martes, 17 de diciembre de 2024

Capítulo 80, Románico soriano- Almazán y su comarca

Románico en Almazán y sus Tierras
Ciertamente, el románico en Tierras de Almazán presenta unas características variadas -y en ocasiones contrapuestas- que se superponen en numerosas iglesias:
·       Rasgos mudéjares.
·       Escultura silense.
·       Sobriedad cisterciense.
Además de visitar la histórica villa de Almazán con su románico islamizado, visitaremos otros importantes monumentos como las iglesias de Nepas, Matamala de Almazán, Barca, Maján, Perdices y Viana de Duero. 

Almazán
Se sitúa Almazán a 35 km al sur de la capital provincial, en un recodo del Duero. Su nombre árabe –“el fortificado”– es significativo del origen del actual poblamiento, aunque éste, a tenor de los vestigios encontrados en los parajes del “Guijar” y el “Soto Ocáliz”, se atestigua desde la primera Edad del Bronce. Si la dominación romana dejó los restos de una posible villa en el “Arroyo del Tejar”, datada en los siglos IV-V d. de C., no ocurre lo mismo durante el período visigodo, por lo que hemos de suponer la despoblación del lugar o al menos su escasa relevancia.
Así las cosas, todo apunta a que la definitiva ocupación del núcleo de Almazán se produjo durante la última fase de la dominación islámica del alto Duero. El carácter defensivo que la propia toponimia revela, sugiere retrasar esta fundación a la segunda mitad de la tortuosa décima centuria, época en la que la presión militar de los condes castellanos obligó al poder musulmán a fortalecer su “Marca Media”, con la plaza de Medinaceli –reforzada en 946– como base. El acceso al califato de Alhakem II supondrá un estancamiento e incluso un retroceso del avance cristiano, que llega a perder sus avanzadas en San Esteban de Gormaz y Osma. La construcción de la impresionante fortaleza de Gormaz (963) y el azote que supuso el genio militar de Almanzor, significaron casi un siglo de retraso en los planes de reconquista. La plaza fortificada de Almazán no cayó en manos cristianas hasta finales del siglo XI, bajo el empuje del conde Gonzalo Núñez de Lara y tras la toma, por Fernando I, de Gormaz, Aguilera y Berlanga. En 1098, Alfonso VI donaba al monasterio de San Millán de la Cogolla, la iglesia que, junto a una hereditate erema de su villa recientemente poblada (mea populatura que vocatur Almazan), había sido construida en honor de San Félix y Santa María (edificata ecclesia in honore Sancti Felicis et Sancte Marie, et fuit vocatus locus ille sub uno nomine Sancta Maria de duas Ramas).
Sin embargo, este dominio fue efímero, pues Almazán volvió a caer bajo el yugo musulmán durante la campaña que puso cerco a Berlanga en 1113. Cuando retorne al control cristiano, quizá en 1115, lo hará bajo la tutela del rey de Aragón y Navarra, Alfonso I el Batallador, quien, ante lo exiguo de la población –agrupada en el entorno del castillo, en el cerro llamado “El Cinto”–, decidió en 1128 promover una repoblación de la villa, a la vez que bautizarla con un nuevo nombre que no tuvo ningún éxito (illo tempore quando prefatus rex populabat illam populationem d’Almazan quam cognominabat Placentiam), integrándola en lo religioso dentro del obispado de Tarazona. Desde agosto hasta diciembre del citado año se debía encontrar el monarca en Almazán –pues firma en ella varios documentos de donación–, dentro de su campaña de consolidación de esta área frente al leonés Alfonso VII, en la que, además de fortificar Almazán, atacó –sin éxito– la cercana villa de Morón. En el testamento de Alfonso I, redactado durante el asedio de Bayona en octubre de 1131, legó al monasterio de San Salvador de Oviedo Sanctum Stephanum de Gormaz et Almazanum cum omnibus suis pertinenciis, concesión que renovó en la confirmación del mismo de 1134. Evidentemente, como la mayoría de las peregrinas mandas testamentarias del aragonés, tal donación quedó a la postre sin efecto.
Tras la muerte del belicoso aragonés, recuperó Alfonso VII en 1140 el dominio de la villa, que para entonces había caído dentro del territorio diocesano de Sigüenza. Consta este hecho en el diploma de donación en prestimonio del obispo al capellán del Emperador –transcrito por Minguella– en el que se trata, además de ciertas aceñas y un puente, de un Almazán viejo, al referirse a ipsam casam que est in illa aldeia super Almazan vetus.
Es así este período inmediato a la nueva repoblación de 1128 el del definitivo despegue de la villa, cabeza de una Comunidad de Villa y Tierra formada por 61 aldeas divididas en dos sexmos, el de Cobertelada y el de la Sierra. En lo urbano la villa se articulaba en torno a diez parroquias y colaciones. A finales del siglo XII se dotó al núcleo central de una potente muralla que protegía a siete de las colaciones, quedando las otras tres como arrabales. Estos barrios, dispuestos en torno a otras tantas parroquias, eran: intramuros los de San Miguel, San Vicente, Nuestra Señora del Campanario, Santa María de Calatañazor, San Esteban, Santo Domingo, San Andrés; y extramuros: San Pedro, Santiago y El Salvador. Junto a las parroquias, cuatro de las cuales han conservado su pasado románico (la de San Pedro sólo reutiliza sillares labrados a hacha en su moderna fábrica), al menos desde el año 1200 y probablemente desde 1178 se certifica la presencia en Almazán de los hospitalarios, con un priorato dedicado a San Juan. También en la primera mitad del siglo XIII, hacia 1230, fundaron los premonstratenses un monasterio dedicado a Nuestra Señora de Allende el Duero, más tarde unido como priorato al vallisoletano de Retuerta.
La importancia estratégica que alcanzó la villa dentro de la Frontera Media musulmana dio lugar a la construcción de unas murallas tan magníficas que sirvieron para nombrar al lugar, pues Almazán significa “el fortificado”. Sin embargo nada queda de aquellos muros, al menos nada significativo, pues la población sería totalmente renovada tras la conquista definitiva de Alfonso I en 1128, momento en el que este monarca levantará muro magno et alto. Desde entonces pasa a convertirse también en un punto estratégico dentro del camino que recorre de este a oeste los reinos peninsulares, siguiendo el curso del Duero –vadeado mediante un puente construido entre 1128 y 1140–, en las tierras limítrofes con Aragón.
Aunque el recinto ha catalizado la atención de varios autores, ha sido el historiador local José Ángel Márquez quien más profundamente ha analizado el origen y desarrollo de las murallas, fechando la construcción de lo que hoy podemos ver en los momentos finales del siglo XII. En cierto modo este encintado surgía ya con ciertas estrecheces pues deja extramuros un arrabal frente al puente, con tres de las diez colaciones de que se componía la villa, aunque ciertos indicios indican la posibilidad de que en algún momento posterior hubiera algún tipo de cerramiento de este sector urbano, quizá con una simple unión de las casas formando apretadas manzanas, como apunta Márquez Muñoz y como parece sugerir el rudimentario plano de la villa dibujado en 1753.
En la parte más elevada de la población se ubicó el castillo, del que no existen muchas noticias históricas y ninguna que nos haga suponer su estructura. Abandonado en el siglo XV por los Hurtado de Mendoza, señores de la villa, para construir su palacio junto a la iglesia de San Miguel, y desprovista la villa de la importancia militar de siglos anteriores, comenzó su ruina, que se consumó en las centurias siguientes hasta su completa desaparición a comienzos del siglo XIX, en el contexto de la Guerra de la Independencia.
Mejor suerte han tenido las murallas, aunque lo que queda debe ser sólo una sombra de lo que se intuye: un poderoso recinto en el que se abrían cuatro puertas y tres postigos. Su traza es irregular, de tendencia poligonal, construida a base de sillarejo y mampostería, con muros de 2,5 m de espesor, sin torres en ninguno de los tramos y precedida por una barrera de la que quedan restos en el sector occidental. Del conjunto quedan tres puertas, la más occidental, llamada del Mercado, flanqueada por dos torres cuadradas, con un acceso conformado por un cuerpo, también cuadrangular, cubierto por dos bóvedas de cañón apuntado, flanqueadas por arcos del mismo tipo y con otro arco doble en el centro, entre el que se deslizaba el rastrillo. La Puerta de Herreros, situada hacia el sureste, se ubica entre dos torreones semicirculares, con el acceso igualmente cubierto por bóveda de cañón entre dos arcos apuntados, un esquema que se repite en la Puerta de la Villa, coronada ahora por la torre del reloj construida a comienzos del siglo XIX. Los dos postigos que sobreviven, el de San Miguel y el de Santa María, son prácticamente iguales, simples aperturas en el muro conformadas interior y exteriormente por arcos de medio punto, con bóvedas de cañón en el interior. Se han perdido la Puerta de Berlanga y el Portillo de San Vicente, ambos derribados a fines del siglo XIX, manteniéndose buena parte del trazado, aunque con muy desigual estado, con tramos como el del entorno de la Puerta de Herreros que conservan prácticamente toda su altura.
El recinto, como es lógico, ha sido restaurado en numerosas ocasiones a lo largo de los siglos, destacando el lienzo que se halla en el entorno del llamado Rollo de las Monjas, cuya construcción hay que suponer seguramente ya de finales de la Edad Media. A pesar de la falta de utilidad militar específica de todo el recinto a partir del siglo XVI, el conjunto amurallado se conservó relativamente completo hasta el siglo XIX. Todavía a comienzos del siglo XVI algunas disposiciones del concejo adnamantino castigan con multas a quienes extraigan arena de la “dicha çerca ni en toda la barbacana por cuanto los muros e çerca de la dicha villa reçebian mucho daño”. Aún durante la Guerra de la Independencia, en 1810, sus muros sirvieron de refugio al cura Merino acompañado por 1.600 hombres, según recoge M. Blasco, siendo incendiada posteriormente la población por el general francés Duvernet, hecho que con toda seguridad fue el comienzo de la ruina del conjunto amurallado. 

Iglesia de San Miguel
La iglesia de San Miguel Arcángel se sitúa en el extremo septentrional de Almazán, junto a la muralla y al borde del cortado que domina el Duero. Tras haber sido liberada de los múltiples añadidos posmedievales que la envolvían, hoy preside la Plaza Mayor de la localidad, entre el Ayuntamiento y la magnífica fachada renacentista del palacio de los Hurtado de Mendoza.
Es la de San Miguel una iglesia de planta basilical, construida en sillería arenisca y compuesta de tres naves –notablemente más ancha la central– separadas por irregulares pilares cruciformes con semicolumnas en los frentes, rematada la mayor por cabecera de amplio presbiterio y ábside semicircular, y testeros planos al exterior las colaterales. El notorio esviaje y la irregularidad general del templo se debe –como ya señalase Gaya, y dejando a un lado peregrinas interpretaciones simbólicas– a la necesaria adaptación al tajo que forma el Duero por el costado septentrional, denunciando una falta de previsión topográfica en el trazado del perímetro.


 
Cabecera
La cabecera de la nave se compone de tramo recto presbiterial liso y ábside semicircular, levantado éste sobre un semienterrado zócalo moldurado. Se compartimenta el tambor del hemiciclo en tres paños mediante cuatro finas semicolumnas adosadas, abriéndose en cada lienzo una ventana en torno a un estrecho vano fuertemente abocinado, que constan de arco doblado de medio punto sobre columnas. De la prácticamente rehecha ventana meridional sólo resta el rudo y erosionado capitel derecho, figurado con un personajillo, acuclillado y desnudo, en actitud procaz. Muy restaurada aparece también la ventana septentrional, cuyo arco se decoraba con hojitas entre vástago ondulante, ornándose el capitel conservado con dos representaciones maléficas atormentando a una figura central.

La ventana abierta en el eje es la mejor conservada; decora las roscas de sus arcos con retícula romboidal y entrelazo y las semicolumnas, sobre altos podios y plintos, muestran basas de perfil ático de grueso toro inferior con bolas. El capitel derecho se orna con un mascarón humano de barba de puntas rizadas, y el izquierdo con labor de cestería y una cabecita monstruosa en el ángulo.
Viene a paliar la pobreza decorativa de lo hasta aquí descrito la interesante cornisa, que remata el hemiciclo, moldurada con haz de tres boceles sobre una serie de arquillos-nicho trilobulados que reposan en canes de rollos, nacela y doble bocel. Este tipo de cornisas son especialmente numerosas en el románico tardío gallego y zamorano. Los capiteles de las semicolumnas del ábside no interrumpen la complicada estructura, sino que actúan como soporte del mismo, bajo especie de troneras cruciformes caladas. Su decoración es vegetal, a base de hojas carnosas de puntas vueltas, rizadas o rematadas en volutas, tallos y piñas y palmetas.
Otro aspecto a resaltar es el tratamiento volumétrico del presbiterio obedeciendo a imperativos estructurales. El presbiterio, uniforme en su interior, se divide en dos cuerpos bien diferenciados al exterior: uno es continuidad del ábside en forma y magnitud, mientras que el otro ostenta mayor grosor de sus muros y una elevación equivalente a la de la nave principal, circunstancias que se aprecian en la planta y en la imagen siguiente. La única razón de ser de tal distinción es la de disponer de un cuerpo suficientemente robusto y alto como para servir de riostra a los pilares que forman la embocadura del presbiterio (equilibrados en las demás direcciones) absorbiendo los empujes de los arcos 19-21 y 20-22.

La linterna octogonal, sobreelevada más tarde en ladrillo para obtener su actual aspecto y funcionalidad de torre campanario, está ejecutada con buena sillería y presenta en cada una de sus aristas una esbelta columna adosada, y en cada una de sus caras una ventana de arco de ojiva formado por un baquetón que se prolonga por las jambas hasta reposar en sus respectivas basas a modo de columnillas sin capitel ni elemento de interrupción con el arco. En su intradós, suplementos lobulados puramente decorativos. La cornisa que discurre por el contorno superior es similar a la del ábside si bien los arquillos carecen de lóbulos.

Linterna 

Portada
La portada meridional es fruto de las intervenciones posmedievales, que hicieron desaparecer igualmente la occidental, si es que la hubo. De la primitiva portada norte del templo, hoy cegada, no quedan sino vestigios en el tramo medio. Eliminadas buena parte de las estancias adosadas por las sucesivas restauraciones, básicamente la de 1936, hoy sólo alteran el primitivo aspecto, además del moderno cuerpo occidental de la nave, del siglo XVIII, una capilla neoclásica abierta al norte, otra al sur y el pórtico meridional.

Interior
Interiormente, la cabecera muestra el tramo recto presbiterial abovedado con cañón apuntado, que parte de una imposta moldurada con tres filas de billetes entre junquillos. En el lado del evangelio se abrió en el siglo XVI un lucillo de arco rebajado, mientras que en el muro de la epístola se abría una hoy cegada puerta de arco de medio punto, así como el acceso a la escalera de caracol inscrita en el pilar del triunfal que da servicio al cimborrio, ambas románicas.
Comunica la cabecera con la nave un arco triunfal apuntado y doblado que recae en semicolumnas adosadas. La de la epístola se corona con un capitel figurado con cinco felinos enredados en tallos que ellos mismos vomitan, bajo cimacio de palmetas inscritas en tallos. El capitel del lado del evangelio recibe dos parejas de leones afrontados compartiendo cabeza en los ángulos de la cesta, sobre un fondo de grandes hojas nervadas rematadas en caulículos. El cimacio se orna con florones inscritos en clípeos.



Capitel señalado con el número 23. Grupo de animales cuadrúpedos acuclillados que muerden una soga común de la misma traza que la que, formando un doble sinusoide a lo largo del cimacio, va encerrando en sus bucles hojas y rosetas.

Capitel señalado con el número 24. Animales de rostro leonado que comparten una sola cabeza por pareja. Tienen entre sus fauces una bola como la que decora los vértices del cimacio semejante a los frutos esferoides de algunos capiteles vegetales. Una sucesión de rosetones inscritos en círculos tangentes decora el cimacio. 

El hemiciclo, por su parte, se cubre con bóveda de horno generada por un arco apuntado sobre semicolumnas, que parte de imposta con tres filas de billetes. Sus capiteles se ornan, el del lado del evangelio con una figura humana acuclillada flanqueada por dos leones, probable representación de Daniel en el foso, sobre un fondo de hojas lisas con bolas; el del lado de la epístola es vegetal, de hojas ramificadas acogiendo piñas. Al interior, las ventanas absidales repiten el esquema exterior, decorándose sus capiteles con motivos de cestería, hojas lanceoladas de acusados nervios y cuadrúpedos afrontados.

Capitel señalado con el número 25. Capitel señalado con el número 25. En el centro de la cara frontal del capitel, un ser humano, de cuya deteriorada figura sólo resta la cabeza y las piernas, aparece sentado escoltado por dos leones que apoyan sus cabezas sobre las rodillas de aquél en gesto de sumiso reposo. 

El cuerpo del templo ha sufrido numerosas y notables alteraciones, sorprendiendo lo angosto de sus colaterales, rematadas por testeros planos al exterior. Interiormente, sin embargo, se disponen absidiolos semicirculares excavados en el grosor del muro, al modo de las soluciones vistas en la capital (San Juan de Rabanera), en la ermita de los Mártires de Garray o en la misma iglesia de San Vicente de Almazán, por ejemplo.

La falta de rigor en el diseño, ya comentada al principio al hablar de la planta, se pone de manifiesto también en el tratamiento de los arcos de las naves laterales. En la primera de las imágenes adjuntas se muestra el primer arco (11-12) de la nave izquierda caracterizado por su reducida luz, por poseer número impar de dovelas (cinco en el arco interior y siete en el exterior), y porque este último es sensiblemente de medio punto mientras que el interior, no concéntrico con aquél, es ojival. Por su parte, el arco correspondiente (15-16) de la nave derecha que refleja la segunda de las imágenes es más abierto, se compone de un número par de dovelas, por lo que no tiene clave, y sus arcos interior y exterior son apuntados y concéntricos.
Aquí, estas capillas-nicho se cierran con bóveda de cascarón generada por arcos netamente la bóveda, determinados por la traza de estrella de ocho puntas que dibujan los arcos, aparecen perforados por ocho óculos, cuatro de ellos diminutos, mientras que en el espacio central libre se abre una linterna octogonal sobre trompillones a modo de canes. Los ocho nervios sobre los que apea la plementería reposan en capiteles pinjantes profusamente decorados, cuyos prominentes cimacios continúan la decoración de bifolias acogolladas que recorre la imposta.
Comenzando por el capitel-ménsula oriental que se corresponde con el eje longitudinal de la nave, y en el sentido de las agujas del reloj, nos encontramos en primer lugar con un curioso combate de caballeros cabalgado sendas arpías masculinas, ambas enjaezadas. El caballero de la izquierda blande una espada con su diestra, mientras ase por las barbas a su montura; el derecho, por su parte se defiende tras un escudo de cometa, porta la espada aún colgando del cinturón y parece tirar del freno de la arpía que monta, con rostro de efebo y acaracolados cabellos.
El capitel siguiente se decora con una pareja de híbridos de cuerpo de ave, largos cuellos inclinados de marcada espina dorsal y cabezas de felino, sobre fondo vegetal de recortados acantos con piñas en las puntas; siguen dos capiteles vegetales de similar diseño, uno con dos coronas de hojas nervadas de carnosas puntas vueltas y el otro con dos hileras de acantos de marcadas escotaduras y puntas replegadas. Siguen dos capiteles vegetales idénticos, ambos con amplias hojas de acanto de nervios trepanados y volutas en los ángulos, entre los cuales se intercala otro figurativo, en este caso mostrando una pareja de felinos, especie de hienas de pelaje dividido en mechones sobre su lomo, que devoran un cordero, todo sobre fondo de acantos del tipo ya visto.
El último capitel se orna con una pareja de aves de largos cuellos, especie de pelícanos.

Tanto la calidad de estos relieves, como su temática y composición, evidencian la progenie burgalesa de su estilo –calificarla de silense nos parece reduccionista–, probablemente tamizada por el taller activo en la sala capitular de la catedral de El Burgo de Osma durante el último tercio del siglo XII. Nada tiene que ver esta experta mano con las responsables del resto de la decoración arquitectónica de San Miguel de Almazán, aunque sí parece la misma que labró el bello frontal de altar al que nos referiremos al final de este estudio.


Cimborrio de la iglesia de San Miguel, en Almazán
 

Volviendo a la descripción de las naves, el segundo tramo de la principal se cubre hoy día con una bóveda gótica de crucería (principios del siglo XV, según Martínez Frías), que apoya en ménsulas con escudos lisos. El tramo occidental de la caja de muros, aproximadamente a la altura del primer pilar, fue totalmente transformado en el siglo XVIII, levantándose esta parte en mampostería y ladrillo.
El primer tramo de la nave se cubre así con una moderna bóveda de arista con yeserías.
Formeros y fajones de las colaterales, ambos apuntados y doblados, recaen en las semicolumnas dispuestas en los pilares que dividen las naves, éstos de sección cruciforme, aunque manifestando una irregularidad acorde con la falta de ortogonalidad del trazado del edificio.
Los capiteles que coronan dichas semicolumnas son fundamentalmente vegetales, decorados con hojas lanceoladas de acusado nervio central y profundas nerviaciones, de puntas vueltas acogiendo caulículos, bolas o piñas; los hay de helechos, hojas lisas, lobuladas, secas variaciones del acanto, hojas de agua decoradas con decoración tipo ataurique, cadenetas de entrelazos, etc. Entre los figurados, sólo en uno aparece la figura humana, con dos pequeños personajes vestidos con túnica corta que asen por el cuello, con ambas manos, a dos parejas de pavos reales; las otras dos cestas con figuras recurren a la simetría, afrontando dos parejas de cápridos rampantes bajo serpientes uno, y cuatro felinos rampantes entre hojas de palma el otro. El estilo de estos relieves es mucho más seco que el de los capiteles del cimborrio, obra de un taller indígena, técnicamente peor dotado. Pese a que buen número de basas son fruto de las restauraciones, se conservan algunas originales, de tipo neumático, con dos pequeños toros superiores separados por un canalillo y grueso toro inferior con bolas (ornados con semibezantes y uno con una serpiente) y sobre plinto, en algunos casos ornado con motivos geométricos.

Durante los trabajos de acondicionamiento de la capilla-nicho del lado del evangelio, realizados en febrero de 1936, y bajo una mesa de altar también de cronología románica, fue descubierto –según refiere Gaya Nuño– el magnífico frontal de altar. Labrado en un bloque de arenisca de 0,8 × 1,20 × 0,29 m, los maltrechos relieves que decoran su frente manifiestan un refinado estilo acorde con el de los capiteles-ménsula de la bóveda del transepto.
En la parte central se representa la escena del martirio de Santo Tomás Beckett, arzobispo de Canterbury, por sicarios del rey de Inglaterra Enrique II, en 1170. Avanzan hacia el santo cuatro descabezados guerreros, ataviados con cotas de malla y blandiendo espadas en sus diestras; dos de ellos se protegen con escudos de cometa y mientras el del extremo hunde su arma en el cuerpo de un acólito, ataviado con ropas talares y portador de un gran báculo, el otro decapita a Santo Tomás, quien recibe el martirio arrodillado ante el altar y mostrando las palmas de sus manos, mientras un ángel recoge su alma en un paño. La parte izquierda del frontal nos muestra una escena de resurrección en la que un ángel levanta la tapa de un sepulcro del que surge un personaje, que recibe el incienso de dos ángeles turiferarios que emergen en un violento escorzo de las nubes. El deterioro de esta parte del relieve no permite aproximarlo más al suceso representado en las pinturas murales góticas, también en penoso estado, que decoran la capilla meridional de San Nicolás de Soria, en las que asistimos también a una escena de resurrección, posiblemente la del joven que da testimonio de la santidad de Tomás de Canterbury, según el relato de Santiago de la Vorágine. Lo cierto es que este asesinato conmovió a los reinos cristianos, máxime por la rápida canonización del santo tras su muerte, en 1173, y parecería lógico pensar que la devoción a su culto en tierras castellanas (iglesia dedicada al santo en Salamanca, capilla en la catedral de Toledo) se relacione con un deseo de expiación por parte de la Corte, siendo Leonor, la esposa de Alfonso VIII, hija del inglés Enrique II y Leonor de Aquitania.
Pese al deterioro, afloran detalles estilísticos que ponen de manifiesto el origen burgalés del maestro. Así, el tenante de la mesa de altar ante la que es asesinado el santo inglés, representada en visión lateral, consiste en un fuste cuádruple y torso coronado por un capitel vegetal fuertemente inspirado en los nos 49 y 59 del claustro de Santo Domingo de Silos (según la numeración de Pérez de Urbel). El diseño de esta cesta vegetal, con hojas en forma de pelta de puntas vueltas con cogollos o piñas, lo rastreamos en la sala capitular del monasterio de La Vid, también significativamente ligado a un fuste de cuatro haces torsos y en la propia sala capitular de El Burgo de Osma. La cabeza seccionada de Santo Tomás, la única conservada de las figuras del frontal, nos muestra pese a su deterioro la composición de rostro que caracteriza el románico de la capital soriana (Santo Domingo, frontal de San Nicolás, baldaquinos de San Juan de Duero) y talleres relacionados, como el burgalés de Moradillo de Sedano. Vemos así la barba geométricamente dispuesta en mechones abultados, la boca de comisuras caídas o las grandes orejas tras las que se recoge la cabellera. El tratamiento plástico de la túnica del ángel que abre el sepulcro, en la parte izquierda del frontal, recuerda al de las figuras del capitel de la infancia de la catedral de El Burgo de Osma y la arquivolta de Santo Domingo de Soria. Hay en ellas una cierta pesadez y el abultamiento de los tejidos en las articulaciones y caderas, con incisiones en forma de cuña circundándolas. También la mutilada figura del ángel que sostiene en un paño la cabecita que simboliza el alma de Tomás Beckett encuentra referentes en el tímpano de Santo Domingo, del mismo modo que la pareja de ángeles turiferarios surgiendo de las nubes en la parte izquierda del frontal nos remite al relieve de la Anunciación del claustro de Silos, la portada occidental de San Vicente de Ávila, etc.

Existen varios capiteles que, como el de la imagen de abajo (el 4), exhiben motivos vegetales a base de hojas que envuelven frutos en forma de bolas (3 y 18), fusiformes (10), piñas (13, 17 y 26), arracimados (9), o se enroscan en volutas (21).







Nº 4
 

Nº 26

Capitel señalado con el número 14. Duplica simétricamente una misma escena: un individuo casi desnudo, de cabeza y cuello enormemente desproporcionados y ojos frontalmente abiertos, todo él de un tosco primitivismo más propio de las tallas de San Miguel de San Esteban de Gormaz que de esta iglesia, mantiene con cada mano, asiéndolo por el cuello en actitud de estrangulamiento, una pavo real o ave parecida, cuya figura ostenta mayor riqueza en la labra que la humana. Este personaje se asemeja al que figura en el capitel del lado occidental de la galería de San Miguel de Andaluz. El cimacio se adorna con finos entrelazos.

Capitel señalado con el número 19. También de forma simétrica, representa dos chivos que, apoyados sobre sus patas traseras, se yerguen uno frente al otro y se tienden una de las patas delanteras. Una serpiente de doble cola preside en lo alto la escena.

Capitel señalado con el número 20. Reproduce un recurso ornamental muy utilizado en el románico como es el trenzado imitando una labor de cestería en mimbre. Aquí el cordón es doble, como lo es el del primer capitel de Silos (hay otro de filamento sencillo) que ha servido de modelo para tantos otros en nuestro país.

Capitel señalado con el número 22. Sobre un fondo vegetal dos parejas de cuadrúpedos de cuerpo equino se levantan sobre los cuartos traseros y giran al frente sus cabezas en un gesto de violentísima torsión del cuello. El cimacio de este capitel se decora con parecido entrelazo de doble hilo al visto en el capitel anterior. 

En resumen, nos encontramos ante uno de los edificios más notables y enigmáticos del románico soriano, donde arquitectónicamente confluyen elementos propios del léxico maduro de tierras occidentales –galaicas y leonesas–, presentes en la tipología de la cornisa del ábside, con otros exóticos como la bóveda de nervios, de probable raigambre cordobesa aunque utilizada en la arquitectura del románico pleno del suroeste de Francia y área navarra (L’Hôpital-Saint-Blaise, Sainte-Croix d’Oloron-Sainte Marie, Santo Sepulcro de Torres del Río). En lo decorativo se evidencian dos facturas bien delimitadas, fruto de dos equipos que quizá trabajen al mismo tiempo: un taller local, compuesto al menos por dos artistas –uno de muy limitados recursos y otro de seco estilo aunque mejor dotado (arco triunfal)– actúa en la cabecera y capiteles de las naves, y el otro deja su huella en los capiteles del cimborrio y en el frontal de altar. Este último es deudor de la mejor corriente escultórica de raíces burgalesas, que penetra en la provincia remontando el Duero y dejará sus más notables frutos en la sala capitular de la catedral de El Burgo de Osma. Muestra de su oficio la dejan en los capiteles ménsula del cimborrio y en el frontal de altar, rondando la cronología de estas obras las dos últimas décadas del siglo XII. 

 

Matamala de Almazán
Localidad situada a 9 km al oeste de Almazán, a cuya Comunidad de Villa y Tierra perteneció, formando parte del sexmo de Sierra. Como toda esta comarca debió de repoblarse definitivamente hacia 1128, año en que Alfonso I el Batallador organizó la puebla de Almazán y probablemente también de su entorno.

Iglesia de la Inmaculada Concepción
El único testimonio románico conservado en su iglesia parroquial es la portada que se abre al mediodía. Está formada por un cuerpo saliente en el que se abren un arco de medio punto liso y tres arquivoltas apoyadas sobre otras tantas parejas de columnas, todas ellas con capiteles figurados y cimacios de palmetas. La primera se decora con una moldura sogueada, la segunda con frutos esféricos y cabezas barbadas y la tercera con un simple bocel.
Dos de las arquivoltas están formadas por sendos baquetones, uno liso y el otro sogueado. En la arquivolta central se dispone una hilera de bolas entre las que se intercalan dos curiosas cabezas barbadas opuestas por los cráneos, de forma que una mira hacia abajo y la otra hacia arriba, y una cara lampiña al otro lado de la puerta que mira también hacia arriba. La arquivolta exterior, de menor sección que las demás actuando a modo de chambrana, va decorada con una suerte de palmetas trazadas con geometría de líneas retas.
Enmarcándolo todo lleva una chambrana con motivos vegetales muy esquemáticos.
Los capiteles del lado izquierdo exhiben, de dentro afuera, dos aves que picotean un racimo, acompañadas en el lateral de un búho o lechuza; una pareja de trasgos afrontados y dos arpías. Los del otro lado se ornan con una sirena de doble cola, dos dragones separados por una piña y una pareja de cuadrúpedos con la cabeza agachada. Desde el punto de vista estilístico e iconográfico estas piezas suponen un seco remedo de la impronta dejada en estas tierras por la escultura tardorrománica burgalesa, que se extiende por la provincia a partir de los talleres que trabajan en El Burgo de Osma. Se trata de temas fosilizados, difundidos por maestros de segunda fila en unas fechas muy tardías, que en este caso pueden rebasar ya el 1200.





Nepas
La localidad de Nepas se sitúa en la comarca de Almazán, al norte de la sierra de Perdices, a 13 km al noreste de la villa adnamantina por la carretera de Gómara y a 48 km al sur de Soria.
Se encuadraba en la Comunidad de Villa y Tierra de Almazán, dentro del sexmo de la Sierra. En la Estadística de la diócesis de Sigüenza realizada en 1353 su beneficio va unido al de la iglesia de Almonecir.

Iglesia de San Adrián
La iglesia parroquial de Nepas se sitúa, rodeada por un pretil que delimita el recinto –con puerta de arco conopial donde campean los escudos de Pedro González de Mendoza obispo de Sigüenza de 1467 a 1495–, en la zona alta del caserío, exenta de otras edificaciones. Mantiene prácticamente completa la estructura del templo románico, que se alzó en la sillería de caliza local de mediana calidad, y ello pese a las importantes reformas bajo y posmedievales. La obra antigua se compone de nave única –hoy dividida en cuatro tramos– con portada al sur y cabecera compuesta de profundo tramo recto presbiterial y ábside semicircular. Aunque Martínez Frías cree que las semicolumnas que reciben los fajones de la cubierta tardogótica de la nave pudieran reaprovechar parte de unas anteriores románicas, pensamos que en origen la nave se proyectó para cubrirse con madera.
El espacio interior se encuentra totalmente transformado por las intervenciones posteriores, quedando oculto el paramento interno del hemiciclo tras el retablo barroco dieciochesco. Al exterior, en cambio, se observa el tambor románico del hemiciclo, alzado sobre un breve zócalo moldurado y dividido su paramento en tres lienzos mediante dos semicolumnas adosadas. Se disponen éstas sobre basas de perfil ático con lengüetas, y sus capiteles alcanzan la achaflanada cornisa, integrándose en la línea de canes que la soportan. Los canes se ornan con rollos o presentan perfil de cuarto de círculo, mientras que los capiteles reciben sumaria y ruda ornamentación: uno presenta la cesta lisa, con dos bolas en los ángulos, y el otro se figura en un ángulo con un personaje que sostiene un objeto alargado con ambas manos, una bola en el centro y, en el ángulo opuesto, lo que quizá sea una máscara humana sobre un tallo, todo de somera y bárbara talla (Gaya lo interpretaba como una escena de lucha).

Exterior del templo 

Exterior del templo 

Portada
La portada se abre en un antecuerpo del muro meridional, hoy ceñido por dos potentes estribos fruto de la reforma tardogótica y coronado por tejaroz soportado por cuatro muy erosionados canecillos. Se compone el acceso de arco de medio punto liso, sobre jamba de arista matada por bocelillo y coronada por imposta moldurada en nacela. En torno al arco se voltearon dos arquivoltas también lisas, que recaen en jambas escalonadas en las que se acodillan dos parejas de columnas de fustes monolíticos y semienterradas basas. Las rematan, bajo la imposta de listel y nacela, erosionados y toscos capiteles; en los dos del lado izquierdo y el externo del lado derecho del espectador se repite el mismo diseño, con desproporcionados cuadrúpedos afrontados que comparten cabeza en el ángulo de la cesta. El capitel interior del lado derecho muestra a dos personajes con los brazos en jarras flanqueando un mascarón monstruoso de puntiagudas orejas, como los anteriores, obra de un artífice popular y poco diestro.

Portada 

Esta fachada meridional del templo, que como prueban los hoy inútiles canzorros empotrados en su paramento debió albergar un pórtico de madera hoy perdido, mantiene, también sin función al igual que la norte, la serie de canecillos de la primitiva cornisa, la mayoría de rollos y otros simplemente decorados con bolas. En el muro norte, enfrentada a la portada descrita, es visible al exterior la roza del arco de medio punto de la portada que se abría en este lado.

A finales del siglo XV o inicios del XVI, como señala Martínez Frías, el templo sufrió una reforma de su nave, realzando sus muros en aproximadamente 1,5 m y disponiendo soportes interiores y contrafuertes externos para recibir los arcos fajones y los tres tramos de bóvedas de terceletes que cierran el cuerpo del templo. Asimismo, en el siglo XVI y con modos austeramente renacentistas se amplió la nave hacia el oeste, eliminando el hastial románico y añadiendo un corto tramo –interiormente cerrado por una bóveda de crucería simple– sobre el que se alzó una airosa torre rectangular, realizada en buena sillería. Los vanos de medio punto para campanas, uno en cada lateral y dos en la fachada occidental, se completan con una esbelta galería de tres arcos de medio punto sobre columnas dóricas. El acceso al cuerpo alto de la torre se efectúa desde el interior a través de un garitón que se extradosa en el muro norte de la misma, sobre una trompa y a partir de unos tres metros de altura. En el muro sur de la torre se abre una pequeña ventana de arco conopial.


Capiteles portada
 


Modillones de la portada

También la cabecera fue alterada en época gótica y renaciente, con el añadido de dos capillas cuadradas al norte y sur del presbiterio, que dotan a la planta del actual aspecto de cruz latina. Ambas se levantaron en mampostería y la del costado del evangelio, con cornisa de gola, se cubrió con simple crucería, mientras que la abierta al sur, algo más tardía y con contrafuertes angulares, recibe una bóveda de terceletes.
El espacio interior acabó de perder su primitivo carácter a fines del siglo XVIII y principios del XIX, momento en el que se alzó sobre el presbiterio –ahora transformado en pseudocrucero– un cimborrio en sillarejo. Éste, cuadrado al exterior y octogonal sobre trompas al interior, se cubre con cúpula estrellada y aparece ornado con yeserías datadas en 1805.

En el fondo de la nave, y posteriormente vaciado para hacer funciones de pila aguabenditera, encontramos un capitel románico de notables dimensiones (54,5 cm de frente, 46 cm de lado corto y 59 cm de altura), que pensamos pudiera corresponderse con uno de los que recibía el primitivo arco triunfal. Su tosca decoración, consonante con la de la portada y el exterior del hemiciclo, nos muestra, sobre un piso inferior de hojitas lisas lanceoladas, un ave o híbrido de larga cola en el frente y dos torpes y erosionados dragoncillos de cola enroscada en cada lateral, separándose las figuras, en los ángulos de la cesta, por hojas cóncavas con bolas en sus puntas.
La obra románica presenta caracteres muy rurales, pudiendo encuadrarse en el último cuarto del siglo XII o inicios del XIII. Aunque los modillones de rollos son recurrentes en el románico de la zona de Almazán y valle del Bordecorex, como bien apreciara Gaya Nuño, hay que vincular la “pobreza de decoración con los escasos restos románicos de la tierra de Gómara”, pues es en los cercanos templos de Soliedra, Borjabad, Nolay, Torralba de Arciel y Alpanseque donde encontramos las mayores similitudes respecto a esta de Nepas, que en el primer caso citado se extienden también a lo constructivo. 


Nolay
Se dispone el caserío de Nolay en un estrecho cerrete, cuya cima cónica estuvo ocupada por un castillo o torre, tal como confirma el nombre de alguna calle, aunque ningún resto visible queda ya. Hoy es la iglesia que se alzó a su lado la que destaca sobre las casas, rodeada por un alto bancal con función de atrio. Estamos en una zona de transición del Campo de Gómara a la Tierra de Almazán, a unos 15 km de esta villa, hacia el noreste.
Apenas si tenemos algunos datos de la historia del lugar durante la Edad Media, aunque no cabe duda de que la comarca en que se halla sufrió una intensa actividad guerrera, desde que a mediados del siglo X Medinaceli se convierte en capital de la Frontera Media musulmana y hasta que en 1128 el rey Alfonso I de Aragón acomete la definitiva repoblación de Almazán. En todo este lapso de tiempo seguramente es cuando pudo jugar un papel de vigilancia la torre de Nolay, dentro de una zona densamente fortificada. De este modo, junto con las torres o castillos de Serón de Nájima, Maján, Borque (hoy despoblado), Soliedra, Moñux y Almazán, formaba parte de una línea que defendía los accesos a Medinaceli y a las otras ciudades –después aragonesas– del valle del Jalón.
Tras la conquista cristiana Nolay se convierte en aldea de la Tierra de Almazán, bajo dominio aragonés hasta la muerte del rey Alfonso I en 1134, momento en que pasó a manos castellanas. Dos años después, el legado papal, cardenal Guido, logra poner de acuerdo a los obispos de Osma y Sigüenza que se disputaban el dominio sobre las iglesias de estas poblaciones recién conquistadas, quedando la villa adnamantina y toda su jurisdicción dentro de la diócesis seguntina, donde permaneció hasta mediados del siglo XX.
En la Estadística de las iglesias de este obispado, de 1353, figura con el nombre de Nohalay, y en su iglesia había un beneficio curado que rentaba trescientos maravedís y otros tres beneficios ausentes de diverso valor. 

Iglesia de San Clemente Papa
El templo parroquial se construyó a base de sillería y mampostería arenisca, presentando ábside semicircular, presbiterio recto y una nave, con sacristía al norte y pórtico al mediodía, flanqueado en el lado de poniente por una esbelta torre rectangular. Del conjunto, a época románica corresponden la cabecera y la nave, incluyendo la portada.



Toda la capilla mayor es de buena sillería, con macizo cuerpo absidal, que parte de podio rematado en moldura de medio bocel, listel angular y chaflán.
Dos semicolumnas dividen el hemiciclo en tres paños, surgiendo de destacados zócalos cuadrangulares para rematar bajo la cornisa, con capiteles de corta cesta lisa, coronada por dos bolas, en el caso del meridional, o por ovas, en el septentrional. Los canecillos soportan una cornisa de listel y chaflán y en total se cuentan trece canecillos: cuatro de liso chaflán, otros tantos con media bola, dos con un cilindro horizontal, otros dos con dos cilindros y uno más con tres cilindros, un motivo éste donde Martínez Tercero ha querido ver influencias musulmanas.
En el paño meridional del podio, junto a la correspondiente columna, hay una llamativa inscripción trazada en cinco renglones, que ocupan cuatro sillares, lo que evidencia su ejecución con posterioridad a la obra del templo. Dice lo siguiente:
ERA: M: CC: L: XXX: VI: ARBORES: ISTOS: PLANTAVIT: EGIDI(us): I : A(n)IA: EI(us) SIT CVM Xo
Es decir: “En la era milésima ducentésima octogésima sexta (año 1248), estos árboles plantó (plantaron) Egidio y Ania. Que Cristo esté con ellos”.
El nombre de la que suponemos esposa de Egidio es difícil de interpretar, aunque hemos optado por esta solución al ser la letra N una de las que más frecuentemente se abrevian con el trazo horizontal superior.

Inscripción que testimonia la plantación de unos árboles por parte de Egidio y su esposa en 1248 (era 1286). 

Volviendo a la arquitectura, llama la atención el hecho de que una fábrica tan bien trazada como es la del ábside y con la articulación en tres paños, no vaya acompañada de ningún tipo de vano, aunque en el presbiterio parecen quedar restos de una saetera en el muro meridional. Este tramo recto fue cubierto en el lado norte por la sacristía –que sólo deja visto el alero– y en el sur reforzado por un contrafuerte, también de hechura más tardía. Los canecillos repiten las formas de los vistos en el ábside, aunque ahora predominan los de tres cilindros.
Mucho más modesta es la nave, cuya construcción es mayoritariamente de mampuesto –y canto rodado en el lado norte–, aunque a juzgar por el corto sector de sillería de la parte anterior, parece que la primera intención era continuar con la fábrica de la cabecera. La zona de los pies y el sector final del muro norte, entre los dos contrafuertes ahí existentes, es ya una renovación posmedieval, incluso del siglo XIX, si hacemos caso de la ventana que porta la fecha de 1890.
En el lado norte hay una pequeña puerta, con arco apuntado, de jambas sencillas, rematadas por una imposta que sólo hacia el intradós muestra un perfil ondulado. El alero conserva 21 canecillos, con los mismos tipos de la cabecera. Por lo que respecta a la fachada sur, ha perdido la cornisa y sólo doce de los canecillos son originales, pues los demás son recreaciones modernas. Los románicos presentan formas geométricas, generalmente con cilindros en número y posición diversa.

La portada se dispone más bien hacia el segundo tercio del muro, situada a ras de paramento. Consta de dos sencillas arquivoltas de medio punto, la interior con bocelillo en la arista y la exterior cortada en nacela. Ésta descansa en columnillas acodilladas, sobre zócalo alto, con el tipo de basa habitual y con capiteles vegetales sumamente toscos: el de poniente con tres grandes hojas ovaladas, dos de las cuales acogen bolas, y el oriental con un esquema similar, aunque sólo con dos hojas, alternando con una piña y una especie de bola colgando de un tallo. Los cimacios e impostas son un raro tipo de doble bocel, cuyos extremos no están rematados, lo cual, unido a la forma saliente y rota del zócalo, da pie para pensar que muy posiblemente esta portada ha perdido una tercera arquivolta, lo que la haría avanzar sobre el paramento.


Los capiteles, toscamente labrados, muestran sencillos motivos vegetales. El izquierdo (en la imagen de arriba) exhibe tres hojas ovales y un par de bulbos; el derecho repite la hoja y bulbo de la arista y completa la decoración con piñas.

Torre 

En el interior la nave aparece casi completamente revocada, mostrando una saetera abocinada encima de la portada. Mientras, la cabecera muestra su magnífica sillería vista, si bien el hemiciclo está oculto completamente por el retablo neoclásico. El desnudo presbiterio se cubre con bóveda de cañón apuntado, sobre imposta de nacela, y en el muro sur luce una credencia con pequeño arco de medio punto, sobre la que se llega a ver el abocinamiento de una antigua saetera, destruida por el ventanal moderno.
tigua saetera, destruida por el ventanal moderno. El arco triunfal es apuntado y doblado, con semicolumnas dispuestas sobre podio, con basas bien trazadas, de doble toro y escocia, y capiteles vegetales. El del lado norte se ornamenta con grandes hojas lanceoladas, con marcados nervios que dan una configuración de palmas, la del frente acogiendo una piña, mientras que tras las de los laterales aparecen series estriadas. Similar decoración hay en el lado sur, aunque ahora el frente está ocupado por dos hojas más estrechas de cuyos extremos penden piñas. Ambos capiteles conservan restos de policromía en azul y rojo y los cimacios son de nacela.
o y los cimacios son de nacela. Nos hallamos ante un templo en el que contrasta la buena arquitectura de la cabecera con una pobre construcción en la nave, por lo que cabe pensar que una mengua de los recursos del concejo imposibilitó rematar el templo como debía de haberse concebido en origen. Al menos dos escultores intervinieron también, uno en cada fase, aunque ninguno demostró la más mínima pericia en su oficio, sobre todo el de la portada, cuyas realizaciones fueron verdaderamente simples. En todo caso no creemos que haya mucha diferencia entre un momento y otro, y seguramente la misma cabecera ya se empezó a construir en los primeros años del siglo XIII.
Curiosa es la inscripción alusiva a la plantación de árboles por parte de Egidio y de su esposa, en un ámbito que sin duda entonces correspondía al cementerio. Es posible que más que tratar de ornamentar alguna sepultura, el matrimonio tratara de amenizar un espacio verdaderamente público y concurrido, usado durante la Edad Media para las más diversas actividades, al margen de la funeraria.

 
Perdices
Se sitúa Perdices junto a la sierra de su nombre, a 40 km al sur de Soria y a 8 km al este de Almazán, a cuya Comunidad de Villa y Tierra pertenecía, dentro del sexmo de Sierra.

Iglesia de San Pedro Apóstol
La iglesia parroquial de San Pedro de Perdices se encarama en un altozano que preside por el norte el caserío. Constituye uno de los más interesantes ejemplares del románico rural soriano, tanto por su excepcional estado de conservación como por sus elementos formales, propios como veremos de la última fase del estilo.
Es un templo de planta basilical, con nave única cubierta con parhilera, cabecera excepcionalmente desarrollada, dos portadas, la principal abierta al sur y frente a ella otra secundaria, y espléndida espadaña sobre el hastial occidental. El conjunto se levantó combinando la buena sillería caliza para la cabecera, espadaña y portada con la mampostería del cuerpo de la nave.
Sin duda es la cabecera el elemento más interesante del conjunto y ciertamente así lo entendió el tracista, pues ocupa prácticamente la misma longitud que la nave.

Se compone de ábside poligonal y un amplio tramo recto, éste cubierto con bóveda de cañón apuntado sobre imposta con perfil de listel y nacela y reforzada por dos fajones moldurados con un baquetón, que reposan en ménsulas lisas.
Da paso al presbiterio, desde la nave, un arco toral apuntado y doblado que recae en una pareja de dobles columnas sobre alto banco de fábrica, cuyas basas se molduran con un fino toro superior, escocia y toro inferior muy desarrollado, con garras. Las coronan capiteles individualizados de ruda talla.
En el más oriental del muro sur asistimos al combate de un tosco personaje de rasgos simiescos, vestido con una especie de pelliza o corta cota de malla, que clava su espada en el lomo de un león de larga cola. En la cesta inmediata vemos la escena de Sansón desquijarando al león, junto a una hoja lanceolada de acusados nervios cuya punta es mordida por un mascarón felino.
En la pareja de capiteles del muro norte, el que mira al altar se decora con una torpe representación angélica de alas explayadas que encadena a la monstruosa figura de una serpiente de tres cabezas. La otra cesta recibe lo que parece querer representar una celebración litúrgica, presidida por dos personajes vestidos con ropas talares, uno portador de un báculo, acompañados de otro, más pequeño, con una especie de campanillas que alza con un vástago. En la cara occidental completa la decoración una cuarta figura, quizá femenina, que sostiene un paño o filacteria. 


Capiteles del triunfal
 

Da paso al ábside un grueso fajón que recae también en dobles semicolumnas adosadas; de los capiteles del lado del evangelio uno es liso con dos bolas en los ángulos, y el otro se decora con una pareja de arpías de alas explayadas. Vegetal, con dos hojas lisas rematadas en volutas y ramillete central, es la decoración de la cesta que mira a la nave en el muro meridional, aunque retendrá nuestro interés el otro capitel, pues pese a lo descuidado del relieve, iconográficamente resulta excepcional, al representar la escena de la Liberación de San Pedro, patrón de la iglesia. En la cara que mira al este vemos al apóstol, de pie, barbado y sosteniendo con la diestra las llaves que son su atributo, mientras que con la otra mano señala a una puerta (las del Cielo o las de su prisión). En el frente de la cesta se dispone un ángel de amplias alas que ase por los brazos a una figurilla que así escapa de su presidio, probablemente el propio San Pedro. Este relato, narrado en los Hechos de los Apóstoles, 12, 1-17, es relativamente infrecuente en la plástica románica, aunque lo recogemos en algunos ciclos hagiográficos en templos a él dedicados, caso de un capitel del claustro navarro de San Pedro de la Rúa de Estella y de los ejemplos franceses de Moissac, Mozat o Vézelay.

Capitel de la Liberación de San Pedro, en el ábside




El ábside de San Pedro de Perdices presenta planta semidecagonal tanto exterior como interiormente. Al exterior el tambor de cinco lados aparece reforzado en los ángulos por cuatro semicolumnas adosadas, cuyos capiteles alcanzan la cornisa, ornándose con hojas lisas acogiendo bolas, hojitas lanceoladas y piñas y uno con dos aves afrontadas que alzan sus patas, de cola serpentiforme enroscada. La cornisa, de perfil de nacela, es soportada por sencillos canes lisos. Esta simplicidad estructural contrasta con su disposición interior. Se cubre el ábside con una bóveda gallonada de cuatro nervios moldurados con un haz de tres boceles, que confluyen en la clave de modo algo abrupto. Apean estos nervios en cuatro columnas adosadas de fuste triple, cuyos cimacios se integran en la imposta de listel y nacela sobre la que se alza la bóveda, mostrando sus capiteles decoración vegetal de grandes hojas lisas con volutas, hojas apalmetadas de marcados nervios y dos parejas de cuadrúpedos de largas patas, cabezas y cuellos reptiliformes y una serpiente.
En el eje y paños laterales se abren tres angostas ventanas fuertemente abocinadas al interior. La disposición del paramento interior del ábside y su cubierta recuerdan a soluciones vistas en lo zamorano (Santa María Magdalena de Zamora), lo leonés (Santa María de Arbas del Puerto), y las iglesias de San Juan de Rabanera y San Nicolás de Soria, sin que podamos por ello precisar influencia alguna en nuestro ejemplo.

La nave se levantó en mampostería, excepto en la zona inmediata a la cabecera, antecuerpo de la portada sur y hastial occidental, siendo notorias varias reparaciones en su aparejo, sobre todo en las zonas altas, donde se interrumpe la cornisa achaflanada original.

La portadita abierta al norte es muy simple, de arco de medio punto doblado sobre impostas de chaflán con bolas; en el muro septentrional se conserva la serie de canes lisos, salvo uno ornado con una bola. Mayor desarrollo tiene la portada meridional, abierta en un antecuerpo y compuesta de arco de medio punto liso y tres arquivoltas, sobre jambas escalonadas en las que se acodillan dos parejas de columnas, el conjunto sobre un basamento moldurado con un bocel. La arquivolta interior presenta perfil de chaflán con bolas, la media –que recae en jambas de arista abocelada– muestra un grueso baquetón entre mediascañas, y la exterior recibe chaflán ornado con tres hileras de tacos, protegiéndose todo con una chambrana reticulada. Las columnas de los codillos, sobre basas áticas de grueso toro inferior, se coronan con sencillos capiteles vegetales de hojitas lanceoladas con nervios incisos, crochets, hojas cóncavas acogiendo piñas y hojas lisas rematadas en volutas. Sobre ellos corre una imposta moldurada con doble bocel.

Portada norte

Portada

Portada sur

Capiteles de la portada

Capiteles de la portada 

Espadaña 

Sobre el hastial occidental destaca la bella y monumental espadaña, en cuyo cuerpo bajo liso sólo se abre una saetera que da luz a la nave. Sobre éste, y separado por una imposta de simple listel, se dispone el cuerpo de campanas, compuesto por cuatro amplios vanos de medio punto y remate en piñón, que en los laterales del muro soportan, al sur tres canes finamente labrados con bustos humanos (uno mitrado, otro con barba y el tercero femenino, con toca con barboquejo), y al norte dos canes decorados con un florón y un crochet.

Destaquemos por último, en el interior del templo, la presencia de una pila bautismal de cronología románica bajo el coro alto de madera que ocupa el fondo de la nave. Labrada a hacha, tiene copa troncocónica lisa, de 91 cm de diámetro y 61 cm de altura, ornándose sólo su embocadura con tres junquillos.

Junto a la portada se conserva también una recargada pila aguabenditera de 95 cm de altura, compuesta de doble basa con bolas, capitelillo vegetal de hojas de marcados nervios y pila cuadrada de ángulos achaflanados con bolas.
Otro fragmento de basa o capitel con motivos de cestería y varias estelas funerarias completan los vestigios románicos del edificio.
Aunque no tenemos referencias concretas a la construcción de este edificio, su vocabulario arquitectónico nos hace pensar en una cronología tardía para su construcción, a finales del siglo XII o inicios del XIII, y sus autores parecen ajenos a la eclosión constructiva y ornamental del próximo foco de Almazán, pues tanto la planta poligonal del ábside como su bóveda son extrañas al mismo e inéditas en lo soriano.

Pila aguabenditera 

 

Viana de Duero
La localidad de Viana se sitúa a 43 km al sur de Soria y 7 al noreste de Almazán, a cuya Comunidad de Villa y Tierra pertenecía, integrada en el sexmo de Sierra. En lo eclesiástico dependía, como Almazán, del obispado de Sigüenza.

Iglesia de San Bartolomé
Es la iglesia de Viana un templo de planta basilical, con nave única levantada en sillería de caliza y cabecera compuesta de tramo recto presbiterial y ábside semicircular, cubiertos estos ámbitos respectivamente con bóveda de cañón apuntado y de horno. Sucesivas reformas y añadidos entre los siglos XVI y XIX contribuyeron a desfigurar el aspecto exterior de la obra románica, hasta el punto que sólo su cabecera ha pasado a la historiografía como tal. Un atento examen del muro septentrional de la nave, levantado en sillería y coronado por una cornisa moldurada en nacela, sobre canes de idéntico perfil, nos revela, no obstante, la contemporaneidad de su fábrica respecto a la del presbiterio y ábside. El hastial occidental y la torre cuadrada adosada al sur, en cambio, corresponden ya a intervenciones de inicios del siglo XVI. Una inscripción dispuesta en un escudito del muro meridional de la torre, bajo la representación de un cuchillo, nos proporciona la fecha de 1502 (AÑO DE M·D·I·I), con una mínima duda sobre el último numeral. Posmedievales son las dos capillas rectangulares, cubiertas con sendas cúpulas, que se abrieron al norte y sur del presbiterio, la meridional datada epigráficamente en 1830 por una inscripción sobre la ventana, aunque probablemente documente una reforma. Con su añadido, el templo adoptó en planta una falseada apariencia de cruz latina. Un moderno trastero continúa el muro de esta capilla sur, contribuyendo a enmascarar el muro románico, muy alterado en esta parte, pero del que resta la simplísima portada meridional románica, de arco y una arquivolta, ambos de medio punto y lisos, sobre jambas escalonadas coronadas por imposta de listel y chaflán, acceso que Teógenes Ortego consideraba posmedieval.
La nave –originalmente suponemos que cerrada por cubierta de madera– recibió en el siglo XVI bóvedas de terceletes, de las que sólo resta el arco acanalado que antecede al presbiterio y el responsión del primer tramo, siendo sustituida tras su hundimiento por el actual cielo raso con yeserías, de fines de los años 60 del siglo XX.

Es pues la cabecera –levantada en dorada sillería de caliza– la estructura más significativa y mejor conservada del edificio románico.
El ábside semicircular, que se alza sobre un rotundo zócalo moldurado con un bocel, compartimenta su tambor en cinco paños mediante cuatro semicolumnas de basas con perfil ático, de fino toro superior, escocia y grueso toro inferior, con bolas y garras, y plinto que apea en el zócalo. Coronan estas semicolumnas, bajo la cornisa, sumarios capiteles vegetales de hojas cóncavas con piñas, otras treboladas, lisas y lanceoladas con bolas, así como parejas de tallos anudados rematados en volutas.
Los canecillos son de rollos y nacela entre dos rollos, tanto en el hemiciclo como en el muro norte del presbiterio.
Daba luz al altar la hoy cegada ventana del eje, compuesta por una estrecha saetera en torno a la cual se dispone un arco peraltado –labrado en un único bloque– de arista abocelada y que decora su rosca con una fina banda de contario. Este arco apea en sendas columnas acodilladas rematadas por toscos capiteles vegetales, el izquierdo de hojas lisas con bolas en las puntas y rosetas en clípeos, y el derecho con hojas lanceoladas y nervadas con bolas, ambos con ábaco ornado con retícula romboidal. Como señalaba Ortego, hay un cierto aire de familia entre este ábside y el de la cercana iglesia de Perdices, con soluciones comunes como el recurso a las dobles columnas en el triunfal y la seca decoración vegetal de sus capiteles, por otro lado no muy alejada del estilo del escultor peor dotado que trabaja en San Miguel de Almazán.

Ventana de aspillera

Uno de los capiteles cimeros de las columnas adosadas al paramento exterior del ábside lleva labradas hojas, piñas y bulbos que recuerdan mucho a los motivos ornamentales del Monasterio de Santa María de Huerta. Obviamente, el tendido aéreo que con sus cables trenzados emula un segundo astrágalo, las grapas, los angulares metálicos de fijación y demás chatarra aneja no pertenecen a la traza medieval de la fachada sino que constituyen una irreverente profanación artística de estas piedras románicas que no merecen el maltrato de cuantos desaprensivos las utilizan espuriamente.

Los otros tres capiteles, muy similares entre sí, responden al tipo del de la imagen de haces de vástagos cuyos extremos se enrollan formando volutas. Los modillones que soportan el alero son de rollos como el que aparece a la izquierda de la imagen. Con respecto al infame cableado vale lo dicho anteriormente. 

Ya al interior y como antes señalamos, el presbiterio, cubierto por bóveda de cañón apuntado, vio sus muros horadados por dos formeros de medio punto en ladrillo, que dan paso a las capillas laterales.
Entre el tramo recto y el ábside –éste parcialmente oculto por el retablo barroco– se dispone un arco doblado y apuntado que apea en sendas parejas de dobles columnas, con doble bisel entre los fustes, de basas con grueso toro inferior con bolas sobre plinto moldurado, que apoya en el zócalo. Las coronan capiteles dobles, con decoración vegetal a base de hojas nervadas de puntas rematadas en volutas, collarino de doble anillo y cimacio con retícula romboidal en el lado del evangelio y ajedrezado en el lado de la epístola. Estos cimacios continúan la línea de imposta que marca el arranque del cascarón absidal, de simple chaflán, habiendo sido mutilada por las actuaciones posmedievales la imposta del presbiterio. En la capilla meridional, al exterior, se conserva un pequeño arco de medio punto abocelado, labrado en un sillar como el absidal, que debe corresponder a una ventana románica, previsiblemente a la suprimida del muro sur del presbiterio, o bien una de las de la nave.

En el lienzo meridional del tambor absidal, al exterior, se grabó una desmañada inscripción que reza:
ERA T MILLE SIMA DVCENTE SIMA L XX U I: I
Es decir, “En la era milésima ducentésima septuagésimo séptima”, que se corresponde con el año 1239. Esta datacion nos proporciona una fecha avanzada dentro del siglo XIII, acorde con el carácter tardío e inercial de lo conservado. Otra inscripción se sitúa en un sillar reutilizado en el esquinal de la capilla meridional, aunque la erosión lo hace casi ilegible.
Señalemos, por último, la presencia de una tosca pila aguabenditera, monolítica, de dudosa cronología. De 1,03 m de altura total, su fuste circular presenta un ligero éntasis y la copa –0,30 × 0,33 m– sólo aparece levemente insinuada, careciendo por completo de decoración.

 

Barca
Barca se sitúa a unos 35 km al este de El Burgo de Osma y a 50 km al sur de Soria. La propia toponimia induce a pensar a José Ángel Márquez en la importancia de la localidad como punto de vadeo del Duero para las mercancías. Debió contar con un recinto fortificado y gozar de una cierta autonomía. Según Márquez, Barca no se incluía en la Tierra de Almazán y pasó con el tiempo a formar parte del señorío de los Mendoza. Su importancia la hace aparecer repetidamente en las controversias sobre propiedades y límites que enfrentaron a las diócesis de Osma, Tarazona y Sigüenza, a cuya autoridad eclesiástica se sometió la localidad hasta el siglo XX. Aparece así Barcam en la sentencia del cardenal Guido, de hacia 1136, confirmada en el citado año por Alfonso VII y ratificada por sendas bulas de Inocencio II en 1138 y de Eugenio III en 1146.

Iglesia de Santa Cristina
La iglesia parroquial se ubica en la zona más elevada del caserío. El edificio fue totalmente reconstruido en estilo neoclásico durante el siglo XVIII, presentando hoy una nave dividida en cuatro tramos con bóvedas de lunetos, torre a los pies y cabecera cuadrada cubierta con cúpula sobre pechinas. Esta reforma integral preservó, no obstante, la galería porticada que se extiende a lo largo del muro meridional, así como vestigios de la portada, algunos sillares románicos reaprovechados en la nueva fábrica y varias piezas recogidas en el interior.






La galería porticada, pese a las evidentes reformas que alteraron su primitiva disposición, constituye uno de los más notables ejemplares de la provincia, máxime tras la reciente liberación de sus arcos en la década de los 80 del siglo XX. Se alza sobre un murete de aristas aboceladas y consta, en su actual configuración, de nueve arcos de medio punto de chambranas abiseladas sobre columnas pareadas coronadas por capiteles dobles, salvo en los arcos extremos, que apoyan contra el machón en sendas estatuas-columna.
La portada original de la galería fue sustituida en el siglo XVIII por la hoy visible, más amplia y compuesta de arco de medio punto sobre impostas de filete. Se inicia la serie de seis arcos del lado occidental con una estatua-columna representando un atlante, muy mutilado al cegarse el pórtico. De tamaño natural, alzaba sus brazos flexionados en actitud de sustentar el peso del arco, ciñendo su indumentaria con cinturón.
Los capiteles son todos vegetales y de somera talla, mostrando hojas carnosas lobuladas y volutas, hojas lisas lanceoladas muy pegadas a la cesta, en un caso avolutadas y acogiendo bayas, helechos, pencas con brotes y piñas y hojas cóncavas con bolas y dos niveles de pomas.

En el lado oriental de la galería, contra el machón, se disponen dos estatuas-columna sobre un haz de tres fustes, sin duda el elemento escultórico más interesante del conjunto.
Figuran dos muy mutilados personajes ataviados con largas túnicas y mantos, sentados en una especie de cojines, uno de ellos cruzando las piernas, y ambos portando filacterias que sostienen con ambas manos.
Ambos personajes, que podemos identificar como profetas, presentan severas mutilaciones; el único del que se ha conservado la cabeza presenta el rostro rasurado, observándose únicamente su barba rizada.
El abarrocamiento de los paños, con pliegues abultados, en cuchara, recogidos en haces zigzagueantes, etc., nos parece estilísticamente consonante con el tipo de las dos parejas de arpías masculinas que decoran sendos capiteles de esquina –arbitrariamente unidos a modo de capitel doble, como apunta Izquierdo Bertiz– sobre las figuras. Los híbridos, afrontados dos a dos, presentan rostro humano de concepción cuadrada, ojos globulosos y abultados, largos cuellos, cuerpo escamoso y cola de reptil. Todo nos lleva a relacionar esta escultura, de mediana calidad, con los talleres burgaleses del tercer cuarto del siglo XII (así Silos, Moradillo de Sedano o Cerezo de Riotirón) que dejaron su impronta en las cercanas iglesias de Villasayas y Torreandaluz.







Capiteles de la galería
 


En la cornisa, sobre la clave del arco de entrada, se ven dos modillones con formas humanas y, entre ambos, una piedra labrada con apariencia de haber sido reubicada extemporáneamente, que representa un jinete sobre su montura. 

El pórtico conserva, evidentemente remontada, la cornisa nacelada sobre una serie de canecillos, algunos lisos o de simple nacela.
Entre los figurados vemos un fracturado músico tocando el salterio; otro acuclillado y con los carrillos hinchados haciendo sonar un instrumento de viento; un guerrero tocado con yelmo atacado por un dragoncillo al que ase con su mano izquierda por el cuello, mientras descargaba un golpe de su arma con su desaparecida diestra; un arremolinado brote vegetal; un tosco guerrero ataviado con cota de malla y protegido por un escudo de cometa; un erosionado rabelista; una hoja carnosa; un personaje femenino y tallos enredados, todo de ruda labra.
Entre los canes, hoy arbitrariamente distribuidos, se colocaron metopas decoradas con florones de botón central inscritos en clípeos sogueados u ornados con banda de contario.
Sobre la moderna portada de la galería se incrustó un tosco relieve con un personaje cabalgando a un cuadrúpedo, quizá Sansón desquijarando al león. Fragmentos de la primitiva cornisa del pórtico fueron reutilizados en dicho acceso, dos con tallos serpenteantes que acogen brotes carnosos y otros dos con octopétalas en clípeos.
De la primitiva portada, abierta entre dos desmochados contrafuertes del muro meridional de la iglesia, sólo el arco, moldurado con un bocel, y la arquivolta con bocel sogueado, ambos de medio punto, son originales. Retazos de este lienzo del muro sur fueron aprovechados por la fábrica dieciochesca, que al realzarse dejó sin función a los simples canecillos que aún presenta, lisos la mayoría y otros decorados con ajedrezado, un mascarón monstruoso de grandes fauces abiertas o personajes con los brazos en jarras.
Entre los restos escultóricos recuperados del primitivo edificio y que hoy se custodian en el interior de la parroquia, destaca un bello capitel doble de 52 cm de ancho por 40 cm de altura, ornado con cuatro híbridos afrontados dos a dos sobre un fondo vegetal de hojas apalmetadas y volutas en los ángulos. Sus cuerpos son de ave y reptil, alados y escamosos, con pezuñas de equino y rostros felinos de ojos globulosos y aire rugiente, tocados con capirotes. Su fina talla y tratamiento remite a la corriente escultórica de progenie burgalesa que parece tener su referente principal en el claustro de Santo Domingo de Silos y su jalón intermedio en territorio soriano en la sala capitular de El Burgo de Osma. Antes de ser reutilizado como ambón –su actual función–, la pieza, sin duda procedente de la primitiva galería porticada y de estilo similar a los capiteles de arpías sobre los profetas, fue usada como tenante de la pila bautismal, permaneciendo semienterrada.
Vemos también un muy erosionado capitel sencillo, de 36 cm de ancho × 40 cm de altura. Sobre un fondo de hojas nervadas con bolas aparecen cuatro personajes barbados ataviados con túnica; dos de ellos portan sobre sus hombros irreconocibles objetos, a modo de mayales. Su talla es ruda, alejada de la cuidada ejecución del capitel anteriormente descrito.
La hermosa pila bautismal de Barca, tallada en un bloque de caliza, presenta copa troncocónica de 1,10 m de diámetro y 0,74 m de altura, sobre basamento cilíndrico de 0,19 m de altura. La decoración aparece dividida en dos franjas por un junquillo; la inferior muestra una sucesión de bastoncillos verticales, y la superior se orna con una serie de seis cruces de Malta con perla central y cuatro pequeñas cruces griegas entre sus brazos, separadas entre sí por junquillos, además de una especie de laberinto y una extraña forma cruciforme.

Conserva también la iglesia una pequeña pila aguabenditera, de 44 cm de altura, a modo de columnilla labrada en un solo bloque, en el que se individualizan la basa, de toro inferior prominente y pequeño filetillo, corto fuste cilíndrico y pequeño capitel vaciado haciendo de copa, de decoración vegetal a base de crochets y palmetas en el frente.

 Próximo Capítulo: Ágreda y su comarca, Santa María de Huerta, Alpanseque

 

 

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