lunes, 21 de julio de 2025

Capítulo 85, Romçanico en Segovia1

 

Segovia1
Iglesia de San Justo
Esta iglesia fue una de tantas parroquias que se levantaron extramuros de la ciudad de Segovia a lo largo de los siglos XII y XIII. Su existencia se constata documentalmente ya en 1120, según consta en un testamento del archivo catedralicio en el que confirma Pascual, presbítero de San Justo. Se halla ubicada en un pequeño altozano que recibe el nombre de “El Cerrillo”, en torno al cual se formaron, tras la repoblación, algunos de los arrabales que delimitaban el flanco sureste del trazado urbano medieval. Este barrio fue elegido por los fabricantes de paños como lugar de residencia, repartiéndose la feligresía entre esta iglesia y la cercana parroquia de El Salvador.
Los orígenes del templo quedan envueltos en la nebulosa de una leyenda que fue difundida a mediados del siglo XVI por Garci Ruiz de Castro y de la que se hicieron eco después otros historiadores de la ciudad, para los cuales habría existido previamente, en el mismo emplazamiento de la iglesia actual, una pequeña ermita de la misma advocación, construida por moriscos. Posteriormente, en la segunda mitad del siglo XII –apostilla el Marqués de Lozoya– tuvo lugar un hecho de gran trascendencia para la historia del edificio. Según la leyenda, una compañía de gascones y alemanes llegó a la ciudad trayendo consigo, a lomos de una yegua ciega, una urna con una imagen de Cristo en su interior. Tras recorrer varias calles, el animal cayó muerto ante la ermita, suceso que se tomó como signo inequívoco de la elección hecha por la Providencia para que la imagen se quedara allí. Luego vendrían los milagros, la devoción de las gentes, las limosnas y como consecuencia de todo ello la necesidad de construir una nueva iglesia de mayores dimensiones. Este nuevo edificio, que se levantaría en el mismo solar, seguiría los mismos patrones arquitectónicos y decorativos utilizados en las otras iglesias que se estaban construyendo o se habían construido en la ciudad.
Pese a esos atractivos aunque dudosos orígenes y a la devoción que siempre tuvieron los segovianos a su Cristo, la iglesia de San Justo no gozó de demasiado interés para los eruditos y viajeros que pasaron por la ciudad en los últimos siglos. Antonio Ponz ni siquiera la mencionó e Isidoro Bosarte sólo la incluyó en una larga lista de iglesias segovianas que él consideraba góticas. Madoz la citó de pasada y tampoco Amador de los Ríos se detuvo a visitarla. José María Quadrado valoró su torre en detrimento del resto de la fábrica: “...no se recomienda por el desnudo ábside ni por su atrio insignificante del siglo XVI ni por el churrigueresco ornato de su reducida y baja nave, sino por la severa y primitiva torre...”.
Posiblemente a lo largo de esas dos últimas centurias la iglesia había ido perdiendo importancia al disminuir su feligresía, quedando agregada definitivamente a la de El Salvador en 1843. Al desaparecer el culto regular el templo entró en una fase de abandono que se prolongó hasta el siglo siguiente.
En 1951, aprovechando que le correspondía la fiesta de la Catorcena, tuvo lugar una intervención en el edificio dirigida por Francisco Javier Cabello Dodero, fruto de la cual fue el descubrimiento de la portada meridional que permanecía oculta bajo encalados y revocos modernos. Pero fue sobre todo a raíz del descubrimiento de sus pinturas murales, en 1963, cuando el edificio cobró una renovada importancia, gracias, sobre todo, al empeño del Marqués de Lozoya que se encargó de difundir el hallazgo. Tras experimentar una profunda restauración y después de haber permanecido algunos años cerrada al público, fue de nuevo abierta a las visitas a comienzos de la década de 1990.
El templo se presenta como un cúmulo de campañas constructivas que se fueron sucediendo desde la segunda mitad del siglo XII hasta el XVIII.
Las partes más antiguas se corresponden con la cabecera, la nave y la torre, estructura a la que se fueron añadiendo con el paso del tiempo otras capillas y dependencias que demandaban los nuevos usos. Sus partes más antiguas se revelan, en palabras de José Antonio Ruiz Hernando, como “un singular ejemplo de simbiosis de fábricas y formas románicas y mudéjares”, aseveración que se confirma tras el análisis de sus materiales y aparejos. En efecto, el ábside y el cuerpo bajo de la torre se construyeron con mampostería de granito a espejo entre hiladas de ladrillo, una fórmula que delata una clara influencia mudéjar. Sin embargo, su estructura arquitectónica responde a modelos típicamente románicos, con un testero curvo, en cuyo eje se abre una ventana de triple rosca de ladrillo, y un tramo recto, correspondiente al presbiterio, con ladrillos en las esquinas y una cornisa de piedra soportada por canecillos, en su mayor parte mutilados. En un momento posterior y como consecuencia de una reforma de la cubierta, esta primitiva cornisa fue sustituida en el tramo curvo por otra de ladrillos esquinados y tejas lo que obligó también a picar los canecillos románicos sobre los que apoyaba. Este recrecimiento tuvo que ser posterior a la erección de la nave ya que tapó la parte inferior de la ventana abierta en el hastial oriental.
Los muros de la nave se levantaron en mampostería encintada, rematándose igualmente por medio de una cornisa de piedra de idéntica factura que la del presbiterio. Destaca especialmente la solución dada a los hastiales que forman el eje de la nave, bajo cuyos piñones se abrieron magníficos ventanales románicos flanqueados por dos aspilleras en el lado oriental y por dos óculos en el occidental. Dichas ventanas se componen de arco de medio punto y arquivolta de bocel soportada por una pareja de columnillas provistas de capiteles vegetales en la ventana este y figurados (aunque muy deteriorados) en la de poniente.

El acceso al interior del templo se realiza actualmente a través de una portada dispuesta a los pies de la nave, formada por dos arquivoltas de medio punto decoradas con florones y otra con un grueso bocel apoyado sobre dos capiteles, uno con arpías de alas explayadas y el otro con helechos acabados en punta.
Los cimacios presentan roleos de hojas treboladas, similares a los de la cabecera de San Juan de los Caballeros y a alguno del ábside central y nave sur de San Vicente de Ávila. El esquema de esta portada es muy parecido al de la portada sur de San Quirce que remite a su vez a modelos abulenses (San Andrés). En 1769 se construyó el pretil que delimita el atrio abierto del flanco occidental y un pequeño pórtico con columnas de granito que tras las obras de restauración fue desmontado y trasladado de lugar. En 1951 se descubrió otra portada románica en el lado meridional que había sido enmascarada por reformas posteriores.
Capitel norte de la portada de entrada a la iglesia, decorado con motivos vegetales.
Capitel figurativo con sirenas aladas (s. XII)
 

Consta de arco de ingreso de medio punto y dos arquivoltas de bocel entre cenefas vegetales muy desgastadas. Los dos capiteles que coronan las columnas fueron picados para recibir un recubrimiento de yeso que los ocultó durante dos siglos. Esta portada estuvo protegida por un pórtico que más tarde fue reformado y compartimentado en tres estancias, dos de las cuales son la sacristía y el baptisterio actuales.

Adosada al lado norte de la nave se levantó la torre, una de las más hermosas y conocidas del románico segoviano, sólo superada en la capital por la de San Esteban. Antaño debió rivalizar con la de El Salvador, con la que guarda un extraordinario parecido, al menos en la traza de los dos cuerpos inferiores. Presenta planta cuadrada y tres cuerpos de fábrica y tamaños diferentes, separados por sencillas impostas. El cuerpo inferior, de mayor altura que los demás, comenzó a construirse una vez acabada la nave de ahí que inutilice una de las ventanas originales del lado norte, la más cercana a la cabecera. Este cuerpo se edificó de mampostería de granito entre hiladas de ladrillo y con refuerzo de sillería en las esquinas, es decir el mismo aparejo que se empleó en el ábside por lo que cabe suponer que fue levantado poco tiempo después de construirse la iglesia o al menos una vez construida la parte más oriental de la nave. Su aspecto es bastante macizo, sólo perforado por saeteras de ladrillo en tres de sus lados para proporcionar luz a la capilla que alberga en su interior. En el remate superior de este primer cuerpo se experimenta un cambio de aparejo con una mampostería más tosca que en origen estuvo enfoscada.

Los dos cuerpos superiores están construidos de sillería caliza y se animan con dos arquerías sobre columnas en cada lado, que son ciegas en el segundo y abiertas en el tercero. Al mismo tiempo sus esquinas achaflanadas se suavizan en toda su altura mediante un largo fuste, al igual que ocurre en las torres de San Esteban, San Juan de los Caballeros, Santa Eulalia y El Salvador, que parecen responder a un esquema muy parecido. Interés especial tienen los capiteles que decoran estos arcos, de correcta interpretación plástica, aunque minimizada a veces por la propia erosión de la piedra en que fueron tallados (más blanca y endeble que el resto) que impide apreciar los detalles de la labra. Representan motivos vegetales (hojas planas de bordes curvos y crochets) y figurativos: dos cuadrúpedos o leones afrontados con el lomo encorvado, arpías, una máscara leonina que engulle la cabeza de un personaje que es acosado al mismo tiempo por dos serpientes, una máscara con barba partida en dos largos mechones, un busto masculino que apoya sus manos en el collarino del capitel, un personaje sedente frente a otro de pie, una serpiente devorando a un hombre, etc. Su estilo, en cualquier caso, se acerca bastante al de los capiteles de las ventanas de la nave por lo que hemos de pensar en una campaña constructiva contemporánea o inmediatamente posterior. Uno de estos motivos, el de los leones encorvados, lo encontramos repetido en las iglesias segovianas de San Quirce, San Sebastián, Santo Tomás y la Santísima Trinidad, si bien el mayor parecido lo encontramos en capiteles del pórtico sur de San Martín, de la torre de San Esteban y en uno de San Miguel de Fuentidueña. El modelo de estos animales hay que buscarlo en los talleres abulenses de San Vicente, San Andrés y especialmente de San Pedro. Por motivos que desconocemos la torre se nos muestra hoy inconclusa, con un remate moderno de ladrillo sobre el que apoya directamente el tejado.

En el interior, la cabecera y la nave están separadas por un arco triunfal de medio punto doblado construido en ladrillo. El ábside se cubre con bóveda de cuarto de esfera y el presbiterio con bóveda de cañón. La iluminación exterior la recibe por una ventana de triple rosca abierta en el frente y por otra más sencilla en el muro sur del presbiterio. En el muro norte se colocó a finales del siglo XV o comienzos del XVI un sepulcro gótico con estatua orante acompañado de la siguiente inscripción: AQUÍ ESTA SEPULTADO PEDRO DE AVELA OFICIAL Y CRIADO DE SUS ALTEZAS EL RREY DON FERNANDO Y LA RREINA DOÑA ISABEL.
Junto a la jamba izquierda del arco triunfal hay colocada una lápida de piedra con una inscripción inconclusa:
...ODRA DE DIOS ET DE S(an)C(t)A M(aria) ET DE TODOS / LOS S(an)C(t)OS DO(n) MU(n)NO P(erez) ET SU MUGIER DO(nn)A ORO / GIL DIERO(n) VI ARE(n)ÇADAS DE CU... E Q(uat)R(o) Q(ue) SO(n) / EN LA LASTRIELLA SOBRE CI...DELA POR CAPELL(an)IA / ALOS P(re)STES DE S(an)C(t)I IUSTE QUE SO(n) E SERAN E NOS LOS / P(re)STES DO(n) MACARRO E DO(n) P... E DO(n) M E DO(n) P... IS... OBLIGA / MOS A NOS E A LOS OTROS P(re)STES QUE DERA... DESPUES / DE NOS Q(ue) CANTEMOS CADA DIA UNA MISSA DE REQ(ui)E(m) AL / ALTAR DE SANT MARCOS P(or) SUS ALMAS ET SALGAMOS A SU / GUESSA SI PO(r) LOS DIAS .... Q(ue) NO(n) DEVE(n) DEZIR DE REQ(u)IE(m) NI(n) / Q(ue) NO(n) CA(n)TARE(n) MISSAS ET SI ESTO NO(n) CU(m)PL(i)ERE(n) POR CADA DIA / PECHE(n) P(or) PENA DIA .... LA MEATAT A DO(n) M.../ .... A CO...O A LA MEATAT AL ARCIP(re)STE Q(ue) FUERE E NO...
La nave es un espacio diáfano iluminado por las ventanas de los hastiales que presentan el mismo esquema que en la parte exterior, con una arquivolta de bocel soportada por dos columnillas provistas de capiteles decorados con temas vegetales y animalísticos. En los muros laterales se disponen dos aspilleras abocinadas que en el caso del lado septentrional fueron cegadas al construirse la torre y la capilla barroca, mientras a las del muro sur se añadieron otras tres ventanas más modernas. La cubierta de la nave fue restaurada, colocándose un artesonado que apoya sobre dos frisos de ladrillos esquinados.
Dando paso al cuerpo bajo de la torre se descubrió a comienzos de la década de 1960 una portada románica decorada con un interesante tímpano.
En el momento del hallazgo conservaba abundantes restos de policromía, con predominio de los tonos rojos y azules y con pequeñas motas negras en los vestidos de las damas que se han ido perdiendo con el paso del tiempo. Se compone de un arco de medio punto perfilado por un guardapolvo de billetes y finamente esculpido con entrelazos de complicada traza que nacen de una cabeza zoomorfa situada en la clave y se extienden por el resto de las dovelas describiendo en cada una de ellas un dibujo diferente. Estos motivos responden a esquemas aplantillados muy al uso en las portadas románicas de la provincia (ermita de la Virgen del Carrascal de Pedraza, parroquial de Caballar y portada interior de San Clemente de Segovia) y en las metopas de algunos pórticos (El Salvador de Segovia). El tímpano apoya sobre dos cimacios también decorados con entrelazos sustentados a su vez por ménsulas o mochetas.
La escena figurada en el tímpano representa a tres mujeres (una de ellas coronada) ataviadas con manto y túnica de finísimos pliegues –unos rectos y otros en zigzag– bajo los que asoma el típico calzado puntiagudo. Portan en una de sus manos un frasco o esenciero mientras que con la otra realizan un tímido gesto. A su lado se encuentra un ángel turiferario sentado al lado de un altar o sepulcro apoyado sobre dos arcos y cubierto por un mantel o sudario que describe pliegues paralelos formando meandros en el borde inferior. Encima hay una cruz patada con peana cobijada por un arco de herradura a modo de baldaquino o ciborio. En el otro extremo aparece un obispo vestido de pontifical, sentado en un trono rematado en cabezas de leones. Todas las figuras llevan las pupilas horadadas.
El Marqués de Lozoya interpretó la escena como el hallazgo de las reliquias de los santos Justo y Pastor, mientras que J. M. Santamaría lo identificó con la escena de las Tres Marías ante el Sepulcro. Por otra parte, M. González Herrero creyó ver en el acto representado la invención de la Cruz de Cristo por Santa Elena con la presencia de Macario, obispo de Jerusalén y verificador de la cruz verdadera. Esta última opinión ha sido matizada después por E. Carrero Santamaría para quien el prelado en cuestión no es otro que el judío Judas que en el Pasionario Hispánico cobra un protagonismo especial ayudando a Santa Elena en su hallazgo y obteniendo como recompensa su conversión y ordenación como obispo hierosolimitano con el nombre de Ciriaco. Este mismo autor sugiere que el altar custodiado por el ángel es el relicario que la madre de Constantino mandó colocar en el Santo Sepulcro de Jerusalén. En cualquier caso, parece fuera de toda duda que lo que se produce es una contaminación entre los pasajes de la invención de la Cruz y las Tres Marías.
Aspectos interpretativos aparte, se trata de una obra excepcional, pues si contados son los tímpanos que hay en la provincia (Nuestra Señora de la Peña en Sepúlveda y San Millán en Segovia) ninguno, excepto éste, se ha conservado en el interior del templo. La calidad de la talla apunta hacia un maestro diferente al que labró los capiteles de las ventanas o de las otras portadas y por su estilo parece pertenecer a finales del siglo XII o principios del XIII. El movimiento de los plegados y la tímida gestualización de las figuras que deriva hacia un incipiente deseo de comunicación entre ellas, nos acercan al espíritu naturalista e idealista que marca el camino hacia el gótico.

La portadita y tímpano mencionados dan paso a una capilla habilitada en el cuerpo bajo de la torre dedicada al Santo Sepulcro. Es una estancia cubierta con bóveda de crucería donde se aloja también la escalera de caracol por la que se accede al cuerpo superior. La presencia de estas capillas ubicadas en el cuerpo bajo de la torre es relativamente frecuente en el románico segoviano que cuenta con buenos ejemplos, tanto en la capital (El Salvador, San Quirce, San Andrés y San Esteban) como en la provincia (Aldealengua de Pedraza, Nuestra Señora de las Vegas de Requijada, San Juan de Pedraza, San Juan del barrio del Arenal en Orejana, Valleruela de Pedraza, Arcones y San Justo de Sepúlveda). En el caso que nos ocupa su función parece estar ligada a custodiar la imagen del Cristo de los Gascones que debió de ser utilizada en determinadas ceremonias litúrgicas relacionadas con la Pasión.
A comienzos del siglo XIII se amplió esta dependencia para lo que fue necesario abrir un arco de ladrillo en el muro oeste de la capilla y otro en el lado norte de la nave.
Este último es apuntado y apoya sobre dos columnas provistas de capiteles, uno con acantos y el otro con helechos de hendidura central que recuerda a uno del arco triunfal de San Quirce. Otro arco, en este caso de ladrillo, permanece cegado en el mismo muro. En el exterior, todavía son visibles en el muro septentrional la primitiva línea de cornisa y los canecillos mutilados de esta capilla gótica. Esta estancia se levantó a la altura del primer cuerpo de la torre inutilizando una de las ventanas de ésta, concretamente la del lado oeste que quedó dentro de la nueva capilla, aunque disimulada tras una pintura barroca.
En el segundo tercio del siglo XVII se procedió a una nueva ampliación. El 24 de septiembre de 1648, el fabricante de paños, Juan Vélez de Arcaya, “familiar del Santo Oficio y navegante en lanas”, se comprometió ante los representantes de la cofradía de la Santa Esclavitud del Cristo de los Gascones a construir a su costa “una sala tribuna y sacristía y escalera para tener sus juntas, devociones, ejercicios, cuentas y lo demás tocante a la dicha Esclavitud, para cuyo efecto ganaron licencia del hordinario de esta ciudad por ante Pedro González de la Rua notario de ella... en un aposentillo que está fuera de la iglesia, en el soportal de ella, junto a la plazuela, que le habían donado el cura y diputados de la dicha iglesia a la dicha Esclavitud, más un pedazo de plazuela y la parte del ejido que el Ayuntamiento de esta ciudad asimismo había donado a la dicha Esclavitud”. La obra fue entregada el 1 de febrero de 1660 y su promotor nombrado patrono de la Sala de la Esclavitud. El coste total ascendió a 13.300 reales.
En 1683, después de una larga sequía a la que había puesto fin la intercesión milagrosa de la imagen, se decidió reformar de nuevo su capilla, en este caso por suscripción pública convocada por los regidores del Ayuntamiento. Las obras fueron concluidas en 1703, haciéndose la cúpula, el tejado, la verja de hierro y la decoración de yeserías.

Cristo de los Gascones
El Cristo de los Gascones es una talla románica a la que la tradición otorga un origen foráneo. La leyenda fue difundida en 1551 por Garci Ruiz de Castro:
El Sancto Cruçifixo de Santihuste es un cruçifixo que le truxo una yegua blanca quebrados los hojos. En su seguimiento venían unos gascones de tierra de Gascuña, que como en aquellas partes oviese siete lugares, cada lugar le quería para sí. Acordaron de ponelle ençima desta yegua y ponelle a do parase, y vino la yegua a parar en Santihuste, iglesia do hizieron esta parrochia. Mucho tiempo estuvieron las herraduras señaladas a la entrada en una losa. El Cruçifixo, según dio testimonio un clérigo que le vió y murió dende a tres días, está echado con una mano en el costado y el otro brazo tendido”.

El milagro fue de nuevo recogido por Lorenzo Calvete en 1610 con algunas variantes. Según la versión de este autor la imagen era venerada fuera de los reinos peninsulares por una compañía de gascones y alemanes. Al tener que abandonar la tierra en la que estaban se disputaron la pertenencia de la imagen. Para dirimir el asunto decidieron colocarla en una caja y cargarla a lomos de una yegua ciega, de modo que allí donde se detuviera el animal se quedaría el Cristo y ellos con él. Tras vagar por diversos lugares, llegaron a Segovia y después de recorrer varios puntos de la ciudad la yegua cayó muerta junto a la entonces ermita de San Justo. La imagen se quedó allí –o en la cercana iglesia de San Antolín– y sus acompañantes en el barrio cercano. Otra tradición señala que el Cristo llegó a Segovia en tiempos de San Jeroteo, primer obispo de Segovia, el cual se lo llevó a Gascuña para preservarlo de la invasión musulmana, donde aparecería milagrosamente mucho tiempo después, trayéndolo de nuevo una compañía de gascones y alemanes. Por último, otra leyenda supone que un escultor de Gascuña talló la escultura que luego se disputaron dos sacerdotes de aquellos lugares. Informado el obispo del contencioso, ordenó que se colocase sobre una mula y se la dejase libertad para ir donde quisiera, viniendo a parar a la ciudad de Segovia y ante la puerta de San Justo donde murió al ser descargada.
Según M. González Herrero los gascones no eran otra cosa que gascos o vascos, uno más de los grupos foráneos que participaron en la repoblación de Segovia. Estos se asentaron en la calle del mismo nombre que coincide con el primer tramo de la actual calle de Ochoa Ondátegui, donde estuvo la iglesia de San Antolín, depositaria durante algún tiempo de la imagen, antes de que se llevase a San Justo. Permanecieron, sin embargo, allí las armaduras con que desfilaban los gascones el Viernes Santo, hasta que fueron vendidas hacia 1900. La iglesia de San Antolín se arruinó en 1817 pero todavía quedaban restos en 1932.
La imagen gozó de especial devoción entre los segovianos que recurrían a ella en momentos de dificultad, llevándola en procesión desde su iglesia hasta la catedral. Esta costumbre se hizo especialmente frecuente en los siglos XVII y XVIII lo que incrementó aún más su veneración y favoreció las continuas reformas de la capilla donde se custodiaba.
Se trata de una escultura realizada en madera policromada (182 x 70 cm) con el dorso sin tallar. Como pieza realizada en la segunda mitad del siglo XII continúa el modo de representación iconográfico propio del románico, con la particularidad de tener los brazos articulados a la altura de los hombros y de los codos para poder representarle indistintamente clavado en la cruz o yacente, pudiendo componer indistintamente las escenas de la Crucifixión, el Descendimiento y el Santo Entierro. Desde el punto de vista tipológico responde a una variante poco frecuente dentro del grupo de los Cristos románicos, aunque con los convencionalismos propios del estilo. Se caracteriza, ante todo, por la rigidez de la representación y por el tratamiento esquemático de la anatomía. La cabeza, que experimenta una tímida inclinación hacia su hombro derecho, peina larga melena lisa, con raya en medio, que cae por detrás de las orejas y sobre los dos hombros donde se dibujan tres mechones. El tratamiento de los volúmenes del torso también acusa este esquematismo, con los pectorales en capelina, el esternón hundido, las costillas marcadas –perforadas por la herida del costado– y el arco torácico muy pronunciado. Las piernas se disponen paralelas, las rodillas ligeramente flexionadas y los pies un poco divergentes. El perizonium, anudado en el centro, se desenvuelve en perfecta simetría, cayendo hasta las rodillas en forma de pliegues rectos y paralelos. En contra de la norma habitual de estos momentos, Cristo aparece muerto, con los ojos cerrados.
El Cristo de los Gascones cobra un enorme interés si tenemos en cuenta que el modelo de Cristo yacente de talla se extiende por Europa a partir del siglo XIII, en relación con ciertas ceremonias litúrgicas de la Semana Santa que se remontan a época carolingia. Según Gertrud Schiller (Iconography of Christian Art, Londres, 1972, II, pp. 181- 184) la difusión de estas piezas se debe a un ritual litúrgico, en gran parte teatralizado, que conmemoraba la Pasión de Cristo. El Viernes Santo se acostumbraba a guardar una imagen de estas características en un nicho o habitáculo oculto a los fieles y permanecía allí hasta el día de Pascua de Resurrección en que de nuevo era mostrada. La escultura en madera más antigua conocida de un Cristo yacente, sin haber formado parte de un grupo del Santo Entierro, es la conservada en el monasterio de Wienhausen, cerca de Celle (Lüneburg) que se fecha en 1290. En España contamos con algunos ejemplares de los siglos XIV y XV, como los de Santa Clara, el Espíritu Santo y San Lázaro en la capital zamorana y el de la parroquia de Zamarramala. En todos estos yacentes, los brazos extendidos descansan sobre el cuerpo, con una mano sobre otra a la altura del vientre, y los pies dispuestos perpendicularmente a las piernas de manera que pudieran colocarse erguidos para la representación del Resucitado. Sin embargo, en el ejemplar de San Justo estos detalles no se dan, de modo que la disposición de sus extremidades recuerda a la de los crucificados románicos, con la cabeza ligeramente inclinada hacia su hombro derecho, las piernas flexionadas a la altura de las rodillas y los pies casi rectos para poder ser clavados sin dificultad al madero de la cruz. Los brazos han sufrido algunos arreglos en épocas recientes, pero da la impresión de que el sistema de articulación puede ser original, aspecto que debería ser corroborado con una minuciosa exploración, a la que nosotros no hemos tenido acceso.

Pinturas murales
El centro devocional de la Pasión de Cristo en que se convirtió la iglesia de San Justo contó como aderezo escénico con un importante conjunto de pinturas murales de clara significación cristológica.
Tras un largo período de abandono que había producido entre otros desperfectos un derrumbe de parte de la cubierta, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia se hizo cargo de la restauración del templo en 1963. Los hallazgos resultantes de aquella primera intervención y de las que vinieron después fueron dados a conocer por el Marqués de Lozoya y desde entonces han sido incluidos en casi todos los repertorios generales sobre el estilo. Se descubrió en primer lugar la portadita del cuerpo bajo de la torre con su tímpano y el panel protogótico de la Última Cena. Siguieron los trabajos por el intradós del arco triunfal y posteriormente se retiró el retablo barroco, saliendo a la luz las pinturas del hemiciclo y del presbiterio. El resultado final fue el descubrimiento de uno de los mejores conjuntos pictóricos de la región y tal vez el mejor exponente de la fase tardía del estilo.
Las pinturas cubren casi por completo el hemiciclo absidal, los muros del presbiterio, la bóveda de medio cañón y el intradós del arco triunfal. Por este último parece iniciarse el repertorio iconográfico con la inclusión de varias escenas alusivas al Génesis.
Comenzando por la parte superior de la jamba derecha se puede contemplar en primer lugar un elefante cargado con una especie de torre o cuba, similar al de San Baudelio de Berlanga (Soria). Este animal personifica, según El Fisiólogo la obediencia y la mansedumbre de Adán y Eva antes del Pecado Original, que es precisamente lo que representa la siguiente viñeta.



En ella se sigue el esquema compositivo tradicional, con el árbol donde se enrosca la serpiente flanqueado por los dos personajes desnudos, caracterizados por una exagerada desproporción en sus extremidades. A continuación se distribuye un bestiario compuesto por parejas de animales (aves de cuellos entrecruzados, pájaros afrontados, peces y leones), seguido de las figuras de Caín y Abel y, bajo ellas, lo que Sureda y Grau interpretan como su versión alegórica en la lucha de un lobo y un perro, “la rabia pecaminosa contra la fidelidad y la mansedumbre”. Otros motivos, casi perdidos, completaban la decoración de la zona inferior del arco y la rosca.
Las pinturas de la bóveda del presbiterio presentan una lectura más complicada. En el centro se representa un medallón con el Agnus Dei portado por dos ángeles en vuelo y en los registros de los lados, unas escenas de difícil interpretación. A un lado dos figuras de menor tamaño conversando y junto a ellas otras dos mirando a un personaje de mayores dimensiones, nimbado, frontal y portador de un libro.
Completa la escena otra figura colocada en el extremo, también con nimbo, tonsura y palma de martirio. Con escasos argumentos sólidos, el Marqués de Lozoya creyó ver en esta representación al joven rico preguntando a Jesús sobre el camino de la salvación y Rodríguez Martín las tentaciones de Cristo. Más acertados parecen estar G. Fernández Somoza y M. Azcárate que ven en la escena referencias a la vida de los niños Justo y Pastor, patronos del templo.
En el lado opuesto se halla la representación de un personaje barbado al que un ángel descubre bajo un paño un cáliz colocado sobre un altar situado junto a una cruz. Tras el celebrante un joven parece susurrar al oído de otro que a su vez hace intención de dirigirse a un tercero al que ambos señalan. Para el Marqués de Lozoya se trataría de la visita de San Pedro y San Pablo al sepulcro vacío, mientras que J. Sureda identifica la escena con la misa de San Gil en Santa Cruz de Orleans, opinión que también comparte M. Azcárate.
En los montantes de la bóveda de cañón se desarrollan con abundantes pormenores y gran sentido narrativo las escenas del Prendimiento, que incluye el episodio de Pedro cortando la oreja a Malco, y de la Santa Cena, en la que aparece la figura de Pablo. Ambos paneles están delimitados por cenefas ornamentales, de roleos en el primer caso y de cuatripétalas dispuestas en forma de cruz en el segundo.
Santa cena
Beso de Judas 

El abocinamiento de la ventana del presbiterio se aprovechó para representar el avance de tres soldados ataviados con cota de malla, yelmo, escudo almendrado y blandiendo lanza y espada, que parecen surgir de la vegetación pintada en la otra mitad de la ventana y que probablemente formarían parte de la representación de la Resurrección.
Bajo estas escenas apenas se han conservado restos de pinturas y lo poco que queda no permite hacer muchas precisiones. En el muro del evangelio, la apertura de un arcosolio para un enterramiento gótico hizo que se destruyeran las de esa parte, mientras que en el lado contrario sólo queda algún vestigio, con una cabeza de animal similar a la de la serpiente del Pecado Original y la enigmática inscripción ...DA PINTOR FE..., mutilada por uno de los mechinales en que se anclaba el retablo mayor.
La narración prosigue por los muros del hemiciclo absidal donde sólo se adivinan las escenas superiores con los episodios de la Crucifixión a la izquierda y el Descendimiento a la derecha, en ambos casos con las figuras sin acabar. En la primera aparece Cristo en la cruz flaqueado por el sol y la luna, y la compañía de ángeles turiferarios, María, Juan, Longinos y Estefanos. En la segunda figuran José de Arimatea, Nicodemo, Juan y las santas mujeres. Junto al brazo derecho de la cruz puede leerse otra desconcertante inscripción: NON POTEO FACERE PINTURAS. No se han conservado los motivos que decoraron la zona inferior, si es que se llegaron a pintar alguna vez. Es posible que las humedades que se acusaron durante bastante tiempo en esa parte acabaran con las pinturas pues no hay que olvidar que antes de la restauración el nivel de tierras en el exterior llegaba hasta casi media altura del ábside. Se han perdido también las figuras de las jambas del arranque del hemiciclo donde sólo se percibe una mujer de pie, con tocado. El resto del arco aparece exornado con una cenefa de doble zigzag.

El cascarón absidal se reservó para la representación del Juicio Final. En el centro, la Maiestas Domini dentro de una curiosa mandorla formada por los Veinticuatro Ancianos del Apocalipsis que portan esencieros e instrumentos de cuerda. Esta disposición de la mandorla no es frecuente en el arte románico y sólo se hallan paralelos iconográficos en las miniaturas de algunos Beatos y en el frontal de plata que adornaba el altar mayor de la catedral de Santiago de Compostela, conocido a través de las referencias literarias (Liber Sancti Jacobi y el Viaje Santo de Ambrosio de Morales). El borde exterior de esta mandorla porta una inscripción ilegible que probablemente ilustre el sentido de la representación que alberga. En el espacio restante se ubica el tetramorfos y una serie de escenas de complicado significado que Sureda supone, no sin reservas, puedan ser los jinetes del Apocalipsis y la transfiguración de Cristo. Fernández Somoza por su parte cree que puedan formar parte del ciclo de la vida de los santos Justos y Pastor.
El Marqués de Lozoya diferenció el trabajo de dos maestros o talleres que coincidirían en el tiempo con las dos fases constructivas más antiguas del edificio. Por un lado estaría el pintor responsable de las escenas del cascarón absidal, de la bóveda del presbiterio y del intradós del arco triunfal, al que llamó “maestro de los ojos grandes” por su notoria influencia oriental recibida a través de la miniatura mozárabe. Tras la llegada de la imagen del Cristo de los Gascones y la más que dudosa reforma de la iglesia, comenzaría a trabajar un segundo artista, al que denominó “maestro de San Justo”, buen conocedor de las corrientes europeas y encargado de pintar los muros del hemiciclo y del presbiterio. Por su parte, F. P. Rodríguez Martín busca las fuentes de inspiración del maestro de San Justo en ejemplos catalanes, especialmente en la iglesia de Puigreig y en el frontal de Santa Margarita del Museo de Vic. A pesar de estas interpretaciones, creemos que no está del todo clara esta dualidad de autoría y no debe descartarse la posibilidad de que las diferencias que se perciben entre unas pinturas y otras respondan más bien a la distinta naturaleza de los espacios a decorar y a los temas elegidos para cada uno de ellos.

Para concluir, podemos afirmar que las pinturas de San Justo responden a un estilo algo torpe, de factura rápida y a veces descuidada, pero muy expresivo. Las figuras son toscas y desgarbadas pero están dotadas de un dinamismo especial que se manifiesta en un amplio muestrario de actitudes que se acompañan con el gesto de las manos, la postura de los pies y el giro de las cabezas. En ocasiones los personajes desbordan el marco compositivo colocando los pies sobre la cenefa que enmarca la escena, como ocurre en el Prendimiento y los paneles de la bóveda de cañón. En otros casos se aleja de los convencionalismos y opta por soluciones más vanguardistas. Así por ejemplo, en la Última Cena huye de la acostumbrada composición simétrica y coloca a los apóstoles en dos grupos de cuatro y ocho a ambos lados de Cristo. Por otra parte resulta sorprendente la expresividad de la escena en la que se palpa la pesadumbre de Cristo y la turbación que sus palabras provocan entre los acompañantes. La gama cromática no es muy amplia, con el almagre como color dominante y con escasa significación del verde y del azul.
En opinión de Yarza este arte popular debió de extenderse por la región tal como evidencian las conexiones de estos murales con las miniaturas de la Biblia de Ávila, iniciadas en Italia hacia mediados del siglo XII y concluidas en España a finales de la misma centuria, cronología que puede servir igualmente para los murales segovianos.


Iglesia de San Lorenzo
El arrabal de San Lorenzo se sitúa al norte del recinto amurallado de Segovia, entre la carretera de Cuéllar y la ribera derecha del Eresma. Es sin duda el barrio de la capital que mejor ha conservado su carácter medieval, arremolinándose el caserío entorno a la iglesia parroquial, que sólo en el pasado siglo acabó cediendo el recinto que la circundaba –en 1862, a petición de los vecinos e incluido el cementerio–, aunque por fortuna en favor de los fines públicos de la recoleta plaza actual. Con todo, no es difícil imaginarse aún al conjunto de campesinos y menesterosos que habitaron el arrabal, en el que gozaba de numerosas propiedades el cercano monasterio de San Vicente, ocupándose del cultivo de las huertas situadas junto al Eresma, a la sombra de una muralla a la que se asoma la iglesia de San Juan.
No tenemos constancia documental, que sepamos, hasta el documento de 1247 de distribución de rentas entre las dignidades del cabildo segoviano y su obispo, donde la iglesia de Sant Lorente aparece aportando XIII moravedis et medio.
Esta iglesia ha sido, a mi entender, en parte e injustamente marginada por la historiografía, quizás debido a que, como la mayoría de los templos segovianos, las reformas y restauraciones –la última en curso en el momento de ultimarse estas líneas– han venido a alterar su primitivo aspecto. Recientes descubrimientos arqueológicos, sin embargo, permiten aproximarse aquí al aún nebuloso panorama que rodea al lapso temporal que va desde los años previos a la reinstauración administrativa de la ciudad en 1088 hasta finales del siglo XIII, momento de una febril actividad constructiva. Las citadas excavaciones tuvieron lugar a inicios de 1988 y pusieron al descubierto parte de un ábside románico anterior al actual del evangelio, hoy con funciones de sacristía. A tenor de lo publicado, los vestigios corresponden al sector septentrional de un hemiciclo, así como al arranque del presbiterio que lo antecede, ambos exteriormente revocados y donde el primero penetra bajo el muro de carga de la fábrica actual, confirmando así su anterioridad. La altura máxima del muro curvo alcanza los 120 cm, considerando la responsable de los trabajos la posibilidad de haber encontrado a dicha cota, al exterior de la estructura, el nivel de la calle coetánea a la misma, constituido “por piedras de distintos tamaños unidas con mortero de cal y arena” (PEÑAS ÁLVAREZ, Mª J., 1991, pp. 328-329).
En la excavación del interior de esta primitiva cabecera, severamente distorsionada por el emplazamiento en el lugar de un osario, se evidenció la continuidad del muro recto del presbiterio, seccionado por el basamento de la torre. Aunque parece evidente que los vestigios corresponden a la cabecera de una iglesia primitiva, la ausencia de materiales arqueológicos significativos y la propia cronología relativa respecto a la fábrica actual no parecen avalar con consistencia la apreciación de María José Peñas, quien considera poder “establecer una cronología relativa en torno a los siglos IX o X” (op. cit, p. 331). Lo que sí se evidencia en este caso, como en el de La Trinidad y la nave de San Martín, es la existencia en su sustrato arqueológico de evidencias de templos románicos anteriores a los actuales.
Su pretendido carácter altomedieval no se fundamenta, al menos de momento, en argumentos tangibles, máxime cuando desde el punto de vista tipológico parece que nos encontramos ante estructuras de carácter románico.
El interrogante que plantea una sucesión de estructuras en un corto lapso temporal encuentra paralelos en la ya citada iglesia de La Trinidad de la capital, así como en buen número de templos de la provincia, que vieron ampliadas sus naves en sucesivas campañas entre los siglos XII y XIII, siguiendo un lenguaje constructivo y decorativo románico. No pretendo ahora realizar una crítica sobre la presunta antigüedad y filiación de las primeras construcciones religiosas de la ciudad, pues ni es tiempo ni marco, pero sí tenemos la sensación de que los pretendidos visigotismos o mozarabismos de la mayor parte de los templos románicos que en Segovia han mostrado fábricas anteriores a las del siglo XII, no son sino vestigios de unas primeras construcciones, probablemente del XI, que por modestas o mezquinas fueron pronto sustituidas cuando la ciudad alcanzó el más que caudaloso pulso que nos demuestra la efervescente actividad arquitectónica de la duodécima centuria. Y decimos que quizás los restos aparecidos en La Trinidad, el cuerpo de San Martín y la nave de San Lorenzo –que inmediatamente pasaremos a describir– daten del siglo XI sin que consideremos la fecha de 1088 como límite post quem, sino simplemente como hito cronológico del resurgir “oficial” de la ciudad. Respecto a presuntas mozarabías, nada consta más allá de vetustas advocaciones, e incluso creemos a revisar la asignación si nos atenemos a su tradicional acepción sociocultural.
La iglesia, se nos presenta hoy como un templo de nave única, con portadas a sur y oeste, rodeada por sus costados de mediodía y poniente por una galería porticada, con una extraña disposición del cuerpo oriental, en el que una monumental cabecera se abre a un pseudocrucero no desarrollado en planta, al disponerse en el solar de su brazo septentrional una espléndida torre de ladrillo. Tal curiosa distribución es ciertamente única en Segovia como han señalado varios autores, pero no por rasgo de estilo alguno sino por amalgama de proyectos, que, condicionándose sucesivamente, dieron lugar a la evidente irregularidad planimétrica que denuncia la planimetría de José Miguel Merino y María Reynolds con que, gracias a su generosidad, ilustramos estas páginas.


Plantea dudas sobre su datación relativa el antes referido vestigio de una cabecera absidada, conocido por las recientes excavaciones. Es lástima que estas fueran tan parciales, pues hubiera sido interesante saber si entre esa cabecera y el cuerpo de la nave existía algún tipo de relación. Observando la planta sólo la vemos factible si desde el inicio se hubiera planteado una cabecera triple, lo cual se nos hace extraño, por lo que tendemos a pensar que responde, bien a un edificio anterior o, más plausiblemente, a una ampliación de otro no consumada. Por ello, creemos con Merino y Reynolds que el cuerpo de la nave es la estructura aún en pie de la primitiva construcción. Se levantó en fábrica de calicanto y ladrillo, como muchas de las iglesias de los núcleos rurales del entorno, dotándola de dos modestas portadas.

La abierta en la fachada meridional, muy modesta y reformada, consta hoy de arco de medio punto liso rodeado por una arquivolta de grueso bocel exornado por un junquillo sogueado –síntoma de arcaísmo como señala Ruiz Hernando– y chambrana de triple hilera de tacos.
Apeaban los arcos en jambas escalonadas en las que se acodillaba una pareja de columnas, de las que resta la basa de una y la otra casi completa, pero con su capitel destrozado. Muestra en el extraño encaje de sus dovelas síntomas de remonte, por lo que no se puede descartar que tuviera en origen mayor amplitud y quizás un arco más.
La portada occidental, realizada en ladrillo, ha alimentado con su arco doblado de herradura, recuadrado por alfiz que parte del suelo, la supuesta filiación mozárabe de esta nave. Las impostas sobre las que reposan los arcos, de piedra y molduradas con medias cañas y junquillos que recuerdan lo zamorano, muestran evidentes marcas de labra a hacha y nos parecen bien románicas.
Poco más puedo decir de esta nave, salvo que la ausencia de refuerzos y el propio grosor del muro invitan a considerarla preparada para recibir una cubierta lígnea, mientras que de su ábside nada sabemos. Contemporánea suya o poco posterior debe ser al menos la base de la gallarda torre cuadrada que se alza al norte de lo que supongo sería el espacio presbiterial de este primitivo edificio. El piso bajo, ciego, se levantó en encofrado de calicanto, alzándose sobre el mismo hasta cuatro pisos de ladrillo, los dos superiores retranqueados y decrecientes en altura, con forjados de madera y separados al exterior por impostas de friso en esquinilla. El ritmo de los arcos de medio punto que se abren en cada cara es creciente, con uno, dos, tres y cuatro vanos, situándose el piso de campanas en el tercero. 
Con posterioridad a levantar el campanario, y como en otras iglesias segovianas, se decidió su ampliación en una fase tardorrománica –con la duda antes señalada del ábside localizado durante las excavaciones, que es anterior a la torre–, dotándola de una monumental cabecera triple abierta a un transepto no destacado en planta, con capillas de profundos presbiterios y ábsides semicirculares, todo ello levantado en sillería.
Hay indicios de que el ambicioso proyecto tenía previsto la sustitución de la nave, aunque suponemos que por motivos económicos se detuvieron las obras en el transepto. En esta ampliación, probablemente ya dentro del siglo XIII, sus artífices pusieron en práctica soluciones bien asentadas en otros templos de la ciudad, como San Millán y La Trinidad, aunque hubieron de someterse a condicionantes que trastabillaron la ejecución.
El ábside central, de generosas proporciones, repite los modelos antes citados, articulando su tambor en tres paños mediante cuatro columnas entregas –dos en los codillos–, mientras que en altura se divide en cuatro pisos separados por impostas, de cuarto de bocel bajo el piso de ventanas y tetrapétalas en clípeos las que continúan la línea de los cimacios, en ambos casos sin invadir las semicolumnas. El basamento, en resalte, está aparejado con sillería de granito mal concertada, que dudamos no haya sido repuesto en fechas más modernas. En cada uno de los paños del hemiciclo se abren monumentales ventanas rasgadas de arcos de medio punto abocelados y doblados por otros lisos, con chambranas de taqueado. Apean los arcos internos en columnas acodilladas de basas áticas, coronadas por capiteles de desgastados relieves. En la ventana del paño más meridional, vemos representada en el capitel izquierdo la Anunciación, con la figura nimbada de María sentada en un trono cuyas patas y reposabrazos no se decoran sólo con cabezas y patas de felino al modo de las sillas curules, sino que muestran los cuartos delanteros de los animales. Aunque la fractura del relieve no permite ser categórico, da la sensación de que la Virgen se encontraba leyendo, girando la cabeza hacia su derecha, por donde aparece la figura del arcángel, de acaracolados y abultados cabellos, que con un gesto de su diestra alzada transmite la buena nueva. En el capitel frontero vemos dos figuras entre floresta, ambas muy deterioradas; la interior, de acaracolados cabellos, viste túnica y manto con el que parece velar sus manos y la otra, que muestra una notoria calva, sostiene un objeto irreconocible, que en los dibujos de Ancelet y Peró publicados en los Monumentos Arquitectónicos de España aparece como una filacteria. En cualquier caso, y aunque no sepamos identificar el tema (¿San Pedro y San Pablo?), no se trata de una Visitación, como suponía Lojendio. Según dijimos, coronan los capiteles cimacios con tetrapétalas en clípeos perlados, que se continúan como imposta por el hemiciclo.


En los capiteles de la ventana central se desarrollan dos escenas de martirio y, aunque se vienen considerando como parte del ciclo del de San Lorenzo, plantean no pocos interrogantes iconográficos. El izquierdo nos muestra la muerte de un clérigo mitrado –en principio un obispo– a manos de un soldado ante la presencia de una tercera figura, un acólito que contempla horrorizado la escena llevándose las manos al rostro en gesto de desesperación.
Entre la víctima, que eleva ambas manos mostrando las palmas, y el verdugo, que asesta un golpe con su espada en la cabeza del santo, media una mesa de altar recubierta con un paño sobre la que se dispone una cruz ensanchada o flordelisada con astil, por lo que parece que el primero se encontraba celebrando. El soldado viste cota de malla, ase con su mano izquierda la vaina de su arma y porta colgado del cuello su yelmo. Quizás la escena haga alusión a la decapitación del Papa San Sixto, mentor de San Lorenzo, según una tradición que recoge, entre otros, Gonzalo de Berceo. En el capitel frontero se plasmó otra tremenda escena de suplicio, que en este caso sí podemos considerar dentro del ciclo de San Lorenzo, en el que éste, revestido de la dalmática y sentado en una silla ornada con prótomos de felinos, recibe con las manos unidas en gesto orante el martirio de dos verdugos, quienes con sendos rastrillos abren literalmente en dos el abdomen del santo, contrastando su serenidad con la brutalidad del tormento.
En la ventana septentrional asistimos a la más tradicional escena del martirio de San Lorenzo, maniatado y dispuesto sobre una gran parrilla, mientras recibe el escarnio de uno de los verdugos que lo rodean, que lacera su cuerpo con una especie de gancho. Una de las figuras, con los brazos en jarras, porta un bonete gallonado, que tradicionalmente caracteriza a los judíos. Según la tradición, el santo titular del templo era originario de Huesca, como el también diácono San Vicente, predicó la fe en Zaragoza y fue ordenado diácono por el Papa Sixto en Roma, donde fue martirizado por orden de Decio el 10 de agosto del 258 ó 261. Su culto se extendió de modo particular en los reinos de Navarra y Aragón, expandiéndose luego a todos los reinos cristianos. En el otro capitel de este vano se representó el Sacrificio de Isaac, con el ángel deteniendo la espada con la que Abraham se aprestaba a decapitar a su hijo, al que ase por la melena. Éste, desnudo y maniatado, se dispone sobre unas cañas trenzadas a modo de altar, mientras sobre él, en la parte alta de la cesta, se labró el cordero que sustituyó al joven en el sacrificio.

Supongo que los condicionantes antes señalados motivaron la evidente desproporción existente entre el ábside central y los laterales, tanto en altura como en diámetro. Los dos lisos, con una sencilla ventana desornamentada abierta en el eje, dividen su tambor con dos líneas de imposta de cuarto de bocel, bajo los vanos y a la altura del arranque de los arcos. Se coronan con simple corisa sobre canes, ambos muy deteriorados, y también maltrecho aspecto presenta el alero de la capilla mayor, que sigue aquí la abarrocada fórmula de ornamentar los sillares entre los canes, a modo de metopas, como es tradicional con florones, rosetas y motivos geométricos, mientras que en los destrozados canes reconocemos aves, bustos femeninos de altas tocas, guerreros, prótomos de animales, etc.

El interior de la cabecera, oculto el hemiciclo tras el retablo, muestra hoy desencalado el presbiterio, cubierto por bóveda de cañón apuntado que parte de destrozada imposta de flores de cuatro pétalos en clípeos. Se encuentra dividido en dos tramos por un fajón que apea en una columna entrega, de capiteles destrozados, como los del arco triunfal. Retenemos la articulación muraria del presbiterio, con dos niveles de arcos ciegos de medio punto abocelados, dos por altura, porque la consideramos heredera de la vista en La Trinidad, donde señalamos su progenie abulense. A través de un moderno vano se accede desde el presbiterio a la sumamente irregular capilla del evangelio, compuesta de tramo recto y pequeño ábside semicircular, ambos abovedados. El arco apuntado que genera la bóveda del tramo recto apea en columnas acodilladas de capiteles de hojas lisas con nervio central rematados en cogollos y aspecto avanzado, ya de mediados del siglo XIII. No queda clara la función de esta capilla dentro del esquema trazado, pues al situarse tras ella el campanario, su comunicación con la nave quedaría reducida a un angosto pasaje donde hoy se sitúa el acceso a la torre, que data de fines del siglo XVII. A su posible uso como capilla funeraria alude la presencia en su muro meridional de un arcosolio abocelado románico, de medio punto.
En cuanto a la capilla meridional, su comunicacióndirecta con el presbiterio se realiza a través de un arco moderno. Esta capilla, dedicada a San Marcos y San Andrés, luego a Nuestra Señora de la Piedad, conserva su arco triunfal alineado con el de la norte, con capiteles vegetales, el del lado sur de hojas carnosas con nervio central y puntas acogolladas y el otro de helechos, ambos muy tardíos y obra de un taller distinto al del exterior de la cabecera. El interior de esta capilla fue transformado en el siglo XVI, en 1539 según reza una inscripción pintada en el arranque de las bóvedas, estando presidida por un soberbio tríptico de la Piedad al pie del Calvario datado del año anterior y obra de Mateo Benito. Una portadita, contemporánea de esta ampliación tardorrománica, se abrió en el muro occidental del brazo sur del transepto. Consta de arco de medio punto baquetonado sobre jambas de idéntico perfil, rodeándose por otro arco liso y rasurada chambrana.

Pórtico
El pórtico que recubre la fachada meridional y parte de la de los pies. Alzado sobre un banco corrido, muestra ocho arcos y portada al sur y otros tres y otro acceso al oeste. Los tres arcos situados al este del acceso sur son levemente apuntados, como los restantes moldurados con baquetón entre medias cañas y rodeados por chambrana de tacos, aunque nos preguntamos si ello no será fruto de las restauraciones, pues en fotografías anteriores a éstas como la de Unturbe que publicamos se ve claramente que su perfil era más bien parabólico, fruto de los movimientos de la fábrica y de un más que probable remonte. Consta que en 1820 se “compuso” el soportal, que fue liberado de los tabiques que lo cegaban en 1939, bajo la dirección de Javier Cabello.
Apean los arcos en columnas pareadas, coronadas por destrozados capiteles en los que se despliegan los temas que veremos repetidos en la mayoría de los atrios de la ciudad, aquí tratados con seco estilo. Como en el de San Esteban, su carácter tardío –alguna cesta trasluce ya cierto goticismo– hace que encontremos influencias de otros como los de San Millán o San Martín y, en general como éstos, ecos lejanos de las realizaciones del taller del pórtico de Duratón. Entre las más claras se sitúan las dos cestas decoradas con maraña vegetal que enreda a parejas de cabritillos rampantes que las ramonean, en un caso acompañados por un personaje.
Este motivo, que vimos en el pórtico de Nuestra Señora de la Asunción de Duratón, se repite además, con variantes, en San Juan de los Caballeros y San Esteban. Lo mismo podríamos decir del tema de la Adoración de los Magos, desdoblado el pasaje entre el viaje de los magos y la Epifanía, bajo arquillos trilobulados y aquí muy mutilado el relieve, la matanza de los Inocentes, una dudosa Huida a Egipto, etc. Vemos en otros grupos de cuadrúpedos superpuestos y a su lado hombres luchando, un grupo de personajes de difícil identificación, quizás juglares, una curiosa cesta con tres niveles de hojas lobuladas de puntas recurvadas y notable labor de trépano, jinetes entre fronda, etc., algunos de irreconocible temática. Como en los casos antes citados, el alero del pórtico recibe una profusa decoración que recorre las metopas, cobijas de la cornisa y los canes, con los temas habituales, aquí muy desleídos.





En el interior del atrio, reutilizadas en sus partes altas, son varios los epitafios medievales conservados, algunos casi ilegibles. Deben datar de los años finales del siglo XIII o ya del XIV.

Bestias cargando con fieros cuadrúpedos
Personaje en trono (¿Herodes?)
 




Arpías entre tallos

Iglesia de San Martín
Es la de San Martín, situada a la vera de la Calle Real, eje articulador entre los dos polos de la ciudad medieval –la zona alta amurallada y el Azoguejo–, la más urbana de las parroquias segovianas, gracias a su estratégica ubicación en el antedicho eje y, como recoge Ruiz Hernando en su espléndido trabajo sobre el urbanismo segoviano, en el centro edilicio y comercial, rodeada de palacios y casas nobles, como la torre de los Aguilar –hoy torreón de Lozoya–, frontera con su ábside y que el marqués de Lozoya data en el siglo XIV. Además del Torreón de Lozoya, en la plaza ante la cabecera, hoy llamada de Medina del Campo, se alzó la casa de la Parra, y en sus inmediaciones los palacios de Arias Dávila y el Palacio Real de Enrique IV, conociendo el área un notable apogeo constructivo en el siglo XVI. Cerca de la iglesia, hacia el este y siguiendo la calle Principal o Real, se encontraba la Puerta de San Martín, lamentablemente derribada en 1883. En sus inmediaciones, probablemente bajo la antigua cárcel –hoy Biblioteca Pública– como supone Antonio Ruiz, se encontraba la desaparecida iglesia de San Briz, una de las más antiguas de la ciudad. Y es posible que ese carácter edilicio se remonte incluso a siglos atrás, pues la iglesia se alza sobre unas termas romanas, localizadas en 1866 con motivo de la construcción del actual acceso oriental al atrio sur y cuya documentación ha sido recientemente estudiada por Alonso Zamora.
El barrio de San Martín es el primero de Segovia documentado, en la temprana fecha de 1103, data recogida en el Becerro Galicano del monasterio riojano de San Millán de la Cogolla para una donación del concejo abulense, a la que se añaden otras en estas tierras: Et ego Dolquite et uxor mea Umadonna in Socovia nostra propria voluntate tradimus nos medipsos cum nostras casas in barrio de Sancti Martini, et cum omnia nostra pertinentia ad honorem Sancti Emiliani. Sigue una donación en Losana de Pirón, apareciendo como confirmantes: collatione de Sancti Martini de Secovia testes et confirmantes y Ramondo comite roboravit. En 1117, en el testamento de Domingo Petit conservado en el Archivo de la Catedral de Segovia, figura el primero entre los confirmantes Dominicus, abbas Sancti Martini.
La siguiente noticia nos la proporciona Garci Ruiz de Castro, quien además de referirnos en su manuscrito que en su época –mediados del siglo XVI– “la cárzel pública (…) está a San Martín”, recoge la memoria de la transcripción de los Moralia in Iob al latín efectuada en esta iglesia, ejemplar que dice se encuentra en la biblioteca del colegio de San Gregorio de Valladolid y que también Diego de Colmenares, cuya versión seguimos incluyendo entre corchetes las diferencias, copió en 1624: Explicit liber Moralium super Iob, editus a Beato Gregorio urbis Romæ Papa, scriptus autem in Secobia civitate apud Sanctum Martinum: cuius videlicet Ecclesiæ liber est: anno ab incarnatione Domini 1140, secundum Francorum computum; era autem secundum Hispanorum numerum 1178. Regnante Ildefonso, Hispanorum prius Imperatore dicto, et Petro prædictæ civitatis venerabili Episcopo. Quem scilicet librum fecit scribere Petrus prædictæ Ecclesiæ Sancti Martini Abbas vir nimirum simplicitate, bonitate, et innocentia, atque pudicitia, necnon pacientia, et humilitate præclarus, adiuvante eum clero eiusdem Ecclesiæ, qui [certe illo tempore] celeberrimus, atque præpollens in tota Hispania habebatur, ministrante pergamenum Calveto Sacerdote, Bernardo Franco, qui anno uno librum scripsit. Qui omnes vitam consequantur [eternam] in Christo Iesu Domino nostro. Amen. Deducimos de estas noticias, por un lado la evidente importancia de la parroquia en estos momentos aún tempranos –el propio texto dice de su clerecía que es “muy célebre en toda España”–, su alto nivel cultural e incluso económico para poseer un scriptorium y la evidente presencia de clero de origen franco –comenzando por el prelado, natural de Agen– en la revitalización religiosa y cultural de la Iglesia segoviana. Significativo a este respecto es que se date según el cómputo romano –o franco como dice el texto– junto con los años de la era hispana aún absolutamente en vigor, amén de especificar la procedencia del copista, Bernardo Franco, probablemente la misma del suministrador del pergamino, de nombre Calvet.
La epigrafía toma luego el relevo de la documentación, conservándose una buena serie de inscripciones en la iglesia, de las que sólo recogemos las tres más cercanas a su construcción. Destacamos en primer lugar el epitafio de Rodrigo Muñoz, situado según el Marqués de Lozoya en la pared norte del nártex ante la puerta occidental y conocido por el calco que el mismo publicó: † / HIC : IACET / ROD(ER)IC(US) : MUNI/ONIS : OBIIT : VII / ID(US) : DECC(EMBR)I(S) : ANN(O) / I(N)CARNATI : V(ER)BI : M : CC / XXXVIII :. Nótese en ella que la datación en años de la era actual resulta aún infrecuente en fecha tan temprana como 1238, manteniendo así su carácter innovador el clero de San Martín.

En el lateral que mira al sur del antecuerpo de la portada meridional, sobre tres sillares, se extiende esta otra curiosa inscripción, ya en romance, también publicada por el mismo autor: HIC: IACET: BLAS/CO P(ERE)Z: Q(UE : DELEXO / UNAS CASAS: Q: SO(N) EN [LA] ALMUZARA EN: LI(N)/DE DE: LAS: CASAS / DE XEMENA: SAUASTIA(N) / ET: DE: LA: OTRA: PARTE / M(ARÍA?): GIL FIIA: DE ?. GIL / PARA LAS LAUORES / DESTA EGLESIA: DE / SANT M(ARTIN) E: NO(N) : PA(RA) LOS / CL(ÉR)IGOS : OBIIT : V : K(A)L(ENDA)S / FEB(RU)ARI : E(RA): M : CCC: Aquí el epitafio –nótese que en 1262 vuelve a datarse en años de la era hispánica–, deja constancia de las mandas testamentarias especificando que las rentas de dichas casas se destinen a las obras de la iglesia, que Lozoya avanza como hipótesis pudieran corresponder con las del atrio meridional.
También del siglo XIII es el epitafio de cuatro personajes colocado en el exterior del hastial de la nave de la epístola, al sur de la portada, que reza: + HIC IACET LVP(VS) PR(ES)B(ITE)R / SCRIPTOR: ET IOH(ANNE)S BEZER/RO: ET DO(N) SALVADOR DON SERRANO. Es significativo que el presbítero y escriba Lobo se enterrase aquí, y aunque no pueda tenerse total certeza, anima este hecho a pensar en la continuidad de un scriptorium en la parroquia, tal como supone el marqués de Lozoya.
La notable fábrica de San Martín, asentada sobre notables desniveles sobre todo en el eje transversal, es el fruto de un dilatado proceso constructivo que, con cesuras, no se detuvo hasta el siglo XVIII, datándose en las dos siguientes obras menores y otras de restauración, especialmente intensas en la recién clausurada centuria. La abundante bibliografía que cierra estas páginas da fe del interés que en la historiografía ha despertado su compleja fábrica, aunque en la mayor parte de las obras se alude a ella de manera somera o parcial. Los únicos estudios de conjunto con cierta profundidad son los publicados por Dominica de Contreras en 1976, San Cristóbal y Arnáez en 1990 y, muy recientemente, el de José Miguel Merino y María Reynolds, quienes establecen una secuencia constructiva del edificio partiendo de una primera construcción que interpretan como mozárabe, todo ello apoyado en una espléndida planimetría que han tenido la amabilidad de cedernos para ilustrar estas líneas.
Es precisamente el origen de la fábrica el aspecto que mayor complicación presenta el estudio de San Martín.
Evitaré al lector un detallado balance de las opiniones aportadas por los diversos autores, que en una aplastante mayoría consideran, siguiendo a Gómez-Moreno, que el núcleo primitivo del edificio radica en los nueve tramos que componen el cuerpo de sus naves, estructura considerada prerrománica, de progenie bizantina y, en algunos casos suponiendo una planta centralizada en torno a una torre elevada sobre el tramo medio, distribución espacial que relacionan tanto con edificios prerrománicos como Santa María de Lebeña, Santa María de Wamba o Santa Comba de Bande, como otros musulmanes tales las mezquitas toledanas del Cristo de la Luz y la de las Tornerías. Bien que esta lectura y búsqueda de filiaciones partan de la raramente errada intuición del ilustre investigador granadino, parece haber prendido con redoblada fuerza en cierta parte de una historiografía especialmente receptiva a cualquier síntoma de mozarabismo en la arquitectura de la capital segoviana. Aunque sobre ello volveremos al tratar de la torre de San Millán, no podemos en estas páginas más que señalar nuestro alineamiento con una cautela enunciada ya por Lampérez y Romea a principios del pasado siglo y Bango Torviso en fechas más recientes.
Por otra parte, no creemos que la prueba de una continuidad en el poblamiento de Segovia antes de su repoblación “oficial” de 1088 deba recaer sobre los hombros de una arquitectura monumental elaborada por supuestos “mozárabes” de los que no tenemos constancia, que convivirían, bien en el marco de una ciudad islámica de la que nada sabemos, bien como una bolsa de población marginal para los poderes cristianos y musulmanes. En este último caso, además, cuesta trabajo pensar que tales grupos pudieran generar durante el tumultuoso siglo X los excedentes necesarios para producir obras artísticas de cierto empaque.
Centrándonos en el análisis del edificio, intentaré acercarme al proceso constructivo siguiendo en la descripción el orden cronológico propuesto. En una visión de conjunto, la iglesia de San Martín se nos presenta como un edificio de tres naves articuladas en tres tramos cada una, con transepto marcado en altura aunque no destacado en planta y cabecera triple de ábsides escalonados, de los cuales el central fue absurdamente derribado en el siglo XVII para ampliar la capilla mayor y colocar un nuevo retablo con motivo de la Catorcena de 1667, siendo el resultado la anodina y desviada cabecera barroca de testero plano que hoy vemos.
Contaría el templo con tres portadas, de las cuales se conservan la meridional y la monumental de los pies, siendo en sucesivas fases románicas recubiertas las tres fachadas del cuerpo de la iglesia con galerías porticadas, de las que se destaca un pórtico ante el acceso occidental, al estilo visto en San Juan de los Caballeros, el Santuario de la Peña sepulvedano y en la basílica abulense de San Vicente, éste último entre dos potentes torres.
Planta de la iglesia antes de las restauraciones. Tomada de Monumentos Arquitectónicos de España
Planta 

En cuanto a las cubiertas, la cabecera muestra las soluciones habituales, con los profundos presbiterios cubiertos por bóvedas de cañón y los hemiciclos con bóveda de horno. Sobre el tramo del crucero, cuyos brazos reciben medios cañones, se alza un cimborrio con una cúpula sobre trompas cuyas yeserías quizás oculten una solución similar a la de San Millán, esto es, decoradas con dos parejas de nervios entrecruzados dejando libre el espacio central, aunque este extremo debe ser enunciado sólo como hipótesis.
Interior hacia la cabecera
 
Cubiertas del crucero y transepto
Interior del segundo tramo
 

Cronológicamente, a una primera campaña constructiva parece corresponder el cuerpo de las naves, único vestigio de una primitiva iglesia de distribución tripartita que fue luego ampliada hacia el este con el transepto y nuevos ábsides, renovándose además sus portadas. Los muros de esta iglesia, en las escasas zonas donde es visible su aparejo, se levantarían en mampostería enfoscada con zonas bajas de sillería, incluida alguna pieza de más que notable tamaño quizá reutilizada de la construcción romana sobre la que se asienta el templo. Al interior, articula sus tramos mediante dos parejas de pilares cruciformes de sillería, que en las colaterales se corresponden con responsiones prismáticos también de sillares, en este caso labrados a hacha.
Los pilares muestran sólo semicolumnas en sus frentes hacia el interior de la nave central –rasuradas las del primer tramo–, recogiendo arcos doblados de medio punto salvo el del tercer tramo de dicha nave, que muestra triple rosca hacia el este. Las impostas que coronaban los pilares fueron rasuradas cuando en época barroca se recubrió el templo de yeserías, pero los escasos vestigios conservados parecen mostrar flores o rosetas entre tallos. En cuanto al arco oriental de la nave inmediato al transepto, coronando sus muy modificados apeos vemos, bajo el arco doblado, dos pequeñas columnillas laterales con capiteles vegetales, de hojas cóncavas con grandes pomas en sus puntas y saliente astrágalo en el lado de la epístola y hojas lisas de nervio central, quizás también acogiendo desaparecidas bolas en el otro, ambos sobre un corto fuste y basas áticas.

Los capiteles que reciben los arcos son también vegetales, respectivamente con dos pisos de hojas de puntas cóncavas y acantos y tallos que se resuelven en brotes de puntas vueltas y volutas. Bajo estos capiteles se sitúan dos figuras de atlantes que asen con sus manos el collarino, sobre también muy destrozadas basas. Sobre los capiteles se disponen cimacios de hojitas brotando de sinuosos tallos. Un fragmento de capitel vegetal del mismo tipo quedó visto al desencalarse uno de los pilares de esta parte.
Sobre la así configurada fórmula de templo de tres naves “cubierta la central con medio cañón en el sentido del eje mayor de la iglesia y las laterales con medios cañones normales al interior” decía Lampérez que “en el siglo XII es muy usada en ciertas comarcas francesas”, no reconociendo él en lo hispano más que el ejemplo que nos ocupa, “y, aun ese, muy dudoso y con caracteres especiales”.
Sobre el mismo afirma que “en el caos á que ha llegado esta iglesia parece adivinarse que su estructura primitiva fué la de un cañón que cubría la nave central en el sentido del eje, y sobre los arcos que dividen en tramos las naves laterales se levantaban medio cañones de ejes normales al mayor. Las tres naves son casi iguales de anchas y los tres cañones casi iguales de altura (…). El [ejemplo] español hay que citarlo con toda clase de reservas, pues es posible que las bóvedas no sean las primitivas”. Retomando nosotros aquí las dudas de Lampérez, consideramos que los abovedamientos responden a una segunda fase constructiva, que forró con ladrillo parte de los muros originales y quizá modificó los apeos, levantó sobre el tramo central de los nueve el campanario, y ello sin reforzar los pilares como hubiera ocurrido, entendemos, de haberse planteado en el proyecto original. Sería ahora, de confirmarse esta hipótesis, cuando se distribuyen las bóvedas que vemos, aristas en los tramos impares de las colaterales y cerrando el cuerpo elevado de la torre, y bóvedas de medio cañón siguiendo el eje de la iglesia en las naves laterales y normales al mismo en la central, sabia distribución que reparte los empujes del campanario, cuyo peso fue aligerado combinando el ladrillo –en el cuerpo interior de la torre con zonas en espina de pez– con sillería quizás reaprovechada, sistema que encontramos en los muros exteriores de la nave y zona altas del transepto.
Pienso que esta renovación de las cubiertas es contemporánea a la ampliación hacia el este que supuso la sustitución de la vieja cabecera, la construcción de la nueva y la articulación de ambas fábricas mediante un transepto. Pese a todo, la mezcolanza de aparejos y las sucesivas reformas no permiten en ningún caso ser categóricos, máxime cuando tenemos noticias de un hundimiento parcial de la torre, ocurrido durante las disputas que sacudieron la ciudad a principios del siglo XIV con motivo del enfrentamiento entre los partidarios del infante don Felipe y los de don Juan Manuel y doña Mencía del Águila durante la minoría de edad de Alfonso XI. Éstas algaradas tuvieron un episodio cruento en los muros de San Martín, y no ante, sino en el interior, donde encontraron refugio los partidarios de los segundos. Según refiere Ruiz de Castro “los de los pueblos fueron a San Martín y la combatieron y los çercados acogiéronse a la torre y pusiéronla fuego. En ansí, con el gran fuego se endió la torre por medio y cayó la mitad de la torre”; este suceso es también recogido por Colmenares.
Quizás el hundimiento referido se refiriese a los forjados interiores, pues el aspecto de la estructura corresponde a los usos románicos. Desde 1505 en la torre de la iglesia tenía reloj el concejo, según refiere Ruiz de Castro: “El relox de San Martín tiene renta en esta çiudad sobre las alcavalas del rey y diose esta renta porque la toviesen para el servicio del pueblo”.

La torre levanta sus tres pisos retranqueados en ladrillo, aparentemente forrado el bajo con el mismo material tal como se observa desde la bajocubierta de la nave inmediata. Los dos pisos bajos se abren con parejas de arcos de medio punto, que al exterior recaen en columnas adosadas coronadas por capiteles vegetales y con animales afrontados, de bella factura sobre todo el inferior de la cara norte, ornado dos parejas de grifos rampantes de picos incurvados, que nos recuerda al visto en la portada occidental y sobre todo otros del interior y ábside de San Millán y de la capilla de la epístola de San Juan de los Caballeros.
Un friso de ladrillos en esquinilla delimita estos niveles, sobre los que se alza el superior, con series de cuatro arcos de medio punto recuadrados por cara y nuevo friso en esquinilla.
Sobre éste se alza un deteriorado chapitel barroco. En torno a mediados del siglo XII se decidió la ampliación de la antigua iglesia –cuya cronología podríamos acotar entre fines del siglo XI y primeros años del siguiente, disponiendo ante el transepto tres capillas en batería, más amplia y avanzada la central, compuestas de presbiterio cerrado con cañón y hemiciclos con bóveda de horno.
Desaparecido en 1667 como dijimos el ábside de la capilla mayor, nos restan las laterales, en pésimo estado la del lado del evangelio y muy restaurada la de la epístola, pues ante ella se construyó a fines del siglo XVIII una sacristía visible en la fotografía de Laurent, de finales del XIX. De la mayor sólo se conserva el presbiterio, sobreelevado además en el siglo XVI por encima de su cota, que sería la misma que la de los brazos del transepto. Ambos ábsides repiten una decoración muraria inédita en lo segoviano, dividiendo sus tambores en dos pisos mediante impostas, el inferior recorrido por arquerías ciegas, apenas desarrolladas en el absidiolo del lado del evangelio debido a su menor desarrollo condicionado por la topografía.
Ábside y torre
 

Sobre este piso se dispone el de ventanas, dividiéndose el muro en dos paños mediante semicolumnas entregas cuyos capiteles alcanzan las cornisas, apoyadas a la altura de las impostas citadas en sendas ménsulas, aunque creemos que en origen esta caña llegaría hasta el basamento, corriendo sobre ambos niveles. En cada uno de los paños superiores se abre una ventana rasgada –los vanos parecen haber sido casi todos ampliados luego– que repite el esquema de las de San Millán, rodeada por arcos de medio punto abocelados doblados por arquivoltas lisas y chambranas de fino taqueado.
Apean los arcos en columnas acodilladas sobre basas áticas de toro inferior aplastado sobre plinto, coronándose por muy gastados capiteles. Los de las ventanas del ábside norte muestran, uno, acantos y carnosos caulículos, no alejados de otros de San Millán, mientras que en su compañero encontramos una curiosa composición –que vimos repetida en San Medel de Bernuy de Porreros– con un registro inferior liso rematado en una especie de embocadura ornada con puntos de trépano, sobre el que se disponen hojitas y el piso superior, en el que de dos tallos carnosos brotan dos parejas de tallos avolutados también recorridos por puntos de trépano.
Una estructura similar, con esa especie de escocia lisa que asemeja un jarrón, la encontraremos en un extraño capitel de la cabecera de Santa Eulalia. En la ventana más septentrional los capiteles son figurados, con una pareja de toscos y destrozados leones afrontados uno y un par de gallos también afrontados en el otro. Sus cimacios, que se continúan como imposta sin invadir la semicolumna, se ornan con friso de hojitas espinosas albergadas en clípeos formados por tallos anillados. La cornisa, muy deteriorada, recibe lises en clípeos vegetales, mientras que los canes, la mayoría destrozados, se ornan con prótomos de animales y bustos humanos.
Ventanas del ábside
 

El ábside de la epístola fue liberado de la sacristía dieciochesca que lo recubría, visible en fotografías antiguas, en la restauración de José Antonio Arenillas en 1965, renovándose entonces buena parte del muro. Repite la estructura del anteriormente citado, aunque el desnivel le permite ganar en prestancia. Muestra un piso inferior con cuatro arcos ciegos en series de dos, apeando en el centro en columnas pareadas, y sobre la imposta de tetrapétalas en clípeos se abren dos ventanas del tipo antes descrito, a ambos lados de la columna entrega que divide en dos el hemiciclo.
Los capiteles de las ventanas son vegetales, de carnosas hojas lisas bajo caulículos y otras picudas de nervio hendido, mientras que los reconocibles de la arquería –bajo cimacios de heptapétalas entre tallos– eran figurados, con aves afrontadas y opuestas según el tipo que veremos en el atrio sur, leones enfrentados y una pareja de personajes sedentes, uno totalmente desfigurado y el otro un lector con un libro sobre sus rodillas, en el que se adivina una espléndida ejecución.
Las arquerías exteriores de los ábsides nos traen al recuerdo el gusto por la ornamentación de los paramentos exteriores de las iglesias del sudoeste francés –sobre todo en el área del Saintonge y la Guyenne, así en la cabecera de Sainte-Livrade–, precisamente la tierra de origen del primer prelado de la restaurada sede de Segovia, sin que pretendamos por ello establecer vínculos más concretos, al menos por el momento.
Ambas capillas fueron picadas totalmente al interior, viéndose sólo las rozas de las impostas y ventanas en la norte y poco más en la meridional, donde quedan vestigios de las impostas con tetrapétalas en clípeos. Los arcos triunfales que les dan paso desde la nave corrieron igual suerte.
Transepto
 

El transepto se construyó combinando la sillería con el ladrillo en las zonas altas, habiéndose visto desfigurada su fachada meridional por la apertura de un vano doble y un óculo. Lo remata una cornisa de nacela sobre canes de rollos, proa de nave y nacelas escalonadas. Sobre el crucero se yergue el cimborrio, levantado en ladrillo y luego sobreelevado, quedando vistas las rozas de sus rasurados canes primitivos tras eliminar los revocos. Ya aludimos a la posible cúpula de nervios entrecruzados que parece cerrarlo al interior, según dejan entrever las yeserías que la recubren.

En la fachada sur es bien neto el corte que se produce entre el muro de sillería del brazo sur del transepto y la nave primitiva, sobre la que destaca ligerísimamente. En esta fachada meridional se abrió una portada, secundaria en porte y concienzudamente abujardada, dentro de un antecuerpo de sillería del tramo central de la nave. Se compone de arco de medio punto de arista nacelada y cuatro arquivoltas, de las cuales la interior y tercera muestran bocel entre nacelas, la segunda un bisel en el que se disponían rasuradas bolas y la exterior repite la nacela, rodeándose por chambrana de idéntico perfil.
Apean en jambas escalonadas en las que se acodillan dos parejas de columnas de maltrechas basas con toro inferior aplastado y rasurados capiteles, bajo imposta con perfil de listel y chaflán. Resta un mínimo fragmento de la decoración con friso de hojitas y junquillo que decoraba la imposta en el antecuerpo, junto a uno de los cuatro sepulcros medievales que a cierta altura se adosan a esta fachada. En la misma restan hoy sin función los canzorros que soportaban la viga de una anterior cubierta del atrio, aproximadamente 1,5 m más baja que la actual.
En la zona oriental del muro, así como entre los sepulcros ya del siglo XIII que a él se adosaron quedan vestigios de un esgrafiado imitando las llagas del despiece de sillería y una cenefa de arquitos de medio punto entrecruzados. Bajo este revoco, en la zona occidental, esto es, a la izquierda de la portada, se ven desleídos restos de un primitivo enlucido con al menos dos pisos de pinturas murales, sobre las que llamó la atención el marqués de Lozoya.
El piso alto se orna con un Pantocrátor inscrito en una mandorla, con nimbo crucífero y el Libro sobre la rodilla, rodeado por el Tetramorfos y flanqueado por al menos dos figuras bajo arcos polilobulados y arquitecturas figuradas, en las que creemos reconocer a San Pablo, portando un libro y la espada. Quizás lo flanquease por el lado oriental San Pedro –pues parece improbable que se realizase un completo apostolado– y a la derecha de éste puede verse un escudo de campo partido por banda ornada de roeles, que también corren por el borde. Aunque Lozoya las consideraba románicas, creemos que debemos datarlas ya en época gótica temprana, guardando sólo cierto apego a las tradiciones iconográficas anteriores. Gutiérrez Baños las encuadra dentro del gótico lineal, avanzando una cronología de ca. 1260-1270. 

Portadas
En la fachada occidental se abrió una monumental portada, de dimensiones inusuales en el románico segoviano. La enmarca un arco de medio punto liso con su rosca decorada con series de seis tallos enroscados en los que se disponen brotes y cogollos que los anudan, motivo similar al que veremos en Santo Tomás y que dejó su huella en el románico del Pirón. Rodean este arco hasta seis arquivoltas, apeando el conjunto alternamente en jambas escalonadas de aristas matadas por bocel y tres parejas de columnas a ellas acodilladas. Las arquivoltas impares se molduran con tres cuartos de bocel entre biseles, mientras que la segunda, lisa, orna su rosca con florones de botón central inscritos en clípeos perlados; de la cuarta, también lisa, fueron bárbaramente rasurados los relieves de su rosca, aunque por sus siluetas éstos debían representar un zodiaco, siendo claramente reconocibles los signos de piscis, leo y tauro.
Finalmente, la arquivolta externa recibe rosetas pentapétalas de botón central inscritas en clípeos perlados. Entre los arcos y los soportes corre una imposta con finas flores de aro entre tallos, salvo los cimacios de la tercera arquivolta, con dos niveles de tallos anudados en los que se insertan hojitas acogolladas.
Las columnas, sobre altos basamentos, plintos y basas áticas de grueso toro inferior, se coronan con capiteles que, de izquierda a derecha del espectador, muestran los temas que siguen: el exterior del lado norte es vegetal, con una corona inferior de helechos y piso alto de caulículos, guardando cierta semejanza con otro de la ventana del ábside del evangelio; el central de este lado muestra cuatro leones rampantes afrontados los centrales y opuestos los otros, mientras que la cesta interior es vegetal, de tallos anudados de primoroso calado en los que se inscriben otros entrecruzados similares a los vistos en los arcos. En el interior del lado derecho se representa el reiterado motivo de las dos parejas de grifos rampantes que atrapan liebres con sus garras, composición que se repite en el central, aunque aquí se figuran leones. El capitel extremo de este lado está destrozado.

Galerías
Finalizado el cuerpo de la iglesia, en sendas fases consecutivas se decidió rodearlo de galerías porticadas, por desgracia muy maltratadas por la erosión y, en el caso de la meridional, severamente restaurada en el siglo XIX (1864-1871), pudiendo considerarse nuevos los seis arcos más orientales, así como el basamento de granito sobre el que se asienta, abancalando la acusada pendiente, que fue remozado por última vez en 1962 por Anselmo Arenillas.



La parcial reconstrucción de la parte oriental de la galería vino motivada por el cambio de acceso realizado en 1866. En los grabados de José María Avrial puede observarse cómo antes de esa fecha parte los siete arcos más orientales estaban cegados, habiéndose eliminado dos de ellos para practicar un acceso a través de una escalera adosada al alto basamento, mientras que el arco tardogótico abierto en el cierre oriental daba acceso al espacio aterrazado que circundaba por el sur el transepto y la cabecera. Las obras señaladas, con motivo de las cuales se pusieron al descubierto los restos de unas termas, repristinaron la galería, con nuevos capiteles y columnas que salieron del cincel del escultor Bellver, autor de las dos célebres sirenas (en realidad esfinges) situadas en la plaza frente a la iglesia. No sólo se hicieron piezas neorrománicas inspiradas en otras originales de la misma iglesia, sino que, y ello es más grave, se “repasaron” las originales con procedimientos abrasivos que han hecho desaparecer parte del relieve y, al eliminar la pátina, favorecieron el deterioro.
De los trece arcos de medio punto sobre columnas pareadas de la fachada oriental sólo la mitad de sus catorce capiteles pueden considerarse originales, habiéndose rasurado sus chambranas, de las que quedan las rozas.
Cinco arcos componen el frente occidental de la galería, cuya cornisa fue rehecha en época renacentista con mayor respeto que el decimonónico a su contexto, y todo ello sin perder el carácter del arte de su tiempo. Vemos en la maltrecha decoración de las cestas parte del repertorio ornamental que hizo fortuna en el tardorrománico segoviano, con leones opuestos que vuelven sus cabezas u otros arqueados agachándolas, hojas lobuladas de nervio central hendido y rematadas en caulículos, carnosas hojas hendidas de tallo perlado de cuyo interior brotan dos gruesos tallos entrelazados y resueltos en hojas acogolladas, grifos rampantes, arpías frontales de alas explayadas, parejas de aves opuestas volviendo sus picos y curiosas “arpías vestidas”, figuras femeninas ataviadas con pesados mantos, con garras que asen el collarino en vez de pies. En los pocos cimacios originales que restan vemos el típico repertorio de rosetas de cuatro, cinco o seis pétalos y distintos tratamientos inscritas en clípeos o tallos enroscados, junto con las flores de lis y hojitas acogolladas.
Atrio norte
Grifos 
Leones opuestos que vuelven sus cabezas
 
Arpías 

Hojas acogolladas
Figuras femeninas ataviadas con pesados mantos, con garras que asen el collarino en vez de pies
 
Aves opuestas
 

El atrio septentrional fue condenado al disponerse entre los siglos XV y XVII en su espacio cuatro capillas de patronato nobiliar, de las cuales la occidental hace hoy funciones de sacristía. En plena Guerra Civil (1938-1939) y bajo la dirección de Cabello Dodero, fueron retrasados los muros de estas capillas unos 50 cm, liberándose sus capiteles, cuya decoración pictórica desapareció al contacto con el ambiente; se restauró además la cornisa y zonas altas del mismo, que estaban en un estado deplorable.
Su orientación al norte, máxime en el extremo clima segoviano, no augura a sus relieves otro futuro que la desaparición, siendo bien notorio el avance de la erosión respecto a fotografías de los años 70 del pasado siglo. Como el de San Juan de los Caballeros, con el que guarda relación, se corona, bajo imposta de hojas espinosas entre tallos, con una cornisa y de arquillos trilobulados que acogen figuras, apoyados en canecillos con metopas con florones entre ellos. Bajo los arquillos se disponen centauros, arpías, aves, leones, prótomos de animales y personajes asomados que parecen interrogarnos, reflejo del imaginario de los escultores medievales y quizás retrato de su propia sociedad, que desde la piedra contempla la actual. Debían abrirse como en el otro, cinco arcos al oeste, hoy reducidos a tres y un acceso que, dado el granito que protege de la humedad sus zonas bajas nos parece rehecho.
En el costado norte se abrían once arcos de medio punto sobre dobles columnas, alternamente exentas o adosadas a machones prismáticos. En sus capiteles, estudiados en detalle por Erika Upmann, hacen aparición los temas historiados junto a otros meramente ornamentales, fundamentalmente vegetales a base de acantos de sabor clásico y progenie abulense –como los molinillos de acantos helicoidales que vemos en varios cimacios–, el entrelazo de cestería, la maraña vegetal tan común en el románico del Pirón y talleres influenciados por el foco de Duratón, un personaje entre acantos trepanados de fuertes escotaduras y aire borgoñón seguramente a través de su antes citada progenie vicentina.
Entre los historiados, en aparente desorden, vemos uno con el rey David y sus músicos, un ciclo cristológico iniciado por la Anunciación, con las figuras de la Virgen y el arcángel bajo arquillos –evidenciando el influjo de los talleres de Duratón–, acompañados de dos personajes de difícil interpretación; una muy dudosa Huida a Egipto, quizás con el episodio de la palmera que dobla su rama recogido en los Apócrifos; la Matanza de los Inocentes; la Presentación en el templo con una cruz de doble travesaño ante el altar tras el que se dispone el anciano Simeón. Jesús llega a tocar el altar, cubierto con un paño, mientras sobre su cabeza desciende una Dextera Domini.El
relieve de esta cesta está muy borrado hoy, debiendo apoyarnos para su descripción en fotografías cercanas al descubrimiento del capitel. Lo mismo ocurre con el otro frente visible, que Upmann interpreta como la Misa de San Martín, con un ángel que desciende para cubrir al santo. Seguiría el ciclo lógico con la Resurrección de Lázaro, con las figuras bajo arquillos trilobulados, y en la cara oriental una muy dudosa tentación de Cristo en el desierto (?) o incitación al pecado de un demonio, no viendo nosotros la entrada de Cristo en Jerusalén que refería Upmann.
Tras la Última Cena, con la figura central de Cristo con nimbo crucífero en la cara meridional y la tradicional representación de San Juan apoyado en su regazo y Jesús dando de comer a Judas, las alusiones a la Pasión finalizan con el Prendimiento y beso de Judas. La culminación del ciclo parece ser la Maiestas con Cristo sedente en una mandorla sostenida por cuatro ángeles, bendiciendo y con el Libro sobre sus rodillas, rodeado por las figuras de nueve apóstoles en conversación, dos de ellos señalando con gestos de sus índices extendidos a lo alto, motivo por el que no descartamos la interpretación de esta escena como una Ascensión, pues recoge en sí una visión triunfal y se integra mejor en el carácter narrativo del ciclo.
Capitel de la iglesia de San Martín, Segovia, mostrando la entrega de Jesús por Judas.
Completan la serie un combate de jinetes apenas ya legible, la lucha de guerreros con seres demoníacos, otros muy dudosos y un bello capitel con dos personajillos enredados en una maraña vegetal de tallos y brotes acogollados enrollados en espiral, atacados por aves y cuadrúpedos, en esquema similar al visto en sendos capiteles de la portada meridional de La Trinidad, en los atrios de San Juan de los Caballeros, San Lorenzo y San Esteban o, en el románico del Pirón, en las iglesias de Peñasrubias, Santo Domingo o El Arenal de Orejana. La alusión a lo profano se plasma en una escena juglaresca con bailarinas, en un caso contorsionista, un músico y lo que asemeja un combate de púgiles.

Ante la portada de los pies, que por su porte parece la principal, se dispuso un cuerpo avanzado sobre la galería porticada y más alto que ésta, a modo de nártex, solución que vemos en Santa María de la Peña de Sepúlveda y San Juan de los Caballeros de la capital, y que aquí alcanza la altura de la nave central, comunicándose con las pandas de los atrios mediante dos arcos apuntados y lisos, de sillería labrada a hacha. Este cuerpo destacado, algo posterior a la portada y en cuya fachada exterior intervino un equipo distinto de escultores, se cubre con una bóveda de crucería de clave ornada con florón compuesto por cuatro lises. Hacia el este apean los nervios –que solapan en parte la arquivolta externa– en ménsulas trilobuladas y dos atlantes, uno masculino, con peinado a cerquillo y túnica cortas y el otro con larga túnica y manto, quizás figura femenina. Hacia el exterior, sustituyen a los atlantes dos estatuas-columna muy desgastadas, más altas y sobre pilastras; la meridional ataviada con túnica recorrida por pliegues en cuchara, luce corona o tocado y porta un libro abierto que señala con la otra mano, disponiéndose sobre ella un atlante. La otra se figura con un joven imberbe de abultado vientre que porta un objeto irreconocible en sus manos, sobre el que se dispone un atlante femenino de aire aquitano.
La fachada de este nártex, en sillería espléndidamente aparejada, se resuelve con una portada de arco de medio punto rodeado por cuatro arquivoltas y chambrana de cuatro filas de finos billetes. El arco, de aristas aboceladas, orna su rosca con una cenefa superior de tallos quebrados en zigzag y entrelazados y una banda a modo de hojitas debajo, mientras en el centro de la rosca se dispone una cadeneta de círculos tangentes. La primera arquivolta se moldura con tres cuartos de bocel en esquina retraído, la segunda es lisa, con lacería entre bandas de perlas en la rosca; la tercera recibe baquetón entre junquillos y nacelas, y la exterior se anima con círculos secantes enlazados entre finas cintas perladas. El conjunto se recuadra por un alfiz baquetonado.


Apean estos arcos alternamente en jambas aboceladas y estatuas-columna sobre altos basamentos, dos por lado, coronadas por capiteles.La del lado septentrional, bajo una cesta con dos personajes acuclillados y encadenados –motivo visto en San Millán, interior de La Trinidad y en la recientemente liberada portada sur de Santa Eulalia–, es una figura de corta cabellera, abultada barba, viste túnica y manto y sostiene con ambas manos un rollo. Su compañera por este lado, bajo capitel con dos figuras entronizadas, presenta larga cabellera y barba partida en mechones triangulares, viste túnica y manto de pliegues acanalados que se arremolinan en la cintura y porta una filacteria que alza con su mano izquierda sobre el pecho.
La estatua interior del lado sur se corona con un capitel de entrelazo de tallos y brotes, y muestra una figura de larga barba, descalza y vestida con túnica de pliegues acanalados y manto, que recoge con su mano izquierda velada sosteniendo un libro abierto, que señala con su diestra. La estatua restante aparece coronada, con larga melena y barba partida en mechones triangulares, va ataviado con una túnica que cae en dos niveles de pliegues acanalados y manto, portando en sus manos unas tablas, cuyo contenido señala con el índice de su diestra. Sobre este probable Moisés se dispone una bella cesta con dos arpías afrontadas enredadas en un follaje que brota de sus colas de reptil. Las figuras de las estatuas-columna han sido interpretadas como apóstoles (Ceballos-Escalera reconoce a San Pedro y San Pablo) o profetas. El estilo de estas estatuas-columna parece inspirado en la portada occidental de San Vicente de Ávila, evidentemente aquí tratado con mucha mayor rudeza, lo que explicaría la progenie borgoñona por vía indirecta a la que aludía Gaillard, quien sin embargo establecía como intermediarias las estatuas-columna de Santa María de Sangüesa.
Sin grandes seguridades, parece que los atrios se levantaron en campañas casi consecutivas, pudiendo quizás otorgar una mayor antigüedad al meridional en función de la mayor relación de su escultura con la de la cabecera; tras él, sin grandes cesuras pero con cambio de equipo de escultores, se levantarían el cuerpo avanzado del nártex y la galería septentrional, ésta última en conexión estilística con los talleres tardorrománicos del entorno de la capital.
Bien que varios detalles decorativos de esta iglesia denuncien galicismos, el particularísimo esquema porticado, tan típico del románico extremadurano y que aquí alcanza su cénit, unido a la participación de escultores de formación local, acaban por configurar la particular estampa de una de las construcciones románicas más ambiciosas de Segovia, cuya compleja historia nos obliga a un ejercicio de abstracción para mentalmente devolverla a su estado del siglo XIII. Las grandes fábricas, máxime las urbanas, son entes vivos, y de más dilatada biografía aquéllas como la que nos ocupa que por su ubicación ejercieron una poderosa atracción sobre las élites nobiliarias, fruto de la cual es la riqueza artística de su interior, cuyo estudio excede el marco de este trabajo.
El mismo aire extraño a lo común en estas tierras manifiesta la figura de un obispo, que dado el marco debemos interpretar como la de San Martín, labrada en un bloque de aspecto marmóreo y hoy reutilizada en una hornacina en el testero de la cabecera barroca. Representa al santo de pie y en posición frontal, con los pies apoyados en una especie de repisa, tocado con un birrete que debe querer ser una mitra y nimbado, sosteniendo un báculo en su mano izquierda y bendiciendo con la diestra, girada en inverosímil contorsión. Viste túnica y manto de finos pliegues paralelos en cuchara y otros rectos, de escaso volumen, prácticamente líneas incisas salvo la cascada de pliegues en cola de milano del remate inferior, con un tratamiento de los paños que deja traslucir la anatomía. Su rostro, de severo gesto, luce barba de mechones triangulares, con ojos almendrados y salientes. Dada la falta de referentes formales –a Gómez Moreno le recordaba “el arte búdico por concordancia de clasicismo y elegante simplicidad”– pensamos que se trata de una pieza importada, probablemente de algún taller francés. 


Iglesia de San Millán
La parroquia de San Millán presidía el arrabal de su nombre o Arrabal Mayor, situado al sur de la ciudad en la ribera del hoy encauzado río Clamores, junto a la Avenida Fernández Ladreda y muy próxima a la estación de autobuses de Segovia. Fue declarada Monumento Histórico-Artístico, junto a otros edificios románicos segovianos, el 3 de junio de 1931.
Las más que notables dimensiones que manifiesta harían de su fábrica un muy digno ejemplar de iglesia monacal o canonical, e incluso podría competir en proporciones con algunas de las sedes catedralicias de nuestro románico. No fue tal su origen, pues todos los tardíos y parcos datos históricos con los que contamos nos hablan de una continuidad en su función como templo parroquial desde su construcción hasta la actualidad.
Esta absoluta carencia de documentación sobre sus orígenes fue suplida, según es costumbre, por una nebulosa de leyenda. Así, su temprana fundación fue atribuida por Garci Ruiz de Castro y Diego de Colmenares bien al patrocinio de Fernán García de la Torre y Día Sanz –los supuestos capitanes del concejo segoviano durante la toma de Madrid en tiempos de Ramiro II–, bien al de Gonzalo Téllez, presunto hermano del mismísimo conde Fernán González. Ruiz de Castro, quien apellida a la iglesia “de los Caballeros”, dice que Día Sanz “se fue a vivir fuera desta çiudad, allá en los arrabales, en la casa que conpraron los Azeves, y desde allí avandarizaba y por poder más presto salir a los moros hizieron los cavalleros la iglesia de San Millán, que por eso se llama San Millán de los Cavalleros. De las cavalgadas que hazían contra los moros, de las vacas que tomavan davan diezmo y destos se hizo la iglesia”. Supone además que el legendario caballero se hizo enterrar en ella, y pese a la poca fiabilidad de tales datos bien podemos tomar por bueno que parte de la financiación necesaria para la construcción de las iglesias románicas segovianas proviniese del botín capturado a los musulmanes. La primera referencia documental es por contra bien tardía, y nos las proporciona el documento de reparto de rentas entre el obispo y el cabildo, ratificado por el cardenal Gil de Torres en 1247 y conservado en el Archivo Catedralicio, donde entre los préstamos “de la Huebra” corresponde aportar a San Millán VIII moravedis et XVIII dineros.
Huérfanos de otros apoyos históricos, el propio edificio se erige como único documento de su pasado, existiendo en la historiografía moderna un cierto consenso en asignar una fecha temprana a la estructura de la torre –vestigio de una construcción precedente, anterior al siglo XII– y colocar el arranque del proceso constructivo del resto del templo en la primera mitad de la duodécima centuria.
Tal precocidad, junto a sus innegables, estrechas y sorprendentes relaciones planimétricas con la catedral de Jaca, empujan a buen número de autores a poner en relación el proyecto con el dominio de Alfonso I el Batallador en esta parte de la extremadura castellana, tenencia que debió extenderse desde el matrimonio de éste con la leonesa Urraca hasta la muerte de la reina (†1126), e incluso sospechamos que algunos años más, esto es, en los primeros de Alfonso VII en el trono. Nuestro presentimiento se fundamenta en la relación del concejo segoviano con ambos monarcas, fría y en ocasiones hostil respecto a Urraca y más fluida con el aragonés, quien en cualquier caso representaba un poder militar más tranquilizador, por lo que la elección obedece a la lógica. Además, en el famoso y algo descabellado testamento de Alfonso I, de octubre de 1131, esto es, cuatro años después de las Paces de Támara, actúa como testigo, y en primer lugar, Eneco Exeminones de Segouia, al cual vemos como tenente de la plaza en nombre del aragonés quizá desde 1116 y ya con seguridad en 1119. En cualquier caso, nada hay de certitudes, pareciéndonos que la relación entre un dominio aragonés y el estilo arquitectónico, antes debe quedar en el prudente terreno de la hipótesis que incluido alegremente entre el de los asertos.
Si a tales connotaciones históricas unimos que estamos ante la fábrica más ambiciosa de las conservadas en el románico segoviano y una de las más destacadas de Castilla, comprenderemos tanto la complejidad de su estudio como lo fundamental del mismo, que ha incitado un nutrido elenco de publicaciones.
La primera cuestión de peso que suscita el templo es la de su antigüedad. Con motivo de las obras de cimentación para el órgano, situado en el primer tramo de la nave del evangelio, se realizó una excavación de este sector, llevada a cabo y publicada por Alonso Zamora. En ella se constató la presencia de al menos dos sarcófagos infantiles, ubicados en el nivel de la cimentación de la iglesia, que dicho autor interpreta, no sin reservas, como procedentes de una necrópolis de época mozárabe. Más completa es la información aportada en las excavaciones practicadas por el mismo investigador bajo el atrio septentrional, con motivo de la adecuación de una cámara con función de museo parroquial, y ello dentro de la restauración general del templo para la Catorcena de 1977. Amén de documentarse una necrópolis de urnas cinerarias de época celtibérica, aparecieron osarios y tumbas excavadas en el terreno, sepulcros antropomorfos, tumbas de lajas y otras con sillares de caliza, entre las cuales Zamora reconoce también varias de tipo mozárabe.
En cualquier caso, queda documentada la sacralización del lugar y su uso quizás  continuado desde la Antigüedad. Más delicado resultaría deducir de la existencia de esta necrópolis la proximidad de un templo prerrománico, máxime cuando lo limitado de la intervención no permitió asociarlo a vestigios constructivos de tal progenie. No obstante, el indicio resulta revalorizado por la presencia de una estructura, ésta bien en pie pese a haber sido víctima de varias reformas y algunas no muy respetuosas, que manifiesta una clara anterioridad respecto a la gran fábrica románica de la iglesia.
Nos referimos a la torre, de planta cuadrada con aproximadamente 5,75 m. por lado –medida exterior– y levantada en recio encofrado de calicanto, dividida en seis pisos separados por forjados de madera, material con el que se realizan las escaleras que le dan servicio. Si al exterior resulta confusa su contemplación el estar recubiertos sus muros por un moderno esgrafiado, interiormente la lectura de las huellas nos permite seguir con cierta fiabilidad todo el proceso constructivo. El primero en llamar la atención sobre el peculiar aparejo de la torre fue el profesor Ruiz Hernando, quien describe perfectamente el sistema: “cada dos metros de altura aproximadamente se interpone entre tapia y tapia una tabla o viga que se extiende por todo el frente y sobre ella apoyan rollizos que atraviesan el grosor de los muros. Estos se disponen de tal manera que [se] solapan y su grueso forma parte del frente del muro colindante”. Los rollizos y vigas –cuya espléndida conservación sorprende– actúan como grapas cosiendo los muros en las esquinas, reforzando además la estabilidad del sistema el hecho de que esas tapias solapadas vayan rotando su disposición en altura, lo que unido a la gran resistencia del calicanto –al fin y al cabo un poco refinado hormigón– da como resultado una estructura extraordinariamente sólida.
Un minucioso análisis de cada cajón nos permitiría incluso realizar un cálculo más o menos fiable del tiempo necesario para su construcción. Sólo se abrieron vanos en los dos últimos pisos, uno por cara y desgraciadamente la mayoría mutilados. Los del penúltimo nivel muestran menor porte, aunque están coronados por arcos de herradura trazados también con encofrado de pequeñas tablillas, de los que se ha librado de reformas el del muro meridional.
Parte este arco de rudas impostas en caliza de arista entre chaflanes, molduración inédita en el románico segoviano, hecho que junto a la herradura de los arcos –ultrapasados aproximadamente en 1/3 del radio– y al reciente análisis metrológico realizado por José Miguel Merino de Cáceres, afianzan la convicción de que nos encontramos ante una estructura ajena y anterior al resto de la fábrica. El último piso, más alto y que alberga el cuerpo de campanas, aparece retranqueado respecto a los inferiores, abriéndose en cada paño un amplio arco, todos muy desfigurados pero probablemente repitiendo la herradura. Nos llama la atención aquí el sistema de cubrición empleado, una bóveda de paños realizada en encofrado bajo la que se cruzan dos nervios de caliza y sección rectangular que parten en los ángulos de ménsulas apiramidadas, con la particularidad de que carecen de clave común, siendo un nervio pasante y el otro entrego. Vimos esta solución, con mínimas variantes, en las torres de la ermita de Navares de las Cuevas, San Justo y El Salvador de Sepúlveda o la “Torre Vieja” de la catedral de Oviedo –aquí con plementos de sillería–, acercándose la que nos ocupa más a las dos primeras en el hecho de que utilizan los nervios y cimbras supletorias a mitad del muro, observándose las aristas dibujadas por las improntas de las tablas del encofrado, algunas aún in situ; estas determinan cuatro paños al modo de una esquifada, aunque en realidad cada uno de ellos está realizado en dos segmentos que se juntan sobre el arco, donde apoyaban las tablas. En definitiva, la crucería es más funcional –como cimbra– que estética, lógico en un espacio no a la vista, aspectos que sí se combinan en una cubierta más tardía pero que reutiliza el sistema como las de los tramos occidentales de San Miguel de Turégano.
El mismo o similar sistema constructivo que el del campanario de San Millán lo vemos en las torres de Santa María de Pedraza y San Justo de Sepúlveda, ambas como esta entre lo más antiguo y exótico del románico en la provincia. Es asunto difícil de dilucidar si representan un eslabón meridional de mozarabismo o responden a tradiciones constructivas islámicas anteriores o inmediatas a la repoblación oficial de 1088, no siendo en cualquier caso éste el lugar para extendernos sobre ello.
Lo que entendemos no admite discusión es la anterioridad de la torre respecto a la iglesia, decantándonos nosotros por una menos romántica datación dentro de la segunda mitad del siglo XI. Desconocemos cual era el acceso primitivo al cuerpo bajo, llamativamente desprovisto de la bóveda que es casi norma en este tipo de estructuras durante el románico y estilos posteriores. El actual de arco de medio punto, situado en el brazo norte del transepto, fue probablemente abierto al construirse la iglesia, aunque su aspecto nos hace dudar de su cronología.

Demostrada la anterioridad de la torre respecto a la gran iglesia basilical, y antes de introducirnos en su análisis, cabe preguntarse por los motivos que impulsaron a adecuar una ambiciosa fábrica como ésta a una torre que, sin dejar de ser sumamente interesante como estructura, no deja de quedar relegada ante los volúmenes de buena sillería de la iglesia. Y casi me atrevería a ir un poco más allá, en una tierra donde se acometieron notables campanarios como los de San Esteban, Santa Eulalia, San Justo El Salvador –por sólo hacer referencia a los de la capital–, ¿cómo no plantearse una torre acorde a las proporciones del templo? O, para ser más preciso, ¿por qué condicionar un gran proyecto a una estructura de inferior porte? Las razones que se me ocurren son tanto utilitarias –la torre estaba construida, y hemos visto que de forma sólida, luego podía ser utilizada– como emblemática, ésta más hipotética pero igualmente poderosa.
Digamos desde ahora que, en una fase final de las obras, tenemos la sensación de que sí se planteó su sustitución. Pero no adelantemos acontecimientos y realicemos la descripción del edificio según la evolución orgánica que creemos leer en sus muros.

En un momento indeterminado del siglo XII, probablemente aún dentro de su primera mitad, llegó a Segovia un arquitecto, y quizás con él un equipo de canteros, procedentes de Aragón, quienes acondicionaron el proyecto de la seo jaquesa al solar de San Millán, en el que por entonces de alzaba una construcción de la que nada sabemos más que lo visible. Pues, pese a que resulte muy sugerente la hipótesis avanzada por José Miguel Merino de Cáceres en la última publicación sobre la iglesia, nosotros, pecando de escépticos, nos imaginamos más un edificio del porte de la nave de San Lorenzo, dimensionado para darle proporción con el campanario, o quizá de triple nave al estilo de San Martín, dotado de una cabecera –simple o triple– bien de testeros planos, bien con hemiciclos. Puestos a imaginar, lo suponemos de fábrica de calicanto con refuerzo de sillares o ladrillos en los esquinales, menos potente que la de la torre y preparada para una cubierta de madera.
Fuera como fuese, se decide entonces acometer la mayor iglesia no reglar del románico segoviano, al menos de las conservadas y sólo con la duda de la desaparecida catedral entre las extintas. Es significativo que, excediendo a las capacidades de los alarifes ya instalados, se llamase a gentes procedentes de Aragón, hecho que abre una puerta a la importancia de los contingentes humanos de esas tierras, artistas incluidos, en la repoblación de las segovianas, como en el caso de los relieves de Santiago de Turégano, y quizás –sólo quizás–, a una intervención como promotor del propio monarca aragonés a través de su hombre de confianza, el antes citado tenente de la plaza Íñigo Jiménez. Desconcierta un tanto además el traslado planimétrico de la sede jacetana a estas extremaduras, ya señalado por Gómez-Moreno, Cabello Dodero y el marqués de Lozoya en 1934 y minuciosamente analizado por Merino recientemente, siguiendo insondables pero bien ciertos caminos que sólo se vuelven problemáticos cuando intentamos reducir la creación artística a moldes prefabricados.
La relación es cierta, evidente y mensurable, y aunque los estudios metrológicos de Esteban Llorente para el templo jaqués y Merino de Cáceres para el segoviano –comparativo además de ambos–, revelan diferencia de módulos, un simple cotejo de ambas plantas despeja cualquier duda al respecto, siendo además sus dimensiones escasamente divergentes.
Pese a las incertidumbres que suscita la cronología de la seo jaquesa, aceptando un lapso temporal entre 1080- 1125 para las obras, no parece descabellado pensar que en la segunda o tercera década del siglo XII, un tracista que conocía bien el templo oscense repite fielmente su traza en Segovia. Y lo hace cuando probablemente no se había llegado a producir el dilema de la cubrición de las naves en Jaca, pues sólo así nos explicamos que repitiese aquí los errores de cálculo. Nos referimos, por simplificar, a que la planta trazada corresponde en cuanto apeos a una basílica completamente abovedada, cuando ni la potencia de los muros ni la proporción de los espacios a cubrir invitan a voltear bóveda alguna de sillería, según cálculos amablemente realizados por el profesor Santiago Huerta, a quien desde aquí agradecemos su interés y ayuda. Pero veamos el proceso constructivo que a nuestro entender se siguió.
Trazado el perímetro general de la iglesia, integrando la torre con una divergencia de ejes de 5º –según dato de Merino de Cáceres–, se iniciarían las obras como es habitual por la cabecera. El templo planteado consta de triple nave dividida en cinco tramos, con tres portadas, transepto no destacado en planta aunque sí en altura, cimborrio sobre el crucero y una cabecera de tres ábsides escalonados antecedidos por sus presbiterios. Pese a la aparente unidad, el análisis de sus muros nos revelará fases de titubeos e incluso una adaptación del proyecto en una segunda fase constructiva.

ÁbsidesLa cab
ecera responde al más canónico románico pleno, y es lástima que tanto San Isidoro de León como la seo jaquesa las muestren transformadas, y sobre todo la segunda sólo conserve el ábside de la epístola –reformada su capilla mayor en 1790 y víctima reciente de una incalificable intervención la del evangelio–, pues, sin que las dependencias sean serviles, sí obedecen a los mismos presupuestos de distribución muraria. Se alzan los tres ábsides de San Millán sobre basamentos escalonados que los nivelan, articulando el mayor su paramento externo en tres paños mediante columnas entregas que parten del zócalo y alcanzan con sus capiteles el alero. 
En cada calle se abre una ventana –sorprende no encontrar imposta bajo ellas– de amplio vano rodeado por arco de medio punto con grueso bocel entre chaflanes, apeado en columnas acodilladas y doblado por otro liso, éste rodeado por chambrana abilletada. Las impostas de estos arcos –que como en León o Jaca no invaden las semicolumnas– parten de los cimacios de los capiteles del arco interior y se adornan con flores de cinco o seis pétalos y espinoso tratamiento inscritas en tallos enroscados dibujando clípeos, mediando entre ellos pequeñas hojitas.
En cuanto a los capiteles, obedecen casi todos a un mismo esquema, con hojas lobuladas partidas y piso superior de carnosos caulículos avolutados, diseño muy extendido, que vemos en la cabecera e interior de San Isidoro de León, en la seo compostelana y el grupo zamorano derivado de lo leonés. Quizás su presencia aquí responda a esa corriente definida como hispano-languedociana por Margarita Vila da Vila en su espléndido estudio sobre la escultura abulense, pues cestas similares las encontramos en la fachada norte de San Vicente, en San Andrés, San Segundo y Santa María Magdalena de Ávila.

Es evidente que los influjos artísticos no siguen vías únicas de expansión, pero como más tarde comprobaremos, a la avanzada influencia, casi trasplante arquitectónico del pleno románico aragonés en San Millán, se va a sumar en lo decorativo un taller creemos formado en la cabecera de San Vicente de Ávila, entre cuyo bagaje cuenta de modo sustancial –como ha demostrado la citada autora en su tesis doctoral–, la traslación de las corrientes más internacionales que podemos seguir en los grandes centros del románico norteño, tradicionalmente vinculados al Camino de Santiago. Y buena parte de las mismas dejaron un importante testimonio en León. Otras de las cestas de las referidas ventanas presentan hojas picudas. 
Los ábsides laterales muestran una sola columna dividiendo su tambor y una ventana rasgada en el eje, de arco simple con chambrana y sin columnas, repitiendo el esquema ornamental del central en cuanto a las cornisas. Y también con probable progenie jaquesa, o en un sentido más amplio del eje Toulouse-Jaca-León-Compostela, vemos probable que en la cabecera y nave de San Millán esté el origen en tierras segovianas de los ornamentales aleros que, abarrocados en la fase tardorrománica, darán carácter a buen número de edificios de la ciudad y provincia.
Aquí los biseles de las cornisas reciben las tan repetidas tetrapétalas inscritas en clípeos, los canes la tradicional decoración de rollos, botones vegetales, personajes músicos y acróbatas, animales bien completos bien sus prótomos, bustos humanos, diferentes tipos de hojas, un avaro con la bolsa de monedas al cuello, atlantes, arpías, formas geométricas, etc. –cuya detallada descripción excusamos por no hacer interminable el discurso–, mientras que entre los canes, los sillares, a modo de metopas, se ornan con florones de doble corola y espinoso tratamiento en el presbiterio de la capilla mayor y más simples flores de cuatro pétalos en clípeos perlados en los laterales, combinándose ambos motivos en el hemiciclo del ábside central. Esta solución la encontramos en grandes edificios del pleno románico como Saint-Sernin de Toulouse, San Isidoro y Santa María del Mercado de León, catedrales de Santiago de Compostela (fachada de Platerías) y Jaca, y en una abultada nómina de los segovianos. Los capiteles de las columnas entregas se decoran con parejas de grifos afrontados –similares a otros leoneses y abulenses– y arpías de alas explayadas.

Interior
Al interior, un arco de medio punto doblado sólo hacia la nave y apeado en machones con semicolumnas da paso a la capilla mayor, que cubre su presbiterio con una bóveda de medio cañón reforzada en su medio por un fajón sobre medias columnas, dividiéndole así en dos tramos. Al tramo recto se acodilla el hemiciclo, cerrado con una bóveda de horno como la anterior sobre imposta de tres filas de billetes. En altura, los muros tanto del presbiterio como del ábside, alzados sobre un banco corrido, aparecen divididos en dos pisos marcados por impostas, estando recorrido el inferior por una ornamental arquería ciega, mientras que en el superior se abren en el semicírculo las ventanas, que repiten la estructura exterior.Muestra
la arquería series de dos arcos en los muros presbiteriales –entre los que media la semicolumna que recoge el fajón–, y seis en el ábside, éstos sobre columnas pareadas y capiteles dobles, distribución que impone que el eje axial coincida con un apeo. Todos los arcos son de medio punto moldurados con tres cuartos de bocel en esquina retraído y chambrana abilletada, siendo notorias las restauraciones en varios de ellos, incluido el completamiento de sus capiteles. Tales obras fueron realizadas bajo la dirección de Cabello Dodero entre 1949 y 1951, liberando la cabecera y fachada meridional de añadidos y reconstruyendo las partes afectadas por las reformas de los siglos XVII y XVIII.
Respecto a la articulación muraria con arquerías –que veremos con similar tratamiento en La Trinidad–, es modelo bien asentado en edificios del sudoeste francés, del área aragonesa como señala Bango, caso de Loarre, Obarra, iglesia alta de San Juan de la Peña, etc., y de modo más general en buena parte del románico pleno de los reinos del norte, siendo solución recurrente en iglesias cántabras –Bareyo, San Martín de Elines, Silió, Castañeda o Cervatos–, burgalesas (San Pedro de Tejada, Manzanedo, Crespos, Siones, etc.). En Ávila las encontramos con distribución similar en San Vicente, hecho significativo, pues es con el primer taller escultórico de la basílica abulense con quien podemos conectar el estilo de los capiteles de San Millán, en la cabecera sobre todo los de la arquería.


Se decoran con temas varios, algunos vegetales, de hojas picudas de puntas vueltas o con bordes dentados y nervios incisos, hojas hendidas festoneadas del tipo visto al exterior y acantos de puntas salientes en dos niveles. La mayoría son figurativos, donde haciendo abstracción de los yesos que los completan vemos grifos rampantes, destrozados centauros, leones alados o no afrontados u opuestos, sirenas de doble cola alzada, arpías de alas explayadas y larga cabellera partida, aves opuestas muy similares a otras de San Vicente de Ávila o del pórtico de San Martín de Segovia, y curiosos híbridos de ave y reptil.
Destacamos de la serie dos en los que aparece la figura humana. El primero es el que ocupa la posición central de la arquería del ábside, muy destrozado, pero en el que reconocemos sobre un fondo de caulículos a dos arpías femeninas de alas explayadas en las caras cortas, mientras en el frente se giran y dan la mano dos jinetes que parten en direcciones divergentes, uno con montura ensillada y un cinturón ciñéndole la túnica del que parece colgarle la vaina de una espada, y la otra –pues es figura femenina– mostrando en su atuendo sendos pliegues bajo el pecho; en ambos, que asen con las otras manos las riendas de sus corceles, la indumentaria muestra mangas extremadamente largas, propias del atuendo de bien entrado el siglo XII.
La referencia y explicación de esta escena la vamos a encontrar con algunas variantes y en idéntica ubicación en el ábside central de San Vicente de Ávila, donde vemos un caballero portador de un halcón dirigiéndose a una dama que alza con su mano parte de la capa que la cubre, completándose aquí la cesta con un felino arqueado y una acompañante. Tanto Ruiz Maldonado como Vila da Vila interpretan la escena como la despedida de la dama y el caballero, aunque aquí se pudiera pensar en algún contenido moral dada la compañía de las arpías.
El otro capitel historiado muestra una escena de bautismo, con un probable ángel descalzo portando una túnica que dirige hacia la escena central, en la que en una especie de pila bautismal ornada su copa con cuatro peces –en probable alusión al río Jordán– se dispone un personaje desnudo y descabezado, pero que por el nimbo crucífero que luce debemos identificar con Cristo. Tras él, otra figura nimbada –San Juan Bautista– le ase por un brazo y se gira para recoger una especie de hisopo que le entrega otro ángel también nimbado que parte de lo alto. Con escasas dudas, pensamos se trata del bautismo de Cristo. Volviendo a la arquitectura, las capillas laterales se cubren con horno el hemiciclo y cañón en el presbiterio, dándoles paso arcos triunfales doblados apeados en semicolumnas coronadas por bellos capiteles vegetales, al norte de corona inferior de hojas conquiformes y piso superior de calículos avolutados, muy similares a otras del exterior de la cabecera de San Vicente de Ávila y que las veremos interpretadas en Rebollo. En el ábside de la epístola el esquema es parecido, sustituyendo las hojas inferiores por otras carnosas y picudas de bordes festoneados. Similar debía ser la decoración del arco triunfal y fajón del presbiterio de la capilla mayor, cuyos capiteles están muy retocados.

En la unión de las capillas con el transepto se produjo un titubeo, ni siquiera existe ruptura de hiladas, pero sí hay un cambio en la idea inicial de continuar las impostas bajo las bóvedas de los ábsides por el muro, pues éstas, cambiando las rosetas por filas de billetes, se interrumpen bruscamente apenas iniciadas. En cualquier caso no se aprecia grandes cesuras en planta, lo que nos induce a pensar que el proyecto, a ese nivel, se trazó prácticamente de una sola vez. Otra cosa será el alzado de sus muros.

Los brazos del transepto se cubren con bóvedas de cañón de eje normal al de la iglesia, abriéndose en el hastial del brazo sur, bajo el remate a piñón, una ventana del tipo visto en el ábside, en uno de cuyos capiteles se figuraron dos personajes acuclillados de aire simiesco, con tobillos aprisionados por maromas que sujetan con sus manos y garras en vez de pies, tema que vemos en Ávila y que se repetirá en La Trinidad.
El brazo norte resuelve doblando el muro mediante un gran arco ciego el conflictivo encuentro con la fábrica de la torre. Pero una de las grandes sorpresas de la iglesia la proporciona la cubierta del crucero, sobre el que se alza un cimborrio prismático y no excesivamente destacado. Este espacio, alzado sobre cuatro potentes formeros doblados, se cubre con una espectacular cúpula sobre trompas decoradas con florones en vez del tradicional Tetramorfos, pues éste encuentra acomodo en los capiteles de los cuatro pilares, como inmediatamente veremos. Donde en Jaca se alza una cúpula con ocho nervios que parten de cada lado del octógono y confluyen en el centro, aquí se construyó una cúpula de paños, concretamente ocho, y sobre ellos dos dobles parejas de arcos paralelos que arrancan de ménsulas en los ejes longitudinal y transversal de la iglesia y se entrecruzan dejando un espacio libre en el centro, resultando pasantes los del eje norte-sur y entregos a los anteriores los otros.
No nos extenderemos mucho sobre la progenie hispanomusulmana de este tipo de cubierta, que encontramos ya en la ampliación de la mezquita de Córdoba durante el último cuarto del siglo X, aunque sí señalaremos que su difusión por el arte almohade en los reinos cristianos nos dejó bellos ejemplares a finales del siglo XII, como en la capilla de Talavera de la Catedral de Salamanca o en la de La Asunción de las Claustrillas del monasterio de Las Huelgas de Burgos.
Geográficamente más exótica resulta la solución –muy similar a la nuestra– en el crucero del monasterio cisterciense pontevedrés de Santa María de Armenteira, que José Carlos Valle Pérez considera resultado de la participación de alarifes mudéjares. También oriundos de la España de la media luna imaginamos a nuestros artífices, como a los que alzaron una estructura similar en San Martín según parece intuirse bajo los yesos barrocos, y quizás –dada la torpe ejecución– sólo inspirados en los ejemplos citados los que voltearon la del edículo superior de la Vera Cruz. Acabaría por singularizarse la cúpula de San Millán si se confirmasen nuestras sospechas de que los arcos entrecruzados no tienen función estructural alguna salvo la de haber servido de cimbras para la construcción de los paños, creemos –con las reservas impuestas por el revoco– que aparejados con hormigón. Avanzamos aquí la hipótesis a la espera de poder confirmarla pero, de así ser, estaríamos ante la cubierta de encofrado de mayores proporciones de las que conocemos, dado que el cuadrado sobre el que se emplaza tiene un lado de más de ocho metros y medio, dimensiones muy similares a las del citado ejemplo gallego. No obstante, el último restaurador del edificio, García Gil, afirmaba en 1977 que “al renovar la cubierta se descubrió que la bóveda estaba construida en pie de ladrillo con grueso tendel”, por lo que no podemos sacar apresuradas conclusiones.

Como antes comenté, las semicolumnas de los pilares sobre los que voltean los torales que sujetan el cimborrio se coronan con cuatro cestas en las que se representó el Tetramorfos, reforzando la simbología de la cúpula como trasunto de la bóveda celeste. Bajo cimacios de palmetas se conservan el ángel de Mateo, sosteniendo una cruz patada, el águila de Juan, con cruces en la articulación de sus alas y un muy deteriorado y descabezado león de Marcos, entre hojas espinosas. El símbolo de Lucas fue rasurado.
El cuerpo de las tres naves, algo menos del doble de ancho la central, se divide en cinco tramos separados alternamente por pilares cruciformes con semicolumnas en sus cuatro frentes, sobre basamento cilíndrico, y grandes columnas sobre basamento prismático, atípica combinación de soportes que estrecha los vínculos planimétricos con la catedral de Jaca. Esta alternancia, sin ser frecuente, fue utilizada por la arquitectura carolingia y otónida (Hildesheim, Gernrode, Rosheim) y encuentra algunos ejemplos en el románico francés (catedrales de Carcasonne y Le Mans, Nôtre-Dame de Jumièges) e inglés (Lindisfarne, catedrales de Durham y Norwich).
Los pilares cruciformes muestran columnas en sus cuatro frentes, esto es, están preparados para recibir los formeros –de medio punto y doblados– que permiten la comunicación con las colaterales, y para recoger fajones o, en su defecto, arcos diafragma. Descartado este segundo supuesto, y vista la correspondencia que se establece con los potentes responsiones con semicolumnas que vemos en los muros de las colaterales –traducidos en las hojas externas de los muros en estribos–, sólo podemos deducir que el proyecto original concebía el abovedamiento integral del edificio. Es más, un análisis detenido de los muros volados sobre las arquerías que separan las naves nos permitirá observar cómo en ellos se abren –por encima de una imposta de gruesos billetes y sobre los pilares cilíndricos– sencillas ventanas de arcos doblados aptas para la iluminación directa de la nave central.
hecho, junto a las rozas visibles en la fachada occidental, nos indican que en principio se pensó en dotar de mayor altura a la nave respecto a la cubierta de las colaterales, como más abajo comprobaremos al analizar la fachada occidental. Respecto a los capiteles de los pilares interiores, tanto los de los formeros como los de los fracasados fajones, no sólo mantienen sino que refuerzan la formación de sus escultores en la fase inicial de San Vicente de Ávila.
Son significativas las coincidencias en temas y estilo, tanto en los vegetales como en los figurativos. Entre los primeros, casi siempre sobre fondo de caulículos avolutados, llaman la atención las hojas lobuladas de tratamiento espinoso que ya vimos en los capiteles de los evangelistas del crucero, junto a hojas cóncavas lisas de nervio central hendido, otras lanceoladas o afalcatadas, helechos recortados, etc. Como en Ávila, se repite aquí la cesta representando un castillo o puerta de muralla, remedo de otro del presbiterio de la capilla mayor de San Vicente, con sus puertas bajas y remates con torrecillas en las que se abren ventanas de arcos de neta herradura. Y también abulense es el elefante portando un castillete en su lomo, ceñido por ornamentados arreos y dispuesto entre dos arquitecturas imitando fortalezas. Vemos también un centauro-sagitario atravesando con su flecha una arpía de alas explayadas posada sobre su grupa, flanqueado por otras dos tentadoras en las caras cortas; un personaje defendiéndose del ataque de las dos serpientes en que remata la cola de un fracturado cuadrúpedo, quizás también bicéfalo, que engulle la cabeza de otra figura dispuesta ante él; parejas de grifos rampantes afrontados atrapando pequeños leones –uno de ellos de aire muy abulense–, los centrales con los cuellos vueltos, tema de gran difusión en la provincia; un gran león pasante de abultada melena y cola entorchada, rugiendo y sacando su lengua; un jinete sujetando las riendas de su montura, con una rapaz delante. Pero es sin duda la Huida a Egipto la cesta más lograda y donde más evidente se hace la participación de uno de los buenos escultores de San Vicente de Ávila, en cualquier caso no el mejor cincel, pero sí alguien próximo.
La escena es la habitual, con la Sagrada Familia –tras la que se dispone una representación arquitectónica– representada con San José, tocado con un amplio bonete gallonado dirigiendo las riendas de la caballería en la que monta María a horcajadas con el Niño, con nimbo crucífero, en su regazo. El tocado plisado de la Virgen, la dulzura de los rostros, de prominentes apéndices nasales, el detallismo, como el pie metido en el estribo y los arreos del caballo, entre otros aspectos, remiten al modelo citado. Sólo alguna desproporción como observamos en la montura, los movimientos más acartonados que los abulenses o plegados más esencializados nos sitúan al escultor en una segunda fila, aunque destacando del resto en San Millán.
Donde se adoptó una curiosa solución fue en los capiteles que coronan las grandes columnas o pilares cilíndricos de la arquería. En vez de colocar un gran cimacio que disimule la sección en cruz de los formeros doblados y ejecutar una cesta troncocónica, como vemos en Jaca, aquí dicha sección se transmite al capitel, recortándose el cimacio y la propia cesta en función de ella. El resultado es llamativo, pero poco logrado. Frente al tratamiento unitario de la superficie del escultor aragonés, este taller muestra su falta de habilidad para componer en un marco complejo como este, y aunque consigue salir airoso en dos de los capiteles vegetales, facetando cada cara, disponiendo grandes hojas espinosas en las aristas y situando en los frentes columnas de las que brotan dos caulículos divergentes sugiriendo arcos vegetales en los que incorpora figuración, el resultado es mediocre. En uno coloca cuatro personajes en las aristas, uno sosteniendo un gran pez, otro, también descabezado, alza en una de sus manos un pequeño y destrozado cuadrúpedo. La tercera figura, única que conserva la cabeza, viste capa con fiador, que abría para sostener algo en su pérdida de manos; la última alza en su diestra un incensario mientras sostiene sobre su vientre un libro en cuyo lateral se grabó la inscripción [I]N NOMINE, y en el frente unos signos que no acertamos a interpretar: Y Y C S; debe ser un eclesiástico, pues porta manípulos.
Realmente desafortunada es la composición del capitel restante, con una Epifanía sin San José en la que los magos, a caballo, se acercan desde ambos lados mostrando sus presentes hacia la figura de María, que sentada en un sitial sosteniendo al Niño en su regazo, aparece desproporcionada y fuera del plano de los reyes. Aunque la caracterización viene a ser similar, la ejecución de la figura de la Virgen dista bastante de la observada en el capitel de la Huida a Egipto.
Varios indicios nos hacen pensar que a este nivel de las obras, esto es, con los muros a la altura de las cornisas y sólo restando la cubrición, se desistió de que la misma fuese abovedada, paralizándose las obras por un periodo que no podemos cuantificar, pero que en cualquier caso no fue dilatado. Cuando se retomaron los trabajos se alteró la idea original, sobreelevando los muros de las naves laterales con peor concertado aparejo y trasladando el alero –incluyendo una pieza con entorchado como las que rematan los contrafuertes del hastial sur del transepto–, prolongando los responsiones y columnas con buena sillería quizás algo más desordenada y diámetro de los tambores de las columnas ligeramente divergente de las iniciales, y reubicando los capiteles a mayor altura. 

Exterior
El hastial occidental del edificio denuncia el señalado cambio de proyecto arquitectónico, al traducir en sus rozas la inicial estructura de triple nave y los dos niveles de cubiertas primitivos. La nave central se elevaba sobre las colaterales, cubiertas éstas a un agua, aproximadamente por encima de los tres vanos sobre la portada, alzándose un piñón en el que se abre una ventana para dar luz a la nave central. Dicho piñón se remata con una cornisa ornada con tetrapétalas en clípeos, en su mayor parte rehecha.

Las rozas que marcan las primitivas líneas de vertiente de las colaterales nos indican que no nos encontramos ante un replanteo en curso de obra como tal sino una reforma en toda regla, que supuso sobreelevar la cubierta de aquéllas hasta casi igualarla con la línea trazada por el piñón de la nave, condenando de paso las ventanas que proporcionaban iluminación directa a ésta. Tal recrecimiento, dicho sea de paso bien resuelto, no pudo evitar la ruptura de las hiladas de la sillería –no se trabaron– pese a utilizar piezas de similar estereotomía y material calizo de una tonalidad sólo levemente más clara.

No es posible, pese a todo, realizar una lectura en función de las marcas de talla del careado de las piezas, y ello debido a que todo este paramento fue retallado a trinchante, pensamos que para facilitar un mejor agarre del revoco de tonos ocres con llagueado imitando despiece de sillería que es aún visible, muy fragmentariamente, en algunas zonas de la portada. Probablemente la restauración de Cabello Dodero de 1939 acabó por complicar la lectura muraria de este hastial, ya que la mayoría de las dovelas y jambas de las tres ventanas de la nave central parecen rehechas.

Expuestos estos avatares, la disposición de la fachada occidental resulta en cierto modo infrecuente, recordándonos levemente algunas de las de Zamora capital. Traduce en cualquier caso este muro la estructura interior de las naves, incluso denunciando el sistema de soportes, pues a los responsiones interiores que recogen los formeros del primer tramo se corresponden sendos estribos prismáticos que enmarcan en el hastial tanto la nave como las colaterales, éstos últimos a menor altura y acordes así al proyecto románico original. Estos estribos se rematan en talud escalonado, regruesándose también escalonadamente en las zonas bajas; su sillería se integra perfectamente en la de la fachada, por lo que no hay duda de su contemporaneidad, y lo mismo podemos decir del zócalo sobre el que ésta se alza, brevemente avanzado de la fachada.
En este punto cabe preguntarse por el sistema de cubrición adoptado una vez desestimado el abovedamiento. La respuesta –y varias incógnitas– nos la da el propio edificio, pues en él se conservan unos interesantísimos vestigios de la primitiva armadura que cerró la nave, reutilizada en la sobrecubierta cuando el interior recibió las bóvedas barrocas en 1669 y descubierta por Javier Cabello y el marqués de Lozoya en 1929. Hoy día, tras el loable esfuerzo de la Junta de Catorcena de San Millán y la propia parroquia, con motivo de la Catorcena de 2005, estos restos se encuentran perfectamente almacenados en el espacio habilitado como museo parroquial bajo el atrio septentrional, aunque siguen a la espera de una necesaria restauración y de un estudio que permita solventar algunas de las dudas que plantean. Enrique Nuere realizó un espléndido análisis de lo conservado y enunció una fundamentada hipótesis de reconstrucción –concordante además con lo hasta aquí expuesto en cuanto a proceso constructivo–, que nos permite con garantías pensar que la nave mayor se cubrió con una armadura de par hilera, con cuadrales hacia el hastial occidental y dobles tirantes entre los que se disponían tabicas.
De todos estos elementos, junto a una espléndida colección de canes, tabicas y estribos, ornados con entrelazos y palmetas o textos con invocaciones a Dios en árabe, se deduce tanto el origen islámico de sus autores como su maestría, configurando así el más importante testimonio de carpintería de armar musulmana en un edificio románico hispano, obra probablemente de los años centrales del siglo XII, según la secuencia propuesta.
En el estudio de Nuere se plantea además que tanto las supuestas bóvedas nunca volteadas como esta cubierta lígnea interfieren con el cimborrio levantado sobre el crucero, demostrando su anterioridad y el titubeo en curso de obra. No es caso único el que la ventana occidental del cimborrio, al no dotarle de mayor altura, acabe integrándose en la bajocubierta de la nave, aunque sí sorprende en la solución actual con alfarje, fruto de la eliminación de las bóvedas barrocas en los años 70 del pasado siglo, que ésta corte tanto el vano citado como la ventana abierta en el piñón del hastial. 

Portadas
Respecto a los accesos, en el centro del hastial occidental se sitúa una notable portada abierta en el espesor del muro, sin antecuerpo que lo regruese. Una línea en ligerísimo resalte sobre esta portada añade la incógnita de si contó o no con imposta o tejaroz, hipótesis que hemos de descartar al no contar con elementos suficientes para avalarla como una roza o hilada más estrecha.
Sobre la portada se abrieron tres sencillas ventanas rasgadas y escalonadas, de arcos de medio punto y muy restauradas. Sobre ellas, y casi en la cumbrera del piñón que remata el hastial, se dispuso un ventanal de mayor entidad, de arco de medio punto rodeado por dos arquivoltas, la interior moldurada con bocel entre chaflanes y la otra lisa, rodeándose por una desgastada chambrana ornada con triple hilera de tacos. El arco interior apea en una pareja de columnas acodilladas, alzadas sobre basas áticas de toro superior facetado, escocia y toro inferior con garras, sobre finos plintos. Se coronan con capiteles decorados, el derecho con una pareja de arpías frontales, de alas explayadas que juntan en el ángulo de la cesta y larga cabellera; el más septentrional es vegetal, con dos niveles de hojas de agua de nervio central. Sus cimacios reciben carnosas palmetas en clípeos de tallos, continuándose como impostas en el arco exterior, ahora ornadas con tetrapétalas inscritas en clípeos, similares a las que vemos en Ávila, en la torre de San Miguel de Turégano e infinidad de otros ejemplos. Los capiteles del interior reciben parejas de toscos grifos afrontados.
La monumental portada se compone de arco de medio punto liso, con su rosca decorada con rosetas tetrapétalas inscritas en clípeos ornados con banda de contario y pequeñas volutas en los ángulos. Contamos dieciocho dovelas, todas regulares menos la inmediata a la clave, que funciona como cuña de encaje de las piezas y recibe dos hojitas entre pequeños caulículos, a modo de simplificación de las restantes.
Rodean al arco cuatro arquivoltas, de las cuales la interior se moldura con bocel entre chaflanes; la siguiente lo hace en arista viva, cuya rosca está decorada con rosetas octopétalas de botón central y espinoso tratamiento, inscritas en clípeos ornados con banda de contario y caulículos en los ángulos. Tras una banda de triple hilera de billetes, la tercera arquivolta repite el perfil de bocel entre chaflanes, mientras que la exterior se muestra lisa, en arista viva y retallada, rodeándose el conjunto con chambrana de triple fila de billetes. Apean los arcos en jambas escalonadas de aristas matadas por boceles, en las que se acodillan dos parejas de columnas de maltrechos fustes y basas –si es que existen– ocultos por una gruesa capa de revoco.Las coronan también desgastados capiteles, cuya decoración parece relacionarse por parejas. El interior del lado izquierdo del espectador –la norte– muestra unas curiosas “arpías” ataviadas con tocas y largas túnicas de pliegues curvos paralelos, entre hojas picudas, que asen con sus garras el astrágalo. 
Se muestran frontales, hieráticas, con rostros de concepción alargada y largas cabelleras de mechones paralelos, siguiendo el modelo de un capitel del ábside de la epístola de San Vicente de Ávila. El capitel frontero recibe una pareja de arpías femeninas de largas cabelleras y alas explayadas que se unen en el ángulo de la cesta. En el exterior del lado izquierdo vemos, sobre un fondo de caulículos, una pareja de personajes de largas melenas, ataviados con túnicas cortas de mangas extremadamente amplias, sometiendo leones a los que cabalgan mientras desquijaran. El capitel del lado derecho nos muestra, igualmente sobre un fondo de caulículos, una pareja de esfinges afrontadas de grueso cuerpo, desproporcionadas, de finas patas y largas cabelleras. Sobre los capiteles corre una imposta de tetrapétalas en clípeos, similar a la vista en la ventana alta. Las piezas inferiores de las jambas, como todo el basamento sobre el que se alza la portada, fue renovado debido a la descomposición de la piedra.
Las otras dos portadas del templo se abren en sendos antecuerpos al norte y sur del cuarto tramo. La septentrional muestra arco de medio punto con rosca ornada con lises en clípeos perlados, rodeado por cuatro arquivoltas, la interior y tercera con grueso bocel entre nacelas, la segunda en arista viva y rosca decorada con tetrafolias en clípeos perlados y la cuarta lisa, con chambrana de tres filas de tacos.
Una imposta de rosetas corre bajo los arcos, que apean en jambas escalonadas en las que se acodillan dos parejas de columnas de destrozadas basas áticas. También los capiteles que las coronan han sufrido la erosión, viéndose en ellos personajes sometiendo animales, leones y grifos afrontados y arpías de alas explayadas.
La portada meridional, de similar porte, cierra su arco con un tímpano adovelado, esto es, compuesto de varias piezas, apoyado en fracturadas ménsulas con prótomos de animales en las que reconocemos un león y un bóvido, y en precario estado aunque excepcional dada la parquedad de elementos de este tipo en el románico provincial. Lo rodean cuatro arquivoltas en las que alternan los tres cuartos de bocel en esquina con las lisas, la interior ornada su rosca con rosetas de tratamiento espinoso, sobre dos parejas de columnas acodilladas a las jambas que las recogen; sus rudos capiteles reciben parejas de leones afrontados y arqueados que agachan sus testas, o bien leones afrontados compartiendo cabeza, al estilo visto en San Andrés y Santo Tomé el Viejo de Ávila, hojitas picudas de puntas incurvadas y dos destrozados personajes sedentes bajo caulículos. La iconografía del tímpano resulta un misterio, sin que quepa achacar nuestro desconocimiento sólo a su pésimo estado de conservación. Vemos en el centro una gran figura angélica que se dirige con el gesto de sus manos hacia un personaje barbado, el cual muestra las palmas de sus manos sobre el pecho en signo de respeto y de recepción del mensaje. Tras esta figura el relieve está muy perdido, aunque podemos aventurar que se disponía una representación infernal a tenor del glouton invertido de la zona inferior, sobre el que se sitúa lo que parecen los restos de un ave. En la otra parte de la composición se disponen tres figuras sedentes, la del extremo prácticamente perdida, pero en las otras dos reconocemos al mismo personaje que recibió el mensaje angélico, esta vez acompañado de otra figura que porta en ambas manos un objeto, quizás un libro. Se han vertido diversas interpretaciones, pensamos que ninguna convincente.

Galerías
El dilatado proceso constructivo de la iglesia románica finaliza con la edificación de dos galerías porticadas y un cuarto ábside al norte, entre la torre y el del evangelio. Y es que si antes vimos cómo la renuncia al abovedamiento de las naves había llevado parejo el recrecimiento de las colaterales, faltaba encontrarle una explicación a este hecho, la cual creemos radica en el deseo de recubrir las fachadas con estructuras porticadas, algo no previsto en origen, habiendo sido preciso sobreelevar las colaterales para mantener un escalonamiento armónico de los espacios y permitir la evacuación de las aguas.
Ambos atrios responden a un mismo esquema constructivo, distribuyendo los once arcos de sus frentes con un ritmo de 3-1-3-1-3, intercalando pilares cúbicos en las cesuras. Los arcos son en los dos casos de medio punto, con sección de tres cuartos de bocel en esquina al interior y exterior en el meridional y lisos en el otro, en ambos casos rodeados por chambranas de fino abilletado. Apean estos arcos en dobles columnas de fustes pareados, sobre basas áticas en su mayor parte rehechas por las restauraciones, y en bancos corridos que van salvando el desnivel, también bastante reformados.
El atrio meridional, cuyos arcos fueron liberados en 1951, presenta el cierre oriental rehecho durante la misma intervención de Cabello, incorporando dos cestas románicas muy rozadas, con helechos partidos y dos parejas de rudos felinos afrontados. En su frente, junto a un par de capiteles lisos fruto de la restauración, y de este a oeste, vemos parejas de grifos rampantes afrontados de colas anudadas y atrapando pequeños cuadrúpedos, con leones en las caras cortas; sigue una cesta historiada de difícil interpretación en la que creemos reconocer una escena festiva, con diez figuras –dos rasuradas– masculinas y femeninas, una con la melena suelta tañendo una especie de pandero, una mujer con toca con barboquejo portando un objeto cilíndrico, dos figuras de extraordinariamente largas mangas agarrándose de las manos y otras dos mujeres portando objetos irreconocibles.
En los tres siguientes, incluidos los de la portada de acceso, se afrontan híbridos de cuerpo de ave, cabeza felina y enroscadas colas de reptil entrelazadas, cuadrúpedos de largos cuellos y cabezas monstruosas con otros pequeños animales en las grupas, y aves afrontadas de cuellos girados dibujando formas acorazonadas en las que se sitúan tallos que las enredan partiendo de un tronco central, composición cuyo origen quizás esté en un capitel interior de ventana de San Martín de Fuentidueña y que vemos repetida en las portadas de La Trinidad (occidental), Tenzuela y San Miguel de Turégano. 



El siguiente capitel vuelve a ser historiado y aunque su relieve está muy rozado, reconocemos tres escenas bajo arquillos, con la Anunciación, la Visitación y una Natividad en la que apenas es identificable la figura de San José. En concordancia con la anterior, la cesta siguiente nos muestra la Epifanía, con los magos ante la Sagrada Familia portando sus ofrendas, el primero arrodillado y llevándose la mano a la corona; en la cara meridional se representaron las monturas de los reyes y en la norte el sueño de los magos, con la aparición del ángel que les previene para que retornen eludiendo a Herodes.
En el frente occidental el relieve no permite certidumbres, pudiéndose dudar de que se trate de la Huida a Egipto o, lo que creemos más probable dados los precedentes en otros atrios de la provincia, la partida de los reyes. El siguiente capitel nos muestra al Pantocrátor rodeado por el Tetramorfos y acompañado por las figuras de diez apóstoles y tras él vemos una cesta decorada con tallos entrelazados en cadeneta de la que penden gruesos cogollos y hojitas.
El capitel siguiente, entrego a uno de los pilares, se decora con cuatro personajes masculinos de gesto sonriente, bajo arquillos perlados que apean en dobles columnas de fustes entorchados, todos tocados con cofias y ataviados con pesadas capas o mantos de pliegues acostados y paralelos en diagonal, rematados en zigzag y con brocados; su aspecto nos recuerda el de algunas figuras de los canes de San Martín y San Miguel de Fuentidueña y otro de la portada de Perorrubio, que en la capital volvemos a encontrar en San Justo y San Sebastián. El siguiente capitel, sin desentonar, rompe con la morfología de los hasta ahora analizados, mostrando finas hojas de acanto con pomas en las puntas sobre una forma cónica lisa recorrida por finas bandas perladas y remate con puntos de trépano; pese a su elegancia, nos disuade de considerarlo intrusión renacentista su cierta similitud con los vistos en la ventana del ábside norte de San Martín, otro de San Medel de Bernuy de Porreros y otro del ábside de la epístola de Santa Eulalia. Tras un capitel con arpías afrontadas y áspides hallamos otro del ciclo cristológico, esta vez de la Pasión, con el Prendimiento y beso de Judas –que porta al cuello la bolsa de monedas– y el episodio de San Pedro cortando la oreja a Malco. El último de la serie, tras una cesta nueva, muestra un centauro sagitario disparando su flecha contra una arpía, con otras dos en los flancos, tema ya visto en el interior. Señalemos la existencia, en el interior del extremo occidental de la galería, de una columna más, indicio quizás de que el pórtico continuaba, aunque no tenemos forma de confirmar este extremo.

En los cimacios se despliega buena parte del repertorio ornamental del tardorrománico segoviano, que llena impostas, cimacios y cornisas de muchos templos: molinillos de hojitas, rosetas de variado número de hojas inscritas en clípeos, flores de arum, roleos, tallos entrelazados, clípeos formados por entrelazos y tallos entrecruzados que nacen de dos lises enfrentadas, bezantes o espinosas hojitas de hiedra. En la fachada meridional, los machones presentan aristas aboceladas y se continúan como pilastras alcanzando el alero y curvándose en nacela, integrándose así en la línea de canes.La
 cornisa muestra la abigarrada ornamentación propia del tardorrománico segoviano, que abarroca la que vimos en los aleros de la cabecera y nave, mostrando decoración en la cornisa, cobijas, metopas y canes, las primeras con algún grifo, sirena o león, pero sobre todo entrelazos, tallos, rosetas y florones, y los últimos con dragoncillos, prótomos de animales, músicos y acróbatas, arpías, un lector, bustos humanos, etc. Contrasta el abigarramiento de esta cornisa con la de las naves, donde las metopas reciben simples rosetas en clípeos y los canes los finos rollos, hojas, nacelas o bastoncillos que vimos en los ábsides.




Por lo que respecta al atrio norte, debió ser prácticamente remontado en el siglo XVI, pues como bien señalaba Cabello “existen algunos capiteles y ábacos platerescos, admirablemente entonados en el conjunto, por lo que pasan desapercibidos”, nueva prueba del respeto que las intervenciones renacentistas tuvieron con el románico segoviano, y ello sin renunciar al estilo de su época como también vimos en el pórtico de San Martín. Entre estas piezas añadidas, capiteles y cimacios vegetales con variaciones de acantos, se conservan algunos originales, bien vegetales con hojitas picudas en tres pisos, hojas lisas o helechos, así como uno que repite el tema de los personajes desnudos acuclillados de aire simiesco sujetando con las manos las maromas que aprisionan sus tobillos. En su cornisa se repiten los temas ya vistos en la meridional, coronándose los dos contrafuertes que flanquean el acceso con sendos relieves muy gastados.

Es evidente que los pórticos corresponden a una fase tardorrománica, aunque no creemos que excedan en mucho los últimos años del siglo XII o primeros del siguiente. Como ya señalara García Gil, ambos nos han llegado mutilados, correspondiendo sus cierres occidentales –y el oriental en el caso del atrio sur– a restauraciones modernas. El citado autor, responsable de la última intervención importante en el edificio, barruntaba la posibilidad de la continuidad de los atrios por la fachada occidental, incluyendo un nártex avanzado al estilo de San Martín. Varios indicios, como la citada columna del pórtico meridional y la propia atípica disposición de la fachada invitan a considerarlo, aunque quizás no llegaran nunca a realizarse, extremo que sólo una excavación confirmaría.

Poco nos ayuda además la epigrafía en este caso, reduciéndose la que más podría interesarnos, junto al incipit señalado en el capitel interior, al epitafio recolocado hoy en el brazo sur del transepto, y que reza: : A:QVI : YAZE : BLASCO : FERRA[N]D/EZ : DE : SA[N]T : MILLA[N] : I : FINO : E/N : FEBRERO : ERA : DE : MIL : I : / CCC : ET : XL : I : IIII : ANNOS :. Nada más sabemos de este Blasco Fernández. Otro epitafio, de Rui Sánchez, muerto en 1295, se sitúa en la fachada septentrional, donde hay también algunos curiosos grafitos como uno representando una fortaleza. Mayor interés para nuestro estudio podría encerrar otro grafito grabado en un sillar de la arquería baja del ábside, inmediato al capitel de la despedida de la dama y el caballero, en el que junto a una marca de cantero que figura un hacha acertamos a leer XXXXII junto a otras incisiones paralelas de difícil interpretación. No osamos sacar conclusión alguna de lo anterior dado su carácter fragmentario y lo removido de esta zona en las restauraciones de Cabello Dodero. 

Quedan además en el interior de San Millán unos mínimos restos de la pintura mural que recubrió la cabecera, emplazados en el codillo meridional del ábside mayor. Se trata de una muy desleída representación del Noli me tangere, con la Magdalena arrodillada a los pies de Cristo según la iconografía habitual, dispuesta sobre un reticulado trazado en negro. Consideradas románicas por varios autores, parece que habría que incluirlas ya dentro de un primer gótico, pues como gótico lineal las califica Gutiérrez Baños en su reciente tesis doctoral, datándolas, con dudas, en la segunda mitad del siglo XIII. Mayor entidad tienen los restos, recientemente restaurados para la Catorcena de 2005, descubiertos durante la restauración de Cabello en 1949 al eliminar dos retablos que se adosaban a los dos pilares del crucero que flanquean la capilla mayor. Tras ellos aparecieron, dispuestos a ambos lados de la semicolumna, en el lado meridional las figuras orantes de San Julián y Santa Basilisa –ésta identificada por el letrero pintado BASILISSA–, mientras que en el del evangelio vemos dos figuras carentes de letrero, una femenina y velada y la otra masculina, ambos sosteniendo sendos libros. Aunque no es evidente su identificación y quizá sean una pareja de santos de perdidos letreros, creemos sugerente la hipótesis de Cabello Dodero quien los interpreta como la Virgen y San Juan Evangelista, y quizás –ya mera elucubración– sobre ellos se disponía, pintado o más probablemente de talla, un Crucificado que compondría así un Calvario. Gutiérrez Baños las data a mediados del siglo XIII.Ya del siguiente y plenamente góticas son las del panel de la Crucifixión que orna el muro norte del transepto y sur de la torre. 

En definitiva y como al principio enunciábamos, San Millán se nos presenta como el monumento fundamental del románico segoviano, tanto por sus evidentes ambiciones y valores arquitectónicos y plásticos como por erigirse en punto de encuentro de tres tradiciones artísticas que representan a dos grupos culturales. Componen la primera más que probables alarifes, musulmanes o no pero en cualquier caso arabizados, que dejan huella de su hacer tanto en la primera campaña que levanta la torre como en la segunda que cierra el crucero con la espectacular cúpula, y son sin duda procedentes del sur quienes realizan las cubiertas de las naves. A ellos se suman, por un lado, artistas que ejecutan un proyecto arquitectónico trasplantado de Aragón y que aquí se reúnen con un taller escultórico formado en la primera campaña de San Vicente de Ávila, equipo que, gracias a los magníficos estudios de Margarita Vila y Daniel Rico, sabemos empapado tanto de la corriente hispano-languedociana que se extiende a lo largo de los reinos atravesados por la ruta jacobea, como de modos propiamente aragoneses. Finalmente, sin despegarse del influjo abulense, otros talleres curtidos en la zona septentrional de la provincia acabarán por recubrir con sus pórticos la ambiciosa fábrica. Esta convergencia, aquí sólo esbozada, sigue esperando –confiamos que por poco tiempo– un estudio en profundidad que establezca la dimensión real del nudo gordiano que representa la iglesia, básico además para encuadrar buena parte del románico provincial, que aquí encontró muchas de sus fuentes de inspiración.


 

 

 

 

 

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