Lamentación sobre Cristo muerto
Lamentación sobre Cristo
muerto, Llanto
sobre Cristo muerto o Llanto y sepultura de Cristo son
denominaciones que la historiografía del arte suele dar a una escena
evangélica, con la que culmina el ciclo de la Pasión de Cristo, que dio lugar a
un tema artístico muy utilizado en el arte cristiano, sobre todo en pintura
religiosa y en imaginería.
El que presenta más
similitud, únicamente diferenciable si se refleja el momento exacto de
depositar el cuerpo de Cristo en su sepulcro (a veces se utiliza el ambiguo
término "Deposición" -Deposizione en italiano-), es el Entierro
de Cristo o Santo Entierro. También está estrechamente relacionado
el tema del Traslado de Cristo. Tanto en un Traslado como en un Santo
Entierro, o en una Lamentación o Llanto sobre Cristo muerto, suelen aparecer
personajes femeninos llorando (plañideras), que pueden interpretarse como
representación de las tres Marías o Santas Mujeres (vinculadas
iconográficamente a los tarros con perfumes para la preparación del cadáver).
Otros personajes que suelen
aparecer en estas escenas son Nicodemo, José de Arimatea y el apóstol Juan.
Lamentación
sobre Cristo muerto
(Giotto), 1305-1306. Capilla de los
Scrovegni, Padua
La fuente literaria de la
escena representada en este cuadro es el Evangelio según san Juan, 19, 38-42:
Después
de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por
miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de
Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también
Nicodemo - aquel que anteriormente había ido a verle de noche - con una mezcla de
mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron
en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el
lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro
nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el
día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a
Jesús.
En este cuadro se ve a
Jesucristo, descendido de la cruz, rodeado por las mujeres y los apóstoles.
Están juntos los rostros de Cristo muerto y de su madre María, quebrada por el
dolor, que mira intensamente el cadáver de su hijo.
Las demás figuras expresan
su dolor, cada una a su manera: unas se muestran dobladas sobre sí mismas del
dolor, otras hacen gestos. Así, san Juan aparece con los brazos abiertos,
mientras que María Magdalena, sentada en el suelo, coge con afecto los pies del
muerto. Incluso los diez ángeles que aparecen en el cielo, en escorzo, se unen
a estas diversas manifestaciones de la desesperación: lloran, se mesan los
cabellos o se cubren el rostro.
Sin duda alguna, este Llanto
sobre Cristo muerto es uno de los recuadros más expresivos y más intensos
por su dramatismo de todo el ciclo de frescos. A las figuras entristecidas las
rodea un paisaje árido, con una montaña rocosa que forma una diagonal hasta un
árbol seco en lo alto, que subraya la desolación por la muerte de Cristo.
Piedad
con san Jerónimo, san Pablo y san Pedro, Sandro
Botticelli, 1492. Alte Pinakothek, Múnich
El tema de la Piedad,
centrado en la figura de María con el Hijo muerto no fue habitual en la pintura
florentina del siglo XV, a diferencia de lo que ocurría, por ejemplo, en
Venecia. Que Botticelli realizara, al menos, dos cuadros con esta temática
indica ya un cambio en el ambiente florentino de finales de siglo. Es posible
que influyera en el autor el conocimiento de las obras holandesas sobre este
tema iconográfico.
Se representa un momento
intermedio entre el Descendimiento de la Cruz y el Santo Entierro. Las figuras
tienen gestos patéticos y el cuerpo de Cristo en el centro que se arquea en un
semicírculo. Su cabeza la sujeta amorosamente una de las mujeres. La Virgen,
desfallecida, está detrás de la figura de Cristo. San Jerónimo y san Pablo son
los santos que aparecen a la izquierda, cada uno con un objeto simbólico para
su identificación: San Jerónimo lleva una piedra con la que se golpeaba el
pecho a modo de penitencia, mientras que San Pablo aparece con una espada,
instrumento de su martirio. Al lado contrario aparece san Pedro, con la llave
que permite identificarlo.
El grupo aparece sobre el
fondo de una gruta que será el sepulcro de Cristo, cuyo borde de piedra parece
verse entre las figuras. Al introducir gran parte del sepulcro Botticelli logra
mayor acento escénico.
Los contornos de las
figuras y de las rocas están muy marcados. El dolor queda reflejado en los
violentos contrastes cromáticos, así como en los gestos y movimientos.
Traslado
de Cristo o Deposición Borghese, Rafael Sanzio, 1507. Galería Borghese,
Roma
Traslado de Cristo, también conocida como Deposición
Borghese, es la tabla central del retablo Baglioni de Rafael Sanzio
concluido en 1507. Se trata de una de las pinturas más ambiciosas del periodo
florentino de Rafael, puesto que en ella tuvo que armonizar una composición de
muchas figuras en actitudes contrapuestas. La reflexión que le exigió esta obra
se comprueba en la cantidad de estudios preparatorios que se conservan desde
1505.
El Traslado de Cristo
experimentó grandes cambios desde su proyecto inicial. Un dibujo preparatorio
que se encuentra en Oxford y data de hacia 1505 muestra que su primera idea era
una Lamentación sobre Cristo muerto similar a la realizada por Il
Perugino en 1495 para el templo de Santa Clara de Florencia, en la que la
composición estaba exenta de dramatismo y resultaba bastante convencional,
quizá por responder a las ideas compositivas pedidas por Atalanta.
Sin embargo en el cuadro
final lo que se representa es el traslado del cadáver de Cristo sostenido por
dos hombres que sujetan una sábana con fuerza donde reposa el peso de Jesús.
Esta escena se sitúa en el primer término de la composición y a la derecha, y
en segundo plano, se produce la lamentación de la Virgen, que se ha convertido
en un espasmo o desmayo. El dinamismo de la escena se refuerza gracias a la
tremolina en los cabellos de María Magdalena, que sostiene la mano izquierda
inerte de Cristo y en el faldón del joven que de espaldas y en posición de tres
cuartos carga el peso de sus piernas. El grupo de la Virgen atendida por varias
mujeres se ha desplazado a un plano secundario, variando así lo previsto en la
primera composición, pero se ha acentuado su desgarro mediante la presentación
de su desvanecimiento. Se crea de este modo un paralelismo entre Cristo y su
madre, pues ambos tienen que ser sostenidos por otras figuras.
Los personajes presentan
distintas actitudes y se relacionan entre ellos con naturalidad, de modo que se
presenta un notable dinamismo en los movimientos y en los gestos de todos los
personajes. Asimismo, el cromatismo es brillante y variado.
Toda la serie de cambios en
la composición en los dos años en los que Rafael estuvo perfilando esta obra
muestra cómo se trató de una de las obras más importantes para el genio de
Urbino de su periodo florentino. En ella se da una creación que integra varios
personajes en un cuadro de gran formato, algo que no era habitual en la
producción de Rafael hasta el momento, pues sobre todo recibía encargos de
vírgenes y retratos de menor complejidad compositiva. El Traslado de Cristo
ejemplifica los logros rafaelescos en un gran cuadro del género de historia,
que serán culminados en la realización de sus Estancias Vaticanas.
Vasari dedicó grandes
elogios a esta obra, calificándola de «divinísima pintura» y señalando que fue hecha
con «tanta frescura y tanto amor, que se diría que la acaban de pintar».
Destaca la intensidad del dolor que reflejan los personajes, especialmente San
Juan Bautista, y la considera obra asombrosa por el esfuerzo, el amor y la
gracia que contiene y por la belleza de figuras, vestidos y detalles.
Lamentación
sobre Cristo muerto,
Andrea Mantegna, 1457-1501.
Pinacoteca de Brera, Milán.
La escena muestra a Cristo
muerto, tendido sobre una losa de mármol de forma casi perpendicular al
espectador, en uno de los escorzos más violentos de la historia de la pintura.
En un fuerte contraste de luces y sombras, la escena transmite un profundo
sufrimiento y desolación. La tragedia se potencia dramatizando la figura de
Cristo por su violenta perspectiva y la distorsión de sus detalles anatómicos,
en especial el tórax. Los estigmas de las manos y los pies están representados
sin idealismo ni retórica. La sábana que cubre parcialmente el cadáver, pintada
en los mismos tonos que el cuerpo, contribuye al efecto sobrecogedor del
conjunto que concluye en los rasgos de la cabeza, inclinada e inmóvil.
Se trata de un tema común
en el Renacimiento (la lamentación sobre Cristo muerto, con precedentes desde
Giotto) pero nunca hasta entonces se había reflejado de una forma tan rotunda
el carácter definitivo de la muerte.
Un detalle que sorprende es
la elección de poner los genitales de Jesús en el centro geométrico del cuadro.
Está rodeado por la Virgen
María, San Juan Evangelista y por una tercera figura, identificable con una mujer
piadosa o con María Magdalena, que lloran su muerte. La desproporción de sus
rostros, excesivamente grandes, con lo pequeño de sus manos en primer plano y
lo descompensado de su integración en la composición hacen pensar en que son un
añadido posterior de otro artista.
La pintura, comparada con
las concepciones artísticas propias de la Edad Media, muestra una innovación
propia del Renacimiento al representar una figura humana sin simbolismos.
Mantegna se concentró en un modo muy específico en retratar el trauma físico
más que el emotivo, contrario, por tanto, al ideal espiritual.
Probablemente el cuadro
estaba destinado a la capilla funeraria del mismo Mantegna. Fue encontrado por
sus hijos en su estudio y vendido para pagar sus deudas.
Normalmente aparecen ocho
figuras:
·
Cristo (en diagonal)
·
San Juan, al lado de la Virgen (hijo adoptivo)
·
José de Arimatea (junto a la cabeza de Cristo.
Sostiene la corona de espinas)
·
Nicodemo (a los pies de Cristo. Tiene los
clavos)
·
Santa María Magdalena (lleva el tarro de los
perfumes o abraza los pies de Cristo)
·
Santa María Cleofás
·
Santa María Salomé
·
De éstas dos, una es joven y otra mayor y con
tocado de viuda
En alguna ocasión
pueden aparecer angelitos volando con instrumentos de la pasión.
Llanto sobre Cristo muerto, Maestro de San Pablo de la Moraleja Ca. 1500 Museo
Catedralicio de Valladolid.
María Jesús Ocampo supone
que puede tratarse de San Pablo en actitud de argumentación”
Este grupo escultórico, una
de las joyas que guarda el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid,
procede, junto a dos figuras de los ladrones crucificados de menor formato, del
desaparecido monasterio de San Pablo de la Moraleja, localidad vallisoletana
situada en el límite con la provincia de Ávila. Fue el historiador murciano
Juan Ortega y Rubio, desde 1876 catedrático de Historia Universal de la
Universidad de Valladolid, quien nos dejó el testimonio de haberlo conocido en
este lugar antes de ser derribada la iglesia y sustituida por otra nueva.
La imposibilidad de conocer
la identidad del autor y las similitudes estilísticas encontradas en otras
obras repartidas por las provincias de Valladolid y Palencia, hacen que se le
denomine genéricamente como Maestro de San Pablo de la Moraleja, tomando
precisamente esta obra como referencia. Tal escultor pudo tener procedencia
flamenca o germana, aunque tampoco puede descartarse que se trate de un
escultor castellano influenciado por el tipo de arte elaborado por los
múltiples maestros de origen centroeuropeo llegados a España durante el reinado
de los Reyes Católicos, del mismo modo que en su obra más tardía se aprecia una
evolución más ajustada a los cánones derivados del Renacimiento italiano, como
ocurre en el grupo del mismo tema conservado en la iglesia de los Santos Juanes
de Nava del Rey.
La disposición de los
personajes: La Virgen sentada sostiene sobre una rodilla el cuerpo inerte de
Cristo. San Juan a su lado, la conforta con su apoyo. En torno a ellos se
disponen las santas mujeres, Nicodemo, con la corona de espinas, y José de
Arimatea con los clavos, tomando este último en su mano la de Cristo.
Arrodillada a sus pies, la Magdalena hace ademán de abrir el tarro de perfumes.
Detrás de la Virgen y sobresaliendo por encima de las demás figuras hay un
extraño personaje con los dedos índices juntos que mira hacia el espectador.
El conjunto, cuya datación
corresponde a los años finales del último decenio del siglo XV, presidiría un
discreto retablo, seguramente de diseño plateresco, ocupando la hornacina
central con el fondo pintado, de modo que hoy podemos apreciarlo fuera de
contexto, sin los elementos que complementarían todo su significado puesto que
no se han conservado. No obstante, tan sugestivo grupo se ofrece en un marco
muy apropiado: bajo la puerta de acceso a la que fuera una capilla situada en
un rincón del claustro de la antigua Colegiata de Santa María la Mayor, espacio
hoy integrado en el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid, bajo arcos
decrecientes y moldurados de trazado gótico y decoración geométrica.
El grupo es muy interesante
desde distintos puntos de vista. Unos de tipo técnico y formal. Otros referidos
a pequeños matices en los gestos y ciertos elementos iconográficos cuya
interpretación certera se nos escapa. Ofrece una escena muy apreciada en la
época y, como tal, reiteradamente repetida por pintores y escultores. Aunque se
presenta bajo el impreciso título de "Llanto sobre Cristo muerto", en
realidad representa la Sexta Angustia de la Virgen, es decir, el momento en que
María recibe el cuerpo de Jesús recién descendido de la cruz, estando presentes
todos los personajes que la tradición había imaginado y reinventado basándose
en los relatos de escritores místicos como Santa Brígida o San Buenaventura,
puesto que no existen escritos evangélicos que describan dicha circunstancia
con exactitud.
Es una representación
cargada de patetismo y por tanto ajustada al gusto español, en cuyo centro
aparece la Virgen sentada y sujetando sobre su rodilla el cuerpo inerte de
Cristo, que presenta rigor mortis y las piernas cruzadas recordando su
disposición en la cruz. El lacrimógeno rostro de la Virgen muestra su dolor y
desconsuelo, siendo reconfortada por San Juan, que repite la misma expresión en
su cara. Las figuras de José de Arimatea y Nicodemo cierran la composición por
los lados, el primero barbado y procediendo a retirar la corona de espinas de
la cabeza de Jesús y el segundo sin barba y sujetando los clavos recién
desprendidos, según el papel que le adjudica una iconografía con origen en los
grupos escultóricos del Descendimiento del siglo XII.
También con gesto apenado
acompañan a este grupo María Salomé, María Cleofás y María Magdalena,
arrodillada a los pies de Cristo y destapando el tarro de perfumes.
Al grupo se incorpora una
enigmática figura que no aparece en otras representaciones de este pasaje, en
este caso colocado por detrás de la Virgen y con la peculiaridad de ser el
único que mira al espectador al tiempo que hace un extraño gesto juntando los
dedos índices de sus manos, como si fuera un narrador incorporado a la escena.
Su presencia motiva todo tipo de especulaciones, recogiendo la especialista en
arte gótico Clementina Julia Ara Gil1 la opinión de María Jesús Ocampo, que
interpretó esta figura como San Pablo, que sería quien muestra a los fieles tan
importante acontecimiento como certificación de la muerte física de Cristo, lo
que le da un valor que trasciende lo puramente histórico.
Más comprensible, en mi
opinión, es que se trate de San Mateo en su papel de narrador, ya que es en su
Evangelio donde se cita expresamente la colaboración de José de Arimatea,
discípulo de Jesús, facilitando el entierro en su propia sepultura tras
envolverle en una sábana limpia. Por otra parte, San Mateo ha generado en otras
ocasiones este tipo de gesto de contar con los dedos por su condición de
antiguo recaudador de impuestos, siendo el caso más célebre de la alusión a su
oficio la magistral pintura de Caravaggio en San Luis de los Franceses de Roma.
Otra opinión respetable asocia al personaje con las representaciones de los
misterios medievales, aunque hemos que reconocer que esta codificación de
signos es insondable, siendo más fácil aproximarnos al significado de otros
elementos simbólicos que aparecen en este mismo conjunto.
Poco habitual es la colocación
de una calavera a ras de tierra, algo que sí es frecuente en las
representaciones del Calvario. En esta ocasión sirve para ubicar la escena en
el Gólgota, tomando como referencia una leyenda medieval recogida por Jacobo de
la Vorágine en La Leyenda Dorada, según la cual la calavera vendría a
representar el sepulcro de Adán, en cuya boca germinó la semilla del árbol del
que, al cabo del tiempo, fue extraída la madera que después sería utilizada en
la cruz, una leyenda fantástica cuyo trasfondo intenta relacionar el origen del
pecado del hombre y la redención del mismo a través de la muerte de Jesús.
Siguiendo esta misma
finalidad, también aparece otra figura atípica como es un cordero bajo el
cuerpo de Cristo, acurrucado sobre el manto de la Virgen y con aspecto de
perro, aunque con un cencerro al cuello. Su presencia está igualmente
relacionada con la redención, con un sentido simbólico que establece el
paralelismo entre el animal como víctima propiciatoria del sacrificio y
la misión de Jesús.
Todos los personajes lucen
una rica indumentaria según la moda del momento en que se talla el conjunto,
destacando la caracterización de José de Arimatea y Nicodemo como ricos
miembros del Sanedrín, con lujosos collares colgados al cuello para resaltar su
elevada posición social, así como la Magdalena, joven con tirabuzones rubios,
un sofisticado tocado y destapando un pomo de perfumes con elegantes ademanes a
los pies de Cristo, aquellos que antes secara con sus propios cabellos.
Igualmente los tocados establecen la diferencia entre la joven María Salomé y
las tocas de viuda que luce una María Cleofás de aspecto maduro.
Estos ingredientes dotan de
cierta teatralidad a la escena, dejando patente un característico modo de
trabajo del escultor. En las figuras, bastante estilizadas, los rasgos de los
rostros son acusados, alargados y planos, con barbillas pronunciadas, narices
rectas y largas, cejas arqueadas y bocas y ojos entreabiertos con forma de
media luna contrapuesta, rasgos que se ajustan a la expresión dramática y se
complementan con el estudiado trabajo de las manos, todas ellas en posición
diferente y delicado ademán. Otro rasgo característico es el trabajo de los
plegados de las telas ajustados a las diferentes posturas, con múltiples líneas
paralelas, de gran movimiento y aristas suavemente modeladas, lo que le
diferencia de las obras procedentes de la escuela de Burgos, en pleno esplendor
cuando se realiza esta obra, en la que abundaban las aristas mucho más
afiladas.
El grupo se complementa con
una cuidada policromía en la que predominan los destellos dorados sobre una
rica gama de colores y tonalidades. Prácticamente todas las figuras, a
excepción del macilento cuerpo de Cristo, presentan un sustrato de oro que aflora
en trabajos de elegantes esgrafiados, mostrando un amplio repertorio de motivos
vegetales que recrean lujosos brocados. Por su parte, las carnaciones están
aplicadas sobre la madera como pintura de caballete para resaltar con detalle
ciertas partes de la fisionomía, como las mejillas sonrosadas que contrastan
con las cuencas y las mejillas amoratadas de Jesús, cuyo cuerpo, para sugerir
la muerte, presenta un tono violáceo salpicado por múltiples hematomas y
regueros de sangre, así como la boca y los ojos entreabiertos como si acabara
de exhalar su último suspiro.
Igualmente, mediante la
policromía, Nicodemo aparece caracterizado con barba de varios días y una tez
morena que contrasta con la palidez de la Magdalena, ofreciendo como rasgo
común a todas las figuras, a excepción del narrador colocado al fondo y en
alto, el recorrer sus párpados varios regueros de lágrimas, acentuando
con ello el patetismo de la escena.
Si en términos generales
puede achacarse al trabajo de las figuras un afán de naturalismo no logrado
plenamente, así como cierta tosquedad en los trazados anatómicos y una rigidez
y estilización heredada de los modelos góticos, en su apariencia global, como
actores de un drama, el grupo alcanza una gran expresividad, haciendo partícipe
al espectador de la tristeza producida por la confirmación de la muerte de
Jesús por sus seres más allegados.
EL TARRO DE
PERFUMES DE SANTA MARÍA MAGDALENA
La palabra "Cristo" significa "ungido", y la crismación
o unción es un elemento importante en varios rituales cristianos, así como
símbolo de diferentes tópicos cristianos. Para San Cirilo de Jerusalén este
ritual identifica al cristiano con Cristo, insistiendo en sus implicaciones sensoriales ("el
cristiano es perfume de Cristo"). La iconografía de las vasijas o tarros
que contienen perfumes o ungüentos (y su interpretación metafórica -el alma, la
gracia divina, los sacramentos-) es de la Pasión (los regalos de los magos de
Oriente, la que conservó el santo prepucio tras la circuncisión de Jesús, la
que utilizó la mujer que perfuma con sus cabellos los pies de Cristo en casa de
Simón el fariseo o en Betania -María de Betania- o la que ungió su cabeza
quebrando la vasija de perfume -la
personalidad de estas mujeres tradicionalmente se asocia hasta confundirse,
identificándose con María Magdalena-,o las que llevaban las Tres Marías al
sepulcro -que hallaron vacío después de la resurrección-).
Está en relación
con el entierro de Cristo [
Jesús dijo [a Judas
Iscariote]: «Déjala que lo haga para el día de mi sepultura» (Jn 12, 8)
Entierro de Cristo
Por fin colocaron
el cuerpo de Jesús en una propiedad de José situada a pocos pasos del Calvario.
Había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que todavía no había
sido colocado nadie. Como era la Parasceve de los judíos, y el sepulcro estaba
cerca, pusieron allí a Jesús (Jn 19, 41-42). José de Arimatea hizo rodar una
gran piedra a la puerta del sepulcro y se marchó (Mt 27, 60). Estaba a punto de
comenzar el grande y solemne sábado. Al día siguiente, a pesar de la fiesta,
una embajada de los príncipes de los sacerdotes y los fariseos pidió a Pilato
que pusiera una custodia de soldados en ese lugar. Pilato se lo concedió. Ellos
se fueron a asegurar el sepulcro sellando la piedra y poniendo la guardia (Mt
27, 66).
Pasado el sábado,
María de Magdala, María la madre de Santiago, y Salomé, compraron perfumes,
para ir a ungirle. Muy de madrugada, el primer día de la semana, iban al
sepulcro cuando salía el sol (Mc, 16, 1-2)
Era el día de la
Preparación de la Pascua, y rayaba el sábado. Las mujeres que habían acompañado
a Jesús desde Galilea, lo siguieron de cerca y vieron el sepulcro, y cómo fue
colocado su cuerpo. Regresaron y prepararon aromas y ungüentos. El sábado
reposaron según el precepto. Pero el primer día de la semana, al rayar el alba,
volvieron al sepulcro llevando aromas preparados (Lc, 23, 54-56 y
24, 1)
Se le rasuraba el
pelo y se le ponían perfumes, pero el día de la muerte no daba tiempo y se iba
a hacer al día siguiente que fue cuando se encontraron las mujeres con que
había resucitado.
Aparecen San Juan
Bautista, las mujeres...los mismos personajes que en el tema anterior, pero en
este caso se está enterrando a Cristo. Lo que se va a ver representado por lo
general, es una sepultura más o menos excavado en el suelo.
Santo Entierro, Juan
de Juni. Museo Nacional de Escultura,
Valladolid
El conjunto está compuesto
por siete figuras de tamaño mayor que el natural, independientes cada una salvo
el grupo formado por la Virgen y San Juan. Todos los componentes están situados
en una puesta en escena teatral y muy atractiva para el espectador. Cada personaje
tiene su cometido y así lo demuestran en las actitudes y en los objetos que
portan. El grupo está policromado con una gran calidad pictórica acorde con el
gran valor escultórico.
En el centro se halla la
figura de Cristo yacente, depositado en lo que será su ataúd. Los demás
personajes proceden a su embalsamamiento. En la esquina de la izquierda y muy
cerca del espectador, José de Arimatea muestra con gran patetismo una espina de
la corona que se había quedado clavada en la cabeza de Cristo. En la esquina
contraria está Nicodemo que parece dialogar con María Magdalena. Su mano
izquierda reposa en una jarra y con la derecha sostiene un paño con el que se
supone está limpiando el cuerpo del fallecido. Tras él y de pie está María
Magdalena que se inclina con dolor y cariño hacia el cuerpo mientras sostiene
en su mano izquierda el tarro con ungüentos. En el centro y detrás del yacente
se encuentra el grupo de María y Juan; María se inclina entristecida hacia su
hijo mientras Juan acude cariñoso a consolarla. Finalmente, y detrás de José de
Arimatea puede verse de pie la figura de María Salomé que sujeta con su mano
derecha un paño de limpieza y con la izquierda la corona de espinas que acaban
de sacarle al Cristo. El equilibrio del conjunto es perfecto.
Cristo
La
Virgen y San Juan
José de
Arimatea y María Salome
María
Magdalena y Nicodemo
Entierro de Cristo Caravaggio
(1602-1603) Pinacoteca Vaticana.
San Juan y Nicodemo
sostienen con esfuerzo el cuerpo de Cristo muerto, mientras detrás se
encuentran la Virgen María, María Magdalena y María de Cleofás. Esta pintura
barroca – con una cascada diagonal de plañideros y portadores del cadáver que
descienden el flojo y muerto cuerpo de Cristo, y la piedra desnuda – no es un
momento de transfiguración, sino de duelo. Conforme el ojo del espectador
desciende de la penumbra hay, también, un descenso desde la histeria de María
Cleofás a través de una emoción contenida de la Virgen cuya lamentación ocupa
el puesto central hasta la muerte como el silencio emocional definitivo.
Caravaggio presenta personajes abatidos, agachados, acuclillados, tumbados o al
menos cabizbajos.
El brazo caído del Dios
muerto y el sudario inmaculado tocan la piedra, el brazo se ha representado con
gran realismo, con las venas dilatadas y la mano en la que se ven los estigmas.
La afligida María, por su parte, gesticula mirando al Cielo y abre las manos,
con lo que se agudiza la tensión. En cierto sentido, eso era el mensaje de
Cristo: Dios viene a la tierra, y la humanidad se reconcilia con los cielos.
Las visiones que plantea
Caravaggio son siempre altamente impactantes. A la hora de plasmar la
tradicional escena del Descendimiento de Cristo al sepulcro, emplea una
composición vibrante, en movimiento continuo e inestable, como sólo tal vez
Miguel Angel habría podido idear. La influencia de este gran genio precursor
del manierismo está muy presente en la obra de Caravaggio, especialmente en
este óleo: efectivamente, el cuerpo de Cristo inerte parece imitar al Cristo
muerto de la famosa Pietá del Vaticano. De hecho, el carácter escultórico de la
obra de Miguel Angel parece haberse transmitido a todo el grupo, que posee la
rotunda monumentalidad de figuras de bulto redondo en vez de pintadas sobre una
superficie plana. Una nota característica del lienzo es, como resulta frecuente
en el artista, la elección de un breve momento de la acción, casi a modo de
instantánea, que concentra todo el movimiento y el dramatismo en el mismo
segundo en que los discípulos van a alojar el cuerpo de su maestro en la tumba,
de una piedra fría y grisácea.
Entierro de
Cristo, Ticiano
Tiziano abordó varias veces
el pasaje evangélico del entierro de Cristo (Mateo 27, 57-61; Marcos 15, 44-47;
Lucas 23, 50-54; Juan 19, 38-42), operándose una notable transformación entre
la primera versión (París, Louvre), fechada hacia 1526 y deudora del cuadro
homónimo de Rafael (Roma, Galleria Borghese), y las restantes, realizadas entre
1559 y 1572. La principal diferencia en que ilustran momentos distintos, pues
si la primera representa el traslado del cuerpo de Cristo, las demás muestran
su deposición en el sepulcro. Común también a las últimas versiones fue la
nacionalidad de sus propietarios: Felipe II y Antonio Pérez. En 1557 Tiziano
envió a Felipe un Entierro de
Cristo con medias figuras que desapareció durante el viaje y cuya
pérdida palió dos años después con una segunda versión que el propio pintor
calificaba en carta dirigida al rey di
forma più grande che non era il primo, egli mi sia nel resto ancora riuscito
meglio assai, che non fece quell`altro.
Las dos obras con el Entierro de Cristo que se
conservan en el Museo del Prado presentan una composición similar. La escena
transcurre en el interior de una cueva o abrigo natural que se abre a la
derecha a un paisaje iluminado por una luz crepuscular. El cuerpo de Cristo,
sostenido por Nicodemo y José de Arimatea, es introducido en un sepulcro
marmóreo de inspiración clásica alejado de la tradición judía, y en torno a él
se agrupan varios personajes, entre los que destacan por su expresividad María
Magdalena y la Virgen María. Ésta sostiene el brazo inerte de su hijo, acción
no recogida en los Evangelios pero sí en I
quattro libri de la humanità di Christo de Pietro Aretino (Venecia,
1538). Tiziano siguió también al Aretino en la distribución de los personajes,
con Nicodemo a la cabeza de Cristo, José de Arimatea a sus pies, y en medio la
Virgen, San Juan y María Magdalena. La inusual iconografía de la Virgen
sosteniendo el brazo de Cristo –de la que solo hay un precedente italiano en la
Lamentación sobre el cadáver
de Cristo de Pordenone, pintado hacia 1529-30 (Cortemaggiore,
Chiesa della SS. Annunziata)-, fue advertida por Federico Borromeo, cardenal
arzobispo de Milán, propietario de un Entierro
de Cristo salido de la bottega
de Tiziano que combina elementos de los dos del Museo del Prado
(Milán, Pinacoteca Ambrosiana, inv. 199). El comentario de Borromeo, recogido
en su Musaeum
(1625), revela una sensibilidad contrarreformista afín a la de Felipe II.
Aunque Borromeo censuró la excesiva juventud de la Magdalena, destacó
favorablemente la empatía con que Tiziano supo transmitir el dolor de la Virgen
por la pérdida del hijo. Gentili propuso identificar a Nicodemo con Tiziano por
su evidente parecido con el Autorretrato
grabado por Giovanni Britto en 1550, lo que le permitía aventurar
afinidades del pintor con postulados nicodemistas.
Entierro de
Cristo, Tiziano 1559. Museo del Prado
Entierro de
Cristo, Tiziano 1572. Museo del Prado
Para el segundo Entierro se replicó la
composición anterior mediante un cartón, como sugiere el similar tamaño de los
lienzos y la superposición de sus silueteados. Radiografía e infrarrojos
delatan que, como en otras ocasiones en las que se efectuó tal operación, la
traslación de una composición a otra fue prácticamente puntual, y sólo una vez
completada se incluyeron las modificaciones visibles en superficie. Así sucedió
con la posición de las manos de la Virgen y la del brazo inerte de Cristo, más
próximos en la radiografía a las que presentan en el primer Entierro. Dos elementos
singularizan la nueva composición: la aparición de un nuevo personaje sin
relevancia dramática a la izquierda, y una radical transformación del rostro de
Cristo, cuyo patetismo contrasta con la quietud que transmitía su predecesor.
La diferente calidad de las versiones es evidente. En la primera el tratamiento
de la anatomía de Cristo es perfecto; sin embargo en la segunda afloran
deficiencias en el modo como está resuelta la conexión entre cabeza y tronco, o
en el fallido escorzo del brazo que sostiene la Virgen. Además de estas y otras
diferencias puntuales, la segunda versión adolece de una evidente
simplificación. El sepulcro está resuelto de modo más sumario, y los relieves
con Caín y Abel y el sacrificio de Isaac de su predecesora, incluidos como
prefiguraciones de la muerte de Cristo, han sido sustituidos por un vistoso
pero monótono jaspeado. Igual sucede con la indumentaria de José de Arimatea,
cuyas calidades sedosas, primorosamente recreadas en la primera versión, se
reducen en la segunda a un simple moteado. Estas diferencias se explican por la
distinta participación de Tiziano. Si la primera es enteramente autógrafa, en
la segunda intervinieron ayudantes, aunque Tiziano la perfeccionara como demuestran
arrepentimientos en la posición de los brazos de la Magdalena. Existen otras
versiones del Entierro de
Cristo (Colonia, Viena, Budapest) en las que es difícil percibir
una participación, siquiera parcial, de Tiziano. Más interés tiene una estampa
de Giulio Bonasone fechada en 1563, que combina elementos de los dos Entierros del Museo del
Prado.
Entierro
de Cristo, Rogier de La Pasture 1450 h. Galería de los
Uffizi
Esta tabla con el Entierro
de Cristo fue un encargo de la familia Médici, para su villa Careggi. Weyden
tomó como modelo un cuadro realizado por Fra Angelico, lo que se hace muy
evidente en la posición de Cristo muerto, con los brazos extendidos mostrando
las llagas. La escena muestra en realidad dos momentos: la deposición del
cuerpo y el entierro. La deposición es el momento en el que se baja a Cristo de
la Cruz, con los brazos extendidos como se puede ver, y ante del desconsuelo de
María.
La pintura tiene una forma
rectangular y muestra el entierro de Cristo, mientras que las figuras dolientes
de María y San Juan Evangelista lo mantienen por las manos y
recreando la postura de la Crucifixión. Jesús, con el apoyo de José de
Arimatea, vestido ricamente, y Nicodemo, en el que se oculta
un autorretrato del pintor. En José de Arimatea alguien ha sugerido
que es la sombra del retrato de Cosme el Viejo. A continuación
se muestra la figura arrodillada de María Magdalena.
Para el pintor flamenco
fue, sin embargo, imposible de imitar la composición ordenada y solemne del
italiano, hecha de rupturas con un análisis ordenado de los planos, de lo
contrario habría alterado su visión artística. La escena, de hecho, es más
compleja, con un grupo colocado en un semicírculo en torno a Cristo,
desequilibrado eje diagonal que va de la Magdalena a Juan a través de la piedra
sepulcral. Perpendicular a este eje contrasta la figura de Cristo, un poco
inclinada hacia un lado. El punto de vista y la línea del horizonte son más
altos, de acuerdo con la visión de "ajuste" de los flamencos, las
líneas son rítmicamente rotas y parecen más angostas. Estos elementos hacen que
el espectador esté más participe, incluso desde el punto de vista emocional.
Los colores son más fuertes, la luz más brillante, gracias a la técnica
de pintura al óleo.
La síntesis típicamente italiana
de Fra Angelico se contrapone con lo meticuloso y lenticular de los detalles,
del nítido paisaje, con las hierbas que crecen en las rocas o una valla de
madera.
El entierro de Cristo, Francisco de Goya
A la entrada de una cueva,
la bella figura de Cristo, eje de la composición, recibe la luz del crepúsculo,
con la cabeza velada por las sombras: la sostienen dos ángeles mientras que
María Magdalena, llena de tristeza, le unge sus pies; tras ellos la Virgen,
apesadumbrada, apoya la cabeza en su mano y San Juan, a su lado, ora al cielo.
En el suelo aparece un cesto con un paño, y junto a él la cartela de la cruz y
los clavos. La singularidad de que sean ángeles, y no José de Arimatea y
Nicodemo, los que depositen el cuerpo de Cristo en el sepulcro, según Emîle
Male, tiene antecedentes en la pintura italiana del siglo XVI (Federico Zuccaro
y Marco de Siena). En el intenso colorido y en las pinceladas rápidas y
sueltas, se va anunciando la espontaneidad y genialidad del futuro de Goya.
Vemos un entierro
especial, de Alonso Cano, en la que aparece un ángel que sostiene a Cristo
muerto. Es una iconografía que procede de Oriente. Es el Cristo de San
Gregorio. Emile Male, señala que procede de allí, donde aparecía una figura de
Cristo muerto flanqueado por dos ángeles. Llegó a Occidente, fue teniendo una
representación que mostraba a Cristo de medio cuerpo en el sepulcro o sentado
sobre él y sujetado por dos ángeles, de manera que aquí llegó la costumbre de
que Cristo fue enterrado por dos ángeles. Esto fue quitado del culto tras la
Contrarreforma, porque iba en contra de la versión verídica. Aparece en este
caso algo de esta iconografía, en un Cristo que aparece muerto, pero casi
resucitado (prácticamente glorioso). Es una derivación de aquella iconografía,
que se puede encontrar en el Barroco.
Cristo muerto sostenido por un ángel, Alonso Cano. Museo del Prado (1646-1652).
La singular iconografía del
cuadro no tiene su origen en los Evangelios sino que se remonta al llamado Cristo
de san Gregorio, un icono oriental que representaba la visión que dicho
papa tuvo de Cristo muerto flanqueado por dos ángeles. Según la tradición, al
rezar ante esa imagen se obtenían indulgencias para los difuntos. En el
Renacimiento se consolidó como una visión funeraria alternativa al Santo
Entierro o a la Piedad que incluía la presencia sobrenatural de los ángeles
como una muestra más de la divinidad de Jesús. Cano creó un prototipo personal
en el que un único ángel mantiene el cuerpo inerte y lo muestra al espectador.
Sin embargo, el artista se valió de un recurso muy habitual en su época, pues
para la composición se inspiró en diversos grabados. Parece ser que combinó una
estampa de Hendrick Goltzius según un modelo de Bartolomeus Spranger y otra de
autor desconocido, posteriormente copiado por el italiano Giuseppe Diamantini.
De esa manera obtuvo un prototipo iconográfico original reelaborando esas
fuentes gráficas. Uno de los primeros biógrafos de Cano, Antonio Palomino, ya
advertía de este proceso de reciclaje como base de su rico repertorio.
El resultado fue
deslumbrante, no sólo porque apenas hay rastro visible de los antecedentes,
sino por el equilibrio de la composición y la exquisita entonación general. Una
sutil insinuación de un paisaje crepuscular rodea al grupo, en el que
contrastan los tonos cálidos del ángel con el frío azulado del cuerpo muerto de
Cristo. El asunto brindó al pintor una excelente ocasión para tratar el desnudo
masculino. La elegancia en el tratamiento del cuerpo, la suavidad y la
estilización de las formas, son los logros más característicos de la pintura de
Cano, cuya relación con el desnudo lo hace excepcional dentro de la pintura del
Siglo de Oro.
La imagen transmite una
serenidad muy poco habitual en un asunto que se presta al patetismo y a la
visión dolorosa. Por el contrario, Cano ofrece una visión contenida del drama
de la muerte en consonancia con la piedad practicada por las elites cortesanas.
Se ha propuesto que el cuadro responde a las prácticas de los jesuitas o que,
incluso, pudiera tener alguna connotación eucarística. Lo único cierto es que
la pintura debió de realizarse para algún comitente particular. Las primeras
noticias la sitúan en posesión del marqués de la Ensenada en el siglo XVIII.
Fue adquirida de su colección por el rey Carlos III en 1769, y después se
integró en las colecciones reales españolas, desde donde ingresó en el Prado.
Debió de ser una composición con bastante éxito, pues se conocen otras copias y
versiones, una de ellas en el mismo Museo del Prado. La documentación antigua da noticia
de otros ejemplares en colecciones particulares madrileñas, como el que
perteneció a José de Lezama.
Cristo muerto sostenido por un ángel, Alonso Cano. Museo del Prado
(1646-1652).
El cuerpo muerto de Cristo
es a duras penas sostenido por el esfuerzo de un ángel, que dirige su mirada
implorante al cielo. Se trata de un argumento profundamente arraigado en el
arte occidental desde el Renacimiento a través de artistas italianos.
Probablemente realizado por Cano con la segura inspiración de ciertas estampas
relacionadas con Miguel Ángel, el pintor aborda una composición en la que pone
de manifiesto su gusto por la contención, la mesura y el equilibrio, a través
de uno de sus temas favoritos, como es el desnudo. Éste le permitía reflexionar
sobre el ideal clásico de belleza y el sistema de proporciones. El blanco
cuerpo de Jesús supone para Cano una manera idónea para indagar en torno a la
anatomía humana como método de expresión, sobre todo al contrastarlo con el
fondo oscuro. Con esta oscuridad crea además un ambiente de quietud y misterio
apropiado para la meditación sobre la muerte de Cristo, definiendo así esta la
obra como un ejemplo de sus mejores pinturas de devoción.
Como ya resulta frecuente
en estos años, el pintor coloca una serie de objetos al lado de la acción a
modo de naturaleza muerta perfectamente captados: se trata de una jofaina con
agua para lavar las heridas de Cristo así como los símbolos de la Pasión, la
corona de espinas y los tres clavos en el segundo cuadro.
Los rostros de ambos
personajes permanecen en ligera penumbra, el cuerpo lívido y exánime de Cristo
recibe todo el foco de luz, acentuado por la blancura del paño de pureza que le
cubre. El contrapunto de color lo pone el ángel, vestido con una túnica malva
que destaca sobre el paisaje de fondo. Las expresiones son conmovedoras y
delicadas. El ángel muestra una honda tristeza de forma contenida mientras que
el semblante cansado y sereno de Cristo está lejos del dramatismo que
caracterizó a una gran parte del arte religioso español de la época.
Cristo yacente
El Cristo yacente es una
imagen de Cristo muerto, tendido para su entierro pero sacado del grupo
tradicional de la Piedad, que suele incluir a la Virgen, la Magdalena y San
Juan. Se le ha quitado la corona de espinas y aún no se le ha cubierto con el
sudario. La cabeza descansa en uno o dos almohadones, los ojos no están del
todo cerrados y la herida del costado aparece muy marcada. El Cristo yacente es
objeto de veneración especial en Semana Santa y como representación literal del
cuerpo de Cristo
se asocia al culto de adoración de la Eucaristía.
Cristo
yacente, Gregorio Fernández 1609 y 1612. Museo
Nacional de Escultura de Valladolid)
Realizado para la Casa
Profesa de los jesuitas de Madrid (posteriormente San Felipe Neri), forma parte
de una serie numerosa de yacentes del autor con grandes repercusiones en la
escultura barroca castellana. El modelo inicial propuesto como primero de la
serie fue el encargado por el duque de Lerma para San Pablo de Valladolid
(Urrea, 1972), obra situada entre 1609 y 1612, anterior, por tanto, a la
espléndida versión del convento capuchino de El Pardo.
Los Cristos yacentes de
Fernández llaman la atención por combinar un fuerte realismo en la ejecución de
los músculos, el cabello, el rostro y las manos, con una extraordinaria
elegancia en la colocación, con el cuerpo en leve curva, la cabeza vuelta hacia
el espectador, la pierna izquierda elevada para descansar sobre la derecha, y
la mano izquierda a veces proyectada marginalmente sobre el abdomen para
enriquecer el contorno de la figura. La policromía, ejecutada por pintores
profesionales, acrecentaba la fuerza emocional de la representación. Aunque muy
pocas de estas figuras están documentadas, parecen seguir una evolución
estilística que va desde un delicado manierismo en las primeras hasta un
intenso patetismo naturalista en las más tardías. Esta obra ha sido objeto de
una reciente restauración que ha permitido recuperar las cualidades originales
de la delicada y bien conservada policromía. Parece corresponder a un momento avanzado
de la carrera del artista, a juzgar por la suavidad del modelado y los
apretados rizos de la barba. La talla de la barba y del cabello demuestra un
extraordinario virtuosismo, al igual que el paño de pureza de color azul claro
y la sábana en la que descansa el cuerpo.
Cristo
yacente de El Pardo,
Gregorio Fernández (1576-1636). Convento
de los Padres Capuchinos (El Pardo).
La escultura se guarda en
una capilla lateral, construida entre 1830 y 1833 por el arquitecto Isidro
González Velázquez, dentro de la iglesia de Convento de los Padres Capuchinos,
fundado en el año 1612, bajo el impulso de Felipe III.
Representa a Jesucristo
sobre un sudario, en posición yacente, una vez crucificado y trasladado al
Santo Sepulcro. Se trata de un tema muy recurrente en la escultura española de
los siglos XVI y XVII, ensayado, con anterioridad a Fernández, por Juan de
Juni, Gaspar Becerra y Francisco de la Maza, entre otros escultores del
Renacimiento.
La imagen está concebida
para ser contemplada lateralmente. La cabeza del Cristo se inclina hacia el
lado derecho, al tiempo que la pierna derecha aparece más levantada que la
izquierda. La cabeza y parte del tórax se apoyan sobre una almohada,
mostrándose inclinados, lo que contribuye aún más a esa percepción de lateralidad.
Los brazos se extienden
sobre el lecho separados del tronco, buscando una cierta sensación de simetría,
que también se aprecia en la cabellera, al quedar desplegadas varias madejas de
cabello a ambos lados de la almohada.
Gregorio Fernández evitó
cualquier signo que hiciera visible el rigor mortis, con la excepción de
un leve hinchamiento del cuerpo. La idea de muerte se transmite enfatizando las
heridas y llagas causadas por el vía crucis y la crucifixión, siguiendo
las pautas estilísticas de la escultura religiosa española del barroco.
El Cristo de El Pardo
se custodia en una urna de bronce y mármol, obra de Félix Granda, realizada en
1940. Fue regalada por Francisco Franco Bahamonde, que residía en el Palacio
Real de El Pardo en aquella época.
Cristo
yacente, Gregorio Fernández 1615. Real Monasterio
de la Encarnación
Se trata de una imagen de
Cristo de tamaño natural, ligeramente encogida, con la cabeza inclinada hacia
el hombro derecho; su pierna izquierda, doblada por la rodilla, se apoya sobre
la derecha que está en posición rígida; sus brazos están paralelos al cuerpo
sin apoyarse en él, salvo su mano izquierda que descansa sobre el muslo.
Muestra unas enormes llagas de la Pasión en manos, pies y costado, policromadas
con abundante sangre; en algunos lugares, como en la llaga del costado, lleva
incrustadas gotitas de cristal para darle mayor patetismo. Los hombros,
rodillas y algunas partes del cuerpo muestran cardenales, con desgarros de piel
y heridas sangrantes. En la frente están fuertemente marcadas las heridas
producidas por la corona de espinas, y la sangre que brota de ellas
corre por la cara y cuello. El pelo y barba están tallados en mechones como
mojados, que se extienden por el cojín, donde apoya la cabeza como una aureola.
Las desnudeces del pubis y parte de los muslos están cubiertas por un
lienzo a modo de fajín. La imagen yace sobre un lecho cubierto con una sábana,
cuyos pliegues están tallados con fuerte contraste, con la apariencia de papel
arrugado, lo mismo que ocurre con el fajín.
El escultor parece
complacerse en la captación y contemplación del desnudo humano,
convirtiéndole en divino. Su tratamiento es suficiente para poder ahondar
en los sentimientos de sensualidad reprimidos por la religiosidad de su época.
Su cabeza acumula todo el patetismo y carga dramática del tema; con fidelidad
y realismo exacerbado ha trabajado primorosamente los cabellos del Salvador,
deleitándose en su virtuosismo. Los ojos azules de cristal, los dientes
de pasta imitando el blanco marfil o las uñas de hueso en los dedos de las
manos y los pies, contribuyen a aumentar la autenticidad humana de la figura de
Cristo.
Cristo en el sepulcro, Hans
Holbein (1521) Kunstmuseum, Öffentliche Kunstsammlung, Basilea.
La fuerza expresiva de la
obra reside, en primer lugar, en que ha sido concebida a tamaño natural y en un
formato desusado. En segundo término, que el cuerpo de Cristo aparece como el
cadáver de un simple humano, presente en él los horribles rictus de la muerte
violenta, abandonados en lo que parece un depósito de hospital o un pudridero.
Es seguro que la representación escandalizó a muchos de quienes la contemplaron
por la evidente irreverencia de presentar el cuerpo de Cristo como un cadáver
anónimo que no ha recibido de familiares o allegados un piadoso tratamiento.
Abiertos los ojos y la boca, la cabeza está como desarticulada del cuerpo por
causa de la rigidez mortal, mientras que los cabellos cuelgan desordenadamente.
La mano visible, por su parte, muestra las huellas del suplicio de la cruz; la
perforación del clavo ha producido un hematoma que el pintor describe con
tintes verdosos y ha dañado el nervio del dedo mayor, que permanece
dramáticamente extendido.
Cristo en el sepulcro, Mateo
Cerezo. Iglesia de San Lorenzo, Valladolid
En viernes santo,
se podía colocar la imagen en el altar. Vemos el aspecto de la soledad aunque
pueda aparecer un ángel en alguna ocasión. Se van a mostrar las huellas de la
pasión, con las llagas, sangre.... se muestra el agarrotamiento de los
músculos. Rostro cadavérico, ojos con frecuencia entre abiertos para asustar al
fiel. Sentido horizontal de la imagen por lo que se presta bien a que se
coloque encima o debajo del altar.
Por lo general, el
resto de imágenes tienden a que Cristo aparezca ligeramente inclinado para
tener un campo de visión de Cristo mayor. Para facilitar esto, se suelen
colocar un par de almohadones para que el cuerpo quede más girado y recostado.
Aparecen los elementos de pasión como los clavos y la corona de espinas,
incluso aparecen girados por el esfuerzo de tener que sacarlos del madero. La
Virgen levanta un poco el sudario para mostrar el cuerpo de Cristo a la
Humanidad (de la misma manera que cuando nació).
Anástasis o descenso al limbo
Las escenas
principales concurren en la imagen de la Anástasis. De un lado, el triunfo de
Cristo sobre la muerte, quebrando las puertas del infierno y marchando
victorioso sobre Hades. Por otra parte, la acción salvífica de Cristo, de la
que se benefician Adán y Eva, además de toda una serie de destacados patriarcas
y personajes de la Antigua Ley presentes en el limbo (Abel, Abraham, David,
Salomón y San Juan Bautista principalmente). Aunque la formulación básica del
tema corresponde a Oriente, la escena presenta en la Edad Media occidental algunas
variantes fruto de un desarrollo propio.
Cristo puede
aparecer rodeado por una mandorla, especialmente en los primeros ejemplos, y
presenta habitualmente nimbo. Entre los objetos que porta consigo puede
aparecer un rollo. Sin embargo, el más habitual y frecuente es la cruz, símbolo
de triunfo sobre la muerte y de redención generalizado en las imágenes de la
Anástasis desde el siglo XI6. La cruz es utilizada como arma al oprimir con
ella la boca, cuello o vientre de Satán7, y con un fin análogo se convierte en
lanza en imágenes como la de la cripta de Tavant. Cristo avanza sobre un ser
que yace tendido, al que pisotea y llega a encadenar. Esta criatura encarna
bien a Hades –personificación del infierno– o a Satán8, identidades cuyos
límites son confusos en muchas imágenes.
Puede considerarse el gesto de elevación de Adán, tomado generalmente
por la muñeca, como un motivo iconográfico distintivo de la Anástasis9. Pese a
que el protagonismo de Adán en el grupo de los salvados es claro, la figura de
Eva suele acompañarlo, bien en un segundo término o beneficiándose directamente
de la acción salvadora de Cristo, siendo también tomada por su mano.
Los primeros padres
pueden incorporarse desde sendos sarcófagos, elemento que aparece ya en las
primeras representaciones. En líneas generales, Adán, Eva y el resto de
salvados se presentan vestidos en las imágenes orientales –entre estos, se
caracteriza a David y Salomón por su atuendo regio–, mientras que en Occidente
tienden a permanecen desnudos. La
representación del limbo donde se encuentran los justos ofrece diversas
posibilidades. El elemento más destacable son sus puertas, de bronce y con
cerrojos según el Evangelium Nichodemi, situadas bajo Cristo o junto a
Hades/Satán. Dichas puertas, quebrantadas por la presencia de Cristo, quedan
dispuestas sobre el suelo en forma de cruz en las imágenes realizadas a partir
del siglo XI. A la hora de recrear las mansiones infernales, estas pueden
adoptar el aspecto de una cueva. Una alternativa sintética a la recreación de un
espacio físico es la encarnación de los infiernos en la imagen de Hades, señor
infernal. En ocasiones el limbo presenta muchas de las claves iconográficas del
infierno.
Destacan, en este
sentido, la presencia de numerosos diablos –que en ocasiones intentan retener a
los liberados–, las llamas, o la imagen de las fauces de Leviatán, de donde
salen los rescatados por Cristo, prescindiendo del sarcófago. Tal énfasis en el
imaginario infernal, especialmente desarrollado en las imágenes occidentales, conduce
a que en ciertas ocasiones no se distinga el limbo de los patriarcas del
infierno de los tormentos10. También en Occidente resulta en cierto modo
frecuente la presencia de ángeles como asistentes formando parte del cortejo de
Cristo.
El origen del tema
se encuentra en textos apócrifos neotestamentarios, concretamente en los once
capítulos del Descensus Christi ad inferos, compuesto originariamente en griego
en torno al siglo III. Entre los siglos V-IX fue traducido al latín y refundido
con el núcleo de las Acta Pilati dando lugar al Evangelium Nichodemi13. El
relato del descenso de Cristo a los infiernos es realizado por dos de los
resucitados, Karino y Leucio, hijos de Simeón.
Personajes del
Antiguo Testamento como Adán, David, o Isaías, además de San Juan Bautista, se
hacen eco de profecías y acontecimientos que anuncian la llegada salvífica de
Cristo. Un diálogo mantenido entre Satán, deseoso de retenerlo en el Hades, y
el Infierno, cauto ante el supuesto poder liberador de Cristo, precede la llegada
de este “en figura humana” y entre aclamaciones angélicas. Las puertas del
infierno quedan rotas, los difuntos liberados de sus ataduras, y las mansiones
infernales se ven iluminadas. Cristo ordena a sus ángeles el aprisionamiento de
Satán y confía al Infierno su custodia hasta la segunda parusía. Tomando de la
mano a Adán, Cristo lo resucita junto al resto de difuntos en virtud del
sacrifico redentor de la Pasión. Enoch y Elías los reciben en el Paraíso, y el
buen ladrón se les une relatando su camino hacia la salvación. La redacción
griega y la latina difieren en el castigo de Satán, ejecutado por ángeles en la
versión oriental y por el propio Cristo en la versión latina.
Anástasis, Iglesia de San Marcos, Venecia
Imagen bizantina.
En Oriente aparecen las puertas del infierno que las ha roto Cristo, va
acompañado de una cruz. Las llaves con las que abre las cadenas. Aparece
pisando a Satanás.
En Occidente en
cambio, aparece desnudo vistiendo una capa color rojo, aparece ante unas
puertas de una ciudad medieval, como si fuera un castillo (son las puertas del
infierno). Salen los hombres del infierno a través de la boca del Leviatán.
Suele ser el primero de ellos Adán, y detrás Eva, y también en ocasiones San
Juan Bautista, al resto generalmente no se les identifica.
Descenso
de Jesús al Limbo,
Jaume Serra Retablo de la Resurrección del convento del Santo
Sepulcro de Zaragoza
Bajada
de Cristo al Limbo,
Sebastiano del Piombo, del 1516.
Museo del Prado
El Descenso de Cristo al
Limbo formaba parte de uno de los laterales de un retablo en forma de tríptico,
hoy fragmentado. El panel central representa la Lamentación sobre el cadáver de
Cristo, y actualmente se expone en el Museo del Ermitage de San Petersburgo; el
lateral izquierdo, la Aparición de Cristo a los Apóstoles se da por
desaparecido. Evidentemente, el tema iconográfico general tiene unas
connotaciones claras del Triunfo de Cristo sobre la Muerte.
Conocemos
esta disposición del tríptico gracias a una copia atribuida a Ribalta y que se
conserva en Olomuc, (República Checa).
En el lienzo del Museo del
Prado aparece Cristo triunfante en el Limbo. La fuente literaria de este tema
no pertenece a los Evangelios canónicos; en cambio sí aparece esta leyenda en
los Evangelios apócrifos de Nicodemo, donde la Bajada al Infierno de los Justos
ocurre antes de la Resurrección.
El estilo pictórico de
Sebastiano del Piombo, en los años en que se le encargó este tríptico, está
vinculado aún a su formación veneciana, aunque el artista ya estaba establecido
en Roma. Este vínculo se puede apreciar tanto en el espíritu que une a Cristo
con las figuras de Adán y Eva como en la propia manera de pintar. Sebastiano
compone la escena valiéndose de un elemento arquitectónico clásico, la columna;
en el mismo nivel aparece Cristo, con un manto blanco que ilumina toda la
escena, llevando en su mano izquierda la cruz de la Resurrección mientras que
la otra la tiende hacia los Primeros Padres arrodillados ante él. En la figura del
Salvador se pueden apreciar ecos miguelangelescos. Detrás de él, en la sombra,
surgen de las llamas dos hombres, uno de los cuales lleva un madero.
El tratamiento de la
iluminación de este lienzo es asombroso: por un parte en la tonalidad clara del
manto de Cristo que irradia luz mientras el blanco de la tela está tratado con
sombras coloreadas, y por otra parte la contraposición que existe entre esta
figura luminosa y el ambiente sombrío con el que el pintor se adelanta a su
tiempo y preludia la estética caravaggiesca.
El tríptico fue encargado
en 1516 por Jerónimo Vich y Valterra, embajador en Roma entre 1506 y 1521.
Luego pasó a Valencia, al Palacio de los Vich. En el siglo XVII, el bisnieto
del embajador, Diego Vich, entregó la obra a Felipe IV como pago de una antigua
deuda. Velázquez la colocó en la sacristía de El Escorial, y continuó ahí hasta
que ingresó en las colecciones del Museo del Prado, en 1839.
Descenso al limbo, Alonso
Cano 1640. Los Angeles County Museum of Art.
Cristo baja al limbo
(identificado como el seno de Abraham), lugar entre el cielo y el infierno para
rescatar a los justos que esperaban la redención. Es un tema relatado por el
apócrifo evangelio de Nicodemo, muy popular en los siglos XIII y XIV. Su origen
puede estar en el mito pagano de Orfeo en los infiernos. Cano se basa en el
grabado del boloñés Giulio Bonasone, especialmente en la figura de Eva, uno de
los pocos desnudos femeninos de la pintura española del XVII y en la de Cristo.
Este tipo de
iconografía no es tan frecuente en Occidente como en Oriente. En ocasiones en
lugar de la cruz, lleva un estandarte, símbolo de la victoria. San Juan
Bautista suele aparecer con la túnica.
Se trata de uno de los
lienzos más interesantes de Alonso Cano, ante el protagonismo que alcanza el
desnudo femenino de Eva, comparable por calidad y sensualidad, a la Venus
del espejo de Velázquez. Al fin y al cabo ambas obras son concebidas en el
ambiente refinado de la Corte madrileña de Felipe IV, tan influida en lo que a
la pintura se refiere, por los lienzos de los venecianos compilados en la
colección real, en los que el tema del desnudo femenino alcanza gran
importancia, como se evidencia en las obras de Tiziano, Tintoretto o El
Veronés.
El cuadro, que parece estar sin concluir al mostrarse su parte inferior
izquierda casi esbozada y con escaso color, alude a uno de los relatos
recogidos en el evangelio apócrifo de Nicodemo, en el que se narra cómo Cristo
triunfante sobre la muerte tras la resurrección baja al limbo, donde se
encontraban los santos padres.
Decenso al limbo, Mantegna (ca. 1470)
Descenso de Cristo al Limbo Anónimo (1er
tercio s. XVI), Iglesia parroquial de San Esteban Amusquillo (Valladolid)
Resurrección de Cristo
La resurrección de Jesús
es la creencia religiosa cristiana según la cual, después de haber sido
condenado a muerte, Jesús fue resucitado de entre los muertos. Es el principio
central de la teología cristiana y forma parte del Credo de Nicea: «Al tercer
día resucitó, conforme a las Escrituras».
En el Nuevo Testamento,
después de que los romanos crucificaron a Jesús, él fue ungido y enterrado en
una tumba nueva por José de Arimatea, pero Dios lo resucitó de entre los
muertos y se apareció a muchas personas en un lapso de cuarenta días antes de
ascender al cielo, para sentarse a la diestra de Dios.
Pablo de Tarso señaló que
«Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió
por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que
resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras» (1 Corintios 15:3-4).
El capítulo afirma que tal creencia, tanto en la muerte y la resurrección de
Cristo, es de vital importancia para la fe cristiana: «Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es
también vuestra fe [...] y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún
estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo
perecieron. Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos
de conmiseración de todos los hombres» (1 Corintios 15:14, 17-19
En el Nuevo Testamento, los
cuatro evangelios concluyen con una narrativa extensa del arresto de Jesús, su
juicio, su crucifixión, su sepultura y su resurrección.
Mt 28, 1-7; Mc 16, 1-8; LCD 24, 1-8; y Jon 20, 1
LA IMPORTANCIA DEL
TEMA DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO
En Oriente se le da
más importancia a la Resurrección que en Occidente. En España en concreto se le
da más importancia a la Pasión que a la Resurrección. Es el tema más importante
para los cristianos, sin embargo no se le da tanta importancia a la hora de la
representación artística.
«Yo soy la
resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que
cree y vive en mí no morirá para siempre» (Jn 11, 25-26)
Si Cristo no
resucitó, es vana nuestra fe... Si solamente en esta vida esperamos en Cristo,
somos los más miserables de todos los hombres (I Corintios, 15,
17-19)
Elementos que
normalmente aparecen:
1.
La imagen de Cristo mostrando las llagas (deja claro que
ha resucitado).
2.
Aparece el sepulcro (para afirmar que está resucitado).
3.
Suele llevar un estandarte o rojo o blanco con una cruz
roja.
4.
Aparecen casi siempre los soldados que guardaban el
Sepulcro (sólo hace mención de estas figuras, San Mateo. Es una autenticidad de
la Resurrección). (Mt 27, 62-66).
Estos son los
fundamentales. Ahora vamos a ver las variantes que pueden aparecer.
Cristo saliendo de una tumba cerrada o saliendo de una
tumba abierta.
El pasaje sobre la
resurrección de Cristo aparece narrado en el relato evangélico por los
sinópticos, que sitúan la acción tres días después de la crucifixión. Las
santas mujeres acudieron al sepulcro y lo encontraron abierto, anunciándoles un
ángel que Cristo había resucitado.
Los judíos argumentan que los
apóstoles habían retirado el cuerpo con nocturnidad, y los nacionalistas alegan
que Jesús no murió en realidad, tan solo se desvaneció y los apóstoles se
sugestionaron con las sucesivas apariciones. La prefiguración bíblica de la
muerte de Cristo tiene su basamento bíblico en la permanencia de Jonás durante
tres días en el vientre de la ballena.
Sobre la presencia
angelical existen notables diferencias entre los evangelistas y así, mientras
San Juan no lo menciona, Mateo y Marcos citan uno solo y Lucas dos; sin
embargo, en los evangelios apócrifos se confunde la resurrección con la
ascensión.
En el S. XI, se
representaba a Cristo saliendo del sarcófago, según la primera descripción de
la Resurrección realizada por San Efrén. El escritor sirio utilizaba una bella
imagen para relacionar la Resurrección con un segundo nacimiento de Cristo, que
salía sin fractura de su tumba sellada al igual que salió del seno de María sin
romper el sello de su virginidad.
El arte medieval recurrió a
una enorme variedad de soluciones iconográficas. En algunos casos aparecía
Cristo incorporado en su sarcófago, apoyando un pie en el borde, o pasando la
pierna fuera del sarcófago. En otras obras permanecía de pie ante el sarcófago
o sobre la tapa. En cualquier caso, ostentaba la cruz como un estandarte que
simbolizaba su victoria sobre la muerte.
Hasta el siglo XIII, el arte occidental evocó la
Resurrección con la representación de las Santas Mujeres en el Sepulcro,
ajustándose al relato evangélico. A veces se incluía una escena popularizada
por los autos sacramentales: la compra de los perfumes. El número de las Santas
Mujeres variaba según el Evangelio en el que se inspirase el artista. En cuanto
al Santo Sepulcro, en el arte bizantino tiene forma de “tugurium”, es decir, de
capilla sepulcral con apariencia de cabaña; sin embargo, en Occidente se
prefiere el sarcófago. Sobre la piedra retirada del sepulcro se sienta el joven
vestido con una túnica blanca que señala la tumba vacía o el cielo, y que
muchas veces se presenta con apariencia de ángel luminoso. La presencia del
sepulcro vacío es un detalle completamente relevante. Aunque este dato por sí
mismo no puede probar la resurrección, es un presupuesto necesario para la fe
en la resurrección porque ésta se refiere a la persona de Cristo en su
totalidad, es decir, en cuerpo y alma.
A principios del s. XIV aparece en la escuela italiana una evolución
del Cristo de pie sobre la tapa del sarcófago, que ahora se convierte en un Jesús
transfigurado flotando en una mandorla. Se trata de una típica
contaminación iconográfica del Resucitado con la Ascensión y la
Transfiguración. La innovación se debe a Giotto, aunque el apogeo lo alcanza
Tintoretto con una célebre Resurrección en la que Cristo ya no planea sobre la
tumba sino que sale proyectado de ella con mucho dinamismo. La escuela italiana
aportó también el reemplazo de los guardianes del sepulcro por las figuras de
santos o apóstoles.
El Concilio de Trento
conllevó algunos cambios en esta fórmula iconográfica. Los teólogos cuestionaron
algunas posturas de Cristo saliendo del sepulcro, así como que flotase o
planease sobre la tumba, ya que podía confundirse con la Ascensión. Resultaba
más conveniente la representación de Cristo ante la tumba cerrada y mostrando
las llagas. Asimismo, buscando la fidelidad a la Sagrada Escritura, se eliminó
todo tipo de testigos directos del momento de la Resurrección, incluyendo a los
guardianes. La presencia de estos últimos había sido enfatizada para refutar
las acusaciones judías del robo del cuerpo de Jesús. Con frecuencia, su
indumentaria era anacrónica, ya que no se vestían como legionarios romanos sino
como cruzados, con la cota de malla y el casco cónico con nasal, o siguiendo la
moda renacentista.
Una vez más, el arte quería
narrar los hechos en un modo fácil de entender para los fieles. Y la Iglesia
supo cumplir su misión de velar porque los artistas fueran fieles a la verdad
evangélica. De esta singular alianza entre el arte y la fe ha surgido una
belleza de la que aún hoy somos testigos maravillados.
Resurrección
de Cristo, Peter Paul Rubens 1612. Catedral de Amberes
Los éxitos obtenidos por
Rubens con La erección de la cruz y el Descendimiento provocaron el aumento de
los encargos para la decoración de las iglesias de Amberes, despojadas de
imágenes debido a los rigores iconoclastas de los calvinistas sufridos en 1566 y 1581.
Para esta misión se dispuso que "en todas las misas mayores y sermones se
deberían recoger limosnas para la restauración y decoración de las
iglesias". Entre 1611 y 1621 Rubens pintará casi un total de 60 retablos
para las iglesias de Amberes y de los alrededores, destacando el tríptico de la
Resurrección de Cristo entre ellas. Siguiendo el esquema típico flamenco, el
retablo no presenta una narración uniforme sino que cada una de las tablas
muestra un asunto independiente. Así en la izquierda contemplamos a San Juan
Bautista, mientras que en la derecha se observa a una santa portando la palma
del martirio, rodeada de las ruinas de un templo clásico y sobre un pedestal,
como si de una estatua pictórica se tratara. En la tabla central encontramos el
asunto principal, la resurrección de Cristo a los tres días de su muerte. La
figura de Jesús se alza majestuosa y rodeada de un halo de luz mientras los
soldados que custodiaban el sepulcro observan la escena, destacando sus gestos
que van de la sorpresa al pánico. Los cuerpos de los soldados se presentan en
forzadas posturas al tiempo que Cristo manifiesta serenidad y equilibrio,
contraste simbólico muy admirado en el Barroco. El juego de luces y sombras
presenta cierta dependencia de Caravaggio mientras que la potente musculatura
de los diferentes personajes está inspirada en la estatuaria clásica y Miguel
Angel. Sin embargo, a pesar de las influencias, el estilo de Rubens es
tremendamente personal, creando obras difícilmente superables en las que
unifica la tradición italiana y la flamenca.
La
resurrección de Cristo,
Piero della Francesca, 1463-1465.
Museo Civico de Sansepolcro.
La resurrección de Cristo, por su parte, es obra
notable al utilizar diversas perspectivas. Se trata de una composición en tres
planos: el paisaje, Cristo saliendo del sepulcro y los soldados dormidos.
Tiene una inenarrable
solemnidad, que le da la composición piramidal y la hierática frontalidad de
Cristo. La base del triángulo la forman los soldados dormidos y el ángulo
superior por la cabeza de Cristo.
El foco de la composición
está constituido por Jesucristo, de pie, saliendo de la tumba y mirando de
frente al espectador. Con su mano levanta la toga rosa y el pie lo posa en el
borde de la tumba. Todas sus heridas son aparentes.
La figura de Cristo divide
el paisaje en dos partes: lo que queda a la derecha exuberante, con árboles
frondosos, vivos, en primavera, simbolizando el nuevo nacimiento; lo que queda
a la izquierda moribundo, árboles de invierno que simbolizan la muerte. Estos
símbolos recuerdan a los frescos sobre el Bien y el Mal gobierno de Lorenzetti
en Siena que tanto influyó sobre la pintura toscana.
A los pies, los soldados
dormidos sobre la tierra quedan separados de Cristo por la línea horizontal del
sarcófago. Piero se representa a sí mismo a los pies del sarcófago (el soldado
a la derecha de Cristo). El asta de la bandera con la cruz de parte güelfa lo
pone en contacto directo con la divinidad, como si ésta inspirase al Piero
político. Otros consideran que se trata de una bandera simbólica de la
resurrección, blanca con una cruz roja (la de los cruzados). Al juzgar por la
posición, un soldado acaba de despertar, y contempla a Cristo resucitado.
Además, existe una posible incongruencia anatómica en el soldado dormido que se
apoya en la lanza, quien carece de piernas.
El marco pintado sigue el
apoyo arquitectónico de las molduras y hace de transición entre el espacio
mural y el espacio pictórico.
Aldous Huxley que admiraba
las obras de Piero de la Francesca expuesta en Sansepolcro, calificaba al
Cristo de la Resurrección como «atlético».
La
resurrección de Cristo,
Rafael Sanzio, 1499-1502. Museo de
Arte de São Paulo, São Paulo
La
resurrección de Cristo,
conocida también como Resurrección Kinnaird por haber formado
parte de la colección de Lord Arthur Fitzgerald Kinnairdrthshire. Es,
posiblemente, una de las primeras obras del artista, hecha entre 1499 y 1502 en
pequeño formato (52 cm x 44 cm). Es probable que sea uno de los elementos de
una predela que podría haber formado parte del Retablo Baronci, primer encargo
documentado de Rafael y que quedó seriamente dañado tras un terremoto ocurrido
en 1789; sus fragmentos se encuentran dispersos en varios museos.
En esta obra temprana se
puede observar el dramatismo y compositivo del autor, en oposición al poético
que empleaba su maestro Pietro Perugino. Está hecha con gran racionalidad
mediante una compleja e ideal geometrización que une todos los elementos de la
escena y les confiere una peculiar animación rítmica, al hacer participar a
todos sus personajes en una única «coreografía». Es posible percibir en la obra
la influencia estética de Bernardino di Betto y Melozzo da Forlì, aunque la
orquestación espacial de la obra, tendente al movimiento, permite suponer el
conocimiento por el artista del arte florentino de su tiempo.
La obra, cuya autoría ha
tardado en concretarse por parte de la crítica, fue adquirida por el Museo de
Arte de São Paulo en 1954. Pietro Maria Bardi, entonces director del museo, la
consideró obra de Rafael basándose en la existencia de dos estudios
preparatorios para la composición, lo que inició un acalorado debate sobre su
autoría. Posteriormente, la atribución a Rafael ha sido generalmente aceptada
por la crítica experta. Es la única obra del artista conservada en el
Hemisferio Sur.
Las figuras de esta obra
están resueltas siguiendo el recurso estético del hieratismo. Este método
consiste en representar el tema acentuando la majestuosidad y rigidez así como
eliminando aquellos aspectos que puedan suponer proximidad y cercanía afectiva
de los personajes. Desde la antigüedad era habitual en representaciones divinas
y se aprecia, sobre todo, en la emblemática figura de Cristo. En el
cristianismo su empleo se remonta a las representaciones artísticas de la Alta
Edad Media, documentadas a partir del siglo III. En el arte paleocristiano, la
iconografía de Jesús se centraba casi exclusivamente en la figura de Cristo
como el «buen pastor». El enriquecimiento de la cultura iconográfica cristiana
después de la promulgación del Edicto de Milán permitió la ampliación de los
ciclos narrativos.
En la Baja Edad Media, la
figura de Cristo como el «buen pastor» fue sustituida progresivamente por la
del «cordero del sacrificio», abriendo espacios a las representaciones del
episodio de la resurrección. La fuente principal del tema era el Evangelio de
Juan (20, 21), en el que se narra el fenómeno de la resurrección y la aparición
de Jesús a María Magdalena:
La escena del Cristo
resucitado sosteniendo el estandarte de la resurrección y elevándose sobre un
sarcófago en presencia de cuatro soldados —retratados inconscientes, fascinados
o espantados por el fenómeno que contemplaban—, se convirtió en algo
relativamente frecuente en la cultura pictórica del Renacimiento.
La Resurrección de
Cristo es la única representación de este tema conocida de Rafael. En su
último año de vida, el artista recibió el encargo de una escena nocturna de
resurrección para decorar la capilla funeraria de Agostino Chigi, importante
personaje del Renacimiento, en Santa Maria della Pace, Roma. Debido a la muerte
precoz del artista, a los 37 años, esta obra no fue realizada, aunque se
conservan algunos de sus estudios para la encomienda.
Resurrección
de Cristo, Raffaellino
del Garbo.
Galería de la Academia. Florencia.
Resurrección
de Cristo, Tiziano 1542-44. Palacio Ducal de Urbino
Al igual que la Ultima
Cena, este lienzo formaba parte del estandarte procesional de la Cofradía del
Corpus Christi de Urbino. El estandarte fue dividido en una fecha tan temprana
como 1546, dos años después de su realización. Tiziano repite en esta
composición la tabla central del Políptico de la Resurrección de Brescia pero
renunciando a la iluminación crepuscular para emplear una luz cálida que
permite contemplar tanto a Cristo como a los soldados.
De la misma manera que para
la Asunción recurrió a dos tipos de perspectiva, aquí también utiliza sólo la
perspectiva de "soto in sù" para unificar la composición. Los
soldados aparecen en posturas escorzadas, manifestando un apreciable contraste
entre la quietud de Jesús y el forzado movimiento de los soldados. Los colores
empleados son muy vivos, especialmente en los uniformes de los guardianes de la
tumba. Estas tonalidades son aplicadas de manera rápida, anticipándose al
estilo final denominado "impresionismo mágico".
Cristo es también el
mensajero que ha revelado la verdad a los hombres y por ello ha muerto
crucificado. ¡Este es el mensaje oculto! Y ahora hay que fijarse en los
soldados; fue en la madrugada cuando resucitó; estaban de guardia en el
sepulcro, casi dormidos. Les despierta el ruido y se incorporan. La luz
crepuscular se refleja en sus armaduras y uno se agarra a aun tronco
mientras el otro contempla la ascensión con un rostro preso de sorpresa.
Resurrección
de Cristo, Tintoretto (El) 1578-81. Scuola Grande di San
Rocco de Venecia.
Esta escena es una de las
más impactantes del conjunto decorativo que Tintoretto realizó para la Sala
Superior de la Scuola Grande di San Rocco. Situado bajo la Visión de Ezequiel,
el lienzo está protagonizado por la monumental figura de Cristo resucitado,
portando la banderola en su mano izquierda, dejando ver su atlético cuerpo
desnudo, a excepción del rojizo paño que le cubre la entrepierna. El escorzo de
la figura queda reforzado por la disposición de los cuatro ángeles que levantan
la losa de mármol que cerraba el sepulcro, dejando surgir una anaranjada luz
sobrenatural. La zona inferior de la composición está ocupada por los soldados
dormidos, quedando en la zona de penumbra. En la zona de la izquierda dos pías
mujeres que discuten y se acercan a la tumba del Salvador completan la
composición, iluminadas por una luz natural que destaca sus rojizas
vestimentas.
Resurrección
de Cristo, El Greco 1577-79. Iglesia de Santo Domingo el
Antiguo de Toledo.
En uno de los altares
laterales de la iglesia del convento de Santo Domingo el Antiguo de Toledo
pintó El Greco esta Resurrección, conservada in situ. La acompañaría una
Adoración de los pastores, hoy propiedad de un coleccionista particular. Y es
que el conjunto fue vendido en su mayoría por las monjas hacia el año 1827,
manteniéndose en el lugar de origen sólo tres obras: ésta que contemplamos y los
Santos Juanes. La Trinidad fue vendida a Fernando VII y está hoy en el Museo
del Prado, mientras que la Asunción fue adquirida por el infante Don Sebastián
Gabriel y se conserva en el Art Institute de Chicago. Todo el conjunto fue
encargado a Doménikos por el deán de la catedral de Toledo, Don Diego de
Castilla, primer mecenas y cliente del cretense. La Resurrección de Cristo
representa la idea de que el sacrificio de Cristo será compartido por toda la
Humanidad. Forma parte del complejo programa iconográfico diseñado por Don
Diego, según reza en el contrato: "Y lo que dixere se a de cumplir, sin
que ello pueda aver replica mas de la voluntad del dicho Dean" (sic).
La figura de Cristo preside
la escena. Se eleva envuelto en una capa roja y porta una banderola blanca
agitada al viento. La ausencia de paño de pureza se salva con la capa. Bajo sus
pies están los soldados, unos dormidos y otros asustados ante la visión,
intentando protegerse de la luz cegadora. En la zona izquierda se sitúa una
figura vestida con hábitos blancos, el donante.
Doménikos emplea todos los
recursos aprendidos en Venecia y Roma para realizar esta imagen. La zona
inferior parece estar inspirada en un dibujo de Miguel Ángel propiedad de su
amigo Giulio Clovio. La figura de Cristo procede de alguna obra de Tiziano. A
pesar de ser un pintor innovador, Doménikos no tiene reparo en echar mano de
posturas, gestos o composiciones enteras de otros artistas. Poseía una
colección de 200 grabados y 150 estampas que utilizaba cuando era necesario.
Los escorzos que emplea El Greco para las figuras de los soldados demuestran su
interés por el movimiento, igual que los manieristas, con quienes también se
relacionó en Roma. La fuerte luz empleada procede de la parte superior e indica
el aspecto sobrenatural de la escena, iluminando la figura de Cristo y dejando
en penumbra a los atléticos soldados, claramente miguelangelescos. Estas
figuras preludian de alguna manera las que pintará Doménikos años después en el
Martirio de San Mauricio para El Escorial de Felipe II. Los tonos son
relativamente apagados, destacando el rojo y el blanco, junto con el amarillo
de la coraza de uno de los soldados. El efecto dramático del conjunto parece
inspirarse en la obra de Tintoretto, su principal maestro en la estancia
veneciana.
La
Resurrección de Cristo,
El Greco 1597-1600. Museo del Prado
En la Resurrección Jesús se eleva
glorioso y sereno sobre un grupo de soldados que observan entre asombrados y
temerosos la prodigiosa aparición. En el Evangelio de san Mateo se describe
someramente la escena: los soldados vigilaban el sepulcro donde había sido
enterrado Jesús. Tras la aparición de un ángel que hizo rodar la piedra que
cerraba la tumba, tan gran
espanto tuvieron los guardias que sobresaltados quedaron como muertos (28,
4). La pintura presenta un amplio elenco de gestos que evidencian las distintas
reacciones del grupo ante lo ocurrido. En opinión de Rudolf Wittkower, esta
gestualidad quedó codificada en la pintura del Greco para manifestar los
distintos grados de conocimiento de lo divino. Dios es percibido como una
potente luz que primero deslumbra, luego asombra y finalmente se asume como
acontecimiento dichoso que se recibe de forma entusiasta. El Greco resolvió de
manera especialmente brillante el pie forzado que este formato estrecho y
alargado representaba, tanto por la inclusión de las figuras como por la
necesidad de crear dos planos espaciales. Encastró a los guardianes del
sepulcro en un caótico apiñamiento y anuló deliberadamente las referencias
espaciales convencionales. Todo el conjunto del retablo madrileño participa de
una original ruptura naturalista. La sensación de profundidad se asegura por la
ubicación misma de las figuras, auténticos hitos espaciales que a su vez rompen
continuamente la lógica de los planos. La tela se convierte así en un prodigio
de fuerza expresiva que, como ha señalado recientemente Victor Stoichita, emana
una enorme energía basada en la retórica
del exceso, tanto en la proyección del espacio, como de la
iluminación o de representación de las formas humanas.
La
Resurrección,
Juan Bautista Maino 1612-1614. Museo
del Prado
Situada en el segundo
cuerpo del retablo, esta composición representa uno de los episodios más
importantes de la iconografía cristiana, la resurrección del Hijo de Dios y,
con ella, la redención de todos los creyentes. Siguiendo el relato del
evangelista San Mateo, Maíno ha simplificado el pasaje evangélico y ha obviado
la presencia del ángel que describe Mateo y que suele ser un elemento habitual
en la representación. Cristo ocupa la parte central de la tela, alzado sobre el
sepulcro y apoyado en una minúscula nube grisácea. En la parte inferior de la
composición se han situado cuatro figuras que flanquean al resucitado. La
fórmula repite la iconografía al uso, aunque sólo dos de ellas son los guardias
referidos en el Evangelio. Maíno los ha convertido en soldados del siglo XVII,
vestidos con brillantes armaduras que recuerdan a las de los tercios españoles.
La Resurrección de Cristo, Murillo
1650-1660. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
(Madrid)
Un gran
resplandor ilumina el sepulcro, Cristo aparece flotante, al vuelo el sudario y
la banderola, indican el movimiento de la elevación, mientras los ojos de
Cristo también se elevan hacia el cielo. Los soldados han quedado sumidos
en un profundo sueño, adoptando posturas distintas, para reforzar el instante
en que se han dormido.
Es una
composición barroca, con pinceladas muy al detalle en la cual resalta el
minucioso estudio de la anatomía de Cristo, (véase el detalle ampliado de los
pies, en los cuales se aprecian hasta las venas, la pincelada detallista de los
dedos y los orificios de los clavos.
El gesto
de Cristo triunfante de la muerte aparece con todo el resplandor elevándose
majestuoso.
Murillo
crea en torno a la figura del Resucitado una especie de atmósfera etérea, lo
que se corresponde con la etapa más madura del pintor.
La
anatomía de Cristo enaltece el momento, así como el brazo en elevación y la
mirada. El pelo está también indicando que se mueve al viento.
Una luz
natural proveniente del lado derecho del sepulcro deja ver a los soldados, a
los cuales se les aprecia también parte de su anatomía, los pliegues de las
ropas, y el casco y sujeción del peto. Han sido sumidos en un profundo sueño,
por lo que sus posiciones son las del momento, indicando la quietud de los
mismos frente al dinamismo de la elevación de Cristo.
La
Resurrección de Cristo,
Correa de Vivar 1532-1534 Museo del Prado
La representación de Cristo
resucitado, triunfante junto al sarcófago que acogió su cuerpo durante tres
días tras su muerte en el Gólgota, fue un tema frecuente en la producción de
Correa. El retablo del convento de clarisas de Griñón (Madrid), fechado hacia
1532-1534, conformaría la estructura compositiva esencial, con Cristo como eje
central, situado sobre una escalinata de piedra sobre la que descansa el
sarcófago y flanqueado por los soldados que custodiaban el sepulcro. Como es
habitual en esta escena, el pintor plasmó las variadas y estereotipadas
reacciones de los soldados, desde el sueño despreocupado, el estupor y la
huida. Tal esquema se mantendrá casi inalterado en la versión para el retablo
mayor del monasterio de San Martín de Valdeiglesias, conservado en el Museo del
Prado, aunque el tema se enriqueció con la escena del encuentro de Jesús
resucitado con María Magdalena. Esta otra versión, algo posterior y de mayores
dimensiones, debió realizarse para algún retablo de estación, probablemente
encastrado en un muro, como probarían las erosiones y daños que se detectan en
el perímetro de la obra. Correa realizó una adaptación del modelo inicial que
refuerza la impronta clasicista del tema, siguiendo un esquema triangular que
entroncaría con la Resurrección
de Rafael de la Pinacoteca Vaticana, pero aún más con la personal revisión que
del tema hizo el maestro de Correa, Juan de Borgoña. A este se deben los
murales de la Sala Capitular de la Catedral de Toledo (1509-1511) donde incluyó
una Resurrección
que hubo de tener presente Correa para todas sus versiones, pero especialmente
para esta. Este ejemplar recupera la marcada frontalidad y disposición de la
figura de Cristo, incluyendo el dibujo ondulante del manto púrpura; la
concepción de la cercana gruta, ocupando un lateral de la obra que se
contrapone a la luminosa visión del paisaje, bañado por una lírica luz de
amanecer; la inclusión de un marco vegetal de ricos matices y pormenorizado
dibujo y la representación de los soldados que completan la escena, son
elementos que entroncan de manera directa con Borgoña. Se repiten incluso los
tipos de corazas a la romana, las alabardas o la presencia del casco que
descansa sobre uno de los peldaños, muy próximo a los pies de Cristo. El
soldado del segundo término, sentado y visto de perfil con la cabeza apoyada en
la mano izquierda, recuerda a uno de los que aparecen en la estampa del mismo
tema de Durero, y que forma parte de la Pasión
Pequeña.
Cristo Resucitado, Juan de Juni – Retablo Mayor - Catedral de El Burgo de Osma (Soria).
Esta
obra de Juan de Juni pone en evidencia su manierismo en la torsión del cuerpo
de este Cristo triunfal salido del sepulcro, aunque quedan rasgos de clasicismo
en el manto prolongado hasta la peana, lo cual tiene una explicación técnica y
pragmática dado que ello facilita el apoyo de la figura sobre un solo pie.
"El cuerpo es atlético y musculoso, acomodándose al heroísmo clásico. Los paños forman masas blandas, redondeadas y muy abultadas. Con la cabeza levantada, inclinada, pone la atención en el Padre, hacia el que se dirige. Es una composición inspirada en el Laocoonte, pero en este casi sin tinte trágico", señala el catedrático Juna José Martín González.
"El cuerpo es atlético y musculoso, acomodándose al heroísmo clásico. Los paños forman masas blandas, redondeadas y muy abultadas. Con la cabeza levantada, inclinada, pone la atención en el Padre, hacia el que se dirige. Es una composición inspirada en el Laocoonte, pero en este casi sin tinte trágico", señala el catedrático Juna José Martín González.
"Está encarnado a pulimento, lo que acreciente el esplendor corporal. El manto es de color rojo bermellón, con ornamentación de grabado y a punta de cincel".
Otros temas que hacen referencia a la Resurrección.
·
Aparición
de Cristo a María Magdalena (Noli me tangere).
·
Los
peregrinos de Emaús.
Mt 28, 8-10
Mc 16,
9-11
Jn 20, 11-18
Lo narran todos los
evangelistas menos San Lucas. Mt 28, 8-10; Mc 16, 9-11;
Jn 20, 11-18. María subió con los perfumes para embalsamar el cuerpo de
Cristo, cuando llegó se encontró la sepultura abierta. Entristecida y asustada
se encontró con una persona que no conocía, un jardinero y se pensó que había
sido él quien había robado el cuerpo de Cristo, cuando él dijo “María” y reconoció
que era Cristo. Le fue a besar los pies y él le dijo No me toques!
Noli me tangere ("no me toques"
en latín) es un texto de la Vulgata (versículo 17 del capítulo 20 del
evangelio de San Juan): las palabras que Jesucristo dirige a María Magdalena
después de su resurrección.
Es un tema frecuente en el
arte cristiano desde la Antigüedad tardía hasta la actualidad; e incluso sus
convenciones formales se han utilizado en arte profano.
La figura de Cristo se
representa muy a menudo con atuendo o instrumentos de trabajo propios de un
jardinero u hortelano, tal como sugiere la escena evangélica ("Ella,
pensando que era el hortelano, le dijo" -versículo 15-). En otras
ocasiones se representa parcialmente cubierto con el lienzo del sudario,
permitiendo a los artistas la ejecución de un desnudo parcial. La postura de
Magdalena suele ser arrodillada, extendiendo un brazo con intención de tocar a
Cristo, que la esquiva, lo que da la oportunidad a los artistas de realizar
composiciones más o menos dinámicas, muy habitualmente con una marcada línea
diagonal.
En el segundo, más raro de
encontrar representado, Cristo aparece tocando a Magdalena en la frente, algo
extraño a la tradición evangélica. La escena se explica a partir de una leyenda
provenzal relatada en un libro dominico del siglo XV llamado Aúrea Rosa.
En esta narración la santa se aparece a Carlos II de Anjou para revelarle que
Cristo resucitado la había marcado en la frente, y que esta marca –un resto de
piel- se podía observar en el cráneo conservado en la iglesia de Saint Maximin
de Provenza.
Noli me Tangere, Hans Holbein el
Joven (1524) Royal Collection, Hampton Cour.
Vemos la imagen de Holbein
en la que aparecen ángeles recogiendo el sudario. Al fondo unas figuras que
aparecen corriendo que son San Pedro y San Juan (llegó antes él, porque era más
joven). Al fondo el Gólgota con las cruces. Cristo y María Magdalena aparecen
con el tarro de los perfumes (para perfumar el cuerpo de Cristo). María
reconoce a Cristo por el habla, pero no físicamente. Esto es porque tiene otra
apariencia, pero iconográficamente aparece como siempre se representa a Cristo
porque si no, no le reconoceríamos.
Noli me Tangere Correggio (Ca.
1525) Museo del Prado.
Momento en el que
ya ha reconocido a Cristo. Suele aparecer Cristo sin llagas.
Es un cuadro «noblemente
patético, con su sentido lírico y sensual, que anima la figura de la Magdalena
y las sinuosidades de los pliegues, y que trasciende en la sutil vibración
cromática del fondo del paisaje, bañado en una luz apenas matutina» (M.
Oliver). Cristo, con los pies cruzados en posición de inestabilidad, gesticula
con los brazos y las manos, en una postura dinámica y estática a la vez. La
Magdalena, por su parte, aparece dibujada con expresión de ardiente misticismo;
sus labios se abren de manera ambigua, fijando intensamente su mirada en
Cristo. Mientras, su cuerpo se estremece al oír las palabras «No me toques»,
de boca del Resucitado. La postura arrodillada y el rostro en escorzo forman el
inicio de una diagonal que se prolonga en los brazos de Cristo, anticipando las
dos figuras las composiciones diagonales típicas del Barroco. La cabellera
suelta de la santa es un atributo típico de sus representaciones, en alusión al
episodio evangélico en el que derrama lágrimas sobre los pies de Jesús y
después los seca con su pelo.
Noli me Tangere, Alonso Cano. Museo
de Bellas Artes Budapest
Cano pinta esta obra,
tomando como ejemplo un trabajo de Correggio sobre este asunto, aunque no se
trata de una copia. Cano tuvo la oportunidad de estudiar en las colecciones
reales la obra del maestro italiano, realizando algunas modificaciones que hacen
este lienzo más humano, como el gesto de colocar la mano en la cabeza de la
Magdalena, gesto con un sentido iconográfico al hacer alusión a la leyenda
según la cual los dedos del Salvador quedaron marcados en su frente. Incluso
gracias al diseño de la composición, repitiendo y oponiendo diagonales en la
disposición de brazos y piernas, hace más cercana la escena al espectador, en
la que se quiere resaltar la ternura del trágico momento. El solemne paisaje
del fondo busca acentuar el sentimiento general de la tela.
Noli
me tangere, Tiziano 1511-12. Palazzo Pitti
Tras el entierro de Cristo,
María Magdalena se dirigió al lugar donde se le había sepultado y se halló la
tumba vacía.
Al visitar la tumba de
Jesús, María Magdalena se la encuentra vacía, por lo que al cruzarse con quien
cree es el jardinero pone una azada en
manos de Jesús, le pregunta por el cuerpo de Cristo. Jesús resucitado, que le
dijo "No me toques, que todavía no he subido al Padre, pero vete donde mis
hermanos y diles: subo a mi Padre y a vuestro Padre". (Evangelio según San
Juan, 20, 14-18).
Esta temática será muy
habitual en el Renacimiento y Tiziano lo tratará en los primeros años de la
década de 1510, momento en el que el maestro veneciano se hace cada vez más
receptivo a las experiencias que se estaban realizando en Florencia y Roma. La
figura de Cristo está inspirada en la Leda de Leonardo interpretada por Rafael,
apreciándose también ecos de Giorgione en el grupo de casas que aparecen tras
las murallas de la derecha así como la inserción de las figuras en el paisaje.
Sin embargo, Tiziano realiza sus aportaciones personales como será la mayor
preocupación por la luz y el color, las riquezas táctiles de las telas o la
belleza de los modelos elegidos para los personajes sacros.
Noli
me tangere,
Jerónimo Cósida, 1570. Museo del
Prado
Entonces Jesús se
identifica, momento en el que María se agarra a Jesús, quién mientras con su
mano derecha bendice, dice la célebre frase: “No me toques (o detengas)”. Como
otros autores, Cósida pone en manos de Jesús una herramienta, en este caso un
rastrillo, como Tiziano y Botticelli pusieron una azada.
Al fondo se percibe la
tumba de Cristo vacía con dos ángeles custodiándola, el Calvario con las cruces
de la ejecución de Jesús y la ciudad de Jerusalén al final del cuadro. Su
pincelada es muy detallista, propia de un pintor que practicaba la miniatura y
el dibujo.
En el estricto terreno de
las apariciones es el tema del "Noli
me tangere" (No me toques) es el
más difundido, por supuesto en mayor número que las apariciones a los
discípulos que generalmente se asocian a los pasajes de la incredulidad de
Tomás y de los discípulos de Emaús.
Los discípulos de Cristo
habían sido testigos oculares de la vida de Cristo hasta su ascensión a la
Cruz, así también como después de su resurrección. En el espacio de los
cuarenta días que separaban su resurrección de su ascensión a los cielos, el
Señor se les apareció once veces: a María Magdalena (Juan 20, 1-18; Marcos 16, 9-11), a las
mujeres miroforas (Mateo 28,
9-10), a Pedro (Lucas 24,
34; I Corintios 15,
5), a los dos discípulos de Emaús (Lucas 24,
13-32; Marcos 16,
12-13), a los discípulos en Jerusalén sin la presencia de Tomás (Juan 20, 19-25), y ocho
días después en su presencia (Juan 20,
26-31), a los once en Galilea (Mateo 28,
16), a los siete discípulos en el mar de Tiberíades (Juan 21, 1-14), a los
once en Betania antes de subir a los cielos (Lucas 24,
50; Hechos 6,
1-11), además del testimonio de san Pablo que el Señor se apareció a más de
quinientos hermanos, a Santiago y a sí mismo (I Corintios 15, 6-8).
Los
peregrinos (discípulos) de Emaús.
La cena de Emaús o los
discípulos de Emaús es el nombre con que se identifica un relato del Evangelio
de Lucas (Lucas 24:13-35) que no guarda paralelismo con ningún otro
del Nuevo Testamento, con la salvedad de una muy acotada referencia en Marcos
16:12-13. El pasaje narra la aparición de Jesús resucitado a dos discípulos
suyos de camino a la aldea de Emaús, la forma en que lo invitaron a pernoctar y
cómo lo reconocieron durante la cena, en la fracción del pan. Los matices
psicológicos de sus personajes otorgan un carácter único al pasaje, que fue
analizado y reflexionado largamente por biblistas, exégetas y místicos, y a través
del tiempo tornó en un tema muy tratado en el arte.
Ellos, por su parte,
contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la
fracción del pan. Estaban hablando de éstas cosas, cuando él se presentó en
medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados,
creían ver un espíritu. Pero él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se
suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo.
Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo».
Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de
creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí
algo de comer?» Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió
delante de ellos. Después les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que os
hablé cuando todavía estaba con vosotros: "Es necesario que se cumpla todo
lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca
de mí."» Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las
Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara
de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión
para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.
Vosotros sois testigos de estas cosas.
Evangelio según san Lucas 24, 35-48
Tenemos dos
momentos de gran importancia desde el punto de vista iconográfico. Una el ir
caminando (camina junto a sus discípulos (Humanidad)
aunque no le reconozcan (aunque no se le vean ni escuche)).
Y la segunda, la
parte de la bendición sería simbología
eucarística. Bendecir el pan igual que en la misa.
Cristo
y los peregrinos de Emaús, Pieter Coecke van
Aelst Col. particular
Así, el Evangelio cuenta
cómo dos de los discípulos de Cristo se dirigían, el día de la Resurrección, a
Emaús, un pueblo cercano a Jerusalén cuando, por el camino, se les unió un
tercer caminante, que les preguntó por qué estaban tan tristes, a lo que uno de
ellos respondió que esperaban que Jesús, crucificado tres días antes, liberase
a Israel, dado que unas mujeres habían encontrado su tumba vacía. Se acercaba
la noche, por lo que los dos peregrinos rogaron a su acompañante que se quedara
a cenar con ellos, como así fue. Justo en el momento en que éste partía el pan
con las manos, ellos se dieron cuenta de que en realidad, la persona que los
había estado acompañando no era otro que su Maestro, tras lo cual, desapareció.
Van Aelst apuesta por la
representación de los tres momentos, con los dos peregrinos en la parte
izquierda, ya en camino, el centro de la composición ocupado por el instante en
que ya están acompañados por Cristo.
El momento de la
cena es quizá el más representado. Vemos el cuadro de Caravaggio. “La cena de
Emaús”. Aparece Cristo un poco más joven y sin barba. Se le reconoce pero es
ligeramente diferente. Los peregrinos con su atuendo característico. Aparece el
momento de la bendición y cómo se sorprenden los discípulos, pero el mesonero
no se sorprende porque no le conoce.
La cena de Emaús, Caravaggio
(1601-1602) National Gallery, Londres
Representa el momento
cumbre de la acción del episodio descrito en el Evangelio de Lucas, 24:30-32:
Y esto sucedió. Mientras
estaba en la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y
se lo dio y en ese momento se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero ya
había desaparecido. Entonces se dijeron el uno al otro: «¿No sentíamos arder
nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las
Escrituras?»
Se representa a los dos
discípulos de Jesucristo: Cleofás a la izquierda y Santiago a la derecha, en el
momento de reconocer al Cristo resucitado, que se había presentado como el
viandante al que habían invitado a la cena. El cuadro representa el momento en
el que bendice el pan, acto que forma parte del sacramento de la Eucaristía.
Cristo está representado
con los rasgos del Buen Pastor, imagen frecuente en el Arte paleocristiano, un
joven imberbe de aspecto andrógino, que simboliza la promesa de vida eterna, el
renacimiento, y la armonía, entendida como unión de contrarios. Como San Marcos
(16:12) dice que Jesús se les apareció «bajo
distinta figura», Caravaggio le ha representado como joven, y no con barba
en la edad de su crucifixión , como sí hace en cambio en La vocación de san
Mateo, donde un grupo de cambistas sentados es interrumpido por Cristo. Es
un tema recurrente en las pinturas de Caravaggio el que lo sublime interrumpa
las tareas cotidianas.
Los dos discípulos muestran
estupor, Cleofás se levanta de la silla y muestra en primer plano el codo
doblado. La postura de espaldas funciona asimismo como recurso para involucrar
más directamente al espectador en la escena. Lleva ropas rotas. Por su parte
Santiago, vestido de peregrino con la concha sobre el pecho, alarga los brazos
con un gesto que parece copiar simbólicamente la cruz, y une la zona de sombra
con aquélla en la que cae la luz. Este discípulo gesticula extendiendo los
brazos en un gesto que desafía la perspectiva, excediendo del marco de
referencia. El brazo de Cristo, lanzado por delante, pintado en escorzo, da la
impresión de profundidad espacial. El cuarto personaje, el posadero contempla
la escena interesado, pero sin consciencia, no capta el significado del episodio
al que está asistiendo, ya que sólo los discípulos son capaces de reconocerlo
por su gesto de bendecir los alimentos.
El estilo con el que se
narra esta escena evangélica es realista. Los discípulos tienen cara de
trabajadores y la figura de Cristo es regordeta y ligeramente femenina. La
Iglesia se opuso fuertemente a esta forma de tratar los temas religiosos.
La pintura es atípica por
las figuras de tamaño natural y el fondo oscuro y vacío.
Como en la tradición de la
pintura véneta y lombarda, Caravaggio resalta el bodegón sobre la mesa, con
varios objetos descritos con gran virtuosismo, uniendo incluso a la vez
realismo y simbolismo en un lenguaje único.
El pan y la jarra de vino aluden a la eucaristía. La jarra de vidrio y el vaso reflejan la luz, el pollo con las piernas estiradas ha sido interpretado como símbolo de la muerte, aunque no todos los expertos de iconografía están de acuerdo. La canastilla de mimbre con frutas, parecido al de otra célebre obra del pintor (el Cesto con frutas), pende peligrosamente sobre el borde de la tabla. Mediante este artificio del cesto que parece ir a caerse, como la postura de los brazos abiertos de Santiago se logra que el espectador acceda a la obra.
El pan y la jarra de vino aluden a la eucaristía. La jarra de vidrio y el vaso reflejan la luz, el pollo con las piernas estiradas ha sido interpretado como símbolo de la muerte, aunque no todos los expertos de iconografía están de acuerdo. La canastilla de mimbre con frutas, parecido al de otra célebre obra del pintor (el Cesto con frutas), pende peligrosamente sobre el borde de la tabla. Mediante este artificio del cesto que parece ir a caerse, como la postura de los brazos abiertos de Santiago se logra que el espectador acceda a la obra.
En este cesto hay diversas
frutas, pintadas magistralmente con sus imperfecciones. En ellas se pueden
encontrar significados teológicos: la uva negra indica la muerte, la uva blanca
la resurrección, las granadas son símbolos de la pasión de Cristo, las manzanas
pueden ser entendidas como frutas de gracia o llevar el significado del pecado
original, en fin la sombra de la canastilla crea sobre la tabla la imagen del
pez, otro signo cristológico.
En esta obra la luz divina,
que ilumina un espacio en penumbra, está determinada por los efectos pictóricos
y cromáticos.
Los
discípulos de Emaús,
Caravaggio 1606.
Pinacoteca de Brera, Milán
Caravaggio pintó en 1606
una segunda versión de la Cena de Emaús, que hoy se encuentra en la
Pinacoteca de Brera, Milán.
Es un óleo prácticamente de
la misma altura (141 frente a los 140 cm de la versión de Londres), pero más
estrecho (175 cm frente a los casi dos metros de la primera).
Comparando ambas pinturas,
resulta que los gestos de las figuras están más contenidos en esta segunda
versión, haciendo que la presencia sea más importante que la interpretación.
Esta diferencia posiblemente refleje las circunstancias de la vida de
Caravaggio en ese momento (había huido de Roma como proscrito después de la
muerte de Ranuccio Tomassoni), o posiblemente, después de comprender el sentido
en el que evolucionaba su arte, había llegado a reconocer, en esos cinco años
que median entre uno y otro cuadro, el valor de la sutileza.
La obra se emprendió en 1606
para el marqués Patrizi. Fue pintada, con toda probabilidad, durante la huida
de Caravaggio de Roma, pues estaba acusado de asesinar a Ranuccio Tomassoni
durante una pelea callejera. Todos estos acontecimientos dejarán su impronta en
la obra de Caravaggio, pues este cuadro tiene muchos de los rasgos estilísticos
del período: reducción de naturalezas muertas, los rostros adquieren la
cualidad de parecer casi espectros en las sombras y se transforman en vivos
retratos de los sentimientos y las energías. La pincelada y la delicadeza de
las tonalidades permiten apreciar una obra cumbre del pensamiento artístico de
Caravaggio.
La cena de Emaús, Rubens
(1638), Museo del Prado
Dos peregrinos en trayecto
a Jerusalén se encuentran con un caminante a quien invitan a cenar. En el
momento en que el desconocido bendice el pan en la mesa, reconocen en él a
Cristo resucitado, según relata el Evangelio de San Lucas (24, 13-55). El
pintor sitúa la escena en un espacio semiabierto a un paisaje arquitectónico,
con una fortaleza y un edificio barroco por el que se asoma una figura, los
cuales, junto con la calidez de la luz empleada, dan un cierto aire
italianizante a la obra. Las figuras de los peregrinos, con sus gestos,
muestran el dominio de la expresividad por parte del Rubens más maduro. A un
lado, el grotesco posadero contempla la escena, ignorante de la trascendencia
religiosa del acontecimiento.
Suele aparecer el
pan y justo Cristo bendiciendo. En el cuadro de Rubens aparece un loro. Era la
moda en el siglo XVII y XVIII (por el comercio con América).
La cena de Emaús Velázquez (ca. 1620) Metropolitan Museum of Art, Nueva York.
Cuando Velázquez fue
nombrado pintor del rey en 1623 tuvo la oportunidad de contemplar la excelente
colección de pintura que se guardaba en el Alcázar, entre la que destacaban las
obras de Tiziano así como diversos pintores italianos contemporáneos. El estudio
de estas obras permitió avanzar al sevillano en su aprendizaje, superando el
naturalismo tenebrista que caracteriza su etapa sevillana. Gracias a estas
nuevas influencias realiza esta Cena en Emaús, la única obra de asunto
religioso que se conserva de esta primera etapa madrileña. A pesar de los
deseos del joven maestro por superarse, encontramos algunos errores de bulto
como el apelotonamiento de las figuras alrededor de la mesa, la ubicación de
los dos discípulos en el mismo plano - para poder mostrar al del fondo lo ha
elevado y ha desplazado al del primer plano - o la ausencia de espacio en la
mesa. Satisfactorio resulta el realismo de los personajes y las calidades de
las telas, cuyos pliegues recuerdan a Zurbarán, así como el colorido empleado al
apreciarse una ampliación en la paleta. La figura ausente de Cristo contrasta
con la expresividad de los dos apóstoles, interpretados como dos hombres del
Madrid del siglo XVII. Cuando Rubens llegó a Madrid en 1628 y contempló estas
obras que Velázquez estaba realizando animó al sevillano para que completara su
formación en Italia, la cuna de la pintura, adquiriendo Velázquez la maestría
que apuntaba años atrás.
La composición muestra a
Cristo (con la llaga en la mano) en la cabecera de una mesa a la que se sientan
los dos peregrinos. Uno de ellos, con el brazo izquierdo extendido, parece
señalar hacia un punto indeterminado que queda a su espalda, mientras que el
gesto de la diestra del otro personaje expresa su actitud interrogante. Las
superficies del mantel y de la túnica de Cristo se hallan bañadas por una luz
clara, mientras que las manos y rostros de los peregrinos, en función de la
iluminación lateral, están modelados con gran dureza.
Escena
de cocina con la cena de Emaús Velázquez («La
mulata»), (ca. 1618), National Gallery of Ireland, Dublín. La cena de
Emaús, también conocido como La mulata y Escena de
cocina con la cena de Emaús.
El cuadro presenta a una
muchacha de tez oscura y cofia blanca situada tras una mesa de cocina que corta
la figura de medio cuerpo. Con su mano izquierda coge un jarro de cerámica
vidriada, quedando sobre la mesa otros cacharros de loza y bronce, entre ellos
un almirez con su mano y un ajo. En la pared del fondo un cesto de mimbre
cuelga de una escarpia con una servilleta blanca. Estos elementos propios de la
pintura de bodegón han llevado a relacionar este cuadro con uno de los
«bodegoncillos» descritos por Antonio Palomino entre las obras tempranas de
Velázquez.
En 1933 al procederse a una
limpieza se descubrió bajo un amplio repinte del fondo una ventana a través de
la cual se ve a Cristo bendiciendo el pan y a un hombre barbado a su izquierda,
faltando un segundo discípulo del que sólo queda una mano, dado el recorte
sufrido por el lienzo en esta parte. La escena así representada, la Cena de
Emaús según el relato de Lucas, 24, 13-35, transforma el bodegón de cocina
en «bodegón a lo divino», haciendo de un género despreciado por los teóricos a
causa de la bajeza de sus asuntos una obra digna de mayor respeto, a la vez que
dignifica a la propia sirvienta, al entenderse la aparición de Jesús resucitado
a los discípulos de Emaús como una muestra de su presencia entre la gente
común. A este respecto Julián Gállego recuerda la célebre afirmación de santa
Teresa: «También Dios anda entre los pucheros».
La ventana del fondo con la
escena sagrada, ha hecho que se hable de un «cuadro dentro del cuadro» o de un
espejo, como el que mucho más tarde empleará en Las meninas, si bien el
dibujo de la contraventana evidencia, de una forma más clara que en el Cristo
en casa de Marta y María, que se trata de una abertura en el muro que
comunica la cocina con una estancia situada tras ella.
La Cena de Emaús
según el relato de Lucas, transforma el bodegón de cocina en «bodegón a lo divino», haciendo de un
género despreciado por los teóricos a causa de la bajeza de sus asuntos una
obra digna de mayor respeto, a la vez que dignifica a la propia sirvienta, al
entenderse la aparición de Jesús resucitado a los discípulos de Emaús como una
muestra de su presencia entre la gente común.
La cena de Emaús, Hendrick ter Brugghen 1621. Pinacoteca
del palacio de Sanssouci. Potsdam, Alemania.
Lucas nos narra uno de los
episodios literarios más bellos de los evangelios: el abandono de Jerusalén de
dos discípulos del Rabbí, tras la ejecución de éste. Los discípulos marchan
decepcionados a su pueblo, distante tan solo un puñado de kilómetros de Jerusalén.
Lo hacen caminando por el polvoriento sendero. Hemos de imaginar un paisaje
abrupto en las cercanías dela ciudad Santa, con olivos, vides y las mieses
abundantes, suavemente mecidas por la brisa. Ya va atardeciendo. Nuestros
viajeros caminan cariacontecidos, pues en verdad amaban a su maestro. El sol va
bajando y alarga las sombras. De pronto, otro caminante se pone a su vera y
observa la tristeza en sus semblantes. Era Jesús resucitado, pero estos
discípulos no lo reconocen. Tal vez por las sombras del atardecer, o
simplemente, por lo inimaginable del suceso.
Cualquier caminante bien
educado en los pueblos semitas, saludaría, e intentaría cortésmente iniciar una
conversación.
Los pobres discípulos –lo
tienen en su roto corazón- narran al desconocido la historia de Jesús
crucificado, en el que habían confiado, incluso durante años y ahora no les
queda nada. Vuelven al pueblo. Jesús les conforta y les habla de la
conveniencia de que aquel maestro padeciera. Toma citas de las Escrituras.
Razona, habla amablemente y convence. Aquellos dos –solo de uno de los cuales
se conoce el nombre por el relato: Cleofas- quedan pasmados, ante lo aplastante
del razonamiento. Sin embargo sus ojos siguen nublados por la pena. Ya se está
poniendo el sol. Jesús hace el gesto de querer continuar caminando, pero estos
hombres, que han sido al menos consolados, le piden que permanezca en su
destino-la pequeña aldea de Emaús- haciendo honor a la hospitalidad hebrea y
como excusa, para seguir oyendo palabras tan reconfortantes.
Llegados al pueblecito
entran en su casa e invitan a cenar al extraño compañero de viaje. Por
deferencia, dejan que el invitado parta el pan, como signo de afecto y
hospitalidad.
Todo padre de familia tenía
un modo concreto y personal –un sello de identidad- de partir y bendecir el
pan. Era como una rúbrica. Estos discípulos sabían de memoria cómo era la forma
en que el nazareno y sólo él lo solía hacer. Así, al tener el pan entre sus
manos, quizá entornando los ojos, el Rabbi lo parte con su peculiar singularidad
tal vez murmurando una bendición. En ese momento los discípulos caen en la
cuenta de que el que con ellos parte el pan es el mismísimo Jesús a quien ellos
han visto morir y ser enterrado. Se quedan atónitos.
En ese momento Jesús
desaparece. Pero ya los discípulos lo han visto con sus propios ojos. Algo han
debido intuir con anterioridad, pues dicen maravillados ”¿no ardía nuestro
corazón cuando por el camino nos explicaba las escrituras?”. Tan felices están,
que no soportan tanto contento y aun siendo ya de noche parten presurosamente
de vuelta a Jerusalén para contar la increíble noticia cuanto antes a los
temerosos apóstoles.
La escena de Stom está
recogida en el Nuevo Testamento y se ciñe al texto con bastante exactitud:
«[Ellos] obligáronle diciéndole: Quédate con nosotros, pues el día ya declina.
Y entró para quedarse con ellos. Puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo
bendijo, lo partió y se lo dio. Se les abrieron los ojos y le reconocieron, y
desapareció de su presencia».
Stom, siguiendo el relato,
representa la escena en un interior iluminado por la céntrica luz de una vela.
Los dos discípulos se colocan a la izquierda, mientras que Jesús lo hace a la
derecha. El momento elegido es justo en el que los discípulos reconocen a
Cristo, que todavía sostiene el pan que acaba de partir, y en que manifiestan
su sorpresa, mirando fijamente a Jesús y abriendo y extendiendo sus manos como
para tocarle. El testigo del hecho milagroso es una figura secundaria, la
muchacha que sirve la mesa, que observa con curiosidad al personaje a su
izquierda mientras lleva una fuente. La imagen de Stom está construida con un
plástico claroscuro que más que dibujar esculpe a los personajes. La paleta
utilizada es cálida, siendo especialmente cuidadosa la gama terrosa con la que
se construyen el bodegón de la mesa y los dos discípulos. De este tema, muy
repetido por Stom, se conocen ocho versiones.
Al relato del encuentro de
María y Jesús, sigue en el texto de Juan el encuentro de Jesús con los otros
discípulos. El primer encuentro tiene lugar la tarde de aquel día, el primero
de la semana. Jesús se aparece en medio de los discípulos en el lugar en que
están encerrados por miedo a los judíos. “Al atardecer de aquel día, el primero
de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar
donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les
dijo: La paz con vosotros. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los
discípulos se alegraron de ver al Señor.”
(Juan (SBJ) 20, 19-20). Esto ocurre en dos fases distintas en el tiempo
en un intervalo de ocho días; “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no
estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: “Hemos
visto al Señor”. Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los
clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su
costado, no creeré. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y
Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y
dijo: “La paz con vosotros”. (Juan (SBJ)
20, 24-26. No hay dudas y perplejidades en el grupo de los discípulos, que
"se llenaron de alegría al ver al Señor".
Cristo
resucitado en el cenáculo,
Mattia
Pretti 1670. Museo de Bellas
Artes, Sevilla.
Cristo después de
resucitar, dice Mateo, se apareció a la Magdalena, quien fue a contarlo a los
discípulos, que la tomaron por loca. También se apareció a otros dos discípulos
que iban de camino (los de Emaús), volvieron a anunciarlo y tampoco los
creyeron. Por último Jesús aparece a los once cuando estaban a la mesa y les
reprochó su incredulidad por no creer el testimonio de los que anunciaron su
resurrección. El encuentro directo con Cristo los fortalece y los reafirma con
valentía y es aquí cuando el discipulado se cambia en apóstol. El mismo Maestro
resucitado los hace apóstoles, (que significa enviado), y les ordena: Id,
sed propagadores de la doctrina, de la buena nueva del Evangelio.
Jesús, resucitado al
amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de
la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros,
que estaban de duelo y llorando.
Ellos, al oírle decir que
estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron.
Después se apareció en
figura de otro a dos de ellos que iban caminando a una finca.
También ellos fueron a
anunciarlo a los demás, pero no los creyeron.
Por último, se apareció
Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad
y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto
resucitado. Y les dijo:
ld al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación.
Ésta es una obra de grandes
contrastes tenebristas en la que el pintor parece retomar la técnica ideada por
por Caravaggio, "de la emergencia" consistente en aclarar progresiva
e irregularmente el marrón negruzco del fondo, de manera que los colores
emergen de éste. Los tonos ocres configuran el carácter sobrenatural de la
escena, viéndose potenciada la luminosidad que irradia Cristo Resucitado.
La distribución escalonada
de los personajes y el punto de vista cercano al espectador, recuperan la
tradición manierista de las grandes composiciones de Tintoretto y
Veronés.
Composición de gran
dramatismo en la gesticulación de los personajes, se ve acentuada por la
iluminación.
Incredulidad
de Santo Tomás, Caravaggio 1601-02. Museo: Neues Palais
El lienzo con la Incredulidad
de Santo Tomás fue pintado para la familia Giuliani, que lo mantuvo en su
colección hasta que pasó al Neue Palais de Postdam. La obra nos muestra el
momento en que Cristo Resucitado se ha aparecido a sus discípulos, pero Tomás
aún no cree en su identidad, por lo que Cristo mete uno de sus dedos en la
llaga del costado. Este hecho, que podría parecer exageradamente prosaico, es
la mayor prueba física del reconocimiento de Cristo, la definitiva demostración
de su regreso desde el reino de los muertos. Caravaggio ha ejecutado una
composición que converge completamente en el punto de la llaga con el dedo
metido, de tal modo que la atención de los personajes del lienzo y la de los
espectadores contemporáneos se ve irremisiblemente atraída por esta "prueba"
física. El habitual naturalismo descarnado de Caravaggio se vuelve aquí casi de
sentido científico: la luz fría cae en fogonazos irregulares sobre las figuras,
iluminando el cuerpo de Cristo con un tono amarillento, que le hace aparecer
como un cadáver, envuelto aún en el sudario (no es una túnica). El pecho
todavía está hundido y pareciera que la muerte se resiste a dejarlo marchar al
mundo de los vivos, manteniendo sus huellas en el cuerpo de Jesús.
La
incredulidad de Santo Tomás, Stom, Matthias.
Museo del Prado
La representación
corresponde al momento en el que al Apóstol Tomás introduce sus dedos en la
llaga del costado derecho de Cristo para cerciorarse de su resurrección.
Schneider (1923) y Nicolson (1977) sitúan esta obra en la etapa siciliana del
pintor, cuando en su pintura se aúnan rasgos estilísticos nórdicos, como, por
ejemplo, el riguroso plegado de los paños, con los propios de los pintores
seiscentistas napolitanos. En efecto, los tipos populares, la expresividad de
rostros y manos y su marcada rugosidad, las carnaciones amarillas, el modelado
táctil del cuerpo y el rostro de Cristo, el tratamiento de los cabellos a base
de pinceladas anchas y pastosas, el colorido y los fuertes contrastes lumínicos
hablan de la asimilación por parte de Stom de la pintura de los seguidores de
José de Ribera (1591-1652), que pudo conocer y estudiar durante su estancia en
Nápoles.
La figura de Cristo
adquiere un protagonismo absoluto. A ello contribuye de forma definitiva el
hecho de que aparezca distanciada de las de los Apóstoles y, sobre todo, el
haber sustituido la vela, foco de luz artificial característico de algunos
pintores por una fuerte iluminación lateral que transforma la figura de Cristo
en foco luminoso que alumbra, a su vez, la escena. Esta transformación podía
estar en relación tanto con su condición de cuerpo luminoso de resucitado -de
ahí que no muestre en las manos las heridas de los clavos ni en la frente las
de la corona de espinas- como con la nueva significación del Corpus Christi
dentro de la doctrina contrarreformista. Quizá también por ello Stom, al
contrario que Caravaggio, opta por mostrar el rostro de Cristo y el torso
prácticamente despojado del manto.
La Ascensión
La Ascensión de Jesús es la enseñanza cristiana sustentada por varios
pasajes del Nuevo Testamento de que Jesucristo entró en la gloria con su cuerpo
resucitado en presencia de once de sus apóstoles, cuarenta días después de la
resurrección. En la narración bíblica, un ángel les dice a los discípulos que
la segunda venida de Jesús se llevará a cabo de la misma manera que su
Ascensión.
Los evangelios canónicos
incluyen dos breves descripciones de la Ascensión de Jesús en Lucas
24:50-53 y Marcos 16:19. Una descripción más detallada de la Ascensión
corporal de Jesús en las nubes se da en Hechos 1:9-11.
La Ascensión de Jesús es
profesada en el Credo de Nicea y en el Credo de los Apóstoles. La Ascensión
implica la humanidad de Jesús siendo tomada en el Cielo.
En el siglo VI se había
establecido la iconografía de la Ascensión en el arte cristiano, y las escenas
de la Ascensión en el siglo IX estaban siendo representadas en las cúpulas de
las iglesias. Muchas escenas de la Ascensión tienen dos partes, una parte
superior (celestial) y una parte inferior (terrenal). El Jesús ascendiendo es
representado a menudo bendiciendo con la mano derecha, bendición dirigida hacia
el grupo terrenal por debajo de él y que significa que él está bendiciendo a
toda la Iglesia.
Hechos 1:9-12 indica que la
Ascensión tuvo lugar en el Monte de los Olivos (el «Monte de los Olivos», en la
que el pueblo de Betania se encuentra). Después de la Ascensión, los apóstoles
son descritos como regresando a Jerusalén desde el monte que se llama del
Olivar, el cual está cerca de Jerusalén, dentro de viaje de un sábado. La
tradición ha consagrado este sitio como el Monte de la Ascensión. El Evangelio
de Lucas dice que el evento se llevó a cabo «en las proximidades de Betania» y
el Evangelio de Marcos no especifica ninguna ubicación.
Antes de la conversión de
Constantino en el año 312 d. C., los primeros cristianos honraban la Ascensión
de Cristo en una cueva en el Monte de los Olivos. Hacia el año 384, el lugar de
la Ascensión fue venerado en el actual sitio abierto, cuesta arriba de la
cueva.
La Capilla de la Ascensión
en Jerusalén es hoy un lugar sagrado cristiano y musulmán que, se cree
actualmente, marca el lugar desde donde Jesús ascendió al cielo. En la pequeña
iglesia redonda/mezquita existe una piedra grabada con lo que algunos dicen ser
las mismas huellas de Jesús.
Alrededor del año 390 una
mujer romana adinerada llamada Poimenia financió la construcción de la iglesia
original llamada «Basílica de Eleona» (elaion en griego significa
«jardín de olivos», de elaia «olivo», y tiene una similitud a menudo
mencionada a eleos que significa «misericordia»). Esta iglesia fue
destruida por los persas sasánidas en 614. Posteriormente fue reconstruida,
destruida y reconstruida de nuevo por los cruzados. Esta iglesia final fue más
tarde también destruida por los musulmanes, dejando sólo una estructura
octogonal de 12x12 metros (llamado un martyrium, «memorial» o
«edículo»), que se mantiene hasta nuestros días.
La Ascensión ha sido un
tema frecuente en el arte cristiano, así como un tema en los escritos
teológicos. En el siglo VI se había establecido la iconografía de la Ascensión
en el arte cristiano, y las escenas de Ascensión en el siglo IX estaban siendo
representadas en las cúpulas de las iglesias. Los Evangelios Rabbula (c. 586)
incluyen algunas de las primeras imágenes de la Ascensión.
Muchas escenas de la
Ascensión tienen dos partes, una parte superior (celestial) y una parte
inferior (terrenal). El Jesús ascendiendo es representado a menudo bendiciendo
con la mano derecha. El gesto de bendición de Cristo con su mano derecha se
dirige hacia el grupo terrenal por debajo de él y significa que él está
bendiciendo a toda la Iglesia.[8] En la mano izquierda, él
podría sostener un Evangelio o un pergamino, lo que significa la enseñanza y la
predicación.
La representación ortodoxa
de la Ascensión es una metáfora importante para la naturaleza mística de la
Iglesia. En muchos iconos orientales la Virgen María se coloca en el centro de
la escena en la parte terrestre de la representación, con las manos levantadas
hacia el cielo, a menudo acompañada por varios Apóstoles. La representación
mirando hacia arriba del grupo terrenal coincide con la liturgia oriental en la
Fiesta de la Ascensión: «Venga, vamos a elevarnos y levantar nuestros ojos y
nuestros pensamientos [...]».
El texto más preciso
Cuando les dijo esto, le vieron elevarse; y una nube lo ocultó de su
vista. Y como se quedasen mirando atentamente al cielo mientras Él se iba, se
les aparecieron dos varones con vestidos blancos, que les dijeron: “Varones
galileos, ¿a qué seguís mirando al cielo? Este Jesús que os ha sido arrebatado
al cielo, vendrá así tal como lo habéis visto irse al cielo (Ac, 1, 9-12)
Elementos en la Ascensión de Cristo:
1.
Presencia de los once apóstoles (Falta Judas) y con
frecuencia aparece la Virgen aunque los textos no lo indican).
2.
Jesús subiendo al cielo.
3.
Nube ocultando a Cristo.
4.
Dos ángeles.
Lo vemos en el cuadro de Colaborador de Fernando
Gallego “Ascensión”
(Ca 1495) Iglesia parroquial de Arcenillas (Zamora).
También pueden aparecer dos
huellas en la roca desde la que ascendió, que son las huellas de Cristo y que
dicen que ahí pondrá los pies el Anticristo cuando llegue.
Puede aparecer Cristo entre
una nube o rodeado de angelitos (con forma de mandorla mística).
La Ascensión de Cristo Mantegna
(1460-1464) Galleria degli Uffizi Florencia.
De sentido marcadamente
vertical, todos los elementos de la composición de la tabla conducen la mirada
del espectador hacia el Cristo que asciende al cielo, en cuerpo y alma, portado
por una guirnalda de angelitos muy decorativos, de color rojo entre nubes
azules, modelo que tuvo mucho éxito en España y Flandes. En el suelo, los
apóstoles y la Virgen forman un corro que contempla asombrado el milagro, cada
uno en una pose diferente según su propia reacción. Las cabezas elevadas y
giradas hacia Cristo permiten al artista lucir su dominio del escorzo, que
consiste en situar un objeto en diagonal y no de frente, ofreciendo una vista
forzada y deformante que resultaba muy difícil en la época. Mantegna fue el
mayor maestro en el dominio del escorzo y la perspectiva geométrica.
Ascensión
de Cristo, Benvenuto
Tisi da Garofalo (1481–1559)
Señala el momento cumbre de
la exaltación de Cristo antes de su segunda venida. Fue en la ascensión cuando
Cristo entró en su gloria.
Jesús describió su partida
de esta tierra como siendo mejor para nosotros que su presencia permanente. La
primera vez que Jesús les anunció su pronta partida a sus discípulos, estos se
entristecieron. Sin embargo, más adelante pudieron reconocer la importancia de
este gran acontecimiento. Lucas nos registra la ascensión: y habiendo dicho
estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de
sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él
se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los
cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo?
Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le
habéis visto ir al cielo (Hechos 1:9-11).
Observamos que Jesús partió
en una nube. Esta es probablemente una referencia a la Shekinah, la nube de la
gloria de Dios. La Shekinah supera en resplandor a cualquier otra nube. Es la
manifestación visible de la gloria esplendorosa de Dios. Por lo tanto, la
manera de la partida de Jesús no fue para nada ordinaria. Fue un momento de
asombroso esplendor.
Ascensión, Rembrandt 1633 h. Alte
Pinakothek (Munich)
Se conserva una carta de
Rembrandt fechada en marzo de 1636 en la que informa de un próximo viaje a La
Haya para ver si su Ascensión, recientemente colocada en su emplazamiento
original, no desmerece ante los cuadros que ya había entregado. En efecto, el
maestro ha intentado dotar de una cierta unidad a la serie empleando sus
características iluminaciones doradas, creando bruscos contrastes entre zonas
de luz y zonas de sombra, tomando como referencia a Caravaggio. Pero las
figuras y las sensaciones atmosféricas conseguidas recuerdan más bien a Tiziano
o Tintoretto, difuminándose los contornos de los personajes gracias al potente
foco de luz clara que parte de la paloma del Espíritu Santo, impacta en Cristo
y resbala por las figuras del primer plano. El esquema zigzagueante recuerda a Rubens, reforzando el dinamismo típico del
Barroco. Los apóstoles que contemplan la Ascensión están tratados con absoluto
naturalismo, creando una imagen de gran belleza en la que destaca la
perspectiva baja empleada para conseguir un mayor efectismo durante su
contemplación.
Ascensión
de Cristo, Pietro
Perugino, 1496–1500
Siguiendo en un plano de
dos dimensiones, la composición se organiza de forma simétrica alrededor de un
eje central que va de la tierra al cielo, enlazando, con un juego de gestos y
de miradas, la Virgen María, el Cristo y dios Padre. A ambos lados de la
Virgen, están representados los doce apóstoles y San Pablo, figura importante
de la iglesia primitiva. Encima de ellos, el Cristo aparece en una mandorla.
Entre los diferentes niveles, los ángeles tocan música o rezan a Dios padre.
Detrás, se despliega en la profundidad, un paisaje panorámico tratado según las
reglas de la perspectiva aérea: en un conjunto de azules, se distingue una
pequeña ciudad fortificada, al borde de un río que corre en el fondo de un
valle rodeado de montañas. El ritmo regular de las figuras, las poses
graciosas, la dulzura de los rostros de los personajes, y la luminosidad de los
colores intensos y contrastados, componen una imagen a la vez imponente y
sutil. Perugino concibe en este retablo un estilo clásico que prefigura el arte
de su alumno Rafael.
La
Ascensión del señor,
Giotto 1305. Capilla de los
Scrovegni. Padua, Italia.
Cuenta el Nuevo Testamento
(Hechos de los Apóstoles, 1, 9 y ss.) que Jesús, una vez resucitado, permaneció
en Palestina unos cuarenta días. Se apareció a sus discípulos en varias
ocasiones y llegó a presentarse, según los relatos del nuevo testamento, hasta
a quinientas personas. Pero quiere hacer de su resurrección algo discreto. No
se le verá más en olor de multitud. A partir de ahora se dedica a predicar
exclusivamente a sus más allegados, a los cuales confortará, exhortará, y dará
instrucciones sobre su futuro. (1 Corintios, 15, 3-8)
Al principio los apóstoles
están estupefactos –y en ocasiones hasta incrédulos– y vislumbran la gloria de
Jesús, pero ven su humanidad, que mantiene la señal de los clavos y la herida
de su costado. Ante ellos, habla, come, conversa, pasea. Es cierto que presenta
signos de gloria, pero también señales de humanidad, aunque con una mayor
perfección.
Al cabo de aquellos días y
después de avisarles de que iba a partir, se alejó con sus más allegados y con
su madre (ésta destaca en la pintura, en un lugar relevante y con manto azul)
y, tras bendecirles, ascendió en su presencia hacia lo alto hasta ocultarse. Los
discípulos quedaron conmovidos y tristes en un principio, pero se presentaron
dos ángeles que les confortaron y llenaron de alegría, tal y como lo dibuja
Giotto. También nos enseña cómo es recibido Jesús en su morada celestial por
multitud de ángeles.
Desde ese momento, los
discípulos no se separaron, esperando una promesa que les hizo Jesús: vendrá
sobre vosotros el Espíritu Santo. En el cenáculo aguardaron pacientemente el
acontecimiento, a partir del cual se pusieron a divulgar el mensaje del Evangelio
por todo el mundo conocido. Y a esos discípulos sucedieron otros hasta el día
de hoy.
La
Ascensión, Tintoretto (El) 1578-81,
Scuola Grande di San Rocco de Venecia.
Nos encontramos ante uno de
los lienzos más atractivos de la serie pintada por Tintoretto para la Sala
Superior de la Scuola Grande di San Rocco. La búsqueda de efectos luministas
alcanza su momento álgido en esta tela, sin sacrificar la energía de las gamas
cromáticas ni renunciar al naturalismo. Cristo asciende a los cielos rodeado de
ángeles con las alas extendidas, portando ramos de palma y de olivo, dando la
impresión de salirse del lienzo por su parte superior. Su vigorosa figura
parece avanzar hacia el espectador mientras que el apóstol, en la zona inferior
de primer plano, parece echarse hacia atrás ante la inesperada aparición,
creando el efecto de reunirse con los compañeros que rodean la mesa, en un
plano medio. Moisés y Elías hablando en la lejanía, en la soleada llanura,
completan la escena. Como ocurre en el resto de escenas de la serie, la luz y
el color dominan un conjunto en el que Tintoretto no renuncia a los escorzos ni
a la monumentalidad de sus figuras, aportando una intensidad dramática a los
asuntos bíblicos sólo superada por la siguiente generación de pintores
barrocos.
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