Miño de San Esteban
Accedemos hasta Miño de San Esteban desde San
Esteban de Gormaz por la carretera de Ayllón. En Aldea de San Esteban, un
desvío a la derecha nos deja a 9 km de Miño. Las ásperas y desoladas tierras,
camino de Valdanzo y Langa, se van amenizando con las tímidas viñas ribereñas,
en la vega del arroyo Hontanilla.
Iglesia de San Martín
El templo parroquial de San Martín preside la
zona más elevada de la localidad, sobre la plazuela de la casa consistorial y
el juego de pelota, presentando un fuerte desnivel en su zona occidental, donde
se adosó una estridente marquesina con funciones festivas. Litúrgicamente
orientado, tiene nave única que se cubre con estructura de madera de par e
hilera y cabecera de testero plano cubierta con cúpula hemisférica que data del
siglo XVIII. Se construyó en sólida sillería, excepto en la cabecera, donde surge
una desigual mampostería reforzada por sillares angulares; y en su muro
septentrional, con mampostería enlucida.
Del viejo edificio románico sólo conserva la
caja de muros y el hastial occidental, donde se alza una gran torre campanario
cuyo cuerpo inferior data del siglo XIII, tiene dos niveles delimitados por
imposta nacelada y remate muy reformado.
El inferior queda perforado por un vano
abocinado de medio punto en cada uno de sus frentes. Desde la nave se accede a
la estructura a través de dos vanos de arcos de medio punto, uno al nivel de la
nave y el otro a media altura del cuerpo bajo, correspondiente al actual coro
bajo que se dispone a los pies del templo.
Entre el aparejo de la cabecera pueden
apreciarse un sinfín de materiales reaprovechados de la primitiva fábrica
románica: sillares sencillos y bocelados, dovelas, fustes e incluso una doble
basa.
La cornisa del muro meridional, recientemente
liberada al modificarse la pendiente de la cubierta del pórtico en el año 2000,
muestra hoy los deteriorados canecillos originales, decorados con bolas con
caperuza, un músico, una danzarina, crochets, animales, etc.
La cornisa que se alza sobre el muro norte
pertenece a la fábrica primitiva y no tiene más adorno que una cenefa de bolas
sobre su chaflán. Los canecillos están tallados formando rollos
verticales u horizontales, hojas de acanto y otros motivos en general muy
sencillos. Es patente la similitud entre esta cornisa y la de Berzosa, así
como las de las iglesias ya mencionadas más arriba de San Martín y San Gines en
Rejas de San Esteban.
La cornisa meridional es similar a la opuesta
del norte incluyendo en ella algún canecillo de talla figurativa.
A los pies de la nave se levantó con
posterioridad a ésta una robusta torre de planta cuadrada, toda ella de
sillería. El interior está hueco y no dispone de escaleras o rampas para
acceder a su cima, lo que debe hacerse con escaleras de mano. De origen románico,
aunque algo tardío, es únicamente el cuerpo inferior.
En el muro sur de la nave, sobre
un arimez de poco relieve, se abre la portada compuesta por
tres arcos de medio punto, de los que el interior descansa sobre las jambas de
la puerta, el central sobre columnas acodilladas y el exterior sobre el muro.
En su composición y en el empleo de los temas
decorativos se asemeja esta portada a las de las iglesias de San
Martín y San Gines de la vecina localidad de Rejas de San
Esteban, así como a la de San Pedro Apóstol de la también cercana Bocigas de
Perales.
La arquivolta interior presenta su
arista perfilada por un bocel y su superficie adornada con flores
tetrapétalas inscritas en círculos formados por tallos vegetales. La arquivolta
central cuenta con un grueso baquetón y dos cenefas decorativas, de puntas de
diamante, una, y de bolas, la otra. La última de las tres arquivoltas se
ornamenta con un entrelazado y se guarnece con óvalos abultados en su arista.
Todo ello va envuelto por una chambrana taqueada o ajedrezada.
Los cimacios de los capiteles del lado izquierdo y
la imposta a la que por extensión dan lugar lucen una labor de
cestería con filamentos perlados. Los del lado opuesto, tallos y palmetas.
El capitel que corona la columna del lado
izquierdo, cuyas dos caras se muestran aquí, representa unas figuras que han
sido objeto de muy diversas interpretaciones. Para Gaya Nuño (El románico en la
provincia de Soria) se trataría de «dos personajes con manto volante, faldellín
y bonetes, montados en leones». Los autores de la Enciclopedia del
Románico en Castilla y León ven una misma acción repetida en ambas caras
en la que Sansón estaría desquijarando al león. La web Soria romanica de
la Junta de Castilla y León describe la escena como «Sansón desquijarando al
león y en su cara interior al rey David luchando contra otro león».
Lo que parece apreciarse es que el personaje de
la cara interior está firme, y no cabalgando, pues apoya los pies en el suelo y
no mantiene actitud de ir a lomos del cuadrúpedo. No queda tan claro tratándose
del otro sujeto por tener las piernas destrozadas y por adoptar una postura más
parecida a la de estar a horcajadas que de pie. En cualquiera de los dos casos
no se vislumbran claramente signos de lucha o forcejeo sino más bien una
postura similar a la de quien sujeta por las riendas a una bestia. Este capitel es muy parecido al equivalente en
posición de la portada de San Pedro Apóstol de Bocigas de Perales.
La lectura del capitel del lado derecho de la
portada no ofrece dudas. Por cada una de sus caras exhibe
un grifo que se aferra con sus garras al astrágalo cuyas
alas extendidas y cuyo plumaje tienen un tratamiento típicamente silense.
También es característica la posición de la cola que pasando entre los cuartos
traseros se eleva por encima del lomo. La imagen presente pertenece a la cara
interior; la exterior puede verse en esta otra imagen.
Galería Porticada
La iglesia de San Martín conserva una galería
porticada meridional, que permanecía cegada hasta las obras de 2000. Se compone
de ocho arcadas de medio punto que parten de elevado zócalo, cuatro a cada lado
del acceso central que queda enmarcado por contrafuertes prismáticos rematados
en talud. El alero está ornado con las mismas bolas que el del muro
septentrional. La galería es obra netamente posterior al cuerpo de la iglesia,
como lo demuestra el carácter gótico de sus capiteles, alzados sobre dobles columnas
de fustes unidos –todos, salvo tres, fruto de la restauración– y ornados con
hojas puntiagudas de nervio central y crochets o remates avolutados, palmetas y
hojas de parra.
Sólo aparece figurado, con seis parejas de
diminutas arpías y sendas máscaras humanas femeninas en los frentes, de
marcados pómulos, ojos almendrados y profundas arrugas nasolabiales, ambas
veladas y una destrozada.
Al oeste, la galería románica, se prolonga
hasta el hastial con otro cuerpo añadido de cronología más tardía que está
perforado por un vano de medio punto actualmente cegado.
Este es el único capitel figurativo de
toda la galería. Aunque muy estropeado, como todos los demás, aún deja ver
uniformemente distribuido en las cuatro caras de su cesta un grupo de
pequeñas arpías emparejadas con rostros humanos femeninos de rasgos
muy abultados. Los restantes capiteles muestran diversos componentes vegetales
como hojas, algunas rematadas en voluta, y palmetas.
Tiene alero nacelado sostenido por trece
curiosos canecillos con variados temas: varios de formas avolutadas, un rostro masculino
y otro femenino tocado con barboquejo, una liebre, un demonio de rostro
llameante, una pareja copulando, un contorsionista, un personaje sedente en
simiesca apostura, una máscara femenina y otra masculina. Todos ellos delatan
una cronología que se aproxima al último tercio del siglo XIII. La misma
galería porticada, con inferior altura, se prolongó hacia oriente en época
moderna, reaprovechando un alero de bolas.
En el fondo occidental de la galería porticada,
anteriormente ocupado por un trastero, se conserva una pila bautismal
tardorrománica de 102 cm de diámetro y 90 cm de altura, con lisa sección
cilíndrica y base de gallones cóncavos.
Rejas de San Esteban
Rejas de San Esteban dista unos 15 km de San
Esteban de Gormaz y un desvío desde la N-122 conduce hasta el caserío. La
iglesia de San Ginés se ubica en una plazuela al noreste de la localidad.
Iglesia de San Ginés
El templo, completamente reformado a inicios
del siglo XVIII, consta de dos naves separadas por dos grandes arcos de medio
punto que apoyan sobre pilastras. La nave principal se cubre con una
interesante techumbre de par e hilera de tradición mudéjar (donde aparecen
varios escudos con trece roeles, propios de linajes como los Cuevas o los
Bustamante) reforzada con dobles tirantes. Parece probable que tal techumbre,
propia del siglo XVI, fuera reaprovechada en la obra moderna. Pero la heráldica
no coincide con el dominio efectivo. Sabemos que la villa perteneció al condado
de don Álvaro de Luna, conde de San Esteban de Gormaz, merced que obtuvo de
Juan II en 1423, a la tercera generación pasó a los Pacheco (vid. Marqués de
Saltillo, Historia nobiliaria española (contribución a su estudio), I, Madrid,
1951, p. 238). En 1530, junto a Langa y Castillejo de Robledo, pertenecía al
conde de Miranda. El cercano señorío de Zayas de Báscones perteneció a Hernán
Calvillo y Sarmiento (†1535) y doña María de Avellaneda y Carrillo (hija de los
señores de Langa y Horadero), curiosamente sus armas portaban los bezantes de
los Sarmiento, tal vez vinculados a los escudos de San Ginés.
La cabecera recta se cubre con cúpula
hemisférica decorada con yeserías y la zona presbiterial con cañón reforzado
mediante fajones de eje perpendicular a la nave. Sobre el hastial occidental se
alzó una llamativa espadaña barroca que reaprovecha el muro inferior, donde se
abre una ventana románica aspillerada y abocinada. Gaya anotaba cómo el
interior del edificio fue completamente reconstruido durante el siglo XIX
(Ortego señala la fecha de 1814), de hecho, San Ginés fue la iglesia parroquial
de la localidad hasta 1842. El mismo Cabré la calificaba como tal en 1916. La
restauración de 1998 retiró los aditamentos más recientes y en su penúltima
fase –año 2001– se abrieron finalmente los arcos de su pórtico, hasta esa fecha
cegados.
Planta
De la primitiva fábrica románica sólo se ha
conservado la galería porticada meridional, protegiendo una interesante
portada. Ésta, en excelente estado de conservación y ahora desencalada, parece
de la misma mano que la del vecino templo de San Martín. Es de medio punto y
consta de tres arquivoltas, la interior de rosetas cuatripétalas inscritas en
el interior de círculos, la central con grueso baquetón y puntas piramidales
que apoya sobre capiteles con cestas troncopiramidales completamente lisas y la
exterior con baquetón, entrelazo y bolas de cruces inscritas. Las arquivoltas
interior y exterior apoyan directamente sobre jambas coronadas por impostas
decoradas con roleos entre entrelazo en el lado derecho y con cordón
entrelazado, al estilo silense, en el izquierdo. Las basas son de tipo ático y
se alzan sobre elevado podium.
El arimez que contiene la puerta es, como ésta,
de sillería y se remata superiormente mediante un alero con el frente
tachonado de bezantes soportado por modillones. Algunos de éstos
representan figuras, como las de un monje sentado que sostiene un
libro sobre sus rodillas, una pareja de danzantes cogidos por las
manos, y un centauro -figura que se repite en el capitel central del
tramo izquierdo de la galería- que se gira para disparar su arco hacia atrás;
otros, simples rollos escalonados, volutas o palmas.
Monje sentado
Pareja de danzantes
Centauro
El pórtico meridional se encontraba, como
arriba señalamos, cegado con un rudo aparejo de sillarejo, habiendo sido
habilitado como trastero en época moderna. Conserva hacia el sur cinco arcadas
de medio punto y el arranque de otra junto a la portada meridional, cuya
reforma y ampliación en época imprecisa supuso la alteración del incompleto
arco.
Consta la galería de seis arcos, de los que el
de mayor luz hace de entrada. A la derecha de éste, visto desde fuera, hay tres
arcos completos y a la izquierda dos más el arranque de un tercero truncado en
época posterior. Sin duda el vano de acceso era en origen más estrecho y se
producía una distribución simétrica de tres arcos a cada lado. Todos los arcos,
también la puerta, van trasdosados con chambrana de tacos.
A excepción de la puerta, cuyo arco estriba
sobre las jambas, los demás arcos lo hacen sobre columnas de doble fuste.
Todos los cimacios de los capiteles presentan igual ornamentación: la
característica banda de roleos vegetales. Es de notar que la columna central de
este tramo menor posee un fuste más corto que los demás; la basa no
descansa directamente sobre el podio, sino sobre un plinto interpuesto.
Aquí se aprecia con claridad el arranque del
tercer arco desaparecido.
Este tramo acusa más acentuadamente los
destrozos sufridos en fustes y capiteles, y sobre todo en los ábacos y cimacios
que han desaparecido en el frente donde han quedado enrasados con el paramento.
Los tres capiteles del lado occidental
muestran, respectivamente: una pareja de aves de largos cuellos entrecruzados
que picotean las patas de su compañera, ambas afrontadas a ambos lados de un
esquemático árbol del que penden frutos esféricos. En la cesta siguiente se
suceden un centauro-sagitario que dirige su arco hacia un extraño cánido de dos
cabezas, cuya cola erguida remata igualmente en una cabeza de rugientes fauces,
mientas en las caras oeste y sur, un tosco cuadrúpedo muerde las patas a otro similar,
especie de león cuya cola erguida tiene un remate flordelisado. En el capitel
cercano al acceso vemos a tres personajes en el interior de una embarcación,
motivo que Gaya apuntaba que pudiera tratarse de la simbolización del viaje del
alma, aunque para Pérez Carmona haría alusión al pasaje bíblico de Jonás y la
ballena. Nada aclara la figura del frente de la cesta, donde se representa a
Sansón desquijarando al león, más otro gran cuadrúpedo en el lado interior. El
primero de los capiteles del lado oriental muestra dos parejas de bárbaros
cuadrúpedos afrontados, de largas patas y orejas puntiagudas. El siguiente,
historiado, es el de más complejo análisis de todos, tanto por su avanzado
deterioro como por la indefinición de la torpe labra. En sus caras este y norte
asistimos a una escena de martirio, en la que un personaje, maniatado y
desnudo, yace sobre un potro o parrilla, recibiendo el suplicio de manos de
tres figuras, una de las cuales alza sobre él una especie de atizador o
rastrillo, mientras que una figura femenina tras él parece querer detenerle.
Pudiera hacer referencia al martirio de San Lorenzo o quizás de San Vicente. En
la cara occidental es aún más complicada la lectura, intuyéndose dos figuritas
desnudas ante un monstruoso cuadrúpedo rampante y un personaje también de aire
maligno tras ellos, junto a lo que pudiera ser el platillo de una balanza.
Aunque todo es muy dudoso, máxime al encontrarse la otra cara rasurada, quizá
pretendiese plasmarse una Psicostasis. En el último capitel conservado
asistimos a la escena del cordero atacado por lobos de fauces rugientes, ante
la presencia del pastor, que alza impotente sus brazos.
Primer capitel (izquierda) del tramo
izquierdo.
Dos aves de largos cuellos que se cruzan para picotearse mutuamente la pata que
tienen adelantada. En el centro un árbol de cuyas ramas penden frutos bulbosos.
Primer capitel (izquierda) del tramo
izquierdo.En otra perspectiva de este capitel se aprecia la simetría
compositiva del mismo.
Capitel central del tramo izquierdo.En la cara sur del capitel, un cuadrúpedo no definido muerde la pata delantera
de un león que ocupa la cara oeste de dicho capitel
En la cara oriental, un fantástico
animal de aspecto canino con dos cabezas que miran opuestamente, cuyos cuellos
quedan abrazados por un collar. En la cara norte, esa misma bestia muestra
en el extremo de su cola una tercera cabeza de amenazante boca muy dentada;
contra ella dispara su arco un centauro.
Tercer capitel del tramo izquierdo.En la cara sur, tres personas en una barca simbolizando, quizás, el viaje de
las almas que se escenifica frecuentemente de esta manera.
En las otras caras, un cuadrúpedo
de esbeltas patas y cola tan larga como ellas, y la bíblica estampa de Sansón
desquijarando un león.
Primer capitel (izquierda) del tramo
derecho.En ambos ángulos del capitel se repite una escena parecida: dos animales de
aspecto felino y patas desmesuradamente largas (como las del resto de los
cuadrumanos de esta galería) que, en el caso de la foto al margen parecen
saltar uno sobre el otro.
Mientras que en la otra
arista del capitel se sitúan con las cabezas afrontadas bajo la mirada de
otro congénere cuya testa aparece en el vértice superior.
Segundo capitel del tramo derecho. Dos figuras humanas centrales entre otras dos animalescas. Pudiera tratarse de
una escenificación de la psicostasis, es decir, de la ponderación de las almas
y de las acciones, en cuyo caso la figura lupina de la izquierda bien podría
representar al diablo. Si así fuera, la de la derecha debiera personificar,
según la iconografía más tradicional, a San Miguel, lo que no parece suceder.
Tercer capitel del tramo derecho. Este capitel, que ha perdido completamente su frente meridional, conserva el
ángulo noreste en el que está siendo martirizado alguien (seguramente San
Lorenzo) que, con las manos atadas por las muñecas, sufre serenamente tendido
sobre una parrilla.
Cuarto capitel del tramo derecho.En el ángulo suroeste aparece un león en actitud de atrapar una presa, quizás
un cordero, mientras que en el ángulo noroeste dos perros atacan al
depredador, pudiendo tratarse del pastor el que, con los brazos en alto,
contempla la escena.
La cornisa de la galería, ornada con bolas
apoya sobre veintiséis canecillos. Algunos de éstos son de tres rollos, y otros
se decoran con cabezas de cuadrúpedos, pares de boceles verticales, hojas
avolutadas y algunas figurillas humanas (quizá un tañedor de flauta y una
bailarina). También la cornisa del muro meridional es de cronología románica,
presenta idéntica decoración de bolas que la del atrio, con canecillos de
rollos, barrilillos y hojas de acanto. En cuanto a la cronología de San Ginés,
sugería Gaya una data en torno a mediados del siglo XII, como perduración de
los esquemas ensayados en los templos de San Esteban de Gormaz, impresión que
parecen avalar los canecillos de rollos y la bárbara definición de las figuras
de los capiteles. La estrecha similitud de la portada con la de San Martín
invita a suponer que son construcciones coetáneas, aunque no descartemos que la
fecha pueda retrasarse hasta fines de la duodécima centuria, ajenas ya a los
arcaísmos de San Esteban.
Iglesia de San Martín
La iglesia de San Martín, se alza al oeste de
la localidad de Rejas, en su zona más elevada, aparece exenta y con acceso
acondicionado por un rústico enlosado colocado durante la reciente restauración
de 1982- 1983. En la misma se desmontó por completo la galería meridional
asegurando su posterior estabilidad y se realizaron los correspondientes
sondeos arqueológicos que descubrieron varias sepulturas de lajas.
Consta de nave única con ábside semicircular,
tramo presbiterial recto, galería porticada adosada al mediodía y pequeña
sacristía cuadrangular –cubierta con bóveda de cañón– al norte. El aparejo de
sillería empleado en el pórtico contrasta con el mampuesto –reforzado con
sillares angulares– utilizado en el resto del edificio.
La nave tiene cubierta de madera a doble
vertiente que databa de 1912 y fue reformada durante la restauración de 1982-83
(se enlucieron además los muros interiores). Desde el 9 de enero de 1981 había
sido declarada Monumento Histórico Artístico.
El tramo presbiterial está separado del ábside
mediante un arco triunfal levemente apuntado que apoya sobre capiteles de
acantos ramificados y doblados y cimacios con doble baquetón y listel central
de puntas de clavo que se prolonga por todo el hemiciclo absidal. Las basas,
dispuestas sobre altos plintos baquetonados, son áticas y presentan garras de
remates triangulares.
El tramo recto del presbiterio se cubre con
bóveda de cañón apuntada y el ábside con cascarón igualmente apuntado. Los
muros del presbiterio presentan dobles arquerías ciegas –como en el Rivero de
San Esteban y en Matanza–, que en el lado de la epístola apoyan sobre un
capitel doble fracturado de similar factura que los del triunfal. Se aprecian
restos de impostas de doble bocel y listel superior.
En la zona inferior del hemiciclo absidal y en
el presbiterio aparecen pinturas murales. Ejecutadas en desleídos tonos negros,
pardos y rojizos parecen ser de cronología gótica.
En el lado de la epístola del hemiciclo absidal
vemos cómo dos acólitos imponen la mitra a un obispo (quizá se trata del
mismísimo San Martín de Tours), por debajo se adivina una figura nimbada. En el
lado de la epístola del presbiterio, sobre la arcada ciega, vemos un ángel
tenente portado un escudo de armas con trece roeles blancos sobre campo azul y
la imagen de Santiago matamoros penetrando en una ciudad (para Sureda se trata
de San Martín partiendo la capa). Bajo la arcada surgen otras figuras identificadas
con el Sueño de Adán y la creación de Eva, lejanamente evocadoras del estilo de
Maderuelo. Los mismos intradoses de los arcos ciegos presentan ornamentación
gironada. En el lado del evangelio del presbiterio apreciamos doce apóstoles
portando filacterias que flanquean una invisible Maiestas. En la nave, sobre el
muro de la epístola surge la gran figura de San Cristóbal. La referida seña
heráldica, también presente en la armadura de tradición mudéjar del templo de
San Ginés y ciertos rasgos hispanoflamencos perceptibles en las fisonomías de
los personajes permiten suponer una datación en torno a fines del siglo XV.
Para la escena del supuesto Sueño de Adán, sería pausible suponer una
cronología anterior, tal vez del siglo XIII.
La espadaña tardorrománica, elevada sobre el
hastial occidental, remata a piñón coronado por moldura de bolas, presenta dos
vanos de medio punto en el cuerpo superior y otro más en el inferior, muy
retocado durante la restauración reciente que reconstruyó íntegramente el
capitel izquierdo y la línea de cimacios.
Los únicos vanos que presenta el templo se
sitúan en el muro oeste (saetera de medio punto, abocinada y aspillerada) y en
el ábside.
Ábside
Al exterior, la ventana central del ábside
presenta doble arquivolta de bolas –como en San Ginés– sobre jambas y columnas.
Los capiteles portan decoración de leones afrontados de lejano sabor silense y
aves bicéfalas bajo impostas de doble baquetón y fila central de puntas de
clavo (idéntica que la del interior del ábside). En los canecillos de la
cornisa del ábside –también decorada con bolas– se combinan los de cuatro y
cinco rollos con otros decorados con línea perlada vertical entre boceles,
formas avolutadas y vegetales. En el tramo recto del lado sur los canecillos
repiten los temas de esquemáticos acantos y de rollos además de la curiosa
representación de un obispo tocado de báculo y mitra. Los canecillos del lado
septentrional son de rollos y de proa de nave.
Ventana del ábside
Portadas
La iglesia de San Martín cuenta con dos
portadas, una abierta al norte, posteriormente cegada, y la principal en el
muro meridional. La primera consta de doble arquivolta sobre jambas, la
exterior de bezantes y la interior decorada con rosetas inscritas en el
interior de círculos. El intradós de la arquivolta exterior aparece decorado a
su vez con puntas de diamante.
Portada norte
Portada meridional
La portada meridional resulta de mayor empaque,
avanzada respecto al muro de la nave, tiene idéntica factura que la vista en
San Ginés, posee un alero que apoya sobre canecillos decorados con rollos y
acantos. Posee chambrana de billetes y siete arquivoltas ornamentadas (desde el
exterior): con bezantes e incisas cruces inscritas, entrelazos sencillos,
bocel, pequeñas bolas entre listeles, otro bocel y flores cuatripétalas en el
interior de círculos. Las arquivoltas apoyan sobre jambas y un par de columnas y
la imposta se decora con tallos formando roleos.
Los capiteles, bastante toscos, representan
sobre esquemática trama vegetal dos leones afrontados –el izquierdo– y un
cuadrúpedo mordiendo a un hombrecillo junto a la figura de Sansón, de alargados
cabellos, desquijarando al león. Las erosionadas basas y fustes aparecen muy
disgregadas.
El capitel izquierdo contiene la manida
representación de dos leones de largas patas y peinadas melenas que unen sus
cabezas hacia la arista del capitel mirando al frente con grandes ojos.
El capitel derecho presenta en la cara
meridional una escena muy parecida a la vista en un capitel de la galería de
San Ginés: Sansón, vestido con faldellín, desquijarando a un león. En la
otra cara, un animal que parece ser otro león muerde en la pierna a un hombre
que se encuentra tumbado.
Precede a esta portada la tradicional galería
porticada tan común en tierras sorianas. Se alza en aparejo de sillería sobre
un alto podio corrido y permaneció tapiada con adobes hasta el arranque de los
arcos, siendo utilizada como corral antes de la restauración de 1982-1983.
Presenta siete arquerías en el frente y dos accesos: uno por la arcada central
del frente meridional y otro por el lado oriental facilitados por sendas
escaleras.
Las arcadas meridionales aparecen trasdosadas
–tanto exterior como interiormente– con chambranas de puntas de diamante y
listel perlado, apeando alternativamente sobre columnas de fustes dobles y
cuádruples. Los correspondientes capiteles presentan hojas de acanto de
variados tipos: estriadas y apalmetadas y con collarino liso (a excepción de
uno entrelazado).
Los ábacos carecen de decoración. El arco
oriental, también trasdosado con puntas de diamante, descansa sobre jambas de
imposta sogueada. La factura escultórica permite sugerir una cronología tardía,
propia del siglo XIII.
Debemos mencionar la presencia de ciertas
piezas que se conservan en el interior de la nave: un canecillo con un
personaje barbado, un fragmento de estela discoidea medieval, dos capiteles del
siglo XVI y una maltrecha y tosca pila bautismal tardorrománica de perfil
cilíndrico decorada externamente con gajos que apoya sobre basamento
cuadrangular. Ortego citaba la existencia de un Cristo tardorrománico en madera
policromada. En la sacristía septentrional aparece una viga policromada de una
techumbre de tradición mudéjar –como la de San Ginés– que parece datar del
siglo XVI.
Berzosa
Berzosa dista 12 km de El Burgo de Osma.
Durante la Baja Edad Media pertenecía al marqués de Berlanga, aunque sus
moradores pagaban servicio junto a las tierras que Gonzalo Franco de Guzmán
tenía en Amusquillo y Villafuerte de Esgueva.
Iglesia de San Martín de Tours
El templo parroquial de San Martín, se alza en
la zona más elevada de la localidad. Su sector occidental, reforzado con un
contrafuerte angular de sección cuadrangular, salva un gran desnivel
aterrazado. De época románica sólo mantiene los muros meridional y
septentrional de su única nave, construidos en sillarejo, y una airosa galería
meridional, en buen aparejo de sillería.
Su cabecera, de testero plano, fue edificada en
el siglo XVIII y se cubre con cúpula hemisférica, al igual que la
torre-campanario del sudeste, construida con aparejo de sillarejo y sillares
angulares, el cuerpo superior se elevó en ladrillo moderno. La nave se cubre
con cuatro tramos de lunetos. Una sacristía cuadrangular se añadió al mismo
lado sudeste. En la actualidad y dada la escasez de feligreses, un espacio
rectangular habilitado hacia occidente sirve para el cumplimiento de las
funciones pastorales, en cuyo lado septentrional aparece una puerta de medio
punto cegada de cronología tardorrománica.
Portada
La portada románica es de medio punto y
recordaba a Gaya la de Andaluz, obrada por el cantero Ansur Piranus en 1112.
Excelentemente conservada, es abocinada y aparece avanzada sobre el muro,
enmarcada por dos contra- fuertes de sección cuadrangular. Presenta tres
arquivoltas, todas aboceladas, la interior añade un ajedrezado y la mediana un
inciso entrelazo. Apoyan sobre cimacio ajedrezado que se prolonga por los
machones laterales, jambas esquinadas –aboceladas en el intradós– y tres
capiteles a cada lado. Los izquierdos con acantos, cuadrúpedos y leones
afrontados con la cola sobre los cuartos traseros y los derechos con dos
parejas de pugilistas y una confusa representación que nos recuerda la escena
del asno de Balaam. En este capitel aparece un ángel barbado y alado,
blandiendo una espada en su diestra y portando un bastón en forma de tau en la
izquierda; a su derecha aparece otro personaje a lomos de una caballería
protegido con una somera cota de malla y sujetando un estandarte con remate
oval. Gaya ofrecía un paralelo compositivo en otro capitel de Gazolaz (Navarra)
y daba una significación bélica. Los seis fustes poseen curiosos grafitos
cruciformes.
Las basas áticas parten de prominente zócalo
cuadrangular, presentan incisiones semicirculares en el toro y garras
fracturadas. La portada está coronada por tejaroz con alero ajedrezado
sostenido por siete canecillos decorados con dos cuadrúpedos y cinco
personajillos (dos itifálicos, un simio con la cuerda al cuello, un tañedor de
flauta y otro personaje femenino con toca).
La galería porticada meridional presenta siete
arcadas de medio punto con acceso desde la central. Arranca de alto zócalo
baquetonado, los fustes son cuádruples, tallados sobre un único bloque, excepto
el más oriental y el más occidental, que son dobles.
Los capiteles se decoran con parejas de leones
de abiertas fauces mostrando sus lenguas que comparten una única cabeza,
acantos de hojas lisas y ramificadas o de remates avolutados. Todas las cestas
son de sencilla factura, muy esquemáticas. Las basas son áticas y poseen garras
con bolas. El alero de la galería meridional, decorado con bolas, está
soportado por 24 canecillos tallados con cabezas antropomórficas, rollos
verticales y horizontales y cuadrángulos en progresión que recuerdan similares
tipos de las iglesias de Rejas de San Esteban.
Por encima del tejado de la galería se deja ver
el muro de mampostería de la nave en el que, al lado de un hueco
groseramente abierto en un momento impreciso, existe una ventana genuinamente
románica, con arco de medio punto formado por
tres dovelas, imposta lisa, capiteles labrados
representando hojas y volutas, y fustes bien torneados
sobre basas. Cabe dudar si esa ventana fue concebida desde el principio
para ese lugar o si ha sido reubicada, pues lo cierto es que se aprecia una
notoria manipulación en toda esa zona, tal como lo denota la última pieza del
alero, de ornato jaqués, en discordancia con las demás, lisas con bolas, y el
que los modillones de rollos estén dispuesto a lo largo de toda la
cornisa indistintamente con sus ejes paralelos o perpendiculares al paramento,
impropio de una ejecución original sistematizada.
El muro septentrional, donde se advierte un
gran contrafuerte de sección cuadrangular, presenta alero de bolas sostenido
por 23 canecillos muy similares a los del muro meridional decorados con bolas,
rollos horizontales y verticales, cuadrángulos en progresión y de sencilla
nacela.
En el murete que rodea el viejo camposanto,
junto al sector meridional de cabecera, aparece una pieza románica
reaprovechada decorada con taqueado.
Supuestamente considerado como uno de los
testimonios más antiguos del románico soriano –fines del siglo XI para la
portada y mediados del XII para la galería porticada– a partir de sus supuestas
similitudes con Andaluz, desde nuestro punto de vista resulta un edificio
arcaizante de fines del siglo XII.
El altar mayor apoya sobre dos capiteles
cuádruples. El inferior, de acantos ramificados rematados por frutos esféricos,
parece de la misma mano que los de la portada meridional (30 cm de altura),
posee un corto fuste torso (30 cm) y basa ática (5,5 cm); el superior es
también vegetal, aunque muy deteriorado, presenta registro inferior de palmetas
triangulares y tosco entrelazo superior (30 cm) que remata en bolas. Mientras
que el primero parece obrado ex profeso para sostener la mesa del altar, o bien
tratarse de una pila aguabenditera, el segundo podría proceder de la galería
porticada.
Gaya documentaba dos capiteles románicos que en
1946 se utilizaban como poyo en el exterior de la casa rectoral de Berzosa. Uno
de ellos es vegetal, de hojas ramificadas y pudo pertenecer a un fuste
cuádruple, tal vez procedente del lado oriental u occidental de la galería
porticada. En la actualidad se conserva en el interior de una casa particular
próxima al sector oriental del templo. El otro capitel es de mayores
dimensiones, quizá original del primitivo arco triunfal, decorado con una
representación central de Gilgamés que agarra con sus manos las gargantas de
dos cuadrúpedos que parecen serrarle la cabeza, a los lados parejas de
cuadrúpedos (para Gaya “cuadrumanos u osos o corderos”) que intentan
trepar a sendos árboles. En cualquier caso, se trata de una imagen inusual que
fotografiada frontalmente por el crítico soriano, permite adivinar cómo el
personaje del supuesto Gilgamés –vestido con faldellín– apoya sus pies sobre el
lomo de un león y cómo sobre los dos cuadrúpedos que lo flanquean –atados sus cuellos
a la cintura del mítico personaje– aparecen dos hombrecillos que sierran su
cabeza, a la morbosa usanza del frontal pirenaico de Santa Julita de Durro en
el Museo Nacional de Arte de Cataluña de Barcelona. El cliché no deja ver las
escenas laterales, separadas de la central mediante una especie de columnillas
helicoidales.
El excéntrico capitel parece integrar una
imagen de martirio con otras de resonancias orientales, tal vez la ascensión
alejandrina o la representación del señor de los animales. Según referencias
orales, el curioso capitel fue a parar a una colección privada de Soria.
La parroquial de Berzosa conserva además dos
interesantes piezas en madera policromada: un Crucificado (capilla occidental)
de fines del XIII y un popular Calvario (lado norte de la nave) con las tallas
de Cristo, San Juan y la Virgen que data del siglo XIV.
Andaluz
La villa de Andaluz, de nombre evocador, se
sitúa en la ruta que une Berlanga con la capital provincial, de la que dista
unos 43 km hacia el sudeste. El estratégico emplazamiento de la localidad, a
escasos metros del Duero y custodiando la profunda hoz labrada en la sierra por
el río que lleva su nombre, debió pesar en la elección del paraje, guarnecido
por las alturas rocosas y cercano a las tierras de labor inmediatas al Duero.
Son numerosos los vestigios de época romana y, como enclave defensivo, debió
jugar un papel destacado en el tumultuoso siglo X y la primera mitad del XI.
Moisés Lafuente refiere la existencia entre Andaluz y Fuentepinilla del enclave
conocido como “El Castillejo”, en posible referencia a un punto defensivo
solidario con el de Andaluz en la protección de la ruta entre Berlanga y Soria.
La villa conserva el fuero más antiguo
conservado de la actual provincia de Soria. Dado en Burgos el año 1089 por el
conde Gonzalo Núñez de Lara durante el reinado de Alfonso VI, manifiesta
similitudes con el de Sepúlveda. No se conserva el documento original, sino una
traducción castellana incompleta del siglo XIII en diez folios en pergamino,
hoy en el Archivo de la Catedral de El Burgo de Osma. La temprana fecha del
fuero es significativa de la consolidación de este sector del Duero, arrancado
a los musulmanes en época de Fernando I (ca. 1060). La importancia de la
población, atestiguada por las dos iglesias románicas que han subsistido hasta
nuestros días, no alcanza la evidente exageración de la tradición recogida por
Pascual Madoz, según la cual llegó a contar con 11.000 vecinos.
Iglesia de San Miguel Arcángel
El templo –declarado Monumento
Histórico-Artístico en 1944– se sitúa en el extremo nororiental del caserío, en
la zona más elevada del mismo y alejada unos metros de las viviendas
circundantes. La iglesia actual es obra fundamentalmente gótica, con cabecera
barroca erigida en 1738 por los maestros Domingo de Ondategui y Juan de
Sagarvinaga, estructura a la que se asocia la torre y la sacristía a ella
adosada. Pese a la justa fama de la galería porticada, conserva también del
primitivo edificio parte de la caja de muros de su nave, incluida la portada
meridional. Es en el muro septentrional donde más claramente podemos leer las
vicisitudes del edificio, constatándose dos niveles distintos de cornisa: el
moderno actual y otro medio metro más abajo que marcaría la altura del muro
románico, cuyos canecillos fueron parcialmente rasurados, posiblemente de época
gótica.
Reconocemos aún cinco canes de la primitiva
cornisa, decorados con prótomos de animales, crochets y dos cuernos. A un nivel
inferior aparecen embutidos en el muro de mampostería otros dos canecillos más,
decorados con un rostro humano y un prótomo de bóvido. En la tapia del
cementerio que circunda el templo por el norte son visibles numerosos sillares
con labra a hacha, al igual que ocurre en el testero de la cabecera barroca,
donde se aprecian fragmentos de fustes y dovelas con abilletado, posiblemente
de una desaparecida ventana, sillares con bocelillos y otros restos de la
primitiva construcción.
Interiormente es difícil encontrar un recuerdo
de la estructura original, dominada como está la actual por las bóvedas de
lunetos de los cuatro tramos de la nave y la de terceletes de la cabecera. Como
han verificado las excavaciones de 1991-1992, la fábrica románica planteó una
iglesia de nave única con cubierta de armadura y ábside semicircular,
estructura a la que posteriormente, bajo estilemas románicos pero probablemente
bien avanzado el siglo XIII, se añadió una galería porticada.
En el adjunto gráfico se esquematiza la planta
actual. Una sola nave de cinco tramos desiguales de los que el primero hace las
veces de cabecera de la que carece. Adosada al muro sur, una torre cuadrangular
y un anexo destinado a sacristía. En época románica, de la que sólo quedan
fragmentos murales, debió estar rematada en su testero oriental por un ábside
semicircular, según se deduce de las excavaciones practicadas.
De aquella primera fábrica románica se conserva
la portada que se abre en el paramento meridional del cuarto tramo y la ventana
próxima a ella; también románica, aunque de fecha posterior, es la galería que
circunda la nave por tres de sus lados y cuyas arcadas permanecen abiertas en
el frente sur y parte del occidental.
Planta
Portada
Aparte de los vestigios ya citados, es románica
la portada meridional, abierta en un profundo antecuerpo para permitir su
notable abocinamiento. Se compone de arco de medio punto y cuatro arquivoltas
que descansan en jambas escalonadas con dos pares de columnas acodilladas, el
conjunto sobre un banco corrido con un bocel en su arista. La decoración
geométrica del conjunto sigue un ritmo según el cual el arco, la segunda y la
cuarta arquivolta son lisas, con una banda de cuatro hileras de billetes, que constituyen
la chambrana en el último caso; y la primera y tercera arquivoltas reciben un
grueso bocel y otro, sogueado y más fino, sobre él.
Los capiteles sobre los que apean estos arcos
se coronan con cimacios decorados con hojitas trilobuladas inscritas en roleos
y cabecitas monstruosas en los ángulos.
Las dos cestas exteriores de la portada reciben
decoración vegetal, de hojas lanceoladas con bolas en sus puntas la de la parte
izquierda y dos niveles de hojas del mismo tipo la otra. Los capiteles
interiores reciben una pareja de toscos leones afrontados apoyando sus patas en
un astrágalo sogueado y, bajo sus rasuradas cabezas, parecen devorar cabecitas
humanas de rasgos maléficos. Las basas de las columnas, de perfil ático sobre
plintos, muestran un grueso toro inferior con bolas.
Columnas de la portada
En las enjutas del antecuerpo se incrustaron
sendos relieves, el de la derecha (al este) figurado con un tosco grifo y el de
la izquierda con un torpe león pasante de enormes garras. Bajo este último
aparece la famosa inscripción, labrada en dos placas, cuya complicada lectura,
pese a la aparente claridad de los trazos, explica que la dada por Gómez-Moreno
haya sido recurrentemente aceptada sin revisión, comenzando por el propio Gaya
Nuño: + IN NOMINE DINI NRI IHU XPI/ IN HONOR EX MICAEL ARCAN/GELI ERA MEC QUINCUAGEN/
ANSUR PIR[I]ANUS ME FECIT. La transcripción es compleja, si bien no afectan
las diferencias a lo fundamental del texto, salvo el nombre del autor, Ansur
Piranus o Pirianus o Subpirianus. Salvo la primera, cualquiera de las otras dos
grafías nos deja ante un nombre como mínimo extraño. La inscripción es
interesante por facilitarnos el nombre del autor, la fecha –de 1114 para Gaya,
o 1112 si leemos la fecha como M(ill)E(sima) C(entesima) QVINQVAGE(sima)–
y el nombre del autor: ANSVR PIR[I?]ANVS. Sea una u otra, estamos ante
una de las dataciones más tempranas del románico soriano, sólo unos años
posterior a la más precoz de San Miguel de San Esteban de Gormaz, a la que
podemos adscribir, de lo conservado, básicamente la portada.
Inscripción fundacional
La galería porticada de San Miguel de Andaluz
representa un caso singular dentro del románico soriano, no tanto en términos
absolutos como relativos al estado en el que han llegado hasta nosotros estas
estructuras. Lo excepcional es que, en este caso, se conserva la estructura
porticada envolviendo los muros meridional y occidental de la nave, y
parcialmente el ángulo noroccidental del templo, al estilo de las segovianas de
Revilla de la Orejana y San Juan de los Caballeros de Segovia o las de
Carabias, Pinilla de Jadraque o Sauca en Guadalajara.
En su origen la galería corría por el lado
oeste creando un pórtico en el testero occidental de la iglesia, y
aún se prolongaba por el norte sin que pueda determinarse hoy el desarrollo que
alcanzaba en esta orientación. Puede apreciarse en la imagen de abajo
cómo subsiste el arranque de un tercer arco y un pedazo de podio o zócalo,
todo ello de similar factura a la de la parte que se conserva aunque a un nivel
algo inferior. El análisis de la planta lleva a la misma conclusión,
pues se observa en ella que el espacio que correspondería al tramo de galería
occidental hoy cegado es del mismo ancho (algo más de 3 metros) que el abierto
al sur.
Lo insólito deja de ser tal si tenemos en
cuenta las profundas alteraciones perceptibles en los muros de esta galería y
lo fragmentario de buena parte de las conservadas en la provincia, caso de las
de Tiermes o San Pedro de Caracena. Esta de Andaluz presenta numerosas
evidencias de refección o parcial remontaje, apreciables en la disposición del
aparejo, de mala sillería.
En su estructura actual consta de ocho arcos al
sur –seis al oeste de la portada y dos al este– y dos arcos en el cierre
occidental, que manifiesta evidencias de refección. El acceso, abierto en un
breve antecuerpo, consta de arco de medio punto con arista achaflanada sobre
impostas ornadas con tetrapétalas, todo ello labrado a trinchante.
Las achaparradas columnas alternan los cortos
fustes simples –alguno de pronunciado éntasis– con los cuádruples, sobre basas
de perfil ático de gran toro inferior aplastado y con lengüetas, sobre plinto y
apoyando en el banco de fábrica de arista matada con bocel. Los capiteles,
mayoritariamente vegetales, se decoran con hojas de palma de acusadas
nerviaciones, hojas lanceoladas y cóncavas acogiendo bolas, crochets, motivos
de redecilla, botones, etc.
Una de estas cestas –sobre fuste cuádruple–
desvela claramente su goticismo en la decoración de vides de cuyas ramas penden
racimos, uno de los cuales coge un mutilado personajillo. En los cimacios vemos
palmetas acogolladas, bolas, círculos secantes, decoración de cardina en el
capitel con la figura humana y rosetas.
En el muro occidental de la galería se abren
dos arcos sobre impostas achaflanadas y una columna, cuyo historiado capitel
representa, con bárbara talla a bisel, a dos desproporcionados personajes
asiendo las patas de sendos toscos cuadrúpedos. Viste la figura corto
faldellín, marcándose su cabello con incisiones paralelas, mientras que los
cuadrúpedos quizá sean leones, pues poseen puntiagudas orejas y alzan la cola
sobre sus cuartos traseros.
Capitel del lado occidental.
Único que representa figuras humanas y de animales: un hombre de torso desnudo
y faldellín, posicionado en la arista, extiende sus brazos para asir de una de
sus patas delanteras a cada uno de los cuadrúpedos esculpidos en las caras del
capitel. Recuerda el personaje al ya visto en un capitel interior de San Miguel de Almazán que en similar actitud tomaba por el cuello a dos
aves.
Primer capitel
del frente meridional.
De cuerpo prismático cuadrangular soportado por un anillo en forma de campana,
se decora con dibujo inciso de volutas y hojas. En el cimacio, cinco rosetas
dodecafolias por cara.
Segundo
capitel del frente meridional. Muy simple y rudo, parece esbozar una malla de dudoso efecto decorativo. El
cimacio es liso con semiesferas protuberantes.
Tercer capitel del frente meridional. Tosco capitel que remeda formas vegetales entre las que aparece intercalada
alguna rosácea circular. Una cadena de aros engarzados adorna todo el cimacio.
Cuarto capitel del frente meridional.Figurillas humanas en las aristas del capitel, muy desdibujadas por la erosión,
entre motivos vitícolas. También en el cimacio se utilizan zarcillos y hojas de
vid para su decoración.
Quinto capitel del frente meridional. De esbeltas palmetas que se revuelven en bolas, en las aristas, y en frutas de
forma de alcachofa, en las caras. En el cimacio, un rosario de hojas abombadas.
Sexto capitel del frente meridional (a
la derecha de la entrada).Similar decoración a la del capitel anterior, de palmetas y bolas, con cimacio
de flores cuadrifolias que, en su yuxtaposición, dan la impresión de círculos
tangentes.
El estilo de los capiteles de la galería es
ciertamente rudo, y aunque, como señalara Gaya Nuño, parece meridiana la
inspiración en los cercanos modelos de San Esteban de Gormaz, es obra de un
cantero –poco ducho en la escultura– que mantiene modelos inerciales ya bien
entrado el siglo XIII. Sus canecillos, restaurados algunos como la cornisa en
1992, manifiestan la referida impericia, decorándose con un personaje grotesco,
un ave descabezada, dos cuernos, un pequeño cuadrúpedo, etc.
El análisis del sector occidental y el ángulo
norte de la estructura revela dos momentos diferenciados. En el muro oeste,
sobre el banco corrido decorado al exterior e interior con un bocelillo, quedan
vestigios de al menos tres vanos de medio punto, hoy cegados; dos sobre el
zócalo y otro que debía corresponder a otra portada. Los canecillos de esta
parte son de simple nacela.
En el interior de la galería se ha instalado un
lapidario que recoge buena parte de los vestigios románicos recuperados durante
la reciente excavación y restauración, así como una reconstitución del aspecto
de la transformada arquería occidental. Se trata básicamente de once capiteles
completos y dos fragmentarios, varios cimacios, cinco fustes de columnas con
sus basas, de perfil similar a las vistas, y canecillos de la primitiva
galería. Las dimensiones de las cestas (42 × 30 cm) concuerdan con las aún in
situ, estando talladas por sus cuatro caras. En ellas vemos aves separadas por
hojas lobuladas, pájaros enredados en follaje y picoteando raíces, toscos
cuadrúpedos como los dos venados rampantes ramoneando de un capitel que se
completa con un muy rasurado Pecado Original, un rudo personajillo encadenado
de cuello y tobillos y una representación de la Maiestas, con el Padre sentado
en un trono decorado con cabezas de felino, bendicente, coronado y sosteniendo
el libro, entre la representación del sol y la luna. Otra pieza muestra un
centauro sagitario que tensa su arco, de cabeza barbada con cabellos llameantes
y puntiagudas orejas; en las otras caras aparecen un caballo ensillado y
enjaezado y un bóvido. Dos aves más comparten cabeza en otro capitel, junto a
la representación de dos cánidos atacando a grandes serpientes de cuerpo
escamoso enroscado y cabezas humanas barbadas, además de dos arpías de cabezas
masculinas y colas de reptil enroscadas. Completa la serie de los figurados el
que representa a dos jinetes, uno disparando su arco contra dos rudas
figurillas sobre una hojita y el otro, tocado con yelmo, que embraza un gran
escudo de cometa; así como otro ornado de máscaras humanas barbadas y tocadas
con bonetes entre hojas carnosas acanaladas. El resto de las cestas recibe
decoración vegetal, con ramas enroscadas de las que penden frutos esféricos,
hojas apalmetadas, esquemáticos acantos, hojas de acentuadas nervaduras
acanaladas, motivos de cestería, etc. El estilo, como el de los capiteles
exteriores de la galería, es sumamente bárbaro.
Aves
de rapiña de pico largo y corvo, dispuestas una en cada cara, entre grandes
hojas vegetales que ocupan las aristas.
Aves, unas picoteando en el suelo y
otras en lo alto; entre ellas, tallos y hojas estrechas y alargadas. El motivo
se repite en las cuatro caras.
Una representación de la Maiestas
Domini en actitud de bendecir con la mano diestra mientras porta un libro
en la otra, ceñida la sien con una corona y sedente en un trono cuyos brazos
están rematados por pomos de aspecto felino. En la parte superior, a uno y otro
lado de la figura divina, sendas imágenes del sol y la luna. En dos de las
otras caras del capitel, como se aprecia en la imagen de abajo, se muestra
una tosca talla de un hombre con grilletes en tobillos y muñecas y dos cuadrúpedos
alzados sobre sus patas traseras para alcanzar las ramas de un árbol.
Un
centauro con barba y cabello erizado, en la habitual posición de disparar el
arco volviéndose hacia atrás. Otro lado del
mismo capitel exhibe una magnífica representación de un caballo con silla de
montar.
Dos arpías ocupan
simétricamente la parte inferior de esta cara; sobre ellas, uniendo sus cabezas
en la cima de la arista, dos aves de vistoso plumaje. Las arpías lucen largas
colas de reptil que se extienden por las caras adyacentes.
En esta otra cara se aprecia
lo dicho en cuanto a las arpías y a las aves; se ve además una máscara central,
un perro que ocupa el ángulo superior derecho mordiendo la cabeza antropoide de
una serpiente de cola plumífera. Este tema se repite en la imagen
continua, foto de abajo
Labor
de cestería de influencia silense. Aquí el entrelazado es de triple mimbre que brota
de la boca de máscaras antropoides dispuestas en los vértices del capitel.
Capitel de ornamentación vegetal formado
por dos niveles de gruesas hojas estriadas y bulbos también estriados.
Haces de caulículos que se
enroscan y forman adornos geométricos con pomos que cuelgan de ellos.
En esta cara del capitel un jinete
dispara al frente su ballesta. En otra de las caras otro jinete
cabalga protegido por un escudo puntiagudo de superficie estriada, foto de
abajo.
Finalmente, un deteriorado capitel de
tema decorativo vegetal.
De los primitivos aleros se recuperaron una
serie de canecillos, decorados con prótomos de bóvidos, una liebre, un rostro
barbado, una figurilla con una cabecita entre sus piernas, un entrelazo, etc.
Destacamos entre ellos el que recibe un busto masculino barbado mostrando la
tonsura, sin duda la representación de un clérigo. Los cimacios conservados
presentan decoración de tacos, botones, tetrapétalas, hojarasca y rosetas.
La excavación que acompañó a la última
restauración (1991-1992) puso al descubierto una necrópolis de tumbas de lajas,
datada entre los siglos XI-XIV, en torno al templo, apareciendo varios
enterramientos bajo la cimentación del pórtico.
Conserva además el templo, colocada bajo el
coro, una pila bautismal románica de copa semiesférica, de 113 cm de diámetro y
54 cm de altura. Su borde recibe un bocelillo, y el frente una sucesión de
arcos de medio punto sobre pilares, sin individualizar capiteles. Bajo la
arquería corre otro bocelillo, éste sogueado.
Gormaz
Si hay un lugar en Castilla que evoca los
tiempos medievales de frontera entre cristianos y musulmanes, ése es Gormaz,
con su imponente ciudadela dominando el horizonte soriano. El lugar, hace mil
años importante centro de poder, es hoy apenas una aldea, de menguada
población, asentada en la vertiente meridional del páramo coronado por la
fortaleza califal, desde donde se divisan todas las tierras del Duero sur y
buena parte de las que se sitúan al norte. Está a medio camino entre El Burgo
de Osma y Berlanga de Duero, a unos 12 km de cada una de esas villas.
El origen del lugar seguramente venga impuesto
por la existencia de un vado sobre el Duero, donde posteriormente se levantó un
puente, quizá fortificado. Este paso natural podía ser además estrechamente
vigilado desde el amplio cerro amesetado donde se asentó la más antigua
población medieval.
Las primeras noticias que refieren la
existencia de Gormaz provienen del historiador musulmán Ibn Hayyan, cuando
describe la campaña del califa Abderramán III, del año 934. En esa fecha el
ejército andalusí cruzó el río Wajsma (el río Osma, es decir, el Ucero),
dirigiéndose al hisn Urmag, o sea, al castillo de Gormaz, una fortificación que
Gonzalo Martínez Díez supone que pudo ser levantada por los condes castellanos
tras la conquista de diversas plazas en la ribera norte del Duero,
constituyendo una avanzadilla de Osma y de San Esteban de Gormaz. A pesar de
todo parece ser que los cristianos volvieron a ocupar la plaza tras la marcha
del ejército califal, pero no debió ser por mucho tiempo pues poco después,
hacia 940, según relatan los Anales Castellanos y los Complutenses –aunque con
fechas distintas–, los musulmanes la capturan nuevamente: XVI kalendas
augusti prendiderunt mauros Gormaz.
A partir de este momento comienza Gormaz a
jugar un verdadero papel estratégico dentro de la Frontera Media musulmana, que
desde 946 establece su capital militar en Medinaceli y levanta una barrera
salpicada de castillos y de atalayas, muchas de ellas aún conservadas. Entre
todas estas fortalezas la más imponente es la que mandó levantar el califa
Alhakem II a Galib, general en jefe de la frontera, en el año 963, la misma
que, con muy pocas modificaciones, ha sobrevivido hasta nuestros días. Su
objetivo era plantar cara a Osma y a San Esteban de Gormaz, controladas por los
cristianos.
Desde estos momentos la comarca se convierte en
escenario de encarnizadas luchas entre cristianos y musulmanes. El primer
intento de tomar la nueva ciudadela correrá a cargo del conde García Fernández,
quien en 975 fracasa ante sus muros, dando lugar a tal carnicería que, según
relatan las crónicas musulmanas, las aguas del Duero se tiñeron de rojo. De
otras noticias parece deducirse, según hacen algunos autores, que sería tomada
por los cristianos pocos años después, para de nuevo tornar al poder musulmán hacia
el año 980. En todo caso las campañas de Almanzor (977-1002) consolidarán
Gormaz como base militar para las aceifas veraniegas que asolaron los reinos
del norte, aunque tras la desaparición del amirí y de sus hijos, la amenaza
musulmana comenzará a flaquear. De este modo, el conde Sancho García, hijo del
anterior, conseguirá que los andalusíes le devuelvan las plazas de Clunia, San
Esteban y Osma, perdidas en tiempos de Almanzor, a las que añade Gormaz. Sin
embargo el condado castellano no tiene los suficientes recursos para emprender
un dominio efectivo de la zona, asentando contingentes de población, por lo que
poco después de nuevo Gormaz pasa a manos musulmanas. Y en su poder estará
hasta que en el año 1060 el rey Fernando I, según cuenta la Historia Silense,
conquiste definitivamente la fortaleza para Castilla, en una campaña que le
permitió recuperar también las fortalezas de Berlanga y Aguilera y el paso del
Duero de Vadorrey. Algunos años más tarde, en 1087, parece ser que Alfonso VI
entregó la tenencia de la fortaleza a El Cid, aunque siempre las noticias en
torno a este personaje son cuando menos sospechosas.
Desaparecido el peligro musulmán, la plaza
militar se convierte en poblado que poco a poco va saliendo de las murallas
para acercarse más al valle. Es entonces cuando debió surgir la actual
población, ya casi como una aldea agrícola, aunque aún mantuvo cierta
importancia, al ser cabeza de un arciprestazgo dependiente de Osma y centro de
una Comunidad de Villa y Tierra que englobaba a diez aldeas que aún subsisten,
y al menos a otras tres ya desaparecidas, según recoge Martínez Díez. La
comunidad se mantuvo prácticamente inalterada hasta el año 1838.
A partir del siglo XII su aparición en los
diplomas está más relacionada con asuntos eclesiásticos. En 1151 Alfonso VII
concede al monasterio de Santo Domingo de Silos la iglesia de San Cipriano,
ecclesia que est in Gurmaz, subtus ipsam villam, cum uno parrale et cum orto et
uno molino et cum omnibus hereditatibus eidem ecclesie Santi Cypriani
pertinentibus. En 1154 el rey Sancho III, entre los bienes que confirma
como posesión del obispo de Osma, cita in Gormaz ecclesiam Sancte Marie cum
omnibus hereditatibus et pertinentiis suis, que de nuevo, en 1174, vuelve a
confirmar Alfonso VIII. En 1187 es el papa Urbano III quien acoge bajo su
protección al monasterio silense y al conjunto de sus posesiones, entre las que
aparece San Cipriano de Gormaz, iglesia que en 1191 figura en la concordia que
hicieron los obispos de Burgos, Segovia y Palencia para zanjar los pleitos que
mantenían el obispo de Osma y el abad de Santo Domingo de Silos, por motivo de
algunas parroquias, reconociéndose la titularidad del monasterio sobre ella.
Sabemos también que a comienzos del siglo XIII
la fortaleza está en manos de Álvar Núñez de Lara y que tras la toma de Úbeda
en 1233 algunos gormaceños debieron acudir a la repoblación de la ciudad
andaluza. Tal vez la conquista de nuevas tierras en el sur pudo provocar una
pérdida preocupante de población, pues en 1258 el rey Alfonso X expide un
privilegio a los que pueblen con mujeres e hijos junto al castillo de Gormaz,
quedando exentos de los impuestos de pecho, pedido y fonsado. En 1297 Fernando
IV entrega la villa y su castillo al infante don Enrique, revirtiendo en la
Corona en 1303, hasta que en 1395 Enrique III dona las villas de Almazán y
Gormaz, con sus alfoces, a Juan Hurtado de Mendoza. Finalmente, en 1477 este
alfoz formará parte del mayorazgo que Ruy Díaz de Mendoza instituyó para su
hijo Álvaro de Mendoza. Fue en esta época bajomedieval cuando la inmensa
fortaleza califal se abandona, construyéndose en el extremo oriental un
castillo que permitía una defensa con menos recursos humanos y con costes de
mantenimiento más reducidos.
En la villa se documentan tradicionalmente la
existencia de cuatro iglesias, fiel testimonio de la población que llegaría a
alcanzar. Fueron las de San Juan Bautista, San Miguel, Nuestra Señora de la
Antigua y Santiago. Las dos primeras aún se mantienen en pie, la tercera estuvo
en el solar que hoy ocupa el depósito de aguas –donde a principios del siglo XX
aún se veían sus cimientos–, mientras que de la última subsisten algunos
restos, reutilizados como recinto del cementerio. A ellas habría que sumar esa de
San Cipriano de Gormaz, mencionada durante la segunda mitad del siglo XII y de
la que después no hay noticias ni se conoce el posible emplazamiento. Hubo
igualmente un convento franciscano, que se trasladó a Berlanga de Duero, cuya
historia figura en uno de los libros parroquiales, y del que se llevaron
algunas imágenes a la iglesia parroquial.
Ermita de San Miguel
Esta ermita –en tiempos también parroquia– se
halla apartada del casco urbano, a poniente, junto a la carretera que sube al
castillo. Tras largas décadas de abandono, que casi provocaron su ruina, ha
sido recientemente restaurada, mostrando, a falta de que se completen las restauraciones,
toda su importancia artística, destacando el hasta ahora oculto conjunto de
pinturas murales, sin duda de los más sobresalientes de la plástica pictórica
románica castellana y peninsular.
Planta
Por lo que a su arquitectura se refiere, el
edificio se levantó a base de menuda mampostería, con el sistema de encofrado
de cal y canto, que se aprecia perfectamente en el hastial. Los esquinales son
de pequeño sillarejo, de caliza, arenisca y toba.
Consta de cabecera cuadrada y una nave, con
espadaña a los pies. Un pórtico se adosa al sur, que hasta la reciente
restauración estuvo ocupado parcialmente por la sacristía, a la que se accedía
desde la nave. En este muro se hallan además dos portadas, una en el centro y
otra en el extremo occidental.
La imagen que ofrece exteriormente el templo es
la de un edificio prerrománico, que inmediatamente nos hace pensar en San
Baudelio de Berlanga.
La cabecera, de mampostería revocada –con
restos de despiece de sillares dibujados en líneas blancas, un enlucido
bastante moderno–, es de planta cuadrada, con cubierta a dos aguas. Los muros
son muy sobrios, tan sólo interrumpidos por una saetera en el testero y, quizá,
otra en el lado meridional, ésta en todo caso destruida. El único elemento
donde se concentra cierto refinamiento es el alero de los muros norte y sur,
sin canes, conformado simplemente por una cornisa de listel y chaflán, decorada
con medios círculos rematados en dos hojitas en “V”, con talla a bisel,
un tipo que nos remite a innumerables sillares decorados con motivos similares
y, según Gutiérrez Dohijo, fechables en época visigoda. En nuestro caso, la
pieza del ángulo noreste presenta en la cara que mira al norte esa decoración,
mientras que la parte que mira hacia oriente porta un ajedrezado, algo ya muy
sintomático. La cornisa que remata el testero es plana y sólo alguna pieza
muestra ese motivo antiguo.
A través de una cata realizada en el ángulo
septentrional de encuentro entre la cabecera y la nave, se puede ver cómo los
dos ámbitos aparecen imbricados, respondiendo por tanto a un mismo momento
constructivo. Las trabas entre los mampuestos sin embargo no son continuadas
–como por otro lado es muy habitual–, sino que cada cierto espacio es una
piedra la que enlaza ambos muros.
La nave es más ancha y bastante más alta,
también con una cubierta a dos aguas, sostenida en ambos lados por impostas de
somera nacela, sin canecillos. En el hastial se aprecian perfectamente los
cajones del encofrado, y sobre éstos se levantó la espadaña, con basamento
achaflanado rematado a piñón, clareada con dos troneras de medio punto, y
fabricada con sillarejo y mampostería más gruesa. El empleo ocasional de algún
sillar abocelado en el cuerpo de campanas nos hace pensar en que esta parte
está remontada al menos en época posterior a los siglos románicos, aunque bien
pudo seguir el mismo esquema precedente.
El pórtico, hecho con pobre mampostería de toba
–incluso en el recerco de los ventanales– tiene una portada de medio punto en
el lado este y otra en el sur, a las que hay que sumar una tercera, cegada, que
se abría en el extremo occidental de este mismo muro sur, frente a la vieja
puerta de entrada a la nave. La central está flanqueada por tres sencillos
ventanales, abiertos durante la restauración, cuando se ha visto que eran de
medio punto, aunque muy deformados, dado el rudimentario sistema constructivo que
emplean. Anteriormente algunos autores han hecho referencia a la forma de
herradura que mostraban bajo el revoco, aludiendo con ellos a una construcción
muy antigua y a las habituales influencias arábigas. En realidad, y debido a la
falta de cualquier elemento característico, nosotros no sabemos tampoco cuándo
pudo levantarse este pórtico, pero no creemos que sea románico, ni siquiera
medieval, pues entre otras cosas inutiliza una de las ventanitas de la nave,
sin duda en pleno uso en época románica. Aún así cabe recordar que pórticos con
machones cuadrangulares sí aparecen ocasionalmente en época románica, como
puede verse en las iglesias sorianas de Fuentelsaz o de Las Cuevas de Soria,
además de en las burgalesas de Santa Cecilia de Barriosuso o de Villalibado
(prácticamente desaparecido), y en la palentina de Celada de Roblecedo.
Dentro del pórtico, ocupado por la necrópolis
medieval, se encuentra, centrada en el muro, una portada románica de tosca
ejecución, que fue traída del cementerio (antigua iglesia de Santiago), una
tradición que se repite en la localidad, aunque nadie de los vecinos conoció
ese traslado. Que no es original de aquí se evidencia de varias formas: en
primer lugar porque su cimentación queda bastante por encima de la cota
inferior del muro de la nave, en segundo lugar porque está montada de forma
incompleta, habiendo desaparecido parte del cuerpo que la flanqueaba, también
porque varias de las piezas están descolocadas, y finalmente porque entre las
piedras usadas para su cimentación aparece una dovela de puntas de diamante que
debió ser de una chambrana.
Portada occidental que da acceso al
templo.
Porche
Portada principal de acceso al interior.
El arco de medio punto está compuesto por tres
arquivoltas, la interior –correspondiendo al arco de ingreso– con dovelas
cuadrangulares, lisas, que se trasdosan con una especie de guardapolvo
achaflanado, decorado con toscos tacos; la siguiente sólo porta un grueso bocel
y la tercera de nuevo dovelas simples, mientras que de la chambrana, con perfil
de listel y chaflán, sólo quedan algunas dovelas. El arco de ingreso apoya en
pilastras, una de las cuales porta restos de una inscripción romana –o visigoda,
según las interpretaciones–, y las otras dos rocas lo hacen sobre columnillas
acodilladas, en origen sobre un podio abocinado del que sólo se conserva la
parte oriental. Estos soportes están muy alterados, pues unas veces los fustes
han sido sustituidos por postes de madera, otras se han perdido los capiteles y
en otras ocasiones se han utilizado como basas capiteles invertidos. De este
modo, el soporte más occidental conserva únicamente la basa, con plinto, grueso
toro, estrecho listel y collarino; el siguiente –con un fuste dudoso– mantiene
el capitel, decorado con dos animales, tan toscos que parecen grandes saurios;
el tercero usa como basa un capitel, con tosca figura humana, de brazos
levantados –donde se ha querido ver a Daniel en el foso de los leones–, el
fuste es de madera y la cesta superior se decora con grandes zigzags;
finalmente, la cuarta columna de nuevo tiene un capitel como basa, con
puntiagudas hojas planas, mostrando el superior otras hojas lisas que se
vuelven para acoger bolas. Todos los cimacios son de nacela.
Al fondo de este muro sur se encuentra la que
fue puerta original del templo, de reducido tamaño, con arco de herradura muy
desarrollado, con salmeres redondeados y jambas de sillarejo, y con la parte
interior con cargadero de madera. Su dovelaje tiene un despiece muy
característico de las puertas califales, como las que se pueden ver en el mismo
castillo de Gormaz y en las murallas de Ágreda.
Capiteles de la portada
Capiteles de la portada
El interior del templo es sumamente sencillo,
completamente revocado. La cabecera se cubre con bóveda de cañón, sin impostas,
con el testero presidido por el abocinamiento de la pequeña saetera. Otras tres
saeteras daban tenue luz a la nave, todas situadas en la parte alta de los
muros, una sobre el testero y dos en la parte oriental de los muros laterales.
Recientemente se ha reconstruido un arco triunfal siguiendo en cierto modo el
modelo de San Baudelio de Berlanga, aunque de medio punto en vez de herradura.
Hasta la restauración hubo un amplio arco carpanel barroco, de yeso, que
sustituyó al original, cuya factura desconocemos, aunque es probable su
parentesco en forma y medidas con el de Berlanga. Para soportar el peso del
testero de la nave sobre ese arco barroco, se embutió un cargadero de madera.
Los muros de la nave son de suma simplicidad y
sólo en el hastial se encuentra un amplio arco apuntado, adaptado a la
totalidad de ese espacio, indudablemente de factura posterior, ya que se adosa
a los muros laterales, y cuya funcionalidad no está clara. Es una estructura de
sillería, con arco apuntado y doblado, con la rosca interna descansando sobre
semicolumnas adosadas, sobre podio abocelado. Las basas constan de plinto,
grueso toro inferior con bolas, escocia y collarino, y los rudos capiteles se decoran
con hojas lanceoladas (el del sur), o con simples incisiones rematadas por
bolas y cabeza humana. Los cimacios son de listel y chaflán, sin prolongarse en
las pilastras que reciben al arco exterior.
El suelo de la nave aparece tallado sobre la
roca natural –de nuevo como en San Baudelio–, aunque las excavaciones
arqueológicas han documentado una capa de cal que en realidad debía constituir
el pavimento original, sobre el que a lo largo de los siglos se fueron
sucediendo otros. En el centro aparece un hueco circular, que inmediatamente nos
puede llevar a pensar en el basamento para colocar la pila bautismal –hoy en la
parroquial–, aunque quizá sea una ubicación demasiado protagonista para la
pila. La base de los muros aparece recorrida por un bancal perimetral, también
excavado en la roca.
Capitel derecho de la columna adosada en
el muro occidental.
Capitel izquierdo de la columna adosada
en el muro occidental, decorado con motivos vegetales.
Se aprecia también claramente el revoco que
acompañó a la más antigua construcción, conservado prácticamente en su
integridad en los muros norte y sur de la nave, así como en la cabecera. Era un
simple enlucido blanco, sobre el que más tarde se dispuso otro nuevo, con las
pinturas murales que han constituido el hallazgo más espectacular producido
durante la restauración llevada a cabo entre 1998 y 1999.
Pinturas
Estas pinturas cubren completamente el ábside y
la mitad anterior de la nave, aunque las modificaciones realizadas en el arco
triunfal han hecho desaparecer casi por completo las escenas que se situaban en
el muro de poniente de la capilla mayor y en el testero de la nave, así como
seguramente las que portaba el propio arco. La pintura se aplicó sobre una
delgada capa de revoco, desde la base de los muros hasta la misma cubierta de
madera, en la nave, y por toda la superficie del ábside. El sinuoso remate de
los paneles occidentales de la nave, parecen indicar que quizás hubo una
intención de continuar pintando también la mitad posterior de esos muros, cosa
que nunca se llegó a realizar. El sistema de aplicación del color, definido por
los arqueólogos como temple, en realidad puede ser un sistema mixto, lo que
Teógenes Ortego llamó fresco-temple al hablar de las pinturas de San Baudelio,
con las que estas otras guardan enormes similitudes, lo mismo que con las de la
ermita de la Vera Cruz de Maderuelo, como es lógico.
Aunque buena parte de la mitad inferior se ha
perdido, creemos que el conjunto se organizaba en tres registros o alturas. La
parte baja, que ocuparía los 2/5 inferiores del muro, debía estar recorrida por
unos cortinajes, con grandes medallones en los que se alojaban animales, y cuyo
extremo inferior remataba en amplios pliegues. Sobre todo ello, dos paneles
superpuestos recogen diferentes escenas, de carácter bíblico, salvífico,
apocalíptico o militar. Para su descripción realizaremos un recorrido partiendo
del ábside y pasando después a la nave.
Bóveda absidal
El conjunto de las pinturas del ábside fueron
repicadas, seguramente en época barroca, para disponer un nuevo enlucido, lo
que dificulta en estos momentos su apreciación. Pero afortunadamente el daño
fue menor de lo que aparentemente pueda parecer y sin duda tras otra pendiente
restauración estas pinturas recuperarán toda su belleza.
En la bóveda se dispone el Cristo en Majestad,
con la cabeza en el lado oeste, sentado sobre sitial con respaldo y almohadón y
recercado por mandorla almendrada, formada por tres bandas, amarilla, blanca y
roja. Viste túnica rojiza y manto azul, ribeteado con orofrés, y muestra los
brazos abiertos, con la mano derecha levantada. En su entorno, ocupando los
riñones de la bóveda, se dispone el coro de ángeles, con cuatro figuras a cada
lado, en perpendicular al eje de la mandorla y sobre un fondo de bandas en
color rojo, amarillo y azul-grisáceo, el mismo sobre el que se desarrollan casi
todas las escenas, y que aparece igualmente en San Baudelio o en Maderuelo.
Sobre los ángeles del lado norte hay seis pequeñas copas blancas, por lo que
podemos pensar también en una composición apocalíptica relativa a los ángeles
que derraman las copas llenas de males, si bien en la visión de San Juan eran
siete las copas y siete los ángeles.
Bóveda
de cañón de la cabecera.
Maiestas Domini. Bóveda presbiterio.
Los
Cuatro Vivientes y Espíritus Angélicos. Derrame lado sur de la bóveda.
Los Cuatro Vivientes y Espíritus
Angélicos. Derrame lado norte de la bóveda.
Testero y muros laterales del ábside
El testero se divide en tres registros,
separados por ribetes en rojo o amarillo. En el medio círculo que deja el
abovedamiento en el muro oriental se encuentra un medallón con el Agnus Dei,
aguantado por dos ángeles, tras los que aparecen sendas figuras arrodilladas,
seguramente Abel y Melquisedec, como ocurre en Maderuelo, donde se sigue esta
misma composición.
Agnus Dei. Testero de la iglesia
Espíritu Santo. Testero de la iglesia.
Conjunto de pinturas del Testero.
Entre este registro superior y el intermedio,
se abre la ventana, que el pintor supo integrar perfectamente entre las
escenas. En la clave figura la paloma del Espíritu Santo –de nuevo como en San Baudelio
o en Maderuelo–, y en las jambas roleos de zarcillos.
En el panel medio se hallan los Ancianos
apocalípticos, recorriendo ya todo el conjunto de paramentos del ábside, con
cuatro figuras en el testero, ocho en cada uno de los laterales y dos a cada
uno de los lados del triunfal, aunque aquí están muy perdidos. Muestran todos
la misma geométrica e hierática postura, sentados, sosteniendo los tarros de
esencias y tocados con mitra. Apenas varían en rostros y posición de manos, y
sólo los colores de la vestimenta les otorgan cierta individualidad. En el muro
sur una pequeña credencia está ornada también con zarcillos.
Del registro inferior apenas si se han
conservado algunos retales, pero llegan a verse los cortinajes, con una especie
de puntillas que en la parte superior forman recogidos aguirnaldados. Se ven
igualmente algunos retazos de los medallones que recorrían dichas telas, con
animales en su interior, aunque sólo alcanzamos a diferenciar un águila
explayada y un león, nuevas referencias que nos envían a la ermita berlanguesa.
Muro occidental del ábside
La disposición perimetral de la decoración de
todos los paramentos absidales alcanzaba también a este muro, aunque apenas si
quedan otros restos que dos ancianos y el luneto bajo la bóveda. Aquí, y dado
el estado actual, no acertamos a ver con claridad la escena que se relata,
aunque parecen dos pasajes de un mismo episodio, que sucede en el campo. En el
lado sur, una figura nimbada –seguramente Cristo–, se dirige a otra en actitud
durmiente, mientras que en la mitad norte los protagonistas parecen ser los mismos
y Cristo agarra a una figurilla desnuda que surge tras la espalda del otro.
Parece tratarse del Nacimiento de Eva, con la primera escena en la que el Señor
bendice a un Adán dormido –que curiosamente se nos muestra vestido–, y en la
siguiente extrae a Eva de la costilla de Adán, tal como se representa también
en la portada de Santo Domingo de Soria.
Muro norte de la nave
En la nave se puede decir que la conservación
de las pinturas es relativamente buena, a pesar de que se haya perdido todo el
registro inferior, en algunos casos también parte del medio, y la totalidad de
los paneles del lado oriental, donde sólo llegan a verse escasos testimonios.
Los dos registros superiores quedan delimitados
por una banda vertical común, de fondo negro relleno de finas hojas blancas.
Las escenas del panel superior quedan además rematadas por arriba por una banda
en zigzag, mientras que otra cenefa de ajedrezados rellenos con medias ovas
separa el panel intermedio.
El registro alto narra los acontecimientos
relacionados con el Nacimiento de Cristo, en una serie de escenas de desarrollo
continuado, comenzando por occidente con una desgastada Anunciación, en la que
apenas si se llegan a ver retazos del arcángel Gabriel. Le sigue el pasaje de
la Visitación, con una tercera figura de dudosa interpretación, que podría ser
San José. Después se halla la Anunciación a los pastores, escena que se
desarrolla ante un árbol, y donde el ángel comunica la buena nueva a dos pastores,
vestidos con su tradicional indumentaria: pelliza de vellones con capucha,
albarcas, morral y cayado. Otro arbolito da paso al siguiente pasaje, el que
ocupa un espacio más amplio, el Nacimiento, donde María aparece recostada sobre
una especie de nimbo o mandorla lobulada y San José dentro de una arquitectura
abovedada, flanqueada por columnas entorchadas, con basas y capiteles
hemisféricos, vegetales, y remate de torrecilla. El Niño, como su Madre, se
halla sobre una serie de triángulos con los vértices superiores vueltos, un
recurso que se emplea en las pinturas de los otros dos templos que
reiteradamente venimos citando.
Además la presencia de una de las saeteras
–cuyo interior se decora con zarcillos– obliga a disponer la cuna en la parte
superior de la composición.
Reconstrucción infográfica del muro del
lado norte de la nave.
Parte superior del lado norte de la
nave.
Se desxconoce por completo qué imágenes
decoraban el muro oriental de la nave, al menos en este registro alto, pues el
relato de los acontecimientos que siguieron al Nacimiento continúan en el panel
superior del muro sur.
Anuncio a los Pastores. Muro norte de la nave.
Nacimiento de Jesús. Muro norte de la
nave.
Parte inferior del muro norte de la
nave.
Nada tienen que ver con estos episodios las
escenas que se disponen en el registro intermedio. A la izquierda aparece una
figura dentro de arquitectura; se trata de un hombre barbado vestido de modo
pontifical y nimbado, aunque no sabemos a quién trata de representar. A su lado
una torre cilíndrica, de mazonería gris, da paso a una amplia escena bélica,
que queda delimitada en el otro lado por una torre similar, aunque entonces
coronada por un hombre que toca el cuerno. A mitad de cada una de las torres se
abre una ventana en la que aparecen varios rostros –cuatro en la de la
izquierda y dos en la de la derecha–, no sabemos si queriendo representar a
ocupantes de la fortaleza o a prisioneros en ella.
Entre las dos torres se sucede una batalla,
donde dos ejércitos a caballo se enfrentan. En el grupo de la izquierda son
cinco los jinetes, vestidos con cota de malla, con las cabezas protegidas por
almófares y puntiagudos cascos, cabalgando sobre caballos de diversos pelajes.
El otro ejército está representado por al menos tres jinetes –aunque podrían
ser cinco– de similar vestimenta, pero ahora con escudos de cometa y con
protectores nasales en el casco. Detrás del primero de los ejércitos, junto a
la torre, se encuentra al menos un ballestero, vestido como peón, a punto de
disparar sus dardos.
Este registro finaliza en su extremo oriental
con tres mujeres en actitud procesional, con jarritos de perfumes, conformando
la representación típica de las Tres Marías ante el sepulcro.
Por esta escena cabría suponer que todo el
testero de la nave recogiera los pasajes relacionados con la Pasión, Muerte y
Resurrección de Cristo, cuya continuidad serían las visiones celestiales que
aparecen en el registro intermedio del muro sur.
La parte inferior de este panel septentrional
está bastante perdida, sin que se haya conservado el más mínimo rastro de la
decoración inferior, aunque suponemos que sería el mismo tipo de cortinajes que
se repiten por los demás paramentos.
Muro sur de la nave
Aquí el desarrollo de las escenas es de este a
oeste. Comenzando por las pinturas altas, tres personajes a caballo representan
a los Reyes Magos, en audiencia ante Herodes. Detrás un panel bastante perdido
muestra la Degollación de los Inocentes, en presencia del propio rey,
destacando las blancas hojas de las espadas de los soldados.
Muro sur de la nave.
Reconstrucción infográfica del muro del
lado norte de la nave.
Reyes
Magos y Herodes. Parte superior muro del lado norte de la nave.
El Seno de Abraham. Muro sur de la nave.
El
Seno de los Justos. Isaac y Jacob. Muro sur de la nave.
Pseudopsicostasis e infierno. Muro sur
de la nave.
El registro intermedio, quizá el mejor
conservado de todos, muestra el premio que espera a las almas buenas y el
castigo de las malas. En primer lugar aparecen tres santos sobre la misma base
de triángulos de vértices vueltos que se veían en el Nacimiento, seguramente
nubes o un recurso para dar a entender ambientes sobrenaturales, ya que este
motivo es el que delimita por debajo todo el registro. Se hallan separados por
arbolitos –e incluso los dos primeros además por una torrecilla que debe
aprovechar el espacio de la saetera que ahí se hallaba– y portan grandes paños
donde se cobijan las buenas almas, representadas por pequeños rostros. A esta
imagen del Seno de Abraham le sigue otra escena, donde el arcángel San Miguel
procede al pesaje de los buenos y malos actos, mientras que un diablo gris
trata de hacer trampa, empujando con su dedo el brazo de la balanza en cuyo
platillo se han depositado las malas acciones. Al otro lado está la visión del
Infierno, una cruda escena en la que las desnudas almas son tragadas por el
dragón que describe el Apocalipsis, un monstruo gris, en forma de serpiente
enroscada, formando un gran círculo. Pequeños bichos van atacando también a los
condenados, mientras que un cánido rojo aparece junto a la cabeza del monstruo,
seguramente una escenificación del can Cerbero guardando las puertas del
Infierno.
La visión más espeluznante de este abismo es la
que se representa dentro del círculo formado por la serpiente, donde un enorme
diablo amarillo, de grandes garras, con culebras enrolladas en sus brazos, está
engullendo a esas almas perversas. Finalmente, otros pequeños monstruos ocupan
los intersticios que forma el círculo de la serpiente con el marco cuadrangular
del panel.
En este muro meridional aparecen algunos restos
de la decoración inferior de cortinajes grises, con amplios pliegues alternando
con otros más pequeños y que cabe suponer que en zonas más altas llevaran
también medallones como los de la cabecera y como los que decoran este mismo
motivo en la ermita de San Baudelio de Berlanga.
No cabe duda de que nos hallamos ante uno de
los mayores descubrimientos de las últimas décadas en lo que a arte románico se
refiere y que la fama que alcanzarán estos paneles, una vez restaurados, será
inapelable. A pesar de las dificultades que plantea ahora mismo la apreciación
de todas las escenas y de las formas concretas, es evidente el enorme
paralelismo que guarda con los murales de Maderuelo y sobre todo con los de San
Baudelio, tanto en composición, como en colores, dibujo, arquitecturas o
cenefas; sin embargo, a favor del artista –o, mejor aún, de los artistas– cabe
decir que cada uno de estos tres sitios recurre a sus propias escenas. Los
fondos organizados en franjas de colores son también un recurso utilizado en
los tres casos y que además es muy frecuente en las miniaturas de los Beatos,
una fuente de inspiración para este tipo de murales que ha sido reiteradamente
señalada. Los colores predominantes son los rojos, amarillos, ocres,
grises-azulados, es decir, colores terrosos, en principio no demasiado
difíciles de conseguir, aunque esta apreciación debiera contrastarse con el
análisis de la composición química de los pigmentos.
A modo de recapitulación, el desarrollo
artístico de San Miguel de Gormaz podemos iniciarlo desde el momento en que se
construyen los testimonios más antiguos conservados, la cabecera y la nave.
Como hemos supuesto también para la ermita de Casillas de Berlanga, bien por
los paralelos que guarda con esa fábrica, bien por los propios datos que aporta
la de Gormaz, entendemos que su construcción debió ser inmediatamente posterior
a las conquistas de Fernando I en el año 1060, dentro de las indudables intenciones
de colonizar lo más pronto posible los puntos más significativos. En ese
momento es cuando empiezan a penetrar en la Península las influencias
románicas, pero aquí, en estas inseguras tierras de frontera, es evidente que
se sigue aún dentro de una tradición constructiva prerrománica, que emparenta
incluso con los modelos arquitectónicos visigodos, razón entre otras por la que
suele ser tan complicado atribuir cronologías a los edificios que se levantan
entre los siglos VI-VII y la segunda mitad del XI. No sabemos si realmente la
cornisa de la cabecera se hizo para este edifico o fue traída de otro lugar,
por ejemplo de Uxama, como se ha apuntado. La forma un tanto descolocada en que
se nos muestra ahora puede deberse a esta última circunstancia, pero también a
una de las múltiples reformas posteriores que sin duda ha tenido la cubierta.
En todo caso llama la atención que una de las piezas muestre ya un ajedrezado
que habla de una estética románica, de modo que si la cornisa fuera original,
evidenciaría la plena convivencia entre los viejos y los nuevos modos. En caso
contrario, cabría hablar de una retalla para la parte ajedrezada.
Dentro de esta convivencia hay que aludir a la
puerta de herradura, obra que parece claramente musulmana, lo cual tampoco es
demasiado extraño, puesto que en el momento en que entendemos que se construye
la ermita los mejores albañiles y canteros de la zona serían sin duda los de
esa religión, con una larga tradición de trabajo en esta frontera.
Los autores de la excavación arqueológica
sostienen que hubo otra portada similar hacia el centro de la nave, así como
también apuntan la posibilidad de que la bóveda de la cabecera fuera en origen
distinta, más bien en forma de cúpula como aparece en algunos otros edificios
prerrománicos. Sin entrar a valorar la primera idea, puesto que carecemos de
todo tipo de argumentos, creemos sin embargo que el abovedamiento del ábside
fue siempre así, por un lado porque no parece que haya rastro del cambio, en segundo
lugar porque la vieja estructura en todo caso hubiera aguantado muy escasos
años, dada la rapidez con que se hicieron las pinturas murales, y, en tercer
lugar, porque la ermita de San Baudelio de Berlanga, tan cercana, tiene este
mismo tipo de cabecera, tanto por dentro como por fuera.
Ya a comienzos del siglo XII se pintan los
murales, dando dignidad a un templo que hasta entonces presentaba unos
revestimientos blancos. Sin duda el taller fue el mismo que trabajó en Berlanga
y en Maderuelo y por tanto las mismas similitudes que se han establecido con
los murales catalanes de Santa María de Tahull para esas iglesias serían
extensibles a Gormaz. Aun así, y a pesar del llamativo parentesco, quizá no hay
que hablar necesariamente de las mismas gentes trabajando en el Pirineo y en la
Meseta, sino pensar más bien en la distribución de los libros de copias que sin
duda debían circular entonces, como parece demostrar, para la escultura, el
cantero que se retrató, algunos años después, trabajando en la iglesia
palentina de Revilla de Santullán.
Todos los restos pictóricos no tenemos duda que
pertenecen al mismo momento, incluidos los retazos de cortinajes que se ven en
la nave, y para los que los arqueólogos aventuran la posibilidad de una etapa
anterior. En todo caso el dibujo más tosco se relaciona sin duda con la menor
importancia que tenía el motivo decorativo y quizás con unos recursos
artísticos más limitados del artífice encargado de ellos. Sobre este asunto
cabe además hacer hincapié en que indudablemente serían varias personas las que
se encargaron de hacer este revestimiento, pero también más de una las que
aplicaran dibujos y colores. A pesar de este convencimiento, la cuestión es
difícil de abordar con detalle en tan breves páginas como éstas y el estudio
requeriría de un análisis más detallado y más cercano a los propios paneles.
Por lo que respecta a las fechas en que se
decoraron estos muros, siempre se ha hablado para los demás templos más o menos
de la década de 1120, partiendo de la data que se ha barajado para Tahull. No
tenemos nada que objetar a la misma, aunque, dada la parquedad de datos al
respecto, podríamos pensar en un período algo más amplio, hacia el primer
tercio del siglo XII.
Ya dentro del siglo XIII se construye el arco
apuntado del hastial, con una intención que nos es desconocida por completo,
aunque podría pensarse quizá en una intención de ampliar la iglesia hacia el
oeste, lo cual, en todo caso, nunca se realizó, puesto que el muro de ese lado
consideramos que es original.
La espadaña es también una construcción o
reconstrucción posterior y el pórtico ya hemos indicado nuestra idea de que es
posterior a la época románica, e incluso a época medieval, aunque los
arqueólogos lo suponen plenomedieval (siglos XII-XIII), atendiendo a dos
argumentos: que se apoya parcialmente en la cimentación de la nave y que cubre
una de las ventanas. Sin embargo esta data post quem tampoco sería suficiente
para defender esa cronología. Cabe destacar la aparición, hace ya unas cuantas
décadas, de una inscripción musulmana embutida en esta estructura y cuya
leyenda se ha relacionado con la orden de Alhakem II (961-976) para construir
la fortaleza de Gormaz. Hoy se conserva en la catedral de El Burgo de Osma y el
texto sería el siguiente: “En el nombre de Dios Clemente y Misericordioso, Dios
Bendiga a Mahoma, el sello de los Profetas. Mandó el siervo de Dios, Al-Hakam,
al-Mustansir Bi-llah, Príncipe de los Creyentes (¡Dios alargue su
permanencia!)”.
Una de las últimas reformas de cierto calado se
produjo al menos en época barroca, o incluso más recientemente, cuando se
modificó todo el arco triunfal, con la consiguiente pérdida de paneles
pintados. Tal vez entonces se pudo trasladar la portada románica –de fines del
XII o comienzos del XIII– desde la iglesia de Santiago a esta nueva ubicación.
Después, y tras largos años de inconsciente abandono, sin que el edificio haya
sido valorado adecuadamente, se han iniciado las obras de una completa
restauración, que cuando finalicen convertirán a esta ermita de San Miguel en
uno de los referentes artísticos de los siglos XI y XII.
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