Santa Rosa de Lima
Entre los santos nacidos en América (llamada en
el siglo XVII Indias Occidentales), santa Rosa de Lima fue la primera en
recibir el reconocimiento canónico de la Iglesia católica. Fue proclamada
excelsa patrona de Lima, del Perú (en 1669), del Nuevo Mundo y las
Filipinas (en 1670). Además, es patrona de institutos educativos, policiales y
armados: Universidad Católica Santa Rosa de Venezuela, Policía Nacional de la
República del Perú, y las Fuerzas Armadas de la Argentina. En virtud de la
enfermedad que le produjo la muerte, es santa patrona de los tuberculosos.
Nacida en el siglo XVI como Isabel Flores de
Oliva, fue hija de Gaspar Flores, arcabucero natural de Baños de
Montemayor, municipio de la provincia de Cáceres (España) y de María de Oliva y
Herrera. Así lo asegura la placa en la casa de los Flores, la cual aún se
conserva en dicho pueblo cacereño. En 1545, Gaspar salió de España, después de
pasar por Puerto Rico y Panamá, que formaban parte del virreinato de Nueva
España. Llegó al Perú en 1547 como soldado del pacificador Pedro de la Gasca
quien restableció la Real Audiencia en 1549, recuperando el dominio de la
Corona tras la usurpación del poder por Gonzalo Pizarro, gobernante del Perú
entre 1544-1548. Gaspar Flores fue nombrado arcabucero el 9 de marzo de 1557,
por don Andrés Hurtado de Mendoza, tercer virrey del Perú entre 1556-1561. El 1
de mayo de 1577, se casó, en Lima, con la criolla limeña María de Oliva y
Herrera, apellidos procedentes de Aragón. Ese mismo año servía de arcabucero en
la guarda del V Virrey Francisco de Toledo (1569-1581).
Nació el 20 de abril de 1586 en la ciudad de
Lima, en aquel entonces parte del Virreinato del Perú. José Manuel Bermúdez,
uno de sus biógrafos, contribuyó a extender la opinión de que el nacimiento de
Rosa ocurrió el día 30 de abril, pero en los registros del proceso ordinario se
encuentra que la madre de Rosa y otras personas —entre ellas fray Pedro de Loaiza,
confesor de Rosa y su primer biógrafo— declararon como fecha de su nacimiento
el día 20 de abril. Algunos cronistas señalan que Isabel Flores de Oliva nació
en una aldea llamada La Puntillá, en la isla de Taboga (en Panamá). Esta
información fue refutada en el "proceso de canonización", publicado
en los archivos del Vaticano.
Isabel o Rosa fue la cuarta hija de los trece
hijos nacidos del matrimonio Flores de Oliva, fue bautizada, según partida, el
25 de mayo de 1586, en la Parroquia de San Sebastián, en Lima por el sacerdote
Antonio Polanco, siendo sus padrinos Hernando de Baldés y María Osorio. De sus
doce hermanos, solamente se conocen a nueve:
Gaspar Flores de Oliva, el primogénito,
bautizado en la parroquia de San Sebastián el 1 de junio de 1579. Fue soldado,
sirviendo en las guerras de Chile, donde alcanzó el grado de capitán.
Bernardina Flores de Oliva, bautizada el 13 de
junio de 1581. Murió en Quives a los 14 ó 15 años.
Hernando Flores de Oliva, bautizado el 24 de
mayo de 1584. Se dedicó a la agricultura y murió en 1627.
Francisco Flores de Oliva, bautizado el 6 de
junio de 1590. Murió joven.
Juana Flores de Oliva, bautizada el 11 de
septiembre de 1592. Salió en la procesión en honor de Santa Rosa en agosto de
1669.
Antonio Flores de Oliva, bautizado el 8 de
julio de 1594. En 1688 vivía en Condoroma, en la sierra sur del Cuzco. El
virrey Conde de Lemos, en carta de ese año, lo recomendó a la Reina Gobernadora
de España.
Andrés Flores de Oliva, bautizado el 21 de
septiembre de 1596. Vivía en 1620.
Francisco Matías Flores de Oliva, vivía en
1620.
Jacinta Flores de Oliva, bautizada el 25 de
abril de 1603 de emergencia, a los dos meses de edad.
A ellos hay que añadir tres niños o niñas, que
debieron morir inmediatamente después de nacer, pues parece que ninguno de
ellos llegó a bautizarse.
A temprana edad - emulando a la terciaria
dominica santa Catalina de Siena, ella empezó a ayunar tres veces por semana y
a realizar severas penitencias en secreto. Su compañero de juegos fue su
hermano Hernando, el cual siempre la apoyó y ayudó. A los doce años se mudó con
su familia hacia Quives, un pueblo a 60 kilómetros de Lima ubicado en el
valle Chillón. Es aquí donde ella recibirá la confirmación de manos del futuro
santo católico Toribio de Mogrovejo, su padrino fue el sacerdote del pueblo
Francisco González. Es en Quives donde, al parecer, empezó con sus
mortificaciones contrayendo un reuma muy fuerte, con consecuencias dolorosas
para su recuperación, que ella ocultaba a su madre.
El día de su confirmación en el pueblo de
Quives, el arzobispo Toribio de Mogrovejo, la llamó Rosa sin que alguien
pudiese darle noticia al arzobispo de este nombre tan particular e íntimo. Aunque
le mortificaba que la llamasen así, a los 25 años aceptó y quiso que la
llamaran «Rosa de Santa María» porque, según relató su madre, fue a conversar
con un sacerdote a la iglesia de Santo Domingo manifestándose la molestia que
le causaba que la llamen "Rosa", pero el sacerdote la tranquilizó
diciéndole: "Pues, hija, ¿no es vuestra alma como una rosa en que se
recrea Jesucristo?". Con esto quedó tranquila y segura del nombre que le
habían dado. Más adelante, según sus biógrafos, ella afirmó que en episodios de
tipo místico, la Virgen de la Merced y el Niño Jesús (cuando se casó con él en
desposorio místico) le confirmaron el nombre.
Regresó a Lima con su familia ya siendo una
joven. Debido a problemas económicos de la familia, trabajaba el día entero en
el huerto y bordaba para diferentes familias de la ciudad y así ayudar al
sostenimiento de su hogar.
Cuando fue admirada por su belleza, Rosa cortó
su cabello y se echó pimienta a la cara, molesta por haber atraído
pretendientes. Ella rechazó a todos sus aquellos que la pidieron en matrimonio,
a pesar de la oposición de amigos y familiares. Rosa pasaba varias horas al día
observando el Sagrado Sacramento, el cual recibía a diario - una práctica
extremadamente rara en aquella época. Finalmente, después de 10 años, hizo voto
de virginidad. Rosa atrajo la atención de los frailes de la Orden Dominica.
Ella deseaba convertirse en monja, pero su padre lo
prohibió, por lo que al cabo de unos años ingresó en la Tercera orden de Santo
Domingo a imitación de santa Catalina de Siena.
A partir de entonces se recluyó, prácticamente,
en la ermita que ella misma construyó, con ayuda de su hermano Hernando, en un
extremo del huerto de su casa. Sólo salía para visitar el templo de Nuestra
Señora del Rosario y atender las necesidades espirituales de los indígenas y
los negros de la ciudad. También atendía a muchos enfermos que se acercaban a
su casa buscando ayuda y atención, creando una especie de enfermería en su
casa. Muchos biógrafos escriben que ayudaba a fray Martín de Porres, lo cual no
está probado en el texto del "Proceso de Martín de Porres" (Lima
1579-1639), el cual es santo desde 1962. Ella se permitía dormir sólo dos horas
al día, de tal forma que pudiera dedicar más tiempo a la oración. Ella usaba
una pesada corona de plata, con pequeñas espinas en su interior, emulando la
Corona de Espinas de Jesucristo.
En 1615, buques corsarios neerlandeses deciden
atacar la ciudad de Lima, aproximándose al puerto de El Callao en días
previos a la fiesta de La Magdalena. La noticia corre pronto hasta Lima y con
ello la proximidad y desembarco en el Callao, lo que altera los ánimos de los
ciudadanos. Ante esto, Rosa reúne a las mujeres de Lima en la Iglesia de Nuestra
Señora del Rosario para orar por la salvación de Lima. Apenas llegada la
noticia del desembarco, la terciaria subió al Altar, y cortándose los vestidos
y remangados los hábitos puso su cuerpo para defender a Cristo en el Sagrario.
Los ánimos del vecindario eran alarmantes, llegando a huir muchos de Lima hacia
lugares distantes. Misteriosamente el capitán de la flota neerlandesa falleció
en su barco días después, y ello supuso la retirada de sus naves, sin atacar el
Callao. En Lima todos atribuyeron el milagro a Rosa y por ello en sus imágenes
se le representa portando a la Ciudad sostenida por el ancla.
Uno de los momentos importantes de su vida es
el "Desposorio Místico", ocurrido el Domingo de Ramos de 1617, en la
Capilla del Rosario (Templo de Santo Domingo de Lima). Rosa, al no recibir la
palma que debía portar en la procesión, pensó que era un mensaje de Dios por
alguna ofensa que ella hubiese realizado. Acongojada se dirigió a la Capilla e
imagen del Rosario y orando ante la Virgen, sintió el llamado del Niño Jesús de
la imagen, que le dijo: "Rosa de Mi Corazón, yo te quiero por
Esposa", a lo que ella respondió: "Aquí tienes Señor a tu humilde
esclava". En Argentina y Uruguay por el mes de agosto ocurre la
"Tormenta de Santa Rosa". La tradición atribuye a Rosa el origen de
este fenómeno natural que logró la huida de los enemigos de tierras peruanas.
Ya cerca del final de su vida, cayó gravemente
enferma. Pasó los últimos tres meses de su vida en la casa de Gonzalo de la
Maza, un contador notable del gobierno virreinal, cuya familia le tenía
particular cariño. En este lugar se levanta el Monasterio de Santa Rosa de
Santa María de Lima. Murió de tuberculosis a los treinta y un años de edad, en
las primeras horas del 24 de agosto de 1617, fiesta de San Bartolomé, como ella
misma lo profetizó y cuenta el padre Leonardo Hansen. El día de sus exequias y
entierro, los devotos se abalanzaban sobre su cuerpo para arrancarle la
vestimenta en busca de un recuerdo, aclamándola como santa. Hoy sus restos se veneran
en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Lima (Santo Domingo), con
notable devoción del pueblo peruano (y de América) que visita la Capilla
dedicada a su culto en el Crucero del Templo dominicano.
Su entierro fue uno de los más notables que vivió
la ciudad de Lima. En la casa de la familia De la Maza se formaron grandes
multitudes para contemplar a Rosa. El gentío hubo de esperar a su traslado
hacia la Iglesia del Rosario. Al traslado acudieron el virrey, el Cabildo
Secular y Eclesiástico, las órdenes religiosas presididas por la orden de Santo
Domingo de Guzmán, los oidores y personas notables.
Hubo de requerirse la fuerza de la guardia del
virrey para impedir que Rosa fuera desvestida por los devotos que deseaban
llevar alguna reliquia. A pesar de ello, tuvieron que cambiarle tres veces los
hábitos e incluso en el traslado algún irreverente seccionó uno de sus dedos
del pie.
En el lecho de muerte, Gonzalo de la Maza hizo
retratar el rostro de Rosa. A su efecto llamó al pintor italiano Angelino
Medoro, quien realizó el primer testimonio de su apariencia física.
La devoción del pueblo se excedió a tal punto,
que en pocos años tuvieron que retirarla de la Cripta y colocarla en la Iglesia
del Rosario.
Su casa (El Santuario), ubicada en el centro de
Lima conserva los lineamientos que tuvieron en el siglo XVI, época en que vivió
Rosa. Anualmente es visitado por miles de devotos, peregrinos y turistas
quienes recorren los ambientes que estuvieron directamente ligados a su vida y
caridad para el prójimo.
Se conserva como reliquia una ermita donde ella
rezaba. Cerca de la ermita hay un pozo de veinte metros de profundidad donde
sus devotos depositan sus deseos escritos. También se conserva la habitación
donde dormía, la habitación (El Corazón del Santuario) en la cual nació y la
enfermería donde atendía a sus hermanos necesitados.
La Basílica-Santuario, fue empezada a construir
luego de su canonización, con posteriores restauraciones durante los siglos
XVII - XX. Hubo de ser remodelada y fue inaugurada finalmente el 24 de agosto
de 1992, Este lugar es principal punto de peregrinación de todo el Perú y su
arraigo popular es comparable al de la Virgen de Guadalupe en México.
La figura de Rosa de Santa María representa un
símbolo de integración del pueblo peruano. En ella convergen todas las clases
sociales.
Formó parte de la familia dominicana, de la
provincia de San Juan Bautista del Perú. Sus flores preferidas fueron las
margaritas, los claveles y las rosas.
Se han escrito cerca de 400 biografías sobre ella.
A partir de las reformas al calendario romano
general introducidas en el Concilio Vaticano II, la fiesta de santa Rosa de
Lima es el 23 de agosto (fecha que se celebra en España). Anteriormente se
celebraba el día 30 de agosto, y esa es la fecha que se mantiene en el Perú y
otros países latinoamericanos de los que es patrona, y también en el rito
romano tradicional.
En la República del Perú es un día feriado y su
imagen (descubierta el día de la canonización en 1671, en la Catedral) recorre
las calles de Lima. En el mes de agosto se rinde culto solemne a la santa en el
Distrito de Barranco Lima-Perú que culmina con el recorrido procesional del día
30 de agosto.
A pocos días de su muerte, se reunieron
numerosos testimonios sobre su vida y virtudes. En 1634 se presentó a Roma la
causa de beatificación. La beatificación se realizó en el Convento Dominico de
Santa Sabina en Roma, en 1668. Fue canonizada por Clemente X el 12 de abril de
1671, proclamándola por "Principal Patrona del Nuevo Mundo". En Lima,
Roma, España y todos los países de América y Europa, se celebraron fiestas
suntuosas en honor de la primera santa natural de América.
Los Pontífices en sus respectivas Bulas la
proclamaron santa con el nombre de "Rosa de Santa María", y que
posteriormente hubo de convertirse en Rosa de Lima, nombre toponímico común a
muchos santos en el orbe cristiano.
La tradición cuenta que el Papa Clemente X,
luego de oír los argumentos sobre su canonización dijo: "¡Hum! ¡Patrona
y Santa! ¿Y Rosa? que llueva flores sobre mi escritorio si es verdad",
y la respuesta al instante fue una fragante lluvia de rosas sobre la mesa del
Papa quien en ese momento procedió a la canonización.
Atributos
Corona de espinas, Ancla, Ciudad, rosas,
azucenas, Niño Jesús en brazos.
Más de mil rostros en lienzos, estampas y
esculturas hechos, entre otros, por renombrados artistas como Francisco de
Zurbarán, Claudio Coello, Angelino Medoro, Daniel Hernández, Teófilo Castillo,
Francisco González y Sérvulo Gutiérrez.
Santa
Rosa de Lima,
Claudio Coello 1684. Museo del Prado.
Los
desposorios místicos de Santa Rosa de Lima, Gregorio
Vázquez de Arce y Ceballos 1670. Museo del arte de la república. Bogotá.
Santa
Rosa de Lima,
Murillo 1670. Museo Lázaro Galdiano.
La Santa, con hábito dominico, arrodillada,
contempla arrobada al Niño Jesús, que sentado en una almohadilla sobre el cesto
de la costura, alza las manos hacia la Santa en gesto acariciador con la
izquierda, y con la derecha entregándoles rosas. De la boca del Niño surge un a
letrero: ROSA CORDIS MEI TU MIHI SPONSA ESTO y, en el suelo, junto al cesto,
hay un libro y rosas. A la derecha se advierte un edificio, sin duda el
convento, y en primer término un rosal.
Retrato
mortuorio de Santa Rosa. Angelino Medoro.
Santuario de Santa Rosa, Lima.
La muerte de Santa Rosa, atribuido a Angelino Medoro. Santuario de Santa
Rosa, Lima.
Santa Rosalía, nacida Rosalia
Sinibaldi (1130-1156) fue una noble virgen de Palermo (Sicilia), que se convirtió
en santa para la tradición católica. El nombre de Rosalía es una contracción de
los nombres "Rosa" y "Lilia", y es llamada cariñosamente
"La Santuzza" ("La Santita", en idioma siciliano) por causa
de su pequeña estatura. Su fiesta se celebra en dos fechas: en Sicilia el 15 de
julio (traslación de sus restos) y en el resto del mundo el 4 de septiembre.
El culto a Santa Rosalía, promovido por los
Benedictinos, se difunde por el mundo como protectora contra enfermedades
infecciosas, la peste, y para recibir auxilio y protección en momentos
difíciles, así como para encontrar fuerzas cuando se necesita superar
dificultades.
Santa Rosalía vivió en soledad, pobreza y
penitencia rezando a Dios. Según la Iglesia, fueron numerosos los milagros con
los que Dios glorificó a su sierva; la extinción de la peste que en aquel
momento asolaba Sicilia fue atribuida a la intercesión de Santa Rosalía.
Sus presuntos restos fueron encontrados en 1624
(siglos después de su muerte) en una cueva por un cazador que dijo haber sido
guiado por la propia santa a tal hallazgo. Dice la leyenda que al trasladarse
sus restos de procesión por todo el pueblo de Palermo la asolación de peste que
había azotado al pueblo durante años se detuvo, atribuyéndose tal milagroso
evento a la intercesión de la santa, por lo que se construyó una basílica en la
cueva original donde fueron hallados los restos y en donde se mostraban a los
peregrinos a través de una reja para su veneración.
Sin embargo, a finales del s. XIX un pastor
protestante y naturalista llamado William Buckland visitando las reliquias de
la santa identificó los restos como pertenecientes a una cabra. Las autoridades eclesiásticas locales, tras
aquello intentaron desprestigiar a Buckland al no pertenecer a la religión
católica y desde entonces los restos son conservados en un cofre a salvo de las
miradas de los peregrinos, lo que no evita que cada año el cofre con los restos
sea llevado en procesión por todo el pueblo.
En 1984, la revista de divulgación científica
Science publicó un artículo llamado "Rosalia was a goat" (Rosalía era
una cabra) en el que confirmaban la suposición de Buckland un siglo antes.
Santa Rosalía, Anton Van
Dyck
1625. Museo del Prado.
Durante 1624, Van Dyck se traslada a Sicilia
por expresa invitación del virrey español. En julio de ese mismo año se
descubren en una gruta de la isla los restos mortales de Santa Rosalía, patrona
de Palermo, avivándose el culto popular por la santa. Todo el mundo se
encomendará a ella como intercesora ante las continuas plagas de peste que
azotaban la zona. Esto motivó un aumento de las imágenes de la santa, por lo
que Van Dyck va a recibir como encargo la realización de esta obra, una
preciosa imagen de Santa Rosalía, cuyo rostro destaca por su belleza, que eleva
la mirada hacia el cielo y coloca su mano derecha sobre el pecho y la izquierda
sobre la calavera - símbolo del desengaño de las hermosuras -. Un querubín, en
la esquina superior izquierda, porta una corona de rosas que alude al nombre de
la santa y a su virtud. Van Dyck no se aleja de la típica composición barroca,
emplea una diagonal que va de derecha a izquierda, destacando también la verticalidad
que marca con la mirada. La iluminación procede de la izquierda y se centra en
el rostro y en la mano, dejando el resto en semipenumbra. Se puede apreciar,
por lo tanto, la influencia del clasicismo barroco italiano gracias al contacto
con la pintura de Annibale Carracci.
La Virgen
y el Niño con santa Rosalía de Palermo, Murillo 1670. Museo
Thyssen-Bornemisza, Madrid.
La Virgen y el Niño con santa Rosa de
Viterbo,
junto con la Adoración de los
Reyes, actualmente en el Toledo Museum of Art, Ohio, fueron
adquiridos en España por Mr. Stanhope, más tarde Lord Harrington, embajador
inglés en Madrid, figurando en su colección en Gran Bretaña en 1729. En 1883,
ambos lienzos se encontraban entre los bienes de sus descendientes, los duques
de Rutland, en Belvoir Castle, y fueron puestos a la venta, en 1926, en sala
Christie’s de Londres procedentes de esta última colección. En 1930 los dos
cuadros estaban en la colección florentina Contini Bonacossi, siendo
registrados por Longhi y Mayer mientras permanecieron allí. Sin embargo sólo La Virgen y el Niño con santa Rosa de
Viterbo ingresó en la colección Thyssen- Bornemisza en 1968, a
través de la galería romana Jolanda D’Antoni, siendo su último propietario el
conde Alessandro Contini Bonacossi. En el catálogo de la colección
Thyssen-Bornemisza de 1969, cuyo comentario realizó Rudolf Heinemann, se
indicó, con interrogación, como posible procedencia original, los Capuchinos de
Sevilla. Esta suposición fue rechazada por Diego Angulo, que consideró el
apunte hecho por Mayer sin fundamento alguno.
La santa de esta pintura fue identificada en
publicaciones anteriores a 1981 como santa Rosa de Viterbo, terciaria
franciscana que murió a mediados del siglo XIII y que tiene entre sus atributos
las rosas que suele llevar en un cesto o en los pliegues de su vestido. Diego
Angulo fue quien reconoció a nuestra joven figura como santa Rosalía de
Palermo. La devoción por santa Rosalía de Palermo está vinculada a la
Contrarreforma y concretamente a la orden de los jesuitas, que propagaron su
culto. Sin duda, a su popularidad contribuyó el hallazgo de sus restos en el
primer cuarto del siglo XVII, que se trasladaron a la catedral de Palermo.
Entre sus atributos se encuentran las rosas blancas.
Esta tela se ha situado en la producción de
Murillo hacia 1670 o un poco después, correspondiendo a la etapa de madurez del
artista. La tela, que pudo estar destinada por sus dimensiones a algún altar,
muestra en primer plano, y a gran tamaño, el tema principal del óleo, donde el
artista ha recuperado esquemas clásicos al inscribir a sus tres personajes en
un equilibrado triángulo. Estas tres figuras están acompañadas, a la derecha,
por cuatro mártires con sus palmas, vestidas con inmaculadas túnicas blancas
que tienen como contrapunto, entre nubes, a cuatro nutridos angelitos que son
testigos del suceso que está teniendo lugar. La pincelada que deshace las
formas, como se percibe en las jóvenes de la derecha o en los ángeles, o el
mundo emocional que desprenden las miradas, gestos y actitudes del grupo
central, hacen de esta pintura un buen ejemplo en el que también se dan cita la
suavidad y la delicadeza que hicieron célebre al pintor. En torno a los años en
que está fechado el óleo, Murillo había concluido la segunda entrega de
pinturas para el convento de los Capuchinos y había iniciado su colaboración
con el Hospital de la Caridad de Sevilla.
Un lienzo conservado en la Wallace Collection
de Londres se ha puesto en relación con nuestra pintura por la semejanza de su
composición. En la tela de Londres, donde se invierte la imagen del Museo, se
reproduce de medio cuerpo a la Virgen y de busto a la santa. La postura que en
el óleo adopta el Niño Jesús difiere algo de la nuestra, ya que, sentado a
horcajadas sobre una de las rodillas de su Madre, agarra con una mano la túnica
de María mientras que la otra la adelanta para recoger la rosa que le ofrece la
santa. También existe un dibujo que presenta analogías con la pintura de
Londres, conservado en la Biblioteca Nacional de Turín, y en el que se muestra
la composición de la Wallace Collection entera. En este diseño, la santa lleva
el cabello suelto cayendo por los hombros, así como un rosario que cuelga del
cinturón de su hábito. Estos detalles llevaron a Diego Angulo a suponer que la
obra de la Wallace Collection podía reproducir un original perdido del maestro
sevillano. Diego Angulo menciona copias de la composición del Museo
Thyssen-Bornemisza en las colecciones madrileñas del duque de Fernán Núñez y
del marqués de Saltillo, así como en Utrera, en una colección privada.
Santiago el Mayor
Apóstol
Santiago de Zebedeo o Jacobo de Zebedeo,
conocido en la tradición cristiana como Santiago el Mayor para
distinguirlo del otro discípulo homónimo, fue uno de los Doce Apóstoles. Nació
probablemente en Betsaida (Galilea). Fue hijo de Zebedeo y Salomé, y hermano de
Juan el Apóstol. Murió a manos de Herodes Agripa I en Jerusalén entre los años
41 y 44 de nuestra era. Es el patrono de España.
Probablemente también su madre seguía a Jesús.
Su maestro Jesús les puso el sobrenombre de «Boanerges», que, según el
mismo evangelista afirma, quería decir «hijos del trueno»; el episodio narrado
por Lucas en que Santiago y su hermano Juan desean invocar a Dios para que
consuma a fuego una ciudad de samaritanos (Lucas 9:54) hace honor a este
nombre. Fue uno de los primeros que recibieron la llamada de Jesucristo, cuando
estaba pescando en el lago de Genesaret junto a su hermano. Más tarde será
llamado a formar parte del más restringido grupo de los Doce. Junto con su
hermano Juan y con Simón Pedro, tiene un trato privilegiado con Jesús: es
testigo presencial de la resurrección de la hija de Jairo, de la transfiguración
de Jesús y de la oración en el Huerto de los Olivos. También formó parte del
grupo restringido de discípulos que fueron testigos del último signo realizado
por Jesús ya resucitado: su aparición a orillas del lago de Tiberíades y la
pesca milagrosa. Los Hechos de los Apóstoles registran su presencia en el
Cenáculo en espera orante de la venida del Espíritu Santo. Santiago es
condenado a muerte y decapitado por orden del Rey de Judea Herodes Agripa I.
Por este dato podemos poner la fecha de muerte de Santiago entre los años 41 y
44, pues fueron los años en que Agripa I fue rey de Judea.
Según una tradición medieval, tras el
Pentecostés (hacia 33 d. C.), cuando los apóstoles son enviados a la
predicación, Santiago habría cruzado el mar Mediterráneo y desembarcado para
predicar el Evangelio en la Hispania (actuales España y Portugal). Según unos
relatos, su prédica habría comenzado en la Gallaecia, a la que habría llegado
tras pasar las Columnas de Hércules. Según el escritor gaditano Fray Gerónimo
de la Concepción, Santiago fue quien consagró el Templo de Hércules a San Pedro
(Sancti Petri). Siguió bordeando la Bética y la deshabitada costa de Portugal;
otras tradiciones afirman su llegada a Tarraco y su viaje por el valle del
Ebro, hasta entroncar con la vía romana que recorría las estribaciones de la
Cordillera Cantábrica y terminaba en la actual La Coruña. Una tercera versión
postula su llegada a Carthago Nova (actual Cartagena, por el barrio de Santa
Lucía), de donde partiría hacia el norte. Esta tradición hace de Santiago el
santo patrón protector de España.
En cualquier caso, la tradición de la
evangelización por el Apóstol Santiago indica que este hizo algunos discípulos,
y siete de ellos fueron los que continuaron la tarea evangelizadora una vez que
Santiago regresó a Jerusalén. Para ello fueron a Roma y fueron ordenados
obispos por San Pedro. Son los siete Varones apostólicos. La tradición de los
Varones Apostólicos los sitúa junto a Santiago en Zaragoza cuando la Virgen
María se apareció en un pilar.
De acuerdo a la tradición cristiana, hacia el
año 40 la Virgen María se apareció a Santiago el Mayor en Caesaraugusta. María
llegó a Zaragoza «en carne mortal» —mucho antes de su asunción— y como
testimonio de su visita habría dejado una columna de jaspe conocida
popularmente como «el Pilar». Se cuenta que Santiago y los siete primeros
convertidos de la ciudad edificaron una primitiva capilla de adobe en la vera
del Ebro.
Tradicionalmente, se ha afirmado que los restos
hallados en Santiago de Compostela a principios del siglo IX correspondían al
apóstol Santiago, pero la falta de un análisis directo de dichos restos,
permite suponer que pueden ser los restos del obispo Prisciliano, o de otra
persona importante del período romano. No obstante, el papa León XIII, en 1884,
en forma de Bula Papal reafirmó la pertenencia de los restos al apóstol.
La tradición que sitúa a Santiago el Mayor en
Jerusalén, poco antes de su martirio, la recogen diversos apócrifos
neotestamentarios (El libro de la Dormición de María, etc.), todos ellos
anteriores al "descubrimiento" de la Tumba del Apóstol. Según estos
relatos, cuando María ve cerca su muerte, recibe la visita de Jesucristo
resucitado. Ella le pide estar rodeada por los apóstoles en el día de su
muerte, pero todos ellos están dispersos por el mundo. Jesucristo le concede su
deseo y permite que sea la misma María, por medio de aparición milagrosa, quien
avise a sus discípulos. La aparición de María a Santiago se habría producido
sobre un pilar en Caesaraugusta (actual Zaragoza), columna que se sigue
venerando en la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, en la capital aragonesa.
Santiago habría hecho todo el viaje de vuelta
desde España hasta Jerusalén para encontrar a María, madre de Jesús de Nazaret
(ya que ella seguía viva allí, en la capital de Judea) antes de su dormición,
hallando la muerte ante Herodes Agripa en el martirio. La leyenda se cierra con
que sus discípulos habrían llevado su cuerpo (conservado de alguna manera) por
el mar Mediterráneo en una mítica embarcación de piedra y habrían costeado el
Atlántico nuevamente hasta Galicia, donde lo habrían enterrado justamente en
Iria Flavia, donde el obispo Teodomiro lo halló en el siglo IX.
La tumba del Apóstol
Alrededor del año 813, en tiempos del Rey de
Asturias Alfonso II el Casto, un ermitaño cristiano llamado Paio (Pelayo) le
dijo al obispo gallego Teodomiro, de Iria Flavia (España), que había visto unas
luces merodeando sobre un monte deshabitado. Hallaron una tumba, probablemente
de origen romano, donde se encontraba un cuerpo decapitado con la cabeza bajo
el brazo. El rey Alfonso ordenó construir una iglesia encima del cementerio (compositum),
origen de la Catedral de Santiago de Compostela («Santo Jacob del compositum»).
Otros sostienen que la palabra Compostela proviene de campus stellae:
«campo de las estrellas», debido a las luces que bailoteaban sobre el
cementerio.
En el mes de mayo de 1589, Francis Drake
amenazó Compostela después de desembarcar en La Coruña. El Arzobispo, Juan de
Sanclemente, acordó con el Cabildo de la Catedral ocultar cuanto de importante
había en ella. Por ello, los restos fueron depositados en un escondrijo dentro
del ábside de la capilla mayor, detrás del altar. Tales restos fueron
encontrados a treinta metros de profundidad respecto del suelo en las
excavaciones realizadas en la Catedral en 1878 y 1879 por Antonio López
Ferreiro.
En tales excavaciones, se pudo encontrar, entre
los restos de un mausoleo romano, una inscripción sepulcral en griego, Athanasios
martyr y los restos de tres personas distintas: dos de edad media y una en
el último tercio de vida, lo que llevó a identificarlos con los tradicionales
Santiago y sus discípulos Atanasio y Teodoro. No obstante, el Papa León XIII
nombró una Congregación extraordinaria para el estudio de estos restos. Los
documentos enviados a Roma, sin embargo, no le satisficieron, enviando a
Monseñor Agostino Caprara, Promotor de la Fe en el proceso, a Santiago para que
examine sobre el terreno los restos y tome declaración a quienes intervinieron.
Caprara, no obstante, mandó analizar primero el presunto resto de Santiago
venerado en Pistoia, tarea que estuvo a cargo del Doctor Chiapelli, quien
dictaminó que se trataba de una apófisis mastoidea derecha con restos de sangre
coagulada, pieza que habría sido separada a consecuencia de una decapitación.
El 8 de junio de 1884 llega a Santiago, y en el
examen se constata que uno de los tres cráneos carece de apófisis mastoidea
derecha. La resolución de la Congregación fue publicada el 25 de julio del mismo
año, festividad de Santiago. León XIII publicó el 1 de noviembre del mismo año
la Bula Deus Omnipotens, donde hacía un repaso a la Historia del
Santuario y llamaba a emprender nuevas peregrinaciones a Santiago.
Sin embargo, quedaba por constatar la datación
cronológica de los restos, lo que llevó a mediados del siglo XX a voces
críticas. Así, Claudio Sánchez Albornoz:
...pese a
todos los esfuerzos de la erudición de ayer y de hoy, no es posible, sin
embargo, alegar en favor de la presencia de Santiago en España y de su traslado
a ella, una sola noticia remota, clara y autorizada. Un silencio de más de seis
siglos rodea la conjetural e inverosímil llegada del apóstol a Occidente, y de
uno a ocho siglos la no menos conjetural e inverosímil traslatio. Sólo en el
siglo VI surgió entre la cristiandad occidental la leyenda de la predicación de
Santiago en España; pero ella no llegó a la Península hasta fines del siglo
VII.
C.
Sánchez Albornoz: "En los albores del culto jacobeo", en Compostellanum 16 (1971) pp. 37-71.
Por una parte, se ha documentado
arqueológicamente la existencia previa de una necrópolis dolménica y luego de
un cementerio utilizado en época romana y sueva. Estos descubrimientos solo
prueban que Compostela era una necrópolis precristiana, pero no soluciona nada
con respecto a la tumba de Santiago, cuyos restos podrían pertenecer bien al
mismo apóstol (el tráfico de reliquias comenzaba a desarrollarse en ese
periodo), bien a cualquier otro mártir cristiano. Incluso algunos proponen que
se trate de los restos del mismísimo Prisciliano. En 1955 se encontró, en las
proximidades de la tumba, la cubierta sepulcral de Teodomiro, lo que confirma
que quiso enterrarse en el lugar de su propio hallazgo.
En 1988, dos académicos de la Real Academia de
la Historia avanzan en los descubrimientos: el filólogo Isidoro Millán
González-Pardo afirma haber hallado la inscripción martyr y una
referencia a Atanasio en una piedra datada a finales del s. I o principios del
s. II, mientras que el arqueólogo Antonio Blanco Freijeiro confirma los restos
del Apóstol.
Los descubrimientos más recientes proceden de
un estudio desarrollado por Enrique Alarcón, profesor de Metafísica de la
Universidad de Navarra, publicado el 24 de junio de 2011, en el ámbito de la clausura
de la Cátedra Camino de Santiago, sobre la base de los estudios realizados en
1988 y de reproducciones de la tumba, por no tener acceso físico a la misma,
afirmando haber hallado la inscripción Jacob (Santiago, en hebreo), con
simbología propia de la estética del cementerio judeocristiano de Israel del s.
I. Una de las inscripciones contiene supuestamente referencias a la fiesta
judía del Shavu'ot con representación de panes rituales. Esta fiesta, de
la que se tiene conocimiento por el Levítico, se considera desapareció en torno
al 70 d. C., con motivo de la destrucción del Templo de Jerusalén por los
romanos, lo que permitiría ubicar cronológicamente la tumba. Estos datos
permitirían rechazar cualquier atribución de los restos a Prisciliano.
Dicho estudio continúa actualmente, pues faltan
todavía las aportaciones que pueda realizar la propia Universidad de Santiago y
el Cabildo de la Catedral.
La configuración actual de la cripta bajo el
altar procede de las excavaciones realizadas a finales del siglo XIX. Los
restos fueron depositados en una urna de plata realizada en 1886 por los
orfebres Rey Martínez, dentro de un cofre de madera forrado con terciopelo rojo
y con tres compartimentos, para Santiago, Atanasio y Teodoro.
El Monasterio de Cañas posee una reliquia que
dicen ser las herraduras del caballo de Santiago, que recogería Diego López II
de Haro en la batalla de las Navas de Tolosa y entregaría a su hija Urraca Díaz
de Haro, cuarta abadesa del monasterio.
Reliquia de herraduras del caballo de Santiago
de la batalla de las Navas de Tolosa.
Santiago contra el Islam
En el siglo XII se redacta en Santiago de
Compostela el llamado Privilegio de los Votos, que atribuye al rey
Ramiro I una victoria frente a los moros en Clavijo en 844, victoria obtenida
gracias a una aparición de Santiago. Agradecido, el rey habría hecho el voto
que todos los habitantes de España pagasen al Apóstol, o sea a su santuario,
una cantidad anual. Según este mismo documento, la victoria en Clavijo puso fin
a la entrega anual a los enemigos de un vergonzoso tributo de cien vírgenes
cristianas. La primera representación de Santiago a caballo, de principios del
siglo XIII en la catedral compostelana, muestra las doncellas arrodilladas ante
el caballo de Santiago.
El miles Christi medieval, imagen poco
frecuente, se convierte a partir de la segunda mitad del siglo XV y a lo largo
del siglo XVI en Santiago Matamoros, defensor del catolicismo frente a
todos sus enemigos: los turcos, los herejes y los paganos cuyos cuerpos o
cabezas ruedan entre las piernas de su caballo.
El descubrimiento de la Tumba del Apóstol
supuso para el rey de Asturias una serie de beneficios: la aglutinación de sus
territorios como un solo reino, bajo la especial protección del Apóstol, y la
cristianización de la antigua "Vía del Finisterre", ruta seguida
tradicionalmente por muchos pueblos de religión céltica, hasta el pretendido
fin del mundo. De hecho, las peregrinaciones galas hacia el noroeste de España
se han probado arqueológicamente y se puede afirmar que los celtas - en el
primer milenio antes de nuestra era - recorrían toda Europa para ir a estos
sitios, donde celebraban sus matrimonios y otros ritos. Este camino
precristiano se convierte así en el Camino de Santiago o Ruta jacobea, y
Compostela en el tercer núcleo de peregrinación medieval, tras Roma y
Jerusalén.
En el año 1122, el papa Calixto II instituyó y
proclamó que en adelante tuvieran la consideración y privilegios de Año Santo
Jacobeo todos los años en los que la fiesta litúrgica de Santiago, el 25 de
julio, coincidiera con el día domingo. El próximo año jacobeo tendrá lugar en
2021.
El
Apóstol Santiago el Mayor, Guido Reni
1628-1623. Museo del Prado.
La obra representa a Santiago el Mayor, hermano
de san Juan, uno de los apóstoles más cercanos a Cristo, que fue testigo de la
Transfiguración de Jesús en el monte Tabor, le acompañó durante la Oración en
el Huerto y estuvo presente en el Prendimiento. La figura del santo se
representa de más de medio cuerpo y vestida con una túnica verde y un manto
amarillo y forma parte de una fecunda tradición de pinturas y grabados de
apóstoles que, de manera independiente o formando parte de apostolados,
buscaban potenciar el papel intercesor de los santos entre Dios y los fieles,
siguiendo las consignas de la Contrarreforma. Santiago dirige su mirada al
cielo y con las manos unidas implora la intercesión divina. La pintura no
incorpora complejos atributos iconográficos y el santo se identifica únicamente
por el bordón de peregrino, que hace referencia a sus viajes evangelizadores.
Según la tradición, el apóstol viajó a España y, aunque volvió a Jerusalén,
donde fue martirizado, su cuerpo fue enterrado, siglos después, en Compostela,
en el noroeste de España, donde en torno a su tumba se creó el segundo centro
más importante de peregrinación cristiana de Europa después de Roma. Aunque fue
ya tenida como obra segura de Reni por Bernard Berenson y Hermann Voss, según
se recoge en la documentación conservada en el archivo del Museo del Prado, no
fue publicada como tal hasta 1955, cuando Cesare Gnudi y Gian Carlo Cavalli, no
sólo demostraron su carácter autógrafo, sino que también resaltaron su
excelente calidad técnica. Guido Reni, que fue discípulo de los Carracci, se
convirtió tras la muerte de éstos en el máximo exponente de la escuela boloñesa
y en una figura clave en la proyección del barroco tanto dentro como fuera de
Italia. Esta obra es buen ejemplo de cómo el artista consigue aunar el
naturalismo caravaggiesco y la monumentalidad de los Carraci y muestra sus
excelentes dotes como colorista y dibujante. Sus figuras idealizadas a la vez
que realistas, que demuestran tanto el estudio del natural como su conocimiento
del arte antiguo y de Rafael, logran hacer que sus obras resulten psicológica y
emocionalmente cercanas al espectador. El Museo del Prado, entre otras obras de
Reni, posee otros dos apóstoles, un san Pedro y un san Pablo, de menores
dimensiones y formato ovalado, que parecen relacionados entre sí pero no con
esta pintura. En el Museo de Bellas Artes de Houston se conserva otra versión
de esta obra del mismo tamaño y formato, aunque seguramente posterior, y que
presenta sólo ligeras diferencias, como la posición del bastón de peregrino.
Esta obra formó parte de la colección de Isabel
de Farnesio, hija de Eduardo II, príncipe heredero del ducado de Parma, y una
gran amante de las artes. En 1714 se convirtió en la segunda esposa de Felipe V
y llevó consigo a España una nutrida colección de obras de arte -entre las que
seguramente estaría esta pintura- y cuyo número iría aumentando a lo largo de
los años por adquisiciones, regalos y herencias.
El cuadro del Prado se instaló en el palacio de
La Granja de San Ildefonso, sitio real mandado construir por Felipe V. Con
posterioridad a 1774, formando ya parte de la Colección Real, pasó al palacio
de Aranjuez, en cuya pieza del oratorio se registra en 1794. En 1814 estaba en
el cuarto del infante don Francisco en el Palacio Real de Madrid, de donde fue
trasladada al Museo del Prado.
El
apóstol Santiago,
Bartolomé Esteban Murillo 1655. Museo
del Prado.
A Santiago lo identifica el bordón que sostiene
con la mano derecha y la venera que muestra en el pecho. El maestro sevillano
propone una versión dulcificada de Ribera. Fusiona de manera
brillante la imagen del peregrino (bordón y esclavina con la vieira) con
la del apóstol (el enorme libro y el manto rojo). Si lo pensamos bien, la
representación carece de sentido, ya que ese lujoso manto (que luego veremos en
Ribera y Rubens) no encaja lógicamente con la ropa de peregrino que lleva
debajo. Sin embargo, como imagen, la mezcla funciona a la perfección. Es ahí
donde vemos la maestría de Murillo para la iconografía, resumiendo diferentes
conceptos en una sola imagen de gran fuerza visual.
Santiago
Apóstol, Alberto Durero 1516. Galería de los
Uffizi
Las características de este busto de santo son
muy similares a las de San Felipe, pues ambos forman una pareja. Tienen las
mismas dimensiones y el mismo estilo, incluso la inscripción en latín es igual
para los dos. En este caso, Durero ha caracterizado al santo como un anciano de
frente calva y brillante, con una barba de un blanco algodonoso que refleja la
luz. Sobre la túnica roja podemos ver la concha de vieira que caracteriza a los
peregrinos de Santiago.
Santiago el Mayor, Ribera (ca.
1634). Museo
de Bellas Artes de Sevilla.
Como tantas joyas del barroco, este excepcional
ribera se puede
ver en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. La institución andaluza posee
una de las mejores colecciones de arte barroco del planeta, como corresponde a
la que fue una de las ciudades más importantes del mundo durante el barroco.
Como corresponde a un gran genio, la
representación de Ribera juega con todos los clichés para dar lugar a una
imagen única. Por una parte, su Apóstol Santiago es muy joven, mucho más
que el resto de los que tenemos en esta lista. Esta visión juvenil, que utiliza
en otros cuadros de Santiago como los dos que se conservan en el
Prado, aporta interesantes matices a la figura de un apóstol. Por el otro, como
ya vimos en Murillo, combina al apóstol con el peregrino, nuevamente a
través del manto rojo que luego veremos en Rubens. En este caso, el juego es
más interesante, porque Ribera esconde los signos jacobeos del cuadro: la
vieira está prácticamente oculta por el manto, mientras que el bordón se apoya
contra el borde del cuadro. Pura creatividad.
Santiago el Mayor, de La
Tour (1614 – 1620)
Esta joya de la pintura barroca, redescubierta
en Francia en 2005, se conserva en una colección privada desde 2008, cuando fue
subastada en Nueva York por Sotheby’s.
Originalmente formaba parte de un apostolado completo que La Tour pintó para un
canónigo de Albi entre 1614 y 1620.
La solemnidad habitual en las figuras de La
Tour se aplica, en este caso, a una visión “popular” del Apóstol. La
imagen de Santiago que ofrece el pintor lorenés es de un extremo
realismo. Tanto que podríamos pensar que en su cuadro ha retratado a un
verdadero peregrino, agotado y ajado por la dureza del Camino, con las vieiras
en su esclavina y sombrero, así como el bordón con la calabaza.
Santiago el Mayor, Rubens (1610 – 1612)
Ningún pintor europeo del siglo XVII aunó como
lo hizo Rubens talento artístico, éxito social y económico y un alto nivel
cultural. Aunque su actividad se centró en la pintura, también realizó
numerosos diseños para estampas, tapices, arquitectura, esculturas y objetos
decorativos.
Santiago el Mayor es uno de los apóstoles de
mayor fuerza y rotundidad de toda esta serie, pintada por Rubens entre
1610-1612. Su mirada penetrante y rotunda, dirigida hacia el espectador,
similar a la de San Pablo, se completa con la fuerza con la que sujeta el
libro, en referencia a las cartas recogidas en la Biblia. El bordón y el
sombrero simbolizan su peregrinaje por lo que los dos significados de Santiago,
como apóstol y como peregrino, se funden en una única figura.
La diferencia de tratamiento entre unos
apóstoles, que meditan y se recogen sobre sus libros a pesar de portar las
armas con las que fueron asesinados, otros desencajados con sus símbolos de
martirio, unos mirando al espectador de forma rotunda y otros hacia el cielo o
fuera de la composición ofrecen diferentes actitudes y respuestas ante los
problemas que se enfrentaron, de tal forma que el artista nos ofrece un
conjunto que actúa como un todo, en el que se van entremezclando unos con
otros, siempre con un tratamiento de la imagen similar y donde podemos observar
distintos aspectos de la vida de estos hombres. En el siglo XVII y tras el
Concilio de Trento la producción de apostolados creció y Rubens, un artista muy
relacionado con los dogmas cristianos y la representación de los mismos, busca
potenciar la idea de sacrificio de estos doce apóstoles.
Esta serie muestra, al igual que sucede con La
Adoración de los Magos, el aprendizaje de
Rubens tras su viaje a Italia. Las formas de estos personajes son corpulentas,
vigorosas y fuertes, de recuerdo miguelangelesco, con una mirada penetrante
que, en algunos casos, se dirige hacia el espectador. Recortados sobre un fondo
monocromo oscuro, las figuras ganan aún más en peso y rotundidad, representadas
en tres cuartos. Sin embargo, y a pesar de que sigue la tradición pictórica a
la hora de representar este conjunto, no son personajes estáticos ni
frontalizados, sino que los coloca en diferentes posturas, girando sus cabezas,
con las manos en diferentes planos y dirigiendo la mirada hacia distintos
puntos. Además del recuerdo manierista de Miguel Ángel el otro punto de
inspiración es la pintura de Caravaggio, que también se observa en la Adoración
de los Magos. Aquí se muestra no solo en el tratamiento pictórico de las telas,
de grandes pliegues y caídas, sino también en el estudio lumínico, con focos
dirigidos algunos de ellos frontales o laterales, y que sumen parte de la
figura en sombras. Además el naturalismo de los rostros, que huyen de la
idealización, también recuerda a los modelos del italiano, quien recibió
críticas por la excesiva humanización de sus modelos. En este caso Rubens, a
pesar de seguir a Caravaggio, los retrata con cierta distancia y atemporalidad
que los aleja del mundo terrenal.
En cuanto a la técnica se muestra más contenida
que en sus últimas obras. En algunas partes de los retratos se observa la
preparación del lienzo, que utiliza para dar color a los rostros, las maderas o
los libros entre otros elementos. Es un conjunto de obras muy sobrio en la
paleta cromática pero muy trabajada, buscando representar las luces y las
sombras. Los cabellos y las carnaciones están construidas a base de pinceladas
de diferentes colores y texturas, consiguiendo un realismo y un cuidado típicos
de sus obras.
El conjunto perteneció al Duque de Lerma al que
pudo haberle llegado de manos de Rodrigo Calderón, diplomático flamenco al
servicio de Felipe III y protegido del duque, por el que también entró en
España y posteriormente en la colección Real la Adoración de los Magos. En 1618
Rubens le escribe una carta a sir Dudley Carleton, en el que le envía una lista
de obras que estaban en su casa. Allí menciona "Los doce apóstoles, con
Cristo, realizado por mis discípulos, de los originales hechos por mí que tiene
el duque de Lerma". Desde la colección del duque de Lerma hasta la entrada
del conjunto en la colección real, concretamente en 1746 donde aparecen inventariados
en el Palacio de la Granja de San Ildefonso, nada se sabe con certeza.
Santiago el Mayor en
oración, Rembrandt (1661)
Colección Particular
En este íntimo cuadro, Rembrandt dinamita toda
la iconografía del Apóstol Santiago. Lo representa junto a su sombrero y su
bastón de peregrino, pero sin llevarlos puestos, porque en realidad vemos que
la figura está rezando, situada de perfil al espectador. Un giro que sirve para
cambiar totalmente la imagen del apóstol, mezclando de manera equilibrada el
crudo realismo que podíamos ver en La Tour o Cano con la solemnidad de Reni o
Rubens. La particular forma de representar a los santos de una forma más humana
es típica de Rembrandt, pero en este cuadro va más allá. Otra maravilla del
genio holandés que debería estar en un museo.
Santiago el Mayor, Alonso Cano (1635 – 1637). Museo
del Louvre.
El Santiago de Cano es un descarnado peregrino
descalzo, con el rostro maltratado por la intemperie y la mirada intensa,
profunda y levemente perdida propia de los romeros. Como el cuadro de La Tour,
el espectador aprecia la presencia de un verdadero peregrino, de cuerpo tan
agotado que es una de las pocas imágenes en que el apóstol peregrino se
representa sentado. Se encuentra mucho más cerca de los mendigos de Ribera o
Velázquez que del solemne Apóstol pintado por Murillo o Rubens. Alonso Cano
sabía lo que era un peregrino y lo representa en su tela.
Santiago matamoros
Este relieve románico, situado en una portada
del crucero de la catedral de Santiago de Compostela, es una de las primeras
representaciones artísticas que existen de este apóstol en la batalla de
Clavijo. La veracidad de este suceso aún es objeto de debate entre los
historiadores, al igual que la propia venida del santo a España y el hecho de
que realmente pueda estar enterrado en el subsuelo de la catedral compostelana.
Santiago el
Mayor peregrino, El Greco 1587-96. Museo de
Santa Cruz (Toledo).
Entre 1586 y 1596 son abundantes los santos
aislados o en pareja - véase San Andrés y San Francisco - en la producción de
El Greco. Suelen corresponder a encargos de conventos o particulares en un
momento devocional del Toledo de la Contrarreforma. Así surge este Santiago el
Mayor peregrino que contemplamos, patrono de España, procedente del retablo de
Santa Bárbara de la iglesia de San Nicolás de Toledo. La figura se presenta
ante una hornacina, sobre un pedestal, a modo de estatua, y recuerda las
imágenes del Renacimiento italiano que habían elaborado Mantegna o Masaccio al
acentuar el aspecto escultórico del personaje. Doménikos emplea un canon
acertado, cercano aún a Miguel Ángel en la volumetría y en el aspecto macizo
mientras que el alargamiento progresivo de la figura se empieza a manifestar de
manera contundente. La cabeza se ve así reducida ante las poderosas piernas y
el ancho torso, iniciando un cambio en el canon clásico - la cabeza es la
séptima parte del cuerpo - que provocará esas figuras estilizadas y llameantes.
El modelado se realiza mediante el color y luz, como en la Escuela veneciana,
aunque aún existe una dependencia del dibujo que enlaza con la Escuela romana.
Martirio
de Santiago,
Zurbarán 1640. Museo del Prado.
Santiago está siendo decapitado por orden de
Herodes Agripa, que aparece tras él con turbante. Zurbarán recurrió a fórmulas
procedentes de estampas que le sirven para organizar una composición
monumental, repleta de detalles magníficos, como la noble cabeza del perro que
asoma por la derecha. Se ha supuesto que formó parte del retablo que Zurbarán
se obligó a realizar con Jerónimo Velázquez para la iglesia de Nuestra Señora
de la Granada (Llerena). Se comprometieron a realizarlo en dos años y medio,
aunque se desconoce si llegaron a cumplir el plazo, ni cuál fue la intervención
concreta del pintor. Seguramente realizó también un Resucitado, una Crucifixión
y una Virgen en Gloria, que han permanecido en la iglesia hasta hace
unas décadas. En cuanto al Martirio de Santiago, la hipótesis sobre su
procedencia descansa en su estilo, que concuerda plenamente con el que
cultivaba el pintor a finales de los años treinta, y en su iconografía, pues la
iglesia de Llerena dependía de la Orden de Santiago. En cualquier caso, se
trata de una pintura de notable calidad, realizada en un momento de plenitud
del maestro. Narra el momento en que el patrón de España es decapitado por
orden de Herodes Agripa, personaje con turbante que aparece tras el Apóstol.
La composición está inspirada en sendas
estampas de Anton Wiericx sobre la vida de Santa Catalina, y varios de los
detalles -como la espléndida cabeza del perro o el judío que muestra su perfil
en el extremo izquierdo- derivan de estampas de Durero. Pero todo ello está traducido
al mejor estilo del pintor, que muestra su extraordinaria habilidad para las
texturas y su maestría en el empleo de la sombra para crear volúmenes. Ha
prescindido de una visión dramática del martirio y ha preferido construir un
cuadro -a pesar de su tema- sereno y meditativo mediante una composición muy
monumental, emparentable con algunos de los lienzos del altar mayor de la
Cartuja de Jerez.
Martirio
de Santiago Apóstol, Juan de Juanes. Museo de Bellas Artes
Pío V de Valencia, España.
Santiago el Peregrino, Juan de Juanes. Convento
de la Corona de Jesús de los Religiosos Recoletos de San Francisco en Valencia.
Este aceite a bordo
proviene de la iglesia del Convento de la Corona de Jesús de los Religiosos
Recoletos de San Francisco en Valencia. Es
una imagen que fue ideada para tirar de los corazones de los fieles, y pocos
artistas lograron hacerlo así como Juanes. Sus creaciones eran sensibles y
conmovedoras, para hacer que la gente sintiera compasión por el santo.
Representa
a James con una cara estilizada y tierna, profundamente en pensamiento y un
poco triste.
Es un
retrato hermoso y agradable que invita al espectador a sentir devoción. El artista domina muy bien las
grandes masas de color, que se convierten en los protagonistas de esta
composición equilibrada y estudiada.
Santiago
Peregrino,
Juan de Flandes, 1507. Museo del
Prado.
Representación de Santiago el Mayor como
peregrino, con el báculo o bordón, en este caso sin la habitual calabaza para
el agua. Lleva esclavina y sombrero mostrando sobre la frente la concha o
vieira, símbolo distintivo de las peregrinaciones a Compostela, como la cruz
griega y la palma lo eran de las que se dirigían a Jerusalén, y la doble llave
y la Verónica, de las que se dirigían a Roma. Aunque el origen de la concha
sigue siendo oscuro, una tradición tardía aseguraba que un jinete caído al mar
fue salvado por el apóstol cubriendo su cuerpo con conchas. Es tal la
importancia de la peregrinación a Compostela, que los atributos del peregrino
llegan a contaminar las otras dos iconografías de Santiago el Mayor, como
apóstol y como caballero, lo que explica la aparición en esta obra del libro,
símbolo de la doctrina evangélica (Carmona Muela, J.: 2003).
De origen y formación flamenca, Juan de Flandes
es conocido sólo por las obras que realizó en Castilla a partir de julio de
1496, en que llegó al reino castellano para ser pintor de corte de Isabel la
Católica hasta su muerte. Tras el fallecimiento de la reina, Juan de Flandes
decidió quedarse en tierras castellanas. Al no ser ya pintor de corte y no
contar con la ración anual, tuvo que someterse a un mercado artístico en que
los comitentes demandaban un tipo de obras distinto al que había hecho hasta
entonces para la reina, en ocasiones destinadas a formar retablos, muchas veces
compuestos por un amplio número de tablas.
¡Santiago,
y cierra, España!
Más de uno, si pudiese, diría que el vínculo
del apóstol Santiago con nuestro país fue un invento de Francisco Franco o un
mito creado por la Iglesia católica para ir en contra de los musulmanes. Nada
más lejos de la realidad. El patrón de España fue uno de los doce hombres
elegidos por Jesucristo
para que fuesen sus discípulos. Tras resucitar, Jesús envió a los apóstoles a
todos los rincones del mundo para que predicasen la Palabra de Dios.
Narran los textos medievales que el mayor de
los vástagos del Zebedeo -apodados los “hijos del trueno”- arribó a Hispania
para anunciar el Evangelio. Tras su paso por las tierras que hoy forman nuestro
país, Santiago el Mayor viajó a Jerusalén, donde, cuatro años después, Herodes Agripa I -nieto
del Herodes que mandó asesinar a los Santos Inocentes- le decapitó por ser
seguidor de Jesucristo. La tradición cuenta que sus restos mortales fueron
trasladados hasta Compostela, donde hoy reposan desde el siglo IX. Una
tradición que es negada por algunos historiadores pero que fue confirmada en
1884 por una bula del papa
León XIII.
Cuestiones y debates históricos aparte, la vida
militar española siempre ha estado muy vinculada a la figura de este apóstol.
En decenas de batallas, la frase “¡Santiago,
y cierra, España!” dio fuerzas y moral a las tropas cristianas que hacían frente a los seguidores de
Mahoma. Pero, ¿cuál es el origen de este grito castrense?
Si bien es cierto que nadie sabe quién fue el
primero que acuñó esta frase que ensancha corazones, algunos historiadores defienden
que se comenzó a usar a inicios del siglo noveno bajo el reinado del monarca
asturiano Alfonso II el
Casto. Otros, como Rodrigo
Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo y Primado de España a
comienzos del siglo XIII, recoge en su texto “De rebus Hispaniae” lo acontecido
en la batalla de Clavijo,
donde las tropas cristianas habrían pedido ayuda al apóstol antes de luchar.
El documento narra que, en mayo del año 844, el
rey Ramiro I de Asturias
tuvo un sueño en el que se le apareció Santiago cabalgando sobre un caballo
blanco.
El mayor de los “hijos del trueno” le dijo al
Rey que el ejército cristiano vencería al musulmán. Al día siguiente, animados
por la intercesión del apóstol, las tropas del monarca asturiano arrasaron a
los más de 60.000
seguidores de Mahoma. El discípulo de Cristo se ganó el apodo
de “matamoros”.
En aquella jornada se estableció el Voto de
Santiago. Es decir, tras cada una de las conquistas, la tierra recuperada para
la cristiandad debía ofrecer cada año una serie de bienes a la catedral de
Compostela para agradecer al santo su ayuda. A partir de 1646, siendo ya España
una unidad bajo el cetro de Felipe
IV, se decretó que esta ofrenda la harían los Reyes; algo que
en la actualidad -aunque en algunas ocasiones el rey Juan Carlos delegue en
otras personas- se puede ver cada 25 de julio en la catedral de la capital de
Galicia.
El apóstol también se apareció a finales del
siglo X al conde Fernán
González en víspera de la batalla de Hacinas. Dicen las
crónicas que la contienda comenzó al grito de “¡Santiago, y cierra!”, y
finalizó con la victoria cristiana sobre los ejércitos mahometanos de Almanzor.
Quién sabe si algún cristiano se desgañitó
pronunciando “¡Santiago, y cierra, España!” en Clavijo, las Navas de Tolosa o
El Salado durante la Reconquista.
O si algún español harto del incordio francés
gritó pidiendo la intercesión del apóstol en Sagunto o en Bailén durante la
Guerra de Independencia.
Lo que es seguro es que era un clamor muy usado
al entrar en batalla. Hasta Cervantes
puso en boca de Sancho
Panza la duda sobre el significado de esta exclamación. El
escudero pregunta si “¿está por ventura España abierta, y de modo que es
menester cerrarla, o qué ceremonia es ésta?”. A lo que Don Quijote, en
referencia al apóstol, le explica que los españoles “le invocan y llaman como a
defensor suyo en todas las batallas que acometen, y muchas veces le han visto
visiblemente en ellas, derribando, atropellando, destruyendo y matando los
agarenos escuadrones”.
La duda de Sancho la puede tener cualquiera que
hoy pronuncie esta exclamación. En primer lugar, se quiere pedir intercesión a
Santiago; por otro lado, según la Real
Academia Española, el verbo “cerrar” -en su trigésimo segunda
acepción- significa trabar batalla, embestir o acometer; y en tercera
instancia, se gritaría España en referencia a los soldados y su defensa de la
patria.
Apóstol
Santiago el Menor
Santiago el Menor o Santiago, hijo de Alfeo para distinguirlo
del otro apóstol del mismo nombre (Santiago el Mayor o Santiago, hijo de
Zebedeo y hermano de Juan) fue uno de los doce apóstoles de Jesucristo. Era
hijo de Cleofás o Alfeo y de María de Cleofás, y hermano de Judas Tadeo y de
otro José (Marcos 15:40).
En latín eclesiástico se le denominaba Sanctus
Iacobus, literalmente "San Jacobo", compuesto que devino en Sant
Iaco y Sant Iague (o Yagüe) para culminar como Sant Iago.
Mateo nos dice que hay dos apóstoles llamados
Santiago (llamado Jacobo en la biblia Reina Valera):
Los
nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro, y Andrés
su hermano; Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano; Felipe,
Bartolomé, Tomás, Mateo el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por
sobrenombre Tadeo, Simón el cananista, y Judas Iscariote, el que también le
entregó.
Mateo
10:2-4
Lucas nos confirma lo mismo, el primero sería
llamado Santiago el Mayor y el segundo como Santiago el Menor.
Simón, a
quien también llamó Pedro, y a Andrés su hermano, Jacobo y Juan, Felipe
y Bartolomé, Mateo y Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Simón al que llamaban
el Zelote, Judas hermano de Jacobo, y Judas Iscariote, que llegó a ser traidor.
Lucas 6,
14-16
El mismo Judas Tadeo manifiesta que es pariente
cercano de Santiago el Menor, diciendo:
Judas,
siervo de Jesucristo, y hermano de Jacobo, a los llamados, santificados en Dios
Padre, y guardados en Jesucristo:
Judas 1:1
La tradición cristiana siempre lo ha
identificado como "el hermano del Señor" que se entrevistó con Pablo;
con el Santiago mencionado en la Carta a los Gálatas como una de las
"columnas de la Iglesia"; con el que tomó la palabra durante el
Concilio de Jerusalén, evidentemente un líder de la comunidad, al que Pedro
había mandado anunciar su liberación; quien quedó a cargo de la Iglesia de
dicha ciudad cuando la dispersión de los apóstoles por el mundo y fue su primer
obispo; con el Santiago a quien -según cuenta Pablo- se le apareció Jesús
resucitado; y con el autor de la Carta de Santiago.
Algunos estudiosos en el tema afirman que
Santiago el Menor hace referencia al mismo Santiago "hermano de
Jesús" como es el caso de la doctrina católica, mientras que otros afirman
que se tratan de personas diferentes, como sucede con la doctrina protestante.
Según ésta doctrina, Marcos nos hace ver la diferencia entre los dos Apóstoles
llamados Santiago, y el otro Santiago, pariente de Jesús, que algunos
identifican como Santiago el Justo.
Jesús, quien antes de los 30 años ayudaba a su
padre en la carpintería, fue reconocido por las personas donde había crecido:
¿No es
éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de
Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se
escandalizaban de él.
Marcos
6:3
La misma doctrina afirma que Pablo habla
también de este tercer Santiago (Jacobo), el cual era diferente a los dos
Apóstoles:
Después,
pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro y permanecí con él quince
días; pero no vi a ningún otro de los Apóstoles, sino a Jacobo, el hermano
del Señor.
Gálatas
1:18-19
Aunque el acierto más favorable viene de los
escritos no bíblicos del historiador Flavio Josefo. Es de tomar en cuenta que
en la sociedad del lugar, de naturaleza patriarcal, el término
"hermano" cubría un amplio número de parientes cercanos, y no
necesariamente implicaba el ser "hermano de sangre", es decir, hijo
de los mismos padres. Así mismo con el término "primo", ya que la
Virgen María y Santa Isabel tenían seguramente una relación familiar más lejana
que la que se entiende hoy por ese término.
Josefo nos ilustra la muerte del hermano de
Jesús en manos del Sumo Sacerdote Anás ben Anás o Ananus (Ananías) el cual no
es el Ananías ben Nebedeo que enjuició al Apóstol Pablo:
Ananías
era un saduceo sin alma. Convocó astutamente al Sanedrín en el momento
propicio. El procurador Festo había fallecido y el sucesor, Albino, todavía no
había tomado posesión. Hizo que el Sanedrín juzgase a Santiago, hermano de
Jesús, quien era llamado Cristo, y a algunos otros. Les acusó de haber transgredido
la Ley y les entregó para que fueran apedreados.
(Antigüedades
judías, 20.9.1)
La
historiografía data este evento en el año 62.
Identificación con
Santiago, hijo de Alfeo
San Jerónimo identificó a Santiago, el Menor
con Santiago, hijo de Alfeo, escribiendo en su obra titulada La virginidad
perpetua de la bienaventurada María lo siguiente:
Nadie
duda que habían dos apóstoles de nombre Santiago, Santiago el hijo de Zebedeo,
y Santiago el hijo de Alfeo. ¿Usted pretende que el comparativamente menos
conocido Santiago el menor, quién es llamado el hijo de María, pero no de María
la madre de nuestro Señor, es un apóstol, o no lo es? Si él es un apóstol,
entonces debe ser el hijo de Alfeo y un creyente en Jesús. (...) La única
conclusión es que la María que es descrita como la madre de Santiago el menor
era la esposa de Alfeo y la hermana de María, la madre del Señor, aquella que
es llamada por Juan el Evangelista “María de Cleofás”
Papias de Hierápolis, quien vivió alrededor del
año 70-163 d.C., en los fragmentos de su obra Exposiciones de los Oráculos
del Señor relata que María, esposa de Alfeo, es la madre de Santiago el
Menor:
María,
madre de Santiago el Menor y de José, esposa de Alfeo, era la hermana de María,
la madre del Señor, a quien Juan llama Cleofás.
Por lo tanto, Santiago, hijo de Alfeo, sería el
mismo que Santiago el Menor.
Santiago el Menor también podría ser
identificado con Santiago el hermano de Jesús (Santiago el Justo). Jerónimo
también concluyó que Santiago "el hermano del Señor" es el mismo que
Santiago el Menor. Para explicar esto, Jerónimo primero dice que Santiago el
Menor debe identificarse con Santiago, el hijo de Alfeo. Después de esto, Santiago
el Menor siendo el mismo que Santiago, hijo de Alfeo, Jerónimo relata en su
obra llamada De Viris Illustribus que Santiago "el hermano del Señor"
es el mismo que Santiago, hijo de Alfeo:
Santiago,
quien es llamado hermano del Señor, apellidado el Justo, hijo de José de otra
esposa, como algunos piensan, pero, como a mí me parece, el hijo de María, la
hermana de la madre nuestro Señor, María de Cleofás, de quien Juan hace mención
en su libro (Juan 19:25)
Así, Jerónimo concluye que Santiago, el hijo de
Alfeo, Santiago el Menor, y Santiago, hermano del Señor, son una y la misma
persona.
Puede existir cierta confusión de nombres según
la biblia que se lea en el idioma español. Algunas biblias, entre ellas la
Reina Valera, usa la palabra Jacobo en lugar de la palabra Santiago, ambas
palabras son variantes del idioma español del nombre propio Ya'akov. Por tanto,
"Santiago el Menor" es lo mismo que "Jacobo el menor"; y
"Santiago, hijo de Alfeo" es lo mismo que "Jacobo, hijo de Alfeo".
La Iglesia católica, a partir del año 1960,
celebra la fiesta de Santiago el Menor el 3 de mayo junto con el
otro Apóstol Felipe. Previamente, su festividad era el 31 de mayo y más anteriormente el
10 de mayo.
En la tradición de la Iglesia ortodoxa se
distinguen dos santos, Santiago que se festeja el 25 de octubre y Santiago
el Menor cuya fiesta es el 9 de octubre.
También venerado por la Iglesia copta.
Santiago
el Menor,
Pedro Pablo Rubens, 1610. Museo del
Prado
La escuadra que porta Santiago el Menor hace
referencia a su condición de carpintero y es uno de los apóstoles de esta
serie, pintada por Rubens entre 1610-1612, que no aparece con su atributo de
martirio, al igual que San Pedro, Santiago el Menor y San Pablo. El apóstol
aparece cubierto por una gruesa capa de color tostado que oculta su anatomía
dejando únicamente parte de su rostro anciano y la mano al descubierto. El
tratamiento lumínico incide en la mano de manera especial, llevando nuestra
mirada hacia la escuadra que sostiene y en la frente, dejando parte del rostro
sumido en las sombras.
La diferencia de tratamiento entre unos
apóstoles, que meditan y se recogen sobre sus libros a pesar de portar las
armas con las que fueron asesinados, otros desencajados con sus símbolos de
martirio, unos mirando al espectador de forma rotunda y otros hacia el cielo o
fuera de la composición ofrecen diferentes actitudes y respuestas ante los
problemas que se enfrentaron, de tal forma que el artista nos ofrece un conjunto
que actúa como un todo, en el que se van entremezclando unos con otros, siempre
con un tratamiento de la imagen similar y donde podemos observar distintos
aspectos de la vida de estos hombres. En el siglo XVII y tras el Concilio de
Trento la producción de apostolados creció y Rubens, un artista muy relacionado
con los dogmas cristianos y la representación de los mismos, busca potenciar la
idea de sacrificio de estos doce apóstoles.
Esta serie muestra, al igual que sucede con La Adoración de los Magos, el
aprendizaje de Rubens tras su viaje a Italia. Las formas de estos personajes
son corpulentas, vigorosas y fuertes, de recuerdo miguelangelesco, con una
mirada penetrante que, en algunos casos, se dirige hacia el espectador.
Recortados sobre un fondo monocromo oscuro, las figuras ganan aún más en peso y
rotundidad, representadas en tres cuartos. Sin embargo, y a pesar de que sigue
la tradición pictórica a la hora de representar este conjunto, no son
personajes estáticos ni frontalizados, sino que los coloca en diferentes
posturas, girando sus cabezas, con las manos en diferentes planos y dirigiendo
la mirada hacia distintos puntos. Además del recuerdo manierista de Miguel
Ángel el otro punto de inspiración es la pintura de Caravaggio, que también se
observa en la Adoración de los Magos. Aquí se muestra no solo en el tratamiento
pictórico de las telas, de grandes pliegues y caídas, sino también en el
estudio lumínico, con focos dirigidos algunos de ellos frontales o laterales, y
que sumen parte de la figura en sombras. Además el naturalismo de los rostros,
que huyen de la idealización, también recuerda a los modelos del italiano,
quien recibió críticas por la excesiva humanización de sus modelos. En este
caso Rubens, a pesar de seguir a Caravaggio, los retrata con cierta distancia y
atemporalidad que los aleja del mundo terrenal.
En cuanto a la técnica se muestra más contenida
que en sus últimas obras. En algunas partes de los retratos se observa la
preparación del lienzo, que utiliza para dar color a los rostros, las maderas o
los libros entre otros elementos. Es un conjunto de obras muy sobrio en la
paleta cromática pero muy trabajada, buscando representar las luces y las
sombras. Los cabellos y las carnaciones están construidas a base de pinceladas
de diferentes colores y texturas, consiguiendo un realismo y un cuidado típicos
de sus obras.
El conjunto perteneció al Duque de Lerma al que
pudo haberle llegado de manos de Rodrigo Calderón, diplomático flamenco al
servicio de Felipe III y protegido del duque, por el que también entró en
España y posteriormente en la colección Real la Adoración de los Magos. En 1618
Rubens le escribe una carta a sir Dudley Carleton, en el que le envía una lista
de obras que estaban en su casa. Allí menciona "Los doce apóstoles, con
Cristo, realizado por mis discípulos, de los originales hechos por mí que tiene
el duque de Lerma". Desde la colección del duque de Lerma hasta la entrada
del conjunto en la colección real, concretamente en 1746 donde aparecen
inventariados en el Palacio de la Granja de San Ildefonso, nada se sabe con
certeza.
Santiago el
Menor, El Greco 1602-07. Catedral de
Toledo.
Compañero de San Mateo, San Lucas o San Juan
Evangelista, este Santiago el Menor forma parte del Apostolado que elaboró El
Greco posiblemente para el cardenal Sandoval y Rojas, guardado en la actualidad
en la Catedral Primada de España. El apóstol aparece presenta un libro, viste
túnica amarilla y manto azulado. Su mano derecha se dirige al libro, aunque el
centro de atención vuelve a ser el rostro iluminado, de elegante belleza. Los
pesados ropajes, con sus acentuados pliegues, impiden la contemplación de la
anatomía de la figura, modelando a través de la luz y el color según los
dictados de la Escuela veneciana que tanto admiró Doménikos.
Santiago
el Menor, El Greco 1602-07
Como
obispo de Jerusalén
En una carta pseudoepigráfica del siglo IV
atribuida a Clemente de Roma (siglo I), Santiago es llamado «obispo de obispos,
que gobierna Jerusalén, la Santa Asamblea de los Hebreos, y todas las asambleas
en todas partes».
Hegesipo, en el quinto libro de sus Comentarios,
escribiendo sobre Santiago, dice que: «Después de los apóstoles, Santiago el
hermano del Señor, de sobrenombre el Justo, fue nombrado jefe de la Iglesia en
Jerusalén».
Clemente de Alejandría escribió en el sexto
libro de su Hypotyposes que Santiago el Justo fue elegido como obispo de
Jerusalén por Pedro, Santiago (el Mayor) y Juan: "Porque dicen que Pedro,
Santiago y Juan después de la ascensión de nuestro Salvador, Como si también
fuera preferido por nuestro Señor, no se esforzó después de honor, sino que
escogió a Santiago, el Justo obispo de Jerusalén".
Sin embargo, el mismo autor, en el séptimo
libro de la misma obra, relata también lo siguiente acerca de él: «El Señor,
después de su ascensión, entregó el conocimiento (gnosis) a Santiago el Justo,
a Juan y a Pedro; éstos a su vez lo entregaron a los otros apóstoles y a los
setenta, de los cuales Bernabé era uno.»
De acuerdo con Eusebio de Cesarea, Santiago fue
nombrado obispo de Jerusalén por los apóstoles: "Santiago, hermano del
Señor, a quien los apóstoles habían confiado el asiento episcopal en
Jerusalén".
Jerónimo escribió lo mismo: "Santiago ...
después de la pasión de nuestro Señor ... ordenado por los apóstoles obispo de
Jerusalén ..." además escribe que Santiago "gobernó la iglesia de
Jerusalén treinta años".
El Oxford Dictionary of the Christian Church
afirma que Santiago el Justo fue "desde una fecha temprana con Pedro un
líder de la Iglesia en Jerusalén y desde el momento en que Pedro dejó Jerusalén
después del intento de Herodes de matarlo, Santiago aparece como la autoridad
principal que presidió el Concilio de Jerusalén".
Además de un puñado de referencias en los
Evangelios sinópticos, las fuentes principales de su vida son los Hechos de los
Apóstoles y las Epístolas paulinas; Eusebio y Jerónimo quienes también citan a
los primeros cronistas cristianos Hegesipo y Epifanio. La Epístola de Santiago
en el Nuevo Testamento se atribuye tradicionalmente a él, y él es el principal
autor del Decreto Apostólico de Hechos 15. En las listas existentes de
seudo Hipólito de Roma, seudo Doroteo de Tiro, el Cronicón pascual y Demetrio
de Rostov, él es el primero de los Setenta Discípulos aunque algunas fuentes
como la Enciclopedia Católica declara que estas listas son desafortunadamente
inútiles.
Posible
identidad con Santiago, hijo de Alfeo
Jerónimo considera que el término «hermanos»
del Señor eran los primos de Jesús, amplificando así la doctrina de la
virginidad perpetúa. Además, concluye que Santiago «el hermano del Señor» (Gálatas
1:19), por lo tanto es Santiago, hijo de Alfeo, uno de los doce apóstoles de
Jesús, hijo de María de Cleofás. Fuentes contemporáneas cercanas también
insisten en que Santiago también fue un «célibe perpetuo» desde el vientre, un
término que según Robert Eisenman fue aplicado más tarde a su madre, María.
En dos pequeñas pero potencialmente importantes
obras de Hipólito, Sobre los Doce Apóstoles de Cristo y Sobre los
Setenta Apóstoles de Cristo, él relata lo siguiente:
Y
Santiago hijo de Alfeo, cuando predicaba en Jerusalén, fue apedreado hasta la
muerte por los judíos, y fue sepultado allí al lado del templo.
Santiago, el hermano de Jesús, también fue
apedreado hasta la muerte por los judíos. Con este testimonio de Hipólito hay
buenas razones para suponer que Santiago el hijo de Alfeo es la misma persona
que Santiago el hermano de Jesús.
Estas dos obras de Hipólito son a menudo
descuidadas porque los manuscritos se perdieron durante la mayor parte de la
edad de la iglesia y luego fueron encontrados en Grecia en el siglo XIX. Como
la mayoría de los estudiosos los consideran falsos, a menudo se atribuyen a
Pseudo-Hipólito. Los dos son incluidos en un apéndice a las obras de Hipólito
en la colección voluminosa de los Padres de la Iglesia Primitiva.
Según los fragmentos de la obra Exposiciones
de los Oráculos del Señor del Padre apostólico Papías de Hierápolis, que
vivió cerca del 70-163 d.C., Cleofás y Alfeo son la misma persona, y María, la
esposa de Cleofás o Alfeo, sería la madre de Santiago el hermano de Jesús, de
Simón y de Judas (Tadeo) y de un José.1)
María, la madre del Señor; (2) María, esposa de Cleofás o Alfeo, quien fue
madre de Santiago el obispo y apóstol, de Simón y de Tadeo, y de un José; (3)
María Salomé, esposa de Zebedeo, madre de Juan el evangelista y Santiago; (4)
María Magdalena. Estos cuatro se encuentran en el Evangelio... (Fragmento X)
Así, Santiago, el hermano del Señor sería hijo
de Alfeo, quien es el esposo de María, esposa de Cleofás, o de María, esposa de
Alfeo. Para el teólogo anglicano J.B. Lightfoot este fragmento citado
anteriormente sería falso.
Posible identidad con
Santiago el Menor
Jerónimo también concluyó que Santiago "el
hermano del Señor" es el mismo que Santiago el Menor. Para explicar esto,
Jerónimo primero dice que Santiago el Menor debe ser identificado con Santiago,
hijo de Alfeo, e informa en su obra "Sobre la Virginidad Perpetua de la
Bienaventurada María" lo siguiente:
Nadie
duda que habían dos apóstoles de nombre Santiago, Santiago el hijo de Zebedeo,
y Santiago el hijo de Alfeo. ¿Usted pretende que el comparativamente menos
conocido Santiago el menor, quién es llamado el hijo de María, pero no de María
la madre de nuestro Señor, es un apóstol, o no lo es? Si él es un apóstol,
entonces debe ser el hijo de Alfeo y un creyente en Jesús. (...) La única
conclusión es que la María que es descrita como la madre de Santiago el menor
era la esposa de Alfeo y la hermana de María, la madre del Señor, aquella que
es llamada por Juan el Evangelista “María de Cleofás”
Después de decir que Santiago Menor es el mismo
que Santiago, hijo de María de Cleofás, esposa de Alfeo y hermana de María la
madre del Señor, Jerónimo describe en su obra De Viris Illustribus que Santiago "el hermano del
Señor" es el mismo que Santiago, hijo de Alfeo y de María de Cleofás:
Santiago,
quien es llamado hermano del Señor, apellidado el Justo, hijo de José de otra
esposa, como algunos piensan, pero, como a mí me parece, el hijo de María, la
hermana de la madre nuestro Señor, María de Cleofás, de quien Juan hace mención
en su libro (Juan 19:25)
Así,
Jerónimo concluye que Santiago, el hijo de Alfeo, Santiago el Menor, y
Santiago, hermano del Señor, son una sola misma persona.
Eusebio registra que Clemente de Alejandría
relató: «Este Santiago, a quien el pueblo de antaño llamaba el Justo debido a
su virtud excepcional, fue el primero, como el registro nos dice, en ser
elegido al trono episcopal de la iglesia de Jerusalén». El nombre también ayuda
a distinguirlo de otras figuras importantes en el cristianismo primitivo del
mismo nombre, como Santiago, hijo de Alfeo; Santiago, hijo de Zebedeo; Santiago
el menor, hijo de una María y hermano de José (Mc 15:40); y Santiago, hermano
de Judas (Judas 1:1).
Otros epítetos son «Santiago el hermano del
Señor, llamado el Justo», «Santiago el Justo», y «Santiago de Jerusalén».
Él a veces es denominado en el cristianismo
oriental como «Santiago Adelphotheos» (Santiago, el hermano de Dios). La
liturgia cristiana más antigua, la Liturgia de Santiago, utiliza este epíteto.
Santiagos en el Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento menciona a varios
personajes llamados Santiago. Las epístolas paulinas, desde aproximadamente la
sexta década del siglo I, tienen dos pasajes que citan a un Santiago. Los
Hechos de los Apóstoles, escritos entre el 60 y el 150 d. C., también describen
el período antes de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C. Este cuenta
con tres menciones de un Santiago. Los Evangelios, con dataciones en disputa
que van desde aproximadamente el 50 hasta tan tarde como el 130 d. C.,
describen el período del ministerio de Jesús, alrededor del 30-33 d. C. Estos
mencionan al menos dos personas diferentes con el nombre de Santiago. El autor
de la Epístola de Judas señala que él es un hermano de Santiago en el párrafo
de apertura de esa epístola.
Pablo menciona el encuentro con Santiago, «el
hermano del Señor», a quien llama un «pilar» en su Epístola a los gálatas:
Después,
pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince
días; pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Santiago el hermano del
Señor. En esto que os escribo, he aquí delante de Dios que no miento. Después
fui a las regiones de Siria y de Cilicia, (...) Después, pasados catorce años,
subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. (...) a
pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para
espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a
esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la
verdad del evangelio permaneciese con vosotros. Pero de los que tenían
reputación de ser algo (lo que hayan sido en otro tiempo nada me importa; Dios
no hace acepción de personas), a mí, pues, los de reputación nada nuevo me
comunicaron. Antes por el contrario, como vieron que me había sido encomendado
el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión (pues el
que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí
para con los gentiles), y reconociendo la gracia que me había sido dada,
Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y
a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los
gentiles, y ellos a la circuncisión. Solamente nos pidieron que nos acordásemos
de los pobres; lo cual también procuré con diligencia hacer.
Un Santiago es mencionado por Pablo en su
primera epístola a los corintios, como aquel a quien Jesús se apareció después
de su resurrección:
Porque
primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que
resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y
después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de
los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo;
después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me
apareció a mí.
Hay un Santiago mencionado en Hechos, que la Enciclopedia
Católica identifica con Santiago, el hermano de Jesús: «Pero él,
haciéndoles con la mano señal de que callasen, les contó cómo el Señor le había
sacado de la cárcel. Y dijo: Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos. Y
salió, y se fue a otro lugar».
Santiago también es una autoridad en la iglesia
primitiva en el concilio de Jerusalén (está citando Amós 9:11-12):
Y cuando
ellos callaron, Jacobo respondió diciendo: Varones hermanos, oídme. Simón ha
contado cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos
pueblo para su nombre. Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, como
está escrito: «Después de esto volveré, y reedificaré el tabernáculo de David,
que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar, para que el
resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es
invocado mi nombre, dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos
antiguos». Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se
convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las
contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre. Porque
Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las
sinagogas, donde es leído cada día de reposo.
Después de esto, solamente hay una mención más
de Santiago en Hechos, su encuentro con Pablo poco antes del arresto de este:
«Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo. Y al día
siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos todos
los ancianos».(Hechos 21:17-18)
Algunos evangelios apócrifos dan testimonio del
respeto de los seguidores judíos de Jesús tenían para con Santiago. El fragmento
21 del Evangelio a los Hebreos confirma el relato de Pablo en 1 Corintios con
respecto a la aparición de Jesús resucitado a Santiago, y esto se menciona
también en el Evangelio de Tomás (una de las obras incluidas en la biblioteca
de Nag Hammadi) en el versículo 12 el cual relata que los discípulos le
preguntaron a Jesús: «Los discípulos dijeron a Jesús: ‹Sabemos que tú te irás
de nosotros. ¿Quién será nuestro líder?›. Jesús les dijo: ‹Donde ustedes se
encuentren, van a ir con Santiago el Justo, por cuya causa los cielos y la
tierra han llegado a existir›». Epifanio (Panarion 29.4) describe a Santiago
como nazareo.
El pseudoepigráfico Primer Apocalipsis de
Santiago, asociado con el nombre de Santiago menciona muchos detalles, algunos
de los cuales pueden reflejar tradiciones tempranas: él (Santiago) se dice que
tuvo autoridad sobre los doce apóstoles y la iglesia primitiva, afirma que
Santiago y Jesús no son hermanos biológicos, esta obra añade también, un tanto
desconcertante, que Santiago salió de Jerusalén y huyó a Pella antes del asedio
romano de esa ciudad en 70 (Ben Witherington sugiere que lo que se quiere decir
con esto es que los huesos de Santiago fueron tomados por los primeros
cristianos que habían huido de Jerusalén).
El seudepigráfico Segundo Apocalipsis de
Santiago nombra al padre de Santiago "Theudas" en lugar de José, que
se presenta como el padre biológico de Santiago.
El Apócrifo de Santiago, cuya única copia se
encuentra en la biblioteca de Nag Hammadi y que pudo haber sido escrito en
Egipto en el siglo tercero, relata la aparición post-resurrección de Jesús a
Santiago y a Pedro, que Santiago afirma, fue registrado en hebreo. En el
diálogo, Pedro habla dos veces (3:12; 9:1), pero mal entiende a Jesús. Sólo a
Santiago se dirige por su nombre (6:20), y es el más dominante de los dos.
El apócrifo Evangelio de Felipe parece enumerar
a María como una hermana de Jesús sin especificar si es la hija de María y José
o la hija de José por un matrimonio anterior.
El Evangelio de Santiago (o «Evangelio de la
infancia de Santiago»), una obra del siglo segundo, también se presenta a sí
misma como escrita por Santiago, una señal de que su autoría se prestaría
autoridad, y también lo hacen varios tratados en los códices encontrados en Nag
Hammadi.
San Sebastián (mártir)
San Sebastián es un santo venerado
por la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa. Fue soldado del ejército romano
y del emperador Diocleciano, quien -desconociendo que era cristiano- llegó a
nombrarlo jefe de la primera cohorte de la guardia pretoriana imperial.
Nació en Narbona (Francia) en el año 256, pero
se educó en Milán. Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en
los sacrificios paganos por considerarlos idolatría. Como cristiano, ejercitaba
el apostolado entre sus compañeros, visitando y alentando a otros cristianos
encarcelados por causa de su religión. Acabó por ser descubierto y denunciado
al emperador Maximiano (amigo de Diocleciano), quien lo obligó a escoger entre
poder ser soldado o seguir a Jesucristo.
El santo escogió seguir a Cristo. Decepcionado,
el emperador le amenazó de muerte, pero Sebastián se mantuvo firme en su fe.
Enfurecido, le condenó a morir. Los soldados del emperador lo llevaron al
estadio, lo desnudaron, lo ataron a un poste, y lanzaron sobre él una lluvia de
flechas, dándolo por muerto. Sin embargo, sus amigos se acercaron y, al verlo
todavía con vida, lo llevaron a casa de una noble cristiana romana llamada
Irene, esposa de Cástulo, que lo mantuvo escondido y le curó las heridas hasta
que quedó restablecido.
Sus amigos le aconsejaron que se ausentara de
Roma pero Sebastián se negó rotundamente. Se presentó ante un emperador
desconcertado, ya que lo daba por muerto, y le reprochó enérgicamente su
conducta por perseguir a los cristianos. Maximiano mandó que lo azotaran hasta
morir, y los soldados cumplieron esta vez sin errores la misión, tirando su
cuerpo en un lodazal. Los cristianos lo recogieron y lo enterraron en la Vía
Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre de San Sebastián. Muere en el
año 288.
El culto a San Sebastián es muy antiguo y está
muy extendido; es invocado contra la peste y contra los enemigos de la
religión, y además es llamado "el Apolo cristiano" ya que es uno de
los santos más reproducidos por el arte en general.
Los primeros cristianos de Roma perseguidos
llegan a las Islas del Mediterráneo y traen, con fe cristiana, su devoción al
mártir Sebastián.
Su fiesta se celebra el 20 de enero y ha estado
siempre unida a la de san Fabián, en la festividad de los Santos Mártires.
San Sebastián es posiblemente uno de los santos
más representados de la iglesia católica. El mundo del arte se nutre
frecuentemente con obras pictográficas y esculturas que realzan la aceptación
de su destino y la redención por parte de los ángeles.
En las representaciones del primer milenio
viste la clámide militar como correspondía a su cargo, y siempre imberbe.
Durante el gótico, aparece con armadura de mallas a la moda de la época, pero
pronto aparece con el rico traje de los nobles palatinos de entonces y generalmente
con barba. Desde ese momento es mucho más frecuente representarlo desnudo en el
momento de ser asaeteado. El atributo antiguo es la corona de flores en la
mano. El atributo personal, desde la Edad Media, es una saeta y el arco entre
sus manos.
Desde el siglo XV los artistas han preferido
presentarlo desnudo, joven e imberbe, con las manos atadas al tronco de un
árbol que tiene detrás y ofreciendo su torso a las saetas del verdugo. Muchos
artistas lo han representado; entre ellos cabe destacar la escultura de Alonso
Berruguete conservada en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid y la
pintura de El Greco El martirio de san Sebastián, una de las obras más
realistas de este pintor, que se encuentra en el Museo catedralicio de
Palencia.
San
Sebastián,
Sandro Botticelli, 1474.
Gemäldegalerie, Berlín
El cuadro fue colocado con gran ceremonia en
1474 sobre uno de los pilares de la iglesia florentina de Santa Maria Maggiore
el día 20 de enero, la fiesta del santo. La ubicación de la pintura explica su
formato, inusualmente largo. Ha sido costumbre común desde los tiempos
medievales fijar pinturas en los pilares interiores de las iglesias. Con el
transcurso del tiempo, sin embargo, estas pinturas se quitaron de sus
emplazamientos originales, de manera que la perspectiva interior de las
iglesias tal como aparecen hoy, con sus pilares sin adornos, de hecho es una
imagen inexacta.
Se representa al santo prácticamente desnudo,
inmediatamente después del martirio. Su actitud es casi de
"distanciamiento", soportando serenamente las seis flechas que se le
han disparado. Viste sólo un taparrabos, está en pie sobre un tocón de un árbol
que ha sido cortado en forma de poste y que se alza repentinamente en el centro
del cuadro, en frente del paisaje y el cielo. La tortura ha pasado, los
torturadores de Sebastián ya se han ido y están cazando en busca de garzas. La
escena muestra a los torturadores abandonando el lugar, y este es un tema muy
raro que no suele representarse. El paisaje está representado con gran detalle.
En este cuadro de Botticelli la línea tensa y
exasperada de sus contemporáneos se flexibiliza en una entonación casi elegíaca
(M. Bacci). Puede considerarse que este San Sebastián es el primer desnudo
masculino. El artista sigue las ideas clásicas en sus proporciones armónicas y
equilibrado "contrapposto". Sin embargo, hay cierta inseguridad que
se revela en el acortamiento de los pies del santo, confirmando que este cuadro
pertenece a la fase primera de Botticelli.
San
Sebastián, Andrea Mantegna
San Sebastián es el tema de tres
pinturas del pintor del primer Renacimiento italiano Andrea Mantegna. El
artista paduano vivió en un período en que eran frecuentes las pestes;
Sebastián era considerado protector contra la peste al haber sido herido por
flechas y se pensaba que la peste se difundía a través del aire.
En su larga estancia en Mantua, más aún,
Mantegna residió cerca de la iglesia de San Sebastián.
El San Sebastián de Viena
Se ha sugerido que el cuadro fue realizado
después de que Mantegna se recuperase de la peste en Padua (1456–1457).
Probablemente fue encargo del podestà de la ciudad para celebrar el fin de la
peste, fue acabada antes de que el artista dejara la ciudad para ir a Mantua.
Según Battisti, el tema se refiere al Libro de
la Revelación. Un jinete está presente en las nubes en la parte superior
izquierda. Como se especifica en la obra de san Juan, la nube es blanca y el
jinete tiene una guadaña, que él estaba usando para cortar la nube. El jinete
ha sido interpretado como Saturno, el dios grecorromano: en los tiempos
antiguos, Saturno fue identificado con el Tiempo que pasaba y dejaba todo
destrozado detrás de sí.
Detalle del jinete en la nube del San
Sebastián de Viena.
En lugar de la figura clásica de Sebastián
atado a un poste en el Campo Marzio de Roma («Campo de Marte»), el pintor
retrató al santo contra un arco, bien sea un arco de triunfo o bien la puerta
de una ciudad. En 1457 el pintor fue llevado a juicio por «inadecuación
artística» por haber puesto sólo ocho apóstoles en su fresco de la Asunción.
A modo de respuesta, él aplicó los principios del clasicismo de Alberti en los
cuadros siguientes, incluyendo este pequeño San Sebastián, aunque
deformada por la perspectiva nostálgica propia de él.
Detalle de la antigua ciudad en la parte
posterior del San Sebastián del Louvre. Las ruinas clásicas son típicas
de los cuadros de Mantegna. El camino acantilado, la grava y las cuevas son
referencias a las dificultades de alcanzar la Jerusalén Celestial, la ciudad
fortificada representada en la parte superior de la montaña, en la esquina
superior derecha del cuadro, y descrita en el Capítulo 21 del Apocalipsis
de Juan.
Es característico de Mantegna la claridad de la
superficie, la precisión de la reproducción «arqueológica» de los detalles
arquitectónicos, y la elegancia de la postura del mártir.
La inscripción vertical en el lado derecho del
santo es la firma de Mantegna en griego.
El San Sebastián del Louvre
El San Sebastián del Louvre fue una vez
parte del retablo de San Zenón en Verona. A finales del siglo XVII o principios
del XVIII se documentó en la Sainte Chapelle de Aigueperse, en la región de
Auvernia en Francia: su presencia allí está relacionada con el matrimonio de
Chiara Gonzaga, hija de Federico I de Mantua, con Gilbert de Bourbon, Delfín de
Auvernia (1486).
El cuadro presumiblemente ilustra el tema del
Atleta de Dios, inspirado por un sermón espurio de san Agustín. El santo, de
nuevo atado a un arco clásico, es observado desde una perspectiva baja,
inusual, usada por el artista para reforzar la impresión de solidez y dominio
de su figura. La cabeza y los ojos vueltos hacia el cielo confirman la firmeza
de San Sebastián al sobrellevar su martirio. A sus pies se muestran dos
personas malvadas (representadas por un dúo de arqueros): se pretende que creen
un contraste entre el hombre de fe trascendente, y aquellos quienes sólo son
atraídos por goces profanos.
Aparte del simbolismo, el cuadro se caracteriza
por la precisión de Mantegna en las representaciones de las ruinas antiguas,
así como el detalle en particulares realistas como la higuera cerca de la
columna y la descripción del cuerpo de Sebastián.
El San Sebastián de Venecia
El tercer San Sebastián de Mantegna fue
pintado algunos años más tarde (h. 1490), y difiere bastante de las
composiciones precedentes, muestra un marcado pesimismo. La figura grandiosa,
roturada del santo está representado ante un fondo neutral y plano en color
marrón. Las intenciones del artista en esta obra están explicadas en una
banderola en espiral alrededor de una vela apagada, en la esquina inferior
derecha. Aquí, en latín, está escrito: Nihil nisi divinum stabile est.
Caetera fumus («Nada es estable salvo lo divino. El resto es humo»). La
inscripción puede que fuera necesaria debido al tema de la fugacidad de la vida
no era normalmente asociado con cuadros de san Sebastián. La letra «M» formada
por las flechas cruzadas sobre las piernas del santo pueden referirse a Morte
(«Muerte») o Mantegna.
El
martirio de san Sebastián, El Greco
1577-1578. Catedral de Palencia.
El lienzo, de gran tamaño, muestra a un joven
san Sebastián atado a un árbol, desnudo y con una flecha en el costado. La
inestable postura del santo, con una pierna flexionada sobre una roca y la otra
tocando la piedra con la rodilla y apoyada en el suelo, muestra un típico
contraposto de raigambre clásica, y permite al artista mostrar detenidamente la
musculatura del tronco y del brazo derecho, atado a la espalda. El otro brazo
se encuentra extendido hacia el vértice superior derecho, con la mano caída, lo
que acentúa la sensación de debilidad ante el martirio. El tronco y la cabeza
se encuentran levemente inclinados hacia la izquierda, iniciando el cuerpo del
santo una torsión o postura serpentinata típicamente manierista. Se ha
señalado que tanto el aspecto heroico del santo, como el interés por el desnudo
(muy poco común en la pintura española) y la postura inestable y forzada pueden
ser ecos de la obra de Miguel Ángel, cuyas obras vio El Greco en Roma.[1]
El fondo presenta un cielo azul profundo con
celajes blancos de aspecto metálico, típicos del pintor, y un breve paisaje con
algunos árboles de tonalidades pardas y verdes, entre los que se mueven algunos
personajes, muy diluidos en la lejanía, que pudieran ser los ejecutores del
suplicio. La roca sobre la que se apoya san Sebastián lleva inscrita la firma
del autor. El ambiente que rodea la figura es realista, incluyendo la
representación exacta del árbol al que se ata al santo (una higuera), así como
la veraz captación de su rostro. No hay referencia alguna a lo sobrenatural,
salvo la mirada alzada al cielo del joven mártir. El artista utilizó una
composición muy similar en una obra tardía, un San Jerónimo en penitencia,
conservado en la National Gallery de Washington. El tema del martirio de san
Sebastián lo trató el pintor en otro cuadro, igualmente de su época final y muy
diversa formalmente del que tratamos, en el Museo del Prado.
La gama cromática se presenta más reducida que
lo habitual en el Greco, aun cuando presenta notable riqueza, destacando los
matices grises y pardos de las carnaciones y el paisaje, en contraste con el
brillante azul del cielo, velado en parte por las nubes. El tratamiento de la
luz es interesante, con un foco lumínico cenital, pero destaca aquí la ausencia
del rompimiento de gloria que posteriormente utilizará el pintor en obras de
este tipo.
El santo está resuelto con pinceladas gruesas y
empastadas, al contrario del fondo, que las tiene más finas y sueltas.
No se conoce con exactitud cómo llegó la
pintura a la catedral palentina, ni cuál fue su ubicación original. Figuró en
la exposición de "Las Edades del Hombre" que visitó la ciudad en 1999
con el nombre de "Memorias y esplendores". La obra apenas ha sufrido
intervenciones y su estado de conservación es óptimo. Fue restaurada y limpiada
con motivo de la exposición antológica de El Greco que se exhibió en Madrid,
Nueva York y Tokio.
San
Sebastián,
Rafael 1501-1502. Accademia Carrara,
Bérgamo.
La pintura aparece sucesivamente en la
colección Zurla de Crema, luego al grabador Giuseppe Longhi y desde 1836 al
conde Guglielmo Lochis que lo dio a su actual sede en el año 1866.
Imagen sagrada destinada a la devoción privada
es reconocida como obra de Rafael al inicio del periodo florentino. El cuadro
presenta ligeras variaciones en relación con los motivos de Perugino. En esta
pintura las graciosas posturas peruginescas y la brumosa transparencia del
color característico de Francesco Francia, se fusionan de tal modo que indica
claramente la presencia de Rafael. Su habilidad para componer formas claras y
equilibradas se hará típica desde esta obra en adelante, lo mismo que la
discreta y armoniosa destilación de los elementos formales de otros pintores en
la visión clara y serena que parece característica de su temperamento
artístico.
Sebastián sostiene una flecha, el símbolo de su
martirio, con el dedo meñique elegantemente alzado. Luce una magnífica capa
roja y una camisa bordada de oro, con el cabello elegantemente peinado, no hay
nada en esta figura que recuerde los tormentos que sufrió San Sebastián por su
fe. Es una obra temprana típica, unánimemente atribuida a Rafael y, en su
belleza ornamental y tono elegíaco, recuerda mucho a las obras de Perugino. El
paisaje y el aspecto femenino de San Sebastián son influencia de Perugino, pero
la mano emergente con la flecha hace pensar en un conocimiento de Leonardo. La
construcción de la imagen en elipses entrecruzadas es totalmente rafaelesca.
San
Sebastián,
Mattia Preti, c. 1657. Museo de
Capodimonte, Nápoles, Italia
Se trata de un óleo sobre lienzo de 240 × 169
cm. Se calcula que fue realizado hacia 1657, durante la primera estancia en
Nápoles del pintor calabrés Mattia Preti, quien muestra en esta obra una
evidente influencia caravaggesca.
Preti recibió el encargo de las monjas del
convento de San Sebastián para pintar un cuadro sobre el santo con destino a la
iglesia conventual. Una vez expuesto al público, causó un fuerte rechazo y
recibió las críticas de Luca Giordano y de otros pintores locales, que juzgaron
la obra como muy mediocre e inconveniente. El cuadro fue trasladado a una
capilla privada en la iglesia de los Siete Dolores de Nápoles, donde permaneció
hasta 1974, cuando se retiró por los problemas de seguridad en el templo.
Actualmente se expone en el Museo de Capodimonte.
San Sebastián, Juan Carreño de Miranda 1656. Museo del Prado
La Reforma Católica tuvo honda repercusión en
España, cuya pintura se vio sometida a estrictos criterios morales.
El tema barroco más frecuente era el religioso,
y se evitaba el desnudo en la medida de lo posible (la famosa Venus de
Velázquez es el único desnudo femenino de ese siglo).
Elegir el tema del martirio de San Sebastián
era la excusa para un pintor de representar un desnudo masculino. Carreño de
Miranda lo ha elegido y nos muestra un espléndido cuerpo varonil, anatómicamente
proporcionado e increíblemente sensual en su pose retorcida y su color cálido
heredado de la Escuela veneciana.
El martirio apenas deja ver sus huellas en la
piel inmaculada del santo: tan sólo una referencia en la flecha clavada en el
muslo, que apenas sangra. El tema se destaca en primer plano sobre un fondo
indefinido de paisaje, cuyos tonos azulados contribuyen a resaltar de nuevo la
suavidad de la carne, para un cuadro que no debemos olvidar es de tema
religioso.
San
Sebastián cuidado por santa Irene, Hendrick
ter Brugghen
1625. Museo de Arte Allen Memorial en Oberlin (Ohio).
La pintura llamada San Sebastián cuidado por santa Irene es
una obra del pintor holandés Hendrick ter Brugghen que fue un pintor
neerlandés, y un miembro destacado de los seguidores holandeses
de Caravaggio, los llamados caravagistas holandeses. Este cuadro está
realizado en óleo sobre tela, y fue pintado en el año 1625. Mide 150,2 cm de
alto y 120 cm de ancho. Se exhibe actualmente en el Museo de Arte Allen
Memorial que es un museo situado en Oberlin (Ohio) en los Estados
Unidos. Lo administra el Oberlin College. Fundado en 1917, su colección es una
de las mejores entre las de los colegios y universidades de los Estados Unidos,
encontrándose entre las de Harvard y Yale. El AMAM es ante todo un museo
docente, y es un recurso cultural vital para los estudiantes, facultad y
trabajadores del Oberlin College así como la comunidad que lo rodea. Entre los
puntos fuertes se encuentra arte holandés y flamenco del siglo XVII, así como
pintura europea de los siglos XIX y principios del XX y arte contemporáneo
americano.
San Sebastián curado por las Santas Mujeres, José de Ribera 1621. Museo de Bellas Artes
de Bilbao.
Tras ser martirizado por una lluvia de saetas,
San Sebastián fue atendido y curado por las santas mujeres, momento que recoge
Ribera en este espectacular lienzo de gran sintonía con el Calvario de Osuna y
el San Sebastián de esa misma colegiata. Los personajes se recortan ante un
fondo neutro que impide contemplar cualquier referencia paisajística. El Santo
está tumbado, con el brazo derecho aún atado al árbol donde sufrió el martirio,
brazo al que dirige su mirada. Las santas mujeres le quitan las saetas y
proceden a aplicarle el sanador ungüento que llevan en el tarro. En la parte
superior izquierda contemplamos a dos angelitos que portan una corona y una
palma. Las figuras muestran un sensacional escorzo, especialmente el santo,
adaptándose al reducido marco que les proporciona la tela. La luz crea un
espectacular contraste tenebrista que dota de mayor tensión y emotividad al
conjunto, resaltando el naturalismo con el que Ribera trata tanto los gestos y
las expresiones como los detalles de las ropas o las actitudes. La influencia
de Caravaggio en el tratamiento lumínico, el dramatismo o las tonalidades
oscuras utilizadas se compensa con el perfecto estudio anatómico del santo,
inspirado en el clasicismo de Guido Reni, por el que Ribera siempre mostró su
admiración. Casi con total seguridad se trata del lienzo que Felipe IV mandó
llevar a El Escorial en 1656, junto con un buen lote de pinturas, procediendo
Velázquez a su organización y distribución en las salas del Monasterio. Con la
invasión napoleónica fue llevado a Madrid y regalado por el rey José I al
Mariscal Soult, gran amante de la pintura española, en especial de las obras de
Murillo.
San
Sebastián Tirado en la Cloaca Máxima, Lodovico Carracci
(1612). J. Paul Getty Museum (Los
Angeles, CA, Estados Unidos)
Aunque San Sebastián
suele estar representado atado a un árbol o pilar y atravesado por flechas, el
intento de los romanos de quitarle la vida no tuvo éxito.
Ludovico Carracci
eligió representar el momento después de la posterior paliza mortal, cuando los
soldados romanos depositaron el cuerpo flaco y sin vida de Sebastian en un
alcantarillado.
Contra la
oscuridad de la noche, los soldados levantan y tiran el cuerpo del santo
muerto. Ludovico contrastaba la resistencia a la tracción de sus
cuerpos tensos con la holgura de los miembros del santo, la cabeza y los
músculos faciales cuando caía en las profundidades del alcantarillado. La atmósfera nocturna
es oscura y espesa: las figuras parecen emerger de la oscuridad. Los destellos
débiles de los cascos y la armadura, pero las caras de los soldados son
ilegibles.
Una luz brillante
impregna el cuerpo de San Sebastián, convirtiéndolo en el punto focal de la
composición.
En 1612 el cardenal Maffeo
Barberini encargó esta pintura de Ludovico para la capilla de su familia en la
iglesia de San Andrea della Valle en Roma. La capilla
conmemoraba el sitio donde el cuerpo de San Sebastián fue recuperado de la
alcantarilla, llamada la Cloaca Máxima. Barberini decidió guardar la pintura en
su colección privada, creyendo que una imagen de la recuperación del cuerpo de
Sebastián por los cristianos era más apropiada para la iglesia.
San Simón el Zelote
Simón el Cananeo, también llamado Simón
el Zelote, fue uno de los doce apóstoles de Jesús de Nazaret. Es el apóstol
del que existe menos información. El teólogo y doctor de la Iglesia Jerónimo de
Estridón no le menciona en su obra De viris illustribus (Los varones
ilustres), escrita entre el 392-393 Predicó por Oriente Medio.
El
nombre de Simón está en los tres evangelios sinópticos (de Mateo, Marcos y
Lucas) y en el libro de Hechos de los apóstoles siempre que se ofrece
una lista de los apóstoles, pero no se dan más detalles sobre él.
Para
distinguirlo del apóstol Pedro (llamado anteriormente Simón) a este otro
apóstol se le llama Simón el Cananeo en los evangelios de Mateo y Marcos, y se
le llama Zelota en el Evangelio de Lucas y en los Hechos de los
apóstoles. Para el papa Benedicto XVI ambos calificativos son equivalentes,
ya que "zelote" significa "celoso" y en hebreo el verbo qanà’
significa "ser celoso, apasionado". Esta es una virtud que, en el
libro del Éxodo, también tiene Dios con el pueblo elegido y que también
poseen los hombres que se entregan a Dios, como el profeta Elías.
Robert
Eisenman ha señalado las referencias talmúdicas contemporáneas a los zelotes
como kanna'im, opinando que "en realidad no eran un grupo, sino más
bien gente que defendía a los sacerdotes del templo". Las conclusiones
posteriores de Eisenman dicen que la presencia de zelotes en el grupo de
apóstoles original fue disfrazada y reescrita para apoyar la versión del
cristianismo paulino de los gentiles. Estas conclusiones han sido
controvertidas. John P. Meier ha señalado que el término "zelote" es
una mala traducción y que en el contexto de los evangelios significa
"celo" o "celos" (en este caso, para mantener la Ley de
Moisés), ya que el movimiento zelote no existió hasta 30 o 40 años después de
los acontecimientos de los evangelios. No obstante, los académicos S. Brandony
Martin Hengel no susbscriben esa perspectiva.
San
Isidoro de Sevilla reunió las leyendas sobre Simón en su obra De vita et
morte sanctorum. Las leyendas sobre Simón están presentes en la Leyenda
dorada (c. 1260).
En
el apócrifo Evangelio de la infancia de Tomás se menciona un hecho
relacionado con este apóstol. Un niño de 15 años llamado Simón escuchó un ruido
en un árbol y pensó que era un polluelo. Estiró la mano para cogerlo y le
mordió una serpiente en el brazo. Su familia lo llevó a varios médicos de
Jerusalén para intentar curarlo sin tener éxito. Entonces, unos niños
seguidores de Jesús le dijeron a la familia que fuese ver a "su rey".
Jesús le dijo al niño "tú serás mi discípulo" y en ese momento quedó
sanado. La mención termina con la frase "Este es Simón, llamado el
Cananeo, a causa del nido donde le picó la serpiente".
En
la colección de libros apócrifos del Pseudo-Abdías (VI 1) se dice que era
hermano de los cananeos Santiago de Alfeo y Judas Tadeo. Johann Albert
Fabricius anotó acerca de este pasaje que esos tres hermanos eran hijos de un
matrimonio anterior de José, esposo de María.
Eusebio
de Cesarea, en su obra Historia de la Iglesia (H.E. III 11 y 22),
menciona que un tal Simeón o Simón era el padre de una de las mujeres llamadas
María que estaban al pie de la cruz en el Evangelio de Juan. Además,
otras tradiciones aprovechan su condición de natural de Caná para decir que era
el esposo de las bodas de Caná, a las que asistieron Jesús, su madre y sus
discípulos. Además hay quienes pensaron que podría tratarse de Natael, que
conversó con el apóstol Felipe en el Evangelio de Juan.
Una
tradición dice que viajó por Oriente Medio y África. Los cristianos de Etiopía
dicen que fue crucificado en Samaria. Justo Lipsio escribió que fue cortado por
la mitad en Suanir, Persia. No obstante, Moisés de Corene escribió que fue
martirizado en Weriosphora, en el reino de Iberia del Cáucaso. También hay otra
tradición cristiana que dice que murió en paz en Edesa, Mesopotamia. Otra
tradición dice que visitó la Britania romana (posiblemente Glastonbury) y que
fue martirizado en Caistor, el actual Lincolnshire. Algunos autores dudan sobre
si su epíteto "el Zelote" significa que estuvo involucrado en los
grupos judíos contra el Imperio romano, que fueron exterminados.
Simón el Cananeo. José
de Ribera, c. 1630. Museo del Prado, Madrid.
Representación del Apóstol San Simón portando
un libro y una sierra, símbolo de su martirio, sobre fondo oscuro. La técnica
empleada, con fuertes contrastes de luces y sombras, es todavía tenebrista,
siguiendo el estilo del pintor italiano Caravaggio, máxima influencia en la
pintura de Ribera. A esta misma influencia corresponde el naturalismo en la
representación del rostro del santo, posiblemente inspirado en tipos humanos
del entorno cotidiano del artista. Este tipo de composición centrada en un
santo de medio cuerpo exclusivamente acompañado de su atributo iconográfico y
destacándose sobre un fondo oscuro, abundarán en la obra de Ribera de los años
treinta.
Durante la Contrarreforma se hicieron bastante
populares las series de Apóstoles que generalmente los representan de medio
cuerpo, sobre fondo neutro y portando sus atributos iconográficos. Constituían,
por una parte, una derivación de los retablos tardomedievales, en cuyos bancos
y calles solían representarse santos aislados, de cuerpo entero y medio cuerpo.
Pero para entender su presencia y su popularidad hay que acudir también a
algunos libros con estampas, que subrayan la idea de serie.
San Simón, José de Ribera, c. 1635. Museo del Prado, Madrid
La disposición en forma de serie de santos
individuales constituía un instrumento de gran valor pedagógico y decorativo,
muy apto para integrarse en interiores de carácter religioso. Además, en el
caso del Apostolado, todos sus integrantes habían sido objeto de representación
figurativa desde los primeros tiempos del arte cristiano, por lo que existía
una tradición iconográfica muy codificada que facilitaba su identificación a
cualquier fiel. Cada Apóstol estaba asociado a algún objeto concreto, que tenía
que ver con su martirio o con su personalidad religiosa; y de muchos de ellos
eran ampliamente conocidos algunos hechos relevantes de su biografía. El
Apostolado de Ribera se cita por primera vez en las Colecciones Reales a
finales del siglo XVIII y está integrada por cuadros de muy distinta calidad,
de manera que se mezclan en ellas obras con amplia intervención del taller con
piezas que son elaborados estudios de gran precisión retratística en los que el
pintor ha acertado a legarnos auténticos arquetipos de Apóstoles.
Entre los mejores figuran San Pedro, San Pablo
o San Bartolomé. Fue una de las varias series de Apóstoles que se atribuyen a
Ribera o a su taller y son muchas las copias que de los miembros individuales
de estos conjuntos se conservan. Se ha fechado en los inicios de los años
treinta, a la luz de sus relaciones compositivas con los filósofos y de su
estilo, que muestra a un pintor que, sin abandonar el tenebrismo inicial, va
avanzando con paso firme hacia una pintura más segura, monumental y personal.
Fue adquirido por Carlos IV, procedente de la
Casita del Príncipe de El Escorial, de la que pasó al Museo del Prado.
Santa Teresa de Jesús
Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida como santa
Teresa de Jesús o simplemente Teresa de Ávila (Gotarrendura o Ávila,
28 de marzo de 1515-Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582), fue una religiosa,
fundadora de las carmelitas descalzas, rama de la Orden de Nuestra Señora del
Monte Carmelo (o carmelitas), mística y escritora española. Canonizada a poco
menos de cuarenta años de su muerte, fue proclamada doctora de la Iglesia
católica en 1970 por Pablo VI. Junto con san Juan de la Cruz, se considera a
santa Teresa de Jesús la cumbre de la mística experimental cristiana, y una de
las grandes maestras de la vida espiritual en la historia de la Iglesia.
Se llamaba Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y
Ahumada, aunque generalmente usó el nombre de Teresa de Ahumada hasta que
comenzó la reforma, cambiando entonces su nombre por Teresa de Jesús.
El padre de Teresa era Alonso Sánchez de
Cepeda, hijodalgo a fuero de España, que se encontraba en la Suertes de los
Fielazgos en la Cuadrilla de Blasco Jimeno o de San Juan, de la ciudad de
Ávila. Hijo de Juan Sánchez de Toledo, éste era un bien establecido comerciante
de origen judío converso, casado a su vez con Inés de Cepeda, también de origen
converso cuya familia era originaria de Tordesillas pero se había establecido
en Toledo. En 1485 tras el establecimiento del Tribunal de la Inquisición en la
ciudad, Juan Sánchez confesó voluntariamente ante éste y recibió una pena
menor. Posteriormente pudo obtener el reconocimiento de hidalguía con
ejecutoria presentando pleito ante la Real Chancillería de Ciudad Real (que
luego trasladó a la de Granada) obteniendo el reconocimiento de la misma en
1500.
Alonso se casó dos veces. La primera, con
Catalina del Peso y Henao, tuvo dos hijos: María y el capitán Juan Vázquez de
Cepeda. Con su segunda esposa, Beatriz Dávila y Ahumada, pariente de la
anterior, que murió cuando Teresa contaba unos 13 años, tuvo otros diez:
Hernando, Rodrigo, Teresa, Juan (de Ahumada), Lorenzo, Antonio, Pedro,
Jerónimo, Agustín y Juana.
Santa
Teresa de Jesús,
Anónimo (Copia de José de Ribera) Siglo
XVII. Museo del Prado
Según relata la propia Teresa en los escritos
destinados a su confesor y reunidos en el libro Vida de santa Teresa de
Jesús, desde sus primeros años mostró Teresa una imaginación vehemente y
apasionada. Su padre, aficionado a la lectura, tenía algunos romanceros; esta
lectura y las prácticas piadosas comenzaron a despertar el corazón y la
inteligencia de la pequeña Teresa con seis o siete años de edad.
En dicho tiempo pensó ya en sufrir el martirio,
para lo cual, ella y uno de sus hermanos, Rodrigo, un año mayor, trataron de ir
a las «tierras de infieles», es decir, tierras ocupadas por los musulmanes,
pidiendo limosna, para que allí los descabezasen. Su tío los trajo de vuelta a
casa. Convencidos de que su proyecto era irrealizable, los dos hermanos acordaron
ser ermitaños. Teresa escribe:
En una
huerta que había en casa, procurábamos como podíamos, hacer ermitas, poniendo
unas piedrecitas, que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio en nada
para nuestro deseo... Hacía (yo) limosna como podía, y podía poco. Procuraba
soledad para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario...
Gustaba (yo) mucho cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios como que
éramos monjas.
Perdió a su madre hacia 1527, o sea a los 12
años de edad. Ya en aquel tiempo su vocación religiosa había sido continuamente
demostrada. Aficionada a la lectura de libros de caballerías.
Comencé a
traer galas, y a desear contentar en parecer bien, un mucho cuidado de manos y
cabello y olores, y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran
hartas, por ser muy curiosa... Tenía primos hermanos algunos... eran casi de mi
edad, poco mayores que yo; andábamos siempre juntos, teníanme gran amor y en
todas las cosas que les daba contento, los sustentaba plática y oía sucesos de
sus aficiones y niñerías, no nada buenas... Tomé todo el daño de una parienta
(se cree que una prima), que trataba mucho en casa... Con ella era mi
conversación y pláticas, porque me ayudaba a todas las cosas de pasatiempo, que
yo quería, y aun me ponía en ellas, y daba parte de sus conversaciones y
vanidades. Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce años... no me
parece había dejado a Dios por culpa mortal.
Afectada por una grave enfermedad, volvió a
casa de su padre, y ya curada, la llevaron al lado de su hermana María de
Cepeda, que con su marido, Martín de Guzmán y Barrientos, vivía en Castellanos
de la Cañada, alquería de la dehesa que lleva dicho nombre, hoy sita en el
término municipal de Zapardiel de la Cañada (Ávila). Luchando consigo misma,
llegó a decir a su padre que deseaba ser monja, pues creía ella, dado su
carácter, que el haberlo dicho bastaría para no volverse atrás. Su padre
contestó que no lo consentiría mientras él viviera. Sin embargo, Teresa dejó la
casa paterna, y entró el 2 de noviembre de 1533 en el convento de la
Encarnación, en Ávila, y allí profesó el día 3 de noviembre de 1534.
Tras entrar al convento su estado de salud
empeoró. Padeció desmayos, una cardiopatía no definida y otras molestias. Así
pasó el primer año. Para curarla, su padre la llevó en (1535) a Castellanos de
la Cañada, con su hermana. En dicha aldea permaneció Teresa hasta la primavera
de 1536. En Castellanos de la Cañada habría logrado la conversión de un clérigo
concubinario. Entonces pasó a Becedas (Ávila). De vuelta en Ávila, el Domingo
de Ramos de 1537, sufrió un paroxismo de cuatro días en casa de su padre,
quedando paralítica durante más de dos años. Antes y después del paroxismo, sus
padecimientos físicos fueron horribles.
A mediados de 1539 Teresa recuperó la salud;
según la tradición ello fue debido a la intercesión de san José. Con la salud
Teresa recuperó las aficiones mundanas, fáciles de satisfacer, puesto que la
clausura sólo se impuso como obligatoria a todas las religiosas a partir de
1563. En esa época Teresa de Ávila vivió nuevamente en el convento de la
Encarnación, donde recibía frecuentes visitas.
Poco después, Teresa abandonó la oración
(1541). Según su testimonio se le apareció Jesucristo (1542) en el locutorio
con semblante airado, reprendiéndole su trato familiar con seglares. No
obstante, la monja no cambió su estilo de vida en varios años, hasta su
conversión definitiva hacia el año 1554 o 1555, tras la vista de una talla
policromada de un Ecce homo, en su propia expresión, «de Cristo muy
llagado» (Vida 9, 1).
El padre de Teresa falleció en 1541. El
sacerdote que lo había asistido en sus últimos momentos, el dominico Vicente
Barón, se encargó de dirigir la conciencia de Teresa rememorando las últimas
palabras del padre de ésta. Posteriormente, impresionada por estas palabras,
Teresa enmendó su conducta y estuvo dispuesta a corregir sus faltas. Al cabo,
Teresa se confortó con la lectura de las Confesiones, de san Agustín.
Por aquellos años, los jesuitas Juan de Prádanos
y Baltasar Álvarez fundaron en Ávila un colegio de la Compañía (1555). Teresa
confesó con Prádanos; al año siguiente (1556) comenzó a sentir grandes favores
espirituales y poco después se vio animada (1557) por san Francisco de Borja.
Tuvo en 1558 su primer rapto y la visión del infierno. Tomó por confesor (1559)
a Baltasar Álvarez, que dirigió su conciencia durante unos seis años, y
disfrutó, dice, de grandes favores celestiales, entre los que se contó la
visión de Jesús resucitado. Hizo voto (1560) de aspirar siempre a lo más
perfecto. San Pedro de Alcántara aprobó su espíritu y san Luis Beltrán la animó
a llevar adelante su proyecto de reformar la Orden del Carmen, concebido hacia
dicho año.
Teresa quería fundar en Ávila un monasterio
para la estricta observancia de la regla de su orden, que comprendía la
obligación de la pobreza, de la soledad y del silencio. Por mandato de su
confesor, el dominico Pedro Ibáñez, escribió su vida (1561), trabajo que
terminó hacia junio de 1562; añadió, por orden de fray García de Toledo, la
fundación de San José; y por consejo de Soto volvió a escribir su vida en 1566.
Aquí es oportuno citar al biógrafo francés
Pierre Boudot:
En todas
las páginas (del libro de su vida) se ven las huellas de una pasión viva, de
una franqueza conmovedora, y de un iluminismo consagrado por la fe de fieles.
Todas sus revelaciones atestiguan que creía firmemente en una unión espiritual
entre ella y Jesucristo; veía a Dios, la Virgen, los santos y los ángeles en
todo su esplendor, y de lo alto recibía inspiraciones que aprovechaba para la
disciplina de su vida interior. En su juventud las aspiraciones que tuvo fueron
raras y parecen confusas; sólo en plena edad madura se hicieron más distintas,
más numerosas y también más extraordinarias.
Pasaba de
los cuarenta y tres años cuando por vez primera vivió un éxtasis. Sus visiones
intelectuales se sucedieron sin interrupción durante dos años y medio
(1559–1561). Sea por desconfianza, sea para probarla, sus superiores le
prohibieron que se abandonase a estos fervores de devoción mística, que eran
para ella una segunda vida, y la ordenaron que resistiera a estos
arrobamientos, en que su salud se consumía. Obedeció ella, más a pesar de sus
esfuerzos, su oración era tan continua que ni aun el sueño podía interrumpir su
curso. Al mismo tiempo, abrasada de un violento deseo de ver a Dios, se sentía
morir. En este estado singular tuvo en varias ocasiones la visión que dio
origen al establecimiento de una fiesta particular en la Orden del Carmelo.
El biógrafo francés alude al suceso (1559) que
refiere la santa en estas líneas:
Vi a un
ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal... No era grande, sino
pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy
subidos, que parece todos se abrasan... Veíale en las manos un dardo de oro
largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía
meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas: al sacarle
me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de
Dios. Era tan grande el dolor que me hacía dar aquellos quejidos, y tan
excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se
quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino
espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un
requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad
lo dé a gustar a quien pensare que miento... Los días que duraba esto andaba
como embobada, no quisiera ver ni hablar, sino abrasarme con mi pena, que para
mí era mayor gloria, que cuantas hayan tomado lo criado.
Vida de santa Teresa, cap. XXIX
Para perpetuar la memoria de dicha misteriosa
herida, el Papa Benedicto XIII, a petición de los Carmelitas de España e
Italia, estableció (1726) la fiesta de la transverberación del corazón de santa
Teresa. El biógrafo francés agrega:
Hasta
exhalar el último suspiro Teresa gozó la dicha de conversar con las personas
divinas, que la consolaban o revelaban ciertos secretos del cielo; la de ser
transportada al infierno o al purgatorio, y aun la de presentir lo venidero.
A fines de 1561 recibió Teresa cierta cantidad
de dinero que le remitió desde el Perú uno de sus hermanos, y con ella se ayudó
para continuar la proyectada fundación del Convento de San José. Para la misma
obra contó con el concurso de su hermana Juana, a cuyo hijo Gonzalo se dice que
resucitó la santa. Esta, a principios de 1562, marchó a Toledo a casa de Luisa
de la Cerda, en donde estuvo hasta junio. En el mismo año conoció al padre
Báñez, que fue luego su principal director, y a fray García de Toledo, ambos
dominicos.
Descontenta con la «relajación» de las normas
que en 1432 habían sido mitigadas por Eugenio IV, Teresa decidió reformar la
orden para volver a la austeridad, la pobreza y la clausura que consideraba el
auténtico espíritu carmelitano. Pidió consejo a Francisco de Borja y a Pedro de
Alcántara que aprobaron su espíritu y su doctrina.
Después de dos años de luchas llegó a sus manos
la bula de Pío IV para la erección del convento de San José, en Ávila, ciudad a
la que había regresado Teresa. Se abrió el monasterio de San José (24 de agosto
de 1562); tomaron el hábito cuatro novicias en la nueva Orden de las
Carmelitas Descalzas de San José; hubo alborotos en Ávila; se obligó a la
santa a regresar al convento de la Encarnación, y, calmados los ánimos, vivió
Teresa cuatro años en el convento de San José con gran austeridad. Las
religiosas seguidoras de la reforma de Teresa, dormían sobre un jergón de paja;
llevaban sandalias de cuero o madera; consagraban ocho meses del año a los
rigores del ayuno y se abstenían por completo de comer carne. Teresa no quiso
para ella ninguna distinción, antes bien siguió confundida con las demás
religiosas no pocos años.
La reforma propugnada por Teresa junto a san
Juan de la Cruz, que, como se verá, comprendió también a los hombres, se llamó
de los Carmelitas Descalzos, y progresó rápidamente, no obstante los escasos
recursos de que disponía la santa. El padre Rossi, general del Carmen, visitó
(1567) el convento de San José, lo aprobó, y dio permiso a Teresa para fundar
otros de mujeres y dos de hombres. La santa, en aquel año, marchó a Medina del
Campo para posesionarse de otro convento; estuvo en Madrid, y en Alcalá de
Henares arregló el convento de descalzas fundado por su amiga María de Jesús.
Por entonces se empezó a tratar de la reforma para hombres. En 1562 llegó a
Malagón y fundó otro monasterio de la reforma. El monasterio fue bendecido en
su inauguración el día de Ramos (11 de abril) de 1568. Como anécdota y dato
curioso cabe decir que en la celda del monasterio que ocupó santa Teresa hay
una imagen suya sentada escribiendo en una pequeña mesa y que sólo se expone
una vez cada 100 años en esa iglesia. Actualmente, en el monasterio viven
carmelitas de clausura.
De Malagón se trasladó Teresa a Toledo, a donde
llegó enferma (1568), y tras una corta residencia en Escalona, regresó a la
ciudad de Ávila. De ella salió para Valladolid; allí dejó establecido otro
convento, y por Medina y Duruelo de Blascomillán (Ávila), volvió al de Ávila
(1569). Pasó a Toledo y Madrid; de aquí otra vez a Toledo, ciudad en la que
experimentó muchas dificultades para la fundación de un convento, la cual quedó
hecha a 13 de mayo, y vencidos otros obstáculos, tomó posesión del Convento de
la Concepción Francisca de Pastrana (9 de julio). De vuelta en Toledo, allí
permaneció un año, durante el cual hizo algunas breves excursiones a Medina,
Valladolid y Pastrana. En Duruelo de Blascomillan (Ávila) se había fundado el
primer convento de hombres (1568). Se afirma que vio Teresa milagrosamente el
martirio del Padre Acevedo y otros 40 Jesuitas asesinados (1570) por el pirata
protestante Jacobo Soria.
Tras una visita a Pastrana, de donde regresó a
Toledo, entró en Ávila (agosto).
Poco después se fundaba en Alcalá el tercer
convento de descalzos, y en Salamanca, ciudad en que estuvo la santa, el
séptimo de descalzas, al que siguió otro de mujeres en Alba de Tormes (25 de
enero de 1571). De Alba volvió Teresa a Salamanca, siendo hospedada en el
palacio de los condes de Monterrey; pasó a Medina, y de vuelta en Ávila, aceptó
el priorato del convento de la Encarnación, cuya reforma consiguió. El priorato
duró tres años. Se fundaron varios conventos más de descalzos; algunos en
Andalucía abrazaron la reforma, y comenzó la discordia entre calzados y descalzos,
todo ello en 1572, año en que Teresa recibió muchos favores espirituales en el
convento de la Encarnación: tales fueron su desposorio místico con Jesucristo y
un éxtasis en el locutorio cuando conversaba con san Juan de la Cruz. Teresa,
que en el transcurso de su vida escribió muchas cartas, estuvo en Salamanca en
1573. Allí, obedeciendo a su director, el jesuita Ripalda, redactó el libro de
sus fundaciones.
Vivió después en Alba (1574), de la que, a
pesar de hallarse enferma y muy atribulada, pasó por Medina del Campo y Ávila a
Segovia. En esta ciudad fundó otro convento, al que pasaron las religiosas del
monasterio de Pastrana que fue abandonado debido al intento de Ana de Mendoza
de la Cerda, la princesa de Éboli, de convertirse en religiosa bajo el nombre
de sor Ana de la Madre de Dios, siguiendo un estilo de vida desapegado a la
norma de la orden.
En dicho año se denunció a la Inquisición por
primera vez la autobiografía de Teresa, que, de regreso en Ávila, terminado (6
de octubre) su priorato en la Encarnación, volvió a su convento de San José. A
fines de año marchó a Valladolid. A principios de enero de 1575 por Medina del
Campo, llegó a Ávila, y deteniéndose en Fontiveros, fue a Beas de Segura (Jaén)
invitada por Catalina Godínez para fundar allí. El camino lo hizo por Toledo,
Malagón y Torre de Juan Abad, donde tomó ceniza el día 16 de febrero, en el
trayecto se perdió en Sierra Morena, llegando esa misma tarde para la fundación
del décimo convento de Carmelitas Descalzas (Beas de Segura), el 24 de febrero
de 1575. En abril conoció al P. Jerónimo Gracián que estaba en Sevilla como
visitador de la Orden, salió camino de la Corte, y enterado que estaba la santa
en Beas desvió su camino, fue un encuentro gratificante para ambos. En Beas
recibió una denuncia que puso la princesa de Éboli a la Inquisición española
por el Libro de su Vida. Después se trasladó Teresa a Sevilla el 18 de
mayo, estando enferma, y pasó grandes incomodidades en el viaje. Sufrió también
grandes contradicciones en Sevilla, aunque logró fundar en ella el undécimo
convento de descalzas.
Estalló la discordia entre carmelitas calzados
y descalzos en el capítulo general celebrado por aquellos días en Plasencia; en
virtud de las bulas pontificias se acordó tratar con rigor a los descalzos, que
se habían extralimitado en sus fundaciones, y como fuera el padre Gracián (21
de noviembre), por comisión del nuncio, a visitar a los carmelitas calzados de
Sevilla, estos resistieron la visita con gran alboroto. El padre Salazar,
provincial de Castilla, intimó a Teresa que no hiciera más fundaciones y que se
retirase a un convento sin salir de él. Trató la santa de retirarse a Valladolid,
pero se opuso Gracián. En Sevilla estaba Teresa al fundarse en Caravaca (1 de
enero de 1576) el duodécimo convento de descalzas. Delatada a la Inquisición
por una religiosa salida del convento, eligió para su residencia el convento de
Toledo. Dejó Sevilla (4 de junio), llegó a Malagón (11 de junio), y de allí a
Toledo, donde ya estaba a principios de julio. Antes de establecerse, marchó al
convento de Ávila para arreglar varios asuntos; pero regresó rápidamente a
Toledo en compañía de Ana de San Bartolomé, a la que había tomado por
secretaria. Allí concluyó el libro de Las fundaciones, las cuales se
suspendieron en los cuatro años que duraron las persecuciones y conflictos
entre calzados y descalzos. Eligió en Toledo por confesor a Velázquez.
Propaladas muchas calumnias contra Teresa, se
trató de enviarla a un convento americano. Hizo la santa un viaje de Toledo a
Ávila (julio de 1577), para someter a la Orden del Carmen el convento de San
José, antes sujeto al ordinario. Miguel de la Columna y Baltasar de Jesús,
desertores de la reforma, extendieron las calumnias contra los descalzos, a los
que con tal motivo persiguió el nuncio Felipe (Filippo) Sega. Acudió Teresa al
rey, que tomó en sus manos el asunto.
Las monjas de la Encarnación, en Ávila, la eligieron
priora, a pesar de las censuras del padre Valdemoro (octubre de 1577). La santa
escribió (julio a noviembre) el libro de Las moradas. Sostuvo luego
(1578) una polémica con el padre Suárez, provincial de los Jesuitas, y el
nuncio Sega redobló sus persecuciones hasta el punto de pretender destruir la
reforma, desterrando a los principales descalzos y confinando a Toledo a
Teresa, por él calificada de «fémina inquieta y andariega». En Sevilla
un confesor delató a la Inquisición las supuestas faltas de la priora de las
descalzas y de Teresa misma, sobre lo cual se formó un ruidoso expediente que
puso en claro la inocencia de ambas.
Aquel año de (1578) la santa lo pasó en Ávila,
y fue el más triste para Teresa, pues en una de sus cartas decía que le hacían
guerra todos los demonios. Por entonces se hizo otra denuncia del Libro de su
Vida. Desde principios de 1579 comenzó a calmarse la tempestad contra Teresa y
su reforma. La santa escribió en Ávila (6 de junio) los cuatro avisos que dijo
haber recibido del mismo Dios para aumento y conservación de su orden, los
cuales publicó Fray Luis de León al fin del libro de la Vida. De Ávila salió
(25 de junio) para visitar sus conventos. Sucesivamente estuvo en Medina del
Campo, Valladolid, otra vez en Medina, en Alba de Tormes y Salamanca. De
regreso en Ávila (noviembre), salió para Malagón, a pesar de estar enferma, y
llegó a dicho pueblo (día 19) pasando por Toledo. En Villanueva de la Jara
asistió a la fundación (21 de febrero de 1580) del decimotercer convento de
descalzas. Regresó a Toledo, a pesar del mal estado de su salud y de los
dolores de un brazo que se había roto (1577) resultado de una caída. En Toledo
tuvo una parálisis y fallas cardíacas, que la pusieron a las puertas de la
muerte. De allí pasó a Segovia y volvió a la ciudad de Ávila. Por aquellos días
Gregorio XIII expidió las bulas (22 de junio) para la formación de provincia
aparte para los descalzos. Teresa visitó Medina y Valladolid, donde cayó
gravemente enferma. En Palencia fundó otro convento, al que siguieron dos de
descalzos, uno en Valladolid y otro en Salamanca, ambos fundados en 1581. El
decimoquinto de descalzas quedó fundado por la santa en Soria (3 de junio de
1581). Luego Teresa pasó por el Burgo de Osma, Segovia y Villacastín a la ciudad
de Ávila, en la que las monjas del convento de San José la eligieron priora,
cargo que hubo de aceptar. Después estuvo (1582) en Medina del Campo,
Valladolid, Palencia y Burgos, casi siempre enferma.
Supo que en Granada se había fundado el
decimosexto convento de carmelitas, y uno de descalzos en Lisboa. El
decimoséptimo de descalzas lo fundó ella en Burgos, donde escribió sus últimas
fundaciones, incluyendo la de dicha ciudad. Saliendo de Burgos pasó por
Palencia, Valladolid, cuya priora la echó del convento, Medina del Campo, cuya
priora también la despreció, y Peñaranda de Bracamonte. Al llegar a Alba de
Tormes (20 de septiembre) su estado empeoró. Recibido el viático y confesada,
murió en brazos de Ana de San Bartolomé la noche del 4 de octubre de 1582 (día
en que el calendario juliano fue sustituido por el calendario gregoriano en
España, por lo que ese día pasó a ser, viernes, 15 de octubre). Su cuerpo fue
enterrado en el convento de la Anunciación de esta localidad, con grandes
precauciones para evitar un robo. Exhumado el 25 de noviembre de 1585, quedó
allí un brazo y se llevó el resto del cuerpo a Ávila, donde se colocó en la
sala capitular; pero el cadáver, por mandato del Papa, fue devuelto al pueblo
de Alba, habiéndose hallado incorrupto (1586). Se elevó su sepulcro en 1598; se
colocó su cuerpo en la capilla Nueva en 1616, y en 1670, todavía incorrupto, en
una caja de plata.
Santa Teresa fue beatificada en 1614 por Paulo
V, e incluida entre las santas por Gregorio XV el 12 de marzo de 1622, fue
designada (1627) para patrona de España por Urbano VIII. En 1626 las Cortes de
Castilla la nombraron copatrona de los Reinos de España, pero los
partidarios de Santiago Apóstol lograron revocar el acuerdo. Fue nombrada
Doctora honoris causa por la Universidad de Salamanca y posteriormente fue
designada patrona de los escritores.
Con todo, la Iglesia como institución no
reconocía oficialmente el magisterio de la vida espiritual realizado por santa
Teresa de Jesús, ni su doctorado en la Iglesia. Se hicieron varias tentativas
al respecto, la última en 1923. La razón que se alegaba para el rechazo era
siempre la misma: «obstat sexus»
Finalmente el 27 de septiembre de 1970, santa
Teresa de Jesús se convirtió (junto con santa Catalina de Siena) en la primera
mujer elevada por la Iglesia católica a la condición de Doctora de la Iglesia,
bajo el pontificado de Pablo VI. La Iglesia católica celebra su fiesta el 15 de
octubre.
En 2015 la Universidad de Ávila la nombra
doctora honoris causa.
El retrato más fiel a su apariencia es una
copia de un original pintado de ella en 1576 a la edad de 61 años. Fray Juan de
la Miseria pintó el rostro de santa Teresa sobre lienzo, que es el cuadro más
parecido al aspecto original, por realizarlo con la protagonista delante de sus
ojos, y con los pinceles en la mano.
Su confesor, Francisco de Ribera, trazó así el
retrato de Teresa:
Era de
muy buena estatura, y en su mocedad hermosa, y aun después de vieja parecía
harto bien: el cuerpo abultado y muy blanco, el rostro redondo y lleno, de buen
tamaño y proporción; la tez color blanca y encarnada, y cuando estaba en
oración se le encendía y se ponía hermosísima, todo él limpio y apacible; el
cabello, negro y crespo, y frente ancha, igual y hermosa; las cejas de un color
rubio que tiraba algo a negro, grandes y algo gruesas, no muy en arco, sino
algo llanas; los ojos negros y redondos y un poco carnosos; no grandes, pero
muy bien puestos, vivos y graciosos, que en riéndose se reían todos y mostraban
alegría, y por otra parte muy graves, cuando ella quería mostrar en el rostro
gravedad; la nariz pequeña y no muy levantada de en medio, tenía la punta
redonda y un poco inclinada para abajo; las ventanas de ella arqueadas y
pequeñas; la boca ni grande ni pequeña; el labio de arriba delgado y derecho; y
el de abajo grueso y un poco caído, de muy buena gracia y color; los dientes
muy buenos; la barba bien hecha; las orejas ni chicas ni grandes; la garganta
ancha y no alta, sino antes metida un poco; las manos pequeñas y muy lindas. En
la cara tenía tres lunares pequeños al lado izquierdo, que le daban mucha
gracia, uno más abajo de la mitad de la nariz, otro entre la nariz y la boca, y
el tercero debajo de la boca. Toda junta parecía muy bien y de muy buen aire en
el andar, y era tan amable y apacible, que a todas las personas que la miraban
comúnmente aplacía mucho.
Santa
Teresa,
Fray Juan de la Miseria 1576.
Monasterio de las Carmelitas Descalzas de Sevilla.
A los comienzos del Año de
Santa Teresa de Jesús (1515-1582), nos fijamos en el retrato pintado por su
contemporáneo Fray Juan de la Miseria, según aparece escrito en el lienzo:
Pintólo Fray Juan de la Miseria, aetatis suae 61, 6 junii anni Salutis 1576. Se
sabe por la Historia de su vida, que la Santa estuvo en Sevilla de 1575 a 1576,
y fue en este tiempo cuando fue pintada del natural por este fraile carmelita.
El retrato es de un enorme valor histórico, y
se conserva en el Monasterio de las Carmelitas Descalzas de Sevilla. Presenta a
la Santa de medio cuerpo, con el hábito y capa del Carmelo con que iba a
aparecer después en la mayoría de las obras de su iconografía; en la parte
superior izquierda hay un rompiente de luz, desde el que la ilumina el Espíritu
Santo; en una leyenda que rodea su cabeza, está escrita la frase del salmo 88:
Misericordias Domini in aetrenum cantabo.
Todo el cuadro es de un estilo naturalista muy
marcado. Cuenta la historia que no le gustó a la Santa el resultado de la
pintura, y lo expresó con su lenguaje espontáneo, diciendo que “la había
pintado fea y legañosa…”. Este gesto de humildad no quita nada al naturalismo
con que aparece la Santa en actitud de oración y sencillez. Más tarde se
encargarán los artistas de presentarla de un modo más idealizado, pero nos
queda este retrato para saber cómo era la figura real de la Santa Teresa.
Reliquias y traslados
Nueve meses después de su muerte abrieron el
ataúd y comprobaron que el cuerpo estaba entero y los vestidos podridos. Antes
de devolver el cuerpo al cofre de enterramiento le diseccionaron una mano que
envolvieron en una toquilla y la llevaron a Ávila. De esa mano cortó el padre
Gracián el dedo meñique y, según su propio relato, lo mantuvo con él hasta que
fue hecho prisionero por los turcos. Lo rescató a cambio de unas sortijas y 20
reales de la época.
Reunido el capítulo de los descalzos, acordó
que el cuerpo de Teresa debía volver a Ávila y ser custodiado en el convento de
san José. Se hizo el traslado un sábado de noviembre de 1585, casi en secreto.
Las monjas del convento de Alba de Tormes pidieron quedarse con un brazo como
reliquia. Cuando el duque de Alba se enteró del traslado, envió sus quejas a
Roma e hizo negociaciones para recuperarlo. El cuerpo volvió de nuevo a Alba de
Tormes.
Después de estos hechos no la volvieron a
trasladar más, pero se sacaron varias reliquias:
El pie derecho y parte de la mandíbula superior
están en Roma.
La mano izquierda, en Lisboa.
El ojo izquierdo y la mano derecha, en Ronda
(España). Esta es la famosa mano que Francisco Franco conservó hasta su muerte,
tras recuperarla las tropas franquistas de manos republicanas durante la Guerra
Civil Española.
El brazo izquierdo y el corazón, en sendos
relicarios en el museo de la iglesia de la Anunciación en Alba de Tormes. Y el
cuerpo incorrupto de la santa en el altar mayor, en un arca de mármol jaspeado
custodiado por dos angelitos, en dicha iglesia.
Un dedo, en la Iglesia de Nuestra Señora de
Loreto en París.
Otro dedo en Sanlúcar de Barrameda.
Dedos y otros restos santos, esparcidos por
España y toda la cristiandad.
Atributos
Rosas entrelazándose con un Crucifijo
Santa Teresa, Alonso del Arco siglo XVII. Museo Lázaro Galdiano
Santa Teresa de Jesús figura de más de medio
cuerpo con la Paloma del Espíritu Santo en el ángulo superior derecho y mano
derecha con pluma sobre libro en el ángulo inferior izquierdo.
Presenta a la Santa, sentada a una mesa o
bufete, de más de medio cuerpo, con hábito carmelita, como Doctora, con la
cabeza alzada, recibiendo la inspiración del Espíritu Santo, que aparece en el
ángulo superior derecho. Con la mano derecha, apoyada sobre un libro abierto,
sostiene la pluma y la izquierda se entreabre con gesto interrogante.
Es obra de calidad más que discreta que
corresponde a lo mejor del artista, todavía muy influido por la blandura y
virtuosismo de su maestro Antonio de Pereda. Son característicos los toques de
carmín en los labios y la carnación algo fría. La gama de color general está
condicionada por los dominantes marrones del hábito carmelita.
La
educación de Santa Teresa, Juan García de Miranda
1735. Museo del Prado.
En el centro de una habitación, Santa Teresa
niña aparece sentada de frente, leyendo un libro. A su lado aparecen tres
figuras femeninas cosiendo junto a un niño que parece leer o escuchar. Las
mujeres deben representar a su madre y sus hermanas, mientras que el niño puede
ser su hermano Rodrigo, que tenía afición a la lectura de vidas de santos. Al
fondo, un hueco de ventana deja ver otra estancia. A la izquierda del lienzo,
un gran ventanal por el que penetra un haz de luz que inunda y envuelve a las
figuras. A la derecha, una puerta abierta, a través de la cual se divisa un
paisaje en el que destacan dos torres con chapiletes de pizarra. Esta obra
formó parte de una serie dedicada a la vida de Santa Teresa, de la que ingresaron
tres cuadros en el Museo Nacional de la Trinidad, desde donde pasaron
posteriormente al actual Museo del Prado.
Aparición
de Cristo Salvador a santa Teresa de Jesús, Alonso
Cano 1629. Museo del Prado.
Este cuadro y su compañero con la Aparición de Cristo crucificado a santa
Teresa de Jesús representan dos aspectos de la personalidad de
santa Teresa. Esta pintura describe una de las visiones que proporcionaron fama
de santidad a Teresa, a quien vemos arrodillada ante la aparición de Cristo
resucitado. Ese encuentro aparece narrado en Las
moradas, una de sus obras más difundidas. Allí (Morada VII, cap. II) afirma
que se le representó el Señor,
acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como
después de resucitado, y le dijo que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella
por suyas, y Él tendría cuidado de las suyas. Teresa se sirve de la
descripción de ese encuentro para definir cómo se operó en ella el paso desde
la unión espiritual al
matrimonio espiritual,
un dato importante para precisar el origen de estas dos obras. Desde que ambas
se incorporaron a los estudios sobre Alonso Cano, en 1955, se llamó la atención
sobre la posibilidad de relacionarlas con el retablo de Santa Teresa del
convento carmelita de San Alberto, en Sevilla. Su decoración fue contratada por
Alonso Cano en noviembre de 1628, y en el contrato se especificaba el tema de
varias de sus pinturas. Aunque no se había podido asociar directamente el
asunto de ninguna de estas dos obras con las escenas que aparecen en el
contrato, si entendemos que, desde el punto de vista carmelita, la aparición de
Cristo resucitado a santa Teresa equivale al matrimonio
místico entre ambos, es posible ya establecer esa asociación, pues
una de las pinturas que Cano se comprometía a realizar tenía como asunto el desposorio de Cristo y santa Teresa
de Jesús. En cuanto a su compañera, sería uno de los cuadros cuyo
tema no especificaba el contrato, y que se dejaban a la elección del padre
Francisco de Ortega. Ambas obras destacan de manera especial por ser anteriores
a 1638, el año en que el artista abandonó Sevilla para establecerse en Madrid.
En esas primeras décadas de su carrera, Cano desarrolló un estilo muy distinto
al que cultivaría tras su marcha de Sevilla, y que se caracterizaba por el peso
tan importante que tenía en él la técnica descriptiva y la iluminación
naturalistas.
Aparición
de Cristo crucificado a santa Teresa de Jesús, Alonso
Cano 1629. Museo del Prado.
Este cuadro y el anterior, Aparición de Cristo Salvador a santa Teresa
de Jesús, representan dos aspectos de la personalidad de santa
Teresa. Uno de ellos alude a su actividad como escritora, lo que a su vez se
relaciona con su condición de fundadora,
y le valió el título de Doctora de la Iglesia (1970). La vemos sentada ante una
mesa en la que hay un libro y un tintero, en actitud de escribir, mientras
recibe la inspiración de la imagen de Cristo crucificado. Su comparación con el
Resucitado de la pintura compañera sugiere que estamos ante un crucifijo, y no
ante la presencia real de Cristo. Ambas obras destacan de manera especial por
ser anteriores a 1638, el año en que el artista abandonó Sevilla para
establecerse en Madrid.
San Pedro
de Alcántara confesando a Santa Teresa, José
García Hidalgo, segunda mitad del siglo XVII. Museo del Prado.
El asunto de la historia carmelita, muestra a
Santa Teresa confesando con San Pedro de Alcántara (1499-1562) el ascético
franciscano, reformador, y creador de los Alcantarinos en 1540, que fue algunos
años confesor de la Santa, en quien influyó fuertemente.
Es obra muy significativa y una de las mejores
de su autor, que acertó a plasmar, en sombrío tono penitencial, un interior de
iglesia del siglo XVII. La dependencia de modelos de Carreño sólo se advierte
en los ángeles volantes, pero el tratamiento del color y las formas tiene una
cierta sequedad de procedencia valenciana, característica del pintor.
Santa
Teresa de Jesús,
Benito Mercadé y Fábregas, 1868.
Museo del Prado.
Santa Teresa de Jesús (1515-1582) da cuenta de
sus fundaciones reformadoras al padre Jerónimo Gracián (1545-1614), provincial
y visitador de la Orden del Carmelo.
Participó en el Salón de París de 1869 (no1686)
y en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1871 (no309). En el
catálogo de esta última se acompañó de un extracto del Libro de la Vida
(Capítulo XXXVI) escrito por la propia santa: "...En fin me mandó delante de las monjas diese discuento y húbelo
de hacer; como yo tenía quietud en mí y me ayudaba el Señor, di mi discuento de
manera, que no halló el provincial, ni las que allí estaban, porque me condenar".
Primer
milagro de Santa Teresa de Jesús. Resurrección
de su sobrino don Gonzalo Ovalle, hijo de su hermana doña Juana de Ahumada,
Luis de Madrazo y Kuntz, 1855. Museo
del Prado.
En 1561, Gonzalo de Ovalle sobrino de la santa,
niño de corta edad, apareció muerto en su casa de Ávila, que se estaba
adecuando para convento carmelita. El niño volvió a la vida tras las oraciones
de la Santa. En la pintura de Luis de Madrazo contrasta la teatralidad y lo declamatorio
de las actitudes de los personajes, la ingenuidad de algunas de sus partes,
como el nimbo de la santa o el rayo de luz que penetra en la estancia, con el
realismo de la representación del suelo, la azulejería, el benditero o los
desconchones de la pared (Texto extractado de Los Madrazo, una familia de artistas.
Viático
de santa Teresa,
Pablo Pardo González, 1870. Museo del
Prado.
Participó en la Exposición Nacional de Bellas
Artes de 1876 (no316) en cuyo catálogo venía descrita con un extracto
de la Vida de la Santa
por el Padre Rivera: "Cuando le
traían y vió entrar por la puerta de la celda aquel Señor á quien tanto amaba,
con estar antes tan caida y con una pesadumbre mortal y que no se podía
revolver, se levantó en la cama, sin ayuda de nadie, que parecia se queria
echar de ella, y fue menester tenerla. Púsosele su rostro muy hermoso y
encendido, y muy diferente del que antes tenía, y muy más venerable, no de la
edad que ella era, sino mucho ménos. Y puestas las manos con grandísimo espíritu
y llena de alegría, comenzó aquel blanquísimo cisne á cantar al fi n de su vida
con mayor dulzura, que en toda ella habia cantado, y hablando con todo su bien
que tenía delante, decia cosas altas, amorosas y dulces que á todas ponian gran
devocion. Decia estas, entre otras: Con Contritum et humiliatum, Deus non
dispitres".
Santa
Teresa de Jesús en la Gloria, Francisco
Bayeu y Subías, 1760. Museo del Prado.
Boceto preparatorio para una composición mural
que muestra a Teresa sobre las nubes, acompañada por otras monjas carmelitas.
La santa es acogida por la Virgen María que, con un gesto, señala a la
Santísima Trinidad. En la formulación del asunto se aprecia el eco barroco de
Luca Giordano (1634-1705), tamizado por la influencia de la estética de Corrado
Giaquinto.
Imposición
del Collar,
Andrea Vaccaro 1642. Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando.
Éxtasis
de Santa Teresa,
Gian Lorenzo Bernini 1647-1652.
Iglesia de Santa Maria della Vittoria de Roma.
Pero la obra más emblemática de Bernini como
escultor es la capilla Cornaro en Santa Maria della Vittoria (1647-52),
encargada por el cardenal Federico Cornaro, en la que al observador se le
atrapa en medio de un juego de sugestivas relaciones, convirtiéndole en parte
constitutiva del hecho artístico, en espectador activo de una representación
viviente. El "fue el primero en emprender la unificación de la
arquitectura, pintura y escultura de modo que juntas forman un todo
magnífico" (Baldinucci).
Así evidenciaba el biógrafo de Bernini la
revolucionaria conquista del artista y su concepción puramente visual de la
interrelación entre las artes.
En esta capilla, Bernini supo dar vida al
espectáculo total, creando un cuadro teatral fijo en el que se transpone la
celda conventual de Santa Teresa en el momento en que, sufriendo una mística
experiencia, disfruta de la unión extática suprema con Cristo.
De esa visión, entre sobrenatural y humana, el
observador es testigo gracias a que el convexo edículo arquitectónico, de ricos
mármoles polícromos y cálido bronce dorado, sobre el altar es un bambalinón que
reduce la embocadura del escenario; el grupo escultórico del Éxtasis de Santa
Teresa son los actores que, en medio de la interpretación, permanecen quietos
durante unos momentos sobre la escena; la luz natural procedente de un
transparente, que se materializa en un haz de rayos dorados que envuelve a los
personajes, suspendidos en medio del aire sobre un cúmulo de nubes, es la
gloria o tramoya que posibilita el vuelo entre los focos de luz indirecta de la
iluminación escénica; el fresco de El Paraíso pintado por G. Abbatini,
invadiendo la estructura arquitectónica, es el decorado escenográfico; los
miembros de la familia Cornaro asomados a unos balcones laterales, genial
transformación de las tradicionales tumbas parietales, son los palcos
proscenios del teatro, el mismo en el que, sin proponérselo, el observador se
ha colgado sin pagar entrada.
El grupo -que no puede extrapolarse del
conjunto de la capilla, de la que constituye el núcleo de máxima tensión- es en
sí mismo una de las más exquisitas esculturas de la historia del arte,
insuperable en su interpretación del éxtasis como turbamiento espiritual y
sensual a un tiempo, pero también por su alto virtuosismo técnico. Las palabras
con las que la Santa describe su experiencia en el "Libro de su vida"
encuentran en Bernini al más extraordinario de los traductores por su rara
capacidad de fundir tensión espiritual y carga emotiva y sensual, los
componentes básicos de la religiosidad barroca, gracias a un conocimiento
exhaustivo de las posibilidades expresivas de los materiales y a un dominio
insólito de los procedimientos.
Visión de
Santa Teresa del espíritu Santo, Rubens,
1612-1614. Museo Boijmans Van Beunnigen de Rotterdam.
Éxtasis de Santa Teresa,
Sebastiano Ricci.
Santo Tomás de Aquino
Tomás de Aquino; Roccasecca, Italia,
1224/1225-Abadía de Fossanova, 7 de marzo de 1274) fue un teólogo y filósofo
católico perteneciente a la Orden de Predicadores, el principal representante
de la enseñanza escolástica, una de las mayores figuras de la teología
sistemática y, a su vez, una de las fuentes más citadas de su época en
metafísica, hasta el punto de, una vez muerto, ser considerado el referente de
las escuelas del pensamiento tomista y neotomista. Es conocido también como Doctor
Angélico, Doctor Común y Doctor de la Humanidad, apodos dados
por la Iglesia católica, la cual lo recomienda para los estudios de filosofía y
teología.
Sus obras más conocidas son la Summa
theologiae, compendio de la doctrina católica en la cual trata 495
cuestiones divididas en artículos, y la Summa contra gentiles, compendio
de apología filosófica de la fe católica, que consta de 410 capítulos agrupados
en cuatro libros, redactado a petición de Raimundo de Peñafort.
Asimismo, fue muy popular por su aceptación y
comentarios sobre las obras de Aristóteles, señalando, por primera vez en la
historia, que eran compatibles con la fe católica. A Tomás se le debe un
rescate y reinterpretación de la metafísica y una obra de teología monumental,
así como una teoría del Derecho que sería muy consultada posteriormente.
Canonizado en 1323, fue declarado Doctor de la Iglesia en 1567 y santo patrón
de las universidades y centros de estudio católicos en 1880. Su festividad se
celebra el 28 de enero.
Tomás de Aquino nació en 1225 en el castillo de
Roccasecca, cerca de Aquino, en el seno de una numerosa y noble familia de
sangre germana. Su padre, Landolfo, descendiente a su vez de los condes de
Aquino, estaba emparentado con el emperador Federico II. Su madre, Teodora, era
hija de los condes de Taete y Chieti.
Recibió Tomás su primera educación cumplidos
los cinco años, en la abadía de Montecasino, de la que era abad su tío. Ya por
estas fechas sus biógrafos más reputados (Guillermo de Tocco, Bernardo Guido o
Pedro Calo) destacan una singular devoción, señalando que, desde bebé, se
aferraba fuertemente a un papiro que tenía escrito el Ave María. Le enseñaron
primariamente gramática, moral, música y religión hasta 1239, cuando el
emperador Federico II decretó la expulsión de los monjes. A finales del mismo
año el joven Tomás entró en un centro más avanzado, acorde a sus facultades: la
Universidad de Nápoles, que, mediante las artes liberales, le introdujo en la
lógica aristotélica. En 1244, sintiéndose intensamente llamado a la vida
austera e intelectual de los frailes dominicos que había conocido en un
convento de Nápoles, ingresó excepcionalmente rápido en su Orden, gracias a la
amistad que había trabado con el Maestro General Juan de Wildeshausen. La
decisión contrarió sobremanera a su familia, que tenía planificado que Tomás
sucediera a su tío al frente de la abadía de Montecasino. Enterados de que
Tomás se iba a dirigir a Roma para iniciarse en los estudios del noviciado sus
hermanos lo raptaron y retuvieron durante más de un año en el castillo de
Roccasecca con la intención de disuadirlo de su ingreso definitivo en la orden.
Tras haber sido tentado varias veces, logró huir del castillo, y, para alejarse
de su familia tuvo que ser trasladado a París. El Aquinate sorprendió a los
frailes cuando estos vieron que se había dedicado a leer y memorizar la Biblia
y las Sententias de Pedro Lombardo, incluso había comentado un apartado
de las Refutaciones sofísticas de Aristóteles que eran las referencias para los
estudios de la época.
La Universidad de París era ideal para las
aspiraciones del joven Tomás, por su marcada predisposición al Trivium
(ya tradicional en París) y por sus escuelas de teología. Tuvo por maestros más
destacados a Alejandro de Hales y a Alberto Magno, ambos acogedores de la
doctrina aristotélica (especialmente el segundo). Entre sus compañeros estaba
Buenaventura de Fidanza con quien mantuvo una singular relación de amistad,
aunque también de cierta polémica intelectual. Antes de que Tomás acabara los
estudios, Alberto Magno, sorprendido por el entendimiento de su alumno
napolitano, le encarga un Acto escolástico, y a sus fortísimos argumentos el
alumno responde con perfecta distinción, deshaciendo el discurso del Doctor
alemán, el cual dijo a la asamblea:
Vosotros llamáis a éste el Buey mudo, pero yo
os aseguro que este Buey dará tales mugidos con su saber que resonarán por el
mundo entero.
Barbado Viejo, F. Introducción General
en Tomás de Aquino Suma teológica Tomo I. BAC 1947, p.12.
Alberto Magno, seguro del potencial del
novicio, se llevó a este consigo, a Colonia, a enseñarle y estudiar
profundamente las obras de Aristóteles, que ambos habrían de defender
posteriormente. En esa época Tomás fue ordenado sacerdote. Tomás volvería a París
en 1252 para continuar sus estudios, pero encontraría una fuerte oposición a
las Órdenes mendicantes, liderada por los profesores seculares, que perseguían
el abandono de la Universidad, en señal de protesta contra el encarcelamiento
de alumnos delincuentes. Pero el objeto último de su ira eran los maestros
mendicantes: su singular pobreza, constancia y hábito de estudio llenaba sus
clases de alumnos (Véase el caso de Alberto Magno) y ponía en evidencia a los
seculares.
El punto álgido de aquel enfrentamiento, que
llegó a amenazar la vida de los mendicantes, llegó cuando el doctor Guillermo
de Saint Amour publicó sus tratados: Libro del anticristo y sus ministros
y Contra los peligros de los novísimos tiempos. Tomás escribió en
octubre de 1256, unos meses más tarde del segundo panfleto de San Amour, Contra
los que impugnan el culto divino y, el Papa Alejandro IV, ese mismo mes,
excomulgaría a San Amour, prohibiéndole la enseñanza y los sacramentos. El
joven napolitano contaría, a raíz de su respuesta a Saint Amour, con la
confianza papal en cuestiones teológicas, y se le asignó la revisión del Libro
introductorio al Evangelio eterno, de influencias joaquinistas.
Enseñanza universitaria
Tras aquella destacada actuación se le concedió
el doctorado con la excepcional edad de 31 años, por lo cual, en 1256 ejerce
como maestro de Teología en la Universidad de París. Allí escribe varios
opúsculos de gran profundidad metafísica, como De ente et essentia y su
primera Summa o compendio de saber: el Scriptum super Sententias.
Además, goza del puesto de consejero personal del Rey Luis IX de Francia.
En junio de 1259, Tomás es llamado a
Valenciennes, junto con Alberto Magno y Pedro de Tarentaise (futuro papa
Inocencio V), para organizar los estudios de la Orden, aprovechando que tenía
que trasladarse a su Italia natal. Estuvo durante un periodo de diez años
enseñando en Nápoles, Orvieto, Roma y Viterbo. En esta época, Tomás termina la Summa
contra gentiles, que sería la guía de apología de la Orden en España,
encarga la traducción de numerosas obras de Aristóteles a su amigo erudito
Guillermo de Moerbeke, para evitar ciertos errores de interpretación cometidos
por los árabes, y comienza la redacción de la Summa Theologiae. Es
menester señalar que el Papa Urbano IV lo nombró consejero personal, y que le
encargó la Catena aurea (Comentario a los cuatro Evangelios), el Oficio
y misa propia del Corpus Christi y la revisión del libro Sobre la fe en
la Santísima Trinidad, atribuido al obispo Nicolás de Durazzo.
El Aquinate fue enviado de vuelta a París,
debido a la gran oposición que se había alzado en contra de su figura y
doctrina. Esta época, por ser la última, es la más madura y fecunda del
Aquinate pues se enfrentaría a tres brazos del pensamiento: los idealistas
agustinistas, encabezados por Juan Peckham, los seculares antimendicantes,
dirigidos por Gerardo de Abbeville y, por último los averroístas, cuya figura
visible era Sigerio de Brabante. Tomás ya había asumido públicamente, numerosas
ideas aristotélicas y completó las Exposiciones de las más destacadas
obras de Aristóteles, del Evangelio de Juan y de las Cartas de Pablo el
apóstol. Por otro lado, escribe sus famosas cuestiones disputadas de ética y
algunos opúsculos en respuesta a Juan Peckham y Nicolás de Lisieux, al tiempo
que terminaba la segunda parte de la Summa Theologiae.
Pero su gran lucha vino contra los averroístas:
Sigerio de Brabante, máxima figura de la Facultad de Artes, había manifestado
en sus clases (no en sus obras, de lógica y física, como el Sophisma y
su comentario a la Física de Aristóteles) que el hombre no tenía
naturaleza espiritual por lo que la razón podía contradecir la fe sin dejar
ambas de ser verdaderas. Tomás, líder indiscutible de la Facultad de Teología,
respondería ese mismo año con su De unitate intellectus contra averroistas
terminando dicho opúsculo con esta declaración:
He aquí
nuestra refutación del error. No está basada en documentos de fe sino de razón,
y en los asertos de los filósofos. Si hay, pues, alguien que, orgullosamente engreído
en su supuesta ciencia, quiera desafiar lo escrito, que no lo haga en un rincón
o ante niños, sino que responda públicamente si se atreve. Él me encontrará
frente a sí, y no sólo al mísero de mí, sino a muchos otros que estudian la
verdad. Daremos batalla a sus errores o curaremos su ignorancia.
GK
Chesterton Santo Tomás de Aquino.
Espasa-Calpe 1941, p.84
Tras este desafío singular se dice, pues no
consta entre sus biógrafos, que ambos se enfrentaron públicamente y no sería
descabellado, ya que Tomás había disputado con, por ejemplo, Peckham ante la
universidad pero lo históricamente válido es que Tomás salió ampliamente
victorioso tras la publicación del opúsculo, ya que, en primer lugar, Siger se
retractó de muchas cuestiones en su De anima intellectiva, y en segundo
lugar, el obispo de París, Esteban Tempier condenaría a los pocos meses hasta
trece cuestiones esenciales del averroísmo, lo que provocó una gran huelga en
la Facultad de Artes.
Regreso y muerte
Terminada su labor en Francia, se le encargó la
fundación de un nuevo capítulo provincial en Nápoles. Antes de ello, Tomás
visitó a su familia y a sus amigos, el cardenal Anibaldo degli Anibaldi y el
abad de Montecassino Bernard Ayglier. En Nápoles debe destacarse que fue
recibido como un rey, así como la numerosa correspondencia que mantuvo,
respondiendo dudas al mismo Bernard Ayglier entre muchos otros. Sin embargo,
tan pronto comenzó la tercera parte de la Summa Theologiae tuvo una
singular experiencia mística (ya las había tenido antes, está bien documentado)
tras la cual se le haría imposible escribir:
Me han sido reveladas semejantes cosas que lo
que he escrito me parece paja.
Forment (2005, p. 21)
No obstante, accedió a la invitación del Papa
Gregorio X de asistir al Concilio de Lyon II. Sin embargo, a raíz del arrebato
místico se encontraba debilitado de salud por lo que tuvieron que acogerle en
la Abadía de Fossanova. Tras varias profecías y milagros documentados con
numerosos testimonios, Tomás murió haciendo una enérgica profesión de fe el 7
de marzo de 1274, cerca de Terracina. Posteriormente, el 28 de enero de 1369,
sus restos mortales fueron trasladados a Tolosa de Languedoc, fecha en la que
la Iglesia católica lo celebra.
Después de su muerte, algunas tesis de Tomás de
Aquino, confundidas entre las averroístas, fueron incluidas en una lista de 219
tesis condenadas por el obispo de París, Étienne Tempier, en la Universidad de
París en 1277. A pesar de ello, Tomás de Aquino fue canonizado casi a los 50
años de su muerte, el 18 de enero de 1323. Las condenas de 1277 fueron
inmediatamente levantadas en lo que respecta a Tomás de Aquino el 14 de febrero
de 1325.
Tomás de Aquino es uno de los intelectuales más
profundos, sistemáticos y fecundos de la Historia.
Tomás, aun siendo teólogo, destacó por haber
leído y estudiado exhaustivamente a todos los intelectuales referenciales del
momento, filosóficos incluidos, de ahí que pudiera alcanzar una síntesis tan
extensa y consistente. Los materiales para su pensamiento son de muy diverso
origen:
En primer lugar de Platón. A él se le debe
cierta doctrina de la participación (aún no plenamente metafísica), para
explicar la relación entre Dios y las criaturas, así como la cuestión de los
grados de perfección. Tomás también conocía a los estoicos como antecedentes de
la idea tomista de ley natural.
De Aristóteles coge sus teorías principales,
aunque con la perspectiva cristiana del ser, como se ha visto antes. Los
conceptos de forma y materia, acto y potencia, substancia y accidentes y Dios
como fundamento último de los movimientos de la realidad (primera y quinta
Vía). Asume toda su teoría del conocimiento y las bases de su antropología: la
concepción formal del alma, su división tripartita, etc. En Ética y Política
recoge el concepto y la clasificación aristotélica de la virtud y completa sus
aportaciones sobre la ley natural (base del derecho natural, que, aún defendido
por John Locke e Inmanuel Kant, es metafísico), y completa estos esquemas con
la referencia a la ley eterna y las virtudes teologales (ajenas a la misma
cultura griega). Por otra parte, la Lógica la acepta íntegramente desde su
juventud.
Del pensamiento musulmán y judío, además de
acoger sus comentarios a Aristóteles destaca por su atención a Avicena en su
distinción (aún inexacta, debido a su esencialismo) entre esencia y existencia,
y en la formulación de la Tercera Vía. Por otro lado, de Maimónides recoge la
defensa de la creación de la nada y su modo de entender las relaciones entre la
fe y la razón. En cuanto a lo cristiano, es fundamental recordar su adhesión
inquebrantable a la Biblia, los Decretos de los Concilios y los Papas (destaca
Gregorio Magno por sus tratados morales y pastorales). Entre los Padres de la
Iglesia destaca, eminentemente, Agustín de Hipona en la relación de los
atributos de Dios, la idea de la creación o la tesis de la inmaterialidad del
alma, la cuestión de la Trinidad entre muchas otras (afinadas por su
aristotelismo).
De otros neoplatónicos como Pseudo Dionisio
Areopagita asume los aspectos neoplatónicos de sus obras, como el concepto de
participación y los grados de perfecciones, en clave teológica. De Boecio, sus
aportes a los dogmas trinitarios y cristológicos. Alberto Magno, en último
lugar, le introduje en el conocimiento de Aristóteles y le inició en la
cuestión de los trascendentales.
Respecto a su influencia posterior, Tomás jugó
un papel capital, nunca antes visto en la Iglesia católica, como referencia y
modelo de pensamiento, tanto en la Inquisición como en el Concilio de Trento.
En el siglo XV sus seguidores son muy diversos: el canciller Juan Gerson, el
inquisidor Tomás de Torquemada y Girolamo Savonarola. En el siglo XVI defienden
su doctrina y figura el Papa Pío V (que lo nombró Doctor de la Iglesia) y un
buen número de distinguidos españoles como el fundador de la Compañía de Jesús
Ignacio de Loyola (cuya lectura él decreta en el Cap. 14, punto 4° de las Constituciones),
el Doctor místico Juan de la Cruz (que emplea constantemente sus
principios para explicar los mecanismos espirituales), el cardenal Tomás
Cayetano, Francisco de Vitoria y Domingo de Soto. Más tarde, asentando la
reforma contra el protestantismo en el siglo XVII, destacan el obispo Francisco
de Sales, Juan de Santo Tomás, Francisco Suárez y Domingo Báñez.
En el siglo XVIII, a pesar de la poderosa
aparición del racionalismo y, a raíz de él, el empirismo (entre ilustrados) y
ontologismo (entre católicos como Nicolas de Malebranche) cabe mencionar las
aportaciones del cardenal Juan Tomás de Boxadors y los obispos Alfonso María de
Ligorio y Jacques Bossuet.
Ante las nuevas corrientes intelectuales como
el idealismo romántico, nihilismo vitalista, filosofía de la conciencia (Henri
Bergson) y Fenomenología, así como una rama fideísta ultra-católica (Louis
Eugène Marie Bautain, Louis de Bonald y el joven Félicité Robert de Lamennais),
la Iglesia católica recomendó directamente a Tomás para un estudio veraz,
acorde a la fe católica. Ya en el siglo XIX Tomás es recomendado por los Papas
León XIII (es famoso por su encíclica Aeterni Patris) y Pío X (destacó su motu
propio Doctoris Angelici) con el apoyo de los cardenales Désiré
Félicien-François-Joseph Mercier, Tomás Zigliara y Zeferino González, al tiempo
que surgen los grandes inspiradores del neotomismo: Pierre Mandonnet y Ambroise
Gardeil. Y, al fin, en el siglo XX se trata de los Papas Pío XI (Studiorum
Ducem), Juan Pablo II (formado en el Angelicum) el canciller Etienne
Gilson, Josef Pieper, Reginald Garrigou-Lagrange, Jacques Maritain,
Antonin-Dalmace Sertillanges y Sebastiaan Tromp.
En la Iglesia en general, es la referencia de
los Concilios Trento y Vaticano I (en la constitución Dei Filius), a la vez que
se coloca como paradigma de estudios en general en el Vaticano II (se vuelve a
nombrar como autoridad a seguir en cuestiones especulativas y metafísicas) y en
el Código de Derecho Canónico (can. 589 y 1366). De hecho, hoy, numerosos
escritos de los Papas vuelven constantemente a él.
Figura en el Calendario de Santos Luterano.
El segundo período el postconciliar, s.
XVII-XVIII. Reiteramos que el santo alcanza ahora mayores cotas. Se recoge todo
el Simbolismo anterior, se enfatiza y amplía y; además, se populariza con
diversos medios: grabados, gozos y, sobre todo, sermones.
En estos últimos metáforas, milagros, virtudes,
sabiduría, relativos a Tomás se pronuncian con una elocuencia y una persuasión
que tiene como objetivo "calar en lo más hondo" del auditorio.
Orozco al comparar el sermón con la
representación teatral nos dice: " La concepción del sermón como
espectáculo) se sentía y vivía por todas las clases sociales, de la misma
manera que se emocionaban y gozaban con la función teatral" (105).
Esta segunda etapa se caracteriza, pues, por un
mayor poder emocional propio del Barroco.
Para completar esta mayor exaltación del santo
desde la Contrarreforma, se crean las Academias de Santo Tomás, propiciadas por
los dominicos, en cuyos conventos tenían su sede. Completaban la formación
universitaria en filosofía-teología, especialmente tomismo y honraban al santo
en particular durante su festividad.
Entonces los más prestigiosos oradores sagrados
pronunciaban elocuentes sermones a este público intelectual. Sirvan de ejemplo,
los tantas veces citados de Carlos de la Concepción en Santa Catalina mártir.
Este convento fundó su Academia de Santo Tomás en 1588. Y en la iglesia del
mismo se dedicó una capilla al santo que se convirtió en un fastuoso conjunto
barroco desde fines del siglo XVII (106). Terminamos pues en Santa Catalina
mártir, donde a lo largo de los siglos XVII y XVIII, con la capilla del santo
como telón de fondo, brillantes sermones sobre Santo Tomás de Aquino
emocionaban, convencían o distraían al numeroso auditorio que siempre tuvo.
Santo
Tomás de Aquino,
José Risueño Primer cuarto del siglo XVIII. Museo del
Prado.
Santo Tomás de Aquino, de cuerpo entero y de
pie, está representado con el hábito de los monjes dominicos, llevando la
túnica blanca con escapulario y manto negro con capuchón echado hacia la
espalda. Con la mano derecha sujeta una pluma de la que sale un haz de rayos de
luz y en la izquierda lleva un libro, objetos que hacen referencia a su
doctrina. Sobre el pecho cuelga un sol que es atributo de su sabiduría y por
detrás de su espalda sobresalen dos grandes alas que hacen alusión al momento
en que los ángeles ciñen al santo el cíngulo de la castidad. Sobre su cabeza,
el Espíritu Santo desciende de los cielos en forma de paloma para inspirarle.
La figura del santo, representado como un hombre joven, imberbe y con tonsura
monacal, se superpone a un paisaje en el que aparece una pequeña iglesia en la
parte izquierda.
Tentación
de Santo Tomás de Aquino, Diego Velázquez,
1632. Museo
Diocesano de Arte Sacro (Orihuela), Orihuela, España.
Este cuadro fue inicialmente atribuido al
pintor murciano Nicolás de Villacis y también a Alonso Cano para, en los años
1920 pasar a ser reconocido como obra de Velázquez.
El cuadro representa a Santo Tomás de Aquino,
cuando todavía es novicio, tras superar la tentación de una ramera que se
vislumbra en la puerta abierta del fondo y a la que ha hecho huir con un leño
encendido que descansa a sus pies. El santo es sostenido por un ángel mientras
otro se prepara para ceñirle una cinta blanca que simboliza la castidad.
Apoteosis
de Santo Tomás de Aquino, Francisco de
Zurbarán, 1631. Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Zurbarán recibió el encargo de pintar esta
Apoteosis, al tiempo que se le daban precisas instrucciones acerca de su
ejecución: tamaño de la obra, colocación, tema, personajes, etc. El lienzo,
enorme, habría de colocarse en el Colegio de Santo Tomás de Sevilla. Este
colegio formaba doctores, por lo que el tema no es sino una exaltación de la
propia labor del Colegio y sus monjes. Santo Tomás de Aquino es una de las
figuras más relevantes de la teología cristiana. Se le nombró Doctor de la
Iglesia en 1567. Por su importancia aparece rodeado de los cuatro Padres de la
Iglesia, otros tantos personajes fundamentales para la elaboración de la
doctrina. A su derecha se encuentran conversando San Ambrosio y San Gregorio; a
su izquierda, San Jerónimo, de rojo cardenalicio, y San Agustín.
Los cinco intelectuales se encuentran en el
plano superior del cuadro, que simboliza en mundo divino. Sobre sus cabezas, el
cielo en pleno asiente a sus conclusiones: destacan Dios Padre y Dios Hijo con
la cruz. A estas dos figuras trinitarias se añade en el centro la paloma del
Espíritu Santo, que ilumina con sus rayos a Santo Tomás. En el plano inferior
se encuentra representada la tierra: los personajes principales de la Orden y
nada menos que el emperador Carlos V. Su presencia se explica porque fue él
quien facilitó los terrenos y la dote necesaria para la construcción y puesta
en marcha del Colegio. A lo largo de su vida, el emperador ofreció su
patronazgo continuo a los monjes y sus alumnos.
Visión de
Santo Tomás de Aquino,
Felice Cignani, 1683, Pinacoteca
Cívica, Forli).
En las lecciones del Breviario Romano se lee una
interesante anécdota, que revela cómo la sabiduría y la santidad se reunían en
Tomás: Oraba en Nápoles ante una imagen de Jesús crucificado, y en el momento
de mayor fervor sonaron en sus oídos estas palabras: "Bien has escrito de
mí, Tomás, ¿qué recompensa deseas?", a lo cual el Santo respondió:
"Sólo a Ti, Señor".
Santo
Tomás escribe asistido por ángeles, Guercino,
1662, Basílica Santo Domingo, Bolonia).
Durante su segundo profesorado en París, Santo
Tomás se encontró en medio de una disputa entre los profesores de la
Universidad de la Sorbona. El argumento era el Sacramento de la Eucaristía. Si
por un lado, los sentidos perciben la presencia de los “accidentes” (color,
sabor, dureza, cantidad, extensión en la concreción del pan y vino
eucarísticos), por otro lado, la fe afirma que en el Sacramento está presente
el Cuerpo y la Sangre de Cristo, cosa que llevaría a una aparente contradicción.
Los teólogos parisinos estaban divididos acerca de la constatación objetiva y
la afirmación de Fe.
Decidieron, entonces, acudir a Santo Tomás
porque ya en otras ocasiones habían comprobado su inteligencia filosófica y su
santidad teológica. Cada partido puso por escrito sus propias afirmaciones y se
las entregaron a Santo Tomás. Él se recogió en oración y contemplación y, “como
solía hacer, comenzó a rezar con gran devoción. Luego, puso todo por escrito en
el modo más breve y claro posible aquello que su mente descubría y Dios le
inspiraba”. Regresó a la iglesia y acercándose al altar puso sus respuestas
escritas bajo la mirada del Crucifijo y oró: “Señor Jesús, verdaderamente
presente y admirablemente operante en este Sacramento, yo busco aferrar tu
verdad y enseñarla sin error.
Por eso te suplico, concédeme una gracia: si
las cosas que he escrito sobre ti y con tu ayuda son verdaderas, haz que yo
pueda decirlas y enseñarlas públicamente. Si, en cambio, hay algo que no es
afín con la verdad revelada y es ajeno al misterio de este Sacramento, impídeme
que yo proponga aquello que podría desviar de la Fe católica”. Esta era la
humilde oración del teólogo que sabe que trata con cosas más grandes que él y
que tiene una gran responsabilidad hacia los propios discípulos. Fray
Reginaldo, su secretario y otros hermanos tuvieron la gracia de observar a
Santo Tomás en oración. Así, pudieron ser testigos de la aparición de Jesús
que, indicando sus escritos, dijo: “has escrito bien sobre este Sacramento de
mi Cuerpo y bien y según la verdad has solucionado la cuestión que se te ha
propuesto en la medida en que un hombre puede comprender y definir estas cosas
mientras está en la tierra”. Tomás, lleno de agradecimiento y felicidad, se
postró en oración delante del Señor.
Santo Tomás de Aquino, Sandro Botticelli.
Santo
Tomás dedica su obra a Cristo Crucificado, Santi
di Tito, 1593, Basílica de San Marcos, Florencia).
Aparecen: La Virgen María junto a la Cruz, Santa María
Magdalena a los pies de Cristo, San Juan Evangelista, Santa Catalina Mártir
(arrodillada) y Santo Tomás de Aquino.
Santo Tomás de Aquino, Bernardino Mei.
Triunfo
de Santo Tomás de Aquino y Alegoría de las Ciencias, Andrea da Firenze, c1365, Santa María
Novella, Florencia.
Santo Tomás está entronizado entre Moisés, Job,
David, Isaías, Salomón, los evangelistas y San Pablo. En el triunfo anterior a
éste cronológicamente, que es el de Traini, ya aparecían varios de ellos e
iluminando a Santo Tomás, lo que no ocurre aquí. Si le rodean es porque todos
ellos fueron comentados por el santo de Aquino.
En la parte inferior hay representaciones
alegóricas de las siete ciencias: cinco teológicas (Teología positiva,
Escolástica, Polémica, Mística y Moral) y dos jurídicas (Derecho Eclesiástico y
Civil), y de las siete artes compendiadas en el Trivium y el Cuadrivium.
A través del texto del libro abierto que
sostiene el Santo se pone de manifiesto la revelación. Puede leerse un
versículo del libro de la Sabiduría: "Optavi et datus est mihi sensus et
invocavi et venit in me spiritus sapientiae et praeposui illam regnis et
sedibus" (Invoqué al Señor y vino sobre mí el espíritu de la sabiduría y
la preferí a los reinos y a los cetros) Sab. 7, 7-8.
Rayos de luz irradian de la figura del santo. A
sus pies, humillados: Arrio, Sabelio y Averroes.
En este Triunfo se magnifica la sabiduría y también
las virtudes del santo, en mayor medida que en el Triunfo de Traini y que en el
posterior de Gozzoli, con los siete ángeles del registro superior, situados sobre
el santo, que son alegorías de las Virtudes Teologales y Cardinales.
El
Triunfo de la Iglesia o Iglesia Militante y Triunfante, Andrea da Firenze, 1365, Capilla Española, Santa Maria Novella,
Florencia).
En el detalle, Santo Tomás aparece de pie con un libro
abierto en las manos, significando la primacía de su doctrina sobre la de otros
sabios de su época, que escuchan su palabra, lo veneran de rodillas o rompen
sus escritos, mientras abajo, los "domini canis" protectores de la
doctrina católica, espantan a los lobos, que representan a los herejes.
Ilustración
del Paraíso de Dante, Canto X, Giovanni
di Paolo, c1442).
Dante y Beatriz, suspendidos en el aire, son saludados
por Santo Tomás de Aquino y San Alberto Magno.
Sentados abajo, hay diez Maestros de la sabiduría en
la esfera del sol: San Beda (Beda el Venerable), San Ambrosio, San Isidoro de
Sevilla, Dionisio el Areopagita, Rey Salomón, Boecio, Juan Graciano, Pedro
Lombardo, Ricardo de San Víctor y Siger de Brabante.
(Según otras interpretaciones, los representados son:
Juan Graciano, Pedro Lombardo, Rey Salomón, Paulo Orosio, Boecio, San Isidoro
de Sevilla, San Beda, Ricardo de San Víctor y Siger de Brabante).
Triunfo
de Santo Tomás de Aquino, Filippino Lippi,
c1480, Santa María sopra Minerva, Roma).
El santo preside una amplia asamblea y está en
actitud de declamar. Textos y personajes, cuidadosamente escogidos inciden con
mayor énfasis que en los Triunfos anteriores en la condición de luz y verdad de
Tomás de Aquino. Dos angelitos sostienen unos carteles en los que puede leerse:
Declaratio sermonum tuorum illuminat et
intellectum dat parvulis - Al abrirse, tus palabras iluminan dando inteligencia
a los sencillos - Salmo 119, 130).
Otros dos angelitos flanquean la Summa contra
gentiles, (ya que leemos el texto: Veritatem meditabitur guttur meum, et labia
mea detestabuntur impium - Porque verdad es el susurro de mi boca, y mis labios
abominan la maldad (Prov. 8, 7) rodeada de lirios e iluminada por el Sol,
símbolos respectivamente de la virtud y sabiduría del santo. Tomás de Aquino
sostiene la Summa Teológica abierta en la que puede leerse el texto de San
Pablo: "Sapientiam sapientium perdam..." (destruiré la sabiduría de
los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes... 1 Cor. 1, 19)
y le flanquean dos doncellas a cada lado que son las alegorías de la Gramática,
Dialéctica, Filosofía y Teología. Si hasta ahora todas las alegorías y símbolos
cantan su sabiduría y su virtud, otra parte importante de la pintura enfatiza su
triunfo frente a los errores de todas las épocas. A los pies del santo, el
personaje humillado sostiene el texto "Sapientia vincit malitiam" (La
sabiduría vence la maldad - Sab. 7, 30). Esparcidos por el suelo, los libros de
los herejes. En la parte inferior hay dos grupos de personajes, encabezados por
Arrio a la izquierda y Sabelio a la derecha. Algunos evidencian su pesar por
haber caído en el error. En las ropas de algunos de ellos todavía puede leerse
su nombre: Apolinar, Focio.
El dominico de elevada estatura, en el extremo
derecho, P. Valentino Evangelisti da Camerino, fue el inspirador de Filippino
Lippi para pintar esta obra. Es evidente que de entre los cuatro Triunfos, este
es el que más enfatiza "el triunfo" de Santo Tomás frente a la
"Herejía".
Virgen
María entronizada con Niño Jesús y rodeada de Santos, Carlo Crivelli, 1476, National Gallery, Londres).
Arriba: San Francisco de Asís, San Pedro
Apóstol, San Esteban Protomártir, Santo Tomás de Aquino.
Abajo: San Juan Bautista, San Andrés, Virgen María, Santa Catalina de Alejandría, Santo Domingo.
Abajo: San Juan Bautista, San Andrés, Virgen María, Santa Catalina de Alejandría, Santo Domingo.
Santo Tomás de Aquino
Cristo
crucificado adorado por santos dominicos, Abraham
van Diepenbeeck, 1652, Louvre, Paris)
Aparecen: Santo Tomás de Aquino (izquierda,
arrodillado), San Jacinto de Polonia (izquierda), San Pedro Mártir, Santa
Catalina de Siena (al pie de la Cruz), Santo Domingo, San Vicente Ferrer, San
Raimundo de Peñafort, San Antonino de Florencia (arrodillado).
Aparecen aquí con toda claridad los respectivos
símbolos hagiográficos que representan a estos santos:
Santo Tomás de Aquino: El Espíritu Santo en
forma de paloma inspirándolo; la pluma con que escribe su obra, símbolo de su
sabiduría; el collar de estrellas y un sol, símbolo de su brillo que ilumina a
la Iglesia; el birrete de Maestro en Teología.
San Jacinto de Polonia: Sostiene en sus manos
la Custodia con la Eucaristía y una imagen de la Virgen María que recuerda el
milagro de atravesar con unos compañeros, el río Vístula a pie sobre la capa
extendida sobre las aguas, llevando la Eucaristía y una imagen de la Virgen.
San Pedro Mártir: Como todo mártir lleva en su
mano la palma del martirio, más los instrumentos que lo martirizaron, un
chuchillo clavado en su pecho y una espada o machete que le parte la cabeza.
Santa Catalina de Siena: La corona de espinas
sobre su cabeza, y los estigmas de la pasión de Cristo en sus manos.
Santo Domingo: Un lirio blanco en sus manos,
símbolo de la pureza virginal; un perro con una tea encendida, según una visión
que tuvo su madre, la Beata Juana de Aza, que veía que daba a luz a un perro
con una antorcha que iluminaba al mundo con su palabra. Una estrella en su
frente o sobre su cabeza, que representa su importancia para la Iglesia.
San Vicente Ferrer: Se le representa predicando
con una mano indicando al cielo (y con una corneta de ángel del Apocalipsis,
que representa el tema de sus predicaciones).
San Raimundo de Peñafort: Se le representa como
un anciano ya que llegó a los 100 años de edad. En sus manos lleva una llave
que lo representa como confesor (el poder de las llaves, Mt. 16, 19) y un libro
que representa sus Decretales. El ángel le sostiene un bastón, que necesita
todo anciano.
San Antonino de Florencia: Como era arzobispo,
se le representa vestido como obispo con mitra y báculo; en su mano sostiene
una balanza, que no se refiere a la justicia sino a un milagro realizado.
Y obviamente, por pertenecer a la Orden Dominicana,
llevan su respectivo hábito Dominicano.
Santo Tomás
apóstol
Poco se recuerda de Sto. Tomás Apóstol, no
obstante, gracias al cuarto Evangelio, su personalidad está más clara para
nosotros que la de algunos otros de los Doce. Su nombre aparece en todas las
listas de los Sinópticos (Mateo 10:3; Marcos 3:18; Lucas 6, cf. Hechos 1:13),
pero en San Juan desempeña un papel característico. Primero, cuando Jesús
anuncia su intención de regresar a Judea para visitar a Lázaro, Tomas, que es
llamado “Didimo” (el mellizo), dice a los otros discípulos: “Vayamos también
nosotros a morir con Él” (Jn 11:16). De nuevo es Tomás quien, durante el
discurso antes de la Última Cena, pone una objeción: “Le dice Tomás: «Señor, no
sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” (Jn 14:5). Pero Tomás es
especialmente recordado por su incredulidad, cuando los otros Apóstoles le anuncian
la Resurrección de Cristo: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no
meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no
creeré” (Jn 20:25); pero, ocho días después, hizo su acto de fe, acatando el
reproche de Jesús: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han
visto y han creído. “(Jn 20:29).
Esto agota todo nuestro conocimiento cierto con
respecto al Apóstol; pero su nombre es el punto de partida de una considerable
literatura apócrifa, y hay también ciertos datos históricos que sugieren que
algunos de estos materiales apócrifos pueden contener gérmenes de verdad. El
documento principal acerca de él es el "Acta Thomae", conservada para
nosotros, con algunas variaciones, en griego y en siríaco, y con signos
inconfundibles de su origen gnóstico. Puede ser de hecho obra del propio
Bardesanes. La historia en muchos de sus detalles es absolutamente
extravagante, pero es el dato más antiguo, fue fechado por Harnack
(Chronologie, 2, 172) al principio del tercer siglo, en el 220 d.C. Si el
lugar de su origen es realmente Edessa, como Harnack y otros sostienen con
legítimas razones (pág. 176), esto daría una considerable probabilidad a la
afirmación, explícitamente hecha en el "Acta" (Bonet cap. 170,
p.286), de que las reliquias del Apóstol Tomás, que sabemos que eran veneradas
en Edessa, realmente habían venido de Oriente. La extravagancia de la leyenda
puede juzgarse por el hecho de que en más de un lugar (cap. 31, pág., 148)
representa a Tomás (Judas Tomás, como es nombrado aquí y en otras lugares de
tradición siríaca) como el hermano gemelo de Jesús. Tomás en siríaco es el
equivalente al didymos en griego, y significa mellizo.
Rendel Harris, que exagera mucho el culto de
los Dioscuros, lo considera una transformación de un culto pagano en Edessa
pero este punto es, como poco, problemático. La historia transcurre como
sigue: Tras la separación de los Apóstoles, India fue la porción de Tomás, pero
manifestó su incapacidad para ir; tras lo cual, su Maestro Jesús se
apareció de un modo sobrenatural a Abban, enviado de Gundafor, un rey hindú, y
le vendió a Tomás como esclavo, para servir a Gundafor como carpintero.
Entonces Abban y Tomás navegaron hasta llegar a Andrápolis dónde desembarcaron
y asistieron a la fiesta de las bodas de la hija del gobernador. Siguieron
extraños sucesos y Cristo, bajo la apariencia de Tomás, exhortó a la
novia a permanecer virgen. Llegado a India Tomás emprendió la construcción de
un palacio para Gundafor, pero gastó el dinero a él confiado con los pobres.
Gundafor lo encarceló; pero el apóstol escapó milagrosamente y Gundafor se
convirtió.
Recorriendo el país para predicar, Tomás se
encontró con extrañas aventuras de dragones y asnos salvajes. Entonces llegó a
la ciudad de rey Misdai (en siríaco Mazdai), dónde convirtió a Tertia, la
esposa de Misdai, y a Vazan, su hijo. Después de ello fue condenado a
muerte, llevado fuera de la ciudad a una colina, y atravesado por las lanzas de
cuatro soldados. Fue enterrado en la tumba de los antiguos reyes pero sus
restos fueron después llevados a occidente.
Ahora bien, es ciertamente un hecho notable
que, alrededor del año 46 d.C., gobernaba un rey sobre la zona de Asia al
sur del Himalaya, representada actualmente por Afganistán, Beluchistan, el
Pundjab, y Sind, que llevaba el nombre de Gondophernes o Guduphara. Lo sabemos
por el descubrimiento de monedas, algunas de estilo parto con las leyendas
griegas, otras hindúes con las leyendas en un dialecto hindú en
caracteres kharoshthi. A pesar de las pequeñas variaciones la identificación
del nombre con el Gundafor del "Acta Thomae" es inequívoca y
apenas se discute. Más aún, tenemos la evidencia de la inscripción
Takht-i-Bahi, que está fechada y qué los mejores especialistas aceptan
para establecer que el rey Gunduphara probablemente empezó a reinar sobre
el 20 d.C. y todavía estaba reinando en el 46. Hay excelentes razones de
nuevo para creer que Misdai o Mazdai bien pueden ser la transformación de un
nombre hindú hecha en tierra Iraní.
En este caso probablemente representaría a un
cierto rey Vasudeva de Mathura, sucesor de Kanishka. No hay duda de que no se
puede deducir que el narrador gnóstico que escribió el "Acta Thomae"
pudiera haber adoptado algunos nombres históricos hindúes para dar
verosimilitud a su obra; pero, como el Sr. Fleet deduce en sus
severamente críticos escritos, " los nombres puestos aquí en
relación con Sto. Tomás son característicos, no tal y como han existido en la
historia y tradición hindú" (Joul. of R.Asiátic. Soc., 1905, p.235).
Por otro lado, la tradición de que Sto. Tomás
predicó en "India" se extendió ampliamente por Oriente y
Occidente y aparece en escritores como Efraim, Siro, Ambrosio, Paulino,
Jerónimo y más tarde en Gregorio de Tours y otros, es difícil todavía descubrir
algún fundamento adecuado para la creencia, largamente aceptada, de que Sto.
Tomás realizó sus viajes misioneros por el lejano sur de Mylapore, no lejos de
Madrás, y allí sufrió el martirio. En esta región todavía se encuentra una cruz
en un bajorrelieve de granito con una inscripción en pahlavi (persa
antiguo) datada en el siglo séptimo, y la tradición de que fue allí donde Sto.
Tomás entregó su vida es localmente muy fuerte.
Es cierto también que en el Malabar o costa
oeste del sur de la India, todavía existe un grupo de cristianos que aún usan
un tipo de siríaco como lengua litúrgica. Parece difícil determinar si esta
Iglesia data del tiempo de Sto. Tomás Apóstol (hubo un obispo Siro-Caldeo,
Juan, "de India y Persia" que asistió al Concilio de Nicea en
el 325) o si el Evangelio fue por primera vez predicado allí en el 345 bajo la
persecución persa de Shapur (o Sapor), o si lo fue por los misioneros sirios
que acompañaron un cierto Tomás Cana y penetraron en la costa Malabar alrededor
del año 745. Sólo sabemos que en el siglo sexto Cosmas Indicopleustes habla de
la existencia de cristianos en Male (¿Malabar?) bajo un obispo que había sido
consagrado en Persia.
El rey Alfredo el Grande aparece en la
"Crónica" anglosajona” enviando una expedición para establecer
relaciones con estos cristianos del lejano Oriente. Por otro lado las reputadas
reliquias de Sto. Tomás estaban ciertamente en Edessa en el siglo cuarto, y
allí permanecieron hasta que fueron trasladadas a Chios en 1258 y a Ortona. La
improbable sugerencia de que Sto. Tomás predicó en América (American Eccles,
1899, pp.1-18) está basada en una interpretación equivocada del texto de los
Hechos de los Apóstoles (1, 8; cf. Berchet, "Fonte italiane per la
storia della scoperta del Nuovo Mondo", II, 236, y I, 44).
Además del "Acta Thomae" de la que existe
una redacción, diferente y notablemente más corta, en etíope y latín, tenemos
un breve formulario de un, así llamado, “Evangelio de Tomás",
originalmente gnóstico, y, tal y como ahora lo conocemos, meramente una
historia fantástica de la niñez de Jesús, sin ningún notablemente tinte
herético. Hay también una "Revelatio Thomae", condenada como apócrifo
por el Decreto del Papa Gelasio que se ha recuperado recientemente de
diversas fuentes de modo fragmentado.
Según la tradición, Tomás sufrió martirio en la
India el 3 de julio del año 72. Por esa razón su festividad se celebra el 3 de
julio.
Santo
Tomás,
El Greco. 1608-1614. Museo del Prado.
Esta obra forma parte de un apostolado que
procede de la Iglesia de Almadrones, Guadalajara, en el que se repite con
escasas variaciones el modelo de los Apostolados de la Catedral de Toledo y de
la Casa-Museo del Greco en la misma ciudad. Cuatro lienzos de la serie se
encuentran en el Museo del Prado: El
Salvador, Santiago,
Santo Tomás y San Pablo. Se percibe en
ellos la participación en la ejecución del taller del maestro. En el caso de
Santo Tomás, aparece con el cuerpo de frente y la cabeza girada hacia la
izquierda. Tiene aspecto de hombre joven de rostro sereno, nariz prominente y
con barba y cabellos cortos y oscuros. Eleva su mano derecha en un gesto que se
ha interpretado como de reconocimiento tras la incredulidad inicial del santo,
el apóstol que dudó de la Resurrección de Jesucristo y más tarde de la Asunción
de la Virgen. No se ha incluido atributo o elemento alguno que permita
identificar al personaje, pero en la tela del Prado se repite básicamente la
misma composición de los modelos realizados para los dos apostolados toledanos.
La
incredulidad de santo Tomás, Caravaggio,
1602. Palacio de Sanssouci, Potsdam, Alemania.
Este
lienzo, que se encuentra en el Neues Palais de Postdam, destaca por su
esencialidad. Dejando el fondo oscuro y vacío, el pintor enfatiza la presencia
de los personajes, cuyos rostros y atuendos revelan la preferencia evangélica
por los desposeídos.
Resulta
muy interesante el estudio de la iluminación. En este óleo, la luz funciona
como un espacio autónomo, como un personaje más, y como tiempo, pues introduce
el ritmo narrativo.
La
luz caravaggiesca simboliza siempre la presencia de lo sobrenatural, de lo
divino, de acuerdo con la metafísica de la luz de Platón o S. Agustín: Dios es
la luz.
La
escena ilustra con gran verismo la narración de Jn 20, 24-29, mostrando el
momento en que Tomás introduce su dedo en la llaga del costado de Cristo. Un
hecho que podría parecer prosaico, constituye la mayor prueba física del
reconocimiento de Cristo, la definitiva demostración de su regreso desde el
reino de los muertos.
El
pintor ejecuta una composición que converge en la llaga, de tal modo que la
atención de los personajes del lienzo y la de los espectadores se ve
irremisiblemente atraída por esta prueba física.
Por
medio del dedo de Tomás, el espectador toca el costado de Cristo. Su herida es
al mismo tiempo el punto sensible del cuadro y el elemento que cristaliza el
sentido profundo del tema.
El
habitual naturalismo descarnado de Caravaggio se vuelve aquí casi de sentido
científico: la luz fría cae en fogonazos irregulares sobre las figuras,
iluminando el cuerpo de Cristo con un tono macilento, que le hace aparecer como
un cadáver, envuelto aún en el sudario (no es una túnica).
La
forma de pintarlo no deja lugar a dudas de que Jesús ha estado en el reino de
los muertos, y que a pesar de ello, ha vuelto.
Por
otra parte, es impresionante el realismo con el que el artista retrata a Tomás,
con la frente y el cuello en tensión ante la comprobación del milagro. La ropa
raída y la tosquedad de los rostros desvelan un discurso teológico muy
concreto, centrado en los humildes.
Una incredulidad legítima
Limitándonos
a una interpretación superficial, podría parecer que este relato evangélico de
la incredulidad de Tomás le ha hecho un flaco favor a la imagen del Santo,
quien aparece con una actitud de
desconfianza y recelo; tras un análisis más profundo se desvela que la
intención de la narración hay que entenderla en clave catequética: predicar la
fe ciega, la confianza absoluta en la
promesa de salvación.
Sin
embargo, hay que advertir que la petición de Tomás de meter el dedo en la llaga
es absolutamente legítima. Él no estaba allí cuando apareció Cristo resucitado.
Él no había sido testigo de la Resurrección... y necesitaba tocarla.
Esa
es también mi experiencia pascual, y creo que la de muchos cristianos; que a
pesar de haber visto tantas veces aparecer a Cristo en nuestras vidas,
necesitamos cada Pascua que vuelva a hacerse presente su Resurrección, que nos
permita tocar sus llagas en la Eucaristía.
Por
eso Dios se hizo carne, para poder ofrecernos un cuerpo palpable, para que la
fe no fuese una abstracción sino fruto de la presencia de un Cristo histórico,
corpóreo.
De
forma sutil, el óleo refleja que la duda no es exclusiva de Tomás, y lo
evidencia presentando a dos apóstoles que se acercan descaradamente para
verificar “la prueba”, como si ellos también necesitaran cerciorarse.
El
Cristo de Caravaggio también parece asumir con comprensión la actitud del
Santo, porque El mismo coge la mano de Tomás para dirigirla al costado herido.
Es como si quisiera acompañarlo, y también a nosotros, en un hallazgo que
escapa a la capacidad humana de comprensión.
Resulta
muy revelador que la prueba que Cristo presenta de su Resurrección es una
referencia a la Cruz. Así, la prueba de la crucifixión se convierte en la
prueba de la Resurrección.
No
en vano la Pascua es un misterio que une muerte y vida. Ese es el motivo de
nuestra alegría, celebramos que, a pesar de conocer nuestras dudas y nuestras
muertes diarias, Cristo mismo toma nuestra mano y la conduce hasta hendirla en
su cuerpo llagado, para hacernos descubrir que la muerte está vencida.
Santo
Tomás,
Pedro Pablo Rubens, 1619-1612. Museo
del Prado.
Dentro de este apostalado pintado por Rubens
entre 1610-1612, Santo Tomás, al igual que San Simón, se muestra sumido en la
lectura de su libro, del cual apenas vemos el interior ya que lo lleva al
primer plano, a diferencia de Simón. Apoyado en su brazo lleva una lanza,
símbolo del martirio al que fue sometido. El foco de luz que entra por la derecha
de la composición resalta su rostro frente al fondo monocromo oscuro.
La diferencia de tratamiento entre unos
apóstoles, que meditan y se recogen sobre sus libros a pesar de portar las
armas con las que fueron asesinados, otros desencajados con sus símbolos de
martirio, unos mirando al espectador de forma rotunda y otros hacia el cielo o
fuera de la composición ofrecen diferentes actitudes y respuestas ante los
problemas que se enfrentaron, de tal forma que el artista nos ofrece un
conjunto que actúa como un todo, en el que se van entremezclando unos con
otros, siempre con un tratamiento de la imagen similar y donde podemos observar
distintos aspectos de la vida de estos hombres. En el siglo XVII y tras el
Concilio de Trento la producción de apostolados creció y Rubens, un artista muy
relacionado con los dogmas cristianos y la representación de los mismos, busca
potenciar la idea de sacrificio de estos doce apóstoles.
Esta serie muestra, al igual que sucede con La Adoración de los Magos,
el aprendizaje de Rubens tras su viaje a Italia. Las formas de estos personajes
son corpulentas, vigorosas y fuertes, de recuerdo miguelangelesco, con una
mirada penetrante que, en algunos casos, se dirige hacia el espectador.
Recortados sobre un fondo monocromo oscuro, las figuras ganan aún más en peso y
rotundidad, representadas en tres cuartos. Sin embargo, y a pesar de que sigue
la tradición pictórica a la hora de representar este conjunto, no son
personajes estáticos ni frontalizados, sino que los coloca en diferentes
posturas, girando sus cabezas, con las manos en diferentes planos y dirigiendo
la mirada hacia distintos puntos. Además del recuerdo manierista de Miguel
Ángel el otro punto de inspiración es la pintura de Caravaggio, que también se
observa en la Adoración de los Magos. Aquí se muestra no solo en el tratamiento
pictórico de las telas, de grandes pliegues y caídas, sino también en el
estudio lumínico, con focos dirigidos algunos de ellos frontales o laterales, y
que sumen parte de la figura en sombras. Además el naturalismo de los rostros,
que huyen de la idealización, también recuerda a los modelos del italiano,
quien recibió críticas por la excesiva humanización de sus modelos. En este
caso Rubens, a pesar de seguir a Caravaggio, los retrata con cierta distancia y
atemporalidad que los aleja del mundo terrenal.
En cuanto a la técnica se muestra más contenida
que en sus últimas obras. En algunas partes de los retratos se observa la
preparación del lienzo, que utiliza para dar color a los rostros, las maderas o
los libros entre otros elementos. Es un conjunto de obras muy sobrio en la
paleta cromática pero muy trabajada, buscando representar las luces y las
sombras. Los cabellos y las carnaciones están construidas a base de pinceladas
de diferentes colores y texturas, consiguiendo un realismo y un cuidado típicos
de sus obras.
El conjunto perteneció al Duque de Lerma al que
pudo haberle llegado de manos de Rodrigo Calderón, diplomático flamenco al
servicio de Felipe III y protegido del duque, por el que también entró en
España y posteriormente en la colección Real la Adoración de los Magos. En 1618
Rubens le escribe una carta a sir Dudley Carleton, en el que le envía una lista
de obras que estaban en su casa. Allí menciona "Los doce apóstoles, con
Cristo, realizado por mis discípulos, de los originales hechos por mí que tiene
el duque de Lerma". Desde la colección del duque de Lerma hasta la entrada
del conjunto en la colección real, concretamente en 1746 donde aparecen
inventariados en el Palacio de la Granja de San Ildefonso, nada se sabe con
certeza.
Apóstol Tomás, Nicolaes
Maes 1656
h. Museo: Gemäldegalerie
de Kassel.
Los apostolados serán frecuentes en la pintura barroca, ejecutándose incluso por diferentes manos.
Esta hipótesis es la que se sigue para considerar a este apóstol como miembro
de una serie realizada por Rembrandt y sus discípulos en la década de 1650.
Santo Tomás aparece con sus atributos, sentado, apoyado sobre una mesa. La
amplia figura se recorta sobre un fondo neutro, resbalando la iluminación por
sus ropajes para crear efectos de claroscuro, al igual que en el rostro. El
elemento diferenciador del lienzo lo encontramos en las manos - perfectamente
realizadas, consideradas como aval suficiente para considerar la pintura como
de Nicolaes Maes aunque estuviera atribuida a Rembrandt, cuya falsa firma no
falta en la zona izquierda de la imagen. El lienzo sufrió un atentado con ácido
en 1977 que motivó pérdida de materia en el rostro por lo que los ojos, la
nariz y la boca sufrieron serios daños que no se han podido recomponer. El
colorido empleado es característico de Maes, utilizando marrón amarillento,
rojo y blanco, resultando una imagen de delicada admiración a pesar de los
destrozos sufridos que hacen perder importancia al lienzo.
Santo
Tomás,
Diego Velázquez, 1618 – 1620. Museo de Bellas Artes, Orleáns, Francia.
En el Museo de Orleans al menos desde 1843,
donde se atribuía a Murillo, en 1925 Manuel Gómez-Moreno lo publicó como obra
de Velázquez y en relación con el San Pablo del Museo Nacional de Arte
de Cataluña, con una inscripción semejante en la parte superior, como restos de
un posible apostolado al que también podría haber pertenecido la Cabeza
de apóstol del Museo del Prado. Aunque no haya sido posible establecer una
relación directa con este cuadro, del que se ignora la procedencia hasta su
incorporación al museo, se han recordado a este respecto una serie de apóstoles
mencionados por Antonio Ponz en su Viaje de España de 1772, localizados
en una pieza contigua a la celda prioral de la Cartuja de las Cuevas en
Sevilla, donde se atribuían al pintor.
El santo aparece de riguroso perfil, lo que
dificulta la posibilidad apuntada de que hubiese formado serie con el San
Pablo de Barcelona en posición casi frontal, envuelto en un pesado manto
castaño anaranjado surcado por profundos pliegues. Julián Gállego destacó la
calidad de las manos, estudiadas del natural, con las que sujeta en la derecha
un libro abierto encuadernado en pergamino y en la izquierda una pica o lanza
que lleva al hombro. El modelo es el mismo del San Juan en Patmos y
quizá el del estudio de Cabeza de perfil del Museo del Hermitage que
aparece en los almuerzos de San Petersburgo y Budapest: joven, con barba
incipiente y pómulos marcados, si acaso más consumido aquí para subrayar el
carácter ascético. La iluminación intensa, dirigida desde la izquierda, ha
llevado a que se recuerde con frecuencia a propósito de este cuadro el
naturalismo caravaggista y su sistema de iluminación tenebrista.
Su identificación como el apóstol santo Tomás,
habitualmente representado con una escuadra, es posible además de por la
inscripción que lleva en la parte superior («S. TOMAS.»), por la pica, atributo
no infrecuente y del que se vale también El Greco en alguno de sus apostolados,
ya sea la lanza de Longinos, evocando de este modo sus dudas sobre la
Resurrección de Jesús resueltas al meter su mano en el costado de Cristo, o el
atributo de su martirio, pues según san Isidoro murió alanceado.
La
incredulidad de Santo Tomás, Matthias Stom, 1641-1649. Museo del
Prado.
Posiblemente adquirida por Felipe IV o por
Carlos II. En el inventario de obras salvadas en 1734 del incendio del Alcázar
de Madrid figura como copia de Guercino (1591-1666). En el inventario de 1772
del Palacio Real como original de Gerard van Honthorst (1592-1656), atribución
con la que ingresó en el Museo y que se mantuvo hasta el catálogo de 1963,
cuando fue incluido como original de Hendrik ter Brugghen (1588-1629).
Finalmente en el catálogo de 1985 es recogido como obra de Matthias Stom,
atribución propuesta por Schneider en un artículo de 1923 (donde era
reproducido por primera vez) y hoy unánimemente aceptada.
El tema está tomado del Evangelio de San Juan
(20, 24-28). La representación corresponde al momento en el que al Apóstol
Tomás introduce sus dedos en la llaga del costado derecho de Cristo para
cerciorarse de su resurrección. Schneider (1923) y Nicolson (1977) sitúan esta
obra en la etapa siciliana del pintor, cuando en su pintura se aúnan rasgos
estilísticos nórdicos, como, por ejemplo, el riguroso plegado de los paños, con
los propios de los pintores seiscentistas napolitanos. En efecto, los tipos
populares, la expresividad de rostros y manos y su marcada rugosidad, las
carnaciones amarillas, el modelado táctil del cuerpo y el rostro de Cristo, el
tratamiento de los cabellos a base de pinceladas anchas y pastosas, el colorido
y los fuertes contrastes lumínicos hablan de la asimilación por parte de Stom
de la pintura de los seguidores de José de Ribera (1591-1652), que pudo conocer
y estudiar durante su estancia en Nápoles.
Si bien la fuente iconográfica última de esta
escena se remonta a Caravaggio (La incredulidad de Santo Tomás, Potsdam,
Palacio Sanssouci), Stom parece haber seguido la versión de Hendrick ter
Brugghen, que había invertido la composición de Caravaggio para que el Apóstol
Tomás quedara junto al costado derecho de Cristo y así evitar que su brazo
cruzara por delante de su cuerpo.
El lienzo está recortado en todo el perímetro,
quizá porque sufrió daños en el incendio de 1734 del Alcázar de Madrid.
Por una parte, el escorzo del brazo de Cristo
resulta menos forzado que en la versión de Bérgamo. Pero además, la figura de
Cristo adquiere un protagonismo absoluto. A ello contribuye de forma definitiva
el hecho de que aparezca distanciada de las de los Apóstoles y, sobre todo, el
haber sustituido la vela, foco de luz artificial característico de Honthorst y
sus seguidores, por una fuerte iluminación lateral que transforma la figura de
Cristo en foco luminoso que alumbra, a su vez, la escena. Esta transformación
podía estar en relación tanto con su condición de cuerpo luminoso de resucitado
-de ahí que no muestre en las manos las heridas de los clavos ni en la frente
las de la corona de espinas- como con la nueva significación del Corpus
Christi dentro de la doctrina contrarreformista. Quizá también por ello
Stom, al contrario que Caravaggio y ter Brugghen, opta por mostrar el rostro de
Cristo y el torso prácticamente despojado del manto.
Martirio
de Santo Tomás,
Pedro Orrente. Catedral de Córdoba.
Fue muy frecuente, durante la Edad Moderna,
representar esta escena. En ella, la inicial incredulidad del Santo se
convierte en verdadera fe, pues reconoce a Jesús no sólo como a su Señor, el
hombre milagrosamente resucitado, sino como al mismo Dios que se ha hecho
hombre. Tal fue la fuerza de esa fe, que Santo Tomás llegó, como los demás
apóstoles, a dar la vida por Cristo, en la lejana India, donde había predicado.
Es la escena que aparece representada en la pintura que corona la bóveda de nuestra
capilla, en la que se observa un grupo de bárbaros que ataca al Apóstol,
mientras éste se encontraba arrodillado ante el altar. Un ángel es testigo, y en
el paisaje que se advierte a la derecha, se puede contemplar una lejana ciudad, seguramente
Coromandel, en cuyas cercanías sufrió martirio el Santo. Aunque algunas
tradiciones le hacen morir a espada, en esta ocasión, como mostró el hallazgo
de sus reliquias, su costado es atravesado
por una lanza.
Santo Tomás Moro
Thomas More, también conocido por
su nombre castellanizado Tomás Moro, o por su nombre en latín Thomas
Morus y venerado por los católicos como santo Tomás Moro (Londres, 7
de febrero de 1478-ibídem, 6 de julio de 1535), fue un pensador, teólogo,
político, humanista y escritor inglés, que fue además poeta, traductor, lord
canciller de Enrique VIII, profesor de leyes, juez de negocios civiles y
abogado. Su obra más famosa es Utopía donde busca relatar la
organización de una sociedad ideal, asentada en una nación en forma de isla del
mismo nombre. Además, Moro fue un importante detractor de la Reforma
protestante y, en especial, de Martín Lutero y de William Tyndale.
En 1535 fue enjuiciado por orden del rey
Enrique VIII, acusado de alta traición por no prestar el juramento
antipapista frente al surgimiento de la Iglesia anglicana, oponerse al divorcio
con la reina Catalina de Aragón y no aceptar el Acta de Supremacía, que
declaraba al rey como cabeza de esta nueva Iglesia. Fue declarado culpable y
recibió condena de muerte. Permaneció en prisión en la Torre de Londres hasta
ser decapitado el 6 de julio de ese mismo año. Moro fue beatificado en 1886 y
canonizado en 1935, junto con Juan Fisher, por la Iglesia católica romana,
quien lo considera un santo y mártir. Por su parte, la Iglesia anglicana lo
considera un mártir de la Reforma protestante, incluyéndolo, en 1980, en su
lista de santos y héroes cristianos.
Fue el hijo mayor de sir John More, mayordomo
del Lincoln's Inn (uno de los cuatro colegios de abogados de la Ciudad de
Londres), jurista y posteriormente nombrado caballero y juez de la curia real;
y de su mujer Agnes More (de soltera, Graunger). En 1486, tras cinco años de
enseñanza primaria en la antigua Escuela de San Antonio (Saint Anthony's
School), una destacada escuela de gramática de Londres, además de ser la única
gratuita, fue conducido según la costumbre entre las buenas familias al palacio
de Lambeth, donde sirvió como paje del cardenal John Morton, arzobispo de
Canterbury y Lord Canciller de Inglaterra.
El cardenal era un ferviente defensor del nuevo
humanismo renacentista y tuvo en mucha estima al joven Moro. Confiando en
desarrollar su potencial intelectual, Morton decidió, en 1492, sugerir el
ingreso de Tomás Moro, que por entonces contaba con catorce años, en el
Canterbury College de la Universidad de Oxford, donde pasará dos años
estudiando la doctrina escolástica que allí se impartía y perfeccionando su
retórica, siendo alumno de los humanistas ingleses Thomas Linacre y William
Grocyn. Sin embargo, Moro se marchó de Oxford dos años después sin graduarse y,
por insistencia de su padre, en 1494 se dedicó a estudiar leyes en el New Inn
de Londres y, posteriormente, en el Lincoln's Inn, institución en la que había
trabajado su padre. En 1496 comenzó a ejercer la abogacía ante los tribunales.
Posiblemente durante esta época aprendió el francés, necesario tanto para las
cortes de justicia inglesas como para el trabajo diplomático, uniéndose este
idioma al inglés y latín ya aprendidos durante sus estudios primarios.
En torno a 1497, comenzó a escribir poesías,
con una ironía que le valió cierta fama y reconocimiento. En esta época tiene
sus primeros encuentros con los precursores del Renacimiento, conociendo a
Erasmo de Róterdam, con quien entablaría amistad, y a John Skelton.
Hacia 1501 ingresó en la Tercera orden de San
Francisco, viviendo como laico en un convento cartujo hasta 1504. Allí se
dedicó al estudio religioso. Alrededor de 1501 tradujo epigramas griegos al
latín y comentó De civitate Dei, de san Agustín de Hipona. A través de
los humanistas ingleses tuvo contacto con Italia. Tras realizar una traducción
(publicada en 1510) de una biografía de Giovanni Pico della Mirandola escrita
por su sobrino Gianfrancesco, quedó prendado del sentimiento de la obra que
adoptó para sí, y que marcaría definitivamente el curso de su vida Aunque
abandonó su vida ascética para volver a su anterior profesión jurídica hasta
ser nombrado miembro del Parlamento en 1504, Moro nunca olvidó ciertos actos de
penitencia, llevando durante toda su vida un cilicio en la pierna y practicando
ocasionalmente la flagelación.
Al abandonar el convento de los cartujos, en
1505, contrajo matrimonio con Jane Colt y ese mismo año nació su hija Margaret,
quien sería su discípula. Habiendo abandonado la Orden de los Cartujos, se
recibió en leyes y ejerció la abogacía con éxito, en parte gracias a su
preocupación por la justicia y la equidad; más tarde sería juez de pleitos
civiles y profesor de Derecho.
En 1506 nació su segunda hija, Elizabeth. Ese
año tradujo al latín Luciano en compañía de Erasmo. Un año más tarde
nació Cecily, su tercera hija. Tomás Moro era pensionado y mayordomo en el
Lincoln's Inn, donde dictó conferencias entre 1511 y 1516. En 1509 nació su
hijo John. Moro participó en gestiones entre grandes compañías de Londres y
Amberes. Ese mismo año escribió poemas para la coronación de Enrique VIII. En
1510 fue nombrado miembro del Parlamento y vicesheriff de Londres. Un
año más tarde murió su esposa Jane y se casó con Alice Middleton, viuda siete
años mayor que Moro y con una hija, Alice.
Miembro del Parlamento desde 1504, Tomás Moro
fue elegido juez y subprefecto en la ciudad de Londres, y se opuso a algunas medidas
de Enrique VII. Con la llegada de Enrique VIII, protector del humanismo y de
las ciencias, Moro integró el primer Parlamento convocado por el rey en
1510. Moro viajó por Europa y recibió la influencia de distintas universidades.
Desde allí escribió un poema dedicado al rey, que acababa de tomar posesión de
su trono. La obra llegó a manos del rey, que hizo llamarlo, naciendo a partir
de entonces una amistad entre ambos.
La obra de Moro Historia de Ricardo III
(History of King Richard III, c. 1513-1518), escrita en latín e inglés,
aunque inconclusa, fue impresa en inglés de forma imperfecta en la Crónica
(Chronicle) de Richard Grafton (1543) y usada por otros cronistas de la
época como John Stow, Edward Hall y Raphael Holinshed, transmitiendo así material
a William Shakespeare para su obra Ricardo III.
En 1515, Tomás Moro fue enviado con una
embajada comercial en Flandes. Ese año escribió el libro segundo de Utopía y un
año más tarde el libro primero; la obra completa fue publicada en Lovaina. En
1517 Tomás Moro entró a trabajar para el rey Enrique VIII: se lo nombró Master
of requests y pasó a ser miembro del Consejo Real. Enrique VIII se sirvió
de su diplomacia y tacto, confiándole algunas misiones diplomáticas en países
europeos. Fue enviado en misión extranjera a Calais desde agosto a septiembre
de 1517, para resolver problemas mercantiles.
En 1520 ayudó a Enrique VIII a escribir Assertio
Septem Sacramentorum (Defensa de los siete sacramentos). A ello siguió su
designación para diferentes cargos y su condecoración con distintos títulos
honoríficos. En 1521 fue honrado con el título de knight (caballero) y
designado vicecanciller del Tesoro. Ese mismo año su hija Margaret se casó con
William Roper, quien sería el primer biógrafo de Tomás Moro. En 1524 fue
nombrado High Steward (censor y administrador) de la Universidad de
Oxford, de la que había sido alumno. En 1525 fue nombrado también High
Steward de la Universidad de Cambridge y canciller del Ducado de Lancaster.
En 1526 fue juez de la Cámara de la Estrella. Trasladó su residencia a Chelsea
y escribió una carta a Iohannis Bugenhagen defendiendo la supremacía papal. En
1528, el obispo de Londres le permitió leer libros heréticos para refutarlos.
Finalmente, se lo designó Lord Canciller en 1529. Fue el primer canciller laico
después de varios siglos.
En 1530 no firmó la carta de nobles y prelados
que solicitó del papa la anulación del matrimonio real. En 1532 renunció a su
cargo de canciller. En 1534 se negó a firmar el Acta de Supremacía que
representaba un repudio a la supremacía papal. El Acta establecía condena a
quienes no la aceptaran y el 17 de abril del mismo año Moro fue encarcelado
hasta ser decapitado el 6 de julio de 1535.
Moro vio a la Reforma protestante como herejía
y una amenaza a la unidad de la iglesia y la sociedad. Sus primeras acciones en
contra de la Reforma incluyeron ayudar al cardenal Wolsey a deshacerse de
libros luteranos que se importaban clandestinamente en Inglaterra, espiar e
investigar a presuntos protestantes, especialmente los editores, y detener a
cualquier participante en la posesión, transporte o venta de libros de la
reforma protestante.
Circularon rumores, durante y después del curso
de su vida, sobre malos tratos a los herejes durante su etapa como ministro de
Justicia. El popular polemista anticatólico John Foxe fue fundamental en la
difusión de las acusaciones contra Moro en El libro de los mártires,
alegando que utilizaba a menudo personalmente la violencia y la tortura al
interrogar a los herejes. Más tarde, autores como Brian Moynahan y Michael
Farris, citaron a Foxe al repetir estas acusaciones. Pero él negó estas
acusaciones. Admitió que se encarceló herejes en su casa –«para mantenerles
seguros»– pero rechazó totalmente las acusaciones de torturas y azotes.
En total fueron seis personas quemadas en la
hoguera por herejía durante su período como canciller: Thomas Hitton, Thomas
Bilney, Richard Bayfield, John Tewkesbery (curtidor de Londres declarado
culpable por albergar libros prohibidos y condenado a la hoguera por no
retractarse), Thomas Dusgate y James Bainham. Su supuesto papel influyente en
la quema de Tyndale es denunciado por B. Moynahan.
Quemar en la hoguera era un castigo establecido
desde hacía mucho tiempo para la herejía, una treintena de hogueras habían
ardido en el siglo anterior a la cancillería de Moro, y siguió siendo utilizada
por católicos y protestantes durante la agitación religiosa de las décadas
siguientes. El historiador R. W. Chambers señaló que «Al mismo tiempo que Moro
negaba con indignación las atrocidades atribuidas a él quería que todo el mundo
supiera lo contrario, a saber que creía necesario prohibir la siembra de
herejías sediciosas, y para castigarlas, en casos extremos, era necesario
aplicar la pena de muerte a los que desafiaran tal prohibición». Y continuó
diciendo: «Fue en vista de lo que se presentó en todas las partes por igual, el
desafío abierto a la autoridad en asuntos espirituales de tal naturaleza que
inducía al tumulto y la guerra civil, lo que ameritaba a sus ojos que se le
castigase con muerte.»
Los historiadores están muy divididos respecto
de las acciones religiosas de Moro como Canciller. Mientras biógrafos como
Peter Ackroyd, historiador católico inglés, le atribuyen una posición moderada
y hasta relativamente tolerante en la lucha contra el protestantismo, mediante
colocar sus acciones en el clima religioso turbulento de su tiempo, Richard
Marius, estudioso norteamericano de la Reforma, fue más crítico, al creer que
las persecuciones, incluyendo lo que percibió como «la promoción de la
exterminio de los protestantes», eran una traición a las convicciones
humanistas de Moro. Marius escribió en su biografía de Moro: «Estar delante de
un hombre en una inquisición, sabiendo que él se regocijará cuando muramos,
sabiendo que nos enviará a la hoguera y sus horrores en un momento, sin
vacilación ni remordimiento, si no hacemos lo que le satisface, no es una
experiencia menos cruel solo porque nuestro inquisidor no nos azote, no nos
torture o no nos grite ... Moro creía que ellos (los protestantes) debían ser
exterminados, y mientras estaba en el cargo hizo todo en su poder para que ese
exterminio sucediera.»
Pero el historiador y académico alemán Peter
Berglar, autor del libro La hora de Tomas Moro. Solo frente al poder (Die
stunde des Thomas Morus. Einer gegen die Macht), señaló razones bastante
diferentes para la ejecución de herejes de aquellas que inculparon a Tomás
Moro. Berglar indicó que durante los doce años comprendidos entre 1519 y 1531,
tiempo de influencia ascendente de Tomás Moro como vicecanciller del Tesoro
(1521), portavoz de la House of Commons (1523), canciller del Ducado de
Lancaster (1525), juez de la Cámara de la Estrella (1526), asesor del cardenal
Thomas Wolsey en numerosos asuntos –como en los acuerdos con Francia de 1527–,
hasta su nombramiento como Lord Canciller el 26 de octubre de 1529, no se
pronunció ni una sentencia de muerte por herejía en la diócesis de Londres. En
cambio, fue durante la caída en desgracia de Tomás Moro previa a su renuncia como
Lord Canciller cuando recomenzaron las ejecuciones de herejes, por influencia
de John Stokesley, nuevo obispo de Londres y líder de la Iglesia de Inglaterra,
cuyo carácter de perseguidor fue bien conocido. Así lo apuntó Berglar:
Solamente
cuando el clero inglés se hubo sometido al rey en febrero de 1531, y lo aceptó
como cabeza de la Iglesia, «en cuanto sea compatible con la ley de Cristo», las
hogueras volvieron a arder, como coartada de una ortodoxia inalterable,
provechosa o hasta necesaria por razones políticas, en opinión tanto de Enrique
como de los obispos, aunque quizá por motivos diferentes. Las víctimas sufrían
una muerte cruel por «necesidades» de la razón de Estado. Pero estas
«necesidades» cambiarían varias veces en los siguientes cincuenta años. En
aquel momento, febrero de 1531, Moro no disponía ya de ningún poder que pudiera
resultar peligroso para los herejes. De las tres quemas (conjuntas) de herejes
en los últimos seis meses de la cancillería de Moro fue responsable el nuevo
obispo de Londres, el sucesor de (Cuthbert) Tunstall, Stokesley. En resumen: No
se le puede culpar a sir Thomas de persecuciones físicas de herejes. Sus manos
no están manchadas de sangre.
El rey Enrique VIII se enemistó con Tomás Moro
debido a las desavenencias surgidas en torno a la validez de su matrimonio con
su esposa Catalina de Aragón que Tomás, como Canciller, apoyaba. Enrique VIII
había pedido al papa la concesión de la nulidad de su matrimonio con Catalina
de Aragón y la negativa de este supuso la ruptura de Inglaterra con la Iglesia
de Roma y el nombramiento del rey como cabeza de la Iglesia de Inglaterra.
El monarca insistió en obtener la nulidad de su
matrimonio a fin de poder casarse nuevamente para conseguir su deseo de tener
un hijo varón, que Catalina de Aragón no podía ya darle. La nulidad hubiese
borrado la infidelidad y le hubiera permitido un matrimonio válido a los ojos
de la Iglesia católica, legitimando los hijos que pudiera tener de su
matrimonio con Ana Bolena y todo hubiese quedado en un asunto intrascendente.
Las sucesivas negativas de Tomás Moro a aceptar
algunos de los deseos del rey acabaron por provocar el rencor de Enrique VIII.
Luego de la ruptura con Roma, y tras negarse Moro a pronunciar el juramento que
reconocía a Enrique como cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra, el rey lo
encarceló en la torre de Londres.
Finalmente el rey, enojado, mandó juzgar a
Moro, quien en un juicio sumario fue acusado de alta traición y condenado a
muerte (ya había sido condenado a cadena perpetua anteriormente). Otros
dirigentes europeos como el papa o el emperador Carlos V, quien veía en él al
mejor pensador del momento, presionaron para que se le perdonara la vida y se
la conmutara por cadena perpetua o destierro, pero no sirvió de nada y fue decapitado
en Tower Hill una semana después, el 6 de julio de 1535. Está enterrado en una
bóveda subterránea anexa a la capilla de San Pedro ad Vincula, que se encuentra
en la torre de Londres.
Mantuvo hasta el final su sentido del humor,
confiando plenamente en el Dios misericordioso que le recibiría al cruzar el
umbral de la muerte. Mientras subía al cadalso se dirigió al verdugo en estos
términos: «I pray you, I pray you, Mr Lieutenant, see me safe up and for my
coming down, I can shift for myself» («Le ruego, le ruego, señor teniente, que
me ayude a subir, porque para bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo»). Luego,
al arrodillarse dijo: «Fíjese que mi barba ha crecido en la cárcel; es decir,
ella no ha sido desobediente al rey, por lo tanto no hay por qué cortarla.
Permítame que la aparte». Finalmente, ya apartando su ironía, se dirigió a los
presentes: «I die being the King's good servant—but God's first» («Muero siendo
el buen siervo del rey, pero primero de Dios»).
Moro no fue el único que estuvo en la encrucijada
de si debía seguir al rey Enrique VIII o a la Iglesia de Roma. El por entonces
recién creado cardenal John Fisher también pasó por el mismo trance; Enrique
VIII le mandó el capelo cardenalicio cuando Fisher estaba en prisión, y fue
también ejecutado.
Tomás Moro fue beatificado junto a otros 53
mártires (entre ellos John Fisher) por el papa León XIII en 1886, y finalmente
proclamado santo por la Iglesia católica el 19 de mayo de 1935 (junto con John
Fisher), por el papa Pío XI; y su fiesta se estableció el 9 de julio. Ese día
todavía es observado por los católicos tradicionalistas. Luego de una serie de
reformas post-Vaticano II, su fiesta fue cambiada y su nombre añadido al
santoral católico en 1970 para celebración el 22 de junio junto con John
Fisher, el único obispo (debido a las muertes naturales coincidenciales de ocho
obispos ancianos) que, durante la Reforma inglesa, mantuvo, por merced del rey,
lealtad al papa.
El 31 de octubre de 2000, Juan Pablo II lo
proclamó santo patrón de los políticos y los gobernantes, en respuesta a una
idea del expresidente de la República Italiana Francesco Cossiga surgida en
1985, y presentada como petición formal el 25 de septiembre de 2000 con el aval
de centenares de firmas de jefes de Gobierno y de Estado, parlamentarios y
políticos.
En 1980, Moro fue añadido al calendario de
Santos y Héroes de la Iglesia Cristiana de Inglaterra junto a John Fisher como
"mártires de la reforma". Moro se conmemora el 6 de julio.
Tomás
Moro, Pedro Pablo Rubens 1625-1630. Museo del
Prado.
La copia de obras de otros autores fue una
práctica habitual en Rubens. Es muy destacable su interés por Hans Holbein el
Joven (h.1498-1543). Si en su juventud había copiado la serie de grabados
denominados Las imágenes de la
Muerte, en sus últimos años abordó esta copia libre del retrato que
el pintor alemán realizó en 1527 del humanista inglés Tomás Moro, hoy en la
Frick Collection de Nueva York. Rubens eliminó algunos elementos accesorios,
como un cortinaje y una cadena que el modelo porta al cuello en el original. La
obra se documenta en una colección particular en Amberes en 1652, y aparece en
1746 en la colección de la reina Isabel Farnesio, en Madrid. Museo del Prado.
Retrato de Tomás Moro, Hans Holbein el Joven. 1527. Frick Collection (Nueva York).
La simpatía de Holbein por este hombre, de
quien fue huésped cuando llegó por primera vez a Inglaterra, es evidente en
este retrato. Su brillante representación del rico atuendo y accesorios, hacen
de esta pintura de Holbein una de las más populares. Hay varias versiones del
retrato, pero esta es sin duda la original.
Tomás
Moro y su familia,
Hans Holbein el Joven. 1527. Nostell
Priory, West Yorkshire.
Sir Thomas More and Family es una de las dos copias en tamaño real de Rowland Lockey de una original de Holbein que se perdió en
un incendio en el siglo XVIII. Está fechado 1593; Holbein murió en 1554. Probablemente fue comisionado por el nieto de More, Thomas
More II, para conmemorar a las cinco generaciones de la familia. La National Portrait Gallery enumera los asistentes como:
Elizabeth Dauncey (née
More) (1506-1564), segunda hija de sir Thomas More.
Cecily Heron (née More) (nacida en 1507), hija menor de
Sir Thomas More.
Anne More (née Cresacre)
(1511-1577), Esposa de John More, hijo de Sir Thomas More.
Cresacre More
(1572-1649), bisnieto y biógrafo de Sir Thomas More.
John More (1510-1547), hijo de sir Thomas More.
John More (1557-1599?), Hijo mayor de Thomas More II.
Maria More (1534-1607), Esposa de Thomas More II.
Thomas More II (1531-1606), nieto de Sir Thomas More.
Una versión en miniatura del gabinete de este retrato 1594 con
diferentes detalles, también probable que fuera su autor Lockey, está en el
Victoria and Albert Museum.
Arresto y ejecución de Sir Thomas More, Antoine Caron 1630. Museo de Blois,
Francia.
San
Vicente de Paúl
San Vicente de Paúl fue un sacerdote francés.
Es una de las figuras más representativas del
catolicismo en la Francia del siglo XVII. Fue fundador de la Congregación de la
Misión, también llamada de Misioneros Paúles, Lazaristas o Vicentinos (1625) y,
junto a Luisa de Marillac, de las Hijas de la Caridad (1633). Fue nombrado
Limosnero Real por Luis XIII, función en la cual abogó por mejoras en las
condiciones de los campesinos y aldeanos.
Realizó una labor caritativa notable, sobre
todo durante la guerra de la Fronda, una de cuyas consecuencias fue el
incremento de menesterosos en su país.
Nacido de Juan de Paúl y de Beltranda de Moras
(a veces escrito Mora sin "s"), originarios de Tamarite de Litera. No
se sabe con seguridad su lugar de nacimiento, que está discutido entre Pouy y
Tamarite de Litera. No existe registro de su nacimiento ya que la inscripción
de partidas no se inició hasta 1648. Abelly dio como fecha de nacimiento el
1576, pero la mayoría de las biografías modernas decantan por aceptar la fecha
de 1581, que no fue propuesta hasta 1920-1925 por Pedro Coste en París.
Según la teoría de Pouy, Vicente de Paúl nació
en una pequeña casa rural en las afueras de la aldea de Pouy (que, desde el
siglo XIX, se llama Saint-Vincent-de-Paul en su honor), a unos cinco kilómetros
de la ciudad de Dax, en el departamento de las Landas, situado al suroeste de
Francia. En el lugar de su nacimiento, conocido hoy como Berceau de Saint
Vincent de Paul, se levanta una modesta construcción de ladrillo y vigas de
madera muy parecida a la casa en que nació Vicente en abril de 1580 ó 1581 (el
año exacto no es seguro). No existe registro de su nacimiento ya que la
inscripción de partidas no se inició hasta 1645.
Según la teoría de Tamarite. Los gentilicios
Paúl, y Moras/Mora son frecuentes en el Alto Aragón y los infanzones de Aragón
utilizaban la partícula "de" en sus apellidos. No existe registro de
su nacimiento ya que todos los registros fueron quemados en 1936 durante la
Guerra Civil Española. El biógrafo oficial Luis Abelly viajó a Pouy cuatro años
después de la muerte de San Vicente y no pudo encontrar ningún dato sobre los
abuelos ni siquiera sus nombres de pila, lo que induce a pensar que
no era originarios de la zona, y que los habitantes de Pouy decidieron callar
su origen aragonés, a fin de asignarse la gloria de ser el lugar de nacimiento.
Abelly dio como fecha de nacimiento el 1576, pero la biografía actual acepta la
fecha de 1581, que no fue propuesta hasta 1920-1925 por Pedro Coste en París.
La primera noticia del establecimiento de los padres en Pouy es de 1581, que
ser correcta la fecha de Abelly seria cinco años después del nacimiento de San
Vicente. En Tamarite hay una calle dedicada a su nombre.
Era el tercero de seis hermanos. La modesta
condición de la familia hizo que muy pronto el niño Vicente tuviera que
contribuir con su trabajo de pastor de ovejas y de cerdos a la economía
familiar. Pronto también dio muestras de una inteligencia despierta, lo que
llevó a su padre a pensar que podía hacer una carrera eclesiástica. Cursó
estudios primarios y secundarios en Dax, y posteriormente filosofía y teología
en Toulouse durante siete años. Estudió también en Zaragoza. Fue ordenado
sacerdote muy joven, a los veinte años, con la intención de ser párroco de
inmediato y así poder ayudar a su familia.
Una serie de peripecias no muy bien conocidas
dio con él a los treinta años en París, donde encontró inicialmente algunas
pequeñas ocupaciones sacerdotales, hasta que por recomendación de un
prestigioso amigo sacerdote, Pedro de Berulle, posteriormente cardenal, entró
en 1613 en la importante casa de los señores de Gondi como preceptor de los
niños y posteriormente director espiritual de la señora.
Los viajes por las tierras de los Gondi
llevaron a Vicente a un conocimiento de primera mano de las lastimosas
condiciones de vida materiales y espirituales de la población campesina, y
también del clero parroquial que les atendía con serias deficiencias. Esta
experiencia y su propia evolución espiritual, cuyos perfiles exactos nos son
poco conocidos, le llevaron a un decisión irrevocable de dedicar su vida
sacerdotal, no a la promoción social de su familia o a la suya propia, cual
había sido el caso hasta entonces, sino a la evangelización y redención de la
población campesina y a la formación de sus sacerdotes.
A partir de esa decisión la vida de Vicente
mantiene hasta su muerte a los ochenta años, en 1660, una línea constante de
dedicación a la redención espiritual y material de los pobres.
Su visión, limitada en sus comienzos a la
población campesina, se fue ampliando progresivamente hasta incluir condenados
a galeras, enfermos pobres, niños abandonados, soldados heridos, esclavos,
ancianos desamparados, mendigos, refugiados de guerra o nativos paganos de
Madagascar. Movilizó para ello a sacerdotes (Congregación de la Misión,
Conferencias de los Martes), a hombres y mujeres de la nobleza, de la burguesía
y del pueblo llano (cofradías parroquiales de caridad y Damas de la Caridad), a
jóvenes campesinas (Hijas de la Caridad); a todos ellos intentó contagiar con
su propia visión del Evangelio y su experiencia cristiana, basada en las
palabras mismas de Jesucristo en el Evangelio de san Lucas: "El Señor me
ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres, la liberación a los
cautivos, la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos".
La Congregación de la
Misión y las Hijas de la Caridad
Vicente de Paúl fundó la Congregación de la
Misión en 1625, gracias a una suma de dinero que los Gondi pusieron a su
disposición el 17 de abril de ese año.
En 1633, junto con Luisa de Marillac, fundó la
Compañía de las Hijas de la Caridad. Con Luisa a su lado, actuó como Superior
General, presidiendo los frecuentes consejos, redactando una regla y
resolviendo la base jurídica, un tanto revolucionaria, que haría de la Compañía
una fuerza apostólica poderosa en los años venideros. Durante su vida, se
erigieron más de 60 casas entre Francia y Polonia. Después, la Compañía llegó a
ser una de las más grandes congregaciones de la Iglesia católica. La
Congregación de María se extendió no solo por Francia y Polonia, sino además
por Italia, Irlanda, Escocia, Túnez y Madagascar, Argelia, las Hébridas y las
Orkneys. Ejerció como Superior General de la Congregación hasta su muerte,
celebrando reuniones regulares del consejo, escribiendo sus reglas, dirigiendo
las asambleas generales y resolviendo cantidad de problemas fundacionales, como
conseguir la aprobación de la Congregación por la Santa Sede, decidir si se
debían hacer votos, determinar cuáles debían pronunciarse y cuál debía ser su
contenido.
En el proceso de guiar a los grupos que fundó,
Vicente mantuvo una profusa correspondencia de más de 30 000 cartas, de
las que solamente se conserva un diez por ciento. Dio frecuentes conferencias a
la Congregación de la Misión y a las Hermanas. Únicamente se conserva un
pequeño número de ellas y éstas son simplemente referencias de los copistas
sobre lo que él decía. También dio conferencias a las religiosas de la
Visitación, confiadas a su cuidado por Francisco de Sales en 1622. Ninguna de
éstas se conserva.
De 1628 en adelante se fue comprometiendo en la
reforma del clero, organizando ejercicios para ordenandos, las Conferencias de
los Martes y retiros para sacerdotes. Abelly nos dice que más de 12 000
ordenandos hicieron los ejercicios en San Lázaro. En los últimos 25 años de su
vida se encargó de la fundación de seminarios para el clero diocesano, obra que
describió como "casi igual" y en otras ocasiones "igual" a
la de las misiones. Llegó a fundar veinte.
En 1638, se encargó de la obra de los niños
expósitos. Más de 300 eran abandonados anualmente en las calles de París. Según
los casos, asignaba un número de Hijas de la Caridad a la obra y tuvo 13 casas
para recibirlos. Cuando, en 1647, esta obra estuvo en peligro, la salvó
dirigiendo una elocuente llamada a las Damas de la Caridad para que vieran a
los expósitos como a sus hijos.
A partir de 1639, Vicente comenzó a organizar
campañas para socorrer a los que sufrían por la guerra, las plagas y el hambre.
Uno de los ayudantes de Vicente, el Hermano Mateo Regnard, hizo 53 viajes,
atravesando las filas del enemigo disfrazado, llevando dinero de Vicente para
auxilio de los que se encontraban en zonas de guerra.
De 1643 a 1652 sirvió en el Consejo de
Conciencia, cuerpo administrativo selecto que aconsejaba al rey en lo referente
a la elección de obispos. Al mismo tiempo fue amigo y a menudo, consejero, de
muchos de los guías espirituales de su tiempo. En el año 1648, luego de la
guerra de los Treinta Años, tiene lugar la guerra de la Fronda como resultado
de la cual la pobreza azotó cruelmente París y otras poblaciones de Francia.
De las
consecuencias de la devastación de la Guerra de la Fronda, por ejemplo, se
pueden encontrar relatos hechos a través de cartas a Vicente de Paúl, enviadas
por los misioneros de la Congregación de la Misión – padres Paúles. Dicen
ellos: «Acabamos de visitar 35 aldeas del decanato de Guisa donde encontramos
cerca de 600 personas, cuya miseria es tan grande, que se lanzan sobre perros y
caballos muertos, después incluso de que los lobos hayan saciado el hambre.
Solamente en Guisa hay más de 500 enfermos resguardados en huecos y en
cavernas, lugares más apropiados para albergar animales que personas humanas».
Los movimientos de insurrección se extendieron
hasta 1653. Con cerca de 70 años de edad, Vicente de Paúl organizó ingentes
programas de socorro que repartían sopa dos veces al día a miles de pobres en
San Lázaro y alimentaban a miles más en las casas de las Hijas de la Caridad.
Organizó colectas, llegando a recoger cada semana de 5 a 6 mil libras de carne,
de 2 a 3 mil huevos y provisiones de ropa y utensilios.
En junio de 1660, las fuerzas de Vicente de
Paúl comenzaron a flaquear, hasta su muerte en París el 27 de septiembre de ese
año. Henri de Maupas du Tour, predicador de su funeral, declaró: "Poco le
faltó para cambiar la faz de la Iglesia". Sus reliquias se conservan en
París.
Fue beatificado el 13 de agosto de 1729, y
canonizado el 16 de junio de 1737. Su festividad se celebra el 27 de
septiembre.
San
Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac
San Vicente Ferrer
Vicente Ferrer, fue un dominico
valenciano, taumaturgo, predicador, lógico y filósofo. Sus viajes de
predicación le granjearon el aprecio de la población de distintas regiones de
Europa. Luego de su canonización, en 1455, se convirtió en el patrón principal
de la Comunidad Valenciana: en su conmemoración se levantan, en las calles de
Valencia, escenarios llamados "altares" donde los niños representan
escenas de su vida y milagros.
A raíz de una célebre visión que tuvo en la
ciudad de Aviñón en el año 1398, Vicente Ferrer comenzó a realizar constantes
viajes de predicación por diversas ciudades de Europa, en especial las
italianas. Durante estos viajes era acompañado por una gran multitud, en cuyo
número se contaba un séquito de flagelantes que se azotaban las espaldas como
purga de sus pecados. El santo solía viajar sobre el lomo un asno y alojarse en
los conventos de frailes dominicos de las ciudades y pueblos en donde
predicaba. Multitud de ermitas y altares recuerdan, en muchos rincones de la
Europa occidental, anécdotas históricas o apócrifas sobre la multitud de
milagros realizados por el propio santo, en su largo camino de predicación, o
por sus reliquias.
La activa participación de Vicente Ferrer en el
Compromiso de Caspe, donde fue elegido como rey de Aragón Fernando de
Antequera, (miembro de la dinastía castellana de los Trastámara), resultó
decisiva para el encuentro.
Vicente Ferrer nació el 23 de enero de 1350 en
el seno de una familia acomodada del cap i casal, la ciudad de Valencia.
Fueron sus padres Guillermo Ferrer y Constancia Miguel, quienes tuvieron tres
hijas y tres hijos. Guillermo Ferrer era notario y estaba bien relacionado con
las clases altas, lo cual le permitió conseguir para su hijo un bautizo con
ilustres padrinos y el "beneficio de Santa Ana" en la Parroquia de
Santo Tomás. Cuando éste nació, Valencia terminaba de sufrir la Peste Negra.
El joven Vicente se inició en los estudios en
una de las múltiples escuelas de latinidad de Valencia. Tras haber ingresado en
el Convento de los Predicadores de Valencia, en febrero de 1367 tomó el hábito
dominico. Entre 1368 y 1375 fue enviado por sus superiores a profundizar sus
conocimientos en Lérida, Barcelona y Toulouse. En Lérida, donde se encontraba
el Estudio General de la Corona de Aragón, dio clases como profesor de Lógica.
Vicente trabajó activamente en conseguir
solucionar el llamado Cisma de Occidente. En 1377 regresaban los Papas a Roma
tras casi tres cuartos de siglo en Avignon. Pero al morir Gregorio XI se eligió
a Urbano VI, lo que llevó a graves disturbios y momentos de tensión con
denuncias sobre la legalidad de la elección. Las ausencias de algunos electores
y las presiones francesas a las que se sumó el cardenal español Pedro de Luna
conocido posteriormente como el Papa Luna, llevó a que un grupo de electores
declarara nula en agosto la elección y eligiera el 20 de septiembre a Clemente
VII. La Europa cristiana quedaba dividida entre los que obedecían a Roma y los
de Aviñón.
Pedro IV de Aragón, el Ceremonioso, terminó por
apoyar a Clemente VII y este delegó en Vicente Ferrer para intervenir en el
reino de Valencia, donde ya se encontraba el delegado de Urbano VI.
Su actividad en Valencia a favor de Clemente
VII fue intensa, lo que llevó a que el rey recibiera distintas cartas y denuncias
unas a favor y otras en contra. Tal fue la situación que le llevó a renunciar
voluntariamente a su cargo de Prior del Convento de los Predicadores, cargo que
ostentaba desde hacía algún tiempo. Su apoyo a Avignon le llevó a escribir un
tratado en 1380.
En esta época Vicente siguió su trabajo de
predicación por todo el antiguo reino de Valencia, de las que tenemos
constancia, como una Cuaresma en Segorbe u otra en Valencia capital. También
hay que destacar su intervención en sentencias entre religiosos, o sus clases
como profesor de teología en "La Seu" (catedral) de Valencia entre
1385 y 1390.
En 1394 fue elegido papa de Avignon Pedro de
Luna como Benedicto XIII, y llamó a Vicente, le ofreció distinciones
cardenalicias y obispados, pero Vicente no veía con buenos ojos el ambiente de
la curia de Avignon y marcha al convento de los predicadores de la ciudad. El
cisma le causaba un gran dolor interior, y en ese momento sufre una enfermedad
que parecía llevarle a la muerte. El 3 de octubre tiene una visión que cambia
el rumbo de su vida y desde ese momento se dedica a la predicación itinerante,
a la que se consagra totalmente, recorriendo los caminos de Europa occidental a
pie.
Vicente seguía siendo partidario de los papas
de Avignon. Recordaba las plagas bíblicas y afirmaba que la novena plaga eran
las tinieblas: durante tres días estuvieron hombres y mujeres sin verse el uno
al otro y decía que esto significaba el Cisma y los tres días eran los tres
papas que había en ese momento, Juan, Gregorio y Benedicto.
Tras su intervención en Caspe y en sus
frecuente encuentros con el rey Fernando, Benedicto XIII y el emperador
Segismundo tratan sobre la unión de la Iglesia. El 6 de enero de 1416, Vicente
Ferrer en Perpiñán, leyó un documento por el que la Corona de Aragón se
sustraía de la obediencia a Avignon. Al año siguiente en 1417 fue elegido
Martín V como Papa de toda la Cristiandad.
Su participación es sin duda un hecho
fundamental para el futuro de toda España, tanto en su época como
posteriormente.
Su participación está documentada por su propio
hermano Bonifacio que también participó como compromisario representando a
Valencia.
Vicente llegó a Caspe en abril de 1412 y era el
octavo compromisario por orden jerárquico, pero fue el primero, tal vez por su
prestigio y peso moral en emitir el voto, y seguramente esto fue decisivo para
el futuro de la Corona de Aragón y de la futura España. Su voto fue a favor de
Fernando de Antequera y tras él, su hermano y otros tres compromisarios de
Aragón y Valencia hicieron lo propio votando también por Fernando, dos
compromisarios votaron por el Conde de Urgel, uno se abstuvo y otro no había
formado una opinión.
Según algunas crónicas los partidarios del
conde de Urgel trataron de asesinar a Vicente por tierras de Lérida.
Vicente y otras
religiones
Vicente Ferrer fue uno de los antisemitas más
nefastos que existieron en la historia de España, su lema era «bautismo o
muerte».De los judíos dijo que eran «animales con rabo y que menstrúan
como las mujeres». Afirmaba que «los judíos tienen entre otros el más
oculto y abominable oprobio pues les sale de la cara aquel exangue olor y
amarillez de su rostro (...) La señal de Caín está puesta sobre ellos y es el
olor que exhalan». Fue impulsor del pogromo de 1391 en el barrio judío de
Valencia, donde actualmente se ubica la plaza San Vicente Ferrer; y en Toledo
consiguió la transformación de la Sinagoga Mayor de Toledo en la Iglesia de
Santa María la Blanca. Como resultado, bien de sus predicaciones, bien de la
violencia de la revuelta antijudía de 1391, una gran cantidad de judíos se
convirtieron al cristianismo, originándose a partir de entonces una importante
comunidad de cristianos nuevos. Hay autores que niegan que Vicente Ferrer
estuviera en Valencia en 1391, y que insisten en que nunca aprobó la violencia,
aunque sí que pensaba que aquel quebranto era una buena oportunidad para
intensificar la catequesis.
Su trabajo se vio facilitado por su conocimiento
intenso del hebreo, las tradiciones, y las Escrituras.
Vicente tuvo un trato especial con los
convertidos, encargando su formación y educación en el cristianismo a personas
seleccionadas, o como el converso musulmán Atmez Hannexa, que tomó el nombre de
Vicente cuando se bautizó, del que se preocupó para que él y su familia
tuvieran una pensión para su socorro y sustento, y pudiera predicar entre
musulmanes y cristianos.
Le pidieron que asistiera al Concilio de
Constanza, pero él optó por seguir con su trabajo y continuó predicando por
Francia, evitando las zonas en guerra.
Recorrió el Mediodía francés, la Auvernia,
pasando luego a la Bretaña, donde transcurrirán los últimos meses de su vida.
Encontrándose gravemente enfermo, decidió partir hacia Valencia. Sufrió una
terrible tempestad al salir del puerto de Vannes lo que él interpretó como una
señal de Dios para que volviera a Vannes a pasar el resto de sus días. Falleció
en Vannes el 5 de abril de 1419. Su sepulcro se halla en la catedral de dicha
ciudad.
En 1431, el Papa Eugenio IV ordenó estudiar el
asunto de su canonización, pero ahora se interpuso el nuevo cisma de Amadeo de
Saboya.
Nicolás V aconsejó a los frailes celebrar el
Capítulo general de 1453 en Nantes y preparar el proceso. Y encargó que tres
cardenales que investigasen la vida y los milagros del predicador; entre ellos
estaba Alfonso de Borja, el futuro Calixto III, el primer Papa valenciano de
dicha familia. Mantuvieron entrevistas con obispos, abades, frailes y gente
común en Nápoles, Avignon, Toulouse y en la región de Nantes, interrogando a
28, 18, 48 y 310 testigos respectivamente.
Ya fue Calixto III, quien recibió las actas de
estas investigaciones.
Calixto III solía "decir a los cardenales
y al Maestro de toda la Orden fr. Marcial que siempre había tenido por cierto
su pontificado desde que San Vicente se lo prometió". Se han realizado
fundamentales aportaciones documentales, que nos muestran que ello no es fruto
de los biógrafos, sino convencimiento del propio Calixto III que lo afirmó en
numerosas ocasiones y recogieron autores muy cercanos a los hechos.
El 29 de junio de 1455 tras votarlo en el
consejo de cardenales, Calixto III anunció la canonización de Vicente Ferrer
(1435).
San Vicente Ferrer dio un mensaje para que lo
llevaran a todos los valencianos, que podemos considerar como su testamento. El
mensaje dice así:
"¡Pobre
patria mía! No puedo tener el placer de que mis huesos descansen en su regazo;
pero decid a aquellos ciudadanos que muero dedicándoles mis recuerdos,
prometiéndoles una constante asistencia. y que mis continuas oraciones allí en
el cielo serán para ellos, a los que nunca olvidaré".
"En todas sus tribulaciones, en todas sus
desgracias, en todos sus pesares, yo les consolaré, yo intercederé por ellos. Que
conserven y practiquen las enseñanzas que les di, que guarden siempre incólume
la fe que les prediqué, y que no desmientan nunca la religiosidad de que
siempre han dado pruebas".
"Aunque no viva en este mundo, yo siempre
seré hijo de Valencia. Que vivan tranquilos, que mi protección no les faltará
jamás. Decid a mis queridos hermanos que muero bendiciéndoles y dedicándoles mi
último suspiro".
De acuerdo con la leyenda popular, Vicente
Ferrer logró varios milagros alzando su dedo índice, razón por la cual se lo
conoce cariñosamente como "Sant Vicent el del ditet".
En la iconografía se lo suele representar con el dedo índice alzado hacia el
cielo y con un par de alas a sus espaldas. Este último atributo es debido a su
autodenominación como legatus a latere Christi (una especie de
representante personal de Cristo) y al título de "ángel del
Apocalipsis" que le valieron sus sermones, durante los cuales solía tocar
el tema del Juicio Final e incluso anunciar la inminente llegada del Anticristo
(tal como hizo durante sus predicaciones en la ciudad de Toledo en 1411).
San
Vicente Ferrer,
Juan de Juanes, 1545, Colección
privada.
Retablo
de San José y el Niño Jesús (Iglesia del Santo Rosario, Roma)
Retablo en madera policromada. Aparecen Santo
Tomás de Aquino con la Suma Teológica, San José y el Niño Jesús y San Vicente
Ferrer con la trompeta del juicio final e indicando al cielo.
San
Antonino de Florencia y San Vicente Ferrer, Fernando
Yáñez de la Almedina, 1500, Museo Bellas Artes de Valencia.
De izquierda a derecha y de arriba a abajo.
La madre visita al obispo, Vicente es llevado
al convento, Muerte del hermano Gilaberto, Conversión de judíos
y sarracenos, Vicente habla con el papa, Aviñón, Oración frente a Cristo y
María, El demonio molesta predicación, Vicente se traslada en su burro, Vicente
sana los enfermos, El milagro del niño de Morella, Jesucristo se aparece a
Vicente, Vicente se despide del papa.
La madre
de Vicente visita al obispo de Valencia
La madre de Vicente, casi como otra Beata Juana
de Aza, oyó dentro de sí ladridos de mastín, y consultó al obispo de Valencia
lo que podría significar esto; el obispo contestó que sería su hijo un cuidador
fiel del rebaño de Cristo.
El padre
de Vicente lo lleva a los Dominicos para que se haga religioso.
El padre de Vicente soñó que un religioso
dominico lo felicitaba porque le nacería un hijo santo, gran predicador y
dominico. Sus padres, viendo sus santas inclinaciones, quisieron hacerlo
religioso. Recordando el sueño, lo llevaron a los Dominicos. Tres días después,
Vicente recibió el hábito. Tenía 17 años.
Visita
del superior de Oreola al santo; muerte del hermano Fr. Gilaberto.
Uno de los religiosos grandes y verdaderamente
santos que acompañaban a San Vicente fue Fray Juan Gilaberto Jofré, mercedario.
Era predicador y de constante virtud y santidad, fundador del Hospital General
de Valencia. Era Comendador del Convento de la Madre de Dios del Puch. Oyó
predicar a San Vicente, y viendo los muchos religiosos de varias Órdenes y
sacerdotes seglares que lo seguían, junto a otros de su comunidad, siguió a San
Vicente por algunos días. Pero un día San Vicente lo llamó y le dijo:
"Hijo mío, debes volver a tu convento, que tus hermanos te necesitan allá,
y disponte a otro mayor viaje que el que ha hecho hasta acá; confiésate y alaba
a Dios por el camino". Obedeció Fr. Gilaberto, y cuando llegó a su
convento del Puch, junto a la puerta de su iglesia, sus hermanos muy contentos
salieron a recibirle. Los abrazó a todos y se cayó muerto. A la distancia, San
Vicente le dijo a los que lo acompañaban: "Acaba de morir Fray Gilaberto,
encomendémosle a Dios". (Después de 150 años de sepultado encontraron el
cuerpo de Fray Gilaberto incorrupto).
San
Vicente convierte al cristianismo a sarracenos y judíos.
En Toledo, ciudad rica y populosa, llena de
moros y judíos, la elocuencia de Vicente habría de convertir innumerables
almas. El tema de sus predicaciones en lugares con muchos judíos era la
demostración de que en Jesucristo se habían cumplido todas las profecías. Ante
una inmensa muchedumbre de cristianos, judíos y moros, consiguió su conversión
y la transformación de una sinagoga en templo católico bajo la invocación de
Santa María la Blanca. Este nombre le vino por la extraordinaria blancura de
sus paredes.
San
Vicente habla frente al papa y los cardenales en Aviñón
El nuevo papa Luna, Benedicto XIII, llamó a
Vicente a Aviñón y le nombró su confesor y capellán, Maestro del Sacro Palacio
y Penitenciario de su corte. En tan alto puesto trabajó cuanto pudo en poner
fin a tan funesto cisma.
El santo
es tentado en su habitación por el demonio mientras lee a San Jerónimo y la Virgen
lo consuela.
Una noche estaba San Vicente Ferrer en su celda
leyendo el libro "Contra Helvidium" de San Jerónimo, que habla sobre
la virginidad de la Virgen María. Esto enardeció el amor de Vicente a esta
virtud y le suplicaba a la Virgen le concediese la perseverancia y el más alto
grado de pureza. En oración estaba cuando escuchó una voz que le decía que no
podría conservar esa gracia, que la perdería muy pronto. Estas palabras
llenaron de angustia al santo y redobló su oración a la Virgen María pidiéndole
que le revelase de quién había sido esa voz tan infausta, a lo que la Virgen
accedió, apareciéndosele rodeada de luz y gloria. Le manifestó que desechase
todo temor, que esa voz que había oído era del demonio que intentaba apartarlo
del camino de la perfección.
El
demonio en forma de caballos salvajes intenta interrumpir la predicación.
En Murcia, un Domingo de Ramos, predicando en
una plaza ante diez mil personas, vieron venir tres caballos a todo galope y
echando como fuego por las narices, la gente se asustó y quería huir, pero el
santo dijo que se armasen con la santa cruz y nada temiesen. Así lo hicieron y
los caballos huyeron por la parte opuesta, porque no eran caballos, sino
demonios que querían impedir la predicación del santo.
San
Vicente cabalgaba en su burro
Para cumplir la voluntad de Dios que lo llama a
viajar por innumerables lugares, San Vicente lo hace montado en humilde
jumentillo, por habérsele abierto en una pierna una pertinaz llaga, de la que
no se vio libre ya mientras vivió, no pudiendo en adelante hacer sus viajes a
pie, tal como lo había hecho hasta entonces.
Un enfermo recibe la
bendición de San Vicente y es sanado
Había en Montblanch un tal Mateo, que producto
de una enfermedad, quedó sordo y tenía ataques de locura, donde agredía a la
gente. Por eso la ciudad lo desterró y vagó años por montes y desiertos. En un
sueño vio que Vicente le sanaba. Se dirigió a la ciudad y entró en la iglesia,
donde el santo predicaba. Viendo la multitud de enfermos que le pedían la
bendición, se mezcló entre ellos y le contó a Vicente el sueño que había
tenido. San Vicente le tocó en la frente y le curó por completo. El enfermo
agradecido, le acompañó durante ocho meses formando parte de los penitentes.
Una madre
enajenada mata y cocina a su hijo, pero San Vicente lo resucita
San Vicente estaba hospedado en casa de una
mujer que padecía con frecuencia ataques de enajenación mental y que ponían a
la familia en gran sobresalto. San Vicente ya había visitado este hogar y le
había dado su bendición. Quedó muy tranquila, por lo que muchos creyeron que
estaba completamente sana. Un día el santo estaba predicando, y la mujer que
estaba sola en casa resolvió ofrecerle un banquete. En su insomnio le pareció
que la carne de un niño que tenía sería lo mejor del banquete. Tomó un cuchillo
e hizo pedazos al pequeño, asó una parte y guardó otra en su despensa. Vuelto a
casa su marido no tardó mucho en averiguar la tragedia. Por su parte, San
Vicente presintió que su presencia era urgente en esa casa y corrió hacia ella.
Hizo reunir todos los pedazos del pobre niño, los arregló colocando cada uno en
su lugar, y postrado de rodillas dirigió a Dios su oración. Apenas terminó, en
presencia de todos, los pedazos se unieron y comenzó a renacer la vida. El niño
abrió los ojos y miró dulcemente al santo.
Jesús se
aparece a San Vicente
Vicente trabajó cuanto pudo en poner fin a tan
funesto cisma de la Iglesia, y no viendo buenas intenciones en Benedicto, dejó
el Palacio y se retiró al convento de Dominicos en Aviñón. Allí oró y lloró tan
intensamente los males de la Iglesia que al tercer día estuvo a punto de morir.
A la tercera noche entró a su celda Jesús acompañado de Santo Domingo y San
Francisco y muchos ángeles, y Jesús le dijo: "Levántate y anda, ve como
apóstol por el mundo a predicar el Evangelio. Predica que el juicio final está
cerca, a ver si los hombres se arrepienten. Yo estaré siempre contigo para que
puedas actuar y recorrer por Europa. Morirás santamente lejos de aquí".
Luego, con gesto cariñoso, Jesús tocó el rostro de Vicente y lo hizo levantar.
El santo
recibe el permiso del papa para ir a predicar el Evangelio a todas partes.
Después que Vicente recibió en una visión el
mandato de Cristo de ir al mundo a predicar el Evangelio como "Legado a
látere Christi", se fue a despedir del papa Benedicto. El papa le concedió
su permiso y amplios poderes, nombrándolo especial Legado suyo.
San Vicente Mártir
Vicente de Huesca, conocido también como
San Vicente Mártir, fue un clérigo español, diácono de san Valero de
Zaragoza. Fue capturado y torturado bajo Diocleciano, por lo que la Iglesia lo
venera como mártir.
Según la tradición, Vicente fue encargado de la
predicación de la fe, a causa de un impedimento del habla que afectaba al
obispo Valero.
Huesca, con una iglesia construida en el sitio
de su casa natal, Zaragoza, donde estudió y desarrolló su actividad apostólica
y Valencia, teatro de sus atroces tormentos y testigo de su glorioso triunfo,
son las tres ciudades españolas que se disputan el honor de ser la cuna de San
Vicente. El relato de su «pasión» leído en las iglesias, excitó la admiración
universal. Algunos años después preguntaba Agustín en la Hipona africana:
"¿Qué región, qué provincia del Imperio no celebra la gloria del Diácono
Vicente? ¿Quién conocería el nombre de Daciano, si no hubiera leído la pasión
del mártir?". (Sermón 276). Los papas San León Magno y San Gregorio
celebraron al santo mártir en sus panegíricos, y San Isidoro de Sevilla y San
Bernardo, en sus escritos.
Sus
padres
Vicente era bello y aristócrata. Oriundo de una
familia consular de Huesca, es el prototipo del ciudadano aragonés. Su padre,
cónsul y su madre Enola, natural de Huesca, lo confiaron a San Valero, obispo
de Zaragoza, bajo cuya dirección hizo rápidos progresos en la virtud. A los
veintidós años, el obispo, que era tartamudo, le eligió diácono y le confió el
cuidado de la predicación con lo que Valero, quedó en la penumbra. La actividad
diaconal de Vicente se desarrolló durante una época relativamente serena y
pacífica, pues en 270 el emperador Aurelio restableció la unidad del Imperio, y
Diocleciano en 284 le dio una nueva organización, que favorecía la expansión de
la Iglesia. Así se pudo cimentar el cristianismo en las regiones ya más
evangelizadas y celebrar el Concilio de Elvira, que manifiesta una cierta
madurez de la Iglesia en la Bética, ya en el 300.
La
persecución de Diocleciano
Después se originó una nueva y sangrienta
persecución, decretada por los emperadores romanos reinantes, Diocleciano y
Maximiano, habían jurado exterminar la religión cristiana. En 303 se publica el
primer edicto imperial: Todos los pobladores del imperio tenían que adorar al
“genio” divino de Roma, impersonado en el Cesar.
Para llevar a cabo los edictos persecutorios,
llega a España el prefecto Daciano, que permanece en la Península dos años,
ensañándose cruelmente en la población cristiana. Entra en España por Gerona, y
encargó el cumplimiento de los decretos imperiales al juez Rufino, pasando él a
Barcelona donde sacrificó a San Cucufate y a la niña Santa Eulalia. De Barcelona
pasó a Zaragoza. Arremetió contra los pastores para amedrentar al rebaño. En
Zaragoza mandó prender al obispo y al diácono Vicente, pero no quiso
entregarlos al suplicio. «Si no empiezo por quebrantar sus fuerzas con
abrumadores trabajos, estoy seguro de mi derrota», pensaba. Les cargó pesadas
cadenas, y ordenó conducirlos a pie hasta Valencia, haciéndoles padecer hambre
y sed. En el largo viaje, los soldados les afligieron con toda clase de malos
tratos.
Camino de
Valencia
Vienen a Valencia, colonia romana, por la Vía
Augusta, extendida junto al Mediterráneo, para ser juzgados por Daciano. Antes
de entrar en la ciudad, los esbirros pasaron la noche en una posada, dejando a
Vicente atado a una columna en el patio, columna que se conserva en la parroquia
de Santa Mónica, donde es venerada por los fieles. Ya en Valencia se les
encerró en prisión oscura y se les dejó sin comer durante varios días. Cuando
juzgó Daciano que estaban quebrantados, los mandó llamar, y se extrañó que
estuvieran alegres, sanos y robustos. Desterró al obispo y al rebelde, que le
ultrajaba en público, lo sometió al potro, para que aprendiera a obedecer a los
emperadores. Le desnudaron, y le azotaron con tal saña, que las cuerdas y
ruedas, rompieron los nervios del mártir; le descoyuntaron sus miembros, y
desgarraron sus carnes con uñas y garfios de hierro. El mismo Daciano se arrojó
sobre la víctima, y le azotó cruelmente. El cuerpo de Vicente es desgarrado con
uñas metálicas. Mientras lo torturaban, el juez intimaba al mártir a abjurar.
Vicente rechazaba sus propuestas: "Te engañas, hombre cruel, si crees
afligirme al destrozar mi cuerpo. Hay dentro de mí un ser libre y sereno que
nadie puede violar. Tú intentas destruir un vaso de arcilla, destinado a
romperse, pero en vano te esforzarás por tocar lo que está dentro, que sólo
está sujeto a Dios".
Daciano, desconcertado y humillado ante aquella
actitud, le ofrece el perdón si le entrega los libros sagrados. Pero la
valentía del mártir es inexpugnable. Exasperado de nuevo el Prefecto, mandó
aplicarle el supremo tormento, colocarlo sobre un lecho de hierro
incandescente. El grado supremo de la tortura era el lecho candente. A Daciano
le enfurecía la serenidad de Vicente y le asombraba y, hastiado de tanta
sangre, mandó devolverlo a la cárcel. Prudencio en su Peristephanon, describe
el calabozo oscuro donde, sobre cascos de cerámica y piedras puntiagudas, yace
Vicente con los pies hundidos en los cepos. Pero, de pronto, la cárcel se
ilumina, el suelo se cubre de flores y el ambiente de perfumes extraños. Se
rompen los cepos y las cadenas. Todo es como un retazo de gloria. El prodigio
conmueve la ciudad. El cruel torturador, ordena que curen las heridas del
mártir valeroso. Y mientras le curan, muere Vicente.
Nada puede quebrantar la fortaleza del mártir
que, recordando a su paisano San Lorenzo, sufre el tormento sin quejarse y
bromeando entre las llamas. Lo arrojan entonces a un calabozo siniestro, oscuro
y fétido "un lugar más negro que las mismas tinieblas", dice
Prudencio. Luego presenta el poeta un coro de ángeles que vienen a consolar al
mártir. Iluminan el antro horrible, cubren el suelo de flores, y alegran las
tinieblas con sus armonías. Hasta el carcelero, conmovido, se convierte a
Cristo.
Daciano manda curar al mártir para someterlo
otra vez a los tormentos. Los cristianos le curan. Pero apenas colocado en un
mullido lecho, cubierto de flores, el espíritu vencedor de Vicente vuela al
cielo. Dios le llamó a su testigo, teñido aún con la sangre martirial. Era el
mes de enero del 304. El tirano, despechado, mandó arrojar a un muladar el
cadáver de Vicente para ser devorado por las alimañas. Un cuervo lo defendió de
los buitres y de las fieras. En el lugar donde fue tirado, se alza hoy la
parroquia de San Vicente Mártir de Valencia. En la cripta del templo existe un
mosaico impresionante, que representa al santo diácono muerto, calzado con
cáligas romanas. Ordena Daciano mutilar el cuerpo y arrojarlo al mar.
Metido, pues, en un odre fue arrojado al mar,
atado con una rueda de molino, de donde le viene el sobrenombre de “la Roda”.
Las olas, más piadosas, lo devolvieron a la playa de Cullera donde lo recogió
la cristiana Ionicia, lo enterró y los fieles cristianos comenzaron a
venerarlo. Y el Ecl 51,1 pone en sus labios: "Me has salvado de la muerte,
detuviste mi cuerpo ante la fosa. Me salvaste de múltiples peligros". El
Señor le ha salvado, pero de otra manera... El es "el grano de trigo, que
si cae en tierra y muere, da mucho fruto" (Jn 12,24). Su imagen es
representada revestido de dalmática sagrada, con la palma del triunfo en la
mano y junto al potro y la rueda de su tortura, o con una cruz, un cuervo y una
parrilla. Es uno de los tres diáconos primeros que confesaron con su sangre la
fe: Esteban en Jerusalén, Lorenzo en Roma, Vicente en Valencia. Su culto se
extendió por toda la cristiandad.
Cuentan los relatos que preservado en el
muladar y salvado de las aguas, fue enterrado en un modesto sepulcro junto a la
vía Augusta, desde donde, como dice la Pasión litúrgica, fue llevado a la Iglesia
Madre y puesto bajo el altar, en el “digno sepulcro” a que alude la misa
mozárabe del santo. San Vicente llegó a ser el gran mártir de la Iglesia de
Occidente, como san Lorenzo lo fue de Roma y de Oriente san Esteban, los tres
diáconos. Las homilías de san Agustín predicadas en su fiesta difundieron más
todavía su memoria. El martirio de san Vicente fue la semilla de la Iglesia en
Valencia; en lugar de temor suscitó admiración, de modo que su sepulcro fue el
centro de la primera comunidad y, cuando esta se institucionalizó y creció, el
mártir se convirtió en el patrono de la misma y su valedor durante los años
oscuros de la dominación musulmana.
El poeta Aurelio Prudencio Clemente, nacido en
Calahorra el año 348 en una familia de la aristocracia hispano-romana, había
ejercido el cargo de prefecto en importantes ciudades, hasta que el emperador
lo eligió para formar parte de su corte. Compatriota y casi contemporáneo de
Vicente, compuso un hermoso poema en el que canta su martirio: Es el Peristéphanon,
del cual estoy extrayendo datos y sorbiendo inspiración. Prudencio era hombre
de gran cultura, profundo conocedor de los poetas clásicos, y heredero de una
poesía latina cristiana, que surgida en el siglo IV, fue elevada por él a su
punto culminante. En el siglo VII, San Isidoro de Sevilla, escribirá que puede
ser considerado como el príncipe de los poetas cristianos: «Este dulce
Prudencio de una boca sin igual, tan grande y tan famoso por sus diversas
composiciones poéticas". La más amplia, la dedica a exaltar la figura de
los mártires, el Peristéphanon o libro De las coronas, en la que sublima el
culto literario de los mártires, amplificado ya en prosa en la literatura cada
vez más novelada de las Actas y, sobre todo, de las Pasiones. Prudencio despliega
en el Peristéphanon el arte de la narración lírica y dramática teñido de cierto
sabor popular, afirma J. Fontaine.
En el interrogatorio, entre amenazas y
coacciones, Vicente tuvo un gran protagonismo, tomando la palabra por Valerio y
confesando valientemente su fe: Hay dentro de mí Otro a quien nada ni nadie
pueden dañar; hay un Ser sereno y libre, íntegro y exento de dolor. Eso que tú,
con tan afanosa furia te empeñas en destruir, es un vaso frágil, un vaso de
barro que el esfuerzo más leve rompería. Esfuérzate, en castigar y en torturar
a Aquel que está dentro de mí, que tiene debajo de sus pies tu tiránica
insania. A éste, a éste, hostígale; ataca a éste, invicto, invencible, no
sujeto a tempestad alguna, y sumiso a sólo Dios.
Admirable fue la fortaleza con que Vicente
soportó tan terrible prueba. «Con clara reminiscencia virgiliana, dice
Prudencio, que Vicente elevó al cielo los ojos porque las ataduras cautivaban
sus manos:
Tenditque in altum luminaria vincla
palma presserant.
De este tormento Vicente salió reforzado, y se
le echa luego en un antro lúgubre».
La descripción de la cárcel, hecha por
Prudencio, sólo pudo ser descrita por un testigo ocular: Hay en lo más hondo
del calabozo un lugar más negro que las mismas tinieblas, cerrado y ahogado por
las piedras de una bóveda baja y estrecha. Reina allí una noche eterna, que
jamás disipa el astro del día; allí tiene su infierno la prisión horrible. Pero
Cristo no abandona a su siervo y se apresura a otorgarle el premio prometido a
la paciencia, puesta a prueba en tantos y tan duros combates. «Y en este
momento el numen de Prudencio se hincha, como una vela, en un soplo
pindárico... "Guirnaldas de ángeles ciñen con su vuelo la tenebrosa
mazmorra". Se cumplía la profecía de Cristo: "Os entregarán a los tribunales,
y os azotarán". Pero "no os preocupéis de lo que vais a decir, el
Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros" (Mt 10,17).
Hemos de tener coraje para empezar desde cero y
paciencia para aguardar a que el grano germine, y vaya creciendo. A nosotros
nos toca sembrar, al Dueño de la mies dar el crecimiento (1 Cor 3,7). Dar valor
a estas pequeñas cosas que hoy hacemos, y desechar las tentaciones de ir por
caminos de espectacularidad, amar la siembra anónima y monótona, no agradecida,
o desagradecida, sabiendo que ahí queda la semilla, portadora de germen vivo de
vida nueva.
Las Iglesias más antiguas de la España romana,
fueron fundadas o por Apóstoles, o por discípulos de los Apóstoles. No así
Valencia, que estaba muy poco evangelizada, según afirma Lorenzo Ríber: “La
ciudad de Valencia, antigua colonia romana, conservó tenazmente el culto de los
dioses". La historia guarda silencio absoluto sobre el anuncio del
Evangelio en los tres primeros siglos. El martirio de san Vicente en el año 304,
es el primer testimonio cristiano de la Iglesia de Valencia, con lo que el
joven diácono viene a ser el padre en la fe de Valencia. Como ocurrió en el
resto de Hispania, los primeros cristianos en las actuales tierras valencianas
debieron ser militares de paso y comerciantes provenientes del África romana,
con la que existía una prolija red de comunicaciones comerciales. Alguno de los
primeros evangelizadores conocidos, eran africanos. No podemos asegurar que
hubiese una Iglesia constituida en torno a un obispo, como en otras ciudades de
Hispania, pero no debieron faltar en una urbe tan bien comunicada como Valentia
- situada entre Tarraco y Cartago Nova - actividades de evangelización, de
reuniones litúrgicas y catequéticas aunque fueran clandestinas, con la asistencia
de algún presbítero local o itinerante.
San
Vicente funda la iglesia de Valencia
La Valencia cristiana entra definitivamente en
la historia con el acontecimiento del martirio del diácono san Vicente a
comienzos del siglo IV. Durante los tres primeros siglos de la era cristiana no
tenemos datos de vida cristiana no sólo en la ciudad de Valencia y sus
alrededores sino también en las otras ciudades del territorio desde la
desembocadura del Ebro hasta el sur de Alicante. No sabemos la forma en que las
persecuciones de los emperadores romanos durante los tres primeros siglos
afectaron a los cristianos de nuestra región. En el año 304, la ciudad de
Valencia es el primer lugar que entra documentalmente en la historia del
cristianismo con el martirio del diácono de Caesaraugusta, Zaragoza, Vicente.
Sobre el cuerpo de Vicente enterrado en el
surco, se levanta hoy la frondosa Iglesia Diocesana Valentina, que también está
necesitando una nueva evangelización. ¿Quién quiere ser ese grano de trigo que
cae, es olvidado, se pudre, pero que dará mucho fruto? Ofrecerse a ser grano es
fruto de la gracia, porque a la naturaleza le gusta más cosechar que sembrar.
Reza Dámaso, papa español y también poeta: "Vicente, que por tus tormentos
nos escuche Cristo".
Los reyes
de Aragón
Casi siete siglos han de pasar, para que
arraigue y se extienda la devoción al protomártir valenciano Vicente, propagada
por los reyes de Aragón, que, desde la reconquista de Valencia, se han acogido
a su intercesión. Ellos fueron los que demostraron interés por la basílica
sepulcral del santo ubicada junto a la vía Augusta en los aledaños de la ciudad
de Valencia, en torno a la que se formaría un poblado mozárabe, el arrabal de
Rayosa, cuyo núcleo era la basílica de San Vicente de la Roqueta, iglesia
matriz y como catedral de los mozárabes valencianos.
En 1172 Alfonso II, que pobló y dio fuero a
Teruel, sitió a Valencia, y para levantar el cerco, exigió el dominio la
iglesia de San Vicente. También Pedro II demostró su devoción al santo. Y su
hijo, el rey D. Jaime I, heredó y superó, la devoción de sus antecesores a
aquel joven diácono, venerado en toda la Cristiandad, en la “era de los
mártires” de la persecución de Diocleciano. Y cuando el rey preparaba su
cruzada, y en los momentos más álgidos y arriesgados, encomendaba a San Vicente
la empresa.
San Vicente de la Roqueta fue el primer lugar
que ocuparon en 1238 las huestes de Jaime I cuando conquistó Valencia. Llegaban
desde el campamento del arrabal de Ruzafa. En su iglesia quedaría luego, pendiente
de la bóveda del presbiterio, el histórico estandarte del "penó de la
Conquesta”, “la Senyera”, que ondeó en la torre de Ali Bufat o del Temple, como
señal de rendición de la ciudad musulmana, y que permaneció allí hasta que fue
trasladado al Ayuntamiento. Cada año es bajado por el balcón, porque la
“Senyera” no se inclina ante nadie, para presidir la procesión cívica hacia la
Catedral para el Canto de Tedeum de acción de gracias por la Conquista.
El mismo Jaime 1 proclamó al mártir Vicente “el
santo protector de la reconquista de Valencia”, como “Santa Maria”, bajo
diversas advocaciones, y en Valencia, Nuestra Señora del Puig, lo era para
todos los reinos de España. Existe un documento del 16 de junio de 1263
conservado en el Archivo de la Corona de Aragón, cuyo texto traducido dice:
“Estamos firmemente convencidos de que Nuestro Señor Jesucristo, por las
oraciones, especialmente del bienaventurado Vicente, nos entregó la ciudad y
todo el reino de Valencia y los libró del poder y de las manos de los paganos.”
La gratitud del rey Jaime I a San Vicente permanecería viva y encendida hasta
el fin de sus días. Mandó construir una iglesia más grande y junto a ella, un
nuevo monasterio y un hospital para pobres y enfermos.
Patrón
principal de Valencia
Valencia, compartiendo estos sentimientos de
gratitud, aclamó a San Vicente como a su principal patrón. Y los magistrados de
la Ciudad acordaron que el 9 de octubre de 1338, festa de Sant Donís, se
celebrase el primer centenario de la Conquista con una procesó general, la cual
partirá de la Seu e irá a la esglesya del Bonaventura mártir San Vicent per fer
laors y gracies de la dita victoria.
La Santa Sede declaró 2003 año santo en
Valencia por la celebración de los 1.700 años de su martirio. Es patrón de
Valencia, Zaragoza y otras ciudades de España y Portugal. Se ha podido obtener
indulgencia en la Catedral de Valencia, la parroquia de Cristo Rey, también en
Valencia, donde fue inicialmente sepultado; las dos capillas conocidas como
«las cárceles de San Vicente», en la calle del mismo nombre y en la plaza de la
Almoina; y la iglesia de los Santos Juanes de Cullera.
La autenticidad de sus virtudes, vividas
heroicamente en la sencillez de su vida ordinaria, quedó sancionada por su
sangre derramada. Y la Iglesia correspondió a su eminente servicialidad con el
homenaje de su rápido culto: San León Magno en Roma, San Ambrosio en Milán, San
Isidoro en Sevilla y San Agustín en África son testigos de la amplia difusión
de su fama. Tres basílicas dedicadas a su culto en la Roma medieval atestiguan
la popularidad de su nombre. Es también uno de los pocos mártires mencionados
en el Calendario de Polemio Silvio. El Liber Sacramentorum contiene una Misa en
su honor. Su imagen, en actitud orante, con una gran tonsura, y revestido de la
pérula, aparece en un fresco del siglo VI-VII en el cementerio de Ponciano, en
Roma. Es honrado especialmente en Zaragoza, en Salona, Sagunto y Tolosa.
Reliquias suyas se veneran en Carmona de Sevilla y en algunas ciudades de
África. En la Catedral de Valencia se conserva al culto el brazo izquierdo del
protomártir, regalado por Pietro Zampieri, de la diócesis de Pádua (Venecia),
el 22 de enero de 1970. Vicente, el Vencedor, es uno de los tres grandes
diáconos que dieron su vida por Cristo. Junto con - Corona, Laurel y Victoria -
forma el más insigne triunvirato. Cubierto con la dalmática sagrada, ostenta en
sus manos la palma de los mártires invictos, Vicente.
San
Vicente Ferrer y San Vicente Mártir, Juan de Juanes, Museo de Bellas Artes de
Valencia)
El artista los pinta juntos ya que ambos son
valencianos
San
Vicente Mártir,
Anónimo Pintura siglo XVI
Retablo de San
Vicente Mártir, Bernat Martorell Siglo XV. Museo Nacional de Arte de Cataluña.
Este retablo fue hallado en la ermita de la
Santa Creu de Menàrguens, en las cercanías de Balaguer, por lo que se considera
que su destino original sería el monasterio cisterciense de Santa María de
Poblet, con una capilla dedicada a san Vicente en uno de los altares de la
girola.
El retablo presenta tres calles y un banco. En
la predela se representan cinco episodios de la vida de Cristo: el
Prendimiento, Jesús ante Pilatos, la Flagelación, los Improperios y la Vía
Dolorosa. En la tabla central se presenta la figura del santo con un libro, la
cruz en aspa y la palma del martirio. En las tablas laterales se muestran
cuatro episodios de su vida y martirio: la presentación de san Calero y su
diácono Vicente ante Daciano, el gobernador de Hispania; el martirio del santo
en una cruz aspada; el martirio en la parrilla; y la muerte del santo, cuyo
cuerpo reposa en un lecho mientras su alma asciende a los cielos. En el remate
se representa la Virgen de la Misericordia abrigando bajo su manto a san
Benito, san Bernardo -protectores del Cister-, una reina, un rey y otros
personajes secundarios. El guardapolvo muestra el monograma de Jesús y un
báculo acompañado de las letras p y o, iniciales de Poblet.
En sus obras, Martorell presenta una gran
afición por el detallismo, tanto en ambientes como en indumentarias, demostrando
en sus excelentes composiciones su gran maestría técnica, apreciándose
claramente en él la influencia de la pintura flamenca.
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