Santo Estevo de Ribas de Sil
Parroquia perteneciente al municipio de
Nogueira de Ramuín, ubicada junto al río del que toma el nombre, muy próxima,
por otro lado, a la desembocadura de este en el Miño. Dista alrededor de 2 km
de la cabecera municipal, Luintra, pudiendo accederse a ella desde la capital
provincial bien por la Carretera Nacional 120 que, en dirección a Monforte de
Lemos, corre paralela al río Miño, hasta 4 km antes de Os Peares, debiendo
tomarse aquí una desviación, la carretera local OU-14, que nos lleva, tras
recorrer 6 km, hasta la citada Luintra, bien por la carretera autonómica OU-536
hasta poco antes de Esgos. Aquí habrán de cogerse las carreteras locales OU-481
y OU-14 hasta llegar, tras 14 km de recorrido, también hasta Luintra, desde
donde otra carretera, la CV 323, nos conduce ya hasta el monasterio.
Monasterio de Santo Estevo
Se halla emplazado en un lugar privilegiado,
próximo al río Sil, nucleando la que, por un error de transcripción documental
debido al historiador benedictino Fray Antonio de Yepes, ha dado en llamarse
Rivoira Sacrata (Ribeira Sacra). Sus orígenes, muy confusos, se han remontado
en ocasiones a tiempos anteriores a la invasión musulmana (se ha relacionado
con San Martín Dumiense, en el siglo VI). Desde el punto de vista documental,
en todo caso, no consta su existencia hasta que, el 12 de octubre de 921, el abad
Franquila procedió a su restauración. Desconocemos en qué momento la comunidad
aquí asentada adoptó la Regla benedictina como norma de vida colectiva. Con
ella conocerá un gran esplendor entre los siglos xii y xiii. A finales de este
último, sin embargo, comenzará su declive, acentuado durante la Baja Edad
Media. Lo superará con la incorporación, en puridad en 1506, a la Congregación
de San Benito de Valladolid, a la que pertenecerá y con la que recuperará su
pasado protagonismo, observante y monumental, hasta su desaparición como
recinto monástico a raíz de las leyes desamortizadoras de 1835. Fue declarado
Monumento Nacional en 1923. En la actualidad y desde el año 2004, gran parte de
las dependencias que integran el espectacular complejo, tras haber sido
convenientemente restauradas y una vez también que se descartaron otros
cometidos, están destinadas a usos hoteleros (Parador Nacional de Turismo).
La iglesia
Posee planta basilical, con tres naves de, en
apariencia, cuatro tramos cada una. Los más inmediatos a la cabecera, sin
embargo, son más largos que los tres restantes, lo que hace que esa parcela
oriental del templo, reforzada en su significación también por la mayor
complejidad de los pilares que lo cierran por el oeste (tienen un núcleo de
planta cruciforme, no cuadrada), sea en realidad, independientemente de que no
se acuse como tal al no proyectarse el espacio por sus frentes norte y sur más
allá de los muros laterales del edificio, un crucero, consideración que no
desmiente el tratamiento diferenciado que en alzado recibe el tramo. En él, en
el costado norte, pese a las reformas que sufrió, se aprecian todavía,
embutidos en el muro, restos de una puerta con arco de medio punto de sección
prismática y sin ornato alguno. En el sur, oculto hoy por un retablo, se halla
una puerta de la que se observa como remate, en parte, una estructura de forma
pentagonal compuesta por varias piezas.
Remata el templo por su costado este con una
cabecera compuesta por tres ábsides semicirculares –el central, muy marcado,
exhibe su hemiciclo perforado por cinco nichos semicirculares–, todos, el mayor
y los laterales, precedidos por un tramo recto presbiterial.
En su interior, las naves, con la central más
ancha, el doble, que las laterales, están separadas por pilares compuestos, con
sólido núcleo prismático y columnas embutidas en cada una de las caras. La zona
inferior de los dos últimos en cada costado y, sobre todo, la de los más
occidentales, los finales, está retallada u oculta por el refuerzo que hubo que
construir al instalarse en esa parcela el coro alto, que ocupa hoy un tramo en
la nave central y dos en las laterales.
El primer pilar de los dos lados, esto es, el
más oriental, el que delimita por el oeste el que en realidad ha de ser
considerado como crucero, según ya anticipé, muestra, potenciando, pues, su
significación estructural, un modelo diferente, con un núcleo cruciforme,
columnas entregas en los cuatro frentes y, en los codillos, otras más finas,
pero de idéntica configuración/composición (basas áticas, fustes despezados en
tambores lisos, de altura idéntica a la de las hiladas del núcleo en el que se
embeben, y capiteles vegetales). Estos dos pilares, además, se alzan sobre un
alto y macizo zócalo cilíndrico, de arista superior viva.
Los arcos, formeros y fajones, que delimitan
los diversos tramos del cuerpo longitudinal del templo son todos iguales:
apuntados y doblados, los dos de sección prismática lisa, excepción hecha de la
dobladura de los torales que sirven de acceso a los brazos del supuesto
crucero, que perfilan su arista en fino baquetón sin ornato. Se apoyan, el
mayor en el núcleo del pilar o en el muro frontero de cierre, el menor sobre
columnas entregas, bien en los muros extremos, bien en los pilares. Las
características de estas columnas son como las ya comentadas a propósito de las
que se insertan en los codillos del primer pilar de cada lado, las usuales en
su tiempo. Poseen basas áticas, con ancho toro inferior, asentadas en plintos
decorados en algunos casos (los más cercanos a la cabecera); fustes lisos,
compuestos por tambores, y capiteles, en su gran mayoría con ornato vegetal.
Por su interés, debe reseñarse que en los muros laterales, al lado de los
capiteles se insertan ménsulas-capitel que sirven de apoyo a los nervios de las
cubiertas.
Bóvedas de crucería, en efecto, cubren la
totalidad de los tramos del cuerpo longitudinal del templo. No son iguales
todas. Existen diferencias entre las diferentes parcelas. Las naves laterales,
excepción hecha del primer tramo, exhiben bóvedas de crucería cuatripartita
simple. Los mismos tramos de la central y los dos no citados de las extremas,
es decir, los dos inmediatos a los ábsides, muestran bóvedas más complicadas,
con terceletes. Esa complejidad se hace mayor, más efectista y vistosa, en el
tramo situado justamente delante de la capilla mayor (el que es, en realidad,
el tramo central del transepto), coronado por una preciosa bóveda de crucería
estrellada. Todas las bóvedas, sea cual fuere su configuración, simple o
compleja, se elevan a la misma altura y en todas también los nervios exhiben el
mismo perfil, siendo idénticos asimismo en todos los casos las claves.
La nave mayor no posee luz directa por sus
costados. Sí la tienen –o la tenían, pues intervenciones diversas durante la
Edad Moderna provocaron la desaparición o el cegamiento, en parte, de algún
vano en el lado norte– los tramos de las laterales, dotados, en cada parcela,
de rasgados ventanales coronados por un arco doblado apuntado, de sección
prismática los dos, lisos, volteados sobre las jambas sin solución de
continuidad, componiendo la tracería, muy simple, dos estrechos vanos también
agudos con un pequeño óculo en el tímpano, uno y otros, como la totalidad del
vano, de una extraordinaria simplicidad, sin complemento figurativo alguno. La
cabecera es, sin discusión, la zona más cuidada y vistosa del templo. Está
compuesta por tres capillas semicirculares precedidas todas de tramo recto, muy
acusado este en la central.
Se accede a ella, desde el crucero, por medio
de un arco triunfal apuntado y doblado. El menor, de sección prismática y
aristas vivas, voltea sobre columnas entregas, de basas áticas y plintos
decorados con motivos geométricos y vegetales, montados sobre poderosos
basamentos cilíndricos de arista superior matada por una destacada moldura
convexa sin ornato; fustes lisos, despezados en tambores, y capiteles de tipo
vegetal. El arco superior, también de perfil rectangular, talla su arista en
plástico baquetón liso, apeándose en el núcleo del machón correspondiente.
El tramo recto de la capilla que comento, la
central, se cubre con bóveda de crucería cuatripartita, con un vistoso florón
en la clave. Los nervios, de sección prismática, perfilan sus aristas con
baquetones lisos, disponiéndose entre ellos una media caña, asimismo sin ornato
alguno. Se apoyan estos nervios, al este, en cortas columnas apeadas sobre la
imposta que, prolongando la del soporte del arco de acceso al hemiciclo
absidal, recorre todo el presbiterio. Bajo esa imposta, en el codillo, se
emplaza una nueva columna, aunque sin capitel. En el costado oeste del tramo
los nervios voltean sobre capiteles-ménsula. Un nicho cerrado por un arco de
medio punto, de sección prismática y sin ornato alguno, anima, en cada lado, su
cuerpo alto.
El ingreso en el hemiciclo absidal se efectúa
mediante un arco triunfal semicircular, de perfil rectangular, con la arista
tallada en baquetón liso, ciñendo el conjunto una chambrana que muestra también
una moldura convexa sin decoración. Ocupa la clave de este arco, montado sobre
pilastras que ostentan la misma molduración, un ángel que sostiene en sus manos
un disco solar.
El tramo curvo del ábside es más bajo que el
recto. Esta diferencia de altura entre las dos parcelas permite abrir un
rosetón en el muro diafragma levantado para salvarla. Gruesas bolas, un motivo
bien documentado en la iglesia, decoran la moldura cóncava que perfila el vano.
El semicírculo absidal se cubre con una vistosa
bóveda compuesta por seis nervios de perfil idéntico al del que ostentan los
ubicados en el presbiterio. Delimitan cinco plementos cóncavos, convergiendo en
una clave común, independiente de la del arco de ingreso, decorada con una
figura masculina desnuda, de gran tamaño, saliendo de entre carnosos elementos
fitomórficos.
Los seis nervios citados voltean sobre columnas
embutidas cuyos rasgos básicos son idénticos a los de las ya descritas. Entre
estas columnas, en la parte situada justamente debajo de la imposta que marca
el inicio de los gallones de la bóveda, se practican cinco nichos
semicirculares, cerrados por arco de medio punto perfilado por baquetón liso.
En el fondo de cada uno de los nichos se abre una ventana. Las tres centrales
están ocultas por el retablo, impidiendo así ver si todavía persiste hoy ahí la
decoración pictórica, con toda probabilidad coetánea de la fábrica de origen,
que, como pudo documentar M. Castiñeiras, se conservaba relativamente bien hace
unos años, hoy ya no, en la parte inferior de los semicírculos extremos y que
ofrecía, sobre un enlucido de base y con líneas rojas, la imitación de un muro
de sillería ficticio que recubría el real. Las ventanas son todas de tipo
completo y doble derrame, con arco de medio punto sobre columnas acodilladas
que nada ofrecen de novedoso.
El ingreso en las capillas laterales se hace
por medio de un arco triunfal apuntado, de sección prismática y aristas vivas.
Se apoya en columnas entregas montadas, aproximadamente a mitad de la altura
total del ábside, sobre otro soporte de composición análoga, es decir, con
basa, fuste y capitel, a cuyo lado, hacia el muro del transepto, se emplaza una
ménsula. Las características de estos últimos elementos, sin embargo, son muy
distintas de las que exhiben los soportes superiores, señal evidente de que no
son coetáneas, de que fueron realizadas en momentos también dispares. Se
aprecia esa diversidad también en el tratamiento que reciben las parcelas
frontales del codillo sobre el que voltea el arco –apuntado y simple– de acceso
al hemiciclo absidal, marcando la separación de campañas la imposta, compuesta
por una superposición de molduras cóncavas y convexas lisas, que prosigue la
que en el tramo recto prolonga el cimacio de los capiteles delanteros
inferiores iniciales. El vano que sobre ella se halla no pertenece a la fábrica
inicial. Sí procede de ella el inferior, reformulado en el lado sur,
íntegramente conservado, en cambio, en el norte (posee arco de medio punto
aristado y sin ornato, imagen que ofrece también el vano propiamente dicho, con
acusado derrame interno). En el costado opuesto del tramo, contiguo, pues, al
ábside central, se practica, como en él, un nicho coronado por un arco
semicircular de sección prismática, desnudo, montado directamente sobre las
jambas, que rompe la uniformidad del paramento mural.
Se cubren estas dos capillas que comentamos,
las extremas de la cabecera, con bóvedas nervadas, compuestas ambas por seis
nervios que delimitan, como en el ábside central, cinco plementos cóncavos, si
bien, a diferencia de aquel, la bóveda cubre ahora uniformemente las dos
parcelas de que consta, es decir, el presbiterio y el hemiciclo, este algo más
estrecho. Convergen los nervios, igualmente, en clave aislada de la del arco
triunfal. Tanto la primera, con disco saliente, como el perfil de los nervios del
segundo –triangular, con una moldura tórica, enmarcada por dos cóncavas,
también lisas–, son exactamente iguales a los que presentan las bóvedas que
cubren la totalidad de los tramos de las naves y del crucero. Como soporte,
ostentan los seis nervios de los ábsides menores sencillas ménsulas.
Un último dato ha de ser reseñado en esta
descripción del interior del templo abacial de Santo Estevo de Ribas de Sil: el
epígrafe ubicado en la parte inferior del fuste destinado a soportar, en el
costado oriental, el arco que separa el tramo central del “seudocrucero”
con el meridional. Muestra una fecha: era MCCXXI, es decir, año 1183
(con mucha frecuencia se lee MCCXXII, esto es, año 1184, por considerar,
equivocadamente, como integrante del epígrafe, un trazo vertical que es, en
realidad, la línea lateral que lo enmarca). Regía los destinos de la comunidad
por entonces Ramiro Yáñez, documentado como abad entre 1165 y 1196.
Por lo que respecta al exterior del templo,
también en él la cabecera, como acontecía en el interior, es la zona
estructural y decorativamente más vistosa e impactante. Suele destacarse en
ella ante todo, por su singularidad, el hecho de que los ábsides laterales, en
oposición a lo que es habitual, sean más altos que el central. Esta
organización, un unicum en Galicia, no es, sin embargo, original, no
procede de la campaña inicial de trabajos del templo. Es producto de una
intervención posterior, realizada, como comentaré más abajo, en el arranque del
último tercio del siglo XVI, época en la que, tras un incendio, acaecido ca.
1562-1563, se realizan importantes trabajos tanto en las dependencias
monásticas como en la iglesia, entre ellos las bóvedas que exhiben las naves y
el recrecimiento en altura de los dos ábsides menores, dotados por entonces,
como ya señalé, de una nueva cubrición. Este incremento de altura se aprecia a
la perfección observando los desajustes que se evidencian en las parcelas
superiores de los paramentos murales, cornisas incluidas, o de los
contrafuertes.
Los tres ábsides, levantados sobre retallos
escalonados, dividen sus hemiciclos en paños mediante columnas entregas: dos en
los laterales (el norte y también la zona a él inmediata del central están
ocultos al exterior por la sacristía, pero lo que de ellos se conserva puede
verse desde el interior de la estancia) y cuatro en el central, estos, no los
contiguos, distribuidos en alzado también, mediante imposta, en dos cuerpos.
Nada ofrecen de innovador estos soportes con respecto a otros ya comentados en
el mismo edificio. Entre ellos se insertan ventanas, de rasgos idénticos, por
este lado, a los que ya describimos al analizar el interior. Merece reseña, no
obstante, el cuidado con el que están realizados todos los elementos,
resultando visualmente muy efectista la cruz formada por cinco círculos
calados, mayor el central, emplazada en el hueco de una de las ventanas
visibles hoy al exterior en la capilla mayor. También destaca la altura de los
cimacios prolongados en imposta, integrados por una superposición de molduras
cóncavas y convexas lisas. De gran simplicidad, en cambio, son los vanos que se
abren en el tramo recto, delimitado por un contrafuerte prismático simple, de
las capillas laterales, con arco de medio punto, aristado, volteado sobre
jambas sin perfilar, con acusado derrame interno. No son de época, sino
producto de la intervención del siglo XVI ya referida, los vanos altos que en
los dos se disponen, formalmente, por lo demás, muy similares al que se halla
situado debajo, bien conservado el del norte, ensanchado su vano aprovechando
el ámbito del derrame el del sur.
Particularmente llamativa resulta la cornisa
que remata las tres capillas absidales. Exhibe, de arriba abajo, un alero
integrado por cobijas, con perfil de nacela o con una combinación de molduras
cóncavas y convexas, lisas las de la central y norte, decoradas
predominantemente con bolas las de la meridional, apoyado en una serie de
arquitos, semicirculares en su práctica totalidad (tan solo uno, en el ábside
norte, es apuntado). Estos arcos, cuyas enjutas muestran también frecuentemente
motivos diversos, se montan, a su vez, en canecillos que ostentan temas muy
dispares. Ofrecen idéntica diversidad así mismo los elementos que decoran las
metopas (vegetales, geométricos, zoomórficos, etc.), resultando especialmente
significativa la presencia, en una de las ubicadas en la capilla del lado sur,
de un Crucificado flanqueado por cuatro cabezas bajo el cual figura un
epígrafe, 1570, de capital significación, como se verá, para el análisis y
valoración del edificio.
Las torpezas o, mejor aun, los desajustes que
se aprecian en los remates de las dos capillas extremas son producto, uno más,
de las modificaciones que ambas sufrieron en el último tramo del siglo XVI, ya
citadas y a las que habremos de volver ulteriormente. En ellas, tras el
recrecimiento, se aprovecharon para el nuevo remate los elementos que
integraban el precedente, el inicial del edificio, materializándose la
intervención no siempre con cuidado, incorporándose también en la capilla
norte, como ya se señaló, un arquito apuntado perfilado por bolas idéntico a
los que figuran en el remate de los muros laterales del templo, lo que
certifica una estricta contemporaneidad para los ámbitos en los que se hallan.
Ese recrecimiento de las capillas extremas, por otro lado, refuerza la
significación visual del rosetón, cuya arquivolta se decora con bolas u hojas
rematadas en bola, practicado en el muro diafragma que salva la diferencia de
altura existente entre los tramos recto y semicircular del ábside central. La figura
alada que hoy se halla incrustada en el piñón no pertenece al proyecto
original.
El cuerpo longitudinal del edificio está
cubierto por un tejado único a dos aguas que engloba a las tres naves que lo
componen. En su piñón este se ubica un carnero que soporta una cruz
postmedieval.
El flanco norte del templo está oculto en buena
medida por el claustro procesional, observándose muy bien, sin embargo, la zona
alta. Las características de esta última son muy similares a las que muestra el
costado opuesto, perfectamente visible en su totalidad: contrafuertes
prismáticos dobles marcando los tramos (se sitúan también en los extremos del
lienzo), ventanas con arco apuntado en cada parcela, ya descritas, y cornisa
con arquitos. Estos, ahora, ofrecen novedades con respecto al modelo señalado en
la cabecera. Son prácticamente todos apuntados y de aristas perfiladas por
moldura cóncava surcada de trecho en trecho por pequeñas bolas. Como antes, no
obstante, se apean en canecillos, los cuales, así como gran parte de las
metopas, decoradas con motivos diversos, son resultado de la reutilización, en
el entorno de 1570 (un arquito idéntico a estos que se hallan en los costados
norte y sur del templo se encuentra en el remate de la capilla septentrional de
la cabecera, lo que corrobora la coetaneidad de la intervención en ambas
parcelas), de piezas procedentes de una cornisa anterior. Por encima de esta
estructura, en el flanco septentrional, se sitúa una parcela de muro, no
excesivamente elevada, sin ornato alguno, que documenta a la perfección el recrecimiento
del lienzo.
En el cuerpo inferior del tramo oriental del
muro sur, es decir, del que en realidad hay que considerar crucero, según ya
dije al valorar el interior, se encuentra, tapiada hoy, la puerta que
comunicaba el templo, por este flanco, con el exterior. Consta de dos
arquivoltas semicirculares. La exterior, a paño con el paramento, perfila su
arista en baquetón liso. Se apoya directamente, sin mediar elemento alguno de
separación, sobre el muro. La interior, por su parte, exhibe su arista también
abocelada y lisa, moldurando la rosca una media caña decorada con botones.
Voltea este arco sobre columnas acodilladas, con fustes lisos, basas áticas y
capiteles vegetales, con hojas lisas, de escaso resalte, pegadas al bloque y
curvadas en su remate, donde, bajo los ángulos, se ubica una bola o un nuevo
elemento vegetal. Sobre ellos se sitúan los cimacios, cortados en nacela y sin
ornato.
La arquivolta cobija una estructura adintelada,
con sillares dispuestos en dos hiladas, perfilando las aristas de la inferior
baquetones lisos que se prolongan por las mochetas que le sirven de apoyo y las
jambas que las continúan.
En el frente opuesto al que acabo de describir
se disponía la puerta que, desde el templo, daba acceso al recinto claustral.
Producto, la que actualmente se halla en ese lugar, de las reformas que el
complejo monástico experimentó en la Edad Moderna, quedan todavía en el
interior, el que da a la iglesia, pese a esas alteraciones, según ya se dijo,
restos del arco semicircular, muy sencillo, que la coronaba.
La fachada occidental, enmarcada por dos torres
prismáticas, sufrió importantes reformas en época barroca. Persisten todavía,
no obstante, vestigios muy significativos del hastial primitivo: los dos
contrafuertes prismáticos centrales, situados en los puntos correspondientes a
los arcos formeros del interior; los nichos estrechos, ubicados a sus lados,
rematados por arcos en mitra (otros, idénticos, pero embutidos, a paño con el
muro, se aprecian en el tramo central, inmediatos a los contrafuertes que lo delimitan);
el rosetón superior de la calle principal, con arquivolta externa decorada con
gruesas bolas (el vano, hoy libre, se aprovechó, hasta la última intervención
restauradora, muy a finales del siglo XX, para instalar un reloj); las
ménsulas, una, la del lado norte, con una cabeza humana, y otra, la del sur,
con un cuadrúpedo, emplazadas junto a este mismo rosetón; la parcela inferior
de las torres, etc. En el interior de estas últimas, a las que se accede desde
los pies del templo por medio de sencillas puertas, una por costado, cuyo
dintel descansa sobre mochetas simples, se acomodan unas escaleras de caracol,
solución nada extraña en la época, comunicadas entre sí mediante un paso
practicado en la cara interna del muro de la fachada, emplazándose en la zona
que ocupa el rosetón un gran arco de descarga. Esta organización, vistosa y
funcional, cuenta con numerosos paralelos en construcciones románicas de fecha
avanzada; Santo Estevo de Ribas de Miño (Lugo), San Xoán de Portomarín (Lugo) o
San Lourenzo de Carboeiro (Pontevedra) pueden, entre otras, ser traídas a
colación a ese respecto.
Inmediata a esta fachada, oculta hoy por la
que, dispuesta en ángulo recto con ella, cierra por su costado meridional el
claustro de la portería, el de mayor envergadura de la Casa, se conserva
todavía una puerta que comunicaba la parcela suroccidental del claustro
procesional, el único existente en tiempos medievales, con el exterior del
recinto monástico. Exhibe, por la que sería su cara externa, un arco de medio
punto, de arista perfilada por una moldura cóncava lisa y rosca cortada en
nacela, también sin ornato. Idéntico perfil ofrece la chambrana, igualmente
desornamentada. Voltea el arco sobre columnas acodilladas, hoy sin fustes,
conservándose, en cambio, las basas, áticas, y los capiteles, de tipo vegetal.
Sus cimacios, en nacela lisa, se prolongan ligeramente en imposta por el frente
del muro, sirviendo de apoyo a la chambrana. La arquivolta, al igual que en la
puerta de acceso al crucero desde el exterior, engloba una estructura
adintelada compuesta por dos sillares superpuestos. Se apoyan estos en mochetas
muy sencillas cortadas en nacela sin ornato alguno.
La iglesia de Santo Estevo de Ribas de Sil,
tanto por sus dimensiones, poco frecuentes en su tiempo en el territorio en que
se halla, como por las particularidades formales que exhibe, es una empresa de
capital significación para la historia de la arquitectura gallega. La fecha de
su inicio, pese a que en alguna ocasión se ha relacionado con el obispo
ourensano Pedro Seguín, quien habría procedido incluso a consagrarla durante su
mandato al frente de la diócesis (entre 1157 y 1169), no admite discusión: tuvo
lugar en 1183, año que figura, como ya dije, en una inscripción emplazada en el
tambor del fuste de una columna entrega ubicada en un machón de su cabecera. A
ella convienen perfectamente, por lo demás, las particularidades constructivas
y ornamentales de esa parte del edificio (deben exceptuarse, obviamente, las
remodeladas parcelas altas de los ábsides laterales) y de otras que, dentro de
él, le son estilísticamente afines.
El análisis detenido de los rasgos
estructurales y decorativos presentes en las zonas acotadas permite, por otro
lado, relacionar a sus autores con el equipo responsable de la campaña
constructiva de la catedral de Ourense, para mí la segunda, significada, en
cualquier caso, por su consagración en 1188. De aquí, de esta soberbia empresa,
proceden rasgos tan singulares y significativos como la organización de la
capilla mayor, con su diferencia de alturas entre el presbiterio y el
hemiciclo; el tipo de bóvedas que cubren una y otra parcela; el perfil de los
nervios; el emplazamiento de figuras en la clave; la apertura de cinco nichos
en el hemiciclo del ábside central; las cornisas sobre arquitos con metopas
decoradas; el empleo de bolas como ornamento; diversos modelos de capiteles; el
estilo de las figuras; el tipo de flora utilizada, etc. La fecha de su
arranque, 1183, la convierte, verosímilmente, en el primer gran monumento que
recibe el impacto de sus formulaciones, esenciales para entender una de las vertientes
con mayor presencia y personalidad del románico final de Galicia. Téngase en
cuenta, para valorar adecuadamente la precocidad que comento, que la
consagración del altar mayor de la sede episcopal ourensana, como ya anticipé,
tuvo lugar en 1188, esto es, cinco años después del comienzo del edificio que
analizamos.
El parentesco, la derivación de pautas
presentes en la fábrica catedralicia diocesana, permite, por otro lado,
relacionar a Santo Estevo de Ribas de Sil con otras empresas, más o menos
próximas, en las cuales el impacto de esa cabecera ourensana se hace también
particularmente evidente. Muy significativas, a ese respecto, son las
coincidencias del templo que nos ocupa con el de Santo Estevo de Ribas de Miño
(Lugo), un edificio cuya única capilla muestra también tres nichos
semicirculares practicados en el hemiciclo absidal. Las similitudes entre ambas
empresas, sin embargo, son más producto de una comunidad de origen que de un
contacto directo y efectivo entre ellas.
El taller que inició la construcción de la
iglesia abacial de Santo Estevo de Ribas de Sil, en cuyas formulaciones, sobre
todo en lo ornamental y en las zonas altas exteriores, más tardías, por tanto,
se evidencia en ocasiones una clara tosquedad, explicable en parte también por
la naturaleza del material utilizado en la obra, no llegó a completar sus
trabajos. Los datos sobre sus particularidades formales más arriba ofrecidos
así lo certifican. Problemas económicos, muy verosímilmente, deben estar en el
origen de esa inconclusión. A ellos, como causa de la paralización de los
trabajos, se alude, en cualquier caso, en dos documentos de la última década
del siglo xiii, uno real, otorgado por Sancho IV el 26 de enero de 1295, otro,
firmado por nueve arzobispos y obispos, fechado el 31 de octubre de 1298, uno y
otro valiosos también por transmitirnos de manera muy directa el estado de
postración en el que por entonces se encontraba sumido el monasterio.
Es muy probable que esos problemas hubieran
comenzado a detectarse ya en tiempos de Alfonso IX. A tratar de resolverlos,
convirtiendo al cenobio en un destacado centro de peregrinación local,
generadora de significativos recursos económicos, puede responder, como también
ha señalado desde otra perspectiva y muy oportunamente M. A. Castiñeiras, la
difusión de la “leyenda” de los “nueve obispos santos” que a él se habían
retirado en tiempos pretéritos para pasar allí los últimos años de su vida. No
parece casual que la primera referencia documental de la presencia de esos
cuerpos santos en Santo Estevo llegada hasta nosotros nos la proporcione un
documento por medio del cual, el 9 de enero de 1220, el monarca hace
importantes concesiones al monasterio Sancti Stephani et novem corporibus
sanctis episcopis que ibi sunt tumulata pro quibus Deus infinita miracula facit.
Para la conclusión definitiva de las obras del
templo habrá que esperar todavía, tomando como referencia la cita de tiempos de
Sancho IV, casi tres siglos. Se producirá en una fecha avanzada del siglo xvi,
tiempo después del ingreso de la abadía en la Congregación de San Benito de
Valladolid. Este acontecimiento, como ya señalé más arriba, tuvo lugar en
esencia en 1506, si bien la incorporación al organismo centralizador no se
consolidará plenamente hasta unos años más tarde. El saneamiento de las rentas
del monasterio que tal hecho posibilitó y los nuevos cometidos que se le
asignaron al cenobio en el marco de la Congregación (fue convertido en Colegio
de Artes en 1528), impulsaron la reestructuración de las dependencias
comunitarias y propiciaron también, para adaptarla así mismo a las nuevas
pautas normativas, intervenciones en la iglesia abacial, con toda probabilidad
hasta entonces inconclusa. Un hecho fortuito, aunque dramático, el incendio que
en torno a 1562- 1563 asoló el monasterio, reforzó esas pautas, exigiendo
intervenciones no solo en las dependencias comunitarias, singularmente en el
claustro de los Obispos y su entorno inmediato, sino también en la iglesia. De
entonces proceden en esta, entre otras obras, el abovedamiento de las naves y
el recrecimiento, con nueva cubrición obviamente, de los ábsides laterales. La
fecha, 1570, emplazada, como ya indiqué, en una metopa del remate de la capilla
meridional, sirve de referencia para datar estas obras.
Antes de que se acometiera la intervención con
la que culminó la construcción de la abacial, en una data tardía del siglo xiv
se hicieron en ella otros trabajos de cierta envergadura. Es lo que cabe
deducir del tipo de ventanas abiertas en los costados laterales de las naves,
para las que encontramos paralelos fechables por entonces en empresas
mendicantes o en edificaciones monásticas por ellas influidas. Véanse como
muestra, a ese respecto, las cabeceras de las iglesias coruñesas de San Pedro
de Soandres (A Laracha) o de San Salvador de Cis (Oza dos Ríos).
La iglesia que hemos descrito, pese a las
agresiones sufridas tras la exclaustración, conserva todavía hoy un mobiliario
de gran entidad. Procede en su práctica totalidad de los siglos de la Edad
Moderna. De tiempos anteriores, coetáneo de su campaña inicial de trabajos y
obra del mismo taller que la ejecuta, es un espléndido retablo pétreo, hoy
instalado entre el tramo central y el brazo norte del crucero, que hasta los
años cincuenta de la pasada centuria estaba empotrado en la segunda planta del
costado de poniente del Claustro de la Portería. Presenta forma pentagonal,
decorándose su frente, en la parte baja, con una serie de arquitos sobre
pequeñas columnas. La parte alta muestra, en el centro, a Cristo de pie,
sosteniendo una cruz con soporte, esto es, una cruz procesional. A cada lado de
él se sitúan seis apóstoles, flanqueándolo Pedro y Pablo. Todos están cobijados
por un arco de medio punto, evidenciándose una progresiva disminución de
tamaños hacia los extremos, una perspectiva jerárquica generada por el propio
marco y que permite destacar sobre las demás a la figura que se quiere
potenciar, la central, esto es, Cristo. Merece reseñarse el hecho de que
Santiago se represente con el báculo en tau, típico de los prelados
compostelanos, y con conchas de vieira, una de sus primeras representaciones
con atributos de peregrino llegadas hasta hoy en Galicia.
El interés de este retablo, una tabula retro
altaris, fechable alrededor del año 1200 o a principios del siglo xiii, obra,
como ya señalé, del taller que acomete los trabajos de construcción de la
abacial, radica no tanto o no solo en el hecho de ser uno de los escasos
testimonios de ese tipo de muebles litúrgicos, muy frecuentes en su tiempo,
llegados hasta hoy, sino también y sobre todo en ser un trasunto en piedra de
modelos metálicos, más ricos y suntuosos, utilizados con idéntico fin. Entre
ellos hay que mencionar en nuestro ámbito territorial de referencia más
inmediato el encargado hacia 1135 por el arzobispo Gelmírez para el altar mayor
de la catedral de Santiago de Compostela, conocido por el dibujo que de él
inserta en su conocido Informe de hacia 1658 el canónigo fabriquero
compostelano José de la Vega y Verdugo. El programa iconográfico que ofrece el
que nos ocupa, inseparable del marco estructural y figurativo en el que se
ubicaba y para el que fue concebido, la capilla mayor de la iglesia, las claves
de cuyo arco de acceso al hemiciclo y la que recibe a los nervios que cubren a
este , ostentan, respectivamente, un ángel de pie sosteniendo un disco solar y
una figura masculina desnuda, representación del alma resucitada, ha sido
convincentemente explicado por M. Castiñeiras, quien ha incidido en particular
en su adecuación “a la celebración de los ritos de la liturgia pascual, [en los
] que el Cristo coronado portando la cruz procesional seguido de los apóstoles
del retablo pétreo se convertiría en una imagen especular de la procesión
monástica de dicha celebración”.
El monasterio
Las dependencias comunitarias de Santo Estevo
de Ribas de Sil se hallan al norte del edificio eclesial. Conforman, fruto del
extraordinario desenvolvimiento y de la acumulación de cometidos que el cenobio
conoció durante los siglos de la Edad Moderna, un complejo constructivo de gran
envergadura e interés.
Las diversas estancias se organizan en torno a
tres claustros. El más antiguo, el único que aquí nos interesa, es el
procesional, situado en el lado norte de la abacial, cuyo muro septentrional le
sirve de apoyo. Se conoce con el nombre de Claustro de los Obispos,
denominación nacida del hecho de haber estado enterrados en él, en su galería
sur, contigua a la iglesia, los cuerpos de los legendarios nueve obispos santos
que en tiempos anteriores habían abandonado sus respectivas sedes para
retirarse a vivir sus últimos años en el cenobio, circunstancia, la del
enterramiento en el monasterio, conocida, como ya dije, por un documento de
Alfonso IX datado en 1220, no constando hasta 1463, año en el que el abad
Alonso Pernas decide el traslado de sus reliquias a la capilla mayor del
templo, que reposaban en el claustro monástico.
El recinto claustral que nos ocupa, de planta
rectangular, con los lados este y oeste más largos que los ubicados al norte y
al sur (14 arquerías en los primeros, 12 en los segundos, unos y otros
divididos en origen en dos bloques idénticos, de 7 o 6 arquerías, según los
casos, por medio de un sólido machón central), consta hoy de dos cuerpos, de
épocas y características muy diferentes entre sí.
El piso inferior, el que por estilo nos
corresponde analizar, se alza sobre un poyo corrido muy simple. Lo integran una
serie de arquerías de medio punto distribuidas actualmente, no en sus inicios,
pues entonces la secuencia estaba repartida por mitades idénticas en cada
costado, en tramos irregulares mediante machones prismáticos. Todos los arcos
son iguales. Semicirculares, como ya señalé, y sencillos, perfilan sus aristas
en baquetón liso que provoca una nacela también sin ornato en la rosca. Rodea al
conjunto una chambrana igualmente cóncava y lisa, completándose el semicírculo,
salvo en algún caso aislado, solo en los extremos, recortándose en el resto de
los espacios para facilitar el enlace con la contigua, una fusión que confiere
al conjunto una innegable vistosidad. Se apoyan todos los arcos en columnas
geminadas de basas áticas, con ancho toro inferior, y fustes lisos,
monolíticos, muy esbeltos. Los capiteles, alargados y con desbastado
troncopiramidal, exhiben mayoritariamente una decoración de tipo vegetal,
predominando los modelos que ostentan hojas estilizadas, de escaso resalte, muy
ceñidas al bloque, lisas las más, enroscadas en los ángulos en forma de
volutas. En algunos casos, pocos, no obstante, se evidencia la introducción de
hojas más naturalistas que documentan el avance o, mejor, la introducción de
premisas más en consonancia con pautas ya góticas. Algunas piezas también,
pocas igualmente, incorporan decoración figurada, zoomórfica (cuadrúpedos,
arpías) y humana (mujeres vestidas con ropa talar, separadas por veneras, y
cabezas, unas y otras ubicadas en los ángulos de las piezas).
Sobre los capiteles se dispone un ábaco
prismático liso que abarca a las dos piezas que integran el soporte y, por
encima de aquel, el cimacio, también único para el conjunto, con perfil cóncavo
sin ornato.
El interés de este claustro inicial de Santo
Estevo, cuya marcada simplicidad le confiere un aspecto inequívocamente
cisterciense (M. Castiñeiras, uno de sus últimos estudiosos, lo ha relacionado
en particular con el de la abadía de monjas blancas palentina de San Andrés de
Arroyo), es incuestionable. Se trata, por un lado, del único claustro monástico
gallego del siglo XIII conservado, en lo sustancial y definitorio, completo y
en su primitivo emplazamiento (las reformas del siglo XVI, conviene resaltarlo,
no alteraron su esencia). Sus autores, por otro lado, manejan un repertorio
formal que, si bien en alguna ocasión permite pensar en premisas ya gotizantes,
en la mayor parte de los casos responde a pautas estilísticamente anteriores,
románicas, o mejor, para ser más precisos, tardorrománicas. Nada tiene que ver
lo esencial de sus planteamientos y recursos, en todo caso, con los que se
documentan en la campaña inicial de trabajos de la abacial, fruto de la
actividad de un colectivo de formación y, por tanto, de extracción inmediata “autóctona”.
La huella de este último, sin embargo, no está ausente del claustro. Aunque
escasa, sí cabe detectarla (repárese, en particular, en el capitel con arpías
ubicado en la actualidad en el lado oeste de la galería norte o en la presencia
en varios capiteles de la de poniente de hojas con ejes perlados).
Las pautas dominantes en la estancia claustral,
no obstante, son obra de un taller distinto, con toda probabilidad foráneo,
llegado al monasterio verosímilmente como consecuencia de la necesidad de
construir un nuevo escenario monumental que sirviese de marco para dar un
impulso adecuado a la difusión del culto a los nueve obispos santos que en él
estaban enterrados, hecho conocido, como ya comenté, por un documento de
Alfonso IX datado en 1220.
El que sus sepulcros, como nos indican
testimonios posteriores, hubieran estado ubicados hasta 1463, año en el que se
trasladaron al interior de la iglesia, en el recinto claustral, permite pensar
en 1220, hipótesis no desmentida por su estructura y decoración, como el año de
referencia para situar el arranque de su construcción, tal como apuntó también
hace ya unos años el ya citado M. Castiñeiras.
A un equipo formado con el taller responsable
de la primera campaña de trabajos de la iglesia, a quien debe atribuirse
también la autoría del retablo pétreo más arriba analizado, hay que
adjudicarle, por el contrario, la ejecución de los escasos restos de entidad,
visibles, llegados hasta hoy de la fachada hacia el claustro de una estancia
situada en su costado este, próxima a la iglesia, con seguridad, vista
justamente su ubicación, la Sala capitular. Son esos vestigios dos vanos con
arcos de medio punto, uno, el septentrional, actualmente cegado, otro, el
meridional, abierto, perfilando las aristas del semicírculo de este gruesos
baquetones lisos, con congés en su arranque, disponiéndose en la rosca una
moldura cóncava lisa y en el intradós otra de media caña, en cuyo arranque, en
el flanco meridional, se emplaza una figura humana, sentada, sin duda un
Apóstol, que sujeta con su mano derecha un libro abierto apoyado en su pecho.
La chambrana que enmarca al arco, de perfil
también semicircular, talla su arista así mismo en bocel sin ornato. Voltea el
arco sobre columnas entregas de escasa esbeltez, asentadas sobre un alto
zócalo, con basa ática dotada de ancho toro inferior liso dispuesto sobre
plinto sin ornato, fuste corto, con dos tambores, y capiteles figurados. El del
sur muestra, en su cara frontal, dos arpías (una, la interior, muy
deteriorada), ofreciendo el frontero una representación del Sacrificio de
Isaac, temas, uno y otro, muy en consonancia con el lugar en el que se hallan,
marcado por el rechazo al pecado y el sometimiento a la voluntad divina, aquel
escenificado por las arpías, este por el Sacrificio de Isaac.
Corona los dos capiteles un cimacio compuesto
por una combinación de molduras cóncavas y convexas lisas que se prolongan
ligeramente en imposta que sirve de separación entre la chambrana y la pilastra
o el machón sobre la que voltea, una y otro con la arista o las aristas
exhibiendo marcadas molduras tóricas sin ornato.
Los trabajos realizados a principios del
presente siglo en el monasterio para su conversión en un establecimiento
hotelero permitieron recuperar, en parte, la visión, oculta hasta entonces por
materiales también reaprovechados (entre ellos dovelas, una abocelada), de los
capiteles sobre los que volteaba el arco, hoy tapados de nuevo, del flanco
norte de la Sala. Exhibe uno ornato vegetal, figurando en el otro un basilisco,
animal que, al igual que las ya reseñadas arpías, tenía en la época una marcada
connotación negativa. M. Castiñeiras, que los vio y fotografió antes de su
nuevo ocultamiento, los vincula al trabajo del citado taller de progenie “palentinoandresina”.
En buena parte del solar que ocupaba en tiempos
medievales la sala que acabo de describir, la Capitular, se ubicó
posteriormente, ya en la Edad Moderna, una escalera que facilita la
comunicación con la planta alta del recinto claustral. Su construcción conllevó
la destrucción de gran parte de las estructuras precedentes. A ellas, al margen
de su simplicidad formal, pertenece también en buena medida el muro que, por el
este, cierra la galería claustral que comentamos.
Del análisis que de la distribución de parcelas
del complejo monástico de Santo Estevo de Ribas de Sil (iglesia y restantes
dependencias necesarias para el desenvolvimiento cotidiano de la vida
comunitaria) hemos efectuado hasta aquí se desprende que las de los siglos XII y
XIII, las más antiguas del conjunto llegadas hasta hoy, son el fruto de dos
grandes campañas de trabajos. Pertenecerían a la primera el impulso inicial de
la iglesia (terminada, como vimos, en tiempos posmedievales) y, en parte, el
costado oriental del recinto comunitario (el ala en la que se inserta la Sala
capitular), correspondiendo a la segunda, posterior, sin duda, pero no
excesivamente, el claustro y, tal vez también, aunque no se pueda asegurar del
todo por falta de vestigios, lo esencial de las restantes dependencias que se
agrupaban a su alrededor. Este escalonamiento cronoconstructivo no es exclusivo
de Santo Estevo de Ribas de Sil. Responde a un planteamiento habitual en la
época, bien documentado, sin necesidad de invocar testimonios ubicados en
territorios más alejados, en los que por entonces, siglos XII-XIII, tal como ya
comenté en otros estudios, integraban los reinos de Castilla y León.
Las galerías del piso bajo del claustro que he
descrito se cubren con bóvedas de crucería estrellada, del siglo XVI,
construidas, como bien precisó A. Goy, cuando, tras el incendio que sufrió el
monasterio hacia 1562-1563, se acometió su renovación y se levantó la planta
alta del recinto (el año 1722 que ostenta una clave de la galería norte no data
el conjunto, sino una intervención concreta posterior), tareas de cuya
dirección se responsabilizó Juan Ruiz de Pámanes.
El perfil de los nervios que las integran es el
mismo que exhiben, salvo los de la capilla mayor, la totalidad de los que
muestran las bóvedas de la iglesia abacial, fechables, como ya dije, en torno a
1570, año que figura en un epígrafe ubicado bajo una de las metopas del remate
del ábside meridional del templo. La instalación de las bóvedas del claustro,
previa a la ejecución de su cuerpo alto, obligó a disponer, en los puntos en
los que ejercen sus empujes los arcos fajones y arrancan los nervios, sólidos
contrafuertes prismáticos (en ocasiones tapan los arcos claustrales medievales,
alterando además su distribución rítmica inicial), rematados por vistosos y
cuidados pináculos. De entonces, de los años en que se reformula el claustro,
son también, como oportunamente señaló M. Castiñeiras, algunos de los capiteles
del cuerpo inferior de la estancia que nos ocupa. Similares todos
aparentemente, un análisis detenido de las piezas revela disparidades marcadas
en la estructura, en sus componentes y en el tratamiento que estos reciben. Hay
en los nuevos, sin embargo, una voluntad de adaptación, de imitación, de
recuperación de “estilo”, idéntica a la que se detecta en otras partes
del complejo monástico (repárese, en particular, en las capillas extremas de la
cabecera de la iglesia) remodeladas a partir de los deterioros producidos por
el incendio de ca. 1562-1563.
Parada de Sil
Para llegar a Parada de Sil, comarca de Terra
de Caldelas, existen varias vías alternativas. Desde Rabacallos hasta Parada de
Sil por carretera local, lugar en el que se toma una pista sinuosa y de fuerte
pendiente, asfaltada, hacia Castro. La calzada está enlosada hasta la fachada
de la iglesia. Otra posibilidad consiste en tomar la C-536 (Ourense-A Rua)
desde Ourense para, en el km 36 (Vilariño Frío), girar en un cruce a la
izquierda, en dirección Parada de Sil, situada a unos 8 km. Otra alternativa de
alcanzar la localidad de Parada de Sil llevaría desde Nogueira de Ramuín,
pasando por Loureiro y Caxide. Esta última es una carretera más lenta, pero con
unas impresionantes vistas de los cañones del Sil.
Monasterio de Santa Cristina de Ribas de
Sil
Al monasterio –declarado Bien de Interés
Cultural en 2008)– se accede desde la cercana localidad de Parada de Sil,
tomando un cruce señalizado a la izquierda que encontramos al comienzo de dicha
población. Un agradable paseo de unos 4 km entre robles y castaños nos
conducirá hasta el edificio, situado en la ladera del monte Baro (Cabeza de
Meda), en las últimas estribaciones de la sierra de San Mamed. Un recorrido por
un mágico bosque (“el castañar de Merilan”) salpicado de grandes “caracochas”,
de grandes castaños huecos que tienen la facultad –cuenta la leyenda– de curar
el “tarangaraño” (la enfermedad del raquitismo) si pasas a través de
ellos. Tras su última restauración (que tuvo lugar entre 1987 y 1990 bajo la
dirección del arquitecto Alfredo Freixedo) el monasterio permanece abierto al
público.
La soledad de su emplazamiento y lo intrincado
del paisaje invitan a pensar que en un principio se trató de un centro
monástico de carácter eremítico a orillas del Sil, una laura o
agrupación de solitarios o eremitas surgida en los siglos IX-X (si no antes, en
el siglo VII) en la Ribeira Sacra. Puede que surgiera en torno a una
espiritualidad relevante, ante un anacoreta, ante el monje que vivía solo, la
máxima categoría a la que podía acceder un monje; y que, tiempo después, esta
laura se transformase en un cenobio –dedicado al Salvador, Santa María Virgen,
San Miguel arcángel, a los apóstoles Pedro y Pablo, a San Juan Bautista, San
Fructuoso obispo y Santa Cristina– seguidor de la Regula Monachorum de San
Benito de Nursia, la popular “regla benedictina”. Y así lo atestigua –al
menos su existencia ya en el siglo X– un documento que certifica la donación en
esa centuria de ciertas iglesias a dicho monasterio. No obstante, hasta que no
se lleven a cabo las pertinentes investigaciones arqueológicas, esta cuestión
–la existencia o no de un espacio monástico tardoantiguo y/o altomedieval
(siglos VII-X) previo al benedictino– seguirá siendo una incógnita. Por el
momento –como ha afirmado una de sus mejores conocedoras, Yolanda Barriocanal–
se desconoce el momento de fundación del monasterio debido a la falta de
documentos (129 documentos, que van desde el año 876 a 1517, en su mayoría
procedentes del archivo de la Catedral de Ourense, pero tan solo 6 pertenecen a
los siglos IX/X (3)-XII (3).
Las singulares características orográficas de
estas tierras orensanas condicionaron, obviamente, las bases económicas y de la
vida material del monasterio y, en general, de la población de la zona. Es, sin
duda, un “monasterio de montaña”; la altitud y lo escarpado del terreno
favorecieron una economía basada en la explotación de espacios incultos de
manera diversificada: la vid, los castaños, los ríos, etc. La mención en la
documentación medieval –analizada recientemente por Víctor Rodríguez– de la
existencia de numerosas granjas y centros de recolección (en los que se
recibían las rentas y diezmos), refleja una cierta bonanza económica. Y esta se
inició en el siglo XII con las cartas de aforamiento de cesión de tierras y
propiedades al campesinado a cambio del pago de rentas, al tiempo que el
monasterio recibía la concesión de importantes privilegios reales y la
protección de la mismísima ciudad de Roma.
Según una noticia publicada por Arturo Vázquez
hace ya más de un siglo, los orígenes del monasterio podrían remontarse al año
876 ó 962, fecha de un conflictivo documento que recoge la donación hecha al
monasterio de Santa Cristina por el presbítero Auterigo, consistente en varias
iglesias (Seoane de Barantes, Santa María de Bolmente y San Pedro de
Sanabresa): Ego servis vestri Auterigus presbiter […] dono atque concedo ad
cenobio supradicto sancte Christine, ecclesiam meam Sancti Iohannes de Barantes
[…] ecclesiarum mearum Sancte Marie Bulmenti et Sancti Petri de Sanabrega…
Sin embargo, para otros muchos investigadores que vinieron después, la primera
referencia cierta sobre el monasterio de Santa Cristina –que fue recogida por
Elisa Fernández– aparece en la segunda mitad del siglo x, el año 976, cuando el
abad Gundesindo todavía regía los destinos del cenobio bajo una de las más
importantes reglas monásticas hispanas de cuantas se redactaron en el siglo
vii: la Regula Monachorum de San Fructuoso, escrita por un noble de estirpe
goda afincado en sus posesiones “gallegas” de El Bierzo. Es en dicho
documento donde, por vez primera, se ubica, geográficamente, el monasterio, “bajo
el monte Barona a orillas del Sil, en el soto que llaman Merilan”. Apenas
conservamos tres documentos del siglo XII, mientras que resultan numerosos los
documentos firmados en el siglo XIII: cartas de aforamiento, privilegios
reales, exención de diezmos e inmunidades, protección papal, etc. Papas como
Martín IV (1283) y Pio II (1461) y varios monarcas de los siglos xii-xiv, entre
otros, Alfonso VII, Fernando III (1249), Alfonso X (1267), Sancho IV (1293),
Fernando IV (1302) y Alfonso XI (1330) confirmaron sus posesiones y le
concedieron privilegios de coto jurisdiccional (que llegó a alcanzar hasta la
cima de Cabeza de Meda, es decir, un amplio tramo del río Sil) y fue centro de
autoridad hasta la tercera década del siglo XVI.
Pero con el transcurso del tiempo, y tras
siglos de declive, en tiempos de los Reyes Católicos, en 1517, una bula
pontificia –firmada el 11 de mayo en Roma por el papa León X– santifica la
centralización monástica perseguida por los monarcas y hace que el monasterio
de Santa Cristina pase a depender, en calidad de priorato, del cercano
monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil, circunstancia determinante de su
declive, que se hará definitivo –también desde el punto de vista material– en
la primera mitad del siglo XIX (8 de noviembre de 1835) como consecuencia de la
Desamortización y de su paso a manos de particulares, que lo destinaron a
granja de labor. Pero hasta entonces, hasta principios del siglo XV, Santa
Cristina fue el segundo monasterio en importancia de toda la Ribeira Sacra,
después de San Pedro de Rocas; una relevancia que se ve reflejada en las
múltiples rutas de comunicación medievales que se abrieron en el territorio y
de las que se conservan importantes restos o tramos de calzadas, por ejemplo,
el “puente de Forcás”. Aunque Santa Cristina de Ribas de Sil nunca fue
un monasterio demasiado poderoso y siempre contó con un reducido número de
monjes, aun así, llegó a acumular un importante patrimonio gracias a las muchas
donaciones recibidas. Por los contratos de arrendamiento de sus tierras de
dominio sabemos, por ejemplo, que exigían a los campesinos arrendatarios el
pago de las rentas en especies, como el vino, nueces, castañas secas, centeno y
lino.
La iglesia del monasterio, representativa de la
evolución de las tendencias y cambios estilísticos que se dan cita en torno a
1200, constituye un magnífico exponente del esplendor arquitectónico del
románico gallego y de la importancia de la labor escultórica de los maestros
medievales que trabajaron en su fábrica; además presenta un buen estado de
conservación por no haber sufrido intervenciones posteriores. Presenta planta
de cruz latina dotada de una nave longitudinal, una nave transversal o transepto
destacada en planta y una cabecera triabsidada de forma semicircular, tanto
interior como exteriormente. No se trata, precisamente, de una icnografía o
tipología planimétrica muy generalizada; y cuando aparece se relaciona,
inexorablemente, con edificios cenobíticos, con iglesias monásticas; este es el
caso, en Galicia, de San Miguel de Breamo (A Coruña), San Salvador de Vilar de
Donas (Lugo) o San Salvador de Albeos (Pontevedra). Las obras de construcción
del monasterio debieron iniciarse hacia 1192 por la zona de la cabecera y el
ala oriental del claustro.
El acceso al interior del edificio cultual se
realiza a través de una bella portada ornamentada con triple arquivolta de
medio punto, bocelada y trasdosada por ajedrezado que descansa sobre capiteles
con estilizada decoración vegetal o fitomórfica que rematan tres pares o
parejas de columnas acodilladas; en la actualidad, su tímpano aparece liso. Se
trata de una portada muy influenciada, según todos los indicios, por la portada
sur de la catedral de Ourense.
Y sobre el acceso, sobre la portada, se abre un
gran rosetón con tracería lobulada que está valorado como uno de los más
relevantes de toda la plástica románica gallega. La decoración y talla de esta
portada se repiten en la de entrada al claustro, por lo que ambas parecen
responder a un mismo empeño constructivo y momento cronológico, que puede
situarse a finales del siglo XII.
El primitivo cuerpo románico de la nave
(probablemente destruido) fue sustituido, en el primer tercio del siglo XIII,
por una nave más estrecha, más gótica, que es la que se conserva en la
actualidad.
Exteriormente el ábside central se articula en
cinco calles verticales mediante cuatro columnas y en las tres centrales se
abren vanos sobre pares de columnillas. Rematando la parte superior de sus
muros encontramos una cornisa repleta de una serie de canecillos decorados con
temas vegetales, geométricos e, incluso, figurativos y zoomorfos. Los ábsides
laterales, además de poseer un tamaño mucho más reducido que el central,
presentan una articulación mucho más simplificada, con sus tambores lisos, sin
molduras ni columnas, rematados por una cornisa repleta de sobrios canecillos
moldurados restaurados y una estrecha ventana aspillera central para su
iluminación interior. No obstante, en estos canecillos encontramos otro buen
muestrario de iconografía románica.
El interior de la iglesia resulta tremendamente
sobrio, con sus muros apenas rasgados por seis pequeños vanos o “ventanas
lucíferas” de medio punto que apean sobre un par de columnas rematadas con
capiteles vegetales. Su nave, alta y esbelta, se articula en cinco tramos
separados por arcos fajones apuntados. Estos arcos de refuerzo se corresponden,
externamente, con contrafuertes rítmicamente dispuestos. Y en los paños
situados entre los contrafuertes es donde encontramos los ventanales. El
conjunto resulta, sin duda, muy armónico; una buena muestra de ese arte de
finales del siglo XII en el que el románico va llegando a su fin y se va
imponiendo el gótico, esa arquitectura en la que el arco apuntado se
entremezcla con el de medio punto.
La nave transversal o transepto se ilumina
gracias a los dos ventanales abiertos en sus hastiales norte y sur y a la luz
que penetra desde los ventanales abiertos en los ábsides de su cabecera. Esta
muestra un gran ábside principal flanqueado, en sus lados norte y sur, por dos
espacios absidales de menor tamaño, dos absidiolos, que se abren directamente a
la nave transepto.
Al interior los espacios absidales se cubren
con bóvedas de cuarto de esfera (en el caso del central, de mayor desarrollo,
precedido por un espacio a modo de anteábside cubierto con bóveda de cañón) y
se abren al crucero mediante arcos doblados de medio punto que apoyan sobre
medias columnas rematadas por unos capiteles de talla expresiva y abultada: en
los ábsides laterales decorados con elementos vegetales muy esquemáticos y en
el ábside central con figuras zoomorfas (cuadrúpedos) y humanas.
Del mobiliario litúrgico original, finales del XII,
se conserva el altar del ábside norte, del tipo mensa: el ara o tablero apoya
sobre un bloque dotado de cuatro pequeñas columnillas angulares, rematadas por
sencillos capiteles vegetales, que a su vez descansan sobre un pequeño plinto o
basamento. A destacar su decoración, tallada a bisel y de temática geométrica
en forma de retícula; una decoración que se ha relacionado con la antefija que
corona el brazo sur de la nave transepto, una cruz calada.
El monasterio es rico en testimonios
epigráficos de época medieval, aunque ciertamente tardíos, todos funerarios, en
estado muy fragmentario y en su mayoría descontextualizados. Y uno de los más
importantes aparece en una pieza de escultura funeraria –tapa de sarcófago–
empotrada en uno de sus muros, concretamente en la caja de la escalera del
claustro. Aparece decorada con el relieve de un personaje dotado de báculo,
símbolo de la dignidad abacial: se trata de la lauda sepulcral del abad Alonso
Fernández (1380-1416). El abad aparece representado bajo una especie de dosel
gótico, pero la calidad artística de la figura resulta escasa, torpe e ingenua,
tanto en rasgos como en vestimenta. Y enmarcando el bajorrelieve una moldura
epigrafiada recorre su perímetro con este texto: +S D DON AFO[…]NS ABADE D
SANCTA XPA EDME CCCCXVI. Una buena muestra de cómo la escultura funeraria
sirvió al hombre medieval para perpetuar su memoria y condición más allá de su
existencia; en el caso de Galicia, especialmente a partir de finales del siglo XIV.
El segundo testimonio lo encontramos en un
prolongado sillar embutido horizontalmente en el muro del claustro, junto a uno
de los arcos de la galería claustral; aparece decorado con dos relieves, uno de
un báculo terminado en espiral o voluta y otro representando una cruz griega o
patada inscrita en un círculo. Y sobre el báculo, ABBAS EER[…]. Idéntica
decoración y estructura compositiva presenta otro fragmento de lauda sepulcral,
en este caso con la siguiente inscripción: OABBASODHICE. En ambos casos
parecen pertenecer a abades conocidos en el siglo XIII (Adan, Dominicus,
etc.,). Y una cuarta inscripción, de idéntica decoración a las anteriores,
apareció durante las obras de restauración; su narratio es la más extensa de
todas: O CLAVDITVR […] DDC TVMV / LO QVIDAM H[…] MIHE ABBAS / […]CEXPRBR
IO[A]N[N]ES PATER HA DEI.
Pero la fábrica monástica de Santa Cristina no
está formada únicamente por un templo, por un edificio cultual; también por una
serie de dependencias que encontramos distribuidas en torno a un viejo
claustro, una organización espacial cenobítica genuinamente benedictina ya
desarrollada en los siglos IX-X. Pero el espacio claustral medieval de Santa
Cristina desapareció en época moderna como consecuencia de la reforma
emprendida en el siglo XVI (y del incendio acaecido en 1562), y fue sustituido
por dos funcionales corredores cubiertos y dispuestos en ángulos sin cerrar al
norte de la iglesia. Formando ángulo recto con ella, al septentrión,
encontramos las dependencias monásticas; y a la entrada, el arco que da paso al
claustro renacentista, del siglo XVI. Nada que ver con lo que debió de ser este
espacio distribuidor en sus orígenes.
No obstante, contamos con una descripción del
espacio cenobítico medieval antes de su desaparición y dicho testimonio procede
de la visita que, en 1457, realizó al monasterio el canónigo Alfonso González
de Aguiar por orden del Obispo de Ourense; según esta descripción, analizada
también por Yolanda Barriocanal y Víctor Rodríguez, el conjunto cenobítico se
encontraba ya en un estado prácticamente ruinoso, aunque todavía contaba con
varios edificios, y no solo al norte de la iglesia, tal y como sucede ahora, y
tanto adosadas como exentas; en ocasiones con más de una altura (denominadas
edificaciones asobradadas). Y puede que una de estas edificaciones fuera la que
el canónigo llama casa o palacio del Abad; gracias también al testimonio del
canónigo ourensano sabemos que a mediados del siglo xv el monasterio poseía un
edificio destinado a dormitorio monástico (en el que se incluía el espacio
destinado a su aseo, las letrinas o necessaries); otro edificio o espacio
destinado al refectorio o comedor comunitario; una sala para la reunión de los
cenobitas, la Sala Capitular; espacios para el almacenaje y la producción (un
horno, bodega, huerto, molino); etc. Es precisamente sobre el arco perpiaño de
una de estas dependencias, la sala capitular (identificada con el espacio
central de la crujía oriental) donde se encuentra la inscripción E MCCXXX
(año 1192), fecha que se ha tomado por los investigadores como término ante
quem para la edificación del monasterio, lo que acontecería en tiempos del abad
Martín.
Muy cerca de la fachada occidental de la
iglesia se conserva la portada que daba acceso al espacio claustral. Un bello y
sencillo arco de medio punto –reforzado en su cara interna por un arco
escarzano– enmarcado por una gruesa arquivolta decorada con bellas palmetas o
acantos, a modo de dovelas, que descansa sobre una par de estilizadas columnas
acodilladas (perdida la del lado izquierdo) rematadas por sencillos capiteles
vegetales (de volutas y bolas angulares uno) muy carnosos (una influencia
borgoñona en el románico gallego) y coronados por un grueso cimacio simplemente
moldurado. Sobre la arquivolta aparece otra moldura, a modo de guardapolvos,
decorada con una gruesa moldura en zigzag; bajo la arquivolta de palmetas
encontramos otra polilobulada y con clave que descansa sobre ménsulas decoradas
que, a su vez, apoyan sobre jambas lisas.
Y en el intradós aparecen representados los
símbolos de los evangelistas con un ángel en la clave. La riqueza escultórica
de esta portada es innegable, empezando por las ménsulas o mochetas, de las que
surgen dos figuras nimbadas y sedentes que portan entre sus manos un libro
abierto a modo de cartela. Su cronología ha de situarse en torno al año 1200,
principios del XIII, y su modelo ha de buscarse en la catedral ourensana y en
las influencias del Maestro Mateo.
Y en segundo lugar, hay que hablar de la
torre-campanario, un elemento arquitectónico de singular interés que resulta
excepcional en las construcciones del “protogótico rural gallego” por su
situación, ocupando el penúltimo tramo de la nave en su lateral norte, y que
fue erigida una vez concluida la nave de la iglesia. La parte baja de la torre
–almenada en su parte superior, con cubierta de forma piramidal y troneras de
medio punto en cada cara– se abre en tres arcos apuntados ya plenamente
góticos, sobre alto basamento, que apoyan sobre columnas adosadas dotadas de
sus correspondientes capiteles. La parte baja de la torre configura un espacio
abierto por el que se puede deambular o transitar –cubierto con una bóveda de
cañón ligeramente apuntada con el orificio para las cuerdas de las campanas–
dotado, además, de un banco corrido.
Este espacio ha sido identificado con un
locutorium, como un espacio destinado por los monjes a la lectura,
especialmente de la Regla de San Benito, aunque por su articulación interna en
cuatro pisos y por su entrada, situada sobre el locutorium, a la altura del
sobreclaustro, a la torre se le otorga también una función defensiva. Los
capiteles presentan una talla delicada y de calidad; predominan los de carácter
vegetal (hojas de acanto), si bien en uno de ellos encontramos una iconografía
muy interesante, pues representa dos arpías afrontadas pero entrelazadas entre
sí, lo que se ha interpretado como una señal de comunicación o relación de
dependencia.
Más allá de la cronología románica que
presentan algunos muros de las dependencias bajas del corredor oriental del
claustro cabría destacar algunos elementos. En primer lugar, el claustro
actual, del que tan solo restan en pie dos de sus cuatro pandas, resultado de
una obra efectuada en el siglo xvi; sin embargo, insisten en que la arquería
del claustro primitivo seguiría el modelo de los arcos que hemos encontrado en
el cuerpo inferior de la torre. La conversión en priorato supuso la
desaparición de la mayoría de las dependencias monásticas, y las que
sobrevivieron fueron muy modificadas; la disposición primitiva fue muy alterada
y también se redujeron sus dimensiones. Las galerías se abren al espacio
claustral por arcos de medio punto sobre columnas de fustes ochavados (o
pilares prismáticos con las esquinas achaflanadas) que apoyan sobre un gran
zócalo o podium. Una escalera nos conduce al primer piso, hoy reconstruido en
madera para facilitar la visita; allí encontraremos, en cada ventana, un
popular “faladoiro” o “habladero/parladero”. Incluso podremos ver
en este espacio los armari claustri, los “armarios del claustro”,
unos pequeños edículos en los que los monjes depositaban los libros leídos
durante sus paseos claustrales.
La decoración exterior se centra,
principalmente, en los modillones de las cornisas, vanos y portadas. Entre los
primeros cabe destacar los de índole figurativa, algunos inspirados al parecer
en la tradición musulmana, como el del hombre a cuatro patas, una
representación del pecador. Otros, como la representación del coito, condenaban
la Lujuria a la vez que incitaban al pueblo a la procreación con fines “poblacionales”.
Eran imágenes condenatorias, cierto, pero didácticas a la vez.
El monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil
preserva una importancia monumental que lo convierte en uno de los edificios
más destacados del tardorrománico gallego. Y aunque las primeras referencias
documentales sitúan sus orígenes en los siglos altomedievales, será en el siglo
XII cuando se construya el primer “poblado espiritual” o monasterio de Santa
Cristina del que tenemos constancia material; y durante la siguiente centuria,
a lo largo del siglo XIII, será cuando se realicen las reformas importantes.
Eso es lo que se deduce del estudio histórico-artístico del edificio. Solo la
Arqueología podrá corroborar o desmentir los posibles orígenes altomedievales
(siglos IX-X) del monasterio.
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