lunes, 6 de octubre de 2025

Capítulo 125, Románico en Orense, Románico en la Ribera Sacra (Ribeira Sacra) y el norte de Orense

 

Románico en Galicia (Orense, Lugo y Pontevedra)
Galicia es una de las comunidades de España con mayor patrimonio de edificios románicos, aunque tal riqueza patrimonial no esté dan divulgada como en otras zonas de España.
Sólo un cierto retraso en la catalogación de estos monumentos ha impedido que esta región sea valorada como merece en el contexto del arte románico hispano.
A la cabeza del románico de Galicia se encuentra la catedral de Santiago de Compostela, pero Galicia es rica en catedrales medievales, como Lugo, Orense, Tuy y Mondoñedo.
Las comarcas centrales de Galicia, aquéllas donde las cuatro provincias casi se unen en un solo punto son, por ejemplo, una de las zonas con mayor concentración de arte románico de toda España.
El gallego, es un arte románico caracterizado por la importancia de los monasterios, verdadero plato fuerte de la arquitectura medieval en Galicia. Por ello, una comarca de Galicia que cabe señalar en esta introducción es la de la Ribera Sacra (Ribeira Sacra) es decir el curso del Río Sil (aunque también se puede hacer extensiva a la Ribera del Miño) donde quedan numerosos monasterios medievales.
También en otras muchas comarcas más alejada de la costa, en cualquier valle verde o montaña se erigieron cientos de parroquias rurales de la mayor dignidad y calidad. Algunos concellos tiene varias iglesias románicas entre templos parroquiales y ermitas, que muchas veces pasan desapercibidas salvo para los paisanos que allí habitan.
La fuerza visual de los edificios de sillería de granito, casi todos bien conservados salvo por acción directa del hombre, se hace consustancial al territorio gallego.
Otra de las características del románico de Galicia es su conservadurismo en el tiempo y la persistencia de formas románicas durante los siglos bajomedievales. Aunque algunas innovaciones góticas se usaron el los conventos mendicantes y templos rurales gallegos de los siglos XIII al XV, en casi todos ellos perduran claras reminiscencias románicas, especialmente derivadas del mundo mateano de la Catedral de Santiago. 

La provincia de Ourense en la época del románico
Conformadas a principios del siglo XIX, las provincias españolas nacen con la edad contemporánea. Pueden, pues, tomarse como símbolo de ruptura con el Antiguo Régimen al implantar un nuevo modelo territorial que modifica el que se había ido conformando desde época medieval. Así pues, el conjunto de tierras que componen hoy la provincia de Ourense no se corresponde con ninguna entidad administrativa medieval. Por otra parte, dentro del Medievo, la época románica se desarrollaría, como en el resto de Europa occidental, entre los siglos XI y primera mitad del XIII, pudiendo tomarse como fechas significativas para su inicio y final en el territorio provincial de Ourense los años de 1084, cuando el obispo don Ederonio conmemora la construcción de la iglesia auriense de Santa María Madre, y 1248, año del fallecimiento de don Lourenzo, bajo cuyo gobierno se habría concluido la catedral con la finalización del Pórtico del Paraíso.

El territorio: Diócesis y Terras
Como la gran mayoría de las provincias españolas, la de Ourense toma su nombre de la población en que se decidió instalar su capital. La preeminencia de la ciudad de las Burgas en el cuadrante suroriental de Galicia deriva de su condición episcopal, que logró en los indocumentados tiempos del reino suevo.
Desaparecida con la invasión musulmana, la sede auriense fue restaurada en época altomedieval por obra de Alfonso III. Se debate su desaparición durante buena parte del siglo XI puesto que se supone que fue restablecida hacia 1070, fechándose en 1071 un falso documento que se atribuye a Sancho II y su hermana doña Elvira. Como ha apuntado E. Portela, es probable que la restauración haya sido realizada por don García de Galicia durante su breve reinado, junto a las de Braga y Tui. De no haber desaparecido, se habría producido por entonces una completa reorganización de la sede, inaugurando don Ederonio –obispo hasta 1085– la serie de prelados que se prolonga, sin interrupción, hasta la actualidad.
La restauración o renovación de la sede episcopal conllevó la reocupación de sus edificios tradicionales en la capital: la antigua catedral de San Martiño y el próximo palacio episcopal. De las obras que probablemente emprendió entonces don Ederonio en el conjunto consta solamente la mencionada construcción de la iglesia de Santa María Madre, en 1084. Es de suponer que se harían otras, como las correspondientes a los edificios del cabildo catedralicio que, con el resto del clero diocesano, asumiría a finales del XI las normas gregorianas.
Simultáneamente comenzaban a fijarse las fronteras de las provincias eclesiásticas y de las diócesis, provocando conflictos numerosos y recurrentes que se prolongarán durante toda la época románica e incluso más allá.
La sede auriense no fue excepción: a lo largo del siglo XII luchará por sus límites en todas direcciones. El pleito más tempranamente documentado afecta a la frontera meridional y se desarrolla frente a Braga, disputándose, como mínimo, entre ambas las tierras de Baronceli y Vinhais. Objeto de un acuerdo en 1078, Ourense ejercerá de facto la jurisdicción eclesiástica sobre el alto valle del Támega hasta que, a mediados del XII, Afonso Henriques ocupe la zona, lo que supuso su paso a la dependencia bracarense. La inclusión en esta diócesis fue breve y duró lo que la dominación portuguesa, reintegrándose Baronceli en el reino de Galicia y en la diócesis auriense en 1169 tras ser el rey luso apresado en Badajoz por Fernando II de León.
Aunque no se documenta hasta 1103, el enfrentamiento de Ourense con Astorga debe haberse iniciado también a finales del XI y tenía por objeto buena parte de los territorios orientales de la actual provincia. En 1143 el obispo auriense denunciaba a su colega asturicense ante el papa por tenerle ocupadas las tierras de Trives y Caldelas. El obispo de Astorga hará caso omiso a las sentencias y conminaciones pontificias a favor de Ourense, que acabará aceptando un acuerdo en 1150 por el cual se establecía la frontera diocesana en el río Navea.
En función de dicha concordia, buena parte del este provincial sigue todavía en la actualidad formando parte del obispado de Astorga, habiéndose solamente modificado, en 1955, los límites con la inclusión en la diócesis auriense de las parroquias de Camba y Caldelas, que conformaban un enclave asturicense en ella.
Por el norte, no constan enfrentamientos con Santiago de Compostela que, hasta mediados del XX, extendía su diócesis por el municipio de Beariz, mientras que con Lugo no se documenta problema alguno hasta los años ochenta del XII. El conflicto debe ser anterior y afectaba a los territorios de Búbal –al oeste del Miño– y Lemos –al este de dicho río y norte del Sil–, solventándose la querella por sentencia pontificia en 1185. El papa a la sazón, Lucio III, otorgó Búbal a Ourense y Lemos a Lugo, sin que a partir de entonces consten más discordias entre las sedes.
Aunque mal documentados, también tuvo Ourense problemas para fijar su frontera diocesana occidental, en este caso, con Tui. En 1156 la iglesia tudense estaba en posesión de los arciprestazgos de Nóvoa y Avión, mientras que en 1185 consta que el de Nóvoa, con el de Pena Corneira, formaba parte del obispado auriense. Cabe, pues, suponer, que los territorios entre el río Avia y la Serra do Suído estuvieron en discusión durante todo el siglo XII, llegándose, por acuerdo o sentencia, a la situación que se observa posteriormente: el curso inferior del Avia sirvió de límite diocesano, quedando el arciprestazgo de Nóvoa –posteriormente, de Ribadavia– en poder de Tui y el de Avión en manos de Ourense hasta mediados del XX, cuando se procuró adaptar las fronteras eclesiásticas a las provinciales.
Por último, la mayor parte de su territorio diocesano le fue disputado a Ourense por la sede de Oviedo. La sede de la capital asturiana inició sus reclamaciones al tiempo que otras catedrales, a finales del siglo XI, y las mantuvo intermitentemente hasta las primeras décadas del XIII. Para sus reivindicaciones contó con un poderoso aliado: el monasterio de Celanova, sin duda el más importante del obispado, que pretendía eximirse a toda costa de la jurisdicción episcopal auriense. Pontífices y monarcas intervendrán sucesivamente en la querella, que se falló siempre a favor de Ourense, obteniendo tanto Oviedo como Celanova beneficios a cambio de reconocer los derechos episcopales de la catedral auriense. El prelado asturiano obtuvo tierras del monarca, mientras que el monasterio de san Rosendo acabó logrando, en 1221, autoridad arcedianal en su coto y otras iglesias de su propiedad.
Así pues, entre el período que se extiende entre finales del XI y principios del XIII se conforman las fronteras episcopales que, durante las edades media y moderna, compartimentaron el territorio de la actual provincia de Ourense. La mayor parte de él conformaba la diócesis auriense –que, por el sureste, llegaba hasta el Padornelo–, con una destacada presencia de la asturicense, que se extendía –y extiende– por el cuadrante nororiental de la provincia. Mucho menos importante fue la presencia compostelana y tudense, si bien hay que destacar, en este último caso, la calidad excepcional de su territorio, pues se extiende por una de las zonas más fértiles del Ribeiro de Avia en la que, precisamente, nace la villa más importante de la comarca: Ribadavia.
A principios del siglo XII aparecen en Ourense cinco arcedianos, lo que supone que ya por entonces la diócesis se dividía en otras tantas circunscripciones. Este número de arcedianatos no varía hasta 1400 y, sucesivamente, se documentan los territorios titulares de Baronceli, Caldelas, Búbal, Castela y Limia, respectivamente en 1151, 1154, 1204, 1239 y 1292. A ellos hay que añadir el vicearcedianato de Celanova, reconocido en 1221, más el Deanato, Chantría y Maestrescolía, que toman su nombre de la dignidad catedralicia correspondiente y que se extendían, respectivamente, entre Miño y Limia, entre Miño y Arnoia y, la Maestrescolía, por la tierra de Orcellón.
Los cinco arcedianatos recogen los nombres tradicionales de unas comarcas, digamos, “civiles” cuyos límites no siempre coinciden con los eclesiásticos. A nivel político puede decirse que la ciudad de Ourense apenas cuenta salvo por el hecho de tener obispo. Se comprueba en las menciones que recoge la documentación regia entre 1157 y 1230 de las tenencias que ostentan los grandes nobles que la suscriben. Obsérvese en el cuadro nº 1 como la tenencia de Limia es una de las más destacadas de la corona leonesa, apareciendo en tercer lugar tanto en el reinado de Fernando II como en el de su hijo Alfonso IX; indudablemente, es la más destacada del territorio que hoy con forma la provincia de Ourense.
Cuadro nº 1. Menciones de tierras en los tenentes que suscriben los documentos de Fernando II y Alfonso IX, recogidos por Julio González en Regesta de Fernando II y Alfonso IX. Se recogen solamente las más citadas
 

Aunque sería precisa una investigación más detallada, puede afirmarse que, en la época que nos ocupa, la provincia auriense conforma básicamente la gran tenencia real de Limia. Es probable que sus límites hayan sido similares a los vistos para el obispado: fuera de su dominio quedarían las tierras de la diócesis de Astorga –al menos Robreda y Valdeorras–, que dependerían del Bierzo. Quizás el Navea fuese el límite entre ambas grandes tenencias, dependiendo Caldelas de La Limia y Trives del Bierzo, con lo que el acuerdo de 1150 entre las diócesis simplemente asumía el límite civil previo.
Esta Limia plenomedieval toma su nombre, evidentemente, del río homónimo, si bien su cabeza rectora no estaba a su vera sino hacia el noroeste, hacia el Miño y sobre el Arnoia, en la villa de Allariz. Su castillo sería el centro realengo más importante del sureste gallego, y desde él se controlan el resto de tierras menores que conforman la demarcación. En el mapa nº 1 se reflejan las comarcas y subcomarcas en que se repartía la provincia de Ourense en la época que nos ocupa.
Mapa nº 1. Diócesis que se reparten la provincia de Ourense en época románica y nombres de comarcas, terras o tenencias (Mapa base: sitga, Mapa de Parroquias de Galicia 1:200.000, Xunta de Galicia, 2009)
 

Aún a falta de estudios sobre el tema, puede afirmarse que buena parte de estas terras o comarcas están regidas desde un castillo. Todos ellos conformarían una red jerárquica a la cabeza de la cual estaría la fortaleza principal de la gran tenencia regia –Allariz, en la Limia–, desde donde se nombraría el tenente del castillo secundario y terras asociadas, como lo sería el de Alba de Búbal, superior de esta tierra, o los castros de Caldelas o Valdeorras. Frente a estos ejemplos, hay otras comarcas que parecen gozar de una organización más compleja porque en ellas se documentan varias fortalezas. Así ocurre en Baronceli –Cabreira y Lobarzana– o en Castela –Nóvoa, San Xoán de Pena Corneira y Orcellón, probablemente en un principio parte de aquella–, sin que se sepa si una de ellas es cabeza de las otras, es decir, si el tenente de Limia delega en uno de Castela o Baronceli que, a su vez, nombra a los castilleros de las fortalezas donde no reside, o si todos ellos son directamente nombrados por el tenente principal, el de Limia.
Por otra parte, hay que destacar que no todas las comarcas o subcomarcas tuvieron su fortaleza correspondiente: no constan, por ejemplo, en el Val de Laza, Soutovermud y As Frieiras, que de penderían de Cabreira, ni en el Bolo de Senda o en Bande. En el mapa no se reflejan ciertos castillos que compartimentaron el territorio principal de Limia, como Sande, Santa Cruz –entre Celanova y el Miño–, Celme, Portela, Candrei, Maceda –probablemente en esta época llamada Penafiel– o Ribeira, buena parte de ellos apenas documentados.

Nacimiento y desarrollo de las Villas
La importancia de la tenencia real de Limia –que fue disputada, en el xii y con Toroño, por los reyes de Portugal a los de Galicia– explica que sea Allariz, su cabeza, la primera villa en nacer dentro de la actual provincia de Ourense. Cuando en 1122 doña Teresa de Portugal, a la sazón dominante en Limia, concede un privilegio a la iglesia auriense, en él otorga que en el Auriensem burgum se haga a mediados de mes un mercado similar al que los días primeros se celebra aput castellum Alliariz. Nueve años después, en 1131, Alfonso VII menciona los bonos foros de que gozan los burgenses de Allariz, que extiende a los de Ourense a petición de la sede.
En este último diploma el Emperador permitía a la catedral que poblase la ciudad de Ourense, concediéndole su señorío. Don Alfonso confirmaba, de hecho, lo que una década antes había he cho su tía doña Teresa, tras cuya intervención el obispo don Diego habría concedido los primeros fueros a la urbe. Ourense habría seguido, pues, inmediatamente o muy de cerca a la población de Allariz y, frente a ella, realenga, se configura desde un primer momento como una villa de señorío episcopal.
La diferencia entre ambas es evidente y se observa inequívocamente en su plano. Allariz se desarrolla junto a su castillo, en la zona menos escarpada, sin que la fortaleza interrumpa o condicione la trama urbana. En Ourense el protagonismo de su iglesia, señora de la puebla, es manifiesto: el complejo catedralicio constituye el centro de la ciudad. Situado en la ladera entre Monte Alegre y el Barbaña, este conjunto eclesiástico, compacto y cerrado, obligará a los habitan tes a instalarse preferentemente al norte y al sur, en dos barrios claramente diferenciados que se relacionan entre sí a través de muy pocas calles –A Barreira, al oeste, sobre la Burga, y Penavixía Cima de Vila, al este–.
Sede del poder real y de su representante, el castillo domina la villa de Allariz desde su cerro, mientras que en Ourense la superioridad del obispo y del cabildo se demostrará en los edificios que los representan. Catedral y palacio episcopal dominarán sin discusión el caserío que los rodea, dándosele a ambos un aspecto militar que todavía hoy puede atisbarse en ambos edificios.
Allariz y Ourense son los primeros y precoces ejemplos de constitución de villas en el territorio provincial. La concesión de nuevo fuero a Allariz –basado en el de Sahagún– en 1152 puede considerarse el comienzo de la etapa más fructífera de esta actividad, que se prolonga durante todo el período que hemos considerado como románico, durante los reinados de Fernando II y Alfonso IX.
Los dos núcleos siguientes que alcanzan categoría villana en la provincia fueron los Burgos de Riba de Avia –Ribadavia–, en 1164, y Caldelas, en 1172. El primero nacía, probablemente, en torno al viejo castillo de Nóvoa, y se convierte pronto en una villa activa cuya fortuna girará en torno al vino, que, como en épocas anteriores, atrae a la comarca –y, ahora, a la población– a numerosas instituciones señoriales, que están presentes en Ribadavia desde su mismo nacimiento –el arzobispo de Santiago y la orden de San Juan, por ejemplo–.
El éxito del Burgo de Avia contrasta con la atonía que manifiesta su hermano, el Bono Burgo de Caldelas. A diferencia de aquel, nace separado del castillo hasta entonces rector de la comarca –O Castro, con el que a menudo se confunde, atribuyéndosele erróneamente el fuero de 1172– y no logrará, ni de lejos, un éxito similar. A pesar de la actividad que demuestra su concejo a lo largo del XIII, su debilidad parece evidente y sería responsable de que, en 1338, don Pedro Fernández de Castro, por entonces su señor, transfiera la titularidad villana de Caldelas del burgo al castro, al que rebautizó como Segura –con poco éxito, como lo demuestra su denominación actual–.
Alfonso IX continuó la labor repobladora de su padre, concediendo fuero a Milmanda, en 1199, y a Lobeira, en 1228, ambas en la frontera portuguesa. Actualmente ni una ni otra tienen categoría urbana, sin que sus restos permitan intuir su diferente andadura medieval. Milmanda parece haber tenido una vida floreciente, con una actividad económica relativamente importante que la convirtió en una de las villas más destacadas de la provincia, solo superada por Ourense, Allariz y Ribadavia. Frente a ella, Lobeira apenas habría sobrepasado la categoría aldeana. Entre una y otra nacía Viana, populatione mea quam facio in Robreda, según dice el monarca en 1205, cuando donaba al obispo de Astorga todas las iglesias que se construyesen en la villa.
Hacia 1220 don Alfonso quiso dotar también con un núcleo urbano a la tierra de Baronceli, decidiendo establecerlo en el castro que la dominaba. La fortísima oposición del monasterio de Celanova, señor de las tierras que rodeaban el castro –Mixós, Verín y Pazos–, y el desembolso en numerario que, seguramente, le hizo el cenobio lograron que el monarca diese marchas atrás, ordenando en 1223 que se desmontase la población. Cincuenta años después, desoyendo quejas y negándose a sobornos, Alfonso X retomará el proyecto de su abuelo y fundará, en el mismo lugar, la villa de Monterrei.
La monarquía dotó también, en la época que se trata, a las tierras de Valdeorras y Trives con la villa correspondiente. A tenor de su evolución paralela, la Pobra de Valdeorras ha de asimilarse al Burgo de Caldelas, con lo que habría recibido fuero de Fernando II. Se explicaría así por qué en 1209 su heredero, Alfonso IX, no la menciona entre las pueblas por cuya fundación protestó la iglesia de Astorga –Ponferrada, Castroventosa y Viana–, pues sería anterior. Su desarrollo no habría sido importante y, como en su hermana de Caldelas, la población fue trasladada en 1338 por don Pedro Fernández de Castro –también señor de Valdeorras– a la vera del antiguo castillo rector de la tierra, rebautizado –con tan poco éxito como en el caso visto– como Castro Flores, do fisiemos yr morar los pobradores todos que morauan en la dicha Puebla de Valdeorras.
Por último, la tierra de Trives presenta el problema, o la particularidad, de la posible existencia de dos villas, a lo que hay que añadir su tardía documentación.
Su situación central en la comarca y su configuración física, amurallada, obligan a dar la preeminencia como cabeza urbana de Trives a la villa de Manzaneda –o Maceda–. Frente a ella, el propio nombre de la Pobra de Trives permite suponer también su origen medieval. A falta de un estudio sobre ambas villas y su tierra, me limito a constatar que, en principio, ambas aparecen a finales del siglo xiii, cuando el notario Xoán Sánchez, en 1271, dice serlo do conçello de Maçaeda y, en 1272, da Pobra de Trives, cuyo primer alcalde se documenta dos años después. A pesar de esta tardía aparición, es probable que, al menos una de ellas, haya sido fundada durante los reinados de Fernando II o Alfonso IX.
La mayor parte de todas estas villas sustituyeron en buena medida, al nacer, a los castillos que hasta el momento eran cabezas de sus tierras respectivas. No quiere ello decir que los desplazasen por completo, como lo demuestra que, por ejemplo, durante ciertas épocas el concejo de Milmanda aparezca como tenente del castillo de Santa Cruz o el de Monterrei de las tierras de Cabreira y Lobarzana. Como ocurre en este último caso, la villa acabará haciendo inútiles esas fortalezas, que serán desmanteladas, mientras que en otros casos no solo seguirán en pie sino que competirán con la población, llegando a vencerla al ser trasladados los habitantes a su vera –Caldelas, Valdeorras–, mientras que en otros casos –Allariz, Ribadavia– los núcleos surgieron ya a los pies de las respectivas fortalezas.
Aún así, observando el mapa nº 2, es evidente que la mayor parte del territorio provincial vivirá al margen de villa alguna durante toda la Edad Media. En alguna zona se desarrolló una aldea que alcanzó cierta categoría –Cea, por ejemplo, en el Bolo de Senda– gracias, probablemente, a ser el lugar donde se celebraba el mercado comarcal y donde se reunían las gentes de la tierra para otras actividades. Siguiendo el camino de las villas, en un proceso malamente documentado y aún por estudiar, en estas tierras sin núcleo urbano –al menos en algunas– se irían conformando los concejos que funcionan en la baja edad media, como los de Bande o el Val de Celanova, documentados con ocasión de la resistencia frente a las pretensiones de su señor, el monasterio fundado por san Rosendo.
Mapa nº 2. Villas nacidas en la actual provincia de Ourense durante los siglos xii y xiii (Mapa base: Sitga, Mapa de Parroquias de Galicia 1:200.000, Xunta de Galicia, 2009)
 

Monasterios e iglesias
Junto al nacimiento de las villas, otro síntoma del desarrollo que vive el reino de Galicia durante la época románica es la construcción o reconstrucción de templos a lo largo y ancho de su geografía. Es el “manto blanco” de iglesias que describe en Francia el monje Raúl Gabler, que se extiende también por la provincia de Ourense. Así lo atestigua la pesquisa que, a finales del XII, se hizo sobre las tierras de Baronceli y Vinhais para saber cómo y cuándo habían estado en poder del rey de Portugal y el arzobispo de Braga o del rey de Galicia y el obispo de Ourense. En ella cuentan los testigos cómo los sucesivos prelados aurienses consagraron distintas iglesias en la comarca. Así, por ejemplo, Vasco Pérez, sacerdote y miembro de la orden de Santiago, recuerda “que vio a Martín, obispo de Ourense, consagrar el monasterio de Vilaza, que es en término de Lobarzana, y dice que estuvo en dicha consagración; y vio al obispo auriense Adán consagrar la iglesia de Castrelo, en término de Cabreira; y oyó decir y sabe que Pedro, obispo de Ourense, consagró la iglesia de Retorta, en término de Cabreira… y oyó decir que Martín, obispo de Ourense, consagró la iglesia de Queizás”. Lo que consta en esta comarca por voz de los testigos se comprueba en otras a través de la epigrafía, pues en diversos templos se dejó constancia de su reforma o consagración, como ocurre, por ejemplo, en San Martiño de Cornoces.
La renovación románica, desarrollada a lo largo de los siglos XII y XIII, expresa también el nuevo rumbo que tomó la iglesia hispana occidental a partir de 1080, cuando asumió las normas gregorianas. Su asunción supuso, entre otras cosas, la completa reestructuración del monacato, que tuvo que adoptar mayoritariamente la regla de san Benito o, en su defecto, la de san Agustín.
Los monasterios románicos que hoy se localizan en la provincia de Ourense figuran entre los monumentos que más fama le dan a esta fuera de sus fronteras.
En realidad, esa fama se debe a las casas más señeras –Oseira, Celanova, Santo Estevo de Ribas de Sil, Montederramo…–, quedando en la sombra otras que, aunque más humildes, tienen su interés e historia particular. Entre grandes y pequeñas, las instituciones que pueden considerarse cenobios en la provincia de Ourense en la época que se estudia son las veintinueve que se recogen en el cuadro nº 2 y mapa nº 3.
Mapa nº 3. Monasterios existentes entre 1100 y 1230 en la actual provincia de Ourense (Mapa base: sitga, Mapa de Parroquias de Galicia 1:200.000, Xunta de Galicia, 2009)
 

La gran mayoría de estas casas debe haber tenido un pasado altomedieval que no siempre está documentado, encontrándose entre ellas la decana del monacato gallego: San Pedro de Rocas, que se supone existía ya en el siglo VI.
Es preciso hacer alguna anotación al rol de monasterios que se presenta. Comenzando por las órdenes militares, solamente he incluido A Veiga, Codosedo y Pazos de Arenteiro porque muy probablemente en ellos se desarrolló durante esta época una vida verdaderamente monástica, que solo llegará en el primero de ellos a la edad moderna, desapareciendo tal vez en el XIV en los otros dos. Es asimismo posible que la orden del Hospital haya mantenido en algún momento una comunidad de religiosos en Beade o en Ribadavia.
Cuadro nº 2. Monasterios existentes en la actual provincia de Ourense entre 1100 y 1230
 

En cuanto a las abadías seglares puede afirmarse que todas ellas parten de un cenobio altomedieval y que se constituyen como tales en el siglo XII, algunas claramente en relación con su sede episcopal –Astorga en Camba y Ourense en Servoi, Vilaza y Augas Santas–, que les habría dado las constituciones para la convivencia de la comunidad de clérigos que en ellas residía. Con una pobreza documental característica, es posible que alguna de ellas haya adoptado la regla benedictina o agustina, aunque pronto la habrían abandonado. Nunca numerosas, sus congregaciones irán menguando a partir del XIII hasta reducirse, en la baja edad media, a unipersonal –el abad o prelado–.
Poseer una comunidad escasa no es característica privativa de estas abadías seglares, pues lo mismo puede decirse de los monasterios de otras obediencias, como los agustinos Grou y Porqueira, los benitos Naves o Ribeira y los tres centros de órdenes militares mencionados, aparte de casi todas las casas femeninas. Observando el mapa nº 3 puede comprobarse que las abadías seglares se implantan en el oriente de la provincia, en las tierras de Caldelas, Trives y Baronceli. Aparte de su lejanía de la sede episcopal correspondiente, cabe destacar que las tres comarcas fueron objeto de disputa entre diócesis, lo que tal vez haya favorecido su conformación de esta manera. Por las razones que fueran, en estas tierras las catedrales prefirieron crear congregaciones clericales que no de monjes o de canónigos, quizás más díscolos y capaces de escapar a su control. Aún así, hay que mencionar el trato diferente que reciben, por parte de la sede auriense, Servoi y Porqueira: ambos de su propiedad por donación regia, el primero se constituyó en abadía seglar, mientras que el segundo lo hizo en priorato de canónigos regulares agustinos.
De los monasterios propiamente dichos, no cabe duda de que San Salvador de Celanova, fundación de san Rosendo, es el monasterio más destacado de la provincia. Timbre de su poder es la dignidad arcedianal que ejerció sobre las iglesias de su coto, conseguida en 1221 tras larga batalla con la iglesia auriense; caso único en la diócesis y que, en Galicia, solamente comparte con Samos y Monforte, en el obispado de Lugo. De su conflicto secular con la catedral de Ourense, Celanova sacó también la constitución de una red monástica que, presidida por su abad, estaba conformada por los prioratos de San Pedro de Rocas, Santa Comba de Naves y Santa María de Ribeira en la diócesis de Ourense. Con un gran dominio conformado en siglos anteriores, San Salvador de Celanova se enfrentó asimismo a los obispos de Tui y Zamora, de lo que obtuvo la conformación de los prioratos de San Salvador de Coruxo y San Pedro de la Nave. Por el camino parece haber tenido que renunciar a Santa Mariña de Augas Santas que, a finales del XII, está en poder de la sede de Ourense. En su caso, es fácil comprender por qué la catedral estableció en ella una abadía seglar o, cuando menos, por qué no quiso hacerla benedictina: romper todo lazo que la ligase de manera alguna a Celanova.
Menos ricos pero más vetustos que la fundación de san Rosendo eran otros monasterios de la diócesis que, en un proceso más supuesto que conocido, adoptaron la regla benedictina alrededor de 1100. Sería el caso del mencionado San Pedro de Rocas, o de Montederramo, San Esteban y Santa Cristina de Ribas de Sil o San Clodio do Ribeiro que, con un pasado altomedieval poco conocido, asumieron la reforma sin que se sepa si quedaron desprovistos de comunidad en algún momento. A diferencia de ellos, y si se admite su existencia altomedieval, Xunqueira de Ambía habría quedado vacío a finales del xi hasta 1150, cuando sus patronos, entre los que se contaba el monarca, decidieron restaurarlo, encargando la tarea al priorato compostelano y agustino de Santa María de Sar, lo que explica que en él se haya implantado la regla del obispo de Hipona.
Esta decisión de los patronos de Xunqueira permite suponer que los de otros cenobios hayan participado a la hora de elegir la regla que había de implantarse en “su” monasterio, con o sin la intervención del obispo y el cabildo diocesanos.
Aún puede aducirse otro ejemplo: la entrega de San Munio de Veiga a la orden de Santiago, que hay que entender tuvo por objeto preservar su autonomía, evitando que cayese bajo la férula de su gran vecino, Celanova.
Aunque su existencia en tiempos anteriores es en ocasiones dudosa o desconocida, puede suponerse que los monasterios femeninos de la provincia fueron fundados en los siglos IX o X. A finales del XI habrían quedado vacíos y solamente pasado 1100, quizás hacia mediados de siglo, sus patronos decidieron repoblarlos con monjas. Las comunidades femeninas recibieron, todas, la regla benedictina, y solamente de San Miguel de Bóveda puede establecerse una fecha aproximada de su restauración, 1168, aunque bastante incierta. Las comunidades de Asadur, Lobás, Ramirás y Sobrado de Trives no se documentan hasta el último cuarto del xii, mientras que las noticias sobre Arnoia son mínimas y no hay certeza sobre si fue femenino o masculino. Cabe resaltar que Sobra do y Ramirás, entre las casas femeninas, fueron bastante ricos, especialmente el segundo, como lo demuestra el templo románico que fue su conventual.
Así pues, la inmensa mayoría de los monasterios ourensanos de la plena edad media hunde sus raíces en épocas anteriores. Solamente dos parecen ser fundaciones completamente nuevas: Santa María de Oseira y Santa María de Melón. El nacimiento del primero suele datarse en 1137, mientras que el segundo debe haberse realizado hacia 1150. Aunque la seguridad no es absoluta, Santa María de Melón debe ser una fundación directa de Claraval, de cuya familia siempre formó parte sin discusión, como parece avalarlo el nombre de su primer abad –Giraldo– y que este escriba en 1154 un documento en Sobrado –primera fundación cisterciense gallega, nacido en 1142–.
Por su parte, la afiliación de Oseira a la orden de san Bernardo es una de las discusiones más clásicas de la historiografía medieval gallega. Parece indudable que no fue una fundación sino afiliación, que se habría producido a mediados del siglo XII, quizás al tiempo que entró en ella Montederramo, que lo hizo probablemente antes de 1154. De este se independizará como abadía, hacia 1170, Xunqueira de Espadanedo, que se convierte en el cuarto monasterio cisterciense de la provincia. Años más tarde, en 1225, los monjes de San Clodio parecen haber querido también mu dar su hábito negro por el blanco, si bien su entrada en la orden no se hará efectiva hasta el siglo XV.
Como lo demuestran las iglesias medievales de Oseira y Melón, estos recién llegados a Galicia no perderán el tiempo y, siguiendo las líneas maestras de su orden, se convertirán en grandes y ricos señores, alcanzando e incluso superando a buena parte de sus hermanos benedictinos más vetustos. Brilla sobre todo Santa María de Oseira, cuya riqueza podrá rivalizar con la Celanova: en 1290, en el servicio que exige Sancho IV, ambos aparecen gravados con cuatro mil maravedíes, cantidad solo igualada, en el reino de Galicia, por el cisterciense Sobrado.
Pero, aparte de iglesias parroquiales, abadías y prioratos, en el conjunto de la provincia hay que destacar a su capital, cabeza y sede del obispo y su cabildo: Ourense. Su catedral, en construcción a lo largo del período que se estudia, es indudablemente el edificio señero de la diócesis y, por ende, de la provincia. Como el resto de catedrales europeas, es símbolo de su época y de la sociedad en expansión que fue capaz de levantarla. Paralelamente se construía y ampliaba el palacio episcopal y también, de forma más humilde y menos visible, el resto de la ciudad.
A finales del período que hemos dado en llamar románico, hacia 1230, la finalización de la obra catedralicia con el Pórtico del Paraíso coincidía con la reconstrucción del Puente Mayor –a Ponte Vella– sobre el Miño, otro de los símbolos de la ciudad. Ambas obras ilustran la efervescencia y la bonanza del período, que se observa también en su floreciente cabildo –que llega a su máxima expansión, con más de veinte componentes, varios con el título de magister– y su obispo, don Lorenzo Hispano, cuya cultura alaban los cronistas.
En conclusión, la época románica es un período trascendental en el devenir histórico del pasado de la provincia de Ourense, como lo demuestran los edificios que, todavía hoy, marcan su geografía, desde los más destacados, como la catedral auriense o las iglesias monásticas, a los más humildes y desconocidos templos parroquiales. De todos ellos se da cuenta en las páginas que siguen. 

Románico en la provincia de Ourense
Ha de relacionarse el inicio de los estudios sobre las manifestaciones románicas en el ámbito que me ocupa con la actividad programática de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, creada, como todas las de naturaleza similar, por Real Orden de 13 de junio de 1844. Su Sección tercera estaba dedicada específicamente a los apartados de la arqueología y arquitectura y, por más que en su arranque se le requiriese a la de Ourense por parte de la Central que prestase más atención a los monumentos, lo cierto es que su actuación será decisiva tanto para la conservación como para la ulterior declaración como monumentos nacionales de complejos tan excepcionales como los de los monasterios de Oseira, Melón, San Clodio o Ribas de Sil. Iniciativas suyas serán, entre otras, la preparación de un Álbum titulado Monumentos históricos y artísticos de la provincia de Orense, publicado en 1895, en el que se insertan fotografías de los hitos constructivos más significativos del estilo que nos atañe en la provincia, o la puesta en marcha, en 1898, de un Boletín que será, hasta su desaparición en 1960, el transmisor de su actividad y un instrumento de capital significación para el estudio y difusión de las particularidades del rico patrimonio histórico-monumental de la provincia.
Era habitual en los primeros años del Boletín la presencia de artículos sobre monumentos románicos de Arturo Vázquez Núñez[1], autor, en 1881, de una Guía del viajero en Orense y su provincia, de indudable utilidad, pese a los pocos edificios que menciona, para el campo que nos ocupa y, sobre todo, del estudio titulado La arquitectura cristiana en la provincia de Orense durante el período medieval, aparecido también en la capital, en 1894, resultado del discurso leído por él en la apertura del Curso 1893-1894 en la Escuela de Artes y Oficios de Ourense. En este libro, al margen de la periodización que realiza, muy alejada, obviamente, de los criterios actuales, comenta, dato que no debe desdeñarse visto el año de publicación, buena parte de las grandes empresas románicas de la provincia.
Vázquez Núñez publicará también, en 1907 y en Madrid, en el Boletín de la Real Academia de la Historia, un artículo titulado “Iglesias románicas de la provincia de Ourense”. El trabajo, que no fue redactado expresamente para la revista académica, sino que, como en él se señala, ya había sido editado anteriormente, en 1906, en el Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Orense, tiene un enorme valor, al margen de su contenido, por comportar la inclusión de edificios emplazados en la provincia ourensana en una publicación de carácter general española, no de ámbito local. Algo similar sucede con la aparición, en 1908 y también en Madrid, del tomo I de la Historia de la Arquitectura Cristiana Española en la Edad Media, de V. Lampérez y Romea. En esta obra, un hito en su tiempo y un referente inexcusable todavía hoy, se estudian, en el capítulo dedicado al románico gallego, junto a la catedral ourensana, otros cinco edificios: Santo Estevo de Ribas de Sil, Santa Mariña de Augas Santas, San Pedro de A Mezquita, Santa María de Xunqueira de Ambía y Santiago de Allariz. Tanto la catedral como estos cinco edificios y otros nueve más, son mencionados, con invocación de datos muy concretos y sin grandes precisiones, por J. Villaamil y Castro en su conocido y valioso libro Iglesias gallegas de la Edad Media, publicado en 1904 en Madrid.
En la década siguiente, la segunda del siglo, concretamente el 30 de abril de 1913, se puso en marcha, tal como había comenzado a hacerse en 1900 en Ávila de la mano de Manuel Gómez Moreno, la realización del Catálogo Monumental de la provincia de Orense. Se le encargó, tras el fallecimiento de Rafael Balsa de la Vega, a quien se le había encomendado inicialmente, a Cristóbal de Castro, autor de trabajos similares en otras seis provincias, quien lo terminó en 1915[2]. Consta, como la mayor parte de los trabajos de esta naturaleza que llevó a cabo, de 2 volúmenes, uno de texto y otro de ilustraciones. Permanece inédito, mereciendo ser reseñado aquí no tanto por su contenido, ciertamente de alcance muy limitado, cuanto por el hecho en sí de su programación y materialización.
En la misma década que estamos comentando, la segunda del siglo XX, inició sus publicaciones sobre los monumentos románicos ourensanos Ángel del Castillo[3], quien ofrecerá una primera visión global del patrimonio artístico de la provincia, con mención expresa de algunos de sus edificios románicos más destacados, en un artículo publicado en 1928 en el Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Orense[4].
Termino la revisión de esta segunda década del siglo XX anotando que en 1916 vio la luz la obra Apuntes histórico-artísticos de la catedral de Ourense, de M. Sánchez Arteaga, anotada y ampliada por Cándido Cid Rodríguez. Es de consulta indispensable todavía hoy para aproximarse al conocimiento riguroso de los avatares que afectaron a tan magna empresa catedralicia.
Pocas son las iniciativas de entidad relacionadas con el ámbito que nos interesa, el de los estudios relacionados con el arte románico, susceptibles de ser recordadas aquí en la tercera década de la centuria. Sorprende la constatación de este hecho dado el contexto de efervescencia cultural que por entonces se vivía en Galicia, con iniciativas tan brillantes y de tan significativo alcance como la creación, en 1923, del Seminario de Estudos Galegos o, ya en el ámbito específico ourensano, la aparición de la revista Nós, órgano difusor de las ideas de la generación del mismo nombre, fundada en Ourense en 1920 y editada aquí en sus primeros años, hasta principios de 1923. En este mismo año, sin embargo, en Estados Unidos y en el nº I de la que acabará siendo una prestigiosa revista de proyección internacional, Art Studies, publica G. Goddard King un artículo titulado “Some Churches un Galicia”. En él analiza, entre otras empresas románicas, las de nuestra provincia que incorporan un “falso triforio” sobre los arcos formeros que separan la nave central de las laterales: Xunqueira de Ambía y Augas Santas. No era esta, por cierto, su primera incursión sobre el estilo en las tierras que nos ocupan. Unos años antes, en 1917, había dedicado ya un estudio monográfico a la iglesia de Melón en el muy reputado American Journal of Archaeology[5].
Frente a lo anterior, solo un artículo sobre un edificio románico ourensano se incluye, sorprendentemente, en la afamada revista promovida por el Seminario citado en el párrafo precedente, denominada Arquivos do Seminario de Estudos Galegos. Versó sobre la iglesia de san Salvador de Sobrado de Trives y apareció en el número III, correspondiente al año 1929. Lo firmó Xosé Ramón y Fernández Oxea, uno de los nombres históricos de referencia en relación con el estudio del románico gallego, no solo del ourensano.
La década de los treinta viene marcada, por un lado y en pie de igualdad con el resto de la Comunidad, por la publicación de la Geografía General del Reino de Galicia. El volumen específicamente dedicado a la provincia de Ourense está redactado por V. Risco y en él se reseñan numerosas construcciones estilísticamente valorables como románicas. En el denominado Generalidades del Reino de Galicia, como ya comentaré en los volúmenes consagrados a los territorios de A Coruña, se incluye un extenso estudio de Ángel del Castillo, titulado “La arquitectura en Galicia”, en el que se analizan, con mayor precisión que en el dedicado concretamente al análisis genérico de la provincia, en paralelo con lo que acontece en las restantes, numerosos edificios románicos, once en total, emplazados en tierras ourensanas[6].
En los años treinta también, por otro lado, publica M. Chamoso Lamas su primer trabajo sobre un monumento románico gallego, un estilo sobre el que volcó buena parte de sus desvelos como investigador y también como promotor y gestor de iniciativas interesadas en su conservación y restauración y, a la vez, en su adecuada difusión y proyección[7]. El estudio aludido versó sobre la iglesia románica de la parroquia de la que procedían sus padres y en la que él, nacido en La Habana, vivió desde los 4 años: San Mamede de Moldes. Apareció en 1934 en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones[8].
M. Chamoso Lamas continuó publicando sobre el románico, tras el duro paréntesis de la Guerra Civil, en los años cuarenta[9] y también lo hará José Ramón y Fernández Oxea[10]. Nace en su transcurso, en 1944 y para, de alguna manera, dar continuidad al ya citado Seminario de Estudos Galegos, desaparecido como consecuencia de la Guerra Civil, el Instituto Padre Sarmiento de Estudios Gallegos. En su revista, Cuadernos de Estudios Gallegos, publicará en el tomo II, correspondiente a los años 1946-1947, J. M. Pita Andrade un artículo sobre la iglesia románica, ubicada en la fértil comarca de O Ribeiro, de santo Tomé de Serantes[11]. Es el preludio de su Tesis doctoral sobre la catedral de Ourense, defendida en 1947 en a Universidad de Madrid y publicada años más tarde, en 1954 y en Santiago, por el mencionado Instituto Padre Sarmiento de Estudios Gallegos. Este edificio y su impacto aparecerán desde entonces, reiteradamente, en sus publicaciones sobre el románico gallego, sea en estudios de carácter monográfico, sea en visiones de ámbito general[12], con Cuadernos y el mentado Instituto como referentes prioritarios de su actividad en relación con el estilo que nos atañe. Volverá sobre la catedral, casi cuatro décadas más tarde, para ofrecer una visión “actualizada” sobre su proceso constructivo a partir de la valoración de las novedades que en torno a sus campañas y cronologías respectivas, sobre todo en la década de los ochenta de la pasada centuria, se habían ido introduciendo.
Concluyo la revisión de la década de los cuarenta, de la que partió el análisis de la producción científica de José Manuel Pita Andrade, significando que es en ella, por un lado, cuando se crea, exactamente el 31 de diciembre de 1942, el “Grupo Marcelo Macías”, llamado a tener en el futuro un gran protagonismo como colaborador de las actividades programadas por el Museo Arqueológico Provincial[13], y, por otro, que es en 1943 cuando se puso en marcha, coincidiendo con la paralización temporal de la edición del Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos, que volverá a editarse en 1953, el Boletín del Museo Arqueológico Provincial de Orense, publicación de la que aparecieron 6 números, el último correspondiente al bienio 1950-1951, siendo su desaparición justamente la que, a su vez, propició que volviera a editarse el Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos, cuyo número postrero salió de la imprenta en 1960.
Dos acontecimientos merecen reseña en la década de los cincuenta: la conmemoración, en 1953, del VIII Centenario de la muerte de San Bernardo, y la aparición, en 1956 y en Santiago, de la revista Compostellanum. Cito el primer hito por la importancia que histórica y monumentalmente tiene / tuvo la presencia cisterciense en la provincia de Ourense (en toda Galicia en términos generales).
A la Orden pertenecieron monasterios tan importantes como Oseira, Melón, Montederramo, San Clodio o Xunqueira de Espadanedo. A su estudio, fruto de la efemérides citada, dedicaron trabajos J. Carro García[14] y L. Torres Balbás, gran especialista en la investigación de esa Orden, autor de un libro, Monasterios cistercienses de Galicia, publicado en la Colección Obradoiro por la Editorial Bibliófilos Gallegos en 1954, en Santiago, inexcusable todavía hoy, pese al tiempo transcurrido, para informarse sobre las particularidades constructivas y decorativas que significaron en su tiempo a los monjes blancos.
La revista Compostellanum tuvo desde sus inicios –y lo mantiene en la actualidad– un incuestionable protagonismo científico. En ella, no en la década que comentamos, la de los cincuenta, sino en la siguiente, la de los sesenta, en 1967 exactamente, se publicó un importante y extenso trabajo sobre “Las iglesias románicas de la tierra de Beiro[15]. Fueron sus autores el ya citado J. Ramón y Fernández Oxea y E. Duro Peña, archivero de la catedral de Ourense y uno de los grandes especialistas en el estudio del monacato ourensano medieval, al que dedicó numerosos estudios, todos de gran utilidad para el campo que nos atañe[16].
La reseña de la década de los setenta hay que principiarla con la mención de iniciativas generales sobre Galicia, ya valoradas en las entregas anteriores de esta Enciclopedia sobre el territorio[17], en las que el románico ourensano tiene un tratamiento destacado. Me refiero a obras como El Monacato en Galicia, de H. de Sá Bravo, aparecida en 1972[18], el Inventario de la riqueza monumental y artística de Galicia, de A. del Castillo, publicado en 1972, la Galice romane, editada en 1973 en la muy conocida y prestigiosa colección La Nuit des temps, promovida por Éditions Zodiaque, de la que fueron autores M. Chamoso Lamas, B. Regal y V. González[19], la Tesis doctoral de S. Moralejo Álvarez sobre La escultura gótica en Galicia (1200-1350), defendida en la Universidad de Santiago en 1975, o proyectos como la Gran Enciclopedia Gallega, cuya publicación comenzó a realizarse en 1974, o la Colección Galicia enteira, promovida por Edicións Xerais de Galicia, redactada por X. L. Laredo Verdejo e iniciada en 1980. En este mismo año se publicó el primer número de Cadernos do Instituto de Estudios Valdeorreses, promovido por este Centro, con vida hasta 2006.
Es la de los setenta también, por último, la década en la que empezó a publicarse el Boletín Auriense. En la página 4 de su tomo I, correspondiente al año 1971, aunque el Depósito Legal sea de 1972, se inserta una nota explicativa sobre el fundamento de su creación que es toda una declaración de intenciones: “Se publica, merced a la generosa ayuda concedida por la Fundación Pedro Barrié de la Maza, Conde de Fenosa, a fin de proseguir la labor del Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos (1898-1960) y del Boletín del Museo Arqueológico Provincial de Orense (1943-1953)”. Desde entonces hasta hoy han aparecido un total de 44 tomos, dobles algunos, con estudios de carácter y significación muy dispar, muchos esenciales para profundizar en el conocimiento de monumentos levantados según las pautas del estilo románico. Cuenta la revista también, como complemento, con anexos. Hasta el momento, se han editado 33 números, alguno con estudios o información de capital significación para nuestros intereses.
Se abre la década de los ochenta con la publicación, por parte de J. M. García Iglesias, del primer estudio de entidad sobre los restos del importante conjunto de pinturas murales que exhibió la iglesia rupestre, de progenie altomedieval, reestructurada en tiempos románicos y retocada finalmente en época postmedieval, de San Pedro de Rocas[20]. Un año después, en 1982, se edita la Tesis doctoral de quien firma este texto, dirigida por R. Otero Túñez y defendida un año antes en la Universidad de Santiago. Titulada La arquitectura cisterciense en Galicia, incluye, junto a un análisis general de las características constructivas (plantas y alzados) y decorativas que significaron a la edilicia de la Orden en tierras gallegas, esenciales para la evolución en ellas de las formulaciones tardorrománicas, el estudio monográfico de los vestigios de los siglos centrales de la Edad Media (XII y XIII) llegados hasta hoy de tres grandes monasterios ourensanos: Oseira, Melón y Montederramo. Los de otros dos, Xunqueira de Espadanedo y San Clodio, aunque no cuentan con monografías por no haberse incorporado de manera directa a la Orden, sino a través de su vinculación a una Casa ya ubicada en Galicia (Xunqueira de Espadanedo) o haberlo hecho ya en el siglo XIII (San Clodio), sí son ampliamente comentados en distintos lugares del libro que comento.
De otra autoría, publicado en 1984, es también un extenso artículo sobre las cornisas con arquitos en la arquitectura románica gallega. Sirvió, sobre todo, para reforzar la importancia en su tiempo de las soluciones constructivas y decorativas presentes en la fábrica de la catedral de Ourense, para cuya materialización se propone una periodización de campañas distinta de la defendida en su día por J. M. Pita Andrade, quien volverá sobre ella, insistiendo en esencia en sus planteamientos, algunos años más tarde.
Ven la luz también en la década que estamos comentando tres publicaciones de carácter general, dos centradas en la Diócesis de Ourense, la tercera en toda la provincia, de gran utilidad tanto por la información que proporcionan sobre los edificios (breve, en forma de ficha), como por la ayuda que ofrecen como punto de partida para ulteriores investigaciones. Se trata, por un lado, de los Apuntes para el inventario del mobiliario litúrgico de la Diócesis de Ourense, de la autoría de J. C. Fernández Otero, M. A. González García y J. González Paz, obra impresa en Vigo, en 1984, incluida en la ya citada colección, promovida por la Fundación Pedro Barrié de la Maza y dirigida por el Museo de Pontevedra, denominada Catalogación Arqueológica y Artística de Galicia. La segunda obra, publicada en 1985, también en Vigo, tiene como título Guía de la Diócesis de Ourense y es de la autoría de J. C. Fernández Otero. El tercer trabajo, impreso en León en 1986, se titula Ourense. Guía monumental. Fue promovido por la Diputación Provincial y tuvo como coordinador a X. L. López de Prado Arias.
En los años ochenta, sin duda como consecuencia de los nuevos aires de recuperación de la identidad, principiando por la de mayor proximidad, que por entonces se vivían, comienzan a proliferar estudios sobre el patrimonio arqueológico, artístico y monumental de municipios y comarcas. Dispares, como parece obvio, en su alcance y significación, son todos de gran utilidad por la información inmediata, de cercanía, de primera mano, que suelen transmitir. Un ejemplo excelente de este tipo de trabajos, repleto de datos y erudición, es el titulado A Limia: Val da Antela e Val do Medo, de la autoría de E. Rivas Quintas, editado por la Diputación Provincial en 1985.
En 1988 nace en Ourense, promovida por el Grupo Francisco de Moure, Porta da Aira, definida desde la cubierta de su primer número como “Revista de Historia del Arte Ourensano”. En ella, aunque en menor número que sobre otros períodos, aparecerán importantes estudios sobre empresas románicas.
Concluyo la revisión de la década de los ochenta con la mención de un libro misceláneo aparecido en el año 1990. Titulado En torno al arte auriense, fue publicado por la Universidad de Santiago y la Diputación de Ourense en homenaje a José González Paz, a quien, por cierto, el Grupo Francisco de Moure había dedicado también el nº 1 de la revista mencionada en el párrafo anterior. En el libro que ahora comento se incluyen dos trabajos de gran importancia para nuestros específicos intereses, uno de R. Yzquierdo Perrín sobre el rico conjunto de iglesias románicas de Allariz y otro de mi propia autoría sobre una solución relativamente frecuente y particularmente vistosa del protogótico ourensano: las ménsulas-capitel.
En la década de los noventa, como ya comenté a propósito de las provincias de Pontevedra y A Coruña, se puso en marcha el Proyecto Galicia, promovido por la editorial Hércules. Dos volúmenes de la Sección de Arte están dedicados a las manifestaciones medievales. Aparecieron en los años 1995 y 1996 y ambos, en lo que a los edificios románicos se refiere, son de la autoría de R. Yzquierdo Perrín. En ellos, como es obvio, se analizan numerosos edificios, incluidos todos los significativos, ubicados en la provincia que nos ocupa. De su firma es también un artículo titulado “Reflexiones sobre el arte orensano del 1200” incluido en el Catálogo de la exposición, celebrada en 1997, titulada Ourense no obxectivo de Manuel Chamoso Lamas, un proyecto, ya comentado, promovido por la Real Academia Gallega de Bellas Artes, de la cual el homenajeado fue presidente. Es también R. Yzquierdo el responsable del estudio que a la catedral de Ourense en su etapa medieval se le dedica en un libro colectivo, de gran formato y muy cuidada edición, con excelentes fotografías de M. Moretón, que sobre tan significativo edificio, unos años antes, en 1993, había publicado en León la editorial Edilesa. Esta misma editorial, en 1996 y en este caso por iniciativa de Caixa Ourense, consagró una monografía, idéntica a la anterior desde el punto de vista formal y también con espléndidas fotografías de M. Moretón, al monasterio de Santa María de Oseira. Del apartado artístico se responsabilizó, aunque no se delimite en los créditos, M. A. González García, siendo redactor de los capítulos históricos el P. D. Yáñez Neira, uno de los grandes estudiosos de la Orden del Císter en tierras peninsulares.
La catedral de Ourense fue protagonista también de los pasos iniciales de un ambicioso proyecto, finalmente frustrado, puesto en marcha en 1993 por Xuntanza Editorial bajo la dirección científica de su también inspirador, J. M. García Iglesias. Consagrado al estudio del Patrimonio Histórico Gallego, su primera sección estaba dedicada al análisis de las catedrales. Solo se publicaron los volúmenes correspondientes a las de Santiago, en 1993, y a la de Ourense, en 1997.
Remato el análisis de la década final del siglo XX señalando, por un lado, que en 1998, como complemento de su revista, Porta da Aira, ya citada, el Grupo Francisco de Moure puso en marcha su colección de monografías breves titulada genéricamente Cuadernos Porta da Aira. Han aparecido hasta la fecha (año 2015) un total de 14 números, algunos, como fácilmente puede suponerse, dedicados al estudio de edificios u obras románicas muy destacadas[21]. Indico también, por otro lado, que en 1999 comienza su actividad editorial, para el ámbito territorial que nos atañe, el Centro de Estudios Chamoso Lamas, con sede en O Carballiño, promotor de publicaciones como la revista Argentarium o de Congresos sobre “O Home e o Medio”. En la primera y en las Actas de los segundos son habituales estudios sobre monumentos románicos o soluciones constructivas frecuentes en empresas de este estilo emplazadas en la comarca[22].
Referencias innovadoras sobre aspectos diversos del románico de la provincia de Ourense pueden encontrarse también en los catálogos de algunas de las exposiciones programadas por la Sociedade Anónima de Xestión do Plan Xacobeo con motivo del Año Santo Compostelano de 2004. Cito, en particular, las tituladas En olor de Santidad. Relicarios de Galicia y A Ribeira Sacra. Esencia de espiritualidade de Galicia.
Reflexiones y datos útiles para nuestro campo, por más que lo esencial de las colaboraciones se centre en las renovaciones que en los cenobios se produjeron en la Edad Moderna como consecuencia de sus incorporaciones a las Congregaciones respectivas, se encuentran también en los catálogos del proyecto promovido por un grupo de profesores del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Santiago genéricamente titulado Opus Monasticorum. Patrimonio, Arte, Historia y Orden, vigente todavía en la actualidad.
Se beneficiará también el conocimiento del románico de la provincia de Ourense, al igual que el de las restantes gallegas, del impulso que en la década inicial del siglo en que estamos cobraron las investigaciones sobre las intervenciones restauradoras en los monumentos de la provincia. Tienen como obras de referencia imprescindibles, ya citadas en el caso coruñés, el estudio de J. Esteban Chapapría y Mª P. García Cuetos sobre Alejandro Ferrant para los años anteriores a la Guerra Civil y, para los posteriores, los trabajos de B. M. Castro Fernández sobre F. Pons-Sorolla. Muchas de las empresas que en uno u otro son comentadas se recogen también en los libros Mosteiros e Conventos de Galicia. Descrición gráfica dos declarados Monumento e Igrexas dos mosteiros e conventos de Galicia. Descrición gráfica das declaradas monumento, ambos editados por la Dirección Xeral do Patrimonio Cultural de la Xunta de Galicia[23]. Tal como señalé ya a propósito de los edificios ubicados en tierras coruñesas, resultan de gran utilidad los dos por el excelente repertorio planimétrico y fotográfico que acompaña a la descripción de los monumentos considerados.
Termino la revisión de la década que estoy considerando, la primera de nuestro siglo, con la mención de dos publicaciones. Es la inicial la impresión de la monografía de E. Carrero Santamaría sobre Las catedrales de Galicia durante la Edad Media. Claustros y entorno urbano. Nacida de su tesis doctoral y publicada en 2005, dedica un extenso capítulo, con novedades muy significativas, al conjunto catedralicio y al palacio episcopal ourensanos. Concurre en la segunda publicación con la que cierro la revisión bibliográfica del primer decenio de nuestra centuria un dato ciertamente sorprendente a la luz de todo lo indicado hasta aquí: es en su transcurso, en el año 2008 justamente, cuando ve la luz, en puridad, el primer libro monográfico, de conjunto, sobre el románico de la provincia de Ourense. Fue promovido por Ediciones Lancia, se publicó en 2008 y fue su autor J. Saiz Saiz. Recoge un total de 170 testimonios, distribuidos, tras el análisis de la catedral capitalina, en 8 grandes áreas territoriales. Simple en la descripción y escaso en el análisis estilístico y cronológico de los edificios, tiene, sin embargo, un indudable valor referencial e informativo[24].
Concluyo la valoración de los trabajos más significativos sobre el románico ourensano con la reseña, por un lado, de tres estudios centrados no en el análisis de un edificio sino en el de un motivo o una comarca, invocándolos por orden cronológico de aparición. Cito en primer lugar el artículo de E. Iglesias Almeida titulado “El simbolismo en los tímpanos y cruces antefijas de las iglesias románicas ourensanas”, aparecido en el nº 6, correspondiente al año 2011[25], de Diversarum rerum, la revista de los archivos catedralicio y diocesano de Ourense, dirigida por M. A. González García, puesta en marcha en 2006 y convertida ya en una publicación de referencia en Galicia, de gran utilidad para el estudio del arte ourensano en general. El artículo, retomando un tema sobre el que el autor, aunque en otras tierras, las diocesanas de Tui, ya había trabajado[26], ofrece reflexiones de indudable utilidad para el examen de los edificios que reseña.
Menciono, en segundo lugar, el libro, editado por X. Rodríguez González y publicado por la Fundación Pedro Barrié de la Maza en el año 2013, titulado Patrimonio cultural da Alta Limia. Discurso histórico e ordenación do territorio. Resultan de especial interés para nuestro ámbito específico de referencia los artículos de J. A. Vila Álvarez y de Y. Barriocanal López. El primero estudia las torres y fortalezas medievales de la comarca[27], alguna con restos de los siglos XII-XIII[28], la segunda analiza la arquitectura religiosa del territorio, en el cual tiene una destacada presencia todavía hoy la de progenie románica.
Cito, por último, la Guía do románico do Ribeiro, de X. Lois García, publicada en Vigo en 2013, si bien en ella no figura el año de su edición. Se trata de un folleto, de no mucha extensión –dieciséis páginas en total–, en el que se describen y valoran someramente un total de veintitrés edificios románicos (o con restos de entidad asignables a este estilo)[29].
Dejo para el final, como colofón de esta revisión bibliográfica, la intervención restauradora, culminada en fechas recientes, de la que ha sido objeto el Pórtico del Paraíso de la catedral diocesana ourensana. La cito no solo o no tanto por lo muy beneficiosa que ha sido para el conjunto desde el punto de vista físico y de impacto visual, sino también y sobre todo, en cuanto a los intereses específicos de este capítulo preliminar de mi estudio se refiere, por haber propiciado la realización de investigaciones y, obviamente, de publicaciones acerca de la empresa en sí y en torno al conjunto al que sirve como culminación física y conceptual[30] 

Los edificios románicos ourensanos: análisis de las formas
Alrededor de doscientas empresas valorables estilísticamente como románicas se conservan hoy, completas o solo fragmentariamente, en las tierras pertenecientes a la provincia de Ourense. Su número es muy similar al que ya documentamos en las provincias de Pontevedra y A Coruña. Fruto, como en ellas, del esplendor del tiempo en que se edificaron, su distribución, también como en las dos provincias citadas, no es uniforme territorialmente. Circunstancias históricas –cambios de gusto y, en consecuencia, modificaciones o sustituciones de fábricas– y condicionamientos físicos (las tierras de montaña, menos pobladas, cuentan, por ello, con menos necesidades de espacios cultuales) están en la raíz de esa desigual repartición. También como en ambas es aplastante, por compartir los mismos fundamentos cultuales, litúrgicos y monásticos, lógicos, como parece obvio, por ser producto de un mismo tiempo, el predominio de las construcciones de carácter religioso. Frente a ellas, son muy escasas, por el contrario, las empresas de carácter civil llegadas hasta hoy. Las pocas conservadas, sea en el ámbito residencial, en el económico-agrícola o en el militar, tienen, sin embargo, y no solo por su escasez, un enorme interés.
Vistas como un todo, las empresas religiosas ourensanas llegadas hasta el presente, en paralelo con lo que ofrecen las de las provincias de Pontevedra y A Coruña, destacarán por dos rasgos: la simplicidad de sus esquemas constructivos y el predominio aplastante de las edificaciones de una sola nave, unas, las más, con capillas rectangulares en su cabecera, otras, también muchas, aunque menos que las anteriores, con cierre semicircular precedido de tramo recto. Solo una obra, que sepamos a día de hoy, exhibió en su costado de naciente un ábside poligonal, con cinco lados, precedido de tramo recto: la iglesia del monasterio benedictino femenino de San Miguel de Bóveda (San Paio de Bóveda, Amoeiro). Derruida en 1949, tan solo una vieja fotografía documenta su configuración, no excesivamente frecuente, en cualquier caso, en Galicia.
Nada particularmente significativo, con las excepciones, no obstante, que se reseñarán, presentan todos estos templos, en lo más definitorio de su conformación interior (alzados y cubiertas), con respecto a lo que ya señalé en las provincias de Pontevedra y A Coruña, esto es, naves cubiertas con techumbre de madera a dos aguas y ábsides, con bóveda de cañón, semicircular o agudo, en los de planta rectangular o en los presbiterios de las de remate semicircular, y de cascarón en estos últimos. En algún caso, excepcional, se emplearon en la primera parcela bóvedas de crucería cuatripartita y, en la segunda, de nervios convergentes en una clave común independiente de la del arco de acceso.
Se accede a los ábsides desde la nave por medio de un arco triunfal, semicircular o apuntado, usualmente doblado, montado el superior sobre el muro de cierre y el inferior, normalmente, sobre columnas entregas.

De sus exteriores, estructural o compositivamente nada rupturistas tampoco en relación con lo que es habitual en otros territorios de la Comunidad, sí quiero resaltar, ante todo, un dato, no desconocido fuera de la provincia, que en ella se hace particularmente evidente, reforzando, con su potente presencia, el atractivo visual de las empresas que lo exhiben: la inserción bajo las cornisas, con cobijas decoradas frecuentemente con gruesas bolas, de arquitos semicirculares montados sobre canecillos con metopas las más de las veces ornamentadas con temas fitomórficos, geométricos o zoomórficos. Pueden aparecer tanto en la cabecera como en los costados de la nave o en la fachada occidental, siendo una solución incuestionablemente derivada de la que se adopta ya en la capilla mayor de la catedral de Ourense en los casos que exhiben ornato complementario y verosímilmente emparentada con propuestas de progenie cisterciense (Oseira, Melón) en los testimonios desnudos, reducidos a su esencia portante. Sorprende, frente a ello, la escasa utilización, en edificios de una sola nave y un ábside también único, de muros armados, rematados por arcos.
Excepcional asimismo en el panorama ourensano es la incorporación de torres a la estructura del edificio. Se hace especialmente evidente su presencia en el costado meridional de la fachada occidental de San Pedro de A Mezquita (A Merca), un templo singular en la provincia (también, en muchos aspectos, en Galicia) tanto desde el punto de vista de su materialización arquitectónico-estructural como desde la vertiente escultórica. La significación de la estructura que comento se impone con más rotundidad, si cabe, al compararlo, al margen de las remodelaciones que con posterioridad sufrieron, con el resultado formal que para el mismo complemento ofrecen templos como San Pedro de Grixoa (Viana do Bolo) o San Juan de Ribadavia.

Merecen comentario pormenorizado también, por salirse de lo habitual, las fachadas occidentales de Santa Tegra de Abeleda (Castro Caldelas), con una portada, sin duda remodelada, pero tal hecho no afecta a su esencia, cuya composición (no tiene tímpano, apoyándose las arquivoltas en los codillos) y decoración (la rosca de parte de las dovelas de la arquivolta exterior exhibe rosáceas encerradas en círculos) invitan a pensar en fuentes castellanas, ajenas a Galicia, y la de Santa María de Codosedo (Sarreaus). Se presentaba esta, de marcada verticalidad, flanqueada en origen por dos contrafuertes (desaparecido el del lado sur al construirse la torre que hoy vemos). En el cuerpo central, saliente, escalonado y retocado, se disponen, abajo, la portada, rehecha, y, arriba, un rosetón, actualmente sin tracería. Entre los contrafuertes y el bloque medio se halla una parcela rehundida (no conservada la meridional) coronada por una cornisa montada sobre dos arquitos semicirculares.
Dejo para el final del análisis de los edificios de una sola nave y un solo ábside el caso excepcional de San Paio de Abeleda (Castro Caldelas), una iglesia cuya singularidad, tanto en lo estructural como en lo escultórico, la hace merecedora de una urgente intervención que detenga su proceso de ruina y la recupere para el disfrute colectivo.
San Paio de Abeleda
 

Construida en lo esencial con aparejo de pizarra, reservando el granito para zonas muy concretas que interesa realzar, esta iglesia, a la que se le añadieron estancias por los costados norte y sur en momentos diversos, presentaba en origen, en planta, una sola nave, dividida en tres tramos perfectamente individualizados, hecho inusual en Galicia, y una capilla rectangular en la cabecera. Sorprende, en el interior, el tratamiento tan dispar que reciben las parcelas de la nave. La más occidental se cubría con techumbre de madera a dos aguas, actualmente hundida, lo que deja esta zona del edificio a la intemperie, con los perjuicios de todo tipo que para su fábrica tal situación conlleva. Es muy posible, vistas las particularidades de sus paramentos norte y sur, muy similares, en su conformación básica, a las que exhibe el segundo tramo de la nave, que el que comentamos hubiera tenido en origen también una bóveda de cañón (la imposta que, en puridad, delimita el arranque de la bóveda del segundo tramo no parte del cimacio de los soportes que marcan el acceso del primer al segundo tramo, sino más abajo, en la prolongación del cimacio del soporte que da paso al tercer tramo, hallándose todavía hoy, en el paramento norte del tramo de poniente, una imposta, con distinto perfil, muy simple, a la altura de la que valoramos).
Señala el tránsito al segundo tramo un arco doblado, tímidamente apuntado, uno y otro cuidadosamente moldurados. Voltean, el menor, sobre columnas entregas y la dobladura sobre pilastras cuyas aristas tallan potentes baquetones rematados en capitel. Pilastras y columnas se apoyan en vistosos basamentos semicirculares. Si la propuesta formulada sobre la organización inicial de la nave fuera correcta, este arco actuaría como un fajón. La deseada –y exigible, sin duda– restauración del edificio permitirá, sin duda, resolver el interrogante.
El paso del segundo al tercer tramo de la nave se hace a través de un arco semicircular, doblado, que en su conformación básica, no en el tratamiento que reciben, exhibe los mismos componentes que el arco antes comentado. Lo mismo acontece con sus soportes. Sorprende, no obstante, su apertura a menor altura, una disparidad de incuestionable trascendencia: contribuye a individualizar el tercer tramo de la nave, el cual, por ello justamente, se plantea o articula más en función del ábside que de ella. El que la bóveda que lo cubre, de cañón, se sitúe a su misma altura pero se construya perpendicularmente a la del tramo de la nave que lo precede y cuente con una imposta emplazada exactamente en el lugar en el que se inicia su curvatura, y el que en sus costados norte y sur se abran, una en cada caso, ventanas “completas”, refuerza el tratamiento individualizado de este espacio, un unicum en la arquitectura gallega de su tiempo.

El ábside, de planta rectangular y al que se accede por medio de un arco semicircular, retocado, volteado sobre pilastras también alteradas, nada ofrece de particular con respecto a lo que en su conformación esencial es habitual en la época.
Por lo que atañe al exterior del templo, modificado por las adiciones que sufrió a lo largo del tiempo, solo destacaré un dato: el hecho de que los tramos segundo y tercero de la nave (reforzados en el lado sur, en sus extremos, por gruesos y sólidos contrafuertes escalonados añadidos), bien diferenciados en el interior, no están marcados, en cambio, en el exterior. Sí lo está el primero, pero las alteraciones sufridas a lo largo del tiempo, la más evidente, al exterior, la pérdida de su cornisa, sí conservada en los otros tramos, hace que estos tengan más altura, la original, en la actualidad.
Componen un segundo bloque de edificios los que ofrecen planta basilical, con tres naves, sin crucero o con crucero, sin que este, en ese caso, se acuse, sobresalga lateralmente, detectándose su presencia o existencia por la mayor longitud del tramo correspondiente, el más oriental, el más próximo a la cabecera. Esta, en todos los casos, ofrece la misma configuración: la componen tres capillas semicirculares, la central saliente, todas con tramo recto presbiterial. Responden a este planteamiento planimétrico, al menos a día de hoy, un total de seis iglesias, todas, hecho lógico por resultar especialmente adecuada la solución por su amplitud para el desarrollo de actos cultuales y litúrgicos complejos, pertenecientes a comunidades religiosas, de monjes o monjas, canónigos regulares o seglares, no excesivamente numerosas, en cualquier caso. Ofrecen esta solución de planta las iglesias de Santo Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de Ramuín, monjes benedictinos), San Pedro de Mosteiro (Ramirás, monjas benedictinas) Santa María de Xunqueira de Ambía (Xunqueira de Ambía, canónigos regulares), Santa Mariña de Augas Santas (Allariz, abadía seglar), Santa María de San Clodio (Leiro, monjes cistercienses) y Santa María de Xunqueira de Espadanedo (Xunqueira de Espadanedo, monjes cistercienses).
Santa María de Xunqueira de Espadanedo
 

Todas estas iglesias, de mayores dimensiones, obviamente, que las anteriormente comentadas, contaron con bóvedas en la cabecera, las normales en su tiempo y en esa parcela: de cañón, apuntado en todos los casos por su cronología, en los presbiterios; de cascarón en los hemiciclos y también nervadas en casos muy concretos: presbiterio de las capillas centrales de San Clodio y de Ramirás y presbiterio también y hemiciclo absidal de la capilla central de Santo Estevo de Ribas de Sil. Las naves, por el contrario, se cubrieron con techumbres de madera, englobando una estructura única a doble vertiente a las tres que integran el cuerpo longitudinal del edificio en unos casos, los más, individualizadas la central y las laterales, en otros. En el caso de Ramirás, la diversificación de cubiertas alcanza incluso al tramo del crucero, marcado exteriormente en su costado sur con una estructura propia a doble vertiente perpendicular a la de su tramo medio, este sí unificado en su cubrición exterior con el tejado a doble vertiente que da cobijo a todo el bloque central longitudinal del edificio, uniformidad que se produce también, a un nivel inferior lógicamente, en todo el costado septentrional del templo. Esta diversidad formal exterior tiene su correspondencia, evidentemente, en el interior. Aquí, aunque no se marque en la planta, sí se evidencia en alzado la singularidad formal, sobre todo en su lado sur, como al exterior, del tramo oriental del cuerpo longitudinal, esto es, el que actúa como crucero, frente al resto, los que integran las naves propiamente dichas, resultando llamativo también que, frente a la presencia de un arco triunfal apuntado doblado en la capilla principal, las laterales lo exhiban de medio punto.
Llamativo resulta también y singular en el contexto gallego, pues, junto a ellos, solo se emplea en otra ocasión, en la abacial de Santa María de Aciveiro (Forcarei, Pontevedra), el emplazamiento, en Xunqueira de Ambía y en Augas Santas, sobre los arcos formeros de las naves, de una estructura, a la manera de un falso triforio, integrada en cada tramo por dos arcos semicirculares (Ambía) o tres apuntados (Augas Santas), todos de sección prismática lisa y salmer o salmeres centrales comunes, volteados sobre columnas geminadas. Al margen de su indudable atractivo visual, sirven para dar más altura al bloque de la nave central, facilitando también la instalación de la techumbre a dos aguas que engloba a las tres naves que componen el cuerpo longitudinal del templo.
Planta basilical de tres naves y con otras tantas capillas semicirculares en la cabecera, la central más desenvuelta en una y otra parcelas, tiene también, en esencia, una iglesia excepcional: la de San Pedro de Rocas (Esgos). Excavada en la roca, hecho que refuerza su singularidad en nuestro marco territorial, es fruto de una larga y compleja historia constructiva cuyos orígenes se sitúan en el arranque de la Edad Media. Su conformación definitiva dentro de ese largo período, como tendremos ocasión de comprobar más abajo, es producto de una campaña / intervención fechable en una data avanzada del siglo XIII.
Conforman el tercer grupo de edificios ourensanos los que exhiben planta de cruz latina. Son cinco. Cuatro, pese a las remodelaciones que conocieron a lo largo de su historia, siguen manteniendo lo esencial de sus estructuras iniciales. Son la catedral de Ourense y las abaciales de Oseira (Cea), Melón (Melón) y Santa Cristina de Ribas de Sil (Parada de Sil). El quinto, la iglesia del monasterio de Montederramo (Montederramo), fue completamente reformado a finales del siglo XVI, respetando la nueva empresa, sin embargo, las particularidades definitorias de la precedente. Estas cinco empresas, pese a que responden planimétricamente al modelo referido, son todas distintas, sin embargo, en su materialización.
Santa Cristina de Ribas de Sil es la de menor envergadura de las cinco obras citadas. Presenta una sola nave, dividida en cinco tramos, en el brazo longitudinal de la cruz, otra en el crucero y cabecera compuesta por tres capillas de planta semicircular, la central, con marcado tramo recto presbiterial, muy destacada. La cubrición de las tres es la usual en la época: bóveda de cascarón en los hemiciclos y de cañón en el presbiterio. Bóvedas de este mismo tipo, ligeramente apuntadas ahora, cubren los tres tramos que conforman el transepto. En el central, más alto (tiene la misma altura que la nave longitudinal), se dispone en sentido este-oeste. En los laterales, más bajos, se emplaza en dirección norte-sur. La nave principal, por su parte, se cubre con techumbre de madera a dos aguas montada sobre arcos apuntados apoyados en ménsulas escalonadas.
La iglesia de Montederramo, comenzada en 1598 por el maestro de cantería Pedro de la Sierra a partir de las trazas aportadas por el jesuita Juan de Tolosa, presenta una planta de cruz latina, con tres naves de cinco tramos en el cuerpo longitudinal; crucero saliente de una sola nave, con dos tramos por brazo, y cabecera con cinco capillas, cuadradas las laterales, dos por cada lado, cerradas a oriente por un muro común plano. La central, rectangular, es muy profunda, con dos tramos tras los cuales se dispone una sacristía. Otra, cuadrada y mucho mayor, se emplaza en el espacio delimitado por el muro sur de la capilla mayor y el oriental de las situadas en el brazo meridional del crucero.
Esta planta responde en esencia, pese a la fecha de su construcción o, mejor, de su remodelación, a uno de los modelos más frecuentemente utilizados desde el siglo XII por la Orden del Císter, a la que perteneció Montederramo, el conocido como “plan bernardin” (planta bernarda), así llamada por haberse empleado en la segunda iglesia de Clairvaux levantada bajo la inmediata supervisión de San Bernardo. Se caracteriza por el empleo exclusivo en su configuración de líneas y ángulos rectos. Solo difiere del modelo canónico por la extraordinaria profundidad de la capilla mayor, fruto esta sin duda, como tuve ocasión de comentar en otro lugar, de las novedades aportadas al edificio a partir de 1609 por el maestro Simón de Monasterio. La adecuación del esquema, rectilíneo, seco y anguloso, a las pautas estilísticas, las de la Contrarreforma, vigentes en el tiempo en que se remodela la abacial, explican la supeditación de la nueva empresa a las formas de la precedente. Como referiré más abajo, ese sometimiento o aprovechamiento se hace evidente también en otros aspectos, muy diversos, de la fábrica eclesial.
La catedral de Ourense es una de las grandes construcciones peninsulares, no solo gallegas, de la Edad Media. Ha sufrido múltiples transformaciones a lo largo de los siglos. Pese a ello, gracias a lo conservado y a lo documentado, no es difícil reconstruir cuál fue su configuración inicial, la que se materializó entre los siglos XII y XIII. Sería –sigue siéndolo en lo esencial– un templo de planta de cruz latina, con tres largas naves en el brazo longitudinal (ocho tramos, al que cabe añadir uno más, el correspondiente al Pórtico del Paraíso), crucero de una sola, también muy destacada, y cabecera compuesta por tres capillas semicirculares, precedidas de tramo recto, la central muy saliente (su presbiterio consta de tres tramos). Este ábside principal, cuyo hemiciclo de cierre exhibe cinco nichos semicirculares, los de los extremos algo más estrechos que los centrales, practicados en el espesor del muro, no marcados, por tanto, al exterior, se conserva bien en sus trazos básicos. Los laterales, por el contrario, perdieron la parcela curva al construirse a principios del siglo XVII la girola que todavía hoy posee la catedral. Otras dos capillas, también semicirculares, aunque posiblemente sin tramo recto, se abrían, una por lado, a los brazos del crucero. Desaparecieron durante la Edad Moderna. Quedan vestigios significativos, no obstante, de sus respectivos arcos triunfales de acceso desde el transepto.
Visto como un todo, pues, el conjunto de la parcela oriental de la catedral de Ourense presentaría en su arranque cinco capillas semicirculares escalonadas, la central, a tenor de los datos invocados, muy destacada. Este esquema, de incuestionable complejidad y también de evidente monumentalidad, es único en Galicia. Cuenta con paralelos, sin embargo, en otros territorios peninsulares, donde se empleó con relativa frecuencia en construcciones románicas, no solo catedralicias, de cronología avanzada. Todos los ámbitos de la catedral salvo un estrecho tramo en el presbiterio de la capilla mayor, dotado de bóveda de cañón apuntado, se cubren con bóvedas de crucería.
Las abaciales de Oseira y Melón, las últimas integrantes del grupo que comento, coinciden en la adopción para sus respectivas cabeceras de una estructura nucleada por una girola. No es la única similitud entre ellas, dispares también, por otro lado, en aspectos significativos de su materialización final.
La iglesia de Oseira, una de las más destacadas empresas monásticas de su tiempo en la Península Ibérica, presenta planta de cruz latina con tres largas naves, las laterales estrechas, todas de siete tramos, en el brazo longitudinal, y una sola, perfectamente marcada, en el crucero, con dos tramos en cada uno de sus brazos. La cabecera, de grandes dimensiones, está muy alterada y desfigurada por las amputaciones y remodelaciones que sufrió durante los siglos de la edad Moderna. Reconstruir su configuración inicial, sin embargo, no es difícil a la vista de los vestigios conservados. Constaría (consta todavía hoy en lo esencial y más definitorio) de una gran capilla mayor semicircular, con dos tramos rectos, rodeada por una girola a la que se abrían cinco capillas radiales semicirculares, precedidas por una parcela recta, separadas por espacios libres, sin ningún aditamento.
La cabecera es, sin duda, el rasgo más significativo y también el más definitorio de este edificio. Anómala en el panorama de la Orden a la que pertenecía la comunidad que la promovió y a la que sirvió, de filiación cisterciense, no lo sería, en cambio, en otros ambientes monásticos, cluniacenses o benedictinos sin más. Su adopción en Oseira se explica a partir del impacto ejercido por la presencia del modelo en un edificio tan excepcional como la catedral compostelana.
Todos los espacios de la abacial ursariense están cubiertos por bóvedas, empleándose, no obstante, soluciones muy diversas: cuarto de cañón (hemiciclo de la girola), cañón apuntado (tramos rectos de las capillas radiales y naves, tanto la del crucero como las longitudinales), cascarón (hemiciclo de las capillas radiales) y nervadas (capilla mayor en su conjunto y tramos rectos del deambulatorio).
La iglesia de Melón ha llegado hasta nosotros muy disminuida con respecto a lo que fue en su día. Un rayo derribó a finales del siglo XIX parte de su cuerpo longitudinal y cuando se acometió su restauración, concluida en 1894, se decidió acortar su longitud, levantando una nueva fachada justamente delante del primer tramo de las naves. Lo que del resto de estas se conserva y lo que permanece en pie del bloque de naciente permite reconstruir con rigor las particularidades del templo. Ofrecía este una planta de cruz latina, con tres naves de siete tramos cada una, la central, como es usual, más ancha, el doble, que las laterales, en el brazo longitudinal. El crucero, marcado, consta de dos tramos en cada brazo, abriéndose en los extremos, al este, sendas capillas semicirculares precedidas de tramo recto. La cabecera, de incuestionable grandeza, consta de una capilla mayor semicircular con tramo recto previo, girola y tres capillas radiales, la central remodelada en su cierre en el siglo XVIII, de configuración idéntica a la de las que se abren al crucero, emplazándose entre ellas tramos libres. Otra capilla, de una sola nave dividida en dos tramos, con cabecera semicircular precedida de presbiterio, se halla adosada al hastial norte del crucero, con el que se comunica directamente. No sucede así con la emplazada en el mismo costado en la abacial de Oseira.
Resultan evidentes, en una primera aproximación a esta planta, sus semejanzas con la de la iglesia de Oseira, de la que las más de las veces se considera una copia o “réplica reducida”. Siendo claras las analogías, hay entre las dos empresas también indudables diferencias, particularmente en la composición del crucero, haciéndose indispensable invocar precedentes borgoñones directos para explicar la inserción en Melón de capillas en los tramos extremos de sus brazos.
Como acontecía en Oseira, todos los espacios de la abacial de Melón, al menos los llegados hasta hoy, están cubiertos por bóvedas. Las fechables en los siglos XII-XIII, las que aquí nos incumben, pues hay parcelas –centro y sur del crucero, primer tramo de la nave central– con estructuras posteriores, del siglo XVI, muestran los mismos modelos que señalé en la iglesia de Oseira: cascarón, cañón apuntado, cuarto de cañón y crucería cuatripartita.
En líneas generales, tal como ya comenté para las provincias de Pontevedra y A Coruña, el románico ourensano, en cuanto a los exteriores, tampoco va a ofrecer soluciones de especial complejidad. En lo esencial, pues, cabe extender a ellos lo que ya avancé para los emplazados en esas otras dos provincias. Pese a ello, algunos rasgos diferenciales, sobre todo en lo que a los edificios de mayor entidad se refiere, sí deben traerse a colación. Estructuraré lo reseñable, como en los otros casos, a partir del análisis de sus tres ámbitos básicos de referencia: la fachada de poniente, los cierres laterales y la cabecera.

Comenzaré el examen de la primera de las parcelas citadas, la fachada occidental, con la de la catedral de Ourense, reformada, sobre todo en el siglo XVI, pese a lo cual conserva en su conformación básica su ordenación primitiva, un hecho de capital significación también por las pistas que proporciona para un mejor conocimiento de las particularidades iniciales de la emplazada en idéntico lugar en la basílica compostelana del Apóstol Santiago, la fuente, el modelo del que parte.
La fachada ourensana se dispone entre dos torres, la meridional inconclusa, cuya ejecución o ampliación repercutió en su propia estructura. Consta de dos cuerpos divididos en tres calles por medio de contrafuertes remodelados. En el cuerpo superior, en la calle central, se dispone un rosetón cuya tracería desapareció totalmente. Hoy exhibe un simple óculo en su centro, conservando, no obstante, la arquivolta que enmarcaba el vano, decorada con hojas y perfilada por chambrana con cuadrifolios. Las calles que la flanquean, por el contrario, permanecen ciegas.
El cuerpo inferior de la fachada presenta tres entradas, la del medio más ancha, en correspondencia con el número de naves que posee el templo. La portada central, de mayor luz que las extremas, ofrece tres arquivoltas apuntadas, la mayor adornada con arquitos de herradura, la intermedia con hojas de col y la menor con arquitos trebolados que cobijan figuras. Una chambrana con ornato fitomorfo perfila todo el conjunto. Sus soportes desaparecieron en el transcurso del siglo XVI.
Catedral de Ourense
 

Las portadas laterales poseían dos cuerpos en su alzado. El superior exhibe dos arquivoltas apuntadas, la externa decorada con arquitos, abriéndose en el tímpano un pequeño rosetón. El inferior tenía también dos arquivoltas, ahora de medio punto, la exterior sin ornato, la menor con arquitos de herradura. En las tres portadas desaparecieron en su totalidad los soportes primitivos.
Estas puertas, como acontece en su modelo de referencia, esto es, la catedral de Santiago, sirven de ingreso al Pórtico que, a occidente, remata el cuerpo longitudinal del templo. Estuvieron abiertas hasta el siglo xvi, época en la que se construyeron, con las consiguientes remodelaciones de las estructuras precedentes, los cierres que vemos hoy.
Dos datos más debo reseñar para concluir la descripción de esta parcela occidental de la sede catedralicia ourensana. Por un lado, la conservación, en el lado norte y pese a las sucesivas reformas que sufrió, de la Torre de las Campanas. Posee planta cuadrada, con núcleo hoy macizo, disponiéndose a su alrededor, con tramos cubiertos por bóveda de cañón, las escaleras de comunicación con su parte alta. Por otro, la ordenación del espacio situado delante de la fachada propiamente dicha. Se construyó ahí, para salvar el desnivel del terreno, muy acusado en todo el solar de la catedral en sentido este-oeste, un cuerpo cubierto por un conjunto de bóvedas, presentes también bajo el pavimento del templo, que se aprovechó para instalar tiendas, cometido que acabó sirviendo para dar nombre a la calle que se dispone delante de ellas. Con función idéntica, pues, a la de la cripta o “catedral vieja” de la catedral compostelana, esta estructura abovedada, a diferencia de ella, sin embargo, no se comunicaba con la planta superior, un ámbito, por tanto, que quedó aislado desde el exterior, siendo accesible tan solo desde el interior del templo.
De las cinco abaciales cistercienses existentes en la provincia solo una, la de San Clodio, conserva su fachada occidental primitiva, la de tiempos medievales. Se acomoda a lo que es usual en empresas de la Orden. Carente de protagonismo estructural, se divide en tres calles, la central más ancha, por medio de contrafuertes prismáticos. Las calles, a su vez, se articulan en dos cuerpos delimitados por impostas. En el inferior de la central se abre la portada. Consta de tres arquivoltas apuntadas y chambrana de la misma directriz.
Molduras cóncavas y convexas lisas, elementos vegetales y cabezas de clavo adornan unas y otra. Voltean aquellas sobre columnas acodilladas, con fustes monolíticos y capiteles diversos, uno con aves afrontadas, cinco con ornato vegetal. La puerta actual es producto de una remodelación del siglo xvi. Sobre la portada se abría un gran rosetón, hoy sin tracería. Tres arquivoltas y una chambrana enmarcan el vano, exhibiendo bien una vistosa combinación de molduras sin ornato, bien elementos fitomorfos.
Las calles extremas se organizaban también en alzado en dos cuerpos. En el inferior, en el costado norte, se emplaza una puerta, permaneciendo macizo el flanco sur. Encima, en ambos lados, se disponen óculos, hoy sin tracería, los dos con una cuidada y muy vistosa combinación de molduras cóncavas y convexas lisas en sus derrames. La estructura que en la actualidad exhibe como remate la parcela meridional del hastial, de indudable originalidad, es producto de una intervención postmedieval.

Las fachadas occidentales de Xunqueira de Ambía, Augas Santas y Ramirás, cada una con su personalidad, tienen, pese a la diversidad de los colectivos a los que servían, ya reseñados, indudables similitudes. En los tres casos se divide en tres calles por medio de contrafuertes y en todos ellos también la puerta de acceso, muy cuidada, se ubica en el espacio central. Nuclea el cuerpo que sobre ella se dispone un rosetón cuya tracería, en las tres empresas, destaca tanto por la vistosidad de los motivos que exhibe como por la exquisitez con que están trabajados. En Ramirás, frente a lo que sucede en los otros dos edificios, en los que se abre a partir de la superficie frontal del paramento, el rosetón está cobijado por un irregular arco apuntado, de arista perfilada por baquetón liso, apoyado, mediante imposta decorada con gruesas bolas, en ménsulas-capitel, una fórmula que, como se dirá más abajo, fue de uso frecuente en tiempos tardorrománicos en la provincia que estamos estudiando.
En Ramirás también, por otro lado, las calles extremas del hastial, la meridional oculta hoy por la fachada del monasterio, quedaron completamente lisas. En los otros dos casos esas calles, cerradas por arcos, de medio punto y doblados en Xunqueira de Ambía, el menor, en su costado exterior, apoyado en una ménsula-capitel, apuntados en Augas Santas, generadores, unos y otros, de auténticos nichos, exhiben en su parte superior rosetones, de nuevo con trabajada tracería. Una torre, emplazada en Xunqueira de Ambía aprovechando el grosor del contrafuerte, con columna entrega en su frente rematada por una loba amamantando a dos niños, que delimita por el sur el tramo central de la fachada, y en Augas Santas en el extremo meridional del mismo lado, refuerza el parentesco entre las dos empresas. A él volveré de nuevo ulteriormente. En su conformación básica, no debía ser muy distinta de estas la inicial fachada occidental de Santo Estevo de Ribas de Sil. Lo poco que de su ordenación de origen persiste así permite afirmarlo.
Termino la revisión de las fachadas de estos edificios “más complejos” con una alusión al único que, con planta de cruz latina, tiene una sola nave: Santa Cristina de Ribas de Sil. De innegable esbeltez, consta de dos cuerpos separados por una imposta lisa. En el inferior se abre la portada, con tres arquivoltas semicirculares volteadas sobre otras tantas columnas, y, en la superior, un rosetón, con vistosa tracería geométrica. Lo perfilan una arquivolta con decoración vegetal y una chambrana con bolas, motivos de uso muy frecuente en construcciones gallegas coetáneas, sobre todo ourensanas.
Uno de los rasgos más destacados de las fachadas laterales del cuerpo longitudinal de algunos de los edificios que estamos comentando es la presencia de arcos semicirculares atando contrafuertes. La fórmula, eficaz constructivamente y también como recurso decorativo, tiene su origen, en Galicia, en la catedral de Santiago, donde se emplea en el costado occidental del brazo del crucero y en los frentes norte y sur del brazo longitudinal. Imitada la fórmula en la catedral de Ourense, que la adopta ya en el presbiterio de la capilla mayor, en los brazos del transepto y en el cuerpo longitudinal, si bien aquí, a partir del segundo tramo, se emplea solo en las naves laterales, no en la central, se difundirá desde el templo episcopal por su territorio diocesano. Las iglesias de Xunqueira de Ambía y de Augas Santas, la primera con arcos doblados, simples en la segunda, son un excelente testimonio de esa expansión.
La nave del crucero tiene un marcado protagonismo formal, por motivos muy obvios, en los edificios con planta de cruz latina. Sus fachadas son muy simples en Santa Cristina de Ribas de Sil (sus brazos son más bajos que el tramo central), Melón y Oseira (el cimborrio que corona su tramo central y que encierra una vistosa cúpula no pertenece al proyecto inicial), empresas, todas, monásticas, lo que hace que uno de sus flancos, el norte en el primer caso y el sur en los otros dos, esté en buena medida oculto por las dependencias comunitarias (una capilla se adosa al hastial norte de Melón, otra cubre en parte el de Oseira, lo que resta empaque a la cuidada portada que en su zona baja se abre, y el de Santa Cristina no tiene puerta por ese costado).
Girola de Santa María de Oseira
 

Las fachadas de la nave del crucero de la catedral de Ourense, las dos visibles, aunque remodeladas, sobre todo la del frente norte, no son muy distintas, en lo esencial de su conformación, a la del lado septentrional del transepto de la abacial de Oseira. Están o estaban flanqueadas por contrafuertes dobles en cuya zona superior, a la altura de la cornisa, se disponen pequeños torreones cilíndricos, inconclusos, apeados, en los codillos, en capiteles-ménsula, solución de apoyo muy habitual, como se dirá, en el templo. Confieren a la catedral un innegable aire de fortaleza. Las fachadas, por lo demás, se dividieron en alzado en dos cuerpos. En el inferior se abre la portada, en ambos casos con tres arquivoltas profusamente decoradas, ocupando el superior un rosetón. Conserva lo esencial de la distribución inicial la fachada meridional. En ella la portada se abre en un resalte del muro, coronado por un tejaroz montado sobre los tantas veces citados arquitos de medio punto volteados sobre canecillos, con las metopas profusamente decoradas. La del lado norte, por su parte, sufrió importantes reformas a finales del siglo XV, tras el asalto realizado a la catedral en 1471 por el Conde de Benavente.

Por lo que se refiere a la organización exterior de las cabeceras, nada novedoso con respecto a lo señalado en las provincias de Pontevedra y A Coruña ofrecen las que están compuestas por tres capillas semicirculares, saliente la central. El que en su totalidad o solo en la parcela curva de la central, no en el presbiterio, sean más bajas que el cuerpo de las naves hace que el hastial oriental de estas o el del presbiterio de la central sobresalga considerablemente por encima de su tejado, lo que permite abrir en esas zonas destacadas en altura cuidados rosetones, uno o tres, particularmente vistosos los del tramo del centro de Xunqueira de Ambía y de Augas Santas.
Una organización similar a la que estoy comentando ofrecía la cabecera de la catedral de Ourense, punto de partida, particularmente en alzado, sin duda, de todas ellas. Las modificaciones que esa parcela oriental del templo auriense sufrió desde el final de la Edad Media impiden valorarla en su justa medida, realzando también su impacto visual en el arranque el tratamiento de las cornisas –con arquitos, simples en el hemiciclo central, decorados en su presbiterio y en el crucero, zonas, las dos últimas, a las que se incorporan, como ya señalé, arcos atando contrafuertes– e incluso las capillas que se abrían, una por cada lado, en los costados de naciente del transepto.
Girola de Santa María de Melón
 

La cabecera de la abacial de Oseira, muy alterada por modificaciones y amputaciones, impresiona todavía hoy por su monumentalidad. Su imagen, recién construida, no debía de ser muy distinta, pese a su menor envergadura, de la que ofrecía el templo que le sirvió de modelo, la catedral de Santiago, con respecto a la cual, no obstante, muestra importantes variantes, sobre todo en lo que respecta al tratamiento de las capillas, cinco, que se abren a la girola (exhiben todas, separadas por tramos libres, el mismo esquema, el común en su tiempo, esto es, planta con cierre semicircular precedido de tramo recto). Más reducida, con solo tres capillas radiales y tramos intermedios vacíos, en los que, como en Oseira y Santiago, se practican vanos, pero igualmente impactante, es la cabecera, evidentemente también con girola, de la abacial de Melón, enriquecida en su imagen externa por la incorporación de otras capillas, una por lado, a los brazos del crucero.
No conservamos hoy, de época, pórticos, aunque debieron de ser muy frecuentes vistos los elementos que en las fachadas occidentales y laterales de los templos documentan su antigua presencia. El ya gótico de San Salvador de Sobrado de Trives (A Pobra de Trives), emplazado delante de la fachada occidental del templo, nos informa a la perfección sobre la entidad que tales aditamentos, marco de actividades diversas, cultuales y civiles, llegaron a alcanzar en tiempos medievales.

Tampoco son frecuentes los testimonios de torres o campanarios exentos procedentes de los tiempos que nos ocupan. Conservamos hoy, en puridad, solo dos ejemplos, uno en el citado templo de san Salvador de Sobrado de Trives y otro en San Salvador de Vilaza (Monterrei). La primera, emplazada al sur y a occidente de la iglesia, a la altura del pórtico referido, tiene planta cuadrada y está construida con aparejo de sillería granítico tan simple como cuidado. Los cambios que en la conformación de los sillares se aprecian algo más arriba de la mitad de los paramentos documentan un segundo momento constructivo, siendo el inferior, en el que se practican, salvo en el lado oeste, donde se halla, en alto, la puerta adintelada de acceso, sencillas saeteras, el único valorable en relación con las pautas constructivas románicas.
La torre de Vilaza se levanta al norte y cerca de la cabecera del templo. Tiene también planta cuadrada, diferenciándose de la anterior tanto por su mayor altura y esbeltez como por su más cuidado tratamiento formal. Se accede al interior de la torre por medio de una puerta con dintel rematado en semicírculo y con aletas, apoyado en mochetas de nacela y perfilado por un arco rebajado a paño con el muro. En la zona alta, en cada una de los lados, se abren dos ventanas con arco de medio punto, liso y aristado en las de tres lados, decorado con pequeñas hojas con nervio central en el cuarto, el meridional, montados todos directamente sobre las jambas, sin moldurar en ningún caso. Los abraza una chambrana decorada con tacos. Sobre los arcos se disponen, también dos por cada lado, vanos rectangulares. No responden estos, al igual que el resto del remate, al planteamiento original de la torre, obra de un equipo cuyas formulaciones remiten en última instancia a la abacial de Oseira.
Resta, para concluir el análisis de las empresas religiosas, el estudio y valoración de las dependencias complementarias de las iglesias llegadas hasta hoy. No son abundantes y todas se encuentran en recintos monásticos. Las más destacadas, sin duda, son las que persisten en el de Santo Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de Ramuín). Se levanta aquí todavía, adosado al costado norte de la abacial, su claustro procesional medieval, conocido como “Claustro de los Obispos” por haber estado enterrados en él, en la galería sur, contigua a la iglesia, los cuerpos de los legendarios nueve obispos santos que en tiempos anteriores habían abandonado sus sedes respectivas para retirarse a vivir en Santo Estevo sus últimos días. Consta hoy este claustro, de planta rectangular, con los lados este y oeste más largos que los ubicados al norte y al sur (catorce arquerías frente a doce), de dos plantas de épocas y características muy diversas. Solo nos interesa aquí la inferior, compuesta, en todos los casos, por arcos semicirculares sencillos enmarcados por chambrana lisa, al igual que los arcos. Se apoyan estos en columnas geminadas, con basas áticas, fustes monolíticos, esbeltos, y capiteles alargados, los más con decoración vegetal, predominando los que exhiben hojas estilizadas, de escaso resalte, pegadas al bloque y lisas. Hay también capiteles con hojas más naturalistas, valorables ya en relación con pautas góticas, incorporando otros, pocos, en todo caso, decoración zoomórfica y humana. Todo el conjunto se levanta sobre un poyo corrido.
Este claustro, cuya marcada simplicidad le confiere un aspecto inequívocamente cisterciense (M. Castiñeiras lo ha relacionado con el de la abadía femenina palentina de San Andrés de Arroyo), es el único monástico gallego del siglo XIII conservado completo y en su primitivo emplazamiento (las reformas del siglo XVI, fruto de la construcción de la planta superior y que conllevaron intervenciones formales en él, no afectaron a su esencia). Es obra de un taller foráneo, tal vez castellano, distinto del “autóctono”, de filiación “mateano-ourensana”, que ejecuta la campaña inicial de trabajos de la abacial a la que se adosa, llegado al monasterio en el marco del proceso de renovación que este conoce como consecuencia de la revitalización que, a partir de 1220, experimenta el culto a los nueve obispos santos que en él estaban enterrados. Al equipo “local” hay que atribuirle, por el contrario, la realización de los restos visibles hoy de la fachada hacia el claustro, anterior a él, de una estancia que, por su ubicación (lado este del complejo, inmediata a la iglesia), era la Sala capitular.

Vestigios significativos de la fachada de su primitiva sala capitular se conservan también en el complejo constructivo comunitario del priorato de Santa María de Xunqueira de Ambía (Xunqueira de Ambía). Persiste aquí, en el costado este de su recinto claustral, removida, reinstalada, parte de la fachada inicial hacia él de esa dependencia. La integraban (la integran también ahora) cinco sencillos arcos semicirculares, actuando el central, de mayor envergadura que los laterales, dos por costado, y el único cuya arista está perfilada por un fino baquetón liso, de puerta de ingreso a la estancia. Este cometido lo desempeña todavía hoy a pesar de las reformas que sufrió la zona tanto en la fachada en sí misma (solo permanecen, de hecho, los arcos, no sus soportes iniciales, estando tapiados los huecos de los laterales, evidenciándose en el muro actual, embutidos, algunos cimacios y también, en parte, el basamento sobre el que se alzaba el conjunto) como en la parcela situada detrás, donde en el siglo XVI se levantó –y ahí continúa– la nueva estancia.

No son los restos de esta fachada los únicos testimonios llegados hasta hoy del conjunto claustral levantado en tiempos románicos en Xunqueira de Ambía. Pese a las reformas que experimentó el complejo constructivo a partir del siglo XVI fruto tanto de modificaciones en los usos y costumbres por los que se regía la vida de la comunidad canonical como de cambios de “gusto artístico” y funciones (en el costado oeste, por ejemplo, tiene su sede todavía hoy la Casa Consistorial de Xunqueira de Ambía, conservando pese a ello el bloque en el que está instalada, en su frente norte, la puerta inicial, de época, con doble arco semicircular volteado sobre columnas acodilladas con sencillos capiteles vegetales, que servía para comunicar a la comunidad reglar con el exterior), es fácil leer en la conformación básica del conjunto, bien en su planta (el banco de fábrica sobre el que se alzan las vistosas arquerías claustrales ejecutadas en el siglo XVI, en tiempos del prior Piña, es de filiación románica, procediendo de entonces también lo esencial de los paramentos, puertas y saeteras incluidas, que delimitan por el exterior las galerías, lo que confirma que la planta actual de todo el bloque se corresponde con la inicial), bien en la distribución y materialización de los muros y estancias que integran su estructura básica, ubicadas justamente en la periferia del recinto cuadrado, la organización del complejo en el que se desarrollaba la vida cotidiana de la comunidad. Con sus necesidades litúrgicas y ceremoniales ha de relacionarse también la pila granítica de gajos que de nuevo hoy, como cuando se realizó, se halla en el centro del patio claustral y que debió formar parte de la fuente que lo nucleó. Es obra del mismo equipo que culminó los trabajos de construcción de la iglesia.
De gran interés, incrementado por la rareza de su conservación, es la puerta que en la actualidad sirve de acceso al complejo monástico en Santa Cristina de Ribas de Sil. Consta de una sola arquivolta y chambrana. Esta, apoyada mediante impostas en el muro, se decora con un vistoso y voluminoso motivo en zigzag. La arquivolta, por su parte, voltea sobre columnas acodilladas y exhibe grandes hojas de acanto. Da cobijo al arco que remata el vano de ingreso, cuya rosca, montada en mochetas decoradas con figuras sedentes que muestran cartelas, exhibe, separadas por una clave ornada con un motivo vegetal, cuatro arquillos rebajados, dos por lado, en cuyo intradós se insertan, uno en cada caso, los símbolos de los evangelistas. Todo en esta portada, obra del taller que culmina las obras de la iglesia abacial adyacente, remite a la catedral de Ourense y muy en particular a las portadas que se abren en la fachada de su crucero.
Singular por su emplazamiento y su estructura es asimismo la torre de la iglesia de este mismo monasterio. Está adosada, en su cuarto tramo contando desde el este, al costado norte de la nave. Tiene planta cuadrada y consta de dos cuerpos de altura muy desigual rematados por una cubierta piramidal postmedieval.
El piso bajo actúa, en realidad, como basamento. Se cubre con una bóveda de cañón, ligeramente apuntado, dispuesta en sentido norte-sur, que arranca de impostas de nacela lisa. Sus tres lados libres están abiertos, exhibiendo todos arcos apuntados de sección prismática, lisos, perfilados por chambrana también sin ornato. Los ubicados en los lados este y oeste, esto es, sobre el discurrir de la galería claustral en sentido estricto, son más bajos, tienen menos luz que el del frente norte. Voltean sobre columnas entregas que exhiben capiteles en su mayoría con decoración vegetal, figurada, zoomórfica (arpías), uno, todos de inequívoca filiación mateana.
Sobre este primer cuerpo se dispone un segundo mucho más desarrollado (supera en altura considerablemente a la techumbre del templo). Está animado, en la zona inferior del lado septentrional, por un rosetón de arquivolta decorada con bolas y, en la parcela superior, por sencillos arcos semicirculares peraltados, dos en los lados norte, sur y este, uno solo en el oeste, separados de sus soportes por impostas de nacela lisa.
Se accede al interior de la torre, desde el piso alto del claustro (una puerta, hoy tapiada, comunicaba esta zona también con el costado de poniente de la iglesia), por medio de una sencilla puerta practicada en su lado occidental. Ese ámbito interior se muestra como un espacio único, sin compartimentación alguna, disponiendo de escaleras de madera adosadas a los muros laterales para poder llegar, en la actualidad como en el pasado, desde abajo hasta el cuerpo de luces superior.
La organización del cuerpo inferior de la torre, perforado en sentido este-oeste para permitir la comunicación, para no entorpecer el discurrir continuo en el espacio sobre el que se alzaba, sugiere que en tiempos medievales, más o menos coetáneos de su construcción (años iniciales del siglo XIII, fruto de la campaña de trabajos a la que pertenecen la portada por la que hoy se accede al recinto comunitario y la culminación de la iglesia a la que se adosa), pudo haber existido en Santa Cristina alguna estructura de tipo claustral, de carácter provisional con toda probabilidad, en torno a la cual se dispondrían las dependencias necesarias para la vida cotidiana de la comunidad monástica.
Desaparecieron con la erección del complejo actual, sin duda posterior a la supresión en el cenobio de la dignidad abacial y a su consiguiente incorporación, fruto de la renovación impulsada por la Congregación de Valladolid, a la jurisdicción del cercano monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil, como priorato a principios, del siglo XVI. Una buena limpieza de las maltrechas estancias conservadas y una rigurosa campaña de excavación arqueológica de todo el solar sobre el que se levantan tal vez nos proporcionen valiosa información sobre la ordenación del complejo en los siglos centrales de la Edad Media, los que más directamente nos incumben en esta Enciclopedia.
Santa Cristina de Ribas de Sil
 

En cuanto a la función de la torre, su anómalo emplazamiento, en medio del complejo comunitario, sugiere que su cometido habitual se relacionaba prioritariamente con sus específicas exigencias internas diarias.
Son también escasas, aunque hayan llegado hasta la actualidad más testimonios que en las provincias de Pontevedra y A Coruña, las empresas de carácter civil de tiempos románicos conservadas en las tierras de Ourense. Las encabeza, obviamente, el Palacio episcopal ubicado en la cabecera de la diócesis, cerca del recinto catedralicio, no inserto físicamente y sin solución de continuidad en él. Se trata de un conjunto de gran complejidad, compuesto por estancias y pabellones de épocas y estilos diversos. Los que a nosotros nos interesan son los dos centrales, dispuestos, uno en sentido este-oeste y, otro, en dirección norte-sur. Están unidos por el lado sur-oriental de este último, formando en planta, pues, una L. Constan ambos bloques de dos pisos superpuestos, siendo el muro norte del primero, particularmente en su conformación exterior, el que mejor conserva las trazas originales. Presenta en su cuerpo bajo, abiertos a un patio “con aire claustral”, cinco arcos de medio punto, de no mucha luz, distribuidos en dos bloques, de cuatro y una sola unidad, separados por una puerta posterior. Voltean todos, delimitados por pilares y enmarcados por un rehundido mural rectangular, sobre columnas geminadas, con cuidados capiteles vegetales, apoyadas en un alto basamento.
En la parcela superior del muro se conservan tres de los vanos que iluminaban el interior (el cuarto es reciente). Exhiben huecos geminados, cerrados cada uno por dos arcos ligeramente rebajados, tallados en un solo bloque pétreo cada pareja, apoyados en el centro sobre columnas con capiteles de nuevo fitomórficos. Tanto sobre este soporte como sobre los dos arquillos que culminan cada una de las partes de los vanos se disponen vistosas rosetas, de cuatro o de ocho pétalos. Un arco semicircular de descarga, con la arista interior decorada con pequeñas bolas, remataba cada uno de estos huecos. Termina el paramento mural una cornisa ornada con bolas montada sobre canecillos.
Lo más definitorio de las formulaciones utilizadas en los pabellones singularizados y en especial en la fachada últimamente descrita tiene su correspondencia más precisa en las parcelas del edificio catedralicio próximo levantadas en tiempos del obispo Alfonso (1174-1213), su gran impulsor, que en los de Lorenzo (1218-1248), cuya intervención en el conjunto reseña su coetáneo Lucas de Tui. A ellas volveré luego.

Un segundo bloque de edificios, de excepcional interés por su escasez en Galicia, lo integran los destinados a almacenamiento de productos agrícolas o a residencia de quienes se ocupaban directamente de su control y gestión. Son tres los conservados en la provincia de Ourense y se localizan en Barra de Miño (A Peroxa, Coles), Gomariz (Leiro) y Partovia (O Carballiño), los dos últimos pertenecientes, respectivamente, a las granjas que en esos lugares poseyeron los monasterios de Toxosoutos (Lousame, A Coruña) y Oseira (Cea, Ourense). Los tres, estructuralmente muy sencillos, responden en su conformación básica (planta, alzado, componentes) a las pautas que podemos encontrar en edificios coetáneos con idéntico uso en cualquier punto de Europa.
El primero de los edificios reseñados, la Casa Caamaño, ubicada en A Peroxa, está muy remodelado (nada persiste de su inicial distribución interior). Exhibe un sencillo cuerpo rectangular, con muros de sillería y mampostería, cubierto por una techumbre de madera a dos aguas. El tipo de canecillos con decoración vegetal y geométrica que ofrece, el modelo de saeteras que perforan los testeros, con arquitos semicirculares tallados en un bloque pétreo o las particularidades del arco apuntado, hoy cegado, que remataba la puerta por la que se accedía al interior desde el costado sur, nada ofrecen de novedoso con respecto a lo que cabe documentar en empresas contemporáneas, de hacia 1200, en cualquier lugar de Galicia. Lo mismo sucede con los vestigios del antiguo cillero de Gomariz, ubicado cerca de la iglesia parroquial. Tiene también planta rectangular, se cubre con techumbre de madera a dos aguas y tanto en el interior como en el exterior, pese a las reformas que la estancia ha conocido a lo largo del tiempo, son fácilmente apreciables los vestigios originales, nada novedosos, en cualquier caso.
La granja de Partovia comparte en buena medida los rasgos básicos de las dos obras anteriores: planta (rectangular), cubierta (techumbre de madera a dos aguas) y componentes (tipo de arcos y cornisas, canecillos, etc.). Se diferencia de ellas, y ahí radica su singularidad, por la presencia, en su fachada occidental, de un tímpano, de directriz apuntada, enriquecido con una tosca decoración figurada. Lo anómalo de su emplazamiento en un edificio con el destino puramente utilitario que tuvo desde su arranque el que nos ocupa permite pensar en que esta no fue su ubicación inicial.
Termino el análisis de las formas en el románico de Ourense con una alusión a las empresas de carácter defensivo. Murallas, castillos / fortalezas y torres, dadas las particularidades del tiempo histórico en el que se desarrolló el estilo románico, con repetidos conflictos internos y externos (fronterizos), debieron de ser frecuentes por entonces. No es mucho, sin embargo, debido tanto a intervenciones y modificaciones sucesivas como a destrucciones sin más, lo que ha llegado hasta hoy, teniendo los escasos vestigios de esa época conservados, no siempre fáciles de datar, más un valor puramente arqueológico que arquitectónico. Es este panorama general el que confiere un indudable protagonismo a una torre, la de Santa María de Torán (Taboadela), que, en otro contexto, apenas merecería atención. Se levanta, exenta, en un alto. Tiene planta rectangular y sus muros, en parte derruidos, están construidos con un aparejo granítico, poco cuidado, en el que predominan los sillares, de tamaños y formas muy diversas. Como único elemento destacado de su estructura ofrece, en el lado oeste, una puerta con arco tímidamente apuntado, con dovelas lisas, a paño con el muro, que dan cobijo a un tímpano también sin ornato alguno apoyado en mochetas. Su emplazamiento y sus particularidades constructivas inducen a pensar, pese a lo dicho, que la defensiva no fue la causa primordial de su erección.

Los edificios románicos ourensanos: evolución de las formas
No contamos, a día de hoy, con pruebas, con evidencias materiales de entidad, de construcciones estilísticamente valorables como románicas en la provincia de Ourense anteriores a los años sesenta del siglo XII. Empresas de fecha más temprana, sin duda, existieron, pero circunstancias diversas, de alcance y significación dispar, propiciaron su desaparición, sea por haber sido sustituidas por otras, no solo de estilo y tiempo ulteriores, que es lo más lógico, sino también de su mismo estilo y no muy posteriores cronológicamente, sea, simplemente, por haber desaparecido sin haber dejado huella alguna. Dos epígrafes, conservados ambos en la capital diocesana, corroboran la primera de las opciones comentadas, esto es, la pérdida de testimonios que documenten los momentos aurorales de vigencia del estilo que nos ocupa, el románico, en las tierras que aquí nos incumben.
El primer vestigio a considerar se encuentra en la iglesia, reedificada en 1722, de Santa María Madre. Se trata de un epígrafe reutilizado, emplazado hoy en el lado norte del templo, junto a la puerta de acceso a un desaparecido claustro.
En él se da cuenta de la consagración, por parte del obispo Ederonio (1071-1088), de un templo en la era 1122, esto es, en el año 10841 Dado el contenido de la inscripción, en la que se emplea el verbo incoare, no restaurare, pienso, tal como últimamente ha señalado también E. Carrero, que se trataba de una obra nueva, destinada al culto catedralicio, muy difícil de celebrar en el viejo templo dedicado a san Martín debido al mal estado en que este se encontraba como consecuencia de los múltiples problemas que desde el siglo VIII había sufrido la ciudad. No creo que esta empresa, pese a que a ello apuntan tanto sus dimensiones exiguas como la presencia de un testero recto en un plano del siglo XVI, haya de ser considerada sin más como prerrománica. Construida en tiempos de Alfonso VI y consagrada solo cuatro años después de que en sus dominios, tras el Concilio de Burgos de 1080, se impusiera el rito romano, se hace difícil pensar que en ella no se empleasen ya formulaciones constructivas y escultóricas acordes con los nuevos tiempos, los del románico pleno. La renovación que el templo sufrió en distintos momentos, la última, a la que pertenece lo esencial de su aspecto actual, datada en 1722, impide ir más allá de la conjetura. Quede constancia, en todo caso, de su verosimilitud.
El segundo epígrafe que me / nos interesa se encuentra muy cerca del anterior, en el antiguo Palacio episcopal de Ourense. No ocupa su emplazamiento original, ubicado en la fachada este del edificio. Se dispone sobre un sillar alargado que actúa como dintel y ofrece solo una fecha, el día cuarto de las nonas de noviembre de la era de 1169 (2 de noviembre de 1131), y un nombre, el del obispo que por entonces regía los destinos de los fieles ourensanos: Diego segundo, prelado entre 1100 y 1132. Documenta una intervención de este jerarca eclesiástico en el palacio episcopal, pero, al margen de su descontextualización actual, nada o, mejor, nada significativo desde el punto de vista estructural y decorativo puede asociarse hoy con él o, si se prefiere, nada persiste hoy de ese tiempo en el complejo residencial episcopal auriense. Todo lo que, por sus características estructurales u ornamentales, puede ser datado con un mínimo de seguridad o precisión en ese conjunto es de cronología posterior.
Los primeros testimonios seguros de estilo románico llegados hasta hoy en la provincia de Ourense, obviando ya, pues, los epígrafes reseñados, son de fecha tardía si se toma como referencia el momento de su auroral implantación en Galicia: ca. 1067 para el verosímil arranque de la renovación en clave románica de San Antoíño de Toques (Toques, A Coruña) y 1075 para el inicio de la fábrica actual de la catedral de Santiago. Se sitúan esos vestigios, como se verá a continuación, en los años sesenta del siglo xii, en tiempos ya, pues, de Fernando II (1157-1188), monarca bajo cuyo mandato, convertida Santiago en capital de facto del Reino de León, separado de Castilla al fallecer su padre Alfonso VII en 1157, las manifestaciones artísticas, fruto, uno más, de un contexto general particularmente brillante y favorable, conocieron momentos de especial esplendor, continuado durante el mandato de su hijo y sucesor Alfonso IX, fallecido en 1230.
Dos serán los núcleos, vistos los testimonios hoy conservados, a partir de los cuales se configuraron las empresas ourensanas en un primer momento: las catedrales de Tui y de Santiago. Remiten a la primera, realizados sin duda por escultores que participaron en su construcción, los cuatro capiteles de las columnas ubicadas en la cabecera de la iglesia de San Salvador de Paizás (Ramirás). La remodelación o culminación del edificio en el siglo XIII y su reforma ulterior, avanzada la Edad Moderna, impiden documentar el alcance exacto del impacto tudense, inequívoco, en cualquier caso, a tenor de las particularidades formales de los soportes y sobre todo de los mentados capiteles, de indudable calidad, muy cuidados, integrados por hojas vigorosas, figuración humana o zoomórfica, presentes en la actual cabecera.
La influencia compostelana, como acontece en el resto de Galicia, será esencial también para la conformación y desarrollo del estilo románico en las tierras de Ourense. Al igual que en esos otros territorios, la detectaremos, haciendo buenas una vez más las apreciaciones de J. M. Pita Andrade, formuladas a finales de los años sesenta de la pasada centuria, “de una manera fragmentada, incluso inconexa”: composición y organización de ábsides, sean de planta semicircular o poligonal, compartimentados en tramos por medio de columnas; arcos atando contrafuertes; pilares compuestos; modelos de capiteles; fustes entorchados; arcos lobulados; composición de puertas; molduraciones; temas ornamentales (rosáceas en particular); cubiertas a dos aguas para estructuras con tres naves, etc.
Tienen esas formulaciones de progenie compostelana un hito de referencia particularmente brillante en la primera campaña constructiva de la iglesia de Xunqueira de Ambía, iniciada, según señala un epígrafe, cuyo original, no conservado in situ, se copió, verosímilmente en el siglo XVI, en el dintel que exhibe la portada occidental, en la Era MCCII, es decir, en el año 1164. Pertenecerían a esta primera campaña de trabajos la cabecera y las partes bajas de las naves, portadas norte y oeste incluidas, zonas cuyas particularidades estructurales y decorativas son tan similares a las que ofrece la primera fase de obras de la iglesia santiaguesa de Santa María de Sar que hay que pensar en la intervención de unos mismos artífices en ambos templos, hallándose el origen de esas formulaciones compartidas en la basílica catedralicia compostelana, en la que se habrían formado los maestros que ejecutaron la fase más antigua de la iglesia de Sar. Nada de extraño tiene la identidad de ingredientes que explicitan las fábricas de los dos templos que ponderamos si se repara en la relación / dependencia que existía desde 1150 entre las comunidades de canónigos regulares a las que cada uno servía: el 30 de abril de este año Alfonso VII entregó la mitad de la Casa de Ambía al priorato compostelano de Santa María de Sar con el encargo taxativo de que en ella debía introducir la Regla de San Agustín.
Formulaciones y/o elementos de abolengo último santiagués, no inmediato, esto es, fruto de la intervención de maestros y canteros itinerantes, activos o documentados antes en empresas ubicadas fuera de los límites de la provincia, los encontraremos con relativa frecuencia, no tan intensamente, en todo caso, como en Pontevedra o en A Coruña, provincias cuyo territorio pertenecía entonces y pertenece hoy todavía, en gran parte, a la jurisdicción diocesana compostelana, a partir de más o menos los años sesenta-setenta en puntos diversos. Resulta especialmente significativo su impacto en empresas asentadas en el área noroccidental de la demarcación territorial, en las tierras próximas o nucleadas en sentido amplio por O Carballiño, fronterizas más o menos con un área de la provincia de Pontevedra (municipios de Forcarei, Silleda, Lalín, etc.) en la que es particularmente intensa por las fechas que comentamos la actividad de maestros / canteros cuyos principios formales, de estilo, hunden sus raíces en la gran basílica del Apóstol en Santiago de Compostela.
Interior de Santa María de Oseira
 

La larga vigencia que conocen las pautas estilísticas de abolengo compostelano, menos marcada también en Ourense, en cualquier caso y por motivos histórico-eclesiásticos muy obvios, que en su específico territorio diocesano, situado sobre todo en las provincias de A Coruña y Pontevedra, va a coincidir en el tiempo, propiciando fusiones, en algunos casos de especial brillantez, con la aparición de novedades constructivas, figurativas y ornamentales cuya filiación última se halla más allá de los Pirineos, particularmente en tierras de Borgoña. Dos son los edificios que van a nuclear lo esencial de las innovaciones que por entonces, a partir sobre todo de los años ochenta del siglo XII, aparecen en las tierras ourensanas: la catedral ubicada en la capital diocesana y la abacial de Santa María de Oseira, monasterio perteneciente a una Orden, la del Císter, que tuvo una presencia muy destacada en los tiempos que valoramos en la provincia que nos atañe. Uno de esos cenobios, el de Santa María de Melón (Melón), poseyó una iglesia, llegada hasta hoy muy disminuida con respecto a lo que fue en origen, de singular interés. Su protagonismo estructural y cronológico, como se dirá más abajo, ha sido reforzado muy significativamente por la más reciente investigación, apareciéndosenos hoy como una empresa clave para entender la mencionada renovación que se produce en el Reino de León tras la llegada al poder de Fernando II, rey entre 1157 y 1188.

La datación y la periodización de las campañas constructivas de la catedral de Ourense, sobre todo en lo que toca a la fecha de su arranque y a la materialización de sus parcelas más antiguas, son motivo de polémica, sobre todo desde los años ochenta de la pasada centuria. Frente a la propuesta de J. M. Pita Andrade, el primer gran estudioso “moderno” de tan magna empresa (le consagró su Tesis doctoral, defendida con brillantez en la Universidad de Madrid en 1947), para quien la obra diocesana auriense se habría iniciado hacia 1160, en tiempos del obispo Pedro Seguín (1157-1169), y se habría llevado a cabo en tres etapas, culminando, cerca ya de la mitad del siglo XIII, durante el episcopado de Lorenzo (1218-1248), yo defendí desde principios de los años ochenta, vistas las particularidades constructivas,  L. Torres Balbás defendió muchos años atrás en la recensión que había realizado del libro de J. M. Pita, un comienzo más tardío, alrededor de 1180, durante el mandato del obispo Alfonso (1174-1213), quien procedería a su consagración en 1188, ejecutándose el complejo catedralicio en dos etapas, interviniendo en la primera, sucesivamente, no a la par, dos equipos o talleres diferentes con premisas en parte distintas. Retomando en buena medida, con matizaciones, sus anteriores argumentos, J. M. Pita Andrade volvió a insistir con posterioridad a mi lectura del edificio en su inicio en los años sesenta de la centuria y en su ejecución en tres campañas de trabajos.
Mi opinión actual sobre el arranque y el desarrollo del edificio sigue siendo, en esencia, la misma, avalada por el impacto que la estructura del hemiciclo de la capilla mayor, en planta y alzado, ejerció sobre el ábside central de la cabecera de la abacial de Santo Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de Ramuín, asimismo en la provincia de Ourense). El comienzo de esta iglesia, según acredita un epígrafe ubicado en un tambor del fuste de la columna entrega en el machón meridional sobre el que voltea el arco fajón que cierra por el lado sur el tramo medio del transepto, inmediato, por tanto, al acceso a esa capilla mayor, se produjo en 1183, un año que ha de tomarse, pues, como terminus ante quem para fechar no solo el inicio de la cabecera de la catedral auriense, destacable por su envergadura y también por la singular estructura del cierre de su capilla central en planta y en alzado (los nichos de la base, embutidos en el muro del hemiciclo, no acusados, pues, externamente, prosiguen sin embargo en alzado y tienen su referente en los gajos que componen la cubrición del semicírculo absidal), sino también para documentar la presencia en su ejecución de las pautas estilísticas de progenie mateano-santiaguesa que en ella, sobre todo en su costado este, el crucero y los dos primeros tramos de las naves longitudinales, son particularmente evidentes y significativas.
No responden a esta filiación los capiteles de las ventanas –unos zoomórficos, los más con ornato vegetal, algunos fuera de su emplazamiento original, reutilizados como material de relleno, al igual que otras diversas piezas– que se abren en los nichos de cierre del hemiciclo de la capilla central, obra de un taller más tosco, menos fino, de formación y seguramente también de procedencia distintas de las del dominante, cuya huella estilística se hace ya evidente tanto en la figura del ángel astróforo que se dispone en la clave del arco triunfal de acceso al hemiciclo de la capilla mayor como en la ornamentación de las que exhiben las bóvedas de crucería cuatripartita que cubren los dos tramos occidentales del presbiterio de este mismo ámbito eclesial, uno y otros, pues, coetáneos, fruto de la intervención de un mismo equipo y en el transcurso de una misma campaña constructiva. No parece, visto su emplazamiento, que la tarea del colectivo inicial sea muy anterior a la del que nos ocupa, verosímilmente presente en el edificio antes de 1183, año en torno al cual su impacto se hace ya evidente, como acabo de señalar, en la cabecera de Santo Estevo de Ribas de Sil. A él, a este segundo colectivo, en cualquier caso, hay que atribuirle la modificación del proyecto inicial, particularmente notoria, vistos los desajustes que se detectan en su materialización, en el presbiterio de la capilla mayor.
Hay en el trabajo del taller dominante en la cabecera de la sede auriense y también en el resto de las áreas, ya mencionadas, que conforman la campaña que nos atañe soluciones, singularmente desde el punto de vista formal, escultórico, y decorativo, que invitan a pensar en la intervención en Ourense de artistas formados en el entorno compostelano del maestro Mateo. Junto a ellos, es indudable también la presencia de maestros procedentes de tierras castellanas, de Ávila, muy en particular de la iglesia de San Vicente, cuya segunda campaña de trabajos se levanta en paralelo con la cabecera de la catedral emplazada en la misma ciudad, esta dentro del recinto amurallado, aquella fuera, aunque muy próxima a él. Remiten a la iglesia vicentina soluciones tan características de la empresa catedralicia ourensana como las cornisas montadas sobre arquitos con metopas profusamente decoradas, las ménsulas-capitel utilizadas como soporte de los nervios de bóvedas de crucería no programadas inicialmente o los perfiles de esos mismos nervios, no siendo descartable tampoco, en clave abulense igualmente, apuntando a la catedral, que la peculiar organización que en planta, continuada en alzado, ofrece el cierre del hemiciclo de la capilla central sea una propuesta inspirada por la solución que ofrece su espectacular cabecera. Muestra esta un monumental remate semicircular, conocido popularmente como “Cimorro”, convertido en un cubo más de la muralla, que engloba por el interior una corona de cinco capillas radiales semicirculares, disponiéndose otras cuatro idénticas, dos por lado, en los tramos que conforman el presbiterio, dos también.
Cabe deducir de lo que antecede, pues, que en el tránsito del siglo XII al XIII, durante el episcopado de Alfonso, la fábrica de la catedral de Ourense se convirtió en un destacado núcleo receptor y sintetizador de soluciones de procedencia muy dispar. Premisas empleadas en esta campaña “alfonsina”, a la que paulatinamente se le irán añadiendo formulaciones más avanzadas, plenamente góticas, como ya indiqué más arriba, se documentan también en los tramos más occidentales de las naves catedralicias, levantadas ya en tiempos del obispo Lorenzo (1218-1248), quien emprendió así mismo la construcción del Pórtico occidental, conocido como Pórtico del Paraíso.

Las particularidades constructivas y decorativas de las parcelas más antiguas de la sede ourensana (cabecera, crucero y dos primeros tramos del cuerpo de naves longitudinales) conocieron una rápida, intensa y extensa proyección, siendo esenciales para la conformación del panorama del románico avanzado en Galicia, singularmente en su territorio diocesano, proyectándose también por tierras de Zamora y del norte de Portugal. Soluciones que tanto y tan bien la significan como los nichos semicirculares practicados en el hemiciclo absidal, no marcados al exterior; cornisas montadas sobre arquitos semicirculares, frecuentemente con decoración en las metopas (vegetal, zoomórfica, humana); ménsulas-capitel para apoyo de nervios y arcos; contrafuertes atados por arcos, las más de las veces doblados; motivos decorativos (hojas rizadas, bolas, etc.); modelos de capiteles; arcos lobulados con ornato vegetal y figurado; arquivoltas perfiladas u ornamentadas con arquitos de herradura dispuestos radialmente, etc., podemos encontrarlas por doquier, tanto en edificios de una nave –los más, por ser también los más numerosos por su mayor simplicidad constructiva, lo que, como es obvio, permitía dar respuestas más rápidas a las necesidades cultuales en un momento de expansión económica y de reorganización del sistema parroquial– como de tres, y lo mismo en empresas parroquiales que monásticas y canónicas. Su irradiación se documenta, por medio de epígrafes, en fechas relativamente tempranas, en tiempos del obispo constructor Alfonso, cabiendo sospechar, a la vista de los cambios que se detectan en la fábrica catedralicia a partir del tercer tramo del cuerpo longitudinal, que su fallecimiento debió propiciar, si no la disolución plena, sí al menos la marcha de parte de los artífices que él aglutinó, entre ellos alguno de indudable categoría, no solo simples canteros.
Algunas de las novedades o soluciones constructivas aportadas por la campaña de trabajos vinculada al obispo Alfonso se detectan en empresas promovidas por la Orden del Císter, muy dispar conceptualmente y, por tanto, también programáticamente de sus pretensiones y, por ello, de los usos y funciones a los que sus edificios eclesiales y comunitarios se dedican.

Tuvo la Orden del Císter, como ya señalé más arriba, una importante presencia desde los siglos centrales de la edad Media (XII y XIII) en las tierras que hoy conforman la provincia de Ourense. Cinco, como ya dije, fueron las abadías de esa progenie que en ella se asentaron durante ese tiempo, tres dependientes directamente de Clairvaux (Claraval), en Borgoña, la abadía fundada en 1115 por San Bernardo (Oseira, Melón y Montederramo), dos, Xunqueira de Espadanedo y San Clodio, indirectamente, incorporadas a su filiación a través de una Casa ya asentada en el territorio (Montederramo en el primer caso y Melón en el segundo).
Contribuyeron los complejos constructivos de estos cenobios, esto es, sus iglesias y dependencias comunitarias (estas hoy desaparecidas, sustituidas por estancias de tiempos y estilos posteriores, tardogóticos, renacentistas y barrocos), a difundir sus peculiares concepciones en materia edificatoria, significadas sobre todo por el rigor y la austeridad formal. Importadores de soluciones constructivas (sirvan de referencia la planta inicial de la abacial de Montederramo, conservada en lo esencial bajo las formas de la actual, ejecutada en el tránsito de los siglos XVI al XVII –respondía al esquema genéricamente denominado “bernardo”, empleado en la iglesia de Clairvaux levantada en su tiempo, singularizado por el uso exclusivo de líneas y ángulos rectos: cruz latina, con tres naves en el brazo mayor, crucero marcado y cabecera compuesta por cinco capillas rectangulares, la central destacada, las laterales, dos por cada costado, cerradas a oriente por un muro común plano–, o el uso de arcos y bóvedas de cañón apuntado) y de criterios decorativos (supresión de figuración humana y zoomórfica, potenciación de elementos vegetales y geométricos, y también del uso de molduras lisas, sin ningún elemento complementario), no permanecieron, sin embargo, al margen de las sugerencias formales, planimétricas y ornamentales que les proporcionaba el entorno.
Valgan de ejemplo, en el caso de las plantas, el modelo de la de la cabecera de Oseira, inspirado por el esquema de las comúnmente denominadas “iglesias de peregrinación”, las cuales tienen su mejor referente, su verdadero arquetipo, en la basílica apostólica de Santiago (cabecera integrada por una capilla mayor rodeada por un deambulatorio al que se abren cinco capillas radiales separadas por tramos libres, una versión reducida del cual, con solo tres capillas radiales, encontramos en la abacial de Melón), o el modelo con tres capillas semicirculares, la central saliente, todas precedidas de tramo recto, que ofrecen San Clodio o Xunqueira de Espadanedo; y, en cuanto a alzados, el uso de bóvedas de cuarto de cañón, derivadas o inspiradas por la que se dispone en las tribunas de la catedral de Santiago (se utilizan en la cubrición de la parcela semicircular de los deambulatorios de Oseira y Melón) o el empleo de arcos atando contrafuertes, solución presente tanto en la basílica compostelana como en la catedral de Ourense y que se adopta en el cuerpo longitudinal de Montederramo (quedan restos de entidad en el costado sur pese a las reformas de la Edad Moderna), sin duda como resultado del impacto de la última fábrica catedralicia citada, la ourensana, su cabecera diocesana (su huella se evidencia también en otros rasgos). En cuanto a la presencia de esta solución en el exterior de la capilla mayor y en el costado este de los brazos del crucero de la abacial de Melón, parece más verosímil, sin que pueda descartarse del todo su progenie local, su filiación última ultrapirenaica.
Otros elementos presentes en las fábricas cistercienses (ménsulas-capitel, cornisas sobre arquitos, modelos de capiteles, motivos decorativos, etc.) ponen de manifiesto el profundo impacto que ejerció el entorno sobre su edilicia en tierras ourensanas, donde no existió una empresa “pura”, totalmente exótica, como parece haber acontecido en la abacial de Sobrado, la primera levantada en firme por la Orden en tierras peninsulares, ofreciendo todas, hasta donde hoy podemos documentarlo, una fusión de elementos foráneos y autóctonos, estos tanto más significados cuanto más tardías son las cronologías de las empresas, una constatación que halla respaldo en la manera, directa o indirecta, de incorporarse a la Orden, esto es, a través de una casa ultrapirenaica (Clairvaux-Claraval para todos los casos gallegos en los que concurre esa circunstancia) o de otra ya asentada en el territorio.
Las fábricas cistercienses marcarán profundamente el desarrollo de la actividad constructiva en buena parte del territorio ourensano. Su influencia, evidente tanto en edificios de una sola nave como de tres, suele hacerse notoria, las más de las veces, en negativo, esto es, por la simplicidad estructural y decorativa a la que sus principios conducen. Es esta depuración la que en ocasiones, ante la duda sobre la progenie inmediata de un motivo o de una solución, permite decantarse por esa filiación y no por otra. Sirvan de ejemplo, a este respecto, los arquitos bajo las cornisas de la iglesia abacial de San Pedro de Ramirás (Ramirás). Su simplicidad, su reducción a su estricta misión portante (prescindo ahora de que estructuralmente no sean necesarios, de que, en sí mismos, sean “un exceso”) en los aleros de la nave central, no así en el de la nave norte, donde las metopas se decoran con flores, permite pensar para aquellas parcelas en fuentes cistercienses y, en concreto, en la fábrica de Santa María de Oseira y no en la catedral de Ourense, que sería el modelo para la del costado septentrional, como su punto inmediato de referencia, una progenie, además, avalada por otras soluciones o elementos presentes en el edificio (columnas con fustes truncados, modelos de capiteles, etc.).
La abacial de Oseira, una de las empresas culminantes de la Orden del Císter no solo en Galicia, sino también en todo el territorio peninsular, marcó profundamente el desarrollo de las manifestaciones tardorrománicas en la provincia de Ourense. Su impacto se hace especialmente evidente, como parece obvio, en las comarcas más próximas a su solar, en las cuales, junto a soluciones formales y decorativas que podemos considerar como genéricas (supresión de decoración figurada, potenciación de ornato geométrico y floral, etc.), es frecuente encontrar un modelo de tímpano con aletas liso, sin complementos ornamentales esculpidos, que parte, en última instancia, del utilizado en la puerta ubicada en el brazo norte del crucero de la iglesia que consideramos, en la cual, sin duda, hubo algún otro hoy desaparecido.
A un taller formado también en Oseira, familiarizado con determinadas formulaciones decorativas presentes sobre todo en las arquivoltas de las ventanas de su cabecera tanto por dentro como por fuera (flores de cuatro pétalos inscritas en círculos; diminutas hojas, muy estilizadas, con nervio central marcado; una cinta plana, lisa, dispuesta en zigzag, unas y otra desplegadas en sentido radial; tipos de capiteles; plintos decorados con arcos semicirculares peraltados, etc.), hay que atribuir la implantación y difusión de estos motivos por tierras de A Limia, una comarca en la cual, tanto por proximidad o inmediatez física, como por los imprecisos y fluctuantes límites territoriales, fronterizos, existentes por entonces (ca. 1200 y décadas iniciales del siglo XIII) entre Galicia, parte del Reino de León, y Portugal, tampoco es extraño encontrar por esos años elementos ornamentales o soluciones constructivas cuya progenie última se encuentra en empresas ubicadas más al sur, en comarcas ya entonces indiscutiblemente lusas.
Derivación, “réplica reducida” de Oseira, se consideró durante mucho tiempo, a partir de los estudios de L. Torres Balbás, a la abacial de Santa María de Melón. Yo mismo, pese a reconocer en su fábrica un marcado acento borgoñón, me decanté también por esa propuesta en distintas ocasiones. En la actualidad, coincidiendo en la valoración con la lectura efectuada por J. d'Emilio, creo que, en su arranque, la iglesia de Melón es anterior a la de Oseira. Se dan cita en ella, particularmente en su cabecera y en el cuerpo bajo del transepto, lo más significativo, por cierto, de la abacial medieval llegado hasta la actualidad, soluciones como la apertura de capillas, una por lado, en el costado este del brazo del crucero, flanqueando el ingreso en la girola, cuya progenie última se halla más allá de los Pirineos, concretamente en Borgoña. Esta región, como se ha señalado reiteradamente, fue esencial para entender la renovación formal, arquitectónica y escultórica sobre todo, que se produce en los reinos de Castilla y singularmente de León a partir de los años sesenta del siglo XII. Otros elementos presentes en la cabecera de Melón como el tipo de bóveda que cubre el hemiciclo de la girola –una bóveda de cuarto de cañón– tienen su origen inmediato, sin embargo, más cerca, en la magna catedral compostelana, empresa en la que se halla ya en la cubrición de la tribuna sobre el deambulatorio, continuando la fórmula en ese espacio alto tanto en el crucero como en el cuerpo longitudinal de la cruz.
Con la basílica de Santiago y, en concreto, con la cripta sobre la que se alza el Pórtico de la Gloria, hay que relacionar también la presencia en la cabecera de Melón de dos modelos de capiteles, uno decorado con hojas de acanto y otro, llamado a tener un éxito relativo por tierras de Ourense y del sur de Lugo, ornado con tallos cruzados en aspa. Los orígenes de ambos tipos, no obstante, se hallan más allá de los Pirineos, en tierras borgoñonas o de la Isla de Francia.
Soluciones documentadas en la cabecera de Melón fueron reproducidas, con modificaciones de entidad, en la de Santa María de Oseira. La más significativa, sin duda, es el incremento de tres a cinco del número de capillas radiales, compensando de este modo la supresión de las dos, una por cada lado, que en la iglesia de Melón se abren en el costado oriental del brazo del crucero. No es un dato menor tampoco el hecho de que todos los tramos de la girola, incluidos los que poseen capilla radial, tengan en Melón, explicitando su presencia una vez más su dependencia de fuentes ultrapirenaicas, singularmente borgoñonas, iluminación directa, reservándose esta en Oseira, por el contrario, tan solo para los espacios emplazados entre las capillas radiales.
La interrelación Melón-Oseira torna difícil la averiguación de cuál de las dos abaciales se halla en el origen de la difusión de determinadas soluciones o elementos presentes en ambas empresas. Es el caso, por ejemplo, del citado modelo de capitel con tallos cruzados en aspa, empleado en un reducido número de edificios, entre ellos dos abaciales cistercienses, las de San Clodio y Xunqueira de Espadanedo, vinculado por J. d'Emilio a la actividad de un artista itinerante cuya presencia en las obras se circunscribiría esencialmente, vista la localización de sus trabajos en la parcela oriental de los templos, la más antigua en circunstancias normales durante la época, a la etapa inicial de los trabajos.
Al margen de lo que antecede, muy reducido en su difusión en todo caso, parece evidente, a tenor de lo que cabe deducir de los vestigios constructivos llegados hasta hoy, que la irradiación de Melón fue considerablemente inferior a la de la otra gran empresa cisterciense ourensana, la abacial de Oseira. No sé cuál puede haber sido la causa de esa disparidad, pues, si bien la verosímil paralización o inconclusión de los trabajos de la iglesia de Melón según las pautas del proyecto inicial a partir de las zonas altas del transepto podría estar en el origen de ese hecho, lo cierto es que esa situación debería haber propiciado la marcha a otros lugares de los maestros o canteros que en ella trabajaban y, por tanto, haber contribuido o facilitado su expansión. Que gentes procedentes de Melón laboraron en otros lugares, como por ejemplo la abacial de San Clodio (Leiro) es evidente, pero no es menos cierto también que su impacto, todo lo difuminado que se quiera a día de hoy por las circunstancias casuales ya referidas, fue considerablemente inferior al ejercido por la abacial de Santa María de Oseira.
Formulaciones vinculadas o derivadas de las empleadas y codificadas en las empresas cistercienses, singularmente en el último cenobio referido, el de Oseira, y también en la catedral de Ourense tuvieron en la provincia que nos ocupa una larga persistencia. Se relaciona esta continuidad con las especiales circunstancias políticas, sociales y económicas, ya señaladas por mí en esta misma Enciclopedia en los análisis introductorios de las provincias de Pontevedra y A Coruña, que afectan a toda Galicia tras el fallecimiento en 1230 de Alfonso IX y la unión, que será ya definitiva, de los reinos de León y Castilla en la persona de Fernando III. Reducida Galicia a un papel secundario en el contexto político general de los reinos unificados y truncada su posible expansión hacia el sur por la consolidación plena del reino de Portugal, su declive económico, además de ralentizar el ritmo constructivo, no facilitará tampoco la llegada de novedades, propiciando, en cambio, la continuidad rutinaria, progresivamente ruralizada, de las propuestas que años atrás habían sido novedosas. A ellas, en particular, aunque no solamente, a las procedentes de la fábrica de la iglesia catedralicia, receptora ella misma ya de novedades formales fruto de su larga construcción, culminada en lo esencial en tiempos del obispo Lorenzo (1218-1248), se le irán incorporando poco a poco elementos estilísticamente valorables ya como góticos, en un principio de manera poco llamativa, no dominante, después más resueltamente. Sirvan de ejemplo, en el primer caso, iglesias como la de Santa María de Louredo (Maside), en la cual, junto a rasgos vinculados a la abacial de Oseira (modelos de capiteles, tímpano con aletas) y a la catedral de Ourense (cornisa sobre arquitos, decoración de bolas), aparecen ya capiteles de crochets268, y, en el segundo, empresas como la parroquial de Santiago de Gustei (Coles), una iglesia que, pese a lo que en apariencia exhibe, ha de ser considerada ya, en muchos aspectos, como plenamente gótica. Los ecos de progenie tardorrománica vinculados a la fábrica catedralicia ourensana que en ella todavía se detectan son el sustrato a partir del cual se asientan esos nuevos planteamientos estilísticos.

El vocabulario románico, pese a la longevidad que conoció en las tierras que analizamos, singularmente en su cabecera diocesana y áreas más o menos próximas, se extinguió como tal a lo largo de la segunda mitad del siglo XIII. Se recuperará en parte, resurgirá, en torno a los años centrales del siglo XIV, en la fase tardía, de disolución y, a la vez, de máxima expansión, disperso ya por buena parte de Galicia, del que fue denominado por S. Moralejo “gótico orensano” por ser en esta ciudad y concretamente en el complejo catedralicio donde primero se documenta y se configura. No será su última aparición. En una fecha avanzada del siglo XVI, en torno a 1570, en el monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de Ramuín), tanto en la iglesia abacial, particularmente en su cabecera (exterior de los ábsides laterales sobre todo), como en el claustro procesional (conocido como “Claustro de los Obispos”), las formas románicas volverán a ser utilizadas con criterios que no tengo reparo alguno en considerar, avant la lettre, como plenamente historicistas. En la primera estancia, la iglesia, el abovedamiento de las naves alrededor de año referido propició el recrecimiento, con nueva cubrición de esa época obviamente, de los ábsides laterales, anormalmente más altos hoy, por ello, que el central. Para el nuevo remate exterior de esas capillas se reutilizaron los elementos que integraban el precedente, el inicial del edificio, materializándose la intervención, a la que se incorporó alguna pieza de nueva factura, no siempre con cuidado.
En la segunda dependencia, el claustro procesional, la renovación que experimenta en torno al año citado, 1570, como consecuencia del incendio que había sufrido el cenobio poco antes, afectó también, como señaló en su momento M. Castiñeiras, a algunos de los capiteles ubicados en su cuerpo inferior. Hay en las nuevas piezas, similares en apariencia a las de “época”, diferencias claras con respecto a estas en su estructura, en sus componentes y en el tratamiento que reciben. Sorprende en ellas, sin embargo, vistas con ojos “cultos” de hoy, el afán de imitación, de adaptación a unas formas ya pasadas, de “copiar” deliberadamente un estilo. Admira también, y sobre todo, que esa claridad conceptual aflorara y se materializara en el último tercio del siglo XVI en el extremo noroccidental de la Península Ibérica y en un monasterio, importante sin duda, pero que no estaba asentado en un núcleo urbano.

La escultura románica en la provincia de Ourense
consecrata: fvit: eccl(es)ia: ista: ab alfon(n)so avrien(se): ep(iscop)o: i(n) honore: b(eat)i/ martini: cv(m) reliqviis: ei(vs)de(m): et s(ancti): vi(n)ce(n)cii m(arty)r(is): et s(ancte): marie: magdalene: et / s(ancte) evfemie: et reliqviis: aliis: e(ra): mª: ccª: xxx: viii: xvi: k(a)l(endas): maii
Esta iglesia fue consagrada por el obispo de Ourense, Alfonso, en honor de San Martín y sus reliquias, y de San Vicente, mártir, y de Santa María Magdalena y de Santa Eufemia y otras reliquias. Era milésima duocentésima trigésimo octava en decimosextas calendas de mayo”.
Esta inscripción, que recorre el muro sur de la iglesia de San Martiño de Cornoces (Amoeiro), se alza como testimonio de la actividad pastoral del obispo don Alfonso (1174-1213), de su empeño por aumentar el poder de la sede en el área cercana a la ciudad y de catapultar la devoción de los cuerpos santos que su catedral albergaba, como indica la dedicación a San Martín y a Santa Eufemia y la insistencia en la presencia de sus reliquias (Saco Cid y Saco Rivera, 1997/98, pp. 139-151; Yzquierdo Perrín, 1995, p. 390; D’Emilio, 2007, pp. 1-34, esp. pp. 13-16). A pesar de su fecha –1200– la inscripción de Cornoces constituye el más temprano indicio de actividad reformadora por parte de un obispo orensano, lo que indica que la organización del mapa eclesiástico de la diócesis y el fortalecimiento del poder episcopal en el territorio orensano debió de ser ciertamente tardío. Las diócesis de Santiago, Mondoñedo o Tui habían comenzado esta labor cien años antes, y ese retraso pudo deberse, en buena medida, a la complicada orografía de su territorio, pero también a la pervivencia de antiguas fundaciones repartidas a orillas de los principales ríos de la zona, el Avia, el Sil y el Miño –San Xes de Francelos (Ribadavia), Santa Eufemia de Ambía (Baños de Molgas)– y al poder que detentaban antiguos monasterios, como los de Celanova o San Pedro de Rocas (Esgos). Desde mediados del siglo XII, sin embargo, los monjes cistercienses establecieron una red de nuevas fundaciones (Oseira, Montederramo, Melón, Xunqueira de Espadanedo); tras la reforma canonical documentada en el priorato de Santa María de Sar (Santiago de Compostela, A Coruña), la canónica compostelana implantó sus filiales en Xunqueira de Ambía (Xunqueira de Ambía) y Santa Mariña de Augas Santas (Allariz); se instalaron las órdenes militares de Santiago, del Santo Sepulcro y San Juan del Hospital, que construyeron nuevos templos flanqueando las principales arterias de comunicación (García Tato y Otero Piñeyro Maseda, 2012, pp. 65-94) y los antiguos monasterios se sujetaron a la orden de San Benito y renovaron sus fábricas.
El episcopado reaccionó frente a estos nuevos poderes y no solo renovó la fábrica de su catedral, sino que además organizó el sistema parroquial creando nuevos templos cuyos programas figurativos habrían de cumplir una clara función pastoral. Un buen ejemplo de ello lo ofrece la iglesia de Santo Tomé de Serantes (Leiro): allí se combina un discurso tradicional en el alero –cuyo formato evoca el de la cabecera de la catedral auriense con canecillos que advierten a los rústicos de los pecados de la carne– con otros más novedosos, como el de la imposta de la puerta occidental en la que se despliega una escena “pastoral” en clave “pastoril” que habría de entenderse en el marco de las metáforas referidas al poder protector de la iglesia, al refugio seguro que ofrece a los pecadores. Así, un pastor tañendo la gaita, un instrumento que con sus sonidos agudos lograba hacer huir a las alimañas, intenta resguardar a los animales domésticos mientras una zorra diezma un gallinero y un lobo persigue a un ternero (Castiñeiras González, 2003a).
Santo Tomé de Serantes (Leiro). Imposta de la portada occidental
 

Otras metáforas referidas al auxilio que ofrece la Iglesia contra el peligro de las alimañas físicas y espirituales, en este caso una fauna ctónica, se encuentra en otra serie de portadas de carácter ideográfico y simbólico. En los tímpanos occidentales de la iglesia de San Martiño de Betán (Baños de Molgas) y de lo que debió de ser la antigua iglesia de Partovia (O Carballiño) –una granja del monasterio cisterciense de Oseira (San Cristovo de Cea)– reconoció Jaime Delgado sendas alusiones simbólicas a la interpretación cristológica del salmo 91, v. 13, ... super aspidem et viperam gradieris/ conculcabis leonem et draconem..., donde la figura de Cristo es sustituida por una imagen de la crux invicta a cuyos pies se rinden los dos reptiles (Delgado Gómez, 1986 y 1990). La formulación plástica del salmo es indudablemente conservadora, si se tienen en cuenta otras soluciones gallegas anteriores, como la de la pieza que debió de servir de parteluz de la antigua iglesia de Santiago de Vigo (Vigo, Pontevedra) del segundo tercio del siglo XII, conservada en el Museo Arqueológico Nacional, en la que la figura del Hijo de Dios se presenta en sus ropajes carnales y el discurso se concibe en clave narrativa (Sánchez Ameijeiras, 2004b). Con todo, tanto en un caso como en el otro, el conceder a la versión figurativa del salmo 91 un papel protagonista en las portadas occidentales de la iglesia
trascendía el mero discurso pastoril y eclesiológico y se enriquecía con una alusión más vital, la del triunfo de Cristo sobre la muerte, un discurso apropiado para su función, la de presidir los atrios occidentales de las iglesias que servían de cementerio. En la imaginación de los campesinos ourensanos que contemplaban estas portadas, sus difuntos se habrían de librar del ataque de las serpientes y de toda la fauna subterránea que amenazaba sus restos mortales en la sepultura, y de la fauna diabólica que amenazaba su felicidad futura en las demoras celestes.
San Martiño de Betán (Baños de Molgas). Tímpano del acceso occidental
San Clodio de Pazos de San Clodio (San Cibrao das Viñas). Tímpano del acceso occidental
 

El mismo mensaje soportaban los tímpanos presididos por la imagen de Sansón desquijarando al león como los de Pazos de San Clodio (San Cibrao das Viñas) y el reutilizado en una casa particular de Turei en la feligresía de Santa Baia de Beiro (Ourense) (Yzquierdo Perrín, 1995, pp. 378-405), últimos descendientes del modelo acuñado en San Xoán de Palmou (Lalín, Pontevedra) (Valle Pérez, 2006), que conoció una especial fortuna en tierras del Deza, desde donde se expandió a tierras del sur de la provincia de Lugo y del norte de la de Ourense (Ramón y Fernández Oxea, 1936, 1951, 1962 y 1965; Ferrín González y Carrillo Lista, 1997; Sánchez Ameijeiras, 2001, pp. 168-171; Sastre Vázquez, 2003). Si en Santiago de Vigo era un Cristo triunfante el que presidía el atrio del cementerio, en Palmou y en los restantes tímpanos con la imagen de Sansón desquijarando al león, lo hacía en clave tipológica encarnándose en su precedente veterotestamentario.
En este marco del enfrentamiento entre la divinidad y las fieras que supuestamente poblaban los bosques orensanos y que simbolizaban al enemigo espiritual, habrá de entenderse también el relieve que presenta al autor de los Salmos luchando contra un león y un oso en la rosca interna de la portada sur de la catedral de Ourense, y este contexto proporciona también el horizonte en el que habrán de entenderse las imágenes de David como juglar –una variante de la del salmista amansando a las fieras con su música– labradas en diversos soportes siempre en la estructura de frontera que es la portada, que separa el mundo terreno y del pecado del exterior, y el sagrado y celeste del interior del templo. En un capitel de la portada de la iglesia de San Pedro de Trasalba (Amoeiro) se representa a un personaje tañendo una fídula oval ante un animal, mientras otro baila al son de la música (Ramón y Fernández Oxea, 1951), una fórmula derivada de la más desarrollada que presidía el tímpano de San Miguel do Monte (Chantada, Lugo), que habría de resumirse todavía más en el de la portada sur de Santa María de Ucelle (Coles), ya del primer tercio del siglo xiii, donde al juglar acompaña una bailarina con pandeiro. El tono “juglaresco” que adquiere esta caracterización órfica de David –que tañe una fídula, un instrumento más propio de los juglares que el salterio–, no resulta extraña, porque esta asunción de los valores de la juglaría por parte del rey bíblico se rastrea ya en Salterios anteriores y contemporáneos (Moralejo Álvarez, 1985; Sánchez Ameijeiras, 2001), y su nueva compañía festiva femenina podría encontrar razón de ser en la cualidad especular que la imaginería de las portadas fue adquiriendo con el tiempo. El atrio, entonces, como sucede hoy en muchas iglesias rurales, no solo servía de cementerio, también era el lugar de la fiesta del santo patrón, y en este sentido resulta inevitable recordar unos versos de la canción de Martín Codax: “Eno sagrado de Vigo, / bailaba corpo belido; / amor hey!”.
Otro tono adquiere la presencia de la escena juglaresca en la portada occidental de la iglesia del monasterio femenino de San Salvador de Sobrado de Trives (A Pobra de Trives) en el par de mochetas de singular tamaño que flanquean la entrada. En un alarde magistral de adecuación de la figura al soporte arquitectónico que la genera, a un juglar tañendo su fídula acompasan las piruetas de una juglaresa contorsionista. En este caso, cuanto de Orfeo tenía David en los otros discursos visuales parece haberse perdido y la imagen, alojada en un “pórtico-galilea” monástico en el que se llevaban a cabo procesiones, podría esconder un mensaje de otro tipo, que resume el papel de David como juglar de Dios, mientras la contorsionista personifica el canto de las monjas en el coro como juglaresas, también ellas, de Dios (Duys, 2006). La singularidad de la imaginería de este monasterio, pensado para una audiencia femenina, se extiende también a los márgenes de la iglesia (Moure Pena, 2002; Pallares Méndez y Portela Silva, 2012). Si en el alero de la iglesia parroquial de Serantes la audiencia que se esperaba era la de los rústicos de la zona y, por ello, el discurso visual de los canecillos se mofaba de los pecados de la carne, o adquiría un tono pastoril, en el de Trives las mujeres adquieren un especial papel protagonista: a una se la representa acuclillada, una actitud propia de los animales, como se diría en el Liber Sancti Iacobi al referirse a las costumbres de los navarros; otra aparece enredada en los entrelazos que la aprisionan en su pecado; y una tercera, desnuda, figurada de espaldas, muestra las nalgas que agarra con sus manos –una imagen dotada de un inequívoco simbolismo escatológico– y que funciona como contrafigura de la hermosamente vestida juglaresa de la portada (Sánchez Ameijeiras, 2003a).
San Salvador de Sobrado de Trives (A Pobra de Trives). Mochetas de la portada occidental
Detalle 

Frente a este mundo de foliadas, bailes, monjas cantoras y fieras subyugadas por Cristo Sansón o David, la vida cenobítica de los monasterios cistercienses se inclinó, en cambio, por una imaginería animal fundamentalmente aérea. Así, en el monasterio de Oseira (San Cristovo de Cea), las únicas representaciones figurativas de la cabecera ofrecen un repertorio “animal” emparentado con la ilustración de los Bestiarios que encuentra su origen en modelos de la catedral compostelana: la pareja de sirena y centauro, los leones afrontados, sendas parejas de águilas bebiendo de un cáliz. Pero frente a este panorama que se podría calificar de tradicional, relegado a la girola, en el presbiterio sorprende un capitel de grandes dimensiones, en el que sendas fochas de agua (fulica atra) se inclinan a beber de un mismo recipiente. A estas aves zancudas, limícolas, se les atribuye en los Bestiaros moralizados una especial prudencia porque no se alejan del nido, buscando su alimento en sus alrededores para volver a dormir en él –un comportamiento especialmente adecuado a la vida cenobítica–, y en su moralización se incide en que diariamente se alimenta del pan y de la sangre de Cristo (Sánchez Ameijeiras, 2003a). No podría encontrarse un ave más adecuada para conminar al cumplimiento de la vida cenobítica, ni podría resultar más adecuada su localización en el presbiterio, porque a la vista del coro monástico acentuaba su alusión a la Eucaristía.
Otras aves soportan un mensaje moral diferente en la iglesia del también cisterciense monasterio de Santa María de Xunqueira de Espadanedo (Xunqueira de Espadanedo) donde en el capitel del segundo pilar norte de la iglesia sendas crías de abubilla (huppupa epox) limpian de plumas muertas a sus respectivos progenitores. La comparación de su morfología y la escena narrativa que resume su caracterización con la que muestra la representación de estas aves en Bestiarios ingleses de finales del siglo XII y principios de siglo XIII, permite atribuirles la lección moral que en ellos soportan: el mimo con que cuidan a sus mayores es traducido en la recomendación de un comportamiento similar en el seno de las comunidades monásticas y, como en Oseira, estos mensajes se localizan en un lugar que resultaba especialmente visible a los monjes cuanto asistían a las horas prescritas por la regla, para conminarles a imitar su comportamiento (Sánchez Ameijeiras, 2003a).
La presencia de esta fauna aérea moralizada en los monasterios cistercienses orensanos podría, en primera instancia, relacionarse con la especial fortuna que el Aviario de Hugo de Folieto gozó entre las comunidades bernardas (Clark, 1982 y 1992). De hecho, en las vecinas tierras portuguesas se conservan tres ejemplares ilustrados de esta obra: uno de ellos procedente de San Mamede de Lorvão (Lisboa, Arquivo Nacional da Torre do Tombo, Ms 90) que, aunque datado en 1184 cuando el monasterio todavía se regía por la orden de San Benito, siguió en uso cuando pasó a ser ocupado por una comunidad cisterciense femenina en 1210; otra copia contemporánea proviene de la canónica agustiniana de Santa Cruz de Coimbra (Biblioteca Pública Municipal de Porto, Ms 43, fols. 89-110v), y a principios del siglo XIII se ha datado la copia alcobacense (Biblioteca Nacional de Lisboa, Ms Alc. 238 (ant. XXIX) fols. 202v -227) (Miranda, 1992, 1996 y 1997; AA.VV., 1999). Incluso se supone de factura portuguesa un ejemplar procedente de la propia abadía de Clairvaux (Troyes, Bibl. Mun., Ms. 177) (Clark, 1982, pp. 63-64). Sin embargo, las aves que pueblan los capiteles de las iglesias gallegas no se incluyen en la obra del canónigo francés y aparecen, en cambio, en Bestiarios ingleses, como en uno de los conservados en Oxford (Oxford, Bodleian Library, Ms Bodley 764, fol. 72) (Hassig, 1995, figs. 98 y 111), y es que los Bestiarios circularon también por las comunidades cistercienses como demuestra el Bestiario de Cambridge (Cambridge, University Library, Ms. Ii.4.26, fol. 38), datado entre 1200-1210, y que procede de la abadía cisterciense de Revesbay (Baxter, 1998, pp. 147-151). La escultura de las iglesias ourensanas, como sucedía con la de la propia catedral, demuestra el conocimiento de manuscritos o libros de modelos procedentes de scriptoria anglosajones: si el eco de los Salterios se rastreaba en el ciclo de David de la portada sur de la catedral orensana y en su caracterización juglaresca en Trasalba, de la ilustración de los Bestiarios ya se hacía eco el alero de la catedral de Ourense. Al fin y al cabo, el Salterio fue el libro litúrgico más copiado durante la Edad Media, y el Bestiario uno de los preferidos por las comunidades religiosas. La singularidad de esta provincia residirá tanto en la elección de ciclos de David raramente ilustrados, como en la incidencia en la asociación de monjes y pájaros que, curiosamente, aflorará más tarde vinculada a las fundaciones cistercienses gallegas de forma muy diferente, y ante el revoloteo de estas aves viene inevitablemente a la mente el relato de la cantiga 103 de Alfonso X El Sabio, que narra cómo un monje extasiado por el canto de los pájaros gozó de una visión del más allá, un episodio que la tradición popular vincula con el monasterio de Santa María de Armenteira (Meis, Pontevedra) y bautiza como protagonista al legendario monje san Ero.
La singular fortuna de la representación de aves en los monasterios cistercienses ourensanos, y más especialmente, el impacto que causó tanto la magnífica fábrica como los anhelos que latían tras la imaginería de la iglesia cisterciense de Oseira, influyó en otros mentores que encargaron sus fábricas en la zona occidental de la diócesis a talleres que habían sido formados en el cenobio bernardo, de modo que primero las zancudas y después las palomas anidaron en las portadas de iglesias vecinas. Así, las zancudas abrevando en un mismo recipiente y su simbolismo eucarístico se reconocen en el capitel de la jamba derecha de la portada occidental de la iglesia parroquial de Trasalba, y sendas palomas hacen lo propio en las portadas occidentales de San Xulián de Astureses, San Salvador de Pazos de Arenteiro, San Mamede de Moldes o en Santa María de Xuvencos (Boborás), y en Santa María de San Clodio (Leiro) (Chamoso Lamas, 1941, p. 344).
Frente a este revoloteo aviar, el obispo Alfonso no solo había promovido una expansión pastoral encarnada en imágenes en las parroquias cercanas a su catedral, además, las alianzas que estableció con los monasterios rivales al todopoderoso cenobio de Celanova, que extendía su poder por todo el suroeste de la provincia, por buena parte del obispado de Tui, y en el territorio del recién independizado reino de Portugal, determinó que la catedral se convirtiese en un foco de irradiación de nuevos lenguajes figurativos y formatos de portada. El caso más elocuente es el que se observa en los monasterios benedictinos de San Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de Ramuín) y Santa Cristina de Ribas de Sil (Parada de Sil), situados ambos en lo alto de la escarpada margen izquierda del río. En efecto, la vinculación de la sede con la reconstrucción de antiguos monasterios dúplices que ahora se pueblan de monjes benedictinos se pone de manifiesto en la relación estilística de las empresas escultóricas de estos dos monasterios y las llevadas a cabo en la catedral. Los restos de escultura que se han conservado en el primero de ellos –capiteles del claustro y del acceso a la sala capitular en los que se ha reconocido una escena con el Sacrificio de Isaac (Castiñeiras, 2003b, p. 46; Valle Pérez, 2003, p. 77)– son obra del mismo taller que labró el pie de altar de la catedral orensana, y se ha fechado, en consecuencia, en la década de los ochenta del siglo XII (Valle Pérez, 1974; Valle Pérez, 2003, pp. 77 y 79).
Santa Cristina de Ribas de Sil (Parada de Sil). Acceso al recinto del monasterio
Santo Tomé de Serantes (Leiro). Tímpano de la portada occidental 

En la portada sur de la catedral ha de encontrarse, en cambio, el modelo para la estructura que sirve hoy de puerta de acceso al monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil, que, habida cuenta las transformaciones que este ha conocido, bien pudo haber constituido la puerta occidental de la iglesia monasterial (Barriocanal López, 1990). Conformada por una sucesión de arquivoltas con decoración vegetal y geométrica, la figuración se reserva para la rosca interna del primer arco, donde los símbolos de los evangelistas flanquean el vacío de un tímpano ausente, en el que cabría esperar encontrar una Majestad, de modo que, de alguna manera, ese vacío señala la imposibilidad de representar a Dios (Abel, 2010). Si el impacto del impresionante Fin de los Tiempos labrado en el Pórtico de la Gloria de la catedral compostelana –en el que un colosal Hijo del Hombre descendía, desprovisto ya de nimbo, con sus galas más carnales– se dejó sentir en tierras de Deza (Pontevedra) o en el sur de Lugo, Ourense se resistió a las portadas visionarias, y no deja de resultar indicativo el hecho de que en la única portada que se podría calificar, de algún modo, de “visionaria” en tierras ourensanas, el protagonista principal de la visión está ausente. Uno de los rasgos que permiten calificar de “conservadores” a los programas de las fachadas de las iglesias de estas tierras es, precisamente, que presentan una clara aversión a la idea de representar a Cristo en su forma humana, que se reserva, en cambio, para las imágenes de devoción en madera en el interior de los templos, pues es en Ourense donde se conservan los dos ejemplos más tempranos de crucificados monumentales –los de Santa María de Vilanova dos Infantes, y el Cristo de la catedral de Ourense–, fechados a finales del siglo XII, obras ambas de factura exquisita (Yzquierdo Perrín, et alii, 1993, p. 73; Yzquierdo Perrín, 1995 pp. 480-481).
Ya se ha señalado cómo para aludir al salmo 91 en las iglesias de Partovia y Betán se había optado por representar la segunda persona de Dios en clave simbólica, por medio de una cruz patada, y es más, se elude figurar a Cristo en su forma humana de tal manera que incluso en aquellos casos en que cabría esperar su imagen integrada en una escena narrativa que parece exigirlo así, se opta por figurar cruces, en muchas ocasiones, un trasunto en piedra de los ricos ejemplares que presidían los altares. Tal es el caso de la portada occidental de la ya citada iglesia de Santo Tomé de Serantes, donde el motivo de la cruz sustituye al crucificado en un Calvario (Delgado Gómez, 1980), flanqueada por las imágenes de los dolientes María y Juan. Otras fórmulas en las que se integra la cruz gemada como la que la muestra con palomas posadas en sus brazos en Santa María de Mesego (O Carballiño) o en San Fiz de Navío (San Amaro) parecen proceder de esquemas derivados de antiguos sarcófagos paleocristianos de cruz invicta, esquemas que abundan en la zona sur de la provincia de Pontevedra (Bango Torviso, 1979, p. 71, nota 18). En ocasiones, esas cruces gemadas son trasuntos en piedra de ricos ejemplares de orfebrería y, a juzgar por los ejemplos conservados, las iglesias de la provincia contaban con importantes tesoros y una impresionante variedad de modelos de muy diverso origen. Por ejemplo, en el tímpano de la portada occidental la de iglesia de San Pedro de A Mezquita (A Merca) una cruz de origen oriental, derivada de modelos bizantinos, rematados sus brazos en medallones y con el Agnus Dei ocupando el central, adquiere unas dimensiones poco habituales (Sánchez Ameijeiras, 2003b).
San Pedro de A Mezquita. Portada occidental
San Xulián de Astureses (Boborás). Tímpano de la portada occidental 

En San Xulián de Astureses, la figura de una estauroteca jerosimilitana encontraría explicación por la pertenencia del templo a la Orden del Santo Sepulcro, de modo que proclamaría, en su entrada, su vinculación con los Santos Lugares; y en la portada sur de Santo Tomé de Serantes se reconoce una alusión a la cruz esmaltada de Limoges conservada en la vecina iglesia de San Munio de Veiga (A Bola), perteneciente a la orden de Santiago. Podría decirse, entonces, que en Ourense –un fenómeno que se extiende también a tierras pontevedresas colindantes, como es el caso de San Pedro de Vilanova de Dozón (Dozón, Pontevedra)– existe una tendencia de raigambre tradicional a anunciar en la portada la rica y prestigiosa cruz que habría de presidir el altar. Desgraciadamente no se conserva la policromía que animaría estos relieves, con sus brillantes joyas doradas y decoradas con esmaltes o cabujones de color, de modo que resulta difícil reconstruir el efecto que podrían haber producido en los fieles que primero la contemplarían cristalizada en piedra ante la fachada, y al traspasar el umbral de templo reconocerían cómo aquella se acompasaba con la más rutilante todavía del interior, generando, de esta manera, el color y el material un efecto de progresión hacia lo más sagrado.
Esta suerte de fascinación por el oro y las piedras preciosas puede ser entendida como un rasgo antiquizante, pero también un ejemplo de la recepción de la nueva estética que desde la Île de France generó lo que se ha dado en llamar “el primer gótico”, quizá porque tanto en París como en Ourense las fórmulas conservadoras de los viejos monasterios prerrománicos habían frenado el arraigo de las nuevas formas y discursos del románico asociado a la “reforma gregoriana”. Y esta estética de lo suntuario aflora también en el mobiliario litúrgico de las iglesias.
San Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de Ramuín). Tabula retro altaris, cara anterior
 

La tabula retro-altaris de la iglesia de San Estevo de Ribas de Sil, una evocación tardía en piedra de lo que pudo haber sido una de las piezas que componían el conjunto gelmiriano de la catedral de Santiago (Moralejo Álvarez, 1980, pp. 231-236), está presidida, en su anverso, por una imagen de Cristo triunfante, coronado y con una cruz procesional gemada, a quien acompañan en el grupo central señalado entre dos columnas, Pedro, con un libro en la mano y las llaves en otra, y Pablo, calvo, con un rollo de pergamino y un báculo en Tau; alojados los restantes apóstoles en los espacios laterales, entre los que destaca un Santiago con el manto poblado de veneras, como si se cubriese con el hábito de los caballeros de la orden que llevan su nombre. Aunque se ha querido identificar al personaje contiguo a este apóstol con San Esteban, confundiendo un manto con una casulla, al protomártir jamás se lo representa con rostro barbado ni con semejante indumentaria litúrgica porque, como es sabido, fue martirizado joven, siendo simplemente diácono (Castiñeiras González, 2011, p. 44 y 2003b, esp. pp. 44-49). Es más, aunque en ocasiones el colegio apostólico se resume en seis personajes, nunca se limita a once. Son, pues, los apóstoles, los que se acompañan de Cristo, e incluso podría decirse que, con sus actitudes y atributos, centran el tema del discurso en su diáspora evangelizadora. El hecho de que se subraye, por su tamaño y riqueza, el báculo en Tau del de Tarso y la particularidad de que la mayoría de sus compañeros se apoye en sus cayados sosteniendo sus libros cerrados, o que alguno se presente de frente al espectador con él abierto, o el detalle de que algunos estén descalzos, acentúan las referencias al viaje, al camino y a la predicación. Es más, como si acabasen de escuchar las palabras del Maestro, ya resucitado, euntes in mundum universum praedicate evangelium omni creaturae (Mc, 16:15), algunos se distribuyen por parejas que comentan o aceptan voluntariamente el mandato con las palmas levantadas, otro señala al Salvador mientras un segundo lo escucha con su palma levantada y, curiosamente, en los extremos, sendos apóstoles, exhaustos, se han rendido al sueño, apoyados en sus cayados.
Esta alusión a la misión apostólica en una tabula retro altaris de un monasterio benedictino situado en un enclave de difícil acceso no encuentra sentido si no se recuerda que la vida cenobítica fue entendida por los exegetas medievales como una suerte de peregrinatio in stabilitate, o, por decirlo en palabras de san Agustín, los rectos cristianos deben caminar no con su cuerpo, sino con su corazón. Pero otra razón justificaría la alusión al episodio que relata Marcos: es Cristo, ya resucitado, quien ordena a los apóstoles que extiendan la noticia de que con su sacrificio ha triunfado a la muerte, un mensaje especialmente adecuado para una pieza que servía de telón de fondo para la celebración de la Eucaristía. No habría de ser este el único caso gallego en el que la imagen de un apostolado aluda, en el entorno de un altar, y a pesar de su formulación, a un episodio evangélico que tuvo lugar tras la resurrección del Salvador. El apostolado que se arracima en torno a las columnas que sostenían la mesa de altar de la iglesia de San Paio de Antealtares en Compostela, hoy repartidos entre el Museo Arqueológico Nacional y el Fogg Art Museum de Cambridge (Mass.) permitían evocar el Pentecostés. La singular presencia de Matías, que únicamente aparece en el Evangelio en ese pasaje, cuando los discípulos se vieron en la necesidad de encontrar un sustituto para Judas, apunta en este sentido, y las lámparas que hubieron de brillar sobre el altar completarían la puesta en escena del fenómeno de las lenguas de fuego que figuradamente caerían sobre sus cabezas (Sánchez Ameijeiras, 2004a).
El acento que en el caminar, en la peregrinación y en la misión apostólica sostiene la tabula de San Estevo hubo de desempañar también una función propagandística. Allí peregrinaban los lugareños para beneficiarse de los muchos milagros que obraban nueve obispos santos cuyos restos descansaban allí. No por caso lo habían sido de las diócesis de Ourense, Coimbra, Iria y Astorga. Aunque la documentación más temprana referida a este fenómeno devocional data de 1220, la tradición era más antigua, y una de las funciones que desempeñó el nuevo claustro hoy llamado “de los obispos” y “de las procesiones” fue, precisamente, la de albergar tan preciadas reliquias, probablemente entonces trasladadas a sepulcros alzados (Carrero Santamaría, 2002; Castiñeiras González, 2003b). Y es que en ningún territorio gallego se asiste, como en Ourense, a finales del siglo xii y principios del xiii a tan masivo “alzamiento” de tumbas de santos. Este fenómeno habrá de entenderse, de nuevo, en el marco de las muchas estrategias que el obispado, las órdenes militares, y las nuevas colegiatas diseñaron con la intención de mermar el extraordinario poder de Celanova. El antiguo monasterio había conseguido en 1172 una bula papal que proclamaba la santidad de san Rosendo y procedió a trasladar sus restos a un sepulcro alzado sobre columnas al tiempo que se redactaba el Liber de vita et virtutibus sanctissimi Rudesindi episcopi (Sánchez Ameijeiras, 2007, esp. p. 176). La catedral reaccionó con el encargo de una urna de esmaltes para albergar las reliquias de san Martín, su titular (Gallego Lorenzo, 1989), y ordenando el traslado del supuesto sepulcro de santa Eufemia que se alojó en la capilla del crucero que lleva su nombre, y la redacción de unos Miracula Sancte Euphemie con el objeto de difundir su culto (Sanchez Ameijeiras, 2012, esp. p. 218 y (en prensa)).
Los santiaguistas participaron en este mismo proceso, reivindicando la memoria de san Munio, el santo del siglo IX fundador del templo que ellos habrían de reconstruir en Veiga (A Bola), alzando el viejo sarcófago a doble vertiente sobre columnas geminadas en cuyos intercolumnios se labró una Anunciación –columnas hoy reutilizadas como soportes de altar–, conformando una estructura que debía emular la del monumento de san Rosendo (Vázquez Castro, 2000 y 2009). El hecho de que las columnas geminadas de Veiga presenten decoración figurativa en las placas que cubren los intercolumnios obliga, al menos, a preguntarse si también el nuevo monumento de san Rosendo contaba con una decoración de este tipo, habida cuenta las vecinas experiencias orensanas con tenantes de altar figurados que podrían haber servido de inspiración para esta solución (Sánchez Ameijeiras, 2001, esp. p. 161). Sin embargo, las impresiones que sobre el monumento dejaron por escrito en el siglo XVI Mauro Castellá Ferrer y Ambrosio de Morales no hacen hincapié en ello (Carrero Santamaría, 2002; Vázquez Castro, 2000, pp. 1143 y 2009), quizá porque no les hubiese llamado la atención o quizá por haber pasado inadvertida ante el monumental baldaquino y recubrimiento de madera con que se enriqueció el sepulcro de finales del siglo xii en la segunda mitad del siglo XV (Español Bertrán, 2000; Carrero Santamaría, 2002).
San Munio de Veiga (A Bola). Sepulcro de San Munio. Soportes reutilizados como pies del altar mayor
 

También con un monumental baldaquino y un recubrimiento de madera se adornó un sepulcro monumental medieval, hoy no solo perdido sino también olvidado, el de la santa mártir Mariña y sus compañeros en la iglesia de la colegiata de Santa Mariña de Augas Santas (Allariz). El obispo orensano del siglo XVIII, Muñoz de la Cueba en sus Noticias Históricas de la Santa Iglesia Cathedral de Orense da cuenta de un conjunto desaparecido que vendría a redibujar el panorama de la historia de la escultura funeraria medieval gallega:
Circunda y rodea la Sepulcral lapida, vn basamento de piedra labrada, de ordinaria cantería, y sobre él ocho columnas, en cuyos capiteles se fundan tres bóvedas de la misma piedra; y debaxo de ellos, sobre pedestales dorados, ay tres Efigies, vna de Santa Marina, en medio; y á los dos lados, las de Santa Marta y Santa Eulalia de Merida. Corona, toda esta fabrica, y bobedas vn cimborrio, labrado de madera, con su adorno todo pintado, aunque el tiempo lo tiene deslucido. Junto al Sepulcro de la santa y Rexa que lo rodea, ay vn Altar en que se celebra el Santo Sacrificio de la Missa, cerrando por tres frentes el circuito vnas verjas de palo labrado y otra hermosa Efigie de nuestra Santa en el Medio (Muñoz de la Cueba, 1727, p. 59).
Si se compara la estructura que señala el obispo orensano con otros sepulcros de santos peninsulares cabe reconocer en ella dos momentos diferentes en su construcción. La parte más antigua –las tres efigies yacentes, el coronamiento pétreo y el altar de piedra a los pies– podría datarse en la primera mitad del siglo XIII, como intentaremos demostrar, mientras que el baldaquino de madera podría ser del siglo XV, y la reja posterior.
Una sucesión de estructuras de este tipo se registra en el sepulcro de San Juan de Ortega (Barrios de Colina, Burgos) –allí sin efigie– o en el de Santo Domingo de la Calzada (Santo Domingo de la Calzada, La Rioja), aunque en este caso un baldaquino de piedra labrado en el siglo XV vino a sustituir al de comienzos del siglo XIII cuyos restos se conservan en la cripta de catedral calceatense (Sánchez Ameijeiras, 2004c).
Pero no solo los sepulcros de santos fueron señalados con un baldaquino. Este elemento arquitectónico puede ser también una estructura indicativa del alto rango terrenal del difunto. El célebre monumento funerario custodiado en la iglesia de la Magdalena en Zamora, que muestra un relieve en el muro con la efigie de una dama difunta descansando en el lecho, con un coronamiento pétreo compuesto por estructuras cupuladas que reposan sobre seis columnas constituye el ejemplo conservado más cercano a la descripción de Muñoz de la Cueba (Sánchez Ameijeiras, 2006, esp. p. 306).
Pero es posible que en Augas Santas no se estuviese emulando un ejemplar zamorano, sino uno compostelano. La difunta zamorana no era otra que la madre del monarca leonés Alfonso IX, y el diseño de su tumba, obra indudable de escultores compostelanos, pudo estar relacionada con las trazas originales de los sepulcros reales de la catedral de Santiago. Ya he señalado en otras ocasiones que la disposición de las efigies yacentes de los reyes Fernando II († 1188), Alfonso IX († 1230) y del infante Fernando († 1211), situados hoy en la capilla de las Reliquias, a quienes se representa dormidos y ladeados, de modo que solo pueden ser contemplados desde un punto de vista, es la propia de monumentos murales y no exentos. Por lo tanto, en el camino desde su emplazamiento original –la capilla de San Lorenzo, la “capela dos reis”, como se la cita en el cartulario conocido como Tumbo A, una capilla fundada por el arzobispo Pedro Muñiz en 1212 para constituir un panteón regio– hasta su nueva ubicación hubieron de dejar atrás los arcosolios o los baldaquinos bajo los que estarían alojadas. Cuando se levantó la capilla regia hubieron de labrarse los monumentos de los dos Fernandos, el padre y el hijo del monarca, y por entonces se estaba rematando la labra del coro pétreo de la catedral. El estrecho parentesco que presentan las piezas que coronan sus sitiales con el baldaquino zamorano invita a proponer unos remates similares para los sepulcros regios compostelanos. Es más, ecos tardíos de esas mismas estructuras se encuentran en monumentos del siglo xiv en el interior de la capilla del Sancti Spiritus, frontera al desaparecido panteón regio, y aunque hoy sirven de arcas para sepulcros modernos, su iconografía “celeste” –ángeles incensando– indica que originalmente formaron parte de coronamientos (Sánchez Ameijeiras, 2013 (conferencia)). Y, por supuesto, el desaparecido monumento de Santa Marina, en el que se hubieron dejado sentir los ecos compostelanos, podría esgrimirse como un argumento más en este sentido.
La de Augas Santas, adornada con las preciosas reliquias, no fue la única de las colegiatas con las que se intentó cercar hacia occidente el poder de Celanova.
El antiguo monasterio dúplice de Xunqueira de Ambía (Xunqueira de Ambía) fundado en el siglo X por Gonzalo Froila e Ilduara, parientes de san Rosendo, fue donado en 1150 al priorato agustino de Santa María de Sar, que recientemente había asumido la reforma canonical y, en 1164, cuando el obispo de Ourense Pedro Seguín consagra una iglesia a medio construir, los canónigos ya estaban instalados en ella. Las afinidades arquitectónicas entre las dos iglesias canonicales ourensanas –que pertenecen al grupo de las llamadas “de falso triforio”– se extienden también a la escultura, pues tanto los capiteles de los interiores de ambas iglesias, como una serie de relieves conservados en el claustro y en la casa prioral –la única casa prioral románica conservada en Galicia– de Xunqueira de Ambía denuncian una clara filiación “mateana”, aunque ya tardía, que cabría relacionar con la decoración del claustro del Sar. Esta tradición se reconoce en una clave de arco con un ángel llevando en su seno un alma orante –que remite, en última instancia a las figuras de los salmeres del Pórtico de la Gloria–, en un relieve de la Anunciación que parece proceder de la jamba de una puerta, y en el ángel de la mocheta de la izquierda de una de las fachadas de la casa prioral (Amado Rolán et alii, 2008 y 2009).
La colegiata de Xunquiera de Ambía reserva, además, una sorpresa: en el remate del contrafuerte derecho de la portada principal se reconoce una representación de una loba amamantando a dos niños que no puede ser otra cosa que una réplica de la célebre loba capitolina, y en el izquierdo se distingue, en cambio, un grupo escultórico con el que forma pendant, en el que un lobo inmoviliza a un carnero rendido ya entre sus patas delanteras. La pareja de la loba protectora y el lobo amenazante se repite en una iglesia singular que solo recientemente ha gozado de la atención que merecía: la iglesia del San Pedro de A Mezquita (A Merca), un antiguo monasterio convertido en el siglo XII en iglesia parroquial dependiente del obispado y cuya fábrica debió de prolongarse hasta mediados del siglo XIII (Yzquierdo Perrín, 2013). Las citas a la célebre estatua de bronce que se alojaba bajo el pórtico del palacio lateranense, que a principios del siglo XIII se había convertido en símbolo del poder y la soberanía papales, en un contexto figurativo sacro, no debe sorprender.
San Pedro de A Mezquita (A Merca). Loba sobre el contrafuerte izquierdo de la fachada occidental
 

Ya desde el siglo X se atestigua la presencia de una estatua de bronce de la loba amamantando a Rómulo y Remo en la zona de la residencia papal, y en esa misma centuria eborarios romanos realizaban el conocido como díptico de Rambona (Museos Vaticanos), en el que la loba con los gemelos asciende al Gólgota sobre el que Cristo aparece crucificado, de modo que aquella se convierte en sinécdoque del pasado romano cristianizado, sosteniendo a la cristiandad física y alegóricamente (Mazzoni, 2010, pp. 195-197). Pero esa estatua antigua que se cita en el díptico de marfil no es la misma que hoy se conserva en los Museos Capitolinos y a la que se le añadieron nuevas imágenes de Rómulo y Remo en el siglo XV. Como el equipo de Lucio Carcagnile ha demostrado recientemente, a mediados del siglo XII se fundió una nueva que vino a sustituir a la anterior (Carruba, 2006). Es probable que la iniciativa partiese del papa Inocencio II (1130-1140), a quien se debe la intervención más llamativa llevada a cabo en el siglo XII en el Campo Lateranense, el espacio que se extendía ante el pórtico en el que se disponían la estatua de Marco Aurelio a caballo –tenido por entonces como Constantino–, el Espinario sobre una columna de mármol y piezas de una estatua colosal que, como una suerte de museo particular del papado, mostraban el poder de la Roma cristiana sobre los vestigios de la antigua (Herklotz, 1985a). Este papa había hecho transportar el sepulcro del emperador Adriano hasta allí, en vida, para ser sepultado en él, y trasladado al interior de la basílica (Herklotz, 1985b, pp. 124-128).
Si en el siglo X la antigua lupa había encontrado su destino en discursos cristianos labrados en marfil, la nueva habrá de hacerlo en otros labrados en piedra.
El caso orensano no es el único. En la desaparecida portada de la segunda fábrica de la catedral de Vic (Vic, Barcelona) la imagen se repetía flanqueando la entrada al templo, de modo que el icono del poder papal se presentaba de nuevo como soporte de un ciclo cristológico que se desplegaba en los capiteles (Barral i Altet, 1974, pp. 115-116). Que la figura se repitiese en cada extremo respondía a las exigencias compositivas dictadas por una simetría axial, y ese intento de simetría se advierte también en San Pedro de A Mezquita, si bien se resuelve de manera diferente: situando afrontadas la loba amamantando a los gemelos y un lobo aprisionando a un carnero. El paralelismo se ha convertido en contraste: a la idea de una iglesia romana protectora se oponen, en términos de amenaza cotidiana, las asechanzas de los lobos, en un medio rural en el que el peligro, entonces como ahora, era no solo simbólico, sino real.
Con todo, el hecho de que estas parejas se encuentren, en ambos casos, en lugares elevados, rematando los contrafuertes podría no ser casual, y redundar en las asociaciones con Roma. El campo lateranense era también el lugar en el que el papa impartía justicia, y la loba capitolina presidía las ejecuciones capitales, momento en el que era izada sobre un contrafuerte de la torre del palacio, y tras celebrar el juicio, se la devolvía a su localización habitual.
La presencia de la loba en las iglesias orensanas podría responder, entonces, al hecho de que el atrio hubiese servido de marco para la administración de justicia, aunque resulta extraño que una iglesia parroquial como la de A Mezquita contase con ese derecho.
La imagen podría también ser entendida como símbolo del poder nutricio de la iglesia, habida cuenta que la tradición figurativa de la Iglesia insiste en metáforas consuntivas no desprovistas de resonancias eucarísticas. Lo que parece probable es que, teniendo en cuenta las fechas en las que fueron labradas, en estas portadas resuenen de alguna manera los ecos del IV Concilio Lateranense:
la cruz de origen bizantino que preside el tímpano y la loba capitolina debieron de realizarse a partir de modelos provenientes de Roma, especialmente en el caso de A Mezquita, donde no solo la loba remitía a modelos romanos, sino también la cruz. Es más, la calidad de su labra contrasta con el repertorio tradicional y el limitado oficio de quien esculpió las enjutas y el alero. En efecto, en sus metopas se reconocen fórmulas desvirtuadas del esquema del vano figurado fraguado en la decoración de la torre del brazo norte del crucero de la catedral (Sánchez Ameijeiras, 2012, pp. 214-220, y (en prensa)), que ahora se convierte en mero divertimento, un esquema utilizado también por un escultor de limitado oficio en el tímpano de la iglesia de Santa Comba do Trevoedo (Maside), en el que tres cabezas asoman en círculos, como si los tres santos a que estaba dedicada la iglesia se asomasen desde las mansiones celestes, tal y como se invocaba en la ceremonia de consagración de la iglesia, una solución extremadamente simple que adquiría un gran desarrollo narrativo en las portadas occidentales de San Xulián de Moraime (Muxía, A Coruña) o San Martiño de Moaña (Moaña, Pontevedra) (Sánchez Ameijeiras, 2003b).
Ourense en época románica fue, por tanto, tierra de monasterios, de santos, de tesoros, de contrastes, de sorpresas. Conservadora en sus discursos figurativos sacros, afecta a las metáforas animales que evocaban a las aves que vagabundeaban a las orillas de sus ríos, o a las bestias que amenazaban desde la espesura del bosque, orgullosa de sus riquísimas cruces de oro y piedras preciosas, devota de nuevos santos, un panorama que se ajusta a una tardía roturación de una geografía difícil y a una tardía cristianización del ámbito rural. Es más, en la zona suroriental de la provincia, de difícil acceso, ni siquiera los símbolos cristianos llegaron a figurarse en la entrada del templo: antiguos motivos prerromanos, como las ruedas de radios curvos o entrelazos, afloraron en las puertas, en la norte de Santo Tomé de Morgade (Xinzo de Limia) o en la sur de Santa María de Zos (Trasmiras) (Yzquierdo Perrín, 1999).
Santo Tomé de Morgade (Xinzo de Limia). Portada norte


Románico en la Ribera Sacra (Ribeira Sacra) y el norte de Orense
La Ribera o Ribeira Sacra (en gallego) es una zona concreta del interior de Galicia a caballo de las provincias de Orense y Lugo. Se corresponde principalmente con el tramo final del Río Sil justo antes de fundir sus aguas con el Miño. Dadas sus similares características históricas y monumentales la denominación de Ribera Sacra se ha extendido al tramo cercano del Río Miño.
Si todo el interior de Galicia presenta una impresionante densidad de arquitectura románica, La Ribeira Sacra presenta el aliciente añadido de ofrecer una colección importante de monasterios medievales.
Estos cenobios son los herederos de los asentamientos eremíticos altomedievales que desde el siglo VI se vino realizando en la zona.
Ya en un documento de 1124 se cita la "ryboira sacrata" asignándola a la Ribera del Sil, por la concentración de iglesias, monasterios y cuevas de anacoretas que existían en el lugar.
En La Ribera - Ribeira Sacra hay 18 monasterios de origen medieval. Muchos de ellos conservan gran parte o elementos dispersos de su pasado románico. De ellos, algunos de los más importantes son:
San Pedro de Bembibre, Taboada dos Freires, San Paio de Diomondi, Santo Estevo de Ribas de Miño, Santa María de Pesqueiras, Montederramo, San Pedro de Rocas, Ferreira de Pantón, San Paio de Abeleda, Santa Cristina de Ribas de Sil y Santo Estevo de Ribas de Sil. 


San Pedro de Rocas
La iglesia de San Pedro de Rocas se encuentra en el municipio de Esgos, en plena Ribeira Sacra. A ella podemos acceder desde la capital provincial, Ourense, cogiendo la carretera OU-0536 en dirección a Pobra de Trives y, una vez recorridos 16 km, se toma un desvío a la izquierda (OU-0509) que nos lleva directamente al edificio religioso. A escasos metros, siguiendo un camino empedrado, se encuentra la Fonte de San Bieito, muy popular en la zona y lugar de visita obligada durante la celebración de la romería dedicada a dicho santo. Además, en la antigua casa prioral se encuentra el Centro de Interpretación da Ribeira Sacra y, en él, pueden verse piezas arquitectónicas correspondientes a diferentes etapas de la ocupación monacal.
Según la lauda, que hoy en día se conserva en el Museo Arqueolóxico Provincial de Ourense, se trataría del monasterio más antiguo de Galicia documentado, pues es del año 573. Sin embargo, José Freire Camaniel discrepa de este hecho. Por otra parte la documentación pereció en un incendio. Por este motivo, el 23 de abril de 1007, Alfonso V confirma todas las posesiones a Rocas que anteriormente le habían dado los reyes Ordoño II, Ramiro II, Ordoño III, Sancho I, Ramiro III y Vermudo II. Es en este diploma donde se recoge la reconstrucción hecha por Gemondo, en época de Alfonso II (886-910). En 1185, el papa Lucio III menciona al Prioratum sancti Petri de Rocas entre las posesiones de la Iglesia de Ourense. De los siglos XII y XIII, podemos decir que es una etapa de brillantez. En León, Alfonso VII otorga dos diplomas al monasterio, el 8 de octubre de 1153. En el primero le delimita el coto, y en el segundo le dona la villa de Velle, añadiéndola al citado coto. Desde la época de Alfonso V fue dependiente de Celanova.

Iglesia del monasterio de San Pedro
Al llegar a Rocas, el primer edificio visible corresponde a la antigua casa prioral levantada a finales del siglo XVII y, en su parte posterior, separado por un conjunto de ocho sepulturas antropomorfas excavadas en la roca, aparece una segunda edificación en cuyo interior permanecen los restos de las antiguas estructuras religiosas con restos románicos. En este lugar no se celebra ningún acto religioso desde que, en 1928, tras un incendio, la parroquia fue atendida por la de Santa María de Esgos y, más tarde, se trasladó a un nuevo templo edificado en Quinta do Monte. En la actualidad, el conjunto monumental de San Pedro de Rocas se encuentra bajo la custodia de la Diputación Provincial de Ourense.
El antiguo monasterio de San Pedro con su iglesia rupestre ha sido objeto de interés por parte de eruditos e investigadores desde tiempos pretéritos. Personajes históricos como el Licenciado Molina, Fray Felipe de la Gándara o el Padre Sarmiento, se interesaron en dar a conocer este emplazamiento y a proceder a su análisis histórico-artístico.
La fecha de fundación del eremitorio primitivo se ha considerado el año 573 (Era 611), en base a una inscripción grabada en la denominada lápida fundacional que se conserva en el Museo Arqueolóxico Provincial (Ourense). Sin embargo, en la actualidad, dicha lauda ha suscitado cierto debate, llegándose a poner en tela de juicio su autenticidad y proponiéndose, en cambio, que se trata de una copia efectuada en el siglo XI.
Sepulturas Antropomorfas
Mosteiro Eremitario do Seculo VI, e a xoia da Ribeira Sacra escabado na Roca. 

Sea como fuere, se admite sin ninguna discusión la existencia del asentamiento antes del año 900, ya que contamos con un privilegio otorgado por Alfonso V, datado en 1007, en el cual se hace mención a una restauración efectuada en el reinado de Alfonso III (886-910). Por otra parte, se consideran los siglos XII y XIII como su época de máximo esplendor.
El origen del lugar como centro religioso se vincula a un eremitorio excavado en la roca, considerándose la evidencia más remota del monacato en Galicia. Centrándonos en el período de la historia del arte objeto de nuestro interés, el románico, gracias a la documentación llegada a nuestras manos, sabemos que, en el año 1189, el monasterio y la iglesia fueron reparados, destacando una donación de los hermanos Nuno y Teresa Gomariz para proceder a la ejecución de las obras. En este momento debió llevarse a cabo la ampliación de los oratorios y la disposición de las tres naves en el recinto religioso.
De este modo, a caballo entre los siglos XII y XIII, la iglesia adquirió una estructura arquitectónica que todavía puede identificarse en nuestros días y, para acceder a ella, se debe entrar por el edificio en cuyo interior se resguarda y cuya fachada data del siglo XIX, según consta en un epígrafe conservado sobre la puerta de ingreso y en el cual todavía puede leerse: esta ig(les)ia es de refugio i sa/grado: año: 1809.
Por lo tanto, en el momento de florecimiento del estilo románico, la iglesia del monasterio de San Pedro constaba de una estructura excavada en la roca con tres pequeñas naves, cubiertas por sus respectivas bóvedas de medio cañón que arrancan de una tosca imposta corrida, y sus correspondientes ábsides para las capillas, con bóvedas de cuarto de esfera.
Al llegar al edificio, el espectador se encontraba con una edificación con tres portadas caracterizadas por la sencillez y la austeridad tanto a nivel arquitectónico como ornamental. La ejecución de los vanos de acceso se vio limitada por diferentes motivos, entre los cuales pueden mencionarse la adaptación a una estructura hipogea previa y las limitaciones proporcionadas por la escasez de espacio y el laborioso trabajo de apertura en la propia roca.
De los tres vanos de acceso, el del extremo izquierdo, resuelto con un sencillo arco de medio punto y perfilado en arista viva, adoptó su actual aspecto en el siglo XVI.

Acceso a la capilla central
La portada central presenta dos arquivoltas en arco de medio punto. La arquivolta externa se voltea sobre cimacios decorados con tres filas de billetes y prolongados hasta la chambrana, perfilándose en baquetón, mediacaña, baquetilla y listel. Su homóloga interna se apea sobre dos mochetas lisas. Las jambas de esta portada permanecen en arista viva.
De las tres puertas de acceso a la iglesia románica, sin lugar a dudas, la ubicada en el lado derecho del vano central presenta una mayor riqueza. La portada muestra una directriz semicircular, tanto en su chambrana como en la arquivolta.
Mosteiro de San Pedro de Rocas, Esgos, Galiza. Parte da fachada da antiga igrexa rupestre co arco románico de entrada á capela da Epístola, e o nicho cos sepulcros de dous cabaleiros xacentes.
 
Acceso a la capilla lateral 

La chambrana que envuelve a la arquivolta se perfila en baquetilla y listel y, además, presenta su caveto decorado con el motivo de las palmetas, representado de una manera muy esquemática, en el cual se conservan restos de pintura negra, aplicados en una época indeterminada, para su mayor visualización.
La arquivolta voltea sobre un cimacio decorado con cuatro filas de billetes que se prolonga hasta el encuentro con la chambrana y se perfila en baquetón, mediacaña y baquetón.
El intradós del arco se perfila con el empleo de la alternancia de un baquetón, una baquetilla, una mediacaña decorada con rosáceas de cuatro pétalos –dispuestas como la cruz de San Andrés–, una nueva baquetilla y otro baquetón.
Este perfil se interrumpe al llegar al cimacio y continúa a lo largo de la jamba con una moldura en baquetilla, mediacaña –decorada con bolas dispuestas a intervalos regulares– y baquetilla.
En esta portada se aprecian indicios de reformas o reparaciones puesto que, entre las jambas y la roca madre, se distingue con claridad como está empotrada una basa correspondiente a una columna. Al igual que ocurre en la chambrana, en las rosáceas del intradós de la arquivolta se conservan restos de pintura de color blanco, rojo y azul.

La capilla mayor posee unas dimensiones mayores que las laterales y su planimetría corresponde a un rectángulo en el tramo de la nave y en su ábside a un semicírculo, adaptado a una disposición previa en herradura que se modificó, como también ocurrió con el de la capilla del lado izquierdo. A ambos lados de la entrada a la cabecera y a escasa altura del suelo, se tallaron en la roca sendas hornacinas destinadas a la colocación de imágenes sagradas o reliquias. En el centro de la nave, se abrió en el techo un lucernario con una doble finalidad: solventar al mismo tiempo el problema de la iluminación interior y facilitar la correcta ventilación del recinto. Hasta los años ochenta del siglo XX, en el presbiterio se encontraba un tenante de altar que, en la actualidad, se conserva en el Museo Arqueolóxico Provincial (Ourense). Su función original consistía en servir de ara en la cual se custodiaba una caja con reliquias; por dicho motivo en su parte superior se realizó un vaciado. Tanto desde el punto estilístico como cronológico esta pieza podría vincularse con la denominada lápida fundacional, a la cual ya se hizo alusión.

Debajo del pavimento de la nave, se han descubierto cinco tumbas, pero tan solo una tiene disposición antropomorfa. Gracias a la conservación de fotografías de los años 60 del siglo XX, se conoce la existencia en este espacio de un retablo con una calle en el cual se veneraba a una imagen de san Benito.
En un momento indeterminado, quizás en el siglo XVI, las paredes septentrional y meridional de la nave de la capilla principal fueron perforadas abriéndose sendos arcos de medio punto, lo cual hizo factible la comunicación de los tres espacios religiosos entre sí. En la misma época se hizo necesario construir un arco para proceder al reforzamiento de su bóveda.
Puerta de entrada desde la nave central a la capilla situada en la nave de la Epístola
La capilla del lado izquierdo presenta unas dimensiones más reducidas. La nave tiene una planta con forma de cuadrilátero irregular y el ábside la tiene semicircular. En su pared septentrional, enmarcado por un arcosolio, perduran los restos correspondientes a un mapamundi con la representación de la diáspora evangélica de los Apóstoles. Este excepcional hallazgo, dado a conocer por primera vez en medios científicos en 1981, será analizado más adelante. Cuando se levantó el pavimento de la nave, aquí también se constató la existencia de dos tumbas, una de ellas con forma antropomorfa.
A la derecha del conjunto, se encuentra la capilla de menor superficie, con una nave que posee una planta trapezoidal alargada y un ábside similar al de las otras dos capillas. Se considera la única que no formaba parte del conjunto primitivo y que se trata de un añadido realizado en la época románica tardía avanzado el siglo XIII.

Nave de la epístola
 

A su derecha, se encuentra un excepcional conjunto escultórico de carácter funerario, enmarcado por un arcosolio de directriz semicircular, labrado en la roca. En él se identifican los sepulcros de dos caballeros yacentes que visten ropa secular, mantienen sus manos colocadas sobre el pecho y poseen una barba abundante. La presencia de la privilegiada situación de estas estatuas en la fachada de la iglesia se vincularía por su condición de benefactores del monasterio. La datación admitida por los investigadores se establece en los alrededores del 1270 y, en ellos, ha querido verse una influencia de los sepulcros existentes en el Panteón Real de Santiago de Compostela (1211-1238), obra de maestros del Taller de Mateo en la catedral compostelana, atribuidos a Alfonso IX, Fernando II, Berenguela y Ramón de Borgoña, así como de los talleres de León y de Palencia. En la zona superior de los sepulcros, en un relieve se recrea el traslado del alma, representada como un niño, en una sábana sujetada por dos ángeles. Este tema iconográfico se repite en varios sepulcros episcopales existentes en la catedral de Ourense.
En ambas capillas laterales existen evidencias y testimonios que atestiguan la presencia en ellas de otros sepulcros y, tanto en ellas como en la central, se aprecia como existe un desnivel entre la nave y el ábside, encontrándose este último siempre más elevado. La información disponible suministra a mayores noticias de un culto en las capillas menores a san Antonio Abad y a san Sebastián con anterioridad a 1827.
Parte de la fachada con dos sepulcros de dos caballeros
En tiempos del románico, debió ubicarse un modesto claustro en las inmediaciones del lado meridional de la iglesia, acogiendo también el cementerio de la comunidad monacal. De sus restos no quedan testimonios ya que, sobre ellos, se edificó en tiempos posteriores la casa prioral.

Con la llegada a Galicia de la reforma benedictina, impuesta por la Congregación de San Benito de Valladolid a finales del siglo XV, la iglesia se convirtió en parroquial y su capacidad para acoger a los fieles y proceder a la celebración de los actos religiosos se hizo insuficiente. En consecuencia, se tomó la decisión de construir delante de la fachada románica una nave transversal, conocida con el nombre de iglesia nueva. De este modo, en su extremo izquierdo se emplazó el presbiterio, abriéndose una puerta de acceso con un arco de directriz apuntada, hoy tapiada, en el lado septentrional, razón por la que resultó modificada la habitual orientación litúrgica del templo (Este–Oeste). A la izquierda del vano de acceso, un epígrafe nos proporciona la fecha y el nombre del prior bajo el cual se efectuó la reforma y, aunque su lectura entraña cierto grado de complejidad, una parte legible del texto dice lo siguiente: esta obra fizo fazer d. fr. gonzalo de penalva prior de rocas era m cccc xc viii. Gonzalo de Penalva dirigió el priorato de San Pedro de Rocas entre los años 1490 y 1511, acometiendo la modificación arquitectónica en la iglesia en el año 1498. En base al epígrafe recién citado, otros investigadores proponen, sin fundamento, la acometida de la reforma en el año 1460 a cargo del mismo personaje, sin tener en cuenta dos datos importantes: en primer lugar, en este año, Gonzalo de Penalva no ejercía el cargo de prior y, en segundo término, al emplearse el vocablo “era”, lo interpretan como una datación basada en la era hispánica, restándole los treinta y ocho años habituales, y no como la era cristiana, cronología en vigor en estos momentos, y sinónimo de nuestro actual “año”.
Las transformaciones del conjunto eclesiástico siguieron produciéndose con la llegada de nuevos tiempos; sin embargo los datos existentes resultan ambiguos para proporcionar fechas concretas. Así, el llamativo campanario, erigido en lo alto de una gran roca horadada al lado de la iglesia, y su escalera de acceso se edificaron en algún momento a lo largo de los siglos XVI y XVII. El incendio propagado en el monasterio en el año 1641 debió de traer como consecuencia la desaparición del antiguo monasterio y la construcción de la casa prioral, así como una vivienda provisional en el piso superior de la iglesia.
Fragmentos de elementos arquitectónicos de la antigua iglesia y monasterio, como capiteles o unos pequeños leones correspondientes a una tapa sepulcral ubicada en la capilla del lado derecho de la iglesia, se encuentran fuera de contexto en el interior de la casa prioral. Además, en la parte posterior de este edificio, se encuentra reutilizado, como pieza ornamental, un canecillo románico que representa a un ser humano en una actitud desvergonzada, agachado con la cabeza entre sus piernas y las manos sujetando sus tobillos, al tiempo que muestra sus nalgas a un posible espectador. Se trata de un tipo de actitud exhibicionista frecuente en este estilo artístico y, en especial, en los canecillos que soportan los aleros de las construcciones religiosas de esta época del medievo. Su simbología se vincula con una actitud pedagógica y moralizante destinada a recordar a los fieles la reprobación de vicios como la lujuria o los excesos sexuales.
Si bien se acaba de dejar constancia de la impronta arquitectónica de la iglesia de San Pedro de Rocas, sin lugar a dudas, su verdadera magnitud artística recae en la conservación de unas pinturas murales, ejecutadas sobre una superficie preparada para la técnica al fresco, que decoraron la pared septentrional de la capilla situada en el lado izquierdo de la iglesia rupestre, enmarcadas por un arcosolio labrado en la roca.
Posible tumba y restos del mapamundi
Se reconocen diez apóstoles, identificándose bien nueve con diferentes estados de conservación. Cada uno está relacionado con el área geográfica a la que se asocia su labor evangelizadora
El mundo conocido y habitable se encuentra DIVIDIDO EN TRES PARTES, mediante la cruz de tau “T”, y organizado a través del MAR MEDITERRÁNEO, que actúa como división, disponiéndose los continentes de África, Asia y Europa ALREDEDOR DE JERUSALÉN. 

En ellas aparecía representado un mapamundi de los territorios conocidos en aquella época con la intención de dar a conocer la diáspora de los Apóstoles y la difusión de la doctrina cristiana, siguiendo la rama I de los manuscritos del comentario al Apocalipsis efectuado por Beato de Liébana, a cuya tradición pertenecen los beatos de Burgo de Osma (Soria), San Salvador de Oña (Burgos) y Lorvão (Coimbra, Portugal). En la actualidad los restos conservados se perciben con dificultad y sus condiciones de conservación resultan precarias a pesar de tratarse del único mapamundi mural conocido de la época. No obstante, hasta la década de los ochenta del pasado siglo las imágenes y detalles podían distinguirse con mayor nitidez y las investigaciones entonces realizadas dieron sus frutos, en especial gracias a los trabajos de J. M. García Iglesias y de S. Moralejo Álvarez. De este modo, se determinó que el mapa seguía las líneas maestras de la tradición cartográfica de los Beatos respecto a la distribución de los continentes, apareciendo Asia, al Norte, desproporcionada respecto a los demás, mientras al Este se situaba Europa y, al Oeste, África, así como un cuarto continente representante de los territorios desconocidos. Este último se reconoce por la conservación fragmentaria de una inscripción pintada, cuyo texto ha podido reconstruirse gracias a la información proporcionada especialmente por el Beato de Lorvão. El texto en cuestión dice lo siguiente: [id est regio solis ardore] inc[ognita] : [n]obi[s et in]habita[bilis] : a[nt]ipo[de]s : [habi] ta[re] : ibi : [dic]un[t]vr.

A mayores se representó un busto nimbado de cada apóstol en el territorio donde procedió a la difusión del cristianismo, constando un epígrafe a su lado para proceder a su identificación, habiéndose constatado con cierta seguridad a los apóstoles Simón, Pablo, Pedro, Bartolomé (con el brazo alzado) o los dos Santiagos (el Mayor y Alfeo). Por otro lado, también se emplearon inscripciones pintadas para reconocer los principales ríos o ciudades, pudiendo leerse topónimos como faro o roma, o bien hidrónimos como f(lumen) ta[gus] o f(lumen) danv[ivs]. Respecto a Galicia, en la parte occidental del mural, se identificó la figura de Santiago. La combinación de textos e imágenes supone un excelente recurso didáctico para la correcta comprensión del mapamundi.
En la actualidad se viene aceptando como válida para este mapamundi una datación en el último tercio del siglo xii y, junto con los restos identificados en la iglesia de San Martiño (Mondoñedo, Lugo), representa el conjunto pictórico más significativo del Noroeste de la Península Ibérica. Si bien disponemos de determinadas posibilidades de proponer una cronología aproximada, no ocurre lo mismo a la hora de saber quién pintó el mural, aunque los análisis estilísticos parecen revelar la presencia de varias manos en su elaboración.
A finales del siglo XX se inició una restauración de la iglesia (comenzada en 1987) y se realizaron rigurosas excavaciones arqueológicas (1988 y 1989). Estas últimas proporcionaron resultados de gran interés para un mayor conocimiento de la vida monacal. Gracias a la arqueología, en los trabajos desempeñados al levantarse el empedrado existente delante de la fachada de la iglesia, salieron a la luz numerosos sepulcros excavados en la roca (antropomorfos y con forma oval o de bañera), correspondientes a tres períodos históricos diferentes: uno de época prerrománica anterior al siglo X, otro de tiempos románicos (siglo XII) y, por último, un tercero vinculado a las reformas acometidas en los siglos XVI y XVII. En el interior del recinto eclesiástico se han inventariado veinticinco tumbas excavadas, de las cuales solamente cuatro no son antropomorfas. 

Montederramo
Municipio ubicado en el centro-nordeste de la provincia de Ourense. Su capital, donde se halla el viejo complejo monástico, dista 41 km de la provincial. Se accede a ella, desde esta última, por la carretera OU-536, tomando una desviación a la derecha tras pasar Vilariño Frío y poco antes de llegar al lugar de Leboreiro, del que la separan alrededor de 6 km.

Monasterio de Santa María
S us orígenes, como sucede con relativa frecuencia en Galicia (también en otros territorios), son muy confusos, debido, en buena medida también, a que los primeros testimonios que nos hablan del cenobio son falsos, incluido el supuestamente fundacional, otorgado el 21 de agosto de 1124 por Teresa, hija de Alfonso VI, esposa de Enrique de Lorena y madre de Alfonso Enríquez, primer rey de Portugal. Se documenta su existencia con seguridad, a día de hoy, en 1144. El 30 de junio de este año Alfonso VII hace una donación (tres casares y tres lugares, todos con sus respectivos privilegios de coto) a San Juan de Montederramo, a su abad Pelayo y a los monjes que allí vivían sub regula beati Benedicti. Este dato y, sobre todo, la advocación de la Casa nos confirma que el monasterio no era por entonces todavía cisterciense. Lo será ya, como muy tarde, en 1163, año en el que, en una Bula de protección otorgada por Alejandro III el 7 de octubre, se nos dice que en él se seguía ya esa observancia, corroborada también por otro dato significativo: su advocación. La Casa se llama ahora Santa María, una modificación que ha de ponerse en relación con la introducción en ella de las pautas de vida cisterciense, significadas, según impone su legislación, por estar dedicadas a la Virgen. Este cambio de advocación, pues, implica también una alteración de su observancia, un tránsito datable, a la vista de lo que antecede, entre 1155, año en el que la Casa todavía tiene como titular a san Juan, y 1163, data en la que esa preeminencia la ostenta ya santa María, figurando en el mismo instrumento, además, la mención expresa de su pertenencia a la Orden del Císter.
Suele relacionarse el cambio de advocación del monasterio con una modificación también del lugar de su emplazamiento, un trasvase fundamentado en el hecho de que en la Bula de 1163 que vengo comentando se mencione como posesión del cenobio una granja denominada Sancti Ioanni Veteris, un topónimo que todavía persiste hoy. A unos 9 km al Norte del monasterio, en efecto, se halla un lugar denominado Seoane (corrupción de San Xoán, San Juan en castellano) Vello (viejo en castellano), tal como se llamaba la granja mencionada en la Bula papal de 1163. Que esta hubiese nacido como consecuencia de una reconversión obligada por el cambio de emplazamiento de la comunidad y, consiguientemente, por un reajuste de su estatus, es un fenómeno no desconocido en ambientes cistercienses y, por tanto, fácilmente asumible en el caso que nos ocupa.
Montederramo perteneció a la filiación de Claraval (Clairvaux), la casa fundada por san Bernardo en 1115. Fue un monasterio importante tras su consolidación como cisterciense. De él dependieron o a él se vincularon otros cenobios, pequeños algunos (San Martiño de Piñeira, Santo Adrao, San Cibrao y San Miguel de Ribas de Sil), de relativa entidad otro (Xunqueira de Espadanedo). Sufrió como todos, no obstante, las consecuencias de la crisis bajomedieval. En 1518 se incorporó a la Congregación de Castilla. La necesidad de adaptarse a los nuevos usos y costumbres introducidos por esta en la vida cotidiana de la comunidad, favorecida esa exigencia normativa por el saneamiento económico que posibilitaron las novedades introducidas por ese nuevo organismo rector en la gestión diaria del dominio de los monasterios, propiciará una renovación paulatina del complejo constructivo medieval. Estas reformas, en el caso de Montederramo, no afectaron solo al conjunto claustral en torno al cual se desenvolvía la actividad ordinaria de la colectividad monástica (claustro propiamente dicho y dependencias levantadas en su entorno), sino también al templo abacial. Nada significativo queda del primero (persisten solo, reaprovechados, restos fragmentarios y dispersos, de escasa relevancia). No sucede lo mismo, en cambio, con el templo abacial.
La actual iglesia de Montederramo, construida según las trazas aportadas por el jesuita Juan de Tolosa, fue comenzada en 1598 por el maestro de cantería Pedro de la Sierra. Presenta una planta de cruz latina, con tres naves de cinco tramos en el cuerpo longitudinal; crucero saliente de una sola nave, con dos tramos por brazo, y cabecera con cinco capillas, cuadradas las laterales, dos por cada lado, cerradas a oriente por un muro común plano. La central, rectangular, es muy profunda, con dos tramos tras los cuales se dispone una sacristía. Otra, cuadrada y de mayores dimensiones, se emplaza en el espacio delimitado por el muro sur de la capilla mayor y el oriental de las ubicadas en el brazo meridional del crucero.
Esta planta responde en esencia, pese a la fecha de su construcción o, mejor, de su remodelación, a uno de los modelos más frecuentemente utilizados desde el siglo XII por la Orden del Císter, a la que perteneció Montederramo, el conocido como “plan bernardin” (planta bernarda), así llamado por haberse empleado en la segunda iglesia de Clairvaux levantada bajo la inmediata supervisión de san Bernardo. Se caracteriza por el empleo exclusivo en su configuración de líneas y ángulos rectos. Solo difiere del modelo canónico por la extraordinaria profundidad de la capilla mayor, fruto esta, sin duda, de las novedades aportadas al edificio a partir de 1609 por el maestro Simón de Monasterio. La adecuación del esquema, rectilíneo, seco y anguloso, a las propuestas estilísticas, las de la Contrarreforma, vigentes en el tiempo en que se remodela la abacial, explican la supeditación de la nueva empresa a las pautas de la precedente.
No es la planimetría el único aspecto en el que se evidencia el impacto del edificio precedente sobre el actual.
Cabe detectar su huella en otros rasgos, tanto en el interior (concepción espacial, tipo de pilares y soportes o presencia de arcos apuntados, por ejemplo) como en el exterior (ordenación de las capillas laterales de la cabecera o conformación de la fachada occidental, por ejemplo). Más importante que todo ello, sin embargo, es poder constatar hoy la evidencia física de vestigios significativos de la iglesia medieval. Se sitúan estos en su costado meridional, al que se adosa el claustro procesional, desde el cual son visibles.
No debe extrañar la aparición de restos medievales de entidad en esta zona del templo, que no se derribó, sino que quedó oculta, embutida por construcciones o intervenciones posteriores. Se infiere esto tanto del proceso constructivo del complejo monástico (la planta baja del actual claustro procesional, verosímilmente sucesora de la configuración de la del medieval, se levantó y adosó al templo que precedió al que hoy persiste y lo mismo sucedió con la superior, algo posterior a la inferior) como de las cláusulas del contrato suscrito el 23 de marzo de 1598 por la comunidad con el maestro Pedro de la Sierra para la ejecución de la nueva iglesia abacial, en el que no se dice en ningún lugar que se derribe todo lo existente, sino solo lo que “fuere menester”, propiciando, con ello, el ensamblaje de las fábricas, la vieja y la nueva.
Son los restos citados, por un lado, dos ventanas, aparecidas y recuperadas en el transcurso de los trabajos que en el monasterio se hicieron, a principios de la década de los ochenta del pasado siglo, para convertir el claustro procesional y las dependencias que lo rodeaban en un centro escolar.

Las ventanas, de gran simplicidad, son muy similares entre sí. Constan de dos arquivoltas semicirculares y chambrana de la misma directriz. Aquellas presentan sección prismática, de aristas vivas, sin ornato alguno.
Las chambranas, por su parte, ofrecen, la de la occidental, sección prismática lisa, la de la oriental un sencillo perfil de nacela también sin decoración alguna.
Las arquivoltas, en los dos casos, voltean sobre columnas acodilladas, bien conservadas las del vano oriental, deterioradas las interiores del occidental.

Poseen todas fustes lisos, casi monolíticos, y basas áticas comunes, con toro inferior aplastado y en algún caso con garras, asentadas sobre plintos cúbicos, no siempre visibles hoy.

Los capiteles, vegetales en su totalidad, son muy simples. Se evidencia en ellos la tendencia a ceñir el ornato al bloque en la parte inferior de la pieza, marcándose fuertemente, en cambio, sea con bolas, sea con hojas, sea con volutas, los ángulos superiores. En un capitel, el exterior oriental de la ventana de poniente, las hojas situadas en las esquinas, estilizadas y de escaso resalte como todas, ofrecen una importante novedad: poseen un largo y muy vistoso eje perlado.
Los cimacios, de nacela, son lisos, salvo el correspondiente al capitel exterior de naciente de la ventana occidental, decorado con pequeñas bolas. Todos los cimacios se prolongan ligeramente en imposta por el frente del muro, sirviendo de elemento de separación entre él y la chambrana que ciñe al conjunto.
El hueco central actual de las ventanas no es el primitivo. Fue ampliado. El anterior sería aspillerado, más estrecho, pues, que el que vemos en la actualidad.
Las ventanas, por su simplicidad estructural y el tipo de capiteles que exhiben, con ornato vegetal sencillo y de escasa proyección volumétrica, responden a pautas que podemos considerar habituales en empresas cistercienses. La presencia en su conformación de ingredientes tan marcados y significativos como los ejes perlados citados en las hojas de un capitel o el empleo de bolas lisas en el cimacio que esta misma pieza exhibe invitan a pensar, sin embargo, en la intervención en nuestro templo de artífices formados o en el chantier de la catedral de Ourense, donde tales elementos son habituales, o en empresas del tipo de Santa Mariña de Augas Santas (Allariz) o de Santa María de Xunqueira de Ambía, a su vez emparentadas o, mejor, deudoras de ese templo diocesano.
Con la sede auriense se relaciona también el segundo bloque de restos significativos conservados del templo medieval de Montederramo, hoy ocultos, no obstante, como consecuencia de los trabajos de remodelación, ya citados, del claustro procesional y de su entorno para la instalación de un centro escolar a principios de la década de los ochenta del siglo pasado. Lo integran dos grandes arcos de medio punto, doblados y de sección prismática, de aristas vivas ambos, uno, el oriental, ubicado en el primer tramo de la nave meridional, conservado casi en su totalidad, el otro, en el tramo inmediato por el oeste, tan solo en parte. Se dispone entre ellos, para su apoyo, un soporte prismático muy alterado.
Estos arcos, explicitando una fórmula que en Galicia se difunde con éxito a partir de su empleo en el costado occidental del brazo del crucero de la catedral de Santiago de Compostela, siendo la sede auriense una de las empresas que lo adopta y que también lo exporta, servirían para atar los contrafuertes de las naves laterales de la abacial de Montederramo.
Las incuestionables relaciones formales existentes entre la iglesia monástica que analizamos y la catedral diocesana ourensana, sean directas o indirectas, a través, en este caso, de fábricas interpuestas del tipo de las ya citadas de Augas Santas o Xunqueira de Ambía, más verosímiles estas últimas vista la escasa finura de los ingredientes llegados hasta hoy, permiten datar los vestigios que nos ocupan y, con ello, la parcela del edificio en que se hallan, su cuerpo longitudinal, en el entorno del año 1200. Anteriores, sin duda, serían la cabecera, zona por donde en circunstancias normales se empezaban entonces los edificios, y el crucero. No puedo precisar, por falta de vestigios, sus cronologías relativas, con seguridad más tempranas que la de las naves, ni tampoco, por la misma razón, su filiación estilística, pues tanto pudo ser ajena al entorno como producto de él en su totalidad o solo en parte. Planimétricamente, en todo caso, el modelo implantado en esa zona del templo responde a pautas foráneas, importadas, usuales dentro de la Orden y, sobre todo, en la rama a la que pertenece Montederramo, la de Clairvaux-Claraval, desde los años centrales del siglo XII.
Cabecera
Cúpula de la iglesia 

Nada significativo de tiempos medievales se conserva en la actualidad en el complejo constructivo que conforman las dependencias en las que se desarrollaba la vida cotidiana de la comunidad de Montederramo. Son todas producto de la renovación que conoció el conjunto en el transcurso de la Edad Moderna. 


San Paio (Pelayo) de Abeleda
San Paio de Abeleda constituye una de las dieciséis parroquias que componen el municipio de Castro Caldelas.
Para llegar desde la capital provincial, distante unos 56 km, tomamos la carretera C-536 hasta Castro Caldelas. Desde allí, se gira a la izquierda, por detrás del castillo, siguiendo la LU-903 que baja hasta el valle de la Abeleda. El monasterio ya se divisa desde el pueblo de Santa Tegra.
San Paio se encuentra en la falda del monte Follatedo, en el curso del río del Castro, rodeado de viñas y prados que, aunque hoy son propiedad privada de los vecinos, en otros tiempos pertenecieron al monasterio.

Iglesia monasterial de San Paio
Pocas son las noticias que se conservan de este cenobio. La primera noticia data de 1127, cuando Alfonso VII demarca su coto en favor de los caballeros Sancho y García González, lo que confirmaría que estaríamos ante un monasterio particular o familiar. En 1154 aparece citado el primer abad, si bien la vida cenobítica no debió de durar mucho tiempo, pues en 1223 parece que ya estaba constituida como abadía seglar con un capellán, un clérigo y un abad.
Los beneficios del monasterio correspondieron en alternancia a los condes de Lemos y al de Ribadavia o Amarante. Más tarde evolucionó hasta convertirse en beneficio monasterial, patronato de la Casa de Lemos, y a su cargo quedó solo un párroco que conservaba el título de abad. Pasado un tiempo, el duque de Berwick, de la Casa de Lemos, se incautó de sus derechos. Con la reforma monástica pasó a convertirse en abadía, hasta que, avanzado el siglo XIX, tras la Desamortización de Mendizábal, los duques de Alba se hicieron con los bienes del cenobio. Más tarde, según una sentencia del Tribunal de Rota de 1879, el monasterio pasó a manos de la Corona.
Se trata esta de una iglesia de una sola nave, dividida en tres tramos por dos arcos sustentados sobre columnas, y ábside rectangular, que está realizada en un aparejo isódomo de pizarra, reservando la utilización de granito para el ábside y la portada y ventana meridionales.
Hoy presenta un estado ruinoso y de abandono, estando muchas partes cubiertas por la vegetación y habiendo perdido también la cubrición a dos aguas de madera que presentaba el tramo occidental de la nave.
Por otro lado, ha sufrido varias adiciones, como en la parte oriental de su fachada septentrional, donde se ha levantado una capilla funeraria con bóveda de crucería y un escudo en su exterior, presentando también diversas dependencias en su flanco meridional, que ocultan tanto la portada correspondiente a este lado, como parte del paramento del ábside.
La fachada occidental también ha sido muy transformada, habiendo sufrido una reconstrucción casi total en 1793, aunque conserva algún elemento románico.
Entrada al recinto


La portada principal se compone de dos arquivoltas semicirculares cobijadas por una chambrana moldurada en listel, dividiéndose este en tres estrechos filetes por dos líneas incisas, y nacela. Las arquivoltas, de roscas de perfil rectangular, están formadas por dieciocho dovelas la mayor y doce la menor.


Portada occidental.
 

En cada una de estas dovelas se ha labrado un motivo ornamental a base de una espiral que inicia su recorrido apretadamente, pero cuya última vuelta se separa del centro, haciendo que el conjunto adopte la forma de una concha de caracol, rematándose además con un corto trazo recto. Chambrana y arquivoltas apearían sobre los codillos de aristas vivas a través de una imposta moldurada en un listel al que se le ha rebajado su tercio inferior, y bisel, si bien el tramo sobre el que se sustentaría la chambrana ha sido eliminado. Por su parte, el tímpano, semicircular, apea en dos mochetas molduradas en nacela y con motivos vegetales, que, como el interior de la nave, exhiben restos de policromía. La mocheta septentrional presenta una hoja picuda que se vuelve sobre sí, enseñando su anverso con un resaltado nervio central, que cobija una gran bola.
Por su parte, la mocheta meridional, muy similar, muestra también una ancha hoja de nervio central rehundido, así como nervios radiales incisos, y mantiene también una bola pegada a su ápice, situándose sobre su anverso bilobulado una segunda bola, más pequeña. El resto de la fachada se corresponde ya con las obras barrocas de finales del siglo XVIII.

La fachada meridional de la nave se divide, longitudinalmente, en dos tramos, el primero algo más bajo, que se cubre con techumbre de madera a dos aguas, hoy caída, y que da paso al segundo, en el que aún se conserva su remate de cornisa sustentada por una serie de canecillos, y que al interior se cubre con espacios abovedados. Este tramo más oriental es delimitado por dos gruesos contrafuertes coincidentes, el occidental con la columna entrega que sustenta el primero de los arcos del interior, y el oriental, con el de ingreso al ábside, pero que, no obstante, son posteriores a la fábrica románica.


En este tramo oriental de la fachada meridional se encuentra la portada, hoy oculta al exterior por unas dependencias modernas. Se configura mediante un arco de medio punto de rosca lisa formado por seis dovelas, de las que las dos que constituyen la clave son de menor tamaño.
Portada meridional.
 

El arco es cobijado por una chambrana moldurada en listel y nacela, en la que se dispone una decoración a base de tres filas de billetes, de los que, los que ocupan la central, son más gruesos. El arco apea sobre columnas acodilladas cuyos capiteles presentan el mismo tema de dos cuadrúpedos, probablemente leones, de largas y estilizadas patas, afrontados, y que comparten una misma cabeza situada en el ángulo. Los fustes de las columnas son cilíndricos, lisos y monolíticos, no resultando visibles las basas. Debido a la elevación del suelo, se ha cortado la mitad inferior del tímpano para que el vano ganase altura, perdiéndose, por tanto, las mochetas que sustentarían su dintel. Sobre esta portada se abre una estrecha ventana rectangular barroca.
En el extremo este de la fachada meridional se abre una ventana completa. El contrafuerte que se halla junto a ella, y que refuerza el arco absidal, se adosa a su capitel oriental, superponiéndose a la chambrana y eliminando un tramo de imposta, con lo que resulta claro el carácter posterior de este estribo. La ventana se conforma mediante un arco de medio punto adornado por una chambrana moldurada en listel y nacela, en la que se dispone una serie de grandes bolas, que cobija, como en el caso de la portada meridional, una rosca lisa en arista viva. Chambrana y arco apean sobre un cimacio impostado de perfil en listel y nacela, que también se adorna con tres filas de billetes, alternándose uno de mayor tamaño seguido de otros dos a los que dobla en grosor. La imposta apea sobre columnas acodilladas, las cuales presentan en sus capiteles motivos vegetales a base de grandes hojas, sustentados por unos cortos fustes monolíticos y cilíndricos apoyados sobre unas basas áticas de toro inferior muy aplastado, y estrecho plinto rectangular. Tanto la portada como esta ventana, realizadas en granito, contrastan con el material empleado para la realización de los paramentos, una pizarra gris verdosa.
Se corona la fachada con una cornisa en listel sustentada por una colección de canecillos de carácter geométrico, entre los que se cuentan ejemplos de nacela simple, cilindros en la parte superior de esta, o bien de proa.
El ábside, más bajo y estrecho que la nave, mantiene su fachada meridional prácticamente oculta por la sacristía y por la vegetación. Seis canecillos sostienen una cornisa moldurada en un listel liso, a excepción de un segmento de la misma, que recibe en su parte inferior una decoración de tres filas de billetes. Entre los canecillos destaca uno de carácter geométrico que muestra una sucesión de tres rollos dispuestos horizontalmente, de los cuales el central presenta un menor desarrollo. Se distinguen además tres figurados: uno de ellos con la imagen de un gato que expone su dorso al espectador, otro muestra la cabeza de un animal, de largo morro afilado y grueso cuello, que extiende sus finas patas delanteras ante sí, y el tercero, que ocupa la posición más oriental, y que representa a un contorsionista que asoma la cabeza entre sus piernas levantadas, agarrándose las nalgas con las manos para mantener la postura. Las metopas situadas entre los canecillos reciben una decoración a base de rosetas de largas hojas inscritas en círculos delimitados por finos aros, estando ambos elementos labrados en relieve.
Desde el Este, el testero del ábside muestra una saetera, cegada en parte, y que impide ver su ápice semicircular, apreciable desde el interior.
La fachada septentrional del ábside perdió parte de su cornisa junto a varios canecillos, quedando únicamente dos: el más oriental presenta una nacela que alberga cinco formas ovales, una ocupando el centro, y las otras los ángulos; la parte lateral de su cornisa se decora con dos filas de billetes. El otro canecillo muestra una cabeza de animal. Además, en la mitad occidental del paramento se abrió una saetera formada por un arco conopial de amplio derrame, probablemente coincidiendo con las obras de construcción de la moderna capilla.
En cuanto a la nave, su fachada septentrional aparece también, en gran medida, cubierta por la vegetación. Resulta visible, en su extremo oriental, la capilla funeraria de los Taboada-Quevedo, señores de la casa de Couto, que muestra un escudo de nobleza, y que data del siglo XVI. Esta capilla oculta la ventana completa que se abre en este paramento septentrional, coincidente con la ya comentada del flanco meridional. Otra estrecha ventana rectangular, barroca, se abre en eje con la también existente en el lado sur. Por su parte, se corona la fachada con una serie canecillos que sustentan una cornisa que solo en algunos tramos se conserva en su formulación original, perfilada en listel y nacela, siendo sustituida en varios puntos, como en la práctica totalidad de la del paramento sur, por un simple listel liso. Los canecillos son de proa.
Pasando ya al interior, este presenta una sucesión de dos arcos compartimentando la nave rectangular, que apean en columnas entregas que se embeben en pilastras. El primer arco, alcanzando casi la totalidad de la altura que presentan los paramentos, se abre en un semicírculo levísimamente apuntado, resolviéndose en dos arquivoltas: la más gruesa apea sobre la columna entregas, mientras que la exterior lo hace sobre las aristas de los responsiones, molduradas en bocel y encapiteladas formando estrechas columnillas acodilladas. Este mismo esquema, aunque empleado en el arco triunfal, se repite, por ejemplo, en San Salvador de Sobrado de Trives (Ourense) y en San Salvador de Valboa (Lugo), aunque también lo hace en un buen número de templos de la zona central de Galicia. Los arcos que apean sobre estas columnillas muestran una moldura sencilla a base de un bocel entre junquillos, mientras que su intradós presenta una serie de tres medias cañas poco excavadas separadas por dos aristas. Por su parte, el arco central, de rosca menor, muestra una sucesión de listel y junquillo, rematando las aristas en dos boceles que se continúan hacia el intradós, separados estos de otra media caña central, flanqueada por listeles, por dos medias cañas poco profundas. Apean estos arcos sobre el capitel y los capitelillos a través del cimacio que estos comparten, moldurado en listel y nacela. Los del lado septentrional presentan una decoración con motivos vegetales a base de cuadrifolias de nervio central inciso, florones de pétalos con su parte interior excavada y protuberante botón central, hojas de diverso tipo y piñas, disponiéndose unos vástagos apretados en volutas en los ángulos. Los del meridional muestran también una decoración vegetal con diversas hojitas, algunas de borde prominente y nervio central inciso, y vástagos en espiral, reservando la decoración figurada al capitel, en el que se presenta en actitud de marcha, con sus garras sobre el astrágalo, a un león de morro alargado y aguzados colmillos, que hace asomar una larga lengua entre ellos. La cola, que pasa por entre las ancas y se apoya sobre el lomo por detrás de este, tiene un remate triple, a modo de penacho.
Primer arco
Capiteles primer arco
Capiteles primer arco 

Estas columnas, de fustes formados por diecisiete tambores de altura igual a las hiladas en las que se embeben, muestran unas basas de perfil ático, en las que, no obstante, la escocia se sustituye por unas molduras de junquillos, seguidas de un toro inferior muy aplastado, que apea sobre un plinto redondo dispuesto, a su vez, sobre un podio también redondo de arista abocelada. Las columnillas, por su parte, presentan un tambor más que las columnas, debido a que carecen de basa y apean directamente sobre el podio. Este arco delimita el primer tramo de la nave, con cubierta en madera a dos aguas, hoy completamente caída, y conduce al segundo tramo, cubierto con bóveda de cañón reforzada por un segundo arco que apea en dos columnas acodilladas de fustes entregos.
En este segundo tramo de la nave se abre en el paramento septentrional una capillita bajo un arco semicircular, ya moderna, mientras que en el meridional lo hace la puerta que al exterior presenta una portada. Esta se conforma mediante un vano de medio punto de rosca lisa y arista viva, cobijada por una chambrana moldurada en listel y nacela, adornándose esta con una serie de tres filas de billetes. Sobre estos vanos, en ambos flancos de la nave, una imposta recorre el paramento desde donde confluye la parte interna del primer codillo con este, extendiéndose hacia los codillos y cimacios de las columnas del segundo arco, hasta las ventanas completas del tercer tramo de la nave, que arrancan sobre ella. Esta imposta repite la decoración ya vista, moldurándose en listel y nacela, en la que se disponen tres filas de billetes.
Limitando el extremo oriental del segundo tramo de la nave, y dando paso al tercero, se abre un arco semicircular doblado y con chambrana. Esta muestra el reiterado tema de los billetes.
La dobladura se moldura en dos boceles, uno de ellos matando la arista, mientras que la rosca interior es lisa, de sección rectangular y aristas vivas. Chambrana y dobladura apean sobre el muro a través de la imposta, mientras que el arco interior lo hace sobre columnas acodilladas.
La septentrional presenta un capitel figurado en el que los ángulos son ocupados por monstruos híbridos con cabezas similares a las humanas, aunque con rasgos grotescos, de grandes ojos y narices como picos de ave, y que muestran unas bocas que, abiertas, tienen una forma de ocho tumbado. Las patas parecen de león y las garras, con las que se asen fuertemente al astrágalo, de águila. Sobre ellas, se repite el tema de los vástagos avolutados, mientras que en el limbo del capitel una gran cabeza humana se asoma entre dos hojas. Por su parte, el capitel meridional presenta en su ángulo occidental un monstruo muy semejante a los comentados, mientras que el ángulo opuesto es ocupado por una gran hoja, ancha y carnosa, que se vuelve sobre sí avolutando su ápice, y que muestra nervaduras resaltadas en su anverso, así como una serie de pequeños triángulos a lo largo de su borde. Sobre ambos ángulos, de nuevo encontramos el tema de las volutas, y en el limbo la cabeza de un monstruo de grandes ojos y boca circular.


Las hojas de estos capiteles son muy similares a las que se encuentran a partir del crucero y en los primeros tramos de la nave de la catedral compostelana, que ejercerán una enorme influencia a partir de mediados del siglo XII, alcanzando este tipo una gran difusión en el arte gallego. Así, podemos citar de nuevo la iglesia de Sobrado de Trives, ya que el capitel meridional de su arco triunfal muestra unas hojas muy parecidas, la iglesia de Castro de Amarante (Antas de Ulla, Lugo), o bien los capiteles exteriores del ábside de la también lucense de Ferreira de Pantón. En cuanto a los fustes, estos se componen de once tambores y apean sobre unas basas de perfil ático las cuales, a su vez, se apoyan sobre un plinto cuadrangular, mostrando así la influencia compostelana al alternar ambos tipos de pedestales, cilíndricos y cuadrados.
Una vez sobrepasado este arco, nos hallamos en el tercer tramo de la nave, en el que, al Norte, se abre la renacentista capilla funeraria de los Taboada-Quevedo, y, sobre ella, la ventana que, precisamente por la construcción de la capilla, ha sido cegada. Esta se compone de un arco de rosca lisa rodeada de una chambrana abilletada, sustentados ambos por una imposta de igual decoración, que apea sobre columnas acodilladas de capiteles vegetales a base de anchas hojas picudas de nervio central excavado a bisel, y basas áticas. En el paramento meridional, otra ventana repite el esquema, con capiteles vegetales en los que, el del lado oriental, muestra unas anchas hojas en cuyos ápices portan unas bolas de las que emergen dos brotes que caen sobre el anverso de las mismas, de nervio central excavado y bordes interiores dentados, mientras que el del lado occidental, mostrando el mismo tema, carece, sin embargo, de esas bolas. En este tramo meridional del paramento, bajo la ventana, se hallan los restos de un fresco de temática mariana, aunque ya moderno.

Este tercer tramo de la nave se cubre con una bóveda de cañón apuntado que arranca sobre un soporte continuo rectangular adornado con la imposta de billetes, y dispuesta transversalmente.
El acceso al ábside se realiza a través de un arco de medio punto, de rosca lisa en arista viva sobre la que se dispone una chambrana abilletada. El arco apea sobre las jambas lisas y en arista a través de una imposta que mostraría el mismo tema del abilletado, aunque hoy no se conserva por haber sido repicada para acomodar los retablos laterales.
Por su parte, en el lado septentrional de este muro de cierre de la nave, en un sillar inmediato al paramento norte de la misma, se halla un signo inscrito. Se trata de una lacería compuesta por tres líneas incisas que forman un nudo en el rectángulo en torno al cual se organizan, en la mitad de cada cara y en sus esquinas, generando en el centro del mismo un rombo. Un motivo muy similar lo encontramos profundamente grabado en el tímpano de la puerta sur de Santa María de Zos (Trasmiras, Ourense), y que Yzquierdo Perrín relaciona con composiciones de origen castreño que, como observa, son relativamente frecuentes en iglesias románicas del norte de Portugal (Zos, situada en A Limia, no estaría muy alejada de esta zona). No obstante, podemos encontrar lacerías de este tipo en un capitel de la cabecera de San Pedro de Porzomillos (A Coruña), o bien en el pilar derecho de la portada occidental de San Salvador de Vilar de Donas (Palas de Rei, Lugo). Para Carrillo Lista, el primer diseño guarda parecido con metopas ourensanas de Castrelo de Miño, San Xoán de Ribadavia y Santo Estevo de Ribas de Sil. Por su parte, como sugiere García Lamas, pudiera tratarse de un peculiar signo lapidario inspirado en el arte de la escritura, en concreto, en los signos de validación que ornan los escatocolos. Uno de ellos, muy difundido en el Medievo, responde en lo básico a las tramas de estas lacerías, presentando un enmarque cuadrangular con vueltas angulares y una forma romboidal o estrellada, bien inscrita o circunscrita.
En este sentido, en el Archivo Catedralicio Ourensano se conservan varios documentos en los que se muestran signos similares, constituyendo firmas notariales, tales como las de Albaro de Bouzas, Lourenzo Eanes o Xoan da Cruz.
En el interior del ábside, una imposta idéntica a las comentadas recorre tanto los paramentos laterales como el testero, ciñendo en este el ápice semicircular en que se abre la saetera de su eje. Este vano se configura por un arco de medio punto formado por tres dovelas, mostrando un fuerte derrame interior. Una bóveda de cañón levemente apuntado que arranca sobre la imposta resuelve la cubrición.
Por su parte, procede de esta iglesia la pila bautismal que hoy se halla custodiada en la capilla del vecino pueblo de Soutelo. Labrada en un gran bloque granítico al que se le añadió posteriormente un fuste ochavado y un pie, la pila presenta una copa semiesférica en cuya parte superior se dispone un labio moldurado en bisel. Bajo él, y formando ya parte del cuerpo, dos junquillos delimitan una banda, destacándose en relieve en su superficie una serie de bolas separadas entre sí por otras más pequeñas que las flanquean, y que se disponen una sobre la otra o bien en diagonal. Inmediato a esta banda, un junquillo forma una serie de arcos rebajados bajo los que se cobijan otros tantos gallones helicoidales de cuerpo abocelado. Quedan en ella restos de pintura, ocre en la superficie que media entre los gallones y en los motivos en relieve que adornan la banda superior, oscura (tal vez azul en origen) entre el junquillo inferior de la banda y el que forma los arcos, y blanca sobre el cuerpo de los gallones.
De la iglesia también es reseñable el encalado que presentan los paramentos interiores y la policromía de color azul, rojo y amarillo que viste capiteles e impostas que, aun debiéndose a diversos repintes, probablemente respete las tonalidades originales. En cuanto a la cronología, podemos suponerle una fecha de realización en torno a 1180.







 

 

 

Bibliografía
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[1] El primero, dedicado al monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil, se publicó en el nº 15, correspondiente al mes de julio de 1900, y ocupó las pp. 261-273 del tomo I de la Revista. El primer artículo sobre un monumento románico de la provincia, sin embargo, es anterior. Apareció en el nº 7, de marzo de 1899, se dedicó al monasterio de Oseira y su autor fue M. Sales y Ferré. Ocupa las pp. 109-114 del tomo.

[2] Vid. A. Muñoz Cosme, “Catálogos e inventarios del Patrimonio en España”, en El Catálogo Monumental de España (1900-1961). Investigación, restauración y difusión, Madrid, 2012, pp. 31-35, en particular p. 31; A. López-Yarto Elizalde, “Los autores del Catálogo Monumental de España”, Ibidem, pp. 37-47, en especial p. 40; Mª del C. Hidalgo Brinquis, “Interpretación material de los Catálogos Monumentales de España”, Ibidem, pp. 75-105, en particular p. 83.

[3] Se trata de un artículo sobre Ribadavia publicado el 29 de noviembre en El Noroeste.

[4] “Guía artística y monumental de la provincia de Orense”, Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Orense, VIII, (1927-1929), pp. 193-206, 299-304 y 312-320. Este trabajo, como se señala en el inicio, p. 193, fue premiado en un certamen organizado en 1926 por la Asociación Orensana de la Prensa para conmemorar el segundo centenario de la publicación del tomo Primero del Teatro Crítico Universal, obra excelsa de la autoría del Padre Fr. Benito Jerónimo Feijoo.

[5] Tomo XXI, pp. 387-396. Conviene recordar aquí que G. Goddard King fue una muy reputada hispanista. Baste señalar al respecto que su conocido estudio The Way of St. James, 3 vols., Nueva York-Londres, 1920, es un clásico sobre la materia, de gran utilidad todavía hoy pese al tiempo transcurrido desde su aparición. Para una valoración de su figura me remito, en último término, a los datos que proporciona A. Hernández Ferreirós en “Saint Mary of Melón por Georgiana Goddard King”, Quintana, 7 (2008), pp. 203-207. Incorpora, pp. 208-217, la reproducción facsimilar del artículo y también, pp. 218-222, su traducción al español.

[6] Son estos: la catedral de Ourense, Oseira, Melón, Xunqueira de Ambía, Augas Santas, Santo Estevo de Ribas de Sil, Ramirás, A Mezquita, Astureses, Arrabaldo y Castrelo de Miño. Complementario de las publicaciones de A. del Castillo reseñadas en el texto y, pese a sus limitaciones, muy útil para la época en que aparece tanto por la información directa que da acerca de los edificios, muchos románicos, como por la bibliografía que sobre ellos ofrece es el artículo, concebido para uso escolar, "Monumentos de la provincia de Orense", de la autoría de A. Couceiro Freijomil, publicado en el Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Orense, XI (1936-1938), pp. 217-229, 241-250, 265-272, 289-296, 337-344, 387-394 y 435-439.

[7] El proyecto As nosas raíces, promovido por la Real Academia Gallega de Bellas Artes de Nuestra Señora del Rosario y materializado en cinco entregas que conllevaban en cada caso una exposición y un catálogo, una por cada una de las cuatro provincias y la quinta dedicada a Santiago, desarrollado entre 1995 y 2004, da cuenta de su excelente trabajo en el ámbito que me/nos ocupa. Vid. Lugo no obxectivo de Manuel Chamoso Lamas, Lugo, 1995; Ourense no obxectivo de Manuel Chamosos Lamas, Ourense, 1997; Pontevedra no obxectivo de Manuel Chamoso Lamas, Pontevedra, 1999; Santiago y los Caminos de Santiago. Obra y fotografía de Manuel Chamoso Lamas, Salamanca, 2004, y A Coruña no obxectivo de Manuel Chamoso Lamas, A Coruña, 2004.

[8] La iglesia de los templarios de San Mamed de Moldes”, Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, XLII (1934), pp. 122-138.

[9] Un artículo suyo, por ejemplo, se publica ya en el primer volumen de Archivo Español de Arte, revista nacida tras la Guerra Civil como producto de la división en dos, una centrada en las manifestaciones artísticas, otra en las arqueológicas, de Archivo Español de Arte y Arqueología. El artículo, titulado “Ejemplares arquitectónicos del románico popular en Galicia”, ocupa las pp. 333-344 del tomo XIV (continúa la numeración de la revista conjunta anterior), correspondiente a los años 1940-1941. Analiza las iglesias de Astureses, Moldes, Pazos de Arenteiro, Cameixa y Xuvencos, todas ubicadas en la comarca de O Carballiño, próximas, pues, a “su parroquia”, Moldes, incluida también en la nómina de edificios que estudia. Artículos de su autoría sobre edificios románicos ouren- NOTAS SOBRE LA ARQUITECTURA ROMÁNICA EN LA PROVINCIA DE OURENSE / 71 sanos aparecerán también, tanto en esta década como en las siguientes, en Cuadernos de Estudios Gallegos, revista a la que me referiré, a continuación, en el texto.

[10] “Iglesias medievales gallegas. Santa Marina de Esposende”, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología de Valladolid, VIII (1941-1942), pp. 165-175, es el primer artículo que publica, tras la Guerra Civil, sobre un edificio románico gallego, casualmente ubicado en la provincia de Ourense. Su nombre, en relación con los estudios sobre el arte románico gallego, será habitual desde la década que comentamos hasta los años setenta, tanto en publicaciones gallegas como españolas. Volveremos sobre él más adelante.

[11] “La iglesia románica de Santo Tomé de Serantes”, Cuadernos de Estudios Gallegos, II (1946-1947), pp. 377-393.

[12] 2 Su discurso de ingreso, como Académico de Honor, en la Real Academia Gallega de Bellas Artes, leído en el año 2004 y titulado Del Prerrománico al protogótico en Galicia y su entorno artístico, recoge, pp. 43-50, una relación de sus publicaciones sobre la materia.

[13] 4 F. Fariña Busto, Comisión de Monumentos Históricos e Artísticos de Ourense …, cit., p. 269.

[14] Monasterios del Císter en Galicia, Santiago, 1953. Fue el Catálogo de la exposición programada por el Instituto Padre Sarmiento de Estudios Gallegos para dar realce al citado VIII Centenario del fallecimiento de San Bernardo.

[15] Compostellanum, XII (1967), pp. 505-561. Estudian las iglesias de Santa Eulalia de Beiro y de San Andrés de Castro de Beiro.

[16] Monasterios, entre otros, como Sobrado de Trives, Ramirás, Asadur, Bóveda, Rocas o Santo Estevo de Ribas de Sil, todo objeto de análisis pormenorizado en esta Enciclopedia, merecieron su atención, consagrándoles sólidos estudios aparecidos, unas veces, en forma de monografías, otras como extensos artículos en prestigiosas revistas (Archivos Leoneses, Anuario de Estudios Medievales, Compostellanum, etc.). En los años sesenta, en 1965 exactamente, publicó F. Chueca Goitia el tomo I de su conocida Historia de la Arquitectura Española. Con datos muy genéricos, solo menciona, además de la catedral, pp. 242-243, las iglesias ourensanas de Astureses, Moldes, Xunqueira de Ambía y Augas Santas (pp. 246-247).

[17] J. C. Valle Pérez, “Notas sobre la arquitectura románica en la provincia de Pontevedra”, cit., pp. 43-44; Idem, “Notas sobre la arquitectura románica en la provincia de A Coruña”, cit., pp. 45-46.

[18] La obra tiene como objetivo básico el estudio de los monasterios desde el punto de vista histórico. Incluye en todos, sin embargo, el análisis de las edificaciones conservadas, muchas, evidentemente, de estilo románico. Este mismo autor publicó en 1965, en Vigo, en la Colección, promovida por la Editorial Castrelos, denominada Cuadernos de Arte gallego, una serie de cuatro entregas, una por cada provincia, sobre el mismo asunto. La cuarta, última de la serie monástica y la nº 43 de la Colección, está dedicada a la provincia de Ourense. Solo dos de los diez monasterios que analiza, los de San Salvador de Celanova y Santa Comba de Bande, no son objeto de examen en las páginas que siguen. Sí se estudian los ocho restantes: Melón, San Clodio, Oseira, Ribas de Sil (Santo Estevo y Santa Cristina), Rocas, Montederramo y Xunqueira de Ambía.

[19] Incluye estudios monográficos, con planos y fotos, de cinco edificios ourensanos: Xunqueira de Ambía, Augas Santas, Astureses, Serantes y A Mezquita. En el capítulo titulado “Notes sur soixante-cinq églises romanes de Galice”, pp. 26-47, se incluyen comentarios sobre otras quince empresas ubicadas en la provincia. Esta obra fue publicada en 1979, en Madrid, traducida al español, por Ediciones Encuentro como vol. 2 de la serie La España románica.

[20] “El mapa de los Beatos en la pintura mural románica de San Pedro de Rocas (Orense)”, Archivos Leoneses, XXXV (1981), pp. 73-87. La significación del programa iconográfico que se representa en esta iglesia explica que de él se hubieran ocupado posteriormente otros investigadores. Para su valoración, me remito, en última instancia, al estudio de R. Sánchez Ameijeiras que se inserta a continuación.

[21] 7 Citaré solo seis: el nº 2, de la autoría de J. Delgado Gómez, aparecido en 1999 y consagrado al estudio del retablo pétreo de Santo Estevo de Ribas de Sil; el nº 4, preparado por E. Carrero Santamaría en 2000, centrado en el estudio del Pórtico del Paraíso de la catedral diocesana; el nº 5, preparado por J. Gallego Lorenzo y publicado en 2001, dedicado al análisis del frontal de Limoges de la catedral de Ourense (sobre esta obra y sobre todas las que poseen esmaltes de esa misma filiación lemosina ha publicado la autora numerosos estudios, imposibles de reseñar aquí, aunque sí los mencione ella en el apartado correspondiente a esas piezas en este NOTAS SOBRE LA ARQUITECTURA ROMÁNICA EN LA PROVINCIA DE OURENSE / 73 libro); el nº 10, redactado por R. Yzquierdo Perrín en 2008 sobre el templo de San Salvador de Sobrado de Trives; el nº 11, escrito por J. Vázquez Castro e impreso en 2008, centrado en el examen de la iglesia de San Munio de Veiga, y el nº 14, debido a R. Yzquierdo Perrín, editado en 2013 e interesado en la descripción y valoración de la iglesia de San Pedro de A Mezquita.

[22] 0 Es el caso, por ejemplo, de los tímpanos con aletas, derivados o inspirados por el emplazado en la puerta norte del crucero de la iglesia del monasterio de Oseira. Vid. R. Tobío Cendón, “La influencia de la iglesia monasterial de Oseira en los templos de la comarca de Carballiño y limítrofes. El caso concreto del tímpano de la portada, denominada de los muertos, que se abre en el hastial del brazo septentrional del crucero”, Actas do III e IV Congreso do Home e o Medio, Anexo 4 de Argentarium, Carballiño, 2006, pp. 351-361. El artículo, con el título ligeramente modificado, fue publicado también en Nalgures, IV, (2007), pp. 379-402.

[23] Ocho edificios de la provincia, románicos en lo esencial o con restos significativos de este estilo, son incluidos en el primero de los libros citados, publicado en A Coruña en 2002: Rocas, San Clodio, Melón, Montederramo, Ribas de Sil (Santo Estevo), Oseira, Xunqueira de Ambía y Xunqueira de Espadanedo. Solo tres, en cambio, se analizan en el segundo (Augas Santas, Astureses y Moldes), impreso también en A Coruña, en este caso en 2009. El proyecto que se materializa en estos dos libros, realizado por el Departamento de Representación e Teoría Arquitectónicas de la Universidade de A Coruña, fue dirigido por J. A. Franco Taboada y S. B. Tarrío Carrodeguas.

[24] Es útil también por los mismos motivos la nueva Guía de la Diócesis de Ourense, aparecida igualmente en 2008, dirigida por M. E. Rodríguez Álvarez.

[25] Páginas 399-411. En 2011 publica también F. J. Ruiz Aldereguía, en Madrid (Ediciones La Rectoral), Cuaderno del Románico de la Ribeira Sacra. Reimpreso en 2014, ofrece información de carácter general, útil como guía, sobre los edificios románicos ubicados en los municipios ourensanos pertenecientes a la Ribeira Sacra (también, evidentemente, sobre los lucenses).

[26] “El simbolismo de la Cruz en los Tímpanos Románicos de la Diócesis de Tuy”, en las Actas del II Coloquio Galaico-Minhoto, Santiago de Compostela, 14-16 de abril de 1984, vol. II, Betanzos, 1985, pp. 87-96.

[27]  “As torres e fortalezas da comarca da Limia durante a Idade Media (séculos xii a xv)”, pp. 105-118.

[28] El examen riguroso de la arquitectura militar medieval gallega sigue siendo una de las grandes lagunas existentes en nuestra investigación histórico-arquitectónica. Artículos como el que menciono en el texto marcan el camino a seguir.

[29] He citado esta publicación, pese a su escasa entidad formal (no alcanza las 20 páginas), por su carácter monográfico y por su proximidad temporal al momento en que se edita esta entrega de la Enciclopedia del Románico (cuenta, obviamente, con precedentes formales y temáticos de indudable utilidad para nuestro cometido. Sirva de ejemplo el folleto titulado Rota do Románico e dos espacios naturais da Arnoia Alta, promovido por los municipios de Allariz, Baños de Molgas y Xunqueira de Ambía, editado en 1991, con texto y fotos de T. Vega). He prescindido, en cambio, de la acumulación de referencias sobre estudios comarcales o territoriales justamente por lo contrario, es decir, por la dispersión, en general, de la información que ofrecen. Su utilidad informativa, en cualquier caso, es indudable.

[30] La intervención restauradora en el Pórtico del Paraíso fue promovida por la Consellería de Cultura, Educación y Ordenación Universitaria de la Xunta de Galicia. Los informes sobre los trabajos llevados a cabo en él figuran en los archivos de la Dirección Xeral do Patrimonio Cultural. En relación con ellos han de valorarse los estudios recientes de C. Casal Chico (“O Universo do Pórtico do Paraíso. Do concepto á forma, da imaxe á policromía”, Diversarum rerum, 9 (2014), pp. 163-202, y “O ‘tempo’ do Pórtico do Paraíso. Contexto e pretexto para novas reflexións e hipóteses sobre a edilicia da catedral auriense”, Compostellanum, 59 (2014), pp. 487-563). A ambos, particularmente al segundo, me referiré de nuevo más abajo. Es de gran utilidad asimismo para el análisis del conjunto que comento, por las novedosas ideas que aporta, el artículo de N. Conde Cid, “El Pórtico del Paraíso como foco receptor de modelos artísticos contemporáneos: Arte, Poder y Liturgia”, Eikon / Imago, I (2012), pp. 71-104.

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