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miércoles, 18 de junio de 2025

Capítulo 70, Románico en Miranda de Ebro y su comarca, Románico en el Condado de Treviño

Románico en Miranda de Ebro y su comarca
La presente ruta fija su itinerario por la esquina noroeste de la provincia de Burgos, por la comarca de Miranda de Ebro.
Miranda de Ebro se encuentra a muy pocos kilómetros de la provincia alavesa, y el románico disperso por sus tierras compartirá con las de aquélla algunas características, como su carácter tardío y la elegancia de sus formas.
En este recorrido hemos elegido algunas iglesias emblemáticas y otras no tanto: la del Espíritu Santo de Miranda de Ebro, la iglesia parroquial de Bozoó y la Ermita de Nuestra Señora de las Eras de Santa Gadea del Cid además del templo abandonado y casi en ruinas de Encío. También incluimos el que fuera Monasterio premostratense de Bujedo de Candepajares.
Hay que destacar que las distancias entre todas ellas es pequeñísima, por lo que, tomando como base la ciudad de Miranda de Ebro, buenamente se pueden visitar todas estas iglesias (e incluso bastantes más que se encuentran próximas) a lo largo de una sola mañana.

Miranda de Ebro
Población de larga historia que debe su importancia a la estratégica situación para las comunicaciones en relación con el puente construido sobre el río Ebro que acortaba el camino y favorecía el tránsito hacia las tierras del norte. Fue también una vía secundaria para los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela. Esta privilegiada ubicación hizo que fuera codiciada también por los navarros que lograron durante algún tiempo hacerse con su control, recuperándola en 1167 Alfonso VIII que le otorgó diez años después el Fuero de Logroño. Su importancia comercial fue en aumento, favorecida en cierto modo por la concesión en 1254 de una feria mercantil.
Durante el siglo XIV perteneció a la Corona que la donó en varias ocasiones, tanto a la ciudad de Burgos como a otros señores, entre ellos el infante don Tello que se encargó de reconstruir el castillo. El Libro Becerro de las Behetrías nos dice que Miranda d’Ebro era un lugar del rey dentro de la merindad de Castilla la Vieja. Tras la muerte de don Tello fue entregada de nuevo a la ciudad de Burgos, multiplicándose a partir de la centuria siguiente los desórdenes y las revueltas provocadas por las grandes familias nobiliarias que desembocaron en la toma de la villa por parte del conde de Salinas. Las reclamaciones de Burgos no se hicieron esperar pero siempre resultaron inútiles. Miranda no logró liberarse de esta dependencia hasta el siglo XVIII.

Iglesia de San Nicolás
La iglesia de San Nicolás se encuentra en la mar gen izquierda del Ebro a la que podemos acceder desde el núcleo más antiguo de la ciudad atravesando el puente o bien seguir la margen izquierda y acceder directamente al templo.
Aparece ya citada en el Fuero de Miranda junto a la de San Martín siendo ambas juraderas. En la que nos ocupa prestaban juramento los querellantes que vivían en la orilla izquierda del río en que se incluían también a los de Álava. El templo histórico al que se refieren los documentos debe corresponder con el actual del Espíritu Santo.

La iglesia que vemos en la actualidad es fruto de una importante reconstrucción pues fue destruida durante la última guerra civil. La misma, ubicada sobre el templo al que se refieren los documentos medievales, parece una obra de finales del siglo XII o muy comienzos del XIII. A pesar de ello se puede decir que las trazas y formas actuales respetan las anteriores, si bien únicamente el ábside y la portada son románicos, el primero construido probablemente antes que la segunda.
El ábside es poligonal y tanto su estructura como la articulación de sus paramentos exteriores nos indican un momento avanzado dentro del románico, tal vez comienzos del siglo XIII. Sobre los ángulos que se forman en la unión de los cinco lados del polígono, se superponen unos soportes que son columna doble en dos terceras partes y sencilla en el tercio superior. A su vez estos soportes y todo el ábside se apean en un destacado banco. En cada uno de los cinco paños se abre una arcada que ocupa toda su anchura; estas arcadas cobijan cinco ventanas de tipo portada con doble arquivolta. Además dos líneas de imposta dividen el ábside en tres cuerpos: una corre a la altura de la base de las ventanas y otra a la altura del cimacio de sus capiteles y de los que rematan las dobles columnas que se adosan a los ángulos del polígono. El resultado es un ábside cargado de elementos arquitectónicos que apenas dejan trozos de su paramento desocupados. La ornamentación escultórica, presente en capiteles y canecillos, ofrece poco interés, además de estar muy deteriorada.



Por el interior el ábside nos presenta un amplio presbiterio dividido en dos tramos y una capilla absidal donde volvemos a ver las cinco ventanas exteriores, separadas por unas columnas que llegan hasta el suelo. Del capitel de cada una de ellas arranca un nervio que va a juntarse con los demás en la clave superior; sobre estos nervios va la bóveda de horno.
La portada se ubica en el muro sur, ligeramente adelantada respecto a la línea general del muro. Consta de tres arquivoltas apuntadas en cuya decoración predominan las puntas de diamante y los dientes de sierra. El guarda polvo lleva una serie de hojas de acanto muy geometrizadas dispuestas en sentido radial.
En cada lado hay tres columnas acodilladas dispuestas entre jambas de aristas aboceladas. En los capiteles del lado izquierdo –aunque muy deteriorados– se distinguen varias escenas de tipo ejemplar. En uno de ellos aparece, en una de sus caras, un diablo arrastrando a un personaje semidesnudo, mientras que la otra la ocupan dos reptiles que muerden a un hombre que lleva una bolsita colgada al cuello. El otro capitel muestra en un lateral a un diablo agarrando por los pelos a una mujer a la que, a su vez, una serpiente muerde el pecho, y en el otro lado a un monstruo con las fauces abiertas al que un diablo se dispone a lanzar a un ser humano. Es claro el simbolismo relacionado con distintos pecados (avaricia, lujuria...) que tienen estos capiteles. Por otra parte, los capiteles del lado derecho de la portada se decoran con hojas de elegante factura rematadas en caulículos, salvo uno de ellos en el que aparecen un león y un castillo, lo que ha sido puesto en relación por algunos autores con la unión de Castilla y León a partir de 1230.

El tejadillo de la portada se apea en ocho canecillos adornados con flores cuatripétales, un buho o lechuza, varios rombos inscritos unos en otros y varias cabezas antropomorfas, algunas de las cuales están dotadas ya de Capiteles del lado derecho de la portada rasgos más naturalistas que nos anuncian unos presupuestos estéticos que ya no son los típicamente románicos. Una de ellas destaca además por el curioso gorro cónico que la cubre.
J. Vélez Chaurri considera que estamos ante un templo románico de transición cuyo ábside se levantó en el segundo decenio del siglo XIII, mientras que la portada podría ser de los comienzos del segundo tercio de siglo. Destaca también la categoría arquitectónica del ábside.

Encío
Se sitúa la pequeña localidad de Encío, bañada por un arroyo tributario del Oroncillo, en la vertiente septentrional de los Montes Obarenes, a escasos 6 km al norte de Pancorbo y unos 12 km al oeste de Miranda de Ebro, sobre la carretera que desde la N-I conduce a Valdegovía y Bilbao.
Los orígenes del poblamiento parecen remontarse a la décima centuria, pues en el documento de donación a San Félix de Oca del monasterio de San Millán de Porcelos (Sancti Emiliani de Porcilis) por Bela González en 998 se delimita su dominio, entre otras referencias, con la via que discurrit ad Entio. Dicho cenobio, próximo a Encío, dependía aún de San Millán de la Cogolla en 1268. Fernando de Juana recoge el texto del Registro y Llabe Maestra del Archivo Real de San Millán de la Cogolla, redactado en 1735, en el que se dice de Encío que “es aldea de Pan corbo, donde tiene esta Casa un montecillo proprio, y coto redondo, en que ninguno puede pastar ni cortar, como consta del pleito criminal, que se fulminó contra algunos vecinos de Pancorbo ante el alcalde de dicha Villa año de 1646”. Aún a mediados del siglo XVIII existía en el pueblo una ermita dedicada a San Millán, sita al noroeste de Encío y heredera del antiguo monasterio de Porciles. En el Cartulario emilianense se recoge la donación realizada en 1083 por Petrus et uxor mea Seniora de Azion, de una tierra en Porcelos y otros bienes.
Es probable, como señala Dulanto Sarralde, que Encío (antropónimo derivado de “Antius”, según Ruiz de Loizaga) pasase al dominio de la diócesis de Valpuesta durante la prelatura del obispo Juan, a principios del siglo IX, pues el documento fundacional valpostano de 804 señala las presuras realizadas en la zona, donde dice encontró antiguas iglesias dedicadas a los Santos Cosme y Damián, San Esteban, San Juan, etc., la primera de ellas de advocación coincidente con la parroquial de Encío (et inueni ibi eglesias antiquas, id est Sanctorum Cosme et Damiani…). En la delimitación de la recién creada diócesis por Alfonso II en la misma fecha anterior se precisa in loco qui uocatur Potances ecclesias Sanctorum Cosme et Damiani..., es decir, en el lugar de Potanzre o Pontazuri que Cantera Burgos localiza en término de Valverde; el mismo autor ya señala la probabilidad que dicha iglesia se corresponda con la de Encío. El pueblo también aparece citado entre los del alfoz en el Fuero de Cerezo de Riotirón.
En 1209, en la escritura de venta por Domingo Martínez de sus heredades en Moriana al monasterio de Santa María de Bujedo de Candepajares se citan varias sitas en el camino de este núcleo a Encío (en carrera de Ancio). En 1216, el mismo Cartulario de Bujedo recoge la devolución al abad de una tierra en Fuenfría que había tenido arrendada “Don Pedro, el clerigu de Ameyugo, que fue frade en Anzio”, es decir, que había estado en manos de un fraile del priorato sanjuanista de la localidad, dependiente de la encomienda de Vallejo de Mena. Otro documento de 1222 recoge entre los testigos a un “don Lop., el freyre de Anzio”.
En el Libro Becerro de las Behetrías se dice del lugar de “Anzao”, perteneciente a la merindad de Castilla Vieja, que “es de la orden de Sant Iohan e anda en la behetría de Valleio”. Más adelante, el texto lo incluye –como “Anzio”– entre los yermos de la merindad.
El primitivo emplazamiento del caserío (el “Barrio Alto”), en una colina y presidido por la iglesia parroquial, fue abandonado por el entorno de la carretera entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, permaneciendo uno y otra en lamentable ruina.

Iglesia de San Cosme y San Damián
En la cima del hoy arruinado primitivo caserío se alzan las ruinas de la iglesia parroquial de Encío, recio edificio levantado en buena sillería y compuesto de nave única dividida en cuatro irregulares tramos rematados por un ábside semicircular, sin presbiterio. La nave se cubre con bóveda de cañón apuntado reforzada por fajones doblados que apean en responsiones prismáticos (que exteriormente se corresponden con estribos prismáticos), en cuyo frente se disponen semicolumnas, mientras que el hemiciclo, al exterior acodillado a la nave, se cierra con bóveda de horno generada por arco apuntado e igualmente doblado; todas las bóvedas parten de impostas con perfil de chaflán o nacela.

El tambor absidal, de excelente construcción aunque amenazado por una notoria grieta, se levanta exteriormente sobre un potente zócalo escalonado, dividiéndose en tres paños por dos gruesas semicolumnas adosadas que parten de un basamento prismático y apean en finas basas de perfil ático sobre plinto, rematándose con sencillos capiteles vegetales que se destacan de la línea de la cornisa, de hojas lanceoladas y nervio central de cuyas puntas penden palmetas acogolladas uno y de hojas lisas de pun tas recurvadas el otro, éste bajo cimacio de fino reticulado. Una imposta de listel y nacela recorre el paramento a la altura del alféizar de la ventana que se abre en el eje, en torno a una aspillera de fuerte derrame al interior. Rodea el vano un curioso arco trilobulado del estilo al visto en las cabeceras de San Mamés de Obarenes y Nuestra Señora de Tres Fuentes de Valgañón (La Rioja), exotismo formal presente además –entre otros elementos comunes– en un grupo de edificios burebanos (Navas y Los Barrios de Bureba) y riojanos (ermitas de La Concepción de Treviana y Nuestra Señora de Junquera). Apea el arco en sendas impostas de listel y nacela que no se continúan por el resto del muro y en una pareja de estilizadas columnas acodilladas.

El capitel más septentrional recibe carnosas hojas lisas de puntas rematadas en salientes y gruesos caulículos, mientras que la otra cesta se orna con una muy reciente mente descabezada – víctima de la barbarie y la puntería entre 2000 y 2002– arpía masculina de alas explayadas ter minadas en manos (similar a otras del ábside de Navas de Bureba), y garras con las que ase el collarino. La cornisa del ábside, de perfil achaflanado, es sustentada por una serie de canes ornados con un torso humano que cruza su brazo derecho sobre el pecho, máscaras grotescas de gesto burlón o severo, caso de una barbada, otra bifronte, una más de cabellos erizados, un prótomo de lobo de orejas puntiagudas que muerde un objeto, dos pequeños animalillos de colas enroscadas y otros de perfil de proa de barco. El estilo de estas esculturas, pulcramente talladas, recuerda a lo visto en la iglesia de Navas de Bureba.

Al interior, los capiteles que recogen los fajones de las bóvedas se decoran sumariamente, a base de toscas más caras humanas en los ángulos de la cesta y hojas lisas con acogolladas palmetas pinjantes, caulículos o cogollos en las puntas. Los que reciben el arco triunfal –alzadas sus columnas sobre altos basamentos– manifiestan mejor hechura, recibiendo el del lado del evangelio doble coro na de hojas lanceoladas de nervio central y bolas en sus puntas dobladas, bajo cimacio de idéntica decoración, mientras que el del lado de la epístola se orna con dos aves de largos picos y alas rítmicamente explayadas, al estilo de la arpía de la ventana absidal.

Daban acceso al templo dos portadas, ambas abiertas en el segundo tramo de la nave, y de la cuales la septentrional –oculta por las edificaciones que recubren esta fachada del edificio– consta de simple arco de medio punto, sin decoración.
La amplia portada principal, semioculta por el pórtico y las estancias adosadas por el sur, muestra signos de refección, coincidiendo con Vélez Chaurri en pensar que el arco rebajado con junquillo en la arista y sus cuatro arquivoltas molduradas con mediascañas, así como el tornapolvos que las protege, corresponden a una reforma posterior. Sí son románicas las jambas escalonadas, de las que restan visibles cuatro de los estilizados capiteles de las columnas que se acomodaban en los codillos. Pese a estar muy maltratados por la erosión, que ha prácticamente borrado el relieve de la deleznable arenisca, denuncian una más que notable calidad. Los dos extremos son vegetales, de hojas partidas que se ensanchan en su remate, terminadas en puntas avolutadas de las que penden piñas en un caso y remates acogollados en el otro, el primero con pequeñas hojas de acanto entre las mayores. Su indudable calidad, con el remate en facetado ábaco con cuernos y florones, similares a alguno de Pino de Bureba, nos llevan a las cestas vegetales de la sala capitular de San Salvador de Oña como el más probable modelo de éstas, quizá piezas compradas dada la diferencia de material y estilo respecto al resto. Es lástima el deterioro del capitel interior del lado occidental, historiado y en el que apenas distinguimos a un personaje barbado sedente, con las piernas entrecruzadas, calzado puntiagudo, vestido con túnica de gruesos pliegues, que parece sostener un paño u objeto en sus manos. En la otra cara se disponía otra figura, de la que sólo restan los pies y parte de la indumentaria. El correcto canon, la elegancia de paños y actitudes de estas figuraciones nos hablan de una escultura de notable calidad, diferenciada del resto de la del templo.

Sobre el hastial occidental se alza una airosa espadaña de dos pisos escalonados de troneras y remate a piñón, muy probablemente remontada. Da luz a la nave una tras tocada ventana abierta en esta fachada occidental, de la que sólo resta el arco exterior, decorado con dobles boceles quebrados y salientes en zigzag, entre moldura recta, nuevo exotismo decorativo que volvemos a encontrar en la portada de San Nicolás de Miranda de Ebro y la ventana del hastial de la ermita de Santa Gadea del Cid. Con ellas compartirá cronología esta de Encío, pareciendo obra de las últimas décadas del siglo XII. Sobre los hoy desaparecidos capiteles de esta ventana del hastial, Vélez Chaurri afirma que se decoraban con “sendos mascarones”.
Sin duda este edificio, uno de los más notables de la comarca, merece mejor destino que el que le auguran el mal estado de sus cubiertas y el libre albedrío de quien no vacila en traspasar con su vandalismo el límite de la necedad, máxime cuando el inminente riesgo de colapso de su fábrica parece al menos contradecir su declaración en 1983 como Monumento Nacional. 

Bujedo de Candepajares
Bujedo de Candepajares se encuentra al noreste de la provincia de Burgos, a unos 9 km al sur de la populosa villa de Miranda de Ebro. Accedemos desde un desvío que arranca de la misma N-I, poco antes de llegar al paso natural de Pancorbo. Bujedo se asienta en la margen derecha del río Oroncillo, frente a la Hoz de Foncea y en la falda del calcáreo risco del Picuezo, contrafuerte de los Montes Obarenes.

Monasterio de Santa María
El monasterio fue fundado por doña Sancha Díaz de Frías, quien en 1168 hizo donación al abad Rodrigo de San Cristóbal de Ibeas de unas propiedades en Bujedo, Candepajares, las ermitas de San Ginés y San Pantaleón y otros términos entre Pancorbo y Miranda. La noble era esposa de don Lope Díaz de Ansúrez, sobrino del épico fundador de Valladolid y primo de doña Mayor, fundadora a su vez de la casa mostense de Retuerta, madre de la circaria hispana. Otros autores consideran que doña Sancha de Frías fue esposa de Íñigo Ortiz de Valderrama y optan por 1162 como fecha de fundación, cuando la condesa Eldonza donaba a Bujedo la localidad costera de Baquio (Vizcaya) para fundar allí el monasterio de San Juan de la Peña. Para Narciso Sentenach, Bujedo fue fundado por Gómez Gonzalvo y su mujer doña Mayor en 1172. Doña Sancha de Frías se aseguraba la protección del rey Alfonso VIII, que le otorgaba propiedades en San Juan de la Hoz de Miriel (1170) y acotaba sus términos, cediéndole la jurisdicción civil y los derechos de pastos y portazgo a su regreso de una expedición a Navarra (1176). El abad Rodrigo, transferirá el monasterio a Sancho, primer abad premonstratense hacia 1205.
Contó la casa con una notable nómina de propiedades aunque muy distantes entre sí: San Millán, El Espino, San Miguel, Herrera, Obarenes, más las villas de Pancorbo, Miranda y Santa Gadea. El conde Lope de Haro, señor de Nájera y Vizcaya, engrosó su patrimonio con la iglesia de Santa Magdalena de Zabárdula, entre Ojastro y Valgañón (1198), así como la concesión de los diezmos y primicias en Ameyugo a cambio del sostenimiento de la iglesia de San Pelayo de Mercadillo y su diaria asistencia pastoral (1210). Su viuda, la condesa Aldonza, añadía además el hospital de Santa María de Fuentecerezo (Fonchandrío), en plena ruta jacobea, muy cerca de Santo Domingo de la Calzada, obligándose a destinar la tercera parte de sus rentas para la asistencia al peregrino (1195).
Formaron parte del dominio del monasterio de Bujedo de Candepajares, además de las propiedades y derechos citados, las iglesias de San Pelayo de Ayega, San Ginés y Santa Eulalia de Valderrama, La Corzana, Santa María de Arce-Mirapérez, Santa María de Osma y Santa María de Meltena (Álava), Santa María de Valcorta (en el valle de Losa) y San Esteban de Salcedo con sus iglesias filiales de Santa María de Cabriana y de San Pedro. A todo esto debemos añadir las exenciones de los derechos de yantar y portazgo, de pastos y leñas en todo el reino, así como la explotación anual de 100 fanegas de sal en las célebres salinas alavesas de Añana.
El abad de Bujedo asistía cada nueve años, junto con el palentino de Arenillas de San Pelayo, al capítulo general de Prémontré y, anualmente, durante la vigilia de la Asunción, a Retuerta para la reunión de todos los abades premonstratenses hispanos.
Durante el siglo XIV los abades de Bujedo se lamenta ban de su general pobreza, consecuencia de los abundan tes robos y abusos cometidos durante las guerras civiles por los mercenarios enriqueños, que habían convertido la casa en lugar “muy astragado”. Así las cosas, Juan I eximía al monasterio de la obligación de ofrecer yantar a los adelantados (1379).
Aunque siguió sufriendo acosos por parte de los abades de Aguilar de Campoo y Bujedo de Juarros (1472), mantuvo importantes prerrogativas como el derecho a designar párrocos en sus propias iglesias radicadas de los obispados de Calahorra –reconocido por el obispo Diego de Astúñiga en 1406– y de Burgos –por Alonso de Cartagena en 1454– e incluso contribuía a ampliar la observancia mostense durante el abadiato de Íñigo de Nograro (1497 1516) reformando la abadía portuguesa de Hermida.
El siglo XVI fue de cierto esplendor para el monasterio, obteniendo de Felipe II el rango de “real” (1565). A partir de 1571 contó con abades trienales, manteniendo una modesta comunidad, de ocho o diez miembros antes de la reforma, entre dieciséis y veinte con posterioridad a la misma y de veintitrés en 1774. Tras la invasión francesa y la toma de la ciudad de Vitoria los monjes huyeron, y en 1795 el monasterio se convirtió en hospital; aunque los soldados asaltaron los graneros, la casa no sufrió mayores daños. Entre 1808 y 1815, su iglesia, sacristía, refectorio y claustro fueron utilizados como caballerizas militares.
Con la exclaustración definitiva de 1835, los premonstratenses fueron expulsados. La casa siguió un proceso de notable deterioro; en 1842 se destruía el altar mayor (realizado por el escultor romanista Diego de Marquina y tasado por Pedro López de Gámiz que incluía la efigie orante de la fundadora) y la sillería del coro de Diego de Ayala. En 1844 sus propiedades fueron subastadas, siendo adquiridas por Francisco Javier Arnáiz del Olmo, vecino de Burgos, en 669.060 reales. Madoz señala a mediados del siglo XIX que la iglesia se utilizó como pajar.
En 1858 el monasterio estuvo a punto de desaparecer al intentar ser explotado como cantera para construir un viaducto de la línea del ferrocarril Burgos-Miranda. Afortunadamente el trazado inicial fue modificado cuando se constataron serios problemas de desprendimientos. No obstante, la sociedad adjudicataria de la vía férrea, Crédito Mobiliario Español, utilizó las dependencias monacales como alojamiento para los trabajadores.
En 1874 Francisco Evaristo Arnáiz López, nieto del anterior propietario, compraba Bujedo por 5.105 reales y seis años más tarde, en 1880, el padre Gastón M. Desribes de Gasteran lo adquiría –junto con tres heredades cerca nas– por 7.500 pesetas y una huerta por otras 5.000 pasan do a manos de los religiosos de las Misiones Africanas de Lyon. En 1891 los Hermanos de las Escuelas Cristianas o de La Salle se hicieron cargo del edificio, adecentándolo y restaurándolo como noviciado. Hoy en día se mantiene como residencia de los hermanos ancianos de la congregación y casa de retiro espiritual.

El templo de Bujedo de Candepajares tiene tres naves de un solo tramo, transepto y cabecera con triple ábside semicircular precedido de tramo recto presbiterial. Desde el exterior la capilla mayor apoya sobre un destacado zócalo y posee cinco paños separados mediante columnas adosadas que arrancan de plintos y basas áticas, rematando en capiteles de palmetas entrelazadas y bayas angulares que soportan el alero. Cada paño queda perforado por una ventana de medio punto trazada sobre grandes sillares, los ventanales presentan dos arquivoltas que apoyan sobre capiteles de acantos ramificados y entrelazados, apalmetados y de crochets, ábacos de tacos y cimacios con doble escocia y baquetón. La unión del hemiciclo absidal con el tramo recto del contrafuerte está remarcada con codillos.



El hemiciclo absidal está coronado por un alero con perfil de doble escocia y baquetón que apoya sobre canecillos de proa de nave y de crochet. Los ábsides laterales parten también de un zócalo inferior y están perforados en su centro por saeteras de medio punto. Los aleros cargan sobre canecillos de proa de nave en el absidiolo meridional y de proa de nave, bolas superpuestas, rollos, rollos verticales, cinco lóbulos, molduras cóncavas y una pieza antropomórfica (con barrilillo flanqueado por personajes masculinos), en el septentrional.
El interior del ábside mayor está cubierto con bóveda de horno y cañón apuntado en el presbiterio, cada uno de los cinco paños está perforado por una ventana de medio punto abocinada cuyas arquivoltas apoyan sobre dos semi columnas acodilladas a cada lado con basas áticas de lengüetas angulares y capiteles de crochets y entrelazos, ábacos de tacos y cimacios con un perfil que combina baquetones y escocias. Por encima y por debajo de los cinco ventanales dos impostas –de idéntico perfil que los cimacios– recorren el hemiciclo absidal, prolongándose después hacia el presbiterio. Una credencia polilobulada aparece en el lado meridional del presbiterio de la capilla mayor, así como una puerta con arco rebajado que data del siglo pasado y comunica con la capilla de la epístola, en el mismo muro se aloja un husillo que accede hasta una estancia alta instalada sobre la capilla meridional.

Los ábsides laterales, aunque de menor tamaño, presentan idéntica estructura que el central, con ventana de medio punto abocinada perforando el centro del tambor, se cubren con bóveda de horno en el hemiciclo y cañón apuntado en el presbiterio. El triunfal apuntado de la capilla del lado del evangelio apoya sobre columnas gemelas y la dobladura sobre codillos. Las columnas se alzan sobre plinto, basas áticas, grueso collarino y capiteles vegetales con palmetas avolutadas a dos niveles, ábacos de tacos y cimacios con perfil de baquetón, escocia y listel. Otra credencia polilobulada se dispone hacia el lado meridional.
El triunfal apuntado de la capilla de la epístola presenta idéntica estructura que el del evangelio aunque los capiteles ostentan decoración vegetal más abundante, de acantos avolutados a tres niveles y ábacos de tacos. Los capiteles del lado derecho resultan claramente desproporcionados. En el muro norte de la misma capilla se abre un arco escarzano por el que se accedía hasta el husillo que comunica ba hasta la cámara superior y que fue inutilizado tras abrir el paso desde la capilla mayor. Algunos testimonios seña lan que esta cámara elevada pudo utilizarse como prisión monacal (existe una estancia de similares características en Santa María la Real de Aguilar de Campoo). En el muro meridional de la misma capilla de la epístola se instaló otra credencia polilobulada.
El transepto, ligeramente marcado en planta, cuenta con un tramo central –cubierto con bóveda de terceletes de mayor altura que los brazos, que aparecen cubiertos con crucerías, esta disposición hizo que Andrés Ordax imaginara la existencia de una vieja cúpula sobre pechinas. En el brazo meridional se abren dos puertas apuntadas: una transformada en arcosolio que originalmente comunicaba con la capilla de San Norberto; la otra permitía el acceso hasta la sacristía. La puerta de medio punto del brazo norte se cegó durante este siglo para instalar un osario en el espesor del muro.

Las naves están separadas mediante pilares cruciformes con una semicolumna adosada a cada uno de sus frentes y dos en los codillos angulares (dobles columnas y tres codillos a los lados de la embocadura del ábside central). Las columnas arrancan de basamento corrido, plinto y basas áticas con lengüetas angulares. Los capiteles poseen dos niveles con palmetas lisas y crochets o palmetas caladas rematadas por piñas y caulículos entre las cestas, ábacos de tacos y cimacios con perfil de baquetón, escocia y listel. Los capiteles de las columnas dobles de las caras occidentales están situados a un nivel inferior. Las cestas de los pilares occidentales portan hojas de parra, hojas lobuladas y codillos figurados de rostros femeninos cubiertos con tocas, un busto masculino, un atlante y varias figuras monstruosas (López de Guereño señalaba acertadamente cómo aparecían similares formas en el suroeste galo citan do el clásico trabajo de Jacques Gardelles, “Un élément de la première sculpture gothique en Bordelais: le chapiteau à têtes”, en Mélanges E.-R. Labande. Études de Civilisation Médiévale, Poitiers, 1974, pp. 329-335). Para López de Guereño, la planta de la iglesia de Bujedo, como otras de la orden, “está abortada en su proyecto original”, pues las tres naves sólo desarrollan longitudinalmente un tramo con coro alto en la central (cubierto con bóveda de crucería comunica do con el claustro alto y la torre). La autora realiza un exhaustivo análisis del edificio, que por su meticulosidad se convierte en farragoso.
El sotocoro comunica al oeste con el exterior y al sur con la nave meridional, presenta bóveda de crucería estrellada. En la nave septentrional nunca se llegaron a rematar sus soportes noroeste y suroeste, quedando sin abovedar. La nave meridional debió abovedarse en una fase bastante posterior, si bien fue remodelada para construir dos plan tas, la baja se cubrió con bóveda de crucería que apoya sobre los viejos soportes en el lado oriental y otros modernos en el occidental. La clave de la nave se decora con una luna y una estrella de ocho puntas, las del transepto y coro alto con cruces florenzadas. La clave de la bóveda del tramo norte del transepto tiene una rosácea; las del tramo central del crucero un sol y varios rostros esquemáticos y las del sotocoro cruces florenzadas con estrellas de seis puntas en sus brazos, flores de lis, una cruz patada con las iniciales “C-E”, dos corazones con llamas y cruces, una cruz inscrita en el interior de una rueda, una torre y una estrella de cinco puntas con rayos angulares.

La fachada eclesial se sitúa entre la torre y la panda septentrional del claustro (que oculta parte de la fachada). Posee portada apuntada, con chambrana y arquivoltas que voltean sobre capiteles lisos. Por encima de la misma se abre un óculo. A mediados del siglo XVII, cuando se construyó un nuevo cuerpo sobre el coro, la fachada elevó su altura, así el remate presenta triple arcada de medio punto que apoya sobre pilastras estriadas y corona a frontón.
La tradición viene señalando que la torre alzada al norte de la iglesia es el núcleo más antiguo del edificio, datándola en época de doña Sancha de Frías. Otros la han fechado en el siglo XVI, cuando se paraliza la nave meridional del templo.
El segundo y tercer cuerpo de la misma, a partir del alero sos tenido por canecillos, data del segundo abadiato trienal de Felipe de Quintanilla (1618-1621), reaprovechando el mate rial pétreo de las naves meridional y septentrional.
La capilla de San Norberto está instalada junto al absidiolo meridional, comunicaba con el templo desde una puerta abierta y un pasillo en el ángulo noroeste que fue inutilizado en 1935, cuando se instaló el sepulcro del transepto.
Es de planta rectangular y está dividida en dos tramos cubiertos con magníficas bóvedas estrelladas de terceletes y combados cuyas nervaduras apoyan sobre ménsulas figuradas (con car dinas, el águila del evangelista San Juan con filacteria epigráfica y un oso devorando a su presa, el león de San Marcos con otra filacteria y una salamandra, un grifo, una cabecita alada y un can mordiendo un racimo). Las claves de la bóveda del primer tramo glosan el ciclo de la Pasión y las del segundo escenas de la vida de San Norberto y otros temas marianos.
A consecuencia de un grave incendio el resto de las dependencias monásticas premonstratenses sufrió una reforma integral a lo largo del último cuarto del siglo XVI. El hermano Gabriel señalaba la existencia de una inscripción en una ventana del claustro alto que databa de 1630, otro epígrafe situado por encima de la sacristía corresponde al 1757.
El recoleto claustro medieval fue derruido en 1582 y sobre éste se alzó otro clasicista, de cinco tramos en cada galería, cubiertos por bóvedas de aristas, aunque reutilizando los viejos materiales, se terminó a inicios del siglo XVII, culminando la obra hacia la solana meridional, en época del abad Lucas de la Carrera. 

Santa Gadea del Cid
En el extremo nororiental de la actual provincia burgalesa y sobre la carretera que desde Pan corbo conduce a Bilbao, se extiende la hoy menguada población de Santa Gadea, bañada por el arroyo de su mismo nombre –afluente del cercano Ebro–, a unos 11 Km al oeste de Miran da de Ebro.
Fue su nombre medieval el de Término, probablemente en alusión a la estratégica ubicación del enclave en la frontera entre los reinos de Castilla y Navarra, que motivó además la presencia de un castillo y una cerca rodeando el primitivo casco, fortificaciones de la que res tan ruinas del primero y meros lienzos y dos puertas de la segunda.
La primera referencia a Término la encontramos en el documento de 1012 –calificado por Zabalza como sospechoso– por el que Nuño Álvarez y Justa de Maturana acuden al tribunal del conde castellano Sancho García, reunido en nuestra localidad, para reclamar la inmunidad de la villa de Nave de Albura, allanada por los merinos del conde y tenentes de los castillos de Término, Lantarón y Buradón. Ya en esta temprana fecha se alude al carácter juradero de la ecclesia prenominata Sancta Agatea de Termino, que en lo religioso dependía de la diócesis de Valpuesta y luego de la mitra burgalesa.
Recuperada esta zona por Castilla a mediados del siglo XI, tras el paréntesis de dominio navarro, durante tal centuria y la siguiente fueron constantes las injerencias navarro-aragonesas, e incluso tras su definitiva anexión al reino castellano parece citada –ya como Sancta Agathea–, en el documento de 1177 por el que Sancho de Navarra reclamaba ciertas posesiones a Alfonso VIII.
Tampoco fueron plácidas las relaciones con la cercana villa de Miranda de Ebro, pues documentamos enfrentamientos entre el concejo de ésta y el adelantado mayor de Santa Gadea en la primera mitad del siglo XIV, en cuya base probablemente estuviese la disputa por la propiedad de la aldea de Gorejo. Como su rival Miranda, poseyó una importante judería.
El cambio de nombre de Término a Santa Gadea debió de producirse entre 1125 y 1137, pues en la primera de las fechas aún aparece Íñigo López como tenente in Termino et in Tedegia et in Mena y, ya en un documento del Cartulario de Valpuesta datado por Ruiz de Loizaga ca. 1118-1137 se cita entre los testigos a un Garsia de sancta Agata clerico. El sobrenombre “del Cid” resulta una incorporación decimonónica para diferenciar esta localidad de la de Santa Gadea del Alfoz.

Ermita de Nuestra Señora de las Eras
Se alza la ermita, en cuyo recinto hoy se extiende el cementerio, sobre un altozano a unos 100 m al nort e del caserío de Santa Gadea.
Es un modesto edificio levantado en sillar y sillarejo con refuerzo de piezas bien escuadradas en esquinales, estribos y encintado de vanos, compuesto de nave única dividida en tres tramos y cabecera con tramo recto presbiterial y ábside semicircular en degradación. Se cubre la nave con tres tramos de bóveda de cañón apuntado articulados por fajones doblados que apean en responsiones prismáticos con semicolumnas adosadas, reforzándose además el centro de cada tramo por otros fajones que apean en ménsulas. Las semicolumnas que marcan los espacios presentan basas de perfil ático de gran toro inferior aplastado y sobre plinto, coronándose por capiteles vegetales de mediana factura a base de carnosas hojas lisas de remates avolutados, que en los ángulos exteriores se ramifican y resuelven en prótomos de tallos entrelazados con hojitas.

El estilo de estas cestas las pone en relación con la escultura de corte rigorista de finales del siglo XII y principios del XIII que vemos en Santa María de Valbuena, Santa María la Real de Aguilar de Campoo, etc., aunque en nuestro caso el modelo parece claramente una derivación simplificada de los capiteles que decoran la iglesia del monasterio norbertino de Bujedo de Candepajares.

Se coronan estos capiteles con amplios cimacios moldurados con listel, junquillo y nacela, destacados de la simple imposta achaflanada sobre la que voltea la bóveda. También cañón apuntado recibe el presbiterio, algo más estrecho que la nave, cubriéndose el hemiciclo con la típica bóveda de horno. Al exterior, el tambor absidal se divide en tres paños mediante dos contrafuertes prismáticos que refuerzan el m u ro y alcanzan la cornisa; en la calle central se abre una ventana de trastocado vano con derrame interior, que repite su estructura a ambos lados. Consta al exterior de arco achaflanado ornado con doble tallo incurvado, en cuyos amplios meandros se disponen secas hojitas acogolladas, rodeado por chambrana decorada con palmetas anilladas.


Apea el arco en una pareja de columnillas acodilladas bajo imposta de listel, junquillo y nacela que corre exclusiva mente en el paño central; el capitel izquierdo se decora con estereotipadas hojas lisas de cuyas puntas penden frutos esféricos, mientras que el derecho repite el esquema de hojas de puntas anilladas que vimos en la nave. Al interior, el maltrecho vano muestra el tornapolvos de doble nacela y un rasurado arco con bocel entre dos líneas de semibezantes que apea en sendas columnas de capiteles vegetales con hojas lisas de puntas dobladas, ambos mutilados.
El presbiterio, articulado mediante sendos codillos con la nave y el hemiciclo, recibía luz a través de una ventana similar, abocinada al interior, abierta en el muro meridional y hoy cegada. Interiormente carece de columnas acodilladas, rodeándose el vano con simple chambrana de nacela. Al exterior presenta arco con bocel entre dos bandas de semibezantes y tornapolvos de palmetas anilladas, cimacios de nacelas escalonadas y pareja de columnas acodilladas rematadas, respectivamente  por un capitel vegetal de hojas lisas y puntas vueltas lobuladas y una tosca cabeza masculina con peinado a cerquillo, ojos almendrados y tocada con un estrecho  bonete, sobre fondo vegetal.
Otra ventana se abre en el reformado hastial occidental (donde son visibles las rozas de su primitivo remate), sobre el que voltea una espadaña de dos troneras y campanil en el remate apiñonado, de aspecto rehecho. Decora su arco, tanto interior como exteriormente, con doble bocel quebrado en zigzag (al estilo de la portada de San Nicolás de Miranda de Ebro y la parroquial de Encío), rodeado por chambrana abiselada y sobre sumarios y muy erosionados capiteles vegetales.
Soporta la cornisa de nave y cabecera, moldurada con nacela, una serie de canecillos, donde junto a los de simple perfil de proa de nave –hemiciclo, nave– se incluyen otros con entrelazos, florones, bustos humanos como una dama cubierta con toca con barboquejo junto a un personaje barbado, barrilillos, nacelas escalonadas, etc., todos de sumaria talla y similares a los vistos en la cabecera de Santa María de Bujedo de Candepajares.




Posee el edificio dos portadas, ambas abiertas al norte y sur del tramo central de la nave. La septentrional, que hoy da paso al campo santo de Santa Gadea, se abre en el espesor del muro y consta de abocelado arco de medio punto y una arquivolta ornada con grueso baquetón entre nacela y banda de puntas de diamante, rodeándose por chambrana decorada con florones de grueso botón central.
Portada norte
 

Los arcos apean en jambas escalonadas rematadas por impostas de nacelas escalonadas. La portada meridional y principal se abre en un breve antecuerpo avanzado del muro, componiéndose de polilobulado arco de medio punto y dos arquivoltas molduradas con tres cuartos de bocel en esquina retraído, ornado el de la interior con puntas de diamante, exornados por tornapolvos de palmetas anilladas de seco tratamiento y fino festón de dientes de sierra. Los arcos reposan en jambas escalona das coronadas por impostas de doble nacela escalonada. Es sin duda el curioso arco polilobulado el elemento más exóticamente llamativo, que la emparenta además de modo directo con cercana portada de Bozoo. Esta tipología de arco es relativamente común en obras tardías, caso de la iglesia zamorana de Santa María Magdalena o, en Burgos, la ya cita da portada de Bozoo, las arquerías exteriores de San Vicentejo de Treviño, portada de Gredilla de Sedano, etc.
Portada sur
 

En el interior del hemiciclo ser conserva, semiencastrada en el muro y sirviendo de base a una pileta de abluciones, una fracturada doble columnilla de fustes entrecruzados y capiteles decorados con tallos entrelazados y hojarasca. Quizá sea un fragmento de pila aguabenditera o tenante de altar. Las actuales pinturas murales que decoran el interior de los m u ros –imitando despiece de sillares, con estrellas y cenefas de tallos entre cruzados–, son probablemente modernas, aunque quizá imiten a otras góticas a las que solapan, pues son visibles vestigios de un revestimiento pictórico anterior.

Aunque arquitectónicamente el templo responde al sencillo modelo propio del románico de la segunda mitad del siglo XII, el carácter de su decoración, sobre todo en lo geométrico y vegetal, nos lleva a fijar su cronología en los últimos años de dicha centuria o primeros de la siguiente, en conexión con la fábrica varias veces citada de Bujedo de Candepajares y otros edificios del entorno que muestran similitudes formales y un seco tratamiento escultórico similar al visto.
Pese a su aparentemente correcto aspecto exterior, el estado de conservación del edificio es lamentable, con evidentes grietas y desplomes sobre todo en el muro septentrional de la nave y sus bóvedas, proceso de ruina sólo ralentizado por la transitoria solución del tabicado interior con ladrillo que, aunque refuerza la maltrecha estructura, impide cualquier uso del templo. 

Bozoo
La pequeña población de Bozoo está ubicada al pie de la sierra de Pancorbo y los Montes Obarenes, en un paraje que se abre hacia la murada localidad de Santa Gadea del Cid de la que dista poco más de 1 kilómetro.
La historia medieval de esta aldea es paralela a la del alfoz de Término, actual Santa Gadea del Cid, del que formó parte, dentro del notable señorío de Lantarón. Pertenecía al antiguo obispado de Valpuesta, cuyo obispo don Diego recibió en 946 el monasterio de San Pedro y San Pablo de Rozó (Bozoo). En el año 1028 el monasterio de San Millán de la Cogolla recibió de Sancho III el Mayor de Navarra algunos pueblos (dotados además de inmunidad), entre ellos el que nos ocupa –que había pertenecido a Oveco Díaz– junto con el monasterio de Santa Cruz de Bozoo, posesión que se mantenía en el dominio emilianense a finales del siglo XII. San Millán de la Cogolla recibió numerosas donaciones en la localidad durante el último cuarto del siglo XI (1076, 1079, 1086, 1087) cedidas por Vela Vélez, Gonzalo Ovecoz, Álvaro Vélez, Nuño Téllez y Elo Téllez. Incluso a finales del siglo XII, en 1172, López de Osma ofreció al monasterio riojano un collazo en Bozoo. Las extensas propiedades de la casa benedictina figuran en la relación de posesiones de San Millán reflejadas en la bula de Ino cencio III de 1199 que establece una concordia entre el monasterio y el obispado de Calahorra, citándose entonces el monasterio de Santa Cruz.

Iglesia de San Julián y Santa Basilisa
La iglesia parroquial de Bozoo, levantada en sillarejo, es un templo de nave única con cubierta de bóveda de cañón apuntado sobre imposta de banda plisada en zigzag, articulada en cuatro tramos mediante arcos fa jones que recaen en responsiones prismáticos, salvo en los tramos más orientales, donde las pilastras dejan paso a ménsulas. La primitiva cabecera fue sustituida por la actual, de trazas y formas góticas y desproporcionada respecto al cuerpo del templo.


En el hastial occidental, rematado a piñón, se abre una ornamentada ventana –al estilo de los templos de Tartalés de los Montes, parroquial de Escóbados de Abajo y El Almiñé–, de transformado vano, compuesta de arco doblado de medio punto protegido por chambrana de cuatro filas de billetes. El arco interior, que ha perdido los capiteles sobre los que apeaba, muestra bocel en la arista, mediacaña y decoración de rombos incisos en la rosca, apeando en cimacios de rombos excisos y doble banda de zigzag que se continúan como imposta hacia el exterior. El arco externo aparece ornado con un estrecho y plano zarcillo y otro tema vegetal que podríamos interpretar como un peculiar y muy convencional árbol de la vida. Este arco apea en sendas columnas acodilladas rematadas por capiteles ornados con un águila en posición frontal con las alas desplegadas y una máscara de la que salen una serie de tallos, todo labrado en bajo relieve de dura talla. Al interior, esta ventana muestra el tornapolvos con ajedrezado y el arco ornado con zigzag y palmetas inscritas en tallos.

De las dos portadas que poseía el edificio, la abierta en el muro septentrional aparece hoy cegada, conservándose el arco exterior de la misma, decorado con gruesos billetes extradosados por una fina banda de zigzag. La meridional se abre en el centro de la nave y constituye el elemento más destacado y característico del edificio. Consta de arco polilobulado rodeado por dos arquivoltas, la interior moldurada con un bocel entre mediascañas y cenefa incisa de dientes de sierra y la exterior con bocel recubierto por una greca de meandros y grandes y toscas hojas trifolias talladas en reserva. El conjunto de los arcos se protege por chambrana decorada con friso de hojitas carnosas de puntas vueltas y botones vegetales.

Apean los arcos en jambas escalonadas coronadas por sendas impostas, la oriental ornamentada con un helecho corrido y la otra con un tallo ondulante acogiendo hojitas en los meandros; bajo el intradós del arco, sin embargo, las impostas reciben sendos descabezados cuadrúpedos invertidos, seguramente leones. Dos parejas de columnas se acodillan en las jambas recogiendo las arquivoltas, con la peculiaridad que el fuste de la columna interior del lado occidental acoge una muy desgastada figura, a modo de cariátide, representando un encadenado –atado por las piernas y cuello–, motivo que vemos igualmente en Bercedo, Tubilla del Agua, Soto de Bureba o Almendres. En los capite les del lado izquierdo del espectador, igualmente muy erosionados, vemos desarrollarse lo que parece dos escenas de combate, con dos personajes que alzan los brazos y un cuadrúpedo rampante el exterior y dos personajes afrontados el otro. Los del lado derecho del espectador son vegetales, con dos niveles de torpes acantos el primero, en cuya cara externa se labró un Crucificado, y triple corona de hojitas el otro, las dos inferiores de hojas car nosas de puntas vueltas y la superior de acantos similares a los de su compañero.

Una cornisa de ajedrezado corona los muros de la nave y el hastial occidental, en la primera soportada por una variada serie de canecillos románicos, la mayoría con perfil de proa de nave y otros decorados con bolas con caperuza, aves, un barrilillo, rollos, entrelazos vegetales, un busto femenino, dos rosetas inscritas en clípeos de doble tallo, un busto cornudo de aire maléfico, etc.


En el muro de cierre occidental de la cabecera, al interior, se reutilizó un relieve procedente del templo románico –probablemente de la cabecera, como sugiere Vélez Chaurri–, decorado con un desproporcionado cuadrúpedo pasante, especie de león, bajo una imposta ornada con taqueado.
La escultura hace gala de una evidente rudeza, siendo obra propia de un taller local, aunque su repertorio decorativo –serie de rombos excisos, bandas plisadas en zigzag, máscara que expulsa haces de hojas y sobre todo el arco polilobulado– permite conectarlo con las producciones del último tercio del siglo XII en el área riojana y La Bureba y área de las Merindades. Las mayores similitudes las encontramos con la inmediata ermita de las Eras de Santa Gadea del Cid, obra como ésta de fines del siglo XII o inicios del XIII.
En este templo también se conserva la pila bautismal románica, adosada al muro norte. Posee copa gallonada interior y exteriormente, sobre sencillo pie y basa circular. Sus dimensiones son de 110 cm de diámetro × 82 cm de altura. Posterior parece la espadaña, desgajada de la estructura de la nave y adosada como prolongación del hastial de poniente, que consta de doble cuerpo separado por una cornisa y se remata en doble vano.

Románico en el Condado de Treviño
Esta ruta fija su itinerario por el Condado de Treviño, territorio burgalés (un enclave histórico) situado en el corazón de la provincia de Álava, a pocos kilómetros de su capital, Vitoria.
Este territorio burgalés dentro de Álava tiene su origen en los conflictos bélicos entre los reinos de Castilla y Navarra allá por el siglo XII (entre los reyes Alfonso VIII de Castilla y Sancho el Sabio de Navarra).
Geográficamente, limita con la mayor parte de las comarcas naturales de Álava, como son la Llanada Alavesa por el norte, los Valles Alaveses por el oeste y la Montaña Alavesa por el sur y el este.
No es fácil establecer características comunes que unifiquen en escuela alguna los abundantes ejemplos románicos que nos han llegado en el Condado de Treviño, salvo que se trata de un románico especialmente tardío, elegante, con influencias de la galanura gótica que llega desde el extranjero a comienzos del siglo XIII, como ocurre en la arquitectura románica de todo el entorno alavés.
Probablemente todos los edificios románicos de esta comarca del Condado de Treviño fueron construidos en las postrimerías del siglo XII o, con mayor probabilidad, en las primeras décadas del XIII. En este sentido hay una franca mayoría de puertas con arquivoltas apuntadas con respecto a las que tiene arcos semicirculares.
También es bastante común en todas estas iglesias encontrar la influencia escultórica y decorativa del importante monasterio alavés de Santa María de Estíbaliz.
En este recorrido por el arte románico del Condado de Treviño hemos elegido las iglesias que son, probablemente, las más emblemáticas: Nuestra Señora de la Asunción de Uzquiano, La Ermita de la Concepción de San Vicentejo de Treviño, San Juan Bautista de Obécuri, San Andrés de Saraso, La Asunción de Fuidio y San Martín de Zar.
Comprobaremos que la mejor iglesia del grupo es la de San Vicentejo, que se encuentra íntegra y con una decoración arquitectónica muy especial.
Pero lo que encontraremos básicamente en el Condado de Treviño es un gran número de portadas. Son estructuras tardías de arquivoltas apuntadas y gran número de columnas con decoración vegetal, aunque algunas de ellas también poseen interesante iconografía, como la de Saraso. 

San Vicentejo de Treviño
Uno de las formas de llegar a San Vicentejo se puede realizar desde Miranda de Ebro en dirección a Vitoria por la N-I. Después de unos 10 km se coge la carretera del Condado de Treviño hasta Ventas de Armentia, y desde ahí la carretera de la izquierda en dirección a la capital alavesa. Otra posibilidad es acceder desde Vitoria por la A-2124 en dirección a Peñacerrada. Después de pasar los Montes de Vitoria, a 20 km de Vitoria se encuentra la iglesia de San Vicentejo. A la entrada del pueblo y algo separada de éste, se emplaza la más importante, emblemática y enigmática iglesia del Condado de Treviño. En sus inicios estuvo dedicada a San Vicente, pero en la actualidad su advocación es la de La Concepción.
No se conocen datos históricos sobre San Vicentejo durante el siglo XII.
Únicamente la Reja de San Millán, en 1025 menciona un Guzkiano, que sería el actual Uzquiano, y un Guzkiano de Suso, que dada la situación a dos kilómetros de Uzquiano podría ser San Vicentejo. Ya en el siglo XIII el obispo Aznar le llama San Vicent, nombre que se repite durante el siglo XVI. Posteriormente, por su industria cerámica, aparece como San Vicente de los Olleros, y llegará a San Vicentejo posiblemente para distinguirlo de la también cercana y más importante población de San Vicente de la Sonsierra.

Ermita de La Concepción
No existe ningún trabajo pormenorizado sobre San Vicentejo, pero todos los autores que han estudiado el románico de Álava y Burgos se han detenido en ella como una construcción extraña, original e importante. Efectivamente, esta peculiar iglesia se manifiesta como una isla rodeada de escasos y pobres restos románicos, e igualmente, con unas características que la hacen única en el conjunto del románico de Castilla y León. A primera vista se presenta como una pequeña iglesia de una sola nave de ábside semicircular, con arcadas trilobuladas al exterior, y en general con una articulación del ábside que es una aportación novedosa que no tendrá continuación. Esto la hace peculiar, al igual que la fecha, temprana para sus características, que proporciona la inscripción que se encuentra junto a la portada y a la que luego nos referiremos. No quedan ahí las peculiaridades. Dos excelentes credencias, una calidad excepcional en algunos de sus capiteles, una línea de imposta sobre pequeños canecillos en su interior o el carácter de obra inacabada, son otros de los elementos que caracterizan a esta obra como verdaderamente singular.
Estas características hicieron que los historiadores se refirieran a ella como un enigma en el contexto del románico alavés –no hay que olvidar que el Condado de Treviño, perteneciente al obispado de Vitoria, ha sido tradicionalmente estudiado dentro del conjunto artístico vasco– y no ha faltado quien ha extendido esta rareza al conjunto del románico peninsular; otros estudiosos, todavía en época reciente, han llegado a señalar relaciones con el arte cordobés.
En el muro sur, próxima a la portada, se encuentra la inscripción que aporta la fecha de construcción (ædificatio), 1162, y la advocación a San Vicente:
I(n) N(omin)ED(omi)NI N(ost)RI IH(es)VX(rist)I EDIFICA TUM EST HOC TEMPLUM IN (h)ONORE(m) S(anc)TI VICENCII ERA MILESIMA CC
Es decir, “En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo fue edificado este templo en honor de San Vicente en la era 1200 (año 1162)”.
La fecha de la inscripción ha planteado algunas dudas. Federico Baráibar, y posteriormente López del Vallado que le sigue, la leyeron como era 1190 (ERA MILESIMA CLXXXX).

En la actualidad después de la segunda centésima –L para Baráibar– no se aprecia nada, y así lo han entendido todos los estudiosos posteriores a Baráibar y López del Vallado.
Micaela Portilla y José Eguía dudan entre la fecha de 1162 o la de 1261, pues apuntan la posibilidad de que hubiese una tercera centésima. Finalmente, parecen desechar una datación por la inscripción, y prefieren basarse en el estilo para situarla a principios del siglo XIII. Francisco Íñiguez Almech mantiene el año de 1162 y rechaza la fecha de principios del siglo XIII, especialmente por su comparación con Zamora. A nosotros nos parece que la fecha de 1162 es adecuada a la escultura de los capiteles, y el planteamiento del ábside se puede encontrar en Santiago de Compostela, salvando, lógicamente, las distancias entre la importancia de ambas obras, y en general se circunscribe a las influencias borgoñonas de la segunda mitad del siglo XII a las que no fueron ajenas obras próximas de Álava y La Rioja.
Como ya hemos apuntado, una de las características más destacables de esta iglesia es que se trata de una obra inacabada, o finalizada sin terminar el ambicioso plan inicial. Este aspecto es apreciable tanto en lo arquitectónico como en lo escultórico. El diferente tratamiento que se observa entre el ábside y la nave sólo puede ser entendido por un cambio brusco en la construcción. Si se inició bajo unos planteamientos de riqueza arquitectónica y escultórica, en el avance de la iglesia se aprecia el abandono de estos presupuestos para ser cambiados por otros de simpleza constructiva. Incluso en los capiteles del interior se observa cómo se pasa de una riqueza escultórica a otros que únicamente están desbastados. La misma portada no es más que un pobre remedo de la cabecera. El ábside, hasta el arranque de la nave, quedó concluido según las líneas estructurales previstas, pero por causas que desconocemos la obra se vio paralizada, o el taller que allí trabajaba dejó el lugar y fue ocupado por otro de menor calidad.
Al llegar al arranque de la nave, el proyecto de cubrirla con una bóveda de crucería se vio modificado por una más sencilla de cañón apuntado. Este aspecto se puede observar en los capiteles del primer arco fajón, donde todavía se puede ver el arranque de lo que iban a ser los nervios de un arco de crucería. Por el contrario, en el arco fajón existente hacia el lado de poniente no aparece el arranque del correspondiente crucero, lo que indica que a esa altura de la obra la renuncia a ese tipo de cubierta estaba plenamente asumida. Algo parecido podemos decir de los pequeños canecillos que sostienen la imposta que rodea la iglesia. Éstos inciden en el mismo cambio, de unos decorados con motivos figurativos en la cabecera a los completamente lisos en la nave.
El ábside se cubre con bóveda de horno y en la intersección entre nave y cabecera, en su parte superior, se abre un pequeño óculo. Otros tres vanos en el ábside aportan iluminación a la iglesia. Estas ventanas están decoradas por arquivoltas que apoyan directamente sobre jambas cuadrangulares. En las arquivoltas también se aprecian las interrupciones o diferencias en las obras antes menciona das, pues mientras la central se decora con motivos vegetales en su arquivolta externa, la de la derecha lo hace sólo en la interna y la de la izquierda sólo en algunos tramos de la arquivolta externa.

Por debajo de las ventanas corre una imposta que en su parte inferior presenta mediacaña. Por encima, otra imposta recorre ábside, presbiterio y nave. Ésta se apoya, como ya hemos señalado, en unos pequeños canecillos presentes a lo largo de toda la iglesia, en total ciento cincuenta y seis, que llaman la atención por tratarse de un elemento raro en el románico, y que evidencia un barroquismo del que no está exento el resto de esta iglesia. Los más interesantes son, sin duda, los que se encuentran en el ábside, presbiterio y sobre los capiteles del arco de triunfo, quedando en este tramo sólo cinco lisos y cincuenta y ocho figurativos. Entre éstos predominan los vegetales, animales y alguna cabeza humana. Entre los vegetales, y siguiendo la tónica general de la decoración de toda la iglesia, son frecuentes las hojas con los tallos formando entrelazos y con un profundo trépano. Entre las cabezas humanas encontramos unas con rostros ovalados, sonrientes, peinados con raya al medio y ojos almendrados, una con bigote y perilla, otra que sale de una flor; y otras demoníacas con pelo en punta, boca amenazante y una de ellas con dos serpientes que salen de sus ojos. Entre los animales vemos un sapo, dos serpientes que entrelazan su cuerpo, y varios animales fantásticos, como una arpía y varios animales híbridos. Si entre estos pequeños canes del ábside hay cinco sin ningún tipo de decoración, todos los de la nave son de este tipo, en un proceso de simplificación que llega a convertirlos en simples tacos cuadrados.

Una de las partes más interesantes se encuentra en el tramo del presbiterio con una credencia a cada lado y por encima de éstas sendas ventanas, la del lado norte, como suele ser habitual, ciega. La credencia del lado meridional, con arco doble, tiene varias inscripciones de nombres que pueden aludir a advocaciones o santos venerados en San Vicentejo: PETRUS, ANDREAS, TOMAS, VINCNCI, PANTALONIS y MARINA. Sobre este último nombre Íñiguez planteó la posibilidad de que fuera MARTIN y un último nombre incompleto AN. En el interior de ésta, en su parte superior, se decora con dos rosáceas circulares que vuelven sus hojas hacia el interior, recordando notablemente las estudiadas por José Luis Senra en Cardeña y Oña, de raigambre borgoñona. Las arquivoltas que se forman en esta credencia están también decoradas. El arco de la derecha presenta una arquivolta interior con puntos de taladro, la central sobre unas finas hojas con una hoja enmarcada entre sus tallos y la exterior con un tallo del que salen palmetas.

En el arco de la derecha se sigue el mismo esquema cambiando únicamente la central que tiene unas hojas grandes pero sin tanto relieve como su pareja. La credencia del muro septentrional es más sobria, con un fondo liso y con una única decoración de bocel que recorre los dos arcos. Los capiteles de las dos credencias fueron sustraídos hace años, pero los conocemos por las fotos que publicaron en sus tra bajos Baráibar y López del Vallado. Siguiendo la tónica de la escultura de San Vicentejo, ambos eran vegetales, y como peculiaridad destaca que el del lado de la epístola era un capitel doble. Este modelo de credencia tuvo una cierta difusión por la zona, extendiéndose por otras iglesias próximas, como en Albaina, Marquínez (Álava) o Quilchano (Álava), pero en ningún caso con la riqueza decorativa de San Vicentejo.
Por encima de cada una de las credencias hay sendas ventanas de doble derrame, la del muro norte ciego sigue el esquema de las ventanas del ábside, en este caso con arquivoltas de arista viva que descansan sobre imposta con motivos vegetales y apoyan directamente sobre las jambas sin capiteles. La del muro meridional posee las mismas características, pero en este caso con un vano en saetera que deja pasar una leve luz.

La nave de dos tramos se cubre con bóveda de cañón apuntado que descansa en dos arcos fajones que apoyan en triples columnas, cilíndricas las laterales y poligonales las centrales. En estas columnas, aunque con un cierto des orden, se puede ver una alternancia de piedra color rojizo y el color de la piedra del resto de la iglesia.

Los cuatro capiteles que soportan los arcos fajones confirman el proceso constructivo inacabado mencionado, siendo los dos más occidentales los inacabados. En ellos se puede apreciar cómo el artista dejó replanteada la labra del capitel y cómo se colocaron antes de obtener el resultado de los vecinos capiteles que sostienen el primer arco fajón. Estos dos presentan un tipo de hojas de acanto con un fuerte trépano que consigue unos logrados efectos de claroscuro. En los dos, el capitel se configura con una hoja carnosa inferior con puntos de taladro en sus tallos y hojas, y por encima hojas más pequeñas de iguales características, y todavía por encima de éstas unas volutas de nuevo con pequeñas hojas que se vuelven en su parte extrema y con una cabeza humana en el del lado meridional, característica que también vamos a ver en alguno del exterior, y una cabeza de cuya boca salen hojas que se extienden a ambos lados.
Las diferencias entre estos dos capiteles, aunque pequeñas, se aprecian en algunos aspectos. El del muro sur tiene una cesta mucho más cúbica, con un tipo de hoja fina, muy angulosa, con pequeños y marcados foliolos y con continuas perforaciones en los tallos. El del muro norte sigue ese esquema, pero sin marcar tanto los detalles y juntando los vértices de las hojas antes que formando volutas. El resulta do, en cuanto al efectismo del pronunciado relieve y claroscuro que posee es similar, pero parecen hechos por dos manos diferentes, modelos que volvemos a ver en los capiteles del exterior. En cuanto a los dos capiteles más occidentales, el del muro norte sigue un esquema similar al del muro sur mencionado, pero con mayor sobriedad decorativa, como si la parte inferior fuera hecha por el mismo artis ta y la superior por otro muy inferior.
Y el capitel del lado sur está sin acabar, únicamente con tres filas de hojas que sólo parcialmente dejan adivinar el planteamiento que se iba a seguir.
Queda mencionar que en el tramo intermedio de la nave, en su lado sur, se abre un óculo de doble derrame que también aporta una leve iluminación a la nave.

El exterior del ábside presenta una articulación del paramento que le da una fuerte sensación ascensional y de movimiento. Está dividido en cinco tramos separados por contrafuertes formados por triples columnas, cilíndricas las laterales y poligonal la central siguiendo el esquema que veíamos en el interior. Estas columnas a mitad de altura culminan en capiteles sobre los que apoyan las arquivoltas de las ventanas, y al mismo tiempo aligeran la triple columna que desde ahí asciende hasta el alero sólo en su parte central. Sin embargo, antes de llegar al tejaroz ésta se vuelve a quebrar con unas repisas prismáticas a modo de imposta biselada, donde apoyan la base de los arcos trilobulados. En este tramo, un sillar más ancho –en dos ocasiones con motivos decorados a modo de capitel que representan a un animal y dos figuras humanas– crea un estribo de mayor resalte para que los arcos trilobulados sobresalgan más del muro. Al mismo tiempo, por debajo de éstos y en los tres tramos centrales de lado a lado, hay unos sillares horizontales más anchos en la parte central que forman un pequeño arco decorado con una alternancia de flores y formas cóncavas y en uno de ellos reaprovechando un sillar con dos figuras humanas en posición horizontal. Éstos actúan como arcos de descarga y contribuyen también a resaltar los arcos trilobulados del muro. 

Las ventanas, con tres arcos en derrame, el exterior apuntado y los otros de medio punto, se decoran en su arquivolta interior con hojas enmarcadas por sus tallos, mientras que las otras arquivoltas permanecen en arista viva.
En el conjunto del exterior del ábside hay un total de 24 capiteles. Cuatro en la parte superior donde apoya la cornisa; dos a la altura de donde arrancan los arcos trilobulados, los únicos figurativos que antes hemos mencionado; cuatro a media altura de las columnas, a la altura de los arcos apuntados; y 14 sobre los que apoyan los arcos ciegos y las arquivoltas de las ventanas absidales. Aunque estos capiteles presentan un mismo patrón compositivo, se observan diferencias destacables. En general aquí se distinguen los dos artistas que trabajan en San Vicentejo. En los capiteles superiores, los de mayor volumen, tres están realizados siguiendo un mismo esquema, similar a los del interior, mientras que el restante mantiene una mayor simplificación con hojas de poco relieve. El resto de los capiteles se mueven bajo los presupuestos de los capiteles de pro fundo relieve, hojas con mucho trépano, y en general pre dominando el barroquismo que caracteriza a esta iglesia.

La portada, en la parte más occidental del muro sur, pertenece al momento de decadencia de esta iglesia, aunque todavía con algunos de los elementos que mejor la caracterizan. Siete arcos aportan un gran derrame a la entrada.
Todas las arquivoltas van en arista viva, lo que se constituye como la mejor continuidad con el resto de las arquivoltas que hemos visto en el resto de la construcción. Los arcos descansan en una imposta lisa y por debajo de ésta se alternan los capiteles sobre columnas con las jambas. Los capiteles, varios desaparecidos, presentan una ejecución muy pobre, con una cesta pequeña y alargada que presenta unas hojas que voltean en su parte superior y recuerdan a la decoración de la credencia meridional. Los fustes de las columnas que se conservan presentan unos finos relieves en zigzag, denunciando a pesar de la sencillez una nota de barroquismo, al tiempo que enlaza lejanamente con los modelos de fustes decorados tan abundantes en Álava y en el mismo Condado de Treviño.
Algunas de las controversias que ha planteado esta iglesia permanecen todavía sin respuesta, aunque la mayoría se han desvanecido. La duda entre la tercera centésima o la quincuagésima en la lectura de la inscripción se ha resuelto a favor de la fecha de 1162. En las relaciones estilísticas tampoco hay una gran unanimidad, pero las que la vinculan con el románico italiano, Auvernia, arte musulmán, Santa Sofía de Constantinopla, San Vicente de Ávila, catedral de Zamora, primer artista de Silos, Santo Domingo de la Calzada, Rebolledo de la Torre, Aguilar de Campoo, Eunate, Torres del Río, Crucifijo de Puente la Reina, Ira che, Cirauqui, Estíbaliz o Armentia, no aportan más que generalidades fuera de todo contexto. Los arcos trilobulados también han dado lugar a analogías muy dispares, pero no hay que olvidar que el arco lobulado se encuentra en el léxico románico de todo el Occidente medieval. Sin salir nos del ámbito hispano encontramos su uso en San Isidoro de León, catedral de Zamora, Toro, en las portadas navarras de Santiago de Puente la Reina, San Pedro de la Rúa de Estella y San Román de Cirauqui, e igualmente en Santia go de Compostela en los restos de la antigua torre linterna, en los hastiales del crucero, en el alero de la capilla del Salvador y en la portada de Platerías. Éstos, que son los que hacen una función más parecida a la de San Vicentejo, son también los que tienen una similitud más acusada.
Las analogías con el tipo de capitel vegetal han dado lugar a unas generalizaciones muy amplias. Aunque las relaciones que se han establecido evidencian una amplitud imposible de asumir, también es verdad que algunas inciden en una misma orientación estilística. En este sentido creo que existe una relación con el arte borgoñón que no se puede omitir, y que además coincide con algunas iglesias próximas como las de Armentia y Estíbaliz en Álava. En general, algunos de los capiteles de San Vicentejo evocan modelos borgoñones de La Madeleine de Vézelay, San Lázaro de Avallon, San Lázaro de Autun y Cluny, con los que comparte la misma tendencia a perforar los tallos de las hojas, la talla profunda que proporciona fuertes contrastes de luz y sombras, la propensión a cubrir con las hojas el collarino del capitel, el esquema de hojas superpuestas en dos filas, o las hojas que enlazan en un extremo en la parte superior abriendo un espacio que es ocupado por otra hoja o que queda vacío. A estos modelos borgoñones podríamos sumar los óculos ciegos de las credencias, que como ya hemos señalado con anterioridad, nos remiten a los modelos borgoñones de Oña y Cardeña. Todas estas características nos permiten incluir a San Vicentejo dentro de las corrientes artísticas de la segunda mitad del siglo XII en España que se ven influenciadas por el léxico borgoñón tardío.

 

 

 

 

 

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