Románico en Galicia (Orense, Lugo y
Pontevedra)
Galicia es una de las comunidades de España con
mayor patrimonio de edificios románicos, aunque tal riqueza patrimonial no esté
dan divulgada como en otras zonas de España.
Sólo un cierto retraso en la catalogación de
estos monumentos ha impedido que esta región sea valorada como merece en el
contexto del arte románico hispano.
A la cabeza del románico de Galicia se
encuentra la catedral de Santiago de Compostela, pero Galicia es rica en
catedrales medievales, como Lugo, Orense, Tuy y Mondoñedo.
Las comarcas centrales de Galicia, aquéllas
donde las cuatro provincias casi se unen en un solo punto son, por ejemplo, una
de las zonas con mayor concentración de arte románico de toda España.
El gallego, es un arte románico caracterizado
por la importancia de los monasterios, verdadero plato fuerte de la
arquitectura medieval en Galicia. Por ello, una comarca de Galicia que
cabe señalar en esta introducción es la de la Ribera Sacra (Ribeira Sacra) es
decir el curso del Río Sil (aunque también se puede hacer extensiva a la Ribera
del Miño) donde quedan numerosos monasterios medievales.
También en otras muchas comarcas más alejada de
la costa, en cualquier valle verde o montaña se erigieron cientos de parroquias
rurales de la mayor dignidad y calidad. Algunos concellos tiene varias iglesias
románicas entre templos parroquiales y ermitas, que muchas veces pasan
desapercibidas salvo para los paisanos que allí habitan.
La fuerza visual de los edificios de sillería
de granito, casi todos bien conservados salvo por acción directa del hombre, se
hace consustancial al territorio gallego.
Otra de las características del románico de
Galicia es su conservadurismo en el tiempo y la persistencia de formas
románicas durante los siglos bajomedievales. Aunque algunas innovaciones
góticas se usaron el los conventos mendicantes y templos rurales gallegos de
los siglos XIII al XV, en casi todos ellos perduran claras reminiscencias
románicas, especialmente derivadas del mundo mateano de la Catedral de
Santiago.
La provincia de Ourense en la época del
románico
Conformadas a principios del siglo XIX, las
provincias españolas nacen con la edad contemporánea. Pueden, pues, tomarse
como símbolo de ruptura con el Antiguo Régimen al implantar un nuevo modelo
territorial que modifica el que se había ido conformando desde época medieval.
Así pues, el conjunto de tierras que componen hoy la provincia de Ourense no se
corresponde con ninguna entidad administrativa medieval. Por otra parte, dentro
del Medievo, la época románica se desarrollaría, como en el resto de Europa
occidental, entre los siglos XI y primera mitad del XIII, pudiendo tomarse como
fechas significativas para su inicio y final en el territorio provincial de
Ourense los años de 1084, cuando el obispo don Ederonio conmemora la
construcción de la iglesia auriense de Santa María Madre, y 1248, año del
fallecimiento de don Lourenzo, bajo cuyo gobierno se habría concluido la
catedral con la finalización del Pórtico del Paraíso.
El territorio: Diócesis y Terras
Como la gran mayoría de las provincias
españolas, la de Ourense toma su nombre de la población en que se decidió
instalar su capital. La preeminencia de la ciudad de las Burgas en el cuadrante
suroriental de Galicia deriva de su condición episcopal, que logró en los
indocumentados tiempos del reino suevo.
Desaparecida con la invasión musulmana, la sede
auriense fue restaurada en época altomedieval por obra de Alfonso III. Se
debate su desaparición durante buena parte del siglo XI puesto que se supone
que fue restablecida hacia 1070, fechándose en 1071 un falso documento que se
atribuye a Sancho II y su hermana doña Elvira. Como ha apuntado E. Portela, es
probable que la restauración haya sido realizada por don García de Galicia durante
su breve reinado, junto a las de Braga y Tui. De no haber desaparecido, se
habría producido por entonces una completa reorganización de la sede,
inaugurando don Ederonio –obispo hasta 1085– la serie de prelados que se
prolonga, sin interrupción, hasta la actualidad.
La restauración o renovación de la sede
episcopal conllevó la reocupación de sus edificios tradicionales en la capital:
la antigua catedral de San Martiño y el próximo palacio episcopal. De las obras
que probablemente emprendió entonces don Ederonio en el conjunto consta
solamente la mencionada construcción de la iglesia de Santa María Madre, en
1084. Es de suponer que se harían otras, como las correspondientes a los
edificios del cabildo catedralicio que, con el resto del clero diocesano,
asumiría a finales del XI las normas gregorianas.
Simultáneamente comenzaban a fijarse las
fronteras de las provincias eclesiásticas y de las diócesis, provocando
conflictos numerosos y recurrentes que se prolongarán durante toda la época
románica e incluso más allá.
La sede auriense no fue excepción: a lo largo
del siglo XII luchará por sus límites en todas direcciones. El pleito más
tempranamente documentado afecta a la frontera meridional y se desarrolla
frente a Braga, disputándose, como mínimo, entre ambas las tierras de Baronceli
y Vinhais. Objeto de un acuerdo en 1078, Ourense ejercerá de facto la jurisdicción
eclesiástica sobre el alto valle del Támega hasta que, a mediados del XII,
Afonso Henriques ocupe la zona, lo que supuso su paso a la dependencia
bracarense. La inclusión en esta diócesis fue breve y duró lo que la dominación
portuguesa, reintegrándose Baronceli en el reino de Galicia y en la diócesis
auriense en 1169 tras ser el rey luso apresado en Badajoz por Fernando II de
León.
Aunque no se documenta hasta 1103, el
enfrentamiento de Ourense con Astorga debe haberse iniciado también a finales
del XI y tenía por objeto buena parte de los territorios orientales de la actual
provincia. En 1143 el obispo auriense denunciaba a su colega asturicense ante
el papa por tenerle ocupadas las tierras de Trives y Caldelas. El obispo de
Astorga hará caso omiso a las sentencias y conminaciones pontificias a favor de
Ourense, que acabará aceptando un acuerdo en 1150 por el cual se establecía la
frontera diocesana en el río Navea.
En función de dicha concordia, buena parte del
este provincial sigue todavía en la actualidad formando parte del obispado de
Astorga, habiéndose solamente modificado, en 1955, los límites con la inclusión
en la diócesis auriense de las parroquias de Camba y Caldelas, que conformaban
un enclave asturicense en ella.
Por el norte, no constan enfrentamientos con
Santiago de Compostela que, hasta mediados del XX, extendía su diócesis por el
municipio de Beariz, mientras que con Lugo no se documenta problema alguno
hasta los años ochenta del XII. El conflicto debe ser anterior y afectaba a los
territorios de Búbal –al oeste del Miño– y Lemos –al este de dicho río y norte
del Sil–, solventándose la querella por sentencia pontificia en 1185. El papa a
la sazón, Lucio III, otorgó Búbal a Ourense y Lemos a Lugo, sin que a partir de
entonces consten más discordias entre las sedes.
Aunque mal documentados, también tuvo Ourense
problemas para fijar su frontera diocesana occidental, en este caso, con Tui.
En 1156 la iglesia tudense estaba en posesión de los arciprestazgos de Nóvoa y
Avión, mientras que en 1185 consta que el de Nóvoa, con el de Pena Corneira,
formaba parte del obispado auriense. Cabe, pues, suponer, que los territorios
entre el río Avia y la Serra do Suído estuvieron en discusión durante todo el
siglo XII, llegándose, por acuerdo o sentencia, a la situación que se observa
posteriormente: el curso inferior del Avia sirvió de límite diocesano, quedando
el arciprestazgo de Nóvoa –posteriormente, de Ribadavia– en poder de Tui y el
de Avión en manos de Ourense hasta mediados del XX, cuando se procuró adaptar
las fronteras eclesiásticas a las provinciales.
Por último, la mayor parte de su territorio
diocesano le fue disputado a Ourense por la sede de Oviedo. La sede de la
capital asturiana inició sus reclamaciones al tiempo que otras catedrales, a
finales del siglo XI, y las mantuvo intermitentemente hasta las primeras
décadas del XIII. Para sus reivindicaciones contó con un poderoso aliado: el
monasterio de Celanova, sin duda el más importante del obispado, que pretendía
eximirse a toda costa de la jurisdicción episcopal auriense. Pontífices y
monarcas intervendrán sucesivamente en la querella, que se falló siempre a
favor de Ourense, obteniendo tanto Oviedo como Celanova beneficios a cambio de
reconocer los derechos episcopales de la catedral auriense. El prelado
asturiano obtuvo tierras del monarca, mientras que el monasterio de san Rosendo
acabó logrando, en 1221, autoridad arcedianal en su coto y otras iglesias de su
propiedad.
Así pues, entre el período que se extiende
entre finales del XI y principios del XIII se conforman las fronteras
episcopales que, durante las edades media y moderna, compartimentaron el
territorio de la actual provincia de Ourense. La mayor parte de él conformaba
la diócesis auriense –que, por el sureste, llegaba hasta el Padornelo–, con una
destacada presencia de la asturicense, que se extendía –y extiende– por el
cuadrante nororiental de la provincia. Mucho menos importante fue la presencia
compostelana y tudense, si bien hay que destacar, en este último caso, la
calidad excepcional de su territorio, pues se extiende por una de las zonas más
fértiles del Ribeiro de Avia en la que, precisamente, nace la villa más
importante de la comarca: Ribadavia.
A principios del siglo XII aparecen en Ourense
cinco arcedianos, lo que supone que ya por entonces la diócesis se dividía en
otras tantas circunscripciones. Este número de arcedianatos no varía hasta 1400
y, sucesivamente, se documentan los territorios titulares de Baronceli,
Caldelas, Búbal, Castela y Limia, respectivamente en 1151, 1154, 1204, 1239 y
1292. A ellos hay que añadir el vicearcedianato de Celanova, reconocido en
1221, más el Deanato, Chantría y Maestrescolía, que toman su nombre de la
dignidad catedralicia correspondiente y que se extendían, respectivamente,
entre Miño y Limia, entre Miño y Arnoia y, la Maestrescolía, por la tierra de
Orcellón.
Los cinco arcedianatos recogen los nombres
tradicionales de unas comarcas, digamos, “civiles” cuyos límites no
siempre coinciden con los eclesiásticos. A nivel político puede decirse que la
ciudad de Ourense apenas cuenta salvo por el hecho de tener obispo. Se
comprueba en las menciones que recoge la documentación regia entre 1157 y 1230
de las tenencias que ostentan los grandes nobles que la suscriben. Obsérvese en
el cuadro nº 1 como la tenencia de Limia es una de las más destacadas de la
corona leonesa, apareciendo en tercer lugar tanto en el reinado de Fernando II
como en el de su hijo Alfonso IX; indudablemente, es la más destacada del
territorio que hoy con forma la provincia de Ourense.
Cuadro nº 1. Menciones de tierras en los
tenentes que suscriben los documentos de Fernando II y Alfonso IX, recogidos
por Julio González en Regesta de Fernando II y Alfonso IX. Se recogen solamente
las más citadas
Aunque sería precisa una investigación más
detallada, puede afirmarse que, en la época que nos ocupa, la provincia
auriense conforma básicamente la gran tenencia real de Limia. Es probable que
sus límites hayan sido similares a los vistos para el obispado: fuera de su
dominio quedarían las tierras de la diócesis de Astorga –al menos Robreda y
Valdeorras–, que dependerían del Bierzo. Quizás el Navea fuese el límite entre
ambas grandes tenencias, dependiendo Caldelas de La Limia y Trives del Bierzo,
con lo que el acuerdo de 1150 entre las diócesis simplemente asumía el límite
civil previo.
Esta Limia plenomedieval toma su nombre,
evidentemente, del río homónimo, si bien su cabeza rectora no estaba a su vera
sino hacia el noroeste, hacia el Miño y sobre el Arnoia, en la villa de
Allariz. Su castillo sería el centro realengo más importante del sureste
gallego, y desde él se controlan el resto de tierras menores que conforman la
demarcación. En el mapa nº 1 se reflejan las comarcas y subcomarcas en que se
repartía la provincia de Ourense en la época que nos ocupa.
Mapa nº 1. Diócesis que se reparten la
provincia de Ourense en época románica y nombres de comarcas, terras o
tenencias (Mapa base: sitga, Mapa de Parroquias de Galicia 1:200.000, Xunta de
Galicia, 2009)
Aún a falta de estudios sobre el tema, puede
afirmarse que buena parte de estas terras o comarcas están regidas desde un
castillo. Todos ellos conformarían una red jerárquica a la cabeza de la cual
estaría la fortaleza principal de la gran tenencia regia –Allariz, en la
Limia–, desde donde se nombraría el tenente del castillo secundario y terras asociadas,
como lo sería el de Alba de Búbal, superior de esta tierra, o los castros de
Caldelas o Valdeorras. Frente a estos ejemplos, hay otras comarcas que parecen
gozar de una organización más compleja porque en ellas se documentan varias
fortalezas. Así ocurre en Baronceli –Cabreira y Lobarzana– o en Castela –Nóvoa,
San Xoán de Pena Corneira y Orcellón, probablemente en un principio parte de
aquella–, sin que se sepa si una de ellas es cabeza de las otras, es decir, si
el tenente de Limia delega en uno de Castela o Baronceli que, a su vez, nombra
a los castilleros de las fortalezas donde no reside, o si todos ellos son
directamente nombrados por el tenente principal, el de Limia.
Por otra parte, hay que destacar que no todas
las comarcas o subcomarcas tuvieron su fortaleza correspondiente: no constan,
por ejemplo, en el Val de Laza, Soutovermud y As Frieiras, que de penderían de
Cabreira, ni en el Bolo de Senda o en Bande. En el mapa no se reflejan ciertos
castillos que compartimentaron el territorio principal de Limia, como Sande,
Santa Cruz –entre Celanova y el Miño–, Celme, Portela, Candrei, Maceda
–probablemente en esta época llamada Penafiel– o Ribeira, buena parte de ellos
apenas documentados.
Nacimiento y desarrollo de las Villas
La importancia de la tenencia real de Limia
–que fue disputada, en el xii y con Toroño, por los reyes de Portugal a los de
Galicia– explica que sea Allariz, su cabeza, la primera villa en nacer dentro
de la actual provincia de Ourense. Cuando en 1122 doña Teresa de Portugal, a la
sazón dominante en Limia, concede un privilegio a la iglesia auriense, en él
otorga que en el Auriensem burgum se haga a mediados de mes un mercado similar
al que los días primeros se celebra aput castellum Alliariz. Nueve años
después, en 1131, Alfonso VII menciona los bonos foros de que gozan los
burgenses de Allariz, que extiende a los de Ourense a petición de la sede.
En este último diploma el Emperador permitía a
la catedral que poblase la ciudad de Ourense, concediéndole su señorío. Don
Alfonso confirmaba, de hecho, lo que una década antes había he cho su tía doña
Teresa, tras cuya intervención el obispo don Diego habría concedido los
primeros fueros a la urbe. Ourense habría seguido, pues, inmediatamente o muy
de cerca a la población de Allariz y, frente a ella, realenga, se configura
desde un primer momento como una villa de señorío episcopal.
La diferencia entre ambas es evidente y se
observa inequívocamente en su plano. Allariz se desarrolla junto a su castillo,
en la zona menos escarpada, sin que la fortaleza interrumpa o condicione la
trama urbana. En Ourense el protagonismo de su iglesia, señora de la puebla, es
manifiesto: el complejo catedralicio constituye el centro de la ciudad. Situado
en la ladera entre Monte Alegre y el Barbaña, este conjunto eclesiástico,
compacto y cerrado, obligará a los habitan tes a instalarse preferentemente al norte
y al sur, en dos barrios claramente diferenciados que se relacionan entre sí a
través de muy pocas calles –A Barreira, al oeste, sobre la Burga, y Penavixía
Cima de Vila, al este–.
Sede del poder real y de su representante, el
castillo domina la villa de Allariz desde su cerro, mientras que en Ourense la
superioridad del obispo y del cabildo se demostrará en los edificios que los
representan. Catedral y palacio episcopal dominarán sin discusión el caserío
que los rodea, dándosele a ambos un aspecto militar que todavía hoy puede
atisbarse en ambos edificios.
Allariz y Ourense son los primeros y precoces
ejemplos de constitución de villas en el territorio provincial. La concesión de
nuevo fuero a Allariz –basado en el de Sahagún– en 1152 puede considerarse el
comienzo de la etapa más fructífera de esta actividad, que se prolonga durante
todo el período que hemos considerado como románico, durante los reinados de
Fernando II y Alfonso IX.
Los dos núcleos siguientes que alcanzan
categoría villana en la provincia fueron los Burgos de Riba de Avia
–Ribadavia–, en 1164, y Caldelas, en 1172. El primero nacía, probablemente, en
torno al viejo castillo de Nóvoa, y se convierte pronto en una villa activa
cuya fortuna girará en torno al vino, que, como en épocas anteriores, atrae a
la comarca –y, ahora, a la población– a numerosas instituciones señoriales, que
están presentes en Ribadavia desde su mismo nacimiento –el arzobispo de
Santiago y la orden de San Juan, por ejemplo–.
El éxito del Burgo de Avia contrasta con la
atonía que manifiesta su hermano, el Bono Burgo de Caldelas. A diferencia de
aquel, nace separado del castillo hasta entonces rector de la comarca –O Castro,
con el que a menudo se confunde, atribuyéndosele erróneamente el fuero de 1172–
y no logrará, ni de lejos, un éxito similar. A pesar de la actividad que
demuestra su concejo a lo largo del XIII, su debilidad parece evidente y sería
responsable de que, en 1338, don Pedro Fernández de Castro, por entonces su
señor, transfiera la titularidad villana de Caldelas del burgo al castro, al
que rebautizó como Segura –con poco éxito, como lo demuestra su denominación
actual–.
Alfonso IX continuó la labor repobladora de su
padre, concediendo fuero a Milmanda, en 1199, y a Lobeira, en 1228, ambas en la
frontera portuguesa. Actualmente ni una ni otra tienen categoría urbana, sin
que sus restos permitan intuir su diferente andadura medieval. Milmanda parece
haber tenido una vida floreciente, con una actividad económica relativamente
importante que la convirtió en una de las villas más destacadas de la provincia,
solo superada por Ourense, Allariz y Ribadavia. Frente a ella, Lobeira apenas
habría sobrepasado la categoría aldeana. Entre una y otra nacía Viana,
populatione mea quam facio in Robreda, según dice el monarca en 1205, cuando
donaba al obispo de Astorga todas las iglesias que se construyesen en la villa.
Hacia 1220 don Alfonso quiso dotar también con
un núcleo urbano a la tierra de Baronceli, decidiendo establecerlo en el castro
que la dominaba. La fortísima oposición del monasterio de Celanova, señor de
las tierras que rodeaban el castro –Mixós, Verín y Pazos–, y el desembolso en
numerario que, seguramente, le hizo el cenobio lograron que el monarca diese
marchas atrás, ordenando en 1223 que se desmontase la población. Cincuenta años
después, desoyendo quejas y negándose a sobornos, Alfonso X retomará el
proyecto de su abuelo y fundará, en el mismo lugar, la villa de Monterrei.
La monarquía dotó también, en la época que se
trata, a las tierras de Valdeorras y Trives con la villa correspondiente. A
tenor de su evolución paralela, la Pobra de Valdeorras ha de asimilarse al
Burgo de Caldelas, con lo que habría recibido fuero de Fernando II. Se
explicaría así por qué en 1209 su heredero, Alfonso IX, no la menciona entre
las pueblas por cuya fundación protestó la iglesia de Astorga –Ponferrada,
Castroventosa y Viana–, pues sería anterior. Su desarrollo no habría sido
importante y, como en su hermana de Caldelas, la población fue trasladada en
1338 por don Pedro Fernández de Castro –también señor de Valdeorras– a la vera
del antiguo castillo rector de la tierra, rebautizado –con tan poco éxito como
en el caso visto– como Castro Flores, do fisiemos yr morar los pobradores
todos que morauan en la dicha Puebla de Valdeorras.
Por último, la tierra de Trives presenta el
problema, o la particularidad, de la posible existencia de dos villas, a lo que
hay que añadir su tardía documentación.
Su situación central en la comarca y su
configuración física, amurallada, obligan a dar la preeminencia como cabeza
urbana de Trives a la villa de Manzaneda –o Maceda–. Frente a ella, el propio
nombre de la Pobra de Trives permite suponer también su origen medieval. A
falta de un estudio sobre ambas villas y su tierra, me limito a constatar que,
en principio, ambas aparecen a finales del siglo xiii, cuando el notario Xoán
Sánchez, en 1271, dice serlo do conçello de Maçaeda y, en 1272, da Pobra
de Trives, cuyo primer alcalde se documenta dos años después. A pesar de esta
tardía aparición, es probable que, al menos una de ellas, haya sido fundada
durante los reinados de Fernando II o Alfonso IX.
La mayor parte de todas estas villas
sustituyeron en buena medida, al nacer, a los castillos que hasta el momento
eran cabezas de sus tierras respectivas. No quiere ello decir que los
desplazasen por completo, como lo demuestra que, por ejemplo, durante ciertas
épocas el concejo de Milmanda aparezca como tenente del castillo de Santa Cruz
o el de Monterrei de las tierras de Cabreira y Lobarzana. Como ocurre en este
último caso, la villa acabará haciendo inútiles esas fortalezas, que serán
desmanteladas, mientras que en otros casos no solo seguirán en pie sino que
competirán con la población, llegando a vencerla al ser trasladados los
habitantes a su vera –Caldelas, Valdeorras–, mientras que en otros casos
–Allariz, Ribadavia– los núcleos surgieron ya a los pies de las respectivas
fortalezas.
Aún así, observando el mapa nº 2, es evidente
que la mayor parte del territorio provincial vivirá al margen de villa alguna
durante toda la Edad Media. En alguna zona se desarrolló una aldea que alcanzó
cierta categoría –Cea, por ejemplo, en el Bolo de Senda– gracias,
probablemente, a ser el lugar donde se celebraba el mercado comarcal y donde se
reunían las gentes de la tierra para otras actividades. Siguiendo el camino de
las villas, en un proceso malamente documentado y aún por estudiar, en estas
tierras sin núcleo urbano –al menos en algunas– se irían conformando los
concejos que funcionan en la baja edad media, como los de Bande o el Val de
Celanova, documentados con ocasión de la resistencia frente a las pretensiones
de su señor, el monasterio fundado por san Rosendo.
Mapa nº 2. Villas nacidas en la actual
provincia de Ourense durante los siglos xii y xiii (Mapa base: Sitga, Mapa de
Parroquias de Galicia 1:200.000, Xunta de Galicia, 2009)
Monasterios e iglesias
Junto al nacimiento de las villas, otro síntoma
del desarrollo que vive el reino de Galicia durante la época románica es la
construcción o reconstrucción de templos a lo largo y ancho de su geografía. Es
el “manto blanco” de iglesias que describe en Francia el monje Raúl
Gabler, que se extiende también por la provincia de Ourense. Así lo atestigua
la pesquisa que, a finales del XII, se hizo sobre las tierras de Baronceli y
Vinhais para saber cómo y cuándo habían estado en poder del rey de Portugal y
el arzobispo de Braga o del rey de Galicia y el obispo de Ourense. En ella
cuentan los testigos cómo los sucesivos prelados aurienses consagraron
distintas iglesias en la comarca. Así, por ejemplo, Vasco Pérez, sacerdote y
miembro de la orden de Santiago, recuerda “que vio a Martín, obispo de
Ourense, consagrar el monasterio de Vilaza, que es en término de Lobarzana, y
dice que estuvo en dicha consagración; y vio al obispo auriense Adán consagrar
la iglesia de Castrelo, en término de Cabreira; y oyó decir y sabe que Pedro,
obispo de Ourense, consagró la iglesia de Retorta, en término de Cabreira… y
oyó decir que Martín, obispo de Ourense, consagró la iglesia de Queizás”.
Lo que consta en esta comarca por voz de los testigos se comprueba en otras a
través de la epigrafía, pues en diversos templos se dejó constancia de su
reforma o consagración, como ocurre, por ejemplo, en San Martiño de Cornoces.
La renovación románica, desarrollada a lo largo
de los siglos XII y XIII, expresa también el nuevo rumbo que tomó la iglesia
hispana occidental a partir de 1080, cuando asumió las normas gregorianas. Su
asunción supuso, entre otras cosas, la completa reestructuración del monacato,
que tuvo que adoptar mayoritariamente la regla de san Benito o, en su defecto,
la de san Agustín.
Los monasterios románicos que hoy se localizan
en la provincia de Ourense figuran entre los monumentos que más fama le dan a
esta fuera de sus fronteras.
En realidad, esa fama se debe a las casas más
señeras –Oseira, Celanova, Santo Estevo de Ribas de Sil, Montederramo…–,
quedando en la sombra otras que, aunque más humildes, tienen su interés e
historia particular. Entre grandes y pequeñas, las instituciones que pueden
considerarse cenobios en la provincia de Ourense en la época que se estudia son
las veintinueve que se recogen en el cuadro nº 2 y mapa nº 3.
Mapa nº 3. Monasterios existentes entre
1100 y 1230 en la actual provincia de Ourense (Mapa base: sitga, Mapa de
Parroquias de Galicia 1:200.000, Xunta de Galicia, 2009)
La gran mayoría de estas casas debe haber
tenido un pasado altomedieval que no siempre está documentado, encontrándose
entre ellas la decana del monacato gallego: San Pedro de Rocas, que se supone
existía ya en el siglo VI.
Es preciso hacer alguna anotación al rol de
monasterios que se presenta. Comenzando por las órdenes militares, solamente he
incluido A Veiga, Codosedo y Pazos de Arenteiro porque muy probablemente en
ellos se desarrolló durante esta época una vida verdaderamente monástica, que
solo llegará en el primero de ellos a la edad moderna, desapareciendo tal vez
en el XIV en los otros dos. Es asimismo posible que la orden del Hospital haya
mantenido en algún momento una comunidad de religiosos en Beade o en Ribadavia.
Cuadro nº 2. Monasterios existentes en
la actual provincia de Ourense entre 1100 y 1230
En cuanto a las abadías seglares puede
afirmarse que todas ellas parten de un cenobio altomedieval y que se
constituyen como tales en el siglo XII, algunas claramente en relación con su
sede episcopal –Astorga en Camba y Ourense en Servoi, Vilaza y Augas Santas–,
que les habría dado las constituciones para la convivencia de la comunidad de
clérigos que en ellas residía. Con una pobreza documental característica, es
posible que alguna de ellas haya adoptado la regla benedictina o agustina,
aunque pronto la habrían abandonado. Nunca numerosas, sus congregaciones irán
menguando a partir del XIII hasta reducirse, en la baja edad media, a
unipersonal –el abad o prelado–.
Poseer una comunidad escasa no es
característica privativa de estas abadías seglares, pues lo mismo puede decirse
de los monasterios de otras obediencias, como los agustinos Grou y Porqueira,
los benitos Naves o Ribeira y los tres centros de órdenes militares
mencionados, aparte de casi todas las casas femeninas. Observando el mapa nº 3
puede comprobarse que las abadías seglares se implantan en el oriente de la
provincia, en las tierras de Caldelas, Trives y Baronceli. Aparte de su lejanía
de la sede episcopal correspondiente, cabe destacar que las tres comarcas
fueron objeto de disputa entre diócesis, lo que tal vez haya favorecido su
conformación de esta manera. Por las razones que fueran, en estas tierras las
catedrales prefirieron crear congregaciones clericales que no de monjes o de
canónigos, quizás más díscolos y capaces de escapar a su control. Aún así, hay
que mencionar el trato diferente que reciben, por parte de la sede auriense,
Servoi y Porqueira: ambos de su propiedad por donación regia, el primero se
constituyó en abadía seglar, mientras que el segundo lo hizo en priorato de
canónigos regulares agustinos.
De los monasterios propiamente dichos, no cabe
duda de que San Salvador de Celanova, fundación de san Rosendo, es el
monasterio más destacado de la provincia. Timbre de su poder es la dignidad
arcedianal que ejerció sobre las iglesias de su coto, conseguida en 1221 tras
larga batalla con la iglesia auriense; caso único en la diócesis y que, en
Galicia, solamente comparte con Samos y Monforte, en el obispado de Lugo. De su
conflicto secular con la catedral de Ourense, Celanova sacó también la
constitución de una red monástica que, presidida por su abad, estaba conformada
por los prioratos de San Pedro de Rocas, Santa Comba de Naves y Santa María de
Ribeira en la diócesis de Ourense. Con un gran dominio conformado en siglos
anteriores, San Salvador de Celanova se enfrentó asimismo a los obispos de Tui
y Zamora, de lo que obtuvo la conformación de los prioratos de San Salvador de
Coruxo y San Pedro de la Nave. Por el camino parece haber tenido que renunciar
a Santa Mariña de Augas Santas que, a finales del XII, está en poder de la sede
de Ourense. En su caso, es fácil comprender por qué la catedral estableció en
ella una abadía seglar o, cuando menos, por qué no quiso hacerla benedictina:
romper todo lazo que la ligase de manera alguna a Celanova.
Menos ricos pero más vetustos que la fundación
de san Rosendo eran otros monasterios de la diócesis que, en un proceso más
supuesto que conocido, adoptaron la regla benedictina alrededor de 1100. Sería
el caso del mencionado San Pedro de Rocas, o de Montederramo, San Esteban y
Santa Cristina de Ribas de Sil o San Clodio do Ribeiro que, con un pasado
altomedieval poco conocido, asumieron la reforma sin que se sepa si quedaron
desprovistos de comunidad en algún momento. A diferencia de ellos, y si se admite
su existencia altomedieval, Xunqueira de Ambía habría quedado vacío a finales
del xi hasta 1150, cuando sus patronos, entre los que se contaba el monarca,
decidieron restaurarlo, encargando la tarea al priorato compostelano y agustino
de Santa María de Sar, lo que explica que en él se haya implantado la regla del
obispo de Hipona.
Esta decisión de los patronos de Xunqueira
permite suponer que los de otros cenobios hayan participado a la hora de elegir
la regla que había de implantarse en “su” monasterio, con o sin la
intervención del obispo y el cabildo diocesanos.
Aún puede aducirse otro ejemplo: la entrega de
San Munio de Veiga a la orden de Santiago, que hay que entender tuvo por objeto
preservar su autonomía, evitando que cayese bajo la férula de su gran vecino,
Celanova.
Aunque su existencia en tiempos anteriores es
en ocasiones dudosa o desconocida, puede suponerse que los monasterios
femeninos de la provincia fueron fundados en los siglos IX o X. A finales del XI
habrían quedado vacíos y solamente pasado 1100, quizás hacia mediados de siglo,
sus patronos decidieron repoblarlos con monjas. Las comunidades femeninas
recibieron, todas, la regla benedictina, y solamente de San Miguel de Bóveda
puede establecerse una fecha aproximada de su restauración, 1168, aunque
bastante incierta. Las comunidades de Asadur, Lobás, Ramirás y Sobrado de
Trives no se documentan hasta el último cuarto del xii, mientras que las
noticias sobre Arnoia son mínimas y no hay certeza sobre si fue femenino o
masculino. Cabe resaltar que Sobra do y Ramirás, entre las casas femeninas,
fueron bastante ricos, especialmente el segundo, como lo demuestra el templo
románico que fue su conventual.
Así pues, la inmensa mayoría de los monasterios
ourensanos de la plena edad media hunde sus raíces en épocas anteriores.
Solamente dos parecen ser fundaciones completamente nuevas: Santa María de
Oseira y Santa María de Melón. El nacimiento del primero suele datarse en 1137,
mientras que el segundo debe haberse realizado hacia 1150. Aunque la seguridad
no es absoluta, Santa María de Melón debe ser una fundación directa de
Claraval, de cuya familia siempre formó parte sin discusión, como parece
avalarlo el nombre de su primer abad –Giraldo– y que este escriba en 1154 un
documento en Sobrado –primera fundación cisterciense gallega, nacido en 1142–.
Por su parte, la afiliación de Oseira a la
orden de san Bernardo es una de las discusiones más clásicas de la
historiografía medieval gallega. Parece indudable que no fue una fundación sino
afiliación, que se habría producido a mediados del siglo XII, quizás al tiempo
que entró en ella Montederramo, que lo hizo probablemente antes de 1154. De
este se independizará como abadía, hacia 1170, Xunqueira de Espadanedo, que se
convierte en el cuarto monasterio cisterciense de la provincia. Años más tarde,
en 1225, los monjes de San Clodio parecen haber querido también mu dar su
hábito negro por el blanco, si bien su entrada en la orden no se hará efectiva
hasta el siglo XV.
Como lo demuestran las iglesias medievales de
Oseira y Melón, estos recién llegados a Galicia no perderán el tiempo y,
siguiendo las líneas maestras de su orden, se convertirán en grandes y ricos
señores, alcanzando e incluso superando a buena parte de sus hermanos
benedictinos más vetustos. Brilla sobre todo Santa María de Oseira, cuya
riqueza podrá rivalizar con la Celanova: en 1290, en el servicio que exige
Sancho IV, ambos aparecen gravados con cuatro mil maravedíes, cantidad solo
igualada, en el reino de Galicia, por el cisterciense Sobrado.
Pero, aparte de iglesias parroquiales, abadías
y prioratos, en el conjunto de la provincia hay que destacar a su capital,
cabeza y sede del obispo y su cabildo: Ourense. Su catedral, en construcción a
lo largo del período que se estudia, es indudablemente el edificio señero de la
diócesis y, por ende, de la provincia. Como el resto de catedrales europeas, es
símbolo de su época y de la sociedad en expansión que fue capaz de levantarla.
Paralelamente se construía y ampliaba el palacio episcopal y también, de forma
más humilde y menos visible, el resto de la ciudad.
A finales del período que hemos dado en llamar
románico, hacia 1230, la finalización de la obra catedralicia con el Pórtico
del Paraíso coincidía con la reconstrucción del Puente Mayor –a Ponte Vella–
sobre el Miño, otro de los símbolos de la ciudad. Ambas obras ilustran la
efervescencia y la bonanza del período, que se observa también en su
floreciente cabildo –que llega a su máxima expansión, con más de veinte
componentes, varios con el título de magister– y su obispo, don Lorenzo Hispano,
cuya cultura alaban los cronistas.
En conclusión, la época románica es un período
trascendental en el devenir histórico del pasado de la provincia de Ourense,
como lo demuestran los edificios que, todavía hoy, marcan su geografía, desde
los más destacados, como la catedral auriense o las iglesias monásticas, a los
más humildes y desconocidos templos parroquiales. De todos ellos se da cuenta
en las páginas que siguen.
Románico en la provincia de Ourense
Ha de relacionarse el inicio de los estudios
sobre las manifestaciones románicas en el ámbito que me ocupa con la actividad
programática de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos,
creada, como todas las de naturaleza similar, por Real Orden de 13 de junio de
1844. Su Sección tercera estaba dedicada específicamente a los apartados de la
arqueología y arquitectura y, por más que en su arranque se le requiriese a la
de Ourense por parte de la Central que prestase más atención a los monumentos,
lo cierto es que su actuación será decisiva tanto para la conservación como
para la ulterior declaración como monumentos nacionales de complejos tan
excepcionales como los de los monasterios de Oseira, Melón, San Clodio o Ribas
de Sil. Iniciativas suyas serán, entre otras, la preparación de un Álbum
titulado Monumentos históricos y artísticos de la provincia de Orense,
publicado en 1895, en el que se insertan fotografías de los hitos constructivos
más significativos del estilo que nos atañe en la provincia, o la puesta en
marcha, en 1898, de un Boletín que será, hasta su desaparición en 1960, el
transmisor de su actividad y un instrumento de capital significación para el
estudio y difusión de las particularidades del rico patrimonio
histórico-monumental de la provincia.
Era habitual en los primeros años del Boletín
la presencia de artículos sobre monumentos románicos de Arturo Vázquez Núñez, autor, en 1881, de una
Guía del viajero en Orense y su provincia, de indudable utilidad, pese a los
pocos edificios que menciona, para el campo que nos ocupa y, sobre todo, del
estudio titulado La arquitectura cristiana en la provincia de Orense durante el
período medieval, aparecido también en la capital, en 1894, resultado del
discurso leído por él en la apertura del Curso 1893-1894 en la Escuela de Artes
y Oficios de Ourense. En este libro, al margen de la periodización que realiza,
muy alejada, obviamente, de los criterios actuales, comenta, dato que no debe
desdeñarse visto el año de publicación, buena parte de las grandes empresas
románicas de la provincia. Vázquez Núñez publicará también, en 1907 y en
Madrid, en el Boletín de la Real Academia de la Historia, un artículo titulado
“Iglesias románicas de la provincia de Ourense”. El trabajo, que no fue
redactado expresamente para la revista académica, sino que, como en él se
señala, ya había sido editado anteriormente, en 1906, en el Boletín de la
Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Orense, tiene un
enorme valor, al margen de su contenido, por comportar la inclusión de
edificios emplazados en la provincia ourensana en una publicación de carácter
general española, no de ámbito local. Algo similar sucede con la aparición, en
1908 y también en Madrid, del tomo I de la Historia de la Arquitectura
Cristiana Española en la Edad Media, de V. Lampérez y Romea. En esta obra, un
hito en su tiempo y un referente inexcusable todavía hoy, se estudian, en el
capítulo dedicado al románico gallego, junto a la catedral ourensana, otros
cinco edificios: Santo Estevo de Ribas de Sil, Santa Mariña de Augas Santas,
San Pedro de A Mezquita, Santa María de Xunqueira de Ambía y Santiago de
Allariz. Tanto la catedral como estos cinco edificios y otros nueve más, son
mencionados, con invocación de datos muy concretos y sin grandes precisiones,
por J. Villaamil y Castro en su conocido y valioso libro Iglesias gallegas de
la Edad Media, publicado en 1904 en Madrid.
En la década siguiente, la segunda del siglo,
concretamente el 30 de abril de 1913, se puso en marcha, tal como había
comenzado a hacerse en 1900 en Ávila de la mano de Manuel Gómez Moreno, la
realización del Catálogo Monumental de la provincia de Orense. Se le encargó,
tras el fallecimiento de Rafael Balsa de la Vega, a quien se le había
encomendado inicialmente, a Cristóbal de Castro, autor de trabajos similares en
otras seis provincias, quien lo terminó en 1915. Consta, como la mayor
parte de los trabajos de esta naturaleza que llevó a cabo, de 2 volúmenes, uno
de texto y otro de ilustraciones. Permanece inédito, mereciendo ser reseñado
aquí no tanto por su contenido, ciertamente de alcance muy limitado, cuanto por
el hecho en sí de su programación y materialización. En la misma década que estamos comentando, la
segunda del siglo XX, inició sus publicaciones sobre los monumentos románicos
ourensanos Ángel del Castillo, quien ofrecerá una
primera visión global del patrimonio artístico de la provincia, con mención
expresa de algunos de sus edificios románicos más destacados, en un artículo
publicado en 1928 en el Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos
Históricos y Artísticos de Orense. Termino la revisión de esta segunda década del
siglo XX anotando que en 1916 vio la luz la obra Apuntes histórico-artísticos
de la catedral de Ourense, de M. Sánchez Arteaga, anotada y ampliada por
Cándido Cid Rodríguez. Es de consulta indispensable todavía hoy para
aproximarse al conocimiento riguroso de los avatares que afectaron a tan magna
empresa catedralicia.
Pocas son las iniciativas de entidad
relacionadas con el ámbito que nos interesa, el de los estudios relacionados
con el arte románico, susceptibles de ser recordadas aquí en la tercera década
de la centuria. Sorprende la constatación de este hecho dado el contexto de
efervescencia cultural que por entonces se vivía en Galicia, con iniciativas
tan brillantes y de tan significativo alcance como la creación, en 1923, del
Seminario de Estudos Galegos o, ya en el ámbito específico ourensano, la
aparición de la revista Nós, órgano difusor de las ideas de la generación del
mismo nombre, fundada en Ourense en 1920 y editada aquí en sus primeros años,
hasta principios de 1923. En este mismo año, sin embargo, en Estados Unidos y
en el nº I de la que acabará siendo una prestigiosa revista de proyección
internacional, Art Studies, publica G. Goddard King un artículo titulado “Some
Churches un Galicia”. En él analiza, entre otras empresas románicas, las de
nuestra provincia que incorporan un “falso triforio” sobre los arcos
formeros que separan la nave central de las laterales: Xunqueira de Ambía y
Augas Santas. No era esta, por cierto, su primera incursión sobre el estilo en
las tierras que nos ocupan. Unos años antes, en 1917, había dedicado ya un
estudio monográfico a la iglesia de Melón en el muy reputado American Journal
of Archaeology. Frente a lo anterior, solo un artículo sobre un
edificio románico ourensano se incluye, sorprendentemente, en la afamada
revista promovida por el Seminario citado en el párrafo precedente, denominada
Arquivos do Seminario de Estudos Galegos. Versó sobre la iglesia de san
Salvador de Sobrado de Trives y apareció en el número III, correspondiente al
año 1929. Lo firmó Xosé Ramón y Fernández Oxea, uno de los nombres históricos
de referencia en relación con el estudio del románico gallego, no solo del
ourensano.
La década de los treinta viene marcada, por un
lado y en pie de igualdad con el resto de la Comunidad, por la publicación de
la Geografía General del Reino de Galicia. El volumen específicamente dedicado
a la provincia de Ourense está redactado por V. Risco y en él se reseñan
numerosas construcciones estilísticamente valorables como románicas. En el
denominado Generalidades del Reino de Galicia, como ya comentaré en los
volúmenes consagrados a los territorios de A Coruña, se incluye un extenso
estudio de Ángel del Castillo, titulado “La arquitectura en Galicia”, en
el que se analizan, con mayor precisión que en el dedicado concretamente al
análisis genérico de la provincia, en paralelo con lo que acontece en las
restantes, numerosos edificios románicos, once en total, emplazados en tierras
ourensanas. En los años treinta también, por otro lado,
publica M. Chamoso Lamas su primer trabajo sobre un monumento románico gallego,
un estilo sobre el que volcó buena parte de sus desvelos como investigador y
también como promotor y gestor de iniciativas interesadas en su conservación y
restauración y, a la vez, en su adecuada difusión y proyección. El estudio aludido versó
sobre la iglesia románica de la parroquia de la que procedían sus padres y en
la que él, nacido en La Habana, vivió desde los 4 años: San Mamede de Moldes.
Apareció en 1934 en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones. M. Chamoso Lamas continuó publicando sobre el
románico, tras el duro paréntesis de la Guerra Civil, en los años cuarenta y también lo hará José
Ramón y Fernández Oxea. Nace en su transcurso,
en 1944 y para, de alguna manera, dar continuidad al ya citado Seminario de
Estudos Galegos, desaparecido como consecuencia de la Guerra Civil, el
Instituto Padre Sarmiento de Estudios Gallegos. En su revista, Cuadernos de
Estudios Gallegos, publicará en el tomo II, correspondiente a los años
1946-1947, J. M. Pita Andrade un artículo sobre la iglesia románica, ubicada en
la fértil comarca de O Ribeiro, de santo Tomé de Serantes. Es el preludio de su
Tesis doctoral sobre la catedral de Ourense, defendida en 1947 en a Universidad
de Madrid y publicada años más tarde, en 1954 y en Santiago, por el mencionado
Instituto Padre Sarmiento de Estudios Gallegos. Este edificio y su impacto
aparecerán desde entonces, reiteradamente, en sus publicaciones sobre el
románico gallego, sea en estudios de carácter monográfico, sea en visiones de
ámbito general,
con Cuadernos y el mentado Instituto como referentes prioritarios de su
actividad en relación con el estilo que nos atañe. Volverá sobre la catedral,
casi cuatro décadas más tarde, para ofrecer una visión “actualizada”
sobre su proceso constructivo a partir de la valoración de las novedades que en
torno a sus campañas y cronologías respectivas, sobre todo en la década de los
ochenta de la pasada centuria, se habían ido introduciendo. Concluyo la revisión de la década de los
cuarenta, de la que partió el análisis de la producción científica de José
Manuel Pita Andrade, significando que es en ella, por un lado, cuando se crea,
exactamente el 31 de diciembre de 1942, el “Grupo Marcelo Macías”,
llamado a tener en el futuro un gran protagonismo como colaborador de las
actividades programadas por el Museo Arqueológico Provincial, y, por otro, que es en
1943 cuando se puso en marcha, coincidiendo con la paralización temporal de la
edición del Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos, que volverá a
editarse en 1953, el Boletín del Museo Arqueológico Provincial de Orense, publicación
de la que aparecieron 6 números, el último correspondiente al bienio 1950-1951,
siendo su desaparición justamente la que, a su vez, propició que volviera a
editarse el Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos, cuyo número
postrero salió de la imprenta en 1960. Dos acontecimientos merecen reseña en la década
de los cincuenta: la conmemoración, en 1953, del VIII Centenario de la muerte
de San Bernardo, y la aparición, en 1956 y en Santiago, de la revista
Compostellanum. Cito el primer hito por la importancia que histórica y
monumentalmente tiene / tuvo la presencia cisterciense en la provincia de
Ourense (en toda Galicia en términos generales).
A la Orden pertenecieron monasterios tan
importantes como Oseira, Melón, Montederramo, San Clodio o Xunqueira de
Espadanedo. A su estudio, fruto de la efemérides citada, dedicaron trabajos J.
Carro García
y L. Torres Balbás, gran especialista en la investigación de esa Orden, autor
de un libro, Monasterios cistercienses de Galicia, publicado en la Colección
Obradoiro por la Editorial Bibliófilos Gallegos en 1954, en Santiago,
inexcusable todavía hoy, pese al tiempo transcurrido, para informarse sobre las
particularidades constructivas y decorativas que significaron en su tiempo a
los monjes blancos. La revista Compostellanum tuvo desde sus
inicios –y lo mantiene en la actualidad– un incuestionable protagonismo
científico. En ella, no en la década que comentamos, la de los cincuenta, sino
en la siguiente, la de los sesenta, en 1967 exactamente, se publicó un
importante y extenso trabajo sobre “Las iglesias románicas de la tierra de
Beiro”.
Fueron sus autores el ya citado J. Ramón y Fernández Oxea y E. Duro Peña,
archivero de la catedral de Ourense y uno de los grandes especialistas en el
estudio del monacato ourensano medieval, al que dedicó numerosos estudios,
todos de gran utilidad para el campo que nos atañe. La reseña de la década de los setenta hay que
principiarla con la mención de iniciativas generales sobre Galicia, ya
valoradas en las entregas anteriores de esta Enciclopedia sobre el territorio, en las que el románico
ourensano tiene un tratamiento destacado. Me refiero a obras como El Monacato
en Galicia, de H. de Sá Bravo, aparecida en 1972, el Inventario de la
riqueza monumental y artística de Galicia, de A. del Castillo, publicado en
1972, la Galice romane, editada en 1973 en la muy conocida y prestigiosa
colección La Nuit des temps, promovida por Éditions Zodiaque, de la que fueron
autores M. Chamoso Lamas, B. Regal y V. González, la Tesis doctoral de S.
Moralejo Álvarez sobre La escultura gótica en Galicia (1200-1350), defendida en
la Universidad de Santiago en 1975, o proyectos como la Gran Enciclopedia
Gallega, cuya publicación comenzó a realizarse en 1974, o la Colección Galicia
enteira, promovida por Edicións Xerais de Galicia, redactada por X. L. Laredo
Verdejo e iniciada en 1980. En este mismo año se publicó el primer número de
Cadernos do Instituto de Estudios Valdeorreses, promovido por este Centro, con
vida hasta 2006. Es la de los setenta también, por último, la
década en la que empezó a publicarse el Boletín Auriense. En la página 4 de su
tomo I, correspondiente al año 1971, aunque el Depósito Legal sea de 1972, se
inserta una nota explicativa sobre el fundamento de su creación que es toda una
declaración de intenciones: “Se publica, merced a la generosa ayuda
concedida por la Fundación Pedro Barrié de la Maza, Conde de Fenosa, a fin de
proseguir la labor del Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos
Históricos y Artísticos (1898-1960) y del Boletín del Museo Arqueológico
Provincial de Orense (1943-1953)”. Desde entonces hasta hoy han aparecido
un total de 44 tomos, dobles algunos, con estudios de carácter y significación
muy dispar, muchos esenciales para profundizar en el conocimiento de monumentos
levantados según las pautas del estilo románico. Cuenta la revista también,
como complemento, con anexos. Hasta el momento, se han editado 33 números,
alguno con estudios o información de capital significación para nuestros
intereses.
Se abre la década de los ochenta con la
publicación, por parte de J. M. García Iglesias, del primer estudio de entidad
sobre los restos del importante conjunto de pinturas murales que exhibió la
iglesia rupestre, de progenie altomedieval, reestructurada en tiempos románicos
y retocada finalmente en época postmedieval, de San Pedro de Rocas. Un año después, en 1982,
se edita la Tesis doctoral de quien firma este texto, dirigida por R. Otero
Túñez y defendida un año antes en la Universidad de Santiago. Titulada La
arquitectura cisterciense en Galicia, incluye, junto a un análisis general de
las características constructivas (plantas y alzados) y decorativas que
significaron a la edilicia de la Orden en tierras gallegas, esenciales para la
evolución en ellas de las formulaciones tardorrománicas, el estudio monográfico
de los vestigios de los siglos centrales de la Edad Media (XII y XIII) llegados
hasta hoy de tres grandes monasterios ourensanos: Oseira, Melón y Montederramo.
Los de otros dos, Xunqueira de Espadanedo y San Clodio, aunque no cuentan con
monografías por no haberse incorporado de manera directa a la Orden, sino a
través de su vinculación a una Casa ya ubicada en Galicia (Xunqueira de
Espadanedo) o haberlo hecho ya en el siglo XIII (San Clodio), sí son
ampliamente comentados en distintos lugares del libro que comento. De otra autoría, publicado en 1984, es también
un extenso artículo sobre las cornisas con arquitos en la arquitectura románica
gallega. Sirvió, sobre todo, para reforzar la importancia en su tiempo de las
soluciones constructivas y decorativas presentes en la fábrica de la catedral
de Ourense, para cuya materialización se propone una periodización de campañas
distinta de la defendida en su día por J. M. Pita Andrade, quien volverá sobre
ella, insistiendo en esencia en sus planteamientos, algunos años más tarde.
Ven la luz también en la década que estamos
comentando tres publicaciones de carácter general, dos centradas en la Diócesis
de Ourense, la tercera en toda la provincia, de gran utilidad tanto por la
información que proporcionan sobre los edificios (breve, en forma de ficha),
como por la ayuda que ofrecen como punto de partida para ulteriores
investigaciones. Se trata, por un lado, de los Apuntes para el inventario del
mobiliario litúrgico de la Diócesis de Ourense, de la autoría de J. C.
Fernández Otero, M. A. González García y J. González Paz, obra impresa en Vigo,
en 1984, incluida en la ya citada colección, promovida por la Fundación Pedro
Barrié de la Maza y dirigida por el Museo de Pontevedra, denominada
Catalogación Arqueológica y Artística de Galicia. La segunda obra, publicada en
1985, también en Vigo, tiene como título Guía de la Diócesis de Ourense y es de
la autoría de J. C. Fernández Otero. El tercer trabajo, impreso en León en
1986, se titula Ourense. Guía monumental. Fue promovido por la Diputación
Provincial y tuvo como coordinador a X. L. López de Prado Arias.
En los años ochenta, sin duda como consecuencia
de los nuevos aires de recuperación de la identidad, principiando por la de
mayor proximidad, que por entonces se vivían, comienzan a proliferar estudios
sobre el patrimonio arqueológico, artístico y monumental de municipios y
comarcas. Dispares, como parece obvio, en su alcance y significación, son todos
de gran utilidad por la información inmediata, de cercanía, de primera mano,
que suelen transmitir. Un ejemplo excelente de este tipo de trabajos, repleto
de datos y erudición, es el titulado A Limia: Val da Antela e Val do Medo, de
la autoría de E. Rivas Quintas, editado por la Diputación Provincial en 1985.
En 1988 nace en Ourense, promovida por el Grupo
Francisco de Moure, Porta da Aira, definida desde la cubierta de su primer
número como “Revista de Historia del Arte Ourensano”. En ella, aunque en
menor número que sobre otros períodos, aparecerán importantes estudios sobre
empresas románicas.
Concluyo la revisión de la década de los
ochenta con la mención de un libro misceláneo aparecido en el año 1990.
Titulado En torno al arte auriense, fue publicado por la Universidad de
Santiago y la Diputación de Ourense en homenaje a José González Paz, a quien,
por cierto, el Grupo Francisco de Moure había dedicado también el nº 1 de la
revista mencionada en el párrafo anterior. En el libro que ahora comento se
incluyen dos trabajos de gran importancia para nuestros específicos intereses,
uno de R. Yzquierdo Perrín sobre el rico conjunto de iglesias románicas de
Allariz y otro de mi propia autoría sobre una solución relativamente frecuente
y particularmente vistosa del protogótico ourensano: las ménsulas-capitel.
En la década de los noventa, como ya comenté a
propósito de las provincias de Pontevedra y A Coruña, se puso en marcha el
Proyecto Galicia, promovido por la editorial Hércules. Dos volúmenes de la
Sección de Arte están dedicados a las manifestaciones medievales. Aparecieron
en los años 1995 y 1996 y ambos, en lo que a los edificios románicos se
refiere, son de la autoría de R. Yzquierdo Perrín. En ellos, como es obvio, se
analizan numerosos edificios, incluidos todos los significativos, ubicados en
la provincia que nos ocupa. De su firma es también un artículo titulado “Reflexiones
sobre el arte orensano del 1200” incluido en el Catálogo de la exposición,
celebrada en 1997, titulada Ourense no obxectivo de Manuel Chamoso Lamas, un
proyecto, ya comentado, promovido por la Real Academia Gallega de Bellas Artes,
de la cual el homenajeado fue presidente. Es también R. Yzquierdo el
responsable del estudio que a la catedral de Ourense en su etapa medieval se le
dedica en un libro colectivo, de gran formato y muy cuidada edición, con
excelentes fotografías de M. Moretón, que sobre tan significativo edificio,
unos años antes, en 1993, había publicado en León la editorial Edilesa. Esta
misma editorial, en 1996 y en este caso por iniciativa de Caixa Ourense,
consagró una monografía, idéntica a la anterior desde el punto de vista formal
y también con espléndidas fotografías de M. Moretón, al monasterio de Santa
María de Oseira. Del apartado artístico se responsabilizó, aunque no se
delimite en los créditos, M. A. González García, siendo redactor de los
capítulos históricos el P. D. Yáñez Neira, uno de los grandes estudiosos de la
Orden del Císter en tierras peninsulares.
La catedral de Ourense fue protagonista también
de los pasos iniciales de un ambicioso proyecto, finalmente frustrado, puesto
en marcha en 1993 por Xuntanza Editorial bajo la dirección científica de su
también inspirador, J. M. García Iglesias. Consagrado al estudio del Patrimonio
Histórico Gallego, su primera sección estaba dedicada al análisis de las
catedrales. Solo se publicaron los volúmenes correspondientes a las de
Santiago, en 1993, y a la de Ourense, en 1997.
Remato el análisis de la década final del siglo
XX señalando, por un lado, que en 1998, como complemento de su revista, Porta
da Aira, ya citada, el Grupo Francisco de Moure puso en marcha su colección de
monografías breves titulada genéricamente Cuadernos Porta da Aira. Han
aparecido hasta la fecha (año 2015) un total de 14 números, algunos, como
fácilmente puede suponerse, dedicados al estudio de edificios u obras románicas
muy destacadas.
Indico también, por otro lado, que en 1999 comienza su actividad editorial,
para el ámbito territorial que nos atañe, el Centro de Estudios Chamoso Lamas,
con sede en O Carballiño, promotor de publicaciones como la revista Argentarium
o de Congresos sobre “O Home e o Medio”. En la primera y en las Actas de
los segundos son habituales estudios sobre monumentos románicos o soluciones
constructivas frecuentes en empresas de este estilo emplazadas en la comarca. Referencias innovadoras sobre aspectos diversos
del románico de la provincia de Ourense pueden encontrarse también en los
catálogos de algunas de las exposiciones programadas por la Sociedade Anónima
de Xestión do Plan Xacobeo con motivo del Año Santo Compostelano de 2004. Cito,
en particular, las tituladas En olor de Santidad. Relicarios de Galicia y A
Ribeira Sacra. Esencia de espiritualidade de Galicia.
Reflexiones y datos útiles para nuestro campo,
por más que lo esencial de las colaboraciones se centre en las renovaciones que
en los cenobios se produjeron en la Edad Moderna como consecuencia de sus
incorporaciones a las Congregaciones respectivas, se encuentran también en los
catálogos del proyecto promovido por un grupo de profesores del Departamento de
Historia del Arte de la Universidad de Santiago genéricamente titulado Opus
Monasticorum. Patrimonio, Arte, Historia y Orden, vigente todavía en la actualidad.
Se beneficiará también el conocimiento del
románico de la provincia de Ourense, al igual que el de las restantes gallegas,
del impulso que en la década inicial del siglo en que estamos cobraron las
investigaciones sobre las intervenciones restauradoras en los monumentos de la
provincia. Tienen como obras de referencia imprescindibles, ya citadas en el
caso coruñés, el estudio de J. Esteban Chapapría y Mª P. García Cuetos sobre
Alejandro Ferrant para los años anteriores a la Guerra Civil y, para los posteriores,
los trabajos de B. M. Castro Fernández sobre F. Pons-Sorolla. Muchas de las
empresas que en uno u otro son comentadas se recogen también en los libros
Mosteiros e Conventos de Galicia. Descrición gráfica dos declarados Monumento e
Igrexas dos mosteiros e conventos de Galicia. Descrición gráfica das declaradas
monumento, ambos editados por la Dirección Xeral do Patrimonio Cultural de la
Xunta de Galicia.
Tal como señalé ya a propósito de los edificios ubicados en tierras coruñesas,
resultan de gran utilidad los dos por el excelente repertorio planimétrico y
fotográfico que acompaña a la descripción de los monumentos considerados. Termino la revisión de la década que estoy
considerando, la primera de nuestro siglo, con la mención de dos publicaciones.
Es la inicial la impresión de la monografía de E. Carrero Santamaría sobre Las
catedrales de Galicia durante la Edad Media. Claustros y entorno urbano. Nacida
de su tesis doctoral y publicada en 2005, dedica un extenso capítulo, con
novedades muy significativas, al conjunto catedralicio y al palacio episcopal
ourensanos. Concurre en la segunda publicación con la que cierro la revisión bibliográfica
del primer decenio de nuestra centuria un dato ciertamente sorprendente a la
luz de todo lo indicado hasta aquí: es en su transcurso, en el año 2008
justamente, cuando ve la luz, en puridad, el primer libro monográfico, de
conjunto, sobre el románico de la provincia de Ourense. Fue promovido por
Ediciones Lancia, se publicó en 2008 y fue su autor J. Saiz Saiz. Recoge un
total de 170 testimonios, distribuidos, tras el análisis de la catedral
capitalina, en 8 grandes áreas territoriales. Simple en la descripción y escaso
en el análisis estilístico y cronológico de los edificios, tiene, sin embargo,
un indudable valor referencial e informativo. Concluyo la valoración de los trabajos más
significativos sobre el románico ourensano con la reseña, por un lado, de tres
estudios centrados no en el análisis de un edificio sino en el de un motivo o
una comarca, invocándolos por orden cronológico de aparición. Cito en primer
lugar el artículo de E. Iglesias Almeida titulado “El simbolismo en los
tímpanos y cruces antefijas de las iglesias románicas ourensanas”,
aparecido en el nº 6, correspondiente al año 2011, de Diversarum rerum, la
revista de los archivos catedralicio y diocesano de Ourense, dirigida por M. A.
González García, puesta en marcha en 2006 y convertida ya en una publicación de
referencia en Galicia, de gran utilidad para el estudio del arte ourensano en
general. El artículo, retomando un tema sobre el que el autor, aunque en otras
tierras, las diocesanas de Tui, ya había trabajado, ofrece reflexiones de
indudable utilidad para el examen de los edificios que reseña. Menciono, en segundo lugar, el libro, editado
por X. Rodríguez González y publicado por la Fundación Pedro Barrié de la Maza
en el año 2013, titulado Patrimonio cultural da Alta Limia. Discurso histórico
e ordenación do territorio. Resultan de especial interés para nuestro ámbito
específico de referencia los artículos de J. A. Vila Álvarez y de Y.
Barriocanal López. El primero estudia las torres y fortalezas medievales de la
comarca, alguna con restos de los
siglos XII-XIII,
la segunda analiza la arquitectura religiosa del territorio, en el cual tiene
una destacada presencia todavía hoy la de progenie románica. Cito, por último, la Guía do románico do
Ribeiro, de X. Lois García, publicada en Vigo en 2013, si bien en ella no
figura el año de su edición. Se trata de un folleto, de no mucha extensión
–dieciséis páginas en total–, en el que se describen y valoran someramente un
total de veintitrés edificios románicos (o con restos de entidad asignables a
este estilo). Dejo para el final, como colofón de esta
revisión bibliográfica, la intervención restauradora, culminada en fechas
recientes, de la que ha sido objeto el Pórtico del Paraíso de la catedral
diocesana ourensana. La cito no solo o no tanto por lo muy beneficiosa que ha
sido para el conjunto desde el punto de vista físico y de impacto visual, sino
también y sobre todo, en cuanto a los intereses específicos de este capítulo
preliminar de mi estudio se refiere, por haber propiciado la realización de
investigaciones y, obviamente, de publicaciones acerca de la empresa en sí y en
torno al conjunto al que sirve como culminación física y conceptual
Los edificios románicos ourensanos:
análisis de las formas
Alrededor de doscientas empresas valorables
estilísticamente como románicas se conservan hoy, completas o solo
fragmentariamente, en las tierras pertenecientes a la provincia de Ourense. Su
número es muy similar al que ya documentamos en las provincias de Pontevedra y
A Coruña. Fruto, como en ellas, del esplendor del tiempo en que se edificaron,
su distribución, también como en las dos provincias citadas, no es uniforme
territorialmente. Circunstancias históricas –cambios de gusto y, en
consecuencia, modificaciones o sustituciones de fábricas– y condicionamientos
físicos (las tierras de montaña, menos pobladas, cuentan, por ello, con menos
necesidades de espacios cultuales) están en la raíz de esa desigual
repartición. También como en ambas es aplastante, por compartir los mismos
fundamentos cultuales, litúrgicos y monásticos, lógicos, como parece obvio, por
ser producto de un mismo tiempo, el predominio de las construcciones de
carácter religioso. Frente a ellas, son muy escasas, por el contrario, las empresas
de carácter civil llegadas hasta hoy. Las pocas conservadas, sea en el ámbito
residencial, en el económico-agrícola o en el militar, tienen, sin embargo, y
no solo por su escasez, un enorme interés.
Vistas como un todo, las empresas religiosas
ourensanas llegadas hasta el presente, en paralelo con lo que ofrecen las de
las provincias de Pontevedra y A Coruña, destacarán por dos rasgos: la
simplicidad de sus esquemas constructivos y el predominio aplastante de las
edificaciones de una sola nave, unas, las más, con capillas rectangulares en su
cabecera, otras, también muchas, aunque menos que las anteriores, con cierre
semicircular precedido de tramo recto. Solo una obra, que sepamos a día de hoy,
exhibió en su costado de naciente un ábside poligonal, con cinco lados,
precedido de tramo recto: la iglesia del monasterio benedictino femenino de San
Miguel de Bóveda (San Paio de Bóveda, Amoeiro). Derruida en 1949, tan solo una
vieja fotografía documenta su configuración, no excesivamente frecuente, en
cualquier caso, en Galicia.
Nada particularmente significativo, con las
excepciones, no obstante, que se reseñarán, presentan todos estos templos, en
lo más definitorio de su conformación interior (alzados y cubiertas), con
respecto a lo que ya señalé en las provincias de Pontevedra y A Coruña, esto
es, naves cubiertas con techumbre de madera a dos aguas y ábsides, con bóveda
de cañón, semicircular o agudo, en los de planta rectangular o en los
presbiterios de las de remate semicircular, y de cascarón en estos últimos. En
algún caso, excepcional, se emplearon en la primera parcela bóvedas de crucería
cuatripartita y, en la segunda, de nervios convergentes en una clave común
independiente de la del arco de acceso.
Se accede a los ábsides desde la nave por medio
de un arco triunfal, semicircular o apuntado, usualmente doblado, montado el
superior sobre el muro de cierre y el inferior, normalmente, sobre columnas
entregas.
De sus exteriores, estructural o
compositivamente nada rupturistas tampoco en relación con lo que es habitual en
otros territorios de la Comunidad, sí quiero resaltar, ante todo, un dato, no
desconocido fuera de la provincia, que en ella se hace particularmente
evidente, reforzando, con su potente presencia, el atractivo visual de las
empresas que lo exhiben: la inserción bajo las cornisas, con cobijas decoradas
frecuentemente con gruesas bolas, de arquitos semicirculares montados sobre
canecillos con metopas las más de las veces ornamentadas con temas
fitomórficos, geométricos o zoomórficos. Pueden aparecer tanto en la cabecera
como en los costados de la nave o en la fachada occidental, siendo una solución
incuestionablemente derivada de la que se adopta ya en la capilla mayor de la
catedral de Ourense en los casos que exhiben ornato complementario y
verosímilmente emparentada con propuestas de progenie cisterciense (Oseira,
Melón) en los testimonios desnudos, reducidos a su esencia portante. Sorprende,
frente a ello, la escasa utilización, en edificios de una sola nave y un ábside
también único, de muros armados, rematados por arcos.
Excepcional asimismo en el panorama ourensano
es la incorporación de torres a la estructura del edificio. Se hace
especialmente evidente su presencia en el costado meridional de la fachada
occidental de San Pedro de A Mezquita (A Merca), un templo singular en la
provincia (también, en muchos aspectos, en Galicia) tanto desde el punto de
vista de su materialización arquitectónico-estructural como desde la vertiente
escultórica. La significación de la estructura que comento se impone con más
rotundidad, si cabe, al compararlo, al margen de las remodelaciones que con
posterioridad sufrieron, con el resultado formal que para el mismo complemento
ofrecen templos como San Pedro de Grixoa (Viana do Bolo) o San Juan de
Ribadavia.
Merecen comentario pormenorizado también, por
salirse de lo habitual, las fachadas occidentales de Santa Tegra de Abeleda
(Castro Caldelas), con una portada, sin duda remodelada, pero tal hecho no
afecta a su esencia, cuya composición (no tiene tímpano, apoyándose las
arquivoltas en los codillos) y decoración (la rosca de parte de las dovelas de
la arquivolta exterior exhibe rosáceas encerradas en círculos) invitan a pensar
en fuentes castellanas, ajenas a Galicia, y la de Santa María de Codosedo
(Sarreaus). Se presentaba esta, de marcada verticalidad, flanqueada en origen
por dos contrafuertes (desaparecido el del lado sur al construirse la torre que
hoy vemos). En el cuerpo central, saliente, escalonado y retocado, se disponen,
abajo, la portada, rehecha, y, arriba, un rosetón, actualmente sin tracería.
Entre los contrafuertes y el bloque medio se halla una parcela rehundida (no
conservada la meridional) coronada por una cornisa montada sobre dos arquitos
semicirculares.
Dejo para el final del análisis de los
edificios de una sola nave y un solo ábside el caso excepcional de San Paio de
Abeleda (Castro Caldelas), una iglesia cuya singularidad, tanto en lo
estructural como en lo escultórico, la hace merecedora de una urgente
intervención que detenga su proceso de ruina y la recupere para el disfrute
colectivo.
Construida en lo esencial con aparejo de
pizarra, reservando el granito para zonas muy concretas que interesa realzar,
esta iglesia, a la que se le añadieron estancias por los costados norte y sur
en momentos diversos, presentaba en origen, en planta, una sola nave, dividida
en tres tramos perfectamente individualizados, hecho inusual en Galicia, y una
capilla rectangular en la cabecera. Sorprende, en el interior, el tratamiento
tan dispar que reciben las parcelas de la nave. La más occidental se cubría con
techumbre de madera a dos aguas, actualmente hundida, lo que deja esta zona del
edificio a la intemperie, con los perjuicios de todo tipo que para su fábrica
tal situación conlleva. Es muy posible, vistas las particularidades de sus
paramentos norte y sur, muy similares, en su conformación básica, a las que
exhibe el segundo tramo de la nave, que el que comentamos hubiera tenido en
origen también una bóveda de cañón (la imposta que, en puridad, delimita el
arranque de la bóveda del segundo tramo no parte del cimacio de los soportes
que marcan el acceso del primer al segundo tramo, sino más abajo, en la
prolongación del cimacio del soporte que da paso al tercer tramo, hallándose
todavía hoy, en el paramento norte del tramo de poniente, una imposta, con distinto
perfil, muy simple, a la altura de la que valoramos).
Señala el tránsito al segundo tramo un arco
doblado, tímidamente apuntado, uno y otro cuidadosamente moldurados. Voltean,
el menor, sobre columnas entregas y la dobladura sobre pilastras cuyas aristas
tallan potentes baquetones rematados en capitel. Pilastras y columnas se apoyan
en vistosos basamentos semicirculares. Si la propuesta formulada sobre la
organización inicial de la nave fuera correcta, este arco actuaría como un
fajón. La deseada –y exigible, sin duda– restauración del edificio permitirá, sin
duda, resolver el interrogante.
El paso del segundo al tercer tramo de la nave
se hace a través de un arco semicircular, doblado, que en su conformación
básica, no en el tratamiento que reciben, exhibe los mismos componentes que el
arco antes comentado. Lo mismo acontece con sus soportes. Sorprende, no
obstante, su apertura a menor altura, una disparidad de incuestionable
trascendencia: contribuye a individualizar el tercer tramo de la nave, el cual,
por ello justamente, se plantea o articula más en función del ábside que de
ella. El que la bóveda que lo cubre, de cañón, se sitúe a su misma altura pero
se construya perpendicularmente a la del tramo de la nave que lo precede y
cuente con una imposta emplazada exactamente en el lugar en el que se inicia su
curvatura, y el que en sus costados norte y sur se abran, una en cada caso,
ventanas “completas”, refuerza el tratamiento individualizado de este
espacio, un unicum en la arquitectura gallega de su tiempo.
El ábside, de planta rectangular y al que se
accede por medio de un arco semicircular, retocado, volteado sobre pilastras
también alteradas, nada ofrece de particular con respecto a lo que en su
conformación esencial es habitual en la época.
Por lo que atañe al exterior del templo,
modificado por las adiciones que sufrió a lo largo del tiempo, solo destacaré
un dato: el hecho de que los tramos segundo y tercero de la nave (reforzados en
el lado sur, en sus extremos, por gruesos y sólidos contrafuertes escalonados
añadidos), bien diferenciados en el interior, no están marcados, en cambio, en
el exterior. Sí lo está el primero, pero las alteraciones sufridas a lo largo
del tiempo, la más evidente, al exterior, la pérdida de su cornisa, sí conservada
en los otros tramos, hace que estos tengan más altura, la original, en la
actualidad.
Componen un segundo bloque de edificios los que
ofrecen planta basilical, con tres naves, sin crucero o con crucero, sin que
este, en ese caso, se acuse, sobresalga lateralmente, detectándose su presencia
o existencia por la mayor longitud del tramo correspondiente, el más oriental,
el más próximo a la cabecera. Esta, en todos los casos, ofrece la misma
configuración: la componen tres capillas semicirculares, la central saliente,
todas con tramo recto presbiterial. Responden a este planteamiento planimétrico,
al menos a día de hoy, un total de seis iglesias, todas, hecho lógico por
resultar especialmente adecuada la solución por su amplitud para el desarrollo
de actos cultuales y litúrgicos complejos, pertenecientes a comunidades
religiosas, de monjes o monjas, canónigos regulares o seglares, no
excesivamente numerosas, en cualquier caso. Ofrecen esta solución de planta las
iglesias de Santo Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de Ramuín, monjes
benedictinos), San Pedro de Mosteiro (Ramirás, monjas benedictinas) Santa María
de Xunqueira de Ambía (Xunqueira de Ambía, canónigos regulares), Santa Mariña
de Augas Santas (Allariz, abadía seglar), Santa María de San Clodio (Leiro,
monjes cistercienses) y Santa María de Xunqueira de Espadanedo (Xunqueira de
Espadanedo, monjes cistercienses).
Santa María de Xunqueira de Espadanedo
Todas estas iglesias, de mayores dimensiones,
obviamente, que las anteriormente comentadas, contaron con bóvedas en la
cabecera, las normales en su tiempo y en esa parcela: de cañón, apuntado en
todos los casos por su cronología, en los presbiterios; de cascarón en los
hemiciclos y también nervadas en casos muy concretos: presbiterio de las
capillas centrales de San Clodio y de Ramirás y presbiterio también y hemiciclo
absidal de la capilla central de Santo Estevo de Ribas de Sil. Las naves, por
el contrario, se cubrieron con techumbres de madera, englobando una estructura
única a doble vertiente a las tres que integran el cuerpo longitudinal del
edificio en unos casos, los más, individualizadas la central y las laterales,
en otros. En el caso de Ramirás, la diversificación de cubiertas alcanza
incluso al tramo del crucero, marcado exteriormente en su costado sur con una
estructura propia a doble vertiente perpendicular a la de su tramo medio, este
sí unificado en su cubrición exterior con el tejado a doble vertiente que da
cobijo a todo el bloque central longitudinal del edificio, uniformidad que se
produce también, a un nivel inferior lógicamente, en todo el costado
septentrional del templo. Esta diversidad formal exterior tiene su
correspondencia, evidentemente, en el interior. Aquí, aunque no se marque en la
planta, sí se evidencia en alzado la singularidad formal, sobre todo en su lado
sur, como al exterior, del tramo oriental del cuerpo longitudinal, esto es, el
que actúa como crucero, frente al resto, los que integran las naves propiamente
dichas, resultando llamativo también que, frente a la presencia de un arco
triunfal apuntado doblado en la capilla principal, las laterales lo exhiban de
medio punto.
Llamativo resulta también y singular en el
contexto gallego, pues, junto a ellos, solo se emplea en otra ocasión, en la
abacial de Santa María de Aciveiro (Forcarei, Pontevedra), el emplazamiento, en
Xunqueira de Ambía y en Augas Santas, sobre los arcos formeros de las naves, de
una estructura, a la manera de un falso triforio, integrada en cada tramo por
dos arcos semicirculares (Ambía) o tres apuntados (Augas Santas), todos de
sección prismática lisa y salmer o salmeres centrales comunes, volteados sobre columnas
geminadas. Al margen de su indudable atractivo visual, sirven para dar más
altura al bloque de la nave central, facilitando también la instalación de la
techumbre a dos aguas que engloba a las tres naves que componen el cuerpo
longitudinal del templo.
Planta basilical de tres naves y con otras
tantas capillas semicirculares en la cabecera, la central más desenvuelta en
una y otra parcelas, tiene también, en esencia, una iglesia excepcional: la de
San Pedro de Rocas (Esgos). Excavada en la roca, hecho que refuerza su
singularidad en nuestro marco territorial, es fruto de una larga y compleja
historia constructiva cuyos orígenes se sitúan en el arranque de la Edad Media.
Su conformación definitiva dentro de ese largo período, como tendremos ocasión
de comprobar más abajo, es producto de una campaña / intervención fechable en
una data avanzada del siglo XIII.
Conforman el tercer grupo de edificios
ourensanos los que exhiben planta de cruz latina. Son cinco. Cuatro, pese a las
remodelaciones que conocieron a lo largo de su historia, siguen manteniendo lo
esencial de sus estructuras iniciales. Son la catedral de Ourense y las
abaciales de Oseira (Cea), Melón (Melón) y Santa Cristina de Ribas de Sil
(Parada de Sil). El quinto, la iglesia del monasterio de Montederramo
(Montederramo), fue completamente reformado a finales del siglo XVI, respetando
la nueva empresa, sin embargo, las particularidades definitorias de la
precedente. Estas cinco empresas, pese a que responden planimétricamente al
modelo referido, son todas distintas, sin embargo, en su materialización.
Santa Cristina de Ribas de Sil es la de menor
envergadura de las cinco obras citadas. Presenta una sola nave, dividida en
cinco tramos, en el brazo longitudinal de la cruz, otra en el crucero y
cabecera compuesta por tres capillas de planta semicircular, la central, con
marcado tramo recto presbiterial, muy destacada. La cubrición de las tres es la
usual en la época: bóveda de cascarón en los hemiciclos y de cañón en el
presbiterio. Bóvedas de este mismo tipo, ligeramente apuntadas ahora, cubren
los tres tramos que conforman el transepto. En el central, más alto (tiene la
misma altura que la nave longitudinal), se dispone en sentido este-oeste. En
los laterales, más bajos, se emplaza en dirección norte-sur. La nave principal,
por su parte, se cubre con techumbre de madera a dos aguas montada sobre arcos
apuntados apoyados en ménsulas escalonadas.
La iglesia de Montederramo, comenzada en 1598
por el maestro de cantería Pedro de la Sierra a partir de las trazas aportadas
por el jesuita Juan de Tolosa, presenta una planta de cruz latina, con tres
naves de cinco tramos en el cuerpo longitudinal; crucero saliente de una sola
nave, con dos tramos por brazo, y cabecera con cinco capillas, cuadradas las
laterales, dos por cada lado, cerradas a oriente por un muro común plano. La
central, rectangular, es muy profunda, con dos tramos tras los cuales se dispone
una sacristía. Otra, cuadrada y mucho mayor, se emplaza en el espacio
delimitado por el muro sur de la capilla mayor y el oriental de las situadas en
el brazo meridional del crucero.
Esta planta responde en esencia, pese a la
fecha de su construcción o, mejor, de su remodelación, a uno de los modelos más
frecuentemente utilizados desde el siglo XII por la Orden del Císter, a la que
perteneció Montederramo, el conocido como “plan bernardin” (planta
bernarda), así llamada por haberse empleado en la segunda iglesia de Clairvaux
levantada bajo la inmediata supervisión de San Bernardo. Se caracteriza por el
empleo exclusivo en su configuración de líneas y ángulos rectos. Solo difiere
del modelo canónico por la extraordinaria profundidad de la capilla mayor,
fruto esta sin duda, como tuve ocasión de comentar en otro lugar, de las
novedades aportadas al edificio a partir de 1609 por el maestro Simón de
Monasterio. La adecuación del esquema, rectilíneo, seco y anguloso, a las
pautas estilísticas, las de la Contrarreforma, vigentes en el tiempo en que se
remodela la abacial, explican la supeditación de la nueva empresa a las formas
de la precedente. Como referiré más abajo, ese sometimiento o aprovechamiento
se hace evidente también en otros aspectos, muy diversos, de la fábrica
eclesial.
La catedral de Ourense es una de las grandes
construcciones peninsulares, no solo gallegas, de la Edad Media. Ha sufrido
múltiples transformaciones a lo largo de los siglos. Pese a ello, gracias a lo
conservado y a lo documentado, no es difícil reconstruir cuál fue su
configuración inicial, la que se materializó entre los siglos XII y XIII. Sería
–sigue siéndolo en lo esencial– un templo de planta de cruz latina, con tres
largas naves en el brazo longitudinal (ocho tramos, al que cabe añadir uno más,
el correspondiente al Pórtico del Paraíso), crucero de una sola, también muy
destacada, y cabecera compuesta por tres capillas semicirculares, precedidas de
tramo recto, la central muy saliente (su presbiterio consta de tres tramos).
Este ábside principal, cuyo hemiciclo de cierre exhibe cinco nichos
semicirculares, los de los extremos algo más estrechos que los centrales,
practicados en el espesor del muro, no marcados, por tanto, al exterior, se
conserva bien en sus trazos básicos. Los laterales, por el contrario, perdieron
la parcela curva al construirse a principios del siglo XVII la girola que
todavía hoy posee la catedral. Otras dos capillas, también semicirculares,
aunque posiblemente sin tramo recto, se abrían, una por lado, a los brazos del
crucero. Desaparecieron durante la Edad Moderna. Quedan vestigios
significativos, no obstante, de sus respectivos arcos triunfales de acceso
desde el transepto.
Visto como un todo, pues, el conjunto de la
parcela oriental de la catedral de Ourense presentaría en su arranque cinco
capillas semicirculares escalonadas, la central, a tenor de los datos
invocados, muy destacada. Este esquema, de incuestionable complejidad y también
de evidente monumentalidad, es único en Galicia. Cuenta con paralelos, sin
embargo, en otros territorios peninsulares, donde se empleó con relativa
frecuencia en construcciones románicas, no solo catedralicias, de cronología
avanzada. Todos los ámbitos de la catedral salvo un estrecho tramo en el
presbiterio de la capilla mayor, dotado de bóveda de cañón apuntado, se cubren
con bóvedas de crucería.
Las abaciales de Oseira y Melón, las últimas
integrantes del grupo que comento, coinciden en la adopción para sus
respectivas cabeceras de una estructura nucleada por una girola. No es la única
similitud entre ellas, dispares también, por otro lado, en aspectos
significativos de su materialización final.
La iglesia de Oseira, una de las más destacadas
empresas monásticas de su tiempo en la Península Ibérica, presenta planta de
cruz latina con tres largas naves, las laterales estrechas, todas de siete
tramos, en el brazo longitudinal, y una sola, perfectamente marcada, en el
crucero, con dos tramos en cada uno de sus brazos. La cabecera, de grandes
dimensiones, está muy alterada y desfigurada por las amputaciones y
remodelaciones que sufrió durante los siglos de la edad Moderna. Reconstruir su
configuración inicial, sin embargo, no es difícil a la vista de los vestigios
conservados. Constaría (consta todavía hoy en lo esencial y más definitorio) de
una gran capilla mayor semicircular, con dos tramos rectos, rodeada por una
girola a la que se abrían cinco capillas radiales semicirculares, precedidas
por una parcela recta, separadas por espacios libres, sin ningún aditamento.
La cabecera es, sin duda, el rasgo más
significativo y también el más definitorio de este edificio. Anómala en el
panorama de la Orden a la que pertenecía la comunidad que la promovió y a la
que sirvió, de filiación cisterciense, no lo sería, en cambio, en otros
ambientes monásticos, cluniacenses o benedictinos sin más. Su adopción en
Oseira se explica a partir del impacto ejercido por la presencia del modelo en
un edificio tan excepcional como la catedral compostelana.
Todos los espacios de la abacial ursariense
están cubiertos por bóvedas, empleándose, no obstante, soluciones muy diversas:
cuarto de cañón (hemiciclo de la girola), cañón apuntado (tramos rectos de las
capillas radiales y naves, tanto la del crucero como las longitudinales),
cascarón (hemiciclo de las capillas radiales) y nervadas (capilla mayor en su
conjunto y tramos rectos del deambulatorio).
La iglesia de Melón ha llegado hasta nosotros
muy disminuida con respecto a lo que fue en su día. Un rayo derribó a finales
del siglo XIX parte de su cuerpo longitudinal y cuando se acometió su
restauración, concluida en 1894, se decidió acortar su longitud, levantando una
nueva fachada justamente delante del primer tramo de las naves. Lo que del
resto de estas se conserva y lo que permanece en pie del bloque de naciente
permite reconstruir con rigor las particularidades del templo. Ofrecía este una
planta de cruz latina, con tres naves de siete tramos cada una, la central,
como es usual, más ancha, el doble, que las laterales, en el brazo
longitudinal. El crucero, marcado, consta de dos tramos en cada brazo,
abriéndose en los extremos, al este, sendas capillas semicirculares precedidas
de tramo recto. La cabecera, de incuestionable grandeza, consta de una capilla
mayor semicircular con tramo recto previo, girola y tres capillas radiales, la
central remodelada en su cierre en el siglo XVIII, de configuración idéntica a
la de las que se abren al crucero, emplazándose entre ellas tramos libres. Otra
capilla, de una sola nave dividida en dos tramos, con cabecera semicircular
precedida de presbiterio, se halla adosada al hastial norte del crucero, con el
que se comunica directamente. No sucede así con la emplazada en el mismo
costado en la abacial de Oseira.
Resultan evidentes, en una primera aproximación
a esta planta, sus semejanzas con la de la iglesia de Oseira, de la que las más
de las veces se considera una copia o “réplica reducida”. Siendo claras
las analogías, hay entre las dos empresas también indudables diferencias,
particularmente en la composición del crucero, haciéndose indispensable invocar
precedentes borgoñones directos para explicar la inserción en Melón de capillas
en los tramos extremos de sus brazos.
Como acontecía en Oseira, todos los espacios de
la abacial de Melón, al menos los llegados hasta hoy, están cubiertos por
bóvedas. Las fechables en los siglos XII-XIII, las que aquí nos incumben, pues
hay parcelas –centro y sur del crucero, primer tramo de la nave central– con
estructuras posteriores, del siglo XVI, muestran los mismos modelos que señalé
en la iglesia de Oseira: cascarón, cañón apuntado, cuarto de cañón y crucería
cuatripartita.
En líneas generales, tal como ya comenté para
las provincias de Pontevedra y A Coruña, el románico ourensano, en cuanto a los
exteriores, tampoco va a ofrecer soluciones de especial complejidad. En lo
esencial, pues, cabe extender a ellos lo que ya avancé para los emplazados en
esas otras dos provincias. Pese a ello, algunos rasgos diferenciales, sobre
todo en lo que a los edificios de mayor entidad se refiere, sí deben traerse a
colación. Estructuraré lo reseñable, como en los otros casos, a partir del análisis
de sus tres ámbitos básicos de referencia: la fachada de poniente, los cierres
laterales y la cabecera.
Comenzaré el examen de la primera de las
parcelas citadas, la fachada occidental, con la de la catedral de Ourense,
reformada, sobre todo en el siglo XVI, pese a lo cual conserva en su
conformación básica su ordenación primitiva, un hecho de capital significación
también por las pistas que proporciona para un mejor conocimiento de las
particularidades iniciales de la emplazada en idéntico lugar en la basílica
compostelana del Apóstol Santiago, la fuente, el modelo del que parte.
La fachada ourensana se dispone entre dos
torres, la meridional inconclusa, cuya ejecución o ampliación repercutió en su
propia estructura. Consta de dos cuerpos divididos en tres calles por medio de
contrafuertes remodelados. En el cuerpo superior, en la calle central, se
dispone un rosetón cuya tracería desapareció totalmente. Hoy exhibe un simple
óculo en su centro, conservando, no obstante, la arquivolta que enmarcaba el
vano, decorada con hojas y perfilada por chambrana con cuadrifolios. Las calles
que la flanquean, por el contrario, permanecen ciegas.
El cuerpo inferior de la fachada presenta tres
entradas, la del medio más ancha, en correspondencia con el número de naves que
posee el templo. La portada central, de mayor luz que las extremas, ofrece tres
arquivoltas apuntadas, la mayor adornada con arquitos de herradura, la
intermedia con hojas de col y la menor con arquitos trebolados que cobijan
figuras. Una chambrana con ornato fitomorfo perfila todo el conjunto. Sus
soportes desaparecieron en el transcurso del siglo XVI.
Las portadas laterales poseían dos cuerpos en
su alzado. El superior exhibe dos arquivoltas apuntadas, la externa decorada
con arquitos, abriéndose en el tímpano un pequeño rosetón. El inferior tenía
también dos arquivoltas, ahora de medio punto, la exterior sin ornato, la menor
con arquitos de herradura. En las tres portadas desaparecieron en su totalidad
los soportes primitivos.
Estas puertas, como acontece en su modelo de
referencia, esto es, la catedral de Santiago, sirven de ingreso al Pórtico que,
a occidente, remata el cuerpo longitudinal del templo. Estuvieron abiertas
hasta el siglo xvi, época en la que se construyeron, con las consiguientes
remodelaciones de las estructuras precedentes, los cierres que vemos hoy.
Dos datos más debo reseñar para concluir la
descripción de esta parcela occidental de la sede catedralicia ourensana. Por
un lado, la conservación, en el lado norte y pese a las sucesivas reformas que
sufrió, de la Torre de las Campanas. Posee planta cuadrada, con núcleo hoy
macizo, disponiéndose a su alrededor, con tramos cubiertos por bóveda de cañón,
las escaleras de comunicación con su parte alta. Por otro, la ordenación del
espacio situado delante de la fachada propiamente dicha. Se construyó ahí, para
salvar el desnivel del terreno, muy acusado en todo el solar de la catedral en
sentido este-oeste, un cuerpo cubierto por un conjunto de bóvedas, presentes
también bajo el pavimento del templo, que se aprovechó para instalar tiendas,
cometido que acabó sirviendo para dar nombre a la calle que se dispone delante
de ellas. Con función idéntica, pues, a la de la cripta o “catedral vieja”
de la catedral compostelana, esta estructura abovedada, a diferencia de ella,
sin embargo, no se comunicaba con la planta superior, un ámbito, por tanto, que
quedó aislado desde el exterior, siendo accesible tan solo desde el interior
del templo.
De las cinco abaciales cistercienses existentes
en la provincia solo una, la de San Clodio, conserva su fachada occidental
primitiva, la de tiempos medievales. Se acomoda a lo que es usual en empresas
de la Orden. Carente de protagonismo estructural, se divide en tres calles, la
central más ancha, por medio de contrafuertes prismáticos. Las calles, a su
vez, se articulan en dos cuerpos delimitados por impostas. En el inferior de la
central se abre la portada. Consta de tres arquivoltas apuntadas y chambrana de
la misma directriz.
Molduras cóncavas y convexas lisas, elementos
vegetales y cabezas de clavo adornan unas y otra. Voltean aquellas sobre
columnas acodilladas, con fustes monolíticos y capiteles diversos, uno con aves
afrontadas, cinco con ornato vegetal. La puerta actual es producto de una
remodelación del siglo xvi. Sobre la portada se abría un gran rosetón, hoy sin
tracería. Tres arquivoltas y una chambrana enmarcan el vano, exhibiendo bien
una vistosa combinación de molduras sin ornato, bien elementos fitomorfos.
Las calles extremas se organizaban también en
alzado en dos cuerpos. En el inferior, en el costado norte, se emplaza una
puerta, permaneciendo macizo el flanco sur. Encima, en ambos lados, se disponen
óculos, hoy sin tracería, los dos con una cuidada y muy vistosa combinación de
molduras cóncavas y convexas lisas en sus derrames. La estructura que en la
actualidad exhibe como remate la parcela meridional del hastial, de indudable
originalidad, es producto de una intervención postmedieval.
Las fachadas occidentales de Xunqueira de
Ambía, Augas Santas y Ramirás, cada una con su personalidad, tienen, pese a la
diversidad de los colectivos a los que servían, ya reseñados, indudables
similitudes. En los tres casos se divide en tres calles por medio de
contrafuertes y en todos ellos también la puerta de acceso, muy cuidada, se
ubica en el espacio central. Nuclea el cuerpo que sobre ella se dispone un
rosetón cuya tracería, en las tres empresas, destaca tanto por la vistosidad de
los motivos que exhibe como por la exquisitez con que están trabajados. En
Ramirás, frente a lo que sucede en los otros dos edificios, en los que se abre
a partir de la superficie frontal del paramento, el rosetón está cobijado por
un irregular arco apuntado, de arista perfilada por baquetón liso, apoyado,
mediante imposta decorada con gruesas bolas, en ménsulas-capitel, una fórmula
que, como se dirá más abajo, fue de uso frecuente en tiempos tardorrománicos en
la provincia que estamos estudiando.
En Ramirás también, por otro lado, las calles
extremas del hastial, la meridional oculta hoy por la fachada del monasterio,
quedaron completamente lisas. En los otros dos casos esas calles, cerradas por
arcos, de medio punto y doblados en Xunqueira de Ambía, el menor, en su costado
exterior, apoyado en una ménsula-capitel, apuntados en Augas Santas,
generadores, unos y otros, de auténticos nichos, exhiben en su parte superior
rosetones, de nuevo con trabajada tracería. Una torre, emplazada en Xunqueira de
Ambía aprovechando el grosor del contrafuerte, con columna entrega en su frente
rematada por una loba amamantando a dos niños, que delimita por el sur el tramo
central de la fachada, y en Augas Santas en el extremo meridional del mismo
lado, refuerza el parentesco entre las dos empresas. A él volveré de nuevo
ulteriormente. En su conformación básica, no debía ser muy distinta de estas la
inicial fachada occidental de Santo Estevo de Ribas de Sil. Lo poco que de su
ordenación de origen persiste así permite afirmarlo.
Termino la revisión de las fachadas de estos
edificios “más complejos” con una alusión al único que, con planta de
cruz latina, tiene una sola nave: Santa Cristina de Ribas de Sil. De innegable
esbeltez, consta de dos cuerpos separados por una imposta lisa. En el inferior
se abre la portada, con tres arquivoltas semicirculares volteadas sobre otras
tantas columnas, y, en la superior, un rosetón, con vistosa tracería
geométrica. Lo perfilan una arquivolta con decoración vegetal y una chambrana
con bolas, motivos de uso muy frecuente en construcciones gallegas coetáneas,
sobre todo ourensanas.
Uno de los rasgos más destacados de las
fachadas laterales del cuerpo longitudinal de algunos de los edificios que
estamos comentando es la presencia de arcos semicirculares atando
contrafuertes. La fórmula, eficaz constructivamente y también como recurso
decorativo, tiene su origen, en Galicia, en la catedral de Santiago, donde se
emplea en el costado occidental del brazo del crucero y en los frentes norte y
sur del brazo longitudinal. Imitada la fórmula en la catedral de Ourense, que
la adopta ya en el presbiterio de la capilla mayor, en los brazos del transepto
y en el cuerpo longitudinal, si bien aquí, a partir del segundo tramo, se
emplea solo en las naves laterales, no en la central, se difundirá desde el
templo episcopal por su territorio diocesano. Las iglesias de Xunqueira de
Ambía y de Augas Santas, la primera con arcos doblados, simples en la segunda,
son un excelente testimonio de esa expansión.
La nave del crucero tiene un marcado
protagonismo formal, por motivos muy obvios, en los edificios con planta de
cruz latina. Sus fachadas son muy simples en Santa Cristina de Ribas de Sil
(sus brazos son más bajos que el tramo central), Melón y Oseira (el cimborrio
que corona su tramo central y que encierra una vistosa cúpula no pertenece al
proyecto inicial), empresas, todas, monásticas, lo que hace que uno de sus
flancos, el norte en el primer caso y el sur en los otros dos, esté en buena
medida oculto por las dependencias comunitarias (una capilla se adosa al
hastial norte de Melón, otra cubre en parte el de Oseira, lo que resta empaque
a la cuidada portada que en su zona baja se abre, y el de Santa Cristina no
tiene puerta por ese costado).
Girola de Santa María de Oseira
Las fachadas de la nave del crucero de la
catedral de Ourense, las dos visibles, aunque remodeladas, sobre todo la del
frente norte, no son muy distintas, en lo esencial de su conformación, a la del
lado septentrional del transepto de la abacial de Oseira. Están o estaban
flanqueadas por contrafuertes dobles en cuya zona superior, a la altura de la
cornisa, se disponen pequeños torreones cilíndricos, inconclusos, apeados, en
los codillos, en capiteles-ménsula, solución de apoyo muy habitual, como se dirá,
en el templo. Confieren a la catedral un innegable aire de fortaleza. Las
fachadas, por lo demás, se dividieron en alzado en dos cuerpos. En el inferior
se abre la portada, en ambos casos con tres arquivoltas profusamente decoradas,
ocupando el superior un rosetón. Conserva lo esencial de la distribución
inicial la fachada meridional. En ella la portada se abre en un resalte del
muro, coronado por un tejaroz montado sobre los tantas veces citados arquitos
de medio punto volteados sobre canecillos, con las metopas profusamente
decoradas. La del lado norte, por su parte, sufrió importantes reformas a
finales del siglo XV, tras el asalto realizado a la catedral en 1471 por el
Conde de Benavente.
Por lo que se refiere a la organización
exterior de las cabeceras, nada novedoso con respecto a lo señalado en las
provincias de Pontevedra y A Coruña ofrecen las que están compuestas por tres
capillas semicirculares, saliente la central. El que en su totalidad o solo en
la parcela curva de la central, no en el presbiterio, sean más bajas que el
cuerpo de las naves hace que el hastial oriental de estas o el del presbiterio
de la central sobresalga considerablemente por encima de su tejado, lo que
permite abrir en esas zonas destacadas en altura cuidados rosetones, uno o
tres, particularmente vistosos los del tramo del centro de Xunqueira de Ambía y
de Augas Santas.
Una organización similar a la que estoy
comentando ofrecía la cabecera de la catedral de Ourense, punto de partida,
particularmente en alzado, sin duda, de todas ellas. Las modificaciones que esa
parcela oriental del templo auriense sufrió desde el final de la Edad Media
impiden valorarla en su justa medida, realzando también su impacto visual en el
arranque el tratamiento de las cornisas –con arquitos, simples en el hemiciclo
central, decorados en su presbiterio y en el crucero, zonas, las dos últimas, a
las que se incorporan, como ya señalé, arcos atando contrafuertes– e incluso
las capillas que se abrían, una por cada lado, en los costados de naciente del
transepto.
Girola de Santa María de Melón
La cabecera de la abacial de Oseira, muy
alterada por modificaciones y amputaciones, impresiona todavía hoy por su
monumentalidad. Su imagen, recién construida, no debía de ser muy distinta,
pese a su menor envergadura, de la que ofrecía el templo que le sirvió de
modelo, la catedral de Santiago, con respecto a la cual, no obstante, muestra
importantes variantes, sobre todo en lo que respecta al tratamiento de las
capillas, cinco, que se abren a la girola (exhiben todas, separadas por tramos
libres, el mismo esquema, el común en su tiempo, esto es, planta con cierre
semicircular precedido de tramo recto). Más reducida, con solo tres capillas
radiales y tramos intermedios vacíos, en los que, como en Oseira y Santiago, se
practican vanos, pero igualmente impactante, es la cabecera, evidentemente
también con girola, de la abacial de Melón, enriquecida en su imagen externa
por la incorporación de otras capillas, una por lado, a los brazos del crucero.
No conservamos hoy, de época, pórticos, aunque
debieron de ser muy frecuentes vistos los elementos que en las fachadas
occidentales y laterales de los templos documentan su antigua presencia. El ya
gótico de San Salvador de Sobrado de Trives (A Pobra de Trives), emplazado
delante de la fachada occidental del templo, nos informa a la perfección sobre
la entidad que tales aditamentos, marco de actividades diversas, cultuales y
civiles, llegaron a alcanzar en tiempos medievales.
Tampoco son frecuentes los testimonios de
torres o campanarios exentos procedentes de los tiempos que nos ocupan.
Conservamos hoy, en puridad, solo dos ejemplos, uno en el citado templo de san
Salvador de Sobrado de Trives y otro en San Salvador de Vilaza (Monterrei). La
primera, emplazada al sur y a occidente de la iglesia, a la altura del pórtico
referido, tiene planta cuadrada y está construida con aparejo de sillería
granítico tan simple como cuidado. Los cambios que en la conformación de los
sillares se aprecian algo más arriba de la mitad de los paramentos documentan
un segundo momento constructivo, siendo el inferior, en el que se practican,
salvo en el lado oeste, donde se halla, en alto, la puerta adintelada de
acceso, sencillas saeteras, el único valorable en relación con las pautas
constructivas románicas.
La torre de Vilaza se levanta al norte y cerca
de la cabecera del templo. Tiene también planta cuadrada, diferenciándose de la
anterior tanto por su mayor altura y esbeltez como por su más cuidado
tratamiento formal. Se accede al interior de la torre por medio de una puerta
con dintel rematado en semicírculo y con aletas, apoyado en mochetas de nacela
y perfilado por un arco rebajado a paño con el muro. En la zona alta, en cada
una de los lados, se abren dos ventanas con arco de medio punto, liso y aristado
en las de tres lados, decorado con pequeñas hojas con nervio central en el
cuarto, el meridional, montados todos directamente sobre las jambas, sin
moldurar en ningún caso. Los abraza una chambrana decorada con tacos. Sobre los
arcos se disponen, también dos por cada lado, vanos rectangulares. No responden
estos, al igual que el resto del remate, al planteamiento original de la torre,
obra de un equipo cuyas formulaciones remiten en última instancia a la abacial
de Oseira.
Resta, para concluir el análisis de las
empresas religiosas, el estudio y valoración de las dependencias
complementarias de las iglesias llegadas hasta hoy. No son abundantes y todas
se encuentran en recintos monásticos. Las más destacadas, sin duda, son las que
persisten en el de Santo Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de Ramuín). Se
levanta aquí todavía, adosado al costado norte de la abacial, su claustro
procesional medieval, conocido como “Claustro de los Obispos” por haber
estado enterrados en él, en la galería sur, contigua a la iglesia, los cuerpos
de los legendarios nueve obispos santos que en tiempos anteriores habían
abandonado sus sedes respectivas para retirarse a vivir en Santo Estevo sus
últimos días. Consta hoy este claustro, de planta rectangular, con los lados
este y oeste más largos que los ubicados al norte y al sur (catorce arquerías
frente a doce), de dos plantas de épocas y características muy diversas. Solo
nos interesa aquí la inferior, compuesta, en todos los casos, por arcos semicirculares
sencillos enmarcados por chambrana lisa, al igual que los arcos. Se apoyan
estos en columnas geminadas, con basas áticas, fustes monolíticos, esbeltos, y
capiteles alargados, los más con decoración vegetal, predominando los que
exhiben hojas estilizadas, de escaso resalte, pegadas al bloque y lisas. Hay
también capiteles con hojas más naturalistas, valorables ya en relación con
pautas góticas, incorporando otros, pocos, en todo caso, decoración zoomórfica
y humana. Todo el conjunto se levanta sobre un poyo corrido.
Este claustro, cuya marcada simplicidad le
confiere un aspecto inequívocamente cisterciense (M. Castiñeiras lo ha
relacionado con el de la abadía femenina palentina de San Andrés de Arroyo), es
el único monástico gallego del siglo XIII conservado completo y en su primitivo
emplazamiento (las reformas del siglo XVI, fruto de la construcción de la
planta superior y que conllevaron intervenciones formales en él, no afectaron a
su esencia). Es obra de un taller foráneo, tal vez castellano, distinto del “autóctono”,
de filiación “mateano-ourensana”, que ejecuta la campaña inicial de
trabajos de la abacial a la que se adosa, llegado al monasterio en el marco del
proceso de renovación que este conoce como consecuencia de la revitalización
que, a partir de 1220, experimenta el culto a los nueve obispos santos que en
él estaban enterrados. Al equipo “local” hay que atribuirle, por el
contrario, la realización de los restos visibles hoy de la fachada hacia el
claustro, anterior a él, de una estancia que, por su ubicación (lado este del
complejo, inmediata a la iglesia), era la Sala capitular.
Vestigios significativos de la fachada de su
primitiva sala capitular se conservan también en el complejo constructivo
comunitario del priorato de Santa María de Xunqueira de Ambía (Xunqueira de
Ambía). Persiste aquí, en el costado este de su recinto claustral, removida,
reinstalada, parte de la fachada inicial hacia él de esa dependencia. La
integraban (la integran también ahora) cinco sencillos arcos semicirculares,
actuando el central, de mayor envergadura que los laterales, dos por costado, y
el único cuya arista está perfilada por un fino baquetón liso, de puerta de
ingreso a la estancia. Este cometido lo desempeña todavía hoy a pesar de las
reformas que sufrió la zona tanto en la fachada en sí misma (solo permanecen,
de hecho, los arcos, no sus soportes iniciales, estando tapiados los huecos de
los laterales, evidenciándose en el muro actual, embutidos, algunos cimacios y
también, en parte, el basamento sobre el que se alzaba el conjunto) como en la
parcela situada detrás, donde en el siglo XVI se levantó –y ahí continúa– la
nueva estancia.
No son los restos de esta fachada los únicos
testimonios llegados hasta hoy del conjunto claustral levantado en tiempos
románicos en Xunqueira de Ambía. Pese a las reformas que experimentó el
complejo constructivo a partir del siglo XVI fruto tanto de modificaciones en
los usos y costumbres por los que se regía la vida de la comunidad canonical
como de cambios de “gusto artístico” y funciones (en el costado oeste,
por ejemplo, tiene su sede todavía hoy la Casa Consistorial de Xunqueira de
Ambía, conservando pese a ello el bloque en el que está instalada, en su frente
norte, la puerta inicial, de época, con doble arco semicircular volteado sobre
columnas acodilladas con sencillos capiteles vegetales, que servía para
comunicar a la comunidad reglar con el exterior), es fácil leer en la
conformación básica del conjunto, bien en su planta (el banco de fábrica sobre
el que se alzan las vistosas arquerías claustrales ejecutadas en el siglo XVI,
en tiempos del prior Piña, es de filiación románica, procediendo de entonces
también lo esencial de los paramentos, puertas y saeteras incluidas, que
delimitan por el exterior las galerías, lo que confirma que la planta actual de
todo el bloque se corresponde con la inicial), bien en la distribución y
materialización de los muros y estancias que integran su estructura básica,
ubicadas justamente en la periferia del recinto cuadrado, la organización del
complejo en el que se desarrollaba la vida cotidiana de la comunidad. Con sus
necesidades litúrgicas y ceremoniales ha de relacionarse también la pila
granítica de gajos que de nuevo hoy, como cuando se realizó, se halla en el
centro del patio claustral y que debió formar parte de la fuente que lo nucleó.
Es obra del mismo equipo que culminó los trabajos de construcción de la
iglesia.
De gran interés, incrementado por la rareza de
su conservación, es la puerta que en la actualidad sirve de acceso al complejo
monástico en Santa Cristina de Ribas de Sil. Consta de una sola arquivolta y
chambrana. Esta, apoyada mediante impostas en el muro, se decora con un vistoso
y voluminoso motivo en zigzag. La arquivolta, por su parte, voltea sobre
columnas acodilladas y exhibe grandes hojas de acanto. Da cobijo al arco que
remata el vano de ingreso, cuya rosca, montada en mochetas decoradas con figuras
sedentes que muestran cartelas, exhibe, separadas por una clave ornada con un
motivo vegetal, cuatro arquillos rebajados, dos por lado, en cuyo intradós se
insertan, uno en cada caso, los símbolos de los evangelistas. Todo en esta
portada, obra del taller que culmina las obras de la iglesia abacial adyacente,
remite a la catedral de Ourense y muy en particular a las portadas que se abren
en la fachada de su crucero.
Singular por su emplazamiento y su estructura
es asimismo la torre de la iglesia de este mismo monasterio. Está adosada, en
su cuarto tramo contando desde el este, al costado norte de la nave. Tiene
planta cuadrada y consta de dos cuerpos de altura muy desigual rematados por
una cubierta piramidal postmedieval.
El piso bajo actúa, en realidad, como
basamento. Se cubre con una bóveda de cañón, ligeramente apuntado, dispuesta en
sentido norte-sur, que arranca de impostas de nacela lisa. Sus tres lados
libres están abiertos, exhibiendo todos arcos apuntados de sección prismática,
lisos, perfilados por chambrana también sin ornato. Los ubicados en los lados
este y oeste, esto es, sobre el discurrir de la galería claustral en sentido
estricto, son más bajos, tienen menos luz que el del frente norte. Voltean
sobre columnas entregas que exhiben capiteles en su mayoría con decoración
vegetal, figurada, zoomórfica (arpías), uno, todos de inequívoca filiación
mateana.
Sobre este primer cuerpo se dispone un segundo
mucho más desarrollado (supera en altura considerablemente a la techumbre del
templo). Está animado, en la zona inferior del lado septentrional, por un
rosetón de arquivolta decorada con bolas y, en la parcela superior, por
sencillos arcos semicirculares peraltados, dos en los lados norte, sur y este,
uno solo en el oeste, separados de sus soportes por impostas de nacela lisa.
Se accede al interior de la torre, desde el
piso alto del claustro (una puerta, hoy tapiada, comunicaba esta zona también
con el costado de poniente de la iglesia), por medio de una sencilla puerta
practicada en su lado occidental. Ese ámbito interior se muestra como un
espacio único, sin compartimentación alguna, disponiendo de escaleras de madera
adosadas a los muros laterales para poder llegar, en la actualidad como en el
pasado, desde abajo hasta el cuerpo de luces superior.
La organización del cuerpo inferior de la
torre, perforado en sentido este-oeste para permitir la comunicación, para no
entorpecer el discurrir continuo en el espacio sobre el que se alzaba, sugiere
que en tiempos medievales, más o menos coetáneos de su construcción (años
iniciales del siglo XIII, fruto de la campaña de trabajos a la que pertenecen
la portada por la que hoy se accede al recinto comunitario y la culminación de
la iglesia a la que se adosa), pudo haber existido en Santa Cristina alguna
estructura de tipo claustral, de carácter provisional con toda probabilidad, en
torno a la cual se dispondrían las dependencias necesarias para la vida
cotidiana de la comunidad monástica.
Desaparecieron con la erección del complejo
actual, sin duda posterior a la supresión en el cenobio de la dignidad abacial
y a su consiguiente incorporación, fruto de la renovación impulsada por la
Congregación de Valladolid, a la jurisdicción del cercano monasterio de Santo
Estevo de Ribas de Sil, como priorato a principios, del siglo XVI. Una buena
limpieza de las maltrechas estancias conservadas y una rigurosa campaña de
excavación arqueológica de todo el solar sobre el que se levantan tal vez nos
proporcionen valiosa información sobre la ordenación del complejo en los siglos
centrales de la Edad Media, los que más directamente nos incumben en esta
Enciclopedia.
Santa Cristina de Ribas de Sil
En cuanto a la función de la torre, su anómalo
emplazamiento, en medio del complejo comunitario, sugiere que su cometido
habitual se relacionaba prioritariamente con sus específicas exigencias
internas diarias.
Son también escasas, aunque hayan llegado hasta
la actualidad más testimonios que en las provincias de Pontevedra y A Coruña,
las empresas de carácter civil de tiempos románicos conservadas en las tierras
de Ourense. Las encabeza, obviamente, el Palacio episcopal ubicado en la
cabecera de la diócesis, cerca del recinto catedralicio, no inserto físicamente
y sin solución de continuidad en él. Se trata de un conjunto de gran
complejidad, compuesto por estancias y pabellones de épocas y estilos diversos.
Los que a nosotros nos interesan son los dos centrales, dispuestos, uno en
sentido este-oeste y, otro, en dirección norte-sur. Están unidos por el lado
sur-oriental de este último, formando en planta, pues, una L. Constan ambos
bloques de dos pisos superpuestos, siendo el muro norte del primero,
particularmente en su conformación exterior, el que mejor conserva las trazas
originales. Presenta en su cuerpo bajo, abiertos a un patio “con aire
claustral”, cinco arcos de medio punto, de no mucha luz, distribuidos en
dos bloques, de cuatro y una sola unidad, separados por una puerta posterior.
Voltean todos, delimitados por pilares y enmarcados por un rehundido mural
rectangular, sobre columnas geminadas, con cuidados capiteles vegetales,
apoyadas en un alto basamento.
En la parcela superior del muro se conservan
tres de los vanos que iluminaban el interior (el cuarto es reciente). Exhiben
huecos geminados, cerrados cada uno por dos arcos ligeramente rebajados,
tallados en un solo bloque pétreo cada pareja, apoyados en el centro sobre
columnas con capiteles de nuevo fitomórficos. Tanto sobre este soporte como
sobre los dos arquillos que culminan cada una de las partes de los vanos se
disponen vistosas rosetas, de cuatro o de ocho pétalos. Un arco semicircular de
descarga, con la arista interior decorada con pequeñas bolas, remataba cada uno
de estos huecos. Termina el paramento mural una cornisa ornada con bolas
montada sobre canecillos.
Lo más definitorio de las formulaciones
utilizadas en los pabellones singularizados y en especial en la fachada
últimamente descrita tiene su correspondencia más precisa en las parcelas del
edificio catedralicio próximo levantadas en tiempos del obispo Alfonso
(1174-1213), su gran impulsor, que en los de Lorenzo (1218-1248), cuya
intervención en el conjunto reseña su coetáneo Lucas de Tui. A ellas volveré
luego.
Un segundo bloque de edificios, de excepcional
interés por su escasez en Galicia, lo integran los destinados a almacenamiento
de productos agrícolas o a residencia de quienes se ocupaban directamente de su
control y gestión. Son tres los conservados en la provincia de Ourense y se
localizan en Barra de Miño (A Peroxa, Coles), Gomariz (Leiro) y Partovia (O
Carballiño), los dos últimos pertenecientes, respectivamente, a las granjas que
en esos lugares poseyeron los monasterios de Toxosoutos (Lousame, A Coruña) y
Oseira (Cea, Ourense). Los tres, estructuralmente muy sencillos, responden en
su conformación básica (planta, alzado, componentes) a las pautas que podemos
encontrar en edificios coetáneos con idéntico uso en cualquier punto de Europa.
El primero de los edificios reseñados, la Casa
Caamaño, ubicada en A Peroxa, está muy remodelado (nada persiste de su inicial
distribución interior). Exhibe un sencillo cuerpo rectangular, con muros de
sillería y mampostería, cubierto por una techumbre de madera a dos aguas. El
tipo de canecillos con decoración vegetal y geométrica que ofrece, el modelo de
saeteras que perforan los testeros, con arquitos semicirculares tallados en un
bloque pétreo o las particularidades del arco apuntado, hoy cegado, que remataba
la puerta por la que se accedía al interior desde el costado sur, nada ofrecen
de novedoso con respecto a lo que cabe documentar en empresas contemporáneas,
de hacia 1200, en cualquier lugar de Galicia. Lo mismo sucede con los vestigios
del antiguo cillero de Gomariz, ubicado cerca de la iglesia parroquial. Tiene
también planta rectangular, se cubre con techumbre de madera a dos aguas y
tanto en el interior como en el exterior, pese a las reformas que la estancia
ha conocido a lo largo del tiempo, son fácilmente apreciables los vestigios
originales, nada novedosos, en cualquier caso.
La granja de Partovia comparte en buena medida
los rasgos básicos de las dos obras anteriores: planta (rectangular), cubierta
(techumbre de madera a dos aguas) y componentes (tipo de arcos y cornisas,
canecillos, etc.). Se diferencia de ellas, y ahí radica su singularidad, por la
presencia, en su fachada occidental, de un tímpano, de directriz apuntada,
enriquecido con una tosca decoración figurada. Lo anómalo de su emplazamiento
en un edificio con el destino puramente utilitario que tuvo desde su arranque el
que nos ocupa permite pensar en que esta no fue su ubicación inicial.
Termino el análisis de las formas en el
románico de Ourense con una alusión a las empresas de carácter defensivo.
Murallas, castillos / fortalezas y torres, dadas las particularidades del
tiempo histórico en el que se desarrolló el estilo románico, con repetidos
conflictos internos y externos (fronterizos), debieron de ser frecuentes por
entonces. No es mucho, sin embargo, debido tanto a intervenciones y
modificaciones sucesivas como a destrucciones sin más, lo que ha llegado hasta
hoy, teniendo los escasos vestigios de esa época conservados, no siempre
fáciles de datar, más un valor puramente arqueológico que arquitectónico. Es
este panorama general el que confiere un indudable protagonismo a una torre, la
de Santa María de Torán (Taboadela), que, en otro contexto, apenas merecería
atención. Se levanta, exenta, en un alto. Tiene planta rectangular y sus muros,
en parte derruidos, están construidos con un aparejo granítico, poco cuidado,
en el que predominan los sillares, de tamaños y formas muy diversas. Como único
elemento destacado de su estructura ofrece, en el lado oeste, una puerta con
arco tímidamente apuntado, con dovelas lisas, a paño con el muro, que dan
cobijo a un tímpano también sin ornato alguno apoyado en mochetas. Su
emplazamiento y sus particularidades constructivas inducen a pensar, pese a lo
dicho, que la defensiva no fue la causa primordial de su erección.
Los edificios románicos ourensanos:
evolución de las formas
No contamos, a día de hoy, con pruebas, con
evidencias materiales de entidad, de construcciones estilísticamente valorables
como románicas en la provincia de Ourense anteriores a los años sesenta del
siglo XII. Empresas de fecha más temprana, sin duda, existieron, pero
circunstancias diversas, de alcance y significación dispar, propiciaron su
desaparición, sea por haber sido sustituidas por otras, no solo de estilo y
tiempo ulteriores, que es lo más lógico, sino también de su mismo estilo y no
muy posteriores cronológicamente, sea, simplemente, por haber desaparecido sin
haber dejado huella alguna. Dos epígrafes, conservados ambos en la capital
diocesana, corroboran la primera de las opciones comentadas, esto es, la
pérdida de testimonios que documenten los momentos aurorales de vigencia del
estilo que nos ocupa, el románico, en las tierras que aquí nos incumben.
El primer vestigio a considerar se encuentra en
la iglesia, reedificada en 1722, de Santa María Madre. Se trata de un epígrafe
reutilizado, emplazado hoy en el lado norte del templo, junto a la puerta de
acceso a un desaparecido claustro.
En él se da cuenta de la consagración, por
parte del obispo Ederonio (1071-1088), de un templo en la era 1122, esto es, en
el año 10841 Dado el contenido de la inscripción, en la que se emplea el verbo
incoare, no restaurare, pienso, tal como últimamente ha señalado también E.
Carrero, que se trataba de una obra nueva, destinada al culto catedralicio, muy
difícil de celebrar en el viejo templo dedicado a san Martín debido al mal
estado en que este se encontraba como consecuencia de los múltiples problemas que
desde el siglo VIII había sufrido la ciudad. No creo que esta empresa, pese a
que a ello apuntan tanto sus dimensiones exiguas como la presencia de un
testero recto en un plano del siglo XVI, haya de ser considerada sin más como
prerrománica. Construida en tiempos de Alfonso VI y consagrada solo cuatro años
después de que en sus dominios, tras el Concilio de Burgos de 1080, se
impusiera el rito romano, se hace difícil pensar que en ella no se empleasen ya
formulaciones constructivas y escultóricas acordes con los nuevos tiempos, los
del románico pleno. La renovación que el templo sufrió en distintos momentos,
la última, a la que pertenece lo esencial de su aspecto actual, datada en 1722,
impide ir más allá de la conjetura. Quede constancia, en todo caso, de su
verosimilitud.
El segundo epígrafe que me / nos interesa se
encuentra muy cerca del anterior, en el antiguo Palacio episcopal de Ourense.
No ocupa su emplazamiento original, ubicado en la fachada este del edificio. Se
dispone sobre un sillar alargado que actúa como dintel y ofrece solo una fecha,
el día cuarto de las nonas de noviembre de la era de 1169 (2 de noviembre de
1131), y un nombre, el del obispo que por entonces regía los destinos de los
fieles ourensanos: Diego segundo, prelado entre 1100 y 1132. Documenta una intervención
de este jerarca eclesiástico en el palacio episcopal, pero, al margen de su
descontextualización actual, nada o, mejor, nada significativo desde el punto
de vista estructural y decorativo puede asociarse hoy con él o, si se prefiere,
nada persiste hoy de ese tiempo en el complejo residencial episcopal auriense.
Todo lo que, por sus características estructurales u ornamentales, puede ser
datado con un mínimo de seguridad o precisión en ese conjunto es de cronología
posterior.
Los primeros testimonios seguros de estilo
románico llegados hasta hoy en la provincia de Ourense, obviando ya, pues, los
epígrafes reseñados, son de fecha tardía si se toma como referencia el momento
de su auroral implantación en Galicia: ca. 1067 para el verosímil arranque de
la renovación en clave románica de San Antoíño de Toques (Toques, A Coruña) y
1075 para el inicio de la fábrica actual de la catedral de Santiago. Se sitúan
esos vestigios, como se verá a continuación, en los años sesenta del siglo xii,
en tiempos ya, pues, de Fernando II (1157-1188), monarca bajo cuyo mandato,
convertida Santiago en capital de facto del Reino de León, separado de Castilla
al fallecer su padre Alfonso VII en 1157, las manifestaciones artísticas,
fruto, uno más, de un contexto general particularmente brillante y favorable,
conocieron momentos de especial esplendor, continuado durante el mandato de su
hijo y sucesor Alfonso IX, fallecido en 1230.
Dos serán los núcleos, vistos los testimonios
hoy conservados, a partir de los cuales se configuraron las empresas ourensanas
en un primer momento: las catedrales de Tui y de Santiago. Remiten a la
primera, realizados sin duda por escultores que participaron en su
construcción, los cuatro capiteles de las columnas ubicadas en la cabecera de
la iglesia de San Salvador de Paizás (Ramirás). La remodelación o culminación
del edificio en el siglo XIII y su reforma ulterior, avanzada la Edad Moderna,
impiden documentar el alcance exacto del impacto tudense, inequívoco, en
cualquier caso, a tenor de las particularidades formales de los soportes y
sobre todo de los mentados capiteles, de indudable calidad, muy cuidados,
integrados por hojas vigorosas, figuración humana o zoomórfica, presentes en la
actual cabecera.
La influencia compostelana, como acontece en el
resto de Galicia, será esencial también para la conformación y desarrollo del
estilo románico en las tierras de Ourense. Al igual que en esos otros
territorios, la detectaremos, haciendo buenas una vez más las apreciaciones de
J. M. Pita Andrade, formuladas a finales de los años sesenta de la pasada
centuria, “de una manera fragmentada, incluso inconexa”: composición y
organización de ábsides, sean de planta semicircular o poligonal,
compartimentados en tramos por medio de columnas; arcos atando contrafuertes;
pilares compuestos; modelos de capiteles; fustes entorchados; arcos lobulados;
composición de puertas; molduraciones; temas ornamentales (rosáceas en
particular); cubiertas a dos aguas para estructuras con tres naves, etc.
Tienen esas formulaciones de progenie
compostelana un hito de referencia particularmente brillante en la primera
campaña constructiva de la iglesia de Xunqueira de Ambía, iniciada, según
señala un epígrafe, cuyo original, no conservado in situ, se copió,
verosímilmente en el siglo XVI, en el dintel que exhibe la portada occidental,
en la Era MCCII, es decir, en el año 1164. Pertenecerían a esta primera campaña
de trabajos la cabecera y las partes bajas de las naves, portadas norte y oeste
incluidas, zonas cuyas particularidades estructurales y decorativas son tan
similares a las que ofrece la primera fase de obras de la iglesia santiaguesa
de Santa María de Sar que hay que pensar en la intervención de unos mismos
artífices en ambos templos, hallándose el origen de esas formulaciones
compartidas en la basílica catedralicia compostelana, en la que se habrían
formado los maestros que ejecutaron la fase más antigua de la iglesia de Sar.
Nada de extraño tiene la identidad de ingredientes que explicitan las fábricas
de los dos templos que ponderamos si se repara en la relación / dependencia que
existía desde 1150 entre las comunidades de canónigos regulares a las que cada
uno servía: el 30 de abril de este año Alfonso VII entregó la mitad de la Casa
de Ambía al priorato compostelano de Santa María de Sar con el encargo taxativo
de que en ella debía introducir la Regla de San Agustín.
Formulaciones y/o elementos de abolengo último
santiagués, no inmediato, esto es, fruto de la intervención de maestros y
canteros itinerantes, activos o documentados antes en empresas ubicadas fuera
de los límites de la provincia, los encontraremos con relativa frecuencia, no
tan intensamente, en todo caso, como en Pontevedra o en A Coruña, provincias
cuyo territorio pertenecía entonces y pertenece hoy todavía, en gran parte, a
la jurisdicción diocesana compostelana, a partir de más o menos los años sesenta-setenta
en puntos diversos. Resulta especialmente significativo su impacto en empresas
asentadas en el área noroccidental de la demarcación territorial, en las
tierras próximas o nucleadas en sentido amplio por O Carballiño, fronterizas
más o menos con un área de la provincia de Pontevedra (municipios de Forcarei,
Silleda, Lalín, etc.) en la que es particularmente intensa por las fechas que
comentamos la actividad de maestros / canteros cuyos principios formales, de
estilo, hunden sus raíces en la gran basílica del Apóstol en Santiago de
Compostela.
Interior de Santa María de Oseira
La larga vigencia que conocen las pautas
estilísticas de abolengo compostelano, menos marcada también en Ourense, en
cualquier caso y por motivos histórico-eclesiásticos muy obvios, que en su
específico territorio diocesano, situado sobre todo en las provincias de A
Coruña y Pontevedra, va a coincidir en el tiempo, propiciando fusiones, en
algunos casos de especial brillantez, con la aparición de novedades
constructivas, figurativas y ornamentales cuya filiación última se halla más
allá de los Pirineos, particularmente en tierras de Borgoña. Dos son los
edificios que van a nuclear lo esencial de las innovaciones que por entonces, a
partir sobre todo de los años ochenta del siglo XII, aparecen en las tierras
ourensanas: la catedral ubicada en la capital diocesana y la abacial de Santa
María de Oseira, monasterio perteneciente a una Orden, la del Císter, que tuvo
una presencia muy destacada en los tiempos que valoramos en la provincia que
nos atañe. Uno de esos cenobios, el de Santa María de Melón (Melón), poseyó una
iglesia, llegada hasta hoy muy disminuida con respecto a lo que fue en origen,
de singular interés. Su protagonismo estructural y cronológico, como se dirá
más abajo, ha sido reforzado muy significativamente por la más reciente
investigación, apareciéndosenos hoy como una empresa clave para entender la
mencionada renovación que se produce en el Reino de León tras la llegada al
poder de Fernando II, rey entre 1157 y 1188.
La datación y la periodización de las campañas
constructivas de la catedral de Ourense, sobre todo en lo que toca a la fecha
de su arranque y a la materialización de sus parcelas más antiguas, son motivo
de polémica, sobre todo desde los años ochenta de la pasada centuria. Frente a
la propuesta de J. M. Pita Andrade, el primer gran estudioso “moderno”
de tan magna empresa (le consagró su Tesis doctoral, defendida con brillantez
en la Universidad de Madrid en 1947), para quien la obra diocesana auriense se
habría iniciado hacia 1160, en tiempos del obispo Pedro Seguín (1157-1169), y
se habría llevado a cabo en tres etapas, culminando, cerca ya de la mitad del
siglo XIII, durante el episcopado de Lorenzo (1218-1248), yo defendí desde
principios de los años ochenta, vistas las particularidades constructivas, L. Torres Balbás defendió muchos años atrás en
la recensión que había realizado del libro de J. M. Pita, un comienzo más
tardío, alrededor de 1180, durante el mandato del obispo Alfonso (1174-1213),
quien procedería a su consagración en 1188, ejecutándose el complejo
catedralicio en dos etapas, interviniendo en la primera, sucesivamente, no a la
par, dos equipos o talleres diferentes con premisas en parte distintas.
Retomando en buena medida, con matizaciones, sus anteriores argumentos, J. M.
Pita Andrade volvió a insistir con posterioridad a mi lectura del edificio en
su inicio en los años sesenta de la centuria y en su ejecución en tres campañas
de trabajos.
Mi opinión actual sobre el arranque y el
desarrollo del edificio sigue siendo, en esencia, la misma, avalada por el
impacto que la estructura del hemiciclo de la capilla mayor, en planta y
alzado, ejerció sobre el ábside central de la cabecera de la abacial de Santo
Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de Ramuín, asimismo en la provincia de
Ourense). El comienzo de esta iglesia, según acredita un epígrafe ubicado en un
tambor del fuste de la columna entrega en el machón meridional sobre el que
voltea el arco fajón que cierra por el lado sur el tramo medio del transepto,
inmediato, por tanto, al acceso a esa capilla mayor, se produjo en 1183, un año
que ha de tomarse, pues, como terminus ante quem para fechar no solo el inicio
de la cabecera de la catedral auriense, destacable por su envergadura y también
por la singular estructura del cierre de su capilla central en planta y en
alzado (los nichos de la base, embutidos en el muro del hemiciclo, no acusados,
pues, externamente, prosiguen sin embargo en alzado y tienen su referente en
los gajos que componen la cubrición del semicírculo absidal), sino también para
documentar la presencia en su ejecución de las pautas estilísticas de progenie
mateano-santiaguesa que en ella, sobre todo en su costado este, el crucero y
los dos primeros tramos de las naves longitudinales, son particularmente
evidentes y significativas.
No responden a esta filiación los capiteles de
las ventanas –unos zoomórficos, los más con ornato vegetal, algunos fuera de su
emplazamiento original, reutilizados como material de relleno, al igual que
otras diversas piezas– que se abren en los nichos de cierre del hemiciclo de la
capilla central, obra de un taller más tosco, menos fino, de formación y
seguramente también de procedencia distintas de las del dominante, cuya huella
estilística se hace ya evidente tanto en la figura del ángel astróforo que se
dispone en la clave del arco triunfal de acceso al hemiciclo de la capilla
mayor como en la ornamentación de las que exhiben las bóvedas de crucería
cuatripartita que cubren los dos tramos occidentales del presbiterio de este
mismo ámbito eclesial, uno y otros, pues, coetáneos, fruto de la intervención
de un mismo equipo y en el transcurso de una misma campaña constructiva. No
parece, visto su emplazamiento, que la tarea del colectivo inicial sea muy
anterior a la del que nos ocupa, verosímilmente presente en el edificio antes
de 1183, año en torno al cual su impacto se hace ya evidente, como acabo de
señalar, en la cabecera de Santo Estevo de Ribas de Sil. A él, a este segundo
colectivo, en cualquier caso, hay que atribuirle la modificación del proyecto inicial,
particularmente notoria, vistos los desajustes que se detectan en su
materialización, en el presbiterio de la capilla mayor.
Hay en el trabajo del taller dominante en la
cabecera de la sede auriense y también en el resto de las áreas, ya
mencionadas, que conforman la campaña que nos atañe soluciones, singularmente
desde el punto de vista formal, escultórico, y decorativo, que invitan a pensar
en la intervención en Ourense de artistas formados en el entorno compostelano
del maestro Mateo. Junto a ellos, es indudable también la presencia de maestros
procedentes de tierras castellanas, de Ávila, muy en particular de la iglesia de
San Vicente, cuya segunda campaña de trabajos se levanta en paralelo con la
cabecera de la catedral emplazada en la misma ciudad, esta dentro del recinto
amurallado, aquella fuera, aunque muy próxima a él. Remiten a la iglesia
vicentina soluciones tan características de la empresa catedralicia ourensana
como las cornisas montadas sobre arquitos con metopas profusamente decoradas,
las ménsulas-capitel utilizadas como soporte de los nervios de bóvedas de
crucería no programadas inicialmente o los perfiles de esos mismos nervios, no
siendo descartable tampoco, en clave abulense igualmente, apuntando a la
catedral, que la peculiar organización que en planta, continuada en alzado,
ofrece el cierre del hemiciclo de la capilla central sea una propuesta
inspirada por la solución que ofrece su espectacular cabecera. Muestra esta un
monumental remate semicircular, conocido popularmente como “Cimorro”,
convertido en un cubo más de la muralla, que engloba por el interior una corona
de cinco capillas radiales semicirculares, disponiéndose otras cuatro
idénticas, dos por lado, en los tramos que conforman el presbiterio, dos
también.
Cabe deducir de lo que antecede, pues, que en
el tránsito del siglo XII al XIII, durante el episcopado de Alfonso, la fábrica
de la catedral de Ourense se convirtió en un destacado núcleo receptor y
sintetizador de soluciones de procedencia muy dispar. Premisas empleadas en
esta campaña “alfonsina”, a la que paulatinamente se le irán añadiendo
formulaciones más avanzadas, plenamente góticas, como ya indiqué más arriba, se
documentan también en los tramos más occidentales de las naves catedralicias,
levantadas ya en tiempos del obispo Lorenzo (1218-1248), quien emprendió así
mismo la construcción del Pórtico occidental, conocido como Pórtico del
Paraíso.
Las particularidades constructivas y
decorativas de las parcelas más antiguas de la sede ourensana (cabecera,
crucero y dos primeros tramos del cuerpo de naves longitudinales) conocieron
una rápida, intensa y extensa proyección, siendo esenciales para la
conformación del panorama del románico avanzado en Galicia, singularmente en su
territorio diocesano, proyectándose también por tierras de Zamora y del norte
de Portugal. Soluciones que tanto y tan bien la significan como los nichos
semicirculares practicados en el hemiciclo absidal, no marcados al exterior;
cornisas montadas sobre arquitos semicirculares, frecuentemente con decoración
en las metopas (vegetal, zoomórfica, humana); ménsulas-capitel para apoyo de
nervios y arcos; contrafuertes atados por arcos, las más de las veces doblados;
motivos decorativos (hojas rizadas, bolas, etc.); modelos de capiteles; arcos
lobulados con ornato vegetal y figurado; arquivoltas perfiladas u ornamentadas
con arquitos de herradura dispuestos radialmente, etc., podemos encontrarlas
por doquier, tanto en edificios de una nave –los más, por ser también los más
numerosos por su mayor simplicidad constructiva, lo que, como es obvio,
permitía dar respuestas más rápidas a las necesidades cultuales en un momento
de expansión económica y de reorganización del sistema parroquial– como de
tres, y lo mismo en empresas parroquiales que monásticas y canónicas. Su
irradiación se documenta, por medio de epígrafes, en fechas relativamente
tempranas, en tiempos del obispo constructor Alfonso, cabiendo sospechar, a la
vista de los cambios que se detectan en la fábrica catedralicia a partir del
tercer tramo del cuerpo longitudinal, que su fallecimiento debió propiciar, si
no la disolución plena, sí al menos la marcha de parte de los artífices que él
aglutinó, entre ellos alguno de indudable categoría, no solo simples canteros.
Algunas de las novedades o soluciones
constructivas aportadas por la campaña de trabajos vinculada al obispo Alfonso
se detectan en empresas promovidas por la Orden del Císter, muy dispar
conceptualmente y, por tanto, también programáticamente de sus pretensiones y,
por ello, de los usos y funciones a los que sus edificios eclesiales y
comunitarios se dedican.
Tuvo la Orden del Císter, como ya señalé más
arriba, una importante presencia desde los siglos centrales de la edad Media (XII
y XIII) en las tierras que hoy conforman la provincia de Ourense. Cinco, como
ya dije, fueron las abadías de esa progenie que en ella se asentaron durante
ese tiempo, tres dependientes directamente de Clairvaux (Claraval), en Borgoña,
la abadía fundada en 1115 por San Bernardo (Oseira, Melón y Montederramo), dos,
Xunqueira de Espadanedo y San Clodio, indirectamente, incorporadas a su
filiación a través de una Casa ya asentada en el territorio (Montederramo en el
primer caso y Melón en el segundo).
Contribuyeron los complejos constructivos de
estos cenobios, esto es, sus iglesias y dependencias comunitarias (estas hoy
desaparecidas, sustituidas por estancias de tiempos y estilos posteriores,
tardogóticos, renacentistas y barrocos), a difundir sus peculiares concepciones
en materia edificatoria, significadas sobre todo por el rigor y la austeridad
formal. Importadores de soluciones constructivas (sirvan de referencia la
planta inicial de la abacial de Montederramo, conservada en lo esencial bajo las
formas de la actual, ejecutada en el tránsito de los siglos XVI al XVII –respondía
al esquema genéricamente denominado “bernardo”, empleado en la iglesia
de Clairvaux levantada en su tiempo, singularizado por el uso exclusivo de
líneas y ángulos rectos: cruz latina, con tres naves en el brazo mayor, crucero
marcado y cabecera compuesta por cinco capillas rectangulares, la central
destacada, las laterales, dos por cada costado, cerradas a oriente por un muro
común plano–, o el uso de arcos y bóvedas de cañón apuntado) y de criterios
decorativos (supresión de figuración humana y zoomórfica, potenciación de
elementos vegetales y geométricos, y también del uso de molduras lisas, sin
ningún elemento complementario), no permanecieron, sin embargo, al margen de
las sugerencias formales, planimétricas y ornamentales que les proporcionaba el
entorno.
Valgan de ejemplo, en el caso de las plantas,
el modelo de la de la cabecera de Oseira, inspirado por el esquema de las
comúnmente denominadas “iglesias de peregrinación”, las cuales tienen su
mejor referente, su verdadero arquetipo, en la basílica apostólica de Santiago
(cabecera integrada por una capilla mayor rodeada por un deambulatorio al que
se abren cinco capillas radiales separadas por tramos libres, una versión
reducida del cual, con solo tres capillas radiales, encontramos en la abacial
de Melón), o el modelo con tres capillas semicirculares, la central saliente,
todas precedidas de tramo recto, que ofrecen San Clodio o Xunqueira de
Espadanedo; y, en cuanto a alzados, el uso de bóvedas de cuarto de cañón,
derivadas o inspiradas por la que se dispone en las tribunas de la catedral de
Santiago (se utilizan en la cubrición de la parcela semicircular de los
deambulatorios de Oseira y Melón) o el empleo de arcos atando contrafuertes,
solución presente tanto en la basílica compostelana como en la catedral de
Ourense y que se adopta en el cuerpo longitudinal de Montederramo (quedan
restos de entidad en el costado sur pese a las reformas de la Edad Moderna),
sin duda como resultado del impacto de la última fábrica catedralicia citada,
la ourensana, su cabecera diocesana (su huella se evidencia también en otros
rasgos). En cuanto a la presencia de esta solución en el exterior de la capilla
mayor y en el costado este de los brazos del crucero de la abacial de Melón,
parece más verosímil, sin que pueda descartarse del todo su progenie local, su
filiación última ultrapirenaica.
Otros elementos presentes en las fábricas
cistercienses (ménsulas-capitel, cornisas sobre arquitos, modelos de capiteles,
motivos decorativos, etc.) ponen de manifiesto el profundo impacto que ejerció
el entorno sobre su edilicia en tierras ourensanas, donde no existió una
empresa “pura”, totalmente exótica, como parece haber acontecido en la
abacial de Sobrado, la primera levantada en firme por la Orden en tierras
peninsulares, ofreciendo todas, hasta donde hoy podemos documentarlo, una
fusión de elementos foráneos y autóctonos, estos tanto más significados cuanto
más tardías son las cronologías de las empresas, una constatación que halla
respaldo en la manera, directa o indirecta, de incorporarse a la Orden, esto
es, a través de una casa ultrapirenaica (Clairvaux-Claraval para todos los
casos gallegos en los que concurre esa circunstancia) o de otra ya asentada en
el territorio.
Las fábricas cistercienses marcarán
profundamente el desarrollo de la actividad constructiva en buena parte del
territorio ourensano. Su influencia, evidente tanto en edificios de una sola
nave como de tres, suele hacerse notoria, las más de las veces, en negativo,
esto es, por la simplicidad estructural y decorativa a la que sus principios
conducen. Es esta depuración la que en ocasiones, ante la duda sobre la
progenie inmediata de un motivo o de una solución, permite decantarse por esa
filiación y no por otra. Sirvan de ejemplo, a este respecto, los arquitos bajo
las cornisas de la iglesia abacial de San Pedro de Ramirás (Ramirás). Su
simplicidad, su reducción a su estricta misión portante (prescindo ahora de que
estructuralmente no sean necesarios, de que, en sí mismos, sean “un exceso”)
en los aleros de la nave central, no así en el de la nave norte, donde las
metopas se decoran con flores, permite pensar para aquellas parcelas en fuentes
cistercienses y, en concreto, en la fábrica de Santa María de Oseira y no en la
catedral de Ourense, que sería el modelo para la del costado septentrional,
como su punto inmediato de referencia, una progenie, además, avalada por otras
soluciones o elementos presentes en el edificio (columnas con fustes truncados,
modelos de capiteles, etc.).
La abacial de Oseira, una de las empresas
culminantes de la Orden del Císter no solo en Galicia, sino también en todo el
territorio peninsular, marcó profundamente el desarrollo de las manifestaciones
tardorrománicas en la provincia de Ourense. Su impacto se hace especialmente
evidente, como parece obvio, en las comarcas más próximas a su solar, en las
cuales, junto a soluciones formales y decorativas que podemos considerar como
genéricas (supresión de decoración figurada, potenciación de ornato geométrico y
floral, etc.), es frecuente encontrar un modelo de tímpano con aletas liso, sin
complementos ornamentales esculpidos, que parte, en última instancia, del
utilizado en la puerta ubicada en el brazo norte del crucero de la iglesia que
consideramos, en la cual, sin duda, hubo algún otro hoy desaparecido.
A un taller formado también en Oseira,
familiarizado con determinadas formulaciones decorativas presentes sobre todo
en las arquivoltas de las ventanas de su cabecera tanto por dentro como por
fuera (flores de cuatro pétalos inscritas en círculos; diminutas hojas, muy
estilizadas, con nervio central marcado; una cinta plana, lisa, dispuesta en
zigzag, unas y otra desplegadas en sentido radial; tipos de capiteles; plintos
decorados con arcos semicirculares peraltados, etc.), hay que atribuir la
implantación y difusión de estos motivos por tierras de A Limia, una comarca en
la cual, tanto por proximidad o inmediatez física, como por los imprecisos y
fluctuantes límites territoriales, fronterizos, existentes por entonces (ca.
1200 y décadas iniciales del siglo XIII) entre Galicia, parte del Reino de
León, y Portugal, tampoco es extraño encontrar por esos años elementos
ornamentales o soluciones constructivas cuya progenie última se encuentra en
empresas ubicadas más al sur, en comarcas ya entonces indiscutiblemente lusas.
Derivación, “réplica reducida” de
Oseira, se consideró durante mucho tiempo, a partir de los estudios de L.
Torres Balbás, a la abacial de Santa María de Melón. Yo mismo, pese a reconocer
en su fábrica un marcado acento borgoñón, me decanté también por esa propuesta
en distintas ocasiones. En la actualidad, coincidiendo en la valoración con la
lectura efectuada por J. d'Emilio, creo que, en su arranque, la iglesia de
Melón es anterior a la de Oseira. Se dan cita en ella, particularmente en su
cabecera y en el cuerpo bajo del transepto, lo más significativo, por cierto,
de la abacial medieval llegado hasta la actualidad, soluciones como la apertura
de capillas, una por lado, en el costado este del brazo del crucero,
flanqueando el ingreso en la girola, cuya progenie última se halla más allá de
los Pirineos, concretamente en Borgoña. Esta región, como se ha señalado
reiteradamente, fue esencial para entender la renovación formal, arquitectónica
y escultórica sobre todo, que se produce en los reinos de Castilla y
singularmente de León a partir de los años sesenta del siglo XII. Otros
elementos presentes en la cabecera de Melón como el tipo de bóveda que cubre el
hemiciclo de la girola –una bóveda de cuarto de cañón– tienen su origen
inmediato, sin embargo, más cerca, en la magna catedral compostelana, empresa
en la que se halla ya en la cubrición de la tribuna sobre el deambulatorio,
continuando la fórmula en ese espacio alto tanto en el crucero como en el
cuerpo longitudinal de la cruz.
Con la basílica de Santiago y, en concreto, con
la cripta sobre la que se alza el Pórtico de la Gloria, hay que relacionar
también la presencia en la cabecera de Melón de dos modelos de capiteles, uno
decorado con hojas de acanto y otro, llamado a tener un éxito relativo por
tierras de Ourense y del sur de Lugo, ornado con tallos cruzados en aspa. Los
orígenes de ambos tipos, no obstante, se hallan más allá de los Pirineos, en
tierras borgoñonas o de la Isla de Francia.
Soluciones documentadas en la cabecera de Melón
fueron reproducidas, con modificaciones de entidad, en la de Santa María de
Oseira. La más significativa, sin duda, es el incremento de tres a cinco del
número de capillas radiales, compensando de este modo la supresión de las dos,
una por cada lado, que en la iglesia de Melón se abren en el costado oriental
del brazo del crucero. No es un dato menor tampoco el hecho de que todos los
tramos de la girola, incluidos los que poseen capilla radial, tengan en Melón,
explicitando su presencia una vez más su dependencia de fuentes
ultrapirenaicas, singularmente borgoñonas, iluminación directa, reservándose
esta en Oseira, por el contrario, tan solo para los espacios emplazados entre
las capillas radiales.
La interrelación Melón-Oseira torna difícil la
averiguación de cuál de las dos abaciales se halla en el origen de la difusión
de determinadas soluciones o elementos presentes en ambas empresas. Es el caso,
por ejemplo, del citado modelo de capitel con tallos cruzados en aspa, empleado
en un reducido número de edificios, entre ellos dos abaciales cistercienses,
las de San Clodio y Xunqueira de Espadanedo, vinculado por J. d'Emilio a la
actividad de un artista itinerante cuya presencia en las obras se circunscribiría
esencialmente, vista la localización de sus trabajos en la parcela oriental de
los templos, la más antigua en circunstancias normales durante la época, a la
etapa inicial de los trabajos.
Al margen de lo que antecede, muy reducido en
su difusión en todo caso, parece evidente, a tenor de lo que cabe deducir de
los vestigios constructivos llegados hasta hoy, que la irradiación de Melón fue
considerablemente inferior a la de la otra gran empresa cisterciense ourensana,
la abacial de Oseira. No sé cuál puede haber sido la causa de esa disparidad,
pues, si bien la verosímil paralización o inconclusión de los trabajos de la
iglesia de Melón según las pautas del proyecto inicial a partir de las zonas
altas del transepto podría estar en el origen de ese hecho, lo cierto es que
esa situación debería haber propiciado la marcha a otros lugares de los
maestros o canteros que en ella trabajaban y, por tanto, haber contribuido o
facilitado su expansión. Que gentes procedentes de Melón laboraron en otros
lugares, como por ejemplo la abacial de San Clodio (Leiro) es evidente, pero no
es menos cierto también que su impacto, todo lo difuminado que se quiera a día
de hoy por las circunstancias casuales ya referidas, fue considerablemente
inferior al ejercido por la abacial de Santa María de Oseira.
Formulaciones vinculadas o derivadas de las
empleadas y codificadas en las empresas cistercienses, singularmente en el
último cenobio referido, el de Oseira, y también en la catedral de Ourense
tuvieron en la provincia que nos ocupa una larga persistencia. Se relaciona
esta continuidad con las especiales circunstancias políticas, sociales y
económicas, ya señaladas por mí en esta misma Enciclopedia en los análisis
introductorios de las provincias de Pontevedra y A Coruña, que afectan a toda
Galicia tras el fallecimiento en 1230 de Alfonso IX y la unión, que será ya
definitiva, de los reinos de León y Castilla en la persona de Fernando III.
Reducida Galicia a un papel secundario en el contexto político general de los
reinos unificados y truncada su posible expansión hacia el sur por la
consolidación plena del reino de Portugal, su declive económico, además de
ralentizar el ritmo constructivo, no facilitará tampoco la llegada de
novedades, propiciando, en cambio, la continuidad rutinaria, progresivamente ruralizada,
de las propuestas que años atrás habían sido novedosas. A ellas, en particular,
aunque no solamente, a las procedentes de la fábrica de la iglesia
catedralicia, receptora ella misma ya de novedades formales fruto de su larga
construcción, culminada en lo esencial en tiempos del obispo Lorenzo
(1218-1248), se le irán incorporando poco a poco elementos estilísticamente
valorables ya como góticos, en un principio de manera poco llamativa, no
dominante, después más resueltamente. Sirvan de ejemplo, en el primer caso,
iglesias como la de Santa María de Louredo (Maside), en la cual, junto a rasgos
vinculados a la abacial de Oseira (modelos de capiteles, tímpano con aletas) y
a la catedral de Ourense (cornisa sobre arquitos, decoración de bolas),
aparecen ya capiteles de crochets268, y, en el segundo, empresas como la
parroquial de Santiago de Gustei (Coles), una iglesia que, pese a lo que en
apariencia exhibe, ha de ser considerada ya, en muchos aspectos, como
plenamente gótica. Los ecos de progenie tardorrománica vinculados a la fábrica
catedralicia ourensana que en ella todavía se detectan son el sustrato a partir
del cual se asientan esos nuevos planteamientos estilísticos.
El vocabulario románico, pese a la longevidad
que conoció en las tierras que analizamos, singularmente en su cabecera
diocesana y áreas más o menos próximas, se extinguió como tal a lo largo de la
segunda mitad del siglo XIII. Se recuperará en parte, resurgirá, en torno a los
años centrales del siglo XIV, en la fase tardía, de disolución y, a la vez, de
máxima expansión, disperso ya por buena parte de Galicia, del que fue
denominado por S. Moralejo “gótico orensano” por ser en esta ciudad y
concretamente en el complejo catedralicio donde primero se documenta y se
configura. No será su última aparición. En una fecha avanzada del siglo XVI, en
torno a 1570, en el monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de
Ramuín), tanto en la iglesia abacial, particularmente en su cabecera (exterior
de los ábsides laterales sobre todo), como en el claustro procesional (conocido
como “Claustro de los Obispos”), las formas románicas volverán a ser
utilizadas con criterios que no tengo reparo alguno en considerar, avant la
lettre, como plenamente historicistas. En la primera estancia, la iglesia,
el abovedamiento de las naves alrededor de año referido propició el
recrecimiento, con nueva cubrición de esa época obviamente, de los ábsides
laterales, anormalmente más altos hoy, por ello, que el central. Para el nuevo
remate exterior de esas capillas se reutilizaron los elementos que integraban
el precedente, el inicial del edificio, materializándose la intervención, a la
que se incorporó alguna pieza de nueva factura, no siempre con cuidado.
En la segunda dependencia, el claustro
procesional, la renovación que experimenta en torno al año citado, 1570, como
consecuencia del incendio que había sufrido el cenobio poco antes, afectó
también, como señaló en su momento M. Castiñeiras, a algunos de los capiteles
ubicados en su cuerpo inferior. Hay en las nuevas piezas, similares en
apariencia a las de “época”, diferencias claras con respecto a estas en
su estructura, en sus componentes y en el tratamiento que reciben. Sorprende en
ellas, sin embargo, vistas con ojos “cultos” de hoy, el afán de
imitación, de adaptación a unas formas ya pasadas, de “copiar”
deliberadamente un estilo. Admira también, y sobre todo, que esa claridad
conceptual aflorara y se materializara en el último tercio del siglo XVI en el
extremo noroccidental de la Península Ibérica y en un monasterio, importante
sin duda, pero que no estaba asentado en un núcleo urbano.
La escultura románica en la provincia de
Ourense
consecrata: fvit: eccl(es)ia: ista: ab
alfon(n)so avrien(se): ep(iscop)o: i(n) honore: b(eat)i/ martini: cv(m)
reliqviis: ei(vs)de(m): et s(ancti): vi(n)ce(n)cii m(arty)r(is): et s(ancte):
marie: magdalene: et / s(ancte) evfemie: et reliqviis: aliis: e(ra): mª: ccª:
xxx: viii: xvi: k(a)l(endas): maii
“Esta iglesia fue consagrada por el obispo
de Ourense, Alfonso, en honor de San Martín y sus reliquias, y de San Vicente,
mártir, y de Santa María Magdalena y de Santa Eufemia y otras reliquias. Era
milésima duocentésima trigésimo octava en decimosextas calendas de mayo”.
Esta inscripción, que recorre el muro sur de la
iglesia de San Martiño de Cornoces (Amoeiro), se alza como testimonio de la
actividad pastoral del obispo don Alfonso (1174-1213), de su empeño por
aumentar el poder de la sede en el área cercana a la ciudad y de catapultar la
devoción de los cuerpos santos que su catedral albergaba, como indica la
dedicación a San Martín y a Santa Eufemia y la insistencia en la presencia de
sus reliquias (Saco Cid y Saco Rivera, 1997/98, pp. 139-151; Yzquierdo Perrín,
1995, p. 390; D’Emilio, 2007, pp. 1-34, esp. pp. 13-16). A pesar de su fecha
–1200– la inscripción de Cornoces constituye el más temprano indicio de
actividad reformadora por parte de un obispo orensano, lo que indica que la
organización del mapa eclesiástico de la diócesis y el fortalecimiento del
poder episcopal en el territorio orensano debió de ser ciertamente tardío. Las
diócesis de Santiago, Mondoñedo o Tui habían comenzado esta labor cien años
antes, y ese retraso pudo deberse, en buena medida, a la complicada orografía
de su territorio, pero también a la pervivencia de antiguas fundaciones
repartidas a orillas de los principales ríos de la zona, el Avia, el Sil y el
Miño –San Xes de Francelos (Ribadavia), Santa Eufemia de Ambía (Baños de
Molgas)– y al poder que detentaban antiguos monasterios, como los de Celanova o
San Pedro de Rocas (Esgos). Desde mediados del siglo XII, sin embargo, los
monjes cistercienses establecieron una red de nuevas fundaciones (Oseira,
Montederramo, Melón, Xunqueira de Espadanedo); tras la reforma canonical
documentada en el priorato de Santa María de Sar (Santiago de Compostela, A
Coruña), la canónica compostelana implantó sus filiales en Xunqueira de Ambía
(Xunqueira de Ambía) y Santa Mariña de Augas Santas (Allariz); se instalaron
las órdenes militares de Santiago, del Santo Sepulcro y San Juan del Hospital,
que construyeron nuevos templos flanqueando las principales arterias de
comunicación (García Tato y Otero Piñeyro Maseda, 2012, pp. 65-94) y los
antiguos monasterios se sujetaron a la orden de San Benito y renovaron sus
fábricas.
El episcopado reaccionó frente a estos nuevos
poderes y no solo renovó la fábrica de su catedral, sino que además organizó el
sistema parroquial creando nuevos templos cuyos programas figurativos habrían
de cumplir una clara función pastoral. Un buen ejemplo de ello lo ofrece la
iglesia de Santo Tomé de Serantes (Leiro): allí se combina un discurso
tradicional en el alero –cuyo formato evoca el de la cabecera de la catedral
auriense con canecillos que advierten a los rústicos de los pecados de la
carne– con otros más novedosos, como el de la imposta de la puerta occidental
en la que se despliega una escena “pastoral” en clave “pastoril”
que habría de entenderse en el marco de las metáforas referidas al poder
protector de la iglesia, al refugio seguro que ofrece a los pecadores. Así, un
pastor tañendo la gaita, un instrumento que con sus sonidos agudos lograba
hacer huir a las alimañas, intenta resguardar a los animales domésticos
mientras una zorra diezma un gallinero y un lobo persigue a un ternero
(Castiñeiras González, 2003a).
Santo Tomé de Serantes (Leiro). Imposta
de la portada occidental
Otras metáforas referidas al auxilio que ofrece
la Iglesia contra el peligro de las alimañas físicas y espirituales, en este
caso una fauna ctónica, se encuentra en otra serie de portadas de carácter
ideográfico y simbólico. En los tímpanos occidentales de la iglesia de San
Martiño de Betán (Baños de Molgas) y de lo que debió de ser la antigua iglesia
de Partovia (O Carballiño) –una granja del monasterio cisterciense de Oseira
(San Cristovo de Cea)– reconoció Jaime Delgado sendas alusiones simbólicas a la
interpretación cristológica del salmo 91, v. 13, ... super aspidem et
viperam gradieris/ conculcabis leonem et draconem..., donde la figura de
Cristo es sustituida por una imagen de la crux invicta a cuyos pies se rinden
los dos reptiles (Delgado Gómez, 1986 y 1990). La formulación plástica del
salmo es indudablemente conservadora, si se tienen en cuenta otras soluciones
gallegas anteriores, como la de la pieza que debió de servir de parteluz de la
antigua iglesia de Santiago de Vigo (Vigo, Pontevedra) del segundo tercio del
siglo XII, conservada en el Museo Arqueológico Nacional, en la que la figura
del Hijo de Dios se presenta en sus ropajes carnales y el discurso se concibe
en clave narrativa (Sánchez Ameijeiras, 2004b). Con todo, tanto en un caso como
en el otro, el conceder a la versión figurativa del salmo 91 un papel
protagonista en las portadas occidentales de la iglesia
trascendía el mero discurso pastoril y
eclesiológico y se enriquecía con una alusión más vital, la del triunfo de
Cristo sobre la muerte, un discurso apropiado para su función, la de presidir
los atrios occidentales de las iglesias que servían de cementerio. En la
imaginación de los campesinos ourensanos que contemplaban estas portadas, sus
difuntos se habrían de librar del ataque de las serpientes y de toda la fauna
subterránea que amenazaba sus restos mortales en la sepultura, y de la fauna
diabólica que amenazaba su felicidad futura en las demoras celestes.
San Martiño de Betán (Baños de Molgas).
Tímpano del acceso occidental
San Clodio de Pazos de San Clodio (San
Cibrao das Viñas). Tímpano del acceso occidental
El mismo mensaje soportaban los tímpanos
presididos por la imagen de Sansón desquijarando al león como los de Pazos de
San Clodio (San Cibrao das Viñas) y el reutilizado en una casa particular de
Turei en la feligresía de Santa Baia de Beiro (Ourense) (Yzquierdo Perrín,
1995, pp. 378-405), últimos descendientes del modelo acuñado en San Xoán de
Palmou (Lalín, Pontevedra) (Valle Pérez, 2006), que conoció una especial
fortuna en tierras del Deza, desde donde se expandió a tierras del sur de la
provincia de Lugo y del norte de la de Ourense (Ramón y Fernández Oxea, 1936,
1951, 1962 y 1965; Ferrín González y Carrillo Lista, 1997; Sánchez Ameijeiras,
2001, pp. 168-171; Sastre Vázquez, 2003). Si en Santiago de Vigo era un Cristo
triunfante el que presidía el atrio del cementerio, en Palmou y en los
restantes tímpanos con la imagen de Sansón desquijarando al león, lo hacía en
clave tipológica encarnándose en su precedente veterotestamentario.
En este marco del enfrentamiento entre la
divinidad y las fieras que supuestamente poblaban los bosques orensanos y que
simbolizaban al enemigo espiritual, habrá de entenderse también el relieve que
presenta al autor de los Salmos luchando contra un león y un oso en la rosca
interna de la portada sur de la catedral de Ourense, y este contexto
proporciona también el horizonte en el que habrán de entenderse las imágenes de
David como juglar –una variante de la del salmista amansando a las fieras con
su música– labradas en diversos soportes siempre en la estructura de frontera
que es la portada, que separa el mundo terreno y del pecado del exterior, y el
sagrado y celeste del interior del templo. En un capitel de la portada de la
iglesia de San Pedro de Trasalba (Amoeiro) se representa a un personaje tañendo
una fídula oval ante un animal, mientras otro baila al son de la música (Ramón
y Fernández Oxea, 1951), una fórmula derivada de la más desarrollada que
presidía el tímpano de San Miguel do Monte (Chantada, Lugo), que habría de
resumirse todavía más en el de la portada sur de Santa María de Ucelle (Coles),
ya del primer tercio del siglo xiii, donde al juglar acompaña una bailarina con
pandeiro. El tono “juglaresco” que adquiere esta caracterización órfica de
David –que tañe una fídula, un instrumento más propio de los juglares que el
salterio–, no resulta extraña, porque esta asunción de los valores de la
juglaría por parte del rey bíblico se rastrea ya en Salterios anteriores y
contemporáneos (Moralejo Álvarez, 1985; Sánchez Ameijeiras, 2001), y su nueva
compañía festiva femenina podría encontrar razón de ser en la cualidad
especular que la imaginería de las portadas fue adquiriendo con el tiempo. El
atrio, entonces, como sucede hoy en muchas iglesias rurales, no solo servía de
cementerio, también era el lugar de la fiesta del santo patrón, y en este
sentido resulta inevitable recordar unos versos de la canción de Martín Codax:
“Eno sagrado de Vigo, / bailaba corpo belido; / amor hey!”.
Otro tono adquiere la presencia de la escena
juglaresca en la portada occidental de la iglesia del monasterio femenino de
San Salvador de Sobrado de Trives (A Pobra de Trives) en el par de mochetas de
singular tamaño que flanquean la entrada. En un alarde magistral de adecuación
de la figura al soporte arquitectónico que la genera, a un juglar tañendo su
fídula acompasan las piruetas de una juglaresa contorsionista. En este caso,
cuanto de Orfeo tenía David en los otros discursos visuales parece haberse perdido
y la imagen, alojada en un “pórtico-galilea” monástico en el que se
llevaban a cabo procesiones, podría esconder un mensaje de otro tipo, que
resume el papel de David como juglar de Dios, mientras la contorsionista
personifica el canto de las monjas en el coro como juglaresas, también ellas,
de Dios (Duys, 2006). La singularidad de la imaginería de este monasterio,
pensado para una audiencia femenina, se extiende también a los márgenes de la
iglesia (Moure Pena, 2002; Pallares Méndez y Portela Silva, 2012). Si en el
alero de la iglesia parroquial de Serantes la audiencia que se esperaba era la
de los rústicos de la zona y, por ello, el discurso visual de los canecillos se
mofaba de los pecados de la carne, o adquiría un tono pastoril, en el de Trives
las mujeres adquieren un especial papel protagonista: a una se la representa
acuclillada, una actitud propia de los animales, como se diría en el Liber
Sancti Iacobi al referirse a las costumbres de los navarros; otra aparece
enredada en los entrelazos que la aprisionan en su pecado; y una tercera,
desnuda, figurada de espaldas, muestra las nalgas que agarra con sus manos –una
imagen dotada de un inequívoco simbolismo escatológico– y que funciona como
contrafigura de la hermosamente vestida juglaresa de la portada (Sánchez
Ameijeiras, 2003a).
San Salvador de Sobrado de Trives (A
Pobra de Trives). Mochetas de la portada occidental
Frente a este mundo de foliadas, bailes, monjas
cantoras y fieras subyugadas por Cristo Sansón o David, la vida cenobítica de
los monasterios cistercienses se inclinó, en cambio, por una imaginería animal
fundamentalmente aérea. Así, en el monasterio de Oseira (San Cristovo de Cea),
las únicas representaciones figurativas de la cabecera ofrecen un repertorio “animal”
emparentado con la ilustración de los Bestiarios que encuentra su origen en
modelos de la catedral compostelana: la pareja de sirena y centauro, los leones
afrontados, sendas parejas de águilas bebiendo de un cáliz. Pero frente a este
panorama que se podría calificar de tradicional, relegado a la girola, en el
presbiterio sorprende un capitel de grandes dimensiones, en el que sendas
fochas de agua (fulica atra) se inclinan a beber de un mismo recipiente. A
estas aves zancudas, limícolas, se les atribuye en los Bestiaros moralizados
una especial prudencia porque no se alejan del nido, buscando su alimento en
sus alrededores para volver a dormir en él –un comportamiento especialmente
adecuado a la vida cenobítica–, y en su moralización se incide en que
diariamente se alimenta del pan y de la sangre de Cristo (Sánchez Ameijeiras,
2003a). No podría encontrarse un ave más adecuada para conminar al cumplimiento
de la vida cenobítica, ni podría resultar más adecuada su localización en el
presbiterio, porque a la vista del coro monástico acentuaba su alusión a la
Eucaristía.
Otras aves soportan un mensaje moral diferente
en la iglesia del también cisterciense monasterio de Santa María de Xunqueira
de Espadanedo (Xunqueira de Espadanedo) donde en el capitel del segundo pilar
norte de la iglesia sendas crías de abubilla (huppupa epox) limpian de
plumas muertas a sus respectivos progenitores. La comparación de su morfología
y la escena narrativa que resume su caracterización con la que muestra la
representación de estas aves en Bestiarios ingleses de finales del siglo XII y
principios de siglo XIII, permite atribuirles la lección moral que en ellos
soportan: el mimo con que cuidan a sus mayores es traducido en la recomendación
de un comportamiento similar en el seno de las comunidades monásticas y, como
en Oseira, estos mensajes se localizan en un lugar que resultaba especialmente
visible a los monjes cuanto asistían a las horas prescritas por la regla, para
conminarles a imitar su comportamiento (Sánchez Ameijeiras, 2003a).
La presencia de esta fauna aérea moralizada en
los monasterios cistercienses orensanos podría, en primera instancia,
relacionarse con la especial fortuna que el Aviario de Hugo de Folieto gozó
entre las comunidades bernardas (Clark, 1982 y 1992). De hecho, en las vecinas
tierras portuguesas se conservan tres ejemplares ilustrados de esta obra: uno
de ellos procedente de San Mamede de Lorvão (Lisboa, Arquivo Nacional da Torre
do Tombo, Ms 90) que, aunque datado en 1184 cuando el monasterio todavía se regía
por la orden de San Benito, siguió en uso cuando pasó a ser ocupado por una
comunidad cisterciense femenina en 1210; otra copia contemporánea proviene de
la canónica agustiniana de Santa Cruz de Coimbra (Biblioteca Pública Municipal
de Porto, Ms 43, fols. 89-110v), y a principios del siglo XIII se ha datado la
copia alcobacense (Biblioteca Nacional de Lisboa, Ms Alc. 238 (ant. XXIX) fols.
202v -227) (Miranda, 1992, 1996 y 1997; AA.VV., 1999). Incluso se supone de
factura portuguesa un ejemplar procedente de la propia abadía de Clairvaux
(Troyes, Bibl. Mun., Ms. 177) (Clark, 1982, pp. 63-64). Sin embargo, las aves
que pueblan los capiteles de las iglesias gallegas no se incluyen en la obra
del canónigo francés y aparecen, en cambio, en Bestiarios ingleses, como en uno
de los conservados en Oxford (Oxford, Bodleian Library, Ms Bodley 764, fol. 72)
(Hassig, 1995, figs. 98 y 111), y es que los Bestiarios circularon también por
las comunidades cistercienses como demuestra el Bestiario de Cambridge
(Cambridge, University Library, Ms. Ii.4.26, fol. 38), datado entre 1200-1210,
y que procede de la abadía cisterciense de Revesbay (Baxter, 1998, pp.
147-151). La escultura de las iglesias ourensanas, como sucedía con la de la
propia catedral, demuestra el conocimiento de manuscritos o libros de modelos
procedentes de scriptoria anglosajones: si el eco de los Salterios se rastreaba
en el ciclo de David de la portada sur de la catedral orensana y en su
caracterización juglaresca en Trasalba, de la ilustración de los Bestiarios ya
se hacía eco el alero de la catedral de Ourense. Al fin y al cabo, el Salterio
fue el libro litúrgico más copiado durante la Edad Media, y el Bestiario uno de
los preferidos por las comunidades religiosas. La singularidad de esta
provincia residirá tanto en la elección de ciclos de David raramente
ilustrados, como en la incidencia en la asociación de monjes y pájaros que,
curiosamente, aflorará más tarde vinculada a las fundaciones cistercienses
gallegas de forma muy diferente, y ante el revoloteo de estas aves viene
inevitablemente a la mente el relato de la cantiga 103 de Alfonso X El Sabio,
que narra cómo un monje extasiado por el canto de los pájaros gozó de una
visión del más allá, un episodio que la tradición popular vincula con el
monasterio de Santa María de Armenteira (Meis, Pontevedra) y bautiza como
protagonista al legendario monje san Ero.
La singular fortuna de la representación de
aves en los monasterios cistercienses ourensanos, y más especialmente, el
impacto que causó tanto la magnífica fábrica como los anhelos que latían tras
la imaginería de la iglesia cisterciense de Oseira, influyó en otros mentores
que encargaron sus fábricas en la zona occidental de la diócesis a talleres que
habían sido formados en el cenobio bernardo, de modo que primero las zancudas y
después las palomas anidaron en las portadas de iglesias vecinas. Así, las zancudas
abrevando en un mismo recipiente y su simbolismo eucarístico se reconocen en el
capitel de la jamba derecha de la portada occidental de la iglesia parroquial
de Trasalba, y sendas palomas hacen lo propio en las portadas occidentales de
San Xulián de Astureses, San Salvador de Pazos de Arenteiro, San Mamede de
Moldes o en Santa María de Xuvencos (Boborás), y en Santa María de San Clodio
(Leiro) (Chamoso Lamas, 1941, p. 344).
Frente a este revoloteo aviar, el obispo
Alfonso no solo había promovido una expansión pastoral encarnada en imágenes en
las parroquias cercanas a su catedral, además, las alianzas que estableció con
los monasterios rivales al todopoderoso cenobio de Celanova, que extendía su
poder por todo el suroeste de la provincia, por buena parte del obispado de
Tui, y en el territorio del recién independizado reino de Portugal, determinó
que la catedral se convirtiese en un foco de irradiación de nuevos lenguajes figurativos
y formatos de portada. El caso más elocuente es el que se observa en los
monasterios benedictinos de San Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de Ramuín) y
Santa Cristina de Ribas de Sil (Parada de Sil), situados ambos en lo alto de la
escarpada margen izquierda del río. En efecto, la vinculación de la sede con la
reconstrucción de antiguos monasterios dúplices que ahora se pueblan de monjes
benedictinos se pone de manifiesto en la relación estilística de las empresas
escultóricas de estos dos monasterios y las llevadas a cabo en la catedral. Los
restos de escultura que se han conservado en el primero de ellos –capiteles del
claustro y del acceso a la sala capitular en los que se ha reconocido una
escena con el Sacrificio de Isaac (Castiñeiras, 2003b, p. 46; Valle Pérez,
2003, p. 77)– son obra del mismo taller que labró el pie de altar de la
catedral orensana, y se ha fechado, en consecuencia, en la década de los
ochenta del siglo XII (Valle Pérez, 1974; Valle Pérez, 2003, pp. 77 y 79).
Santa Cristina de Ribas de Sil (Parada
de Sil). Acceso al recinto del monasterio Santo Tomé de Serantes (Leiro). Tímpano
de la portada occidental
En la portada sur de la catedral ha de
encontrarse, en cambio, el modelo para la estructura que sirve hoy de puerta de
acceso al monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil, que, habida cuenta las
transformaciones que este ha conocido, bien pudo haber constituido la puerta
occidental de la iglesia monasterial (Barriocanal López, 1990). Conformada por
una sucesión de arquivoltas con decoración vegetal y geométrica, la figuración
se reserva para la rosca interna del primer arco, donde los símbolos de los evangelistas
flanquean el vacío de un tímpano ausente, en el que cabría esperar encontrar
una Majestad, de modo que, de alguna manera, ese vacío señala la imposibilidad
de representar a Dios (Abel, 2010). Si el impacto del impresionante Fin de los
Tiempos labrado en el Pórtico de la Gloria de la catedral compostelana –en el
que un colosal Hijo del Hombre descendía, desprovisto ya de nimbo, con sus
galas más carnales– se dejó sentir en tierras de Deza (Pontevedra) o en el sur
de Lugo, Ourense se resistió a las portadas visionarias, y no deja de resultar
indicativo el hecho de que en la única portada que se podría calificar, de
algún modo, de “visionaria” en tierras ourensanas, el protagonista
principal de la visión está ausente. Uno de los rasgos que permiten calificar
de “conservadores” a los programas de las fachadas de las iglesias de
estas tierras es, precisamente, que presentan una clara aversión a la idea de
representar a Cristo en su forma humana, que se reserva, en cambio, para las
imágenes de devoción en madera en el interior de los templos, pues es en
Ourense donde se conservan los dos ejemplos más tempranos de crucificados
monumentales –los de Santa María de Vilanova dos Infantes, y el Cristo de la
catedral de Ourense–, fechados a finales del siglo XII, obras ambas de factura
exquisita (Yzquierdo Perrín, et alii, 1993, p. 73; Yzquierdo Perrín, 1995 pp.
480-481).
Ya se ha señalado cómo para aludir al salmo 91
en las iglesias de Partovia y Betán se había optado por representar la segunda
persona de Dios en clave simbólica, por medio de una cruz patada, y es más, se
elude figurar a Cristo en su forma humana de tal manera que incluso en aquellos
casos en que cabría esperar su imagen integrada en una escena narrativa que
parece exigirlo así, se opta por figurar cruces, en muchas ocasiones, un
trasunto en piedra de los ricos ejemplares que presidían los altares. Tal es el
caso de la portada occidental de la ya citada iglesia de Santo Tomé de
Serantes, donde el motivo de la cruz sustituye al crucificado en un Calvario
(Delgado Gómez, 1980), flanqueada por las imágenes de los dolientes María y
Juan. Otras fórmulas en las que se integra la cruz gemada como la que la
muestra con palomas posadas en sus brazos en Santa María de Mesego (O
Carballiño) o en San Fiz de Navío (San Amaro) parecen proceder de esquemas
derivados de antiguos sarcófagos paleocristianos de cruz invicta, esquemas que
abundan en la zona sur de la provincia de Pontevedra (Bango Torviso, 1979, p.
71, nota 18). En ocasiones, esas cruces gemadas son trasuntos en piedra de
ricos ejemplares de orfebrería y, a juzgar por los ejemplos conservados, las
iglesias de la provincia contaban con importantes tesoros y una impresionante
variedad de modelos de muy diverso origen. Por ejemplo, en el tímpano de la
portada occidental la de iglesia de San Pedro de A Mezquita (A Merca) una cruz
de origen oriental, derivada de modelos bizantinos, rematados sus brazos en
medallones y con el Agnus Dei ocupando el central, adquiere unas dimensiones
poco habituales (Sánchez Ameijeiras, 2003b).
San Pedro de A Mezquita. Portada
occidental San Xulián de Astureses (Boborás).
Tímpano de la portada occidental
En San Xulián de Astureses, la figura de una
estauroteca jerosimilitana encontraría explicación por la pertenencia del
templo a la Orden del Santo Sepulcro, de modo que proclamaría, en su entrada,
su vinculación con los Santos Lugares; y en la portada sur de Santo Tomé de
Serantes se reconoce una alusión a la cruz esmaltada de Limoges conservada en
la vecina iglesia de San Munio de Veiga (A Bola), perteneciente a la orden de
Santiago. Podría decirse, entonces, que en Ourense –un fenómeno que se extiende
también a tierras pontevedresas colindantes, como es el caso de San Pedro de
Vilanova de Dozón (Dozón, Pontevedra)– existe una tendencia de raigambre
tradicional a anunciar en la portada la rica y prestigiosa cruz que habría de
presidir el altar. Desgraciadamente no se conserva la policromía que animaría
estos relieves, con sus brillantes joyas doradas y decoradas con esmaltes o
cabujones de color, de modo que resulta difícil reconstruir el efecto que
podrían haber producido en los fieles que primero la contemplarían cristalizada
en piedra ante la fachada, y al traspasar el umbral de templo reconocerían cómo
aquella se acompasaba con la más rutilante todavía del interior, generando, de
esta manera, el color y el material un efecto de progresión hacia lo más sagrado.
Esta suerte de fascinación por el oro y las
piedras preciosas puede ser entendida como un rasgo antiquizante, pero también
un ejemplo de la recepción de la nueva estética que desde la Île de France
generó lo que se ha dado en llamar “el primer gótico”, quizá porque
tanto en París como en Ourense las fórmulas conservadoras de los viejos
monasterios prerrománicos habían frenado el arraigo de las nuevas formas y
discursos del románico asociado a la “reforma gregoriana”. Y esta
estética de lo suntuario aflora también en el mobiliario litúrgico de las
iglesias.
San Estevo de Ribas de Sil (Nogueira de
Ramuín). Tabula retro altaris, cara anterior
La tabula retro-altaris de la iglesia de San
Estevo de Ribas de Sil, una evocación tardía en piedra de lo que pudo haber
sido una de las piezas que componían el conjunto gelmiriano de la catedral de
Santiago (Moralejo Álvarez, 1980, pp. 231-236), está presidida, en su anverso,
por una imagen de Cristo triunfante, coronado y con una cruz procesional
gemada, a quien acompañan en el grupo central señalado entre dos columnas,
Pedro, con un libro en la mano y las llaves en otra, y Pablo, calvo, con un
rollo de pergamino y un báculo en Tau; alojados los restantes apóstoles en los
espacios laterales, entre los que destaca un Santiago con el manto poblado de
veneras, como si se cubriese con el hábito de los caballeros de la orden que
llevan su nombre. Aunque se ha querido identificar al personaje contiguo a este
apóstol con San Esteban, confundiendo un manto con una casulla, al protomártir
jamás se lo representa con rostro barbado ni con semejante indumentaria
litúrgica porque, como es sabido, fue martirizado joven, siendo simplemente
diácono (Castiñeiras González, 2011, p. 44 y 2003b, esp. pp. 44-49). Es más,
aunque en ocasiones el colegio apostólico se resume en seis personajes, nunca
se limita a once. Son, pues, los apóstoles, los que se acompañan de Cristo, e
incluso podría decirse que, con sus actitudes y atributos, centran el tema del
discurso en su diáspora evangelizadora. El hecho de que se subraye, por su
tamaño y riqueza, el báculo en Tau del de Tarso y la particularidad de que la
mayoría de sus compañeros se apoye en sus cayados sosteniendo sus libros
cerrados, o que alguno se presente de frente al espectador con él abierto, o el
detalle de que algunos estén descalzos, acentúan las referencias al viaje, al
camino y a la predicación. Es más, como si acabasen de escuchar las palabras
del Maestro, ya resucitado, euntes in mundum universum praedicate evangelium
omni creaturae (Mc, 16:15), algunos se distribuyen por parejas que comentan o
aceptan voluntariamente el mandato con las palmas levantadas, otro señala al Salvador
mientras un segundo lo escucha con su palma levantada y, curiosamente, en los
extremos, sendos apóstoles, exhaustos, se han rendido al sueño, apoyados en sus
cayados.
Esta alusión a la misión apostólica en una
tabula retro altaris de un monasterio benedictino situado en un enclave de
difícil acceso no encuentra sentido si no se recuerda que la vida cenobítica
fue entendida por los exegetas medievales como una suerte de peregrinatio in
stabilitate, o, por decirlo en palabras de san Agustín, los rectos cristianos
deben caminar no con su cuerpo, sino con su corazón. Pero otra razón
justificaría la alusión al episodio que relata Marcos: es Cristo, ya
resucitado, quien ordena a los apóstoles que extiendan la noticia de que con su
sacrificio ha triunfado a la muerte, un mensaje especialmente adecuado para una
pieza que servía de telón de fondo para la celebración de la Eucaristía. No
habría de ser este el único caso gallego en el que la imagen de un apostolado
aluda, en el entorno de un altar, y a pesar de su formulación, a un episodio
evangélico que tuvo lugar tras la resurrección del Salvador. El apostolado que
se arracima en torno a las columnas que sostenían la mesa de altar de la
iglesia de San Paio de Antealtares en Compostela, hoy repartidos entre el Museo
Arqueológico Nacional y el Fogg Art Museum de Cambridge (Mass.) permitían
evocar el Pentecostés. La singular presencia de Matías, que únicamente aparece
en el Evangelio en ese pasaje, cuando los discípulos se vieron en la necesidad
de encontrar un sustituto para Judas, apunta en este sentido, y las lámparas
que hubieron de brillar sobre el altar completarían la puesta en escena del
fenómeno de las lenguas de fuego que figuradamente caerían sobre sus cabezas
(Sánchez Ameijeiras, 2004a).
El acento que en el caminar, en la
peregrinación y en la misión apostólica sostiene la tabula de San Estevo hubo
de desempañar también una función propagandística. Allí peregrinaban los
lugareños para beneficiarse de los muchos milagros que obraban nueve obispos
santos cuyos restos descansaban allí. No por caso lo habían sido de las
diócesis de Ourense, Coimbra, Iria y Astorga. Aunque la documentación más
temprana referida a este fenómeno devocional data de 1220, la tradición era más
antigua, y una de las funciones que desempeñó el nuevo claustro hoy llamado “de
los obispos” y “de las procesiones” fue, precisamente, la de albergar tan
preciadas reliquias, probablemente entonces trasladadas a sepulcros alzados
(Carrero Santamaría, 2002; Castiñeiras González, 2003b). Y es que en ningún
territorio gallego se asiste, como en Ourense, a finales del siglo xii y
principios del xiii a tan masivo “alzamiento” de tumbas de santos. Este
fenómeno habrá de entenderse, de nuevo, en el marco de las muchas estrategias
que el obispado, las órdenes militares, y las nuevas colegiatas diseñaron con
la intención de mermar el extraordinario poder de Celanova. El antiguo
monasterio había conseguido en 1172 una bula papal que proclamaba la santidad
de san Rosendo y procedió a trasladar sus restos a un sepulcro alzado sobre
columnas al tiempo que se redactaba el Liber de vita et virtutibus sanctissimi
Rudesindi episcopi (Sánchez Ameijeiras, 2007, esp. p. 176). La catedral
reaccionó con el encargo de una urna de esmaltes para albergar las reliquias de
san Martín, su titular (Gallego Lorenzo, 1989), y ordenando el traslado del
supuesto sepulcro de santa Eufemia que se alojó en la capilla del crucero que
lleva su nombre, y la redacción de unos Miracula Sancte Euphemie con el objeto
de difundir su culto (Sanchez Ameijeiras, 2012, esp. p. 218 y (en prensa)).
Los santiaguistas participaron en este mismo
proceso, reivindicando la memoria de san Munio, el santo del siglo IX fundador
del templo que ellos habrían de reconstruir en Veiga (A Bola), alzando el viejo
sarcófago a doble vertiente sobre columnas geminadas en cuyos intercolumnios se
labró una Anunciación –columnas hoy reutilizadas como soportes de altar–,
conformando una estructura que debía emular la del monumento de san Rosendo
(Vázquez Castro, 2000 y 2009). El hecho de que las columnas geminadas de Veiga
presenten decoración figurativa en las placas que cubren los intercolumnios
obliga, al menos, a preguntarse si también el nuevo monumento de san Rosendo
contaba con una decoración de este tipo, habida cuenta las vecinas experiencias
orensanas con tenantes de altar figurados que podrían haber servido de
inspiración para esta solución (Sánchez Ameijeiras, 2001, esp. p. 161). Sin
embargo, las impresiones que sobre el monumento dejaron por escrito en el siglo
XVI Mauro Castellá Ferrer y Ambrosio de Morales no hacen hincapié en ello
(Carrero Santamaría, 2002; Vázquez Castro, 2000, pp. 1143 y 2009), quizá porque
no les hubiese llamado la atención o quizá por haber pasado inadvertida ante el
monumental baldaquino y recubrimiento de madera con que se enriqueció el
sepulcro de finales del siglo xii en la segunda mitad del siglo XV (Español
Bertrán, 2000; Carrero Santamaría, 2002).
San Munio de Veiga (A Bola). Sepulcro de
San Munio. Soportes reutilizados como pies del altar mayor
También con un monumental baldaquino y un
recubrimiento de madera se adornó un sepulcro monumental medieval, hoy no solo
perdido sino también olvidado, el de la santa mártir Mariña y sus compañeros en
la iglesia de la colegiata de Santa Mariña de Augas Santas (Allariz). El obispo
orensano del siglo XVIII, Muñoz de la Cueba en sus Noticias Históricas de la
Santa Iglesia Cathedral de Orense da cuenta de un conjunto desaparecido que
vendría a redibujar el panorama de la historia de la escultura funeraria medieval
gallega:
Circunda y rodea la Sepulcral lapida, vn
basamento de piedra labrada, de ordinaria cantería, y sobre él ocho columnas,
en cuyos capiteles se fundan tres bóvedas de la misma piedra; y debaxo de
ellos, sobre pedestales dorados, ay tres Efigies, vna de Santa Marina, en
medio; y á los dos lados, las de Santa Marta y Santa Eulalia de Merida. Corona,
toda esta fabrica, y bobedas vn cimborrio, labrado de madera, con su adorno
todo pintado, aunque el tiempo lo tiene deslucido. Junto al Sepulcro de la
santa y Rexa que lo rodea, ay vn Altar en que se celebra el Santo Sacrificio de
la Missa, cerrando por tres frentes el circuito vnas verjas de palo labrado y
otra hermosa Efigie de nuestra Santa en el Medio (Muñoz de la Cueba,
1727, p. 59).
Si se compara la estructura que señala el
obispo orensano con otros sepulcros de santos peninsulares cabe reconocer en
ella dos momentos diferentes en su construcción. La parte más antigua –las tres
efigies yacentes, el coronamiento pétreo y el altar de piedra a los pies–
podría datarse en la primera mitad del siglo XIII, como intentaremos demostrar,
mientras que el baldaquino de madera podría ser del siglo XV, y la reja
posterior.
Una sucesión de estructuras de este tipo se
registra en el sepulcro de San Juan de Ortega (Barrios de Colina, Burgos) –allí
sin efigie– o en el de Santo Domingo de la Calzada (Santo Domingo de la
Calzada, La Rioja), aunque en este caso un baldaquino de piedra labrado en el
siglo XV vino a sustituir al de comienzos del siglo XIII cuyos restos se
conservan en la cripta de catedral calceatense (Sánchez Ameijeiras, 2004c).
Pero no solo los sepulcros de santos fueron
señalados con un baldaquino. Este elemento arquitectónico puede ser también una
estructura indicativa del alto rango terrenal del difunto. El célebre monumento
funerario custodiado en la iglesia de la Magdalena en Zamora, que muestra un
relieve en el muro con la efigie de una dama difunta descansando en el lecho,
con un coronamiento pétreo compuesto por estructuras cupuladas que reposan
sobre seis columnas constituye el ejemplo conservado más cercano a la descripción
de Muñoz de la Cueba (Sánchez Ameijeiras, 2006, esp. p. 306).
Pero es posible que en Augas Santas no se
estuviese emulando un ejemplar zamorano, sino uno compostelano. La difunta
zamorana no era otra que la madre del monarca leonés Alfonso IX, y el diseño de
su tumba, obra indudable de escultores compostelanos, pudo estar relacionada
con las trazas originales de los sepulcros reales de la catedral de Santiago.
Ya he señalado en otras ocasiones que la disposición de las efigies yacentes de
los reyes Fernando II († 1188), Alfonso IX († 1230) y del infante Fernando (†
1211), situados hoy en la capilla de las Reliquias, a quienes se representa
dormidos y ladeados, de modo que solo pueden ser contemplados desde un punto de
vista, es la propia de monumentos murales y no exentos. Por lo tanto, en el
camino desde su emplazamiento original –la capilla de San Lorenzo, la “capela
dos reis”, como se la cita en el cartulario conocido como Tumbo A, una
capilla fundada por el arzobispo Pedro Muñiz en 1212 para constituir un panteón
regio– hasta su nueva ubicación hubieron de dejar atrás los arcosolios o los
baldaquinos bajo los que estarían alojadas. Cuando se levantó la capilla regia
hubieron de labrarse los monumentos de los dos Fernandos, el padre y el hijo
del monarca, y por entonces se estaba rematando la labra del coro pétreo de la
catedral. El estrecho parentesco que presentan las piezas que coronan sus
sitiales con el baldaquino zamorano invita a proponer unos remates similares
para los sepulcros regios compostelanos. Es más, ecos tardíos de esas mismas
estructuras se encuentran en monumentos del siglo xiv en el interior de la
capilla del Sancti Spiritus, frontera al desaparecido panteón regio, y aunque
hoy sirven de arcas para sepulcros modernos, su iconografía “celeste”
–ángeles incensando– indica que originalmente formaron parte de coronamientos
(Sánchez Ameijeiras, 2013 (conferencia)). Y, por supuesto, el desaparecido
monumento de Santa Marina, en el que se hubieron dejado sentir los ecos
compostelanos, podría esgrimirse como un argumento más en este sentido.
La de Augas Santas, adornada con las preciosas
reliquias, no fue la única de las colegiatas con las que se intentó cercar
hacia occidente el poder de Celanova.
El antiguo monasterio dúplice de Xunqueira de
Ambía (Xunqueira de Ambía) fundado en el siglo X por Gonzalo Froila e Ilduara,
parientes de san Rosendo, fue donado en 1150 al priorato agustino de Santa
María de Sar, que recientemente había asumido la reforma canonical y, en 1164,
cuando el obispo de Ourense Pedro Seguín consagra una iglesia a medio construir,
los canónigos ya estaban instalados en ella. Las afinidades arquitectónicas
entre las dos iglesias canonicales ourensanas –que pertenecen al grupo de las
llamadas “de falso triforio”– se extienden también a la escultura, pues
tanto los capiteles de los interiores de ambas iglesias, como una serie de
relieves conservados en el claustro y en la casa prioral –la única casa prioral
románica conservada en Galicia– de Xunqueira de Ambía denuncian una clara
filiación “mateana”, aunque ya tardía, que cabría relacionar con la
decoración del claustro del Sar. Esta tradición se reconoce en una clave de
arco con un ángel llevando en su seno un alma orante –que remite, en última
instancia a las figuras de los salmeres del Pórtico de la Gloria–, en un
relieve de la Anunciación que parece proceder de la jamba de una puerta, y en
el ángel de la mocheta de la izquierda de una de las fachadas de la casa
prioral (Amado Rolán et alii, 2008 y 2009).
La colegiata de Xunquiera de Ambía reserva,
además, una sorpresa: en el remate del contrafuerte derecho de la portada
principal se reconoce una representación de una loba amamantando a dos niños
que no puede ser otra cosa que una réplica de la célebre loba capitolina, y en
el izquierdo se distingue, en cambio, un grupo escultórico con el que forma
pendant, en el que un lobo inmoviliza a un carnero rendido ya entre sus patas
delanteras. La pareja de la loba protectora y el lobo amenazante se repite en
una iglesia singular que solo recientemente ha gozado de la atención que
merecía: la iglesia del San Pedro de A Mezquita (A Merca), un antiguo
monasterio convertido en el siglo XII en iglesia parroquial dependiente del
obispado y cuya fábrica debió de prolongarse hasta mediados del siglo XIII (Yzquierdo
Perrín, 2013). Las citas a la célebre estatua de bronce que se alojaba bajo el
pórtico del palacio lateranense, que a principios del siglo XIII se había
convertido en símbolo del poder y la soberanía papales, en un contexto
figurativo sacro, no debe sorprender.
San Pedro de A Mezquita (A Merca). Loba
sobre el contrafuerte izquierdo de la fachada occidental
Ya desde el siglo X se atestigua la presencia
de una estatua de bronce de la loba amamantando a Rómulo y Remo en la zona de
la residencia papal, y en esa misma centuria eborarios romanos realizaban el
conocido como díptico de Rambona (Museos Vaticanos), en el que la loba con los
gemelos asciende al Gólgota sobre el que Cristo aparece crucificado, de modo
que aquella se convierte en sinécdoque del pasado romano cristianizado,
sosteniendo a la cristiandad física y alegóricamente (Mazzoni, 2010, pp.
195-197). Pero esa estatua antigua que se cita en el díptico de marfil no es la
misma que hoy se conserva en los Museos Capitolinos y a la que se le añadieron
nuevas imágenes de Rómulo y Remo en el siglo XV. Como el equipo de Lucio
Carcagnile ha demostrado recientemente, a mediados del siglo XII se fundió una
nueva que vino a sustituir a la anterior (Carruba, 2006). Es probable que la
iniciativa partiese del papa Inocencio II (1130-1140), a quien se debe la
intervención más llamativa llevada a cabo en el siglo XII en el Campo
Lateranense, el espacio que se extendía ante el pórtico en el que se disponían
la estatua de Marco Aurelio a caballo –tenido por entonces como Constantino–,
el Espinario sobre una columna de mármol y piezas de una estatua colosal que,
como una suerte de museo particular del papado, mostraban el poder de la Roma
cristiana sobre los vestigios de la antigua (Herklotz, 1985a). Este papa había
hecho transportar el sepulcro del emperador Adriano hasta allí, en vida, para
ser sepultado en él, y trasladado al interior de la basílica (Herklotz, 1985b,
pp. 124-128).
Si en el siglo X la antigua lupa había
encontrado su destino en discursos cristianos labrados en marfil, la nueva
habrá de hacerlo en otros labrados en piedra.
El caso orensano no es el único. En la
desaparecida portada de la segunda fábrica de la catedral de Vic (Vic,
Barcelona) la imagen se repetía flanqueando la entrada al templo, de modo que
el icono del poder papal se presentaba de nuevo como soporte de un ciclo
cristológico que se desplegaba en los capiteles (Barral i Altet, 1974, pp.
115-116). Que la figura se repitiese en cada extremo respondía a las exigencias
compositivas dictadas por una simetría axial, y ese intento de simetría se
advierte también en San Pedro de A Mezquita, si bien se resuelve de manera
diferente: situando afrontadas la loba amamantando a los gemelos y un lobo
aprisionando a un carnero. El paralelismo se ha convertido en contraste: a la
idea de una iglesia romana protectora se oponen, en términos de amenaza
cotidiana, las asechanzas de los lobos, en un medio rural en el que el peligro,
entonces como ahora, era no solo simbólico, sino real.
Con todo, el hecho de que estas parejas se
encuentren, en ambos casos, en lugares elevados, rematando los contrafuertes
podría no ser casual, y redundar en las asociaciones con Roma. El campo
lateranense era también el lugar en el que el papa impartía justicia, y la loba
capitolina presidía las ejecuciones capitales, momento en el que era izada
sobre un contrafuerte de la torre del palacio, y tras celebrar el juicio, se la
devolvía a su localización habitual.
La presencia de la loba en las iglesias
orensanas podría responder, entonces, al hecho de que el atrio hubiese servido
de marco para la administración de justicia, aunque resulta extraño que una
iglesia parroquial como la de A Mezquita contase con ese derecho.
La imagen podría también ser entendida como
símbolo del poder nutricio de la iglesia, habida cuenta que la tradición
figurativa de la Iglesia insiste en metáforas consuntivas no desprovistas de
resonancias eucarísticas. Lo que parece probable es que, teniendo en cuenta las
fechas en las que fueron labradas, en estas portadas resuenen de alguna manera
los ecos del IV Concilio Lateranense:
la cruz de origen bizantino que preside el
tímpano y la loba capitolina debieron de realizarse a partir de modelos
provenientes de Roma, especialmente en el caso de A Mezquita, donde no solo la
loba remitía a modelos romanos, sino también la cruz. Es más, la calidad de su
labra contrasta con el repertorio tradicional y el limitado oficio de quien
esculpió las enjutas y el alero. En efecto, en sus metopas se reconocen
fórmulas desvirtuadas del esquema del vano figurado fraguado en la decoración
de la torre del brazo norte del crucero de la catedral (Sánchez Ameijeiras,
2012, pp. 214-220, y (en prensa)), que ahora se convierte en mero divertimento,
un esquema utilizado también por un escultor de limitado oficio en el tímpano
de la iglesia de Santa Comba do Trevoedo (Maside), en el que tres cabezas
asoman en círculos, como si los tres santos a que estaba dedicada la iglesia se
asomasen desde las mansiones celestes, tal y como se invocaba en la ceremonia
de consagración de la iglesia, una solución extremadamente simple que adquiría
un gran desarrollo narrativo en las portadas occidentales de San Xulián de
Moraime (Muxía, A Coruña) o San Martiño de Moaña (Moaña, Pontevedra) (Sánchez
Ameijeiras, 2003b).
Ourense en época románica fue, por tanto,
tierra de monasterios, de santos, de tesoros, de contrastes, de sorpresas.
Conservadora en sus discursos figurativos sacros, afecta a las metáforas
animales que evocaban a las aves que vagabundeaban a las orillas de sus ríos, o
a las bestias que amenazaban desde la espesura del bosque, orgullosa de sus
riquísimas cruces de oro y piedras preciosas, devota de nuevos santos, un
panorama que se ajusta a una tardía roturación de una geografía difícil y a una
tardía cristianización del ámbito rural. Es más, en la zona suroriental de la
provincia, de difícil acceso, ni siquiera los símbolos cristianos llegaron a
figurarse en la entrada del templo: antiguos motivos prerromanos, como las
ruedas de radios curvos o entrelazos, afloraron en las puertas, en la norte de
Santo Tomé de Morgade (Xinzo de Limia) o en la sur de Santa María de Zos
(Trasmiras) (Yzquierdo Perrín, 1999).
Santo Tomé de Morgade (Xinzo de Limia).
Portada norte
Románico en la Ribera Sacra (Ribeira
Sacra) y el norte de Orense
La Ribera o Ribeira
Sacra (en gallego) es una zona concreta del interior de Galicia a caballo
de las provincias de Orense y Lugo. Se corresponde principalmente con el tramo
final del Río Sil justo antes de fundir sus aguas con el Miño. Dadas sus
similares características históricas y monumentales la denominación de Ribera
Sacra se ha extendido al tramo cercano del Río Miño.
Si todo el interior de Galicia presenta una
impresionante densidad de arquitectura románica, La Ribeira Sacra presenta el
aliciente añadido de ofrecer una colección importante de monasterios
medievales.
Estos cenobios son los herederos de los
asentamientos eremíticos altomedievales que desde el siglo VI se vino
realizando en la zona.
Ya en un documento de 1124 se cita la "ryboira
sacrata" asignándola a la Ribera del Sil, por la concentración de
iglesias, monasterios y cuevas de anacoretas que existían en el lugar.
En La Ribera - Ribeira Sacra hay 18 monasterios
de origen medieval. Muchos de ellos conservan gran parte o elementos dispersos
de su pasado románico. De ellos, algunos de los más importantes son:
San Pedro de Bembibre, Taboada dos Freires, San
Paio de Diomondi, Santo Estevo de Ribas de Miño, Santa María de Pesqueiras,
Montederramo, San Pedro de Rocas, Ferreira de Pantón, San Paio de Abeleda,
Santa Cristina de Ribas de Sil y Santo Estevo de Ribas de Sil.
San Pedro de Rocas
La iglesia de San Pedro de Rocas se encuentra
en el municipio de Esgos, en plena Ribeira Sacra. A ella podemos acceder desde
la capital provincial, Ourense, cogiendo la carretera OU-0536 en dirección a
Pobra de Trives y, una vez recorridos 16 km, se toma un desvío a la izquierda
(OU-0509) que nos lleva directamente al edificio religioso. A escasos metros,
siguiendo un camino empedrado, se encuentra la Fonte de San Bieito, muy popular
en la zona y lugar de visita obligada durante la celebración de la romería
dedicada a dicho santo. Además, en la antigua casa prioral se encuentra el
Centro de Interpretación da Ribeira Sacra y, en él, pueden verse piezas
arquitectónicas correspondientes a diferentes etapas de la ocupación monacal.
Según la lauda, que hoy en día se conserva en
el Museo Arqueolóxico Provincial de Ourense, se trataría del monasterio más
antiguo de Galicia documentado, pues es del año 573. Sin embargo, José Freire
Camaniel discrepa de este hecho. Por otra parte la documentación pereció en un
incendio. Por este motivo, el 23 de abril de 1007, Alfonso V confirma todas las
posesiones a Rocas que anteriormente le habían dado los reyes Ordoño II, Ramiro
II, Ordoño III, Sancho I, Ramiro III y Vermudo II. Es en este diploma donde se
recoge la reconstrucción hecha por Gemondo, en época de Alfonso II (886-910).
En 1185, el papa Lucio III menciona al Prioratum sancti Petri de Rocas entre
las posesiones de la Iglesia de Ourense. De los siglos XII y XIII, podemos
decir que es una etapa de brillantez. En León, Alfonso VII otorga dos diplomas
al monasterio, el 8 de octubre de 1153. En el primero le delimita el coto, y en
el segundo le dona la villa de Velle, añadiéndola al citado coto. Desde la
época de Alfonso V fue dependiente de Celanova.
Iglesia del monasterio de San Pedro
Al llegar a Rocas, el primer edificio visible
corresponde a la antigua casa prioral levantada a finales del siglo XVII y, en
su parte posterior, separado por un conjunto de ocho sepulturas antropomorfas
excavadas en la roca, aparece una segunda edificación en cuyo interior
permanecen los restos de las antiguas estructuras religiosas con restos románicos.
En este lugar no se celebra ningún acto religioso desde que, en 1928, tras un
incendio, la parroquia fue atendida por la de Santa María de Esgos y, más tarde,
se trasladó a un nuevo templo edificado en Quinta do Monte. En la actualidad,
el conjunto monumental de San Pedro de Rocas se encuentra bajo la custodia de
la Diputación Provincial de Ourense.
El antiguo monasterio de San Pedro con su
iglesia rupestre ha sido objeto de interés por parte de eruditos e
investigadores desde tiempos pretéritos. Personajes históricos como el
Licenciado Molina, Fray Felipe de la Gándara o el Padre Sarmiento, se interesaron
en dar a conocer este emplazamiento y a proceder a su análisis
histórico-artístico.
La fecha de fundación del eremitorio primitivo
se ha considerado el año 573 (Era 611), en base a una inscripción grabada en la
denominada lápida fundacional que se conserva en el Museo Arqueolóxico
Provincial (Ourense). Sin embargo, en la actualidad, dicha lauda ha suscitado
cierto debate, llegándose a poner en tela de juicio su autenticidad y
proponiéndose, en cambio, que se trata de una copia efectuada en el siglo XI.
Mosteiro Eremitario do Seculo VI, e a
xoia da Ribeira Sacra escabado na Roca.
Sea como fuere, se admite sin ninguna discusión
la existencia del asentamiento antes del año 900, ya que contamos con un
privilegio otorgado por Alfonso V, datado en 1007, en el cual se hace mención a
una restauración efectuada en el reinado de Alfonso III (886-910). Por otra
parte, se consideran los siglos XII y XIII como su época de máximo esplendor.
El origen del lugar como centro religioso se
vincula a un eremitorio excavado en la roca, considerándose la evidencia más
remota del monacato en Galicia. Centrándonos en el período de la historia del
arte objeto de nuestro interés, el románico, gracias a la documentación llegada
a nuestras manos, sabemos que, en el año 1189, el monasterio y la iglesia
fueron reparados, destacando una donación de los hermanos Nuno y Teresa Gomariz
para proceder a la ejecución de las obras. En este momento debió llevarse a cabo
la ampliación de los oratorios y la disposición de las tres naves en el recinto
religioso.
De este modo, a caballo entre los siglos XII y
XIII, la iglesia adquirió una estructura arquitectónica que todavía puede
identificarse en nuestros días y, para acceder a ella, se debe entrar por el
edificio en cuyo interior se resguarda y cuya fachada data del siglo XIX, según
consta en un epígrafe conservado sobre la puerta de ingreso y en el cual
todavía puede leerse: esta ig(les)ia es de refugio i sa/grado: año: 1809.
Por lo tanto, en el momento de florecimiento
del estilo románico, la iglesia del monasterio de San Pedro constaba de una
estructura excavada en la roca con tres pequeñas naves, cubiertas por sus
respectivas bóvedas de medio cañón que arrancan de una tosca imposta corrida, y
sus correspondientes ábsides para las capillas, con bóvedas de cuarto de
esfera.
Al llegar al edificio, el espectador se
encontraba con una edificación con tres portadas caracterizadas por la
sencillez y la austeridad tanto a nivel arquitectónico como ornamental. La
ejecución de los vanos de acceso se vio limitada por diferentes motivos, entre
los cuales pueden mencionarse la adaptación a una estructura hipogea previa y
las limitaciones proporcionadas por la escasez de espacio y el laborioso
trabajo de apertura en la propia roca.
De los tres vanos de acceso, el del extremo
izquierdo, resuelto con un sencillo arco de medio punto y perfilado en arista
viva, adoptó su actual aspecto en el siglo XVI.
Acceso a la capilla central
La portada central presenta dos arquivoltas en
arco de medio punto. La arquivolta externa se voltea sobre cimacios decorados
con tres filas de billetes y prolongados hasta la chambrana, perfilándose en
baquetón, mediacaña, baquetilla y listel. Su homóloga interna se apea sobre dos
mochetas lisas. Las jambas de esta portada permanecen en arista viva.
De las tres puertas de acceso a la iglesia
románica, sin lugar a dudas, la ubicada en el lado derecho del vano central
presenta una mayor riqueza. La portada muestra una directriz semicircular,
tanto en su chambrana como en la arquivolta.
Mosteiro de San Pedro de Rocas, Esgos,
Galiza. Parte da fachada da antiga igrexa rupestre co arco románico de entrada
á capela da Epístola, e o nicho cos sepulcros de dous cabaleiros xacentes. Acceso a la capilla lateral
La chambrana que envuelve a la arquivolta se
perfila en baquetilla y listel y, además, presenta su caveto decorado con el
motivo de las palmetas, representado de una manera muy esquemática, en el cual
se conservan restos de pintura negra, aplicados en una época indeterminada,
para su mayor visualización.
La arquivolta voltea sobre un cimacio decorado
con cuatro filas de billetes que se prolonga hasta el encuentro con la
chambrana y se perfila en baquetón, mediacaña y baquetón.
El intradós del arco se perfila con el empleo
de la alternancia de un baquetón, una baquetilla, una mediacaña decorada con
rosáceas de cuatro pétalos –dispuestas como la cruz de San Andrés–, una nueva
baquetilla y otro baquetón.
Este perfil se interrumpe al llegar al cimacio
y continúa a lo largo de la jamba con una moldura en baquetilla, mediacaña
–decorada con bolas dispuestas a intervalos regulares– y baquetilla.
En esta portada se aprecian indicios de
reformas o reparaciones puesto que, entre las jambas y la roca madre, se
distingue con claridad como está empotrada una basa correspondiente a una
columna. Al igual que ocurre en la chambrana, en las rosáceas del intradós de
la arquivolta se conservan restos de pintura de color blanco, rojo y azul.
La capilla mayor posee unas dimensiones mayores
que las laterales y su planimetría corresponde a un rectángulo en el tramo de
la nave y en su ábside a un semicírculo, adaptado a una disposición previa en
herradura que se modificó, como también ocurrió con el de la capilla del lado
izquierdo. A ambos lados de la entrada a la cabecera y a escasa altura del
suelo, se tallaron en la roca sendas hornacinas destinadas a la colocación de
imágenes sagradas o reliquias. En el centro de la nave, se abrió en el techo un
lucernario con una doble finalidad: solventar al mismo tiempo el problema de la
iluminación interior y facilitar la correcta ventilación del recinto. Hasta los
años ochenta del siglo XX, en el presbiterio se encontraba un tenante de altar
que, en la actualidad, se conserva en el Museo Arqueolóxico Provincial
(Ourense). Su función original consistía en servir de ara en la cual se
custodiaba una caja con reliquias; por dicho motivo en su parte superior se
realizó un vaciado. Tanto desde el punto estilístico como cronológico esta
pieza podría vincularse con la denominada lápida fundacional, a la cual ya se
hizo alusión.
Debajo del pavimento de la nave, se han
descubierto cinco tumbas, pero tan solo una tiene disposición antropomorfa.
Gracias a la conservación de fotografías de los años 60 del siglo XX, se conoce
la existencia en este espacio de un retablo con una calle en el cual se
veneraba a una imagen de san Benito.
En un momento indeterminado, quizás en el siglo
XVI, las paredes septentrional y meridional de la nave de la capilla principal
fueron perforadas abriéndose sendos arcos de medio punto, lo cual hizo factible
la comunicación de los tres espacios religiosos entre sí. En la misma época se
hizo necesario construir un arco para proceder al reforzamiento de su bóveda.
Puerta de entrada desde la nave central
a la capilla situada en la nave de la Epístola
La capilla del lado izquierdo presenta unas
dimensiones más reducidas. La nave tiene una planta con forma de cuadrilátero
irregular y el ábside la tiene semicircular. En su pared septentrional,
enmarcado por un arcosolio, perduran los restos correspondientes a un mapamundi
con la representación de la diáspora evangélica de los Apóstoles. Este
excepcional hallazgo, dado a conocer por primera vez en medios científicos en
1981, será analizado más adelante. Cuando se levantó el pavimento de la nave,
aquí también se constató la existencia de dos tumbas, una de ellas con forma
antropomorfa.
A la derecha del conjunto, se encuentra la
capilla de menor superficie, con una nave que posee una planta trapezoidal
alargada y un ábside similar al de las otras dos capillas. Se considera la
única que no formaba parte del conjunto primitivo y que se trata de un añadido
realizado en la época románica tardía avanzado el siglo XIII.
A su derecha, se encuentra un excepcional
conjunto escultórico de carácter funerario, enmarcado por un arcosolio de
directriz semicircular, labrado en la roca. En él se identifican los sepulcros
de dos caballeros yacentes que visten ropa secular, mantienen sus manos
colocadas sobre el pecho y poseen una barba abundante. La presencia de la
privilegiada situación de estas estatuas en la fachada de la iglesia se
vincularía por su condición de benefactores del monasterio. La datación
admitida por los investigadores se establece en los alrededores del 1270 y, en
ellos, ha querido verse una influencia de los sepulcros existentes en el
Panteón Real de Santiago de Compostela (1211-1238), obra de maestros del Taller
de Mateo en la catedral compostelana, atribuidos a Alfonso IX, Fernando II,
Berenguela y Ramón de Borgoña, así como de los talleres de León y de Palencia.
En la zona superior de los sepulcros, en un relieve se recrea el traslado del
alma, representada como un niño, en una sábana sujetada por dos ángeles. Este
tema iconográfico se repite en varios sepulcros episcopales existentes en la
catedral de Ourense.
En ambas capillas laterales existen evidencias
y testimonios que atestiguan la presencia en ellas de otros sepulcros y, tanto
en ellas como en la central, se aprecia como existe un desnivel entre la nave y
el ábside, encontrándose este último siempre más elevado. La información
disponible suministra a mayores noticias de un culto en las capillas menores a
san Antonio Abad y a san Sebastián con anterioridad a 1827.
Parte de la fachada con dos sepulcros de
dos caballeros
En tiempos del románico, debió ubicarse un
modesto claustro en las inmediaciones del lado meridional de la iglesia,
acogiendo también el cementerio de la comunidad monacal. De sus restos no
quedan testimonios ya que, sobre ellos, se edificó en tiempos posteriores la
casa prioral.
Con la llegada a Galicia de la reforma
benedictina, impuesta por la Congregación de San Benito de Valladolid a finales
del siglo XV, la iglesia se convirtió en parroquial y su capacidad para acoger
a los fieles y proceder a la celebración de los actos religiosos se hizo
insuficiente. En consecuencia, se tomó la decisión de construir delante de la
fachada románica una nave transversal, conocida con el nombre de iglesia nueva.
De este modo, en su extremo izquierdo se emplazó el presbiterio, abriéndose una
puerta de acceso con un arco de directriz apuntada, hoy tapiada, en el lado
septentrional, razón por la que resultó modificada la habitual orientación
litúrgica del templo (Este–Oeste). A la izquierda del vano de acceso, un
epígrafe nos proporciona la fecha y el nombre del prior bajo el cual se efectuó
la reforma y, aunque su lectura entraña cierto grado de complejidad, una parte
legible del texto dice lo siguiente: esta obra fizo fazer d. fr. gonzalo de
penalva prior de rocas era m cccc xc viii. Gonzalo de Penalva dirigió el
priorato de San Pedro de Rocas entre los años 1490 y 1511, acometiendo la
modificación arquitectónica en la iglesia en el año 1498. En base al epígrafe
recién citado, otros investigadores proponen, sin fundamento, la acometida de
la reforma en el año 1460 a cargo del mismo personaje, sin tener en cuenta dos
datos importantes: en primer lugar, en este año, Gonzalo de Penalva no ejercía
el cargo de prior y, en segundo término, al emplearse el vocablo “era”,
lo interpretan como una datación basada en la era hispánica, restándole los
treinta y ocho años habituales, y no como la era cristiana, cronología en vigor
en estos momentos, y sinónimo de nuestro actual “año”.
Las transformaciones del conjunto eclesiástico
siguieron produciéndose con la llegada de nuevos tiempos; sin embargo los datos
existentes resultan ambiguos para proporcionar fechas concretas. Así, el
llamativo campanario, erigido en lo alto de una gran roca horadada al lado de
la iglesia, y su escalera de acceso se edificaron en algún momento a lo largo
de los siglos XVI y XVII. El incendio propagado en el monasterio en el año 1641
debió de traer como consecuencia la desaparición del antiguo monasterio y la
construcción de la casa prioral, así como una vivienda provisional en el piso
superior de la iglesia.
Fragmentos de elementos arquitectónicos de la
antigua iglesia y monasterio, como capiteles o unos pequeños leones
correspondientes a una tapa sepulcral ubicada en la capilla del lado derecho de
la iglesia, se encuentran fuera de contexto en el interior de la casa prioral.
Además, en la parte posterior de este edificio, se encuentra reutilizado, como
pieza ornamental, un canecillo románico que representa a un ser humano en una
actitud desvergonzada, agachado con la cabeza entre sus piernas y las manos sujetando
sus tobillos, al tiempo que muestra sus nalgas a un posible espectador. Se
trata de un tipo de actitud exhibicionista frecuente en este estilo artístico
y, en especial, en los canecillos que soportan los aleros de las construcciones
religiosas de esta época del medievo. Su simbología se vincula con una actitud
pedagógica y moralizante destinada a recordar a los fieles la reprobación de
vicios como la lujuria o los excesos sexuales.
Si bien se acaba de dejar constancia de la
impronta arquitectónica de la iglesia de San Pedro de Rocas, sin lugar a dudas,
su verdadera magnitud artística recae en la conservación de unas pinturas
murales, ejecutadas sobre una superficie preparada para la técnica al fresco,
que decoraron la pared septentrional de la capilla situada en el lado izquierdo
de la iglesia rupestre, enmarcadas por un arcosolio labrado en la roca.
Posible tumba y restos del mapamundi
Se reconocen diez apóstoles,
identificándose bien nueve con diferentes estados de conservación. Cada uno
está relacionado con el área geográfica a la que se asocia su labor
evangelizadora
El mundo conocido y habitable se
encuentra DIVIDIDO EN TRES PARTES, mediante la cruz de tau “T”, y organizado a
través del MAR MEDITERRÁNEO, que actúa como división, disponiéndose los
continentes de África, Asia y Europa ALREDEDOR DE JERUSALÉN.
En ellas aparecía representado un mapamundi de
los territorios conocidos en aquella época con la intención de dar a conocer la
diáspora de los Apóstoles y la difusión de la doctrina cristiana, siguiendo la
rama I de los manuscritos del comentario al Apocalipsis efectuado por Beato de
Liébana, a cuya tradición pertenecen los beatos de Burgo de Osma (Soria), San
Salvador de Oña (Burgos) y Lorvão (Coimbra, Portugal). En la actualidad los
restos conservados se perciben con dificultad y sus condiciones de conservación
resultan precarias a pesar de tratarse del único mapamundi mural conocido de la
época. No obstante, hasta la década de los ochenta del pasado siglo las
imágenes y detalles podían distinguirse con mayor nitidez y las investigaciones
entonces realizadas dieron sus frutos, en especial gracias a los trabajos de J.
M. García Iglesias y de S. Moralejo Álvarez. De este modo, se determinó que el
mapa seguía las líneas maestras de la tradición cartográfica de los Beatos
respecto a la distribución de los continentes, apareciendo Asia, al Norte,
desproporcionada respecto a los demás, mientras al Este se situaba Europa y, al
Oeste, África, así como un cuarto continente representante de los territorios
desconocidos. Este último se reconoce por la conservación fragmentaria de una
inscripción pintada, cuyo texto ha podido reconstruirse gracias a la
información proporcionada especialmente por el Beato de Lorvão. El texto en
cuestión dice lo siguiente: [id est regio solis ardore] inc[ognita] :
[n]obi[s et in]habita[bilis] : a[nt]ipo[de]s : [habi] ta[re] : ibi :
[dic]un[t]vr.
A mayores se representó un busto nimbado de
cada apóstol en el territorio donde procedió a la difusión del cristianismo,
constando un epígrafe a su lado para proceder a su identificación, habiéndose
constatado con cierta seguridad a los apóstoles Simón, Pablo, Pedro, Bartolomé
(con el brazo alzado) o los dos Santiagos (el Mayor y Alfeo). Por otro lado,
también se emplearon inscripciones pintadas para reconocer los principales ríos
o ciudades, pudiendo leerse topónimos como faro o roma, o bien hidrónimos como
f(lumen) ta[gus] o f(lumen) danv[ivs]. Respecto a Galicia, en la parte
occidental del mural, se identificó la figura de Santiago. La combinación de
textos e imágenes supone un excelente recurso didáctico para la correcta
comprensión del mapamundi.
En la actualidad se viene aceptando como válida
para este mapamundi una datación en el último tercio del siglo xii y, junto con
los restos identificados en la iglesia de San Martiño (Mondoñedo, Lugo),
representa el conjunto pictórico más significativo del Noroeste de la Península
Ibérica. Si bien disponemos de determinadas posibilidades de proponer una
cronología aproximada, no ocurre lo mismo a la hora de saber quién pintó el
mural, aunque los análisis estilísticos parecen revelar la presencia de varias
manos en su elaboración.
A finales del siglo XX se inició una
restauración de la iglesia (comenzada en 1987) y se realizaron rigurosas
excavaciones arqueológicas (1988 y 1989). Estas últimas proporcionaron
resultados de gran interés para un mayor conocimiento de la vida monacal.
Gracias a la arqueología, en los trabajos desempeñados al levantarse el
empedrado existente delante de la fachada de la iglesia, salieron a la luz
numerosos sepulcros excavados en la roca (antropomorfos y con forma oval o de
bañera), correspondientes a tres períodos históricos diferentes: uno de época
prerrománica anterior al siglo X, otro de tiempos románicos (siglo XII) y, por
último, un tercero vinculado a las reformas acometidas en los siglos XVI y XVII.
En el interior del recinto eclesiástico se han inventariado veinticinco tumbas
excavadas, de las cuales solamente cuatro no son antropomorfas.
Montederramo
Municipio ubicado en el centro-nordeste de la
provincia de Ourense. Su capital, donde se halla el viejo complejo monástico,
dista 41 km de la provincial. Se accede a ella, desde esta última, por la
carretera OU-536, tomando una desviación a la derecha tras pasar Vilariño Frío
y poco antes de llegar al lugar de Leboreiro, del que la separan alrededor de 6
km.
Monasterio de Santa María
S us orígenes, como sucede con relativa
frecuencia en Galicia (también en otros territorios), son muy confusos, debido,
en buena medida también, a que los primeros testimonios que nos hablan del
cenobio son falsos, incluido el supuestamente fundacional, otorgado el 21 de
agosto de 1124 por Teresa, hija de Alfonso VI, esposa de Enrique de Lorena y
madre de Alfonso Enríquez, primer rey de Portugal. Se documenta su existencia
con seguridad, a día de hoy, en 1144. El 30 de junio de este año Alfonso VII
hace una donación (tres casares y tres lugares, todos con sus respectivos
privilegios de coto) a San Juan de Montederramo, a su abad Pelayo y a los
monjes que allí vivían sub regula beati Benedicti. Este dato y, sobre todo, la
advocación de la Casa nos confirma que el monasterio no era por entonces
todavía cisterciense. Lo será ya, como muy tarde, en 1163, año en el que, en
una Bula de protección otorgada por Alejandro III el 7 de octubre, se nos dice
que en él se seguía ya esa observancia, corroborada también por otro dato
significativo: su advocación. La Casa se llama ahora Santa María, una
modificación que ha de ponerse en relación con la introducción en ella de las
pautas de vida cisterciense, significadas, según impone su legislación, por
estar dedicadas a la Virgen. Este cambio de advocación, pues, implica también
una alteración de su observancia, un tránsito datable, a la vista de lo que
antecede, entre 1155, año en el que la Casa todavía tiene como titular a san
Juan, y 1163, data en la que esa preeminencia la ostenta ya santa María,
figurando en el mismo instrumento, además, la mención expresa de su pertenencia
a la Orden del Císter.
Suele relacionarse el cambio de advocación del
monasterio con una modificación también del lugar de su emplazamiento, un
trasvase fundamentado en el hecho de que en la Bula de 1163 que vengo
comentando se mencione como posesión del cenobio una granja denominada Sancti
Ioanni Veteris, un topónimo que todavía persiste hoy. A unos 9 km al Norte
del monasterio, en efecto, se halla un lugar denominado Seoane (corrupción de
San Xoán, San Juan en castellano) Vello (viejo en castellano), tal como se
llamaba la granja mencionada en la Bula papal de 1163. Que esta hubiese nacido
como consecuencia de una reconversión obligada por el cambio de emplazamiento
de la comunidad y, consiguientemente, por un reajuste de su estatus, es un
fenómeno no desconocido en ambientes cistercienses y, por tanto, fácilmente
asumible en el caso que nos ocupa.
Montederramo perteneció a la filiación de
Claraval (Clairvaux), la casa fundada por san Bernardo en 1115. Fue un
monasterio importante tras su consolidación como cisterciense. De él
dependieron o a él se vincularon otros cenobios, pequeños algunos (San Martiño
de Piñeira, Santo Adrao, San Cibrao y San Miguel de Ribas de Sil), de relativa
entidad otro (Xunqueira de Espadanedo). Sufrió como todos, no obstante, las
consecuencias de la crisis bajomedieval. En 1518 se incorporó a la Congregación
de Castilla. La necesidad de adaptarse a los nuevos usos y costumbres
introducidos por esta en la vida cotidiana de la comunidad, favorecida esa
exigencia normativa por el saneamiento económico que posibilitaron las
novedades introducidas por ese nuevo organismo rector en la gestión diaria del
dominio de los monasterios, propiciará una renovación paulatina del complejo
constructivo medieval. Estas reformas, en el caso de Montederramo, no afectaron
solo al conjunto claustral en torno al cual se desenvolvía la actividad ordinaria
de la colectividad monástica (claustro propiamente dicho y dependencias
levantadas en su entorno), sino también al templo abacial. Nada significativo
queda del primero (persisten solo, reaprovechados, restos fragmentarios y
dispersos, de escasa relevancia). No sucede lo mismo, en cambio, con el templo
abacial.
La actual iglesia de Montederramo, construida
según las trazas aportadas por el jesuita Juan de Tolosa, fue comenzada en 1598
por el maestro de cantería Pedro de la Sierra. Presenta una planta de cruz
latina, con tres naves de cinco tramos en el cuerpo longitudinal; crucero
saliente de una sola nave, con dos tramos por brazo, y cabecera con cinco
capillas, cuadradas las laterales, dos por cada lado, cerradas a oriente por un
muro común plano. La central, rectangular, es muy profunda, con dos tramos tras
los cuales se dispone una sacristía. Otra, cuadrada y de mayores dimensiones,
se emplaza en el espacio delimitado por el muro sur de la capilla mayor y el
oriental de las ubicadas en el brazo meridional del crucero.
Esta planta responde en esencia, pese a la
fecha de su construcción o, mejor, de su remodelación, a uno de los modelos más
frecuentemente utilizados desde el siglo XII por la Orden del Císter, a la que
perteneció Montederramo, el conocido como “plan bernardin” (planta
bernarda), así llamado por haberse empleado en la segunda iglesia de Clairvaux
levantada bajo la inmediata supervisión de san Bernardo. Se caracteriza por el
empleo exclusivo en su configuración de líneas y ángulos rectos. Solo difiere
del modelo canónico por la extraordinaria profundidad de la capilla mayor,
fruto esta, sin duda, de las novedades aportadas al edificio a partir de 1609
por el maestro Simón de Monasterio. La adecuación del esquema, rectilíneo, seco
y anguloso, a las propuestas estilísticas, las de la Contrarreforma, vigentes
en el tiempo en que se remodela la abacial, explican la supeditación de la
nueva empresa a las pautas de la precedente.
No es la planimetría el único aspecto en el que
se evidencia el impacto del edificio precedente sobre el actual.
Cabe detectar su huella en otros rasgos, tanto
en el interior (concepción espacial, tipo de pilares y soportes o presencia de
arcos apuntados, por ejemplo) como en el exterior (ordenación de las capillas
laterales de la cabecera o conformación de la fachada occidental, por ejemplo).
Más importante que todo ello, sin embargo, es poder constatar hoy la evidencia
física de vestigios significativos de la iglesia medieval. Se sitúan estos en
su costado meridional, al que se adosa el claustro procesional, desde el cual
son visibles.
No debe extrañar la aparición de restos
medievales de entidad en esta zona del templo, que no se derribó, sino que
quedó oculta, embutida por construcciones o intervenciones posteriores. Se
infiere esto tanto del proceso constructivo del complejo monástico (la planta
baja del actual claustro procesional, verosímilmente sucesora de la
configuración de la del medieval, se levantó y adosó al templo que precedió al
que hoy persiste y lo mismo sucedió con la superior, algo posterior a la
inferior) como de las cláusulas del contrato suscrito el 23 de marzo de 1598
por la comunidad con el maestro Pedro de la Sierra para la ejecución de la
nueva iglesia abacial, en el que no se dice en ningún lugar que se derribe todo
lo existente, sino solo lo que “fuere menester”, propiciando, con ello,
el ensamblaje de las fábricas, la vieja y la nueva.
Son los restos citados, por un lado, dos
ventanas, aparecidas y recuperadas en el transcurso de los trabajos que en el
monasterio se hicieron, a principios de la década de los ochenta del pasado
siglo, para convertir el claustro procesional y las dependencias que lo
rodeaban en un centro escolar.
Las ventanas, de gran simplicidad, son muy
similares entre sí. Constan de dos arquivoltas semicirculares y chambrana de la
misma directriz. Aquellas presentan sección prismática, de aristas vivas, sin
ornato alguno.
Las chambranas, por su parte, ofrecen, la de la
occidental, sección prismática lisa, la de la oriental un sencillo perfil de
nacela también sin decoración alguna.
Las arquivoltas, en los dos casos, voltean
sobre columnas acodilladas, bien conservadas las del vano oriental,
deterioradas las interiores del occidental.
Poseen todas fustes lisos, casi monolíticos, y
basas áticas comunes, con toro inferior aplastado y en algún caso con garras,
asentadas sobre plintos cúbicos, no siempre visibles hoy.
Los capiteles, vegetales en su totalidad, son
muy simples. Se evidencia en ellos la tendencia a ceñir el ornato al bloque en
la parte inferior de la pieza, marcándose fuertemente, en cambio, sea con
bolas, sea con hojas, sea con volutas, los ángulos superiores. En un capitel,
el exterior oriental de la ventana de poniente, las hojas situadas en las
esquinas, estilizadas y de escaso resalte como todas, ofrecen una importante
novedad: poseen un largo y muy vistoso eje perlado.
Los cimacios, de nacela, son lisos, salvo el
correspondiente al capitel exterior de naciente de la ventana occidental,
decorado con pequeñas bolas. Todos los cimacios se prolongan ligeramente en
imposta por el frente del muro, sirviendo de elemento de separación entre él y
la chambrana que ciñe al conjunto.
El hueco central actual de las ventanas no es
el primitivo. Fue ampliado. El anterior sería aspillerado, más estrecho, pues,
que el que vemos en la actualidad.
Las ventanas, por su simplicidad estructural y
el tipo de capiteles que exhiben, con ornato vegetal sencillo y de escasa
proyección volumétrica, responden a pautas que podemos considerar habituales en
empresas cistercienses. La presencia en su conformación de ingredientes tan
marcados y significativos como los ejes perlados citados en las hojas de un
capitel o el empleo de bolas lisas en el cimacio que esta misma pieza exhibe
invitan a pensar, sin embargo, en la intervención en nuestro templo de artífices
formados o en el chantier de la catedral de Ourense, donde tales elementos son
habituales, o en empresas del tipo de Santa Mariña de Augas Santas (Allariz) o
de Santa María de Xunqueira de Ambía, a su vez emparentadas o, mejor, deudoras
de ese templo diocesano.
Con la sede auriense se relaciona también el
segundo bloque de restos significativos conservados del templo medieval de
Montederramo, hoy ocultos, no obstante, como consecuencia de los trabajos de
remodelación, ya citados, del claustro procesional y de su entorno para la
instalación de un centro escolar a principios de la década de los ochenta del
siglo pasado. Lo integran dos grandes arcos de medio punto, doblados y de
sección prismática, de aristas vivas ambos, uno, el oriental, ubicado en el
primer tramo de la nave meridional, conservado casi en su totalidad, el otro,
en el tramo inmediato por el oeste, tan solo en parte. Se dispone entre ellos,
para su apoyo, un soporte prismático muy alterado.
Estos arcos, explicitando una fórmula que en
Galicia se difunde con éxito a partir de su empleo en el costado occidental del
brazo del crucero de la catedral de Santiago de Compostela, siendo la sede
auriense una de las empresas que lo adopta y que también lo exporta, servirían
para atar los contrafuertes de las naves laterales de la abacial de
Montederramo.
Las incuestionables relaciones formales
existentes entre la iglesia monástica que analizamos y la catedral diocesana
ourensana, sean directas o indirectas, a través, en este caso, de fábricas
interpuestas del tipo de las ya citadas de Augas Santas o Xunqueira de Ambía,
más verosímiles estas últimas vista la escasa finura de los ingredientes
llegados hasta hoy, permiten datar los vestigios que nos ocupan y, con ello, la
parcela del edificio en que se hallan, su cuerpo longitudinal, en el entorno
del año 1200. Anteriores, sin duda, serían la cabecera, zona por donde en
circunstancias normales se empezaban entonces los edificios, y el crucero. No
puedo precisar, por falta de vestigios, sus cronologías relativas, con
seguridad más tempranas que la de las naves, ni tampoco, por la misma razón, su
filiación estilística, pues tanto pudo ser ajena al entorno como producto de él
en su totalidad o solo en parte. Planimétricamente, en todo caso, el modelo
implantado en esa zona del templo responde a pautas foráneas, importadas,
usuales dentro de la Orden y, sobre todo, en la rama a la que pertenece
Montederramo, la de Clairvaux-Claraval, desde los años centrales del siglo XII.
Nada significativo de tiempos medievales se
conserva en la actualidad en el complejo constructivo que conforman las
dependencias en las que se desarrollaba la vida cotidiana de la comunidad de
Montederramo. Son todas producto de la renovación que conoció el conjunto en el
transcurso de la Edad Moderna.
San Paio (Pelayo) de Abeleda
San Paio de Abeleda constituye una de las
dieciséis parroquias que componen el municipio de Castro Caldelas.
Para llegar desde la capital provincial,
distante unos 56 km, tomamos la carretera C-536 hasta Castro Caldelas. Desde
allí, se gira a la izquierda, por detrás del castillo, siguiendo la LU-903 que
baja hasta el valle de la Abeleda. El monasterio ya se divisa desde el pueblo
de Santa Tegra.
San Paio se encuentra en la falda del monte
Follatedo, en el curso del río del Castro, rodeado de viñas y prados que,
aunque hoy son propiedad privada de los vecinos, en otros tiempos pertenecieron
al monasterio.
Iglesia monasterial de San Paio
Pocas son las noticias que se conservan de este
cenobio. La primera noticia data de 1127, cuando Alfonso VII demarca su coto en
favor de los caballeros Sancho y García González, lo que confirmaría que
estaríamos ante un monasterio particular o familiar. En 1154 aparece citado el
primer abad, si bien la vida cenobítica no debió de durar mucho tiempo, pues en
1223 parece que ya estaba constituida como abadía seglar con un capellán, un
clérigo y un abad.
Los beneficios del monasterio correspondieron
en alternancia a los condes de Lemos y al de Ribadavia o Amarante. Más tarde
evolucionó hasta convertirse en beneficio monasterial, patronato de la Casa de
Lemos, y a su cargo quedó solo un párroco que conservaba el título de abad.
Pasado un tiempo, el duque de Berwick, de la Casa de Lemos, se incautó de sus
derechos. Con la reforma monástica pasó a convertirse en abadía, hasta que,
avanzado el siglo XIX, tras la Desamortización de Mendizábal, los duques de
Alba se hicieron con los bienes del cenobio. Más tarde, según una sentencia del
Tribunal de Rota de 1879, el monasterio pasó a manos de la Corona.
Se trata esta de una iglesia de una sola nave,
dividida en tres tramos por dos arcos sustentados sobre columnas, y ábside
rectangular, que está realizada en un aparejo isódomo de pizarra, reservando la
utilización de granito para el ábside y la portada y ventana meridionales.
Hoy presenta un estado ruinoso y de abandono,
estando muchas partes cubiertas por la vegetación y habiendo perdido también la
cubrición a dos aguas de madera que presentaba el tramo occidental de la nave.
Por otro lado, ha sufrido varias adiciones,
como en la parte oriental de su fachada septentrional, donde se ha levantado
una capilla funeraria con bóveda de crucería y un escudo en su exterior,
presentando también diversas dependencias en su flanco meridional, que ocultan
tanto la portada correspondiente a este lado, como parte del paramento del
ábside.
La fachada occidental también ha sido muy
transformada, habiendo sufrido una reconstrucción casi total en 1793, aunque
conserva algún elemento románico.
Entrada al recinto
La portada principal se compone de dos
arquivoltas semicirculares cobijadas por una chambrana moldurada en listel,
dividiéndose este en tres estrechos filetes por dos líneas incisas, y nacela.
Las arquivoltas, de roscas de perfil rectangular, están formadas por dieciocho
dovelas la mayor y doce la menor.
En cada una de estas dovelas se ha labrado un
motivo ornamental a base de una espiral que inicia su recorrido apretadamente,
pero cuya última vuelta se separa del centro, haciendo que el conjunto adopte
la forma de una concha de caracol, rematándose además con un corto trazo recto.
Chambrana y arquivoltas apearían sobre los codillos de aristas vivas a través
de una imposta moldurada en un listel al que se le ha rebajado su tercio
inferior, y bisel, si bien el tramo sobre el que se sustentaría la chambrana ha
sido eliminado. Por su parte, el tímpano, semicircular, apea en dos mochetas
molduradas en nacela y con motivos vegetales, que, como el interior de la nave,
exhiben restos de policromía. La mocheta septentrional presenta una hoja picuda
que se vuelve sobre sí, enseñando su anverso con un resaltado nervio central,
que cobija una gran bola.
Por su parte, la mocheta meridional, muy
similar, muestra también una ancha hoja de nervio central rehundido, así como
nervios radiales incisos, y mantiene también una bola pegada a su ápice,
situándose sobre su anverso bilobulado una segunda bola, más pequeña. El resto
de la fachada se corresponde ya con las obras barrocas de finales del siglo
XVIII.
La fachada meridional de la nave se divide,
longitudinalmente, en dos tramos, el primero algo más bajo, que se cubre con
techumbre de madera a dos aguas, hoy caída, y que da paso al segundo, en el que
aún se conserva su remate de cornisa sustentada por una serie de canecillos, y
que al interior se cubre con espacios abovedados. Este tramo más oriental es
delimitado por dos gruesos contrafuertes coincidentes, el occidental con la
columna entrega que sustenta el primero de los arcos del interior, y el oriental,
con el de ingreso al ábside, pero que, no obstante, son posteriores a la
fábrica románica.
En este tramo oriental de la fachada meridional
se encuentra la portada, hoy oculta al exterior por unas dependencias modernas.
Se configura mediante un arco de medio punto de rosca lisa formado por seis
dovelas, de las que las dos que constituyen la clave son de menor tamaño.
El arco es cobijado por una chambrana moldurada
en listel y nacela, en la que se dispone una decoración a base de tres filas de
billetes, de los que, los que ocupan la central, son más gruesos. El arco apea
sobre columnas acodilladas cuyos capiteles presentan el mismo tema de dos
cuadrúpedos, probablemente leones, de largas y estilizadas patas, afrontados, y
que comparten una misma cabeza situada en el ángulo. Los fustes de las columnas
son cilíndricos, lisos y monolíticos, no resultando visibles las basas. Debido
a la elevación del suelo, se ha cortado la mitad inferior del tímpano para que
el vano ganase altura, perdiéndose, por tanto, las mochetas que sustentarían su
dintel. Sobre esta portada se abre una estrecha ventana rectangular barroca.
En el extremo este de la fachada meridional se
abre una ventana completa. El contrafuerte que se halla junto a ella, y que
refuerza el arco absidal, se adosa a su capitel oriental, superponiéndose a la
chambrana y eliminando un tramo de imposta, con lo que resulta claro el
carácter posterior de este estribo. La ventana se conforma mediante un arco de
medio punto adornado por una chambrana moldurada en listel y nacela, en la que
se dispone una serie de grandes bolas, que cobija, como en el caso de la portada
meridional, una rosca lisa en arista viva. Chambrana y arco apean sobre un
cimacio impostado de perfil en listel y nacela, que también se adorna con tres
filas de billetes, alternándose uno de mayor tamaño seguido de otros dos a los
que dobla en grosor. La imposta apea sobre columnas acodilladas, las cuales
presentan en sus capiteles motivos vegetales a base de grandes hojas,
sustentados por unos cortos fustes monolíticos y cilíndricos apoyados sobre
unas basas áticas de toro inferior muy aplastado, y estrecho plinto
rectangular. Tanto la portada como esta ventana, realizadas en granito,
contrastan con el material empleado para la realización de los paramentos, una
pizarra gris verdosa.
Se corona la fachada con una cornisa en listel
sustentada por una colección de canecillos de carácter geométrico, entre los
que se cuentan ejemplos de nacela simple, cilindros en la parte superior de
esta, o bien de proa.
El ábside, más bajo y estrecho que la nave,
mantiene su fachada meridional prácticamente oculta por la sacristía y por la
vegetación. Seis canecillos sostienen una cornisa moldurada en un listel liso,
a excepción de un segmento de la misma, que recibe en su parte inferior una
decoración de tres filas de billetes. Entre los canecillos destaca uno de
carácter geométrico que muestra una sucesión de tres rollos dispuestos
horizontalmente, de los cuales el central presenta un menor desarrollo. Se
distinguen además tres figurados: uno de ellos con la imagen de un gato que
expone su dorso al espectador, otro muestra la cabeza de un animal, de largo
morro afilado y grueso cuello, que extiende sus finas patas delanteras ante sí,
y el tercero, que ocupa la posición más oriental, y que representa a un
contorsionista que asoma la cabeza entre sus piernas levantadas, agarrándose
las nalgas con las manos para mantener la postura. Las metopas situadas entre
los canecillos reciben una decoración a base de rosetas de largas hojas
inscritas en círculos delimitados por finos aros, estando ambos elementos
labrados en relieve.
Desde el Este, el testero del ábside muestra
una saetera, cegada en parte, y que impide ver su ápice semicircular,
apreciable desde el interior.
La fachada septentrional del ábside perdió
parte de su cornisa junto a varios canecillos, quedando únicamente dos: el más
oriental presenta una nacela que alberga cinco formas ovales, una ocupando el
centro, y las otras los ángulos; la parte lateral de su cornisa se decora con
dos filas de billetes. El otro canecillo muestra una cabeza de animal. Además,
en la mitad occidental del paramento se abrió una saetera formada por un arco
conopial de amplio derrame, probablemente coincidiendo con las obras de construcción
de la moderna capilla.
En cuanto a la nave, su fachada septentrional
aparece también, en gran medida, cubierta por la vegetación. Resulta visible,
en su extremo oriental, la capilla funeraria de los Taboada-Quevedo, señores de
la casa de Couto, que muestra un escudo de nobleza, y que data del siglo XVI.
Esta capilla oculta la ventana completa que se abre en este paramento
septentrional, coincidente con la ya comentada del flanco meridional. Otra
estrecha ventana rectangular, barroca, se abre en eje con la también existente
en el lado sur. Por su parte, se corona la fachada con una serie canecillos que
sustentan una cornisa que solo en algunos tramos se conserva en su formulación
original, perfilada en listel y nacela, siendo sustituida en varios puntos,
como en la práctica totalidad de la del paramento sur, por un simple listel
liso. Los canecillos son de proa.
Pasando ya al interior, este presenta una
sucesión de dos arcos compartimentando la nave rectangular, que apean en
columnas entregas que se embeben en pilastras. El primer arco, alcanzando casi
la totalidad de la altura que presentan los paramentos, se abre en un
semicírculo levísimamente apuntado, resolviéndose en dos arquivoltas: la más
gruesa apea sobre la columna entregas, mientras que la exterior lo hace sobre
las aristas de los responsiones, molduradas en bocel y encapiteladas formando
estrechas columnillas acodilladas. Este mismo esquema, aunque empleado en el
arco triunfal, se repite, por ejemplo, en San Salvador de Sobrado de Trives
(Ourense) y en San Salvador de Valboa (Lugo), aunque también lo hace en un buen
número de templos de la zona central de Galicia. Los arcos que apean sobre
estas columnillas muestran una moldura sencilla a base de un bocel entre
junquillos, mientras que su intradós presenta una serie de tres medias cañas
poco excavadas separadas por dos aristas. Por su parte, el arco central, de
rosca menor, muestra una sucesión de listel y junquillo, rematando las aristas
en dos boceles que se continúan hacia el intradós, separados estos de otra
media caña central, flanqueada por listeles, por dos medias cañas poco
profundas. Apean estos arcos sobre el capitel y los capitelillos a través del
cimacio que estos comparten, moldurado en listel y nacela. Los del lado
septentrional presentan una decoración con motivos vegetales a base de
cuadrifolias de nervio central inciso, florones de pétalos con su parte
interior excavada y protuberante botón central, hojas de diverso tipo y piñas,
disponiéndose unos vástagos apretados en volutas en los ángulos. Los del
meridional muestran también una decoración vegetal con diversas hojitas,
algunas de borde prominente y nervio central inciso, y vástagos en espiral,
reservando la decoración figurada al capitel, en el que se presenta en actitud
de marcha, con sus garras sobre el astrágalo, a un león de morro alargado y
aguzados colmillos, que hace asomar una larga lengua entre ellos. La cola, que
pasa por entre las ancas y se apoya sobre el lomo por detrás de este, tiene un
remate triple, a modo de penacho.
Estas columnas, de fustes formados por
diecisiete tambores de altura igual a las hiladas en las que se embeben,
muestran unas basas de perfil ático, en las que, no obstante, la escocia se
sustituye por unas molduras de junquillos, seguidas de un toro inferior muy
aplastado, que apea sobre un plinto redondo dispuesto, a su vez, sobre un podio
también redondo de arista abocelada. Las columnillas, por su parte, presentan
un tambor más que las columnas, debido a que carecen de basa y apean
directamente sobre el podio. Este arco delimita el primer tramo de la nave, con
cubierta en madera a dos aguas, hoy completamente caída, y conduce al segundo
tramo, cubierto con bóveda de cañón reforzada por un segundo arco que apea en
dos columnas acodilladas de fustes entregos.
En este segundo tramo de la nave se abre en el
paramento septentrional una capillita bajo un arco semicircular, ya moderna,
mientras que en el meridional lo hace la puerta que al exterior presenta una
portada. Esta se conforma mediante un vano de medio punto de rosca lisa y
arista viva, cobijada por una chambrana moldurada en listel y nacela,
adornándose esta con una serie de tres filas de billetes. Sobre estos vanos, en
ambos flancos de la nave, una imposta recorre el paramento desde donde confluye
la parte interna del primer codillo con este, extendiéndose hacia los codillos
y cimacios de las columnas del segundo arco, hasta las ventanas completas del
tercer tramo de la nave, que arrancan sobre ella. Esta imposta repite la
decoración ya vista, moldurándose en listel y nacela, en la que se disponen
tres filas de billetes.
Limitando el extremo oriental del segundo tramo
de la nave, y dando paso al tercero, se abre un arco semicircular doblado y con
chambrana. Esta muestra el reiterado tema de los billetes.
La dobladura se moldura en dos boceles, uno de
ellos matando la arista, mientras que la rosca interior es lisa, de sección
rectangular y aristas vivas. Chambrana y dobladura apean sobre el muro a través
de la imposta, mientras que el arco interior lo hace sobre columnas
acodilladas.
La septentrional presenta un capitel figurado
en el que los ángulos son ocupados por monstruos híbridos con cabezas similares
a las humanas, aunque con rasgos grotescos, de grandes ojos y narices como
picos de ave, y que muestran unas bocas que, abiertas, tienen una forma de ocho
tumbado. Las patas parecen de león y las garras, con las que se asen
fuertemente al astrágalo, de águila. Sobre ellas, se repite el tema de los
vástagos avolutados, mientras que en el limbo del capitel una gran cabeza
humana se asoma entre dos hojas. Por su parte, el capitel meridional presenta
en su ángulo occidental un monstruo muy semejante a los comentados, mientras
que el ángulo opuesto es ocupado por una gran hoja, ancha y carnosa, que se
vuelve sobre sí avolutando su ápice, y que muestra nervaduras resaltadas en su
anverso, así como una serie de pequeños triángulos a lo largo de su borde.
Sobre ambos ángulos, de nuevo encontramos el tema de las volutas, y en el limbo
la cabeza de un monstruo de grandes ojos y boca circular.
Las hojas de estos capiteles son muy similares
a las que se encuentran a partir del crucero y en los primeros tramos de la
nave de la catedral compostelana, que ejercerán una enorme influencia a partir
de mediados del siglo XII, alcanzando este tipo una gran difusión en el arte
gallego. Así, podemos citar de nuevo la iglesia de Sobrado de Trives, ya que el
capitel meridional de su arco triunfal muestra unas hojas muy parecidas, la
iglesia de Castro de Amarante (Antas de Ulla, Lugo), o bien los capiteles exteriores
del ábside de la también lucense de Ferreira de Pantón. En cuanto a los fustes,
estos se componen de once tambores y apean sobre unas basas de perfil ático las
cuales, a su vez, se apoyan sobre un plinto cuadrangular, mostrando así la
influencia compostelana al alternar ambos tipos de pedestales, cilíndricos y
cuadrados.
Una vez sobrepasado este arco, nos hallamos en
el tercer tramo de la nave, en el que, al Norte, se abre la renacentista
capilla funeraria de los Taboada-Quevedo, y, sobre ella, la ventana que,
precisamente por la construcción de la capilla, ha sido cegada. Esta se compone
de un arco de rosca lisa rodeada de una chambrana abilletada, sustentados ambos
por una imposta de igual decoración, que apea sobre columnas acodilladas de
capiteles vegetales a base de anchas hojas picudas de nervio central excavado a
bisel, y basas áticas. En el paramento meridional, otra ventana repite el
esquema, con capiteles vegetales en los que, el del lado oriental, muestra unas
anchas hojas en cuyos ápices portan unas bolas de las que emergen dos brotes
que caen sobre el anverso de las mismas, de nervio central excavado y bordes
interiores dentados, mientras que el del lado occidental, mostrando el mismo
tema, carece, sin embargo, de esas bolas. En este tramo meridional del
paramento, bajo la ventana, se hallan los restos de un fresco de temática
mariana, aunque ya moderno.
Este tercer tramo de la nave se cubre con una
bóveda de cañón apuntado que arranca sobre un soporte continuo rectangular
adornado con la imposta de billetes, y dispuesta transversalmente.
El acceso al ábside se realiza a través de un
arco de medio punto, de rosca lisa en arista viva sobre la que se dispone una
chambrana abilletada. El arco apea sobre las jambas lisas y en arista a través
de una imposta que mostraría el mismo tema del abilletado, aunque hoy no se
conserva por haber sido repicada para acomodar los retablos laterales.
Por su parte, en el lado septentrional de este
muro de cierre de la nave, en un sillar inmediato al paramento norte de la
misma, se halla un signo inscrito. Se trata de una lacería compuesta por tres
líneas incisas que forman un nudo en el rectángulo en torno al cual se
organizan, en la mitad de cada cara y en sus esquinas, generando en el centro
del mismo un rombo. Un motivo muy similar lo encontramos profundamente grabado
en el tímpano de la puerta sur de Santa María de Zos (Trasmiras, Ourense), y
que Yzquierdo Perrín relaciona con composiciones de origen castreño que, como
observa, son relativamente frecuentes en iglesias románicas del norte de
Portugal (Zos, situada en A Limia, no estaría muy alejada de esta zona). No
obstante, podemos encontrar lacerías de este tipo en un capitel de la cabecera
de San Pedro de Porzomillos (A Coruña), o bien en el pilar derecho de la
portada occidental de San Salvador de Vilar de Donas (Palas de Rei, Lugo). Para
Carrillo Lista, el primer diseño guarda parecido con metopas ourensanas de
Castrelo de Miño, San Xoán de Ribadavia y Santo Estevo de Ribas de Sil. Por su
parte, como sugiere García Lamas, pudiera tratarse de un peculiar signo
lapidario inspirado en el arte de la escritura, en concreto, en los signos de
validación que ornan los escatocolos. Uno de ellos, muy difundido en el
Medievo, responde en lo básico a las tramas de estas lacerías, presentando un
enmarque cuadrangular con vueltas angulares y una forma romboidal o estrellada,
bien inscrita o circunscrita.
En este sentido, en el Archivo Catedralicio
Ourensano se conservan varios documentos en los que se muestran signos
similares, constituyendo firmas notariales, tales como las de Albaro de Bouzas,
Lourenzo Eanes o Xoan da Cruz.
En el interior del ábside, una imposta idéntica
a las comentadas recorre tanto los paramentos laterales como el testero,
ciñendo en este el ápice semicircular en que se abre la saetera de su eje. Este
vano se configura por un arco de medio punto formado por tres dovelas,
mostrando un fuerte derrame interior. Una bóveda de cañón levemente apuntado
que arranca sobre la imposta resuelve la cubrición.
Por su parte, procede de esta iglesia la pila
bautismal que hoy se halla custodiada en la capilla del vecino pueblo de
Soutelo. Labrada en un gran bloque granítico al que se le añadió posteriormente
un fuste ochavado y un pie, la pila presenta una copa semiesférica en cuya
parte superior se dispone un labio moldurado en bisel. Bajo él, y formando ya
parte del cuerpo, dos junquillos delimitan una banda, destacándose en relieve
en su superficie una serie de bolas separadas entre sí por otras más pequeñas
que las flanquean, y que se disponen una sobre la otra o bien en diagonal.
Inmediato a esta banda, un junquillo forma una serie de arcos rebajados bajo
los que se cobijan otros tantos gallones helicoidales de cuerpo abocelado.
Quedan en ella restos de pintura, ocre en la superficie que media entre los
gallones y en los motivos en relieve que adornan la banda superior, oscura (tal
vez azul en origen) entre el junquillo inferior de la banda y el que forma los
arcos, y blanca sobre el cuerpo de los gallones.
De la iglesia también es reseñable el encalado
que presentan los paramentos interiores y la policromía de color azul, rojo y
amarillo que viste capiteles e impostas que, aun debiéndose a diversos
repintes, probablemente respete las tonalidades originales. En cuanto a la
cronología, podemos suponerle una fecha de realización en torno a 1180.
Bibliografía
AA.VV. A Iluminura em Portugal. Identidade e
Influências, Lisboa, 1999.
Abel, Mickey, “Three Dimensional Voice: The
Overlooked Language of the Archivolted Portals of Western France and Northern
Spain”, en Mittelalterliche Bauskulptur in Frankreich und Spanien.
Im Spannungsfeld des Chartreser Königsportals
und des Pórtico de la Gloria in Santiago de Compostela / La escultura medieval
en Francia y España. Las zonas de confluencia entre el Pórtico Real de Chartres
y el Pórtico de la Gloria en Santiago de Compostela, Rückert, Claudia y
Staebel, Jochen, eds., Frankfurt, 2010, pp. 227-249.
Andrade Cernadas, José Miguel, El monacato
benedictino y la sociedad de la Galicia medieval (siglos x al xiii), Sada,
1997.
Amado Rolán, Nieves, Blanco Rotea, Rebeca y
García Rodríguez, Sonia, “La colegiata de Santa María la Real de Xunqueira de
Ambía: la recuperación de su palacio prioral”, Cuadernos de Estudios Gallegos,
121 (2008), pp. 139-172.
Amado Rolán, Nieves, Blanco Rotea, Rebeca,
García Rodríguez, Sonia y Rodríguez Paz, Anxo, “Las distintas transformaciones
espaciales y funcionales del Pazo Prioral de la Colegiata de Santa María de
Xunqueira de Ambía (Xunqueira de Ambía, Ourense), Aquae Flaviae, 41 (2009), pp.
489-499.
Andrade Cernadas, José Miguel, El monacato
benedictino y la sociedad de la Galicia medieval (siglos x al xiii), Sada,
1997.
Andrade Cernadas, José Miguel, “Benedictinos y
cistercienses en la Ribeira Sacra”, La Ribeira Sacra: esencia de espiritualidad
de Galicia, Santiago de Compostela, 2004, pp. 79-90.
Argáiz, Gregorio de, La Soledad Laureada por
San Benito y sus Hijos en las Iglesias de España, vol. III, Alcalá, 1675.
Bango Torviso, Isidro Gonzalo, Arquitectura
románica en Pontevedra, A Coruña, 1979.
Bango Torviso, Isidro Gonzalo, Galicia
románica, Vigo, 1987.
Barral i Altet, Xavier, La catedral románica de
Vic, Barcelona, 1974.
Barriocanal López, Yolanda, El monasterio de
Santa Cristina de Ribas de Sil, Vigo, 1990.
Barriocanal López, Yolanda, “Arte”, en AA.VV.,
Galicia. Ourense, Madrid, 1998, pp. 145-200.
Baxter, Ron, Bestiaries and their Users in the
Middle Ages, London, 1998.
Blanco, Ignacio, “La Ribera de los sentidos”,
en Villares Paz, Ramón (et. al.): La Galicia de los monasterios, A Coruña,
2003, pp. 265-276.
Blanco Rotea, Rebeca y García Martínez, Sonia,
“Lectura de alzados e estudo documental do mosteiro de San Pedro de Rocas,
Esgos (Ourense)”, Actuacións Arqueolóxicas. Año 2006, Santiago de Compostela,
2008, pp. 96-97.
Bonet Correa, Antonio, La arquitectura en
Galicia durante el siglo xvii, Madrid, 1966.
Cacharrón Mojón, Alberto, Montederramo, el
poder monacal a orillas del Mao, Ourense, 1988.
Carrero Santamaría, Eduardo, “The Bishop-Saints
of Galicia and León (Ninth to Eleventh Centuries)”, en Valdez del Alamo,
Elisabeth y Lamia, Stephen. (eds.), Decorations for the Holy Dead, Tourhout,
2002, pp. 93-110.
Carrero Santamaría, Eduardo, “Paraliturgia,
ajuar y lugares de enterramiento en torno a los obispos santos de Galicia y de
León entre los siglos IX y X”, Porta da Aira,10 (2004), pp. 9-53.
Carro García, Jesús, Monasterios del Císter en
Galicia, Santiago de Compostela, 1953.
Carruba, Anna María, La lupa capitolina. Un
bronzo medievale, Roma, 2006.
Castillo López, Ángel del, Inventario de la
riqueza monumental y artística de Galicia, Santiago de Compostela, 1972 (A
Coruña, 1987).
Castiñeiras González, Manuel Antonio, “A
poética das marxes no románico galego: bestiario, fábulas e mundo ó revés”,
Semata: Ciencias Sociais e Humanidades, 14 (2003), pp. 293-334. Castiñeiras
González, Manuel Antonio, “Topographie sacrée. Liturgie pascale et reliques
dans les grands centres de pèlerinage: Saint-Jaques de Compostelle,
Saint-Isidore-de León et Saint-Etienne-de Ribas-de-Sil”, Les Cahiers de
Saint-Michel de Cuxa, 34 (2003), pp. 26-49.
Castiñeiras González, Manuel Antonio, “San
Estebo de Ribas de Sil revisitado: nuevos hallazgos e hipótesis sobre el
monasterio medieval”, Porta da Aira, 11 (2006), pp. 53-90.
Castiñeiras González, Manuel Antonio, “El altar
románico y su mobiliario litúrgico: frontales, vigas y baldaquinos”, en Huerta
Huerta, Pedro Luis (ed.), Mobiliario y ajuar litúrgico en las iglesias
románicas, Palencia, 2011, pp. 11-75.
Castiñeiras González, Manuel Antonio, “El
desfile de los meses de Santa María do Azougue”, Anuario Brigantino, XVI
(1993), pp. 177-196.
Chamoso Lamas, Manuel, “Ejemplares
arquitectónicos del románico popular en Galicia”, en Archivo Español de Arte,
46 (1941), pp. 333-344.
Cid Rumbao, Alfredo, Crónica y guía del
monasterio de Montederramo, Ourense, 1974.
Clark, Willene B., “The illustrated Medieval
Aviary and the Lay-Brotherhood”, Gesta, 21/1 (1982), pp. 63-74.
Clark, Willene B., The Medieval Book of Birds
–Hugh of Fouilly’s Aviarium, Binhamton, New York, 1992.
Couceiro Freijomil, Antonio, “Monumentos de la
provincia de Orense”, Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos
Históricos y Artísticos de Orense, XI (1936-1938), pp. 217-229, 245-250,
267-271, 289-296, 337-344, 387-392 y 436-439.
D’Emilio, James, “Inscriptions and the
Romanesque Church: Patrons, Prelates and Craftsmen in Romanesque Galicia”, en
Spanish Medieval Art. Recent Studies, Princeton, 2007, pp. 1-34.
D’Emilio,
James, “The cistercians and the romanesque Churches of Galicia: Compostela or
Clairvaux?, Perspectives for an Architecture of Solitude. Essays on
Cistercians, Art and Architecture in Honour of Peter Fergusson, Terryl Kinder
(ed.), co-edition Cîteaux: Commentarii cistercenses
(Studia et Documenta 13) y Brepols (Medieval Church Studies 11), Turnhout,
2004, pp. 313-327.
Delgado Gómez, Jaime, “El Tímpano de Serantes
(Orense) quizá un “unicum” en la iconografía románica”, Boletín Auriense, 10
(1980), pp. 73-89.
Delgado Gómez, Jaime, “El singularísimo tímpano
de Betán (Orense), Archivo Español de Arte, 235 (1986), pp. 257-256.
Delgado Gómez, Jaime, “El salmo 91 en la
iconografía del tímpano de Partovia (Ourense)”, Porta da Aira, 3 (1990), pp.
7-38.
Duro Peña, Emilio, Catálogo de documentos
reales del archivo de la Catedral de Orense (844-1520), Barcelona, 1972.
Duro Peña, Emilio, Catálogo de los documentos
privados en pergamino del archivo de la Catedral de Orense (888-1554), Ourense,
1973.
Duro Peña, Emilio, Documentos da Catedral de
Ourense, Santiago de Compostela, 1996.
Duys, Kathryn A., “Ministrel’s Mantle and
Monk’s hood: The authorial persona of Gautier de Coinci in his poetry and
illuminations”, en Gautier de Coinci. Miracles, Music and Manuscripts, Krause,
Kathy M. y Stones, Alison, (eds.), Turnhout, 2006, pp. 37-63.
Español Bertrán, Francesca, “Santo Domingo de
la Calzada: el cuerpo santo y los escenarios de su culto”, La cabecera de la
Catedral calceatense y el tardorrománico hispano. Actas del Simposio en Santo
Domingo de la Calzada, 29 al 31 de enero de 1998, Santo Domingo de la Calzada,
2000, pp. 207-282.
Fernández Ibáñez, Carmelo, “El estado de
conservación del Mapamundi mural románico en el eremitorio de San Pedro de
Rocas (Esgos, Ourense): años 1986 a 1994”, Larouco, 3 (2003), pp. 273-279.
Ferrín González, José Ramón y Carrillo Lista,
María Pilar, “Iconografía del arte medieval en Galicia”, Galicia. Terra Unica:
Galicia románica y gótica. Catálogo de la Exposición, Ourense, 1997, pp. 70-82.
Ferro Couselo, Jesús, “Monjes y eremitas en las
riberas del Miño y del Sil”, Bracara Augusta, XXI (1967), pp. 199-214.
Freire Camaniel, José, El monacato gallego en
la Alta Edad Media, A Coruña, 1998, 2 tomos.
Freire Camaniel, José, Gallaecia. Antigüedad,
intensidad y organización de su cristianismo (siglos i-vii), A Coruña, 2010.
Gallego Lorenzo, Josefa, “San Martín de Tours,
San Marcial de Limoges y Santiago en el llamado “Frontal de la Catedral de
Orense”, en Los Caminos y el arte. Actas del VI Congreso Español de Historia
del Arte, Santiago de Compostela, 1989, pp. 61-69.
García Tato, Isidro y Otero Piñeyro Maseda,
Pablo S. “Asentamiento, desarrollo y ocaso de la Orden del Santo Sepulcro en
Galicia. Un panorama general y un documento particular”, Cuadernos de Estudios
Gallegos, 125 (2012), pp. 65-94.
García-Aráez Ferrer, Hermenegildo, “Acerca del
mapamundi de los Beatos”, Miscelánea Medieval Murciana, XXV-XXVI (2001-2002),
pp. 39-63.
García Iglesias, José Manuel, “El Juicio en la
pintura gallega gótica y renacentista”, Compostellanum, XXVI (1981), pp.
135-172.
García Iglesias, José Manuel, “Pinturas
inéditas en la Galicia del siglo xvi”, Cuadernos de Estudios Gallegos, XXXVIII
(1989), 233-250.
Gordín Veleiro, Ana María y Peña Pérez, Luisa
A., “O Mosteiro de Santa María de Xunqueira de Espadañedo nos séculos xii-xvi”,
Boletín Auriense, XXXVIII-XXXIX (2008-2009), pp. 29-90.
Hassig, Debra, Medieval Bestiaries. Text,
image, ideology, Cambridge, 1995.
Herklotz, Ingo, “Der Campus Lateranensis im
Mittelalter”, Römisches Jahrbuch für Kunstgeschichte, 22 (1985), pp. 3-43.
Herklotz, Ingo, “Sepulchra” e “Monumenta” del
Medioevo: Studi sull’arte sepolcrale in Italia, Roma, 1985.
Limia Gardón, Francisco Javier, “Xunqueira de
Espadañedo, Monasterio de Santa María de” en Otero Pedrayo, Ramón (dir.), Gran
Enciclopedia Gallega, XXX, pp. 220-223.
López Quiroga, Jorge y García Pérez, Laura,
“Las tumbas excavadas en la roca en la Península Ibérica. Tipología, cronología
y problemas de interpretación”, en López Quiroga, Jorge y Martínez Tejera,
Antonio Manuel (dirs.), In concavis petrarum habitaverunt. El fenómeno rupestre
en el Mediterráneo medieval: de la investigación a la puesta en valor, Oxford,
2014, pp. 6-53.
Malingre Rodríguez, Ana María, Monasterio de
San Pedro de Rocas: pisamos tierra de monjes, León, 2001.
Mazzoni,
Cristina, She-Wolf. The story of a Roman icon, Cambridge, 2010.
Miñano y Bedoya, Sebastián de, 1827,
Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal, VII, Madrid, 1827.
Miranda, María Adelaide, “Imagens do mundo nos
manuscritos alcobacenses –O Bestiario–”, Actas do Congreso Internacional sobre
San Bernardo e O Cister en Galicia e Portugal, II, Ourense, 1992, pp. 805-812.
Miranda, María Adelaide, A Iluminura de Santa
Cruz no tempo de Santo António, Lisboa, 1996.
Miranda, María Adelaide, Catálogo dos Códices
da Libraría de Mao do Mosteiro de Santa Cruz de Coimbra na Biblioteca Municipal
de Porto, Porto, 1997.
Moralejo Álvarez, Serafín, “Ars sacra et
sculpture romane monumentale: le trésor et le chantier de Compostelle”, Les
Cahiers de Saint-Michel de Cuxa, 11 (1980), pp. 189-238.
Moralejo Álvarez, Serafín, “Artistas, patronos
y público en el arte del camino de Santiago”, Compostellanum, XXX (1985), pp.
395-430. Reeditado en Franco Mata, Ángela (dir.), Patrimonio artístico de
Galicia y otros estudios. Homenaje al Prof. Dr. Serafín Moralejo Álvarez, Tomo
II, Santiago de Compostela, 2004, pp. 21-36.
Moralejo Álvarez, Serafín, Escultura gótica en
Galicia (1200-1350), Resumen de la memoria presentada para la obtención del
grado de doctor, Universidad de Santiago, Facultad de Geografía e Historia,
Santiago de Compostela, 1975.
Moralejo Álvarez, Serafín, “El mapa de la
diáspora apostólica en San Pedro de Rocas (Orense): notas para su
interpretación y filiación en la tradición cartográfica de los Beatos”,
Compostellanum, XXXI (1986), pp. 315-340.
Moure Pena, Teresa Claudia, “El monasterio
benedictino de San Salvador de Sobrado de Trives (Ourense): estudio histórico”,
XXI Ruta Cicloturística del Románico Internacional, Pontevedra, 2003, pp.
173-179.
Muñoz de la Cueba, Juan, Noticias Históricas de
la Santa Iglesia Cathedral de Orense, Madrid, 1727.
Núñez Rodríguez, Manuel, Arquitectura
prerrománica, Madrid, 1978.
Pallares Méndez, María del Carmen y Portela
Silva, Ermelindo, “Las señoras en el claustro”, en Mundos medievales: espacios,
sociedades y poder. Homenaje al profesor José Ángel García de Cortázar y Ruiz
de Aguirre, vol. I, Santander, 2012, pp. 173-186. Ramón y Fernández Oxea, José,
“Pelagio, maestro románico”, Archivo Español de Arte y Arquitectura, 1936, pp.
171-176.
Paradela Nóvoa, Benito, “Monasterio de Junquera
de Espadañedo”, Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y
Artísticos de Orense, IX, (1930), pp. 64-66.
Pérez Rodríguez, Francisco Javier, Mosteiros de
Galicia na Idade Media (séculos xii- xv). Guía Histórica, Ourense, 2008.
Ramón y Fernández Oxea, José, “Un grupo de
iglesias románicas gallegas”, Archivo Español de Arte, XXIV (1951), pp.
141-154.
Ramón y Fernández Oxea, José, “Maestros menores
del románico rural”, Cuadernos de Estudios Gallegos, XVII (1962), pp. 209-222.
Ramón y Fernández Oxea, José, “La iglesia
románica de Santiago de Taboada y su tímpano con la lucha de Sansón y el león”,
Compostellanum, X (1965), pp. 178-194.
Sá Bravo, Hipólito de, El monacato en Galicia,
A Coruña, 1972, 2 vols.
Saco Cid, Juan Luis y Saco Rivera, Juan
Antonio, “San Martín de Cornoces, inscripciones medievales”, Porta da Aira, 8
(1997/98), pp. 139-151.
Sáenz-López Pérez, Sandra, “El mundo para una
reina: los mappae mundi de Sancha de León (1013-1067)”, Anales de Historia del
Arte, Volumen Extraordinario 3 (2010), pp. 317-334.
Sainz Saiz, Javier, El románico en Ourense,
León, 2008.
Sánchez Ameijeiras, Rocío, “Algunos aspectos de
la cultura visual en la Galicia de Fernando II y Alfonso IX”, en Valle Pérez,
José Carlos y Rodrigues, Jorge, Románico en Galicia y Portugal, A Coruña, 2001,
pp. 156-175.
Sánchez Ameijeiras, Rocío, “Monjes y pájaros:
sobre algunas representaciones animales en las iglesias medievales gallegas”,
Memoria Artis, Santiago de Compostela, 2003, pp. 105-122.
Sánchez Ameijeiras, Rocío, “Ritos, visiones y
signos. El tímpano figurado en Galicia.1140-1230”, en Sánchez Ameijeiras, Rocío
y Senra Gabriel y Galán, José Luis (eds.), El tímpano medieval: imágenes,
estructuras y audiencias, Santiago de Compostela, 2003, pp. 47-72.
Sánchez Ameijeiras, Rocío, “Columnas (2) con
efigies de los apóstoles Pedro, Andrés y Pablo/ Bartolomé, Mateo y Santiago”,
en Luces de Peregrinación. Catálogo de la Exposición, Santiago de Compostela,
2004, pp. 158-161.
Sánchez Ameijeiras, Rocío, “Relieve del
Salvador”, en Luces de Peregrinación. Catálogo de la Exposición, Santiago de
Compostela, 2004, pp. 162-165.
Sánchez Ameijeiras, Rocío, “La ritualización
del camino de vuelta: Nuevos hallazgos sobre el sepulcro de Santo Domingo de La
Calzada”, en Gil Díez de Usandizaga, Ignacio (ed.), Actas de las VIII Jornadas
de Arte y Patrimonio Regional. Arte Medieval en La Rioja: prerrománico y
románico, Logroño, 2004, pp. 321-364.
Sánchez Ameijeiras, Rocío, “La memoria de un
rey victorioso: Alfonso VIII y la Fiesta del Triunfo de la Santa Cruz”, en
Borngässer, Barbara, Karge, Henrik y Klein, Bruno (eds.), Grabkunst und
Sepulkralskulptur in Spanien und Portugal. Arte funerario en España y Portugal,
Frankfurt, 2006, pp. 289-316.
Sánchez Ameijeiras, Rocío, “Libros y tumbas:
sobre la construcción medieval del culto sepulcral a San Rosendo”, en
Rudesindus. El legado del santo, Santiago de Compostela, 2007, pp. 175-185.
Sánchez Ameijeiras, Rocío, “A través de la
ventana: metáforas arquitectónicas y arte 1200 en Castilla y León”, en Alcoy,
Rosa (ed.), Contextos 1200 i 1400. Art de Catalunya i art de l’Europa
meridional en dos canvis de segle. Barcelona, 2012,
pp. 213-228.
Sánchez
Ameijeiras, Rocío, “Dreams of Kings and Buildings. Visual and literary culture
in Galicia (1157-1230)”, en D’Emilio, James (ed.), Culture and Society in
Medieval Galicia, Leiden, 2015, pp. 695-764.
Sánchez Ameijeiras, Rocío, “Estética y
política: las sepulturas regias en los reinos de Castilla y León (1188-1230)”,
en Teijeira, María Dolores, Herráez, María Victoria y Cosmen, María Concepción
(coords.), Reyes y prelados. La creación artística en los reinos de León y
Castilla (1050-1500). León, 6, 7 y 8 de noviembre de 2013, Madrid, 2014.
Sastre Vázquez, Carlos, “Os sete tímpanos
galegos coa loita de Sansón e o león”, Anuario Brigantino, 26 (2003), pp.
321-338.
Sureda, Joan, La pintura románica en España,
Madrid, 1985.
Valle Pérez, José Carlos, “Ribas de Sil,
Monasterio de San Estevo de. Arquitectura”, en Gran Enciclopedia Gallega, XXVI,
Santiago de Compostela, 1974, pp. 227-230.
Valle Pérez, José Carlos, “Las cornisas sobre
arquitos en la arquitectura románica del noroeste de la Península Ibérica”,
Compostellanum, XXIX (1984), pp. 291-353.
Valle Pérez, José Carlos, “Los patios
monásticos y capitulares en Galicia”, en Yarza Luaces, Joaquín y Boto Varela,
Gerardo (coords.), Claustros románicos hispanos, León, 2003, pp. 67-85.
Valle Pérez, José Carlos, “El tímpano de
Palmou”, El Museo de Pontevedra, LX (2006), pp. 232-240.
Vaquero Díaz, Mª Beatriz y Pérez Rodríguez,
Francisco Javier, Colección documental del archivo de la catedral de Ourense
(888-1230), León, 2010, 2 tomos.
Vázquez Castro, Julio, “San Munio de Veiga: un
santo gallego en poder de la Orden de Santiago”, en Izquierdo Benito, Ricardo
et alii, Las Órdenes Militares en la Península Ibérica, I. Edad Media, Murcia,
2000, pp. 1133-1153.
Vázquez Castro, Julio, San Munio de Veiga,
Ourense, 2009. Yzquierdo Perrín, Ramón, González García, Miguel Ángel y
Hervella Vázquez, José, La Catedral de Orense, León, 1993.
Vázquez Núñez, Arturo, “San Pedro de Rocas”,
Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de
Orense, II (1902), pp. 54-63.
Yzquierdo Perrín, Ramón, “Arte Medieval I”, en
Galicia. Arte, vol. X, A Coruña, 1995.
Yzquierdo Perrín, Ramón, “Reflexiones sobre el
arte románico de Galicia y Portugal”, en Leira López, José (dir.), O Camiño portugués,
III Aulas no Camiño, Betanzos, 1999, pp. 43-76.
Yzquierdo Perrín, Ramón, San Pedro de A
Mezquita, Ourense, 2013
Yzquierdo Perrrín, Ramón, “Estatua yacente”, en
Yzquierdo Perrín, Ramón y González García, Miguel Ángel (coords.), A Ribeira
Sacra. Esencia de espiritualidade de Galicia, Santiago de Compostela, 2004, pp.
385-386.
El primero, dedicado al monasterio de
Santo Estevo de Ribas de Sil, se publicó en el nº 15, correspondiente al mes de
julio de 1900, y ocupó las pp. 261-273 del tomo I de la Revista. El primer
artículo sobre un monumento románico de la provincia, sin embargo, es anterior.
Apareció en el nº 7, de marzo de 1899, se dedicó al monasterio de Oseira y su
autor fue M. Sales y Ferré. Ocupa las pp. 109-114 del tomo.
Vid. A. Muñoz Cosme, “Catálogos e
inventarios del Patrimonio en España”, en El Catálogo Monumental de España
(1900-1961). Investigación, restauración y difusión, Madrid, 2012, pp. 31-35,
en particular p. 31; A. López-Yarto Elizalde, “Los autores del Catálogo
Monumental de España”, Ibidem, pp. 37-47, en especial p. 40; Mª del C. Hidalgo
Brinquis, “Interpretación material de los Catálogos Monumentales de España”,
Ibidem, pp. 75-105, en particular p. 83.
Se trata de un artículo sobre Ribadavia
publicado el 29 de noviembre en El Noroeste.
“Guía artística y monumental de la
provincia de Orense”, Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos
Históricos y Artísticos de Orense, VIII, (1927-1929), pp. 193-206, 299-304 y
312-320. Este trabajo, como se señala en el inicio, p. 193, fue premiado en un
certamen organizado en 1926 por la Asociación Orensana de la Prensa para
conmemorar el segundo centenario de la publicación del tomo Primero del Teatro
Crítico Universal, obra excelsa de la autoría del Padre Fr. Benito Jerónimo
Feijoo.
Tomo XXI, pp. 387-396. Conviene
recordar aquí que G. Goddard King fue una muy reputada hispanista. Baste
señalar al respecto que su conocido estudio The Way of St. James, 3 vols.,
Nueva York-Londres, 1920, es un clásico sobre la materia, de gran utilidad
todavía hoy pese al tiempo transcurrido desde su aparición. Para una valoración
de su figura me remito, en último término, a los datos que proporciona A.
Hernández Ferreirós en “Saint Mary of Melón por Georgiana Goddard King”,
Quintana, 7 (2008), pp. 203-207. Incorpora, pp. 208-217, la reproducción
facsimilar del artículo y también, pp. 218-222, su traducción al español.
“Iglesias medievales gallegas. Santa
Marina de Esposende”, Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología
de Valladolid, VIII (1941-1942), pp. 165-175, es el primer artículo que
publica, tras la Guerra Civil, sobre un edificio románico gallego, casualmente
ubicado en la provincia de Ourense. Su nombre, en relación con los estudios
sobre el arte románico gallego, será habitual desde la década que comentamos
hasta los años setenta, tanto en publicaciones gallegas como españolas.
Volveremos sobre él más adelante.
“La iglesia románica de Santo Tomé de
Serantes”, Cuadernos de Estudios Gallegos, II (1946-1947), pp. 377-393.
2 Su discurso de ingreso, como
Académico de Honor, en la Real Academia Gallega de Bellas Artes, leído en el
año 2004 y titulado Del Prerrománico al protogótico en Galicia y su entorno
artístico, recoge, pp. 43-50, una relación de sus publicaciones sobre la
materia.
4 F. Fariña Busto, Comisión de
Monumentos Históricos e Artísticos de Ourense …, cit., p. 269.
Monasterios del Císter en Galicia,
Santiago, 1953. Fue el Catálogo de la exposición programada por el Instituto
Padre Sarmiento de Estudios Gallegos para dar realce al citado VIII Centenario
del fallecimiento de San Bernardo.
Compostellanum, XII (1967), pp.
505-561. Estudian las iglesias de Santa Eulalia de Beiro y de San Andrés de
Castro de Beiro.
Monasterios, entre otros, como Sobrado
de Trives, Ramirás, Asadur, Bóveda, Rocas o Santo Estevo de Ribas de Sil, todo
objeto de análisis pormenorizado en esta Enciclopedia, merecieron su atención,
consagrándoles sólidos estudios aparecidos, unas veces, en forma de
monografías, otras como extensos artículos en prestigiosas revistas (Archivos
Leoneses, Anuario de Estudios Medievales, Compostellanum, etc.). En los años
sesenta, en 1965 exactamente, publicó F. Chueca Goitia el tomo I de su conocida
Historia de la Arquitectura Española. Con datos muy genéricos, solo menciona,
además de la catedral, pp. 242-243, las iglesias ourensanas de Astureses,
Moldes, Xunqueira de Ambía y Augas Santas (pp. 246-247).
J. C. Valle Pérez, “Notas sobre la
arquitectura románica en la provincia de Pontevedra”, cit., pp. 43-44; Idem,
“Notas sobre la arquitectura románica en la provincia de A Coruña”, cit., pp.
45-46.
La obra tiene como objetivo básico el
estudio de los monasterios desde el punto de vista histórico. Incluye en todos,
sin embargo, el análisis de las edificaciones conservadas, muchas,
evidentemente, de estilo románico. Este mismo autor publicó en 1965, en Vigo,
en la Colección, promovida por la Editorial Castrelos, denominada Cuadernos de
Arte gallego, una serie de cuatro entregas, una por cada provincia, sobre el
mismo asunto. La cuarta, última de la serie monástica y la nº 43 de la
Colección, está dedicada a la provincia de Ourense. Solo dos de los diez
monasterios que analiza, los de San Salvador de Celanova y Santa Comba de
Bande, no son objeto de examen en las páginas que siguen. Sí se estudian los
ocho restantes: Melón, San Clodio, Oseira, Ribas de Sil (Santo Estevo y Santa
Cristina), Rocas, Montederramo y Xunqueira de Ambía.
0 Es el caso, por ejemplo, de los
tímpanos con aletas, derivados o inspirados por el emplazado en la puerta norte
del crucero de la iglesia del monasterio de Oseira. Vid. R. Tobío Cendón, “La
influencia de la iglesia monasterial de Oseira en los templos de la comarca de
Carballiño y limítrofes. El caso concreto del tímpano de la portada, denominada
de los muertos, que se abre en el hastial del brazo septentrional del crucero”,
Actas do III e IV Congreso do Home e o Medio, Anexo 4 de Argentarium, Carballiño,
2006, pp. 351-361. El artículo, con el título ligeramente modificado, fue
publicado también en Nalgures, IV, (2007), pp. 379-402.
Ocho edificios de la provincia,
románicos en lo esencial o con restos significativos de este estilo, son
incluidos en el primero de los libros citados, publicado en A Coruña en 2002:
Rocas, San Clodio, Melón, Montederramo, Ribas de Sil (Santo Estevo), Oseira,
Xunqueira de Ambía y Xunqueira de Espadanedo. Solo tres, en cambio, se analizan
en el segundo (Augas Santas, Astureses y Moldes), impreso también en A Coruña,
en este caso en 2009. El proyecto que se materializa en estos dos libros,
realizado por el Departamento de Representación e Teoría Arquitectónicas de la
Universidade de A Coruña, fue dirigido por J. A. Franco Taboada y S. B. Tarrío
Carrodeguas.
Es útil también por los mismos motivos
la nueva Guía de la Diócesis de Ourense, aparecida igualmente en 2008, dirigida
por M. E. Rodríguez Álvarez.
Páginas 399-411. En 2011 publica
también F. J. Ruiz Aldereguía, en Madrid (Ediciones La Rectoral), Cuaderno del
Románico de la Ribeira Sacra. Reimpreso en 2014, ofrece información de carácter
general, útil como guía, sobre los edificios románicos ubicados en los
municipios ourensanos pertenecientes a la Ribeira Sacra (también,
evidentemente, sobre los lucenses).
“El simbolismo de la Cruz en los
Tímpanos Románicos de la Diócesis de Tuy”, en las Actas del II Coloquio Galaico-Minhoto,
Santiago de Compostela, 14-16 de abril de 1984, vol. II, Betanzos, 1985, pp.
87-96.
“As torres e fortalezas da comarca da Limia durante a Idade Media
(séculos xii a xv)”, pp. 105-118.
El examen riguroso de la arquitectura
militar medieval gallega sigue siendo una de las grandes lagunas existentes en
nuestra investigación histórico-arquitectónica. Artículos como el que menciono
en el texto marcan el camino a seguir.
He citado esta publicación, pese a su
escasa entidad formal (no alcanza las 20 páginas), por su carácter monográfico
y por su proximidad temporal al momento en que se edita esta entrega de la
Enciclopedia del Románico (cuenta, obviamente, con precedentes formales y
temáticos de indudable utilidad para nuestro cometido. Sirva de ejemplo el
folleto titulado Rota do Románico e dos espacios naturais da Arnoia Alta,
promovido por los municipios de Allariz, Baños de Molgas y Xunqueira de Ambía,
editado en 1991, con texto y fotos de T. Vega). He prescindido, en cambio, de
la acumulación de referencias sobre estudios comarcales o territoriales
justamente por lo contrario, es decir, por la dispersión, en general, de la
información que ofrecen. Su utilidad informativa, en cualquier caso, es
indudable.
La intervención restauradora en el
Pórtico del Paraíso fue promovida por la Consellería de Cultura, Educación y
Ordenación Universitaria de la Xunta de Galicia. Los informes sobre los
trabajos llevados a cabo en él figuran en los archivos de la Dirección Xeral do
Patrimonio Cultural. En relación con ellos han de valorarse los estudios
recientes de C. Casal Chico (“O Universo do Pórtico do Paraíso. Do concepto á
forma, da imaxe á policromía”, Diversarum rerum, 9 (2014), pp. 163-202, y “O
‘tempo’ do Pórtico do Paraíso. Contexto e pretexto para novas reflexións e
hipóteses sobre a edilicia da catedral auriense”, Compostellanum, 59 (2014),
pp. 487-563). A ambos, particularmente al segundo, me referiré de nuevo más
abajo. Es de gran utilidad asimismo para el análisis del conjunto que comento,
por las novedosas ideas que aporta, el artículo de N. Conde Cid, “El Pórtico
del Paraíso como foco receptor de modelos artísticos contemporáneos: Arte,
Poder y Liturgia”, Eikon / Imago, I (2012), pp. 71-104.
No hay comentarios:
Publicar un comentario