Arte Románico en Ágreda y su comarca
Aunque Ágreda pertenece geográficamente a la
comarca de Campo de Gómara, hemos dedicado una página en exclusividad para esta
villa dada su riqueza monumental románica: iglesias de la Virgen de la peña,
San Juan y San Miguel. También por su cercanía, citaremos las iglesias de los
vecinos pueblos de Muro de Ágreda, Montenegro de Ágreda, Valdegeña y Ólvega
Ágreda
Población situada en el extremo noreste de la
provincia, a unos 45 km de la capital soriana, siguiendo la carretera N-122 en
dirección a Tarazona.
Las noticias más antiguas sobre su existencia
se remontan a época romana, si bien son escasos los restos conservados de
aquellos momentos. Con el nombre de Aregrada aparecía citada en el Itinerario
de Antonino, en la vía que unía Asturica Augusta (Astorga) con Caesaraugusta
(Zaragoza). Sin embargo, el auge de la plaza fuerte de Ágreda se corresponde
con la Edad Media. Su estratégica posición en la ruta natural que comunicaba
las Tierras Altas del Duero con el valle del Ebro hizo de la villa un lugar disputado,
primero entre musulmanes y cristianos, y más tarde entre castellanos, navarros
y aragoneses.
En el año 915 Sancho Abarca conquistó Ágreda
pero poco tiempo después volvió a caer en poder de los musulmanes que
controlaban toda la cuenca del río Queiles. Con la toma de Tudela y Tarazona
por parte de Alfonso I el Batallador en 1119, las tierras de Ágreda pasaron
también a control cristiano, garantizando así el monarca la continuidad de
estas conquistas con la repoblación de Soria que iba a iniciar ese mismo año.
Antes de su constitución en cabeza de una
Comunidad de Villa y Tierra pasó por el régimen de tenencia, al frente de la
cual estaba, entre 1128 y 1132, un tal Jimeno Íñiguez. Poco tiempo después, en
torno a 1134, tras la muerte del rey aragonés, Ágreda se incorporó a los
dominios de Alfonso VII que emprendió la repoblación de la villa con gentes
procedentes de Yanguas, San Pedro Manrique y Magaña, lugares donde los
cristianos llevaban largo tiempo establecidos. La procedencia de estos
repobladores quedó perpetuada en los nombres de las tres parroquias que
fundaron: Nuestra Señora de Yanguas –luego de los Milagros–, Nuestra Señora de
Magaña y San Pedro. Además de estas parroquias había ya por entonces otras tres
dedicadas a San Juan Bautista, San Miguel y Santa María de la Peña.
Posteriormente quedó constituida la citada Comunidad de Villa y Tierra que fue
asignada eclesiásticamente a la diócesis de Tarazona.
Una vez repoblada la villa, se organizó su
concejo del que formaban parte seis representantes de las seis parroquias que
había –los Seises– que eran elegidos alternativamente por el estado de la
nobleza y por el del común.
Durante los siglos siguientes y hasta la
unificación de los reinos hispanos mantuvo su condición de ciudad fronteriza,
jugando un importante papel tanto en los períodos de guerra como en los de paz.
Aquí se firmaron treguas y pactos, y se concertaron los esponsales de algunos
miembros de la realeza. En 1204 se firmaron los límites entre Castilla y Aragón
y en 1296 el acuerdo pactado entre doña María de Molina y don Alfonso de la
Cerda. En 1221 se celebró la boda de doña Leonor, hija de Alfonso VIII, con Jaime
I de Aragón. Al mismo tiempo coexistieron en sus respectivos barrios la
población cristiana, la judía y la morisca en un verdadero crisol cultural que
dejó sus huellas en el paisaje arquitectónico de la localidad.
En los siglos XVI, XVII y XVIII Ágreda vivió al
amparo de la familia Castejón, en sus variados entronques, que dejó en la villa
importantes palacios y casonas. Por entonces ya había comenzado a menguar su
preponderancia histórica.
Iglesia de Nuestra Señora de la Peña
La iglesia de la Virgen de la Peña de Ágreda
fue consagrada el 23 de octubre de 1194 por el obispo de Tarazona, Juan
Frontín, según documento transcrito por José Hernández y citado por Gaya: Dicata
est ecclesia ista in honorem Dei et Beatæ Mariæ a Dno. Joanne Tirasonensi
Episcopo X kal. Novembris anno ab incarnatione Domini MCLXXXXIIII). Nicolás
Rabal recoge la existencia de un manuscrito en el que se hace referencia a la
consagración del templo y las reformas tardogóticas.
Exteriormente rodeada casi de modo asfixiante
por edificaciones añadidas, presenta al interior una excepcional estructura
dúplice de naves, rasgo que comparte con la cercana de Cerbón y, en la
provincia de Burgos, con la de Villaute. Ambas naves, levantadas en mampostería
y de similar trazado aunque distinta anchura, se dividen en tres tramos
cubiertos con bóveda de cañón apuntado sobre impostas achaflanadas, reforzada
por fajones doblados, comunicándose entre sí el segundo y tercer tramo a
través, como en Cerbón, de un gran formero rebajado que abarca ambos, de
aspecto rehecho. Apean los fajones contra los muros en responsiones prismáticos
con semicolumnas adosadas de basas áticas sobre altos plintos, mientras que los
que delimitan el segundo y el tercer tramo de cada nave lo hacen en ménsulas de
dos rollos, sobre la clave del formero.
Planta
La portada se abre en un antecuerpo del segundo
tramo de la nave de la epístola. Se compone de arco y tres arquivoltas de medio
punto, todos con la arista achaflanada y rodeados por chambrana de idéntico
perfil, que apean en jambas escalonadas –las del arco matadas sus aristas con
un bocel– coronadas por imposta de listel y bisel.
Los arcos presentan sumaria decoración incisa
en los chaflanes, en todo similar a la de la portada de San Juan Bautista de la
misma villa, obra sin duda de los mismos artífices.
El arco recibe en su chaflán, rosca y banda que
lo rodea, motivos de estrígilas, ondas, entrelazos, tallos y espigas; en la
arquivolta interior se suceden los tallos ondulantes con hojas apalmetadas,
entrelazos y hojitas excavadas y nervadas. La segunda arquivolta muestra
sucesión de óvalos, trenzas y líneas onduladas, y la tercera un tallo
serpenteante que acoge en sus meandros brotes avolutados. La chambrana, por su
parte, se orna con una sucesión de flores octopétalas casetonadas. El relieve,
casi esgrafiado, y los motivos que la decoran “faltan en absoluto en la
cuenca del Duero”, como bien señalaba Gaya. Sobre la portada, la nave
corona su muro con una hilera de canes de nacela, salvo uno decorado con una
hojita, que soportan la cornisa, moldurada con un bisel.
Portal.
Detalle
de la Portada de la Iglesia de Santa María de La Peña. Ágreda, Soria
La decoración escultórica del interior se
centra en los capiteles que recogen los fajones de ambas naves, la mayoría con
temas vegetales y todos de tosca factura. De los que recogen el primer fajón de
la nave meridional, el entrego al muro sur es vegetal, de rudos helechos y
grandes hojas lanceoladas y lobuladas de acusado nervio central y piñas; en el
capitel frontero se representa una tosca Psicostasis, en la que el arcángel San
Miguel aparece sosteniendo la balanza y un objeto esférico, mientras en la otra
cara un ángel psicopompo alzan sobre su regazo la cabecita que simboliza el
alma del justo.
Psicostasis
En el capitel que recibe contra el muro al
segundo fajón de esta misma nave sur se plasmó la escena del Pecado Original;
la lectura se inicia por la cara oriental, en la que aparece el árbol del
Paraíso cargado de frutos, a cuyo tronco se pega la serpiente, la cual acerca
su cabeza a la de Eva incitándola al pecado. En el frente de la cesta se
representa a Eva, en forzada contorsión y cogiendo uno de los frutos esféricos
que cuelgan del árbol, tras el cual aparece la figura de Adán, con el gesto
habitual de llevarse la mano a la garganta y, como su compañera, ocultando su
sexo con la otra. Una hoja lobulada del tipo a las del primer capitel descrito
completa la decoración. Caracterizan estas dos cestas figuradas su torpe
composición y escasa definición anatómica de las figuras, así como las
desproporciones y ausencia de detalles, carencias técnicas que no impiden la
gran expresividad de las escenas. Iconográficamente, ambas figuraciones actúan,
por un lado como advertencia contra el pecado y, por otro, como consuelo al
cristiano que sigue el recto camino, el cual encontrará la salvación tras el
juicio.
Los dos capiteles que apean el fajón del primer
tramo de la nave del evangelio presentan la misma decoración vegetal, a base de
vástagos anillados que se resuelven en volutas y, entre ellos, hojas lobuladas
y bolas, coronándose por cimacio de nacela con perlas. El siguiente capitel,
hacia el este, es una aún más torpe cesta, en cuyo frente se dispone un
bárbaramente tallado león pasante, mientras que una cruz griega flordelisada
ocupa la cara oriental. El último de los fajones, parcialmente solapado por la ménsula
que recoge el nervio crucero de la cabecera, es vegetal, con hojas de agua
apenas marcadas rematadas en caulículos. Frente a esta cesta, el arco recae en
una ménsula compuesta de cimacio de nacela sobre dos canes, uno de tres finos
rollos y el otro con una hoja pinjante acorazonada.
Interior
de la Iglesia de la Virgen de la Peña.
Las dos cabeceras románicas fueron sustituidas
en época tardogótica por sendas capillas cuadradas, comunicadas entre sí por un
formero apuntado. La meridional se cubre con una bóveda de crucería estrellada
de ocho puntas, con las claves decoradas por las armas de los Castejones, y
alberga un lucillo bajo arco conopial que contiene la estatua de alabastro de
un eclesiástico de dicha familia, a la que suponemos mecenas de la obra. La
capilla que remata la nave del evangelio, dedicada a la Trinidad, se cierra con
bóveda de terceletes con escuditos lisos. Rabal, en el señalado manuscrito,
refiere que esta capilla fue “restaurada y ensanchada por el licenciado Juan
de Torenzo, colegial de Santa Cruz de Valladolid, hijo y beneficiado de Ágreda”,
en el año 1520.
Tres capillas rectangulares se abrieron durante
el siglo XVI a la nave septentrional. La más occidental, bajo el cuerpo de la
moderna torre, fue fundada en 1567, se cubre con bóveda de crucería simple y
acoge un sepulcro bajo arcosolio. Las otras dos, de similar arquitectura, están
dedicadas respectivamente a San Juan Bautista y Nuestra Señora del Moncayo. Al
sur del tercer tramo de la nave de la epístola se abrió, también en el siglo
XVI, una capilla de planta poligonal, cubierta por bóveda de crucería arriñonada.
La pila bautismal, en buen estado de
conservación y situada en la capilla central de las abiertas a la nave del
evangelio, presenta copa troncocónica, de 122 cm de diámetro por 71,5 cm de
altura. Decora su frente con un listel en la embocadura, una cenefa de zigzag
con perlado en los ángulos sobre una serie de arquillos de medio punto sobre
pilares y, en la zona inferior, grandes arcos de medio punto entrecruzados. Su
decoración la aproxima a los ejemplares de Nuestra Señora de los Milagros de la
propia Ágreda, Pozalmuro y El Espino.
Otras dos pilas bautismales de traza románica
se situaban al realizarse este estudio (noviembre de 1998), en el exterior del
templo, frente a la portada meridional. Ambas son de copa troncocónica lisa;
una, de 118 cm de diámetro por 79 cm de altura, decora su embocadura con un
bocel, mientras la otra, de 99 cm de diámetro por 74 cm de altura, es
totalmente lisa. Una de ellas, sin que sepamos precisar cuál, procede de la
antigua iglesia de Nuestra Señora de Yanguas, en la misma villa de Ágreda.
Igualmente, en la referida fecha era visible la recién excavada necrópolis de
tumbas excavadas en la roca que rodea la cabecera y muro meridional del templo.
Iglesia de San Miguel Arcángel
Está situada detrás del Palacio de los
Castejones, junto a una plaza a la que da nombre. Tuvo una gran significación
histórica en la villa, pues según cuenta Nicolás Rabal en su atrio tenía lugar
el nombramiento de los Seises que formaban parte del concejo.
El edificio actual es una construcción del
primer cuarto del siglo XVI, levantada sobre el solar de una iglesia
tardorrománica de la que sólo se conservó una torre situada en el ángulo que
forma el muro norte de la nave con la capilla de Santa Ana. Consta de cuatro
cuerpos de sillería arenisca separados por impostas decoradas con boceles y
bolas. En el cuerpo inferior se abre una simple ventana abocinada, mientras que
en cada cara del segundo se disponen parejas de arcos ciegos.
Mayor interés presenta el tercer nivel, en
cuyos lados se abren ventanas geminadas con capiteles vegetales e historiados,
visibles sólo en los lados norte, este y oeste.
La ventana del lado septentrional presenta el
capitel derecho decorado con un hombre y una mujer desnudos, mientras que en el
izquierdo aparece otra figura muy desgastada e imposible de identificar. El
capitel doble del centro muestra en un lateral a un clérigo y a un caballero
con espada, y en el otro a un acólito portando un incensario acompañando a otro
clérigo con báculo que parece bendecir a otro personaje con bastón que camina
hacia él tal vez un pobre. Esta escena, de claro sentido religioso, se
contrapone a la del anterior capitel en el que parece evidente la alusión al
pecado de la lujuria.
Los de la ventana oriental –hoy cegada– se
decoran con hojas muy esquemáticas y roleos, mientras que los del lado
occidental se decoran con similares motivos vegetales, además de dos
personajes, uno con túnica y el otro desnudo sujetando una serpiente que parece
aludir al castigo de la lujuria.
No hemos llegado a ver, sin embargo, el capitel
que Gaya Nuño describió como “la representación mutilada de un hombre
tocando un violín”.
Portada gótica
El cuerpo superior de la torre se cubre con una
bóveda de crucería y se remata con una terraza almenada. Para el mencionado
autor está cubierta era signo inequívoco de una datación tardía que en ningún
caso sería anterior a finales del siglo XII. Sin embargo, coincidimos con
Martínez Frías en que este último cuerpo fue añadido en el siglo XVI para que
resaltara por encima de las nuevas cubiertas del templo.
Iglesia de San Juan Bautista
La iglesia de San juan Bautista es una
construcción del siglo XVI, con algunas reformas barrocas. De su primitiva
fábrica románica sólo conserva una portada abierta entre dos contrafuertes del
muro sur.
Consta de un arco de ingreso de medio punto,
tres arquivoltas y guardapolvo. Salvo la primera arquivolta que es totalmente
lisa, el resto de los arcos presentan la arista achaflanada y decorada con
motivos vegetales de tosca ejecución, muy parecidos a los de la portada de
Nuestra Señora de la Peña, sin duda labrada por las mismas manos. El arco de
ingreso recibe en su chaflán y rosca una decoración a base de tallos ondulantes
y hexapétalas inscritas en círculos, mientras que la segunda y tercera arquivoltas
se adornan con una banda en zigzag y tallos sinuosos que acogen brotes
avolutados y piñas. Por último, el guardapolvo se orna con flores octopétalas y
hexapétalas inscritas en cuadrados.
Las tres arquivoltas descansan en tres parejas
de columnillas coronadas por capiteles vegetales e historiados, tallados con
suma torpeza. Los del lado izquierdo se decoran con una figura alada que
sostiene en sus manos dos cabezas de rasgos sumarios; a continuación dos
grandes hojas junto a un personaje erguido; y en el de la arquivolta interior
una enigmática escena con cinco figuras sedentes sobre las que reposan
acostadas otras dos que parecen portar libros abiertos. Para Ortego esta escena
representaba el momento en que Gonzalo Gustios recibió las cabezas de los Siete
Infantes de Lara, interpretación que en cierto modo mantuvo Sáinz Magaña.
Dejando de lado tan descabellada lectura, pensamos que el sentido último que
preside estas representaciones está en relación con la muerte y la salvación
del alma, queriendo mostrar en este capitel al difunto en su lecho, mientras
que en el primero descrito aparecería su alma reposando en manos de un ángel
psicopompo, tema que se repite en un capitel de Nuestra Señora de la Peña.
Los capiteles de la derecha muestran, de dentro
afuera, a tres personajes de pie, uno con un libro abierto en sentido
horizontal y otro arropado con un manto en el que envuelve los brazos; a
continuación una cesta con grandes hojas de perfiles lobulados que acogen bayas
y, en el último, tres arpías.
Los cimacios se decoran con tallos entrelazados
que acogen pequeñas volutas y otros idénticos a los de las arquivoltas.
La portada se remataba originalmente con un
tejaroz del que sólo se ha conservado un canecillo decorado con un personaje tocando
un cuerno.
Ante la falta de paralelos cercanos en el
occidente soriano, Gaya Nuño supuso que la portada de San Juan había sido
realizada en el último cuarto del siglo XII por maestros inspirados por las
creaciones aragonesas.
Por último, hay que señalar la existencia en su
entorno de una necrópolis rupestre con enterramientos que, según Carlos de la
Casa, van de los siglos X/XI al XIV.
Románico en la comarca de Arcos de
Jalón, Soria
Arcos de Jalón es la capital de la comarca de
su mismo nombre que ocupa la esquina sureste de la provincia de Soria.
No es, sin duda, la zona de más abundante
románico de Soria. Por el contrario, se trata de unas tierras poco pobladas
cuyas aldeas suelen tener escasos vestigios románicos en sus iglesias y
ermitas.
Una gratísima excepción a este panorama
sobresale especialmente. Nos referimos al imponente Monasterio cisterciense
de Santa María de Huerta.
Otro magnífico ejemplo del románico de
la Comarca de Arcos de Jalón es la iglesia porticada
de Villasayas. También nos ocuparemos de las interesantes portadas de las
iglesias de Alpanseque y Romanillos de Medinaceli.
Villasayas
Villasayas se sitúa a 53 km de Soria y a unos
15 km al sur de Almazán por la carretera de Barahona. La localidad se emplaza
al sur de las sierras de Bordecorex y Hontalvilla, y es regada por el río
Bordecorex.
Se incluía en el ámbito de la Tierra de Almazán
aunque, como señala José Ángel Márquez, al no constar su inclusión en ninguno
de los dos sexmos en que ésta se articulaba, debía de ser villa exenta y contar
con un status especial, al igual que otros casos como Velamazán, Barca o
Cabanillas. En la Estadística de la diócesis de Sigüenza, de 1353, su beneficio
curado va unido al de Fuentegelmes, aunque se señala que “en la eglesia de
villa sayas ay quatro beneficios de los absentes val de renta cada uno 50 mrs”.
En 1514 su señor, Diego de Mendoza, vendió la localidad con su jurisdicción a
los condes de Monteagudo, Antonio y María de Mendoza.
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
Si los edificios, como la arquitectura misma,
son un arte en constante mutación y renovación, la iglesia parroquial de
Villasayas nos ofrece un casi completo compendio de lo que significa la
renovación de los estilos, siempre desde la perspectiva del ámbito rural.
La sucesión de campañas constructivas se inicia
con el templo románico –objeto de este estudio–, realizado en las últimas
décadas del siglo XII, del que no nos resta sino probablemente el perímetro de
la nave con su portada meridional, las responsiones del arco triunfal y la
galería porticada al sur. A fines del siglo XV o principios del XVI, y como en
tantos otros casos estudiados por Martínez Frías, se procedió a sustituir la
cabecera románica por una capilla cuadrada más amplia, con contrafuertes angulares
y cubierta con bóveda de terceletes, a la que se accede desde la nave a través
de un arco triunfal netamente apuntado, éste también tardogótico, aunque
aprovechó los soportes del primitivo.
Pocos años después de esta reforma se dotó al
recinto que rodea el edificio de una bellísima portada renacentista, datada
epigráficamente en 1537 y compuesta de arco de medio punto encuadrado por dos
columnas de capiteles compuestos, y entablamento coronado por crestería. A
mediados del siglo XVII se reformó el cuerpo de la iglesia, pues en el interior
recogemos una inscripción con la fecha de 1646. Nuevas e importantes
actuaciones tuvieron lugar a mediados del siglo XVIII, momento en el que se
remozaría el interior, se abrió la capilla cuadrada al sur de la cabecera, y se
construyó la sacristía –datada en 1767– en sustitución de una primitiva, de la
que restan vestigios en el muro norte de la cabecera. Finalmente, en 1887, se
alzó la torre cuadrada adosada al hastial occidental.
Comenzaremos el estudio de los vestigios
románicos por los pilares con semicolumnas adosadas que soportaban el primitivo
arco triunfal, y que, como dijimos, hoy siguen cumpliendo tal función dentro de
la estructura gótica, aunque la columna y la parte baja del capitel del lado de
la epístola fueron rasurados y retallados en el momento de disponer en este
lado el púlpito. Este capitel se decora con estilizadas hojas cóncavas lisas de
cuyas puntas penden piñas, y el cimacio que lo corona, como la imposta que
recorre todo el pilar, con un friso de tetrapétalas en clípeos.
El capitel del lado del evangelio es también
vegetal, con hojas avolutadas de seco tratamiento muy similares a las de un
capitel de la ermita de Rioseco de Soria, ornándose su cimacio y la imposta que
corona el machón con cinco filas de menudo ajedrezado. Ambas basas manifiestan
un evolucionado perfil, con fino toro superior, escocia, toro inferior
trapezoidal sobre dos junquillos y fino plinto.
La bella portada del templo se abre entre dos
contrafuertes del muro sur de la fábrica moderna. Se compone de arco de medio
punto y dos arquivoltas, la interior figurada y la otra moldurada con un grueso
bocel entre mediascañas, todo rodeado por chambrana ornada con series de dos
carnosas hojas acogolladas, algunas acogiendo piñas. Apean los arcos en jambas
escalonadas rematadas por impostas de listel, bocel y nacela, acodillándose dos
columnas para recoger la arquivolta interior.
El capitel de la columna más occidental, de
buena factura, se decora con dos arpías simétricamente dispuestas en torno a
una fracturada hoja de bordes lobulados. Ambos híbridos presentan largos
cuellos, rostros de efebo, cuerpo de ave con cola de reptil y pezuñas de cabra
que apoyan en el facetado astrágalo, siendo una composición recurrente en la
plástica del románico tardío, por ejemplo en la portada de La Cuenca, en la
burgalesa de Vizcaínos de la Sierra o en un capitel interior de ventana de
Gredilla de Sedano.
El capitel de la columna derecha es de más
tosca ejecución, historiándose con el combate de dos infantes, ataviados con
camisa y túnica corta, contra sendos leones rampantes, de puntiagudas orejas y
rugientes fauces. Pese a la erosión de la cesta, vemos cómo el personaje de la
cara interior se protege con un escudo de cometa, mientras que el de la otra
cara clava su espada en el cuello de su oponente.
La arquivolta figurada nos muestra un complejo
muestrario de la fauna fantástica que caracteriza a la mejor escultura
castellana del último cuarto del siglo XII, con las figuras colocadas en
disposición radial. En el sentido de las agujas del reloj observamos en primer
lugar a dos arpías de rostro de efebo y cabellos acaracolados, simétricamente
opuestas, con las alas explayadas y los largos y escamosos cuellos vueltos
hacia su compañera, según un modelo de éxito que vemos ya en un fragmentado
relieve de arco del lapidario de Silos. Le sigue un personaje, ataviado con
túnica de mangas fruncidas y ceñida por cinturón, que cabalga sobre un grifo
portando una maza, similar a uno que monta un camello en la sala capitular de
El Burgo de Osma; tras él se dispone un ave de plumaje minuciosamente
trabajado, contorsionándose para picotearse la enhiesta cola, en actitud de
desparasitarse u ordenarse las plumas. En la clave aparecen dos híbridos de
cabeza felina de rugientes fauces, largo cuello escamoso y cuerpo de reptil
alado. Continúa la serie con un trasgo de cabeza felina, largo cuello, cuerpo
de reptil alado y pezuñas de cabra, que aparece enredado en un ondulante tallo
del que brotan cogollos y granas, y dos bellísimos grifos opuestos que vuelven
sus cabezas. Tras ellos, completando la decoración, vemos un dragón de grandes
y puntiagudas orejas o cuernos, largo cuello, cuerpo alado cubierto de escamas
cuya cola remata en tallos con brotes y tras él, en actitud de perseguirle, un
híbrido de amenazador aspecto, con cabeza felina de rugientes fauces, cuerpo
alado de reptil y larga cola enroscada.
La galería porticada que recubre la fachada
meridional de la nave es el elemento más característico del templo, y
recientemente ha recobrado su primitivo aspecto al liberarse sus arcos tras
permanecer durante muchos años cegados, hecho que, lamentablemente, supuso un
severo deterioro del relieve de sus capiteles.
Aparentemente, el pórtico ha mantenido en lo
fundamental su primitiva disposición, pese a haber sido restaurado, en algunas
partes probablemente remontado y sin duda realzado. Se compone de una portada y
dos series de cuatro arcos de medio punto, sobre basamento de fábrica de
ángulos decorados con boceles y aristas.
Los arcos apean en dobles columnas de capiteles
dobles coronados por cimacios moldurados con listel y nacela o bisel, fustes
unidos y basas con perfil ático de toro inferior aplastado y más desarrollado,
sobre plinto, muchos restaurados. Contra los machones de los extremos, y al
igual que ocurre en la galería de Barca, con la que son evidentes los
paralelismos, los arcos apean en sendas estatuas-columna. Al igual que allí, es
la figura de un atlante, en actitud de sostener el muro con un brazo y llevarse
la mano izquierda al vientre, la que ocupa el extremo occidental.
Pese al avanzado deterioro, aún advertimos que
la figura se encuentra encadenada. En el extremo oriental del pórtico, la parte
sin duda más remozada, recogía el arco una también destrozada figura sedente
que sostiene una filacteria. El probable apóstol o profeta viste túnica y manto
de abultados pliegues y apoya sus pies en una especie de escabel.
De los ocho capiteles de la galería, cinco son
vegetales y repiten el esquema de hojas carnosas pegadas a la cesta en su base,
que adquieren gran volumen en su remate. El primero por el oeste, muy
erosionado, muestra hojas lanceoladas rematadas en volutas, y el siguiente, de
bella factura, se decora con palmetas entre acantos avolutados. El tercer
capitel parece fruto de una reforma o, en cualquier caso, no corresponde a la
serie original, pues muestra la cesta casi lisa, con torpes hojas lisas
talladas en dos planos y sin apenas relieve. El capitel que apoya sobre el
machón de la portada, que repite el modelo del situado sobre los profetas de la
galería de Barca, se decora con dos parejas de arpías de largos cuellos vueltos
y colas de reptil enredadas en sus patas, que se enfrentan dos a dos en los
ángulos de la cesta.
La portada de la galería se abre
aproximadamente en su centro, aunque no exactamente alineada respecto a la
portada de la iglesia. Se compone de arco de medio punto liso sobre impostas de
listel y nacela, rodeándose de un tornapolvos achaflanado, cuyas dovelas
centrales reciben decoración de bolas.
Al exterior de la galería, sobre el arco de
acceso, se encuentra un grupo escultórico formado por tres figuras que
escenifican la Anunciación. Representa a la Virgen María flanqueada por un
ángel a su derecha y por San José a su izquierda. Éste, sentado como María,
adopta una actitud pensativa simbolizada por la forma de reclinar la cabeza
sobre su mano alzada. Los tres relieves lucen en sus vestiduras abundantes
pliegues y caídas onduladas de los paños similares a los de la cariátide que
aún se conserva y muy parecidos a los de las figuras de la ya mencionada
galería de Barca con la que se da un verdadero hermanamiento estilístico.
En las enjutas de la portada, al exterior, se
incrustaron dos muy desgastados relieves; en el de la izquierda apenas
distinguimos la silueta de un personaje cabalgando y quizás desquijarando a un
león, probable representación de Sansón con el león de Timna que encontramos en
Barca en un relieve sobre la portada de la galería. En la enjuta derecha vemos
un descabezado personaje sentado sobre un cojín o silla rematada por cabezas de
leoncillos, ataviado con túnica y manto.
Cariátide del extremo oriental.Esta cariátide, no tan estropeada como la del otro extremo, aún conserva por el
interior su primitivo aspecto y deja ver la figura de aire monacal (también
sugiere un profeta o un apóstol) sentado, con los pies sobre un pedestal,
cuyo hábito talar se pliega finamente. Lleva entre las manos una filacteria o
cinta de pergamino.
Cariátide del extremo occidental.Resulta de todo punto irreconocible. Fue destrozada sin miramiento a martillo y
cincel cuando se cegó la galería, y aún se puede observar la escotadura
superior en la que encajaba el cerramiento.
Capitel adosado al machón izquierdo.Este capitel figurativo representa unas fabulosas aves de trastornados cuellos
que concluyen en cabezas humanas, y que vuelven hacia adelante por entre las
patas sus cónicas colas.
En las caras sur y norte, un cuadrúpedo leonado que gira la cabeza hacia el
interior. En la cara central, dos individuos que, por su actitud dinámica y por
estar unidos por una de sus manos, pudieran representar una pareja de
danzarines.
Aves quiméricas similares a las representadas en el otro capitel figurativo, de
colas cónicas que esconden bajo el cuerpo y cabezas que en este caso son de
dragón.
En ambas enjutas del arco central de acceso al pórtico existen sendos bajorrelieves sobre piedras rehundidas, de los que, el de la izquierda, representa a un caballero o simple jinete.
El
de la derecha, un personaje sentado de difícil identificación. Las dos tallas
se encuentran muy deterioradas.
Continúan los arcos por el este con el único
capitel historiado del conjunto –muy rasurado–, que parece representar, entre
ramajes, el combate de dos personajes ataviados con túnicas cortas, dispuestos
en el frente de la cesta, contra dos bestias –quizá leones– que aparecen en los
laterales. Le sigue un bello capitel de hojas lisas y carnosas de puntas
vueltas, tras el cual vemos el mejor conservado de entre los figurativos, con
dos parejas de dragones opuestos en cada frente y otros dos híbridos en las
caras cortas, todos de fauces rugientes y orejas puntiagudas, alados, con
escamoso cuerpo de reptil, pezuñas de cáprido y colas enredadas entre sus
patas. Concluye la serie con un capitel vegetal de buena factura, que muestra
grandes hojas lisas de puntas rizadas y anudadas a modo de cogollo y palmetas
entre ellas.
Sobre la portada de la galería se recolocaron
las tres placas esculpidas que componen la escena de la Anunciación de María. A
la izquierda vemos al arcángel, de cabellos acaracolados, que rodilla en tierra
extiende su brazo hacia la Virgen. Ésta, que porta velo y corona y aparece
sentada, vuelve su cabeza hacia el mensajero y alza su diestra mostrando la
palma, mientras con la otra mano recoge un pliegue de su abarrocado manto. Tras
ella aparece San José, en la tradicional actitud pensativa de llevarse la mano
a la sien mientras apoya la otra sobre un bastón en “tau”. Desconocemos
el primitivo emplazamiento de este relieve.
Se adivinan al menos dos manos en la escultura
de la portada y galería, aunque ambas dentro de una misma campaña. El cuidado
estilo se traduce en un minucioso tratamiento de los plumajes y texturas de los
híbridos, de correcta composición y expresividad. Las figuras humanas –de corto
canon– muestran rostros de construcción cuadrada, mofletudos, con ojos
globulosos y saltones; el barroco recargamiento de plegados en los pesados
paños, con pliegues abultados, en cuchara, en “uve”, recogidos en haces
zigzagueantes, fruncidos en las mangas, etc., son elementos, junto a la propia
iconografía desarrollada, que aproximan a la escultura de Villasayas de un modo
directo a la ya citada y geográficamente próxima galería porticada de Barca.
Ambas participan de la corriente más prolífica del románico tardío castellano,
introducida en el territorio de Soria por los talleres burgaleses del tercer
cuarto del siglo XII, que tienen como principal referente la segunda campaña
decorativa del monasterio de Santo Domingo de Silos y junto a ella, las
realizaciones de Moradillo de Sedano, Cerezo de Riotirón, Butrera, Ahedo del
Butrón, etc.
Como señala Elizabeth Valdez, la secuencia de
introducción de esta corriente en tierras sorianas encuentra su primer eslabón
en la catedral de El Burgo de Osma, para trasladarse posteriormente a los
grandes edificios de Soria y Almazán. En Villasayas es patente el referido
influjo burgalés en la composición y factura del relieve de la Anunciación, que
deriva del modelo de anunciación-coronación establecido en Silos y repetido en
Gredilla de Sedano, aunque es con la Anunciación de El Burgo con la que tiende más
netos lazos; lo mismo podríamos decir de los híbridos de la arquivolta de la
portada, directamente deudores de los que pueblan las arquerías y dos capiteles
de la sala capitular de El Burgo de Osma. También encuentran sus referentes en
El Burgo las dobles hojas acogolladas de la chambrana. Aunque pueden
establecerse paralelismos con la escultura de Santo Domingo (Bestiario del
rosetón) y San Juan de Rabanera (hojas acogolladas, Bestiario de las trompas
del crucero) de la capital, éstas parecen obedecer más a un origen común de los
modelos que a una influencia.Con todos estos datos, la aproximación
cronológica nos sitúa en las dos últimas décadas del siglo XII como la fecha
más probable de la campaña románica de Villasayas.
Santa María de Huerta
La abadía de Santa María de Huerta está
instalada a orillas del Jalón, en el límite sureste de la provincia de Soria, a
tiro de fusil de tierras aragonesas. Accedemos al lugar desde Medinaceli por la
desdoblada N-II (km 178), o bien desde Almazán, Morón, Monteagudo de las
Vicarías y el ramal que, dirigiéndose hasta Ariza, penetra en el interior de la
provincia de Zaragoza para conectar con la N-II, desde donde arribamos hasta
Santa María de Huerta en dirección a Madrid.
Su más temprano origen parte del monasterio de
Cántavos (ca. Deza, en el concejo de Almazán), donde hacia 1142 o 1144 y a
instancias del rey Alfonso VII, tras la toma de Coria, se instalaba el abad
Radulfo y su comunidad procedente de Verduns (Gascuña), abrazando la regla
bernarda en 1158. En torno a 1162, y ante la escasez de agua en Cántavos, se
trasladaba definitivamente hasta el fértil valle de Santa María de Huerta
–donde Cántavos poseía una granja al menos desde 1152– con el especial apoyo de
Alfonso VIII de Castilla, Alfonso II de Aragón y su hijo don Pedro. La casa fue
agrandando sus dominios escalonadamente hasta alcanzar las cuencas del Jalón,
Tajuña y Júcar: Boñices, Estenilla, Alcardench, Benevívere, Arandilla, Molina y
Gludex; salinas en Terceguela y Medinaceli y los derechos de pastos y
portazgos, coincidiendo con las luchas combinadas de castellanos y aragoneses
por la toma de Cuenca; heredades y propiedades en Serón, Almazán, Deza,
Lodares, Villalba, Grisén, Terrer, Borja, Ambel, Magallón, Valera, Zuera,
Ariza, Albalate, Albaladejo, Belimbre, Montuenga, Ateca, Calatayud, etc., se
irán incorporando sucesivamente. Figuras como los Manrique de Lara, señores de
Molina de Aragón y Fernando III el Santo se encuentran entre sus mentores y
protectores. Se conoce con precisión el coto monástico de este monasterio, que
para Pérez-Embid resultó un caso excepcional; a consecuencia de estar encajado
en el seno de un estrecho valle, sus allegados, collazos, familiares y otros
pobladores se establecieron a escasos metros de la puerta abacial.
Otra época especialmente brillante fue la del
abadiato de Martín de Finojosa (1166-1186), futuro obispo de Sigüenza (se
retiró nuevamente a Huerta en 1192 hasta su fallecimiento en 1213, poco después
de consagrar la casa de la Oliva), vecina circunscripción secular con la que la
abadía sostuvo numerosos litigios. Su sobrino Rodrigo Jiménez de Rada, futuro
primado toledano y enterrado en el mismo monasterio será otro de sus
protectores.
En 1175 el monasterio recibió 200 mencales para
terminar la obra del dormitorio, aún no finalizado en 1200, cuando fue objeto
de nuevas donaciones. En 1179 Alfonso VIII perdonaba al cenobio hortense una
deuda como donativo a la edificación colocando primum lapide in fundamento
(quizá en referencia a la iglesia). El mismo monarca amojonaba los términos
monásticos en 1184. Parece evidente que el grueso de las edificaciones
monacales ya estaban rematadas antes de 1250, coincidiendo con importantes
donaciones como la de Nuño Sancho (†1206), hermano mayor de Martín de Finojosa,
que ofreció parte del botín obtenido tras la toma de Cuenca y de su propia
mujer, doña Marquesa, pagando la obra de la galería claustral septentrional
donde fueron instalados sus enterramientos.
Herido durante la francesada y tocado de muerte
tras la desamortización de 1835, Santa María de Huerta no reinstaura la vida
monástica hasta 1930 gracias a un grupo de monjes llegados desde la casa de
Viaceli (Santander).
Monasterio de Santa María de Huerta
Todo el conjunto se encuentra cercado por un
muro reforzado con ocho cubos almenados. Se accede al cenobio superando una
portada datada en 1771 que da acceso a un amplio compás. Una excavación previa
a la urbanización de la plazuela frontera abierta hacia la hospedería y la
Calle Comandante Palacios, descubrió la planta de algunas viejas dependencias
agrarias. El bloque de la hospedería y su patio se sitúa hacia occidente del
conjunto medieval, data de 1582 y tiene acceso desde una portada clasicista
abierta al compás meridional. La construcción de la hospedería moderna durante
unos años de relativa pujanza económica –coincidente con las visitas de Carlos
V y Felipe II– destruyó el nártex o galilea cubierta con dos tramos de
crucerías (aún se ve uno de sus perfiles) que se alzaba junto al hastial
occidental del templo cisterciense. A la derecha, se conserva un grueso
contrafuerte que remata en talud junto al que estaba adosada una atarjea o
galería abovedada de inicios del siglo XIX para intentar acabar con las
incesantes humedades del templo.
Las dependencias monásticas se extienden hacia
el norte del templo, tal y como ocurre en Alcabaça, la Oliva o Palazuelos,
siguiendo los planteamientos habituales de la orden. Sólo el refectorio de
conversos parece quedar ajeno al esquema ideal, pues a causa de requisitos
topográficos está orientado este-oeste, y no norte-sur.
Fachada del monasterio Santa María de
Huerta, en Soria, junto con la representación en miniatura del propio
monasterio
La portada occidental, muy retocada por las
recientes reintegraciones y reimplantes, es apuntada, con chambrana de puntas
de clavo y cinco arquivoltas ornadas con dientes de sierra, boceles y arquitos
de medio punto –recordando curiosamente a la de la humilde iglesia parroquial
de Castillejo de Robledo– que apoyan sobre retocado cimacio con listel, dos
boceles, dos escocias con improntas de gradina prolongadas por el frente,
jambas acodilladas y seis capiteles vegetales con esquemáticas palmetas. Los fustes,
basas prismáticas y podium están rehechos. La portada occidental mantiene
restos de su primitiva policromía tardogótica, con rosetas, líneas quebradas y
zigzagueantes pautadas con puntos, así como una ilegible leyenda en el intradós
(Martínez Frías leía DOMUS MEA DOMUS ORATIONIS VACABITUR) en tonos rojos,
azules, negros y blancos. Sobre la misma se abre un rosetón –que parece imitar
al del refectorio– con doble chambrana de puntas de clavo, dos baquetones y
tracería que desgrana doce arquitos polilobulados coincidentes en un óculo
central.
Entrada al recinto
Fachada de la iglesia con la portada
descentrada por la adición del cuerpo del claustro
del siglo XVI. Se aprecian las huellas del desaparecido nártex
Portada
Rosetón
El hastial occidental, verdadera pantalla
adherida al bloque eclesial, remata a piñón y presenta cornisa con perfil de
listel, baquetón y escocia sostenida por canecillos vegetales, de rollos y de
toscas máscaras zoomórficas muy erosionadas. En el resto de los aleros del
templo los canes mantienen un único modelo con sólidos modillones de cinco
rollos recordando las ménsulas del interior de la nave central.
Canecillos románicos
Canecillos románicos
Canecillos románicos
Canecillos románicos
Canecillos románicos
El paramento meridional revela grandes
contrafuertes de perfil cuadrangular (los dos occidentales coronados por talud
y los dos orientales con remate piramidal y prolongándose en la nave central).
Entre los contrafuertes occidentales se abren dos saeteras de medio punto con
dintel superior, y entre los orientales –que poseen remate piramidal– otras dos
ventanas cuadrangulares. Desde la nave central los vanos entre los
contrafuertes son de medio punto. Resultan llamativos los canecillos que
soportan los aleros, con perfil de rollos, incluso en las esquinas.
La gran iglesia de Huerta tiene planta de cruz
latina, acusado crucero y cabecera con cinco capillas, semicircular la mayor y
planas las colaterales. Presenta tres naves, más ancha la central, separadas
por medio de grandes pilares de sección cuadrangular, delimitando cinco tramos.
Las colaterales fueron muy reformadas entre 1632 y 1635, durante el abadiato de
Manuel de Cereceda aprovechando las suculentas rentas obtenidas por fray
Francisco de Bernardo. Se rebajaron entonces en unos 40 cm los tramos tercero,
cuarto y quinto de las naves laterales (los más orientales), enmascarando los
pilares originales del tramo más occidental y cubriéndolos con bóvedas de
arista enyesadas que apean sobre impostas clasicistas. En 1668 se revocaron
muros y bóvedas de todo el templo y en el siglo XVIII se enmascaró con yeserías
barrocas que no fueron retiradas hasta la restauración de la década de 1970.
Alzado este
Alzado
norte
Alzado oeste
Sección
transversal
Los tramos de la nave central están delimitados
por fajones apuntados que apoyan sobre potentes pilares de sección cruciforme
con zócalo baquetonado y grandes ménsulas de rollos –como en los templos de
Santes Creus y Oya– en los cuatro pilares orientales; los pilares de los tramos
occidentales de la nave mayor fueron modificados cuando se reformaron las
colaterales y se construyó un coro alto. De hecho, los fajones de la nave
central carecen de capiteles, cuyo lugar ocupan gruesas impostas lisas baquetonadas,
como las presentes sobre las grandes ménsulas de rollos, en coincidencia con
las colaterales. Los dos tramos más orientales de la nave central se cubren con
bóvedas de ojivas, cuyas nervaduras ostentan perfil de triple baquetón, como en
la seo conquense. Para los tres tramos más occidentales se recurre a bóvedas
estrelladas de terceletes.
Interior hacia la cabecera
Interior hacia los pies
Los vanos que iluminan la nave central son
apuntados o de medio punto con columnillas acodilladas. Todas las claves de las
bóvedas de la nave mayor presentan claves polícromas con motivos heráldicos del
siglo XVIII. El mismo perfil de triple baquetón presente en los dos tramos
orientales de la nave mayor, aunque de mayor grosor, aparece en las crucerías
de los cinco tramos del transepto, apeando sobre ménsulas y grandes capiteles
troncocónicos con leves prótomos vegetales. Los fajones del transepto descansan
sobre semicolumnas adosadas cuyas cestas tienen un marcado carácter geométrico,
con ábaco listado y esquemáticos motivos espirales que simplifican los modelos
vegetales.
El transepto está recorrido en sentido
horizontal por dos líneas de imposta: una se dispone bajo los ventanales, la
otra prolonga la línea de cimacios que corona los capiteles. Los hastiales del
transepto están perforados por ventanales abocinados de medio punto con
alféizares escalonados; otras dos ventanas dan luz –desde oriente y occidente–
a cada uno de los tramos del transepto (a excepción del tramo más septentrional
del brazo septentrional, donde sólo se perforó el lateral oriental). En el
hastial meridional se encuentran dos arcosolios de medio punto entre los que se
abre una puerta de medio punto que da paso a la capilla del relicario, obra de
planta octogonal en ladrillo que data del siglo XVIII.
Brazo transepto sur
Brazo transepto norte. En
el muro del testero, la escalera que conducía al dormitorio de los monjes.
En el hastial septentrional se abre la puerta
de acceso a la sacristía del siglo XVII –aunque en la actualidad ocupa además
lo que fue sala capitular sobre la que estuvo instalado el dormitorio–, una
empinada escalera de acceso hasta el claustro alto, la puerta del viejo
dormitorio y el husillo de la torre.
Capilla mayor
La capilla mayor semicircular cuenta con tramo
presbiterial recto al que da paso un triunfal apuntado, está cubierto con
bóveda de ojivas cuyas nervaduras poseen sección de triple bocel y el hemiciclo
absidal –aunque permanece oculto por el retablo– con bóveda de horno reforzada
por seis nervaduras que se unen en la misma clave. El tramo presbiterial
aparece perforado hacia el este y oeste por sendas ventanas de medio punto
abocinadas. Groseras pinturas obradas por el genovés Bartolomé Matarana
(1580-1581) ornan el presbiterio y parte del hemiciclo de la capilla mayor. El
retablo mayor fue alzado por el escultor bilbilitano Félix Malo en época del abad
Rafael Cañibano (1763-1767). Estas reformas fueron promovidas por los duques de
Medinaceli (con anterioridad fue capilla funeraria de los de la Cerda) que
encargaban un nuevo retablo a Sebastián de Benavente y habilitaron el espacio
como panteón familiar al tiempo que incluían los cenotafios de San Martín de
Hinojosa y de don Rodrigo Jiménez de Rada. Los restos de los Medinaceli fueron
más tarde trasladados hasta la colegiata de la villa soriana homónima.
El ábside mayor se encuentra flanqueado por
cuatro capillas colaterales de testero plano, de norte a sur advocadas a San
Miguel, San Pedro, San Martín y la Magdalena; todas ellas –como debió suceder
en Matallana– se abren al transepto mediante triunfales apuntados y doblados
que apoyan sobre capiteles de esquemáticos acantos, aunque las cestas del brazo
norte aparecen rasuradas. Se cubren con ojivas de gruesas nervaduras aboceladas
que apean sobre ménsulas angulares. Una línea de imposta con perfil de bocel y
listel recorre todo el frente oriental de la batería absidal a la altura de los
cimacios de los capiteles, las semicolumnas de los fajones del transepto
–formulando una suerte de anillos al estilo de Moreruela, Sacramenia y
Gradefes– y el interior de las mismas capillas. En los muros de las capillas
colaterales se mantienen relicarios rectangulares y credencias cuadrangulares
en las de San Martín y la Magdalena. Aún se aprecian restos de pinturas murales
con temas geométricos y vegetales de inicios del siglo XVI. La capilla extrema
del brazo septentrional cuenta con una pila bautismal de inicios del siglo
XIII, tiene perfil acampanado, zócalo baquetonado y registro superior con
círculos entrecruzados.
San Miguel
San Pedro
San Martín de Tours
Santa
María Magdalena
La capilla de la Magdalena conserva sus
pinturas murales, con los ciclos de la vida de Cristo y de la Virgen en el
testero y derrame de la ventana absidal (Anunciación y ángeles con los
atributos de la Pasión, la aparición de Cristo a la Magdalena y Cristo con la
cruz a cuestas ayudado por el Cireneo) y de San Benito (bajo la imposta de la
ventana se representa su misa, enfermedad y entierro). El frontal del muro
acoge las imágenes de Jeremías, Salomón, Dios Hijo, Gabriel y la Virgen María.
En el alféizar de la ventana se custodia la
talla en madera policromada de la Virgen con el Niño de Huerta, pieza de
inicios del siglo XIII de madera policromada –repintada– de 59 × 24,5 × 21 cm.
La talla representa iconográficamente el prototipo de Sedes Sapientiae, en el
que María está concebida como trono de su Hijo que, a su vez, se muestra como
la segunda de las personas divinas, la Suprema Sabiduría. La Virgen y el Niño
se caracterizan por su total deshumanización, que se consigue mediante la rigidez
de las posturas, el hieratismo y la frontalidad absoluta, eliminando así
cualquier tipo de relación personal entre ambos. No obstante, este
distanciamiento emocional queda en parte mitigado por un tímido acercamiento de
María que parece dejar sentir su protección maternal. La Virgen está sentada
sobre un banco sin respaldo, con los brazos doblados en ángulo recto y
protegiendo al Niño con las manos pero sin llegar a tocarlo. El rostro oval, de
correctas facciones, transmite calma y serenidad, que pueden ser debidas a las
alteraciones introducidas por la moderna policromía. Su cabeza se cubre con un
velo muy ceñido sujeto por la corona, dejando ver parte de su cabello. Viste
manto que cae desde los hombros cubriendo ambos brazos y túnica adornada con
orofrés en el cuello y en el borde inferior. Bajo esta indumentaria asoma el
típico calzado puntiagudo. Jesús, con el aspecto de adulto que le caracteriza,
se sienta sobre el centro del regazo materno acentuando así la simetría de la
composición. Se muestra bendiciendo con la mano derecha y sujetando un libro
abierto con la izquierda. Porta túnica, manto y corona. Desde el punto de vista
iconográfico se han establecido paralelismos, más o menos atinados, con las
otras imágenes de nuestro país: una talla del Museo de Vich, Nuestra Señora de
la Hiniesta de Zamora, dos ejemplares del Museo Marès y la navarra de Eristáin.
En cuanto a la cronología, si bien por los aspectos compositivos e
iconográficos se podría datar a lo largo de la segunda mitad del siglo XII, hay
otros detalles –entre los que destaca el tratamiento más naturalista de los
pliegues inferiores del manto mariano– que pueden conducir a una cronología más
avanzada, en torno a los primeros años del siglo XIII.
Se conserva un coro bajo occidental de fines
del siglo XVI, abierto a la nave mayor del templo por medio de un gran arco
rebajado, y al conjunto del mismo mediante una reja obrada en época de fray
Felipe García (1776). El coro bajo presenta seis tramos –dos por nave– que
apoyan sobre grandes pilares de sección cuadrangular y sencillas ménsulas. Los
dos tramos de la nave central se cubren con bóvedas estrelladas de terceletes y
combados, las claves están ornadas con florones. Los tramos de las colaterales
se cubren con crucerías cuyas nervaduras tienen perfil de triple baquetón y
cuatro escocias. En el último tramo del lado de la epístola se encuentra hoy el
sepulcro de don Rodrigo Jiménez de Rada (†1247) que desde 1660 se hallaba
empotrado –como el de San Martín de Finojosa– en un profundo arcosolio de la
capilla mayor. Es pieza de mediados del siglo XIII y está labrado en maltrecha
arenisca (220 cm de longitud × 60 cm de anchura y 106 de altura), apoya sobre
tres peanas ornadas con leones y presenta en su frente la figura del
eclesiástico vestido con ricos atuendos episcopales.
En el paramento del antepenúltimo tramo de la
nave del evangelio se conservan otros restos de pinturas murales con una gran
imagen de San Cristóbal; son obra de los primeros años del siglo XVI,
anteriores a la construcción del sotocoro que selló parte de las mismas. Se
trata de una advocación común para aquellos edificios que habían sufrido daños.
Sobre el último tramo de la nave del evangelio de abre un vano rebajado
correspondiente a la puerta de conversos. En el segundo tramo de la nave del
evangelio advertimos la presencia de un fracturado capitel vegetal del siglo
XIII con su correspondiente fuste rematado en una especie de ménsula vegetal.
En el paramento superior del antepenúltimo tramo de la nave de la epístola
también se conservan restos de un ciclo pictórico dedicado al Juicio Final.
En el tramo más oriental de la nave del
evangelio se abre la puerta de monjes que da paso al claustro, desde donde
ostenta portada apuntada con arquivoltas que combinan baquetones y escocias
apoyando sobre capiteles de crochets, fustes y basas áticas.
Desde el exterior la austera batería absidal y
los brazos del transepto de Huerta revelan bien a las claras el uso de grandes
contrafuertes sobre los que apoyan arcos ciegos de medio punto horadados por
los ventanales, como en el ábside de Monasterio de Rodilla, y que para Gaya
Nuño resultaba una derivación de lo poitevino. Las esquinas del brazo
meridional se encuentran fuertemente achaflanadas, rematando antes de la línea
de aleros en sendas ménsulas de rollos. Las capillas colaterales presentan
grandes arcos ciegos rebajados perforados por aspilleras de medio punto entre
sus contrafuertes; los hastiales del crucero presentan dobles arcos apuntados
de descarga.
Secuencia constructiva
Respecto a la secuencia constructiva del
templo: cabecera, crucero, pilares cruciformes de la nave y muros exteriores de
las colaterales, debieron alzarse entre 1179 y 1200 (Lambert y Martínez Frías).
Hacia el primer cuarto del siglo XIII se abovedaron los dos tramos inmediatos
al crucero y se trazó la fachada occidental. Las obras se paralizan entonces
hasta inicios del siglo XVI, cuando se cerraron los tres últimos tramos de la
nave central. El coro se alzó hacia el segundo cuarto del mismo siglo.
La sacristía, instalada en la panda oriental
del claustro, inmediata al brazo septentrional del crucero y al que tiene
acceso por una puerta reformada en 1602, posee planta rectangular y dos tramos
cubiertos de cañón con lunetos de yeserías decoradas. Entre ambos tramos se
dispone un fajón sobre pilastras cajeadas, las mismas que se disponen en los
ángulos de la estancia. La sacristía de fines del siglo XII debió cubrirse con
una bóveda de cañón, modificándose durante el siglo XVI, época a la que corresponde
el actual espacio, al igual que la puerta de salida hacia el claustro.
Reja del coro
Sacristía
El coro situado en alto, tiene una sillería
comenzada en 1557 y finalizada en 1578, destacan en ella un relieve de la
Virgen con el Niño flanqueada por San Benito y San Bernardo de Claraval que
preside el coro. El órgano de 1633 y de estilo renacentista asoma al interior
del templo por el lado del evangelio. El coro ocupa los dos últimos tramos del
templo y se encuentra como hemos dicho en alto. El sotocoro o parte inferior
del coro se cierra por una reja de hierro forjado y dorado al fuego de gran
belleza, realizada en 1775, que se alza sobre un zócalo de jaspes. En este
espacio se encuentra el sepulcro vacío del arzobispo de Toledo, don Rodrigo
Ximénez de Rada, cuyos restos en la actualidad se encuentran en el Altar Mayor
junto con los de su tío el abad San Martín de Finojosa. Este sepulcro está
fechado entre el siglo XIII y XIV, está realizado en piedra y conserva restos
de policromía.
En el lado del evangelio encontramos dos
puertas de salida al claustro, la situada en el primer tramo es de arco
apuntado y por ella salían los monjes reglares al claustro, en el quinto tramo
una puerta con arco rebajado permitía la salida de los conversos aunque en este
caso la salida se realizaba al conocido como pasillo de conversos, junto a la
cilla.
Claustro gótico
En función de los condicionantes acuíferos, el
claustro reglar de Huerta –de los Caballeros– se dispone al norte del templo.
Aunque muy modificado, mantiene sus cuatro galerías de ocho desiguales tramos
cubiertos con crucerías de aboceladas nervaduras, que apoyan sobre ménsulas
vegetales en los paramentos internos y columnillas coronadas por cestas de
crochets adosadas a los machones hacia el vergel (existen modelos más
evolucionados con hojas de parra, florones, acantos y hojas lobuladas). Lo
vegetal se ciñe también a las claves claustrales.
Cada panda se abre al patio mediante seis
arcadas, las cuatro centrales apuntadas (de mayor luz la de la panda del
refectorio) y el resto de medio punto cobijadas por arcos apuntados perforados
por óculos y luz variable. Muñoz Párraga consideraba que las bóvedas de la
panda oriental se alzaron con posterioridad a la construcción de las
dependencias mientras que las otras tres lo hicieron simultáneamente con sus
estancias.
Patio interior
El claustro bajo medieval se transformó hacia
1533 durante las obras de construcción de las galerías superiores, reforzándose
entonces los contrafuertes. A fines del XVII, durante el abadiato de fray Pedro
de los Herreros (1695- 1698) se alzaron los arcos de medio punto con sus
correspondientes óculos. Hacia 1768 fueron tabicados con paños de sillería
hasta enlazar con el poyo y se perforaron las ventanas (época de fray
Victoriano Martín). De los lienzos de Lucas de la Madrid representando a San
Bernardo sólo se conserva el del ángulo noreste de la panda del refectorio. El
claustro fue restaurado entre 1963 y 1964, eliminando los revocos de cal y
renovando elementos como la bóveda y columnillas del ángulo sureste.
En las pandas oriental, meridional y
septentrional se abrieron varios arcosolios funerarios con interesantes
acotaciones cronológicas en función de los epitafios. La galería meridional se
construyó tras el fallecimiento de don Rodrigo Jiménez de Rada por sus albaceas
don Bugo (†1256) y don Gil Sánchez (†1259) según se indica en un epígrafe: “En
esta sepoltura yace el dean don Ruse/ lus de Toledo y en las otras sepolturas,/
que estan cerca de esta, yacen dos arce/ dianos, que andaban siempre con el
arz/ obispo don Rodrigo y al uno decian Bugo,/ y al otro don Gil Sanchez, los
cuales hi/ cieron este paño de claustro, y dieron/ aqui los libros, y
ornamentos que fueron/ de dicho arzobispo, como testamentarios/ suyos, que lo
mando asi hacer, pasaron de/ esta vida el año de 1256 y el de 1259”. En la
misma crujía estuvieron, además, las sepulturas de los Ximénez de Montuenga y
la del citado don Ruselus, deán de la catedral de Toledo.
Panda del Capítulo
Panda del Mandatum
Panda del Refectorio
En la galería oriental surge el cenotafio de
los condes de Molina (con arco de descarga de medio punto cobijando un vano
geminado con arquitos apuntados y óculo en la enjuta, una placa marmórea
engastada en el muro acoge el epitafio: “Lux patriae clipeus populi
gladiusque/ malorum sub petra petrus tegitur co/ mes inclitus ista. Obiit IIII
idus I (Ja/ nuarii) Era MCCXL” (1202)), a su lado aparecen las sepulturas
de don Semerique (conde de Molina) y de su hermano don Pedro Manrique (†1223)
con arco de descarga apuntado cobijando arcos lobulados y gran óculo foliado en
la enjuta. A su lado aparece otro arco ligeramente apuntado acogiendo un hueco
geminado con dos arquitos de medio punto sostenidos por columnas pareadas en el
centro, éste fue cegado a fines del siglo XIII para ser utilizado como
enterramiento de don García de Bera (el epígrafe existente sobre los arquitos,
traslado del antiguo, hace un lisonjero panegírico del legendario ocupante).
En la galería septentrional estaban colocadas
las tumbas de los caballeros Roldán Pérez de Medrano, Nuño Martínez (†1263) que
fue alférez de Fernando III el Santo, don Nuño Sancho de Finojosa (†1206),
hermano del abad Martín, y su mujer doña Marquesa: “En esta sepultura yace
Nuño Sancho el/ noble, rico, home de Finojosa, y doña Mar/ quesa su muger. Este
caballero fue muy/ temido de los moros, y vencio muchas ba/ tallas de ellos y
hallose en la gran ba/ talla, y cerco, que el rey don Alfonso el/ VIII de este
nombre puso sobre Cuenca/ quando la gano el año 1176 [...] todo lo que le cupo
en Cuenca de su parte/ lo dio a este monasterio de Huerta: y hoy/ dia habemos
una granja, que se llama Al/ badalejo, cerca de Cuenca, y la casa de la/ Moneda
de Cuenca; y demas de esto nos/ dio mil quinientos mencales de oro para/ hacer
este paño que esta junto al refec/ torio, donde esta enterrado: Paso de es/ ta
vida el año de 1206”.
El armarium se encuentra en el ángulo
suroriental del claustro, en el primer tramo de la panda oriental y junto a la
puerta de monjes. El primitivo nicho de medio punto debió transformarse hacia
mediados del XIII, planteando un vano geminado apuntado y baquetonado, con
óculo superior, que apoya sobre cestas de crochets, columnillas y basas áticas
lisas, cuando fue reutilizado como enterramiento del linaje de los Molina.
Armariolum
En la panda de Levante se encontraba la Sala
Capitular y sobre esta el dormitorio de los monjes que tenía comunicación
directa con la iglesia. La sala capitular fue suprimida en tiempos del abad
fray Mateo Nava (entre 1599-1602). Solo se conserva la puerta y las dos
ventanas laterales que la flanquean. Esta sala capitular era un espacio de
planta cuadrada, con cuatro columnas centrales exentas que sustentaba una
bóveda formada por nueve tramos de crucería. La sala capitular se fechaba hacia
el siglo XIII. En la actualidad esta dependencia ha desaparecido para construir
en su lugar una gran sacristía en el siglo XVII y a continuación la "sala
de profundis".
Sala Capitular
A continuación de la antigua Sala Capitular se
encontraban distintas dependencias como eran: la escalera de subida al
dormitorio, el locutorio y el pasaje que salía a la huerta del convento. A
continuación de estas dependencias se hallaba una gran sala rectangular
paralela al refectorio que era la Sala de Monjes. Todos estos espacios han
desaparecido, sobre ellos y sobre parte de lo que fue la sala de monjes se
levanta en la actualidad la conocida como "Sala de Profundis",
que era la sala donde los monjes cantaban un salmo antes de cada comida. Esta
sala fue mandada levantar siendo abad fray Mateo Nava (entre 1599-1602). El
locutorio en los monasterios era el espacio donde el monje encargado repartía
las tareas cotidianas a los monjes, mientras que la Sala de Monjes era el lugar
donde los monjes de coro realizaban su trabajo diario, como podría ser el
"scriptorium" u otras actividades de corte más intelectual, ya
que las manuales estaban reservadas para los monjes conversos.
Sobre la sala capitular se encontraba el
dormitorio de los monjes, fue suprimido en el siglo XVII por el abad fray Mateo
Nava en el proceso renovador de esta parte de la panda que hemos venido
comentando. El dormitorio era una gran sala utilizada como dormitorio común y
vestidos tal como ordenaba la regla cisterciense. A horas regladas tenían que
acudir a la iglesia a las distintas oraciones. La sala-dormitorio fue costeada
por Nuño Sancho, hermano de San Martín de Finojosa y por el arzobispo de
Toledo, Rodrigo Ximénez de Rada.
Al refectorio de la galería septentrional se
accede desde una portada apuntada decorada con triple arquivolta de chevrons,
boceles y escocia que apoyan sobre capiteles vegetales finamente labrados,
recordando otras cestas de Las Huelgas.
Portada del Refectorio
Refectorio
Refectorio
El soberbio refectorio de Santa María de Huerta
(34 × 10 m y 15 m de altura) presenta cuatro tramos separados por fajones
apuntados y cubiertos con crucerías sexpartitas que apoyan sobre baquetones y
ménsulas voladas. Las nervaduras presentan grueso baquetón central flanqueado
por otros dos más finos separados por finas escotaduras (muy similares a los de
los dos tramos inmediatos al crucero de la nave mayor de la iglesia, naves
laterales de las catedrales de Cuenca, Sigüenza y el cenobio de Las Huelgas). En
la clave del segundo tramo una figura masculina con mandorla y ángeles podría
hacer alusión a San Bernardo, a decir de Martínez Frías, su refinada talla
parece conectar con ciertas esculturas tardorrománicas palentinas (Santiago de
Carrión de los Condes y Moarves). Las otras tres claves ostentan temas
vegetales, hojas de acanto y hojas lobuladas, caladas y helicoidales. Las
nervaduras de las crucerías y los fajones arrancan de fustes retallados que
apoyan sobre ménsulas de acantos y rematan en cestas de crochets.
Refectorio - Bóveda - Clave: Trinidad
Los capiteles permanecen enlazados mediante una
línea de imposta, que a la altura de los cimacios recorre la totalidad de los
muros de la estancia. En la zona baja de la sala aparecen treinta ventanas
apuntadas con acusado derrame hacia el interior, provistas de chambranas
apuntadas y separadas por columnillas –con fustes anillados y capiteles de
crochets– que descansan sobre zócalos poligonales situados a unos 250 cm del
pavimento. La zona alta del muro del testero –dividido en dos por la nervadura
de la bóveda– se encuentra perforada por otros dos ventanales apuntados,
presentan columnillas pareadas con cestas de crochets y albergan vanos
geminados y óculos foliados en las enjutas. Hacia el exterior los mismos
ventanales cuentan con chambranas que apoyan sobre una máscara de león y otra
antropomórfica. Un gran rosetón aparece también hacia los pies, semejante al
del pórtico septentrional de Las Huelgas, describe tracería formada por doce
arquillos de medio punto y columnillas radiales que parten de un óculo central
tetrafoliado.
Refectorio ventanas
El refectorio contó con notables vidrieras –ya
desaparecidas– importadas desde Flandes en 1510 y que fueron pagadas por el
duque de Medinaceli.
Cuenta con un púlpito sostenido por una columna
en el costado oriental del tercer tramo. Está decorado con tracerías vegetales
de sabor mudéjar (quizá date de hacia 1510, cuando se instalaron las vidrieras)
y presenta acceso desde una escalera embutida en el interior del mismo
paramento (como en Poblet y Rueda) que se abre hacia el refectorio mediante
seis arquillos rampantes (exceptuando el primero y los dos últimos que son
apuntados) apoyando sobre fustes octogonales y capiteles de crochets, hacia el interior
se cubre con losas planas. El refectorio está comunicado con la cocina mediante
un vano adintelado en forma de “T” que perfora los pies del lienzo izquierdo.
Las grandes proporciones (una sola nave) y singular luminosidad del refectorio
de Huerta sólo son lejanamente comparables con el normando de Bonport (cuyas
dimensiones de 29 × 10 m resultan por lo demás sensiblemente inferiores).
Peldaños y púlpito del refectorio (comedor) del monasterio cisterciense de Santa María de Huerta
Peldaños y púlpito del refectorio (comedor)
Púlpito
La estancia debió iniciarse hacia 1215 a
expensas de Martín Muñoz de Finojosa, mayordomo mayor de Enrique II, que fue
enterrado en el claustro; Polvorosa recogía la existencia de una inscripción ya
desaparecida trazada sobre el acceso al refectorio monacal que rezaba: “Don
Martin de Finojosa, y sus hijos ricos/ homes, que murieron en servicio de
Dios,/ y del rey en una batalla contra moros./ estos nobles, caballeros
hicieronm este/ refectorio con este lienzo de claustro,/ y dieron muchos, y
ricos dones y hereda/ mientos, como parece por escrituras. ya/ cen estos
caballeros en dos arcos, que/ estan junto a la capilla de la Madalena”. En
1223 su hijo Diego Martínez de Finojosa se comprometía a donar al abad Gonzalo
100 áureos de los 1.500 prometidos por su progenitor para hacer frente a las
obras del refectorio. Durante el mismo año Rodrigo Jiménez de Rada colaboraba
pecuniariamente a la construcción de la estancia.
Sin duda haciendo gala de una considerable
modestia, era para Lambert una de las mejores construcciones góticas fuera de
las fronteras de Francia. Consideraba el mismo autor que en su construcción
intervinieron dos maestros diferentes (originalmente la cubierta del refectorio
se planteó con bóvedas de cañón apuntadas al estilo de los de Valbuena, la
Oliva, Rueda y Sacramenia), facturas netamente separadas por la línea de
imposta que recorre los muros.
Añadía Martínez Frías cómo la disposición de
los falsos apeos que sirven de punto de arranque a los arcos de las bóvedas no
están dispuestos exactamente en el centro de los entrepaños que separan las
ventanas, lo cual resultaba indicio evidente de que las zonas altas no se
construyeron al mismo tiempo que las bajas a pesar de la habilidosa
emsambladura trabada entre ambas.
Exteriormente la misma hipótesis parece
reafirmarse al comprobar cómo los muros fueron reforzados con posterioridad
para intentar contrarrestar los fuertes empujes de las bóvedas de crucería. De
otro lado, los estribos exteriores, aparecen subdivididos en dos por una
imposta en talud que recorre los muros: los contrafuertes son prismáticos y
lisos hasta la línea de la imposta, adoptando a partir de allí un perfil
escalonado (existe incluso un contrafuerte empotrado en una de las ventanas del
refectorio, lo cual reafirmaría que su erección fue posterior a las de las
zonas bajas).
Sería incluso posible suponer que el arquitecto
que remató la singular estancia del refectorio hortense procediera del norte de
Francia (Lambert apuntaba con excesivo arrojo hacia tierras borgoñonas) y que
don Martín de Finojosa, supervisor de las obras del monasterio, fuera también
el encargado de la obra de Las Huelgas de Burgos. Similares aires de renovación
técnica se advierten además en las naves laterales de las catedrales de Cuenca
y de Sigüenza, donde don Martín ocupó la cátedra episcopal entre 1186 y 1191.
Claustro alto
El hermoso claustro alto data de los años
1531-1547 y parece obra del taller de Alonso de Covarrubias (Camón Aznar). Sus
señeros medallones platerescos –como en la casa vallisoletana de Santa María de
Valbuena– lo convierten en uno de los más interesantes del plateresco hispano.
En la misma crujía septentrional del claustro se dispone la cocina, y en la
occidental el pasaje o callejón de conversos, con acceso particular hacia la
iglesia por la puerta de conversos del último tramo de la nave del evangelio, aunque
ocupado ahora por una escalera de cuatro tramos construida durante el siglo
XVII por el padre Urosa. Sobre el pasillo y la cilla se hallaba el dormitorio
de conversos.
Claustro alto
Medallones: Izq. Don Rodrigo Jimenénez de Rada; dcha. Alfonso VIII de Castilla
Parte inferior: Guerrero, posiblemente Almanzor; quizás el "Moro Montesinos"
Dcha. San Martín de Finojosa; izq. Alfonso VII de Castilla
Dcha. profeta Daniel; izq. la Sibila
Medallones - Soy y Luna
Águila imperial y escudo del Cister
Izq. Doña Blanca de Castilla; dcha. Enrique IV de Castilla
María de Aragón y Juan II de Castilla
Cocina
La cocina monacal, contigua al refectorio en el
ángulo noroeste del claustro (existe acceso desde el mismo mediante un vano muy
rehecho apuntado y doblado), posee planta cuadrangular de nueve metros de lado
y está dividida en ocho tramos separados por fajones apuntados y cubiertos con
crucerías de claves geométricas a modo de ruedas dentadas que apoyan sobre
cul-de-lampes y cuatro columnillas centrales rematadas por cestas de crochets
entre las que se encuentra el hogar, recordando a la de Saint-Pierre de Chartres.
El hogar está dotado de una chimenea de grandes dimensiones con muros
inclinados por el interior y rectos al exterior, perforados por un vano
rectangular y otros dos apuntados. El tiro fue cerrado mediante una armadura
pétrea sostenida por dos arcos apuntados que apoyan sobre ménsulas. La
construcción de la cocina parece coatánea a la del refectorio (Martínez Frías
señalaba cómo el mismo taller debió trabajar en la cocina y en las zonas altas
del refectorio).
Hacia occidente se halla la estancia conocida
como “caballeriza de Alfonso VIII”, de planta rectangular y dimensiones
de 10 × 30 m, está dividida en dos naves y seis tramos por columnas monolíticas
de anchas basas y capiteles prismáticos sobre los que apean fajones y formeros
apuntados (en los muros reposan sobre ménsulas de cinco rollos). Aunque algunos
autores señalaron que cubría funciones como sala capitular (Catalina, Marqués
de Cerralbo, Pérez de Urbel y Gaya Nuño) o como cilla, lo más lógico es suponer
que se utilizara como refectorio de conversos (Polvorosa y Martínez Frías),
formando ángulo recto con la cilla. La puerta de acceso se abrió en 1547 y
sobre la misma se trazó un epígrafe datando la fundación monástica de Huerta en
1142 (“Aldephonsus Hispaniarum Rex Piisimus Catholicus. Fundavit. Anno 1142”).
Este refectorio de conversos presenta notables paralelismos con la sala de
trabajos de Valbuena y constituye una de las estancias más antiguas del
conjunto soriano, coetánea a la primera campaña del templo.
La entrada al refectorio de conversos, que
también era utilizada como Sala de Reunión de los mismos, se realiza a través
de un doble arco de medio punto sin decoración que apoya directamente en el
suelo. Este espacio además de sala de trabajo, era el refectorio de los
conversos o legos y en el piso alto se encontraba el dormitorio de conversos.
Los conversos o legos eran monjes que se
ocupaban de las tareas manuales, en contraposición a los monjes de coro que se
encargaban de los temas litúrgicos e intelectuales. Muchos de ellos eran
iletrados y por ese motivo no podían acceder a cargos eclesiales. Ambos grupos
de monjes hacían vidas separadas en distintas partes del monasterio y solo
hacían vida en común en contadas ocasiones.
Refectorio de los conversos
Refectorio de los conversos
El calefactorio se abre en el ángulo
nororiental (aún se conservan restos del tiro de la chimenea), convertido en
escalera durante el siglo XVIII. La cilla posee planta rectangular de 27 por 8
metros y está cubierta con una armadura de madera, se sitúa a continuación el
pasillo de salida de clausura, entre la cilla y el refectorio.
Cilla o Almacén de estilo
románico del siglo XII-XIII. De planta rectangular, se cubre con un alfarje de
influencia mudéjar de madera y cinco arcos de diafragma de medio punto que
apoyan directamente sobre los muros laterales y llegan al suelo. En cada uno de
los tramos se abre una ventana de medio punto abocinada.
Sobre esta planta se encontraba un segundo piso
que cumplía la misma función. Se cree que la cubierta de este segundo piso
fuera de madera a doble vertiente sobre arcos de diafragma. A partir de 1620
este espacio superior fue utilizado como biblioteca.
La cilla servía para el almacenaje de víveres,
principalmente agrícolas. Ha sufrido modificaciones con el paso del tiempo, la
más importante fue el acortarla por ambos lados para abrir unos pasillos de
comunicación entre ambos claustros en el siglo XVII. Hoy es usada como sala de
audiovisuales.
El claustro moderno instalado hacia la
hospedería occidental se alzó entre 1582 y 1628.
Alpanseque
Alpanseque se sitúa a unos 30 km al sur de
Almazán, muy cerca de Barahona y del límite provincial con Guadalajara.
Los restos arqueológicos encontrados en sus
inmediaciones prueban la ocupación de estas tierras desde época antigua. Sin
embargo, su nombre parece tener una raíz árabe que estaría en relación con la
presencia musulmana en estas tierras, situadas a medio camino de las plazas
fortificadas de Almazán y Medinaceli. La reconquista de esta zona fue lenta y
no quedó concluida hasta las primeras décadas del siglo XII, momento en que
habría que situar también la repoblación de Alpanseque. Poco tiempo después se integró
en la recién constituida Comunidad de Villa y Tierra de Medinaceli.
La única referencia documental de la época en
que aparece citado su nombre es una concordia, fechada el 4 de noviembre de
1197, entre el obispo de Sigüenza, don Rodrigo, y los clérigos de varias aldeas
de Medinaceli. Entre los locativos que acompañan a estos últimos figura
alpansec.
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
La iglesia de Nuestra Señora de la Asunción es
un edificio románico muy transformado en épocas posteriores. Desde el punto de
vista arquitectónico su estructura es muy parecida a la que en origen tuvieron
las iglesias de Romanillos de Medinaceli y Barcones, levantadas, como ésta, a finales
del siglo XII o principios del XIII. Constaba de una sola nave y un ábside
semicircular precedido de tramo recto al que se abría, en su lado
septentrional, una dependencia que hacía las veces de sacristía o capilla. En
el siglo XVIII se construyó una nueva cabecera, se reformó todo el interior y
se levantó la torre, proceso similar al de los templos antes mencionados.
Así pues, de la primitiva fábrica románica
únicamente se ha conservado la caja de muros de la nave y la dependencia del
lado norte. Se observan, sin embargo, dos fases constructivas dentro de ese
período, fácilmente perceptibles en el lado meridional. Por un lado está el
tramo correspondiente al antiguo presbiterio, realizado en perfecta sillería y
coronado por una imposta de bisel. A continuación, un ancho contrafuerte da
paso a la nave cuyo paramento se encuentra jalonado por un esbelto contrafuerte
que llega hasta la cornisa –como los de Romanillos y Barcones– y otro más
grueso, rematado en talud, que da paso al cuerpo saliente en el que se abre la
portada románica. La cornisa en esta parte presenta perfil de nacela y
canecillos en forma de rollos y proa de barco, además de algunos lisos.
En el lado norte, coincidiendo con el muro del
antiguo presbiterio, se dispone una estancia de planta cuadrada, cubierta con
una bóveda de cañón que arranca de una imposta de bisel. En origen comunicaba
con el interior de la iglesia a través de una puerta, actualmente cegada, lo
que hace pensar en su posible utilización como sacristía. En el exterior se
remata con una cornisa de similares características a la de la nave. En 1718 se
levantó, en este caso de mampostería, otra estancia en el ángulo que formaba
esta sacristía con la nave, aprovechando para ello materiales antiguos
–cornisas y canecillos–, procedentes tal vez de aquellas partes que habían sido
desmanteladas durante la reforma de la iglesia.
El interior del templo fue también transformado
por completo, conservándose únicamente el arco triunfal, apuntado y doblado, y
tres arcos fajones apuntados que pudieron soportar una primitiva bóveda de
cañón, como en Romanillos de Medinaceli.
El elemento más interesante del edificio es la
portada que se descubrió, en 1985, en el muro sur y que fue dada a conocer al
año siguiente por José Ángel Márquez. Presenta un tímpano esculpido, tres
arquivoltas de medio punto soportadas por otros tantos pares de columnas y
chambrana muy erosionada con decoración de roleos. Destaca por su interés el
tímpano en el que se representa un crismón sostenido por dos clérigos ataviados
con manípulo y estola. La inclusión de este tema simbólico y ornamental en los
tímpanos románicos es bien conocida en el área aragonesa, desde donde irradió
hacia Navarra y Álava. El tema también penetró en Castilla, dejando muestras
del mismo en San Martín de Frómista (Palencia), Nuestra Señora de la Peña en
Sepúlveda (Segovia) y Santa Cruz de Mena (Burgos). En la propia provincia de
Soria tenemos otros ejemplos, aunque no asociados a tímpanos, en Romanillos de
Medinaceli, Alaló, La Barbolla, San Bartolomé de Ucero y en la pila bautismal
de Velilla de la Sierra. Estos crismones aparecen en ocasiones flanqueados por
otras figuras, ya sean de leones u otros animales (Jaca, Santa Cruz de la Serós
o Santa Cruz de Mena), ángeles (San Pedro el Viejo de Huesca, Sepúlveda y
Armentia) y santos (San Miguel de Uncastillo), pero nunca de clérigos como en
este caso. Esto refuerza la carga simbólica del tema al mostrarnos unidos en la
misma escena a Cristo y a su representación en la Tierra que es la Iglesia.
El tímpano esta guarnecido alrededor por una
decoración de tipo geométrico y vegetal a base de cintas en zigzag, estrellas,
volutas, cruces inscritas en círculos y tallos ondulantes. La talla es muy
tosca y de escaso relieve.
Dos de las arquivoltas se decoran con boceles y
otra, la central, con motivos geométricos en la rosca (tacos, zigzag, volutas,
etc.) y dos escenas cinegéticas o pastoriles a lo largo de la nacela tallada en
la arista. En el lado izquierdo de la arquivolta aparece un personaje portando
una lanza y tocando un cuerno u olifante, al que acude un animal que es
perseguido por un can. En el otro lado se representa una escena similar, con un
personaje lanza en mano, acompañado de dos cuadrúpedos. Dada la torpeza de la
talla resulta complicado tratar de discernir el sentido de estas
representaciones, pues ambas reúnen detalles propios de un episodio venatorio y
de pastoreo. Como bien señala José Ángel Márquez, la utilización de la cuerna
por parte de los pastores para reunir el ganado ha sido una costumbre que se
mantuvo en tierras sorianas hasta no hace muchos años. Sin embargo, el objeto
alargado terminado en punta que portan estos personajes no parece que sean
cayados sino más bien instrumentos de caza. Recordemos que estos temas ya
aparecen en otras iglesias románicas de la provincia, como en Santa María de
Tiermes, San Pedro de Caracena (en la galería y en los canecillos del ábside) y
en el claustro de San Pedro de Soria.
Los capiteles del lado derecho de la portada se
decoran con dos aves separadas por una piña y una sirena de doble cola
acompañada de una serpiente. En el primer capitel del lado izquierdo volvemos a
encontrar una escena de caza, con un personaje que clava su lanza a un animal
que está siendo acosado por un perro al que es fácil de identificar por el
collar que porta. El capitel del centro muestra a cuatro púgiles en pleno
combate, como en Berzosa y Mezquetillas. La siguiente cesta se decora con dos
parejas de aves afrontadas que picotean de un mismo fruto o beben de un
recipiente.
Los cimacios se ornan con tallos ondulantes que
albergan pequeños zarcillos y rematan en las esquinas con grotescas cabecitas.
En el interior, se han conservado algunas
piezas románicas que han sido adaptadas a nuevas funciones. En primer lugar
destacaremos los dos soportes de las pilas aguabenditeras que están formados
por cuatro basas con sus fustes tallados en un solo bloque. Por otra parte,
sirviendo de base a la pila bautismal que está colocada en el presbiterio, hay
dos capiteles procedentes de una antigua ventana. Uno de ellos parece tener un
trasfondo eucarístico, con dos aves bebiendo de una misma copa o cáliz, en una composición
muy parecida al de la portada. El otro muestra a una sirena de doble cola.
Todas estas labores escultóricas ponen de
manifiesto la intervención de un taller de segundo orden, influido por las
corrientes aragonesas que pudieron llegar, como bien apunta Ruiz Ezquerro, a
través de la propia diócesis de Sigüenza, a la que pertenecía Alpanseque. No
hay que olvidar que gran parte de su territorio era aragonés y que entre los
años 1192 y 1221 rigió los destinos de la sede el obispo don Rodrigo, que tenía
ese mismo origen.
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