron también dicho cargo el abad Galindo entre 1089 y 1099, el infante
Ramiro de Navarra entre 1106 y 1116, Tizón entre 1112 y 1113 y entre 1116 y
1124, el futuro rey navarro García Ramírez entre 1124 y 1134, Pedro Abarca en
1134, Miguel Azlor en 1135, Pedro de Estopiñán entre 1137 y 1143 y García Ramirez
y Ramón Berenguer IV en 1143.
Alfonso I había dispuesto en su testamento que
las órdenes militares heredaran el reino de Aragón. Sin embargo, fue su hermano
Ramiro II el Monje quién subió al trono tras su muerte en 1134. En 1137 Ramiro
II casó a su hija Petronila con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, quien
se hizo cargo del gobierno como príncipe de Aragón. Éste entregó varias
posesiones al Temple en 1143, entre ellas Monzón, como compensación por el
incumplimiento del testamento de Alfonso I.
A partir de entonces, y durante todo el siglo
xiii, Monzón se convierte en el centro neurálgico de la Orden del Temple en la
Corona de Aragón. En Monzón se realizaban los capítulos, las profesiones
religiosas y se tomaban las decisiones. Los monjes soldados estuvieron a la
cabeza en las campañas aragoneses de la reconquista y como pago por sus
servicios militares obtuvieron villas y castillos en lugares estratégicos.
Además se les recompensó con la posesión de hospitales, albergues, despoblados
y puertos de montaña para atender a pobres y peregrinos. Construyeron iglesias,
acequias, molinos, caminos y gozaron de gran prestigio entre la población. La
orden dependía directamente del papa, por lo que escapaba a la jurisdicción
episcopal y señorial.
Pedro de Rovera fue el primer templario al
frente de la encomienda de Monzón. En 1163 el comendador era Raimundo de
Cubels, en 1199 Guillén de Peralta, en 1204 Poncio de Marescalc, en 1210
Guillén de Cadell, en 1214 Ramón de Berenguer, en 1216 Bernardo Sa Aguilella,
en 1226 Arquimbaldo de Sama, en 1232 Raimundo de Serra, en 1240 Pedro Jimeno,
en 1244 Dalmacio de Fenollar, en 1248 Bernardo de Huesca, en 1255 Bernardo de
Altarriba, en 1260 Pedro de Queralt, en 1263 Guillén de Ager y Guillén de
Montgroí, en 1269 Guillén de Miravet, en 1272 Dalmacio de Serra, entre 1279 y
1289 Arnaldo de Timor, en 1300 Raimundo de Falces y en 1304 Berenguer de
Belvís.
En 1158 ya se citaban algunas iglesias como
dependientes de Monzón como Chalamera o Ballobar y en 1192 quedaba delimitada
la encomienda con sus veintiocho iglesias en Monzón, Crespán, Cofita,
Ariéstolas, Castejón Ceboller, Pomar, Estiche, Santa Lecina, Larroya,
Castelflorite, Alcolea, Castaillén, Sena, Sigena, Ontiñena, Torre de Cornelios,
Chalamera, Ballobar, Ficena, Calavera, Casasanovas, Valcarca, Ripol, Alfántega,
San Esteban de Litera, Almunia de San Juan, Binahut, Morilla y Monesma.
Monzón y su castillo permanecerían en poder de
los templarios hasta los últimos días de la orden en 1309, cuando capitularon
los últimos monjes tras el asedio de las tropas de Jaime II bajo las órdenes de
Artal de Luna.
La población montisonense estaba fuertemente
islamizada; no obstante durante el dominio islámico existió un grupo de
cristianos mozárabes que practicaban su culto, bajo pago monetario, en tres
templos de tradición visigoda: Santa María, San Esteban y San Juan. Tras la
conquista de 1089 Sancho Ramírez fundó de nuevo las iglesias de Santa María y
San Juan, firmando los obispos a partir de entonces como obispos de Roda y
Monzón y reservándose el monarca San Juan como capilla real. La población
siguió siendo eminentemente musulmana aunque la villa fue ocupada
paulatinamente por repobladores cristinos que acudieron de Pamplona, Aragón,
Sobrarbe, Ribagorza y Pallars especialmente tras la conquista definitiva del
valle a mediados del siglo XII.
Castillo
El castillo de Monzón, Bien de Interés
Cultural, se erige sobre un cerro a orillas del Sosa que domina la ciudad y
todo el valle. Su origen hay que buscarlo en la existencia de una fortificación
o castro prerromano sobre el que se edificaron diferentes estancias en época
musulmana aprovechando, según algunos autores, edificios visigodos. A partir de
la segunda mitad del siglo XII, con la llegada de los templarios, se acometió
una importante reforma que dio como resultado una gran fortaleza-convento
adaptada a las necesidades de su regla.
Posteriormente, tras la caída de la Orden del
Temple y su paso a manos hospitalarias, el castillo y sus estancias entraron en
franca decadencia, llegándose incluso a desmontar y trasladar a la ciudad uno
de sus templos, el de San Juan, por hallarse en un lugar de difícil acceso. Ya
en los siglos XVII y XVIII se amplió la fortificación para adaptarla a las
nuevas exigencias bélicas. Su aspecto exterior es moderno, con sólidas murallas
de ladrillo, cuerpos de guardia y acceso mediante una larga rampa en zig-zag.
Dentro del recinto amurallado, de planta
aproximadamente triangular, se conservan cinco edificios de época medieval: la
torre del homenaje, la torre de la cárcel o “de Jaime I”, el edificio de
las dependencias o dormitorios, la sala capitular, también llamada “de los
caballeros o refectorio”, y la capilla de San Nicolás. Además, en la ladera
sur del cerro sobre el que se eleva el castillo, perviven los restos de la
iglesia de San Juan. Esta fortificación se incluye dentro de la tipología de
castillos de planta irregular dispersa, un modelo muy utilizado en otras
fortalezas pertenecientes a órdenes militares, como el castillo hospitalario
del Krak de los Caballeros en Siria.
Torre del homenaje
La torre del homenaje se eleva exenta en el
centro del recinto amurallado. Es un edificio de planta cuadrada de aparejo
formado por lienzos de cantos rodados dispuestos en opus spicatum delimitados
por encintados y esquinas de sillería. El aspecto que presenta actualmente es
fruto de una restauración que ha recrecido el edificio hasta la altura que
debió tener en origen, incluyendo una ventana geminada en el muro sureste cuya
existencia sólo se conocía gracias a las fuentes documentales. El acceso se realiza
por el muro suroeste a través de un vano en arco de medio punto al nivel del
suelo, aunque en origen la entrada se situaría en alto como medida defensiva.
La iluminación, además de la citada ventana, se realiza a través de vanos en
arco de medio punto en los muros noroeste y sureste y dos pares de aspilleras
rematadas en arquillos de medio punto en los muros noreste y suroeste.
Interiormente el edificio cuenta con cuatro
plantas más la galería superior.
Castillón ubica esta torre en época musulmana,
en torno al siglo IX, aunque la mayoría de los investigadores retrasan su
cronología hasta finales del siglo xi o la primera mitad del XII, en época
cristiana, pero antes de la llegada de los templarios a Monzón. Esta tesis se
ve reforzada por la existencia de la técnica del opus spicatum, utilizada
también en otros edificios románicos de la zona, como la colegiata de Santa
María del Romeral, en el mismo Monzón.
Los otros cuatro edificios que se conservan
dentro del castillo fueron construidos por los templarios como parte de su
fortaleza-convento. Son construcciones de aspecto austero realizadas en piedra
sillar perfectamente trabajada, aunque en la actualidad presentan estados de
conservación muy diferentes. Poseen multitud de marcas de cantero, algunas de
las cuales se pueden observar en otras iglesias pertenecientes a la encomienda
de Monzón. Por la sobriedad de su edificación y sus similitudes con otros ejemplos
templarios de la zona, se pueden datar entorno a la segunda mitad del siglo XII
y principios del XIII.
El edificio de las cárceles de la encomienda, o
“torre de Jaime I”, llamado así por creerse que fue el aposento del
joven Jaime I durante su estancia en el castillo, se encuentra junto al acceso
a la fortaleza, en el ángulo sureste. Se trata de una torre de planta
trapezoidal, de dos alturas con gruesos muros de sillar intervenidos
posteriormente con ladrillo. A la planta baja se accede por medio de un cuerpo
de guardia anejo y posee un vano en aspillera en el muro sureste. La planta
alta contaría, a su vez, con otras dos alturas separadas por un suelo de
madera, acceso adintelado y una serie de hornacinas adinteladas y de medio
punto, así como un vano de medio punto abocinado en el interior en el muro
suroeste y un gran vano de arco rebajado en el muro noroeste que, en origen,
podría haber sido otro acceso. La estancia se cubre con bóveda de cañón.
El módulo de las dependencias o dormitorios se
alza en el lado sur del recinto amurallado. Se trata de una construcción de
planta rectangular dividida en dos estancias mediante un muro interior y
cubierta por un tejado inclinado actual. Los orificios que presenta, a media
altura, en todo el perímetro de su planta evidencian que estuvo dividido en dos
alturas. En el exterior, el edificio presenta un aspecto bastante desvirtuado
con respecto al que debió tener en origen. Sus muros de hiladas de sillares regulares
y bien escuadrados presentan erosiones y han sido remozados en algunas zonas
utilizando el ladrillo. En el muro este se conserva un sillar decorado con un
escudo en relieve. La fachada norte presenta tres accesos en la planta baja,
dos en arco de medio punto y uno central adintelado, y tres vanos en la planta
alta, dos de medio punto que pudieron servir de acceso a una terraza o balcón y
otro más pequeño y adintelado en la zona central.
Fachada
del torreón de los dormitorios.
Interior del torreón de los dormitorios
La fachada sur, que hunde sus cimientos en la
profundidad del cerro, presenta dos grandes vanos adintelados en la planta
baja, uno en cada estancia y otros dos más pequeños sobre ellos. En el muro
este se disponen un vano adintelado y el hueco de una chimenea.
Interiormente, el edificio cuenta con un grueso
muro que sirve de separación entre las dos estancias, comunicadas por medio de
un gran vano adintelado del que parte una escalera hacia una estancia inferior,
probablemente una despensa. Dicha estancia se comunica con el exterior del
castillo por medio de una serie de galerías subterráneas.
La sala capitular o refectorio se sitúa en la
zona noroeste, en paralelo a la torre del homenaje y unida a ella por medio de
un arco en la parte superior que sirvió como canalización de agua hacia un
aljibe. Se trata de una gran sala de planta rectangular cubierta por bóveda de
cañón apuntado. Exteriormente, su fábrica tiene un aspecto desigual, fruto de
las diversas intervenciones sufridas a lo largo de la dilatada historia del
castillo. De su primitiva fábrica de sillar apenas quedan testimonios entre los
remozados de ladrillo y las restauraciones que han sustituido la mayoría de los
sillares por piezas modernas. El acceso se realiza por la fachada sureste
mediante un vano en arco de medio punto en el extremo derecho. En esta fachada
se abren también dos ventanas en arco de medio punto con arquivolta interior
sostenida por sendas columnillas, una hornacina cubierta por bóveda de cañón
con un aljibe y un óculo de iluminación en el extremo izquierdo del muro. En la
fachada opuesta, la noroeste, se abren cinco vanos en arcos de medio punto
abocinados al interior y se aprecia un acceso en arco de medio punto tapiado
bajo un gran arco apuntado.
Salón capitular
El muro suroeste cuenta con un cuerpo
prismático adosado que se comunica con la techumbre por medio de un hueco en la
bóveda y posee un vano adintelado en la parte superior. Este cuerpo prismático
hace que la ventana en arco de medio punto que se abre en la parte superior del
muro parezca descentrada al interior, pero no al exterior. Interiormente se
conserva un sillar decorado con relieves geométricos y vegetales. En la fachada
opuesta, la noreste, se disponen un óculo de iluminación en la parte superior y
un vano adintelado que da acceso a la techumbre por el exterior, donde existe
además una pequeña hornacina en la parte baja del muro.
La iglesia o capilla de San Nicolás se
encuentra orientada al Este con su ábside poligonal como un torreón más de la
muralla. Se trata de un sobrio edificio de nave única cubierta con bóveda de
cañón apuntado características que, al igual que en la sala capitular,
recuerdan a la arquitectura del Císter tomada por las órdenes militares. No
obstante, dentro de su sobriedad, es el único edificio del conjunto que
presenta decoración esculpida. En la actualidad la fábrica de piedra sillar de
arenisca se halla muy deteriorada por efecto de la erosión. El acceso se
realiza por el muro oeste mediante un vano en arco de medio punto apoyado sobre
impostas y rematado por un guardapolvo moldurado. Las dovelas presentan
molduras en bocel y media caña imitando una sucesión de arquivoltas enmarcadas
por una última rosca de dovelas en muy mal estado que pudieron tener decoración
en bajorrelieve, salvo la central que presenta un crismón. A ambos lados de la
portada se disponen dos pequeños vanos; sobre ella otro más grande y sobre éste
otro pequeño, todos en arco de medio punto y el último reconstruido en su parte
superior con ladrillos y cegado.
Iglesia del castillo
En la fachada sur se abren otros dos vanos en
arco de medio punto, uno cegado en la parte inferior, que fue en origen un
acceso lateral y otro muy deteriorado en la parte superior.
El arco del acceso lateral está compuesto por
grandes dovelas con decoración geométrica en bajorrelieve, en la que se ha
querido ver la reutilización de material visigótico, aunque las nuevas tesis
apuntan a una cronología coetánea al resto del conjunto. El arco del vano
superior muestra decoración cairelada y conserva un capitel con motivos
geométricos en relieve y collarino sogueado. La fachada norte posee un acceso
en arco rebajado y dos pequeños vanos que coinciden con un tramo de escalera
intramural que da acceso a la cubierta. En los tres paños del ábside-torreón
poligonal se abren tres ventanas en arco de medio punto escalonado.
Templo
templario - Ábside y boveda interior
En el interior, el templo presenta un aspecto
sobrio, con la nave cubierta por bóveda de cañón apuntado sobre línea de
imposta y la cabecera semicircular en su interior, cubierta por una bóveda de
cuarto de esfera. El ábside muestra sus tres ventanas abocinadas al interior,
la central escalonada, sendas aberturas a modo de hornacinas adinteladas en los
extremos y una cripta que da paso a las galerías subterráneas que comunican con
el exterior del castillo. La escalera intramural tiene acceso en arco de medio
punto desde el interior en el muro norte. La ventana del muro sur presenta al
interior arco de medio punto sostenido por sendas columnillas con capiteles
tallados con motivos geométricos similares a los de las dovelas, de inspiración
visigótica y collarinos sogueados. En el interior, la portada está flanqueada
por sendos modillones de rollos decorados con cabezas de animales, el de la
izquierda representa un macho cabrío y el de la derecha un cánido con las
fauces abiertas. Sobre la portada principal, la ventana en arco de medio punto,
sostenido por columnillas, presenta capiteles tallados con motivos geométricos
estilizados.
El castillo de Monzón ha sufrido multitud de
intervenciones a lo largo de su dilatada historia por lo que su cronología es
difícil de determinar en algunos casos concretos, como sucede en la torre del
homenaje. Sin embargo tanto ésta como los cuatro edificios de época templaria
conservados dentro del recinto amurallado y los restos de la iglesia de San
Juan, constituyen un valioso testimonio del estilo románico de la comarca del
Cinca Medio. Durante los siglos XII y XIII los templarios desarrollaron aquí un
estilo constructivo de transición al gótico que fue copiado y sirvió de inspiración
para otras construcciones que podemos visitar en la zona.
Concatedral de Santa María del Romeral
Santa María del Romeral se alza sobre la zona
más elevada de Monzón, compartiendo la vista privilegiada del castillo que se
erigiera sobre la cota más alta, y ocupando el que fuera el punto neurálgico de
la antigua población. Francisco Castillón Cortada propone una ubicación
superpuesta al emplazamiento de la que fuera mezquita mayor. La reconquista de
la ciudad en 1089 pudo llevar aparejada la intención de poner término a la
enraizada musulmanización y con ello, imponerse la restauración eclesiástica. La
restitución de la realidad cristiana repercutiría sobre los usos y costumbres
arabizados sobre todo en lo referente al culto religioso y, por tanto, a la
arquitectura. Siendo así, el levantamiento de la fábrica románica sobre los
cimientos de una anterior construcción islámica pudo manifestar el matiz
simbólico de la Reconquista. A pesar de que ninguno de los restos presentes lo
avala, cabe la posibilidad que compartieran mezquita e iglesia un mismo suelo,
como sucedería según la pauta consuetudinaria por la que se cristianizarían la
cercana San Esteban u otras como la catedral de Huesca, la Seu Vella de Lérida
o San Pedro de Fraga.
Aunque la colegiata mantiene muchas partes de
filiación románica, la estructura original se ha ido desdibujando con
aditamentos de naturaleza gótica, barroca y mudéjar. Independientemente, se
trata de un templo de planta de cruz latina con tres naves paralelas, crucero y
triple cabecera.
El perímetro exterior de la basílica aparece
hoy envuelto por los añadidos de gusto posterior que impiden aislar la
composición primera de su alzado, pero no así su constitución paramental. Ésta
puede inferirse a partir de la observación de los muros absidales, compuestos a
partir de sillares bien tallados y escuadrados, que asientan sobre basamento
tejido con cantos de río dispuestos en opus spicatum y acotados con cadenas de
sillares; técnica análoga a la empleada en la torre del homenaje del castillo
de Monzón y en la ermita de la Magdalena de Cofita. Los paños en que la piedra
sufrió excesivamente el efecto de la erosión fueron remozados con un
recubrimiento de ladrillo.
La cabecera se manifiesta externamente con la
apariencia resultante de la última restauración, llevada a cabo en 1997 y
ejecutada por la Escuela Taller “Mariano de Pano”, aunque ya se produjo
un importante cambio al sustituirse en el siglo XVI el ábside lateral norte por
otro de planta hexagonal y factura gótica. Permanecen, en cambio, el central y
el lateral sur, ambos de planta semicircular y de fábrica románica. Se abrían
en el ábside mayor tres vanos con disposición radial hacia el altar, estando
solapado el derecho por el hemiciclo poligonal y restando visibles solamente el
izquierdo y el central. Su hechura es idéntica al del ventanal que ilumina el
semicilindro meridional, de medio punto con arquivolta abocinada, siendo el
último de menores dimensiones. Tres ventanas más de doble derrame centran cada
una de las caras exteriores del hexágono.
Cabecera
Muro sur
Desde el exterior, el muro septentrional se
antoja sensiblemente transformado. Contraviniendo el uso medieval de colocar el
acceso al amparo de un ambiente soleado, el ingreso principal se aloja en
posición céntrica, que se corresponde con una portada porticada añadida en
1689. Se accede a ella a través de una escalinata que desemboca en un arco de
medio punto enmarcado por pilastras adosadas de orden toscano, abriéndose
inmediatamente después la puerta, también de medio punto con sillares
recorridos por un friso trabajado en motivos de hojas cordadas. Dos grandes
óculos iluminan el interior de la capilla agregada a la altura del tercer
tramo, mientras que el crucero, que apenas sobresale en planta, recibe luz a
través de un gran ventanal abierto en arco de medio punto abocinado bajo
arquivoltas en degradación, apeando la interior sobre columnas coronadas por
capiteles. Éstos se decoran mediante bolas inscritas entre hojas cuneadas, con
el ábaco ornado con nudos para la banda izquierda y rosetas inscritas en roleos
en la derecha.
El hastial occidental fue completamente
modificado entre los siglos XV y XVIII con el añadido de una serie de capillas
a los pies, lo que supuso una prolongación de las naves. El nártex se perdió
tras ser declarado el templo colegial y con ello, el espacio se habilitó para
coro canonical. Todavía hoy es apreciable al exterior la sección de una arcada
apuntada que circunda un gran óculo en el lienzo central del muro.
El claustro se emplazó en el flanco sur del
edificio hasta su demolición en la guerra de 1642, provocada por la sublevación
de Cataluña. Ocupaba una vasta superficie a juzgar por el solar de su
ubicación, comunicando con el espacio interior del templo a través de una
puerta abierta en el muro de Mediodía, que actualmente aparece tabicada. Según
se recoge en las noticias compendiadas por el prior D. Pedro Vicente Pilzano,
en una de las alas se hallaban la Curia, la Escuela Parroquial y el Archivo del
Vicariato General. Ciertamente, el claustro debió poseer cierta entidad al
compararlo Mariano de Pano con el de San Pedro el Viejo de Huesca, si bien, el
historiador montisonense no contaba, ya por entonces, con una confirmación
visual que lo refrendase. Es cierto que sirvió de escenario, durante la
celebración de las Cortes en la ciudad, para la reunión de algún brazo de
dichas asambleas. Con todo, no restan vestigios de su presencia más allá de una
crujía delimitada por arcadas cegadas de perfil apuntado. Sobre dos de las
dovelas se hacen visibles algunas marcas de cantería.
Las reformas practicadas en el interior a
principios del siglo XVII, enluciendo las paredes, y la rehabilitación de las
fachadas exteriores supusieron la supresión de la mayoría de signos lapidarios
que albergaba el templo, hasta que en 1964 lamentablemente se vuelve a repicar
la obra. Por ello, la existencia de las marcas mencionadas adquiere especial
notabilidad. Las más significativas consisten en cuatro cruces punteadas, a las
que acompaña un signo semicircular radiado muy deteriorado. La última comprende
una a mayúscula perfectamente definida. El resto de dovelas se labran en
relieve con pequeños motivos zoomorfos, pese a que en general, la decoración
escultórica resulta poco discernible a causa de la erosión. Sin menoscabo de
ello, el trazo de los animalillos recuerda a los presentes en el sarcófago de
Chalamera. Hacia el lateral, uno de los sillares –hoy muy malogrado– recibió la
talla de un escudo de armas perteneciente al linaje de los Reymat o Reimat;
familia documentada en Monzón desde el siglo XVII y cuyo distintivo racimo de
uvas aparece aquí grabado sobre la piedra. El Padre Faci relataba uno de los
milagros que Santa María de Monzón había obrado a favor de Pedro Reimat,
señalando en detalle, además, lo que aquél ofreciera a la Virgen como muestra
de su eterno agradecimiento: “una cama de damasco carmesí con muy preciosas
franjas de oro”.
El tránsito se ha querido identificar con un
ambiente de filiación visigótica e incluso se propuso su correspondencia con el
patio de la antigua mezquita. Sea como fuere, sobre la pared del crucero se
abre un ventanal en arco de herradura ligeramente peraltado y cerrando a un
tercio del radio por lo que debiera considerarse una arcada más propiamente
visigoda. Sobre las dovelas del mismo se conserva parcialmente un doble friso
trabajado con motivos en zig-zag en el registro inferior y recorrido por ovas
en el superior. Dicho vano es sucedido por otra pareja de ventanales que se
despliegan hacia poniente y abren bajo una arcada de estricto medio punto
abocinada; el desgaste de las dovelas en el primero denuncia su posible
originalidad mientras el segundo es fruto de reforma posterior.
La torre-campanario de estilo mudéjar se hizo
elevar sobre el cimborrio en 1613. Se organiza en tres alturas, partiendo de
base cuadrada en la que alternan la sillería y el ladrillo. La decoración
comprende las características cruces de múltiples brazos que describen diseños
romboidales. Sobre ella se alzan el resto de cuerpos de planta octogonal,
abriéndose en todos ellos y para cada una de sus caras, ventanales de medio
punto abocinados. Su construcción finalizaría sólo un año después, haciéndose
colocar en el cuerpo superior, decorado con fajas de rombos, diez campanas. El
remate de la torre con pretil y el cierre mediante cúpula piramidal responden a
una obra reciente. Iglesias Costa señala cierta analogía entre su repertorio
ornamental y el presente en la torre crucero de la iglesia francesa de
Saint-Lizier-en-Couserans. El campanario de la colegiata se agregaría en el
denominado Territorio Mudéjar y por tanto, quedaría integrado en el conjunto de
arte mudéjar aragonés que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO en 2001.
La austeridad ornamental de la que hacen gala
los muros en el exterior se ve interrumpida solamente en las paredes de la
fachada oeste, recorridas por cornisa abilletada. Contrariamente, el resto de
muros, con remates de ladrillo, sostienen un falso alero que se adapta a las
cubiertas de teja curva.
En el interior domina la masividad, los
espacios se articulan respetando la sobriedad distintiva del estilo románico y
los volúmenes se recortan atendiendo a criterios de proporcionalidad. La nave
central –más amplia– es algo más tardía que las colaterales, ligeramente
peraltadas. Tienen todas una altura similar, cubriéndose la principal mediante
bóveda de cañón apuntado y cerrándose las laterales con bóveda de medio cañón
estricto.
Nave sur
La complejidad del sistema de soportes se
resuelve mediante tres robustos pares de pilastras de sección cruciforme con
columnas de media caña adosadas en cada una de sus cuatro caras y levantadas
sobre plinto con basa. En los pilares del primer tramo fueron redescubiertos
los mechinales que sostenían los travesaños para disponer las tribunas y gradas
de los diputados en las sesiones de las Cortes Generales del Reino de Aragón
que se celebraron en la colegiata. Castillón Cortada recoge el modo de proceder
haciéndose eco de lo expuesto por Jerónimo de Blancas y permitiendo reconstruir
idealmente el modo como se dispusiera el entramado: “en la parte que está
enfrente del Altar Mayor, se hace un cahadalso muy grande que tiene muchas
gradas, y en lo alto se pone un dosel y debaxo una silla para el Rey y todo
está entapizado”. Las cubiertas, cuyos esfuerzos son contenidos por arcos
fajones dobles y perpiaños, arrancan a partir de la línea de imposta –de perfil
de nacela– que recorre los paramentos por encima de los arcos formeros.
Nave central
Nave sur Nave lateral norte
Todas las columnas embebidas en los soportes
están coronadas por capiteles que condensan, a excepción del caveto, la
decoración escultórica interior de filiación románica. Aunque la mayoría fueron
rehechos tras la restauración llevada a cabo en los años sesenta del siglo
pasado, la gran variedad que ofrece el repertorio ornamental requiere un
análisis en profundidad. Sin embargo, al margen de la diversidad ornamental,
los modelos se reiteran en función de una distribución heterogénea desde los
pies hasta el crucero pero no así en la cabecera, donde la decoración se
abandona interrumpiendo la continuidad del ciclo. Los capiteles que reciben
talla son aquellos que rematan las pilastras adosadas en las paredes exteriores
de las naves laterales, los que sostienen los arcos fajones de las colaterales,
todos aquellos que sirven de apeo para los fajones de la nave central, los que
coronan las semicolumnas adosadas a los pies y aquellos sobre los que descansan
los arcos formeros.
En el primer modelo una cinta continua,
compuesta de cuatro canutillos, recorre la cesta trazando en los tres lados el
contorno ondulante de una w. De cada vértice emanan otras tantas v de menores
dimensiones, agotándose los apéndices en volutas. La central y las homólogas de
los costados cortos se rellenan con una piña, mientras que los vacíos que
define la cinta se ornan con dos rosetas en degradación en el ángulo izquierdo,
y cruz sobre dos rosetas cristológicas en el derecho. Se utiliza especialmente,
apareciendo en el capitel adosado sobre el pilar izquierdo de la capilla
central de los pies, en aquél sobre el que reposa el arco fajón del tramo
posterior de la nave lateral norte y, también, en el que sustenta el fajón
derecho del segundo tramo de la nave central, si bien, ahora los huecos se
cubren con cruces que sustituyen a las piñas.
El segundo esquema comprende una retícula de
cintas que se entrecruzan retorciéndose en forma de lazo en cada angulación. Se
hace presente en el capitel que remata la semicolumna a la derecha de la
colateral central de los pies y se reitera en el capitel sobre el que apoya el
arco fajón derecho del tramo final de la nave mayor.
La única representación antropomórfica se halla
en dos de los capiteles que descansan sobre los pilares del último tramo. Son
los correspondientes al apeo del arco formero derecho y aquél del sostén del
arco fajón izquierdo de la nave central –éste muy desmejorado–. Ambos quedan
centrados en el lado largo por un anciano enclenque, barbado, con el cabello a
cerquillo, los ojos almendrados y que extiende los brazos hacia los laterales,
doblegando las manos, de dedos gruesos y alargados, hacia el interior. La barba
se talla de modo esquemático a partir de tres franjas verticales y el cuerpo se
traza en dos bloques, dando a las extremidades inferiores la forma de una
herradura invertida y adoptando el tronco el contorno de una piña. La ausencia
de nimbo, atuendo, blasón u otros motivos obstaculiza su identificación. Las
esquinas se decoran con palmetas que se hacen acompañar en el borde libre por
ovas trabajadas en bajo relieve.
Otro de los patrones consiste en compleja
estructura vegetal: motivos flordelisados circundados por una envoltura cordada
y punteada, con báculos enfrentados y generando un aspa para cada ángulo. Es
visible en el capitel que remata el pilar izquierdo del último tramo de la nave
lateral sur y en aquél correspondiente al pilar derecho del segundo tramo de la
nave central. En el siguiente modelo, tallado sobre el capitel que sirve de
apeo para el arco formero izquierdo del último tramo de la nave mayor, la cesta
se llena de entrelazos que la recorren desde el collarino hasta el ábaco,
desplegándose horizontalmente.
En el segundo tramo se hace visible uno de los
capiteles más representativos del templo: es aquél sobre el que descansa el
formero derecho. Aquí se reitera el motivo del báculo gemelo punteado, ahora
contrapuesto. Los vacíos se llenan con bolas de poco relieve y un friso en
zig-zag se desdobla por encima de ellas. Otro de los esquemas reproduce un
paisaje de círculos superpuestos formados a partir de cintas de doble
canutillo. La composición es similar a otra dominada por motivos romboidales
que se sobreponen albergando en el interior diminutas florecillas. También en
aquella donde los rombos son sustituidos por formas hexagonales que circundan,
igualmente, pequeña roseta.
Uno de los modelos que aparece de modo continuo
es de cestería, cubierto en su totalidad por una retícula de junquillo oblicuo
que se entrecruza. Presenta éste una cierta complejidad al obligarse en cada
cruce produciéndose por encima o debajo del anterior. El patrón es análogo a
otro en el que se dota de mayor amplitud a las juntas y donde el lado largo
queda centrado por dos rombos y, todavía, en aquél donde el cruce es salvado
por doble nudo. Finalmente, otro de los modelos resulta reminiscente del motivo
de cestería, salvo porque ahora aparece circunscrito en grandes círculos.
Los capiteles que reciben exclusivamente
decoración vegetal responden a cinco variantes: la primera con los ángulos
trabajados a partir de grandes hojas de palmeta y una piña intercalada entre
ambas; la segunda conviene un festón a base de roleos en los que se inscriben
rosetas; otra donde los roleos se suplen con motivos cuadrangulares; una cuarta
con la cesta saturada por un manto de flores y, por último, la misma pero
disminuyendo la dimensión e incrementando la concentración de florecillas.
La colección de motivos geométricos y vegetales
responde en su mayoría al repertorio habitual en la decoración arquitectónica
románica. No obstante, el estilo de algunos denota un claro ascendiente
musulmán quizá a propósito de la fuerte arabización que experimentaría toda la
Ribera del Cinca y especialmente, Monzón. Las composiciones a base de lacerías
y motivos vegetales comulgan, además, con la mano de los artistas que
trabajaron en el “Sepulcro de Selgua”.
Los largos dedos del anciano barbado y los
motivos flordelisados inscritos en círculos reaparecen, en cambio, en alguna de
las representaciones vegetales y antropomorfas de Chalamera. Con todo, la
presencia de ciertas cruces, el tipo de florecillas y el característico adorno
de báculos invita a pensar en una raíz visigótica que pudiera beber en
inspiración de los restos sobre los que pudo alzarse el templo.
La cabecera se articula en tres ábsides, siendo
el central –de mayor altura que los laterales– y el meridional semicirculares.
Ambos se cubren mediante bóveda de cuarto de esfera, mientras que el hemiciclo
septentrional cierra con bóveda nervada y plementería gótica. Aunque en la
actualidad no queda rastro alguno de su existencia, las fuentes aseveran sobre
la presencia de una cripta en el ábside norte. Con su transformación en el
siglo XV y su habilitación para capilla particular, el espacio de la cripta se
adaptó para enterramiento de miembros del cabildo colegial. La única decoración
presente hoy en el semicilindro absidal es la imagen de Santa María que preside
el altar mayor; una talla policromada que data del siglo XIV. Interiormente,
todos los ventanales de la cabecera se abren bajo un arco de medio punto
abocinado.
La cubierta del crucero se traduce en el
interior como un cimborrio gótico-renacentista de profusa nervadura estrellada
sobre trompas, mientras que los brazos se cierran en rigurosa bóveda de cañón.
En cuanto a las alteraciones que sufriera el transepto, es digno de mención un
arcosolio abierto en el brazo sur, de perfil apuntado, con un nicho cavado en
la parte central y que debiera ser tapiado con el tiempo, pues, así permanece
actualmente. Castillón Cortada afirma que fue redescubierto tras la restauración
de mediados del siglo XX y que albergaría, otrora, el sarcófago de algún obispo
o prior, debido a que el tímpano del nicho estaba decorado con pinturas murales
de filiación románica.
Las figuras estaban enmarcadas por un arco
lobulado y, aunque pudieran conservarse in situ, el hueco debió de tabicarse
nuevamente con piedra. María Teresa Oliveros de Castro señala que en el centro
aparecía representado un santo obispo tocado con la mitra, sosteniendo el
báculo con la mano izquierda, oficiando entre dos asistentes y en actitud de
bendecir, probablemente san Agustín o san Valero. Los diáconos que lo
flanqueaban, en traje talar, también portaban objetos de culto sobre las manos.
La naturaleza de la escena pudiera justificarse por razones históricas con la
implantación temprana en Santa María de Monzón de la Canónica agustiniana y la
voluntad de honrar al obispo de Hipona con su presencia explícita en el templo.
Sobre lo que fuera el sepulcro, abre una gran ventana apreciada desde el
exterior como arcada de herradura pero que en el interior se trasmuda en arco
de medio punto con arquivoltas en degradación que apean sobre capiteles de
sencilla ornamentación vegetal y que, a su vez, reposan sobre columnillas. Su
equivalente se abre sobre el testero del brazo norte, si bien, la arquivolta
exterior se labra con ovas.
Con la transformación del muro occidental entre
los siglos XV y XVIII, se alterará, asimismo, el perímetro de las paredes
laterales abriéndose diversas capillas. La actual capilla del Bautismo fue
construida durante el siglo XVI, cubriéndose con bóveda de crucería y
tallándose en la clave de bóveda las figuras del Pantocrátor, Santiago y Santo
Domingo. Los nervios descansan sobre ménsulas en las que se representan
ángeles. En la pared izquierda abre un gran vano ornado con fina tracería
gótica y aloja en el centro la pila bautismal. Las demás capillas fueron
abiertas en honor de Santiago, Santa Ana, Santa Lucía, San Salvador, San Pedro,
el Espíritu Santo, San Fabián y San Sebastián, San Juan Evangelista, Santa
Margarita, Santos Lucas, Miguel y Catalina, San Bernabé, Santa Susana, la
Capilla del Hábeas y la propia de San Antonio Abad y de la Esperanza.
La denominada capilla de la parroquieta,
situada en el colateral de Mediodía de los pies, se consagró al Santísimo y fue
mandada erigir por el canónigo Serrador, sirviendo desde la creación de la
colegiata como parroquia, independientemente de la colegial. Se cubre con
cúpula de media naranja con linterna central de iluminación decorada con
yeserías barrocas talladas a modo de lacerías de tradición mudéjar. La capilla
colateral norte de los pies, popularmente designada “Capilla de la Paz”
o “Capilla de Nuestra Señora” cierra, en cambio, mediante bóveda
estrellada y su altar se oculta tras el gran “Retablo de los Fortones”,
obra de 1947-48.
Con la conversión de Santa María en colegiata,
la fábrica fue manipulada; se recubrieron las paredes de yeso y otra
ornamentación barroca, y se mutilaron algunos de sus miembros como los frisos
que recorrían los ventanales. La superposición de estilos llegaría a perturbar
la limpieza y sobriedad que imponía la línea románica demandando la fábrica,
desde entonces, una reparación que subsanase dicha interferencia. Asimismo, la
guerra de 1642 causaría graves amputaciones en el templo observadas in situ y
coetáneamente por el franciscano Fr. Juan Ginto: “Fueron sesenta las
iglesias del Reino de Aragón que fueron saqueadas, llevándose los franceses la
plata y ornamentos preciosos que estaban dedicados al culto divino, sin dexar
en ellos áun la mínima campanilla… En la Villa de Monzón dieron saco a dos iglesias,
a la de Santa María, Colegial, maltratando su edificio que, aunque antiguo, es
suntuoso”.
Con todo, la enmienda se hará esperar hasta el
10 de abril de 1962, cuando el Rdo. Marcelino Llorens, contando con recursos
aportados por los vecinos montisonenses, decide tomar la iniciativa restaurando
la armonía que se planteó inicialmente con el proyecto románico. A tal efecto
se crea una Junta de Honor integrada por distinguidas personalidades de las
artes y las letras. Se empezó liberando los muros laterales del aparato
barroco, retirando el enlucido y reformando las techumbres. Enfermando el padre
Llorens poco tiempo después de emprendida la restauración, tendría que
abandonar la Parroquia, asumiendo la dirección una Comisión Ejecutiva que
convendría la reforma de los ábsides central y meridional, la sacristía y el
crucero. El templo fue inaugurado el día 22 de febrero de 1964, siendo
consagrado el altar mayor –de piedra blanca “Floresta”– por el obispo
del Pino pocos días antes y depositándose en él las reliquias de san Felicísimo
y santa Faustina. Se mencionó previamente la última restauración de los
ábsides, llevada a cabo por la Escuela Taller Mariano de Pano a finales de la
década de los noventa del siglo pasado, rehabilitándose las paredes exteriores
de la cabecera.
Después de ello, aunque se aventuraba ya la
necesidad de activar los engranajes para restablecer la vitalidad estructural
de la Colegiata, la inversión se pospondría todavía sin poder evitar que
tuviera lugar algún incidente previo. Ocurrió en 2007 al desprenderse una de
las campanas más grande y antigua, la cual, se precipitaría –tras la rotura de
uno de los cuatro lazos que la anclaban– sobre la bóveda del crucero,
perforando el tejado y deteniéndose sólo gracias al fuerte armazón de piedra
del cañón de la bóveda. Así pues, aún fue preciso emprender dos restauraciones
más dado que el interior, aunque impecable, requería cierta acción para
restituir a las capillas modernas el esplendor de antaño y, del mismo modo,
fachadas, torre y techumbres precisarían de ciertos retoques. Ésta última
intervención contó con la financiación del Ministerio de Cultura, derivándose
la ejecución del proyecto al Instituto del Patrimonio. Los trabajos estipulados
consistieron en la sustitución de la techumbre, la restauración de la fábrica y
entramados de la torre-campanario, el repicado y reparación de la fachada
oeste, desde el ábside poligonal hasta la capilla bautismal, el repicado del
mortero de cemento que cubría el resto de los cerramientos y el secado de la
humedad del aparejo de sillería. La reparación y embellecimiento de las
capillas fue sufragada gracias a colectas específicas y donativos, bajo el
impulso del párroco José Huerva.
Para estimar una horquilla cronológica en la
que se enmarque la construcción del templo es preciso atender a su comparación
formal con otras fábricas de entidad similar. Por un lado, las técnicas y
algunos detalles como la complejidad de los soportes interiores remitirían a la
primera fase constructiva de Santa María de Sigena, mientras que el diseño y la
ornamentación de los ventanales, así como la decoración escultórica que reciben
los capiteles y el muro de Mediodía se hermanan con los de Santa María de Chalamera.
Además, la reciedumbre y austeridad de la estructura parecen directamente
inspiradas en otras fábricas asociadas a la Orden del Temple. Por todo ello
debiera inscribirse la construcción en la segunda mitad del siglo XII.
En cuanto a la dedicación, Santa María sería
designada patrona de la colegiata desde época visigótica y durante la
Reconquista de Monzón sin detallarse ninguna advocación. De hecho, Castillón
Cortada contempla que la documentación medieval recoge las noticias relativas
al templo nominándolo sencillamente como Sancta María in Montson. El título de
“Romeral” que ostenta actualmente fue hallado por primera vez por el
historiador en la bula del Papa Pablo V, emitida con su declaración de
Colegiata Insigne. Fray Ramón de Huesca confirma en el tomo IX de su Teatro
histórico de las iglesias del Reyno de Aragón, que la génesis de tal advocación
se remonta al descubrimiento de una imagen románica de la Virgen hallada entre
unos romeros y que, según la tradición, “era de marfil, palmo y medio de
alta”. Se referiría a ella Pilzano en términos similares: “(…) era de
marfil, muy hermosa, y alta de palmo y medio conservada hasta el año 1642 en
que por las guerras se perdió sin haberse podido jamás averiguar su paradero
(…)”. También Fray Ginto ratificaría el hurto afirmando que “la antiquísima
Imagen de la Virgen del Romeral fue robada”. Sobre su aparición, Castillón
recoge las palabras del Padre Camós según el cual “consta por tradición de
aquella Ciudad, que se halló (la imagen) bajo un romero en el mismo sitio,
donde hoy está su Iglesia, no lejos del Castillo de dicha Ciudad; era este
sitio deserto, muy poblado de romeros (…)”. La devoción a Santa María del
Romeral se celebraría en Monzón como fiesta principal de la Colegiata el 15 de
agosto, como así se debiera por originarse de la Asunción de María.
De la existencia de un templo montisonense
dedicado a Santa María se tiene certeza documental al constar explícitamente en
la carta dotal que el rey Sancho Ramírez, su hijo Pedro I, el obispo Raimundo
Dalmacio y otros grandes prohombres del reino concedieran en agosto de 1089. El
documento menciona “Santa María, San Juan y San Esteban de los Macarechos”
como las tres iglesias pertenecientes a Monzón y del propio contenido de la
carta se desprende la voluntad de convertir el templo mayor en cabeza de todas
las iglesias del Valle del Cinca, y es que se estipulaba que “todas las décimas
y primicias y oblaciones y defunciones que son y serán de Monzón y de sus
términos, con sus habitantes sean de Santa María de Monzón”, también para los
repobladores de la recién reconquistada población montisonense “que son de
Pamplona, de Aragón, de Sobrarbe, de Ribagorza y de Pallars” se determinaba
“sean de Santa María de Monzón”. Siguiendo esta misma línea, en lo religioso se
concretaba que “irán al Bautismo a la iglesia de Santa María las poblaciones
siguientes: San Juan de Monzón, San Esteban de Monzón, Castellón, Ceboller,
Pomar, Santa Lecina, Alcolea, Ontiñena, Ballobar, San Esteban de Litera,
Balcarca y Ariéstolas”. Y, del mismo, se gestionaba un preciso entramado de derechos
y privilegios materializados en virtud del mandato regio, el cual disponía “serán
de la jurisdicción de Monzón y vendrán al Bautismo a Santa María: las iglesias
de Selgua, Gil, Almunia de la Campania de Cardel, Permisán, Ilche, Ornols,
Odina, Monroy, Morilla, que están al otro lado del Cinca”, todavía “las
iglesias de Santiago y de Santa María de Chalamera, las iglesias de Fraga y
Zaidín, Osso y Ficena y Urceia, Albalate, Calavera y Ráfales” y “las
almunias de la Litera serán de Santa María de Monzón”.
Inmediatamente después, Santa María sería
entregada a Roda, particularmente a la persona de Raimundo Dalmacio,
estableciéndose una estrecha relación de dependencia y convirtiéndose en una de
las iglesias principales del obispado como refrendan las palabras de Pilzano al
aseverar que “cuasi componían una sola pues el Prior y el Sacristán Mayor de
esta Iglesia de Monzón eran y son dignidades de la Catedral de Roda donde aún
conservan su sitial siendo la propia del Prior de Monzón la segunda del coro de
Roda, inmediata a la del Prior Mayor de aquella”. Es así que el 1 de
noviembre de 1092 el propio obispo confirmaba la anexión: adjicio huic
donationi ecclesiam Sanctae Mariae de Monson ut habeant et possideant eam cum
omnibus suis pertenentiis, quas hodie habet et deinceps adquisierit praeter
quartum et coenam et placita episcopalia. La pertenencia de Santa María al
obispado rotense sería, asimismo, ratificada en la bula extendida por el papa
Pascual II en 1110 y dirigida al obispo de Roda-Barbastro, Poncio, pues en ella
se manifestaba que “las iglesias de Monzón, Almenar, Chalamera y Calasanz, sean
del obispado de Roda”. Y aún en 1195, el obispo de Lérida-Roda emitiría un
nuevo documento para consolidar esta adhesión a la que se refería como
consolidada “desde tiempo inmemorial”.
Como se aventuró previamente, la consagración
de Santa María debiera aparejarse a una de las finalidades inherentes al
proceso de reconquista: la restauración eclesiástica. Es por ello que la
cristianización del templo debió ser temprana y no muy lejana en fecha a la
liberación de Monzón. Lo que se conoce con seguridad es que tuvo lugar bajo el
reinado de Pedro I, quien asistiera personalmente al acto con el obispo de Roda
Poncio –el consagrante– y, aunque no se puede precisar fecha exacta, sí se
estima que ocurriera antes de mayo de 1098, pues consta como ya realizada
cuando en ese momento se procede a dar cuenta de un dono que había tenido lugar
y que consistía en dotar a Santa María con la iglesia y castillo de Conchel,
así como otros alodios, huertos y heredades, a saber: Dono Deo et ecclesie
sancte Mariae de Monzon villam atque castrum quod vocatur Congiel, scilicet
quicquid ibi habebam in die concrecrationis predicte ecclesie, intuyendo,
por tanto, que pudiera suceder en mayo de 1095.
En cualquier caso, el padre Huesca, vendría a
revalidar la relación existente entre la cristianización de Santa María y el
matiz simbólico de la Reconquista al afirmar “Ganado Monzón en 1089, lo
primero que hizo el Rey, como tan buen cristiano y piadoso principe, fue dar
gracias al Señor de los ejércitos por tan señalada victoria y a los santos por
cuya intercesión creía haberla conseguido, y ordenar el culto divino obrando de
acuerdo con su hijo Pedro, rey de Monzón, y con su gran privado el obispo de
Roda, Raimundo Dalmacio. Hizo dedicar la iglesia principal, que según la
costumbre de aquel tiempo sería la mezquita mayor, purificada con las
ceremonias de la Iglesia, y la dotó con munificencia”.
El rey Sancho Ramírez, aficionado a la Canónica
agustiniana, había introducido la vida de los canónigos regulares en San Pedro
de Siresa, Lasieso, Alquézar, Roda, Jaca y Montearagón. Con la vinculación de
Monzón a Roda, no podía esperarse sino que sucediera lo mismo, y en 1092 el
obispo Raimundo Dalmacio, que había fundado la Canónica agustiniana en Roda,
adjudicaba Santa María de Monzón a la misma. Contaría, desde entonces, según
Pilzano, con nueve beneficiados, sacristán mayor y prior, quedando este último
sometido a la tutela del prior rotense.
Colmada así la restitución eclesiástica, un
vacío documental se cernirá sobre el templo durante un tiempo y sin que vuelvan
a reanudarse las noticias hasta tres décadas más tarde, con el reinado de
Ramiro II, el Monje. Surgirán, precisamente, en el seno de los acontecimientos
que repercutirán sobre su mandato y se hacen presentes entre los documentos que
compendia el Libro Verde de la catedral de Lérida. Entre ellos figuran las
donaciones que hiciera el monarca a las iglesias del reino y, entre ellas, a
las montisonenses de Santa María y San Juan.
Con la llegada de los templarios a Monzón a
mediados del siglo XII, la jurisdicción del templo será constantemente
disputada por el obispado ilerdense y los caballeros del Temple. Uno de los
primeros defensores de los derechos de la mitra leridana frente a las
aspiraciones templarias fue el obispo de Roda Guillermo Pérez. El arcediano
llegaría a reunirse hasta en tres ocasiones (1154-1160-1173) con distintos
maestres de la Orden para discutir sobre los diezmos y demás derechos, haciendo
valer a favor de su argumento la carta dotal de 1089 y amparándose la otra
parte contendiente en la donación formalizada en 1143 con la Concordia de
Gerona. Gombaldo de Camporrells tomaría el relevo en la pugna por conservar los
privilegios, emitiendo hacia 1196 un documento que regulaba la vida de la
iglesia y su dependencia para con Roda. También Berenguer de Erill, futuro
consejero del rey Jaime I, impondría, hacia 1206, sus designios en la gestión
de los diezmos y primicias de la iglesia al querer disputarlos en parte Gil de
Alguaire, mayordomo de Santa María de Monzón. El último prelado que intentó
frenar las pretensiones templarias fue Guillermo de Moncada, prestándose en
1264 a la protección de las oblaciones, décimas, horno, huertos y el resto de
derechos del templo.
La relevancia histórica de Santa María se pone
de manifiesto al servir de escenario para aconteceres de vital trascendencia.
Es así que bajo sus naves fueron redactadas y aprobadas gran parte de las
constituciones que rigieron durante siglos en la Corona de Aragón. Incluso se
utilizó como aula para los capítulos generales de algunas órdenes religiosas
como la Congregación Claustral Tarraconense y la Cesaraugustana Benedicta. Sin
embargo, lo que condicionaría indudablemente su valía fue su destino como sede para
la reunión de las Cortes del Reino entre los siglos XIII y XVII.
En 1289 fueron convocadas por Alfonso III para
estudiar las resoluciones a tomar en las guerras con Francia y Castilla. En
1362 y 1383 se volverán a reunir por orden de Pedro IV el Ceremonioso,
discutiéndose la revelación de secretos al Duque de Anjou, a Enrique de
Castilla y al Barón Sicilia, aunque la última asamblea se vio interrumpida a
causa de la epidemia de peste por lo que se trasladarían a Tamarite y Fraga. La
invasión del Principado por el Duque de Lorena propiciará una nueva reunión en
1469 por mandato de Juan I. En 1510 y 1512 fueron convocadas por Fernando el
Católico, primero para concretar la expulsión de los musulmanes de Granada y
después para tratar la reforma de la Iglesia. Con Carlos I, las Cortes se
celebraran repetidamente para dirimir asuntos de vital importancia: en 1528 el
deseo del rey francés de apresar al monarca; en 1533 la paz con Francia e
Italia; en 1537 los hechos vinculados al Concilio de Trento y a Barbarroja; en
1542 la marcha del rey a Flandes; en 1547 la herejía protestante; y la última
en 1553, para abordar la continuación de la guerra con Francia. Felipe II las
convoca en 1563 para tratar su matrimonio con la reina de Inglaterra con la
intención de “atraer al seno de la Iglesia” dicha nación y también en
1585 a causa de la presencia de los turcos y corsarios en el Peñón de Vélez.
Volverían a celebrarse Cortes en 1626 por voluntad de Felipe IV y finalmente en
1701 con Felipe V.
Pese a la magnitud de los acontecimientos que
nutrieron la historia de Santa María con el transcurrir de los siglos, la
iglesia no recibiría el título de Colegiata Insigne hasta mediados del siglo
XVII. En 1607 el papa Pablo V extendió la Bula por la que se procedía a
elevarla a dicha categoría, disponiéndose un cabildo de veinticuatro miembros y
convirtiéndose en cabecera del Vicariato General y Curia eclesiástica para los
pueblos aragoneses dependientes del obispado de Lérida dese 1633 y hasta 1852,
momento en que fue suprimida la Colegiata permaneciendo como cabecera de
Arciprestazgo.
En la actualidad y desde 1995, tras la reciente
creación de la Diócesis de Barbastro-Monzón, la iglesia comparte por decreto
pontificio dignidad con la catedral de Barbastro, a la que está unida sin
cabildo. Y, sin embargo, su propia monumentalidad se vio ennoblecida ya en 1949
con la declaración de Monumento Nacional, si bien, la valía histórico-artística
y arquitectónica de Santa María promovería una ampliación de la protección
merecida con su consideración como BIC (Bien de Interés Cultural) a partir del
3 de noviembre de 1993.
Chalamera
Chalamera se encuentra en la zona norte de la
comarca del Bajo Cinca, en una suave pendiente entre los cursos de los ríos
Cinca y Segre. Se encuentra la localidad, tomando la carretera A-131, a 80 km
de Huesca y a 24 km de Fraga.
En el siglo XII Chalamera se situaba en la zona
fronteriza entre los dominios musulmanes y los aragoneses. Durante el reinado
de Pedro I el territorio donde se ubica esta localidad fue reconquistado,
entrando a formar parte de la diócesis de Barbastro. Poco después, en 1110, los
musulmanes debieron retomar la villa para entregarla en 1120 al conde de
Barcelona Ramón Berenguer III y así poder concentrar sus esfuerzos en los
ataques de los aragoneses.
Durante el reinado de Alfonso I el Batallador
fue retomado el valle del Cinca pero, tras la batalla de Fraga y la muerte del
monarca en 1134, las fronteras se retrajeron y Chalamera pasó nuevamente a
poder musulmán. Finalmente fue reconquistada en 1141 por Ramón Berenguer IV,
príncipe de Aragón y conde de Barcelona.
En 1143 Ramón Berenguer IV entregaría a los
templarios el castillo de Chalamera, que permanecería en su poder hasta los
últimos días de la orden en 1309, junto con el de Monzón.
Ermita de Santa María
La denominada ermita de Santa María de
Chalamera, llamada así por tratarse de un edificio aislado y alejado del núcleo
urbano, no es en realidad una ermita, sino que constituye el último vestigio de
lo que fue un monasterio benedictino, exactamente el priorato perteneciente al
monasterio de Santa María de Alaón o de la O. Esta tesis, ampliamente estudiada
por Castillón, no es compartida por algunos autores como Arco y Garay, García
Guatas y Aramendia, que creen más probable la pertenencia de esta iglesia al
Temple y no al alejado monasterio de Alaón. Otros, como Iglesias Costa,
sugieren una construcción compartida por benedictinos y templarios.
Independientemente de sus orígenes podemos
afirmar que se trata de un gran templo de estilo románico tardío, ubicado
aproximadamente a 2 km de la población en dirección a Alcolea, sobre una
altiplanicie que domina la ribera del Cinca. Ostenta el título de Monumento
Nacional desde 1976 y es Bien de Interés Cultural.
Según Castillón el actual templo románico se
levanta sobre los restos de un monasterio visigodo y pudo amparar un pequeño
poblado que mantuvo el culto cristiano aún bajo dominación árabe. No obstante,
la primera noticia que se conserva data de 1089, cuando el rey Sancho Ramírez
entrega la iglesia al obispo de Roda Ramón Dalmau. Éste, en 1100, la dona al
abad Arnaldo para que establezca una comunidad benedictina dependiente de
Alaón, situación que no se lleva a cabo hasta pasada la reconquista definitiva
de Fraga en 1149.
Según Castillón este priorato, que se ubicaba
en la ruta de peregrinación a Santiago que venía desde Lérida, contaba con una
prestigiosa escuela en la que se impartían el trivium y el cuadrivium.
La comunidad monástica estaba formada por prior, monjes, donados y pueri
oblati y sus dominios englobaban tierras en Cardosa, la Milgrana, Alcolea,
Ontiñena, Fraga, Osso, Alcort, etc. La riqueza de este monasterio hizo que sus
posesiones fueran objeto de disputa a lo largo de su dilatada historia. Así, en
1195 el papa Celestino III reclamó a los templarios de Chalamera y a los
clérigos de Ontiñena y Alcolea, por queja del prior Bernardo, que no usurparan
los derechos del monasterio y en 1236 el prior Berenguer de Castanesa se
dirigió al obispo de Lérida para que intercediera ante las intromisiones de los
templarios chalamerenses. En 1170 el rey Alfonso II concedió privilegios de
inmunidad y franquicia al monasterio de Alaón y a sus prioratos, dotándolos así
de una gran independencia y en 1223 el papa Honorio III tomó bajo su protección
al priorato de Santa María asegurando la protección contra los intereses
templarios y episcopales.
Gracias a la abundante documentación histórica
conservada conocemos una lista de priores pertenecientes a la época que nos
ocupa, que comienza con Bernardo, entre 1163 y 1199 (abad de Alaón entre 1199 y
1204), Guillermo en 1202, Raimundo de Montfromit entre 1203 y 1218 (abad de
Alaón entre 1227 y 1232), Bernardo de Sola en 1222, Berenguer de Castanesa
entre 1232 y 1258, Ferrario de Estavill en 1292 (abad de Alaón en 1295),
Raimundo en 1299, etc.
La monumentalidad de este templo no dejó
indiferentes a los viajeros que transitaban por estas tierras. Así, en 1585 el
cronista Cock al pasar por Belver de Cinca escribió lo siguiente: “Es
Chalamera una ermita antiquísima de Nuestra Señora que está sobre la peña a la
otra parte del Cinca, bien alta”.
Se trata de un edificio de planta de cruz
latina, de nave única con tres tramos cubiertos por bóveda de cañón apuntado.
Los brazos del transepto se cubren con bóveda de cañón, al igual que el
presbiterio que da paso a un ábside de planta semicircular, acusada en el
exterior y cubierto por una bóveda de cuarto de esfera. A ambos lados del
ábside central se abren, en el transepto y por debajo de la línea de imposta,
sendos ábsides –de menor tamaño– también semicirculares pero no acusados en el
exterior y cubiertos por bóveda de cuarto de esfera. El crucero, delimitado por
arcos torales de medio punto, se cubre con una cúpula sobre trompas que pasan
de la planta cuadrada a la octogonal.
Fachada norte
Ábside
El acceso principal se realiza por la fachada
occidental, en la que se sitúa también una escalera de caracol intramural que
asciende hacia la techumbre. En el muro occidental del transepto sur existe un
acceso secundario. La iluminación se realiza a base de varias ventanas de arco
de medio punto con doble derrame, una de ellas sobre la portada principal, tres
en el ábside central, una en cada extremo del transepto y otra en el primer
tramo en el muro sur. Otras dos ventanas de arco de medio punto derramadas
hacia el interior y en aspillera hacia el exterior, en sendos ábsides
laterales, completan el repertorio de vanos, a excepción de un acceso moderno a
la cúpula en el lienzo exterior noreste de la misma y un pequeño vano de
iluminación en la escalera intramural en el muro sur.
En el exterior el conjunto tiene un aspecto
monumental, de gran tamaño, totalmente exento y se encuentra ubicado en campo
abierto. La fábrica es de sillería regular bien trabajada que le da al edificio
una gran unidad. En algunos sillares vemos diferentes marcas de cantero en
forma de sol esquemático, cruces y otros símbolos. Parece ser, por lo que
leemos en distintas fuentes, que al menos hasta 1970, hubo restos del citado
monasterio de Santa María en el lado sur del edificio actual, cimientos y
restos de muros, algunos compuestos en opus spicatum, de los que hoy a simple
vista no queda nada. Lo que si podemos apreciar en el muro y transepto sur es
una línea de canecillos lisos que sostendrían la estructura del claustro,
comunicado con la iglesia por el acceso del Sur.
Como se ha mencionado, el acceso principal se
realiza por la fachada occidental por una portada típica del románico tardío,
muy similar a la del cercano monasterio de Sigena. Se trata de un arco de medio
punto abocinado por medio de seis arquivoltas dobles que descansan en seis
pares de columnas, siendo las exteriores triples y proyectando éstas sus
arquivoltas formando una pequeña bóveda de cañón en la parte más externa y todo
ello rematado por un guardapolvo liso.
El vano está flanqueado, por tanto, por un
grupo de ocho columnas a cada lado, que descansan sobre un basamento
retranqueado formado por la primera hilada de sillares de la fábrica. La
primera columna del lado derecho de la portada ha perdido su fuste. Las basas,
con toro y escocia lisos, poseen decoración en forma de bolas, motivos
geométricos y monstruos en los ángulos.
Los capiteles, ubicados bajo una línea de
imposta retranqueada, forman un conjunto iconográfico difícil de descifrar por
su rústica labra y por las mutilaciones de las que han sido objeto. Autores
como Guatas sugieren temas relacionados con los bestiarios tan de moda en la
escultura de finales del Románico. Otros como Castillón, Aramendía e Iglesias
opinan que estos capiteles narran la expulsión del Paraíso y la Natividad de
Cristo, a la derecha, y la lucha entre el Bien y el Mal escenificado en las
batallas de la reconquista, a la izquierda.
El grupo de capiteles de la izquierda comienza
con una pieza que muestra una figura en el centro con ambas manos levantadas
entre dos rostros flanqueados por hondas, escena que ha sido interpretada como
Cristo en majestad bendiciendo entre dos ángeles. El segundo capitel muestra
cinco figuras con indumentaria medieval y decoración de bolas entre sus cabezas
que podría representar un apostolado. En el tercero aparece un caballero en
actitud de ataque hacia dos soldados desmontados tras un caballo, escena alusiva
a la batalla de Fraga según Castillón. El cuarto presenta un ave descabezada
entre dos rostros mutilados flanqueados por hondas, pudiendo representar a la
paloma de la paz entre dos ángeles. En el quinto aparece la lucha entre un
soldado y un dragón –cuerpo cubierto de escamas, cola de pez y garras de ave
(la cabeza no se conserva)–, representación de san Miguel luchando contra el
mal. El sexto muestra dos cuadrúpedos en los que se ha querido ver un rebaño de
corderos simbolizando la paz de la Iglesia. En el séptimo vuelve a aparecer un
ave de alas extendidas, mientras que el octavo muestra restos de cabezas entre
volutas.
El grupo de capiteles de la derecha comienza
con una pieza en la que se distinguen dos figuras entre palmeras con ramos en
sus manos, posible representación de Adán y Eva en el Paraíso. El segundo
capitel muestra una figura central portando una llave y dos figuras en los
laterales, una de ellas arrodillada, interpretándose como la expulsión del
Paraíso. El tercero muestra la lucha entre dos felinos, símbolo de la lucha
entre el bien y el mal. El cuarto presenta una figura saliendo de un elemento
vegetal estilizado, pudiendo representar el misterio de la Encarnación. En el
quinto aparece un cuerpo animal entre dos rostros flanqueados por volutas,
identificado como la paloma del Espíritu Santo entre José y María. En el sexto
se observa una figura con las manos sobre el vientre entre dos rostros
flanqueados por hondas, escena que se ha interpretado como una representación
de María entre José y el Niño. El séptimo y el octavo muestran restos de
cabezas entre volutas.
El vano de doble derrame abierto sobre la
portada principal constituye una réplica en miniatura de ésta. Está compuesto
por un arco de medio punto abocinado y flanqueado por tres pares de columnas
que, sobre una línea de imposta a modo de ábaco corrido, sustentan tres
arquivoltas rematadas por un guardapolvo. Las columnas poseen sencillas basas
decoradas con bolas en los ángulos y capiteles que representan rostros entre
hondas, volutas y elementos vegetales estilizados, en el caso de los dos pares
interiores, y los mismos motivos con representación de aves en la parte central
en el par externo. Entre la portada principal y este vano se dispone una línea
de cuatro ménsulas y obre el vano, como remate de la fachada, una espadaña
geminada.
El acceso lateral, ubicado en la parte sur del
edificio, se realiza a través de un vano de arco de medio punto en cuyo tímpano
se halla un rosetón esquemático en relieve datado por García Guatas en el siglo
XVII. El vano posee dos modillones –angrelado el derecho y moldurado con
diferentes festones el izquierdo– sobre los que se dispone un dintel monolítico
y el citado tímpano, circundado por dovelas de tamaño irregular. Junto a este
acceso, pegado al muro sur de la nave, se dispone un arcosolio al que sigue el
arranque de un zócalo corrido que avanza escasos metros y, al otro lado,
grandes sillares que forman los restos de un basamento.
Portada del transepto sur
Portada del transepto sur
La ventana de doble derrame sita en el muro sur
del transepto está formada, al igual que las del ábside central y la del muro
norte, por un arco de medio punto flanqueado por sendas columnas que sostienen
una arquivolta rematada por guardapolvo. Las columnas son de basa sencilla,
fuste liso y capitel labrado con volutas y frutos estilizados. Bajo este vano
se halla una inscripción que reza: SEPULCRUM DE B(ER)NAR / DO CAPELLANO,
en alusión a un prior Bernardo, que estaría enterrado allí.
Ventana del ábside central
Las ventanas del ábside central presentan
capiteles labrados. Los de la ventana derecha, con motivos trenzados de
cestería; los de la ventana central palmetas uno y estilizaciones vegetales y
frutos el otro; y los de la ventana izquierda, un ave uno y motivos
irreconocibles por su mal estado, el otro. La ventana del muro norte del
transepto presenta, por su parte, un capitel con representaciones de cabezas
aladas y otro con palmetas y volutas.
Cabe destacar, además, la línea de canecillos
que recorre todo el alero del edificio bajo la techumbre. Algunos de estos
presentan, en la cabecera y en la cúpula, decoración a base de grupos de
pequeñas estrellas de cuatro o cinco puntas. Un grupo de tres estrellas aparece
también en la imposta que recorre la parte superior de la línea de canecillos
justo en la parte central de la cabecera.
Si imponente es el aspecto exterior de Santa
María de Chalamera, más imponente es aún si cabe su interior. A éste se accede
por una escalinata descendente de cinco peldaños desde la portada occidental.
El pavimento es la roca sin apenas alisar sobre la que se levanta directamente
el templo. La esbelta nave, más alta que la cabecera, se articula en tres
tramos separados por pilastras de triple esquina de los que parten arcos de
medio punto ciegos adosados a los muros y arcos fajones apuntados doblados
sobre la línea de imposta que recorre la nave. El vano situado sobre la portada
presenta un aspecto interior similar al exterior, de arco de medio punto con
tres pares de columnas a los lados sustentando tres arquivoltas rematadas por
guardapolvo. Todos sus capiteles muestran cabezas entre hondas terminadas en
volutas, excepto el capitel exterior del lado derecho, que posee una
representación de dos animales enfrentados.
Toda la cabecera, incluyendo los tres ábsides,
está elevada sobre tres escalones corridos a lo largo del transepto. El
presbiterio tiene dos oquedades en sus muros laterales a modo de hornacinas
adinteladas, apareciendo sobre la del lado norte un relieve en forma de roseta
y una inscripción ilegible. El ábside, que conserva restos de pintura mural,
posee un altar sobreelevado al que se accede por dos escalinatas laterales y
presenta en su parte anterior una pieza en forma de tímpano con un relieve de
dos felinos enfrentados, escena similar a la representada en uno de los
capiteles de la portada. Aramendía señala que esta pieza pudo estar ubicada en
origen en una portada desaparecida, mientras que Pita y Castillón apuntan un
origen mucho más lejano como pieza reutilizada visigoda, paleocristiana o
romana.
Las ventanas del ábside central presentan una
morfología interior similar a la exterior, en arco de medio punto flanqueado
por sendas columnas que sostienen una arquivolta rematada por guardapolvo. Los
capiteles del vano derecho presentan palmetas y volutas con motivos geométricos
intercalados. En el vano central se representa a un personaje saliendo de una
cara esquemática y la lucha entre un guerrero y un dragón –cuerpo de escamas,
cola de pez, garras de ave y gran cabeza humana–, ambas escenas similares a las
representadas en dos capiteles de la portada. Los capiteles del vano izquierdo
muestran una sirena de doble cola y una tosca figura entre dos aves que lo
sostienen de las manos.
Los ábsides sitos en los brazos del transepto
poseen vanos de iluminación abocinados hacia el interior y en aspillera,
mientras que las ventanas de los extremos del transepto también presentan un
aspecto interior similar al exterior, en arco de medio punto flanqueado por
sendas columnas que sostienen una arquivolta rematada por guardapolvo. Los
capiteles del vano sur muestran bolas o frutos esquemáticos mientras que los
del norte son lisos.
El templo conserva algunos bienes muebles que
es necesario reseñar. En primer lugar, una pila cilíndrica situada entre el
segundo y el tercer tramo de la nave y otra de fuste liso y amplio contenedor
situado junto al acceso sur, que antes ocupaba el lugar de la primera. En el
ábside lateral del lado sur se conserva un sarcófago de cubierta a doble
vertiente –labrado con motivos geométricos y vegetales– y dos cubiertas de
sarcófago a dos aguas –una lisa y otra con cuatro medallones en los que se han
representado manos, árboles y cuadrúpedos–. En el ábside lateral del lado norte
se conserva otro sarcófago de cubierta a doble vertiente sin decoración.
Algunos autores datan estos sarcófagos en época paleocristiana o visigoda
(Pita, Castillón, Aramendia e Iglesias) y otros en época medieval (Conte, Arco
Garay y Román Martínez). Por último, en una de las hornacinas del presbiterio
se conservan los restos de lo que fue la antigua imagen de Santa María de
Chalamera, labrada en piedra y datada en torno al siglo XIII. Actualmente
preside una imagen moderna, copia de la anterior.
La planta y el estilo arquitectónico de la
iglesia de Santa María de Chalamera, similares a las de algunas iglesias de
realengo como las de Sigena o Santa Cruz de la Serós, sugieren una cronología
entre finales del siglo XII y principios del XIII. Esta tesis se ve reforzada
por el estilo románico tardío ya de transición al gótico y por la documentación
histórica conservada de este periodo, que hace referencia al esplendor que
vivió el monasterio en estas fechas y la gran cantidad de donaciones recibidas
que hacen suponer, aunque no se especifique que fueran empleadas para la
fábrica de la iglesia, un momento de gran actividad constructiva.
Fraga
Fraga, cabecera de la comarca del Bajo Cinca,
está situada en el límite sudeste de la provincia. Actualmente la ciudad ocupa
ambas orillas del río Cinca cerca ya de su desembocadura en el Segre, aunque el
emplazamiento original de la villa se situaba en la margen izquierda, en una
franja de terreno que asciende desde la orilla hasta el castillo y que
configura un núcleo urbano típicamente medieval con calles estrechas de trazado
irregular y grandes desniveles. Se halla en medio del gran eje de comunicación
que es la A-2, a 124 km de Zaragoza y a 33 km de Lérida. Desde Huesca, a 131
km, tomaremos la carretera A-131 que vertebra el valle del Cinca desde Ontiñena
hasta la misma Fraga.
La documentación histórica habla de Fraga como
un punto clave de la defensa musulmana en el marco de la reconquista. Según
Pita, ya desde el siglo x fue una importante base dentro de la marca superior
contra las incursiones de los cristianos pirenaicos. Durante los siglos XI y XII,
ya roto el poder político musulmán de Córdoba, Fraga fue un fuerte
perteneciente a Lérida, escenario de diversas batallas contra los reyes de
Aragón y los condes de Urgel. Se cree que en la década de 1090 pudo ser
conquistada por Sancho Ramírez y en 1122 por Alfonso I el Batallador,
perdiéndose poco después en ambas ocasiones. En 1133 fue sitiada y en 1134 tuvo
lugar la batalla de Fraga, que supuso una grave derrota para el Batallador.
Finalmente, el 24 de octubre de 1149, Fraga fue tomada definitivamente por
Ramón Berenguer IV, príncipe de Aragón y conde de Barcelona.
Tras la conquista de Fraga, el conde de Pallars
Arnal Mir fue nombrado señor de la villa, cargo que pudo tener cierto carácter
hereditario, ya que en 1174 ostentaba este cargo su hijo Ramón Arnal y en 1178
su nieta Valencia, casada con García Pérez quien aparece como conde de Pallars
y señor de Fraga en 1183. No obstante, esta tenencia pudo ser compartida
durante el último tercio del siglo xii, ya que las fuentes citan también a
Guillén I de Moncada como señor de Fraga en 1173. Tras su muerte en Valencia, en
1185, aparece como tenente Arnaldo de Erill. En 1192 Alfonso II convierte Fraga
en villa de realengo y en 1201 su hijo Pedro II la constituye como municipio
capaz de regirse a sí mismo por medio de un concejo compuesto por veinte
hombres. Además, desde finales del siglo XII la Orden del Temple ostenta la
autoridad eclesiástica sobre la villa.
En 1242 Jaime I otorga los Fueros de Huesca a
los ciudadanos de Fraga, fecha en la que los Moncada comenzaban a estabilizarse
como señores. Cabe señalar también que, al encontrarse la ciudad en medio de la
ruta entre Zaragoza y Barcelona, las dos capitales más importantes de la Corona
de Aragón, la ciudad fue visitada con frecuencia por Alfonso II y Pedro II y
fue escenario de la firma de importantes documentos.
Según Pita, la mayor parte de la población
musulmana permaneció en la villa tras la conquista trasladándose, eso sí, al
barrio de la Morería. No obstante, parte de esta población emigró, según Flocel
Sabaté, hacia Valencia y otras zonas. Por otro lado, algunos antiguos
pobladores se convirtieron, o reconvirtieron, al cristianismo conformando un
escaso núcleo de población cristiana junto con los contingentes de Ramón
Berenguer IV y los repobladores llegados de tierras pirenaicas. Esta
circunstancia hizo, según Pita, que durante todo el siglo XII la población de
Fraga continuara siendo eminentemente musulmana, olvidadas ya las costumbres y
tradiciones visigóticas que se profesaban en el lugar hacía ya más de cuatro
siglos.
Iglesia de San Pedro
La iglesia de San Pedro se ubica en el corazón
del casco histórico de Fraga. Su construcción comenzó tras la toma definitiva
de la ciudad, en la segunda mitad del siglo XII, siendo una de las etapas de la
ruta secundaria que llevaba a los peregrinos a Santiago desde Lérida. Según
Salarrullana se levantó sobre la mezquita aljama bajo las órdenes de Agustín
Sanz. Se trata de una iglesia de nave única con capillas laterales, cabecera
semicircular y torre campanario adosada a la misma. Posee un acceso en el muro
de los pies y otro, el principal, en el muro sur. Su fábrica románica tardía,
de la que se conservan la disposición de la planta en nave única, la portada
sur, el ábside y el primer cuerpo de la torre campanario, se fue completando
con añadidos góticos y renacentistas. El aspecto actual del edificio es fruto
de una profunda restauración llevada a cabo en 2004.
En general el edificio presenta un aspecto
bastante ecléctico. La cabecera es románica al igual que el primer cuerpo de la
torre, al que sigue otro cuerpo gótico y un tercero mudéjar. La nave, gótica,
presenta la fachada sur adelantada respecto a su ubicación original, con
portada románica y galería corrida, al modo de las casas solariegas, añadida en
el siglo XVIII. Además, la parte de los pies se encuentra encastrada entre
diferentes edificios anejos.
En el interior, la nave y la cabecera se cubren
con bóveda de crucería estrellada renacentista. La iluminación se realiza por
medio de vanos apuntados en la parte superior y un óculo a los pies.
Exteriormente el ábside está muy manipulado y
la mayor parte de sus sillares han sido sustituidos. Posee dos gruesos
contrafuertes y un vano ciego en arco de medio punto con arquivolta sobre
sendas columnillas. El cuerpo bajo de la torre campanario presenta hiladas
desiguales. Posee un vano sencillo de arco de medio punto en la parte baja y
otro en la parte alta en arco de medio punto con arquivolta sobre sendas
columnillas y grandes dovelas rematadas en guardapolvo y apoyadas sobre la
línea de imposta.
La portada sur está formada por un arco de
medio punto con dos arquivoltas que apean en sendas jambas con aristas a bocel.
Sus capiteles-imposta, bajo un voladizo con relieves de palmetas y roleos, muy
similares a los de Sigena, presentan escenas finamente talladas relacionadas
con la lucha entre el bien y el mal.
En el primer capitel del lado derecho
encontramos una representación de san Gabriel luchando contra un dragón de dos
cabezas que le muerde un ala, bajo las inscripciones DRACO: Y S(AN)CT(I):
GABRIEL (al revés) y otra escena en la aparece san Miguel luchando contra
un dragón, bajo la inscripción S(AN)CT(I): MICA(EL): DRACO. El segundo
capitel representa a san Juan y a Cristo tentado por un demonio alado y con
cuernos que le muestra unas piedras, bajo la inscripción IOH(ANE) S:
IH(ESU)S SATAN.
En el primer capitel del lado izquierdo
aparecen dos escenas de Cristo tentado por el diablo separadas por un personaje
ataviado con túnica. El segundo capitel presenta a Abraham entre dos ángeles
que portan sendas almas en forma de niños, el de la izquierda ha perdido la
cabeza, bajo la inscripción ABRAAM.
Entrada principal y entrada a la sacristia a la izquierda
En el interior del edificio, a la altura donde
debió de ubicarse en origen la portada, se conserva parte de un dintel con
varias escenas en relieve que pudieran aludir a la resurrección de Lázaro. En
primer lugar aparece Cristo con el nimbo crucífero; a continuación tres
personajes tocados, uno de ellos agachado; dos personajes ante un cuerpo
amortajado; y un ángel que porta un incensario.
Las circunstancias históricas de Fraga durante
la Edad Media, así como el estilo sobrio de los elementos románicos que han
llegado hasta nuestros días y sus semejanzas formales con otros edificios
coetáneos, hacen pensar para la iglesia de San Pedro en una cronología en torno
a finales del siglo XII y principios del XIII.
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