martes, 7 de octubre de 2025

Capítulo 126, Xunqueira de Espadanedo, Serantes, Románico en Orense - Ourense y las comarcas meridionales a la capital: Allariz-Maceda y Celanova

Xunqueira de Espadanedo
Aproximadamente 25 km separan la ciudad de Ourense de Xunqueira de Espadanedo, a donde llegaremos siguiendo, en primer lugar, la carretera OU-536 hasta Vilariño donde tomaremos la OU-0106. Esta nos llevará al pie del monasterio, en cuyo edificio se encuentra hoy la sede del ayuntamiento cuyo término municipal coincide, en gran parte, con el dominio del antiguo cenobio cisterciense que centró la vida de sus habitantes desde la Edad Media. Situado al pie de la montaña, en una zona de pastos de clima frío pero agradable, el lugar aún hoy responde a los intereses de alejamiento de las ciudades y de vida retirada en un ambiente rural preferidos por benedictinos y cistercienses.

Iglesia de Santa María
Aunque no tengamos ningún tipo de apoyo documental es muy probable que el monasterio de Xunqueira de Espadanedo pudiera haber surgido en época altomedieval al igual que otros cenobios vecinos de la Rivoyra Sacrata a partir de un antiguo eremitorio. La primera noticia cierta de su existencia es un pacto de hermandad firmado en el año 1174 entre los monjes del cercano monasterio de Montederramo y los del entonces denominado Sancti Juliani de Iuncaria de Espadanedo.
De la lectura de este pergamino, conservado en el archivo de la catedral de Ourense, se desprende, además de esta antigua advocación a san Julián, que los monjes, regidos entonces por el abad Pedro Ordóñez, vivían sub regula beati Benedicti por lo que parece claro que en el siglo XII se trataba ya de una comunidad benedictina perfectamente asentada. De hecho, sabemos que, en algún momento de su reinado, Fernando II (1157-1188), probablemente también en los años setenta, habría acotado los términos territoriales del monasterio. Aunque desgraciadamente hemos perdido este documento, sabemos de su existencia por la confirmación del coto, conservado en el Archivo Histórico Nacional, que firmó el 30 de abril de 1227 su hijo Alfonso IX (1188-1230).
Si es muy difícil definir el momento de la fundación del monasterio, tampoco es tarea sencilla concretar el momento en el que Xunqueira de Espadanedo pasó a la observancia cisterciense, aunque por los datos de los que disponemos debió de ser a finales del siglo XII o en los primeros años del XIII. Tradicionalmente se venía invocando la fecha de 1170 como la de la fundación de Xunqueira como cenobio cisterciense dependiente de Montederramo. Sin embargo, el ya comentado documento de hermandad entre ambos monasterios desmiente esta fecha tan temprana ya que, por un lado, todavía aparece la antigua advocación a San Julián y no la típica de los monasterios cistercienses a Santa María y, por otro, si Xunqueira hubiese sido filial de Montederramo no tendría sentido que sus abades firmasen un pacto de hermandad, y menos cuatro años después de la supuesta fundación. El primer indicio de su posible incorporación a la orden lo encontramos en una bula del papa Inocencio III del año 1198 en la que se amonesta a los abades de Xunqueira y Montederramo por abusos en el cobro de los diezmos. Aunque no se cita ni las advocaciones ni la observancia que se seguía en ambas comunidades, el hecho de que se dirija solo a los abades de ambos monasterios podría indicar que Xunqueira de Espadanedo había adoptado ya la reforma cisterciense. Al año siguiente el monasterio de Iunqueira d’Espadanedo aparece entre la multitud de cenobios a los que doña Urraca, hija del conde Fernando Pérez de Traba, lega algún tipo de bien en su testamento pero sin especificar ni advocación ni observancia. La confirmación documental la encontramos, sin embargo, poco tiempo después, en el año 1207, cuando el monasterio aparece citado ya en el capítulo general de la Orden porque su abad no había acudido a la reunión: Abbas de Juncaria in Galetia qui hoc anno venire ad Capitulum debuit et non venit, sententiam Capituli sustineat, donec Cistercio se praesentet. Este traspaso tuvo que suponer el cambio de advocación a Santa María típica de las casas cistercienses aunque no tenemos constancia documental antes de 1235, año en el que aparece ya nombrado como Sancte Marie de Iuncaria en una venta de tierras datada el 11 de junio.
A estas referencias documentales se ha añadido en los últimos años una mención epigráfica descubierta bajo una espesa capa de cal en el tímpano de la puerta sur de la iglesia en la que se alude a su fundación:
ERA: M : CC : LXVIII: FUNDATA : E: HEC : AVLA AD HONORE : MATS : DEI : ? A A : REG : OPE : L : EPI : ? RI ? M : ABB IV
Es decir, Era MCCLXVIII, fundata est hec aula ad honorem Matris Dei (?) A. Adefonsus regis, Laurentius episcopus, (?) Martinus Abbas IV.
Recientemente Ana María Gordín y Luisa A. Peña han interpretado este epígrafe como: “En la era mil doscientos sesenta y ocho –año 1230– fue fundada esta casa en honor de la santa Madre de Dios”. Según las mismas autoras, en la última línea se aludiría a las autoridades contemporáneas ordenadas según su categoría. En primer lugar el rey Alfonso IX (1188-1230), a continuación el obispo auriense don Lorenzo que rigió la diócesis entre 1218 y 1248, y finalmente el abad Martín IV de Xunqueira del que desconocemos el arco cronológico de su mandato pero que, obviamente, debió de ser contemporáneo a los anteriores.
El texto, de claro carácter conmemorativo, además de confirmar la pertenencia de la comunidad al Císter a través de la dedicación de su iglesia a la Virgen María, aludiría a la finalización de las obras de la iglesia y, dado el concurso de personajes de alto rango, a su consagración en ese año de 1230.
Aunque Xunqueira fue siempre una comunidad modesta debió de vivir durante este momento y todo el siglo XIII un período de esplendor y, aunque no tenemos referencias al número de monjes que lo ocuparon, sí se constatan varios cargos de importancia dentro del monasterio que se corresponden con lo que suele ser la tónica dominante en otros cenobios contemporáneos gallegos. Esta época de bonanza económica y de expansión del dominio territorial, sobre todo gracias al sistema de granjas propio de las comunidades cistercienses, dio paso, en el siglo XIV, a un período de decadencia común a todo el monacato de esta época y que, para el caso que nos ocupa, se confirma por la casi absoluta ausencia de datos sobre su comunidad a lo largo de esa centuria.
Un nuevo período de esplendor llegó a Xunqueira entre los siglos XVII y XVIII materializándose en una renovación total del edificio monacal y en el amueblamiento de la iglesia medieval con unos criterios más acordes con la religiosidad y gusto modernos.
Como ocurrió en tantos otros cenobios, la desamortización del año 1835 acabó con la vida monacal en Xunqueira de Espadanedo al ser expulsados sus monjes y vendidas sus posesiones pasando la iglesia a convertirse en una simple parroquia de la diócesis de Ourense.

La iglesia de Santa María es el único testimonio que conservamos del esplendor medieval de este monasterio cisterciense. A pesar de las vicisitudes históricas por las que pasó el edificio, su fábrica románica se conserva prácticamente íntegra. Sabemos por el libro de gastos del monasterio que la primera alteración relevante se produjo entre 1775 y 1776 cuando los monjes deciden construir un osario para colocar decentemente los huesos de los fieles que se habían enterrado en la iglesia. Se eligió para ello la zona de la cabecera donde se construyó una capilla rectangular adosada al ábside central. Para acceder a ella desde la iglesia hubo que perforar los muros del hemiciclo absidal para abrir dos puertas. Paralelamente, se tapiaron las ventanas románicas, se eliminaron buena parte de las columnas entregas que recorrían el muro y se adosó, en la parte central, un altar de piedra que todavía puede verse, ya que fue conservado tras la demolición del osario.
Entre 1790 y 1791 en dicho libro se anota que “se rompieron algunos tragaluces para que abundase más de luz y se le echaron de nuevo las vidrieras e cristales”, en clara referencia a las saeteras de los muros laterales, la mayoría de las cuales han perdido, efectivamente, su original doble derrame.
El 11 de marzo de 1800 se derrumbó accidentalmente la fachada románica de la iglesia por lo que los monjes emprendieron su reconstrucción siguiendo los postulados neoclásicos de la Ilustración. En 1802 la nueva fachada estaba rematada. La intervención afectó al último tramo de la iglesia en el que se construyó, además, un coro alto volteando unos arcos entre los pilares que separan las naves. La iglesia fue declarada Monumento histórico-artístico en el año 1981 aunque, curiosamente, esta protección no se extendió a lo que queda del clasicista claustro monacal.
El edificio fue construido siguiendo el tipo de planta basilical de tres naves, con cubierta única, rematadas en tres ábsides que entonces era muy frecuente entre las comunidades monásticas gallegas por su gran funcionalidad, espaciosidad y escasa dificultad constructiva.
El exterior llama la atención por la nitidez de los volúmenes y por su gran sencillez. La cabecera, a pesar de las mutilaciones sufridas, conserva todavía visible su proporcionada estructura románica con un ábside central de grandes dimensiones escoltado por otros dos laterales, de proporciones menores, y que se unen al tramo recto de este deforman do su circunferencia para evitar incómodos espacios vacíos entre ellos.
Cabecera románica de la iglesia, con tres ábsides divididos en tramos por columnas pegadas.
Sobre la capilla mayor, aparece al exterior un rosetón al que se le sustituyó la tracería por una ventana cuadrada con vidriera de colores, que ilumina el interior de templo.

El ábside central tiene un corto tramo recto que se separa del tambor mediante un contrafuerte que se une al muro del hastial con un arco. El tambor semicircular se divide en cinco tramos por medio de gruesas columnas entregas que arrancan del basamento y rematan bajo la cornisa. Las dos calles de los extremos son ciegas mientras que las tres centrales fueron horadadas con tres ventanas. Su articulación se basa más en recursos arquitectónicos que escultóricos ya que se elige un tipo de saetera con doble derrame y unos sencillos arcos de perfil cuadrado que no sobresalen del muro y que descansan sobre columnas con capiteles y basas entregas. El único derroche decorativo se hizo en la ventana central en cuyo arco sí se labró una arquivolta formada por un listel liso y un grueso bocel cubierto de arquitos que resulta de la esquematización de una fórmula que encontramos con mayor plasticidad en la iglesia de Santiago de Allariz.
Ábside central 

En los absidiolos, la pureza de las líneas arquitectónicas se lleva al extremo. Sus muros, carentes de ventanas, se animan únicamente por medio de dos columnas entregas que dividen el tambor en tres calles. Los tres ábsides se coronan con una volada cornisa moldurada sostenida por capiteles y canecillos que destacan en la sobriedad del conjunto por su gran plasticidad.

Ábside lateral con canecillos
 

Los capiteles son todos vegetales y muy esquemáticos aunque, en su parte superior, las hojas que los cubren suelen ganar en volumen al doblarse, rizarse o cobijar grandes bolas.
Los canecillos se componen todos de la misma forma: sobre la estructura arquitectónica básica de cada uno se superpone un motivo geométrico o vegetal de nuevo tallado con una gran presencia plástica.
Canecillos ábside central
 

El muro del hastial es de una sencillez extrema siendo únicamente rota su pureza granítica por unos prácticos tornalluvias sobre los ábsides y por los vanos para la iluminación del interior. Como suele ser habitual en las iglesias de esta tipología, se abren sendas ventanas sobre los ábsides que, en el caso que nos ocupa, son simples saeteras sin ninguna articulación. Sobre el ábside central se abrió un pequeño rosetón que, desgraciadamente, ha perdido su tracería original que fue mutilada para encastrar una ventana rectangular. Su rosca evita cualquier tipo de decoración naturalista para conformarse con una sucesión de molduras cóncavas y convexas delgadas y de poco relieve.
El muro norte la iglesia continúa la tendencia a la sobriedad basada en los valores puramente arquitectónicos que encontramos en la cabecera. Su superficie aparece dividida en cinco tramos por medio de contrafuertes prismáticos que se estrechan ligeramente en su parte superior antes de morir a la altura del tejado cortando incluso la línea de canecillos que coronan el muro.
En cada uno de los tramos se abre una ventana con arco de medio punto y doble derrame como únicos elementos decorativos. La cornisa está guarnecida por una sucesión de canecillos que pierden la presencia y la plasticidad de los de los ábsides para simplificarse y cortarse, la mayoría de ellos, en caveto. El único elemento que, por su representatividad de cara al exterior, mereció la atención de los artífices fue la portada que se abre en el segundo tramo. Consta de dos sobre arquitos de perfiles rectos y formados, cada uno, por un único bloque de piedra.
 
Fachada norte de la iglesia en la que podemos ver esta portada románica corespondiente al cuarto tramo de la nave lateral. 


Canecillos de la fachada norte
 

El muro sur, por su parte, repite casi al pie de la letra la configuración del anterior y casi no fue alterado por la adición en el siglo XVII del nuevo claustro monacal.
También en el segundo tramo se abrió una puerta, que antaño permitía el acceso de los monjes al claustro desde la iglesia. Quizá por ese carácter privado, la portada no goza de la profusión decorativa de la anterior y también posiblemente por eso su tímpano fue elegido para perpetuar la memoria de la fundación del monasterio con la inscripción ya comentada. Consta de dos columnas por jamba de las cuales, las de la parte izquierda son de sección poligonal. Los capiteles son todos de temática vegetal y fueron realizados con una técnica un tanto burda.
Las dos arquivoltas se resuelven a base de una sucesión de toros, escocías y listeles olvidando cualquier concesión a lo figurativo o vegetal.
Portada románica del lateral sur de la iglesia que comunica con el Claustro Reglar.
 

En el último tramo de este muro sur se abre una nueva puerta que, por su situación en comunicación directa con el nártex del templo, puede ser identificada con la puerta de los conversos, muy habitual en los monasterios cistercienses donde este grupo humano ocupaba los últimos tramos del templo durante las celebraciones litúrgicas. Es estrecho vano adintelado con un arco de descarga en línea con el muro que cobija un tímpano monolítico liso que se apoya en dos mochetas curvas. Al interior, para salvar el grosor del muro, la puerta genera un corto pasaje abovedado que hoy ha sido habilitado como entrada accesible para minusválidos.

El interior sorprende por su amplitud y elevación, factores a los que, sin duda, no fue ajena la elección de una cubierta de madera que evitó las complicaciones inherentes a un sistema abovedado y permitió voltear arcos formeros y diafragma de gran luz sobre los tradicionales pilares compuestos de este tipo de iglesias.
Las tres naves se desarrollan en cinco grandes tramos. Los pilares llevan adosadas columnas para recoger los arcos diafragma y los arcos formeros que son todos ellos ligeramente apuntados. Los diafragmas de la nave central por su parte, descansan simplemente en capiteles con unas sencillas ménsulas troncocónicas que transmiten los empujes al muro sin necesidad de semicolumnas.

Se accede al presbiterio por medio de un arco triunfal ligeramente apuntado y doblado que descansa sobre semicolumnas. El tramo recto, muy corto, se cubre con bóveda de cañón apuntada reforzada por un arco fajón de perfil rectangular que da paso a la bóveda de horno del hemiciclo absidal, hoy totalmente cubierto por el magnífico retablo del siglo XVII. Si entramos en el reducido espacio que queda entre este y el muro del tambor absidal nos encontraremos con las tres ventanas que otrora iluminaban el altar mayor. La central, al igual que al exterior, se encuentra tapiada, pero las dos laterales conservan prácticamente íntegra su configuración original, que, además, repite casi al pie de la letra la articulación vista al exterior.
Retablo mayor
Naves
Mesa de altar, capilla mayor 

Se trata de saeteras con doble derrame enmarcadas por un arco de arista abocelada que descansa sobre una imposta en caveto que recorre todo el tambor y que, en algunas zonas, recibe una esquemática decoración de bolas y triángulos que parecen el último estadio en la estilización del modelo de la hoja doblada. Los capiteles son todos ellos vegetales y están realizados con bastante cuidado a pesar de que sus formas son poco naturalistas, estilizadas y con una fuerte tendencia a la geometrización. Pertenecen sin duda a la misma maestranza que, como veremos, realiza los capiteles de los primeros tramos de las naves.
Recorre toda la parte baja de los muros del ábside un banco pétreo de perfil abocelado que, al llegar al arco triunfal, se convierte en basamento continuo para las columnas para luego continuar por los ábsides colaterales y morir en el arranque de los muros norte y sur.
Los ábsides laterales, considerablemente más reducidos en altura y anchura, están también cubiertos de retablos, esta vez barrocos, pero repiten la estructura vista en el central. Se accede a ellos por un arco doblado que descansa en potentes semicolumnas con capiteles vegetales y se cubren con una bóveda de horno sin tramo recto. Junto a la entrada del ábside del evangelio se abrió una credencia en el muro sur que se conserva prácticamente intacta. Está formada por un sencillo arco de descarga que cobija un tímpano semicircular sobre mochetas de sencilla decoración geométrica. El rehundido del contorno del vano indica, claramente, que esta estructura arquitectónica estuvo pensada para estar cerrada con unas puertas de madera con las que custodiar de forma segura los objetos preciosos destinados al culto en el altar.
Columnas de la nave
 
Retablo lateral 

Junto al ábside de la epístola, en el muro sur, se abrió una sencilla puerta para dar acceso a las estancias del monasterio anexo y que hoy sirve de entrada a la sacristía moderna. Está formada por un arco de descarga en línea con el aparejo del muro que cobija un tímpano semicircular monolítico que se apoya, a su vez, sobre dos mochetas decoradas con motivos geométricos sobre una clásica base piramidal escalonada. Lo interesante de esta puerta es que en su tímpano aparece labrada una cruz patada de brazos terminados en curva convexa. Su perfil está recorrido por un fino listel que define un triángulo en cada uno de los brazos. Además, fuera del círculo que la inscribe, dispone de un pie en la parte baja por lo que no debería extrañar que se tratase de una representación sintética de un objeto litúrgico perteneciente a la realidad material de la comunidad, un hecho que, aunque en el caso de Xunqueira de Espadanedo no podemos confirmar por haber perdido el posible referente suntuario, fue constatado en otras representaciones similares del románico gallego situadas, como el caso que nos ocupa, siempre en tímpanos. Sea como fuere, lo que sí parece cierto es que la función de la cruz en esta puerta es de tipo simbólico, es decir, la de señalar con una representación conocida por todo el acceso a un lugar sagrado reservado a la comunidad monacal.
Corona el hastial oriental de la nave central un reducido rosetón que, como al exterior, repite en su rosca la molduración que alterna listeles, toros y escocias.
En cuanto a la escultura de los capiteles del interior, hay un predominio casi total de las formas vegetales entre las que hay un gusto especial por los tallos rematados en palmetas. Solamente en los dos ábsides laterales se decoraron también las impostas de los capiteles abandonando esta práctica en el resto de la iglesia en función de una economía decorativa muy del gusto cisterciense. En general, la talla se realiza con formas duras y con poco detallismo aunque su modelado fluctúa entre un relieve de tipo normal a otro muy plano en el que los motivos apenas sobresalen del bloque pétreo.
El conjunto de capiteles se podría clasificar, según sus formas, en varios grupos para hacer más comprensible su estudio. Por una parte, detectamos un importante conjunto que decora sus cestas con hojas, muy planas y que únicamente aumentan de volumen en la parte superior para doblarse cobijando bolas o bien rematar en plásticas palmetas en forma de concha. En las naves encontramos ejemplos de esta tipología en los que sus hojas llevan el eje perlado aunque con un relieve de poca entidad. En un caso, en el muro norte, el tipo se complica al distribuir filas de hojas puntiagudas en dos niveles y marcar su eje central que aparece rehundido. Otro tipo muy utilizado por el taller de Xunqueira de Espadanedo es el del capitel en el que el motivo principal son los tallos vegetales que cubren el cesto con diversas formas, unas veces simétricas y otras aleatorias. Entre estos ejemplos encontramos, en el tercer tramo del muro norte, un característico capitel con los tallos dispuestos en forma de aspa y atados en el centro de la cesta. En varios casos, estos tallos que recorren el capitel rematan, siempre en la parte superior, en palmetas que, casi siempre, se convierten en las auténticas protagonistas debido a su mayor relieve y tratamiento plástico.
En el primer tramo de la nave central, concretamente sosteniendo el primero de los arcos diafragma por su parte norte, encontramos, en medio de la selva vegetal que acabamos de describir, un capitel figurado en el que se repite, de forma simétrica, la misma composición zoomorfa: dos aves de alas plegadas y diferentes tamaños se sitúan en cada uno de los ángulos de la cesta. La clave para la representación la encontramos en la acción que realiza el ave más pequeña que parece picar en el cuerpo a la mayor. Se trata de una representación plástica de un capítulo del bestiario medieval protagonizado por las abubillas. Se ha representado, concretamente, un pasaje que recogen la mayoría de sus versiones en el que las crías de la abubilla, cuando sus padres son mayores y no pueden mudar el plumaje por sí solos, los picotean para arrancarles las plumas y que así puedan regenerarse. La enseñanza moral que busca transmitir el mismo texto del bestiario se orienta hacia los hijos que deben cuidar a sus padres al igual que ellos hicieron cuando estos eran pequeños. La aparición de este tema en Espadanedo, en una posición privilegiada en el tramo inmediato al presbiterio, es un dato más que demuestra la difusión de textos como los bestiarios en las bibliotecas monásticas. No debemos olvidar que los bestiarios eran obras moralizantes utilizadas frecuentemente para la enseñanza de los novicios, por lo que una imagen como la de este capitel sería fácilmente comprensible por una audiencia culta como la de los monjes, los cuales, al igual que las pequeñas abubillas, deberían tener el mismo solícito comportamiento con los monjes de más edad de la comunidad. Con respecto a la iconografía elegida para la representación, y a pesar de la economía figurativa que se aprecia en el capitel, cabría pensar que el escultor tuvo que tener acceso a una imagen de referencia, seguramente en un texto miniado. Son abundantes, de hecho, las concomitancias de la forma de representación elegida y muchas de las ilustraciones de bestiarios contemporáneos que conservamos sobre todo en los manuscritos ingleses como el de la University Library de Cambridge (MS Ii.4.26 fol. 38) o la miniatura del folio 72 del bestiario de la Bodleian Library de Oxford (MS Laud. Misc. 247).
Frente a este, sosteniendo el mismo arco diafragma inmediato al presbiterio volvemos a encontrar el tema del bestiario, esta vez representado por dos cuadrúpedos que se sitúan, sobre un fondo vegetal, uno en cada cara lateral del capitel de forma que sus cabezas ocupan el espacio de las tradicionales volutas. Aunque sus características físicas no permiten una identificación concreta, sí parece que se trate de algún tipo de animal salvaje tal y como se deduce de sus potentes garras y amenazantes fauces. La acción que realizan, morder los extremos de una gruesa rama, tampoco ayuda a la identificación de alguno de los capítulos del bestiario como ocurría en el capitel precedente.
Sosteniendo el tercer arco diafragma de la nave es perfectamente visible desde el actual coro alto de la iglesia un capitel en el que, sobre un fondo liso, se repite, de forma simétrica, la misma composición: un gran híbrido con cuerpo y patas de ave, larga y sinuosa cola y cabeza de rasgos monstruosos, gira su cuello para situar su rostro frente a una figura situada sobre su cuerpo que posee sus mismas características morfológicas pero con unas dimensiones considerablemente más pequeñas. La larga cola, las alas y la fiera cabeza de fauces abiertas en el que el tallista consigue, a pesar de la dureza de la labra, una gran expresividad, permiten identificar a estos híbridos como dragones, una de las más claras imágenes del Maligno para el hombre medieval y, en particular, para los monjes que habitarían el monasterio y que estarían familiarizados no solo con las historias e imágenes de los bestiarios ilustrados sino con las propias Escrituras donde el dragón aparece frecuentemente y, particularmente, en el libro del Apocalipsis, como una encarnación del Diablo. Este mismo híbrido diabólico parece reconocerse en otro capitel de la nave de la epístola, esta vez atacando a dos aves a las que muerde por el cuello.
Otro capitel que destaca entre los demás por su decoración puramente arquitectónica está situado en el primer pilar de la nave de la epístola. Se compone con una serie de microarquitecturas que parecen evocar un castillo cuyas torrecillas almenadas se disponen en los ángulos superiores de la cesta como si se tratase de la traducción arquitectónica del clásico capitel vegetal. No habría que descartar que se tratase de una representación sintética de la apocalíptica Jerusalén Celeste que, de este modo, actuaría como contrapunto positivo a las representaciones admonitorias del bestiario presente en los capiteles anteriormente comentados.
En general nos encontramos ante una construcción que ejemplifica muy bien el estadio del arte románico gallego en una época de transición como la que suponen las décadas inmediatamente anteriores y posteriores al año 1200 en las que continúa la inercia de los presupuestos del románico pleno pero en las que ya comienzan a entrar con fuerza formas arquitectónicas y decorativas que delatan la presencia del nuevo arte gótico. De hecho, los datos cronológicos que hemos visto hacen coincidir la construcción de la iglesia de Xunqueira con este período artístico, ya que debió de comenzarse en la década de los noventa del siglo XII cuando, recordemos, la casa, con toda probabilidad, pasó a la observancia cisterciense y debía de estar acabada en la fecha de 1230 que da el epígrafe de la portada del claustro.
En una primera aproximación a la arquitectura de Xunqueira de Espadanedo, la cuestión que más sorprende es que, a pesar de tratarse de la iglesia de un monasterio cisterciense, se haya elegido un tipo de planta y alzado muy tradicional de tres naves y tres ábsides de raíz compostelana y difundido en tierras orensanas por Santa María de Xunqueira de Ambía. Si bien es cierto que no se corresponde con la tipología de cruz latina preferida por la Orden, también lo es que los talleres cistercienses fueron muy permeables al sustrato local en el que este tipo de planta basilical –que además se adaptaba muy bien a los presupuestos de austeridad de los monjes blancos– estaba muy arraigada.
Sin embargo, a pesar de la utilización de esta planta tan conservadora, lo cierto es que, sobre todo en el interior, se respira un aire renovador. El espacio ya no es solo un conjunto de módulos articulados a la vez que independientes entre sí.
Por el contrario, al entrar nos vemos inmersos en medio de un espacio muy amplio y diáfano en el que hay una continuidad y una interacción entre las tres naves. Los intercolumnios se amplían y los pilares compuestos pierden una de sus columnas adosadas por lo que nos encontramos casi con la sensación de estar en una de las iglesias de salón tan típicas de la arquitectura gótica. Otros rasgos de la penetración de este nuevo estilo son, por un lado, la fuerte tendencia ascensional que se percibe en las naves y, por otro, la utilización sistemática de arcos apuntados. En este sentido, se aprecia una progresión a medida que avanza la construcción en altura. Así, en los ábsides laterales los arcos de acceso son todavía de medio punto, en la capilla mayor, el arco triunfal es ya ligeramente apuntado al igual que los arcos formeros de las naves. Los arcos diafragma de la central, en cambio, son ya totalmente apuntados denotando claramente que fueron los últimos en ser volteados.
Su estrecha relación con el monasterio de Montederramo y el hecho de haber recibido la regla cisterciense de él harían muy plausible el hecho de que las influencias artísticas que hubieran llegado a Xunqueira de Espadanedo lo hubiesen hecho desde allí. Sin embargo, la renovación total de la abadía de Montederramo hacia el año 1600 hace difícil precisar más esta influencia. Las dos ventanas de la nave meridional de la antigua iglesia románica, descubiertas hace unos años en el transcurso de unas obras, denuncian tanto una fuerte dependencia de modelos cistercienses como influencias, en lo decorativo, de la catedral de Ourense. Si comparamos estas ventanas con las que se realizan en el ábside de Xunqueira de Espadanedo percibimos que en esta última se ha realizado una considerable reducción y simplificación del modelo de Montederramo. Sin embargo, y como veremos, Xunqueira coincide con esta en las filiaciones artísticas que, para ambas construcciones, se pueden establecer.
Deudas importantes se aprecian, de hecho, con la abacial de Santa María de Oseira, gran irradiadora de tendencias artísticas en el ambiente rural ourensano, y en la que ya se trabajaba desde el año 1185. De ahí llegan elementos arquitectónicos como las ventanas de doble derrame o los contrafuertes sencillos que no se unen con arcos en los muros laterales como, de hecho, era típico de la tipología arquitectónica que utiliza el taller de Xunqueira y que sí se habían utilizado en la iglesia románica de Montederramo. Desde el punto de vista decorativo llegan algunos modelos de capiteles como los compuestos por hojas lisas que cobijan bolas o palmetas bajo sus puntas. Un buen ejemplo de esta influencia es el tipo de capitel con entrelazos unidos en forma de aspa que aparece en las partes más antiguas de la abacial ursariense y que, fruto de un taller itinerante, aparece no solo en Xunqueira de Espadanedo sino también en otros edificios coetáneos tanto pertenecientes a la orden, como San Clodio, como a otro tipo de instituciones, como por ejemplo San Pedro de Ramirás o Santa Mariña de Augas Santas. En general, aunque en Xunqueira se copien o reinterpreten estos modelos son siempre realizados con una calidad menor y un modelado más seco que denota la presencia de un taller local que conoce los últimos modelos decorativos pero que carece de la pericia técnica de estos. De hecho, el epígono de este taller es un maestro que labra algunos capiteles situados en el último tramo de la iglesia en los que se aprecia una talla arcaizante de tradición prerrománica en la que se ha perdido totalmente el sentido de la composición y el modelado.
El otro foco artístico del momento que proveerá de modelos al taller de Xunqueira de Espadanedo es el de la catedral de Ourense. Su influencia es más tímida y aparece localizado en ciertos detalles de la cabecera y, sobre todo, en la portada norte de la iglesia donde los capiteles vegetales tienen la carnosidad en sus hojas y estilemas como los ejes perlados que son claramente una reinterpretación de modelos mateanos del taller que comienza a trabajar en la obra de Ourense en la década de los ochenta del siglo XII. También es propia de este taller el tipo de decoración de las arquivoltas: el grueso toro atado rítmicamente por hojas o la chambrana con motivos vegetales de modelado carnoso y cuidado. La cornisa sobre arquitos que se colocó sobre la portada es el elemento más destacable de esta influencia ourensana ya que fue ampliamente utilizado en las partes altas de la catedral y, desde ahí, difundido por los talleres locales en multitud de construcciones periféricas como la iglesia de Santiago de Allariz, de donde, por cierto, pudieron llegar aquí. En el caso de Espadanedo, el taller hace una reinterpretación en clave cisterciense del modelo catedralicio y alaricano simplificando al máximo los elementos y evitando cualquier tipo de decoración de las cobijas o de la cornisa. La deficiente adaptación de este tornalluvias al espacio que ocupa –tapa la parte baja de la ventana superior y monta sobre la chambrana de la portada– hace pensar que su presencia no estaba prevista inicialmente y que la llegada al obrador de la influencia ourensana en el transcurso de las obras fue la que motivó su construcción.

Ajuar litúrgico
Durante la reforma de época moderna que supuso la “actualización” de los altares de la iglesia, se conservó, sin embargo, la antigua ara y una parte del antiguo frontal pétreo, que quedaron en uso, casi como si de unas reliquias del pasado se tratase, bajo el nuevo retablo barroco. Rescatados hace unas décadas y situados en el centro del presbiterio, ambas piezas permiten hacernos una idea de la envergadura del ajuar litúrgico románico de la iglesia que, aunque realizado con una economía de medios evidente, evitando los metales preciosos, no deja de tener una cierta prestancia y una austeridad muy en la línea del ideario cisterciense.
El ara es de grandes dimensiones (267 cm x 69 cm x14 cm) y tiene sus perfiles cortados en caveto. Su envergadura debió de ser todavía mayor ya que se aprecia claramente que para situarla en la posición que hoy ocupa en el centro del presbiterio, esta fue cortada quedando aproximadamente la mitad de ella embutida bajo el retablo mayor y en la parte trasera de este. En su configuración original, el ara estaría situada contra el hemiciclo absidal sobre una base de sillares de piedra que en parte se conservan también bajo el retablo. En la parte delantera, este basamento estaría rematado con el frontal pétreo del que han sobrevivido los dos grandes fragmentos reutilizados en el altar actual (140 cm x 98 cm x 36 cm). Está formado por una serie de arquitos de medio punto labrados en escocia y decorados con bolas. Se apoyan sobre capiteles vegetales que repiten los modelos vistos en el templo. Bajo ellos, columnas monolíticas que descansan sobre basas áticas y un delgado basamento.
Este altar se incluye dentro de una serie de muebles litúrgicos realizados en piedra labrada que, no olvidemos, originariamente deberían de haber estado policromados buscando emular los preciosos frontales y retablos argénteos que mostraban las grandes abadías y catedrales. De hecho, el frontal de Xunqueira tiene un interesante parangón en el conservado en la iglesia de Santiago de Allariz donde se repite exactamente el mismo esquema aunque con una envergadura menor. También, y dentro de este ambiente cisterciense, hay que citar el conservado en el altar mayor de Santa María de Aciveiro, donde el esquema se enriquece al utilizar columnillas dobles para sostener las arquerías que animan el frontal.
Recientemente han sido recuperados los antiguos altares románicos de los ábsides laterales que se encontraban ocultos por los frontales de madera de los retablos barrocos que los cubren desde el siglo XVII. Ambos tienen unas medidas muy similares (150 cm x 97 cm x 110 cm) y una configuración idéntica. Sobre un cuerpo inferior prismático formado por sillares de granito se colocó el ara formada por una gran losa de perfiles en caveto. En la misma intervención se constató que bajo las aras existían sendos receptáculos donde todavía se encontraban restos de reliquias y del carbón utilizados durante la consagración de las mismas.
En el claustro, embutidas en el muro de la iglesia se conservan otras dos piezas románicas que pudieron haber pertenecido a este ajuar litúrgico (295 cm x 55 cm y 67 cm x 45 cm). Su superficie, estrecha y muy alargada, está cubierta también por arquitos, aunque de poco relieve y perfiles prismáticos, que se apoyan sobre pequeñas columnas con capiteles vegetales. Podrían haber formado parte del altar mayor a modo de retablo pétreo. De este modo los arquitos serían el marco para una posible figuración pintada sobre su superficie que hemos perdido y que haría más comprensible su función.
En el tercer tramo de la nave lateral del evangelio se conserva, todavía en uso, la antigua pila bautismal románica del templo. A pesar de ser una iglesia monacal disponer de una fuente bautismal era muy necesario ya que este tipo de instituciones monásticas, en ámbitos rurales como en el que nos encontramos, actuaban a modo de parroquias de los legos que habitaban y trabajaban en sus dominios. Es una pila circular realizada en único bloque de piedra de granito (110 cm x 77 cm). Ha sido recientemente restaurada y colocada, exenta, sobre un basamento circular, por lo que se levanta a una altura más cómoda para el actual bautismo por infusión. Sobre este está la base circular original de la pila sobre la que se desarrolla la copa. Esta es de forma troncocónica invertida. Como única decoración dispone, en su parte baja, de un ancho listel para marcar el comienzo de la copa y en la parte superior una gruesa soga que da paso al borde, conformado por un grueso bocel. A pesar de esta extrema sencillez que hace difícil una datación precisa, datos como la tipología de pila y sus dimensiones invitan a situar su realización en el primer tercio del siglo xiii, con la iglesia finalizada y lista para recibir el amueblamiento litúrgico necesario para la impartición de los sacramentos.
En la entrada el templo, bajo el coro moderno, se encuentra una pila de agua bendita. La base es una gruesa columna con la basa labrada en el mismo bloque y que parece la original de la pila ya que se adapta perfectamente al diámetro de la copa. Esta es muy abierta y se decora con una serie de gallones cóncavos en el centro de los cuales aparecen otros convexos y más estrechos. Se trata de la obra de un cantero conocedor de la tradición románica que ejecuta la pieza con una técnica poco refinada que impide una mayor precisión cronológica.

Piezas dispersas
En la iglesia se acumulan una serie de piezas graníticas de diferentes épocas procedentes de diversas intervenciones tanto en el templo como en las estancias anexas al claustro. Dos de ellas forman la parte baja de una columna geminada. El basamento (53 cm x 27 cm x 33 cm) está compuesto por un plinto escalonado sobre el que se asientan las basas unidas de las dos columnas que rematan en la parte superior por un grueso bocel. Sobre él se asientan los dos fustes, también unidos (40 cm x 20 cm), y de un considerable grosor. Por su tipología, cabría enmarcarlos dentro de la obra del claustro románico desaparecido donde podrían haber tenido la función de sostener alguna de sus arcadas.
Más enigmática resulta otra pieza situada junto al machón que separa el ábside principal y el de la epístola. Se trata de un sillar de gran tamaño (105 cm x 29 cm x 52 cm) horadado hasta la mitad de su profundidad por sendos huecos en forma de arco. Su rosca se decora con una moldura realizada con sumo cuidado. Es difícil definir la función original de esta pieza que, sin embargo, cabría relacionar con algún tipo de credencia abierta en el muro de la que esta pieza sería el dintel.
En un baño de la sede el ayuntamiento de Xunqueira de Espadanedo, sito en el edificio del antiguo monasterio, se observan una serie de losas sepulcrales que fueron reutilizadas para cubrir la pequeña estancia. En una de ellas se aprecia claramente el dibujo inciso de un báculo abacial, por lo que no sería descabellado pensar que hubiera pertenecido al enterramiento de uno de los abades medievales del monasterio. De hecho, lápidas con la misma tipología se detectan en el área ourensana durante todo el siglo XIII en otros cenobios coetáneos como San Salvador de Celanova o Santa Cristina de Ribas de Sil.

 

Serantes
La localidad de Serantes se encuentra en el municipio de Leiro, en la comarca de O Ribeiro, a unos 40 km de Ourense. Para acceder a la iglesia hay que dirigirse hacia el Oeste, en dirección a las localidades de Lebosende y Lamas.

Iglesia de Santo Tomé
Pertenecía al monasterio de Santa María de Melón y las menciones documentales conservadas son del siglo XIII.
Se trata de una pequeña iglesia que repite el esquema de una nave y ábside rectangulares tan típico del románico rural gallego. Destaca en este caso, sin embargo, la altura de la nave frente a la altura del ábside, mucho más bajo el segundo, efecto que es potenciado, además, por el acusado desnivel del terreno del lado oriental. Por lo demás, volumetrías perfectamente definidas que solo son alteradas por una torre campanario barroca y la sacristía anexa al muro meridional de la cabecera, que presenta una inscripción con el año 1732 en el lado sur. Los enormes paramentos que provoca la singular altura a la que nos referimos no se perciben, sin embargo, desnudos.
El juego de contrafuertes del lado norte o el muro saliente del lado sur, junto con los prominentes aleros de arquillos, proporcionan una sensación de conjunto que encuentra en la fachada occidental un digno remate a uno de los ejemplos paradigmáticos de la arquitectura orensana de finales del siglo XII, principios del XIII.
El muro norte se organiza en cuatro tramos separados por contrafuertes. Estos se elevan dos tercios de la altura total del muro, dando lugar a una franja continua previa al remate del tejado. El alero se compone por una línea de cobijas cortadas en nacela decorada con rombos. Conforman la cornisa un total de veintiocho arquitos apoyados en otros tantos canecillos. Los arquitos del alero van a acoger en ocasiones decoración, geométrica mayormente –bolas, solas o en grupos de hasta tres–, veneras o entrelazos. Otro tanto ocurrirá con los canecillos, que también van a nutrirse de motivos geométricos, vegetales y figurados. Completan el lienzo septentrional dos vanos en aspillera en los tramos centrales del muro.
En el lado sur, más alterado que el norte, destaca el refuerzo del muro que enmarca el acceso meridional y cuyo vierteaguas ha sufrido arreglos recientemente. La cornisa carece de los consabidos arquillos en el tramo inicial de oriente, ubicándose hasta cinco canecillos directamente bajo las cobijas. Esto obedece a las modificaciones provocadas por el añadido de la torre. Las cobijas, también en este lado, se cortan en nacela con rombos. Los canecillos se decoran aquí con una suerte de motivos geométricos, algunos vistos en el lado norte, combinados con algunas representaciones figuradas de personajes en distintas actitudes. Bajo los arquillos también nos vamos a encontrar algún que otro motivo decorativo, de bolas o cabezas de personajes, en su mayoría.
La portada que se abre en el lado de la epístola está, como decíamos, enmarcada en un tramo de muro saliente, al que se abre, además, una aspillera.
Este acceso, aunque es de muy reducidas dimensiones, se completa minuciosamente. Se trata de un vano con arco de medio punto de bocel sogueado y rosca con media caña decorada con dientes de sierra entre listeles, con chambrana de hojas dispuestas radialmente y enmarcadas entre finos listeles. Estas hojas, motivo muy difundido y llevado aquí al extremo del geometrismo, doblan sus puntas para acoger bolas en su seno. La arquivolta apea en un cimacio cortado en nacela decorada, en el extremo occidental, con bolas que dejan paso a una serie de reptiles muy deteriorados. En el lado oriental, el cimacio se completa con una gruesa serpiente.

Las columnas, de fuste liso, apean sobre basas de corte ático con el toro inferior muy desarrollado, que soportan sendos capiteles con decoración figurada. En el capitel del lado occidental se representa una lucha entre hombre y cuadrúpedo (¿un león?) y entre hombre y ave en el oriental. Las mochetas que sostienen el tímpano representan sendas cabezas, tocadas, que se giran hacia el exterior. En el tímpano se representa una cruz potenzada con ensanchamientos circulares en los brazos, en bajo relieve, inscrita en un círculo. Esta cruz parece una réplica monumental de la cruz de bronce de San Munio de Veiga, vinculada con el primer taller de Limoges.
El ábside se organiza igual que la nave. En el lado meridional se han incorporado la sacristía y un arcosolio funerario que tapan gran parte del paramento. La cornisa se compone de cobijas en nacela con bolas sobre arquillos apoyados en canecillos, y que se nutren de formas de cabezas y distintos motivos geométricos.
Los arquitos se perfilan aquí con arista achaflanada que, en los más orientales, se decora con pequeñas bolas. Embutido en la obra de la sacristía se aprecia un contrafuerte de refuerzo del arco fajón que, en el interior, sostiene la bóveda de cañón algo apuntada. A su lado se ha practicado un vano rectangular con leve derrame externo.
En el lado norte las cobijas van a repetir la decoración de rombos que veíamos en la nave. Los arquillos vuelven a ser lisos, algo cerrados los del extremo oriental, creando un efecto de herradura que debe obedecer a una reforma posterior.
Los canecillos sobre los que apean –ocho en total– se decoran con cabezas de animales, motivos geométricos y decoración vegetal muy deteriorada en algunos casos. Además del refuerzo del arco fajón que también vimos en el lado meridional, aquí se han añadido dos gruesos contrafuertes lisos. El muro oriental debió ser reconstruido recientemente, borrando todo rastro de la ventana que en él se abría. A esta ventana deben pertenecer los capiteles entregos que aún se conservan apartados en el interior de la nave. Estos están decorados con distintas escenas de aves y personajes en actitudes de difícil interpretación. Cabe imaginarse una ventana completa, con doble abocinamiento de medio punto sobre columnas.
La fachada occidental se organiza a partir de dos grandes contrafuertes prismáticos que enmarcan los dos cuerpos que la componen; uno inferior con la portada; otro superior con vano en forma de rosetón.
La portada se conforma a partir de una doble arquivolta tímidamente apuntada. El arco interior se decora con bocel y medias cañas en intradós y rosca, ubicándose en las medias cañas de esta una serie de cogollos –tres por dovela–. El segundo arco se perfila con un sogueado con medias cañas que acogen en la rosca unas hojas puntiagudas con prominente nervio central, que se doblan para acoger una bola en su extremo superior, y que están dispuestas radialmente. En la media caña del intradós se colocan hojas carnosas, aveneradas, dispuestas, igualmente, de forma radial. La chambrana se separa del segundo arco por una moldura en junquillo seguida de un sogueado y se remata con un caveto con fino listel externo que acoge una serie de hojas de acanto dispuestas radialmente, muy amplias estas, que se doblan creando caulículos.
Las arquivoltas apean sobre un cimacio en caveto que se decora con figuras zoomórficas y que se extiende hasta los contrafuertes laterales. En el lado septentrional se colocan aves, bóvidos y una figura tumbada con callado en la cornisa exterior; cánidos en el cimacio del capitel interior. En el lado meridional, dragones, reptiles y peces. Los capiteles se apoyan sobre columnas adosadas de fuste liso las internas, y entorchado las externas, sobre basa ática y plinto liso. Los capiteles están ricamente decorados. En el lado norte, en el exterior se representa una escena de tres hombres entre motivos vegetales en la que se ha interpretado, el central, que se coloca en el vértice de la cesta, como un Espinario de carácter priápico. El que está a su lado cubre su cesta con tallos entrelazos y otros elementos vegetales. En el lado sur, el interior de los capiteles presenta dos aves, dispuestas en sus caras mayores, que picotean una misma piña colocada en el ángulo. Ambas aves se apoyan sobre sendos animalillos cuadrúpedos. El capitel que resta de este grupo se decora con grandes hojas ubicadas en los ángulos, que se rizan en los extremos creando pequeñas volutas y que se parten longitudinalmente por un grueso tallo. Las jambas se cortan en arista viva.
Portada oeste
Tímpano
Capiteles de la portada oeste
Capiteles de la portada oeste 

El tímpano se apoya sobre mochetas con representaciones de cabezas de animales. En el lado norte un cánido con un cuadrúpedo en la boca (¿Lobo y cordero?). Al lado sur un bóvido.
El tímpano está muy ricamente decorado. En él nos encontramos una cruz trebolada en cuyos brazos se posan dos aves. Vegetación de fondo y dos personajes, uno que se echa una mano a la mejilla y el otro que contempla la cruz. Se trata de la representación de un Calvario, con María y San Juan a los pies de la cruz. El borde del tímpano se completa con una inscripción: fvndata est (ista ecclesia) sub era mccviii, es decir, año 1170.
Sobre la portada, separando los dos cuerpos de la fachada, se extiende, de contrafuerte a contrafuerte, un tejaroz que va a repetir el esquema de arquillos sobre canecillos que vimos en los aleros de los muros laterales. Bajo los once arquitos se sitúan distintos motivos geométricos o personajes que adoptan variadas posturas.
En los diez canecillos que sustentan estos arcos veremos igualmente personajes que plasman una serie de actitudes, tanto obscenas como cotidianas, y una enorme y monstruosa cabeza en el extremo meridional. Destacan, entre ellos, un espinario, una mujer exhibicionista, un hombre que bebe de un tonel, un malabarista y dos canecillos con lectores, uno de ellos con una pareja que comparte un libro. El tejaroz se culmina con una cornisa decorada con carnosas hojas como las que veíamos en la chambrana de la portada.

El cuerpo superior de la fachada se organiza en torno a un rosetón flanqueado por una doble arquivolta.

Rosetón
 

El arco interior, de medio punto, se corta en bocel, media caña y un deteriorado baquetón en su rosca.
El segundo arco se completa con listel sogueado y nacela decorada con motivos geométricos. La cornisa sobre la que apean los arcos se decora con motivos geométricos. En el extremo norte se crea un zigzag de ángulos rectos que acogen pares de bolas en sus senos. Este zigzag se vuelve curvo en las piezas interiores, que pasan a completar sus senos con una sola bola. Sobre estos motivos, un fino listel se decora con dientes de sierra. En el lado sur el deterioro no permite precisar qué completa el zigzag, mientras que el listel se remata en estría plana. Las columnas se realizan en fustes lisos, monolíticos, geminadas las interiores, sobre basa ática. Los capiteles se decoran con motivos vegetales, que en el caso de los mejor conservados se puede apreciar el típico juego de hojas vueltas con bolas en el extremo superior. Un hermoso rosetón completa el conjunto, decorado con diversos motivos geométricos de amplio zigzag y bolas en el remate mural, con núcleo de vano polilobulado –de seis arquillos ultrasemicirculares– rematados con un anillo de decoración vegetal, y rosca con un motivo en Y –resultado de crear una secuencia de arquitos trebolados– repetido doce veces y dispuesto radialmente. En el hastial que remata la fachada, nos encontramos una cabeza. El muro se completa a dos aguas, en cuyo vértice se coloca una cruz antefija con entrelazos calados.

El interior de Santo Tomé de Serantes es amplio y diáfano. Destaca la altura de la nave, apenas alterada, y a la que se abren cinco vanos, además de los dos accesos. De las ventanas, las dos del muro norte y la que se abre en el muro sur, son abocinadas, de amplio derrame interno, rematadas en arco de medio punto. Las dos restantes corresponden al muro oriental de la nave y al hastial occidental. La primera es un vano abocinado recto, de profundo derrame interno, que debió ser modificado en época moderna. La última es un amplio rosetón, doblado, que perfila las molduras que lo componen en chaflán.
El arco triunfal marca, de algún modo, el fin de la austeridad que prima en la nave. Se trata de un arco doblado y apuntado que se corta en arista viva, sin más decoración.
La dobladura del arco, sin embargo, se va a perfilar en bocel, con doble media caña en el intradós y amplia media caña en la rosca, decorada esta con bolas a lo largo de su recorrido.
La chambrana que culmina el juego de arcos se corta en nacela con fino listel en el extremo, la primera decorada con tres filas de gruesos billetes. Esta apoyaría en un cimacio, hoy oculto por añadidos posteriores, que debía rematar o a la altura de la chambrana o en el extremo de la nave. Esta imposta va, sin embargo, a circundar los capiteles y a continuar por los muros laterales del ábside hasta el extremo oriental del mismo. Su decoración va a variar a lo largo de su recorrido.
El frontal que daría a la nave está oculto tras un retablo en el lado del evangelio y detrás de un baldaquino gótico en el lado de la epístola –y probablemente repicado–. Sobre el capitel septentrional vamos a encontrarnos un cimacio en nacela, decorada con entrelazado de doble baquetilla, que acoge en los huecos una especie de frutos de los que vemos tallo y cáliz, donde el primero va a alternar su posición entre la parte superior o la inferior. En el lado meridional, el cimacio va a presentar una doble baquetilla ondulante que presenta hojas carnosas en sus huecos. Los capiteles van a estar igualmente decorados. En el del lado norte una serie de personajes agarran y alimentan aves. En el del lado sur, se disponen en las esquinas hojas carnosas y nervadas que rematan en volutas, mientras que en el frontal se sitúa una piña con largo tallo. Estos apean sobre columnas de fuste liso sobre basa ática que decoran el toro inferior y plinto con motivos geométricos, vegetales y con cabezas en los ángulos.
El capitel más interesante es el que muestra a unos personajes que parecen sujetar cuencos o cálices de donde beben grandes aves.
 

El ábside ha sufrido algunas modificaciones. Se trata de un espacio dividido en dos tramos rectos de los cuales el primero apea en un banco de fábrica, que se corta a bocel, y que ha sido mutilado en el lado de la epístola para realizar el acceso a la sacristía en época moderna. Se cubre con bóveda de cañón apuntado reforzada con un arco fajón con una cabeza tallada en la rosca de la clave, y que se apoya en columnas que repiten el esquema del arco triunfal; en el lado septentrional, prominente cimacio en nacela con decoración de entrelazos, capitel con doble orden de hojas que vuelven sus puntas para acoger grandes bolas que a veces son cabezas, fuste liso y basa ática sobre plinto que apea en el mencionado banco; en el lado meridional, cimacio en estría plana con hojas carnosas y nervadas que vuelven sus puntas para acoger bolas en su seno, capitel de entrelazos con cabezas de cánidos en los ángulos superiores que muerden las cintas, fuste liso y basa ática que apea igualmente sobre plinto liso y sobre el banco de fábrica.
La imposta que, como decíamos, recorre el perímetro interior del ábside se corta en grueso listel con nacela que alberga un número irregular de bolas. En el lado de la epístola, a baja altura en el muro del tramo oriental, se abre una credencia de arco de medio punto en arista viva. A la altura de la cornisa se ha practicado un vano en aspillera de vertiente interna, mutilando los elementos originales del muro.
Las vinculaciones estilísticas expuestas en Santo Tomé de Serantes son varias. Por un lado, distintos elementos decorativos –como los rombos de las cobijas– reiteran formas de gran difusión en la zona del Avia. Otra influencia patente es la que emana de los modelos cistercienses. Oseira y su influjo se plasma aquí en distintos modelos vegetales que vemos, por ejemplo, en los capiteles de la cabecera, motivos de hojas con bolas y otros rasgos de carácter austero. Por otro lado, son también evidentes las influencias que llegan de la catedral auriense, plasmadas aquí en esos arquillos que recorren el alero, o las bolas en las cobijas, que veremos también en Santa María de Beade, San Xoán de Ribadavia y otros muchos ejemplos de la provincia, y que están presentes en el crucero y ábside de la sede diocesana. Todos estos detalles hacen inviable que la fecha que recoge la inscripción en el tímpano occidental sea la de culminación del templo. Esa fecha ha sido interpretada como la fecha de fundación, de este modo, la construcción de la misma no debió ser anterior al siglo XIII.
Finalmente, solo queda señalar la presencia, en el interior de Santo Tomé de Serantes, de tres elementos que deben llamar nuestra atención. El primero, una pila bautismal románica, muy desgastada, de amplia copa con decoración de ondas en el extremo superior. El segundo, una pila de agua bendita con bolas en el anillo del borde superior, probablemente posterior. Por último, un baldaquino de finales del siglo XV ricamente decorado. En él se representan a San Pedro y Santiago Peregrino en uno de los dinteles, y una Anunciación en el otro. A estas imágenes las acompañan hermosas decoraciones de motivos vegetales.


Románico en Orense - Ourense y las comarcas meridionales a la capital: Allariz-Maceda y Celanova
Aunque el Camino de Santiago Francés pasa más al norte de la provincia de Orense - Ourense, el hecho es que en esta provincia se concentra una de las mayores (y mejores) colecciones de templos románicos de Galicia y de toda España.
En este apartado nos vamos a ocupar de las manifestaciones románicas preservadas tanto en la capital, la ciudad de Ourense, así como en su propia comarca (Comarca de Ourense) y las dos comarcas inmediatamente ubicadas al sur, las de Allariz y Celanova.

Ourense
Capital de la provincia y sede de la cabecera de la diócesis, la ciudad de Ourense se halla situada en las proximidades del río Miño. Sus orígenes inmediatos, por más que en la comarca se documente poblamiento desde tiempos paleolíticos, se sitúan en época romana y han de relacionarse tanto con la existencia de unos manantiales de aguas termales en As Burgas como, sobre todo, con la necesidad de proteger un puente construido para salvar ese río y que hoy, a pesar de las remodelaciones que sufrió a lo largo del tiempo, todavía persiste como símbolo de la urbe. Esta comenzó a cobrar protagonismo en época de los suevos, documentándose como sede de un obispado en el Segundo Concilio de Braga, celebrado en el año 572. Las noticias que sobre él tenemos, en consonancia con su agitada historia, son escasas y fragmentarias, fruto sin duda de un discurrir discontinuo, hasta su restauración, que será ya definitiva, en el año 1071 por iniciativa del rey Sancho II. Buena parte de la vida de la ciudad, de señorío episcopal, girará a partir de entonces en torno a este, siendo frecuentes los conflictos con el estamento civil, particularmente en tiempos bajomedievales.
No fueron tan brillantes como las centurias centrales de la Edad Media (de entonces, siglos XII y XIII, procede lo más definitorio de su monumento más significativo, la catedral), para la ciudad de Ourense, las de la Edad Moderna. La urbe conocerá, sin embargo, una importante proyección a partir de su conversión, en 1833, en capital provincial, erigiéndose de nuevo las comunicaciones, por carretera y ferrocarril (Ourense fue un hito esencial en el diseño de las vías que enlazaban el sur de Galicia y la Meseta), como las incentivadoras de su desarrollo desde finales de esa decimonovena centuria. A él se vinculará la renovación arquitectónica y urbanística que entonces experimenta –también, obviamente, su crecimiento– y que continúa en las primeras décadas del siglo XX. Este entorno pujante y expansivo es indisociable de la eclosión cultural que, en paralelo, conoce la ciudad, por entonces una de las más dinámicas de Galicia en ese ámbito.

Catedral de San Martín
Cuando el arcediano Sánchez Arteaga decidió “desencalar” la catedral en 1889, daba el último paso de desnaturalización del proyecto original románico de la catedral orensana. Edificio que había surgido de un ambicioso proyecto que pretendía convertirse, por superficie, en la segunda catedral de Galicia. Sin embargo, una serie de circunstancias adversas propiciaron que gran parte de lo proyectado no se hiciera realidad: el paso del estilo románico al gótico creó problemas de adaptación en los abovedamientos. Una mala situación económica, prácticamente endémica durante todo el proceso constructivo, impidió que se acabase la nave central con bóvedas en todos sus tramos, a la vez que se dejó sin concluir la solución prevista para la fachada occidental. Esta misma carencia de medios impidió que las dependencias claustrales previstas, no ya las originales, que ni siquiera dieron comienzo, sino otras concebidas tardíamente, quedasen abandonadas apenas iniciadas. Si toda esta penosa situación fuese poca, los conflictos bélicos del siglo XV –en 1471 la catedral fue batida y asaltada por las tropas de Rodrigo Alonso de Pimentel, conde de Benavente– arruinaron gran parte del monumento desde el crucero hasta la cabecera. A continuación se produjo una restauración que no reproducía con total exactitud la obra original, aunque todavía podemos apreciar parte del material arruinado in situ, o reaprovechado en otras partes.

La sede auriense y el templo de Santa María la Madre
En este breve estudio de la arquitectura de la catedral románica de Ourense, iniciada en el siglo xii, no podemos abordar la compleja problemática del origen del posible templo catedralicio anterior al actual. Un minucioso análisis crítico del tema ha sido realizado por Eduardo Carrero (2002). Aquí solo nos ocuparemos de intentar clarificar algunos aspectos de la iglesia material donde residía la sede auriense durante la prelatura de Ederonio (1071-1088), que sin duda era una situación provisional motivada por los importantes problemas ocasionados por la reordenación del territorio y de su población.
Un documento suscrito por Sancho II y su hermana Elvira, del año 1071, confirma la restauración de la antigua sede. El texto nos informa de una iglesia –se sobreentiende que habla de un edificio material– cuyos patronos son la Virgen y san Martín obispo. Dicha iglesia “ha sido fundada en la ciudad de Ourense junto al río Miño”. Aunque sin duda el texto ha sido interpolado, en lo que para mí estudio interesa creo que se corresponde con la realidad histórica. En esencia, según se comprueba con otras fuentes documentales de época, lo que nos dice es lo siguiente: se trata de un templo cuya advocación principal es la Virgen y en segundo lugar figura el santo turonense. Todo ello nos lleva a pensar que el altar mayor sería el de la Virgen que también daría nombre de referencia al templo. En esta iglesia, Santa María la Madre, que, aunque renovada, todavía se conserva, se realizó una obra importante: una puerta o tal vez portada monumental.
El epígrafe, dado a conocer por Flórez, todavía permanece en la actual fábrica barroca. En esta inscripción se habla de las puertas por las que entran los fieles en el templo, lugar destinado a la penitencia, donde se llora por los pecados cometidos. Termina el epígrafe informándonos del promotor de la obra y el año de inicio de la misma: Ederonio obispo, inició la obra en la era 1122 (año 1084).
Existe en este texto la idea de puerta como lugar penitencial bajo la advocación de Cristo, según la más estricta tradición de la liturgia hispana, pero que también sostendrá, en iguales términos, la liturgia romana.
Durante la segunda mitad del siglo XI idénticos mensajes son representados figurativamente en templos como el de Jaca o el de Santiago de Compostela. En esta inscripción no se habla de la edificación de un templo, ni de su consagración, tal como afirman los especialistas que se han ocupado del templo. Según estos historiadores, apoyándose en su, para mí, equivocada interpretación del epígrafe, consideran que se construyó un nuevo templo. Cierto que en el epígrafe figura un incoabit opus, pero la obra cuya construcción se inicia no es el templo, sino que en el contexto queda muy claro que se trata de la puerta. Como conclusión diría que el templo de Santa María la Madre era una sede catedralicia provisional durante la prelatura de Ederonio. En este edificio, que tan solo podemos calificar de tradición hispana, se realizó una portada, posiblemente monumental. He interpretado esta obra, y en especial su significación doctrinal, como fruto del proceso de renovación de las catedrales durante el reinado de Alfonso VI. Si fuera así, bien pudiera corresponder a una portada románica con cierto empeño monumental.

La secuencia histórica de la catedral románica
La información documental sobre el proceso de construcción de la catedral que conservamos en la actualidad no solo es muy parca e imprecisa, sino que, además, resulta muy desorientadora.
Catedral de Ourense vista dende o Auditorio municipal. Ourense, Galiza.
 

Lo primero que tendríamos que resolver es fijar en qué momento la catedral de San Martín tuvo un templo propio, distinto de Santa María la Madre. Será durante la prelatura de Diego (1100-1132) cuando en la documentación figure la iglesia de la sede auriense con este santo como primera advocación, no figurando ya la Virgen como en la época anterior. Esto podría hacernos pensar que por entonces se había dispuesto un templo específico para catedral. Sin embargo nada de lo que se conserva de la catedral medieval corresponde a esta época.
Sabemos que el obispo Pedro Seguín (1157-1169) trasladó el cuerpo de santa Eufemia a la catedral, depositándolo bajo el altar de San Martín. Aunque algunos discuten sobre si este suceso tuvo lugar en 1159 o 1162, si tenemos en cuenta los dos documentos de Fernando II del año 1160, por los que el monarca agradece su curación a santa Eufemia “cuyo sacratísimo cuerpo descansa en la iglesia auriense”, debemos suponer que solo tiene sentido el año 1159 como datación para el traslado. Es decir, según mi criterio, por estos años ya existía una catedral o parte de ella en donde custodiar las reliquias de esta santa. Por otro lado, don Pedro consagrará una parte de la iglesia de Santo Estevo de Ribas de Sil, cuyas obras, según inscripción conservada en un pilar de la nave, progresaban en el año 1183. Este edificio tiene una importancia decisiva, pues su ábside central evoca de manera muy precisa el de la catedral.
En el año 1188, con motivo de la traslación de unas reliquias de san Martín, se consagra un nuevo altar mayor de la catedral, constituido por columnas de capiteles vegetales, con una central en forma de cariátide. Esta tenía un sepulcro donde se depositó el acta de consagración. Pese a no contar con el original de este documento, conocemos una breve síntesis del mismo recogida en la nueva acta de 1515. Por este texto sabemos algo sobre las circunstancias que propiciaron la ceremonia de 1188. El altar fue dedicado por Gadino, arzobispo bracarense, por Alfonso, obispo auriense, por el lucense Rodrigo y por el tudense Pedro. Se produjo la correspondiente imposición de reliquias del citado confesor, que habían sido solicitadas por Fernando, rey de León y de Galicia (1157-1188), por Pedro, arzobispo compostelano (1173-1206), y por Alfonso, obispo auriense (1174-1213), al santuario de Tours. Decano, tesorero y toda la comunidad turonense decidieron atender la petición y realizaron el siguiente envío: “del polvo de la carne del mismo confesor, que fue recogido del sarcófago, en el que había sido depositado su santísimo cuerpo; además cierto pedazo, con otras partículas y minúsculos fragmentos que, del citado santo y del sarcófago consagrado por Dios, pudieron ser arrancados”.
Un nuevo traslado de las reliquias de santa Eufemia nos suministra una posible datación de la capilla absidal del colateral meridional del altar mayor. El obispo Alfonso (1174-1213) tomará la decisión, en el año 1211, de colocar el túmulo de Eufemia en el ábside colateral de la epístola. Lo que no sabemos, con absoluta certeza, es si la capilla se hace en este momento o existía bajo otra advocación. Volveremos a este asunto al tratar del proceso constructivo.
Del episcopado de Lorenzo (1218-1248), contamos con algunas noticias muy precisas sobre la marcha de las obras catedralicias. En 1227 el muro septentrional de la catedral estaba terminado, pues en él se situaba la puerta que se abría a la capilla de San Juan. Esta, que daba nombre a la nave, recibía una generosa dotación de ornamentos y de personal por parte del deán Odoario Ordóñez que la elegía como lugar de su sepultura. Pero lo más importante es que el prelado Diego será considerado como el que dio por concluida la catedral. Sobre este tema la información consta en el Chronicon mundi (h. 1238) de Lucas de Tui. Ahora bien, las dos versiones de esta obra se expresan de manera sustancialmente diferenciada. El texto romanceado nos informa en los siguientes términos: “Lorencio, obispo de Ourense, hedificó el campanario de essa yglesia con piedras quadradas”. Sin embargo la versión latina va más lejos, pues lo que construye Lorenzo con sillares (quadros lapidibus) es la “iglesia misma –eiusdem ecclesiam– y el palacio episcopal –episcopium–”. Tal vez podamos conjugar ambas versiones considerando que la construcción de la torre conllevaría el cierre de la catedral por su fachada occidental, y con ello se daba por terminada la catedral y así se podía atribuir su construcción a don Lorenzo. De los datos expuestos hasta aquí se puede deducir una construcción que iría desde la época de Pedro Seguin hasta la de Lorenzo, lo que nos llevaría a enmarcarla, de manera simplemente referencial, entre los años 1157 y 1238 (año en que se concluye la redacción del citado Chronicon). Esta cronología, con mínimos matices, ha sido aceptada por prácticamente la totalidad de los historiadores que se han ocupado del tema. Con esta datación extrema nos encontraríamos que la catedral de Ourense se habría edificado de una manera muy rápida, apenas en ochenta años, un tercio de tiempo menos que la catedral tudense, la más parecida en el empleo de recursos románicos y góticos, y siendo la tudense prácticamente menos de la mitad de superficie. En realidad el proyecto original de la catedral no se había acabado: de las dos torres de la fachada occidental solo se concluyó la septentrional, mientras que los seis tramos últimos de la nave central simplemente se cubrieron con una estructura de madera. Es muy probable que esta parte del templo, como en tantas otras iglesias gallegas, la armadura de madera fuera única para las tres naves, pues bastaba con prolongar la pendiente de cada uno de los tejados de las naves colaterales hasta su encuentro en medio de la nave central.

El proyecto original
El espacio destinado para el nuevo templo catedralicio ocupaba la ladera meridional de Montealegre. Una larga y acusada pendiente obligaba a situar el extremo occidental del plano del suelo a más de siete metros de altura sobre el nivel viario existente en esta parte. Como es natural, fue necesario crear una potente infraestructura abovedada que sirviese de soporte, además de tomar otro tipo de medidas que evitaran que el bloque del edificio sufriese desplazamientos longitudinales e incluso laterales. El tema, a este respecto, no era nuevo en Galicia; la catedral compostelana había tenido que superar el fuerte desnivel del terreno y para mantenerse de forma estable se emplearon soluciones como las que vamos a ver en la catedral orensana.
Planta original, según I. Bango (Dibujo: J. M. Tirado)
 

Se proyectó una gran cabecera articulada sobre un crucero de una sola nave; esta era acusadamente más ancha que la nave mayor. Con esta anchura se pretendía evocar en tono menor la espacialidad monumental que perdía con la supresión de naves colaterales y lógicamente su correspondiente tribuna. Esta supresión de elementos esenciales en Santiago de Compostela, que ni siquiera el proyecto miniatura de la catedral tudense había realizado, seguramente no tiene más explicación que razones económicas. Con el fin de disimular la pérdida de monumentalidad real de este espacio, se recurrió a la aplicación de una decoración escenográfica sobre los paramentos: el orden de ventanas sustituía el efecto de las arcadas de la tribuna compostelana, mientras que en los frentes extremos del crucero se articularon con una armoniosa triple arquería.
Al crucero se abren cinco ábsides en batería. Los tres centrales son tangenciales y se corresponden con las tres naves del templo. Cada uno de los otros dos se sitúa en el centro del muro oriental de cada brazo del crucero. De los cinco, en la actualidad, solo se conserva el central, el destinado a altar mayor, pues los otros cuatro han sido destruidos por ampliaciones posteriores. Cabeceras de cinco ábsides en el románico español no son raras, incluso dentro del tardorrománico, tal como podemos ver en los casos de las catedrales de Lérida o Tarragona, también en grandes colegiatas como Santa María del Azogue (Benavente). La gran diferencia con estos edificios es que todos ellos tienen los cinco ábsides tangenciales, en Ourense solo los tres centrales lo son, mientras que los dos extremos se disponen dejando un tramo intermedio. En este sentido, la misma disposición planimétrica, prácticamente idéntica, corresponde a la iglesia románica de Santo Domingo de Silos.
Fachada oeste
 

Para explicar esta ampliación del número de ábsides se ha repetido tradicionalmente que era con el fin de que las grandes comunidades de monjes o canónigos pudieran cumplir con la vieja norma canónica de no repetir, en un altar, los oficios más de una vez en el mismo día. Incluso existía la costumbre de que en algunos santuarios no todos los miembros de la comunidad tenían la autorización para celebrar en el altar principal. En realidad esta no debió de ser una de las razones principales, pues iglesias con más de dos docenas de altares dispuestos por el templo, cosa bastante habitual desde época carolingia, no debían tener graves inconvenientes para resolver este problema. El deseo de dotar de un marco arquitectónico conveniente a determinados altares, ya sea por la importancia de la reliquia que custodiaban o por la función ritual que desempeñaban, debió de obligar a la multiplicación de ábsides. En todo caso es evidente que esto no solo ponía en valor el espacio de la capilla y su contenido, sino que en aquellos días solemnes, en los que se practicaba una liturgia procesional por el interior del templo, esta resultaba mucho más vistosa y espectacular en cada una de las grandes estaciones. A este respecto tenemos conocimiento del más importante culto martirial en la sede auriense durante los siglos xii y xiii, superando incluso al del propio patrón del templo: el de santa Eufemia. El ya citado documento de junio de 1160, emitido por Fernando II en agradecimiento por la salud recobrada gracias a la intervención de santa Eufemia, concede que aquellos que visiten el templo en la fiesta de esta santa, “tanto por causa de peregrinación, como de negocios”, tuviesen la plena seguridad a la ida y a la vuelta por seis días, tres días antes de la fiesta y tres después. Sabemos que por entonces el relicario de la santa se encontraba en el ábside mayor junto al altar de San Martín, desplazándose más tarde, como ya hemos indicado, a su propio ámbito cultual en la capilla colateral.
El testamento de María Pérez (1251) nos enumera por primera vez todas juntas las advocaciones de los grandes hitos monumentales que constituían los cinco ábsides abiertos al gran crucero. Al realizar una donación para las lámparas que arden ante los altares, la forma de numerarlas nos permite deducir la siguiente ordenación de los mismos: San Martín en el centro, Santa Eufemia en el lado de la Epístola y a continuación, en el centro del brazo meridional del crucero, San Andrés. Al otro lado, en disposición simétrica con los citados se elevan los ábsides de San Eleuterio y Santa Marina. Se citan dos capillas más: la ya mentada de San Juan y la de San Lázaro; desconozco la exacta ubicación de esta última. En todo caso ambas no correspondían al proyecto original de la catedral. Son capillas cuya construcción se debe a nuevas funciones rituales o, al menos a reinterpretación de las antiguas, razón por la que no figuraban en el proyecto general de las catedrales románicas. Suelen ser capillas góticas que se abren sobre los muros románicos del proyecto original.
Planta actual
 

El profundo presbiterio hasta el hemiciclo del ábside central se compone de tres tramos de longitud desigual, circunstancia motivada por una falta de cálculo ocasionada por la no previsión de las ojivas en el proyecto original. Así contamos con un pequeño tramo cubierto con bóveda de cañón junto al arco triunfal, una bóveda de ojiva en el centro y una segunda bóveda del mismo tipo para el tercer tramo, algo menos profundo, junto al crucero. Un buen conocimiento del hemiciclo del ábside nos permitiría definir mejor la primera fase de la catedral y, sobre todo, fijar con una cierta exactitud su cronología. El gran retablo del xvi es lo que nos impide el estudio en detalle de esta parte. Hace más de treinta años conseguí entrar por detrás de la fábrica del retablo y observar que este se componía de cinco lóbulos decrecientes en anchura hacia los extremos: los tres centrales tienen 1,85 m, mientras que los dos extremos tan solo 1,56 m. En las tangenciales verticales de estos lóbulos/absidiolos se disponían gruesos baquetones terminados en capiteles redondeados que supuse servirían de base a los nervios de la bóveda, aunque no pude verificarlo. Cada uno de los lóbulos tiene una convencional ventana románica, arquivolta semicircular apeada en un par de columnas.
Reconstrucción hipotética de la cabecera, según I. Bango (Dibujo: J. M. Tirado)
 

Ábsides circulares al exterior englobando en su interior una estructura lobulada son habituales al menos desde la época del primer románico. Los que han tratado de nuestro ábside han señalado las similitudes con la solución de la cripta compostelana, aunque no se han parado a comentar algunas diferencias notables no solo en la forma planimétrica sino también en su materialización. Más fácil y exacto en forma es señalar paralelos con un edificio más próximo geográficamente y con seguridad dependiente del modelo orensano. Me refiero a la cabecera de la ya citada iglesia de Santo Estevo de Ribas de Sil, que incluso presenta como remate de las nervaduras del cascarón del hemiciclo dos ángeles astroforos. Estos son un mal remedo de los de la catedral.
Es verdad que aquí no se ve el segundo ángel, el situado en la clave donde se juntan los nervios; una gran clave/plafón de madera tapa esta parte. Las cabeceras de Pesqueiras y de Sao Pedro de Ferreira (Portugal) son inspiraciones demasiado libres y defectuosas de lo que se quiso hacer en la sede auriense, incluso con un léxico constructivo más conservador que el supuesto modelo.
Entre 1170 y 1185 la solución dada a la bóveda de horno de los ábsides hispanos sufre una serie de transformaciones con respecto a la organización de los nervios: primero se encuentran todos en la clave del arco triunfal, después la clave de encuentro se desplaza hacia el interior, dejando libre la del arco. En nuestra catedral, si aceptamos la propuesta comúnmente adoptada por la mayoría de los especialistas, debería mos señalar que esta fórmula arquitectónica se adelantaría en algo más diez años a lo señalado por Torres Balbás, cosa que no se tiene en cuenta ni por los estudiosos de la catedral ni por los generalistas del protogótico hispano.
Como ya hemos indicado, el presbiterio ante el hemiciclo absidal se divide en tres tramos desiguales: uno pequeño y estrecho junto al arco triunfal, cubierto por una bóveda de cañón; un tramo ancho con una bóveda de ojivas con arcos cruceros de un grueso bocel entre dos cavetos; por último, un tramo cubierto con bóveda de ojivas con cruceros con un perfil de media caña entre dos boceles. Evidentemente responden a dos fases o mejor momentos muy diferentes. Más interesante resulta comprobar que los muros laterales carecen de luces directas de este espacio, la única luz vendría del gran rosetón situado sobre el arco triunfal, con indicios claros de que fue realizado forzando el muro existente con las bóvedas ya construidas. Por otro lado, salvo en los dos pilares que se corresponden con el crucero, no se pensaron apeos desde los cimientos para los abovedamientos góticos. Como comentaremos más adelante todo parece indicar que la parte superior fue reconstruida y remodelada hacia 1500.
Nave central
Retablo Mayor. Gótico flamígero de 1520, obra de Cornelis de Holanda. Considerado la obra cumbre de este artista.
Nave central mirando a la entrada
Nave del evangelio
Nave de la epístola
 

Los dos ábsides colaterales (santa Eufemia y san Eleuterio) son difíciles de definir con precisión, pues fueron derribados para facilitar el acceso a la girola cuya construcción dio comienzo en 1620. Solo conservamos integro el tramo recto de cada uno. A continuación de lo que debió ser parte de la embocadura al hemiciclo, el muro tangente al presbiterio deja un hueco, como si se correspondiese a la acción de derribar el arranque del muro del hemiciclo. Desde luego, el ábside no tuvo la profundidad que Pita dibujó en el plano de la catedral. El tramo recto conservado de cada colateral se comunicaba con el presbiterio mediante una arcada. Frente a esta, el muro exterior donde se dispone de una ventana románica de arquivolta semicircular apeada en un par de columnas. La bóveda es de crucería (un grueso bocel entre dos más estrechos). Como en el presbiterio, solo el pilar correspondiente con el tramo central de la nave del crucero disponía un soporte para los nervios; en las otras tres esquinas hubo que improvisar el sistema de consola de la que luego nos ocuparemos.
De la capilla de san Andrés desconocemos su exacta dimensión pues fue demolida para edificar la sacristía entre 1558 y 1562. Una noticia de la primera mitad del siglo xvi nos informa que esta capilla carecía de bóveda, cubriéndose con una pobre techumbre de madera (Arteaga). La idea de espacio que nos suministra esta noticia nos hace suponer que su forma planimétrica se correspondiese con un ábside semicircular precedido de un tramo recto no demasiado profundo.
En correspondencia con el ábside de santa Eufemia se encontraba el de san Eleuterio papa (175 a 189). Desconozco la razón del éxito de este santo en la Galicia del siglo XII, pero un buen número de fundaciones románicas llevan su advocación. Como nos recuerda la jaculatoria tradicional terminaría siendo el gran protector de los devotos frente a los animales rabiosos:
Can da rabia Tente en ti Que o San Alauterio está no medio De min e de ti
Aunque durante los siglos XIII y XIV las donaciones al altar de san Eleuterio se reiteran por parte de los fieles, la advocación de su altar a dos nuevos patronos, Cosme y Damián, terminará por relegarlo en la memoria de la catedral.

En el centro del crucero se abría el quinto ábside, el que se correspondería con el de san Andrés. Como este, no ha llegado hasta nosotros y de él solo conocemos la embocadura en arco semicircular y las citas continuas que se hacían a su patrona: santa Marina. Santa popular en la diócesis que, a pesar de contar con su propio santuario, también recibía veneración en la catedral. Toda la parte exterior de la cabecera del templo catedralicio constituía un atrio cerrado (el de san Martín), destinado a enterramientos privilegiados, en los que se solía elegir sepultura junto al ábside del santo preferido: junto al “ausia” o “capella” de santa Marina, o de santa Eufemia o de san Eleuterio, etc. (Arteaga y Carrero).
Santa Marina perdió muy pronto su patronazgo aquí en función de la capilla del Santo Cristo, que terminaría por hacer desaparecer la forma del ábside original.
Entre los accesos a estos cinco ábsides existieron otros altares, reducidos generalmente a la mesa del altar y una imagen o un pequeño retablo. En todo caso esto era habitual y sus advocaciones irían cambiando según los gustos devocionales de cada momento, mientras que imágenes y retablos de antiguas advocaciones quedaban descontextualizados de su ubicación tradicional e incluso retirados del culto.
Fachada norte del crucero
Puerta norte
Tímpano portal norte
 
Portada septentrional del transepto (s. XII), muy decorada, con la influencia del Maestro Mateo.
Portal norte
Portal norte
 

En los extremos del crucero se abrían sendas puertas. La septentrional era una gran portada, hoy bastante modificada por las obras del siglo XVI, pero en la que todavía podemos observar completa la rosca interna con sus evocaciones de iconografía mariana en clara correspondencia con el resto de la anunciación que, aunque mutilada, todavía se conserva. Dos estatuas columnas, Pedro y Pablo, terminaban por conferir al conjunto iconográfico mariano de la puerta el significado eclesial requerido. El nombre de esta portada fue el de la Anunciada, aunque durante mucho tiempo privó el de su función material: “puerta de la obra”. La importancia del culto al Santo Cristo hará olvidar cualquier otro nombre que no fuera el suyo.
La puerta meridional con su complejo programa de Salomón y la reina de Saba así como la moralizante imagen de Marcolfo fue durante mucho tiempo la que se abría a la parte más concurrida y popular del entramado urbano, plaza del Trigo o el Patín viejo. En cada uno de los dos tramos inmediatos a las naves colaterales se disponía el acceso a los husillos que conducían al servicio de las cubiertas de la catedral. El acceso meridional será conocido como “puerta del tesoro”, pues, además de subir al baluarte de la catedral, llevaba a una pequeña cámara destinada a depósito de escrituras y de determinados objetos de valor. Los husillos sobresalían por encima de la cubierta como cubos cilíndricos y cubiertos por un tejado cónico, muy posiblemente con tejas pétreas formando un característico escamado.

Fachada sur, torre del reloj
Portada sur
Portada sur
Capiteles portada sur
Capiteles portada sur
 

La amplia anchura de la nave del crucero creaba un grave problema a la hora de definir la base del cimborrio, pues la superior longitud del ancho del crucero sobre el ancho de la nave mayor creaba una base de forma rectangular, cuando lo lógico es que fuese cuadrada. Así durante el románico se pasaba mediante trompas o pechinas a un cimborrio de tambor poligonal o directamente cupular.
Nunca sabremos cuál fue la idea prevista en el proyecto original, en el estrictamente románico; sin embargo sí tenemos indicios de cómo sería el proyectado cuando se introdujeron las soluciones góticas en el edificio.
Cimborrio gótico sobre el crucero, añadido en 1505.
Cimborrio, bóveda de Rodrigo de Badajoz, crucero interior de la catedral
 

Los cuatro pilares tienen una disposición cruciforme compleja típicamente gótica: cuatro columnas de la cruz con sus correspondientes codillos para las dobladuras de los arcos, y otras cuatro columnas en los cuatro ángulos para los arcos cruceros de las bóvedas. En el tramo que corresponde al cimborrio, después de la realización del correspondiente al siglo XVI, todavía se conservan los arranques de los arcos cruceros de la solución gótica. Si imaginamos la solución de estos restos nos encontraríamos que este tramo simplemente se cubriría con una bóveda de crucería, tal como era habitual en multitud de iglesias tardorrománicas, especialmente en templos cistercienses. Cabría otra solución, una bóveda sexpartita con una disposición de la plementería en una cúpula capialzada y de hiladas anilladas. El ejemplo podría suministrarlo la iglesia cisterciense de San Martín de Castañeda. Sin embargo no creo en esta última solución, pues por más que he buscado no he encontrado indicio alguno de apoyos para el tercer arco crucero. Como conclusión diría que el tramo de cimborrio se solucionó con una simple bóveda de crucería, pero sobre la que se dispuso, por encima y sobresaliendo sobre el encuentro de los tejados de los dos brazos del crucero, una estructura arquitectónica, posiblemente octogonal, destinada a baluarte. Esta estructura confería al conjunto exterior de la catedral el aspecto de un cimborrio.
No conservamos este baluarte/cimborrio pues los desastres bélicos del siglo XV acabaron con él, ya que se erigía como una potente torre del homenaje del obispo en el contexto de la catedral como fortaleza. Al derrocarlo no solo se debilitaban las defensas del conjunto del edificio, sino que se pretendía poner fin a un símbolo del poder episcopal sobre la ciudad. Cuando en el proceso de reconstrucción de la catedral se procedió a edificar el nuevo cimborrio, Juan de Badajoz diseñó una estructura de aspecto exterior muy militar y agresivo, sin embargo poco funcional para estas lides y más propio de una arquitectura de escenografía de aparato teatral. Siguiendo las leyes de la época no podía ser de otra manera, pero, en el fondo, se integraba en el imaginario urbano dejando muy patente el prestigio de autoridad del cabildo y su obispo.
Fachada occidental
 

A partir del crucero, las tres naves se prolongarían en ocho tramos hasta la fachada occidental. Delante de esta, y en medio de dos torres, se dispondría un pórtico. Ni en los muros laterales, ni siquiera en los pilares de los intercolumnios, y esto es muy significativo, hay un solo indicio de que se previese un abovedamiento con crucería gótica. Se erige una columna simple y entrega en los muros, ni siquiera se prevén codillos para las dobladuras o, en último extremo, para posibles arcos cruceros. Los pilares son los cruciformes más sencillos del románico pleno: una columna por frente y un simple codillo en cada uno de los cuatro ángulos. Aunque en la actualidad cada tramo está cubierto por una bóveda de crucería, es evidente, tal como acabamos de comentar, que este tipo de abovedamiento no estaba previsto, al menos la infraestructura que se hizo así lo confirma. ¿Cómo se pretendía resolver este tema en el proyecto original? Para la nave central, sin duda, se dispondría una bóveda de cañón, lógicamente de sección apuntada. Las naves colaterales podrían tener bóvedas de arista como en Santiago, pero lo más congruente, visto los soportes de los muros, es que fuese una bóveda de cañón apuntada sobre fajones. Se trataría de la misma solución que se realizó en la iglesia del monasterio cisterciense de Oseira.
Las escaleras y torres previstas serán cuatro: una en cada una de las intersecciones del crucero con las naves, con acceso desde el transepto (ya nos hemos referido a ellas); y otras dos para flanquear la fachada occidental. Por su ubicación y su función claramente de estabilización del conjunto arquitectónico, se aprecia claramente su dependencia de la catedral de Santiago de Compostela. Mientras que las torres occidentales serían una copia prácticamente exacta de las compostelanas, las del crucero se planearían más sencillas por economía de medios y posiblemente porque tampoco se necesita un mayor volumen de contrarresto. Las torres occidentales, además de constituir un tipo clásico de fachada románica, se sitúan, como en Santiago, de tal manera que todo su muro meridional, al estar en línea con el muro de la iglesia, se ofrece como un potentísimo contrarresto a los empujes longitudinales del templo, muy acusados por la inclinación del terreno. Por otro lado, la estructura de la torre convierte a esta en la más sólida solución para fijarse ella misma y el conjunto de la fábrica: un núcleo central rodeado por los tiros de escalera rectos que siguen paralelos a los muros y abovedados con cañones. En la planta podemos observar perfectamente como el cuerpo inferior de la torre fue ensanchado para luego facilitar la construcción de nuevos pisos: la línea de recrecimiento queda marcada por el quiebro que realizan las saeteras (siglos XVII y XVIII).

Del proceso constructivo ideal a la realidad de su materialización. Del románico al gótico
Hasta aquí hemos reunido los datos históricos documentados que nos permiten fijar unos mínimos referentes cronológicos sobre la construcción de la catedral. También hemos podido definir el tipo arquitectónico románico del proyecto original. Como final intentaremos ver los cambios que se produjeron durante el proceso constructivo; no todos, sino solo los que sucedieron durante los siglos XII y XIII.
Lo primero que nos llama la atención es que todo el muro perimétrico del edificio, salvo el de cierre occidental, fue pensado y realizado en románico. Incluso los pilares de los intercolumnios fueron construidos del tipo más puro del románico pleno: los pilares cruciformes. Todas las ventanas del edificio, salvo las que quedaron por hacer en los últimos tramos de la nave central, responden al mismo esquema románico: arquivolta semicircular apeada en un par de columnas. Sin duda durante su realización se produjeron pequeños cambios ornamentales, pero que en nada modifica la idea básica de la ventana. Estas mínimas innovaciones afectaron al tamaño o a la participación de talleres de escultura distintos aportando variaciones de carácter icónico, de calidad de factura, simplemente grosor o perfil de molduras.
Si observamos la propuesta de reconstrucción que hemos hecho sobre el conjunto de la parte oriental de la cabecera, contemplamos una construcción muy sólida, indiscutiblemente románica en cada una de sus partes y en su articulación. Los grandes contrafuertes unidos por arcos en su parte superior son un claro recuerdo de los introducidos por el maestro Mateo para fijar la deriva de las naves de Santiago de Compostela. Solo nos llama la atención el orden de las ventanas: mientras que en la catedral compostelana adoptaba dos órdenes de vanos, pues dos eran los pisos que había que iluminar, aquí tan solo es uno. Únicamente la altura de los dos ábsides colaterales del presbiterio obliga a situar la ventana correspondiente a un nivel más alto. Todos los muros se asientan, como es norma en la mayoría de los edificios románicos, sobre tres banquetas escalonadas.
Del exterior de los ábsides tan solo subsiste en la actualidad la parte alta del central. Se introduce aquí el primer tipo de cornisa que caracterizará el edificio durante toda la Edad Media Se trata de arquillos semicirculares sobre canecillos esculpidos con una ornamentación pobre, muy simplificada, propia de un escultor de limitados recursos, siguiendo en su técnica e iconografía un arte muy divulgado por la Galicia de los dos cuartos centrales del siglo xii. El mismo carácter tradicional tenían las cuatro columnas que arrancando desde podios articulados sobre las citadas banquetas llegaban hasta servir de apoyo a los arquillos. Hoy día han desparecido, pero sus huecos aún denuncian de manera exacta su presencia. Los cinco espacios enmarcados por estas columnas eran ocupados en su interior por cinco hemiciclos, que comunicarían con el exterior por ventanas del tipo que vemos en el crucero.
La cornisa y las ventanas del ábside pertenecen a un mismo taller de escultura, de recursos limitados y más antiguos que los que corresponderán a la fase siguiente de la obra. Los dos ábsides colaterales supongo, siguiendo lo que suele ser normal, contarían tan solo con un par de columnas flanqueando una ventana central. En el tramo recto de estos habría una segunda ventana, de la que todavía subsiste la parte interior. Del exterior de los dos ábsides menores nada conservamos en la actualidad, por las escasas indicaciones que hemos señalado; es muy posible que contasen con un mínimo tramo recto. Y ya dentro de la mera especulación, lo más probable que careciesen de columnas adosadas y la ventana se redujera a una simple saetera.
Los tramos rectos ante el ábside central, concebidos como un volumen único al exterior, nos crean grandes dificultades de interpretación, al menos para mí, pues han sufrido tres acciones constructivas diferentes, la última de ellas producida por una importante destrucción: una primera románica, referida a la parte inferior sin incluir los pilares de acceso que forman parte de la cuadrícula del cimborrio; una segunda, ya gótica, concerniente al cierre con bóvedas de crucería; por último, la tercera suprimiendo partes antiguas semiderruidas, restituyendo el resto e inclusive erigiendo otros elementos acordes con la función y la estética del momento.
El exterior nos muestra la parte superior en la que percibimos como los muros han sido concebidos con una estructura de muros armados: contrafuertes enlazados por arcos, todos ellos reconstruidos. Los paramentos denuncian reaprovechamiento de materiales, entre ellos destaca la basa de una columna de ventana románica, posiblemente de un nivel más bajo. O no fueron pensados vanos para este nivel alto o fueron destruidos cuando los sucesos bélicos del siglo XV, circunstancia que explicaría las huellas evidentes de rehacimiento del muro. La iluminación de este largo presbiterio de tres tramos solo se conseguía por un gran rosetón. De forma bastante arcaísta para el momento y, por otro lado, realizado de mayor diámetro del previsto, pues como se atestigua, tanto por el interior como por el exterior, sus arquivoltas más externas son invasivas sobre la obra románica ya existente.
La cornisa es del mismo tipo de la que acabamos de ver en el hemiciclo central, pero mucho más completa en su decoración: se esculpen con diversos motivos las metopas y se coloca una figura en altorrelieve en el tímpano bajo la cobija curva. Las cobijas llevan además el chaflán con decoración de bolas. Ya no se trata del taller de escultura que había realizado la labor sencilla de la cornisa del ábside, sino que son los escultores importantes de las portadas y de las grandes figuras de la clave del hemiciclo central, el que se relaciona con el arte compostelano coetáneo o casi, pero que sin duda, a mi parecer, no trabajaron nunca en Compostela. Aunque una simple mirada sobre las obras esculpidas nos demuestra que existen manos de diferentes calidades, no hay duda que todas ellas responden a la estética de un mismo obrador. Cosa distinta es lo que sucederá a lo largo de las cornisas del crucero y de los dos tramos de la nave central. Se trata de otro taller, de escasos recursos, que intenta mantener el aire formal de los precedentes, pero el resultado es malo, esquemático y simplificado.
La cornisa de la parte meridional del presbiterio ha desaparecido totalmente. La interesantísima cabeza que se conserva aquí, de una enorme expresividad, no pertenece a la cornisa, sino que fue colocada en este lugar por los restauradores modernos que la encontraron como material de relleno de esta parte del templo. Entre este material también apareció una esbelta cabeza de carnero, con dos agujeros donde debían articularse los cuernos. Pudo pertenecer a la antefija que iría sobre el piñón de la cubierta.
Cuando el edificio estaba perfectamente definido en su conjunto periférico, aunque este no estaba cerrado del todo, y los muros alcanzaban, e incluso llegaban a superar la línea de imposta, se hizo cargo de la obra un arquitecto gótico, cuya misión era cubrir todo el edificio con “modernas” bóvedas de crucería. Para realizar este tipo de bóveda, la teoría del estilo obligaba a disponer un soporte exprofeso para el apeo de los arcos cruceros, soporte (columna o codillo) que debía arrancar desde el cimiento. Lo conservado del edificio nos confirma, de manera indudable, que para esta solución lógica tan solo quedaban por hacer los cuatro pilares del tramo central del crucero y los dos responsiones que sirven para entestar los dos intercolumnios en el muro occidental del templo. Viendo en el plano la ubicación de estos soportes góticos, percibimos con exactitud cómo se desarrolló el proceso constructivo.
¿Cómo resolvió el nuevo arquitecto el apeo de los arcos cruceros en donde no había una columna como las que realizó en los lugares que acabamos de indicar? Utilizó un sistema propio de la arquitectura romana que el protogótico francés empezó a experimentar muy pronto: un elemento sobresaliente de la vertical del muro servía de apoyo al crucero, la parte entrega de este elemento tenía que soportar un peso suficiente para aguantar la carga del crucero. Su aparición en la fábrica se aprecia claramente si observamos los dos tramos rectos de los ábsides colaterales. El pilar que comparte con el tramo recto del presbiterio tiene un codillo para apeo del arco doblado, es un soporte típicamente románico. En principio debía servir de apoyo al arco doblado, pero como también debe apoyar el arco crucero, el constructor realiza un apaño para encajar lo más disimuladamente posible los dos.
Por el contrario en el otro extremo ya no hay problemas en el apeo de ambos elementos, pues se trata de uno de los pilares góticos del crucero que, como es lógico, cuenta con todos y cada uno de los elementos de soporte. Pero si observamos los otros extremos, los que están en el muro externo de la capilla comprobamos que allí se dispusieron pequeñas consolas.
Estas ménsulas/consolas (cul-de-lampe, en su sentido más genérico culot) no fueron creadas, ni siquiera previstas, por el arquitecto románico que realizó el proyecto y que seguramente siguió el control de la edificación durante la parte estrictamente románica. La ménsula se coloca en la esquina junto al capitel del perpiaño o fajón. Cuando el capitel corresponde a una columna que define dos tramos seguidos, se coloca una ménsula a cada lado. Seguramente esta es la solución más característica de la catedral auriense. Se empiezan a colocar las ménsulas con las primeras bóvedas de crucería, las de los ábsides colaterales, y se seguirá por todas las que se construyen en los muros perimetrales. En alguna de las primeras obras diseñadas por el arquitecto todavía manifiesta el apego que tiene por el criterio teórico del orden gótico: todo elemento sobrevolado debe apearse hasta el suelo generalmente en una columna. Así podemos verlo en alguna de las consolas del crucero, que todavía mantienen un pequeño fuste que evoca reducidamente el orden columnario que está sustituyendo. Su iconografía es muy rica (vegetales, animales fabulosos o simplemente historiadas), incluso alcanzan un cierto desarrollo superando la propia cesta, pero finalmente la mayoría quedarán reducidas a ménsulas que representan un simple capitel vegetal de hojas muy sumarias y pegadas a la cesta. Las primeras, las más complejas y decoradas, deben pertenecer al taller que realizó las grandes portadas y el altar consagrado en 1188, aunque el arquitecto y el taller de escultura llevara por entonces tiempo trabajando. Sobre este tipo de ménsula/cul-de-lampe se ha especulado mucho, especialmente queriendo atribuir su difusión por la arquitectura europea a las construcciones de los cistercienses. En nuestro caso han sido muchos los que han señalado su relación directa con la iglesia del monasterio de Oseira. En realidad este monasterio cisterciense no hace más que mostrar un uso incongruente de las mismas. No sucede lo mismo en la catedral auriense donde su uso es racional y absolutamente consecuente con cada uno de los problemas constructivos que debe resolver. Desde mi punto de vista, con esto, además de otros aspectos, nuestro arquitecto demuestra no haber trabajado en la catedral compostelana. Introduce un sistema característico del primer gótico francés, que tuvo su origen en experiencias iniciadas a partir de 1130.
Ourense será posiblemente la primera manifestación del recurso en España, o al menos por tierras de Galicia y León, por donde se puede seguir perfectamente su reflejo. Si Torres Balbás y sus seguidores sitúan este tipo de soporte, comparándolo con el de la catedral de Tui, entre 1218 y 1239, yo considero que habría que adelantar su cronología al menos treinta años con respecto a la más temprana señalada por ellos.
Reconstrucción hipotética del lado norte, según I. Bango (Dibujo: J. M. Tirado)
 

Si contemplamos la fachada septentrional actual de la catedral nos sería muy difícil hacernos no solo una idea de su estado original, sino comprender el proceso constructivo del conjunto tal como venimos comentando. Para la descripción y análisis que vamos a realizar sobre la misma nos valdremos del dibujo que hemos realizado mostrando su aspecto según podría estar en la fecha que el cronicón del Tudense da por terminada la obra.
Lo primero que nos llama la atención es el prolongado y fuerte desnivel del terreno, lo que obliga a una importante infraestructura que permita mantener el nivel de la planta en la horizontal correspondiente a la cabecera. A partir del crucero, esta infraestructura empieza a alcanzar la altura suficiente para que el espacio se pueda convertir en una verdadera cripta. En un caso conocemos que se trataba de una cripta funeraria. La documentación de la catedral nos informa que don Lorenzo, a su muerte, fue enterrado en la cripta junto a la puerta de la capilla de San Juan: Laurentius Episcopus iacet in grota iuxta portam, que itur ad Eclesiam Sancti Iohannis (Libro de Dotaciones de la Catedral). Posiblemente estos espacios abovedados bajo la nave facilitaron la construcción de una cripta sepulcral para los primeros obispos. Conviene recordar a este respecto que todavía en el siglo XV el espacio de la nave de San Juan estaba destinado a enterramiento episcopal. La existencia de esta cripta no impidió que en su momento se erigiesen monumentos funerarios episcopales en capillas y naves con el fin de que sirviesen de memoria visual a los fieles. Baste recordar aquí, como ejemplo paradigmático y absolutamente constatado, lo que ocurre con el mismo don Lorenzo.
Estos abovedamientos se hicieron más amplios y altos, su espacio superó la fachada occidental, pues también sirvieron de base al atrio que estaba ante esta. Los exteriores se destinaban a tiendas que eran alquiladas por el cabildo, al menos así se documenta desde el siglo XV.

La fachada del crucero sufrió gravísimos destrozos durante los conflictos de 1471. Aunque en su inmediata reconstrucción se mantuvo en gran parte el esquema original, algunas piezas fueron mutiladas, otras cambiadas de sitio y, sobre todo, reconstruido en un estilo propio de 1500.Los laterales formados por poderosos contrafuertes acodillados dispusieron en la parte superior de los ángulos capiteles/consola que sirviesen de apoyo a unos cubiletes. La solución de estos cubiletes coronados por tejados cónicos era característica del Poitou, pero aquí no parece que tuvieran esa función. Son muy parecidos a los que ocupan igual lugar en los brazos del crucero de Santiago; sin embargo en principio dudo que la función fuese la misma. En Compostela estos cubiletes permitían el acceso desde el piso de la tribuna a la cubierta. En Ourense debieron ser concebidos como pequeños cubos defensivos abiertos; durante los citados conflictos quedaran tan mal parados que fue necesario reconstruirlos. El centro de la fachada lo ocupa un cuerpo saliente de forma rectangular coronado por una cornisa de arquillos. La gran arcada tiene demasiadas actuaciones remodeladoras del siglo XVI. La puerta en sí mismo también ha sufrido restauraciones. La columna del ángel tendría su par con la imagen de la Virgen, formando una anunciación. En origen, es posible que en el lugar donde se hizo el gran rosetón existiese uno más pequeño y simple enmarcado por un vano de arco semicircular baquetoneado. He propuesto dibujarlo tomando como modelo el que todavía se conserva en la fachada meridional.
Desde el crucero avanza la fachada de la nave meridional, apenas visible por las obras góticas y modernas. La organización ya la hemos contemplado en el crucero; una sucesión de arcadas cobijando una ventana cada una. Disposición y forma de la primera ventana en imprecisiones y tamaño, así como los cambios de perfil y anchura en las arcadas 7 y 8, denuncian pequeñas modificaciones del proyecto y falta de previsión en la ubicación de la torre. De lo conservado de toda esta fachada lo más importantes es la desaparición de la cornisa. El último tramo está condicionado por la torre, no tanto por las ampliaciones modernas, tal como ya hemos indicado, sino por la original. Para esta torre terminada por don Lorenzo se hizo una campana que llevaba la siguiente inscripción según consta en la visita de Ramírez de Haro del año 1539: “Una campana grande con una cruz con sus letreros que debajo dice: Esta campana se hizo en la era de 1219 años”. Aunque conocemos bien la torre por el interior, sus fachadas externas nos son absolutamente desconocidas.
Hemos realizado en la reconstrucción una evocación de la de Compostela tanto en lo que llamaríamos el gran zócalo –la saetera representada es correcta pues se atestigua desde el interior– y un cuerpo de esbeltos arcos sobre columnas. El nivel superior lo hemos resuelto con dos grandes vanos, se supone por fachada, para constituir el cuerpo de campanas.
De la nave central solo se llegaron a hacer los dos primeros tramos, mientras que el resto tuvo una cubierta de madera que era una continuación del tejado de las colaterales. Razón por la que nuestro dibujo se aparta radicalmente del que habitualmente se reproduce, es decir la nave central acusada en altura sobre las colaterales con su propia cubierta, pero con un sistema de contrarrestos muy característicos de la arquitectura de fines del XV y, especialmente, durante el siglo XVI.
Al atrio que había ante la fachada occidental se accedía por escaleras que arrancaban desde el lateral de la torre.

La escultura románica en la catedral de Ourense: de la creatividad experimental a la interpretación anacrónica
Pero yà fuesse astucia rabiosa del comun enemigo, ya fuesse permision, ù ordenacion del Cielo, para hazer mas plausible, y admirable la translacion de Eufemia, y sus Compañeros Santos, sobrevino vn accidente, que diò mucho que temer, y turbò la Procession. Como la Feligresìa de Manin està en la raya del Arçobispado de Braga, parte de la antigua Galicia, y que yà pertenecia al Reyno de Portugal, no se pudo ocultar à los vecinos Portugueses Gallegos lo que obraba nuestro Obispo, para trasladar à Ourense los Cuerpos de los Santos Martyres; y assi viniendo muchos Plebeyos, y Fidalgos al punto de formar la Procession, con armas, y con palos, quisieron impedir; si bien antes vsaron del prudente consejo de dàr la noticia al Arçobispo de Braga, que se puso luego en camino. Los Cavalleros, y Labradores de este Obispado, y Provincia, viendo à los Portugueses en armas, acudieron al punto à la defensa y como esta era justa, dispuso Dios, que en coyuntura tan fatal, y peligrosa, llegò el Arçobispo de Braga, que junto con el Obispo de Ourense, el respeto, y la prudencia de ambos, contuvo, y sossegò las dos faccionesMuñoz de la Cueva, 1727, p. 129 

El relato de la invención y la traslación del cuerpo de santa Eufemia desde la iglesia de San Salvador de Manín a la catedral orensana incluido en el Oficio de vísperas de la santa que el historiador orensano Muñoz de la Cueva atribuye a su antepasado en la sede Pedro Seguín (1157- 1169) da cuenta de las tensiones entre gallegos y portugueses que la independencia del reino vecino debió despertar y al tiempo presenta una idílica conformidad entre el prelado orensano y el bracarense. La realidad debió de ser muy distinta, porque esas tensiones llevaron aparejadas medidas de defensa por parte del reino de León, de modo que los monarcas Fernando II (1157-1188) y Alfonso IX (1188-1230) dotaron generosamente a las sedes orensana y tudense para asegurar la lealtad del clero a la corona, frente a las presiones del recién estrenado reino portugués. Esta política tuvo importantes consecuencias artísticas. En efecto, en la segunda mitad del siglo xii en Tui y Ourense se levantarán nuevas catedrales, que se desplazarán de lugar en ambas ciudades y estrenarán nuevas dedicaciones. En Ourense, a la antigua iglesia de Santa María Madre habría de sustituir la nueva dedicada a San Martín. Es al mismo Pedro Seguín, autor del Oficio de Vísperas de Santa Eufemia, un prelado de origen poitevino, a quien se viene atribuyendo la promoción de la nueva obra, pero el alcance de esta campaña habría de limitarse al diseño general de la planta –deudora del modelo cisterciense de Oseira–, el alzado del ábside principal –de singular esquema polilobulado– y la parte oriental del alzado de las capillas laterales, con una articulación mural al exterior para la que se han señalado modelos poitevinos. Es lógico, por lo tanto, suponer que el obispo convocó a artífices de su tierra para levantar la nueva catedral. La relación que mantuvo con su lugar de origen se reconoce también en su política devocional: engalanó su iglesia con reliquias de san Marcial, san Esteban y santa Valeria, los santos patronos de la ciudad de Limoges, que colocó en tres relicarios de factura lemovicense, encontrados hace unos años ocultos bajo un retablo barroco. Si el culto a santa Valeria fue un fenómeno casi exclusivamente local en el Poitou, san Marcial, en cambio, al que se suponía haber sido el copero en la Última Cena, proporcionaba un estatuto casi apostólico a la sede y, al tiempo, la engarzaba en las grandes rutas de peregrinación jacobea.
Don Pedro acompañó esta política devocional de largo alcance con otra de mero carácter local: la ya mencionada invención y traslación de las reliquias de santa Eufemia. La milagrosa invención del cuerpo de la santa podría guardar relación con el antiguo culto que conoció por aquellas tierras, como demuestran las intitulaciones de la iglesia de San Salvador y Santa Eufemia de Ambía (Baños de Molgas, Ourense) que conserva todavía importantes restos de la fábrica del siglo X y Santa Eufemia de Manín (Lobios, Ourense), e, incluso, el topónimo “serra de Santa Eufemia” en la zona portuguesa de la Serra do Jeres.
Muerto el obispo francés, tras la breve prelatura de don Adán (1169-1173) accedió a la silla episcopal don Alfonso (1174-1213) quien habría de ser todavía más ambicioso en la promoción de la catedral. Durante su episcopado se amplió la cabecera, se construyeron los brazos del crucero y la nave del templo y ya en 1188, el mismo año en que se colocaban en Santiago los dinteles del Pórtico de la Gloria, se consagraba la nueva fábrica, aunque por entonces esta no debía de estar muy avanzada. Para la ceremonia el prelado se proveyó con un buen número de reliquias de san Martín de Tours, a quien se dedicó la nueva iglesia, lanzando un órdago, así, a la poderosa catedral portuguesa de San Martín de Braga que, desde siglos, se vanagloriaba de custodiar los restos de otro san Martín, san Martiño de Dume, cuya personalidad se confundía, en ocasiones, con la del turonense. Las reliquias se albergaron en una gran arca de esmaltes lemovicenses con cuyas dimensiones se pretendía hacer visible la presencia del cuerpo santo y no de unos pequeños restos. Su factura e iconografía se acompasaban con las preciadas arquetas que su predecesor había encargado y con su política relacionada con la peregrinación jacobea. Teniendo en cuenta este conjunto y el tenante del altar consagrado en 1188 que todavía se conserva, decorado con una figura que, con su actitud expresa la función para la que había sido concebido, cabe imaginar la riqueza decorativa de la capilla mayor a finales del siglo xii. No es descabellado pensar que la arqueta de san Martín se viese acompañada por las más pequeñas de los santos patronos de Limoges, ya que se reconoce una suerte de intervisualidad entre ellas.
En el sepulcro de san Martín, en el que el propio obispo Alfonso se hizo figurar, al santo turonense acompañan san Marcial y Santiago, de modo que la imaginería de este frontal estrechaba y ampliaba los lazos con la peregrinación jacobea, apoderándose físicamente de los santos cuerpos alojados en dos de las ciudades de origen de dos de las principales rutas y, simbólicamente, de su destino. Pero don Alfonso no solo celebró a san Marcial, san Martín y Santiago, sino también a otros cuerpos que descansaban en el camino en su paso por el territorio castellano-leonés, los de los santos Facundo y Primitivo, a los que dedicó el ábside norte de la catedral cuyo altar fue dotado con un buen puñado de sus reliquias. Esta elección no fue fruto del azar. Don Alfonso, antes de acceder a la sede orensana, había sido monje en Sahagún y nunca rompió los lazos con su abadía, pues ya como obispo y acompañado por los prelados de León y Astorga asistió a la consagración de la capilla de San Benito, como demuestra una inscripción conmemorativa que todavía se conserva en el monasterio leonés.
Al igual que había hecho don Pedro Seguín, don Alfonso no descuidó la promoción de los santos locales, continuando la labor de su antecesor relacionada con santa Eufemia. Si damos crédito a Muñoz de la Cueva habría traducido del griego la Passio Euphemiae y redactado de su mano unos Miracula Sanctae Euphemiae en los que describía la traslación definitiva de su sepulcro de la vieja fábrica de Santa María Madre a la nueva dedicada a San Martín, y los milagros obrados en su destino final donde fue colocado sobre columnas, como se deduce del texto de uno de los milagros que relata cómo una mujer que había enloquecido tras perder a su marido y a sus hijos se curó tras abrazarse a una de ellas. La elevación del sepulcro de la mártir de Calcedonia y la construcción hagiográfica en torno a su figura puede entenderse como una respuesta a las empresas que se estaban llevando a cabo por esas fechas en el vecino monasterio de Celanova para revitalizar el culto a san Rosendo, su fundador. En 1171 la comunidad había obtenido una Bula del cardenal Jacinto que sancionaba la santidad del monje y, por entonces, se llevó a cabo el traslado de su sepulcro al interior de la iglesia donde también fue alzado sobre columnas como se recoge en el Liber de vita et virtvtibus sanctissimi Rvdesindi Episcopi, escrito por el monje Ordoño de Celanova, en torno a 1172. Con esta jugada, entonces, la sede orensana lograba vencer a sus rivales de dentro y fuera de casa: al poder del gran monasterio benedictino y a las reivindicaciones portuguesas sobre el cuerpo de la santa. De la rápida popularidad que alcanzó su culto da cuenta el hecho de que en un documento del archivo, fechado en 1193, se aluda a la catedral con la doble intitulación de San Martín y Santa Eufemia.
Por entonces debían de estar bastante avanzadas las obras de la segunda campaña constructiva que contemplaba la ampliación de la catedral a partir de los planes más modestos de su predecesor y su enriquecimiento con un programa escultórico mucho más ambicioso. La política devocional de don Alfonso, su formación monástica, su estrecha relación con el rey Alfonso IX y con la sede compostelana, donde hubo de conocer la monumental empresa que se estaba llevando a cabo en el cierre occidental, son factores que contribuyen a entender la estética que rige la experimentación en la creación de discursos simbólicos que imbrican los elementos arquitectónicos y la figuración. Los trabajos escultóricos debieron comenzarse por la portada norte del crucero para proseguir después en el brazo sur. Aunque la portada norte se encuentre muy alterada, en ella se combinan esquemas con estatuas-columna, que evocan las soluciones compostelanas, con otros propios de los nuevos talleres, que habían asimilado experiencias propias del primer gótico francés, y que trabajarán en el interior de la iglesia y en la portada sur, formados por artistas singulares que despliegan un talento creativo que permite reconocer “acentos” específicamente orensanos.
Una de sus obras más singulares se encuentra en el programa de la fachada de la torre que se abre al crucero norte. Desde una puerta cuyo dintel representa a Daniel en la fosa de los leones, ascienden relieves asociados a óculos reales o figurados que pretenden mostrar las consecuencias de un grave enfrentamiento entre monstruos y seres humanos que tiene lugar en el interior de la escalera de caracol de la torre, rematado el conjunto con una figura que alcanza la ansiada meta dirigiendo su mirada hacia las bóvedas –celestes– de la iglesia. Si en el cierre occidental compostelano los discursos escatológicos que solían disponerse en soportes bidimensionales –tímpanos, jambas y arquivoltas– adquirían una dimensión tridimensional en un espacio alojado en un pórtico y relacionado con una cripta y una tribuna, en Ourense otros discursos visionarios habitualmente limitados al territorio del folio adquirían definición escultórica en un escenario tridimensional. Como es sabido, en algunos manuscritos de la Regla de San Benito –benedictinos o cistercienses– el tema de la escalera de la humildad que simbolizaba la elevación espiritual de los monjes se iluminaba sobre el pergamino con la imagen de las gradas que habría de subir el monje resistiendo los agresivos ataques de seres diabólicos. En Ourense, en cambio, el conflicto se desarrolla supuestamente en el interior de la escalera de caracol de una torre, y solo podemos percibirlo, por medio de una metonimia, a través de los óculos reales o figurados que serpentean sobre la superficie del muro.
Pero hay más: la escalera figurada orensana viene a arrojar nueva luz sobre las tradiciones que confluyen en el motivo de la escalera celeste, que han pasado desapercibidas entre los que han dedicado su atención al tema. Según el cronista de la sede del siglo XVIII, el obispo don Alfonso, además de ocupar su pluma en celebrar a la santa orensana, realizó una copia de la Vida de San Antonio, en la que también aparecía el motivo del ascenso de la escalera dificultado por diversos energúmenos, de modo que es posible relacionar el programa orensano con el interés del obispo en la idea monástica de ascenso/ascesis espiritual. De hecho, los relieves podían ser vistos desde el ábside principal, donde los canónigos se reunían diariamente para la recitación de los oficios, y podrían equiparar la torre norte del crucero con la “montaña interior” a donde el santo eremita se complacía en retirarse.
Pero el obispo Alfonso pudo utilizar una tradición claramente monástica –la de la escalera al cielo– para proporcionar también un escenario figurativo especialmente adecuado para las experiencias que tenían lugar en torno al sepulcro de la mártir Eufemia, generando una suerte de intervisualidad/intertextualidad entre los relieves y los relatos de su martirio y de los milagros obrados en torno a su monumento funerario, relatos, ambos, en los que parecen haberse tomado prestados pasajes de la vida de san Antonio. Por lo tanto, la audiencia esperada para la turbulenta escalera al cielo de la catedral de Ourense no habría de estar compuesta exclusivamente por canónigos, sino también por los peregrinos locales que visitasen la milagrosa tumba.
La mayoría de los prodigios que, según el obispo Alfonso, la santa obró en su sepulcro se refieren a la curación de endemoniados. Podría decirse que el santuario orensano se había convertido, hacia 1200, en una suerte de “o Corpiño” de la época. Dos de ellos resultan singularmente espectaculares. Uno relata cómo cuando la santa expulsó a un demonio de una mujer poseída una nube de humo salió de su boca, oscureciendo la catedral y desatando un viento que rompió cornisas, destrozó altares y tras recorrer toda la iglesia salió por la puerta sur e hizo trizas las mesas del mercado. Otro describe un exorcismo completo que se llevó a cabo ante la tumba de la santa, incluyendo un diálogo entre el canónigo que lo ofició y Satán. En torno a 1200 el diablo andaba suelto por el transepto de la catedral de Ourense, donde se sucedían milagrosas curaciones de endemoniados y exorcismos, y la lucha contra los seres diabólicos que se representaba en el muro externo de la torre proporcionaba una escenografía más que adecuada para este tipo de experiencias. Es más, la idea de que los demonios se colaban en la iglesia consagrada y exorcizada a través de la escalera de caracol de la torre estaba profundamente enraizada en el reino leonés de finales del siglo XII y comienzos del XIII. Un milagro consignado por Lucas de Tui en sus Miracvla Beati Isidori da fe de ello: el canónigo leonés relata cómo cuando la reina Teresa de Portugal, esposa de Fernando II, murió en 1170 y fue enterrada en el conocido como “panteón” de San Isidoro de León, los demonios descendieron por la escalera de caracol de la torre para recoger su alma que habría de ser condenada al infierno, aunque, en última instancia, fue salvada gracias a la intervención del santo prelado sevillano. Otro tipo de intertextualidad asocia el programa de la torre con ciertos pasajes de la Passio Evphemiae. Como Daniel, que presidía el tímpano de la puerta, Eufemia fue encerrada en una cueva de leones, y los animales, lejos de atacarla, se rindieron a sus pies; y si los relieves de los óculos figurados de la torre evocan una escalera al cielo, la santa experimentó también una milagrosa ascensión en la que se encuentra de nuevo una “Historia de una Escalera”: cuando Pisco, el juez pagano, la condenó a ser quemada en una rueda de fuego, fue milagrosamente elevada en el aire, y todos los intentos de los sayones para alcanzarla resultaron inútiles, un episodio representado, por cierto, en el arca a la que fueron trasladas sus reliquias en el siglo XVI que se conserva en el museo de la catedral.
El sorprendente conjunto de la torre pone de relieve la fascinación que los artistas que lo labraron sintieron por la relación entre vano y figuración, un rasgo que no debe sorprender dado el éxito de que gozaron las vidrieras figuradas y los rosetones en la segunda mitad del siglo XII, que pudieron estimular la imaginación de los arquitectos/escultores. Estos mismos artistas se ocuparon también de las portadas del crucero. Ambas carecen de tímpano y se resuelven con sendas series de arquivoltas cuya rosca interna presenta un remate polilobulado que parece inspirado en marcos de rosetones, de modo que, al igual que en Étampes, Soissons o Braine, se experimenta, de un modo creativo, con la relación entre la figuración y los elementos arquitectónicos. Aunque, como se ha indicado, la portada norte fue muy intervenida en el siglo XV, conserva –algunas cambiadas de emplazamiento– muchas de las piezas originales, que permiten afirmar, sin lugar a dudas, su parentesco con las soluciones del complejo occidental de la catedral compostelana. A pesar de que el ángel de una Anunciación ha sido empotrado de un modo forzado en uno de los fustes de las columnas del derrame izquierdo, tanto las estatuas-columna como los fustes helicoidales que las acompañan evocan soluciones compostelanas, así como el programa iconográfico que puede ser reconstruido, en buena media, pues aunque los escultores góticos la “actualizaron” con fórmulas propias de su época se mantuvieron fieles al discurso original. Si el profeta y el apóstol del derrame, obras de finales del siglo xii de un taller borgoñón, uno de los que intervinieron en las empresas santiaguesas, resumen la relación tipológica entre la Antigua y la Nueva Ley que allí se encarnaba en la serie estatuaria del Pórtico de la Gloria, las versiones “góticas” de la iconografía de las arquivoltas permiten señalar también paralelos con el mismo conjunto, aunque en este caso resumieron en un único plano la composición tridimensional compostelana engarzando “citas” que podían resumir su mismo discurso: la clave original estaba ocupada por un Cristo mostrando sus llagas –una versión en miniatura del que preside la portada central del Pórtico de la Gloria– mientras que en las arquivoltas, como en la portada exterior compostelana, sendos ángeles astróforos sostenían el sol y la luna. La portada norte de la catedral orensana, por lo tanto, podría calificarse de “regesta” del cierre occidental compostelano. Décadas después, como se verá, Ourense volvería a dialogar con Compostela a los pies de su catedral.
De muy otro tenor es el discurso visual del acceso sur de la catedral de Ourense, que se presenta estrechamente deudor de un imaginario relacionado con la ilustración del Salterio, más en concreto, con fórmulas procedentes de Salterios de origen anglosajón. Las dos escenas narrativas que se despliegan en la rosca interna, la lucha de David con el león y el oso y la disputa de Salomón y la Reina de Saba, en la que interviene un rústico y tramposo Marcolfo, son imágenes que suelen ilustrar el primero de los salmos, el que da comienzo con las palabras Beatus vir qui non habiit in consilio impiorum, y el salmo 14 –Dixit stultus in corde suo– encarnando, en este caso, al stultus, al tonto, el Marcolfo que en Ourense presenta una caracterización especialmente buffa: aparece como un enano negroide con unos atributos sexuales descomunales. La portada combina un discurso pastoral y otro de corte eclesiológico, más abstracto. En el diálogo de Salomón con la Reina de Saba, formulado en términos de disputatio escolástica, los canónigos reconocerían en el monarca bíblico la encarnación del Conocimiento Divino, cuya formulación figurativa se volvía progresivamente más espiritual desde la arquivolta interna hasta la externa. Si la intermedia muestra doce personajes imberbes desplegando sus cartelas y discutiendo, en el sentido medieval del término, en un entorno paradisíaco, un Cristo-Logos, hoy bastante mutilado, ocupa la clave de la rosca externa, de modo que, a través de la progresión de las arquivoltas, podía distinguirse el origen divino del Conocimiento, su transmisión a través de unos apóstoles en la Gloria –representados como jóvenes resucitados– y, por último, su prefiguración veterotestamentaria en la pareja de Salomón y la Reina de Saba, en la rosca interna de la arquivolta menor, para rematar el discurso con la contrafigura del ignorante, tramposo, intrigante y rústico, que es Marcolfo. Los canónigos que transitaban por esta puerta –no hay que olvidar que el viejo cementerio se situaba al lado suroriental de la catedral– entenderían la sutileza con que los escultores supieron expresar la transmisión del Conocimiento Divino: pertenecientes a un medio que debía de estar familiarizado con la primera escolástica reconocerían los gestos, los prototipos y, cómo no, a la contrafigura de este esquema jerárquico. Otra hubo de ser la respuesta ante esta portada de los laicos que frecuentaban el mercado que se extendía ante ella. En la lucha de David contra las alimañas encontrarían un mensaje, en clave pastoril, de la labor protectora de la iglesia. Dirigirían después su mirada hacia la pareja regia que asociarían con el monarca Alfonso IX y su esposa Berenguela, para encontrar, por último, semiescondido, al “Príapo gallego” y estallar a carcajadas porque la imagen formaría parte también de sus propias tradiciones satíricas de carácter oral.
Frente a la época de esplendor de la sede bajo el episcopado del obispo Alfonso II caracterizada por la actuación de escultores especialmente creativos y por programas iconográficos de fuerte carácter librario, la campaña final de la construcción de la catedral, que incluyó su remate occidental fechado por Serafín Moralejo entre 1230 y 1245, se erige como un indicio de la decadencia que conoció la sede durante el reinado de Fernando III (1230-1254), cuando el apoyo que había recibido de la corona leonesa independiente, rota en 1230, se perdió.
Si, como he señalado, en la portada norte de la catedral se resumía hasta el extremo el discurso desplegado en el cierre occidental compostelano, en el hastial occidental orensano, concebido como un pórtico con una contrafachada en la que se disponían también esculturas y con una fachada exterior, la relación es mucho más estrecha, pero, como ya advirtiera Serafín Moralejo, no debe ser entendida como una “copia” del prestigioso modelo sino en términos de “ejecución” –como se ejecuta una partitura musical–, aunque la calidad de los intérpretes sea realmente mediocre. Es más, profundamente alterada en los siglos XVI, XVIII y XIX, la empresa quedó inconclusa en época medieval, cuando debió de permanecer cubierta con una techumbre provisional de madera.
Pórtico del paraiso
 

Originalmente, la luz central de la portada no llegó a contar con parteluz ni con tímpano y los de las laterales son el resultado de reformas posteriores derivadas en parte de los problemas tectónicos del edificio. También fue en época moderna cuando se animó la escultura con los vivos colores que pueden verse hoy día.
Las recientes investigaciones llevadas a cabo en el proceso de restauración han demostrado que la policromía más antigua data del siglo XVIII y fue retocada en el siglo XIX. Ello obliga a revisar, al menos, la iconografía de la serie estatuaria, donde se concentran las inscripciones identificativas. Recientemente se han realizado dignos intentos al respecto y se han publicado trabajos redundantes y totalmente faltos de rigor, pero las inscripciones barrocas continúan llevando a error, como sucede, por ejemplo, cuando se insiste en identificar como Isaías al personaje de larga barba que sostiene dos tablas –las de la Ley– y el bastón con que guió al pueblo de Israel hacia la tierra prometida en el intradós izquierdo de la portada central, cuando no puede ser otro que Moisés. Es posible, entonces, que las discrepancias con el programa compostelano pudiesen haber sido menores de lo contemplado tradicionalmente. Sea como fuere, la intención que parece latir bajo esta “cita” deliberada puede engarzarse con las políticas de los obispos anteriores desarrolladas para incluir a Ourense en el ámbito de la peregrinación jacobea: Pedro Seguín había convertido Ourense en un enclave lemovicense, don Alfonso había invertido sus esfuerzos en reclamar su trocito de Tours, había atraído a la población local a venerar a san Martín y a los santos Facundo y Primitivo, también asociados a la peregrinación jacobea y ya había dialogado con la escultura de la catedral compostelana en la portada norte de la catedral. Don Lorenzo, en cambio, no se rindió ante el poder compostelano. El recurso a la cita podría entenderse tanto como una suerte de emulación como de suplantación de las funciones del modelo que servía de referencia: quien no pudiese alcanzar el perdón en Santiago, en el Pórtico de la Gloria, podría hacerlo en Ourense en el Pórtico del Paraíso.

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iguras del pórtico de la Catedral de Ourense, a la izquierda mirándolo de frente. 
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iguras del pórtico de la Catedral de Ourense, a la derecha mirándolo de frente. 
Figura central del Pórtico
Estatuas-columna de los profetas Ezequiel, Abacuc y otro profeta desconocido, en el Pórtico del Paraíso
 
Los apóstolos Pedro, Paulo, Santiago y Juan, en el Pórtico del Paraíso de la Catedral de Ourense.
 
Los profetas Oseas y Malaquías, en el Pórtico del Paraíso
 
Grupo de profetas en el pilar izquierdo del Pórtico del Paraíso de la Catedral de Ourense: Jonás, Daniel, Jeremías e Isaías
 
El arco central del Pórtico muestra la iconografía clásica de los veinticuatro ancianos del Apocalipsis. Al tratarse de un pórtico tardío, las figuras son menos estáticas y más naturalistas de lo habitual en el románico.
Detalle de la parte central del arco con los ancianos del Apocalipsis.
 
El arco meridional incluye escenas del Juicio Final y sus consecuencias. Esta imagen muestra el lado "infernal", donde los condenados las pasan canutas al ser devorados o torturados por demonios.
La imagen corresponde al arco meridional y es una fusión de cinco fotografías. Representa el Juicio Final, con los salvados en el lado izquierdo y los condenados en el derecho. Las claves de las arquivoltas muestran las cabezas de Cristo y del arcángel Miguel.
 

El Pórtico del Paraíso se encuentra protegido por medio de un nártex cerrado por medio de tres arcos de medio punto peraltados. Los arcos de medio punto que permiten el acceso son obra de Rodrigo Gil de Hontañón, y pertenecen a una reforma del siglo XVI, originalmente la altura de los vanos de acceso era superior. 
Detrás de esta fachada se encuentra el Pórtico del Paraíso. Los pórticos en las catedrales medievales eran, además de antesalas de las iglesias, espacios que servían para usos funerarios, asamblearios, e incluso lugares en donde se impartía justicia. Son lugares en donde la iconografía conforma uno de los elementos fundamentales, aunque hay que tener presente que el Pórtico del Paraíso no era un lugar de acceso al templo.
La disposición del Pórtico del Paraíso es similar al Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago, e incluso sus dimensiones son muy similares. Está conformado por tres arcos dobles, el central más ancho y ligeramente más alto que los dos laterales, separados por dos gruesos machones, y un parteluz en el arco central. Estos pilares tienen un basamento liso, que quizás en su momento se decoró con figuras zoomorfas, ya que todavía pueden observarse algunos perfiles. 
Sobre éste se apoyan pequeñas columnas que rematan en capiteles que sostienen cimacios, decorados con motivos vegetales en su mayoría, aunque también se ven elementos zoomorfos de animales fantásticos como harpías, centauros, sirenas, dragones, etc., que poblaron los bestiarios medievales que les sirvieron de inspiración, e incluso representaciones humanas.
Sobre éstos hay dieciocho esculturas, nueve apóstoles en el lado del Evangelio y nueve profetas en el lado de la Epístola, que funcionan a modo de columnas,... y sobre sus cabezas, capiteles con cimacios que sostienen el salmer de los arcos,... y otras esculturas que sostienen los nervios de las bóvedas de crucería estrellada que cubren este espacio, y que también fueron realizadas en el siglo XVI por Rodrigo Gil de Hontañón.
Tanto sus formas como su disposición muestran la influencia que el taller del maestro Mateo del Pórtico de la Gloria llegó a tener en toda Galicia. Si bien no ha llegado completo hasta nuestros días, sigue con fidelidad el mensaje catequético de la Edad Media, encadenando las profecías del Antiguo Testamento y la Buena Noticia del Nuevo -Profetas y Apóstoles- en la figura central de Jesucristo, que vendrá nuevamente para juzgar a vivos y muertos -Apocalipsis-. La función moralizante del programa iconográfico es innegable, como puede advertirse desgranando todo el conjunto: cielo, condenación, ángeles trompeteros, que nos evocan los temores de la sociedad posterior al año 1000. La última fase constructiva de la alta Edad Media se corresponde con el obispado de Lorenzo, y es en esta época cuando la catedral se cerró por sus pies y se construyó el Pórtico del Paraíso, aunque no se dispone de una cronología más precisa para fecharlo. En su ejecución pudieron participar dos talleres, uno primero, que quizás trabajó antes de 1230, y que realizaría la parte baja del Pórtico, incluyendo las figuras de los apóstoles y los profetas, y otro segundo, posterior a esa fecha, con artistas formados en la catedral de Burgos, de cuya portada del Sarmental beben algunas figuras, y que ejecutaría la parte de los tres arcos, y las esculturas que hay en los mismos.
Sobre la tracería calada que ocupa el tímpano en la actualidad, en la arquivolta del arco central, se representa la iconografía tradicional de los VEINTICUATRO ANCIANOS MÚSICOS mencionados en la descripción de la segunda venida de Cristo a la tierra del Apocalipsis de San Juan. El tratamiento de las figuras, dispuestas radialmente al arco, es de un gran naturalismo, y llama la atención, frente a otros pórticos románicos, la variedad de instrumentos musicales que portan.  Al igual que en el Pórtico de la Gloria, se encuentran tocando instrumentos musicales, con un repertorio más amplio que el compostelano, y sosteniendo vasijas de perfumes. Las figuras de Ourense muestran un mayor realismo que las de Santiago y, a diferencia de aquel, se encuentran sentadas sobre una de las molduras del arco y muestran una cierta relación entre ellos, al mover sus rostros unos hacia otros, como si se estuviesen comunicando.



El Pórtico del Paraíso constituye una valiosísima muestra de los instrumentos musicales medievales. Los Ancianos 1,7,9 Y 24 (de izquierda a derecha) portan violas ovales. Las violas son instrumentos de cuerda con arco. La forma oval es una de las primeras que aparecen en los instrumentos europeos, manteniéndose hasta el siglo XV. El único instrumento de viento representado es la flauta doble que lleva el Anciano número 2, aunque su uso fue muy frecuente durante la época prerrománica y románica. Son flautas de tres agujeros, muy parecidas a los chistus vascos o a las flautas que encontramos en Zamora. Los Ancianos 4 y 13 aparecen con sendas ARPAS SALTERIO, que es un instrumento de cuerda pulsada. Reciben este nombre porque son parecidas al salterio, pero llevan las cuerdas por ambos lados. Aunque en las esculturas del pórtico no queda muy claro, lleva una caja de resonancia bajo las cuerdas. 
Los salterios de los Ancianos 6, 8 Y 15 son nuevamente instrumentos de cuerda pulsada. Aunque los que están aquí representados tienen forma triangular, a lo largo de la geografía española podemos encontrarlos rectangulares, con curvaturas asimétricas... Quizá el que más llame la atención es el «orqanistrum» que sujetan sobre sus rodillas los Ancianos 11 y 12. No sólo impresiona por su tamaño sino también por su delicada decoración incisa a base de motivos vegetales y geométricos. Es un instrumento de cuerda con una rueda untada con resina que sustituye al arco y gira con la ayuda de un manubrio situado en el extremo del instrumento. Además de la caja de resonancia, el «orqanistrurn» está formado por un largo mástil provisto de cuerdas. Debido a su gran tamaño eran necesarias dos personas para tocarlo, lo cual pudo provocar que con el tiempo fuera sustituido por la zanfona. 
El laúd es un instrumento de cuerda pulsada. En el Anciano 23 podemos comprobar que tiene forma circular y el clavijero está inclinado hacia atrás. Este último hecho nos hace pensar que procede del sur, ya que tiene características parecidas a los laudes introducidos en España por los árabes. Las arpas (Ancianos 17 y 21) son instrumentos de cuerda pulsada. Las del pórtico son típicamente medievales, de forma triangular. El arpa es uno de los instrumentos más antiguos que se conocen; los encontramos representados en las cámaras funerarias egipcias, en los bajorrelieves de Babilonia, en los de la Andalucía árabe. 
Los Ancianos 3 ,18 y 22 sujetan una redoma. El erudito padre Calo, comenta sobre este que “estudiando detenidamente las varias formas de estos objetos y las actitudes o poses de los Ancianos que los sostienen, parece que tales objetos se pueden identificar con calabazas”. Este instrumento está muy relacionado con el dolio.

El arco meridional, de medio punto, con dos arquivoltas y una chambrana, tiene una representación del juicio final. La representación del Juicio Final también está presente en el Pórtico de la Gloria, en la misma disposición a la del Pórtico del Paraíso. Este arco fue desmontado en el siglo XVI para ampliar su luz, cuando Rodrigo Gil de Hontañón realizó modificaciones en la fachada de la catedral y las bóvedas del nártex. A consecuencia de esto, la disposición de las figuras pudo variar. Para cubrir la ampliación se añadió una figura de un ángel, que se diferencia claramente de las esculturas medievales. En las claves de las dos arquivoltas se encuentran representados los bustos de Cristo y el arcángel Miguel, que ejerce como abogado de los elegidos a habitar en el reino de los cielos. A la izquierda de Cristo están representados los condenados a los infiernos y a su derecha los justos, tal y como rezan las cartelas situadas a ambos lados de las claves.
Las almas de aquellos que se han salvado en el Juicio Final aparecen representadas como cuatro figuras, que son llevadas a los cielos por medio de ángeles que visten mantos y túnicas policromadas. Algunas de éstas aparecen coronadas, y la fisionomía de los ángeles también da muestra de una clara intención naturalista por parte de los escultores. En la chambrana hay representadas tres figuras, vestidas y sin ángeles, que podrían representar los diferentes estamentos de la sociedad medieval. A la izquierda de Cristo están los condenados al averno. Se representan por medio de figuras desnudas, sufriendo todo tipo de tormentos y castigos por parte de los demonios. Algunas de las torturas que sufren podrían aludir a los pecados capitales, como las figuras que están siendo devoradas por las manos de un monstruo, que podría aludir a la lujuria. En la chambrana se representa a una serpiente que está ahogando a un hombre, y a una mujer cuyos pechos están siendo mordidos por dos serpientes, que también podría aludir a este pecado.
La imagen corresponde al arco meridional y es una fusión de cinco fotografías. Representa el Juicio Final, con los salvados en el lado izquierdo y los condenados en el derecho. Las claves de las arquivoltas muestran las cabezas de Cristo y del arcángel Miguel.

 

 

 

 

 

 

 



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