miércoles, 8 de abril de 2020

Capítulo 7 - Goya 1802-1812


Otras pinturas

El conde de Fernán Núñez, 1803. Colección Duques de Fernán Núñez (Madrid)
Es éste, sin duda, uno de los retratos más efectistas y espectaculares de los pintados por Goya. El personaje representado es Carlos Gutiérrez de los Ríos y Sotomayor, nacido en Lisboa el día 3 de enero de 1779, hijo del VI conde de Fernán Núñez, Carlos, y de María de la Esclavitud Sarmiento de Sotomayor. Murió a los 43 años de edad a causa de una caída de caballo, dejando tras de sí una compleja y apasionada biografía, tanto privada como pública.
Muy joven se casó con María Vicenta Solis Vignancourt Lasso de la Vega, duquesa de Montellano. Al parecer este matrimonio fue muy infortunado y sus relaciones bastante difíciles, abandonando el conde a su esposa para irse a ocupar la embajada de Londres. Hijo de embajador y embajador él mismo, desempeñó cargos diplomáticos importantes, en el Congreso de Viena, en París y en Londres. Muy amante del lujo, demostró siempre gran inclinación por la pompa y el boato cortesanos. Su gran habilidad diplomática le granjeó la simpatía y el favor de Fernando VII, que lo convirtió en duque del mismo título, siendo el último conde y el primer duque de Fernán Núñez.
El carácter alegre, simpático y jacarandoso del noble, lo capta Goya pintando uno de sus retratos más logrados, haciendo destacar la elegancia, el estilo y el porte garboso del conde, imprimiéndole también toda la gracia y picardía de un personaje popular. Lo sitúa ante un paisaje abierto de vegetación baja y luminosos celajes, que hacen destacar la rotunda y erguida figura del personaje, que con una postura un tanto napoleónica y desafiante, apoya con fuerza sobre el suelo sus pies casi en ángulo recto. Hay en la concepción de esta pintura un cierto regusto velazqueño, pasado por el hábil tamiz de Goya. La figura, que se recorta ante nosotros con arrogancia, va envuelta en una capa que le confiere un aire garboso y español, lleno de altivez. El pintor deja ver por la amplia abertura de la capa, una pierna fuerte, rotunda y bien modelada, que enfunda en calzón blanco-cremoso y sirve de contrapunto a los tonos negros de botas y capa. Muy hábil la disposición de las manos en gesto de sostener el embozo, del cual surge la camisa y la elegante corbata blanca y sedosa que envuelve su cuello hasta la misma barbilla. La cabeza es altiva y va cubierta con un gran sombrero negro adornado con un leve airón en tono oscuro. Bajo el tocado sobresalen los rizos de la cabellera y las largas patillas que enmarcan el rostro racial y de corte aristocrático del conde, bien dibujado y resuelto con un modelado firme a la par que delicado, en el que juegan papel importante las transparencias y suaves sombreados. Son finas las líneas que dibujan la boca, la nariz y los ojos que, bajo las pobladas cejas, confieren al rostro un cierto encanto y atractivo viril. Toda la figura rezuma gracia, salero y simpatía en la arrogante actitud del caballero, en su prestancia y noble porte. Es un hermoso retrato en el cual Goya no ha escatimado esfuerzo alguno, para representar tanto la prestancia y juventud del conde, que tiene 24 años, como el soberbio paisaje ante el cual lo sitúa. Este retrato forma pareja con el siguiente, que es el retrato de su esposa.

La condesa de Fernán Núñez, 1803. Colección Duques de Fernán Núñez (Madrid)
Pareja del cuadro anterior y no menos espectacular por su brillantez, color y magnífica ejecución. La dama aquí representada es María Vicenta de Salís Vignancourt Lasso de la Vega, duquesa de Montellano y del Arco, hija del V duque de Montellano, teniente general del ejército y casado con la marquesa de Anta. Nació el año 1780, y siendo muy joven se desposó con el conde de Fernán Núñez el año 1798. De ese matrimonio nacieron dos hijas, Casilda, que murió siendo niña, y Francisca, que se casaría con el conde de Cervellón.
Poco feliz fue la duquesa en su matrimonio, ya que su amor fue poco correspondido por su marido, el cual la abandonó por la que fue el gran amor de su vida, Fernanda Fitz-James Stuart. Muy joven enviudó la desdichada duquesa en 1822, y casóse en segundas nupcias con Filiberto José Mahy, con quien no tuvo hijos, siendo su hija Francisca Fernán Núñez la única heredera de todos sus bienes.
Como su marido el conde, ella también ha sido retratada al aire libre, en un paisaje de suave vegetación y cielo velazqueño. Se recorta su figura teniendo como fondo un robusto árbol cuyo tronco inclinado dibuja una diagonal y da profundidad a la pintura. Está la condesa directamente sentada sobre un saliente rocoso del suelo, lo cual hace que su postura no sea muy afortunada y resulte un tanto forzada su actitud, tanto por la colocación de las piernas, como por la disposición casi en ángulo recto de sus pies. Seguramente el pintor quiso imprimir a la figura de la Fernán Núñez una aparente espontaneidad a juzgar por la expresión y la sonrisa de su rostro, un poco irónica. A pesar de su postura, luce la dama un hermoso vestido negro ribeteado de cintas doradas y tornasoladas en rojo. El cuerpo es amarillo ocre con adornos de puntillas de tono más claro y transparente, al igual que las mangas largas que cubren sus brazos. Sobre el pecho, sostenido por gruesa cadena dorada, pende un gran medallón rectangular que nos muestra un retrato masculino de perfil. La cabeza, erguida y altanera, porta un efectista y espectacular tocado rojo y negro con adornos dorados que sostiene una flotante y leve mantilla negra que cubre sus hombros y envuelve su torso, cayendo hasta el mismo saliente sobre el que está sentada la condesa. Delicadas y finas son las líneas que definen su hermoso y juvenil rostro, bien dibujados están los labios, la nariz y los ojos, sus orejas portan sencillos y áureos pendientes. El cabello castaño y lustroso enmarca con sus rizos este bello rostro, modelado con delicados empastes y suaves veladuras rosadas que consiguen nacaradas carnaciones y dan a la piel cálidas y sensuales transparencias. Su mano derecha sostiene con decidida fuerza el abanico y se apoya en su regazo, mientras que la izquierda se esconde tras su cadera en un gesto con cierto empaque desafiante, muy en consonancia con el tono un tanto popular y romántico de sus ropajes.
La gama cromática que Goya utiliza en este retrato y en el anterior del conde su esposo, es brillante y abundan en ella las transparencias y los contrastes; con ella inicia el pintor una nueva manera de manejar el color con brío y soltura, soltura que a partir de ese momento se hace cada vez más clara, demostrando una audacia y una valentía pictórica admirable. Los acres negruzcos, malvas y amarillos, se expanden por el lienzo en agitada movilidad y maestría, consiguiendo efectos más profundos y vibrantes, cada vez mayores. Estamos con este par de magníficos retratos ante la obra de un pintor que se adelanta a su tiempo y nos hace ver claramente unas soluciones plásticas casi impresionistas.

Joaquina Candado, 1802. Real Academia de Bellas Artes San Carlos
Actualmente se identifica a esta mujer con Joaquina Candado Ricarte, dama zaragozana, hija del militar Joaquín Candado y Josefa Ricarte, de probable ascendencia levantina. Sin embargo, algunos estudiosos de la obra de Goya la han venido identificando con otras mujeres como es el caso de Beruete que la identifica con las Majas; el Conde de la Viñaza afirma que podía ser el ama de llaves de Goya a quien retrató durante su corta estancia en Valencia; por su parte Valverde Madrid afirma que Candado es el nombre de la persona que donó el lienzo a la Real Academia de San Carlos y según él, se trata de Doña Leocadia Zorrilla; Glendinning la identifica con Catalina Viola o con la esposa del escultor José Folch, ambas retratadas por Goya y cuyos cuadros se encuentran hoy en paradero desconocido. 
Aparece retratada de cuerpo entero, viste falda negra y corpiño del mismo color. Por encima del corpiño apreciamos una camisa muy fina. Lleva mantilla y unos guantes largos de gamuza amarillos. Su indumentaria, de corte imperio, denota la posición social de esta mujer, noble dama aragonesa. En la mano izquierda empuña un pequeño abanico y calza zapatos de punta en seda. Está sentada sobre un tronco en medio de un paisaje natural, y a sus pies se sitúa un perro blanco de lana, lo que aporta al lienzo un aire aristocrático.
En cuanto a la composición se ha querido comparar este cuadro con el retrato de la Marquesa de Lazán de la colección de la Duquesa de Alba, donde Goya le daba mucha importancia a la cabeza y rostro de la retratada, que, en este caso, nos mira fijamente.

Amalia Bonells de Costa, 1803. Detroit Institute of Arts
Este lienzo perteneció a la colección de don José Costa y doña Amalia Bonells de Costa. Por descendencia pasó al hijo de ambos, José de Costa y Bonells y a doña Antonia Bayo de Costa. También por descendencia quedó en manos de doña Matilde Quesada y Bayo, última condesa de Gondomar. Después pasó por algunas colecciones: Fine Arts Company de Lucerna; colección Count Bedel Jesleberg, Oslo; colección Tietjen de Nueva York. Finalmente fue comprado en 1941 por el museo en el que hoy se encuentra esta obra.
Según Xavier de Salas esta dama es Amalia Bonells de Costa, hija del médico de la duquesa de Alba, Jaime Bonells y madre del niño Pepito Costa y Bonells, también retratado por Goya.
Las radiografías realizadas a este cuadro demuestran que bajo la figura de la dama se esconde otro retrato de mujer con mantilla adornada con una flor. Se ha propuesto que se trata de la misma dama, unos años antes, y que habría encargado a Goya rehacerle su retrato con mantilla negra como señal de luto a la muerte de su padre en 1813.
Se encuentra sentada en una silla sobre fondo neutro. Va ataviada con un vestido negro y mantilla de encaje que le cae sobre los hombros cubriéndole el escote. Cubre sus brazos y manos con unos guantes amarillos casi a tono con el color del fondo y sostiene con los dedos un abanico cerrado. 
El rostro blanquecino mira serio hacia el espectador.
Notamos grandes diferencias entre las acabadas pinceladas del rostro que le confieren un aspecto de porcelana y las rápidas dadas a la mantilla o a los guantes.

Hombre con casaca de color castaño, 1803. Detroit Institute of Arts
Se desconoce la identidad del retratado, quien se encuentra sentado y erguido en un sillón de época vestido con chaqueta de color marrón oscuro con camisa blanca con detalles dorados en las mangas y en los bordes. Llama la atención que las dos manos las esconde por debajo de la casaca ya que según algunos estudiosos de la obra de Goya pintar las manos suponía un incremento considerable en el precio del retrato. 
El personaje, retratado como es costumbre en Goya sobre fondo negro, aparece con el semblante serio, llamando la atención su mirada, profunda y misteriosa. 
La camisa que sobresale por debajo de la chaqueta está realizada con pinceladas rápidas y cortas, técnica habitualmente utilizada por Goya en sus lienzos.

Conde de Teba, 1804. Frick Collection (Nueva York)
Eugenio Guzmán de Palafox y Portocarrero era hijo de los condes de Montijo y hermano de la marquesa de Lazán y de la marquesa de Villafranca, también retratadas por Goya. Destacó en la guerra de la Independencia como un gran patriota luchando contra Napoleón. Fue un hombre culto, nombrado académico de honor y de mérito de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. 
El retratado aparece de medio cuerpo sobre un fondo muy oscuro que sirve para resaltar sobre todo el rostro blanquecino del personaje pues la chaqueta se podría confundir con el fondo si no fuera por los detalles dorados que la decoran. Como ocurre con otros retratos, Goya se afana por destacar las cualidades del retratado, como es en este caso, donde Gudiol señala que aparece reflejado con extrema precisión de matices, tanto en la calidad de la carnación como en los reflejos lumínicos, poseyendo una especie de particular transparencia.

Marquesa de Lazán, 1804. Palacio de Liria (Madrid)
Doña María Gabriela Palafox y Portocarrero (1779 - 1828) fue hija de don Felipe Palafox y Croy y de doña María Francisca de Sales y Portocarrero, condesa de Montijo. Era hermana de la marquesa de Villafranca y del conde de Teba, a quienes también retrató Goya.
La dama, que tenía unos veinticinco años cuando Goya la retrató, se encuentra de pie apoyando su brazo derecho en el sillón que tiene delante en el que se distingue una piel de armiño. El brazo izquierdo lo extiende sobre su cuerpo. Da la sensación de que la figura surge del fondo oscuro de la estancia destacando su elegante vestido de seda blanca, bordado en oro, de manga corta, de corte imperio que acentúa su busto. Por debajo del vestido asoma un pie calzado con chapín blanco a juego con el traje. El cabello negro y rizado cae sobre sus hombros y lo decora con dos sencillas diademas.
De la izquierda un potente foco de luz ilumina el rostro, el escote, los brazos y parte del vestido. 
El rostro de la dama nos transmite un cierto aire distante pero a la vez parece que la retratada posa con naturalidad delante del maestro.

Retrato de Juan de Villanueva, 1805. Real Academia de San Fernando
Villanueva (1739-1811), formado en la Academia junto a su hermano mayor, Diego, es luego pensionado en Roma (1758-1765). A su regreso será académico de mérito (1767), teniente director de Arquitectura (1774), director honorario (1785) y director general (1792-1795). En la Academia, que conserva planos y dibujos suyos, Villanueva es fundamental para superar la crisis de 1792. Como arquitecto de Carlos III construye el mejor edificio de su época, hoy Museo del Prado, el Jardín Botánico y el Observatorio, además de obras importantes en los Sitios Reales. Este magnífico retrato plasma una profunda estima mutua entre Goya y Villanueva, tras 25 años de amistad y trabajos académicos. La mirada vivaz y el rostro expresivo, con las arrugas dibujadas sin un titubeo, parecen hablarnos. El empaque del retrato en uniforme se compagina con el gesto naturalísimo de la mano sosteniendo un plano ante la mesa de trabajo.
Este lienzo, pintado por Goya sobre tabla de madera de álamo, se incluyó en 1885 en Cuadros selectos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, una colección de estampas que pretendía divulgar el conocimiento de las obras más singulares de la institución y, a la vez, fomentar el arte del grabado. Fue grabada por Pascual Alegre según dibujo de Francisco Aznar. La imagen está acompañada de un texto firmado por José Caveda.
El retratado se encuentra sentado sobre fondo neutro delante de una mesa en la que se apoyan planos de sus diferentes proyectos cogiendo uno de ellos con las manos y dando la sensación de que se dirige directamente al espectador para darle una explicación del mismo. Viste el uniforme de académico de la Real Academia de San Fernando que consta de casaca azul oscura y chaleco rojo. Un foco de luz lateral ilumina el rostro del personaje haciendo resaltar sus arrugas y en el que apreciamos una mirada viva, despierta y una media sonrisa en la boca. 
Gudiol advierte que en este lienzo Goya deja las calidades a medio hacer, permitiendo que las pinceladas se reconozcan como tales y sin dar unas superficies fundidas y de calidad táctil plenamente identificada. 

Ignacio Garcini y Queralt, 1804. Metropolitan Museum of Art (Nueva York)
Don Ignacio Garcini y Queralt era brigadier del Cuerpo de Ingenieros cuando Goya le hizo este retrato. Su mujer Josefa Castilla-Portugal también posó para el maestro, formando ambos cuadros pareja.
El personaje aparece retratado de tres cuartos sobre fondo oscuro para obtener una mayor volumetría. Va vestido con uniforme militar en el que se distingue la cruz de la Orden de Santiago en la que ingresó en 1806 por lo que parece ser que fue un añadido posterior. Con la mano izquierda sujeta un sable del que solo vemos la empuñadura mientras que la derecha la esconde tras la chaqueta. Un foco de luz ilumina el rostro de don Ignacio dotado de una gran personalidad.
Los detalles del uniforme están tratados con una gran minuciosidad como son los puños de la chaqueta, los botones, las condecoraciones y el cuello. 
El cabello está realizado a base de leves toques de pincel lo que confirma la habilidad de Goya como pintor de retratos.

Marquesa de Santiago, 1804. Getty Center
Doña María de la Soledad Fernández de los Ríos ostentaba el título de IV Marquesa de Santiago. Se casó con el marqués de San Adrián al que también retrató Goya cinco años antes. 
Aparece la dama retratada al aire libre en medio de un paisaje natural en el que se distinguen al fondo unas montañas y viviendas. Viste traje negro, de manga larga, cubre su cabeza con una mantilla blanca dejando al descubierto parte de su peinado adornado con unas flores, lleva medias de seda y chapines dorados. La mano derecha la apoya en la cintura mientras que con la izquierda sujeta un abanico. El foco de luz procedente de la izquierda impacta en el pecho de la dama e ilumina su rostro, resbalando por la larga mantilla. Su rostro, poco agraciado, parece un tanto ausente y cansado.
Como señala Gudiol, este retrato pertenece a un grupo de género en el que nos parece ver cierta deformación, no sobre la figura, sino sobre la técnica, dando un valor muy marcado a determinados efectos y pormenores para dejar otros como secundarios.

Josefa de Castilla Portugal, 1804. Metropolitan Museum of Art (Nueva York) 
Doña Josefa Castilla-Portugal y van Asbroeck de Garcini (1775 - 1850) era la esposa de Don Ignacio Garcini y Queralt retratado también por Goya el mismo año en un cuadro con el que forma pareja.
La retratada tenía veintinueve años y estaba embarazada cuando Goya la pintó. 
Se encuentra sobre fondo negro para destacar mucho más la figura de la modelo que está sentada sobre un diván de color rojo. Luce vestido blanco de corte imperio con pronunciado escote que resalta su pecho y apoya las manos sobre el vientre a la vez que sujeta un abanico cerrado. Esta posición puede recordar al retrato de la condesa de Chinchón conservado hoy en el Museo Nacional del Prado. La melena suelta, dorada y larga hasta la cintura, es lo que más llama la atención de este retrato. El rostro, sonrosado, parece cansado y ella da la sensación de estar un poco ausente. La pose de los brazos no está muy bien lograda,  Goya no parece que se hubiese tomado excesivo interés en su realización. 
En general el conjunto no se caracteriza por el detallismo ni la precisión como ocurre en otros retratos a pesar de conseguir un resultado magnífico en las calidades de la tela del vestido.

Marqués de San Adrián, 1804. Museo de Navarra
José María de Magallón y Armendáriz, marqués de San Adrián y de Castelfuerte (Tudela, 1763 - Madrid, 1845) era descendiente de una aristocrática familia navarra. 
Se casó con María de la Soledad Fernández de los Ríos, IV marquesa de Santiago, también retratada por Goya. José María fue nombrado miembro de la Real Academia de San Fernando. 
El brazo derecho en jarra y en la mano sujetando una fusta. El codo izquierdo apoyado en la piedra, con un libro en cuyo interior un dedo señala una lectura quizá interrumpida para posar ante el maestro. Hípica y literatura como símbolos del noble ilustrado al que quedaban pocos años para comprobar que todo un mundo se desmoronaba. José María de Magallón y Armendáriz (1763-1845), marqués de San Adrián y de Castelfuerte, pudo contemplar durante varias horas como Goya domaba sus pinceles para retratarle en 1804. No sabemos si pidió que le pintaran con aspecto joven o con la madurez de quien ya había traducido obras del francés y llevaba diez años como académico de la Real de San Fernando. Acababa de pasar los cuarenta años y ya poseía la llave de gentilhombre de cámara con ejercicio, un derecho más para acceder a palacio. Su mirada es de conciencia de nobleza, de cierta nostalgia e indudable despreocupación. ¿Recibió Goya en aquellos años previos a la Guerra de la Independencia la petición de pintar rostros siempre serenos? Como muchos de sus primos, tíos y sobrinos, San Adrián fichó al pintor de cámara para uno de esos retratos donde fondo y personaje componen una imagen de excelencia artística en la que no falta una sublime capacidad de definir psicológicamente a su mecenas. Como en sus retratos del duque de San Carlos o de los Osuna, Goya no se privó de rasgos que definieran al personaje. ¿Escogió el navarro la pose praxitélica?, ¿se la propuso el aragonés? ¿Quién decidió el oscuro sombrero que equilibra la composición en su parte derecha?
Del delicado rostro pocos podrían deducir la peripecia vital del aristócrata. Hijo de un ilustrado que había reflexionado sobre el liberalismo económico y el comercio lanar del norte de España con Francia, a la llegada de José I se integró en la corte. El Rey Intruso le nombró maestro de ceremonias. Poco trabajo hubo en aquellos salones del Palacio Real de Madrid abandonados con prisa en dos ocasiones por el monarca. Al regreso de Fernando VII, dos tazones de exilio (por cierto, en Burdeos). Una breve visita a la capital en 1822, para casar a la hija (por supuesto, con el conde de Sástago). Y en 1827, la recuperación de su cargo de gentilhombre palatino, que ocupó hasta su muerte en 1845. En sus últimos días ya no vivían ni Goya ni Fernando VII. Y aquél retrato permaneció en la familia hasta que, en 1950, la Diputación Foral adquirió el cuadro a sus descendientes y hoy luce en el Museo de Navarra, en Pamplona. Manuela Mena se lo ha traído al Prado para su exposición “Goya en tiempos de Guerra” y luce como pocos para demostrar aquella calma chicha, también en el Arte, que precedió a la tragedia de 1808.

Bartolomé Sureda y Miserol, 1804. National Gallery of Art (Washington DC)
Al igual que su pareja, el retrato de su esposa Teresa de Sureda, procede posiblemente de la colección Pedro Escat de Palma de Mallorca de donde pasó a la familia Sureda de Madrid hasta 1907. En 1941 fue donado al museo por los señores P.H.B. Frelinghuysen, últimos propietarios.
Bartolomé Sureda y Miserol (Palma de Mallorca, 1767 - 1850) viajó a Londres, cuna de los avances industriales, para iniciarse en diversas técnicas como el grabado, fundición, construcción de máquinas, loza...
En 1804, ya en España, Carlos IV lo nombró director general de la Real Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro donde pudo aplicar las técnicas aprendidas en Inglaterra. Después de obtener diferentes puestos en empresas regias se jubiló trasladándose a Mallorca, donde falleció. 
El retratado se encuentra en primer plano de pie, medio inclinado y apoyando el brazo derecho en una mesa y colocando la mano izquierda sobre la cadera. Nos enseña el sombrero de copa en el que destaca el forro de brillante tonalidad rojiza. 
Un foco de luz que entra por el ángulo superior izquierdo del lienzo ilumina el rostro, la camisa y medio cuerpo del retratado dejando el resto en penumbra. Destaca la camisa blanca que aporta luminosidad y alegría al conjunto. 
El fondo neutro hace destacar la voluminosidad de la figura. 
El traje de Sureda está hecho a base de manchas verdes y grisáceas, toques rojizos y blancos. 
Su rostro parece ausente inmerso en sus preocupaciones.

Thérèse Louise de Sureda, 1804. National Gallery of Art (Washington DC)
Thérèse Louise Chapronde Saint Armand era el nombre de soltera de la esposa francesa del técnico mallorquín Bartolomé Sureda también retratado por Goya.
Esta dama de la sociedad burguesa ilustrada, amiga del maestro, se encuentra sentada en un sillón estilo imperio en una postura un tanto forzada, de perfil y mirando directamente al espectador. Viste un traje también de corte imperio, propio de las damas de la alta burguesía de aquella época, de color azul, que contrasta con el vivo amarillo del sillón. De la indumentaria resalta el cuello blanco. El rostro juvenil está tratado con una gran delicadeza donde destacan los grandes ojos y la pequeña boca así como los rizos que le caen por la frente realizados de manera muy simétrica. Como peinado lleva un moño alto en el que sobresale una horquilla que decora su espeso cabello oscuro. La figura de la retratada parece salir del fondo neutro de la estancia en la que predomina la sobriedad.
Gudiol apunta que, desde el punto de vista técnico, Goya se anticipó aquí a los gustos impresionistas y japonizantes, dando relieve al color del mismo modo que se advierte en las obras de Manet y en la producción pictórica de algunos autores franceses del último tercio del siglo XIX.

El marqués de Castrofuerte (Castellfort), 1804–1806. Musée des beaux-arts de Montréal
El retratado, sobre fondo oscuro, se encuentra sentado, elegantemente vestido con una levita abierta que deja al descubierto la camisa blanca hasta el cuello que aporta luminosidad al lienzo. Introduce la mano izquierda en un bolsillo de la camisa mientras que la derecha la esconde por detrás. Según Gudiol, las brillantes pinceladas definen la forma, su calidad sedosa y los reflejos lumínicos que ésta proyecta.
El fondo se confunde con los contornos de la figura envolviéndola en un halo de misterio. La parte de delante es la más iluminada mientras que las sombras van invadiendo al retratado. El rostro destaca por su gran expresividad, por su mirada penetrante y aspecto alegre.
Forma pareja con el retrato de su esposa, la marquesa de Castrofuerte.

La marquesa de Castrofuerte (Castellfort), 1804–1806. Musée des beaux-arts de Montréal

Sobre fondo neutro aparece la figura de esta mujer de tres cuartos vestida con un elegante abrigo decorado a base de originales lunares y una piel de color oscuro que cubre el cuello. Solo vemos un brazo realizado con un pronunciado escorzo. Con la mano sujeta un abanico cerrado. De rostro pálido y mirada melancólica lleva un peinado recogido en un moño alto decorado con un tocado. 
Forma pareja con el retrato de su marido, el marqués de Castrofuerte.
Según Camón este retrato produce una sensación de gran modernidad, casi más cercano al Impresionismo que al Romanticismo.
Desparmet Fitz-Gerald considera a la retratada como una dama desconocida.

Retrato de Isabel Porcel, 1804-1805. National Gallery (Londres)
Doña Isabel Lobo de Porcel era esposa de Antonio Porcel, oficial de la Secretaría de Estado, por lo tanto una dama de la alta burguesía. Aparece sobre fondo verdoso, de medio cuerpo y girando la cabeza hacia la derecha, apoyando una mano sobre el muslo y escondiendo la otra bajo el vestido. En este caso el pintor retrata a la dama como la típica mujer goyesca o maja, ataviada con mantilla de encaje que le cae sobre los hombros y recogida en la cabeza en un bonito tocado. La actitud de doña Isabel es desenfadada y su rostro se caracteriza por unos grandes ojos, labios carnosos y tez sonrosada. El foco de luz acentúa los colores sobre todo el de la mantilla en la que Goya, esta vez, no ha detallado con gran precisión la delicadeza del encaje donde apreciamos unas rápidas pinceladas. 
La radiografía del retrato deja constancia de que bajo esta dama está pintada la figura de un hombre. La superposición de ambos rostros es casi exacta por lo que una de las cejas negras del hombre interfiere en el rostro de la sucesora, a la que deja una sombra oscura a la altura de la barbilla.

Antonio de Porcel, 1806. Destruido en 1953
Antonio Porcel era el marido de Isabel Lobo de Porcel también retratada por Goya.
El personaje se encuentra sentado con una pierna sobre la otra y girado levemente hacia la derecha. Con la mano derecha acaricia el cuello de su perro que levanta la cabeza hacia su amo. Con la mano izquierda sostiene la escopeta. Lleva casaca abierta por donde sobresale la camisa. La figura corpulenta del modelo destaca sobre el fondo oscuro. Se trata de la típica iconografía del retrato de un cazador.
Pertenecía al Jockey Club de Buenos Aires, donde se destruyó en el incendio que sufrió su sede en 1953.

José de Vargas Ponce, 1805. Real Academia de la Historia (Madrid)
Rótulo en la parte inferior: «EL SoR Dn JOSEF DE BARGAS Y PONCE TENIENTE DE / NAVIO DE LA RL ARMADA DIRECTOR DE LA RL ACADEMIA / DE LA HISTORIA ELECTO EN XXX DE NOVIEMBRE DE MDCCCIV».
Óleo sobre lienzo ejecutado por Francisco de Goya y Lucientes y que representa a Don José de Vargas Ponce (1760-1821), marino de profesión, fue Capitán de Fragata de la Real Armada, e ingresó en la Academia de la Historia en 1786. En 1804 fue elegido Director por tres años. Fue luego Censor (1808-1811) y nuevamente Director (1814-1816). Al ausentarse el Director, Marqués de Santa Cruz, en Febrero de 1820, Vargas Ponce presidió la Academia como Decano, hasta su muerte un año después. Su iniciativa y su tesón fueron definitivos en la reorganización interna de la Academia y en la redacción de los nuevos estatutos, aprobados por Carlos IV en 1792. Fue hombre de amplia curiosidad intelectual, escritor brillante, que perteneció también a las Reales Academias de Bellas Artes y a la Real Academia Española.
El retrato fue encargado directamente por la Academia para la serie de sus directores. El propio Vargas pidió que fuese Goya quien lo retratase y en carta a Ceán Bermúdez –que conserva la Academía-, ruega que interceda ante el pintor para que el retrato no sea como una carantoña de munición, sino para que lo haga como él lo hace cuando quiere.
Se le pagaron a Goya dos mil reales de vellón, según recibo que también se conserva, fechado en Enero de 1806. El retrato, sin embargo, estaba concluido ya en la primavera de 1805 cuando Vargas se ausentó de Madrid, para incorporarse a una comisión oficial y escribe desde Pamplona indicando que el cuadro se hallaba en casa de Goya, ya terminado. Consta que se hicieron en varias ocasiones copias del mismo, en 1853 y 1855, para diversos establecimientos de la Marina.
El personaje, retratado sobre fondo neutro, se encuentra sentado, vestido con uniforme de gala de la Armada, ocultando la mano derecha dentro del chaleco y la izquierda tras la espalda. Se trata de un retrato sencillo en el que, a pesar del importante cargo que ostentaba el retratado, Goya lo pinta, según Manuela Mena, con un tono informal y cercano, aunque refleja seguridad en sí mismo.
La chaqueta, con los ribetes y los botones dorados, hace resaltar la luminosidad del retrato y la elegancia del personaje.

Antonio Raimundo Ibáñez, 1805–1808. Museo de Arte de Baltimore
Antonio Raimundo Ibáñez Gastón de Isaba y Llano Valdés, marqués de Sargadelos (Santa Eulalia de Oscos, 1749 - Lugo, 1809), fue un noble e industrial español, conocido por crear la fábrica de cerámica de Sargadelos y otra de hierro. Además introdujo desde Europa innovaciones tecnológicas para sus fábricas.
El título nobiliario de marqués le fue concedido a su muerte y todavía hoy lo conservan sus descendientes. 
Sobre fondo neutro se encuentra la figura de este personaje sentado, de medio perfil apoyando el brazo derecho en una mesa en la que vemos unos papeles y escondiendo la mano izquierda. Va vestido con casaca oscura, chaleco y camisa de cuello alto que le llega hasta la barbilla. Una condecoración le pende de la casaca. Mira de manera desafiante al espectador.

Alegoría de la Industria, 1804-1806. Museo del Prado
Alegoría de la Industria es un tondo pintado por Francisco de Goya hacia 1805 que constituyó uno de los cuatro cuadros de una serie de alegorías relativas al progreso científico y económico. Se idearon para decorar una sala de espera del llamado Palacio de Godoy en Madrid, entonces residencia de Manuel Godoy, el máximo mandatario de España bajo el reinado de Carlos IV. El cuadro, al igual que los otros dos de su serie conservados, se halla desde 1932 en el Museo del Prado, procedente del Ministerio de Marina.


La imagen muestra cómo dos mujeres jóvenes hilan en sus respectivas ruecas en una estancia en semipenumbra iluminada por la luz de un amplio ventanal que se abre a la izquierda desde el punto de vista del espectador. Al fondo, en la oscuridad, se aprecian confusamente algunas cabezas de ancianas, que se han relacionado con las Parcas. La indefinición de estas mujeres no permite saber si son trabajadoras de la estancia fabril o bien representaciones figuradas en un tapiz o lienzo. 
La serie de cuatro tondos fue producto de un encargo de Godoy (1767-1851) hecho con objeto de decorar una sala cuadrada del Palacio del Marqués de Grimaldi, que ocupó durante unos años y que ahora es más conocido como Palacio de Godoy. A esta sala se accedía por una escalinata monumental. Los otros cuadros que completan el conjunto decorativo son las alegorías de la Agricultura, el Comercio y la Ciencia, este último desaparecido. 
Los temas suponen el deseo de Godoy de aparecer como un gobernante reformista e ilustrado, máximo garante del progreso económico y científico de España, en relación con las actividades de las Sociedades Económicas de Amigos del País que proliferaron en esa época. 
Sin embargo este cuadro es un indicador del anquilosado concepto que la España de la época podía tener del desarrollo de la industria, pues la imagen está muy alejada de representar la Revolución industrial que se está produciendo en las regiones más desarrolladas de Europa en esta época, y frente a las cuales, España adolece de un similar progreso económico y científico. La imagen goyesca parte de un modelo del Antiguo Régimen, el del cuadro de Las Hilanderas, de Velázquez, y lejos de aumentar el número de hiladoras para reflejar la producción masiva propia de una industria fabril, la manufactura se hace sin máquinas evolucionadas (dos ruecas que remiten a la producción artesanal) y con pocos trabajadores. El dibujo aparece distorsionado debido a que las obras estaban dispuestas en alto. La técnica de ejecución es de pincelada rápida y firme. 
Además sus ropajes no son propios de la clase obrera. Los grandes escotes, las blusas blancas y sus actitudes melancólicas y distraídas, parecen más propios de las damas de buena posición de la época que de verdaderas empleadas de un taller. La robustez de sus fisonomías no es tampoco la mejor manera de imaginar las condiciones habituales de alimentación y extracción social de los proletarios de la fabricación industrial. Se trata de una representación tradicional y bastante acartonada en la iconografía usual de los oficios gremiales más que de la inminente necesidad de progreso tecnológico que tenía la economía del país y da cuenta de las carencias conceptuales existentes con respecto a lo que debía ser una avanzada industria moderna. 

Alegoría del Comercio, 1804–1806. Museo del Prado
El tondo de esta alegoría, considerada como del Comercio, formó parte de la decoración de la gran escalera monumental del palacio de Manuel Godoy (1767-1851), Príncipe de la Paz y Primer Ministro de Carlos IV (1748-1819). 
Encargada a Goya en los primeros años del siglo XIX, cuando Godoy acometió la restauración del edificio, entre 1801 y 1805, no se conservan los documentos que hayan permitido conocer el año exacto de su creación. Junto a las otras tres grandes composiciones del mismo formato circular, la de la Ciencia, perdida, y las otras dos, de la Agricultura y la Industria, conservadas también en el Museo del Prado, expresaba los ideales de la Ilustración, así como las ideas de progreso de las Sociedades Económicas de Amigos del País, que Godoy favoreció. Goya representó al Comercio bajo la figura de mercaderes orientales, repasando sus cuentas en el interior de su tienda, con sacos y fardos que aluden a su profesión. Al fondo, dos mujeres, una vieja y otra joven leen un libro. En primer plano, la representación de la cigüeña, que se ha considerado aquí como el ibis simbólico del comercio, representa la confianza y lealtad en las relaciones comerciales.

Alegoría de la Agricultura, 1804-1806. Museo del Prado
El tondo de esta alegoría de la Agricultura formó parte de la decoración de la gran escalera monumental del palacio de D. Manuel Godoy (1767-1851), Príncipe de la Paz y Primer Ministro de Carlos IV (1748-1819). Encargada a Goya en los primeros años del siglo XIX, cuando Godoy acometió la restauración del edificio, entre 1801 y 1805, no se conservan documentos que hayan permitido conocer el año exacto de su creación. 
Junto a las otras tres grandes composiciones del mismo formato circular, la de la Ciencia, perdida, y las otras dos, del Comercio (P02546) y de la Industria (P02548), conservadas también en el Museo del Prado, expresaba los ideales de la Ilustración, así como el progreso que favorecían las Sociedades Económicas de Amigos del País, que Godoy apoyó. Goya utilizó aquí la iconografía tradicional de la Agricultura, representada por la diosa clásica Ceres coronada de espigas, como símbolo de fecundidad. Un repinte posterior cubrió, por decoro, el desnudo y abundante pecho que Goya le había dado a la diosa, que sentada en un paisaje tiene a sus pies dos azadones y posiblemente una guadaña, como útiles específicos de los campesinos. Sostiene en la mano izquierda un racimo de uvas y unas espigas, y en la derecha una granada, mientras un campesino arrodillado le ofrece una cesta de flores y frutas, bajo los signos zodiacales de Leo, Libra y Escorpio, que aparecen en el cielo, correspondientes a los meses más ricos de las cosechas, el verano y el otoño. 

Clara de Soria, 1804–1806. Colección Privada (París)
A diferencia de otros retratos infantiles de Goya, tanto éste como su pareja, Niño de la familia Soria, se caracterizan porque el maestro los representó como si fueran adultos, posando como personas mayores, sin ningún elemento ambiental o juguetes que les distraigan.
En este retrato la niña Clara posa atenta ante el pintor. Mira al espectador esbozando una leve sonrisa. Vestida de adulta con un vestido largo sobre fondo neutro sujeta con la mano derecha un libro.

Alberto Foraster, 1804. Hispanic Society of America (Nueva York)
Alberto Foraster y Montaner (1737 - ca.1820) fue nombrado en 1800 oficial-comandante de la Real Escuela de Veterinaria.
El retratado se encuentra de pie sobre fondo neutro, vistiendo uniforme de militar en el que llama la atención la gran solapa de color rojo con ribete dorado. Por debajo de la casaca sobresale la camisa blanca que aporta luminosidad a la composición. En la mano izquierda sostiene un sable y en la derecha sujeta un sombrero que lo apoya en lo que parece una mesa, la cual no se distingue bien debido al mal estado de conservación del lienzo.
En la cabeza, algo desproporcionada con respecto al cuerpo, el pelo está pintado de forma irregular y el rostro, que mira directamente al espectador, nos transmite sensación de cansancio y en el que Goya pintó de manera muy detallada las arrugas de la frente.
Según Gudiol, una radiografía del lienzo reveló que está pintado sobre un retrato de Godoy, como secretario de Estado, ejecutado entre 1792 y 1794 por el pintor portugués José Caetano de Pinho e Silva. Todavía se observa en el ángulo superior derecho una parte del cortinaje del anterior retrato.
Se conoce un estudio de la cabeza para este retrato (colección particular) de dudosa atribución a Goya.

Retrato de Félix de Azara, 1805. Museo Goya - Colección Ibercaja - Museo Camón Aznar (Zaragoza)
Don Félix de Azara (Barbuñales, Huesca, 1746 - 1821) fue naturalista, geógrafo, marino e ingresó muy joven en el cuerpo de ingenieros militares. Participó en la batalla de Argel donde resultó herido y viajó hasta Río de la Plata donde hizo una exhaustiva catalogación de la flora y fauna del lugar publicando los resultados en sendos volúmenes. Era hermano del diplomático José Nicolás de Azara.
Delante de un fondo en el que se distinguen animales disecados referidos a su actividad como naturalista, un cortinaje y una mesa en la que se apoya el bicornio y tres libros que el mismo escribió, se encuentra la figura de don Félix de pie, vestido como militar, con casaca oscura en la que destaca el cuello, las mangas y el forro interior de color rojo. En los pantalones amarillos apoya el sable decorado con detalles dorados. En la mano derecha sujeta un papel con el nombre del personaje, la firma y la fecha de realización de la obra, mientras que la izquierda la apoya en un bastón de mando de acuerdo a su cargo de comandante en jefe. 
El rostro, de una gran expresividad, nos muestra un personaje seguro de si mismo y orgulloso de su profesión.
Resulta interesante observar las diferencias entre las pinceladas un tanto abocetadas de los animales y las minuciosas y detallistas del traje, el rostro y la cabeza.

Leonora Antonia Valdés de Barruso, 1805. Colección Privada
Hasta hace muy poco apenas se conocían noticias biográficas de Leonora Valdés de Barruso, nacida en San Andrés de Linares (Asturias) en 1760. Se casó hacia 1789 con Salvador Anselmo Barruso de Ybarreta, posible comerciante de telas y con quien tuvo a María Vicenta, la pareja de este retrato que ahora contemplamos. Tenía cuarenta y cinco años cuando Goya la retrató. Aparece sentada de una manera rígida y mirando de perfil fijamente al espectador. Va vestida con un traje en tonos rosados de corte imperio con amplio escote que realza todavía más su busto prominente. Las manos sujetan un abanico cerrado como símbolo de que la dama estaba comprometida. Decora su cuello con un collar prácticamente idéntico al que lleva su hija en el retrato pareja de éste como ocurre también con los pendientes. El cabello, recogido en un moño, lo decora con un tocado de flores.
Según Manuela Mena este retrato junto con el de su hija forman una pareja perfectamente equilibrada, aunque el mayor volumen y altura de la madre parece imponerse sobre la joven.


María Vicenta Barruso Valdés, 1805. Colección Privada
Según los estudios de Manuela Mena, tanto este retrato como el de su madre, Leonora Antonia Valdés de Barruso, con el que forma pareja, no expuestos nunca hasta el año 2008 en España, se pueden considerar como los primeros retratos de mujeres de la burguesía.
Hasta hace muy poco apenas se conocían noticias biográficas de María Vicenta Barruso Valdés (1790 - 1809). Hoy sabemos que era hija de Leonora Antonia Valdés de Barruso y de un comerciante de telas relacionado con las Reales Fábricas de Seda, Oro y Plata de Talavera de la Reina (Toledo) y que fue pintada por Goya cuando tenía quince años.
La figura, que se encuentra retratada sobre fondo neutro, aparece sentada en un amplio butacón de época tapizado con una tela floreada en tonos rojizos que contrasta con el color amarillo del vestido de gasa de corte imperio y decorado con margaritas que hacen juego con las que decoran su cabeza cuyo cabello se encuentra recogido en un moño alto. Decora sus orejas con pendientes de perlas negras y en el cuello lleva un original collar de azabache de dos vueltas al igual que el de su madre. En el brazo derecho vemos un brazalete y un anillo en el dedo meñique quizá haciendo alusión a su próxima boda con su primo Francisco Javier Valdés Andayo. Sostiene con sus manos un perro blanco pintado con rápidas pinceladas.
El rostro joven de esta dama que mira hacia el espectador con grandes ojos tiene semblante serio a la vez que parece que estuviera cómoda a la hora de ser retratada por el gran maestro.
Este retrato y el de su pareja se caracterizan por la viveza de los colores y de la luz utilizada para dotar de luminosidad a la composición.

Francisco Javier Goya y Bayeu, 1805. Colección Privada
Javier Goya era hijo del pintor de Fuendetodos y su mujer Josefa Bayeu. Goya lo retrató también en uno de los medallones que forman parte del conjunto que el maestro realizó con motivo de la boda de su hijo y Gumersinda en los que aparece toda la familia Goicoechea.
Sobre fondo neutro se sitúa la esbelta figura del modelo vestido a la moda inglesa con pantalones oscuros, levita abierta que deja ver la camisa blanca de encaje y cuello alto que otorga luminosidad al conjunto caracterizado por una sinfonía de grises y blancos.
Con la mano izquierda sostiene un bastón y un sombrero negro mientras que la derecha la introduce por debajo de la camisa. Se trata de un personaje con cabello abundante y rostro serio. El perro blanco que se encuentra a sus pies seguramente es el mismo que aparece en el retrato de su mujer, Gumersinda Goicoechea, con el que forma pareja.
Seguramente ambos retratos fueron realizados con motivo de su enlace matrimonial.

Gumersinda Goicoechea, 1805. Colección Privada
Gumersinda Goicoechea era la mujer de Javier Goya, hijo del maestro de Fuendetodos.
En este caso, Gumersinda aparece de cuerpo entero, de pie sobre fondo oscuro para destacar la figura.
Viste un traje largo y cubre su cabeza con una mantilla de encaje transparente que le llega casi hasta los pies. Con la mano izquierda sujeta un guante que le pende a lo largo del cuerpo mientras que en la derecha lleva puesto el guante y recoge el brazo a la altura del pecho en cuya mano sostiene un abanico cerrado.
A sus pies un pequeño perro blanco se apoya sobre las dos patas delanteras en la falda de la modelo. Calza chapines de color gris perla.

MINIATURAS SOBRE MARFIL
1805. Goya casa a su hijo Javier con Gumersinda Goicoechea.
Realiza una serie de miniaturas, de unos 7-8 cm, reflejando la efigie de su hijo, la de su futura nuera, así como la de los padres de ésta y sus hermanas, bastante jóvenes, algo que aprovecha para ponerlas de perfil.
Se trata de miniaturas al uso del XIX. Llevan trajes de talle imperio. A veces se ha hablado del atrevimiento de Goya al representar a las mujeres de la familia, que son aristócratas, con el pecho descubierto, pero la verdad es que sigue la moda de la época, no tiene otro sentido; los vestidos de talle imperio dejan bastante pecho al descubierto. Él y su mujer no están.

Francisco Javier Goya y Bayeu, 1805. Museo de Zaragoza
Goya realizó siete retratos en miniatura sobre planchas de cobre en formato circular con motivo de la boda, el cinco de julio de 1805, de su hijo Francisco Javier con Gumersinda Goicoechea. Además de este retrato de su hijo realizó los de los padres de la novia, la novia y las tres hermanas de ésta.
Es la primera vez, que se sepa, en la que Goya utilizó la técnica empleada, partiendo de una fina lámina de cobre cubierta de una gruesa capa de imprimación rojiza sobre la que daba unas precisas y finas pinceladas para la realización del retrato aplicando las mismas técnicas que utilizaba en sus pinturas sobre lienzo.
Javier Goya, nacido en 1784, fue el único que sobrevivió de los siete hijos que tuvieron el pintor y su mujer Josefa Bayeu. No se le conoce actividad profesional alguna y, aunque parece ser que quiso dedicarse a la pintura, no hay testimonio de ninguna obra realizada por él, lo que a la larga provocaría el desencanto de su padre.
Todos los medallones se caracterizan por la profunda captación psicológica del personaje. En este caso, Javier Goya aparece retratado de busto, con la cabeza levemente girada hacia la izquierda, vestido con levita abotonada y el cuello levantado por donde asoma la camisa blanca que le cubre hasta la barbilla. El cabello peinado hacia delante se confunde con el tono oscuro del fondo. De rostro juvenil, Javier tenía diecisiete años cuando Goya le retrató, y manifiesta un gesto melancólico y de enfado a la vez.
Según Manuela Mena, este retrato de su hijo es el único del conjunto en que la figura se empequeñece con relación al espacio, y en cuya mirada y gesto se advierte la debilidad de su carácter.

Gumersinda Goicoechea, 1805. Museo de Zaragoza
Gumersinda Goicoechea era la esposa de Javier Goya, hijo del pintor. El matrimonio, sin ocupación profesional conocida, generó grandes preocupaciones a Goya quien, gracias a sus contactos, les procuró diversas rentas anuales para su manutención. Unos años después de su boda nació el primer y único nieto de Goya, Mariano. En este pequeño retrato Gumersinda, ataviada con un sombrero de mimbre decorado con un lazo rosa y con un vestido con ligero escote, mira directamente al espectador sin demasiada alegría, con mirada distante. De nuevo Goya supo captar magistralmente la psicología de los personajes que retrataba.
Técnicamente Goya utilizó la propia imprimación rojiza para crear sombras que aumentan el volumen de la figura a la altura del cuello.

Juana Galarza de Goicoechea, 1805. Museo del Prado
Juana Galarza, casada con Martín Miguel de Goicoechea, comerciante de telas, fue madre de cuatro hijas, entre ellas Gumersinda, que se casó con Javier Goya. Todas fueron también retratadas por Goya al igual que su marido y su yerno. Aparece vestida con un elegante vestido de encaje blanco a juego con la cofia y adorna el cuello con un collar de oro de varias vueltas reflejando su elevado estatus económico pues pertenecían a una acomodada familia burguesa.
El rostro, que se recorta sobre un fondo neutro para conseguir mayor volumen, mira hacia el espectador con semblante serio.
Las rápidas pinceladas se dejan notar sobre todo en la cofia, de excelente factura. Los toques de pincel, según Manuela Mena, son ligeros y sueltos, aunque precisos, y sin detenerse mucho en lo anecdótico.

Manuela Goicoechea y Galarza, 1805. Museo del Prado
Manuela Goicoechea (1785 - 1858) contaba con veinte años de edad cuando Goya realizó este retrato. Llama la atención el sombrero blanco a juego con el vestido de gasa blanco con un original cuello realizado a base de rápidas pinceladas hechas con una gran precisión. Destaca el color blanco de la indumentaria sobre el fondo oscuro tan característico en los retratos de Goya. Se encuentra de perfil y su rostro destaca por su dulzura y candidez.
Según Francisco Calvo Serraller la belleza de su rostro queda de manifiesto sobre todo en la delicada nariz, en cuya punta aplica Goya un toque blanco para sugerir los reflejos de luz en su cara.

Martín Mariano Goicoechea, 1805. Norton Simon Museum (Pasadena)
Martín Mariano de Goicoechea era el padre de la novia. Aparece retratado vistiendo levita de color marrón por debajo de la cual sobresale la camisa blanca que le cubre hasta el cuello disimulando así su grosor.
Sobre un fondo neutro, pero no tan oscuro como el del resto de los medallones, destaca la cabeza grande y rostro ancho de este personaje que enfoca su mirada hacia la derecha.
Las empastadas pinceladas de la corbata contrastan con las delicadas y planas del rostro.
La sensibilidad que muestra el personaje deja constancia de la familiaridad de Goya con el modelo.

Gerónima Goicoechea, 1805. Museum of Art - Rhode Island of Design, Providence, Estados Unidos
Gerónima Goicoechea era la hija mediana de Martín Miguel Goicoechea y Juana Galarza. Aparece retratada de tres cuartos girándose levemente hacia la derecha. Va tocada con un sombrero de tela brillante en tonos dorados y atado al cuello con un lazo blanco realizado con rápidas pinceladas. Viste un traje blanco con gran escote que realza su busto.
Francisco Calvo Serraller apunta que Goya muchas veces no rellena con pintura los intersticios de las ondulaciones dejadas por la pincelada más gruesa de la preparación, efecto que sirve para sugerir la tersura de los encajes del escote de la modelo o para aumentar la sensación de corporeidad del cuello de la mujer.

Cesárea Goicoechea, 1805. Museum of Art - Rhode Island of Design, Providence, Estados Unidos
Cesárea Goicoechea era la hija pequeña de Martín Miguel Goicoechea y Juana Galarza, también retratados por Goya, y contaba con doce años cuando Goya le retrató. Va tocada, al igual que sus hermanas, con sombrero de encaje a la moda francesa con lazos amarillos y vestido azul de gasa con ligero escote.
El rostro, de perfil, nos muestra cierta alegría a diferencia de los rostros de sus hermanas mucho más tristes y melancólicas. 

Pedro Mocarte, 1805–1806. Hispanic Society of America (Nueva York)
Pedro Mocarte, (1740 -1807) fue cantante de la catedral de Toledo.
Se encuentra retratado de medio cuerpo sobre fondo neutro, vestido con chaqueta de cuello alto, chaleco que no llega a cerrarse y camisa blanca. El rostro con mirada cansada tiene un aire melancólico.
Es curioso apreciar las grandes diferencias entre las pinceladas aplicadas al atuendo, mucho más rápidas, y las realizadas en el rostro y la cabeza, donde parece que Goya se tomó más tiempo.
Según Gudiol, la captación psicológica del personaje no puede ser más intensa y profunda.

Manuel García de la Prada, 1805–1808. Des Moines Art Center (Des Moines)
Manuel García de la Prada (1776 - 1839), fue caballero de la Orden de Carlos III, Alcalde Corregidor de Madrid y comisario ordenador de los Reales Ejércitos. Era un gran amigo de Goya y poseía cinco pinturas del maestro, Escena de Inquisición, Procesión de disciplinante, Casa de locos, Corrida de toros y Entierro de la sardina, que a su muerte pasaron a integrar la colección de la Academia de San Fernando que le había nombrado académico en 1812.
Manuel García aparece retratado por Goya de cuerpo entero, de pie y de frente con un cierto aspecto dandy. Cruza las piernas apoyando la mano izquierda sobre una silla mientras que con la derecha acaricia un perro que se encuentra encima de una mesa. Viste a la moda del imperio francés con camisa blanca de encaje y cuello alto, levita azul atada con botones dorados, pantalones amarillos y medias blancas. La cabellera oscura es abundante destacando las patillas a la moda de la época. El fondo oscuro sirve para resaltar la figura del personaje y los colores vivos de la indumentaria llaman la atención del espectador.
Gudiol señala que este retrato pertenece a esa serie de retratos pintados a comienzos del siglo XIX, mucho más académicos que los pintados en la década de 1780.

Tadeo Bravo de Rivero, 1806. Brooklyn Museum (Nueva York)
Don Tadeo Bravo de Rivero (1754 - 1820) fue un prestigioso abogado peruano que se trasladó a Madrid entrando en contacto con personas próximas a Goya y con el propio maestro con el que mantuvo siempre una profunda amistad. Del lado de José Bonaparte llegó a ser regidor de Madrid en 1809. En ese mismo año encargó a Goya el lienzo conocido con el nombre de Alegoría de la villa de Madrid.
El personaje aparece en esta imagen vestido de uniforme con casaca roja y ribetes plateados en el cuello y las mangas, pantalones grises y botas de montar a caballo con espuelas. Con la mano izquierda sujeta el tricornio y con la derecha la fusta. A sus pies un perro parece mirar a su dueño. El modelo se sitúa al aire libre, en un escenario que puede recordar a lienzos de Velázquez, pintor al que Goya admiraba. Destaca el rostro del modelo que mira hacia el espectador con gesto serio. Llama la atención la diferencia entre las pinceladas rápidas y sueltas del perro y el paisaje y las del modelo, sobre todo las de la casaca, mucho más compactas y definidas.

LA SERIE DEL MARQUÉS DE LA ROMANA
Relacionado con las brujas. La única serie de Goya vendida en vida a un personaje fuera de sus mecenas habituales.
Es de 1798. Cuando el marqués muere en 1811, en una batalla en Portugal, se hace un inventario en el que sale que poseía los cuadros.
La serie de gabinete que Goya está creando alcanzaría la fama suficiente para que otras familias le pidan algo similar.
Es una serie de horrores.
Hay tres de formato rectangular, que son más grandes y las demás de formato vertical. Esto plantea si había una determinada colocación de los cuadros.

Hospital de apestados, 1808-1810. Colección Marqués de la Romana, Madrid, España
La serie completa de once cuadros fue adquirida a Goya por el coleccionista mallorquín don Juan de Salas, padre de Dionisia Salas y Boxadors, que estaba casada con Pedro Caro y Sureda (Palma de Mallorca, 1761- Cartaxo, Portugal, 1811), III marqués de La Romana.
Por sus medidas y por el uso de una preparación anaranjada en el lienzo, esta obra se puede vincular con Cueva de gitanos y Fusilamiento en un campo militar.
En la habitación de un hospital guarecida por amplias arcuaciones, se desarrolla esta escena en la que un grupo de personas sufren los estragos de una epidemia.
La luz dorada ilumina el espacio y descubre una situación angustiosa en la que algunos enfermos intentan socorrer a los que están más graves, incluso moribundos, dándoles de beber medicinas. Lo hacen a pesar del ambiente pestilente que, en algunos casos, les obliga a taparse la nariz con los dedos. Esta actitud es la misma que la de la figura que está en pie y atraviesa un macabro paisaje de cadáveres en el grabado nº 62 Las camas de la muerte de Los desastres de la guerra.
Las figuras están pintadas con finas y rápidas pinceladas y los rostros se abordan superficialmente adquiriendo, en muchos casos, un aspecto fantasmagórico que preconiza la muerte. El clima descrito por Goya en este cuadro tiene mucho que ver con dos de las obras realizadas durante su estancia en Cádiz, Corral de locos e Interior de una prisión.
Esta obra se puede relacionar con algunas estampas de la serie Los desastres de la Guerra, sobre todo las que van desde la número 48 a la 64. En estos grabados Goya ha captado escenas de solidaridad entre los que padecen las consecuencias de la guerra como el hambre o la enfermedad. Refleja en los rostros demacrados y cadavéricos el sufrimiento popular y lo hace trazando un panorama que deja poco espacio a la esperanza, tal y como hace en Hospital de apestados.
La fragilidad física de muchos personajes del cuadro se puede ver también en la figura del resucitado en El milagro de san Antonio de Padua en San Antonio de la Florida (1798, Madrid).

Cueva de gitanos, 1808-1810. Colección Marqués de la Romana, Madrid, España
Por sus medidas y por el uso de una preparación anaranjada en el lienzo, esta obra se puede vincular con Hospital de apestados y Fusilamiento en un campo militar.
En este cuadro un grupo de personas se resguarda y conversa cobijado en una cueva en la que han encendido un fuego para calentarse. A la izquierda de la composición unos asnos descansan y se relacionan con las tijeras de esquilar y con las tenazas para quitar herraduras que aluden al oficio de estos hombres que podría ser tratantes de ganado. Por el ropaje que llevan, parecen gitanos mientras que ellas, bien vestidas aunque de manera un tanto extravagante, podrían ser prostitutas que les acompañan.
Goya ha pintado en este cuadro dos focos de luz que iluminan la mitad inferior del lienzo. El primero de ellos es la luz natural que entra por la boca de la cueva. El segundo foco de iluminación es el fuego, tan tenue que parece estar apagándose, y que está situado en la parte más profunda de la cueva.
Goya ha construido las figuras mediante ligeras pinceladas que describen los ropajes coloridos de las mujeres. La oscuridad de la roca contrasta con el empaste blanco de las pinceladas gruesas dadas para la realización de la luz.

Bandido desnudando a una mujer, 1808-1812. Colección Marqués de la Romana, Madrid, España
Tres de los ocho cuadros de la serie se pueden relacionar entre sí: Bandido desnudando a una mujer, Bandido asesinando a una mujer y Bandidos fusilando a sus prisioneros.
Tras el asesinato de los hombres en Bandidos fusilando a sus prisioneros, las mujeres del mismo grupo han sido trasladadas por los bandidos a un cueva en la que presenciamos una terrible escena. En el centro de la composición, una mujer está siendo despojada de sus ropas por un viejo, mientras que ella gira la cabeza y se tapa la cara con la mano como no queriendo ver lo que está a punto de suceder. En el lado izquierdo del lienzo, un hombre más joven, está violando a la otra mujer que se encuentra totalmente desnuda. Ambos están tumbados en el suelo y el joven mira a su próxima víctima con una expresión burlesca. A la entrada de la cueva un hombre vigila.
La luz, que entra por la cueva, ha sido realizada con gruesas pinceladas. Las diferentes gradaciones de colores terrosos y grises junto con algún toque rojizo dan forma a esta composición, que según Gudiol, es una de las más refinadas de la serie, técnicamente hablando.

Bandido asesinando a una mujer, 1806-1808, Colección Marqués de la Romana, Madrid, España
Esta obra pertenece al conjunto de once cuadros, de los que sólo se conservan ocho desde mediados del siglo XIX.
Tres de los ocho cuadros de la serie se pueden relacionar entre sí: Bandido desnudando a una mujer, Bandido asesinando a una mujer y Bandidos fusilando a sus prisioneros.
En esta terrible escena, que se desarrolla en un paisaje rocoso, observamos como una de los bandidos que asalta el coche en la obra Bandidos fusilando a sus prisioneros, está a punto de dar muerte con un cuchillo a una mujer a la que tiene agarrada por la espalda y que ya se encuentra herida pues observamos un reguero de sangre a su lado.
La luz está realizada con pinceladas muy gruesas de colores grises y blancos, mientras que las dadas a las figuras son mucho más finas y delicadas.
Según Mena y Wilson, las finas pinceladas negras revelan los contornos de las figuras en la sombra y resaltan sobre todo el estómago y el vientre del hombre, recordando las sombras del dibujo relacionado con uno de los más violentos Caprichos, llamado, Que se la llevaron!.

Dos de los cuadros se han puesto en relación con un crimen pasional. Una mujer esperaba en su casa a un amante que llegaba vestido de fraile. El marido lo matará e irá a la cárcel.
También un fusilamiento de un prisionero. Una mujer con las manos hacia arriba y dos figuras con dos trabucos apuntando al fusilado, que tiene los ojos tapados. Hay otros cuadros con un tipo de escena parecida. Algunos lo han relacionado con la Guerra de Independencia, pero a la muerte del marqués de la Romana, éste ya lo tiene en su casa en 1811 algunos creen que lo pudo realizar en la Guerra de Independencia.

Bandidos fusilando a sus prisioneros, 1808-1812. Colección Marqués de la Romana, Madrid, España
Esta obra se puede relacionar con otros dos cuadros de la serie del marqués de la Romana: Bandido desnudando a una mujer y Bandido asesinando a una mujer.
Un grupo de bandidos asesina a unos hombres a los que han asaltado en un camino. En medio de una gran confusión, una mujer vestida elegantemente, levanta los brazos pidiendo clemencia mientras que a la derecha de la composición un hombre con los ojos vendados vestido con una camisa blanca espera el disparo de otro que encañona un arma. El resto de los asaltantes con pistolas amenazan a un hombre tumbado en el suelo.
Goya ha pintado esta obra empleando capas de color finas y líquidas, como aguadas transparentes, con pequeños toques de empastes y contornos dibujados en negro. Esta manera de trabajar puede relacionarse con la forma en que lo hizo en los dibujos del Álbum de Madrid o Álbum B realizado entre 1796 y 1797.
Existe una réplica de este cuadro que perteneció a Eissier en Viena y que fue expuesta en esta ciudad en 1908 como proveniente de la colección de la Romana de Madrid.
Goya ha captado en esta obra el tema del bandidaje, una circunstancia con la que debían convivir frecuentemente todos aquellos que viajaban. Se trata de una cuestión abordada también en Asalto a una diligencia, en Asalto de bandidos y en la serie de La captura del bandido Maragato. Si bien que en estos lienzos el aragonés afronta el tema con realismo, lo hace de una forma aún más descarnada y veraz en Bandidos fusilando a sus prisioneros.
Todos los cuadros plasman calamidades que pasan las personas. Mucho que ver con el tema de la brujería.
Esta serie, junto con otras obras, ha llevado a presentar a un Goya amante de temas crueles. Es en el Romanticismo donde surge esta idea. Sin embargo, en la Guerra de Independencia se mostrará como un hombre que rechaza la violencia. Surge, por tanto, la idea de denuncia en estas obras de las situaciones sufridas por las gentes.

Fusilamiento en un campo militar, 1808-1810. Colección Marqués de la Romana, Madrid, España
Por sus medidas y por el uso de una preparación anaranjada en el lienzo, esta obra se puede vincular con Cueva de gitanos e Hospital de apestados.
Esta escena tiene lugar de noche en un campamento militar. A la izquierda se sitúa una tienda de campaña roja engalanada con estandartes y banderas. En el suelo hay cadáveres de militares vestidos con casacas azules con bocamangas rojas y blancas y pantalones de color ocre que señalan su pertenencia a uno de los regimientos españoles de la Guerra de la Independencia. Hacia ellos corre un grupo de civiles, gente del pueblo modestamente vestida. Dos de ellos transportan a un herido y algo atrás una mujer vestida de amarillo, que se convierte en el centro de la composición, se aferra a su hijo desnudo. Ésta vuelve la cabeza con una expresión de horror hacia un pelotón que dispara. En este caso se trata de soldados de un ejército extranjero, probablemente pertenecientes a los contingentes napoleónicos.
La única fuente de luz en el cuadro proviene de los fogonazos de los disparos, lo que incrementa el dramatismo de la escena. Probablemente este grupo de civiles buscó refugió en un campamento español que fue sorprendido por el ejército galo, que tampoco tuvo piedad con ellos.
De la misma manera que sucede en El tres de mayo los verdugos no muestran su cara y se disponen de espaldas al espectador. Se trata de un recurso empleado también en algunos de los grabados de Los desastres de la guerra (nº 2, Con razón o sin ella, nº 32, Por que?).
Asimismo, la mujer que trata de proteger a su hijo ha de ser relacionada con otro de los grabados de esta misma serie, el nº 44 titulado Yo lo vi.

LA SERIE DEL BANDIDO MARAGATO
Goya hizo una serie de pinturas de gabinete (antes de 1808), serie del bandido maragato.
Son cuadritos de apenas 60cm, donde se narra una historia real que Goya debió conocer a través de los pliegues de cordel, grabados populares narrados por los ciegos.
Se trata de la historia de un bandido que entró en una venta y cogió una serie de rehenes. Cuando esto ocurre, Fray Pedro de Valdivia, tenía intención de entrar a la venta. La gente le explica lo ocurrido y él decide entrar a convencer al bandido de que suelte a las personas que tiene retenidas.
El bandido le pide al fraile unos zapatos que llevaba, y éste, aprovechando un descuido del primero, intenta arrebatarle el fusil le da con la culata y consigue liberar a los rehenes y reducir al bandido (le dispara y le ata).

·       El Maragato amenaza con el fusil a Fray Pedro de Zaldivia
·       Fray Pedro desvía el fusil del Maragato
·       Fray Pedro lucha con el Maragato para desarmarlo
·       Fray Pedro golpea al Maragato con el fusil
·       Fray Pedro dispara contra el Maragato
·       Fray Pedro ata al Maragato

El “Maragato” amenaza con un fusil a fray Pedro de Zaldivia, 1806-1807. The Art Institute of Chicago, Chicago, Estados Unidos
La historia del temido Pedro Piñero, más conocido como el "Maragato", llamó la atención de muchos cuando el fraile Pedro de Zaldivia consiguió zafarse de la amenaza y capturarle, el 10 de junio de 1806. El bandido había sido condenado a muerte por sus delitos, aunque su castigo se había sustituido por el de realizar trabajos forzados en el arsenal de Cartagena, donde fue enviado en 1804. Consiguió escapar y llegó hasta el oeste de Toledo, haciéndose con armas y cometiendo más robos en el camino. El día de su captura llegó a una casa de El Verdugal, en Oropesa, donde fray Pedro redujo al fugitivo, que fue enviado a Madrid y ejecutado el 18 de agosto, siendo ahorcado y descuartizado. La hazaña del religioso se divulgó en poemas y estampas populares. Goya también participó con su ciclo de seis pinturas sobre tabla, concebido a modo de predela de retablo y en ocasiones comparado con los cinematográficos "storyboard".
Este conjunto de imágenes refleja un cambio en la visión que Goya tenía del mundo y la sociedad, alejándose de la elegancia de sus anteriores petimetres y de la picaresca de los majos. El realismo popular está ya presente en el trabajo de Goya, incluso antes de la invasión napoleónica. El ciclo del "Maragato" y fray Pedro de Zaldivia representan la cara más brutal del pueblo, previa a las obras directamente vinculadas con la Guerra de la Independencia.
Para seguir cada detalle de lo acontecido esa mañana de junio es imprescindible contar con el folletín publicado en Madrid un mes más tarde. Goya se basó en él para componer sus escenas, si bien se advierten numerosos arrepentimientos que sugieren una ejecución de las obras no premeditada e incluso experimental. El escenario de cada una es distinto, de factura abocetada, ya que el artista lo adaptaba a las figuras de los dos protagonistas, de dibujo preciso y llenas de energía y espontaneidad. El resultado es una serie de imágenes con mucho carácter popular y toques de humor intercalados con grandes momentos y gestos propios de la pintura de historia.
En esta primera imagen de la historia se representa el encuentro entre el bandido y el monje, cuando aquél ha encerrado a los habitantes de la casa en una habitación y se ha hecho con el caballo del sobre-guarda. "Maragato" amenaza con su escopeta al fraile para después encerrarlo con el resto en la habitación. Al fondo se ve la puerta de ese cuarto, por la que asoman los cautivos.

Fray Pedro de Zaldivia desvía el arma del “Maragato”, 1806-1807. The Art Institute of Chicago, Chicago, Estados Unidos
Sobre la historia del bandido y la consideración artística de la serie completa ver El "Maragato" amenaza con un fusil a Pedro de Zaldivia.
La segunda escena relata uno de los momentos más críticos del encuentro entre "Maragato" y fray Pedro. El bandido, tras haber encerrado al resto de habitantes de la casa en una habitación, quiso quedarse con los zapatos del sobre-guarda pues los suyos estaban rotos. El monje, previendo la posibilidad de controlar la situación, le ofreció el calzado que llevaba en su alforja, y con la excusa, fue saliendo de la habitación donde estaba recluido. En la pintura vemos cómo fray Pedro alarga los zapatos hacia la mano izquierda con el fin de desviar por sorpresa el arma con la que es encañonado.
El escenario sigue siendo el mismo que en la escena anterior, con la diferencia de que ya no asoman por el marco de la puerta los cautivos, pues se han apartado del peligroso enfrentamiento.

Fray Pedro de Zaldivia arrebata el fusil al “Maragato", 1806-1807. The Art Institute of Chicago, Chicago, Estados Unidos
La narración continúa en el momento en que fray Pedro, tras haber desviado el fusil, se lo arrebata al "Maragato". Forcejean durante unos instantes, en los que el bandido enfurecido dice torpes palabras y le amenaza de muerte. Al ver que el fraile era más fuerte que él, decidió ir a buscar los otros dos fusiles que había colgado en la montura, y salió corriendo hacia el caballo, cuyo cuello asoma al otro lado de la puerta.

Fray Pedro de Zaldivia golpea al “Maragato” con la culata del fusil, 1806-1807. The Art Institute of Chicago, Chicago, Estados Unidos
Sobre la historia del bandido y la consideración artística de la serie completa ver El "Maragato" amenaza con un fusil a Pedro de Zaldivia.
El cuarto episodio del ciclo marca el comienzo del declive del "Maragato". Cuando el bandido trata de alcanzar las escopetas del caballo, fray Pedro da la vuelta al fusil y se dispone a golpear a su enemigo con la culata. El bandido, caído al suelo, mira asustado a fray Pedro, cuyo rostro pintado por Goya refleja la duda y el conflicto interior de quien no está del todo convencido de sus actos. Finalmente, el monje reflexionó y decidió no golpear al malhechor sino al caballo, que salió espantado.
Se ha señalado que la postura del fraile está inspirada en las figuras clásicas de Hércules golpeando a las fieras. Este es el momento en que mejor se combinan la humildad que fray Pedro mostró al llegar a la casa tomada por el bandido, y la ira de Dios que llevaba dentro, de la que se sirvió para capturarle, tal y como se pude leer en el folletín. El espanto del rostro del "Maragato" deriva de las fisonomías de los affetti italianos, aprendidos por los estudiantes españoles en Roma. Uno de ellos fue Velázquez, cuya figura del herrero en su Fragua de Vulcano (Museo Nacional del Prado, Madrid) pudo haber inspirado a Goya para este asustadizo delincuente.

Fray Pedro de Zaldivia dispara contra el “Maragato”, 1806-1807. The Art Institute of Chicago, Chicago, Estados Unidos
La quinta escena alcanza el momento álgido del enfrentamiento. A "Maragato" solo le queda la opción de huir corriendo, como acaba de hacer el caballo. Fray Pedro, para evitar que se vuelva a escapar, le dispara en la corva y el bandido cae al suelo. La escena se desarrolla en el exterior. Al fondo, recortándose sobre el cielo, vemos al caballo huyendo. El bandido se representa de espaldas, volviendo la cabeza hacia fray Pedro al oír el disparo. Se advierte un arrepentimiento en su pierna izquierda, que estaba antes estirada y dibujaba una diagonal. Al modificarse aparece junto a la otra, lo que hace que el "Maragato" parezca estar paralizado por el miedo en lugar de a la carrera.

Fray Pedro de Zaldivia ata al “Maragato”, 1806-1807. The Art Institute of Chicago, Chicago, Estados Unidos
El ciclo de escenas dedicadas a la captura del "Maragato" se cierra con la imagen de fray Pedro atando al bandido, que tras el disparo ha caído al suelo. Como dice el texto, la Providencia dispuso que la cuerda estuviera allí. A lo lejos llegan los personajes que habían aparecido en la primera de las tablas, cargando con palos y dispuestos a apalear al malhechor. Fray Pedro, retomando su papel de hombre religioso, no se lo permitió y se encargó de que el malvado Pedro Piñero estuviera cobijado bajo la sombra hasta que se lo llevaron a Madrid para ser ejecutado.
Destaca el interés de Goya por los sucesos de  su época, los cuales lleva a imágenes, pero a modo de cómic, es decir, desarrolla lo acontecido a través de una serie de viñetas.
Esta serie sería vendida íntegramente por el hijo de Goya. Algo novedoso es que está realizada sin previo encargo. 
Goya narra la historia sin intención de crítica, únicamente presenta lo ocurrido.  Se sirve de imágenes interiores, a excepción de una de ellas, que transcurre en el exterior (cuando le dispara y le ata esperando que llegue la justicia).

Francisca Vicenta Chollet y Caballero, 1806. Norton Simon Foundation (Pasadena)
Se trata de una dama de la alta burguesía de la que solo se conoce su nombre.
Sobre fondo negro se encuentra sentada en un amplio butacón forrado de terciopelo granate. Va ataviada con un vestido gris de corte imperio de tela brillante decorada con detalles floreados. Para disimular el amplio escote Goya pinta por encima una tela de encaje transparente que casi se une al collar de varias vueltas que decora su cuello. Cubre sus brazos con sendos guantes blancos que aportan elegancia a la modelo. El cabello lo lleva recogido en una diadema de plata cayendo por encima del hombro alguno de sus rizos.
Entre sus faldas se encuentra la figura de un perro que lleva un collar realizado con gran verismo por Goya.
De rostro ausente, nos transmite sensación de melancolía. 

Dama con abanico, 1806. Museo del Louvre
Como retratista de la Corte, Goya no se mostró más complaciente que Velázquez; sus imágenes sarcásticas pusieron en evidencia las taras físicas y morales de los modelos, como si de modelos de toda la humanidad en decadencia se trataran. Sin embargo, en el caso de retratos femeninos como los de la Solana, la duquesa de Alba o la condesa de Chinchón, la desesperación cede ante una búsqueda vital y pictórica emprendida bajo el signo, no tanto de la angustia como de la melancolía, y en la que el estilo y el color dominante están estrechamente relacionados con el significado.
Este retrato, adquirido por el Louvre en 1858, es una representación de busto de una mujer joven desconocida, tal vez la nuera de Goya. La obra debe datar de los años 1805-1807, pero en ella encontramos, si no el sentimiento de lo sobrenatural que emanaba de La Solana, por lo menos las armonías grises que encantaron más tarde a Edouard Manet, realzadas por la sugestión de la transparencia perlada de la carne.
La actitud convencional y el tratamiento sobre un fondo liso muy simple dan, de hecho, ocasión para una obra maestra en la cual se establece una notable diferencia entre lo "acabado" del rostro y la modernidad de la pincelada en el tratamiento del vestido.

Retrato de Sabasa García, 1806-1811. Galería Nacional de Arte (Washington)
Francisca Sabasa y García era en realidad María García Pérez de Castro, nacida en Madrid en 1790, perteneciente a una acomodada familia. Era hija de Evaristo Pérez de Castro, a quien también retrató Goya. El nombre de Sabasa viene seguramente de la costumbre familiar de llamarla así.
En este lienzo la dama se encuentra representada de medio cuerpo sobre fondo neutro para destacar la figura que se caracteriza por la marcada sencillez al presentarla el pintor sin joyas o símbolos que distraigan al espectador evitando asimismo detalles de su condición social. Cubre sus hombros con una capa de colores dorados amarillentos y media cabeza con un pañuelo semitransparente quedando la otra media al descubierto dejando fuera parte de sus rizos que le caen por la frente dándole un aspecto jovial a esta dama. Los brazos quedan cubiertos aportando todavía más elegancia a la figura. El rostro algo serio y distante mira directamente al espectador.
Goya utilizó amplias y largas pinceladas en la vestimenta que contrastan con las finas y delicadas realizadas en el rostro y el cabello de la joven.
Perteneció a la retratada hasta su muerte. Pasó por herencia a su ahijada Mariana García Soler, Madrid. Después perteneció a diversas colecciones: doctor James Simon de Berlín; conde Paalen de Berlín; Heinrich Skalrz de Berlín. Fue comprado por la empresa Duveen Brothers de Nueva York. Desde 1930 estuvo en posesión de Andrew W. Mellon y en 1937 pasó a formar parte de la colección de la National Gallery of Art de Washington.

Isidoro Máiquez, 1807. Museo del Prado (Madrid)
Fue considerado como uno de los mejores actores de teatro de todos los tiempos además de escritor y director. Estudió en París gracias a la ayuda brindada por los duques de Osuna de quienes era su protegido. Una de sus mejores interpretaciones fue dando vida a la figura de Otelo de Shakespeare en 1802. Tras la Guerra de la Independencia y, debido a sus ideas liberales, fue desterrado de la corte a Granada donde murió.
El modelo se encuentra sentado en un amplio butacón con chaqueta gris abotonada destacando la camisa blanca. Lo que más llama la atención en este lienzo es su rostro que se encuentra iluminado y que mira de pasada al espectador con aire melancólico y en el que apreciamos unas densas y gruesas patillas a la moda de la época.
Goya utilizó una pincelada rápida dando la sensación de que el retrato esté sin concluir.
Según Margarita Moreno de las Heras, este retrato tan sencillo sigue un modelo muy similar al que empleó el pintor para sus amigos intelectuales como Moratín.
Se conserva otra versión del mismo retrato en el Art Institute de Chicago, considerada también obra autógrafa de Goya (Isidro Máiquez).

Isidoro Máiquez, 1807. Art Institute of Chicago
En el siglo XIX se encontraba en el Anticuario Rafael García de Madrid pasando más tarde a la colección Durand-Ruel de París y Nueva York. Vendido a Martin A. Ryerson de Chicago en 1913. Legado por la familia Ryerson al Art Institute of Chicago en 1933.
Este retrato de Máiquez se presentó por primera vez como obra de Goya en la exposición Goya en tiempos de guerra pues hasta ese momento se había considerado una versión no autógrafa del original que conserva el Museo Nacional del Prado.
Un análisis detallado del soporte indica que el lienzo fue reutilizado.
De ejecución rápida, está realizado a base de pinceladas llenas de pintura para el rostro y más finas, sueltas y con menos cantidad de pintura para la levita. Simplemente un ligero toque en un tono más claro hace evidenciar la existencia de un sofá sobre el que está sentado el retratado.

José Antonio Caballero, Marqués de Caballero, 1807. Muzeum Sztuk Pięknych w Budapeszcie
José Antonio Caballero (Aldeadávila de la Ribera, Salamanca, 1754 - Salamanca, 1821) sucedió a Jovellanos en 1798 como secretario de estado (ministro) de Gracia y Justicia del rey Carlos IV.
En 1807 heredó el título de marqués de Caballero. Este retrato forma pareja con el de su mujer, la marquesa de Caballero, también retratada por Goya.
El personaje se encuentra representado de tres cuartos, sentado en un amplio butacón forrado de terciopelo rojo con ribetes dorados. Lleva el uniforme de ministro, levita negra con ribetes dorados, chaleco rojo a juego con el pantalón y camisa blanca con chorreras que se dejan entrever en la zona del cuello. Porta la banda azul y blanca de la Orden de Carlos III, sobre la que reluce la Gran Cruz. A un lado de la levita se distingue la insignia de caballero de la Orden de Santiago a la que pertenecía el modelo. Sostiene con la mano izquierda unos papeles en los que se puede leer el nombre y cargo del retratado además de la firma del pintor y la fecha de realización del lienzo.
Se aprecian grandes diferencias entre las pinceladas rápidas y empastadas utilizadas en la indumentaria y las condecoraciones del personaje y las finas, suaves y delicadas del rostro realizado con una gran maestría. El retratado mira directamente al espectador con mirada intensa, vivaz e inteligente.
Existe una réplica en el Lowe Art Museum de Miami, Estados Unidos, prestado al museo por The Oscar B. Cintas Foundation.

María Soledad Rocha Fernández de la Peña, marquesa de Caballero, 1807. Nueva Pinacoteca (Munich)
Doña María Soledad Rocha Fernández de la Peña (1774 - 1809) fue dama de honor de la reina María Luisa de Parma, también retratada por Goya. Este retrato hace pareja con el de su marido, José Antonio Caballero, quien fue ministro de Gracia y Justicia desde 1798. En el año 1807 heredó de su tío el título de marqués, momento en el que seguramente quiso que Goya le retratase a él y a su mujer.
La modelo se encuentra sentada en una elegante butaca forrada de terciopelo rojo con los apoyabrazos dorados. Viste un traje estilo imperio de manga corta puesto de moda por la reina María Luisa. Llama la atención la decoración de este vestido con círculos dorados sobre la base de un tono azul-verdoso. Las puntillas de las mangas y el escote, realizadas con una rápida pincelada, aportan más elegancia a la indumentaria. El amplio escote lo decora con un gran camafeo. El resto de joyas no son de gran calidad. Con la mano derecha sujeta un abanico, mientras que con la izquierda nos enseña un papel en el que se lee el nombre de la modelo, el del pintor y la fecha de realización.
El rostro, muy poco agraciado, mira de forma fija hacia el espectador. Recoge el pelo en un tocado realizado a base de una peineta de perlas y un ramillete en tonos ocres y blancos. Los rizos caen de manera un tanto anárquica sobre la frente. El fondo neutro y la fuerte iluminación que utiliza aquí son características comunes en los retratos del maestro.
Según Juan J. Luna este retrato debió agradar bastante a la dama puesto que se hicieron dos repeticiones del mismo, encontrándose una en la colección Montero de Espinosa en Madrid y la otra en Estados Unidos, procedente de la familia de los duques de Andría.

Baile de máscaras o Danzantes enmascarados bajo un arco, 1808–1820. Museo Goya - Colección Ibercaja - Museo Camón Aznar
También conocido como “Danzantes enmascarados bajo un arco”, la composición de este pequeño óleo está dominada por un grupo de figuras enmascaradas bailando vistas a través de un gran arco que deja pasar la luz, quedando las esquinas superiores en total penumbra. En el centro, una muchacha con vestido de color amarillo levanta los brazos y la pierna izquierda realizando un paso de baile muy parecido a la jota aragonesa. Otras tres figuras bailan junto a ella. A la izquierda, cobijados bajo el arco, tres personas de aspecto humilde están sentadas ignorando el baile que representan los que tienen delante, de manera que se establece un gran contraste entre las actitudes de unos y de otros. La pincelada de este cuadrito (30 x 38 cm.) destaca por su pastosidad, especialmente apreciable en las zonas más iluminadas: dentro de la luz del arco y en el vestido de la joven bailadora. (texto basado en el que figura en el catálogo on-line de la Fundación Goya en Aragón).

Pantaleón Pérez de Nenin, 1808 o 18141815. Colección BBVA (Madrid)
Don Pantaleón Pérez de Nenín nació en Bilbao en 1779. Pertenecía a una familia de comerciantes acomodados en la Villa de Nervión. A los dieciséis años era ya Primer Teniente, sin haber pasado por una academia militar, hecho ocurrido seguramente porque su familia ayudó económicamente a levantar el regimiento de húsares de la reina María Luisa. Llegó a alcanzar el grado de capitán graduado, tras haber participado en la campaña contra Portugal, conocida como la Guerra de las Naranjas.
En este retrato, el personaje aparece de pie, luciendo el uniforme de capitán ayudante del regimiento de húsares de María Luisa. Lleva chaqueta roja, galoneada de plata y bocamangas azules del mismo color que el pantalón y el dormán decorado con piel, lo que nos indica que se trata del uniforme de invierno y que este cuadro quizá fue pintado en los meses de enero de 1808 cuando la corte estaba en Madrid. Calza botas con espuelas y en la cabeza lleva mirlitón con plumas rojas muy llamativas y cuya función era impresionar al enemigo. Con la mano izquierda sostiene el impresionante sable que medía 106, 5 cm y que revela la gran altura del personaje que llegaría a alcanzar el metro ochenta de estatura, bastante elevada para aquella época. En la otra mano sostiene el bastón de mando de ayudante en jefe.
Aunque realizado sobre fondo oscuro como la mayoría de los retratos de Goya, en este, sin embargo, distinguimos la figura del caballo del militar dando la sensación de que acabara de descender de él para ser retratado.
El pintor supo captar la psicología del retratado mostrando un rostro con cierto aire melancólico a la vez que no convence por sus aptitudes militares.

Retrato ecuestre de Fernando VII, 1808. Real Academia de San Fernando (Madrid)
Fernando VII (San Lorenzo de El Escorial, 1784 - Madrid, 1833) fue proclamado rey de España en 1808. Tras la expulsión de José Bonaparte reinó de nuevo en 1813 hasta su muerte. Su reinado se caracterizó por un retorno al absolutismo y persecución de los liberales y afrancesados.

Goya pidió que para la realización de este retrato el rey posara para él al natural, hecho que solamente ocurrió durante tres cuartos de hora en dos sesiones pues Fernando VII tuvo que salir de España y no regresó hasta 1814, fecha en la que pudo contemplar el cuadro por primera vez.
El rey aparece retratado a caballo vistiendo uniforme de capitán general, con levita oscura, pantalón amarillo, botas de montar, bicornio, el bastón de mando y condecoraciones entre las que sobresale la banda de la Orden de Carlos III. Se encuentra en un paisaje natural con un cielo nublado que va cambiando a un tono más claro en el fondo de la composición, donde se distinguen unas montañas. El caballo se levanta en corveta.
Existe un boceto previo a este retrato en el Museo de Agen, (Francia). 

Escena de disciplinantes, 1808–1812. Museo Nacional de Bellas Artes (Argentina)
La composición parece una versión sintetizada de la obra conservada en la Academia de San Fernando, Procesión de disciplinantes. Aquí también circulan una serie de disciplinantes, en este caso junto a al arco de un puente, como suele ser ya común en varias de las obras de Goya relacionadas con ésta (véase Baile de máscaras bajo un arco). Los dos flagelantes llevan el mismo atuendo que en la obra de la Academia, sin embargo esta vez caminan sin pasos ni imágenes mientras son observados por los fervorosos asistentes. El modelado de los cuerpos fortalecidos es magnífico y la abundante sangre que recorre sus espaldas confiere a la escena un grave dramatismo. Además de los flagelantes hay un empalado y otro que carga pesadamente con la cruz a cuestas. La gente que ha acudido se agrupa bajo el puente. A la izquierda, una mujer cubierta con un velo se lleva las manos a la cara en un gesto de horror, mientras la que está a su lado dirige la mirada hacia el espectador trasmitiendo su rechazo hacia el macabro espectáculo religioso, como ya hacía un hombre en Procesión de disciplinantes.
Existe una copia de esta obra en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid (inv. 2016), antiguamente atribuida a Goya.

Incendio de un hospital, 1808–1812. Museo Nacional de Bellas Artes (Argentina)
Gracias a la sigla X.28 que aparece en este lienzo ha sido posible identificar y atribuir esta obra junto a otras tres más: Escena de bandidos, Fiesta popular y El huracán. Estos cuatro cuadros serían los que, en el inventario redactado en 1812 a raíz de la muerte de Josefa Bayeu, aparecen indicados con el número 28: "Cuatro cuadros de otros asuntos con el núm. 28 en sesenta reales".
En primer término un grupo de personas huye despavorido de las llamas de un edificio. Una mujer desvanecida o quizá asfixiada es conducida en una camilla por un grupo de hombres.
Este cuadro está muy próximo temática y formalmente a la obra Incendio, también conocida como Incendio en la noche, que Goya realizó entre 1793 y 1794. En ambos casos las personas huyen agolpándose en un ambiente de confusión y, en el centro de los dos cuadros, el pintor ha creado un área cromática luminosa que es el incendio y que ocupa buena parte del espacio. Ambas comparten también la presencia de un cuerpo inerte que está siendo transportado y que se puede relacionar con el cuerpo tendido sobre las rocas del Un naufragio. Sin embargo en Incendio en un hospital, Goya manifiesta una mayor tendencia hacia la abstracción, la pincelada es más suelta y el ambiente en que está desarrollándose el incendio resulta aún más indefinido que en el cuadro que el aragonés ejecutó durante su estancia en Cádiz. La figura humana parece tener una menor relevancia y se desperdiga sobre la superficie del lienzo; este recurso podría aludir a la falta de cohesión o de solidaridad entre quienes sufren la desafortunada situación.
El cuadro del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires ha de ser interpretado desde el interés que Goya manifestó por el tema de la catástrofe. Es probable que parte de este interés tenga que ver con el hecho de que el pintor aragonés llegase a conocer el texto de Edmund Burke (Dublín, 1729- Beaconsfield, 1797) sobre lo sublime que fue publicado en 1757 (Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y bello). Burke apunta que, cuanto más se aproxime la representación de la catástrofe al hecho real, más perfecto será su poder. Precisamente en ese realismo que el pintor no elude radica la capacidad de la obra para suscitar en el espectador una mezcla de terror y morbosa curiosidad.
Es posible que Goya hubiese tenido conocimiento del incendio que destruyó el Teatro de Comedias del Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza en 1778. Este lugar, en el que se representaban diversos espectáculos, nació en el siglo XVI como una manera de financiar el hospital con las recaudaciones de las representaciones que tenían lugar en él.

Escena de bandidos, 1808–1812. Museo Nacional de Bellas Artes (Argentina)
Gracias a la sigla X.28 que aparece en este lienzo ha sido posible identificar y atribuir esta obra junto a otras tres más Incendio de un hospital, Fiesta popular bajo un puente y El huracán. Se trata de una referencia que aparece en el inventario que un notario realizó a la muerte de Josefa Bayeu en 1812.
En medio de un paisaje desolador un grupo de bandidos han abierto fuego contra algunas personas. De entre éstas destacan dos que llevan una túnica blanca, probablemente una alusión a su inocencia. Una de ellas está en primer plano con los brazos en cruz. La otra se pierde en el fondo y alza los brazos implorando como la figura protagonista de Los fusilamientos del 3 de mayo. El cielo está gris y amenaza tormenta, únicamente en el centro, sobre el personaje que vestido de blanco que pide ayuda, se percibe un poco de claridad. La naturaleza tiene en esta obra una enorme preponderancia que disminuye ostensiblemente la importancia de la empequeñecida figura humana.
Goya emplea otro recurso en Escena de bandidos que veremos tanto en Los fusilamientos del 3 de mayo como en algunos grabados de la serie de Los desastres de la guerra: el rostro oculto de quienes ajustician.

Fiesta popular bajo un puente, 1808 – 1812. Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina
Bajo el arco de un puente tiene lugar esta escena festiva en la que un grupo de personas se ha reunido para bailar, conversar y tocar música.
El esquema compositivo empleado por Goya presenta algunas coincidencias con el que utiliza en Niños jugando a toros. Del mismo modo que sucede en Fiesta popular debajo de un puente el aragonés ha pintado un arco de medio punto a la izquierda desde el que entra la luz que ilumina a un grupo de figuras, dejando a otras en penumbra. Esta manera de articular la composición se puede ver también en Interior de una prisión.
En este lienzo la luz guía nuestra mirada hacia la figura femenina. Ésta danza en una posición ligeramente descentrada hacia la izquierda. Se trata de una mujer vestida de blanco con los brazos extendidos que se orienta hacia un hombre, su pareja de baile. Asimismo también subraya la presencia de un personaje sentado y vestido de blanco que se coloca a la derecha y que parece observar a estas dos figuras que danzan. Esta parte del cuadro presenta algunas analogías con la obra de Goya Baile de máscaras. En realidad este último parece un detalle de Fiesta popular bajo un puente: el pintor se ha concentrado en la figura femenina vestida de blanco que baila alzando sus brazos frente a un hombre y sitúa la escena bajo un arco de medio punto.

El huracán, 1808 – 1812. Destruido
Este lienzo fue destruido durante el incendio del Jockey Club de Buenos Aires en el año 1956. En 1928 se había reproducido la obra con la indicación de las dimensiones.
Un grupo de figuras, pintadas de manera muy abocetada y con tintas muy blandas, se distinguen en el centro de la composición huyendo del huracán que se desplaza desde el fondo de la escena. Las incisiones que construyen el aire embravecido del huracán parecen haber sido realizadas con el canto de la espátula o quizá con cañas abiertas, tal y como indicaba Mariano Goya.
El tema de la catástrofe tuvo una importante aceptación, especialmente durante la segunda mitad del siglo XVIII, ver Incendio en un hospital. En gran medida la manera en que abordaba este tema en aquel momento anunciaba la proximidad del espíritu romántico que ponía en serias dudas la infalibilidad de la razón del pensamiento iluminista. La catástrofe, con su capacidad de alterar el orden, produce en la mente humana una sensación incontrolable de caos que suscita el terror y contemporáneamente la fascinación, ver Incendio en un hospital, Un naufragio y El incendio de noche.

Las viejas, 1808-1810. Museo de Bellas Artes (Lille)
Es probable que esta obra formara parte de un grupo concebido por Goya como conjunto, formado por Maja y celestina en el balcón y Majas en el balcón. Esta posible serie pertenecía a Goya, y todas aparecen en el inventario de 1812, de modo que parece lógico que las hubiese hecho para sí mismo, sin contar con el mecenazgo de nadie.
Desde 1812 hasta 1836 estuvo en la colección de Javier Goya, en Madrid. Fue adquirido por el barón Taylor, junto con seis obras más, para la Galerie Espagnole del rey Louis-Philippe d'Orleans en París. Perteneció a esta institución hasta 1848. Tenía el número de inventario 24 pero nunca se expuso. En 1853 se subastó en la casa Christie's y pasó a una colección de Londres hasta que se volvió a vender, siendo adquirido esta vez por el Sr. Durlacher para su colección de París. Después perteneció al Sr. Warneck, París, y más tarde a la Srta. Genil, al Sr. Reynart y al Sr. Sauvage, quienes en 1874 lo donaron al museo de Lille.
En el inventario de repartición de los bienes de Goya a la muerte de su mujer en 1812, aparece esta obra con el título de El Tiempo. A continuación se citan los dos cuadros de Maja y celestina en el balcón y Majas en el balcón. El que nos ocupa llevaba el número 23 y tenía el valor de 150 reales mientras los otros dos, ambos con el número 24, sumaban 400 reales juntos. Las tres piezas presentan el mismo entramado grueso del lienzo, que fue en los tres casos reaprovechado, tal y como revelan las radiografías. Las composiciones subyacentes estaban relacionadas entre sí, pues formaban parte de una serie dedicada a los Cuatro Elementos. Las tres obras tenían el mismo formato y medidas, aunque ésta fue recrecida probablemente hacia 1873, poco antes de ingresar en el Palais des Beaux-Arts de Lille. Lo hizo acompañada de la pintura Las jóvenes, cuyas medidas son las mismas que las nuevas proporcionadas a nuestra obra, por lo que han sido emparejadas tradicionalmente. De hecho, el título moderno de esta obra se le dio por oposición al de Las Jóvenes.
La protagonista de la escena es una vieja decrépita, de cuerpo flaco y consumido, como si fuera un esqueleto. Se sienta en compañía de otra vieja con aspecto de celestina, y sostiene entre sus manos un pequeño medallón que probablemente conserva la imagen de ella misma cuando era joven y bella. Otra posibilidad es que contemple la efigie de su añorado amado, ya lejano. La vieja aparece enjoyada con todo tipo de ornamentos para el pelo, pendientes y pulseras, haciendo gala de la vida acomodada que un día tuvo, mientras se sienta sobre su actual y pobre silla de esparto. Su vestido blanco de gasa, a la moda afrancesada de tiempos atrás, tiene detalles florales en azul celeste, y sin duda sería más apropiado para una jovencita. Su amiga, más discreta, lleva un traje negro con mantilla. La acompañante, servidora fiel durante toda su vida, le acerca un espejo en donde refleja su ajado rostro, triste y melancólico. La comparación de la efigie del medallón con la que ve reflejada en el espejo le produce una tremenda desazón. Detrás del espejo, Goya ha escrito Qué tal?, pregunta que la vieja no escucha, sumida en el recuerdo de su belleza marchita. Detrás de las mujeres aparece imponente la figura de Cronos, el auténtico protagonista de la composición, encarnado en un fuerte hombre con alas, de barba y pelo blancos. Sujeta una escoba con la que va a barrer a la vieja, pues ya ha llegado la hora de su muerte.
Por el pasador de pelo en forma de flecha que adorna el teñido cabello rubio de la vieja, símbolo de Cupido y del amor vivido antaño, se ha querido identificar en ocasiones a la vieja con la reina María Luisa, pues lleva una horquilla muy parecida en el retrato de La familia de Carlos IV. Sin embargo, la indumentaria y el afán de querer parecer más joven resultaban más propios de la infanta María Josefa de Borbón, ya convertida en una anciana en el retrato colectivo de la familia.
Varios autores comentan que el tema de este lienzo deriva del concepto general de la serie Los Caprichos. Es más, el capricho 55 está directamente relacionado con esta pintura, pues vuelve a aparecer una vieja que se acicala frente al espejo, ajena a las mofas de los personajes del fondo. La leyenda dice Hasta la muerte, pues hasta ese momento, justamente el representado en el lienzo que nos ocupa, la vieja seguirá arreglándose para potenciar inútilmente su belleza perdida con vestidos, maquillaje y joyas.
Goya estuvo interesado por la condición de las mujeres en su época. Esta obra va más allá en su significado que la representación del paso del tiempo y la belleza perdida. Muestra en realidad la dificultad que tenían ellas, si no eran hermosas o afortunadas, para conseguir el amor de un hombre.
Existe una segunda versión de esta obra, anteriormente localizada en la colección del marqués de la Torrecilla. De Angelis cree que la versión podría haberse realizado como pendant de Majas en el balcón del Metropolitan Museum. Desparmet, por su parte, considera esta segunda versión la original y cree que la que nos ocupa sería una réplica.

Maja y celestina al balcón, 1808-1812. Colección Particular
Vista casi de cuerpo entero encontramos una hermosa joven, de cabello rubio, apoyada en la barandilla de hierro de un balcón, luciendo su figura. Lleva una bata gris con galón de oro, dejando a la vista su generoso escote. A su izquierda y más alejada de la barandilla, una vieja mujer de mirada pícara sujeta un rosario entre las manos mientras alcahuetea. La derecha de la composición se cierra con una cortina gris, y el fondo oscuro de la habitación, sin muebles ni detalles a la vista, no permite saber de qué estancia de trata.
La figura de la joven es similar a la maja que pintó Goya en los frescos de la ermita de San Antonio de la Florida en Madrid. Asimismo, es cercana a alguna de Los Caprichos, donde Goya también trató el asunto de la maja y la celestina.
La reaparición de estas sensuales majas en la obra de Goya de estos años pudo haber sido motivada, como se ha sugerido, por el romance con la entonces joven Leocadia Weiss, cuyo posible retrato se ha querido ver en la dama protagonista de La carta.
La inscripción de propiedad de Javier Goya, "X 24", ya no es visible en el lienzo, pero se ubicaba en el ángulo inferior izquierdo. 

Majas al balcón, 1808-1812. Colección particular, Suiza,
El cuadro aparece en el inventario de la repartición de bienes que a la muerte de Josefa Bayeu se hizo entre Goya y su hijo Javier en 1812, bajo el apunte: Dos cuadros de unas jóvenes al balcón con el n.º veinte y cuatro en 400 [reales], siendo el otro el de Maja y celestina. Perteneció a Javier Goya, y a él se la adquirió en 1825 el barón Isidore-Justin-Séverin Taylor para el rey de Francia Louise Philippe I de Orleans. Así, estuvo en la Galerie Espagnole de Paris hasta que el monarca fue destronado, y se vendió después en Christie's de Londres en 1853, por 70 libras (lote nº 352). Estuvo en la galería Colnaghi, siendo adquirida por el duque de Montpensier, que la guardó en el palacio de San Telmo de Sevilla. Pasó a ser propiedad del príncipe Antonio de Orleans, hijo del anterior propietario, en Sanlúcar de Barrameda, y en 1911 a la colección de Durand Ruel, en París. Fue adquirido por un antepasado del actual propietario.
En esta atractiva pintura, dos bellas mujeres están sentadas en un balcón, apoyadas en la barandilla férrea. Llevan suntuosos vestidos de tonalidades negras, blancas y doradas. Se cubren la cabeza con mantilla, negra y blanca, respectivamente. Las calidades de los bordados y del encaje están ejecutadas de manera soberbia, y resulta especialmente agraciado el detalle de la mantilla negra que cubre la frente y los ojos de la muchacha de la izquierda, dejando que se transparenten. Están cuchicheando entre ellas mientras dirigen su mirada al mismo punto, al espectador. Detrás de sus hermosas figuras se disponen dos hombres de amenazante presencia, cubiertos con capa y chambergo negros.
El tema de la obra, que claramente hace referencia a asuntos de género y costumbre tan preciados por Goya, no está del todo claro, a falta de documentos que avalen una hipótesis u otra. Las majas bien podrían ser prostitutas, acompañadas por sus proxenetas, que salen a provocar al balcón para atraer a la clientela. Por otra parte, aunque el atuendo que llevan es más propio de las gentes populares, podría tratarse de dos mujeres de clase alta camufladas en esos trajes de maja, pero bien protegidas por la altura del balcón y los maromos, que se divierten contemplando al pueblo llano. El artista solía tratar estos asuntos con sarcasmo, criticando la sociedad de su tiempo. Esto ya lo había hecho en Los Caprichos, por eso resulta curioso que vuelva sobre lo mismo. Quizás quiso hacer notar que, a pesar de la guerra, algunos aspectos de la vida seguían desarrollándose con normalidad.
Esta bella composición, para la que se ha sugerido que Goya se fijara en Dos mujeres en una ventana (National Gallery of Art, Washington) de Murillo, inspiró a Manet para su obra de 1868-1869 El balcón. Además, existe una segunda versión atribuida a Goya, aunque no aceptada por todos los estudiosos.

Bodegón con costillas y cabeza de cordero, 1808-1812. Museo del Louvre (París)
Javier Goya heredó del pintor esta serie de bodegones que legó a su hijo Mariano quien, al no poder devolver un préstamo que le había hecho el conde de Yumuri de Carabanchel, puso como garantía este conjunto de lienzos que pasaron a ser propiedad del aristócrata. A la muerte del conde de Yumuri en 1865 la serie de bodegones se vendió. Actualmente las obras están dispersas en diferentes museos e instituciones del mundo y alguno de los cuadro se han perdido.
Este lienzo fue adquirido por el Museo del Louvre en 1937.
Según diversos autores los elementos utilizados en esta serie de bodegones, posiblemente realizada durante los años de la guerra de la Independencia (1808-1814), pueden evocar muchos de los episodios de muerte y violencia ocurridos en España durante ese período. De esta manera la carne de los animales como materia inerte y abandonada, captada con una sorprendente crudeza, podría rememorar los restos humanos que quedan tras la violenta contienda. En este sentido es posible que Goya considerase los cuerpos de estos animales muertos de la misma manera en que lo hace con los cuerpos humanos despedazados y privados de su dignidad en algunas imágenes de su serie de grabados Los Desastres de la guerra (nº 37, Esto es peor, nº 39, Grande hazaña! Con muertos!).
Todos los cuadros que integran esta serie comparten varias características formales que confieren al conjunto una importante unidad. En todos ellos los animales están aislados en la escena y se ubican en un fondo neutro del que son rescatados por la luz.
Esta serie de naturalezas muertas representa una importante renovación del género del bodegón ya que no encaja en el tratamiento que tradicionalmente se ha hecho de este tema. No estamos, por tanto, ante manjares que decoran y dan vida a una mesa, sino frente a animales muertos y amontonados con descuido. Goya se aleja en estos cuadros de los bodegones tradicionales como los realizados por Luis Egidio Meléndez (Nápoles, 1716- Madrid, 1780) o de la sensualidad y la opulencia de las naturalezas muertas de los pintores holandeses. Frente al estudio minucioso de los materiales y las formas que realiza Meléndez en sus obras, Goya se interesa por la captación del conjunto que es, en la mayoría de los casos, un amasijo de cuerpos sin vida. Únicamente se podría proponer una relación entre la serie goyesca con El buey desollado (1655, Musée du Louvre, París) de Rembrandt (Leiden, 1606- Ámsterdam, 1669) en la que el holandés, de la misma manera que hace Goya, se concentra en la fuerza expresiva de la materia muerta, preconizando la obra de Chaïm Soutine (Smilovich, 1893- París, 1943) Res muerta (1925, Minneapolis Institute of Arts, Minnesota).
Aunque se desconoce con exactitud el lugar en se colocaron estos cuadros, se cree que esta serie de bodegones decoraba el comedor de la casa de Goya en Madrid aunque puede ser que estuviesen en algún gabinete o incluso en su mismo taller.
En Trozos de carnero Goya ha pintado, sobre una mesa y ante un fondo negro, una cabeza de carnero desollada que se orienta hacia los dos trozos de costillas cruzados en el centro de la composición como si los estuviese mirando con una expresión absorta e impasible, casi resignada. Los colores apagados y el uso de un rojo lívido aluden a la idea de la carne muerta.
Los bodegones de Goya preconizan el tratamiento que de este género se hace en la corriente naturalista del siglo XIX. Gudrun Maurer señala que este bodegón pudo inspirar algún bodegón de Pablo Picasso (Málaga, 1881- Moulins, 1973), concretamente la titulada Naturaleza muerta con cráneo de carnero (1939, Collection Vicky et Marco Micha, México).

Pavo desplumado, 1808-1812. Neue Pinakothek (Múnich)
En el centro del bodegón Goya ha colocado un pavo pelado que se dispone diagonalmente y cuya cabeza descansa sobre la superficie en la que también se apoya una sartén llena de sardinas. En este caso el fondo neutro tiene un menor protagonismo que en el resto de los bodegones de la serie ya que los objetos cubren la mayor parte de la superficie del lienzo.
La postura diagonal del pavo en el cuadro de Goya se podría relacionar con la liebre, también dispuesta diagonalmente, del cuadro de Bartolomé Montalvo (Segovia, 1769- Madrid, 1846) Naturaleza muerta de caza (Museo Nacional del Prado, Madrid)

El coloso, 1808-1812. Museo del Prado (Madrid)
El Coloso presenta un paisaje en el que una figura masculina de proporciones gigantescas camina de espaldas, rodeada de nubes, con sus ojos cerrados y el puño izquierdo levantado. En la parte baja, todo de tamaño muy reducido, hombres y mujeres, carruajes y animales corren o se detienen en su huida. El cuadro llegó al Prado en 1931, siendo aceptado y admirado como la máxima expresión del Goya moderno. Era, sin embargo, un período, en que los estudios actualizados sobre el artista estaban en sus inicios y el conocimiento de los seguidores e imitadores del maestro -tema considerado ya entonces- era aún precario. A partir de ese momento, y durante todo el siglo XX, El Coloso se fue convirtiendo en una de las obras más citadas en la bibliografía de Goya y de las más populares, llegando a ser ilustración obligada, en España, de la guerra de la Independencia. Su tonalidad oscura y falta de luz en su materia, determinaron que las fotos y reproducciones más modernas (en blanco y negro no se aprecian los detalles) lo hayan presentado generalmente con resultados que se podrían definir como fotogénicos, que no responden a la realidad del cuadro. Visto con luz adecuada (el nivel de luz al que se expone en el Museo no penetra en los pigmentos , muy opacos de esta obra) se hace manifiesta la pobreza de su técnica, de su luz y colorido, así como la marcada diferencia de El Coloso con las obras maestras, de atribución documentada de Goya. La cuestión de la “mano” del artista, y desde luego, de la autoría del cuadro, ha recibido un fuerte apoyo con la reciente identificación, muy comentado en la prensa, de las iniciales “AJ” en la superficie de la pintura, y de ahí la hipótesis de que el cuadro sea obra del pintor valenciano Asensio Juliá, conocido a partir de los últimos años del siglo XVIII como ayudante principal del taller de Goya.
Este estudio se ha estructurado en varias partes. Una está dedicada al análisis de la documentación y bibliografía en los años del legado del cuadro al Prado en 1931. Se analiza cómo apareció el cuadro en la bibliografía especializada, cómo lo acogió la crítica de prensa en su presentación pública, así como las primeras y muy importantes referencias bibliográficas. Todo ello contribuyó a la rápida aceptación casi unánime de El Coloso como de Goya, y a su difusión. A continuación se examina la procedencia más antigua de esta obra, su mención entre los bienes de los marqueses de Perales y de Tolosa a mediados del siglo XIX, así como su atribución y valoración ya entonces, y su posible fecha de adquisición. Por último, se analiza el cuadro, sus características técnicas, con la incorporación de los análisis del laboratorio, y su estilo, composición y significado, comparándolo con obras seguras de Goya. Cierran este estudio unas consideraciones sobre la probable autoría de El Coloso. 
El cuadro ingresó en el Museo del Prado en 1931 como parte del importante legado de Don Pedro Fernández Durán, recibiendo el número de catálogo 2785 que conserva en la actualidad. Aparecía ya con el título de El Coloso en la primera publicación que lo recogió: el volumen, de 1917, sobre las composiciones y figuras de Goya de Aureliano de Beruete, historiador de arte y Director del Museo del Prado entre 1921 y 1923. Es realmente raro que no lo hubiera visto todavía cuando lo publicó, aunque se debe a él el certero título, tal vez sugerido por quien conociera el cuadro, que lo ha hecho popular, y, por ello, lo describía incorrectamente, valiéndose de la poderosa estampa de Goya del Gigante sentado, bajo cuya imagen El Coloso quedó solapado desde su aparición, y tal vez de las descripciones de quien conociera el cuadro:
Mencionaremos uno por la grandeza de su idea, y aun mejor diré por la grandeza de la expresión de su idea. Es poco conocido. Le llamaremos "El coloso", y lo describiré ateniéndome a un grabado al humo que de él existe semejante, [más] que al cuadro mismo, que no he podido ver nunca. Pertenece a D. Pedro Fernández Durán (Madrid). Represéntase en "El coloso" más colosal que puede concebirse, una inmensa llanura con horizonte lejanísimo, que forma una línea baja en el cuadro, que tiene mucho cielo, y cuyo punto de vista panorámico está tomado desde lo alto para que resulte lo más extenso posible. Varios pueblecillos se ven en aquella llanura, y de ellos salen las gentes aterradas, huyendo del coloso, que asoma más allá del horizonte, de gran tamaño, que podría tocar la luna que se ve en el cielo. Sólo la imaginación puede concebir las proporciones de este coloso, dada aquella disposición, cuando venga al primer término representado en el cuadro.
Detalle de la zona inferior del cuadro. Gentes y bestias huyen en varias direcciones, formando una composición dinámica de líneas centrífugas.

La atribución al artista quedó avalada también, a su llegada al Museo, por Francisco Javier Sánchez Cantón, entonces subdirector del Prado, así como por Félix Boix y Merino, que debió ver el cuadro ya en el Prado. A Boix, ingeniero de Caminos, coleccionista, sobre todo de dibujos, y miembro de la Academia de San Fernando, se le reconocía autoridad en la materia por sus numerosos escritos de arte, sobre todo de los pintores costumbristas madrileños del período romántico, como Alenza, Eugenio Lucas, José Ribelles, Pérez Villaamil, habiendo sido el primero en escribir sobre Asensio Juliá, en un artículo justamente de 1931. El Coloso fue considerado, además, por los críticos de la prensa, sólo la española en esos primeros años, como una obra reveladora de la personal imaginación y técnica de Goya. En gran medida, quienes hablaron del cuadro en el momento de su aparición pública se guiaron por la opinión de los historiadores, ya que hasta entonces no se había mencionado en la bibliografía ni expuesto públicamente, siendo conocido sólo de unos pocos íntimos con acceso a la casa de Fernández Durán.
En 1928 Sánchez Cantón reeditó en un sólo volumen los tres que habían constituido la monografía de Goya de Beruete, muerto en 1923. El Coloso se incluía sin variar la primera descripción inexacta de su autor y sin ilustrarlo, ya que no fue fotografiado hasta su entrada en el Prado en 1931.
No es seguro que Beruete lo pudiera ver siquiera durante sus años de Director del Prado (1921-1923), aunque coinciden con la formalización del legado en el testamento de Fernández Durán, de 1923, y con su donación al Prado, del año anterior, del cuadro Animales y aves, de estilo de Paul de Vos. Sánchez Cantón decía, en el manuscrito preparatorio de una conferencia impartida en el Instituto Francés de Madrid, en 1934, que:
...Aun recuerdo las dificultades con que luchó el llorado director del Museo Aureliano de Beruete cuando trató de completar su estudio de las obras de Goya. Pudo ver las que guardaba Don Pedro [Fdz. Durán], pero no obtuvo fotografía, ni pudo tomar notas detalladas. De vez en cuando circulaba algún rumor impreciso de que Don Pedro iba a alhajar dos salas en el Prado, rumor que se desvanecía con la misma vaguedad que había nacido. En 1922 regaló un lienzo al Museo: una cacería de estilo de Vos... Pasaban los años y las noticias vagas se repetían: de nadie se lograba una referencia exacta de la colección de Don Pedro. No sorprenderá que algunos recelosos y desconfiados la considerasen mítica... No se apartaré de mi mención el recuerdo de aquella tarde de verano en que entré por primera vez en el piso de la Calle de Claudio Coello. De pronto, admiraba un Goya maravilloso: a contra luz un van der Weyden que vale millones... entre periódicos del año 1896 siete dibujos originales de Goya. ¿A qué seguir? Comenzamos el Secretario del Museo D. Pedro Beroqui y yo hacer listas e inventarios de aquel mare mágnum y pronto contamos con la ayuda el consejo y el dictamen valiosísimo de aquel hombre excepcional que acaba de morir Don Felix Boix.



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