miércoles, 11 de diciembre de 2024

Capítulo 76, Romanico soriano-Románico en la comarca de San Esteban de Gormaz y El Burgo de Osma

 

Arte románico en Soria
En las páginas introductorias del capítulo dedicado al “Arte Románico” de la Historia de Soria publicada en 1985 por el Centro de Estudios Sorianos, José María Izquierdo Bertiz se lamentaba de la ausencia de un catálogo sistemático de los restos románicos de la provincia, avanzando que “se puede pensar en una cifra que oscilará en torno al centenar y medio”. Aunque los estudios de Gaya Nuño, Taracena, Sáinz Magaña o el inédito de Cabré Aguiló hacían pensar en tales cifras, el sistemático rastreo recientemente realizado para la Enciclopedia del Románico en Castilla y León nos permite hoy hablar de una cifra que supera ampliamente el doble de tales previsiones. Por ello, y aunque no sea caso único, la primera característica del románico soriano es su anonimato, desconocimiento achacable tanto a las circunstancias sociales, económicas y políticas en Soria durante el pasado siglo como a la ausencia en nuestra región de un inventario fiable de bienes culturales.
Cierto es que los edificios más relevantes, o aquellos que descuellan por su exotismo, tales como San Miguel de Almazán, la catedral de El Burgo de Osma, la concatedral de San Pedro, Santo Domingo, San Juan de Rabanera, San Juan de Duero o San Nicolás de Soria, San Bartolomé de Ucero, San Baudelio de Berlanga, la iglesia de Tiermes o las de Caracena, entre otras, entraron tempranamente a formar parte del corpus manejado por la historiografía. Pero no lo es menos que la sensación de islotes dispersos que daba un tan fragmentario mapa del románico soriano no correspondía a la realidad. Desplegado el ahora revisado nos sorprende tanto la concentración de testimonios románicos en torno a la capital como su nutrida presencia en las Tierras Altas, con modestas realizaciones que permanecían en muchos casos en el anonimato histórico.
El carácter humilde de la mayoría de las construcciones deja, no obstante, una brillante lista de edificios en los que las ambiciones responden a mayores capacidades financieras y artísticas. Lamentamos también notables pérdidas, como las iglesias románicas de El Burgo, San Pedro de Soria, Berlanga de Duero, o el esplendor de las fábricas de San Nicolás en la capital, San Lorenzo y San Pedro el Viejo en San Pedro Manrique, entre muchas otras. Aun así, conservamos una extensa nómina de construcciones de notable entidad, como los restos de la seo oxomense, San Pedro, Santo Domingo, San Juan de Duero y San Juan de Rabanera en Soria, San Miguel de Caltojar, San Pedro y Santa María de Caracena, San Miguel, San Vicente y Nuestra Señora del Campanario en Almazán, San Bartolomé de Viana de Duero, San Pedro de Perdices, la ermita de los Santos Mártires de Garray, Santa María de Tiermes, San Miguel y Nuestra Señora del Rivero de San Esteban de Gormaz, San Martín de Rejas de San Esteban, San Bartolomé de Ucero, San Martín de Aguilera, Nuestra Señora de los Ángeles de Fuensaúco, etc.
La cronología tardía de la mayor parte de los testimonios románicos sorianos viene motivada por el turbulento devenir histórico de este sector de la Extremadura castellana. Así, no vamos a encontrar apenas edificios que participen del denominado románico pleno o “románico dinástico”, es decir, la corriente internacional que marca las grandes creaciones de finales del siglo XI y principios del XII en los Reinos de León y Navarra, y que cuenta con un eje destacado en el Camino de Santiago. Por el contrario, la segunda gran renovación del estilo en los reinos cristianos hispánicos, la producida gracias al revulsivo que supusieron los grandes maestros de origen francés y sus talleres desde mediados del siglo XII, dejará en Soria hitos de primera magnitud. Como en el aspecto social, estas tierras fueron, también en lo artístico, áreas de fusión de corrientes y tendencias, que en su adición producen una riqueza, en ocasiones de complejo análisis. El románico llega en Soria a sus últimas consecuencias, tanto en el vocabulario como en la cronología, siendo notable la lista de edificios que por su carácter híbrido han merecido el calificativo de “protogóticos”, caso de la iglesia de San Miguel de Caltojar. Sobre todo en los ámbitos más rurales, nos encontramos con una pervivencia del lenguaje constructivo y decorativo románico en fechas tardías del siglo XIII, apego que parece tener que ver tanto con la economía de medios como con el éxito estético del estilo. Este hecho parece motivar el propio carácter tardío del gótico soriano, que salvo ejemplos como el del monasterio de Santa María de Huerta, encontrará su apogeo en pleno siglo XV y principios del XVI. 

Los principales focos de creación artística
Aunque no es éste el marco idóneo para detenernos en profundidades, sí señalaremos aquí los focos que, a nuestro juicio, ejercieron como catalizadores de la creación artística del período. El primero de estos centros, cronológicamente, radica en San Esteban de Gormaz y su comarca, participando de un fenómeno más amplio que abarca la zona inmediata a Roa del sur del Duero, en las actuales provincias de Segovia y Soria. La iglesia de San Miguel de San Esteban repite un modelo sencillo y recurrente en tierras segovianas y sorianas: templo de nave única con breve tramo recto presbiterial, ábside semicircular y portada abierta al sur. La torre, independiente del cuerpo de la nave, fue añadida posteriormente, seguramente ya entrado el siglo XII, al planteamiento primitivo del templo. La verdadera originalidad del edificio radica en su galería porticada, que inaugura una amplia lista de 21 ejemplares conservados en tierras sorianas, desde estos años finales del XI hasta la segunda mitad del XIII, con pervivencias en el período moderno. A la iglesia del Rivero, en la misma villa y erigida sólo algunos años después, acompañan otras de la comarca, como las dos de Rejas, Miño, San Miguel de Gormaz, Alcozar, Berzosa, Tiermes, Caracena, Fresno de Caracena y Aguilera. Las de Peñalba de San Esteban y Montejo de Tiermes, que completan este listado comarcal son pervivencias tardías del modelo, ya en época tardogótica. Al norte de esta concentración ribereña de atrios se encuentra la de Arganza y, hacia la Tierra de Almazán, las de Andaluz, Barca y Villasayas. Los tres ejemplares restantes, Omeñaca, Fuentelsaz y Las Cuevas de Soria, completan esta nómina provincial.
La ciudad de Osma, cabeza del obispado y junto con San Esteban centro de la comarca ribereña, tomará inmediatamente el relevo como centro creador, presumiblemente desde la reinstauración de la sede episcopal, en 1101, por San Pedro, gascón procedente de Bourges y heredero del espíritu de aquel Bernardo que fue abad de Sahagún y luego arzobispo de Toledo. En las obras de la catedral de El Burgo de Osma se materializa la penetración de una corriente artística de ascendencia burgalesa, pero con conexiones navarras y aragonesas, que de modo quizá excesivamente cómodo ha sido encerrada bajo el calificativo de “silense”. Sin negar el evidente impacto del segundo taller de Santo Domingo de Silos en buena parte de la plástica castellana de la segunda mitad del siglo XII, creemos parcial resumir a ésta bajo el tan socorrido adjetivo de silense. Hasta en obras tan innegablemente cercanas a las esculturas del segundo taller del claustro burgalés como las de El Burgo de Osma percibimos una evolución personal de los artífices que enriquece la inspiración inicial. Dicho en palabras de Elizabeth Valdez, “allí donde la escultura de Silos es decorativa, la de El Burgo de Osma es literalmente florida”. La misma autora refleja las diferencias estilísticas entre ambos conjuntos y el grado de innovación que añaden los escultores de El Burgo a la impronta silense que marca su formación. Sin querer detenernos más en estas apreciaciones, sí debemos señalar el papel transmisor que de la referida estética e iconografía ejerció el taller oxomense hacia la Villa y Tierra de Soria, perceptible tanto en los monumentos de la capital como en la galería de Omeñaca o la ermita de Garray, por poner sólo dos ejemplos. En Soria, Segovia y Guadalajara, esa renovación plástica cuyo mejor exponente es la segunda campaña de Silos se aúna con el magnético estilo navarroaragonés, cuyo más gráfico exponente es el círculo del llamado “maestro de San Juan de la Peña”, con notables realizaciones en el claustro pinatense y en la comarca de las Cinco Villas aragonesas. La manera de hacer de los escultores aragoneses se delata sobre todo en las figuras humanas y, prueba de la referida proximidad la dan, por ejemplo, las representaciones de la fachada de Santo Domingo de Soria, donde la figura de Adán de la escena del Pecado Original encuentra su gemela en el mismo personaje representado en el claustro de San Juan de la Peña.
Lógicamente la capital, primero villa y más tarde ciudad de Soria, concentra buena parte de este protagonismo. Tras los avatares de su primera repoblación por Alfonso I de Pamplona, la estabilidad consiguiente a su reingreso en Castilla, en 1136, permite que las recién organizadas collationes acometan la construcción o el engrandecimiento de sus templos. Como ocurrió en Segovia o Zamora, una fiebre constructiva hizo surgir en el centro de cada barriada una parroquia de estilo románico, hasta 34 en nuestro caso, además de una colegiata, dos monasterios y algunas ermitas3. Fue este primero el momento más glorioso de la villa, hasta el punto que el devenir histórico de la misma la llevó a la obligación de prescindir de muchas de ellas, condenándolas a su desaparición. Incluso podríamos hablar de dos momentos sucesivos de euforia edificatoria, uno inmediato a la repoblación, en los años centrales del siglo XII y un segundo, más fructífero, en el último cuarto de la centuria y los primeros años del siglo XIII. Esta segunda fase convirtió a Soria en una de las capitales del románico peninsular, peculiaridad arquitectónica incomprensiblemente poco significada. Y ello no es sólo por el elevado número de testimonios que conserva, trece, sino por su diversidad, riqueza y el carácter de punto de encuentro de tradiciones que en sus edificios y decoración monumental observamos. En la plástica se funden las maneras silenses enriquecidas en la etapa intermedia de El Burgo de Osma con otras navarras y de las Cinco Villas aragonesas, la arquitectura combina las presumibles humildades de San Agustín el Viejo, Nuestra Señora del Mirón, El Salvador o San Miguel de Cabrejas –iglesias rurales trasplantadas al marco urbano– con la magnificencia, patente en el claustro y sala capitular e intuida en la iglesia, de San Pedro, la bien notoria de Santo Tomé (hoy Santo Domingo), el exquisito abarrocamiento tardío de San Juan de Rabanera y San Nicolás y el exotismo orientalizante del claustro de San Juan de Duero. Todo ello fue erigido en un lapso que estimamos en unos sesenta o setenta años, aproximadamente entre 1150 y 1215. De entre los edificios de la capital destacan por su ambición San Pedro y Santo Domingo, que por su propia envergadura jugarán un papel esencial en la formación de un estilo peculiar que pronto se extenderá por casi toda la provincia. Arquitectónicamente, San Juan de Rabanera y San Nicolás representan un eslabón exuberante que incorpora soluciones de cubierta avanzadas y una profusa decoración monumental en los muros. San Juan de Duero, con su estética personalísima y cargada de orientalismos, dejará la impronta de sus arcos entrecruzados como uno de los motivos recurrentes en la decoración de frisos, impostas y pilas bautismales sorianas.
Almazán es otro de los centros creadores que marcarán el románico de la comarca meridional de la provincia. Su nombre árabe (“el fortificado”), nos habla de su tardía ocupación musulmana y de su carácter como enclave defensivo. No tornó a manos cristianas hasta el reinado de Alfonso VI, bajo el empuje del conde Gonzalo Núñez de Lara, y aunque en 1098 el monarca llegue a donar una heredad con su iglesia de San Félix y Santa María a San Millán de la Cogolla, la campaña almorávide que pone cerco a Berlanga en 1113 nos revela la fragilidad del dominio cristiano en el codo del Duero y, suponemos, de la población estable a él asociada. La prueba más clara la da la nueva repoblación realizada en 1128, esta vez promovida por el impetuoso Alfonso I el Batallador, quien adscribe Almazán, junto a Soria, al obispado de Tarazona. Muerto el aragonés y quedando sin efecto su testamento, la plaza volvió a manos castellanas, dentro de la diócesis de Sigüenza. Se estructuró en diez parroquias, y como centro de la Comunidad de Villa y Tierra, agrupaba su término a 72 aldeas. Al igual que en el caso de Soria, los testimonios románicos que han llegado hasta nosotros dan fe de una excepcional calidad. En el monumento clave, San Miguel, se aúna la ambición constructiva de un magnífico templo de tres naves con los elementos arabizantes bien patentes en la bóveda de nervios de su cimborrio, al mismo tiempo que se funden los tamizados influjos burgaleses de las ménsulas y el frontal de altar con la austeridad de la escultura de los capiteles de la nave y ventanas. Nuevamente punto de encuentro y generador de tendencias, la decoración de arquillosnicho sobre modillones de rollos de su tambor absidal tendrá repercusión en las cabeceras de Nuestra Señora del Campanario y San Vicente de la misma villa, así como en las iglesias de Caltojar y Bordecorex y –quizás no de modo lineal– en la similar decoración de algunas iglesias segovianas. Las tres iglesias citadas en Almazán son edificios de notables dimensiones, provistos de tres naves, característica ésta infrecuente en el románico soriano, e incluso la iglesia de San Miguel, recuperada exteriormente en la última restauración, ocupa un lugar destacado dentro del panorama del tardorrománico hispano. San Vicente, pese a las numerosas reformas sufridas, presenta la originalidad de articular el muro interior del ábside con una arquería ciega, rasgo que nos remite al área burgalesa y que en Soria encontramos únicamente en este templo y en el cercano de Caltojar. Excepcional e insuficientemente valorada es la escultura de la portada de Maján, fuertemente impregnada, como la de Villasayas, del estilo de la sala capitular oxomense.
La Tierra de Ágreda comparte con las Tierras Altas una cierta lejanía respecto al panorama hasta aquí trazado, como si el Ebro al que vierten sus aguas marcase también la tendencia en lo artístico. Vinculada desde los primeros momentos de la repoblación al poder aragonés, frontera y puerta entre Castilla y Aragón –Jaime I el Conquistador contrajo aquí matrimonio con Leonor, hija de Alfonso VIII–, el estilo románico mira hacia tales horizontes. Ágreda conserva numerosos vestigios de su pasado románico, aunque muy transformados en época posterior. Destaca en la villa la peculiaridad de Nuestra Señora de la Peña, templo, como el de Cerbón, de dos naves cubiertas con bóvedas de cañón apuntado, la recia torre de San Miguel y la portada de San Juan Bautista. La severidad y parquedad decorativa nos certifica que no llegó hasta esta zona la influencia de la renovación plástica de la segunda mitad del siglo XII. Magaña conserva parte de la traza románica de Nuestra Señora de Barruso, en las faldas del castillo, así como las tristes ruinas de la ermita de San Salvador. Ólvega, con las ermitas de la Virgen de Olmacedo, San Marcos y San Bartolomé, Santa Eugenia de Añavieja, las tardías iglesias de Nuestra Señora del Collado de Valtajeros y San Pedro de Valdeprado, o el epígono, ya gótico, de San Pedro de Muro de Ágreda, junto con otros muchos restos dispersos, configuran un arte austero, más arquitectónico que entregado al decorativismo. Su raigambre aragonesa ya fue señalada por Gaya Nuño, destacando el aspecto masivo de los templos, cuyo aspecto de fortaleza –explícito en Valtajeros– tendrá que ver con el carácter fronterizo de la comarca.
Algo similar ocurre en las Tierras Altas, comarca como la de Cameros, más volcada hacia la cercana Rioja que a los influjos castellanos. Hasta su definitiva integración en el Reino de León y Castilla en 1134, la Tierra de Yanguas estuvo políticamente vinculada a La Rioja y Navarra, incluso bajo dominio musulmán. Tras la toma de Calahorra en 1045 por el rey García de Nájera se inicia el proceso de consolidación del poder cristiano en la zona meridional riojana, de la que Yanguas era y es puerta hacia el valle de Arnedo, tal como reza el lema de su escudo. La reconquista de este sector soriano, incluida la zona de San Pedro Manrique y Magaña, corresponde pues a la monarquía navarra. En 1134 pasa Yanguas, como toda La Rioja y la cuenca del río Cidacos, a depender del emperador Alfonso VII, quien hacia 1142 conduce gentes de Yanguas para la repoblación de Ágreda. Yanguas, cabeza que fue de su Villa y Tierra conserva restos románicos en las iglesias de San Lorenzo, con torre de sillarejo muy transformada con vanos geminados, al estilo de San Miguel de Ágreda y la estilizada y de aire pirenaico torre de San Miguel. En la iglesia de Santa María se conservan tres capiteles de bella factura, uno vegetal y dos figurados, procedentes de alguna de las anteriormente citadas. Es, sin embargo, la imaginería la que ha dejado en esta villa quizá el más famoso de los Crucificados de talla de la provincia, el Cristo de Yanguas, de tamaño natural y cronología en torno al año 1200. Junto a él, en la Casa Museo, esperan la necesaria y urgente restauración una serie de piezas excepcionales, como la Virgen sedente de principios del siglo XIII sobre sitial decorado con arcos geminados de medio punto. San Pedro Manrique conserva los restos de sus iglesias de San Martín, con una portada que parece situarse entre el románico más antiguo de la provincia y una curiosa y arcaizante pila bautismal procedente de Valdecantos, la portada de San Miguel y las ruinas del monasterio de San Pedro el Viejo. Pero además de las dos poblaciones más importantes, la montañosa comarca atesora un nutrido patrimonio románico, lo que rompe el vacío de los mapas anteriormente trazados, con elementos arquitectónicos que perviven en Valduérteles, Los Campos, la ermita de la Virgen de Valdeavellano de Vizmanos, la del cementerio de Huérteles, las ruinas de Rabanera en Ventosa de San Pedro, La Natividad de Castillejo de San Pedro, San Andrés de San Pedro, Bretún, etc. Pilas bautismales las tenemos en Oncala, Villartoso –ésta con una fragmentaria inscripción–, Valloria, Ledrado, Montaves, Verguizas, La Laguna, Diustes, unos canecillos conservados en una vivienda de Palacio de San Pedro… Sin embargo, la entidad de estos restos nos habla de la modestia de las comunidades que los realizaron y de la frontera que el puerto de Oncala significó para el flujo de las corrientes de la segunda mitad del siglo XII.
El Campo de Gómara concentra igualmente un nutrido aunque fragmentario número de testimonios, también caracterizados por su modestia. Son templos reducidos, mayoritariamente construidos en mampostería, que manifiestan una severa economía de medios decorativos: Alparrache, Miranda de Duero, Ledesma de Soria, capilla del cementerio de Serón de Nájima. Las portadas, simples arcos de medio punto doblados, carecen absolutamente de decoración, salvo la línea de dientes de sierra de las chambranas, como en Ribarroya. Restos dispersos quedan en Nomparedes y Almarail, y pilas bautismales en Tardajos de Duero o Cubo de la Solana. Únicamente escapan a esta rusticidad Peroniel del Campo y Torralba de Arciel, con los curiosos aparejos de mampostería reforzada por verdugadas de sillar en los ábsides, y la torre de vanos geminados en el primer caso. En otras zonas, como la Sierra, el románico es casi anecdótico porque también el poblamiento es disperso y escaso. Al norte de la ruta que comunica Soria y Burgos sólo encontramos menguados vestigios, como las pilas bautismales ya casi góticas de Duruelo de la Sierra y Cabrejas del Pinar –decorada con un Crucificado–, Covaleda, Vinuesa, y la parte baja de la torre y la portada en el cementerio en Muriel Viejo. 

Rasgos definitorios
Más adelante nos referiremos al clima artístico del románico soriano, es decir, a su caldo de cultivo histórico, social y geográfico. Nos centraremos ahora en el análisis de algunas de las peculiaridades formales de todas sus manifestaciones. Por supuesto, el románico soriano participa de las grandes corrientes estilísticas que marcan la arquitectura de los años finales del siglo XI, todo el siglo XII y las primeras décadas del siguiente, y de este modo podemos reconocer las conexiones con grandes obras como Santo Domingo de Silos, el círculo del maestro de San Juan de la Peña o el foco de Sepúlveda. Arquitectónicamente destaca la diversidad de materiales y aparejos, desde la excelente sillería hasta la mampostería y los encofrados. Esta última técnica la encontramos, por ejemplo, en las iglesias de San Juan de Duero, Nuestra Señora del Mirón, San Ginés y San Agustín el Viejo de Soria, Velilla de San Juan, Osona, Fuentelárbol o la ermita del cementerio de Gormaz. La solidez del opus cæmentitium, la rapidez en la construcción y sobre todo su economía, serían determinantes a la hora de escoger este sistema constructivo, que encontró su continuidad desde el mundo romano sobre todo en la arquitectura militar. No obstante, la mayoría de las fábricas optan por la mampostería, reservando la piedra sillar para las cabeceras o más frecuentemente para portadas, ángulos y encintados de vanos. Así se erigen los templos de San Miguel de San Esteban de Gormaz, Aldealpozo, Montenegro de Cameros, Villabuena, Ledesma de Soria, Ciruela o Fuentegelmes, por sólo citar algunos. Una fórmula mixta resulta de la combinación de mampostería con verdugadas de sillar, como vemos en las cabeceras de Peroniel del Campo y Torralba de Arciel. La sillería se reserva a las fábricas más ambiciosas o allí donde la piedra sillar resulta más accesible: San Vicente, Nuestra Señora del Campanario y San Miguel de Almazán, San Nicolás, San Juan de Rabanera, San Pedro, Santo Domingo y posiblemente Nuestra Señora de Cinco Villas de Soria, Nuestra Señora del Rivero de San Esteban de Gormaz, Garray, Viana de Duero, Perdices, Tiermes, Ucero, Caltojar, Santa María de Huerta, etc.
Las plantas de las iglesias de concejo repiten hasta la saciedad el esquema de nave generalmente cubierta con armadura y cabecera compuesta de tramo recto abovedado en cañón y ábside semicircular con bóveda de horno. Pese al predominio de espadañas, no faltan las torres, como en San Lorenzo y San Miguel de Yanguas, San Pedro el Viejo de San Pedro Manrique, la muy notable de San Miguel de Ágreda, las de San Pedro de Caracena, San Nicolás y Santo Domingo de Soria, San Miguel de San Esteban, Miño, Peroniel del Campo, Arancón, Renieblas, o los cuerpos bajos de San Leonardo de Yagüe y Espeja de San Marcelino. Cimborrios sólo se conservan en San Miguel de Almazán y San Juan de Rabanera y quizá se adopte en San Pedro de Caracena el esquema tan frecuente en tierras burgalesas de destacar en altura el tramo que antecede a la cabecera, aunque aquí la torre aparece hoy muy transformada. Las iglesias de tres naves son escasas, habiéndose conservado sólo los vestigios de la primitiva iglesia de San Pedro de Soria y las de Santo Domingo y La Mayor de la capital, San Miguel, San Vicente y Nuestra Señora del Campanario de Almazán, Caltojar y la del monasterio de Huerta. Un grupo de edificios manifiestan un compromiso entre la planta basilical imperante y la de cruz latina, como la ermita de Olmacedo en Ólvega, San Bartolomé de Ucero y San Juan de Rabanera y San Nicolás en Soria. Sin plantearse un transepto como tal –que sólo atestiguamos en la antigua iglesia de San Pedro de Soria–, éstas incorporan capillas laterales al tramo más oriental de la nave, capillas que enlazan con una de las peculiaridades más notables de la arquitectura románica soriana. Nos referimos a las capillas-nicho o absidiolas excavadas en el espesor del muro que encontramos en San Mamés de Montenegro de Cameros, San Nicolás, San Juan de Rabanera y La Mayor de la capital, San Vicente y Miguel de Almazán y la ermita de los Santos Mártires de Garray. Su utilidad creemos debe relacionarse con la necesidad litúrgica de la multiplicación de altares, ya que esta solución permitiría, en edificios de nave única, alojarlos en las cabeceras sin invadir la nave. Encontramos estas capillas-nicho en Cataluña (San Benito del Bagés), Aragón (San Pedro de Siresa, Santa Cruz de la Serós, San Juan de Uncastillo), Burgos (Tabliega de Losa, Butrera, Lara de los Infantes, Monasterio de Rodilla), Guadalajara (La Asunción de Cereceda) o la segoviana del castillo de Turégano, lo cual nos habla de una solución bastante extendida geográficamente. La misma función debían cumplir los baldaquinos de San Juan de Duero o las estructuras de capilla-nicho de las que quedan vestigios en la ermita de San Marcos de Ólvega y la iglesia de Fuentelfresno. El baldaquín (ciborium o tegurium) es un elemento de dignificación litúrgica del altar presente ya en las basílicas constantinianas, y actúa como una extensión del nivel de sacralización propio del ábside al espacio que acota en la nave, justificado e impuesto por su función de albergar un altar. En este apartado debemos destacar la peculiar duplicidad de naves de Cerbón y Nuestra Señora de la Peña de Ágreda. Son muy escasos los ejemplos en el románico hispano, pudiendo citar además de estos sorianos el de Villaute, en Burgos. Aunque las zonas elevadas de los edificios han sido lógicamente las más afectadas por renovaciones y restauraciones, conservamos dos ejemplos, en Nuestra Señora del Campanario de Almazán y Muro de Ágreda, de templos que mantienen cámaras abovedadas de difícil acceso sobre los ábsides.
La tipología de las cubiertas va ligada a la entidad de las fábricas. Imperan así las bóvedas de cañón, frecuentemente apuntado en los presbiterios y las de horno en los ábsides, junto a las armaduras para las naves. Las bóvedas de medio cañón y cañón apuntado reforzadas con fajones cubren las naves de algunos templos, como Santo Domingo de Soria y el cañón netamente apuntado de otros muy tardíos como Valtajeros o Muro de Ágreda. En algunos monumentos de finales del siglo XII aparece ya la crucería sencilla, como en el tramo oriental de la nave de Fuensaúco. La iglesia de San Pedro Apóstol de Perdices, junto con San Juan de Rabanera y San Nicolás de Soria, representan algunos de los edificios en los que se ensaya la solución pregótica de la bóveda de horno gallonada, y similar es el tipo de cubierta del ábside en San Bartolomé de Ucero. En San Juan de Rabanera, además, encontramos una cúpula sobre trompas cerrando el cimborrio. Excepcional también resulta la bóveda cupuliforme de nervios entrecruzados sobre trompas que se alza sobre el crucero de San Miguel de Almazán; construida a partir de ocho arcos de medio punto, su traza de estrella de ocho puntas recuerda las Torres del Río (Navarra) o Armenteira. Martínez Frías, reconociendo la raigambre formal musulmana, relaciona esta de Almazán con el sistema constructivo francés, donde efectivamente se trazaron bóvedas muy similares en L’Hôpital-Saint-Blaise y Oloron-Sainte-Marie, en la Baja Navarra gala.
Sobre los pórticos, ya varias veces citados, debemos concluir que la mayoría de ellos han llegado a nosotros profundamente alterados, cuando no casi completamente renovados, caso del de Tiermes. La galería de Andaluz parece haber sido erigida en dos fases distintas, ambas medievales, y se presenta hoy profundamente remozada en su sector de poniente. En cualquier caso, es bastante posterior a la portada de la iglesia, en la que se palpa el empuje del primer románico de San Esteban. La galería de San Pedro de Caracena poseía dos arcos más hacia el oeste, según han demostrado las excavaciones practicadas en ese sector, siendo aún visibles los restos de uno de ellos. Las de Barca y Villasayas fueron remontadas posiblemente en el momento de la reconstrucción de sus templos en época moderna, y también la de Las Cuevas de Soria muestra alteraciones en su aparejo. Con todos estos datos, resulta complejo establecer conclusiones generales de tipo constructivo y menos aún de orden simbólico basadas en el número de sus arcos. No parece haber existido un modelo definido de ordenación de los arcos y vanos de ingreso, lógica flexibilidad por otro lado, al tratarse de estructuras condicionadas al cuerpo de la nave a la que circundan. El muestrario va desde los veintitrés vanos del pórtico de Carabias (Guadalajara) hasta los tres de Vizcaínos de la Sierra (Burgos). Gaya y después numerosos autores, consideraban la relación entre las miniaturas de los Beatos y la presencia del simbólico número de siete vanos en los primeros pórticos; sin embargo, sólo un reducido número de ejemplares cumplen tal ordenación: San Miguel de San Esteban, Omeñaca, Berzosa en Soria, Grado del Pico, San Miguel de Fuentidueña, Perorrubio, Val de San Pedro o Abanades en las cercanas Segovia y Guadalajara. El posible origen sirio de las estructuras, apuntado por algunos, puede haber seguido derroteros que se nos escapan, encontrando los precedentes más directos en la arquitectura mozárabe (San Miguel de Escalada). En cualquier caso, y como ocurre con buena parte de los templos románicos leoneses y castellanos, el carácter utilitario de los pórticos hizo que su presencia fuera rasgo común a la mayoría de los edificios, teniendo constancia de estructuras porticadas de madera hoy desaparecidas.
La decoración monumental participa de las corrientes anteriormente referidas, sin que debamos desdeñar la impronta de la estética arabizante que acompañaría a buena parte de la población. Encontramos así alfices en Villanueva de Gormaz, Nafría la Llana y Nuestra Señora del Castillo de Calatañazor; arcos de herradura en Duruelo de la Sierra, portada de Los Llamosos, Santa María de Caracena, San Miguel de Gormaz, Fuentearmegil o Izana y polilobulados en Nafría la Llana y la citada de Calatañazor. La decoración imitando atauriques aparece, por poner sólo un ejemplo, en Almazán.
Aunque salvo en los focos de San Esteban, El Burgo de Osma, Almazán y Soria y sus áreas de influencia, el románico soriano se muestra parco en lo decorativo, conservamos en la provincia una buena lista de tímpanos decorados, a la cabeza de los cuales hay que situar al de Santo Domingo de Soria, compositivamente integrado en la serie navarra y castellana representada, por ejemplo, por los de San Nicolás de Tudela, San Miguel de Estella o Moradillo de Sedano. Los de Berlanga de Duero y sobre todo el historiado de la portada meridional de Tozalmoro siguen el citado esquema, mientras que en San Juan de Rabanera, San Nicolás (fragmento hoy en San Juan de Duero), la ermita de los santos Mártires de Garray y el septentrional de Tozalmoro se opta por la sencillez de los florones y las cabecitas bajo arquillos. Escapan a estas dos líneas compositivas los ya gotizantes de San Nicolás (hoy en el hastial occidental de San Juan de Rabanera), el de Caltojar, así como el de Alpanseque, este último de raigambre aragonesa. Hacia la zona burgalesa más que hacia la cabecera de Santa María de Huerta parecen volver sus ojos los ábsides animados exteriormente con arquerías de Valdenebro y Rioseco de Soria. Únicamente en San Vicente de Almazán y Caltojar encontramos arquerías en el interior del ábside, y en El Rivero de San Esteban, Alcozar, San Martín de Rejas, Paones, “El Castril” de Miño y Matanza éstas recorren los muros interiores del presbiterio, rasgo característico de algunos edificios palentinos y burgaleses.
Un elemento decorativo peculiar lo constituyen los triples nichos semicirculares que animan los paramentos de la torre de San Nicolás y la fachada de Santo Domingo de Soria, que se integran en la serie burgalesa compuesta por Ahedo del Butrón, Gredilla de Sedano, Abajas (aquí calados), Hermosilla o Escóbados de Abajo, entre otros. El motivo de inspiración común pudo estar en la decoración de las estelas romanas, abundantes en el entorno de los casos citados. La notable presencia de restos romanos se traduce en su reutilización, como los templos de Renieblas, Ventosilla de San Juan, Villalba, Velilla de la Sierra, Cubo de Hogueras, etc. La inspiración en estos restos clásicos aparece también en los pilares de San Juan de Duero, y ábsides de San Nicolás y San Juan de Rabanera. 

La aportación de las inscripciones
Haremos seguidamente referencia a los datos que la epigrafía de época románica nos ha transmitido. Se refieren fundamentalmente a la fecha de consagración de los edificios, con alguna mención a los artífices, aunque en otras ocasiones tienen un sentido funerario o conmemorativo de otros hechos.
En San Miguel de San Esteban de Gormaz, una inscripción realizada sobre uno de los canecillos del pórtico de San Miguel llamó la atención de Teógenes Ortego. Sobre la pieza está representado un monje sedente tocado con caperuza que sostiene un libro abierto de 10,5 × 7,5 cm con el epígrafe: +IVLIA/NVS MA/GISTER/FECIT/ERA/MC/XV/IIII (1081), hoy casi ilegible. Otra inscripción, ésta en la iglesia segoviana de Santa María de la Peña de Sepúlveda, que la data en 1144, detalla: MAGISTER DOMENICUS IVLIANI QVI FUIT DE SANCTO STEFANO, en referencia seguramente a nuestro artífice. En la iglesia de El Rivero de San Esteban dejó constancia de su actividad, sobre uno de los capiteles de la cabecera, un PETRVS MA(g)ISTRVS.
En una enjuta de la portada de San Miguel de Andaluz se labró el siguiente epígrafe: + IN NOMINE D(OM)INI N(OST)RI I(ESV) X(Christi)/IN HONORE X(Sancti) MICAEL ARCAN/GELI ERA M(ILL)E(SIMA) C(ENTESIMA) QUINQVAGEN/ ANSUR PIR(i?)ANVS ME FECIT. La lectura es compleja sobre todo en el último renglón y creemos que la fecha reflejada en la inscripción es la de 1112 ó 1114, dejando constancia de la participación en los trabajos de un tal Ansur Piranus o Surpiranus.
La torre de San Miguel de Yanguas conserva dos descuidadas inscripciones, localizadas en el pasaje y labradas en sendos sillares. La primera nos informa de la advocación del edificio a San Miguel mártir –S MICAEL MARTIVS– y la segunda de la fecha de erección del edificio ERA MCLXXXIIII, es decir, el año de la era de 1184 (año 1146). La era de 1220 (ERA / Ma / CC[ a ]/ XXa ), es decir, el año 1182, aparece recogido en la filacteria de una de las imágenes, hoy en el pórtico, de Santa María de Tiermes, además de reflejar el nombre del autor –D(OMI)NIC(US) MARTIN(US) / ME FECI(T)– y la frase DATE ET DABI(T)VR (VO)BISdad y os será dado”. En el lienzo meridional del hemiciclo de la iglesia de San Bartolomé de Viana de Duero se grabó la inscripción ERAT MILLE/SIMA DUCENTE/SIMA LXXVI:I, es decir, el año 1239. Otra inscripción, ésta en el exterior del ábside de la ermita de los santos Mártires de Garray, reza “Anno dni/ mccx/xxi”, es decir, el año 1231, aunque debe ser manejada con precaución, pues claramente el epígrafe se labró con posterioridad a la colocación de los sillares, resultando curioso la manera de datar en años y no conforme a la era hispánica.
En uno de los sillares de la cara oriental de la torre de San Nicolás de Soria vemos una inscripción, muy erosionada, en la que a duras penas distinguimos el texto siguiente: OBIT:DON:ELFA/XVI:KLS:IVLII/ERA:M:CC:LXI/III:… En cualquier caso y pese a lo fragmentario del texto, éste corresponde a un epitafio conmemorativo del fallecimiento de un personaje notable, y sin duda significativo para San Nicolás, en la era de 1261, es decir, el año de 1223. En el lapidario de San Juan de Duero se conserva, también procedente de San Nicolás, un fragmento de tímpano –creemos que correspondiente a la puerta más oriental del muro sur– descubierto durante los trabajos de limpieza de los años setenta, decorado con dos arquillos apuntados polilobulados que acogen rosetas (del tipo de los referidos de San Juan de Rabanera o Tozalmoro), restos de un tercer arco superior y, bajo ellos, la inscripción: …CURAT. EST SOL ER. M.CC.LX…, que debemos transcribir como OBSCURATUS EST SOL(STITIO o SOLIS) ERA MCCLX[XVII], es decir, “se oscureció el sol (o el solsticio) en la era 1277 (año 1239)”, en alusión al evento que también aparece recordado en un deteriorado epígrafe del ala oriental del claustro de San Pedro de Soria.
Más lacónicas son las inscripciones de la pila de San Bartolomé, hoy recogida en la ermita del Santo Cristo de Villabuena (W(omega)A(alfa) BENEDICTUS ME FECIT), la invocatio extraída del evangelio de Marcos en la pila de San Benito de Villartoso (QVI CREDIDERIT E…), la de San Cristóbal de Pedraza de Soria (DOMINICVS ME FECIT) y San Pedro de Torrearévalo (…R ALBO ME FECIT). Del mismo tipo es la del exterior de Fuensaúco. Entre los epitafios, además del ya citado de San Nicolás de Soria, tenemos los de Torreblacos, que recuerda a un I(oha)N(e)S ABBAS HUIC ECCLESIA, Nuestra Señora del Campanario de Almazán o el de Raimundo, fallecido en 1205, quien dejó a San Pedro de Soria un puesto de carne en el mercado para sufragio de sus aniversarios. Conmemorativo y tardío (ca. 1240) es el epígrafe del exterior del templo de Nolay, con referencia a la plantación de unos árboles ante el edificio y quizás también el epitafio de Maján (IN HOC LOC[O] [RE] / Q(u)IESCIT IN [PACE]).
No podíamos finalizar este bosquejo del arte románico en Soria sin reflejar la extraordinaria riqueza de piezas de mobiliario litúrgico e imaginería que atesora la provincia. Entre las primeras, sorprende tanto el elevado número de pilas bautismales y aguabenditeras como la breve pero rica serie de frontales y mesas de altar conservadas. De estas últimas destacamos la hoy retallada y colocada en el claustro de San Pedro de Soria, aunque sólo el ejemplo de la ermita de Garray alcance la entidad de los de Santa María de la Horta, Santiago del Burgo de Zamora o el palentino de San Salvador de Cantamuda. Distinto es el caso de los altares laterales o secundarios, los cobijados por las estructuras de capillas-nicho o baldaquinos. En este caso la mesa de altar se adosa al muro y aparece, conjugándose con el baldaquino o arco que dignifica el espacio, el frontal de altar. Aunque lo habitual es que estos antealtares (antependium) o frontales fuesen de paño, los hay también de metal –algunos magníficos como el de San Ambrosio de Milán–, madera (como el ya gótico de Osona) y piedra. De estos últimos, la provincia conserva un rico conjunto, entre los que destacan el de San Nicolás de Soria con la entrada de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos y el de San Miguel de Almazán, éste in situ aunque muy mutilado, con el martirio de Santo Tomás Beckett. En cierto modo estamos aquí ante el origen del retablo, que se define desde época gótica y en medio rural alcanza su esplendor con el renacimiento y sobre todo el barroco. Por su rareza, destacamos de esta lista del mobiliario litúrgico dos piezas excepcionales, los sitiales de Pozalmuro y Fuentetoba. La imaginería románica es escasa, pudiendo señalar únicamente los Crucificados de San Pedro de Soria, los refinadísimos de Yanguas y la catedral de El Burgo, y quizá el de La Seca, y las Vírgenes de Santa María de Huerta y Vinuesa, esta última, como otra de Yanguas, ya a caballo entre las estéticas románica y la gótica. Precisamente es espectacular la riqueza de la provincia en las llamadas imágenes “de transición” y las propiamente góticas.
La pintura románica nos dejó un espléndido testimonio en San Baudelio de Berlanga, donde se desarrollaban dos ciclos diferenciados, uno cristológico en las partes elevadas y otro con escenas cinegéticas y motivos animales en las bajas, amén de los temas ornamentales, un Agnus Dei, la Virgen con el Niño entre oferentes y San Agustín y San Baudelio flanqueando la ventana de la capilla absidal. Deben datar de principios del siglo XII y han sido relacionadas con los maestros de Maderuelo (Segovia) y Santa María de Taüll (Lérida). La historia reciente de estas pinturas, disgregadas entre los Estados Unidos y Madrid es, como la del propio santuario, uno de los mayores desatinos que ha tenido que padecer el Patrimonio de nuestro país. Afortunadamente, el reciente descubrimiento de las pinturas románicas que decoran el interior de la ermita de San Miguel de Gormaz, obra del mismo taller de San Baudelio, viene a paliar al menos parcialmente el citado infortunio. En Gormaz se desarrolla, como en la monografía correspondiente se expondrá, una visión celestial en la cabecera, un ciclo cristológico, un ciclo del Juicio Final –con la Psicostasis y la visión del Cielo y los castigos infernales– y una curiosa representación del combate entre dos ejércitos.
Otro excepcional ejemplo pictórico, esta vez miniado, es el Beato conservado en la catedral de El Burgo de Osma; realizado en 1086 en el scriptorium del monasterio benito de Sahagún, pese a su originalidad y extraordinario valor artístico, representa casi una intrusión en el panorama del arte románico soriano hasta aquí trazado.
Así pues, si un rasgo caracteriza tanto al territorio soriano como a su devenir histórico durante los siglos del románico, éste es sin duda su diversidad. Desde las montañosas Tierras Altas hasta las planicies del Campo de Gómara, desde la Ribera del Duero hasta la Tierra de Ágreda, sus paisajes, naturales y monumentales, nos sorprenden tanto por su riqueza como por la profundidad de las huellas marcadas por la historia de los siglos XI al XIII. Tratar de reducirlos a unos caracteres comunes sería labor arbitraria, como lo es abordar su estudio desde los actuales límites provinciales decimonónicos y aunque en este segundo aspecto nos veamos empujados a claudicar, el viajero atento que recorra las provincias de Segovia y Guadalajara observará una identidad insoslayable con estas tierras. Consideraremos ahora aquí la creación artística de estos siglos en la provincia desde la perspectiva de las condiciones que la vieron nacer y moldearon, y ello a partir de sus principales hitos, conscientes de la relatividad que lo fragmentario de la información llegada hasta este siglo XXI impone a nuestras conclusiones. 

El condicionante histórico
Uno de los principales condicionantes “climáticos” del románico soriano es el ambiente histórico. Como acabamos de ver en la introducción de José Vicente Frías, Soria fue durante estos siglos tierra ambicionada por musulmanes, navarro-aragoneses y castellanos. No extraña así que en los agitados siglos X y XI los testimonios del pasado que han pervivido se relacionen con la arquitectura militar y con la muerte. Las necrópolis de Tiermes, Castro, Berlanga, Duruelo, Romanillos de Medinaceli, Valvenedizo o Ágreda atestiguan una población efectiva del territorio. Efectiva sin duda, pero probablemente escasa y menos preocupada por erigir una arquitectura monumental que por la mera subsistencia.
El primer testimonio románico radica en la comarca de San Esteban de Gormaz. La plaza pudo ser reconquistada por Alfonso III en 883, hecho que de ser cierto no haría sino inaugurar un continuo tira y afloja por su posesión entre cristianos y musulmanes. No será hasta el año 1054 cuando Rodrigo Díaz de Vivar la recobre definitivamente para Castilla y posiblemente sus habitantes no respirasen tranquilos hasta el traslado de las hostilidades al sur del Tajo, tras la toma de Toledo en 1085. El rápido desarrollo de San Esteban se realiza dentro del movimiento expansivo castellano hacia el sur y sudeste, partiendo de las tierras burgalesas de Lara y Roa. Los contingentes castellanos que acudieron a la repoblación de San Esteban se sumaron al importante subtrato árabe y morisco. Es en estas condiciones cuando, en el último cuarto del siglo XI, brota con fuerza inusitada una arquitectura monumental ausente de estas tierras durante siglos. La fecha de 1081 que recoge una inscripción de cronología discutida en un canecillo de San Miguel de San Esteban de Gormaz aparece como una datación acorde con la situación descrita. Algunos años más tarde, en la propia villa de San Esteban se erigió otro templo de similares características, el de Nuestra Señora del Rivero, éste construido en sillería. Evidentemente, el origen de estas formas hay que buscarlo en las tierras septentrionales. San Pedro de Arlanza (que tenía posesiones en la villa) y Santo Domingo de Silos son los dos referentes arquitectónicos para las construcciones de la zona meridional burgalesa de finales del siglo XI y principios del XII, y es en sus tradiciones constructivas y decorativas donde pudieron inspirarse, aunque fuese remotamente, los artífices de San Esteban. La iglesia del Salvador de Sepúlveda, datada epigráficamente en 1093, responde al mismo tipo de San Miguel de San Esteban de Gormaz y, aunque es bien posible que la iglesia segoviana sea algo posterior a la nuestra, no es tan interesante el asunto de las primacías como el hecho de reforzar tal identidad el marco común, histórico y artístico, en el que ambas se integran. En ellas se inaugura la exitosa tipología del pórtico y se plasman los primeros balbuceos de una escultura figurativa en la Ribera del Duero.
Frente al omnipresente dominio monástico ejercido por el clero regular en las tierras navarras o burgalesas, en las de Soria ningún gran cenobio ejerció un poder territorial similar. Las áreas de influencia de San Millán de la Cogolla y Santo Domingo de Silos principalmente se centran en la Tierra de Soria y Tierra de Yanguas para el primero y la Ribera del Duero en el segundo caso. La influencia de San Pedro de Arlanza, atestiguada en los primeros momentos de la repoblación en localidades como Berzosa, Rejas de San Esteban y San Esteban de Gormaz, parece diluirse avanzando el siglo XII, al menos en lo artístico. El monasterio de Arlanza disfrutaba desde 1063 del diezmo de los derechos reales en San Esteban, amén de numerosas propiedades. Un documento del Cartulario del monasterio burgalés, datado en 1195, recoge una avenencia entre éste y el obispado de Osma sobre derechos y pertenencia de varias iglesias, entre las que se citan las de San Esteban, Quintanas Rubias, Santa María de Golmayo, Osma y San Mamés de Berzosa. Sabemos que en 1098 Alfonso VI concedió el terreno yermo de Sancta Maria de duas ramas en Almazán al monasterio de San Millán de la Cogolla, en el lugar donde más tarde se instalaría la iglesia de San Félix y Santa María. Tres años antes, el monasterio riojano había recibido del conde Gonzalo Núñez de Lara la “iglesia desierta” de San Millán de Villeta, entre Covaleda y el Duero. Quizá es el monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos, por proximidad geográfica y proyección artística, el que de un modo más decisivo influyó en el desarrollo del arte románico soriano desde mediados del siglo XII. Nuevamente la ribera soriana del Duero aparece como el centro receptor de la renovación plástica que se produce en los reinos cristianos hispanos en la segunda mitad de dicha centuria. No serían ajenos a este hecho los estrechos contactos entre el cabildo de canónigos regulares de El Burgo de Osma y los monjes de Silos, quizá, como algunos autores han señalado, para contrarrestar el empuje del cada vez más poderoso obispado de Burgos. El monasterio de Silos y el obispado oxomense mantuvieron excelentes relaciones a partir de 1132, cuando el legado pontificio consiguió llegar a un acuerdo sobre los conflictivos límites entre los obispados de Burgos y Osma. No parece extraño que los monjes de Silos, interesados en mantener su independencia respecto al obispado burgalés, y los capitulares oxomenses, hicieran frente común ante la sede burgalesa. Para Elizabeth Valdez del Álamo, la sala capitular de El Burgo de Osma, tan próxima al segundo taller de Silos, sellaba tal vez la alianza. A partir de 1189, cuestiones jurisdiccionales parecen enturbiar las relaciones entre ambas instituciones, argumento que para la investigadora norteamericana ofrecería una sugestiva fecha terminus ante quem para la obra románica oxomense.
El papel dominante, dada la ausencia de un gran monasterio en suelo soriano hasta la consolidación del cisterciense de Santa María de Huerta, quedó en lo eclesiástico en manos del obispado de Burgos y los recién restaurados de Osma (1101), Tarazona y Sigüenza (1121). El Concilio de Husillos de 1088 estableció unos límites territoriales entre las sedes burgalesa y oxomense que perjudicaban claramente a esta última y provocaron que las fricciones entre ambas fueran continuas. Así, en 1108, y según documento de Pascual II, villas como Maderuelo o Calatañazor –en manos cristianas desde fines del siglo X– pertenecían a la diócesis burgalesa, aunque habían sido ocupadas y cobradas las rentas por la oxomense. En el período de Alfonso I el Batallador la diócesis de Tarazona tomó posiciones en la zona oriental de la provincia y lo mismo sucede en la sur por parte de la de Sigüenza, que recibe de Alfonso VII en 1135 el privilegio de las décimas y derechos reales en las villas de Soria, Ólvega o Almazán, entre otros lugares. La territorialidad, clarificada desde 1136 en lo político, sigue confusa en lo eclesiástico. En el concilio celebrado en Burgos ese mismo año, el cardenal Guido dirime las cuestiones de límites entre las diócesis de Tarazona, Sigüenza y Osma. Focos importantes como Ólvega quedan en territorio de la primera; Caracena, Aguilera, Berlanga, Barca o Almazán corresponden a la segoviana, y Soria y su tierra a la oxomense. Esta concordia es ratificada por el Emperador, aunque desde Osma pronto se alzaron voces disconformes, como la del canónigo Pascual, reprendido en la bula del papa Inocencio II que confirma el acuerdo. Dos años más tarde, Alfonso VII concede la villa de Serón al obispo seguntino, en 1140 la permuta por Caracena y en 1146 recupera Caracena a cambio de la zona alta de Sigüenza, que pasa al obispo. Es abundante la documentación sobre el auténtico estado de rebeldía de los concejos y clero de Ayllón, Caracena, Almazán y Berlanga, que se negaban a vincularse a Sigüenza y dirigían sus rentas hacia Osma. El conflicto, en el que median el Papado, varios obispos hispanos y la propia monarquía, tiene su momento álgido entre 1159 y 1165, con sentencia de excomunión incluida para el prelado oxomense. En abril de 1165 se restituyen a Sigüenza las cuatro villas por mediación del arzobispo de Toledo y los ánimos por fin se relajan.
Un documento, seguramente copia algo posterior a su redacción original, refleja la confirmación en 1151 del rey Alfonso VIII a San Pedro de Soria de la iglesia de Cardejón y otros bienes. Tenemos algunas referencias de intervención de prelados en la consagración de iglesias, como la que recogía el acta, hoy desaparecida, de la iglesia de la Virgen de la Peña de Ágreda, “dedicada en honor de Dios y de Santa María por el obispo Juan de Tarazona” el 23 de octubre de 1193. Sin embargo, ya Gaya Nuño en la introducción de su obra El románico en la provincia de Soria resaltaba en Soria la ausencia de un patrocinio decidido en la creación artística por parte del poder político, salvo excepciones como la colegiata y hoy concatedral de San Pedro y quizá la iglesia de Santo Domingo en Soria, aunque en este último caso la leyenda suplante a los hechos históricos probados. El propio Gaya encontraba la identidad de los promotores en los “municipios potentes, de gran importancia pecuniaria y con colonias de artífices cualificados”. 

El componente social
Ante las arriba señaladas tensiones que sacudieron el panorama político y eclesiástico de estos años, los concejos, estructura administrativa esencial en la repoblación y consolidación de las tierras sorianas y catalizadores de la estabilidad del territorio, se erigieron en los auténticos protagonistas del despegue social, económico y artístico. No creemos exagerado calificar al románico soriano como un arte eminentemente concejil. Frente a los modos feudales del “románico dinástico” (en expresión de García Guinea) de las tierras leonesas o las influencias decisivas de monasterios como Oña, Sahagún, Silos o San Millán y obispados como el de Burgos, los concejos sorianos, agrupados en las Comunidades de Villa y Tierra y protegidos por los numerosos fueros, se presentan como los principales promotores de la creación artística. Es así el románico soriano un arte eminentemente parroquial, entendiendo “parroquia” en la totalidad de sus significaciones, salvo excepciones como la presumible de la catedral de El Burgo de Osma o el puntual patronazgo que ejerció la monarquía castellana sobre San Pedro de Soria, así como las intervenciones de premonstratenses (Almazán), hospitalarios (San Juan de Duero y Almazán) y los cistercienses de Santa María de Huerta.
El origen geográfico de los repobladores, sin ser decisivo en la implantación de unas u otras corrientes artísticas, sí jugó un papel importante en la adopción de determinados elementos. Así, podríamos explicar la presencia de los crismones de Romanillos de Medinaceli, Alaló, La Barbolla, Alpanseque y el de un canecillo del ábside de San Bartolomé de Ucero, únicos que hemos recogido en la provincia junto con el pintado en San Baudelio de Berlanga, probablemente en conexión con el componente aragonés de sus pobladores. Del mismo modo, la expansión de la repoblación desde las bases de Roa, Lara y luego Aza lleva consigo el arte en boga en estas zonas, del que el segundo taller de Santo Domingo de Silos y la eclosión de su estilo resulta su máxima expresión. Del mismo modo, el aire pirenaico que impregna la torre de San Miguel de Yanguas liga sin duda su origen al componente aragonés de sus pobladores, como le sucede al románico de la Tierra de Ágreda, bastante ajeno al castellanismo del resto de la provincia.
En cuanto a la procedencia de los artífices responsables del románico soriano, sólo el rastreo estilístico puede aproximarnos a su formación. Observamos en la plástica el mismo fenómeno que caracteriza el área burgalesa y palentina: la convivencia de los escultores que mantienen los conceptos escultóricos de la primera mitad del siglo con la serie de talleres o artistas impregnados del barroco estilo del tardorrománico hispano, renovado con la nueva savia de los grandes maestros de origen francés que trabajan en los edificios paradigmáticos de Ávila, Santiago de Compostela, Carrión de los Condes, Silos, Sangüesa, San Juan de la Peña, Aguilar de Campoo, Estella, etc. En el caso soriano, parece clara la influencia ejercida por las obras de la segunda campaña de Santo Domingo de Silos y talleres partícipes de su vitalidad, produciéndose además una confluencia con el estilo de las grandes realizaciones navarro-aragonesas y el círculo del denominado taller de San Juan de la Peña.
El carácter concejil señalado cobra fuerza ante la significación de los pórticos de las iglesias, con el sentido funcional, litúrgico, funerario y social que apuntó Bango Torviso, y en cuanto al último pese a las normativas contrarias de las actas conciliares. El caso soriano no precisa de mayor insistencia en el hecho, pues baste recordar cómo hasta su disolución, los mismos Linajes de Soria acostumbraban a tener sus juntas en los atrios e interiores de los templos, o las documentadas reuniones del concejo de Ágreda en el atrio de San Miguel. Los pórticos sorianos, junto a los actualmente en las provincias de Segovia y Guadalajara, constituyen una de las peculiaridades más interesantes del románico hispano, tanto por la propia tipología arquitectónica como por sus connotaciones sociológicas y litúrgicas. Sin duda, las galerías porticadas constituyen uno de los elementos más característicos y propios del arte de las Extremaduras castellanas de los siglos XI al XIII. Sobre el origen y funcionalidad de estos espacios se han escrito numerosos estudios, aceptándose su inspiración oriental, no exenta de interrogantes, así como las funciones anteriormente reseñadas.
Junto a los pórticos, auténticos claustros parroquiales, las torres, de las que el románico soriano cuenta con notables ejemplares, aparecen como elementos ligados a la vida social de la comunidad. Destacaremos los ejemplares de San Miguel en San Esteban de Gormaz, Santo Domingo, San Nicolás o La Mayor de Soria, San Miguel de Yanguas, San Miguel de Almazán, San Miguel de Ágreda, Peroniel del Campo, San Pedro de Caracena, etc. Conocemos el caso del reloj y campana que en Santo Tomé de Soria poseía la ciudad, motivo de tensiones cuando –en el siglo XVI– se decida combinar su función parroquial con la de templo del recién instalado convento de dominicos. El tañido de la campana de la iglesia de San Juan de Muriel, también en la capital, marcaba el inicio y fin del trabajo de la viña, según el Fuero de Soria. No faltan, sin embargo, las espadañas, algunas imponentes como las de Fuensaúco o Perdices. La intensa militarización del territorio facilitó el que una serie de edificios religiosos integren en sus fábricas torres defensivas, precedentes al edificio o no, como en Santa María de Caracena, Aldealpozo o Montenegro de Ágreda. En otros casos se fortificaron las propias iglesias, como la de Fuensaúco o el espectacular y tardío ejemplo de Nuestra Señora del Collado de Valtajeros, en la que los muros perimetrales se alzan sobre la cornisa parapetando un camino de ronda protegido por merlones y un matacán sobre el acceso.
El protagonismo directo de los concejos en la erección de los templos tiene un ejemplo documentado en la iglesia de San Pedro de Soria. El Cartulario de la concatedral transcribe el documento de 26 de julio de 1148 por el que el Concilium de Soria hizo donación al obispo oxomense de la iglesia de San Pedro, señalando expresamente la voluntad concejil de instauración en su villa de un monasterio de religiosos, al que dotan de una heredad en el Villar de Arguijo. Ya desde el inicio (1150) se estableció la independencia de San Pedro de Soria respecto al cabildo de Osma. En 1151, Alfonso VII confirma la anterior donación, añadiendo al patrimonio de San Pedro la iglesia de Santa María de Cardejón y unas casas ante Eclesiam Beati Petri fabricatae sunt. El documento, vuelve a señalar cómo tal primitiva donación fue hecha cum voluntate Guter Fernandez –tenente de Soria– et assensu totius Concilii ipsius civitatis. Al año siguiente, en un acuerdo del cabildo de San Pedro, se expresa que Dominus Oxomensi Episcopus instituit et possuit canonicos regulares in Ecclesia Beati Petri de Soria, institución de canónigos regulares de San Agustín que fue confirmada por bula de Alejandro III en 1166.
El propio análisis del urbanismo de la Soria medieval refleja el carácter aglutinador de las diversas procedencias geográficas que ejercieron las parroquias en las collationes, igual que sucede en todas las ciudades de las Extremaduras, como Zamora, Segovia o Ávila. La parroquia ocupa el centro del horizonte urbano y social de cada colación, la cual contribuye, suponemos que comenzando por su erección, al sostenimiento de unos edificios que considera propios. Las parroquias sorianas constituyeron el centro de la vida espiritual y social de los barrios urbanos y las pequeñas poblaciones.

El medio natural
La geomorfología también ha jugado su papel en la creación artística, aliada con el devenir histórico, desde la dispersión de la población hasta la elección de los materiales constructivos y las vías de penetración de influencias. No contamos con referencias documentales a canteras en época románica, aunque el uso de los materiales locales es la norma en los edificios conservados. La provincia cuenta con notables yacimientos de areniscas (Golmayo, Aldehuela de Periáñez) y calizas (El Burgo de Osma, Ágreda), utilizadas en aparejos de sillería en los edificios de la capital (San Nicolás, San Pedro, San Juan de Rabanera, Santo Domingo y probablemente en Nuestra Señora de Cinco Villas, a tenor de los restos dispersos hoy conservados), en Almazán (San Miguel, Nuestra Señora del Campanario, San Vicente), Viana de Duero, Bordecorex, Caltojar, Tozalmoro, Fuensaúco, Nepas, Castillejo de Robledo, San Lorenzo de Valdegeña y un largo etcétera. La economía de medios, unida a la dificultad del transporte y un modo constructivo norteño, se alían para ofrecernos el sillarejo en el que se levantan la torre de San Miguel de Yanguas o los templos de Valtajeros y la ermita de Barruso de Magaña. La mampostería es, sin embargo, el aparejo más frecuente para las naves de los templos, reservándose en estos casos la piedra sillar para las cabeceras, espadañas y encintados de vanos (así en Perdices, Santa María de Caracena y otros).
Las comarcas naturales del territorio soriano, marcadas por las sierras y los cursos fluviales, tienen una correspondencia con la evolución del arte: las sierras de Alba, San Miguel y del Rodadero actúan como barreras para la expansión del influjo de los modos de la capital, estando esta comarca de las Tierras Altas más abierta hacia el riojano valle de Arnedo que hacia el sur, con el aún hoy imponente puerto de Oncala. Algo similar ocurre en la Tierra de Ágreda, donde la barrera natural la constituye la sierra del Madero y, por el contrario, se establece una identidad entre la zona agredense y la de Tarazona alrededor de la sierra del Moncayo y el valle del Queiles. La complicada orografía de la sierra Cebollera y los Picos de Urbión limitó el poblamiento del sector noroccidental de la provincia prácticamente al valle del naciente Duero, río y afluentes que marcan la personalidad de buena parte del territorio provincial. El sector meridional de la provincia, aparece marcado en sus fronteras con la Tierra de Ayllón y la Alcarria por las sierras Ministra, Altos de Barahona, Pela y Grado, menos frontera que nexo de unión en lo artístico.
Aunque sea parcialmente, podemos seguir los movimientos de las cuadrillas de alarifes y escultores a lo largo de los valles y comarcas, con identidades como las composiciones de fachada similares en Nafría la Llana y Nuestra Señora del Castillo de Calatañazor; la disposición de los ábsides de San Miguel de Almazán, Caltojar y Bordecorex; el taller escultórico que dejan su sello personal en Caltojar, Valdenebro, la portada de Fuentepinilla y la pila de Abejar; la identidad de alarifes en las cabeceras de Tozalmoro y Fuensaúco; los sistemas constructivos particulares como la combinación de mampostería y sillar en Peroniel del Campo y Torralba de Arciel; el cierto “aire de familia” que impregna la escultura de los edificios de la capital, etc. Algunos elementos decorativos permiten igualmente establecer filiaciones entre edificios, caso del lazo anudado y serpenteante, asociado frecuentemente a la cadeneta de entrelazo vegetal, que encontramos en un grupo de templos del sector suroccidental de la provincia: Caracena, Carrascosa de Arriba, Hoz de Arriba, Villanueva de Gormaz, Bocigas de Perales, Ligos, Tiermes, Miño y Rejas de San Esteban, etc. Sus conexiones estilísticas con las obras segovianas como San Frutos de Duratón, y las de Barriopedro, Valdeavellano o la capilla de San Galindo de Campisábalos en Guadalajara, nos habla de una identidad de talleres en este sector del Duero

 

Románico en la comarca de San Esteban de Gormaz y El Burgo de Osma
Los alrededores de estas dos legendarias poblaciones sorianas, San Esteban de Gormaz y Burgo de Osma, disputadas durante siglos por moros y cristianos, están repletos de pequeños templos rurales que se integran de forma magnífica con los recios y bucólicos paisajes sorianos, también salpicados por castillos legendarios.
No hay que perder de vista que, junto con algunas comarcas de la vecina Segovia, estamos ante el foco de las "galerías porticadas" construcciones originalísimas y de gran valor artístico e histórico.
En concreto, para esta página he escogido las dos iglesias de San Esteban de Gormaz: San Miguel y Nuestra Señora del Rivero.
También he incluido algunos lugares de la comarca como los templos parroquiales de Castillejo de Robledo, Miño de San Esteban, Rejas de San Esteban (con dos iglesias: San Martín y San Ginés), Andaluz y la Ermita de San Miguel de Gormaz. 

San Esteban de Gormaz
San Esteban de Gormaz, situado en la margen derecha del Duero y junto al vado donde se elevó un puente de origen romano, pudo ser reconquistado por Alfonso III en 883, coincidiendo con la incorporación al Reino de las plazas de Zamora, Toro y Simancas. A partir de entonces se convirtió en escenario de constantes refriegas entre las tropas leonesas y las del Califato por el control de la zona fronteriza del Duero. En 912 fue repoblada por Gonzalo Fernández, al tiempo que Nuño Núñez hacía lo propio con Roa y Gonzalo Téllez con Osma. Tras los ataques de Abi-Abda en la línea del Duero, allá por el 916-917, Ordoño II se encargará de eliminar toda resistencia agarena y fijar nuevos puestos fuertes.
En 920 Abderrahmán III, afrentado por la dura derrota infligida a Abi-Abda, recuperaría la plaza de San Esteban para los árabes, junto con Alcubilla, Osma y Clunia. Como verdadera llave de Castilla, Fernán González la tomó nuevamente en 955 –asegurando el triángulo San Esteban, Osma, Sepúlveda– y, en 963, Alhakem II. El tira y afloja entre cristianos y musulmanes siguió su curso con los envites de Galib en 975 y de Almanzor hasta que en 1054, tras nefastas sangrías dinásticas, Rodrigo Díaz de Vivar la recobró definitivamente, reforzando su estabilidad tras la conquista de Toledo (1085) y el consiguiente desplazamiento de la frontera hasta el Tajo. La tradición oral parece resentirse de semejantes afrentas, pues mientras humanos rogaban frente al altar, ángeles justicieros ponían a raya a los invictos musulmanes. Gestas cidianas aparte, tras la afrenta de Corpes, las hijas de Rodrigo Díaz fueron auxiliadas por Diego Téllez, alcaide de Sepúlveda. El dato es significativo pues informa de la existencia de contactos entre ambas villas cuando los vestigios arquitectónicos permiten intuir cierta comunidad de ideas.
En 1113 la reina doña Urraca donaba las villas de Almazán y San Esteban a San Salvador de Oviedo. También el potente monasterio burgalés de San Pedro de Arlanza contó con importantes propiedades en la villa. En 1146 San Esteban fue escenario de la reunión entre Alfonso VII, García de Navarra y Ramón Berenguer IV con el objeto de intentar una entente contra los musulmanes, pero las puntuales treguas allí pactadas no debieron ser demasiado duraderas. En 1150 el mismo Alfonso VII donaba al obispo oxomense Juan, una presa sobre el Duero en San Esteban. También Alfonso VIII frecuentó la villa desde 1159, cuando siendo un niño de apenas tres años, se alojó en su castillo tras huir de Soria protegido por Pedro Núñez de Fuentearmegil, escapando así a la tutela del rey Fernando de León. Regresó con su mujer doña Leonor en 1171. En 1201 en San Esteban se celebró concordia entre los obispos de Palencia, Burgos y Segovia para resolver el pleito entre don Martín, obispo de Osma y el monasterio de Silos por diferentes derechos en la villa. A inicios del XIII, Alfonso VIII donaba San Esteban a su hija Berenguela y, más tarde, doña María, mujer de Sancho IV, la ofreció al infante don Enrique. El concejo de San Esteban, junto a los de Madrid, Almazán, Atienza, Ayllón o Cuenca, combatió en la batalla de las Navas al frente de Diego López de Haro, alférez mayor de Alfonso VIII.
Entre sus muros se dejó ver el célebre primado toledano don Rodrigo Jiménez de Rada, como oidor en el pleito sobre el señorío de Osma sostenido entre el obispo oxomense don Mendo y el rey Fernando III. Osma, San Esteban y sus alfoces obtuvieron además fuero común en 1226. San Esteban de Gormaz fue luego dominio de don Fernando, vástago de Juan I. En 1438 pasó al condestable don Álvaro de Luna, y en 1474 a manos de Diego López Pacheco, marido de María de Luna, marqués de Villena, duque de Escalona y conde de San Esteban.
A partir de la definitiva repoblación de San Esteban se emprende un fuerte impulso constructivo que permitió la construcción de las iglesias de San Miguel, Santa María del Rivero y San Esteban. Son los testimonios más antiguos del románico soriano, punto de partida de las célebres galerías porticadas castellanas y primicia de la escultura figurada en tierras durienses: “San Esteban de Gormaz, cuyos capiteles vemos que dan nobleza a sus muros con vanagloria de eternos” (Lope de Vega, El sastre del Campillo, acto I). 

Iglesia de San Miguel

Fachada meridional

El caserío de San Esteban se asienta en las laderas del cerro coronado por su castillo, elocuente testimonio de su secular importancia estratégica. La iglesia de San Miguel se encuentra hacia el noroeste de la localidad, exenta de otras construcciones y extramuros de la cerca medieval; se alza a unos 250 m de Santa María del Rivero, el otro templo singular de la localidad. San Miguel es Monumento Histórico Artístico desde el 5 de marzo de 1976. A fines del siglo XVIII tuvo integrada la parroquia de Santa Eulalia.
Es patente su arcaísmo en el aparejo empleado para la construcción de la nave: humilde mampostería enlucida en los paramentos y sillería de refuerzo en las esquinas. La galería porticada usa aparejo de sillería, al igual que en el nivel inferior de la torre. Pese a los esfuerzos restauradores, la arenisca rojiza utilizada se encuentra fuertemente carcomida por efecto de la erosión, lo que resta legibilidad a buena parte de su decoración escultórica.
La importancia de San Miguel radica en su consideración como cabeza de serie de una tipología templaria dotada de galería porticada. En efecto, se trata de un modelo de gran difusión en tierras de las actuales provincias de Segovia, Soria, Burgos, La Rioja y Guadalajara. Pero no olvidemos cómo la historiografía ha insistido en torno a la disputa que la iglesia de San Miguel de San Esteban de Gormaz plantea con respecto a El Salvador de Sepúlveda sobre la mayor antigüedad de una u otra a partir de reconocidos testimonios epigráficos.
Una inscripción realizada sobre uno de los canecillos del pórtico de San Miguel llamó la atención de Teógenes Ortego. Sobre la pieza está representado un monje sedente tocado con caperuza que sostiene un libro abierto de 105 × 75 mm, donde aparece el siguiente epígrafe: +IVLIA/NVS MA/GISTER/FECIT/ERA/MC/XV/IIII (año 1081), ahora apenas legible.
Bastantes años atrás, Álvarez Terán y González Tejerina consideraban que la inscripción del canecillo de San Miguel databa de la era de 1149 (año 1111). Por su parte otra conocida inscripción desplegada sobre un sillar absidal de El Salvador de Sepúlveda ofrece la indiscutible fecha de 1093 (HOC IN SARCOFACO IVLIANI PAVSAT IMAGO, vid. Marqués de Lozoya, “La epigrafía de las iglesias románicas de Segovia”, BSEE, XXXIX, 1931, p. 258), en cualquier caso se trata de las datas más antiguas proporcionadas por el románico en la cuenca del Duero. Una tercera inscripción existente en Santa María de la Peña de Sepúlveda, que data de 1144 detallaba: MAGISTER DOMENICUS IVLIANI QVI FUIT DE SANCTO STEFANO. Aunque tratándose de una obra más tardía, la explícita procedencia geográfica del cantero resulta providencial. 

Las similitudes entre San Miguel de San Esteban de Gormaz y El Salvador de Sepúlveda (planta, organización de las ventanas, tipología de basas, galería porticada meridional y torre septentrional) son ineludibles. Sin embargo, la mayor rudeza tanto en materiales como en calidad de la escultura del pórtico soriano, han hecho que parte de la crítica considerara una mayor antigüedad para San Miguel. Por otro lado, es presumible que los escultores de San Esteban –como el grueso de su población– debieron proceder de tierras más septentrionales, reproduciendo aquí las formas características del románico que se estaba gestando a lo largo de la ruta jacobea.
Gómez-Moreno infería que San Miguel de San Esteban era copia simplificada de El Salvador de Sepúlveda. Taracena, Gaya Nuño y Ortego señalaban cómo los templos sorianos resultaban de mayor antigüedad que el sepulvedano. Camps Cazorla prefería disociar templo y pórtico, asignando una mayor ancianidad a la iglesia de El Salvador y al pórtico de San Miguel. Ruiz Montejo optaba por conceder la primacía al templo de El Salvador, dando mayor credibilidad a la fecha del 1111 para el atrio de San Miguel. Bango proponía que, más que una cuestión de cronología, las diferencias debían atribuirse a dos equipos de constructores de distinta capacidad técnica que intentaban reproducir por primera vez formas románicas sin poseer una experiencia previa. Los mismos capiteles de la galería porticada, rudos y desproporcionados, parecen hacer oídos sordos a la archipresente ley del marco que caracteriza la escultura románica. 

San Miguel es un templo de una sola nave con ábside semicircular y torre añadida independientemente al lado norte.
La nave se cubre con sencilla armadura de par e hilera, el ábside con bóveda de cuarto de esfera y el tramo recto del presbiterio con cañón generado por un triunfal de medio punto. El arco triunfal apoya sobre dos columnas con capiteles figurados que representan leones cuyas colas arrancan del lomo. De factura muy tosca, poseen detalladas guedejas, como lejana remembranza de la eboraria cordobesa. Las basas presentan elevados toros y los cimacios rudos billetes que se prolongan en forma de imposta por todo el hemiciclo absidal.

Cabecera y torre

Ventana de la torre

Interior


El capitel derecho del arco de triunfo lleva en dos de sus caras sendos leones en la pose característica de pasar la cola entre los cuartos traseros y levantarla por delante del vientre. En la otra cara, la que mira a la nave, una cabeza humana tiene junto a sí una serpiente que, o bien intenta morderle, o está susurrándole al oído.
El otro capitel, el de la izquierda, del mismo arco de triunfo tiene una apariencia similar, si bien no son leones sino caballos los animales representados. La cola recibe el mismo tratamiento, pero sobre las cabezas se advierten las correas del freno.


En la zona baja del hemiciclo absidal y el muro del presbiterio meridional conserva todavía algunos restos de la decoración pictórica que lo cubría. Las pinturas murales presentan figuras bajo arcuaciones triangulares con tracerías coronadas por esquemáticas arquitecturas y cardinas propias del siglo XV. A consecuencia de la apertura de una ventana cuadrangular moderna que perfora el ábside se perdió una de las zonas, sin embargo, aún se alcanza a reconocer una Epifanía y la figura de San Jorge. De las pinturas que cubrían los muros de la nave nada ha perdurado, a excepción de un pequeño fragmento en el muro norte donde se distingue una estrella de David. Otras iglesias de la región de San Esteban de Gormaz cuentan con restos pictóricos tardogóticos de cierta consideración (El Rivero, San Martín de Rejas, la parroquial de Castillejo de Robledo o la ermita de Alcozar), emparentables con las pinturas de la parroquial de Brazacorta (Burgos), antiguo monasterio premonstratense y que datan de ca. 1520-1530.

La ventana aspillerada que se abre en el centro del ábside descubre al exterior dos columnas de cortos fustes y capiteles de tosco entrelazo que sustentan una arquivolta abocelada. La chambrana es de billetes y se prolonga por encima de los capiteles a modo de imposta. La similitud con los mismos entrelazos de los capiteles en la ventana absidal de El Salvador de Sepúlveda es más que evidente. El resto del ábside es completamente liso, sin contrafuertes ni ornamentación alguna y construido en mampostería revocada. Análogas a la ventana absidal son las dos del muro meridional de la nave, pero su estado de deterioro a causa de la erosión es pronunciadísimo.

Ventana del ábside 

Portada
La portada, abierta al sur, se resuelve a partir de tres arquivoltas baquetonadas que apoyan sobre jambas y dos pares de columnas. Éstas arrancan de un alto podio, característico de las arcaicas iglesias de San Esteban, y poseen capiteles historiados. Los de la izquierda presentan cuadrúpedos y rostros humanos con una especie de piña central. Los de la derecha idénticos cuadrúpedos y un sencillo entrelazo como el de la ventana absidal. Tanto en esta parte meridional como en el ábside, la cornisa descansa sobre canecillos historiados, pero el fuerte deterioro pétreo impide distinguir los temas originales, tan sólo podemos adivinar piñas y ciertos motivos antropomórficos.



Galería porticada
La célebre galería porticada meridional es el elemento más llamativo de la iglesia de San Miguel. Las arcadas parten de un alto podio corrido donde apreciamos algún juego de “tres en raya”. Las basas tienen elevados toros. El desnivel se salva mediante una escalinata que accede hasta la arcada central, donde en el siglo XVI se añadieron dos modestas mochetas. Los cimacios presentan motivos de billetes, prolongándose por los frentes oriental y occidental.


El muro de poniente tiene un único arco de medio punto que apoya sobre columnas de fustes dobles. El capitel izquierdo muestra un cáprido y un elemento arboriforme cuyas ramas rematan en piñas. El derecho una sirena de doble cola entre hojas de acanto. En el frente sur de la galería se abren siete arcadas que descansan sobre sencillos fustes.

Muro de poniente

Capitel más próximo al muro del arco occidental.
Está muy deteriorado pero aún pueden apreciarse motivos vegetales entre los que destaca una piña. Descansa sobre doble fuste, al igual que el que soporta el otro extremo del arco.

Capitel más alejado del muro del arco occidental
El extendido tema de la sirena que sujeta con ambas manos su desdoblada cola se convierte aquí en un personaje masculino con turbante moruno que posee por piernas colas de pez y las alza lateralmente en similar actitud. No está clara la significación de esta figura que en el caso de la sirena representa el pecado de lujuria. 

El primer capitel (comenzando desde occidente) se decora con una arquitectura militar en la que está presente un arco de herradura que suele relacionarse con la fortaleza califal de Gormaz y el arca de San Millán (Blas Taracena).
El segundo reincide en el mismo tema, añadiendo dos cabezas de guerrero con puntiagudos cascos que asoman entre las almenas y otros dos guerreros a pie de similar aspecto.
Una enorme serpiente que muerde a un cuadrúpedo entre toscos acantos ocupa el siguiente capitel.
El cuarto representa un personaje masculino barbado tañendo una especie de viola o rabel, va vestido con una larga túnica, a su lado una maltrecha figura parece corresponder con Daniel en el foso de los leones.
En el siguiente se detalla un mutilado pavo real de cola cuidadosamente trabajada.
En el sexto se representa un individuo a caballo y un ave atrapando una presa con sus garras, acompañados por otros cuatro cuadrúpedos en actitudes belicosas (uno parece un león) y otro personaje masculino.
En el siguiente distinguimos un cuadrúpedo que muerde la mano de un guerrero y una danzarina muy mutilada.
En el octavo y último del frente meridional surge un cuadrúpedo y un personaje masculino ataviado con un manto y tocado con una especie de turbante, junto a otro barbado y con cabello rizado que tañe un cordófono. 

El muro oriental de la galería porticada, que hasta hace pocos años permanecía cegado, tiene dos arcadas. El capitel meridional representa un gran cuadrúpedo, presumiblemente un elefante, en el capitel del centro reconocemos un personaje ataviado a la usanza musulmana entre dos caballeros sobre sus monturas y otro guerrero a pie, el fuste parte de gran zócalo cuadrangular baquetonado. En la unión entre el tramo oriental de la galería y el muro meridional del templo se añadió una pilastra someramente cajeada.
Los capiteles de la galería glosan temas de difícil interpretación, que sin modular un programa completo parecen incidir sobre la juglaría, la intermitente relación de fascinación y repulsa respecto al mundo musulmán o lo pecaminoso.


Capitel más occidental del lado Sur.
Dos cubos de una muralla en los que abren puertas de arco de herradura de estilo califal. Entre las almenas se dejan ver algunos soldados con lanzas.

Segundo capitel del lado meridional.
Contiene una representación muy parecida a la del capitel anterior: dos cubos almenados de una fortaleza musulmana, uno de los cuales posee doble puerta califal. En la otra cara del capitel, dos soldados con casco en forzada posición inclinan las cabezas hacia afuera.

Tercer capitel del lado meridional.
En este capitel se protagoniza una lucha entre una serpiente y un cuadrúpedo con resultado favorable al ofidio que muerde la cabeza de su adversario.

Cuarto capitel del lado meridional.
Dos figuras masculinas ocupan sendas aristas del capitel adosado a la pilastra que forma la puerta. Una de las figuras, muy dañada, muestra un músico que apoya en su hombro izquierdo un instrumento de cuerda. Viste túnica de anchas mangas. El otro individuo luce barba y turbante y se mantiene de pie.  


Quinto capitel del lado meridional.
Se adosa a la otra pilastra que forma el hueco de entrada. Exhibe un pavo real del que todavía queda en buen estado la cola de detalladas plumas formando espirales. 

Sexto capitel del lado meridional.
En una de sus caras, un jinete que alza su espada. En el lado contrario del capitel, un personaje ataviado con caftán y una ave picoteando un bulto irreconocible que hay en el suelo.


Séptimo capitel del lado meridional.
Una fiera (un tigre o animal parecido) muerde en una mano a otro cuadrúpedo de deforme cabeza. Contiene además el capitel otro animal parecido a un león y una figuras humanas muy borrosas y deterioradas.


Octavo y último capitel del lado meridional.
La figura central es la de un hombre con la indumentaria moruna ya vista en otros capiteles de esta misma galería: caftán de amplias mangas y turbante. A su derecha un animal cuadrúpedo le muerde la mano, escena repetida en la iconografía románica aunque de procedencia islámica. A la izquierda, otra figura masculina estática de similar indumentaria con las manos enlazadas por delante.


Capitel adosado a la pilastra angular suroriental.
Como única figura que ocupa todo el capitel se muestra un animal cuadrúpedo de aspecto ovino por la forma de su cabeza.

Capitel central del lado oriental.
Abunda en figuras ya representadas en anteriores capiteles: un caballero con su montura en uno de los ángulos; en la cara Este, un personaje estático vestido con el típico caftán moruno y tocado con turbante. El lado contrario del capitel contiene una representación de similar contenido: un hombre cubierto por largo caftán y un caballo con su jinete. 

La cornisa de la galería apoya sobre veinticinco canecillos muy erosionados. Además del ya señalado, que ofrece la conflictiva referencia cronológica, se distinguen otros con leones, músicos, un halcón, serpientes o guerreros protegidos con casco y escudos. Los canes del lado septentrional han sufrido un deterioro tan flagrante que sólo adivinamos una pieza con dos elementos esféricos.









La torre, construida independiente del templo, fue posteriormente intercomunicada con el mismo mediante un pasillo cubierto con cañón apuntado al que da paso una puerta abierta en el lienzo septentrional, rematada por una conopia del siglo XVI. De hecho, la excavación arqueológica demostró cómo los sillares correspondientes a la cimentación de la torre apoyaban sobre los del presbiterio, al tiempo que el espacio existente entre torre y templo se usó como osario. La torre tiene tres niveles, el interior es de fines del siglo XII, está cubierto con bóveda de medio cañón y perforado en su lado oriental por una ventana abocinada. El cuerpo superior parece obra bajomedieval de clara raigambre mudéjar.
 
En el interior de la nave se aprecian cuatro arcosolios funerarios y una buena colección de piezas romanas y medievales localizadas durante las excavaciones arqueológicas de 1981 que completaban un proyecto de restauración dirigido por Ignacio Gárate en 1980. Destaca un capitel doble muy deteriorado con representación de una arpía; otro sencillo con toscos acantos ramificados, que ahora sirve como peana de una virgen de factura moderna; numerosos fragmentos de fustes y basas, incluyendo una basa doble, utilizada también como peana de una imagen mariana tallada en madera policromada del siglo XVII; una estela discoidea de cronología románica ornada con una cruz patada; varios fragmentos de impostas con temas ajedrezados y de hojas pentapétalas; dos canecillos, uno antropomórfico con lo que parece ser la imagen de un simio encadenado y otro de bolas; un interesante fragmento de altorrelieve con las piernas de un personaje sedente sobre dos ventanales rasgados, quizá restos de una Epifanía o de una Virgen; y un fragmento de una estela romana decorada con una flor hexapétala. Para la aguabenditera se vació un capitel del siglo XVI. 
La iglesia de San Miguel reaprovecha entre sus muros varias estelas funerarias romanas. Una especialmente bien conservada en la base occidental de la torre, que guarda evidentes paralelos con otra, conservada en el Museo Numantino y decorada con una rueda solar y un ánfora, señalaba el enterramiento de Ano Menutino. Otra estela, cuya cartela ansata pertenece a una liberta llamada Fausta y su hijo Arraedo, está depositada en el atrio, aunque en realidad procede del pavimento de la desaparecida iglesia de San Esteban; y hay otra más, reutilizada como losa en el escalón de entrada a la arcada del mismo, donde se llega a leer “CAVI”. 
La presencia de materiales romanos es extensible a cuatro relieves con temática militar –dos reutilizados entre dinteles del aparejo de la torre, uno engastado en la cornisa oriental de la galería porticada, otro descontextualizado en el interior del templo y otro más reutilizado como peana de un sarcófago en la galería porticada de El Rivero–, que recuerdan otras piezas del tipo congeries armorum de origen cluniense. La existencia en San Esteban de otras 23 piezas romanas con información epigráfica nos advierte de la notoria importancia del yacimiento, muy próximo a Uxama y a la vera de la vía que conectaba Zaragoza con Astorga. Pero a decir verdad resulta incierto averiguar la procedencia del nutrido lapidario.

 

Iglesia de Nuestra Señora del Rivero
La iglesia de la virgen del Rivero, de inconfundible silueta, se alza sobre un pequeño altozano, en el extremo occidental de la localidad, desde un privilegiado mirador sobre el Duero. Está advocada a la patrona de la llamada “Concordia del Rivero”, entidad que comprendía 23 villas de la Ribera. El templo fue declarado Bien de Interés Cultural el 2 de mayo de 1996.
Aunque resulta de cronología más tardía, el templo se asemeja en muchos aspectos al cercano de San Miguel.

Iglesia de Nuestra Señora del Rivero, San Esteban de Gormaz, Soria.


La planta responde al mismo tipo porticado del Duero: nave sencilla y ábside semicircular con galería porticada adosada al sur. 

Ábside
El ábside es de planta semicircular, de sillería igual a la del resto de la iglesia. Cuatro semicolumnas adosadas lo dividen en tres paños verticales en cada uno de los cuales se abre una ventana. El diámetro es algo inferior al ancho del presbiterio que, a su vez, es de menor dimensión que la nave, formando un conjunto ostensiblemente escalonado y delimitado por robustos contrafuertes. La capilla agregada al lado sur del presbiterio y las dependencias que rodean el ábside y el paramento norte del propio presbiterio sólo dejan ver el fragmento de la cabecera a que corresponde la imagen adjunta.
El alero, liso y muy simple, apoya sobre modillones que en este tramo meridional están tan deteriorados como los capiteles de las columnas entre los que se intercalan. En unos y otros se intuyen más que se ven algunas figuras de aves y humanas.
La ventana de este paño debió ser, sin duda, como su equivalente del costado norte, de aspillera con derrame interior, aunque hoy la veamos completamente vana y alterada. Queda en mal estado la arquivolta exterior, sogueada, que apoya sobre las jambas, y otra interior con puntas de diamante.
Aunque se viene diciendo que la mayor parte de la cabecera permanece oculta por una serie de construcciones parásitas que la circundan, y en realidad así es, en una afortunada restauración de fecha reciente se ha logrado descubrir esta hermosa fachada, por otra parte muy bien conservada, para que, sin derribar tales anexos, puedan verse desde su interior los lienzos de la cara norte del ábside y del presbiterio. Sigue velado el tramo oriental del ábside. Desde ese mismo interior, a través de la cristalera por la que se ha sustituido la anterior cubierta, pueden apreciarse también los capiteles, modillones y todo el conjunto del alero.
La ventana del tramo norte del ábside, como debió serlo la del sur, posee una estrecha abertura de aspillera con derrame hacia el interior. La forman un par de columnas de bien labrados capiteles con cimacios de tacos que se extienden en una breve imposta en torno a las jambas. Sobre éstas apoya la arquivolta externa de ornamentación sogueada, mientras que la interna, de grueso baquetón y frente ajedrezado, descansa sobre las columnas. Dos filas de rosetas dispuestas bajo el arco definen un espacio a modo de tímpano. Por la base de la ventana discurre una imposta de tacos que sigue por el presbiterio incluidos los contrafuertes.


Ventana del ábside de la iglesia, lado norte. Destaca la iconografía de los capiteles con figuras representativas de personajes ataviados con formas musulmanas. En la cara del capitel de la columna izquierda, quizás, una interpretación de la Huida a Egipto.

 El capitel de la columna derecha muestra idéntica figura en ambas caras: un personaje con tocado y atuendo moruno de grandes mangas acampanadas, todo con un estriado de perfecta geometría.

 El capitel de la columna izquierda representa una escena que abarca todo su contorno. En la cara frontal aparece una acémila que transporta un personaje de similares características en cuanto a atavío que los del otro capitel y que cabalga sentado con pose femenina. En su regazo lleva un niño del que sólo se ve la cabecita. 

En la otra cara, otro personaje, que por su estatura y simplicidad de vestimenta parece de menor rango, lleva a pie las riendas del equino . Admitiendo que quien va sobre el asno fuese la Virgen, y quien tira de él San José, podría tratarse del pasaje bíblico de la huída a Egipto.

El presbiterio meridional presenta seis canes completamente erosionados y el septentrional otros cuatro (de nacela, antropomórfico, vegetal y otro no identificable).
El resto de la cornisa de la nave está compuesta por una sencilla hilada de teja curva sobre la que se dispuso otra de ladrillo en esquinilla y la teja de cubierta. Algunas piezas de la cornisa pétrea correspondientes al camerino y al corto lado oriental de la galería porticada fueron rehechas durante la restauración de 1993-1996. Los trabajos arqueológicos previos a la colocación de bataches hormigonados en la cimentación se saldaron con la apertura de dos catas.

Portada
La portada meridional que sirve de acceso al templo presenta tres arquivoltas de medio punto. La exterior se decora con trifolias y descansa sobre columnillas de fustes lisos. La central tiene decoración de doble sogueado y apoya sobre columnas con idéntica decoración (el mismo motivo de la arquivolta se prolonga por los fustes y la basa). La interior es baquetonada y descansa directamente sobre la imposta y la jamba.
Los capiteles están estrechamente emparentados con la iglesia de San Miguel aunque son de mejor factura y tienen un claro sentido moralizante. En los de la izquierda aparece un personaje masculino vestido con manto cuyo cuello y bajos están fimbriados con motivos de picos triangulares, se toca con gorro cónico cuya base presenta fila de idénticos picos triangulares, tañe un cordófono junto a otro joven ataviado con manto y tocado con turbante. Sigue otra cesta con una rapaz que apresa dos aves con su pico y garras. Sobre los capiteles de la derecha se esculpió un simio con una soga al cuello (como en el castillo de Loarre, El Salvador de Sepúlveda, la sala capitular de Silos y la abadía de San Quirce) y una serpiente enroscada, de cuerpo perlado, capturando un ave. Taracena ponía en relación la portada de Nuestra Señora del Rivero con otra desaparecida procedente de la iglesia de San Esteban de la misma localidad y la de San Pedro de Arlanza (MAN), señero monasterio burgalés que tuvo varias heredades en la villa de San Esteban durante parte del siglo XII. Para Gómez-Moreno, los canteros de la portada de El Rivero alzaron también la torre de San Miguel. Bango señalaba cómo algunas formas recordaban lejanamente el estilo de la puerta de las Vírgenes de Silos.

Portada

Capiteles lado izquierdo

Capitel exterior del lado izquierdo.
Un músico barbado y con gorro de caperuza toca un instrumento de cuerda con su arco. Viste el consabido caftán de mangas largas y anchas. A su lado, un muchacho ataviado de igual guisa parece escuchar. Se asemeja este capitel por su temática al cuarto capitel del lado meridional de la galería de San Miguel.


Capitel interior del lado izquierdo.
Un ave rapaz de aspecto aguileño ha apresado otras dos aves a las que mantiene inmóviles con sus garras a la vez que picotea en el cuello a una de ellas.

Capiteles portada lado derecho 

Capitel interior del lado derecho.
Aparece de frente, con la cabeza ocupando la arista del capitel, un cuadrúpedo que se repite en varias ocasiones en la vecina iglesia de San Miguel en similar pose y con parecida fiereza. Lleva por collar al cuello una soga de la que pende una anilla.

Capitel exterior del lado derecho.
Un ofidio al que le falta la cabeza se enrosca sobre sí mismo ocupando las dos caras del capitel. 

Galería porticada
La galería porticada, más amplia que la de San Miguel, conserva originales los cinco arcos más orientales. También pertenecen a la primitiva fábrica otras dos arcadas en el lado oriental. Los arcos de medio punto, alzados sobre zócalo, apoyan sobre cimacios con hojas biseladas cuatripétalas, hexapétalas y estrellas de David muy erosionadas. Las basas tienen altos toros y garras de bolas. 

El primero de los capiteles (desde occidente) muestra una sirena de doble cola flanqueada por un personaje masculino tocado con una especie de turbante a su izquierda y otro mesándose la barba a su derecha. En el segundo vemos un caballero, armado con lanza, a lomos de un deforme corcel, un león devorando a su presa y dos soldados vestidos a la usanza árabe. Dos rapaces de alas explayadas se despliegan sobre el tercero y gruesos acantos con sencillas volutas superiores sobre el cuarto. En el quinto aparece Sansón desquijarando al león, un tañedor de fídula y dos soldados entre hojas de acanto. La siguiente cesta lleva tres aves de alas explayadas devorando sus presas: una serpiente, una liebre y un cánido. En el último capitel del frente occidental surgen dos individuos –quizá juglares– junto a un oso, y su basa presenta garras zoomórficas tremendamente erosionadas. Los tres capiteles del restaurado frente oriental aparecen muy deteriorados y cuentan con soldados, acantos y un bloque troncopiramidal invertido, fruto de la restauración reciente.

Interior de la galería

Galería

Galería


Capitel núm. 2 comenzando por la puerta.
Por estar adosado a la pilastra, este capitel sólo presentas tres caras. En la central aparece la figura, común a esta galería y a la de San Miguel, una sirena que mantiene abiertas y en alto las dos piernas convertidas en colas de pez sujetándolas con ambas manos. En la cara interior, al igual que en la cara exterior, el repetido personaje estático, de manos cruzadas por delante, vestido con caftán y turbante; el de la cara norte se mesa la punta de su luenga barba. 

Capitel núm. 3 comenzando por la puerta.
En el ángulo suroccidental un animal, quizás un león, devora a un cuadrúpedo difícil de concretar por su mal estado de conservación. En el ángulo sureste un soldado armado con una lanza. La cara oriental vuelve a mostrar al individuo con atavío moruno de caftán de mangas largas y acampanadas y turbante. Por fin, en la cara norte, un jinete a caballo armado con una lanza.

Capitel núm. 4 comenzando por la puerta.
Capitel de una de columna adosada a una de las pilastras que sólo presenta tres caras con figuras en las aristas de unión. Se trata de dos aves que despliegan sus alas y exiben las prominentes pechugas. Ambas han perdido el cuello y la cabeza.

Capitel núm. 5 comenzando por la puerta.
Este sencillo capitel se adorna con volutas foliáceas vegetales sin otro motivo iconográfico.

Capitel núm. 6 comenzando por la puerta.
En la cara meridional, un fruto bulboso enmarcado en hojas vegetales flanqueado en ambas aristas por sendos personajes con indumentaria moruna. En el ángulo noroeste la escena del león desquijarado por Sansón que viste faldellín; la fiera intenta agredirle en la cabeza con su zarpa derecha. En el ángulo noreste se sitúa un individuo parecido al los de los otros ángulos, pero éste tañendo un instrumento de cuerda que apoya en su hombro izquierdo.

Capitel núm. 7 comenzando por la puerta.
Tanto en el ángulo suroccidental como en el suroriental y nororiental se repite similar composición: Un ave de rapiña de alas desplegadas que picotea a un animal apresado entre sus garras. El otro ángulo lo ocupa un cuadrúpedo de frente con la cabeza gacha.

Capitel núm. 8 comenzando por la puerta.
Último de los capiteles del frente sur de la galería. En la cara de poniente aparece una vez más el personaje estático de atuendo moruno. En el ángulo exterior, un animal no identificable, pues le falta la cabeza, aunque pudiera ser un mono. En el otro ángulo, otro individuo similar al de la cara central. 

La cornisa del pórtico posee canecillos con tallas de aves, máscaras, leones, un clérigo portando un báculo, un lector, un guerrero protegido con su fracturado escudo y otros animales devorando presas. En la zona oriental de la cornisa se conservan tres curiosas metopas –como en los templos segovianos del grupo del Duratón– con decoración de rosetas.

La estrecha conexión de lo escultórico de Nuestra Señora del Rivero con la vecina iglesia de San Miguel lleva a suponer una cronología temprana, de hacia fines del siglo XI o inicios del XII, para el pórtico. Pero el ábside y la portada meridional parecen corresponder a un momento posterior, tal vez de mediados del siglo XII.
Modillones 1 y 2 comenzando por la izquierda
Modillones 2 y 3 comenzando por la izquierda
Modillones 4 y 5
Modillones 7 y 8
Modillones 9  10 y 11 
Modillones 11 y 12 comenzando por la izquierda
Modillones 12 y 13 comenzando por la izquierda
Modillones 14 y 15 comenzando por la izquierda
Modillones 15 y 16 comenzando por la izquierda
Modillones 16 y 17 comenzando por la izquierda
Modillones 17 y 18 comenzando por la izquierda
Modillones 18 y 19 comenzando por la izquierda
Modillones 19 y 20 comenzando por la izquierda
Modillones 20 y 21 comenzando por la izquierda
Modillones 21 y 22 comenzando por la izquierda


En el muro septentrional de la galería porticada se abrió un arcosolio plateresco. Presenta arco carpanel que apoya sobre jambas cajeadas rematadas por capiteles toscanos y decoradas con hojas cuatripétalas que se prolongan por el intradós. El ático posee remate central con pila bautismal de la que arrancan motivos vegetales y elementos entorchados laterales. En el interior del arcosolio existe una inscripción más antigua, en caracteres góticos de difícil lectura: AQ(U)I IACE UIDAS/ PASCUAL Q(UE) EL/ OUENDO L(A) AQ(U)I L(A) MIS(A)/ LIDIAN SUS ARMAS (para Rabal un personaje del linaje de los Rivero cuyo fundador fue protegido de don Álvaro de Luna, señor de San Esteban de Gormaz) y dos escudos nobiliarios con las armas de los marqueses de Villena y Moya (señalaba Artigas que en realidad correspondían a don Diego II López Pacheco y doña Luisa de Centurión y Bobadilla, el primero con cuarteles de los Pacheco y Enríquez y el segundo con las señas de los Cabrera, Mendoza, Bobadilla y Noroña). Sin duda hace referencia al legendario Vidas Pascual –deán de la catedral de Toledo– que enfrascado en el fervor de la misa olvidó acudir al sangriento combate y fue sustituido por un ángel. La Cantiga LXIII de Alfonso X hizo popular el pasaje de la batalla del Vado de Cascajar (978), también glosado en un romance de Lorenzo de Sepúlveda (1551), donde el olvidadizo pero piadoso caballero recibe el nombre de Fernán Antolínez, y más tarde por Lope de Vega y Calderón. Incluso se reproduce gráficamente en una miniatura del Fortalitium fidei custodiado en la biblioteca catedralicia de El Burgo de Osma.
En el mismo atrio se conserva una pila bautismal tardogótica de perfil octogonal y un sarcófago antropomorfo completo compuesto por caja rectangular y cubierta a dos aguas decorada con sencillas incisiones en forma de cuadrados; la caja tiene 72 cm de ancho en la cabecera (62 en los pies) × 223 cm de longitud × 75 cm de altura máxima en la cabecera (71 en los pies); la cubierta,76 cm de ancho en la cabecera (66 en los pies) × 228 cm de longitud × 30 cm de altura máxima en la cabecera (24 en los pies). Se descubrió en 1934 en la subida al campanario y su cronología rondaría los siglos XI o XII. Se conserva además –encajado entre el pavimento del mismo atrio– un enterramiento de lajas y cabecera monolítica semicircular de 160 × 60 cm.

Pila bautismal

Sarcófago 

Interior
Los tres tramos de la nave se reformaron durante el siglo XVII, cubriéndose con bóveda de cañón con lunetos que apoya sobre pilastras adosadas.
El ábside, parcialmente oculto por el retablo barroco, se cubre con bóveda de horno y, aunque en mal estado, aún conserva algunas pinturas góticas, como puede apreciarse en esta imagen. El presbiterio, algo más ancho que el ábside, posee bóveda de cañón apuntado. Por delante de él, a modo de embocadura, un fuerte y ancho arco de robustos apoyos murales y triple rosca: la exterior, de medio punto; las otras dos, carpaneles apuntadas de cuatro centros. No tiene otra ornamentación que una sencilla imposta moldurada, y su misión estructural es la de trasmitir las cargas producidas por la espadaña. Por esta razón su vano es estrecho en relación con el de la nave y aun con el del presbiterio que, en una visión frontal, queda oculto tras los enormes soportes.
El presbiterio se halla enmarcado, al fondo, por el retallo que lo diferencia del ábside, y, al frente, por el arco de triunfo. Sus dos paramentos, norte y sur, son bien distintos: no tiene este último sino una desnuda abertura para acceso a la capilla que se adosó con posterioridad; el primero, en cambio, contiene un precioso arco que, aunque ciego en su origen, cobija ahora la puerta de entrada a los recintos anejos a la fachada norte en cuyo interior ha quedado al descubierto el lienzo de esa orientación del presbiterio y del ábside, como más arriba se ha indicado.

El arco triunfal, apuntado como la bóveda, apoya en esbeltas semicolumnas de doble fuste que descansan sobre basas de bolas y altísimo podio.
El capitel del lado norte del arco de triunfo se adorna con hojas que se yerguen sobre los astrágalos formando sendas coronas y con volutas en ambos vértices. En el centro de la cara mayor, una roseta de tres pétalos en el interior de un aro abierto por la parte inferior, motivo que se repite en el cimacio para formar una cadena anillada de estas rosetas.
 
El capitel opuesto, parcialmente embebido en el intruso arimez de la puerta de la capilla ya mencionada, muestra en su base una corona de hojas parecidas a las anteriores, de las que, en este caso, cuelgan frutos arracimados. Contiene también similares volutas, pero en el centro de la cara principal hay aquí un pequeño rostro humano. Por el cimacio corre un doble sogueado de dos y tres filamentos.

El excelente coro de madera tallado a los pies data de 1558, y fue un encargo del obispo oxomense Pedro Álvarez de Acosta (1539-1563), cuya seña heráldica figura sobre el mismo. La espadaña que se alza sobre el presbiterio presenta arranque del siglo XIII y remate superior en ladrillo propio del siglo XVIII aunque los remoces efectuados durante la última restauración son bien evidentes.
En el lado del evangelio del presbiterio se abre una arcada ciega con chambrana ajedrezada. Los capiteles presentan aves y rudos acantos muy someros. Los cimacios se decoran con abiseladas flores heptapétalas, motivo que se prolonga a modo de imposta por todo el ábside.
La misma imposta posee listel superior que, sobre el capitel derecho, muestra la inscripción PETRVS MA(G)ISTRVS. Mide 44,5 cm y las letras tienen un módulo de 18 mm. Ortego consideraba que la ornamentación de las impostas podía relacionarse con la iglesia asturiana de San Pedro de Teverga, al tiempo que la distribución absidal, con presbiterio dotado de arquería ciega y capitel de acantos, recordaba la cabecera de San Pedro de Arlanza (ca. 1081). 

En el lado del evangelio del interior se custodia un Cristo crucificado del siglo XIV. Aunque de época y disposición góticas, conserva ciertas notas de arcaísmo: amplio paño de pureza, sustitución de la corona de espinas por una soga y aséptica expresión al dolor.Jimeno señalaba la presencia de una estela romana aludiendo al finado Lucio Valerio Silón en la escalinata de la puerta de entrada. También procede de Santa María del Rivero el célebre fragmento textil utilizado como guarnición indumentaria y elaborado en punto de tapiz de Hixem II (977-1013); fue localizado en un recoveco descubierto durante unas obras en el camerín de la virgen y trasladado en 1853 a la Real Academia de la Historia por el obispo oxomense don Vicente Orcos. Nicolás Rabal, Pelayo Artigas y Clemente Sáenz señalaban que el tejido formaba parte de una bandera árabe ganada por los cristianos en la batalla de Calatañazor, aunque es más probable que fueran los restos de un fajín regalado al templo por algún desconocido soldado.

Peñalba de San Esteban
Peñalba de San Esteban dista 8 km de San Esteban de Gormaz, accediéndose por la N-110 en dirección suroeste, hacia Ayllón. La localidad, que perteneció al marquesado de Villena cuenta con el templo parroquial de Santa María la Mayor (Santa María de la Visitación según Lafora), muy cerca de la orilla izquierda del río Pedro.

Iglesia de Santa María la Mayor
La fábrica, que data íntegramente de fines del siglo XV o inicios del XVI, está construida en aparejo de sillarejo enlucido y dispone de sillares angulares. Posee nave única y cabecera plana reforzada mediante contrafuertes angulares de sección cuadrangular.


Fachada sur 




Ábside

Muro norte

Ventana muro norte

Tiene una sacristía cuadrangular adosada al norte de la cabecera y capilla funeraria al sur que se cubre con bóveda de cañón y presenta en su frente una repicada seña heráldica oval tocada con yelmo (la capilla fue costeada por Juan de Sebastián y Ana Otañez en 1621). La cabecera se cubre con bóveda estrellada cuyas nervaduras arrancan de ménsulas ornadas de bolas y posee siete claves policromadas. La nave tiene sencilla cubierta lígnea de par e hilera.
A los pies del templo se alza una torre-campanario que en origen fue sencilla espadaña. El muro septentrional queda perforado por una pequeña ventana con arco conopial y el cuerpo inferior de la torre con otro vano cuadrangular en esviaje. Al noroeste presenta evidencias del viejo camposanto en tanto que el juego de pelota aprovecha el sector occidental.
Al lado del mediodía se adosa la galería porticada –con dos trasteros a oriente y occidente– cuya cronología tardogótica coincide con el cuerpo principal del templo que Taracena dató erróneamente en el siglo XIV.
Fernando Marías anticipaba cómo la galería meridional de Peñalba era un ejemplo característico de la inercia experimentada por esta tipología arquitectónica, característica del románico soriano, que perduró hasta época renacentista. La galería porticada de Peñalba posee seis arcadas de medio punto, tres a cada lado de la puerta de acceso, que parten de alto zócalo y disponen de capiteles decorados con bolas angulares, fustes de sección octogonal y basas boceladas con idéntico perfil. La portada central es de medio punto, presenta guardapolvos nacelado que arranca de ménsulas y arquivolta bocelada –formada por nueve grandes dovelas– que apoya sobre cimacio baquetonado con listel y mensulillas a modo de capiteles que dan paso a jambas boceladas. 





Santa María la Mayor. Atención al detalle de la herradura hincada en la pared para atar las bridas de las caballerías





La portada propiamente dicha, abierta en el muro meridional, parece de fechas anteriores, quizá del siglo XIV, probablemente reaprovechada de una fábrica anterior, es de medio punto y presenta un ligero abocinamiento, tiene chambrana nacelada y dos arquivoltas con baquetones aristados que descansan sobre imposta nacelada provista de hendidura superior y jambas baquetonadas igualmente aristadas que apoyan sobre zócalo. En el intradós se talló otro baquetón doble aristado.
El retablo mayor, ejecutado por Francisco de Logroño, data de 1566 y los paramentos interiores del edificio fueron repicados en 1994.

A los pies del templo se conserva una pila bautismal tardorrománica, de 75 cm de altura × 108 cm de diámetro. Tiene perfil semiesférico, con registro superior de motivos anulares e incisa arquería de medio punto inferior. En esta iglesia y en esta pila fueron bautizados mis dos hijos.


 

 

 

Bibliografía
J. M. IZQUIERDO BERTIZ: “Arte románico”, en J. A. PÉREZ-RIOJA, (dir.), Historia de Soria, t. I, Soria, 1985, p. 265.
J. NUÑO GONZÁLEZ: “Sobre la historia de Soria en época medieval”, en AA.VV., El arte románico en la ciudad de Soria, Aguilar de Campoo, 2001, pp. 13-23.
J. M. RODRÍGUEZ MONTAÑÉS y J. GARCÍA FERRER: “Fragmento de tímpano con inscripción”, en AA.VV., Soria Románica. El Arte románico en la Diócesis de Osma-Soria, Aguilar de Campoo, 2001, pp. 94-95.
A. GÓMEZ CHICO: “Las comarcas geográficas sorianas (ensayo sobre su delimitación)”, Celtiberia, 2, 1951, pp. 357-374.
ABAD PÉREZ, Alberto: “Guía del románico soriano”, Revista de Soria, 1, 1993, pp. 23-28.
ALCOLEA, Santiago: Soria y su provincia (Col. “Guías Artísticas de España”), Barcelona, 1964.
ALFARO GINER, Carmen: Anexo 2. Informe de los restos textiles de la necrópolis de Nuestra Señora de la Asunción, Castillejo de Robledo (Soria), RICUS, XIII, 1995, pp. 118-121.
ALMAZÁN DE GRACIA, Ángel: Por tierras de Soria, La Rioja y Guadalajara, Bilbao, 1997.
ÁLVAREZ TERÁN, Concepción y GONZÁLEZ TEJERINA, Mercedes: “Las iglesias de San Esteban de Gormaz”, BSAA, VIII-IX, 1934-1935, pp. 299-330.
ARTIGAS Y COROMINAS, Pelayo: “Por tierras de Gesta. San Esteban de Gormaz. I. Breve noticia histórica”, BSEE, XXXIX, 1931, pp. 139-154.
ARTIGAS Y COROMINAS, Pelayo: “Por tierras de Gesta. San Esteban de Gormaz. II. La epigrafía romana”, BSEE, XL, 1932, pp. 43-46.
ARTIGAS Y COROMINAS, Pelayo: “Por tierras de Gesta. San Esteban de Gormaz. III. Idea de sus monumentos y de sus principales fundaciones”, BSEE, XL, 1932, pp. 221-235.
BANGO TORVISO, Isidro Gonzalo: “Atrio y pórtico en el románico español: concepto y finalidad cívicolitúrgica”, BSAA, XL-XLI, 1975, pp. 175-188.
BAS GONZALO, Eduardo: Memorias de mi pueblo. San Esteban de Gormaz, Soria, 1993.
CLEMENTE SANROMÁN, Carlos et alii: “Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Castillejo de Robledo (Soria)”, Qüaderns Científics i Técnics, 3, 1991, pp. 363-369.
CORTÉS ARRESE, Miguel: “Teógenes Ortego y el románico soriano”, Celtiberia, XXXVIII, 75, 1988, pp. 87-94.
ENRÍQUEZ DE SALAMANCA, Cayetano: Rutas del Románico en la provincia de Soria, Madrid, 1986.
GARCÍA PALOMAR, Félix: “San Esteban de Gormaz. Románico y Duero”, Revista de Soria, 8, 1995, pp. 17-18.
GAYA NUÑO, Juan Antonio: El románico en la provincia de Soria, Madrid, 1946.
HERNANDO GARRIDO, José Luis: “Aportación a la pintura tardogótica en la ribera soriana del Duero: las iglesias de Castillejo de Robledo, Rejas de San Esteban, Alcozar y San Esteban de Gormaz”, Celtiberia, 92, 1998, pp. 275-306
LOJENDIO, Luis María de y RODRÍGUEZ, Abundio: Castilla/2. Soria, Segovia, Ávila y Valladolid (Col. “La España Románica”, 3), Madrid, 1981.
ORTEGO Y FRÍAS, Teógenes: “En torno al románico de San Esteban de Gormaz. Una fecha y dos artífices desconocidos”, Celtiberia, 13, 1957, pp. 79-103
ORTEGO Y FRÍAS, Teógenes: “Las pinturas murales de la iglesia del Rivero en San Esteban de Gormaz”, Celtiberia, 17, 1959, pp. 127-131.
TARACENA AGUIRRE, Blas: “Notas de arquitectura románica. Las galerías porticadas”, Boletín de la Biblioteca Menéndez y Pelayo, 9, 1933, pp. 3-18.

No hay comentarios:

Publicar un comentario