jueves, 12 de diciembre de 2024

Capítulo 77, Románico soriano, Miño, Rejas, Berzosa, Andaluz y Gormaz

 

Miño de San Esteban
Accedemos hasta Miño de San Esteban desde San Esteban de Gormaz por la carretera de Ayllón. En Aldea de San Esteban, un desvío a la derecha nos deja a 9 km de Miño. Las ásperas y desoladas tierras, camino de Valdanzo y Langa, se van amenizando con las tímidas viñas ribereñas, en la vega del arroyo Hontanilla. 

Iglesia de San Martín
El templo parroquial de San Martín preside la zona más elevada de la localidad, sobre la plazuela de la casa consistorial y el juego de pelota, presentando un fuerte desnivel en su zona occidental, donde se adosó una estridente marquesina con funciones festivas. Litúrgicamente orientado, tiene nave única que se cubre con estructura de madera de par e hilera y cabecera de testero plano cubierta con cúpula hemisférica que data del siglo XVIII. Se construyó en sólida sillería, excepto en la cabecera, donde surge una desigual mampostería reforzada por sillares angulares; y en su muro septentrional, con mampostería enlucida.
Del viejo edificio románico sólo conserva la caja de muros y el hastial occidental, donde se alza una gran torre campanario cuyo cuerpo inferior data del siglo XIII, tiene dos niveles delimitados por imposta nacelada y remate muy reformado.
El inferior queda perforado por un vano abocinado de medio punto en cada uno de sus frentes. Desde la nave se accede a la estructura a través de dos vanos de arcos de medio punto, uno al nivel de la nave y el otro a media altura del cuerpo bajo, correspondiente al actual coro bajo que se dispone a los pies del templo.
Entre el aparejo de la cabecera pueden apreciarse un sinfín de materiales reaprovechados de la primitiva fábrica románica: sillares sencillos y bocelados, dovelas, fustes e incluso una doble basa.


La cornisa del muro meridional, recientemente liberada al modificarse la pendiente de la cubierta del pórtico en el año 2000, muestra hoy los deteriorados canecillos originales, decorados con bolas con caperuza, un músico, una danzarina, crochets, animales, etc.
La cornisa que se alza sobre el muro norte pertenece a la fábrica primitiva y no tiene más adorno que una cenefa de bolas sobre su chaflán. Los canecillos están tallados formando rollos verticales u horizontales, hojas de acanto y otros motivos en general muy sencillos. Es patente la similitud entre esta cornisa y la de Berzosa, así como las de las iglesias ya mencionadas más arriba de San Martín y San Gines en Rejas de San Esteban.
La cornisa meridional es similar a la opuesta del norte incluyendo en ella algún canecillo de talla figurativa. 

A los pies de la nave se levantó con posterioridad a ésta una robusta torre de planta cuadrada, toda ella de sillería. El interior está hueco y no dispone de escaleras o rampas para acceder a su cima, lo que debe hacerse con escaleras de mano. De origen románico, aunque algo tardío, es únicamente el cuerpo inferior.


Portada
En el muro sur de la nave, sobre un arimez de poco relieve, se abre la portada compuesta por tres arcos de medio punto, de los que el interior descansa sobre las jambas de la puerta, el central sobre columnas acodilladas y el exterior sobre el muro.
En su composición y en el empleo de los temas decorativos se asemeja esta portada a las de las iglesias de San Martín y San Gines de la vecina localidad de Rejas de San Esteban, así como a la de San Pedro Apóstol de la también cercana Bocigas de Perales.
La arquivolta interior presenta su arista perfilada por un bocel y su superficie adornada con flores tetrapétalas inscritas en círculos formados por tallos vegetales. La arquivolta central cuenta con un grueso baquetón y dos cenefas decorativas, de puntas de diamante, una, y de bolas, la otra. La última de las tres arquivoltas se ornamenta con un entrelazado y se guarnece con óvalos abultados en su arista. Todo ello va envuelto por una chambrana taqueada o ajedrezada.
Los cimacios de los capiteles del lado izquierdo y la imposta a la que por extensión dan lugar lucen una labor de cestería con filamentos perlados. Los del lado opuesto, tallos y palmetas. 

El capitel que corona la columna del lado izquierdo, cuyas dos caras se muestran aquí, representa unas figuras que han sido objeto de muy diversas interpretaciones. Para Gaya Nuño (El románico en la provincia de Soria) se trataría de «dos personajes con manto volante, faldellín y bonetes, montados en leones». Los autores de la Enciclopedia del Románico en Castilla y León ven una misma acción repetida en ambas caras en la que Sansón estaría desquijarando al león. La web Soria romanica de la Junta de Castilla y León describe la escena como «Sansón desquijarando al león y en su cara interior al rey David luchando contra otro león».
Lo que parece apreciarse es que el personaje de la cara interior está firme, y no cabalgando, pues apoya los pies en el suelo y no mantiene actitud de ir a lomos del cuadrúpedo. No queda tan claro tratándose del otro sujeto por tener las piernas destrozadas y por adoptar una postura más parecida a la de estar a horcajadas que de pie. En cualquiera de los dos casos no se vislumbran claramente signos de lucha o forcejeo sino más bien una postura similar a la de quien sujeta por las riendas a una bestia.

Este capitel es muy parecido al equivalente en posición de la portada de San Pedro Apóstol de Bocigas de Perales.
La lectura del capitel del lado derecho de la portada no ofrece dudas. Por cada una de sus caras exhibe un grifo que se aferra con sus garras al astrágalo cuyas alas extendidas y cuyo plumaje tienen un tratamiento típicamente silense. También es característica la posición de la cola que pasando entre los cuartos traseros se eleva por encima del lomo. La imagen presente pertenece a la cara interior; la exterior puede verse en esta otra imagen.

Galería Porticada
La iglesia de San Martín conserva una galería porticada meridional, que permanecía cegada hasta las obras de 2000. Se compone de ocho arcadas de medio punto que parten de elevado zócalo, cuatro a cada lado del acceso central que queda enmarcado por contrafuertes prismáticos rematados en talud. El alero está ornado con las mismas bolas que el del muro septentrional. La galería es obra netamente posterior al cuerpo de la iglesia, como lo demuestra el carácter gótico de sus capiteles, alzados sobre dobles columnas de fustes unidos –todos, salvo tres, fruto de la restauración– y ornados con hojas puntiagudas de nervio central y crochets o remates avolutados, palmetas y hojas de parra.
Sólo aparece figurado, con seis parejas de diminutas arpías y sendas máscaras humanas femeninas en los frentes, de marcados pómulos, ojos almendrados y profundas arrugas nasolabiales, ambas veladas y una destrozada.
Al oeste, la galería románica, se prolonga hasta el hastial con otro cuerpo añadido de cronología más tardía que está perforado por un vano de medio punto actualmente cegado.

Este es el único capitel figurativo de toda la galería. Aunque muy estropeado, como todos los demás, aún deja ver uniformemente distribuido en las cuatro caras de su cesta un grupo de pequeñas arpías emparejadas con rostros humanos femeninos de rasgos muy abultados. Los restantes capiteles muestran diversos componentes vegetales como hojas, algunas rematadas en voluta, y palmetas. 

Tiene alero nacelado sostenido por trece curiosos canecillos con variados temas: varios de formas avolutadas, un rostro masculino y otro femenino tocado con barboquejo, una liebre, un demonio de rostro llameante, una pareja copulando, un contorsionista, un personaje sedente en simiesca apostura, una máscara femenina y otra masculina. Todos ellos delatan una cronología que se aproxima al último tercio del siglo XIII. La misma galería porticada, con inferior altura, se prolongó hacia oriente en época moderna, reaprovechando un alero de bolas.














En el fondo occidental de la galería porticada, anteriormente ocupado por un trastero, se conserva una pila bautismal tardorrománica de 102 cm de diámetro y 90 cm de altura, con lisa sección cilíndrica y base de gallones cóncavos.
 
Rejas de San Esteban
Rejas de San Esteban dista unos 15 km de San Esteban de Gormaz y un desvío desde la N-122 conduce hasta el caserío. La iglesia de San Ginés se ubica en una plazuela al noreste de la localidad.
 
Iglesia de San Ginés
El templo, completamente reformado a inicios del siglo XVIII, consta de dos naves separadas por dos grandes arcos de medio punto que apoyan sobre pilastras. La nave principal se cubre con una interesante techumbre de par e hilera de tradición mudéjar (donde aparecen varios escudos con trece roeles, propios de linajes como los Cuevas o los Bustamante) reforzada con dobles tirantes. Parece probable que tal techumbre, propia del siglo XVI, fuera reaprovechada en la obra moderna. Pero la heráldica no coincide con el dominio efectivo. Sabemos que la villa perteneció al condado de don Álvaro de Luna, conde de San Esteban de Gormaz, merced que obtuvo de Juan II en 1423, a la tercera generación pasó a los Pacheco (vid. Marqués de Saltillo, Historia nobiliaria española (contribución a su estudio), I, Madrid, 1951, p. 238). En 1530, junto a Langa y Castillejo de Robledo, pertenecía al conde de Miranda. El cercano señorío de Zayas de Báscones perteneció a Hernán Calvillo y Sarmiento (†1535) y doña María de Avellaneda y Carrillo (hija de los señores de Langa y Horadero), curiosamente sus armas portaban los bezantes de los Sarmiento, tal vez vinculados a los escudos de San Ginés.
La cabecera recta se cubre con cúpula hemisférica decorada con yeserías y la zona presbiterial con cañón reforzado mediante fajones de eje perpendicular a la nave. Sobre el hastial occidental se alzó una llamativa espadaña barroca que reaprovecha el muro inferior, donde se abre una ventana románica aspillerada y abocinada. Gaya anotaba cómo el interior del edificio fue completamente reconstruido durante el siglo XIX (Ortego señala la fecha de 1814), de hecho, San Ginés fue la iglesia parroquial de la localidad hasta 1842. El mismo Cabré la calificaba como tal en 1916. La restauración de 1998 retiró los aditamentos más recientes y en su penúltima fase –año 2001– se abrieron finalmente los arcos de su pórtico, hasta esa fecha cegados. 

Planta 

De la primitiva fábrica románica sólo se ha conservado la galería porticada meridional, protegiendo una interesante portada. Ésta, en excelente estado de conservación y ahora desencalada, parece de la misma mano que la del vecino templo de San Martín. Es de medio punto y consta de tres arquivoltas, la interior de rosetas cuatripétalas inscritas en el interior de círculos, la central con grueso baquetón y puntas piramidales que apoya sobre capiteles con cestas troncopiramidales completamente lisas y la exterior con baquetón, entrelazo y bolas de cruces inscritas. Las arquivoltas interior y exterior apoyan directamente sobre jambas coronadas por impostas decoradas con roleos entre entrelazo en el lado derecho y con cordón entrelazado, al estilo silense, en el izquierdo. Las basas son de tipo ático y se alzan sobre elevado podium.
El arimez que contiene la puerta es, como ésta, de sillería y se remata superiormente mediante un alero con el frente tachonado de bezantes soportado por modillones. Algunos de éstos representan figuras, como las de un monje sentado que sostiene un libro sobre sus rodillas, una pareja de danzantes cogidos por las manos, y un centauro -figura que se repite en el capitel central del tramo izquierdo de la galería- que se gira para disparar su arco hacia atrás; otros, simples rollos escalonados, volutas o palmas.




Monje sentado 

Pareja de danzantes 

Centauro 

El pórtico meridional se encontraba, como arriba señalamos, cegado con un rudo aparejo de sillarejo, habiendo sido habilitado como trastero en época moderna. Conserva hacia el sur cinco arcadas de medio punto y el arranque de otra junto a la portada meridional, cuya reforma y ampliación en época imprecisa supuso la alteración del incompleto arco.
Consta la galería de seis arcos, de los que el de mayor luz hace de entrada. A la derecha de éste, visto desde fuera, hay tres arcos completos y a la izquierda dos más el arranque de un tercero truncado en época posterior. Sin duda el vano de acceso era en origen más estrecho y se producía una distribución simétrica de tres arcos a cada lado. Todos los arcos, también la puerta, van trasdosados con chambrana de tacos.
A excepción de la puerta, cuyo arco estriba sobre las jambas, los demás arcos lo hacen sobre columnas de doble fuste. Todos los cimacios de los capiteles presentan igual ornamentación: la característica banda de roleos vegetales. Es de notar que la columna central de este tramo menor posee un fuste más corto que los demás; la basa no descansa directamente sobre el podio, sino sobre un plinto interpuesto.
Aquí se aprecia con claridad el arranque del tercer arco desaparecido.
Este tramo acusa más acentuadamente los destrozos sufridos en fustes y capiteles, y sobre todo en los ábacos y cimacios que han desaparecido en el frente donde han quedado enrasados con el paramento.

Los tres capiteles del lado occidental muestran, respectivamente: una pareja de aves de largos cuellos entrecruzados que picotean las patas de su compañera, ambas afrontadas a ambos lados de un esquemático árbol del que penden frutos esféricos. En la cesta siguiente se suceden un centauro-sagitario que dirige su arco hacia un extraño cánido de dos cabezas, cuya cola erguida remata igualmente en una cabeza de rugientes fauces, mientas en las caras oeste y sur, un tosco cuadrúpedo muerde las patas a otro similar, especie de león cuya cola erguida tiene un remate flordelisado. En el capitel cercano al acceso vemos a tres personajes en el interior de una embarcación, motivo que Gaya apuntaba que pudiera tratarse de la simbolización del viaje del alma, aunque para Pérez Carmona haría alusión al pasaje bíblico de Jonás y la ballena. Nada aclara la figura del frente de la cesta, donde se representa a Sansón desquijarando al león, más otro gran cuadrúpedo en el lado interior. El primero de los capiteles del lado oriental muestra dos parejas de bárbaros cuadrúpedos afrontados, de largas patas y orejas puntiagudas. El siguiente, historiado, es el de más complejo análisis de todos, tanto por su avanzado deterioro como por la indefinición de la torpe labra. En sus caras este y norte asistimos a una escena de martirio, en la que un personaje, maniatado y desnudo, yace sobre un potro o parrilla, recibiendo el suplicio de manos de tres figuras, una de las cuales alza sobre él una especie de atizador o rastrillo, mientras que una figura femenina tras él parece querer detenerle. Pudiera hacer referencia al martirio de San Lorenzo o quizás de San Vicente. En la cara occidental es aún más complicada la lectura, intuyéndose dos figuritas desnudas ante un monstruoso cuadrúpedo rampante y un personaje también de aire maligno tras ellos, junto a lo que pudiera ser el platillo de una balanza. Aunque todo es muy dudoso, máxime al encontrarse la otra cara rasurada, quizá pretendiese plasmarse una Psicostasis. En el último capitel conservado asistimos a la escena del cordero atacado por lobos de fauces rugientes, ante la presencia del pastor, que alza impotente sus brazos. 




Primer capitel (izquierda) del tramo izquierdo.
Dos aves de largos cuellos que se cruzan para picotearse mutuamente la pata que tienen adelantada. En el centro un árbol de cuyas ramas penden frutos bulbosos. 

Primer capitel (izquierda) del tramo izquierdo.
En otra perspectiva de este capitel se aprecia la simetría compositiva del mismo.

Capitel central del tramo izquierdo.
En la cara sur del capitel, un cuadrúpedo no definido muerde la pata delantera de un león que ocupa la cara oeste de dicho capitel

En la cara oriental, un fantástico animal de aspecto canino con dos cabezas que miran opuestamente, cuyos cuellos quedan abrazados por un collar. En la cara norte, esa misma bestia muestra en el extremo de su cola una tercera cabeza de amenazante boca muy dentada; contra ella dispara su arco un centauro.

Tercer capitel del tramo izquierdo.
En la cara sur, tres personas en una barca simbolizando, quizás, el viaje de las almas que se escenifica frecuentemente de esta manera.

En las otras caras, un cuadrúpedo de esbeltas patas y cola tan larga como ellas, y la bíblica estampa de Sansón desquijarando un león.

Primer capitel (izquierda) del tramo derecho.
En ambos ángulos del capitel se repite una escena parecida: dos animales de aspecto felino y patas desmesuradamente largas (como las del resto de los cuadrumanos de esta galería) que, en el caso de la foto al margen parecen saltar uno sobre el otro.

Mientras que en la otra arista del capitel se sitúan con las cabezas afrontadas bajo la mirada de otro congénere cuya testa aparece en el vértice superior. 


Segundo capitel del tramo derecho. 
Dos figuras humanas centrales entre otras dos animalescas. Pudiera tratarse de una escenificación de la psicostasis, es decir, de la ponderación de las almas y de las acciones, en cuyo caso la figura lupina de la izquierda bien podría representar al diablo. Si así fuera, la de la derecha debiera personificar, según la iconografía más tradicional, a San Miguel, lo que no parece suceder.

Tercer capitel del tramo derecho.
Este capitel, que ha perdido completamente su frente meridional, conserva el ángulo noreste en el que está siendo martirizado alguien (seguramente San Lorenzo) que, con las manos atadas por las muñecas, sufre serenamente tendido sobre una parrilla.


Cuarto capitel del tramo derecho.
En el ángulo suroeste aparece un león en actitud de atrapar una presa, quizás un cordero, mientras que en el ángulo noroeste dos perros atacan al depredador, pudiendo tratarse del pastor el que, con los brazos en alto, contempla la escena. 

La cornisa de la galería, ornada con bolas apoya sobre veintiséis canecillos. Algunos de éstos son de tres rollos, y otros se decoran con cabezas de cuadrúpedos, pares de boceles verticales, hojas avolutadas y algunas figurillas humanas (quizá un tañedor de flauta y una bailarina). También la cornisa del muro meridional es de cronología románica, presenta idéntica decoración de bolas que la del atrio, con canecillos de rollos, barrilillos y hojas de acanto. En cuanto a la cronología de San Ginés, sugería Gaya una data en torno a mediados del siglo XII, como perduración de los esquemas ensayados en los templos de San Esteban de Gormaz, impresión que parecen avalar los canecillos de rollos y la bárbara definición de las figuras de los capiteles. La estrecha similitud de la portada con la de San Martín invita a suponer que son construcciones coetáneas, aunque no descartemos que la fecha pueda retrasarse hasta fines de la duodécima centuria, ajenas ya a los arcaísmos de San Esteban.




Iglesia de San Martín
La iglesia de San Martín, se alza al oeste de la localidad de Rejas, en su zona más elevada, aparece exenta y con acceso acondicionado por un rústico enlosado colocado durante la reciente restauración de 1982- 1983. En la misma se desmontó por completo la galería meridional asegurando su posterior estabilidad y se realizaron los correspondientes sondeos arqueológicos que descubrieron varias sepulturas de lajas.
Consta de nave única con ábside semicircular, tramo presbiterial recto, galería porticada adosada al mediodía y pequeña sacristía cuadrangular –cubierta con bóveda de cañón– al norte. El aparejo de sillería empleado en el pórtico contrasta con el mampuesto –reforzado con sillares angulares– utilizado en el resto del edificio.



Interior
La nave tiene cubierta de madera a doble vertiente que databa de 1912 y fue reformada durante la restauración de 1982-83 (se enlucieron además los muros interiores). Desde el 9 de enero de 1981 había sido declarada Monumento Histórico Artístico.
El tramo presbiterial está separado del ábside mediante un arco triunfal levemente apuntado que apoya sobre capiteles de acantos ramificados y doblados y cimacios con doble baquetón y listel central de puntas de clavo que se prolonga por todo el hemiciclo absidal. Las basas, dispuestas sobre altos plintos baquetonados, son áticas y presentan garras de remates triangulares.
El tramo recto del presbiterio se cubre con bóveda de cañón apuntada y el ábside con cascarón igualmente apuntado. Los muros del presbiterio presentan dobles arquerías ciegas –como en el Rivero de San Esteban y en Matanza–, que en el lado de la epístola apoyan sobre un capitel doble fracturado de similar factura que los del triunfal. Se aprecian restos de impostas de doble bocel y listel superior.

En la zona inferior del hemiciclo absidal y en el presbiterio aparecen pinturas murales. Ejecutadas en desleídos tonos negros, pardos y rojizos parecen ser de cronología gótica.
En el lado de la epístola del hemiciclo absidal vemos cómo dos acólitos imponen la mitra a un obispo (quizá se trata del mismísimo San Martín de Tours), por debajo se adivina una figura nimbada. En el lado de la epístola del presbiterio, sobre la arcada ciega, vemos un ángel tenente portado un escudo de armas con trece roeles blancos sobre campo azul y la imagen de Santiago matamoros penetrando en una ciudad (para Sureda se trata de San Martín partiendo la capa). Bajo la arcada surgen otras figuras identificadas con el Sueño de Adán y la creación de Eva, lejanamente evocadoras del estilo de Maderuelo. Los mismos intradoses de los arcos ciegos presentan ornamentación gironada. En el lado del evangelio del presbiterio apreciamos doce apóstoles portando filacterias que flanquean una invisible Maiestas. En la nave, sobre el muro de la epístola surge la gran figura de San Cristóbal. La referida seña heráldica, también presente en la armadura de tradición mudéjar del templo de San Ginés y ciertos rasgos hispanoflamencos perceptibles en las fisonomías de los personajes permiten suponer una datación en torno a fines del siglo XV. Para la escena del supuesto Sueño de Adán, sería pausible suponer una cronología anterior, tal vez del siglo XIII.
 




La espadaña tardorrománica, elevada sobre el hastial occidental, remata a piñón coronado por moldura de bolas, presenta dos vanos de medio punto en el cuerpo superior y otro más en el inferior, muy retocado durante la restauración reciente que reconstruyó íntegramente el capitel izquierdo y la línea de cimacios.
Los únicos vanos que presenta el templo se sitúan en el muro oeste (saetera de medio punto, abocinada y aspillerada) y en el ábside.

Ábside 

Al exterior, la ventana central del ábside presenta doble arquivolta de bolas –como en San Ginés– sobre jambas y columnas. Los capiteles portan decoración de leones afrontados de lejano sabor silense y aves bicéfalas bajo impostas de doble baquetón y fila central de puntas de clavo (idéntica que la del interior del ábside). En los canecillos de la cornisa del ábside –también decorada con bolas– se combinan los de cuatro y cinco rollos con otros decorados con línea perlada vertical entre boceles, formas avolutadas y vegetales. En el tramo recto del lado sur los canecillos repiten los temas de esquemáticos acantos y de rollos además de la curiosa representación de un obispo tocado de báculo y mitra. Los canecillos del lado septentrional son de rollos y de proa de nave.

Ventana del ábside 

Portadas
La iglesia de San Martín cuenta con dos portadas, una abierta al norte, posteriormente cegada, y la principal en el muro meridional. La primera consta de doble arquivolta sobre jambas, la exterior de bezantes y la interior decorada con rosetas inscritas en el interior de círculos. El intradós de la arquivolta exterior aparece decorado a su vez con puntas de diamante.

Portada norte

Portada meridional 

La portada meridional resulta de mayor empaque, avanzada respecto al muro de la nave, tiene idéntica factura que la vista en San Ginés, posee un alero que apoya sobre canecillos decorados con rollos y acantos. Posee chambrana de billetes y siete arquivoltas ornamentadas (desde el exterior): con bezantes e incisas cruces inscritas, entrelazos sencillos, bocel, pequeñas bolas entre listeles, otro bocel y flores cuatripétalas en el interior de círculos. Las arquivoltas apoyan sobre jambas y un par de columnas y la imposta se decora con tallos formando roleos.
Los capiteles, bastante toscos, representan sobre esquemática trama vegetal dos leones afrontados –el izquierdo– y un cuadrúpedo mordiendo a un hombrecillo junto a la figura de Sansón, de alargados cabellos, desquijarando al león. Las erosionadas basas y fustes aparecen muy disgregadas.

El capitel izquierdo contiene la manida representación de dos leones de largas patas y peinadas melenas que unen sus cabezas hacia la arista del capitel mirando al frente con grandes ojos.

El capitel derecho presenta en la cara meridional una escena muy parecida a la vista en un capitel de la galería de San Ginés: Sansón, vestido con faldellín, desquijarando a un león. En la otra cara, un animal que parece ser otro león muerde en la pierna a un hombre que se encuentra tumbado. 

Precede a esta portada la tradicional galería porticada tan común en tierras sorianas. Se alza en aparejo de sillería sobre un alto podio corrido y permaneció tapiada con adobes hasta el arranque de los arcos, siendo utilizada como corral antes de la restauración de 1982-1983. Presenta siete arquerías en el frente y dos accesos: uno por la arcada central del frente meridional y otro por el lado oriental facilitados por sendas escaleras.
Las arcadas meridionales aparecen trasdosadas –tanto exterior como interiormente– con chambranas de puntas de diamante y listel perlado, apeando alternativamente sobre columnas de fustes dobles y cuádruples. Los correspondientes capiteles presentan hojas de acanto de variados tipos: estriadas y apalmetadas y con collarino liso (a excepción de uno entrelazado).

Los ábacos carecen de decoración. El arco oriental, también trasdosado con puntas de diamante, descansa sobre jambas de imposta sogueada. La factura escultórica permite sugerir una cronología tardía, propia del siglo XIII.


Debemos mencionar la presencia de ciertas piezas que se conservan en el interior de la nave: un canecillo con un personaje barbado, un fragmento de estela discoidea medieval, dos capiteles del siglo XVI y una maltrecha y tosca pila bautismal tardorrománica de perfil cilíndrico decorada externamente con gajos que apoya sobre basamento cuadrangular. Ortego citaba la existencia de un Cristo tardorrománico en madera policromada. En la sacristía septentrional aparece una viga policromada de una techumbre de tradición mudéjar –como la de San Ginés– que parece datar del siglo XVI.

 

Berzosa
Berzosa dista 12 km de El Burgo de Osma. Durante la Baja Edad Media pertenecía al marqués de Berlanga, aunque sus moradores pagaban servicio junto a las tierras que Gonzalo Franco de Guzmán tenía en Amusquillo y Villafuerte de Esgueva. 

Iglesia de San Martín de Tours
El templo parroquial de San Martín, se alza en la zona más elevada de la localidad. Su sector occidental, reforzado con un contrafuerte angular de sección cuadrangular, salva un gran desnivel aterrazado. De época románica sólo mantiene los muros meridional y septentrional de su única nave, construidos en sillarejo, y una airosa galería meridional, en buen aparejo de sillería.
Su cabecera, de testero plano, fue edificada en el siglo XVIII y se cubre con cúpula hemisférica, al igual que la torre-campanario del sudeste, construida con aparejo de sillarejo y sillares angulares, el cuerpo superior se elevó en ladrillo moderno. La nave se cubre con cuatro tramos de lunetos. Una sacristía cuadrangular se añadió al mismo lado sudeste. En la actualidad y dada la escasez de feligreses, un espacio rectangular habilitado hacia occidente sirve para el cumplimiento de las funciones pastorales, en cuyo lado septentrional aparece una puerta de medio punto cegada de cronología tardorrománica. 

 
Portada
La portada románica es de medio punto y recordaba a Gaya la de Andaluz, obrada por el cantero Ansur Piranus en 1112. Excelentemente conservada, es abocinada y aparece avanzada sobre el muro, enmarcada por dos contra- fuertes de sección cuadrangular. Presenta tres arquivoltas, todas aboceladas, la interior añade un ajedrezado y la mediana un inciso entrelazo. Apoyan sobre cimacio ajedrezado que se prolonga por los machones laterales, jambas esquinadas –aboceladas en el intradós– y tres capiteles a cada lado. Los izquierdos con acantos, cuadrúpedos y leones afrontados con la cola sobre los cuartos traseros y los derechos con dos parejas de pugilistas y una confusa representación que nos recuerda la escena del asno de Balaam. En este capitel aparece un ángel barbado y alado, blandiendo una espada en su diestra y portando un bastón en forma de tau en la izquierda; a su derecha aparece otro personaje a lomos de una caballería protegido con una somera cota de malla y sujetando un estandarte con remate oval. Gaya ofrecía un paralelo compositivo en otro capitel de Gazolaz (Navarra) y daba una significación bélica. Los seis fustes poseen curiosos grafitos cruciformes.




Las basas áticas parten de prominente zócalo cuadrangular, presentan incisiones semicirculares en el toro y garras fracturadas. La portada está coronada por tejaroz con alero ajedrezado sostenido por siete canecillos decorados con dos cuadrúpedos y cinco personajillos (dos itifálicos, un simio con la cuerda al cuello, un tañedor de flauta y otro personaje femenino con toca).







La galería porticada meridional presenta siete arcadas de medio punto con acceso desde la central. Arranca de alto zócalo baquetonado, los fustes son cuádruples, tallados sobre un único bloque, excepto el más oriental y el más occidental, que son dobles.
Los capiteles se decoran con parejas de leones de abiertas fauces mostrando sus lenguas que comparten una única cabeza, acantos de hojas lisas y ramificadas o de remates avolutados. Todas las cestas son de sencilla factura, muy esquemáticas. Las basas son áticas y poseen garras con bolas. El alero de la galería meridional, decorado con bolas, está soportado por 24 canecillos tallados con cabezas antropomórficas, rollos verticales y horizontales y cuadrángulos en progresión que recuerdan similares tipos de las iglesias de Rejas de San Esteban.
Por encima del tejado de la galería se deja ver el muro de mampostería de la nave en el que, al lado de un hueco groseramente abierto en un momento impreciso, existe una ventana genuinamente románica, con arco de medio punto formado por tres dovelas, imposta lisa, capiteles labrados representando hojas y volutas, y fustes bien torneados sobre basas. Cabe dudar si esa ventana fue concebida desde el principio para ese lugar o si ha sido reubicada, pues lo cierto es que se aprecia una notoria manipulación en toda esa zona, tal como lo denota la última pieza del alero, de ornato jaqués, en discordancia con las demás, lisas con bolas, y el que los modillones de rollos estén dispuesto a lo largo de toda la cornisa indistintamente con sus ejes paralelos o perpendiculares al paramento, impropio de una ejecución original sistematizada.
El muro septentrional, donde se advierte un gran contrafuerte de sección cuadrangular, presenta alero de bolas sostenido por 23 canecillos muy similares a los del muro meridional decorados con bolas, rollos horizontales y verticales, cuadrángulos en progresión y de sencilla nacela.
En el murete que rodea el viejo camposanto, junto al sector meridional de cabecera, aparece una pieza románica reaprovechada decorada con taqueado.
Supuestamente considerado como uno de los testimonios más antiguos del románico soriano –fines del siglo XI para la portada y mediados del XII para la galería porticada– a partir de sus supuestas similitudes con Andaluz, desde nuestro punto de vista resulta un edificio arcaizante de fines del siglo XII.

El altar mayor apoya sobre dos capiteles cuádruples. El inferior, de acantos ramificados rematados por frutos esféricos, parece de la misma mano que los de la portada meridional (30 cm de altura), posee un corto fuste torso (30 cm) y basa ática (5,5 cm); el superior es también vegetal, aunque muy deteriorado, presenta registro inferior de palmetas triangulares y tosco entrelazo superior (30 cm) que remata en bolas. Mientras que el primero parece obrado ex profeso para sostener la mesa del altar, o bien tratarse de una pila aguabenditera, el segundo podría proceder de la galería porticada.

Gaya documentaba dos capiteles románicos que en 1946 se utilizaban como poyo en el exterior de la casa rectoral de Berzosa. Uno de ellos es vegetal, de hojas ramificadas y pudo pertenecer a un fuste cuádruple, tal vez procedente del lado oriental u occidental de la galería porticada. En la actualidad se conserva en el interior de una casa particular próxima al sector oriental del templo. El otro capitel es de mayores dimensiones, quizá original del primitivo arco triunfal, decorado con una representación central de Gilgamés que agarra con sus manos las gargantas de dos cuadrúpedos que parecen serrarle la cabeza, a los lados parejas de cuadrúpedos (para Gaya “cuadrumanos u osos o corderos”) que intentan trepar a sendos árboles. En cualquier caso, se trata de una imagen inusual que fotografiada frontalmente por el crítico soriano, permite adivinar cómo el personaje del supuesto Gilgamés –vestido con faldellín– apoya sus pies sobre el lomo de un león y cómo sobre los dos cuadrúpedos que lo flanquean –atados sus cuellos a la cintura del mítico personaje– aparecen dos hombrecillos que sierran su cabeza, a la morbosa usanza del frontal pirenaico de Santa Julita de Durro en el Museo Nacional de Arte de Cataluña de Barcelona. El cliché no deja ver las escenas laterales, separadas de la central mediante una especie de columnillas helicoidales.
El excéntrico capitel parece integrar una imagen de martirio con otras de resonancias orientales, tal vez la ascensión alejandrina o la representación del señor de los animales. Según referencias orales, el curioso capitel fue a parar a una colección privada de Soria. 
La parroquial de Berzosa conserva además dos interesantes piezas en madera policromada: un Crucificado (capilla occidental) de fines del XIII y un popular Calvario (lado norte de la nave) con las tallas de Cristo, San Juan y la Virgen que data del siglo XIV.

 

Andaluz
La villa de Andaluz, de nombre evocador, se sitúa en la ruta que une Berlanga con la capital provincial, de la que dista unos 43 km hacia el sudeste. El estratégico emplazamiento de la localidad, a escasos metros del Duero y custodiando la profunda hoz labrada en la sierra por el río que lleva su nombre, debió pesar en la elección del paraje, guarnecido por las alturas rocosas y cercano a las tierras de labor inmediatas al Duero. Son numerosos los vestigios de época romana y, como enclave defensivo, debió jugar un papel destacado en el tumultuoso siglo X y la primera mitad del XI. Moisés Lafuente refiere la existencia entre Andaluz y Fuentepinilla del enclave conocido como “El Castillejo”, en posible referencia a un punto defensivo solidario con el de Andaluz en la protección de la ruta entre Berlanga y Soria.
La villa conserva el fuero más antiguo conservado de la actual provincia de Soria. Dado en Burgos el año 1089 por el conde Gonzalo Núñez de Lara durante el reinado de Alfonso VI, manifiesta similitudes con el de Sepúlveda. No se conserva el documento original, sino una traducción castellana incompleta del siglo XIII en diez folios en pergamino, hoy en el Archivo de la Catedral de El Burgo de Osma. La temprana fecha del fuero es significativa de la consolidación de este sector del Duero, arrancado a los musulmanes en época de Fernando I (ca. 1060). La importancia de la población, atestiguada por las dos iglesias románicas que han subsistido hasta nuestros días, no alcanza la evidente exageración de la tradición recogida por Pascual Madoz, según la cual llegó a contar con 11.000 vecinos. 

Iglesia de San Miguel Arcángel
El templo –declarado Monumento Histórico-Artístico en 1944– se sitúa en el extremo nororiental del caserío, en la zona más elevada del mismo y alejada unos metros de las viviendas circundantes. La iglesia actual es obra fundamentalmente gótica, con cabecera barroca erigida en 1738 por los maestros Domingo de Ondategui y Juan de Sagarvinaga, estructura a la que se asocia la torre y la sacristía a ella adosada. Pese a la justa fama de la galería porticada, conserva también del primitivo edificio parte de la caja de muros de su nave, incluida la portada meridional. Es en el muro septentrional donde más claramente podemos leer las vicisitudes del edificio, constatándose dos niveles distintos de cornisa: el moderno actual y otro medio metro más abajo que marcaría la altura del muro románico, cuyos canecillos fueron parcialmente rasurados, posiblemente de época gótica.

Reconocemos aún cinco canes de la primitiva cornisa, decorados con prótomos de animales, crochets y dos cuernos. A un nivel inferior aparecen embutidos en el muro de mampostería otros dos canecillos más, decorados con un rostro humano y un prótomo de bóvido. En la tapia del cementerio que circunda el templo por el norte son visibles numerosos sillares con labra a hacha, al igual que ocurre en el testero de la cabecera barroca, donde se aprecian fragmentos de fustes y dovelas con abilletado, posiblemente de una desaparecida ventana, sillares con bocelillos y otros restos de la primitiva construcción.

Interiormente es difícil encontrar un recuerdo de la estructura original, dominada como está la actual por las bóvedas de lunetos de los cuatro tramos de la nave y la de terceletes de la cabecera. Como han verificado las excavaciones de 1991-1992, la fábrica románica planteó una iglesia de nave única con cubierta de armadura y ábside semicircular, estructura a la que posteriormente, bajo estilemas románicos pero probablemente bien avanzado el siglo XIII, se añadió una galería porticada.
En el adjunto gráfico se esquematiza la planta actual. Una sola nave de cinco tramos desiguales de los que el primero hace las veces de cabecera de la que carece. Adosada al muro sur, una torre cuadrangular y un anexo destinado a sacristía. En época románica, de la que sólo quedan fragmentos murales, debió estar rematada en su testero oriental por un ábside semicircular, según se deduce de las excavaciones practicadas.
De aquella primera fábrica románica se conserva la portada que se abre en el paramento meridional del cuarto tramo y la ventana próxima a ella; también románica, aunque de fecha posterior, es la galería que circunda la nave por tres de sus lados y cuyas arcadas permanecen abiertas en el frente sur y parte del occidental.

Planta 

Portada
Aparte de los vestigios ya citados, es románica la portada meridional, abierta en un profundo antecuerpo para permitir su notable abocinamiento. Se compone de arco de medio punto y cuatro arquivoltas que descansan en jambas escalonadas con dos pares de columnas acodilladas, el conjunto sobre un banco corrido con un bocel en su arista. La decoración geométrica del conjunto sigue un ritmo según el cual el arco, la segunda y la cuarta arquivolta son lisas, con una banda de cuatro hileras de billetes, que constituyen la chambrana en el último caso; y la primera y tercera arquivoltas reciben un grueso bocel y otro, sogueado y más fino, sobre él.
Los capiteles sobre los que apean estos arcos se coronan con cimacios decorados con hojitas trilobuladas inscritas en roleos y cabecitas monstruosas en los ángulos.
Las dos cestas exteriores de la portada reciben decoración vegetal, de hojas lanceoladas con bolas en sus puntas la de la parte izquierda y dos niveles de hojas del mismo tipo la otra. Los capiteles interiores reciben una pareja de toscos leones afrontados apoyando sus patas en un astrágalo sogueado y, bajo sus rasuradas cabezas, parecen devorar cabecitas humanas de rasgos maléficos. Las basas de las columnas, de perfil ático sobre plintos, muestran un grueso toro inferior con bolas.


Columnas de la portada 

Columnas de la portada 




En las enjutas del antecuerpo se incrustaron sendos relieves, el de la derecha (al este) figurado con un tosco grifo y el de la izquierda con un torpe león pasante de enormes garras. Bajo este último aparece la famosa inscripción, labrada en dos placas, cuya complicada lectura, pese a la aparente claridad de los trazos, explica que la dada por Gómez-Moreno haya sido recurrentemente aceptada sin revisión, comenzando por el propio Gaya Nuño: + IN NOMINE DINI NRI IHU XPI/ IN HONOR EX MICAEL ARCAN/GELI ERA MEC QUINCUAGEN/ ANSUR PIR[I]ANUS ME FECIT. La transcripción es compleja, si bien no afectan las diferencias a lo fundamental del texto, salvo el nombre del autor, Ansur Piranus o Pirianus o Subpirianus. Salvo la primera, cualquiera de las otras dos grafías nos deja ante un nombre como mínimo extraño. La inscripción es interesante por facilitarnos el nombre del autor, la fecha –de 1114 para Gaya, o 1112 si leemos la fecha como M(ill)E(sima) C(entesima) QVINQVAGE(sima)– y el nombre del autor: ANSVR PIR[I?]ANVS. Sea una u otra, estamos ante una de las dataciones más tempranas del románico soriano, sólo unos años posterior a la más precoz de San Miguel de San Esteban de Gormaz, a la que podemos adscribir, de lo conservado, básicamente la portada. 



Inscripción fundacional 

La galería porticada de San Miguel de Andaluz representa un caso singular dentro del románico soriano, no tanto en términos absolutos como relativos al estado en el que han llegado hasta nosotros estas estructuras. Lo excepcional es que, en este caso, se conserva la estructura porticada envolviendo los muros meridional y occidental de la nave, y parcialmente el ángulo noroccidental del templo, al estilo de las segovianas de Revilla de la Orejana y San Juan de los Caballeros de Segovia o las de Carabias, Pinilla de Jadraque o Sauca en Guadalajara.





En su origen la galería corría por el lado oeste creando un pórtico en el testero occidental de la iglesia, y aún se prolongaba por el norte sin que pueda determinarse hoy el desarrollo que alcanzaba en esta orientación. Puede apreciarse en la imagen de abajo cómo subsiste el arranque de un tercer arco y un pedazo de podio o zócalo, todo ello de similar factura a la de la parte que se conserva aunque a un nivel algo inferior. El análisis de la planta lleva a la misma conclusión, pues se observa en ella que el espacio que correspondería al tramo de galería occidental hoy cegado es del mismo ancho (algo más de 3 metros) que el abierto al sur.

Lo insólito deja de ser tal si tenemos en cuenta las profundas alteraciones perceptibles en los muros de esta galería y lo fragmentario de buena parte de las conservadas en la provincia, caso de las de Tiermes o San Pedro de Caracena. Esta de Andaluz presenta numerosas evidencias de refección o parcial remontaje, apreciables en la disposición del aparejo, de mala sillería.
En su estructura actual consta de ocho arcos al sur –seis al oeste de la portada y dos al este– y dos arcos en el cierre occidental, que manifiesta evidencias de refección. El acceso, abierto en un breve antecuerpo, consta de arco de medio punto con arista achaflanada sobre impostas ornadas con tetrapétalas, todo ello labrado a trinchante.
Las achaparradas columnas alternan los cortos fustes simples –alguno de pronunciado éntasis– con los cuádruples, sobre basas de perfil ático de gran toro inferior aplastado y con lengüetas, sobre plinto y apoyando en el banco de fábrica de arista matada con bocel. Los capiteles, mayoritariamente vegetales, se decoran con hojas de palma de acusadas nerviaciones, hojas lanceoladas y cóncavas acogiendo bolas, crochets, motivos de redecilla, botones, etc.

Una de estas cestas –sobre fuste cuádruple– desvela claramente su goticismo en la decoración de vides de cuyas ramas penden racimos, uno de los cuales coge un mutilado personajillo. En los cimacios vemos palmetas acogolladas, bolas, círculos secantes, decoración de cardina en el capitel con la figura humana y rosetas.

En el muro occidental de la galería se abren dos arcos sobre impostas achaflanadas y una columna, cuyo historiado capitel representa, con bárbara talla a bisel, a dos desproporcionados personajes asiendo las patas de sendos toscos cuadrúpedos. Viste la figura corto faldellín, marcándose su cabello con incisiones paralelas, mientras que los cuadrúpedos quizá sean leones, pues poseen puntiagudas orejas y alzan la cola sobre sus cuartos traseros.

Capitel del lado occidental.
Único que representa figuras humanas y de animales: un hombre de torso desnudo y faldellín, posicionado en la arista, extiende sus brazos para asir de una de sus patas delanteras a cada uno de los cuadrúpedos esculpidos en las caras del capitel. Recuerda el personaje al ya visto en un capitel interior de San Miguel de Almazán que en similar actitud tomaba por el cuello a dos aves.


 
Primer capitel del frente meridional.
De cuerpo prismático cuadrangular soportado por un anillo en forma de campana, se decora con dibujo inciso de volutas y hojas. En el cimacio, cinco rosetas dodecafolias por cara.

Segundo capitel del frente meridional. 
Muy simple y rudo, parece esbozar una malla de dudoso efecto decorativo. El cimacio es liso con semiesferas protuberantes.

Tercer capitel del frente meridional.
Tosco capitel que remeda formas vegetales entre las que aparece intercalada alguna rosácea circular. Una cadena de aros engarzados adorna todo el cimacio.

Cuarto capitel del frente meridional.
Figurillas humanas en las aristas del capitel, muy desdibujadas por la erosión, entre motivos vitícolas. También en el cimacio se utilizan zarcillos y hojas de vid para su decoración.

Quinto capitel del frente meridional.
De esbeltas palmetas que se revuelven en bolas, en las aristas, y en frutas de forma de alcachofa, en las caras. En el cimacio, un rosario de hojas abombadas.

Sexto capitel del frente meridional (a la derecha de la entrada).
Similar decoración a la del capitel anterior, de palmetas y bolas, con cimacio de flores cuadrifolias que, en su yuxtaposición, dan la impresión de círculos tangentes. 

El estilo de los capiteles de la galería es ciertamente rudo, y aunque, como señalara Gaya Nuño, parece meridiana la inspiración en los cercanos modelos de San Esteban de Gormaz, es obra de un cantero –poco ducho en la escultura– que mantiene modelos inerciales ya bien entrado el siglo XIII. Sus canecillos, restaurados algunos como la cornisa en 1992, manifiestan la referida impericia, decorándose con un personaje grotesco, un ave descabezada, dos cuernos, un pequeño cuadrúpedo, etc.

El análisis del sector occidental y el ángulo norte de la estructura revela dos momentos diferenciados. En el muro oeste, sobre el banco corrido decorado al exterior e interior con un bocelillo, quedan vestigios de al menos tres vanos de medio punto, hoy cegados; dos sobre el zócalo y otro que debía corresponder a otra portada. Los canecillos de esta parte son de simple nacela.

En el interior de la galería se ha instalado un lapidario que recoge buena parte de los vestigios románicos recuperados durante la reciente excavación y restauración, así como una reconstitución del aspecto de la transformada arquería occidental. Se trata básicamente de once capiteles completos y dos fragmentarios, varios cimacios, cinco fustes de columnas con sus basas, de perfil similar a las vistas, y canecillos de la primitiva galería. Las dimensiones de las cestas (42 × 30 cm) concuerdan con las aún in situ, estando talladas por sus cuatro caras. En ellas vemos aves separadas por hojas lobuladas, pájaros enredados en follaje y picoteando raíces, toscos cuadrúpedos como los dos venados rampantes ramoneando de un capitel que se completa con un muy rasurado Pecado Original, un rudo personajillo encadenado de cuello y tobillos y una representación de la Maiestas, con el Padre sentado en un trono decorado con cabezas de felino, bendicente, coronado y sosteniendo el libro, entre la representación del sol y la luna. Otra pieza muestra un centauro sagitario que tensa su arco, de cabeza barbada con cabellos llameantes y puntiagudas orejas; en las otras caras aparecen un caballo ensillado y enjaezado y un bóvido. Dos aves más comparten cabeza en otro capitel, junto a la representación de dos cánidos atacando a grandes serpientes de cuerpo escamoso enroscado y cabezas humanas barbadas, además de dos arpías de cabezas masculinas y colas de reptil enroscadas. Completa la serie de los figurados el que representa a dos jinetes, uno disparando su arco contra dos rudas figurillas sobre una hojita y el otro, tocado con yelmo, que embraza un gran escudo de cometa; así como otro ornado de máscaras humanas barbadas y tocadas con bonetes entre hojas carnosas acanaladas. El resto de las cestas recibe decoración vegetal, con ramas enroscadas de las que penden frutos esféricos, hojas apalmetadas, esquemáticos acantos, hojas de acentuadas nervaduras acanaladas, motivos de cestería, etc. El estilo, como el de los capiteles exteriores de la galería, es sumamente bárbaro.

Aves de rapiña de pico largo y corvo, dispuestas una en cada cara, entre grandes hojas vegetales que ocupan las aristas.

Aves, unas picoteando en el suelo y otras en lo alto; entre ellas, tallos y hojas estrechas y alargadas. El motivo se repite en las cuatro caras.

Una representación de la Maiestas Domini en actitud de bendecir con la mano diestra mientras porta un libro en la otra, ceñida la sien con una corona y sedente en un trono cuyos brazos están rematados por pomos de aspecto felino. En la parte superior, a uno y otro lado de la figura divina, sendas imágenes del sol y la luna. En dos de las otras caras del capitel, como se aprecia en la imagen de abajo, se muestra una tosca talla de un hombre con grilletes en tobillos y muñecas y dos cuadrúpedos alzados sobre sus patas traseras para alcanzar las ramas de un árbol.


Un centauro con barba y cabello erizado, en la habitual posición de disparar el arco volviéndose hacia atrás. 
Otro lado del mismo capitel exhibe una magnífica representación de un caballo con silla de montar.

Dos arpías ocupan simétricamente la parte inferior de esta cara; sobre ellas, uniendo sus cabezas en la cima de la arista, dos aves de vistoso plumaje. Las arpías lucen largas colas de reptil que se extienden por las caras adyacentes.

En esta otra cara se aprecia lo dicho en cuanto a las arpías y a las aves; se ve además una máscara central, un perro que ocupa el ángulo superior derecho mordiendo la cabeza antropoide de una serpiente de cola plumífera.
Este tema se repite en la imagen continua, foto de abajo

Labor de cestería de influencia silense. Aquí el entrelazado es de triple mimbre que brota de la boca de máscaras antropoides dispuestas en los vértices del capitel.

Capitel de ornamentación vegetal formado por dos niveles de gruesas hojas estriadas y bulbos también estriados.

Haces de caulículos que se enroscan y forman adornos geométricos con pomos que cuelgan de ellos.

En esta cara del capitel un jinete dispara al frente su ballesta. En otra de las caras otro jinete cabalga protegido por un escudo puntiagudo de superficie estriada, foto de abajo.

Finalmente, un deteriorado capitel de tema decorativo vegetal.
 

De los primitivos aleros se recuperaron una serie de canecillos, decorados con prótomos de bóvidos, una liebre, un rostro barbado, una figurilla con una cabecita entre sus piernas, un entrelazo, etc. Destacamos entre ellos el que recibe un busto masculino barbado mostrando la tonsura, sin duda la representación de un clérigo. Los cimacios conservados presentan decoración de tacos, botones, tetrapétalas, hojarasca y rosetas.
La excavación que acompañó a la última restauración (1991-1992) puso al descubierto una necrópolis de tumbas de lajas, datada entre los siglos XI-XIV, en torno al templo, apareciendo varios enterramientos bajo la cimentación del pórtico.
Conserva además el templo, colocada bajo el coro, una pila bautismal románica de copa semiesférica, de 113 cm de diámetro y 54 cm de altura. Su borde recibe un bocelillo, y el frente una sucesión de arcos de medio punto sobre pilares, sin individualizar capiteles. Bajo la arquería corre otro bocelillo, éste sogueado.

 

Gormaz
Si hay un lugar en Castilla que evoca los tiempos medievales de frontera entre cristianos y musulmanes, ése es Gormaz, con su imponente ciudadela dominando el horizonte soriano. El lugar, hace mil años importante centro de poder, es hoy apenas una aldea, de menguada población, asentada en la vertiente meridional del páramo coronado por la fortaleza califal, desde donde se divisan todas las tierras del Duero sur y buena parte de las que se sitúan al norte. Está a medio camino entre El Burgo de Osma y Berlanga de Duero, a unos 12 km de cada una de esas villas.
El origen del lugar seguramente venga impuesto por la existencia de un vado sobre el Duero, donde posteriormente se levantó un puente, quizá fortificado. Este paso natural podía ser además estrechamente vigilado desde el amplio cerro amesetado donde se asentó la más antigua población medieval.
Las primeras noticias que refieren la existencia de Gormaz provienen del historiador musulmán Ibn Hayyan, cuando describe la campaña del califa Abderramán III, del año 934. En esa fecha el ejército andalusí cruzó el río Wajsma (el río Osma, es decir, el Ucero), dirigiéndose al hisn Urmag, o sea, al castillo de Gormaz, una fortificación que Gonzalo Martínez Díez supone que pudo ser levantada por los condes castellanos tras la conquista de diversas plazas en la ribera norte del Duero, constituyendo una avanzadilla de Osma y de San Esteban de Gormaz. A pesar de todo parece ser que los cristianos volvieron a ocupar la plaza tras la marcha del ejército califal, pero no debió ser por mucho tiempo pues poco después, hacia 940, según relatan los Anales Castellanos y los Complutenses –aunque con fechas distintas–, los musulmanes la capturan nuevamente: XVI kalendas augusti prendiderunt mauros Gormaz.
A partir de este momento comienza Gormaz a jugar un verdadero papel estratégico dentro de la Frontera Media musulmana, que desde 946 establece su capital militar en Medinaceli y levanta una barrera salpicada de castillos y de atalayas, muchas de ellas aún conservadas. Entre todas estas fortalezas la más imponente es la que mandó levantar el califa Alhakem II a Galib, general en jefe de la frontera, en el año 963, la misma que, con muy pocas modificaciones, ha sobrevivido hasta nuestros días. Su objetivo era plantar cara a Osma y a San Esteban de Gormaz, controladas por los cristianos.
Desde estos momentos la comarca se convierte en escenario de encarnizadas luchas entre cristianos y musulmanes. El primer intento de tomar la nueva ciudadela correrá a cargo del conde García Fernández, quien en 975 fracasa ante sus muros, dando lugar a tal carnicería que, según relatan las crónicas musulmanas, las aguas del Duero se tiñeron de rojo. De otras noticias parece deducirse, según hacen algunos autores, que sería tomada por los cristianos pocos años después, para de nuevo tornar al poder musulmán hacia el año 980. En todo caso las campañas de Almanzor (977-1002) consolidarán Gormaz como base militar para las aceifas veraniegas que asolaron los reinos del norte, aunque tras la desaparición del amirí y de sus hijos, la amenaza musulmana comenzará a flaquear. De este modo, el conde Sancho García, hijo del anterior, conseguirá que los andalusíes le devuelvan las plazas de Clunia, San Esteban y Osma, perdidas en tiempos de Almanzor, a las que añade Gormaz. Sin embargo el condado castellano no tiene los suficientes recursos para emprender un dominio efectivo de la zona, asentando contingentes de población, por lo que poco después de nuevo Gormaz pasa a manos musulmanas. Y en su poder estará hasta que en el año 1060 el rey Fernando I, según cuenta la Historia Silense, conquiste definitivamente la fortaleza para Castilla, en una campaña que le permitió recuperar también las fortalezas de Berlanga y Aguilera y el paso del Duero de Vadorrey. Algunos años más tarde, en 1087, parece ser que Alfonso VI entregó la tenencia de la fortaleza a El Cid, aunque siempre las noticias en torno a este personaje son cuando menos sospechosas.
Desaparecido el peligro musulmán, la plaza militar se convierte en poblado que poco a poco va saliendo de las murallas para acercarse más al valle. Es entonces cuando debió surgir la actual población, ya casi como una aldea agrícola, aunque aún mantuvo cierta importancia, al ser cabeza de un arciprestazgo dependiente de Osma y centro de una Comunidad de Villa y Tierra que englobaba a diez aldeas que aún subsisten, y al menos a otras tres ya desaparecidas, según recoge Martínez Díez. La comunidad se mantuvo prácticamente inalterada hasta el año 1838.
A partir del siglo XII su aparición en los diplomas está más relacionada con asuntos eclesiásticos. En 1151 Alfonso VII concede al monasterio de Santo Domingo de Silos la iglesia de San Cipriano, ecclesia que est in Gurmaz, subtus ipsam villam, cum uno parrale et cum orto et uno molino et cum omnibus hereditatibus eidem ecclesie Santi Cypriani pertinentibus. En 1154 el rey Sancho III, entre los bienes que confirma como posesión del obispo de Osma, cita in Gormaz ecclesiam Sancte Marie cum omnibus hereditatibus et pertinentiis suis, que de nuevo, en 1174, vuelve a confirmar Alfonso VIII. En 1187 es el papa Urbano III quien acoge bajo su protección al monasterio silense y al conjunto de sus posesiones, entre las que aparece San Cipriano de Gormaz, iglesia que en 1191 figura en la concordia que hicieron los obispos de Burgos, Segovia y Palencia para zanjar los pleitos que mantenían el obispo de Osma y el abad de Santo Domingo de Silos, por motivo de algunas parroquias, reconociéndose la titularidad del monasterio sobre ella.
Sabemos también que a comienzos del siglo XIII la fortaleza está en manos de Álvar Núñez de Lara y que tras la toma de Úbeda en 1233 algunos gormaceños debieron acudir a la repoblación de la ciudad andaluza. Tal vez la conquista de nuevas tierras en el sur pudo provocar una pérdida preocupante de población, pues en 1258 el rey Alfonso X expide un privilegio a los que pueblen con mujeres e hijos junto al castillo de Gormaz, quedando exentos de los impuestos de pecho, pedido y fonsado. En 1297 Fernando IV entrega la villa y su castillo al infante don Enrique, revirtiendo en la Corona en 1303, hasta que en 1395 Enrique III dona las villas de Almazán y Gormaz, con sus alfoces, a Juan Hurtado de Mendoza. Finalmente, en 1477 este alfoz formará parte del mayorazgo que Ruy Díaz de Mendoza instituyó para su hijo Álvaro de Mendoza. Fue en esta época bajomedieval cuando la inmensa fortaleza califal se abandona, construyéndose en el extremo oriental un castillo que permitía una defensa con menos recursos humanos y con costes de mantenimiento más reducidos.
En la villa se documentan tradicionalmente la existencia de cuatro iglesias, fiel testimonio de la población que llegaría a alcanzar. Fueron las de San Juan Bautista, San Miguel, Nuestra Señora de la Antigua y Santiago. Las dos primeras aún se mantienen en pie, la tercera estuvo en el solar que hoy ocupa el depósito de aguas –donde a principios del siglo XX aún se veían sus cimientos–, mientras que de la última subsisten algunos restos, reutilizados como recinto del cementerio. A ellas habría que sumar esa de San Cipriano de Gormaz, mencionada durante la segunda mitad del siglo XII y de la que después no hay noticias ni se conoce el posible emplazamiento. Hubo igualmente un convento franciscano, que se trasladó a Berlanga de Duero, cuya historia figura en uno de los libros parroquiales, y del que se llevaron algunas imágenes a la iglesia parroquial. 

Ermita de San Miguel
Esta ermita –en tiempos también parroquia– se halla apartada del casco urbano, a poniente, junto a la carretera que sube al castillo. Tras largas décadas de abandono, que casi provocaron su ruina, ha sido recientemente restaurada, mostrando, a falta de que se completen las restauraciones, toda su importancia artística, destacando el hasta ahora oculto conjunto de pinturas murales, sin duda de los más sobresalientes de la plástica pictórica románica castellana y peninsular.




Planta 

Por lo que a su arquitectura se refiere, el edificio se levantó a base de menuda mampostería, con el sistema de encofrado de cal y canto, que se aprecia perfectamente en el hastial. Los esquinales son de pequeño sillarejo, de caliza, arenisca y toba.
Consta de cabecera cuadrada y una nave, con espadaña a los pies. Un pórtico se adosa al sur, que hasta la reciente restauración estuvo ocupado parcialmente por la sacristía, a la que se accedía desde la nave. En este muro se hallan además dos portadas, una en el centro y otra en el extremo occidental.
La imagen que ofrece exteriormente el templo es la de un edificio prerrománico, que inmediatamente nos hace pensar en San Baudelio de Berlanga.
La cabecera, de mampostería revocada –con restos de despiece de sillares dibujados en líneas blancas, un enlucido bastante moderno–, es de planta cuadrada, con cubierta a dos aguas. Los muros son muy sobrios, tan sólo interrumpidos por una saetera en el testero y, quizá, otra en el lado meridional, ésta en todo caso destruida. El único elemento donde se concentra cierto refinamiento es el alero de los muros norte y sur, sin canes, conformado simplemente por una cornisa de listel y chaflán, decorada con medios círculos rematados en dos hojitas en “V”, con talla a bisel, un tipo que nos remite a innumerables sillares decorados con motivos similares y, según Gutiérrez Dohijo, fechables en época visigoda. En nuestro caso, la pieza del ángulo noreste presenta en la cara que mira al norte esa decoración, mientras que la parte que mira hacia oriente porta un ajedrezado, algo ya muy sintomático. La cornisa que remata el testero es plana y sólo alguna pieza muestra ese motivo antiguo.
A través de una cata realizada en el ángulo septentrional de encuentro entre la cabecera y la nave, se puede ver cómo los dos ámbitos aparecen imbricados, respondiendo por tanto a un mismo momento constructivo. Las trabas entre los mampuestos sin embargo no son continuadas –como por otro lado es muy habitual–, sino que cada cierto espacio es una piedra la que enlaza ambos muros. 

La nave es más ancha y bastante más alta, también con una cubierta a dos aguas, sostenida en ambos lados por impostas de somera nacela, sin canecillos. En el hastial se aprecian perfectamente los cajones del encofrado, y sobre éstos se levantó la espadaña, con basamento achaflanado rematado a piñón, clareada con dos troneras de medio punto, y fabricada con sillarejo y mampostería más gruesa. El empleo ocasional de algún sillar abocelado en el cuerpo de campanas nos hace pensar en que esta parte está remontada al menos en época posterior a los siglos románicos, aunque bien pudo seguir el mismo esquema precedente.

El pórtico, hecho con pobre mampostería de toba –incluso en el recerco de los ventanales– tiene una portada de medio punto en el lado este y otra en el sur, a las que hay que sumar una tercera, cegada, que se abría en el extremo occidental de este mismo muro sur, frente a la vieja puerta de entrada a la nave. La central está flanqueada por tres sencillos ventanales, abiertos durante la restauración, cuando se ha visto que eran de medio punto, aunque muy deformados, dado el rudimentario sistema constructivo que emplean. Anteriormente algunos autores han hecho referencia a la forma de herradura que mostraban bajo el revoco, aludiendo con ellos a una construcción muy antigua y a las habituales influencias arábigas. En realidad, y debido a la falta de cualquier elemento característico, nosotros no sabemos tampoco cuándo pudo levantarse este pórtico, pero no creemos que sea románico, ni siquiera medieval, pues entre otras cosas inutiliza una de las ventanitas de la nave, sin duda en pleno uso en época románica. Aún así cabe recordar que pórticos con machones cuadrangulares sí aparecen ocasionalmente en época románica, como puede verse en las iglesias sorianas de Fuentelsaz o de Las Cuevas de Soria, además de en las burgalesas de Santa Cecilia de Barriosuso o de Villalibado (prácticamente desaparecido), y en la palentina de Celada de Roblecedo.
Dentro del pórtico, ocupado por la necrópolis medieval, se encuentra, centrada en el muro, una portada románica de tosca ejecución, que fue traída del cementerio (antigua iglesia de Santiago), una tradición que se repite en la localidad, aunque nadie de los vecinos conoció ese traslado. Que no es original de aquí se evidencia de varias formas: en primer lugar porque su cimentación queda bastante por encima de la cota inferior del muro de la nave, en segundo lugar porque está montada de forma incompleta, habiendo desaparecido parte del cuerpo que la flanqueaba, también porque varias de las piezas están descolocadas, y finalmente porque entre las piedras usadas para su cimentación aparece una dovela de puntas de diamante que debió ser de una chambrana.

Portada occidental que da acceso al templo.

Porche

Portada principal de acceso al interior. 

El arco de medio punto está compuesto por tres arquivoltas, la interior –correspondiendo al arco de ingreso– con dovelas cuadrangulares, lisas, que se trasdosan con una especie de guardapolvo achaflanado, decorado con toscos tacos; la siguiente sólo porta un grueso bocel y la tercera de nuevo dovelas simples, mientras que de la chambrana, con perfil de listel y chaflán, sólo quedan algunas dovelas. El arco de ingreso apoya en pilastras, una de las cuales porta restos de una inscripción romana –o visigoda, según las interpretaciones–, y las otras dos rocas lo hacen sobre columnillas acodilladas, en origen sobre un podio abocinado del que sólo se conserva la parte oriental. Estos soportes están muy alterados, pues unas veces los fustes han sido sustituidos por postes de madera, otras se han perdido los capiteles y en otras ocasiones se han utilizado como basas capiteles invertidos. De este modo, el soporte más occidental conserva únicamente la basa, con plinto, grueso toro, estrecho listel y collarino; el siguiente –con un fuste dudoso– mantiene el capitel, decorado con dos animales, tan toscos que parecen grandes saurios; el tercero usa como basa un capitel, con tosca figura humana, de brazos levantados –donde se ha querido ver a Daniel en el foso de los leones–, el fuste es de madera y la cesta superior se decora con grandes zigzags; finalmente, la cuarta columna de nuevo tiene un capitel como basa, con puntiagudas hojas planas, mostrando el superior otras hojas lisas que se vuelven para acoger bolas. Todos los cimacios son de nacela.
Al fondo de este muro sur se encuentra la que fue puerta original del templo, de reducido tamaño, con arco de herradura muy desarrollado, con salmeres redondeados y jambas de sillarejo, y con la parte interior con cargadero de madera. Su dovelaje tiene un despiece muy característico de las puertas califales, como las que se pueden ver en el mismo castillo de Gormaz y en las murallas de Ágreda.

Capiteles de la portada

Capiteles de la portada 

El interior del templo es sumamente sencillo, completamente revocado. La cabecera se cubre con bóveda de cañón, sin impostas, con el testero presidido por el abocinamiento de la pequeña saetera. Otras tres saeteras daban tenue luz a la nave, todas situadas en la parte alta de los muros, una sobre el testero y dos en la parte oriental de los muros laterales. Recientemente se ha reconstruido un arco triunfal siguiendo en cierto modo el modelo de San Baudelio de Berlanga, aunque de medio punto en vez de herradura. Hasta la restauración hubo un amplio arco carpanel barroco, de yeso, que sustituyó al original, cuya factura desconocemos, aunque es probable su parentesco en forma y medidas con el de Berlanga. Para soportar el peso del testero de la nave sobre ese arco barroco, se embutió un cargadero de madera.
Los muros de la nave son de suma simplicidad y sólo en el hastial se encuentra un amplio arco apuntado, adaptado a la totalidad de ese espacio, indudablemente de factura posterior, ya que se adosa a los muros laterales, y cuya funcionalidad no está clara. Es una estructura de sillería, con arco apuntado y doblado, con la rosca interna descansando sobre semicolumnas adosadas, sobre podio abocelado. Las basas constan de plinto, grueso toro inferior con bolas, escocia y collarino, y los rudos capiteles se decoran con hojas lanceoladas (el del sur), o con simples incisiones rematadas por bolas y cabeza humana. Los cimacios son de listel y chaflán, sin prolongarse en las pilastras que reciben al arco exterior.
El suelo de la nave aparece tallado sobre la roca natural –de nuevo como en San Baudelio–, aunque las excavaciones arqueológicas han documentado una capa de cal que en realidad debía constituir el pavimento original, sobre el que a lo largo de los siglos se fueron sucediendo otros. En el centro aparece un hueco circular, que inmediatamente nos puede llevar a pensar en el basamento para colocar la pila bautismal –hoy en la parroquial–, aunque quizá sea una ubicación demasiado protagonista para la pila. La base de los muros aparece recorrida por un bancal perimetral, también excavado en la roca.

Capitel derecho de la columna adosada en el muro occidental.

Capitel izquierdo de la columna adosada en el muro occidental, decorado con motivos vegetales. 

Se aprecia también claramente el revoco que acompañó a la más antigua construcción, conservado prácticamente en su integridad en los muros norte y sur de la nave, así como en la cabecera. Era un simple enlucido blanco, sobre el que más tarde se dispuso otro nuevo, con las pinturas murales que han constituido el hallazgo más espectacular producido durante la restauración llevada a cabo entre 1998 y 1999. 

Pinturas
Estas pinturas cubren completamente el ábside y la mitad anterior de la nave, aunque las modificaciones realizadas en el arco triunfal han hecho desaparecer casi por completo las escenas que se situaban en el muro de poniente de la capilla mayor y en el testero de la nave, así como seguramente las que portaba el propio arco. La pintura se aplicó sobre una delgada capa de revoco, desde la base de los muros hasta la misma cubierta de madera, en la nave, y por toda la superficie del ábside. El sinuoso remate de los paneles occidentales de la nave, parecen indicar que quizás hubo una intención de continuar pintando también la mitad posterior de esos muros, cosa que nunca se llegó a realizar. El sistema de aplicación del color, definido por los arqueólogos como temple, en realidad puede ser un sistema mixto, lo que Teógenes Ortego llamó fresco-temple al hablar de las pinturas de San Baudelio, con las que estas otras guardan enormes similitudes, lo mismo que con las de la ermita de la Vera Cruz de Maderuelo, como es lógico.
Aunque buena parte de la mitad inferior se ha perdido, creemos que el conjunto se organizaba en tres registros o alturas. La parte baja, que ocuparía los 2/5 inferiores del muro, debía estar recorrida por unos cortinajes, con grandes medallones en los que se alojaban animales, y cuyo extremo inferior remataba en amplios pliegues. Sobre todo ello, dos paneles superpuestos recogen diferentes escenas, de carácter bíblico, salvífico, apocalíptico o militar. Para su descripción realizaremos un recorrido partiendo del ábside y pasando después a la nave. 

Bóveda absidal
El conjunto de las pinturas del ábside fueron repicadas, seguramente en época barroca, para disponer un nuevo enlucido, lo que dificulta en estos momentos su apreciación. Pero afortunadamente el daño fue menor de lo que aparentemente pueda parecer y sin duda tras otra pendiente restauración estas pinturas recuperarán toda su belleza.
En la bóveda se dispone el Cristo en Majestad, con la cabeza en el lado oeste, sentado sobre sitial con respaldo y almohadón y recercado por mandorla almendrada, formada por tres bandas, amarilla, blanca y roja. Viste túnica rojiza y manto azul, ribeteado con orofrés, y muestra los brazos abiertos, con la mano derecha levantada. En su entorno, ocupando los riñones de la bóveda, se dispone el coro de ángeles, con cuatro figuras a cada lado, en perpendicular al eje de la mandorla y sobre un fondo de bandas en color rojo, amarillo y azul-grisáceo, el mismo sobre el que se desarrollan casi todas las escenas, y que aparece igualmente en San Baudelio o en Maderuelo. Sobre los ángeles del lado norte hay seis pequeñas copas blancas, por lo que podemos pensar también en una composición apocalíptica relativa a los ángeles que derraman las copas llenas de males, si bien en la visión de San Juan eran siete las copas y siete los ángeles.

Bóveda de cañón de la cabecera. 

Maiestas Domini. Bóveda presbiterio.

Los Cuatro Vivientes y Espíritus Angélicos. Derrame lado sur de la bóveda.

Los Cuatro Vivientes y Espíritus Angélicos. Derrame lado norte de la bóveda. 

Testero y muros laterales del ábside
El testero se divide en tres registros, separados por ribetes en rojo o amarillo. En el medio círculo que deja el abovedamiento en el muro oriental se encuentra un medallón con el Agnus Dei, aguantado por dos ángeles, tras los que aparecen sendas figuras arrodilladas, seguramente Abel y Melquisedec, como ocurre en Maderuelo, donde se sigue esta misma composición.

Agnus Dei. Testero de la iglesia

Espíritu Santo. Testero de la iglesia.

Conjunto de pinturas del Testero. 

Entre este registro superior y el intermedio, se abre la ventana, que el pintor supo integrar perfectamente entre las escenas. En la clave figura la paloma del Espíritu Santo –de nuevo como en San Baudelio o en Maderuelo–, y en las jambas roleos de zarcillos.
En el panel medio se hallan los Ancianos apocalípticos, recorriendo ya todo el conjunto de paramentos del ábside, con cuatro figuras en el testero, ocho en cada uno de los laterales y dos a cada uno de los lados del triunfal, aunque aquí están muy perdidos. Muestran todos la misma geométrica e hierática postura, sentados, sosteniendo los tarros de esencias y tocados con mitra. Apenas varían en rostros y posición de manos, y sólo los colores de la vestimenta les otorgan cierta individualidad. En el muro sur una pequeña credencia está ornada también con zarcillos.
Del registro inferior apenas si se han conservado algunos retales, pero llegan a verse los cortinajes, con una especie de puntillas que en la parte superior forman recogidos aguirnaldados. Se ven igualmente algunos retazos de los medallones que recorrían dichas telas, con animales en su interior, aunque sólo alcanzamos a diferenciar un águila explayada y un león, nuevas referencias que nos envían a la ermita berlanguesa. 

Muro occidental del ábside
La disposición perimetral de la decoración de todos los paramentos absidales alcanzaba también a este muro, aunque apenas si quedan otros restos que dos ancianos y el luneto bajo la bóveda. Aquí, y dado el estado actual, no acertamos a ver con claridad la escena que se relata, aunque parecen dos pasajes de un mismo episodio, que sucede en el campo. En el lado sur, una figura nimbada –seguramente Cristo–, se dirige a otra en actitud durmiente, mientras que en la mitad norte los protagonistas parecen ser los mismos y Cristo agarra a una figurilla desnuda que surge tras la espalda del otro. Parece tratarse del Nacimiento de Eva, con la primera escena en la que el Señor bendice a un Adán dormido –que curiosamente se nos muestra vestido–, y en la siguiente extrae a Eva de la costilla de Adán, tal como se representa también en la portada de Santo Domingo de Soria. 

Muro norte de la nave
En la nave se puede decir que la conservación de las pinturas es relativamente buena, a pesar de que se haya perdido todo el registro inferior, en algunos casos también parte del medio, y la totalidad de los paneles del lado oriental, donde sólo llegan a verse escasos testimonios.
Los dos registros superiores quedan delimitados por una banda vertical común, de fondo negro relleno de finas hojas blancas. Las escenas del panel superior quedan además rematadas por arriba por una banda en zigzag, mientras que otra cenefa de ajedrezados rellenos con medias ovas separa el panel intermedio.
El registro alto narra los acontecimientos relacionados con el Nacimiento de Cristo, en una serie de escenas de desarrollo continuado, comenzando por occidente con una desgastada Anunciación, en la que apenas si se llegan a ver retazos del arcángel Gabriel. Le sigue el pasaje de la Visitación, con una tercera figura de dudosa interpretación, que podría ser San José. Después se halla la Anunciación a los pastores, escena que se desarrolla ante un árbol, y donde el ángel comunica la buena nueva a dos pastores, vestidos con su tradicional indumentaria: pelliza de vellones con capucha, albarcas, morral y cayado. Otro arbolito da paso al siguiente pasaje, el que ocupa un espacio más amplio, el Nacimiento, donde María aparece recostada sobre una especie de nimbo o mandorla lobulada y San José dentro de una arquitectura abovedada, flanqueada por columnas entorchadas, con basas y capiteles hemisféricos, vegetales, y remate de torrecilla. El Niño, como su Madre, se halla sobre una serie de triángulos con los vértices superiores vueltos, un recurso que se emplea en las pinturas de los otros dos templos que reiteradamente venimos citando.
Además la presencia de una de las saeteras –cuyo interior se decora con zarcillos– obliga a disponer la cuna en la parte superior de la composición.


Reconstrucción infográfica del muro del lado norte de la nave.

Parte superior del lado norte de la nave. 

Se desxconoce por completo qué imágenes decoraban el muro oriental de la nave, al menos en este registro alto, pues el relato de los acontecimientos que siguieron al Nacimiento continúan en el panel superior del muro sur.

Anuncio a los Pastores. Muro norte de la nave.

Nacimiento de Jesús. Muro norte de la nave.

Parte inferior del muro norte de la nave. 

Nada tienen que ver con estos episodios las escenas que se disponen en el registro intermedio. A la izquierda aparece una figura dentro de arquitectura; se trata de un hombre barbado vestido de modo pontifical y nimbado, aunque no sabemos a quién trata de representar. A su lado una torre cilíndrica, de mazonería gris, da paso a una amplia escena bélica, que queda delimitada en el otro lado por una torre similar, aunque entonces coronada por un hombre que toca el cuerno. A mitad de cada una de las torres se abre una ventana en la que aparecen varios rostros –cuatro en la de la izquierda y dos en la de la derecha–, no sabemos si queriendo representar a ocupantes de la fortaleza o a prisioneros en ella.
Entre las dos torres se sucede una batalla, donde dos ejércitos a caballo se enfrentan. En el grupo de la izquierda son cinco los jinetes, vestidos con cota de malla, con las cabezas protegidas por almófares y puntiagudos cascos, cabalgando sobre caballos de diversos pelajes. El otro ejército está representado por al menos tres jinetes –aunque podrían ser cinco– de similar vestimenta, pero ahora con escudos de cometa y con protectores nasales en el casco. Detrás del primero de los ejércitos, junto a la torre, se encuentra al menos un ballestero, vestido como peón, a punto de disparar sus dardos.
Este registro finaliza en su extremo oriental con tres mujeres en actitud procesional, con jarritos de perfumes, conformando la representación típica de las Tres Marías ante el sepulcro.
Por esta escena cabría suponer que todo el testero de la nave recogiera los pasajes relacionados con la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, cuya continuidad serían las visiones celestiales que aparecen en el registro intermedio del muro sur.
La parte inferior de este panel septentrional está bastante perdida, sin que se haya conservado el más mínimo rastro de la decoración inferior, aunque suponemos que sería el mismo tipo de cortinajes que se repiten por los demás paramentos. 

Muro sur de la nave
Aquí el desarrollo de las escenas es de este a oeste. Comenzando por las pinturas altas, tres personajes a caballo representan a los Reyes Magos, en audiencia ante Herodes. Detrás un panel bastante perdido muestra la Degollación de los Inocentes, en presencia del propio rey, destacando las blancas hojas de las espadas de los soldados.

Muro sur de la nave.

Reconstrucción infográfica del muro del lado norte de la nave.

Reyes Magos y Herodes. Parte superior muro del lado norte de la nave.

El Seno de Abraham. Muro sur de la nave.

El Seno de los Justos. Isaac y Jacob. Muro sur de la nave.

Pseudopsicostasis e infierno. Muro sur de la nave. 

El registro intermedio, quizá el mejor conservado de todos, muestra el premio que espera a las almas buenas y el castigo de las malas. En primer lugar aparecen tres santos sobre la misma base de triángulos de vértices vueltos que se veían en el Nacimiento, seguramente nubes o un recurso para dar a entender ambientes sobrenaturales, ya que este motivo es el que delimita por debajo todo el registro. Se hallan separados por arbolitos –e incluso los dos primeros además por una torrecilla que debe aprovechar el espacio de la saetera que ahí se hallaba– y portan grandes paños donde se cobijan las buenas almas, representadas por pequeños rostros. A esta imagen del Seno de Abraham le sigue otra escena, donde el arcángel San Miguel procede al pesaje de los buenos y malos actos, mientras que un diablo gris trata de hacer trampa, empujando con su dedo el brazo de la balanza en cuyo platillo se han depositado las malas acciones. Al otro lado está la visión del Infierno, una cruda escena en la que las desnudas almas son tragadas por el dragón que describe el Apocalipsis, un monstruo gris, en forma de serpiente enroscada, formando un gran círculo. Pequeños bichos van atacando también a los condenados, mientras que un cánido rojo aparece junto a la cabeza del monstruo, seguramente una escenificación del can Cerbero guardando las puertas del Infierno.
La visión más espeluznante de este abismo es la que se representa dentro del círculo formado por la serpiente, donde un enorme diablo amarillo, de grandes garras, con culebras enrolladas en sus brazos, está engullendo a esas almas perversas. Finalmente, otros pequeños monstruos ocupan los intersticios que forma el círculo de la serpiente con el marco cuadrangular del panel.
En este muro meridional aparecen algunos restos de la decoración inferior de cortinajes grises, con amplios pliegues alternando con otros más pequeños y que cabe suponer que en zonas más altas llevaran también medallones como los de la cabecera y como los que decoran este mismo motivo en la ermita de San Baudelio de Berlanga.
No cabe duda de que nos hallamos ante uno de los mayores descubrimientos de las últimas décadas en lo que a arte románico se refiere y que la fama que alcanzarán estos paneles, una vez restaurados, será inapelable. A pesar de las dificultades que plantea ahora mismo la apreciación de todas las escenas y de las formas concretas, es evidente el enorme paralelismo que guarda con los murales de Maderuelo y sobre todo con los de San Baudelio, tanto en composición, como en colores, dibujo, arquitecturas o cenefas; sin embargo, a favor del artista –o, mejor aún, de los artistas– cabe decir que cada uno de estos tres sitios recurre a sus propias escenas. Los fondos organizados en franjas de colores son también un recurso utilizado en los tres casos y que además es muy frecuente en las miniaturas de los Beatos, una fuente de inspiración para este tipo de murales que ha sido reiteradamente señalada. Los colores predominantes son los rojos, amarillos, ocres, grises-azulados, es decir, colores terrosos, en principio no demasiado difíciles de conseguir, aunque esta apreciación debiera contrastarse con el análisis de la composición química de los pigmentos. 

A modo de recapitulación, el desarrollo artístico de San Miguel de Gormaz podemos iniciarlo desde el momento en que se construyen los testimonios más antiguos conservados, la cabecera y la nave. Como hemos supuesto también para la ermita de Casillas de Berlanga, bien por los paralelos que guarda con esa fábrica, bien por los propios datos que aporta la de Gormaz, entendemos que su construcción debió ser inmediatamente posterior a las conquistas de Fernando I en el año 1060, dentro de las indudables intenciones de colonizar lo más pronto posible los puntos más significativos. En ese momento es cuando empiezan a penetrar en la Península las influencias románicas, pero aquí, en estas inseguras tierras de frontera, es evidente que se sigue aún dentro de una tradición constructiva prerrománica, que emparenta incluso con los modelos arquitectónicos visigodos, razón entre otras por la que suele ser tan complicado atribuir cronologías a los edificios que se levantan entre los siglos VI-VII y la segunda mitad del XI. No sabemos si realmente la cornisa de la cabecera se hizo para este edifico o fue traída de otro lugar, por ejemplo de Uxama, como se ha apuntado. La forma un tanto descolocada en que se nos muestra ahora puede deberse a esta última circunstancia, pero también a una de las múltiples reformas posteriores que sin duda ha tenido la cubierta. En todo caso llama la atención que una de las piezas muestre ya un ajedrezado que habla de una estética románica, de modo que si la cornisa fuera original, evidenciaría la plena convivencia entre los viejos y los nuevos modos. En caso contrario, cabría hablar de una retalla para la parte ajedrezada.
Dentro de esta convivencia hay que aludir a la puerta de herradura, obra que parece claramente musulmana, lo cual tampoco es demasiado extraño, puesto que en el momento en que entendemos que se construye la ermita los mejores albañiles y canteros de la zona serían sin duda los de esa religión, con una larga tradición de trabajo en esta frontera.

Los autores de la excavación arqueológica sostienen que hubo otra portada similar hacia el centro de la nave, así como también apuntan la posibilidad de que la bóveda de la cabecera fuera en origen distinta, más bien en forma de cúpula como aparece en algunos otros edificios prerrománicos. Sin entrar a valorar la primera idea, puesto que carecemos de todo tipo de argumentos, creemos sin embargo que el abovedamiento del ábside fue siempre así, por un lado porque no parece que haya rastro del cambio, en segundo lugar porque la vieja estructura en todo caso hubiera aguantado muy escasos años, dada la rapidez con que se hicieron las pinturas murales, y, en tercer lugar, porque la ermita de San Baudelio de Berlanga, tan cercana, tiene este mismo tipo de cabecera, tanto por dentro como por fuera.
Ya a comienzos del siglo XII se pintan los murales, dando dignidad a un templo que hasta entonces presentaba unos revestimientos blancos. Sin duda el taller fue el mismo que trabajó en Berlanga y en Maderuelo y por tanto las mismas similitudes que se han establecido con los murales catalanes de Santa María de Tahull para esas iglesias serían extensibles a Gormaz. Aun así, y a pesar del llamativo parentesco, quizá no hay que hablar necesariamente de las mismas gentes trabajando en el Pirineo y en la Meseta, sino pensar más bien en la distribución de los libros de copias que sin duda debían circular entonces, como parece demostrar, para la escultura, el cantero que se retrató, algunos años después, trabajando en la iglesia palentina de Revilla de Santullán.

Todos los restos pictóricos no tenemos duda que pertenecen al mismo momento, incluidos los retazos de cortinajes que se ven en la nave, y para los que los arqueólogos aventuran la posibilidad de una etapa anterior. En todo caso el dibujo más tosco se relaciona sin duda con la menor importancia que tenía el motivo decorativo y quizás con unos recursos artísticos más limitados del artífice encargado de ellos. Sobre este asunto cabe además hacer hincapié en que indudablemente serían varias personas las que se encargaron de hacer este revestimiento, pero también más de una las que aplicaran dibujos y colores. A pesar de este convencimiento, la cuestión es difícil de abordar con detalle en tan breves páginas como éstas y el estudio requeriría de un análisis más detallado y más cercano a los propios paneles.
Por lo que respecta a las fechas en que se decoraron estos muros, siempre se ha hablado para los demás templos más o menos de la década de 1120, partiendo de la data que se ha barajado para Tahull. No tenemos nada que objetar a la misma, aunque, dada la parquedad de datos al respecto, podríamos pensar en un período algo más amplio, hacia el primer tercio del siglo XII.
Ya dentro del siglo XIII se construye el arco apuntado del hastial, con una intención que nos es desconocida por completo, aunque podría pensarse quizá en una intención de ampliar la iglesia hacia el oeste, lo cual, en todo caso, nunca se realizó, puesto que el muro de ese lado consideramos que es original.

La espadaña es también una construcción o reconstrucción posterior y el pórtico ya hemos indicado nuestra idea de que es posterior a la época románica, e incluso a época medieval, aunque los arqueólogos lo suponen plenomedieval (siglos XII-XIII), atendiendo a dos argumentos: que se apoya parcialmente en la cimentación de la nave y que cubre una de las ventanas. Sin embargo esta data post quem tampoco sería suficiente para defender esa cronología. Cabe destacar la aparición, hace ya unas cuantas décadas, de una inscripción musulmana embutida en esta estructura y cuya leyenda se ha relacionado con la orden de Alhakem II (961-976) para construir la fortaleza de Gormaz. Hoy se conserva en la catedral de El Burgo de Osma y el texto sería el siguiente: “En el nombre de Dios Clemente y Misericordioso, Dios Bendiga a Mahoma, el sello de los Profetas. Mandó el siervo de Dios, Al-Hakam, al-Mustansir Bi-llah, Príncipe de los CreyentesDios alargue su permanencia!)”.
Una de las últimas reformas de cierto calado se produjo al menos en época barroca, o incluso más recientemente, cuando se modificó todo el arco triunfal, con la consiguiente pérdida de paneles pintados. Tal vez entonces se pudo trasladar la portada románica –de fines del XII o comienzos del XIII– desde la iglesia de Santiago a esta nueva ubicación. Después, y tras largos años de inconsciente abandono, sin que el edificio haya sido valorado adecuadamente, se han iniciado las obras de una completa restauración, que cuando finalicen convertirán a esta ermita de San Miguel en uno de los referentes artísticos de los siglos XI y XII.

 

 

 

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