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viernes, 24 de octubre de 2025

Capítulo 136, Románico en la comarca de A Mariña Lucense, Románico en la Comarca de Sarria, Concello de O Incio,

 

Románico en la comarca de A Mariña Lucense
Si Lugo es una provincia con un riquísimo plantel de monumentos románicos, no es La zona norte la más privilegiada, pues es la zona central (Camino de Santiago y las cercanías de Lugo capital) y la meridional (Ribeira Sacra) las que mejor y más abundante románico atesora.
Sin embargo, la zona norte denominada Mariña Lucense (la parte de las Rías Altas que corresponde a Lugo) hay dos monumentos muy interesantes que conviene constatar. Se trata de la importantísima iglesia de San Martino (San Martín) de Mondoñedo y la de Santa María del Campo de Viveiro.
Entre ellas hay más de un siglo de distancia y representan dos momentos muy distintos del desarrollo del románico. Si San Martín de Mondoñedo es un templo primitivo e inicial del románico pleno en España, la iglesia de Viveiro es un buen representante del tardorrománico gallego del siglo XIII. 


Mondoñedo
Tras una azarosa historia altomedieval, de citas confusas, relaciones conflictivas en la documentación visigoda y asturiana, e identificada con la casi mítica sede episcopal gallega de Britonia, la historia material de la catedral de Mondoñedo comienza vecina a la actual localidad de Foz, en donde se mantuvo entre los siglos IX y XII. Allí se edificó una iglesia catedralicia, puede que sobre una base prerrománica, pero remodelada a finales del siglo XI en una iglesia de planta basilical, sin transepto sobresaliente y con una cabecera de tres ábsides, con un tramo recto previo de escaso desarrollo, a la manera de los primeros proyectos románicos. La cronología que se ha dado a este edificio se mueve en los alrededores del año 1100 para la cabecera y en una fecha avanzada del resto del siglo XII, para la finalización de sus naves. De hecho, el destino de la sede episcopal volvería a cambiar radicalmente en este momento. A comienzos de su segunda década del siglo XII, se planteó su traslado hacia el interior del territorio lucense, a una localidad meridional llamada entonces Vilamaior de Brea. Parece que tras el proyecto estuvo la reina Urraca, tomándose la decisión en el Concilio de Palencia celebrado en 1113, en presencia de los obispos del reino. En 1117, el traslado se había hecho efectivo, ya que la reina hizo donación al obispo Nuño Alfonso, calificando al obispado de mindoniensem sedem mutatam et positam in Vallibriensi loco. Menos de setenta años después, hacia 1182, ahora Fernando II de León quiso privilegiar a la villa de Ribadeo sobre la que tenía ciertos intereses, transformándola en sede episcopal. A tal fin, pretendió un nuevo traslado del episcopado, traslado a todas luces fugaz debido al propio deseo del cabildo catedralicio de permanecer en Vilamaior.
De hecho, se ha planteado un largo proceso judicial en el que se habría visto implicado el cabildo, el obispado, el arzobispo de Braga y el Papa, aunque en realidad la documentación indica que muy posiblemente el cambio de lugar ni siquiera llegó a ser efectivo. Así, en 1205, los documentos recogen claramente una sede mindoniense establecida in Vila Maiore y, en 1217, se documenta la licencia de población de Vilamaior, en la que se cita el huerto de la canónica –pumar de canonica–. El obispo don Pelayo de Cebeira (1199-1218) es reconocido como cabeza de la negativa catedralicia al traslado. De hecho, durante su episcopado, Alfonso IX entregó el diploma por el que se establecía la definitiva sede en Mondoñedo, en lugar de en el puerto de Ribadeo. El documento real fue sucedido por otro papal en junio de 1224, cuando Honorio III declaró la idoneidad de Vilamaior como sede episcopal a la que, finalmente, se dio el nombre de Mondoñedo.
La nueva ciudad episcopal gallega se organizó de forma radial, mediante una serie de calles que confluían en la zona más baja de la población. Allí se definió el alpendre catedralicio, la iglesia y sus dependencias, ocupando un ángulo del perímetro amurallado, entre la porta Pequena y la porta da Fonte. Lógicamente, el proyecto de catedral debió esperar a que la situación política del obispado se estabilizara. Muy posiblemente don Pelayo de Cebeira y su cabildo tenían en mente la construcción de un nuevo templo a comienzos del siglo XIII pero, precisamente debido a los descritos problemas de localización definitiva de la sede, la historiografía ha preferido atribuir el comienzo de las obras a don Martín (1219-1248), sucesor en la cátedra mindoniense y durante cuyo gobierno el templo fue consagrado bajo la advocación de Santa María, en la fecha de 1246.
La Virgen sustituía la dedicación a San Martiño de la primera catedral en Foz, que quedaba ahora convertida en una de las grandes parroquias del norte de la Mariña lucense. El dato de la consagración fue tomado por Enrique Flórez de un calendario catedralicio, en el que se atribuía a dicho obispo “construir, consumar y consagrar” la fábrica. La fecha y el carácter tardío del documento quizás pudiera llevarnos a reivindicar la figura de don Pelayo al frente del plan inicial de las obras y, sobre todo, como responsable del proyecto de catedral a la antigua, planeada a caballo entre los siglos XII y XIII y siguiendo patrones del pleno románico gallego. No en vano, la mayor parte de los autores han tendido a considerar la catedral como claro ejemplo de las pervivencias del románico y de la tardía irrupción del gótico en Galicia o, también, de la influencia de la arquitectura vinculada a los cercanos monasterios cistercienses. Por el contrario, otros investigadores han querido demostrar una fecha previa de construcción. Manuel Murguía propuso un comienzo de las obras en el año de 1121, partiendo de la fecha consignada en un texto litúrgico del siglo XVII. Por su parte, Ángel del Castillo apuntó que la fecha de inicio de las obras debió estar en los alrededores de 1112, con el traslado desde Foz a Vilamaior de Brea, hecho que además supondría la imitación del modelo arquitectónico de San Martiño y su transepto enrasado en planta, repetido en Santa María.
La temprana cronología fue revisada después por el mismo Del Castillo, quien pasó a considerarla obra de la segunda mitad del siglo XII, usando como documento cardinal que apoyaba la nueva hipótesis una manda a la obra de la iglesia de doña Urraca Fernández y datada en 1199. En cualquier caso, debe indicarse que, en 1117, un documento de la reina Urraca confirmando los bienes del episcopado aludía claramente a la sede en honor de la Virgen que habían fundado y construido –fundatur et construitur– en Vilamaior, a la que denomina Vallibrensi Sedi. Volviendo a la donación a la obra de 1199, José Carlos Valle propuso una fecha de inicio de las obras anterior a 1199, cuando se constata documentalmente la actividad constructiva. Celia Castro restringió aún más las fechas de construcción, encuadrando las obras de la cabecera catedralicia entre 1185 y 1205, alegando ahora una relación de dependencia estilística entre los capiteles de la cabecera y los del monasterio de Meira, datado en fechas inmediatas. Finalmente, Francisco Mayán Fernández planteó que las obras debían estar muy avanzadas a la llegada de don Martín al episcopado en 1219.
Vemos por lo tanto dos teorías claramente contrapuestas. La primera, mantenida por la mayor parte de la comunidad académica, coincide en que las fechas más adecuadas para plantear el inicio de las obras fueron el episcopado de don Pelayo de Cebeira (1199-1218), revisado ahora como responsable del mantenimiento de la sede en la vieja Vilamaior de Brea y promotor de las obras de la nueva catedral románica. La segunda, opta por unas fechas tempranas, inmediatas al traslado a desde Foz a Vilamaior, tomando como base el documento real de 1117, que alude a la fundación y construcción. En cualquier caso, es posible convertir ambas hipótesis en complementarias. Por un lado, un inicio de las obras pareja al traslado desde Foz parece lógico. La llegada a Vilamaior de una parte de la comunidad catedralicia de San Martiño debió de significar el comienzo de, por una parte, un templo y, por otra, unas dependencias provisionales para la vida de los canónigos. Los documentos atestiguan que la sede permaneció en Vilamaior de Brea al menos setenta años –hasta cerca de 1182–, cuando Fernando II trató de trasladarla de nuevo, esta vez a Ribadeo. El hecho pone de manifiesto que, en los años de permanencia en la actual Mondoñedo y con la intención de establecerse allí, debió iniciarse la construcción de una iglesia catedralicia. Como veíamos, el traslado a Ribadeo pretendido por Fernando II nunca llegó a buen puerto, aunque podamos suponer que debió repercutir en el trascurso de las obras de una nueva catedral que, con seguridad, sufrieron una pausa en su construcción hasta las definitivas cartas real y papal declarando Vilamaior como el lugar apropiado para que la sede se asentara definitivamente. Dos momentos históricos que pueden claramente emparentarse con dos estadios constructivos de las obras, como tendremos ocasión de ver a continuación.

Catedral de Santa María
La actual catedral de Santa María de Mondoñedo es un edificio de tres naves, cubiertas con bóvedas de crucería y organizadas en cinco tramos, más los ábsides de la cabecera y con un transepto sobresaliente en planta. Los brazos del transepto fueron añadidos al final de la Edad Media, mientras de la cabecera original solo resta la cara interna del ábside central ya que, en tiempos modernos, se tiraron los ábsides laterales con el fin de abrir una gran y singular girola cuadrangular. Esta se proyectó como un espacio perfectamente geométrico, para lo que tuvo que macizarse el trasaltar del ábside románico, mediante una estructura cuadrada alrededor de la cual giran cuatro tramos de bóveda de crucería, a los que se abren otras tantas capillas en su muro este.
Tratemos ahora de aunar las noticias documentales respecto a los dos momentos constructivos y el edificio hoy conservado. Hasta la decisión real de traslado a Ribadeo a finales del siglo XII, la nueva catedral de Santa María iniciada en la segunda década del mismo siglo habría visto edificar parte de su cabecera y el encintado de sus naves. En cuanto a los restos preservados de este primer período, la puerta occidental del templo y sus capiteles han sido datados en la segunda mitad del siglo XII. Mientras, de la cabecera solo subsiste la estructura románica del ábside central –en cuyo trasaltar se situó la sacristía– ya que, como vimos, los laterales desaparecieron con la obra de la girola. La capilla mayor presenta hacia el exterior la imagen tosca de un muro postizo, que esconde hacia el interior el ábside original. De hecho, este aún es visible en su nivel de canecillos por encima de trasdós de las bóvedas de la girola del siglo XVI. Por lo que respecta al planteamiento general del edificio, parece significativo que su traza se concibiera siguiendo la recién concluida iglesia de San Martiño, como ya indicó Ángel del Castillo. Una estructura basilical de tres naves con transepto enrasado en planta, pero destacado en altura y con reducidos tramos previos a sus ábsides semicirculares. Se trata de una interesante cita consciente a la arquitectura de la antigua catedral de Foz.

En cuanto a los vestigios del ábside central, se trata de una superficie de más de dos metros de altura en la que afortunadamente se puede estudiar la articulación del mismo. El exterior del presbiterio mindoniense presentaba un paramento articulado mediante una serie de cuatro contrafuertes entre los que se hallaban las cinco ventanas que iluminaban el altar mayor. Superpuestas a los contrafuertes, en una peculiar solución, se colocaron columnas rematadas en capiteles, de los cuales solo conservamos intacto el del soporte noroeste, representando a una bestia que devora la cabeza de un hombre. Sustentando la cornisa, cada tramo murario presenta tres canecillos muy deteriorados y con diversas características formales. Los canecillos que presentan un mejor estado de conservación representan figuras de ángeles, animales y simples perfiles geométricos. Estilísticamente parecen tener una mayor calidad que el conjunto escultórico del resto de la catedral, más su picado y destrucción, probablemente durante la construcción de la girola del siglo XVI, impide aportar mayores conclusiones al respecto.


En cuanto al interior del ábside, este fue cubierto con una bóveda de horno y su tramo recto mediante otra de cañón, ambos separados por una pilastra y su correspondiente arco, recorridos ambos por gruesas molduras, elemento que se repite sin demasiadas variaciones como embocadura del arco triunfal. Hoy, la imagen de ambas bóvedas está distorsionada por las nervaturas que, indudablemente, fueron adosadas en fechas posteriores.

En el hemiciclo se situaron seis nervios en una clave común, mientras en el tramo contiguo se edificó una bóveda sexpartita. La prueba de su tardía colocación la hallamos no solo en el perfil de las nervaturas, sino en la adecuación a la construcción previa de los soportes que las sustentan. Estos fueron adaptados al abovedamiento románico, como podemos ver sobre todo en el hemiciclo absidal.
Aquí, se creó una suerte de pilar complejo no solo situado a distinto nivel, sino también con una interrumpida e irregular decoración de los cimacios. Para los capiteles situados en la cabecera, se ha dado una cronología marco de la segunda mitad del siglo XII, fecha que redunda en la posibilidad de que estuvieran tallados en fechas previas a su posterior colocación en la cabecera, momento en que fueron supeditados al nuevo sistema de cubrición con crucerías. Parece que las piezas pudieran estar destinadas a un lugar diferente dentro del primer proyecto románico, reutilizándose en su adaptación a las nuevas bóvedas góticas del segundo momento. De este modo, además, se explicaría la notable diferencia de tamaño entre dichos capiteles y la nervatura a sustentar. Las piezas talladas en cuestión presentan el único conjunto historiado de la escultura catedralicia, junto al capitel representando la última Cena, situado en la jamba derecha de la puerta occidental del templo.
En cuanto a los ábsides laterales, la ausencia de columnas u otros vestigios en la cara interna de los soportes restantes de sus entradas demuestra que, en origen, las capillas laterales debieron hallarse cubiertas con bóvedas de cañón y horno, del mismo modo a como lo estuvo la capilla mayor hasta su remodelación bajomedieval. Además de las bóvedas de la cabecera, desconocemos qué tipo de cubrición se ideó en el proyecto inicial de Santa María, ya que la interrupción de las obras entre aproximadamente 1182 y 1219 propició la entrada de los nuevos modos de construcción góticos, que modificaron sustancialmente el proyecto iniciado en el siglo XII.
Ábside sur
Ábside norte 

En la primera mitad del siglo XIII, con la seguridad institucional de la confirmación papal de Vilamaior como ciudad catedralicia, se procedió a reanudar las obras de la iglesia de Santa María. La estructura proyectada fue transformada mediante la introducción de nuevos soportes, destinados a un diferente sistema de cubrición, en contraposición a las posibles aristas, cañones o maderas del esquema inicial. El nuevo maestro conocía las novedades arquitectónicas góticas –básicamente la introducción de nervios de crucería- que ya se estaban experimentando en otros edificios gallegos desde las últimas décadas del siglo XII. Así, se edificaron pilares sobre altos plintos circulares, con un núcleo cruciforme rodeado por medias columnas adosadas en sus frentes, destinadas a los arcos perpiaños y al intercolumnio, y columnas acodilladas en los ángulos, encargadas de recibir los nervios cruceros.
De este modo, el tipo de soporte repetía patrones utilizados en la zona occidental de la compostelana cripta del Pórtico de la Gloria, a fines del siglo XII. A esta cuestión debemos añadir el hecho de que el obispo don Martín que, recordemos, había retomado las obras de la catedral a comienzos del siglo XIII, era oriundo de Santiago y estaba relacionado con las órbitas de poder del momento, como canciller del rey don Alfonso IX y, por lo tanto, conocedor de las obras que se estaban realizando en otros puntos de la geografía del Reino. Por otra parte, quizás también pudiéramos atribuirle un ascendente de las obras en curso en la catedral de Lugo, como propuso en su momento José Villaamil y Castro. Por fin, el obispo don Martín pudo realizar la ceremonia de consagración del templo el 20 de octubre de 1246, dedicando el ábside central a la Virgen, el norte al Apóstol Santiago y el sur a San Martiño, luego al Crucifijo. Casi una declaración de intenciones entre las advocaciones religiosas de la Galicia de la primera mitad del siglo XIII. No sabemos si en esta ceremonia la catedral ya estaba finalizada en su totalidad. Me inclinaría a decir que no, que las naves todavía debieron tener que finalizarse en fechas inmediatas. De todos modos, la citada y tardía noticia aportada por el posterior calendario sobre la consumación de las obras por parte de este prelado, tal vez se deba a una simple mezcla entre la conclusión del edificio con la sí realizada consagración del mismo, reutilizando y actualizando lo construido hasta la fecha. Por lo tanto, don Martín debió finalizar la cabecera y acometer las tareas de remodelación del templo con los nuevos soportes destinados a bóvedas de crucería.
El cerramiento de dichas bóvedas no fue contemporáneo a la elevación de los soportes. Un detallado examen de estos últimos y de los arranques de los arcos permite constatar que introducir la nueva cubrición supuso algunas modificaciones en la estructura. En primer lugar, la unitaria concepción de los pilares de todo el edificio parece revelar una edificación coetánea para todos ellos, aunque en sus arranques podemos ver cómo se siguió un trazado diferente al proyectado.
El pilar cruciforme sufre una sección al nivel del arranque de los nervios, de tal manera que el cimacio de los capiteles vecinos no presenta la habitual unión escalonada. Los capiteles se adosaron sencillamente en sus frentes, mientras los ángulos no fueron objeto de ningún tratamiento especial, quedando interrumpidos y recibiendo de forma un tanto torpe el arranque de los plementos de la bóveda.
Plano de la iglesia nos ayuda a situar cada uno de los capiteles que vamos a ver. 

La escultura de San Martiño manifiesta su valor en los capiteles de sus columnas, verdaderas lecciones de conducta cristiana, creadas para transmitir a los fieles la condena del pecado a través de explícitas escenas alegóricas, dotadas de una gran fuerza simbólica en la composición de sus formas.
Vamos a comenzar nuestro recorrido por la columna izquierda del crucero. A primera vista podemos distinguir dos sencillos capiteles con decoración vegetal (capiteles 1 y 3); entre ambos hallamos un curioso capitel (n.º 2), éste decorado con herrajes románicos, con grandes espirales como las de las verjas del s. XII que cerraban algunos de los templos de la época, quizá también el de San Martiño.
Capitel 1
Capitel 2 

El último capitel de esta columna, el n º 4, representa una escena en la que un hombre tira de un caballo por el ramal, mientras que, detrás, otro individuo levanta su mano derecha mientras coloca la otra sobre el cuerpo. Se ha interpretado como una composición de caza, basándose en la hipotética presencia de un cuerno que hoy no existe.
Capiteles 4 (Izquierda) y 3.
Capitel 4 

En la columna de la derecha, justo enfrente de la cacería (capitel n.º 6), se representa una alegoría de la Lujuria; en ella podemos distinguir un animal con cabeza de hombre acompañado de una mujer ricamente ataviada, con abultados pechos, de los que se amamantan unos sapos.
En el centro, el águila de S. Juan, que puede significar la Ley de Dios, como advertencia para quien cometa pecado; y, en el extremo derecho del capitel vemos representada una sirena, con las manos sobre el vientre, grandes pechos y larga melena.
Capiteles 6 (Derecha) y 7.
 

El capitel contiguo, el n.º 7, nos narra de forma desarrollada el sacrificio de S. Juan Bautista: muestra a tres personajes sentados a la mesa del banquete, repleta de manjares. A la derecha S. Juan siendo degollado, vestido con ornamentos sacerdotales, y a la izquierda de la escena, Salomé entrega su cabeza a Herodes en una bandeja.
La parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro se plasma sobre el capitel n.º 8. En él, el mendigo Lázaro, está echado en el suelo, con un perro lamiendo sus llagas, mientras que Epulón y sus amigos, todos ellos luciendo ricas vestiduras, disfrutan de los manjares de la mesa.

Capitel 8
 

La imagen del capitel n.º 5, una osa y una vaca paciendo juntos sobre un conjunto de hojas, parece escenificar la parábola del profeta Isaías sobre el reino mesiánico, en el que dice habitarán juntos el lobo y el cordero.
Capitel 5
 

Ahora nos daremos la vuelta y nos situaremos al otro lado del pasillo, justo enfrente de la columna que acabamos de visitar. Allí, sobre una pilastra adosada al muro, podremos contemplar una representación del Pecado Original (n.º 9): un hombre y una mujer, supuestamente Adán y Eva, son devorados por dos leones que se yerguen de forma amenazante frente a ellos. En el centro de la imagen, podemos observar a la serpiente enroscada a una representación, muy simplificada, del Árbol del Paraíso.
Capitel 9
 

En el capitel que corona la columna de la derecha (n.º 10) vemos a dos hombres inclinados sujetando una espada; los dos comparten una misma cabeza al coincidir la figura de ambos con la esquina de la pieza. A su derecha, dos leones enzarzados en plena lucha y, sobre ellos, una cabeza humana de la que salen unas serpientes.
A la izquierda del altar (capitel n.º 11), un hombre armado con una lanza se enfrenta a un grifo de potentes garras y enormes alas. A su lado, otro personaje se cubre el cuerpo con los brazos y, tras él, podemos distinguir un animal que parece ser una pieza de esa cacería.
Capitel 10
Capitel 11

Mención especial merece el retablo labrado en piedra caliza que preside el altar mayor. Este retablo constituye una pieza única. Hay hipótesis que fechan su elaboración en el siglo IX, para conmemorar el momento de consagración del templo como sede episcopal.
El retablo está constituido por dos piezas desiguales (1,13 y 0,82 m. de ancho) perfectamente unidas. En él se representa la jerarquización de la Iglesia y su misión evangelizadora en el mundo.
Presidiendo la escena, se encuentra Jesucristo en majestad, enmarcado en una aureola sostenida por dos ángeles, uno vestido con casulla (significa el orden y potestad de celebrar la Misa y administrar los demás sacramentos) y otro con capa pluvial (es el símbolo de la potestad de jurisdicción. La de orden es perpetua, mientras que la de jurisdicción no se tiene siempre.
Ambos poderes se reunen en la figura del obispo diocesano), con sus bocas entreabiertas, elevando sus cantos al Redentor. Cristo, desde el trono, observa a su Iglesia; está vestido con ropajes sacerdotales y bendiciendo a la manera oriental (con el pulgar, el índice y el corazón levantados). Como diadema se puede ver como asoman por detrás de su cabeza los tres brazos de la cruz.
A su izquierda, también en la mitad superior, podemos observar otra aureola, ésta más pequeña, que contiene esta vez en su interior el Cordero Pascual, o Agnus Dei, sosteniendo un ástil rematado por una cruz, en clara alusión al sacrificio de Cristo por la Redención de los hombres.
Debajo del Cordero vemos un águila con las alas extendidas y la cabeza ladeada, como símbolo representativo de la labor evangelizadora de San Juan, ejemplo a seguir por toda la comunidad eclesiástica.
En la mitad inferior del retablo, más reducida en altura, inmediatamente debajo de la figura de Jesucristo, aparece la imagen de un sacerdote o prelado, que bien pudiera encarnar a S. Pedro como fundador de la institución eclesiástica y primer Papa.
A ambos lados de esta figura se repiten dos escenas semejantes: dos personajes alados, vestidos con ropas sacerdotales, parecen transmitir a otros dos sacerdotes sus poderes de orden y jurisdicción, respectivamente. Estos poderes ya están representados en los personajes alados que sostienen la aureola de Jesucristo. Las figuras investidas no tienen alas y mantiene la cabeza exageradamente inclinada en señal de respeto y sumisión a las autoridades superiores. Como bien puede interpretarse, el conjunto del retablo representa a la Iglesia como jerarquía, con Cristo como cabeza visible y fundador de la misma y, bajo su amparo, todos sus sucesores, encargados de crear su Iglesia y transmitir sus enseñanzas.
La introducción de bóvedas de crucería también debió de marcar la necesidad de colocar unos pequeños arbotantes sobre las naves laterales, hoy visibles desde el Museo de la catedral, instalado sobre el trasdós de sus bóvedas. Considerados una “fórmula intermedia” entre las tribunas del románico gallego y arbotantes propiamente dichos, del mismo modo a la relación entre los arbotantes góticos de la catedral de Tui y su tribuna o en clave paralela a la falsa tribuna que se proyectó sobre las naves de la catedral de Ourense.
A tenor de lo hasta ahora explicado, resulta obvio que la falsa tribuna mindoniense no existió en origen, existiendo simples tejados en una vertiente que, tras la edificación de los arbotantes, se recrecieron los muros laterales hasta llegar al nivel de estos, procediéndose así a su cubrición como tal. Los arcos hoy conservados en el trasdós se edificaron con el único fin de actuar como sistema de responsiones de las crucerías introducidas en la nave central. En época posterior, recibieron una armadura, convirtiéndose en un improvisado paso y espacio residencial. De hecho, los ventanales de la nave central son estrechas ventanas, que en ningún momento acusan la intención de crear un espacio sobre las naves laterales que permitiera deambular sobre las mismas. Ya en el siglo XVI y con el prelado don Diego de Soto, la nave central vio rasgarse los huecos de sus ventanas hasta la clave del arco de los intercolumnios, con el fin de dotar al edificio de una casi ausente luz natural.
Durante el siglo XV, la catedral mindoniense no quedó fuera de las corrientes renovadoras que afectaban a las otras iglesias catedralicias de la Península. Siguiendo el amplio espectro de reformas que se estaban, con la ampliación de los presbiterios y el traslado de las sillerías de coro a la nave, la de Mondoñedo fue también trasladada al primer tramo de las naves, inmediato al crucero. El trascoro occidental quedaba ya en el segundo tramo, dotado de los altares que primero podían verse con el acceso a la catedral desde su portada oeste. Los laterales norte y sur del trascoro recibieron un ciclo de pintura mural en las últimas décadas del siglo. Se trata de un fascinante conjunto con una clara intención política, en el que se figuró en registros una enorme y sorprendente matanza de los inocentes, en la que madres de tez oscura y tocadas con turbantes lloran cómo sus hijos les habían sido arrancados literalmente del pecho por soldados que portan armamento de la época y, sobre todo, escudos con heráldica. En el otro registro conservado se figuró la cátedra de san Pedro. Esta escena, representada en contextos determinados, conlleva una importante carga política, al reivindicar el poder terrenal del Papado y la Iglesia frente al poder civil, en tanto que sucesores de san Pedro, el primer papa. Lógicamente, el auténtico programa iconográfico ha sido puesto en relación con la difícil situación del episcopado gallego y, en articular, del mindoniense, hostigado por los nobles gallegos en una lucha de poderes locales en la que finalmente tuvo que intervenir la corona. El conjunto fue hallado durante el duro proceso de restauración a la que se vio sometida la catedral en pleno siglo XX, momento en que se suprimió el coro de la nave central, en tanto que se mantuvieron parcialmente los muros laterales del trascoro, con las pinturas trasladadas a sus caras internas y se mantuvo el órgano instalado sobre su lado norte.

Pinturas murales
En los años 2007-2008 se inició una campaña de rehabilitación que incluyó la restauración de la totalidad de los frescos de la basílica. Durante la intervención se consolidaron las pinturas que ya estaban a la vista y se descubrieron nuevas escenas que se encontraban ocultas bajo los encalados.
Se recuperó una importante e inédita superficie policromada, situada en la cúpula del cañón que cubre el ábside sur y en el muro anexo (áreas C y D en el plano), datadas en los primeros años del s. XII. Son las únicas pinturas de esta época que se conservan en Galicia.
Las pinturas de los ábsides se corresponden con el período renacentista (s. XVI).
En el conjunto mural de esta capilla (ver C en el plano), están representadas las siguientes escenas, de izquierda a derecha: en primer término podemos ver la representación del profeta Habacuc, llevado por el ángel al foso en el que está preso el profeta Daniel, que no aparece.
La siguiente escena muestra a San Joaquín y a Santa Ana abrazándose ante la Puerta dorada, con un ángel sobre sus cabezas. Al fondo, una diminuta ciudad, que puede ser una reinterpretación atípica de Jerusalén.
Al otro lado de la ventana del ábside, nos encontramos con un personaje barbado, ricamente vestido y sosteniendo un arpa, en lo que parece ser una representación del Rey David.
En la bóveda de esta capilla podemos contemplar una imagen del Padre Eterno, acompañado por Helías, Moisés, Abraham y David, figuras bíblicas que tuvieron una especial relación con Dios.
En el muro de esta misma nave (área D), además de las pinturas recuperadas pueden verse registros de épocas posteriores. Una de estas escenas refleja un fragmento de la resurrección de Lázaro. En el segundo registro se puede ver la celebración de un banquete, que podría ser la interpretación de la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, ya desarrollada en uno de los capiteles del templo (ver n.º 8).
La escena superior representa a los Reyes Magos a caballo camino de Belén para adorar al Niño. De la época en que los Franciscanos ocuparon el cenobio (primera mitad s. XV), data la Santa Bárbara que podemos observar sobre estas pinturas.

El ábside izquierdo (área A) se puede ver la representación de la Crucifixión de Cristo. En la escena pueden verse parte de las cruces de los ladrones sacrificados con Jesús. A los lados, la Virgen y San Juan acompañan al Cristo; con Jerusalén al fondo.

Las pinturas del cimborrio (área B) fueron hechas al concluir las restauraciones del siglo XIX por un pintor foráneo. Alrededor del óculo central se distinguen las imágenes de unos querubines y un sol haciendo alusión a la luz celestial.
 

El claustro capitular
Contamos con noticias documentales sobre un funcionamiento a pleno rendimiento del claustro catedralicio y sus capillas desde las primeras décadas del siglo XIII, hecho que redunda en una cronología previa, quizás de finales del siglo XII. Estaba claramente desplazado hacia el sureste respecto de la iglesia, disposición que se respetó en su sucesor barroco hoy conservado, aunque me atrevería a indicar que se trató de un conjunto especialmente complejo y alejado del modelo canónico de galerías de idéntico tamaño y disposición. Parece que su irregular topografía estuvo motivada por la sucesión de capillas funerarias que hubo en su galería septentrional, limítrofe con la catedral, dedicadas a la Trinidad, san Juan Evangelista y la Magdalena. De estas solo restan fragmentos de pinturas de sus muros perimetrales –semiocultas entre las escaleras de acceso a los pisos altos de sus dependencias– y la capilla de la Magdalena. Esta última, fue fundada por el obispo Alfonso Sánchez Moscoso (1347-1366), constituyendo un interesante espacio funerario privativo del prelado, cuyo único resto parcialmente conservado se halla entre la cabecera de la catedral y la panda norte del claustro barroco. Se trata de una estructura poligonal, cubierta por una bóveda de nervios a una clave común y orientada al norte, en una singularísima disposición con su arco de cierre al sur que, parece, parecía pretender ser ampliada a un espacio mayor al hoy conservado. En la galería este del claustro se abría la capilla de san Andrés o paaço dos cabaleiros, sala capitular eventual que también tuvo una intensa actividad como espacio de reunión del concejo de la ciudad y lugar de enterramientos. Por fin, la galería sur parece que careció de dependencia alguna, en tanto que la occidental estuvo ocupada por el palacio episcopal, de cuya fase medieval no nos han llegado restos reseñables.

Las transformaciones modernas de la obra medieval
En tiempos postridentinos, el episcopado de don Gonzalo Gutiérrez Mantilla (1595-1599) supuso la primera gran obra de envergadura con destino a remodelar la vieja catedral tardorrománica. Llegado a un acuerdo con el cabildo el 14 de enero de 1598, se decidió la construcción de la nuevas girola y trasaltar por la gran falta que ay de él. El 22 de abril del mismo año, el cantero cántabro Pedro de Morlote, vecino de la ciudad, fue encargado de realizar la singular obra, compuesta por seis tramos de bóveda rodeando al presbiterio, a los que se abrían cuatro capillas funerarias al este y una monumental sacristía al norte. Las condiciones del contrato estipulaban la realización de “un trascoro en la catedral que ha de yr por detrás de la capilla mayor, dende la capilla que ahora hes del Santo Crucifijo [antes de San Martiño] a la capilla del Señor Santiago, en lo qual an de caber doce capillas, las ocho de diez y ocho pies en cuadrado, que an de caer por parte de adentro arrimadas a la pared de la capilla mayor y las otras quatro an de salir afuera de dicho trascoro, en la cabecera, que caen a la huerta del palacio episcopal y se han de dividir estas quatro capillas con sus paredes intermedias y otra capilla, al lado de la del Señor Santiago, que tenga diez y ocho pies de largo y doce de ancho”.
La obra fue deprisa, ya que meses después de firmarse el contrato comenzaron a asignarse capillas para su uso funerario privado. Como veíamos líneas atrás, la girola-trasaltar recibió sus accesos desde los ábsides laterales de san Martiño o del Crucifijo y Santiago, derribados al efecto. La solución adoptada fue llamativa, con un espacio cuadrangular rodeando el exterior de un hemiciclo, una girola atípica y espaciosa, que permitió dotar a la catedral de un espacio ceremonial para las procesiones alrededor del altar mayor y se convirtió en una fuente de ingresos con las capillas funerarias privadas abiertas en su muro este y las fosas que se excavaron en su pavimento.
Respecto a los brazos del transepto, fueron adosados a la fábrica en pleno siglo XVII, con fray Agustín de Sobrado y los maestros José Ferrón y Rosendo Méndez, ayudados por el aparejador Francisco Pineiro. Se trató de una tremenda alteración del proyecto románico pero curiosamente realizada en clave de estilo.
El proyecto supuso la ruptura de los muros sur y norte del viejo transepto enrasado románico, que solo se desarrollaba en altura. La ampliación del mismo se hizo por una simple yuxtaposición de un tramo más a cada lado, imitando incluso el perfil de los nervios de la obra medieval. Poco después de la ampliación de la iglesia con los brazos del transepto, en 1626, se alteró el trascoro occidental y se inició la reconstrucción del claustro, obra del cantero cántabro Diego Ibáñez de Pacheco. Se trata de una obra clasicista que tardó quince años en construirse y que sustituyó por completo el claustro previo, del que solo quedó la capilla de la Magdalena, precisamente arrinconada entre la girola moderna y el postizo brazo barroco del transepto sur.
También en esta época se remodelaron las fachadas occidental y septentrional, en léxico moderno. Todo el frente norte fue chapado, mientras en la portada oeste se levantaron los muros correspondientes a las naves laterales, ocultando así el sistema de arbotantes que podía ser cubierto como vimos, con uso habitacional. La fachada quedó articulada en tres calles separadas por sus contrafuertes, cada una con un arco ciego desdoblado, a modo de una gran pantalla. De la fachada original solo quedó visible el muro trasero, correspondiente con la puerta principal, centrada, en arco medio punto. Por fin, a ambos lados se levantaron dos torres fuera de la superficie de la iglesia. Ambas torres se han propuesto originalmente medievales y de planta circular, siguiendo el modelo del viejo diseño de la fachada occidental de la catedral de Lugo, anterior a su remodelación barroca. Lo cierto es que no tenemos argumentos para suponer no ya la existencia de baluartes circulares, sino de las mismas torres, debido a la potente construcción barroca ubicada en los ángulos de las naves laterales y en la que no se aprecian vestigios cronológicamente previos. Solo desde la ventana abierta en el muro norte de la torre septentrional puede apreciarse el resto de un paramento de piedra diferente que, de pertenecer a la fábrica original y haber sido de perfil cuadrangular, constataría la efectiva existencia de unas torres fuera del ámbito de las naves, en paralelo a modelos de iglesia fortificada como la catedral de Sigüenza. Cabe destacar que esta torre norte o del Reloj no se finalizó hacia el interior, careciendo de escalera para ubicar la maquinaria del reloj catedralicio.

 




Conclusiones
De este complejo proceso e historia constructiva, destacaremos que la primigenia obra románica de Santa María de Mondoñedo fue la de un edificio de planta basilical, con tres naves en origen rematadas por tres ábsides en hemiciclo y transepto señalado en altura. Como producto de un largo proceso edificatorio y de numerosas reformas, sus obras se dilataron entre los siglos XII y XVIII, con varios momentos claves. Entre estos, me gustaría destacar el primer proyecto románico a la sombra de la vieja catedral de San Martiño de Foz, el cambio al gótico de comienzos del siglo XIII con el definitivo asentamiento de la sede en Vilamaior de Brea –actual Mondoñedo–, el tardío volteo de sus bóvedas y la alteración de la obra medieval con la ruptura de la cabecera para la construcción de una singular girola cuadrangular, la elevación de unas falsas tribunas levantadas sobre las naves laterales aprovechando los arbotantes, la apertura de unos brazos del transepto en el siglo XVII aunque siguiendo una estética gótica y, por fin, el final disfraz de la fachada occidental con una monumental pantalla barroca que servía de escenario al ceremonial y lleno de vida alpendre de la catedral.

 

Viveiro
El municipio de Viveiro, perteneciente a la diócesis de Mondoñedo-Ferrol, tiene una extensión de 110 km2 y está formado por trece parroquias, siendo las de Santiago y Santa María las dos únicas que se asientan en la villa. La ciudad de Viveiro, capital del municipio y de la comarca de A Mariña Occidental, se encuentra en la franja costera de la provincia de Lugo, a los pies del monte San Roque y mirando hacia la ría que forma el río Landro en su desembocadura. Dista aproximadamente 100 km de la capital provincial, desde donde se deberá salir por la A-6 dirección A Coruña hasta Baamonde, una vez allí se tomará la A-8 dirección Ribadeo que nos dejará en Vilalba para tomar la LU-861 dirección Ferrol con desvío a la LU-540 que es la que llega a Viveiro.
La historia de Viveiro ha sido tratada por diversos estudiosos, destacando la obra de los cronistas Juan Donapetry Iribarnegaray y Enrique Chao Espina.
No existe unanimidad entre los diferentes autores que estudian la historia antigua de Viveiro, pues, a pesar de contar con vestigios arqueológicos, son escasas las fuentes que nos permiten hacer un estudio riguroso de esta etapa. De todos modos, no cabe duda de que las tierras vivarienses tuvieron en la antigüedad un papel destacado, prueba de ello son los restos de numerosos castros esparcidos por el territorio o el mismo topónimo de origen latino derivado del término Vivarium, posiblemente haciendo referencia a un vivero o plantación.
El documento más antiguo del Archivo de la Catedral de Mondoñedo en el que se menciona Viveiro data del año 877 y se refiere a la donación de la villa de Area, Faro y valle de Xuances hecha por el rey Alfonso III El Magno (866-910) al obispo de Mondoñedo Rosendo I (877-907). La siguiente referencia documental es de 1112 y en ella la reina Urraca (1109-1126) concede tres villas, entre ellas San Pedro de Viveiro, al obispo de Mondoñedo Nuño Alfonso (1112-1136). En otro documento de 1124, la mencionada reina Urraca y su hijo, el futuro Alfonso VII (1111-1157), tratando de acabar con las frecuentes discordias entre condes y obispos, realizan un reparto de tierras entre estos, enumerando las diferentes parroquias vivarienses y omitiendo las de Santiago y Santa María, es decir, las integradas en la trama urbana. Este hecho se ha interpretado como prueba de que en esta fecha todavía no existían estas dos parroquias y por tanto tampoco debería existir el núcleo urbano que hoy conocemos.
Sin embargo, todo este legado documental no se refiere de manera explícita al Viveiro que hoy conocemos, sino a determinadas villas medievales de la zona (villae) o a un territorio amplio de la misma (terra Vivario). No se aludirá directamente al núcleo urbano medieval hasta muy avanzado el siglo XII, cuando la villa empiece a aparecer con la denominación de Concilium Pontis Vivario
A pesar de la hipótesis planteada por López Alsina, que sitúa el nacimiento de la villa en el tránsito de los siglos XII al XIII, desconocemos la fecha exacta de dicho asentamiento poblacional.
Lo cierto es que Viveiro presenta un plano típicamente medieval, con algunas calles que todavía conservan los nombres de su antigua organización gremial y con fragmentos de una muralla que mantiene tres de sus seis puertas originales.
La villa se fue configurando a lo largo de la Edad Media con especial pujanza y rápidamente se levantaron en ella sus dos iglesias de Santa María y Santiago y se asentaron los franciscanos y los dominicos en sus respectivos conventos extramuros.
Durante el período medieval Viveiro mereció un lugar muy distinguido entre las villas del reino, gozando de diversos privilegios reales y siendo visitado por varios monarcas. Gran parte de esta etapa histórica está ocupada por continuas luchas con la mitra de Mondoñedo, pues los vivarienses, que nunca aceptaron este señorío, se esforzaron por librarse del poder mindoniense y mantenerse bajo jurisdicción real, empeño que logran, ya que en 1346 consiguen del rey Alfonso XI la categoría de villa realenga.

Porta da Vila y la muralla medieval
Independientemente de que antes de la edad media existiese o no población donde hoy se halla emplazada la ciudad de Viveiro, aspectos como el estilo de su arquitectura religiosa, la morfología de su plano o los datos desprendidos de su legado documental, nos permiten afirmar que la villa que ha llegado a nuestros días es de origen medieval. De su arquitectura románica nos ocuparemos a continuación, por eso nos dedicaremos en este apartado a analizar su trama urbana, cuyo plano presenta forma de espolón orientado por la Rúa Grande hacia el puente de la Ría en dirección Este-Oeste.
El cronista Juan Donapetry nos indica: “La villa de Vivero estuvo circundada por altas y anchas murallas y torreones, más por la parte de tierra que del mar, que encerraban la población en un cuadrilátero bastante imperfecto, limitando por las que hoy son Avenida de Cervantes, Camino del Vallado, calle de García Dóriga y Malecón. Como hasta fines del siglo pasado no se construyó este paseo, por esta parte los muros estaban bañados por el mar que constantemente los batía. Los conventos de San Francisco y Santo Domingo quedaban fuera de la cerca. En las murallas se abrían seis puertas y cuatro portillos”.
Las puertas se ubicaban dando salida a las tres arterias principales, dos en forma de líneas tortuosas y casi paralelas, y una tercera secante que las corta en sentido transversal a la ría. Esta última se constituía como el eje más importante del recinto amurallado, comunicando en sus extremos con la ría y con el campo.
En esta calle, denominada Rúa Grande, se abre en su parte inferior, mirando hacia el puente, la puerta de Carlos V, y en su zona alta la Porta do Valado, contigua al convento de la Concepción. Las otras dos vías tenían salida por el Norte a través de las puertas de San Antonio y Las Angustias y por el Sur a través de las de Santa Ana y del Santo Cristo del Amparo o Porta da Vila. Casi todas estas portadas debían su nombre a las imágenes que, colocadas en altares, se exponían y veneraban en la parte superior de la cara interna de sus arcos. Los cuatro portillos de la muralla daban acceso a la ribera definiendo con su traza una sucesión de sencillos arcos de medio punto abiertos hacia occidente.
Puerta do Valado
Puerta do Valado 
Puerta do Valado 
Porta da Vila
Puerta del Cristo - Porta da Vila
Porta Carlos V
Porta de Carlos V 

Las murallas de Viveiro, por los datos de que disponemos, debieron de levantarse a principios del siglo XIII, siendo muy probable que sus obras se prolongasen hasta el siglo XIV.
Para realizar esta aserción nos basamos fundamentalmente en un testimonio epigráfico y tres documentales. La prueba epigráfica nos la aporta la inscripción datada en 1217 que conserva la Porta da Vila, de la que más adelante hablaremos. Entre los documentos que constatan la existencia de la muralla vivariense contamos con un acuerdo de 1321 entre el ayuntamiento y el convento de Santo Domingo por el que se dictamina que la iglesia de los dominicos debe formar cuerpo con la muralla de la villa. Se conserva además una donación de bienes realizada por un canónigo mindoniense en 1333 que nos revela que la muralla en su parte limítrofe con el convento de San Francisco ya estaba levantada. El tercer documento alude directamente a la cerca medieval y es un privilegio de 1339 por el que el rey Alfonso XI (1312-1350) concede a la villa permiso para invertir en la construcción de la muralla lo que se recaudase por la sal que se descargaba en el puerto de Viveiro.
Son escasos los datos que nos hablan de su estructura material. Sabemos que contaba con almenas y adarves en la parte alta y que sus puertas, sometidas a un mayor grado de vulnerabilidad, se construían en sillar regular porque además así lo indican las que han llegado a nuestros días, pero es muy probable que el muro fuese de aparejo irregular.
Con el discurrir de los siglos los muros sufren diversos desperfectos, sobre todo por estar en parte sometidos al vaivén de las mareas y por los graves incendios acaecidos en los años 1381 y 1540, contribuyendo a su reparación los monarcas Doña Juana, Carlos I y Felipe II, quienes otorgaron cédulas reales concediendo dinero para la reedificación de las murallas. A la autoridad pública le correspondía subvenir a los gastos de fábrica, así como decidir acerca de cualquier modificación en su trazado y establecer el régimen de vigilancia de las puertas. Los mismos habitantes del municipio estaban obligados a montar guardias en las murallas y a contribuir en el mantenimiento de las mismas, a excepción de los vecinos de algunas parroquias, que quedaban exentos de tales trabajos a cambio de organizar batidas periódicas contra los lobos.
Sin embargo, a finales del XVIII, según consta en el plano que Maseda y Zaragoza envió al geógrafo Tomás López, la muralla está prácticamente arruinada a pesar de que se mantiene su trazado y se conservan tres torreones en la parte alta, las puertas y los portillos, elementos que estarían llamados a desaparecer casi todos ellos durante el siglo XIX. De este modo las demoliciones se van sucediendo: en 1841 se derriba la puerta de San Antonio, un año más tarde la de Santa Ana, dos años después se arrasa el baluarte adyacente a la puerta de las Angustias, resistiendo esta última hasta el año 1861, en el que desaparece dejando como testimonio la imagen que en ella se veneraba y que hoy se guarda en la iglesia de Santa María do Campo.
Entre los restos actuales de la fortificación medieval contamos con algún fragmento aislado de muro y tres de las seis puertas originales.
El Calexón do Muro es un vestigio del antiguo adarve o camino de ronda de las murallas, tiene una longitud de unos setenta metros y su anchura oscila entre menos de un metro y medio y dos metros, dimensión esta que podría ser factible para aproximarnos al grosor de las murallas. Además de un pequeño fragmento de muro conservado en una vivienda próxima a Porta da Vila, existe otro posible lienzo en la Rúa dos Alfolís, que linda con el Calexón do Muro.
Las puertas que han subsistido, todas ellas declaradas monumento histórico artístico, son las siguientes: la puerta de Carlos V o Castelo da Ponte en la zona de la ribera, la del Valado en la parte más alta de la ciudad y la Porta da Vila o del Santo Cristo del Amparo que se abre en el flanco meridional del antiguo recinto.
La portada más moderna es la de Carlos V o Castelo da Ponte que se construyó para sustituir a otra anterior. De estilo Plateresco se comenzó a construir en 1548 y se continuó en 1554 por el maestro Pedro Poderoso. La corporación municipal inició los trámites para derribar esta puerta en 1856, pero afortunadamente este intento resultó fallido por haber elevado los vecinos un escrito de protesta al gobernador civil de la provincia.
Hay diversidad de opiniones a la hora de datar la Porta do Valado. Determinados autores catalogan la puerta en época romana basándose en su similitud con otras obras romanas, en su aspecto erosionado o en el análisis minucioso del despiece de su arco y del aparejo de sus sillares. Otros autores rechazan esta hipótesis situando su construcción en el mismo momento en que se levanta la fortificación medieval. Sea como fuere, la Porta do Valado ha llegado a nuestros días probablemente por haberse utilizado la torre que la corona como paso o enlace de las dos partes de la primitiva huerta del Convento de la Concepción.
La puerta que más nos interesa por proximidad cronológica para nuestro estudio es la denominada Porta da Vila. Como su propio nombre indica, fue el principal acceso al recinto intramuros junto con la puerta del puente. Porta da Vila era la entrada para los transeúntes que llegaban a la villa a través del viejo Camiño Real y, una vez traspasado su arco, en su interior confluían cuatro calles, dato este interesante si tenemos en cuenta que el resto de las puertas se abrían a una única calle.
Su fachada se alza a modo de un sencillo torreón que abre en su parte inferior un arco de medio punto y en la superior dos vanos rectangulares. En su paramento predomina la sillería, aunque en su cuerpo más elevado se utiliza un aparejo formado por lajas de pizarra.
En la parte intramuros se abre otro arco de medio punto que genera una bóveda de cañón. Se distingue este, del arco exterior, por su mayor luz y por la disposición de sus impostas en un punto más elevado. Sobre la cara interna del arco se sitúa un retablo de principios del siglo XX tallado en madera que contiene un Cristo del XVIII flanqueado por las imágenes de la Virgen y San Juan. Precisamente debido a la imagen que se venera en Porta da Vila, recibe esta el nombre de puerta del Cristo del Amparo. Lo más interesante que nos encontramos en esta puerta es una inscripción medieval situada en un sillar de la cara interna occidental. Se trata de la muestra epigráfica más antigua de que disponemos en el recinto amurallado y nos permite considerar la Porta da Vila como la edificación civil más antigua de la ciudad. La pieza de granito sobre la que se realiza la inscripción mide un metro de largo por cuarenta y ocho centímetros de alto, pero las letras ocupan solo la mitad superior del bloque, motivo que nos hace pensar en la posibilidad de que originalmente tuviese una o dos líneas más que cubrirían la mitad inferior del campo epigráfico. El contenido de esta inscripción dice así: ERA: M: CC: L. V / INTEMPO: R: AF: (“Era 1255 (año 1217) en tiempo del rey Alfonso”). El rey al que alude la lápida es Alfonso IX de León (1188-1230), que visitó Viveiro en 1225 y que en ese año y desde la propia villa expidió un documento con fecha de 9 de abril por el que donaba al monasterio de Santa María de Meira un terreno de realengo en la zona del Sor y una fonsadera en Ortigueira.

Iglesia de Santa María do Campo
La iglesia de santa María do Campo se halla en la parte más elevada del recinto amurallado y constituye el único ejemplar románico que se conserva en el casco histórico de Viveiro, pues la antigua iglesia de Santiago, que se alzaba en la Plaza Mayor y había sido edificada a finales del siglo XII, fue demolida en el año1840.
Para llegar hasta el edificio que nos ocupa podemos hacerlo accediendo al espacio intramuros a través de la Puerta de Carlos V, dejaremos la Plaza Mayor a nuestra izquierda y continuaremos ascendiendo por la calle Teodoro de Quirós hasta encontrarnos las escaleras de piedra que dan acceso al atrio del templo alzado a nuestra derecha. Antaño la iglesia estuvo rodeada del campo que le dio su nombre y en nuestros días aparece rodeada por típicas fachadas de arquitectura popular y por la traza clasicista del convento, erigido en el siglo XVII, de la Purísima Concepción. La Plaza de Santa María do Campo fue declarada conjunto histórico artístico en el año1982.

El edificio de fábrica románica está construido con sillares de granito y presenta planta basilical de tres naves y ábside compuesto por un tramo recto y un remate semicircular.

En la zona de la cabecera el ábside se presenta dividido en cinco tramos verticales, uno por cada uno de los dos lienzos de su tramo recto y tres en su hemiciclo, separados estos últimos por dos semicolumnas alzadas sobre pedestal y basa ática con garras sobre sus plintos. Sus capiteles muestran decoración vegetal el de la derecha y geométrica el de la izquierda, presentando sendos ábacos en dientes de sierra. Una imposta corrida ciñe todo el exterior absidal sirviendo de base a las tres ventanas que se distribuyen una por cada uno de los tres tramos del hemiciclo. Estas tres ventanas se componen de un doble arco de medio punto y moldura tórica apoyado en sencilla imposta y quedan enmarcadas por un par de columnas acodilladas de basa ática, fuste monolítico y capitel vegetal. Sosteniendo el alero se dispone una serie de dieciséis canecillos, en la que algunos representan figuras típicas del repertorio románico (onanista, contorsionista, animales) y otros, no figurativos, conectan con el discurso geométrico (rollos en voluta, billetes, bolas, moldura cóncava con arista). Sobre el muro diafragma del testero se rasga un óculo de la misma tipología que el de la fachada principal, aunque este es de menor diámetro. Se remata esta zona con una espadaña de un hueco coronada por una cruz con el cordero, en sustitución de una antigua tau.


La fachada norte luce entre sus robustos contrafuertes una portada de estructura muy similar a la de la fachada principal, aunque esta es de menores dimensiones y consta de tres arquivoltas tóricas y dos columnas por jamba.

Las dos del lado oriental presentan toscos capiteles de motivo vegetal y ábacos en dientes de sierra, mientras que las del lado occidental destacan por la fina labra de sus capiteles. Estos últimos responden a un refinado modelo corintio donde el cesto se compone de dos filas de hojas con el eje perlado y el remate se realiza con volutas en forma de bola, características que nos remiten a los modelos mateanos que, partiendo de la Catedral de Santiago, tendrán una gran difusión en Galicia desde finales del siglo XII. Los fustes son monolíticos a excepción del situado en la parte externa del lateral izquierdo. El tímpano, semicircular y liso, es sostenido por dos mochetas, representando el rostro de un hombre en cuclillas la de la izquierda y un bello adorno de tema vegetal la de la derecha. Todo el alero del muro septentrional permanece a la vista mostrando decoración con motivo de bolas y sustentado por una larga serie de canecillos, casi todos con forma de proa o decorados por motivos geométricos.
Al contrario de lo que ocurre en la fachada norte, que se muestra prácticamente inalterada, la sur se ha ido modificando a lo largo de los siglos con la adhesión de nuevas construcciones y es por ello que nos revela una imagen muy distorsionada respecto a lo que pudo haber sido su aspecto original.
Distinguimos claramente en el exterior tres volúmenes anexos, una sacristía y dos capillas. La sacristía, construida en el siglo XVI, se yuxtapone al tramo recto del lado meridional del ábside. En el lateral que mira al Este se rasgan tres ventanas rectangulares y en el orientado hacia el Sur se abre una sencilla puerta sobre la que se dispone una pequeña ventana. Sobre el paramento destacan un escudo de armas y una lápida granítica con inscripción.
A continuación aparece la capilla de San Gregorio, una obra del siglo XV cuyo lienzo externo se rompe por medio de un rosetón calado. Seguidamente la capilla del Rosario, añadida en el siglo XVIII, ocupa la zona central del muro sur, dejando oculta la portada románica que lucía esta fachada. Tanto en la sacristía como en la capilla de San Gregorio se emplea sillería de granito siguiendo la pauta de la obra románica, pero la capilla del Rosario se construye con aparejo de menor entidad, levantándose sus paredes con mampostería sin enfoscar. Finalmente, hacia los pies de la nave, se aprecia el único fragmento de muro románico que ha quedado visible en este lateral de la iglesia. Este estrecho lienzo cuenta con sus correspondientes canecillos, una sencilla aspillera y un sepulcro del que solo resta la traza de un arco de medio punto. Debido a todas estas reformas han quedado ocultos la mayor parte de los canecillos que recorrían el alero de la misma manera que en la fachada opuesta.
La fachada principal conserva su composición románica, a pesar de que en los siglos XVIII y XIX se le hayan añadido las dos torres que la flanquean y que albergan el reloj y las campanas. Mantiene los contrafuertes exteriores y remata en un piñón a dos aguas coronado por una cruz griega sobre el Cordero. Se organiza en tres calles verticales en correspondencia con las tres naves interiores, estando la central a su vez dividida en dos cuerpos, el inferior que ocupa la portada y el superior que ostenta un rosetón. Cuatro peldaños nos dirigen a la puerta principal que presenta tímpano semicircular liso y un par de mochetas decoradas con motivos geométricos.
Componen la portada cuatro arquivoltas tóricas de medio punto sostenidas las tres internas por las correspondientes columnas y apoyada la exterior, a través de la imposta, en el muro moldurado que forma la jamba. Esta manera de solucionar el apoyo de la arquivolta exterior, aunque ya se había utilizado en la puerta de los monjes del monasterio de Meira, es una composición característica de la iglesia de Santa María do Campo, repitiéndose en las otras dos portadas y en las ventanas del ábside.



Una chambrana que reitera la moldura tórica de las arquivoltas perfila este conjunto que a su vez arranca de una línea de imposta decorada con bolas en su nacela. Los tres pares de columnas acodilladas se apoyan sobre basas áticas muy erosionadas que a su vez descansan sobre cúbicos plintos libres de decoración. Los codos interiores de las jambas entre los que se hallan los fustes de las columnas rematan en una moldura baquetonada. Dos fustes monolíticos y uno en dos piezas se disponen a cada uno de los lados de la entrada. Todos los capiteles presentan decoración vegetal con tendencia a la geometrización, pudiendo identificarse elementos como piñas o una hoja de roble. Destaca el capitel interior de la jamba norte, pues sobre su collarino funicular se esculpen dos aves que picotean las volutas convertidas en frutos, posiblemente racimos de uvas.
Sobre la portada, sustentado por dieciocho canecillos con forma de proa, se extiende un tornalluvias con adorno de bolas, que establece la división de esta fachada en dos cuerpos.
El gran rosetón protagoniza la ornamentación del cuerpo superior. Este, aunque es de fábrica moderna, conserva su anillo original compuesto de moldura tórica y fina baquetilla, todo ello rodeado por una orla formada por una serie de hojas dispuestas en sentido radial y cuyas partes superiores se vuelven sobre sí mismas. En líneas generales esta fachada remite al modelo de Santa María de Meira, pues además de adoptar su composición presenta varias analogías de tipo ornamental entre las que destaca la forma de resolver el anillo del rosetón.
Interior 
Interior

Al introducirnos en el templo observamos que la nave central es más ancha y más alta que las laterales. El cuerpo de las naves, cuyas dimensiones son 19 m de largo por 13,50 m de ancho, presenta una única cubierta a dos aguas resuelta interiormente por medio de un armazón de madera que se apoya directamente sobre los tres pares de columnas que separan la nave central de las laterales.
La preponderancia de estas seis columnas en el espacio tuvo que haber sido todavía mayor cuando lucían sus capiteles originales desaparecidos en una obra de reforma acaecida a finales del siglo XIX. En los muros laterales y en el testero septentrional se abren saeteras muy estrechas y alargadas, sin decoración y con derrame interior.
La continuidad del muro que cierra la nave por el Norte solo se ve interrumpida por la portada que ya hemos descrito y por dos arcosolios que cobijan sepulcros, uno de ellos del siglo XVI con una inscripción flanqueada por dos escudos de armas. Respecto al interior de la portada, conviene destacar que en su tímpano luce un interesante grupo escultórico del siglo XVI en madera policromada que representa el Descendimiento, aunque es conocido como el grupo de las Angustias por haber sido su lugar original la puerta de la ciudad que llevaba este nombre.
En el lienzo más occidental del muro sur apreciamos en primer lugar una credencia de sección cuadrangular y exornada con finas molduras. A continuación se sitúa la antigua portada románica de la fachada meridional, que hoy ha quedado integrada en el interior del templo para comunicar el cuerpo de las naves con la capilla del Rosario. Se trata de una puerta de composición muy parecida a la que se ubica en la fachada opuesta. Presenta, sobre sencilla imposta, una doble arquivolta de medio punto apoyada en dos columnas acodilladas por jamba. Estas se apean sobre basamento con plintos y basas áticas y lucen el mismo tipo de capiteles con tendencia a la geometrización de la portada principal, con formas vegetales muy estilizadas y con piñas en los ángulos. Destaca en el lado derecho la figura de un ave en estilo tosco. El tímpano de nuevo dibuja un semicírculo liso que se apoya en un par de mochetas con decoración geométrica. En el interior de la capilla, que no reviste mayor interés arquitectónico, se guardan varias imágenes procedentes del demolido convento de Santo Domingo.
En este mismo costado, entre la capilla del Rosario y la zona que forma el ángulo sureste, se dispone la capilla de San Gregorio, que rompe el muro de la nave con su acceso a través de un doble arco apuntado que descansa en dos pares de columnas con capiteles ricamente decorados. En el interior observamos una planta cuadrada cubierta mediante bóveda de arista con rosácea en la clave y sustentada por cuatro columnas de ornamentados capiteles. Bajo el rosetón que la ilumina hay dos arcosolios ojivales que cobijan sendos sepulcros con sus correspondientes estatuas yacentes y escudos, mostrando uno de ellos la siguiente inscripción:
LOPE AFONSO DE GAIMONDE Y ALDONCA: A SU MUGER: FYZIERON ESTA CAPILLA ERA MYL E CCCC E VI ANOS.


Capilla de San Gregorio
 

El arco triunfal que da acceso al presbiterio es semicircular y se apoya en dos columnas embebidas alzadas sobre un podio. Sus fustes arrancan de basas áticas con garras sobre sus plintos y sus capiteles aparecen labrados con motivos fitomorfos y zoomorfos. En ambos se representa, entre dos piñas colocadas en los ángulos a modo de volutas, la imagen de un cuadrúpedo cuya especie resulta difícil de identificar debido a la tosquedad de su ejecución. Algunos autores han relacionado estos animales con un posible fin apotropaico por encontrarse situados justo en la entrada de la zona sacra.
El cuerpo absidal cubre su tramo recto con bóveda de cañón y su hemiciclo con cuarto de esfera. Una sencilla imposta recorre todo el recinto. En el tramo recto del muro sur se abre una sencilla puerta de comunicación con la sacristía a la que ya hemos aludido. La luz penetra directamente en el presbiterio a través de los tres vanos de medio punto y con derrame interior que ya hemos tratado al referirnos al exterior de la cabecera. Cabe destacar que en 1945, al llevar a cabo las obras de restauración que le devolverían parte de su entidad al monumento, apareció una inscripción en el interior del muro del ábside. Está escrita con letras mayúsculas y minúsculas y se piensa que fue realizada con posterioridad a la construcción románica, probablemente no antes del siglo XVI, dice así: MARIA VE R. MVDI.
Villaamil y Castro menciona en su obra Iglesias Gallegas de la Edad Media la existencia en este edificio de interesantes restos de pinturas murales que representaban el capítulo de La Degollación de los Santos Inocentes. Sobre ellas apunta: “son de composición y detalles muy parecidos a los del mismo asunto de la Catedral mindoniense”; sin embargo hoy no conservamos nada de estas pinturas realizadas en el siglo XVI.
No se conserva documentación acerca de la construcción de esta iglesia, aunque podemos establecer ciertos paralelismos estilísticos y estructurales respecto a algunos edificios muy significativos. La tipología de fachada, el rosetón, algunos capiteles y otros elementos como los canecillos en proa o la decoración de bolas, siguen los parámetros marcados por la iglesia de Santa María de Meira, cuyas obras concluyen en torno a 1220-1225. No resulta extraño que también existan analogías respecto a la cercana catedral de Mondoñedo, pues esta a su vez manifiesta una acusada influencia meirense. La estructurada articulación del ábside, la composición de la puerta principal, las mochetas figuradas o los capiteles del lado occidental de la puerta norte, nos remiten a la iglesia de San Juan de Portomarín. Habiendo establecido estas relaciones podemos indicar una cronología aproximada para la iglesia de Santa María do Campo que se encontraría en el segundo cuarto del siglo XIII.
La iglesia de Santa María do Campo cobija en su interior una interesante pila bautismal de traza románica. Sobre un pedestal de base cuadrangular, que se supone añadido posteriormente, se asienta la pila que tiene unas dimensiones de 60 cm de alto y 1 m de diámetro. Está realizada en granito y presenta una copa circular de tipo semiesférico con prolongación en paredes verticales hacia la embocadura. El cuerpo de la pila se estructura en dos partes horizontales: la superior y principal, que contiene la decoración iconográfica enmarcada entre molduras, y la inferior que sirve de base noble a la parte esculpida y está compuesta de molduras tipo baquetilla entre escocias.
Teniendo en cuenta la disposición en la que hoy se nos muestra la pila, observamos en el centro de la composición una cruz latina entre dos arbustos, símbolo de la muerte y la resurrección del neófito a la nueva vida. Hacia el lado izquierdo se distinguen varios árboles, un trébol, tres aves, una estrella y un orante con los brazos erguidos. Hacia la derecha reconocemos una roseta o sol radiante, dos cuadrúpedos que se asemejan a un asno y un elefante, tres figuras humanas de orantes con aves sobre sus cabezas y tres árboles. A ambos lados de la franja se suceden algunas formas circulares que no son fácilmente identificables, pero que bien podrían representar cabezas humanas, una luna con rostro o un disco solar. La lectura iconográfica del conjunto de estos motivos ornamentales nos convierte una simple escena bucólica en otra mucho más profunda que evoca el Paraíso Celeste. Esta temática decorativa constituye una herencia del mundo paleocristiano, donde los baptisterios se decoraban con temas alusivos a su propia función bautismal.
Tanto la apariencia de las molduras como el discurso iconográfico encajan perfectamente para poder considerar esta pila como un diseño románico artesanal que podría haberse realizado al mismo tiempo que la iglesia que lo alberga.


Románico en la Comarca de Sarria
La Comarca de Sarria de sitúa al sur de la provincia de Lugo, a unos 30 kilómetros de la capital y no lejos de las lindantes tierras del Bierzo. Comarca de eminente carácter rural, se compone en la actualidad, además de la propia villa de Sarria, de los concellos de O Incio, Láncara, Paradela, Samos, Triacastela y O Páramo, aglutinando un total aproximado de 25.000 habitantes en un sinfín de poblaciones y aldeas.
Es precisamente ese carácter disperso de su población el que, ya desde la Edad Media, motivó que proliferasen las construcciones de pequeños templos parroquiales con el fin de atender a sus numerosas feligresías, un hecho que, aún en la actualidad y pese a la fiebre reconstructora del barroco gallego, queda puesto de manifiesto en la considerable cantidad de edificios románicos llegados a nuestros días.
Poblada desde tiempos remotos como demuestran las numerosas manifestaciones castreñas halladas en la comarca, las tierras de Sarria serían, durante los siglos de la dominación romana, lugar de paso y parada en la calzada que unía Lucus Augusti (Lugo) con Castro Dactonio (Monforte de Lemos), habiéndose conservado evidencias de la existencia de, al menos, dos villas romanas en los alrededores de la capital comarcal.
Tras una casi insignificante presencia musulmana en la zona, a partir de finales del siglo VIII comienzan a aparecer documentadas las primeras fundaciones de tipo monástico en el por aquel entonces denominado Condado de Sarria, la mayoría de ellas de escasa relevancia y carácter prácticamente vecinal que acabarían por quedar bajo la influencia del gran centro de poder de la comarca: el Monasterio de San Julián de Samos.
Otro de los principales motores socioeconómicos de la Comarca de Sarria durante la Edad Media fue el auge de las peregrinaciones a Santiago de Compostela, cuyo Camino principal cruzaba y cruza las tierras sarrianas de este a oeste y que, sin duda, fue una de las principales razones que justifican la enorme densidad de manifestaciones románicas existentes en la comarca.

Concello de Samos

Samos
En la provincia de Lugo, Samos es la parroquia más poblada del municipio del mismo nombre, del cual es capital. Su nombre, según el Padre Sarmiento, deriva de la voz sueva Samanos, que se refiere al lugar donde conviven religiosos
Algo más de 45 km separan Samos de la capital provincial a través de la CG-2.2 hasta Sarria y desde allí, por la LU-633, durante 11 km. Forma parte de una de las variantes del Camino de Santiago, por la ruta francesa, desde Triacastela.
En el municipio se combinan los valles con los sistemas montañosos, como los de Albela en el Norte, la Sierra del Oribio en el centro y, al Sur, los montes de Lóuzara. Robles y castaños conforman un paisaje verde regado por los ríos Sarria y Lóuzara.

Monasterio de San Xulián e Santa Xertrude
A orillas del río Sarria, a la entrada de Samos desde Triacastela, emerge este monasterio, que sorprende al viajero por su esplendor dentro de un gran equilibrio, fundiéndose con el paisaje con la combinación de colores de la pizarra y del granito, utilizado exclusivamente para enmarcar los vanos y dotar de una hermosa solemnidad a la fachada principal de la iglesia.
El cenobio, tal y como lo vemos actualmente, es el resultado de diferentes etapas estilísticas, signo de una intensa y variable vida monástica cuyos orígenes se remontan al siglo VI. La desaparecida Lápida de Ermefredo, del siglo VII, aportaba la fecha de fundación, propiciada por la labor evangelizadora de San Martín Dumiense.
Unido a la realeza desde tiempos de Fruela I, en la segunda mitad del siglo VIII, San Xulián será escuela y residencia para su hijo Alfonso II, descubridor de la tumba del Apóstol, sellando así una relación privilegiada con respecto a otros monasterios y vinculado ya para siempre con el Camino de Santiago.
Tras una época de decaimiento, resurgirá de nuevo bajo el reinado de Ordoño II (914-924) quien, con el abad de Penamaior, en Becerreá, Virila, repoblará el monasterio con 16 monjes.
Hasta el siglo X el monasterio fue dúplice, convirtiéndose a partir de entonces en una comunidad exclusivamente masculina. Huella de esta época es la Capilla prerrománica del Ciprés, o del Salvador, a unos 100 m de la entrada del cenobio. Será probablemente a partir del siglo X cuando abrace la regla de San Benito, pues así aparece en el documento número 248 del Tumbo de Samos de 17 de mayo de 960. Con ello el concepto de hospitalidad del monasterio se refuerza, pues además es hospedería del Camino de Santiago, donde el peregrino debe desviarse una vez pasado Triacastela. De ese paso han dejado testimonio numerosos documentos recopilados en su Tumbo, que dan fe de las donaciones y posesiones que recibe Samos.
Consecuencia de ello, el cenobio vive una época de esplendor que se traduce constructivamente en la edificación de una iglesia y un claustro. El incendio de 1533-1534 destruye el cenobio y de la obra románica no quedan más que algunos restos dispersos o embebidos en la construcción actual. Se trata de la portada de la iglesia, hoy embebida en uno de los muros del claustro de las Nereidas, partes de soportes y un sarcófago que se encuentran expuestos en el museo del monasterio.
De la antigua iglesia quedan visibles una puerta de acceso, con toda su decoración, un pilar, un arco apuntado, la puerta de ingreso a la torre campanario y su escalera y algunos vanos abiertos en ella.
La puerta de acceso a la iglesia se ubica actualmente en el claustro menor o de las Nereidas, en el ángulo nordeste, y se concibió como una entrada por el Sur. Se deben descartar los casetones de la bóveda que la preceden, pues forman parte de las obras de acondicionamiento de esta zona durante el Renacimiento. Su estructura parte de una doble arquivolta de medio punto, cuyo arco inferior se articula con un borde en bocel que conforma una escocia decorada, tanto en la rosca como en el intradós, con rosetas. La bóveda oculta, en gran medida, al arco superior, que muestra su arista viva y un intradós ausente de decoración.


Los dos arcos se apoyan en sendos pares de columnas acodilladas a través de cimacios en nacela con decoración de esferas y medias esferas huecas. Sobre un banco con el borde en bocel, se levantan las columnas que se alzan sobre plintos decorados con medias esferas en bajo relieve, en el caso de los dos exteriores, y, con arquillos, los interiores. Basas áticas, con garras en los ángulos, soportan estilizados fustes monolíticos y lisos que se coronan con capiteles de delicada factura. Los occidentales muestran un par de cuadrúpedos afrontados que cruzan sus cabezas en el ángulo, sobre un fondo de insinuadas hojas lanceadas que vuelven su ápice en la esquina de la pieza. En el capitel interior de este lado occidental se desarrolla una decoración de tallos ondulantes grapados, con brotes de hojas contrapuestos y que marcan los nervios en paralelo y semejan veneras. En los capiteles orientales se trata de unos estilizados motivos vegetales en dos órdenes unidos por pequeños tallos. En el inferior, anchas hojas con el nervio central inciso separan sus ápices en los que tienen adheridas formas cónicas y, en el superior, las hojas, pegadas a la cesta, se resuelven en volutas.
Esta decoración de capiteles y plintos guarda una gran relación con el estilo y motivos de los arcos triunfales de las iglesias de O Incio, San Pedro Fiz de Hospital de Incio y San Cristovo de A Cervela, y de la próxima Paradela con Santa María de Castro de Rei de Lemos.
El tímpano semicircular cobra un singular protagonismo en esta portada. Exhibe un entrelazo cruciforme con círculo central sobre una cruz patada procesional con su apéndice en el borde inferior. Su simbología pone en relación, como afirma Casal Chico, el culto a la cruz de los monasterios benedictinos con la cosmología que representa al mundo como un espacio dividido en cuatro partes, la misma significación que posee el entrelazo que lo superpone, encarnando las enseñanzas del quadrivium. Como señala Castiñeiras González, el receptor de este mensaje sería un monje que descubriría las leyes divinas regidoras del mundo a través de un esquema geométrico que sirve de continente para toda la percepción filosófica del momento.
Este motivo contó con una amplia difusión en tierras lucenses y próximas al Camino, como en el ayuntamiento de Palas de Rei en las iglesias de San Martiño de Ponte Ferreira (Ferreira de Negral) y en San Mamede de Carballal, en Taboada en San Xulián de Campo, o en la monterrosina de San Cristovo de Novelúa.
El tímpano se apoya en un dintel sobre jambas en bocel, pero esta estructura es el resultado de transformaciones más modernas. Las mochetas fueron sustituidas por una prolongación curva de las jambas.
Otros elementos que quedan de la antigua iglesia románica son un grueso contrafuerte que se encuentra incrustado en el muro de las escaleras neoclásicas que dan acceso al segundo piso del Claustro Pequeño o de las Nereidas. A la altura de la planta noble de estas escaleras se abre un arco apuntado empotrado en el paramento.
También sería de esta misma época la puerta de entrada del antiguo campanario al que ahora se accede desde la portería del monasterio. Se trata de un vano adintelado, cuyas jambas rematan en dos mochetas ornamentadas con rollos.
La escalera de caracol está encerrada en una torre cilíndrica en cuyos muros se abren algunos vanos que en la actualidad se encuentran transformados o simplemente cancelados.
La escalera perdió su función, pero no así su gemela, que se encontraría en el lado opuesto del templo, aunque trasladada con la obra barroca a la portada de la iglesia para servir de acceso al campanario.
Por otro lado, diversas piezas pertenecientes a la construcción de la iglesia están situadas ahora en la colección expositiva del monasterio. Son estas una basa ática con garras, parte de una línea de imposta con decoración ajedrezada y un tambor de una columna con restos de molduras.
También hay un sarcófago. Se trata de un arca de piedra granítica desprovista de decoración cuya tapa está trabajada a dos vertientes. El aspecto rugoso de su parte trasera hace suponer que el sarcófago fue creado para estar dispuesto en hornacina.
Dos leones con las fauces abiertas constituyen los apoyos de la pieza. Su talla es tosca y simplista, marcándose los escuetos detalles de forma incisiva. Se desconoce su destinatario, aunque en el documento sobre la construcción de la iglesia de 1167 se habla de doña Azenda Peláez, que entregó todas sus posesiones al monasterio a cambio de ser enterrada en la iglesia, por lo que pudiera ser la destinataria del sepulcro.

En cuanto a su cronología, D’Emilio pone en relación los motivos decorativos de los capiteles de la portada con los del Monasterio de Meira, los de San Pedro Fiz de Hospital de Incio (O Incio) y los de Santa María de Castro de Rei de Lemos (Paradela), como fruto del trabajo de un equipo de artesanos que comenzarían trabajando juntos en el monasterio cisterciense para después moverse por otras localidades próximas, ahora ya de forma individual, repitiendo el mismo reportorio y lenguaje, en ocasiones aportando pequeñas variaciones. Todo ello nos ofrece una datación encuadrada entre los años 1175 y 1210, fechas que, por otra parte, corrobora la documentación del Tumbo, así como las conexiones con San Martiño de Ponteferreira (Ferreira de Negral, Palas de Rei), datada en 1177.

 

Concello de O Incio

Hospital, o (Incio)
Con el sugerente topónimo de O Hospital de San Pedro Fiz se conoce todavía hoy esta parroquia situada en la montañosa vertiente oriental del ayuntamiento de O Incio, a unos 710 m de altitud. Una tortuosa carretera comarcal, la LU-644, nos llevará hasta la capital municipal donde deberemos desviarnos por la LU-642, que pasa al lado de la iglesia tras atravesar la aldea donde vive el sacristán de la parroquia, que es el encargado de abrir y enseñar el edificio a los visitantes. El conjunto monumental se sitúa en un paisaje espectacular en la ladera de una estribación de la sierra de Oiribio que desciende hacia el sur cuajada de prados hasta la cuenca del río Cabe.
Abundantes testimonios arqueológicos dan cuenta de su ocupación en época castreña y romana. Con la cristianización de la Gallaecia la zona fue refugio de eremitas y pequeñas comunidades religiosas de tipo familiar, una de las cuales debió de ser el origen de nuestra iglesia. Testimonio material de este origen es una lauda sepulcral de estola que fue encontrada semienterrada en el atrio cementerio de la actual iglesia y que se remonta, por su tipología tan característica, a la época altomedieval.
La mención documental más antigua de la existencia de un cenobio la encontramos en la colección diplomática del vecino monasterio de San Julián de Samos, concretamente en un pleito fechado el 4 de mayo del año 1003 entre esta comunidad y las de Sancti Felicis de Onitio y de Destriana, un monasterio hoy desaparecido, sobre la pertenencia de dos familias de siervos.
El monasterio debió de continuar teniendo este carácter familiar tan típicamente altomedieval hasta los años finales del siglo XII cuando nos consta que pertenecía al magnate castellano Gutierre Rodríguez de Castro. Este personaje se había convertido desde 1182 en el tenente del condado de Sarria tras la extinción de la antigua familia condal el año anterior con la muerte de la condesa Sancha Fernández. Dos años después, en 1184, aparece firmando como dominans in Monte Nigro et Sarra et Lemos, en un documento que el rey Alfonso IX otorgó al monasterio de Santa María de Meira confirmando sus posesiones e independencia y evitar, de este modo, la rapiña a la que estaba siendo sometido por parte de los nobles locales tras la comentada extinción de la familia fundadora, los condes de Sarria. Gutierre Rodríguez comienza entonces un proceso de afirmación de su poder en el territorio que incluyó la adquisición de diversos territorios y, tal y como habían hecho sus antecesores en el condado, el patronazgo religioso. Dentro de esta estrategia debemos entender entonces la donación que tanto el magnate como su mujer Elvira Osorio hacen del monasterio de San Fiz a la Orden de San Juan de Jerusalén. La elección de los hospitalarios como beneficiarios no es tampoco casual sino que supone una continuidad con las concesiones que su familia había hecho a la Orden en años anteriores.
El documento de la donación conservado en el cartulario de la Orden en una copia del siglo XV está datado en el 29 de mayo de la era 1210 (año 1172) aunque debe de ser un error del copista ya que la mención al rey Alfonso IX y al obispo Rodrigo II de Lugo obligan a situar su cronología entre los años 1188 y 1218. Sea como fuere, nos encontramos en unas fechas que coinciden con la introducción en Galicia de los Hospitalarios y la conformación de su patrimonio material. El texto de la donación es de gran interés ya que especifica que las posesiones de los Hospitalarios en tierra de Lemos, entre los ríos Lor y Miño, deberían de formar parte de una misma encomienda junto con O Incio. Además, siguiendo con la costumbre altomedieval de la traditio corporis, los donantes se habrían de enterrar, a su muerte, en la iglesia de San Fiz donde sus cuerpos serían custodiados por los religiosos. Debido a esto obligan a la Orden a mantener allí al menos a tres monjes. Pero el dato que más nos interesa aparece en el apartado de la sanctio del documento, donde se especifica que si los hospitalarios quebrantasen el acuerdo, deberían pagar doscientas piezas de oro qui mittantur in opere ecclesie Sancti Felicis de Unitio. Es decir que en el momento de la donación ya se estaba construyendo la iglesia de San Fiz, o al menos era ya un proyecto a punto de realizarse, a cuya ejecución iría destinado el oro recaudado con la sanción.
Desde entonces la plaza perteneció a los caballeros del Hospital formando parte de la Encomienda de Quiroga de la que solo se segregó a partir de 1776. Allí se construyó, además de la iglesia, una fortaleza formada por una gran torre de planta casi cuadrada de la cual hoy queda solamente su cuerpo bajo convertida en panteón señorial de la familia de los Quiroga. Se conserva mejor otra de las torres defensivas originales de la fortificación en la parte sur de la iglesia. Tiene casi cinco metros de alto y a pesar de las reconstrucciones que ha sufrido, de las que son testigos sus muros, todavía se pueden reconocer las almenas medievales en su parte oeste, en tiempos posteriores aprovechadas como espadaña para las campanas. En el lado sur de la iglesia estaba el edificio de la Encomienda para vivienda de los monjes. Tras la conversión de la iglesia en parroquia una pequeña parte fue aprovechada como sacristía y el resto, ya sin cubierta, como camposanto. El acceso primitivo al edificio se conserva todavía hoy en un fragmento del muro medieval situado en línea con la fachada de la iglesia. Es una sencilla puerta románica con arco de medio punto que descansa sobre los muros laterales con una imposta en chaflán. El arco cobija un tímpano monolítico sostenido por unas sencillas mochetas cortadas en caveto. Por su morfología, estos restos pertenecen a la misma cronología que la iglesia aunque fueron levantados, lógicamente, con posterioridad a su finalización.
En el siglo XVI la situación del Hospital de O Incio no debía de ser muy buena a juzgar por la información que sobre el estado de sus edificios nos da una visita de reconocimiento del año 1561. De hecho se ordenan diversas reparaciones ya que muchas paredes estaban hendidas, llovía dentro de la torre y, en general, su aspecto y conservación dejaban mucho que desear.
La Encomienda desapareció en el año 1874, al igual que las restantes de la Orden, por disposición de la Santa Sede, de modo que la iglesia pasó a convertirse en una parroquia más del obispado de Lugo.

Iglesia de San Pedro Fiz
Sin duda lo más significativo del conjunto monumental es la iglesia de San Pedro Fiz que, en una primera aproximación, ya llama nuestra atención por la calidad de su fábrica que se manifiesta no solo en el material, mármol de O Incio, sino también en el cuidado con el que fueron labrados y dispuestos los sillares y sus juntas. En general, la construcción se encuentra en buen estado de conservación manteniéndose prácticamente íntegra la estructura románica.
De época moderna, seguramente posterior a la comentada visita de reconocimiento de 1561, datan ciertas reformas que se observan en la fábrica y que son ajenas a la construcción original. Así, las ventanas cuadradas con derrame que vemos hoy en la nave son muy del gusto moderno así como la organización del piñón de la fachada occidental en el que, con cornisas, esas sí de origen románico, se ha buscado simular un frontón partido por una ventana también cuadrada y realizada en ese momento.
Fue declarada Monumento Nacional el 19 de junio de 1981 y unos años después, en 1986, sufrió una profunda restauración a la que le debemos su estado actual.
La iglesia tiene una planta formada por una única nave con un ábside en la zona oriental. Como suele ser habitual en este tipo de iglesias, tres puertas comunican la nave con el exterior. La principal se sitúa en el eje longitudinal. La siguiente en importancia, como veremos, es la del muro sur que daba acceso a los edificios de la Encomienda y luego la norte que comunica con la torre próxima. Responde, por tanto, a una de las tipologías más extendidas en el románico gallego tanto entre las iglesias parroquiales como entre pequeñas comunidades religiosas, ya que presentaba una escasa complicación constructiva permitiendo, en la mayoría de los casos, una rápida ejecución de las obras. En el caso de San Pedro Fiz nos encontramos con uno de los ejemplos más sobresalientes de este tipo no solo por la calidad de su construcción sino por la elaborada articulación de sus elementos constructivos.
En este sentido, llama nuestra atención en el exterior el ábside que abandona el tradicional tipo de tambor semicircular para organizarse de forma poligonal de modo que al tramo recto le siguen otros tres que, no obstante, se curvan ligeramente en algunos puntos acercando el conjunto al semicírculo. En alzado está dividido en tres calles separadas por cuatro semicolumnas con basas áticas sobre plintos paralelepipédicos y que rematan bajo el alero del tejado con capiteles entregos de variada decoración.
Horizontalmente se divide en tres cuerpos separados por impostas cortadas en caveto de las cuales una resulta de la continuación de los cimacios de los capiteles de las ventanas y la otra le sirve de base a estas. Las tres son de tipo completo, con dos arquivoltas con los ángulos en bocel. Estos generan en rosca e intradós sendas medias cañas, en la mayoría de los casos guarnecidas con delicadas flores que unas veces adoptan la forma de un botón con puntos de trépano y, en otros, los pétalos se abren en forma de cruz. La arquivolta externa descansa directamente sobre las jambas y está guarnecida por una chambrana cortada en caveto mientras que la interna lo hace sobre columnas acodilladas de fustes monolíticos, capiteles vegetales y basas áticas sobre plintos que, en muchas ocasiones, están decorados con motivos geométricos.
Äbside y muro sur
Ábside

Todo el conjunto está coronado por una cornisa en caveto sobre la que apoya el alero del tejado y que, a su vez, está sostenida por canecillos cortados, todos ellos, en forma de proa de barco.
Ábside y muro norte
Ventana del ábside
Ábside
Los muros laterales de la nave se organizan de forma similar, divididos en tres tramos por medio de anchos contrafuertes de remate escalonado. De estos, los más orientales son menos gruesos que sus correspondientes al oeste. En el tramo central se abrió una puerta muy sencilla, a paño con el muro, con un dintel semicircular apoyado sobre mochetas cortadas en proa. En los dos tramos orientales se abrió una ventana formada por una estrecha saetera de medio punto con derrame externo mientras que en el occidental permanece el muro macizo.
Portada muro norte
 

Una serie de mochetas en proa alineadas a media altura a lo largo de este muro nos hablan de la primitiva existencia de una cubierta apoyada en ellos sobre un armazón de madera que formaría un pórtico o bien alguna estancia para servicio de la comunidad. El muro se corona con una volada cornisa de nuevo cortada en caveto y sostenida por canecillos en proa entre los que se insertan dos de rollos rompiendo la monotonía. El vuelo de la cornisa parece todavía mayor dado el inusual retranqueo de las metopas con respecto al resto del muro.
La visión del muro sur se encuentra hoy un tanto deformada por la presencia del pórtico cubierto construido con los restos del edificio de la antigua Encomienda. A pesar de eso se reconoce perfectamente que su articulación general es como la del norte. De las ventanas que tenía, la oriental se conserva intacta mientras que la de la calle central fue totalmente reformada y presenta hoy un vano cuadrado muy del gusto moderno.
Muro sur y pórtico
 

Bajo ella se abrió una portada en la que, al contrario que en la anterior, no se escatimaron recursos decorativos, quizás porque era la que daba al edificio principal del Hospital. Tiene dos arquivoltas de las cuales la exterior es la más sencilla ya que consta de un grueso bocel angular que genera, solo en la rosca, una escocia lisa. En la interna, por su parte, el bocel del ángulo genera, como en las ventanas, sendas medias cañas en la rosca y el intradós que vuelven a aparecer salpicadas por grupos de cuatro bolitas que parecen evocar flores.
Pórtico muro sur
 
Portada muro sur
 

El tímpano está formado por un único bloque pétreo en el que se labró, dentro de un círculo, una cruz de brazos en punta que nacen de un círculo central y que, además de marcar la puerta como hito liminar ante el espacio sagrado del interior de la iglesia, recuerda su pertenencia a la Orden de san Juan que en el siglo XII empezó a utilizar este tipo de cruz como su emblema.
Bajo ella, el dintel se labra de la misma manera que la arquivolta interior continuando esta molduración por las mochetas y las jambas de la puerta. Tiene dos columnas por jamba que se adosan a unos codillos con los ángulos labrados en bocel. Los fustes son monolíticos y las basas áticas con un grueso toro inferior que se apoyan sobre un elaborado basamento. De abajo arriba encontramos, en primer lugar, un basamento con codillos sobre el que se colocó una moldura formada por un grueso baquetón y un listel. Sobre este apoyan los plintos que están todos decorados con cintas que forman, en los de la derecha, un motivo entrelazado con formas curvas y, en los de la izquierda, una serie de rombos resultado de su entrecruzado angular. De los cuatro capiteles, uno tiene hojas muy pegadas a la cesta con bolas en las puntas y el resto son variaciones del mismo modelo de cintas entrelazadas rematadas en palmetas cuya superficie puede quedar lisa o estriarse según los casos.
En la cornisa que remata el muro por esta parte encontramos una mayor variación en el diseño de sus canecillos, siempre con el denominador común de las formas geométricas. Así, entre los consabidos en proa, aparecen otros con rollos o toneles e incluso uno con un fino taqueado.
Canecillos muro sur
Fachada occidental
 

La fachada principal está absolutamente dominada por una gran portada enmarcada por los dos anchos contrafuertes de los ángulos. Consta de cuatro arquivoltas que se organizan de forma idéntica con el baquetón angular y las medias cañas decoradas con grupos de cuatro bolas o círculos con cruces, es decir, la misma articulación y motivos decorativos que vimos en las ventanas del ábside y en la puerta sur. Enmarcan un tímpano que presenta evidentes signos de haber sufrido una reforma. El primero de ellos es el hecho de que esté dividido en tres piezas con la central en forma de cuña, el segundo es la molduración de la parte baja que no coincide con el de las mochetas y las jambas como es habitual en este tipo de portadas. El tercero es el escudo labrado en la pieza central cuyo estilo no corresponde a la época medieval. Con estos datos habría que concluir que el tímpano original fue dividido en dos partes en un momento indeterminado de la época moderna, desplazando las dos partes para insertar en su centro la pieza trapezoidal con el escudo.
Los codillos de las jambas vuelven a estar abocelados para suavizar sus ángulos y las columnas se levantan sobre un basamento igual al de la puerta sur. Los capiteles vuelven a ser variaciones de dos tipologías, la de cintas entrelazadas y la de hojas muy planas con bolas en las puntas. Llaman de nuevo la atención los plintos por su decoración en la que además de la cinta entrelazada usada en los de la puerta sur se introduce también el motivo del taqueado y otro con círculos concéntricos. Pero el motivo que más ha llamado la atención de la historiografía por su originalidad y escasez es el grueso bocel en zigzag que rodea las arquivoltas a modo de la chambrana y que continúa luego por las jambas hasta el suelo enmarcando todo el conjunto y aportando una nota de unidad a una composición ya de por sí muy homogénea. Es necesario hacer una referencia a los herrajes que conservan tanto esta puerta como la sur y que bien pueden datar de principios del siglo XIII dadas las concomitancias que presentan con los de las iglesias del Salvador de Sarria, Vilar de Donas o la iglesia abacial de Meira, donde encontramos el mismo tipo, más o menos desarrollado, de vástago central con volutas decorativas a ambos lados.
Portada occidental
Capiteles portada occidental
Capiteles portada occidental
Tímpano
 

Una vez en el interior de la iglesia nos encontramos con un espacio ritmado por las responsiones que dividen la nave en tres tramos. Están formadas por gruesas pilastras con semicolumnas adosadas sobre las que se apoya el armazón de madera del tejado que cubre la iglesia. Todo el perímetro de la nave está recorrido por un banco de fábrica de perfil abocelado sobre el que se levantan las pilastras y que se proyecta hacia delante en forma de plinto para sostener las basas de las semicolumnas. El resto de los elementos constructivos son de una absoluta sobriedad, desde las ventanas simplemente abocinadas también al interior hasta las tres puertas que por aquí presentan únicamente arco de medio punto descansando directamente sobre las jambas, que permanecen en arista viva en la norte y aboceladas en la sur y oeste.
En contraposición con esta austeridad, en la cabecera se hizo un mayor esfuerzo decorativo a través de medios arquitectónicos y escultóricos. Se abre a la nave con un arco de medio punto doblado, de aristas vivas, que descansa sobre semicolumnas que apoyan sobre el banco de fábrica que también recorre la cabecera. La unión entre el tramo recto, cubierto con bóveda de cañón, y el tambor absidal se hace a través de un nuevo arco, también de sección prismática, y asimismo apoyado sobre columnas.
El semihexágono del muro de cierre al interior aparece marcado en sus ángulos mediante la adición de dos columnas adosadas cuya función es, además, sostener los nervios de sección prismática que refuerzan el cascarón para morir junto a la clave del arco fajón. A la impresión de riqueza decorativa contribuyen en gran medida las tres ventanas que, a diferencia de las de la nave, aquí se articulan con doble arquivolta y columnas acodilladas rodeando el vano abocinado central. La concentración de escultura en esta zona es otro elemento que nos habla de este interés por magnificar la parte más sagrada de la iglesia. De hecho, en el ábside se concentran, a falta de los de las columnas de las responsiones de la nave, la totalidad de los capiteles del interior de la iglesia, todos con una variada decoración vegetal y animal. La ornamentación se extiende incluso a los cimacios y a las basas y sus plintos, la mayoría de los cuales presentan motivos geométricos o vegetales muy estilizados.

En general se aprecia en toda la iglesia una gran unidad tanto en lo arquitectónico como en lo decorativo lo cual es un claro indicativo de que fue levantada por el mismo taller en una única campaña constructiva y seguramente en un periodo relativamente corto de tiempo.
Es muy probable también que, tal y como había apuntado Vázquez Saco, el proyecto original hubiese sido sensiblemente distinto y haber tenido una mayor proyección en altura con un cuerpo superior fortificado. Efectivamente, resulta llamativo, en el exterior, tanto las proporciones un tanto achaparradas que presenta hoy la iglesia como los comentados signos de movimientos de sillares en la parte superior de los muros. Esta idea se ve reforzada tras una observación detallada del interior. Allí encontramos, en la contrafachada, un estrecho ándito practicado en el grosor del muro cuyos muros laterales esperaríamos que estuviesen unidos en la parte superior por un arco como ocurre en otros edificios de similar cronología como San Nicolao de Portomarín o Santo Estevo de Ribas de Miño (O Saviñao), de forma que bajo él se pudiese abrir un gran rosetón o una ventana para iluminar el interior. Este vano es, de hecho, un elemento que ciertamente se echa en falta en la fachada. Por otro lado, hay que recordar los muros laterales con sus responsiones que, dado su grosor y articulación, hacen suponer que, originalmente, hubiera estado prevista una cubierta abovedada para la iglesia a una mayor altura que la actual lígnea. Esto habría permitido la construcción de un adarve almenado y un camino de ronda que le conferirían a la iglesia el aspecto de una fortaleza más acorde con el carácter militar de la Orden y con el del resto de construcciones que rodeaban la iglesia.
Si observamos las semicolumnas, carentes de capiteles, y observando el robusto tamaño de los contrafuertes exteriores en su lado opuesto, nos hace pensar que los ideales constructivos del maestro de la obra, fueron trastocados por una circunstancia imprevista.
 

Desgraciadamente, en el estado actual de las investigaciones no es posible concluir si este proyecto de iglesia fortaleza fue abandonado sobre la marcha en favor de uno más sencillo y con un carácter más eclesial o si realmente se llegó a construir de este modo y fue eliminado posteriormente, quizás en el siglo XVI tras la visita de reconocimiento en la que se había detectado “que tenía hendidas las paredes”. Sea como fuere, de confirmarse esta hipótesis estaríamos ante otro ejemplo de gran templo fortaleza como el que los propios hospitalarios construyeron coetáneamente en Portomarín y que permitiría hablar de una tipología eclesial adaptada a esta Orden y desarrollada en torno al 1200 a partir de un modelo tradicional de iglesia.
Cronológicamente, el inicio de la construcción habría que situarla en los años finales del siglo XII. Esta datación cuenta con el apoyo documental de la comentada donación del conde Gutierre Rodríguez en la que se hacía referencia, recordemos, a la obra de la iglesia que, por otro lado, se enmarca dentro de un momento de consolidación del patrimonio material de la Orden de San Juan en Galicia, lo que permitirá la construcción de hospitales y templos en todas sus encomiendas entre las que destaca por su gran calidad la comentada iglesia fortaleza de San Juan de Portomarín.
Estos datos de tipo histórico vienen además corroborados por las características arquitectónicas de la construcción y que están en relación con las habituales en las construcciones realizadas en torno al año 1200.
Una de ellas es la tradicional planta de una sola nave también con un único ábside que se sobredimensiona buscando la continuidad con aquella para crear una sensación espacial unitaria muy propia de la estética arquitectónica gótica que se empezó a filtrar en los talleres de la zona en torno al cambio de siglo.
Esta concepción de un espacio diáfano y luminoso no se aprecia hoy en día en toda su amplitud al no haberse conservado la iglesia en su aspecto primigenio que ofrecería, como apuntamos, una mayor altura en la nave y seguramente una iluminación directa de esta desde el hastial occidental.
Un elemento muy característico de este momento es el tipo de ventana de doble derrame muy utilizada en el primer románico y recuperada ahora por la arquitectura cisterciense por su simplicidad y practicidad para la iluminación interior del templo. También en relación con la arquitectura del Cister y más concretamente con la abadía de Santa María de Meira hay que poner ciertos detalles arquitectónicos de San Pedro Félix como la utilización de contrafuertes muy anchos y de remate escalonado o el gran desarrollo de la portada occidental.
Otro elemento recuperado de la arquitectura de finales del siglo XI es el ábside poligonal que a pesar de su temprana introducción en la Catedral de Santiago de Compostela y algunos edificios directamente dependientes de ella no obtuvo un excesivo éxito en Galicia y cuando aparece es en su inmensa mayoría en edificios datados entre las décadas finales del siglo XII y principios del XIII como San Fiz de Cangas (Pantón), Santa Eulalia de Losón (Lalín, Pontevedra) o San Xurxo de Codeseda (A Estrada, Pontevedra). En el interior de estos dos últimos ejemplos encontramos, además, otro elemento característico de estos años y que denuncia también la progresiva introducción de la estética gótica. Se trata de los nervios superpuestos al cascarón del ábside que se usan también en O Incio. donde se aprecia una integración con la fábrica ausente en otras iglesias coetáneas en las que la aparición de estos nervios es más forzada y denuncia un aditamento posterior al proyecto original.

Los motivos decorativos que encontramos en la escultura del templo confirman también la cronología propuesta para la iglesia. El que más ha llamado la atención de la historiografía que se ha ocupado del edificio es la moldura en zigzag de la portada occidental, que siempre se ha puesto en relación con la que aparece en la misma situación en la iglesia de San Pedro de Bembibre (Taboada), una construcción datada por inscripción en 1191. Según D´Emilio la aparición de este motivo en Bembibre, O Incio y en Sarria, donde sabemos que se había usado también en la portada de la desaparecida iglesia de Santa Mariña, es un indicio de la difusión de los repertorios decorativos cistercienses por la zona. De hecho, su uso se detecta en diversas casas de la Orden –Moreruela, Huerta, San Andrés de Arroyo, Valdediós o Gradefes–, sobre todo en espacios claustrales. En este sentido el mismo investigador ha demostrado cómo las estrechas relaciones existentes entre los condes de Sarria, el monasterio cisterciense de Santa María de Meira y la Orden del Hospital en los años en torno al cambio de siglo hizo que escultores formados en Meira versionaran, con el duro mármol de O Incio, modelos de capiteles de la abacial en San Pedro Fiz, como el de cintas, tan usado en las portadas occidental y sur, o el de palmetas organizadas en torno a un tallo que vemos en el exterior del ábside y que tiene modelos muy claros en las partes orientales de Meira. Esta misma relación también explicaría la utilización en O Incio de otros motivos como las extrañas formas en hoz alrededor de un tallo central de un capitel del ábside y que no son otra cosa que una abstracción de los candelabros arbóreos que enmarcan el Agnus Dei de la antigua puerta del claustro de Meira, los capiteles con hojas muy planas rematados en bolas o las basas decoradas con elementos geométricos como las arcuaciones de la columna derecha del arco triunfal. En otros capiteles, el obrador de O Incio muestra su inspiración en las tradiciones locales recuperando motivos como el de los leones afrontados que comparten una única cabeza en el ángulo del capitel que es muy propio de la escultura del 1100 y que, también según J. D´Emilio, los escultores trajeron de San Martiño de Mondoñedo (Foz). Otro de los tallistas recurre al tipo compostelano de grandes hojas lisas y caulículos entrecruzados cuyo modelo concreto se ha detectado en el ábside de la cercana iglesia de Santa María de Ferreira de Pantón, un edificio construido hacia 1150 pero afiliado a Meira en 1175.
Todos estos datos permiten concluir que la iglesia de San Pedro de O Incio fue levantada por un taller procedente de la abadía cistercienses de Meira, de la que no dista más de sesenta kilómetros, planteando una iglesia adaptada a las necesidades de una pequeña pero poderosa comunidad monástico-caballeresca como era la de San Juan del Hospital. Las obras debieron de empezar en los últimos años del siglo XII tras la donación a la Orden finalizándose seguramente hacia 1220-1230.
El templo conserva todavía la antigua pila bautismal, hoy situada en la nave junto a la puerta de la sacristía. La copa se apoya sobre una base cilíndrica y tiene un gran desarrollo en altura lo que permitió dividir su superficie horizontalmente en tres partes. Así, en la embocadura, una franja en resalte da paso a otra más ancha y rehundida que se prolonga hasta el comienzo de la parte curva en la que se tallaron una serie de arcuaciones. Estas son una adaptación a un soporte mayor de los arquitos que decoran alguna de las basas de la iglesia y que, como vimos, son un motivo de ascendencia cisterciense. Este dato permite enmarcar la producción de esta pila dentro del taller que construyó la iglesia y, por lo tanto, estimar una datación para ella en las primeras décadas del siglo XIII.
Muy interesante resulta también en cuanto a testimonio de la existencia de una iglesia anterior a la actual en este mismo enclave el fragmento de un frontal de altar que apareció en febrero de 1986 durante la restauración de la iglesia bajo el pavimento del presbiterio. Está realizado en piedra caliza y mide 61 x 55 x 8 cm. En él se reconoce la escena de la crucifixión de Cristo al que acompañan, en la parte superior, los bustos del sol y la luna y, bajo la cruz, dos personajes, uno haciendo una especie de reverencia y el otro mirando hacia arriba. Las características estilísticas del relieve con un modelado muy somero y cuerpos desproporcionados y rígidos llevaron a J. Delgado a proponer una cronología para la pieza en el siglo VI. Sin embargo, estas mismas características formales son coincidentes con las que emplea el taller que trabaja en la antigua catedral de San Martiño de Mondoñedo (Foz), donde también se conserva un frontal de altar en relieve, en este caso completo. Esto ha llevado a J. D´Emilio a proponer que hubiese sido un escultor de ese taller mindoniense el que en torno al año 1100 hubiese realizado el frontal con destino al altar mayor de la antigua iglesia de San Pedro Fiz.
Finalmente, hay que hacer referencia, aunque cronológicamente no entren en el ámbito de estudio de esta publicación, a las imágenes góticas de Cristo crucificado y de la Virgen de la Leche que han sido datadas en el siglo XIV.

 

 

 

 

 

 

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