jueves, 22 de octubre de 2020

Capítulo 32 - Pintura barroca de Flandes

 Pintura barroca de Flandes

La pintura barroca flamenca es la que se desarrolló entre aproximadamente el año 1585, cuando los Países Bajos Españoles sufrieron la secesión de las provincias septentrionales, hasta alrededor del año 1700, cuando acabó la autoridad de los Habsburgo españoles con la muerte Carlos II, pasando a depender el territorio por el Tratado de Utrecht de la rama austriaca. Flandes, entendido así en un sentido amplio, abarca todas las provincias meridionales de los antiguos Países Bajos, grosso modo la actual Bélgica, que en aquella época, tras la escisión de las Provincias Unidas del Norte y el asedio de Amberes, permanecieron bajo el dominio de los Austrias españoles y conservaron la fe católica.
Aunque muchos artistas huyeron de las guerras religiosas y se trasladaron desde los Países Bajos de los Habsburgo a las Provincias Unidas, la pintura barroca flamenca floreció, especialmente en la Escuela de Amberes durante el siglo XVII, hogar de destacados artistas como Pedro Pablo Rubens, que desarrolló una pintura aristocrática y religiosa, Anthony van Dyck y Jacob Jordaens. Otras ciudades destacadas fueron Bruselas y Gante. ​
Rubens, en particular, tuvo una gran influencia sobre la cultura visual europea del siglo XVII. Sus innovaciones ayudaron a convertir a Amberes en uno de los principales centros artísticos de Europa, especialmente en lo que se refiere a fijación la imaginería triunfal de la Contrarreforma; con él, su discípulo Anton Van Dyck jugó un papel decisivo a la hora de establecer nuevas direcciones en la retratística inglesa. Otros desarrollos de la pintura barroca flamenca fueron parecidos a los que se pueden encontrar en la holandesa, ​ con artistas especializados en áreas tales como la pintura de historia, el retrato, las escenas de género, los paisajes o los bodegones. 

Características
El término «flamenco» en esta materia artística no se refiere sólo a la moderna región de Flandes, sino que incluía el Ducado de Brabante y el autónomo Principado episcopal de Lieja. ​ En el siglo XVII Amberes era la ciudad más importante y donde se producían las innovaciones artísticas, debido principalmente a la presencia de Rubens. Bruselas era también importante por ser la sede de la corte, atrayendo a David Teniers el Joven en un momento posterior del siglo. 

Manierismo tardío
Aunque la pintura flamenca de finales del siglo XVI permanecía en general apegada a las formulaciones del manierismo y renacimiento tardío que eran comunes en toda Europa, artistas como Otto van Veen, maestro de Rubens, Adam van Noort, Marten de Vos y la familia Francken prepararon la escena que iba a hacer posible la irrupción y el triunfo del barroco local. Entre 1585 y primeros años del siglo XVII se hicieron muchos retablos para reemplazar a los destruidos durante las revueltas iconoclastas de 1566. También en estos años despuntaron Frans Francken el Joven y Jan Brueghel el Viejo, conocidos sobre todo por sus pequeñas pinturas de gabinete a menudo representando temas mitológicos e históricos. 

FRANS FRANCKEN el JOVEN (Amberes, 1581–6 de mayo 1642)
Pintor barroco flamenco, el más conocido y fructífero de los Francken, familia de artistas.
Aprendió con su padre, Frans Francken el Viejo, cuyo estilo cultivó en un primer momento. Se hizo maestro en 1605. En 1614 aparece como decano de la guilda de San Lucas, (gremio de pintores de Amberes). Su padre murió en 1616. Hasta esa fecha, la firma de Frans Francken era «De Jon F. Franck» o «De Jonge Frans Francken». A partir de 1628, pintando ya su hijo, que sería Frans Francken III, usó la que había sido firma de su padre: «De Oude Frans Francken».
Cultivó varios géneros. Muchas de sus obras son pequeñas pinturas de gabinete históricas, alegóricas y bíblicas, cuyo centro de atención son las figuras. En un momento posterior de su vida pintó también grandes cuadros para iglesias. Francken colaboró con frecuencia con otros artistas, añadiendo figuras a obras de Pieter Neefs el Viejo (Viático en el interior de una iglesia del Museo del Prado) Tobias Verhaecht y Abraham Govaerts.
También inventó o popularizó varios temas nuevos que se hicieron populares en la pintura flamenca, como las obras de género pobladas por monos (más tarde imitadas por David Teniers el Joven. Pero, sobre todo, se le conoce por sus Kunstkamer o «galerías de arte», esto es, cuadros que representan con gran minuciosidad una riqueza de tesoros naturales y artísticos, de valor histórico y cultural, con un fondo neutro. Los formatos son medianos o pequeños. Gracias a estas obras se pueden conocer las colecciones de arte de la nobleza y los ricos burgueses de la época.
Su estilo se caracteriza por una composición suelta, rico colorido y formas elegantes. Los ojos de las personas los pinta de una manera muy característica, con puntos negros en caras finas.
Muy importante es su aportación al género de los cuadros de gale­rías de pintura, que influirían en artistas como Teniers. Su obra parte de la de Jan Brueghel el Viejo, aunque también tiene evidentes influencias de sus antecesores de la familia Francken. Las deudas de sus producciones más tempranas con el manierismo y la pintura del siglo XVI se aprecian tanto en la estructura de las composiciones, como en el ritmo y expresión de sus figuras. Además, éstas incluyen alusiones evidentes a la obra de artistas italianos como Rafael, Veronés o Zuccaro. Del mismo modo, se ha demostrado la utilización de estampas de Durero o Lucas de Leyden para algunas de sus figuras. La rica producción de Francken II puede dividirse en cuatro etapas. Las primeras obras denotan su inicial vinculación con la pintura y el estilo propios del siglo XVI, con puntos de vista altos y una clara falta de cohesión en las transiciones de los distintos planos. Asimismo, utiliza colores locales, especialmente marrones, azules y verdes. Características son sus figuras de grandes ojos negros, logrados a través de toques de negro carbón, que se prolongarán durante toda su carrera. En una segunda etapa, a partir de 1610, su paleta se va haciendo más clara, a la vez que los temas e interpretaciones, repetidos incansablemente a través de varias réplicas, le procuran un corpus pictórico inmenso y fácilmente reconocible. Es el momento de la inclusión de figuras, especialmente mujeres estereotipadas que se repetirán a lo largo de su obra. En un tercer momento, desde 1620 empiezan a aparecer típicas figuras masculinas tocadas con turbantes o gorros frigios, mientras que sus composiciones denotan un carácter profundamente ecléctico. La luminosidad general alcanza ahora su cénit, determinando el esquema cromático de la obra, en parte influenciado por la armonización general que se daba a la vez en la pintura de historia en la escuela flamenca. Quizá por este sentido de adecuarse a las novedades en la última fase de su producción, a partir de 1630 varió hacia composiciones donde el color local evolucionaría hacia tonalidades generales, frecuentemente marrones, siguiendo tanto el estilo de Rubens como el de la pintura holandesa de su momento. También realizó obras de altar, aunque en ningún caso logró acercarse a la monumentalidad de la obra de Rubens. Entre ellas destaca el altar del Gremio de los Cuatro Mártires Coronados de la catedral de Amberes (Koninklijk Museum ­voor Schone Kunsten, Amberes), donde el estilo arcaico que utiliza probablemente responda al interés por adecuarse al estilo de Martin de Vos e incluso al de algunos miembros de su propia familia. Por último, destaca su colaboración con otros artistas, en cuyos paisajes o escenas de interior pintaba las figuras, siendo habitual su cooperación con Tobias Verhaecht, Joost de ­Momper II, Pieter Neefs o Paul Vredeman de Vries, entre otros. 

Adoración de los Reyes Magos.
Óleo sobre tabla. Colección Privada.
En esta obra de juventud, fechada hacia 1615 por Ursula Hartings, Frans Francken consigue demostrar la maestría que le caracteriza en la construcción del espacio, la dulzura en la expresión de los rostros de los personajes y el colorido que resalta en las vestimentas de los reyes son de gran calidad y contrastan con la idea de grisalla a modo de marco, ejecutado por Ambrosius Francken II, hermano de Frans Franken, con quien colaboro en algunas ocasiones. Una de sus especialidades son los cuadros en grisalla, a modo de marco.
El tema central de la Adoración de los Reyes Magos está enfocado bajo un aspecto muy narrativo ya que el pintor juega sobre diferentes planos dándonos a conocer los múltiples personajes que se acercaron a adorar al Niño Dios; desde los pastores hasta la cohorte de la cabalgata venida de Oriente de la que divisamos los elefantes y demás sequito en el último plano del cuadro. Frans Francken demuestra sus dotes de dibujante ya que los trazos son muy seguros y equilibrados.
El personaje principal es el Niño recién nacido, La Virgen está pintada con mucha elegancia, se reconoce a San José en segundo plano y a los tres Reyes por sus atributos de Oro, Incienso y Mirra. Cabe destacar la finura y sutileza de la estrella; pintada en la parte superior, el pintor alarga el trazo de sus rayos hasta converger elegantemente encima de la cabeza de la Virgen y de la escena principal.
La Grisalla a modo de marco tiene gran interés por el contenido narrativo relacionado con la historia de la redención, y a pesar de los colores monocromos que observamos, el pintor Ambrosius Francken II ha trabajado diferentes matices según las escenas representadas.  

Alegoría de la abdicación del emperador Carlos V en Bruselas, el 25 de octubre de 1555. 1620.
Tabla. 134 x 172 cm. Rijksmuseum.
La composición es una representación alegórica de la abdicación del Emperador Carlos V en Bruselas. Carlos V, que está dividiendo su imperio después de una vida de guerra continua y mala salud, está sentado en su lanzamiento flanqueado por sus sucesores Fernando I y Felipe II. Frente a Felipe, las personificaciones de los territorios del Imperio con sus estandartes se arrodillan. En primer plano las personificaciones de los continentes América, África, Europa y Asia están ofreciendo regalos. A la izquierda, Neptuno está montado en su carro de triunfo tirado por caballos de mar, acompañado de mermen, sirenas y tritones. En el carro están visibles un globo y las dos columnas con una banderola inscrita con Plus Ultra.
Detalles
  


Detalles
 

Paisaje con Mercurio y Herse. Hacia 1635.
Óleo sobre tabla, 73 x 210 cm. No expuesto
En Las Metamorfosis del poeta Ovidio se relata con gran precisión el momento en que Mercurio, de camino a Atenas, se toó con un grupo de Ninfas que portaban sus ofrendas a la diosa Palas, enamorándose inmediatamente de Herse, la más hermosa de ellas.
El lienzo, de formato extremadamente horizontal, sitúa la escena en un paisaje boscoso, en el que las ninfas charlan o juegan, de camino al templo del fondo. A la derecha, sobre un río cuya prolongación abre la perspectiva, vuela Mercurio habiendo sido ya atrapado por la belleza de la ninfa Herse.
Las figuras, realizadas por Francken, muestran con sus elegantes movimientos y forma curvada la tendencia casi manierista del artista. El paisaje de Wildens, marcado por los dos gruesos árboles que parten la composición, refleja su habilidad para la perspectiva, siendo muy singular la luz cálida que inunda la escena desde el fondo, fruto de la influencia del paisaje italiano.

La Vista y el Olfato. Hacia 1620.
Óleo sobre lienzo, 176 x 264 cm. Museo del Prado
Esta obra, junto con su pareja El Tacto, el Oído y el Gusto  son réplicas de dos cuadros perdidos pintados en Amberes para los Archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia. Fueron un regalo del Ayuntamiento a sus gobernantes, encargándole las obras a Jan Brughel el Viejo, que contó con la colaboración para la ejecución de doce pintores de dicha ciudad. Los originales se perdieron en el incendio del Palacio de Bruselas en 1731. De esta forma las obras de Madrid son un documento importantísimo para conocer el aspecto de los originales.
La composición guarda estrecha relación con la serie anteriormente realizada por Jan Brueghel el Viejo y Rubens en 1618 y que estaba en el Alcázar de Madrid. Las similitudes son claras en las alegorías de La Vista, El Oído  y El Gusto de la primera serie con estos dos lienzos, donde vemos de nuevo una especie de cámara de maravillas, kunstkammer, con grandes colecciones de diversos objetos artísticos. Siguiendo el modelo precedente los cincos sentidos aparecen representados por cinco mujeres en diferentes actitudes y el escenario vuelve a ser un interior en el que aparecen numerosos objetos; pinturas, orfebrería, instrumentos musicales, esculturas, tapices... mostrando unas colecciones muy ricas y variadas, posiblemente las de los propios archiduques, cuyo emblema familiar aparece representado en el águila bicéfala de la lámpara. En este caso los sentidos aparecen juntos en un mismo lienzo, a diferencia de la serie anterior que consta de cinco tablas.
En La Vista y El Olfato vemos un interior plagado de pinturas en diferentes niveles, incluso apoyadas en el suelo y a la izquierda una galería con esculturas colocadas en línea reforzando la perspectiva de la composición que nos lleva a la puerta del fondo, única referencia exterior en este lienzo. La alegoría está representada por una mujer sentada en una mesa mirándose en el espejo que sujeta un Cupido, igual que en la serie anterior sustituyendo el espejo por un cuadro. La alegoría del Olfato aparece en la misma mesa recibiendo un ramo de flores de otro Cupido. Es evidente que la representación de la vista tiene mucho más protagonismo en este lienzo que el olfato. A diferencia de la serie anterior la carga simbólica de las pinturas colgadas no está tan relacionada con las alegorías que representa. En realidad ambos lienzos parecen menos simbólicos que la serie de 1618, con una normalización de las alegorías anteriormente utilizadas. Parecen más bien una excusa para mostrar la vida de lujo y ambiente artístico que se respiraba en la corte de los archiduques, mostrando a su vez, a través de las obras colgadas en las paredes, el esplendor de la escuela flamenca del pasado y del momento con obras de El Bosco, Joost de Momper, Sebastian Vrancx, Rubens, Frans Snyders o Jan Wildens entre otros.
Esta pintura formaba parte de un conjunto llegado desde Flandes para decorar la Torre de la Reina del Alcázar de Madrid. La primera referencia documental de este grupo de 26 obras aparece en el inventario del Alcázar de 1636, donde se mencionan 25 de ellas en la "Pieza grande antes del dormitorio de su magestad que es donde cena en el quarto bajo de verano" y la otra, una guirnalda de flores y angelotes de F. Snyders, Jan Brueghel el viejo y el taller de Rubens en la "Pieza donde su magd. duerme en el quarto bajo de verano". En este inventario se dice, tras enumerarlas, que fueron las "que se trajeron de Flandes a la reina nra. Sa y estaban colgadas en la torre nueva de su quarto alto y su magestad el Rei nro. Sr. las mandó poner aquí". Así las pinturas fueron trasladadas de su ubicación original a otros dos nuevos emplazamientos sin que sepamos ni el motivo ni la fecha.
Del origen del conjunto llegado desde Flandes poco se sabe más allá de un documento citado por Pedro de Madrazo en su Viaje Artístico de 1884 (p. 110) el que se habla de un pago en 1623 autorizado por la reina, Isabel de Borbón, de unas obras llegadas de Flandes para decorar sus aposentos. Así pues desconocemos de donde pudo venir esta comisión, si fue la reina quien encargó estas obras, el rey o si la idea vino de Flandes pasando por la archiduquesa Isabel Clara Eugenia. Lo que sí parece cierto es que no se trata de un encargo cerrado a un pintor, sino más bien un conjunto de obras de diferentes artistas flamencos enviados para decorar la mencionada Torre, después de las remodelaciones llevadas a cabo allí por Juan Gómez de Mora.  


Detalle
Detalle
 

El gabinete del pintor, de Frans Francken el Joven'.
Este óleo sobre tabla, datado en el año 1663, compartirá el espacio expositivo junto a 'Florero con tulipantes', de la colección del museo, hasta enero.
El trabajo de Frans Francken el Joven muestra la sala de un pintor, de noble arquitectura de diseño clásico. Una estancia con "cuadros reconocibles colgados por las paredes y que representa al estancia de un coleccionista", tal y como ha explicado el director del Museo de Bellas Artes Javier Viar.
Además del valor artístico, Viar desataca el "gran valor documental" de 'El gabinete del pintor', ya que muchos de los cuadros que aparecen "son cuadros reales que se pueden localizar en el Museo del Prado en el Louvre". En este sentido, pueden observarse la 'Asunción de la Magdalena', el 'Rapto de Deidamia', 'La Muerte de Séneca', 'Crucifixión' y una' Adoracion de los Reyes'.
El origen de este interior nace en el renacimiento "por el ansia de conocer el mundo y de coleccionar cosas bellas". El sigo XV y XVII es cuando comienza este movimiento que tiene su punto álgido en el XVII cuando se empieza a pintar este tipo de gabinetes. "Primero eran gabinetes en que había cosas de la naturaleza como conchas, animales disecados, cosas artificiales e históricas como ruinas romanas y griegas y, finalmente, obras de arte".
La obra incluye en un primer plano una joven desnuda, con un velo rojo entre las manos y apoyada sobre una bola, "como símbolo de la inestabilidad de la Fortuna a quien personifica, y que alude a la suerte incierta y variable del hombre y quizás especialmente a la del artista", aseguran los expertos.

JAN BRUEGHEL el VIEJO (Bruselas, 1568 - Amberes, 1625)
Pintor flamenco, hijo de Pieter Brueghel el Viejo y padre de Jan Brueghel el Joven. Fue apodado Brueghel "el Terciopelo", "la Flor" o "el Paraíso", debidos los dos últimos nombres a sus temas favoritos y el primero por su dominio en la pintura de telas. ​
Miembro de una familia de grandes artistas, hijo de Pieter Bruegel el Viejo y nieto de Pieter Coecke y de Mayken Verhulst Bessemers, que, según la tradición, fue su primera maestra, ya que su padre murió cuando él era un niño. El tratadista Karel van Mander relata que estudió con Pieter Goetkind. Aunque la obra de su genial progenitor dejó huella en la suya, tuvo siempre claro su camino sin repetir de forma estereo­tipada las creaciones de su padre, como hizo su hermano Pieter. Se le llamó Brueghel de Velours (de Terciopelo), de las Flores o del Paraíso por su técnica pictórica y por algunos de los temas de sus obras. También es conocido como Jan Brueghel el Viejo para distinguirlo de su hijo Jan, hábil discípulo y colaborador suyo. Alcanzó un gran éxito profesional y social durante su vida y tuvo una pléyade de seguidores durante los siglos XVII y XVIII, pero ninguno alcanzó la perfección de su técnica. En 1590 viajó a Nápoles, luego a Roma y Milán, donde vivió en casa del cardenal Federico Borromeo, gran cliente y admirador suyo con quien estuvo en contacto hasta el final de sus ­días. En 1596 volvió a Amberes, donde en 1601 fue decano del Gremio de San Lucas. Después de su estancia en Praga en 1604, entró en contacto con los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia; fue junto con Rubens uno de sus pintores favoritos, y pintor de la corte desde 1606. Cuando en 1618 visitaron Amberes los archiduques, el municipio decidió regalarles una muestra de los doce mejores pintores de la ciudad que consistió en dos grandes lienzos con el tema de la alegoría de los sentidos, y Jan Brue­ghel fue elegido director del proyecto, en el que colaboraron pintores de la talla de Rubens y Frans Snyders. Réplicas de estos dos lienzos pertenecen al Museo del Prado: La Vista y el Olfato y su pareja de idénticas medidas El Gusto, el Oído y el Tacto. Los originales debieron desa­­parecer en el incendio del palacio de Coudenberg en Bruselas en 1731. Otra serie de cinco tablas, que representan los cinco sentidos, también del Prado, fue realizada en colaboración con Pedro Pablo Rubens. El estilo de Jan Brueghel en sus comienzos sigue la tradición del siglo XVI influido por los grandes pintores del paisaje Joachim Patinir, Henri Met de Bles y Cornelis van Dalem, y su padre Pieter Bruegel el Viejo. Ya en los primeros años del siglo XVII, su espíritu innovador se hace visible y sus paisajes panorámicos, montañosos y de bosques frondosos se van convirtiendo en paisajes menos pintorescos y más realistas, más llanos, menos imaginarios y distantes y las líneas horizontales van dominando las composiciones. En la primera década del siglo XVII ya ha experimentado sus cambios fundamentales y dispone de un repertorio variado que seguirá inspirándole hasta su muerte. Le unió una gran amistad con ­Rubens, Joost de Momper, Hendrick van Balen y Sebastian Vrancx, con los que colaboró realizando obras conjuntas con asiduidad. Cultivó con éxito varios géneros de la pintura, pero es famoso especialmente por sus bellísimos paisajes y naturalezas muertas: bodegones, guirnaldas y floreros. Fue uno de los creadores de la pintura de gabinetes y abordó ­temas religiosos, mitológicos, alegóricos y de género (costumbristas) ­realizando las figuras no solo en sus pinturas, sino en las de otros artistas, como sucedió en su larga y fecunda colaboración con Joost de Momper, en la que éste realizaba los paisajes. De ello citaremos como ejemplo Excursión campestre de Isabel Clara Eugenia o La infanta Isabel Clara Eugenia en el parque de Mariemont. Ambos, recogidos en el inventario del Alcázar de Madrid ya en 1636, y hoy en el Prado, describen escenas de la vida de la infanta con sus damas en su palacio desaparecido de las cercanías de Bruselas. En otras ocasiones Brueghel realizó los paisajes y sus colaboradores las figuras, como sucede en otras obras significativas del Prado: el bello paisaje de hacia 1606 de La Abundancia y los cuatro elementos es obra suya y las figuras alegóricas son del pintor de Bruselas Hendrick de Clerck. La amistad de Brueghel con Rubens, que fue padrino de su hija Anna (futura esposa de David Teniers), fue estrecha, y su colaboración fructífera. De ello hay varios ejemplos en el Prado, aparte de las dos importantísimas series de los sentidos. La pareja de retratos del archiduque Alberto y de Isabel Clara Eugenia son de mano de Rubens de 1617, y los paisajes con los palacios de Tervuren y Mariemont al fondo, se deben a Jan Brueghel y figuran en el inventario del Alcázar de 1636. La visión de san Huberto se debe a ambos pintores como consta en el inventario de 1686 del Álcázar de Madrid «San ­Huberto de mano de Rubens, el país, ciervo y caballo de mano de Brueghel». El Prado conserva ­varios excelentes paisajes realizados exclusivamente por Jan Brue­ghel, entre ellos el paisaje con Recua y gitanos en un bosque de hacia 1614, que figura en el inventario de Feli­pe V en La Granja de 1746 y tiene una composición en diagonal que deja ver al fondo un amplio paisaje. Varias pinturas con flores y frutas del Prado, muestran la habilidad inigualable de Brueghel para representarlas. Destaca La Virgen y el Niño en un cuadro rodeado de flores y frutas, realizada hacia 1618-1621 en colaboración con ­Rubens, maravilloso festón de flores, legumbres, frutas y pequeños animales, que muestra su intenso estudio de la naturaleza, su dibujo preciso y minucioso, sus pinceladas menudas y su brillante colorido. 

La serie de "Los Sentidos" es uno de los mayores logros estéticos de la colaboración artística entre Rubens, que realizó las figuras alegóricas de cada uno de los sentidos, y Jan Brueghel, que representó los exuberantes escenarios cortesanos. Artes plásticas, música, caza, naturaleza y armas, aparecen exhibidos en escenas que transmiten la riqueza y sofisticación de la corte de los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia, retratados en la escena de "La Vista", y cuyos palacios se aprecian en la lejanía. 

La Vista, 1617.
Óleo sobre tabla, 64,7 x 109,5 cm. Museo del Prado
La Vista la obra se convierte en una verdadera pintura de gabinete con una estancia dividida en varios planos. Así vemos en primer plano una figura desnuda, identificada con Venus, que observa una pintura que le sujeta Cupido.
Ambos fueron pintados por Rubens una vez que Jan Brueghel había casi concluido la obra. A su alrededor una colección de diferentes objetos artísticos, desde pinturas a esculturas, bustos, tapices y orfebrería. La pincelada de Jan Brueghel busca representar las calidades materiales de los objetos, siguiendo la tradición de la escuela flamenca del siglo XV.
Al fondo, a través de una ventana aparece una arquitectura, concretamente el Palacio de Coudenberg, una de las residencias de los archiduques Isabel Clara Eugenia y Alberto, gobernadores de Flandes. Al otro lado vemos una estancia con más pinturas y esculturas. La composición ha sido estudiada y así se han podido identificar muchas obras, algunas de ellas perdidas en la actualidad. Entre ellas encontramos, sobre los bustos, la Cacería del tigre, el león y el leopardo de Rubens conservada hoy en el Museo de Bellas Artes de Rennes (num. 811.1.10) o su Virgen de la Guirnalda del Musée du Louvre (num 1764.), otra de las colaboraciones con Jan Brueghel el viejo, además de obras de Frans Snyders, Tiziano o Rafael entre otros muchos. También dos réplicas de pequeño tamaño de las esculturas del día y la noche de Miguel Ángel para la tumba de Giuliano de Medici en Florencia.
Muchos autores han estudiado la posible vinculación de estas pinturas a los archiduques, debido a la evidente la relación de las obras con ellos. En La Vista aparecen retratados en una de las pinturas, uno de sus palacios se ve a través de la ventana y la lámpara que cuelga del techo muestra el águila bicéfala, símbolo de los Austrias. La serie perteneció, según el inventario real de 1636 del Alcázar, al duque de Neoburgo Leopoldo Guillermo. Según M. Díaz Padrón y M. Royo-Villanova, citando a K. Ertz, o bien el duque las compró para regalárselas a los archiduques o bien éstos se las regalaron a él. Lo cierto es que después de la muerte de los gobernadores el duque se las regaló al cardenal infante don Fernando. De él pasaron al duque de Medina de las Torres, quien se las regaló a Felipe IV y así llegaron a Madrid. 

El Oído, 1617 - 1618.
Óleo sobre tabla, 64 x 109,5 cm. Museo del Prado
La alegoría del Oído es muy similar a La Vista, de hecho las figuras representadas por Rubens parecen las mismas, como si se hubieran trasladado de una estancia a otra. Situadas en el centro, Venus toca un instrumento acompañada de Cupido que sujeta un libro de partituras.
El proyecto de investigación de la Universidad Complutense de Madrid sobre iconografía musical ha permitido identificar no solo los instrumentos de la obra sino también las partituras de la mesa de la parte derecha. Así, aparece el libro "De madrigali a sei voci", de Pietro Philipp Inglese, organista de los Archiduques.
Una lectura musical del cuadro de derecha a izquierda, comienza con los objetos sonoros, mecánicos y de señales situados a la derecha (relojes, campanillas, trompas de señales, escopetas y otros) hasta llegar, al fin, a la izquierda y al fondo, a la práctica musical, con el grupo de cantantes e instrumentistas que se representan en un espacio concreto, una sala del ámbito doméstico. En este itinerario, tras los objetos sonoros de la derecha, el espectador se encuentra con la alegoría de la música y su aspecto simbólico (la figura femenina tañendo un laúd, un amorcillo con un librete de música escrita, las aves y otros animales), sigue con la música evocada que cumple aquí, además, un aspecto representativo (la mesa con el libro abierto de madrigales de Peter Philips, organista de los archiduques, rodeada de instrumentos que no son tocados), y de frente, invitando al espectador y a manera de llave del cuadro, la música escrita en dos cánones legibles. Ambos cánones tienen textos bíblicos que ensalzan el valor de la fe a través del oído y de la escucha, quizás contraponiendo el oído a la vista, recordando al espectador que la fe es un personaje ciego. El canon primero y más próximo al observador, escrito en un folio apaisado, tiene como texto "Beati qui audium verbum Dei et custodiunt illud" (Lc, 11,28; "Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan" -J. Sierra, 2005, p. 1144)-; el segundo, presentado en un librete, dice "Auditui meo dabis gaudium et laetitiam" (Salmo 50 (51), primer hemistiquio del versículo 10; "Darás gozo y alegría a mi oído" -J. Sierra, 2005, p. 1145)-. Este segundo canon aparece también en el cuadro de Jan Brueghel el viejo "El Gusto, el oído y el tacto".
Destaca especialmente a la izquierda del cuadro un clave típicamente flamenco (ver apartado de Iconografía), muy cercano a la escuela de Amberes, quizás del taller de los Ruckers, aunque no se puede atribuir a ningún miembro de esta familia de constructores (O´Brien, 1990, p. 31).
La decoración interior de la madera sobre los teclados y de la tapa que se abate, a base de papeles pintados con motivos geométricos y vegetales estilizados, es igualmente propia de la escuela de Amberes y, aunque muy parecidos, ninguno concuerda exactamente con el repertorio de papeles localizados por O´Brien en instrumentos Ruckers (O´Brien, 1990, pp. 135-144). La pintura del interior de la tapa sobre los teclados se ha identificado con la obra del pintor flamenco Hëndrich Van Balen (Amberes, 1575-1635) "Anunciación a los pastores" de principios del siglo XVII. El original se conserva en el Museo Casa de Jovellanos en Gijón, con no de inventario. En ella se representa un ángel con una filacteria con el texto del Gloria, y a la derecha, suspendida por unos ángeles, una música escrita legible. Un clave muy parecido se representa también en el cuadro de Brueghel El gusto, el oído y el tacto. En este último la representación musical de Van Balen es menos parecida al original que en el caso de El Oído, que se aproxima más, si bien la partitura no es legible en los cuadros de Brueghel. Este cuadro de Van Balen aparece también en el sentido de La vista de Brueghel.
A la izquierda del cuadro, al fondo, hay una sala donde un grupo de mujeres, hombres y niños están haciendo música práctica. Por la actitud de los personajes, se trata de música vocal con acompañamiento instrumental. Sobre la mesa hay un laúd puesto boca abajo y varios libretes abiertos y cerrados. Tres mujeres están cantando, dos sentadas leyendo de uno de los libretes y la tercera de pie mirando, al parecer, el mismo librete. Dos niños de corta edad asoman la cabeza por la derecha de la mesa. Tras las cantantes, un grupo de hombres instrumentistas tocan (de izquierda a derecha) un bajo de vihuela de arco (viola da gamba en italiano), un laúd, un aerófono recto no identificado y una flauta travesera.
Muchos autores han estudiado la posible vinculación de estas pinturas a los archiduques, debido a la evidente la relación de las obras con ellos. En La Vista aparecen retratados en una de las pinturas, uno de sus palacios se ve a través de la ventana y la lámpara que cuelga del techo muestra el águila bicéfala, símbolo de los Austrias. La serie perteneció, según el inventario real de 1636 del Alcázar, al duque de Neoburgo Leopoldo Guillermo. Según M. Díaz Padrón y M. Royo-Villanova, citando a K. Ertz, o bien el duque las compró para regalárselas a los archiduques o bien éstos se las regalaron a él. Lo cierto es que después de la muerte de los gobernadores el duque se las regaló al cardenal infante don Fernando. De él pasaron al duque de Medina de las Torres, quien se las regaló a Felipe IV y así llegaron a Madrid. 

El Olfato, 1617 - 1618.
Óleo sobre tabla, 65 x 111 cm. Museo del Prado
El Olfato tiene lugar en un exterior donde de nuevo vemos una figura desnuda, presumiblemente Venus, acompañada de un amorcillo que le ofrece un ramo. El artista sitúa a las figuras en un jardín idílico, rodeado de arquitectura secundaria, donde vemos todo tipo de flores, árboles y animales en un ambiente galante, tranquilo y sosegado. Nos muestra un jardín atemporal, en el que lo único importante es el deleite. La pintura preciosista de Jan Brueghel el viejo permite observar cada detalle con detenimiento; los diferentes colores de las flores, el tratamiento individualizado de cada uno de los conjuntos, como si fueran bodegones aislados, o la ejecución de las hojas de las copas de los árboles, que difumina generando una sensación de luz tamizada. La pintura de flores es una de las especialidades de Jan Brueghel el Viejo. Son muchas las obras que este artista realizó con este tema, tanto en guirnaldas que enmarcaban la figura de la virgen, sola o con el niño, muchas de las cuales también son colaboraciones con Rubens, como en jarrones aislados algunos de los cuales también aparecen en esta pintura. Así, además de las flores que simbolizan el olfato, también vemos otros elementos simbólicos como los perfumes o los guantes de ámbar. 

El Gusto, 1618.
Óleo sobre tabla, 64 x 109 cm. Museo del Prado
El Gusto se desarrolla en un interior, si bien en este caso la relación con el segundo plano exterior es mucho mayor que en La Vista o El Oído. En el centro de la composición vemos una mesa llena de manjares a la que asisten una doncella y un sátiro que le sirve agua en una enorme copa. La pincelada de Rubens se observa en el tratamiento del ropaje de la doncella, de gran riqueza cromática. En la parte superior, colgados de las paredes, vemos dos obras; una escena de género en una taberna, basada en una famosa estampa del padre del artista, Pieter Brueghel el Viejo, titulada La cocina abundante conservada en el Musée de Flandre, en Cassel (inv. 2008.8.6), que recuerda a las escenas que posteriormente pintará David Teniers el Joven. A su lado una representación religiosa de un banquete, en concreto lo que parecen ser las bodas de Canaán y el milagro de la conversión del agua en vino. Esta reciprocidad entre episodios mitológicos o profanos con religiosos se repite a menudo en esta serie. Al fondo, tras una cortina recogida, vemos una escena de cocina donde están preparando la comida. La pincelada de Jan Brueghel el Viejo representar las calidades materiales de los objetos, siguiendo la tradición de la escuela flamenca del siglo XV, como se aprecia en el conjunto de orfebrería, cristal y porcelana sobre las repisas.
En esta obra todo el primer plano bajo lo ocupa un gran bodegón de caza similar a los realizados por Frans Snyders, donde vemos aves, liebres, pescados o frutas. De hecho la composición de la esquina inferior derecha de la obra recuerda mucho a la obra de colaboración entre F. Snyders y Rubens Filopomenes descubierto por un par de ancianos pintada hacia 1609 y conservada en el Museo del Prado. Esta relación con la caza se refuerza en el segundo plano, al exterior, donde vemos los mismos animales vivos y pastando en un bosque. Así pues además de una oda a la gula y la opulencia de los banquetes, en El Gusto también podemos ver una relación con las cacerías, una de las prácticas más habituales entre la nobleza y la realeza. 

El Tacto, 1618.
Óleo sobre tabla, 64 x 111 cm. Museo del Prado
En El tacto, al igual que sucede con El Oído, la escena se desarrolla en un exterior donde vemos, en este caso una especie de cueva abierta que parece simular la gruta de Vulcano, el dios forjador de las armas de los dioses. Una identificación que se refuerza con la presencia de unos hombres trabajando en una forja. La escena se complemente con una gran cantidad de armas, yelmos, cascos, armaduras y un sinfín de objetos de metal. En ellos vemos la pincelada de Jan Brueghel, que busca representar las calidades materiales de los objetos, siguiendo la tradición de la escuela flamenca del siglo XV. Al igual que sucede con El Gusto, en el caso del Tacto además del carácter táctil de los objetos, esta obra parece guardar relación con la guerra y las pinturas de batallas ya que las armas representadas en la esquina inferior izquierda de la composición parecen los restos de una lucha, reforzado por la colocación de las armaduras en posición vertical como si fueran soldados en batalla.
Las figuras de Venus y Cupido, pintadas por Rubens, contrastan con la gama cromática fría con la que está tratada el resto de la composición. Ambos se abrazan de forma cariñosa, ajenos a lo que les rodea a diferencia de otras pinturas de la serie. Sobre ellos vemos cuadros con diferente temática; una Flagelación de Cristo y una visión del infierno con los salvados y los condenados con influencias del Bosco y Pieter Brueghel el Viejo.

Florero. Siglo XVII.

Óleo sobre lámina de cobre, 48 x 35 cm. Museo del Prado
Tres rosas y cinco tulipanes se combinan con florecillas de Narcissus tazetta y Myosotis scorpioides; una coccinela, una mariposa, un insecto y un gusano dan vida a este conjunto que repite, con variantes, los originales de Brueghel de Velours en las colecciones R. Green de Londres, Wingfield castle, y colección Turkow de la Haya.
El gusano, los capullos, crisálidas y mariposas que, recién nacidas, intentan de nuevo su reproducción, subrayan intencionadamente el concepto de fragilidad de la vida, ya implícita en las flores. Este movimiento cíclico, principio y fin de la vida, se repite prácticamente idéntico en la Naturaleza muerta de la Galería Leegenbroeck, que reproduce, como este Florero, originales de Brueghel de Velours, y recuerda con mayor recargamiento los jarrones de Osias Beert en la composición de Rubens en Sarasota. 


Florero. Primer cuarto del siglo XVII.

Óleo sobre tabla, 49 x 39 cm. Museo del Prado
La inclusión de insectos en los arreglos florales pintados les proporcionaba un fuerte sentido de realidad y verosimilitud. En este cuadro, Brueghel incluyó además una rana y un objeto que podría ser un huevo o quizás un bezoar, masa que se produce en el aparato digestivo de ciertos animales y al que se atribuían propiedades sanadoras.

Florero, 1609 - 1615.

Óleo sobre tabla, 47 x 35 cm. Museo del Prado
Ramo de tulipanes, rosas y lirios en un jarroncito de porcelana; sobre la mesa, un insecto, una rama y algunas flores. El recipiente de porcelana blanca y azul es de Jingdezhen, en la provincia de Jiangxi, China, y se fabricaba para su exportación.

Excursión campestre de Isabel Clara Eugenia. Primer cuarto del siglo XVII.

Óleo sobre lienzo, 176 x 238 cm. No expuesto
Dentro del conjunto de pinturas que decoraron la Torre de la Reina del Alcázar de Madrid, lugar donde colgó esta obra, había varias de temática paisajística. Unas retrataban las andanzas de los archiduques en las inmediaciones de sus palacios y residencias y otros mostraban costumbres y acontecimientos de las gentes de Flandes en el siglo XVII. Las primeras contaban con cuatro ejemplos que mostraban a los archiduques en diferentes actividades.
La obra muestra a la archiduquesa en los jardines de su palacio de verano, Mariemont, al sur de Bruselas. En primer término aparecen diferentes personajes segando heno y cargándolo en un carro, con Isabel Clara Eugenia participando de la actividad. Al fondo se extienden los grandes jardines del palacio, que vemos en la esquina superior derecha de la composición. Estas obras muestran a la corte realizando actividades propias del campesinado, como una alegoría del gusto por la vida en el campo. El entusiasmo y el gusto de la archiduquesa por esta vida se deja sentir en la correspondencia con el duque de Lerma, como en la carta escrita el 30 de octubre de 1605 donde le dice: "a todos nos da la vida el ejercicio y el andar al campo", y el 29 de mayo de 1609, desde su residencia de verano en Mariemont le cuenta: "nos hemos venido a esta casilla a gozar del campo, que esta lindísimo (...). En fin, la vida en el campo es la mejor de todas". De esta forma el pintor de la corte, Jan Brueghel el Viejo, junto con Joost de Momper nos muestran una de las actividades favoritas de la archiduquesa; disfrutar de jornadas al aire libre en el campo y en sus jardines. Además había recibido, como hija de Felipe II, una educación relacionada con la caza y sus partidas al aire libre de tal forma que no extraña su presencia en este tipo de escenarios.
La infanta Isabel Clara Eugenia en el parque de Mariemont. Primer cuarto del siglo XVII.
Óleo sobre lienzo, 176 x 236 cm. Museo del Prado
En este caso en concreto vemos los amplios jardines del palacio de Mariemont, al sur de Bruselas. Los archiduques aparecen rodeados de damas y niños de la corte con unos perrillos mientras que en la parte derecha de la composición vemos gamos, animales perseguidos en las jornadas de caza. La obra parece representar la cacería, una actividad muy frecuentada por los miembros de la corte y que la archiduquesa practicaba, pero desde un punto de vista tranquilo, con perros que no son utilizados en cacerías y con los gamos descansando. A diferencia de otra obra de los mismos autores y que formaba parte del mismo conjunto que ésta, Excursión Campestre de Isabel Clara Eugenia, en esta obra no vemos el palacio sino que se ofrece otra parte de los jardines de la residencia. Esta obra se considera colaboración entre Jan Brueghel el Viejo, que habría realizado las figuras, y Joost de Momper, autor del paisaje. No es este un caso aislado de colaboración entre estos dos artistas, por estos mismos años realizaron juntos obras como Mercado y Lavadero en Flandes y La vida en el campo. A pesar de ver de nuevo una gama cromática fría que recuerda a la tradición paisajística del siglo anterior, lo cierto es que existe una armonía en las tonalidades que unifica el paisaje con el horizonte y el cielo de una manera natural.

Paisaje con molinos de viento. 1606 - 1608.
Óleo sobre tabla, 34 x 50 cm. Museo del Prado
En este paisaje se describe una de las labores propias del campesinado, como era la fabricación y el transporte de harina. El protagonista indiscutible es el molino, que fue una herramienta decisiva para el desarrollo económico de los Países Bajos: en las provincias meridionales se empleaba para fabricar la harina, mientras que en las septentrionales eran las bombas de drenaje del sistema de canalización de los terrenos ganados al mar. El molino marca al mismo tiempo el eje vertical y el eje diagonal de la composición. El espectador se encuentra ante un paisaje completamente abierto, sólo delimitado en la lejanía por el horizonte bajo y continuo, que divide la superficie pictórica en dos mitades casi exactas: superior (cielo) e inferior (tierra). En el primer plano los campesinos cargan los sacos de harina en las carretas para transportarlos a la aldea que se vislumbra en la lejanía. Dos ejes diagonales dan profundidad a la composición: el definido por los molinos, que marcan al mismo tiempo los ejes verticales de la composición, y el camino que se abre de frente en el borde inferior de manera que el espectador se siente arrastrado hacia el fondo. Este cuadro ha sido atribuido tradicionalmente a Jan Brueghel el Viejo, que en 1607 inició un grupo de paisajes en los que se recurría por primera vez a la repetición de un mismo y único elemento, el molino, para construir la profundidad espacial. Sin embargo, algunos rasgos estilísticos, en especial la manera un tanto mecánica y repetitiva de representar la hierba, hablan de una copia de Jan Brueghel el Joven a partir de un original perdido del padre.

Recua y gitanos en un bosque, 1612.

Óleo sobre lámina de cobre, 36 x 43 cm. Museo del Prado
En las fechas en que Brueghel el Viejo realizó esta obra, su pintura de paisaje había adquirido una notable personalidad, caracterizándole las vistas panorámicas, montañosas y de bosques frondosos que trata con realismo mediante una pincelada minuciosa, de gran calidad técnica. Aquí, la línea diagonal de la cordillera divide la composición en dos partes, reservándose la izquierda para la vista de un amplio paisaje en el que incluye varias, y diminutas, poblaciones, mientras que a la derecha representa un grupo de personajes que se ha identificado como una familia de etnia gitana que conduce una recua de asnos. Este grupo de figuras que acampa en un recodo se considera recurso propio del pintor Joost de Momper, al igual que de G. van Coninxloo el tronco partido en primer plano, lo que revela que Brueghel tenía en cuenta la tradición pictórica flamenca

Paisaje con galeras, 1603.

Óleo sobre tabla, 33 x 43 cm. Museo del Prado
Muestra en escena dos carros que se cruzan en un camino y varias carretas que se pierden en la lejanía del horizonte. Tres asaltantes a caballo detienen la galera, cargada de mujeres y niños, en primer plano; el enfrentamiento, sin la violencia compositiva se Snayers o Sebastián Vrancx, y el aspecto caballeresco de los jinetes, han dificultado su interpretación, hasta ahora registrada como Paisaje con galeras, sin embargo, uno de los asaltantes parece a punto de desenfundar su arma; otro, de maneras vulgares, fuerza la carreta a aminorar su paso, y el conductor observa sobresaltado la decisión del jefe de la banda. En la Gemäldegalerie de Dresde se conserva una variante fechada en 1605. En la pintura del Prado las tintas se funden en grabaciones sutiles y se suaviza el convencionalismo en la distribución de los planos, que acusan otras obras fechadas en estos mismos años. El cielo se tiñe de nubarrones de lluvia pero, en contraste, la luz solar baña las colinas. Modera la rígida división tonal de las pinturas de cronología anterior por el predominio de la armonía y unidad que caracteriza su producción en los años inmediatamente posteriores a éste; renuncia al uso del negro y las tonalidades opacas.

Banquete de bodas, 1623.
Óleo sobre lienzo, 132 x 269 cm. Museo del Prado
El final de un banquete de bodas en el campo es el momento escogido en esta obra para representar la vida campesina en uno de sus momentos de mayor actividad comunal. Los personajes beben, bailan, se besan y abrazan, y llevan regalos a los novios que se encuentran al fondo bajo la tela roja. K. Ertz identificó a la esposa del artista Katharina, sentada con su hija Anna en brazos, y a su hijo Ambrosio de seis años en el grupo de la derecha en primer plano.
A diferencia de escenas homónimas pintadas por su padre Pieter Bruegel el Viejo, donde se mostraba la incontinencia de los campesinos, su lascivia y su afán por la bebida de una manera desmesurada, esta escena está tratada con más inocencia y calma, mostrando la faceta amable y cotidiana de estas celebraciones. Es un nuevo punto de vista en este tipo de representaciones, igual que sucede con otra obra pintada por el mismo artista y que colgó en el mismo lugar que esta, la Torre de la Reina del Alcázar de Madrid, el Baile campestre ante los Archiduques. 

Baile campestre ante los Archiduques, 1623.
Óleo sobre lienzo, 130 x 266 cm. Museo del Prado.
La obra muestra un conjunto de campesinos bailando en el centro de la composición observados por otros a su alrededor formando pequeños grupos. De entre todos destacan los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia, sentados al fondo bajo un pabellón con enredaderas y rodeados de otros miembros de la corte. El artista aparece en primer plano en el centro acompañado de dos niñas pequeñas, vestido de negro y señalando hacia el baile. En último término se observan construcciones de lo que sería el pueblo donde viven los campesinos. Las ropas de los personajes nos permiten apreciar que los diferentes estamentos que forman parte de la sociedad aparecen representados aquí, de tal forma que en una celebración aparentemente campesina nos encontramos con la nobleza y la propia corte mezclándose unos con otros. La representación de las clases bajas en sus actividades en el campo muestra la recuperación y la alegría después de la Tregua de los doce años. Además se refuerza la vinculación de los gobernantes con todos sus súbditos mediante la presencia de los archiduques y su corte en dichas actividades.
 

Los Archiduques de caza, Hacia 1611.
Óleo sobre lienzo, 135 x 246 cm. Museo del Prado
Rodeados de algunos cortesanos y sirvientes cazadores, los archiduques Alberto e Isabel, gobernadores de los Países Bajos españoles, descansan durante una de sus batidas a la sombra de un gran álamo. Al fondo, se representa el Palacio de Mariemont, cerca de Bruselas, una de las residencias favoritas de los Archiduques. Brueghel realiza una descripción precisa del paisaje, casi captado topográficamente, en la que incorpora ciertos elementos repetidos en otras de sus obras. Formalmente se caracteriza por continuar la tradición al situar el horizonte muy alto en la composición, tal y como era costumbre en los paisajistas flamencos anteriores. El componente político de la pintura es muy relevante. Se representa a los gobernantes ejerciendo el derecho de la caza, reservado a la aristocracia, a la vez que se hace hincapié en la riqueza de los campos en los Países Bajos. Se localiza en el Alcázar de Madrid en 1636, como parte de los muchos cuadros enviados desde Bruselas con los que se pretendía mostrar a Felipe IV la magnificencia del gobierno de los Archiduques.

Banquete de bodas presidido por los Arc
hiduques, 1612 - 1613.
Óleo sobre lienzo, 84 x 126 cm. Museo del Prado
Pareja de la Boda campestre, la pintura muestra el banquete posterior al cortejo nupcial. La novia, sentada en un baldaquino de paja, marca el centro de la escena, que Brueghel sitúa bajo cuatro frondosos árboles, manifestando, así, la gran importancia que concedía al paisaje.
La presencia de los archiduques Alberto de Austria e Isabel Clara Eugenia, como gobernadores de los Países Bajos, convierten la obra en una plasmación de la armonía de su gobierno y de la unión de los soberanos con sus súbditos. De esta manera Brueghel realiza una pintura cotidiana, pero con evidentes connotaciones políticas. 

Mercado y lavadero en Flandes, Hacia 1620.
Óleo sobre lienzo, 166 x 194 cm. Museo del Prado
La colaboración entre Brueghel y Momper tiene un magnífico ejemplo en esta pintura que muestra la sencillez de la vida rural en Flandes, uniendo el género del paisaje con la pintura de la vida cotidiana. Los grupos de figuras fueron realizados por Brueghel, mientras que Momper pintó el paisaje, con sus características tonalidades violáceas en el fondo.
Momper renunció en esta ocasión a sus amplias panorámicas en beneficio de una perspectiva más realista, cercana a los paisajistas holandeses, y mucho más en consonancia con la realidad de la naturaleza en los Países Bajos. Brueghel realizó sus grupos de villanos siguiendo modelos muy difundidos por su padre Pieter Brueghel "el Viejo".
La vida campesina. Hacia 1621.
Óleo sobre lienzo, 130 x 293 cm. Museo del Prado
Lo que el artista representa en esta obra son diferentes actividades realizadas por los campesinos, en este caso relacionadas con la elaboración de productos: a la derecha vemos como ordeñan las vacas para la leche, y a la izquierda su prensado y amasado con un grupo de hombres al fondo que cargan en su carreta los productos, presumiblemente para llevarlos a la ciudad. En este momento se tenía bien claro las diferentes funciones de los estamentos dentro de la sociedad y el tercero, el campesinado, debía abastecer con su mano de obra a los poderosos y gobernantes de tal forma que es un fiel reflejo del papel de los campesinos en la sociedad. Este tipo de obras son consideradas como una representación moralizante y didáctica de los valores de la nueva sociedad, más alegre y pacífica, en contraposición a la visión negativa que muchas de estas obras jugaban en la producción del padre de Jan Brueghel el Viejo. De esta forma entroncarían con las alegorías, tanto de los sentidos como de la vida del hombre (que no hemos conservado) que también formaban parte del encargo, si bien parecen un ejemplo de las costumbres de Flandes y su elección podría deberse a un criterio meramente anecdótico.

Los Archiduques Isabel Clara Eugenia y Alberto en el Palacio de Tervuren en Bruselas. Hacia 1621.
Óleo sobre lienzo, 126 x 153 cm. Museo del Prado. Depósito en otra institución
La infanta Isabel Clara Eugenia en el parque de Mariemont y Excursión campestre de Isabel Clara Eugenia donde los jardines y las actividades allí desarrolladas tenían todo el protagonismo, en esta obra el palacio es el importante. En este caso se trata de la residencia de caza de los archiduques, el Palacio de Tervuren, en Bruselas. Esta pintura tiene una gran importancia documental al ser la obra que mejor muestra este palacio, destruido en un incendio en 1633. Jan Brueghel el Viejo, ya había retratado este lugar en otras dos obras suyas en colaboración con Rubens; el Retrato del archiduque Alberto con el castillo de Tervuren y en la Alegoría del Gusto si bien en estas dos aparece en segundo término y muy lejano. A diferencia de los cuadros anteriores en esta la presencia de las figuras parece meramente anecdótica, mientras que el palacio ocupa todo el plano del fondo y llama la atención del espectador. En el primer plano vemos a los archiduques y diferentes personajes como un cortejo de paseo sin apenas llamar la atención.
Boda campestre. Hacia 1612.
Óleo sobre lienzo, 84 x 126 cm. Museo del Prado
Un cortejo nupcial avanza delante de la iglesia en un entorno rural. Los miembros masculinos de ambas familias dirigen la procesión, encabezada por el novio con una flor en la mano, evidente símbolo matrimonial. La novia permanece en el grupo de las mujeres. Ambos contrayentes visten traje negro y amplia gola, según la moda de principios del siglo XVII.
Utilizando recursos escénicos que parten de la obra de su padre, Peeter Brueghel "el Viejo", el pintor logra plasmar la vida cotidiana flamenca con gran veracidad. A estos temas, Jan Brueghel, aporta una mayor presencia del paisaje, como demuestra el protagonismo que la Naturaleza tiene en esta pintura. 

La edad de Rubens
Pedro Pablo Rubens (1577–1640), discípulo de Otto van Veen y de Adam van Noort, se trasladó a Italia donde pasó ocho años (1600–1608) que dedicó al estudio de la Antigüedad clásica, la pintura del Renacimiento italiano, especialmente atraído por la escuela veneciana y Tiziano, de quien hizo copias de algunos de sus más célebres cuadros, sin olvidar tampoco a algunos de sus contemporáneos como Adam Elsheimer o Caravaggio, pero muy especialmente a Annibale Carracci, el más cercano a su sensibilidad y sentido de la belleza compatible con la expresión enérgica de los sentimientos. Tras su regreso a Amberes estableció un importante taller en el que contó con numerosos colaboradores y discípulos como Antón van Dyck, ejerciendo en general una fuerte influencia en la dirección del arte flamenco. La mayor parte de los artistas activos en la ciudad durante la primera mitad del siglo XVII estuvieron directamente influidos por Rubens. 

PETER PAUL RUBENS (Siegen, Sacro Imperio Romano Germánico, actual Alemania, 28 de junio de 1577-Amberes, Flandes (Países Bajos Españoles), actual Bélgica, 30 de mayo de 1640), también conocido como Pieter Paul, Pieter Pauwel, Petrus Paulus, y, en español, Pedro Pablo Rubens, ​ fue un pintor barroco de la escuela flamenca. Su estilo exuberante enfatiza el dinamismo, el color y la sensualidad. Sus principales influencias procedieron del arte de la Antigua Grecia, de la Antigua Roma y de la pintura renacentista, en especial de Leonardo da Vinci, de Miguel Ángel, del que admiraba su representación de la anatomía, ​ y sobre todo de Tiziano, al que siempre consideró su maestro y del que afirmó «con él, la pintura ha encontrado su esencia».
Trató una amplia variedad de temas pictóricos: religiosos, históricos, de mitología clásica, escenas de caza, paisajes, retratos; así como dibujos, ilustraciones para libros y diseños para tapices (series de La Historia de Decio Mus, La Historia de Constantino, El Triunfo de la Eucaristía y La Historia de Aquiles). ​ Se conservan aproximadamente mil quinientos cuadros suyos. ​ Una producción tan elevada fue posible a la extensión de su taller, tanto de integrantes como de proporción, donde al parecer trabajaban en cadena. ​ Fueron discípulos o ayudantes suyos: Jacob Jordaens, Gaspar de Crayer, Theodor van Thulden, Erasmus Quellinus el Joven, Cornelis de Vos y Anton van Dyck, cuyo trabajo fue completar varios encargos para la Corte española en Madrid. ​ Se conocen hasta hoy casi nueve mil dibujos de mano suya.​
Fue el pintor favorito del rey Felipe IV de España, su principal cliente, que le encargó decenas de obras para decorar sus palacios y fue el mayor comprador en la almoneda de los bienes del artista que se realizó tras su fallecimiento. Como consecuencia de esto, la mayor colección de obras de Rubens se conserva hoy en el Museo del Prado, con unos noventa cuadros (la cifra concreta varía según las fuentes puesto que la autoría de algunas de las obras está en discusión), la gran mayoría procedentes de la Colección Real.​ Otros museos con destacada representación de su arte son el Museo Real de Bellas Artes de Amberes (Koninklijk Museum voor Schone Kunsten Antwerpen), la National Gallery de Londres, la Alte Pinakothek de Múnich y el Museo de Historia del Arte de Viena.
Poseía una amplia formación humanista y tuvo siempre un profundo interés por la Antigüedad clásica. "Estoy convencido de que para lograr la mayor perfección en la pintura es necesario comprender a los antiguos", afirmaba. Dominaba diversas lenguas, incluido el latín, y llegó a ejercer como diplomático entre distintas cortes europeas. ​ Fue además ennoblecido tanto por Felipe IV de España como por Carlos I de Inglaterra. ​ El también pintor Eugène Delacroix, gran admirador suyo, lo calificó como el "Homero de la pintura", apodo con el que es citado en ocasiones. 

Contexto histórico
En el siglo XVI Amberes era un gran centro de negocios, gracias a su importante puerto. A este puerto llegaban mercancías de diversos países y en él operaban comerciantes ingleses, genoveses, venecianos, portugueses españoles, entre otros. La pintura siguió las nuevas tendencias del Renacimiento gracias a las aportaciones procedentes de Italia, que se extendieron por todos los Países Bajos. Durero conoció al pintor Quentin Metsys, a Joachim Patinir y al grabador Lucas van Leyden durante su viaje por estas tierras en el año de 1520. El arte flamenco fue influido paulatinamente por el manierismo y luego por el naturalismo, que se fusionaron con su propia tradición. Con la llegada de Pieter Brueghel el Viejo, el arte flamenco tomó un rumbo más fuerte. Partiendo de su manejo del realismo flamenco, unido al conocimiento que poseía de la pintura renacentista italiana, Rubens construyó una expresión pictórica innovadora, inscrita ya en el barroco.
Los Países Bajos estaban bajo el dominio español por el matrimonio de Felipe el Hermoso con Juana I de España, de los que pasaron a sus herederos, Carlos V y luego Felipe II. Ni el pueblo ni parte de la aristocracia, con Guillermo de Orange al frente, estaban de acuerdo con la intransigencia religiosa de Felipe II. Esto llevó a que en abril de 1566 presentaran a la gobernadora general, Margarita de Parma, hermanastra de Felipe II, una petición conocida como el «Compromiso de Breda» o «Compromiso de los nobles», cuyo objetivo era la supresión de la Inquisición y la restauración de libertades. Margarita recomendó a su hermanastro responder con moderación, pero este se negó en redondo a atender las demandas planteadas. En agosto la situación degeneró en disturbios en los que los calvinistas destruyeron iglesias, profanaron imágenes (Beeldenstorm) e incendiaron pueblos. La gobernadora consiguió sofocar la revuelta y restablecer el orden, pero al año siguiente el rey envió al III duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, que instauró el Tribunal de los Tumultos e hizo ejecutar a varios de los cabecillas de los desórdenes. La represión ejercida llevó a muchos protestantes a huir a Alemania.
Diez de las Diecisiete Provincias de los Países Bajos permanecieron bajo el dominio del rey de España (Países Bajos Españoles) hasta que en 1714 fueron cedidas al Sacro Imperio Romano Germánico por el Tratado de Utrecht. A causa del enfoque artístico no iconoclasta de los católicos, sus artistas lograron encargos y mecenazgo entre la monarquía y la nobleza española, que influyeron en las obras que realizaron, especialmente en las de temas religiosos y de batallas, así como de retratos. La escuela flamenca de pintura adquirió una fuerte consolidación: en el sur de los Países Bajos, la iglesia católica potenció las mayores representaciones de su triunfo como religión. Tal victoria tuvo su mayor intérprete en Rubens, que fue un ferviente creyente católico. 

Primeros años
Peter Paul Rubens nació en Siegen, Westfalia (Alemania) en el seno de una familia calvinista de Brabante. Huyeron de Amberes a Colonia (Renania del Norte-Westfalia) en 1568 debido a las revueltas y persecuciones religiosas. Su padre (abogado) fue Jan Rubens y su madre Maria Pypelincks. En dicha ciudad, el exmagistrado Jan Rubens fue nombrado asesor jurídico de la segunda esposa de Guillermo de Orange, Ana de Sajonia, de la que se convirtió también en amante. Después de dos o tres años, Orange descubrió el adulterio y Jan Rubens fue encarcelado en el castillo de Dillenburg. Fue puesto en libertad tras dos años de cautiverio; tuvo que pagar una fianza y se le impuso residir en Siegen, una pequeña población a ochenta kilómetros de Colonia. Fue allí donde, tras ser perdonado por su esposa, tuvieron a su sexto hijo: Peter Paul. En 1578, tras la muerte de la princesa Ana de Sajonia, se le permitió volver a residir en Colonia, donde posiblemente Peter Paul Rubens inició su formación artística.
Dos años después de la muerte de Jan (1589), la madre de Rubens —entonces convertida al catolicismo— regresó con su hijo a Amberes, donde él prosiguió con su formación. Estudió latín, alemán, español y francés con Rombaut Verdonck. Las penurias económicas de la familia le obligaron a abandonar los estudios y entró como paje al servicio de la condesa Margaretha de Ligne-Arenberg, viuda de Philip II de Lalaing, en Oudenaarde. Hacia 1592 comenzó sus estudios de pintura con Tobias Verhaecht, un pintor paisajista tradicional. No se sabe exactamente en qué fechas estudió con otros dos maestros de pintura: Adam van Noort, que posteriormente fue también profesor de Jordaens, y Otto van Veen (Otto Vaenius). Sin embargo, no parece que dejaran una influencia artística relevante en su alumno.
No se sabe gran cosa sobre las primeras obras del pintor realizadas en Amberes, aunque hay constancia de que hizo copias de pinturas de Hans Holbein, de Alberto Durero y de Tobias Stimmer. El testamento de su madre decía que legaba sus retratos a sus hijos pero que "todos los demás cuadros, que son bonitos, pertenecen a Peter, que los ha pintado". De sus obras de juventud existe una de un hombre de medio cuerpo que tiene en la mano derecha una escuadra y un compás; en la mano izquierda otro instrumento sin identificar, sujetado por una cadena. Se le conoce con varios títulos: Retrato de un joven sabio, El relojero y El hombre de veintiséis años. Es una pintura al óleo sobre una plancha de cobre de pequeño formato. Se encuentra en una colección particular de Nueva York; en su dorso lleva la inscripción "Petrus Paulus Rubens", y en la parte delantera está la fecha: "MDLXXXXVII" y la edad del modelo: "Aetatis XXVI". Rubens obtuvo el grado de maestro en la guilda de San Lucas. Además existe un certificado de "buenas costumbres y de buena salud" que data del 8 de mayo de 1600, el artista lo pidió para poder realizar un viaje a Italia. 

Retrato de un joven, 1597
Óleo sobre lámina metálica. 21,6 x 14,6 cm. Metropolitan Museum of Art
Estamos ante una de las primeras obras fechadas de Rubens, realizada incluso cuando aún no había recibido el título de maestro independiente al estar como aprendiz en el taller de Otto van Veen, más conocido como Otto Venius. Su pintura se inscribe dentro de las características típicas de la escuela flamenca al mostrar al personaje en primer plano, recortado sobre un fondo neutro, interesándose por la minuciosidad casi caligráfica de los ropajes y del rostro. El joven porta en sus manos una medalla, un misal y el puño de su espada. La gorguera que exhibe era habitual en la moda española -no olvidemos que Flandes fue una provincia del Imperio Hispánico hasta 1715- al igual que el color negro para los trajes masculinos. El interés descriptivo de Rubens es de gran calidad, a pesar de las malas condiciones de conservación de la obra. La atención del maestro se centra en el rostro del personaje, intentando transmitir su personalidad, especialmente a través de sus ojos. 

Italia (1600-1608)
En 1600 estuvo en Venecia, Italia, donde conoció a un aristócrata mantuano que lo recomendó ante el duque de Mantua, Vincenzo Gonzaga, obteniendo el cargo de pintor de corte. Su cargo le obligaba a ejecutar los retratos del duque y su familia, copiar las pinturas de grandes artistas que deseara el duque y cuidar de la decoración de sus palacios. Los Gonzaga tenían la fama de ser unos grandes amantes de las artes y unos buenos mecenas, por lo que Rubens se encontró con gran cantidad de obras importantes de grandes maestros italianos como Tiziano, Paolo Veronese y Tintoretto; ​ también algunos como Annibale Carracci y Caravaggio considerados ya del incipiente estilo barroco.
Por orden de su mecenas, Rubens se trasladó a Roma para adquirir objetos antiguos y hacer copias de otros pintores, con una carta de recomendación con fecha del 18 de julio de 1601 que iba dirigida al cardenal Alessandro Montaldo con estas palabras: "a Peter Paul, flamenco, pintor de mi corte, que envío a vuestro lado para copiar y ejecutar algunas obras de pintura...". En Roma realizó, por encargo del archiduque Alberto de Austria, un tríptico para la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén, formado por Santa Elena con la Vera Cruz, La Coronación de espinas y La Elevación de la Cruz.
El 5 de marzo de 1603 partió para España en una misión diplomática; debía entregar unos regalos enviados por el duque de Mantua al rey Felipe III y a su valido, Francisco de Sandoval y Rojas, primer duque de Lerma. Su destino era Madrid, por lo que se dirigió en barco a Alicante, en cuyo puerto desembarcó el 22 de abril. Pero la Corte se había trasladado a Valladolid, por lo que tuvo que emprender un viaje por tierra de veintiún días hasta allí. Durante su estancia se le encargó la realización de varias pinturas sobre bustos de apóstoles, actualmente conservados en el Museo del Prado. Entre las obras realizadas destaca el Retrato ecuestre del duque de Lerma, de la que también se conservan varios dibujos preparatorios. Esta obra muestra un gran equilibrio y vigor; el personaje parece contemplar al espectador, y el pintor realizó unos escorzos del caballo muy bien ejecutados.
En 1604 regresó a Italia, donde permaneció durante los siguientes cuatro años, primero en Mantua y posteriormente en Génova y Roma. En Mantua el duque Vincenzo Gonzaga le encargó un gran tríptico para la iglesia de los jesuitas de la ciudad, que superó en grandeza al que había hecho anteriormente para la basílica romana de Santa Cruz de Jerusalén, pero esta obra sufrió graves daños durante las incursiones francesas de 1797.
En Génova pintó numerosos retratos, como el de la marquesa Brigida Spinola-Doria (National Gallery of Art, Washington D. C.) y el retrato de Maria Serra Pallavicino (The Bankes Collection, Kingston Lacy), considerado uno de los mejores jamás pintados por Rubens, en un estilo que influyó posteriormente en obras de Van Dyck, Reynolds y Gainsborough. También realizó trabajos preparatorios de un libro en el que ilustraba los palacios de la ciudad, que editó en 1622 en dos volúmenes con el título de Palazzi di Genova (Palacios de Génova), y que le sirvieron además en su día como fuente de inspiración para diseñar su propia casa en Amberes, la Rubenshuis. El modo en que mostró la nueva arquitectura genovesa de palacios, villas e iglesias y la introducción que escribió para el libro, en la que se presentaba a sí mismo como pintor-arquitecto, resultaron de gran modernidad para su tiempo.
De 1606 a 1608 estuvo principalmente en Roma. Durante este periodo recibió el que sería su más importante encargo hasta entonces, el altar mayor de la iglesia más elegante de las construidas en la ciudad en esa época, Santa Maria in Vallicella, llamada también la Chiesa Nuova (Iglesia Nueva). Este altar le fue encargado por el cardenal Jacopo Serra, el hermano de Maria Serra Pallavicino, que le pagó por él 300 escudos. El trabajo original fue un lienzo en el que se representaba a diversos santos adorando un icono de la Virgen y el Niño, hoy en el Musée des Beaux-Arts de Grenoble (Museo de Bellas Artes de Grenoble), Francia, pero fue inmediatamente sustituido por la versión actual, que se compone de tres óleos sobre pizarra, La Virgen y el Niño adorados por ángeles y los paneles laterales Santos Domitila, Nereo y Aquileo y Santos Gregorio Magno, Mauro y Papia. Tiene un montaje que permite que la auténtica sagrada imagen milagrosa de Santa Maria in Vallicella sea mostrada a los fieles en días señalados gracias a una cubierta de cobre desmontable pintada por el propio Rubens. Hay que destacar que estas pinturas causaron una convulsión entre los romanos, poco acostumbrados al estilo de la pintura flamenca.
Pero la obra más importante de este periodo fue la Adoración de los pastores, conocida también como La notte (La noche), pintada en 1607 para la iglesia de San Filippo Neri (San Felipe Neri) de Fermo, hoy en la Pinacoteca Civica di Fermo. En ella se advierte la influencia del naturalismo de Caravaggio y de la luminosidad de Correggio. De esta obra se conserva un boceto en el Museo del Hermitage de San Petersburgo, Rusia y además, tras su vuelta a Amberes, haría en 1609 una copia con variaciones para la iglesia de San Pablo (Sint-Pauluskerk) de la ciudad.
Lo aprendido en Italia marcó en adelante el arte de Rubens. Él además siguió escribiendo muchas de sus cartas en italiano, firmó ya siempre como "Pietro Pauolo Rubens", y comentó en más de una ocasión sus ansias por regresar a aquel país, una esperanza que nunca llegaría a materializar. 

Santa Elena con la Vera Cruz, 1601-1602
Óleo sobre lienzo. 252 x 189 cm. Catedral de Notre-Dame de Grasse
Para la pequeña capilla subterránea de Santa Elena en la iglesia de la Santa Croce in Gerusalemme en Roma, el archiduque Alberto, gobernador de los Países Bajos, encargó a Rubens un retablo sobre santa Elena. El panel central muestra a la leyenda de la madre del emperador Constantino el Grande, el primer emperador cristiano. Santa Elena, en su viaje a Tierra Santa, descubrió la cruz en la que Cristo fue crucificado. Usualmente, la santa aparece retratada como una matrona y coronada; en la escena que contemplamos, es un ángel el que corona a la santa que viste elegantemente, como corresponde a su estatus.
La figura se ubica ante una arquitectura, apreciándose al fondo una balaustrada con columnas salomónicas decoradas con relieves, recordando a algunas escenas de Rafael e incluso al Parmigianino. La santa está inspirada en el estilo de Otto Vaenius. Las figuras de los ángeles, en escorzadas posturas, serán una de las notas identificativas del estilo personal de Rubens, dotando de dinamismo a una escena en principio estática. Las calidades de las telas y el efecto detallista serán características típicas de la pintura flamenca pero la masa arquitectónica es un elemento habitual en la pintura renacentista, unificando Rubens así dos estilos en principio contradictorios. La Coronación de Cristo era uno de los paneles que también formaba parte del encargo. 

La elevación de la cruz, 1610-1611
Óleo sobre tabla. 4.6 x 3.4 m. Catedral de, Amberes
Rubens pintó La Elevación de la Cruz a su regreso a Flandes después de haber estado en Italia. La obra muestra una clara influencia del Renacimiento italiano y de artistas Barrocos tales como Caravaggio, Tintoretto y Miguel Ángel. El panel central muestra la tensión existente entre la multitud de hombres musculosos tratando de levantar la cruz y el peso aparentemente insoportable de Cristo en la cruz.
El escorzo de Miguel Ángel es evidente en las contorsiones de los hombres que se esfuerzan en colocar las correas. Cristo corta el panel central en una diagonal, en un estilo similar a El Entierro de Cristo de Caravaggio, donde tanto el descenso como el ascenso están en juego en un momento clave. Movimiento, espacio y tiempo se muestran junto con la lucha por poner en posición vertical a Cristo. Rubens utiliza el color dinámico y el claroscuro con valentía, un estilo que va a ser más sutil con el tiempo.
La pintura se localiza en la Catedral de Nuestra Señora en Amberes, Bélgica, junto con otras obras de Rubens. Bajo el reinado de Napoleón, el emperador se llevó a París la pintura, junto con otra obra de Rubens, El Descendimiento de la Cruz. Las pinturas fueron devueltas a la catedral a finales de 1800. 

Retrato ecuestre del duque de Lerma, 1603.
Óleo sobre lienzo, 290,5 x 207,5 cm. Museo del Prado
"El rey refirió a un caballero al duque de Lerma, a lo que el caballero contestó que de haber podido conseguir esa audiencia no habría tenido necesidad de visitar al rey". Con esta anécdota, el propio Rubens explicaba el poder del valido de Felipe III, que tanto le impactó durante su primera visita a España. El equivalente visual de tal idea es este retrato, que Rubens pintó en Valladolid, y donde representó a Lerma como un todopoderoso guerrero a caballo, siguiendo modelos de la Antigüedad. Éste es uno de los escasos cuadros de Rubens que están firmados.

Marquesa Brigida Spinola-Doria, 1606
Óleo sobre lienzo. 155,2 x 98,7 cm. (National Gallery of Art, Washington D. C.) 
A lo largo de su etapa italiana, Rubens estuvo en varias ocasiones en Génova, interesándose por la renovación del retrato. Génova era uno de los centro bancarios y comerciales más importantes de la época, gobernado por una oligarquía con la que el pintor flamenco estableció estrechas relaciones. Entre los retratos pintados entre 1606-1607, el de la marquesa Brigida Spinola-Doria ocupa un lugar preferente.
La modelo aparece en pie -el tercio inferior fue suprimido en el siglo XIX- vistiendo sus mejores y más elegantes galas, ante la estructura arquitectónica de su palacio. Existe un boceto preparatorio en el que Rubens nos muestra con mayor amplitud el palacio ya que, durante su estancia en la capital de la república de Génova, se fascinó por los palacios que habitaba la nobleza, "muy hermosos y confortables" en palabras del propio pintor. La balaustrada del boceto estaría presente en el cuadro definitivo pero éste también sufrió cortes en los laterales. El retrato pudo realizarse con motivo del enlace matrimonial de la marquesa con Giacomo Massimiliano Doria, en julio de 1605. Brigida aparece vestida a la española, con un vestido de satén bordado en plata y oro, sujetando en su mano derecha un abanico y adornando su cuello con una amplia gorguera, resbalando la luz por el elegante vestido. Un cortinaje rojizo cuelga de la arquitectura para recortar el bello rostro de la dama, en el que podemos apreciar su captación psicológica, tomando como modelo a Tiziano, el gran maestro para Rubens. Este tipo de retratos serán imitados posteriormente por Van Dyck, tomándose como referencia por los maestros británicos del siglo XVIII Reynolds y Gainsborough. 

Retrato de Maria Serra Pallavicino, 1606
Óleo sobre lienzo. 140 x 241 cm. The Bankes Collection, Kingston Lacy.
Este gran retrato de una mujer noble fue ejecutado por Rubens durante su estancia en Génova.
Los bellos retratos de cuerpo entero de damas de los círculos sociales más altos de Génova poseen un marcado sello veneciano. Esta ciudad portuaria y comercial estaba gobernada por una oligarquía urbana, formada por miembros de familias aristocráticas como los Pallavicinis, Durazzos, Grimaldis, Imperiales y Spinolas, quienes controlaban la banca, la economía y la política de la república. Estos miembros de la aristocracia urbana genovesa fueron pintados por Rubens alrededor de 1606-07. Los retratos no tienen la formalidad cortesana que era tan característica de la tradición del retrato de los Países Bajos a la manera de Mor y Frans Pourbus II.
En retratos como el de Maria Serra Pallavicino, el observador queda impresionado por el alto grado de realismo. Rubens logró esto por diversos medios. Usó fondos interrumpidos, donde pórticos y pilares estratégicamente colocados llevan la mirada del observador a la distancia; la brillante sugerencia de tangibilidad en la representación de los costosos rasos que usan las damas, la impresión que dan de movimiento frenado y la presencia de niños enanos y mascotas que animan el decoro del tema. Es evidente que el retrato similar de Tiziano, y más aún, de Veronese, fueron los modelos aquí. El tratamiento del color y la luz, particularmente en el rojo oscuro brillante del telón ceremonial y los reflejos que iluminan la arquitectura oscura, principalmente pardusca, como relámpagos, está influenciado por la técnica de Tintoretto.

La Virgen y el Niño adorados por ángeles, 1606-1607
Óleo sobre lienzo. 485 x 268 cm. Iglesia de Santa Maria in Vallicella de Roma
En 1607 Rubens recibió uno de sus encargos italianos más importantes: un cuadro para el altar mayor de la Chiesa Nuova di Santa María in Vallicella, recién construida por los Oratorianos. En el lienzo debían figurar una Virgen con el Niño y seis santos pero existía un pequeño problema: debía incorporar a la obra la imagen de un antiguo icono milagroso que se guardaba en la iglesia. De esta manera se ensamblaban la obra moderna y el icono antiguo. Sin embargo, al colocar el lienzo en el altar se apreció que la iluminación era muy mala y los brillos provocaban que apenas se pudiera contemplar, por lo que los frailes sugirieron a Rubens que repitiera la escena sobre un material antirreflectante como la pizarra, a lo que el maestro se negó, ejecutando un nuevo retablo constituido por tres lienzos. Los santos quedan repartidos en las telas laterales mientras que la central presenta la imagen de la Virgen con el Niño venerada por los ángeles, esta vez dentro de un marco real. De esta manera, se podía quitar la Virgen pintada por Rubens para que en su lugar apareciera la imagen milagrosa que se conservaba debajo. El movimiento de los ángeles se convierte en uno de las características fundamentales de la composición y en general, de la obra del maestro flamenco. La influencia de los Carracci y de Correggio se pone de manifiesto en los ángeles de la zona baja de la composición. 

Adoración de los Pastores – 1608
Óleo sobre lienzo. 300 x 192 cm. GALERÍA DE ARTE FERMO CIVIC - FERMO – ITALIA
Peter Paul Rubens realizó para la iglesia de San Filippo en la ciudad italiana de Fermo. El encargo fue realizado en marzo de 1608 por el padre Flaminio Ricci, Superior General de los Padres Filipenses en Roma, e iba destinado a la capilla Costantini, dedicada a la Natividad de Jesús, dentro de la iglesia de San Filippo. El 7 de junio del mismo año se completó la pintura y se entregó a Fermo el 16 de julio. Actualmente se conserva en la Galería de Arte Fermo Civic.
La Adoración de los Pastores es una brillante muestra de la teatralidad barroca que Rubens había adquirido durante su formación en tierras italianas. Destaca el contraste entre luz y sombra y el protagonismo de la luz que ilumina la escena así como la expresividad de los personajes en sus gestos y rostros. Para Rubens, el niño Jesús es la Luz que irradia un mensaje de esperanza a aquellos que le rodean y a todos los que somos partícipes de su Venida.

Amberes (finales de 1608-1621)
Hacia el fin de 1608, al tener noticia de que su madre había caído enferma, Rubens emprendió viaje de vuelta a Amberes, aunque finalmente ella falleció el 19 de octubre, antes de que él consiguiera llegar. En principio su intención era regresar luego a Italia, pero las circunstancias favorables que se le presentaron en la ciudad le llevaron al final a permanecer en ella. En el momento de su regreso Amberes estaba en espera de recibir a los delegados que iban a negociar una tregua entre España y las Provincias Unidas (Guerra de los Ochenta Años). Las conversaciones se desarrollaron en el Ayuntamiento de la ciudad (Stadhuis) desde el 28 de marzo de 1609 y condujeron a la firma el 9 de abril del Tratado de Amberes, con el que se inició la Tregua de los Doce Años. El ambiente que se vivía era por ello de gran optimismo ante las expectativas de recuperar la prosperidad económica, ya que Amberes era un importante centro comercial y la guerra y el bloqueo de los neerlandeses la habían abocado a la crisis. Rubens además se convirtió rápidamente en el pintor más prestigioso de la ciudad, y de hecho cuando la corporación municipal decidió a finales de 1608 o principios del año siguiente encargar un cuadro para decorar la sala en la que iban a tener lugar las negociaciones, la Cámara de los Estados (Statenkamer), el elegido fue él. Este lienzo fue La Adoración de los Reyes Magos, uno de los más importantes de su producción y por el que recibió la considerable cifra de 1800 florines. El tema de la obra, hoy en el Museo del Prado, era precisamente una alusión a los beneficios que la ciudad esperaba obtener con la firma del Tratado.
En septiembre de 1609 fue nombrado pintor de cámara, con un sueldo anual de quinientas libras, de los gobernadores de Flandes, el archiduque Alberto de Austria y la infanta Isabel Clara Eugenia, que, adicionalmente, le concedieron un permiso especial para poder permanecer en Amberes, sin tener que irse a residir a la corte de Bruselas, así como para poder trabajar para otros clientes. Sus vínculos con la ciudad acabaron por consolidarse de manera definitiva al casarse el 3 de octubre de ese mismo año en la Abadía de San Miguel (Sint-Michielsabdij) con Isabella Brant (1591-1626), de dieciocho años (él tenía ya treinta y dos), hija de Jan Brant, uno de los secretarios del Ayuntamiento y uno de los hombres más ricos y cultos de Amberes, con el que Rubens mantuvo una estrecha relación.
Tuvo con ella tres hijos: Clara Serena (1611), Albert (1614) y Nikolaas (1618).
En 1610 se trasladó a vivir a la conocida desde entonces como Casa de Rubens, Rubenshuis en neerlandés, un edificio que había adquirido y que fue remodelado según un diseño realizado por él mismo. Para ello se valió de sus conocimientos de la arquitectura del renacimiento italiano, tomando en especial como modelo los palacios y villas de la ciudad de Génova, que había estudiado en profundidad para el libro que publicaría en 1622, Palazzi di Genova (Palacios de Génova), aunque también incorporó elementos del barroco italiano y de la arquitectura flamenca. El inmueble constaba de una zona dedicada a vivienda, otra a taller, un pórtico monumental barroco y un patio interior que se abría a un jardín también barroco, igualmente diseñado por él, en el que había un pabellón. También se ubicaban allí su librería y su colección particular de arte (con obras tanto creadas por él y que conservó para sí hasta su muerte, como de otros artistas), ambas entre las más amplias de la ciudad. La planta baja de la parte destinada a vivienda la utilizaba para exponer sus obras a los potenciales compradores. Desde 1946 funciona como casa-museo, aunque de la obra original solo se conservan el pórtico y el pabellón del jardín, habiendo sido el resto reconstruido.
Cuadros de altar como La Elevación de la Cruz (1610) y El Descendimiento de Cristo (1611-1614), ambos pintados para la Catedral de Nuestra Señora (Onze Lieve Vrouwekathedraal), tuvieron particular importancia en el hecho de que Rubens se convirtiera en el principal pintor de Flandes al poco de su regreso. El primero de ellos, por ejemplo, muestra la síntesis que hace el artista entre La Crucifixión que pintó Tintoretto para la Scuola Grande di San Rocco de Venecia, el dinamismo de las figuras de Miguel Ángel y sus propios rasgos personales. Esta obra ha estado siempre considerada como uno de los ejemplos más destacados del arte religioso del Barroco.
Durante este periodo estableció un taller en el que trabajaron numerosos ayudantes y aprendices. Su más famoso discípulo fue Anton van Dyck, al que el propio Rubens definió como el mejor de sus alumnos, profesándose ambos una mutua admiración. Por otro lado, Rubens recurrió con frecuencia a varios de los numerosos pintores especializados que había en la ciudad para que ejecutaran determinadas partes de sus obras. Entre ellos figuraron Frans Snyders, especializado en animales y bodegones, y sobre todo Jan Brueghel de Velours, pintor de flores y buen amigo suyo.
Rubens recurrió durante esta etapa de su carrera al uso de ilustraciones para libros, especialmente para su amigo Balthazar I Moretus, nieto de Cristóbal Plantino y dueño de la gran editorial fundada por este, la Officina Plantiniana; y estampas con el fin de extender su fama a lo largo de Europa. Por otra parte, se daba el hecho de que estaban proliferando reproducciones no autorizadas de sus pinturas, en particular en las Provincias Unidas, que no le reportaban ningún rendimiento económico y cuya calidad no siempre era precisamente la mejor, por lo que tomó la decisión de editar grabados bajo su control directo. Además se aseguró privilegios de edición, tanto en los Países Bajos Españoles como en las Provincias Unidas, y también en Inglaterra, Francia y España. Realizó ediciones de cuidada calidad y siguiendo unas pautas comunes (todos sus grabados se titularon en letras mayúsculas, en muchos casos con el acompañamiento de explicaciones o versos en latín). Él se limitaba a realizar el dibujo, dejando la impresión a especialistas, aunque con la excepción de un par de notables aguafuertes, que también supusieron una singularidad en cuanto a la técnica, puesto que todos sus demás grabados se produjeron con la metódica técnica a buril. Contrató a algunos grabadores formados con Hendrick Goltzius, a los que instruyó cuidadosamente en el estilo pleno de vigor que él buscaba. Sin embargo, era muy exigente, y despidió a un grabador tras otro. Tuvo incluso a su servicio al que está considerado como uno de los mejores grabadores flamencos de su época, Lucas Vorsterman I, que entró en el obrador hacia 1617 o 1618 y se convirtió en su grabador principal durante varios años, pero era tanta la presión a la que lo sometía que acabó provocándole una crisis nerviosa, ante lo cual Vorsterman abandonó el taller y se fue con su familia a vivir a Londres en 1624. Sin embargo Rubens consiguió contratar para sustituirlo a otro excelente grabador, Paulus Pontius, con el que tuvo una larga y fructífera colaboración. Rubens también diseñó las últimas xilografías relevantes que se realizaron antes del resurgir de esta técnica en el siglo XIX. 

La Adoración de los Magos, 1609.
Óleo sobre lienzo, 355,5 x 493 cm. Museo del Prado
La Adoración de los Magos es una de las obras destacadas dentro de la colección de Rubens que atesora el Museo del Prado, no solamente por ser la de mayores dimensiones sino también por la importancia histórica y técnica de la misma. Iconográficamente representa el momento en el que los tres reyes, acompañados por un gran cortejo, presentan sus regalos al niño Jesús. Éste, en brazos de su madre, parece juguetear con el incienso que le presenta Gaspar, arrodillado ante él. La escena se sitúa al exterior, con una referencia al pesebre en la parte izquierda, transformado en una arquitectura clásica. Los ropajes de los reyes, con capas bordadas de rico colorido y gran riqueza, como los adornos de piedras preciosas y joyas de Baltasar, y el número de acompañantes, muestran el lujo de este cortejo.
La escena tiene lugar de noche, como se observa en el cielo del segundo plano. Sin embargo la luminosidad es clara y el foco surge desde la figura del niño Jesús, que irradia la luz que incide al resto de los personajes. La grandiosidad de la obra se observa en la multitud de personajes, cuya posición permite trazar una diagonal desde la esquina superior derecha que confluye en la figura del niño, punto central de la obra. Es una composición llena de movimiento y dinamismo, donde cada uno de los personajes se estudia de manera individual y en su conjunto, mostrando diferentes posturas y planos.
La obra fue realizada en dos momentos; el primero en torno a 1608-1609 y veinte años después fue ampliada por el propio artista. La primera versión se conoce gracias a un boceto conservado hoy en Groninger Museum en Groningen y permite entender como fue la primera idea de Rubens; una composición más horizontalizada que recuerda a los frisos historiados de la antigüedad clásica. En ella se ven huellas del aprendizaje de su viaje a Italia, inmediatamente anterior a la realización de esta obra, como se observa en los porteadores del primer término que recuerdan a las figuras vigorosas y fuertes de Miguel Ángel y a las de Caravaggio, con el detalle de la planta sucia de los pies que uno de ellos enseña al espectador. Los añadidos se centran en la parte derecha y superior de la composición, donde aprovechó para introducir su autorretrato en el hombre de la casaca morada detrás del caballo, y otra referencia a la tradición italiana; los dos criados que tratan de sujetarse uno al otro se inspiran en el Incendio del Borgo de las estancias vaticanas pintadas por Rafael. Además de agrandar la composición, Rubens también realizó algunos cambios en su obra y retocó algunas de las partes ya pintadas, con una técnica mucho más suelta.
La obra fue un encargo de la ciudad de Amberes en torno a 1608 para decorar el Salón de los Estados del Ayuntamiento, que acogería la firma de un tratado de paz entre España y las Provincias Unidas conocido como la Tregua de los Doce Años. La importancia simbólica de la obra se unía al programa decorativo de la sala, donde también colgó la obra de A. Janssen, Scaldis y Antwerpia, una alegoría del río Escalda y de la ciudad de Amberes, conservado hoy en el Museo Real de Bellas Artes de dicha ciudad. Ambas obras respondían a un intento por plasmar los deseos de paz y los logros diplomáticos que se conseguirían con la firma del tratado. Así la Adoración de los Magos Jesús, según argumenta J. Vander Auwera en su artículo para el catálogo de la exposición del Museo del Prado en el 2004, sería una representación simbólica de los archiduques como guardianes de la paz en estos territorios y, el gran cortejo que acompaña a los magos, los dignatarios que vienen a presentarles sus respetos.
La obra llegó a España de manos de Rodrigo Calderón, un político y diplomático flamenco al servicio de Felipe III y al que Rubens había pintado en un retrato ecuestre similar al que había pintado para el duque de Lerma. De hecho Calderón era el favorito del duque y la ciudad de Amberes pudo habérsela regalado para ganarse el favor tanto de Lerma como del propio rey. El lienzo llegó a España en torno a 1613 y, con la caída en desgracia del diplomático en 1621, la obra pasó a manos de Felipe IV dos años después, que la colocó en el cuarto bajo del Alcázar de Madrid. Allí fue donde la vio Rubens cuando volvió a España entre 1628-1629, decidiendo retocarla. 

El descendimiento de la cruz, 1612 
Óleo sobre lienzo. 420 cm × 310 cm. Catedral de Amberes.
Es la parte central de un tríptico, donde también se muestran la Visitación de la Virgen y la Presentación de Jesús en el Templo. Se conserva en la Catedral de Amberes, Bélgica.
Este encargo le fue hecho a Rubens el 7 de septiembre de 1611, cuando regresaba de un viaje por Holanda. A la sazón, una confraternidad de maestros, cuyo patrón era San Cristóbal, pidió al pintor realizar un tríptico para representar hechos de la vida de Jesús. Fue terminado en 1614, y destaca sobremanera el uso de la luz y de figuras un tanto pasadas de peso, ambas cosas características de Rubens.
El cuadro está organizado en torno a la figura en diagonal de Cristo y la tela de lino blanco sobre la que se desliza su cuerpo. Cristo está ya muerto; la calma y la serenidad impregnan el cuadro. La lucha de la Virgen María ante su hijo muerto es un momento de fuerte carga emotiva, y el pintor logra dar el efecto de esta tragedia. Alrededor de Jesús están todas las personas que realizan la acción de bajar a Cristo de la cruz. El cuadro tiene poca profundidad espacial; las figuras ocupan todo el espacio pictórico y están realizadas como en un relieve clásico. La Virgen no aparece desvanecida por el dolor como se ve en otras representaciones; es más, participa en el descendimiento de forma activa junto con los demás actores. María Magdalena, sujeta un pie de Cristo; otra piadosa mujer (María Cleofas) está detrás de ella. Juan El Evangelista, con una llamativa capa roja, sostiene, junto con Nicodemo, el cuerpo de Cristo. A su izquierda, José de Arimatea sostiene la tela sobre la que se desliza el cuerpo. En lo alto de la cruz dos ayudantes han descolgado a Cristo. Todo esto contribuye a dar unidad a la escena. Para acentuar el dramatismo del momento coloca amplias y volumétricas figuras.
Se puede apreciar un claro uso de la línea, sobre todo en los contornos del cristo sobre la sábana santa, de un fuerte color blanco. El color es usado con un valor cromático –compositivo, para la creación de contrastes que promueve el sistema compositivo de la obra.
Observamos colores primarios como el rojo, o el blanco, que ocupan el centro del cuadro de forma muy llamativa. Después usa otros colores ya secundarios como pueden ser: el azul, verde, naranja, gris entre otros. La pincelada está movimiento descendente. Este rico y suelto manejo de la pintura, se llamada empasto.
El tipo de luz usada es una luz lateral (proviene de la derecha), esta luz genera claroscuro (inspirado en Caravaggio, para resaltar al cristo), quiere decir que las zonas iluminadas, poseen un gran detallismo, pero las zonas oscuras están desdibujadas, generando así grandes contrastes. La perspectiva usada en esta obra pictórica una perspectiva aérea. El aire modifica la percepción de la distancia, la luz y el color. Difumina los objetos en relación con lo cerca o lo alejado que esté.
Los elementos que permiten la generación del espacio en el cuadro son: el claroscuro, los grandes escorzos, la perspectiva, la colocación de las figuras una detrás de otro también genera la sensación de espacio.
Se han usado distintos recursos para generar sensación de movimiento como: las líneas, también los gestos y expresiones de las figuras (sufrimiento, pena…), pero no solo esto sino también las luces con ese potente claroscuro, y las tonalidades cromáticas.
La composición es abierta y se aprecia claramente una el predominio de las diagonal desde el hombre que sujeta la sábana con los dientes, pasando por Cristo y la sábana hasta las muchachas a los pies, sin embargo también utiliza una contra-diagonal formada por José de Arimatea, que lo reconocemos por la barba y el gorro hebreo, que ayuda a Cristo a descender, por tanto, la disposición es en forma de aspa. 

Autorretrato con su esposa Isabel Brant, 1609-1610
Se trata de una pintura al óleo sobre lienzo sobre madera, que mide 1,78 metros de alto y 1,36 m. de ancho. Actualmente se conserva en la Alte Pinakothek de Múnich (Alemania).
Rubens se autorretrata aquí con su primera esposa, Isabella Brant (1591–1626), hija de un noble de Amberes. Rubens e Isabel se casaron el 3 de octubre de 1609, en la Abadía de San Miguel de Amberes, poco después de que él regresara a la ciudad tras pasar ocho años en Italia​ El cuadro fue realizado hacia 1609, durante el primer año de matrimonio, y pretende reflejar tanto la felicidad como el bienestar de la pareja.
La pintura es un retrato doble a tamaño casi natural de la pareja sentada ante un arbusto de madreselva, que simboliza el amor y la fidelidad conyugal. Las manos derechas unidas (junctio dextrarum) indican que ya estaban casados. Es aproximadamente el centro del cuadro y traza una diagonal con la pierna izquierda del artista y el brazo también izquierdo, que parece sostener la espada.
Rubens se deleita expresando con gran detalle las calidades de las telas, los encajes y bordados, así como los demás objetos representados, casi como si deseara demostrar su habilidad. ​ De esta manera se refleja en su pintura la influencia de la pintura veneciana, en particular de Tiziano, por el colorido, como puede verse en el intenso azafranado de las medias del pintor, y el suntuoso tratamiento de las telas, como el minucioso bordado del corpiño de la mujer. ​
Además, Rubens se representa a sí mismo como un caballero aristocrático con su mano izquierda sobre la empuñadura de su espada. ​
El cuadro presenta una luz dorada, típica del otoño, y recae principalmente en los jóvenes rostros de los recién casados.

Detalle de los rostros.
 

Sansón y Dalila, 1609-1610
Óleo sobre lienzo. 185 cm × 205 cm. National Gallery, Londres. 
Se conserva en la National Gallery de Londres (Reino Unido), que lo compró en 1980 por cinco millones de dólares.
La pintura representa un episodio del Antiguo Testamento, la historia de Sansón y Dalila (Jueces 16). Sansón, tras haberse enamorado de Dalila, le cuenta el secreto de su gran fuerza: su pelo sin cortar. Rubens representa el momento cuando, habiéndose dormido en el regazo de Dalila, un siervo le está cortando el pelo de Sansón. Después, un debilitado Sansón es arrestado por soldados filisteos. Los soldados se les pueden ver en la parte del fondo a la derecha de la pintura.
Existen dos versiones de la escena en formato reducido, consideradas preparatorias para la versión de Londres: un dibujo a tinta sobre papel (Ámsterdam, colección privada) y una pintura sobre tabla, de factura abocetada, en el Museo de Arte de Cincinnati.

San Simón, 1610 - 1612.
Óleo sobre tabla, 107,5 x 82,5 cm.  Museo del Prado
San Simón aparece representado sumido en la lectura de su libro y de perfil. De su mano, y casi sumida en las sombras, aparece una sierra, con la que le mataron. Tanto él como Santo Tomás, otro de los apóstoles que forman parte de esta serie pintada por Rubens entre 1610-1612, que también aparece leyendo, parecen ajenos a lo que ocurre a su alrededor, sin importarles los instrumentos de su martirio que ambos llevan a cuestas. La postura de su mano, con los dedos entre las páginas, muestra un gran dominio de la técnica.
La diferencia de tratamiento entre unos apóstoles, que meditan y se recogen sobre sus libros a pesar de portar las armas con las que fueron asesinados, otros desencajados con sus símbolos de martirio, unos mirando al espectador de forma rotunda y otros hacia el cielo o fuera de la composición ofrecen diferentes actitudes y respuestas ante los problemas que se enfrentaron, de tal forma que el artista nos ofrece un conjunto que actúa como un todo, en el que se van entremezclando unos con otros, siempre con un tratamiento de la imagen similar y donde podemos observar distintos aspectos de la vida de estos hombres. En el siglo XVII y tras el Concilio de Trento la producción de apostolados creció y Rubens, un artista muy relacionado con los dogmas cristianos y la representación de los mismos, busca potenciar la idea de sacrificio de estos doce apóstoles.
Esta serie muestra, al igual que sucede con La Adoración de los Magos, el aprendizaje de Rubens tras su viaje a Italia. Las formas de estos personajes son corpulentas, vigorosas y fuertes, de recuerdo miguelangelesco, con una mirada penetrante que, en algunos casos, se dirige hacia el espectador. Recortados sobre un fondo monocromo oscuro, las figuras ganan aún más en peso y rotundidad, representadas en tres cuartos. Sin embargo, y a pesar de que sigue la tradición pictórica a la hora de representar este conjunto, no son personajes estáticos ni frontalizados, sino que los coloca en diferentes posturas, girando sus cabezas, con las manos en diferentes planos y dirigiendo la mirada hacia distintos puntos. Además del recuerdo manierista de Miguel Ángel el otro punto de inspiración es la pintura de Caravaggio, que también se observa en la Adoración de los Magos. Aquí se muestra no solo en el tratamiento pictórico de las telas, de grandes pliegues y caídas, sino también en el estudio lumínico, con focos dirigidos algunos de ellos frontales o laterales, y que sumen parte de la figura en sombras. Además el naturalismo de los rostros, que huyen de la idealización, también recuerda a los modelos del italiano, quien recibió críticas por la excesiva humanización de sus modelos. En este caso Rubens, a pesar de seguir a Caravaggio, los retrata con cierta distancia y atemporalidad que los aleja del mundo terrenal.
En cuanto a la técnica se muestra más contenida que en sus últimas obras. En algunas partes de los retratos se observa la preparación del lienzo, que utiliza para dar color a los rostros, las maderas o los libros entre otros elementos. Es un conjunto de obras muy sobrio en la paleta cromática pero muy trabajada, buscando representar las luces y las sombras. Los cabellos y las carnaciones están construidas a base de pinceladas de diferentes colores y texturas, consiguiendo un realismo y un cuidado típicos de sus obras.
El conjunto perteneció al Duque de Lerma al que pudo haberle llegado de manos de Rodrigo Calderón, diplomático flamenco al servicio de Felipe III y protegido del duque, por el que también entró en España y posteriormente en la colección Real la Adoración de los Magos. En 1618 Rubens le escribe una carta a sir Dudley Carleton, en el que le envía una lista de obras que estaban en su casa. Allí menciona "Los doce apóstoles, con Cristo, realizado por mis discípulos, de los originales hechos por mí que tiene el duque de Lerma". Desde la colección del duque de Lerma hasta la entrada del conjunto en la colección real, concretamente en 1746 donde aparecen inventariados en el Palacio de la Granja de San Ildefonso, nada se sabe con certeza. 

San Pedro, 1610 - 1612.
Óleo sobre tabla, 107 x 82 cm. Museo del Prado
Dentro del apostolado pintado por Rubens en torno a 1610-1612, San Pedro, padre de la Iglesia, aparece con las llaves en las manos y vestido con una túnica con el palio pontificio decorado con tres cruces, ambos símbolos de este apóstol, primer papa de la iglesia. Dirige la mirada al cielo y sus ojos parecen vidriosos, pudiendo hacer referencia a la iconografía de las Lágrimas de San Pedro, un episodio narrado en la Biblia donde el santo, tras haber negado a Cristo en tres ocasiones, derramó lagrimas con el canto del gallo. San Pedro es el único de los apóstoles de esta serie que parece recibir la luz divina desde la parte superior de la composición. No es el único que mira hacia el cielo, San Bartolomé y San Matías también lo hacen, pero no reciben el mismo tipo de luz, más fría, como Pedro. Una luz que además se traduce en sus ojos que acentúan esa contemplación divina. Al igual que Santiago el Mayor y Santiago el Menor y San Pablo, ninguno lleva el símbolo de su martirio.
San Juan Evangelista, 1610 - 1612.
Óleo sobre tabla, 107,5 x 83 cm. Museo del Prado
San Juan Evangelista, el más joven y el "discípulo amado", aparece sujetando un cáliz, uno de los símbolos que lo representan y que hace referencia a una historia narrada en la Leyenda Dorada de Jacopo della Vorágine, donde se narra el intento de asesinato que sufrió el apóstol por parte del emperador Domiciano, que trato de forzarle a que bebiera un vino envenenado. Cuando san Juan iba a beberlo, el veneno se convirtió en una serpiente, librándolo del mismo. Su túnica roja puede simbolizar la pasión de Cristo, en la que estuvo presente junto a la virgen María.
Santiago el Mayor, 1610 - 1612.
Óleo sobre tabla, 108 x 83 cm. Museo del Prado
Santiago el Mayor es uno de los apóstoles de mayor fuerza y rotundidad de toda esta serie, pintada por Rubens entre 1610-1612. Su mirada penetrante y rotunda, dirigida hacia el espectador, similar a la de San Pablo, se completa con la fuerza con la que sujeta el libro, en referencia a las cartas recogidas en la Biblia. El bordón y el sombrero simbolizan su peregrinaje por lo que los dos significados de Santiago, como apóstol y como peregrino, se funden en una única figura.
San Andrés, 1610 - 1612.
Óleo sobre tabla, 108 x 84 cm. Museo del Prado
Dentro de este apostolado pintado por Rubens entre 1610-1612, San Andrés, al igual que san Felipe, lleva a cuestas la cruz en la que fue crucificado; una cruz en aspa denominada Decussata. La muestra en primer término a diferencia del otro, tapada por el gran manto rojo que lleva. La posición de la cruz en aspa hace que el rostro llame más la atención.
San Felipe, 1610 - 1612.
Óleo sobre tabla, 107 x 82,5 cm. Museo del Prado
San Felipe aparece sujetando la cruz en la que fue crucificado, mucho más larga que la de Cristo. Su postura recuerda a la representación del camino del calvario de Jesús. Lleva una de sus manos hacia el pecho y mira al cielo, en actitud más serena que otros apóstoles de esta serie pintada por Rubens entre 1610-1612, como San Bartolomé o San Matías. Parece mostrase más tranquilo frente al arma de su martirio que sus compañeros. Al igual que el resto de los apóstoles que portan este símbolo, dirige la mirada hacia la parte exterior de la composición.
Santiago el Menor, 1610 - 1612.
Óleo sobre tabla, 107 x 82,5 cm. Museo del Prado
La escuadra que porta Santiago el Menor hace referencia a su condición de carpintero y es uno de los apóstoles de esta serie, pintada por Rubens entre 1610-1612, que no aparece con su atributo de martirio, al igual que San Pedro, Santiago el Menor y San Pablo. El apóstol aparece cubierto por una gruesa capa de color tostado que oculta su anatomía dejando únicamente parte de su rostro anciano y la mano al descubierto. El tratamiento lumínico incide en la mano de manera especial, llevando nuestra mirada hacia la escuadra que sostiene y en la frente, dejando parte del rostro sumido en las sombras.
San Bartolomé, 1610 - 1612.
Óleo sobre tabla, 107 x 82,5 cm. Museo del Prado
Dentro de este apostolado pintado por Rubens entre 1610-1612, San Bartolomé sujeta con cuchillo con una de sus manos mientras la otra la lleva al pecho, como San Felipe. El arma es el símbolo de su martirio, al desollarlo. Al igual que San Matías su rostro es muy expresivo, doliente mostrando el cuchillo en primer término con el filo dirigido hacia el exterior de la composición. La túnica verde tan oscura de este apóstol hace que la luz indica y destace las partes de su anatomía que son visibles, centrando más la atención en ellas.
San Matías, 1610 - 1612.
Óleo sobre tabla, 107,2 x 82,5 cm. Museo del Prado
San Matías es, junto con San Bartolomé, dos de los apóstoles más expresivos de toda la serie pintada por Rubens entre 1610-1612. Porta en una mano el hacha con la que fue martirizado mientras levanta la otra y dirige la mirada hacia el cielo con la boca entreabierta. Su expresión se muestra menos doliente que Bartolomé pero también menos serena que San Felipe.
Santo Tomás, 1610 - 1612.
Óleo sobre tabla, 108 x 83 cm. Museo del Prado
Dentro de este apostalado pintado por Rubens entre 1610-1612, Santo Tomás, al igual que San Simón, se muestra sumido en la lectura de su libro, del cual apenas vemos el interior ya que lo lleva al primer plano, a diferencia de Simón. Apoyado en su brazo lleva una lanza, símbolo del martirio al que fue sometido. El foco de luz que entra por la derecha de la composición resalta su rostro frente al fondo monocromo oscuro.
San Mateo, 1610 - 1612.
Óleo sobre tabla, 106,5 x 82 cm. Museo del Prado
La presencia de San Mateo dentro de este apostolado pintado por Rubens entre 1610-1612 no es nueva, a pesar de que San Mateo no formara parte del grupo original de los apóstoles nombrados por Jesús. Sustituye en este caso a Judas Tadeo, quien por ejemplo si está presente en el apostolado del Greco conservado en el Museo del Prado. San Mateo aparece sujetando una alabarda, símbolo de su martirio, pero pintada como un arma del siglo XVII. Al igual que San Juan se le representa joven pero no por ser el más pequeño de todos sino por ser el último en incorporarse.
San Pablo, 1610 - 1612.
Óleo sobre tabla, 107,5 x 83 cm. Museo del Prado
El apóstol San Pablo es, junto con Santiago el Mayor, uno de los más expresivos y rotundos de toda la serie pintada por Rubens entre 1610-1612. Con la espada y el libro fuertemente sujetos se dirige con firmeza hacia el espectador, estableciendo una conexión directa con él. La espada muestra una empuñadura con una cabeza de león, símbolo de la fuerza. El artista la coloca en primer plano haciendo hincapié en la importancia del símbolo en la iconografía del santo.
Los cuatro filósofos o Autorretrato con el hermano del artista, Justus Lipsius y Johannes Wouverius, 1611
Óleo sobre madera. 164 cm × 139 cm. Palacio Pitti, Florencia
Rubens quiere representar el círculo humanista en el que se educaron tanto él como su hermano Philipp, fallecido en 1611.
De izquierda a derecha, el pintor se ha representado, en primer lugar, a sí mismo, después a su hermano Philipp (bibliotecario en Roma) con la pluma en la mano, al erudito humanista Justo Lipsio y a su alumno Jan van der Wouwere (Johannes Wouverius o Johannes van de Wouwere). No hay comunicación entre ellos. Es como un traslado de una Sacra conversazione al ámbito civil.
En un nicho, una escultura con el busto de Séneca y, delante, un jarrón con tulipanes, simbolizando la veneración que sentían por la filosofía estoica de Séneca, una aceptación impasible por el sentimiento trágico de la vida. De los tulipanes, dos están abiertos y dos cerrados, significando que en el momento en que se pintó la obra, dos de los allí representados (Philipo y Lipsio) estaban ya muertos. Al fondo, detrás de un cortinón rojo, puede verse un paisaje con el Monte Palatino. 

Ecce Homo, 1612
Óleo sobre lienzo. 125,7 x 96,5 cm- Museo del Hermitage 
El Evangelio según Juan (xix: 4-5) relata cómo Cristo, después de ser azotado y golpeado, es llevado para ser mostrado al pueblo y para que se pronuncie sentencia. Poncio Pilato, que no reconoce la culpa de Cristo, hace un gesto hacia Cristo, ilustrando sus palabras: "Ecce homo", o "¡He aquí el hombre!" La corona de espinas y la túnica de color rojo oscuro son símbolos burlones de estatus real, entregados a Jesús como símbolo de respeto sarcástico, por su humillación adicional. La corona de espinas data del período inicial de la carrera de Rubens, cuando su obra se caracterizó por una síntesis de influencias muy diferentes. La pose de Jesús, con las manos atadas a la espalda y el torso hacia adelante, está tomada de la famosa escultura antigua de un centauro, que Rubens dibujó en la Galería Borghese de Roma. La composición centralmente equilibrada, la anatomía impecable y el modelado escultórico de las formas indican que el artista había estudiado cuidadosamente los monumentos del arte clásico y renacentista. Al mismo tiempo, la técnica de la pintura (el panel de madera, el fondo de tiza blanca y la superficie lisa de pintura similar al esmalte) y la tangibilidad del casco de metal con sus reflejos rojizos de las cortinas indican una gran deuda con la escuela flamenca nativa del artista. La falta de exaltación externa al mostrar los sufrimientos físicos y espirituales de Cristo le da a la imagen del condenado un significado heroico, enfatizando su fuerza espiritual. Al mismo tiempo, la técnica de la pintura (el panel de madera, el fondo de tiza blanca y la superficie lisa de pintura similar al esmalte) y la tangibilidad del casco de metal con sus reflejos rojizos de las cortinas indican una gran deuda con la escuela flamenca nativa del artista. La falta de exaltación externa al mostrar los sufrimientos físicos y espirituales de Cristo le da a la imagen del condenado un significado heroico, enfatizando su fuerza espiritual. Al mismo tiempo, la técnica de la pintura (el panel de madera, el fondo de tiza blanca y la superficie lisa de pintura similar al esmalte) y la tangibilidad del casco de metal con sus reflejos rojizos de las cortinas indican una gran deuda con la escuela flamenca nativa del artista. La falta de exaltación externa al mostrar los sufrimientos físicos y espirituales de Cristo le da a la imagen del condenado un significado heroico, enfatizando su fuerza espiritual. 

Daniel en el foso de los leones, 1615
Óleo  sobre lienzo. 224 cm × 330 cm. Galería Nacional de Arte, Washington D. C.
Se representa el episodio bíblico de Daniel en el foso de los leones, ​ en el que el profeta Daniel es arrojado al foso de los leones tras la encerrona de los consejeros del rey persa, Darío. Estos convencieron al rey a firmar un edicto de obligado cumplimiento para que nadie orara a ningún dios u hombre al margen del propio monarca, lo que contravenía la Ley Mosaica que seguía Daniel.
Al continuar con su rutina de adoración de su Dios, Daniel se hizo culpable y fue arrojado al foso de los leones, pero Dios milagrosamente cerró la boca de las fieras y el profeta sobrevivió. La norma durante siglos fue representar a Daniel entre dos leones simétricos debido al origen persa de la escena, que evolucionó hacia una iconografía cada vez más compleja.
Daniel aparece en medio de nueve leones que reflejan distintos estados de ánimo, desde los indiferentes a los más fieros, hambrientos e irascibles. El profeta, devoto a Dios, se encomienda a su cuidado mientras dirige su mirada al agujero por el que observa el exterior del foso. 

La masacre de los inocentes 1611-1612.
Es el tema de dos de los cuadros del pintor Peter Paul Rubens, uno de los cuales se conserva en la Galería de Arte de Ontario en Toronto (Canadá), y el otro en la Alte Pinakothek de Múnich (Alemania). Las pinturas representan el episodio bíblico de la Matanza de los Inocentes.
Toronto
 

La última versión con este tema fue pintada alrededor de 1611. Hasta el siglo XVIII, la pintura se conservaba en una colección de Viena, Austria, junto a otro cuadro de Rubens, Sansón y Dalila. Fue descatalogada por Vicenzio Fanti en 1767, siendo atribuida a un asistente de Rubens, Jan van den Hoecke. Así permaneció hasta 1920, cuando fue vendida a una colección de una noble familia austriaca. En 1923 fue donada a un monasterio en el norte de Austria.
Pinacoteca Antigua de Múnich
 

En 2001, George Gordon, experto en el arte flamenco y en Rubens, vio la pintura en la casa de subastas londinense Sotheby's. Pronto se dio cuenta de que era un cuadro auténtico de Rubens, pues presentaba las mismas características de otros cuadros del período. Fue vendida el 10 de julio de 2002 por 49,5 millones de libras esterlinas (unos 76,2 millones de dólares). La identidad del comprador fue revelada más tarde: se trataba del barón canadiense Kenneth Thompson, considerado el mayor coleccionista de Canadá. El precio fue, y a enero de 2007 seguía siéndolo, el mayor jamás pagado en subasta por una obra de arte antiguo. Después de la subasta la pintura fue prestada por el barón a la National Gallery de Ottawa, y en 2008 fue transferida a la Galería de Arte de Ontario dentro de una donación de múltiples obras del barón valoradas en 300 millones de dólares. ​
Hacia el final de su vida, entre 1639 y 1638, Rubens pintó la segunda y última versión del tema, que fue adquirida por la Alte Pinakothek en 1706, donde aún se conserva. ​
De este cuadro se conserva un grabado, hecho hacia 1643 por Paulus Pontius, seguidor de Rubens.
Es ampliamente aceptado como una demostración del aprendizaje del artista tras su viaje a Italia, entre 1600 y 1608, donde observó algunas obras del barroco y de pintores como Caravaggio. Estas influencias son visibles en cuanto al uso del emotivo dinamismo de la escena y de la gama cromática. También emplea por primera vez el claroscuro. 

El Jardín de Eden con la Caída del hombre o El Paraíso Terrenal con la Caída de Adán y Eva, 1617
Óleo sobre tabla. 74,3 cm × 114,7 cm. Mauritshuis, La Haya, Países Bajos
Es una pintura de 1617 realizada por Peter Paul Rubens (figuras) y Jan Brueghel el Viejo (flora y fauna). Está albergado en el Mauritshuis, Países Bajos. La pintura describe el momento justo antes del consumo de la fruta prohibida y la caída de hombre.
Adán y Eva se representan debajo del árbol del conocimiento del bien y del mal, donde crecen varias frutas. En el lado opuesto está el árbol de la vida, también cargado con fruta. La escena es una referencia al Génesis 2:8–14. Un mono, que muerde una manzana a la izquierda, simboliza el pecado. ​ En la analogía, el mono próximo a Adán es el impetuoso que no puede resistir la tentación, mientras que el gato cercano al pie de Eva representa la astucia cruel. ​ En el simbolismo cristiano, varios racimos de uva en el follaje detrás de Adán y Eva representan la muerte de Cristo en la cruz, así como el vino representa su sangre.

La caza del hipopótamo, 1615-1616
Óleo sobre lienzo. 248 cm × 321 cm.   Alte Pinakothek, Múnich 
Esta tela fue un encargo del príncipe elector Maximiliano I de Baviera, quien hacia 1615 contrató a Rubens para que le pintara cuatro escenas de caza como decoración del antiguo palacio de Schleissheim. Con motivo de las guerras napoleónicas, las cuatro telas fueron llevadas a París como botín. Solo regresó a Baviera esta Caza del hipopótamo.
En el centro del cuadro, el hipopótamo con las fauces abiertas, atacado por los cazadores. El animal está representado con exactitud, lo que hace pensar que Rubens tuvo la oportunidad de ver algún ejemplar en vivo. ​
Debajo de él, un cocodrilo. A los lados, dos perros de caza. Por encima, tres moros en caballos encabritados lo atacan con lanzas. En primer plano, en el suelo, a la izquierda se ve un cazador ataca al animal, intentando escapar; a la derecha yace otro, boca abajo, inmóvil. Por el borde del lado derecho puede verse un paisaje exótico. ​
Rubens busca pintar aquí una lucha o batalla entre el hombre y la bestia en la que los dos tienen una oportunidad. 

El rapto de las hijas de Leucipo, 1616
Óleo sobre tabla. 222 cm × 209 cm. Alte Pinakothek, Múnich
Fue ejecutado hacia el año 1616. Se trata de una pintura al óleo sobre tabla, que mide 2,22 metros de alto y 2,09 m. de ancho. Actualmente se conserva en la Alte Pinakothek de Múnich (Alemania).
En esta tela se representa un tema mitológico. Cástor y Pólux raptaron a las hijas de Leucipo. No obstante, no se supo que tal era el tema hasta que lo descifró el poeta Wilhelm Heinse en 1777 después de leer los «Idilios» de Teócrito.
Es un cuadro del principio de la carrera de su autor, de transición entre el renacimiento y el barroco.
La composición, como en el clasicismo, está calculada y equilibrada. Pero el movimiento, ascendente y en diagonal, construido por masas de color, es ya de un dinamismo típicamente barroco.
En los opulentos desnudos se nota la influencia de la escuela veneciana. Los colores son cálidos y deslumbrantes.
 
Ceres y dos ninfas, 1615 - 1617.
Óleo sobre lienzo, 224,5 x 166 cm. Museo del Prado
Tres ninfas se reúnen en torno a un cuerno del que salen diferentes frutas que los pájaros vienen a comer. Dos de ellas, situadas en primer término, están semidesnudas lo que acentúa la carga sensual de la obra, un recurso muy utilizado en la producción del pintor y especialmente en su última etapa. Las mujeres son de gran belleza y la luz incide en su piel destacándola con respecto a las ropas de colores vivos. La influencia de la estatuaria clásica es evidente, principalmente en las representaciones de las Venus sorprendidas en el baño, que serán utilizadas también para la representación de Susana. Incluso parece copiar el tipo de peinado con las trenzas recogidas en lo alto hacia atrás. Una de estas versiones estuvo custodiada en el vaticano y Rubens pudo verla y estudiarla. Llama la atención la figura del fondo, vestida completamente a diferencia de las otras dos. La identificación de los personajes hizo que la pintura recibiera diferentes nombres como "Ceres y Pomona" o "Ceres y dos ninfas". Lo que sí está claro es la relación de esta obra con el cuerno de la abundancia, cuya iconografía aparece descrita en Las Metamorfosis de Ovidio (Libro IX, 87-88). Aqueloo, transformado en toro, lucha con Hércules y éste le rompe uno de los cuernos. Finalmente, cuenta Ovidio, "(...) Las náyades, de frutos y olorosa flor relleno, lo consagraron; y rica es la Buena Abundancia por mi cuerno".
Ésta es una colaboración entre Rubens y el pintor Frans Snyders, un artista con el que realizó numerosos cuadros de conjunto y que ya había trabajado con él para un lienzo de similares características enviado a España en 1623 para la decoración de la torre de la reina del Alcázar de Madrid, Ceres y Pan, obra donde vuelve a aparecer el cuerno de la abundancia, en este caso en brazos de la diosa. De hecho parecen seguir un esquema compositivo similar. La representación de las frutas del cuerno y de los pájaros, al igual que el detalle anecdótico del primer plano con el mono recibiendo la fruta de manos de una de las ninfas, están perfectamente integradas en la composición, pintadas con unas calidades y un colorido característicos de este animalista flamenco.
Esta obra forma parte de un conjunto de ocho que el artista se trajo consigo desde Amberes en 1628. La documentación conservada no permite asegurar si fue un encargo de Felipe IV o bien un regalo de parte de su tía, la archiduquesa Isabel Clara Eugenia, gobernadora de Flandes en ese momento. Fuera de uno o de otro lo cierto es que el primer conjunto de obras de Rubens en decorar una de las residencias reales; el salón nuevo del Alcázar, una de las salas destacadas del palacio situada entre las dos torres de la fachada principal. Este espacio había sido reformado por Gómez de Mora y en él se ubicaban tres balcones desde los cuales la familia real incluso participaba de importantes eventos, algunos de los cuales tuvieron lugar durante la estancia de Rubens en Madrid. Allí colgaron el retrato de Carlos V de Tiziano o las Furias entre otros. Las ocho obras estarían organizadas por pares a tenor de cómo aparecen en los inventarios reales y por la temática de las mismas: Sansón y el León (Colección particular Villar-mir) con David y el oso (perdido), Caza de Meleagro y Atalanta y Ninfas cazando un venado (ambas actualmente en una colección particular suiza), Reconciliación de Jacob y Esaú (Munich, Schloss Schleissheim, en depósito de la Alte Pinakothek) con Gaius Mucius Scaevola ante Porcena (perdido en la actualidad) y Ninfas con el cuerno de la abundancia que haría pareja con el Sátiro exprimiendo un racimo de uvas (para G.M. Leiva y A. R. Rebollo se trataría del Sátiro conservado en la Gemäldegalerie Alte Meister de Dresde (Inv. 974) como obra de Rubens y taller, si bien la identificación de ésta con la perteneciente a la serie no es segura). En cuanto a la obra del Prado, como ocurre con otros encargos de Rubens hemos conservado el boceto, en la actualidad en la Dulwich Picture Gallery de Londres (DPG. 43) Las figuras mostraban más relación entre ellas, especialmente la figura del segundo plano y la ninfa del vestido azul, que se miraban entre ellas a través del cuerno. Además los animales no existían en el boceto, por lo que los cambios tan importantes realizados en la obra final hacen pensar en la mano del maestro en esta obra. 

Ninfas y sátiros. Hacia 1615.
Óleo sobre lienzo, 139,7 x 167 cm. Museo del Prado
Rubens vuelve a retomar este tema como ya había hecho para Felipe IV en su segundo viaje a España entre 1628-1629. Dos ninfas aparecen sujetando en el centro el cuerno de la abundancia, cuya iconografía se inspira en las Metamorfosis de Ovidio (Libro IX, 87-88), donde se narra la lucha entre Hércules y Aqueloo quien, transformado en toro, perdió uno de sus cuernos. Éste, según cuenta Ovidio, lo llenaron: "(...) Las náyades, de frutos y olorosa flor relleno, lo consagraron; y rica es la Buena Abundancia por mi cuerno".
Entre 1629-1640 Rubens había pintado otro cuadro para el Felipe IV donde vemos a los sátiros raptando a las ninfas y una Diana a punto de luchar contra ellos. Sin embargo, en este caso ha optado por un punto de vista más amable, representado la sensualidad y la alegría de vivir, mostrando la exaltación del deseo. Esta nueva concepción de la vida, más carnal y alegre, situan estos temas en los últimos años de su carrera, convirtiéndose en una de sus señas de identidad. Además técnicamente la obra se fecha al final de su producción, con una pincelada más suelta y una gran importancia del colorido. El estudio de la luz en la realización del paisaje muestra toques en diferentes puntos que animan la composición, diseminando la luz entre las copas de los árboles. Lo mismo sucede con el tratamiento de los personajes, contrastando los cuerpos desnudos de las ninfas, con un colorido y luminosidad brillante, frente a los de los sátiros.
A pesar de todo esto, el estudio técnico llevado a cabo en 1990 reveló que la pintura había sido retocada y ampliada por el propio artista. K. de Clippe lo estudia en su artículo, relacionando la obra del Prado con una pintada por el maestro en su primera época, en torno a 1615, y conocida por dos copias de un alumno suyo, hoy consideradas perdidas. Rubens amplió su obra temprana por el lateral izquierdo y en la parte superior, añadiendo las ninfas y los sátiros visibles entre las copas de los árboles. También retocó la postura de algunos de los personajes y relajó los cuerpos, con respecto a la concepción estatuaria clásica de su primera época.
Esta obra fue adquirida tras la muerte de Rubens, en junio de 1640, cuando su familia puso a la venta sus bienes y sus pinturas, acudiendo compradores de toda Europa. Felipe IV tuvo la ocasión perfecta no solo para acrecentar la colección española de pinturas de Rubens sino también para adquirir obras de otros artistas flamencos, como Van Dyck, que el artista atesoraba en su colección. El infante cardenal Don Fernando, hermano del rey y gobernador de Flandes en ese momento, mantuvo una correspondencia con su hermano en la que nos habla de la intención del monarca de adquirir obras en esta almoneda. Así en septiembre de 1640 escribe: "(...) las que tiene Rubens en su casa son muchas y muy buenas, y por no errar y acertar mejor el gusto de V. M. le envio esta memoria de todas, para que me mande lo que fuere servido, que no hay peligro en esperar la respuesta de V.M. porque quieren imprimir esta memoria y enviarla por toda Europa". El ayuda de cámara Francisco de Rojas estuvo al cargo de la compra.
Esta obra, con el número 83 y denominada "una obra de ninfas desnudas y sátiros" fue adquirida por 880 florines. Aparece inventariada en 1666 en la Pieza larga donde su magd. comía en verano, una de las estancias de la "Bóveda de Palacio" o cuartos de verano del Alcázar de Madrid, situado bajo el cuarto nuevo de la reina, donde el rey se retiraba en los meses de calor y considerado un lugar apartado e íntimo. En este mismo lugar colgó la Danza de personajes mitológicos y aldeanos. 

El archiduque Alberto de Austria, Hacia 1615.
Óleo sobre lienzo, 113,5 x 177,5 cm. Museo del Prado
Rubens y su amigo Jan Brueghel el Viejo trabajaron juntos en varios cuadros para los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia, príncipes soberanos de los Países Bajos meridionales, durante uno de los periodos en los que este territorio conoció un mayor desarrollo. Ambos artistas expresaron en sus colaboraciones la riqueza, exuberancia y progreso de la tierra flamenca, en pinturas de fuertes connotaciones políticas. En este cuadro y su pareja, Rubens pintó los retratos y Brueghel incorporó el paisaje y las residencias dinásticas de Tervuren y Mariemont, subrayando así la unión de los gobernadores con sus territorios.

Aquiles descubierto por Ulises y Diómedes, 1617 - 1618.
Óleo sobre lienzo, 248,5 x 269,5 cm. Museo del Prado
La composición general de la escena se debe a Rubens, que hizo primero un boceto que se centraba en la vergüenza del héroe al ser descubierto (Cambridge, Fitzwilliam Museum). Posteriormente modificó la figura central de Aquiles, probablemente inspirándose en el cuenco con labor de camafeo que se conoce como la Taza Farnesio, para darle un aire más heroico a su versión de la historia.
En una carta escrita en 1618 a un posible comprador, Rubens ofrecía un cuadro de un Aquiles vestido de mujer hecho por mi mejor discípulo y todo retocado de mi mano, cuadro hermosísimo y lleno de muchas bellas muchachas. En torno a esa fecha el joven Van Dyck (1599-1641) trabajaba en el estudio de Rubens, por lo que la opinión más generalizada es que se trata de un producto de la colaboración entre Rubens y Van Dyck. La carta de Rubens muestra el funcionamiento de su taller y la forma en que se valoraban los diferentes productos que salían de él, dependiendo de la mayor o menor participación del maestro.
Los estudios con infrarrojos y rayos X confirman que en el cuadro se introdujeron pocas correcciones. Las únicas modificaciones que se aprecian en ellos son el añadido del trozo de tela que cuelga del tocado de Ulises, algunos cambios en la zona que actualmente es de cielo por encima de la mano izquierda de Diomedes y la supresión de lo que parece una capa tras la espalda de Aquiles, que este llevaría sujeta por el cuello y la cintura.
Bóreas rapta a Oritía, 1620
Óleo sobre tabla. 146 cm × 140 cm. Academia de Bellas Artes, Viena.
Entre las deidades menores de los griegos se encontraban los vientos, unos desfavorables para los humanos y otros propicios o regulares, entre los que se encontraba el dios del frío viento invernal Bóreas. ​
Su representación más frecuente es la narrada en Las metamorfosis de Ovidio: el secuestro de la princesa Oritía, hija de Erecteo, mientras esta jugaba con el río Iliso ​para hacerla su esposa y con ella concebir a sus hijos. ​
Otros autores le representaron en este episodio o solo, como Sebastiano del Piombo, que realizó un fresco en la Villa de Agostino Chigi (actual Villa Farnesina), u Oswald von Glehnlle, ambos con obras homónimas o John William Waterhouse, autor de Bóreas.
El dios del viento invernal, alado, con barba y cabello helado y una túnica, acompañado de varios amorcillos jugueteando con bolas de nieve, secuestra a la princesa ateniense, a la que trasladará a su tierra, Tracia que para los griegos, era la región fría por antonomasia.

Sileno ebrio, 1618
Óleo sobre lienzo. 133 cm x 197 cm. National Gallery de Londres
Sileno es el nombre genérico que en la mitología se da a los sátiros que llegan a la vejez pero también recibe este nombre el sátiro que educó a Dionisos, el dios del vino. Poseía una amplia sabiduría pero no la relevaba a los humanos si no era por la fuerza. Era muy feo, con nariz chata, mirada de toro y amplia barriga, representado sobre un asno en el que a duras penas se sostenía ya que casi siempre estaba borracho. Esta es la razón por la que se le emplea para ilustrar el aspecto animal de los hombres cuando se embriagan. En palabras del propio Rubens “la borrachera entumece los miembros y el espíritu, según nos cuenta la antigua fábula de Sileno; hace desaparecer el dinero, incita a las ciegas pasiones de Venus y Marte y provoca una muerte prematura”.
La figura de Sileno ocupa el centro de la composición, acompañado de un amplio cortejo en el que observamos a una anciana con un jarro de vino, varios sátiros, una mujer que dirige su mirada al espectador, un niño con dos cabras y una mujer que amamanta a dos bebés al mismo tiempo, en una postura tremendamente forzada. El dinamismo de la escena es el característico de la pintura del maestro flamenco, ocupando las figuras el primer plano como si de un relieve romano se tratara. La influencia de la escuela veneciana se manifiesta en el interés hacia la luz y el color exhibido por el pintor flamenco.
El mensaje de Rubens se dirige hacia el reconocimiento de la predisposición hacia las debilidades como algo humano, que difícilmente se puede dominar en su totalidad, mensaje representado con burlona simpatía.

El ciclo de María de Médici y las misiones diplomáticas (1621-1630)
En 1621, Maria de' Medici, reina madre de Francia, encargó a Rubens dos grandes ciclos alegóricos sobre su vida y la de su difunto esposo, Enrique IV, para decorar las dos alas del primer piso del Palacio del Luxemburgo de París, que ella misma había mandado construir. El ciclo de la reina, compuesto por veintiún lienzos, además de tres retratos de ella y de sus padres, quedó completado a finales de 1624 y fue instalado en el Palacio a principios de 1625, a punto para las celebraciones de la boda de su hija Enriqueta María con Carlos I de Inglaterra el 11 de mayo de ese mismo año. El conjunto se halla expuesto desde 1953 en la Sala de los Estados del Museo del Louvre. Sin embargo, el dedicado a «le Vert galant» nunca llegó a ser realizado, a pesar de que Rubens llegó a hacer algunos esbozos preliminares. Ello puede ser atribuido en parte a que en 1630 la reina fue exiliada por su hijo Luis XIII a Compiègne, desde donde escapó a Bruselas en 1631 para posteriormente ir a Ámsterdam en 1638 y después a Colonia, donde murió en la misma casa que la familia de Rubens había ocupado más de 50 años antes.
Tras el fin de la Tregua de los Doce Años en 1621 los reyes españoles de la Casa de Austria confiaron al pintor cierto número de misiones diplomáticas. Su actividad en este campo fue especialmente intensa entre 1627 y 1630, viajando entre las cortes de España e Inglaterra en un intento de lograr la paz entre los Países Bajos Españoles y las Provincias Unidas. También viajó a estas últimas, como artista y a la vez diplomático. El 5 de junio de 1624 el rey de España, Felipe IV, a instancias de Isabel Clara Eugenia, Gobernadora de los Países Bajos, le otorgó patente de nobleza. Isabel Clara Eugenia añadió a la distinción el nombramiento como gentilhombre de cámara. Posteriormente sería también ennoblecido por Carlos I de Inglaterra en 1630 (en Inglaterra además la Universidad de Cambridge le concedió en 1629 un título honorífico de Maestro en Artes —Master of Arts—). A pesar de todo ello se encontró en sus visitas a las cortes con la oposición de algunos cortesanos, que consideraban que un caballero no podía ser alguien que ejerciera trabajos manuales, aunque muchos otros sí que le dieron su aceptación.
En septiembre de 1628 viajó por segunda vez a España, donde permanecería hasta el 29 de abril del año siguiente, con el fin de informar a Felipe IV sobre la situación de las negociaciones de un tratado de paz con Inglaterra. Se le dio acomodo en el Real Alcázar de Madrid, donde conoció a Diego Velázquez, con el que trabó una gran amistad. Fue precisamente él quien persuadió al sevillano de la conveniencia de viajar a Italia para completar su formación, y de hecho acordaron desplazarse allí los dos juntos al año siguiente, aunque finalmente Rubens regresó a Amberes y Velázquez tuvo que hacer el viaje sin él. En añadidura a sus labores diplomáticas, realizó varias importantes pinturas, tanto para Felipe IV como para miembros de su corte, en especial para Diego Mesía y Guzmán, primer marqués de Leganés y gran entusiasta de su obra. Además comenzó un renovado estudio de la pintura de Tiziano, copiando muchos de sus cuadros de la Colección Real (según Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, todos los que había), en más de una ocasión a la vista del propio Diego Velázquez. De hecho, en el inventario de sus bienes levantado tras su fallecimiento figuran no menos de treinta copias de obras del maestro cadorino, realizadas en Mantua, Roma, y, según parece, sobre todo en Madrid durante este segundo viaje a España.
Al poco de su regreso a Amberes tuvo de nuevo que partir, en este caso a Londres, donde estuvo hasta abril de 1630. Una importante obra de esa etapa es Minerva protege a Pax de Marte o Alegoría de la Paz y la Guerra, de 1629, propiedad actualmente de la National Gallery de Londres. Este cuadro ilustra el firme compromiso con la paz del artista, y fue entregado a Carlos I como presente. Posteriormente se trasladaría para continuar las negociaciones a La Haya (1631).
Sus viajes al extranjero y los crecientes encargos recibidos de otros países no supusieron sin embargo que durante esta década dejara de atender a sus clientes locales. La Asunción de la Virgen María, pintada entre 1625 y 1626 para la catedral de Amberes, es uno de los ejemplos más destacados. 

Ciclo de María de Médici
El ciclo de María de Médici es una colección de veinticuatro pinturas obra de Pedro Pablo Rubens comisionadas en el otoño de 1621 por María de Médici, viuda de Enrique IV de Francia, para el Palacio de Luxemburgo. Tras negociar los términos del contrato a principios de 1622, el proyecto fue completado por el pintor en Amberes en 1625, coincidiendo con el matrimonio entre Enriqueta María de Francia y Carlos I de Inglaterra. Veintiuna pinturas muestran las tribulaciones y triunfos de María, mientras que las tres restantes consisten en retratos de ella misma y de sus padres. La colección se exhibe actualmente en el ala Richelieu del Museo del Louvre, en París.
Existe mucha especulación sobre las circunstancias exactas bajo las cuales María de Médici decidió encargar a Rubens la elaboración de «tan grandioso proyecto, concebido en proporciones verdaderamente heroicas».​ John Coolidge sugiere que el ciclo fue probablemente comisionado para rivalizar con otra famosa colección de pinturas de Rubens, La historia de Constantino, la cual el artista ejecutó al mismo tiempo que los primeros cuadros del ciclo de María de Médici. ​ Se ha sugerido también que Rubens llevó a cabo un número de estudios al óleo a petición de Luis XIII, hijo de María de Médici y sucesor al trono, lo que posiblemente influenció a la reina a la hora de tomar la decisión de encargar las pinturas a finales de 1621. La representación de su vida, no obstante, parece ser la razón más aparente para que María escogiese hacer el encargo a un pintor capaz de ejecutar un trabajo semejante. Rubens ya se había establecido como un pintor excepcional, gozando de la ventaja de poseer lazos cercanos con diversas personalidades del momento, como la hermana de María de Médici, esposa de uno de los patrones más importantes del artista, el duque de Gonzaga. La información sobre el encargo en el contrato firmado por Rubens contiene pocos detalles, centrándose principalmente en el número de cuadros del ciclo dedicados a la vida de la reina, siendo poco específico en lo relativo al ciclo de su esposo. ​ El contrato establecía que el pintor realizaría todas las figuras, lo que presumiblemente le permitió emplear a asistentes para la ejecución de los fondos y los detalles. ​
Originalmente las pinturas fueron colgadas en orden cronológico en el sentido de las agujas del reloj, decorando las paredes de una sala de espera ubicada en la primera planta del Palacio de Luxemburgo. Coolige afirma que María había visionado estas pinturas para ser estudiadas alternativamente de izquierda a derecha con el fin de que el espectador tuviese que cruzar la galería. ​ Coolige sostiene además que María visionó los cuadros como parejas y después como conjuntos. Por lo tanto, la biografía visual de María estaría dividida en tres grupos: infancia, vida como reina casada, y regencia como viuda. ​ Todas las pinturas tienen la misma altura aunque varían en anchura con el fin de ajustarse a las dimensiones de la habitación a la que estaban destinadas. Las dieciséis obras que cubrían los largos muros de la galería miden aproximadamente cuatro metros de alto por tres de ancho, mientras que las tres pinturas grandes al final de la sala miden cuatro metros de alto por siete de ancho.
En un principio, el espectador habría entrado a la galería desde la esquina suroeste. Las obras más visibles desde este ángulo eran La coronación en Saint-Denis y La muerte de Enrique IV y la proclamación de la regencia. ​ El ciclo empezaba en el muro de la entrada, mostrando las imágenes de la infancia de María y su matrimonio con Enrique IV. Cuatro de estas imágenes estaban dedicadas al matrimonio, posiblemente por el hecho de que la boda de María a una edad tan relativamente avanzada (veintisiete años) era visto como una rareza en una mujer. La primera mitad del ciclo terminaba con una representación de María siendo coronada. La pared opuesta a la entrada presentaba una imagen del asesinato y ascensión de Enrique IV así como la proclamación de la regencia. A partir de aquí, la segunda mitad empezaba mostrando los periodos más controvertidos del reinado de María, como por ejemplo el altercado y la posterior reconciliación con su hijo, temas que la propia María encargó pintar a Rubens para la galería. ​ El periodo histórico que abarca la temática de las pinturas fue una época convulsa en la cual Rubens buscó no ofender a la monarca francesa, motivo por el que recurrió a alusiones mitológicas, referentes emblemáticos, personificaciones de vicios y virtudes y analogías religiosas para encubrir y en ocasiones heroificar acontecimientos ambiguos. En este contexto, la aproximación de Rubens a la verdad histórica fue selectiva o incluso deshonesta, si bien el artista nunca fue historiador en el sentido moderno de la palabra. Por lo tanto, el ciclo de María de Médici no constituye un registro exacto, sino una transformación poética. ​
Como fuente narrativa para la realización de la obra, Rubens empleó géneros antiguos de escritura en los cuales la monarquía y el buen gobierno eran objeto de exploración, siendo dicho género denominado «panegírico». Los panegíricos eran escritos normalmente durante un acontecimiento político relevante, como el nacimiento de un príncipe, y eran empleados con el fin de exaltar las cualidades y los ancestros de un gobernante. La estructura formal de los panegíricos detallan el linaje, nacimiento, educación y vida del individuo en cuestión, siguiendo Rubens esta estructura al ejecutar las pinturas sobre María de Médici.​
El precio de la colección fue de aproximadamente 24.000 florines para los 292 metros cuadrados de la sala, lo que supuso 82 florines por metro cuadrado.

El destino de María de Médici
La primera pintura del ciclo narrativo, El destino de María de Médici, constituye una elaborada composición de las tres Parcas situadas sobre nubes bajo las figuras celestiales de Juno y Júpiter. Las Parcas aparecen representadas como diosas desnudas dotadas de una gran belleza hilando el destino de María de Médici; su presencia en el nacimiento de María asegura su prosperidad y éxito como gobernante, lo cual se muestra claramente en el resto de cuadros de la colección. ​ En las mitologías griega y romana, una de las Parcas elabora el hilo, otra mide su longitud, y la tercera lo corta. En la representación de Rubens, las tijeras necesarias para cortar el hilo son omitidas, subrayando así el carácter privilegiado e inmortal de la vida de María. ​ El último cuadro del ciclo, en consonancia con este tema, ilustra a María alcanzando su lugar como reina del Cielo, habiendo logrado el objetivo de la inmortalidad a través de la fama eterna. ​Interpretaciones tempranas explican la presencia de Juno gracias a su identidad como diosa de la maternidad. No obstante, interpretaciones posteriores sugieren que Rubens empleó a Juno como la representación del alter ego de María. Por su parte, Júpiter constituye una alegoría de Enrique IV, famoso por su promiscuidad.

El nacimiento de la princesa
El segundo cuadro, El nacimiento de la princesa, representa el nacimiento de María el 26 de abril de 1573. Varios símbolos y alegorías hacen acto de presencia a lo largo de la pintura. A la izquierda, dos putti juegan con un medallón en el cual aparece el escudo de la familia Médici, sugiriendo que el Cielo ha favorecido a la joven María desde su nacimiento. El dios del río situado en la esquina inferior derecha constituye posiblemente una alusión al río Arno, el cual transcurre a lo largo de Florencia, ciudad natal de María. La cornucopia situada sobre la cabeza de la recién nacida puede ser interpretada asimismo como un presagio de su gloria y fortuna, mientras que el león probablemente simboliza el poder y la fuerza. ​ El halo brillante alrededor de la cabeza de María no debe ser visto como una referencia l imaginario cristiano; en su lugar, debe ser interpretado acorde con la iconografía imperial la cual emplea el halo como indicativo de la naturaleza divina y del futuro reinado de María. ​ Pese a haber nacido bajo el signo de Tauro, Sagitario es quien aparece en la pintura, debiendo ser visto, probablemente, como guardián del poder imperial. 

La educación de la princesa
La educación de la princesa muestra a María estudiando. Esta educación es proporcionada por una gracia divina mediante la presencia de tres dioses: Apolo, Atenea y Hermes. Apolo está asociado con el arte y Atenea con la sabiduría, siendo Hermes el dios mensajero para el conocimiento y la fluidez del lenguaje, ​ quien irrumpe dramáticamente en escena otorgando un regalo de parte de los dioses, el caduceo. Generalmente se considera que Hermes dota a la princesa con el don de la elocuencia para que éste acompañe a su vez al don de la belleza. No obstante, el caduceo, el cual figura en otros seis cuadros de la colección, ha sido asociado también con la paz y la armonía, representando probablemente el pacífico reinado de María. ​ La presencia de estos tres dioses puede ser interpretada como una representación de la idílica preparación para las responsabilidades que María asumirá en el futuro así como los juicios y tribulaciones a los que tendrá que hacer frente como reina. ​ También se ha sugerido que estos tres dioses se ofrecen a guiar a María a modo de regalo, lo cual permite al alma ser «liberada por la razón» y obtener el conocimiento de lo que es «bueno», revelando así la conexión divina entre los dioses y el futuro.​ Destaca, así mismo, la presencia en la parte inferior de un instrumento musical, una paleta con pinceles y un busto, símbolos del deber de María de ayudar al cultivo y florecimiento de las artes. ​
La pintura refleja asimismo una colaboración barroca entre las relaciones espirituales y terrenales, las cuales son ilustradas en un ambiente teatral. ​ Actuando más que como simples elementos estáticos, las figuras retratadas asumen un papel activo en la educación de la princesa, hallándose presentes las tres Gracias: Aglaya, Eufrósine y Talia, quienes le otorgan el don de la belleza. 

La presentación de su retrato a Enrique IV
Para apreciar y valorar este cuadro y la colección en su conjunto, es preciso tener en cuenta un principio histórico. Esta pintura fue elaborada en la cúspide del absolutismo y, debido a esto, la realeza era considerada superior a la existencia corporal. Desde su nacimiento, María habría llevado una vida más ornamental que mortal. Esta pintura con dioses clásicos y personificaciones alegóricas muestra al espectador lo fundamental de este ideal. ​
Al igual que Tamino en La flauta mágica, Enrique IV cae rendido ante la pintura mostrada. Con Cupido como escolta, Himeneo, el dios del matrimonio, presenta un lienzo de la princesa María a su futuro esposo. Entretanto, Júpiter y Juno están sentados sobre nubes contemplando a Enrique al tiempo que proporcionan al espectador un ejemplo de la armonía del matrimonio y la aprobación del mismo. ​ Una personificación de Francia es mostrada detrás de Enrique portando un casco, con su mano izquierda mostrando apoyo y compartiendo su admiración por la futura soberana. ​ Rubens tenía un modo particular de representar a Francia el cual fue muy versátil en varias de las pinturas de la colección. Su visión de la misma toma un papel andrógino al ser hombre y mujer al mismo tiempo, sugiriendo su gesto cercanía entre el rey y su pueblo así como confianza y complicidad entre compañeros. La forma en que Francia figura vestida muestra lo femenina que es al revelar sus senos desnudos, mostrando los pliegues de la tela nociones de clasicismo. No obstante, su mitad inferior, sobre todo sus pantorrillas y sus botas romanas, otorga masculinidad a la figura, siendo un símbolo de fuerza masculina en la historia la exhibición de piernas musculosas. ​ Esta conexión entre ambos muestra no sólo el favor de los dioses para con dicho enlace, sino también los buenos deseos de sus súbditos.
En las negociaciones del matrimonio entre María y Enrique se produjo el intercambio de varios retratos entre ambos monarcas. El rey se mostró complacido con el aspecto físico de María, mostrándose aún más impresionado tras conocerla en persona. Existía una gran aprobación por la unión entre ambos, siendo el papa y numerosos nobles florentinos partidarios del matrimonio al tiempo que convencían al rey de los beneficios de dicha unión. ​ La pareja contraería finalmente matrimonio por poderes el 5 de octubre de 1600. ​ 

La boda por poderes de María de Médici con el rey Enrique IV
En La boda por poderes de María de Médici con el rey Enrique IV, Rubens representa la ceremonia entre la princesa florentina y el rey de Francia, la cual tuvo lugar en la catedral de Florencia el 5 de octubre de 1600, presidida por el cardenal Pietro Aldobrandini. Como era costumbre en las bodas reales, el tío de la novia, Fernando I de Médici, gran duque de Toscana, ocupó el lugar del rey, siendo representado colocando un anillo en el dedo de su sobrina. El resto de figuras son perfectamente identificables, incluida la del propio artista. A pesar de haber estado presente en dicho acontecimiento veinte años atrás como miembro de la Casa Gonzaga durante sus viajes a Italia, Rubens aparece joven y situado detrás de la novia, sosteniendo una cruz y mirando directamente al espectador, resultando improbable que el pintor hubiese ocupado realmente un puesto tan destacado en la ceremonia. Entre quienes asistieron a la boda de parte de María se encontraban Cristina de Lorena, gran duquesa de Toscana, y la hermana de María Leonor de Médici, duquesa de Mantua. De parte del gran duque se encontraban Roger de Bellegarde, grand esquire de Francia, y el marqués de Sillery, quien negoció el matrimonio. Al igual que en otras pinturas de la colección, Rubens incluye un elemento mitológico: el anciano dios del amor, Himeneo, portando una corona de rosas y llevando la cola del vestido de la novia en una mano y una antorcha en la otra. ​ La escena tiene lugar ante una estatua de mármol la cual representa a Dios Padre de luto ante el cuerpo de Cristo, aludiendo a la Pietà esculpida por Baccio Bandinelli. 

El desembarco de María de Médicis en el puerto de Marsella, 1622-1625
Óleo sobre lienzo. 394 cm × 295 cm. Museo del Louvre, París. 
Es uno de los cuadros del ciclo de la Vida de María de Médicis, que ocupó al autor entre 1621 y 1625 y fue sin duda el encargo más importante de su vida. En esta tela se representa un tema histórico. María de Médicis, que había sido la reina de Francia como consorte de Enrique IV, era al tiempo de la ejecución de los cuadros la reina madre y regente, dado que el rey Luis XIII había ascendido al trono a los nueve años (en 1610). El encargo fue realizado por la propia María, con la finalidad de reforzar su soberanía y legitimidad en unos tiempos en que su hijo Luis XIII entraba en conflicto con su madre. El programa de toda la serie fue ideado por el abad de Saint-Ambroise, pero igualmente contribuyeron con sus propuestas la reina, el cardenal Richelieu y el propio pintor.
Rubens dibujó los esbozos en París, pero la ejecución material fue llevada a cabo con ayuda de colaboradores en Amberes. Mientras que los cuadros de la serie se conservan en el Louvre, los esbozos están en la Alte Pinakothek de Múnich.
En este cuadro se representa un hecho histórico ocurrido el 3 de noviembre de 1600: María de Médicis llega a Marsella. Alegorías de Francia y de la ciudad la cumplimentan. Por encima, la sobrevuela la Fama. La composición es descentrada, con un dinamismo típicamente barroco. Junto a los personajes históricos o reales del plano superior coexisten los personajes mitológicos en el mar: monstruos marinos, sirenas, ninfas, en los que abundan los opulentos desnudos y los colores cálidos típicos de la escuela veneciana. Son Neptuno y las nereidas, que han acompañado al barco para asegurar una travesía sin incidentes. De esta manera elimina las fronteras entre lo histórico, lo terrenal y las fuerzas eternas. 

El encuentro de María de Médici y Enrique IV en Lyon
Esta pintura representa alegóricamente el primer encuentro entre María y Enrique, el cual tuvo lugar tras sus correspondientes matrimonios por poderes. La mitad superior del cuadro muestra a María y a Enrique como los dioses mitológicos romanos Juno y Júpiter, estando dichas representaciones acompañadas por sus tradicionales atributos. María es representada como Juno, siendo identificada por pavos reales y carrozas, mientras que Enrique es mostrado como Júpiter, al cual se identifica por los rayos de fuego en su mano izquierda y por el águila. La unión de las manos de la pareja constituye un símbolo tradicional de la unión matrimonial. Ambos figuran vestidos en un estilo clásico, apropiado para la escena. Sobre ambos se alza Himeneo, quien une a la pareja, mientras un arco iris se extiende desde la esquina izquierda, símbolo de concordia y paz. La parte baja de la pintura se encuentra dominada por imaginería de Lyon. Observando la obra de izquierda a derecha, se puede contemplar el paisaje urbano con su característica colina. Los leones tiran de la carroza (en clara referencia al nombre de la ciudad), en la cual se puede observar la figura alegórica de la ciudad misma con sus almenas. Rubens necesitó ser muy cuidadoso en la representación del primer encuentro entre la pareja debido, supuestamente, a que Enrique se hallaba involucrado con una amante al momento del matrimonio. De hecho, debido a otros compromisos del rey el encuentro entre ambos debió postergarse, no siendo hasta casi una semana después de la llegada de María que Enrique se reunió con ella. Al presentarse como Júpiter, Rubens representa la promiscuidad de Enrique al tiempo que muestra a la deidad. Del mismo modo, al situar al rey y a la reina juntos en la parte superior el artista ilustra el elevado estatus de la pareja.

El nacimiento del delfín en Fontainebleau
Esta pintura representa el nacimiento del primer hijo de María, Luis XIII de Francia. Rubens diseñó la escena en torno a la temática de paz política. ​ La llegada al mundo de un heredero varón aporta la sensación de seguridad a la familia real de que seguirán gobernando. En aquella época un heredero era de gran importancia, especialmente si Enrique quería mostrar su masculinidad y romper con el patrón de fracasos reproductivos de la familia real. ​ La promiscuidad de Enrique hacía difícil la producción de un heredero legítimo, circulando rumores de que los artistas de la corte del rey empleaban estrategias con el fin de convencer a los súbditos de lo contrario. Una de estas estrategias consistía en personificar a María como Juno o Minerva, lo cual implicaba que Enrique, como Júpiter, era visto como un ser domesticado por el matrimonio.
La personificación de la reina como Minerva facilitaría por tanto el valor militar de Enrique y el suyo. ​ Como pintor flamenco, Rubens incluye un perro en el cuadro, aludiendo así a la fidelidad en el matrimonio. Sumado a la idea de paz política, el artista incluye también a Astrea, personificación de la justicia. El retorno de Astrea a la tierra simboliza la encarnación de la continuidad de la justicia con el nacimiento del futuro rey, quien es atendido por Temis, diosa del orden divino, en clara referencia a su derecho a reinar por nacimiento. El infante se halla cercano a una serpiente, representación de la salud. ​ Rubens incorpora la tradicional alegoría de la cornucopia, la cual representa la abundancia. Con el fin de mejorar el significado de la pintura, el pintor muestra las cabezas de los hijos de María que aún están por nacer entre las frutas de la cornucopia. Mientras María se muestra adorando a su hijo, una diosa de la fecundidad aferra la cornucopia a su brazo representando la completa y abundante familia que está por llegar. 

La consignación de la regencia
A lo largo de las diversas representaciones de María de Médici, Rubens debía ser cuidadoso para no ofender ni a la reina ni a Luis XIII al retratar acontecimientos controvertidos. María comisionó pinturas que siguiesen un recorrido fiel por su vida, siendo trabajo de Rubens el llevar a cabo dicha labor con el mayor tacto posible. En más de una ocasión, la licencia artística del pintor se vio frenada con el fin de retratar a María de la forma correcta. En La consignación de la regencia, Enrique IV confía la regencia y el cuidado del delfín a María poco antes de sus campañas bélicas y de su muerte. Decorado con una gran ornamentación arquitectónica de estilo italiano, el tema se caracteriza por su sobriedad. Prudencia, la figura situada a la derecha de María, es despojada de su emblemática serpiente para disminuir las posibilidades de que cualquier espectador pudiese recordar los rumores acerca de la supuesta intervención de la reina en el asesinato de Enrique IV. La eficacia de la forma desaparece con el fin de asegurar una representación positiva de María. Otros cambios incluyen la retirada de Moiras, originalmente posicionada detrás del rey llamándole a su destino, la guerra y la muerte. Rubens se vio obligado a retirar estas míticas figuras y a reemplazarlas por tres soldados genéricos. ​
En este cuadro aparece por vez primera el orbe como símbolo del «abrazo a toda norma y poder del Estado».​ Esta particular imagen posee al parecer un significativo peso en la iconografía plasmada por Rubens en toda la colección puesto que aparece en seis de los veinticuatro cuadros de los que se compone. Este orbe funge por un lado como alusión al orbis Terrarum romano (orbe de la tierra), el cual implica el dominio y poder del emperador romano, y por otro como sutil afirmación de la reclamación de la monarquía francesa de la corona imperial. ​ Mientras que Rubens era conocedor del significado inherente del orbe y de su efectivo empleo en la obra, parece ser que María y sus consejeros instigaron la introducción del mismo con el objetivo de añadir de forma alegórica grandiosidad política a los eventos característicos de la regencia. 

La coronación en Saint-Denis
La coronación en Saint-Denis constituye la última pintura del extremo norte del lado oeste, mostrando el fin de la preparación divina de María. ​ Rubens compuso este cuadro para ser visto a distancia mediante el empleo de intensas tonalidades de rojo, como por ejemplo las ropas de los dos cardenales próximos al eje derecho. Estas intensidades crean también sensación de unidad con la siguiente pintura, La muerte de Enrique IV y la proclamación de la regencia. ​ Este cuadro constituye la representación de un acontecimiento histórico en la vida de la reina donde el rey y ella son coronados en la basílica de Saint-Denis. Considerada una de las principales pinturas de la colección junto con La muerte de Enrique IV y la proclamación de la regencia, ambas escenas muestran a María recibiendo el orbe del Estado. La reina es conducida al altar por los cardenales Gondi y de Sourdis, quienes permanecen en pie junto a ella y Mesieurs de Souvrt y de Bethune, siendo la ceremonia oficiada por el cardenal Joyeuse. El séquito real incluye a Luis XIII,  Francisco I de Conti con la corona, el duque de Ventadour con el cetro, y el Chevalier de Vendôme con la mano de la justicia. La princesa de Conti y la duquesa de Montpensier (madre de María de Borbón-Montpensier) portan la cola del manto real, mientras en la tribuna figura Enrique IV como si estuviese sancionando el acontecimiento. La multitud situada al fondo alza las manos aclamando a la nueva reina al tiempo que en la parte superior la clásica personificación de Abundancia y una Victoria alada muestran los emblemas de la paz y la prosperidad sobre la cabeza de María mientras vierten las monedas doradas de Júpiter. Sumado a lo anterior, los perros de María aparecen situados en el primer plano de la pintura. La inspiración de Rubens para el orbe azul con emblemas de lilas doradas fue la medalla de presentación que Guillaume Dupres realizó en 1610 a petición de María de retratarla a ella como Minerva y a Luis XIII como Apolo. El simbolismo de la obra, no obstante, provocó en su momento que María fuese acusada de haber guiado al joven Luis, futuro rey de Francia. 

La muerte de Enrique IV y la proclamación de la regencia
Algunas veces llamada La apoteosis de Enrique IV y La proclamación de la regencia, este cuadro fue concebido originalmente por Rubens como una serie de tres pinturas. ​ Con las otras dos teniendo un diseño y medidas similares, esta obra fue consignada como la pintura central de un tríptico destinado a adornar los pasillos del Palacio de Luxemburgo. La pintura se halla separada en dos escenas diferentes pero a la vez relacionadas entre sí: el ascenso de Enrique IV al Cielo y la asunción de la corona por parte de María (el asesinato del rey el 14 de mayo de 1610 resultó en la inmediata declaración de María como regente).
A la izquierda, Júpiter y Saturno son mostrados dando la bienvenida al rey de Francia al tiempo que asciende como si fuese un soberano romano que se dirige victorioso al Olimpo. ​ Al igual que todas las pinturas alegóricas de Rubens, estas dos figuras fueron escogidas por una razón. Júpiter representa la contraparte celestial de Enrique, mientras Saturno, el cual representa el tiempo finito, indica el fin de la existencia mortal del rey. ​ Este tema en particular, al igual que la obra en su conjunto, ha servido de inspiración a grandes maestros gracias a la atormentada figura de Belona, diosa de la guerra, quien figura tumbada y desarmada en la parte inferior (el posimpresionista Paul Cézanne llegó a solicitar hasta diez veces permiso para realizar una copia de la diosa). ​ La enérgica manera de Rubens de situar todas estas alegorías es producto de las monedas clásicas tal y como evidencian las comunicaciones establecidas con su amigo Nicolas-Claude Fabri de Peiresc, coleccionista de antigüedades. ​ La parte derecha del panel muestra la sucesión de María como la nueva reina, vestida con ropa solemne acorde con el luto de una viuda, estando su figura, rodeada por miembros de la corte, enmarcada por un arco triunfal. La reina acepta un orbe, símbolo de su gobierno, por parte de la personificación de Francia mientras la gente se arrodilla ante ella, siendo esta escena un ejemplo de la exageración plasmada en varias de las pinturas de la colección. Rubens muestra en el cuadro cómo la regencia le es ofrecida a María, si bien en realidad ella misma la reclamó el día del asesinato del rey. ​
En lo referente a las posibles influencias en esta obra, la Madonna del Rosario de Caravaggio pudo haber servido de inspiración a Rubens para la Proclamación de la regencia puesto que las dos pinturas muestran grandes similitudes entre sí. ​ En ambas aparecen dos mujeres sobre una plataforma compuesta por pilares clásicos, piezas de tela exuberante, personajes arrodillados con los brazos extendidos y figuras alegóricas (en el cuadro de Rubens, Minerva, Prudencia, Divina Providencia y Francia; en Caravaggio, Santo Dominico, San Pedro Mártir y un par de frailes dominicos). Destaca también la presencia de otros objetos, como un timón y varios rosarios. ​ Todos estos elementos se combinan para crear un argumento persuasivo al tiempo que muestran cierto respeto artístico de Rubens hacia Caravaggio como contemporáneo suyo. ​ 

El consejo de los dioses
Esta pintura conmemora el control del gobierno por parte de María como regente, promoviendo a la vez un plan de paz a largo plazo en Europa mediante el matrimonio entre casas reales, ​ enlazando Cupido y Juno dos palomas sobre una esfera dividida como símbolo de paz. María esperaba que su hijo Luis contrajese matrimonio con la infanta Ana de España y que su hija Isabel se casase con el futuro rey Felipe IV con el fin de establecer una alianza entre ambos países, ​ siendo estas uniones una de las partes más significativas de su reinado puesto que la paz en Europa era su mayor objetivo. ​ El consejo de los dioses es una de las obras menos comprendidas de la colección. La pintura representa la conducta de María y el cuidado con el que supervisa su reino durante la regencia, como por ejemplo su control sobre las rebeliones y los desórdenes del Estado.
El cuadro sugiere al mismo tiempo que María persuadió las políticas e ideales de Enrique hasta su muerte. ​ Los temas de la pintura están situados en un decorado celestial el cual no muestra un lugar, tiempo o acontecimiento concretos, estando la escena plagada de una significativa variedad de figuras mitológicas, lo cual dificulta el establecer el tema de la obra. Entre las figuras mitológicas se hallan, en la parte inferior, Apolo y Palas, quienes combaten y superan vicios tales como la discordia, el odio, la furia y la envidia, mientras que en la parte superior figuran Neptuno, Pluto, Saturno, Hermes, Pan, Flora, Hebe, Pomono, Venus, Marte, Zeus, Hera, Cupido y Diana. ​ Todas estas figuras actúan como alegorías del pacífico gobierno de María sobre Francia. ​ 

La victoria de Jülich
La victoria de Jülich muestra el único acontecimiento militar en el que intervino María durante su regencia: el retorno de Jülich a los príncipes protestantes. ​ Jülich era un importante punto estratégico para Francia, por lo que la victoria francesa fue elegida como el tema glorioso de la pintura de Rubens, estando la escena dotada de una gran riqueza simbólica la cual permite destacar el heroísmo y la victoria de María. ​ La reina alza su brazo portando un bastón en la mano. ​ En la parte superior aparece Victoria colocando a María una corona de hojas de laurel, símbolo de la victoria, además de figurar a lo lejos un águila imperial, símbolo también de la victoria. ​ La reina está acompañada por una personificación femenina la cual se creía era Fortaleza por el león situado a su lado, si bien se trata, en realidad, de Magnanimidad, también referida como Generosidad, en base a las riquezas que sostiene en la palma de su mano, siendo una de ellas una valiosa ristra de perlas propiedad de la reina. ​ Entre otras figuras se encuentran Feme y la personificación de Austria con su león. ​ Feme, situada a la derecha del cuadro, empuja el aire a través de una trompeta con tanta fuerza que provoca una explosión de humo. ​ María aparece representada con numerosas ornamentaciones y en actitud triunfante tras el colapso de la ciudad a lomos de un semental blanco con el fin de demostrar que, al igual que Enrique IV, ella también podía triunfar sobre sus rivales en la guerra.

El intercambio de las princesas en la frontera española
El intercambio de las princesas en la frontera española celebra el doble matrimonio de Ana de Austria con Luis XIII y el enlace de Isabel de Francia con Felipe IV el 9 de noviembre de 1615. Francia y España presentan a las jóvenes princesas, asistidas por un joven identificado como Himeneo. Sobre ellas, dos putti portan antorchas, un pequeño céfiro sopla una cálida brisa primaveral al tiempo que esparce rosas, y un círculo de putti con alas de mariposa rodea a Felicitas con el caduceo, la cual baña a la pareja con oro procedente de su cornucopia. En la parte inferior, el río Andaye está lleno de deidades del mar las cuales vienen a homenajear a las novias: el río de oro Andaye descansa en su urna, una Nereida coronada con perlas ofrece una ristra de perlas y coral como regalo de bodas y un Tritón sopla una concha para anunciar el acontecimiento. 
La boda, con la cual se esperaba conseguir la paz entre Francia y España, tuvo lugar a través del río Bidasoa, a lo largo de la frontera española. En la representación de Rubens, las princesas permanecen de pie con las manos derechas unidas entre personificaciones de Francia y España (Francia con la flor de lis decorando sus ropas y España con un león decorando su casco). Ana, de catorce años, se da la vuelta como si se estuviese despidiendo de España al tiempo que gentilmente Francia la sujeta por el brazo izquierdo, mientras que, por su parte, España coge a Isabel también por el brazo izquierdo. 

La felicidad de la regencia de María de Médici
Esta pintura destaca por su ejecución única. Mientras que los otros cuadros fueron completados por Rubens en su estudio en Antwerp, La felicidad de la regencia de María de Médici fue diseñada y elaborada enteramente por el artista con el fin de reemplazar otra representación más controvertida sobre la expulsión de París de María en 1617 por su hijo. Completada en 1625, esta fue la última pintura de la colección en ser terminada. ​
María es mostrada alegóricamente como la personificación de la justicia misma, estando flanqueada por un séquito compuesto por algunos de los principales dioses griegos y romanos, identificados como Cupido, Minerva, Prudencia, Abundancia, Saturno y dos figuras de Feme, todas ellas indicativos de atributos, otorgando sus recompensas a la reina (Cupido con su flecha; Prudencia con una serpiente enroscada en su brazo indicando sabiduría; Abundancia con su cornucopia en referencia a los frutos de la regencia de María; Minerva con su casco y su escudo cerca del hombro de María indicando la sabiduría de su gobierno; Saturno con su hoz personificando el tiempo que guía a Francia; y Feme portando una trompeta para celebrar el acontecimiento). ​ Estas personificaciones están acompañadas por cuatro figuras alegóricas disfrazadas de putti y por tres criaturas malvadas derrotadas; Envidia, Ignorancia y Vicio. ​
Pese a que esta pintura es una de las más sencillas de la colección, existe cierta disputa sobre su significado. En vez de aceptar la obra como una representación de María como Justicia, algunos críticos sostienen que el verdadero tema del cuadro es el «retorno a la tierra de Astrea, el principio de la justicia divina, en una era dorada».​ Las bases para apoyar esta idea radican en una afirmación contenida en notas escritas por Rubens las cuales indican que «este tema no sostiene ninguna referencia especial a la particular razón de Estado del reino francés».​ Ciertos elementos simbólicos, como la guirnalda de hojas de roble (posible corona cívica), Francia vista como una provincia subyugada, y la inclusión de Saturno en la composición pueden inducir a dicha interpretación. ​ Probablemente debido a la controversia de este cuadro, Rubens mencionó su significado en una carta dirigida a Peiresc fechada el 13 de mayo de 1625:
Creo que te escribí que una imagen fue eliminada la cual representaba la partida de la reina de París y que, en su lugar, hice una nueva entera la cual muestra el fluir del reino de Francia, con el renacimiento de las ciencias y las artes a través de la liberalidades y el esplendor de Su Majestad, quien se sienta sobre un trono brillante y sostiene una balanza en sus manos, manteniendo el mundo en equilibrio por su prudencia y equidad.
Considerando la precipitación con la que Rubens completó la obra, su falta de referencia específica a una era dorada en su carta y la existencia de numerosas representaciones contemporáneas de María como Justicia, muchos historiadores están conformes con la interpretación más simple consistente en el estilo de Rubens y en los cuadros restantes de la colección. ​
Se considera que la pintura original mencionada en la carta fue rechazada en favor de La felicidad de la regencia de María de Médici debido al tema más inocuo de esta última. En la misma carta, Rubens afirma lo siguiente:
Este tema, el cual no menciona ninguna consideración política particular... de este reinado, ni hace referencia a ningún individuo, ha sido muy bien recibida, y creo que se me ha confiado por completo que el encargo de los otros temas hubiera resultado mejor, sin el escándalo y los murmullos. ​
En esta afirmación puede verse la evidencia de la adaptabilidad del estilo de Rubens que hizo tan exitosa su carrera. 

Luis XIII llega a la mayoría de edad
La pintura Luis XIII llega a la mayoría de edad representa la histórica escena de la transferencia de poder de madre a hijo en un sentido alegórico. ​ María ha reinado como regente durante la juventud de su hijo, y ahora cede el timón a Luis, el nuevo rey de Francia. La embarcación representa al Estado, ahora en funcionamiento ya que Luis lo dirige. Cada una de las remeras puede ser identificada por el emblema de los escudos que cuelgan del navío. El escudo de la segunda remera representa un altar llameante con cuatro esfinges, una serpiente enroscada y un ojo abierto mirando hacia abajo. Estas características son propias de la Piedad o la Religión, las cuales María querría para su hijo. El barco se halla adornado con un dragón al frente y delfines en la popa. Luis mira hacia arriba en dirección a su madre buscando ayuda para guiar el navío. En las violentas nubes figuran dos Femes, una con una buccina y la otra con lo que parece ser una trompeta. ​ Luis guía el barco mientras el mismo es movido por cuatro remeras las cuales personifican a Fuerza, Religión, Justicia y Concordia. Se cree que la figura que está ajustando la vela es Prudencia o Templanza. En el centro, frente al mástil, se halla la figura de Francia con una llama en su mano derecha ilustrando la firmeza y el orbe del gobierno en su mano izquierda. Fuerza, extendiendo su remo y agitándolo, es identificada por el escudo situado debajo el cual muestra un león y una columna. Fuerza y María comparten el color de su pelo al igual que Luis y Religión. La similitud entre María y Fuerza otorga poder a la imagen de la reina, mostrando de manera efectiva su conocimiento de la autoridad de su hijo. ​ Resulta interesante examinar esta obra teniendo en cuenta la tensa relación entre madre e hijo en la vida real. María se aferró al poder más allá del final de su regencia, hasta que Luis lo alcanzó en 1617 y ordenó el exilio de su madre en Blois. Rubens, obviamente conocedor de este hecho, decidió omitir la tensión entre la reina y su hijo en vez de enfatizar lo convulso de la transferencia de poder. 

La huida de Blois
La huida de Blois es una representación de María huyendo de su confinamiento en Blois. La reina muestra una pose de dignidad, sugiriendo elegancia en tiempos difíciles, entre una caótica multitud compuesta por doncellas y soldados. María es conducida y protegida por una representación de Francia y guiada por ilustraciones de Noche y Aurora. Estas figuras son empleadas con el fin de retratar el momento del acontecimiento y proteger al mismo tiempo a la reina de los espectadores mientras iluminan su camino. ​ Rubens pintó una escena del evento en un sentido más heroico mostrando la exactitud de los elementos realistas. De acuerdo con los registros históricos de la huida de la reina, este cuadro no refleja fielmente lo que en realidad sucedió. El artista no incluyó muchos de los aspectos negativos del acontecimiento por temor a que estos pudiesen ofender a María, lo que dio como resultado una representación nada realista. La reina aparece representada de manera humilde, si bien la ilustración muestra explícitamente su poder sobre los militares. María no sufre en la pintura ninguna de las dificultades que en la vida real tuvo que afrontar durante su huida. Las figuras masculinas del primer plano, las cuales aparecen alcanzando a la reina, resultan desconocidas, mientras que las figuras del fondo representan a los militares, quienes fueron añadidos para otorgar un significado simbólico a la confianza de María en su mando sobre el ejército. ​

Las negociaciones en Angulema
En Las negociaciones en Angulema, María toma la rama de olivo que le tiende Mercurio, el mensajero de Dios, en presencia de dos de sus sacerdotes al tiempo que la reina presta consentimiento para discutir con su hijo el conflicto de la dirección gubernamental. ​ Rubens hace uso de diversos métodos para retratar a María en la forma precisa que ella quería, teniendo a su hijo como guardián y consejero. Entronada en un pedestal con esculturas representativas de los símbolos de la sabiduría de Minerva y dos putti sosteniendo una rama de laurel con el fin de representar la victoria y el martirio, la escenificación de la reina se muestra con claridad. Una mirada humilde, pero conocedora de todo, transmite la sabiduría que posee. María se halla situada en un grupo reducido pero unificado de cardenales, lo cual representa el auténtico lado opuesto a la deshonestidad de Mercurio, a quien Rubens dota de una impresión de insinceridad al ilustrar a la figura ocultando un caduceo detrás de su muslo.
El efecto de los dos grupos de figuras es subrayar la brecha existente entre ambos bandos. Por su parte, el perro ladrando indica tradicionalmente la presencia de extraños con malas intenciones. Todos estos símbolos desperdigados en esta ambigua y enigmática pintura muestran a María de Médici como una mujer prudente aunque también madre cuidadosa y humilde de un monarca joven e ingenuo. ​ Con carácter general, este cuadro es el más problemático y controvertido así como el menos comprendido de la colección. En la obra se ve, una vez más, a María reclamando su autoridad real, si bien también se puede apreciar el primer paso para la reconciliación entre madre e hijo. ​ 

Ceres y Pan, Hacia 1620.
Óleo sobre lienzo, 178,5 x 280,5 cm. Museo del Prado
La representación de la diosa de la agricultura y las estaciones Ceres junto al dios Pan no viene descrita en las obras clásicas. Ceres era hija de Saturno y por lo tanto hermana de Júpiter, siendo así diosa primitiva. La idea de Pan como dios surgió en el siglo XV, debido también a su origen primitivo y su vinculación con la tierra y el inicio de todo. De esta manera dos dioses relacionados por la naturaleza, las fuerzas de los elementos, la agricultura y la prosperidad se unen para mostrar la abundancia y la fecundidad. Ceres sujeta el cuerno de la abundancia lleno de diferentes frutas y hortalizas mientras que Pan, a su lado, se inclina hacia ella con un cesto también repleto de frutas. Se observan diferentes bodegones aislados por toda la composición, como en la esquina inferior derecha. Al fondo el paisaje se abre para dar mayor profundidad a la escena y vemos figuras sentadas y una mujer con un canasto en la cabeza, reforzando aún más la simbología de la obra. 
Esta pintura vuelve a ser de nuevo una colaboración entre Frans Snyders y el taller de Rubens. Estos dos artistas trabajaron juntos en numerosas obras, pintando principalmente el primero los elementos naturales y el segundo las figuras, como sucede en este caso si bien han salido del taller.
Esta pintura formaba parte de un conjunto llegado desde Flandes para decorar la Torre de la Reina del Alcázar de Madrid. La primera referencia documental de este grupo de 26 obras aparece en el inventario del Alcázar de 1636, donde se mencionan 25 de ellas en la "Pieza grande antes del dormitorio de su magestad que es donde cena en el quarto bajo de verano" y la otra, una guirnalda de flores y angelotes de F. Snyders, Jan Brueghel el viejo y el taller de Rubens en la "Pieza donde su magd duerme en el quarto bajo de verano". En este inventario se dice, tras enumerarlas, que fueron las "que se trajeron de Flandes a la reina nra. Sa y estaban colgadas en la torre nueva de su quarto alto y su magd el Rei nro. Sr. las mandó poner aquí". Así las pinturas fueron trasladadas de su ubicación original a otros dos nuevos emplazamientos sin que sepamos ni el motivo ni la fecha. 

Tomás Moro, 1625 - 1630.
Óleo sobre tabla, 105,6 x 73,1 cm. Museo del Prado
La copia de obras de otros autores fue una práctica habitual en Rubens. Es muy destacable su interés por Hans Holbein el Joven (h.1498-1543). Si en su juventud había copiado la serie de grabados denominados Las imágenes de la Muerte, en sus últimos años abordó esta copia libre del retrato que el pintor alemán realizó en 1527 del humanista inglés Tomás Moro, hoy en la Frick Collection de Nueva York. Rubens eliminó algunos elementos accesorios, como un cortinaje y una cadena que el modelo porta al cuello en el original. La obra se documenta en una colección particular en Amberes en 1652, y aparece en 1746 en la colección de la reina Isabel Farnesio, en Madrid. 

Última década (1630-1640)
Rubens pasó su última década en Amberes y sus alrededores. Durante estos años exploró vías artísticas más personales, mediante pinturas que en muchos casos realizó sin intención de venderlas y que conservó para sí hasta su muerte, aunque también siguió realizando importantes obras por encargo, en especial para comitentes extranjeros, como los lienzos que Carlos I de Inglaterra le solicitó para decorar el techo de la Banqueting House del Palacio de Whitehall de Londres, y sobre todo las pinturas realizadas por encargo de Felipe IV de España para decorar la Torre de la Parada, a las afueras de Madrid, que consistieron en un conjunto de cincuenta y dos cuadros con escenas de la mitología clásica, además de algunas alegorías y de dos pinturas de filósofos de la Antigüedad, Heráclito, el filósofo que llora y Demócrito, el filósofo que ríe, que se supone que formaban un grupo con Esopo y Menipo de Velázquez, sumando un total de sesenta y una o sesenta y dos obras (se desconoce la cifra exacta).
En 1630, cuatro años después de la muerte de su primera mujer, contrajo matrimonio con Hélène Fourment, hija de un acaudalado comerciante de sedas y tapices, Daniël Fourment, con el que Rubens tenía gran amistad, y de la hermana de Isabella Brant, Clara, siendo por tanto sobrina política suya. La pareja se llevaba treinta y siete años de diferencia, puesto que ella tenía dieciséis y él ya cincuenta y tres. Tuvo con ella cinco hijos, Clara Johanna (1632), Frans (1633), Isabella Hélène (1635), Peter Paul (1637) y Constancia Albertina, esta última póstuma, puesto que nació en 1641, ocho meses después de fallecer el pintor. La bella joven fue su principal fuente de inspiración en la última década de su vida, ya que, aparte de ejecutar varios retratos de ella, se basó en sus rasgos para realizar las voluptuosas figuras femeninas que aparecen en muchas de sus obras de este periodo, tanto de tema mitológico, como La fiesta de Venus (Kunsthistorisches Museum, Viena), Las tres Gracias o El juicio de Paris —en el que la representó en la imagen de Venus— (las dos últimas en el Prado), como de tema religioso, como La coronación de santa Catalina (Toledo Museum of Art, Toledo, Ohio).
En 1635 adquirió un castillo situado en un entorno rural, Het Steen (La Roca en neerlandés), en la localidad de Elewijt. Al él le gustaba mucho el campo y desde finales de la década de 1610 pintó paisajes con mayor o menor frecuencia, en los que muestra una naturaleza exuberante y variada, pero la compra del castillo, en el que pasó desde entonces gran parte de su tiempo, hizo que fuera en la última etapa de su vida cuando más intensamente se dedicara a esta faceta. Obras como Vista de Het Steen al amanecer (National Gallery de Londres) o El regreso de los campesinos del campo (Galería Palatina del Palacio Pitti, Florencia) muestran el estilo más personal que tienen muchos de sus paisajes tardíos.
Rubens murió de un fallo cardíaco, causado por la gota crónica que padecía, el 30 de mayo de 1640 en Amberes, a los 62 años de edad, y fue enterrado en la Iglesia de Santiago (Sint-Jacobskerk) de la ciudad. En 1642 su viuda hizo colocar sobre la lápida, dentro de un marco de mármol, la obra La Virgen y el Niño rodeados por santos, del propio Rubens, que se cree que es a la vez un retrato familiar: el pintor habría representado a Hélène en la figura de la Magdalena y a sí mismo en la de San Jorge. 

La fiesta de Venus, 1636-1637
Óleo sobre lienzo. 217 cm × 350 cm. Kunsthistorisches Museum de Viena
Es una representación fantástica de la fiesta romana Veneralia celebrada en honor a Venus Verticordia.
Rubens tenía en alta estima a Tiziano e hizo una copia del culto de Venus del maestro veneciano, que permaneció en la colección privada de Rubens hasta su muerte.  El trabajo de Tiziano, a su vez, se basó en las Imaginas del sofista Filóstrato de Lemnos. The Imagines consistía en una serie de descripciones de pinturas antiguas que presumiblemente decoraban una villa del siglo III cerca de Nápoles.  En la descripción titulada Cupidos (Erotes), Philostratus retrata un "enjambre" de cupidos en un jardín fragante recolectando manzanas, besando las manzanas y tirándolas de un lado a otro, participando en el tiro con arco usándose a sí mismos como blancos ya que las flechas son flechas de amor, lucha y persiguiendo una liebre (un símbolo de fertilidad). Mientras los cupidos retozan, las ninfas atienden a una estatua de Venus adornada con un espejo de plata, sandalias doradas y broches dorados.  Tanto Tiziano como Rubens en su copia representan la mayor parte de esta actividad con gran detalle.
El cuarto libro (abril)  de Ovidio 's Fastos también sirvió como inspiración para Rubens' La Fiesta de Venus.  Una parte del poema describe un festival de mujeres celebrado el 1 de abril para honrar tanto a Venus Verticordia como a Fortuna Virilis. Según Ovidio, el festival incluye el lavado y decoración de una estatua de Venus, el baño ritual bajo ramas de mirto y ofrendas de incienso a Fortuna Virilis para que la diosa pueda ocultar las imperfecciones físicas de los ojos de los hombres. La obra, no siempre corroborada por otras fuentes, retrata un relato algo conflictivo del festival que difumina las distinciones entre la clase y el propósito del rito.  Principalmente, el culto tenía la intención de convertir el corazón de una mujer de la lujuria (libidina) a la castidad (pudicitia)  para que pueda retener su "belleza, virtud y buena reputación".  Sin embargo, además de las novias y las madres, Ovidio incluye a "ustedes que no deben usar diademas ni túnicas largas".  Esta es una referencia eufemística a las prostitutas (meretrices) a quienes no se les permitió llevar el peinado y la ropa de una matrona respetable. En cambio, usaban una túnica corta y una toga. A las prostitutas no se les pedía que abrazaran la castidad, por lo que su participación debe haber servido para otros propósitos.
Rubens combinó elementos clave de Imagines y Fasti junto con detalles de su propia invención para crear una enérgica alegoría de la dicha conyugal en la que "la sensualidad voluptuosa se une y realza con la propiedad del matrimonio". 
Una estatua de Venus Verticordia en una pose de púdica es el punto focal de la obra. Está rodeada de asistentes que, a su vez, están rodeados por cupidos, sátiros, ninfas y ménades bailando y retozando. Rubens incluye las tres clases de mujeres de Ovidio en su trabajo. Las matronas bien vestidas se muestran realizando ritos. Uno lava la estatua mientras el otro, en actitud de oración, ofrece incienso desde un trípode en llamas a Fortuna Virilis. El mar de cupidos danzantes se ha separado momentáneamente para permitir que dos novias ansiosas con muñecas como ofrendas se apresuren a la diosa. Las prostitutas también están presentes. Desnudos a excepción de las cortinas ondeando, se encuentran al pie de Venus. Uno agarra un peine mientras sostiene un espejo para que la diosa pueda verse a sí misma.  El templo de Venus se muestra al fondo detrás de una gruta en la que una corriente de agua cae en cascada en una cuenca desbordada. Rubens no representa a ninguno de los celebrantes bañándose ritualmente como lo describe Ovidio, pero la palangana de la gruta alude a esa práctica.
Rubens, como Tiziano, llenó su lienzo con un enjambre de juguetones cupidos. Sin embargo, Rubens aplicó sus propios detalles distintivos a los amoretti. Algunos de ellos se representan como hembras sin alas. El historiador de arte Philipp Fehl ha postulado que la pareja amorosa en primer plano a la derecha acompañada de dos pares de palomas representa a Cupido y Psique, destacando cómo el matrimonio enriquece el amor.  Otro Cupido alado baja una corona de rosas sobre la cabeza de Venus de acuerdo con Ovidio: "Ahora ella le ha regalado flores frescas y rosas recién brotadas". El resto de los cupidos que no bailan recogen las manzanas de Venus como las describe Filostrato, así como gavillas de trigo y racimos de uvas. El trigo y las uvas son atributos de Ceres y Baco respectivamente y los dioses que representan se muestran como estatuas sentadas sobre la gruta. Este detalle se suma a la naturaleza lujuriosa de la representación de Rubens, ya que un conocido adagio inmortalizado en una obra de Terence dice: sine Cerere et Baccho friget Venus (sin comida ni vino, el amor se enfría). 
Las ninfas y sátiros retozando frente a la gruta son una representación bacanal del puro deseo erótico. Rubens usó a su joven esposa Helena Fourment como modelo para la ninfa del extremo izquierdo. Ella está siendo sostenida en alto por un sátiro lascivo mientras ella se agarra lascivamente a sus cuernos y mira fuera del lienzo con una mirada cómplice. 

El rapto de Ganímedes, 1636 - 1638.
Óleo sobre lienzo, 181 x 87,3 cm. Museo del Prado.
El rapto de Ganímedes aparece en las Metamorfosis de Ovidio en el libro X, (155-160:) “(...) El rey de los dioses ardió en otro tiempo de amor por el frigio Ganímedes y se encontró algo que Júpiter prefería ser antes que lo que era. Sin embargo, no se digna transformarse en ave, a no ser la que pueda llevar sus rayos. Sin demora, tras batir el aire con sus falsas alas, raptó al Ilíada, que ahora prepara también las bebidas y sirve el néctar a Júpiter contra la voluntad de Juno”.
Este mito es uno de los raptos representados en la Torre de la Parada que se completarían con otros como el de Europa Proserpina, Hipodamia o Deyanira (actualmente desaparecidos tanto el lienzo como el boceto. La composición del Rapto de Deyanira se conoce gracias a una obra anónima sobre tabla que sigue al original, conservada en el Museo. Formalmente es parecido al de Europa, centrándose en las dos figuras principales, en este caso Júpiter transformado en águila y el propio Ganímedes. Además también recuerda a las figuras aisladas pintadas por Rubens, autor de este lienzo del cual no conservamos boceto en la actualidad. Sin embargo, a diferencia de estos personajes aislados, en este caso lo que vemos es el momento del rapto, por lo que nos muestra una escena concreta.
El formato permite aislar el episodio y centrarse en las dos figuras importantes dando mayor tensión y dramatismo al episodio, como ocurre en muchas de las obras de la serie. El rostro del joven recuerda al de Proserpina en el momento de su rapto, con los ojos enrojecidos y mirando al cielo. La tensión del momento se aprecia en el movimiento del joven frente a la posición del águila, que no le permite movimiento alguno. Para S. Alpers, autora del único estudio completo del encargo de Rubens para la Torre de la Parada hasta la fecha, el joven recuerda a uno de los niños de la escultura del Laoconte. También existe una relación con el dibujo de Miguel Ángel del mismo tema para Tommaso dei Cavalieri, mencionada por algunos autores. No se conserva el boceto original. 

El nacimiento de la Vía Láctea, 1636 - 1638.
Óleo sobre lienzo, 181 x 244 cm. Museo del Prado.
La historia del nacimiento de la Vía Láctea se narra en diversas obras entre las cuales está Ovidio en el primer libro de sus Metamorfosis (168-171). Sin embargo éste relato es bastante somero de tal forma que, en el caso del lienzo pintado por Rubens, la fuente es otra, en concreto el Poeticon Astronomicon de Higinio. Según éste podrían ser dos los niños a los que amamantaban. Juno en el momento de la creación de la Vía Láctea, que se convertiría en el camino de los dioses al Olimpo.
La leche de Juno convertía a quienes la tomaban en inmortal, algo que Júpiter sabía por lo que él mismo habría colocado allí, o bien a Hércules, hijo del dios y de una mortal Alcmena, o a Mercurio, hijo de Júpiter y de la ninfa Maia. En cualquiera de los dos casos Higinio narra como la diosa, enterada del engaño, lanzó al niño lejos y su leche se derramó (en el caso de Hércules fue la fuerza y el ansia del niño lo que hicieron despertar a la diosa). Lo curioso de este lienzo es que él bebe no es arrojado sino que la leche sale disparada, lo cual hace pensar en una posible reinterpretación de la narración por parte del artista.
Este lienzo fue ejecutado enteramente por Rubens el cual introdujo cambios en el lienzo final con respecto al boceto original, conservado hoy en los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica en Bruselas (inv. 4105), lo cual hizo pensar a S. Alpers, autora del único estudio completo del encargo de Rubens para la Torre de la Parada hasta la fecha, en la mano del maestro para esta y otras obras con este tipo de cambios, además del estilo del pintor. Éstos se centran en la posición de las piernas de la diosa y la introducción de la figura de Júpiter como testigo del suceso, a cuyos pies aparece el águila con los rayos en la boca. El hecho de que aparezca Júpiter relaciona aún más el tema con el relato. S. Alpers, cree, siguiendo a Cecil Gould, que el niño es en este caso Mercurio y no Hércules.

El juicio de Paris. Hacia 1638.
Óleo sobre lienzo, 199 x 381 cm. Museo del Prado
El relato mitológico del Juicio de Paris tiene su origen en la boda de Tetis y Peleo, donde Eris, diosa de la discordia, reto a la diosa más bella presente a recoger una manzana de oro que había lanzado entre los presentes. Juno, Minerva y Venus, comenzaron una disputa y Júpiter decidió darle la manzana a Mercurio y que éste se la diera a Paris, que actuaría como juez. El Juicio lo narra el poeta romano Ovidio en su obra Heroidas (XVI, 65-88), donde Paris finalmente escogió a Venus como la vencedora. A cambio, la diosa le dio la mano de Helena de Troya, desencadenando la Guerra de Troya.
El tema del Juicio de Paris fue utilizado por Rubens en varias ocasiones, permitiéndole deleitarse con el ideal de belleza femenino y también considerar las consecuencias del amor y la pasión. Esta versión está basada en un diseño para un aguamanil diseñado por el artista. En el dibujo, la escena es más alargada y con más figuras tanto a la derecha como a la izquierda. En la pintura decidió centrarse más en las tres mujeres desnudas, cuyos cuerpos se construyen mediante lineas sinuosas, creando posturas exageradas. La pintura está aplicada en pinceladas que a menudo no empastan entre ellas, llamando la atención de las mismas de manera individual. Este tipo de pintura es característico de las últimas obras del artista, fruto de su admiración por la técnica veneciana.
La obra fue un encargo personal del rey Felipe IV a Rubens entre 1638-1639, mientras el artista estaba trabajando en diferentes encargos para el monarca. El hermano del rey, el Cardenal-Infante don Fernando de Austria, gobernador de los Países Bajos meridionales en ese momento, estuvo al tanto del encargo como se refleja en la correspondencia mantenida con su hermano. Él consideraba ésta como una de las mejores obras de Rubens, si bien se mostraban reticente ante el hecho de la excesiva sensualidad y desnudez de las tres mujeres. La pintura se envió a Madrid en 1639 y decoró el Palacio del Buen Retiro, lugar para el que fue encargada. Allí aparece inventariada en 1666.
Las tres Gracias. 1630 - 1635.
Óleo sobre tabla de madera de roble, 220,5 x 182 cm. Museo del Prado.
La tradición representativa de las tres gracias se remonta, tanto en la literatura como en las artes plásticas, a la antigüedad griega y romana. Las hijas de Júpiter y de Eurymone, Aglae, Eufrosina y Talía, simbolizan diferentes conceptos desde la antigüedad. Hesíodo las asoció en la Ilíada con la diosa Afrodita, convirtiéndose así en símbolo de la belleza, el amor, la fertilidad y la sexualidad. Pero también se relacionaban con la generosidad y la amistad al recibir y otorgar dones. Rubens las sitúa en un escenario, donde vemos un Cupido sujetando una cornucopia de la que sale agua y una guirnalda de flores, que actúa como telón. Al fondo se observa un paisaje con ciervos. Al centrar las figuras en el primer plano no hay ningún elemento que distraiga de su contemplación y sus cuerpos ocupan prácticamente toda la superficie.
Esta obra, fechada entre 1630-1635, muestra las calidades y cualidades técnicas del Rubens final. La pincelada es suelta, trabajando los detalles a través del color, sobre todo en las carnaciones donde vemos el grado de maestría. La piel de las diosas se contrae y se hunde al contacto de unas con otras, demostrando además un alto grado de conocimiento y deleite en el cuerpo femenino. En contraposición el paisaje del fondo y los ciervos parecen esbozados, a diferencia por ejemplo del detalle de las joyas La luz incide en los cuerpos desnudos para resaltarlos, prescindiendo de un realismo lumínico al dejar pasar la luz a través de los árboles, tanto del primer término como del fondo, mediante pinceladas sueltas.
Rubens, formado en la tradición clásica desde ambos puntos de vista, pinta este tema en al menos doce ocasiones, enmarcados en diferentes contextos. Gran conocedor de los diferentes significados que adquieren estas tres mujeres, nos encontramos ante un canto a la belleza y la sensualidad de las obras que caracterizaron su última etapa, tras haberse casado con la joven Helena Fourment en 1630. Dentro del contexto personal del artista las Tres Gracias encarnan el ideal de sensualidad, vitalidad y alegría que impregna las últimas obras de su carrera. La tabla no fue un encargo, sino una empresa personal, por lo que nos acerca en mayor medida al estado de ánimo del pintor tras su segundo matrimonio. Los rasgos de la diosa de la izquierda se han identificado con una idealización de su propia esposa, enfatizando aún más la vinculación personal con la obra.
La obra entró en la colección real a través de la venta de los bienes del artista tras su muerte en junio de 1640, cuando su familia puso a la venta sus bienes y sus pinturas, acudiendo compradores de toda Europa. Felipe IV tuvo la ocasión perfecta no solo para acrecentar la colección española de pinturas de Rubens sino también para adquirir obras de otros artistas flamencos, como Van Dyck, que el artista atesoraba en su colección. El infante cardenal Don Fernando, hermano del rey y gobernador de Flandes en ese momento, mantuvo una correspondencia con su hermano en la que nos habla de la intención del monarca de adquirir obras en esta almoneda. Así en septiembre de 1640 escribe: "(...) las que tiene Rubens en su casa son muchas y muy buenas, y por no errar y acertar mejor el gusto de V. M. le envio esta memoria de todas, para que me mande lo que fuere servido, que no hay peligro en esperar la respuesta de V.M. porque quieren imprimir esta memoria y enviarla por toda Europa". El ayuda de cámara Francisco de Rojas estuvo al cargo de la compra.
Sin embargo esta obra no figura en la lista realizada en 1645 de las veinticinco pinturas vendidas a Felipe IV. A pesar de ello la obra se documenta ya en 1666 en el Alcázar de Madrid. Aparece con el número 92 del inventario de la venta, "las tres gracias desnudas". Es posible no fuera incluida en la primera lista pero si adquirida en la almoneda. Una vez en Madrid se colocó en la Galería baja que cae sobre el jardín de los Emperadores, una de las estancias de las conocidas como "Bóvedas del Ticiano" o “cuartos bajo de verano", situados bajo el cuarto nuevo de la reina, donde el rey se retiraba en los meses de calor y considerado un lugar apartado e íntimo. 

La Fortuna, 1636 - 1638.
Óleo sobre lienzo, 182,3 x 100,5 cm. Museo del Prado.
La representación de la Fortuna es bastante curiosa dentro del ciclo iconográfico de la Torre de la Parada. Es uno de los lienzos de formato vertical con una sola figura que guarda relación compositiva con otras obras de similares dimensiones, como son Mercurio, Sátiro  y La Razón (el lienzo está desaparecido, pero el boceto se conserva en el Museo Provincial de Bellas Artes de La Coruña (n. 284) que representan personajes aislados, la mayoría de los cuales son de mano de Rubens y otros con colaboración de taller. Este tipo de representaciones dejan fuera la historia relacionada con estos personajes para centrarse en la fuerza de la figura aislada y los múltiples significados que éstas pueden tener. La presencia de estas cuatro pinturas estaría relacionada con todo el ciclo mitológico de la Torre de la Parada.
Su representación no sigue ningún episodio sino más bien una tradición representativa a lo largo de la historia del arte donde aparece con elementos que acreditan su volubilidad, como el timón y la vela, símbolos de lo impredecible del mar y de su poder sobre la naturaleza. Rubens muestra la tela en una posición que recuerda a las velas y la coloca en el mar sobre una esfera, símbolo que también aparecía en el Renacimiento como muestra de su inestabilidad. En cuanto al tratamiento de la figura recuerda al nacimiento de Venus, con una tela recorriéndole el cuerpo.

Vulcano forjando los rayos de Júpiter, 1636 - 1638.
Óleo sobre lienzo, 182,5 x 99,5 cm. Museo del Prado.
Vulcano, dios del fuego para los romanos y heredero del griego Hefesto, fue arrojado al mar por su madre Hera tras su nacimiento y allí fue recogido y criado por Tetis, madre de Aquiles. Rubens conocía con detalle los textos de Homero y de Virgilio, y no hay duda de que se inspiró en ellos al representar al dios Vulcano junto a partes de una armadura. En el libro VIII de la Eneida se describe el momento inmediatamente anterior al de la creación del escudo de Eneas, cuando el taller de Vulcano forjaba un rayo para Júpiter. Esa descripción debió animar a Rubens a pintar el momento en que Vulcano se dispone a golpear un rayo con su martillo, y demuestra la familiaridad del pintor con el poema épico de Virgilio. 

Saturno devorando a un hijo. 1636 - 1638.
Óleo sobre lienzo, 182,5 x 87 cm. Museo del Prado
La historia de Saturno acabando con la vida de sus hijos por temor a que lo destronaran la cuenta Ovidio pero esta vez en los Fastos en el libro IV (197-200:) "(...) Saturno queriendo saber la estabilidad de su Reino, tuvo por respuesta de un Oráculo, que le despojaría de él un hijo suyo. Con este temor dio orden de que se criasen las hijas, que tuviese en su mujer Rea, o Cibeles, y los varones que parian se los comía el mismo. Hallándose Cibeles preñada huyó a la Isla de Creta, en donde de un parto dio a luz a Júpiter y a Juno (...)".
La representación de Saturno como personaje aislado recuerda a otros lienzos de similares dimensiones que muestran personajes aislados la mayoría de los cuales son de mano de Rubens y otros con colaboración de taller. Sin embargo en este caso la figura si aparece inserta en una historia, como sucede con El rapto de Ganimedes o Vulcano forjando los rayos de Júpiter. Al igual que sucede con la obra de Vulcano esta figura muestra una gran fuerza tanto en la postura de su cuerpo como en el rostro, con un dramatismo muy destacado en la figura del niño. La elección del momento más dramático es habitual en las obras de esta serie.
El cardenal-infante Fernando de Austria, en la batalla de Nördlingen, 1634 - 1635. Óleo sobre lienzo, 337,5 x 261 cm. Museo del Prado
El hermano de Felipe IV fue retratado por el artista inmediatamente después de asumir el gobierno de los Países Bajos meridionales, en conmemoración de la relevante victoria que había obtenido sobre el ejército protestante en su viaje desde Milán a Bruselas. El artista ideó una imagen ecuestre a la antigua, donde la serenidad del cardenal contrasta con la agitación del caballo. Los habituales elementos alusivos a la capacidad militar y de gobierno se unen al águila, símbolo de los Habsburgo, y a la alegoría de la Venganza Divina, completando el mensaje victorioso. Probablemente éste sea el retrato que el secretario Real Miguel de Olivares adquirió para el Rey hacia 1645 a los herederos de Rubens. 

Felipe II a caballo. 1629 - 1640.
Óleo sobre lienzo, 251 x 237 cm. Museo del Prado
La imagen del rey en este retrato se basa en un tapiz diseñado por Jan Cornelisz. Vermeyen (ca. 1504-1559) y en un cuadro de Tiziano (1488/90-1576). El diseño de la figura y el caballo repiten el retrato de Carlos V que se incluye en el tapiz La marcha de Rada, perteneciente a la serie La conquista de Túnez, diseñada por Vermeyen entre 1546 y 1554 aproximadamente.
Rubens pudo conocer esta famosa serie de tapices en 1628-29 durante su visita a la corte española, donde se encontraba, o a través de otras réplicas o de estampas. Los únicos cambios que ha hecho Rubens respecto del tapiz de Vermeyen conciernen al rostro del rey y a algunos detalles de su armadura. Rubens ha cambiado a Carlos V por su hijo Felipe II y lo ha hecho basándose en el retrato de este rey en armadura pintado por Tiziano en 1551, del que sabemos que Rubens realizó una copia durante su estancia en Madrid.
No conocemos la razón que llevó al pintor a realizar el cuadro, ni sabemos cuándo ni dónde lo hizo. El rostro de Felipe II es tan similar en su aspecto y proporciones al pintado por Tiziano que Rubens debió de utilizar algún método mecánico para transferirlo al retrato ecuestre. Esto, sin embargo, no demuestra que el cuadro se pintase en la corte española.
Rubens pudo regresar a Amberes con los apuntes necesarios para realizar allí el cuadro. La probabilidad de que así fuese deriva de la existencia de copias de este cuadro que parecen, por su estilo, hechas en Flandes, y de hecho la preparación que se ha encontrado en el lienzo contiene carbonato cálcico, mucho más común en Flandes que en España. La imprecisión con que Rubens pintó la parte de la armadura que cubre los muslos (llamada quijote), que no está en el retrato de Tiziano, también sugiere que el cuadro se pintó lejos de Madrid, donde hubiese tenido acceso a la armadura. El contexto que mejor explica el origen de este cuadro es el de los retratos ecuestres de miembros de la familia real que Felipe IV encargó en las décadas de 1620 y 1630. El rey trasladó del palacio del Pardo al Alcázar el retrato del Emperador Carlos V, a caballo, en Mühlberg de Tiziano y encargó un retrato ecuestre de sí mismo a Velázquez para colgar en la misma sala (desaparecido). A Rubens le encargó otro retrato de sí durante la estancia del pintor en Madrid (desaparecido), retrato que sustituyó al de Velázquez. En la década siguiente encargó a Velázquez y al escultor Pietro Tacca sendos retratos ecuestres de sí mismo, además de retratos de su hijo Baltasar Carlos, de su esposa Isabel de Borbón y de sus padres Felipe III y Margarita de Austria. Además, en la Casa de Campo había una estatua ecuestre de Felipe III, obra de Giambologna y Pietro Tacca (Plaza Mayor de Madrid). La única figura a quien se echa en falta en este grupo de retratos repartidos por los palacios reales durante el reinado de Felipe IV es la de su abuelo Felipe II. La estancia de Rubens en Madrid bien pudo llevar al rey a encargar dicho retrato, aunque el pintor tuviese que acabarlo en Amberes.
Otra posibilidad es que el encargo partiese de Isabel Clara Eugenia, gobernadora de los Países Bajos meridionales e hija de Felipe II, en nombre de su sobrino el rey Felipe IV, para quien Rubens trabajaba como consejero y como pintor.

Demócrito, el filósofo que ríe
1636 - 1638. Óleo sobre lienzo, 180,5 x 66 cm. Museo del Prado
Esta pintura y Heráclito, el filósofo que llora  comparten tema, formato y procedencia, y su contenido es complementario, por lo que pueden ser consideradas pareja. Se citan por vez primera en el inventario de la Torre de la Parada que se levantó tras la muerte, en 1700, de Carlos II, donde aparecen como Dos pinturas iguales [...] la una de Demócrito y la otra de Heráclito, de mano de Rubens. Las expresiones de los personajes garantizan su identificación, pues son prototípicas de ambos. Al filósofo Demócrito se le suele representar riendo, y con mucha frecuencia tiene junto a sí un globo terráqueo, al que acostumbra a señalar, como en este caso. Una fórmula similar utilizó Ribera. Frecuentemente está acompañado por Heráclito, al que se distingue por sus lágrimas. No era la primera vez que Rubens abordó la representación de estos dos filósofos; pues durante su primera visita a España, en 1603, pintó una obra en la que aparecen flanqueando un gran globo terráqueo (Valladolid, Museo Nacional de Escultura).
Son personajes complementarios en la medida en que, a través de la risa y el llanto, ejemplifican dos actitudes contrapuestas ante las cosas, y forman dos caras de una misma moneda. A ambos les une una actitud desengañada frente al mundo, y les separa su reacción ante la misma. El pintor ha subrayado las similitudes y los contrastes. La escala de ambos es parecida, al igual que una indumentaria que evoca los tiempos antiguos, y la manera como están encajados en la superficie pictórica. Pero, a partir de allí, ha procurado diferenciarlos no sólo mediante sus expresiones faciales, sino también a través de su anatomía, su lenguaje corporal y sus vestiduras. Las de Demócrito son brillantes y expansivas, con predominio del rojo, como corresponde a su carácter; mientras que, tanto en este cuadro como en el de 1603, Heráclito viste de oscuro y oculta parte de su cabeza con una capucha fúnebre. Además está muy encogido, como se aprecia por la manera como coloca sus pies, mientras que la actitud de su compañero es mucho más relajada. Igualmente, frente a los rasgos francos y expansivos de la cabeza de Demócrito, los de Heráclito parecen tímidos y recogidos. En esta operación, Rubens se revela una vez más como maestro de la expresión, en cuya descripción no sólo intervienen los rasgos del rostro, sino que participan también muchos otros elementos del cuerpo y de la composición en general. Ambas obras formaban parte del ciclo de más de sesenta pinturas, realizadas aproximadamente entre 1636 y 1638 bajo la dirección de Rubens, con objeto de decorar la Torre de la Parada, en los montes del Pardo. Son las únicas que no reproducen episodios mitológicos, y que representan personajes históricos, lo que subraya su singularidad dentro del conjunto y propician su puesta en relación con Esopo y Menipo de Velázquez. 

Heráclito, el filósofo que llora, 1636 - 1638.
Óleo sobre lienzo, 183 x 64,5 cm. Museo del Prado
No era la primera vez que Rubens abordó la representación de estos dos filósofos; pues durante su primera visita a España, en 1603, pintó una obra en la que aparecen flanqueando un gran globo terráqueo (Valladolid, Museo Nacional de Escultura). Son personajes complementarios en la medida en que, a través de la risa y el llanto, ejemplifican dos actitudes contrapuestas ante las cosas, y forman dos caras de una misma moneda. A ambos les une una actitud desengañada frente al mundo, y les separa su reacción ante la misma. El pintor ha subrayado las similitudes y los contrastes. La escala de ambos es parecida, al igual que una indumentaria que evoca los tiempos antiguos, y la manera como están encajados en la superficie pictórica. Pero, a partir de allí, ha procurado diferenciarlos no sólo mediante sus expresiones faciales, sino también a través de su anatomía, su lenguaje corporal y sus vestiduras. Las de Demócrito son brillantes y expansivas, con predominio del rojo, como corresponde a su carácter; mientras que, tanto en este cuadro como en el de 1603, Heráclito viste de oscuro y oculta parte de su cabeza con una capucha fúnebre. Además está muy encogido, como se aprecia por la manera como coloca sus pies, mientras que la actitud de su compañero es mucho más relajada. Igualmente, frente a los rasgos francos y expansivos de la cabeza de Demócrito, los de Heráclito parecen tímidos y recogidos. En esta operación, Rubens se revela una vez más como maestro de la expresión, en cuya descripción no sólo intervienen los rasgos del rostro, sino que participan también muchos otros elementos del cuerpo y de la composición en general. Ambas obras formaban parte del ciclo de más de sesenta pinturas, realizadas aproximadamente entre 1636 y 1638 bajo la dirección de Rubens, con objeto de decorar la Torre de la Parada, en los montes del Pardo. 
La coronación de santa Catalina, 1631
Óleo sobre lienzo. 265,8 x 214,3 cm. (Toledo Museum of Art, Toledo, Ohio).
Para el altar de Santa Bárbara de la recién construida iglesia de los Agustinos de Malinas Rubens realizó en 1631 (o dos años después, según otras fuentes) este lienzo, por el que recibió 620 florines. En la escena podemos contemplar a santa Catalina de Alejandría en el momento de ser coronada con laurel por el Niño Jesús, aludiendo a la visión que la santa había tenido en el momento de su matrimonio místico con Jesús. Tras la santa observamos a un angelito que sujeta un haz de rayos, simbolizando los rayos divinos que consiguieron romper la rueda en la que la santa sufrió martirio. El lateral izquierdo de la tela está ocupado por santa Apolonia, virgen mártir de Alejandría, sosteniendo entre sus manos las pinzas que aluden a su martirio, ya que le fueron extraídos los dientes. En la derecha se halla santa Margarita de Antioquía, sosteniendo con una cuerda al dragón que la devoró y del que conseguiría liberarse. El centro de la composición está ocupado por la Virgen María, sentada en un trono arquitectónico cubierto de plantas, ya que la escena tiene lugar en un jardín como alusión al Paraíso. En el regazo de la Virgen se sitúa el Niño Jesús. Resulta curioso que Rubens no haya ubicado en la composición a santa Bárbara, patrona del altar al que iba destinado el lienzo. Los especialistas consideran que sería posible la presencia de la santa mediante una escultura, posiblemente diseñada por el propio Rubens. Las santas Catalina y Margarita tienen el rostro de Helene Fourment, la segunda esposa del pintor, lo que será muy habitual en los últimos años como también puede observarse en las Tres Gracias. La composición tiene una estructura absolutamente barroca ya que se organiza a través de diagonales que tienen como centro al Niño. El estatismo de las figuras de las santas se contrapone al dinamismo de los angelitos del cielo, en escorzadas posturas que eran tan del gusto del pintor. Los ricos y brillantes colores empleados por el maestro son herederos de la pintura flamenca pero la atmósfera y el empleo de la iluminación tienen una estrecha relación con la escuela veneciana, especialmente por Tiziano, cuya obra era para Rubens uno de sus principales puntos de referencia. 

Danza de aldeanos,  1635 
Óleo sobre table. 73 cm × 106 cm. Museo del Prado
Rubens es considerado por los críticos como el pintor más representativo del arte barroco del siglo XVII en su versión de pintura flamenca. A su muerte dejó en su casa 319 obras, un verdadero museo de pinturas que el artista guardaba para sí. De todas ellas, 93 eran de artistas flamencos primitivos o romanistas, 10 de Tiziano, 26 de Tintoretto y Veronés, más algunas copias de Tiziano y de otros pintores.
Felipe IV consiguió que los embajadores enviados compraran algunos cuadros en la testamentaría del pintor. Uno de ellos fue éste, Danza de aldeanos. Se pagó por él 800 florines. Se colgó en el comedor de verano de los reyes, en el antiguo Alcázar de Madrid.
El tema del cuadro es costumbrista con mezcla de mitología pues los personajes parece que están sacados de una escena de bacanal del paganismo. Los aldeanos están muy animados por el sol, las canciones y el vino y danzan en corro, cogidos de la mano, en un paisaje del atardecer estival, al son de un músico flautista que les observa subido en un árbol. Las figuras están pintadas en escorzo y van vestidas con luminosos y alegres vestidos lugareños, de vivos colores. La perspectiva aérea hace a los objetos alejados más borrosos. Rubens pintó otro cuadro con este mismo tema, llamado Kermés, (1630-35), que se halla expuesto en el museo del Louvre de París. Rubens pintó este cuadro en los últimos años de su vida, pero demuestra en la obra la misma energía y fuerza de siempre, aunque su rostro (a juzgar por el autorretrato de esos años) no manifestaba ya tal vigor.


Próximo Capítulo: Capítulo 33 - Pintura barroca de Flandes. Segunda Parte  

 

 

 

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