La provincia de Lugo en la época del
románico
La sede episcopal lucense comienza su andadura
en el siglo V. Al menos de esta centuria data el primero de sus obispos
conocidos, Agrestio, quien es mencionado por Hidacio de Chaves y que parece que
llegó a asistir al Concilio eclesiástico de Orange del año 441. Durante el
período suevo otro prelado realmente significativo fue Nitigisio. Durante su
prelatura la sede lucense alcanzó el rango de metropolitana y de ella dependían
las otras sedes existentes en el territorio de la actual Galicia, además de
Astorga. Conviene que recordemos esta episódica condición metropolitana de Lugo
en el tramo final de la existencia del reino suevo, para cuando volvamos a
mencionar esta misma reivindicación lucense tiempo después.
La desaparición del reino visigodo y la llegada
de los musulmanes a la Península Ibérica pudieron haber provocado un hiato en
la nómina episcopal lucense. Una posible interrupción que de Lugo de los siglos
VIII y IX encuentra un apoyo principal para considerarla creíble en las débiles
y escasas referencias a obispos. El primero de esta magra nómina no es otro que
el famoso Odoario, quien pudo pontificar entre 750 y 786. Su perfil biográfico
depende de un conjunto de problemáticos documentos que han generado infinidad
de comentarios y opiniones contrapuestas. Mientras que podría llegar a creerse
la existencia real del personaje y de su condición episcopal, lo que pa rece
evidente es que buena parte del telón de fondo que dibuja el corpus documental
odoariano responde a claves sociales e ideológicas propias de otros tiempos. De
todos ellos, quizá el elemento que chirríe de modo más estridente es la idea de
que Odoario llega a una ciudad de Lugo convertida en un desierto humano.
Se trata de todo un constructo ideológico que
está estructurado en torno al eje despoblación repoblación. Tiene uno de sus
epicentros en las famosas crónicas de Alfonso III, elaboradas a finales del
siglo IX, pero buena parte de la producción documental salida de las
cancillerías regias está impregnada de esa misma idea que está, también, muy
presente en los documentos transcritos y reelaborados en épocas muy posteriores
a los de su redacción original. Esta dinámica de la despoblación y posterior
repoblación se ha probado como falsa en el caso de Galicia tanto en su sentido
literal, como en el figurado. Si los campos de la Galicia lucense no estuvieron
nunca despoblados y si la irrupción islámica en el Noroeste fue de corta
duración y no contribuyó a provocar transformaciones de entidad en las
sociedades de la región, ¿por qué hay que imaginar que Lugo, precisamente, con
su muralla y todo su peso urbano, iba a ser la única prueba de esta imaginaria
despoblación?.
En consecuencia hay que imaginar que la ciudad,
sin duda alejada de la vitalidad urbana de épocas pasadas, y la iglesia nunca
vivieron esta situación de desolación. Bien es cierto que la nómina episcopal
documentada tiene lagunas que nos pueden hacer dudar sobre una sucesión
episcopal ininterrumpida desde el supuesto episcopado de Odoario, pero ello no
debe implicar que la falta de información equivalga a la falta de vida.
Otra cuestión digna de mención es que la sede
lucense aparece, por lo menos desde fines del siglo IX, muy relacionada con la
archidiócesis de Braga. Así en la lista de los obispos y sedes del reino astur
que acompaña a la Crónica Albeldense, y que puede datarse hacia el año 881, nos
encontramos con la referencia a Flaiano, titular de Braga residente en Lugo. El
traslado al norte del titular bracarense y su asentamiento en Lugo puede
entenderse como una estrategia ordenada por Alfonso III y quizá también por
causa de los vínculos que ya podían haber existido entre ambas diócesis. Lo
cierto es que, como apunta Isla, de esta relación no se puede certificar la
traslación de la sede, ni tampoco el hecho de que Lugo haya heredado la
dignidad metropolitana de Braga. Una cuestión que, sin embargo, será objeto de
reivindicación por parte lucense hasta que se produzca la definitiva restauración
de Braga, aunque este tipo de reclamaciones las encontremos, casi siempre, en
documentos interpolados o falsos como algunos de los que componen el ya
referido ciclo odoariano.
En cualquier caso, y al margen del debate sobre
su posible condición metropolitana, todo parece indicar que la diócesis de Lugo
fue, tras la de Iria, la sede gallega que tuvo una vida más estable y con un
disfrute del poder más sólido por parte de sus prelados durante estos primeros
siglos de la Edad Media.
En ello influyó, entre las razones más
materiales, la solidez de la muralla y la importancia estratégica de la ciudad.
Así, por ejemplo, el obispo Hermenegildo (951-985) ha pasado a la historia por
su lucha contra los normandos y por haber conseguido defender la ciudad de su
ataque. La sede lucense, de hecho, contó con el sólido respaldo de la mayor
parte de los reyes leoneses. Es de destacar el papel jugado por los tres
últimos monarcas de la dinastía astur-leonesa. Estos se apoyaron de modo muy
especial en los obispos de Lugo, a los que hicieron concesiones territoriales y
castrales que ponen de manifiesto el valor que estos monarcas concedían a la
sede lucense.
La buena relación entre la sede lucense y la
monarquía leonesa no parece haber cambiado con la nueva dinastía que arranca
con Fernando I. Más aún, el reinado de Alfonso VI y, muy especial mente, a
partir del período condal de Raimundo de Borgoña y de la infanta Urraca marcan
la fase en que los obispos ven apuntalada su función como señores de la ciudad
y de su extenso alfoz. Sobre el papel que la revuelta de los Ovéquiz pudo haber
tenido en este apuntalamiento del poder de los titulares de Lugo, hablaremos
más adelante. El obispo más representativo de esta fase de estrechamiento de
las relaciones con la realeza fue Amor (1088-1096) aunque, paradójicamente, en
su episcopado y tras la restauración de Braga y de Ourense la sede lucense
comienza a perder parte de los territorios que hasta ese momento había
considerado como propiamente diocesanos, así como muchas de las ínfulas
metropolitanas. Prueba culminante del peso de Amor en el escenario político es
su participación en el Concilio de Clermont.
Para la historia de la sede el siglo XII
representa tres acontecimientos fundamentales. A nivel interno es la época de
consolidación del cabildo catedralicio y en el que los obispos llegan a acuerdos
con los canónigos para repartirse la administración de la ciudad. Es también
época que pare ce haber sido muy vital en el plano económico para la ciudad y
su obispado: se inician las obras de la catedral románica, se construye un
nuevo hospital y se documenta la existencia de una feria que se celebra cada
primer día de mes. De modo más general esta es la centuria en la que remata la
larga contienda por fijar los límites territoriales de la diócesis. De todas
ellas, olvidadas ya las viejas reivindicaciones bracarenses, posiblemente la
más enconada fue la mantenida con Oviedo. La solución se produjo en 1154 con
una concordia auspiciada por Alfonso VII: Lugo recupera los territorios en
manos ovetenses y la sede astur recibe, a cambio, bienes del realengo. Al
margen de este conflicto principal, cabe recordar que también hubo disputas por
diferentes territorios con los titulares de León, Mondoñedo y Ourense.
No podemos acabar este breve recorrido por la
historia de la sede de Lugo en los tiempos del Románico, sin referirnos al
largo y trascendental episcopado de Miguel (1225-1270). Dicho prelado consiguió
mantener el apoyo real a la sede durante los reinados de Fernando III y de Alfonso
X. Consigue, además, que Lugo tenga propiedades estratégicas en las más
importantes villas de la diócesis, incluso en algunos enclaves fuera de la
misma como ocurre, por ejemplo, con Villafranca del Bierzo.
La otra sede episcopal que ocupa parte de la
actual provincia de Lugo es la de Mondoñedo. La historia de la diócesis
mindoniense difiere, muy mucho, de la que acabamos de trazar para Lugo. Y es
que Mondoñedo, como tal sede, no aparece hasta fines del siglo IX y es, de uno
u otro modo, un episcopado que viene a reunir las trayectorias de dos diócesis
preexistentes: la iglesia de los bretones y la sede de Dumio.
La primera de ellas parece haber sido, al menos
en sus orígenes, lo que podríamos denominar una sede gentilicia. Así puede
deducirse de la conocida referencia que, de esta iglesia, se hace en el
Parroquial Suevo. Esta nos habla de un obispado, centrado en un monasterio, del
que dependían las comunidades bretonas que, a fines del siglo VI, existían en
el Noroeste. Suele decirse que dichas comunidades estarían asentadas en la
costa cantábrica de Galicia y la parte más occidental de Asturias. De este
territorio bretón en Galicia podría quedarnos un, a modo de, fósil director toponímico,
como es la parroquia de Santa María de Bretoña en el actual municipio de A
Pastoriza. Lo cierto es que, con el tiempo, esta iglesia pudo haber ido
perdiendo su carácter gentilicio para acercarse a un modelo más parecido al de
la mayoría de las diócesis. De hecho, la documentación conciliar del siglo VII
deja de hablar de obispos de los bretones y comienza a referirse a obispos de
Britonia, cuyos titulares, por otra parte, comienzan a tener nombres germánicos
frente a lo que sucedía en los primeros tiempos. La última referencia a los
obispos de Britonia data del Concilio de Braga del 675, aunque esta sede había
dejado de estar presente en los concilios tole danos desde el VIII del año 653.
Dumio también fue una diócesis singular.
Radicada en el monasterio del mismo nombre que había sido fundado en las
cercanías de Braga y que está muy asociado a la memoria de San Martín, conocido
como Dumiense, una figura esencial en la historia del fin del reino suevo. Era
un monasterio y sede episcopal a la vez, sin territorio adscrito, y cuyos
titulares parecen haber tenido cierta prelacía para ser elegidos como
arzobispos de Braga. El propio Martín siguió este itinerario repetido, un siglo
después ya en época visigótica, por Fructuoso. Los titulares de esta sede
parecen haber abandonado Dumio a partir de comienzos del siglo VIII. Se
trasladan al norte y se instalan en el monasterio de San Martín de Mindunieto,
en tierras en donde habían estado asentadas las comunidades bretonas antes
referidas.
Del recuerdo de ambas sedes surgirá, a fines
del siglo IX, la sede de Mondoñedo, si bien es la referencia nominal dumiense
la única que va a mantenerse. En efecto, en el poema consagrado a las sedes del
reino astur que va asociado a la Crónica Albeldense, se nos habla del primer
obispo mindoniense documentado, Ruderico, al que se identifica como titular de
Dumio pero residente en Mondoñedo. Durante bastante tiempo las referencias a
estos obispos oscilarán entre denominarlos como dumienses o como mindonienses.
Como explicación a esta dicotomía, Díaz y Díaz había conjeturado que aquellos
prelados que tenían una inclinación más monástica optarían por intitular se
como dumienses, mientras que los que poseían una visión más diocesana, por
decirlo de algún modo, preferirían la referencia mindoniense.
La nómina episcopal mindoniense parece
estabilizarse definitivamente a partir de Sabarico (907-922), quien inaugura un
medio siglo de protagonismo del grupo familiar de San Rosendo al frente de esta
sede. En lo que respecta al siglo XI hay que hablar del episcopado de dos
Suarios, el primero de los cuales pudo haber tenido, al margen de su prelatura
mindoniense, la administración de todas las otras sedes gallegas salvo Iria,
mientras que el segundo es considerado por algunos autores como uno de los
prerreformadores del clero gallego y, a la vez, es visto como pionero en la defensa
de la primacía episcopal frente a la autonomía monástica.
A caballo de los siglos XI y XII como límite de
una etapa claramente diferenciable en la his toria de esta diócesis, está el
episcopado de Gonzalo Froilaz (1070-1108). Integrante de una de las familias
más poderosas de la Galicia del momento, en la que sobresalía su hermano el
conde Pedro, tuvo un activo protagonismo político y eclesial. En los años
finales de su pontificado se enfrentó con el joven obispo compostelano Diego
Gelmírez, a propósito de los arciprestazgos de Bezoucos, Trasancos y Seaia que
ambas sedes consideraban propios. Pese a las reiteradas sentencias favorables a
Gelmírez, Don Gonzalo no aceptó de buen grado su derrota a la que se resistió
con tenacidad. Una fortaleza, quizá, sustentada no solo en su propio carácter y
determinación sino también en el poder de su familia y, en especial, en el
valor de unos territorios en los que concentraban par ta esencial de su
patrimonio. La memoria del obispo Gonzalo Froilaz está asociada con un tesoro
compuesto por un báculo y un anillo que son bien conocidos y que ponen de
manifiesto la importancia de su episcopado.
El siglo XII es momento de grandes cambios en
la sede de Mondoñedo. Para empezar por que cambia la ubicación de la cabecera
de la diócesis. Entre 1112 y 1117, durante el episcopado del antiguo canónigo
compostelano Nuño Alfonso, la sede abandona el emplazamiento que había tenido
desde su fundación a fines del siglo IX. En efecto, San Martiño de Mondoñedo,
en la que se estaba construyendo un nuevo templo aún inacabado cuando se
produce el traslado, se deja por el lugar de Vilamaior, en el valle del Brea,
con el tiempo conocido, igualmente, como Mondoñedo. Las razones que suelen
darse para justificar este desplazamiento desde las proximidades de la costa
hacia una ubicación más interior y al pie de una estribación montañosa, tienen
que ver con la inseguridad que emana de buena parte de los espacios ribereños
de la Galicia de esa época. Una situación de la que estamos bien informados
por, entre otras fuentes, una serie de pasajes bien conocidos de la mismísima
Historia Compostelana.
El nuevo emplazamiento de la sede tarda en
cuajar, como luego se verá, como realidad urbana. Ello puede explicar un
segundo cambio de ubicación de los obispos antes de que acabe el siglo. El
lugar al que van a mudarse los prelados mindonienses vuelve a ser costero y no
es otro que la recién fundada villa de Ribadeo. El rey leonés Fernando II
rubrica este nuevo traslado con la entrega, casi inmediata, como señorío al
obispo Rabinato. La sede mindoniense permanecerá en Ribadeo hasta 1224 cuando
se fecha el retorno, ya definitivo, a Mondoñedo.
Estos vaivenes pueden indicar que los obispos
de Mondoñedo carecían de la fortaleza política y del respaldo regio del que
gozaban otros prelados (como por el ejemplo los titulares de Lugo, por no
hablar de la emergente archidiócesis compostelana) y, quizá, podrían ser
también el reflejo de un territorio en el que la realidad social y política era
más debatida y revuelta que en otros ámbitos.
Este siglo es, como en la mayor parte de los
obispados, muy importante para estabilizar el territorio diocesano. Consigue
resolverse de modo bastante satisfactorio para Mondoñedo el pleito que, desde
tiempo atrás, le enfrentaba con Santiago a propósito de la pertenencia de los
arciprestazgos limítrofes entre ambas sedes. El acuerdo consiste en que Seaia y
Bezoucos quedan vinculados a la archidiócesis compostelana, mientras que los
arciprestazgos de Trasancos, Labacengos y Arros van a ser definitivamente
mindonienses. Los límites occidentales quedan, así, estabilizados. Se fi jan,
igualmente, sendos límites orientales (el río Eo) frente a Oviedo y el
meridional (el río Parga) con respecto a la sede de Lugo.
Frente a la titubeante evolución del siglo XII,
el XIII es para Mondoñedo el momento de la estabilización. No solo se produce
el retorno, como decíamos ya definitivo, a la pequeña villa del valle del Brea
sino que la sede da evidentes signos de asentamiento. Algunos de estos son la
construcción, por fin, de una catedral en la capital de la diócesis, el
incremento espectacular del número de documentos emitidos por la cancillería
episcopal o, por último, el hecho de que ya nos encontremos con una institución
capitular plenamente definida.
Hay dos factores más que avalan la importancia
histórica del siglo XIII para Mondoñedo. Por un lado recibió un trato que
podríamos calificar como de favor por parte de Alfonso X, que contrasta con la
difícil relación que se estableció entre el Rey Sabio y otras diócesis de
Galicia. Hay, por otra parte, leves indicios que permiten intuir que la
situación económica de la diócesis era relativamente benigna en esta centuria.
Las convulsiones de la época feudal en Lugo
Uno de los acontecimientos políticos y sociales
más importantes de toda esta época en el espacio lucense fue, sin duda alguna,
la famosa revuelta de los Ovéquiz. Antes de trazar lo esencial de la misma
conviene decir que, tal y como ha puesto de manifiesto Ermelindo Portela en
varios de sus trabajos, este conflicto no tiene relación alguna ni con el
encarcelamiento de don García, el derrocado rey de Galicia prisionero en el
castillo de Luna, ni con la deposición del obispo iriense Diego Peláez. La
coincidencia en el tiempo de esos tres sucesos y la poderosa y evocadora herencia
historiográfica que, en este punto, nos ha legado Antonio López Ferreiro, han
hecho el resto.
El grupo aristocrático de los Ovéquiz era aquel
en el que, principalmente, había delegado Alfonso VI para que ejerciera, en su
nombre, el poder en los regalengos et comitatos en el giro
de Lugo. Así se dice en el documento que, fechado en el 1078, recoge el pleito
que los enfrentó con el obispo Vistruario de Lugo. A los ojos del prelado
lucense estos aristócratas se excedían en sus funciones y, en especial, en el
alcance territorial de su mandato ya que se entrometían incluso en los espacios
que eran propios de la iglesia lucense desde los tiempos de los reyes
anteriores y que solo los tumultos provocados tras la muerte de Fernando I
habían alterado.
El pleito, tal y como nos ha llegado en la
versión del Tumbo Viejo de Lugo, fue de especial entidad. Ambas partes
acudieron a León para litigar ante el mismo Alfonso VI. Este falló a favor de
Lugo, no queriendo contradecir a sus reales predecesores y, en especial, porque
la parte episcopal presentó un documento de Alfonso V que ratificaba su
postura. No acabó ahí, sin embargo, el procedimiento. Para darle más
legitimidad aún, cinco juramentados de la parte lucense juraron que el
contenido de aquel documento era veraz. Solo entonces, los condes Vela y
Rodrigo Ovéquiz re conocieron que la reclamación de Lugo estaba fundamentada y
firmaron la agnitio correspondiente.
Portela, a quien seguimos esencialmente en este
apartado, cree que esta decisión real y revés judicial, por más que admitido
por los Ovéquiz, fue el único motivo conocido que llevó a este grupo
aristocrático de la lealtad al rey a alzarse contra él. Dicha revuelta debió de
iniciarse en algún momento de 1086 o 1087 y estaba ya desactivada a mediados
del año 1088. De junio de ese año data un documento en el que Alfonso VI dona a
Lugo parte de los bienes que, como resultado de la ira regia, le son
confiscados a los Ovéquiz tras haber sido derrotada su rebelión. En ese mismo
documento el rey da detalles de cómo se produjo esta algarada aristocrática.
Señala, en primer lu gar, a los principales responsables: Rodrigo Ovéquiz (del
que se dice que había sido nutritas por el propio rey como si de un hijo
se tratara) y su madre Elvira. A ambos cabecillas y a sus seguidores se dedican
adjetivos como rebelles, fraudatores o traditores. El
alzamiento tuvo como epicentro la ciudad de Lugo, insistentemente definida como
en manos del monarca, que fue asaltada y tomada, el merino real asesinado y los
castillos del rey en esa área pasaron a manos de los rebeldes. Esta revuelta
fue finalmente sofocada y sus líderes pasan al destierro en Zaragoza.
No es este sino el primer capítulo de la
revuelta. Siempre según el documento real del Tumbo Viejo de Lugo, los Ovéquiz
abandonaron su exilio aragonés para volver a Galicia. Ahora el epicentro de su
ataque ya no fue Lugo, que debió de quedar bien controlado por los agentes
reales tras la primera intentona rebelde, sino otro enclave fortificado: el
castro de Ortigueira situado al norte de Lugo y en la costa. El laconismo del
redactor del documento al referirse a la primera campaña se despereza un tanto
al trazar esta segunda. El Rey, se dice, estaba en campaña contra los
sarracenos y tuvo que acudir rápido al rescate de la patria y de los castillos.
Solo esta decidida intervención del monarca, dice el texto, permitió la
liberación de la provincia (sic) de Galicia que volvió a quedar bajo el dominio
real.
Esta revuelta de ámbito local y originada en la
base del sistema feudal (una disputa entre un grupo de aristócratas y el
obispo) alcanzó importancia a escala del reino debido a la coincidencia con
otras circunstancias críticas para Alfonso VI, la relevancia del grupo rebelde
y, sin duda, por la posición estratégica y la importancia defensiva y militar
de Lugo y de un entorno que parece estar repleto de castillos y fortalezas. La
derrota de los Ovéquiz, con los que hay una reconciliación final, tuvo, además,
importantes consecuencias para Lugo y sus obispos. La sede no solo fue la destinataria
final de parte de los bienes incautados al grupo rebelde sino que, más
trascendente que ello, Alfonso VI, ya en 1089, cedió el ius regale en la ciudad
a su obispo. El señorío de los prelados lucenses, en la urbe, en su alfoz y en
varios condados limítrofes, se refuerza y aclara.
Esta resolución no debió de contentar a todos
los lucenses. En los primeros años del reinado de la reina Urraca, sucesora de
Alfonso VI, la ciudad amurallada vuelve a ser escenario de conflictos. Los de
ahora afectan al conjunto del reino de León y tienen que ver con las tensiones
existen tes entre los partidarios del niño recién coronado rey en Compostela,
Alfonso Raimúndez, y los del segundo marido de Urraca, Alfonso el Batallador,
rey de Aragón y corregente del reino leonés, pero pueden reflejar, quizá, el
descontento latente de un sector de la población de la ciudad con la fórmula
adoptada para zanjar el episodio de los Ovéquiz. En 1111 el principal bastión
gallego de los partidarios del aragonés estaba, precisamente, en Lugo. De hecho
el obispo compostelano Diego Gelmírez y el conde Pedro Froilaz, ayo del joven
rey, ensayaron un ataque sobre la ciudad que, sin embargo, no fue necesario
llevar a la práctica debido a la rendición de los lucenses. Un grupo, el de los
habitantes de Lugo, que fue ácidamente descrito en la Historia Compostelana
cuando la crónica gelmiriana por antonomasia hace referencia a este episodio.
Entre otras lindezas Giraldo de Beauvais los define como homicidas,
transgresores, adúlteros o violadores de las iglesias ¿Hay detrás de ese denuesto
solo una condena de su postura en la querella entre los Alfonsos o, a la vez,
una denuncia de una actitud refractaria frente al dominio episcopal?.
Las siguientes revueltas que tienen como
escenario la ciudad de Lugo estallan, ahora con toda claridad, contra el
señorío episcopal. La primera de ellas sucede algo más de medio siglo después
de la de los Ovéquiz, en tiempos del obispo don Juan. Se trata de un conflicto
semejante al sucedido en otras ciudades, normalmente asociadas a las rutas de
peregrinación a Santiago, y que son dependientes de señorío eclesial, ya sea
episcopal o abacial. En la primera mitad de siglo las más conocidas de estas
revueltas burguesas son, sin duda alguna, las que estallan en Santiago de Compostela
(por dos veces) o en la villa abacial de Sahagún. La de Lugo es peor conocida
que estas aunque sabemos que, en 1159, los sublevados formaron una hermandad y
mataron al merino del obispo y a otras cinco personas, provocando la fuga del
prelado. Parece que se organizaron en una especie de gobierno comunal y que, en
principio, contaron con la aquiescencia de Fernando II. Sin embargo las dudas
comenzaron a asaltar al monarca. Así se explica que, solo dos años después, en
1161, el obispo recibiera finalmente el respaldo explícito de Fernando II (el
rey se personó incluso en Lugo) en forma de reafirmación del señorío episcopal
sobre la ciudad, al tiempo que da orden de disolución de las hermandades y
expulsa a varios de los líderes de la revuelta.
Los burgueses lucenses, entre los que existía
un activo grupo de francos, no se contentaron con esta resolución y reiteraron
revueltas semejantes a la de 1159 en varias ocasiones. La siguiente se produjo
en 1181. El detonante fue, otra vez, la ira burguesa focalizada contra uno de
los oficiales episcopales más relacionados con el gobierno señorial de la
ciudad: el merino. Azuzado por la ira de los lucenses, el merino busca refugio
en la catedral pese a lo cual es asesinado. Como si de una reedición del
conflicto de 1159 se tratara, el obispo vuelva a huir de la ciudad y, otra vez,
se forma un gobierno comunal.
En 1182, cuando el obispo Rodrigo sucede en la
cátedra lucense a don Juan, la situación sigue siendo la misma. Reyna Pastor, a
quien sigo en el análisis de estas revueltas, observa, sin embargo, un cambio
importante: la revuelta ya no parece ser exclusiva de los habitantes intramuros
sino que los habitantes del amplio coto lucense se han unido a la misma. Otra
vez más es necesaria una intervención del rey que, a través de un documento,
reitera el sometimiento de los lucenses al señorío episcopal.
Aún habrá nuevas revueltas acaecidas en los
años 1184, 1202 y 1207. Esta sucesión de conflictos confirma que la burguesía
lucense está entre las más dinámicas de la Galicia de los siglos tos confirma
que la burguesía lucense está entre las más dinámicas de la Galicia de los
siglos XII y XIII y es, seguramente, la más disconforme con su sometimiento al
señorío de sus obispos.
El último gran colofón a esta serie de
tensiones tuvo lugar durante los reinados de Alfonso X y de su hijo y sucesor,
Sancho IV. En el caso del Rey Sabio hay que comenzar por recordar lo que, a
ojos de no pocos historiadores, ha sido definido como actitud de
distanciamiento físico y político con respecto a Galicia por parte del
soberano. Extrañamiento que podría haber tenido su máximo exponente en la
frialdad mostrada por Alfonso X frente a todo lo referente al culto a Santiago,
un ámbito que, como es bien sabido, había sido terreno amplia e intensamente
fomentado y cultivado por sus predecesores en el trono.
Al margen de esta actitud distante de Alfonso X
por Galicia, lo más importante en el terreno que nos ocupa fue su decidido
apoyo a las reivindicaciones concejiles en buena parte de las ciudades de
señorío episcopal del Reino de Galicia. Además de Santiago y Ourense, fue en
Lugo donde, quizá, las inclinaciones reales se volcaron más claramente a favor
de las posiciones concejiles. En tre 1268 y 1280 fueron varias las
disposiciones en las que, de uno u otro modo, el monarca caste llano concedía
beneficios al concejo de Lugo que menoscaban el señorío del obispo. El punto de
máximo apoyo a los planteamientos concejiles y de limitación del episcopal
vino, sin embargo, a lo largo del reinado de Sancho IV. En 1289 el rey liberó a
los burgueses de Lugo del señorío episcopal cumpliendo, de este modo, la máxima
ambición de todos los movimientos burgueses desde el siglo XII y tal y como
solo unos años antes había hecho su padre con la propia Compostela. Bien es
cierto que la permanencia de la ciudad de Lugo en el ámbito del realengo fue
efímera ya que en 1295, solo seis años después, Sancho IV se la devuelve al
poder de sus obispos.
La renovación de la vida urbana en la
provincia de Lugo en tiempos del románico
La reactivación, cuando no el nacimiento, de la
vida urbana en tiempos del Románico es uno de los rasgos más característicos
del dinamismo económico y social de la Europa feudal. El territorio de la
actual provincia de Lugo no fue una excepción a esta característica general,
bien por el contrario la vida urbana floreció en él de modo especialmente
intenso y en formas bien variadas. Tanto es así que podemos distinguir varios
modelos de urbanismo pleno medieval lucense: las ciudades episcopales, las
villas costeras de fundación regia, los burgos nacidos al calor de las vías de
peregrinación o las villas del interior impulsadas por la aristocracia laica.
El caso de la propia ciudad de Lugo puede
servir como buen punto de arranque de este recorrido por la historia del
urbanismo medieval en esta provincia. Aunque conozcamos mal la historia
altomedieval de la ciudad, ya se ha comentado previamente que hay que descartar
la veracidad de la leyenda odoariana, lo que nos lleva a ver un Lugo que, en
estos siglos, tuvo que tener una importancia estratégica tan evidente como poco
perfilada. Sin embargo ese viejo enclave va a experimentar una profunda
reordenación y revitalización entre fines del siglo XI y los primeros años del
siglo XII.
Para empezar hay que tener en cuenta que Lugo
refuerza aún más su carácter de bastión defensivo y, por tanto, renueva su
valor estratégico. A la muralla se le une, por lo menos desde principios del
siglo XI, una fortaleza interior que, a modo de ciudadela, se construye en el
espacio intramuros en una ubicación sureste.
Ese creciente valor defensivo de la ciudad no
fue, seguramente, argumento menor para comprender el porqué del reforzamiento
de la relación entre obispos de Lugo y monarquía. Ya se dijo previamente que
este vínculo venía de largo, pero no es menos cierto que en esta época adquiere
una intensidad desconocida. Manuel Mosquera ha señalado un momento concreto
como precipitante de ese reforzamiento de vínculos: la revuelta de los Ovéquiz
que, con epicentro en la ciudad amurallada, puso en jaque el reinado de Alfonso
VI hasta el punto de obligar al Emperador a intervenir, personal y activamente,
en su sofocamiento. A partir de ahí, el monarca concede el señorío de la ciudad
y de su extenso alfoz en manos de los obispos lucenses concediendo, además, un
fuero que será posteriormente confirmado por Alfonso VII o Fernando II.
La creación de una feria a celebrar a
principios de mes y el inicio de la construcción de la catedral románica,
pueden ser vistos como indicio y explicación de una parte del dinamismo económico
y social de esta ciudad desde comienzos del siglo XII. De hecho, a partir de
este momento, va a surgir un nuevo ámbito poblacional intramuros que se
contrapone, y complementa, al Lugo heredero del pasado romano y altomedieval,
que estaba adosado al espacio de la catedral y en posición suroeste. Me refiero
al llamado Burgo Novo, un espacio marcado por el eje Sur-Norte que representa
la Rúa Nova y otro vector de orientación oriental que representa la Rúa de San
Pedro.
En esa intersección va a surgir un Lugo
específicamente medieval que acabará eclosionando, definitivamente, en el siglo
XIII tal y como expone López Carreira.
Otras infraestructuras nos hablan de una
realidad urbana del Lugo románico que no debía de ser nada despreciable. Para
empezar habría que recordar los varios puentes que existían alrededor de la
ciudad, entre los que sobresalía el construido en época romana y que fue
remozado en el XII. Conviene no olvidarse del conjunto de los, al menos cuatro,
hospitales y albergues que Lugo tuvo hasta el siglo XIII. También en relación
con el mundo asistencial, pero no solo referido a él, habría que tener en
cuenta la segunda etapa de vida de los baños romanos que, pese a uno de los
tópicos más negativos y falsos que penden sobre la Edad Media, no dejaron de
usarse y de ser valorados.
Una ciudad de nuevo cuño fue Mondoñedo. Como se
decía antes, en algún momento, entre 1112 y 1117, los obispos mindonienses
abandonaron San Martiño para instalarse en una localidad situada más al
interior. La nueva villa tardó algún tiempo en asentarse como una realidad
urbana perfectamente reconocible. Una tardanza en la que, entre otros factores,
debió de haber influido la residencia de los obispos en Ribadeo. Ni siquiera la
concesión, por parte de Alfonso VII, del señorío de la nueva ciudad a sus
obispos, o la carta foral o el privilegio de disponer de una feria mensual fueron
acicates suficientes para que Mondoñedo tuviese un empaque urbano de cierta
consideración. De hecho la ciudad se mantuvo, a lo largo de todo el período
medieval, como la más pequeña de entre los burgos episcopales gallegos con sus,
apenas, cinco hectáreas de superficie amurallada.
Pese a su pequeño tamaño e importancia
relativa, el ejemplo de Mondoñedo no debe ser pasado por alto a la hora de
hacer una historia del urbanismo lucense en los siglos románicos.
Otro polo de reactivación urbana lo encontramos
en la costa de la actual provincia. En este caso, la revitalización de las
conexiones por vía marítima y la importancia que diversos monarcas conceden a
los enclaves costeros, son los factores principales que están detrás de esta
emergencia urbanística. Ribadeo, fundada a partir de la parroquia portuaria
preexistente de Santiago de Vigo, es un proyecto puesto en marcha por el rey
leonés Fernando II entre 1182 y 1183. El apoyo real a esta nueva villa es muy
claro desde el principio. Son varios los autores que, de hecho, ven en el traslado
temporal de los obispos mindonienses a este nuevo burgo la mano del propio rey.
Con la residencia episcopal se buscaba afianzar la recién nacida villa. Cuando
se consume el traslado, ya definitivo, de los obispos a Mondoñedo, la
monarquía, en este caso Alfonso IX, recuperó el señorío sobre Ribadeo aunque
fuera a costa de compensar a la sede mindoniense y al monasterio cisterciense
de Meira.
Viveiro, por su parte, pertenece a una segunda
oleada urbanizadora de la costa gallega. Pese a que se desconoce la fecha
exacta de su población, todo parece indicar que esta se corresponde con el
reinado de Alfonso IX. Pese al empuje real, que también es perceptible detrás
de esta fundación. Viveiro perteneció, casi desde sus orígenes, al señorío
mindoniense. Por contraste con lo que acabamos de decir de Mondoñedo, ambas
villas costeras adquirieron con celeridad su perfil urbano. Una prueba, que
suele tenerse por paradigmática, es el hecho de contar con la presencia de
conventos de las órdenes mendicantes. Viveiro se destaca, de modo particular,
en este aspecto. Su comunidad franciscana está documentada desde 1258, dato que
la convierte en la cuarta más antigua de Galicia. Los predicadores, por su
parte, tardaron algo más en llegar a esta villa pero en 1285 puede darse por
segura la existencia de un convento de los seguidores de Domingo de Guzmán. El
hecho de que la villa vivariense contase con sendos conventos de predicadores y
de hermanos menores la pone, al menos en este aspecto, en pie de igualdad con
las grandes ciudades del reino de Galicia en esta época. Por contraste con su
vecina, Ribadeo solo contó con presencia franciscana y levemente más tardía que
en Viveiro.
No cabe la menor duda de que la exitosa
peregrinación a Santiago y sus rutas preeminentes –especialmente presentes,
como veremos más adelante, en el territorio lucense–, funcionó también con un
poderoso efecto urbanizador. Al calor de la ruta que se va a consolidar como la
hegemónica entre las terrestres, el llamado Camino Francés, van a ir surgiendo
una serie de enclaves de perfiles urbanos entre las que sobresalen,
principalmente, tres: Triacastela, Sarria y Portomarín.
Los dos primeros enclaves ven la luz en su
emplazamiento definitivo en tiempos del rey Alfonso IX. Triacastela es topónimo
y referencia antigua. Existe desde tiempo muy anterior un territorio de
Triacastela y sabemos de la existencia de un monasterio e iglesia en un lugar
del mismo nombre. Sin embargo, el paso al burgo de Triacastela, con ligero
desplazamiento incluido para ceñirse a la ruta de los peregrinos jacobitas, se
produce durante el reinado del último monarca leonés. De hecho, en 1228, en
documento emitido por este rey, ya se habla del burgo de la nueva Triacas tela.
Fue un proyecto que, como tantos otros ensayos urbanísticos de la época, se
quedó a medio camino. Y es que, aunque tuvo una etapa de esplendor en el siglo
XIII decayó rápidamente como enclave urbano propiamente dicho.
Mejor fortuna histórica corrió Sarria. Fundada
a fines del siglo XII, recibe fuero del mismo Alfonso IX hacia 1228. Sarria,
como enclave propiamente urbano, se funda en un territorio en el que,
históricamente, existían tres notables influencias. La primera es la
constituida por el propio realengo, especialmente presente en esta área, con la
villa real de Larín como uno de sus principales referentes. En segundo lugar es
de notar la proximidad de Sarria con uno de los monasterios más antiguos y
poderosos de Galicia como es el benedictino de San Xulián de Samos. Por último
hablamos de un espacio con una alta densidad de otros pequeños monasterios e
iglesias (como Calvor y Barbadelo, entre otros), lo que nos habla de la
vitalidad de la zona desde tiempo antiguo y de la existencia histórica de
élites sociales.
Pero fue, sin duda, el efecto combinado del
favor real y el éxito de la peregrinación a Compostela el factor que explica el
éxito urbano de Sarria. De hecho, antes de que acabe el siglo XIII, el mapa
urbano de Sarria tiene ya un perfil semejante al de otras villas y cuenta con
dos iglesias y un monasterio como algunas ciudades de mucho más empaque y
renombre. La relación con lo real y con la peregrinación se dan la mano en un
hecho, puntual y anecdótico, pero de alcance histórico: en 1230 Alfonso IX, de
camino a Compostela, causa orationis, fallece precisamente en la
localidad de Sarria.
Un caso algo distinto lo representa Portomarín.
Aquí el impulso urbanizador quizá debe me nos al empuje real, al tiempo que
representa un caso más temprano que los anteriores burgos del Camino. Este
enclave, como tantos otros preexistente, parece haberse ido desarrollando
especial mente desde principios del siglo XII. La razón de este despegue fue la
reconstrucción de un puente que permitía que los peregrinos atravesaran el río
Miño sin dificultades. Había un puente anterior, seguramente romano, que había
sido destruido en la guerra civil que enfrentó a la reina Urraca contra su
segundo marido Alfonso I de Aragón. Dicha acción se le atribuye a un personaje
que ha pasado a la historia con el nombre de Pedro Peregrino, responsable
también, a lo que parece, de la creación de un hospital para peregrinos en
Portomarín.
De la importancia de este burgo caminero da
buena constancia el libro V del Liber Sancti Iacobi cuando habla del
Pons Minei como uno de los hitos de los peregrinos en sus últimas jornadas de
ca mino a Compostela. Hito no solo en el aspecto hospitalario y de las
facilidades para el peregrino, sino también señal de aviso de los peligros que,
a ojos del autor de este libro, lo amenazan a partir de aquí y hasta Palas de
Rei. La referencia a las prostitutas que menudeaban la salida de Portomarín, al
margen de otras consideraciones y de las posibles exageraciones del texto,
puede ser indicio de la entidad urbana y de su vitalidad. Lo único cierto es
que a mediados del siglo XII fue cedido a la orden del Hospital, cuyos
integrantes harán de este punto una de sus referencias principales en Galicia.
El último ejemplo a mencionar de la
versatilidad del proceso urbanizador que la provincia experimentó durante los
siglos del románico lo constituye Monforte. En el corazón de un territorio
sobradamente documentado e individualizado desde siglos atrás, la tierra de
Lemos, que es, al tiempo, de una nada desdeñable riqueza agrícola, los orígenes
de Monforte arrancan de un complejo castral en manos de la aristocracia laica y
de la existencia del monasterio benedictino de San Vicenzo do Pino. Alrededor
de ambas realidades fue surgiendo un núcleo de carácter preurbano claramente
reconocible desde principios del siglo XII. Sin embargo, como en tantos otros
casos, fue el empuje monárquico, personificado nuevamente por Alfonso IX, el
que dio el espaldarazo definitivo para que allí comenzara a verse un panorama
plenamente en consonancia con los parámetros del urbanismo plenomedieval.
El peso de los caminos de peregrinación
Mucho se ha escrito en los últimos años, a
rebufo del éxito y de la recreación contemporánea de la peregrinación jacobea,
sobre los caminos de Santiago y su importancia social, económica, política y
religiosa en estos siglos centrales de la Edad Media. Hay, de hecho, quien
considera es ta época como el momento cenital de las peregrinaciones a Santiago
a lo largo de la historia. Una idea que merecería una profunda discusión y
revisión que, es obvio, no es este el lugar para hacer.
Sea como sea, y pese a las cautelas que parece
lógico poner a cierta euforia retroproyectiva que se detecta en el estudio
histórico sobre la peregrinación, es obvio que hablamos de un fenómeno de amplio
espectro que fue ciertamente importante en estos siglos y que tuvo en la actual
provincia de Lugo uno de sus escenarios protagonistas en el ámbito hispano.
Aunque el concepto de caminos de Santiago, así
en plural, es más propio del presente que de la época medieval, podemos decir
que son varios los itinerarios que llevaban a los peregrinos camino a
Compostela y que atravesaban esta provincia. El más importante y el único al
que podríamos adjudicarle la categoría de camino de Santiago era, obviamente,
el Camino Francés. El francés que escribió, en la primera mitad del siglo XII, el
famoso libro V del Liber Sancti Iacobi identifica los hitos de esta vía
principal a su paso por la actual provincia de Lugo.
El peregrino entraba en Galicia por O Cebreiro
tras superar una dura subida y allí le esperaban las atenciones de uno de los
hospitales específicamente mencionados en el texto. Pasaba, a continuación, por
Liñares de Rei, Triacastela, Barbadelo, Portomarín o Palas de Rei enclaves,
todos ellos existentes, en lo esencial, por y para el camino.
La ruta tenía sus variantes. Una de las más
conocidas y que encontramos en el tramo lucen se del Camino Francés es la que,
pasado Triacastela y de camino a Sarria, llevaba a los peregrinos que la
escogieran a pasar junto al antiquísimo y afamado monasterio de San Xulián de
Samos. La hospitalidad y las atenciones para con los peregrinos dispensadas por
este monasterio, benedictino desde las últimas décadas del siglo XI, son, con
toda certeza, las razones que explican esta bifurcación en este camino
principal.
En el camino francés confluían, hacia
Compostela, otras rutas que eran utilizadas por peregrinos jacobeos. Lo que hoy
se llama camino primitivo, debido a que es el itinerario supuestamente seguido
por Alfonso II en su visita al locus sanctus tras la inventio del sepulcro
apostólico, era una de las rutas que conectaba Asturias con Galicia. Entra en
la provincia, siguiendo un viejo camino, por A Fonsagrada y tiene, como
principal referencia, la propia ciudad de Lugo antes de fundirse en el camino
francés poco antes de Melide. Aunque el Lugo medieval, como ya se ha dicho, no
es en ab soluto producto del camino, no es menos cierto que su reflejo e
incidencia no debe pasarse por alto.
Para empezar hay que recordar, con Elisa
Ferreira, que la ciudad de las murallas hereda de su importante papel en la
Galicia romana su condición de eje viario de la caminería medieval gallega.
Pero el hecho de ser lugar de paso de peregrinos a Santiago fue de especial
significación y reforzó esta herencia romana. Así puede entenderse, y buena
parte de la documentación conservada corrobora la asociación con los
peregrinos, la existencia de un primer hospital para peregrinos a principios
del siglo XII, que se convertirán en dos un siglo después y que, junto a las
tres alberguerías documentadas en ese siglo, hacen de Lugo una ciudad
especialmente bien preparada para atender a los peregrinos y otros viandantes.
Conviene no olvidarse de la colonia de francos
residentes en la ciudad que puede haber sido debida, como en tantos otros
lugares, por el efecto dinamizador y de atracción de gentes foráneas ejercido
por la ruta de peregrinación.
El peso de Lugo como lugar de paso de los
peregrinos a Santiago está también relacionado con las peregrinaciones a
Oviedo. Como es bien sabido, la visita al Arca Santa depositada en la Catedral
de Oviedo ganó especial fama, sobre todo desde principios del siglo XII. Ello
motivó que hubiera peregrinos jacobeos que, al llegar a León siguiendo el
camino francés, decidieran desviarse a Oviedo y, desde la ciudad asturiana,
proseguir su ruta a Compostela pasando por Lugo.
Además del camino francés y del hoy llamado
primitivo, tenemos constancia de que los peregrinos a Compostela seguían otras
rutas a lo largo del territorio de la provincia lucense. Es de des tacar el
caso de los caminos que desde las villas costeras llevaban a Compostela que
englobarían lo que hoy se llamaría Camino Norte. Una de esas rutas, atestiguadas
ya en la Edad Media aunque de imprecisa adscripción jacobea, sería la que
partía de Ribadeo hacia Mondoñedo. Antes de llegar a la ciudad episcopal se
pasaba por Lourenzá, sede de un importante monasterio fundado en el siglo X y
alrededor del cual va a ir surgiendo un cierto culto a su fundador y a
convertirse, aunque modesta mente, en lugar de llegada de romeros. Desde
Mondoñedo esta ruta seguía hacia el sur, hacia Vilal ba y Baamonde para, ya en
la provincia de A Coruña, llevar a los peregrinos y caminantes ante las puertas
del monasterio cisterciense más poderoso de Galicia que no era otro que el de
Santa María de Sobrado. Desde aquí los caminantes llegaban a Arzúa donde
enlazaban con el camino francés.
La parte norte de la Ribeira Sacra
Otra notable característica de la actual
provincia de Lugo en estos siglos es la proliferación y diversidad de
monasterios, especialmente concentrados en un espacio muy concreto y señalado
como es la llamada Ribeira Sacra.
Aunque se trata de un topónimo relativamente
reciente y de origen equívoco, designa al espacio interfluvial de los dos
principales ríos de Galicia: el Miño y el Sil. Un ámbito en el que existió una
amplísima y, como decíamos, diversa presencia monástica. Bien es cierto que
este territorio abarca tramos de las actuales provincias de Ourense, ocupando
la orilla izquierda del Sil, y de la de Lugo asentada en su ribera derecha. Los
367,4 Km cuadrados, que hoy delimitan este espacio se distribuyen por trece
municipios, de los cuales ocho pertenecen a Lugo y cinco a Ourense. La balanza
se inclina del lado auriense, sin embargo, a la hora de cifrar el número y el
peso específico de los monasterios existentes a uno y otro lado del Sil. En
cualquier caso solo voy a detenerme en la parte lucense de la Ribeira Sacra que
abarca los municipios de O Saviñao, Monforte de Lemos, Pantón, Sober, Chantada,
A Pobra do Brollón, Carballedo y Ribas de Sil. Mencionaré, a modo de ejemplo,
tan solo dos casos.
Empezaré por hablar de uno de los monasterios
de historia más singular de todos los existentes en Galicia. Santa María de
Ferreira de Pantón es de los pocos monasterios femeninos que el Císter tuvo en
Galicia. Curiosamente las tres casas de bernardas gallegas estaban ubicadas en
nuestra provincia y dos de ellos, Pantón y Chouzán, dentro del territorio de la
Ribeira Sacra. Los orígenes de Pantón, como es habitual en la mayor parte de
los monasterios, son mal conocidos y, de hecho, su documentación es escasa
hasta fines del siglo XII. Podría haber sido fundación aristocrática y, quizá,
de comunidad dúplice. En 1175 se produce un giro, que va a ser definitivo, en
la historia de Ferreira de Pantón. La condesa Fronilde Fernández, propietaria
de este monasterio por herencia, decide que pase a regirse por la regla
benedictina en su variante cisterciense.
De la historia de Ferreira a partir de este
momento hay que destacar un rasgo insólito que la convierte en un referente
histórico de cierta excepcionalidad. Se trata de un monasterio que con siguió
mantener su independencia y existencia tras la criba a la que fue sometida la
vida monástica de Galicia en el tramo final de la Edad Media. Más aún, estamos
ante la única casa femenina que el Císter mantuvo en Galicia a lo largo de la
Edad Moderna y que, por último, fue capaz de sobre vivir a todas las exclaustraciones
del siglo XIX. Podemos decir siguiendo a Pérez Rodríguez que la actual
comunidad es la heredera, directa y sin interrupciones, de la que doña Fronilde
entregó al Císter a fines del siglo XII.
De una casa de monjas blancas pasamos a un
priorato de monjes negros. Fundado seguramente en el siglo X, de lo poco que
podemos decir de San Vicenzo de Pombeiro en sus dos primeros siglos de
existencia permite intuir que estamos ante un cenobio con perfiles bien
marcados y distintos de la mayor parte de los que le eran coetáneos. Y es que
hablamos de un monasterio que podría estar relacionado, de algún modo, con
grupos eremíticos, que no parece haber sido monasterio familiar y en el que,
por último, no cabe sospechar indicios de duplicidad sino que sería un
monasterio exclusivamente masculino.
Antes de 1109 estaba en manos de la infanta
Urraca, a cuyo poder había llegado Pombeiro en una época imprecisa. En este año
la futura reina, ya viuda de Raimundo de Borgoña, e intitulada como totius
Galletie domina, lo dona a la abadía de Cluny. En esta acción se han visto,
entremezcla das, razones de tipo estrictamente religioso y político. Entre las
primeras habría que mencionar el recuerdo pro anima del esposo difunto
procedente, como es bien conocido, de Borgoña y vinculado familiarmente con
Cluny. Con respecto a las segundas hay que señalar, en primer lugar, que dicha
donación se efectúa poco antes del fallecimiento de Alfonso VI y con el más que
posible despuntar de las tensiones sucesorias que van a enfrentar a partidarios
de doña Urraca y el bando de su hijo Alfonso Raimúndez.
Sea como fuere, y pese a que el peso de los
prioratos cluniacenses en Galicia fue más bien débil, Pombeiro es, junto al
coruñés de Xubia, el bastión más importante de la presencia directa de la gran
abadía de Borgoña en Galicia. Ello no impide que el patrimonio de Pombeiro
apenas crezca tras su incorporación a Cluny o que, por otra parte, la disciplina
y el orden interno en este priorato hayan estado normalmente alejados de los
estándares de la casa madre.
Arquitectura románica en la provincia de
Lugo
Durante la etapa final del reinado de Fernando
I (†1065) hasta poco después de la muerte de Alfonso IX (1230), lo que hoy es
la provincia de Lugo, al igual que las otras gallegas, se dividía en
circunscripciones jerarquizadas política y jurisdiccionalmente denominadas “tierras”
(terrae), repartiéndose el territorio que nos incumbe, entonces como hoy, dos
diócesis, las de Mondoñedo (ámbito septentrional) y Lugo (ámbitos central y
meridional).
Los estudios sobre el románico en la
provincia de Lugo
“En la era de 1167 que es año de 1159, por
las ruinas que padeció esta Iglesia con el cerco referido, se concertó la obra,
y otorgaron escritura de assiento el Obispo D. Pedro Peregrino, Dean,
Canonigos, y quatro Ciudadanos nobles con el Maestro Raimundo, natural de la
Villa de Monforte de Lemos , en la qual se obligaron de darle en cada un año
ducientos sueldos por su salario, de la moneda de aquel tiempo … y en esta
côformidad lo aceptó Raimundo, y se obligó a asistir a la obra todos los días
de su vida, y después de ella sobreuiuiendole, su hijo la acabaría. De este
contracto se colige fue grande la ruina, quando fueron necesarios algunos años
para su restauración … Hoi se conserua la reedificacion de esta Cathedral en la
forma, que la hizo el Maestro Raimûdo. El sitio de su planta es en lo mas baxo
de la Ciudad, frente de una torre de su muralla, que conserva el nombre antiguo
… El material es firme, y buena cantería blanca, y bien labrada, toda es de
fortísima boueda, es mui clara con sus vidrieras, y de bastante capacidad, en
tres naues con la del medio, que desde la puerta del buen Iesus comprehende el
Coro hasta la Capilla maior, y tiene toda altura; las dos Colaterales son mas
baxas, porque sobre ellas carga otra boueda con hermosa, y larga galería a los
dos lados hasta el crucero, que en boueda de la misma altura de la naue del
medio alcanza desde la puerta, que va al palacio Episcopal, hasta la sacristía:
las dos naues colaterales cercâ la Capilla maior, y en su côtorno ai las
Capillas siguientes …”
Con estas elogiosas palabras se refiere
Pallares y Gaioso, en su conocida obra Argos Divina. Sancta María de Lugo de
los Ojos Grandes…, impresa en Santiago en 1700, no tanto o no solo a la fábrica
catedralicia lucense como un todo cuanto, fundamentalmente, a lo que en ella
hizo el Maestro Raimundo, el iniciador, según afirma, de la grandiosa obra que
en la actualidad podemos gozar. Escrita a partir de la contemplación directa
del monumento, creo que puede y debe considerarse como el primer texto en el que
se describe y valora una empresa que hoy catalogamos como románica en la
provincia de Lugo. El gusto consciente por las manifestaciones que en la
actualidad reconocemos como pertenecientes a este estilo, por más que a lo
largo del siglo XVIII se documenten aportaciones instrumentales tan valiosas
para los fines de nuestro estudio como, entre otras, las del Padre Sarmiento9 ,
J. Cornide, A. Rioboo y Seixas, el Padre Sobreira o el canónigo lucense J. V.
Piñeiro y Cancio, será, sin embargo, vista desde el presente y con los
parámetros de hoy, una de las grandes aportaciones de la centuria siguiente, la
decimonovena de nuestra Era, y tal hecho no puede desligarse de las especiales
circunstancias político-sociales que afectan al conjunto del territorio español
en ese siglo.
Es bien sabido, en relación con las cuestiones
que en esta publicación nos ocupan, que las primeras leyes desamortizadoras
(1835-1836) tuvieron consecuencias muy negativas para la conservación de todo
el patrimonio cultural, no solo el de carácter monumental, español, en general,
y gallego, en particular. No bastó para detener el desastre, en un primer
momento al menos, la creación, en 1844, de las Comisiones Provinciales de
Monumentos, que en 1857 pasaron a depender directamente de las Reales Academias
de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando a través de una Comisión mixta
o conjunta de ambas instituciones, un hecho que, por el prestigio que llevaba
asociado ese vínculo, contribuyó a reforzar poco a poco el valor de sus
intervenciones y pronunciamientos. Es ese el contexto en el que emerge, en el
que inicia su labor de investigación, difusión y concienciación sobre el valor
del patrimonio histórico-artístico y, más en concreto, sobre el de Galicia y
fundamentalmente sobre el de la diócesis de Mondoñedo, la ciudad de la que
procedía su familia y en la que él, nacido en Madrid, vivió y se formó, José
Villaamil y Castro (1838-1910). A él se deben, en el ámbito que aquí nos
incumbe, estudios muy valiosos sobre la Catedral de Mondoñedo, San Martiño de
Mondoñedo, Santa María de Meira y Santa María de Viveiro, y en torno al
Mobiliario litúrgico gallego medieval, obra, esta última, en la que se incluye
el análisis del báculo y el calzado que habían pertenecido al obispo
mindoniense Pelayo II de Cebeira (1199-1218), que creo que pueden y deben ser
considerados como el punto de partida de lo que hoy entendemos, con las
precisiones y matizaciones que sean necesarias, como Historia del Arte. Es
autor también de una muy útil, todavía hoy, Crónica de la provincia de Lugo. En
su capítulo VII, titulado “Historia artística y monumental”, describe
con muy atinadas observaciones monumentos tan significativos como San Martiño
de Mondoñedo y las catedrales de Lugo y Mondoñedo, sorprendiendo, no obstante,
la escasez de testimonios pertenecientes a “nuestro estilo” que menciona.
Coetáneo de José Villaamil y Castro fue Manuel
M. Murguía (nació solo 5 años antes, en 1833), autor, para el ámbito que aquí
nos ocupa, de una conocida y muy difundida guía, útil todavía hoy, titulada,
sin más, Galicia. Publicada en Barcelona en 1888, comenta y valora en ella tan
solo dos edificios románicos lucenses: las catedrales de la capital provincial
y de Mondoñedo. Sobre la primera, descrita con más detalle en las parcelas que
en esta Enciclopedia más directamente nos afectan, incide en sus semejanzas con
la basílica compostelana, señalando dos campañas constructivas, una románica,
que adjudica al Maestro Raimundo, a quien, siguiendo al ya citado Pallares,
considera natural de Monforte, y otra, más avanzada formalmente, que asigna a
su hijo, que no sería otro que el afamado Maestro Mateo, a quien considera
introductor de “los arcos y bóvedas ojivales en Galicia”, atribuyendo a
los dos también la construcción de la catedral de Tui.
Frente a las propuestas que formula, por más
que sean inaceptables, a propósito de las particularidades estructurales y
decorativas de la Catedral capitalina, nada especialmente significativo, al
menos con visión actual, señala con respecto a la otra Catedral que analiza, la
de Mondoñedo, en la que pondera, en cualquier caso, el valor del ajuar del
obispo Pelayo de Cebeira.
Fue Murguía el primer presidente de la Real
Academia Galega, formalmente constituida el 25 de agosto de 1906. Contó desde
su arranque esta institución, asentada desde sus inicios “formales” en
la ciudad de A Coruña, con una publicación, el Boletín de la Real Academia
Gallega, esencial para la investigación y difusión de la Cultura gallega en
general, incluida también, como parece obvio, la de carácter artístico, un
capítulo que no siempre se tiene en cuenta, pese a su significación, cuando se
analiza la labor cotidiana de tan prestigiosa Corporación. En esta publicación,
complementada por una útil Colección de documentos históricos de Galicia,
colaborarán importantes investigadores. Fue uno de ellos, y de los más asiduos,
Ángel del Castillo, uno de los grandes estudiosos del patrimonio
histórico-artístico gallego, singularmente el de tiempos románicos. Es prueba
evidente de esta dedicación su conocido y ponderado Inventario de la riqueza
monumental y artística de Galicia, publicado en 1972, por iniciativa de la
Editorial de los Bibliófilos Gallegos y con el patrocinio de la Fundación Pedro
Barrié de la Maza, once años después del fallecimiento del autor. Esta obra,
síntesis de una vida dedicada al estudio del patrimonio histórico-artístico de
su país, sigue siendo de consulta necesaria aún en la actualidad, pese a lo
mucho que se ha avanzado tanto en el análisis como en la valoración de ese
legado de singular valor. Uno de los primeros artículos que publicó este
estudioso, el nº 6 según la secuencia de su bibliografía que figura al inicio
de ese Inventario, tiene como cometido el análisis de la portada de una iglesia
lucense, la de Santa Mariña de Sarria, de estilo románico, desaparecida ya el
20 de diciembre de 1906, día en el que está datado el número, el 8, de la
revista en la que se incluye, el ya citado Boletín de la Real Academia Gallega.
Sus colaboraciones sobre edificaciones románicas en general y lucenses en
particular serán habituales a partir de este año en la publicación.
En Lugo precisamente y también en el ya citado
año 1906 se publicó un folleto de la autoría del mismo autor que vengo
comentando, Ángel del Castillo, sobre La Arquitectura Cristiana en Galicia.
Tiene su origen en una conferencia pronunciada en el Patronato Católico de
Obreros de san José de A Coruña el 22 de abril de ese año. Incluye la
publicación, tras el texto de la conferencia, un “Índice de las iglesias que
se mencionan en la presente obrita”. Es la de Lugo la menos favorecida de
las cuatro provincias gallegas tanto en el número total de monumentos reseñados
como en el de los valorables hoy como románicos: 11 en el primer caso y 5 en el
segundo.
Dos años después de que viese la luz la
conferencia de A. del Castillo que acabo de ponderar se pone en marcha, en
Madrid, la publicación de una obra clásica de la historiografía artística
española: la Historia de la Arquitectura Cristiana Española en la Edad Media,
de la autoría de V. Lampérez y Romea. Consta de 2 voluminosos tomos de gran
formato. Solo dos edificios lucenses, la catedral capitalina y la de Mondoñedo,
merecen estudio monográfico, resultando sorprendente que en el apartado final
del capítulo dedicado a Galicia en el Tomo primero, titulado “Otros
monumentos notables de la región gallega”, no se incluya ningún testimonio
ubicado en la provincia de Lugo.
En 1910, año en el que Ángel del Castillo
publica su segundo estudio monográfico sobre un edificio románico lucense,
emplazado también, como el ya citado, en Sarria, se pone en marcha, exactamente
el 26 de diciembre, el Catálogo Monumental de la Provincia de Lugo, un proyecto
que tiene su origen, para el territorio español, en un Real Decreto de fecha 1
de junio de 1900 en el que se ordenaba la “catalogación completa y ordenada
de las riquezas históricas o artísticas de la nación”. Se le encargó a
Rafael Balsa de la Vega, autor también de los de otras provincias gallegas,
quien lo terminó el 17 de abril de 1913. Consta de 2 volúmenes, uno de texto y
otro de fotografías. No se publicó en su momento y continúa inédito todavía
hoy. Pese a sus limitaciones y errores, un balance que comparte con el catálogo
de otras demarcaciones provinciales, el hecho en sí de que se programase su
realización y se materializase merece reseñarse como un dato muy significativo.
La década que me ocupa, la segunda del siglo
XX, fue también la de preparación, por parte de G. Goddard King, de una obra
clásica, pionera, sobre el Camino de Santiago y el Arte: The Way of Saint
James. Fue publicada en Nueva York, en 1920, por iniciativa de la Hispanic
Society of America. La componen tres volúmenes repletos de información de
primera mano, tomada sobre el terreno. Tuvo un gran éxito. Contribuyó a
popularizar, sobre todo entre el lector anglosajón (norteamericano y
británico), el Camino Francés, el Camino de Santiago por antonomasia, y sus
monumentos más significativos, entre ellos, como es obvio, los ubicados en la
provincia de Lugo, muchos de los cuales, entonces como hoy, se encuentran entre
los hitos de referencia del estilo, el románico, que aquí nos ocupa.
De su contacto directo con los monumentos,
prioritariamente con los ubicados en el Camino “canónico”, el Francés,
aunque no solo con ellos, nacieron también artículos monográficos de gran
interés, publicados en reputadas revistas científicas, en los que tienen
protagonismo edificios tan emblemáticos como las iglesias de Barbadelo, Meira o
Ferreira de Pantón. Estos trabajos, vistos como un todo y más allá de las
discrepancias que sobre sus conclusiones podamos tener hoy, contribuyeron a la
paulatina difusión internacional de nuestro patrimonio monumental,
singularmente el del tiempo y el estilo que aquí nos incumben.
La década de los veinte, en la que están
datados algunos de los artículos de referencia de G. Goddard King, a quien, por
cierto, invoca, a propósito del dintel pentagonal presente en la portada
principal de la iglesia de Santiago de Barbadelo, L. Torres Balbás en un
conocido y valioso, todavía hoy, artículo sobre dinteles románicos en Galicia,
está marcado en nuestra Comunidad, desde el punto de vista cultural, por el
nacimiento y paulatina consolidación del Seminario de Estudos Galegos. Nacido
en Santiago en el mes de octubre de 1923, tuvo como uno de los ejes esenciales,
programáticos, de su actividad, singularmente desde el punto de vista del
patrimonio históricoartístico, por más que la iniciativa tuviese una voluntad
de análisis integral de todo lo que se relacionaba con el territorio y sus
gentes, el examen inmediato de los monumentos. La primera de estas excursiones
científicas –xeiras en lengua gallega– se desarrolló en el verano del año 1926
y tuvo como ámbito de referencia la Terra de Lemos, encabezada por la villa de
Monforte. No se terminó este estudio, como aconteció con los realizados sobre
otros territorios de la Comunidad, salvo el centrado en la coruñesa Terra de
Melide. Fue publicado en el año 1933 en Santiago. Uno de los autores del capítulo
sobre arquitectura religiosa, Xosé Ramón y Fernández Oxea, Miembro de Número
del Seminario, publicará en 1936, en el prestigioso Archivo Español de Arte y
Arqueología, un artículo de gran interés sobre un maestro, Pelagio, documentado
en un epígrafe, datado en 1190, ubicado en el tímpano que preside la portada
principal de la iglesia de Santa María de Taboada dos Freires, en el municipio
lucense de Chantada.
Sorprende, a la vista de lo que antecede y del
intenso trabajo de campo promovido y realizado por el Seminario, que en su
Revista, Arquivos do Seminario de Estudos Galegos, de la que se publicaron 6
números entre 1927 y 1934, no se incluyese ningún trabajo monográfico sobre
edificios románicos lucenses, figurando solo uno, en torno a la iglesia de
Santa María de Viveiro, en Nós, una revista ideológicamente afín a las
propuestas defendidas por el Seminario. Habrá que esperar a la década
siguiente, desaparecido ese Organismo y todo lo que simbolizaba, para que ese
tipo de estudios sea habitual, de la mano, sorprendentemente, de investigadores
vinculados al Seminario, tanto en publicaciones gallegas como de fuera de la
Comunidad. En la anterior, la de los años treinta y en torno a 1936, año que
figura en el volumen consagrado a la Provincia de Pontevedra, el único datado
del conjunto, ve la luz en Barcelona, dirigida por J. Carreras Candi, una
Geografía General del Reino de Galicia. En el volumen titulado Generalidades
del Reino de Galicia se incluye un largo estudio sobre “La arquitectura en
Galicia”, firmado por Ángel del Castillo, en el que se analizan numerosos
edificios de filiación románica ubicados en la provincia de Lugo. También son
comentadas empresas de este estilo en el volumen consagrado en el proyecto a la
demarcación territorial lucense, redactado por M. Amor Meilán. Sus comentarios
sobre los edificios, muchos de filiación románica, como sucede en los restantes
libros de ámbito provincial de la Colección, son menos rigurosos que los de
Ángel del Castillo.
Frente a ellos y más o menos coetáneamente, dos
obras clásicas sobre la materia en clave española, El arte románico español.
Esquema de un libro, de M. Gómez Moreno, y El arte románico en España, de E.
Camps Cazorla, el primero editado en Madrid en 1934, el segundo en Barcelona en
1935, no mencionan, ni siquiera nominalmente, ningún edificio ubicado en la
provincia de Lugo.
Los años cuarenta, superado el duro paréntesis
de la Guerra Civil, marcan también, como aconteció y señalé ya en las otras
provincias de Galicia, un punto de inflexión en los estudios sobre el románico
lucense. Tres publicaciones periódicas son el referente a ese respecto. Cito en
primer lugar, por las circunstancias que en ella concurren, a Archivo Español
de Arte, una de las dos revistas en las que se dividió tras la citada contienda
y en función de su contenido específico, la que hasta 1937 fue una sola, la
citada Archivo Español de Arte y Arqueología. En ella será habitual, en los
años que consideramos, la presencia de artículos sobre edificios románicos
ubicados en el territorio que nos ocupa de la autoría de José Ramón y
Fernández-Oxea, uno de los más reputados estudiosos del estilo en tierras
gallegas en general y lucenses en particular, socio muy activo, por cierto, del
ya citado Seminario de Estudos Galegos. En su revista, la ya citada Arquivos do
Seminario de Estudos Galegos, publicó trabajos sobre Arte románico, pero no
sobre edificios de este estilo en la provincia de Lugo.
La segunda publicación de la década que estoy
trayendo a colación es el Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos
Históricos y Artísticos de Lugo. Su número 1 está fechado el 1 de julio de
1941. En él se incluye ya la primera entrega, consagrada en este caso al
estudio de las iglesias de O Salvador de Vilar de Sarria (Municipio de Sarria)
y de Santo Estevo de Lousadela (mismo Municipio), de una serie genéricamente
titulada Iglesias románicas de la provincia de Lugo. Papeletas Arqueológicas,
de la autoría de Francisco Vázquez Saco, uno de los más notables investigadores
del románico en tierras de Lugo. Su nombre será habitual en esta Revista, en la
que publicó 164 Papeletas, hasta su fallecimiento, acaecido en el año 1962.
La tercera publicación periódica que debe
reseñarse en los años cuarenta es Cuadernos de Estudios Gallegos, la revista
promovida por el Instituto Padre Sarmiento de Estudios Gallegos, nacido en 1944
para dar continuidad a la labor desarrollada, antes de la Guerra Civil, por el
Seminario de Estudos Galegos. En ella y en las iniciativas auspiciadas por el
Instituto serán frecuentes las colaboraciones de J. M. Pita Andrade, otro de
los grandes especialistas españoles en Arte románico, en general, y gallego, en
particular. No se prodigó en sus estudios, sin embargo, sobre monumentos
lucenses, no faltando en ellos, en cualquier caso, referencias de gran valor
para el ámbito territorial que aquí nos ocupa.
Es de su autoría la recensión que en el Tomo
III, correspondiente al año 1948, se hace del volumen V, consagrado al estudio
de la arquitectura y escultura románicas, de la colección Ars Hispaniae
(Historia del Arte Hispánico), redactada por José Gudiol Ricart y Juan Antonio
Gaya Nuño. Pese a sus limitaciones, olvidos y errores, tuvo el interés de haber
incorporado el románico gallego, por primera vez y con cierta amplitud, a una
obra de carácter general sobre el estilo en España. Once edificios ubicados en la
provincia de Lugo merecen reseña en esta obra en el apartado titulado “El
románico rural en Galicia”.
Prosigo la revisión bibliográfica de los años
cuarenta señalando la importancia que para el estudio de las manifestaciones
del estilo que aquí nos ocupa, el románico, tuvo la revitalización de la
investigación sobre el fenómeno de las peregrinaciones a Santiago, producido en
un ambiente de exaltación nacionalista propiciado por las especiales
circunstancias que en España se vivían tras la Guerra Civil. Un concurso sobre
ese hecho de capital significación histórica, las peregrinaciones a Santiago,
cuya consolidación y plena internacionalización coinciden en el tiempo con la
eclosión del estilo románico, convocado en el mes de abril de 1943 por el
Instituto de España “para contribuir a las festividades que se preparan en
conmemoración del XIX Centenario del martirio del Apóstol Santiago”, está
en el origen de dos publicaciones clásicas sobre la materia, diversas, no
obstante, en recorrido y proyección: la que llevó el Premio, fallado en 1945,de
la autoría de L. Huidobro Serna, que contó con ocho colaboradores, publicada en
3 tomos en Madrid en 1950-1951, y una de las descartadas, vencedora, en cambio,
en el “Premio Francisco Franco” convocado por el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC) en ese mismo año 1945,redactada por L.
Vázquez de Parga, J. Mª Lacarra y J. Uría Ríu. Esta, también en 3 tomos, se
publicó en Madrid en 1949. En las dos obras, particularmente en los capítulos
dedicados al estudio “físico” del Camino, son objeto de análisis,
desigual en alcance, los monumentos más destacados del estilo que aquí nos
interesa. La difusión que tuvieron los libros, singularmente el primero que vio
la luz, convertido en clásico muy pronto, contribuyó a popularizar sus hitos
monumentales más significativos.
Es en este contexto de promoción y proyección
del hecho de la Peregrinación a Santiago en el que debe valorarse un artículo
de A. del Castillo incluido en el número de la revista Galicia editado por el
Centro Gallego de Buenos Aires con motivo del Día de Galicia, es decir, el 25
de julio, festividad del Apóstol Santiago. Titulado “De las antiguas
peregrinaciones compostelanas. Las iglesias románicas del ‘Camino francés’
en Galicia”, lo esencial del trabajo está dedicado a las de la provincia de
Lugo, con citas destacadas para las de Barbadelo, Portomarín (las dos, San
Pedro y San Juan/San Nicolás) y Vilar de Donas.
Culmino la revisión de la década de los
cuarenta con un comentario sobre una obra que en su día, por las circunstancias
que en ella concurrían, marcó un hito en la bibliografía artística de Galicia.
Me refiero al “librito” de J. Carro García titulado Las Catedrales
gallegas, publicado en 1950, en Buenos Aires, por Ediciones Galicia, la
editorial promovida por el poderoso Centro Gallego de esa capital, al que me
referí ya más arriba. En él son analizados con rigor, según los más exigentes
criterios de ese momento, las catedrales de Lugo y Mondoñedo.
Dos años después de este libro, en Madrid y en
la colección Ars Hispaniae, ya citada, ve la luz el volumen consagrado a la
Arquitectura gótica. Sorprende que su autor, L. Torres Balbás, sin discusión el
mejor conocedor en esos momentos de la arquitectura producida por la Orden del
Císter en España, no incluyera en esta obra ninguna referencia a la abacial de
Santa María de Meira, no solo una de las grandes empresas levantadas por ella
en Galicia, sino incluso en el conjunto de la Península ibérica. Sí se refiere,
en cambio, a la Catedral de Mondoñedo, en la que pondera, pese a su cronología,
que relaciona en su arranque y consagración con el obispo Martín (1219-1248),
el fuerte peso de la tradición románica.
Sí merecerá consideración y análisis detenido y
preciso la abacial de Meira por parte de L. Torres Balbás, que estudia en él
también las casas lucenses de Ferreira de Pantón y Penamaior, en el “librito”
titulado Monasterios cistercienses de Galicia, publicado en 1954, en Santiago,
por la prestigiosa Editorial de los Bibliófilos Gallegos, que se unía con esta
monografía a los actos programados por doquier para conmemorar el VIII
centenario del fallecimiento de San Bernardo. El acontecimiento había merecido
ya la programación en el año anterior, el que se correspondía con el centenario
en sentido estricto, de una exposición sobre la Orden promovida por el
Instituto “Padre Sarmiento” de Estudios Gallegos, encargándose de su
comisariado y del catálogo que la complementó, titulado Monasterios del Císter
en Galicia, J. Carro García. Aunque breves, son precisas y valiosas las
consideraciones que en él hace sobre los tres grandes monasterios cistercienses
establecidos en la provincia, comandados, sin discusión, por el de Meira.
En el mismo año, 1953, y también en Santiago,
se publica en la citada Colección Obradoiro, una de las promovidas por la
Editorial de los Bibliófilos Gallegos, el estudio monográfico de F. Vázquez
Saco sobre La Catedral de Lugo. Pese al “carácter vulgarizador de la
publicación”, como señala el autor, incorpora apreciaciones muy
significativas sobre el alcance y particularidades de la catedral románica,
remodelada y ampliada, como es bien sabido, en etapas posteriores con premisas
estilísticas diferentes.
Un año después de la aparición de la monografía
citada en el párrafo precedente, esto es, en 1954, ve la luz en Madrid,
revisada por J. Mª de Azcárate, la segunda edición de la obra Monumentos
Españoles. Catálogo de los declarados histórico-artísticos, promovida por el
Instituto Diego Velázquez, perteneciente al C.S.I.C. Los ubicados en la
provincia de Lugo se recogen en las pp. 225-245 del Tomo II. Suponen, en
concreto, una nómina de 18, de los cuales 12 exhiben total o parcialmente
ingredientes de estilo románico. Los datos que de ellos se ofrecen, breves,
pues las entradas, en esencia, recogen información básica, son muy precisos y,
por ello, de gran utilidad.
En esta misma década, la de los cincuenta,
comienza a publicar M. Vázquez Seijas –el tomo I aparece en 1955– su monumental
estudio sobre las Fortalezas de Lugo y su provincia. Recoge información
arqueológica, histórica y genealógica, muy valiosa, sobre estas construcciones,
no siempre y no todas, todavía hoy, bien valoradas desde el punto de vista
estilístico.
La década de los sesenta, por lo que respecta
al estudio sobre las manifestaciones del estilo románico en la provincia de
Lugo, está marcada, casi desde el inicio, por el fallecimiento de F. Vázquez
Saco. De tal hecho se da cuenta, en una nota firmada por J. Trapero Pardo y que
arranca ya en la portada de los números 57-58, correspondientes al año 1962 e
incluidos en el Tomo VII del Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos
Históricos y Artísticos de Lugo. F. Vázquez Saco, como señalé más arriba, había
iniciado en las páginas del mismo Boletín, en 1941, una serie de estudios sobre
el Románico lucense titulada genéricamente Iglesias románicas de la provincia
de Lugo, completada y complementada con la indicación de que eran Papeletas
Arqueológicas. Redactó, como ya sabemos, un total de 164, siendo la última la
consagrada a la iglesia de San Lorenzo de Fión (O Saviñao), aparecida en los
números 53-56, correspondientes a los años 1960-1961, incluidos en el mismo
Tomo VII93. Tras su fallecimiento, se hará cargo de la Sección A. López
Valcárcel. Su primera colaboración, publicada en el mismo número del Boletín en
el que se daba cuenta de la muerte de F. Vázquez Saco, está dedicada a la
iglesia de San Pedro Félix de Hospital (O Incio). Proseguirá la tarea hasta
1976, año en el que está datada la última entrega de su autoría en la serie, la
Papeleta nº 184, consagrada a la iglesia parroquial de San Cristóbal de Cancelo
(Triacastela).
En el mismo año 1962 publica en Cuadernos de
Estudios Gallegos J. Ramón y Fernández-Oxea un útil artículo titulado “Maestros
menores del románico rural gallego”. Da cuenta en él de la actividad, que
pondera con justeza, de diez maestros, no todos, sin embargo, responsables o
relacionados específica y profesionalmente con la construcción, como él mismo
señala, documentados en otros tantos edificios “del románico rural gallego”,
gran parte de los cuales –7 en concreto– están situados en tierras lucenses. Le
sirve el artículo, también, para reflexionar sobre las particularidades de ese
abundante románico rural gallego, insistiendo en que, cuando se haya realizado
su estudio pormenorizado, “podrá venirse aun en conocimiento de nuevos
maestros que, si no dejaron constancia de su nombre en inscripciones
comprobatorias, sí han dejado su huella inequívoca en las obras por ellos
realizadas, las cuales pueden servir para bautizarlos”. Toma como ejemplo
de su propuesta un conjunto de iglesias chantadinas, lucenses, por tanto,
formalmente emparentadas, proponiendo la adjudicación de su construcción a un
anónimo Maestro de Campo Ramiro (sic) por ser la de esta parroquia la iglesia
más completa y mejor conservada.
Tres años después de que se publicase el
artículo precedente, en 1965, se editó en Madrid un libro, ya ponderado por mí
en las entregas anteriores de esta Enciclopedia del Románico consagradas a
Galicia, que marcó un hito en el panorama publicístico español relacionado con
la materia que nos ocupa. Me refiero a la Historia de la Arquitectura Española.
Edad Antigua y Edad Media, de la autoría de F. Chueca Goitia. Son pocos, sin
embargo, los monumentos románicos lucenses que en ella se mencionan, resultando
sorprendente la escasa y muy general información que sobre ellos se da.
El contrato con el Maestro Raimundo, iniciador,
según Pallares y Gaioso, que es quien da cuenta de su existencia en el libro,
ya citado, Argos Divina, de la Catedral de Lugo en 1129, será objeto de
análisis como tal instrumento, más allá o al margen de su contenido, en dos
artículos publicados en el nº VIII del Boletín de la Comisión Provincial de
Monumentos Históricos y Artísticos de Lugo. En uno, el primero en ser
publicado, de la autoría de A. García Conde, se llega a cuestionar que hubiera
existido. En el otro, incluido en el número siguiente de la misma Revista,
firmado por N. Peinado, no se duda, en réplica al anterior, de que sí existió,
defendiendo el autor, a partir de una referencia proporcionada por Rafael Balsa
de la Vega en una conferencia pronunciada en Lugo el 23 de abril de 1912 y pese
a que no pudo conseguir información “oficial” que corroborase su hipótesis, que
el documento, robado a principios del siglo XIX, se hallaba en la Universidad
de Oxford.
En 1968, publicada por Ediciones Castrelos, con
sede en Vigo, vio la luz en esta ciudad la tercera entrega, consagrada a la
provincia de Lugo, de la serie dedicada a los monasterios gallegos. Es su autor
H. de Sa Bravo. Estudia un total de 10, todos importantes histórica y/o
monumentalmente, gran parte esenciales para el análisis de la implantación y
desarrollo de las formulaciones estructurales y decorativas que singularizan al
estilo que en estas páginas analizamos.
En el último año de la década que examino,
1970, publica en Cuadernos de Estudios Gallegos un artículo sobre la parroquia
de San Miguel de Oleiros N. Rielo Carballo. Lo cito no solo por el valor que
tiene el hecho de que una revista de prestigio como Cuadernos de Estudios
Gallegos acoja en sus páginas un estudio monográfico sobre una entidad rural
nucleada por un edificio románico de gran interés, sino sobre todo por ser la
primera incursión de importancia en el campo del patrimonio histórico-artístico
de la provincia de un estudioso llamado a tener un relevante protagonismo en
ese ámbito en la década siguiente.
Concluyo la revisión de la producción
bibliográfica de mayor entidad y significación en el transcurso de la séptima
década del siglo XX y en relación con la provincia de Lugo con la mención y
valoración de un libro y un nombre. El libro es la Guía del Camino francés en
la provincia de Lugo, de la autoría de A. Losada Díaz y E. Seijas Vázquez,
publicado en Madrid en 1966. Ofrece información de gran interés, basada en la
contemplación directa, sobre muchos de los monumentos románicos ubicados en los
8 municipios por los que transita el Camino de peregrinación a Santiago por
antonomasia, el francés, por esa demarcación territorial. El nombre es el de J.
M. Pita Andrade, quien, si bien no realizó ningún estudio monográfico sobre un
monumento románico lucense, sí publicó en la década que analizo numerosos
artículos de carácter general sobre el románico gallego (estructuras,
pervivencia, motivos decorativos, etc.), esenciales para un mejor conocimiento
de sus particularidades, en los que no faltan referencias puntuales sobre
empresas ubicadas en la provincia que estudiamos.
La revisión de los estudios realizados en la
década de los setenta la inicio, como hice ya en las restantes provincias para
idéntico periodo, con la mención de iniciativas generales sobre Galicia en las
que los testimonios de filiación románica de la provincia de Lugo tienen una
presencia destacada. Me refiero, por un lado, a El Monacato en Galicia, obra en
2 volúmenes, de la autoría de H. de Sa Bravo, publicada en 1972, al Inventario
de la riqueza monumental y artística de Galicia, de A. del Castillo, aparecido
también en 1972, o a la Galice romane, editada en 1973 en la muy prestigiosa
Colección titulada La Nuit des Temps, promovida por Éditions Zodiaque, de la
que fueron autores M. Chamoso Lamas, B. Regal y V. González, y, por otro, a
proyectos como la Gran Enciclopedia Gallega, cuya publicación comenzó a
realizarse en 1974, o la Colección Galicia enteira, promovida por Edicións
Xerais de Galicia, redactada por X. L. Laredo Verdejo e iniciada en 1980. Ve la
luz en esta década también, aunque en este caso en 1971, es decir, en su
arranque, una muy útil, todavía hoy, Guía monumental y artística de la
Provincia de Lugo, de la autoría de N. Peinado Gómez.
A mediados de la década que me ocupa –1975 es
el año que figura en la cubierta de los tomos I y II, 1976, en los dos casos,
como data de su Depósito Legal– comienza a publicarse, auspiciado por el
Ministerio de Educación y Ciencia (Dirección General del Patrimonio Artístico y
Cultural, Comisaría Nacional del Patrimonio Artístico), el Inventario Artístico
de Lugo y su Provincia. Fueron sus autores E. Valiña Sampedro, N. Rielo
Carballo, S. San Cristóbal Sebastián y J. M. González Reboredo. Componen la obra
VI tomos. Fue un hito en su tiempo. Hoy, pese a sus errores, continúa siendo un
instrumento de consulta obligada para todos cuantos quieran aproximarse o
iniciar el estudio del Patrimonio histórico-artístico de Lugo, singularmente el
de tiempos románicos.
En 1976 defendió su Tesis Doctoral en la
Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Santiago de Compostela
(USC) R. Yzquierdo Perrín. Se tituló La arquitectura románica en la diócesis de
Lugo: la influencia de Esteban al Oeste del Miño. En este trabajo, como
consecuencia de ser de mayor entidad el territorio que a la diócesis que se
invoca en el título le pertenece en la provincia de Lugo que el que le
corresponde en las de Pontevedra y A Coruña, tienen un especial protagonismo
las empresas valorables como románicas ubicadas en tales tierras lucenses. De
esta Tesis Doctoral, en un principio, solo se publicó, por ser preceptivo
hacerlo administrativamente, un resumen. En ella, no obstante, está el origen,
paulatinamente extendido a toda la provincia, de un buen número de trabajos del
autor sobre edificios románicos lucenses, sean analizados monográficamente,
sean valorados a partir de su ubicación en un territorio determinado o de la
presencia o empleo en ellos de elementos decorativos o soluciones constructivas
muy precisas.
En 1978 se puso en marcha en Mondoñedo,
dirigido por S. San Cristóbal Sebastián, una nueva publicación periódica:
Cuadernos del Museo Mindoniense (Boletín del Museo Catedralicio y Diocesano de
Mondoñedo). Ofreció, mientras se publicó, información muy dispar e imprecisa,
valiosa, no obstante, por la inmediatez, sobre piezas del Museo y de la
Diócesis, algunas de progenie románica, y también sobre edificios de esta misma
filiación estilística.
Un año después del arranque de la Revista
mindoniense, esto es, en 1979, publicó M. Vázquez Seijas su conocida Historia
de Chantada y su comarca. Ofrece datos de gran utilidad para nuestros
intereses, no en vano Chantada y su entorno conservan un nutrido y muy valioso
conjunto de empresas románicas.
Termino la revisión de la octava década del
siglo XX con la mención, por un lado, de dos artículos en cuyos autores y en
relación con su fecha de edición concurren, a propósito de los estudios sobre
el románico en Lugo, circunstancias contrapuestas y, a la vez, complementarias,
en un caso por señalar el fin de una brillante trayectoria en relación con el
estilo y el territorio y, en el otro, por marcar un punto de partida a ese
respecto. Me refiero, en el primer apartado, al estudio de J. Ramón y Fernández-Oxea
sobre la iglesia de Santa Mariña do Castro de Amarante, publicado en 1972 en
Abrente, la Revista de la Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora del
Rosario, último trabajo de entidad sobre una empresa lucense de filiación
románica publicado por un autor cuya producción científica sobre la materia y
el territorio que nos incumbe se había iniciado antes de la Guerra Civil, y, en
el segundo, a un artículo de J. Delgado Gómez, un estudioso que tendrá un gran
protagonismo en relación con las manifestaciones del estilo románico ubicadas
en la provincia de Lugo en las décadas siguientes, sobre un “Tetramorfos”
ubicado en la iglesia de San Miguel de Eiré, publicado en 1980 en la conocida y
prestigiosa Revista Archivo Español de Arte.
Señalo, en el arranque de la década de los
ochenta, la culminación, por quien este texto escribe, de su Tesis Doctoral
sobre las fundaciones de Clairvaux en la Galicia medieval. Fue defendida, en la
Facultad de Geografía e Historia de la USC, en el mes de abril de 1981. La
publicó, en 2 tomos, en A Coruña y en la Colección denominada genéricamente
Catalogación Arqueológica y Artística de Galicia, con el título de La
arquitectura cisterciense en Galicia, la Fundación “Pedro Barrié de la Maza,
Conde de Fenosa”. Supuso una renovación, en consonancia con los estudios
que sobre la edilicia de la Orden se hacían entonces, tanto en Europa como en
América, de su implantación histórica y monumental en el cuadrante
noroccidental de la Península Ibérica. En ella, por lo que se refiere a la
provincia de Lugo, se estudia monográficamente el monasterio de Meira, un hito,
tanto por lo que supuso en sí constructiva y decorativamente, como por el
impacto que ejercieron sus novedosas formulaciones en el territorio, no solo en
el más cercano. Merecen consideración también en este estudio otras empresas
lucenses vinculadas a la Orden del Císter, aunque no como filiación directa ni
tampoco en el tiempo, siglos XI al XIII, que en esta publicación más
directamente nos incumbe.
Un año después de la publicación citada, en
1983, pues, aparece en la misma Colección el tomo I, centrado en el estudio de
las parroquias ubicadas al oeste del río Miño, de La Arquitectura Románica en
Lugo, obra de R. Yzquierdo Perrín. Coincidente, en parte, con el ámbito
territorial y estilístico analizado en su citada Tesis Doctoral, incorpora, por
otro lado, el estudio de todas las manifestaciones del estilo, desde las más
tempranas hasta las más tardías, derivadas o vinculadas al impacto de las formulaciones
mateanas o de otra progenie. Supuso, por su metodología y ámbito de referencia,
un gran avance en su momento y hoy sigue siendo un libro de consulta
inexcusable.
En el mismo año en que se publica el libro de
R. Yzquierdo defiende su Tesis Doctoral en la USC, dirigida también por R.
Otero Túñez, R. López Pacho. Se tituló El románico en el Obispado de Lugo, al
este del Río Miño. De ella, como tal, tan solo se publicó el preceptivo resumen
“por exigencias administrativas”, si bien en su contenido tienen su
origen diversos trabajos del autor, entre ellos el titulado Símbolos de la
redención en las iglesias románicas de Galicia. En él, publicado en Vigo en
1984, cuentan con un protagonismo especial los monumentos lucenses,
singularmente San Miguel de Eiré, única empresa a la que se asigna un apartado
monográfico en la publicación.
En el año 1983 comienza a publicarse, con la
pretensión de dar continuidad al Boletín de la Comisión Provincial de
Monumentos de Lugo, desaparecido en 1978, el Boletín do Museo Provincial de
Lugo. En él se incluyen 4 artículos de especial significación para nuestros
intereses. Los cito por el orden en que aparecen en la Revista. Es el primero,
de la autoría de J. Delgado Gómez, el titulado “La Biblia en la iconografía
pétrea lucense”. Inicia con él una serie en la que irá analizando
sucesivamente, con propuestas no siempre convincentes, piezas escultóricas
estelares, valiosas iconográfica y estilísticamente, del rico patrimonio
histórico-artístico de Lugo. Buena parte de las obras que estudia en su
colaboración son de filiación románica, si bien la primera de este estilo que
examina no aparecerá hasta el número III de la Revista, publicado en 1987.
Cito, en segundo lugar, el artículo de N.
Vilaboa Vázquez titulado “Estudio estilístico de los capiteles medievales de
la Catedral de Lugo”. Nacido de su Tesis de Licenciatura, defendida en la
Universidad de Santiago en 1976, supuso, partiendo de un por entonces novedoso
método de análisis (desbastado, estructura y composición son las claves o fases
que emplea para el estudio de las piezas), un avance muy significativo sobre la
delimitación de las campañas constructivas, fundamentalmente las de progenie
medieval (etapas románica y gótica), de la magna empresa diocesana lucense.
El tercer artículo, de la autoría de N. Rielo
Carballo, tiene un título genérico ya invocado más arriba: Iglesias románicas
de la provincia de Lugo. Papeletas Arqueológicas. Supone, en efecto, una
recuperación del pasado, un enlace con una iniciativa tan brillante y útil como
la principiada en el nº 1 del Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos
Histórico-Artísticos de la Provincia de Lugo, en 1941, por F. Vázquez Saco,
continuada a partir de 1962 por A. López Valcárcel. N. Rielo Carballo, a quien
ya me referí también anteriormente por sus estudios sobre el estilo en las
tierras que nos ocupan, publica en esta entrega las “papeletas” de dos
interesantes iglesias, Santa María de Arcos (Antas de Ulla) y San Lorenzo de
Peibás (Antas de Ulla también).
El cuarto y último artículo que merece reseña
en este número de la Revista es de la autoría de E. Varela Arias. Se titula “El
Salvador de San Pedro Félix de Muxa (Lugo)” y propició la incorporación
incuestionable a la nómina de piezas románicas, explicable en clave local,
lucense, románica, de una obra hasta entonces no bien valorada ni estilística
ni cronológicamente. Tiene su origen este artículo, como señala la propia
autora, en su Tesis de Licenciatura, titulada Catálogo General de Escultura
Medieval del Museo Provincial de Lugo, defendida en la Universidad de Santiago
y dirigida por S. Moralejo. Elena Varela, por otro lado, será también la autora
de las Papeletas Arqueológicas nº 187, 188, 189 y 190, incluidas en el nº 2 de
este mismo Boletín, aparecido en 1984. Será la última entrega de la Serie. Un
año antes, en 1983, publicaba R. Yzquierdo Perrín, en la Revista del Museo de
Pontevedra, un artículo de conjunto sobre los arcos lobulados en el Románico de
Galicia en el cual tienen un claro protagonismo los ubicados en tierras
lucenses por ser esta provincia la que conserva hoy no solo un mayor número de
testimonios sino también la que ofrece una mayor diversidad de formulaciones.
De José Carlos Valle Pérez, publicado un año
después del precedente, esto es, en 1984, es un extenso artículo centrado en el
análisis de las cornisas sobre arquitos en la arquitectura románica de Galicia,
una solución, empleada ya en templos lucenses de datación temprana (San Martiño
de Mondoñedo, Foz), que tendrá una presencia destacada en empresas de
cronología avanzada. Ve la luz también en el año que me ocupa, en la Revista
Cistercium, un estudio de F. Enríquez sobre el Monasterio de Ferreira de Pantón.
Fruto de su Tesis de Licenciatura, defendida años antes en la Universidad de
Santiago, supuso una útil aproximación global a la historia constructiva del
cenobio, un proceso cuya sistematización y valoración serán objeto de revisión,
con importantes novedades, como tendremos ocasión de comentar, en las décadas
siguientes, sin solución de continuidad, de hecho, hasta la actualidad.
La segunda mitad de la década que estoy
analizando resultará también especialmente brillante para el avance de las
investigaciones y, por consiguiente, para un mejor conocimiento y proyección de
las manifestaciones del estilo que nos ocupa en el territorio lucense. Obras de
carácter general sobre Galicia o la Provincia, toda o en parte; Congresos y
Exposiciones; monografías sobre Monumentos destacados e incluso una nueva
publicación periódica justifican y avalan esa afirmación tan contundente.
Por lo que respecta al primer apartado, obras
de carácter general, reseño, en principio, el libro Galicia Románica, de Ia
autoría de I. G. Bango Torviso, perteneciente, con el nº 8, a la Colección
Biblioteca Básica da Cultura Galega, editada por Galaxia. Publicado en 1987,
ofrece información de gran utilidad, con precisiones cronológicas y de estilo
de interés, sobre las grandes empresas románicas de la provincia: San Martiño
de Mondoñedo, las Catedrales lucense y mindoniense, y el monasterio de Meira. Menciono,
en segundo lugar, la Tesis Doctoral de J. D´Emilio, defendida en 1988, con el
título de Romanesque Architectural Sculpture in the Diocese of Lugo, East of
the Miño, en el Courtauld Institute of Art de la Universidad de Londres. Este
trabajo permanece inédito como conjunto. De él, sin embargo, parten estudios,
de capital significación para el análisis del Románico lucense (y también
gallego en general), a los que habré de referirme ulteriormente.
En el capítulo de las Exposiciones y Congresos,
de marcado protagonismo en el territorio peninsular ibérico, no solo gallego y
español, en la etapa final del siglo XX, un proyecto brilla con luz propia en
la década que estoy analizando: el que conmemoró, en 1988 y en Santiago, el
VIII Centenario de la colocación de los dinteles del Pórtico de la Gloria de su
Catedral. En las Actas del Simposio que se organizó con tal motivo, publicadas
en 1991, se incluye un importante artículo de J. D´Emilio sobre los primeros
pasos constructivos y decorativos de la iglesia catedralicia lucense.
En el apartado de los estudios monográficos
sobre monumentos de especial entidad cito, por un lado, el libro de F.J. Ocaña
Eiroa sobre San Xoán de Portomarín, publicado en 1987; por otro, el de X.-L.
Novo Cazón sobre O legado santiaguista de Vilar de Donas, aparecido en 1989, y,
finalmente los artículos de R. Yzquierdo Perrín sobre la espectacular iglesia
de Santo Estevo de Ribas de Miño, las campañas constructivas de la Catedral de
Lugo y también sobre su fachada de poniente.
Continúo la revisión de la década con una
referencia a la aparición, en su transcurso, de dos nuevas revistas
científicas, ambas de incuestionable valor, por las circunstancias que
concurren en sus promotores, para el análisis de las manifestaciones artísticas
que en esta Enciclopedia nos interesan: Estudios Mindonienses, un anuario de
estudios histórico-teológicos, como se refiere en la misma publicación, nacida
en 1985 y auspiciada por la Diócesis de Mondoñedo-Ferrol, y, por otro,
Lucensia. Miscelánea de Cultura e Investigación, vinculada a la Biblioteca del
Seminario Diocesano de Lugo, cuyo primer número apareció en 1990. Las dos
revistas continúan vivas en la actualidad.
Menciono finalmente, en lo que a la década de
los ochenta se refiere y vista la importancia que para el desarrollo
histórico-artístico de la Provincia tuvo el Camino Francés de Peregrinación,
una obra clásica vinculada a un autor también clásico en el estudio histórico y
artístico de los Caminos de Peregrinación a Santiago, en general, y en su
recorrido gallego y, sobre todo, lucense en particular. Me refiero a la Guía
del Peregrino. El Camino de Santiago, dirigida por Elías Valiña Sampedro, autor
único del texto referido a Galicia y con colaboradores en la mayor parte de las
Comunidades por las que transita esta histórica Vía. Cito este libro, promovido
por la Secretaría de Estado de Turismo (Ministerio de Transporte, Turismo y
Comunicaciones), por haber sido publicado en Madrid en 1982, un Año Santo
Compostelano que marca un antes y un después en la recuperación e impacto del
fenómeno peregrinatorio a Santiago. Pese al tiempo transcurrido desde su
aparición, ofrece todavía información de interés para el cometido específico de
la publicación que aquí nos ocupa.
La década de los noventa se significó en
Galicia, por un lado, por la realización de grandes exposiciones temporales y,
por otro, por la potenciación de los estudios sobre los Caminos de
Peregrinación a Santiago, unas y otros, en todo caso, con importantes
precedentes ya en la década anterior. Sirvieron, tanto las primeras con sus
catálogos como los segundos, para ofrecer, sobre todo, estados de la cuestión,
no exentos de novedades, sobre las materias objeto de interés.
En 1992 aparecen, editadas por la Diputación
Provincial de Ourense, las Actas del Congreso Internacional que el año anterior
se había celebrado en Oseira y Ourense para conmemorar el IX Centenario del
nacimiento de San Bernardo. Se incluyen en ellas 2 artículos de interés para
nuestro cometido específico. El primero, de carácter monográfico, versa sobre
la iglesia del monasterio de Ferreira de Pantón y es de la autoría de R.
Yzquierdo Perrín, quien repara, en su análisis del edificio, en el cambio que supuso
para el proyecto que estaba en marcha la incorporación del monasterio, en 1175,
a la Orden del Císter. El segundo, firmado por J. Delgado Gómez, se ocupa del
estudio de lo que denomina “la pétrea iconografía cisterciense” en la
provincia de Lugo, contraponiendo la sencillez de la abacial de Meira y la
riqueza de la de Ferreira de Pantón en la etapa previa a su ingreso en la Orden
del Císter.
En 1992 también se redacta, promovido por la
Consellería de Cultura e Xuventude de la Xunta de Galicia y dirigido por C.
Portela Fernández-Jardón, un estudio piloto, con propuestas de recuperación y
rehabilitación, sobre la Ribeira Sacra, un ámbito territorial compartido por
las provincias de Ourense y Lugo en el cual, en lo que a nuestro interés
específico se refiere en este caso, se encuentran algunos de los monumentos
románicos de mayor entidad no solo de la provincia de Lugo, sino también de
toda Galicia. El proyecto, que contemplaba intervenciones diversas durante una
década, desde 1992 a 2001, por importe de 3.367.983.973 pesetas –alrededor de
18.068.000 euros– no llegó a materializarse en su totalidad. Conviene destacar,
en cualquier caso, que, salvo el complejo de Santo Estevo de Ribas de Sil,
ubicado en la provincia de Ourense, las empresas en las que se contemplaban
intervenciones calificadas como urgentes estaban todas ubicadas en la provincia
de Lugo.
En 1993, como resultado de su Tesis de
Licenciatura defendida en la Facultad de Geografía e Historia de la USC,
publica C. Castro Fernández su estudio iconográfico y estilístico sobre los
capiteles de la catedral de Mondoñedo. Comportó un avance muy significativo
para la adecuada valoración de este monumento, una de las grandes empresas de
su tiempo en Galicia.
En el mismo año que acabo de referir, 1993, ve
la luz el libro colectivo promovido por el Departamento de Historia del Arte de
la Universidad de Santiago de Compostela en homenaje al Prof. Otero Túñez con
motivo de su 65 cumpleaños. Se incluye en él un artículo de la autoría de R.
Yzquierdo Perrín sobre las iglesias, coetáneas y emparentadas en algunos
aspectos, dispares en otros, de Penamaior y Berselos. A Yzquierdo también y en
el marco del ambicioso proyecto promovido por la Editorial Hércules, genéricamente
denominado Galicia, se debe la síntesis que en él se ofrece sobre el desarrollo
del Arte románico en nuestro territorio, la más extensa publicada sobre la
materia hasta ese momento. Ocupa gran parte de los 2 volúmenes consagrados al
estudio del Arte Medieval, el X, compartido con el Arte Prerrománico, también
de su autoría, y el XI, en el que se incluye así mismo el examen del Arte
gótico, tarea acometida por C. Manso Porto. Se publicó el primer libro en 1993
y el segundo en 1995. En ellos, como es obvio, se comentan los testimonios más
destacados del estilo en la provincia de Lugo. Entre ambos volúmenes, en 1994,
vio la luz otro estudio de su autoría titulado De Arte et Architectura. San
Martín de Mondoñedo. Fue su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas
Artes de “Nuestra Señora del Rosario”. Ofrece en él su propuesta personal sobre
el proceso constructivo y decorativo de tan complejo y sugestivo templo.
En 1995 la Real Academia Gallega de Bellas
Artes, receptora del legado bibliográfico, documental y fotográfico de quien
había sido su presidente, Manuel Chamoso Lamas, puso en marcha un proyecto
destinado a difundir la actividad que, en relación con la protección y defensa
del patrimonio histórico-artístico de Galicia, había llevado a cabo tan
destacada personalidad. La primera iniciativa de este proyecto, genéricamente
titulado As nosas raíces, fue la exposición titulada Lugo no obxectivo de
Manuel Chamoso Lamas, promovida por la Diputación provincial. Contó con un
cuidado catálogo en el que figuran, por un lado, textos sobre su actividad como
impulsor y defensor del patrimonio histórico, arqueológico, etnográfico y
artístico de Lugo, resultando especialmente interesante para nuestros intereses
el redactado por R. Yzquierdo Perrín, quien, tomando como fundamento las
intervenciones de M. Chamoso y F. Pons Sorolla en las tareas de traslado de
núcleos habitados y monumentos, sobre todo iglesias románicas, como consecuencia
de la construcción de los embalses de Os Peares y Belesar, realiza un estudio
detenido de las empresas de ese estilo ubicadas en el entorno del río Miño
entre Portomarín y Os Peares, localidad ubicada justamente en el límite entre
las provincias de Lugo y Ourense. Se incluyen en el libro también, por otro
lado, textos de la autoría de M. Chamoso, uno sobre S. Martín de Mondoñedo, y,
finalmente, una selección de sus publicaciones y las fotografías que
conformaron la exposición. Son particularmente significativas para nuestro
cometido las que figuran en el apartado titulado Protección do Patrimonio, pues
en él encontramos testimonios de gran valor documental sobre numerosos
edificios románicos.
En 1995 también publica J. Vázquez Castro un
artículo sobre San Pedro de Meixide (Palas de Rei) de gran interés por la
valiosa información que ofrece, nada frecuente en la época, sobre la cronología
y los materiales que en su construcción debían ser empleados, un documento de
1182 hoy conservado en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. En 1995, así
mismo, ve la luz un estudio detallado de mi autoría sobre las campañas
constructivas de la iglesia del monasterio cisterciense de Penamaior
(Becerreá). Sirvió, cuando se redactó, para redimensionar el valor
histórico-artístico de un monumento que, por su emplazamiento, aislado y mal
comunicado, y su deficiente estado de conservación, no había merecido atención
suficiente tanto por parte de los investigadores como de los poderes públicos.
En el año 1996, publica R. Yzquierdo Perrín un
artículo de conjunto sobre la Arquitectura románica en Sarria187, uno de los
municipios lucenses –y gallegos– que conserva un mayor número de
construcciones, completas o solo en parte, de tiempos románicos, alguna, como
es el caso de Santiago de Barbadelo, particularmente interesante tanto desde el
punto de vista estructural como escultórico e iconográfico.
Es 1996 también el año en el que publica J.
D´Emilio su primer estudio monográfico sobre un edificio románico “rural”
lucense: Santa María de Camporramiro (Chantada). Su análisis sobre las fuentes
de la decoración arquitectónica de este modesto templo es modélico desde el
punto de vista metodológico, ofreciéndose por eso como una referencia de
imprescindible invocación para una adecuada valoración de empresas de
características similares, tan abundantes todavía hoy, como es bien sabido, en
toda Galicia, no solo en el ámbito lucense que aquí nos ocupa y sobre el que
centró y centra todavía buena parte de su esfuerzo investigador en tierras
gallegas el autor. De su autoría también, por cierto, es otro artículo,
publicado un año más tarde, en el que desarrolla idéntica metodología para el
análisis del “románico rural gallego”, singularmente el lucense,
centrando su argumentación ahora en la difusión, a partir de fábricas
catedralicias o de abaciales cistercienses, de determinados motivos decorativos
o modelos de capiteles.
1999 será un año especialmente significativo
para el estudio del patrimonio histórico-artístico de progenie románica de la
Diócesis de Mondoñedo, al margen de la etapa evolutiva concreta a la que haya
que adscribir dentro de su evolución el testimonio en cuestión. En la Revista
por ella promovida y ya comentada, Estudios Mindonienses, se publican ese año
dos artículos de gran interés.
Uno, de la autoría de M. A. Castiñeiras, ofrece
una revisión, con importantes novedades, de las manifestaciones artísticas de
la antigua provincia de Mondoñedo de tiempos prerrománicos y románicos. El
otro, firmado por M. Díez Tíe, propone una relectura de la Catedral de
Mondoñedo, un templo, no siempre adecuadamente valorado, sobre cuyo proceso
constructivo y particularidades estructurales se publican ese año, o en él
tienen su origen las iniciativas que los fundamentan, estudios tanto de E.
Carrero Santamaría como de R. Yzquierdo Perrín, ocupándose este también en el
artículo que invoco, una vez más, de la “vieja” Catedral mindoniense ubicada en
el municipio de Foz. A ella volverá de nuevo en años posteriores.
En 1999, también, publicó X. L. García el
primero de sus libros, muy cuidado formalmente, sobre simbología en el Románico
lucense. Se centró en el estudio de seis edificios del Municipio de Pantón,
entidad promotora, junto con la Consellería de Cultura, Comunicación Social y
Turismo de la Xunta de Galicia, de la edición. Útil por la información gráfica
que ofrece, incurre, sin embargo, en errores forzados por la voluntad de buscar
mensajes donde no hay más afán que el puramente ornamental, una pretensión o actitud
nada trascendente que con frecuencia se olvida cuando se estudia el Arte de la
Edad Media y singularmente el de tiempos románicos.
Concluyo la revisión de la última década de la
pasada centuria señalando que fue un tiempo en el que se publicaron así mismo
obras de carácter general sobre el desarrollo de un monasterio o de una
jerarquía eclesiástica de gran valor no solo para el conocimiento de sus
respectivos avatares históricos sino también –y de ahí su interés– para el del
entorno sobre el que uno y otra ejercían su autoridad. Pienso a este respecto,
en particular, en las obras Episcopologio lucense, de la autoría de A. García
Conde y A. López Valcárcel, publicado en Lugo en 1991, y en la Historia del
Monasterio de San Julián de Samos, escrita por M. Arias Cuenllas, monje y
estudioso de “su” Casa, editada en Zamora en 1992, un año después de su
fallecimiento.
Los edificios románicos lucenses:
análisis de las formas
Alrededor de trescientas cincuenta empresas
valorables estilísticamente como románicas se conservan hoy, completas o solo
fragmentariamente, en las tierras pertenecientes a la provincia de Lugo. Su
número es muy superior –¡Casi el doble!– al que documentamos en la actualidad
en las otras provincias gallegas, Pontevedra, A Coruña y Ourense. Desiguales en
su implantación o distribución, fruto esta tanto de circunstancias históricas,
siempre aleatorias (el cambio de gusto y no solo el deterioro propicia con frecuencia
cambios, modificaciones, sustituciones de fábricas, en todo o en parte), como
de condicionamientos físicos (las tierras de montaña, menos pobladas, cuentan,
por ello, con menos necesidades de espacios cultuales que las de llanura o las
próximas al mar, más favorecidas por la presencia humana), su número,
particularmente alto, es prueba fehaciente, como acontece en el resto de
Galicia, de la brillantez del tiempo histórico en que se levantaron. También,
como en las otras provincias, es muy notorio el predominio de las
construcciones de carácter religioso sobre las de cometido civil. Lo poco
llegado hasta hoy construido con este fin, sin embargo, tiene un enorme interés
intrínseco, no solo por su manifiesta y explícita escasez.
Como en los otros territorios provinciales, el
granito, tallado en bloques prismáticos usualmente muy cuidados, será el
material predominante en las construcciones llegadas hasta hoy. Mampostería,
pizarrosa en algunos casos, aparecerá también en las tierras montañosas, donde
el granito es de más difícil extracción o de más complejo traslado.
Excepcionalmente, así mismo, podemos encontrar piedra caliza como material
constructivo, un producto que, sin embargo, es menos extraño, sin ser tampoco
muy frecuente, que se emplee para tallar elementos (fustes, capiteles,
cimacios, tímpanos) que contribuyen a enriquecer y reforzar la significación de
partes muy concretas de un edificio.
Vistas como un bloque, las empresas religiosas
lucenses de filiación románica llegadas hasta hoy, al igual que las del resto
de Galicia, destacan por dos rasgos: la simplicidad de sus esquemas
constructivos y el predominio aplastante de las edificaciones de una sola nave,
unas, las más, con capillas rectangulares en la cabecera, otras, también
muchas, aunque menos que las anteriores, con cierre semicircular, normalmente
precedido de tramo recto. En aquella parcela, en dos casos, las iglesias de
Santo Estevo de Ribas de Miño (O Saviñao) y Santa María de Pesqueiras
(Chantada), se practican en el grosor del muro, sin acusarse al exterior, tres
nichos semicirculares, una solución que deriva de la empleada en la capilla
mayor de la iglesia catedralicia ourensana, cuyo impacto se evidencia en otros
aspectos de sus fábricas.
Solo tres edificios, de los existentes en la
actualidad, exhiben en su costado de naciente un ábside poligonal, una
configuración cuya materialización, sin embargo, no es uniforme. Así, mientras
en San Pedro Fiz de Reimóndez (Sarria), el cierre de la capilla, un pentágono
precedido por un tramo recto presbiterial, muestra por el interior una
configuración semicircular, en Santo Estevo de Reiriz (Samos) el pentágono nace
de la combinación de los lados del presbiterio y los tres del remate de la
capilla, una solución que en sus componentes básicos exhibe también la
excepcional iglesia de San Pedro Fiz do Hospital (O Incio), referente, sin
duda, de la precedente.
El complejo eclesial de San Juan da Cova
(Carballedo) ofrecía, hasta su traslado como consecuencia de la construcción
del embalse de Os Peares, una curiosa estructura: lo componían dos iglesias,
dispares en tamaño, composición, filiación estilística y cronología. La más
antigua y de mayores dimensiones, también la de mayor calidad artística, se
situaba al sur y exhibía una sola nave y un ábside semicircular precedido de
tramo recto. La otra iglesia, adosada a su costado norte, tenía así mismo una
sola nave de planta irregular, más corta y más estrecha, coronándola una
capilla rectangular de configuración igualmente irregular. Lo que de ella puede
analizarse a partir de fotografías tomadas antes de su traslado y también de
las partes que se conservaron, integrándolas en el nuevo edificio, permite
afirmar que su construcción es muy posterior a la del edificio “principal”,
debiendo ser considerada, vistas las particularidades formales de los elementos
llegados hasta hoy, como gótica.
Nada particularmente significativo, con las
excepciones, no obstante, que se comentarán, presentan todos estos templos, en
lo más definitorio de su configuración interior (alzados y cubiertas), con
respecto a lo que ya señalé en las provincias de Pontevedra, A Coruña y
Ourense, es decir, muestran naves, de mayor entidad en ocasiones las que
servían a comunidades monásticas, habitualmente cubiertas con techumbre de
madera a dos aguas, y ábsides, con bóveda de cañón, semicircular o apuntada, en
los de planta rectangular o en los presbiterios de los de remate semicircular,
y de cascarón o cuarto de esfera en estos últimos. En alguna ocasión,
excepcional, se emplearon en la primera parcela bóvedas de crucería
cuatripartita y, en la segunda, nervios de refuerzo, no siempre estructurales,
convergentes en la clave del arco triunfal de acceso a ese ámbito de cierre.
Son escasos también los templos que muestran en
la parcela oriental que nos ocupa una simple techumbre de madera a dos aguas.
Un artesonado de madera, instalado con posterioridad a la incorporación del
monasterio benedictino al que sirvió el templo a la Congregación de Valladolid,
cubre el ábside de la iglesia de San Salvador de Asma (Chantada). Ofrece este
ámbito, en alzado, una configuración que la convierte en un “unicum” en
Galicia: su primer cuerpo es semicircular y los dos siguientes, delimitados por
impostas y dispares también en su configuración (en el inferior alternan tramos
ciegos y perforados por ventanas completas, en el superior todos permanecen
ciegos), son poligonales, con cinco lados, disposición, no obstante, que solo
se materializa en el interior, pues, exteriormente, ambos cuerpos son
englobados por una estructura semicircular, continuadora de la que exhibe el
piso inferior del cierre absidal.
Tampoco ofrecen nada especialmente novedoso en
su conformación básica, con respecto a lo habitual en la época, la mayoría de
los arcos triunfales de acceso a los ábsides desde la nave. Semicirculares o
apuntados y habitualmente doblados, no simples, el superior voltea normalmente
sobre el muro de cierre de la nave y el inferior, usualmente, sobre columnas
entregas divididas en tambores de altura igual a la de las hiladas del muro en
que se embeben. Hay, sin embargo, testimonios singulares, excepcionales en su
configuración, como el que exhibe la iglesia del monasterio de San Salvador de
Ferreira (Pantón), con cuatro arquivoltas, la interior de sección prismática
lisa, las otras ricamente molduradas, con una alternancia de molduras cóncavas
y convexas también sin ornato, enmarcando al conjunto una chambrana ornada con
tacos, o el modelo, que conocerá difusión por la provincia en una versión
reducida, que muestra la iglesia de San Salvador de Valboa (Monterroso), datada
por un epígrafe en el año 1147. Lo componen tres arquivoltas semicirculares, la
mayor y la menor de perfil rectangular, aquella volteada sobre el muro de
cierre de la nave, esta sobre pilastras salientes. La arquivolta central, por
su parte, exhibe un grueso bocel liso enmarcado por molduras cóncavas también
desprovistas de decoración, volteándose sobre columnas acodilladas.
Otro dato singular quiero destacar en el
análisis de los interiores de las iglesias de una sola nave: la presencia, en
algún caso y en la contrafachada occidental, abierta en la parte alta, en el
espesor del muro y delante del rosetón que ahí se emplaza, de una estrecha
tribuna rematada por un arco apuntado apoyado en impostas simples, a la que se
accede desde las escaleras de caracol ubicadas en el interior de las torres que
enmarcan externamente la fachada de poniente. Ofrecen esta solución las iglesias
de San Juan de Portomarín (Portomarín) y de Santo Estevo de Ribas de Miño (O
Saviñao).
Dejo para el final de esta valoración de los
interiores de los edificios más sencillos la reseña de dos trazos
particularmente novedosos en el contexto gallego que exhibe, en ese espacio, la
iglesia de San Miguel de Eiré (Pantón). Pondero, por un lado, la presencia de
un crucero, no marcado en planta, sí perfectamente delimitado en alzado,
cubierto, lo que refuerza su impacto visual, por una bóveda esquifada dispuesta
en sentido transversal, ingrediente, hoy al menos, único en Galicia. Señalo,
por otro lado, la composición de su contrafachada occidental. Se estructura
esta, en alzado, en tres cuerpos diversos en su configuración y destino. Una
puerta con arco de medio punto perfora el piso inferior, otra, de cierre
semicircular también y flanqueada por sendos nichos con remate similar, el
segundo, y una ventana, de perfil idéntico al de los vanos inferiores, el
superior.
El emplazamiento, en particular, de la puerta
en altura, vista la configuración del vano por las dos caras, documenta la
existencia pretérita, no sabemos con qué alcance, de “estructuras”,
emplazadas al oeste del templo, destinadas a dar respuesta a las necesidades de
la vida cotidiana de la comunidad monástica a la que dio servicio esta iglesia
singular.
Nada rupturistas tampoco, en relación con lo
que acontece en las otras provincias de Galicia y vistas como un todo, se nos
presentan los edificios lucenses tipológicamente más simples, los que tienen
una sola nave, en lo esencial de sus componentes exteriores. Podemos encontrar
en ellos, sobre todo en sus tierras meridionales, próximas a las ourensanas,
soluciones como las cornisas sobre arquitos, con metopas simples o decoradas, o
arcos atando contrafuertes, trazos, una y otro, que invitan a pensar, en la mayor
parte de los casos, no en todos, en la irradiación, por medio de maestros allá
formados directamente o a través de ellos, en una progenie última ourensana.
Algunos edificios, no obstante lo anterior,
merecen, por las circunstancias que en alguno de sus rasgos concurren, una
reseña pormenorizada en esta valoración inicial de conjunto. Cito, en primer
lugar, la iglesia, otrora monástica, de Santa María de Castro de Rei de Lemos
(Paradela). La materialización de su ábside, semicircular precedido por un
tramo recto, es un “unicum” en Galicia. El hemiciclo, de gran esbeltez,
muy cuidado (el efecto se mantiene con claridad pese a las reformas y a su
deterioro), está dividido en 5 tramos, más ancho el central, en el que se abre
una ventana, por medio de columnas dobles dispuestas en sentido perpendicular
al paramento. Reclama atención también, interiormente, el tratamiento –una
vistosa combinación de molduras cóncavas y convexas sin ornato– que reciben la
arista y la superficie frontal del codillo que se crea al ser el hemiciclo más
estrecho que el tramo recto presbiterial.
Es el segundo la iglesia de Santiago de
Barbadelo (Sarria) y en particular su fachada de poniente,
estructural/compositivamente inusual en el panorama gallego. Dividida en tres
calles, la central, en la que se emplaza la portada, destaca ligeramente sobre
las laterales. Exhibe un tímpano pentagonal decorado, infrecuente en Galicia, y
la componen dos arquivoltas semicirculares de sección prismática, perfiladas,
la inferior, por bolas, la superior por un ajedrezado. En el costado norte se
dispone una torre. Tiene planta rectangular y consta de tres cuerpos, ciegos
los dos inferiores, de altura desigual, y con vanos, uno solo en la cara oeste,
dos en los frentes norte y este, el superior. Tiene esta torre planta cuadrada
y se alza, interiormente, sobre dos arcos semicirculares apoyados en columnas
entregas en los muros y en otras embutidas en un pilar. El espacio que así se
delimita está destinado a baptisterio. Una sencilla escalera sirve de acceso al
cuerpo de campanas.
Son merecedoras de cita detallada también las
fachadas occidentales de San Paio de Diomondi y Santo Estevo de Ribas de Miño,
empresas, ambas, situadas en el Municipio de O Saviñao. Comparten un rasgo que
las emparenta –se conciben, pese a que poseen una sola nave, como si diesen
remate a un edificio de tres, con un cuerpo inferior conformado por un triple
vano, ciegos los dos laterales, con cuatro arquivoltas semicirculares el
central–, aunque la manera de materializar el conjunto de la propuesta, estructural,
compositiva y estilísticamente, sea muy dispar entre ellas, más sencilla, más
depurada y así mismo más temprana Diomondi, más compleja en su estructura
(domina el cuerpo alto, separado del inferior por un cuidado tejaroz ornado con
arquitos cuyas metopas están ricamente decoradas, un rosetón dotado de una
tracería conformada por una delicada y muy vistosa combinación de elementos
geométricos) y más tardía también Ribas de Miño, en cuyos extremos se aprecian
las saeteras, una por lado, que, junto a las que se abren en los costados norte
y sur, dan luz a las escaleras que sirven para acceder, como ya comenté, a la
base del rosetón por el interior, disponiéndose en lo alto del costado norte
una espadaña con dos vanos semicirculares. Debajo de esta estructura de cierre,
o sea, debajo de la parcela occidental del edificio, levantado en un lugar con
fuerte pendiente, se construyó, para salvar ese desnivel y ganar espacio, una “cripta”
de planta rectangular, perpendicular al eje del templo, cubierta por una bóveda
de cañón simple. Se accede a ella, desde el exterior, a través de una sencilla
puerta. No tiene comunicación directa con la iglesia superior.
Es muy significativa también, reforzada en su
valor por su singularidad –es, en Galicia y en puridad, el testimonio más
destacado de una estructura de ese tipo y del tiempo que nos ocupa construida,
aunque no terminada como se previó, llegado hasta hoy– la torre que se alza
sobre el tramo, un crucero no marcado, cubierto con bóveda esquifada dispuesta
en sentido perpendicular al eje del templo, que antecede al ábside
–semicircular, precedido por un tramo cuadrado, no rectangular, como es usual–
en la iglesia, otrora monástica, de San Miguel de Eiré (Pantón). Consta de un
solo cuerpo, con vanos en sus cuatro lados –simples en los menores, norte /
sur–, dobles, emplazados en un cuerpo saliente, en los mayores, este/oeste.
Ajena a la tradición constructiva de Galicia, su progenie ha de buscarse en
tierras castellanas, ámbito de referencia, reforzado en sus fundamentos por la
presencia en el templo de otros elementos de idéntica procedencia, en el que la
presencia de una estructura como la que nos ocupa está bien documentada.
Destacadas así mismo por su composición y
ornato, únicas, en todo caso y frente a las anteriores, en su emplazamiento en
la fachada occidental de sus respectivos templos, son las portadas de San Pedro
de Bembibre (Taboada) y de San Pedro Fiz do Hospital (O Incio). Exhiben ambas
cuatro arquivoltas y chambrana, una composición no excesivamente frecuente en
Galicia, un territorio en el que tampoco es habitual la decoración en zigzag
que muestran la arquivolta mayor y la chambrana que la perfila en el primer templo,
destacable también por la diversidad formal de los fustes, decorado alguno con
estrías verticales o también en zigzag, y la chambrana en el segundo, en ambos
casos continuada hasta el arranque de la portada, cortada por un cimacio de
nacela lisa en Bembibre, donde se interrumpe la chambrana, sin solución de
continuidad en O Hospital. Los anchos contrafuertes con remate escalonado que,
en este último edificio, flanquean la fachada y, a la vez, enmarcan la portada,
refuerzan su significación, haciendo muy verosímil la hipótesis, a la vista de
las alteraciones que se detectan en la parte alta del hastial y de la
conformación de esta misma parcela en la cara interior, de que, en origen o,
como mínimo, en proyecto, la organización de esa zona del templo hubiese sido
similar a la que ofrecen todavía hoy San Juan/Nicolás de Portomarín o Santo
Estevo de Ribas de Miño, esto es, con un rosetón –o, en su defecto, una ventana
destacada– centrando la parte alta del hastial de poniente. Por otro lado, la
composición general de la iglesia, dotada de responsiones en la nave (columnas
embutidas en pilastras) que la dividen en tres tramos y, correspondiéndose con
ellas, en el exterior, de sólidos contrafuertes, así como las modificaciones
que se aprecian en el remate de los muros perimetrales del espacio que valoro,
permiten pensar que, inicialmente, se previó dotar al edificio de arcos fajones
bien para recibir una techumbre de madera a dos aguas, bien para construir una
cubierta abovedada. Esta última hipótesis, defendida por otros autores, entre
ellos V. Nodar en la monografía que le consagra al edificio en esta
Enciclopedia, fue anticipada ya en los años cuarenta de la pasada centuria por
Miguel Durán Loriga en un estudio, inédito hasta dónde yo sé, que se conserva,
entre los materiales de su autoría, en el Archivo Documental del Museo de
Pontevedra.
Frente a lo anterior, no encuentro fundamentos
sólidos, a partir de las estructuras llegadas hasta hoy, para defender que el
proyecto inicial del templo, como se ha señalado en alguna ocasión, hubiese
contado con complementos (una adarve almenado, un camino de ronda) que le
habrían dado aspecto de fortaleza y que lo harían muy similar en su imagen o
conformación exterior al que ofrece la iglesia, próxima al río Miño, de San
Juan / Nicolás de Portomarín, perteneciente, conviene no olvidarlo, a la misma
Orden de San Juan que la que analizamos ahora.
Un último aspecto, en relación con las empresas
de una sola nave, merece consideración por mi parte en esta introducción: la
inserción, delante de las portadas y singularmente de la occidental, de
pórticos, usualmente de madera, cubiertos con tejas, concebidos inicialmente
para protegerlos de las inclemencias meteorológicas y paulatinamente
diversificados en su función y cometidos. Habituales en el pasado, son muy
pocas las estructuras de este tipo que han llegado hasta hoy, extendidas
también a los muros laterales. Su existencia pretérita, sin embargo, se
documenta por la presencia, tanto en el muro de poniente del templo como en
alguno de los laterales, de las ménsulas que servían de apoyo a la estructura
que lo cubría. Este hecho y las particularidades de su fábrica confieren un
especial protagonismo al pórtico que se alza delante de la fachada de poniente
de la iglesia de San Cristóbal de Novelúa (Monterroso). Tiene planta
rectangular, está construida con aparejo de sillería granítica y se cubre con techumbre
de madera. En su costado suroeste se dispone una torre de planta rectangular,
de filiación románica también en su cuerpo inferior, aunque posterior al
pórtico propiamente dicho, pues su estructura afecta a la puerta de acceso a
este por el oeste.
Componen un segundo conjunto de edificios los
que muestran planta basilical. Integran un primer bloque los que poseen tres
naves, sin crucero o con crucero, detectándose su existencia, en este caso, por
la mayor longitud del tramo correspondiente, el más oriental, el más próximo a
la cabecera. Esta, en los testimonios llegados hasta hoy, ofrece, según el tipo
de capillas (rectangular, semicircular o poligonal), tres modelos distintos,
todos destinados a dar servicio a comunidades religiosas, de monjes o de canónigos.
Responde al primer modelo la iglesia, hoy
parroquial, otrora monástica, de Santa María la Real de O Cebreiro (Pedrafita).
Presenta una planta con tres naves, separadas por pilares, de tres tramos cada
una, cubiertas por una techumbre de madera a dos aguas que cobija a todo el
conjunto. Precede a este bloque un macizo occidental en el que se disponen un
pórtico de acceso, un baptisterio y una torre prismática, dándole remate una
cabecera compuesta por tres capillas rectangulares, la central saliente, todas
dotadas de bóveda de cañón muy simple. Se trata de un esquema de vieja progenie
prerrománica, de filiación asturiana en concreto, reformulado en su epidermis
conforme a pautas románicas.
El segundo esquema lo ofrecen, por un lado, los
templos de San Martín de Mondoñedo (Foz) y San Vicente de Pombeiro (Pantón),
similares en su conformación básica: 3 naves en el cuerpo longitudinal,
remodeladas y/o completadas en un momento impreciso, tal vez incluso tras la
incorporación definitiva del monasterio, en 1526, a la filiación de Santo
Estevo de Ribas de Sil (Ourense), en Pombeiro; crucero no saliente, marcado en
Mondoñedo por la composición de los pilares torales, distinta, más diversa en
su diseño (combina líneas rectas y curvas), de la que muestran los restantes
soportes (exhiben solo formas rectas y aristadas), de imposible concreción, por
falta de datos, en Pombeiro, donde el tramo, no obstante, es más corto que el
colindante, reforzado este en su presencia, además, por abrirse a él las
portadas laterales del edificio, y cabecera compuesta por tres capillas
semicirculares, la central saliente, una proyección que se hace más evidente en
Pombeiro debido a la inserción en ella de un tramo recto presbiterial, un
aditamento del que se prescinde en las extremas, desiguales en su implantación
(algo menor la meridional).
Tiene hoy también planta basilical –y la tuvo
así mismo, sin duda, desde el principio– la iglesia de Santa María do Campo, en
Viveiro, si bien, frente a las anteriores, cuenta con una sola capilla
semicircular, con tramo recto muy marcado, en su cabecera. La conformación
actual de las naves que componen su cuerpo longitudinal, cubiertas por
techumbre de madera única a dos aguas, no responde al proyecto original, el
cual, sin embargo, sí pudo contar con la misma distribución espacial.
La última iglesia del grupo basilical que
valoro es la abacial de Santa María de Penamaior (Becerreá). Posee tres naves
de tres tramos, crucero no saliente, bien marcado hoy, no obstante, por la
reformulación que sufrieron los pilares de las naves, y cabecera compuesta por
tres ábsides, semicirculares los laterales, poligonal, con 5 lados,
externamente marcados solo los tres del cierre, precedidos por un tramo recto,
el central.
Estas iglesias, de mayores dimensiones,
lógicamente, que las anteriormente valoradas, cuentan con bóvedas en sus
cabeceras, las normales en su tiempo y en esa parcela: de cañón, apuntado en el
caso del tramo recto de la central de Pombeiro, semicircular en los otros tres,
y de cascarón en los hemiciclos de Mondoñedo, Pombeiro y las laterales de
Penamaior, el remate de cuyo ábside central está oculto por un retablo, lo que
impide conocer las particularidades de su cubrición.
Bóvedas de cañón, de eje perpendicular al del
templo, coronan los brazos del crucero de San Martiño de Mondoñedo,
disponiéndose en su tramo central una estructura cupuliforme montada sobre
trompas que, sorprendentemente, no propician una base octogonal para esa
cubrición, sino una cuadrada cuyas esquinas / ángulos se redondean.
Por lo que al cuerpo longitudinal de los
edificios se refiere, Mondoñedo se organiza con cubiertas de madera a dos aguas
en la nave central y a una sola vertiente, más baja, independiente, pues, de la
del medio, las laterales. Una techumbre de madera a doble vertiente cubre las
tres naves del cuerpo longitudinal de O Cebreiro. Nada seguro sabemos, en
cambio, sobre la conformación en origen del cuerpo de naves de la abacial de
Pombeiro, remodelado o completado muy probablemente, según señalé ya más arriba,
en el arranque de la Edad Moderna. De entonces también, en este caso de los
años finales del siglo XVII, procede la organización que hoy ofrece el cuerpo
de naves de Penamaior. En torno a 1692, año que figura en una inscripción
ubicada en un nicho emplazado en el centro de la fachada de poniente, entre la
portada principal y el gran vano superior, la iglesia debió sufrir un
derrumbamiento que afectó sobre todo a sus partes altas. Al acometerse la
reconstrucción, llevada a cabo, según todos los indicios, con rapidez, se
introdujeron importantes modificaciones en su estructura. Por un lado, se
forraron los pilares segundo y tercero de cada lado, transformándolos, sin duda
por motivos de seguridad, en poderosas pilas. Por otro, los arcos formeros que
sobre los soportes precedentes voltean pasaron a ser simples, no doblados, como
acontece aún al presente en el primero de cada flanco, que sí son originales.
En tercer lugar, se modificó la altura y el tipo de cubierta de las naves
menores –excepción hecha del tramo de naciente de la meridional–, alterándose
también la altura de las responsiones de las colaterales. Por último, se rebajó
considerablemente la altura de la nave principal, que recibe entonces como
cubierta la armadura que vemos hoy. Es evidente así mismo, dado lo insólito de
su ubicación, que en el transcurso de estas labores de recomposición de la
iglesia recibió acomodo en el primer tramo del muro norte el rosetón que
todavía permanece en la actualidad ahí y que en un principio, sin duda, se
situaría en el costado oriental de la nave central, sobre el arco triunfal de
acceso a la capilla mayor.
En cuanto a los exteriores de estos cuatro
templos, lo más significativo y vistoso, sin duda, es la organización del
bloque oriental de la iglesia de Mondoñedo, en el cual, junto al escalona
miento de volúmenes, culminado por el cimborrio que señorea el tramo central
del transepto se impone como destacada la presencia de arcuaciones en el remate
del paramento de los ábsides laterales, una solución, poco frecuente en Galicia
cuando se levantó esa zona del edificio, llamada, sin embargo, a tener un gran
protagonismo en la etapa final del románico resulta menos llamativa, sin duda
como consecuencia del efecto negativo que sobre su imagen pro duce la
inserción, en el tránsito de la Edad Media a la Moderna, de una torre de planta
cuadrada en su costado meridional, la fachada occidental. Emplazada en un
cuerpo discretamente saliente y desprovista de monumentalidad estructural y
decorativa, destaca, sin embargo, por su claridad compositiva, resultando
especialmente vistosa la portada, compuesta por cinco arquivoltas, de aristas
vivas unas, perfiladas por baquetón otras, todas lisas, sin ornato, complemento
–palmetas– que sí exhibe la chambrana que perfila todo el conjunto.
Las reformas, fruto de avatares diversos, han
restado protagonismo también a las fachadas occidentales de dos de los
edificios que estamos considerando en este apartado, las abaciales de Pena
maior y Pombeiro. Destaco en la primera, dividida en tres calles, todas con
ventanas de gran empaque estructural en el cuerpo alto, la portada principal,
más interesante por la diversidad de los elementos que la componen
–geométricos, vegetales y figurativos– que por la finura de su ejecución.
No ofrece hoy un aspecto atractivo la fachada
occidental de la abacial de Pombeiro. En origen, sin embargo, cuando se
proyectó –su cuerpo alto actual es producto de una intervención llevada a cabo
muy posiblemente, como ya señalé, en el siglo XVI–, debía de ser muy llamativa
por su composición y ornato. Conserva hoy, pese a esa adversidad, una vistosa
portada, enmarcada por contrafuertes y delimitada por una cornisa sobre
arquitos con metopas decoradas, y, sobre todo, una torre, cuadrada en su base,
semicircular en altura, en su costado septentrional, un complemento
excepcional, casi único, en Galicia.
Integran el último capítulo de este análisis
formal de las empresas románicas lucenses las que exhiben planta de cruz
latina, bien con una, bien con tres naves. Cuatro son, en principio, los
testimonios que hay que considerar en el primer caso, esto es, edificios con
una sola nave, tres en el segundo, o sea, empresas con tres naves.
Conforman el primer bloque, en su configuración
actual o en la que podemos aventurar a partir de la información llegada hasta
hoy, las iglesias de San Fiz de Cangas (Pantón), San Salvador de Vilar de Donas
(Palas de Rei), Santo Estevo de Chouzán (Carballedo) y San Vicente de Pinol
(Sober). De ellas, sin embargo, solo las dos primeras, San Fiz de Cangas y San
Salvador de Vilar de Donas, merecen, en puridad, consideración aquí, pues las
otras dos, Santo Estevo de Chouzán y San Vicente de Pinol, son, bien en la
estructura / conformación que una ofrece (Pinol), bien en la que sabemos que la
otra tuvo hasta una fecha avanzada de la pasada centuria (Chouzán), producto de
intervenciones llevadas a cabo con posterioridad a los siglos del románico.
La iglesia de San Fiz de Cangas muestra hoy una
amplia nave, fruto de remodelaciones realizadas en tiempos posmedievales,
cobijada por una techumbre de madera a dos aguas; crucero marcado, con tres
tramos, uno central y dos laterales, comunicados los tres, cubiertos por
bóvedas de crucería levantadas en el siglo XVI –cuatripartita las de los
extremos, estrellada la del central–, con la nave longitudinal por medio de
vanos con arcos de medio punto doblados, de mayor desarrollo el central,
montados, los menores, sobre columnas entregas, y cabecera compuesta por tres
ábsides, el central con remate semihexagonal por fuera, semicircular por
dentro, precedido por tramo recto, ambos abovedados (bóvedas de cascarón y de
cañón, respectivamente), el meridional rectangular y el septentrional,
cuadrado, producto de una intervención realizada en época barroca.
Un aspecto del exterior de la iglesia merece
mención detallada: el tratamiento que recibe, en alzado, la nave del crucero.
Se presenta esta como una estructura simple, austera, muy destacada por encima
de la cabecera, disponiéndose en sus lados menores, hoy solo en el Sur, en la
parte baja, una sencilla saetera y, en la superior, una ventana con arco de
medio punto tallado en un bloque pétreo, aristado y a paño con el muro,
volteado sobre columnas acodilladas dotadas de capiteles vegetales. Dan luz,
escasa, a un espacio situado, hoy, sobre las bóvedas inferiores.
No es fácil pronunciarse sobre el fundamento
último de esta peculiar “estancia alta”, esto es, si tuvo una finalidad
exclusivamente constructiva, al margen de su singularidad, o si se concibió así
para darle un uso específico relacionado con exigencias cultuales o de otra
naturaleza. La remodelación que la nave del crucero sufre en el siglo XVI y que
tuvo, entre otras consecuencias, el dejar aislado, sin acceso, cómodo al menos,
ese espacio superior, impide dar una respuesta adecuada y convincente a la pregunta.
Creo, no obstante, que el aislamiento actual no existía en su estructura
inicial, sino que es producto de la remodelación que, en particular la nave del
crucero, sufrió en el siglo XVI. La similitud que ofrece, desde el punto de
vista compositivo, exclusivamente, la organización del bloque de naciente de
nuestra iglesia (cabecera y crucero) con la que muestra, en la misma zona, una
iglesia como la de Vilar de Donas (Palas de Rei), así permite afirmarlo. La
incorporación ulterior al edificio de la estancia que me ocupa, en todo caso,
no puede desligarse, pese a sus diferencias muy marcadas, de la existente en
idéntico lugar en la iglesia, otrora monástica también, de San Miguel de Eiré.
La iglesia de Santiago o San Salvador de Vilar
de Donas, última del bloque de edificios que estoy valorando, tiene planta de
cruz latina, con una sola y ancha nave en el cuerpo longitudinal, crucero
marcado, con un tramo por brazo, y cabecera compuesta por tres capillas
semicirculares, la central, precedida por un tramo recto presbiterial, muy
destacada. Valoro en ella en este apartado, junto a sus dimensiones inusuales,
explicables por la entidad de la comunidad a la que sirvió, la primera, por
cierto, que en Galicia dependió de la Orden de Santiago, tres trazos
singulares. Es el primero la organización, en alzado, de los muros laterales de
la nave longitudinal, cubierta por una techumbre de madera a dos aguas.
Muestran aquellos dos cuerpos, desiguales en altura, más bajo el inferior,
separados por una imposta decorada con billetes. El piso bajo permanece liso.
En el superior, en cambio, se abren en cada costado tres altos vanos
semicirculares con derrame interno muy marcado. Austeros en su conformación –son
simples aberturas murales, ceñidas a la superficie del paramento, sin resalte
alguno–, proporcionan, en cambio, una buena iluminación al interior.
El segundo rasgo destacable del interior es el
hecho de que los brazos del crucero y el tramo central están abovedados, con
cañón simple los primeros y con crucería cuatripartita, con nervios de sección
prismática cuyo arranque, en punta, se inserta entre los arcos que conforman el
cuadrado de base, el segundo.
Menciono, en tercer lugar, el pórtico que se
dispone delante de la fachada occidental y lo hago más por lo que comporta de
perpetuación, en versión “monumental”, de soluciones complementarias del
edificio eclesial habituales en la época que analizamos en ese emplazamiento
que por su significación estilística, pues, desde este punto de vista, las
formulaciones que exhibe la única parcela “medieval” de ese ámbito
llegada hasta hoy, la septentrional, han de ser valoradas en función de pautas
más avanzadas ya que las que aquí nos incumben.
El último apartado de este capítulo de análisis
formal de los edificios que tienen planta de cruz latina lo integran los que
poseen tres naves en su cuerpo longitudinal. Son la Catedral de Lugo, la
abacial de Meira y también, en su conformación actual, la Catedral de
Mondoñedo.
La Catedral de Lugo muestra hoy, fruto de su
larga historia constructiva, una planta muy compleja. La de tiempos románicos,
al margen de que no fuese uniforme en su materialización como consecuencia de
su realización en campañas sucesivas, era más simple. Ofrecía un esquema en
forma de cruz latina, con tres capillas, seguramente todas con cierre
semicircular, en la cabecera; crucero marcado y tres naves de ocho tramos en el
brazo principal. De su alzado, bien por conservarse, bien por estar
documentado, destaco cuatro ingredientes. Cito, en primer lugar, la
instalación, en el cuerpo longitudinal, de una tribuna, abierta a la nave
central, sobre las laterales.
Reseño, en segundo lugar, el uso, en el brazo
longitudinal, el mayor de la cruz, de arcos atando, uniendo los contrafuertes,
una fórmula que, al igual que la anterior, tiene un precedente en Galicia en la
fábrica catedralicia compostelana. El tercer dato significativo, llamado a
tener difusión como el precedente en empresas de la provincia y sobre todo,
aunque no solo en él, en su territorio diocesano, es la organización, con dos
lóbulos semicirculares en su zona inferior, del tímpano ubicado en la portada septentrional
del crucero. Refiero finalmente, por su singularidad y pese a que no se
conserva ya por haber sido destruida al construirse la actual, la organización
que, antes de ella, exhibía la fachada occidental del templo que pondero,
conocida por un dibujo incluido en sus “Memorias” por el canónigo, ya
citado, V. Piñeiro. Se organizaba, en consonancia con la distribución interior
del templo al que daba remate, en tres calles, delimitadas por torres
circulares en cuyo interior se alojaban escaleras. En las calles laterales se
superponían, acomodándose también a la organización en pisos del interior, dos
ventanas cerradas por arco de medio punto, abiertas a las naves y a la tribuna.
La calle central, más ancha, el doble, que las laterales, se articulaba en dos
cuerpos, de altura desigual, separados por una estructura horizontal cuya
marcada presencia invita a pensar que pudo estar decorada. En el piso inferior
se abrían dos puertas que desembocaban en la nave principal. Sobre el friso se
disponían dos ventanas y, más arriba todavía, un rosetón.
Tiende a valorarse esta fachada en relación con
la estructura románica del edificio al que da remate por su costado occidental.
A mi modo de ver, sin embargo, las particularidades estructurales y decorativas
del tramo de las naves con el que comunicaba, el penúltimo del cuerpo
longitudinal actual, y, en segundo lugar, la indudable similitud que existe
entre el rosetón que culmina el hastial y los que se hallan en idéntico lugar
en los frentes del crucero, permiten pensar que la fachada dibujada incluida en
las Memorias del canónigo M. Piñeiro es también, no sé si en su totalidad o
solo en gran parte, un producto de tiempos bajomedievales.
La abacial de Meira, también con planta de cruz
latina, cuenta con tres naves bien estructuradas extraordinariamente largas
(nueve tramos), doblando la central en anchura a las laterales; crucero
perfectamente marcado, con dos tramos por brazo, siendo el central cuadrado, y
cabecera compuesta por un ábside central semicircular, precedido de tramo
recto, ligeramente más ancho que el hemiciclo, enmarcado por cuatro capillas
cuadradas, dos a cada lado, cerradas, a oriente, por un muro común plano,
Tres rasgos me interesa destacar, en
particular, en esta iglesia, llegada hasta hoy, en sus trazos esenciales, tal
como fue concebida y materializada. Señalo, en primer lugar, la monumentalidad
de su cabecera, con cinco capillas, la de mayor entidad de la provincia desde
ese punto de vista. Destaco, en segundo lugar, la presencia de bóvedas en todos
los espacios (de cañón apuntado, de arista y también de crucería, modelos, los
tres, de uso ya habitual en la época en la que se levanta el templo). Reseño,
en tercer y último lugar, la vistosidad de la fachada occidental, nucleada por
una portada de gran entidad, con tres arquivoltas semicirculares muy cuidadas,
decoradas con motivos vegetales variados, en general de escaso volumen, todos
delicadamente trabajados.
Dejo para el final, en este apartado, la
valoración de la Catedral de Mondoñedo, la más tardía de las gallegas. Tiene
esta hoy, fruto de reformas diversas realizadas entre los siglos XVI y XVIII,
una planta de cruz latina. No es la inicial. Era esta, también, de tipo
basilical, con tres naves de cuatro tramos en el brazo principal, crucero
simple, no saliente, marcado, no obstante, por sus dimensiones, mayores que las
de los tramos de las naves, y cabecera compuesta por tres capillas
semicirculares, todas semicirculares precedidas por un tramo recto,
conservándose en la actualidad tan solo la central.
Dos rasgos de su fábrica merecen reseña
especial en este capítulo. Por un lado, en el interior, el hecho de que la
totalidad de sus espacios originarios estén cubiertos con bóvedas de crucería,
cuatripartita en las naves y presbiterio de las capillas, con nervios
convergentes en la clave del arco de acceso en el hemiciclo de la central.
Todos los nervios, dato explicable por la fecha, ya tardía, como se verá, en
que se construye el edificio, cuentan con soportes individuales, específicos,
que arrancan desde el suelo.
El segundo aspecto destacable de la fábrica de
esta Catedral es la fachada principal, conservada también, pese a las reformas
de tiempos barrocos, en sus trazos esenciales. Destaca en ella, dividida en
tres calles por medio de contrafuertes, el rosetón situado en la central encima
de la puerta principal de acceso al interior del templo.
Son escasos y también poco significativos desde
el punto de vista formal, en la provincia de Lugo, los vestigios llegados hasta
hoy de dependencias o estancias complementarias y coetáneas de las
edificaciones precedentemente valoradas. Esa parquedad, justamente, confiere un
protagonismo indudable a los humildes y maltrechos vestigios conservados en dos
alas, la norte y la este, del monasterio de Santa María de Penamaior
(Becerreá). De su examen y del de todo el recinto en el que se inserta se
deduce que la dependencia, de exiguas dimensiones, tenía planta rectangular,
siendo más largos –siete tramos– los lados oriental y de poniente que los otros
dos –cinco tramos–. Disponía, como era normal en la época, de un solo cuerpo
(hoy, como consecuencia de las novedades que se produjeron durante la Edad
Moderna, posee dos, el alto del siglo XVIII), integrando las galerías una
sucesión de arcos de medio punto montados sobre pilares, unos y otros
ejecutados con lajas de pizarra. Tan solo es de piedra la imposta que separa
las dos partes, unas veces achaflanada, otras de nacela, siempre lisa. Se
cubren las dos pandas en la actualidad (así debió de suceder también desde el
origen) con una sencilla estructura plana de madera. La datación de las
arquerías, vistas sus características, habrá de ser fijada en el siglo XIII,
sin duda con posterioridad a la concesión, producida ca. 1225, del rango de
abadía a Penamaior.
Vestigios de dependencias complementarias del
espacio eclesial, más valiosos como testimonio que por su “entidad física”,
se conservan en San Martiño de Mondoñedo (Foz) o San Salvador de Asma
(Chantada). Esta escasez hace más lamentable todavía la desaparición de
estancias como la cocina medieval del monasterio de Santa María de Meira.
Descrita por J. Villaamil y Castro en un momento avanzado del siglo XIX,
respondía en su conformación esencial, en planta y en alzado, al modelo
canónico, codificado para ese tipo de dependencias por la Orden a la que el
monasterio pertenecía, la del Císter.
Concluyo este apartado sobre el estudio de las
formas constructivas con una valoración de la única empresa susceptible de ser
comentada en el ámbito de la arquitectura civil: la Torre de Doncos (As
Nogais), hoy en un lamentable estado de abandono, pese a lo cual todavía es
posible analizarla en sus fundamentos y trazos esenciales. Tiene planta
cuadrada y se estructura, en alzado, con un sótano, cubierto por bóveda de
arista, planta baja y tres alturas, todas con piso de madera, y una terraza
superior. Sus características constructivas y decorativas (empleo de piedra y
madera; uso de sillarejo; combinación de dinteles y arcos de descarga en las
puertas; arcos conformados por dovelas estrechas y largas; adelgazamiento
progresivo, en altura y por el interior, de los muros; presencia en el frente
exterior de estos de estrechas saeteras que, por dentro, se abocinan, etc.),
pese a su exotismo, no son un “unicum”, en su tiempo, en Galicia. Parte
de sus ingredientes definitorios los encontramos en otra empresa excepcional,
las Torres de Oeste (Catoira, Pontevedra), reconstruidas, con el fin básico de
proteger de las incursiones por mar la Terra de Santiago, por el obispo
Cresconio II (1048-1068), una empresa que ha sido relacionada convincentemente
con la arquitectura militar aragonesa coetánea. Esta filiación, vanguardista en
su tiempo, válida también para la Torre de Doncos, y la rareza, casi
excepcionalidad, de esta como monumento, hacen más deplorable, si cabe, su
estado de conservación.
Los edificios románicos lucenses:
evolución de las formas
Es la provincia de Lugo, como ya señalé más
arriba, la que conserva hoy, entre las gallegas, el mayor número de testimonios
susceptibles de ser considerados estilísticamente como románicos. Es también,
fruto de sus particularidades físicas –emplazamiento, relieve, vías de
comunicación terrestres, fluviales y marítimas– y del azar histórico, no
siempre adecuadamente ponderado y, en consecuencia, valorado, la que ofrece una
mayor complejidad y diversidad desde el punto de vista de sus componentes y de
su desarrollo. En esa variedad, en esa riqueza, radica, sin duda, uno de sus
mayores atractivos para el estudioso o el simple diletante de hoy.
Conocemos bien, en lo esencial, la evolución de
las formulaciones estructurales y decorativas de las construcciones lucenses
merecedoras de ser catalogadas o consideradas como románicas. A partir de esa
documentación, cabe sostener que los primeros indicios claros de la presencia
del estilo en la demarcación lucense se localizan hoy no en el ámbito de la
arquitectura religiosa, como cabría esperar dado el aplastante dominio de las
empresas de esa filiación estilística destinadas al culto llegadas hasta hoy,
sino en la esfera civil, con muy pocos restos, en cambio, valorables como
románicos. Se sitúa ese hito de referencia en la ya citada Torre de Doncos (As
Nogais), al sureste de la provincia. Pese a su mal estado de conservación, un
hecho que no facilita su análisis, lo que de esta Torre –y también del complejo
defensivo del que forma parte– persiste (estructura general, esquema
constructivo, materiales empleados, etc.) permite emparentar su ejecución con
empresas aragonesas significativas, vinculadas a la figura de Sancho III el
Mayor (†1035), como el Castillo de Loarre o la Torre de Abizanda, uno y otra en
la provincia de Huesca. Ambas edificaciones han sido traídas a colación también
para explicar parte de las soluciones constructivas que ofrecen las Torres de
Oeste, en Catoira (Pontevedra), un conjunto cuya reformulación se explica a
partir de necesidades similares a las que sirven de fundamento a la empresa que
nos ocupa: si en esta lo que se pretende es controlar una entrada natural en
Galicia desde las tierras leonesas, en el caso de las pontevedresas lo que se
intenta es impedir o dificultar el acceso por el Río Ulla, desde el Atlántico,
a las comarcas de Iria y Santiago.
Usos, formulaciones constructivas y decorativas
vinculadas al primer románico de filiación “lombarda” catalano-aragonesa
se documentan también en la cabecera (3 ábsides semicirculares, el central
saliente, todos precedidos de tramo recto) y en el crucero, no marcado en
planta, sí en alzado, de la iglesia, en otro tiempo episcopal, de San Martiño
de Mondoñedo (Foz). Se trata de una empresa de análisis especialmente complejo
por la sucesión o concatenación de campañas que, en su fábrica y desde tiempos
altomedievales, se documentan.
Para los intereses de este estudio y en
relación con las fuentes citadas invoco, en particular, la presencia, en el
remate, por el exterior, de los ábsides laterales, de arcuaciones “lombardas”
y también de lesenas y, en el interior, el emplazamiento sobre el tramo central
del crucero, no acusado en planta, como ya señalé, de una estructura
cupuliforme remodelada, sobre trompas. Todas estas formulaciones cuentan con
claros precedentes en el área geográfica citada. Su presencia en el templo que
nos ocupa cabe explicarla, por un lado, en línea o filiación directa, a través
de los contactos personales del prelado promotor de la renovación del templo,
el obispo Gonzalo (1071-1108), no siendo imposible tampoco, por otro lado, que
el origen inmediato, no el último, de su presencia en las tierras del norte de
la provincia de Lugo haya que buscarlo más cerca, en la Diócesis de Palencia,
territorio en el cual, en fechas próximas a las que cabe proponer para
Mondoñedo, se documentan soluciones similares a las aquí presentes que podrían
haber actuado como referente intermedio.
Un cambio importante en la materialización y
filiación de los trabajos de la sede episcopal que valoro se produce tras 1112
como consecuencia de la deposición del obispo Pedro y el nombramiento, como
sucesor, de Munio o Nuño Alfonso, ”protegido” del prelado compostelano
Diego Gelmírez , quien regirá los destinos de la diócesis mindoniense hasta
1136. Su llegada a Mondoñedo, coincidente con un momento de especial intensidad
y brillantez en el “chantier” compostelano, explica la presencia de
maestros de esa procedencia en el cuerpo longitudinal de la basílica
catedralicia cuyo análisis ahora me ocupa. A ellos se debe la reformulación,
que, en lo esencial, será ya definitiva, del proyecto en esa zona del edificio,
culminado, como documenta en lo estructural, en particular, el desajuste que se
evidencia entre las responsiones dispuestas en el muro norte y los pilares que
delimitan las naves en ese mismo costado, de manera distinta, más simple, sin
duda, que la que se había proyectado.
El impacto compostelano, comprensible en
Mondoñedo por la procedencia santiaguesa del obispo promotor de los trabajos,
va a hacerse especialmente evidente, a partir de los años treintacuarenta de la
centuria, en las tierras centrales de la provincia, ubicadas al oeste del río
Miño, nucleadas o vertebradas por la vía –el Camino Francés, el Camino de
Santiago por antonomasia, codificado en el Libro V del Códice Calixtino– que
conducía a la ciudad del Apóstol. Como ya comenté en el análisis de las otras
provincias gallegas, circunstancias específicas, en esos momentos, del
territorio que nos ocupa (necesidad de nuevos espacios para el culto, fuese por
tener que reformular los anteriores, fuese por precisar construirlos “ex
novo”, en una etapa de expansión económica e incremento demográfico), por
un lado, y, por otro, los problemas que afectan a la institución episcopal
compostelana, distanciada de los intereses del monarca, desde los años
centrales de la cuarta década del siglo que analizamos y que condujeron a la
paralización de los trabajos en la basílica del Apóstol, explican la marcha de
maestros allí formados a las tierras que ahora analizamos. Un epígrafe de 1147
conservado en el muro occidental, por el interior, en la iglesia de San
Salvador de Valboa (Monterroso), formalmente explicable a partir de premisas
compostelanas, documenta a la perfección, cronológicamente, esta situación. Su
esquema constructivo, muy simple, compuesto por una sola nave y, también, un
único ábside, rectangular en este caso, es/será, por otro lado, uno de los más
habituales en el románico gallego, siendo común también, como en él, que las
parcelas más cuidadas, en lo estructural y en lo decorativo, sean el ámbito de
acceso al ábside y la fachada de poniente, en el caso de Valboa reformulada.
Antes del inicio de Valboa, sin embargo, ya
había comenzado la difusión, no solo por el territorio más occidental de la
provincia que ahora nos atañe, de las formulaciones románicas, en ocasiones
documentadas por epígrafes de compleja o, si se prefiere, de no fácil
vinculación con las formas dominantes hoy en el edificio en el que se hallan.
Ejemplifican esta situación las iglesias de San Pedro de Valverde (Monforte) y
San Salvador de Toirán (Láncara). Un epígrafe de 1124 escrito en un sillar
utilizado como dintel en una puerta que se abre en el muro sur de la primera,
Valverde, confirma la existencia de una temprana campaña constructiva en el
edificio, habitualmente no valorada, “rescatada” por J. D´Emilio. A ella
pertenecen, singularmente, los capiteles, ajenos a las pautas compostelanas,
reutilizados en la portada, gótica, del siglo XIII, que se abre en el muro
norte de la nave.
La iglesia de San Salvador de Toirán (Láncara)
conserva dos epígrafes, uno, de 1132, ubicado en la puerta norte, otro, de
1133, situado al lado del capitel sobre el que voltea, en el costado
septentrional, el arco triunfal semicircular, de sección prismática y aristas
vivas, que da acceso al ábside rectangular. Al igual que en el caso anterior,
nada tienen que ver estos capiteles, de escasa finura en lo formal, como
acontece en el resto del soporte al que pertenecen, con las formulaciones del
estilo documentadas por entonces en las tierras lucenses que estamos
considerando.
No es ese el caso de San Lorenzo de Pedraza
(Monterroso), un edificio de una sola nave y ábside rectangular, también único,
muy remodelado, en el cual, en el testero y por el exterior, se conserva un
epígrafe, de complicada lectura, con la fecha 1127 (era 1165). Sus formas y en
particular la organización, por fuera, de la ventana que centra el cuerpo alto
del testero (un arco semicircular, con dovelas a paño con el muro y arista
viva, volteado, mediante impostas decoradas –bolas la del lado sur, una serpiente
la del norte–, sobre columnas acodilladas, con altos basamentos, fustes
monolíticos lisos y capiteles vegetales, da cobijo a otro menor, también
semicircular, ornado con marcados billetes en damero, que circunda a la
aspillera del vano), se han relacionado con las que ofrecen las ventanas
–ciegas o con vano– ubicadas en el cuerpo alto del cierre oriental de la
basílica catedralicia compostelana.
No estoy seguro, sin embargo, de que el ábside,
tal como lo vemos hoy, sea producto de la fecha que ofrece el epígrafe. Su
falta de trabazón con el testero de la nave, los desajustes en la composición
de las columnas de la ventana que comentamos o incluso la presencia tan marcada
para esa data tan temprana de bolas como elemento decorativo invitan a pensar
en una reformulación de la capilla en tiempos posteriores a los sugeridos por
la inscripción.
Junto a lo compostelano, difundido en el
territorio que nos ocupa, como en otros situados en las restantes provincias de
Galicia, merced, normalmente, a la actividad de equipos o talleres de esa
procedencia y formación que intervienen sucesiva, escalonadamente, agotándolas
con el “uso”, las formulaciones estructurales y ornamentales
originarias, aparecerán también, no necesariamente combinadas con esas premisas
“autóctonas”, soluciones constructivas o decorativas de otra progenie.
Ese sería el caso no solo de empresas humildes como San Paio de Seixón (Friol),
sino también complejas, como Santa María de Ferreira (Pantón) o San Miguel de
Eiré (Pantón).
La iglesia de Seixón, muy remodelada, consta de
una sola nave y un ábside rectangular también único. Un epígrafe ubicado en el
lado norte de la nave, por el exterior, nos proporciona una fecha, 1140 (Era
1178), y un nombre, Juan, verosímilmente su autor, su magister, como se señala
en la inscripción. De lo que de su fábrica persiste es la portada occidental,
sin duda, la parcela de mayor interés. La componen dos arquivoltas
semicirculares. La menor, apoyada directamente en las jambas, de aristas
redondeadas y lisas, exhibe en su rosca e intradós motivos vegetales: dos
hileras de cuadrifolias en la primera y rosetas inscritas en círculos en la
segunda.
El arco mayor de la portada perfila su arista
por medio de un sencillo baquetón liso, disponiéndose en rosca e intradós
molduras cóncavas también sin ornato. Voltea sobre columnas acodilladas, con
basas áticas sobre plintos desnudos, fustes desprovistos de decoración y
capiteles vegetales. Su cimacio, con perfil de nacela liso, se prolonga
ligeramente en imposta por el frente del muro, sirviéndole de apoyo a la
chambrana que enmarca la portada, también semicircular, a paño con el muro y
enriquecida con tacos, hoy ya muy desgastados.
Tanto estructural como decorativamente, esta
portada, de escasa finura, en todo caso, no cuenta con precedentes en tierras
gallegas, donde, en fechas algo posteriores (finales de la centuria), sí cabe
invocar paralelos para algún aspecto de su composición (ausencia de tímpano) y
de su decoración (cuadrifolias) en un edificio, justamente “llamativo”
por su exotismo, como la iglesia de Santa Tegra de Abeleda (Castro Caldelas,
Ourense). Como para este, sí es posible referir modelos para los rasgos
compositivos y ornamentales señalados en Seixón, al margen de su evidente
tosquedad, en tierras castellanas y, en particular, en las abulenses, una
filiación que no ha pasado desapercibida a otros autores.
Soluciones de origen castellano han de ser
invocadas también para explicar una estructura, inusual en Galicia, no así en
el ámbito territorial citado, como la torre que se alza sobre el crucero, no
acusado en planta, en San Miguel de Eiré (Pantón). Su construcción es obra de
un taller / equipo de esa procedencia cuya huella se hace evidente también en
las rosetas, inscritas en círculos, formalmente muy cuidadas, que decoran,
salvo la clave, donde figura un Cordero, las otras nueve dovelas que componen la
arquivolta mayor de la portada que se abre, en puridad, en el costado norte del
crucero, no acusado en planta, sí en alzado, disponiéndose otras dos, una por
lado, en la cara frontal del sillar en el que se talla también el capitel que
remata el soporte acodillado que recibe a la arquivolta menor.
Una torre similar a la de Eiré, ajena a la
tradición edilicia de Galicia, se programó también, con anterioridad a ella,
siendo su indudable precedente local, parta coronar / culminar el espacio que
precede al ábside en la iglesia de Santa María de Ferreira (Pantón), donde, sin
embargo, no llegó a construirse. Los desajustes que se producen en la altura de
gran parte de las hiladas entre el cuidado bloque de la cabecera y los muros
que cierran el tramo que lo precede lo confirman, siendo ese cambio de plan, verosímilmente,
el resultado, uno más, de la incorporación del monasterio al que sirve, en
1175, a la filiación de Santa María de Meira (Lugo), esto es, a la observancia
cisterciense, por decisión de su fundadora, la condesa Fronilde, el responsable
de que los potentes contrafuertes, de esmerado diseño formal, que se disponen,
llegando hasta la cornisa, en el extremo oriental del muro de la nave, tengan
desde entonces una función más ornamental que estructural.
La paulatina materialización, con las novedades
señaladas, compatibles con su vinculación a tradiciones “autóctonas”,
compostelanas, en lo decorativo y también en lo constructivo, de la abacial de
Ferreira, cuyo impacto en el territorio lucense fue muy significativo, coincide
en parte con la progresiva difusión de formulaciones, en buena medida más “decorativas”
que estructurales, de la Catedral de Lugo, un edificio de azarosa y muy
compleja “vida formal”. Su historia constructiva, como se señala en
último término en la monografía que se le consagra en esta publicación, no es
de fácil análisis. Suele fecharse su inicio, habitualmente, en 1129, año en el
cual, según un documento ya mencionado, hoy perdido, citado en 1700 en un libro
sobre la Catedral de la autoría de Juan Pallares y Gaioso, el obispo Pedro “contrató”
para ese trabajo a un Maestro, de nombre Raimundo, procedente verosímilmente no
de “la Villa de Monforte de Lemos”, como él afirma, sino de más allá de
los Pirineos, donde, en tierras de Gascuña , cabe encontrar, además del
topónimo Monfort, interpretado por Pallares en clave local y por proximidad
física como Monforte de Lemos, precedentes para determinados elementos, motivos
o soluciones, que se documentan en las parcelas más antiguas del edificio
llegado hasta hoy, cuya cabecera, presumiblemente compuesta por tres capillas
semicirculares, la central saliente –un modelo habitual en la época–, fue
remodelada muy significativamente durante la Baja Edad Media. Coincidiría esta
etapa de trabajos, como señala J. D´Emilio404, con la presencia en cargos de
responsabilidad en el Cabildo y la Diócesis –como prior de la canónica primero
y, desde ca. 1135, como obispo– de un francés de nombre Guido, circunstancia
que, sin duda, facilitaría los contactos que algunos de los componentes de las
partes más antiguas de la fábrica actual, como modelos de capiteles ubicados en
los primeros tramos de las naves o el tímpano con dintel bilobulado que exhibe
la portada norte del crucero, no desmienten.
No me parece descartable, pese a la coherencia
de lo indicado, que antes de la campaña asociada a Raimundo, interpretada a
posteriori, por estar “documentada” y ser la más antigua de entidad
entonces conservada (no olvidemos que el libro de Pallares está publicado en
1700), como la de inicio de los trabajos de la sede visible, se hubiese
comenzado en Lugo una Catedral de estilo ya románico, con formulaciones
vinculadas tanto a la homóloga de Jaca como a la de Santiago, para dar
respuesta a la necesidad de reparar y renovar un edificio que había sufrido
desperfectos de envergadura en 1089 como consecuencia del asalto de que había
sido objeto por parte de las tropas de Alfonso VI en el marco de su
enfrentamiento con las del conde Rodrigo Ovéquiz, las cuales se habían
refugiado justamente en el recinto catedralicio.
No es posible concretar, por falta de datos, el
alcance de esta “primera intervención” en clave románica en la Catedral
de Lugo. No parece, sin embargo, a la vista de las particularidades formales de
las parcelas más antiguas del edificio llegado hasta hoy –cuerpo bajo del
crucero y, en esencia, los cuatro primeros tramos del cuerpo longitudinal, en
el cual, sobre las naves laterales, se dispuso ulteriormente, aunque estaba
programada desde el principio de su ejecución, una tribuna–, que esa campaña
románica “inicial” hubiera llegado más allá del crucero.
Al margen, en cualquier caso, de la exacta
secuencia o periodización de los trabajos de la Catedral lucense, lo cierto es
que soluciones o elementos utilizados en su fábrica –arcos y dinteles
lobulados, arcos atando contrafuertes, modelos de capiteles– no tardaron en
difundirse, prioritariamente por su territorio diocesano, fruto, sin duda, de
la intervención en las obras de canteros / artífices formados en su “chantier”.
Ejemplifica ese impacto un edificio tan excepcional en el ámbito rural como San
Paio de Diomondi (O Saviñao). Datos destacados de su fábrica, formalmente muy
cuidada en su arranque, como los muros laterales armados con arcos (completos
los del costado norte, no culminados los del sur) o la puerta meridional
coronada por un arco lobulado, hacen explícita la progenie que comento. El
templo es valioso, además, por contar con un epígrafe en la parcela inferior de
la cara interna del tímpano que preside la portada principal que recuerda su
colocación en 1170, una data de gran utilidad también para fijar el proceso de
difusión de las particularidades formales de la empresa catedralicia lucense
por su territorio diocesano.
Unos años después de la construcción de
Diomondi, gozando todavía de plenitud en el espacio que analizamos premisas
vinculadas en última instancia a hitos como la Catedral compostelana o la
lucense, comienza a evidenciarse en el románico que se levanta en la provincia
que nos atañe, al igual que en el resto de Galicia, una marcada renovación de
propuestas arquitectónicas y complementos figurativos y decorativos. Dos, como
en el resto del territorio gallego, van a ser las fuentes de referencia de ese
proceso, una vinculada en última instancia, aunque enriquecida con otras
aportaciones, a la campaña personalizada y protagonizada documentalmente, a
partir de 1168 y en la Catedral compostelana, por el Maestro Mateo, y otra
nutrida por las novedades introducidas en materia constructiva y decorativa por
la Orden del Císter, asentada muy tempranamente en la provincia de Lugo: el
monasterio de Meira, fundado entre 1151 y 1154, nace solo unos años después
(alrededor de una década) de la repoblación –y, por tanto, refundación–, en
1142 y con monjes procedentes de Clairvaux, la “Casa” de S. Bernardo, del
abandonado cenobio de Santa María de Sobrado” (A Coruña), considerado hoy y
desde hace ya algunos años, incuestionablemente, como la primera abadía que a
ese Instituto perteneció en la Península Ibérica.
La primera de las vías de renovación referidas
tiene en Portomarín un hito de invocación imprescindible: la construcción de la
iglesia, trasladada a su actual emplazamiento entre 1960 y 1964 como
consecuencia de la construcción del embalse de Belesar, de San Juan, hoy San
Nicolás.
Lo que en ella, constructiva y decorativamente
se materializa, no puede desligarse, por otro lado, de las circunstancias tan
especiales que, por las fechas en que se levanta –tramo final del siglo XII–,
valoradas oportunamente por J. D'Emilio, concurrían en la villa de Portomarín,
por entonces ya uno de los hitos de referencia, como comenté más arriba, del
Camino Francés tal como lo había codificado la Guía del peregrino cuatro o
cinco décadas antes. En San Juan / San Nicolás, frente al lenguaje “catedralicio
lucense” que explicita la iglesia de San Pedro, se imponen fórmulas
estructurales (bóvedas de cañón apuntado y nervadas), figurativas (en tímpanos
y arquivoltas) y ornamentales (fitomórficas y geométricas) novedosas,
habitualmente relacionadas con el impacto ejercido por las soluciones que en
esos mismos ámbitos de referencia introdujo en la Basílica compostelana la
campaña dirigida, como mínimo a partir de 1168, por el Maestro Mateo. Siendo
incuestionable como referente último el modelo compostelano para explicar lo
esencial del templo de Portomarín que comento, hay en él, sin embargo, algunos
elementos, desconocidos o poco utilizados en Santiago, que invitan a pensar en
otro núcleo, a su vez relacionado con Compostela y también con fuentes de otra
procedencia, como intermediario, como fundamento inmediato de su fábrica: la
catedral de Ourense. La presencia en Portomarín de ménsulas-capitel como
soporte de los nervios que exhibe la bóveda que cubre el tramo oriental de la
nave, una solución también prevista, al menos, para el tramo inmediato, si bien
no se materializó; el tipo de cornisas o tejaroces montados sobre arquitos con
metopas profusamente decoradas o determinados motivos vegetales y geométricos
empleados en la ornamentación de las arquivoltas, elementos, todos, de uso muy
frecuente en la iglesia catedralicia citada, menos habituales o, simplemente,
desconocidos o no documentados en Compostela antes o en torno a las fechas en
que nos movemos (años finales del siglo XII o principios del siglo XIII),
permiten pensar en la presencia de maestros / canteros vinculados a la sede
ourensana en la ejecución de San Juan / San Nicolás de Portomarín.
Corroboran la propuesta anterior dos edificios
próximos, a su vez emparentados entre sí, Santo Estevo de Ribas de Miño (O
Saviñao) y Santa María de Pesqueiras (Chantada), ejecutados por un equipo
formado, procedente de Portomarín, en los cuales, en el espesor del grueso muro
que conforma el cierre semicircular de su capilla absidal, única, se disponen,
sin proyección al exterior, tres nichos, de planta también semicircular, que
son un remedo de los que se emplazan en el hemiciclo, esto es, en el mismo lugar,
en la capilla central, en este caso con cinco nichos, de la cabecera de la
basílica catedralicia ourensana. Esta parcela del templo, perteneciente a la
campaña de trabajos, que incluye también el crucero y el arranque del cuerpo
longitudinal, significada por su consagración en 1188 y en la que se funden
ingredientes de procedencia compostelano-mateana y abulenses, será una de las
fuentes de invocación imprescindible para explicar, en parte por la disolución
o dispersión del taller que en ella trabajaba tras el fallecimiento, en 1213,
del obispo promotor de los trabajos, Alfonso I, la expansión que las
formulaciones ourensanas conocen por entonces lo mismo en su territorio
diocesano que en otros próximos, como sería el caso del que nos ocupa, es
decir, la parcela meridional de la diócesis lucense.
En esta, por cierto, cabe señalar derivaciones,
continuidad de las premisas estructurales y decorativas mencionadas,
evidenciándose en ellas, junto a un agotamiento / rusticidad de los principios
de origen, una paulatina incorporación de motivos o esquemas que documentan la
irrupción de un nuevo estilo, un proceso, vale la pena señalarlo, no siempre
valorado adecuadamente.
Como góticas, en efecto, y datables ya en el
siglo XIV (alrededor de 1330-1340), hay que considerar, vistas las
particularidades de los elementos que la integran (cuadrifolias /puntas de
diamante en la chambrana; capiteles con desbastado troncocónico, decorados con
crochets; conformación/ molduración de los cimacios, etc.), la portada hoy
emplazada en el costado norte de la nave de San Xoán da Cova (Carballedo),
procedente de la fachada principal de la iglesia que en esa centuria, la
decimocuarta de nuestra Era, se le adosó por ese mismo lado. Con ella, fruto de
la intervención de un mismo taller, ha de ponerse en relación la portada
principal de Santo Estevo de Atán (Pantón). Su arquivolta mayor, de directriz
apuntada y perfilada por una chambrana decorada con cuadrifolias / puntas de
diamante, exhibe un motivo tan inequívocamente vinculado a la “tradición
mateana” como una sucesión de arquitos. Su disparidad formal y su
tosquedad, evidente también, aunque no tan extrema, en los arquitos, estos sí
todavía románicos –o, mejor, tardorrománicos–, que exornan la arquivolta mayor
de la portada oeste de la otra iglesia referida, San Xoán da Cova, no llegan a
enmascarar, sin embargo, su vieja genealogía.
Una “vida” similar a la señalada para
las formulaciones anteriormente invocadas van a conocer las que, en principio y
por comodidad, voy a considerar, sin más, como de “filiación cisterciense”.
Se implantó esta Orden en la provincia de Lugo en fechas relativamente
tempranas. Meira, fundada entre 1151 y 1154, es solo una década posterior al
asentamiento en Sobrado, en 1142, de una comunidad, procedente también de
Clairvaux, la Casa fundada y regida entonces todavía por San Bernardo, que es
considerada hoy ya, sin discusión, como la primera que perteneció a esa
colectividad monástica en el territorio peninsular ibérico. En el mismo
Organismo se integrarán, pero no en filiación directa, sino a través de
cenobios ubicados o no en la provincia de Lugo, los monasterios de Ferreira
(Pantón), Castro de Rei (Paradela) y Penamaior (Becerreá).
La novedosa construcción del complejo monástico
inicial meirense, del que ha llegado hasta hoy, en esencia, tan solo su
monumental iglesia abacial, iniciada en una fecha avanzada del siglo XII, no
pasó desapercibida. La austeridad de sus formas, su desnudez, modelos de
capiteles, motivos decorativos no figurados y también determinadas soluciones
constructivas (arcos apuntados aristados, bóvedas de cañón agudo y nervadas,
tipos de contrafuertes, anchos y con remate escalonado) no pasaron
desapercibidas en su entorno, no solo en el más inmediato, debiendo explicarse
su irradiación tanto por un deseo de emulación, fruto de lo que, por comodidad,
suele denominarse “espíritu de época”, como por la intervención en las
empresas deudoras de maestros o simples canteros formados o vinculados a su “chantier”.
El cambio, ya señalado, que a partir del crucero y como consecuencia de la
donación del monasterio a Meira en 1175 se produce en lo constructivo y en lo
decorativo en la iglesia de Santa María de Ferreira; estructuras como la bóveda
de crucería cuatripartita que cubre el tramo central del crucero de la iglesia
de Vilar de Donas –Palas de Rei– o modelos de capiteles presentes en este y
otros edificios (Santa María de Ferreira de Pallares –Guntín–,donde, por
cierto, también se emplean fustes truncados, rematados en ménsulas; San Pedro
Fiz do Hospital –O Incio–, etc.), son muestra fehaciente de ese impacto. A él,
por otro lado, tampoco fue ajeno la fábrica de la catedral de Mondoñedo. La
sobriedad que rezuma su interior, donde abundan capiteles lisos, sin ornato, o
la composición de su fachada occidental, son difíciles de explicar sin el
modelo que ofrece la abacial de Meira.
No todo lo que de progenie cisterciense se
detecta en la provincia de Lugo, sin embargo, se explica a partir de la abadía
de Meira. Fruto esa división, como es bien sabido, de una decisión “política”
decimonónica, no siempre respetuosa con las particularidades físicas,
específicas, del territorio y también de su evolución histórica, en su parcela
meridional, en la que ya comentamos la irrupción de soluciones o elementos de
progenie mateana vehiculados en buena medida a través de la catedral de
Ourense, hallamos también, no necesariamente, aunque sí la mayor parte de las
veces unidos al impacto de este mismo edificio, ingredientes (modelos de
capiteles, ausencia de decoración figurada) que documentan la irradiación de la
abacial de Santa María de Oseira (Cea, Ourense). Iglesias como la monástica de
San Vicente de Pombeiro (Pantón) o la parroquial de San Vicente de Pinol
(Sober) documentan su impacto, unido al catedralicio ourensano en el primer
caso, único en el segundo.
Formulaciones estructurales y motivos
ornamentales de filiación cisterciense, en cualquier caso, acabarán dando paso
también, casi imperceptiblemente, sin solución de continuidad, a premisas
novedosas que hacen explícito, como vimos que acontecía así mismo en el bloque
de empresas vinculadas a la irradiación de elementos de raigambre mateana, un
nuevo horizonte estilístico. Iglesias como la citada Catedral de Mondoñedo o la
otrora abacial, también ya comentada, de Vilar de Donas pueden servir de
referencia para analizar / documentar el proceso. Esta última, por las
circunstancias que en su materialización concurren, resulta muy ilustrativa. En
ella, en efecto, frente a las formulaciones románicas de progenie diversa, con
presencia destacada de las vinculadas a la abacial cisterciense de Meira, que
se detectan en su bloque oriental, un análisis detenido de los elementos que
componen su portada principal, ubicada en el frente oeste, revela la
incorporación de novedades no tanto en su organización cuanto en sus componentes
(los capiteles de la portada, por ejemplo, presentan un desbastado con
tendencia a la forma troncocónica y exhiben crochets) que han de ser
consideradas ya como góticas.
La escultura románica en la provincia de
Lugo
Hasta el momento no existe un estudio de
conjunto de la escultura románica en la provincia de Lugo, sino más bien
publicaciones variadas sobre distintas zonas del Románico lucense, entre las
que destacan las dedicadas a las parroquias al Oeste del Miño (YZQUIERDO
PERRÍN, R., 1983), a la antigua provincia de Mondoñedo (CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ,
M. A., 1999), o al municipio de Pantón (GARCÍA, X. L., 1999). Aunque hay
también una tesis dedicada a las parroquias lucenses al Este del Miño (LÓPEZ
PACHO, 1983), esta no ha sido nunca publicada. Por ello, el conocimiento de la
escultura lucense debe complementarse a través de una serie de estudios
monográficos de sus monumentos y conjuntos escultóricos más señeros, como son
los casos de las de las catedrales de Lugo (D’EMILIO, J., 1991; YZQUIERDO
PERRÍN, R., 1989-1990) y Mondoñedo (CASTRO FERNÁNDEZ, C., 1993), de San Martiño
de Mondoñedo (Foz) (YZQUIERDO PERRÍN, R., 1994, SAN CRISTOBAL SEBASTIÁN, S.,
1995; CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 1999; CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 2007b),
de las magníficas iglesias monásticas de Santo Estevo de Ribas de Sil
(FERNÁNDEZ PÉREZ, S., 2003) y San Salvador de Ferreira de Pantón (MOURE PENA,
T.C, 2005 a y b), de la iglesia del priorato santiaguista de Vilar de Donas
(VÁZQUEZ SACO, F., 1948; VÁZQUEZ CASTRO, J., 1998), así como de los distintos
monasterios cistercienses de la provincia (VALLE PÉREZ, J.C., 1982). Se trata,
como es bien sabido, de un extenso territorio de la antigua Gallaecia, con
numerosos edificios románicos –solo en el oeste del Miño se contabilizan 111
iglesias–, con una rica y heterogénea escultura, que ha llamado desde siempre
la atención de eruditos y aficionados. Por ello, para una primera aproximación,
más general, merece la pena consultar los capítulos dedicados a monumentos
lucenses en el célebre volumen, Galice romane (1973), con textos de Manuel
Chamoso Lamas, Victoriano González y Bernardo Regal, así como útil librito de
Isidro G. Bango Torviso, Galicia románica (1991). Para los viajeros y amantes
de los caminos y de las fotografías, se recomiendan las guías de Xosé Luis
Laredo Verdejo, dentro de la colección Galicia Enteira, dedicadas a A Ulloa,
Terra de Melide, Deza e Chantada, A Costa Lucense e a Terra Chá, Lugo e a
Galicia Oriental, así como la más reciente de Luis Díez Tejón sobre el Románico
en Lugo (2008).
La dispersión de los monumentos y el carácter
periférico de alguno de ellos no han ayudado demasiado a ofrecer un panorama de
conjunto para el fenómeno de la escultura románica en Lugo. Por otra parte, en
la mayoría de los estudios se ha impuesto una visión de las artes figurativas a
partir del foco compostelano que, si bien funciona en algunos períodos o
monumentos, ni puede ser tomada como modelo absoluto, ni explica la variedad de
corrientes artísticas de la provincia. Es cierto que a partir del segundo cuarto
del siglo XII (y hasta finales de siglo) hay un eco de los talleres
escultóricos de Gelmírez en la catedral de Santiago tanto en la catedral de
Lugo como en las comarcas de A Ulloa (San Salvador de Valboa (1147), Santa
Mariña do Castro de Amarante) y Chantada (Taboada dos Freires, San Salvador de
Asma) (YZQUIERDO PERRÍN, R., 1983), un fenómeno que tiene su paralelo
excepcional en el campo de la pintura mural en el brazo sur del crucero de San
Martiño de Mondoñedo (ca. 1134), directamente en relación con el primer
miniaturista del Tumbo A (CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 2001). A ello cabe
sumar, en el primer cuarto del siglo XIII, sobre todo tras la consagración de
la catedral de Santiago de 1211, la extraordinaria difusión de talleres
escultóricos de filiación mateana en San Juan de Portomarín, Santo Estevo de
Ribas de Miño, Santa María de Pesqueiras y San Xoán da Cova (YZQUIERDO PERRÍN,
R., 1983).
No obstante, existen, más allá de la recepción
del modelo compostelano, otras muchas corrientes figurativas en la provincia de
Lugo con entidad propia. Entre ellas destaca, por ejemplo, el eco del arte
aragonés en San Martiño de Foz y la catedral de Lugo a inicios del siglo XII;
el estilo “borgoñón” derivado de la iglesia palentina de Santiago de Carrión de
los Condes (Palencia) en la fachada del transepto norte de la catedral de Lugo,
con su peculiar tímpano pinjante; el impacto de los talleres de la catedral de
Ourense en pleno siglo XIII tanto en Santo Estevo de Ribas de Miño como en la
portada occidental de San Salvador de Vilar de Donas, así como el modo
rigorista y geométrico del Císter en ejemplos centrales como el monasterio de
Santa María de Meira y su irradiación a partir de 1200 a otras casas
cistercienses como la nave de San Salvador de Ferreira de Pantón, o incluso, a
edificios pertenecientes a otras órdenes como Santa María de Ferreira de
Pallares o San Salvador de Vilar de Donas.
Como resultado, debemos intentar comprender la
variedad y heterogeneidad de la escultura románica en Lugo a partir de una
serie de condicionantes geográficos, políticos y de vías de comunicación que
merecen la pena ser subrayados. Ellos conforman, a mi entender, la peculiar
“geografía artística” que merece la pena ser analizada antes de cualquier
debate previo.
Geografía artística de la escultura
románica en Lugo:
sedes episcopales, poderes feudales y
caminos de peregrinación
Como hemos visto, el estudio de la escultura
románica en Lugo es un hecho complejo que requiere de una serie de digresiones
previas, sobre todo si al lector le gusta viajar y conocer los monumentos
románicos in situ. Su variedad y heterogeneidad tienen mucho que ver, por una
parte, con divisiones jurisdiccionales y políticas, así como, por otra, con
condicionantes geográficos o de vías de comunicación. Todo ello conforma una
peculiar “geografía artística” que resulta, como veremos, extremadamente
útil para la compresión del románico lucense.
En primer lugar, la división administrativa
actual de la provincia de Lugo no se corresponde con las jurisdicciones de los
poderes feudales de la Galicia medieval, ya que se trata de una creación de
1833. De hecho, la moderna división administrativa de Lugo deriva mayormente de
la unión de dos provincias del antiguo Reino de Galicia (1550-1833), en la que,
al norte, las comarcas de la Mariña Oriental, Central y Oriental, conformaban,
en gran parte, la desaparecida provincia de Mondoñedo, mientras que el resto
configuraba la primitiva provincia de Lugo.
No obstante, para entender la geografía
política y jurisdiccional en la que se desarrolló la escultura románica lucense
hemos de recurrir a las divisiones territoriales eclesiásticas y de la nobleza
laica. Como es bien sabido, la provincia de Lugo cuenta con dos diócesis
históricas: Mondoñedo, al norte, creada en el siglo IX, que se extiende hasta
las costas de Ferrol, ocupando el norte de la provincia de A Coruña; y Lugo, de
origen paleocristiano, la cual, aunque fue sometida desde finales del siglo VI
a la metrópolis de Braga, ostentó tras la reconquista el título de
archidiócesis metropolitana, aunando las dignidades de Lugo y Braga. No
obstante, con la restauración de Braga en 1070 –y la confirmación de su
provincia como metropolitana en 1099–, las sedes episcopales de Lugo y
Mondoñedo pasaron a ser sufragáneas de la misma. Ello implica, en primer lugar,
una clara división territorial entre Mondoñedo y Lugo, que se traducirá en
términos artísticos, así como una cierta independencia con respecto a la que habría
de convertirse en las primeras décadas del siglo XII en la todopoderosa sede
compostelana. Además, deben subrayarse algunos fenómenos curiosos, como el
hecho de la sede “cambiante” de Mondoñedo, que durante el siglo XII pasó
de Mondoñedo de Foz a Vilamaior do Val de Brea o nuevo Mondoñedo (1112,
ratificado en 1117), y más tarde a Ribadeo (1182), para después volver
definitivamente al nuevo Mondoñedo en 1219. Cabe señalar que, en su fase más
primigenia, en Mondoñedo de Foz, entre 1096 y 1112, la sede fue un importante
foco de renovación artística, con propuestas distintas a las de la catedral
compostelana directamente conectadas con el Pirineo catalano-aragonés y la
escultura oscense. Más tarde, cuando se decide comenzar una gran catedral en
Vilamaior, en la segunda mitad del siglo XII nos encontramos con una capilla
mayor de obvias conexiones mateanas que se prolonga, más tarde, bajo el
obispado de D. Martín (1219-1248), en unas naves con un repertorio muy ligado a
los modelos cistercienses de Santa María de Meira (1185-1205) (CASTRO
FERNÁNDEZ, C., 1993, 63-67).
Por su parte, la sede de Lugo, cuyo prestigio y
antigüedad la hacía remontarse a la época paleocristiana, gozó de un
protagonismo muy especial tanto en torno al año 1100 como hacia 1170, dada su
relación privilegiada tanto con Aragón a finales del siglo XI como con el reino
de León (del cual formaba parte) en el último tercio del siglo XII. Cabe, a
este respecto, señalar, siguiendo a James D’Emilio, cómo los obispos de Lugo
supieron utilizar el arte innovador de su sede como “marca” para hacer patente
sus derechos jurisdiccionales. Así, en el caso de San Paio de Diomondi (O
Saviñao), la puerta central de la tripe arcada de su fachada evoca, por sus
proporciones esbeltas y gran abocinamiento, el innovador portal del transepto
norte de la catedral lucense, precisamente en el año (1170), en el que el
papado confirma la donación del lugar concedida por el rey Fernando II al
obispo de Lugo (D’EMILIO, J., 2007, p. 22; D’EMILIO, J., 2015a, p. 37). Del
mismo modo, el nombre del prelado lucense Rodrigo II (1182-1218) aparece años
más tarde (1182) en el tímpano de San Pedro de Portomarín, el cual se
caracteriza por tener forma pinjante como el del transepto de la catedral. Para
D’Emilio se trata de una elocuente “marca” de la jurisdicción episcopal
de Lugo ante el establecimiento en la villa de los Hospitalarios.
Menos conocida y estudiada es la incidencia
artística que tuvieron los señores feudales laicos en la plena Edad Media. En
el año 1112 sabemos de la existencia de dos importantes poderes laicos
asentados en el actual territorio de la provincia de Lugo, por una parte, el
tenente de Monterroso, Munio Peláez –yerno de Pedro Froilaz, conde de Traba y
de Galicia–, que dominaba A Ulloa, y, por otra, Rodrigo Vélaz, conde de Lemos
–muy leal a la reina Urraca y a Alfonso VII–, que señoreaba las tierras del sur
de la provincia (Lemos y Sarria), y tuvo muy buenas relaciones con el
monasterio de San Salvador de Lourenzá (BARTON, S., 1997). En la línea de
redescubrir el papel de la aristocracia laica en Galicia se sitúan algunos
trabajos de James D’Emilio (2007, pp. 20-21), el cual ha relacionado la
comparecencia de largas inscripciones en tímpanos de iglesias en Lugo con el
deseo de estos miembros de la nobleza relacionados con la corte real de hacer
patente su patronato laico sobre el edificio, como es el caso del caballero
Petrus Garsie, un hombre al servicio de Alfonso IX, en San Xoán da Cova (Lugo).
En todo caso, cuando hablamos del papel de los laicos no hemos de olvidar que
una buena parte de las construcciones monásticas se impulsaron gracias al
patronazgo nobiliario, como es el caso de la condesa viuda, Fronilde Fernández,
en el monasterio cisterciense femenino de Ferreira de Pantón (1158-1175)
(D’EMILIO, J., 2007, p. 24; MOURE PENA, T. C., 2005ª MOURE PENA, T. C., 2005b;
D’EMILIO, J., 2015b). Por último, en este mapa del feudalismo, no debemos
tampoco escatimar el papel de los centros monásticos que, sin duda ejercieron,
un papel relevante en las corrientes y elecciones artísticas de sus áreas de
influencia, como está demostrado en el caso de la abadía benedictina de Samos,
sin el cual no se entiende el programa iconográfico de Santiago de Barbadelo
(CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 2003), o el papel de los cistercienses de Meira
en la difusión de los modos de hacer del Císter en la región (Viveiro,
Mondoñedo, Pantón, Ferreira de Pallares, etc).
En cuanto a la red de comunicaciones, no hay
que olvidar que la situación oriental de la provincia de Lugo, en Galicia, la
hace estar más cerca del reino de León y, por lo tanto, más próxima de las
entradas principales y más antiguas de los caminos de Santiago en Galicia como
Fonfría (Camino Primitivo), Ribadeo (Camino Norte) y O Cebreiro (Camino
Francés) (CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 2016). Ello hace que, en un caso como el
de Galicia, una región periférica del Occidente europeo, Lugo sea un lugar privilegiado
para el contacto con el Cantábrico (Islas Británicas) y con los reinos
occidentales hispanos, en particular, con León y Navarra-Aragón. No hay que
olvidar que en el Camino Primitivo se enclava la Catedral de Lugo; en el Camino
Norte se sitúa el monasterio de San Salvador de Vilanova de Lourenzá y la
catedral de Mondoñedo; o que en el transitado Camino Francés existen
importantes testimonios románicos en Samos, Sarria, Barbadelo, Portomarín y
también en Vilar de Donas, si bien no está exactamente en la ruta jacobea.
Centros artísticos, talleres y
circulación de modelos:
de la apertura al este por los caminos
de peregrinación a la explosión artística local
Si bien es verdad que Santiago de Compostela es
un referente para entender la escultura románica en Lugo, sobre todo en sus dos
fases más impactantes en el territorio gallego: los talleres del transepto
compostelano (1101-1111/12) y los talleres del Maestro Mateo (1168-1211),
existen otros centros, igualmente cruciales en sus distintas épocas, que nos
permiten entender cómo funcionaba la figuración románica en este territorio. Me
refiero a los ejemplos de Mondoñedo de Foz (1096-1112), de la catedral de Lugo
y el monasterio cisterciense de Santa María de Meira (1193- 1225). A ello hay
que añadir el hecho de que, más allá de los grandes centros catedralicios y
monásticos, la vocación de la escultura románica gallega es netamente rural, en
edificios en su mayoría poco ambiciosos, con un entramado intelectual poco
complejo y realizados en un stylus mediocris.
Un caso paradigmático de una sede que fue capaz
de articular un ambicioso programa escultórico e iconográfico, con
peculiaridades propias y distintas a las de la emergente Compostela a finales
del siglo XI, es el caso de San Martiño de Mondoñedo, sufragánea de la
emergente sede de Braga y en pleno conflicto con la sede jacobea en las
primeras décadas del siglo XII por la posesión de una serie de arcedianatos
situados en el Oeste de su diócesis. El edificio mindoniense se inicia
probablemente en 1096, de manera innovadora, por el obispo don Gonzalo, y es
continuado por su sucesor Pedro (1108-1112). Se caracteriza por proponer un
estilo arquitectónico propio del primer románico pirenaico. No obstante, la
peculiaridad de su obra reside, sobre todo, en que se trata de un taller cuyas
formas ornamentales incorporan las recientes experiencias de edificios
aragoneses como Jaca y Loarre, en el que seguramente se habían formado los
escultores responsables de la decoración de las ménsulas internas y de los
canecillos externos. A esta original amalgama entre primer románico pirenaico y
escultura aragonesa hay que añadir también otras influencias del arte del
Camino de Peregrinación –desde el Poitou a Compostela–, tanto en la temática de
los capiteles historiados como en la presencia de pilares fasciculados en el
arco del presbiterio (CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 1999; CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ,
M. A. 2004; CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A, 2007b; CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A.,
2009).
Aunque no sabemos si las cuadrillas de
constructores de San Martiño de Mondoñedo procedentes de los Pirineos
–aragoneses o catalanes– vinieron en un primer momento acompañados de un taller
de escultores, todo apunta a que ambos caminaron muy unidos. De hecho, la
omnipresencia del taqueado jaqués en el exterior e interior de los ábsides
indica una presencia de canteros formados en el entorno de Jaca (1090) o Loarre
(1094-1096), una filiación que se hace patente en la presencia de temas
figurativos tan aragoneses como el de los simios encadenados tanto en el alero
meridional como en un capitel de la fachada occidental. El proyecto de Gonzalo
de Mondoñedo se convirtió así en un híbrido entre la arquitectura del primer
románico de la segunda mitad del siglo XI y el inicio de la gran escultura
románica aragonesa de hacia 1090. Este proceso de hibridación pudo haber sido
el fruto de una confluencia en Mondoñedo de talleres de constructores y
escultores venidos desde los Pirineos, que, durante apenas dos décadas, entre
1096, fecha probable de inicio de los trabajos, y 1112, muerte del obispo
Pedro, acometieron la práctica totalidad de obras del templo.
En trabajos precedentes he sugerido que esta
particular apertura hacia el horizonte artístico del este peninsular se debe a
las posibles conexiones “orientales” que el obispo Gonzalo estableció
durante su largo mandato (1070/1071-1108). En primer lugar, el prelado, que
había asistido al concilio de Husillos (Palencia) en 1088, pudo conocer en esa
misma diócesis de Palencia –entonces gobernada por obispos de raigambre
catalana–, algunos ejemplos de la arquitectura “lombardista”, como la
ermita de San Pelayo de Perazancas (1076). En segundo lugar, en dicho concilio
asiste a la deposición del obispo compostelano Diego Peláez, un prelado
nombrado como él, en 1070, antes de la destitución del rey García II de
Galicia. Dado que Peláez, posteriormente, inició un largo y documentado exilio
en Aragón, en la corte de Pedro I, entre 1094 y 1104, la situación de
privilegio que gozó en el dominio aragonés pudo permitirle haber proporcionado
a Gonzalo cuadrillas de constructores en las tierras orientales de la Península
para el inicio de su nueva catedral (CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 2004;
CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 2007b; CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 2009). De
hecho, las vinculaciones evidentes de los canecillos interiores y exteriores de
Mondoñedo con las series de Jaca, Loarre o el propio Cataláin (Navarra),
apuntan a que esta conexión aragonesa se mantuvo en época de su sucesor, Pedro
(1108-1112), el cual acabó siendo destituido precisamente por ser un aliado del
partido de rey aragonés, Alfonso el Batallador, en su enfrentamiento con la
reina Urraca.
Con la entrada de un nuevo obispo procedente de
la curia compostelana, Nuño Alfonso (1112-1134), en el gobierno de la diócesis
mindoniense el proyecto se simplificó y terminó de forma más o menos abrupta,
ya que la sede sita en Foz fue trasladada definitivamente en 1117 a Villamayor
del Valle del Brea, la actual Mondoñedo. De ahí que posiblemente nunca se
llegase a montar la cornisa con canes figurados que había de coronar la puerta
occidental, cuyos elementos fueron reaprovechados en el interior del templo.
Del mismo modo, la planta primitivamente proyectada fue simplificada y el
pautado marcado por las columnas entregas del muro septentrional, que preveía
cuatro tramos de nave, no se respetó a la hora de elevar los soportes. Así los
cuatro pilares de la nave central redujeron a tres los tramos.
Con la entrada de un nuevo obispo procedente de
la curia compostelana, Nuño Alfonso (1112-1134), en el gobierno de la diócesis
mindoniense el proyecto se simplificó y terminó de forma más o menos abrupta,
ya que la sede sita en Foz fue trasladada definitivamente en 1117 a Villamayor
del Valle del Brea, la actual Mondoñedo. De ahí que posiblemente nunca se
llegase a montar la cornisa con canes figurados que había de coronar la puerta
occidental, cuyos elementos fueron reaprovechados en el interior del templo.
Del mismo modo, la planta primitivamente proyectada fue simplificada y el
pautado marcado por las columnas entregas del muro septentrional, que preveía
cuatro tramos de nave, no se respetó a la hora de elevar los soportes. Así los
cuatro pilares de la nave central redujeron a tres los tramos.
Mondoñedo constituye, de alguna manera, un
ejemplo que permite sobre la pertinencia del relato tradicionalmente atribuido
a la escultura románica en Galicia de alrededor de 1100, en el que fuera de
Compostela no parece haber lugar para propuestas figurativas peculiares y
originales. En mi opinión, Mondoñedo, es una mise en abyme que nos
introduce en un territorio hasta ahora no suficientemente explorado, pues entre
1096 y 1110 en la provincia lucense se desarrollaron una serie de propuestas
escultóricas que, sin mirar a Compostela, pudieron elaborar su propio discurso
gracias a un contacto privilegiado con el reino navarro-aragonés. En este
sentido, la catedral de Lugo constituye un segundo caso a revisar. Hasta el
momento los autores han coincidido en señalar que la primitiva iglesia
prerrománica de Lugo fue asediada por Alfonso VI, al hacerse fuerte en ella el
conde rebelde Rodrigo Ovéquiz, quien fue derrotado en 1088 y exiliado a Aragón.
Un año después, él y su madre, Elvira, son obligados a hacer una donación de
sus propiedades para reparar los daños ocasionados (RISCO, M., 1796, pp.
182-188; BARRAU-HIDIGO, L., 1905, 591-602). No obstante, hasta ahora los
autores a la hora de establecer la fecha de la construcción de la catedral han
dado por buena la noticia recogida por Juan Pallares Gayoso (Argos Divina,
Lugo, 1700, p. 125), en la que este informa que vio un documento –ahora
perdido– en el que se decía que el obispo Pedro III (1114-1133) había
contratado en 1129 (era 1167) a un tal Maestro Raimundo, natural de la villa de
Monforte de Lemos, para realizar la obra de la catedral, la cual su hijo habría
de continuar si este no la terminaba en vida (VÁZQUEZ CASTRO, J., 2001, J., p.
42).
Según Bango Torviso (1991, pp. 142-143) e
Yzquierdo Perrín (1997, pp. 184-185), la catedral se habría realizado entre
1129 y 1177 siguiendo un plan muy similar al de San Isidoro de León, con una
cabecera de tres ábsides, transepto, y tres naves. No obstante, el hecho de que
el extremo oriental del edificio fuese substituido por una gran girola gótica
en el siglo XIV nos impide saber cómo era el aspecto original de esta cabecera
perdida. Desde siempre, a esta primera fase se ha querido atribuir tanto una
cabeza de león (¿mocheta?) (Museo Diocesano y Catedralicio de Lugo) como un
capitel de mármol reutilizado en la sacristía como pila de agua. Para ambas
piezas se han manejado fechas posteriores a 1129 en relación con la escultura
de San Isidoro de León. No obstante, hace algunos años revisé el capitel
descontextualizado de la sacristía, de una calidad magnífica, de la que me
llamó la atención su peculiar figuración: una cabeza humana, situada en el
ángulo de la cesta, a la que se unen dos cuerpos de león. La fisonomía de este
rostro me recordó a producciones propias del arte navarro-aragonés con relieves
de mujeres agachadas en las esquinas como las que se representan en los
capiteles del claustro de Jaca (1105) reutilizados en el altar de la capilla
del Pilar de dicha catedral así como en un capitel de la cripta de Sos del Rey
Católico, también de la primera década del siglo XII (CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M.
A., 2007a y b). Esta filiación me llevó a plantear la posibilidad de que la
pieza lucense hubiese pertenecido a un proyecto anterior a 1129 y, por lo
tanto, más cercano cronológicamente a la primera década del siglo XII.
La única explicación plausible es que la obra
en cuestión corresponda a la primitiva cabecera románica y que esta hubiese
sido iniciada antes de la intervención del Maestro Raimundo. De hecho, algunas
noticias documentales permiten, al menos, suponer una cierta actividad en el
edificio entre finales del siglo XI e inicios del siglo XII. A la donación
forzada realizada por los rebeldes Rodrigo Ovéquiz y su madre Elvira en 1088,
le siguieron otras protagonizadas por los mismos, así como por la hija del conde
don Vela en 1094 (RISCO, M., 1796, pp. 182-188; BARRAU-HIDIGO, L., 1905,
591-602). Como es bien sabido, tras la revuelta contra Alfonso VI muchos de los
nobles rebeldes se habían refugiado en Aragón y llegaron a establecer una
poderosa colonia gallega en Huesca como séquito del compostelano Diego Peláez.
No por casualidad, en el testamento de uno de ellos, Froila Vimaraz, realizado
en 1105, la iglesia de Santa María de Lugo es nombrada una de las beneficiarias
de sus propiedades (DURÁN GUDIOL, A., 1962, p. 99).
Algunas décadas más tarde, en la puerta del
transepto norte de la catedral de Lugo se elevó, hacia 1170, un ambicioso
portal que constituye una de las cumbres estéticas de la escultura románica
gallega. Lamentablemente el conjunto no se conserva completo, ya que se ha
perdido, como veremos, parte de la ornamentación del tímpano, así como las
mochetas decoradas, si bien una de ellas se encuentra en la colección del Museo
Diocesano y Catedralicio. En todo caso, la portada destaca por una puerta de
gran abocinamiento –tres arquivoltas protegidas por un guardapolvo–, con un
elegante tímpano bilobulado en la parte inferior que se remata en su centro por
un capitel pinjante.
En la parte central del tímpano campea un
soberbio Cristo en mandorla, originalmente sostenido por dos ángeles, restos de
cuyas alas se distinguen todavía en la parte izquierda. Se ha dicho que se
trataba de una representación de la Ascensión de Cristo y que los ángeles
estarían originalmente parcialmente pintados. El programa iconográfico se
completa con el tema del capitel pinjante, una Santa Cena, acompañada de la
siguiente inscripción, en la que se hace explícita la visión que tuvo Juan
mientras recostaba su cabeza sobre Cristo:
DISCIPVLVS D(OMI)NI PLACIDE DANS/ MEMBRA
QVIETI DUM CUBAT/ CELESTIA VIDIT AMENA
(El discípulo del Señor, dando plácidamente
descanso a sus miembros, mientras se recuesta en la cena contempla las delicias
celestiales) (DELGADO GÓMEZ, J., 2005; DELGADO GÓMEZ, J., 2007).
Tal y como ha señalado James D’Emilio, la
calidad de los paños mojados de las figuras y el clasicismo del rostro de
Cristo de Lugo apuntan a una filiación con la portada de Santiago de Carrión
(Palencia) (D’EMILIO, J., 1991), que corroboraría el impacto de talleres de
raigambre borgoñona en Galicia, documentados en esos mismos años en la cripta
del Pórtico de la Gloria. No obstante, merece la pena subrayar que el esquema
temático y doctrinal del programa lucense coincide con otros ejemplos
borgoñones, como el tímpano de la abadía de Saint-Julien-de Jonzy (ca. 1150).
No se trata, sin embargo, del único vestigio de este taller en la catedral
lucense, ya que hacia 1173 se habrían realizado también los relieves de la
cubierta del denominado sepulcro de Santa Froila (en realidad, de san Froilán,
patrón de la ciudad), que desde el siglo XVIII está situado en el muro sur de
la capilla de dicho santo (CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 2006). Su vinculación
borgoñona, tempranamente reconocida por Bertaux (1906), se hace especialmente
patente en la peculiar representación del alma del difunto, cuyo carácter
exageradamente “espiritualizado” recuerda los fantasmagóricos cuerpos que
resurgen de sus tumbas en el dintel del Juicio Final de la Puerta Occidental de
San Lázaro de Autun (1135), obra de Gislebertus.
El contexto más favorable para la realización
de estas dos obras parece situarse bajo el gobierno del obispo D. Juan
(1152-1181), antiguo abad de Samos, buen conocedor de las costumbres
benedictinas y fiel defensor de los intereses de su diócesis y ciudad,
beneficiadas en los años de su episcopado por el rey Fernando II con la
concesión del Fuero de Lugo en 1177 y la confirmación de todas las donaciones
de la sede en 1172 y 1178 (RISCO, M., 1798, p. 35). Su perfil, como posible
comitente, encaja además con la peculiar iconografía funeraria del sepulcro,
pues denota una preocupación por el ritual de los difuntos, tan característico
de la orden benedictina-cluniacense. No hay que olvidar que Juan procedía de la
abadía de Samos, donde la regla benedictina y la celebración de la fiesta de
Todos los Santos estaban plenamente establecidas en el siglo XII (CASTIÑEIRAS
GONZÁLEZ, M. A., 2003b, p. 243).
Por otra parte, en el Museo Provincial de Lugo
se conserva una curiosa pieza de arte mobiliar testimonio del impacto de este
taller escultórico en el ámbito rural. Me refiero a la estatua del Salvador
procedente de la iglesia desaparecida de San Pedro Félix o Sanfiz de Muxa
(Bosende, Paredes Lugo), a pocos kilómetros de Lugo. Se trata de una imagen en
granito de Cristo, sedente sobre una silla en tijera, que posiblemente estuvo
cobijada bajo un baldaquino (VARELA ARIAS, E., 1983). La figura, aunque desproporcionada,
conserva en el rostro rasgos muy similares a los de los apóstoles de la escena
de la Última Cena del capitel pinjante de la Puerta Norte de la catedral de
Lugo, si bien por la tosquedad de los ropajes se la ha fechado en torno al año
1200. En todo caso, se trata de una obra excepcional ya que refleja la
recepción por parte de un cantero local del estilo “palentino” de la
catedral de Lugo, así como cierto conocimiento del conjunto del Pórtico de la
Gloria, bien por el uso de la silla en tijera, bien por la comparecencia de una
columna entorchada tras su espalda.
Cristo Salvador de San Pedro Félix o
Sanfiz de Muxa (Boende, Paredes), ca. 1200. Museo Provincial de Lugo
Frente a esta geografía de vinculaciones
artísticas hacia el este, perfectamente encauzada hasta 1170 por el Camino de
Santiago, no debemos olvidarnos de la importancia que, a partir sobre todo del
último cuarto del siglo XII, adquieren la relaciones Oeste-Este y Norte-Sur en
la difusión del Románico lucense, bien a través del modelo compostelano, bien a
través de la difusión de los estilos de la catedral de Lugo, el monasterio de
Meira e incluso la catedral de Ourense. En este sentido existe un área privilegiada,
constituida por las comarcas del suroeste de la provincia –A Ulloa, Chantada y
Lemos–, en la eclosión de la escultura románica, pues se trata de ricas zonas
agrícolas que experimentaron un gran auge vitícola a finales del siglo XII, en
especial Chantada y Lemos, que están bañadas por el cauce del Río Miño. Allí
florecieron entonces una constelación de templos rurales como San Cristovo de
Novelúa (Monterroso) (ca. 1170), Santa María de Taboada dos Freires (Chantada)
(1190), San Miguel do Monte, San Paio de Muradelle, y Santa María de Pesqueiras
(Chantada), o iglesias monásticas femeninas como Ferreira de Pantón y San
Miguel de Eiré, que destacan por su procacidad figurativa, así como por la
comparecencia de artistas autógrafos como Pelagius magister (Taboada dos
Freires) y Magister Martinus, que además de firmar sus obras parecen conocer
repertorios de la miniatura. Así, por ejemplo, Pelagio, al esculpir en 1190, en
un lugar predominante –el tímpano–, el tema de Sansón y el león enmarcado por
un arco festoneado en la portada occidental de Taboada dos Freires (Chantada),
se sumaba (y contribuía) a la difusión de dicha escena en un serie de iglesias
del centro de Galicia, entre las que destacan el ejemplo más antiguo -San Xoán
de Palmou (Lalín, Pontevedra) (1160), actualmente en el Museo de Pontevedra,
así como los casos más tardíos de San Martín de Moldes (Melide, A Coruña) (ca.
1190), Santiago de Taboada (Silleda, Pontevedra) (ca. 1200), San Miguel de
Oleiros (Carballedo, Lugo) y San Cibrao das Viñas (Ourense) (RAMÓN Y FERNÁNDEZ
OXEA, J., 1936; RAMÓN Y FERNÁNDEZ OXEA, J., 1945; RAMÓN Y FERNÁNDEZ OXEA, J.,
1965).
Pelagius Magister, Santa María de
Taboada dos Freires (Chantada), tímpano con el tema de Sansón y el león, 1190.
Foto: Ángel Bartolomé
El maestro rural Pelagio y su taller,
conocedores de la cultura artística compostelana, fueron muy activos en los
límites de la diócesis de Lugo con la de Compostela y su obra se caracteriza
por el uso de temas ornamentales como cuadrúpedos (Santa María de Bermún),
animales afrontados y músicos danzantes, así como el empleo de tímpanos
decorados con bajorrelieves rodeados de un festón de arquillos, cimacios
decorados con espirales y arquivoltas de gruesos boceles (YZQUIERDO PERRÍN, R.,
1983). De ahí que a él mismo o a su escuela se haya atribuido también el
original tímpano de San Miguel do Monte (Chantada), en el que encontramos una
de las escenas más vivaces de juglaría de la escultura románica: un personaje
sentado sobre una especie de escabel en forma de león que suena una fídula
mientras una bailarina se contorsiona y un segundo músico toca el pandero
(RAMÓN Y FERNÁNDEZ OXEA, J., 1944, YZQUIERDO PERRÍN, R., 1998). No obstante, en
esta peculiar representación Serafín Moralejo quiso ver una representación de
juglaría “a lo divino”, en la que David, desnudo, danza, salta y grita
acompañado de sus bailarinas en el momento del traslado del Arca de la Alianza
a Jerusalén (I Samuel 6, 14-21) (MORALEJO ÁLVAREZ, S., 1985a, p. 47, n. 52). Si
bien es cierto que dicho tema también aparece en la portada de Santa María de
Ripoll (1134-1150) (lado izquierdo) en todos sus detalles –David semidesnudo,
músicos y arca–, en San Miguel do Monte el escultor parece haber querido
eliminar los elementos bíblicos más evidentes y transmitir al espectador la
idea de la alegría y el descaro de una interpretación musical profana
contemporánea. De hecho, no hay que olvidar que en estas tierras de Chantada
nacerá, casi un siglo más tarde, el trovador Xohán de Requeixo. En mi opinión,
la reiterada comparecencia del tema en los tímpanos gallegos estaría
relacionada, como sucede con otros temas de fachada, con la idea del umbral de
la iglesia como pasaje entre lo profano y lo sagrado. De hecho, durante la
consagración del templo, las jambas de la puerta se ungían con el signo de la
cruz y se leían también los pasajes del Traslado del Arca y el Templo de
Jerusalén. Con la monumentalización de estos temas en piedra –cruces, temas
bíblicos– se reiteraba, de manera retórica, el uso y significado de los adros
(o atrios) que rodeaban el templo, que se convertían en la frontera entre lo
sacro y lo profano (pro-fanum).
Por su parte, Rocío Sánchez ha querido extender
el catálogo de las representaciones davídicas al tema del hombre con el león de
los tímpanos arriba citados (Taboada dos Freires) basándose en el pasaje de I
Samuel 17, 34-36, en el que se menciona a David pastor que se enfrenta con el
oso y el león para proteger a sus rebaños, dado que esos mismos temas aparecen
figurados en el intradós de la portada meridional de la catedral de Ourense
(1188-1190) (SÁNCHEZ AMEIJEIRAS, R., 2001, pp. 165-171). Aunque la ausencia de
inscripciones identificadoras en todas estas portadas nos impide dar una
solución definitiva al tema del hombre desquijarando al león, existen tres
argumentos que podrían hacer inclinar la balanza hacia la identificación como
Sansón: en primer lugar, en uno de los canecillos de la iglesia de San Salvador
de Asma, en tierras de Chantada, la escena aparece acompañada del titulus “SANSO”
(YZQUIERDO PERRÍN, R., 1995); en segundo lugar, en el ejemplo más antiguo,
Palmou, el personaje lleva una largos cabellos propios de la figura de Sansón;
por último, en tercer lugar, el tema de David y el león, tal y como aparece en
la portada meridional de Ourense, contemporánea al tímpano de Pelagio, presenta
una fórmula bien distinta a este, pues en él David, armado de una maza,
persigue al animal como si se tratase de una escena de caza (MORALEJO ÁLVAREZ,
S., 2004, p. 25, fig. 8). No obstante, compartimos la lectura salvífica que
Rocío Sánchez hace el tema, pues en Taboada dos Freires la escena aparece junto
a una cruz, en alusión a la interpretación de la lucha del hombre contra el
león como una figura del triunfo de Cristo sobre el diablo y la muerte, que es
como la exégesis cristiana comentó los citados pasajes bíblicos relativos a
Sansón y David. Por ello, como veremos en Santiago de Barbadelo, la función de
estos tímpanos está relacionada con la función cementerial de los adros en
Galicia y con el célebre Ordo Commendatio Animae en el que invocaba la
salvación del alma de la boca del león entendida como Infierno (CASTIÑEIRAS
GONZÁLEZ, M. A., 1998; CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 2003a).
La repetición seriada de estos temas ha
planteado, más de una vez, la posible existencia de libros de modelos o
cartones al servicio de los talleres escultóricos. De hecho, esta sería la
única explicación posible para entender la repetición, casi automática, de la
figura desquijarando al león bajo el motivo del arco festonado desde el ejemplo
más antiguo y perfecto –Palmou–, a las versiones más populares como Taboada dos
Freires o San Miguel de Oleiros, donde el esquema se adapta el tamaño mayor o
menor del tímpano. En la misma línea de uso de modelos, esta vez claramente
procedentes de la miniatura, estarían los canteros de la primera campaña de
Ferreira de Pantón (1170-1175), que desarrollaron en la cabecera toda una serie
de representaciones de aves de trasfondo erudito que encuentran parangón en los
Aviarios medievales (SÁNCHEZ AMEIJEIRAS, R., 1998) (PENA MOURE, T. C., 2005a y
b). Por su parte, el maestro Martinus esculpe tres esquemas cosmológicos en la
puerta occidental de la iglesia de San Cristovo de Novelúa (Monterroso, A
Ulloa), que claramente indican su conocimiento de los dibujos de los
manuscritos de cómputo, en los que era habitual encontrar el diagrama de la
quaternitas o syzygia, a través de los que se hacía explícita la idea de una
creación divina basada en los cuatro humores, temperaturas, temperamentos,
direcciones, vientos y estaciones, a los que no era ajena la figura de la cruz
. El tema ha sido estudiado precisamente por Carolina Casal Chico en relación
con el único vestigio de la antigua iglesia románica de San Salvador de Samos:
una puerta románica en cuyo tímpano se figura una cruz a la que se superpone el
dibujo entrelazado de la quaternitas (CASAL CHICO, C., 2003, p. 358-359, fig.
7).
En el caso de Samos, importante abadía
benedictina, resulta fácil imaginar el traspaso de un dibujo de algún
manuscrito de cómputo de la biblioteca monástica al formato monumental, pero en
la iglesia rural de Novelúa ignoramos cómo el escultor pudo acceder a dicho
repertorio. No obstante, intuimos que el maestro Martinus, que utilizó estos
esquemas cosmológicos tanto en el tímpano de Novelúa como en el de San Martiño
de Ponteferreira (Palas de Rei, 1177), pudo acceder a estos por medio de la
ayuda que este tuvo de escribas locales o clérigos a la hora de componer sus
textos epigráficos (D’EMILIO, J., 2007, figs. 20-21, pp. 31-33). Así, si en el
primero (Novelúa) se trataría de un escriba local, todavía muy enraizado en
fórmulas caligráficas de la escritura visigótica, con un latín muy vulgarizado:ARTES (?) MAGISTER MARTINUS: FECIT
MEMORIA (m),
Magister Martinus, San Cristovo de
Novelúa (Monterroso, A Ulloa), portada occidental con esquemas cosmológicos,
finales del siglo XII. Foto: Manuel Castiñeiras
En el segundo (Ponteferreira), por el
contrario, se sirvió seguramente de un clérigo puesto al día en las más
modernas inscripciones, ya que además de utilizar bellas capitales carolinas,
fechó la iglesia no solo en la era hispánica, sino también en la era de la
encarnación, antecediéndose así en uno años a la fórmula que empleará el
Maestro Mateo en los dinteles de Pórtico de la Gloria:
ANNVS AB INCARNATIONE DOMINI MCLXXVII; I
(N)ERA MCCX(V)
Esta observación de James D’Emilio a propósito
de las habilidades caligráficas de los escribas que colaboraron con Martinus me
permite ahondar un poco más en el uso y comprensión que este último hizo del
motivo de la quaternitas. Mientras que en Ponteferreira el entrelazo
cosmológico se coloca perfectamente sobre la cruz –como en Samos–, en Novelúa
se repiten tres veces los entrelazos para cubrir la superficie del tímpano.
Cabe pues, suponer, que en Ponteferreira el trabajo de supervisión del clérigo
y su mayor nivel cultural permitieron a Martinus un tímpano más dogmático y
menos libre y decorativo que el de Novelúa.
San Nicolao de Portomarín, portada
occidental, arquivolta con ancianos músicos, ca. 1200-1220. Foto: Ángel
Bartolomé
Santo Estevo de Ribas de Miño (O
Saviñao), portada occidental, detalle de la arquivolta con los músicos de
David, imagen del Sol
Como se verá en los capítulos dedicados a la
provincia de Lugo, al lector le resultará difícil poner orden a la explosión
figurativa de escultura entre finales del siglo XII e inicios del siglo XIII.
En ella se asiste a una dicotomía entre la pervivencia de lo viejo, es decir,
canteros todavía enraizados en los viejos repertorios animalísticos y vegetales
del transepto compostelano –como el Maestro de San Salvador de Asma o el
denominado maestro de Pantón-Carboentes–, y la irrupción de nuevas formas
procedentes tanto de la catedral de Lugo (San Paio de Diomondi, San Pedro de
Portomarín, San Miguel de Bacurín), como de los talleres mateanos, cuyo centro
de difusión parece localizarse en Portomarín (San Pedro, San Nicolao), para
después difundirse en la segunda década del siglo XIII a Santo Estevo de Ribas
de Miño –donde la huella orensana es también evidente–, Santa María de
Pesqueiras y San Xoán da Cova. Aunque la huella del Císter es reconocible en la
segunda campaña de Ferreira de Pantón, el impacto de esta propuesta estética se
hace especialmente patente más al norte, en lugares como el monasterio
benedictino de Santa María de Ferreira de Pallares (Guntín) –donde encontramos
una puerta sur, de comunicación al claustro, con el tema del Agnus Dei que
sostiene una crux gemmata, que seguramente deriva de la puerta sur del
monasterio cisterciense de Santa María de Meira (ca. 1200-1205) (VALLE PÉREZ,
C., 1982, p. 168, figs. 471-472)–, o en las primeras campañas de San Salvador
de Vilar de Donas, cuya puerta occidental, sin embargo, es un eco de la Puerta
del Paraíso de Ourense (VÁZQUEZ CASTRO, J. 1998). La obra de Meira resulta
también fundamental para entender la evolución artística del románico en la
antigua provincia de Mondoñedo en las primeras décadas del siglo XIII, tanto en
la conclusión de la nueva catedral, como en edificios menores como Santa María
de Viveiro (1192-1217) y Santiago de Adelán, cuyas puertas occidentales,
derivan, en parte, del modelo de la puerta norte de Santa María de Meira (ca.
1200-1205) (CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 1999, p. 315, figs. 43-47).
Las funciones de la figuración escultórica en
la definición del espacio sagrado:
signos, imágenes y ritos de consagración.
En cuanto al problema de la interpretación de
la escultura monumental románica, cabe recordar que la decoración de los
edificios no debe entenderse como algo unitario y extrapolable, ya que cabe
distinguir siempre el tipo de iglesia a la que pertenece –episcopal, monástica,
canonial o rural–, pues esta condiciona siempre el discurso de los temas
figurados. Por otra parte, la ubicación de las escenas dentro de los edificios
también está sujeta a ciertas leyes. Siguiendo las reglas del decoro, la
selección de los temas y su simbolismo varían dependiendo de la función
litúrgica de las distintas partes del edificio, por ello no será el mismo tipo
de imágenes el que decore la puerta principal del templo (tímpano), sus
márgenes (canecillos) o su interior (arco triunfal y altar).
Por otro lado, hay que subrayar la función
didáctica que la Reforma Gregoriana quiso reclamar para las imágenes como medio
de instrucción de los illitterati, si bien no hay que olvidar que en una
sociedad como la medieval, tan jerarquizada y clericalizada, el signo visual se
empleó también para delimitar los espacios entre clérigos y laicos. Así el
patrón o comitente, la mayoría de las veces la Iglesia, imbuida en un proceso
de reforma de la sociedad, imponía al discurso figurativo una serie de
contenidos ineludibles: difusión de los ideales de la vida apostólica, defensa
de los dogmas teológicos, denuncia de toda una serie de vicios, en especial la
usura y la lujuria, etc. El mensaje se articula, siguiendo la mentalidad
medieval, en una serie de registros: el literal, como hecho real o histórico;
el alegórico, propio de la tipología bíblica en la que se cruzan referencias
entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; el tropológico, que busca un sentido
moral, y, finalmente, el místico, en el que la imagen o texto adquieren un
valor escatológico. Ello da lugar a una pluralidad de significados –propia del
arte medieval–, en la que la lectura derivará de la capacidad del receptor –sea
este un clericus, es decir, hombre versado en letras, o un illitteratus,
ignorante–, así como en los distintos niveles de lectura referidos. Además, los
programas figurativos románicos tienen también mucho de diglosia, es decir, la
convivencia de dos lenguajes distintos, uno más alto –latín–, otro más bajo
–vulgar–. El papel de lo vulgar, en homilías, exempla y lais –normalmente
extraídos del fabulario clásico, de la épica, de las leyendas populares, o de
la vida cotidiana–, ayuda a que el discurso figurativo sea más atractivo para
el pueblo (MORALEJO ÁLVAREZ, S., 1985b; S.; DYNES, W. R., 1989; CASTIÑEIRAS
GONZÁLEZ, M. A., 2003a).
A pesar de estos vaivenes en la historia de su
construcción, el conjunto de la excatedral de San Martiño de Mondoñedo de Foz
resulta un ejemplo paradigmático para entender la disposición y distribución de
los temas sacros y profanos en el románico gallego, así como de importancia de
la adecuación y ornamentación de los espacios en función de su posible
auditorio. Dicha preocupación está directamente relacionada con la reforma
gregoriana, a la que don Gonzalo parece haberse sumado de una forma entusiasta,
ya que en ella se buscaba distinguir al clero de los laicos, de manera que
aquellos se convirtiesen en un modelo ejemplar de estos.
El espacio sacerdotal se centraba en el
altar-crucero, lugar por antonomasia del estamento eclesiástico. El límite
físico del mismo lo marcan los dos primeros machones de la nave central, donde
se aprecia una hendidura en la cara interior de los mismos con el objeto de
encajar un cancel o estructura de separación entre el estamento eclesiástico y
el pueblo que se situaba en el cuerpo de las naves. En el altar se situaba el
mal llamado antipendium, en realidad, un retablo de altar, decorado con
un programa inspirado en la tradición ilustrada de los Beatos, en el que se
narra la Visión del Hijo del Hombre y el anuncio a las iglesias de Asia (Ap.
2-3), y la aparición del Agnus Dei (Ap. 5, 6-10), junto al águila, símbolo de
Juan. Se trata, sin embargo, de una iconografía puesta al día en la que el
anuncio a las iglesias de Asia se convierte en escenas de ordenación
sacerdotal. De hecho, tanto el acento puesto en el sacramento de la eucaristía
–a través de la figuración del Agnus Dei–, como en el sacerdocio –por las
indumentarias eclesiásticas de los ángeles y de los sacerdotes–, se explica en
el ambiente de la reforma gregoriana, en la que se buscaba una progresiva
afirmación de la dignidad del ministerio eclesiástico. No es, de hecho, una
casualidad que el símil de comparar a los sacerdotes con los ángeles, tal y
como se figuran en Mondoñedo, hubiese sido utilizado en la misma época por el
propio Urbano II en el Concilio de Nîmes de 1096 (CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A.,
1999, p. 302).
Más allá del altar, en el espacio del crucero
las imágenes se impregnan de una vocación más secular, si bien su público por
excelencia es el estamento eclesiástico. Dicho espacio está decorado por una
serie de capiteles con los que se quiere afirmar los nuevos valores del clero
en contraposición a los vicios laicos. De hecho, el grupo que mira directamente
al altar, en el lado meridional, cuya contemplación está reservada al clero, se
inspira en episodios del Evangelio, como la parábola del Rico Epulón y del
Pobre Lázaro, paradigma de la gula y de la avaricia, o la historia de la
decapitación de San Juan Bautista, con una Salomé de largos cabellos con la que
se quiere representar el peligro de la mujer concupiscente por excelencia y por
lo tanto invocar al celibato y a la castidad. Ambos mensajes enlazan con la
afirmación del modelo de Iglesia de la Reforma Gregoriana, empeñada en atajar
el enriquecimiento del clero a través de la venta fraudulenta de cargos y
bienes eclesiásticos (Simonía), así como el concubinato y la relajación de las
costumbres (Nicolaísmo).
Por su parte, en el exterior del templo, tanto
en el muro norte como en el sur, la serie de canecillos hace un especial
hincapié en el pecado capital de la lujuria y las consecuencias del sexo. De
manera muy vulgar y grosera, como sucede también en el ejemplo navarro de
Cataláin, se exhibe en el alero septentrional la condición humana resultante
del Pecado Original: un onanista, una pareja copulando y un alumbramiento de
nalgas (CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 1996). Dejando los márgenes exteriores de
lo profano y volviendo al interior, en una serie de ménsulas agrupadas en
series de tres y repartidas por las naves, el discurso varía y combina vicio y
castigo en un registro de condena claramente similar al de un sermón. Su
repertorio, con imágenes como el simio atrapado o el pecador atado, recuerda el
de las iglesias del románico navarro-aragonés (Jaca, Loarre, Cataláin), por lo
que quizás fueron pensadas, como en Cataláin, para decorar el remate de la
puerta occidental de la iglesia formando parte de una cornisa con canes que
posiblemente nunca llegó a realizarse. El tímpano pentagonal de la puerta tiene
incluso un crismón como es habitual en el arte aragonés.
Tanto en Mondoñedo como otros ejemplos del
románico gallego, existe una predilección por colocar en la puerta principal
del templo imágenes que remarquen que esta es el acceso al mundo de Dios: “Yo
soy la puerta, quien entra a través de mí se salvará” (Juan 10,9). Es la
célebre metáfora de la puerta del cielo en la que se sitúa, como marca, el
Cordero de Dios –tímpano de San Martiño de Mondoñedo (Agnus Dei sobre Crismón)
y arquivolta de San Miguel de Eiré–, para recordarle al fiel el carácter
sagrado del umbral, pues había sido Moisés el primero en ungir con la sangre de
dicho animal el dintel de su casa para indicar su pertenencia al pueblo de Dios
(Ex. 12, 7 y 21-23) y evitar así la entrada del Ángel Exterminador. En algunos
casos, como en Eiré, el Agnus Dei se rodea de doce rosetas de clara
significación astral, que inciden además en el simbolismo de la Jerusalén
Celeste (Ap. 21).
Por otra parte, la cruz posee también un valor
apotropaico, de protección, ligada a la idea de la victoria del cristiano, que
desde la monarquía asturiana se había convertido en un verdadero símbolo de la
Reconquista y la lucha contra el Islam. En el caso de Santiago de Barbadelo
(ca. 1170), un priorato del monasterio benedictino de Samos en pleno Camino
Francés, encontramos un doble tímpano figurado, al interior con una cruz y, al
exterior, con la figura de un orante sobre una carátula felina de contenido infernal.
El trasfondo monástico benedictino del edificio explica posiblemente la
elección de ambos temas, pues estos están directamente relacionados con la
celebración, en Samos, de la liturgia cluniacense de la fiesta de Todos los
Santos, así como del uso cementerial del espacio colindante al templo de
Barbaledo. Si la escena del Orante sobre la Boca del Infierno no es otra cosa
que un eco en piedra de la oración fúnebre de la comendatio animae: “Sálvame
de la boca del león”, la cruz patada incisa en el interior alude
probablemente a la cruz –de tipo asturiano–, regalada en 1009 por el abad de
Samos a Barbadelo, la cual, posiblemente, era utilizada en la liturgia pascual
y funerales como símbolo de la resurrección y la victoria sobre la muerte
(CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A. 2003b).
No obstante, en otros casos la presencia de
cruces en los tímpanos puede estar relacionadas –sobre todo en las iglesias
rurales– con las ceremonias de los ritos de consagración del templo, en los que
el obispo, una vez que ha aspergido la puerta con el hisopo, la golpeaba tres
veces para exclamar Rex Gloriae y marcaba con una cruz sus jambas,
diciendo: Ecce, crucis signium, fugiant phantasma cuncta. Muy
posiblemente, dicho tema se representa en las puertas de San Paio de Muradelle
y Santiago de Requeixo (Chantada, Lugo), si bien se trata de una figuración
“reducida” a partir del modelo de Santa Mariña das Fragas (Campo Lameiro,
Pontevedra) (ca. 1170), donde aparecía un obispo con mitra y báculo haciendo el
gesto de bendición mientras dos sacerdotes le acompañan y llevan,
respectivamente, una cruz litúrgica y un libro sagrado. Ambos sujetan un objeto
circular que puede ser el hisopo para asperger la puerta, los muros y el altar
del templo. No obstante, la falta de atributos episcopales y objetos litúrgicos
en las dos iglesias lucenses lleva a pensar que más bien se trata de una escena
de bendición final de la misa, muy acorde con la función de la puerta como vía
de salida (CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 1998).
Cabe recordar que una de las razones del
resurgimiento de la escultura monumental está en el movimiento de reforma
espiritual emprendido por el papa Gregorio VII y conocido como Reforma
Gregoriana, en la que se buscaba utilizar las imágenes como littera laicorum
siguiendo la famosa carta del papa Gregorio Magno. Es cierto que en algunos
casos las imágenes aparecen acompañadas de palabras (titulus o explanationes),
como medio para autentificarlas e, incluso, subrayarlas como un doble de la
palabra de Dios. Este es el caso, por ejemplo, de los hexámetros latinos que
comentan el Sueño de San Juan en el capitel de la Última Cena del capitel
pinjante de la puerta norte de la catedral de Lugo. Evidentemente, solo un
clérigo culto podía ser capaz de leer el texto e interpretar de forma correcta
el efecto visionario del tímpano, que está entre el tiempo histórico de la
Biblia (Última Cena) y la escatología apocalíptica (Cristo en Ascensión que
volverá para juzgar al hombre al final de los tiempos). Por ello, resulta evidente
que la figuración románica es siempre una apoyatura de un discurso moral en el
que el clero dominaba los mensajes. En ese sistema de comunicación la diglosia,
es decir, el uso cambiante del latín o de la lengua vulgar, era omnipresente
tanto la misa –liturgia en latín, homilía en vulgar– como la decoración de los
edificios, en los que siempre encontramos una dicotomía complementaria entre el
discurso sacro de la Biblia y el profano de los exempla y de los propios miedos
de la vida cotidiana.
Así, en Galicia, además de los tópicos temas
del Bestiario, los márgenes de las iglesias ofrecen también un lugar a la
representación de animales ligados a la experiencia diaria, muy arraigados en
el imaginario popular. En una región llena de bosques, en la que todavía hoy el
ganado sufre las consecuencias de la voracidad del lobo, no debe sorprendernos
encontrar escenas protagonizadas por estos animales tanto en un capitel
exterior del ábside de San Pedro de Viveiro como en la puerta occidental de
Santiago de Adelán. Otras veces, el protagonista es el ruido y los movimientos
forzados y violentos, muy propios del Carnaval, pero que con su inclusión en el
ámbito eclesiástico se convierten en feroces críticas a la moralidad de los
feligreses. Así los aleros con canecillos de San Martiño de Mondoñedo exponen,
siguiendo el modelo de un sermón dominical, las consecuencias del Pecado
Original, en forma de vicios tipificados y empleando un lenguaje brutal y
grosero, como sucede en la portada occidental de San Quirce de Los Ausines (ca.
1147), en Burgos, y en la fachada sur de San Pedro de Cervatos (ca. 1129), en
Cantabria.
San Martiño de Mondoñedo, alero sur,
canes con mujer pariendo de nalgas y cópula sexual, ca-1110-1112.
Especialmente coherente en su discurso es el
alero de la Capilla del Pilar (puerta norte) de la catedral de Lugo
(1129-1150), que llamó en su día la atención de Moralejo (1981). En él, como si
se tratase de una gran carnavalada, comparecen un contorsionista que salta al
son de la música de un juglar, un atlante-cautivo, un hombre que bebe de una
barrica –imagen de la ebriedad– y un Espinario mostrando la lengua, símbolo de
concupiscencia. La música demoniaca de los juglares, sus procaces contorsiones
y su ambiente de ebriedad y lubricidad (Espinario), conforman esta ruidosa
comparsa centrada en una imagen de castigo: el Atlante-cautivo que sostiene la
cornisa. Repetido hasta la saciedad en la figuración románica, el tema del
Atlante se liga siempre a programas de contenido penitencial y escatológico. De
hecho, no por casualidad, Dante describe cómo la Puerta de Purgatorio en la
Divina Comedia (Purgatorio X, 130-139) es sostenida por estas sufrientes
figuras.
No obstante, no es fácil dar respuesta a veces
a las fuentes que los escultores utilizaron para esculpir las cornisas del
románico gallego. En algunos casos, las referencias al sexo son tan crudas y
directas que es necesario acudir a explicaciones antropológica en relación con
la funcionalidad de estas representaciones. Este es el caso del muro norte de
la aislada iglesia de Santa Filomena de Cadramón, con un alero de finales del
siglo XII compuesto por siete canecillos figurados, de los cuales cuatro presentan
motivos obscenos: onanistas, un falo, una mujer con las piernas abiertas para
mostrar la vulva (CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 1999). Como es bien sabido, la
mujer exhibicionista es un tema muy extendido en el románico peninsular y
europeo, con paralelos en la fachada de Santo Tomé de Serantes (Ourense), en el
ábside de San Pedro de Cervatos (Cantabria) y muy especialmente en las Sheila-na-gigs
irlandesas (Rahara, Co Roscommon) (WEIR, A., JERMAN, J., 1999, p. 17). En
Cervatos y Serantes la figura aparecía en un contexto más amplio de vicios que
falta en Cadramón, por lo que en la iglesia lucense su significado puede estar
más cercano de las figuraciones irlandesas del tema. La Sheila-na-gigs, que en
gaélico significa “Fea coma un pecado”, decoraba allí desde el siglo XII
las entradas de templos y castillos, en las que su gesto obsceno adquiría
claramente un valor protector. De esta manera, la imagen alcanzaba casi el
estatus de un amuleto apotropaico que espantaba el mal augurio del lugar
sagrado y se asimilaba en el contexto irlandés a Anu, diosa céltica de la
agricultura y de la productividad.
Esa función protectora y fertilizadora de la
exhibición de los órganos sexuales se constata igualmente en la cultura
mediterránea, donde existen multitud de ejemplos (Baubó, los Herma y Príapos
para marcar límites, así como los amuletos romanos). Además existen precedentes
en la plástica romano-castreña de escultura monumental en granito con esta
temática, como la Venus de Sendín, del Museo de Guimarâes, o el falo exento
procedente de un castro de Lugo que actualmente es propiedad de un anticuario
de Pazos (Verín, Ourense) (RODRÍGUEZ COLMENERO, A., 1993, pp. 440-441).
De esta manera, la serie de canecillos de estas
iglesias rurales parece ser depositarias, de muchas de las continuidades de
nuestra inmemorial cultura campesina. Prueba de ello es el resurgimiento, a
finales del siglo XII, de ciertos repertorios castreños, cuya explicación
pudiera estar en el descubrimiento durante las faenas agrícolas de este tipo de
objetos o estatuas. Así, por ejemplo, las cabezas castreñas, muy repartidas en
toda nuestra geografía, tuvieron que ejercer algún tipo de fascinación en los gallegos
del siglo XII. De hecho, en la iglesia románica de San Pedro de Viveiro (ca.
1200), situada en medio de una toponimia de castros, comparecen los motivos del
sogueado en las cornisas e, incluso, se representan hasta siete cabezas humanas
en los canecillos, las cuales, en algunos casos, presentan la típica estructura
triangular y los rasgos esquemáticos de las caras de la plástica
castreño-romana (CASTIÑEIRAS GONZÁLEZ, M. A., 2003b, p. 321, fig. 32).
Lugo
Capital de la provincia homónima desde 1833,
esta ciudad se encuentra ubicada próxima al centro geográfico de los límites
territoriales provinciales. Su emplazamiento en una colina y la cercanía al río
Miño propiciaron que los romanos, en época augusta, fundaran el campamento
militar de Lucus Augusti, hacia los años 15-13 a.C. Dicho campamento se
consolidó como urbe romana entre los siglos I y V, extendiendo su dominio
administrativo, jurídico y militar. El origen y desarrollo de la urbe se
encuentra ligado a su posición estratégica como nudo de comunicación de la
costa gallega con la meseta, confluyendo en ella las vías XIX y XX del
Itinerario de Antonino. El esplendor de la ciudad romana llegó con la creación
de la demarcación administrativa de Gallaecia (finales del siglo III y
comienzos del IV) en el proceso de reformas administrativas de Diocleciano. En
este periodo se levantó la Muralla romana, principal vestigio del pasado
imperial, y reconocida en la actualidad con el título honorífico de Patrimonio
de la Humanidad concedido por la UNESCO.
Carecemos de información precisa acerca de cómo
afectó a la ciudad la llegada de los suevos y la cristianización del
territorio. Su devenir durante la Alta Edad Media se vio influido por la
fundación de la diócesis lucense, cuya primera noticia se remonta al siglo V,
con la presencia del obispo lucense Agrestio en el Concilio de Orange,
celebrado en el 441. Según la historiografía tradicional fue san Martín, obispo
de Braga, quien en el siglo VI propuso al rey Teodomiro la fundación de una
nueva iglesia metropolitana surgida del concilio lucense del año 569, en el que
tuvo lugar la organización parroquial gallega (la primera realizada en una
provincia del antiguo Imperio Romano). Sin embargo, habría perdido el carácter
metropolitano tras la conquista de Galicia por los visigodos.
En la primera mitad del siglo VIII, la ciudad
de Lugo cayó durante un breve periodo de tiempo bajo el dominio musulmán, hasta
que, hacia el 740, las tropas del monarca asturiano Alfonso I la recuperaron.
Es en este contexto que surge la controvertida figura del obispo Odoario,
agente de una supuesta repoblación de la ciudad hoy descartada por los
historiadores. Como veremos más adelante, durante el largo periodo que
constituye la Edad Media, Lugo experimentó una considerable merma en el número
de sus habitantes. Un descenso que influyó en las transformaciones urbanísticas
que experimentaría la ciudad, cuya población comenzó a agruparse en torno a la
catedral, abandonando amplias áreas intramuros. Sin embargo, no existen datos
que apunten hacia una despoblación tal que requiriese un proceso inverso.
Durante el reinado de la dinastía asturiana la
ciudad experimentó una considerable revitalización. La sede episcopal, que
mantuvo un estrecho vínculo con la metropolitana de Braga, se consolidó y los
obispos lucenses disfrutaron de un apoyo regio que se mantuvo tras el cambio de
dinastía en el siglo XI, con la llegada al trono de Fernando I. Un episodio que
afectó a la ciudad fue la rebelión de los Ovéquiz, familia elegida por Alfonso
VI para ejercer el poder real en los realengos del giro de Lugo. En el 1078, el
obispo lucense Vistruario inició un pleito denunciando los excesos de poder de
los Ovéquiz, siendo el propio monarca quien dirimió el litigio, apoyando las
reclamaciones del prelado. A pesar de haber aceptado ante el rey la resolución
del pleito, en torno al 1086, el conde Rodrigo Ovéquiz y sus hermanos iniciaron
una rebelión, tomando la ciudad de Lugo y otras posesiones regias, y asesinando
al merino real, Ordoño. La revuelta fue sofocada y los Ovéquiz enviados al
exilio en Zaragoza. Una de las consecuencias de este episodio recayó en el
aumento y consolidación del poder episcopal, al ceder Alfonso VI a los obispos
lucenses no solo los territorios y bienes confiscados a los Ovéquiz, sino los
derechos y privilegios reales sobre la ciudad y territorios adyacentes. Esta
resolución no contó con el beneplácito de la población y, a lo largo del siglo
XII, los prelados hubieron de hacer frente a varias sublevaciones ciudadanas,
sustentadas en el poder incipiente de la nueva burguesía lucense.
La primera se vivió en 1111, en el marco de la
querella entre los partidarios del rey niño Alfonso VII, cuyos principales
valedores eran el arzobispo de Santiago Diego Gelmírez y el conde de Traba,
Pedro Froilaz, y los defensores de Alfonso el Batallador, corregente del reino
de León tras sus nupcias con la reina Urraca. Gelmírez y el conde de Traba
plantearon una tentativa de ataque sobre Lugo, posicionada a favor del
Batallador, obteniendo como respuesta una rápida rendición.
En la segunda mitad del siglo las revueltas de
los burgueses lucenses contra el señorío episcopal tuvieron un mayor impacto
sobre la vida de la ciudad, afectando incluso al proceso constructivo de la
catedral. Las de mayor calado fueron las de 1159 y 1181, que lograron la huida
del obispo de la urbe, y organizaron sendos gobiernos comunales. El triunfo de
la primera revuelta duró dos años, hasta que en 1161 Fernando II restituyó al
prelado y consolidó su señorío. La segunda tuvo una vida breve, siendo sofocada
por el monarca en 1182, al inicio del mandato del obispo Rodrigo. Con todo,
habría nuevas sublevaciones de menor calado en 1184, 1202 y 1207.
En paralelo a la consolidación eclesiástica y
señorial, la ciudad de Lugo se transformó en un importante centro comercial. En
el siglo XI una importante colonia de francos se asentó en la urbe,
contribuyendo a su crecimiento demográfico y económico. Durante el primer
tercio del XII la ciudad experimentó un periodo de gran dinamismo: se inició la
construcción de la catedral y del hospital nuevo; se instauró la feria mensual;
se renovó la Porta Nova al norte de la muralla; se urbanizaron la rúa Nova y el
entorno de la Porta Falsa; se obtuvo permiso para contar con una ceca para la
acuñación de moneda y, extramuros, creció el barrio de Recatelo. Las revueltas
burguesas contra el poder episcopal frenaron dicho desarrollo pero, hacia el
siglo XIII, Lugo contaría con unos 2.000 habitantes adscritos a cuatro
parroquias: San Pedro, Santiago y San Marcos, en el interior de la muralla, y
la de Santa María Magdalena de Recatelo, en su exterior.
El urbanismo de la capital lucense todavía
refleja algunas de las transformaciones que experimentó la ciudad durante la
Edad Media, momento en el cual la regularidad del plano hipodámico romano
desapareció en favor de un urbanismo medieval de entramado irregular, orgánico
y disperso, resultado de los avatares económicos, políticos y sociales
padecidos por la urbe. Uno de los cambios de mayor impacto lo encontramos en la
considerable pérdida de población experimentada por la ciudad tras la caída del
Imperio, con la progresiva concentración de sus habitantes en la mitad
meridional del recinto amurallado. El resultado fue la aparición de una amplia
zona hacia el norte que durante un largo periodo se dedicó a huertas, labradíos
y pequeños bosques en torno a los cuales se irguieron barrios de carácter
rural. El Burgo Medieval se configuró en base a dos polos, los denominados
Burgo Vello y Burgo Novo. El Burgo Vello ocupaba el sector suroccidental y
surgió hacia el siglo VIII en torno a la catedral, entre la Praza do Campo y
las puertas Miñá y de Santiago (antiguamente conocida como Puerta del Puxigo o
Falsa). Su territorio pertenecía a la feligresía de San Pedro. El núcleo del
mismo era O Campo y su expansión urbanística desde el atrio de la catedral
hacia la Porta Miñá dio lugar al Barrio Falcón, en el cual se instalaron los
oficios vinculados al curtido y trabajo con pieles. Además de estos artesanos y
mercaderes, el Burgo Vello concentraba las actividades administrativas y
eclesiásticas de la ciudad, acogiendo la residencia de clérigos, nobles y
algunos mercaderes ricos.
El Burgo Novo, situado en el área suroriental,
abarcaba desde la Porta de San Pedro al Campo de Castelo y hacia el norte la
actual rúa Nóreas. A pesar de levantarse en torno a la Puerta de San Pedro (o
Toledana, según sus primeras denominaciones), pertenecía a la feligresía de
Santiago. Es posible que surgiera a finales del siglo IX, pero el impulso
principal lo recibió de Raimundo de Borgoña a inicios del siglo XII como barrio
comercial, donde sus habitantes aprovecharon el dinamismo que ofrecía su proximidad
a la mencionada Puerta de San Pedro, que comunicaba la ciudad con Castilla y
era el punto de entrada de los peregrinos que llegaban por la ruta del Camino
Primitivo. Si el Burgo Vello se articulaba en torno a la catedral, el Burgo
Novo hace lo propio en torno al castillo, cuya existencia consta
documentalmente a partir del 1034. El límite septentrional del barrio lo
delimitaba la cortiña de la Noira (de donde procede el microtopónimo Nóreas)
donde, según Abel Vilela, podía haber una noria para extraer agua de un pozo.
Hacia el oeste uno de sus límites sería la Pomarada de los Canónigos, a la cual
se llegaba desde un carril (o camino). Ambos burgos se hallaban separados
mediante un espacio de naturaleza rural pero uso público conocido como Cortiñas
de San Román, nombre que recibe por hallarse en las inmediaciones de la capilla
dedicada a dicho santo en el 1033. En este punto, hoy ocupado por parte de la
Praza Maior, tenía lugar el mercado, razón por la que también era conocido como
foro de la ciudad. En el límite septentrional de estas dos áreas, intramuros
pero al margen de las principales zonas de habitación, se instalaron a finales
del siglo XIII los conventos de Santo Domingo y San Francisco, levantando sus
edificios en las inmediaciones del Carballal, el lugar donde se celebraba la
feria mensual.
La ciudad también se desarrolló extramuros. En
las inmediaciones de la Porta de San Pedro surgió un barrio o caserío
articulado en torno a la capilla de San Pedro de Fóra. El principal suburbio de
la ciudad se extendía en el antiguo barrio del Carmen, al Oeste del recinto
murado, entre las puertas Miñá y Falsa. Se trataba de un área de huertas ante
la Porta Miñá, en la salida de la vía XIX hacia el puente del Miño y los
antiguos baños romanos, todavía mencionados en la toponimia medieval. En el
siglo XII, como consecuencia de la fundación de la iglesia y cementerio de la
Magdalena, se desarrolló frente al ángulo suroccidental de la muralla el barrio
de Recatelo, próximo al Burgo Vello y la catedral.
El Lugo medieval desapareció en gran medida
bajo las transformaciones barrocas, decimonónicas y las emprendidas a lo largo
del siglo XX. Con todo, todavía se aprecian sus huellas en el trazado medieval
de las intrincadas calles del entorno de la catedral y en algunos topónimos que
han llegado hasta nuestros días y guardan su memoria: la Plaza del Campo y la
del Campo del Castillo (centros de los burgos Vello y Novo, respectivamente),
la rúa Nova, Clérigos, Miñá, Tinería, Cruz, el Barrio Falcón y, extramuros, el
barrio de Recatelo.
Catedral de Santa María
La catedral de Lugo sigue siendo un misterio
para toda persona que se precie y quiera profundizar en su fábrica edilicia. De
hecho, y aunque contamos con abundantes artículos sobre cualquier estilo
constructivo que haya nutrido su larga historia, no existe publicación monográfica
alguna que se centre en sus diferentes fábricas y mucho menos en la
desconcertante fábrica medieval. La escasez documental llevó a que Argos Divina
(1700), la monumental historia realizada por el canónigo electoral José
Pallares y Gaioso (1614-1668), se convirtiese en fuente básica de estudio tanto
para la sede lucense, y para manejo de la documentación catedralicia, como para
la historia del edificio medieval, con el que convivió el autor. Dicho edificio
presentaba un plan basilical con transepto destacado en planta, una cabecera
transformada en tiempos góticos, en los que también se habían adosado al
exterior de la nave norte dos nuevas capillas, la de Santo Domingo dos Reis y
la de los Gaioso, y unas torres orientales rematadas en el Renacimiento. Con
todo, el templo todavía contaba con un claustro y una fachada occidental de
trazas románicas, ambos desaparecidos en el siglo XVIII. La influencia de
Pallares i Gaioso fue tal, que la historiografía tradicional asumió e
interpretó sus tesis hasta las últimas décadas del siglo XX, lo que llevó a dar
por ciertos datos que no lo eran tanto.
El contexto lucense
Sin documento fundacional alguno, la de Lucus
fue considerada desde antiguo una de las sedes cristianas de más antigüedad y,
por la misma, elevada a categoría de “Sede Apostólica” en el Capitula
Martini (573). De antiguos e imperiales orígenes, y quién sabe si
reaprovechando un templo civil como había hecho Tarraco, Lugo había fundado su
iglesia y esta se había convertido desde el tiempo de los suevos (414-585) en
cabecera de una diócesis cristiana que englobaba el cuadrante noroccidental de
la vieja Gallaecia, cuyo obispo había asumido tras el Concilio de Braga (569)
una especie de primacía sobre el resto de las diócesis del reino suevo-galaico.
La historiografía incide en señalar como “providencial” la llegada a
Lugo del mítico obispo Odoario (700- 786), aquel que, además de reorganizar la
sede y restaurar su espiritualidad tras el ataque de Musa ibn Nusayr en el año
714, habría restaurado su basílica, siendo loado para siempre en el
descontextualizado, hiper conocido e incurso en un debate historiográfico que
dura ya casi cuatro siglos, Acróstico de Odoario.
Pero lo cierto es que, desde los tiempos de “vino
y rosas” odoarianos, todo había cambiado y Lugo, que lo había sido todo
hasta la irrupción del edículo y la leyenda jacobea, tenía ahora que lidiar con
el poder compostelano en auge y con los nuevos núcleos urbanos reconquistados
al poder musulmán. Así y si bien ostentaba la dignidad arzobispal y el título
de metropolitano, ejerciendo el papel de primado de la Iglesia
galaico-astur-leonesa al menos entre los años 830 al 1095, el culto a las
reliquias y las aspiraciones compostelanas comenzaban a diluir la primacía de
Lugo. Un hecho que se hace realidad con la restauración de las sedes de
Ourense, Tui y de la metropolitana de Braga a finales del siglo XI, y que
culmina en 1120 con la concesión del palio a Diego Gelmírez.
En este contexto y a pesar de la pérdida de
territorios e influencia política y cultural, la Ecclesia lucense siguió siendo
de vital importancia para los monarcas, al igual que la ciudad y los condes de
Lugo para la historia del medievo gallego. Una historia escrita en letras
mayúsculas en una urbe que se había girado hacia la basílica cristiana
restaurada, abandonando la antigua trama reticulada romana por la irregular y
característica de la época; y en la que vivían unos poderosos magnates que, si
bien habían sido los lugartenientes de los monarcas, también rivales de su
supremacía desde tiempos astures. La rebelión protagonizada por Vela y Rodrigo
Ovéquiz en 1088 llevó a Alfonso VI (1065-1109) a asaltar la catedral, hecho que
nos privará para siempre del mítico templo restaurado por Odoario y
desencadenará el levantamiento de una nueva fábrica en un nuevo estilo de
espíritu románico.
El nuevo proyecto edilicio
Aunque no es lo usual, no debería de extrañar
que en Lugo se hubiera abandonado una restauración o reestructuración de una
fábrica dañada por un nuevo proyecto más ambicioso. Por ejemplo, en la catedral
de Pamplona se tomó la determinación de sustituir una excelente fábrica
románica de principios del siglo XI por la no menos espectacular del maestro
Esteban, a principios del siglo XII. Y si en Pamplona fue decisión de Pedro de
Rodez, en Lugo todos los datos apuntan a que fue otro Pedro, Pedro III (1114-1133),
quien impulsó el cambio de proyecto.
Consagrado por Diego Gelmírez en la basílica
compostelana el 25 de abril de 1114, casi coetáneamente a la finalización de
las fachadas del transepto de la gran catedral gallega, Pedro III –de quien no
tenemos documentación alguna sobre su origen o procedencia– era el capellán de
la reina Urraca (1109-1126) probablemente desde que esta, en 1090, había sido
elevada con su esposo, Raimundo de Borgoña, a gobernante de Galicia. Un dato
que inclina a pensar que el nuevo obispo pudiera haber sido lucense. Fiel a la
condesa y posterior reina, don Pedro –a quien suponemos un hombre formado–
viajaba con la corte antes y después de su nombramiento, y esta se movía al
ritmo frenético de doña Urraca, lo que le permitía no solo confirmar numerosa
documentación expedida por la regente, sino también el conocimiento de primera
mano de las obras más destacadas de cuantas se estaban llevando a cabo en el
reino, incluída la referida catedral de Pamplona.
“En la era de 1167… por las ruínas que
padeció esta Iglesia con el cerco referido, se concertó la obra, y se otorgaron
escritura de asiento el obispo D. Pedro Peregrino, Dean, canónigos y quatro
ciudadanos Nobles con el Maestro Raimundo, natural de la Villa de Monforte de
Lemos… y en esta conformidad lo acepto Raimundo, y se obligó a asistir a la
obra todos los días de su vida, y despues de ella sobreviniéndole, su hijo la
acabaría”. Este es un extracto del excepcional e inusual contrato de obra
incluido en Argos Divina según el cual: en el año 1129, tres años después de
haber fallecido la monarca y tan solo cuatro años antes del fallecimiento del
obispo de Lugo, Pedro III, acompañado entre otros por su sucesor don Guido, el prior
canonicae (término con el que se designaba en la época al deán), habrían
acordado con un desconocido maestro monfortino, o lemosino como apoya la
historiografía, la nueva fábrica. Firmando un minucioso contrato, que, además
de contemplar la devaluación de la moneda, presentaba diferentes cláusulas por
las que se aseguraba el control y la conclusión de la obra y en las que se
revela una posible saga de maestros constructores. Y no solo eso, como indicó
en su día Yzquierdo Perrín, la excepcionalidad de dicho documento radicaría en
“la misma existencia del contrato en esa fecha de 1129, casi cuarenta años
anterior a la donación de Fernando II hace al Maestro Mateo en 1168”.
Dejando a un lado dicha excepcionalidad y las múltiples inexactitudes
encontradas, tanto en la transcripción del desaparecido documento como en la
referencia archivística aportada, el contrato ha sido leído y entendido, hasta
ahora, como post quem, pero se podría interpretar como el de Mateo, ante quem;
pudiendo significar la reanudación de unas obras que habían comenzado mucho
antes, en los primeros años del episcopado de Pedro III. En todo caso, la fecha
indicada para retomar las obras no es baladí. La donación de la Villa Cellario
(Castroverde, Lugo), realizada por el conde Rodrigo Velaz el 6 de agosto de
1130, nos indica que las obras estaban en marcha y para ellas, el tiempo que
duren, destinan las rentas de dicha villa, …hac ratione ut fructus illus
expediant in opere ipsius ecclesiae quamdiu duraverit…
La cabecera, el transepto y las naves.
La realidad y complejidad del sistema constructivo
Sin registro arqueológico alguno en el cuerpo
oriental de la catedral, afectado por la reforma comenzada por el obispo fray
Juan Hernández (1307-1318), quien substituyó la cabecera románica por la actual
girola gótica con capillas radiales, solo conocemos sobre la cabecera adoptada
en este proyecto lo constatado visualmente. Por un lado, el interés en el siglo
XIV en conservar de forma testimonial, más que por pragmatismo, la localización
de unas antiguas estructuras interpretadas por la historiografía como los
antiguos ábsides laterales de la cabecera románica, dedicados a San Miguel y
San Martín; y unos arcos ciegos simétricos localizados encima de los retablos
del transepto, los mismos que, a su vez, la arqueología dota de correspondencia
con la fábrica odoariana conservada. Estas estructuras cegadas llevaron a los
investigadores a comparar la supuesta elección de cabecera triabsidal hecha en
Lugo con un modelo de referencia, San Isidoro de León (con el que le unen más
de una característica), y a interpretar dicha decisión como un distanciamiento
por “cierta rivalidad” con la monumental fábrica compostelana, foco
motor del románico gallego.
La posibilidad de que esta nueva fábrica
pudiera haber incluido dos capillas en los extremos del transepto, que se
hubieran correspondido con las torres orientales, dibujando en la catedral de
Lugo una cabecera con ábsides en batería, es la innovadora e interesante
lectura expuesta por Carrero Santamaría. Por desgracia, la parquedad documental
del Memoriale anniversiorum lucense, que inusualmente omite cualquier
noticia referente al enterramiento de los donantes, no permite localizar la
perdida topografía sacra de la cabecera románica, como sí sucede en otras
catedrales; por lo que está, por ahora, está abierta a múltiples hipótesis.
Como otras grandes obras, la fábrica lucense,
dada su historia reciente y siguiendo la mítica representación de la Jerusalén
Celeste amurallada, encastilló su cuerpo oriental y, además de contar con un
perdido paseo de ronda, implementó su seguridad con las torres: la norte, la
Torre Vella o das Campás, y la sur, o Torre do Galo o de San Quintín. Adosadas
al brazo oriental del transepto y elemento de unión entre el primer y segundo
tramo de la actual girola gótica, dichas estructuras presentan volúmenes y alturas
diferenciadas, y conservan planta y perfil prismático. Únicamente la torre
norte se mantuvo en uso y conservó parte de su esencia original al interior. Su
piso bajo, un sótano al exterior, se presenta como una reliquia de la antigua
torre original: un espacio abigarrado por la doble cubrición, bóveda y madera,
que podría conservar el antiguo sistema de comunicación, las escaleras móviles,
evocando al laberinto miniado y a la mítica Torre de Tábara.
Afectado como todo el cuerpo oriental por la
reforma de la cabecera en el siglo XIV, el transepto erigido en este proyecto
se construyó siguiendo la disposición del anterior, el prerrománico, destacado
ya en planta como constata la documentación arqueológica. Pero en esta
intervención románica con el retranqueamiento de las naves hacia el interior,
este cuerpo se vuelve más acusado, incidiendo en su comparación con el de la
catedral de Pamplona y creando una nueva proyección en planta en donde los
tramos externos serían, a partir de ahora, un metro más largo que los tramos
adyacentes, los colaterales al propio crucero. Un hecho que, como indicó en su
día Yzquierdo Perrín, complica la lectura de su posible cubierta abovedada.
Perceptibles a simple vista sobre los muros de
ambos brazos del transepto, nos encontramos repicadas tres finas líneas de
cantería. Sobre la primera, localizada a igual altura que la existente en las
naves colaterales y señalando el arranque las bóvedas, se conservan cuatro
ventanas. Estas, paralelas dos a dos y centradas con relación al arranque de
los arcos de los ábsides colaterales de la antigua cabecera, presentan una
tipología suficientemente conocida en los tiempos del románico pleno, con un
vano de mayor luz que en tiempos precedentes y abierto en el muro con forma de
arco de medio punto; en el caso de Lugo con arista en bocel y derrame interior,
apeado en un par de columnas de basas lisas, capiteles decorados y chambrana de
billetes. Un modelo que sigue con fidelidad lo realizado en Jaca y retomado en
la sucesión de ventanas altas del transepto compostelano. Dichos principios
solo los conserva el único vano que es posible ver por su exterior, localizado
en el interior de la actual Capilla del Pilar, que es resultado de la unión de
la antigua capilla de Santo Domingo dos Reis (ca. 1361-1378) y la capilla vella
(tardo-gótica) de los Gaioso, o de San Froilán (siglo XV); ambas adosadas al
exterior de la nave norte. Al contrario que en el interior, donde las
chambranas se repicaron y los capiteles se retallaron con abstracta y extraña
decoración, este vano conserva la estructuración jaquesa y decora sus capiteles
con motivos vistos ya en la cabecera compostelana, deudores de las fórmulas
importadas por maestros navarro-aragoneses y gascones. La segunda línea de
imposta repicada está localizada sobre estas, sin separación alguna, y en ella
Delgado Gómez sitúa el coronamiento de los muros respecto a este primer
proyecto. Un análisis minucioso del muro septentrional de la sacristía sugiere
que no fue así.
Localizada en donde en su día estuvo la
medieval, a la actual sacristía –obra barroca de Domingo de Andrade
(1678-1680)–, se accede por una magnífica y amplia puerta adintelada abierta en
el cuerpo bajo del muro sur del transepto. Al exterior este se convierte en el
muro septentrional de la sacristía y sin elemento o masa de revoco alguna que
lo cubra permite visualizar la antigua fábrica edilicia, su distribución por
pisos, y diferentes elementos cegados entre los que destaca un espléndido vano
situado encima de la actual puerta de acceso y localizado a una altura
correspondiente a la citada segunda línea de imposta. La existencia de este
vano y la inexistencia de huellas perceptibles que se correspondan con las
vertientes de cubierta alguna, consubstancial al propio elemento si hubiera
sido el remate, inclina a pensar que esta fachada contaría, si no de facto sí
en proyecto, con un nuevo registro superior sobre el que se cerraría el
transepto.
Esta certeza visual choca con lo indicado por
los investigadores que, en general y hasta ahora, ofrecían la lectura de un
transepto románico más bajo, no considerando algunos, tan siquiera, la
existencia de una tribuna en el proyecto original. A dicho punto en común
habían llegado –entre otros motivos– por la inexistencia de contrafuertes
exteriores que permitieran desplegar en altura el muro y resistir los empujes
horizontales de la cubierta, característica que lo relaciona con el transepto
compostelano. Dichos elementos se localizan únicamente en la confluencia de los
muros laterales con el del testero, angulados a escuadra, similares a los
existentes en la portada del transepto de San Isidoro de León. Al igual que al
exterior, la inexistencia al interior de las típicas pilastras soporte de los
arcos fajones que organizan en tramos una cubierta abovedada, divide a los
investigadores entre aquellos a los que induce a pensar que dicha cubierta
hubiera sido proyectada en un principio de madera para abovedarse posteriormente,
en tiempos góticos, y otros que la conciben con bóveda, fruto de una fase
posterior incursa en cronología románica.
Indudablemente los testeros del transepto
fueron dotados de una imagen relevante al localizarse en su piso bajo el acceso
a la sacristía, en el meridional, y al propio templo en el septentrional. El
sur, el antiguo acceso a la sacristía, fue reestructurado totalmente y
rematado, fiel al espíritu y cosmovisión estética del citado Domingo de
Andrade, con un espléndido frontón barroco en el que se reutilizó una pieza
original de la fábrica románica: un arco de medio punto con cinco lóbulos en el
intradós y chambrana de billetes. Único y descontextualizado, la utilización de
la chambrana de billetes como remate lo relaciona con los principios
tipológicos vistos ya en los vanos existentes en el transepto y, por lo mismo,
incurso en la fábrica de este nuevo proyecto románico. Un proyecto en el que el
empleo de dicha fórmula decorativa, también presente en los remates de las
Portadas Francígena y de Platerías, revelaría un conocimiento explícito de la
fábrica compostelana y de las soluciones empleadas en las fachadas del
transepto. De hecho, la fachada norte, reestructurada como señaló Abel Vilela
entre 1189-1228 y 1281, y totalmente modificada al alzar el actual pórtico de
fábrica tardo-gótica, conserva una amplia puerta abocinada con tres arquivoltas
y tres pares de columnas acodilladas que algún día tuvo un tímpano sobre
mochetas; una tipología similar a la de las citadas portadas del transepto
compostelano, aunque reducidas sus dimensiones a la unidad, reservando el
acceso bíforo para la fachada occidental.
Cerrado el transepto y asegurados sus altares,
en Lugo daba comienzo la segunda fase del proceso constructivo medieval en la
cual se acotaba el espacio longitudinal y se levantaban los muros perimetrales,
permitiendo disociar el avance edilicio exterior del interior. Para esto se
empleó otro método constructivo: una rígida sucesión de contrafuertes que
presentan la característica de estar unidos en arco de medio punto, siguiendo
el sistema empleado en el gran templo compostelano. Pero, como en Saint Sernin de
Toulouse (Languedoc, Francia) y Santiago de Compostela, los avances de la
fábrica no iban a ser verticales, sino horizontales. Un hecho que se revela en
Lugo en la nave norte, incidiendo en que el proyecto original contó con
desarrollo en altura y con tribuna. Alzado el primer tramo y el correspondiente
contrafuerte en su totalidad para dar estabilidad al transepto, se erigieron
los muros perimetrales hasta una determinada cota, delimitando la totalidad del
espacio exterior de las naves, para continuar la construcción de las
estructuras internas partiendo de estos. En un momento posterior, una vez que
estaban cerrados y cubiertos algunos de los tramos inferiores se proseguía la
construcción en el piso alto cerrando el perímetro de esta galería y continuando
la obra hacia el interior, lo que llevará a que parte de la tribuna y la nave
mayor lucense sean plenamente góticas (1360-1390, Taller Lucense I). Como
indicó en su día Bango Torviso, la catedral de Lugo: “no se puede leer en un
progreso lineal de abajo a arriba, sino en avances horizontales nada
sincrónicos”.
En la Capilla del Pilar se conserva parte de la
fábrica original de los cuatro primeros tramos exteriores de la nave norte,
estructurados en base a los contrafuertes que se proyectan en tres planos
(generando el consecuente movimiento del lienzo parietal), y en los que se
abren unas ventanas tipológicamente idénticas a la comentada del transepto.
Estas características relacionan ambos muros, y con ellos ambas fases y
sistemas constructivos, con una única etapa edilicia. Abiertas a una altura
inferior y de menor tamaño que su homóloga del muro oriental, el vano
desaparece del primer tramo, más estrecho que sus contiguos y afectado por la
reestructuración gótica para alzar la antigua capilla de Santo Domingo dos
Reis, que lo hace desaparecer al exterior, y del tercero, localizado en la de
los Gaioso, donde se abre un acceso directo a la nave norte. Como en el
correspondiente al transepto, en la decoración de este acceso se emplea el
granito y la caliza, y en su día debió estar organizado como aquel, sobre columnas
y capiteles, pero en la actualidad, perdidos estos elementos, el arco recae en
unas impostas apoyadas directamente sobre las jambas. No presenta tímpano, lo
que es una rareza en Galicia, y su disposición, a escasa distancia de un
tejaroz con canecillos figurados, recuerda a la portada del transepto norte de
Sainte Foy de Conques (Aveyron, Francia). Los siguientes tramos, el quinto
cegado totalmente y el sexto aún visible, se encuentran dentro de las
sacristías con las que en su día dotaron a la Capilla del Pilar y a la nueva
Capilla de San Froilán (último tercio del siglo XVIII). El citado sexto tramo
conserva una ventana de dimensiones y tipología completamente diferente,
correspondiente a tipos cercanos al último tercio del siglo XII.
Interiormente, estructuran las tres naves de la
basílica los pilares de sección prismática en los que se adosa una semicolumna
por cara, recayendo en unas los arcos fajones, que ayudan a sostener la bóveda
de las naves colaterales, y en otras los arcos formeros, que acotan
longitudinalmente la nave central. Pero, como es habitual, son los soportes de
los fajones los que organizan ambos muros, correspondiéndose en parte con los
contrafuertes exteriores y distribuyendo los diferentes tramos de las naves. Dichos
tramos están animados por la doble imposta de billetes que genera tres
registros en altura: zócalo, vano y bóveda. Con excepción del tercer tramo, en
donde se abren los accesos: el comentado en la nave norte y su homólogo en la
nave sur (en la actualidad cegado) que comunicaba la nave con el claustro. En
estos la imposta central perfila, cual chambrana, el arco de medio punto y
desaparece por la labor de repicado en el quinto y sexto tramo de la nave
norte, y en el quinto de la sur. Un hecho que genera múltiples interpretaciones
y un vivo debate historiográfico que afecta a las etapas constructivas de la
fábrica edilicia lucense. Dichos cambios no solo se manifiestan en el lienzo
parietal, también en los arcos fajones y en la cubierta. Así los primeros pasan
de arcos medio punto doblados y peraltados a apuntados, y la segunda de bóveda
de cañón a plenamente de arista a partir del quinto tramo, aunque en el cuarto
de la nave del Evangelio se percibe ya un cambio.
Al igual que en la organización, los vanos
interiores no se corresponden completamente con los vistos al exterior ya que,
si bien presentan idéntica tipología, excluyen la chambrana de taqueado jaqués.
Por lo demás, excluyendo los del cuarto tramo en ambas naves, los capiteles de
los vanos interiores presentan idéntica configuración que los exteriores:
sencillas hojas lisas de marcado nervio central y agudos y pesados remates
parten del astrágalo y se disponen en dos órdenes o planos imbricados de diferente
altura; sobre ellas se origina, para culminar la cesta por ambos lados, un
caulículo curvado de extremo enroscado que genera una bola. En otras piezas el
caulículo se vuelve liana, confeccionando con su giro concéntrico la bola
central; y tanto en unos como en otros gran parte de la estructura superior del
capitel se queda sin decorar. Un paraíso vegetal simple y uniforme que se
manifiesta, por lo general, en los restantes soportes de fajones y formeros,
decorados con simples hojas lisas, pero cobra vitalidad en la nave sur de las
manos de quien Yzquierdo Perrín denominó el “Maestro de los capiteles de la
nave sur”, y en la que encontramos, además de la utilización de granito y
caliza, basas decoradas con elementos utilizados en ambos accesos
septentrionales y un magnífico capitel zoomorfo de aves Fénix que nos remite a
uno de los más bellos capiteles realizados en Jaca y nos lleva a permitirnos
cambiar su denominación por la de: el Maestro del capitel de los Fénix.
En busca de la formación del maestro de
los fénix. la “sombra” navarro-aragonesa
Hasta la actualidad la historiografía –primero
Chamoso Lamas, luego Moralejo Álvarez y después Yzquierdo Perrín– había
incidido en señalar el “origen tolosano” o los “ecos gascones” en
determinados elementos de la nave sur, lo que llevó a los restantes
investigadores a suscribir el origen francés para el maestro de los capiteles
de esta nave; acaso influidos por la posible patria del prior canonicae y
posterior obispo don Guido (1134-1152), y también por el ambiente franco
documentado en Lugo a partir de la carta de repoblación de Alfonso VI (1089).
Fue Castiñeiras González quien puso “la sombra aragonesa” sobre la
catedral de Lugo al reconocer, en un descontextualizado capitel localizado en
la sacristía (y en el pasado reutilizado como fuente) un parangón al capitel
proveniente del claustro de la catedral de Jaca conocido como el Capitel del
Sátiro. Las lecturas realizadas sobre otros restos conservados inciden en la
sombra de los maestros de Jaca y de la catedral de Pamplona en la escultura de
la fábrica románica lucense.
Fue este maestro, que bien podríamos denominar
como el de la Creación de Eva en referencia a la iconografía del
descontextualizado capitel citado, al que debemos atribuir el extraordinario
capitel del tercer arco formero de la nave sur en donde, in situ, nos muestra
su grandeza y maestría. En él nos encontramos con cuatro aves Fénix que emergen
del bloque de piedra caliza adquiriendo gran volumen, agrupadas dos a dos a
partir de los ángulos, asen con sus afiladas garras al astrágalo y tuercen sus
pescuezos de manera que sus cabezas –no conservadas en la actualidad– se tocan
bajo las esquinas.
Tallado como en Jaca, en donde los astrágalos
forman parte del bloque pétreo del capitel, presenta una labra exquisita de
extraordinaria meticulosidad que afecta a la verosimilitud de la imagen, en la
que el autor reproduce perfectamente los grosores y calidades plásticas entre
uñas y dedos, reconoce la anatomía de lo representado dotando a la figura de
espolones y penacho, y realiza con esmero el exquisito plumaje de las aves
Fénix; incidiendo en el conocimiento de fórmulas utilizadas en Jaca y también
en el claustro de la catedral de Pamplona. La iglesia como Paraíso y el don de
la eternidad y de la resurrección a partir del cumplimiento de la Palabra
divina, son las ideas que se concentran en este exquisito capitel.
Identificados por Yzquierdo Perrín como “la
firma del maestro”, los caulículos del capitel de los Fénix se repiten en
otros dos capiteles de gran valía plástica realizados en piedra caliza y
localizados en el cuarto tramo de esta nave sur: uno en el arco formero,
decorado con simples hojas en las que se tallan con un fino picado los planos
en profundidad, y el otro en el muro de cierre, en la columna que abre el
cuarto tramo, en donde nos encontramos con un espléndido capitel vegetal
decorado con doble orden de hojas lisas rematadas en bolas, excepto las más
alargadas de las esquinas. Este capitel se singulariza de los restantes de esta
etapa constructiva al ser el único que presenta decoración en el cimacio: una
simple e interesante sucesión vegetal de palmetas alternas. Pero dichos
caulículos no son los únicos atribuibles al maestro, encontrando en los
realizados en esta etapa constructiva el corpus de fórmulas empleadas en Jaca,
pudiendo haber salido de su mano, o de la de su taller, tanto los descritos como
los simples y volumétricos realizados en un único plano que cierran los
capiteles de las ventanas del cuarto tramo, en donde se presentan dos extraños
zoomorfos que bien podrían identificarse con nuevos y fantásticos ave Fénix con
un pequeño penacho rizado, cuerpo acorazonado, una única garra con similares
uñas y dedos a las anteriormente comentadas, que se agarran al astrágalo y
juntan sus cabezas, y los de su contrario, único capitel de ventana que en esta
primera etapa constructiva presenta el cimacio decorado con motivos
decorativos: una sucesión geométrica simple de tacos con fina tarjeta superior
puestos en relación con un ábaco de Santa María de Moirax (Agen, Francia). Que
dicho cimacio no hubiera sido finalizado incide en lo leído en la fábrica, que
habría sido hasta este cuarto tramo y el inicio del quinto hasta donde habría
llegado esta etapa edilicia en el interior la nave sur.
A este maestro también le debemos atribuir lo
conservado en el acceso a la nave norte. Modificados y reducidos ambos cimacios
hasta convertirlos en impostas repicadas, el occidental bien pudiera estar
formado por una sucesión de aves cuya disposición recordaría a la de los
comentados y excepcionales ave Fénix de la nave sur. En el oriental se puede
vislumbrar parte de lo que fue su relieve y rica decoración: una sucesión de
círculos elaborados a base de un tallo confeccionado con triple cordoncillo
rematados en cabezas de seres fantásticos. Dicho motivo decorativo, emanado de
Saint Sernin de Toulouse y Saint Pierre de Moissac (Moissac, Francia), es poco
frecuente y solo se localiza en escasas obras del citado reino
navarro-aragonés. Unas fórmulas peculiares que continúan en el tejaroz y que
inciden en el saber hacer del maestro y en el conocimiento de los usos de Jaca
y Pamplona. Decorado con billetes damascados, leitmotiv en la decoración de los
vanos exteriores, este, al igual que el arco, se halla encajado por ambos
contrafuertes y posee cinco canecillos figurados que, de izquierda a derecha,
siguiendo el proceso de lectura occidental, se presentan como si de una marcha
o procesión se tratara. En primer lugar hallamos un contorsionista asexuado que
realiza un cheststand, una de las acciones más utilizadas en los espectáculos
de contorsionismo y en especial del contorsionismo oriental; le sigue un músico
o tocador de psalterium, “música artificialis”, sentado en lo que parece
un cojín con sus rodillas juntas para asegurar la posición del instrumento
mientras percute las cuerdas con ambas manos. Centrando la composición
encontramos un presidiario desnudo, con grilletes en pies y cuello y cadenas
uniendo ambas latitudes corporales, que intenta paliar la pesada carga que
lleva sobre la espalda retorciendo sus brazos y sujetándola con las manos, sin
conseguirlo, obligando a la imagen a adquirir la postura encorvada con la que
se representa. Tras esta figura un nuevo músico, un tocador de dolium, música
profana o popular y, cerrando el programa, un Marcolfo o espinario “púdico”
que, vestido con una túnica corta y sentado con la pierna izquierda cruzada y
colocada sobre la rodilla derecha, intentando quitarse la espina clavada en el
pie desnudo, no presenta miembro viril, sustituyéndolo por la húmeda lengua que
sale de su boca. Elemento separador entre el macro y microcosmos, este acceso
del que desconocemos la realidad funcional, pudiendo estar operativo solo en
determinadas ocasiones o festividades, se presenta cargado de realidad,
intentando exorcizar didácticamente aquellas conductas ligadas al vulgo.
Actitudes, marchas o comparsas penalizadas y juzgadas por la Iglesia, aunque la
propia institución se encargó de perpetuarlas hasta el presente, en esta y en
las reiteradas representaciones conservadas en la Diocesis.
El levantamiento en altura y la
articulación de los últimos tramos de la nave
Fallecido Pedro III tan solo cuatro años
después de la firma del supuesto contrato transcrito por Pallares y Gaioso, la
historiografía incide en que fue su sucesor, el prior canonicae, el verdadero
responsable de la primera etapa constructiva de este nuevo proyecto. Don Guido
(1134-1152), que seguía a la corte y suscribía la documentación del nuevo
monarca, habría influido decisivamente en el proyecto original exponiendo, como
prior de la canónica, las necesidades del nuevo templo catedralicio. Y, aunque
todo debía de ser “armónico y a tono con los tiempos y las necesidades y
posibilidades de la Sede”, el fallecimiento de don Guido llevó a la
disolución del taller y a la entrada de nuevos maestros.
Desaparecido este en 1152, el proceso edilicio
dio un cambio e, incluso, pudo sufrir paralizaciones durante el convulso
mandato de don Juan, antiguo abad benedictino y obispo de Lugo entre 1153 y
1181. Bajo su episcopado se asumen nuevos aires estéticos y se continúa la
construcción en altura de la catedral, comenzándose la tribuna. La fábrica
debía seguir en marcha en torno a 1161 por lo recogido en Argos Divina, en
donde se transcribe un perdido breve dirigido por Urbano III (1185-1187) al
entonces obispo de Lugo, Rodrigo II (1182-1218). En él el Papa recuerda al
obispo, que por aquel entonces estaba enfrentado a los burgueses lucenses, la
muerte del merino en la catedral en 1161 y las piedras que entre uno y otro
bando se habían lanzado, incidiendo una en la fábrica non finita.
4Posiblemente, llegados hasta este cuarto tramo
se continuaría la construcción por el piso superior, que debió de estar en
manos de un nuevo y desconocido maestro a tenor de la decoración de los
capiteles existentes en el cuarto y quinto tramo de la nave norte: ambos
vegetales, rematados en bolas, que difieren de todo lo visto en esta etapa.
Este maestro, continuando lo ya realizado, alza los seis siguientes tramos de
los muros extremos de la tribuna siguiendo el sistema constructivo medieval.
Los realizados ahora difieren del primero localizado al norte, erguido cuando
se alza el muro externo de las naves, posiblemente para dar consistencia
estructural a la altura del transepto. Los nuevos arcos, que cierran los
contrafuertes y organizan la articulación del muro, se presentan con mayor luz,
mayor profundidad y mayor altura. Unas características que inciden en la nueva
personalidad del maestro y en cierto replanteamiento técnico y estético del
proyecto inicial.
El lienzo mural exterior se organiza, como se
indicó, con arcos que se estructuran mediante una enorme arquivolta articulada
por tres arquerías de medio punto animadas por simples molduras geométricas
compuestas de boceles y medias cañas. El interior, que acoge el vano saetero,
descansa en columnas estilizadas de basas y fustes lisos y capiteles
eminentemente vegetales, reproduciendo las fórmulas vistas en los capiteles de
las columnas entregas del cuarto tramo de la nave norte. Se trata de un modelo
repetitivo, numeroso y con múltiples planteamientos: capitel corintio con dos y
tres órdenes de hojas que terminan en pequeñas bolas. Al interior, el muro se
estructura siguiendo la organización marcada por la sucesión de contrafuertes y
por los consecuentes arcos fajones y columnas entregas con fustes lisos y basas
áticas, alguna de ellas con bola o lengua. En cada uno de los tramos, excepto
el primero que se ciega totalmente en el costado sur y solo interiormente en el
norte, se abren los vanos vistos al exterior, que en el interior presentan un
aspecto simple: arco de medio punto con moldura baquetonada que descansa sobre
columnas acodilladas de fustes lisos y simples capiteles vegetales. En
definitiva, siguiendo lo visto al exterior, aunque experimentan leves
modificaciones. Estas se manifiestan en el sexto y séptimo tramo norte, en
donde el arco interior se remata ahora con un baquetón que alcanza más volumen,
aprisionando el primero unas finas lenguas, mientras el segundo lleva la media
caña decorada con bolas. Las modificaciones afectan también a las basas. Las
del séptimo tramo, decoradas con sogueado y tacos con aspa, reproduciendo lo
visto en la puerta norte o en las basas de la nave sur, parecen reutilizadas;
mientras en el lado sur, aunque más conservador que el contrario y con una
mayor presencia gótica en los capiteles, decora solo las del quinto tramo con
garras y el plinto con una estrecha banda de cuadrifolios.
Los arcos que estructuran la galería son todos
de medio punto, incidiendo en la duración de esta fase constructiva: siete
tramos en ambos lados, aunque de forma esporádica algunos experimentan un leve
apuntamiento. Se cubre la totalidad de los tramos con bóveda de arista,
manifestando su naturaleza posterior. La confusión llega al intentar analizar
los capiteles, estudiados formalmente por Vilaboa Vázquez, ya que a esta altura
se funde sin idiosincrasia alguna el desbastado cúbico-cónico, es decir, el
mismo que encontramos en los capiteles románicos de las columnas entregas de
los seis primeros tramos de las naves, pero con talla gótica. Es así que nos
encontramos con capiteles cúbico-cónicos plenamente románicos en los muros
perimetrales, excepto los dos primeros del muro sur, y góticos en los internos
de ambas galerías, exceptuando los de sus tres primeros tramos y situando el
cuarto en una etapa de intercesión.
Por su parte, los arcos que se abren sobre los
formeros reproducen las formas de estos: en el norte, excepto en el primero
afectado por la remodelación de la cabecera y del transepto en tiempos del
obispo fray Pedro López de Aguiar (1350-1390), los cinco siguientes tramos a
partir de este son de medio punto, para apuntarse los últimos; en el sur,
excepto el primero por idénticos motivos, continúan de medio punto hasta el
cuarto tramo, siendo el quinto de transición y apuntados a partir del sexto.
Estos arcos se apean en columnas pareadas de basas áticas con garra vegetal,
fustes lisos y capiteles geminados con motivos preferentemente vegetales con
diferentes desbastados, existiendo el predominio de la forma cúbico-cónica,
seguido de la cónica, e incluso, excepcionalmente, la piramidal. Estas dos
últimas plenamente góticas como su labra, puesta en relación con el Taller
Lucense I, lo cual incide en un remate plenamente gótico.
Desconocemos si los sucesos de 1161 paralizaron
las obras de la fábrica lucense que, de ser así, se podrían haber retomado
entre 1172 y 1178, año en el que Fernando II (1157-1188) confirmó las
posesiones de la Iglesia de Lugo y amplió su coto. Jurisdicción que volvió a
aumentar en 1180, un año antes del fallecimiento del obispo, gracias a la
sustanciosa donación de doña Teresa, segunda esposa del monarca, que cedió a
Santa María de Lugo las cinco iglesias que conformaban el rico e importante
coto de Pallares (Guntín, Lugo). Estos datos han llevado a los investigadores a
sugerir que sería este el momento en el que un nuevo y exquisito taller de
escuela hispano-borgoñona, del que solo conocemos su trabajo por las piezas
reaprovechadas en la fachada norte, haría su irrupción en la fábrica lucense.
Aunque su estilo y cronología bien pudieran estar también sujetas al gobierno
del obispo Rodrigo Fernández (1182-1218).
Los últimos tramos de las naves. Las
dudas sobre la longitud de la fábrica románica
El obispo don Juan fue sucedido por Rodrigo
Menéndez, o Rodrigo I, cuyo corto mandato duró escasamente un año (de 1181 a
1182). Su sucesor en la sede lucense, su tocayo Rodrigo Fernández, Rodrigo II,
gozó del aprecio de Fernando II y de su hijo y futuro monarca Alfonso IX
(1188-1230); acaso por ser alumne noster, como se indica en la documentación.
El pleno dominio del obispo sobre la ciudad de Lugo fue confirmado por el
citado Fernando II tras la concordia firmada en abril de 1184, mediante la cual
los burgueses lucenses reconocían el señorío de la Iglesia y del obispo. Un
dominio que ratificó Alfonso IX tras la muerte de su padre, en 1188. Con la
firma de la citada concordia llegaba la paz a Lugo y, presumiblemente, también
a la fábrica catedralicia.
Alzados los muros laterales exteriores hasta el
séptimo tramo en las pandas norte y sur, interiormente todo cambia a partir del
quinto tramo: el tipo de ventana, la luz, el despiece de los arcos y la
decoración de los capiteles. Dicho cambio, que respondía a la nueva cosmovisión
estética del último cuarto del siglo XII, motivó que en el interior de la nave
norte se repicaran y modificaran unos tramos ya rematados, para así llevar a
cabo una regularización formal que permitiera comenzar la nueva fase constructiva
en ambas naves por idéntico tramo. Se retallaron las antiguas líneas de
imposta, se elevaron las ventanas, ahora de mayor luz y gran derrame interior,
se apuntaron los arcos fajones y formeros y se cubrieron –supuestamente– los
tramos con bóveda de arista. Esta actuación tiene lugar del quinto al séptimo
tramo.
El octavo y el noveno presentan nuevos pilares
y diferentes responsiones puestas en relación con el trabajo del citado Taller
Lucense I. Ahora nos encontramos con una nueva tipología de vanos que se abren
en el interior de una doble arcuación baquetonada, descansando la mayor en la
imposta en caveto que precede a la jamba y la menor en el par de capiteles con
columnas acodadas de fustes lisos y basas áticas que animan cada uno de ellos.
La temática decorativa de los capiteles sigue la línea vista hasta ahora,
primando la decoración vegetal. Esta tendencia pone en valor los capiteles del
quinto y sexto tramo al ser figurados y estar relacionados, según los
estudiosos, con los talleres mateanos y la difusión de dichas fórmulas por
tierras lucenses en torno al año 1200.
Exteriormente, como se indicó, las nuevas
capillas adosadas a la nave norte y sus respectivas sacristías conservaron en
su interior la fábrica medieval, pudiendo observar, entre otros, el vano
existente en el sexto tramo conservado en el interior de la sacristía de la
actual Capilla de San Froilán. Sus características varían por completo de los
vistos en el proyecto original, su altura aumenta y sus dimensiones también,
siendo lo más destacable su alargamiento. Repite el modelo visto en esta fase
constructiva al interior y su estructuración recuerda a la utilizada en las
naves de San Vicente de Ávila.
El octavo tramo es visiblemente diferente. En
el interior se aprecia su mayor longitud y en el exterior su tipología de doble
luz, que obligó a variar las dimensiones del tramo y la trayectoria del
arco-contrafuerte, que fue rebajado para que no rebasase la línea del alero.
Así, mientras que en los restantes tramos se abre un vano, en este último se
abren dos, existiendo diferencias tipológicas con respecto a los restantes:
arcos doblados rematados en un grueso baquetón de medio punto que descansa
sobre columnas estilizadas, con capiteles vegetales simples de gran calidad
técnica, sin arquería alguna. Dicha realización y amplitud inciden en la
cercanía de la fachada occidental y, en él, Peinado Gómez sitúa el último tramo
de las naves. Así parecen corroborarlo el plano levantado por Pons Sorolla en
1978, el encuentro visible entre la vieja fábrica exterior con la nueva en la
Capilla de San Froilán y la propia toponimia de la Rúa Catedral, que antes de
la ampliación neoclásica conduciría directamente al adro de la misma.
Dichos datos están en conflicto con lo
representado por Manuel Piñeiro y Cancio y con los que ven en el noveno tramo
fórmulas góticas. Este, más estrecho, acoge los accesos hacia las naves desde
la citada capilla de San Froilán al norte y desde el Museo Diocesano de Lugo al
sur, cuyas instalaciones están localizadas, entre otros espacios, en la Sala
Capitular. Finalmente, el décimo tramo es plena y manifiestamente neoclásico y
sobre él se levanta la actual fachada.
La escultura protogótica. ¿dos campañas,
dos talleres?
La existencia de un taller de raíces hispano-borgoñonas
trabajando en la catedral de Lugo en el último tercio del siglo XII, e incluso
a principios del siglo XIII, lo constatan el estupendo sepulcro de Santa Froila
y el excepcional conjunto escultórico conservado en la puerta septentrional del
transepto.
Atribuido a este taller y localizado en el muro
sur de la capilla de San Froilán desde 1795, el sarcófago marmóreo que hoy
conocemos como de Santa Froila se menciona por primera vez en la segunda mitad
del siglo XVI, momento en el que el Athanasio Lobera nos lo presenta alzado del
suelo y embutido hasta la mitad en una de las paredes del coro, del lado del
Evangelio; lugar donde también había aparecido y donde se localiza en la
actualidad el del obispo Pedro I (1027-1058). La atribución del sarcófago a la
supuesta madre del santo lucense comienza coetáneamente, en el Renacimiento, y,
como indica Castiñeiras Gonzalez, la escena reproducida en su cubierta
desempeñó un importante papel, tanto en el cambio de género de su ocupante como
en la invención de una madre también santa para el que había sido obispo de León
y monje de Moreruela, el lucense San Froilán.
Tipológicamente la pieza responde a
presupuestos altomedievales de herencia grecorromana: sarcófago de mármol de
amplia caja baja y tapa a dos aguas, con dos perdidos cuernos voluminosos en
las esquinas de la cabecera. Corona ambas vertientes un grueso baquetón
sogueado y decora la frontal una elevatio animae. La escena nos
presenta, ocupando gran parte del soporte, una figura tendida de cúbito supino
extremadamente alargada y asexuada, aunque con largos cabellos, que es
flanqueada y elevada a los cielos por dos ángeles mientras la Dextera Domini la
bendice.
Externo a esta escena y realizado en parte como
bulto redondo, nos encontramos un monje lector ataviado con cogulla que,
sentado en una cátedra, posa sobre sus rodillas un libro abierto sujeto con
ambas manos. Excepto el monje lector, la escena posee ciertas connotaciones con
el relato biográfico del santo lucense ampliado en el Breviario Gótico de León
reproduciendo en imágenes el final glorioso: la elevación del alma del santo a
los cielos y el texto Resoluta sancta illa anima a corporis teca, pariter
cum choris angelicis celos penetravit.
El peculiar alargamiento del alma del difunto,
extremadamente cadavérica igual que espiritualizada, fue puesto en relación con
la portada occidental de Saint Lazare de Autun (Borgoña, Francia) y con las
fórmulas empleadas por el taller hispano-borgoñón que estaría trabajando en
Lugo bajo el episcopado de Juan I. Estudios que inciden en relacionar la
constricción de los extremos con la dificultad en la talla del material
reutilizado y su factura inacabada con el hecho de que a Lugo no llegaran parte
de las ansiadas reliquias del santo que, en el año 1173, el papa Alejandro III
ordenara trasladar desde el monasterio de Moreruela a la catedral leonesa.
Finalmente, el monje lector se presenta de nuevo en plena consonancia con el
episcopado del antiguo abad samonense y con la escultura funeraria de la
segunda mitad del siglo XII, en la que constituye un recurso habitual
autenticando ante el devoto, o peregrino, la veracidad de lo representado.
Relacionado con los múltiples discípulos que según el texto leonés “deseaban
verlo continuamente, porque todos lo amaban y querían”, el monje incluso
podría narrar la escena representada, como indica Rico Camps, transmitiendo en
voz alta la Vida de San Froilán escrita en el libro que sujetan sus manos,
acaso el Breviario Gótico, un volumen con el que contaría la catedral lucense.
Descrita con anterioridad, al ser obra original
de la primera campaña constructiva, la Porta Norte fue modificada en un momento
indeterminado que, siguiendo la interpretación de Abel Vilela, se situaría en
el siglo XIII, cronología en la que inciden los hierros artísticos que animan
la puerta puestos en relación con los existentes en la iglesia de Sant Ulrich
de Regensburg (Ratisbona, Alemania), realizados en torno a 1250. Pero esta
portada sufriría nuevas modificaciones bajo los episcopados de fray Pedro López
de Aguilar, en el que actúa el Taller Lucense I y el II (1360-1390), y Pedro de
Ribera (1500-1530), momento en el que su fisonomía original cambiará por
completo con el pórtico tardo-gótico actual.
Situada a la altura del transepto,
presenta hechura románica con elementos atribuídos a la primitiva basílica de
Santa María, y con la magnífica mandorla mística.
En la actualidad, desprovista de revoque y
policromía alguna, engaño visual con el que contó hasta el siglo XX, permite
visualizar los trabajos de repicado y también las piezas añadidas para
conseguir el dintel bilobulado creado específicamente para situar dos de las
piezas más emblemáticas de la fábrica lucense: el pinjante con la Última Cena
y, sobre él, la Maiestas Domini que preside el acceso.
Siguiendo la lectura ascendente, el pinjante
reproduce la estructura de un capitel con cimacio y cesta decorada por sus
cuatro caras, pero sin columna de soporte, rematado con un cogollo vegetal de
exquisita labra y valor plástico. La pieza está anclada al tímpano por su cara
posterior, donde se retalla el cimacio para la mejor colocación de las dos
grapas de hierro que lo fijan a la estructura; mientras, en los restantes
lados, se extiende una inscripción en exámetros latinos:
DISCIPULUS DOMINI PLACIDE DANS MEMBRA
QUIETI / DUM CUBAT IN CENA CELESTIA VIDIT AMENA
Es decir: “El discípulo del Señor, mientras
entrega placidamente sus miembros al descanso contempló las bellezas del cielo”.
La historia se expande por toda la cesta, en donde nos encontramos con trece
comensales agrupados tras una gran mesa cubierta con mantel, sobre la que se
encuentran algunos platos y una especie de botella, redoma o jarra alta. Recae
el punto focal de la escena en la esquina izquierda de la cara frontal, en la
que encontramos a Juan –el “discípulo predilecto”– reposando su cabeza
sobre el pecho de Jesús mientras, los restantes apóstoles, se suceden
concatenados unos delante de otros. Se identifica a San Pedro, al portar su
habitual atributo, y puede que también a Judas en la cara oculta: representado
en un tercer plano, tras otros apóstoles, y labrado con menos volumen, parece
estar huyendo de la escena. Juan, además de no portar nimbo y no presentar
barba, se individualiza de los restantes por su vestimenta, de manga corta y
decorado cuello redondo. El autor se muestra minucioso en el cincelado de
cabellos y barbas, domina la profundidad de campo a la hora de situar con
verosimilitud la figuración de la escena en el marco físico de la cesta,
individualiza a los personajes por su gesticulación, la mayoría dirigiendo una
mano hacia sí mismos, tal y como se relata en el pasaje del Evangelio de San
Juan (13, 22-25) donde, en primera persona, nos narra lo sucedido. Texto e
imagen inciden en señalar, por encima de la traición –tema eminentemente
representado en la iconografía de la Santa Cena–, la experiencia mística y
visionaria de Juan, que al apoyar su cabeza en el pecho de Jesús accede a la
revelación de la Gloria Celeste. De ahí que este sea el punto focal de la
escena representada en la cesta del pinjante y se presente en una lectura
conjunta con la Maiestas Domini superior, la visión mística de Juan, como
señaló González Murado.
La verdad revelada se presenta encastrada en el
tímpano, recortada y adosada a una basta almendra mística de granito. Cristo en
Majestad realizado en piedra caliza, coronado y con nimbo crucífero, ase con la
mano izquierda la parte superior del Libro de los Siete Sellos, aún por abrir,
mientras la contraria, no conservada en la actualidad, se habría presentado
bendiciendo como lo hacen aquellas Maiestas Domini con las que se le comparan.
El artífice del conjunto lucense ha sido relacionado por Rico Camps con uno de
los tres maestros más sobresalientes de una de las más exquisitas corrientes
artísticas protogóticas coetáneas a la mateana, conocedor no solo de lo
realizado en Santiago de Carrión de los Condes (Palencia), de donde toma la
calidez de los paños, también de lo realizado en Santa María la Real de Aguilar
de Campoo (Palencia), en donde debió de formarse. Dicho lugar de formación le
habría permitido conocer la técnica del trépano con la que realiza uno de los
cimacios, decorado con roleos vegetales calados de gran movimiento, que remite
tipológicamente al estilo “andresino” y a las fórmulas empleadas en el
capitel doble de la ermita palentina de Santa Cecilia de Vallespinoso, de
Aguilar de Campoo, templo en donde podemos encontrar también notables cogollos
vegetales de exquisita labra y valor plástico similares al del pinjante
lucense.
Pero este maestro y su taller no trabajaban
solos en la catedral, existía otro taller trabajando en los capiteles de los
tramos reformados de las naves, puesto en relación con los talleres mateanos y
las fórmulas utilizadas por estos. Su trabajo lo podemos encontrar en el
capitel occidental del quinto tramo norte, en donde se representa la lucha
entre dos animales: un león de poblada melena y patas en el astrágalo que
parece estar combatiendo con un dragón, que enreda su larga cola en el cuerpo
de su adversario uniéndolo al suyo. En el contrario, el oriental, se presenta
un complejo entrelazo en el que otros investigadores vieron a dos hombres
luchar con extraños animales, incidiendo en localizar un tema similar bajo la
figura del profeta Isaías en el Pórtico de la Gloria. Esta temática se retoma
en el capitel oriental del sexto tramo de la misma nave, en cuyo vértice se
presenta un ser monstruoso de cabeza única y largo y estrecho cuerpo bífido que
se enrosca entre las piernas de dos soldados. Todas las figuras perdieron la
agresividad y la fiereza propias de las escenas y de los protagonistas
representados, y tenemos que ponerlos en relación con un maestro o taller poco
hábil que, no obstante, conoce las fórmulas de los talleres mateanos. No solo
por incidir en la temática utilizada en el pórtico occidental, también por los
tacos espaciados con estrías verticales con los que decora la tableta.
El incierto remate de la catedral de
Lugo
Desde los tiempos de Murguía y Street –el siglo
XIX– se incide en resaltar que la construcción de las naves de la catedral
lucense se prolongó más allá de la primera campaña constructiva, siendo posible
diferenciar otras en su edificación, así como distinguir entre etapas y
maestros. Sus lecturas, que intentan dar claridad a la historia constructiva de
la catedral, son dispares y contradictorias, reflejando la realidad de la
fábrica románica y la dificultad interpretativa de esta. En dichas dificultades
influyen considerablemente tres factores: el primero, el sistema constructivo
adoptado, que obligará a tener un registro cronológico independiente entre los
muros externos –más antiguos– e internos –de cronología posterior–, por lo que
la nave central y parte de la tribuna son de tiempos góticos (1360-1390); el
segundo, lo heterogéneo de los últimos tramos internos de las naves
colaterales, que denuncian diferentes campañas posteriores datadas a partir del
último tercio del siglo XII; y el tercero, la perdida fachada románica, llegada
hasta nuestros días por el dibujo realizado por Manuel Piñeiro y Cancio y
relacionada con la de la catedral de Pamplona y, con ella, al proyecto original
comenzado en el primer tercio del mismo siglo.
Conservado en el Archivo Catedralicio, uno de
los volúmenes conocidos como las Memorias de Piñeiro nos acerca un “estado
actual” de la fachada antes de acometer la tan necesaria reforma tras la ruina
manifiesta de la fábrica y los daños ocasionados por el Terremoto de Lisboa
(1755 y 1760). Piñeiro y Cancio nos traslada una fachada dividida en tres
calles mediante dos pequeñas torrecillas cilíndricas localizadas a la altura de
las naves laterales y cuyo volumen, si bien se manifestaba hacia el exterior,
en el interior no lo hacía y se embebía en el espesor del muro, adaptándose a
él. Sus reducidas dimensiones llevaban a la apertura de estrechas saeteras que,
al mismo tiempo, reforzaban el carácter defensivo de la construcción. En parte
reutilizadas en las actuales, las torres acotaban una ancha calle central
coincidente con la nave mayor, organizada a su vez en tres registros
verticales. En el inferior se abrían dos puertas y machón central centrado en
el eje del edificio. Aunque las representaciones muestran diferencias y,
mientras el alzado presenta una simple arquivolta sin abocinar, la planta
sugiere una amplia arquivolta formada por arcos concéntricos de medio punto,
apoyados presumiblemente, como indica Yzquierdo Perrín, sobre columnas
acodilladas. El esgrafiado de líneas paralelas que presenta el plano incide en
que dicho acceso occidental estaba elevado respecto a la cota de la plaza, por
lo que pudo haber contado con escalones. Este primer registro se finalizaría
con el característico friso decorado sobre las puertas, como sugieren las
líneas que separan el cuerpo bajo del superior. En el cuerpo intermedio se
abrían dos ventanas que, rematadas con arcos de medio punto, se centraban en el
muro, coincidiendo con los accesos inferiores. En el último registro, bajo el
vértice del hastial, se disponía un gran óculo cuyo diámetro era casi
equivalente a la luz de las ventanas del cuerpo inferior. En los flancos
externos de la fachada, correspondientes a las naves colaterales, el canónigo
lucense localiza dos ventanas en arco de medio punto apeado en columnas que,
situadas a gran altura, permitirían la iluminación de las naves y las galerías
de la tribuna.
La estructura trasladada por Piñeiro y Cancio
en planta es similar a la recogida por Ventura Rodríguez en la catedral de
Pamplona en el siglo XVIII, momento en el que la fachada románica fue
sustituida, como la lucense, por la neoclásica. Y ambos autores constatan en
sus dibujos la deuda o relación directa de ambas fachadas con las del transepto
de la catedral de Santiago, en vogue hasta la década de los 50.
Las incertezas y datos enfrentados complican el
conocimiento real de la antigua fábrica románica lucense y, por los mismos
motivos, el debate sobre el avance constructivo del proyecto comenzado por
Pedro III sigue vivo y abierto.
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