Soria
El origen y el desarrollo histórico de la
ciudad de Soria están muy condicionados por su situación en el camino que une
Castilla con Aragón, y por su ubicación estratégica sobre el Duero, junto a un
vado controlado por varios cerros que estuvieron fortificados, tanto en la
margen derecha, donde se asienta la ciudad, como en la izquierda, donde aún se
reconocen algunos indicios.
Confusas son las noticias acerca de su
existencia con anterioridad a su conquista y repoblación por el rey aragonés
Alfonso I el Batallador a comienzos del siglo XII. Las explicaciones que se han
dado al topónimo no son en absoluto convincentes, como ya se encargó de señalar
a fines del XVIII el ilustrado Loperráez y un siglo más tarde Nicolás Rabal. No
menos legendarias son las hipotéticas fundaciones del suevo Teodomiro, del
visigodo Recaredo, o la pretendida conquista y fortificación e inmediato abandono
por cuenta del conde Fernán González.
En el año 869 las crónicas musulmanas hablan de
la rebelión que lleva a cabo Sulaymán ben Abdus en Medina-Soria contra el emir
de Córdoba, Muhamad. Éste enviará a sofocar la revuelta a su hijo Al-Hakam,
quien vence a los sublevados, a quienes además apoyaba la importante familia
muladí –hispanos convertidos al islam– de los Banu Qasi, cuyo centro de poder
se hallaba en la Rioja. A pesar de la noticia, la relación con la ciudad de
Soria ha planteado algunas dudas a los historiadores.
Este territorio constituye a lo largo de los
siglos X y XI la Marca o Frontera Media entre cristianos y musulmanes,
escenario de continuas guerras y algaradas con el Duero como escenario, y
tierra insegura por excelencia, tanto para los de una parte como para los de la
otra. Los primeros se mantenían fuertes en la plaza de San Esteban de Gormaz,
los segundos en la soberbia atalaya de Gormaz y en ciudades como Ágreda,
Almazán y Medinaceli.
Desde fines del siglo XI comienza el retroceso
islámico ante el empuje navarro y aragonés por el este, y castellano por el
oeste. Se fundan numerosas aldeas en cuyo nombre ha quedado constancia del
origen de sus pobladores: navarros, segovianos, castellanos, cameranos, vascos
o mozárabes. A principios de la centuria siguiente las tropas cristianas están
ya en la zona que hoy ocupa la ciudad; en 1076 los navarros conquistan Garray y
este sector del Duero se constituye en confluencia de fronteras entre la monarquía
navarro-aragonesa, la castellana y las taifas musulmanas. En 1079,
supuestamente Soria, junto a otra fortaleza desconocida, Kanuriya, es ofrecida
por Al-Kadir a Alfonso VI, para que éste le ayude en sus disputas por el trono
toledano, pero tal noticia, referida por Ibn Al-Kardabús a finales del siglo
XII, ha sido puesta también en entredicho.
La década siguiente será fundamental para los
reinos cristianos, sobre todo para el castellano: en 1080 se celebra el
Concilio de Burgos que sustituye en las iglesias el rito hispánico por el
romano y favorece la entrada masiva de la orden benedictina con todo lo que
ello implica desde un punto de vista religioso, cultural y artístico, pues son
los impulsores del arte románico. En 1085 se conquista Toledo, la antigua
capital de los visigodos, lo que provoca no sólo la irreversible debilidad del
mundo islámico peninsular sino que la Meseta norte queda ya casi
definitivamente alejada del frente. Por último, en 1088, el Concilio de
Husillos delimita los territorios entre los obispados de Burgos y Osma,
quedando para esta última sede el alto Duero, hasta contactar por oriente con
los aragoneses y por el sureste con los musulmanes.
Habrá que esperar a principios del siglo XII
para que la ciudad de Soria entre inequívocamente en la historia. En esos
momentos todo el sur y el este de la actual provincia pasan a dominio
cristiano. En 1118 el aragonés Alfonso I el Batallador había conquistado
Zaragoza, desde donde se situarán las bases para acceder al Moncayo y a la
cabecera del Duero. Ese mismo año toma Borja y Tarazona y de aquí entra en
Berlanga, Ribarroya y Almazán. Soria y el Campo de Gómara pasan a su poder en
1119. En los tres años siguientes hará lo propio con los importantes centros
musulmanes de Calatayud, Alhama, Ariza y finalmente Medinaceli.
importantes centros musulmanes de Calatayud,
Alhama, Ariza y finalmente Medinaceli. Así pues, en la era 1157 –año 1119– el
rey Alfonso I de Aragón repobló Soria, y así lo recogen los Anales
Compostelanos. Ese año, en un documento firmado por el mismo monarca, el propio
rey dice reinar in mea populatione quod dicitur Soria, y por esas fechas
debió conceder el primer reglamento jurídico por el que se rigió la ciudad, el
Fuero Breve, cuyo texto sólo es conocido de forma indirecta. A partir de
entonces hay una secuencia de citas referentes a la ciudad, a veces bastante
contradictorias. Así, en 1127, el rey castellano Alfonso VII hace entrega de
Soria y otras aldeas al obispado de Sigüenza, refiriendo a la vez que de nuevo
fue repoblada. Según Torres Balbás la fecha del documento debe ser errónea –la
correcta sería 1137–, pues en aquel momento aún era territorio aragonés. Sólo
pasaría a dominio de Castilla tras la muerte del Batallador, en 1134, ya que en
verano de 1136 Soria pertenecía a los castellanos, por permuta con Zaragoza, de
la que se había apoderado el rey Alfonso VII.
El primer tenente de Soria, todavía bajo
dominio aragonés, será Íñigo López –Enneco Lopiz, según figura en los
documentos–, sustituido por Fortún López con la llegada de los castellanos.
Años después ostentará el título Gutier Fernández. La nueva ciudad será también
objeto de disputa entre los obispados de Tarazona, Sigüenza y Osma, quedando
incorporada definitivamente a este último también en 1136, mediante un acuerdo
suscrito entre esos tres prelados. A partir de estos momentos Soria se
convierte en cabeza de una de las más extensas Comunidades de Villa y Tierra de
las Extremaduras castellanas, circunstancia que de algún modo se perpetuará en
su emblema heráldico.
Tras el breve reinado de Sancho III (1157-1158)
el trono recae en Alfonso, el octavo de este nombre, que aún no había cumplido
los tres años de edad. Su tutoría será objeto de numerosas disputas entre dos
grandes linajes castellanos, los Castro –que cuentan con el apoyo de Fernando
II de León– y los Lara, quienes finalmente se harán con el control del rey
niño, trasladándolo a la ciudad de Soria para su protección. Según transmite su
consejero y obispo, Rodrigo Ximénez de Rada –muy vinculado al monasterio de
Santa María de Huerta–, Alfonso VIII pasó su niñez junto a la hoy desaparecida
parroquia de Santa Cruz, cuya colación obtuvo por este motivo algunos
privilegios sobre el resto de las otras en el ejercicio de la administración de
la ciudad. Estaba situada esta iglesia en las laderas del cerro Mirón y a
mediados del siglo XIX aún subsistían algunos restos de su fábrica. Nada más
cumplir los catorce años, según la prescripción testamentaria de su padre
Sancho III, Alfonso es declarado mayor de edad y se enfrenta a un largo reinado
cuajado de acontecimientos. Casado con Leonor Plantagenet, dará un importante
impulso a la reconquista y favorecerá la construcción de numerosas iglesias y
monasterios dentro de las marcadas influencias aquitanas aportadas por su esposa
y que definen parte del románico tardío castellano.
En agradecimiento a la protección que le
dispensó Soria en su infancia, favorecerá a la ciudad con algunos privilegios,
entre los que destaca el Fuero Extenso –al que numerosos autores dan la fecha
de 1230, milagrosamente dieciséis años después de la muerte del monarca– o el
famoso Privilegio de los arneses, conocido por la confirmación que hace de él
Sancho IV en 1285: “...porque fallamos quel Rey D. Alfonso de Castiella,
nuestro trasabuelo que venció la batalla de Úbeda, fue criado en la Viella de
Soria, e aviendo voluntat de facer honra e mercet a los Caballeros dedende, por
muchos servicios que rescibió dellos, dioles, e otorgoles, que por todos los
Reyes que fueren en Castiella después del, que les diesen el primero anno que
regnaren cien pares de Armas, Escudos, Capellinas, e Sillas, e que ellos las
partiesen entre sí por los Linages, según las sennales de cada uno dellos. E
Nos ahora, por les facer bien e mercet a los Caballeros de Soria, e por los
buenos servicios, e muchos que ficieron después al Rey D. Ferrando, nuestro
abuelo, e al Rey D. Alfonso nuestro padre, e a Nos, dámosles e otorgámosles por
Nos, e por los otros Reyes que vernán después de Nos en Castiella, que haian
estos cien pares de Arneses, ansí como sobredicho es, el anno que el Rey primieramente
reynare...”. La costumbre se mantuvo al menos hasta fines del siglo XVIII,
aunque trasladada a dinero desde época de los Reyes Católicos.
Durante el reinado de Alfonso VIII y el de sus
sucesores, Fernando III (1214-1252), Alfonso X (1252-1284) y Sancho IV
(1284-1295), Soria vive ya alejada definitivamente de la frontera musulmana,
aunque ahora los problemas vendrán de su proximidad con Aragón. La ciudad va
conformando su estructura definitiva, en torno a treinta y cinco parroquias, al
amparo de un potente castillo –junto al que vivían los judíos, formando una de
las aljamas más importantes de Castilla– y resguardadas por una extensa muralla
en cuyo interior abundan todavía las tierras de cultivo y los pastos. En 1270,
según el Censo de Alfonso X, contaba con 777 vecinos –que se elevarían a 788 si
aceptamos la hipótesis de Higes de que también aparece la colación de Nuestra
Señora de Covaleda, que otros autores no incluyen, es decir, unos 3.500 ó 4.000
habitantes. El centro urbano se organizaba en torno a la entonces colegiata de
San Pedro, a las inmediatas plazas del Azogue y Pozo Alvar y a las numerosas
parroquias que se disponían en las laderas del Mirón, pero la decadencia de
este sector fue imparable, seguramente ya desde el siglo XIV, hasta nuestros
días, trasladándose el peso de la vida urbana a la Plaza Mayor, al Collado e
incluso a los arrabales de poniente, situados extramuros.
Es muy posible que la villa se cercara desde el
primer momento, aunque un documento de tiempos de Sancho IV dispone que las
multas por el fraude en el vino vayan destinadas en una tercera parte para la “cerca
de la Viella”, lo que ha dado pie a pensar que en ese momento estaban en
construcción. Puede tratarse perfectamente de una de las habituales
reconstrucciones que tenían lugar en los encintados urbanos a lo largo de toda
la Edad Media, o simplemente de una contribución para el mantenimiento de la
misma. En todo caso creemos que su estructura debió ser más compleja de lo que
se ha pensado, pues debió contar al menos con un baluarte al otro lado del
Duero –frente al puente y seguramente en relación con este importante paso–,
del cual se conservan muy escasos aunque significativos restos, hasta el
presente sin analizar. Sea como fuere, castillo y murallas fueron prácticamente
desmanteladas durante la Guerra de la Independencia, sucumbiendo las pocas
puertas que quedaban a lo largo del siglo XIX. El historiador del obispado de
Osma todavía vio en pie las antiguas defensas: “Se halla la ciudad cercada
de murallas de cal y canto, bastante gruesas y elevadas, bien conservadas, y
construidas con tapiales, y guarnecidas de sillares, las puertas, ángulos,
cubos, fortines y bastiones, todas llenas de almenas y saeteras... Su ámbito
será de media legua, suficiente para siete u ocho mil vecinos; pero muy falta
de ellos y de casas en el día, según lo manifiestan sus ruinas, y la mucha
parte que se siembra dentro de ellas. Domina a la ciudad por su oriente un
fuerte alcázar con sus castillos y torres, aunque ya está todo muy arruinado,
conociéndose que dentro de él, y en lo que era la plaza de armas, hubo algunas
casas. A la parte de oriente tiene la ciudad un famoso puente de sillería sobre
el río Duero con catorce ojos, y una torre muy fuerte y elevada para su
seguridad, y evitar la entrada”.
La ciudad de Soria, entendida ésta tanto el
recinto urbano como el enorme territorio de su jurisdicción, creó también en
estos momentos una peculiar organización que perdurará hasta el siglo XIX,
aunque con grandes transformaciones desde el año 1500. Una vez más será
Loperráez quien nos aporte información en este sentido:”...se gobernaba esta
villa ... por un Juez, y diez y ocho Alcaldes, que se elegían anualmente de las
treinta y cinco Colaciones o Parroquias que había, sacándose de los Caballeros.
La Colación de Santa Cruz daba cada año continuamente un Alcalde –por
privilegio de Alfonso VIII– ... : las otras treinta y quatro daban por
alternativa diez y siete Alcaldes al año, y un Juez, que era el principal,
corriendo este de una en otra, hasta igualarse todas en el discurso de treinta
y quatro años; pero el Juez salía siempre de la Colación que en aquel año no
daba Alcalde. No se podía tener concejo sin concurrir a lo menos diez. Los diez
y ocho Alcaldes se repartían en tres Mayordomías, de seis en seis, y cada
Mayordomía gobernaba quatro meses a Soria, y los pueblos de su jurisdicción,
que se tenían como aldeas. Los juicios se hacían por los Alcaldes, concurriendo
dos siempre juntos; y había también Jurados que exercían jurisdicción limitada
en casos distintos y necesarios”.
De este modo toda la organización ciudadana
giraba sobre la base de una articulación en treinta y cinco distritos o
colaciones o, lo que es lo mismo, barrios agrupados en torno a una parroquia,
cuyo nombre muchas veces indicaba la procedencia de sus pobladores y de las
cuales sólo algunas han sobrevivido hasta nuestros días. Estas colaciones
tenían un sentido topográfico y participaban en el gobierno de la ciudad sobre
un principio de igualdad. Pero a lo largo del siglo XIII e inicios del XIV ese
primitivo carácter de conciudadanía se va perdiendo en favor del papel que
juegan por un lado los caballeros hijosdalgo, agrupados en Doce Linajes, y las
cuadrillas de pecheros por otro. Los caballeros pertenecientes a Doce grandes
Linajes troncales tenían asociados a su vez otra serie de familias nobles, con
los que podían compartir los cargos ciudadanos. El estado de los hidalgos, en
consecuencia, se perfila no con el sentido parroquial o de solidaridad vecinal
de las colaciones sino como una mera comunidad de intereses en virtud de un
vínculo de sangre o de estatus social, aunque teóricamente siguen representando
a las colaciones. Esos linajes troncales –Santisteban, Barnuevo, San Llorente,
Don Vela, Santa Cruz, Calatañazor, Morales Someros, Morales Hondoneros, Salvadores
Someros, Salvadores Hondoneros, Cancilleres Someros y Cancilleres Hondoneros–
tenían su propia casa de juntas común y cada uno de ellos estaba adscrito a una
iglesia, donde celebraban sus reuniones.
Por su parte el estado del común, como
contrapartida, se fue organizando igualmente en una serie de cuadrillas, que
elegían a sus representantes o jurados para la defensa de sus intereses en el
gobierno de la ciudad. El proceso fue lento en virtud de la propia evolución
urbanística de la ciudad, y no quedó definido hasta el siglo XVI, con dieciséis
cuadrillas: La Santa Cruz, San Pedro, Santa Catalina, La Mayor, Nuestra Señora
del Rosal, El Collado o San Blas, San Esteban, San Miguel, Santiago, San Juan,
San Clemente, Santo Tomé, San Martín, El Salvador, Santa Bárbara y Nuestra
Señora de la Blanca. El sentido vecinal, de vinculación topográfica a un
barrio, que habían tenido originalmente las colaciones, fue asumido por estas
cuadrillas.
Las aldeas del extenso territorio adscrito a
Soria –unas doscientas cuarenta en 1270, según el Censo de Alfonso X–, se
agrupaban a su vez en cinco sexmos: Lubia, San Juan, Tera, Frentes y Arciel, a
la vez que sus parroquias se ponen bajo el control de las distintas colaciones
sorianas, donde deben aportar sus diezmos. Tenían representación ante el
gobierno de la ciudad y estos sexmeros poseían igualmente su propia casa de
juntas, conocida como Casa de la Tierra.
Éste es el fundamento que rigió la vida de
Soria desde la Edad Media hasta la implantación de los ayuntamientos en el
siglo XIX, momento en que la tradicional organización estaba ya muy alterada y
desvirtuada. El espectáculo que ofrecían los linajes en las últimas sesiones
debía ser triste y lastimoso, según cuenta Nicolás Rabal: …Salvo unos pocos
opulentos y ricos por sus mayorazgos heredados o por su industria ejercida con
suerte por el favor de la fortuna, los demás todos eran sencillos aldeanos y
humildes jornaleros cuya pobreza contrastaba a la verdad con aquel aparato de
hidalguía y vana ostentación. Así ... vendieron ... los arneses, trofeos de sus
glorias, a un logrero anticuario; cedieron el palacio, únicos bienes que les
quedaban, al mismo Ayuntamiento ... y arrojando á un rincón sus pergaminos se
confundieron con el pueblo en la masa común. Definitivamente los tiempos
habían cambiado, y la organización medieval de la ciudad y de su término se
podía dar ya por extinguida.
Concatedral de San Pedro
La primera fábrica de la vieja iglesia de San
Pedro debió iniciarse tras la repoblación de la villa por parte de Alfonso I el
Batallador. Pertenecía en 1127 –por concesión expresa de Alfonso VII al obispo
don Bernardo de Agen– a la diócesis de Sigüenza, pasando definitivamente en
1148 al concejo de Soria y a la diócesis oxomense. San Pedro fue la colegiata
de la ciudad desde 1152, no obteniendo el rango de concatedralidad con la de El
Burgo de Osma hasta el siglo XX, tras múltiples intentos anteriores. Como toda
iglesia-colegial precisaba para su subsistencia de ingresos estables, por lo
que fue haciéndose con propiedades, rentas y derechos desde su fundación por
parte del obispo don Juan en 1148. Obtuvo una heredad, casas e iglesia en el
Villar de Arguijo y mantuvo una comunidad de canónigos sujetos a la regla
agustiniana, razón que explicaría la construcción de una nueva iglesia románica
de grandes dimensiones y de un hermoso claustro, imprescindible para el
desarrollo de la vida de una comunidad que no fue secularizada hasta 1437.
El obispo concedía a los canónigos de San Pedro
de Soria rentas en Gómara, Gormaz y otros bienes, recibiendo bula de Alejandro
III para la confirmación y protección de sus bienes (1166). Alfonso VIII
otorgaba estatuto de regulación, privilegiando a San Pedro con los derechos de
inviolabilidad y seguridad, confirmando heredades y concediendo libertad para
elegir abogado en caso de litigio.
Por desgracia, buena parte del gran templo
románico debió hundirse con anterioridad al 1544, fecha en la se reunió el
cabildo para valorar la posible reconstrucción. Higes consideró que el fatal
desmoronamiento de la torre y del cimborrio románicos fueron consecuencia de
los trabajos de cimentación efectuados en la capilla de los Santa Cruz o de
Santa Catalina. Pero a decir verdad, poco sabemos sobre las causas del desplome
aunque el beneficiado Diego de Marrón señalara que en el empeño de un canónigo
“por acer un altar de nuestra señora en una colateral junto a un pilar
aunque el cantero dixo que no se atrebía se quito el pilar y cayo la yglesia
toda”.
Aquel descrito como “fuerte y muy acabado
edificio” románico fue sólidamente reconstruido a partir de 1548,
resistiendo al deseo de las autoridades de la ciudad por trasladar la colegiata
hasta Santa María la Mayor.
Se planteó entonces una planta de tres naves y
cinco tramos que seguía la anchura marcada por el primitivo crucero, lo cual
motivó la destrucción de la galería claustral meridional. Mientras duraron las
obras, el mismo claustro acogía la celebración de los oficios litúrgicos,
excepto cuando los rigores del invierno lo impedían, celebrándose entonces en
la parroquial de Nuestra Señora de Cinco Villas (actual convento de
carmelitas).
El aparejo románico, tres ventanales de medio
punto y un óculo perteneciente al muro meridional del crucero aún se aprecian
con claridad a lo largo del paramento, encuadrando la magnífica portada
plateresca, alzada hacia 1520.
Por encima descubrimos una vieja imposta y a
los lados, sendos contrafuertes. Hacia el interior, las tres ventanas de medio
punto con claro abocinamiento están cegadas. Poseen arquivoltas de ovas y de
entrelazos que apoyan sobre cimacios lisos, capiteles vegetales de acantos
recogidos con anillos y ábacos de tacos. Las basas son áticas y bajo éstas
corre una imposta ornada con listel de círculos y florones semicirculares que
continúa a lo largo del muro occidental con acantos trepanados.
Sendas ventanas de similar factura perforan los
muros oriental y occidental del mismo brazo del transepto sur: la primera con
arquivolta de caulículos, la segunda de baquetón entre ovas. Todo el sector fue
sometido a un fuerte abujardado durante las obras acometidas en 1963, bien
evidente en los fustes y cimacios.
En la capilla de San Saturio o de los Morales,
correspondiente al brazo septentrional del crucero y construida a fines del
siglo XV, también se mantienen en pie los muros románicos laterales, con dos
ventanas cegadas de medio punto (en la occidental se encajó un dintel). La
imposta que corre bajo los ventanales presenta flores multipétalas en el
interior de círculos. Los capiteles del ventanal oriental son de esquemáticos
acantos lisos y bayas esféricas; los del ventanal occidental poseen acantos
ramificados y frutos entre un cordón perlado. En el hueco del vano oriental se
depositó una talla en madera policromada de la Virgen con el Niño, aunque apoya
sobre una peana barroca y presenta ciertos repintes en añil, parece datar de la
primera mitad del siglo XIV. El arco apuntado septentrional abierto hacia la
capilla de San Saturio es de traza gótica, si bien mantiene destrozados
capiteles de cronología románica coronando las semicolumnas.
Pero es indudable que a los ojos de cualquier
observador avispado no pasarán desapercibidos los cientos de sillares
trabajados con hacha y pertenecientes al primitivo edificio que fueron
reaprovechados entre los muros de la fábrica tardogótica.
La iglesia románica de San Pedro era de
dimensiones poco comunes –el crucero tuvo nada más y nada menos que 35 metros
de longitud– y debió contar con tres naves. Señalaba Gaya que probablemente
pudo utilizar un modelo parecido al de Santo Domingo. Hay autores que la
imaginan de cinco naves y cubierta de madera, aunque lo cierto es que su
hastial occidental supera con creces la línea de cierre del moderno. Las obras
de saneamiento de este sector dejaron al descubierto el último tramo de la nave
del evangelio del templo románico, con gruesos muros de sillería que superan el
metro y medio de grosor y una semicolumna adosada. Hoy por hoy, las sospechas
de haber perdido la mejor de las iglesias románicas de la ciudad de Soria
parecen fundadas.
Planta de San Pedro de Soria. Hipótesis del edificio primitivo según Javier Blanco Martín
Planta general
La concatedral del siglo XVI que hoy podemos
contemplar emplea una rotunda planta que los especialistas denominan “de
salón” o de tipología “columnaria”, inspirada en la de la colegiata
de Berlanga, ideada por Juan de Rasines hacia 1520. San Pedro de Soria tiene
cabecera poligonal, tres enormes naves de la misma anchura y dispone de
capillas laterales entre los contrafuertes, utilizando grandes pilares
cilíndricos que soportan unas soberbias crucerías estrelladas. Fue trazada por
el cantero vizcaíno Juan Martínez de Amutio, activo entre 1544 y 1548, junto a
Juan de Obieta y los hermanos montañeses Pérez de Villabiad, gracias al
mecenazgo de los obispos oxomenses Pedro de Acosta (1539-1563) y Tello de
Sandoval (1567-1578), cuyas señas heráldicas contemplamos en los pilares y
arranques de bóveda. Una inscripción en la capilla de Nuestra Señora del Azogue
–hacia los pies de la nave de la epístola– señalaba el final de las obras en
1577.
La torre, dispuesta a los pies y costeada por
el cardenal Pimentel, se construyó entre 1601 y 1604, con trazas del maestro
Juan del Campo, reutilizando materiales procedentes del derribo de San Miguel
de Montenegro.
Claustro
Claustro
Al claustro –declarado Monumento Nacional en
1929– accedemos desde una portada practicada en el ángulo suroccidental. Es de
medio punto y data de comienzos del siglo XVII, con arquivolta casetonada sobre
jambas cajeadas, está flanqueada por columnas acanaladas que soportan un
entablamento y apoyan sobre altos plintos cajeados, se completa con medallones
en las enjutas, un motivo heráldico central y una hornacina superior.
El claustro es de grandes dimensiones (30 × 30
m) y conserva tres de sus galerías medievales (oriental, septentrional y
occidental), cubiertas con techumbres de madera a una única vertiente que
apoyan sobre canzorros en los muros y aleros hacia el jardín. En los ángulos
noreste y noroeste se disponen grandes arcos rebajados que sirven de transición
al cambio de orientación de galería. Cada crujía consta de tres grupos con
cinco arcadas de medio punto alzadas sobre plintos baquetonados de 65 cm de
altura. Las columnas son pareadas y están separadas por pilares (en la galería
oriental se rompe la pauta, apareciendo dos grupos de cuatro arcadas y uno de
cinco). Otras columnas se adosan también a los machones de separación entre
arcadas y a los angulares. Los machones no llegan hasta el pavimento, sino que
arrancan de prismáticas ménsulas bajas con perfil semicircular. Indicaba Gaya
cómo en la galería oriental se destruyeron tres arcos (se conservan 24 m de los
30 originales) y en la occidental tres y medio (se conservan 23 m). A grandes
rasgos, las proporciones y traza del claustro parecen guardar conexión con los
de otros conjuntos cistercienses.
Las basas áticas –varias de factura moderna–
presentan garras angulares, bocel superior y doble semicírculo inciso en el
toro, en muchos casos remarcado por características incisiones radiales que nos
recuerdan el trabajo de muchos escultores burgaleses y navarro-aragoneses de
fines del siglo XII.
Lado oeste
La galería occidental es la peor conservada a
causa de las abundantes filtraciones que durante siglos afectaron a toda la
panda. Mantiene cinco arcosolios levemente apuntados cuyo intradós se refuerza
con grupos de cinco o tres columnillas con capiteles vegetales completamente
disgregados. Cabré indicaba –siguiendo a Loperráez– cómo en el segundo de estos
arcosolios (desde el ángulo suroccidental) apareció una “momia que descansa
su cabeza sobre una almohada de terciopelo carmesí, y a su lado hay una caja de
madera, vacía, pintada con las armas de Castilla y León”. La caja contenía
pergaminos desaparecidos y tal vez pudieran aclarar la personalidad de los
finados, entre quienes pudo estar el infante don Juan, hijo de Pedro el Cruel.
Arcosolios
La arquería occidental presenta, tanto hacia el
interior como hacia el exterior, chambranas ornadas con puntas de diamante y
dos listeles zigzagueantes (al estilo de los de los ventanales absidales de San
Nicolás), con pequeñas máscaras en las enjutas y florones superiores, rematando
en cornisa con perfil de baquetón, escocia y listel, soportada por canecillos
nacelados, de proa, de rollos, de perfil semicircular y otros ornados con bola,
capitelesménsula de escuetos acantos, grupos de hojas radiales, máscaras
zoomórficas e incluso arpías y deteriorados personajes.
Aunque su estado de conservación resulta
defectuoso, los capiteles vegetales de las arquerías occidentales recuerdan a
los labrados en las Claustrillas de Las Huelgas. Pero otras cestas se decoraron
con caballeros afrontados, grifos, arpías tocadas con caperuza y colas de
crustáceo, personajes masculinos cabalgando sobre grifos, dragones, la
Anunciación y una Epifanía. Las dobles y triples cestas de los machones son
igualmente vegetales y zoomórficas, apreciando personajes flanqueados por
grifos, arpías entre entrelazo, algunas con los pescuezos forzados y otras
portando arcos y espadas.
Este lado, también cercenado como el Este, se
compone hoy de tres tramos: dos de ellos de cinco arcos y el restante de arco y
medio. Mide 23 metros aproximadamente y puede ser anterior en algunos años a
las otras dos alas que parecen coetáneas entre sí
Doble orden de palmetas en el primer capitel de esta ala.
Se intuyen más que se ven unos cuadrúpedos con alas al modo de grifos o
animales fabulosos similares.
No se encuentra mejor conservado este capitel que su precedente; muestra unas
figuras animalescas que pudieran ser semejantes a las de aquél.
Muy erosionado en su cara exterior, este capitel permite apreciar en uno de sus
ángulos interiores una pareja de arpías de puntiagudas capuchas, tema que se
repite por toda la superficie del capitel.
Original composición a base de tallos y zarcillos que se envuelven formando
roleos, y frutos pomáceos.
Lado Oeste - Capitel 40
Termina el primer tramo con un capitel adosado que presenta dos jinetes cabalgando sobre grifos.
Al otro lado de la pilastra, iniciando el segundo tramo, este capitel contiene
la escena de la adoración de los Reyes Magos.
Poco queda de este capitel en el que se adivinan grifos o cuadrúpedos alados de
similar factura. Los capiteles siguientes, los numerados como 43, 44 y 45 están
tan sumamente erosionados que no dejan vislumbrar sus primitivas tallas, por lo
que se omiten en esta relación gráfica.
Sirenas tocadas con caperuzas puntiagudas y aves de largas y enroscadas colas
ocupan este capitel.
Hojas de acanto, perlas en las nervaciones y frutos bulbosos.
Último de los capiteles existentes, de rizadas hojas y frutos, todo de
primorosa talla.
A las pilastras de este lado también se adosan columnas de doble fuste en
planta baja y triple en la superior, con capiteles, en este caso, de figuras
fantásticas híbridas de humanas y animales alados.
El capitel alto, en efecto, representa dos arpías cuyas largas y enroscadas colas terminan en una cabeza de aspecto canino.
El capitel bajo contiene dos seres fabulosos de cabeza y tronco humano y resto del cuerpo de ave; van armados con espada y rodela. En el interior de esta pilastra se da el mismo tipo de adosamientos.
Es interesante el capitel bajo que representa en puro estilo silense un grupo de aves cuyos cuellos y patas se entrelazan por tallos.
La última de las pilastras mantiene la configuración general de las demás: tres
columnillas en el orden superior y dos en el inferior.
El capitel alto sigue las pautas de todos los de ornamentación vegetal.
El capitel bajo, en cambio, presenta sobre fondo vegetal dos parejas de arpías de largas colas que reclinan la cabeza sobre una hoja de acanto.
El capitel inferior del doble orden de columnillas adosadas a la cara interior de la pilastra pone en escena el pasaje evangélico de la Anunciación a María por medio de un ángel.
Lado norte
En la galería septentrional lo específicamente
vegetal alcanza mayor brillantez.
Abundan los canecillos con máscaras –algunas
coronadas– y los que presentan forma de capitel-ménsula, ornados con sencillos
acantos de marcadas escotaduras. Entre los capiteles destaca una cesta de
machón alusiva a la lujuria donde cuatro dragoncillos de largos cuellos muerden
los pechos de dos personajes femeninos y que tiene clara correspondencia con un
capitel existente en el claustro de San Pedro el Viejo de Huesca. Otro
representa, sobre aplastados acantos, la curiosa cacería de un cérvido: un centauro
atosiga a la presa al tiempo que un montero tañe una cuerna seguido de cerca
por su perro; otra de las caras de la cesta muestra la lucha entre leones y
grifos. Destaca el capitel dedicado a la psicostasis o “pesaje de las
acciones morales”, con sugerente personaje diabólico de puntiagudas orejas,
en la misma cesta se plasmó la ascensión del alma y el combate entre San Miguel
y el dragón. Otros capiteles de la galería septentrional tienen cordones
vegetales incurvados y los figurados están dedicados a la Anunciación, el Sueño
de José y la Epifanía sobre fondo reticulado, erosionados leones de cuidadas
guedejas, arpías afrontadas tocadas con capirotes junto a un infante que sujeta
roleos de bayas arracimadas, una maltrecha figura angélica sujetando un
incensario y lo que parece un cáliz, así como posibles apóstoles.
Es el único lado que se conserva completo. Sus
30 metros de longitud se dividen en tres tramos de cinco arcos cada uno
separados por pilastras prismáticas. No son estas iguales, sino que la más
occidental de ellas (P-6) posee adosadas a sus caras exterior e interior un
doble orden de columnillas en número de tres en la parte inferior y de cuatro
en la superior. En la otra pilastra se reduce este número a dos en el orden
inferior, como sucede en los demás lados.
Este primer capitel adosado al pilar que forma esquina con el lado Este
representa cuatro arpías de idéntica hechura que las del capitel inferior de la
pilastra nº 2. En el caso presente se interpone entre ellas una figura humana
que sujeta con ambas manos los tallos fructuosos que completan la composición.
Aparecen seis figuras en atuendo talar que, aunque muy deterioras y poco
reconocibles, se ha supuesto que representan clérigos oficiantes en diversos
momentos de la liturgia.
En todo su perímetro se escenifican pasajes novo testamentarios referidos a la
huída a Egipto, la Anunciación y la adoración de los Magos. En la cara oriental
(la de la imagen adjunta), San José permanece pensativo, sumido en la
perplejidad, mientras un ángel anuncia a la Virgen (en la cara interior) su
próxima concepción.
En la cara exterior, muy mutilada, un pollino lleva a María al exilio. La cara occidental contiene las figuras de los tres Reyes Magos.
Capitel casi idéntico al anterior.
En la cara oriental se disponen las figuras de San Pedro y San Pablo y, entre
ambos, una decoración netamente cordobesa que prolifera en su Mezquita:
el ataurique, ornamento vegetal típicamente árabe.
Tanto en la cara exterior como en la interior (foto de abajo, sendas figuras que reclinan la cabeza hacia un costado y visten túnica y manteo.
Capitel de ornato vegetal de hojas y frutos de corte parecido a los demás.
Otro capitel labrado con hojas en dos órdenes y frutos en los vértices.
Hojas de acanto verticalmente estilizadas en dos órdenes.
Idéntica concepción de diseño que el capitel anterior.
Capitel de final de tramo con los mismos motivos vegetales foliáceos y de piñas
que los anteriores.
El último tramo se inicia con un capitel de la serie de los de ornamentación
vegetal de hojas y roleos.
Uno más de los capiteles de configuración vegetal.
Algo más deteriorado que los precedentes pero la misma concepción temática.
Este capitel se compone de una base vegetal sobre la que se alzan diversas
figuras: en una de la caras, una escena ya vista en otros lugares, como en uno
de los templetes de San Juan de Duero: un centauro armado con arco y
carcaj, en este caso disparando sobre un ciervo que es seguido por un cazador
acompañado por su perro.
Cara opuesta, dos leones de pelaje bien tallado.
La cara exterior, muy estropeada, deja ver una quimera parecida que levanta una de las patas.
Se repite la composición vegetal una vez más.
Termina el tramo y el ala con un capitel vegetal pero algo diferenciado del
resto por el tamaño de sus hojas y la textura estriada de las mismas.
Lado Norte - Pilastra 5
Esta primera pilastra del lado norte (P-5) adosa a sus caras exterior e
interior semicolumnas encapiteladas que, en el orden bajo, son de doble fuste,
mientras que en el alto poseen fuste cuádruple. El capitel cimero es de hojas
de acanto como tantos otros ya vistos en esta ala.
En el
capitel inferior aparecen dos arpías que han cambiado las características
garras de ave de rapiña por piernas humanas. El tocado de sus cabezas deja ver
el cabello por detrás. Están siendo picadas en los pechos por otras aves,
alegoría muy común en la iconografía románica para significar el pecado de
lujuria. En el centro de la cara ancha un ataurique como el ya referido con
anterioridad al tratar del capitel nº 22. Por la cara
interior se mantiene la misma formación de columnillas: cuatro arriba y dos
abajo.
El
capitel superior tiene ornato vegetal, mientras que el capitel
inferior pone en escena la psicostasis o pesaje en la balanza de las acciones
buenas y malas del alma que se simboliza mediante una diminuta persona; la
llevan a efecto un hombre y una mujer que ocupan en ángulo derecho del capitel.
En el centro, un clérigo con casulla lleva el alma en paño en una actitud
tradicional en la iconografía románica.
En el ángulo izquierdo de este capitel se ve a San Jorge que hiere con su lanza a un dragón con alas.
Cuatro columnillas en la parte alta, como la pilastra anterior, y tres en el
orden de abajo por caso único en todas las caras exteriores de las pilastras.
Ambos capiteles siguen la pauta de los vegetales de doble fila superpuesta de
hojas. Un conjunto equivalente de columnillas, tres en el orden inferior y
cuatro en el superior, se adosan a la cara interior de esta pilastra.
El cuádruple capitel de la parte alta sigue la repetida composición vegetal a
base de hojas de acanto.
El capitel inferior representa otra
manifestación alegórica del pecado de lujuria parecida a la que se acaba de ver
en la pilastra precedente: dos mujeres desnudas sufren las mordeduras en sus
pechos de sendos reptiles alados.
Lado este
La galería oriental sigue manifestando un gran
virtuosismo en lo vegetal en tanto que los capiteles figurados muestran a
Salomón señalando un libro, la reina de Saba luciendo manto y ceñidor y la
portadora de un pomo de perfume; la posible recepción de un tributo canonical
en forma de panes; arpías y aves afrontadas; dragones de anatomía silense y la
Ascensión de Alejandro, elevado por grifos hasta el cielo.
Tras la mutilación sufrida, ha quedado de 24
metros de longitud distribuidos en tres tramos: dos de cuatro arcos y otro de
cinco. Se separan por medio de pilares de sección rectangular. Los tramos de
cuatro arcos, los adyacentes al ala Norte son de la misma tipología que los de
ésta y pudieran pertenecer a la misma época y artífice; no obstante, los arcos
del tramo mayor, el más próximo a la iglesia, difieren de los demás por
disponer de una columnillas encaramadas sobre sus ábacos y que,
quebrando las chambranas por su punto de unión, se remontan hasta el
alero rematadas por un pequeño capitel que sustituye al correspondiente modillón.
Doble nivel de hojas con piñas en los vértices y en el centro de las caras mayores.
Entre el follaje vegetal, aves de porte silense con las alas desplegadas, los
picos largos y afilados y el plumaje bien tallado, levantan una de sus patas de
apariencia rapaz mientras apoyan la otra sobre el astrágalo.
Hojas de nervios perlados y piñas, todo ello muy parecido al primer capitel.
Dos grifos en cada capitel, ocupando las caras laterales, con un cordel al
cuello a modo de collarín por el que son tenidos por un personaje que ocupa la
cara frontal.
Piñas y hojas similares a las de los capiteles anteriores, de las que las
interiores forman volutas en sus extremos.
Uno de los dos capiteles historiados de esta ala. Un monje recibiendo de cuatro
de sus feligreses la ofrenda de varios panes. A los tres oferentes que se
aprecian en la imagen hay que unir un cuarto que ocupa la cara estrecha
interior del capitel.
Arpías, con pezuñas en vez de garras de rapiña, y perros, también estos alados
y de similar plumaje, entrelazados todos con tallos vegetales. Conjunto muy del
estilo de Silos.
Capitel de decoración vegetal muy estropeado.
Un nuevo capitel foliáceo vegetal con volutas en los vértices, pero sin piñas.
Aquí las hojas presentan los nervios perlados y vuelven sus puntas hacia
adelante.
El segundo de los capiteles historiados del ala Este. Representa dos personajes
regios, de los que el rey mantiene en sus manos un libro abierto en el que
señala con un dedo y la reina lleva en su mano izquierdo un pergamino. En los
frentes interior y exterior, sendas figuras femeninas portando unas copas.
Haz de hojas de composición más simple que los ya vistos; cuelgan de sus puntas
frutos bulbosos.
Hojas de desarrollo vertical muy finamente labradas.
Frente a la esbeltez del capitel anterior, éste responde a una concepción más
horizontal con dos órdenes de hojas.
Último de los capiteles del lado oriental y último de los de la serie vegetal.
Está muy deteriorado.
Pilar de separación de los dos tramos de arcos más meridionales de este ala; a
su cara exterior (la de la imagen) e interior se adosan dos órdenes de
columnillas, la inferior de doble fuste y la superior de fuste triple. En ambos
casos se coronan mediante capiteles de composición silense. Sobre el más
elevado descansa directamente el alero.
El capitel superior muestra diez aves erguidas, de pico corvo y patas con pezuña, entrelazadas por tallos vegetales.
El capitel inferior representa dos fieras caninas con alas, similares a las figuradas en el capitel nº 7 de este mismo lado, entrelazadas asimismo por tallos.
El capitel inferior de los dos superpuestos en esta segunda pilastra,
corresponde también a un doble fuste, en este caso de columnillas más separadas
que las de aquella. Se representan en él un conjunto de seis arpías
encapuchadas, de exótico plumaje, que vuelven su puntiaguda cola sobre una de
las patas.
Los canecillos –posiblemente retocados en
épocas recientes– demuestran mayor ingenuidad, entre éstos vemos un ángel
orante y otro que lleva sus desmesuradas manos a la cintura, máscaras, un
barrilito, carnosas marañas vegetales, una liebre y un ciervo.
Los machones de la galería oriental cuentan con
dos fustes en su nivel inferior y tres en el superior; las chambranas presentan
trama romboidal desplegada entre baquetón y listel, con cruces patadas y
florones en las enjutas según avanzamos hacia el ángulo sudeste. En el tramo
más meridional, los capiteles-ménsula de la cornisa –tanto interior como
exteriormente– se prolongan en fustes cuyas basas apoyan sobre los cimacios de
los capiteles de la arquería, reposando en una floreada ménsula cuadrangular.
En la galería septentrional, los machones del
exterior presentan tres fustes en el nivel superior y cuatro en el inferior;
hacia el interior tres o cuatro en el superior y dos o tres en el inferior. Los
machones de la galería occidental tres fustes en ambos niveles.
Los diferentes especialistas insisten en
conceder una mayor antigüedad a los capiteles de la galería occidental,
incluyendo escenas figuradas como la Epifanía. Pero la mayor parte de las
cestas recurren a la decoración vegetal, de acantos perlados y trepanados,
especialmente rica en las galerías septentrional y sobre todo en la oriental.
No parece fácil asignar una cronología más temprana a la galería occidental,
máxime si tenemos en cuenta que generalmente las zonas orientales solían
erigirse antes y que los componentes silenses de la sala capitular no son
decisivos de cara a la datación.
Sala
capitular
La sala capitular, que fue transformada en
capilla de San Saturio a fines del XV, está instalada en la panda oriental.
Posee una gran portada abocinada de medio punto que se abría al claustro. Tiene
chambrana abocelada y zigzagueante y tres arquivoltas aboceladas que surgen
entre ovas escuetamente trepanadas (recuerdan lejanamente a las del monasterio
palentino de San Andrés de Arroyo), perfilando además un intradós polilobulado
de ocho dovelas. Las arquivoltas apoyan sobre gruesas jambas aboceladas y capiteles
con ábacos de dados, acantos trepanados, bayas y caulículos superiores, de la
misma mano que otros de la galería oriental, los fustes apean sobre
desconchadas basas áticas que arrancan del zócalo. La puerta principal aparece
flanqueada por altos ventanales de medio punto coronados por chambranas de
bocel zigzagueante y doble arquivolta baquetonada que apoya sobre cestas
vegetales. Las jambas laterales están igualmente baquetonadas.
Se ha señalado la influencia islámica
perceptible en los óculos polilobulados y ultrapasados ajimeces de los
ventanales en la sala capitular. Pero los capiteles decorados con centauros,
cápridos entre entrelazos, dragoncillos, grifos y hojas de acanto perladas
extensibles a las jambillas inmediatas, traslucen un evidente sabor silense,
sin duda los de mejor calidad de todo el conjunto claustral. Un vano cegado, en
el muro meridional del archivo que comunicaba con el capítulo, vuelve a
presentar otro arco polilobulado sobre destrozados capiteles.
Al lado izquierdo de la entrada al capítulo
aparece un reducido arcosolio que se reutilizó como osario en cuyo profundo
frente surge una cruz florenzada y perlada provista de pie (muy semejante a las
de altar), está cubierto con una bovedilla lobulada que apoya sobre cinco
columnillas a cada lado y dos al frente. Los cimacios son de toscas flores de
aro y los corridos capiteles vegetales soportan un arco polilobulado enmarcado
por una arquivolta ornada con puntas de diamante y una chambrana de hojas de aro.
En la misma galería oriental aparecen dos
portadas tardorrománicas de medio punto. La inmediata al capítulo presenta
chambrana de picudas ovas trepanadas y triple arquivolta abocelada que apoya
sobre imposta y dos excelentes capiteles. El derecho con arpías entre delicadas
flores de aro y ábaco de tacos con incisiones verticales y el izquierdo con
dragones de cuidadosa anatomía y forzados cuellos lanzados hacia abajo, al
estilo de otras tallas del entorno burgalés.
La portada más septentrional, que da acceso al
archivo cubierto con dos tramos de cañón apuntado reforzados con fajones de
sección cuadrangular, tiene chambrana de puntas de diamante y doble listel
zigzagueante –como en las arquerías claustrales– intradós baquetonado y doble
arquivolta abocelada con una inscripción que va recorriendo la rosca y apoya
sobre una imposta –zigzagueante en el intradós y lado derecho– reposando sobre
toscos capiteles con doble nivel de acantos cuyos remates se acaracolan o presentan
hojas vueltas. El epígrafe de la arquivolta exterior data de 1272 y fue
encargado por un tal Simón de Riquier para señalar la existencia de una capilla
dedicada a Simón y Judas: ERA MCCCX AÑOS, JUEVES XV DIAS DE ABRIL FINO SIMON
DE RIQUIER QUE MANDO FACER ESTA CAPILLA DE SAN SIMON E JUDAS A SERVICIO DE DIOS
E A SALVAMENTO DE SU ANIMA.
Un epitafio de 1205 existente hacia el extremo
más septentrional suele considerarse fecha ante quem para datar la galería.
Reza OBIIT REIMV(n)D(us) DIE B(eata)E CECILIE Q(u)I RELIQ NOBIS QHNDA
TABULA(m) QUE E(st) IN MACELLO PRO ANNIU(er)SARIO SUO ERA MCCXLIII (Falleció
Raimundo el día de la beata Cecilia, el cual nos legó el puesto de carne del
mercado por el recuerdo de sus aniversarios. Año 1205). Loperráez señalaba OBIIT
RAYMUNDUS DIE BEATAE ECCLESIAE, QUI RELIQUIT NOBIS, QUANDAM TABULAM QUAE EST IN
MACEDO NOSTRO PRO ANIVERSARIO SUO. ERA DOMINI M.CCXLIII. Para Gaya, la
existencia de la marca de cantero “M” sobre el mismo sillar epigrafiado
(que en realidad sólo aparece en los sillares colaterales y en las dovelas del
epígrafe de Simón de Riquier), repetida numerosísimas veces en la misma zona
del claustro, daba a la galería una cierta homogeneidad y a la fecha una
indudable veracidad.
En otro epígrafe cercano apenas conocido se
lee: OBSCURATUS E(st) SOL(s)T(i)CIO: IU..., relacionado con el
procedente de San Nicolás y custodiado en la Sección Medieval del Museo
Numantino en San Juan de Duero que data de 1239.
A la galería septentrional se abren dos puertas
que comunicaban con sendas estancias utilizadas por la comunidad canonical. La
central permitía el acceso hasta el refectorio, es de medio punto, con
parteluz, dispone de chambrana en zigzag y puntas de diamante, albergando
arquivolta abocelada y vano geminado de arquivoltas baquetonadas en cuya enjuta
aparece una graciosa máscara maléfica que muerde el perfil. Por encima
apreciamos una hornacina coronada con miniaturizado arquito de medio punto –con
chambrana de puntas de diamante, arquivolta bocelada y cestas vegetales– y una
deteriorada Virgen con el Niño en escayola de moderna cronología. El capitel
del parteluz describe el combate entre un infante y un dragón y los mismos
seres fantásticos en disposición heráldica y mordiendo tallos o sus propios
lomos. El derecho posee arpías barbadas tocadas con capirotes y afrontadas ante
un entrelazo. El izquierdo un personaje masculino sedente en actitud de
escribir, flanqueado por otros dos vestidos con pellotes que parecen portar
cubos o cestos y tijeras.
Hevia recogía una curiosa tradición en absoluto
ajena al Bestiario desplegado en la colegiata según la cual “en el lienzo
del claustro que conduce de la Iglesia a la sala capitular, á las pocas horas
de su estancia en aquel recinto, se mueven los reptiles venenosos, y que
permaneciendo en el mismo, por nueve dias, sanan las personas inficionadas por
el veneno,... homines que veneno infectos, ibi stantes, per novem dies, a
veneno liberam”. El testimonio resulta revelador de cómo los seres
fantásticos no sólo inspiraban terror sino que en el subconsciente colectivo
adquirían además cierta cualidad taumatúrgica.
Para Zielinski en el claustro de San Pedro
intervienen dos talleres, uno relacionado con Silos que obra las cestas
vegetales y figurativas, otro con el claustro de San Pedro el Viejo de Huesca
en los capiteles figurativos de lo que llamaba “serie alegórica”,
ausentes de estilemas silenses. Izquierdo llamaba la atención sobre los
caracteres islámicos perceptibles en el uso del ataurique, los paralelos del
arcosolio polilobulado adyacente al capítulo con el de Mudarra de Arlanza y la
capilla de La Asunción de Las Huelgas, amén de las correspondencias zamoranas
(Puerta del Obispo de la catedral) o la evocación de los tejidos musulmanes en
las cestas animalísticas (algo que Gaya ya valoraba). Pero el refinamiento
vegetal, decididamente tardío de este claustro soriano, parece participar del
mismo clima que las Claustrillas de Las Huelgas y el de Villamayor de los
Montes, alejándonos así de la cronología propuesta por la autora norteamericana
(ca. 1150-1170) que nos resulta excesivamente temprana.
El claustro de San Pedro reúne centenares de
testimonios gliptográficos que ya llamaron la atención de eruditos como Gómez
Santacruz y Teógenes Ortego: excelentes marcas de cantería en los sillares y
dovelas, así como otras de colocación en las arcadas, olvidadas plantillas de
salmeres y enjutas, hitos de osarios marcados con cruces patadas, hexapétalas y
nudos poligonales inscritos en el interior de círculos, medias lunas y soles
radiantes, cruces flordelisadas incisas que remedan ciertos modelos de altar,
un juego de “tres en raya” en la ventana septentrional del capítulo,
amén de otras señas que pudieran tener cierto sentido funerario y gremial
(campanas, zapatos, serruchos y tijeras).
Taracena y Tudela señalan la presencia de dos
sepulcros tardorrománicos reutilizados como osarios en la panda norte. El más
occidental, de 109 × 198 cm, está emparentado con el existente en la mayor.
Presenta dos escudos con media luna central calada y rodeada de círculos con
estrellas de cinco puntas igualmente caladas, muebles propios del linaje de los
Salvadores, se completa con un alfiz ornado por motivos que recuerdan
atauriques y pequeños capiteles vegetales. A la derecha del referido osario un
moderno epitafio detalla HIC IACET DVICENTIUS CASQUETE DECANUS HUIUS
ECCLESIE IN CUIUS SI/ NU ANNOS CIRCITER 33 PER VARIA/ MUNERA CURRENS ANIMAM DEO
RE/DDIDIT DE 29 IAN ANNI DOM 1825 ETA/ TIS SUE 77. El otro sepulcro,
igualmente engastado en el muro hacia el sector nororiental, carece de calado,
aunque porta similar alfiz de ataurique y columnillas laterales con capiteles
vegetales trepanados. En el ángulo septentrional de la galería oriental del claustro
se halla depositada una mesa de altar románica de 170 × 60 × 20 cm de altura,
tres de cuyos laterales nacelados muestran decoración de flores tetrapétalas
inscritas en el interior de círculos y borde con doble cordoncillo sogueado. El
plano superior fue retallado en el siglo XVIII.
A lo largo de las galerías claustrales y en una
estancia oriental son también perceptibles ciertos restos pictóricos que en su
día fueron recogidos por el crítico norteamericano Post, autor que aún
reconocía un Pantocrátor de inicios del siglo XIII. Hacia la década de 1920
Mélida apreciaba “verdaderos retablos” pintados a lo largo de toda la
crujía septentrional que representaban un Cristo majestático, la Anunciación y
dos ángeles elevando un alma junto a ciertos escudos heráldicos; en la oriental
citaba la existencia de una Adoración de los Magos. Para el autor, las pinturas
murales databan del siglo XIV. En la actualidad sólo se conservan ciertos
vestigios entre las dos portadas de la galería oriental, con cenefas vegetales,
un amplio registro con una especie de peltas, simulación de veteados en madera,
almenados superiores y una deteriorada escena figurada con dos donantes y un
santo frente a un ángel y la Virgen con el Niño. Por encima asoman dos escudos
con parejas de llaves, dos con soles radiantes y otro más con las armas de
Castilla y León. Su aspecto permite sugerir una datación avanzada dentro ya del
siglo XV.
En el exterior de la panda septentrional del
claustro, perforando el muro oriental del actual museo de la concatedral, se
conserva un ventanal triple con arcos de medio punto cuajados de negruzcos
líquenes. Posee arquivoltas decoradas con sogueado en los tres arcos y línea
zigzagueante en los laterales, cuenta con esquemáticos capiteles de toscas
hojas de acanto y cimacios sogueados. Bajo éste se vislumbra otro arco muy
retocado (para Gaya pudo ser de herradura aunque nos resulta una opinión
difícil de suscribir) y otro inferior de medio punto, con chambrana nacelada,
semienterrado y muy deteriorado debido al fuerte recrecimiento de tierras. Se
trata de un sector que delata mayor antigüedad que el resto del conjunto y que
probablemente perteneció a la primitiva iglesia existente con anterioridad a la
colegiata de 1152. En cualquier caso, resulta indudable cómo el rudo aparejo de
este sector nororiental desentona respecto a la perfecta sillería arenisca con
la que se construyeron los muros perimetrales del resto del claustro.
Iglesia de San Juan de Rabanera
La iglesia está situada en la plaza de San
Juan, hasta donde llegamos ascendiendo por la cuesta de Caballeros, una de las
rúas más linajudas de la ciudad, cerca del Collado, en el mismo centro
histórico de la capital soriana. Muy cerca del templo estuvo la Puerta de
Rabanera, que ocupaba una orientación septentrional en el recinto de la cerca.
La tradición asigna la fundación de la parroquia a los habitantes de Rabanera
del Campo, una de las 34 colaciones que participaron en la repoblación de la
ciudad. En el Padrón de Alfonso X la colación de Rabanera contaba con 19
vecinos. Hacia la Baja Edad Media el barrio de San Juan asume carácter de
cuadrilla de pecheros. Aunque con menor peso económico-social que el del
Collado, adquiría entonces un status privilegiado, con una importante población
de caballeros hidalgos y no menos significativa de judeoconversos. En las
proximidades del templo se encuentran algunos palacios pertenecientes a los más
viejos linajes sorianos: los marqueses de Zafra y de Velamazán o las casonas de
los Barnuevos, Morales del Espino, Carrillos y Sotomayor.
El templo de San Juan de Rabanera se construyó
en aparejo de buena sillería arenisca, de tono amarillento y veteado dorado,
muy alterada por el abujardado propio de las restauraciones acometidas en 1908
y 1958. Fue declarada Monumento Nacional por Real Orden de 29 de julio de 1924.
En 1908, una iniciativa particular de don
Teodoro Ramírez Rojas, miembro de la Comisión Provincial de Monumentos de Soria
y académico de la Historia y de la Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando, auspiciado por los consejos del arquitecto Manuel Aníbal Álvarez,
siendo obispo don José M.ª Escudero, permitió desencalar el interior,
descubriendo la decoración de la cabecera, del crucero y añadiendo en el
hastial occidental la portada del semiarruinado templo vecino de San Nicolás.
En 1958, por iniciativa del consistorio soriano
y pese a la postura contraria del conde de Saltillo y su dictamen desfavorable
para la Real Academia de la Historia, se eliminaron las sacristías y la
denominada “capilla de Palafox” bajo la supervisión del arquitecto
Cabrerizo Botija. Profundas rozas evidentes en los contrafuertes que separan el
hemiciclo absidal del presbiterio sugieren la presencia de sacristías o
construcciones adosadas, retiradas durante la restauración para ensanchar la
calle y permitir una visión integral de la cabecera. Muchas de las losas que
rodean el edificio, con abundantes marcas de cantero perfectamente visibles,
proceden también de la iglesia de San Nicolás.
El templo ha sido permanentemente elogiado por
la crítica gracias a su capacidad para integrar influencias muy variopintas:
antiquizantes, orientales y pirenaicas. Posee planta de cruz latina, nave de
tres tramos –completamente transformada en época barroca– con ábside
semicircular precedido por un presbiterio rectangular y crucero perfectamente
marcado en planta. Hacia fines del siglo XV, junto a los ángulos noroeste y
suroeste del crucero, coincidiendo con el inicio de la nave, se añadieron dos
capillas cuadrangulares. También se ha reseñado la rareza de una planta de cruz
latina en tierras castellanas, atribuyendo su carácter a una importación
foránea, tal vez aragonesa (como en Santa Cruz de la Serós). Pero no parece
tratarse de una modalidad exótica, existiendo notables ejemplos en tierras
meseteñas, como San Bartolomé de Ucero, Santa Eufemia de Cozuelos, San Salvador
de Cantamuda, Zorita del Páramo o Santa María de Siones.
Planta
El adjunto esquema de planta muestra el trazado
en su situación actual: planta de cruz latina;
amplio presbiterio; ábside en hemiciclo y dos absidiolos no
ostensibles al exterior embebidos en el muro oriental de ambos brazos del transepto;
transepto de anchura similar a la de la nave para originar un crucero
sensiblemente cuadrado aunque algo distorsionado por las deformaciones
geométricas de la planta; nave única de tres tramos; dos capillas añadidas en
el siglo XV a uno y otro lado de la nave central, adosadas al muro occidental
del transepto; un husillo que aloja la escalera de acceso a la torre
levantada sobre el crucero en el siglo XVI.
Esta planta adolece de una tortuosa geometría
pues no posee un eje recto en la dirección canónica del imafronte a la
cabecera, ni respeta la debida ortogonalidad del transepto con respecto a la
nave. Sorprende tan desmañada ejecución en un emplazamiento en el que
aparentemente no existe ningún condicionante para un correcto replanteo.
Es un raro ejemplo dentro de la arquitectura
románica soriana de iglesia cuya planta tiene disposición de cruz latina.
Ábside
El exterior del ábside semicircular despunta
por su gran calidad ornamental, algo excéntrica, que lo convierte quizá en el
más atractivo de todo el románico soriano. Arranca de doble zócalo y presenta
dos niveles delimitados por imposta y cuatro paños separados por tres pilastras
de sección cuadrangular, cuyas esquinas aparecen achaflanadas a lo largo del
primer nivel.
En el segundo nivel las tres pilastras se
amenizan con acanaladuras –como en la cabecera calceatense– y rematan a la
altura del alero con capiteles corintios de fuerte sabor romano. Nada parece
contradecir tal herencia dada la proximidad de la ciudad a yacimientos como
Numancia, Uxama y Tiermes, asentamientos con muestras de escultura monumental
de cierto empaque, como demuestran los capiteles reaprovechados en Ventosilla
de San Juan y Carrascosa de Arriba, o los frisos ornamentales de Fuentelsaz y
Cubo de Hogueras. Los dos paños centrales del ábside están perforados por
ventanales ligeramente apuntados; la arquivolta de baquetón apoya sobre
cimacios cuyo listel presenta una fila de tacos. Los capiteles se decoran con
hojas de acanto idénticas a las visibles en los capiteles de los mismos
ventanales del interior mientras que a ambos lados de las cestas surgen placas
cuadrangulares con rosetas talladas. Las basas sobre las que apoyan las
semicolumnas laterales son áticas, descansando sobre zócalos ornados con incisiones
o estrías verticales que nos recuerdan recetas clásicas. Interiormente el
ventanal aparece recorrido por una doble moldura de ovas o bezantes. Los dos
paños laterales sugieren dobles ventanales de medio punto cegados aunque
animados con una riquísima decoración. El perfil de la arcuación posee ovas
afrontadas, delimitando un registro inferior con incisiones verticales, otro
medio con rosetas y otro superior con esquemáticas dobleces de acantos o
nenúfares.
Con esta curiosa disposición, el eje del ábside
no está ocupado por la típica ventana que ilumina el altar central, como
resulta habitual entre nuestras iglesias romanicas, sino por una de las
pilastras acanaladas, lo cual sorprendió sobremanera a Gaya Nuño.
Ábside románico de la iglesia de San Juan de Rabanera en Soria (España). Se ven los contrafuertes que imitan una pilastra estriada con capitel.
Las ventanas, de medio punto, tienen los huecos
enmarcados por una decoración de estrías horizontales y puntas, presentando al
exterior una arquivolta de baquetones sobre imposta jaqueada
y capiteles de acanto.
Cuatro seudoventanas ciegas, dos a cada lado, ocupan las calles exteriores de
este singular ábside. A efectos decorativos se dividen en tres zonas: la
inferior sólo lleva unas acanaladuras verticales; la intermedia la ocupa un
gran rosetón inscrito en un marco de pequeños botones, tema ornamental que se
repite en otros lugares de esta iglesia y que fue objeto de imitación en otras
de la zona; en la superior, dos órdenes decorativos más
un tímpano con un motivo común basado en una pieza triangular con el
vértice apuntando hacia una hoja vegetal colgante.En la imagen adjunta aún se aprecian vestigios de la reparación que fue necesario realizar para devolver a su primitivo estado la parte destruida al abrirse una ventana.
Los canecillos que soportan el alero del tambor
absidal aparecen tremendamente deteriorados, presentando acantos, lectores,
algunos personajes itifálicos y otras piezas zoomórficas. El alero, igualmente
erosionado y con varias reparaciones modernas, se decora con esquemáticos
roleos.
Interior
El interior del ábside está cubierto con una
interesante bóveda gallonada. Tiene cuatro gajos y nervaduras aboceladas que
coinciden en una clave floral, como en San Nicolás de Soria y en Perdices. La
historiografía ha destacado la progenie islámica de tal cubierta (Lambert y
Gaya) si bien tampoco desdeñamos su significación ojival (Torres Balbás) o su
vinculación al templo leonés de Arbas del Puerto (Gaya). En realidad, la
aplicación de una bóveda gallonada con nervaduras podría entenderse como una
balbuceante interpretación de las ojivas góticas, carentes todavía de función
tectónica. Las nervaduras aboceladas, en consonancia con los contrafuertes del
exterior, apoyan sobre semicolumnas coronadas por cestas con pájaros
afrontados, cuyos cuellos se agachan para picotearse las patas. La imposta
–prolongación de los cimacios de las cestas descritas– presenta roleos
formulando hexágonos.
El paramento absidal en su sector inferior,
coincidiendo con el arranque de los ventanales, aparece recorrido
horizontalmente por otra imposta de círculos y roleos formulando rosetas, que
continúa también a lo largo de los muros del presbiterio (desaparecida en el
muro del evangelio debido a la instalación de un sepulcro en el siglo XVII, con
un arco de medio punto entre pilastras que sostiene entablamento y frontón
partido con gran motivo heráldico).
Los capiteles que dan paso al hemiciclo absidal
son de hojas de acanto y su cimacio –de roleos formulando hexágonos– coincide
con la imposta que recorre todo el tambor y los cimacios que coronan los
capiteles de los ventanales absidales, prolongándose después hasta los pilares
orientales del crucero. Es curioso comprobar cómo antes de 1908 –se aprecia en
los grabados de Isidro Gil publicados por Rabal–, los fustes que preceden al
hemiciclo absidal y al presbiterio estaban cortados a media altura, culminando
en una especie de ménsulas.
El ábside se ilumina por medio de los dos
ventanales centrales, con cestas de acantos y cimacios de listel abilletado con
una fila de tacos. Las basas, con toro y escocia son de tipo ático, apoyando
sobre podium con incisiones verticales. En los paños extremos, el más
meridional y el más septentrional, surgen arcuaciones macizadas acogiendo las
esculturas de San Pedro con sus llaves y un libro, y un evangelista con algunos
restos de policromía. Gaya señalaba en estas imágenes la presencia de tonos
rojos en la túnica y azules en la estola y bordes de la túnica, ahora
imperceptibles. La moldura que recorre el perfil de la arcada hasta su base
presenta ovas afrontadas, delimitando un registro inferior con las típicas
incisiones o estrías verticales en el interior de un elemento cajeado. El
espacio existente entre las esculturas de San Pedro y el evangelista y la
arcuación está relleno con incisos dientes de sierra rematados con bolas.
El muro meridional del presbiterio se anima con
arquerías ciegas molduradas de ovas o bezantes, impostas de tacos, cestas de
acantos y basas áticas que parten de las ya descritas incisiones o estrías
verticales. Tal arcuación ciega debió repetirse en el muro septentrional,
aunque desapareció al instalar el arcosolio.
Gaya señalaba cómo se colocaron aquí esculturas
de los cuatro evangelistas de las que sólo conservamos la del interior del
ábside, que acompaña al San Pedro descubierto in situ durante la restauración.
No obstante, no deja de ser una hipótesis ya señalada por Mélida. El relieve de
las esculturas es plano y somero, para Gaya Nuño, anterior al resto de piezas
de San Juan de Rabanera, coincidiendo con Porter al asignar una datación dentro
del segundo cuarto del siglo XII. Palomero apuntaba hacia las dos primeras
décadas del siglo, fragmentos quizá procedentes de un primitivo templo,
desmesurada datación si valoramos la fecha de la repoblación de la ciudad.
El arco triunfal es un arco doblado de sección
recta bastante apuntado. En su clave confluyen los tres nervios de la bóveda
del ábside. Descarga en semicolumnas adosadas rematadas superiormente por
capiteles foliáceos.
Capitel izquierdo del arco triunfal
El capitel izquierdo es muy sencillo,
a base de hojas lisas y mínimas volutas en los vértices. El capitel
derecho es más elaborado: se adorna con hojas bien trabajadas y tallos
perlados. En ambos casos la imposta corrida forma el cimacio y el ábaco de
estos capiteles.
Capitel derecho del arco triunfal
El presbiterio se cubre con cañón apuntado
reforzado mediante gruesas nervaduras baquetonadas superpuestas simulando una
crucería –como en los baldaquinos de San Juan de Duero– y sobre el tramo
central del crucero se eleva un hermoso cimborrio sobre trompas, al estilo del
burgalés de San Quirce, de cuidadoso despiece anillado. Sus trompas se unen
mediante sólidos torales y formeros apuntados que apoyan sobre cuatro gruesos
pilares a los que se adosan medias columnas cuyos capiteles van decorados con
acantos rizados de remates esféricos, arpías y otro que integra la escena de
Sansón desquijarando al león y el combate psicomáquico entre un ángel y un
monstruo. Por encima de los capiteles que coronan los pilares meridionales del
cimborrio corren cimacios ornados con flores de aro que se prolongan a lo largo
de los muros del mismo brazo meridional. Los cimacios de los pilares
septentrionales son de roleos sinuosos y de billetes.
Las trompas del magnífico cimborrio que
permiten el paso desde el espacio cuadrangular al octogonal son piezas de una
extraordinaria calidad. Se decoran con chambranas figuradas con caballeros, una
escena de cacería y un rico repertorio zoomórfico que recuerda la fauna de
dragones, arpías, aves y leones afrontados del grupo de Cerezo de Ríotirón,
Moradillo de Sedano y El Burgo de Osma; pequeños óculos; mensulillas ornadas de
roleos, flores de aro y finos capiteles de acantos –a modo de ménsulas– en correspondencia
con el mismo panorama escultórico tardorrománico del norte burgalés (Nuestra
Señora de la Oliva de Escóbados de Abajo, Armentia u Oña). La escultura parece
verificar aquí una mayor modernidad para el cimborrio y el nivel superior de
los muros del crucero. Señalaba Gaya la atractiva posibilidad de que el
exterior del cimborrio rematara en cúpula gallonada, al estilo de los
cimborrios del Duero.
Los brazos norte y sur del crucero se cubren
con cañón apuntado y en sus lienzos orientales se abren sendos absidiolos –el
del brazo meridional algo más alto– no manifiestos al exterior y que se
descubrieron durante la restauración de 1908. Tal particularidad –no
extradosada– se da igualmente en otros edificios más orientales como San Benito
de Bages, San Juan de Uncastillo y la Santa Cruz de la Serós. Los absidiolos
están cubiertos con bóvedas apuntadas de cuarto de esfera que interiormente se
adornan con molduras de ovas y de zigzag.
Hacen uso de impostas con flores de aro que se
prolongan por todo el interior del absidiolo y ábacos de tacos. Poseen
capiteles de acantos avolutados y perlados, con basas áticas, reservando para
los laterales una línea de pitones de acantos y dobles rosetas. El absidiolo
del brazo meridional presenta idéntico planteamiento ornamental, si bien los
capiteles –lisos y carnosos– tienen un sabor arcaizante que nos recuerda otras
cestas hispanovisigodas mientras que sus impostas cuentan con palmetas, las basas
áticas parten de altos zócalos ornados con rosetas.
Los tres tramos del brazo de la nave, separados
por fajones de medio punto, se cubren con bóvedas de lunetos decoradas con
yeserías del siglo XVIII que debieron sustituir una vieja armadura de carácter
mudéjar. La sacristía es una estancia subterránea que se localiza bajo el nivel
absidal, tiene un acceso desde el interior del hemiciclo absidal y otro desde
el exterior del lado norte.
Los hastiales del crucero rematan a piñón y se
refuerzan mediante contrafuertes. En la actualidad aparecen perforados por
sendos ventanales de medio punto con cestas vegetales; sin embargo, sabemos que
la totalidad del hastial septentrional se rehizo “a imagen y semejanza”
del meridional y que su ventanal se abrió ex novo durante las últimas
restauraciones.
Las cestas del lado septentrional son una
réplica moderna de las del ventanal meridional –bastante más erosionadas– que
se decoran con motivos vegetales de incisiones horizontales y sencillos acantos
ramificados. El motivo de semejante reconstrucción fue el derribo de la capilla
del Santo Cristo o de Palafox, perteneciente a la hermandad de la Santa Escuela
de Cristo, que databa del siglo XVII y estaba adosada al brazo norte del
crucero. En 1912, Pérez-Rubín apreciaba una moderna fábrica de ladrillo adosada
al brazo norte del crucero. En realidad, la planta del templo publicada por
Mélida y recogida por Cabré, indica la posición exacta ocupada por la capilla
de Palafox, prolongando el brazo septentrional del crucero.
Otra estancia utilizada como sacristía y
trastero estaba adosada entre la anterior capilla y el paño norte del tramo
presbiterial y una tercera –utilizada como baptisterio– junto a la capilla
gótica de La Soledad del mismo lado. Todo el sector aparecía además protegido
por un atrio. Mélida publicaba también una planta previa (de D. R. Ibáñez) y
una posterior (de D. A. de Lorenzo) a la restauración de 1908.
Los hastiales aparecen coronados con curiosas
estatuas zoomórficas a modo de acroteras, parecen leones que someten a sus
presas, reforzados con parejas de canecillos. Culminando el contrafuerte
angular de la esquina suroriental del brazo del crucero aparece un remate que
recuerda la forma de una chimenea truncada. En el arranque del contrafuerte
existente en la esquina nororiental del brazo del crucero se aprecia el
fragmento de una gran basa, cuyo toro se decora con ovas y su podium con un
elemento aspado.
La capilla adosada al lado meridional (de Santa
Catalina o Santa Cristina según los autores), de planta cuadrangular,
contrafuertes angulares y óculo que perfora el lienzo frontal, parece obra de
fines del siglo XV que sin embargo sobrevivió a las restauraciones de inicios
de siglo. Posee alero sostenido por canecillos tardorrománicos reaprovechados
–para Bocigas pueden proceder de alguna otra iglesia soriana– que representan
máscaras, leones que muerden sus lomos, un águila y una serpiente. En el zócalo
del exterior se aprecian restos de una moldura moderna muy erosionada.
En el lado septentrional aparece otra capilla
muy similar dedicada a la Soledad, es también de planta cuadrangular, con
contrafuertes angulares y óculo perforando el lienzo central que resulta de
similar cronología a su homóloga meridional. Al muro septentrional se le
añadieron unos placados modernos donde se readaptó un fragmento de lauda
funeraria decorada con dos elementos heráldicos representando águilas de alas
explayadas –en el Inventario Artístico se califican como armas de los San
Clemente– y la leyenda: ALABADO SEA EL SANTISIMO SACRAMENTO. El alero
está soportado por canecillos nacelados y de proa de nave, al igual que en los
tramos occidentales de la nave central. En el lado meridional de la nave
central aparecen otros canecillos modernos que son sustituidos por piezas de
cronología románica en el tramo más cercano al crucero.
Portada
Hacia los tramos occidentales del lado sur se
conserva una portada románica –hoy maltrecha y cegada– provista de tímpano
decorado con tres rosetas –las laterales perladas– soportado por mochetas,
recordándonos los de la ermita de los Mártires en Garray y Tozalmoro. Una
ventana circular más moderna, simulando un pequeño óculo, perfora y desfigura
el tímpano, destrozando la roseta central. Esta portada meridional posee
arquivoltas con arquillos apuntados y entrelazados perlados y otra más tallada
sobre el propio tímpano con arquillos de medio punto. Los cimacios son de
carnosos roleos. La cesta derecha tiene acantos ramificados y la izquierda
otros dos niveles de acantos que recuerda algún capitel del claustro de San
Pedro y los de la sala capitular del monasterio de La Vid (Burgos). Para
Ramírez la existencia de esta portada demostraba que el templo era más moderno
que el trazado de la calle Caballeros.
En los tramos occidentales de la nave, junto al
muro septentrional, aparece una portada apuntada que parece datar del siglo
XIV, su chambrana nacelada llega hasta las jambas laterales, donde se prolonga
a modo de cimacio por el intradós. Señalaba Mélida cómo fue el antiguo acceso
hasta el templo antes de empotrar en el hastial occidental la portada de San
Nicolás. A su lado, cerca de los pies, un arco cegado sugiere la existencia de
algún lucilo funerario sellado.
Todo el sector occidental del edificio parece
muy retocado por la restauración, con una amplia franja de aleros modernos.
La portada tardorrománica occidental, avanzada
sobre el muro en un cuerpo saliente, procede de San Nicolás. Por encima, asoma
el testero occidental propiamente dicho, perforado por un óculo. El cuerpo
avanzado está rematado por un tejaroz sostenido por diez canecillos muy
deteriorados entre los que distinguimos una arpía, una cabecita masculina, otra
femenina y un ángel alado que parece tallado modernamente. En el mismo
defectuoso estado de conservación se halla la chambrana de medio punto decorada
con flores de aro.
Presenta la portada cuatro arquivoltas de medio
punto: dos aboceladas, otra con arquillos de medio punto entrecruzados y
perlados y otra lisa, que apoyan sobre cuatro semicolumnas a cada lado y jambas
achaflanadas. La chambrana y la imposta que corona los capiteles presenta
erosionados motivos de roleos y hojas de aro. Las cestas del lado izquierdo
representan escenas de la vida de Cristo:
La aparición de Cristo a la Magdalena; las
Marías ante el sepulcro vacío; la unción en Betania; la aparición del
resucitado a los discípulos de Emaús y la incredulidad de Santo Tomás en la
cesta de mayor diámetro, la más cercana a la puerta.
Las del lado derecho glosan milagros de la vida
de San Nicolás de Bari, obispo de Mira: en el capitel de mayor diámetro, el
obispo aconsejando a Constantino en sueños que perdone a tres soldados
inocentes condenados a muerte; los mismos militares (o tal vez los generales
Nepociano, Urso y Apilión) en prisión; Nicolás salvando a tres habitantes de
Mira igualmente condenados y el santo obispo multiplicando los panes para dar
de comer a los monjes de su propio cenobio.
Por mi parte, considero que la claridad en la
identificación de los temas representados en las cestas del lado izquierdo
contrasta con la gran dificultad que supone reconocer las escenas de la
derecha, su estado de conservación es muy deficiente y han desaparecido varios
de los personajes. Por otra parte los supuestos militares portan ricos libros y
junto a éstos aparece un ángel, en la siguiente cesta un personaje femenino
desentona respecto al tema sugerido, tampoco parece que el santo imite a Cristo
al multiplicar los panes pues la cesta aludida sólo permite apreciar una
especie de altar elevado sobre columnillas y sencillísimas cestas vegetales
donde vemos abierto un nuevo ejemplar librario.
La doble cesta del claustro de la concatedral
de San Pedro alusiva a la entrega del diezmo a un canónigo tampoco parece
asemejarse mucho a la de los panes en esta portada de Rabanera. En el relato
hagiográfico del obispo de Mira, ningún pasaje es susceptible de encajar con
las escenas descritas, si bien Marta Poza reconocía la historia de los tres
niños descuartizados por un mesonero y resucitados por el santo. En el capitel
que representa la incredulidad de Santo Tomás aparece tallada una puerta con el
excelente detalle de una cerradura. Las basas de los fustes de mayor diámetro
poseen toros y podium con triángulos incisos.
En el tímpano aparece San Nicolás bendicente,
porta báculo, está vestido de pontifical y tocado con la mitra episcopal
decorada con un cabujón de cristal incrustado, flanqueado por acólitos,
recordándonos una escena similar en el tímpano de San Juan de Portomarín: un
incensante, otro sosteniendo un libro, dos ceroferarios (o tal vez portadores
de cálices o candelabros ahora fracturados) y otros dos con sendos báculos. El
estilo presenta evidentes similitudes con los escultores de la portada de Santo
Domingo de Soria y San Miguel de Estella.
Un coro alto instalado a los pies está
soportado por un gran arco rebajado de fines del siglo XV o inicios del XVI, el
coronamiento del paramento presenta moldura de bolas. Bajo el coro alto, en el
último tramo de la nave aparecen dos aguabenditeras, son en realidad sendos
capiteles románicos vaciados decorados con aves que picotean sus patas, al
estilo de las cestas interiores de los ventanales centrales del ábside.
En el ángulo existente entre el muro oriental y
meridional del transepto meridional, bajo la imposta que parte de los capiteles
del crucero, aparecen humildes restos de pinturas góticas que representan el
martirio de Santo Tomás Beckett. Una vez más la sañuda limpieza de muros de
nuestros restauradores historicistas resultó excesiva, lesionando
irreparablemente las pinturas murales. Mélida señalaba cómo sobre la enjuta del
arco absidal del brazo meridional del transepto apareció un fragmento de
pintura mural datable en el siglo XIV donde se apreciaban las cabezas de las
tres Marías.
Iglesia de San Nicolás
Las ruinas de San Nicolás se alzan al final de
la calle Real, en las proximidades de la concatedral de San Pedro.
Nada se sabe del origen de esta iglesia, que
aparece citada en el Censo de 1270 encargado por Alfonso X el Sabio. La
parroquia de San Nicolás presidía la colación de su nombre, ocupando una
posición central dentro del panorama de la Soria medieval y aglutinando a buena
parte de su población. En su pórtico, como señala Loperráez, se reunía hasta
época moderna el linaje de los Salvadores Honderos, mientras que la otra rama
del linaje, los Salvadores Someros, celebraba sus juntas en la capilla mayor.
Sabemos que en 1535 se anexiona a San Nicolás la antigua parroquia de San
Lorenzo, que como ermita siguió dependiendo de San Nicolás hasta 1663 y por
esas fechas también le era anexionada la próxima de San Juan de Muriel. Como
señala Ruiz Ezquerro, la capilla mayor fue dotada en este mismo siglo por Juan
Rodríguez de Villanueva y posteriormente por Juan Sánchez de Marrón y el doctor
Marrón (1571).
De las dos capillas laterales, la norte,
dedicada a Santa Catalina, fue derribada en 1577.
Nicolás Rabal afirma que la más antigua
fundación en ella conocida es la del bachiller Pedro de la Rúa, poeta del siglo
XVI autor de la silva Urbis Numantiae quien mandó hacer “la capilla del
Santo Cristo”. Esta capilla –la meridional del transepto–, fue fundación de
Santa Cruz de la Guardia, según Higes y Ruiz Ezquerro. En 1788, Loperráez se
refiere a la iglesia de San Nicolás como simple parroquia sin anejos. Unos años
después, en 1792, se citan en los libros de su archivo (hoy en la concatedral
de San Pedro) 114 vecinos y 303 almas en su parroquia.
Una memoria realizada por uno de los últimos
párrocos de San Nicolás, don Víctor Núñez, conservada en el Archivo de San
Pedro nos relata los acontecimientos que desde mediados del siglo XIX llevaron
al templo a su actual estado. Los problemas estructurales del edificio debían
ser antiguos, pues como señala Higes Cuevas, ya en 1739 un arco de la cabecera
amenazaba ruina, siendo entonces restaurado. Dado el lamentable estado del
edificio y a instancias del Ayuntamiento, se encargó en 1858 un informe al ingeniero
de Obras Públicas, quien señala numerosas grietas y el desplome de pilares y
arcos torales que llevaron a un desplazamiento de casi medio metro del muro
septentrional, en el que se abría la fachada principal, todo ello debido, según
él, a los empujes de las cubiertas. Finaliza el informe constatando el
inminente hundimiento del edificio, con peligro para las edificaciones
circundantes, por lo que aconseja su derribo.
En la última visita reflejada en el Libro de
Visitas de San Nicolás, de 1885, se señala que su párroco sirve ya en la
iglesia de San Clemente, donde se llevó el ajuar litúrgico. Un bando del
Ayuntamiento soriano considera las ruinas incluso un problema de salubridad
pública, por la acumulación de desperdicios e incluso animales muertos.
Precisamente el referido párroco de San Nicolás fue la figura que más
enconadamente trabajó para evitar el derribo total del edificio, solicitando
ayuda al obispado de Osma. Dada la oposición manifestada por el párroco, el
obispo determina su desmonte parcial hasta que se resolviera el destino del
edificio. Este desmantelamiento significó a la postre la ruina total del sector
norte del mismo.
En 1904 la Comisión Provincial de Monumentos
pasó un informe a la Central constatando la amenaza de inminente desplome de la
rica portada, por lo que ésta fue trasladada en 1908 a la iglesia de San Juan
de Rabanera, que en esas fechas estaba siendo remozada por don Teodoro Ramírez
Rojas. Al año siguiente, don Juan Catalina García, en su visita a Soria,
manifestó que bastarían 15.000 pesetas para “salvar de la ruina la iglesia
de San Nicolás de Bari” comprometiéndose a mandar una nota a la Comisión
Provincial para que la dirigiese a Instrucción Pública y Bellas Artes.
Evidentemente, dicha propuesta cayó en el vacío, por lo que la ruina y
dispersión del patrimonio de San Nicolás siguió su curso inapelable.
El retablo mayor, con relieves de la vida de
San Nicolás, fue trasladado a la iglesia del convento de San Francisco, de
donde pasó la imagen central a la concatedral, mientras que otro retablo y una
talla de San Nicolás se llevaron a Nuestra Señora del Espino y el tríptico
flamenco de mediados del XVI se llevó a la concatedral, en cuyo museo,
magníficamente restaurado, se custodia. Según señala Gaya Nuño, es en 1933
cuando se acometen las obras de demolición de los muros septentrional y
occidental del edificio y durante los trabajos de desescombro sale a la luz la
cripta bajo la cabecera. En 1935, con motivo de nuevas obras de desescombro,
esta vez en el sector meridional del transepto, apareció en la capilla de este
brazo el bello frontal de altar románico hoy conservado en la concatedral de
San Pedro y una cabeza del Salvador muy erosionada (hoy en el Museo Numantino).
Las ya condenadas ruinas fueron despojadas de las numerosas edificaciones que
envolvían la iglesia a mediados de este siglo y finalmente limpiadas y
consolidadas por la Dirección General de Arquitectura en los años setenta, tras
la declaración en 1962 como Monumento Histórico Artístico Provincial. En el
curso de dichos trabajos (1977) salieron a la luz las pinturas murales góticas
que decoran la capilla del brazo sur del transepto con el tema del martirio de
Santo Tomás de Canterbury. Actualmente resta del edificio parte de la cabecera,
el muro meridional de la nave, restos del pórtico meridional y la parte baja de
la torre, levantado todo en buena sillería arenisca. El triste estado de
abandono y el moderno vandalismo que ha afectado sobre todo a los exiguos
restos pictóricos hace necesaria una nueva intervención que dignifique el
conjunto y lo acondicione para su uso cultural.
Como San Juan de Rabanera, con la que los
paralelismos son evidentes, esta de San Nicolás era una iglesia de planta de
cruz latina, con cabecera compuesta por desarrollado presbiterio, ábside
semicircular y cripta, levantada en buena sillería arenisca.
El transepto, del que resta su brazo
meridional, se cubría con bóveda de cañón apuntado, de la que restan los
arranques.
La fachada principal, trasladada al hastial
occidental de San Juan de Rabanera como ya señalamos, se abría en el muro
norte, orientación anómala pero que se explica por dar hacia la calle Real, una
de las principales arterias del entramado urbano medieval. Al muro meridional
de la nave se adosa una maciza torre rectangular con acceso desde ésta, así
como los vestigios de un antiguo pórtico, seguramente posterior a la erección
del conjunto y con acceso a la nave mediante dos arcos, uno de medio punto al exterior
y apuntado hacia el interior y otro –apuntado y muy reformado– con la arista
matada con un bocel y reutilizando dovelas decoradas con puntas de diamante y
dos filas de hojitas. Junto al pórtico existen restos de otra estancia, hoy
condenada y que en época moderna sirvió como baptisterio.
El esbelto ábside se alza sobre un basamento
rematado en bocel y listel. Se divide al exterior el tambor absidal en cinco
calles y dos pisos. Las calles se compartimentan en el piso inferior mediante
pilastras lisas con aristas matadas por boceles, como en San Juan de Rabanera,
que dan paso en el de ventanas a dobles semicolumnas.
Una imposta ornada con tres filas de hojitas
apalmetadas separa los dos pisos. En el piso superior se abre el cuerpo de
ventanas, ciegas las dos laterales y con vano rasgado de medio punto las tres
centrales. A diferencia de San Juan de Rabanera, la ventana central sí se abre
en el eje de la iglesia. Las ventanas centrales repiten interior y
exteriormente su disposición y se componen de vano de medio punto abocinado con
doble derrame, arquivolta con fino bocel entre mediascañas y chambrana decorada
con puntas de diamante y dos filas de dientes de sierra. Los ángulos de los
abocinamientos se decoran con hileras de hojitas lobuladas y acantos.
La ventana meridional (ya que la norte ha
desaparecido) presenta una atípica disposición, que recuerda las laterales de
San Juan de Rabanera. Bajo el arco de medio punto que la engloba aparecen dos
arcos entrecruzados que apean en un capitel pinjante vegetal. Bajo éste y
enmarcado por dos impostas decoradas con una greca plisada y una trama
romboidal se abría un óculo, hoy cegado, cuya rosca se decora con brotes
vegetales, puntas de clavo y hojitas de cuatro pétalos.
En el interior, el ábside repite como en
Rabanera la disposición externa, con zócalo liso separado por una imposta de
bisel, filete y bocel –que marcaría la cota de suelo– del piso bajo, liso y
dividido en cinco calles por semicolumnas, imposta decorada con tetrapétalas en
roleos y el piso de ventanas, decoradas como al exterior. Sobre las
semicolumnas que separan las calles apean los restos de los nervios de la
bóveda gallonada que, como en San Juan de Rabanera, cubría el hemiciclo.
Siempre al interior, la cabecera conserva tres
de los cuatro capiteles de las semicolumnas entregas que articulan el paramento
del hemiciclo. Dos de ellos son vegetales, uno con acantos lisos y hojas
lobuladas rematadas en pencas y, el otro, más fino, decorado con hojas lisas
con escotaduras en la parte inferior y brotes en las puntas.
En el tercer capitel, sumamente erosionado,
parece advertirse un personaje a caballo en ademán de atacar a un híbrido
enredado en follaje. En la otra cara corta se advierte otro dragoncillo entre
tallos y brotes. Del arco triunfal queda únicamente su arranque, aunque se
conserva el pilar y la semicolumna que lo soportaba, rematada ésta con un
capitel vegetal decorado con dos pisos de acantos de nervio central perlado. El
capitel que remata la semicolumna que recogía el formero de la bóveda del
crucero se decora con dos arpías afrontadas con dos pajarillos a cada lado.
Ocupa la cripta el espacio de presbiterio y
hemiciclo, repitiendo la estructura en planta del edificio superior, con dos
tímidos ensanches ante el hemiciclo, a modo de transepto. Se cubría con bóveda
de cañón, de la que restan los arranques, sobre una imposta con perfil de
caveto saliente con listel, a casi un metro del suelo original. Refiere Gaya
Nuño el hallazgo, entre el relleno de la cripta, de una cabecita esculpida que
hoy se conserva en el Museo Numantino, quizá procedente de otro frontal de altar.
Dos capillas se abrieron en los brazos del
transepto. La meridional –según Higes, fundación de Santa Cruz de la Guardia–
se cubre con una bóveda de crucería cuyos nervios apean en dos ménsulas
decoradas con cabezas humanas, una de cabellos ondulados y tocada con una
especie de tiara y la derecha con corona rematada por una flor de lis. Estas
ménsulas se rematan con cimacios decorados con lises inscritas en cadeneta
vegetal. En esta capilla, decorada con pinturas murales que más adelante
describiremos, se enterró el bachiller Pedro de la Rúa. La capilla
septentrional, como dijimos dedicada a Santa Catalina, fue derribada por orden
del vicario en el último cuarto del siglo XVI.
De la nave resta únicamente el muro meridional,
con las responsiones con semicolumnas adosadas que delimitan tres tramos
desiguales. Interiormente articula sus muros con arcos ciegos de medio punto,
uno por tramo.
La línea de imposta de la que arrancaba la
bóveda de cañón que cubría la nave presenta perfil de nacela. De los dos
capiteles que recogían los fajones uno es totalmente irreconocible y en el
otro, también muy erosionado, observamos a dos infantes ataviados con túnicas
cortas atacando con arcos y flechas a dos arpías encapuchadas, todo con un
fondo vegetal. Corona el capitel un cimacio con tallo ondulante y hojas.
Al sur del tramo occidental de la nave se
alzaba la torre, de planta rectangular y hoy desmochada. Se alza sobre un
zócalo liso en resalte con restos de decoración de hojitas. Sobre él, el piso
bajo liso, separado del medio por una imposta con perfil de nacela. El piso
medio articula su paramento con tres arcos ciegos de medio punto por frente que
acogen tres pequeños arquillos o nichos semicirculares, como en la fachada de
Santo Domingo. En el arco central del muro oriental se abre una aspillera
abocinada. Este piso medio mata las aristas de sus ángulos con un chaflán y
columnillas adosadas de capiteles decorados con arpías y aves afrontadas y
enredadas en follaje y otro vegetal. Lo remata una imposta con ajedrezado y
sobre ella una hilada de sillares, único vestigio del tercer cuerpo de la
torre, que sabemos era liso y coronado su lado sur por una espadaña de tres
vanos.
En uno de los sillares de la cara oriental de
la torre vemos una inscripción, muy erosionada, en la que a duras penas
distinguimos el texto siguiente:
OBIT:DON:ELFA/XVI:KLS:IVLII/ERA:M:CC:LXI/III:…
En cualquier caso y pese a lo fragmentario del
texto, éste corresponde a un epitafio conmemorativo del fallecimiento de un
personaje notable y sin duda significativo para San Nicolás en la era de 1261
(o 1264), es decir, el año de 1223. Junto a este epígrafe –hasta ahora
inédito–, señala Ruiz Ezquerro la existencia de “dos fragmentos de
inscripción que se encontraban embutidos en el brazo del crucero” con las
letras ROSAN y SERVIT, hoy desaparecidos.
En el lapidario de San Juan de Duero se
conserva, procedente de San Nicolás, un fragmento de tímpano –creemos que
correspondiente a la puerta más oriental del muro sur– descubierto durante los
trabajos de limpieza de los años setenta, decorado con dos arquillos apuntados
polilobulados que acogen rosetas, restos de un tercero superior y, bajo ellos,
la inscripción: …CURAT. EST SOL ER. M.CC.LX…, transcrita por Ruiz
Ezquerro como (OBS)CURAT(US) EST SOL(STITIO) ER(A) MCCLX, haciendo
referencia al eclipse de sol que también aparece recordado en una inscripción
del ala oriental del claustro de San Pedro de Soria (OBSCURATUS E(ST)
SOL(S)T(I) / CIO : IU...).
Efectivamente, y según datos amablemente
facilitados por Joaquín García Ferrer, el 3 de junio de 1239 un eclipse total
de sol atravesó España desde el SW al NE con una franja de sombra de unos 250
km. Alcanzó su duración máxima de más de 6 minutos a unos 104 km de Soria,
estando la ciudad dentro del área de totalidad, donde el fenómeno comenzó a ser
visible a las 12 h. 10 m. 36 s. de TU (Tiempo Universal), alcanzó el medio a
las 12 h. 13 m. 23 s. y acabó la totalidad a las 12 h. 16 m. 11 s. (TU) por lo que
duró 5m. 45 s. El sol a mediodía y a sólo 11 días del solsticio de verano –que
debía ocurrir por esta época sobre el 14 de junio–, lucía a una altura de 71º.
De acuerdo con estos datos, la inscripción del tímpano de San Nicolás puede
completarse con casi absoluta seguridad como OBSCURATUS EST SOL(STITIO o
SOLIS) ERA MCCLX[XVII], es decir, “se oscureció el sol (o el solsticio)
en la era 1277 (año 1239)”.
El frontal de altar hoy conservado en el
pequeño museo instalado en una de las dependencias en torno al claustro
(antiguo refectorio) de la concatedral de San Pedro de Soria apareció como
dijimos durante los trabajos de desescombro realizados en San Nicolás en 1935
en la capilla del brazo meridional del transepto. Es una pieza de piedra
arenisca de 0,96 m de altura, 1,57 m de longitud y 0,26 m de grosor, labrado su
frente en altorrelieve. La escena que lo decora –la entrada de Jesús en
Jerusalén el Domingo de Ramos siguiendo en el relato el evangelio de Mateo XXI,
1-11– aparece enmarcada en un fondo arquitectónico que representa dicho paisaje
urbano mediante tres arcos de medio punto sobre los que se alzan torres de
remate cónico y escamas, con almenas y ventanas. La figura de Cristo, montado
en el asno, aparece en el arco central, en cuyas enjutas se representaron dos
angelillos turiferarios que se adaptan perfectamente al espacio curvo. La
imagen de Cristo, mayor a las demás conforme a las reglas del tamaño
jerárquico, aparece crucífero, con larga melena de mechones partidos que caen
sobre sus hombros y barbado, portando el Libro cerrado en su mano izquierda
mientras realiza el gesto de bendición –índice y pulgar extendidos– con su
erosionada diestra. Tras Jesús se disponen tres discípulos portando palmas,
todos barbados y vestidos con túnicas y mantos, que fisionómicamente responden
al mismo tipo que Cristo. El primero de ellos posa su mano sobre la grupa del
asno de Jesús y el segundo es reconocible como San Pedro por la pareja de
llaves que porta en su mano izquierda y los cabellos acaracolados. Tras él, el
tercer discípulo porta la hoja de palma con ambas manos. Ante ellos y muy
erosionado aparece el pollino al que se refiere el texto de Mateo. Cierra la
composición por el lado derecho una representación de las puertas de Jerusalén,
con sus alguazas flordelisadas y el cerrojo.
Ante la imagen de Cristo un personaje vestido
con túnica despliega su manto en el suelo y tras él, otro asistente a la
escena, semiencorvado, se desprende de su camisa o túnica quedando en calzones
con evidente intención de repetir la acción del anterior. Esta figura resulta
sumamente curiosa por su actitud, dado el complicado escorzo que acomete el
escultor, relativamente bien resuelto en cuanto a perspectiva.
Ante el asno y bajo un árbol sobre cuyas ramas
se encaraman tres personajillos que contemplan la triunfal entrada de Cristo se
dispone otro discípulo portador de una hoja de palma, que con el índice
extendido de su mano izquierda, señala a los que extienden sus túnicas.
En la parte izquierda del frontal se asoma a
una representación de balcón almenado un personaje masculino de cabellos
acaracolados que saca literalmente su mano del marco arquitectónico portando
una deteriorada hoja de palma, mientras que con su diestra y en amanerada
torsión juguetea con uno de los cordeles de su camisa o capa. Sobre él, en el
ángulo superior izquierdo, otro personaje contempla la escena central volviendo
su torso hacia ella mientras muestra con ambas manos un libro abierto.
Iconográfica y compositivamente las semejanzas son grandes con el capitel del
mismo tema de la sala capitular de El Burgo de Osma, trasunto éste a su vez de
otro del claustro de Silos.
El estilo de la escultura es muy cuidado, sin
duda obra del más refinado taller tardorrománico que trabajó en Soria,
conectado directamente con la portada de Santo Domingo y los capiteles del
baldaquino de la epístola de San Juan de Duero y muy cercano a los modos de los
escultores tardorrománicos de Cerezo de Riotirón, Butrera y Gredilla de Sedano
(Burgos). Caracteriza el escultor a los personajes con rostros alargados, ojos
globulosos, pómulos salientes y ligero rictus como sonriente de los labios, junto
con las características barbas de perilla triangular, mostacho afalcatado y
mechones paralelos. Domina el artista gran variedad de posturas en la
composición de los personajes: frontales y laterales, atreviéndose como vimos
con complicados escorzos. En los paños domina el cierto abarrocamiento, como es
común a buena parte de la escultura tardorrománica hispana, con pliegues
concéntricos, tubulares, en zigzag, etc. Los contrapliegues “en coma”,
incisiones que marcan la línea de tensión del abombamiento de los paños, es un
rasgo que pone en relación a nuestro escultor con los talleres
navarro-aragoneses y riojanos (Agüero, Biota, San Juan de la Peña, Santo
Domingo de la Calzada, etc.). Es esta pieza, en definitiva, un ejemplar
extraordinario, ajeno a la tendencia goticista perceptible en el tímpano de San
Nicolás, hoy en San Juan de Rabanera.
La cronología de San Nicolás siempre se ha
retrasado a los primeros años del siglo XIII e incluso bien entrado éste,
considerándose el epígono del románico de la capital. Los fuertes paralelismos
arquitectónicos con San Juan de Rabanera y escultóricos con Santo Domingo y San
Juan de Duero nos llevan a parangonar su cronología a la de estos monumentos,
por lo que el inicio de su construcción no debe ir más allá de la última década
del siglo XII o dos primeras del XIII. Las fechas de 1222 y 1223 reflejadas en
los testimonios epigráficos antes señalados aparecen así como límites ante quem
para la construcción. Lo que sí es cierto es que los relieves de la trasladada
portada aparecen inspirados de un aire más “moderno”, principalmente en
las figuras del tímpano.
Hagamos referencia, para finalizar, a las
pinturas murales que decoran el frente de la capilla del brazo merdel
transepto. Organizadas en tres niveles, sobre el altar, su estado de
conservación es lamentable, con pérdida de coloración e incluso total desaparición
del dibujo en algunas partes. La escena representada en el nivel inferior se ha
considerado como la del asesinato del arzobispo de Canterbury, Santo Tomás
Beckett, por orden de Enrique II en 1170. Un soldado clava su espada en la
espalda del santo mientras éste oficiaba la misa ante la presencia de seis
personajes, entre ellos un clérigo tonsurado y dos damas, que asisten
horrorizados al crimen. En la vaina del soldado se representan las lises y el
león pasante que lo identifican como vasallo del rey inglés. En la franja
central, separada de la anterior por una cenefa de dientes de sierra, asistimos
a una escena de curación o resurrección de un enfermo en la que un personaje,
vestido con manto y sosteniendo un libro, realiza el gesto de bendición con su
diestra ante un personaje yacente en actitud orante acompañado de cinco
figuras, cuatro femeninas y una masculina. Tras el sacerdote se dispone un
cortejo de tres personas, todos en actitud orante y una de ellas el monarca,
tocado con su corona. En la franja superior se representa a un difunto, desnudo
y con sus brazos cruzados sobre la cintura, ante un cortejo de cinco personajes
encabezado por un rey en actitud pesarosa llevándose la mano al mentón.
Existen divergencias sobre la iconografía de
las pinturas, que no parecen adaptarse claramente a la historia de Tomás
Beckett y su posterior elaboración por la hagiografía. Sí es cierto que este
asesinato conmovió a los reinos cristianos, máxime tras la rápida canonización
del santo tras su muerte y parecería lógico pensar que la devoción a su culto
en tierras castellanas (frontal de altar de Almazán, iglesia dedicada al santo
en Salamanca, capilla en la catedral de Toledo) se relacione con un deseo de expiación
por parte de la Corte, siendo Leonor, la esposa de Alfonso VIII, hija del
inglés Enrique II y Leonor de Aquitania. Existe divergencia sobre la datación
de estas pinturas, aunque ciertos detalles estilísticos e iconográficos nos
llevan a situarlas a finales del siglo XIII.
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