San
Jerónimo, penitente, 1618 - 1620.
Óleo sobre lienzo, 100 x 71 cm. Museo del
Prado.
Figura de poco menos de cuerpo entero, está
ante la cruz de palo y una calavera; en la diestra, una piedra. Fondo de cueva
y campo. De compleja historia atributiva, ha sido puesto bajo los nombres
de Mateo Cerezo, Brueghel de Velours y Peter Paul Rubens,
aunque la crítica ya está de acuerdo desde hace tiempo en considerarlo obra
de van Dyck. Bode (1906) lo considera estudio preliminar del San
Jerónimo de Dresde, que es mucho mayor y de figura completa, con
amplio fondo.
Jesús con
San Juanito y el Cordero, 1618 - 1620.
Óleo sobre tabla, 131 x 75 cm. Museo del
Prado.
Atribuida en distintos momentos
a Rubens, Van Dyck y Jordaens, esta tabla se considera
actualmente obra conjunta de los dos primeros y es un interesante ejemplo de la
fluidez de su relación artística hacia 1618-20, cuando Van Dyck era
el más aventajado de los discípulos de Rubens. Los dos niños son
representados junto a una fuente, alusiva doblemente al bautismo y
a Jesús como fuente de vida. El Cordero, acariciado en un gesto de
gran intimidad y reflexión, alude al futuro sacrificio de Cristo.
La obra se documenta por primera vez en 1677 en
poder del marqués del Carpio, el mayor coleccionista de pintura de su época.
Pasó al rey Carlos II en 1689 como pago de sus deudas a la Corona.
Los
desposorios místicos de santa Catalina, 1618 - 1620.
Óleo sobre lienzo, 124 x 174 cm. Museo del
Prado.
Catalina de Alejandría, hija del rey Costo,
vivió a principios del siglo IV, siendo martirizada a causa de su fe
cristiana. Famosa por su belleza, sabiduría, elocuencia y castidad, es
frecuentemente representada en el momento de su unión mística con Cristo.
El centro de la composición es el anillo, que
el Niño impone a Catalina, ricamente vestida y alhajada como corresponde a
su linaje. La espada que lleva y la palma del ángel aluden al martirio. Detrás
de las figuras principales, San Francisco y otro fraile son testigos
del acontecimiento. En el ángulo inferior izquierdo un capitel corintio y un
fuste caído evocan la etimología latina de su
nombre Catherina (ruina), ya que destruyó aquello cuanto el diablo
quiso edificar. A la vez estos restos son muestra del conocimiento arqueológico
del pintor, quizás derivado de los contactos con el duque de Buckingham,
gran aficionado al arte y las antigüedades.
Tanto la reflectografía infrarroja como la
radiografía muestran algunos cambios realizados en la composición. En un primer
momento, sobre la superficie del lienzo Van Dyck dibuja y comienza a
pintar un personaje masculino entre el ángel y la santa, incluido en varios de
sus bocetos sobre papel. Sin embargo, esta figura queda inconclusa y es
finalmente cubierta por la manga del manto del ángel. De menor relevancia son
las pequeñas modificaciones que el pintor realiza en la figura de santa
Catalina, tanto en la manga de la camisa como en su mano izquierda, que en un
principio sujetaba el manto y creaba un juego de pliegues que, finalmente, fue
eliminado.
Santa
Rosalía, Hacia 1625.
Óleo sobre lienzo, 106 x 81 cm. Museo del
Prado.
Esta es una de las varias imágenes de santa
Rosalía que Van Dyck pintó en Sicilia, donde residió en 1624 y
1625. Muestra a la santa en la cueva en la que vivió como ermitaña, en
el monte Pellegrino, cerca de Palermo. El culto a Rosalía se
popularizó durante la epidemia de peste que asoló la ciudad en esos mismos
años.
Diana y una ninfa sorprendidas por un sátiro, 1622 - 1627.
Óleo sobre lienzo, 144 x 163 cm. No
expuesto.
Desde el inventario del Real Museo de 1857
hasta 2002, esta obra ha figurado
como Diana y Endimión sorprendidos por un sátiro, pero
L. Ruiz ha demostrado que la escena representada es Diana y una ninfa
sorprendidas por un sátiro, ya que es una figura femenina, con el cuerpo
cubierto por completo con una túnica azulada y collar de perlas al cuello, la
que duerme al lado de Diana, una imagen muy alejada del aspecto varonil
de Endimión. Incluye la presencia de un sátiro, el habitante natural de
los bosques de la umbría y fértil Arcadia, y no a Cupido, testigo
frecuente de la pareja Diana y Endimión. Cae la noche y, tras
una fructífera jornada de caza -las numerosas piezas abatidas se amontonan
cercanas-, Diana se rinde al sueño junto a una de sus ninfas, el cortejo
de compañeras que le fuera otorgado por el padre, Júpiter.
Es este sencillo episodio, el más
frecuentemente representado, el que se desarrolla en este cuadro. Incluso la
presencia del sátiro, Pan tal vez, el lujurioso dios de los bosques, siempre acechante
en torno a las ninfas, no puede extrañar en este tema; es más, su expresiva
mano izquierda parece convertirse en centro de la narración, la evidencia de
sus deseos y de su protagonismo en la escena. Ese dedo índice no señala
exclusivamente a Diana, posiblemente el objetivo final de los deseos del
sátiro, también a la aljaba, el arco y el perro, los inseparables atributos de
la diosa, los que la hacen más temida y poderosa. Dormido el perro y
depositados en un ángulo los otros, la desnudez de Diana parece más
vulnerable. Tanto ella como su acompañante aparecen así accesibles y esa
accesibilidad es doblemente perturbadora, tanto por la presencia del sátiro
como para el espectador de la pintura, al que el sátiro involucra en la escena,
obligándole a participar visualmente del sensual desnudo de Diana. Para la
composición de este lienzo, el autor contó con importantes referencias
italianas, especialmente venecianas; se citan siempre ejemplos
de Tiziano y Tintoretto. Pero a la hora de acometer un tema mitológico
de estas características, el pintor flamenco debió recurrir a una imagen muy
repetida en la iconografía clásica, la historia de Ariadna dormida y
descubierta por Pan. A buen seguro, esta visión pasó a formar parte del bagaje
cultural de los artistas del Renacimiento y del Barroco, especialmente
cuando deseaban recuperar composiciones en las que debían introducir parámetros
similares.
La razón por la que este cuadro venía
ostentando el título erróneo viene, entre otras cosas, porque estos títulos suelen
responder a alguna tradición, especialmente en el grueso de las obras
del Prado, las que proceden de las Colecciones Reales. En este caso, el
error partió de los primeros inventarios del Museo, puesto que en las
anteriores referencias a esta composición no hubo duda alguna sobre el episodio
mitológico que se narra.
Hombre
con laúd, Hacia 1627.
Óleo sobre lienzo, 128,7 x 101 cm. Museo
del Prado.
Un joven sujeta un instrumento de música que ha
sido identificado como un archilaúd de mástil largo o un guitarrón. La
vestimenta negra del personaje y el fondo oscuro hacen que únicamente destaquen
las carnaciones y los toques blancos del cuello y puños, de tal manera que la
atención se concentra en el rostro y manos del retratado, según una fórmula
habitual en los retratos del Barroco.
La manera experta de sujetar el instrumento con
las dos manos manifiesta la familiaridad del retratado con el laúd, pero su
identidad permanece oculta. Parece tratarse del retrato de un músico
profesional. Durante mucho tiempo se consideró como un retrato de Jacobo
Gaultier, un famoso músico francés que trabajó como primer laúd en la corte del
rey inglés Carlos I entre 1617 y 1647. Sin embargo, las imágenes conocidas de
este músico, de mayor corpulencia y cabellera rizada y abundante, lo distancian
del personaje retratado por Van Dyck. Por otro lado, la presencia del
instrumento no implica necesariamente la dedicación profesional al arte de la
música. Símbolo cortesano por excelencia, las alusiones al arte musical son
habituales en muchos retratos del Barroco como signo de distinción y
refinamiento intelectual. En ese caso podría tratarse de la efigie de un joven
burgués o un aristócrata, quien proyecta su distinguida posición social
mediante el dominio del laúd, objeto propio de una forma de vida refinada y
culta. Nótese la presencia de una espada colgada de la cintura del personaje,
que lo aleja de la condición de simple músico.
Van Dyck fue un hábil y exitoso
retratista. La colocación del personaje de perfil, mientras parece caminar
hacia la izquierda llevando el instrumento, a la vez que gira el cuello para
dirigir su mirada hacia el espectador, evidencia el aire casual que el pintor
pretendía conceder a todos sus retratos. Consigue de esta manera una pose
armoniosa y una composición dinámica, que a su vez queda marcada por el juego
de diagonales que forman la posición inclinada del instrumento y el brazo
extendido del músico.
No hay certeza en la fecha de realización de la
pintura. La seguridad en la ejecución y las cualidades pictóricas y
compositivas corresponden a un momento de madurez creativa, sin que sea fácil
discernir si el cuadro fue pintado durante el periodo italiano de Van
Dyck (1621-27) o durante su segunda etapa en Amberes (1627-32).
Por una parte, la movilidad de la figura, las características singulares del
laúd y la sencillez compositiva hacen pensar en un retrato italiano, sin
embargo, la austeridad en el uso del color y el ideal aristocrático enlazan con
los retratos realizados en los Países Bajos.
Respecto a la procedencia de la pintura tampoco
hay datos concluyentes. La obra se documenta por vez primera en 1734, cuando
aparece en una lista de las pinturas que se salvaron del incendio que arrasó el
antiguo palacio real de Madrid, y que acabó con muchos cuadros de la
colección real española ingresados en el siglo XVII.
Dama
desconocida, Hacia 1628.
Óleo sobre lienzo, 106 x 75 cm. Museo del
Prado.
Vestida de negro, con gorguera ancha según la
moda española y collar de tres vueltas que coge con la mano derecha, la retratada
se presenta serena y altiva ante el espectador.
Se puede apreciar la influencia de Antonio
Moro (1519 1576) en el concepto del retrato, la posición vertical y el
fondo estrictamente negro. Aunque la moda que luce es muy anterior, ha sido fechado
hacia 1628, coincidiendo con los últimos retratos del periodo genovés del
artista. Con ellos tiene muchos aspectos en común, como la sobriedad en el uso
del color, la solemnidad de la imagen y la profunda carga psicológica que emana
de la retratada. De origen desconocido, la pintura está
documentada por primera vez en 1686 en el Alcázar de Madrid.
La Piedad,
Hacia 1629.
Óleo sobre lienzo, 114 x 100 cm. Museo del
Prado
La escena describe uno de los momentos más
dramáticos de la Pasión y Muerte de Cristo, cuando la Virgen, en
su calidad de madre, acompañada por María Magdalena, que besa la mano del
Redentor, y por san Juan, que contempla la escena, asume la mayor significación,
protagonizando los momentos inmediatamente posteriores a la pérdida del Hijo en
la tragedia del Calvario, aspecto que Van Dyck logra expresar
magistralmente: la luz baña plenamente su rostro así como los rasgos del
Salvador, cuyo cadáver yace sobre un lienzo blanco dispuesto sobre una piedra.
El pintor ha seguido un esquema habitual para tan popular asunto, pero en lugar
de mostrar el cuerpo de Jesús sobre el regazo de su madre, al igual
que lo hicieron los maestros de la Edad Media, llegando hasta la plenitud
del Renacimiento -recuérdese a tal efecto la
celebérrima Pietà de Miguel Ángel (Basílica de San Pedro de
Roma-) ha preferido una situación intermedia, en vez de mostrar a la madre
evocando la infancia del Hijo al presentarlo sobre sus rodillas. Deseando un
mayor efectismo barroco, poco menos que determinado por la idea de éxtasis,
relaciona ambas imágenes y presenta a la Virgen elevando sus ojos al cielo,
llenos de lágrimas, con la cabeza de Cristo apoyada sobre su mano derecha. Tal
actitud semeja de reproche al Padre Eterno, quien siglos atrás no permitió
el Sacrificio de Isaac, escogiendo ahora para el supremo martirio a su
propio Hijo. El cuadro ha sido de controvertida atribución desde que comenzó a
ser objeto de análisis; después de sopesar opiniones en contra de que fuese un
original, estimándolo una simple copia del que pintó el maestro para la iglesia
del Begijnhof de su ciudad natal (Koninklijk Museum voor Schone
Kunsten, Amberes). Díaz Padrón, en 1999 rectificó su opinión anterior
(1975) y lo clasificó entre los originales de Van Dyck, estimando que es
una repetición en tamaño reducido, respecto del anterior. En lo que concierne a
las ideas que presidieron la composición, así como lo que pudo condicionar las
actitudes de los personajes, se hace necesario evocar la escultura clásica, a
cuyo reempleo de conceptos y formas tan inclinado fue Rubens a la
hora de fijar gestos y posturas; Van Dyck, tanto pudo evocar imágenes de
cuanto había observado y estudiado en su viaje por Italia, como acudir a
los repertorios de grabados o los pequeños vaciados en bronce, ejecutados
siguiendo las pautas de piezas conocidas del repertorio de la
Antigüedad. Van Dyck aprendió bien la lección de Rubens, en
cuanto a la utilización de la escultura, tomando préstamos formales de ésta,
que ungía de vida y calor, trasvasando a carne y a efluvios de sudor y sangre,
la piedra y el mármol. La epidermis del cuerpo de Jesús refleja
tonalidades que son reveladores testimonios de la metamorfosis de un cuerpo, ya
ajeno a los alientos de vida, a efectos de conseguir un resultado naturalista y
verosímil a los ojos del espectador. Las líneas maestras que dominan el
conjunto de la composición, responden a un inteligente plan preconcebido para
el logro del equilibrio de las masas y la mejor coherencia rítmica. La
Magdalena se integra en la acción participando en la formación de un esquema
piramidal que coloca a la Virgen en el vértice superior, donde el fondo oscuro
de la roca contribuye a resaltar su presencia junto al cuerpo de Jesús,
que destaca iluminado, acorde con la magnificencia olímpica de una estatua
clásica. San Juan, por el contrario, en sombras, ayuda a configurar una
diagonal que se inicia en los cuidados símbolos del tormento del Salvador,
situados en el ángulo inferior izquierdo de la tela para concluir en el
superior derecho. El dibujo, el cromatismo, el empleo de la luz y la tensión
dramática general, que se observa fácilmente, son de primer orden y subrayan,
después de ser apreciadas en toda su dimensión cualitativa como resultado de la
reciente restauración de la obra, el acierto de las opiniones que la atribuyen
a la mano de Van Dyck, eliminando las antiguas reticencias que la situaban
adscrita al taller del maestro. La grabó Paulus Pontius en sentido
inverso (New Holl, VII, 538), resaltando sus diferencias del cuadro conservado
en Amberes, especialmente en lo que concierne a detalles de los rostros de
los personajes.
San
Francisco de Asís en éxtasis, 1627 - 1632.
Óleo sobre lienzo, 123 x 105,5 cm. Museo del Prado
El santo aparece recostado sobre una roca, en
pleno éxtasis místico, tras la reflexión sobre la muerte a la que aluden la
calavera, la cruz y el libro. Es confortado por un ángel mú
sico según se narra
en el libro Florecillas de San Francisco (Parte II, consideración
segunda).Este hermoso cuadro, del que existe otra
versión en el Kunsthistorisches Museum de Viena, se puede fechar
por razones estilísticas entre 1627 y 1632, cuando Van Dyck residió
en Amberes tras su regreso de Italia y antes de su partida
para Londres. El cuadro muestra a San Francisco en éxtasis, tras su
meditación sobre la muerte. Se pueda identificar con un San Francisco y un
Ángel que baja del cielo de Antonio van Dyck que aparece en una lista de
cuarenta y cuatro cuadros que el conde de Fuensaldaña adquirió
en Londres en 1651 con la ayuda del pintor David Teniers, que
actuó como su agente. Aunque no podemos estar seguros de la intención de
Fuensaldaña al adquirir el cuadro, es posible que pretendiese venderlo o regalarlo
a Gaspar de Haro (1629-1687), séptimo marqués del Carpio, en cuya
colección se menciona en una nota manuscrita que se incluye en la citada lista
de cuadros adquiridos por Fuensaldaña, y donde aparece inventariado en 16882.
El cuadro pasó de la colección Carpio a la colección real española a finales
del siglo XVII como pago por una deuda.
El conde
Hendrik van den Bergh, 1627 - 1632.
Óleo sobre lienzo, 114 x 100 cm. Museo
del Prado
Enrique de Berg, aunque holandés de origen y
sobrino de Mauricio de Nassau, permaneció fiel durante bastante tiempo a
la causa católica de la monarquía española. Nacido en 1573 y muerto en 1638,
dirigió con brillantez y valentía la caballería española en Flandes en
los primeros años de la Guerra de los Treinta Años, hasta que en 1632 puso
sus esfuerzos al servicio de los rebeldes holandeses.La imagen realizada por Van Dyck responde
a las características de sus retratos posteriores a su viaje a Italia,
etapa en la que alcanzó un gran dominio del género, convirtiéndose en el
principal retratista flamenco. En estos años pintó a muchos de los
protagonistas de la contienda militar que asolaba el norte y centro de Europa,
y esta actividad tuvo su culminación en la publicación de un repertorio de
grabados realizados a partir de sus retratos, conocido como la Iconografía
de Van Dyck.
En el caso de Enrique de Bergh, el autor
planteó un retrato de corte castrense, donde consigue resaltar la bizarría del
Conde mediante la incorporación de elementos propios de su condición, como la
armadura, el bastón de mando y la banda de general, cuya elegante disposición
en el brazo escorzado anima la composición y dota a la efigie de una apariencia
de gran dignidad aristocrática propia de su condición. La situación del
personaje junto a una roca y delante de una abertura al paisaje, anuncia el
tipo de retrato que Van Dyck desarrollará en los años inmediatamente
posteriores, durante su estancia en Inglaterra.
La pintura fue adquirida por Felipe IV en
la almoneda del rey Carlos I de Inglaterra a mediados del siglo
XVII. En el siguiente siglo, desconociéndose la identidad del personaje, fue
considerada durante muchos años como retrato del duque de Alba.
Endymion
Porter y Anton van Dyck. Hacia 1633.
Óleo sobre lienzo, 119 x 144 cm. Museo del
Prado
Endymion Porter (1587-1649), protector y amigo
de Van Dyck, fue secretario del duque de Buckingham y un
importante diplomático de la corte inglesa. Gran aficionado a las artes, fue el
encargado de adquirir obras para la colección del rey Carlos I, siendo uno de
los mejores apoyos del artista durante su estancia en Londres.
El aristócrata aparece de frente y vestido de
satén blanco, mientras que el pintor, de negro, está situado de perfil, más
bajo, para no destacar por encima de la figura del aristócrata. En este cuadro
Porter aparece junto a Van Dyck en el único que conocemos en el que
el pintor se representó en compañía de otra persona. Aunque las circunstancias
que llevaron al pintor a realizar este cuadro no son conocidas, su estilo
indica que realizó entre 1632 y 1635 aproximadamente, durante los primeros años
de su estancia en Inglaterra o durante los meses que pasó en
los Países Bajos españoles en el invierno de 1634-1635, cuando el
pintor tenía en torno a treinta y cinco años y Porter cuarenta y siete. Es
posible que este retrato, en el que se ensalza la amistad entre el aristócrata
inglés y el pintor flamenco, se realizase en agradecimiento por el apoyo que
Porter prestó al pintor en Londres, que le permitió llegar a ser pintor de
la corte de Carlos I.
La roca sobre la que los dos personajes apoyan
una mano es un símbolo de la solidez de su amistad, idea a la que contribuye
también el formato ovalado del cuadro, que ayuda a crear una sensación de
proximidad entre ambos. Por otro lado, la posición privilegiada del aristócrata,
que aparece de frente mientras que el pintor es mostrado de perfil, responde a
los prejuicios de la sociedad de la época. A la característica y refinada
elegancia de los retratos del autor, que definen las poses, las manos y los
rasgos estilizados, además de la cortina y la columna que sirven de fondo a la
escena, se suman la exquisitez de la ejecución y la armonía que existe entre la
composición y el formato ovalado del cuadro, para completar uno de los retratos
más bellos del gran retratista de Amberes.
Retrato
de hombre, 1628 - 1632.
Óleo sobre lienzo, 112 x 100 cm. Museo del
PradoD
e más de medio cuerpo, con traje negro
acuchillado, capa sobre el hombro y cuello de encaje, el retratado se nos
presenta de manera orgullosa, luciendo ostensiblemente la espada, atributo de
personaje noble, ha sido considerado tradicionalmente como el retrato del
grabador Paul du Pont, conocido como Paulus Pontius, en función de su
parecido físico, pero la presencia de la espada arroja sombras de dudas sobre
tal identificación.
La obra pertenece a la segunda etapa del pintor
en su ciudad natal. La situación frontal del personaje y el bizarro escorzo de
la mano izquierda marcan una imagen de gran rotundidad. La expresividad de los
gestos pertenece a la retórica cortesana que caracteriza muchos retratos de
este artista, repitiéndose habitualmente las soluciones del brazo en la cintura
y la posición de la mano izquierda.
El retrato apareció en 1745 en la colección del
duque del Arco.
Cardenal-Infante
Fernando de Austria. Hacia 1634.
Óleo sobre lienzo sin forrar, 107 x 106
cm. Museo del PradoU
n inventario de 1636 describe este retrato del
infante Fernando: Vn retrato del señor infante Don Fernando de medio
cuerpo arriba, que le trujo el marqués de Leganés, en el traje y forma que
entró su Alteça en Bruselas, en la mano derecha un bastón, casaca de
terciopelo carmesí, guarnecido de galón de oro, banda carmesí recamada de oro y
en ella un espadón, cortina de brocado; es de mano de Van Dyck, pintor
flamenco, con moldura dorada y bruñida.
El cardenal-infante era el hermano menor del
rey Felipe IV de España. A la edad de diez años fue elevado a cardenal,
según la costumbre del Sacro Imperio Romano. En 1631, se le nombró sucesor
de su tía, la infanta Isabel. Partió de Madrid en 1632 para tomar
posesión del cargo de virrey de Cataluña. A raíz de la muerte de Isabel el
1 de diciembre de 1633, Felipe IV nombró al cardenal-infante
gobernador de los Países Bajos españoles. A principios de otoño el año
siguiente, Fernando y su ejército imperial marcharon
desde Italia en dirección al norte. En la localidad alemana
de Nördlingen se enfrentaron a fuerzas suecas, a las cuales
derrotaron en una importante victoria entre el 5 y 6 de septiembre de 1634.
Este hermoso retrato oficial del cardenal-infante Fernando celebra su entrada
en Bruselas el 4 de noviembre de 1634.
Un escrito contemporáneo describe la llegada
del cardenal-infante a Bruselas: Entró en la villa con todo el
acompañamiento, vestido de lama bordada carmesí, con una anguarina o casaca de
lo mismo, plumas, banda roya, y un espadín, pieza de su abuelo Carlos V cuando
debeló los enemigos junto al Albis, y ahora por Su Alteza los del Danubio,
el cabello largo y vna Valona tendida por los hombros, uso del país como lo pedía
el traje militar; de gentil presencia, rostro blanco y el bozo en sus primeros
principios rubio y del origen de su casa, en veintiuno años y seis meses de su
edad.El retrato documenta un acontecimiento
histórico y glorifica la dinastía de los Habsburgos. La pintura fue
enviada a Felipe IV en 1636 y se exhibió en el palacio real
del Alcázar, cerca de un cuadro de la batalla de Nördlingen. En la
mano derecha Fernando sostiene un bastón de mando que enfatiza su
rango militar. En la banda lleva insertada la espada que su bisabuelo Carlos V
usó en la batalla de Mühlberg en 1547. El vistoso atuendo rojo y oro
es suntuoso y solemne, y refleja la importancia del cardenal-infante y sus
triunfos militares. Desde su lugar de prominencia en el Alcázar, el
retrato sirvió como recordatorio de la importancia de
los Habsburgos y su papel en la historia de España. Felipe
IV y la familia real no fueron el único público de este retrato, ya que se
reprodujo en grabados de Pieter de Jode el Joven, Adriaen Lommelin y John Payne,
con Fernando mirando siempre en la misma dirección, y se pintaron
varias copias, incluida una para Carlos I de Inglaterra y otros
miembros de la nobleza británica.
Para 1630, Van Dyck estaba muy
solicitado como retratista. En 1633-34, a fin de servir a su ilustre clientela
-realeza y nobleza europeas así como cortesanos, diplomáticos, clérigos y
eruditos-, estableció su estudio en Amberes, el centro comercial y
artístico de los Países Bajos españoles. Siendo el retratista flamenco más
sobresaliente, Van Dyck era el candidato idóneo para cualquier
encargo de carácter político. Se le conocía por su destreza técnica, su
habilidad para plasmar el parecido físico y su rapidez de ejecución. Solía
trabajar en varios retratos a la vez. En este caso, sus asistentes
probablemente pintaron la elaborada vestimenta del infante, el fondo y el
cortinaje brocado, mientras Van Dyck terminaba la magnífica cabeza y
las elegantes manos. Después de que sus asistentes completaran la figura, el
maestro daría las últimas pinceladas a toda la pintura, añadiendo los toques de
luz y los opulentos detalles de oro y encaje. Su estilo característico muestra
la influencia de los métodos de su mentor, Peter Paul Rubens, y el
colorido y la pincelada de los pintores venecianos.
Van Dyck fue uno de los primeros artistas
europeos que dotaron de profundidad psicológica y naturalidad al retrato. El
cardenal-infante da la impresión de acabar de entrar en el estudio del artista.
El bastón alzado sugiere movimiento y añade espontaneidad a la pose, a la vez
digna y sin afectación. El aristócrata victorioso contempla al observador con
mirada sobria y gesto suave, que comunican una sutil expresión de humildad y
pensamientos que solo podemos imaginar.
Amalia de
Solms-Braunfels, 1631 - 1632.
Óleo sobre lienzo sobre tabla, 105 x 91
cm. Museo del Prado
Amalia de Solms-Braunfels (1602-1675) fue
la esposa de Federico Enrique de Nassau (1584 1647),
príncipe de Orange, también retratado por Van Dyck.
Como primera dama de la Casa de Nassau, la
retratada luce un elegante vestido negro con cuello a la francesa, y su gran
escote está ornamentado por dos vueltas de collar de perlas y una gargantilla.
El broche sobre el pecho, el anillo y las pulseras perladas completan la imagen
de una dama de la alta aristocracia holandesa.
Van Dyck realizó numerosas réplicas de
esta imagen, que se difundió enormemente a través de grabados y estampas,
debiendo haber sido realizada durante el segundo periodo del pintor en
los Países Bajos de 1628 a 1632. La atribución al artista se basa en
la aparición del cuadro, junto con su pareja, como obra de Van
Dyck en el inventario de la colección de Isabel Farnesio en 1745
en La Granja.
Carlos II
de Inglaterra. Hacia 1637.
Óleo sobre lienzo, 135 x 109 cm. Museo del
Prado
En pie, armado, una pistola en la diestra; la
izquierda, sobre el casco empenachado. Representa unos siete años. Hijo de
Carlos I, nacido en Londres el 2 de mayo de 1630, reinó desde el 20
de mayo de 1660; murió en 1685, el 26 de febrero. Existen varias versiones de
este cuadro, que probablemente el pintor realizó en colaboración con su taller.
El original se conserva en el castillo de Windsor; se pensó que éste
también era de mano de van Dyck y en 1666 -en la galería del
cierzo del Alcázar- se daba como original.
Francisco
de Moncada, marqués de Aytona, Después de 1634.
Óleo sobre lienzo, 114 x 98 cm. No
expuesto
De más de medio cuerpo, con la diestra coge el
cordón del que pende la venera santiaguista. El retratado nació en 1586 y murió
en Gosch (Cleves) el 10 de agosto de 1635. Fue militar e historiador. Escribió
la Expedición de los Catalanes y Aragoneses contra turcos y
griegos (1623).
La obra es copia con variantes y cambios en los
blasones del escudo, del original del Museo de Viena, pintado
en Bruselas en 1634. Probablemente es el cuadro de tema similar
atribuido a Van Dyck citado en la Testamentaría del Marqués de
Leganés.
Mary,
Lady Van Dyck. Hacia 1640.
Óleo sobre lienzo, 104 x 81 cm. Museo del
Prado
Mary Ruthven, perteneciente a la aristocracia escocesa,
nació hacia 1622 y se casó con Van Dyck a principios de 1640. El
retrato debió de ser pintado en ese momento, cerca de dos años antes de la
muerte del pintor. El cabello recogido en un tocado de hojas de roble
probablemente hace alusión a la fortaleza y constancia que se asociaban
simbólicamente con ese árbol.
Dada su relación con la modelo el pintor dota
al retrato de un amplio sentido de intimidad y afecto, al que contribuye el
gesto de las manos y la mirada de la dama. Con esta imagen, Van Dyck se
alejaba de los retratos cortesanos que estaba pintando en Inglaterra por
esos años, para hacer una pintura más cercana, de índole doméstica y privada.
Beatriz
van Hemmema, condesa de Oxford, 1638. Óleo sobre lienzo, 107 x 86 cm. Museo del
Prado
Este retrato, característico de la última etapa
del pintor, muestra Beatriz van Hemmema, de familia de Frisia, que
contrajo matrimonio antes de 1626 con Robert de Vere, conde de Oxford. La
rosa que sostiene en la mano se asocia a la fecundidad en retratos femeninos.
Si se pinta marchita, como tal vez sucede aquí, puede aludir a su condición de
viuda.
La situación del personaje en primer plano,
delante de un gran volumen, ya fuese arquitectónico, pétreo o vegetal, con una
fuga hacia un paisaje abierto en un extremo, es una solución compositiva
característica de la última etapa en Inglaterra, y marcará enormemente el
desarrollo del retrato inglés en los siguientes siglos. Firmado y fechado en la
roca sobre la que apoya sus manos, posible símbolo de su fortaleza. Esta
pintura ingresó en la Colección Real en 1745 procedente de la colección del
duque del Arco.
Pinturas
religiosas
Al inicio de su formación, en el taller de Van
Balen, el joven Anton se cimentó principalmente en la realización de obras de
carácter religioso. En la Amberes apenas reconquistada por el catolicismo,
el género pictórico más solicitado era el religioso y el bíblico. El primer
gran encargo que recibió Van Dyck fue precisamente el de realizar pinturas que
representaran a los doce apóstoles. Tras acercarse al taller de Rubens los
encargos religiosos crecieron notablemente.
Representativa de estas pinturas con carácter
sagrado de la producción de Van Dyck es la tela El emperador Teodosio y
san Ambrosio de 1619–1620. Esta tela representa el encuentro entre el
pecador Teodosio I y el arzobispo de Milán, Ambrosio. Para la realización de la
tela, Van Dyck hizo referencia al trabajo de idéntico nombre que había hecho
con Rubens años antes. Sin embargo, las diferencias resultan claras: en la
pintura de Van Dyck, conservada en Londres, el emperador no tiene barba, el
fondo arquitectónico resulta más marcado y además del pastoral, se ven en el
cielo diversas armas llevadas por el séquito de Teodosio. Y mientras en la tela
de Rubens (conservada en Viena) sobre la capa del obispo se pueden ver retratos
de Cristo y de san Pedro, que subrayan la autoridad de Ambrosio, en la de Van
Dyck la capa se presenta como un ejemplo de gran habilidad en la representación
pictóricas de pliegues. Otro añadido de Van Dyck es el perro, colocado a los
pies del emperador. Las pinceladas de la obra realizada en Londres son
enérgicas y vigorosas, mientras que las de Viena aparecen más suaves y ligeras.
El
emperador Teodosio y san Ambrosio de 1619–1620
Óleo sobre lienzo. 149 x 113 cm. The National
Gallery
Se basa en gran medida en un tratamiento
de 1618 del mismo tema por Peter Paul Rubens, en el que van Dyck
había trabajado como asistente de estudio. En la versión de van Dyck,
Theodosius no tiene barba, el fondo arquitectónico es más definido y se añaden
una lanza y una alabarda en el lado izquierdo.
La pintura muestra al emperador
romano Teodosio I y su séquito siendo excluidos de la catedral
de Milán por su arzobispo San Ambrosio, como castigo por
la Masacre de Tesalónica.
Reprobando en los más duros términos aquella
matanza de la población. San Ambrosio excomulgó a Teodosio I el Grande a causa de
la masacre de Tesalónica, reprobando en los más duros términos aquella matanza
de la población.
Óleo sobre tabla. 105,3 x 73 cm.
Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito
en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.
A su retorno a Amberes tras su estancia en
Italia, Anton van Dyck pintó varias Crucifixiones destinadas a diversas
iglesias de la ciudad. En relación con esos cuadros de altar pintó otros de
tamaño menor en los que, prescindiendo de las figuras auxiliares, se representa
sólo a Cristo en la cruz. Destinadas probablemente a la devoción privada,
estas imágenes se concentran en la soledad del Redentor en el momento de su
agonía, cuando se queja del abandono de su Padre.
Varias versiones de esta composición se
consideran obras de taller o de escuela. La versión autógrafa de referencia es
la que se conserva en el Koninklijk Museum voor Schone Kunsten de Amberes. De
ella sabemos que fue realizada por Van Dyck en 1627 para el prior del convento
de los agustinos de la ciudad.La versión que aquí se muestra fue publicada
por primera vez en 1930, por G. Glück, quien la consideraba autógrafa. La
bibliografía posterior ha seguido por regla general esta opinión. Así por
ejemplo, Larsen (1988) comenta su carácter abocetado, «lo que confirma su
autenticidad». Sin embargo, el autor anónimo de la ficha correspondiente a este
cuadro en el catálogo de la subasta de Sotheby's, de 1995, la describía como
«Círculo de Sir Anthony van Dyck» diciendo que «aunque la atribución tradicional
a Anthony van Dyck nunca se ha puesto en duda en la literatura, muchos de los
estudiosos contemporáneos de Van Dyck no la aceptan; varios de ellos prefieren
una atribución a Jean Boeckhorst, a quien Michael Jaffé la atribuye
firmemente». Sin embargo, la atribución de Jaffé a Boeckhorst no parece haberse
publicado. Tampoco parece constar en ningún informe inédito, según se dice en
una carta de Sotheby's al Museo Thyssen-Bornemisza fechada el 25 de junio de
2001.
Examinada la obra en el taller de restauración
del Museo Thyssen-Bornemisza en agosto de 2001, se descubrieron restos,
visibles a simple vista, de una composición anterior, que resulta legible si se
gira la tabla noventa grados. Se trata de fragmentos de un boceto a pincel, en
el que puede verse una figura entre dos animales en un bosque o grupo de
árboles.
El hecho de que el autor de esta Crucifixión
haya utilizado una tabla en la que se encontraba esbozado ya otro tema, sin
llegar a cubrir totalmente el dibujo de la composición anterior, confirma lo
que su factura nerviosa y rápida sugiere, a saber, que se trata de
un modello o estudio destinado a no abandonar nunca el taller, y
demuestra el carácter original y no derivativo de la obra. Debe pues mantenerse
la atribución tradicional a Van Dyck y, de acuerdo con lo que se ha dicho, su
fecha debe ser aproximadamente la misma que la de la versión de Amberes, es
decir 1627.
Pinturas
históricas y mitológicas
No presentes de manera constante como las
pinturas religiosas o los retratos, las representaciones mitológicas e
históricas acompañan toda la producción de Van Dyck. Durante el período de
colaboración con Rubens, a Van Dyck se le confió un ciclo de pinturas que
narrasen y exaltasen la vida y las empresas del romano Decio Mus. Entre sus
pinturas más célebres está La continencia de Escipión y Sansón y
Dalila. Tras volver de Italia y haber visto numerosas obras de Tiziano, la
ejecución de estos temas adquirió una nueva y distinta componente debido a la
influencia del maestro italiano. La pintura más famosa de carácter mitológico
es sin duda Amor y Psique realizado para el rey Carlos I y ahora
propiedad de la reina Isabel II de Inglaterra (Royal Collection).
Son evidentes en esta pintura, como en gran
parte de las de carácter mitológico, las referencias a la pintura italiana
renacentista de Tiziano y Dosso Dossi. Una comparación con el Baco y
Ariadna de Tiziano es fundamental. Los temas representados con una
delicadeza buscada, las pinceladas redondeas y las líneas perfectamente definidas.
Fuerte es también el componente alegórico: Cupido llega a salvar a Psique,
después que ésta, como cuenta Apuleyo en Las metamorfosis, cae en un sueño
mortal. Tras el cuerpo de Psique, abandonado sobre una roca con suavidad,
surgen dos árboles, uno orgulloso que simboliza la vida, el otro seco y
desnudo, que simboliza el espíritu de la muerte. Esta tela se caracteriza por
un fuerte sentimiento de participación, insertado en una delicada y lírica
atmósfera idílica.
Sansón y
Dalila, 1630
Óleo sobre lienzo. Kunsthistorisches
Museum de Viena.
Sigue el estilo de su antiguo
maestro Peter Paul Rubens. Sin embargo, a diferencia de Rubens, van
Dyck muestra a Delilah aparentemente consternada por su propia traición a
Samson y lamentando su acto de traición, mientras que Rubens lo muestra como un
cautivo y ella como una tentadora sin escrúpulos. La paleta de Van
Dyck en la obra también revela la influencia de Tiziano durante la
estadía de van Dyck en Italia.
Amor y Psique (1639-1640)Óleo sobre lienzo.
Palacio de Kensington
Cuenta la leyenda que
en Grecia un hombre tenía tres hijas y una de ellas muy bella que era Psique.
La diosa Afrodita la tenía envidia por lo hermosa que era y le ordenó a su hijo
Cupido (Amor) que le lanzase una flecha de oro oxidada para que se enamorase de
una persona cruel y fea. Cupido al verla se enamoró de ella y no se atrevió a
lanzar la flecha y la tiró al mar. Entonces Cupido para que su madre no
sospechara ocultó a Psique en el Olimpo, por la noche cuando dormía.
Cupido se reunió con
Psique por la noche y le confesó que la amaba. Los dos amantes siguieron viéndose
todas las noches en la oscuridad, y una noche Psique le dijo que le gustaría ir
a ver a sus hemanas. Cupido la llevó a su casa en la noche cuando ella dormía.
A la mañana siguiente
Psique les contó a sus hermanas que tenía un amante y que se veían todas las
noches, ellas le preguntaron como era pero Psique no sabía contestar porque
nunca lo había visto. Las hermanas de Psique le propusieron que en una noche
encendiese un lámpara para ver como era su rostro, y que si lo ocultaba era
porque era feo. Así fue una noche
cuando se reunieron los dos amantes, Psique encendió una lámpara de aceite para
ver su rostro, en ese momento una gota de aceite hirviendo se derramó sobre la
cara de Cupido quien decepcionado la rechazó y se fue.
Al día siguiente
Psique se fue a ver a la diosa Afrodita y pedirle que le ayudara a recuperar a
su hijo Cupido. Afrodita furiosa aceptó pero le mandó a por un cofre, al
inframundo.
Psique cuando llegó
al inframundo vió a Persefone quien le dió el cofre y le dijo que no lo abriese,
que solo lo podía abrir Afrodita. Pero Psique tentada por el poder que creía
contener el cofre lo abre y lo que consigue es el sueño eterno. Psique cae
sobre una roca de donde surgen dos árboles uno majestuoso que simboliza la vida
y otro delgado y seco que simboliza la muerte.
Cuando Cupido se
entera la perdona y le devuelve la vida suplicándole a su madre Afrodita, esta
acepta y además de devolverle la vida también le da la inmortalidad.
Afrodita arregla sus problemas con Psique y le pide que viva con ella y con su
hijo en el Olimpo.
Esta es una de las
últimas obras de la obra de van Dyck, muestra una marcada influencia
de Tiziano y data desde su época como artista de la corte
hasta Carlos I de Inglaterra. Es su única pintura mitológica
sobreviviente de ese período y posiblemente proviene de una serie de pinturas
sobre el tema Cupido y Psique encargadas para la Casa
de la Reina en Greenwich; otros artistas involucrados en la
serie incluyeron a Jacob Jordaens y al antiguo tutor de van
Dyck, Peter Paul Rubens. Ese proyecto nunca se completó, lo que es
una posible explicación de por qué la pintura no tiene marco y está
relativamente inacabada. Esto lo daría de 1638-1640. Una segunda
alternativa es que fue producido para las celebraciones del matrimonio de la princesa
María con Guillermo II de Orange en 1641. La psique puede
inspirarse en la amante de van Dyck, Margaret Lemon.
Retratos
del período italiano
La principal actividad de Van Dyck en Italia, y
en Génova en particular, fue la de retratista. La nobleza genovesa, que había
conocido la habilidad de Rubens algunos años antes, no quiso dejar escapar la
oportunidad de hacerse retratar por el mejor alumno del maestro flamenco. Así
fue que a Van Dyck le encargaron numerosísimos retratos, individuales o de grupo.
Fue en esta ocasión que Van Dyck demostró su habilidad para retratar también a
los niños, a grupos familiares y a hombres a caballo. Entre los retratos de
grupo del período genovés el más conocido es La familia Lomellini.
Como la mayor parte de los retratos del período
genovés, no se conocen con certeza los nombres de los personajes retratados se
supone que se trate de la segunda mujer, los dos hijos mayores y los dos hijos
menores de Giacomo Lomellini, dogo de la República de Génova;
Giacomo, que en dos años de dogado no podía ser retratado, habría encargado
este retrato, que se presenta como el más complejo entre los del período
italiano: el hijo mayor, Nicolò, colocado bajo un arco triunfal, está
representado vestido con la armadura mientras que tiene en la mano una lanza
rota, símbolo de la defensa de la ciudad, mientras la mujer y los niños son
representados bajo una estatua de Venus púdica, que simboliza la defensa
de la esfera familiar.
Retrato
de una mujer, llamada Marchesa Durazzo. 1622-25
Durante los seis años que pasó en Italia
(1621–27), Van Dyck estuvo con frecuencia en Génova, donde pintó algunos de sus
retratos más magníficos. Esta niñera se identifica tradicionalmente como
miembro de la familia patricia Durazzo. Mientras que muchos de sus
retratos recuerdan a los de su colega mayor Rubens, que también había pintado
en Génova, éste atestigua la admiración de Van Dyck por la obra del gran pintor
veneciano Tiziano (ca. 1485/90? -1576). El retrato ha sufrido abrasión y
rebase, aplanando sus efectos pictóricos.
Marchesa
Gerónima Spinola, 1624
Óleo sobre lienzo. 226 por 151 centímetros (Museo:
Gemäldegalerie)
Antes de la restauración, la pintura era un
"agujero negro", como lo describe Gisela Helmkampf, la principal
restauradora del museo. Desde una superficie oscura sólo destacaban la cara y
las manos de los jóvenes nobles genoveses. Fue precisamente la naturaleza
especial de la imagen, la informalidad con la que pasa la Marchesa, dando al
espectador sólo una breve mirada, que ya no era reconocible. Antiguas capas de
barniz, trazas anteriores de restauración tuvieron que ser removidas, un
trabajo que requería una meticulosidad especial frente a capas de pintura muy
delgadas. Así, en el año y medio en el que la pintura fue almacenada en el taller,
no hubo trabajo permanente en ella.
Anton van Dyck, después de Rubens el
representante más importante de la pintura flamenca del siglo XVII, había
viajado desde Amberes en 1621 primero a Londres, luego a Italia, donde
rápidamente se convirtió en el retratista preferido, especialmente en Génova.
El retrato de 226 por 151 centímetros de Gerónima Spinola fue tomado alrededor
de 1624/26. La Marchesa fue la esposa de Filippo Spinola e hija del procurador
genovés Andrea Doria, quien murió en 1623. El transatlántico de lujo italiano
"Andrea Doria" fue nombrado
en su honor, que se hundió en el Océano Atlántico el 24 de julio de 1956. La pintura había llegado a Berlín sobre la
mediación de Wilhelm von Bodes, futuro director general de los museos de
Berlín. Von Bode, que fundó el Museo Kaiser Friedrich, más tarde nombrado en su
honor, en 1904 menciona la pintura en sus memorias. En 1895 había visitado
Villa Spinola en un viaje a Italia cerca de Génova: "Encontré la diversión
de una chica joven, noble y hermosa, una obra indudablemente genuina de van
Dyck, pero tan ahumada y carbonizada por la chimenea sobre la que colgó durante
unos siglos que ni siquiera tenía el precio de 10.000 francos (...) se atrevió
a pagar. Siguiendo el consejo de Bode, un marchante de arte lo compró a la
mitad del precio, y el restaurador del Museo Kaiser Friedrich logró
"revivir la pintura tanto empapándola con óleo que adquirió a Adolph
Thiem". Thiem, por otro lado, donó la pintura al museo en 1904.
La Marchesa ahora comparte un muro de la Sala
VII con otro van Dyck. Anteriormente, había obras de Rubens, que se trasladó
más lejos en su gabinete, pero desplazó otras pinturas allí. La galería de
pintura acababa de ser concebida con una vista del espacio Dahlemer en oferta,
el director de pensamiento Jan Kelch. La fusión con las pinturas que antes se
alojaba en el Bodemuseum ahora hace que el espacio sea escaso.
Marchesa
Elena Grimaldi Cattaneo, 1623
Óleo sobre lienzo. 242,9 x 138,5 cm. Colección
Widener
La resplandeciente Marchesa Cattaneo entra a
zancadas en la terraza de su palazzo genovés mientras su criado africano la
protege con una sombrilla roja brillante. Su mirada firme y su porte
orgulloso nos dicen que es una mujer segura. Anthony van Dyck tenía una
notable habilidad para comprender las aspiraciones de sus mecenas y expresarlas
en sus retratos, ya sea la fuerza interior de un burgués flamenco, la atrevida
bravura de un héroe militar, la inocencia de una joven o la gracia de una
aristócrata como Elena Grimaldi Cattaneo. En parte por la extraordinaria
seguridad de su pincelada y la fluidez de sus formas, Van Dyck convence al
espectador de que sus caracterizaciones son justas. Sin embargo, la verdad
es que se sabe poco o nada sobre las personalidades o ambiciones de la mayoría
de sus modelos, en particular de los que retrató en Génova. Sin embargo, altera
donna, o gran dama. La altura excepcional y desproporcionada de Marchesa
enfatiza su estatura, literal y figurativamente. La sombrilla roja
enfatiza la posición del espectador debajo de la de ella y extiende su
presencia, formando un halo alrededor de su cabeza contra un cielo
dramático. Los puños rojos rompen la severidad del lujoso traje negro de
Marchesa y llaman la atención sobre sus manos, especialmente hacia la ramita de
azahar en su mano derecha, un símbolo tradicional de castidad.
Sin conocer su estado real de servidumbre, el
asistente negro que sostiene la sombrilla de la marquesa es un recordatorio de
la activa trata de esclavos desde África a Génova. Su inclusión en el
retrato puede derivar artísticamente de Tiziano, el artista renacentista
italiano que Van Dyck admiraba y que retrató a los sirvientes negros en varios
de sus lienzos.
En el mismo año en que creó este retrato, Van
Dyck también pintó a los dos hijos mayores de la marquesa, Filippo (1619-1684)
y Maddalena Cattaneo (nacida en 1621), ambos de la colección de la National
Gallery of Art (1942.9.93, 1942.9.94). Un inglés que visitó el Palazzo
Cattaneo en diciembre de 1827 vio los tres retratos colgados en grupo, con los
niños flanqueando a su madre. La compra de PAB Widener de los tres
retratos en 1908 le permite al museo replicar ese arreglo hoy. Van Dyck estudió y trabajó en Italia desde
finales de 1621 hasta 1627. Si bien el puerto de Génova fue su base, también
realizó numerosos viajes de diversa duración a otras ciudades italianas,
incluida una estancia de ocho meses en Roma en 1622. En Génova, encontré los
majestuosos retratos que Peter Paul Rubens había pintado allí en 1606,
incluyendo a Marchesa Brigida Spinola Doria (NGA 1961.9.60), una gran
obra que inspiró este retrato de Marchesa Cattaneo. La sombrilla de la
marquesa y el entorno arquitectónico, con sus columnas corintias delicadamente
talladas, están directamente relacionados con el uso de Rubens de la
arquitectura imponente, la configuración de la terraza, las cortinas rojas y la
sensación general de grandeza en el retrato de Spinola Doria.
Retrato
de una dama genovesa. Hacia 1621
Óleo sobre lienzo. 203 x 118,3 cm. Gemäldegallery,
Berlin
¿Quién dijo que la edad está reñida con la
Elegancia y la Belleza? Desde un instante suspendido en el tiempo hace más de 3
siglos esta noble dama nos contempla. Todo en ella transmite distinción y
solemnidad y su mirada está llena de fuerza, serenidad e inteligencia.
Realizado en los primeros meses de su estancia
en Italia este retrato aún presenta las pinceladas fluidas y suaves al estilo
flamenco que en poco tiempo, como consecuencia de su contacto con el arte
italiano, evolucionarán en la pintura de Van Dyck a un dibujo preciso y a una
minuciosa y elaborada ejecución de la superficie.
La belleza de las cosas no reside sólo en la
juventud o en la suntuosidad. En realidad, como dijo David Hume, reside en el
espíritu de quienes las contemplan.
Retratos
del período inglés
Durante su permanencia en Londres, Van Dyck
retrató a numerosos personajes de la corte y de la pequeña nobleza, pero
también a los miembros de la familia real. Esta producción fue tan masiva que
Van Dyck tuvo que recurrir a la colaboración de ayudantes, que generalmente
pintaban los elementos secundarios como fondos y ropajes. Quienes encargaban
las obras eran representados a menudo de figura entera, como en el caso
del Retrato de Lord John y Lord Bernard Stuart o bien
del Retrato de Thomas Wentworth, primer conde de Strafford, pero también
sentados o solo a medio busto, como el retrato Dorothy Savage, vizcondesa
de Andover y su hermana Elizabeth, lady Thimbleby.
Uno de los mayores y más interesantes trabajos
del período inglés es el retrato Carlos Ludovico y Rupert, príncipes
palatinos. La pintura representa a los dos hijos del rey de Invierno, Federico
V, llegados a la corte de su tío Carlos I buscando ayuda financiera y militar
para su padre, en el exilio en La Haya. Carlos I, a la derecha, es el mayor de
los hermanos, mientras que Rupert, a la derecha, es el menor. Carlos I es
representado con el bastón de mando militar en la mano mientras fija al
observador con una mirada entre resignada y combativa. Rupert en cambio, más
lanzado que su hermano, mira el horizonte con ojos cansados y no apoya la mano
en la espada como el hermano, sino que la acerca al pecho con despreocupación.
El primero hará cualquier cosa para recuperar la dignidad de su padre,
combatiendo incluso contra su tío, Carlos I, que había rechazado darle apoyos
militares, mientras que el segundo se quedará en la corte inglesa y combatirá
durante la guerra civil.
Retrato
de Jacques Le Roy, 1631
Óleo sobre lienzo. 117,8 x 100,6 cm
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
Este Retrato de Jacques Le Roy está
realizado en los años que Van Dyck pasó en Amberes a caballo entre su estancia
en Italia y su segundo y definitivo viaje a Inglaterra. Entre los géneros que
cultivó, fue el del retrato aquel en el que consiguió sus mayores logros y
reconocimientos. Sus fórmulas retratísticas se encontraban ya plenamente
formadas durante su estancia en Génova. En sus lienzos de nobles genoveses
sustituyó la espontaneidad de sus clientes flamencos por una presentación en
donde la elegancia, el refinamiento y el porte esbelto de los modelos fijaban
un tipo que el artista llevaría a su más alta distinción durante su segunda
estancia en Inglaterra. Aisladas o en parejas, estas imágenes, muy cuidadas en
sus aspectos compositivos y en sus actitudes, se asientan sobre un dibujo
correcto y exhiben unas proporciones alargadas que les confieren un toque de
finura y delicadeza. Van Dyck tuvo la capacidad de pintar a sus modelos más
desfavorecidos con belleza y gracia sin perder el parecido, cualidades
difíciles pero apreciadas en los círculos cortesanos donde se desenvolvió el
artista. Este hecho ha llevado en ocasiones a tildar estas telas de aduladoras
hacia su distinguida clientela, aunque también es cierto que alguno de sus
comitentes se quejó por no estar lo suficientemente favorecido en el lienzo.
Jacques Le Roy fue un notable funcionario
vinculado a la administración española en los Países Bajos. Ocupó un puesto
relevante dentro de la gestión militar, fue miembro de la Cámara de Cuentas de
Brabante, primero en calidad de consejero y en 1632 como presidente. Un año
antes de la fecha del retrato, Le Roy consiguió el señorío de Herbaix. El
personaje fue identificado gracias a un grabado de Adriaen Lommelin que
reproduce el cuadro. En esta ilustración se incorpora en su parte baja una
inscripción con el nombre del personaje, otros méritos y la fecha de ejecución
del cuadro de Van Dyck. El grabado fue publicado por Gillis Hendricx en 1654 y
posteriormente en 1759. En este grabado la figura aparece invertida respecto al
lienzo, simplificándose el fondo en el que incluye en el ángulo superior
izquierdo un escudo. Sin embargo, entre la imagen en papel y el óleo se
perciben algunas diferencias como la posición de la cabeza, que en el grabado
adquiere una orientación más frontal. Este diseño, además, nos permite
distinguir sin dificultad parte de la hechura de los pantalones del traje y de
la media que cubre la pierna del personaje y que en el lienzo del Museo
Thyssen-Bornemisza son difíciles de diferenciar por el color y oscurecimiento
de esta zona.
El cuadro que comentamos contiene rasgos
distintivos del segundo periodo de Van Dyck en Amberes, en el que se
exteriorizan trazos de su paso por Italia. La forma en que está colocada la
figura, el tono distinguido que desprende su postura, en la que la cabeza y
manos adquieren un protagonismo absoluto, nos remiten a sus ejemplos genoveses.
Incluso el detalle de la ampulosa cortina encarnada, que sirve de fondo y que
contrasta con el rojo intenso de la tapicería de la silla sobre la que se
acomoda el personaje, fue un recurso del que se valió también el artista en sus
años italianos.
Van Dyck retrató también, de cuerpo entero, al
hijo natural de Jacques Le Roy, Philippe, así como a su prometida, Marie de
Raet, lienzos ambos datados en la misma etapa que el del padre y expuestos en
la Wallace Collection de Londres. Esta coincidencia ha llevado a suponer que
pudo ser precisamente Philippe el que encargara el retrato paterno a Van Dyck,
hipótesis formulada por Göpel y recogida por Ebbinge Wubben. Esta tesis se
formula apoyada por el hecho de que no se conoce la pareja femenina del lienzo
del Museo, óleo en el que Philippe posiblemente, como hijo natural, no
estuviera interesado.
La pintura, que ingresó en la colección
Thyssen-Bornemisza antes de 1930, fue adquirida a la galería J. & S.
Goldschmidt, con sedes en Berlín, Frankfurt y Nueva York. La primera referencia
que sobre ella se tiene se remonta a 1791, cuando fue subastada en Amberes,
procedente de la Colección Peytier de Merchten. La pintura pasó de Amberes a
Gran Bretaña, al marchante londinense William Buchanan, donde fue adquirida por
John Cust, segundo barón Brownlow, siendo heredada entre generaciones de la
familia, hasta que el sexto barón Brownlow la puso en venta en 1929. Durante su
estancia en el Reino Unido participó en dos exposiciones, una en 1829, en la
British Institution, y la segunda en 1893, en la Royal Academy of Arts.
De este lienzo se conserva una copia antigua en
el Musée des Beaux Arts de Valenciennes.
Lord John
y Lord Bernard Stuart, C. 1638
Óleo sobre lienzo, 238 x 146 cm. National
Gallery, Londres
A principios de 1639, los dos hermanos Stuart,
primos del rey Carlos I e hijos menores del tercer duque de Lennox,
emprendieron una gira de tres años por el continente. Deben haber posado
para Van Dyck justo antes de su partida. Desde su llegada a la corte, el
artista había desarrollado un nuevo tipo de retrato: el retrato doble que
registra la amistad, a menudo, pero no necesariamente, entre
familiares. Los dos hermanos se muestran como si estuvieran listos en el
punto de partida, esperando tal vez a que los sirvientes trajeran su
carruaje. Ambos iban a morir unos años después en la Guerra Civil, y la
retrospectiva le da a la imagen un toque de despedida adicional.
La habilidad compositiva de Van Dyck es
superada solo por su incomparable habilidad para representar satén, encaje y
cuero de cabrito extremadamente suave. Pero estos efectos cuidadosamente
descritos no son de alguna manera locales: toda la superficie del lienzo cobra
vida con un toque parpadeante. Los trajes, tan similares a la moda, están
bellamente contrastados: retrocediendo en dorado cálido y marrón en Lord John,
más frío y avanzando plateado y azul en Lord Bernard, de modo que los dos
hermanos, que se complementan en vestimenta, parecen formar un todo brillante e
indivisible.
Retrato
de Thomas Wentworth, primer conde de Strafford (1593-1641)
Óleo sobre lienzo. 213 x 130,8 cm.
Estadista inglés y una destacada figura de la
época previa a la Guerra Civil Inglesa. Formó parte
del Parlamento y apoyó al rey Carlos I de Inglaterra.
Entre 1632 y 1639 ocupó el cargo de Lord Diputado de
Irlanda, cargo que desempeñó con dureza. Llamado nuevamente a Inglaterra, se
convirtió en el principal consejero del rey, tratando de fortalecer la posición
real frente al parlamento. Cuando fue condenado a muerte, Carlos firmó la
sentencia. De cuerpo entero, con una armadura, con un
perro con la inscripción identificativa 'Thomas
Wentworth, Conde de Strafford '(abajo a la derecha).
Dorothy
Savage, vizcondesa de Andover y su hermana Elizabeth, lady Thimbleby.1637
Óleo sobre lienzo. 132 x 149 cm. National
Gallery de Londres
Lady Elizabeth Thimbleby y Dorothy, duquesa de
Andover, eran hijas del vizconde Thomas Savage. La menor de ellas es Elizabeth
-aquí aparece de pie- desposada en 1634 por sir John Thimbleby de Irnham Hall.
Dorothy casó con lord Andover, Charles Howard, el 10 de abril de 1637. Con
motivo del último de estos enlaces matrimoniales, Van Dyck realizó este
excepcional retrato, considerado una de las obras maestras de su producción
inglesa. La figura juvenil que entrega las flores a Dorothy se ha considerado
una representación de Cupido, motivo adecuado para un retrato nupcial pero que
habitualmente acompaña sólo a la novia o los dos contrayentes. Ya que las dos
hermanas se casaron con dos hombres que profesaban la religión católica, se ha
interpretado que esta figura presenta rosas como atributo de santa Dorotea,
patrona de las novias y de las recién casadas, o santa Isabel de Hungría. Van
Dyck ha puesto el acento en la realización de los vestidos de las damas,
empleando un estilo suelto y brillante, sin renunciar a las poses de las dos
modelos, unificando castidad con sensualidad al mostrar a las jóvenes con un
amplio escote y las mangas subidas. El resultado es una obra de gran impacto
visual dentro de un estilo que Van Dyck impondrá en Inglaterra casi hasta el
siglo XIX, teniendo
en Gainsborough, Reynolds o Romney a sus mejores
continuadores.
Carlos
Ludovico y Rupert, príncipes palatinos.1637
Óleo sobre lienzo. 132 x 152 cm. Museo del
Louvre
Rupert nació en Praga, Bohemia en 1619, y
fue declarado príncipe por el principado de Lusacia. Su padre
acababa de ser elegido rey de Bohemia por las propiedades
mayoritariamente protestantes de Bohemia. Este fue un acto de rebelión de
Bohemia contra la Casa Católica de Habsburgo, que había sido
reyes de Bohemia desde 1526, e inició la Guerra de los Treinta
Años. Federico no fue apoyado por la Unión Protestante, y en 1620 fue
derrotado por el Emperador Fernando II en la Batalla de la
Montaña Blanca. A los padres de Rupert se les llamó burlonamente el "Rey y
la Reina del Invierno" como consecuencia de que sus reinados en Bohemia
habían durado solo una temporada. Rupert casi se quedó atrás en la
carrera de la corte por escapar del avance de Ferdinand sobre Praga, hasta que
el cortesano Kryštof z Donína (Christopher Dhona) arrojó al príncipe en un
carruaje en el último momento. Rupert acompañó a sus padres a La Haya,
donde pasó sus primeros años en el Hof te Wassenaer (la corte de
Wassenaer). La madre de Rupert les prestó poca atención a sus hijos,
incluso para los estándares del día, aparentemente prefiriendo sus monos y
perros como mascotas. En cambio, Frederick contrató a una pareja
francesa, Monsieur y Madame de Plessen, como gobernadores de sus hijos. Fueron
criados con una actitud positiva hacia los bohemios y los ingleses, y como
estrictos calvinistas. El resultado fue una estricta rutina
escolar que incluía lógica, matemáticas, escritura, dibujo, canto y tocar
instrumentos. Cuando era niño, Rupert a veces se portaba mal, era "fogoso, travieso y apasionado" y se
ganó el apodo de Robert le Diable o "Rupert el
diablo". No obstante, Rupert demostró ser un estudiante capaz. A
la edad de tres años podía hablar algo de inglés, checo y francés, y dominó el
alemán cuando aún era joven, pero tenía poco interés en latín y
griego. Se destacó en el arte, siendo enseñado por Gerard van
Honthorst, y encontró fáciles las matemáticas y la ciencia. Para cuando
tenía 18 años, medía aproximadamente 1,93 m (6 pies 4 pulgadas) de
altura.
La familia de Rupert continuó con sus intentos
de recuperar el Palatinado durante su estancia en La Haya. El dinero
escaseaba, y la familia dependía de una pensión relativamente pequeña de La
Haya, las ganancias de las inversiones familiares en incursiones holandesas en
el transporte marítimo español y los ingresos de las joyas familiares
empeñadas. Federico se propuso convencer a una alianza de naciones,
incluidas Inglaterra, Francia y Suecia, para que apoyaran sus intentos de recuperar
el Palatinado y Bohemia. A principios de la década de 1630, Federico
había establecido una estrecha relación con
el rey sueco Gustavo, el líder protestante dominante en
Alemania. En 1632, sin embargo, los dos hombres no estaban de acuerdo con
la insistencia de Gustavo de que Federico proporcionara los mismos derechos a
sus luteranos y súbditos calvinistas tras recuperar sus
tierras; Frederick se negó y partió para regresar a La Haya. Murió de
fiebre en el camino y fue enterrado en una tumba sin nombre. Rupert había
perdido a su padre a la edad de 13 años, y la muerte de Gustavo en
la batalla de Lützen en el mismo mes privó a la familia de un aliado
protestante crítico. Con la marcha de Federico, el rey Carlos propuso que
la familia se mudara a Inglaterra; La madre de Rupert se negó, pero pidió
que Charles extendiera su protección a los hijos que le quedaban.
La pintura representa a los dos hijos del rey
de Invierno, Federico V, llegados a la corte de su tío Carlos I buscando ayuda
financiera y militar para su padre, en el exilio en La Haya. Carlos I, a la
derecha, es el mayor de los hermanos, mientras que Rupert, a la derecha, es el
menor. Carlos I es representado con el bastón de mando militar en la mano
mientras fija al observador con una mirada entre resignada y combativa. Rupert
en cambio, más lanzado que su hermano, mira el horizonte con ojos cansados y no
apoya la mano en la espada como el hermano, sino que la acerca al pecho con
despreocupación. El primero hará cualquier cosa para recuperar la dignidad de
su padre, combatiendo incluso contra su tío, Carlos I, que había rechazado
darle apoyos militares, mientras que el segundo se quedará en la corte inglesa
y combatirá durante la guerra civil.
La reina
Enriqueta María, 1632
Ella es la reina consorte de Inglaterra,
Irlanda y Escocia tras su matrimonio con Carlos I y cuenta aquí con 23
años. Esposa tras el intento fallido de unir al monarca con una princesa
española, Maria Ana, hija de Felipe III, al no aceptar la Corona inglesa las
exigentes condiciones que el monarca español imponía para consentir esta unión.
Nacida en el palacio del Louvre de París, hija del rey Enrique IV de Francia y
de su segunda esposa, perdió a su padre tan solo seis meses después, al ser
asesinado. También sería asesinado su propio esposo, el Rey de Inglaterra,
Carlos I.
Borbona francesa, católica hasta la médula
y fille de France, conoció a su futuro esposo en París cuando éste se
dirigía a España a tratar de llevarse a Maria Ana de Austria, pero no sabemos
si en aquel encuentro se produjo flechazo ó no. Sea como fuere, lo que no
sospechaban es que volverían a encontrarse de nuevo dos años después en 1625
nada menos que ante el Abad de Canterbury que les iba a casar. Una
francesa católica Reina de la Inglaterra anglicana no era una situación como
para ser aceptada por gran parte de la corte, la nobleza y la sociedad inglesa
de la época, y esto hizo que la mitad de su matrimonio con Carlos fuese una
constante sucesión de enfrentamientos, discusiones y desamor. No debió haber
flechazo en París, y si lo hubo se desvaneció con rapidez ante el cúmulo de
malas influencias sobre el Rey y el catolicismo a capa y espada de la
Reina. Sin embargo, a partir de la muerte del duque de Buckingham, uno de sus peores
detractores, en 1628, todo empezó a cambiar. Dos años después nació su primer
hijo, el Príncipe de Gales, Carlos, acontecimiento que consolidó la
mejoría establecida en la relación de la real pareja. En este cuadro, Henrietta
acababa de alumbrar a su segundo hijo, Mary, en 1631 y quizá estuviera ya
esperando al tercero, el futuro Jacobo II, pues hay que decir que fué
madre de dos futuros reyes de Inglaterra y abuela de otros tres .Así pues, es
muy posible que en este cuadro fuese totalmente feliz y quizá empezase a estar
enamorada. Henrietta María fué a partir de este momento una esposa
especialmente leal al Rey y durante la guerra civil que sucedió a continuación,
no dejó de demostrarlo nunca, recabando fondos, tropas y cuantos medios
sirvieran para la causa de su esposo, quién, sin embargo fué ejecutado por alta
traición por el bando opuesto. Henrietta se exiló definitivamente en Francia y
moriría en París a los 51 años.
Si alguien tenía que hacer un cuadro de la Reina, ese no podía ser otro que Van
Dyck, como igual podríamos decir de Velázquez al hablar de retratos de
Felipe IV de España .El primero, como el segundo, pintaron a sus reyes e
infantes del derecho y del revés, quizá el español en una situación menos
cómoda y relajada, debido a su preocupación por el rango y la categoría, que en
el flamenco. Carlos I fué, en efecto, un monarca especialmente preocupado en
elevar el nivel de la misma Corona y de la corte por medio del arte, y, así, no
escatimó medios para atraer a las islas a lo mejor del panorama artístico
del continente. Entre ellos el principal, Anthony Van Dyck, que además colaboró
con el monarca y sus agentes en la obtención de obras de arte para la colección
real.
La reina Enriqueta María con sir Jeffrey
Hudson y un mono, 1633
La reina Enriqueta María
La reina Enriqueta María, 1635
Retratos
de Carlos I
El personaje que más veces aparece en los
retratos realizados por Van Dyck es sin duda, Carlos I Estuardo, rey de
Inglaterra y su mecenas-protector. Van Dyck lo representó con su familia, en
pareja con su mujer Enriqueta y sobre todo solo. Las pinturas son de diversos
formatos y el soberano es representado en diversas poses: a caballo, como en el
caso del Carlos I a caballo, de cuerpo entero como en el Retrato de
Carlos I cazando, de medio busto como en Rey Carlos I y la reina Enriqueta
María y también en otras posiciones, como en el Triple retrato de
Carlos I, luego enviado a Roma, al taller de Bernini. El más ambicioso de los
retratos de Carlos I es el retrato ecuestre en el que el soberano aparece en compañía
de su maestro de equitación.
En este cuadro, Van Dyck realiza el más solemne
de los retratos ecuestres del rey: Carlos está atravesando un arco de triunfo,
desde el cual caen pesados paños verdes, viste armadura y tiene en la mano el
bastón de mando mientras cabalga un espléndido caballo blanco. Si la
descripción se detuviese aquí, parecería una pintura de un general victorioso:
pero para subrayar que se trata del rey, Van Dyck inserta a la izquierda del
soberano a su maestro de equitación que lo mira, desde abajo, con una mirada de
sumisión y veneración; a la izquierda en cambio hay un gran blasón que tiene
los símbolos de la dinastía real y una imponente corona. Además del amor que el
rey tenía por el arte, Carlos I lo veía como un medio de propaganda política,
especialmente en los años difíciles como los precedentes a la guerra civil.
Carlos I
de Inglaterra. 1635
Óleo sobre lienzo. 105 cm × 76 cm. Museo del
Louvre, París
Este lienzo muestra al rey Carlos I de
Inglaterra descansando en una jornada de caza, mientras dos pajes se hacen
cargo de su caballo. En este retrato el rey no aparece con los atributos
típicos de un monarca, corona, cetro o grandiosas vestiduras, sino como un
campesino, elegante y distinguido. La imagen entraña notable mérito artístico,
pues el rey era extremadamente corto de estatura (se le menciona como el rey
inglés más bajo de la Historia). No obstante, mira con arrogancia, directamente
al espectador. Hay una armonía entre las figuras humanas, el animal y el
paisaje.
Los cinco
hijos mayores de Carlos I, 1637
Óleo sobre lienzo, 163 x 198 cm, The Royal
Collection, Windsor Castle)
Este retrato tan magnífico, uno de los mejores
que pintó Anton van Dyck, representa a los cinco hijos mayores del rey
Carlos I de Inglaterra, los que tenía en el momento en que se pintó el cuadro.
El del centro es lógicamente el heredero, el futuro Carlos II (7 años), que
posa muy solemne y emperifollado, vestido de rojo para destacar bien sobre el
resto de sus hermanos. A la izquierda, están Mary (6 años) y James (4 años),
que también acabaría reinando después de Carlos. No os extrañéis de su atuendo,
en esa época era frecuente que los niños de corta edad llevasen faldas. En la
parte de la derecha, vemos a las dos menores, Elizabeth (2 años) y Anne (nacida
pocos meses antes). Las dos fallecerían antes de llegar a la edad adulta. Los
tres niños de la derecha parecen más formalitos que las otras dos. Tiene su
lógica: al ser los mayores, era previsible que acabasen teniendo más peso y
responsabilidad en la historia de su país. Las otras dos niñas podían relajarse
un poco más, por eso el artista las pinta con una actitud más infantil.
Generalmente, los retratos reales de carácter
oficial están pintados utilizando un punto de vista bajo, para que los súbditos
que los contemplaban estuviesen siempre en un plano visual inferior. En este
caso, las cinco criaturas están al mismo nivel que el espectador, lo que lleva
a pensar que era un retrato pensado para el disfrute privado de la familia
real.
Los dos perros contribuyen a darle un toque más
natural a la escena, pero tal mismo tiempo simbolizan la fidelidad. El futuro
rey coloca su mano sobre el enorme mastín, que encarna la lealtad de su pueblo,
una lealtad que a los siete años todavía le quedaba un poco grande.
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