jueves, 9 de junio de 2011

Capítulo 9 - Domus, Insula, Villas y Palacios

DOMUS y VILLAS EN ROMA
Hablaremos hoy de las construcciones más habituales: La vivienda romana tradicional o Domus, tiene tres formas con denominación propia, según la forma y el medio en el que esté ubicada. La casa de campo se conoce como "villa", la casa patricia y de gente acomodada es la "domus" y los bloques de apartamentos (como diríamos hoy) se conocen con el nombre tan expresivo de "ínsula".

La domus: características y partes
La vivienda romana particular donde vive una sola familia y que generalmente tiene una sola planta recibe el nombre de domus. Pompeya y Herculano ofrecen notables ejemplos de este tipo de vivienda, de ahí que se conozca también como “de tipo pompeyano”.
En un principio, la domus era una vivienda en la que cada habitación tenía un uso concreto: el cubiculum funciona como alcoba, el triclinium como comedor y el tablinum como sala de visitas. Estas viviendas eran sencillas y baratas. Un ejemplo conservado es la casa de Livia en el Palatino. No obstante, con las Guerras Púnicas se generaliza una tendencia entre las familias ricas a ampliarlas al estilo heleno incorporando junto a fauces, atrium, cocina, alae, lararium y tablinum otras partes cuyos nombres indican su procedencia griega como son el peristylum, triclinium, oecus, exedra, nimphaeum, bibliotheca...
Estas viviendas son mucho más cómodas, amplias, elegantes, ventiladas y soleadas.

Los planos no son uniformes pues atienden a las necesidades, gustos y peculiaridades del terreno. Ejemplos son la casa del fauno en Pompeya o la casa del atrio o mosaico en Herculano.



1.- COMPLUVIUM. Abertura en el techo para dar luz y hacer entrar el agua de la lluvia en el impluvium.
2.- PISO SUPERIOR al que se accede por la escalera del lado del atrio.
3.- ATRIENSIS. Custodio de la casa y vigilante del ingreso (vestibulum y fauces).
4.- CUBICULA. Habitaciones para el reposo.
5.- ALAE. Zonas de estar al otro lado del atrio.
6.- TRICLINIUM. Comedor con tres camas especiales alrededor de las mesas (fijas de mampostería o móviles).
7.- CULINA. Cocina comedor con: lararium, es decir, para los Lares, dioses protectores; patio de servicio; apotheca, o sea, despensa y horno.
8.- BALNEUM. Baño con locales y agua a distintas temperaturas (frigidarium, caldarium, tepidarium).
9.- GYNAECEUM. Departamento femenino. En numerosas casas, esta zona, como la de la servidumbre y la de los huéspedes, tenían ingreso y atrio propios, conectados a la zona donde se dejaban los animales y las carrozas.
10.- Segundo PERISTYLIUM con un gran jardín, casi siempre en las moradas mayores. En mayor medida que el primero, este jardín estaba enriquecido con un canal con chorros de agua y peces (euripus), con templetes nínfeos, con fuentes y estatuas de divinidades, pérgolas (vitea tecta) y triclinios para el almuerzo al aire libre.
11.- OECUS y DIAETAE. Salas de estar que daban al gran jardín. La casa, casi siempre, tenía un acceso secundario o de servicio (posticum).
12.- Triclinios para las distintas estaciones, o OECI o EXEDRAE, otras salas de estar distribuidas en torno al segundo peristilo, más amplio.
13. VIRIDARIUM. Jardín con fuentes y estatuas y, a veces, con el huerto de la casa (hortus). Todo alrededor, la columnata cubierta (peristylium).
14.- ANDRON. Corredor de acceso.
15.- IMPLUVIUM. Pila para recoger el agua de lluvia, en el centro del atrio (atrium). Al lado de la pila, la mesa sacra junto a la urna  (cartibulum con situla).



Vestibulum y fauces
La puerta de una casa particular era el paso por el que, desde el mundo exterior, se ingresaba en el ámbito privado de la familia que en ella habita y que ha encomendado el interior de la morada a la protección de sus propios dioses familiares.
La puerta romana  constaba del umbral (limen inferum),  las jambas (postes) y el dintel (limen superum). La puerta desde el exterior se denominaba foris y la hoja, valva. Las puertas solían constar de dos hojas y el espacio dejado al abrir una sola era suficiente para pasar una persona. El soporte de la puerta era en realidad un cilindro de madera maciza, algo más largo que la puerta y con un diámetro algo mayor que el grosor de la puerta, que terminaba con unos pivotes en la parte superior e inferior. Estos pivotes encajaban en dos agujeros arriba en el dintel y abajo en el umbral. La puerta se ajustaba a este cilindro, para que el peso combinado de la puerta con el cilindro recayera sobre el pivote de abajo.

La puerta de entrada se denominaba janua. El vano de acceso en la fachada se enmarcaba con frecuencia por medio de pilastras decoradas con capiteles corintios o cúbicos y rematados con arquitrabes y hasta con frontones. En general se trata de puertas altas en madera, ocasionalmente de  bronce, tachonadas con clavos de hierro o bronce.
La puerta de entrada a una habitación solía llamarse ostium y en algunos casos una cortina (velum) la sustituía.
Las puertas se abrían hacia dentro, y las que daban acceso al exterior se aseguraban por la noche  con barras (serae) y cerrojos (pessuli). 
El dios Jano (Ianus) es el protector de las entradas y por ello es también el dios tutelar de los comienzos, del principio y del fin, de los cambios que se producen en el tiempo, como el paso de joven a adulto. Su fiesta es el primero de enero. Se le representa con dos cabezas o dos caras mirando en sentido opuesto:
"Toda puerta posee dos frentes gemelas, a un lado y a otro, de las cuales, la una mira a la gente y la otra, en cambio, al lar. Y de igual modo que vuestro portero, sentado junto al umbral de la  entrada principal, ve las salidas y las entradas, así yo, portero de la corte celestial, alcanzo a ver a un tiempo la parte le Levante y la parte de poniente." (Ovidio, Fastos, I)
Los dioses de la puerta eran Forculus, Limentinus y Cardea. San Agustín proporciona información sobre ellos en el Libro IV de la Ciudad de Dios, criticando el hecho de que existieran tantísimas deidades protectoras incluso para las cosas más nimias: 
Todo el mundo pone un único portero  en su casa, y porque es un hombre, es bastante. Pero los romanos tenían tres dioses para la tarea: Forculus para la puerta, Cardea para los goznes y Limentinus para el umbral. Forculus, sin duda, era incapaz de vigilar los goznes y el umbral al mismo tiempo que la puerta."
La puerta era el vehículo de comunicación entre dos mundos, exterior e interior, público y privado. Pero también se convierte en un símbolo de la imagen pública del individuo cuando se le quiere honrar con un reconocimiento. En el caso a continuación el honor es la concesión de abrir las puertas hacia fuera, cuando lo normal era que se abriesen hacia dentro.
En verdad le asalta  a uno la reflexión de cuán pequeñas en proporción a estas mansiones (los palacios de Calígula y Nerón) eran las casas construidas por el estado para los generales invictos. El máximo signo de honor era éste: que, por una cláusula de un decreto público, las puertas de sus casas se abrieran hacia fuera y las hojas de la puerta giraran en dirección al público. Ese era el símbolo más insigne para distinguir las casas triunfales.” (Plinio, H.N. 36,249)
Para celebraciones y conmemoraciones se ponían  adornos en las puertas.
Allí aplacaré al Júpiter doméstico y echaré incienso a los Lares paternos y tiraré a puñados coloridas violetas. Todo reluce, la puerta sostiene largos ramos y la fiesta se oficia con lámparas mañaneras.” (Juvenal, Sat. 12)
Pintura con puerta, Villa Poppea, Oplontis, Italia

El cumpleaños del emperador debía ser celebrado por los ciudadanos colgando laurel de las puertas.
El senado concedió a Octavio el honor de adornar con laurel las jambas de su puerta y colgar una corona cívica, hecha de roble, por convertirse en libertador perpetuo y vencedor de los enemigos de la República:
En virtud de ese acto meritorio fui llamado, por decisión del Senado, Augusto, y fueron revestidas públicamente con laureles las jambas de mi casa y se colocó la corona cívica sobre mi puerta.”  (Gestas de Augusto, 3.4.1)
Los eventos sociales domésticos también exigían el ritual de colocar símbolos en forma de coronas o ramas en las puertas para anunciarlos socialmente. Se colocaban coronas en las jambas en los nacimientos: “…adórnense las jambas y la puerta con laurel crecido, para que desde su cuna con dosel  y taraceas una noble criatura te recuerde, Léntulo, las facciones de Euríalo el mirmillón.” (Juvenal, 6)
Dar a conocer una defunción se hacía con ramas de ciprés o abeto delante de la puerta, mientras ésta permanecía cerrada en señal de duelo. En las ceremonias de boda se colgaban ramas de mirto en honor de la diosa Venus y la novia ataba las jambas de la puerta de su nuevo hogar con cintas de lana,  además de untar los goznes con grasa de lobo originariamente, con manteca de cerdo después y posteriormente con aceite.
Masurio cuenta que los antepasados daban la palma a la grasa de lobo. Este era el motivo según él de que las recién casadas ungieran con ella las entradas de las puertas para que no pudiera entrar nada nocivo.” (Plinio, H.N. 28,142)
Siendo el pueblo romano tan supersticioso, la puerta de la casa se convirtió en el soporte de los remedios contra los maleficios y elementos sobrenaturales que provenían del exterior. De esta forma se colgaban los más extraños objetos que se creían con poderes benéficos. Plinio ha dejado algunos ejemplos en su obra: “Niegan que los remedios maléficos puedan entrar, o al menos que puedan provocar daño, si hay una estrella marina untada con sangre de zorro y clavada al dintel de la puerta con un clavo de bronce.” (Plinio, H.N. 32,44)
El lamento del amante ante la puerta cerrada de la amada se convirtió en un tópico de la poesía amorosa, conocido como paraclausithyron. Muchos autores trataron este tema en sus obras:
“¡Puerta de un amo inaccesible que la lluvia te azote, que te alcancen los rayos enviados por mandato de Júpiter! Puerta, ojalá te abras ya para mí solo, vencida por mis lamentos, y no resuenes al abrirte girando furtivamente el  quicio. Y si mi locura lanzó contra ti insultos, perdónalos: pido que caigan sobre mi cabeza. Debes acordarte de todo lo que he perseguido con voz suplicante, cuando dejaba floridas guirnaldas a tu puerta.” (Tibulo, Elegías, I, 6)
El umbral estaba consagrado a Vesta, de ahí que se mantuviera la costumbre de que la novia no lo pisara porque podría ser signo de mal augurio. Algunos autores hacen derivar la palabra vestibulum, de Vesta, por ser ahí donde se consideraba que empezaba el hogar.
El vestíbulo parece haber sido el espacio entre la calle y la puerta de entrada a la casa. Es el lugar donde los clientes y visitas esperaban a ser anunciados al señor. Allí se exponían, a veces objetos que proclamaban la importancia del dueño e incluso su árbol genealógico. Se disponía a veces un banco para sentarse que podía ser de obra. Podía estar techado o no. Para dar la bienvenida se pavimentaba con un mosaico con un saludo como Have o Salus.
En la obra de Petronio, El Satiricón, encontramos una escena que muestra lo que un visitante podía ver nada más  llegar al vestíbulo de  la casa de un señor rico:
En la jamba había un cartel con esta inscripción: Todo esclavo que salga fuera de esta puerta sin permiso del amo recibirá cien azotes. En la misma entrada había un portero vestido con una túnica verde, sujeta por un cinturón color cereza. Que mondaba guisantes en una fuente de plata. Del dintel colgaba una jaula de oro, desde la que una urraca pinta saludaba a los que entraban… Todos los que entraban podían ver a su izquierda y no lejos del cuarto del portero, un enorme perrazo pintado en la pared. Encima, en letras capitales, había un letrero con este aviso “Cave canem”.
Detalle mosaico entrada Casa del oso herido, Pompeya.

Junto  a este lugar, en las casas acomodadas, se encontraba la cella ostiaria o cuarto del  janitor o portero, que en los primeros tiempos solía estar encadenado, para que no abandonase la vigilancia de la puerta. Posteriormente, ya sin cadenas,  cumplía la función de anunciar a los visitantes. Se le representa a veces como insolente y antipático en su función de custodio de la intimidad del hogar y consciente de su poder a la hora de admitir la entrada a determinados personajes no deseados. Si estos se presentaban con algún obsequio, serían mejor recibidos.
“¿No ha de llegar el sabio a las puertas guardadas por un áspero y desabrido portero?  Si se ve obligado por una necesidad, probará llegar a ellas, amansando primero con algún regalo al que las guarda como perro mordedor, sin reparar en hacer algún gasto, para que le dejen llegar a los umbrales; y considerando que hay muchos puentes donde se paga el tránsito, no se indignará por pagar algo, y perdonará al que se lo cobra, sea quien sea, pues vende lo que está expuesto a venderse. De corto ánimo es el que se ufana porque habló con libertad al portero y porque rompió la vara y entrando le pidió al dueño que lo castigara.” (Séneca, De la Constancia del Sabio, 14)
El portero vigilante aparece en la literatura como protector de la honra de la casa o como el que impide al amante acceder hasta su amada. Este suplica para ser admitido y espera que le ayude en su propósito de entrar en la casa para ver a la que ama.
“Portero amarrado, ¡oh indignidad! A la dura cadena, haz girar sobre sus goznes esa puerta tan difícil de abrir. Te pido poca cosa, entreabrirla solamente. Y por su media abertura penetraré de lado… Como lo deseas, las horas de la noche vuelan; corre el cerrojo del postigo, córrelo presto; así quedes por siempre libre de tu dura cadena, y en adelante no bebas jamás el agua de los esclavos… ¿Me engaño, o sus hojas resuenan al girar los goznes, y su ronco son me da la señal apetecida? (Ovidio, Amores, VI)
Mosaico de entrada, Casa del Poeta trágico, Pompeya

Para ayudarle en su tarea estaba el perro guardián, que aparece reflejado en numerosos mosaicos atado con una cadena y con la inscripción Cave Canem (Cuidado con el perro). La imagen del portero se complementa con el bastón o virga para ahuyentar a los visitantes no deseados y la llave que abre y cierra la puerta.
Los ciudadanos nobles no solían salir de su casa con la llave encima. Si tenían un portero él la guardaba y si no era un esclavo el que la llevaba. Es por ello que Marcial cuenta la anécdota de cómo un individuo que pasa por rico se delata al caérsele una llave que él lleva consigo, cuando al menos podría haberla llevado un esclavo, si lo hubiera tenido.
Mientras Euclides, vestido de púrpura, clama que sus fincas de Patras le rentan doscientos mil sestercios y más todavía las de los alrededores de Corinto; mientras hace remontar su árbol genealógico hasta la hermosa Leda y protesta ante Lato que quiere levantarlo, a nuestro caballero presumido, noble y rico, de pronto, se le cayó del seno una gran llave. Nunca una llave, Fabulo, fue más nefasta.” (Marcial, V, 35)
El posticum o puerta de servicio puede haber sido la que se utilizaba por los esclavos para entrar y salir de la casa. Situada en la parte posterior o en un lateral con salida a un callejón, serviría al señor en el momento que quisiera escabullirse de los visitantes a los que no deseaba encontrar, sin atravesar el atrio o el vestíbulo donde estos esperaban.
“Di tú con cuántos quieres cenar; déjalo todo y da esquinazo por la puerta de atrás al cliente que espera en el atrio. (Horacio, Epis. I, 5)

Atrium
La domus romana tiene su origen en la casa itálica. Este tipo de residencia giraba en torno al atrio (atrium), lugar central de la casa donde la familia realizaba sus actividades domésticas. El atrio consistía en un espacio cuadrado cubierto con un tejado con una abertura en el centro (compluvium) que dejaba pasar la luz y al mismo tiempo permitía la entrada de la lluvia que caía en un depósito (impluvium) que servía para abastecimiento de agua para el hogar.


Su función es la de recibir las salutationes. En sus paredes, se adosan armarios, cajas de caudales (arca) e imágenes del propio dueño de la casa; en uno de los extremos solía encontrarse el lararium, una capillita (sacellum, aedicula) sencilla dedicada a los Lares, al genius familiar u otras divinidades, hecho de mármol o estuco.
Originalmente el fuego del hogar y la cocina se encontraban allí, por lo que el humo salía por el compluvium, de ahí que se considere que el nombre de atrium pueda derivar de ater (negro en latín), por el hollín y el humo que ennegrecía las paredes. El agua de lluvia se depositaba en una cisterna bajo el pavimento de la estancia y se sacaba por medio de un brocal de pozo, puteal. Cuando los acueductos hicieron posible la llegada de agua  a las casas y a las fuentes públicas, el impluvium pasó a ser meramente decorativo y  empezó a adornarse con fuentes y estatuas.
Junto al puteal y al borde del impluvium se hallaba el cartibulum, una mesa de mármol, donde según Varrón se solía exponer la vajilla para recordar los tiempos en que los romanos solían cocinar y comer en el atrium: "Una segunda mesa para cacharros era de piedra, un rectángulo oblongo con un pedestal; se llamaba cartibulum. Cuando yo era niño solía situarse en las casas cerca del compluvium en el atrio, y se ponían las vajillas de bronce encima." (De lingua latina, 5, 125)
En el atrio podía encontrarse el lararium, santuario doméstico de los dioses lares; el arca, caja donde se guardaban los objetos valiosos de la familia; las imágenes de los antepasados (imago maiori) en armarios.
El atrio tenía, además de la función de distribuir las estancias de las casa, la de servir de lugar de espera para los clientes que venían a cumplir con la obligación de la salutatio con el señor.
La decoración del atrio, pinturas murales y elegantes columnas permitían al propietario mostrar su riqueza y gusto artístico: " Se accedía a un magnífico atrio en cuyos ángulos se alzaban columnas que sustentaban estatuas representando a la Victoria....en el centro una estatua de Diana en mármol de Paros....Por detrás de la diosa se representaba una roca en forma de gruta... Por los bordes de las rocas pendían frutos y racimos finamente esculpidos... En medio del follaje se veía un encorvado Acteón acechando a la diosa" (Apuleyo, Metamorfosis, l. II).
Para regular la luminosidad, la temperatura y la ventilación se utilizaba un toldo, velum, que protegía del calor y del frío, sin impedir la entrada de luz y aire. Podían ser toscos de pelo de cabra, aislante de corrientes e impermeable, o más elegante, confeccionado con telas más exquisitas, como el descrito por Ovidio en el libro X de las Metamorfosis: "... como cuando un toldo púrpura tiñe de sombras simuladas los albos atrios."
En el centro del antiguo atrio romano, el atrio toscano, no había columnas. Su aparición fue posterior debido a la  influencia helenística, y supuso, además de una evolución estética una mejora estructural. La introducción de las columnas pudo proporcionar una menor presión en los muros y la reducción del espacio abierto del compluvio. El aumento de la amplitud de los pórticos y la paulatina supresión del funcional impluvium dio como resultado la desaparición del atrio tradicional y la incorporación del peristilo como nuevo núcleo de la casa en la época imperial.
El atrio suele ser porticado y adornado con columnas de mármoles preciosos, e incluso con alabastro; sus paredes también aparecen lujosamente revestidas de piedra o con pinturas al fresco, su artesonado suele lucir las más caras maderas y, en ocasiones, bajo la apertura del impluvium llegaron a tenderse toldos de magníficos tejidos. Con pebeteros de perfumes, mesas de mármol, estatuas y el estanque central, el lugar podía llegar a ser verdaderamente delicioso.

Reconstrucción virtual del atrio de una casa noble.


Alae
Son dos recintos gemelos abiertos a ambos lados del fondo del atrio y comunicados entre sí, muy cerca del tablinum.

Andron
En Roma consiste en el corredor situado a un lado del tablinum que comunica el peristilo con el atrio a través de un cortinaje.

Tablinum
Se trata de una estancia situada frente a la entrada sin más puertas que, en ocasiones, unas cortinas colgadas de soportes de bronce.
Su nombre deriva de tabula, término que hace referencia a los documentos familiares, archivos, imágenes y tablillas de los que se rodeaba el cabeza de familia en esta habitación, un lugar donde también recibiría a las visitas e incluso albergaría la escuela familiar con armarios-estanterías, escaños para que los niños se sentaran, una silla (cathedra) para el maestro y alguna imagen de Apolo, Minerva o de las Musas.
En su parte posterior, abierta al peristilo, se ofrecía la posibilidad de cerrar la estancia para cenar allí en invierno o dejar abierto para hacerlo en verano.



Peristilum
Cuando se impuso la vida social y aumentó el número de esclavos domésticos se necesitó una zona de la vivienda señorial en la que se pudiese disfrutar de la privacidad e intimidad familiar. Como Terencio indica, su valor reside en que “a esta zona no llegan las conversaciones del atrio”.
Se trata de un espacio mayor que aquel, descubierto, rodeado por un pórtico columnado, con un jardincillo y una fuente centrales. A él se abren las habitaciones de la familia, más amplias y lujosas que las que rodean el atrio, que quedan para el servicio. Las columnas presentan bases adornadas con pretil entre las que macetas, rosales, plantas aromáticas, estatuas y fuentes embellecían el espacio.
Las paredes lucían hermosos mármoles y el artesonado solía estar magníficamente trabajado.
Casa del Citarista

Ensayo teatral en casa de un antiguo poeta romano, Gustave Boulanger, 1855

Las fuentes y surtidores de los jardines se convirtieron en un elemento decorativo sustancial de las zonas privadas de las casas y villas romanas. Los ricos propietarios disfrutaban de agradables cenas en comedores al aire libre acompañados del murmullo del agua y el frescor de la vegetación, además de recrearse la vista con la ornamentación de estatuas y otros elementos arquitectónicos dispersos por el jardín.
En la Casa de la Fuente Pequeña de Pompeya, encontramos un nicho con forma de frontón cubierto de mosaico de pasta vítrea y conchas marinas. Se vierte el agua desde una máscara en el centro del nicho a un canal de mármol. Los frescos de colores brillantes de las paredes ofrecen paisajes ilusionistas de los pequeños espacios del jardín.
Pintura de Luigi Bazzani

El acueducto Aqua Augusta, construido por Octavio, se edificó a finales del siglo I. a.C. y proporcionó un suministro ininterrumpido de agua a varias ciudades, incluida Pompeya. La llegada de una constante fuente de agua corriente en esas ciudades permitió a los residentes cultivar jardines más elaborados. Los jardineros pudieron incluir en sus diseños, surtidores, canales, estanques y fuentes esculpidas según las estatuas griegas. Los propietarios también podían regar los huertos.
Los primeros surtidores surgían a un nivel bajo, y su borboteo parecería el de un pequeño manantial natural. Su efecto sería mayor al poderse utilizar en las grutas cubiertas de musgo que se incluían en los jardines. Nuevas tecnologías facilitaron el uso de chorros más altos para lograr que el agua salpicara y se viesen efectos de luz.
El acceso al agua de ríos, manantiales y cisternas se realizaba por tuberías, mediante la gravedad. Si el agua se encontraba a un nivel por debajo de la fuente, se utilizaba una noria para elevarla hasta un tanque por encima de ella. La limitación del agua disponible en una cisterna obligaba a utilizar las fuentes solo durante algunas festividades.
El agua procedente de las fuentes se aprovechaba para irrigar los jardines y huertos de la casa, las fuentes con agua corriendo sin interrupción solo podían funcionar con el suministro del acueducto público, lo que suponía un gran gasto, y era muestra de la riqueza y extravagancia de los dueños.


Las fuentes de pared solían tener forma de cabeza de león u otros animales salvajes, esculpida en piedra por cuya boca caía el agua, que se recogía en un pequeño canal. La grotesca cabeza de Sileno y otras testas inspiradas en el cortejo dionisiaco servían, con sus fauces abiertas, como boca de fuente. Las fuentes más elaboradas constaban de varias cabezas, cada una con un chorro, que iba a dar en un canalón común.
"Hacia la mitad de la galería hallamos adosada a ella y ligeramente metida hacia dentro, un ala del edificio que incluye un pequeño patio interior al que dan sombra cuatro plátanos. En medio de estos árboles una fuente de mármol rebosa siempre de agua y baña con suave riego los plátanos de alrededor y la vegetación que crece a los pies de éstos." (Plinio, V,6)
Casa de Venus en la concha, Pompeya

Las características fuentes de pila del jardín romano consistían en recipientes de piedra o mármol llenos de agua, de los que emergía un chorro bajo de agua. Las pilas, acanaladas a veces, solían tener un reborde ancho. Algunas se elevaban sobre pedestales o bases talladas. En frescos con temas de jardín, las fuentes de pila se incluían en una línea de balaustrada.
Las escaleras de agua eran cascadas artificiales situadas en el muro de un jardín, en las que el agua se derramaba por un tramo de escalera para terminar en un estanque debajo. La luz se reflejaba en el agua al caer y el murmullo al salpicar inundaba el jardín. Los escalones se construían de piedra o cemento cubierto de mosaico.
Fuentes de menor tamaño o talladas en mármol, eran ornamento para un patio exterior o una sala de recepción interior, como un triclinio o atrio.
Los estanques variaban en tamaño desde el pequeño en un patio exterior a una piscina donde disfrutar de un refrescante baño o realizar ejercicio físico. En su forma el diseño comprendía formas geométricas simples como un cuadrado o rectángulo, hasta grupos complejos de formas entrelazadas, a veces a distintos niveles y unidas por cascadas. Recesos a lo largo de su perímetro alternaban formas semicirculares y rectangulares. Proporcionaban retiros sombreados y huecos para alimentar los peces que se criaban en ella, se daba mucho valor a los reflejos de luz de sus superficies.
Se construían en cemento, y en las grandes éste se vertía sobre los pilares de madera, para conseguir mayor estabilidad,  las tuberías se hacían de madera o plomo. Aunque la superficie interior a veces se pintaba de azul, en otras se utilizaban baldosas. Las más artísticas se decoraban con mosaicos geométricos o con motivos marinos. En el borde se utilizaba mármol o piedra.
Largos canales artificiales que imitaban los arroyos naturales se incluían en los jardines. El agua se hacía fluir por una cascada escalonada y caía en un canal estrecho y alargado que atravesaba el jardín. Es posible que por algún mecanismo hidráulico se consiguiese el efecto producido en el Euripus, estrecho natural en Grecia, por el que el agua fluye primero en una dirección y luego en otra, según la marea; y de ahí que así se llamasen algunos de los canales de los jardines.
El repertorio de estatuas que decoraban las fuentes y estanques incluían personajes mitológicos, como divinidades, ninfas, delfines, tritones, faunos y niños. Las que se hacían de bronce solían ser más pequeñas y podían ocultar las tuberías del mismo material.
Las náyades eran las ninfas de agua dulce protectoras de fuentes y manantiales. El dios romano de las fuentes, cascadas y pozos era Fontus, cuyo festival, Fontinalia, se celebraba el 13 de octubre en Roma. Ese día se arrojaban flores a las fuentes y se adornaban los brocales de pozos con guirnaldas.

Cubicula (Cubiculo) aut conclavia
La evolución del lecho en la época antigua nos lleva desde el primitivo uso del suelo cubierto de hojas y paja: "cuando una esposa montaraz extendía un lecho campestre de hojas y paja y pieles de las fieras vecinas..." (Juvenal, sat. 6) al lujoso refinamiento en los materiales y decoración del mueble en el Imperio Romano.
Podemos imaginar el lecho propio de las cabañas de los primeros romanos, humilde y de madera: "En medio de la habitación había un lecho de madera de sauce, cubierto de hojas de árbol. Para adornarle extendieron sobre él un tapiz del que solo se servían en las grandes solemnidades." (Ovid. Met. 8, IV)
Los lechos de los romanos en los primeros tiempos de la república fueron probablemente similares a los de los griegos; pero hacia el final de la república y durante el imperio, cuando se introdujo el lujo asiático, la riqueza y magnificencia de los lechos de los romanos ricos sobrepasaron a las de los helenos.
Los romanos utilizaban los lechos para dormir (lectus cubicularis), comer (lectus triclinaris) y trabajar (lectus lucubratorius). Algunos se tendían para meditar, leer y escribir, apoyando el brazo izquierdo sobre los almohadones: "Por la mañana, trabaja reclinado en el lecho, cuando llega la hora segunda, pide que le traigan sus calceos y camina durante tres millas, tonificando, así, tanto su espíritu como su cuerpo." (Plinio, III, 1)
En los dormitorios más comunes se han encontrado lechos empotrados en las paredes de las hornacinas, que podían cerrarse con cortinas o tabiques plegables.
El lectus genialis, tálamo nupcial en honor del Genio, se coloca al principio en el atrio, enfrente de la puerta, por lo que a veces se le llama lectus adversus.
"Pero ved, el lecho matrimonial real se está disponiendo para la diosa en medio del palacio, elaborado con colmillos de la India, cubierto con púrpura del tinte rojo de la concha." (Catulo, 61)
Las Bodas Aldobrandini, Museos Vaticanos

El estilo de diván elegante de los primeros tiempos del imperio se diferenció del modelo heleno, más sencillo y bajo. Los romanos diseñaron un lecho de patas torneadas, con extremos decorados con figuras de animales, como el delfín. Introdujeron el respaldo, pluteus, aunque los lechos para comer carecen de reposabrazos y parte posterior. El lado por el que uno asciende al lecho utilizando un escabel, puesto que eran muy altos, se conoce como sponda.
En el mundo antiguo se conocen varias formas de construir un bastidor que sujetase el colchón. En Egipto se utilizaban principalmente las cuerdas de tipo vegetal y las tiras de cuero. Los griegos y los romanos también las usaron, así como un entramado de bandas de bronce.
Los lechos más comunes se fabricaron de distintas maderas, Para recubrimientos se generalizó, ya antes de nuestra era, el uso de maderas caras, marfil y concha de tortuga. Como sustituto barato sirvió el hueso de diversos animales, como el caballo.
"...nadie consideraba seriamente que valiera la pena ninguna clase de tortuga que nadara en las corrientes del océano para fabricarles a los troyúgenas relucientes y noble lecho, sino que en pequeñas yacijas de lisos cortados, el frontal de bronce mostraba la cabeza barata de un rucio coronado, al lado de la que jugaban retozones los críos del campo."
Los lechos de metales preciosos, oro y plata, y los de bronce de Delos no se diferenciaban de los modelos de madera, aunque parece que no se convirtieron en objeto de lujo hasta comienzos de la era cristiana: "El bronce de Delos fue el primero que se hizo famoso, viniendo todo el mundo a Delos a comprarlo; de ahí la atención prestada a su fabricación. Fue en esta isla donde el bronce primero obtuvo celebridad para la elaboración de pies y soportes de triclinios. (Plinio, XXXIV,4)
Se adornaban con incrustaciones de plata, cobre, e incluso, piedras preciosas. Fueron introducidos por Carvilio Polio, aunque no se sabe si éste se dedicaba al negocio de su importación o era solo un ricachón que impuso la moda: 
"Durante mucho tiempo ha estado de moda forrar de plata los lechos de las mujeres y los triclinios. Carvilio Polio, un caballero romano, fue el primero, se dice, en adornar estos últimos con plata, no por completo, ni siquiera siguiendo el modelo de Delos; siendo el modelo Púnico el que adoptó. Fue siguiendo éste último como los adornó con oro también, y no fue mucho después cuando los lechos de plata se pusieron de moda, imitando los de Delos." (Plinio, XXXIII, 51)
Unos lechos más sencillos son los llamados Púnicos, más pequeños y bajos, y se conoce el nombre de dos artesanos del siglo I, Archias y Soterichus.


Los lechos griegos y romanos se equipaban con cojines, almohadones, colchas y doseles, que solían ser un lujo accesorio que escondía unas estructuras bastas o unos feos somieres: "Vestido de verde claro, se tumba en un lecho ocupado y achucha a derecha e izquierda con sus codos a los convidados, apoyado en la púrpura y en los cojines de seda." (Marcial, III, 82)
En los inicios se cubrirían con pieles de animales y telas de fibra vegetal. De Oriente se importaban las colchas Babilónicas y las sedas también vinieron a los lechos de los más ricos. Se decoraban con bordados y color púrpura y el uso excesivo de ésta para la ropa de cama hizo que cayera en desuso para las togas: ¿Quién no tiene colchas púrpura para sus lechos de banquete? (Plinio, IX,63)
El lino se empleó para recubrir colchones y almohadas, y la lana que sobraba al tratar las ropas (borra) era utilizada para rellenar los colchones: "¿Que está el bastidor demasiado próximo a las plumas aplastadas? Toma estos vellones raídos a los capotes militares leucónicos." (Borra leucónica, Marcial, XIV,159)
Pero los más pobres se conformaban con rellenos de paja y heno.
El uso de plumón de aves fue frecuente durante el dominio romano. El plumón de cierta especie de ganso salvaje (gantae) que ya utilizaban los celtas y germanos, encontró favor entre los romanos y alcanzaba un alto precio, ya que cohortes enteras de soldados romanos eran enviadas a buscar las aves a la región de Bélgica: "Cansado, podrás descansar en plumas de Amiclas que el plumón interior del cisne te ha dado." (Marcial, XIV,161)
Al inicio del Imperio se introdujo un nuevo tipo de lecho semicircular para utilizarse con una mesa redonda. Se le llamó sigma, por su parecido a la letra griega C: "Al final de todo ello, nos encontramos con un amplio lecho semicircular para comer construido con mármol blanco y cubierto por un emparrado." (Plinio, V, 6) 
En muchos autores se encuentra la denominación de stibadium para esta clase de lecho, que parecía tener capacidad para unas siete u ocho personas. El colchón se curvaba por la parte interna del diván, y, aparentemente era compartido por todos los invitados, los lugares de honor estaban los extremos, y el principal, el locus consularis, era el del extremo derecho.
El lecho cubicular se convertía a menudo en lecho fúnebre en el que el difunto era expuesto a las visitas durante el duelo en el hogar antes de ser enterrado. Si el fallecido era una persona notable, su riqueza se extendía hasta su último lecho, como describe Suetonio en el caso de Julio César: "... colocaron en ella un lecho de marfil cubierto de púrpura y oro, y a la cabecera de este lecho un trofeo, con el traje que llevaba al darle muerte." (Suet. Jul. 84).
En los sarcófagos y lápidas aparecen los difuntos retratados en sus lechos, solos o acompañados de sus familiares y representados con mesas con alimentos, como si estuviesen en una cena o banquete.
Sus pavimentos suelen adornarse con mosaicos en blanco con ornamentación diversa, sus paredes presentan pinturas murales de diverso color y contenido. El techo sobre la cama era más bajo, creando una especia de dosel abovedado. La antecámara (procoeteon) era para el siervo de confianza, el cubicularius. Solían cerrarse con llave, de ahí el nombre.


Horti
Son unos jardincillos, tras el peristylum, donde podía haber un systus, pórtico abierto, un solarium o una pérgola.
Pintura de Casa de Livia en Prima Porta, Museo Nacional de Roma
El escritor Plinio describió el huerto como el campo del pobre porque tenía originalmente la función de proveer la despensa familiar con hortalizas e hierbas medicinales, y se ubicaba generalmente en la parte posterior de la domus. Pero después se convirtió en un jardín ornamental en la domus urbana, aunque en las villas del campo el terreno dedicado a la horticultura aumentó y un cultivo extensivo permitió vender los excedentes en los mercados cercanos y sacar beneficio a su producción.
 "Era el primero en coger la rosa en primavera y en otoño las frutas. Y cuando el invierno triste hacía todavía estallar de frío las rocas y frenaba con el hielo el curso de las aguas, él ya estaba recortando las hojas del blando jacinto, maldiciendo el retraso del verano y la tardanza de los céfiros. De modo que era también el más abundante en abejas productivas y número de enjambres y el primero en sacar la miel espumosa de los panales escurridos. Tenía tilos y pinos riquísimos, y toda la fruta de que se había ataviado el fértil árbol con la flor nueva esa misma tenía maduras en otoño. El también trasplantó a las hileras olmos crecidos, el peral bien duro, endrinos que echaban ya prunas y el plátano que ya proporcionaba sombras a los bebedores". (Virg. Georg. IV)
Según Plinio, la jardinería ya la practicaron los reyes romanos con sus propias manos. En la ley de las XII tablas, del siglo V a. C. el jardín se llamaba heredium, mientras que la finca no se llamaba villa, sino hortus.
Para Catón la palabra hortus indicaba el huerto irrigado y él aconsejaba al que iba a comprar un terreno que prestase atención a la calidad de sus viñas y al lugar del huerto, que requería  tierra fértil y acceso al agua. Por ello se aconsejaba aprovechar las aguas procedentes de la casa para regar los huertos. Estos solían limitarse con un muro, una cerca o un seto, para evitar que el ganado echase a perder las plantas.
Conviene también que pomares y huertos estén cercados por un seto, cercanos a la casería y en sitio adonde puedan ir a parar todas las aguas y desechos del corral y los baños, así como el viscoso alpechín de las olivas prensadas; que hortalizas y árboles se abonan también con nutrientes como éstos.”  (Columela, L.I)
 Muchos textos romanos describen qué plantas se cultivaban en los huertos, ya fuera como alimento o como saborizante, para decorar retratos de los dioses, para deleitar a los huéspedes, proporcionar fragancias o alimentar las abejas – pero sobre todo para asegurar a los residentes de la casa un suministro de medicinas.
¿Qué dirías, si benignos zarzales llevaran rubicundas cerezas y ciruelas, si roble y encina surtieran de frutos al ganado, de sombra a su señor? Dirías que han traído Tarento con su verdor más cerca. Además, una fuente capaz de dar nombre a un arroyo, tan frío y tan puro que ni el Hebro, que atraviesa Tracia, lo es más, fluye eficaz para la cabeza enferma, eficaz para el vientre. Este refugio dulce y, si me crees, ameno, se me mantiene incólume en las horas septembrinas.” (Hor. Ep. I,16)


El mirto y el laurel eran parte sustancial del huerto. Sus bayas y hojas eran condimentos populares, y sus ramas proporcionaban material para hacer coronas.
Antes de beber, los romanos solían filtrar el vino mediante un saco de lino empapado en aceite de mirto que, a la vez que retenía las impurezas, perfumaba el vino.
Más aún, el aceite de mirto, cosa singular, tiene también un sabor de vino, es a la vez un líquido graso, de gran eficacia para corregir los vinos, regando previamente con él los coladores para filtrarlos. En efecto, retiene los posos, no deja pasar más que el vino purificado y acompaña el licor clarificado, cuyo sabor aumenta especialmente.” (Plinio, NH, XV, 125)
Los huertos proporcionaban  hierbas, originarias principalmente del Mediterráneo, con diferentes propósitos, como medicinas para aliviar dolores, como aditivos en cosméticos y condimentos en gastronomía.
Las delicias y el lujo nos hacen la vida más deliciosa, ¿pero quién honra las hierbas que nos alivian el dolor y evitan la muerte? Consideramos que de nuestra salud deben ocuparse otros y esperamos que los médicos sean tan buenos para aliviarnos de la tarea.”(Plinio, NH XXII, 7)
Las hierbas se troceaban, picaban, molían, secaban y mezclaban con líquidos, para hacer una pasta; la miel las hacía comestibles. Para bálsamos, plantas como camomila, mejorana y menta eran usadas. Tintes se confeccionaban  con malvas, clavos dulces y ruda.
Observar las famosas hierbas que nuestra madre tierra Tellus produce solo para medicinas me llena de admiración por el buen sentido de nuestros padres, que no dejaron nada sin explorar, nada por probar, y así descubrieron cosas que benefician a sus descendientes.” (Plinio, NH XXV, 1)
El uso cosmético y aromático de hierbas era importante y muchas hierbas eran ingredientes de perfumes. Hierbas aromáticas eran parte de rituales en la adoración de los dioses – aromas de plantas en particular se creían consagradas a un dios. Se conseguía aire fragante quemando ramas o ramitas de hierbas o esparciendo hojas aromáticas y flores en un altar o templo, o en una habitación. En la antigüedad los malos olores eran frecuentes debido a los alimentos perecederos, orina, enfermedad y muerte. Para contrarrestarlo se utilizaban aromas frescos y agradables. Estas mismas hierbas se usaban para preparar los aceites corporales.
El ajenjo aliviaba el dolor de las mujeres en el parto y Columela recomienda una bebida para tomar al final de las comidas, glechonites,  en la que esta hierba se mezcla con vino y tomillo.
El anís, procedente de Oriente,  se mezclaba con leche y cebada para recuperarse de los alumbramientos. Plinio da una receta de enjuague para la boca: “Al levantarse por las mañanas, en ayunas, deberías mezclar semillas de anís con un poco de miel, mastícalas, y enjuaga tu boca con vino.” (Plinio, XX, 72)
Se empleaba como saborizante para panes y dulces. Sus hojas verdes se cocinaban como verduras y en sopas, y se consideraba que su jugo aliviaba el insomnio y las náuseas, además de actuar como digestivo.
Los romanos comían muchas verduras y hortalizas. Las recolectaban silvestres o las cultivaban. Plinio el Viejo comentó sobre el elevado precio de las verduras y citó que los espárragos cultivados no podían servirse en hogares humildes, pero, si podían recolectarse libremente los que crecían por el campo:

Las tiernas espinas que crecen en la marítima Rávena no serán más agradables que los espárragos silvestres.” (Marcial, XIII, 21). Los ajos y los puerros se comían como hortalizas y condimentos y tenían propiedades terapéuticas.
Entre los vegetales que podían consumir los romanos estaban los nabos, zanahorias, acelgas coles, lechugas, berros, cardos y calabazas. Se cocinaban de muchas maneras, hervidas, aliñadas con vinagretas, en puré, con cereales y acompañando carnes y pescados.
Cecilio, el Atreo de las calabazas, tal como a los hijos de Tiestes, las descuartiza y las corta en mil pedazos. Las comerás en seguida, en el mismo aperitivo, las servirá en el primero y en el segundo plato. Te las volverá a poner en el tercero; de ellas preparará los postres finales. De ellas hace el repostero unos pasteles insípidos; de ellas guarnece no solo piezas variadas sino también los dátiles conocidos en los teatros.” (Marcial, XI, 31)
Pintura con flores, casa de Livia en Prima Porta, Museo Nacional de Roma

Las flores se utilizaban como elemento decorativo para la realización de coronas y guirnaldas.  Se tomaban vinos a los que se añadían pétalos de flores. También se utilizaban en ritos domésticos, como matrimonios y funerales. Por ejemplo la violeta se depositaba sobre las tumbas de los difuntos en la fiesta de las Parentalia.
Los romanos también creían que la violeta prevenía la borrachera y por ello lucían coronas con esta flor en los banquetes.
La rosa y el mirto se consagraban a Venus y la hiedra y las uvas era atributos de Baco en las representaciones artísticas.
La rosa se cultivaba en tiempos remotos en el valle del Nilo y en Mesopotamia, de donde fue importada a Grecia en época anterior a Homero y luego se introdujo en Roma.
Niño llevando cestas con rosas. Mosaico Piazza Armerina, Sicilia

Con hierbas y flores se producían aceites  y cremas utilizados en cosmética. El famoso ceratum de Galeno era una crema fría elaborada a partir de cera de abejas, aceite de oliva y agua de rosas.
Durante las fiestas de Floralia, las casas se adornaban con flores y las figuras de los lares se coronaban con guirnaldas entrelazadas de flores.
Pintura con frutas, Museo Arqueológico de Nápoles

La fruta empezó siendo un símbolo de frugalidad derivado de la actividad originaria de las antiguas civilizaciones, la recolección de frutos y raíces para la alimentación. Luego se convirtió en signo de refinamiento y lujo entre los ricos cuando se consumía fresca. Se empleaba en las comidas como entrante, como ingrediente de platos principales y en la elaboración de salsas.
Para hacer conservas, sobre todo en el entorno rural,  se introducía en miel, vino, vinagre, salmuera o una mezcla de todo. Dejadas secar al sol, se consumían como postre, junto a la fresca.
Las frutas se denominaban por el lugar de procedencia, higos de Siria, granada de Cartago, ciruela de Damasco, membrillo de Creta, albaricoque de Persia.
Detalle de Pintura con higos frescos, villa de Popea, Oplontis, Italia

Hay algunos que ponen higos frescos poco maduros en un recipiente nuevo de barro, cogiéndolos con los rabos y separándolos unos de otros, y dejan flotando el recipiente en un tonel lleno de vino.” (Paladio, L. IV, IX)
El higo era un fruto consumido por todos los pueblos del Mediterráneo, se tomaba fresco, seco, en conserva y añadido al vino. La higuera se consideraba un árbol sagrado porque la loba Luperca amamantó a Rómulo y Remo debajo de una.
Los higos tuvieron una importancia vital en la historia de Roma, según el historiador latino Floro que cuenta como el senador Catón, interesado en la guerra contra Cartago, mostró a los senadores un higo fresco y les preguntó.” ¿Cuándo creéis que ha sido arrancado del árbol?” Ellos respondieron que recientemente y Catón añadió: “Hace tres días nada más y de un árbol en la propia Cartago. ¡Tan cerca se halla nuestro mortal enemigo!”. Y entonces declararon la que se convirtió en la tercera guerra púnica.
Pintura con membrillos, casa de Livia en Prima Porta, Museo Nacional de Roma

El membrillo, llamado manzana cidonia, era una fruta consagrada a Venus, que se representaba, a menudo, con uno en la mano. Columela aconseja conservarlo en miel.
Los membrillos deben cogerse maduros y conservarse así: o bien metiéndolos entre dos tejas cerradas con barro por todas partes, o cocidos en arrope o vino de pasas… otros los introducen en tinajas de mosto y luego las cierran, lo que da aroma al vino.” (Paladio, L. III, XXV)
El granado, procedente de Asia, se cultivaba en los países del norte de África; se tenía por fruto sagrado de la diosa Juno y simbolizaba la fertilidad.
Los vinos se mezclaban y aromatizaban con frutas en los banquetes, y algunos se consideraban remedios medicinales. Dependiendo de la época del año, se añadían al vino violetas, pétalos de rosa, o semillas de hinojo y comino. Con el postre se servía un dulce moscatel hecho con las uvas de la última vendimia.
Se hacen también vinos de frutas, de dátiles,…de higos, de peras, de todas las variedades de manzanas, de serbas, de moras secas, de piñones de pino [estos últimos se ablandan en el mosto y se prensan]…” (Plinio, NH, XIX, 102)
Los árboles frutales se plantaban en hileras y, a veces, entre árboles sin fruta, para adornar los jardines.
Para proteger las plantas y acelerar su crecimiento se utilizaban invernaderos (specularia) hechos con láminas de lapis specularis, material transparente que dejaba pasar la luz y el calor. El emperador Tiberio comía pepinos todo el año, porque los cultivaban de forma que con el frío y por la noche los metían bajo estos vidrios.
Para que tus vergeles de pálidas rosas de Cilicia (azafrán) no teman al invierno y el viento helado no perjudique a los tiernos planteles, unas cristaleras puestas cara a los vientos invernales del Sur dejan pasar uno rayos de sol limpios y una luz sin sombras.” (Marcial, VIII, 14)
Donde no se podía tener un huerto, se plantaban hierbas y flores en macetas que adornaban jardines y balcones, especialmente recipientes con agujeros para el drenaje (ollae perforatae) y que por encontrarse en grandes cantidades en algunos jardines, sugiere el cultivo de plantas para la venta.
Príapo era una deidad protectora de huertos y jardines, que guardaba las puertas de las villas rústicas, vigilaba las lindes de los campos y participaba en la fertilidad de la tierra y en la fecundidad de hombres y animales. Se le ofrecían las primicias de las cosechas, entre ellas las espigas de trigo y los pámpanos,  leche y miel y sacrificios de animales. Se le representaba como una estatua de un hombre feo con un enorme falo y se colocaba en jardines y huertos para espantar pájaros y ladrones.

Exedra
Es una sala espaciosa, bien decorada, abierta totalmente al pórtico en su extremo, se utilizaba para recibir a las visitas y ofrecer un lugar privado donde conversar y discutir.
Allí también se sesteaba en divanes y llegó a imitarse en edificios públicos como palestras, termas, foros, bibliotecas,...


Oecus
Es una estancia redondeada, de uso íntimo, que sirve de comedor más amplio y lujoso que el triclinium.


Bibliotheca
Solía orientarse hacia levante para que la luz de la mañana iluminase la estancia cuando se trabajara en ella y para evitar la humedad del viento del oeste. Albergaba los volúmenes en armarios de maderas preciadas o en cajones (armaria, loculamenta, feruli, nidi) según estuviesen enrollados o encuadernados. Según parece, la biblioteca solía estar decorada con estatuas de importantes intelectuales, de Minerva o de las Musas, que inspiraban y supervisaban el trabajo que allí se llevaba a cabo.

Otras estancias
En las casas opulentas otras estancias que aparecen son el sacrarium, una especie de basílica o salón; los cenacula, terrazas; y el solarium de invierno, en el piso superior.


Triclinium
Cuando el refinamiento de la civilización griega y la riqueza doméstica se establecen en la vida romana, en el atrium se crearon habitaciones para comer recostados, si bien antes se hacía en el tablinum o en una habitación sobre él, el cenaculum.
Para los ricos aristócratas romanos el entretenimiento de amigos y clientes a la hora de la cena se convirtió en el principal foco de vida social. El triclinium o comedor donde se celebraban los banquetes se estableció como elemento indispensable para mostrar el status social y el nivel de bienestar del propietario. La decoración de la habitación, la provisión de los alimentos más exóticos, la calidad de las vajillas y recipientes para servir la comida y la cantidad de esclavos que atendían a los invitados, además de la oferta de entretenimiento durante la cena se alzaban como expresión de la riqueza y elegancia del dominus que invitaba.
Del otro lado tiene que alzarse apoyado en largas columnas de Numidia y recoger el sol de invierno un cenador.” (Juvenal, VII)



Los triclinio elaborados como espacio de representación para recrear la vista e impresionar  acogían decoraciones pictóricas en los muros, techos abovedados o artesonados sostenidos por columnas, suelos de mosaico diseñados, a veces, para delimitar la ubicación de los lechos, en las zonas más visibles. Estas lujosas estancias podían disponer de ventanas protegidas con piedra especular que permitían entrar la luz y también podían ser calentadas por hipocausto o tubos por los que pasaba aire caliente que quedaban ocultos tras las paredes.
En las casa con peristilo, el triclinium se organizaba como un amplio espacio abierto hacia él, para poder disfrutar de la vista del jardín, del aroma de las flores y del murmullo del agua que surgía de las fuentes o estanques. En las villas rústicas se apreciaba tener amplias vistas a los campos o montañas y en las villas marítimas que los comedores dispusiesen de ventanas por las que se pudiese ver el mar y permitiesen entrar las brisas marinas.
Al otro lado del pórtico, a la altura de las columnas que forman el centro del arco de la D, hay un patio cubierto lleno de encanto, y a continuación, un comedor bastante elegante que se mete casi en la playa, de modo que, cuando el mar es agitado por el viento de África, es suavemente salpicado por las puntas de las olas una vez ya rotas. Esta estancia está provista por todos sus lados de puertas y ventanas del tamaño de aquellas, y así, parece que mira hacia tres mares por sus dos paredes laterales y por la que está frente a los comensales. Por la parte que queda a la espalda de éstos, da hacia el patio cubierto ya citado, hacia el pórtico, hacia el patio abierto, hacia la continuación del pórtico, hacia el atrio, y más allá de él hacia bosques y lejanas montañas.”(Plinio, Epis. II, 17)
La disposición del comedor tradicional romano consistía  en tres lechos alrededor de una mesa donde colocar la comida. Los lechos de obra solía tener el lado hacia la mesa más elevado para facilitar la postura. La colocación de los invitados seguía un orden jerárquico muy estricto. Los invitados se tendían en oblicuo en el lecho, con el codo izquierdo apoyado sobre un cojín, y la mano derecha libre para comer.
Se les lavaba los pies al entrar y se quitaban el calzado durante la cena. Más adelante se impuso un lecho en forma de media luna, stibadium, en el que cabían alrededor de siete personas. En  Pompeya se han encontrado comedores de verano con dos lechos (biclinium), en los que cabrían dos o tres personas en cada uno.
En las casas o villas más grandes se podían encontrar triclinios de verano o invierno, emplazados en distintos lugar según la orientación de la casa. El arquitecto Vitruvio da consejos sobre la ubicación de estas habitaciones:
Los triclinios de primavera y de otoño se orientarán hacia el este, pues, al estar expuestos directamente hacia la luz del sol que inicia su periplo hacia occidente, se consigue que mantengan una temperatura agradable, durante el tiempo cuya utilización es imprescindible. Hacia el norte se orientarán los triclinios de verano, pues tal orientación no resulta tan calurosa como las otras durante el solsticio, al estar en el punto puesto al curso del sol; por ello permanecen muy frescas, lo que proporciona un agradable bienestar”. (VI, 4)  
Muy frecuente era contar con un triclinium en el jardín de verano, con lechos de mampostería cuya parte más cercana a la mesa tenía cierta elevación, con cojines y almohadones que evitaban la dureza del asiento. La mesa también era de mampostería, a veces portátil. En las casas más pudientes, llegaron a construirse un triclinium orientado hacia el mediodía para comer en invierno (triclinia hiberna) y otro con orientación norte para el verano (triclinia estiva).
Los triclinia de invierno que necesitaban calentarse con braseros e iluminarse con lucernas serían espacios en los que se concentraba una atmósfera densa por el calor y el humo, por lo que Vitruvio recomienda pintar zócalos sencillos en color negro combinado con ocre o rojo, con pavimentos en colores oscuros y capaces de absorber las manchas provocadas por los alimentos y bebidas derramados.
Así, por ejemplo, en los comedores de invierno no están bien ni son necesarios refinamientos en la ornamentación, ni  pinturas de gran importancia, ni adornos delicados en las cornisas de las bóvedas porque todas estas cosas se echan a perder con el humo de los fuegos y con el espeso hollín de las lámparas.” (Vitr. VII, 4)
En muchas casas, sobre todo, en Pompeya se han encontrado triclinios en los jardines, protegidos por una pérgola, un toldo o un tejadillo, y normalmente, frente a una fuente.
En la cabecera del hipódromo está el stibadium de blanquísimo mármol, cubierto por una pérgola que está sostenida por cuatro columnas de mármol caristio. Debajo del stibadium el agua sale a chorros, casi como expulsada por los que están sentados encima; el agua se recoge en un canal y pasa a rellenar una pila de fino mármol, regulada de modo invisible para que esté siempre llena y nunca se desborde. Las viandas de mayor peso, si las hay, se apoyan en el borde de la pila, mientras que las más ligeras se llevan flotando en barquitos o aves simuladas. Enfrente hay una fuente que lanza y recoge el agua mediante un juego de cañerías que primero la echa hacia arriba y luego la traga abajo para volver a elevarla después.” (Plinio, V, 6)
El emperador Tiberio mandó habilitar una gruta en Sperlonga para disfrutar del entorno y del agua marina junto a la que se sitúa la cueva. En su interior había numerosas estatuas para amenizar el lugar. Aquí es donde pudo ocurrir el accidente citado por Suetonio, en el que mientras el emperador cenaba con sus invitados se cayeron varias piedras del techo que causaron la muerte a varios de los comensales y sirvientes, aunque Tiberio salió ileso.
El Emperador Adriano construyó en su amplia residencia de Tíbur (actual Tívoli) un ostentoso comedor al aire libre con un lecho semicircular con plazas suficientes para albergar a unos cuantos comensales, el cual tenía por detrás rampas por las que supuestamente caerían cascadas de agua y por delante un enorme estanque rodeado por estatuas.
Los comedores al aire libre forman una prueba más del naturalismo romano que degustaba los placeres de las comidas campestres a la sombra de un árbol y en contacto con la naturaleza, aprovechando los días festivos.
 A la hora de disfrutar de lugares originales en donde disfrutar del placer de la gastronomía en entornos agradables a la vista, destaca la celebración de comidas con varios convidados en los que el protagonista era un enorme y frondoso árbol, como el famoso “nido” de Calígula:
El emperador Calígula pudo admirar en la campiña de Velitres un tablado construido sobre un solo plátano cuyas ramas, ampliamente expandida, servían de asientos: celebró un festín, donde el árbol mismo proporcionaba una parte de la sombra, en este comedor, que fue capaz de contener a 15 convidados y los sirvientes, y que él llamó “el nido”. (Plinio, H.N. XII, 10)
Mosaico nilótico, Praeneste, Museo de Palestrina, Italia

Es posible que algunos encontraran más placentero cenar en un ambiente tan rustico y sencillo que en un lugar cerrado y profusamente decorado a la moda del momento. Otra vez un árbol gigantesco es el centro de atención:
Actualmente hay en Licia un plátano famoso, al que va asociado la amenidad de una fuente fresca; colocado cerca del camino, esta horadado por una profunda cueva de 81 pies, formando una especie de casa, cuyo tejado es una selva frondosa, ya que está rodeado por vastas ramas tan gruesas como árboles y cubre la campiña con sus largas sombras. Y para que nada falte para asemejarse a una gruta, el interior de su oquedad está tapizado de un revestimiento circular de piedras pómez cubiertas de musgo. La cosa es tan maravillosa que Licinius Mucianus, cónsul por tercera vez y últimamente legado de esta provincia, ha creído deber transmitir a la posteridad que había cenado en su tronco con 17 convidados, sobre lechos de follaje proporcionados generosamente por el propio árbol al abrigo de todos los vientos, sin oír el ruido de la lluvia sobre las hojas; y que él se había recostado más a gusto que entre el brillo de los mármoles, la variedad de las pinturas y el oro de los artesonados.” (Plinio, H. N. XII, 9)
En las partidas de caza que organizaban los ricos propietarios que residían en las villae en el campo, no faltaba el importante acto de la comida, para lo que los sirvientes cargaban con todos los enseres y alimentos necesarios para que sus señores pudieran disfrutan de ese momento sin que echaran en falta nada de lo que tenían en los  lujosos triclinia de sus casas.
También el agua que corre de forma natural en un paisaje campestre es un punto de atracción para los que quieren gozar de una comida sencilla en un lugar agradable.
Existe allí un arroyo que nace en las montañas, corre a través de las rocas y llega hasta una pequeña gruta acondicionada por la mano del hombre a modo de comedor; a continuación, tras detenerse brevemente en ella, desemboca en el lago Lario. Te tumbas a su lado, comes e incluso bebes del propio arroyo, pues es muy refrescante, y durante todo ese tiempo, obedeciendo a unos intervalos fijos y bien precisos, sus aguas se retiran y vuelven a aparecer.” (Plinio, Epis. IV, 30)
Con el deseo de ofrecer a sus invitados el espacio más sofisticado y poco común donde relajarse y comer en compañía, el anfitrión podía buscar el lugar más inédito en sus posesiones, aunque el efecto conseguido podía ser contrario al pretendido, impresionar al convidado y que la cena fuera un éxito. Este es el caso del comedor-aviario de Lúculo, cuya pretensión de agradar a los comensales cenando entre aves que entran y salen volando, se ve defraudada porque los invitados no parecen contentos por tener que cenar entre el olor producido por las aves.
Lúculo deseó tener un aviario diferente, pero que se pareciese a otros, que se hizo en Túsculo; que pudiese tener el triclinium  bajo el mismo techo que el aviario, donde pudiese cenar con estilo, y donde pudiese ver algunas aves servidas, y otras volando por las ventanas, pero que no encontró útil, porque las aves volando por las ventanas no son agradables de ver y que el desagradable olor es ofensivo a la nariz. (Varrón, III, 1)
Los emperadores edificaban construcciones en sitios excepcionales para disfrutar de sus cenas. Domiciano mandó construir una pérgola para utilizar como cenador (cenatio) en el monte Celio, desde donde se divisan unas vistas extraordinarias de la ciudad de Roma y desde donde se puede apreciar el mausoleo de Augusto.
Me llamo Mica aurea. Estás viendo lo que soy: un pequeño cenador. Fíjate que desde aquí ves el mausoleo del César. Rompe los lechos, pide vino, corónate de rosas, perfúmate con nardo: un dios en persona te invita a que te acuerdes de la muerte.” (Marcial, Epi. II, 59)
Biclinium, Casa de Octavio Cuarto, Pompeya, foto de Panoramio

La palabra cenatio, sinónimo de triclinium, designa un comedor grande o pequeño, que por tanto podía ser sencillo o tan complejo como albergar mecanismos en el techo para dispensar regalos u otras sorpresas a los convidados. Como en la Domus Aurea de Nerón:
El techo de los comedores estaba formado de tablillas de marfil movibles, por algunas aberturas de los cuales brotaban flores y perfumes.” (Suetonio, Nerón, 31)
Pintura con comensales, Museo Nacional Romano

Séneca describe algunos de los artilugios que se empleaban para sorprender a los invitados, tuberías para dejar salir perfumes con los que enmascarar los posibles desagradables olores procedentes del sudor y vómitos de los asistentes a estas cenas, mecanismos que permitían la entrada y salida de agua para abastecer los canales y cascadas que servían para refrescar el ambiente y la construcción de diferentes techumbres que permitían su intercambio según el momento de la cena.
Hoy en día, ¿cuál de los dos consideras más sabio: el que ha encontrado cómo hacer salir el agua perfumada de azafrán a gran altura, pasando por tubos escondidos; el que de pronto llena o vacía los canales con aguas impetuosas  y de tal manera dispone para la sala de los festines los movibles artesonados que sucesivamente van renovando su aspecto y tantas veces cambian los techos cuantas veces los manjares…” (Séneca, Epis.  Ad Luc. XC, 15)

Culina Cocina
Si nos remontamos a las primeras descripciones que conservamos en la literatura, observamos que los palacios de los héroes homéricos no tenían cocina. Tampoco existía en la primitiva casa romana donde las comidas se preparaban en el atrio.
En los primeros años de la república en las casas cocinaban los esclavos, o las mujeres de la familia en el atrio. Para la celebración de fiestas y banquetes se recurría a los servicios de cocineros profesionales que aportaban su propio equipo y utensilios, sobre todo los cuchillos.
En la literatura romana aparecen los cocineros como personajes de comedia, a los que se  atribuye aptitudes delictivas. Se les acusaba de ladrones y de apropiarse de la comida guardada en la despensa de los patronos.
Cuando el cocinero formaba parte del servicio, el señor le exigía que la comida estuviese a su gusto: “Sosias, tengo que comer. El cálido sol ya ha pasado de la hora cuarta, y en el reloj  la sombra se acerca a la quinta. Prueba y asegúrate – porque a menudo te engañan- que los platos sazonados  estén bien condimentados y sean sabrosos. Remueve tus ollas humeantes; rápido, mete tus dedos en la salsa caliente y humedece tu lengua con ellos….” (Ausonius, Ephemeris, VI)
La expansión de Roma trajo el gusto por nuevos sabores y alimentos que necesitaban de un profesional que supiese acertar en la elección, la condimentación y presentación de los platos, por lo que un experto cocinero se convirtió en un bien codiciado y un lujo.
Los banquetes, además, empezaron a planearse con más cuidado y mayor gasto. En aquel tiempo el cocinero, que para los antiguos romanos era el más vil de los esclavos, tanto por su valor como por la forma de tratarlo, empezó a ser valorado, y el que había sido solo un servicio necesario (ministerium) empezó a ser un artista. (Livio, Historia de Roma, 39, 6.7)
Los romanos importaron cocineros de sus tierras conquistadas y los incorporaron a su servicio como esclavos para que cocinaran en sus banquetes y enseñaran a otros esclavos sus artes culinarias. Principalmente llegaron de Grecia, Sicilia y Asia Menor.


Los partos, también, han enseñado su moda a nuestros cocineros; e, incluso, después de todo, a pesar de su refinamiento  en el lujo, ningún artículo puede satisfacer igualmente en cada parte, porque por un lado es el muslo, y por otro la pechuga solo, lo que se estima." (Plinio, X, 71)
Los cocineros griegos aportaron arte y saber hacer a la gastronomía romana pero tenían fama de fanfarrones.
La cena era el eje del banquete en el que el dominus intentaba demostrar su status económico y social y los errores del cocinero encargado de preparar las viandas podían suponer una deshonra del señor de la casa ante sus invitados. Es por ello que los cocineros se esforzaban en satisfacer las exigencias de sus amos o de los señores que les habían contratado. De no tener éxito, el castigo podía suponer una paliza, pero agradar a los comensales podía conllevar una alabanza o incluso un premio.
“También el cocinero fue cumplimentado con una copa que le fue servida en una bandeja corintia, imponiéndosele además una corona de plata”. (Petronio, Satiricón, 49-50)
El ejemplo de Petronio nos muestra el miedo del cocinero a ser castigado ante un posible error para finalmente ser recompensado por su maestría al cocinar el plato de forma que todos los invitados fueran engañados y creyesen que no sabía hacer su trabajo.
 El cocinero siempre  debía estar preparado para que toda la comida estuviese al gusto del señor y sus comensales, incluso teniendo previsto de antemano lo que al amo pudiese antojársele durante la cena.
El gusto romano se desarrolló hasta el punto de valorar más los productos que no estuvieran en su estado natural, sino artificiosamente elaborados, componiendo así un producto distinto y más original y  novedoso. La combinación o la mezcla de alimentos, transformada a veces en revoltijo, conseguía sorprender al comensal, que efectivamente, no podía adivinar qué estaba comiendo, de qué ingredientes reales estaba compuesto el plato que tenía delante. Esta sofisticación y refinamiento se veía como una muestra de civilización frente a los pueblos bárbaros que preparaban sus alimentos de forma más sencilla.
Cecilio, el Atreo de las calabazas, tal como a los hijos de Tiestes, las descuartiza y las corta en mil pedazos. Las comerás en seguida, en el mismo aperitivo, las servirá en el primero y en el segundo plato. Te las volverás a poner en el tercero, de ellas preparará los postres finales. De ellas hace el repostero unos pasteles insípidos; de ellas guarnece no sólo piezas variadas, sino también los dátiles conocidos en los teatros. De ellas sale para su cocinero una variada menestra, de forma que creería uno que le han servido lentejas y habas, imita los hongos y los botillos y la cola de atún y la diminuta morralla.” (Marcial, XI, 31)
La preparación de un banquete de tales características supuso un incremento de personal en las cocinas y los comedores además de una especialización en el trabajo que implicaba la elaboración de salsas, la condimentación de carnes, pescados y verduras y la confección de repostería.
Estas tareas, consideradas serviles, gozaban de cierta relevancia en la sociedad romana, pero se realizaban en lugares poco sanos y sucios, lo que implicaba que los cocineros fueran descritos como personas tiznadas de negro y manchadas de grasa.

Quién, pregunto, tan mal nacido, quién ha sido ése tan chulo que te ha ordenado, Teopompo, que te hicieras cocinero? Esta cara, ¿aguanta alguien mancillarla con una negra cocina? ¿Mancilla con el fuego grasiento esta melena? (Marcial, X, 66)
La cocina, lugar de trabajo del cocinero, era una parte de la domus que debido a los humos y olores procedentes de la preparación se construía en un lugar apartado y normalmente mal ventilado, donde se amontonaban los cacharros utilizados para la preparación de los guisos. En los fogones se colocaban las brasas donde sobre  parrillas se cocinaban los alimentos en sartenes y ollas. Para moler el trigo se utilizaba el molino manual, los moldes se utilizaban para dar formas y hornear repostería y el mortero para machacar  y mezclar los ingredientes para las salsas y los condimentos.
Otro oficio culinario, el de repostero, alcanzó gran popularidad por el gusto que los romanos desarrollaron por los dulces. Para endulzar se utilizaba la miel y como otros ingredientes leche, frutos secos y frutas frescas o en conserva.
Mil dulces figuras de productos te elaborará esa mano: para éste únicamente trabaja la ahorradora abeja.” (Marcial,  Epigramas)
Desde muy antiguo se hacía pan en las casas, pero en las ciudades proliferaron las panaderías en las que se elaboraban panes con diversos ingredientes y variadas figuras. Conseguir un pan sabroso y tierno que ofrecer a sus invitados era un firme  propósito del  anfitrión. Según Aulo Gelio, Varrón escribió: “Si le hubieras dedicado a la filosofía una duodécima parte del esfuerzo que pusiste en que tu panadero te proporcionase buen pan, te habrías convertido en un buen hombre hace tiempo.” (XV,19)
Al multiplicarse el trabajo en las cocinas más aristocráticas se necesitaba una persona responsable que dirigiera  a los especialistas en cada uno de los quehaceres: trinchadores, pasteleros, panaderos, despenseros, ayudantes, y otros esclavos con tareas más generales.  Este puesto parecía ser desempeñado por el archimagirus. Los obsonatores eran los encargados de hacer las compras, mantener bien provista la despensa y conocer el gusto particular de los señores a los que servían, para saber que alimentos presentarles según su ánimo.
Mosaico romano con esclavo en la cocina

Las habilidades en el despiece de las viandas, especialmente necesario al no usarse los cubiertos para comer, pasaban a formar parte del espectáculo. Mientras algunos ciudadanos se contentan presentando los alimentos ya troceados para no requerir los servicios de un trinchante, otros exhiben los animales cocinados enteros, para deleitar la vista antes que el gusto y hacer gala de los manjares que ofrecen en su plenitud, junto con un personal de servicio especializado y de espectacular maestría. Había maestros en el arte de trinchar las carnes y se llegaba a hacer prácticas con figuras de madera.
Los cocineros son retratados como pendencieros siempre riñendo entre sí y discutiendo la profesionalidad de sus colegas o de los miembros de otros oficios afines. En la Antología Latina, se describe un debate entre un cocinero y un panadero (pistor) sobre quién es más necesario, mientras el dios Vulcano es un juez imparcial.
Sale primero el panadero a defender su causa con la cabeza llena de canas que son obra de la harina: Me extraña, pues, lo confieso, y apenas puedo creer que ahora ese cocinero se disponga a responderme a mí, de cuyas manos siempre sale el pan que al pueblo sacia,  y se atreve a discutir conmigo quién de los dos es más útil…….
Como que a todos es necesario el pan, que nadie rechaza, pues sin él ¿qué comidas pueden servir los mortales?.......
Hasta la actualidad han llegado gran variedad de recetas romanas y platos sencillos o más complejos recogidos en libros publicados por famosos gastrónomos griegos y romanos. El más conocido es Apicio, que se dedicó a disfrutar del arte culinario, debido a la enorme fortuna que poseía. En su libro De Re Coquinaria, recopila numerosas formas de cocinar los alimentos, incluyendo los ingredientes que integran cada plato, pero sin especificar las cantidades. Otros escritores, también incluyeron en sus obras algunas recetas para preparar ciertos alimentos, incluso aquellas que provenían de los territorios conquistados por Roma.
Cuando la casa crece, el hogar se convierte en la parte principal de la misma. La cocina calienta las habitaciones más cercanas de los niños y sirvientes aunque no era más que un habitáculo pequeño y mal dispuesto como puede deducirse de los restos conservados de la casa de los Vecios en Pompeya o la domus Livia en Roma. Con el tiempo, la cocina fue un refinamiento, su espacio contaba con un fogón de albañilería, colocado en un ángulo y adosado a las paredes sin chimenea, lo que constituía una molestia enorme para los cocineros y un peligro por los incendios. Algunas eran metálicas, portátiles como se ve en Pompeya; otras, de buen tamaño, contaban con un horno de pan y albaños para el desagüe, retretes y baños.
Junto al atrio se encuentra la cocina y la despensa. Hay un horno para cocer el pan y la cocina propiamente dicha: una gran plataforma para las brasas con un espacio inferior donde se guarda la leña. En las paredes cuelgan lasa cazuelas y parrillas. Durante la época imperial la cocina era muy elaborada solía sorprender a los comensales. El cocinero, miembro muy querido de la casa, era, sin embargo, un esclavo. Solía dormir en la propia cocina.

Balnea Balneum
Su utilidad como espacio para el aseo es limitado, en el baño de la casa (lavatrina) los miembros de la familia se lavan brazos y piernas cada día; el cuerpo lo hacían una vez a la semana en las termas o baños públicos. El baño solía encontrarse cerca de la cocina para poder abastecerlo con rapidez de barreños y agua caliente.
"Viene luego una estancia amplia y espaciosa destinada a los baños de agua fría, y que contiene dos piscinas de forma circular, enfrente la una de la otra, que parecen haber surgido de forma natural y que son bastante grandes si se tiene en cuenta la proximidad del mar. Allí encontramos también la sala para las friegas de aceite, el horno que calienta el agua y los baños templados, seguidos de dos habitaciones muy agradables, pero sin llegar a ser suntuosas. Contigua a ellas se halla una maravillosa piscina de agua caliente desde la que los bañistas ven el amar. No lejos de allí hay una sala para jugar a la pelota, la cual durante las últimas horas del día recibe un sol muy cálido." (Plinio, 2,17).
Desde principios del siglo III a.C., y por influencia griega y con la aparición de las termas públicas los romanos más adinerados empezaron a introducir baños privados en sus casas.
Con la construcción de los acueductos y a la mejora de las obras públicas se hizo accesible el uso de agua para todos y su calentamiento para el baño. Los propietarios de las grandes villas ubicaban éstas cerca de los cauces de los ríos.
El baño privado o balneum pudo en un principio haber consistido en una bañera aislada, hecha de distintos materiales, o  una  de obra encajada en una habitación.
Cuando estos baños se hicieron más amplios y suntuosos se incorporaron más salas. En las postrimerías del imperio cuando se produjo la extensión de los latifundios y las grandes villas, los ricos propietarios instalaron baños impresionantes en sus mansiones, puesto que el acceso a las termas públicas ya no era posible, debido a que su residencia permanente estaba ya en el campo.
En las villas rurales podía encontrarse el atrio con un impluvium central que daría paso al apodyterium, sala donde el bañista se desnudaba y colocaba sus ropas en hornacinas o estanterías en la pared. Adosados a la pared podía haber bancos para sentarse. 
"Viene, a continuación, el vestidor de los baños, una habitación grande y alegre, y sigue a ésta la estancia destinada a los baños de agua fría, en la que hay una piscina amplia y umbría. Si deseas tener mayor espacio para nadar o hacerlo en un agua más templada, dispones para ello de otra piscina en un patio adyacente, y junto a ella tienes un pozo en el que puedes refrescarte luego, si no te agrada la tibieza del agua." (Plinio, 5,6)
La siguiente sala normalmente era el frigidarium, donde se tomaba baños de agua fría tras haber realizado ejercicios físicos o después de haber pasado por las salas de baños calientes. En las casas donde el espacio era más reducido se pudieron unificar el apodyterium y el frigidarium.
Los propietarios de las grandes villas romanas solían construir piscinas donde relajarse tras la práctica de algún ejercicio físico o deporte, y compartir horas de ocio con sus invitados. En la Historia Augusta encontramos una cita sobre el emperador Alejandro Severo: "Después de leer se dedicaba al ejercicio, juego de pelota, correr o algo de lucha suave. Entonces, tras untarse el mismo con aceite, se bañaba, pero raramente en un baño caliente, porque siempre usaba una piscina, permaneciendo en ella alrededor de una hora".

La presencia de una piscina (natatio) en las que podía tomarse un baño hace suponer que no siempre se incluiría una sala específica para tomar baños de agua fría.

El tepidarium era una sala intermedia entre el frigidarium y el caldarium que servía para adaptarse a la diferencia de temperatura de estas salas. En algunos casos sería posible tomar un baño de agua templada, aunque mayormente esta sala carece de lugar para el baño. El tepidarium pudo haber aprovechado su cercanía a salas calefactadas para recoger calor.
"A la estancia de los baños de agua fría está adosada la de los baños de temperatura intermedia, sobre la que la luz del sol cae con mucha generosidad, si bien ésta cae con mayor generosidad aún sobre la habitación de los baños de agua caliente, dado que ésta sobresale respecto al resto de la villa. En ella hay tres piscinas: dos expuestas al sol, y la tercera un poco más retirada, lejos de la influencia directa del sol, pero no lejos de la luz." (Plinio, 5,6)
La última sala en la que se tomaba un baño caliente era el caldarium. Esta estancia se calentaba con un horno (praefurnium) o dos, sobre los que se disponía el alveum (gran bañera) para mantener la temperatura del agua elevada. El bañista accedía a su interior  por unos peldaños que, a su vez, podían servir de asiento.
Caldarium

Un labrum, especie de lavabo grande, que podía estar en el centro de la estancia, permitiría a los bañistas refrescarse para aliviar el calor de la sala. Desde aquí volvería el bañista al frigidarium antes de vestirse y abandonar el balneum.
Los romanos solían practicar algún ejercicio gimnástico antes de entrar en los baños. Asimismo se untaban con aceite que retiraban con un strigilus y también gustaban de recibir masajes. Estas actividades podrían realizarse en el apodyterium o en el tepidarium, aunque en caso de baños amplios había una sala específica para tal uso, el destrictarium, donde había esclavos dedicados a realizar esta labor.
El balneum doméstico fue un espacio público dentro de la domus que se convirtió en símbolo del poder y la riqueza del propietario que manifestaba su status ante sus invitados con la ostentosa decoración de sus baños, que solían decorarse con pinturas murales, ricos mosaicos y variedad de materiales, como el mármol.
 "Qué diré de los baños de los libertos? ¡Qué cantidad de estatuas, de columnas que no sujetan nada, solo construidas para decorar y gastar dinero! ¡Y qué masas de agua cayendo de nivel a nivel! Nos hemos hecho tan ostentosos que no tendremos más que piedras preciosas sobre las que caminar! (Séneca, Ep. 86)

Cella penuaria
Estas cámaras servían para guardar las provisiones (penus), solían ubicarse con orientación norte para que no entrase ni el sol ni los insectos. A cargo de su supervisión estaba un superintendente que daba al cocinero la ración diaria de los productos que necesitaba. Tenía diferentes cámaras: para la miel, las uvas, las frutas, los salados, el aceite... El vino y el aceite se guardaban en bodegas subterráneas, en cubas o tinajas empotradas en el suelo o en bancos de mampostería integrados en las paredes.

Tabernae
Designa propiamente la habitación hecha de tablas, muy pobre. En sentido lato, es una tienda donde se vende algo: sutoria, vinaria, argentaria, libraria, carnaria etc. Cuando era un quiosco desmontable se denominaba tentorium o también tentoriolum, nombre que también se daba a las tiendas de campaña militares. En tiempos de los reyes romanos ya se conocían. Luego, pasaron a ser hosterías más o menos respetables (meritoria o diversoria caupona) que deriva en lasciva taberna o salax taberna y que se adosaban a las murallas, como barracones, y a las casas.


En la domus, las tabernae ocupan los ángulos interiores que dan a la calle y poseen una puerta exterior que les da independencia. En muchas de las de Pompeya, hay mostradores de albañilería para la mercancía con tinajas empotradas en las paredes, para conservar las bebidas, y en su parte baja hay espacio para el fuego, si se sirve caliente y para el hielo o nieve si se toma fría. Las tabernae son pequeñas, por eso en ellas se compraba desde fuera y se conocía lo que ofrecían gracias a muestras colgadas en la puerta de la calle. Así, ocurrió que las calles se especializaron en vender determinados productos, por ejemplo, la Via Sacra era de artículos de lujo. Junto a las muestras aparecía sobre el dintel de la puerta el nombre del tendero. En el interior solía haber una o dos trastiendas separadas por una pared. La vivienda estaba en un piso superior al que se accedía por una escalera interior o desde la calle.
Podía vivir en ella el tendero o tenerla alquilada a los pobres. Esta estancia se denominaba, irónicamente, pergula. Podía haber a ambos lados de la puerta una casa con igual profundidad que las fauces. La taberna, por lo general, es propiedad del dueño de la domus que regentaba un liberto o el esclavo del atrio. Se cerraban por la noche con postigos (lenones).
Petronio recoge un refrán que denota lo miserables que eran estas viviendas: qui in pergula natus est, aedes non somniatur.

Larario

El larario es un altar, generalmente en forma de edículo, en el que se representa al Genius del pater familias (dios personal del señor de la casa) flanqueado por dos lares (deidades que velan por el territorio familiar) y la serpiente Agathodaemon (deidad protectora de los difuntos). En él, el señor hacía ofrendas como miel, vino y flores. Estaba situado en el atrium, cerca de la puerta de entrada principal, o en zonas privadas de la casa, ya que era de uso exclusivo del señor y su familia. Los esclavos tenían su larario en la cocina, donde se representaban a los penates, espíritus guardianes de la despensa. En la imagen superior, larario de la casa de los Vettii; abajo, larario de la casa de Menandro (s.III a.C.) en Pompeya. Más abajo, larario de la casa de Octavius Quartio en Pompeya; un larario de Herculano y una reconstrucción ideal de un larario.


El perfecto cumplimiento  de los ritos domésticos garantizaba la fertilidad, prosperidad  y el buen funcionamiento de la domus.
El culto doméstico podría definirse como el conjunto de ritos desarrollados en el interior de la casa por la familia, y que estaban destinados a la veneración de las divinidades encargadas de proteger y garantizar la subsistencia y la perpetuación de todos los miembros.
Las principales divinidades veneradas eran: los Lares,  divinidades tutelares de la casa que cuidaban de la salud y prosperidad de la familia y su entorno doméstico, incluidos los esclavos. Los Penates, protectores de la despensa. El Genio, espíritu tutelar del pater familias. Los Manes, espíritus de los antepasados familiares. Pero no eran las únicas, pues, como en cualquier otro aspecto de la vida romana, todos los lugares de la casa y todas las actividades cotidianas así como los momentos destacados de la vida familiar (nacimientos, matrimonios…), estaban protegidos por divinidades específicas, a las que en muchas ocasiones se veneraba sólo en momentos puntuales del año.
Entonces he comprado este poquillo de incienso y estas coronas de flores, que le pondré a nuestro lar en el hogar, para que haga feliz a mi hija en su matrimonio.” (Plauto, Aulularia, 385).
El culto privado y de ámbito doméstico entre los romanos estaba  vinculado desde antiguo  a las fiestas de carácter agrícola y familiar, y el pater familias, al que se  reconocía su dominio sobre la religión doméstica, actuaba como sacerdote. Podía organizar el larario como él desease, incluyendo a todos los dioses por los que sintiese una devoción especial.
“Hacía un sacrificio por la mañana en su larario en el que tenía las estatuillas de los emperadores divinizados, aunque solamente una selección de los mejores, y las de seres de gran honorabilidad, entre los que se hallaban Apolonio  y, según el testimonio de un escritor de su época, Cristo, Abraham, Orfeo  y otros personajes parecidos a ellos, y las estatuas de sus antepasados.” (Hist. Aug. Alex. Sev. 29,2).
Pintura con lares, Museo Arqueológico de Nápoles

El paterfamilias como máxima autoridad religiosa doméstica  podía delegar determinadas funciones en otros miembros de la familia, incluidos los esclavos.
“Todo está callado y en silencio, y raramente una criada el primer día de mes acostumbra a abrir la cerrada capillita de los dioses Lares.” (Propercio, IV, 3, 53)
Otro miembro del hogar podía encargarse del culto y el cuidado del Larario si el pater familias no podía o quería hacerlo. El propio Lar familiaris se encarga de narrar en el Aulularia de Plauto cómo recibía las atenciones de la hija del paterfamilias, ya que éste descuidaba sus obligaciones como oficiante.
“Pero qué, cada vez se ocupaba menos de mí y me hacía menos ofrendas. Yo por mi parte hice exactamente lo mismo, o sea que se murió tan pobre como había vivido. Dejó un hijo, que es el que vive actualmente aquí en la casa, que es de la misma condición que el padre y el abuelo, y tiene una hija única que no deja pasar un día sin venir a rezarme, me ofrece incienso, vino o lo que sea y me pone coronas de flores”. (Plauto, Aulularia, Prólogo).
Catón recoge en su obra que las obligaciones religiosas recaían en el villicus y la villica (el capataz o su esposa) en ausencia del dominus en una villa rustica en el campo.
Los Lares recibían muestras de piedad por parte de la familia en sus actividades cotidianas a la vez que eran objeto de veneración periódicamente, en las calendas, nonas e idus de cada mes y en la fiesta anual de las Caristia.
 “Vosotros también, custodios de un campo feliz en otro tiempo y ahora pobre, tenéis vuestros regalos, dioses Lares. Entonces una ternera inmolada purificaba innumerables terneros; ahora, en cambio, una cordera es la modesta víctima de un exiguo campo. Una cordera os será sacrificada para que alrededor de ella la juventud campesina grite: «¡Ea, dadnos trigo y buen vino!".  (Tib. I, 1)

Las ofrendas del larario eran variadas, pero principalmente consistían en flores y guirnaldas para decorarlo, vino para tomar en honor del genio, incienso, cereales, además de miel, perfumes, frutas,  pastelillos o sacrificios de animales. El señor de la casa les dedica una plegaria: “Que este hogar sea para nosotros  una fuente de bienes, de bendición de felicidad y de buena suerte.” (Plauto, Los tres escudos).
Mediante la celebración de los ritos preceptivos ante el larario, la familia buscaba la protección de su propiedad, que incluía inicialmente el campo del que dependía la subsistencia y se restringió posteriormente a la casa; buscaba también la protección del alimento, así como de los medios de los que dependía y de su lugar de almacenaje; buscaba, igualmente, garantizar la perpetuación de la estirpe.
Cada familia contaba con sus dioses propios, intransferibles, que debían pasar por transmisión hereditaria de padres a hijos y que existían mientras la línea familiar se mantuviese.
Las divinidades protagonistas del culto doméstico están también ligadas a los orígenes míticos de Roma. Los Lares, según narraba Ovidio, se consideran hijos del dios Mercurio, identificado con el Hermes griego, y cumplían algunas de las  funciones que se adjudicaban a esta divinidad.
En cuanto a sus atribuciones, parece que el Lar familiaris entró en la casa como un numen dedicado a la protección y la vigilancia que proporcionaba bienestar y prosperidad, a la vez que defendía la morada de intrusos  y era el representante divino de la familia.
Yo soy el dios lar de esta familia de aquí, de donde me habéis visto salir ahora mismo. Ya hace muchos años que estoy instalado en esta casa y encargado de su tutela, en tiempos ya del padre y del abuelo del que vive ahora en ella.” (Plauto, Aulularia, Prólogo).
Pintura con lar, Museo de Minneapolis

Las primeras fuentes se refieren a él en singular y, sólo a partir de finales de la República, en plural. Inicialmente, las imágenes de culto se realizaban con materiales modestos, madera, y posiblemente, terracota, pero son las hechas en bronce y piedra, así como las pinturas, las que han llegado hasta la actualidad.
Lares de mis antepasados, salvadme: vosotros sois los mismos   que me criaron, un chiquillo corriendo delante de vosotros.
 No sintáis vergüenza por estar hechos de madera antigua:   Así erais cuando vivíais  en casa de mi abuelo.  En aquellos tiempos se mantenía mejor la fe, cuando un dios de madera pobremente vestido, se guardaba en un estrecho nicho.” (Tibulo, Lib. I, 10)
Generalmente se representa a los Lares bajo la figura de esbeltos adolescentes con  atributos característicos en sus manos, un rhyton (cuerno para beber), una patera o una sítula, una cornucopia o cuerno de la abundancia. Sus piernas a veces aparecen simular un movimiento de danza. Su indumentaria, como conviene a las divinidades ágiles, suele ser corta.
Dioses Lares, Museo Arqueológico de Nápoles

El romano dirigía al lar su plegaria de la mañana y en las comidas le reservaba una parte de cada plato.  Es al Lar al primero al que el pater familias saluda al entrar en el hogar. Cada acontecimiento feliz,  nacimiento, boda o retorno de un viaje sin sobresaltos, implica la ofrenda de un sacrificio a los dioses lares ante el fuego, verdadero punto neurálgico que no debía extinguirse nunca puesto que simbolizaba el alma de la casa.
Los Penates eran los espíritus protectores de la despensa y procuraban que no faltara el alimento. Se los llama dioses troyanos porque Eneas los trajo de Troya durante el periplo que le llevó a Roma. En la Eneida, Virgilio recoge la tradición según la cual Eneas huyó de Troya en su viaje hacia la Península Itálica llevándose consigo no sólo a su padre y a su hijo, sino también a los dioses de su familia, los Penates, a lo cuales rindió culto al desembarcar en el Lacio (Virg., Aen. VIII, 121).
“¿Hay algo más sagrado y más protegido por toda la religión que la casa de cada ciudadano? En ella se encuentran los altares, el fuego, los dioses penates; en ella tienen lugar los sacrificios, las prácticas religiosas y las ceremonias; es un refugio tan sagrado para todos que está prohibido arrancar a nadie de él”. (Cic. De su casa)
Los Penates llegaron a personificar cualquier divinidad que, a ojos del paterfamilias, pudiera ofrecer protección a la casa y la familia, y por su ambigüedad original pudieron adoptar cualquier forma divina, e incluso humana. Sufrían las vicisitudes de la familia y estaban unidos de forma indisoluble a la casa. También pasaron a tutelar los negocios y las profesiones.
Númenes habitadores de estas mansiones vecinas, templos que ya nunca volverán a ver mis ojos, dioses que abandono y que residís en la noble ciudad de Quirmo, recibid para siempre mi postrer salutación. Aunque embrazo tarde el escudo después de recibir la herida, no obstante libertad ni destierro del odio que me persigue, y decid al varón celestial el error de que fui víctima, no vaya a juzgar mi falta un odioso crimen. Lo que vosotros sabéis, sépalo asimismo el autor de mi castigo; porque aplacando a este dios, ya no puedo llamarme desdichado." Tal plegaria dirigí a los dioses; mi esposa estuvo más insistente y entrecortaba con los sollozos sus palabras. Postrada ante los Lares y los cabellos en desorden, besó con sus trémulos labios los fuegos extintos y elevó a los adversos Penates cien súplicas que no habían de reportar ningún provecho a su desventurado esposo.” (Ovidio, Tristes, I, 3)
Su vínculo con el penus, la despensa, pudo verse reducido, cuando la familia, por efecto de la evolución de la sociedad, dejó de depender únicamente de los alimentos almacenados en ella. Asimismo su lugar de culto se trasladó junto al fuego desde el atrio a la cocina cuando la nueva distribución de las casas se impuso.
Los Penates mantenían el vínculo de las divinidades domésticas con la continuidad de la estirpe, pues son llamados paternos o patrii en diversas fuentes literarias, en referencia a que se transmitían por herencia, como dioses de la familia, de padres a hijos a través de las generaciones.
“Veranio, el preferido para mí entre todos mis trescientos mil amigos, ¿has regresado a casa, a tus penates y a tus queridísimos hermanos y tu anciana madre? Has regresado. ¡Noticia dichosa para mí!” (Catulo, IX)
Los Penates domésticos  no tenían una iconografía concreta, sino que todos los dioses del panteón romano podían aparecer representados en las capillas domésticas como Penates e, incluso, personajes considerados por el paterfamilias como modelos a seguir.

Lares, Genio, Penates y Mercurio, Pompeya

Los Penates eran venerados en el momento del banquete, en el que se unían señores, hijos y siervos y les agradecían la comida y la bebida a punto de ser ingeridas, mediante la ofrenda en el fuego de una pátera llena de sal y harina, o bien arrojando a éste su parte correspondiente de los víveres, acción a través de la cual quedaban todos bendecidos.
El Genius era, en el mundo romano, el principio generador, la esencia y la fuerza vital de todo ser, lugar o cosa. Su origen se encuentra, como el de los Lares, en las etapas formativas de Roma. Estaba íntimamente ligado a la perpetuación de la estirpe y a la continuidad del nombre de la familia, conceptos que se encontraban en la base de la religión romana, como el propio Genius. Todas las personas contaban con esta especie de alter ego, incluidas las mujeres, protegidas por la Iuno. Sin embargo, según una concepción únicamente romana, la familia se perpetuaba solo por línea patrilineal, precisamente porque se consideraba que su esencia se encontraba, desde su origen, en el Genius del paterfamilias. El Genius, por tanto, se perpetuaba en el hijo tras la muerte del padre y así sucesivamente. Según Cicerón: "conservar los ritos de la familia y de los padres es como conservar una religión transmitida por los dioses, porque la antigüedad se aproxima mucho a los dioses." (De Las Leyes, II, 11)
Genio, Museo Arqueológico de Nápoles

Como fuerza procreadora, el Genius se convirtió en la manifestación de las facultades relacionadas con la juventud y la inteligencia. Se identificaba, asimismo, con todo acto bueno y agradable. Estaba vinculado al lectus genialis, el lecho matrimonial, en el que se materializaba la continuidad familiar, y presidía el acto de la generación, manifestándose especialmente el día del nacimiento. Era él quien determinaba el carácter del recién nacido y protegía su existencia.
Muy antiguo es, Póstumo, aquello de violar el lecho ajeno y burlarse del Genio que preside la sagrada cámara nupcial.” (Juvenal, VI)
El  Genius del paterfamilias se  representaba  como un hombre maduro vestido con una toga, normalmente praetexta, que le cubría  la cabeza, en actitud de oficiante. Los atributos que portaba  podían variar, siendo los más comunes una cornucopia, en la mano izquierda, y una patera, en la derecha. En cuanto a la Iuno, en las escasas ocasiones en las que aparece representada, lo hace como una mujer madura, vestida con túnica larga y con una palla sobre ella, con la que se cubre la cabeza en actitud piadosa.
En el culto del Genius del paterfamilias participaban todos los miembros de la familia, lo cual reforzaba la autoridad del pater y dominus, a la vez que servía para rendirle pleitesía y mostrarle fidelidad, especialmente por parte de los miembros no de sangre (esclavos y libertos).
“Ven aquí, festeja al Genio con juegos, al Genio con danzas y rocía sus sienes con mucho vino y que  de su resplandeciente cabello destilen perfumes y lleve ensortijadas guirnaldas en la cabeza y el cuello”. (Tib. I, 7)
El Genius podía ser objeto de veneración cotidiana,  pero, como fuerza vital de cada persona, su fiesta principal era el natalicio del  paterfamilias, momento en el que recibía ofrendas incruentas, como vino, incienso, guirnaldas y  pasteles de miel.
“Digamos palabras favorables: el Cumpleaños llega a los altares. Cualquiera que esté presente, hombre o mujer, calle su lengua. Que se quemen los píos inciensos en los hogares, que se quemen los perfumes que el exquisito árabe envía desde su opulenta tierra. Que el Genio en persona asista para ver sus ofrendas, que delicadas guirnaldas ornen su sagrada cabellera, que sus sienes destilen nardo puro y esté saciado con la ofrenda y ebrio de vino y te conceda, Cornuto, cualquier cosa que le pidas.” (Tib. II, 2)
Pero también en las fiestas de los muertos, en las Larentalia y Parentalia, se veneraba a los Genii de los antepasados con ofrendas propiciatorias (Ov., fast. II, 545-547)
El culto al emperador también estaba presente en el larario:
Pasa el día el labriego en sus colinas ligando vides a desnudos troncos; vuelve alegre al hogar, y allí se invita, igual que a un dios, a su banquete sobrio.
Te invoca en sus preces. De su copa vierte en tu honor el vino generoso; y te asocia a los Lares, como Grecia a Cástor y a su Hércules heroico. (Hor. Odas IV, 5)
La diosa Fortuna formó también parte de las divinidades merecedoras de culto privado. Los romanos consideraban la fortuna como una fuerza nacida con el ser humano que le acompaña hasta la muerte y que de forma caprichosa puede serle  propicia o desfavorable en sus cometidos privados y públicos, por lo que merecía las atenciones proporcionadas a los demás dioses protectores del hogar.
Cuando la fortuna nos ayuda y sonríe con benévola faz, todos siguen al esplendor de las riquezas; pero así que truena la tormenta, todos huyen y desconocen al mortal poco antes asediado por una turba de aduladores. Esta verdad que conocí en los ejemplos de los antepasados, ahora me la confirma la experiencia de mi propia desventura.” (Ovid., Tristes, I, 5)
Antes de que la casa fuera la morada de los Lares o los Penates, ésta fue sagrada por contener a la primera y más sensible forma divina, el fuego del hogar. La sacralización del fuego se remonta a los tiempos prehistóricos, en los que éste era garante de luz, de calor, de alimento o de protección, y al que había que conservar por la propia dificultad de obtenerlo. La reunión alrededor del hogar, en el que se mantenía siempre vivo, hizo que se convirtiera en símbolo de unión de la comunidad y de la familia. Así, como centro de la vida, llegó a la cultura romana, en la que simbolizó, tanto en la esfera privada como pública, la perpetuación de la estirpe, pues, al igual que el fuego debía mantenerse encendido  de forma continua, lo mismo debía hacerse con la llama de la familia.
Ofrenda a los lares, John William Waterhouse

La divinidad identificada de forma más directa con el fuego  ha sido tradicionalmente Vesta, encargada de cuidar el hogar en el que ardía. El fuego de Vesta fue, con toda probabilidad, cuidado y atendido por las hijas o la mujer del paterfamilias. En él, la diosa recibía un plato con alimentos  y otras ofrendas similares a las de los demás dioses domésticos.
Los Manes eran los espíritus de los muertos, objeto de veneración y de terror porque salían para atormentar a los vivos. Los romanos pensaban que los espíritus podrían castigarles si no les rendían culto, por lo tanto se ocupaban de mantener las tumbas y ofrecer flores y alimentos como leche, miel, vino puro o huevos.  Por ello se hacían ritos nocturnos de purificación para alejarlos. En las lápidas sepulcrales se encuentran las inscripciones DIS MANIBUS (D.M.), como fórmula de consagración del difunto a los Manes divinos.
El culto a los antepasados tenía su escenario principal en la tumba. Sin embargo, los ancestros gozaban también de un espacio en la casa como protectores de la familia y se les rendía culto.
Casa de Julio Polibio, Pompeya

Las representaciones pictóricas del lararium presentan a los lares, solos o acompañados, y frecuentemente en actitud danzante y situados de forma simétrica en torno a una escena. Entre ellos aparecen altares, en ocasiones con serpientes que se enroscan en su fuste, o más frecuentemente el Genius haciendo el sacrificio. A la  escena  se puede sumar un flautista, un esclavo que lleva a la víctima propiciatoria e incluso la figura de la Juno. Sus diferentes tamaños representan su posición jerárquica. También se dibujan alimentos  y objetos de uso cotidiano. La parte inferior de estas escenas, perfectamente separada, suele estar reservada a la representación de una o dos serpientes, que se acercan o se enroscan alrededor de un altar con ofrendas en su parte superior.
Pero muchas otras divinidades, con la función de Penates, aparecen también representadas en las pinturas de lararios, junto a los Lares y al Genius o en composiciones independientes: Apolo, Mercurio, Baco, Venus, Hércules, Vesta, Fortuna, o divinidades orientales como Isis.
En cuanto a su cronología, si bien algunas de ellas son de comienzos del gobierno de Augusto, la mayoría fueron realizadas a lo largo del siglo I d.C., coincidiendo con la difusión del IV Estilo.
Los lararia en forma de nicho suelen estar realizados con estuco, con una losa de piedra o, más frecuentemente, con una tegula (teja), que sobresale de la pared creando una repisa en la que colocar las estatuas u objetos de culto. Existen casos en los que un larario pictórico engloba un nicho, el cual forma parte de la propia escena representada.
La aparición de un altar marca un lugar destinado al culto y a la veneración de los dioses. Suele  estar realizado en mampostería y, menos frecuentemente, en piedra.
Larario, Casa de Narciso, Pompeya

Las formas son también diversas, bien cuadrangulares o rectangulares, bien cilíndricos, pudiendo aparecer exentos o adosados a la pared. En la parte superior presentan pulvini laterales y un focus para el fuego o una depresión en la superficie que actúa como tal. La mayoría de los altares aparecen revestidos de estuco o pintados, con una decoración variada: imitaciones de mármol, objetos religiosos, como guirnaldas o candelabros; motivos vegetales, como flores; escenas de serpientes acercándose a un altar; etc.
Larario, Casa de los Amorcillos dorados, Pompeya

La palabra “aedicula”  en el ámbito doméstico se refiere al tipo de larario que sigue la forma de un templo (aedes) en miniatura, con dos partes diferenciadas: un templete con columnas y frontón y su basamento. Aparecen adosados a la pared en uno o dos de sus lados.  Su decoración es variada, pintura con colores lisos, lastras de mármol auténticas  o de imitación y motivos figurados más o menos complejos.
Otro tipo es el edículo que presenta un bloque macizo de mampostería con un interior hueco en forma de nicho. 
Los que combinan la madera con la mampostería solían utilizarse también como armarios para guardar enseres domésticos.
Y en el ángulo un gran armario en cuya hornacina había unos lares de plata, una Venus de mármol y una naveta de oro, no pequeña, en la que, según nos dijeron, se guardaba la barba del patrón.” (Petronio, Satir., 29)
El sacrarium privado de una domus  se trata de una habitación reservada por entero al culto, de dimensiones variables pero, por lo general, no muy grande. En su interior puede haber nichos, altares, basamentos para estatuas, pinturas e incluso edículos, así como mesas o bancos corridos para el asiento de los participantes en el ritual, formando todo ello el conjunto del larario. Algunos aparecen ricamente decorados con pinturas, estucos y mosaicos.
Sacellum abierto al atrio, Villa San Marco, Stabia, Italia

Los sacella privados se consideran equiparables a los sacraria y a los lararia. Podían ubicarse en espacios abiertos o en el interior de las casas.
Estos espacios de culto doméstico podían encontrarse en casi cualquier ambiente, desde los atrios hasta las cocinas, pasando por peristilos, cubicula o zonas de paso. De todos ellos, son los peristilos y viridaria (jardines interiores), las cocinas y los atrios las zonas en las que más lararios se han encontrado. Las casas podían, además, tener más de un larario, con independencia de la riqueza de la domus.
Casa del Larario del Sarno, Pompeya

Los lararios más monumentales coinciden, por tanto, con las zonas públicas de la casa, pues esta exposición a  la vista de todo el mundo implicaba que el dominus deseaba que se supiese que observaba los ritos de forma estricta y que respetaba la tradición familiar. La ostentación decorativa de  algunos lararia podría responder más a la importancia que se daba a la representación social que a un sentimiento religioso verdadero.
El larario privado incluyó a todo tipo de dioses e incluso personajes a los que el señor de la domus debía admiración o favores.
“Fue tanto el honor que tributó a sus maestros, que mantenía imágenes suyas de oro en su larario.” (Hist.  Aug, Antonino, III,5)
El culto a los dioses domésticos continuó durante todo el Imperio a pesar de la introducción de nuevas religiones y ritos procedentes de otros países que no tenían nada que ver con la religión tradicional romana.
Descanso ante el lararium, J.W. Waterhouse

Cuando el cristianismo estaba ya ampliamente extendido por el Imperio, los lararios mantuvieron y aumentaron su importancia en la casa romana incrementando la riqueza se su decoración. Por lo que la veneración de los dioses del hogar continuó hasta el siglo V d.C., cuando el Codex Theodosianus lo prohibió expresamente. De este testimonio se puede deducir que compartiendo espacio con personajes diversos, los Lares, los Penates y el Genio seguían recibiendo las mismas ofrendas que los romanos, desde sus orígenes como pueblo, les habían dedicado:
 “Ninguna persona, de ninguna clase u orden, ya sean ciudadanos o dignidades, ocupe una posición de poder o haya revestido tal honor, sea poderoso por nacimiento o humilde en linaje, posición legal y fortuna, sacrificará una víctima inocente a imágenes sin sentido en ningún lugar y en ninguna ciudad. No venerará, mediante sacrificios más ocultos, su lar con el fuego, su genius con vino, sus penates con fragancias; no encenderá fuegos en su honor, no colocará incienso delante de ellos ni colgará guirnaldas para ellos”. (Cod. Theod., XVI; 10,12).

Letrinas
Sólo las domus de los ricos disponían de agua corriente y de algo parecido a un baño (lavatrina) que también incluía retrete; el resto de los mortales usaba las fuentes y letrinas públicas conectadas con la red subterránea de alcantarillas. El antiguo inodoro que usaban los romanos era similar a una plancha o placa agujereada apoyada sobre dos soportes de mampostería; en otras ocasiones era un simple agujero en el suelo. Las clases más pudientes contaban con verdaderas letrinas, que no eran otra cosa que fosas cubiertas con una placa horadada por agujeros circulares para uso de todos los habitantes de la casa, incluidos los esclavos. Mientras, las clases más humildes que vivían aglomeradas en las insulae disponían de tinajas a modo de orinales, alojadas en el hueco de la escalera de la planta baja, o una fosa, que se empleaba para hacer las necesidades de los vecinos.



En la imagen superior una letrina, de las mejores conservadas, de Ostia.

Los escusados de tipo público eran conocidos como los foricae y se construían sobre una sala cuadrada o rectangular espaciosa, provista de un banco corrido adosado a la pared en todo el contorno. Este banco, de losas de piedra fina, tenía orificios ovoides con una abertura más estrecha en forma de gota delante; situados a distancias fijas donde se acomodaba el público que disponía de espacio suficiente para dejar objetos a su alrededor. En el suelo solían correr unos pequeños canales con la inclinación suficiente para que el agua estuviera permanentemente en movimiento. Junto a estos canales había unos cubos con unas escobillas con el mango de madera y con una bola de esponja que se usaban a modo de nuestro papel higiénico actual, limpiándolas en el canalillo de agua.

Solía abonarse una pequeña cantidad de dinero por su uso con el fin de mantenimiento y limpieza de las instalaciones, así como también para pagar el sueldo de los foricarium o limpiadores. De tal guisa se convertía en un espacio de encuentro social, donde los romanos se citaban y departían un rato.


El ajuar de la domus

En general, la casa romana apenas estaba amueblada. Más allá de los armarios donde guardaban documentos familiares e imágenes de los antepasados o los asientos para las reuniones familiares, en los cubicula no cabía más que la cama y un escaño y, en el comedor, más allá de la mesa y tres lechos a su alrededor, poco más habría. Quizá sea la biblioteca la habitación más completa y el oecus, con sus scrinia para recoger los volúmenes, sus asientos y alguna mesa.
El mobiliario pretendía mostrar la dignidad del dominus más que ser confortables. En la decoración se empleaban maderas, tapices, vasos y vasijas carísimas fabricadas con materiales que han soportado el paso de los años, las inclemencias climatológicas y los desastres humanos. Entre los útiles de la casa cabe distinguir:
Instrumenta: todo lo necesario para la conservación de la casa como los uela cilicia, toldos que aplicaban a los techos para protegerlos de la intemperie; reservas de vigas, estucos, tejas para reparaciones, menaje de escaleras, cubos, mangas de riego...  

Supellex: todo el mobiliario que servía para adornarla (cuadros, estatuas, doseles, cortinas, alfombras, adornos de columnas, láminas de talco y yeso para proteger las ventanas del viento y filtrar la luz o lapis specularis, toldos o uelaria,...) y los muebles propiamente dichos.  

Lecti
Soportaban más uso del que lo hacen hoy en día porque además de para dormir (lectus cubicularis) servían para trabajar (lectus lucubratorius) y para comer (lectus triclinaris).  
El cubicularis se componía de un bastidor de madera rectangular sostenido por cuatro o seis patas. Los más lujosos constaban de un respaldo en la cabecera (fulcrum). Al lecho se subía con ayuda de la sponda, un escabel bajo. A veces, el bastidor podía ser de bronce, concha, hueso, marfil, plata e incluso oro o guarnecido con estos materiales. Sobre él, un jergón de paja u hojas (institae, fasciae) y un colchón (torus, culcita) de lana (de Mileto, preferiblemente) o plumas (las más caras, de ganso) servían de acomodo. Las almohadas (puluini, cervicalia) y las mantas o cobertores (stramenta, stragula, peristromata) se colocaban debajo y sobre el cuerpo. Los mejores eran de Sardes, Tiro, Sidón, Cartago, Mileto, Corinto y Alejandría, que presentaban bordados muy vivos y en invierno eran sustituidos por pesadas pieles. La cubierta arrastraba hasta el suelo por todos los costados y era la prenda más lujosa.
El lucubratorius era como un diván, revestido de almohadones y cojines cómodos, donde el dominus escuchaba al lector mientras saboreaba una chuchería, dictaba al amanuense, escribía apoyado en sus rodillas o en un atril (pluteus), leía, meditaba.
Los triclinares eran más bajos que las camas y muy lujosos en su confección y revestimiento. La literatura nos ofrece un claro ejemplo en el banquete de Trimalción. Algunos se hacían de mampostería para ahorrar espacio.
En cualquier caso, el romano común dormía en míseros petates y comía sentados en un taburete o en el propio suelo.

Mensae
Unas servían de adorno en el atrio o en otras habitaciones; otras exponían la vajilla y joyas antes de comenzar el banquete (abacus) - costumbre muy popular sobre todo a principios del II a.C., cuando con la conquista del mediterráneo los romanos fueron llenando sus casas de vasos y vasijas) -, otras soportaban los platos de los comensales en el banquete sobre los triclinios (tabula vinaria, cartibulum, cilybathum, urnarium), otras, muy pequeñas se colocaban junto a los lechos de trabajo para facilitar bebida y comida (mensa lunata y abacus, nombre que también recibía la mesa de trabajo de matemáticos y geómetras, derivada de a b c, mesa de estudio, sobre la que espolvoreaban arena para dibujar las figuras). Otras servían para el juego (mensae lusoriae), alueus o abacus (Suetonio describe a Nerón de niño en una jugando a carreras de circo). También las hay para oficios como el de cambistas, usureros y banqueros y se denominan argentarii, trapezitae,...), para comerciantes, con sus pesos y medidas (ponderari), y mostradores. En los templos, junto al ara, también en una se exponen los instrumentos del sacrificio, las ofrendas. 

Antiguamente eran sencillas y las más valoradas, por su calidad, eran las de nogal. Paulatinamente, fueron empleándose maderas exóticas y decorándose con metales preciosos y patas de marfil, bronce, plata, oro, con incrustaciones de pedrería, labradas con forma de animales, leones, panteras, grifos, esfinges,... El limonero, la cidra o tuya eran maderas valiosas porque el diámetro de sus troncos eran pequeño de modo que cuando se lograban planchas lo bastante anchas como para fabricar una tabla de una sola pieza se llegaban a pagar cantidades insultantes. Como dueño de una gran riqueza, se dice que Séneca poseía 500 mesas de cidro. Estas maderas en cualquier caso servían para el tablero (orbis), las patas y el soporte central (trapezophorus) solía ser de marfil, hueso, o metal fino. El nogal y el olivo eran valoradas por el dibujo de sus fibras. Capricho de hombres, Marcial las hace hablar en 14. 88-101.
Hemos hablado del cartibulum, mesa de mármol, que en el atrio, entre el estanque y el tablinio sustituía el primitivo ara familiar. Se han encontrado preciosos ejemplares en Pompeya, de mármol blanco con las patas decoradas. Éstas eran un recuerdo del ara, no tenía más fin que el decorativo y jamás se empleaban para comer.  

Había mesas de un solo pie (monopodia) que se introdujeron en Roma tras la conquista de Asia Menor y eran muy valoradas. Construidas de cedro o acebo de Mauritania, su pie era esculpido artísticamente, eran objeto de lujo y alguna se ha encontrado en Pompeya. La tripes, sin embargo, era modesta, también llamada Delphica porque recordaba el trípode de Delfos, solía ser de metal bien trabajado y muy valiosa, era fácil de llevar, ocupaba poco y algunas eran plegables. Las de cuatro patas son abundantes. El tablero suele ser redondo o rectangular, este último era más frecuente en las casas pobres, construidas con maderas ordinarias.  

Sedes y sedilia
Entre los sedes, o sedilia, de mampostería, adosados a la pared en las fauces o en el jardín, podemos distinguir:
El tabuerete (scamnum, subsellium), banquillo de madera sostenido por dos o más patas destinadas a siervos y niños o a los parásitos en los banquetes (sub, indica subordinación y sella, mando).
El banco (subsellium) sólo se distinguía del taburete por acomodar a más de una persona. Lo usaban los senadores en la curia, los jurados en los tribunales y los niños en la escuela, así como en casas privadas. Una forma especial de sella era la famosa silla curul (sella curulis), con patas curvas de marfil. 

El bisellium es semejante pero para dos personas y de él tenemos una representación pompeyana con un joven y una muchacha tocando la lira. En los municipios, como en Roma a los magistrados con sella o subsellium, se concedían en recompensa a funciones bien realizadas. Como escabel, el suppedaneum o scamnum, puesto delante del solium, la cathedra y junto a la cama, era rectangular, con cuatro patas y algunos, como los que se ponían ante el solium, artísticamente decorados.  

La silla (sella) se apoya en cuatro patas rectas, sin respaldo y con brazos opcionales. Es ligera y fácil de transportar, se fabricaban de madera y bronce y eran muy usadas según podemos ver en las pinturas de Pompeya y Herculano. La sella curulis, plegable, con asiento de cuero y patas curvadas en forma de s fue introducida según Silio Itálico de la Etruria en tiempos de Tarquinio el Soberbio. De marfil la usaban en público los magistrados mayores pero las de las casas (sella familiarica) eran sencillas. La sella gestatoria o lectica era una silla de mano, cubierta o no, que se empleaba para ser conducido por las calles, fue usada principalmente por mujeres.
La utilizaban los altos cargos públicos, políticos y militares. La silla curul se plegaba para facilitar su transporte y tenía tiras de cuero en la parte superior para soportar el cojín que formaba el asiento.

Mujer sentada en silla curul, Pompeya, Museo de Nápoles

La cathedra
La cathedra era una silla con un respaldo curvo fijado a veces con una suave inclinación, lo más parecido a un asiento cómodo que conocían los romanos. Por la utilización de cojines se consideraba demasiado lujosa para los hombres, por lo que al principio sólo la utilizaban las mujeres, pero su uso acabó por generalizarse para todos, como puede deducirse de la carta de Plinio El Joven (II, 17,21), donde describe un gabinete con un lecho y dos sillas, en este caso del tipo cathedra. Para este tipo de asiento describe Plinio en su Historia Natural el uso del mimbre del sauce.
Las patas podían ser torneadas y con adornos en metal y marfil. Las tallas en forma de garra o cabeza eran comunes en la cultura mediterránea. En la parte que estaba en contacto con el suelo se solía poner un pequeño cilindro o rodillo para proteger la talla o el adorno.
Teniendo ya encerrada tu sexágesima cosecha y resplandeciendo tu cara, blanca por tu poblada barba, andas sin rumbo fijo por toda la ciudad y no hay un asiento matronal (cathedra) a donde, sin poder estarte quieto, no lleves de mañana `tus buenos días’. (Marcial, Epi. IV, 79)
Ni el solium ni la cathedra estaban tapizados, pero se utilizaban cojines o cobertores con los dos igual que con los lecti y proporcionaba oportunidad para una lujosa decoración.
Solían usarse cojines para estar más cómodos usaban sobre todo mujeres y hombres afeminados (Juvenal 6,90) aunque también se denomina así al asiento del maestro en la escuela, con apoyo y respaldo recto. 

Mujer sentada en una cátedra, Museo Capitolino, Roma 

El solium o trono era una cathedra lujosa, más alto que aquella, por eso solía acompañarse de un escabel para apoyar los pies. Era el asiento propio de los dioses, reyes, príncipes y, en casa, del paterfamilias. Es el asiento de honor y su posesión pasaba de padres a hijos. Se compone de un asiento cuadrangular, alto, y recto respaldo, con apoyo para los brazos, con patas torneadas, simples y sobrias, con un almohadón o cojín. Solían hacerse de madera con algunas incrustaciones en bronce, marfil o hueso en el apoyabrazos y con patas talladas. Se cree que es un derivado del que usaban los etruscos, delicadamente cincelados con elementos vegetales, estilizados e incrustados de finos cristales y piedras preciosas. No suelen ser zooformes. El solio estaba en el atrio de la casa y cuando no lo usaba el padre se cubría con un tapiz de lana de vivo colores. Se usaba en recepciones y en las salutationes matutinae, cuando había consejo de familia, more antiquo, en el atrio. En los teatros los había en forma de trono para la autoridad y en tiempos cristianos para el obispo o preste. 
Los almohadones de lechos, divanes, sillas, tronos, se denominan ceruicalia, puluinar, puluinis o puluillus, son fundas de tela (culcita o torus) rellenos de material resistente y elástico (paja, alga, heno, hojas secas, borra o tormentum, plumas, de cisne las más cotizadas, lana, etc). Podía ser de lino finísimo, en púrpura recamada de oro, con bordados de flores, animales, escenas mitológicas, de cuero, rellenos de aire que inflaban según la conveniencia. Se traían y llevaban según se necesitasen: al salir de paseo, ir al circo, al teatro, a la escuela, o para honrar a un huésped. Los había de todos los tamaños y formas. Apuleyo en Met., 10, 20, los elogia. 
Solium, San Juan de Letrán, Roma

Armarios y arcas
Los griegos y etruscos no usaron armarios si bien para los romanos sí que fueron unos muebles muy populares y usados según se atestigua en el último siglo de la República.  

Su nombre indica que eran el lugar donde se guardaban las armas. Eran parecidos a los nuestros sólo que en lugar de cajones tenían tablas corridas a lo ancho que distribuían su interior según lo que guardase: en las tiendas, según las mercancías; en los talleres, según los productos; en las bibliotecas, según los libros que contuviesen... No conservamos ejemplos en madera más allá de las representaciones que nos ofrece la pintura Pompeyana, aunque sabemos que también los hubo practicados en la pared, como nuestras alacenas, grandes como los que contenían numerosos anaqueles en las alae y en el tablinum los documentos familiares y las imagines maiorum, o más pequeños como aquellos otros donde se guardarían las ropas, vajillas, alhajas, etc. Todos podían cerrarse con llave.
Los cofres o arcas eran de variadas formas según su fin: grandes de madera para la ropa (arca vestuaria), las de guardar el dinero o los objetos de valor, protegidas con bronce u otros metales ricamente claveteadas (arcae ferratae o aerata), de las que sí se conservan diversos ejemplares en Pompeya; la pequeña arca (loculus, cista o scrinium) para las joyas y productos femeninos o para guardar las provisiones y objetos de uso cotidiano (arculae, cistae, capsae). Juvenal dice que las arcas eran cosa de ricos, que los pobres, por su pobreza, se bastaban con un sacculum para guardar sus pertenencias. Las arcas se colocaban en el atrio, adosadas a alguna pilastra, puestas sobre base de mampostería y fijadas al suelo por un fuerte clavo que atravesaba el fondo. Eran auténticas cajas fuertes y de un tamaño tal que se entiende la anécdota de Apiano (B.C. 4,44), la de un ciudadano proscrito que se mantuvo varios días escondido en una en casa de un liberto suyo metido en uno de estos muebles.  

Menaje
Era una auténtica pasión la que sentían los romanos por la vajilla fina.
Vasa escaria es el nombre que se da al conjunto de recipientes y utensilios utilizados por los romanos en su mesa a la hora de comer. Formaba parte del ajuar familiar y representaba una de las posesiones más preciadas de la familia. En un principio, la vajilla romana de mesa se distinguía por la sencillez del pueblo campesino, utilizándose sobre todo la madera y cerámica, pero la influencia del mundo helenístico y oriental enriqueció la cocina romana y la transformó hasta conseguir un refinamiento que llegó al servicio de mesa e hizo incrementar el número de piezas de la vajilla, asi como su forma y materiales.
Coincidiendo con la conquista y romanización del Mediterráneo, aparece la cerámica campaniense o de barniz negro que se utiliza hasta la época de Augusto. Ya en esta época surge entre las cerámicas de lujo las primeras cerámicas sigillatas, la aretina:
"La vajilla aretina no la desprecies demasiado, te lo aconsejo. Un exquisito era Pórsena con sus cacharros etruscos." (Marcial, 14,98)

La cerámica de terra sigillata se denominaba así debido a los sellos que se imprimían en ella con el nombre del fabricante y caracterizada por su brillante color rojo coral y con refinados diseños y decoración lisa o en relieve.
La producción de costosas vajillas de cerámica se extendió y su precio podía ser tan alto como las de metales preciosos: "Vitelio, cuando era emperador, mandó hacer una fuente que costó un millón de sestercios, y para cuya fabricación hubo de erigirse un horno en el campo. Se llegó a tal exceso de lujo como para vender la cerámica a un precio superior que el de los vasos de murrina." (Plinio, XXXV,46)
La innovación de la técnica del soplado en la fabricación del vidrio permitió crear delicadas formas inspiradas generalmente en prototipos metálicos, acercando estas costosas piezas a las clases populares. La ligereza, transparencia y elegancia de los vasos de vidrio, contribuyeron al incremento de su uso.
Las clases altas hacían gala de su riqueza utilizando durante los banquetes vajillas de lujo sobre todo, de plata, para resaltar su posición social y provocar la admiración de sus invitados. Los nuevos ricos como el Trimalción de Petronio, en su extravagante banquete, se dedican a elogiar sus vajillas y el alto valor de la plata de la que están hechas.
"En el reino de Claudio, uno de sus siervos, Drusilo Rotundo, que era tesorero en la provincia de Hispania, tenía una fuente de 500 libras de peso, que necesitó una fábrica para hacerlo, y había otros ocho que pertenecían al mismo set, que llegaban a pesar 250 libras de peso." (Plinio, XXXIII,53)

Vasa caelata son los recipientes de oro y plata con figuras grabadas o sobresaliendo hacia fuera. Este tipo de platos debían ser muy apreciados y deseados por su exquisita decoración, como demuestra el siguiente extracto del caso de Cicerón contra Verres, durante su gobierno en Sicilia: 
"Hay un hombre llamado Cneo Pompeyo Philo, nativo de Tindaris; ofreció a Verres una cena en su villa en el campo cerca de esta ciudad; hizo lo que ningún otro siciliano se atrevía a hacer, pero al ser ciudadano de Roma, pensó que podía hacerlo con impunidad, le presentó un plato en el que había unas figuras extraordinariamente bellas. Verres, en cuanto lo vio decidió robar a la mesa de su anfitrión el recuerdo de sus Penates y los dioses de la hospitalidad. Pero, de acuerdo a su gran moderación ya mencionada, él le devolvió la plata tras arrancar las figuras, ¡así se ve su  falta de avaricia! (Cic. Verres, 4, 22)
Chrysendeta son costosos platos de plata con adornos de oro que podían arrancarse y ponerse como decoración en otros: "Enormes salmonetes cubren tus fuentes doradas (chrysendeta); tú, camarón, apareces rojo en mi bandeja de tu mismo color." (Marcial, II,43)
En el periodo bajo imperial (siglos III-IV d. C.), las grandes dimensiones de los platos y escudillas responden a una transformación de los hábitos en la mesa, pues los comensales, en vez de utilizar un plato individual, comen de un recipiente común más amplio. La comida no se servía en platos individuales, sino que los esclavos lo traían en bandejas que se ponían en la mesa. Cada servicio (ferculum) se llevaba sobre una bandeja (repositorium) que se depositaba en la mesa grande. El repositorium era una caja de madera, redonda o cuadrada, y a veces hecha de varias maderas y con lujosos adornos. Se dividía en pisos, unos encima de otros, y cada uno con una bandeja separada (ferculum) para los platos:
"No bien hubo dicho estas palabras aparecieron cuatro bailarines, quienes al son de la música retiraron la tapa superior del repositorio. Esto nos permitió ver debajo, es decir, en otro plato, pollos sabrosos y ubres de cerda, y en el centro una liebre, adornada con alas para que se pareciese a Pegaso." (Pet. Satyr. 36)

Hasta que no se terminaba la comida en el repositorio no se traía más de la cocina.
La tradición hacía que toda familia poseyera alguna pieza de plata, como un salero (salinum) y una patera o patella, derivada del griego phiala, que se usaba para el vino y ofrendas de alimentos. De la hermosa decoración y del lujoso material que se empleaba en estos recipientes queda un magnífico ejemplo en este epigrama de Marcial:
"El trabajo de quién es la escudilla (phiala)? "El del maestro Mis o el de Mirón? ¿Es ésta la mano de Méntor o la tuya, Policleto' No pierde su color oscurecida por humareda ninguna y no teme su cuerpo central a las llamas que lo recorren. Menos reluce el auténtico ámbar que su amarillo metal y su feliz aleación de plata supera al níveo marfil. El trabajo no desdice del material: así cierra su disco la luna llena cuando brilla con toda su luz." (Marcial, VIII, 50)

La fuente para servir (lanx) podía ser de diferentes formas y debía tener un tamaño lo suficientemente grande para traer pescados y mariscos bien presentados a la mesa:
"Mira con qué largo talle divide su bandeja (lancem) la langosta que se le sirve al señor, y de qué espárragos está guarnecida todo en derredor despreciando con su cola el banquete...(Marcial)

Los potajes y sopas se servían en cuencos hondos, como el catinus o catillus. La patina es el plato en el que se cocinaba y luego se servía la comida en la mesa. No era tan plano como la patera, ni tan honda como una olla. Quizás el ejemplo literario más conocido de una patina sea el famoso "Escudo de Minerva" de Vitelio, citado por Suetonio: "El más famoso banquete fue la cena que le dio su hermano el día de su entrada en Roma; se dice, en efecto, que sirvieron en ella dos mil peces de los más exquisitos y siete mil aves. Su hermano colmó aquel día su esplendidez con la inauguración de un plato (patina) de enormes dimensiones, al que llamaba fastuosamente "Escudo de Minerva Protectora" (Suetonio, Vitelio, XII)

Las clases más altas del Imperio Romano dispusieron ya de complejas vajillas con diferentes tipos de cucharas destinadas a alimentos muy específicos: la cuchara pequeña y puntiaguda o cochlear, que se empleaba para vaciar y recoger huevos, mariscos y caracoles; la ligula, algo mayor, usada para tomar sopas y purés; y la trulla, especie de cazo, con capacidad de un decilitro, que tenía como función trasvasar líquidos. En el Imperio Bizantino, cuya existencia se prolongó hasta el final de la Edad Media, el diseño de la cuchara apenas evolucionó y se emplearon los mismos modelos que en la Roma clásica. Las cucharas más valiosas, como las de plata, llevaban inscripciones o adornos labrados. Las mesas de las clases bajas  aún debían conformarse con una escudilla de madera o barro, que se llevaban a los labios para beber, o de la que tomaban el alimento con las manos.
Aunque en las mesas romanas era habitual traer los alimentos ya desmenuzados de la cocina y comerlos con las manos, el cuchillo era una posesión muy valiosa y también se utilizaban distintos materiales para los mangos:

"Es más, hasta los mangos de mis cuchillos son de hueso." (Juv. 11,133)  

Las múrrinas, de oriente, hechas de material misterioso aún no identificado (ágata, ónice o sardónica), con forma de vaso o copa eran tan apreciadas como el oro. El nombre quizá provendría de murrha o murrhitis, porque olería o tendría el color de la mirra.
Había una pasta artificial de vidrio que lo imitaba, pocula murrhina, de menor valor. Esta imitación tiene sentido si consideramos que el precio rondaría los 300.000 sestercios. Su calidad era excelente y las formas que se lograban con este material, maravillosas. Sabemos que Nerón se mandó hacer una fuente de mesa que ascendió al millón de sestercios y logró una colección de vasos murrhinos tan abundante que le sirvieron para adornar un pequeño teatro donde cantaba para sus allegados. Preciosas eran también las vajillas de ónice, sardónica y cristal.
Algunas se conservan porque con el paso de las generaciones no se han perdido debido a su valor y así podemos contemplar las que se exhiben en el Louvre, el museo de Nápoles o las que se han conservado por haber pasado del culto pagano al cristiano, como el Tesoro de San Marcos de Venecia, auténticas joyas de arte. El cristal de Roca también era preciado aunque la más común y antigua fue la vajilla de plata.
Los antiguos romanos se contentaban con tener un salero de plata sagrado en la mesa, pero conquistada España y descubierta sus minas de plata, su presencia en la casa fue notable. Desde Tiberio hasta Aureliano, se prohibió el uso de vajillas de metales preciosos fuera del ámbito religioso, pero sin éxito. La razón era que la continua depreciación del dinero llevaba a considerar que la inversión en estos objetos, fáciles de transportar y difíciles de consumir o estropear, era un valor seguro. Suetonio cuenta que Galba no salía de casa sin que le acompañara un carro donde transportaba sus vajillas, por lo que pudiera pasar. En Pompeya salvo en villa Boscoreale, se encontraron pocas vajillas preciosas, a pesar de ser tan comunes como estamos comentando, ya que quienes tuvieron tiempo las pusieron a buen recaudo.



Aulaei, uelae
En la casa antigua, los tapices y cortinas son una reminiscencia de las telas que en la primitiva cabaña revestían los interiores, las puertas y las ventanas. Este uso provenía de Oriente y evitaba que se viesen las paredes de ladrillo y protegían del calor, de ahí la rica industria persa de tapices y alfombras. Los griegos, conocieron pronto estas comodidades y las emplearon en los pórticos para dar sombra y en los templos para tapar las imágenes de los dioses en determinadas festividades.
Entre los romanos, el uso de uela es el de ver sin ser visto. Son numerosas las citas donde se acredita esta afirmación: Tácito (Ann., 13, 5) cuenta que Agripina seguía las sesiones senatoriales oculta tras un tapiz; Suetonio (Vitae, 10,1) cuenta que Claudio fue proclamado emperador al encontrarlo los soldados tras unas cortinas cuando murió Calígula. No obstante, en las casas particulares, se emplean para evitar luz y curiosos.
Eran complicadas en las casas ricas y sencillas en las normales (cena sine aulaeis era señal de condición humilde). En algunas casas de Pompeya y Herculano se han encontrado anillas o escarpias para sostener cortinajes tendidos sobre el atrio, ante el tablinum, para aislarlo del atrio. También se usaban en las lecticae (plagae o plagulae), en las sellae gestatoriae y en los carruajes de viajeros.

Iluminación y Calefacción
La calefacción de las casas se lograba con hornos fijos de leña construidos en un lugar bajo la casa cuyo humo y calor pasaba bajo el piso por aberturas creadas bajo el suelo o a lo largo de las paredes entre dos tabiques o tuberías.  

Hipocausto o hypocaustum

El hipocausto era un sistema inventado para calentar el suelo en las casas más ricas. En el exterior del edificio se construía un horno y el aire caliente producido se llevaba por canalizaciones situadas bajo el suelo que estaban en el centro de la casa. Las baldosas se sustentaban sobre pilas de ladrillos. Se calcula que la temperatura obtenida en las viviendas no pasaba de los 30 grados. El sistema se utilizaba también en las termas pero con una modificación importante para conseguir más calor. En la imagen superior, hipocausto de la villa de Vieux-la-Romaine (Normandía); abajo, en la villa romana de La Olmeda (Palencia); más abajo, la villa romana de Mendigorría (Navarra). 

También contaban con hornos portátiles (foculi), más comunes, grandes recipientes con forma de cubo donde se quemaba leña. Para éstos últimos, la primera quema se hacía en el atrio o en el peristilo y luego se introducía en las habitaciones donde con fuelles podía animarse el fuego. El problema es que enrarecía el ambiente y causaba dolores de cabeza.
El alumbrado se lograba a través de antorchas (taedae, faces), candelas (candelae) y las lámparas de aceite (lucernae):
Las antorchas, sacadas de madera resinosa, fueron al comienzo un sistema de iluminación usual en las casas. Con el tiempo, su uso se reservó para bodas y funerales aunque los rústicos mantuvieron su uso.
Las candelas, también de uso antiquísimo, se lograban envolviendo en capas de cera o sebo un pabilo vegetal (papiro, estopa, esparto, junco, cáñamo, cuerda con pez, cera o sebo) retorcido en ellas para formar gruesas hachas que resistían y se llamaban funalia o funales cerei o simplemente cerei. Eran llevadas por un esclavo que acompañaba al señor cuando salía de noche y en los triunfos.
Cuando se generalizó el uso del aceite, la lucerna o lychnus fue el sistema de iluminación más común en las casas romanas. Son recipientes oblongos y aplastados, provistos de un asa por la parte posterior y de un pico o más (rostrum, myxus) en la anterior por donde sale el pabilo (ellychnium). En el centro tiene un agujero por donde se mete el aceite y la mecha de estopa, cáñamo o papiro. Fuera del uso doméstico, también se empleaban en las fiestas públicas, en las solemnidades religiosas, colgadas en las ventanas alumbrando la calle, en los espectáculos nocturnos -como los juegos en el circo que Domiciano presenció a la luz de enormes lámparas de aceite-. Con frecuencia, se regalaban por el cumpleaños a un niño, antiguamente no se apagaban hasta que se agotaban y existía la costumbre de llevarlas a los muertos. Estas costumbres se deben a la creencia en el carácter sagrado del fuego. Las más ordinarias eran de arcilla, aunque las había también de bronce y de materiales preciosos, con incrustaciones en oro, piedra, alabastro, vidrio y ámbar, destinadas para los templos y sepulcros de hombres ricos. Las formas que presentan son muy variadas: las que iluminaban la mesa de trabajo del tablinum tenían la apariencia de un trípode; otras, para poder ser colgadas, tenían una cadenita por la que podían pender del techo; otras lucernas podían tener un soporte o agruparse en candelabros (se han encontrado preciosos lampadarios en Pompeya) con forma de árboles de los que cuelgan frutas, en forma de ganso, rana, columnillas y estatuillas. 

Las linternas (laternae), portátiles, fueron de uso es temprano. En casa o en la calle tenían la ventaja de que no se apagaban ni había riesgo de quemarse pues encerraban la luz del viento entre sus transparentes paredes de vitela fina, cuerno (laterna cornea), vejiga (laterna de uesica) y más tarde de cristal. Sus formas eran semejantes a las nuestras y las más preciadas venían de Cartago: Plauto se ríe de la delgadez de un cordero comparándola con la de una linterna púnica (Aul. 567).

Los candelabros eran originariamente soportes para colocar las candelas o lámparas de aceite. Constaban de una caña con una arandela en la parte superior donde se colocaba una tea o una piña de pino ardiendo, un soporte base que podía simular una columna o figura humana y el pie triple con la apariencia de las patas de un animal que lo fija al lugar deseado. Así eran los más primitivos y con esta forma perduró entre los rústicos. Aunque empezaron siendo sencillos y baratos, su popularidad los acabó convirtiendo en un objeto precioso con incrustaciones de todo tipo de material noble que lo encarecía enormemente y dotaba de gran sofisticación cualquier hogar pudiente. Los más cotizados eran de Egina y se vendían hasta por más de 50.000 sestercios. Espectacular debió ser el que el rey de Siria regaló al templo Capitolino de Júpiter Optimo Maximo y que se quedó Verres según cuenta Cicerón en Verr., 4, 64-67.     

Iluminación interior de la casa romana
El lapis specularis o piedra especular es una variedad del mineral del yeso que se utilizó en época romana para permitir la iluminación de interiores con luz natural y proteger de las inclemencias atmosféricas.
Su gran resistencia hacía de la piedra especular un material muy resistente, superior incluso al vidrio, lo que permitía instalarlo en lugares expuestos a fuertes lluvias y granizo. Además se conocían sus propiedades como aislante acústico y térmico.
El lapis specularis se conoce como espejuelo porque cuando la luz natural o artificial incidía sobre el mismo, brillaba, literalmente, como en un espejo. Por este efecto se empleaba como ornamento para bóvedas, paredes y pavimentos en edificaciones públicas y privadas.
Según el historiador Plinio, en Hispania se desarrolló un complejo minero en la provincia de Cuenca para la extracción del lapis specularis, que conoció un gran auge y dio lugar a la ciudad de Segóbriga.
“Efectivamente, estas piedras se pueden cortar, en cambio, la especular, a la que también se califica como piedra, tiene unas características que permiten cortarla con mayor facilidad en láminas todo lo finas que se quiera. Antiguamente sólo se encontraba en la Hispania Citerior, y no en toda ella, sino exclusivamente en un área de cien mil pasos alrededor de la ciudad de Segóbriga.” (Plinio, H.N. XXXVI, 160).

El material, una vez extraído de la mina, se cortaba con sierras, se separaba en láminas y se embalaba para su distribución y exportación.
Las láminas se montaban en bastidores ajustables al tamaño de los vanos de las edificaciones. Los armazones se hacían principalmente en madera, aunque también se usaba cerámica y metal.
Con acristalamiento de yeso especular, se construyeron invernaderos para proteger las plantas y obtener cosechas fuera de temporada:
“Para que tus plantas de azafrán llenas de flores no teman al invierno o una recia brisa dañe el tierno bosque, unas vidrieras especulares evitan el cierzo invernal y dejan pasar el limpio sol y la luz sin sombra…” (Marcial, Ep. VIII, 14) 
El emperador Tiberio cultivaba en la isla de Capri pepinos, a los que era muy aficionado. Los hortelanos del Emperador, en invierno, ponían la producción al amparo de vidrieras e invernaderos de lapis specularis.
Otras aplicaciones de esta piedra son las vidrieras en ventanales o celosías,  o ventanas de literas de transporte, además de elemento decorativo en espectáculos o banquetes.
“Después de un breve intervalo, Trimalción mandó servir los postres. Los esclavos retiraron todas las mesas y pusieron otras. Espolvorearon el suelo con serrín coloreado de azafrán y cinabrio, y – cosa nunca vista por mí – con piedra especular en polvo.” (Pet. Satyr. 68) 

Plinio describe la aplicación de piedra especular en los juegos circenses, extendiéndola en forma de virutas sobre el suelo del Circo Máximo, para conseguir una agradable blancura.
Otras piedras similares también se utilizaban con el propósito de proporcionar luminosidad a las construcciones. Suetonio cita la fengita o lapis penghites (variedad de mineral de silicio de color plateado y brillo nacarado) al escribir sobre la obsesión de Domiciano a ser asesinado:
“Cada vez más angustiado hizo revestir de brillante fengita las paredes de los pórticos por los que solía pasear para poder vigilar, mediante las imágenes reflejadas en su superficie pulida, lo que acontecía por detrás de él.” (Suetonio, Vida de los Doce Césares, Domiciano).
Los exteriores de las casas eran muy austeros, para promocionar hipócritamente dicha virtud romana. Pero las Domus Patricias en su interior albergaban lujos como:

·       Bronces corintios.
·       Esculturas de autores como Mirón, Polícleto, Fidias, Lisipo.
·       Orfebrería de Mentor.
·       Tapices de Babilonia y Corinto.



Las insulae
Las ínsulas es un tipo de casa urbana popular. Es el precursor de nuestros edificios de viviendas actuales. Para aprovechar el espacio de las ciudades, se proyectaron construcciones de hasta cuatro pisos. En la planta baja se abrían tiendas y en las superiores, apartamentos de varios tamaños. Todas las estancias comunicaban con un patio central comunitario adornado con fuentes o jardines. 


Eran también viviendas urbanas de alquiler. Construidas en varios pisos de altura con materiales de dudosa resistencia, constituían la residencia de las clases populares. En duro contraste con la domus, las ínsulas eran poco confortables, oscuras y pequeñas. No tenían agua corriente ni retrete y las habitaciones, de pequeñas dimensiones, solían utilizarse para todo uso.
La deficiencia en los materiales y la superpoblación de ciudades como Roma, hicieron muy frecuentes los derrumbamientos e incendios.
Equivalía a una manzana de casas. Sin embargo, se extendió para acabar denominando a cada una de las casas que había en las ínsulas. Eran casas de pisos, más humildes que las anteriores y de alquiler. Tenían un patio interior y al exterior tenían ventanas y balcones. En la parte había tiendas.
Los ciudadanos del periodo imperial que no podían tener viviendas particulares, vivían en ínsulas, viviendas colectivas de muchos pisos, construidas de ladrillo y argamasa, similares a los edificios de apartamentos actuales. El mejor ejemplo conservado, está en Ostia, el puerto de Roma en la desembocadura del río Tiber.


Los edificios en Roma, llamados ínsulas eran edificios de varias plantas entre 3 y 4 pisos, estos contaban de unos bajos a menudo llamados domus. Los pisos superiores cenáculos, y un último piso que era siempre el más económico, él porque era bien sencillo, en los libros de la época se nos hace una referencia muy clara a los grandes incendios que asolaban la ciudad de manera continuada, Algo que ocurría con esa frecuencia ,dejaba a los habitantes de los últimos pisos más desprotegidos que los que tenían la suerte de vivir en el primero, las posibilidades de supervivencia eran menores cuanto más alto vivía, y por lo tanto el que pagaba más por su casa eran los habitantes del primer piso. También existía otra clase de ínsulas o edificios en los que la parte baja se designaba tabernas o a otras actividades económicas, tiendas, artesanos, etc.
Los precios de los cenáculos en Roma eran bastante caros, exactamente como hoy ocurre en las principales ciudades de nuestro país, juvenal y Marcial que comentan el coste de estos habitáculos que les parecen más caros que la compra de una casa en cualquier pueblo de los alrededores de Roma.
Estos cenáculos eran de alquiler, tal y como sucede hoy se le pagaba al propietario la suma acordada, y eran el propietario de la finca el que debía correr con los gastos de la reforma de la finca, aunque es bien sabido que en la mayoría de los casos se dejaban abandonadas a su suerte y el paso del tiempo.
Las fachadas eran de ladrillo visto dispuestos de manera muy ordenada, los bajos que se designaban a una taberna poseía un pórtico de madera que resguardaba la entrada, y en las calles más anchas de la ciudad, las ínsulas disponían de un balcón para cada cenáculo, construidos o con ladrillo o bien con vigas de madera que se posaban sobre la fachada, en estos balcones los romanos ponían plantas y flores para dar un toque de color. Para entrar a cada cenáculo, tenían escalera interna que daba a cada puerta, bien hecha de ladrillo o de piedra.
La ínsula, solucionaba el problema de espacio en las ciudades populosas, la gente con bastantes dineros podía costearse una domus o una casa extendida. Estos edificios tenían en los primeros pisos tiendas, tabernas. Eran construcciones de ladrillo y madera, por la mala calidad y no era raro que se desplomasen sin mediar causa.
La ínsula es una topología residencial urbana que se desarrolla en Roma durante el siglo III a.C. como solución a la falta de espacio en el interior de las murallas Servianas.
Estas ínsulas son construidas por promotores privados que con el tiempo buscaran obtener la máxima rentabilidad del suelo, por lo que aumentan el número de plantas que componen las ínsulas. Estas inicialmente tres o cuatro plantas y llegaran a alturas de siete y ocho plantas.
Para intentar poner freno a este crecimiento vertical, las leyes impusieron una altura máxima a las ínsulas, por esto Julio Cesar impuso una altura máxima de sesenta pies (dieciocho o diecinueve metros-siete u ocho plantas).
En un principio las ínsulas fueron construidas en madera y adobe, materiales muy débiles que no soportaban grandes alturas. Por esto se hicieron habituales los hundimientos y la propagación de fuegos (por la madera). Estos incendios abarcaban grandes espacios. Para dar solución a los hundimientos, unas leyes posteriores obligaron a que las ínsulas se construyeran el ladrillo cocido. Así se aumentaron las medidas de las ínsulas (treinta y tres metros), y para evitar los incendios se decidió que entre dos ínsulas debía de haber un espacio sin especificar (ambitus, de unos ochenta centímetros).
Esta disposición no fue cumplida debido a la escasez de suelo urbano. Al final del imperio se agrandarían las murallas.
Exteriormente la ínsula se diferenciaba de la domus no solo en la altura, sino también por la profusión de su fachada (también balcones). En planta la ínsula viene a ser una espacie de domus sobre la que se elevan una serie de pisos. De hecho en la planta baja, al igual que la domus tiene tabernae, un patio central, e incluso algunas viviendas de mayor tamaño y comida para las clases altas. En planta la ínsula es más o menos igual que la domus.
Sobre la planta baja se eleva un distinto número de pisos y cada una de estas plantas se subdivide en distintas viviendas (cenáculas). Conforme se elevan los pisos, el tamaño de las cenaculas disminuye. Esto lleva a que las cenaculas de la primera planta tengan varias habitaciones (cubícalas), mientras que las del último piso pueden tener una sola cubicula. Al ser viviendas en régimen de alquiler, las primeras plantas eran de las clases sociales medias y altas, y en los pisos superiores la plebe.
En cada una de estas cenaculas habría habitaciones abiertas a la calle y otras al patio interior (con menos ventilación e iluminación). También habría habitaciones interiores.
Los habitantes de la ciudad vivían en edificios de unos 18 metros de altura y unos 300m de superficie horizontal, así mismo los pilares que sujetan la edificación dejan mucho que desear teniendo en cuenta la cantidad de derrumbes de los que se tiene constancia. El aumento de la demanda hizo que Roma creciera desordenadamente y con un alto riesgo.
El interior de cada cenáculo, hay muy poca iluminación en cada uno de ellos, los grandes muros eran escasamente dorados con ventanas desprotegidas, es por ello que no es extraño pensar en el frío que se pasaba en los crudos inviernos dentro de esas casas, ya que estas a diferencia de las villas y las casas rurales no disponían de calefacción central ni tampoco de chimeneas por lo que debían calentarse de una manera muy rudimentaria con braseros caseros, que aunque efectivos les ponían en peligro por el riesgo de incendios o por ahogo por una mala combustión.. También es erróneo pensar que todos los romanos disponían de agua corriente, si era posible una canalización subterránea en las villas y en los bajos de algunos edificios pero no así en los pisos superiores, los inquilinos debían ir a recoger agua diariamente a las fuentes más cercanas. Los habitantes de los cenáculos debían limpiar sus letrinas ellos mismos o bien acudir a los baños y letrinas públicas. Estas letrinas, en el caso de los acaudalados estaban decoradas finamente y eran para varias personas a la vez, es decir, son unas losas de piedras o mármol que rodean las paredes con unos agujeros, podían ser 10, 8,6, orificios con unos reposa brazos ornamentados. En el caso que las personas más pobres no quisieran pagar el “as” que costaba pagar a los foricae por el uso de las letrinas públicas, podían hacer uso de las tinajas de los talleres de los bataneros que eran gratuitas y que necesitaban la orina para sus trabajos, o bien directamente hacerlo en el estercolero más próximo, aunque no es raro encontrar a gente que tiraba por la ventana sus orines directamente poniendo en un grave aprieto al transeúnte que pasara en aquel momento, aunque podía ser denunciado y penalizado por orden imperial.
La decoración interior era más bien austera, exceptuando las paredes decoradas con pinturas y los suelos con mosaicos, los romanos disponían de bancos(scamna),taburetes(subsellia) o sellae (sillas plegables),el resto de mobiliario era un simple camastro, telas para cubrir asientos y camas alfombras y cojines. Las vajillas eran mayoritariamente de plata, excepto en los casos de pobreza en que eran de arcilla, aquellos personajes más ricos, disponían de vajillas llenas de ornamentaciones, oro y filigranas. En Roma, no usaban las sillas como en la actualidad lo hacemos nosotros, de hecho ellos utilizaban uno o varios triclinios dispuestos uno al lado del otro formando una U, que eran unos asientos donde se recostaban para comer o charla, en medio había una mesa baja donde los sirvientes colocaban los diferentes platos para su degustación.
Generalmente el lote era comprado por un empresario que invertía en la ínsula y trataba de sacar el mayor provecho de estas. Era una inversión donde se trataba de invertir lo menos posible, ahorrando en materiales y calidad de construcción y a la vez aprovechando de la mejor manera posible, construir más plantas. Esta búsqueda de un mejor suelo adquirido llevaba a que algunas ínsulas superaran los 7 u 8 pisos y los derrumbes se hicieron eco de esto. Los incendios eran moneda corriente. Uno de los factores que promovió la propagación del impresionante incendio que tuvo suceso durante el imperio de Nerón fueron las ínsulas incendiándose una tras otra. Luego de este incendio, y es por lo que fue provocado intencionalmente, se construyó en una ciudad mejor planificada arriba de las ruinas.
En su origen la ínsula era una vivienda completamente aislada y rodeada por todas partes de un jardín o una calle, es decir, lo que hoy llamamos una manzana o finca. 
Surgieron por la superpoblación, la falta de espacio y las duras condiciones económicas de la vida en Roma. Tenían hasta cinco o seis pisos y, a diferencia de las domus, tenían abundantes balcones y ventanas al exterior, para aprovechar más el espacio interior. Las dependencias no tenían características especiales en cuanto a disposición y estructura y se utilizaban según las necesidades familiares.
Eran en general estrechas, poco confortables, carentes de agua corriente y retrete, con poca luz y hechas con materiales de mala calidad, por lo que los incendios y los hundimientos eran muy frecuentes. Las más grandes, como la de los Julio, tenían un patio interior de luces y una o varias escaleras, para uso común de los vecinos. 
La ínsula solía alquilarse a personas pertenecientes a las clases populares. Pero entre los pobres y los ricos había una especie de clase media, que, teniendo como deshonra vivir en casa alquilada, se juntaban para comprar la ínsula y distribuirla luego en propiedades privadas. A esto se unía la especulación de quienes las realquilaban por pisos, por apartamentos (cenacula), por habitaciones e incluso partes de una habitación. Los realquilados no son un invento moderno, como vemos.
Los peores estaban en el barrio de la Subura, que poseían ciertos patricios con grandes fortunas (una finca decente, podía llegar a costar 4 millones de sestercios) y se alquilaban a los habitantes menos afortunados de la gran Roma.
Más adelante, dejaron de estar rodeados de calles y estaban tan cerca unas de otras, que los vecinos podían tocarse con las manos, si las sacaban por la ventana. 

Los tuguria:
Una palabra que ha pasado de forma casi invariable al castellano actual, pero que tuvo diferentes connotaciones según pasaban los años.
La vivienda primitiva en Italia debió ser una sencilla cabaña redonda, habitadas por labradores y pastores, llamadas casae y tuguria, término relacionado con el verbo tego”, cubrir. 
La construcción del tugurio era de materiales ordinarios con techumbre de paja. Presentaban una abertura rectangular en el techo que dejaba salir el humo y entrar la luz y el agua. Éste es el principio de la abertura en el centro de la casa romana, llamada compluvium en su parte superior, impluvium en el pavimento y atrium en el conjunto. El atrio (de “ater”, negro, por el humo del hogar), es un pequeño patio central rodeado por un pórtico, en torno al cual se disponen las habitaciones.
Con el tiempo, los tuguria fueron la denominación de las casas más inmundas de Roma, más chabolas que otra cosa. Y así se ha mantenido el sentido de la palabra hasta nuestros días.

Las cofradías de los cruces:
En la visión cosmogónica de los romanos, los dioses estaban “arriba” y desde el cielo observaban a los romanos, pudiendo dañarles si veían algo que no era de su agrado o si se rompía la Pax Deorum. Por ello, veían las encrucijadas de las calles como un lugar vulnerable a estos posibles ataques divinos, ya que eran puntos que imaginaban visibles desde la perspectiva aérea de los dioses.

Por ello instalaron capillas en cada cruce de caminos, en honor de unos genios protectores: Los Lares Compitales o dioses de las encrucijadas. Una cofradía de gentes del barrio las custodiaba, pero poco a poco se convirtieron en verdaderas organizaciones “mafiosas” que ofrecían “protección” a los conciudadanos del barrio.
Recibían suculentos pagos para que nada violento ocurriera. Se organizaron en bandas y tenían sus límites de jurisdicción, en donde eran los amos y señores. Se reunían en locales sitos en los cruces que controlaban y allí maquinaban sus fechorías. 

La villa
Interior de una villa rural romana.

La Villa romana originalmente era una morada rural cuyas edificaciones formaban el centro de una propiedad agrícola en Roma Antigua. Constituyen uno de los ejemplos más notables de edificación romana.
Sus orígenes se remontan a las villas griegas del siglo V a. C. y aparecen en la zona del Lacio un siglo más tarde. Estas propiedades podían consistir en pequeñas haciendas dependientes de trabajo familiar o por el contrario en grandes propiedades, con trabajadores esclavos, o siervos. En los siglos II y I a. C. se produce un crecimiento económico y la paulatina desaparición de los pequeños agricultores paralela a un significativo aumento de los latifundios. Esto repercute positivamente en las villae, cuya parte residencial pasa a ser cada vez más sofisticada y elegante constituyéndose en magníficas domus.
En sus posesiones en el campo (de 25 a 60 hectáreas) los romanos solían tener la villa rustica, destinada a ganado y a las tareas agrícolas.
Posteriormente, se construyó la villa urbana en lugares pintorescos y aireados, convirtiéndose en una finca de lujo destinada al recreo y al placer del dueño y su familia, para descansar de los ajetreos de la vida política y social de la urbe, dejando la villa rústica al cuidado del villicus. Lugares de recreo famosos en tiempos de la república fueron Cumas (Nápoles) y Baiae. También había una pequeña zona a orillas del Tíber, a las afueras de Roma, hacia el puerto de Ostia.  

La villa suburbanae (urbanas)
La villa romana (en latín villa, plural villæ -"casa de campo, granja"-, vocablo relacionado con vicus -"pueblo, grupo de casas"-, ambos derivados de la raíz indoeuropea weik sla -"clan"-) originalmente era una vivienda rural cuyas edificaciones formaban el centro de una propiedad agraria en la Roma Antigua.
Se convirtieron en grandes residencias aristocráticas que combinaban funciones residenciales y productivas. Desde el punto de vista arquitectónico y artístico constituyen una de las modalidades más notables de edificación romana. Las villas romanas han adquirido una connotación simbólica en los estudios modernos, reflejo del simbolismo que las villas tenían en la mentalidad romana y con el que aparecen la literatura antigua.
Sus orígenes se remontan a las villas griegas del siglo V a. C. y aparecen un siglo más tarde en la zona del Latium (la región cuyo centro es la ciudad de Roma, en el centro-oeste de la península italiana). Estas propiedades podían consistir en pequeñas haciendas dependientes de trabajo familiar o por el contrario en grandes propiedades, explotadas con trabajadores esclavos o mediante el colonato (muy distintas relaciones de producción que históricamente convivieron, con predominio del modo de producción esclavista en la Antigüedad clásica hasta el predominio del modo de producción feudal -servidumbre- tras la transición del esclavismo al feudalismo -de la crisis del siglo III a la época carolingia del siglo VIII-).
Con la crisis de la República romana, en los siglos II y I a. C., se produce un crecimiento económico y la paulatina desaparición de los pequeños agricultores paralela a un significativo aumento de los latifundios (propiedad de patricios o de plebeyos enriquecidos -homines novi-). Esto repercute positivamente en las villæ, cuya parte residencial pasa a ser cada vez más sofisticada y elegante constituyéndose en magníficas domus. Construidas frecuentemente en torno a un jardín, comenzaban a ser edificadas como casas de campo para los ricos, siendo cultivadas por arrendatarios y supervisadas por un villicus (administrador). La relación entre villas y ciudades romanas es plenamente característica de su civilización.
La mayoría de estas villas son abandonadas a finales del siglo II d. C. y las que perduran son transformadas de forma radical en la coyuntura secular de la crisis del siglo III. Sobre todo en Occidente, la relación entre villas y ciudades deviene totalmente distinta, ahora en un proceso de ruralización en que la aristocracia (honestiores) se desentiende del gobierno de las ciudades, que decaen con el aumento de la inseguridad y las cargas fiscales, y con la restricción del comercio. El propio concepto de ciudadanía romana deja de valorarse, precisamente tras haberse generalizado. Las villas se adaptaron a un reestructuramiento de la producción motivado por la concentración de tierras y la competencia con la producción africana. A partir del siglo IV muchas se transformaron en lugares de culto y algunas compaginaron ambas funciones, constituyéndose en un factor importante de la cristianización del mundo rural. Las invasiones bárbaras, unidas a los cambios sociales, culturales y jurídicos (como los de las formas de propiedad) acabaron con las últimas villas al desaparecer tanto su forma arquitectónica como su forma característica de ocupación y explotación del espacio rural.
La compleja organización de las villæ suscitó la producción de la literatura agronómica latina (geopónicos): De agri cultura de Catón el Viejo, De re rustica de Marco Terencio Varrón o las obras de Columela (Res rustica, De arboribus) y Palladio (Historia Lausiaca). También hay descripciones de villas romanas en las obras de Plinio el Joven, de Vitruvio, Ausonio, Sidonio Apolinar, Gregorio de Tours, Gregorio de Nyssa, etc.
Desde Magón, cartaginés de origen, a quien podemos considerar como el verdadero padre de la agronomía, que escribió en el siglo VIII a. C. un tratado sobre la agricultura, la viticultura y la vinificación, hasta los tratados de agricultura romanos, tanto los de Catón o Varrón, como los posteriores de Columela o Palladio, se expresa una preocupación por explotar las tierras de las villas con el máximo provecho, detallando los peones y jornadas que resultan necesarios para llevar a cabo con la mayor eficacia cada una de las labores agrícolas. Catón en el primer tomo de su obra De agri cultura (o De Re Rustica) recomienda como la finca ideal, aquella que tenga cien yugadas de extensión (una yugada, iugerum, 2.500 m2) y esté dotada de toda clase de suelos. «Lo primero ha de ser la viña, si produce vino de buena calidad; lo segundo, un huerto irrigado; lo tercero, un saucedal; lo cuarto, un olivar; lo quinto, un prado; lo sexto, un campo de trigo; lo séptimo, un bosque; lo octavo, una arboleda; lo noveno, un encinar.» ... Plinio incide en la importancia de la proporción entre villæ y fundus, "que ni la finca (fundus) haga de menos a la casa (villæ), ni la casa a la finca" y también Palladio "debe levantarse el edificio según lo que valga el campo y la fortuna del amo. Columela nos dice también que la capacidad y el número de las partes de una villa deben ser proporcionadas al total de su recinto y que la villa ha de dividirse en tres partes: urbana, rústica y fructuaria. ... Para la ubicación de las villæ los agrónomos romanos aconsejaban situarlas sobre un pequeño promontorio, en la ladera de una colina, o en el aterrazamiento de un río, de forma que tuviesen abierto el horizonte... Otros elementos importantes a tener en cuenta para la elección del lugar, eran la cercanía de alguna fuente o curso de agua... y la proximidad de una vía de comunicación que facilitase la distribución de los productos y el transporte de las personas... Aunque también... advierten que la villa "se encuentre cerca de la vía, pero no demasiado, ya que las buenas comunicaciones favorecen la exportación de los productos, pero la excesiva proximidad a la calzada determina daños a las cosechas y continuas solicitudes de hospedaje por parte de los viajeros".... Finalmente aconsejaban que, si lo permitían los anteriores factores que eran determinantes, se construyese la villa en el centro de la explotación, buscando la equidistancia, porque de esa forma se accedería con mayor facilidad a cualquiera de los parajes de la misma.
Es significativa la recomendación que hace Catón sobre las funciones (officia) de la villica, centradas en el ámbito doméstico y en clara subordinación al villicus:
... que cumpla con sus deberes, que no sea excesivamente luxuriosa, que apenas tenga trato con uicinae, que no sea ambulatrix, que no guarde contacto con la res diuina ni mande a quien lo tenga sin la autorización del dominus o de la domina y que sea aseada (munda), de modo que tenga la uilla limpia y barrida, cuestión por la que debe velar a diario. ... con motivo de determinadas festividades depositará en el fuego del hogar (focus) una corona y suplicará al lar familiaris. Debe asimismo ocuparse de preparar la comida al uilicus y al resto de esclavos y que en la hacienda haya, además de suficientes gallinas y huevos, otra serie de productos algunos de los cuales debe disponer en conservas que fabricará anualmente, y todo ello lo hará de modo diligente (diligenter). Finaliza la descripción de sus deberes indicándose que debe ser ducha en hacer una buena harina y un trigo fino.

... el uilicus tiene entre sus obligaciones velar porque a la llegada del dominus [1]todo esté preparado, misión ésta de la que ha de ocuparse de manera concreta la uilica, que, una vez más, diligentemente (diligenter) debe mantener en orden, cuidadas y listas para su uso todas las cosas.

La extensión de la villa de Catón el Viejo (primera mitad del siglo II a. C.) era de 100 iugera[2], mientras que la de Horacio (segunda mitad del siglo I a. C.) estaba entre 100 y 200. Ya con dimensiones comprobadas arqueológicamente, las 20 villas de Pompeya (año 79 d. C.) estaban entre 50 y 80 iugera. Estimaciones referidas a toda Italia se sitúan entre 80 y las 500 iugera. El poeta Ausonio (siglo IV) en su célebre poema dedicado al río Mosela, recuerda nostálgicamente la pequeña heredad paterna de "doscientos arpendes de labor" y "cien arpendes de viña", cuando ya él era un gran latifundista en el actual vignoble bordelais, entre Langon (Gironda) y La Réole, con seis o siete dominios o villæ, que pasaban de las 250 hectáreas.
Por Claudiano (In Ruf., 16 ss.) y por Sinesio (De regn., 15) se sabe que algunas villæ tenían su propia guarnición. ... Palladio (HL., 61.5) escribe [acerca de las propiedades de Melania la Joven]... : «vendidas sus fincas en Hispania, en Aquitania, en la región de Tarragona y en la Galia, se reservó sólo las de Sicilia, Campania y África y las utilizó para mantener los monasterios».... También tenían, ella o su esposo, otras fincas en Numidia que se vendieron igualmente (VM, 20). No se conocen las fincas de Melania en Hispania... Su extensión debía ser algo más pequeña que las del sur de la Galia, que se ha calculado en 1.200 iugera. Ausonio (III, 1, 21-24), en la segunda mitad del siglo IV, describe la Civitas Vasatica, finca de su propiedad en la Nouempopulonia próxima a Navarra. Esta finca tenía 1.050 iugera, de los que 200 se dedicaban a tierras de labor, 100 a viñas, 50 a prados y 700 a montes. En Navarra, Caro Baroja se inclina a pensar que la propiedad era algo menor, oscilando entre 500 y 1.000 hectáreas. Los grandes latifundistas no se encontraban en el norte de Hispania, sino en el centro. La misma toponimia indica una gran dispersión de fundi, lo que prueba que la propiedad estaba relativamente dividida. ... El autor de la vida de Melania [VM] ha conservado datos muy interesantes sobre las rentas del matrimonio de Melania y de su esposo. Estas cifras son importantes para conocer los ingresos de los grandes terratenientes del Bajo Imperio, con posesiones en muchas diferentes provincias. Las cifras son de gran valor por proceder de un personaje del círculo de Melania, que convivió con ella y que se ha supuesto con buenos argumentos que era Geroncio, citado por Cirilo de Scitópolis, que figura como sucesor de Melania (V. Euth. 27; V. Sab. 30), y que dirigió durante cuarenta y cinco años los monasterios fundados por la santa (V. Euth. 45). Geroncio (VM, 15) afirma, como dato oído a Piniano (el texto latino se refiere a su esposa [Piniano es el esposo de Melania la Joven]), que «los ingresos anuales alcanzaban la suma de 12 miriadas de oro, más o menos, sin contar los bienes propios procedentes de su esposa. En cuanto a los bienes mobiliarios eran tan importantes que no se les podía calcular»... se supone que esta cifra está calculada en monedas de oro, o sea en sólidos áureos y no en libras de oro.
La villa rustica romana se dividía en dos sectores: la Pars Dominica (zona residencial, destinada al dominus y su familia) y la Pars Massaricia, que a su vez se dividía en Pars Rustica (zona destinada a los trabajadores de la hacienda) y Pars Fructuaria (zona destinada a la elaboración de los productos).
La necesidad de que el dueño habite en su hacienda campestre en períodos significativos para la supervisión de la misma, obliga a la creación de un edificio que cumpla con una función residencial. Lógicamente, la condición ciudadana de éstos requerirá espacios de habitación semejantes a los urbanos. Así, en las villas mediterráneas, encontramos que la pars dominica reproduce en gran medida el esquema de la casa de la ciudad, de la domus o vivienda particular de una sola planta, donde residían habitualmente los propietarios. ... Columela, cuando trata la distribución de las habitaciones de la villa, señala, en primer lugar, que la parte urbana ha de dividirse en habitaciones de invierno y de verano, y a continuación menciona estancias, como los dormitorios, comedores, baños y paseos, haciendo hincapié en la orientación de las mismas. Según Carandini, en las villas itálicas la pars dominica o urbana consta de un ingreso (uestibulum, fauces), un atrio y el tablinum, que comunica el atrio con el patio columnado (peristilo). Pero, en las villas mejor diferenciadas de las casas de la ciudad, según las indicaciones de Vitrubio, el peristilo precedía al atrio en la sucesión de ambientes. A continuación, nos encontramos con el resto de habitaciones, los dormitorios (cubicula) y los comedores (triclini). Los huéspedes se alojaban en la hospitalia, que podían tener independencia propia y difícilmente se encontraban en el sector más privado, más bien cerca de la parte servil. ... otras estancias principales como las salas columnadas, exedras, pinacotecas, bibliotecas e incluso museos; en distintas salas, las vistas se abrirán a jardines o al paisaje campestre a través de un porticus (o galería columnada) sobre uno o más lados, y las torres con palomares resaltarán sobre los tejados animando la arquitectura o dándole el aspecto de un castrum. También podían encontrarse en torno al cuerpo principal: acuarios, jardines zoológicos y paseos. El jardín señorial por excelencia es el gimnasio (gymnasium) o palaestra con decoración estatuaria destinados al ocio filosófico, e incluso, con el tiempo se ampliaron dotándose de estadios e hipódromos en miniatura. Este tipo de jardines podía disponer de xysti o avenidas, a menudo asociadas con el baño (balneum) donde se concluía el cuidado del cuerpo. ...
Los domicilios del procurator y el uilicus, personal vinculado a la gestión de la villa, en un primer momento, tal como se desprende de la obra columeliana, estuvieron vinculados a la parte rústica, junto a la puerta y cerca de donde se guardan los instrumentos y herramientas. Más tarde, según se observa en el aspecto arquitectónico de algunas villas, pueden aparecer ligados a la parte urbana y mostrando un cierto decoro. También aquí, podemos encontrar la estancia del portero (cella ostiaria), las estancias de los ayudantes del uilicus, la enfermería (ualetudinarium) y almacenes para instrumentos de trabajo.
... la pastio uillatico [Animales de pequeña talla como: ovejas, cabras y cerdos; los de talla grande: vacas, bueyes, asnos y caballos; y los de servicio: mulos, perros y pastores.] se guarda en establos y cuadras, mientras que la pastio agreste se reparte entre corrales (para gallinas, palomas, tórtolas, patos, pavos, etc.), bosques cercados (para las cabras salvajes, jabalís, ciervos, abejas, etc.) y piscinas (para la fauna lacustre y marina). Parte del personal encargado de su cuidado, podía alojarse cerca de estos establos, que, como muestra la documentación arqueológica, se encuentran, unas veces aislados y separados del cuerpo central, otras, anejos al granero. ... el pozo de agua, la cocina y el baño anexo, ambas con una estancia superior (apotheca, fumarium) para secar la leña y envejecer el vino... las letrinas y los basureros (purgamenta).... tabernas, algunas casas de colonos, eventuales almacenes de instrumentos, cabañas de pastores, hornos, molinos y charcas.
La pars fructuaria, es donde tienen lugar las actividades de elaboración, conservación y almacenaje de los productos del campo. Catón menciona dependencias para la prensa, despensas para el aceite y bodegas para el vino, mientras que Columela, más explícito, divide la parte fructuaria en bodega de aceite, molino y lagar, bodega de vino, pajares, despensas y graneros... Las bodegas de aceite y vino, se encontraban preferentemente en locales bajos, mientras que los graneros se pueden localizar al nivel del suelo o en alto (tabulatum), para conservar el forraje (al nivel del suelo?), cereales, legumbres, frutas, carne salada y queso (estos tres últimos en el carnarium). Los graneros disponían, además, de un horno para tostar el cereal y un molino para hacer la harina (pistrinum); habitualmente, se hallaban apartados del cuerpo central para evitar el peligro de incendios y su propagación. Por último, nos encontramos con los cultivos que rodean la villa. Los más cercanos se sitúan, generalmente, dentro del recinto mural de la misma (jardines florales, huerto de hortalizas y frutas [hortus]), para ser fertilizados con sus residuos. Le seguían, más alejados y repartidos en distinta proporción por el territorio cultivable, el viñedo, el olivar, la arboleda, los campos frumentarios [tierra de labor dedicada a cereales] y los prados.  

La villa suburbanae (urbana), residencia de la aristocracia romana, tiene su origen en el palacio helenístico. A partir del siglo I a. C. el peristilo es el espacio dominante, desplazando al atrio. Se han hallado en la Campania y el Latium. La mejor conservada es La villa de los misterios en Pompeya del siglo II a. C. Las villas suburbanae pueden ser de varias clases: con atrio; con atrio y peristilo, con peristilo, con pabellones y en forma de hemiciclo o de "U".
Las villas imperiales son edificaciones donde residía el emperador, por ello están bien protegidas y su grandiosidad y exquisita decoración dan muestras del poder imperial. Comienzan a construirse a partir del siglo I d. C. con la llegada del nuevo régimen. 

Las más espectaculares fueron las villas imperiales (la de Laurentum, la Villa imperial de Pompeya, la Villa Jovis de Tiberio en Capri, la Villa di Tiberio en Sperlonga, la Villa imperial de Nerón (Villa di Nerone o Villa Neroniana) en Antium (Anzio), la Villa Hadriana en Tívoli, la Villa de Licinio Lúculo en Nápoles).
Ejemplo de villas rústicas de la Italia central son la Villa Settefinestre. La Villa de Boscoreale o la Villa del Tellaro.
Villas suburbanas son la Villa del Casale (Sicilia), la Villa de los Quintili (afueras de Roma -sus ruinas fueron llamadas Roma Vecchia-) y las numerosas villas en el entorno de Pompeya (Villa de los Misterios) y Herculano (Villa de los Papiros).

La Domus de Caecilius Iucundus en Pompeya   
Un equipo internacional de investigadores dirigido por arqueólogos de la Universidad sueca de Lund ha reconstruido virtualmente la domus del banquero pompeyano Lucio Caecilius Iucundus.
El proyecto de exploración y visualización se ha realizado gracias a una colaboración de investigación entre la Universidad de Lund y el Laboratorio de Computación Visual, CNR, Pisa.

El proyecto sueco en Pompeya.
Después del terrible terremoto que asoló el 23 de noviembre de 1980 las regiones italianas de Campania y Basilicata, en el sur de Italia. La superintendencia arqueológica de Pompeya invitó a la comunidad científica internacional a ayudar a documentar y rescatar la antigua ciudad romana antes de que se perdiera más información. A este proyecto se apuntaron universidades de distintos países entre las que destaca el proyecto sueco, que comenzó sus trabajos en 2000.
El objetivo del proyecto sueco fue investigar, registrar y analizar toda una ínsula pompeyana, la Insula V.1  dentro de la Regio V. Esta ínsula ya había sido excavada en el siglo XIX, por lo que el objetivo principal era recuperar este espacio arqueológico y documentarlo. Las excavaciones de las décadas de 1830 y 1870 apenas se documentaron, en todo caso, de acuerdo con los estándares de la época, sólo se puso atención a las piezas decoradas de las casas más grandes. El trabajo del equipo sueco consistió, por lo tanto, en volver a examinar la escena.

El área arqueológica de Pompeya abarca alrededor de 66 hectáreas, de las cuales tan sólo unas 45 fueron excavadas. La subdivisión de la ciudad en regio (barrios) e insulae (manzanas) ha sido realizada por Giuseppe Fiorelli en 1858, por razones de estudio y para que resultara más fácil orientarse. En el mapa de situación de las regios de Pompeya, nuestra domus estaría en la Regio V (verde oscuro), ínsula 1 (número en blanco).

La dirección de la investigación y de la operación de rescate fue llevada a cabo por Anne-Marie Leander Touati, directora del instituto sueco en Roma, ahora profesor de Arqueología Clásica y de Historia Antigua de Universidad de Lund. El proyecto se llevó a cabo en dos fases. La primera, entre 2000-2006, incluyó la formación del personal y la experimentación de diferentes métodos de documentación. La primera actuación fue la limpieza de los pisos antiguos hasta los niveles del 79 d. C. y, a continuación, se fotografió, analizó y describió minuciosamente las estructuras permanentes y pinturas. La segunda fase del trabajo de campo, entre 2007-2012, fue la restauración de los elementos más dañados y la digitalización de la ínsula -y especialmente de la Casa de Caecilius Iucundus-, utilizando el escaneado láser 3D y técnicas fotográficas. El trabajo técnico de investigación y de reconstrucción virtual se publica en la revista SCIRES-IT.

En marrón la Domus de Caecilius Iucundus, parte sur, dentro del conjunto de la Regio V 1. La denominación de las casas fue acuñada por los excavadores, según los hallazgos particulares u otras circunstancias. En este caso se sabe a ciencia cierta quién era su propietario, Lucio Caecilius Iucundus, un importante banquero romano, puesto que apareció su busto presidiendo el acceso al tablinium y distintos documentos financieros firmados por él. 

La domus de Caecilius Iucundus.
Lucius Caecilius Iucundus era un banquero, como demuestra el excepcional descubrimiento en su casa de su archivo en la habitación de la parte trasera del peristilo. En las excavaciones que tuvieron lugar en 1875 se rescataron 154 tablillas de cera con las cantidades pagadas, entre los años 52 y 62 d.C., a las personas por cuenta de las que había vendido bienes (especialmente esclavos) o percibido rentas, ganando él mismo una comisión entre el 1 y el 4%. Las tablillas eran como trípticos cerrados y envueltos con una cadena para cerrarlas, sobre la cual los testigos pusieron sus sellos de cera. Esto impidió que el propio documento fuese alterado. Había una breve descripción en el exterior con fines de identificación.
Las tablillas y el busto del banquero. Las anotaciones terminan en el año 62, año del terremoto que asoló previamente Pompeya, lo que ha hecho pensar que el banquero murió en esa fecha y que probablemente fuera su hijo quien sostuviera la casa.

La casa, situada en la vía de salida hacia el camino que se dirigía hacia el Vesubio, estaba flanqueada por dos tiendas que ahora están en estado ruinoso. Era una domus con un gran atrio, que se desarrolló con el tiempo en una residencia aún más lujosa de doble atrio después de la anexión de otra domus por encima suya (1,23 V) en el período imperial temprano.
La vía en la que se encuentra la domus y que se dirige hacia la calzada de salida de Pompeya en dirección norte. Al fondo el Vesubio.
La fase más antigua de la casa se puede fechar por medio de la técnica de construcción utilizada para la fachada monumental en bloques de toba en opus quadratum y por la decoración de las habitaciones en torno al atrio en el siglo segundo antes de Cristo. La casa se sometió a una redecoración a fondo en el tercer estilo pompeyano junto con la domus colindante que se anexionó, lo que sitúa esta ampliación en época del emperador Claudio (medidos del siglo I d. C.).

La gran puerta de entrada con cornisa daba entrada a un vestíbulo o fauces, flanqueándola las dos tiendas. 

La monumental entrada principal conduce a las fauces o vestíbulo que tenía 4 m de largo por 2,22 m de ancho. Estaba dividido en dos parte por un escalón, la más alta tenía un pavimento de mosaico en blanco y negro, donde se representa un perro acostado, el típico "cave canem".

Dependencias en torno al atrio.
Un gran atrio de estilo toscano era el centro de la parte occidental de la casa. Las aberturas a todas las habitaciones que lo rodeaban se hicieron en grandes bloques de piedra caliza de Sarno mientras que las paredes entre ellas se hicieron en opus incertum.

Esto es la estructura de lo que queda del atrio hoy en día.

Por las investigaciones suecas sabemos que las paredes del atrio estaban decoradas con el tercer estilo de las pinturas murales de Pompeya donde predominaba el rojo y el negro en el piso inferior y el blanco en el superior. El suelo era hermosísimo con un fondo de mosaico negro en opus teselatum en el que se le incrustaron en filas regulares piezas de mármol de diferente color. Un marco ancho de diseño geométrico blanco y negro cercaba el impluvium central. A lo largo de los bordes exteriores del piso corren dos finas bandas de teselas blancas.

Atrio visto en dirección a la puerta de entrada. Se ve el mosaico del suelo y parte del impluvium. Las puertas que flanquean la entraba podrían dar a las tiendas. En una esquina se situaba el larario y en el cerca un podium sobre el que posiblemente se situara un arcón que podría contener las efigies de sus antepasados de Iucundus. Las puertas tendrían marcos de madera de hasta 20 centímetros y una altura considerable.

El lararium consistía en un templete (desparecido), apoyado sobre la esquina de la sala y sostenido por tres columnas de madera (desaparecidas). Todo ello descansaba sobre una base recubierta con placas de mármol y con forma de altar. Sobre él dos repisas donde se expondrían los lares protectores de la casa (no encontrados).

Reconstrucción de la esquina del atrio donde se situaría el lararium.

En la base cuadrada del lararium había dos relieves. En uno se representaba objetos utilizados en los sacrificios; y en el segundo, mucho más interesante, sucesos del terremoto del año 62 d. C. Esta decoración puede conectarse directamente con las actividades de reparación del edificio después del terremoto del 62 d. C.

Relieve del lararium. De izquierda a derecha. Un arco de triunfo o posiblemente la puerta vesubiana de la ciudad. Un templo tetrástilo sobre un alto podio y un altar delante (podría ser el templo de Júpiter en el Foro de Pompeya). Flanqueando el templo en ambos lados se pueden dos jinetes. Todo está inclinando ligeramente.  Y, por fin, en la parte derecha del relieve se ve a un buey siendo conducido al sacrificio en un altar por un asistente. A ambos lados hay representados objetos de sacrificio.

Las habitaciones que rodeaban el atrio (c, d, f, g en el plano de la planta) se destinaban a dormitorios y posiblemente alguna servía como lugar de almacenamiento por los agujeros hechos para estantes (¿biblioteca o archivo?). Alguna podría tener una escalera de madera que daba acceso a un piso superior, pero lo que se ha conservado de ellas hace muy difícil reconstruirlas, aunque los arqueólogos de Lund lo han intentado.

Al fondo del atrio se abrían las alae o salas de acceso a otras dependencias (e y h). La que da al norte (e), servía a su vez de pasillo de conexión con la casa superior, con un pasillo de servicio que llevaba del atrio al peristilo (k) y con la habitación aledaña del atrio (d). Además se abrió en ella una gran ventana a un triclinium cuyo acceso se hacía desde el peristilo (m). Un piso de mosaico blanco que tiene un borde negro y blanco con el motivo pelta define los límites de la ala y el atrio.

El ala norte. La foto tomada desde el ventanal del triclinium. Se puede ver la puerta que da acceso a la habitación contigua (derecha) y de frente el atrio con el pedestal de uno de los hermas, el impluvium y el ala sur con dos habitaciones.

Reconstrucción del sector norte del atrio con dos habitaciones con puertas de madera y el ala norte ya descrita.

Dos hermas, hechas de cipollino, estaban flanqueando la entrada al tablinum en el este. La más septentrional llevaba el famoso busto de bronce de Lucius Caecilius Iucundus que ahora se conserva en el Museo Nacional de Nápoles. Ambas hermas conservaron la inscripción dedicatoria GENIO L NOSTRI FELIX L., "Del libertador Felix, al genio de nuestro Lucius".
En el lado derecho, un estrecho pasillo de servicio que unía el atrio con el peristilo, a su lado la herma de Caecilius Iucundus que presidía el acceso a un abierto tablinium o despacho del dueño de la casa donde recibía a los clientes. Al fondo las puertas se abrían al patio peristilo. 
El tablinium, de buenas dimensiones, tendría una mesa de despacho para que el propietario recibiera a sus principales clientes e invitados. Era la pieza principal de la casa puesto que era el lugar de representación del dueño. Por eso no nos extraña que tuviera las mejores pinturas y muebles. Detalladas imágenes de la más alta calidad decoraban las estructuras con las que se compartimentaba la sala: esbeltas columnillas, guirnaldas y seres mitológicos aparecían dando un tono teatral y de buen gusto sobre fondos negros y rojos.
Las pinturas todavía están relativamente bien conservadas in situ.


El hecho de que falten varias secciones en la zona central es porque fueron arrancadas para ser mostradas en el museo durante las excavaciones del siglo XIX. Esas escenas cortadas representaban escenas mitológicas.

Sátiro abrazando a una ménade. Pompeya, (V, 1,26), L. Cecilio Giocondo Casa, tablinium 1-50 d.C Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.

Ifigenia en Táuride. Es el título de una tragedia de Eurípides. Pompeya, (V, 1,26), Domus de L. Cecilio Giocondo, tablinium 1-50 d.C. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.

El peristilo y las dependencias en torno a él.
La zona del peristilo fue modificada grandemente con la ampliación, puesto que antes debía ser sólo un pequeño jardín con uno o dos pórticos. Pero al anexionarse la casa contigua al norte, se abrieron nuevos espacios en dirección a este patio (q, p, o y n).

El peristilo está enmarcado arquitectónicamente en tres lados: en el oeste y el norte con pórticos, y en el lado este por un conjunto de tres cuartos (s, r y t). El lado sur está formado por el muro medianero con la casa vecina y se dejó decorada con pintura solamente.

El pequeño jardín visto desde uno de los pórticos en dirección a la pared pintada (al fondo).

El intercolumnio al que se accedía desde el tablinium funcionó como entrada al jardín y también como eje de visión potencial desde allí hasta las fauces, a través del tablinium y del atrio. En el lado opuesto, dos salas (s y t), se abrían al jardín a través de ventanas. La tercera sala (r), tenía un frente abierto sostenido por dos columnas, posiblemente fuera una exedra o lugar de ofrendas por el nicho que había en él.

Reconstrucción de la exedra.


Las columnas del peristilo estaban hechas de ladrillo con estuco. Las paredes conservan algunas de sus yeserías en la que se encontró escenas eróticas. Al pórtico dan algunas habitaciones que fueron creadas para la casa de más al norte, pero que fueron algunas tapiadas e incorporadas al peristilo como el gran triclinium (o). Otras habitaciones que la flanquean posiblemente servían de conexión con las cocinas y el área de servicio que se encontraban en la casa norte. 
El triclinium (o) fue profusamente decorada en el cuarto estilo. La combinación de colores incluye un una retícula en rojo y una zona media amarilla. La zona superior está mal conservada. Los paneles principales de la zona media tenían escenas mitológicas. Sólo uno de ellos, que muestra el juicio de Paris, está todavía in situ. Los paneles laterales tienen retratos femeninos inscritos dentro de medallones. 
Reconstrucción del triclinium.
Lo que queda de este triclinium.

Villas Imperiales 
Villa Jovis ("Villa de Júpiter" también Villa Iovis) es un palacio romano de Capri, en el sur de Italia, construido por el emperador Tiberio que gobernó desde allí entre el 27 DC y el 37 DC.
Es la más grande de las doce villas tiberinas de Capri mencionadas por Tácito; el complejo entero ocupa 7.000 m² (1,7 acres) y se dispone en varias terrazas con una diferencia de elevación de cerca de 40 m. Los restantes ocho niveles de los muros y las escaleras permiten entender la grandeza que la construcción ha tenido en su tiempo y recientes reconstrucciones nos muestran que la villa es un exponente extraordinario de la arquitectura romana del siglo primero.
Villa Jovis está situada al noreste de la isla en la cima de "Monte Tiberio"; su elevación de 334 m la hace la segunda cumbre más alta de Capri, después de "Monte Solaro" (589 m de elevación) en Anacapri.
En el ala norte de la construcción se situaba el sector de la vivienda, en el ala sur el administrativo, el ala este estaba pensada para recepciones, mientras que el oeste presentaba una entrada de muros abiertos (ambulatio) que ofrecía una vista pintoresca hacia Anacapri.
Ante la dificultad de llevar el agua a la villa, los ingenieros romanos construyeron un complicado sistema de recolección del agua de lluvia de los tejados y una gran cisterna proveía al palacio de agua fresca.
Al sur del edificio principal hay restos de un faro para el rápido intercambio telegráfico de mensajes con el resto del Imperio, por ejemplo, con fuego y humo.
El acceso al complejo es solo posible a pie a través de un paseo de alrededor de dos kilómetros desde la ciudad de Capri.
Aparentemente, la razón por la cual Tiberio se trasladó desde Roma a Capri fue el temor a ser asesinado. La villa está situada en un punto de la isla muy retirado y los cuartos de Tiberio en el norte y el este de la lujosa villa fueron particularmente difíciles de alcanzar y estaban fuertemente protegidos.
Según Suetonio La Villa Jovis era el escenario en el que se producían las salvajes orgías sexuales que organizaba Tiberio. Sin embargo, si estas versiones del libertinaje de Tiberio son verdad o meras calumnias de sus detractores es todavía objeto de debate. Del mismo modo se acusa a Tiberio de deshacerse de tres mujeres en una cueva cercana a la villa.




Villa Adriana (Tívoli)
Entre los años 118 y 134, según indican los sellos latericios, Adriano construyó su villa de Tibur (Tívoli) como la más personal e íntima de sus obras arquitectónicas. En ella reunió, según la Historia Augusta, los recuerdos de ciudades y paisajes que le habían impresionado vivamente en sus viajes por el mundo, la Stoa poikile[1] de Atenas, el Valle del Tempe, en Tesalia, por ejemplo. El único de éstos que hoy se puede identificar con absoluta certeza es el Cánopo, un lugar residencial próximo a Alejandría y unido a ella por un canal, o euripo, de 22 kilómetros de largo, orlado de suntuosas  mansiones.
Más que un palacio como el de Versalles, con el que se la ha querido comparar, Villa Adriana es un conjunto de edificios independientes y de ejes divergentes, situados en una pendiente llana, con un desnivel de algo más de 50 metros de uno a otro extremo.  
Entre ellos se intercalan pórticos, palestras, palacetes, teatros, bibliotecas, piscinas, jardines y demás ingredientes de las villas señoriales. Dada la circunstancia -escribe Aurigemma- de que Adriano fue un arquitecto de altos vuelos, y así lo consideran algunos como verdadero creador de una escuela, la villa fue para él, con suma probabilidad, el lugar en que dio rienda suelta a su estilo arquitectónico. Su fecundidad y su audacia se manifiestan sobre todo en la multiplicidad de plantas, alzados y, sobre todo, bóvedas (de cañón, de arista, de lunetos, cúpulas, etc.) que se encuentran en la villa. El hecho de que en Borromini, el arquitecto más valiente del barroco romano, se aprecie clara la huella de la villa de Tívoli revela desde cuándo y hasta dónde se ha hecho sentir su influencia. En ella encontró la Italia de la era moderna una fuente de sugerencias y una cantera de materiales arqueológicos (entre ellos unas 1.500 estatuas).

El emperador hizo entrar en juego todas las posibilidades de la arquitectura de su tiempo, todo lo que se había hecho no sólo en palacios y villas, sino muy especialmente en termas, donde las bóvedas tenían su gran terreno de aplicación.

El puro afán de construir debió de ser para Adriano una verdadera obsesión. La bóveda de lunetos rampantes del llamado Serapeum -en realidad un inmenso triclinio en gruta, animado por fantásticos juegos de agua- parece el sueño de un demente. Pero donde estaba la mayor originalidad de esta residencia era en las plantas de algunos edificios, movidas, llenas de entrantes y salientes, de cuerpos radiales, de exedras, de nichos, que a la hora de cubrirlos imponían soluciones difíciles y sorprendentes.  
El llamado Teatro Marítimo en el extremo nordeste, un palacio en miniatura con todos sus elementos, para uso personalísimo del dueño de la casa; la Piazza d'Oro, así llamada porque los hallazgos realizados en ella hicieron creer a Pirro Ligorio y demás buscadores renacentistas que se encontraban en una mina; la llamada por Kähler coenatio, un comedor que parece inspirado en la coenatio lovis de la Domus Flavia, exagerando la nota. En todos estos edificios predominan las plantas centradas que habrán de alcanzar tanto desarrollo en la arquitectura del siglo IV.  
El nombre propio Euripos designaba al estrecho que separa la isla de Eubea de la Grecia continental, pero con el tiempo se aplicó a todos los estrechos y canales; también, desde el Renacimiento, al largo estanque situado delante del llamado Serapeo de Villa Adriana. En los años 1950-55 se practicaron en él unas excavaciones que si no reconstruirlo (cuatro siglos de excavaciones de saqueo lo impedían), han permitido recuperar algunos elementos arquitectónicos de su encuadre de columnas, arquitrabes y arcos y, sobre todo, escultóricos. Gracias a éstos sabemos hoy algo más del uso que los romanos hacían de las copias y variaciones de estatuas griegas y de cómo las instalaban según su criterio -no el de los griegos- en relación estrecha con el paisaje.
Por lo pronto parece que era de rigor tratar los temas por pares y buscando la simetría bilateral: cuatro copias de dos Cariátides de las seis del pórtico sur del Erechtheion, y precisamente dos de la que estaba a la izquierda en la pareja central (hoy en el Museo Británico), y otras dos de la que está a la derecha. Obsérvese esto: todas las demás copias que hoy conocemos de las Cariátides repiten también estos mismos modelos, señal de que los copistas disponían únicamente de los vaciados de las dos centrales.  
Las cuatro Cariátides, con sus pedestales y capiteles, sostenían, con dos silenos canéforos, parte de la columnata del euripo en el lado oeste del mismo, pero no cumplían la función de guardianes de la tumba de Cecrops como en Atenas, sino otra desconocida para nosotros. Las copias son muy exactas; el escultor se esmeró en copiar, por el procedimiento del sacado de puntos, los rasgos y los pliegues uno a uno; pero hizo una reproducción mecánica, sin un soplo siquiera de la vida que tienen el cuerpo y el vestido de los originales, toda una lección de lo infieles que pueden ser las copias aun sin tomarse libertades como las de Aristeas y Papías.

1Teatro Greco, 2 Palestra,  3 Ninfeo e Tempio di venere, 4 Terrazza di Tempe,  5 Terrazza inferiore delle Biblioteche, 6Terrazza del Teatro Marittimo,  7 Biblioteca Greca, 8 Terrazza superiore delle Biblioteche, 9 Biblioteca Latina, 10 Triclinio Imperiale, 11 Padiglione di Tempe, 12 Hospitalia, 13 Cortile delle, 14 Biblioteche, 15 Teatro Marittimo, 16 Sala dei Filosofi, 17 Criptoportico con volta a mosaico, 18 Terme con Heliocaminus, 19 Pecile, 20 Palazzo Imperiale, 21 Peristilio externo, 22 Giardini di Palazzo, 23 Caserma dei Vigili, 24 Edificio con pilastri dorici, 25 Casa colonica, 26 Piazza d'Oro, 27 Arena dei gladiatori, 28 Stadio, 29 Casa a sud della Piazza d'Oro, 30 Edificio con Peschiera, 31 Ninfeo-Stadio, 32 Edificio con tres esedre, 33 Cento Camerelle, 34 Quadriportico, 35 Piccole Terme, 36 Criptoportico presso le Grandi terme, 37 Area fra le Grandi e Piccole Terme, 38 Vestibolo, 39 Grandi terme, 40 Padiglione del Pretorio, 41 Canopo sostruzioni ovest, 42 Rocca bruna, 43 Spianata di Roccabruna, 44 Canopo, 45 Spianata dell'Accademia, 46 Accademia, 47 Canopo sostruzioni est, 48 Odeon.

Teatro marítimo

En la curva del extremo norte del euripo, dos variantes de un atleta desnudo de mediados del siglo V, convertida una de ellas en un Mercurio, como indica la parte superior de un caduceo adherida al brazo derecho, y la otra en un Marte muy apuesto, de casco corintio, con pintoresco penacho romano, y en su mano izquierda el borde de un escudo redondo muy del gusto de la época.
La segunda pareja la forman dos de las cuatro Amazonas del famoso concurso de Efeso, una copia acéfala, pero de excelente calidad, de la Amazona de Fidias, y otra de la de Crésilas. Aquí el copista procedió con mayor libertad, pues por acortar la diferencia con la anterior suprimió el pilarcillo en que Crésilas había apoyado el brazo izquierdo de su Amazona.
El tercer pendant lo forman las estatuas acostadas del Nilo (apoyado en la esfinge) y del Tíber (acodado sobre la loba y los gemelos), versiones muy libres del mismo original que el coloso del Nilo y sus afluentes, del Vaticano.
Se ha podido comprobar que estas estatuas se encontraban, como hoy sus vaciados en cemento, en los intercolumnios de la columnata puramente decorativa que rodea este extremo curvo del euripo, en cuyo entablamento alternaban los tramos curvos horizontales con los arqueados. Los plintos son iguales y las basas molduradas tienen los perfiles típicos de la época de Adriano y de los Antoninos. Detrás de la decoración había, pues, un programa, en el que a las estatuas les correspondía despertar ciertas asociaciones de ideas. La de los dos ríos parece clara: el Nilo, Egipto; su amistad con Italia; la comunidad del culto de Isis, tan arraigado en Roma.

Los pedestales de las Amazonas sobresalen del borde como suspendidas sobre el agua. La evocación deseada aquí sería la de la belleza del arte clásico a través de estas dos celebérrimas obras maestras. La del Mercurio y el Marte, dependientes de un mismo prototipo, habría que buscarla en un contexto mitológico. Pero había y hay más: de la superficie del agua sobresalían pedestales de estatuas: una de ellas, la de Escila, apareció hace tiempo; la otra, un cocodrilo, copiado rigurosamente del natural, mirando de cerca, como lo haría en un islote del Nilo, a quien recorría en barca las aguas del embalse; mientras, Escila le hacía sentir al viajero el escalofrío que la visión del monstruo provocó en el ocurrente Ulises.
Tras un minucioso estudio de lo aquí expuesto, llega Zanker a esta conclusión: la peculiaridad del gusto, acreditada desde el siglo I a.C., de incrementar el disfrute de la naturaleza mediante obras de arte, y de las obras de arte mediante la percepción de la naturaleza, está llevada aquí al límite de la agudeza. Ante tamaña exageración uno se siente tentado a hablar de la desertización tópica del mundo figurativo de los clásicos.

Villa de Casale
La villa romana del Casale es una villa tardo-romana cuyos restos se sitúan en la localidad siciliana de Piazza Armerina. Desde 1997 forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Es famosa sobre todo por la excepcional colección de mosaicos, perfectamente conservados a través del tiempo gracias a una capa de barro, producto de una inundación antigua.
Aunque las primeras excavaciones se iniciaron a finales del siglo XIX, dándose por finalizadas en el año 1929 en un primer momento, y posteriormente en 1935, sin que se hubieran obtenido resultados satisfactorios, el descubrimiento efectivo de la villa y del extraordinario conjunto de mosaicos que alberga se debe a Gino Vinicio Gentili, arqueólogo italiano, que en 1950 retomó las excavaciones en la zona, basándose en las indicaciones que le habían proporcionado los habitantes del lugar.
Basándose principalmente en el estilo de los mosaicos que de manera tan profusa se pudieron encontrar, la villa recién descubierta fue fechada en un primer momento en la primera mitad del siglo IV. Posteriores estudios, sin embargo, han permitido afinar más la datación, situándola entre los años 285 y 305. En un primer momento se estimó que el tiempo de construcción de la villa fue de unos cincuenta años, siendo prolongado luego hasta los ochenta, y posteriormente reducidos a cinco o diez años. Hoy en día se tiende a considerar una duración relativamente corta de las labores de edificación.

Entre los restos de la villa se individualizan cuatro núcleos diferentes, con decoraciones diversas, pero estrechamente conectadas entre sí:
·       Entrada monumental o atrio;
·       Cuerpo central de la villa, organizado en torno a un peristilo cuadrangular, con jardín y estanque en el centro;
·       Complejo del triclinium precedida de un peristilo ovoide circundado a su vez por un grupo de estancias;
·       Complejo termal, con acceso desde la zona noroccidental del peristilo cuadrangular.

Muchas de las estancias de la residencia presentan el pavimento decorado con mosaicos, formados por teselas coloreadas. Las diferencias estilísticas de los diversos habitáculos son evidentes. Esto, sin embargo, no indica necesariamente una ejecución realizada en diferentes épocas, sino que denota más probablemente la ejecución de los mismos por maestros artesanos diferentes.
Cada uno de los cuatro núcleos de la villa está dispuesto siguiendo un eje direccional propio. Sin embargo, todos ellos convergen en el centro del estanque del peristilo cuadrangular. A pesar de las aparentes asimetrías, es probable que la villa haya sido edificada siguiendo un proyecto orgánico unitario que, partiendo de un modelo clásico de villa con peristilo, se le han introducido una serie de variaciones tendentes a dotar de originalidad al conjunto. La unidad de la construcción se evidencia en la funcionalidad de los corredores internos, y en la subdivisión entre las estancias públicas y las privadas.


Durante los primeros dos siglos del Imperio romano, la isla de Sicilia había atravesado una fase de depresión económica, debido al sistema de producción latifundista, basado en el trabajo de los esclavos. La vida urbana había sufrido un declive y el campo se había desertizado. La Sicilia rural entró en un nuevo periodo de prosperidad al inicio del siglo IV, con una expansión del comercio. Restos de esa actividad, son aún visibles en localidades como Filosofiana, Sciacca, Punta Secca y Naxos. Una señal evidente de trasformación lo constituye el hecho del nuevo título asignado al gobernador de la isla, que de corrector pasa a ser llamado consularis.
Los motivos parece que fueron de dos tipos: por un lado la renovada importancia de las provincias del África proconsular, como granero de Roma, después de que la producción de Egipto fuera transferida a Constantinopla, nueva capital imperial desde el 330. Sicilia asumió así un nuevo papel central en las rutas comerciales entre los dos continentes. En segundo lugar, los caballeros y senadores romanos, comenzaron a abandonar la vida urbana, retirándose a sus posesiones en el campo, a causa de la creciente presión fiscal, y de los gastos que estaban obligados a soportar para el mantenimiento del aparato público de la ciudad. De este modo, los propietarios comenzaron a ocuparse de manera personal de la explotación de sus propias tierras, que se cultivaban no ya con la mano de obra de los esclavos, si no con colonos. Grandes sumas de dinero fueron destinadas a engrandecer y embellecer las residencias fuera de las ciudades.
Sistema de caldeamiento de los baños 

Famoso mosaico con «chicas en biquini

La cuestión de la identificación del propietario ha sido muy discutida, estableciéndose numerosas hipótesis. Según una primera teoría, el propietario de la villa habría sido el tetrarca Maximiano (285–305), que se habría retirado aquí después de su abdicación. Los estudios posteriores han demostrado, sin embargo, que Maximiano pasó sus últimos años en la Campania, y no en Sicilia. Estudios más recientes han apuntado la posibilidad de que el propietario de la villa pudiera haber sido Majencio (305–312), hijo de Maximiano.
Realmente no hay ningún indicio que nos obligue a ver en la villa de Piazza Armerina una residencia imperial. En los últimos años, las excavaciones han demostrado que la posesión de suntuosas residencias era un fenómeno muy extendido en la época que nos ocupa entre la alta aristocracia romana.
La hipótesis más acreditada actualmente identifica al propietario con una prestigiosa figura de la época de Constantino, Lucio Aradio Valerio Próculo Populonio, gobernador de Sicilia entre los años 327 y 331 y cónsul romano en el año 340. Los juegos que había organizado en Roma en el 320, mientras desempeñaba el cargo de pretor, fueron tan fastuosos que su fama duró durante mucho tiempo, y quizá alguna de las representaciones de los mosaicos de la villa (la gran caza, los juegos del circo) sea un intento de evocación de aquel evento.
Otras teorías apuntan a los siguientes personajes, como candidatos al título de propietarios de la villa:
Gaio Ceionio Rufo Volusiano prefecto urbano y cónsul bajo Majencio y Constantino (306–337), que tenía grandes propiedades en África, de donde era originario.
Un procurator imperial, Ceiono Lampadio, hijo de Volusiano Lampadio, prefecto bajo Constancio II (353–359).
Memmio Vitrasio Orfito, prefecto urbano bajo Constancio II (353–359), y gobernador en Sicilia. Era la persona encargada del transporte por nave de los animales provenientes de las provincias africanas y orientales. Según una crónica coetánea de Amiano Marcelino, a él se debe la erección en el Circo Máximo del conocido actualmente como obelisco Lateranense, el cual podría estar representado en unos de los mosaicos de la zona de los gimnasios de la villa.
Claudio Mamertino, famoso rector de los tiempos del emperador Juliano (361–363).
Y Por último Virio Nicomaco Flaviano el joven, un aristócrata romano que vivió a caballo de los siglos IV y V, quién según algún testimonio había corregido la obra Annales de Tito Livio mientras residía en alguna localidad siciliana no distante de Enna.

Descripción de las diferentes estancias
Entrada
El atrio, en realidad, era un patio rodeado de columnas con capiteles jónicos. Quedan restos en el centro de una fuente. Su entrada monumental está adornada con fuentes, da paso a un pórtico que conecta con la zona de los baños, compuesta de frigidarium y tepidarium, y con un vestíbulo en el que supuestamente se recibía a los invitados. Al dejar el vestíbulo se llega a un peristilo cuadrangular, el cual conecta con todas las otras áreas de la villa, en el lado norte están las cámaras de invitados y a las estancias de los siervos. Al este encontramos el Corredor de la Gran Cacería, famoso por la representación de la escena en que se observa el proceso de captura de diferentes especies animales que usarían en el circo romano.

Peristilo
Desde el atrio se accede al peristilo, decorado con mosaicos con cabezas de diferentes animales (felinos, antílopes, cabras salvajes, caballos, ciervos, elefantes.

Triclinium
Es un comedor romano que incluye sofás o una plataforma de tres lados con un área abierta en la que se colocan los alimentos.

Complejo termal
Directamente desde la entrada de la villa se accede al complejo termal. La primera estancia, fue probablemente utilizada como apodyterium y está decorada con mosaicos pavimentales que representan a la matrona propietaria de la casa.
De aquí se pasa a un corredor terminado en ábsides en sus extremos, y decorados con escenas del Circo Máximo de Roma. Muy rico en detalles, incluyendo una carrera de cuadrigas, en la que se aprecia que ha sido la facción verde, o Prasina, la vencedora. Este corredor era utilizado probablemente para los ejercicios gimnásticos realizados a cubierto.
Detalle del Salón del Circo.

Sigue el frigidarium, una sala octogonal, con seis nichos absidados en las paredes, dos de los cuales eran utilizados como entradas. También hay una piscina natatio absidada. El mosaico de la habitación central representa una escena de pescadores y nereidas, tritones y caballos de mar, dispuestos todos siguiendo la forma octogonal del habitáculo.

Corredor con escenas de caza
Este largo corredor, de 65,93 metros de longitud y 5 de anchura, acabado en sendos ábsides, representa una gran partida de caza de bestias salvajes, destinadas a los juegos del anfiteatro, en Roma. De hecho, ningún animal es abatido. Hay una diferencia estilística evidente a lo largo del pasillo, evidenciando la labor de dos maestros operarios, siendo destacables las figuras del lado norte, dotadas de más riqueza volumétrica. Probablemente, los operarios de este lado norte hayan sido más innovadores a la hora de plasmar en mosaico las figuras, adoptando modelos provenientes de Grecia y Asia Menor, al contrario que sus compañeros del lado sur, más conservadores, y que han desarrollado su labor siguiendo estrictamente los cánones estilísticos propios del siglo III.
Escena de caza.

Villa de los Quintili
La Villa de los Quintilii es una antigua Villa Romana situada más allá del quinto miliario de la Via Appia Antica a las afueras de los límites tradicionales de Roma, central Italia. Fue construida por los ricos hermanos Sextus Quintilius Maximus y Sextus Quintilus Condianus (cónsules en el 151 d.C.) en el siglo II d.C.
Las ruinas de esta villa suburbana son de tal extensión que cuando fue excavada por primera vez, el sitio fue denominado como Roma Vecchia por la población local, ya que ocupaba un terreno muy grande, pensando que podía haber sido una ciudad.[3] El complejo de la villa incluye unas extensas termas, las cuales eran abastecidas por su propio acueducto, y lo que es más inusual, un hipódromo, el cual se ha datado el siglo IV, cuando la villa ya formaba parte del patrimonio Imperial. 
La villa fue levantada a lo largo de la Via Appia Antica, aunque la entrada monumental se hacía por la Via Latina. Dicha villa se extendía hacia el norte sobre un montículo natural creado por una erupción de lava del Volcán Lazial, hasta el flujo acuífero conocido como Fosso dello Statuario) que la erosión había excavado en la falda de dicho monte.
Ruinas dela Villa de los Quintili.

Los sellos de los ladrillos que se encuentran en el núcleo de la villa han hecho que sea datada a finales del reinado de Adriano, es decir, en la primera mitad del siglo II d.C. El nombre de los propietarios fueron grabados en las tuberías de plomo. Se trataba de dos hermanos Sexto Quintilio Condiano y Sexto Quintilio Valerio Massimo, de rica, culta y noble familia, ambos cónsules en 151, y grandes terratenientes. Tenidos en alta estima por Antonino Pio y Marco Aurelio, su riqueza y fortuna suscitó las ansias del emperador Cómodo, quien acusando a sus propietarios de conjura en el 182, confiscó los bienes de dicha familia y los anexionó a los bienes imperiales. La gran propiedad se convirtió así en una villa imperial y sus funciones como tal parecen haberse mantenido, basándonos en las fechas de restauraciones inscripciones, citas y retratos, hasta el emperador Tácito, a finales del siglo III. 
El complejo todavía quedó parcialmente en uso hasta finales del siglo VI (existen sellos en ladrillos de la época de Teodorico el Grande). En el periodo altomedieval también se ven niveles de utilización posteriores consistentes en restos cerámicos y sepulturas individuales en algunas partes del complejo de la villa.
Al igual que todos los bienes imperiales, el fundus de los Quintili pasó a lo largo de los siglos, a pertenecer a distintas instituciones eclesiásticas. En el siglo X lo encontramos citado como bien patrimonial del monasterio de San Erasmo del Celio, y después, en el siglo XII, en el de Santa Maria Nova (hay en día la Basílica de Santa Francesca Romana). La finca, también conocida como Roma Vecchia, seguramente por la grandeza de sus ruinas, pasó (a finales del siglo XVIII) a ser propiedad del 'Ospedale del Santissimo Salvatore ad Sancta Santorum (hoy Hospital de San Giovanni in Laterano), y en 1797 fue vendida al Monte di Pietà, cuyo gestor era Giovanni Raimondo Torlonia.

Las excavaciones
En 1776 Gavin Hamilton, el pintor y proveedor de antigüedades romanas, excavó algunas partes de la villa, la cual aún seguía denominándose "Roma Vecchia", y las esculturas que halló, revelaron inevitablemente la naturaleza imperial de dicho emplazamiento:
Unas considerables ruinas son vistas cerca última, a manos derecha, y es generalmente considerada el haber sido las ruinas de una Villa de la niñera de Domiciano. Los fragmentos de Colosales estatuas encontradas cerca de estas ruinas confirman en mi opinión, el excelente escultor que refuerza esta suposición. }}». 
Aquí el encontró cinco esculturas de mármol, incluyendo un "Adonis dormido",la cual fue vendida a Charles Townley y que actualmente se encuentra en el Museo Británico y "Una Bacante con tigre" que figura que se vendió a Charles Greville. El largo relieve de Asclepio encontrado también aquí, pasó a formar parte de Hamilton a la colección del Conde de Shelburne, y después al Marqués de Lansdowne. La "Venus Brachi" desde el yacimiento, fue adquirida por el sobrino del Pius VI, llamado Luigi Braschi Onesti.
"Venus Braschi", de la Villa de los Quintilii (Glyptothek, Munich).

Hoy en día, el yacimiento arqueológico está musealizado y es una "casa-museo" con frisos de mármol y esculturas que una vez adornaron la villa. El nympheum, el recibidor del tepidarium ay los baños, pueden ser también visitados. Una gran terraza con vistas a la Via Appia Nuova, la cual se remonta a 1784, domina una hermosa vista de los distritos de los Castelli Romani. La extensión originaria de la villa se extendía más allá de la Via Appia Nuova.

Villa de los Misterios
La Villa de los Misterios o Villa dei Misteri es una ruina bien conservada de una villa romana que queda a unos 800 metros al noroeste de Pompeya y a unos 200 de la Puerta de Herculano. Se puede llegar a ella desde Pompeya. Queda en las afueras de la ciudad principal, separada de ella por una carretera con monumentos funerarios a ambos lados (una necrópolis) así como las murallas de la ciudad. La Villa de los Misterios está considerada una villa suburbana, con una relación cercana con la ciudad, pero en las afueras de ella. Desde el año 1997 forma parte del sitio Patrimonio de la Humanidad llamado «Zonas arqueológicas de Pompeya, Herculano y Torre Annunziata», en
Aunque cubierta por metros de ceniza y otro material volcánico, la villa sufrió sólo daños menores en la erupción del Vesubio en el año 79, y la mayoría de sus paredes, techos, y más en particular sus frescos sobrevivieron en gran medida intactos.
Fue construida en la primera mitad del siglo II a. C. y fue muchas veces remodelada y ampliada. Se presenta como una construcción de cuatro lados circundada por una terraza panorámica. Después del terremoto del año 62 la Villa cambió de propietarios y de usos: de vivienda señorial pasó a establecimiento agrícola. La propiedad de la Villa es desconocida, como ocurre con muchas casas privadas de la ciudad de Pompeya. Sin embargo, algunos objetos proporcionan claves tentadoras. Un sello de bronce encontrado en la villa menciona a L. Istacidius Zosimus, un liberto de la poderosa familia Istacidii. Los eruditos lo han propuesto como propietario de la villa o supervisor de la reconstrucción después del terremoto del año 62. En lugar de ello, la presencia de una estatua de Livia, esposa de Augusto, ha hecho que algunos historiadores consideraran que ella era la propietaria.
Planta y reconstrucción de la Villa de los Misterios. 

Reconstrucción integrada en el paisaje de la Villa de los Misterios. Criptopórtico sosteniendo la terraza en donde sobresale una exedra porticada. 

La Villa tenía bellas salas tanto para comer como para el ocio, y espacios más funcionales. Una prensa de vino fue descubierta cuando se excavó la Villa y ha sido restaurada a su ubicación original. No era infrecuente en las casas de los muy ricos incluir zonas para la producción de vino, aceite de oliva u otros productos agrícolas, especialmente desde que muchos romanos de la élite eran propietarios de granjas o huertos en la proximidad de sus villas. Es un ejemplo de una vivienda de gran lujo unida a una explotación agropecuaria. Se integra en el paisaje mediante grandes pórticos y galerías que dan a jardines colgantes. En este sentido, la Villa de los Misterios resulta muy distinta de las casas encontradas en la ciudad.
La Villa recibe su nombre por las pinturas en una habitación de la residencia. Este espacio pudo haber sido un triclinium, y está decorado con frescos del siglo I a. C. Aunque el tema real es objeto de controversia, la interpretación más usual de las imágenes es que se trata de la iniciación de una mujer en un culto especial a Dioniso, un culto mistérico que requería ritos específicos y rituales para convertirse en miembro. Del resto de interpretaciones, la más destacada es la de Paul Veyne, quien cree que representa a una joven pasando por los ritos del matrimonio.  


Villa de los misterios. Reconstrucción del triclinium.

Primeras escenas. Mujeres solemnes realizando un rito, Sileno tocando la lira y sátiros. La música marca la entrada en un nuevo estado psicológico. Una mujer entre aterrorizada y atraída por la música danza... 
Sileno y los sátiros, Baco ebrio y Ariadna. La cista mística que oculta bajo un pañol el falo revelado.

Un ángel o demonio flagelador gira hacia el otro muro para golpear el torso de una mujer...


Novia siendo peinada por una doncella, cupidos y matrona o dómina contemplando toda la escena. Reconstrucción uniendo las pinturas de tres paredes. 

Lo cierto es que el ritual parece estar centrado en Dionisos, el dios griego del vino, la agricultura y el éxtasis y que hay presencias de sacerdotisas como para guiar a la joven a través del proceso de iniciación. El mismo Sileno, amigo y protector del dios, y los sátiros y las ménades de Baco también están presentes en esta habitación y en otra más pequeña de al lado formando parte de este rito femenino.
Una mujer velada avanza, mientras otra sedente la mira fijamente. Un niño lee en voz alta un rito. Difícil interpretación iconográfica.

Las figuras están distribuidas por una pequeña cornisa pintada de verde que las eleva y contribuye a crear la sensación de que se trata de un escenario. Este recurso tridimensional junto con el del solapamiento introduciendo personajes de espalda inscribe el fresco en el segundo estilo pictórico y hace que los personajes parezcan estar presentes en la habitación. La pintura es de calidad y denota un pintor con mucho oficio, pero posiblemente sería una copia hecha por un pintor local campaniense de algún modelo previo helenístico. 
La representación se encuentra en una habitación luminosa no sólo porque está abierta a través de su gran puerta, sino porque también tenía una ventana orientada al sur por el que entraba la luz más potente durante todo el día y se podía ver el pórtico y el jardín exterior. Por lo que mi conclusión personal es que no se puede interpretar la escena tanto en un sentido religioso de un rito esotérico, oculto y misterioso, como insisten casi todos los estudiosos porque para ello se hubiera buscado la oscuridad o la penumbra, sino que hay que verla en el contexto de dónde se encuentra y entonces comprenderíamos que se trata de un conjunto escénico, una representación teatral y estética de puro goce sensual. El uso además de colores como el rojo y el azul, tan costosos, al igual que el suelo tan elaborado indican que el propietario deseaba hacer ostentación de su comedor ante sus invitados.

Atrio principal. En el centro el impluvium y a través de las puertas (una de ellas reconstruida con calco de escayola) se accedía al peristilo. Al fondo se puede ver el arco de acceso a la vivienda.

Las imágenes son muy elocuentes: un niño leyendo el ritual bajo la supervisión de una matrona, una joven que lleva una bandeja con ofrendas, un grupo de señoras en una celebración sacramental, un sileno que toca una lira mientras una jovencita ofrece su seno a una cabra, otro viejo sileno ofrece bebidas a un pequeño sátiro mientras otro más joven le alcanza una máscara teatral, entre muchas otras. También se representan las bodas de Dioniso y Ariadna.
Como en otras zonas de Pompeya y Herculano, se encontraron una serie de cuerpos en la villa de los que se hicieron modelos en yeso.

Villa de los Papiros
La Villa de los Papiros o Villa dei Papiri es una casa particular de la antigua ciudad romana de Herculano. Situada al noroeste de la ciudad, la residencia queda a medio camino en la ladera del volcán Vesubio sin otros edificios que obstruyan el panorama. Fue propiedad del suegro de Julio César, Lucio Calpurnio Pisón Cesonino. En el año 79, la erupción del Vesubio cubrió todo Herculano con unos 30 metros de ceniza volcánica. Los restos fueron excavados por vez primera entre 1750 y 1765 por Karl Jakob Weber a través de túneles subterráneos. Su nombre deriva del descubrimiento de una biblioteca en la casa con 1.785 rollos de papiro carbonizados. Desde el año 1997 forma parte del sitio Patrimonio de la Humanidad llamado «Zonas arqueológicas de Pompeya, Herculano y Torre Annunziata», en concreto con el código 829-004.
El frente de la villa discurría a lo largo de más de 250 metros paralelo a la línea de la costa. Estaba también rodeada por un jardín cerrado por pórticos, pero con una amplia franja de jardines de verduras, viñedos y bosques hasta una pequeña bahía. Situada a unos cientos de metros de la casa más cercana en Herculano, la casa de Pisón tenía cuatro niveles dispuestos en una serie de terrazas en la ladera y era una de las casas más lujosas de todo Herculano y Pompeya. La Villa de los Papiros también albergaba una amplia colección de ochenta esculturas de magnífica calidad, muchas de ellas conservadas actualmente en las salas de los grandes bronces en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.
La villa permanece fiel en su disposición general al esquema estructural y arquitectónico fundamental de una villa suburbana en el campo alrededor de Pompeya. El atrio funcionaba como un vestíbulo y un medio de comunicación con las diversas partes de la casa. La entrada se abría con un pórtico de columnas hacia el lado del mar. Alrededor del cuenco del impluvio del atrio había once estatuas surtidor representando a sátiros vertiendo agua de un cántaro y putti lanzando agua de la boca de un delfín. Otras estatuas y bustos se encontraron en las esquinas alrededor de las paredes del atrio.
El primer peristilo tenía diez columnas a cada lado, y una piscina en el centro. En este recinto se encontraron el herma de bronce de un Doríforo, una réplica del atleta de Policleto, y el herma de una amazona hecho por Apolonio hijo de Arquias de Atenas. El segundo gran peristilo puede alcanzarse pasando por un gran tablinio en el que, bajo un propileo, estaba la estatua arcaica de Atenea Promacos. Una colección de bustos de bronce estaba en el interior del tablinio. Entre ellos estaban la cabeza de Escipión el Africano.
Las auténticas dependencias para vivir y recibir están agrupadas alrededor de los pórticos y las terrazas de manera que la luz del sol y la vista del campo y el mar pueden disfrutarse más directamente por los ocupantes e invitados a la casa. En la zona de habitación, instalaciones de baños fueron sacadas a la luz y la biblioteca de papiros carbonizados colocados dentro de capsae de madera, algunos de ellos en baldas ordinarias de madera y alrededor de las paredes y algunas en los dos lados de una serie de baldas en el medio de la habitación.
Las tierras incluyen una gran zona de jardines cubiertos y descubiertos para pasar a la sombra o en el calor del sol. Los jardines incluían una galería de obras de arte consistentes en estatuas, bustos, hermas y estatuillas de bronce y mármol. Estaban colocadas entre columnas en medio de la parte abierta del jardín y en los bordes de la gran piscina. 


Estatuas de los corredores.


Calpurnio Pisón creó una biblioteca sobre todo de carácter filosófico. Se cree que la biblioteca fue reunida y seleccionada por el amigo de la familia y cliente de Pisó, el epicúreo Filodemo de Gadara. Los seguidores de Epicuro estudiaban las enseñanzas de este filósofo natural y moral. Esta filosofía enseñaba que el hombre era mortal, que el cosmos es el resultado de un accidente, que no hay ningún dios providencial, y que el criterio de una buena vida es el placer y templanza. Las conexiones de Filodemo con Pisón le dieron la oportunidad de influir a los jóvenes estudiantes de literatura griega y filosofía que se reunían alrededor de él en Herculano y Nápoles. Gran parte de su obra se descubrió en alrededor de mil papiros en la biblioteca filosófica recuperada en Herculano. Aunque su obra en prosa es detallada en el estilo nervioso típico de la prosa griega helenística anterior al resurgimiento del estilo ático después de Cicerón, Filodemo superó el estándar literario medio al que aspiraban la mayor parte de los epicúreos. También tuvo éxito al influir en los romanos más cultos y distinguidos de la época. Ninguna de sus obras en prosa era conocida hasta que los rollos de papiro se descubrieron entre las ruinas de esta villa.  
Al tiempo de la erupción del Vesubio en el año 79, la valiosa biblioteca estaba empaquetada en cajas preparadas para el traslado a un lugar más seguro cuando fue sorprendida por un flujo piroclástico; la erupción con el tiempo depositó unos 20-25 metros de ceniza volcánica sobre el lugar, chamuscando los rollos pero conservándolos, de manera que es la única biblioteca que ha sobrevivido de la Antigüedad, cuando la ceniza se endureció para formar toba volcánica.
 Aún quedan 2,800 m² por excavar en esta villa suburbana, la más lujosa del lugar de vacaciones de Herculano. Bajo la zona excavada, nuevas excavaciones realizadas en los años noventa revelaron dos plantas previamente desconocidas de la villa, que estaba construida sobre una serie de terrazas que daban hacia el mar.
La razón de que el resto del lugar no se haya excavado es que el gobierno italiano está practicando una política de conservación y no excavación, y está más interesado en proteger lo que ya ha sido descubierto. David W. Packard, que ha dotado de fondos a la obra de conservación en Herculano a través de su Packard Humanities Institute, ha manifestado estar dispuesto a financiar la excavación de la Villa de los Papiros cuando las autoridades lo permitan; pero ninguna obra se permitirá aquí hasta que se complete un análisis de viabilidad, que se ha estado preparando durante varios años. La primera parte del estudio ha aparecido en 2008 pero no incluye calendario o coste, puesto que la decisión sobre seguir excavando es de carácter político.
Usando imagen multiespectro, una nueva técnica que se desarrolló a principios de los noventa, es posible leer los papiros quemados. Con estas imágenes multiespectro, muchas imágenes de papiros ilegibles se toman usando diferentes filtros en el registro infrarrojo o ultravioleta, muy afinada para capturar ciertas longitudes de onda de la luz. Así, la porción espectral óptima puede encontrarse para distinguir la tinta del papel en la superficie oscurecida del papiro. Mediante escáneres no destructivos podrán, se espera, proporcionar descubrimientos importantes al leer los frágiles rollos de pergamino no abiertos sin destruirlos en el proceso.

Museo J. Paul Getty
El museo original J. Paul Getty en Pacific Palisades es una copia libre de la Villa de los Papiros, tal como se publicó en Le Antichità di Ercolano. El edificio del museo se construyó a principios de los setenta por la firma arquitectónica de Langdon y Wilson. El asesor arquitectónico Norman Neuerburg y curador del Getty de antigüedades Jiri Frel trabajó estrechamente con J. Paul Getty para desarrollar los detalles interiores y exteriores. Puesto que la Villa de los Papiros estaba quemada por la erupción y gran parte de ella permanece sin excavar, Neuerburg basó muchos detalles arquitectónicos y paisajísticos del museo en otras casas romanas antiguas en las ciudades de Pompeya, Herculano y Estabia.
Con el traslado del Museo al Centro Getty, la «Villa Getty» tal como se la llama actualmente, fue renovada; se reabrió el 28 de enero de 2006.

En la literatura moderna
Varias escenas de la novela superventas de Robert Harris Pompeya se ambientan en la Villa de los Papiros, justo antes de que la erupción la tragara. Se menciona la villa como propiedad del aristócrata romano Pedius Cascus y su esposa Rectina. (Plinio el Joven menciona a Rectina, a quien llama esposa de Tascio, en la Carta 16 del Libro VI de sus Epístolas.) Al comienzo de la erupción, Rectina prepara la biblioteca para evacuarla y envía un mensaje urgente a su viejo amigo, Plinio el Viejo, quien comanda la Armada romana en Miseno al otro lado del Golfo de Nápoles. Plinio inmediatamente envía un barco de guerra, y llega a la vista de la villa, pero la erupción le impide tomar tierra y llevarse a Rectina y su biblioteca, de manera que queda la misma para que los arqueólogos modernos la encuentren.

Palacio de Diocleciano
Es un monumento construido en la ciudad de Split, Croacia, por encargo del emperador Diocleciano entre los siglos III y IV d. C. Diocleciano mandó construir este palacio para pasar sus últimos días luego de su abdicación en mayo de 305. Hoy, el palacio se ha transformado en el corazón de la ciudad de Split y a su alrededor se hallan todos los edificios y monumentos importantes de la ciudad. El palacio se encuentra muy bien conservado y es reconocido como uno de los lugares arquitectónicos más bellos de la costa adriática de Croacia. En 1979 la Unesco declaró al conjunto histórico de Split, incluyendo el palacio de Diocleciano, como Patrimonio cultural de la Humanidad.
La superficie del palacio está conformada por un rectángulo irregular con torres que se proyectan en las fachadas al este, oeste y norte. El palacio combina características de una lujosa villa con aquellas de un campamento militar. El palacio se encuentra amurallado y en sus tiempos logró albergar hasta 9000 personas. Solamente la fachada sur del palacio, la cual se encuentra mirando hacia el mar, no se encuentra fortificada.
Aspecto original del palacio de Diocleciano

Cada una de las fachadas cuenta con un portón de acceso que guía hasta un patio privado. El portón de la fachada sur es un poco más pequeño, probablemente era utilizado para el acceso del emperador hacia los botes o quizás para el ingreso de mercaderías que llegaban desde los botes. Una columnata monumental forma el acceso norte hacia los apartamentos imperiales. Además da acceso hacia el mausoleo de Diocleciano hacia el este (hoy convertido en la Catedral de Split) y hacia tres templos al oeste (dos actualmente están perdidos y el tercero fue convertido en baptisterio). El palacio está construido con piedra caliza y mármol de alta calidad.
Vista del peristilo del Palacio de Diocleciano.

En la imagen de abajo observamos el arco central del pórtico que daba acceso al palacio privado de Diocleciano. Las dovelas de los arcos y los sillares del entablamento y del frontón son de caliza y contrastan con los pobres materiales (mampostería y hormigón) de la pared trasera, que ha perdido los bloques decorativos que seguramente tendría. 

La imagen de abajo nos muestra la misma puerta desde el espacio que había al otro lado, el vestíbulo. En este periodo era muy frecuente la combinación de mampostería y ladrillo en diferentes hiladas. El arte bizantino continuará esta disposición.

La planta.
El edificio se dispone como un rectángulo, algo deformado a causa de la adaptación a la topografía. Sus dimensiones eran de 213 x 177 metros, es decir, una superficie de aproximadamente 37.000 metros cuadrados. A nadie le ofrece duda de que la planta se inspira en la planta tradicional de los castros o campamentos romanos, con dos calles que se cruzan en el centro, cardo (norte-sur) y decumanus (este-oeste). Esta disposición divide el rectángulo en cuatro cuadrantes,

Los dos al norte estuvieron destinados a alojamientos de la guarnición y a distintas dependencias comunes como oficinas y talleres. Hoy se alzan sobre ellas pequeñas callejuelas y viviendas de varias épocas que hacen casi irrecuperable el espacio;
En los dos cuadrantes del sur, se levantaron los espacios públicos de culto y la vivienda y salones imperiales, que es lo mejor conservado y sobre lo que trabajaremos.

Historia del edificio y estado actual.

No sabemos con seguridad lo que sucedió con el palacio al morir el emperador, suponemos que al ser enterrado en su mausoleo, el edificio se convertiría en un lugar de culto imperial. Sí sabemos que, a la caída del Imperio, fue utilizado como residencia por los habitantes de la ciudad surgida en su derredor, de manera especial a raíz de la invasión eslava del año 629, en que los habitantes de la cercana localidad de Salona hallaron sólida defensa tras sus muros al tiempo que su ciudad era arrasada.
Durante la Edad Media y el Renacimiento, el palacio fue utilizado, por desgracia, como como cantera para levantar nuevas viviendas y construcciones de la ciudad. Sin embargo, los edificios principales perduraron adaptándose y transformando sus funciones. Así, por ejemplo, el mausoleo, el edificio más importante, se salvó al ser reconvertido en iglesia alrededor del siglo IX, pero tuvo que adaptarse a las nuevas necesidades e incluso admitir a su lado un sobresaliente campanario románico (siglo XIII).
A mediados del siglo XVIII, el arquitecto inglés Robert Adam, padre del neoclasicismo en Gran Bretaña, acudió a Split para realizar un detenido estudio del recinto y lo publicó en 1764, Ruins of the palace of the Emperor Diocletian at Spalato in DalmaciaAdam dio a conocer al público occidental este grandioso edificio olvidado y se atrevió a reconstruirlo dada la cantidad de estructuras que todavía se conservaban.

El Palacio del emperador Diocleciano en Split, según Robert Adam (1764).
La valoración de este colosal edificio tendría continuación en monografías del siglo XX como las de E. Hébrard y J. Séller (Spalato. Le palais de Diocletien; París, 1912) a la que debemos la magnífica reconstrucción a color del conjunto que habitualmente sirve para mostrarnos el edificio en todo su esplendor. Trabajos de arqueólogos posteriores siguieron investigando y restaurando el edificio. El descubrimiento más importante se produjo entre 1956-59, cuando se desenterró un conjunto de salas abovedadas en muy buen estado que constituían los sótanos de la zona noble.
Detalle del dibujo de reconstrucción del palacio de Diocleciano en Split, 1912.

En la actualidad el Palacio de Diocleciano es parte del casco antiguo de la ciudad de Split, lo que en cierto modo, y a pesar de las inevitables transformaciones, ha permitido salvaguardar algunas construcciones que iremos analizando como: las puertas y parte de las murallas; el peristilo central que servía de antesala al vestíbulo de acceso al palacio; el ya mencionado mausoleo, reconvertido en catedral; un pequeño templo dedicado a Júpiter; los sótanos de los apartamentos privados del emperador; y restos de la antigua loggia que daba al mar, embutidos entre las edificaciones actuales, y que luce hoy como fachada del paseo marítimo.
Centro histórico de Split. Desde el aire todavía se distingue la forma del antiguo palacio y algunos de sus edificios más representativos: las murallas, el vestíbulo de entrada y el Panteón.


Las puertas y las murallas.
El conjunto rectangular del palacio estaba rodeado por una imponente muralla de dos metros de espesor por veinticuatro metros de altura, que todavía puede contemplarse en algunos lugares. Para reforzarla, el constructor levantó en ella 16 torres sobresalientes hacia el exterior en las tres caras orientadas hacia el continente. Las de las esquinas eran especialmente fuertes y altas, de ellas sólo subsistente tres. En el centro de cada lado se abrían cuatro puertas. Tres de ellas estaban flanqueadas por torres octogonales y ofrecían idéntica distribución: un vano adintelado sobre el que volteaba un arco de medio punto y, a los lados nichos semicirculares, quedando encima varias ventanas que se abrían al piso superior. En vez de dar directamente a la calle, las puertas servían para acceder a un vestíbulo o punto de control, por lo que había una puerta exterior, que es la que fundamentalmente ha permanecido, y otra interior, desmanteladas en gran parte.
Puerta Argenta. Estructura básica de la puerta hacia el exterior.

La puerta norte recibía el nombre de Porta Áurea, en tanto que la del este era denominada Porta Argenta y la occidental -hoy apenas visible- tenía el nombre de Férrea. De las tres puertas que daban a tierra, la más monumental era la Áurea, por lo que tenía el carácter de principal. En ella habría esculturas en los nichos y columnillas exentas en el primer cuerpo, sobre las cuales fingían descansar varias arquerías de medio punto. Rematando la decoración sobre la arquería se levantarían cuatro esculturas, de las que en la actualidad tan sólo subsisten los basamentos. La cuarta puerta, la Aena o de Bronce era la más pequeña y daba al mar. Era mucho más austera que las tres restantes por lo que se puede suponer que tan sólo era un acceso privado del emperador al embarcadero.
Palacio de Diocleciano en Split, Croacia. Puerta Áurea. 305 d. C. Arriba, reconstrucción hipotética; debajo, estado actual.


El foro-peristilo o centro del palacio.
La calle norte-sur, el cardo, comunicaba la Porta Aurea con una pequeña plaza con un bello peristilo de columnas y arcos que hacía función de foro o lugar de encuentro.
Palacio de Diocleciano desde la puerta Aurea. Maqueta.

El peristilo tiene columnas en tres de sus lados, quedando abierto el norte, lo que viene a coincidir con el cruce del cardo y el decumanus. La disposición del peristilo recuerda la que adoptarían los atrios de las basílicas paleocristianas. Las columnas del lado este han sido reutilizadas para apuntalar las viviendas que se levantan en ese lado, pero las del lado oeste se muestran magníficas.
Peristilo occidental y pórtico de entrada al palacio propiamente dicho.

Los capiteles corintios son muy hermosos. Desde el punto de vista de la evolución arquitectónica, se advierten ya diversas rupturas con el lenguaje arquitectónico clásico, como que los arcos descansen directamente sobre las columnas, anticipando así soluciones que habría de alcanzar pleno desarrollo en la arquitectura renacentista.
Peristilo del lado oeste y detalle de capitel corintio.

El foro o plaza estaba ligeramente hundido puesto que desde él se debía subir unas escaleras corridas que nos daban acceso, por un lado, a un espacio templario; por otro, al mausoleo del emperador; y en frente al pórtico de entrada a las dependencias del palacio público y privado del emperador.

El pórtico de entrada al palacio.
La fachada principal o pórtico se levantaba escenográficamente. Cuatro gigantescas y monolíticas columnas de orden corintio sostienen un entablamento que, extrañamente a la tradición clásica, se arquea invadiendo el tímpano del frontón. Tal estructura era rara en edificaciones romanas de la época del Imperio de Occidente, pero no lo era tanto en el ámbito oriental. El ejemplo mejor conocido es el pórtico de acceso al recinto de Júpiter Heliopolitano en Baalbek.
Foro-peristilo del palacio de Diocleciano en Split. Al fondo el pórtico de entrada al palacio; a mano derecha las escaleras que daban acceso a la zona de templos; a la izquierda las que llevan  al mausoleo-catedral. 

Esta estructura arquitectónica, que mezcla arcos y dinteles, serviría de inigualable escenario a la persona imperial para cuando quisiera mostrarse al pueblo y a su corte demostrando su poder. Era como una tribuna teatral desde donde destacarse del público y recibir la aclamación, incluso la adoración. A menor escala tal disposición la recordaría la escena representada en el Disco de Teodosio de la Real Academia de la Historia.

Disco de Teodosio. 388-393. Clípeo de plata de 74cm de diámetro. Muestra al Emperador en una fachada monumental tetrástila de orden corintio. Teodosio, como soberano absoluto y en un tamaño mucho más grande que el resto (jerarquía de tamaño), aparece sentado en el trono bajo el arco de un frontón parecido al del peristilo de Split. Está haciendo entrega de un decreto (posiblemente un nombramiento) a un oficial. A su lado sus hijos como co-emperadores.

El recinto sagrado de Júpiter
Al lado oeste del peristilo se encontraba el recinto sagrado dedicado a Júpiter, el dios inspirador de Diocleciano y cuyo culto estaba íntimamente ligado al del emperador divinizado. Estaba precedido de dos templetes redondos perípteros de los que únicamente nos queda restos de cornisas.
Zona de culto destinada a Júpiter.

El templo principal, sin embargo, se conserva ya que fue transformado en baptisterio en el siglo VII. Es de planta rectangular romana típica y está hecho con sillares calizos. Se eleva sobre un podio y, aunque ha perdido su pórtico tetrástilo, muestra todavía cornisas y pilastras corintias de bella decoración. Bajo la cella del templo se halla una cripta con bóveda de idéntica disposición, pero hecha de hormigón y menor ornamentación.
Templo de Júpiter reconstrucción.

La parte más sorprendente del templo es la excelente bóveda de medio cañón que sustituye al tradicional techo adintelado. Está decorada con ocho filas de otros tantos casetones de piedra, decorados con elementos florales y cabezas humanas. Bajo ellos sobrevuela una cornisa sostenida por mútulos cubiertos por abigarrada decoración de ovas y motivos vegetales.
Bóveda de cañón decorada con casetones del templo de Júpiter. También se puede ver la cornisa.


El panteón de Diocleciano.
En el lado este del peristilo, se levanta el mausoleo imperial, muy trasformado en su aspecto actual. El edificio era de planta octogonal por fuera y circular por el interior. Se alzaba sobre un podio de tres metros de altura y, originariamente, poseía un pórtico o porche octogonal adintelado sostenido por columnas. Hoy se conserva en seis de sus lados.
Reconstrucción del panteón del emperador, alzado y planta según Adam. Otros autores recrearon el exterior sin esculturas en sobre el peristilo y le dieron un tejadillo.

En principio, la puerta de acceso al mausoleo se hallaba en lado occidental, justamente en el lugar en que hoy se levanta la torre campanario. El acceso al interior del recinto funerario se hacía mediante una escalinata que estaba flanqueada por dos esfinges egipcias, originales de la época del Imperio Nuevo, que descansaban sobre las antas. Curiosamente estas esculturas, pese a su carácter extremadamente pagano,  han sobrevivido: una en el lado derecho en el que se colocó en un principio y la otra, mutilada y desplazada, delante del templo de Júpiter.

Reconstrucción del Mausoleo de Diocleciano. Exterior e interior.
La planta es central y octogonal. El muro del cuerpo prismático sostiene una cúpula semiesférica que actúa como techo. Ésta está construida con un sistema original de doble materiales que contrarrestan los empujes y que recuerda la solución renacentista de Brunelleschi. Hay una cúpula interior, la que se ve, realizada de ladrillo con un ingenioso sistema a través de pequeños arcos de descarga que se apoyan unos sobre otros, formando una especie de escama de pez, de tal manera que cada ladrillo es la dovela de un arco y cada arco viene a descargar sobre las dovelas centrales o claves de los inmediatos inferiores. Y una cúpula exterior, que no se ve, hecha de hormigón ligero, vaciado dentro del polígono externo. La cubierta exterior o tejado debió ser de bronce refulgente o de cerámica en lugar de la actual cobertura de tejas.
Mausoleo de Diocleciano. Actual catedral de Split. Cúpula interior.
Cornisas, columnas y relieves del mausoleo de Diocleciano junto a estatuaria exenta en piedra y bronce de época gótica. La ruptura del entablamento es una solución arquitectónica muy barroca, refrendada por un decorativismo escultórico excesivo.

El interior del mausoleo ha sufrido muchas reformas desde que fue adaptado desde el siglo VII como catedral de culto cristiano. Su planta que hemos es circular, no es exactamente así en la planta baja, porque allí se alternan ocho nichos de forma cuadrada y semicircular. Tiene dos pisos de columnas corintias y monolíticas que sólo ejercen una labor decorativa puesto que, como ya hemos dicho, son los espesos muros los que sostienen el techo. Las del piso inferior soportan un rico entablamento con cornisa sobresaliente, solución que en otra época nos haría pensar en el barroco. Sobre este tramo separado se apoya un segundo cuerpo de columnas cuyo entablamento, semejante al inferior, tampoco ayuda a sostener a la media naranja que lo cubre. Este segundo piso conserva todavía varios relieves historiados, entre los que aparecen dos medallones bastante deteriorados con el busto del emperador Diocleciano y de su esposa Prisca, junto a otros relieves de carácter funerario como un Hércules Psicopompo o conductor de almas al más allá.

En el centro del mausoleo se encontraba el sarcófago imperial, hoy desaparecido. Seguramente en las capillas se erigirían estatuas de Diocleciano y de la familia imperial, hoy sustituidas por el altar, tumbas de obispos y estatuas cristianas medievales. Bajo el pavimento existe una cripta a la que se accede desde el exterior por el lado sur del mausoleo. Parece irónico que la tumba de uno de los mayores perseguidores del cristianismo se convirtiera en una gran iglesia medieval.

La zona residencial.
La zona de residencia privada del emperador se encontraba traspasando desde el foro por el pórtico en dirección sur. De los apartamentos imperiales sólo queda en su aspecto original el vestíbulo, que está cubierto con una cúpula que reposa sobre un cilindro en el que se abrieron cuatro amplios nichos o exedras laterales en la parte baja, dispuestas de forma diagonal, y otros varios a diferentes alturas posiblemente para aligerar los muros.
Vista de la sala vestíbulo desde el campanario. Detrás no se conserva nada del palacio salvo parte de la galería que daba hacia el mar.

Es de suponer que el interior de esta sala abovedada estuviese recubierto de mosaicos y aplicaciones de mármoles para lograr un efecto ornamental de gran vistosidad, pero no quedan restos de unos y otros. Algunos especialistas estiman que la cubierta tendría forma de cúpula semicircular totalmente cerrada, aunque también podría ser  que tuviera un óculo a modo de lucernario como el Panteón de Roma.
El vestíbulo desnudo. A través de la puerta vemos el espacio del foro.

Del resto de las estancias imperiales no nos queda nada salvo la fachada marítima, una galería corrida a modo de loggia, respetada porque las columnas sirvieron de puntos fuertes para que se trazaran muros en los intercolumnios y poder levantar viviendas. La galería tenía dos grandes arquerías que se interrumpían en el centro y en los dos extremos mediante tres arcadas de mayor tamaño con arcos de medio punto que doblaban los arquitrabes de una forma parecida a como hemos visto en el pórtico del peristilo.
  
Los sótanos.
Sin embargo podemos suponer como era en cierta manera las dependencias desaparecidas porque se conservan en muy buen estado sus sótanos. Estos fueron rescatados en los años 50 y habían sido preservados porque en algún momento en que se sustituía el piso superior por nuevas construcciones sirvieron de escombreras de estas últimas. Todas las salas están abovedadas con una variedad y calidad sorprendente, desde las bóvedas de arista y de medio cañón hasta las de horno y cúpulas. En su ejecución se empleó el ladrillo, la piedra y, sobre todo, el mortero.
Sala subterránea basilical sostenida por pilares y cubierta con bóvedas de arista.

Las salas poseen todos los tipos de plantas conocidos: cuadrada, rectangular, circular, tremolada, basilical o de cruz griega. Pero no podemos decir mucho sobre su uso. Conocer la verdadera función de tan imponentes salas, podría aclararnos el sentido final del edificio. Su estado subterráneo las acercan a las dependencias de la Domus Áurea, pero éstas fueron salas clausuradas premeditadamente para destruir un edificio que era descubierto y construir encima unas termas. Pero éste no es el caso de las  que nos ocupan, hechas ex profeso para ser subterráneas. Posiblemente las razones estructurales de estos subterráneos fueran aislar el palacio de las humedades procedentes de la vecindad del mar y salvar el desnivel desde el nivel del foro y el mar. De hecho desde el peristilo central hasta la puerta sur que daba al embarcadero existía un paso directo descendente a través de varias salas y pasillos.

Sin embargo, esto no es suficiente para entender para que servían la mayor parte de ellas. Por ejemplo, una de las salas principales es basilical con tres naves y está finalizada en un ábside semicircular. Las conjeturas de un uso privado de este espacio nos harían pensar en una sala del trono con un lugar de presidencia, pero al encontrarse en un piso subterráneo tal idea parece improbable. En cambio, si esta misma sala pudiera ser de acceso público, entonces la basílica, que acabamos de describir, tendría su sentido pleno como lugar destinado a mercado y juicios, evidentemente en una escala que en nada tiene que ver con las grandes basílicas que se levantaban en Roma en aquellos momentos como la de Majencio- Constantino.
Dependencias subterráneas. Sala pasillo o criptopórtico, cubierto con bóveda de cañón.

El Palatino. Los palacios de emperadores romanos. La domus de Livia y de Augusto, la domus Tiberiana, la domus Áurea, la domus Flavia, la domus Augustana y la domus Severa.
La vivienda de los poderosos llega a su máxima expresión en Roma con la institución del Imperio. Las domus de la nobleza, quedaron pequeñas para la tarea de representación del soberano y para albergar la burocracia que administraba el Estado.
El hecho de que Augusto hubiese nacido en la colina Palatina marcó el destino de este monte y la denominación de la vivienda imperial. El lugar también tenía su simbolismo, según la leyenda, era donde Rómulo y Remo fueron acogidos por la Loba (Lupercalia) y donde el primero de los hermanos, el fundador de Roma, instaló su cabaña (de las que los romanos conservaron restos). Por todo ello, cuando Augusto consiguió el poder compró al senador Hortensio una domus típica republicana al suroeste de la colina, que amplió en años sucesivos con otras vecinas. Su idea era que al instalarse allí el nuevo soberano se recuperara el sitio y el culto a los orígenes del espíritu romano. La casa de Augusto fue, por tanto, un modesto recinto residencial ampliado en medio de un barrio aristocrático. Sus sucesores también eligieron este lugar para su vivienda por legitimar su poder, pero además lo ampliaron considerablemente  hasta hacerse con la totalidad de la colina, creando los verdaderos palacios imperiales.

El Palatino con todas sus construcciones palaciales hacia el siglo IV d. C.

Entre el siglo I y III d. C. surgieron los palacios de Tiberio (ampliado por Calígula); el de Nerón (la Domus Transitoria y la Domus Áurea que llegaba hasta allí); el de los Flavios (la Domus Flavia y la Domus Augustana); y el de Septimio Severo. A finales de la época imperial, el conjunto era un único e inmenso edificio denominado Palatium (Palatino), como la colina.

La casa de Livia y la Casa de Augusto.
Al noroeste de la colina  (en el Germalus) hay un espacio ocupado por un grupo de casas de fines de la República (casa de Livia y casa de Augusto), que nunca fueron destruidas para dar lugar a los palacios imperiales. Este hecho insólito, junto con las descripciones que se hicieron de la casa de Octavio Augusto, ha hecho pensar que ésta fue su residencia. Se conservan habitaciones de dimensiones modestas decoradas con frescos del estilo segundo.

Casa de Augusto. Habitación de las máscaras.

El modelo no difería mucho de las viviendas de cualquier noble de la época, si no fuera por los espacios sagrados dependientes del sector público de su casa: la gruta donde la loba amamantó a los gemelos o Lupercal, la cabaña de Rómulo, el templo de la Gran Madre (Cibeles) y el templo de Apolo. Recientemente se ha descubierto el Lupercal y han sido restaurados y  reabiertos para su visita pública los frescos de cuatro habitaciones de la Casa de Augusto.

En el círculo rojo dependencias públicas y privadas de la casa de Augusto y Livia. 1.- Palacio de Tiberio. 2.- Domus Flavia. 3.- Casa de Livia. 4.- Casa de Augusto. 5.- Templo de la Gran Madre. 6.- Templo de Apolo. 7.- Supuesto Lupercale.

Domus de Livia
El conjunto monumental se dividió en dos áreas: una en el suroeste, zonas residenciales y grandes baños, y el otro hacia el noreste, una zona con una plaza ajardinada. 
La casa era una estructura en terrazas, con el apoyo de las paredes de opus reticulatum. En la gran terraza central, M 160 x 80, con vistas a los edificios residenciales. De ellos se ha conservado una habitación semi-subterránea con pinturas, que tenía que ser un cubículo con triclinium. En esta misma zona están los baños termales, con pisos de mosaicos y pinturas en blanco y negro del tercer estilo, el sur ha sido recientemente excavado un nuevo complejo de habitaciones alrededor de un atrio con cuatro columnas y tal vez un impluvium lararium. Rodeado de varias esculturas.

En el lado sureste del tanque lleva un complejo de baños cuyo componente principal es una sala grande (frigidarium) con dos tanques rectangulares. Las estructuras son de ladrillo rojo en la primera fase, compacto, de factura irregular, roto, y parecen involucrar una serie de ventanas. En la siguiente etapa de los ladrillos son más delgadas, menos compacta que data de finales y principios del siglo III. d.C.

Estos cambios sucesivos en ladrillos en la parte inferior, y en la ampliación de los puertas con algunas ventanas, el cierre de las mismas y la realización de la gran piscina rectangular en el NO, con el lado inferior curvo, y dos peldaños  de la parte delantera más abajo: en la parte superior de las paredes dos ventanas laterales abiertas en el fondo de un nicho semicircular cruzado en la base por un surco.

El nivel del parapeto se mantiene con la preparación para el mármol que cubren con los agujeros de las abrazaderas que poseía, las placas de pared.
Una pipa de arcilla de escape está en la esquina este de la planta. Incluso en el segundo tanque se mantenía la preparación para las placas de mármol, así como los restos de la planta superior del mármol de revestimiento cipollino parapettoi. 
El de la habitación, además se extendió a los parapetos de los tanques, todavía una parte de la planta, hojas grandes rectangulares y la pared del casco, interrumpido por la estructura de las puertas.
La planta fue hecha por el llenado de una gran piscina rectangular perteneciente antes de la primera construcción de la sala: el colapso del suelo de la piscina sin la parte visible de un corredor de un servicio subyacente.
Casa de Augusto-Pinturas

Frescos en la domus de Livia

La Domus Tiberiana y la Domus Transitoria.
Tiberio construyó el primero de los palacios imperiales, en la esquina noroeste del Palatino, y luego Calígula lo amplió hacia el foro. Domiciano con un criterio monumental lo reconstruyó por completo al mismo tiempo que la Domus Augustana. Desgraciadamente todo lo que se puede ver hoy día son los cimientos entre los jardines Farnesio. 



La Domus Transitoria fue diseñada como parte previa del majestuoso proyecto de la Domus Áurea. Fue destruida, como gran parte de la ciudad, por el gran incendio que arrasó Roma el año 64 d. C. Era ya un conjunto que unía la Domus Tiberiana con el monte Esquilino a través de jardines, columnatas y pabellones.

La Domus Áurea.
La construcción de la Domus Aurea (Casa Dorada) ha sido considerada como la empresa más extravagante de toda la historia de Roma. Cuando dos tercios de la ciudad fueron carbonizados por el gran incendio de 64, el emperador Nerón se sirvió del espacio “libre” para construir su nuevo palacio. Construída en muy poco tiempo. Nerón se suicidaría en el 68 pero antes pudo disfrutar ampliamente de sus estancias,  la enorme cúpula dorada que le dio nombre no era más que uno de los muchos elementos extravagantes de su decoración: había oro por todas partes, techos estocados con piedras semi-preciosas y remates en marfil, mosaicos de acabado preciosista, piscinas y fuentes por doquier, un lago artificial…


La mayoría de las paredes estaban cubiertas de frescos, que trataban diferentes temáticas para cada uno de los grupos de estancias; las habitaciones, rematadas en mármol blanco perfectamente pulido, con formas que jugaban con la luz y la concentraban o dispersaban al antojo de los arquitectos. Había piscinas en muchos de los suelos, y fuentes que repicaban agua en todos los pasillos. Nerón mostró gran interés en cada pequeño detalle del proyecto, según los Anuarios de Tácito, y supervisó en todo momento a los dos arquitectos principales del complejo, Severo y Céler. En definitiva, la Domus Aurea radiaba un lujo nunca visto hasta entonces.

La Domus Aurea ocupaba, según se ha calculado, alrededor de 50 hectáreas entre las colinas del Palatino y el Esquilino, en total un área 25 veces la del coliseo, y contaba con nada menos que 300 habitaciones. También tenía viñedos, campos de maíz, bosques y un lago artificial en el actual emplazamiento del Coliseo romano. Al parecer, se trataba de una villa dedicada exclusivamente a fiestas, ya que ninguna de las 300 habitaciones servía de dormitorio. Más extraño todavía es que aún no se ha encontrado una sola cocina o letrina en todo el complejo.
Severus y Céler utilizaron técnicas muy innovadoras. Nada más entrar los invitados podían maravillarse con una cascada de agua que parecía venírsele encima pero que en el último momento desaparecía por un canal a sus pies. El palacio contaba con magníficos vestíbulos y columnatas, bibliotecas e innumerables piscinas y baños con piletas de plata surtidas de agua de mar o de distintas aguas minerales.
El comedor principal estaba coronado por una cúpula que giraba día y noche entorno a su eje mediante la fuerza del agua, y los techos de muchos otros comedores estaban formados por unas planchas móviles de marfil y oro que, accionados por esclavos durante los banquetes, se entreabrían para dejar caer pétalos de flores y perfumes variados entre los invitados. Se dice que en una ocasión cayó tal cantidad de pétalos de rosa sobre un desafortunado invitado que éste murió asfixiado.


Los frescos cubrían cualquier superficie que no lo estuviera ya por oro o piedras preciosas. El principal artista del fresco fue Fabulus. La técnica del fresco demanda velocidad y un trazo seguro y decidido: Fabulus y su estudio cubrieron una espectacular área de paredes con sus pinturas al fresco. Plinio, en su Historia Natural, narra cómo Fabulus iba a pintar la Domus Aurea unas pocas horas cada día, mientras había luz natural. La precisión y rapidez en la ejecución de Fabulus proporcionó una maravillosa unidad a sus composiciones, rematadas por una delicadeza preciosista.

Según el biógrafo Suetonio, Nerón pronunció una frase memorable cuando se trasladó al nuevo palacio: ¡Por fin podré vivir como un ser humano!

La Domus Aurea sin Nerón
Tras la muerte del emperador, la Casa Dorada pasó a ser una molesta extravagancia para sus sucesores. Fue desmantelada de mármoles, piedras preciosas, oro y marfil en unos pocos años. Poco después, el palacio y sus alrededores, que englobaban un área de 2.6 km², fueron totalmente enterrados y se procedió a construir en la nueva capa de tierra: Vespasiano construyó su Anfiteatro Flaviano (luego Coliseum) sobre el anterior sitio del lago de la Domus Aurea, los Baños de Trajano y el Templo de Venus y Roma fueron también construidos en el nuevo estrato.
En un plazo de 40 años, la Domus Aurea había desaparecido completamente de la superficie, pero paradójicamente esto hizo que sobreviviera el paso de muchos siglos, principalmente sus frescos al tener unas condiciones de humedad prácticamente nula, aislada de la intemperie idónea para su conservación.

El coloso de Nerón
Se dice que Nerón solicitó al escultor griego Zenodorus una colosal (35m de alto) estatua de bronce, que colocó en la entrada de la Domus Aurea. Algunos historiadores dicen que se trataba de una escultura del mismo Nerón (Colossus Neronis), otros creen que desde el principio representaba al Dios Sol. Parece que nunca se sabrá a ciencia cierta dado que posteriores emperadores le cambiaron el rostro a la estatua. Suetonio, biógrafo de Nerón y que nació unos pocos años después de la muerte del emperador, es el único que hace referencia a “una colosal estatua del emperador”. Pero no dice que se llegara a erigir en la entrada de la Domus Aurea.
Otro cronista de la época, Plinio el Viejo (23-79), sí que dice que la estatua representaba a Nerón, pero bien pudiera ser una opinión expresada por los muchos detractores de Nerón, que quisieron denigrar su imagen al máximo tras su muerte. Plinio presenció los trabajos de Zenodorus, pero no dice que se finalizaran en la época de Nerón. El historiador Dio Cassius, del siglo III DC, dice que el emperador Vespasiano fue quien erigió el coloso muchos años después de la muerte de Nerón, pero no en la Domus Aurea sino que en la Vía Sagrada. Por todo ello es poco probable que Nerón viera la colosal estatua de bronce delante de su magnífico palacio.
Finalmente, Trajano hizo trasladar la estatua al lado del Coliseo (de ahí éste tomó su actual nombre), y finalmente fue destruida en el siglo IV tras una incursión de los bárbaros.

El legado de la Domus Aurea
Algunas de las extravagancias de la Domus Aurea tuvieron repercusión en el futuro. Los arquitectos diseñaron dos de los principales comedores flanqueando una estancia octogonal, coronada por una cúpula con un óculos central que dejaba entrar la luz. Probablemente se trató del primer uso de una cúpula que no estuviera destinada a un templo dedicado a los dioses, como el del Panteón. Otra innovación tendría una enorme influencia en el arte futuro: Nerón situó mosaicos en los techos, cuando hasta entonces su uso se había restringidos a los suelos. Sólo han sobrevivido algunos fragmentos, pero la técnica fue copiada extensivamente, convirtiéndose en una característica fundamental del arte cristiano, como se puede ver en varias iglesias de Roma, Ravena, Sicilia y Estambul.
La Domus Aurea ha luchado contra el tiempo desde que, a finales del siglo XV, un paseante cayera por una grieta del Palatino y se rompiera una pierna. El hombre quedó cojo, pero descubrió unas “grutas” fascinantes, llenas de pinturas y colores. La pasión por las “grutas” contagió de inmediato a los principales artistas y tuvo un potente impacto sobre la estética renacentista: Rafael, Miguel Ángel y Pinturicchio fueron algunos de los que se descolgaron con cuerdas para observar la decoración neroniana y para dejar, como buenos turistas, su firma. Para entonces, las pinturas eran una celebridad, y su aparición coincidió con el redescubrimiento de la Historia Clásica, tan de moda en el Renacimiento. Es entonces cuando se denominó a algunas de sus escenas bajo el calificativo de grotesco, y éste estilo pasó a formar parte de la historia del arte.
En los siglos siguientes prosiguieron las incursiones y los autógrafos: Giacomo Casanova y el marqués de Sade inscribieron sus nombres en la misma pared, a pocos centímetros uno del otro. Pero con la gente entró el aire, y con él, la oxidación y el deterioro de los frescos.


El palacio de Domiciano en el Palatino. La Domus Flavia y la Domus Augustana.
Después del gran incendio del 80 d. C., Domiciano encargo al arquitecto Rabirius realizase sobre la cima sur de la colina Palatina, junto a la Domus de Augusto y de Tiberio, un nuevo complejo para servir como residencia imperial y lugar de dirección gubernamental. La concepción es totalmente nueva puesto que se crea dos edificios paralelos y a la vez unidos: la Domus Flavia, al Norte, como palacio representativo y público, y la Domus Augustana, al sur, como palacio residencial. Ambos se construyen según el principio del peristilo.
La Domus Flavia reunió en el palacio imperial las funciones de gobierno y de representación incluidas las sesiones del dócil senado de la época-, que antaño se repartían por otras sedes de la ciudad.
El centro del edificio lo ocupaba un inmenso peristilo de columnas de portasanta, que rodeaban una fuente central en forma de laberinto octogonal, muy restaurado hoy día.
Al nordeste se hallaban los dos salones principales. El primero de ellos era el aula regia, es decir, el salón del trono, instalado sobre un alto estrado en el ábside de la cabecera. Los robustos resaltes de las otras paredes formaban ocho nichos, tres a cada lado y dos a los pies, flanqueados por dieciséis columnas acanaladas de pavonazzetto. En cada nicho se alzaba una estatua colosal de basalto, de un dios o de un héroe. Las dos que se conservan en buen estado, el Baco y el Hércules de Parma (Palazzo de la Pilotta), miden de altura alrededor de tres metros y medio.
El salón contiguo, conocido como basílica y en realidad el auditorium del senado y del consejo privado o consistorium del emperador, estaba dividido en tres naves por columnas corintias de giallo antico[1] y provisto de un ábside al fondo, deslindado por una balaustrada.
Las columnas de las naves laterales están bastante próximas a la pared. Tal vez de su entablamento partiese la bóveda de medio cañón que obligó a erigir contrafuertes que segmentaron el pórtico que orlaba uno de sus flancos.
La famosa coenatio lovis de la "Historia Augusta" (Pertinax 11, 6) acaso sea el triclinio del centro del ala opuesta de la domus. Su exedra conserva el suntuoso pavimento de opus sectile que antaño cubría todo el suelo de este espléndido comedor. Sus ventanas permitían gozar de la vista de dos fuentes, de tazas ovaladas, que manaban en estancias contiguas. Los ábsides y los resaltes y nichos con que Rabirio articuló los muros, imprimieron a éstos un movimiento nuevo y un juego de luz y sombra que enriqueció a la arquitectura con sus efectos ópticos.
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A la Domus Flavia se accedía por el norte mediante un pórtico columnado sobre podium que dominaba una vasta zona. Tras atravesar un vestíbulo espacioso se pasaba a un peristilo central en torno al cual se abrían cuatro  secciones.
El ala este debió ser espectacular. Se componía de tres salas: el Aula Regia un espacio sin compartimentar de 30 metros de ancho, ideal para los actos oficiales, con magnífica decoración de nichos con estatuas y columnas de mármol pavonazzetto contra los muros laterales y en el fondo un amplio ábside para el trono. En el  lado derecho tendría la basílica del palacio destinada a las audiencias y al Consejo de Domiciano. De nuevo un ábside servía para delimitar el espacio del soberano y que la atención arquitectónica se centrara en este lugar.  En el lado izquierdo estaría el Lararium o capilla donde se da culto a los dioses de la casa imperial.
El ala oeste se levantaba la gran sala de banquetes, la Coenatio Jovis, entre dos patios con fuentes o ninfeos. Era un triclinio dotado de un hipocaustum bajo el suelo que calentaba la habitación en invierno.
De las dos alas de comunicación, la septentrional servía para dar entrada a la zona pública de la antigua domus de Augusto (templos y bibliotecas), y la meridional era el acceso al peristilo de la Domus Agustana o residencial.

La parte oriental del palacio, la Domus Augustana, estaba exclusivamente reservada para la familia imperial. Tenía dos niveles y, por lo general muchas habitaciones y de tamaño más pequeño
En la terraza superior, los cubículos se abrían a otro peristilo columnado con un estanque y un pequeño templo en el centro, quizá dedicado a Minerva.
El otro nivel estaba situado 12 metros por debajo. Aquí también las habitaciones estaban organizadas en torno a un amplio peristilo rodeado por pórticos a dos niveles. En el centro había una gran fuente decorada con un motivo de peltas.
Al oeste el edificio se arqueaba formando una fachada cóncava que miraba hacia el Circo Máximo. Se trataba de una gran exedra semicircular y columnata detrás de la cual todavía se pueden ver restos de varias habitaciones con un extraño diseño.
El cuarto sector de la Domus Augustana es el conocido como Estadio. En realidad se trataba de un rectángulo oblongo de unos 88 metros porticado en dos plantas. La función del mismo sería quizás de jardín y de picadero a la vez.
El peristilo inferior de la Domus Augustana. Reconstrucción y estado actual.
La exedra era un palco abierto sobre el Circo Máximo.

Estadio de la domus Augustana.

Septimio Severo ampliará el palacio hacia la fachada del Circo Máximo con termas y el famoso Septizodium, que era un fachada ninfea de unos 90 metros de largo con varios niveles sobre la vía Apia. Este edificio aún se conservaba en parte en el siglo XVI, momento en que fue demolido por orden de Sixto V par emplear los materiales recuperados para diversas obras.
El palacio de Domiciano permanecerá como centro oficial del Imperio hasta la reforma de Diocleciano en 293/297.


Próximo Capítulo: Las Técnicas de Edificación romanas


[1]   Marmol amarillo antiguo usado por los romanos en sus construcciones.


[1]   Stoa poikile originalmente llamado el Pórtico de Peisianax fue erigida en el siglo quinto antes de Cristo y se encuentra en el lado norte de la antigua Ágora de Atenas


                                                           
[2] Iugera, medida agraria de superficie. Su equivalencia con el sistema métrico va de un cuarto de hectárea (2500 metros cuadrados) a 32 hectáreas

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