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jueves, 23 de octubre de 2025

Capítulo 135, Románico en los alrededores de Lugo

 

Románico en los alrededores de Lugo

Sarria
Esta destacada localidad lucense se encuentra a 31 km de Lugo, ciudad con la que está comunicada a través de la carretera LU-546. El municipio de Sarria se encuentra en un área de depresiones y llanuras en la Galicia centro-oriental, propicia para actividades agropecuarias. Su capital se levanta a orillas del río homónimo y, todavía hoy, constituye una de las localidades de mayor relevancia del Camino Francés en su recorrido por Galicia.
Territorio habitado desde tiempos prehistóricos, tal y como certifica la presencia de restos arqueológicos, la mención en documentos altomedievales a los Comes in Sarria, título de concesión real, ha llevado a considerar que ya en el siglo X existía un señorío consolidado, siendo a lo largo del siglo XII cuando los condes de Sarria gozaron de gran influencia en Galicia. A comienzos de dicha centuria, el conde Rodrigo Vélez, o Velaz, era el noble más destacado de Galicia solo por detrás del poderoso conde de Traba, Pedro Froilaz. Estrechamente vinculados a la corona castellano-leonesa, su sucesor, Álvaro Rodríguez, contribuyó a la penetración de la Orden del Cister en la Península, fundando el monasterio de Meira, y su hijo, Rodrigo Álvarez, fundó la Orden de Montegaudio y cofundó la Orden de Santiago. La importancia del señorío quedó reflejada en las fortalezas que todavía hoy se conservan en este territorio, comenzando por la que defendía la propia localidad de Sarria, de la cual solo se conserva una torre del siglo XIII.
En este periodo, y durante los siglos sucesivos, el desarrollo económico y religioso de la villa de Sarria se encontró indisolublemente unido al Camino de Santiago, al ser localidad de paso del Camino Francés. Alfonso IX, monarca fundador de la villa, falleció en Sarria en 1230 cuando peregrinaba hacia Santiago en señal de agradecimiento por la conquista de Mérida. Por deseo del monarca, su cadáver fue trasladado a Compostela para recibir sepultura en la Catedral, donde yacía su padre, Fernando II. Sin embargo, el Libro V del Códice Calixtino (la guía del peregrino) no menciona esta urbe, centrando la atención en la vecina localidad de Barbadelo y en la feria que allí se celebraba. Esta ausencia lleva a considerar que la importancia de Sarria en la ruta de peregrinación aumentó progresivamente a lo largo del siglo XII. En la siguiente centuria se fundó en la villa el convento de la Magdalena, dedicado a la hospitalidad jacobea, cuya primera referencia documental se remonta al 1219. Como veremos a continuación, es en este contexto de expansión entre finales del siglo XII y comienzos del XIII que se erige la iglesia de San Salvador.
En 1366 el señorío se integró en el condado de Lemos y en 1543 Carlos V concedió a Fernando Ruiz de Castro Osorio el título de primer marqués de Sarria, destinado a los primogénitos de la casa de Lemos. Como consecuencia de la reforma monástica del siglo XVI, el convento de la Magdalena pasó a integrarse en la Orden de San Agustín, perteneciendo a esta comunidad hasta la Exclaustración y recuperando su función religiosa a finales del XIX, cuando se entregó a la Orden de la Merced. A finales del citado siglo XVI Dinís de Castro fundó el hospital de Santo Antón, frente a la iglesia del Salvador, para acoger a aquellos peregrinos que regresaban de Compostela. La decadencia de la ruta francesa en los siglos XVIII y XIX afectó a la villa, que se revitalizó con la llegada del ferrocarril y como centro de comunicaciones por carretera. Con la recuperación de la peregrinación en las últimas décadas, Sarria ha restablecido su vínculo jacobeo, resurgiendo como punto de partida de un gran número de peregrinos de corto recorrido.

Iglesia de San Salvador
La iglesia se encuentra en la zona oeste de Sarria y en una zona alta, individualizada en una plaza. La primera noticia documental está datada en el siglo XI; se trata de una donación hecha a Santa María de Lugo en el año 1094 recogida por Vázquez Saco y que forma parte del Libro I de Pergaminos del palacio Episcopal de Lugo (Archivo Histórico Nacional, leg. 728). Dice In Sarria Sanctum Salvatorem y continúa explicando cómo veinte años más tarde la reina Urraca la dona al obispo de Mondoñedo, pero lo hace “a instancias de Doña Sancha Velaz, que, con su esposo, la habían dado a Lugo”. Un último documento fechado en 1171 y también recogido por Vázquez Saco nos habla de la donación del templo realizada por Fernando II (1152-1188) para el conde de Sarria, Don Rodrigo Álvarez, que a su vez la entrega a Santa María de Lugo.
Del mismo rey Fernando II nos consta la protección que ejercía sobre la iglesia, gracias a una mención del año 1173 recogida en la España Sagrada que dice: in Sarria si quidem ecclesiam Sancti Salvatoris cum omni hereditate sua.
Como sucede con otras muchas iglesias del área, San Salvador también aparece entre las posesiones de la Iglesia de Lugo en una bula del papa Alejandro III (1159-1181) con fecha de 18 de junio de 1179, y el documento lo cita también Vázquez Saco como perteneciente al número cuatro del Bulario del Archivo Capitular de Lugo. Así mismo la encontramos en una Bula del Papa Lucio III (1181-1185) del 2 de agosto de 1185, confirmándose sus derechos a la Iglesia de Lugo, conservada hoy en el Tumbo Viejo de la Catedral (Archivo Capitular, leg. 3, estante 21).
El templo tiene una planta compuesta por una nave única longitudinal y una cabecera formada por dos cuerpos, uno rectangular y otro semicircular. En la actualidad presenta un adosado en el lado meridional que es de época moderna y que se usa como sacristía. La fábrica está realizada, como la mayoría del área, en buenos sillares graníticos dispuestos en hiladas regulares. Las cubiertas están realizadas en pizarra local y a dos aguas, que al interior se traducen en una cubierta a doble vertiente de madera, disimulada por una bóveda de barrotillo en la nave y una bóveda de cañón y otra de cuarto de esfera en la capilla.


El ábside es semicircular precedido por un tramo recto. Se divide en tres paños divididos por dos semicolumnas. En cada uno se abre una saetera.
 

En el interior, en el lienzo norte de la nave se abren dos vanos en saetera, con profundo derrame interno, y una portada, que analizaremos más adelante. El muro sur ha sido muy restaurado, a tenor de la gran luz que presenta en el lugar de la original y estrecha saetera románica. Tanto la nave como el ábside presentan la piedra vista.
La solución del arco triunfal es lo más destacable, puesto que presenta un arco apuntado doblado, con dos arquivoltas de sección prismática. Ambos arcos descansan sobre una imposta sencilla que se extiende por todo el perímetro del presbiterio. En el interior, bajo la imposta, se disponen sendas semicolumnas, de fustes en tambores que se corresponden con las hiladas, basas áticas y plintos cúbicos lisos.
Ambos capiteles presentan decoración fitomórfica altamente geometrizada y el septentrional muestra un bajorrelieve de un pájaro en el lateral externo del calathos.
Una vez dentro del presbiterio, el primer tramo luce una bóveda de cañón ligeramente apuntada que surge de la línea de imposta antes mencionada. El tránsito de un cuerpo a otro se realizada por medio de un arco fajón que repite la solución del arco triunfal con sendas columnillas de capiteles con motivos vegetales. De nuevo el capitel del lado norte muestra un pájaro entre hojas, mientras que el meridional se limita tan solo a unas toscas hojas. El cuerpo en exedra se cierra con una bóveda de cuarto de esfera apoyada sobre la línea de imposta, bajo la que se abren tres aspilleras. Todo el perímetro del presbiterio está recorrido por un retallo pétreo.

En el exterior de la cabecera vemos una articulación típica románica, sobresaliendo un poco el tramo recto y una fuerte cornisa de granito con canecillos, que sostienen la cubierta de todo el ábside. El muro semicircular se articula por medio de dos columnas adosadas, carentes de capiteles y cuyas basas se apoyan sobre un retallo que rodea ambos cuerpos de la capilla, dividiendo en tres lienzos el espacio semicircular, que coinciden con los tres vanos antes mencionados.
En lo que respecta al exterior de la nave, todavía se conservan los canecillos y la cornisa presumiblemente original del lado norte. Los canecillos muestran mucha variedad al incluir cabezas humanas, rollos y rosetas. Mientras, en el lienzo sur las reconstrucciones han acabado con los antiguos canecillos, que ahora son simples molduras en caveto.
En el lado septentrional sobresale la apertura de una portada de gran entidad, que merece que nos detengamos a analizar. Se trata de una puerta con un arco ligeramente apuntado, con arquivoltas abocinadas también apuntadas. El juego de molduras es especialmente rico; además de los habituales baquetones, vemos una escocia con bolitas en el interior, todo ello cobijado bajo una moldura exterior en cabezas de clavo, que nos señalan que se trata de una obra ya de transición. Las arcadas descansan sobre una imposta compuesta por una escocia entre baquetillas que se extiende ligeramente sobre el muro. En la dobladura, la imposta deja paso a unas jambas talladas en profundos boceles que dan la impresión de que nos hallamos ante esbeltas columnillas acodilladas. En lo que respecta el interior de la arcada, vemos el habitual par de columnas de fustes lisos con basas tóricas y plintos con garras. Los capiteles están decorados con hojas y bastones y en el poniente nos encontramos también con una cabecilla humana.
La articulación del tímpano es especialmente llamativa puesto que la pieza se apoya sobre unas mochetas con cabezas humanas, que surgen de unas baquetillas que nacen del ápice del tímpano y continúan por las jambas dando un aspecto unitario al conjunto. La decoración del tímpano es figurativa. En su centro se dispone un tosco Cristo en Majestad, que porta una larga túnica plegada y levanta los brazos en actitud de bendición. Cristo está flanqueado por sendos árboles frutales altamente estilizados, que lucen una cruz griega en su tronco. López Pacho ha interpretado la figura como una imagen de Cristo-Melquisedec, como rey y sacerdote.
Esta puerta conserva, en un estado considerablemente bueno, los cuatro herrajes originales de estilo románico. Aunque han perdido algunos elementos, es posible recomponer su diseño original, con una barra horizontal que recorría prácticamente el ancho de la hoja de madera, y un semicírculo superpuesto, ambos decorados con una suerte de caulículos que aportan a los herrajes un aspecto vegetal muy cuidado y característico del arte de hierro de este periodo. Son pocas muestras las que conservamos de este tipo de trabajos en forja, lo cual aumenta su valor histórico-artístico. En la provincia de Lugo encontramos estos ornamentos en la puerta norte de la Catedral de Lugo y en las principales de San Salvador de Vilar de Donas, San Pedro Fiz de Hospital de O Incio y de la iglesia del monasterio de Meira (esta última con un diseño particular).
El frontis es sin duda fruto de intervenciones modernas, pero con cierto interés por preservar el espíritu de la fábrica original. La portada es gótica, con tres arquivoltas apuntadas y un juego de molduras muy sobrio. Lo mismo puede decirse de la solución con dos pares de columnas en cada lado y de las jambas. Los capiteles son especialmente ricos. De fuera a dentro y en el lado norte vemos un par de felinos enfrentados y una figura alada. En cambio, en los capiteles meridionales se ha tallado decoración vegetal compuesta por hojas con nervios marcados y un tipo de planta de hojas almendradas. El remate de la cornisa, las acróteras y la enorme espadaña de doble vano son barrocas.

Detalle de los capiteles de la puerta de entrada al templo
 

En el interior se conserva una pequeña pila de agua bendita compuesta por un fuste liso y un cuerpo en gajos rematada por sendas baquetillas sogueadas.
En cuanto a la datación de este interesante templo, se considera que, tanto por sus elementos decorativos como por la articulación mural de la cabecera, podemos establecer una primera etapa a finales del siglo XII, correspondiente a su parcela oriental, y una segunda del siglo XIII para la portada septentrional, siendo ya plenamente gótica la portada occidental. Yzquierdo la sitúa no antes del segundo cuarto del siglo XIII.

 

Barbadelo
Se accede a la localidad por la carretera de Sarria, LU- 633, y se sobrepasa Sarria dirección Paradela y se verá un desvío a la derecha por la LU-5712. Dista 34 km de Lugo. Se trata de una feligresía al este de Sarria y de una considerable extensión. Comprende diecinueve poblados diseminados en una tierra fértil y de suaves lomas que constituye uno de los hitos del Camino de Santiago.
Las fuentes documentales, recogidas en el Tumbo de San Julián de Samos, mencionan muy a menudo el templo, pero los datos son bastante confusos al hablar de un monasterio dúplice que fue cambiando de advocación. A medida que avanza el siglo XI se afianza el culto a Santiago con motivo del fervor religioso que había llenado de peregrinos el Camino, y solo se menciona al apóstol como titular. En una donación realizada por Alfonso VI (1047-1109) a San Julián de Samos en el año 1099 se dice: facio cartam donationis et confirmationis de Sancto Jacobo de Barbatello cum toto suo directo per suos cautos. Pertenecerá a Samos como priorato más o menos independiente hasta la exclaustración de 1835.
Ya en el siglo XII aparece mencionado, entre otros ejemplos, en un acuerdo del capellán de Barbadelo con el monasterio de Samos. Ego Sanctus, Dei gratia, samonensis abbas et ovnis conventos monchorum eius, pactum et placitum firmissimum tibi Pelagio de Barbatello, quod tibi gratis tribuimus tali.

Iglesia de Santiago
La iglesia se halla en un lugar habitado en medio de una zona de pastos y está individualizada por la presencia de un atrio-cementerio. Tiene unas dimensiones considerables en relación a otras iglesias parroquiales de las cercanías. La fábrica actual es fruto de diferentes fases constructivas y de múltiples adiciones que desvirtúan la construcción original. De hecho, solamente el lienzo norte de la nave y la fachada occidental, junto con los restos de una antigua portada meridional, se pueden considerar románicos. No obstante, el conjunto actual no desmerece la riqueza de lo que debió de ser la fábrica original, con sus sillares de granito dispuestos en hiladas regulares y las cubiertas a dos aguas en pizarra local.
La actual planta mantiene el modelo románico de nave única longitudinal con cubierta lígnea de doble vertiente. Sin embargo, la cabecera es una adición del siglo XVIII, que nos ha privado de cualquier vestigio de la precedente románica. En el lado norte se ha adosado un módulo cúbico que se usa como sacristía.

En el interior lo primero que destaca es la altura de la nave, que sabemos que se corresponde en su mayoría a la fábrica original, a excepción del lienzo meridional que es todo reconstruido. A pesar de ello este evoca el par de saeteras que debió de lucir en su día. También en el muro sur se conservan los restos de una puerta, hoy cegada, y convertida en una hornacina. Se trata de una solución sencilla en arco de medio punto abrigado bajo una chambrana ajedrezada.
En lo que concierne al muro septentrional, lo más sobresaliente es la presencia de una torre de planta rectangular cuya solución se puede vincular a la de San Vicente de Pombeiro.
Se sostiene sobre dos arcadas de medio punto y un pilar que hace ángulo. Está dividida en cuatro cuerpos, los tres primeros son muros macizos y en el último se encuentra el espacio para las campanas articulado por medio de vanos. Sin embargo, la disposición de las arcadas resulta ligera, unificadas por la presencia de anillos sogueados en los fustes de tres de las cuatro columnas acodilladas y por un baquetón ajedrezado que recorre el pilar, así como por la línea de imposta también sogueada. Los arcos de medio punto son peraltados y además presentan los salmeres tan cerrados que visualmente parecen evocar un arco de herradura. El arco contiguo a la puerta principal muestra un capitel vegetal de hojas grandes y carnosas, mientras que su compañero nos tiene dos cuadrúpedos, posiblemente unas quimeras. El otro arco opta por decoración fitomórfica en el capitel izquierdo, compuesto por tres hileras de hojas, mientras que el derecho combina las hojas acaracoladas con monstruosas caras que surgen bajo la imposta.
En el muro norte se abren dos amplios vanos, decorados con una elegante arquivolta de sección prismática en arista viva, cobijadas bajo una chambrana ajedrezada, e impostas decoradas con bastones y taqueados. En ambos casos el vano está flanqueado por sendas columnas acodilladas de fuste liso y basas áticas, con bellos capiteles tallados con motivos vegetales, a excepción del capitel derecho del vano más oriental, que muestra dos cuadrúpedos enfrentados.
Tanto la cabecera como la sacristía son adiciones tardías y del interior solo nos resta comentar la contraportada. Se ve la chambrana que rodea el arco de medio punto de acceso, que en su parte inferior se corta a bisel con decoración en bolas y el resto en zigzag. El tímpano está compuesto por dos piezas: un dintel pentagonal decorado con cinco flores inscritas en círculos y el tímpano con una cruz patada incisa poco conseguida, a cuyos lados hay inscritas dos pequeñas rosetas. Sobre la puerta se pensaba abrir un vano y todavía es visible parte de la articulación mural y una única columna con leones enfrentados. Una modificación en el alzado cegó esta ventana, por lo que se suceden con regularidad las hiladas de sillares.


En lo concerniente al exterior, el lienzo norte presenta una articulación muy rica y compleja que nos hace lamentar la irreparable pérdida de la cabecera y del muro sur. En primer lugar, destaca la portada en arco de medio punto, con una única arquivolta de sección prismática y arista viva, bajo un juego de baquetillas en espiral y dientes de sierra. La arquivolta cae sobre una bella imposta, que en el lado izquierdo combina rosetas al exterior y conchas en el ángulo interno, mientras que la de la derecha muestra solo rosetas. Un par de columnas acodilladas y de fuste liso y monolítico flanquean la puerta. Sus basas son simples con garras, sobre plintos con decoración geométrica, mientras que sus capiteles vuelven a decorarse con complicados diseños serpentiformes a la derecha y un par de cuadrúpedos enfrentados a la izquierda. El actual tímpano está compuesto por cinco piezas que caen sin mochetas sobre las jambas lisas.
Las dos saeteras muestran también al exterior una elegante articulación al estar abrigadas bajo sendos arcos de medio punto, con una única arquivolta de sección prismática y arista viva. La arcada más cercana a la cabecera está rematada por un ajedrezado que se extiende a la línea de imposta derecha, mientras que su compañera muestra entrelazos. Un par de columnillas acodilladas de fuste liso y monolítico, con basas simples y altos plintos flanquean el vano. Los capiteles también están tallados, el izquierdo con hojas rematadas en bolas y el derecho con un ave. En cuanto al vano contiguo a la torre, el baquetón de remate está decorado con bastoncillos en posición radial y las impostas muestran decoración también dispar. La izquierda es sogueada, mientras la derecha opta por rosetas. Las columnas de fuste liso y monolítico están rematadas en capiteles de decoración vegetal y carecen de plinto.
Portada septentrional.
Capitel de la portada septentrional.
Capitel de la portada septentrional. 

La transición hacia la torre se hace por medio de un fuerte estribo, que denota el lugar donde se apoyan los arcos de la torre. Asimismo queda constancia por la presencia de unas ménsulas y la marca a dos aguas en la piedra de la existencia de un antiguo porche hoy perdido.
El frontis, en contra de lo habitual, conserva el diseño original, con algún arreglo en el ápice. La torre es un volumen compacto que separa sus tres cuerpos por medio de impostas decoradas con baquetones ajedrezados, que se extienden también al resto del cierre. El cuerpo superior presenta un único vano de medio punto, con una sencilla moldura en sección prismática y arista viva, que en los lados se repite en vanos geminados y ligeramente apuntados.

La portada occidental, ligeramente adelantada, presenta un arco de medio punto cobijado bajo una doble arquivolta, de perfil rectangular en arista viva, ligeramente abocinada y bajo una chambrana ajedrezada. Entre las dos arquivoltas se coloca otra moldura con bolas muy espaciadas. Las arcadas se apoyan sobre una fuerte imposta también taqueada que se extiende hasta abrazar el cierre del marco adelantado que mencionábamos más arriba. Esta solución dota de gran entidad y unidad a la portada, enfatizando todavía más su presencia, un efecto ya de por sí evidente ante el retranqueo del resto del frontis. Dos pares de columnas, de fustes lisos y basas simples con plintos cúbicos, flanquean la entrada. Sus capiteles son de gran riqueza y todos historiados.
Portada occidental.
Portada occidental.

Capiteles portada occidental
Capiteles portada occidental 

El exterior izquierdo muestra las habituales aves enfrentadas que encontramos en otras iglesias de la zona, como El Salvador de Sarria, mientras que su compañero interior parece ser una versión de Daniel en el foso de los leones. Los capiteles de la derecha, el interior repite un par de leones, mientras que el exterior opta por una imagen más compleja con la flagelación de Cristo.
El tímpano está compuesto de varias piezas, destaca el dintel con forma pentagonal que cae sobre sendas mochetas con motivos vegetales y unas jambas aboceladas con decoración en zigzag. La decoración del tímpano se divide en dos zonas: la parte superior, en donde vemos a una figura orante inscrita dentro de un marco cuadrangular con sendas rosetas a los lados; y la pieza pentagonal, que muestra una cabeza en el ápice, de cuya boca surgen tallos que enmarcan círculos con decoración vegetal.
Sobre la portada se extiende un baquetón ajedrezado que se sostenía sobre canecillos, solo se conservan los de los extremos, decorados con cuadrúpedos. No existe señal alguna del vano que descubrimos en el interior y que en un segundo momento se decidió cegar, por lo que el resultado final de la fachada se revela muy robusto.
Se conserva también en el interior, en concreto en el primer cuerpo de la torre, una antigua pila bautismal todavía en uso. Su decoración en escamas hace pensar en una obra de fecha tardía.
Este conjunto, a pesar de haber sufrido diversa adiciones y reconstrucciones a lo largo de su historia, todavía hoy nos devuelve la imagen de la gran riqueza que debió de tener la fábrica original. El maestro de obras, en opinión de Yzquierdo, debió de ser foráneo a la vista de su gran repertorio decorativo y de la solución adoptada con la torre. En cuanto a la datación, el mismo investigador coloca el año 1180 como fecha post quem.

 

Vilar de Donas
La proximidad del monasterio de San Salvador de Vilar de Donas (Palas de Rei, Lugo) al Camino de Santiago, apenas a dos kilómetros de distancia, hace que se vincule tradicionalmente con la ruta de peregrinación. Se encuentra a unos 30 km al oeste de la capital lucense y su acceso desde este punto se realiza a través de la A-54 en dirección Santiago de Compostela, tras unos 16 km se toma la N-547 en dirección a Compostela y en el lugar de Ferradal Novo (Palas de Rei) tomaremos la LUP-4005 recorriendo 1 km hacia el norte.
El monasterio de San Salvador de Vilar de Donas se encuentra en el municipio lucense de Palas de Rei. La primera cita documental en que consta su existencia es de 1175. Se trata de la donación que hizo el presbítero Bermudo Pérez a “San Salvador de Vilar”, a Juan Arias y a sus clérigos, debiendo estos acogerlo en el monasterio, darle las cosas necesarias y enterrarlo en él. Todo parece indicar que esa comunidad monástica dirigida por Juan Arias y formada por clérigos, había sido fundada en fechas próximas a 1160-1175.
Más datos tenemos sobre los fundadores: el caballero Arias Pérez de Monterroso, principal benefactor, acompañado por Fernando Velasci, Pedro Gudestéiz, los hermanos Fernando, Rodrigo, Nuño y Odoario Suárez (este último freire santiaguista), Sancho Rodríguez y un caballero llamado Marches (posiblemente Pedro Hérez). Todos ellos eran de elevada condición, no en vano Alfonso IX dictaminaría en 1216 que dicho monasterio era hereditas de filiis dalgo.
El citado Juan Arias era hijo de Arias Pérez de Monterroso. Hombre culto e inteligente, sin duda fue el principal defensor del monasterio, organizó la vida conventual y su sola presencia avalaba las donaciones al mismo. Su continua asistencia al frente del monasterio se verá truncada cuando se le confió el deanato lucense, hacia comienzos de 1182, y por ello fue preciso que se nombrase a un prior, del que antes se carecía, recayendo el honor en Pelayo Peláez (1182-1208). A este le sucedió Domingo Odoáriz (1210-1256), sobrino del anterior.
Las primeras tentativas para su donación a la Orden de Santiago se recogen en un documento realizado el 14 de junio de 1179. En él los herederos del monasterio de San Salvador de Vilar de Donas (conviene observar que es la primera mención del nombre completo), que no se especifican nominalmente, inflamados de la inspiración divina, para redimir sus pecados y en beneficio de sus almas y las de sus parientes (que habían fundado el monasterio) y descendientes, con acuerdo y consentimiento de la iglesia lucense, concedían a Dios, al maestre de la Orden de Santiago, Pedro Fernández, y a su Orden dicho monasterio. En esta primera donación se incluyeron una serie de cláusulas que atañían en primer lugar al ámbito espiritual (la regla y la forma de vida que regiría el monasterio), en segundo lugar al material (la autonomía de la administración económica) y finalmente una serie de contrapartidas referentes a la salvaguarda de los intereses de los donantes.
El proceso de adaptación fue, sin embargo, muy lento y no es hasta 1193 cuando aparece por primera vez la mención a una relación directa con la Orden. En esa fecha Juan Pérez y su mujer Acenda Yáñez, suscipientes Ordinem Milicie Sancti Iacobi, dieron al monasterio varias propiedades.
Pero cuando realmente se produjo la adhesión, o al menos cuando se entablan los pactos definitivos entre el maestre de la Orden y los herederos del monasterio, es en 1194. El tenor de esta definitiva donación recoge con exactitud el texto redactado en 1179, si bien se introducen en este momento algunas novedades. En primer lugar se especifican los fundadores del monasterio y los herederos que realizan la donación, comenzando por Juan Arias, que ya ostentaba el cargo de deán de Lugo, junto a sus hermanos y sus herederos (como hijos de Arias Pérez de Monterroso), entre otros.
Si la donación de 1179 se realizaba al maestre Pedro Fernández, ahora, en 1194, el maestre receptor es Sancho Fernández y junto a él, también como receptores, aparecen el comendador Fernando Capella, el visitador Rodrigo Velasci y el freire Pedro Tinea, presentes en el momento de la donación. Las cláusulas establecidas en la primera donación se mantienen exactamente igual, pero se añaden una serie de particularidades que afectan a la vida espiritual (hábitos y vestimenta, Capítulo General de la Orden en el reino y sepultura general) y material (insistencia en la autonomía económica del monasterio).
Si bien hasta el presente se ha dado como un hecho que el monasterio había sido en sus orígenes femenino (de “donas”), a tenor de la documentación que he consultado esta afirmación carece de todo fundamento. El topónimo parece deberse más bien al hecho de que en dicho monasterio fueron enterradas algunas de las mujeres de sus fundadores, de acuerdo con uno de los objetivos para los que se creó la casa.
A mediados del siglo XVI desapareció la vida conventual en el centro, debido a la sistémica falta de recursos, anexionándose como priorato a San Marcos de León en 1746. Tras la supresión de las Órdenes Militares pasó a convertirse en parroquia dependiente de la diócesis de Lugo en 1874.

Iglesia de San Salvador
El primer templo, fundado por Arias Pérez de Monterroso y sus compañeros en torno a 1170 ya no se conserva. No obstante, aquella iglesia románica permaneció en pie hasta el siglo XVIII, reconvertida en sala capitular y lugar preferente de enterramientos para los fundadores, los freires canónigos y algunos benefactores. Era conocida como la capilla de San Lorenzo y se describe como un pequeño edificio construido con sillares de cantería, con un ábside y una sola nave (cubierta con armazón de madera) en la que se abrían dos portadas “de arco de canterya labrada”. Hoy solo se conservan restos de columnas y capiteles, dos grandes basas de su arco triunfal y dos canecillos (que representan un ángel con una cartela y la testuz de un bóvido) que quizás hubiesen sido originalmente las mochetas que sustentaban el tímpano de alguna de sus puertas.
Tras varias décadas de pertenencia a la milicia, se creyó necesaria la edificación de un nuevo templo más amplio, en consonancia con el creciente tesoro y motivado por el incremento del número de religiosos. Este edificio se conserva en la actualidad, con leves reformas, y fue declarado Monumento Nacional en 1931.
Se trata de un templo de planta cruciforme, con tres ábsides semicirculares, un transepto desarrollado en planta y una única nave de mayores dimensiones que el crucero. En cuanto al alzado destaca la práctica uniformidad de la altura del ábside mayor, el transepto y la nave, una particularidad realmente única, solo explicable por los paulatinos cambios de planes que se sucedieron en su obra.
Aunque en el románico esta tipología planimétrica no fue muy usada, sí estaba generalizada, pues aparece en Francia, en España y, en menor medida, en Italia.

En Castilla, León y Galicia se presenta en casos cronológicamente muy tardíos (fines del siglo XII y principios del siglo XIII) asociada al uso de arcos y bóvedas de cañón de directriz apuntada, acompañados en no pocas ocasiones con bóvedas de crucería y cúpulas en el crucero. Su difusión podría deberse en gran medida a la arquitectura cisterciense. En Galicia, se pueden establecer ciertos paralelismos, fundamentalmente, con las iglesias monásticas de Santa Cristina de Ribas de Sil (Parada de Sil, Ourense) y San Miguel de Breamo (Pontedeume, A Coruña).
Del análisis de su fábrica se puede concluir que su construcción responde a tres campañas, no muy distantes en el tiempo, que se llevaron a cabo bajo el priorazgo de Domingo Odoáriz (1210-1256). La primera campaña podría datarse entre 1221 y 1224, fecha que figura en el tímpano de la puerta sur del crucero. A lo largo de esta etapa se hace evidente una evolución que se podría concretar en tres fases. La primera afectaría a la capilla mayor, la segunda a los ábsides laterales y a la parte este de la nave del crucero, y la tercera a la parte occidental del crucero y su abovedamiento.
En el transcurso de estas tres fases, que se sucedieron prácticamente sin interrupciones, se observa en el aspecto decorativo una paulatina reducción ornamental, tanto en la esquematización de los motivos de los capiteles como en otros pequeños detalles, como los ábacos e impostas decoradas en la zona este del crucero y carentes de ornato en la oeste, o las diferentes estructuras de las basas situadas a oriente y occidente del crucero, fruto de una progresiva aceleración de los trabajos. En alzado también es posible detectar este hecho, pues la idéntica altura de la capilla mayor, la nave del crucero y el crucero propiamente dicho parecen apuntar a una reducción de los planteamientos originales, al menos en lo que se refiere a la cubrición del crucero, que, como es habitual, debería elevarse sobre los restantes abovedamientos. También se observan diferencias en los basamentos exteriores e interiores.

La primera fase denota un cierto arcaísmo en las formas que remite a obras de los primeros años del siglo XIII. Con excepción de los capiteles exteriores del ventanal central, todos ellos parecen responder a una sola mano o un taller muy homogéneo. La segunda fase remite ya claramente a influencias cistercienses. De este modo, los capiteles del crucero de Vilar de Donas ofrecen puntos en común con los utilizados en la cabecera de la iglesia de Meira, mientras que capiteles de entrelazo perlado pueden observarse en Sobrado. Escultores vinculados a las obras del Císter actuarían en Vilar de Donas, pero también en el interior de la capilla mayor de la iglesia del monasterio de Ferreira de Pallares (Guntín), donde podemos observar parecidas soluciones decorativas, aunque no la misma mano. Finalmente, en la tercera fase se observan de nuevo paralelismos con la obra de Meira, esta vez con los capiteles que se emplearon en el crucero y primeros tramos de la nave mayor, sobre todo en la utilización de hojas lisas y pegadas al bloque del capitel.
Un reflejo de esta primera campaña se puede observar en algunas piezas de menor entidad en iglesias comarcanas, donde se reproduce de modo fiel el repertorio decorativo utilizado en Vilar de Donas. En alguno de estos lugares incluso se llegan a compendiar en una misma obra las tres fases de la primera campaña de la iglesia santiaguista (arco triunfal de San Cosme de Rocha de Narla, Friol).
El ábside central, como es habitual, es de mayores dimensiones que los laterales, tanto en planta como en alzado. Se estructura en cinco lienzos divididos por cuatro contrafuertes que recorren toda la altura del muro. En cada uno de los tramos del semicírculo se abre una aspillera cobijada por un ventanal cubierto por una chambrana ornamentada con billetes. Sus columnas acodilladas muestran comunes basas áticas y los fustes con variaciones (los del ventanal central son entorchados, los del sur acanalados y los del norte lisos).
Cabecera
 
Ábside central y absidiolo sur.
Ventana del ábside central
Ventana del ábside sur 

Las cestas de los capiteles desarrollan la mayor ornamentación, con temas vegetales en uno o dos niveles de esquemáticas hojas de eje perlado o con tallos entrecruzados y hojas anchas y lisas que, en todos los casos, se voltean para formar volutas o acoger bolas o piñas. La cornisa se apea sobre canecillos muy sencillos, en proa y sin ninguna decoración o, a lo sumo, tras la sucesión de una plaqueta. Los ábsides laterales presentan una planta de cuarto de círculo y en ellos se abre una ventana, a modo de aspillera, cobijada por un ventanal, con claros indicios de obras de remodelación. Los canecillos responden básicamente a la tipología de los usados en el ábside central.

Al interior, la capilla mayor, completamente abovedada, consta en planta de un tramo semicircular y otro recto, más ancho que el anterior y acodillado, limitado hacia el oeste por el arco triunfal, el cual actúa a su vez como arco toral del crucero. La utilización de un tramo recto acodillado de mayor anchura que el hemiciclo responde a planteamientos tardíos y puede encontrarse en las iglesias de grandes proporciones, como las de Santa María de Meira (Meira) o Santa Mariña de Augas Santas (Allariz).
En alzado, el tramo semicircular se puede dividir en tres zonas separadas por molduras de billetes. En la zona intermedia se abren las tres aspilleras abocinadas de arco de medio punto. Estas se completan, como sucedía al exterior, con la correspondiente organización en ventanal con columnas acodilladas de fustes lisos. Los capiteles, también vegetales, presentan uno, dos o tres niveles de hojas sencillas o rizadas (con eje perlado) rematadas en volutas, resaltes o piñas. Algún capitel, dentro de su esquematismo, se encuentra equidistante entre las carnosas hojas de tradición mateana de la puerta norte de San Juan de Portomarín y la minuciosa abstracción de los de la fachada principal de la iglesia de Meira.
Por su parte, en el tramo recto se abre una credencia a cada lado. Son de arco de medio punto y están perfiladas con varias molduras decoradas con florones, bolas y conchas. A estas molduras se sobrepone una chambrana, que se extiende por la línea de impostas, decorada con una moldura de billetes y, sobre esta, una línea perlada (en la credencia norte) o sogueada (en la sur). La presencia de estas credencias tan amplias corresponde también a épocas avanzadas, aparecen siempre en iglesias monásticas y posiblemente se deban a influjos cistercienses. Pueden encontrarse, por ejemplo, en Santa María de Pesqueiras (Chantada), San Juan de Portomarín, Santa Mariña de Augas Santas (Allariz) o Ferreira de Pallares.
Las capillas laterales presentan en planta un hemiciclo semicircular, seguido de un pequeño tramo recto. En su alzado se observan solo dos niveles y se cubren con bóvedas. Presentan una aspillera abocinada, sin decoración alguna, y una pequeña credencia, en el muro sur de ambos ábsides, de falso arco apuntado.
La arcada que separa estos ábsides de la nave del crucero es de medio punto y se asienta sobre dos semicolumnas entregas. Sus capiteles presentan dos órdenes vegetales de sucintas hojas, volteadas en la parte superior, con eje y nervios marcados (muy similares a algunos del interior del ábside mayor, aunque más esquemáticos). Sobre estas hojas se sitúa una doble cuerda formando círculos o arquerías anudadas de las cuales penden flores de lis invertidas. En otros casos presentan unas planas y sencillas hojitas que crean un efecto de dientes de sierra o ejes perlados que se entrelazan.
La nave del crucero, también abovedada, presenta una puerta hacia el Oeste en cada uno de sus lados. Ambas con dintel escalonado al exterior (que responde a cronologías tardías) apeado sobre mochetas en proa perfiladas con un perlado. En el dintel de la puerta sur se realizó una cruz patada, inscrita en un círculo rehundido, y bajo ella aparece la inscripción: ERA: I: CC L X II ET Q(uo)D(u)M ID(ibus) OCTUB(ri)S. Es decir: el 15 de octubre de 1224.
Interior de los ábsides
Bóveda del crucero 

El crucero propiamente dicho está constituido por cuatro arcos torales doblados y ligeramente rebajados, prácticamente sin decoración ni molduras. En cuanto a los capiteles, algunos repiten modelos ya utilizados en el ábside con un primer orden de hojas rizadas o lisas que se voltean y sostienen bolas o piñas, sobre las que aparece ahora un rostro y diversas molduras y florones, que tienen paralelos en algunos capiteles de la cabecera y la nave de Meira. En otras ocasiones presentan un entrelazo perlado que abraza una especie de piñas en la zona superior. Esta decoración remite también a obras relacionadas con el Císter y se repite de igual modo en la iglesia del monasterio de Ferreira de Pallares.
La sencillez decorativa de la cabecera solo se rompe en lugares secundarios, donde afloran algunos relieves simbólico-narrativos, como si se tratase de los márgenes de los manuscritos. En el ábaco del capitel sur del ábside norte se representa una serpiente en ademán de morder a un ave, ante la cual hay otras dos más, y la última de ellas picotea la cola de otra serpiente. Este motivo es sumamente frecuente, sobre todo en los lugares marginales de los códices e incluso en los capiteles (San Pedro de Crecente). Es la lucha entre el Bien y el Mal, el ave como símbolo divino y la serpiente como representación de los pecados, que se extiende, cerrando el círculo, en un sentido de eternidad.


Capiteles del ábside central y del crucero
Capitel del ábside norte 

Una de las basas del arco triunfal se decora con un arbolillo, inscrito en arcadas, del que penden tres hojas superpuestas a cada lado. Este motivo se ha relacionado con las similares representaciones que acompañan la figura de Cristo en el tímpano de San Salvador de Sarria y con las que flanquean una cruz de entrelazo geométrico en el dintel de la puerta de San Salvador de Merlán (Palas de Rei). También puede observarse en un canecillo de la iglesia de Santa María de Oímbra y, fuera de Galicia, en un capitel de Santa María la Nueva de Zamora (acompañando en este caso a Adán y simbolizando los árboles del Paraíso). Pero merece destacarse su presencia en el tímpano de la portada sur de la iglesia de Meira, sobre todo teniendo en cuenta las estrechas relaciones entre ambos edificios, donde acompaña a un Agnus Dei. En Vilar de Donas parece acompañarse de una esvástica, flanqueada por dos flores radiales, que se representa en la basa opuesta. Las flores o rosetas como motivos decorativos pueden verse en algunas basas de la cabecera de Meira, de la nave y cabecera de Oseira y, por influencia de estas, en alguna del presbiterio de San Pedro de Dozón. Teniendo en cuenta la disposición de la esvástica y el citado árbol en un lugar tan destacado como son las basas del arco triunfal, es posible hacer una lectura de ambas en la que este, que como hemos visto suele acompañar representaciones de Cristo, ya sea físicamente o bien a través del Cordero o las cruces de entrelazo, represente el árbol de la Vida, recogiendo en este sentido la simbología frecuente en las miniaturas de los Beatos donde la palmera, representada de modo muy similar a la que aquí se presenta, se concebía como emblema de la Redención. Por su parte, la esvástica vendría a simbolizar la figura de Cristo.
Por último, el ábaco de la pilastra oriental del arco toral norte muestra cuatro aves, de factura similar a las ya vistas, pero con la cabeza vuelta sobre sus espaldas, que se sitúan afrontadas simétricamente en los extremos de cada lado del capitel. El tema de las aves apicadas es muy frecuente en los capiteles y tradicionalmente se ha puesto en relación con las aves eucarísticas.
El abovedamiento del crucero se realiza con bóveda de crucería cuatripartita.
Los nervios, de sección prismática y sin decoración, se enjarjan directamente y de modo escalonado en el muro y carecen de soportes específicos en los que descargar su presión. Este hecho, aunque no único, permite sospechar que existió un cambio en los planes de cubrición, resuelta finalmente de un modo bastante tosco pero muy eficaz.

La segunda etapa constructiva puede fecharse en torno a 1228. El 19 de marzo de dicho año Lope Rodríguez mandó en su testamento al monasterio de Vilar de Donas, entre otras cosas, 1.000 sueldos ad construendam ecclesiam Sancti Salvatoris y 1.710 más para compensar las malas acciones que le había hecho. No cabe duda de que esta donación fue lo suficientemente importante como para que se retomasen las obras de la nave y el cierre occidental. Tan solo habían pasado cuatro años desde la conclusión de la primera etapa y este intervalo fue lo suficientemente corto como para que las marcas de canteros sean las mismas en ambas campañas, hecho que no ocurrirá en la tercera etapa.
Como en la cabecera y el crucero, también aquí se manifiesta una clara intención de agilizar el ritmo de las obras, suprimiendo hasta la esencia todos los motivos ornamentales e incluso prescindiendo del abovedamiento, planificando ya desde sus cimientos una cubierta de madera, como sugiere el grosor del muro y la falta de elementos de descarga en el exterior.
A la hora de abordar esta campaña, el maestro se vio mediatizado en gran medida por la actuación anterior, de tal modo que las dimensiones de la nave prácticamente le venían impuestas en altura, marcada por el arco toral del crucero, y en anchura, pues en la campaña anterior se había iniciado la parte inferior de la nave con unas dimensiones mayores que las marcadas por el crucero, estas fueron las que se continuaron en esta campaña. Solo en la valoración de la luz, con la gran amplitud de los ventanales en altura, que contrasta vivamente con la oscuridad de la nave del crucero, es posible ver a un maestro de espíritu más goticista.
Por otro lado, la irregularidad del suelo obligó a que se hiciese en tres planos distintos separados por dos escalones. Aquí es donde se ubicaba, en 1494, una sillería coral de madera con veinticuatro sitiales. Al exterior, el alero está sustentado por canecillos, la mayoría en proa lisos, tras una plaqueta o, más frecuentemente, tras varias, otros presentan esquemáticas hojas, con los nervios marcados, que se enroscan sobre sí mismas en la parte superior a modo de volutas o cobijan piñas.

La tercera y última etapa, en la que se concluyó la iglesia con la portada occidental, debió efectuarse en torno a 1230. Es obra de un único escultor formado en las obras de la catedral ourensana, donde es posible que llegara a trabajar en los capiteles de la zona inferior del Pórtico del Paraíso.
Su labor resulta más acabada y con mayor perfección en los temas vegetales, un tanto alejados de la obra ourensana, y en las figuraciones de híbridos, idénticos a algunos de los empleados en el Pórtico ourensano (véase el capitel situado bajo el profeta Jeremías), pero mucho más tosca en la elaboración de figuras humanas, lo que parece indicar una cierta especialización en los temas secundarios. En las representaciones antropomorfas, con muchas similitudes con las realizadas en la zona baja del Pórtico del Paraíso en composición, canon, disposición de pliegues, etc. (véanse las figuras de los capiteles de la parte inferior del pilar que separa el arco central del situado al norte), se utilizan viejas fórmulas, ya usadas en el ámbito mateano (como, por ejemplo, la disposición del cabello por detrás de la oreja), para aumentar el volumen y el dinamismo de las figuras. De igual modo, podemos destacar que su formación escultórica supera su labor como tracista o arquitecto, al menos eso se desprende de la desmañada distribución de las dovelas en las arquivoltas.
En un despliegue decorativo desconocido hasta entonces en la iglesia y buscando una mayor superficie, la portada principal se dispone en un ensanchamiento marcado en planta y que permite un mayor número de arquivoltas. Toda esta estructura adosada carece de trabazón con el resto de la fachada. A los lados sendas pilastras recorren su altura y son interrumpidas por una moldura en nacela, decorada con carnosos florones, que se extiende por los ábacos de los capiteles; una adaptación, sumamente voluminosa y de gran carnosidad, de las usadas también como impostas en el Pórtico de la Gloria y, en época más avanzada, en otras obras de influjo mateano, como la portada occidental de la Corticela.
Bajo esta última, dos bajorrelieves, sobre rectángulo rehundido, decoran el frente de las pilastras. En el del lado norte, que ha pasado prácticamente desapercibido para los estudiosos, se representa el busto del maestro que realizó esta obra, levantando una maceta esférica con su mano derecha y sujetando el cincel con la izquierda, en ademán de retocar la moldura vegetal que se figuró en la parte baja del relieve. Este es, sin lugar a dudas, uno de los casos, quizás único en Galicia durante este periodo, de representación de artífices firmando su propia obra y una muestra inconfundible de autoestima.
En el frente de la pilastra sur el recuadro rehundido se decora con un entrelazo geométrico que presenta un rombo inscrito en un rectángulo (ambos con sus esquinas formando círculos) que recuerda a los signos o firmas con que se acompañan los nombres de los confirmantes en los documentos de esta época y por ello, teniendo presente la representación antedicha del escultor, me inclino a pensar que este entrelazo podría ser un “signo” utilizado por él.
Sustentando el alero se disponen ocho arquillos de medio punto que se apean sobre canecillos espléndidamente trabajados con motivos geométricos (ajedrezados y rosetas) y vegetales con hojas carnosas que se rizan en la parte superior a modo de bola, a veces con ejes perlados. Por otra parte, este sistema de arquerías coronando la portada, aunque aparece con relativa frecuencia, en nuestro caso ofrece más paralelismos con las similares molduras en Santo Estevo de Ribas de Miño (O Saviñao) y en San Nicolao de Portomarín.
El vano de la puerta, de arco de medio punto, carece de tímpano y se decora en la parte superior con cuatro arquivoltas y una chambrana al exterior, todas ellas labradas con gran primor en los temas vegetales, con hojas y frutos carnosos sumamente detallados. En la clave de la arquivolta mayor, aunque ligeramente desplazado, aparece el busto de un ángel alado, en altorrelieve, que sostiene con ambas manos no una cartela anaepigráfica, como se ha supuesto hasta el presente, sino un creciente lunar. Esta representación remite, sin lugar a dudas, a una de las claves de la bóveda de la cripta situada bajo el Pórtico de la Gloria, que se repitió en otros lugares, como en la arquivolta mayor del desaparecido arco exterior del Pórtico de la Gloria, en el salón del llamado Palacio de Gelmírez o en la catedral de Salamanca y en la iglesia de San Martín de ese mismo lugar; también en Santo Estevo de Ribas de Miño (O Saviñao) o en Santo Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de Ramuín, Ourense). A pesar de ello, el escultor que empleó este motivo en Vilar de Donas no parece tomarlo directamente de aquella importante obra compostelana, sino más bien de la que, por su influencia, se llevó a cabo en el catedral orensana (en la clave de la arquivolta interior de la portada norte).
Los temas vegetales de la arquivolta menor de nuevo son evocaciones de los motivos mateanos y aparecen, por ejemplo, en el arco norte del Pórtico de la Gloria, en el claustro del monasterio de Sar, en la portada norte de San Juan de Portomarín, en la portada occidental de Santo Estevo de Ribas de Miño, en la sur de Carboeiro, en el Pórtico del Paraíso de la catedral de Ourense, etc. En la clave de este último arco, y sin modificar la decoración de su rosca, pende un pequeño capitel pinjante con decoración vegetal formada por hojas largas y estrechas, con incisiones paralelas, que se unen en la parte superior para formar dos líneas de caulículos. La utilización de un arco de medio punto con una clave desarrollada como pinjante remite sin duda a la puerta norte del crucero de la catedral ourensana. Por otra parte, el hecho de que en la iglesia lucense el pinjante tome la forma de un capitel no resulta tampoco ajeno a dicha catedral, donde se utilizaron con frecuencia capiteles ménsula, casi pinjantes, que carecen realmente de valor sustentante o constructivo.
Bajo las arquivoltas se disponen tres columnas a cada lado con fustes monolíticos. Los capiteles de la arquivolta exterior son vegetales y de factura muy similar a la que hemos visto en el pinjante, remitiendo en sus formas al Pórtico de la Gloria, tamizado por las portadas del crucero de la catedral de Ourense. Los de la arquivolta central presentan figuración humana. En el del lado sur un hombre, rasurado y de media melena, con ropa talar de amplias mangas, se sitúa en cada uno de los dos flancos exentos del capitel. La figura del intradós porta con su mano izquierda una cartela, enrollada en los extremos, y lleva su derecha sobre el pecho extendiendo el dedo índice en actitud de señalar. La otra figura, en la rosca, porta con su izquierda un libro cerrado que señala con el índice derecho. Por su parte, el capitel del lado norte presenta, en su esquina exenta, una única figura, de similares características a las anteriores pero esta vez arrodillada y sustentando con ambas manos, a la altura del pecho, un libro abierto.
Capiteles de la portada occidental.
Capiteles de la portada occidental. 

Finalmente, los capiteles de la arquivolta menor presentan animales mitológicos afrontados. En el lado sur son dos arpías realizadas con cuerpo de ave, patas con pezuñas y cabeza humana cubierta con una toca que deja al descubierto un rostro femenino. Siguen el tipo de arpías afrontadas que aparece en los capiteles del Pórtico de la Gloria. El frecuente uso que en la catedral ourensana se dio a este motivo provocó que surgiesen distintas variantes en su iconografía, entre ellas el añadido de una toca, desconocida en la obra compostelana, la cual se utiliza también en Portomarín y en Vilar de Donas. En el lado norte son unos seres híbridos similares a los anteriores, pero en este caso sus cabezas son de simio o de perro. Se disponen simétricamente a cada lado del capitel, dándose la espalda y volteando la cabeza hacia atrás. Estos híbridos pueden observarse también en el capitel interior sur de la portada occidental de Santo Estevo de Ribas de Miño, pero para el caso de Vilar de Donas resulta más ilustrativo uno de los capiteles de la parte baja del Pórtico del Paraíso de la catedral ourensana, donde la temática y la composición son idénticas e incluso la factura lleva a pensar que tanto este como el de Vilar de Donas han sido realizados por un mismo escultor.
Dentro de la simplicidad del programa que rige la fachada, es posible encontrar unas líneas básicas encaminadas hacia una interpretación global, en la cual se detecta una particular reducción, hasta su más simple esencia, de algunas de las grandes portadas gallegas, es decir, del Pórtico de la Gloria y del Pórtico del Paraíso. De este modo, en los capiteles de la arquivolta interior tendríamos la presencia del Mal a través de los vicios, representados con seres híbridos. En los capiteles de la arquivolta media se simboliza, en esencia, el Antiguo y el Nuevo Testamento, representando en el capitel sur un profeta con cartela y un apóstol con libro. En el capitel norte se completaría con lo que parece ser la representación de san Juan, mostrando un libro abierto, es decir, un evangelista. Finalmente, en la clave de la arquivolta superior, el ángel que porta el creciente lunar no puede sino aludir a la bóveda celeste.
Del primer conjunto monástico, hacia 1170, no queda absolutamente nada. Tras la construcción de la nueva iglesia, sin duda se hizo necesario un monasterio mayor por lo que se acometió una reestructuración de los edificios en torno a un nuevo claustro, reaprovechando la vieja iglesia como sala capitular. De esta etapa, que comenzaría en torno a 1240 y se prolongaría en las décadas siguientes, tampoco son muchos los restos conservados, tan solo el pórtico que se levanta delante de la fachada occidental de la iglesia y algunos pilares y canecillos del claustro.
Pórtico
 

Este estaría formado por 12 pilares en cada corredor, apeados sobre un pequeño basamento corrido, arcos de medio punto de poco más de un metro de luz y un sencillo alero sustentado por canecillos muy esquemáticos y de marcado carácter arcaizante. El citado pórtico, ante la fachada occidental, funcionaba como portería del monasterio. Las arquerías apuntadas se apean sobre medias columnas con capiteles que presentan variedad decorativa, desde los temas vegetales bien elaborados hasta un sucinto esquematismo geométrico, con tipologías muy propias de la segunda mitad del siglo XIII, que tienen su origen en esquemas empleados en las obras cistercienses, como Oseira.
Finalmente, todavía pueden verse varios de los marcos que delimitaban el coto del monasterio, y distintos signos de propiedad en su entorno, todos ellos con la cruz-espada de la Orden, además de una singular picota. Todo ello sería realizado a finales de 1497 o comienzos de 1498, una vez que el prior Álvaro Vázquez tomó posesión del coto, que había sido usurpado por los Ulloa, tras sentencia favorable.
Se han conservado, en su lugar original, los herrajes de la puerta principal del templo, realizados poco después de 1230. Estos ya fueron relacionados con los de la puerta norte de la catedral lucense, aunque en este último lugar son más artísticos, más perfectos y, posiblemente, también algo más antiguos. La línea marcada por ambos ejemplos tiene su continuación, en época posterior, en obras como los herrajes de San Salvador de Sarria. Cada batiente está formado por cinco chapas horizontales superpuestas, la central más ricamente decorada, alternando remates en puntas de flecha, volutas o esquemáticas flores treboladas. Pertenecerían a un taller local, de buena técnica, pero sin virtuosismos, inmerso en una tradición gremial poco permeable a las innovaciones.
Entre otras piezas pétreas (basas, arquetas o restos de creencias de 1221-1224 o la pila de agua bendita del siglo XV) se encuentran dos de las antiguas mesas de altar y cuatro de las columnas que las sustentarían, que remiten a los años finales de la primera campaña constructiva de la iglesia (poco antes de 1224) y también una de las imágenes que los acompañaba. Esta se encontraba en el altar del ábside norte y es una imagen pétrea, de bulto redondo, que representa a la Virgen sedente, como trono del Niño, coronada y con amplio vestido de sencillos pliegues. Se trata de una imagen muy dependiente del bloque, iconográficamente ya se definiría como una obra gótica pero su tosquedad y frontalidad hacen de ella una pieza de marcado carácter arcaizante. Finalmente, por las características de su estilo es vinculable al taller que ejecutó la portada principal de la iglesia, datable poco después de 1230.
En cuanto a las piezas funerarias habría que destacar, en las proximidades del monasterio, una caja de un gran sepulcro pétreo, del cual no se conservan ni los soportes inferiores ni la tapa. Carece de inscripciones y solo en la cara principal se grabaron unas sencillas y desiguales arcaturas que cobijan diversos motivos.
La tosquedad de la pieza impide una cronología precisa, pero tanto su forma como su decoración apuntan hacia el primer cuarto del siglo XIII. También se conservan fragmentos de la lauda funeraria de Odoario (finales del siglo XII) y en el monasterio una caja sepulcral de grandes proporciones, sin decoración alguna, probablemente del siglo XV.
El brazo sur de la nave del crucero de la iglesia y su absidiolo correspondiente, bajo la advocación de Santiago, fue utilizado por los Noguerol como capilla funeraria. De todos sus sepulcros actualmente tan solo se conserva uno, el de Fernando Arias Noguerol.
Sarcófago de Fernando Arias Noguerol
Sarcófago de Fernando Arias Noguerol
Tumbas de caballeros 

Fue realizado a finales de la década de 1460-1470 y se inscribe dentro del ambiente de los talleres lucenses del segundo tercio del siglo XV, si bien en este caso presenta ciertas singularidades y una gran calidad.
Por otra parte, el espacio de la nave del crucero se había transformado notablemente a comienzos del último cuarto del siglo XV cuando se construyeron unos pequeños muretes que separaban el crucero propiamente dicho de los tramos laterales. Adosado a uno de estos muros, al lado norte, se ubicó la capilla funeraria de los Ulloa, conservada hoy de modo disperso. Estaba formada inicialmente por un altar, un destacable retablo pétreo y la lauda de Diego García de Ulloa, piezas realizadas hacia finales de la década de 1470 o principios de la siguiente. A este conjunto se añadiría, una década después, un baldaquino sepulcral adosado y rematado por una pequeña fortaleza, inspirada en las regulares formas del cercano castillo de Pambre.
El conjunto románico se completa con unas extraordinarias pinturas murales que cubren la totalidad de la capilla mayor hasta el arco triunfal. La idea básica de su programa gira en torno a la figura del Salvador, no en vano fue la advocación de la iglesia desde su fundación hasta nuestros días. Pero este programa cristológico, que se desarrolla en el eje axial del ábside, se matiza o encamina hacia la idea redentora y se completa con alusiones a los profetas y las sibilas, que anuncian al Mesías en el Antiguo Testamento, apóstoles y santas protectoras. La fecha de realización de los murales no ofrece dudas, pues consta expresamente el año 1434, y serían realizadas en un breve espacio de tiempo por un grupo de pintores, al frente del cual estaría como maestro principal “Munio Greis”, que firma las pinturas. En líneas generales la obra está fuertemente marcada por la tradición del gótico lineal tardío y muestra un deseo especial por hacerse eco de las modas de su época en las vestimentas y tocados y en el amaneramiento propio del gótico internacional, especialmente desarrollado en los diseños dibujísticos. Buena parte de este taller pictórico se desplazaría con posterioridad al antiguo monasterio de Toques, donde trabajarían posiblemente bajo la misma comitencia.






Portomarín
Portomarín es una población todavía hoy marcada por la desaparición de los antiguos burgos medievales de San Juan y San Pedro bajo las aguas del mismo río Miño que los había arropado durante siglos, a causa a la construcción de la presa de Belesar en los años sesenta del siglo XX. Para llegar allí desde Lugo tendremos que ir por la autovía Lugo-Santiago hasta la rotonda sobre la A-54 en la cual tomaremos ya la LU-612 que nos dejará en la carretera de circunvalación del Nuevo Portomarín. El viejo Portomarín era una de las poblaciones medievales mejor conservadas de la geografía gallega cuyo origen estaba ligado al puente que atravesaba el río por este punto y cuyo desarrollo estuvo íntimamente ligado al Camino de Santiago y al auge de las peregrinaciones en los siglos XII y XIII, lo que atrajo a la orden monástico-caballeresca de San Juan de Jerusalén, que atendió durante siglos un hospital para los peregrinos que se dirigían a Compostela.
Las primeras noticias documentales que conservamos de la población datan del siglo X cuando pertenecía a los condes Gutier e Ilduara, padres de San Rosendo. Concretamente, en el año 912 Gutier había donado a su esposa el coto de Portomarín en el que se incluía el monasterio familiar de Santa María de Loio, a poca distancia de la población, en el actual término municipal de Paradela. Del año 927 data la escritura de restauración de este cenobio situado, como el texto de la misma dice, in locum Portomarini. La reforma de la vida religiosa de la comunidad de Loio había sido acordada en el transcurso de un concilio celebrado en Lugo en el mismo año en el que, además, el obispo Recaredo cede a los condes la iglesia de Santa Marina. Esta última iglesia ha desaparecido pero seguramente ocupaba el lugar que era conocido por ese nombre en el antiguo Portomarín. Formaba parte de un monasterio que se documenta hasta mediados del siglo XII cuando es donado a la Orden de San Juan de Jerusalén. De su antigua importancia nos ha quedado únicamente el recuerdo en la toponimia ya que el “Portus Marini” de la documentación medieval –Portomarín– no puede aludir más que a un paso a través del río –Portus con el sentido de paso obligado de comunicación por medio de un puente– ligado a este monasterio de Santa Marina.
Pero sin ninguna duda el elemento más representativo y generador del antiguo burgo era precisamente el puente que por allí atravesaba el río Miño aprovechando una parte del cauce que era poco profundo aunque bastante ancho. Aunque de posible origen romano, las primeras noticias ciertas sobre su existencia datan del siglo XII, cuando la reina Urraca (1109-1126) lo destruyó para evitar que las tropas de su marido, Alfonso I el Batallador (1104-1134), con el que entonces estaba en guerra, atravesasen el río Miño. La misma reina debió de promocionar su reconstrucción de la que se ocupó Pedro Peregrino. Para asegurar su mantenimiento y el del hospital adyacente al puente, la reina le donó la iglesia de Sancta Maria de Portu Marino, según se lee textualmente en la confirmación que, de dicha donación, hace su hijo, el rey Alfonso VII (1126-1157), en el año 1126 y hoy conservada en el Archivo de la catedral de Santiago. Es difícil precisar si se trataba de la iglesia del monasterio de Loio, efectivamente bajo la advocación de Santa María, o la de Santa Marina en el propio burgo aunque con el nombre erróneo.
Lo cierto es que la importancia del puente se reflejó siempre en la toponimia del lugar ya que en los documentos medievales conviven el comentado término de Portus Marini con el de Pontem Minei para referirse a la misma unidad poblacional.
La accesibilidad que ofrecía el puente hizo que Portomarín se convirtiese en un enclave importante dentro del Camino de Santiago y el aumento de las peregrinaciones propició el desarrollo de la población alrededor de él. El capítulo quinto del libro V del Códice Calixtino, la célebre guía del peregrino medieval, reconoce la importancia de este puente sobre el río Miño como paso para los peregrinos cuando nombra a los viatores que repararon el Camino Francés, entre los que se encuentra el Pedro Peregrino que lo había reconstruido. El creciente flujo de peregrinos pronto hizo necesaria también la construcción y dotación de una institución asistencial. La primera evidencia de la existencia de un hospital en Portomarín es la citada donación real del año 1126 a Pedro Peregrino en la que aparece con el sugerente nombre de domum Dei –casa de Dios–. La importancia del enclave de Portomarín y del Camino de Santiago para la monarquía se aúnan en esta donación, poniéndose de manifiesto en el interés no solo por el mantenimiento del puente por el que pasaba la via francigena sino también por la asistencia a los peregrinos en el hospital.
Esta labor asistencial junto a la importancia estratégica de la población pronto atrajo a las nuevas órdenes caballerescas como la de San Juan de Jerusalén, cuya función principal era la atención a los caminantes en las vías de peregrinación. El establecimiento de la Orden de San Juan de Jerusalén en Portomarín debió de producirse durante el reinado de Alfonso VII de León, que le dona la mitad del realengo de la villa. Aunque este documento lo hemos perdido, tenemos noticia de la donación por otra del 30 de octubre de 1158 en la que Fernando II (1157-1188) dona a la Orden y a su prior Ordoño el monasterio de Santa Marina de Portomarín, al tiempo que le concede la otra mitad del realengo de la villa.
La otra Orden militar que tuvo presencia en Portomarín fue la de Santiago, cuyo germen, al menos desde su faceta asistencial, se ha situado en el vecino monasterio de Loio. Desconocemos en qué momento se instaló en Portomarín, pero tuvo que ser con anterioridad a 1175, año en el que el burgo aparece mencionado en la relación de posesiones de la Orden de Santiago en una bula del papa Alejandro III (1159-1181).
De nuevo lo encontramos en la confirmación de estas posesiones que hace el rey Fernando II el 30 de marzo de 1181 y también en las bulas confirmatorias de la misma Orden de Santiago de los papas Lucio III (1181-1185), en 1184, y Urbano III (1185-1187) del año 1187. Al año siguiente, la Orden de Santiago devolvía el burgo al rey Alfonso IX (1188-1230) que se la debió de entregar a la Orden de San Juan, ya que en ese mismo año el rey confirma las posesiones de la de Santiago en su reino exceptuando Portomarín. Sin embargo, durante este breve periodo santiaguista, los Hospitalarios nunca perdieron su presencia en el lugar y, lo que es más, la consolidaron de forma que alcanzan la total jurisdicción sobre el burgo de Portomarín. Buena prueba de ello son los fueros que la Orden otorga a la villa el 18 de mayo de 1212 tras unas negociaciones con los vecinos y sus representantes.
Durante todo el siglo XIII la encomienda de San Juan de Portomarín acrecentará su patrimonio a través de donaciones, concesiones vitalicias, prestimonios y foros, que le permitirán no solo realizar su labor de asistencia a los peregrinos y vigilancia del Camino Francés, sino también la construcción de la grandiosa iglesia de San Nicolao.
Esta iglesia presidía el burgo de San Juan, en el margen derecho del río cuyo caserío se distribuía en la falda del monte de San Roque, siguiendo el discurrir del Camino de Santiago que allí se convertía en la calle de San Juan. En la margen opuesta el burgo de San Pedro que, como el de San Nicolao, también disponía de un hospital para peregrinos, se organizaba asimismo en torno al Camino que se dirigía al puente.
Este interesante urbanismo de origen medieval, su historia ligada a la peregrinación a Compostela y los tesoros artísticos que todavía conservaba en el siglo XX le valieron la declaración de Conjunto Histórico-Artístico por decreto del 8 de febrero de 1946 a solicitud de la Comisaría General del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional y de la Real Academia de Historia. Sin embargo, esto no impidió su anegamiento en el año 1963 debido a la construcción de la presa de Belesar. En 1955 se inicia el proyecto para la construcción del nuevo poblado de Portomarín que se situaría en la cima del llamado Monte do Cristo, no lejos del antiguo pero en una cota más alta. Las obras se iniciaron en 1960 y finalizaron en el año 1964 con una mediática inauguración en la que estuvo presente el entonces Jefe del Estado Francisco Franco.
La dirección facultativa de la construcción y ordenación del Nuevo Portomarín recayó en el arquitecto restaurador Francisco Pons-Sorolla, cuyo trazado para el pueblo conjuga la puesta en valor de los monumentos que deben ser trasladados desde su ubicación originaria con una arquitectura de tipo regionalista para el caserío en el que se utilizan principalmente materiales de la zona con el fin de buscar la adecuación ambiental de la nueva población.
Del conjunto histórico del Viejo Portomarín se seleccionaron para su traslado la iglesia de San Nicolao, la fachada de la de San Pedro, el arco del puente medieval con la capilla de Santiago y diversos elementos singulares de los edificios más importantes del caserío.
Hoy en día, el Nuevo Portomarín lejos de vivir del embalse que entonces fue presentado como una obra adalid del progreso y el desarrollo rural, vive, como antaño, volcado en el Camino de Santiago, cuyo extraordinario y renovado desarrollo en las últimas décadas ha abierto un nuevo horizonte para sus vecinos que han encontrado en la acogida y atención a los peregrinos un medio de subsistencia sostenible.

Iglesia de San Nicolao
La también conocida como iglesia de San Xoan, debido a su pertenencia a la encomienda de Portomarín de la orden de los Hospitalarios, se sitúa hoy en el centro de la plaza mayor del pueblo donde preside con su imponente mole el caserío circundante. Antes de su traslado se encontraba ya en relativo buen estado, conservando casi intactas su estructura y decoración románicas a pesar de las alteraciones que había sufrido a lo largo de los siglos: las torres angulares casi habían desaparecido, los muros interiores estaban totalmente encalados, se habían colocado diversos retablos y se había añadido una sacristía en la parte posterior del ábside. Esta, aunque bastante discreta, ya que repetía la forma semicircular de un ábside románico, había sido construida en 1619 ligeramente desviada con respecto al eje de la iglesia para adaptarse a la calle que pasaba por la parte norte del edificio.
La historia reciente del edificio comenzó el 3 de junio de 1931 con la declaración como Monumento Nacional, aunque tuvo que esperar algunos años, hasta el 1942, para ser objeto de una primera intervención restauradora. La obra, bajo la dirección de Luis Menéndez Pidal, consistió, más que nada, en un adecentamiento del monumento reparando las cubiertas y limpiando los dos rosetones. Poco tiempo después, en el año 1945, durante una visita de reconocimiento del Comisario de la primera zona del Patrimonio Artístico Nacional, Manuel Chamoso Lamas, fue descubierta la portada del muro norte que había estado tapiada durante años al exterior y por el interior del templo oculta por el altar de Nuestra Señora de las Victorias.
Mucho más profunda fue la restauración llevada a cabo por Francisco Pons-Sorolla debido al traslado de la iglesia a su nueva ubicación. Los trabajos se iniciaron en 1960 y finalizaron en 1964. La reconstrucción del templo tras su desmontaje se hizo paralelamente a la restauración de todos sus elementos. El criterio utilizado fue el de usar el monumento como el mejor documento para recuperar su aspecto primitivo. De esta forma se reconstruyó el cuerpo superior almenado para restituir la interesante idea de iglesia fortificada. El ábside también fue recuperado en todo su volumen original tras la eliminación de la sacristía moderna. En el interior se desencalaron los sillares y se eliminaron los retablos con el fin de lograr una sencillez y pureza de formas más acorde con el ambiente medieval que se pretendía recuperar.
El análisis e investigación actual del templo debe de tener en cuenta esta intervención ya que como el propio Pons Sorolla afirmaba: “la historia científica del Monumento termina con el estado de su conocimiento al ser desmontado. A partir de ese momento se pierde toda posibilidad de estudio a la luz de futuras técnicas y ello constituye responsabilidad tan grave para un restaurador consciente que no puede por menos de considerar como profanación su temeraria labor”.
Ciertamente, aunque el traslado del monumento ha garantizado su conservación, por el camino se han perdido otros valores del mismo como la relación con el entorno en el que originalmente se encontraba y que influyó en algunas de sus características formales e incluso en su topografía sagrada. Era, de hecho, una iglesia fortificada situada, no en una zona alta, sino al lado del río para proteger su cauce y el puente que lo atravesaba. Tras atravesarlo, el Camino de Santiago pasaba delante del costado norte de la iglesia donde se abrió una portada con decoración escultórica. Entre el costado sur y el río se abría una explanada donde, desde antiguo, se organizaban las ferias mensuales. Un espacio al que también la iglesia se abría con una nueva portada que fue siempre el acceso principal de la población al templo. En la parte occidental, la iglesia se relacionaba con el palacio de la Encomienda, sede de los Sanjuanistas, a través de su portada principal. Esta topografía ha cambiado radicalmente y hoy en día, al llegar a la plaza mayor del Nuevo Portomarín, nos encontramos la iglesia presidiéndola y sorprendiéndonos con su cúbica imagen de torreón defensivo.
Toda ella está construida con un aparejo pseudoisódomo de piedra caliza de color claro. Llama la atención el cuidado corte de los sillares y sus finas juntas, que nos hablan de un taller de canteros altamente cualificado.
La planta responde a una tipología muy sencilla y, quizás por ello, muy extendida entre las iglesias de comunidades monásticas de cierta entidad: una nave única con un ábside en la parte oriental y tres puertas en los paramentos sur, norte y oeste. Esta planta, que se repite insistentemente en otras iglesias del mismo entorno geográfico y de similar cronología –Santa María de Ferreira de Pallares (Guntín), Santo Estevo de Ribas de Miño (O Saviñao), San Pedro Fiz de Hospital de Incio (O Incio)–, adquiere en Portomarín un inusitado desarrollo con unas proporciones que superan a todos los ejemplos con este tipo de planta para acercarse a las de las iglesias de tres naves, otra de las tipologías más utilizadas por este tipo de centros monásticos de tipo medio.
En la parte este sobresale con decisión el ábside que está formado por un profundo tramo recto y un tambor semicircular que se alzan, ambos, hasta casi la mitad de altura del gran cubo que conforma la nave. Se asienta sobre un retallo escalonado con los perfiles cortados en chaflán que se prolonga también por el muro este de la nave. Adosados a este basamento se colocaron los altos plintos sobre los que se alzan las cuatro columnas entregas que dividen el alzado del tambor en tres calles. Aproximadamente a un tercio de la altura, una imposta de billetes que anilla las columnas sirve de base a las ventanas que se abren en cada una de las calles. Estas son de tipo completo con una parte central, retranqueada con respecto al nivel del muro, en la que se rasga la saetera que ilumina el interior. Consta de una única arquivolta con el perfil tallado con un baquetón que genera en el intradós y en la rosca sendas medias cañas que se decoran con grupos de tres bolas. Sobre el arco, una chambrana de billetes se prolonga en forma de imposta por el muro durante un pequeño trecho. Las jambas se perfilan también en baqueta. Las columnas tienen fustes monolíticos, basas de tipo ático y capiteles vegetales de grandes hojas que se doblan en sus puntas cobijando, en ocasiones, pequeñas bolas. Llama la atención, en el tímpano de cada ventana, una cuidada decoración reticulada que crea unos interesantes juegos lumínicos sobre la superficie.

El ábside se corona con un alero formado por una cornisa cortada en caveto sostenida por una serie de canecillos cuya superficie se decora con diferentes motivos –reticulados, estrellas inscritas en cuadrados, dameros, listeles convexos, etc.–, todos ellos con un relieve muy plano que apenas sobresale del bloque de la pieza y realizado con la misma técnica de incisión, como si de un objeto suntuario se tratara, que encontrábamos en las ventanas.
Sobre el ábside, en la parte alta del muro oriental de la nave, se abre un rosetón que ilumina directamente el interior con la luz de naciente. La rosca del óculo está formada por una ancha escocia decorada con bolas rodeada a su vez por una moldura de billetes. La tracería interior está formada por una serie de piezas pétreas recortadas que forman una estrella a partir de un núcleo central circular al que le siguen trece pentágonos alargados. Sobre el rosetón, este muro oriental remata con una imposta horizontal que da paso al cuerpo superior fortificado, que consta de dos torrecillas angulares de planta cuadrada y un merlón en cada ángulo y una serie de almenas entre ellas que protegen el camino de ronda que corona la iglesia.
Los muros laterales tienen una articulación en la que se pueden diferenciar claramente dos partes: la mitad inferior más eclesial y la superior más castrense.
Efectivamente, la parte baja se organiza con un sistema de calles separadas por contrafuertes que se unen por arcos en la parte superior. Es un sistema constructivo que es tomado de la catedral de Santiago de Compostela por un buen número de iglesias en Galicia dada las altas cualidades constructivas y estéticas que conlleva.
Este sistema permite el aligeramiento de los muros intermedios en los que se pueden abrir ventanas cómodamente, una en cada tramo. Estas son, al igual que las del ábside, de tipo completo con una única arquivolta guarnecida por una chambrana de billetes. Esta última descansa directamente sobre la imposta de las jambas mientras que la arquivolta lo hace en columnas acodilladas de fustes monolíticos, basas áticas y capiteles vegetales. A pesar de la aparente regularidad que solo se rompe a simple vista con el descentramiento de alguna ventana con respecto al eje del tramo, en el diseño de estas se introdujo una variatio, muy habitual, por otro lado, en el arte románico. De esta forma, todas las del muro norte pero solo uno del muro sur perfilan las arquivoltas en arista viva mientras que las restantes de esta parte lo hacen con un bocel que genera medias cañas en la rosca y en el intradós de los arcos.
Además, en algunos de estos arcos se aprecia una tendencia al apuntamiento, pero la combinación de estos con los de medio punto es totalmente aleatoria. En el segundo tramo de cada lado se abren sendas portadas figuradas, de las cuales la sur debió de haber estado resguardada bajo un pórtico en madera, hoy desaparecido, del que únicamente nos queda el recuerdo en los canzorros situados en los contrafuertes, bajo las ventanas. La amplitud de este pórtico que se prolongaba a lo largo de todo el muro sur hace pensar en que hubiese podido servir también de espacio resguardado para las transacciones comerciales de la feria que, desde tiempos inmemoriales hasta el momento del traslado de la población, se celebró en la explanada que se abría entre la iglesia y el río Miño.
En la mitad superior de los muros laterales la idea de iglesia es sustituida por la de fortaleza, de forma que la compleja articulación inferior desaparece en favor de un muro macizo con un remate superior almenado. La ausencia en esta parte de restos o señales de una cornisa con canecillos indica claramente que el remate almenado fue concebido ya desde el proyecto original y no superpuesto en un segundo momento como ocurrió en otras iglesias que fueron encastilladas a posteriori como la catedral de Santiago de Compostela.

La fachada occidental, por su parte, destaca por su gran proyección ascensional, que viene dada por su extraordinaria altura y potenciada por la disposición en el eje vertical de los diferentes elementos que la conforman: portada, rosetón y arco de descarga. Este último une los dos contrafuertes laterales, haciendo que todo el muro bajo él se encuentre retranqueado, y al mismo tiempo potencia la sensación de torres de los dos machones angulares. De hecho, en su interior se encuentran las escaleras que comunican el interior de la iglesia con la tribuna occidental y el camino de ronda de la parte superior, unas escaleras que se iluminan con unas estrechas saeteras que se abren de trecho en trecho rasgando la macicez de los contrafuertes.
La calle central está dividida en dos cuerpos por medio de un tornalluvias formado por una cornisa cortada en caveto montada sobre una serie de arquitos perfilados por sencillas molduras apenas incisas. Estos descansan, a su vez, sobre canecillos que se decoran bien con hojas o bien con fórmulas geométricas como los billetes. Entre ellos las metopas se ornamentan con rosetas bastante geometrizadas.
Inmediatamente bajo este tornalluvias se abrió la portada occidental del templo y en la parte superior del muro el gran rosetón que ilumina directamente el interior de la nave con el sol de poniente. Está formado por un óculo decorado con una efectista sucesión de arquillos que tienden a cerrarse en herradura y que cobijan en su interior un grueso bocel. A su alrededor un festón con dientes de sierra da paso ya al resto del muro macizo de la fachada.
La tracería está formada por un conjunto de placas pétreas recortadas formando figuras geométricas inteligentemente combinadas en una composición que alterna líneas rectas y curvas. Así, en el centro se sitúa un gran círculo con seis lóbulos que lo hacen parecer una estrella. Otros seis círculos horadan los espacios entre ellos. A continuación, se suceden una serie de doce pentágonos que dan paso a otros doce grandes círculos tallados ya en el anillo exterior.
Si atravesamos la magnífica portada que se abre en esta fachada occidental, nos encontraremos inmersos en un espacio interior de una grandeza inusitada.
Esto viene dado, en primer lugar, por la anchura de la nave, que tiene 10,40 m, en segundo lugar, por su profundidad de 30,70 m, pero, sobre todo, por la altura a la que se forjó la bóveda –16,50 m–, que es la de mayor altura de las iglesias románicas de Galicia exceptuando, por supuesto, las catedrales y las grandes iglesias de las abadías cistercienses.
A esta sensación espacial inmersiva contribuye también en gran manera la luz que entra a raudales no solo por los dos rosetones dispuestos en el eje longitudinal sino también por las ventanas de los muros laterales y que, en ocasiones, consigue desmaterializarlos. Estos se alzan sobre un banco de fábrica con la arista tallada en bocel liso sobre la que se levantan las cuatro responsiones que dividen el muro marcadas por pilastras con columnas entregas. Estas pilastras, repitiendo la articulación que veíamos en el exterior, se unen bajo la línea de imposta mediante arcos generando el “esqueleto” que realmente sostiene la bóveda y cuyos entrepaños se rellenan con un muro que ya no tiene porque ser tan grueso y en el que se pueden abrir amplias ventanas cómodamente. Estos paños de muro están divididos en dos cuerpos por medio de una imposta moldurada con una nacela entre baquetillas. Esta sirve de base a las ventanas cuyos vanos, de medio punto, se abocinan para una mejor dispersión de la luz. Enmarcándolos se situó, como al exterior, un arco de medio punto que descansa sobre estilizadas columnas acodilladas de fustes lisos y monolíticos. Los capiteles son vegetales y, sobre ellos, tienen cimacios que se prolongan por el muro en forma de imposta rematando contra las pilastras. Estos están cortados en nacela lisa a excepción de los de los dos primeros tramos del muro sur, que se ornamentan con motivos vegetales adheridos a las piezas. Sobre ellos se apoya una chambrana decorada con billetes que rodea la arquivolta.


Al igual que observábamos en el exterior, en estas ventanas se percibe también un gusto por la variación que se pone de manifiesto no solo por los pequeños cambios en las medidas sino también por el más sutil cambio en el corte de las arquivoltas. Así, permanecen en arista viva en las ventanas del muro norte y solo en la central del sur. En las demás de este muro se molduran con un bocel angular con sendas medias cañas en rosca e intradós respectivamente.
En el segundo tramo de cada uno de los muros laterales se abren las puertas norte y sur que, hacia el interior, reducen su articulación al mínimo imprescindible: un arco de medio punto cortado en arista viva. Idéntica disposición adopta, en el muro occidental, la puerta principal del templo. A ambos lados de esta se abrieron otras dos puertas que dan acceso a unas escaleras de caracol que permiten acceder a las torrecillas de la fachada principal así como al estrecho ándito delante del rosetón. Sus dinteles descansan sobre mochetas apoyadas sobre unas jambas que se cortan en arista viva. A pesar de lo accesorio y funcional de estos accesos, no dejaron de ser destacados con un juego decorativo en el que, de nuevo, se buscó la variación. Así, para la del lado izquierdo se eligió un dintel pentagonal y unas mochetas de cortes geométricos, una con un caveto con dos pequeños rollos en los extremos y la otra cortada en proa. La puerta del lado contrario tiene, en cambio, el dintel semicircular y las mochetas decoradas con sendas cabezas humanas de gran volumen y exquisita factura.
Además, para enriquecer y unificar más la composición se tallaron las aristas de cada mocheta y del dintel con un caveto festoneado de bolas. En la parte superior de este muro occidental se abre, dentro de su espesor, una estrecha tribuna mediante un gran arco ligeramente apuntado que, además, cobija el rosetón occidental.
Sobre la línea de imposta de los muros laterales se levanta el abovedamiento de la nave, que es de cañón apuntado realizado con un aparejo de sillarejo en el arranque para continuar luego con un material más liviano con remate enfoscado. Es esta una técnica de tradición romana ideal para cubrir grandes superficies, ya que así se refuerza la base de la bóveda anclándola al muro al tiempo que se aligera la parte central, precisamente donde la cubrición es más vulnerable. Está dividida en cinco tramos mediante cuatro arcos fajones, también apuntados y de sección prismática, que descansan sobre las columnas adosadas de las responsiones laterales. El tramo oriental de la bóveda se reforzó, además, con nervios labrados en forma de grueso bocel y que se entrecruzan en una clave labrada en una pieza circular decorada con una flor de ocho pétalos con botón central. Se apean sobre ménsulas situadas, unas en el ángulo formado por los muros laterales y el oriental, y las otras al lado de los capiteles del primer arco fajón. Están todas decoradas bien con cabezas humanas –las dos de las esquinas– o con unas cabezas de bóvidos o entrelazos –las de al lado de los capiteles.
En el medio de cada uno de los tramos de bóveda se colocaron otros arcos de refuerzo que, al igual que los fajones, son ligeramente apuntados y de sección prismática, aunque se diferencian de ellos por su menor grosor. En ellos llama la atención la variación en la forma en la que nacen del muro. Todos tienen el arranque escalonado pero en unos casos el escalonamiento se ciñe al salmer y en otros sube más arriba.
En el muro oriental se abre el gran arco triunfal que da paso al presbiterio. Es un arco de medio punto peraltado, doblado y guarnecido por una chambrana de billetes. Nace de una imposta moldurada que es la continuación, a la misma altura, de la que sirve de base a las ventanas de los muros laterales. Desde estos, se continúa por el muro oriental para convertirse en cimacio de los capiteles del arco triunfal y, una vez dentro del presbiterio, servir de arranque a las bóvedas. Las columnas de este arco se alzan sobre el banco de fábrica que recorre el ábside y que, haciendo juego con el del resto de la iglesia, tiene su perfil baquetonado. Tienen basas áticas, fustes entregos y capiteles vegetales de grandes hojas dobladas. El tramo recto del presbiterio se cubre con una bóveda de cañón y en los muros en los que apoya se abrieron sendas credencias que, como la mayoría de las que se conservan de esta misma cronología, tienen un carácter bastante monumental, ya que, lejos de ser unos meros nichos abiertos en el muro, se configuran con un arco de medio punto perfilado con un bocel al igual que las jambas en las que se apoya. Para destacarlas todavía más, sobre las dovelas de los arcos se colocó una chambrana decorada, como suele ser habitual en la iglesia, con billetes. Un arco fajón que, como el triunfal, es de sección prismática y también se apoya sobre columnas de fustes entregos y capiteles de tipo vegetal, da paso al tambor semicircular que se cubre con bóveda de cuarto de esfera. En el muro se abren tres ventanas que apoyan sobre una imposta de billetes. Son de tipo completo como las del resto de la iglesia, pero en estas se hizo un especial hincapié ornamental seguramente por tratarse de las que iluminaban el santuario de la iglesia. Así, la arista de los vanos se perfila en baqueta tanto en las jambas como en el arco; la arquivolta, además del habitual bocel y las medias cañas en rosca y tambor, se decora también con una serie de grupos de tres bolas. Sobre ella, una chambrana de billetes que se prolonga ligeramente por el muro en forma de imposta. Las jambas tienen los codillos también baquetonados y contra ellos apoyan las columnillas de finos fustes monolíticos, basas áticas con garras de bola y capiteles vegetales con hojas que suelen cobijar bolas bajo sus puntas dobladas. Los cimacios de estos también se decoraron con una greca geométrica formada por líneas incisas que generan rombos.
Sobre el arco triunfal se abre el comentado rosetón oriental cuya organización y decoración repite la que el mismo óculo tiene por la parte externa y que ya hemos descrito.
Sobre la bóveda de la iglesia se encuentra el cuerpo de fortaleza propiamente dicho que se organiza, como en los castillos contemporáneos, con un camino de ronda almenado. Este aparece definido, exteriormente, por los merlones y las cuatro torrecillas angulares e, interiormente, por los muros de una estancia interna, que sirve, además, de apoyo al tejado. Antes del traslado y restauración del edificio la cubierta de pizarra se organizaba malamente a varias aguas tapando el entonces maltrecho remate almenado y las torres. El arquitecto restaurador, considerando que había indicios de que el camino de ronda habría estado descubierto en el proyecto original de la iglesia, decidió retranquear la cubierta a dos aguas hasta la estancia central de forma que la lluvia caída sobre el camino de ronda desaguase por las pequeñas gárgolas que todavía se conservaban. Sin embargo, la solución no resultó muy feliz ya que unos años después las humedades en todo el perímetro de las bóvedas eran constantes, llegando a causar importantes grietas en los piñones este y oeste. De este modo, en el año 1986, se llevó a cabo una obra consistente en cubrir de nuevo los caminos de ronda con unos tejadillos de pizarra que apoyan sobre los merlones.
Toda esta sofisticada y sorprendente estructura arquitectónica va acompañada de una no menos cuidada escultura monumental que se centra fundamentalmente en las tres portadas de la nave y en los capiteles de las ventanas y responsiones del interior. De ahí se extiende también a otros elementos arquitectónicos como canecillos, basas o los lunetos de las ventanas. Mientras que en los capiteles del interior se eligió de manera abrumadora el tema vegetal con diferentes variaciones del capitel corintio, que investían al edificio del prestigio asociado a este modelo clásico reinterpretado por sus evidentes cualidades decorativas, en las portadas se planteó un elaborado programa iconográfico en el que se concatenó la ornamentación de tímpanos, capiteles, mochetas y arquivoltas.
Aunque en la arquitectura de la iglesia se observa una gran unidad que hace muy difícil poder distinguir campañas constructivas, en la escultura, en cambio, sí se pueden diferenciar manos distintas que, si bien se mantienen en la misma línea de calidad del obrador, se distinguen por ligeras variaciones de estilo o de modelos. En general, los escultores más sobresalientes se dedicaron a las soberbias portadas del templo mietras que otros, en ocasiones con menos recursos, se ocuparon de los elementos escultóricos marginales.

En cuanto a los capiteles, se puede establecer con bastante claridad una diferencia de estilo entre la nave y la cabecera. En esta última trabajó un escultor que eligió para prácticamente todos los capiteles, tanto del interior como del exterior del ábside, una tipología muy característica con grandes hojas muy gruesas cuyos enveses se decoran con unas palmetas recortadas formando lóbulos. Se trata de versiones tardías de un modelo consagrado por los talleres del transepto de la catedral de Santiago de Compostela. Concretamente los referentes para este escultor se encuentran en los modelos más evolucionados de esta tipología, que encontramos en los últimos tramos de la nave de la basílica compostelana y en las tribunas compartiendo espacio con otros modelos foráneos que empiezan a llegar a ese taller en las últimas décadas del siglo XII. En estos vemos que, como en los ejemplos del ábside de San Nicolao de Portomarín, las hojas se multiplican, se parten e incluso sus ejes se horadan buscando un mayor efectismo. El hecho de que encontremos estos modelos solo en la cabecera no puede más que indicar su mayor antigüedad con respecto al resto del edificio, lo cual no se aparta de la norma habitual en la construcción románica de comenzar las iglesias precisamente por la parte oriental. De hecho, este escultor desaparece en la nave, donde encontramos modelos de capiteles que son habituales en los edificios realizados en Galicia en las primeras décadas del siglo XIII. La mayoría responden al repertorio decorativo y estilístico del taller que trabaja en la obra de la catedral de Santiago en las últimas décadas del siglo XII y cuya influencia se puede rastrear en Galicia hasta bien entrado el siglo XIII. Uno de ellos que encontramos en la primera responsión de la nave y que también encontramos, aunque con mayor calidad en las portadas, está formado por grandes hojas muy carnosas y dobladas y rizadas en la parte superior. Estas hojas se pueden organizar en forma de V como en este caso, o multiplicarse superponiéndose en varios órdenes. Otro tipo, muy característico, es de hojas con los enveses acanalados dispuestos en uno o varios niveles.
También encontramos varias versiones de un capitel que tendrá un gran éxito en las fábricas cistercienses y en las construcciones influenciadas por ellas. Es el de grandes hojas muy lisas y estilizadas que se doblan ligeramente en sus puntas cobijando bolas. En las ventanas de los muros laterales, los pequeños capiteles entregos repiten estos tipos con mayor o menor fidelidad, aunque con una calidad, en la mayoría de los casos, sensiblemente menor.
Las tres portadas de la iglesia destacan en medio de sus muros respectivos por su despliegue decorativo y por la calidad de la labra que remite, como veremos, al estilo de los talleres mateanos.
La portada norte se abrió en el espesor del muro que, bajo la ventana de este tramo, se engrosa uniendo ambos contrafuertes.
Las jambas abocinadas se levantan sobre un banco cuyos perfiles se suavizan con un baquetón. Sobre él se colocan todavía unos plintos cúbicos donde se asientan las columnas. De estos, únicamente se decoran las dos de los extremos con unos sencillos motivos incisos con óvalos yuxtapuestos que, en el caso del derecho, se completan con una hilera de gruesas perlas. Las basas de las columnas son de tipo ático, aunque no todas exactamente iguales. De hecho, en una de ellas, el toro superior está sogueado. Los fustes son lisos, monolíticos y se adosan a unos codillos que se cortan en arista viva, los externos, y en forma de escocia ornamentada con flores de botón, los internos.
Los capiteles se decoran, tres con motivos vegetales y otros tres con híbridos monstruosos. Entre los vegetales, destacan los de hojas de col por la carnosidad que transmiten sus puntas rizadas. El otro modelo es el de hojas de perfil recortado que se adhieren al cesto del capitel pero cuyas puntas se doblan para cobijar bolas. En ambos tipos son comunes los ejes perlados que hacen las veces de nervio principal de las hojas. Los dos capiteles más próximos a la puerta están decorados con unos híbridos formados a partir de un cuerpo de ave, patas equinas, cola de serpiente y cabeza humana, dispuestos afrontados sobre un fondo vegetal. Se trata de arpías, seres de la mitología griega que fueron recuperadas por la literatura y la plástica medievales por su carácter destructivo y amenazante que las hacía ideales para representar los peligros del pecado. De hecho, sus cuerpos eran como el pecado: atractivos por un lado –cuerpo de ave de bello plumaje, cabeza humana de hermosos y proporcionados rasgos– y repulsivos por otro –ser híbrido antinatural, cola de serpiente, patas de caballo–. En este caso, una de ellas, la de la izquierda, lleva un bonete ricamente decorado propio de los personajes de alta clase social y tiene rasgos faciales masculinos. La del capitel de la jamba derecha, en cambio, parece tener rasgos femeninos y porta una caperuza, más propia del campesinado. Esta variación del modelo clásico de arpía, exclusivamente femenino, se debió seguramente a la interpretatio christiana a la que fue sometido durante la Edad Media y que exigía mostrar más claramente que la tentación demoníaca se escondía bajo diferentes aspectos en la vida cotidiana. De esta forma, en la segunda mitad del siglo XII comienzan a aparecer, sobre todo en el Norte de Francia –Ile-de-France y Borgoña–, arpías con cabezas coronadas como reyes, tonsuradas como monjes, tocadas como mujeres…
Capiteles portada norte
 
Capiteles portada norte
 

Estos modelos llegados a partir de los años sesenta al taller que por aquel entonces finalizaba la obra de la catedral de Santiago de Compostela, se difundirán a finales de la misma centuria y en el primer tercio del siglo XIII por Galicia debido a la participación de maestranzas formadas en el ambiente artístico compostelano en muchas obras que por entonces se emprendieron, sobre todo en los territorios de las actuales provincias de Ourense y Lugo.
El segundo capitel de la jamba derecha recoge a otro de los híbridos monstruosos más queridos por el imaginario medieval: el dragón. Sobre un fondo de hojas con los habituales nervios perlados, se sitúan dos dragones formados por un cuerpo de ave, cola de reptil y cabeza de felino que enlazan sus largos cuellos para morder las patas de su contrario. De nuevo se trata de un monstruo con una fuerte connotación negativa, ya que la propia tradición bíblica, sobre todo del libro del Apocalipsis, lo hacen encarnación del mal y personificación del diablo. En este caso concreto, iconográficamente también dependiente del foco compostelano donde encontramos paralelos muy próximos en el Pórtico de la Gloria. El hecho de atacarse mutuamente los animales no deja de representar otra faceta del mal que no es otra que la de volverse contra sí mismo regodeándose así en su maldad.
Los cimacios también están profusamente decorados. Los del lado derecho repiten la misma sucesión de hojas con rehundido central dispuestas en sentido vertical y algunas con los ejes perlados. Los de la jamba izquierda, en cambio, tienen una decoración más compleja compuesta, dos de ellos, por un trenzado de dos cintas perladas que rodean a unos pequeños cuadrifolios con rehundido central y, el otro, por una sucesión de palmetas anilladas.
Las jambas de la puerta, lejos de permanecer lisas, están animadas con una media caña central que, a su vez, se decora con motivos vegetales, bolas y botones de trecho en trecho.
Sobre ellas descansan las mochetas que, desgraciadamente, fueron repicadas, aunque en la de la derecha todavía puede reconocerse un ángel.
El tímpano, de una única pieza pétrea, está festoneado con un tallo ondulante del que nacen, alternativamente a un lado y al otro, hojas de bordes rizados. Este nace y remata en cada lado sobre la línea del dintel que se marca con una moldura formada por una fina baqueta y dos listeles. Esta sirve de base para las figuras de la escena de la Anunciación que se representó en el tímpano. A la izquierda el arcángel Gabriel se sitúa de perfil dirigiéndose hacia María. Sus alas están desplegadas aunque ciñéndose al arco del tímpano. Su brazo derecho se extiende en ademán de locución que se reconoce, dentro de la gestualidad medieval, por los dedos índice y corazón extendidos. Con la izquierda sujeta lo que parece ser un ramo de flores. Viste con una túnica ceñida con un cíngulo a la cintura y con unas amplias mangas. Sobre ella lleva un manto que apoya en el hombro izquierdo, cubre el brazo del mis mo lado y que luego se anuda sobre el cíngulo por encima de la pierna derecha. Una efectista disposición que lo que busca es dar tridimensionalidad a una figura en bajorrelieve. María, por su parte, se sitúa en tres cuartos, ligeramente girada hacia el arcángel. Extiende las palmas de sus manos en un claro gesto de aceptación-oración.
Lleva la cabeza velada y se viste con una túnica que se arremolina sobre el suelo dejando ver apenas las puntas de sus zapatos. Abrochada sobre los hombros, lleva un manto que descansa ligeramente sobre los brazos para luego caer hacia atrás formando pliegues. Entre ambas figuras se labró una planta con tres hojas y dos frutos.
Tímpano de la Anunciación, portada norte
Detalle
 

Las arquivoltas, en número de tres, llaman la atención por su extraordinaria riqueza decorativa y por la variación de motivos y articulación que presenta cada una. La interior se moldura en caveto cuya superficie se exorna con hojas radiales tripartitas. Sobre ella se colocó un grueso funículo cuya superficie está decorada, alternadamente, por una banda formada por una baquetilla en medio de una ancha escocia y otra banda con un tallo ondulante que genera hojas a un lado y al otro alternativamente. La segunda arquivolta es una ancha gola cubierta a intervalos irregulares por carnosas hojas de col dispuestas de forma radial y con las puntas rizadas y vueltas sobre sí mismas. En la arquivolta externa los motivos naturales dan paso a los geométricos al reaparecer el grueso baquetón ceñido por arquitos de herradura que encontrábamos en el rosetón de la fachada principal. Aquí se utiliza la versión más compleja en la que, entre los arquitos, aparecen otros más pequeños que dan a las diferentes secciones el aspecto de pinzas. En la chambrana que corona todo el conjunto y que apoya en unas impostas, hoy repicadas, volvemos a encontrar el motivo de las hojas dispuestas radialmente y con las puntas dobladas.
En la portada sur la articulación arquitectónica se vuelve más refinada y la decoración más exuberante. El muro también se hace más grueso para incluir en él el abocinamiento de la puerta, pero no llega a estar a paño con los contrafuertes laterales que, por lo tanto, mantienen su individualidad. Además, su función de enmarcar la puerta se refuerza al moldurar sus aristas internas en forma de grueso baquetón que busca parecer una columna al habérsele tallado unos someros capiteles y basas. Todo el conjunto se asienta sobre un banco cuya arista se talla en forma de grueso bocel y que se abocina en la parte central para dejar espacio a los escalones que llevan a la puerta. Esta tiene tres columnas por jamba que se adosan a otros tantos codillos. De estos, los dos externos tallan su arista en forma de baquetón mientras que el resto lo hace en forma de chaflán cuya superficie se decora con pequeños cuadrifolios que casi parecen estrellas de cuatro puntas dada la geometrización a la que fueron sometidas sus formas.
Portada sur

Las jambas, que se molduran con dos baquetones, se decoraron de forma diversa en ambos lados. Así, en la izquierda hay una cinta perlada de la que nacen una serie de estilizadas hojas con el eje rehundido. En la contraria, en cambio, son grandes cuadrifolios, con el centro perlado, los que se disponen con ritmo variable sobre el espacio central. El afán decorativo que llega casi hasta el horror vacui hizo que incluso se decorasen los frentes de las jambas, en este caso con una serie de rosetas con botón central. Sobre estas apoyan las mochetas que también se cubren de decoración en su parte frontal, en este caso recuperando los pequeños cuadrados incisos que perfilan la mayoría de los arcos de las ventanas hacia el exterior.
Pero por su alto valor expresivo, iconográfico y escultórico, destacan los relieves que se labraron en ellas. En la mocheta derecha, un monstruo de aspecto felino surge del interior del bloque para devorar el brazo y la pierna de una figura humana desnuda que se encuentra bajo él retorcida en el escaso espacio restante de la pieza. La mocheta opuesta parece representar un momento sucesivo de la devoración ya que, en este caso, solo es una pierna la que sobresale de las fauces del felino permaneciendo el resto del cuerpo –figuradamente hablando– dentro ya del animal. En ellas, de una forma sintética pero muy efectista, se muestra el tema de la boca del infierno que, partiendo también de la tradición bíblica del Leviatán, adopta frecuentemente en la plástica románica una forma felina. Además, este tipo de monstruos andrófagos ocupando un lugar tan visible para el visitante como las mochetas de las puertas de las iglesias es un tema particularmente extendido en el ambiente artístico del Camino de Santiago donde aparece, por citar algunos ejemplos, en Leire, Sangüesa o León.


Las columnas vuelven a tener los fustes lisos, monolíticos y apoyados sobre basas áticas que, a su vez, descansan sobre plintos paralelepipédicos. Sus capiteles, como los de la puerta norte, vuelven a combinar las carnosas hojas de nervios perlados con otros en los que las arpías y los dragones vuelven a ser los protagonistas. Sus cimacios ostentan la misma decoración de hojas de col muy carnosas y con cintas perladas en sus ejes.
De las tres arquivoltas, la interna está formada por un caveto al que se superpone un grueso bocel casi irreconocible dada la vegetación de hojas rizadas que lo cubren y que se distribuye rítmicamente sobre su superficie, dejándolo ver solo a través de unas formas ovaladas que, en ocasiones, también se decoran. En la arquivolta intermedia la composición se complica al ser dos los boceles que la ocupan, uno en la rosca y otro en el intradós, dejando entre ellos una serie de arquitos pinjantes que, debido al desgaste que han sufrido, apenas se intuyen. El bocel del intradós se decora con una serie de hojitas mientras que el de la rosca tiene dispuestos, de forma radial, una serie de anillos que alternan dos medidas diferentes. En la arquivolta exterior se repite la misma composición aunque varían totalmente los motivos elegidos para cubrir la superficie del arco. La arista se camufla bajo un festón de puntas de clavo y el intradós y la rosca lo hacen bajo un cúmulo de hojitas. Por último, hay que destacar la chambrana que cubre el conjunto dado el gran desarrollo que adquiere, ya que deja de ser una simple moldura decorada, tal y como aparecía en la puerta norte, para convertirse casi en una arquivolta más, idea que se hace más patente si cabe al descansar sobre un grueso codillo baquetonado. Toda su superficie se cubre con una serie de hojas que se doblan en sus puntas para cobijar piñas.
El tímpano está perfilado con una moldura en forma de escocia decorada con bolas. Esta sirve de transición entre la exuberancia decorativa de las arquivoltas y el fondo liso del tímpano. En este se esculpieron tres figuras en relieve de las cuales la central viste un alba, sobre ella una larga dalmática diaconal y, por encima, una casulla gótica, es decir, el atuendo típico de un obispo cuando oficia de pontifical. Este se completa con la mitra que lleva sobre la cabeza y con la postura con los brazos abiertos que el ritual exige en determinados momentos de la liturgia.
Las otras dos figuras, aunque también de frente, giran sus cabezas ligeramente hacia el obispo. Visten con túnicas y manto de gruesos pliegues y están barbados. El de la derecha sostiene un libro con una mano y coloca la otra sobre él. El de la izquierda sostiene un objeto que ha sido interpretado por unos como un arpa y por otros como un báculo y un bastón roto. La composición ha dado lugar a las más diversas interpretaciones, desde una alegoría del sacerdocio de Cristo –Vázquez Saco– hasta una representación de san Nicolás oficiando como obispo con dos acólitos –Jaime Delgado–. Lo que sí parece claro es que una de las claves está en la figura principal que aparece claramente representada como un obispo que, dada la advocación de la iglesia, habría que identificar con san Nicolás, obispo de Mira (Turquía) del siglo IV. La segunda clave estaría, según R. Sánchez, en los atributos y actitudes de los dos personajes laterales. Para esta autora en el tímpano se habría representado una versión sintética de uno de los milagros que se recogían en las hagiografías latinas de san Nicolás de los siglos X al XII, concretamente el del judío prestamista y el cristiano tramposo. Según esta tradición, un cristiano pidió dinero a un judío poniendo como testigo a san Nicolás. Cuando el prestamista solicitó la devolución del dinero, el cristiano, que previamente había guardado las monedas prestadas dentro de un cayado ahuecado a tal efecto, juró solemnemente ser insolvente por lo que fue eximido del pago. Sin embargo, el cristiano muere atropellado por una carreta al tiempo que su callado lleno de monedas se rompe esparciendo por el suelo la prueba de su engaño. El judío que presencia el hecho comprende la eficacia de san Nicolás y le ruega que resucite al cristiano. La historia finaliza con el perdón y resurrección del cristiano y con la conversión del judío por la intercesión milagrosa del santo de Mira. En el caso de Portomarín, y siempre según R. Sánchez, se habrían invertido los papeles de los dos personajes de forma que el judío, la figura situada en el tímpano a la derecha y tocada con el bonete orejero característico de los hebreos, es el tramposo que pide el dinero al cristiano y por eso se le representa jurando falsamente sobre el libro sagrado. A la izquierda está el cristiano prestamista que lleva en la mano el cayado roto como prueba del engaño. Este, además, con la mano izquierda sostiene el báculo episcopal como si de un acólito se tratase mientras san Nicolás extiende sus brazos con el gesto típico del Memento por los difuntos del Canon de la Misa. De esta manera, el sincretismo al que obliga el exiguo espacio del tímpano para narrar toda la historia hace que con este gesto se haga explícita la resurrección del cristiano, por quien san Nicolás intercede y que, efectivamente, se encuentra ya vivo a su lado. A la elección tanto de este santo de origen oriental para la advocación de la iglesia como de una portada presentando uno de sus milagros no pudo ser ajeno el hecho de que los promotores de la construcción y de su programa iconográfico hubiesen sido los Hospitalarios. De hecho, la expansión de su culto y su iconografía en occidente estuvo ligada no solo a la traslación de sus reliquias a Bari (Apulia) en 1087 sino también al desarrollo de las órdenes monástico-caballerescas como la del Hospital de San Juan de Jerusalén, sobre todo después de la caída de la Ciudad Santa en el año 1187. Además, y tal y como puso de manifiesto M. Castiñeiras a propósito del caso portomarinense, el desarrollo de la iconografía de san Nicolás en el entorno del Camino de Santiago a partir de finales del siglo XII tuvo también mucho que ver con su conversión en protector de los peregrinos y patrono de los extranjeros asentados en las ciudades a lo largo de la ruta. Resulta particularmente expresiva, a este respecto, la dedicación a San Nicolás en la catedral de Santiago de Compostela de una capilla en el extremo del transepto norte justo al lado de la Porta Francigena, el acceso principal de los peregrinos al santuario del Apóstol.
El conjunto de la portada se corona con un tornalluvias formado por una cornisa moldurada que se apea sobre una serie de arquitos perfilados con una escocia escoltada por una sucesión de pequeños boceles. Estos arquitos descansan, a su vez, en canecillos decorados en su frente con motivos geométricos, algunos de ellos realizados con la técnica de la incisión que ya hemos visto en los del ábside y en otros puntos del edificio como las ventanas. Es la misma técnica que se usa en las metopas, donde triunfan las cuadrículas, rombos y aspas.


Portada occidental
 

Esta misma complejidad tanto en la articulación arquitectónica como en la decoración la encontramos en la puerta occidental del templo. Esta se construyó a paño con el muro de la fachada y su abocinamiento es absorbido por el muro que aquí se engrosa hacia el interior, donde genera el comentado ándito bajo el rosetón. Se asienta sobre el mismo banco de fábrica con el perfil baquetonado que recorre toda la iglesia en su base. Tiene tres columnas por jamba que se adosan a unos codillos moldurados en baquetón. Las basas repiten el acostumbrado tipo ático y apoyan en unos plintos que, en el lado derecho, son lisos mientras que en el izquierdo se ornamentan con motivos variados casi irreconocibles por el desgaste que presentan.
En los seis capiteles encontramos diferentes variaciones del capitel vegetal con hojas ceñidas al cálatos pero con una carnosidad que se manifiesta, sobre todo, en las puntas rizadas y en los lóbulos de los enveses. Para los cimacios, que se prolongan ligeramente por el muro en forma de imposta, se eligió una decoración a base de hojas verticales que se rizan en sus puntas en forma de caracol marino. Las jambas de la puerta están perfiladas con un baquetón que se prolonga también por las mochetas y por la parte baja del tímpano unificando la composición.
Las mochetas vuelven a servir, en esta portada principal, como soporte para la figuración, ya que cada una está ocupada por una figura: en la derecha encontramos a un ángel que se viste con una larga túnica y ciñe su cabeza con una corona. Las alas se pliegan adaptándose al espacio restante sobre el caveto de base de la mocheta. Lo erosionado de la pieza en el frente impide apreciar completamente la gestualidad de sus manos pero sí se reconoce que arropaba con el brazo derecho una figurilla sobre su regazo. Es el tema del alma redimida protegida por un ángel que lo custodia en su camino hacia la Gloria Celestial, una iconografía de nuevo deudora del programa salvífico del Pórtico de la Gloria de la catedral compostelana.
La mocheta izquierda, por su parte, está ocupada por una figura monstruosa de rasgos grotescos y también alada que, por antagonismo con la anterior, habría que identificar con un diablo.
De hecho, todo en la figura está destinado a poner de manifiesto su carácter demoníaco. Por un lado, el gestus turpis que contrasta con la postura ordenada y medida del ángel de enfrente y que se refuerza no solo con la postura en cuclillas sino también con la mueca forzada de la cara. Por otro lado, el recurso a la bestialización y a la hibridación que vemos tanto en la mandíbula canina como en el pelaje que cubre su cuerpo y que llega a su punto culminante en los pies que se han metamorfoseado en patas de palmípedo. También la acción que realiza redunda en su carácter maléfico ya que sujeta con sus zarpas una figura desnuda de escuálida anatomía cuyas piernas se aprecian entre las del diablo y cuyos brazos penden, como sin vida, sobre las rodillas del mismo. La cabeza y parte del torso de esta figurilla han sido ya engullidas por el diablo de cuya boca asoma, de forma muy efectista, una parte todavía sin masticar. Se vuelve a utilizar en esta portada el tema de la devoración del alma por parte de las fuerzas del mal que ya vimos en la portada sur, pero de una forma al tiempo menos simbólica pero más “realista” al ser un demonio el agente de la devoración del alma, de nuevo representada como una genérica figurilla desnuda.
Sobre estas mochetas “parlantes” se asienta el tímpano que está realizado en una única pieza cuyo perímetro está marcado por un festón cubierto por pequeñas hojas con los ejes perlados y seguidas de un sencillo entrelazo.
En el centro se colocó la figura de Cristo Pantocrator, realizada en un bloque independiente que luego se embutió sobre la mandorla, esta sí tallada en el mismo bloque del tímpano. Esta última está festoneada de una forma similar al tímpano y lleva esculpida, en su parte superior, una cruz potenzada que queda estudiadamente tras la cabeza de Cristo. Este está sentado sobre una silla curul de la que todavía se aprecia la estructura rematada en forma de cabeza de león en la parte superior y su forma bajo el paño que cubre los apoyabrazos y cae por los laterales. Sus pies, calzados con unos puntiagudos escarpines, apoyan en un supedáneo formado por grandes hojas dobladas y una palmeta central. Su cabeza, muy erosionada, sobre todo en la zona del rostro, está en posición frontal mientras que el brazo derecho se adelanta para bendecir y el izquierdo sujeta un libro abierto que apoya sobre la rodilla. Su cabeza está coronada aunque el deterioro del rostro solo permite atisbar este atributo real por los laterales. Viste una túnica, visible únicamente en la parte baja donde se arremolina sobre los pies, y un manto que cubre su brazo derecho y su regazo cayendo luego sobre las piernas formando quebrados pliegues.
El resto del tímpano permanece liso aunque no sería atrevido pensar, como sugirió R. Sánchez, que originalmente hubiese recibido una decoración pintada, hoy perdida, representando a los Cuatro Vivientes que completaría así la visión teofánica. A falta de un estudio técnico en profundidad de este conjunto escultórico, lo único que se puede afirmar en este momento es que efectivamente la portada estuvo pintada, observándose restos de color en las partes más protegidas, entre ellas el comentado diablo de las mochetas.
Como marco de este tímpano se colocaron tres arquivoltas que están cubiertas, como las precedentes de una extraordinaria decoración en la que se combinan los tres temas recurrentes en este taller: la figuración, la vegetación y lo geométrico. Así, en el arco menor se representaron, sentados sobre el caveto que forma el arco, los Veinticuatro Ancianos del Apocalipsis. Están dispuestos por parejas, exceptuando en los salmeres, donde se hicieron dos grupos de tres. Con esta solución se consigue que no se rompan las parejas en la clave tal y como ocurre en el modelo iconográfico del que parte esta representación portomarinense, el Pórtico de la Gloria, donde el grupo central que sostiene el organistrum es escoltado por sendos ancianos solos.


La composición de tímpano y arquivolta es una representación sintética pero muy representativa de la visión de la Segunda Parusía según san Juan en su libro del Apocalipsis: “Alrededor del Trono vi otros veinticuatro tronos, y sobre los tronos estaban sentados veinticuatro ancianos, vestidos de vestiduras blancas y con coronas de oro sobre sus cabezas (Ap. IV, 4) y ... los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos cayeron delante del Cordero “teniendo cada uno su cítara, y copas de oro llenas de perfumes que son las oraciones de los Santos” (Ap.V, 8). Efectivamente, los ancianos van vestidos con túnicas y coronados e incluso la forma semicircular de la arquivolta favorece la representación plástica del texto bíblico, donde los ancianos estaban “alrededor del trono”, en este caso situado en el tímpano. Portan todos instrumentos musicales que tañen o afinan en variadas posiciones. También variadas son sus posturas que le dan al conjunto una animación y naturalidad de los que carece el Pantocrátor, mucho más sometido al hieratismo que le impone ser una representación divina. Esta vivacidad se ve considerablemente reforzada por el hecho de representarse con las cabezas giradas como dialogando entre ellos. Pero este diálogo, lejos de hacerse por parejas como ocurre en el Pórtico compostelano, se hace de forma que cada uno dialogue con los inmediatos de la pareja de al lado, lo cual contribuye a crear una composición mucho más unitaria y trabada.
En la arquivolta intermedia, la figuración da paso a la decoración vegetal de aspecto jugoso que caracteriza al taller de Portomarín. Así, la arquivolta, formada por dos boceles de similar diámetro, está cubierta por un motivo formado por una serie de hojas de col dispuestas en forma de aspa en torno a un botón central. En la arquivolta exterior, el naturalismo de las formas vegetales da paso a la abstracción de la geometría al estar formada por un grueso baquetón cobijado por un festón de arquitos de herradura más sencillos que los de la puerta norte y peor conservados, ya que la mayoría han pedido sus puntas pinjantes. Cubriendo todo el conjunto se colocó una chambrana cortada en caveto y cubierta de una decoración formada por una serie de gruesas piñas que nacen de unas hojas dispuestas en forma radial.
Este despliegue ornamental que observamos en las tres portadas unida a la gran unidad que se desprende de la construcción de la iglesia ya habían hecho pensar a F. Vázquez Saco que en ellas existía un programa iconográfico coherente.
Efectivamente se puede hablar de un hilo argumental en el discurso visual de la imaginería esculpida en las tres portadas en las que, con imágenes sintéticas aunque de gran valor expresivo, se trataron tres épocas consecutivas de la historia de la Salvación según la exégesis medieval que tomaba como autoridades para esta división a Agustín de Hipona (354-430) y Eusebio de Cesarea (263-339). Sin embargo, la narración no empezaría en la portada sur, como imaginaba el ilustre investigador, sino en la norte. Allí se representó el tiempo sub lege antes de la Nueva Alianza y de la venida de Cristo. Curiosamente, para ilustrar esta idea se eligió un pasaje del Nuevo Testamento en el que se resume la esperanza de la Redención del pueblo judío con el tema de la Anunciación. Este recurso no era nuevo ya que había sido usado, sin ir más lejos, en la catedral de Santiago de Compostela en su puerta norte, al tiempo como final de un programa veterotestamentario que como enlace con el neotestamentario de la entrada meridional. Es un tema iconográfico que, además, lleva implícita una idea de paso ya que es el momento de unión entre lo humano y lo divino lo que lo hace muy adecuado para su representación en una puerta que no es otra cosa que el punto de unión entre el pagano mundo exterior y el interior eclesial, espacio de la divinidad.
El anuncio mesiánico de Salvación del tímpano es reforzado, además, por la figuración dispuesta en otros elementos aparentemente marginales. Así, en las mochetas se esculpieron dos ángeles, mensajeros por antonomasia de la voluntad divina, que, a pesar de su deterioro, no es difícil imaginar sosteniendo las cartelas “parlantes” con su mensaje tal y como los encontramos en otros conjuntos del mismo ambiente artístico como el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago o la portada occidental de la iglesia del monasterio de San Lourenzo de Carboeiro (Silleda, Pontevedra). Como contrapunto, la Antigua Ley superada con la venida de Cristo se evoca en los monstruos que habitan los capiteles que, al mismo tiempo, como representaciones negativas que son, pueden ser leídas como imágenes del pecado vencido por su Encarnación tal y como habían predicho los Profetas.
Desde el punto de vista de la topografía sagrada esta imaginería se pliega al decorum de la exégesis cristiana del edificio eclesial que ponía en relación precisamente el Antiguo Testamento con el Aquilonem y con la oscuridad.
Por el contrario, la parte meridional asociada con la luz, el calor y la Salvación es la elegida para ejemplificar el tiempo de la humanidad sub gratia es decir, tras la Redención y bajo la Nueva Ley. Sin embargo, curiosamente, en esta portada sur no se eligió un pasaje de la vida de Cristo como sucede en otros programas contemporáneos sino que se recurrió, como vimos, a uno de los milagros del santo titular del templo, san Nicolás, como un exemplum de fe, perdón, arrepentimiento y resurrección. El tiempo sub gratia es el tiempo de la Iglesia, por eso qué mejor que representarla a través de un obispo que, además, es santo y uno de los modelos de eclesiástico de la nueva Iglesia esgrimidos por los ideólogos de la Reforma Gregoriana por haber sido defensor de la ortodoxia y practicante de la caridad. Pero, por si sus atributos episcopales fuesen poco, el santo realiza, recordemos, el gesto litúrgico propio del momento de intercesión por los difuntos dentro de la Misa. Un gesto perfectamente reconocible por los fieles que utilizarían, como ahora, esta entrada para el acceso al interior del templo y que reforzaría el valor intertextual del tímpano al presentar a la Iglesia como intercesora para alcanzar la Salvación evitando la Condenación Eterna. Esta última idea es precisamente la que se plasmó en las mochetas con los monstruos andrófagos donde los fieles en general y particularmente los peregrinos encontrarían una advertencia del destino que le aguardaba a los que se dejaban engañar por las tentaciones diabólicas a lo largo del Camino.
Como en la portada norte, la representación del tímpano tiene una total adecuación con la topografía sagrada y con el espacio urbano del que era telón de fondo ya que, como advirtió R. Sánchez, en la explanada que en el viejo Portomarín se extendía delante de este flanco sur de la iglesia tenía lugar el mercado, de modo que el mensaje admonitorio de la portada recordaría a los deudores de dinero que debían de realizar su pago si no querían acabar como el judío del milagro. Si bien es cierto que no tenemos constancia de la concesión de un mercado a la villa en la Edad Media, no es difícil imaginar que así hubiese sido dada la importancia de la población, del hecho de haber tenido fueros desde 1212 o de la costumbre secular de realizar la feria del ganado en ese lugar y que solo se interrumpió con el traslado del pueblo a su nuevo enclave en el siglo XX.
En la portada occidental, por su parte, el sentido ejemplarizante y admonitorio de la puerta sur se sustituye por un sentido teofánico y visionario con el que muestra el final de los tiempos con la Parusía o segunda venida de Cristo, un tema topográficamente muy adecuado y normalmente reservado para las fachadas de poniente ya que este era un punto cardinal que la exégesis cristiana siempre relacionó con el reino del Anticristo, con las tinieblas y la muerte. Como vimos, en esta portada se hizo una representación sintética siguiendo el relato del Apocalipsis de San Juan. Según este texto, tras la Revelación se produce el Juicio de las almas: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante de Dios; y los libros fueron abiertos; y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida. Y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Ap. 20,12). Esto es precisamente lo que de una forma sintética, aunque muy expresiva, se representa en las mochetas de la puerta que, una vez más, vuelven a incluirse dentro del discurso de la portada.
Así, los justos, representados por la destrozada figurilla desnuda, son llevados a la Gloria por el ángel mediante el amoroso gesto de arroparla en el regazo. Enfrente, la condena al abismo relatada en el mismo texto (Ap. 20, 13-15) se plasma mediante el efectista motivo de la devoración del alma por parte de un demonio.
En el capítulo siguiente, san Juan describe, tras el juicio, la visión de la Jerusalén Celeste que en esta fachada estaría representada alegóricamente por el rosetón de la parte superior. Este segundo nivel de lectura se puede inferir hoy de los elementos que forman esta estructura y que son susceptibles de una lectura anagógica. Así, la insistencia en el número doce en la tracería nos recuerda a las doce Tribus de Israel y los doce Apóstoles que rodeaban al Cordero que estaba en el centro; las constantes alusiones a la luz, a las piedras preciosas y al cristal que se hacen en la descripción apocalíptica de la Ciudad Santa se traducen físicamente en el rosetón a través de la propia luz que emana, y que con su colorido emula el brillo de las citadas gemas (Ap. 21, 10-11 y Ap. 21,23). No sería descabellado pensar que los vidrios originales de este óculo hubiesen tenido representaciones figuradas que completasen visualmente esta lectura anagógica tal y como todavía podemos observar en otros ejemplos coetáneos, sobre todo del gótico francés, donde es habitual encontrar este tipo de representaciones.
Por otro lado, una lectura en varios niveles en la que se conjugan arquitectura, escultura, luz y color en relación con una visión teofánica no sería tan extraña teniendo en cuenta, por un lado, la extraordinaria calidad y complejidad que presenta en todos los aspectos el templo fortaleza de San Nicolao de Portomarín y, por otro, las lecturas similares que se han propuesto para otros edificios íntimamente relacionados con él como Santo Estevo de Ribas de Miño o el macizo occidental de la catedral de Santiago de Compostela.
Y todavía sorprende menos esta lectura anagógica si recordamos que toda iglesia medieval busca en mayor o menor medida la evocación de la Jerusalén Celeste. Una alusión simbólica que en el caso de Portomarín se hace todavía más patente al materializarse a través del cuerpo superior almenado que la convierte en una verdadera fortaleza de la Fe y que remite a las representaciones contemporáneas de la Jerusalén Celeste que desde las miniaturas de los beatos consagraron la forma de ciudad amurallada.
Topográficamente esta fachada occidental se encontraba de frente al Palacio de la Encomienda, donde vivían los miembros de la Orden para los que este contenido visionario sería perfectamente comprensible y para los que sería muy evocador de la Jerusalén terrestre donde había tenido origen la orden de los hospitalarios. Estas evocaciones jerosolimitanas no terminan aquí, ya que tal y como había sido expuesto por M. Castiñeiras, los baldaquinos del interior de la nave, al igual que los de la iglesia de San Juan de Duero (Soria), no serían otra cosa que evocaciones de los edículos construidos en época cruzada en las áreas del Templum Domini y la Cúpula de la Roca. Más sutil, aunque igualmente sugerente por su connotación jerosolimitana, es la cruz potenzada tras la cabeza de Cristo que era la utilizada entonces como emblema del reino latino de Jerusalén.
En el estado actual de las investigaciones, no conocemos datos documentales sobre la construcción de esta iglesia de San Nicolao, ni tan siquiera que hagan referencia a la obra como las típicas mandas testamentarias o donaciones ad opus que tanto contribuyen a la datación de muchas construcciones medievales. Sin embargo, como hemos visto, la consolidación del patrimonio de la encomienda de Portomarín se produce durante el siglo XIII. Esto permitiría a la Orden de los Hospitalarios disponer de unas rentas lo suficientemente saneadas como para abordar la construcción de una iglesia de esta envergadura. Todos los elementos tanto arquitectónicos como decorativos que encontramos en el edificio apuntan, de hecho, a una construcción comenzada como muy tarde en los años finales del siglo XII si no ya después del 1200, y ejecutada en el primer tercio del siglo XIII.
Así, rasgos arquitectónicos como el gran desarrollo del ábside con el tramo recto muy profundo, los contrafuertes unidos por arcos en los muros laterales, las ventanas de tipo completo con las aristas vivas o aboceladas son todos elementos que encontramos en la arquitectura del 1200 en la que las formas y recursos del románico pleno se ven ya impregnadas, a veces tímidamente, del espíritu de la nueva estética gótica. Esta es particularmente manifiesta en la concepción del espacio interior como un todo unitario dejando de lado la típica compartimentación espacial románica. Esta sensación espacial deriva no solo de las proporciones de la construcción cuyo canon destaca sobremanera sobre el establecido para las iglesias de su grupo tipológico, sino también de la altura y anchura del ábside, casi como la de la nave, y también de la enorme altura a la que se forjó la bóveda. Esta última es, sin duda, un buen ejemplo de atrevimiento arquitectónico y pone de manifiesto la calidad y profesionalidad que habían alcanzado los maestros constructores y los talleres de canteros durante el románico pleno. A pesar de esto, en un momento no muy lejano de su finalización debió de dudarse de la estabilidad de la misma ya que se implementó un sistema de refuerzo para cada uno de los tramos. De hecho, en el primero de ellos, al contrario de lo que se ha venido repitiendo en diferentes publicaciones, no se construyó una bóveda de crucería cuatripartita, sino que se superpusieron unos nervios de sección cilíndrica a la bóveda de arista preexistente. No habría que descartar que, además de la motivación puramente arquitectónica, hubiese habido un componente estético de actualizar el aspecto de la tradicional bóveda de arista para hacerla parecer una más moderna bóveda gótica que entonces se estaba ya utilizando en construcciones prestigiosas como la catedral de Ourense. Sea como fuere, el sistema fue abandonado ya en el segundo tramo, donde únicamente se llegaron a embutir dos ménsulas junto a los capiteles de la primera responsión. Esta idea de “actualización” de un tipo de bóveda tradicional no solo no es exclusiva de esta iglesia portomarinense sino que se puede rastrear en otros edificios de semejante cronología en Galicia como en el crucero de Vilar de Donas (Palas de Rei) o en las cabeceras de San Pedro Fiz de Hospital de Incio (O Incio) y Santa María de Torbeo (Ribas de Sil), por poner algunos ejemplos. Es un uso que no deja de ser muy significativo de este momento de transición entre el románico tardío y las nuevas soluciones de la arquitectura gótica que todavía no son bien comprendidas por unos maestros formados en la fuerte tradición románica imperante en torno al 1200.
El sistema de refuerzo que se eligió a partir del segundo tramo fue el de arcos fajones situados en el centro de cada tramo. Aunque es este un sistema mucho más tradicional, los rasgos formales de estos arcos los apartan de los fajones típicamente románicos para hablarnos también de un periodo de transición al gótico. Sus perfiles son, de hecho, considerablemente más reducidos, lo que les da un aspecto más airoso y menos pesado. Además están montados sobre ménsulas escalonadas, un elemento constructivo que aparece, por ejemplo, en la nave central de la iglesia cisterciense de Santa María de Oia (Pontevedra) una fábrica finalizada hacia 1230. Con todo, las comentadas características de los de Portomarín invitan a situarlos algunos años más tarde quizás rondando la mitad de la centuria.
Además de estos, muchos otros elementos constructivos y decorativos utilizados por el taller de Portomarín remiten a iglesias de cronología avanzada como el dintel escalonado de la puerta de la torre que encontramos, por ejemplo en Vilar de Donas (Palas de Rei); la decoración realizada a base de incisiones formando motivos geométricos que no es muy frecuente pero sí detectamos por ejemplo en San Paio de Diomondi; la utilización de motivos como las puntas de clavo o las bolas decorando las escocias; el desarrollo de los boceles en las jambas de las puertas prolongándose por las mochetas y tímpanos…
Algunos otros rasgos que encontramos en la construcción tienen su referente en las grandes abadías cistercienses que por entonces estaban en construcción como Oseira o Meira, ambas lo suficientemente cercanas a Portomarín como para haber aportado modelos y artífices al taller de San Nicolao. Así se comprenden mejores recursos arquitectónicos como la bóveda de cañón apuntado reforzada con arcos fajones o el banco de fábrica de perfil abocelado sobre el que se levantan las responsiones de la nave y que encontramos en ambas abaciales cistercienses. También detalles decorativos como las basas decoradas con arcuaciones o círculos concéntricos muy típicas de Oseira. Santa María de Meira, por su parte, debió de aportar algún escultor al taller ya que muchos capiteles, sobre todo entre los de las ventanas del exterior, denuncian la inspiración en modelos de aquella iglesia. La cercanía de la fábrica meirense a Portomarín y las estrechas relaciones que los condes de Sarria mantenían tanto con los hospitalarios como con la comunidad de Meira pueden explicar, tal y como ha demostrado J. D´Emilio para el caso de la iglesia sanjuanista de Hospital de O Incio, la presencia de escultores formados en las fórmulas constructivas y decorativas cistercienses. Un llamativo ejemplo expuesto por este investigador de este trasiego de artífices de procedencia cisterciense a los talleres locales es el de la pila de agua bendita que se conserva hoy al lado de la puerta sur de San Nicolao. En ella, uno de estos escultores adaptó a la extensa superficie exterior de la copa un motivo de cintas entrecruzadas rematadas en palmetas que se encuentra en un capitel de una de las capillas del transepto norte de Meira y que uno de los escultores de su taller versionó también en el ábside de San Pedro Fiz de O Hospital en O Incio, una construcción con la que San Nicolao de Portomarín tiene abundantes concomitancias.
Pero lo que más ha sido destacado del taller de Portomarín es su decidida influencia mateana que ha llevado a algún autor a proponer incluso la presencia del mismísimo Maestro Mateo de la catedral de Santiago de Compostela en la obra de San Nicolao. Ciertamente, este taller recupera recursos arquitectónicos tan característicos como el ándito delante del rosetón de la fachada principal y que aunque en la catedral de Santiago fue de madera porque ya existía una tribuna más abajo, es un elemento que aparece en las mejores obras relacionadas con los talleres mateanos como Santo Estevo de Ribas de Miño (O Saviñao) o San Lourenzo de Carboeiro (Silleda). Pero lo que siempre ha llamado más la atención de los estudiosos es el repertorio decorativo que utiliza el taller de Portomarín y que proviene en su práctica totalidad de la catedral de Santiago, una vez copiando formas y usos de los motivos y otras reinterpretándolos y adaptándolos a nuevas funciones. Así, por ejemplo, las formas vegetales de la puerta occidental remiten claramente a las utilizadas en el arco exterior del Pórtico de la Gloria o las hojas de col rizadas de la segunda arquivolta de la puerta norte y que se usan en el arco izquierdo del mismo Pórtico compostelano. Más específico es el funículo de la primera arquivolta de la puerta norte, que es también un elemento típicamente mateano que encontramos, esta vez en forma de columna, en el relicario del bordón del Apóstol hoy custodiado en el Museo catedral de Santiago y que originariamente perteneció a la instalación montada por el taller de Mateo para custodiar la nueva imagen pétrea del altar mayor de la basílica colocada para la solemne consagración de la misma en el año 1211. Otro motivo, en este caso readaptado a diferentes usos por el taller portomarinense, es el del bocel ceñido por arquitos que se usa en la tribuna del Pórtico de la Gloria concretamente en el rosetón y en los nervios de su bóveda. Aquí se utiliza también en el óculo de la fachada principal pero se transforma también en arquivolta con dos variantes distintas para las portadas norte y oeste. Desde el punto de vista estilístico esta proximidad al taller compostelano se confirma. El escultor que trabaja en la puerta sur es el que más vinculaciones tiene con el taller de Mateo pero aún así no alcanza la calidad ni la exquisitez de los artistas del Pórtico de la Gloria. Sus paños son más pesados y gruesos, casi como mantas, y con plegados que no son ni abundantes ni profundos. Su procedencia más bien habría que buscarla entre los escultores que realizan obras en la basílica compostelana como el coro pétreo, concretamente en las figuras de profetas y apóstoles del cierre exterior y que hoy se encuentran repartidos entre el Museo catedral y la Puerta de los Perdones.
Es, como hemos visto, un taller en el que, efectivamente, muchos de los recursos decorativos, iconográficos y estilísticos que utiliza remiten al obrador del Maestro Mateo en la catedral compostelana y a sus derivados en Galicia pero en el que, al mismo tiempo, se pueden reconocer rasgos estilísticos que no se justifican solo por la influencia mateana compostelana. De hecho, ya J. C. Valle Pérez había puesto de manifiesto las relaciones que esta construcción tiene con el taller de la catedral de Ourense y que el mismo autor ejemplificaba con el uso de la cornisa con arquitos. Es este un elemento arquitectónico de grandes valores decorativos que es muy típico del taller orensano y su zona de influencia. Lo mismo puede decirse de otros recursos como el arco de descarga en la fachada occidental de San Nicolao y que también aparecen en el crucero de la catedral ourensana. Esta influencia puede llevarse incluso a otros detalles de tipo estilístico como las arpías de cuello muy largo y desproporcionado, o iconográficos como la organización de los Ancianos del Apocalipsis de la puerta occidental, con grupos de tres en los extremos, que remite al Pórtico del Paraíso ourensano.
Esta conexión es uno de los elementos que le dan a este taller portomarinense una personalidad propia que estaba destinada a gozar de un gran éxito sobre todo en el amplio territorio de la denominada Ribeira Sacra lucense, donde los pequeños monasterios y eremitorios que jalonaban desde antiguo las escarpadas laderas del río Miño estaban entonces volcados en la renovación de sus fábricas.

Iglesia de San Pedro
La parroquia de San Pedro ocupaba el margen izquierdo del río Miño, era la primera que recibía a los peregrinos y disponía de un hospital llamado San Lázaro del que queda constancia en un documento del 23 de diciembre de 1266.
Las dos únicas noticias medievales de la villa de San Pedro datan de finales del siglo X. Concretamente la primera pertenece al año 986, o 987, tras un sangriento levantamiento contra el rey Bermudo II, encabezado por condes gallegos, recayendo el feudo de la villa en la figura de Gonzalo Menéndez.
Cinco años más tarde, en la escritura del propio rey Bermudo II, datada el 12 de abril del año 993, consta la donación de la villa de San Pedro con la de Recelle a la Iglesia de SanTiago.
Otra noticia que conviene destacar, a pesar de su carácter tardío, es la que informa acerca de un hospital que había en la parroquia de San Pedro, llamado San Lázaro, del cual ha quedado constancia en un documento del 23 de diciembre de 1266.
La iglesia de San Pedro, a escasa distancia de la iglesia de San Juan y trasladada como ella al nuevo Portomarín, fue construida de nueva planta con aparejo de mampostería y sillería sobre una elevada terraza al final de la calle San Pedro “en condiciones de sencilla nobleza para albergar con decoro” el mausoleo de D. José Pimentel y Miranda, caballero de la Real y distinguida Orden de Carlos III.
De la primitiva iglesia solo queda el testimonio de su bella portada románica “incluida en fachada graciosa –de estilo barroco–, traza de tipo muy frecuente en Galicia”, tal y como relata el historiador Chamoso Lamas, quien dejó constancia de los criterios de selección seguidos para trasladar las partes de la iglesia de San Pedro que tuvieran valor histórico-artístico “no teniendo valor propio el cuerpo de la iglesia de San Pedro, hemos optado por el traslado parcial manteniendo la fachada actual del siglo XVIII”.
La portada románica consta de tres arquivoltas semicirculares apeadas en otras tantas esbeltas columnas acodilladas por lado, de fuste monolítico, levantadas sobres basas áticas, estas, a su vez, sobre un pequeño plinto liso, sendos interiores tallados con incisiones verticales. Las arquivoltas repiten la misma sucesión decorativa. Presentan la arista en grueso bocel y la rosca con una fina acanaladura y media caña adornada con un grupo de tres perlas, salvo la intermedia que se resuelve con pequeñas bolas. Asimismo, el intradós del arco menor e intermedio muestra una media caña aderezada con los mismos motivos señalados en sus respectivas roscas.
Cada arco, además, se ciñe con una chambrana que recurre, para su decoración, a un ajedrezado de tres hiladas, lo que otorga al conjunto una gran homogeneidad que ensalza el resultado decorativo.
Los capiteles que rematan las columnas poseen astrágalo liso y se componen de dos tipos de decoración: historiada y vegetal. Los dos pares exteriores se exornan con un orden de hojas cuyos rebordes están lobulados logrando un efecto de gran organicidad, que rematan en una voluta doble a las que se superpone un cuerpo de dados y volutas. Los interiores se historian con sendas cabezas de animales: el derecho de dos aves con el manto escamado, coberteras y cola, y el izquierdo con dos cuadrúpedos de cabezas afrontadas con sus patas apoyadas en el astrágalo. Son escenas de buena composición, talla naturalista y determinación en su tratamiento como respuesta a los modelos de prestigio.




Los cimacios corridos y tallados en bisel que van sobre los capiteles se extienden en el muro en imposta ajedrezada, dando continuidad al repertorio de motivos ajedrezados que lucen las arquivoltas.
El tímpano se compone de un dintel semicircular cuyo remate inferior está esculpido con dos arquitos de medio punto recortados con un festón de cinco arquillos, apeado sobre dos mochetas con cabezas de bóvido que montan en las jambas. El interior del tímpano contiene una inscripción grabada, hoy casi ilegible, que recuerda su consagración en 1182 por el obispo de Lugo, Rodrigo II, que se acompaña por la devoción a la que se dedica el templo:
CONSECRATA EST ECCL(ES)IA H(A)EC IN HONORE BEATE MARIE ET S APOSTHOLI PETRI COSME ET DAMIANI D(OMI)NO R(UDERICO) II LUCE(N)SE EP(ISCOP)O SVB ERA MCC XX FER(NAN)DVS
Esta iglesia fue consagrada en honor de Santa María, Pedro Apóstol, Cosme y Damián, por el obispo de Lugo D. Rodrigo II, en la era 1220. Fernando”.
El nombre que aparece al final, Fernando, es muy probable que haga referencia al benefactor de la iglesia, tradición arraigada en la primera mitad del siglo XII, así lo asegura Rocío Sánchez.
La información que proporciona el epígrafe del tímpano sirve para fijar la consagración de la iglesia, como ya hemos dicho, en el año 1182. Paralelamente nos permite poder estimar la cronología de otras iglesias que presentan en su portada un dintel bilobulado, de traza análoga a la vista en San Pedro de Portomarín, como el caso de Santa María de Ferreiros, en Paradela, también en la provincia de Lugo.
En la mitad del siglo XII los maestros de la catedral de Lugo tomaron una distinta aproximación a la estructura de los capiteles. Introdujeron una estricta alternancia en la decoración de los ábacos y en ellos trataron las dos caras con taqueado o ajedrezado, alude James D’Emilio.
La influencia compostelana también explica la estructura de los capiteles de la portada en San Pedro de Portomarín y en San Pelagio de Diomondi, en la estricta alternancia de dados y volutas, característica de la Catedral de Lugo que fue realizada conforme al diseño compostelano, afirma James D’Emilio. Así pues, la proximidad de las abadías cistercienses influyó en los canteros locales, produciéndose una rápida difusión del dintel esculpido en las iglesias rurales introducido en Lugo en 1170.
A pesar de que varios autores no consideran que exista vinculación alguna entre esta iglesia y la de Diomondi, la semejanza de la escultura arquitectónica de ambas fábricas es lo suficientemente evidente para ser atribuida a los mismos maestros. Los dos monumentos, fechados con inscripciones de 1170 (Diomondi) y 1182 (Portomarín), combinan diferentes tradiciones artísticas y asimilan modelos que habían sido adoptados en Compostela y en la Catedral de Lugo.

 

Meira
Capital del municipio del mismo nombre, situada en un amplio valle al pie de la Sierra así también denominada y emplazada muy cerca del nacimiento del río Miño. Se accede a este núcleo urbano, desde la capital de la Provincia, de la que dista poco más de 30 km., por la Carretera Nacional 640. Su historia, desde los años centrales del siglo XII hasta la Desamortización de 1835, está en buena medida ligada a los avatares del monasterio cisterciense que en su solar se asentó. Parte de sus viejas dependencias, incluso, son ocupadas todavía hoy por servicios municipales.

Monasterio de Santa María
No hay duda, actualmente, de que el monasterio de Meira nació como cisterciense. Tampoco se cuestiona ya la fecha en que ese hecho se produjo. Frente a la tradicional, 1143, ofrecida por A. Manrique a mediados del siglo XVII, hoy se admite sin discusión que ese acontecimiento se materializó entre el 27 de agosto de 1151, día en el que Alfonso VII entrega a Álvaro Rodríguez, Conde de Sarria, casado con Sancha, hija del poderoso Conde de Galicia Fernando Pérez de Traba, la villa yerma de Meira, y el 6 de julio de 1154, data en la que el mismo monarca hace una donación al monasterio, lo que implica que este ya existía entonces. Perteneció Meira, en filiación directa, a la línea de Claraval, la abadía fundada en 1115 por San Bernardo, que será la gran protagonista de la colonización cisterciense en Galicia. Consta esa dependencia, explícitamente, en una Bula de Alejandro III datada el 10 de febrero de 1161.
Tuvo Meira como primer abad (así se le denomina en el documento citado de 1151, el primero, hoy conocido, que corrobora la existencia del monasterio) a Vidal, un “extranjero”, sin duda, visto su nombre, enviado desde la Casa madre borgoñona al frente de la comunidad fundacional. De Claraval dependerá hasta su incorporación, en 1516, a la Congregación de Castilla.
Dos monasterios femeninos estuvieron bajo la dependencia inmediata de Meira. Fue el primero el de San Salvador de Ferreira (Pantón, Lugo), un cenobio de orígenes altomedievales entregado a Meira en 1175 por Fronilde Fernández, la restauradora de su vida comunitaria, casada con Rodrigo Pérez “El Velloso”, hijo del segundo matrimonio de Pedro Froilaz, perteneciente, pues, al poderoso grupo familiar de los Traba, presente, entre otros núcleos, en el arranque del monasterio que nos ocupa. Santa María de Moreira, también en Lugo (municipio de Castroverde), es el segundo. Nace en 1198 por iniciativa de la condesa Sancha Álvarez, hija de los previsibles fundadores / promotores de la abadía que nos ocupa.

La Iglesia
Se conserva hoy en sus trazos básicos, pese a los avatares sufridos por el monasterio, tanto antes como, sobre todo, tras la Desamortización, tal como quedó definida tras su construcción. Las alteraciones que sufrió a lo largo del tiempo, muy evidentes, no afectaron a su esencia ni impiden una correcta valoración de sus particularidades estructurales y decorativas, adecuadamente tratadas, sin estridencias, en las intervenciones restauradoras que el monumento ha conocido desde la Guerra Civil hasta la actualidad.
La iglesia, orientada litúrgicamente, tiene planta de cruz latina, con tres naves muy largas (9 tramos), doblando la central, en anchura, a las laterales; crucero marcado, con dos tramos por brazo, siendo el del medio cuadrado, y cabecera compuesta por cinco ábsides, el central semicircular precedido por tramo recto, ligeramente más ancho que el cierre, los laterales, dos por lado, cuadrados, rematados a oriente por un muro común plano.
Se acomoda esta planta, en sus rasgos esenciales, a uno de los modelos más frecuentemente empleados en las empresas de la Orden del Císter, el denominado bernardo. Le separa de él, tan solo, la conformación del cierre de la capilla central, semicircular y no rectangular, como acontece en el modelo canónico. El esquema empleado en Meira, en cualquier caso, está bien documentado en el corpus constructivo cisterciense europeo, contando con dos paralelos más o menos coetáneos, muy significativos ambos, en tierras hispanas: las abaciales de los monasterios de La Oliva (Navarra) y Huerta (Soria).
En su interior, la iglesia destaca, ante todo, por su simplicidad, un rasgo que no debe sorprender en una empresa cisterciense. Sus muros están construidos, en lo esencial, con aparejo de sillería granítica de tamaños muy irregulares elevados sobre un banco de fábrica de escasa altura y resalte.

Planta. 1 Portada románica; 2 Coro alto (S XVI); 3 Nave principal; 4 Nave de la Epístola; 5 Nave del Evangelio; 6 Crucero; 7 Ábsides laterales; 8 Capilla mayor: 9 Sacristía (S XVII); Puerta de los monjes (con portada); 11 Tramo del claustro conservado; 12 Restos del claustro; 13 Restos de la puerta de la sacristía; 14 Puerta de los muertos (con portada); 15 Restos de la puerta de los conversos.

Alzado sur 

La nave central, cuyo ancho dobla el de las laterales, también superadas en altura, se cubre mediante una bóveda de cañón apuntado sostenida en arcos fajones sencillos –salvo el toral, doblado–, de idéntica directriz, sección prismática y aristas vivas. A excepción de la dobladura del toral, que descarga sobre pilastras, dichos arcos descansan en semicolumnas de fustes truncados rematados en conos lisos.


Las cinco primeras columnas comenzando por el toral finalizan a la altura del nacimiento de los formeros, las dos siguientes hacen lo propio un par de hiladas más arriba a consecuencia de las reformas emprendidas durante la construcción del coro alto; una obra que obligó a suprimir las columnas de los dos últimos fajones.

Los capiteles presentan forma acampanada y carecen de ornamentación, a excepción de los inmediatos al crucero en el lado sur, donde se contemplan dos piezas con decoración vegetal estilizada de escaso resalte; uno de ellos con bolas entre los remates de las hojas. Sobre los capiteles un cimacio de perfil en nacela se prolonga a modo de imposta por los muros, marcando el arranque de la bóveda. La imposta se interrumpe en cada tramo, menos en el primero del lado norte, por la apertura de ventanas cuya mitad superior penetra en la bóveda creando lunetos. Las ventanas, de gran sobriedad, se caracterizan por su longitud. Culminan en un arco de medio punto, de aristas vivas, que se apoya en las jambas, igualmente sin molduración. Estos vanos se disponen sobre los arcos formeros que, como los fajones, son apuntados y de perfil rectangular, pero ahora doblados. Los del primer tramo cuentan con una altura menor a los restantes debido a que la dobladura se apea, en el lado del pilar toral, sobre una pilastra, mientras en los restantes lo hace sobre el núcleo del pilar. Otra excepción a este sistema lo hallamos en los últimos arcos, que penetran en el muro occidental. Por su parte, los arcos inferiores descansan en columnas entregas de fustes lisos y tambores en perfecta correspondencia con las hiladas del pilar donde se empotran. Sus basas, áticas con toros aplastados, siguen el esquema habitual en los edificios de la Orden. La mayoría de estas piezas se atan con garras de motivos diversos en las esquinas. Los capiteles, que siguen siempre el principio de sobriedad impuesto por la normativa cisterciense, serán analizados más adelante de manera conjunta. Los pilares que dividen las naves se conciben como fragmentos de muro. Presentan un núcleo cuadrangular de aristas vivas al cual se empotra una columna en cada una de sus caras lo que les confiere una planta en forma de T ya que, como vimos al hablar del sistema de cubrición de la nave central, las columnas que sustentan los arcos fajones se interrumpen antes de llegar al suelo. A los pies de la nave central se dispone una tribuna de madera que debió de realizarse para acoger el coro alto. En la actualidad esta estructura ocupa solo los dos tramos finales pero su extensión original debió de alcanzar cuatro tramos, tal y como se desprende de la lectura de paramentos y los restos conservados. Sus vigas se sustentaban en dos ménsulas del muro occidental y se adosaba a los pilares.
La construcción de la tribuna obligó a cortar los fustes de las columnas de los últimos fajones y a suprimir los últimos tambores de las columnas sexta y séptima de la nave. La construcción de una estancia para comunicar el coro con el monasterio a finales del siglo XVI tuvo un mayor impacto sobre el templo medieval. Por un lado obligó a derribar la bóveda de arista de la nave lateral sur y a desmontar los dos arcos fajones correspondientes para sustituirlos por otros, muy rebajados, montados aprovechando las piezas de los románicos. Del mismo modo, fue necesario rebajar el sexto formero para abrir, bajo la ventana (que fue tapiada), la puerta de acceso al coro desde el claustro alto. Por último, el muro occidental de la nave refleja su organización exterior: con la puerta central compuesta por un arco de medio punto simple, de perfil rectangular sobre jambas; en las enjutas dos ventanas de amplio derrame interno y muy sencillas; sobre ellas una imposta de nacela que organiza el muro en dos registros; y, en el tercio superior, un rosetón cuyas características se describirán junto con la fachada.
Las naves laterales se cubren con la tradicional bóveda de arista sobre fajones apuntados que siguen el modelo de los vistos en la nave central: simples y con perfil rectangular aristado. Como en la nave principal, los fajones que comunican con el crucero son los únicos doblados, y sus características idénticas a las de los anteriores. Sus dobladuras voltean sobre pilastras y en los muros laterales del templo. Los fajones se apoyan en columnas embebidas en los pilares, semejantes a las que sostienen los formeros, o en los muros. Únicamente cabría señalar el banco en que se asientan las responsiones y recorre los muros laterales de las naves y del brazo septentrional del crucero.
Nave del evangelio 

El templo cuenta con un conjunto de capiteles muy homogéneo cuya característica general reside en su extrema sencillez, siendo mayoritarios los que presentan sus caras completamente lisas y sin decoración, evidenciando su labra troncopiramidal.
Esta sobriedad resulta más evidente según nos alejamos del crucero. Los capiteles con decoración vegetal suelen presentar hojas estilizadas, muy ceñidas al núcleo de la pieza, incluso cuando se componen de más de un registro. Dichas hojas pueden ser lisas o contar con ligeras incisiones que dibujan nervios o reproducen sus contornos. En otros ejemplos se añaden bolas, y pequeñas bolas u hojillas en la parte superior, entre las hojas de mayor tamaño. Únicamente cinco capiteles, que describiremos a continuación, destacan por su originalidad dentro del conjunto y establecen modelos que pueden aparecer de manera excepcional en otros puntos de la abacial. Se adosa el primero en el tercer pilar del lado norte, recibiendo al segundo formero. Sus caras se recorren con tallos cruzados en aspa, lisos los de las laterales e incisos los de la central. Los espacios entre tallos los llenan hojas estilizadas y, en lo alto, otras vueltas sobre sí mismas, minuciosamente labradas. Un modelo de capitel semejante a este lo hallamos en las puertas sur y oeste del templo. El segundo capitel se adosa al pilar suroccidental del crucero y sobre él apoya el primer formero sur. Presenta un astrágalo sogueado con escotadura y se ornamenta con un doble registro de hojas estilizadas rematadas en pomas. En las inferiores se marca un rehundido central que, en las situadas en los ángulos, se completa con incisiones que evocan los nervios de la hoja.

La parte superior del capitel solo presenta unos resaltes prismáticos lisos en el centro y los ángulos. Este modelo tiene sus réplicas en el crucero y la cabecera. El tercer capitel se dispone en el tercer pilar y recoge el segundo formero sur. Presenta un entrelazo de tallos perlados que en su remate se enroscan formando volutas de las cuales cuelgan hojas nervadas muy estilizadas. Una pieza con un entrelazo similar la encontramos en la puerta principal. En este mismo pilar localizamos el cuarto capitel, pero como apeo del tercer formero. Se compone de dos cuerpos con grandes hojas rematadas en volutas y marcados nervios centrales de los que parten incisiones paralelas que animan la superficie de cada hoja. Este modelo también se observa en diversos puntos de la iglesia.
El quinto y último modelo singular de capitel se adosa al muro sur y sirve de apoyo al segundo fajón de esta nave. Parte de uno de los modelos más repetidos en el templo: con largas hojas estilizadas planas con incisiones paralelas a los contornos, pero presenta un cimacio en nacela ornado con hojas minuciosamente labradas y vueltas sobre sí mismas unidas formando una guirnalda. Entre las hojas el espacio se rellena con diminutas formas vegetales. Este modelo está presente en las puertas principal y meridional.

Las naves laterales se iluminan mediante la apertura de ventanas en cada uno de los tramos. Las de la nave norte imitan el modelo visto en la nave central. Las de la nave sur, sin embargo, siguen un modelo distinto al necesitar salvar la altura del claustro, adosado al muro sur de la iglesia según la organización propia de los monasterios cistercienses. Presentan doble derrame, especialmente acusado el interno, y un vano pequeño desplazado hacia la zona superior.
Algunos de estos vanos han sido cegados debido a intervenciones posteriores.
En los tramos primero y último, que presentan puertas, las ventanas se suprimieron. La primera puerta mencionada se conoce como puerta de los monjes al ser la empleada por la comunidad para entrar en la iglesia. Hacia el interior se compone de un arco de medio punto de sección prismática apeado directamente en las jambas, en arista viva. La otra, dispuesta en el sexto tramo de la nave, era la puerta de los conversos, cuyas habitaciones se disponían en las crujías occidentales de los claustros. Se trata igualmente de un vano sencillo con arco de medio punto apeado directamente en las jambas, todo el conjunto sin molduración. La nave meridional cuenta con una tercera puerta, con dintel apoyado en mochetas decoradas con rollos, horadada en el muro occidental para servir de entrada a la torre sur de la fachada. Esta se organiza como un bloque de planta cuadrangular e interior cilíndrico que, en su momento, contaría con escaleras de madera para acceder a la parte alta. La iluminación se logra gracias a unas saeteras sencillas de acusado derrame interno. La nave norte también presenta una puerta en su muro occidental. Esta se remata en arco de medio punto de sección prismática y apoyado directamente en jambas de arista viva. Hoy se encuentra tapiada y su función se esclarecerá al comentar la fachada.
El sistema de cubrición del cuerpo de la iglesia, con bóveda de cañón apuntado para la nave central y de arista en las laterales, es una fórmula típica de la arquitectura románica borgoñona, codificada por primera vez en Cluny III y empleada con asiduidad en las abaciales del Císter, cuya expansión contribuyó a difundir este modelo de cubierta.
El crucero de la iglesia, claramente marcado en planta y alzado, se compone de cinco tramos. Los brazos, cada uno con dos tramos, se cubren mediante bóveda de cañón apuntado erigida sobre arcos fajones de idéntica directriz y perfil rectangular; doblados los del crucero y simples los restantes. Dichos arcos voltean en columnas entregas que, al contrario que las de la nave mayor, llegan ahora hasta el suelo. Sus basas son áticas, con garras en los ángulos y plintos lisos que descansan sobre el banco de fábrica que recorre buena parte del templo.
Parte sur del crucero
 

Dicho basamento solo se interrumpe en el testero y el muro occidental del brazo sur del crucero, y en el frente de las capillas laterales de la cabecera se presenta a un nivel ligeramente más alto. Los capiteles presentan, en su mayoría, decoración vegetal según el modelo descrito para los de la nave.
También en este caso, cuentan con su correspondiente cimacio de perfil en nacela que se imposta en los muros para marcar el arranque de las bóvedas. El brazo norte presenta en su testero una puerta con arco de medio punto de sección prismática sobre jambas sin moldurar. Se trata de la puerta de los muertos a través de la cual se accedía al cementerio del monasterio. Sobre ella se abre una ventana alargada y estrecha con derrame interno. En el muro occidental se abre una segunda puerta que comunica con la torre situada en el ángulo que forman este brazo y la nave. Se trata de un vano muy estrecho con dintel sostenido por mochetas de proa, lisa la izquierda y con decoración de rombos la derecha. El interior cuenta con una escalera de caracol y se ilumina mediante saeteras simples con marcado derrame interior. El brazo sur presenta una organización muy distinta. a. En el frente oriental se horadan dos ventanas con derrame interno y con arco de medio punto liso directamente apoyado sobre jambas. Como sucedía con las ventanas de la nave, sus partes altas penetran en el arranque de la bóveda originando lunetos e interrumpiendo la imposta. También en el testero sur se rasga una ventana, más pequeña que las anteriores y con doble derrame. Presenta arco de medio punto apoyado directamente sobre jambas, de nuevo sin molduración. Bajo ella se abría una puerta, hoy tapiada y oculta al interior por un retablo, que debía de comunicar con la sacristía. A media altura, a la derecha de este vano e inmediata al muro oeste, se aprecia una segunda puerta (también cegada), conocida como puerta de maitines por ser la empleada por los monjes para entrar en la iglesia desde el dormitorio. Su arco es de medio punto de sección prismática y, como es habitual, reposa directamente sobre jambas en arista viva. En la parte alta del testero se abren tres ventanas, la central más elevada, similares a las descritas hasta ahora.
El tramo central del crucero no destaca en alzado pero se remarca mediante sus mayores dimensiones y la articulación a base de cuatro arcos torales doblados. Su cubierta consiste en una interesante bóveda de crucería cuatripartita configurada a base de nervios moldurados con tres gruesos toros, acabados en punta, que arrancan de la intersección de los arcos torales. La clave de la bóveda es una pieza cruciforme muy original, con molduración idéntica a la de los nervios. Estas nervaduras se emplean con frecuencia en Francia, en Borgoña, Centro y, sobre todo, en el Midi, donde se aplicó de manera sistemática en los monasterios del Císter. En España aparecen con frecuencia en las abadías de la línea de Morimond, empleándose en monasterios cistercienses de Cataluña, Aragón, Navarra y Castilla la Vieja, fundados a partir de casas del sur de Francia. Por el contrario, resultan excepcionales en las casas de León y Galicia, en su mayoría de filiación de Clairvaux. No obstante, para Valle Pérez el modelo de los nervios de Meira, no habría llegado a Galicia a través de las abadías del Midi sino por la vía borgoñona, cuyo influjo ha quedado probado en la cubierta de las naves del templo. El arranque de los nervios parece indicar que la cubrición propuesta en un primer momento para este tramo sería diferente, produciéndose un replanteamiento durante el proceso constructivo. De este modo se explica que los soportes presenten una concepción todavía románica cuando para la cubierta se opta ya por una bóveda de ojivas. Según Valle, la cubierta del crucero es coetánea al resto del edificio, y el cambio de modelo tuvo lugar en el transcurso de la construcción, tal y como ocurre en otros monasterios de la Orden.
Como se señaló al describir la planta, la cabecera se compone de cinco capillas: rectangulares las laterales y con un tramo recto y ábside semicircular la central.
En el muro oriental de cada brazo del crucero se abren dos capillas a las cuales se accede a través de arcos apuntados doblados, todos de sección prismática y arista viva. Los inferiores se apoyan en columnas entregas y los superiores en el muro, descansado en la imposta en nacela resultante de la prolongación de los cimacios de las citadas columnas, que continúa por el muro hasta llegar a las columnas de apeo de los arcos fajones que articulan en tramos el transepto. Los soportes presentan las características vistas en otros puntos del templo: con fuste liso dividido en tambores en perfecta correspondencia con los sillares del muro; basas áticas con toro aplastado, garras y plintos lisos que se elevan sobre podios cuya arista superior se modela en baquetón liso. Los capiteles son todos de tipo vegetal. En la capilla más septentrional del brazo norte el capitel izquierdo presenta hojas estilizadas, nervadas a base de incisiones y rematadas en bola, que en lugar de partir del astrágalo lo hacen de una escotadura lisa. En la parte alta de la pieza, en cada una de sus caras, se disponen pequeños botones con incisiones. El capitel derecho se compone de hojas estilizadas dispuestas en dos registros, partiendo las del inferior de una escotadura similar a la vista en su pareja. Las hojas, más plásticas que las anteriores, rematan en bola. En su remate superior se disponen, en los ángulos y en el centro de cada cara, unas piezas prismáticas, siguiendo un modelo ya descrito en la nave. Los capiteles de la segunda capilla del brazo norte presentan: el izquierdo un astrágalo sogueado del que parten unos tallos que crean un entrelazo rematado en los extremos por hojas nervadas estilizadas y decoración de botones en el espacio generado por el entrelazo. En el límite superior se labra un motivo en zigzag. El capitel derecho cuenta con dos registros de hojas, las inferiores con perfiles dentados y muy pegadas al núcleo de la pieza, y las superiores, más anchas, rematadas en pequeñas bolas. La decoración de la cesta se corona con botones dispuestos en el centro de cintas rematadas en volutas en los extremos. En la capilla norte del brazo meridional el capitel izquierdo decora su cesta con doble registro de hojas rematadas en bolas, salvo las angulares, que rematan en volutas. En el centro de sus caras un sencillo botón y, como remate, un cimacio en nacela ornado con minúsculas bolas. El capitel derecho, por su parte, cuenta con dos registros de hojas con incisiones, muy pegadas al núcleo del capitel y terminadas en bolas. La zona superior se exorna con hendiduras triangulares que crean una especie de zigzag. En la última capilla el capitel izquierdo presenta grandes hojas lanceoladas, muy estilizadas; las laterales y las de las esquinas superpuestas, la central, de menores dimensiones, se flanquea con dos pequeñas bolas y la parte superior de la pieza se orna con un zigzag. El capitel derecho imita la decoración de entrelazo vista en el capitel izquierdo de la segunda capilla del brazo norte. Las capillas se cubren con bóvedas de cañón apuntado que arrancan en la imposta creada a partir de la prolongación del cimacio de los capiteles. El pavimento, por su parte, se eleva ligeramente respecto al del crucero. La iluminación resulta escasa y se logra mediante ventanas simples de doble derrame. La única que conserva su imagen original es la correspondiente a la capilla intermedia del brazo septentrional. Presenta arco de medio punto de sección prismática sobre jambas lisas. Las restantes han sido ampliadas, transformándose su configuración primitiva. Cada capilla contaba, además, con su credencia en el muro norte, pero ya solo perviven las del brazo septentrional.
El ábside central, como se comentó, se compone de dos tramos diferentes en altura y anchura. El primero es recto y se cubre con bóveda de cañón apuntado; el segundo es semicircular y con bóveda de cuarto de esfera. Se accede al ábside desde el crucero, a través de un arco triunfal apuntado y doblado, con ambas vueltas de sección prismática y en arista viva. La dobladura se apea en la pared, descansando en la habitual imposta de nacela lisa resultante de la prolongación de los cimacios de los capiteles que coronan las columnas que sostienen el arco inferior. Se trata de soportes entregos similares a los vistos en el templo. Sus capiteles repiten modelos empleados en otros puntos de la abacial: el izquierdo con el astrágalo en escotadura y hojas, con incisiones que recuerdan los nervios y rematadas en bolas, dispuestas en dos registros.
El derecho presenta idéntico astrágalo y dos cuerpos de hojas de gran plasticidad, con rehundido central muy marcado y todas rematadas en pomas; se completa en su zona superior con tres piezas prismáticas: dos en los ángulos y una tercera en la cara frontal. Sus cimacios en nacela se impostan por el machón y por el tramo recto del ábside para señalar el arranque de la bóveda de cañón. El podio sobre el cual reposan las columnas también continúa por el tramo recto del ábside, y no se debe descartar que siguiera por el interior del hemiciclo. En el lienzo meridional del tramo recto se abre un armario a modo de nicho rectangular cuyas aristas se labran con un bocel liso. Su función sería custodiar algunos objetos litúrgicos. Junto a él se dispone una pieza cúbica con el borde en baquetón liso y vaciada en el centro que serviría para lavatorio de manos y otras abluciones. En la actualidad el hemiciclo se encuentra cerrado por un retablo barroco, por lo que no es posible describir su configuración interior. Únicamente sabemos que es más estrecho y bajo que el tramo rectangular.
Su cubierta sería de bóveda de cascarón y la iluminación se conseguiría mediante tres ventanas de doble derrame, de las cuales se pueden ver las dos laterales, que muestran remate en arco de medio punto con aristas en baquetones lisos que voltean sobre jambas de similares características. El bocel de la rosca genera, ya en el derrame superior, una escocia. Un resultado semejante lo encontramos en el arco triunfal –de medio punto con arista abocelada y escocia en la rosca–, que permite el tránsito entre el tramo recto y el hemiciclo. Sobre este arco se dispone una ventana completa: de doble derrame, con un único arco de medio punto con baquetón en la arista que genera otras molduras, y chambrana igualmente con la arista perfilada en bocel que produce en la rosca las consiguientes molduras, siempre lisas. La chambrana descansa en una imposta de nacela lisa resultante de prolongar los cimacios de las columnas que sustentan el arco. Se trata de columnas acodilladas, con fustes monolíticos lisos y basas áticas sobre plintos sin decoración. Sus capiteles son vegetales: el izquierdo con dos cuerpos de hojas con hendidura central, nervadas y con bolas como remate; y el derecho con hojas con hendidura pero ahora dispuestas en un único registro. El vano de la ventana presenta un modelo común con otras ventanas de la iglesia: de medio punto, en arista viva, tallado en un bloque y apeado en jambas sin molduras.

En el exterior llama la atención la acusada horizontalidad del cuerpo de la iglesia, tan propia de los templos cistercienses. En Meira se consigue no solo por la marcada longitud de las naves, también porque el tramo central del transepto no destaca en altura, respetando el nivel de la cubierta de la nave central. Esto no evita la clara delimitación de los volúmenes, armónicamente articulados. Llaman la atención las distintas calidades de los materiales utilizados: sillares de piedra bien labrados para la cabecera y el crucero, y el resto del templo con muros de mampostería reforzados con sillares en vanos, esquinas y contrafuertes. Esta diferencia se debe a la escasez de piedra de la zona y a la mala calidad del granito.
En la cabecera se distinguen con nitidez sus diversos elementos: el hemiciclo y el tramo recto del ábside, las capillas laterales y el crucero. Las capillas laterales muestran una organización sencilla, cerradas a oriente mediante un muro común, liso, levantado sobre un retallo simple, y sin señalarse la separación entre ellas, formando un cuerpo rectangular unitario. En los extremos del muro se disponen sendos contrafuertes prismáticos, anchos, con remate escalonado pero poco destacado que, junto con los que presentan las capillas en sus ángulos noroeste y suroeste, contrarrestan los empujes de las bóvedas del interior. La presencia de cada capilla se adivina por las ventanas, de doble derrame e idéntico tamaño a excepción de la más septentrional, de menor entidad. La única que se dispone en su configuración original es la de la capilla intermedia del brazo norte: con una arquivolta de arco de medio con sección prismática que apoya directamente sobre jambas de arista viva. El vano que enmarca el derrame presenta idénticas características. La ventana de la otra capilla del brazo norte presentaría en su día la misma composición, no así las de las capillas meridionales, cuya estructura imita la vista en la descripción de los interiores del templo. El alero se compone de cobijas en nacela sustentadas por canecillos en forma de proa que abundan en la sobriedad ornamental del conjunto. La cubierta de las capillas es de pizarra, en pendiente. El punto de contacto con el muro oriental del crucero se marca con una cornisa a modo de imposta que se prolonga por el tramo recto del ábside, unificando sus volúmenes. El ábside contrasta con las capillas laterales. En primer lugar se distinguen con nitidez sus partes: el tramo recto y el semicircular, tanto en el ancho como por sus distintas alturas. La terminación del tramo recto se señala mediante dos contrafuertes de escaso resalte, uno por cada lado, decorado con dos impostas: una a la altura de los canes del alero del hemiciclo y la superior coincidiendo con la del tramo recto.
Este espacio coincide en altura con el crucero y remata en un piñón simple sobre el hemiciclo. Su alero sigue la composición vista en otros puntos de la cabecera y reposa sobre canecillos variados: de tipo geométrico y con motivos vegetales o zoomórficos. Su labra es poco fina y, dada la mala calidad de la piedra, se encuentran muy erosionados. En el vértice del piñón se dispone un último can decorado con la cabeza de un animal que podría ser un carnero. En el muro diafragma del frente oriental del tramo recto se abre una ventana completa: con una arquivolta de arco medio punto liso y sección prismática, con chambrana con arista perfilada con un baquetón listo que genera otras molduras lisas. Sostienen el arco un par de columnas acodilladas de fustes monolíticos lisos y basas áticas sobre plintos paralelepípedos. Los capiteles son vegetales, el izquierdo con un registro de hojas lisas con rehundido central, rematadas en bola. El derecho cuenta con el mismo tipo de ornamentación pero, ahora, distribuida en dos pisos. Sobre los capiteles sendos cimacios en nacela que se impostan en el muro y sirven de apoyo a la chambrana. La abertura de la ventana, de marcado derrame, resulta sencilla, con arco de medio punto tallado en un bloque sobre jambas lisas.
La visión del hemiciclo ha sido adulterada por la adhesión de una estancia rectangular que oculta buena parte de la obra románica.
El ábside se yergue sobre un basamento de triple retallo escalonado y se organiza en tres paños diferenciados mediante dos columnas adosadas de las que ya solo son visibles sus capiteles vegetales. Uno de ellos presenta astrágalo sogueado y escotadura lisa. En ambos las hojas son anchas, en un capitel lisas y en el otro con incisiones que recrean sus nervios; y se vuelven sobre sí mismas agarrando una bola. Cada uno de los paños del hemiciclo contaba con una ventana de las que solo han quedado dos, con un esquema similar pero hoy en día muy deterioradas. Se componen de dos arquivoltas de medio punto de aristas aboceladas. La interior descarga sobre columnas acodilladas de fustes lisos y basas áticas; la exterior sobre la arista del muro, que ha sido tallada como si se tratara de una semicolumna, con basa, fuste y capiteles. Los capiteles de ambas ventanas son de tipo vegetal.
Unos según el modelo tantas veces descrito de hojas anchas, lisas y con la punta vuelta sosteniendo una bola. En otros, en lugar de este elemento, las hojas enroscan sus terminaciones generando volutas y presentan decoración de zigzag en sus bases. Un tercer tipo organiza su decoración en dos registros: el inferior con hojas de menor tamaño y el superior con las habituales hojas con bolas. El límite superior de los capiteles suele permanecer liso y solo en algunos ejemplos se decora con pequeños botones. Los cimacios son de perfil en nacela lisa y se impostan ligeramente en el muro. Los vanos, de medio punto tallados en bloque, contaban con baquetones que generaban sendas escocias en rosca y derrame. El alero del hemiciclo muestra perfil en nacela lisa y reposa en una cenefa de arquillos de medio punto de perfil redondeado y tamaños diferentes. Estos, a su vez, descansan en los capiteles y en canecillos exornados con motivos geométricos, vegetales y una cabeza zoomórfica. El modelo de este tipo de alero es similar al que encontramos en la puerta norte del crucero de la iglesia del monasterio cisterciense de Santa María de Oseira, y es característico de aquellas zonas que reciben el influjo de los talleres que trabajaron en la Catedral de Ourense. Sin embargo, los componentes empleados en Meira no presentan relación con los propios del románico gallego, lo que ha llevado a Valle Pérez a considerar que la solución aquí adoptada habría sido importada por los propios cistercienses desde Borgoña.

Concluida la descripción de la cabecera, el siguiente elemento es el crucero, con una estructura de altura uniforme, sin destacarse el tramo central. Presenta cubierta a doble vertiente que descansa sobre un alero con la habitual cobija en nacela sostenida por canecillos variados con decoración vegetal y geométrica.
Cada brazo está dividido en dos tramos mediante contrafuertes prismáticos lisos dispuestos en correspondencia con los arcos fajones que sustentan las bóvedas en el interior. Únicamente en el lado occidental del brazo norte no se adopta esta solución, pues la construcción de una torre en el ángulo que forman este brazo y el cuerpo de naves actúa ya como contrarresto. Este elemento presenta planta rectangular, claramente visible al exterior, pero no sobresale en altura. Sus muros se rasgan con saeteras de derrame interno. También los extremos de los muros se refuerzan con contrafuertes: el nororiental con acusado escalonamiento y el noroccidental doble. En los muros del brazo sur se abren tres ventanas de gran simplicidad: dos en el lienzo este y una en el oeste. En cuanto a los testeros, el norte presenta un remate en piñón sencillo y en la parte baja la llamada puerta de los muertos, que consta de dos arquivoltas de medio punto con aristas rematadas en bocel que genera un par de escocias, en rosca e intradós. La arquivolta interior cobija un tímpano monolítico sobre mochetas baquetonadas.
Ambas roscas descansan en columnas acodilladas, con las aristas de los codillos aboceladas. Los fustes son lisos y monolíticos, con basas áticas de toro muy aplastado y garras en los ángulos, con plintos decorados con motivos geométricos y vegetales variados apoyados en un zócalo de escasa altura decorado en su tercio superior por un fino bocel. Los cuatro capiteles presentan astrágalo con escotadura y son vegetales. Los interiores con hojas lanceoladas anchas y muy plásticas, con rehundidos centrales profundos y la vuelta decorada con incisiones a modo de nervios. Los exteriores presentan hojas de menor volumen que sujetan pomas con la vuelta de sus puntas. En los capiteles de la jamba derecha el remate superior se muestra liso y sin decoración, los de la izquierda, por el contrario, se exornan, el exterior con botones con incisiones y el interior con piezas triangulares y los ángulos muy destacados. Los cimacios constan de dos nacelas superpuestas ligeramente impostadas en el muro. Sobre la puerta se rasga una gran saetera de derrame interno.
El testero sur presenta dos puertas, ambas tapiadas. La inferior comunicaba con la sacristía y presenta un arco rebajado sin interés artístico. Junto al arranque izquierdo del arco se conservan algunas piezas que debieron pertenecer a la puerta primitiva: una mocheta con perfil en nacela y un fragmento del dintel de cierre superior del arco. Sobre esta puerta, hacia la izquierda, se abre la puerta de maitines, y en la parte superior del hastial tres saeteras, la central algo más elevada, cerradas con arco de medio punto en arista viva sobre jambas igualmente sin moldurar. Coronando el testero se dispone una espadaña de tres vanos organizados en dos registros que, si bien es posterior al resto de la iglesia, podría sustituir a otra medieval.
En el brazo longitudinal se aprecia la diferencia de altura entre la nave central y las laterales. La primera cubierta con tejado a dos aguas y las segundas con una única vertiente. El muro diafragma que salva la diferencia de altura entre naves se jalona con contrafuertes con remate escalonado que traducen al exterior los tramos interiores. En cada uno de ellos se abren las ventanas que iluminan la nave central, una por cada tramo. Son alargadas, estrechas y de gran sencillez; delimitadas en su parte alta mediante un arco de medio punto labrado en un bloque y apeado directamente sobre las jambas que, como el arco, presentan aristas vivas. El tejado descansa en un alero con cornisa en nacela sostenida por dos canecillos por tramo, predominando los de proa de nave y los de cavetos superpuestos. La separación con la cubierta de las naves laterales se destaca con una línea de imposta que ciñe incluso los contrafuertes. Los muros de las naves laterales también se articulan mediante contrafuertes escalonados y una ventana por tramo con iguales características que las de la nave, salvo las del lienzo sur, de doble derrame. Este frente conserva además parte de la arquería del claustro moderno y, en el sexto tramo, la estancia mencionada al describir el interior, que interrumpe el desarrollo de la nave sur e impide ver parte del cierre de la nave central, rompiendo la armonía del conjunto. El alero sur presenta las características vistas para los de la central; el norte, sin embargo, solo presenta un canecillo por tramo.
En el primer tramo de la nave sur se abre la antigua puerta de los monjes, empleada por la comunidad para pasar del claustro a la iglesia. Su sencilla imagen hacia el templo la describimos al hablar del interior; la parte que daba al claustro, por el contrario, destaca por su suntuosidad. Se compone de tres arquivoltas de medio punto con molduración alternante de baquetones y escocias, todas lisas salvo la escocia de la rosca interior, que se decora con botones con incisiones y flores de cuatro pétalos. La segunda rosca presenta la misma molduración, pero ahora sin ornamentación de ningún tipo. 

La arquivolta exterior sustituye las escocias por boceles lisos de distinto grosor y sobre esta, trasdosando el conjunto, una chambrana baquetonada y remate en nacela ornada con hojas estilizadas, de nervio central perlado, que nacen del baquetón y se disponen en sentido radial. La puerta cuenta con un tímpano en cuyo centro se labra un Agnus Dei que sostiene con una de sus patas delanteras una cruz de brazos idénticos decorados con círculos, a modo de gemas engarzadas, y extremos ensanchados. El cordero es flanqueado por una suerte de árboles estilizados con raíces en forma de horquilla. Para Valle Pérez el modelo de esta iconografía podría proceder de la miniatura de algún Beato puesto que la representación del cordero con la cruz puede interpretarse como una alusión a Cristo crucificado y los árboles enmarcarse en un contexto apocalíptico, representando la arboleda de la vida y sus frutos. Para Sánchez Ameijeiras, en cambio, el modelo de cruz que se representa en el tímpano es un trasunto de la pieza metálica, de verosímil progenie ultrapirenaica, que, procedente del monasterio, se custodia hoy en el Museo Catedralicio y Diocesano de Lugo. El tímpano se apoya en mochetas sobre jambas con las aristas labradas en bocel. La escocia resultante se exorna con pequeños botones con incisiones.
Las arquivoltas interiores se apean en columnas adosadas con la arista del codillo baquetonada. La exterior descarga directamente en el muro, decorado con un conjunto de boceles muy plásticos que se atan en su tercio superior mediante una cenefa de motivos vegetales estilizados que armonizan el tránsito entre los elementos redondeados y el muro, angular y aristado. Salvo uno, compuesto de dos piezas, los fustes de las columnas son monolíticos y lisos. Los capiteles son todos vegetales, con una hoja de nervio central perlado y remates vueltos por cara. Sobre los capiteles se disponen cimacios de perfil biselado y decoración continua: los del lado derecho con palmetas estilizadas y un tallo ondulante con pequeñas hojas estilizadas de distribución alterna; los del izquierdo con palmetas encerradas en tallos perlados unidos entre sí. Las basas son las habituales: de tipo ático con toro aplastado y garras en los ángulos, dispuestas sobre plintos decorados: los del lado izquierdo con idéntica decoración que los cimacios y los del derecho con tallos ondulantes con hojas enmarcando cuadrados en cuyo interior se dibujan estrellas de cuatro puntas. Bajo los plintos se dispone un zócalo con arista abocelada.

La fachada occidental del templo se compone de sillería granítica. Su organización destaca por su simplicidad y falta de simetría que, aún así, traduce la estructura interna del edificio: se divide en tres calles mediante potentes contrafuertes de remate escalonado que delimitan la central, en correspondencia con las hileras de arcos formeros.
En el extremo de la nave norte se dispone otro contrafuerte, de especial anchura. Junto a él se adivina una puerta, hoy cegada, con dintel pentagonal sin decorar sostenido por sendas mochetas cortadas en nacela apoyadas sobre las jambas, en arista viva. El alero traduce la inclinación de la cubierta de la nave septentrional y se compone de cornisa con perfil en nacela sostenida por canecillos en proa. En el lado sur, adosada al contrafuerte, se eleva una torre de planta rectangular de la cual ya hablamos al describir el interior. El acceso a la misma se realiza desde el interior, aunque años más tarde se abrió una puerta en su parte posterior, a la altura del tejado de la nave lateral.

El tramo central de la fachada se divide en dos registros delimitados mediante una imposta. El inferior lo ocupa completamente la portada, compuesta por tres arquivoltas de medio punto. La interior moldura su arista con un bocel, generándose una sucesión de escocias y boceles. Las escocias se animan con una decoración vegetal semejante a la vista en la arquivolta interior de la puerta de los monjes, de cuadrifolios, rosetas, etc. La arquivolta intermedia posee una molduración similar pero ahora el motivo que exorna las escocias es el de tallo ondulante de eje perlado y hojillas alternas, también empleado en la puerta de los monjes. La arquivolta exterior modela su arista con un bocel pero la organización de rosca e intradós es diferente a la de los arcos inferiores: dos escocias separadas por un bocel fino se decoran con flores en bajorrelieve delicadamente labradas. La portada remata con una chambrana con decoración vegetal de hojas en disposición radial minuciosamente trabajadas. El soporte de las arquivoltas consiste en tres pares de columnas acodilladas de fustes monolíticos lisos y los codillos labrados en bocel. Por su parte, el tornalluvias descansa sobre ménsulas: la derecha lisa y con semicírculos en su cara frontal, y la izquierda con decoración de escamas. Las basas de las columnas presentan la tipología ática sobre plintos común en la abacial. Los capiteles, todos vegetales, muestran astrágalos sogueados o decorados con ovas. Algunos presentan hojas grandes, largas, rematadas en volutas muy trabajadas, en ocasiones exornadas con ejes perlados; otro un entrelazo de cintas perladas también resueltas en volutas, y otro con tallos cruzados en aspa enlazados en el ángulo.




La labra de todos ellos es sutil, minuciosa y se caracteriza por su grafismo. La parte alta de todos ellos se decora con hojas estilizadas de nervio central perlado y vueltas sobre sí mismas que parten del astrágalo. Los cimacios se componen de moldura en nacela y filete superior y se exornan con motivos variados: tallos ondulantes perlados con hojas alternas; cuadrados con estrellas de cuatro puntas en su interior, etc. con un tratamiento minucioso idéntico al visto en los capiteles. Una característica propiciada por el material empleado en esta portada: piedra caliza. Bajo la arquivolta interior se dispone un tímpano monolítico liso apoyado en mochetas con perfil en nacela sobre jambas. Dintel, mochetas y jambas presentan aristas molduradas en bocel.

La portada occidental presenta un claro vínculo con la puerta de los monjes, en la nave sur. Ambas comparten un esquema similar con tres arquivoltas y chambrana con un ornato que gana progresivamente en complejidad de dentro afuera. Otros elementos en común son los capiteles, cuya ornamentación difiere de la vista para los restantes capiteles del templo; los motivos decorativos que jalonan plintos, capiteles, arquivoltas y chambranas, igualmente únicos en el conjunto; la profusión ornamental, y la minuciosidad y detallismo en la labra. Con todo, la puerta sur resulta algo más sobria que la principal. La mayor diferencia entre las portadas reside en el tratamiento plástico dado a cada una: volumétrico en la puerta de los monjes y dibujístico en la portada oeste. Esta divergencia responde al empleo de distintos tipos de piedra: granito en la puerta meridional, más duro y difícil de trabajar, y caliza en la occidental que, al ser blanda, permite el acabado minucioso y preciosista que hemos descrito. En todo caso, ambos trabajos son obra de un mismo taller.
La puerta de poniente conserva además los herrajes medievales. Cada hoja presenta siete barras horizontales planas y una vertical que une algunas de ellas.
De cada banda horizontal surgen pequeñas volutas en cuyos extremos se generan palmetas rematadas en punta de lanza y volutas. En Galicia es posible localizar otros ejemplos de herrajes medievales en la Puerta Norte de la Catedral de Lugo, en la puerta principal de San Salvador de Vilar de Donas y San Pedro Fiz de Hospital de O Incio, o en la lateral y principal de San Salvador de Sarria. De todos ellos, los del templo de Meira presentan un carácter popular que les confiere mayor originalidad. Por sus características y atendiendo a la datación del templo, Valle Pérez data estas piezas hacia 1225.

En las enjutas de la portada se abren dos ventanas de doble derrame cerradas por arco de medio punto labrado en un único bloque con la arista exterior abocelada, generando a su vez una escocia y un segundo bocel en la arista interior. El arco reposa sobre jambas igualmente baquetonadas.
El segundo cuerpo lo ocupa en su totalidad un magnífico rosetón. Su tracería se compone de un círculo central integrado por dieciséis pequeños semicírculos de los cuales parten, radialmente, otras tantas columnas dobles sobre las cuales se apean idéntico número de arcos rebajados decorados con bolas en sus roscas. La tracería se enmarca mediante tres arquivoltas ricamente molduradas y ornadas. La interior y exterior presentan perfil en nacela, una escocia la central, y las tres exhiben aristas aboceladas. La rosca interior se decora con hojas en disposición radial vueltas sobre sí mismas en su extremo superior, la central con cuadrifolios y la exterior con idénticas hojas que la primera. El rosetón presenta la misma organización hacia el interior, pero ahora las tres arquivoltas cuentan con decoración de cuadrifolios, los de la menor con botones centrales. Este modelo de rosetón, conocido como de columnillas radiales, es habitual en la arquitectura española entre finales del siglo XII y comienzos del XIII.
El cuerpo central de la fachada culmina en un piñón sencillo de doble vertiente con alero con cobijas en nacela. Luce una espadaña sobre su vértice, pero se trata de una intervención posterior.

La fachada sigue las fórmulas propias de las abaciales del Císter, incluida la suntuosidad ornamental, propia de las portadas realizadas entre finales del XII y principios del siglo XIII, tal y como vemos, por ejemplo, en Armenteira.

Conclusión
La iglesia de Meira, llegada hasta hoy sin modificaciones (amputaciones y/o adiciones) de entidad, es una de las grandes empresas peninsulares de la Orden a la que perteneció. Su estudio detallado pone de manifiesto, por otro lado, una marcada unidad constructiva, una clara supeditación, sin alteraciones que puedan considerarse significativas, a un plan previo preciso, claro indicio, por ello, de que se realizó ininterrumpidamente, sin cortes ni paralizaciones prolongadas, fruto de una sola etapa o campaña de trabajos. Todo responde en ella, además, a unas mismas pautas conceptuales, imponiéndose, en consonancia con los presupuestos teóricos de la Orden a cuyo servicio se destinó, por su sobriedad, particularmente marcada en el interior, donde no se emplea ningún elemento figurativo. Los pocos complementos de tal naturaleza que se hallan en el templo se localizan en el exterior, sea en la cabecera (algún canecillo), sea en la cara que mira al claustro del tímpano que cierra la puerta de los monjes, presidido por un Agnus Dei sobre una de cuyas patas delanteras descansa una cruz gemada de brazos iguales y con los extremos ensanchados.
A pesar de esta acusada unidad, es evidente también que existen distintos grupos de capiteles, con características muy precisas, bien individualizadas, que invitan a pensar en la intervención de varios talleres en la ejecución de la iglesia.
Estos equipos, por más que lo esencial de su participación específica en la empresa no sea coetáneo, llegan a coexistir en ella, sin duda durante poco tiempo, en algún momento. Esta simultaneidad explica que se documenten interferencias entre ellos y también que encontremos en una misma zona del templo capiteles adjudicables a distintos talleres. Pese a ello, sin embargo, creo que puede hablarse sin dificultad y con fundamento de un claro escalonamiento cronológico en la intervención de cada uno de los talleres.
El primer grupo de capiteles está constituido por la casi totalidad de los situados en la cabecera y el crucero, puerta abierta en su costado norte incluida. Algún ejemplar de este conjunto se localiza también en los tramos iniciales de las naves. Pese a su diversidad formal, hay en estos capiteles rasgos que los diferencian plenamente de los que conforman los otros bloques y que los dotan de una cierta identidad. Repárese, en particular, en el uso de astrágalos recorridos por una escotadura (o situada sobre él); en la tendencia a dotar a las hojas de un mayor volumen, una mayor plasticidad, o en la manera de tratar el ábaco de la pieza, sea decorándola con motivos geométricos, sea animándola con resaltes prismáticos en el centro y esquinas, sea, en fin, complementándola con motivos florales. La ausencia de precedentes autóctonos para ellos, situación que se repite también en alguno de los motivos decorativos que se utilizan en la cesta de piezas ubicadas en las parcelas en las que esos rasgos se hallan (pienso, en particular, en una cinta plana en relieve o en un rehundido que se dispone en zigzag, ornato que encontramos en el ábaco de algunos capiteles de la cabecera), invita a relacionar su presencia en Meira con la llegada de maestros foráneos, ultrapirenaicos, procedentes verosímilmente de las regiones de origen de la Orden. A ellos habría que vincular también todo lo que de novedoso, planimétrica y constructivamente, ofrece la abacial en el panorama constructivo gallego de su tiempo. Pondero en particular, a este respecto, la solución, una bóveda de crucería cuatripartita, con nervios de sección trebolada que arrancan en punta desde los ángulos del cuadrado de base, adoptada para cubrir el tramo central del crucero.
El segundo grupo de capiteles, en el que pueden delimitarse fácilmente manos diversas, se define con precisión por dos rasgos básicos: la lisura, la ausencia de ornato en la parte superior de las piezas, y el tipo de hojas. Estas, cuando se emplean, son planas, se adhieren al núcleo del bloque, refuerzan su volumen, no lo alteran. Dentro de este segundo conjunto de capiteles se incluye alguno ubicado en el crucero y la casi totalidad de los situados en las naves. Se aprecia en estos, a medida que se avanza hacia la fachada, una potenciación muy marcada de su simplicidad, desapareciendo en los últimos tramos incluso el ornato, ofreciendo los capiteles únicamente la aplastante desnudez de sus volúmenes.
El tercer grupo de capiteles está constituido en esencia, por más que su huella o su impacto se detecte también en los tramos orientales de las naves, por los de las puertas sur (la llamada de los monjes) y oeste (repárese, en particular, en su composición y ornato, con hojas largas vueltas sobre sí en la parte de la cara), ellas mismas, en cuanto a su estructura, muy similares. Constan de tres arquivoltas semicirculares y chambrana, exhibiendo las dos una mayor complicación, un aumento progresivo de la decoración, desde el interior hacia el exterior. Con la actividad de este taller ha de relacionarse también, vista, por ejemplo, la identidad de los motivos que decoran sus arquivoltas con los que aparecen en la portada situada debajo de él (hojas simples o rizadas que en su parte superior vuelven sobre sí mismas), el rosetón que remata el cuerpo alto de la calle central de la fachada de poniente.
A tenor de lo dicho, pues, el primer taller, responsable del inicio de los trabajos de la abacial, foráneo, pues sus pautas no tienen precedentes en el entorno, debió abandonarla al llegar los trabajos a los primeros tramos del cuerpo longitudinal. La actividad de alguno de sus componentes, como demostró cumplidamente hace años J. D´Emilio y comenté ya en el capítulo introductorio de esta publicación, se detecta en otros edificios ubicados en la misma diócesis lucense vinculados al patronazgo de los fundadores de Meira y de sus familiares más directos.
El segundo taller, documentado ya en el crucero, se ocupó esencialmente de la construcción del cuerpo longitudinal. Será el que intervenga durante más tiempo en las obras de la iglesia. Pese a la escasa información llegada hasta hoy del complejo comunitario, su participación en él, como se verá, debió ser también significativa.
El tercer taller, el último en incorporarse al “chantier” meirense, centrará su actividad, poco significativa en el interior del templo, en la realización de la puerta de los monjes y en la fachada occidental. De la localización de sus trabajos cabe deducir que, mientras el segundo equipo labora activamente en la realización de las naves que integran el cuerpo longitudinal del edificio, el tercero interviene prácticamente tan solo en las parcelas comentadas. El que entre las portadas que en ellas se insertan apenas se detecten diferencias (las que hay, escasas y más de ejecución que de concepto, se explican en lo esencial a partir de la diversidad de los materiales que en cada parcela se utilizan, duro granito en la puerta sur, más blando y dúctil, cual si fuese de tipo calizo, en la occidental), permite pensar, vista también la simplicidad de las naves, que se refuerza a medida que avanzan, que la construcción del cuerpo longitudinal del templo se llevó a cabo con rapidez.
No disponemos de mucha información directa y segura para fijar la datación de la iglesia de Meira. La combinación de referencias documentales y estructurales permite pensar en los años centrales de la novena década del siglo XII, alrededor, pues, de 1185, para el comienzo de los trabajos (en 1193 Alfonso IX concede al monasterio el realengo de Vilamartín “operi Sancte Marie de Meire”, lo que nos da un terminus ante quem para el hecho que comento, cuyo arranque, no desmentido por las particularidades constructivas y decorativas del edificio –repárese, en particular, en la cornisa sobre arquitos del hemiciclo del ábside central, reintroducida por entonces en Galicia–, debió haber sido propiciado/impulsado por la confirmación en 1184, por parte de Fernando II, de su coto).
Para determinar la fecha de conclusión de los trabajos del templo se utilizó en el pasado como referencia un epígrafe, hoy desaparecido, conocido por copias publicadas, por primera vez, en 1798, que fijaba en 1258 el año de su dedicación, siendo abad Eimerico. La inexactitud de alguno de los datos que ofrece y, en segundo lugar, lo poco indicativa que esa ceremonia resulta con respecto a la situación de los trabajos (no está regulada “canónicamente” su celebración, pudiendo tener lugar en cualquier momento, sea cual fuere, pues, el estado real de las obras), la invalida como referente para la cuestión que nos ocupa. Para ello, por el contrario, sí es esencial poder documentar el impacto de las formulaciones constructivas y decorativas «meirenses» en empresas cuyas dataciones, por conservar epígrafes coetáneos, son de más fácil y cómoda fijación. Dos edificios lucenses de progenie monástica, San Salvador o Santiago de Vilar de Donas y Santa María de Ferreira de Pallares, ambos, en parte o como un todo, fechados por inscripción en la tercera década del siglo XIII (1224 la campaña inicial del primero, 1226 el remate del segundo), exhiben en sus fábricas, emparentadas entre sí por haber contado, en parte al menos, con los mismos artífices, soluciones y motivos cuyo origen se encuentra en la abacial cisterciense y no solo en sus parcelas más antiguas, sino también en las más recientes, las vinculadas a la actividad del tercer taller. El impacto de este se hace especialmente evidente en la iglesia de Ferreira de Pallares. Su conclusión, fechable en 1226, ha de tomarse inequívocamente como referencia, como “terminus ante quem”, para datar la culminación de los trabajos de la abacial de Meira. Esta, pues, a tenor de lo señalado, se habría levantado, sin alteraciones del proyecto programado, sin solución de continuidad, por tanto, en más o menos cuatro décadas de actividad, las que van desde ca. 1185 a ca. 1220-1225.
La abacial descrita, a cuyo impacto no fue ajena tampoco la “nueva” Catedral de Mondoñedo, es una muestra señera del internacionalismo que significó, en este y en otros campos, a la Orden a la que sirvió. Nada debe, en lo esencial de sus propuestas, en planta y alzado, a las tradiciones locales. Sus novedades constructivas (bóvedas de cañón apuntado y nervadas, con nervios terminados en punta) y también decorativas (tipos de capiteles, motivos geométricos) son foráneas, ultrapirenaicas, vinculadas a las regiones de origen de la Orden (Borgoña y territorios próximos), y no pasaron desapercibidas. Se convirtieron en un referente de invocación imprescindible, como modelo y también, sobre todo, como laboratorio, como escuela de formación de canteros / escultores y, por tanto, como centro de difusión, para analizar la evolución de las manifestaciones arquitectónicas y decorativas en Galicia, muy especialmente, como parece lógico, en el territorio diocesano al que pertenecía y singularmente, por vínculos de carácter histórico-familiar, en su parcela meridional.

Dependencias monásticas
La incorporación de Meira a la Congregación de Castilla a principios del siglo XVI (en 1508 según A. Yepes, en 1514 según A. Manrique) supuso, como sucedió también en los restantes monasterios gallegos, el inicio de un proceso de renovación de las viejas dependencias monásticas, explicable no solo por el lógico deterioro de esas estructuras precedentes sino también, y sobre todo, por la necesidad de adaptar la disposición y particularidades de las estancias a los nuevos usos impuestos por el Órgano rector de la Orden en tierras hispanas. J. Villaamil y Castro llegó a ver, hacia 1868-1870, el complejo monástico completo, del que nos proporciona una descripción muy breve (le dedica exactamente 21 líneas) e imprecisa y también un plano del conjunto. Dos datos de este, por las circunstancias que en ellos concurren, merecen atención. Por un lado, el trazado del renovado claustro procesional. No ocupa este, del que todavía quedan hoy vestigios significativos, la totalidad del costado meridional de la iglesia. Permanece libre su extremo occidental, abarcando parte del penúltimo tramo de la nave sur y la totalidad del último. A tenor de los restos que todavía hoy se pueden apreciar, cabe afirmar que hay un error en el plano de Villaamil y que la única parcela entonces visible era la correspondiente al último tramo de la nave, esto es, la ocupada por el callejón de conversos, comunicado con el templo por la llamada, justamente por estar destinada a ellos, puerta de conversos, conservada, como ya señalé, por el interior del templo y no visible en la actualidad desde el exterior debido a las modificaciones sufridas por esa parcela, singularmente tras la Desamortización. Quiere esto decir que la renovación, avanzado el siglo XVI, del claustro procesional, se hizo respetando el perímetro del precedente, el medieval, pese a que la “institución” de los hermanos conversos, a quienes se reservaba el uso de su ámbito occidental, ya había desaparecido y, por tanto, no era necesario contar con espacios específicos para ellos.
Este sometimiento al trazado precedente debió venir propiciado por la conservación de algunas otras dependencias anteriores cuyo buen estado material y, sobre todo, su utilidad propiciaba su mantenimiento. Llama la atención, en este sentido, una estancia ubicada en el ángulo suroeste del claustro publicado por Villaamil a la que este denomina capítulo, calefactorio o, quizá, cocina. Por su ubicación, no cabe duda de que se trataba de la cocina, situada siempre en ese lugar en los monasterios de la Orden. Se trata de una sala de planta cuadrada, dividida en nueve compartimientos, todos cubiertos con bóvedas de crucería, por cuatro columnas centrales, un modelo muy similar al que todavía hoy podemos contemplar en el monasterio de Sobrado. Un solo rasgo las separa: la conformación del tramo central, idéntico a los restantes en Meira, coronado con por chimenea en Sobrado. Nada podemos decir, por falta de datos, sobre su alzado, sí, en cambio, sobre su cronología. Esta, a tenor de la secuencia constructiva de la abacial y de la data que cabe asignar a la estancia homóloga de Sobrado, ha de situarse en torno a la cuarta década del siglo XIII.
Inmediata a la cocina, por su lado este, se sitúa el refectorio. Su emplazamiento y su configuración, perpendicular al claustro procesional, responden a pautas habituales en los monasterios cistercienses. Cabe suponer, sin que podamos ir más allá de la conjetura, que la estancia que ve y dibuja Villaamil era la de tiempos medievales. De entonces procede también un capitel, de gran esbeltez, conservado en el Museo Provincial de Lugo. Está decorado con largas y estilizadas hojas lisas, sin apenas resalte, muy ceñidas al bloque. Es obra, sin duda, de uno de los talleres, el segundo citado, que trabaja en la abacial. Sus particularidades formales y el hecho de que no sea entrego permiten pensar que perteneció al inicial claustro procesional del monasterio. Este, a tenor de lo indicado más arriba, se habría comenzado hacia los años finales de la construcción de la iglesia, esto es, a partir de la tercera década del siglo XIII, poco antes, pues, de la realización de la ya comentada cocina comunitaria.

 

 

 

 

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