miércoles, 17 de diciembre de 2025

Capítulo 144, Románico en la Coruña

 

La provincia de A Coruña en la época del románico
El rey García de Galicia, mediante diploma signado el día 23 de febrero de 1067, transfirió ciertos derechos de propiedad y algunos privilegios de carácter político al abad Tanoi y a los monjes que, bajo su autoridad, ponían en práctica los preceptos de la regla de san Benito en el lugar de Toques. San Antolín de Toques, escondido en un pliegue de la falda de la Sierra del Bocelo que mira al Sureste, no lejos del camino de Santiago a su paso por el centro de Galicia, sigue conservando hoy, en sus agrestes soledades, las características que, ya desde la alta edad media, hicieron de su apartado emplazamiento un lugar muy adecuado para la vida cenobítica. es éste, por varias razones, un buen sitio para empezar nuestro breve recorrido por la especialmente rica historia de tiempos del románico en el escenario territorial de la provincia de a coruña. no son poca razón para empezar allí nuestro viaje los rasgos protorrománicos de parte de lo que de la iglesia monástica ha llegado a nuestros días. Hay más razones. San Antolín es, ante todo, un punto muy adecuado para hacer pasar por él las coordenadas espacio-temporales de nuestro estudio.
Estamos junto al límite de la provincia de A Coruña; quienes hacen la decimotercera, larga y última etapa del viaje a Compostela –tal como, entre Palas y la meta final, ha quedado establecida en el libro quinto del Liber Sancti Iacobi– entran, a la altura del monasterio de Toques, en el territorio que aquí nos importa.
Las circunscripciones provinciales decimonónicas no tienen equivalente, como se sabe bien, en la Edad Media; pero en el caso de A Coruña no es difícil hacer una traducción relativamente fiel. la diócesis es, en categorías espaciales del medievo, el territorio comparable a la provincia; casi toda la provincia de A coruña está dentro de la diócesis de Santiago. después de la insistente pugna que sostuvo Diego Gelmírez con los obispos de Mondoñedo por la incorporación a su jurisdicción eclesiástica de los arciprestazgos de Bezoucos, Trasancos y Seaia, solamente una reducida parte del nordeste de la provincia se queda fuera, entonces y hoy, de la diócesis compostelana. Y, precisamente en el lugar en que hemos comenzado, se produce una pequeña irrupción de la sede lucense en tierras coruñesas.
Lo demás, la mayor parte del territorio que aquí importa, dependía, a los efectos eclesiásticos entonces principalísimos, de los obispos y, desde 1120, de los arzobispos de la sede apostólica. Todo el espacio diocesano y provincial se hallaba dividido, a efectos eclesiásticos y políticos, en terrae, territorios que podríamos considerar de dimensión comarcal y que, articulados, en el doble escalón de arciprestazgos y arcedianatos, han conservado largamente su sentido en la administración de la iglesia. en la Historia Compostelana se nos han transmitido abundantes referencias a este sistema de la organización territorial de la edad media. Sólo una breve selección de los nombres transmitidos nos muestra que, desde Postmarcos a Abeancos, en el Sur, entre Nemancos y Trasancos, al norte, desde Entíns a Sobrado, pasando por Barcala o Montaos, en el centro, todo el territorio provincial estaba cubierto por la red de las terrae. es, a la altura del siglo XII, una red vieja o, como indica en ocasiones su toponimia, muy vieja, puesto que puede remontarse al tiempo de la Galicia castreña romana y prerromana.
Cuando, durante los siglos de la antigüedad tardía, los poblados fortificados de altura que venían constituyendo la forma de asentamiento de los habitantes del noroeste, fueron abandonados y sustituidos por asentamientos abiertos en el valle y la llanura, por debajo de los territorios castrales se creó una nueva red, mucho más fina, conformada por las villae, el marco esencial del asentamiento de las comunidades campesinas. por debajo de las terrae, de raíces castreñas, la red de las villae, final y definitivamente escogidas por los administradores eclesiásticos de tiempos gregorianos como asiento de la función parroquial, estaba plenamente viva en la época del románico; sigue estándolo hoy como referencia principal del espacio en Galicia. Y es en esa malla en la que quedaron prendidas las numerosas manifestaciones del románico rural.
Este cuadro organizativo sólidamente asentado desde antiguo conoció, en los siglos centrales de la Edad Media, algunos cambios significativos de índole indudablemente política, que se corresponden con la plena articulación del feudalismo.
El juego de poderes alrededor de la monarquía dio lugar a un sistema de control del territorio del reino en el que las viejas terrae siguieron cumpliendo, dominadas ahora desde los castillos, función importante en el permanente sistema de equilibrios y desequilibrios en que se mantenía la relación entre el rey y los aristócratas laicos. el flujo político entre monarcas y clérigos, esencialmente canalizado a través de obispos y abades, dio lugar a los cotos jurisdiccionales, nuevos marcos de organización territorial que se sobre impusieron a los ya existentes. Junto a los cotos que dependieron de los monasterios más importantes, la Tierra de Santiago fue, sin duda, el más extenso y significativo de todos ellos. en tiempos de diego Gelmírez, el espacio de específico dominio político de los obispos compostelanos ocupaba, entre los ríos Tambre y Ulla, entre el río Iso y el mar, todo el tercio meridional de la actual provincia coruñesa.
De dimensiones más modestas, el coto del monasterio de Santa maría de Sobrado, crisol de tradiciones y de novedades, es un buen testimonio de la participación de los abades en el ejercicio del regnum. Hubo aún un tercer invitado a la mesa del poder: los nacientes núcleos urbanos. en ellos y en torno a ellos se generaron, rasgando aquí y allá las viejas redes, nuevos espacios económicos y políticos que los concejos aspiraron a dirigir. en el tránsito del siglo XII al siglo XIII, el nacimiento de A Coruña expresa muy bien el impulso final de la urbanización medieval de Galicia. Compostela, Sobrado y A Coruña son los tres observatorios que escogeremos aquí para contemplar el discurrir de la historia en que se enmarca el románico en el extremo noroccidental de la península ibérica.
Volvamos antes a San Antolín de Toques, para hacer pasar también por ese punto el eje del tiempo a que atenderemos. Ya hemos dicho que en su iglesia se encuentran testimonios expresivos del primer románico gallego. Nuestro tiempo se inicia allí, entonces, al comienzo del último tercio del siglo XI. reina, en Galicia, García, el benefactor del abad y los monjes que, en Toques, seguían los preceptos de la regla benedictina. así se hace constar en el privilegio real, al referirse a la cella, asentada en las rocas, en la que vivía el abbas Tanoi cum agmine monacho rum beati Benedicti regula clarens. No es irrelevante el dato; estamos ante la más antigua referencia segura del seguimiento integral de la norma casinense en un monasterio de Galicia. No es imposible que la novedad del hecho y la importancia que se le da sean las razones de que lo subraye el redactor del diploma regio: al cumplimiento de la regla de Benito obedece el brillo especial, el esplendor que se atribuye al abad Tanoi. Era, ya lo hemos dicho, el lugar apartado; pero no estaba lejos del cauce por el que fluían intensas las comunicaciones de la época, por el que alcanzaban el extremo noroeste novedades que llegaban de lejos. el rey García donó al monasterio de Toques el lugar, la villa, de Meire; estaba situada a la orilla del río Seco, junto a Leboreiro, es decir, al lado de la ruta principal a Compostela, el camino francés, que es seguramente el mismo illo camino que expresamente se menciona como límite de la heredad donada. Algunos años atrás, durante el tiempo en que García, todavía infante, se educaba en Compostela con el obispo Cresconio, el canónigo de San Pedro de Lieja, Ricardo, se cruzó en el viaje de regreso desde Santiago con un grupo de compatriotas que hacían el camino de ida de su peregrinación; todos ellos pasaron por las lindes de la heredad de San Antolín de Toques y sus viajes muestran bien la dimensión ampliamente europea del culto al apóstol alcanzada desde los años del siglo XI. El tiempo a que atendemos es el de la edad de oro de la peregrinación medieval a compostela y ese telón de fondo es, se sabe bien, fuente constante de explicaciones en el ciclo completo del arte románico del noroccidente ibérico.
En la definición de los hitos políticos, el documento real de San Antolín de Toques ofrece también sólido apoyo para fijar el inicio de nuestro recorrido histórico.
Reinaba García sobre el territorio que, comprendido entre el mar cantábrico, el río Mondego, el océano Atlántico y el macizo Galaicoduriense, le había correspondido en el reparto del reino con sus hermanos Sancho y alfonso, decidido desde 1063 por Fernando i. comenzamos, pues, en el tiempo del reino repartido. duró la división poco tiempo. las luchas entre los hermanos, la muerte de Sancho en el cerco de Zamora y el encarcelamiento de García en el castillo de luna hicieron a alfonso vi rey único en Galicia, León y Castilla desde 1072.
Hubo aún un nuevo y último reparto del reino; el que tuvo lugar en 1157 a la muerte de alfonso VII, que dejó a su hijo Fernando el gobierno de León y Galicia, y a su hijo Sancho el gobierno de Castilla. la división duró más tiempo en esta ocasión; concluyó cuando, en 1230, los reinos leonés y castellano se reunieron bajo el dominio de Fernando III, para dar lugar al espacio político que conocemos con el nombre de Corona de Castilla. Situamos ahí, en las primeras décadas del siglo XIII, el final de nuestra andadura. empezamos y concluimos, pues, en tiempos de reino dividido.
Señalemos que la posición de Galicia es muy diferente entre la división del siglo XI y la que tiene lugar casi un siglo más tarde. en tiempos de García, Galicia, que, en ese momento es aún la Gallaecia de tradición antigua, prolongada hasta la línea del Mondego como consecuencia de la conquista de Coimbra en 1064, es, en pie de igualdad, una de las tres piezas que resultan del reparto. Todas las posibilidades de evolución política en la fachada atlántica del reino estaban abiertas. a la muerte de Alfonso VII, cuando el reino volvió a dividirse, la situación fue ya distinta. en 1158, Fernando II y Sancho III, los sucesores, establecieron entre sí un acuerdo de paz. en él, se titula Sancho rey de Toledo y de Castilla; Fernando, rey de León y de Galicia. Una de las cláusulas del tratado expresamente se refiere al rey de Portugal: Et nullus nostrum ali quam compositionem uel amicitiam cum rege Portugalis, uel cum aliquo alio, faciat que alteri nocere possit, absque consenso, consilio et uoluntate alterius. El reparto, puesto que se reconocía de facto la independencia del rey de Portugal, era en realidad en tres partes y no en dos. Galicia, que, fijada la frontera del miño es ya la Galicia actual, ha cambiado de posición respecto al siglo XI y, separada de Portugal, se vincula ahora al reino leonés. durante los reinados de Fernando II y Alfonso IX, el peso territorial y político del redefinido territorio gallego es aún significativo en el conjunto del reino. Dentro de él, Santiago es la sede distinguida con la dignidad metropolitana y será escogido el templo compostelano como panteón real. después, a partir de la definitiva unión de Castilla y León, la plena afirmación del reino portugués y el rápido avance hacia el sur de la frontera cristiana empujan a Galicia hacia una posición periférica, que no es sólo geográfica sino también política. pero ese es, para nosotros, el futuro en que no hemos de adentrarnos.
Antes, entre las últimas décadas del siglo XI y las primeras del XIII, por Galicia pasaron los principales hilos argumentales de la historia política del reino. del reino de Hispania, conviene decir. así era, en efecto, cuando nuestra historia comienza. El rey García signó de este modo el privilegio concedido al abad Tanoi: Ego Garsia, nutu Dei rex, diuina misericodia imperans Ispania hunc meum factum confirmo. En la única ocasión en que en sus diplomas conservados se alude a la proyección territorial del ejercicio del regnum, no es la amplia Galicia que gobernaba lo que aparece, sino Hispania, el conjunto del reino. No puede ser más clara la referencia a la tradición hispano gótica. García se entiende a sí mismo, junto a sus hermanos, como cogobernante en el reino de Hispania, que es el reino en que mandan los reyes que reclaman para sí la legítima sucesión de los reyes de Toledo. con el reino unificado, Alfonso VI, en esa misma tradición, se entendió a sí mismo como imperator Hispanie; con el título de imperatrix Hispanie encabezó la reina Urraca alguno de sus diplomas; el hijo de Urraca y Raimundo de Borgoña, Alfonso VII, reorientó la tradición tiñéndola de usos feudales y se coronó y tituló imperator totius Hispanie en tanto que rey de reyes vasallos. Y condujo hasta su final, al repartir el reino entre sus hijos, la vieja idea del reino de Hispania. Luego gobernaron la Península Ibérica, en Portugal, en Castilla, en Aragón, los jefes de las monarquías feudales. En este viaje, Galicia, que comenzó siendo pieza esencial en el cogobierno de Hispania, llegó a la meta redefinida en su territorio y convertida en regnum sin rey en la corona de castila.
Pero, durante el tiempo del románico, entre las balbucientes manifestaciones de la iglesia de Toques y los anuncios de un nuevo estilo en las iglesias cistercienses, entre el comienzo de las obras del templo compostelano en 1075 y su definitiva consagración en 1211, en el extremo noroccidental se conocieron, sobre todo, estímulos de comunicación y de integración que no pueden explicarse, solamente, en razón de una frecuentada ruta de peregrinos.

Compostela
Compostela es un mirador privilegiado de esta historia. ante todo, por la abundancia y la riqueza del conjunto de textos escritos que, encabezados por la Historia Compostelana, allí se compusieron a fines del siglo XI y durante la primera mitad del siglo XII. nos muestran, en primer lugar, la ciudad misma.
Extraordinariamente viva, abierta a todos los vientos. el autor del libro V del Códice Calixtino concluye, de este modo, la enumeración de nombres de pueblos del camino entre Somport y Santiago: “y por último Compostela, la excelentísima ciudad del apóstol, que posee toda suerte de encantos y tiene en custodia los preciosos restos mortales de Santiago, por lo que se la considera justamente la más feliz y excelsa de todas las ciudades de España”. Ha de descontarse, desde luego, la propaganda; pero, si la propaganda es inteligente, y ésta ciertamente lo parece, no ha de despegarse demasiado de la realidad. en el conjunto de los reinos hispanocristianos, a la altura de los años centrales del siglo XII, no es negación de la realidad incluir a Compostela entre los núcleos urbanos relevantes. Lo era; y las cosas venían de atrás. Cuando, en 997, Almanzor llegó en una de sus razzias hasta la tumba de Santiago, buscaba no sólo golpear el prestigio de los infieles, sino conseguir botín en el lugar santo –sólidamente fortificado a mediados del siglo por el obispo Sisnando II– y en el denso suburbio que para entonces había crecido ya en su entorno. Aproximadamente seis décadas después, el obispo Cresconio, el protector y maestro del infante García, mandó construir un segundo recinto murado que protegiera a los instalados alrededor del primero. Esa es ya la muralla que define a la ciudad para el resto de la edad media; y su perímetro, que cuadruplica el del recinto anterior, muestra bien el dinamismo del hasta entonces suburbio. es esa la muralla cuyas siete puertas se enumeran en el Liber Sancti Iacobi. la enumeración les pone nombre; comienza la relación con la puerta Francesa, es decir, aquella a la que llega la vía de los francos, y concluye en la puerta de Mazarelos, “por la cual llega el precioso vino a la ciudad”. Al destacar esta doble realidad el autor del texto apunta a los dos causas que explican la urbanización compostelana: el impulso cultural, la peregrinación, que da cuenta de buena parte del trasiego de gentes entre el exterior y el interior del recinto murado; el fundamento material, la relación económica de la ciudad y su entorno, que está en la raíz de la urbanización y es su permanente sostén.
Claramente definida ya desde el punto de vista físico por la cerca que la envuelve, Compostela se define políticamente en el tránsito del siglo XI al XII. El primer cuadro normativo conocido que da carta de naturaleza política a la sociedad urbana en Compostela se despliega en el reinado de Alfonso VI y podemos conocerlo gracias a cuatro textos diferentes: la concesión de salvoconducto a favor de los mercaderes y habitantes de Santiago hecha por los condes de Galicia, Raimundo y Urraca, el 24 de septiembre de 1095; la confirmación de tal privilegio realizada por Alfonso VI en diploma fechado ese mismo año, con el añadido de la definición de un ámbito propio para la administración de justicia; el relato explicativo que, a propósito de estos dos documentos, se incluye en la Historia Compostelana; y, en fin, la carta foral otorgada por raimundo de Borgoña y Urraca a los hombres y mujeres de Santiago en 1105.
Tanto el diploma de Alfonso VI como los dos que encabezan Raimundo y Urraca dejan bien claro el destinatario colectivo de los privilegios que conceden: los habitantes de la ciudad de Compostela y, en primer lugar, sus comerciantes, los negotiatores. El perfil urbano de la sociedad compostelana está perfectamente destacado y es inmediatamente reconocible. Por sí mismo y en relación con lo demás, con lo que no es la ciudad. los favorecidos por los fueros de 1105 son los hombres y mujeres que moran en la ciudad de Compostela y que, para asentarse allí, han venido, dicen los condes de Galicia, “de nuestros condados, de nuestros castillos, de todas las mandaciones y de todos los espacios de las tierras”. El nuevo marco normativo los ampara y defiende procurando frenar abusos, garantizar la libre circulación de hombres y mercancías, extender el amparo de la justicia local, reducir las cargas fiscales y restringir las obligaciones militares. ahora bien, ese nuevo cuadro normativo que ahora se establece queda clara y estrechamente sometido a los titulares de la sede episcopal. Entre el rey y sus súbditos urbanos, la transmisión del poder tiene en los prelados compostelanos un incómodo y difícilmente eludible intermediario; los inquietos y dinámicos habitantes de la villa burgensis encuentran ahí un límite nítidamente trazado para sus aspiraciones políticas. Se crea, a partir de entonces, una línea de fractura en la relación entre el obispo y la ciudad sometida a su señorío, que producirá erupciones periódicas a lo largo de la Edad Media. Diego Gelmírez conoció dos violentas sacudidas en los años 1116-1117 y 1136. mantuvo, a pesar de ellas, su posición política el obispo y primer arzobispo compostelano.
Volveremos más adelante sobre la historia urbana situando en A Coruña el lugar de observación. continuamos ahora en Santiago para contemplar desde allí las líneas principales de la evolución política. es ciertamente, en razón de las fuentes, el más adecuado observatorio. Y, sin duda alguna, el personaje que mejor puede mostrarnos el panorama que desde allí se domina es Diego Gelmírez. Su intensa participación en la acción de gobierno, durante el medio siglo que va de 1090 a 1140, hace de él una figura clave de la historia del poder, cuya proyección rebasa ampliamente, aunque lo incluya y de modo muy significativo, el ámbito territorial más próximo. Son tres los niveles en que actúa el prelado compostelano. el afianzamiento de los obispos de Roma como cabeza rectora de los cristianos de Occidente, que conoce en este tiempo un largo y decisivo salto hacia adelante, convierte a los papas y a sus representantes en partícipes significados de la toma de decisiones políticas y hace de la Christianitas un espacio que se reconoce como propio y como apropiado para el establecimiento de vínculos políticos.
Los caminos de Roma o de Cluny son recorridos por don Diego en persona, que pasó por dos veces allende el pirineo, y, sobre todo, por mensajeros y mensajes que aseguraron la permanencia de la comunicación. Y ese tráfico se convierte, ante todo, en un potente generador y transformador de ideología política que remueve y renueva viejas justificaciones del poder público respecto al segundo ámbito de nuestra atención, el reino. el reino es, sin duda, el escenario principal de la toma de decisiones políticas. La presencia en él de Diego Gelmírez es una constante. Y no está allí como comparsa, sino como destacado actor de reparto en el tiempo en que Alfonso VI, Urraca y Alfonso VII ocuparon el trono de León.
Sus intervenciones con tribuyeron a orientar, en ocasiones de modo substancial, el sentido general de la trama; pero buscaron principalmente subrayar la peripecia propia y sirvieron, sobre todo, para fijar y estabilizar el marco en que los poderes finalmente se ejercen: el señorío. Ahí, en ese nivel esencial del contacto entre gobernantes y súbditos, entre dueños del poder y sometidos a él, impulsó decididamente la fijación del continente –el espacio señorial conformado por la ciudad y la tierra de Santiago– y procuró además mantenerlo bien cargado de contenidos. Examinemos brevemente los resultados de la acción política en cada uno de estos tres planos.
Diego Gelmírez estaba en Roma en los primeros meses del año 1100. Regresó de allí promovido al orden sagrado del subdiaconado y protegido por la carta de Pascual II de que era portador. Enseguida, el día primero de julio, fue elegido obispo en Compostela. Hacía ya algún tiempo que las elecciones episcopales no tenían lugar por estos pagos sin la decidida y decisiva intervención de los obispos de Roma. dice la Historia Compostelana que Diego Peláez fue nombrado obispo, en 1071, por el rey Sancho. Hay razones para pensar que quien realmente lo nombró fue, un poco antes, García de Galicia. cualquiera de los dos actuaba, al hacerlo, como continuador de la monarquía teocrática hispana. Las cosas comenzarían a cambiar justamente durante el pontificado de Diego Peláez, cuando, al decir de la crónica, la lex toletana fue sustituida por la lex romana. el nuevo obispo se adaptó bien a la realidad política creada por la muerte de Sancho en Zamora y el encarcelamiento de García. la buena relación con Alfonso VI, el beneficiario directo de la desgracia de sus hermanos, se manifiesta con mucha claridad en la estrecha colaboración entre monarca y obispo que da lugar al inicio de las obras de la catedral románica en 1075. Eran los buenos tiempos en que el flujo de las parias aseguraba abundante liquidez. después de la conquista de Toledo y de la llegada de los almorávides, cambiaron muchas cosas y, en ese nuevo marco, la alianza se tornó enfrentamiento y el obispo fue a parar a la cárcel por orden del rey. En el concilio que se celebró en Husillos el año 1088, el prelado fue obligado a desprenderse de anillo y báculo y a recorrer el camino de vuelta a la prisión. Alfonso VI puso al frente de la sede de Iria-Compostela al abad Pedro de Cardeña. las cosas, sin embargo, no eran ya como antes. Urbano II desaprobó radicalmente y formalmente desautorizó lo ocurrido en el concilio hispano. Su legado, el cardenal Rainiero y futuro papa Pascual II, depuso a Pedro de Cardeña en la asamblea conciliar reunida en León el año 1090 y abrió el camino para el nombramiento episcopal, ahora con la expresa autorización de la iglesia romana, del monje cluniacense Dalmacio. Ya no era posible actuar en asuntos eclesiásticos sin contar con la instancia pontificia y, en adelante, los papas se hicieron muy presentes en la política del reino.
Gelmírez fue muy consciente de la nueva realidad desde el comienzo mismo de su pontificado. Se sabe bien que, después, se desenvolvió en ella con evidente soltura y obtuvo éxitos tan notables como la conversión de Compostela en sede metropolitana y el consiguiente ascenso propio a la dignidad de arzobispo. Antes y después de ese quicio que fue el año 1120, el horizonte de la Christianitas es una permanencia de múltiples manifestaciones en el pontificado gelmiriano. No podemos atender a todo. Destacaremos solamente, en razón de nuestro hilo conductor, las proyecciones ideológicas de todo esto, porque, en efecto, Diego Gelmírez forjó, en el contacto estrecho con los centros directores de la cristiandad, una sólida construcción teórica a la que frecuentemente recurrió para orientar y amparar la acción política.
En el año 1113 estaba el obispo de Santiago en Burgos, acompañando al ejército de los gallegos en el momento en que se dirimía el pulso entre la reina Urraca y Alfonso el Batallador por el control del trono de León. Por dos veces se escuchó allí la voz potente del prelado compostelano. la homilía-arenga que pronunció en la iglesia de San Juan fue una suerte de discurso sobre el estado de la nación en que lamentó el obispo la situación política del reino y, bien apoyado en los depósitos del texto bíblico, se erigió en orientador del pueblo. Esto es, ciertamente, esencia de cristiandad. Pero la vinculación directa con los principios de la iglesia en trance de fortalecimiento y reforma se manifiesta de modo más claro y directo en la segunda alocución burgalesa. es distinto el escenario: de la iglesia de San Juan pasamos al claustro de la catedral y, en vez de misa, lo que se celebra ahora es una asamblea en la que se suceden intervenciones acaloradas. Se discute acerca de la conveniencia de aceptar o no una propuesta de nueva reconciliación del matrimonio real, con la que han llegado los legados del Batallador.
Esa reconciliación es, desde el punto de vista de Gelmírez, lo peor que puede ocurrir. Impone silencio y vuelve a hablar el obispo. Lo hace como tal, como ministro de Dios, porque es a los ministros de Dios, a los sucesores de los apóstoles, a quienes corresponde vigilar y apacentar el rebaño y defenderlo de los ataques del lobo salvaje. “a nosotros –dice don Diego– están sometidos los reyes de naciones, los caudillos, los príncipes y todo el pueblo, renacido en Cristo, y al cuidado de todos atendemos”. parece que no convenció del todo Gelmírez a su auditorio, entre el que se contaba la propia reina. Pero, independientemente del éxito obtenido, la posición ideológica adoptada es la de la prevalencia del sacerdotium sobre el regnum, la de la hierocracia pontificia que impulsaban los clérigos romanos, francos y alemanes desde mediados del XI. Apoyado en su concepción de la cristiandad, el obispo trataba de ponerse por encima.
Convertido en arzobispo y en legado pontificio, Gelmírez reforzó la línea de pensamiento que lo vinculaba al papado romano. la adopción y el impulso propio dado a la idea de cruzada es muestra particularmente clara de lo que decimos.
En 1124 y, de nuevo, en 1125, llamó Gelmírez a concilio en Compostela. En la Historia Compostelana, la recensión de las actas de la primera de esas reuniones es presentada como un monográfico acerca de la paz y la tregua de Dios. Se señalan los períodos de paz y se indican aquellos que han de ser especialmente protegidos durante ellos: los obispos, los presbíteros, los abades, los monjes y las monjas. Es indudable la filiación de estas ideas. Por si no estuviera suficientemente clara, los reunidos en Compostela despejan cualquier duda: “mandamos –dicen– y por la autoridad apostólica establecemos que la paz de Dios que se observa entre romanos, francos y otras fieles naciones sea mantenida en todo el reino de España”. añaden aún que, si alguno de los que salieren contra el violador de la paz resultare muerto en cumplimiento de esta obediencia, sea absuelto de sus pecados como si hubiese muerto en la peregrinación a Jerusalén. Es evidente que Gelmírez recibe y usa la corriente de pensamiento que amparó y puso en marcha la cruzada. La reunión de 1125 es aún más clara a este respecto. el arzobispo predica entonces directamente la cruzada. en carta dirigida “a los reyes, condes y otros príncipes y también a los caballeros y soldados de a pie”, insta a que, del mismo modo que los que han abierto con mucho esfuerzo el camino de Jerusalén, “hagámonos caballeros de cristo y, vencidos sus enemigos, los pésimos sarracenos, abramos hasta el mismo sepulcro del Señor con ayuda de su gracia un camino que a través de las regiones de España es más breve y mucho menos laborioso.” la reconquista se ha hecho cruzada. el clérigo, el obispo feudal ha ocupado, en el plano ideológico, plenamente su puesto. Hablar a los reyes desde ese pedestal no estaba al alcance de todos. Y, en todo caso, no es mala posición para intentar hacer política. Evidentemente –y menos en política– la ideología no lo es todo.
La cristianad se define en el siglo XII como la última instancia en la legitimación de los poderes. El reino es el ámbito crucial en el que los poderes se deciden y se distribuyen. Hemos visto a Gelmírez revestirse de la más alta legitimidad para intervenir en los asuntos del reino, en la toma de decisiones políticas. lo esencial de la crónica compostelana está dedicado a esto: a las decisiones que se toman en el reino, a la constante relación con los reyes en la disputa por el poder. desde muy joven estuvo Gelmírez al tanto de los asuntos del reino. El conflicto con el obispo compostelano Diego Peláez, tal vez la sublevación de algunos nobles y la muerte en prisiones de su hermano García, parecen haber animado al rey Alfonso VI a replantear los asuntos de Galicia. A eso seguramente responde la decisión, tomada en 1090 o poco después, de poner a Raimundo de Borgoña al frente de los territorios que había gobernado, a título de rey, su hermano menor.
El noble franco venía desempeñando ya importantes funciones de gobierno y estaba prometido en esponsales con Urraca, la hija legítima de Alfonso VI. Su nombramiento como conde de Galicia para gobernar un territorio, que, en la fachada occidental del reino, se extendía desde el Cantábrico hasta la línea del Tajo, no debió de ser ajeno a las expectativas sucesorias centradas por entonces en quien en poco tiempo se convertiría en yerno el rey. Era, en todo caso, un paso más en la consolidación de la influencia del grupo cluniacense. entre los colaboradores directos del nuevo conde de Galicia estuvo desde el principio y destacó pronto un joven clérigo de nombre Diego Gelmírez. cuando, en 1093, fue nombrado por vez primera administrador de la sede vacante de Iria-Compostela, diego Gelmírez venía desempeñando la función de notario y canciller del conde de Galicia. volvió a ocupar el mismo puesto durante el pontificado compostelano del cluniacense Dalmacio, antes de convertirse por segunda vez en villicus de la sede vacante, desde 1096 hasta su nombramiento episcopal en el año 1100. en torno a Raimundo de Borgoña como conde Galicia, se formó un poderoso grupo integrado por obispos, con Dalmacio de Compostela y Cresconio de Coimbra en cabeza, y un nutrido grupo de nobles portucalenses y gallegos, entre los que destaca ya Pedro Fróilaz. Hay síntomas de que, tras el nacimiento del infante Sancho, que modificaba por completo el horizonte sucesorio, este grupo pudo considerar la posibilidad de dar continuidad al gobierno de Galicia en la forma en que había sido desempeñado por García. No es imposible que la decisión tomada por Alfonso VI en 1096 de dividir el espacio político unitario creado en el oeste del reino, entregando al conde Enrique Portugal y el territorio de la frontera, obedezca al deseo de frenar las nuevas expectativas. Cortada esa evolución posible, la acción de Gelmírez en el reino se orienta en otra dirección. Cualesquiera que hubiesen sido los proyectos de autonomía concebidos en los tiempos de la cancillería de Raimundo de Borgoña, la división del gobierno de Galicia y Portugal, la restauración de la dignidad metropolitana para la sede bracarense y la muerte de Raimundo de Borgoña vinieron a alterarlos por completo. desde los años finales del reinado de Alfonso VI, la estrategia política de Gelmírez pasa por el trono de León.
En la relación con el reino, el juego alternante de la colaboración y el enfrentamiento no puso nunca en tela de juicio quién era el interlocutor en un diálogo no siempre sosegado. En los comienzos del reinado de Urraca, Gelmírez defendió los derechos de Alfonso Raimúndez y, con la intención de consolidarlos definitivamente, ungió y coronó rey en Santiago al niño que, a la vuelta aún de unos cuantos años, habría de suceder a su madre en el trono. Subrayemos que la idea fue de Gelmírez y que lo que ponía de manifiesto era que el interés del obispo se orientaba no ya a Galicia sino al conjunto del reino o, mejor, a una Galicia entendida siempre como integrada en el reino.
Siguió siendo así en adelante. estuvo con pedro Fróilaz y su grupo en la protección de Alfonso Raimúndez, pero no acompañó a los Traba en la exploración de los caminos que se abrían en Portugal. con Alfonso VII en el trono, las relaciones, lo mismo que con su madre, no fueron siempre fáciles; pero no hay rastro de que el arzobispo buscara fuentes de legitimidad política diferentes a las que manaban del imperator Hispaniae.
En la actuación política del primer arzobispo compostelano, tal como queda reflejada en la crónica que mandó componer, Galicia, redefinida en el espacio frente a la tradición antigua, se desdibuja políticamente respecto a ella. Es un territorio al que se describe con frecuencia con el nombre de regnum, un ámbito de influencia real o deseada de los próceres gallegos y, en primer lugar, del propio arzobispo, pero ya no un escalón operativo en la articulación de los poderes, como en los tiempos del rey García o Ramón de Borgoña. Al situar el trono leonés como instancia esencial de la distribución de los poderes políticos, el primer arzobispo compostelano definió el campo en el que también se situaron finalmente los sectores más influyentes de la aristocracia laica y de las elites urbanas. De este modo, la posición de Galicia en el reparto del reino tras la muerte de Alfonso VII y su posterior integración en la corona de Castilla tienen que ver con la actuación del primer arzobispo compostelano.
El tercero de los ámbitos en que ha de entenderse la política gelmiriana es el del señorío. Ese es el espacio en el cual los poderes finalmente se ejercen. Diego Gelmírez trató de definirlo con precisión. Y lo consiguió. Tanto desde el punto de vista territorial como conceptual. La progresiva creación del espacio señorial alcanza en 1120 un hito, un momento de plenitud, con la fijación, por la reina Urraca, de los límites de la Tierra de Santiago: entre el Tambre y el Ulla; entre el río Iso y el mar. En ese espacio confluyen todos los poderes; y los ejerce el arzobispo, que busca en el interior del dominio señorial un vaciamiento completo del regnum, de la capacidad de mandar. Tan completo llegó a ser que incluyó, ya desde Alfonso VI, el derecho, real por excelencia, de la acuñación de moneda.
En la primera mitad del siglo XII, al final del camino de Santiago, se ha creado un espacio político, en cuyo interior el territorio y la ciudad interpretan, con modulaciones diferentes, un tema común: el de la plena articulación de los poderes feudales. La defensa de la comunidad y la garantía de la paz pública son los objetivos del poder en toda construcción de ideología política. Defiende el arzobispo los muros de la “patria señorial” contra los ataques del exterior, que llegan ahora en la forma de la piratería almorávide. Y es también el organizador y el jefe de un ejército que, compuesto por la hueste de la Tierra y la milicia urbana, participa en las luchas entre los cristianos, acudiendo a la llamada de la reina Urraca y de su hijo el rey Alfonso en las guerras contra Teresa de Portugal y Alfonso Enríquez o tomando por su cuenta la iniciativa contra los nobles de su entorno inmediato.
Entre los demás instrumentos del poder, destacaremos la potestad normativa, la capacidad para supervisar o ejercer la actividad legislativa. Se revela, en este aspecto, la dialéctica, la tensión entre la realidad urbana y su entorno. En 1113, Gelmírez promulga decretos “con el fin de proteger al pueblo” y excluye de ellos expresamente a los habitantes de la ciudad, “donde los forasteros y otros muchos que allí afluyen no podrían en modo alguno observar lo establecido”. la ciudad es objeto de decretos especiales. Conocemos los establecidos en el año 1133. En los decretos de 1113, referidos a la Tierra de Santiago, predominan los asuntos relacionados con la administración de justicia: administradores y ejecutores (jueces, vicarios, sayones); lugares de presentación de querellas y celebración de juicios; penas, prendas y multas. Preocupa, sobre todo, el control de las relaciones sociales. El peso de la normativa urbana recae, en cambio, sobre la actividad económica: regulación de precios; vigilancia de la actividad de posaderos, monederos y cambiadores; control de monedas, pesos y medidas. la aplicación de las normas no se hizo de la misma manera en el campo y en la ciudad. no se hizo con la misma facilidad. Lo demostraron las violentas revueltas de los años 1116 y 1136. Tomemos como ejemplo el nombramiento del villicus de la ciudad. Los ciudadanos sublevados lo rechazaron frontalmente en dos ocasiones: a Gundesindo, el hermano de Gelmírez, lo expulsaron de Compostela; a Diego el Bizco lo expulsaron de este mundo.
El modelo tripartito (rey-señor-súbditos) de la articulación política que suele presentarse como característico de la Edad Media no es exacta y plenamente aplicable al señorío de Santiago. Funcionó para la Tierra de Santiago; pero no funcionó, o no lo hizo sin graves sobresaltos, en Compostela. En la ciudad, el grupo social emergente de clérigos, artesanos y mercaderes contestó el modelo y buscó un cambio de posición en él; esa búsqueda sólo podía hacerse en competencia con el señor y en alianza con la monarquía y, de este modo, se generó una nueva relación tripartita, pero no ya lineal, vertical, sino triangular y altamente conflictiva que afecta al conjunto del señorío. Los ciudadanos de Compostela estaban interesados en el favor y la protección de la monarquía. Los reyes no los rechazaron. El mutuo acercamiento abría perspectivas también muy interesantes para los monarcas; nada menos que la recuperación del señorío de la ciudad y la tierra de Santiago y la apropiación de la máquina de generación de riqueza en que se había convertido. La reina Urraca metió al arzobispo en la cárcel en su intento por conseguirlo. Alfonso VII sólo pudo ser aplacado en los suyos con la entrega de muy importantes cantidades de dinero. Diego Gelmírez consiguió mantenerse –no, desde luego, sin lucha grande– a la cabeza del señorío hasta el final de sus días. Y, con su actuación en los tres niveles de que hemos hablado –la cristiandad, el reino, el señorío–, dio fin a la construcción de un sistema de relaciones sociales que, en sus líneas esenciales, se mantuvo inalterado hasta las guerras sociales de siglo XV.
En Compostela hemos atendido al panorama que desde allí se contempla mejor, el de la historia política. Cambiamos ahora el lugar de observación para atender a otros aspectos de la vida social que completen nuestra aproximación al contexto histórico de los tiempos del románico.

Sobrado
Las noticias de la existencia de monjes en el lugar de Sobrado son de hace ahora mil sesenta años; nos llegan exactamente del año 952. Desde ese momento vivió allí una comunidad dúplice que continuó la existencia, al amparo de la familia aristocrática fundadora y de sus descendientes, hasta los años centrales del siglo XI. Luego hubo un hiato, una interrupción que duró hasta 1142. En ese año, llegó a Sobrado un grupo de monjes cistercienses procedentes de Claraval, la abadía que en ese tiempo regía san Bernardo. El viaje es, en sí mismo, testimonio de la integración y de la comunicación intensa del espacio que consideramos con el conjunto de la cristiandad. Es seguro que los enviados de san Bernardo hicieron el camino de Santiago; en Compostela se expidieron, en efecto, las cartas de dotación fundacional hechas por los nobles Fernando Pérez y su sobrina Urraca, hija de su hermano Bermudo. Los hijos del conde Pedro de Traba amparaban a los recién llegados. Era el testimonio del primer viaje; pero enseguida hubo más.
En el capítulo VI del libro IV de la Vita Prima de san Bernardo, obra de Godofredo de Auxerre, se incluye el relato de un milagro que tuvo lugar en Sobrado por intercesión del abad de Claraval. Este fragmento de la hagiografía bernardina prueba que tuvo lugar muy pronto un viaje de retorno desde Sobrado a Claraval y otro nuevo de regreso al recién fundado cenobio en Galicia. Alberto, uno de los integrantes de la primera comunidad cisterciense de Sobrado, enferma allí de parálisis y pide a su abad que transmita a san Bernardo la noticia del mal que le aqueja. así lo hace el abad y, de regreso en su monasterio, comprueba que la curación de Alberto ha tenido lugar en el mismo momento en que san Bernardo oraba por él. Es muy probable que la visita del abad Pedro a Claraval se realizase poco tiempo después del asentamiento de los monjes en Sobrado y, seguramente, su objeto principal fue dar cuenta en la abadía madre de la marcha de la nueva fundación. La creación del primer monasterio cisterciense gallego sienta las bases de una comunicación regular y consistente a lo largo del tiempo.
El camino entre Sobrado o las otras abadías cistercienses gallegas y Claraval o Císter seguirá recorriéndose en el futuro; es el resultado de la integración de Galicia en el espacio cisterciense, que, a esta altura, comienza a ser ya tanto como el ámbito de la cristiandad occidental toda. Como en el nivel de la historia política, en el de la historia social a que ahora queremos atender predominan los estímulos de integración.
La instalación de los monjes blancos en las dependencias del viejo monasterio familiar abandonado supuso una rápida transformación de los espacios en el entorno inmediato y menos inmediato. el rápido arraigo de la reforma monástica, el reclutamiento enseguida local de la comunidad de monjes y conversos, la instalación en o junto al monasterio, a partir de 1160, de un grupo de cautivos musulmanes, la multiplicación de cargos conventuales –priores y subpriores, cillerero mayor y cillereros menores, frailes mercaderes, monjes encargados de los caminos, responsables de la ropería, de la sacristía, maestro del escritorio– son el testimonio de la vitalidad y de la progresiva complejidad adquirida por la comunidad del nuevo cenobio. Pronto se hizo necesario ampliar las dependencias heredadas de la etapa prerrománica. Aunque es muy probable que los trabajos hayan comenzado antes, los primeros datos seguros de que las obras están en marcha son del año 1168. Los restos conservados de las construcciones cistercienses y las noticias que podemos recoger en las fuentes escritas son suficientes para que sea posible asegurar que todo el conjunto se ordenó de acuerdo con el modelo no sólo físico, sino también conceptual, que caracterizó al Císter de la época de san Bernardo. La iglesia y el monasterio que los monjes blancos pusieron en pie en el lugar de Sobrado se convirtió, sin duda, en referencia principal del espacio en derredor. los nuevos edificios, de dimensiones considerablemente más amplias que las que albergaron a las monjas y monjes en los siglos X y XI, expresaban de modo muy visible y claro el peso social del nuevo monasterio. Hay otros monasterios en el territorio que consideramos, hay otras iglesias; pero la calidad de la información guardada en sus documentos, los estudios realizados sobre ella y la envergadura del papel histórico desempeñado por el primer monasterio cisterciense gallego, hacen que escojamos aquí Santa María de Sobrado como revelador expresivo de la evolución social, en sus manifestaciones principalmente económicas, durante la segunda mitad del siglo xii y las primeras décadas del XIII.
Si en la etapa altomedieval las construcciones prerrománicas habían surgido del impulso directo de la familia fundadora, la arquitectura cisterciense es obra de los monjes, es el resultado de la intensa actividad económica y política del monasterio. resultado de la actividad económica, porque los edificios de época románica son impensables sin el potente mecanismo de generación de excedentes y rentas en que pronto se convirtió el extenso dominio patrimonial de Santa María de Sobrado. resultado de la actividad política, no sólo porque la capacidad de mandar se tradujo, en ocasiones, en exigencias de esfuerzo directamente aprovechable en la actividad constructiva, sino, sobre todo, porque el ejercicio del poder por parte de la comunidad monástica y su representante, el abad, es garantía última de los demás procesos de control social.
A partir del núcleo inicial de derechos concedidos en la primera dotación, los mismos personajes que intervinieron directa o indirectamente en la fundación del nuevo monasterio –Fernando Pérez de Traba, su hermano Bermudo y Alfonso VII– ampliaron su espacio de influencia. Es el monarca el primero en intervenir, ahora de manera directa e inequívoca: en 1151, dona al abad Pedro y sus sucesores toda la hereditatem quam vocitant regiam que se encuentra dentro de los límites que el documento señala y que son, a partir de ahora, los límites del coto de Sobrado. dos años después, el conde Fernando Pérez y su hermano Bermudo, en un nuevo documento, delimitan el mismo espacio y por los mismos términos para donar también al monasterio toda la heredad que en él les pertenece. Hay en el texto de esta donación una explicación de la razón por la que se hace, que nos parece que debe ser subrayada. Se refieren los de Traba a la donación inicial diciendo que había consistido en una pequeña parte de su heredad, porque les parecía que poco iba a crecer el monasterio vista su, en aquel momento, paupertatem presentem; sin embargo, por intervención de la diestra del altísimo, tanto ha crecido ahora y se ha sublimado que se extiende su fama por la tierra y alcanza los confines del orbe religio illius. Una bien clara manifestación del rápido arraigo del nuevo monasterio y del éxito de la orden cisterciense.
El espacio que estos documentos definen, que coincide a grandes rasgos con el antiguo condado de Présaras, será, a partir de ahora, el área central del dominio de Sobrado y el ámbito en que ejercerá el abad funciones de carácter político.
Ese territorio se organiza muy pronto, desde el punto de vista económico, mediante la instalación de una primera red de granjas. el crecimiento del dominio de Sobrado se produce, además y desde fecha temprana, más allá de ese centro principal. al amparo de los protectores iniciales, gracias también a la aparición de nuevos donantes y como resultado de las primeras compras hechas por los propios monjes, se crean dos nuevos enclaves dominiales: uno en la Galicia norteña, entre el cabo Prior y la ría de Ferrol, que dará lugar a la aparición de la granja de reparada; en el Sur, el otro, en la Castella ourensana, donde se creará la granja de San Lorenzo de Temes. Es claro que detrás de estos movimientos expansivos iniciales están la búsqueda de un emplazamiento cercano al mar y a sus frutos y el deseo de acceder a las tierras de viñedo. los privilegios concedidos por, una vez más, Alfonso VII y Fernando de Traba en el Burgo del Faro desde 1153 y los bienes adquiridos por el cenobio en Melide a partir de 1156 confirman la presencia del monasterio en el medio urbano, repartida también entre la Galicia costera y la Galicia interior. a la altura de 1160, el monasterio de Sobrado ha configurado ya la estructura básica de su dominio.
Y vino luego una intensa y rápida fase expansiva. el monasterio asegura su presencia en lugares situados fuera de Galicia. Al otro lado de Pedrafita, en el Bierzo, el monasterio adquiere bienes en Villafranca y Molinaseca; y se cruzan también los montes de León, para acceder al territorio de la meseta y adquirir allí bienes que darán lugar a la aparición de la granja de Santo Tirso, en tierras zamoranas, y a la granja de Villanueva, en el espacio entre los ríos Cea y Esla.
Dentro de Galicia, se multiplican las adquisiciones en las áreas de asentamiento anterior y se buscan enclaves nuevos, como el que, en torno a la ría de Corme, dará lugar a la aparición de la granja de Almerezo. la presencia en el espacio urbano se acelera también considerablemente en las décadas finales del siglo XII y durante las primeras del XIII. entre Villafranca y Santiago, el dominio monástico queda bien representado en la ruta de peregrinación con los bienes adquiridos en Portomarini, Palas de Rei, Leboreiro, Melide y Arzúa. Fuera de Galicia, Zamora, Benavente y Valderas establecen relación con el cenobio y las salidas costeras en Galicia se refuerzan ahora con los privilegios reales concedidos al monasterio en Noia (1168), A Coruña (1208) y Betanzos (1219).
Este vasto conjunto patrimonial extendido por una amplia zona del noroccidente ibérico se ordena en función de una red compuesta por tres decenas de granjas desde las que maestros y conversos organizan y dirigen la producción agraria, canalizan rentas y controlan los merca dos urbanos. muchas de esas granjas se especializan, en función de las condiciones del lugar en que se instalan. la granja de Santo Tirso es la granja de la sal: la que se obtiene en las salinas de Villafáfila. la de Villanueva es la granja del trigo: el que producen las buenas tierras de cereal de los valles del Esla y el Cea. las granjas de Molinaseca, San Lorenzo, Recheda y Tibiás son las granjas del vino: el que se hace con el fruto de los viñedos del Bierzo y, en Galicia, los del tramo central del valle del Miño. La de Constantin es, tal vez, el caso más claro y llamativo de especialización, porque ésta es la granja del hierro, en cuya producción se asocian un cercano yacimiento minero y la fundición y la forja instaladas por los monjes. En las primeras décadas del siglo XIII, el dominio monástico de Sobrado se ha convertido en un potente mecanismo de generación y transferencia de excedente que permite entender algunos de los soportes principales del sostenido impulso de crecimiento económico que tiene lugar en este tiempo.
Sobrado no es el único dominio monástico del momento y el espacio que estudiamos. Antealtares y Pinario, en Compostela, Moraime, Toxos Outos, Cambre, Cis, Xuvia, Monfero y otros muchos, en el territorio provincial, compusieron y organizaron, a su escala, los correspondientes dominios, del mismo modo que lo hizo la sede episcopal, a partir de los bienes del obispo y del cabildo. Conocemos peor el fenómeno; pero también las familias aristocráticas fortalecieron seguramente en este tiempo su base patrimonial y basaron, además, su riqueza en la participación en el ejercicio del poder. el proceso de la concentración de la propiedad y de la consiguiente nueva sujeción económica del campesinado –sometido también a los nuevos controles políticos de los nobles al frente de las terrae y del obispo y los abades a la cabeza de sus cotos jurisdiccionales– está en la base del crecimiento económico que genera los excedentes necesarios para la creación de los núcleos urbanos y para la intensificación de los flujos de rentas, en especie y en moneda, una parte de las cuales será invertida en la elaboración de los objetos artísticos del románico y, muy especialmente, en sus manifestaciones arquitectónicas y escultóricas. Contemplemos desde A Coruña, para concluir, el panorama del crecimiento.

A Coruña
Cuanto queda dicho a propósito de la creación de dominios señoriales, concentración de la propiedad, generación de excedentes y rentas y transferencias al mundo urbano encuentra en el caso de A Coruña prueba concreta y clara y, además, facilita mucho el paso desde el mirador anterior a éste que ocupamos ahora. En junio de 1208, Alfonso IX de León dio término y fuero al concejo de A Coruña. Dice el texto del diploma signado en Santiago lo siguiente: “concedo al mencionado concejo pastos y agua, leña y madera en todo mi reino. le concedo el fuero de Benavente. Y mando que no reciba en su villa por vecinos ni a caballeros ni a monjes, salvo a los monjes de Sobrado, quienes habrán de hacer tal fuero de las casas que allí tuvieren cual hacen los otros hombre del concejo”.
En la ciudad de A Coruña medieval, los monjes de Sobrado estuvieron desde el principio. Puede decirse que desde antes del principio. Al mes siguiente de la concesión de fuero, en 19 de julio de 1208, Alfonso IX expidió en Lugo otro diploma, dirigido esta vez a los monjes de Sobrado. dice el monarca que, desde tiempos de Alfonso VII, percibía el monasterio una parte de las rentas del burgo viejo de Faro; y que, como consecuencia de la nueva población que, para utilidad del reino, construye en el lugar que se llama Crunia, están los monjes abocados a perder las rentas del burgo viejo. así que, en compensación, decide el monarca conceder al cenobio cisterciense el diezmo del portazgo de la nueva población.
Cuando, en el burgo de Faro, la actividad económica, la relación con el entorno permitía el nivel de intercambios que hacía conveniente el uso de un puerto de la ría para establecer contactos con el exterior, ya estaban allí los monjes facilitándolo con sus productos y obteniendo a cambio beneficios de la venta y de la participación en los impuestos. La intensificación de los contactos aconsejó después buscar un lugar más adecuado, y el rey amparó el traslado de puerto y pobladores al lugar de A Coruña. Y los monjes continuaron allí cumpliendo las mismas funciones que antes.
Volvamos al fuero y al concejo. El concilium. la asamblea de los vecinos. El rey los señala, los distingue, los contrapone con respecto a otros grupos sociales: el de los nobles y el de los clérigos. Y, frente a ellos, les asegura sus poderes propios. reconoce el monarca la nueva realidad urbana, quiere integrarla en el sistema de poderes del que él mismo es cabeza. Ni en Europa, ni en España, ni en Galicia puede decirse que, a comienzos del siglo XIII, la realidad urbana sea un hecho nuevo. Pero tampoco es un hecho eterno; no está ahí desde siempre. conviene insistir, en primer lugar, en que esta realidad urbana que tenemos ahora delante es un fenómeno específicamente medieval, que nace y alcanza su primer desarrollo en los siglos centrales del medievo. Cualesquiera que sean los puntos de contacto con el mundo romano, lo que ahora florece por doquier es otra cosa. por eso, cualesquiera que hayan sido los avatares de la fijación de pobladores en el entorno del Faro Herculino desde la época tardoantigua, lo que el fuero de 1208 desvela es otra cosa, es un hecho nuevo: el nacimiento medieval de la ciudad de A Coruña.
A mediados del siglo XII, Aymerico Picaud, el orientador de peregrinos camino a Santiago, podía describir Galicia como tierra abundante en fuentes y bosques, rara en villas y ciudades. Cien años después, un observador atento de la realidad difícilmente podría decir lo mismo. La centuria comprendida entre las primeras décadas del siglo XII y las primeras del XIII es la fase que, en su conjunto, podemos caracterizar como de aceleración de la urbanización medieval en Galicia. Ya hemos dicho que Compostela va por delante. Después, en la ruta principal de la peregrinación, una serie de poblaciones, a las que se da el nombre de burgo en la Historia Compostelana y en los documentos de los siglos XII y XIII, desde Triacastela hasta Ferreiros, concentraron la función de hospedar y abastecer viajeros y desarrollaron una actividad comercial, cuando menos, de ámbito local. Algunos de ellos tuvieron una vida efímera; es el caso de Leboreiro, sustituido por Melide, que aprovechó su emplazamiento en la convergencia del camino de la costa norte y del camino ovetense con el camino francés. En los demás burgos, la vida urbana no debió de alcanzar una gran actividad; pero todos ellos constituyeron un temprano testimonio de la incipiente urbanización en el sur de la provincia actual de A Coruña. En la orla costera de la tierra de Santiago, Padrón y Noia ofrecen, en la segunda mitad del siglo XII, testimonios seguros de su acceso a la condición de núcleos urbanos. La intervención del rey Fernando II en el impulso del proceso, con la concesión del fuero de Noia en 1168, parece fundamental. Al norte, el cambio de emplazamiento de la población de Betanzos desde San Martín de Tiobre al castro de Untia, en 1219, pedido por sus habitantes a Alfonso IX, da lugar al nacimiento definitivo de la villa de Betanzos. La concesión de rentas a Sobrado en el nuevo núcleo, como compensación de la pérdida de derechos de propiedad de los monjes en el lugar, da cuenta de situaciones parecidas, ahora en la desembocadura del Mandeo, a las ya señaladas en el caso de A Coruña.
Las líneas de fuerza de la evolución histórica creaban, en el siglo XII, estímulos de comunicación e integración del extremo noroccidente peninsular con el resto del reino de León y de la cristiandad latina. Los contemplábamos desde Compostela antes de que la creación de la corona de Castilla reorientara el camino en una dirección algo diferente. Desde las alturas de Sobrado pueden percibirse, tras la instalación allí de los monjes de Císter, muy claros los estímulos al crecimiento de la actividad económica durante la segunda mitad del siglo XII y los primeros decenios del XIII. La aparición y la generalización del hecho urbano que se nos ha hecho visible desde A Coruña es un potente dinamizador del cambio social. estos sucesivos miradores nos han permitido recomponer una parte significativa del telón de fondo ante el que se creó el arte románico estudiado en las páginas que siguen.
El 21 de abril de 1211 se celebró en la catedral compostelana la solemne fiesta litúrgica de dedicación del templo. Lo había querido así el rey, como expresamente dejó dicho alfonso IX en el privilegio signado en tan solemne ocasión. Celebró el arzobispo don Pedro Muñiz; asistieron obispos de Galicia, León y Portugal; estuvieron nobles principales; y todos acompañaron al monarca y a su hijo, el infante Fernando. Se ha dicho que era éste el futuro Fernando III. pero es lo más probable que no, que se trate del otro infante Fernando, el primogénito de alfonso IX, habido de su matrimonio con Teresa de Portugal. Justamente en este año de 1211 tenía lugar la muerte del rey Sancho I y la crisis que inmediatamente sobrevino enfrentó, en la disputa por el trono portugués, a los partidarios de alfonso II y a los de su hermana Teresa. Contó ésta con el apoyo de su exesposo el rey de León. El enfrentamiento abría expectativas sucesorias en el reino vecino para el hijo de Alfonso IX y Teresa de Portugal, el infante Fernando, en quien se pensaba por entonces que recaería la herencia del trono de su padre. Es muy probable que una parte de la aristocracia leonesa y portuguesa viera en este momento con buenos ojos la posibilidad de la unión de las coronas de Portugal y León en la persona del infante Fernando Alfonso.
Su muerte, en 1214, impidió que tales planes se llevaran a cabo. La posibilidad de reconstruir un mapa político que recordara los tiempos de don García y el abad Tanoi se hizo finalmente inviable. De algún modo, el ciclo de la Gallaecia antigua quedaba ahora definitivamente cerrado.

Los monjes y la ciudad. Cerremos el circuito; lo que de él claramente se observa desde A Coruña. Cuando, en 1142, llegaron a Sobrado los cistercienses, estaba en marcha el proceso urbanizador, al menos en el primero de sus ejes, el camino de Santiago. La presencia de Sobrado en sus burgos demuestra que los recién llegados pronto participaron en el hecho urbano y seguramente lo potenciaron.
En todo caso, la generalización el fenómeno en la segunda mitad del XII y en las primeras décadas del XIII, tiene ya que ver con la influencia de los monjes. La acumulación de un muy importante patrimonio territorial está basada en los privilegios de los reyes, en las donaciones de los particulares; pero también, y sobre todo, en las compras. Y es precisamente en este punto donde mejor se ve la adaptación de los monjes blancos a las nuevas circunstancias económicas.
Sólo merced a la obtención de unos excedentes regulares de productos agrarios y a su comercialización, puede obtenerse el dinero necesario para la adquisición de nuevas tierras. La creación de excedentes se produjo gracias a la explotación racional de las tierras y a una administración perfeccionada. Y la venta de los productos está asegurada por la participación del monasterio en los núcleos urbanos. La reordenación del espacio rural y la canalización de excedentes llevada a cabo no sólo, pero también, por los monasterios es un factor decisivo en la difusión generalizada de la urbanización.
En sus aspiraciones políticas, los compostelanos no consiguieron, pese a sus denodados esfuerzos, eliminar el pesante intermediario episcopal en la transmisión y el ejercicio del poder. A Coruña ofrece un modelo diferente. Puede entenderse bien en la relación con los monjes de Sobrado. La relación económica es intensa y, en su conjunto, no sólo no obstaculiza sino que estimula el desarrollo urbano. Pero, en la relación política, el monasterio no está por encima. La carta de concesión de fuero excluye de la vecindad de la villa a caballeros y monjes, salvo, dice expresamente, a los de Sobrado; tendrán éstos, en razón de las casas que posean dentro de la nueva población, el estatuto jurídico, es decir, las mismas obligaciones y derechos que los demás hombres del concejo. Vinieron luego las concesiones fiscales a favor del monasterio. Y surgieron los primeros roces. dos años después del otorgamiento del fuero, Alfonso IX advierte al concejo coruñés de que el representante del abad y los monjes de Sobrado deben entrar en la villa sin estorbo para cobrar el diezmo de lo que a ella llegue tanto por tierra como por mar. Hubo aún algunos desencuentros a lo largo del siglo XIII. A comienzos del siguiente, llegaron quejas del monasterio a doña María de Molina porque pretendía el concejo coruñés el monopolio de la venta de vinos en la plaza, contraviniendo la bien establecida costumbre de hacer llegar al mercado de la villa quanto vino ellos cogían de las sus vinnas. Dio la reina madre la razón, al menos en parte, a los de Sobrado, y ordenó al concejo que permitiese a los monjes hacer entrar dentro de los muros hasta cien toneles de vino, siempre que fuesen de su cosecha. Como se ve, funciona la articulación económica –el monasterio abastece el mercado urbano– y, a pesar de los conflictos, el concejo sigue tomando, por debajo de la instancia real, sus decisiones políticas.

Fin de ciclo. El infante Fernando fue sepultado en la catedral compostelana, donde descansaban los restos de su abuelo Fernando II y donde serían acogidos también los de su padre. El templo consagrado en 1211, que cumplía en el momento la función de panteón regio en el reino leonés, se cerraba en su fachada occidental con la gran construcción del maestro Mateo, que venía a poner fin a las obras iniciadas, ciento treinta y seis años atrás, con el impulso del obispo Diego Peláez y el rey Alfonso VI. Por el tiempo en que tenía lugar la dedicación de la iglesia catedral, visitaban Compostela Francisco de Asís y Domingo de Guzmán; se anunciaba la instalación de las nuevas órdenes mendicantes. los edificios que las acogieron serían construidos en un nuevo estilo, el gótico, y en un nuevo marco histórico, diferente y algo más ensimismado al de los tiempos del románico que aquí importan. 


Los estudios sobre el románico en La provincia de A Coruña
en esta iglesia, en fin, no se encuentra ninguna grieta ni defecto; está admirablemente construida, es grande, espaciosa, clara, de conveniente tamaño, proporcionada en anchura, longitud y altura, de admirable e inefable fábrica, y está edificada doble mente, como un palacio real. quien por arriba va a través de las naves del triforio, aunque suba triste, se anima y alegra al ver la espléndida belleza de este templo[1].
Comienzo con esta cita del libro V del Códice Calixtino, escrito a partir de la contemplación directa del monumento cuando éste, como en el mismo texto se señala, no estaba todavía concluido, por un doble motivo. de un lado, porque, en efecto, puede y debe considerarse en puridad como el primer texto en el que se describe y valora un monumento románico ubicado en la provincia de a coruña y, de otro lado, porque anticipa lo que va a ser habitual en el futuro, en los casi novecientos años transcurridos desde que se redactó ese libro: el protagonismo excepcional de la basílica compostelana, explicable por las circunstancias históricas, cultuales y también artísticas tan extraordinarias que en él concurren, en el marco de los análisis y re flexiones que sobre el estilo que nos ocupa han venido realizándose a lo largo del tiempo, tanto en el ámbito de la jurisdicción territorial a la que pertenece (recordémoslo una vez más: nacida en el siglo XIX), como en el más genérico de los estudios sobre las manifestaciones artísticas coetáneas de Galicia, la Península Ibérica y Europa.
No debe extrañar, pues, a la vista de lo anterior, que encontremos numerosas referencias o documentemos intervenciones que implican una valoración del monumento o de su mobiliario en los siglos posteriores, imposibles de glosar aquí con detalle. una de esas aproximaciones, por lo que en sí mismo supuso y también y sobre todo por las consecuencias que tuvo, merece, sin embargo, referencia detallada: la publicación, en Londres y en 1865, de la obra Some Account of Gothic Architecture in Spain, de la autoría de G. E. Street, en la que se pondera el valor estructural y figurativo del pórtico de la Gloria y, como consecuencia de su impacto, la realización, un año después, de un vaciado del pórtico para el también londinense South Kensington Museum, hoy Victoria and Albert Museum, en cuya sala de reproducciones puede contemplarse actualmente todavía su espectacularidad.
La doble intervención británica referida, como documentaron sobre todo los estudios de M. Mateo Sevilla, repercutió muy positivamente no sólo en la proyección exterior del monumento referido, sino también en la potenciación de los estudios locales, inicialmente sobre él, poco a poco también sobre su tiempo y sobre toda Galicia, una Galicia que se benefició asi mismo de la recuperación de la peregrinación a Santiago como consecuencia del proceso que condujo, en 1884 y por medio de la bula Omnipotens Deus, a la autentificación de las reliquias del apóstol Santiago. en ese contexto comienzan a hacerse notar autores que, si bien tendrán a Santiago como núcleo esencial de sus preocupaciones intelectuales, irán adentrándose poco a poco en ámbitos investigadores de mayor alcance, referidos tanto a la provincia coruñesa co mo al conjunto de Galicia. ese sería el caso de figuras señeras de nuestra historiografía artística como A. López Ferreiro, A. de la iglesia, B. Barreiro de Vázquez Varela, J. Villaamil y Castro o incluso, pese a la mayor diversidad de su producción escrita, de M. Martínez Murguía.
El último autor citado, M. Martínez Murguía, fue el primer presidente de la Real Academia Gallega. creada en la Habana en 1905, su constitución formal se producirá, sin embargo, algo más tarde, tras la aprobación de sus estatutos y la concesión en paralelo del título de real por parte de Alfonso XIII el 25 de agosto de 1906. afincada en la ciudad de a coruña desde sus inicios, donde todavía continúa, puso en marcha también desde el momento mismo de su nacimiento una publicación, el Boletín de la Academia Gallega, capital para la investigación y difusión de la cultura gallega en general y de la artística en particular, un campo, este último, que con demasiada frecuencia se olvida o no se pondera como se merece en la labor centenaria de esta excelsa corporación. en esta publicación, de la que será complemento indispensable la Colección de documentos históricos de Galicia, colaborarán importantes investigadores, entre ellos ángel del castillo, uno de los grandes estudiosos del románico gallego en general y del coruñés en especial, como pone de manifiesto su conocido Inventario de la riqueza monumental y artística de Galicia, publicado en 1972, por iniciativa de la editorial de los bibliófilos Gallegos, con el patrocinio de la Fundación Pedro Barrié de la Maza, once años después del fallecimiento del autor. Útil todavía hoy, pese a lo mucho que se ha avanzado en el conocimiento y valoración de nuestro patrimonio histórico-monumental, esta obra resume toda una vida de dedicación al estudio de ese patrimonio artístico. significativamente, uno de sus primeros trabajos, el cuarto según la secuencia que de sus publicaciones se recoge en el libro que comento, aparecido en 1906 en el número 2 de la revista citada de la real academia gallega, versó sobre un edificio románico coruñés, la iglesia de santa maría de celas, ubicada en el municipio de Culleredo, inmediato al de la capital provincial.
Los estudios de Ángel del Castillo sobre patrimonio monumental gallego, en general, y sobre arquitectura románica coruñesa, en concreto, serán muy frecuentes, pues, tanto en prensa como en revistas especializadas a partir del año referido en el párrafo anterior, 1906. solo un año posterior, de 1907, es el artículo que S. García de Pruneda publica sobre “cuatro iglesias románicas en la ría de Camariñas” en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones. El trabajo, independientemente de la valoración que nos merezca desde hoy su contenido, tiene una significación incuestionable: supone la inclusión de edificios, no estelares, ciertamente, ubicados en la provincia coruñesa en una publicación de carácter general español, no local, hecho que, de alguna manera, se produce también en 1908 con la publicación en Madrid del tomo I de la Historia de la Arquitectura Cristiana Española en la Edad Media, de V. Lampérez y Romea, una obra, valiosa todavía hoy, que marcó un hito en su momento. en ella, en el apartado que dentro del románico se dedica a las manifestaciones gallegas, se analizan, además de la catedral compostelana, otros diez monumentos coruñeses, entre ellos Cambresar, Xuvia, Caaveiro o Breamo.
tras lo anterior, habrá que esperar a la tercera década del siglo, a los años veinte, para encontrar nuevas iniciativas o nuevas publicaciones de especial significación para el análisis y valoración del románico coruñés. en esta década, en efecto, exactamente en 1926, vio la luz en Cambridge, Massachusetts (estados unidos de américa), editada por la universidad de Harvard, una obra fundamental aún en la actualidad para el estudio de la basílica catedralicia compostelana: The Early Architectural History of the Cathedral of Santiago de Compostela, de K. J. Conant, un trabajo modélico tanto por la manera de acercarse al edificio como por la valoración que hace del esquema tipológico que explicita y de las circunstancias que lo fundamentan.
Cuando se publicó esta valiosa investigación del investigador norteamericano estaba desarrollando ya su actividad el Seminario de Estudos Galegos, nacido en Santiago en 1923. impulsó esta entidad desde los primeros momentos de su vida, truncada con el inicio de la Guerra Civil en 1936, la realización de estudios multidisciplinares sobre ámbitos territoriales /jurisdiccionales bien definidos. solo uno, el referido a la Terra de Melide, integrada por los municipios coruñeses de Melide, Santiso y Toques, se terminó. Fue publicado en Santiago, por iniciativa del seminario, en 1933. Uno de sus capítulos, de la autoría de X. Carro García, E. Camps Cazorla y X. Ramón y Fernández Oxea, está dedicado al análisis de la arqueología religiosa. ocupa las páginas 251-322 y en él se estudian, encabezadas por la iglesia del monasterio de santo Antoíño de Toques, un total de once edificios considerados como románicos.
El seminario editó a partir de 1927 y hasta 1934 una publicación periódica, Arquivos do Seminario de Estudos Galegos, en la que se insertan trabajos de interés para el examen del románico gallego en general y coruñés en particular.
Lo mismo acontece con la revista Nós, nacida en 1920 y con vida hasta el inicio de la Guerra civil.
En la década de los treinta también, invocada ya en los dos párrafos precedentes y en la que para el estudio del estilo en España en general se publica una obra tan decisiva en su tiempo y tan referencial durante décadas como la de Manuel Gómez Moreno titulada El arte románico español. Esquema de un libro, ve la luz en Barcelona, dirigida por J. Carreras Candi, la Geografía General del Reino de Galicia. en el volumen denominado Generalidades del Reino de Galicia se incluye un estudio de conjunto sobre “la arquitectura en Galicia”, de la autoría de Ángel del Castillo, en el que se analizan numerosos edificios románicos ubicados en la provincia coruñesa. También son reseñadas empresas estilísticamente románicas en los dos volúmenes consagrados por la misma colección a la provincia de A Coruña, redactados por E. Carré Aldao. Al igual que acontece en el dedicado a Pontevedra en el mismo proyecto editorial, los comentarios sobre las iglesias son menos precisos que los que ofrece Ángel del Castillo.
La década de los cuarenta, superado el difícil trance de la Guerra Civil, marca un punto de inflexión en los estudios sobre el arte románico en Galicia en general y, como es obvio, también sobre los testimonios ubicados en territorio coruñés, con Santiago como referente siempre privilegiado. Una institución, el instituto Padre Sarmiento de Estudios Gallegos, nacido en 1944 para, de alguna manera, dar continuidad a la labor del viejo Seminario de Estudos Galegos; una publicación, Cuadernos de Estudios Gallegos, promovida por ese instituto, y un nombre, J. Pita Andrade, son de invocación imprescindible a partir de estos momentos al enfrentarse con la investigación del estilo que nos ocupa. Pita Andrade publicará en 1944, en el tomo I, que abarcará ese año y 1945, de la citada revista, Cuadernos de Estudios Gallegos, su primer estudio sobre un monumento románico gallego: la iglesia coruñesa, próxima a Ferrol, aunque en otro municipio, el de Narón, de San Martín de Xuvia. Desde ese año y durante décadas sus estudios, bien de carácter monográfico, bien de alcance general, serán una constante en el panorama de publicaciones gallego y sobre la Galicia de tiempos románicos, con Cuadernos y el instituto mencionado como ejes fundamentales, no únicos, de su actividad en relación con el estilo y el marco territorial que nos incumbe, Galicia.
En 1956 inicia su andadura en Santiago otra revista, activa también todavía hoy, como la reseñada en el párrafo anterior, llamada a tener un gran protagonismo en los ambientes científicos: Compostellanum. En ella, en el año 1965, se publican las actas del congreso internacional de estudios Jacobeos celebrado en Santiago en el mes de septiembre de ese año. un artículo incluido en ese número tiene un especial interés para nosotros. se trata del titulado “problemas de la Catedral románica de Santiago”, de la autoría de R. Otero Túñez. Ofreció entonces importantes novedades tanto sobre la cronología como acerca de la escultura (estilo e iconografía) del complejo catedralicio compostelano y ejerció un incuestionable impacto sobre los estudios de arte románico en Galicia. Hoy, pese a lo mucho que se ha avanzado sobre las cuestiones que abordaba, sigue siendo un trabajo de inexcusable referencia.
En Compostellanum también, unos años más tarde, en 1969, publicará S. Moralejo Álvarez su tesis de licenciatura sobre la primitiva fachada norte de la catedral compostelana. Fue el primero de sus trabajos sobre este edificio, al que dedicará hasta la década de los noventa lo mejor de su esfuerzo investigador, contribuyendo, con estudios de contenido muy dispar, a renovar tanto su visión crono-estilística como su proyección y significación en el contexto del arte europeo de su tiempo.
S. Moralejo Álvarez defendió su tesis de licenciatura en la Facultad de Filosofía y letras de la universidad de Santiago. Fue su director el citado R. Otero Túñez, catedrático de Historia del arte y responsable, durante muchos años, del departamento correspondiente de ese centro educativo, con él se formaron y realizaron sus tesis de licenciatura o sus tesis de doctorado desde finales de los años sesenta numerosos investigadores que contribuyeron a renovar la visión del arte gallego tanto en clave interior como en su proyección exterior, para los intereses de la publicación que me ocupa y en el ámbito de las manifestaciones estilísticamente valorables o catalogables como románicas citaré aquí, en la década de los setenta, las tesis doctorales del ya mencionado S. Moralejo Álvarez, de R. Yzquierdo Perrín y de A. Sicart Giménez.
En la década de los setenta también, en 1972 exactamente, publicó H. de Sá Bravo, en A Coruña, El Monacato en Galicia, una obra en dos volúmenes, entonces muy valorada, y que hoy, pese a sus errores y limitaciones, sigue siendo de utilidad. centrada en cuestiones histórico monásticas, las monografías incluyen también el estudio de las edificaciones conservadas de los distintos cenobios, muchas de tiempos románicos.
Un año después, en 1973, vio la luz, en la prestigiosa colección La Nuit des Temps, promovida por Éditions Zodiaque, en Francia, el libro titulado Galice romane, del que fueron autores M. Chamoso Lamas, B. Regal y V. González en él, junto a los estudios monográficos de cinco significativos edificios ubicados en tierras coruñesas (san Juan de Vilanova, la Catedral de Santiago, Santa María de Sar, San Miguel de Breamo y Santa María de Cambre), se insertan comentarios, en el capítulo titulado “notes sur soixante-cinq églises romanes de Galice”, sobre diecisiete empresas asentadas en la provincia que comentamos.
Concluyo la reseña de la década de los setenta significando, por un lado, que es entonces, en 1974, cuando comienza a editarse la Gran Enciclopedia Gallega, un hito en la historia cultural de Galicia, repleta de información, organizada alfabéticamente, para el estudio de los monumentos pertenecientes a la época que nos atañe; por otro, que A. Vázquez Penedo da a la imprenta en 1977, en Pontedeume, su trabajo sobre El románico en la comarca Eumesa; en tercer lugar, que en 1978, año en el que M. Ward defiende su importante tesis doctoral sobre el Pórtico de la Gloria, empieza sus publicaciones sobre el románico coruñés J. R. Soraluce Blond y, finalmente, que en 1980 comienza a difundirse, promovida por Edicións Xerais de Galicia, la colección Galicia enteira, de la autoría de X. l. Laredo Verdejo. integrada por un total de 12 libros, el último aparecido en 1989, ofrece, pese a su finalidad “turístico-divulgativa”, información de interés, muchas veces inédita, sobre edificios de tiempos románicos.
La década de los ochenta se abre, en lo que a nuestros intereses se refiere, con la publicación, en 1982, de la tesis doctoral, dirigida por el citado R. Otero Túñez y defendida un año antes en la universidad de Santiago, por José Carlos Valle Pérez, titulada “la arquitectura cisterciense en Galicia”, se incluyó en la colección Catalogación Arqueológica y Artística de Galicia, dirigida por el museo de Pontevedra y promovida por la Fundación Pedro Barrié de la Maza. Junto a un análisis general de las particularidades tipológicas y estilísticas de las empresas de la orden en Galicia, esenciales para el desarrollo de las formulaciones tardorrománicas en nuestra comunidad, como se dirá, estudia monográficamente los restos de ese tiempo conservados del que fue uno de los más importantes monasterios peninsulares de su época: santa maría de sobrado.
En 1982 también, año en el que F. Vales Villamartín publica un interesante artículo sobre cruces antefijas románicas en la comarca de Betanzos, comienza a publicarse el Boletín do Centro de Estudos Melidenses. Museo da Terra de Melide en él, desde el nº 1, serán habituales las colaboraciones de X. M. Broz Rei sobre el arte románico de la comarca, ofreciendo con mucha frecuencia, fruto de su excelente conocimiento del territorio, valiosa información inédita.
Un año después de la aparición del boletín de Melide, en 1983, publicado por el colegio oficial de arquitectos de Galicia como suplemento, el nº 4, de la revista Obradoiro, aparece el libro Arquitectura románica de La Coruña. Faro-Mariñas-Eume realizado por el departamento de Historia de la arquitectura de la escuela técnica superior de arquitectura de a coruña, analiza un total de cuarenta y seis edificaciones ubicadas en las comarcas citadas, particularmente ricas en testimonios constructivos de tiempos románicos. Útil por la información histórico artística que da sobre cada uno de los edificios, lo es aún más por los planos (plantas, alzados y secciones) que de ellos ofrece. cuenta la publicación, además, con un estudio introductorio de J. R. Soraluce Blond, quien completará el inventario de empresas románicas de la zona con un artículo publicado en la revista del colegio oficial de arquitectos de Galicia el mismo año en el que reseña otros siete.
Ven la luz en los años ochenta asimismo, resultado de tesis de licenciatura defendidas en la Facultad de Geografía e Historia de la universidad de Santiago, artículos o monografías sobre empresas románicas tan emblemáticas de la provincia coruñesa como Cambre, Moraime o Xuvia, apareciendo en 1987 igualmente, en la colección biblioteca básica da cultura Galega, editada por Galaxia, el libro Galicia Románica, de la autoría de isidro G. Bango Torviso, autor, como tendremos oportunidad de comentar más abajo, de otros sólidos estudios sobre el románico de Galicia, singularmente sobre la basílica compostelana.
concluyo la revisión de la década con la mención de diversas iniciativas en las que la em presa últimamente citada, la catedral de Santiago, edificio, decoración y mobiliario, brilló con especial intensidad: la conmemoración, con una gran exposición y un muy relevante simposio internacional64, del viii centenario del asiento de los dinteles del pórtico de la Gloria, una y otro celebrados en santiago; el coloquio internacional sobre el Códice Calixtino que tuvo lugar en la universidad de Pittsburg en el mismo año y la aparición, en 1990, de la monumental obra de M. Durliat, culminación de varias décadas de brillante investigación sobre la materia, acerca de La Sculpture romane de la Route de Saint-Jacques. De Conques à Compostelle, un libro de invocación imprescindible también, como parece obvio, para el análisis de cuestiones arquitectónicas.
El año últimamente citado, 1990, es asimismo el año en el que la Fundación Pedro Barrié de la Maza publica la monografía de R. Otero Túñez y R. Yzquierdo Perrín sobre el coro pétreo del maestro Mateo en la catedral de santiago, anticipo del proyecto de reconstrucción, materializado en 1999, de tan espectacular empresa, destruida a principios del siglo XVII, dirigido por los dos investigadores citados y promovido y patrocinado por la misma Fundación, a ella se debe también otra iniciativa singular: la reconstrucción de los instrumentos del pórtico de la Gloria, materializado el proyecto en un concierto celebrado el 4 de diciembre de 1991 al pie del mismo emblemático monumento, el complejo proceso que a él condujo, de la mano de reputados especialistas coordinados por el padre J. López Calo, se recoge en una magna publicación en dos volúmenes, Los instrumentos del Pórtico de la Gloria. Su reconstrucción y la música de su tiempo, editado en a coruña dos años más tarde por la Fundación promotora de la iniciativa.
La década de los noventa del pasado siglo, la que ahora estamos valorando, fue pródiga en estudios de entidad sobre el románico gallego, en general, y sobre el coruñés, en particular. un buen número de edificios ubicados en la provincia, todos los significativos, en cualquier caso, son analizados por R. Yzquierdo Perrín en los dos volúmenes, aparecidos en los años 1995 y 1996, que al Arte Medieval de Galicia se le consagran en la sección de arte en el Proyecto Galicia, promovido por la editorial Hércules.
En 1995 también se publica el primer volumen del proyecto, promovido por la Diputación Provincial de A Coruña, con la colaboración del departamento de composición de la universidade de a Coruña y dirigido por J. R. Soraluce Blond y X. Fernández Fernández, titulado genéricamente Arquitecturas da Provincia da Coruña, organizado el inventario constructivo por comarcas, debían componerlo veinte entregas. sólo se editaron, debido al fallecimiento del segundo de los autores citados, dieciocho, la última, centrada en la “comarca de Arzúa”, aparecida en el año 2010. ofrece información planimétrica, gráfica y textual (breve, pero muy precisa) sobre todos los edificios religiosos y civiles significativos localizados en cada uno de los municipios estudiados, siendo, justamente por esa proximidad a los monumentos, un instrumento de consulta imprescindible. Útiles son también para los ámbitos territoriales que analizan, aunque desiguales, las publicaciones de X.F. Correa sobre el románico eumés, de C. Fornos sobre comarcas diversas de la provincia, singularmente las más próximas a la capital, de C. de Castro Álvarez, de nuevo sobre la comarca eumesa, y de G. Casado González sobre Arteixo.
Dos tesis de licenciatura defendidas en la universidad de Santiago, una en 1994, otra en 1997, dieron lugar a dos importantes publicaciones, ambas promovidas por la diputación coruñesa. se trata, en el primer caso, de la titulada El arte románico en Terra de Melide, de la autoría de M. P. Carrillo Lista y, en el segundo, del titulado Arquitectura románica en la “Costa da Morte”. De Fisterra a Cabo Vilán, cuyo autor es J. R. Ferrín González. Fruto de un trabajo académico también, en este caso una tesis doctoral defendida en la universidad de Salamanca, es la obra Bestiario en la escultura de las iglesias románicas de la provincia de A Coruña. Simbología, de la autoría de M. J. Domingo Pérez-Ugena, editada asimismo por la diputación provincial de a Coruña, en este caso en 1998.
Aunque su ámbito de referencia no sea el específico de esta colaboración, no puede silenciarse en este apartado bibliográfico tanto por su entidad como por la ayuda que los comentarios y reflexiones que en él se introducen suponen para la valoración global de los testimonios de tiempos románicos llegados hasta hoy en la demarcación territorial que estamos considerando.
Termino mi valoración de la década final de la pasada centuria con la indicación de que es en esos años cuando comienzan a aparecer publicadas las investigaciones de M. Castiñeiras, quien tendrá desde entonces y hasta hoy, en el románico gallego en general y en relación con la catedral de santiago en particular, uno de los ejes esenciales de su trabajo intelectual.
El siglo XXI, a nuestros efectos, se abre con una exposición sobre el románico en Galicia y Portugal programada por las fundaciones Pedro Barrié de la Maza y Calouste Gulbenkian inaugurada en el mes de febrero de 2001 en la sede coruñesa de la primera, su catálogo y el ciclo de conferencias que le sirvió de complemento ofrecieron no sólo un estado de la cuestión sobre el desenvolvimiento del estilo al norte y el sur del río Miño, sino también noticias o visiones novedosas sobre algunos edificios, particularmente sobre la catedral de Santiago, una empresa siempre abierta, permanentemente generadora de debates, sea sobre la secuencia de sus primeras campañas, sea sobre el proceso de su culminación y, en consecuencia, sobre el alcance de la etapa vinculada al maestro mateo y que la llevará a su terminación, sancionada por una solemne consagración, en el año 2011, como ya se dijo, en el transcurso de un acto en el que estuvo presente Alfonso IX, el monarca entonces reinante en León.
una novedad importante se abre paso poco a poco también en las investigaciones sobre patrimonio construido en la década que ahora analizamos: la reflexión –y consiguiente valoración– sobre las intervenciones restauradoras en los monumentos, un campo de análisis que tiene como hitos de referencia para el románico coruñés (para el gallego en general y también para otros estilos) el estudio de J. Esteban Chapapría y Mª P. García Cuetos sobre Alejandro Ferrant en los años previos a la Guerra Civil y, para las intervenciones tras esa contienda, los trabajos de B. M. Castro Fernández sobre F. Pons-Sorolla, quien contó como eficaz colaborador en su tarea con M. Chamoso Lamas el trabajo de éste en relación con el asunto que comentamos, la tutela/intervención sobre el patrimonio monumental, fue analizado también por la real academia Gallega de bellas artes con propuestas expositivas y catálogos que arrancaron en 1995 en Lugo y que, para el ámbito territorial que nos incumbe, se materializaron en dos proyectos, uno específico sobre santiago en 1999, otro sobre el resto de la provincia coruñesa en 2004, un año santo compostelano también, como el anterior, acontecimiento a cuya programación específica se acogió la iniciativa en las dos ocasiones.
Un año después de la última actividad mencionada en el párrafo precedente, esto es, en 2005, defendió su tesis doctoral en la universidad de Santiago M. P. Carrillo Lista titulada Arte románico en el Golfo Ártabro y en el oriente coruñés, analiza alrededor de setenta edificios ubicados en el territorio delimitado permanece inédita a día de hoy.
Menos edificios, sin duda, se examinan en la última publicación específica, monográfica y de entidad, aparecida hasta ahora sobre el románico coruñés me refiero al libro Arteixo, patrimonio románico. editado en 2012 por iniciativa del ayuntamiento, fue materializado, sirviendo de complemento a una exposición sobre el patrimonio románico del municipio, por el departamento de composición de la universidad de a Coruña. Ofrece, junto a textos de carácter general sobre el estilo en Galicia y en Arteixo, estudios monográficos sobre tres templos, los de Monteagudo, Oseiro y Loureda, resultando particularmente valiosas en todas las colaboraciones las fotografías que documentan momentos diversos en la evolución de los edificios.
Comenzaba este capítulo invocando un texto del Códice Calixtino como preludio del protagonismo que la basílica santiaguesa iba a tener a lo largo de los siglos.
Lo termino citando dos iniciativas que, como un todo o sólo en parte, la tienen también como referente y de las que habrán de derivarse significativas aportaciones para su mejor conservación y conocimiento: la elaboración de su plan director, ultimado en 2011 –año en el que, como ya se dijo, se conmemoró el 800 aniversario de la consagración definitiva del monumento– y promovido por el cabildo catedralicio y el consorcio de santiago con la colaboración de la Fundación Pedro Barrié de la Maza, y, por parte de esta última, la puesta en marcha, en el año 2008, del programa de restauración del pórtico de la Gloria, un proyecto, en el marco del Programa Catedral de la misma entidad, esencial tanto para su conservación como para su más preciso análisis desde los puntos de vista formal e iconográfico

Los edificios románicos coruñeses: Análisis de las formas.
alrededor de doscientas construcciones valorables desde el punto de vista de su estilo como románicas se alzan todavía hoy, completas o sólo en parte, en el territorio adscrito a la provincia de A Coruña. desiguales en su implantación o distribución, fruto tanto de circunstancias históricas, siempre aleatorias, como de exigencias o determinismos físicos (las comarcas de montaña cuentan siempre con menos población que las próximas a la costa, por invocar al menos un dato objetivo de referencia al respecto, lo que explica que en las últimas sean mayores las exigencias de espacios para el culto), su número es muy similar, por ejemplo, al que pudimos documentar en la provincia de Pontevedra y es prueba evidente, como él, de la brillantez del tiempo histórico en que se levantaron.
No es el numérico el único dato coincidente, para el cometido de este estudio, entre las provincias de A Coruña y Pontevedra. como en ésta o, mejor todavía, más que en ella, pues en puridad, salvo el palacio episcopal de Santiago, con los matices que su específica función conlleva, nada de una mínima entidad, susceptible de ser considerado como románico, puede señalarse hoy en el ámbito civil, todas las empresas llegadas hasta nosotros tienen o tuvieron en su arranque un cometido religioso, un dominio que, aunque no tan aplastante, tuvo que hacerse evidente ya en su tiempo histórico en virtud de las especiales circunstancias cultuales, litúrgicas y monásticas que en él concurrían.
En paralelo con Pontevedra también, dos rasgos destacan de entrada al analizar como un bloque todas las empresas llegadas hasta el presente: la ausencia de esquemas constructivos complejos y el predominio absoluto de las edificaciones que ostentan una sola nave. en éstas, frente a las ubicadas en la provincia meridional que nos está sirviendo de comparación, solo encontraremos dos modelos de cierre oriental, uno con capilla rectangular, el más numeroso, como en toda Galicia, otro con ábside semicircular, prácticamente siempre precedido de tramo recto. No tenemos hoy constancia de que hubieran existido entonces iglesias con un solo ábside poligonal. No deja de ser curioso, en cuanto a los dos esquemas de cierre mencionados, que los dos edificios más antiguos de la provincia con una sola nave y un ábside también solitario llegados hasta el presente respondan ya a esa diversidad de cierres señalada: Santo Antoíño de Toques (Toques) rectangular y san Xoán de Vilanova (Perbes, Miño) semicircular, en este caso sin tramo recto presbiterial.
San Xoán de Vilanova
 

Nada especialmente novedoso ofrecen todos estos templos en lo más definitorio de su materialización interior (alzados y cubiertas) con respecto a lo que ya se comentó en la provincia de Pontevedra. un rasgo, sin embargo, sí debe ser traído a colación a propósito de los cierres exteriores orientales: la presencia en algunos casos, en los paramentos sur y norte de ábsides rectangulares, de arcos semicirculares uniendo, atando contrafuertes, una solución, que veremos también más abajo armando los muros laterales de las naves de empresas de más envergadura, basilicales, que arranca de la capilla central de la girola de la Catedral de Santiago y que se hará particularmente evidente –e impactante– a partir del costado de poniente de su grandioso transepto.
Integran el segundo bloque de edificios susceptible de ser considerado aquí los que exhiben o exhibieron planta basilical, con tres naves, sin crucero (o con crucero, sin que éste, en tal caso, sobresalga lateralmente, evidenciándose su existencia por la mayor longitud del tramo que le corresponde), y cabecera con tres capillas, la central siempre saliente. Son catorce las empresas coruñesas llegadas hasta hoy o de las que tenemos referencias seguras o verosímiles a ese respecto, que responden a ese planteamiento planimétrico. Las más, nueve, presentan capillas semicirculares, la central saliente, precedidas de tramo recto: san salvador de Bergondo; Santiago de A Coruña; Santiago do Burgo (Culleredo); Santa María de Mezonzo (Vilasantar); Santo Tomé de Monteagudo (Arteixo); San Martín de Xuvia (Narón); San Julián de Moraime (Muxía); San Pedro de Ozón (Muxía) y San Pedro de Fóra (Santiago), ésta ya desaparecida. Dos, Santa María de Sar (Santiago) y Santiago de Mens (Malpica de Bergantiños), la segunda fruto de una reformulación de un templo prerrománico, eligen para la capilla central un esquema poligonal, con cinco lados, derivado del modelo introducido en las capillas occidentales de la girola de la catedral compostelana, de las cuales hoy sólo se conserva la de Santa Fe/San Bartolomé. Otras dos, finalmente, una conservada, la iglesia de A Corticela, en el entorno del recinto catedralicio santiagués, otra desaparecida, la abacial de Monfero (Monfero), pero de reconstrucción verosímil, presentan capillas de planta rectangular, la central siempre saliente, la primera como fruto de una supeditación a una solución ya presente en el mismo edificio desde tiempos prerrománicos, la segunda en consonancia con una formulación de uso habitual en empresas pertenecientes a su misma orden, la del Císter.
Todas estas iglesias, de mayor envergadura que las incluidas en el primer bloque delimitado, sólo utilizaron bóvedas en las capillas de la cabecera, las normales en su tiempo y en los espacios de referencia (cañón, apuntado o no, en las de configuración rectangular y en los presbiterios de las otras, y cascarón en los hemiciclos). Las naves, a tenor de lo conservado o, como ya señalé, a partir de lo que cabe deducir por la información llegada hasta nosotros, recibieron una cubierta de madera, englobando una estructura única a doble vertiente a las tres que componen el cuerpo longitudinal del templo.
El tercer grupo a considerar, el menos nutrido, lo integran los edificios que poseen planta de cruz latina, tres llegados hasta hoy y un cuarto, desaparecido, cuya organización cabe inferir a partir de la convergencia de fuentes dispares. se trata, en el primer caso, de la Catedral de Santiago y de las iglesias, monástica una y con toda probabilidad canonical otra, respectivamente, de Santa María de Cambre (Cambre) y San Miguel de Breamo (Pontedeume), y, en el segundo, de la abacial de Santa María de Sobrado (Sobrado dos Monxes).
Santa María de Cambre
 

La Catedral de Santiago, una de las grandes empresas europeas de su tiempo, como ya dije, destaca ante todo por sus dimensiones: alrededor de 100 m en su brazo mayor y cerca de 70 en el crucero. Presenta tres naves en el cuerpo longitudinal, otras tantas en el crucero, con dos capillas semicirculares en el flanco este de cada uno de sus brazos, y una cabecera compuesta por una capilla mayor muy desarrollada en torno a la cual se dispone una girola a la que se abren cinco ábsides, el central rectangular por fuera y con cierre semicircular por dentro, flanqueando esta parcela interior, en las esquinas, sendos nichos, uno por lado, de idéntica configuración; los dos siguientes semicirculares por el interior y el exterior y las dos últimas, una, la meridional, desaparecida en tiempos barrocos, poligonales por dentro y por fuera, disponiéndose en todos los casos entre ellas tramos libres, sin aditamentos, en los que se practican puertas y vanos superpuestos.
Un rasgo estructural destaca por encima de los demás al valorar internamente el alzado del edificio: la inserción de una tribuna con bóveda de cuarto de cañón por encima de las naves laterales y de la girola, circundando, enlazando todo el complejo, singularizado también por el hecho de que la totalidad de sus espacios están cubiertos por bóvedas (de cañón en las naves centrales de los dos brazos principales, de arista en las naves laterales y en la girola, de cuarto de cañón, ya citada, en la tribuna y de cascarón en los hemiciclos absidales).
Excepcional no sólo en Galicia, sino también en la Península Ibérica, este edificio, ponderado ya en su tiempo, como señalé más arriba, responde, en su conformación básica, esencial, en planta y en alzado, uno y otro ajenos en su combinación a las tradiciones constructivas cispirenaicas, al esquema definitorio de las llamadas genéricamente “iglesias de peregrinación”, un grupo reducido de edificios, cinco en total, cuatro ubicados más allá de los Pirineos, indudablemente emparentados, cuyo prototipo, si existió, nos es desconocido.

La iglesia de Cambre, de complejo proceso constructivo, muestra tres naves de cinco tramos en el brazo longitudinal, crucero con una sola y cabecera con capilla mayor semicircular, girola y cinco capillas radiales, también semicirculares con tramo recto, separadas por parcelas libres en las que se abren vanos, un esquema que, como se ha repetido hasta la saciedad, deriva del que ofrece, como acabamos de ver, la basílica catedralicia compostelana. Son estas capillas radiales hoy, cubiertas por bóvedas nervadas de filiación compostelana, “mateana”, las únicas parcelas del edificio que exhiben cierre de época.

San Miguel de Breamo ofrece una sola nave, de no mucho empaque, en el brazo longitudinal de la cruz, crucero con nave única también, con un solo tramo por brazo, y cabecera compuesta por tres ábsides de planta semicircular, el central, único que ostenta tramo recto presbiterial, saliente. Todos los espacios del templo, hecho no excesivamente frecuente en Galicia, están abovedados, respondiendo los más a pautas usuales en la época (cañón semicircular en la nave y brazos del crucero; cañón apuntado en el tramo recto del ábside central; cascarón en los tres hemiciclos), siendo menos frecuente –y por eso más reseñable– la presencia de una bóveda de crucería cuatripartita, sin duda de filiación cisterciense, en el tramo central del crucero.

La espectacular iglesia del monasterio de Sobrado, la última citada en este apartado, es en su aspecto actual, en lo esencial, un producto del siglo XVII. el análisis de esta fábrica, las referencias documentales que poseemos de la anterior y las normas usuales en materia constructiva en la orden a la que perteneció la comunidad que la promovió, la del Císter, y la filiación a la que perteneció, la de Claraval, en los años en que se levantó la primera, permiten afirmar que ésta, la medieval, respondía en su conformación básica a las pautas de la llamada “planta bernarda”, la adoptada en Claraval, su casa madre, en los años treinta del siglo XII. Presentaría, por tanto, un brazo longitudinal con tres naves de cinco tramos, crucero marcado, con una sola, y cabecera compuesta por cinco capillas rectangulares, la central destacada, las laterales, dos por lado, cerradas a oriente por un muro común plano. se trataría, pues, de un modelo análogo, no idéntico, al que hoy podemos ver en Galicia en la abacial de Santa María de Oia (Pontevedra), a la que, sin duda, se asemejaría también en la organización del alzado, con bóvedas de cañón apuntado en todos los espacios, explicitando aquellas en su distribución, perpendiculares unas, paralelas otras, al eje longitudinal del edificio, los fundamentos borgoñones de los que parten.
En líneas generales y con la excepción, lógica, de la Catedral de Santiago, el románico coruñés, en cuanto a sus exteriores, no ofrecerá, tal como acontece también con el pontevedrés, soluciones de especial complejidad. para las materializadas, le es de aplicación, en lo esencial, lo indicado en su día para la provincia situada al sur tanto a propósito de los hastiales de poniente como de las fachadas laterales y la organización de las cabeceras. Hay, sin embargo, algunas singularidades, no muchas en todo caso, que sí deben reclamar nuestra atención y que tendrán como referencia, sobre todo, aunque no exclusivamente, a los edificios de mayor envergadura y, por ello, de mayor significación también. tres son, a ese respecto, los ámbitos que voy a ponderar seguidamente, en consonancia con las tres parcelas comentadas: el hastial de poniente, los cierres laterales y la cabecera.
Comenzaré, en lo que a la primera zona acotada se refiere, con la Catedral de Santiago. Su hastial occidental, concluido en lo fundamental y más definitorio, no, según cabe deducir de testimonios posteriores, en su totalidad, alrededor de 1211, año, como se dijo ya, de la definitiva consagración del edificio, exhibía, sobre la plataforma que permitía salvar el desnivel que, con respecto a la cabecera, ofrecía la parcela de poniente, una vistosa estructura en H, de inequívoca progenie borgoñona. Dos torres de planta rectangular, salientes, la del norte incompleta, lo flanqueaban. El bloque central, dispuesto en un segundo plano con respecto a las torres, se organizaba en cuerpos y calles, concibiéndose, en lo esencial, como transposición externa de la disposición interna del edificio. Señalaba la separación entre el primer y el segundo cuerpo de la fachada una imposta montada sobre arquitos apoyados, a su vez, sobre canecillos, una solución de gran vistosidad que se utilizó también en el remate del cuerpo bajo de la torre septentrional.
En el inferior de la fachada se abrían tres puertas con arcos de medio punto, situándose encima de los extremos sendos óculos. Sobre la imposta, el segundo cuerpo exhibía altas arquerías semicirculares, dos en la calle central, una en las laterales. Encima de estas últimas, como remate de esos ámbitos extremos, se hallaba otro cuerpo integrado por tres nuevos arcos de medio punto cobijados por otro en mitra ubicado, a su vez, bajo otro semicircular que abarcaba al conjunto, con cierre superior recto. La calle central, por su parte, remataba con un enorme rosetón enmarcado por cuatro óculos dispuestos en los ángulos de la parcela cuadrada en la que se inserta.
Esta fachada, inicialmente abierta, sufrió diversas intervenciones a lo largo de los siglos. Algunas, la última de entidad, de la que procede su imagen básica actual, culminada en 1750 de la mano de Fernando de Casas y Novoa, alteraron muy significativamente su configuración, por más que sea fácil “leer” todavía hoy aspectos esenciales de ella, sin duda uno de los testimonios más destacados de su tiempo en el occidente cristiano. Frente a las zonas descritas, las reformas de la edad moderna borraron por completo las huellas de la organización de la fachada de la estancia, la cripta o “catedral vieja”, sobre la que se levanta la parcela occidental del templo, al igual que la de las escaleras de acceso por el exterior a esta última zona así como la conformación de la plataforma ubicada delante del cierre del templo.
El hastial occidental de Cambre, de menor empaque y monumentalidad, sin duda, está también muy cuidado. Presenta tres calles, la central saliente, enmarcada por contrafuertes prismáticos en cuyo frente se disponen dos columnas entregas con capiteles vegetales. en la calle central, coronada por una espadaña de dos vanos, se sitúan, separadas por un tejaroz, la portada, con dos arquivoltas, en el cuerpo inferior y un rosetón en el superior, distribución, en esencia, aunque reducida, idéntica a la que vimos en Santiago y nada anómala, por lo demás, en cuanto a estructura básica, en el románico gallego. En las calles laterales, la septentrional con un nuevo contrafuerte en la esquina, sin él en la opuesta, se abren sendas ventanas, las dos con arcos lobulados.
Muy distinta en su imagen, sólida, maciza, robusta, pese a que, en lo definitorio, emplea el mismo vocabulario constructivo, es la fachada occidental de la iglesia de San Miguel de Breamo. se organiza en dos cuerpos. exhibe el inferior una sencilla puerta con arco semicircular de sección prismática, lisa, volteada directamente sobre las jambas, también aristadas, flanqueán dola cuatro contrafuertes de no mucha proyección, dos por lado. sobre ellos se dispone una imposta sin ornato que marca el arranque del cuerpo superior, centrado hoy, no en origen, por un rosetón cuya tracería, de gran exquisitez formal, delicadeza en el tratamiento que se extiende a la arista, cortada en zigzag, de la rosca que enmarca el vano, resulta particularmente llamativa vista la aplastante simplicidad de todo el hastial.
Es también digno de mención en el capítulo que me ocupa, pese a que el desnivel de su emplazamiento y alguna intervención en ella no muy afortunada (es el caso del pórtico de acceso) le restan protagonismo visual, la fachada de poniente de la abacial de san Julián de Moraime. Está flanqueada por dos torres de planta cuadrada, hoy al menos desiguales en altura y remodeladas, conservando, no obstante, significativos restos de origen. Se divide, por medio de dos contrafuertes emplazados a los lados de la portada, en correspondencia con los pilares y arcos interiores, en tres calles. La central, en la actualidad más baja que el terreno en el que se asienta y protegida externamente por un pórtico añadido, exhibe en su parte baja una portada excepcional en el ámbito no urbano de Galicia tanto por su composición como por su decoración. Ofrece tres arquivoltas profusamente decoradas volteadas, en cada jamba, sobre otras tantas columnas de fustes decorados con figuras y animales. También exhibe decoración –siete figuras cobijadas por arcos semicirculares montados sobre finas columnas– la parte inferior, la situada sobre el vano, del tímpano que nuclea la portada. Sobre ésta, visible por encima del citado pórtico, se disponen hoy un vano rectangular, barroco, producto de una intervención que conllevó la desaparición del elemento original, con toda probabilidad un rosetón o, como mínimo, un óculo, tal como acontece en los tramos laterales. Éstos, en su parte baja, se organizan, como consecuencia de la acusada pendiente que ofrece el terreno sobre el que se asienta el templo, de manera distinta, disponiéndose una ventana con arquivolta y chambrana apuntadas y un óculo en el lado norte, y también una ventana de organización similar a la descrita y de nuevo un óculo encima en el flanco meridional.
Los cierres laterales de los edificios de mayor entidad tendrán, como en la parcela anterior, a la Catedral de Santiago como inexcusable referente inicial. Dos datos de su fábrica merecen retenerse a este respecto: la presencia de dos puertas en las fachadas de los brazos del crucero, solución de innegable vistosidad, explicable por razones estructurales, sin duda, pues un número impar, simétricamente distribuidas, sería incompatible con la implantación en el interior de los pilares que delimitan las naves, pero a la que no le eran ajenas tampoco resonancias del mundo romano, y el uso, a partir del costado occidental del crucero, de arcos atando los contrafuertes, un dispositivo muy eficaz desde el punto de vista constructivo, pues dota de solidez a la fábrica, y de evidente atractivo visual también.
Del modelo catedralicio santiagués deriva la organización que exhiben el flanco norte de San Julián de Moraime y los dos de la colegiata compostelana de Santa María de Sar, uno y otros con arcos semicirculares atando los contrafuertes, fórmula, recordémoslo, que encontraremos también, en algunas ocasiones, en los costados de ábsides rectangulares de algunas iglesias más sencillas y que será “recuperada”, para idénticas funciones, constructiva y decorativa, en tiempos barrocos. Al recinto compostelano remite también la solución, presente en los dos casos, de cubrir las tres naves con un tejado común, único, a doble vertiente.

Las cabeceras, sean simples o triples, suelen alzarse sobre retallos escalonados. Nada ofrecen de especial, vistas como un todo, con respecto a las que podemos encontrar en la provincia de Pontevedra. Justamente por ello, por salirse de la norma, merece mención detallada, como allí acontecía con el bloque de naciente de Carboeiro, la singular organización que exhibe esa misma parcela en la remodelada a finales del siglo XIX, en clave historicista, iglesia de Santa Isabel del complejo de Caaveiro (A Capela). su único ábside, semicircular con tramo recto presbiterial, se construye, para salvar el desnivel del terreno sobre el que se asienta, sobre una alta plataforma o basamento granítico, cuadrangular, macizo, cuyos paramentos visibles decoran y animan vistosos arcos, dos, ligeramente apuntados y ciegos, de sección prismática, lisos, montados sobre pilastras y ménsulas, en cada una de las dos parcelas en que se divide el frente este, uno, también apuntado y con el mismo perfil, en cada uno de los dos ámbitos que animan los de los costados norte y sur, volteados todos, sin solución de continuidad, sobre pilastras.
Al hilo de la singular organización de la cabecera de Caaveiro, vale la pena reseñar ahora también la presencia, tan infrecuente como ella, de campanarios exentos, independientes del edificio al que sirven, próximos a su cabecera. Inhabituales son también hoy pórticos como el que, pese a ser posterior al templo al que complementa, vemos en la fachada oeste de Doroña (Vilamaior). este aditamento, en la actualidad casi una reliquia, como es bien sabido, fue de uso muy común tanto en las fachadas occidentales como en las laterales. de organización siempre muy sencilla (normalmente una techumbre inclinada, a una sola vertiente, apoyada en soportes de madera o pétreos), sirvieron para acoger actividades diversas, cultuales y/o civiles o, si se prefiere, laicas.
Termino la valoración del exterior de los edificios religiosos con una referencia a la cabecera de las empresas de la provincia coruñesa que en esa parcela muestran una girola: la Catedral de Santiago y la abacial de Cambre. la primera, transformada a lo largo del tiempo y hoy difícil de apreciar a causa precisamente de la acumulación en sus inmediaciones de otras construcciones, sigue admirándonos por su grandiosidad, su armonía y su riqueza compositiva, más sorprendente, si cabe, por tratarse de un producto foráneo, importado, terminado, en lo que a esa parcela de poniente se refiere y pese a las interrupciones que sufrió, fruto de las dificultades que conoció la sede episcopal, en treinta años, los que van desde su inicio en 1075 hasta su consagración en 1105. Un solo dato, la diversidad de esquemas que, según ya comenté, muestran las cinco capillas abiertas a la girola, sirve de aval a esta valoración: rectangular al exterior la central, semicirculares las dos siguientes y poligonales las extremas, las más próximas al crucero, al que se adosan o, mejor, se adosaban, pues sólo queda hoy parte de una de época, otras dos, también semicirculares, en cada uno de sus costados de naciente. Su grandeza se hace aún más evidente cuando se compara con la imagen, muy cuidada, en cualquier caso, que ofrece la misma parcela, la cabecera, provista también de una girola, de la iglesia monástica de Cambre, una estructura, la de remate, poco frecuente en su tiempo en Galicia, lo que le confiere una evidente jerarquía en ese contexto territorial, levantada ad similitudinem de la compostelana, tal como ya señalé anteriormente.
Comentaba al comienzo de este apartado la escasez de vestigios arquitectónicos de carácter civil llegados hasta hoy en la provincia de A Coruña de los tiempos que estamos valorando. En realidad, sólo una empresa y, en parte, con reparos, puede ser traída a colación aquí: el palacio arzobispal compostelano. Iniciado en el lugar que hoy ocupa, al norte de la Catedral, por iniciativa de Diego Gelmírez alrededor de 1120, nada de lo que en él se conserva actualmente procede de su tiempo, sino de épocas posteriores, las más antiguas, para nuestros intereses, de finales del siglo XII. Exhibe una curiosa distribución, con dos pabellones, uno paralelo a las naves longitudinales de la basílica, otro perpendicular en dirección norte a la fachada occidental de aquella, los cuales convergen en una estructura torreada que les sirve de enlace. Valioso desde el punto de vista constructivo (la sala de armas, otras veces llamada de recepciones, la cocina y el refectorio son las tres estancias de interés para nuestro cometido) y también decorativo (en particular las ménsulas sobran las que descansan los nervios que cubren la última estancia citada), su análisis detenido se efectúa en la monografía correspondiente.
Al igual que en la provincia de Pontevedra, tampoco son abundantes, aunque haya más testimonios en la de A Coruña, las dependencias complementarias de las iglesias llegadas hasta nosotros. Desde el punto de vista documental, las primeras referencias que poseemos sobre una de esas estancias, un claustro en concreto, nos las proporciona la Catedral de Santiago. se recogen en la Historia Compostelana y proceden de tiempos de Diego Gelmírez, fallecido, como ya se dijo, en 1140. La primera de esas menciones, datada en 1124, tiene el interés excepcional de informarnos del carácter exótico, foráneo, ajeno a las tradiciones autóctonas, que por entonces se atribuía a esas dependencias, usuales ya al otro lado de los pirineos por esas mismas fechas. Nada estilísticamente datable en tiempos de tan importante prelado, sin embargo, ha llegado hasta hoy, debido con toda probabilidad a la lentitud con que los trabajos en esa dependencia se desarrollaron en un principio, agilizándose, impulsándose, tras la terminación de la basílica apostólica, consagrada en 1211 en presencia del rey Alfonso IX, tal como ya se comentó precedentemente. A ese horizonte temporal apuntan los vestigios de esa procedencia hoy conocidos, algunos todavía in situ, bajo el claustro renacentista vinculado a Juan de Álava, otros reinstalados en la cabecera del santuario de Agualada, en la parroquia santiaguesa de Marantes, un tercer bloque, en fin, integrado por restos fragmentarios, conservados en el museo de la catedral o en el de las peregrinaciones y de Santiago, en la misma ciudad. De la valoración conjunta de todos ellos cabe concluir que las galerías claustrales, cubiertas por bóvedas de crucería cuatripartita con clave decorada, se abrían al patio en grupos de dos arcos de medio punto montados sobre columnas dobles, exentas las centrales, empotradas las extremas, apoyadas en un alto banco de fábrica. un arco de descarga apuntado, volteado sobre columnas acodilladas, enmarcaba por el exterior, hacia el patio, cada uno de los grupos de arcos citados. no distaba mucho en su organización, pues, de la que exhibe hoy el claustro de la catedral de tui (Pontevedra), con el que nada tenía que ver, en todo caso, estilísticamente. desde este punto de vista, como se dirá más abajo, se ofrecía como una síntesis de formulaciones, unas vinculadas en origen al entorno mateano, ya evolucionado, otras ya plenamente góticas, una fusión explicable por su tardía cronología, de tiempos del prelado Juan arias (1238-1266).
Una síntesis similar se documenta en el claustro de la también compostelana colegiata de Santa María de Sar, empresa de la que en la actualidad sólo persiste en pie una galería, la septentrional, contigua a la iglesia, a cuyo lado meridional se adosa. Nueve arcadas, montadas sobre un alto zócalo, integran hoy esta galería. Su organización no es uniforme. Dos secuencias la conforman. Integran la primera las cinco arcadas iniciales contando desde el este. se distribuyen en tres grupos, en origen todos con dos vanos semicirculares (falta uno en el primero), volteados sobre soportes geminados, exentos los centrales, adosados a los pilares que delimitan los tramos, los otros. Frente a esta distribución binaria, los cuatro arcos siguientes se disponen como un todo, sin solución de continuidad. esta disparidad rítmica se corresponde con diferencias estilísticas también muy marcadas, fruto, sin duda, de la existencia de campañas constructivas diversas, la primera susceptible de ser considerada como románica, próxima a las pautas específicamente mateanas, la segunda más proclive ya a formulaciones plenamente góticas, lo que nos llevaría, en este caso, a una cronología similar a la señalada para el vecino claustro catedralicio.
Anterior a los dos compostelanos, sin duda, es el del monasterio, benedictino en tiempos plenomedievales, de San Justo de Toxos Outos (Lousame), trasladado alrededor de 1920 por José Varela de Limia, vizconde de San Alberto, a una finca de su propiedad ubicada entonces en los alrededores de Noia. De pequeñas dimensiones, se encontraba situado al sur de la iglesia abacial. Tenía planta rectangular, con ocho arcos semicirculares en los lados mayores y cinco en los menores. Voltean todos, de organización muy similar, sobre columnas pareadas que reiteran las soluciones comentadas. Los capiteles, simples, se decoran en su totalidad con hojas. aunque en alguna ocasión se han fechado a mediados del siglo XIII, el que en su estructura y decoración no se detecte el impacto de fórmulas vinculadas al entorno mateano impide datarlo más allá de la etapa final del siglo XII (ca. 1180-1190).
Un claustro medieval, que sabemos que estaba en obras en 1213, existió también en el monasterio cisterciense de Santa María de Sobrado. Desapareció ya en el siglo XVI. De él deben proceder parte de los restos fragmentarios que se conservan hoy en el propio recinto. Su planta, a juzgar por la que exhibe el que le sucedió, condicionada en su implantación por la conservación de estancias pertenecientes al proyecto anterior, era rectangular, más larga por los lados este y oeste que por los del sur y oeste. la ubicación de las dos dependencias citadas y los datos que poseemos sobre otras alteradas en tiempos relativamente recientes, permiten afirmar que, en su organización/distribución, claustro y estancias adyacentes se supeditaban en su disposición a las normas/pautas “canónicas” de un complejo comunitario cisterciense.
Como tales, en su ubicación y conformación básica, han de ser consideradas asimismo las dos estancias de tiempos medievales llegadas hasta hoy en mejor estado: la sala capitular y la cocina. De planta similar, un cuadrado dividido en nueve compartimientos por medio de cuatro soportes centrales, cubiertos todos, excepción hecha del que, en la cocina, se destina al hogar, cobijado por una gran campana troncocónica, con una bóveda de crucería cuatripartita, responden en lo esencial de su estructura y decoración, por más que la imagen que ofrecen a la vista sea muy distinta (sobria en la cocina, más refinada en el capítulo, tratamiento en consonancia con los usos y funciones de cada una de las dependencias), a formulaciones usuales en esos mismos ámbitos más allá de los pirineos, singularmente en tierras borgoñonas, en las que nació la orden a la que perteneció sobrado, la cisterciense, y de donde, sin duda, procedían los planos y tal vez, incluso, los maestros que se encargaron de su ejecución.

Los edificios románicos coruñeses: evolución de Las formas
Frente a lo difuso que tal cuestión resulta en otros territorios, empezando por los más próximos, el “nacimiento” del románico en la provincia coruñesa, visto o analizado, obviamente, a partir de los testimonios materiales llegados o conocidos hoy, cuenta con una fecha de referencia relativamente segura: 1067. en torno a este año, según cabe deducir del contenido de un documento de donación que al monasterio de Toques (Toques) y a su abad Tanoi le hace el rey García I, debió de producirse la reformulación en clave románica de su viejo templo comunitario, sin duda de progenie altomedieval. pertenecen a esta nueva campaña constructiva, entre otros elementos significativos, las arcuaciones semicirculares sobre canecillos que se emplazan bajo las cornisas de la capilla. Su filiación inmediata, emparentable, en última instancia, con el románico lombardo catalano-aragonés, habrá de buscarse, sin embargo, como han demostrado estudios recientes, más cerca, en la Tierra de Campos, una comarca esencial en el proceso de renovación monástica, litúrgica y también artística que los territorios centro occidentales de la península conocían durante los años que estamos considerando y que tuvo en la benedictinización del monacato una de sus señas de identidad. no es una casualidad, por ello, que en el documento citado de toques de 1067 tengamos hoy el primer testimonio seguro en Galicia de una comunidad supeditada a esa regla, a las normas de vida colectiva que en ella se contienen y prescriben.
Soluciones emparentables con el primer arte románico (ábside semicircular sin tramo recto presbiterial, contrafuertes de escaso resalte asimilables a lesenas y un friso de arquitos dobles volteados sobre canecillos) encontramos también en la cabecera de otro edificio coruñés, la iglesia de San Juan de Vilanova, en Perbes (Miño), de cronología algo más tardía que el anterior (años iniciales del siglo XII), relacionable con la irradiación de la iglesia otrora catedralicia de San Marín de Mondoñedo (Foz, Lugo).
Las formulaciones novedosas que, en lo constructivo y decorativo, ofrecen Toques y Vilanova, valiosas por documentar, al igual que Mondoñedo, ésta ya, como acabamos de señalar, en la provincia de Lugo, la irrupción en el noroeste peninsular de expedientes típicos del “primer románico”, quedarán eclipsadas, sin embargo, por las que incorporará la ejecución de la Catedral de Santiago.
La basílica compostelana fue levantada, en lo esencial de su compleja estructura, entre 1075 y 1211, años, respectivamente, de su inicio, en tiempos del obispo Diego Peláez, y consagración definitiva, durante el mandato del prelado Pedro Muñiz, acontecimientos, uno y otro, bien documentados. Ofrece hoy una imagen, sobre todo en su exterior, muy distinta de la que exhibía cuando sus trabajos se dieron por concluidos en sus aspectos fundamentales. Fruto de un proyecto maduro, bien definido desde el comienzo de las obras, su materialización se llevó a cabo en campañas sucesivas, con responsables directos distintos, supeditadas en lo definitorio al esquema inicial de referencia, de progenie foránea, ultrapirenaica, sin duda, tanto en planta como en alzado.
No me corresponde aquí analizar el alcance de las distintas campañas constructivas de la catedral santiaguesa, particularmente complejas en su delimitación en la cabecera y en la parcela occidental. para la culminación de la primera, cuyos trabajos se vieron interrumpidos como consecuencia de la crisis que llevó a la deposición y encarcelamiento, entre 1087 y 1088, de Diego Peláez, será esencial la actividad de Diego Gelmírez, nombrado obispo en 1100 y ascendido a arzobispo en 1120, cargo en el que permanecerá hasta su fallecimiento en 1140. En cuanto a la segunda zona, soy de los que creen que, pese a que en el libro V del Códice Calixtino se fija en 1122 la colocación de la última piedra del templo y se describe una fachada occidental, las obras en ese frente de poniente no se terminaron hasta que, con la consagración de 1211, se dio cima al proyecto, a cuyo frente estaba el maestro Mateo desde por lo menos 1168. más abajo volveré con detalle sobre esta cuestión.
Sabemos, por el citado libro V del Códice Calixtino, que del comienzo de las obras se encargó un maestro de nombre Bernardo, al que adjetiva como “viejo” (senex) y también como “admirable” (mirabilis), ayudado por Roberto y cincuenta canteros “poco más o menos”. Hay consenso generalizado al considerar a los dos responsables, Bernardo y Roberto, como foráneos, origen que se ve incuestionablemente avalado por las formulaciones que emplean, maduras y desconocidas entonces aquí, no así allende los pirineos. más difícil se torna, en cambio, identificar a “nuestro” Bernardo con el artífice que “firma” un capitel decorado con un ángel que sujeta una filacteria en la abacial de santa Fe de Conques, una hipótesis planteada por sabemos, por el citado libro v del Códice Calixtino166, que del comienzo de las obras se encargó un maestro de nombre bernardo, al que adjetiva como “viejo” (senex) y también como “admirable” (mirabilis), ayudado por Roberto y cincuenta canteros “poco más o menos”. Hay consenso generalizado al considerar a los dos responsables, bernardo y Roberto, como foráneos, origen que se ve incuestionablemente avalado por las formulaciones que emplean, maduras y desconocidas entonces aquí, no así allende los pirineos. más difícil se torna, en cambio, identificar a “nuestro” Bernardo con el artífice que “firma” un capitel decorado con un ángel que sujeta una filacteria en la abacial de Santa Fe de Conques, una hipótesis planteada por V. Nodar a partir de la convergencia de argumentos diversos, que incide, en cualquier caso, en el conocido parentesco que tanto en lo estructural/tipológico como en lo escultórico existió entre los dos santuarios, referentes, como es bien sabido, de importantes flujos peregrinatorios. No dar a partir de la convergencia de argumentos diversos, que incide, en cualquier caso, en el conocido parentesco que tanto en lo estructural/tipológico como en lo escultórico existió entre los dos santuarios, referentes, como es bien sabido, de importantes flujos peregrinatorios.
Antes de 1101, año en el que se le documenta en Pamplona, donde está ya plenamente asentado, pues tiene mujer, sin duda navarra, visto el apellido de su suegra, e hijos, trabajó en santiago un maestro de nombre Esteban. su intervención en la catedral, en contraste con el protagonismo que se le dio en el pasado, fue, en realidad, de escasa entidad, interviniendo sólo en la conclusión de la girola y posiblemente también en el arranque del crucero. Menos significativa todavía desde el punto de vista material, frente a lo que en algún momento se mantuvo, fue la actuación de otro Bernardo, esencial, en cambio, vistos los cargos que acumuló en el entorno y con el apoyo de Gelmírez y el rey (tesorero y archivero catedralicio, canciller real, promotor de proyectos), en el ámbito de la gestión económico-administrativa de la fábrica catedralicia desde la segunda y hasta la cuarta década del siglo XII.
Las novedades que aportó la construcción de la catedral compostelana –también su decoración escultórica y, aunque desconocida, igualmente sin duda la pictórica, así como su mobiliario– repercutieron muy significativamente en el desarrollo de las manifestaciones artísticas de toda Galicia y en particular, como parece lógico, en su territorio diocesano, ámbito de referencia que, como ya se indicó más arriba, incluye a la mayor parte de las tierras que integran desde el siglo XIX la provincia de A Coruña. en ésta, al igual que ya señalé en la de Pontevedra, haciendo explícita una apreciación de hace más de cuarenta años de J. M. Pita Andrade, ese impacto, apreciable desde fechas relativamente tempranas (no mucho después de 1119 en Moraime, a juzgar por lo que se recoge en un documento de ese año otorgado por Alfonso VII en el que, al comentar su destrucción a sarracenis –almorávides–, menciona su intención de restaurarlo; alrededor de 1134, según atestigua un epígrafe, en Mens, lo detectaremos “de una manera fragmentada, incluso inconexa”: ábsides, semicirculares o poligonales, compartimentados en tramos por medio de columnas; arcos atando contrafuertes; pilares compuestos; modelos de capiteles; fustes entorchados; arcos lobulados; composición de puertas; molduraciones; temas ornamentales (rosáceas en particular); cubiertas a dos aguas para estructuras de tres naves, etc.
Soluciones o fórmulas como las comentadas, documentadas ya en los años veinte y treinta de la centuria, irán haciéndose particularmente intensas y evidentes a partir del fallecimiento del arzobispo Gelmírez en 1140, un prelado, no lo olvidemos, que impulsó múltiples proyectos en Santiago y por toda la diócesis durante su largo y fructífero pontificado.
Los problemas que afectan a la institución episcopal compostelana ya en la etapa final de su ministerio y que continúan en los años inmediatamente posteriores, por un lado, y el paulatino distanciamiento de Santiago por parte del monarca, interesado por otros asuntos a partir también de los años treinta de la centuria, propiciaron, en un momento de expansión económica y como consecuencia de la necesidad de nuevos ámbitos para el culto, la marcha a distintos núcleos de la diócesis de maestros formados en el chantier santiagués. los epígrafes conservados, no muchos ciertamente, son muy ilustrativos en lo que a la paulatina expansión del estilo se refiere en torno a o a partir de los años centrales del siglo y durante su segunda mitad. En las nuevas fábricas, fruto del lugar de formación de quienes las ejecutan, será fácil encontrar elementos de progenie compostelana como los comentados. No resultará difícil tampoco documentar en una comarca la actividad de un equipo o taller en varias construcciones, debiendo tenerse en cuenta también, mezcladas con las santiaguesas, soluciones de otra filiación.
La expansión de las pautas estructurales y decorativas compostelanas por el territorio de su diócesis va a coincidir en el tiempo con la aparición de novedades constructivas, figurativas y ornamentales cuya filiación última se documenta en buena medida más allá de los Pirineos, concretamente en Borgoña y la Isla de Francia. dos serán los núcleos de referencia a ese respecto: los monasterios cistercienses, por un lado, y de nuevo, por otro, la Catedral de Santiago.
Solo dos abadías cistercienses, Sobrado y Monfero, se asentaron en tierras hoy coruñesas en los siglos centrales de la edad media (XII y XIII). de la primera nada ha llegado hasta hoy de su iglesia comunitaria, renovada en esencia en el siglo XVII. De la de la segunda, también reformulada en esa misma centuria, sólo ha persistido el muro meridional del cuerpo longitudinal, una obra tardía, de los años iniciales del siglo XIII, sin nada especialmente destacable en lo estructural, muy en consonancia, en lo decorativo, con las tradiciones inherentes en ese dominio al instituto monástico al que sirvió como referente cultual.
La desaparición del templo medieval de Sobrado, por las circunstancias tan especiales que en el monasterio y en su fábrica concurrían, sí es muy de lamentar. Téngase en cuenta, en apoyo de la afirmación, que Sobrado fue, incuestionablemente, la primera fundación que la orden del Císter promovió en la Península ibérica –arrancó como tal el 14 de febrero de 1142– y, por otro lado, que para la dirección de los trabajos de construcción de la iglesia y de las restantes dependencias comunitarias se desplazó desde Claraval, en Borgoña, el monasterio a cuyo frente se encontraba por entonces san Bernardo, un religioso, no sabemos si monje o converso, llamado Alberto, quien, sin duda, utilizó aquí, en Sobrado, en la provincia de A Coruña, en el extremo occidental del mundo entonces conocido, soluciones constructivas y decorativas experimentadas, aprendidas en su casa de procedencia. La pérdida de ese edificio y de gran parte de las estancias que integraban el complejo monástico hace que sea muy difícil valorar hoy el alcance exacto de su impacto. Las novedades que en lo formal y conceptual introdujeron, particularmente la abacial (planta de cruz latina con cinco capillas rectangulares, las laterales, dos por costado, cerradas a oriente por un muro común plano; presencia de bóvedas de cañón agudo y arcos apuntados; simplicidad decorativa, etc.), debieron de actuar como un revulsivo, imposible de documentar con nitidez en la actualidad por falta de referencias, evidente, sin embargo, en tiempos algo posteriores, y ello a pesar del carácter fragmentario y disperso de los restos constructivos y sobre todo decorativos que lo avalan y fundamentan.
De naturaleza muy distinta son los problemas con los que nos enfrentamos al analizar la campaña de trabajos que dio fin a lo que podemos denominar sin más Catedral románica de Santiago. Esa campaña tendrá como referente a un maestro, Mateo, perfectamente documentado en relación con la iglesia compostelana, primero en 1168, año en el que, el 23 de febrero, Fernando II le otorga una importante renta anual vitalicia por la labor ya realizada en sus obras, más tarde en 1188, año en el que, el 1 de abril, firma el epígrafe que figura en los dinteles del tímpano del pórtico de la Gloria.
No hay unanimidad en lo que respecta al alcance de los trabajos de mateo –o por él dirigidos– en la catedral compostelana. Para simplificar la cuestión diré que, en esencia, las posturas oscilan entre quienes opinan que este maestro es el referente de una campaña de trabajos que comporta ante todo la terminación de un edificio inconcluso por su costado occidental, correspondiéndole también, en consecuencia, la construcción de todo el macizo de poniente con su triple estructura (cripta y pisos del pórtico y tribunas, éste y el anterior flanqueados por torres) y quienes, por otro lado, creen que es alguien que se limita a reformular/reestructurar el área de poniente de un templo que había sido terminado en tiempos anteriores. Esta segunda opción, con predicamento hasta los años cincuenta-sesenta del siglo pasado, ha vuelto a cobrar protagonismo en los últimos años, en particular en ambientes académicos no españoles. A mi modo de ver, el análisis detenido del edificio, singularmente sus parcelas occidentales, combinado con el examen también sereno de las fuentes, permiten pensar que Mateo, sea cual fuere el alcance exacto que queramos darle o que haya que darle al término magister con el que se le designa tanto en el documento de 1168 como en el epígrafe de 1188, fue el responsable de una larga campaña de trabajos que comportó la terminación de un templo inacabado, interviniendo en el cierre de las naves, tanto en el piso bajo como en el de tribunas, por su lado oeste, y la ejecución de todo el macizo occidental, con sus tres pisos, como ya comenté anteriormente. argumentos de alcance y significación muy dispar –arquitectónicos, ornamentales, iconográficos y documentales– lo corroboran plenamente.
No puedo analizar aquí en detalle los datos genéricamente invocados en el párrafo precedente. Me limitaré, por ello, a glosar o valorar tan sólo uno: el uso de la expresión a fundamentis en el epígrafe de los dinteles sobre los que se asienta el tímpano del Pórtico de la Gloria. su empleo, en la época que nos atañe, no admite discusión: desde los cimientos implica novedad, renovación, nueva construcción, no reaprovechamiento de algo ya existente. Frente a esto, la campaña nucleada por Mateo sí conllevó reajustes, modificaciones o incluso rupturas en zonas como el cierre a occidente de las naves laterales del templo, donde se aprecia una junta vertical que señala un enlace de fábricas y, con toda probabilidad, un cambio de proyecto.
La campaña vinculada a Mateo, pues, en marcha ya en 1168, como vimos, y tal vez iniciada alrededor de 1160, año en el que, como señaló C. Manso Porto, consta la existencia de una donación ad opus de la Catedral, debió de prolongarse, con o sin su presencia, pues desconocemos cuándo murió, hasta el 21 de abril de 1211, día en el que, como ya sabemos, se procedió a la consagración definitiva de la catedral en presencia de Alfonso IX, quien, con tal motivo, le hizo una generosa donación. Pertenecen a ella, como ya anticipé, el cierre a poniente de las naves, tanto en la planta baja como en el piso de tribunas, y todo el bloque occidental, organizado, en altura, en tres niveles: una cripta, pensada para salvar el desnivel del terreno sobre el que se asienta el edificio, organizada como si de un templo se tratase, con naves y cabecera con girola a la que se abren capillas de tipologías diversas; un cuerpo principal, enmarcado por torres, en el que se emplaza el Pórtico de la Gloria, y un piso alto en correspondencia con las tribunas que rodean todo el templo.
Desde el punto de vista estructural y compositivo, ya desde los estudios pioneros de E. Lambert, se ha incidido, al valorar este bloque de poniente de la Catedral, marcado por la presencia de bóvedas de crucería en todas las plantas, lo que le confiere una indudable unidad, en su vinculación o derivación de propuestas borgoñonas, bien documentadas en tierras caste llanas, leonesas y gallegas por los mismos años en los que aparecen en Santiago.
Frente a la unidad dominante en el conjunto desde el punto de vista constructivo, la diversidad de formulaciones, o, si se prefiere, de talleres de dispar formación, es nota destacada ya en la cripta. Vinculables unos a pautas del gótico inicial nacidas en la Île-de-France, a soluciones definidas en Borgoña otros, lo más significativo será constatar la aparición en esta dependencia, en su parcela oeste, de capiteles decorados con hojas de acanto de especial carnosidad, de filiación inmediata desconocida, aunque muy verosímilmente también ultrapirenaica visto el perfil trebolado del soporte ubicado en el costado de poniente de su gran machón occidental, que acabarán imponiéndose con carácter prácticamente exclusivo, extendiéndo se a otras piezas y molduras, a partir de la planta noble del pórtico. Estos motivos, conocidos habitualmente como mateanos, sin que contemos con ningún argumento directo inequívoco que permita vincularlos con el maestro referido, serán el rasgo finalmente distintivo y definitorio de la última campaña de trabajos de la Catedral.
Las soluciones estructurales y, sobre todo, decorativas, en particular, en este caso, las que acabo de citar y también otras como los arcos decorados con arquitos, incorporados al ornato en la basílica apostólica también en el macizo de poniente, conocerán una expansión extraordinaria, tanto en el propio recinto catedralicio y sus complementos (claustro, iglesia de la Corticela, Palacio Episcopal) como en la ciudad de Santiago (iglesia de Solovio y claustro de la Colegiata de Sar, por ejemplo), en la provincia coruñesa (iglesias de Herbón –Padrón– o Lampai–Teo–, entre otras ) y en toda Galicia (Catedral de Ourense o abacial Carboeiro, por invocar solo dos monumentos señeros, convertidos, a su vez, en reexportadores de las fuentes de referencia que valoramos). Su implantación, en un momento, el del tramo final del siglo XII y el inicial del XIII, durante los reinados de Fernando II y sobre todo de Alfonso IX, particularmente brillante para Galicia, será tan densa, estará tan asentada, que, con frecuencia, será la base sobre la cual o a partir de la cual irán introduciéndose paulatinamente pautas de carácter ya gótico, de progenie final ultrapirenaica. empresas ya citadas como el Palacio Episcopal compostelano en las estancias vinculadas al tiempo del arzobispo Juan Arias o los claustros catedralicio y de la Colegiata de Sar, levantados en buena medida también durante los años de su episcopado, en el transcurso, pues, del segundo tercio del siglo XIII, ejemplifican, documentan esa fusión a la perfección. Su impactante presencia en unas fechas tan avanzadas como las que estamos considerando, sin embargo, no ha de ser analizada o valorada sólo en clave positiva. Su perpetuación, como apuntó en su momento S. Moralejo, documenta justamente lo contrario: la paulatina pérdida de peso específico de Galicia, arrinconada, sin posibilidades de expansión, a partir de la unificación en 1230, tras la muerte de Alfonso IX y en la persona de Fernando III, de los reinos de León y Castilla, que será el que irá imponiendo poco a poco su liderazgo. En ese adverso contexto y ante la dificultad de incorporar novedades, parece lógica no sólo la perpetuación inercial de fórmulas vinculadas al “glorioso” pasado inmediato, sino también que se fundamenten en ellas las innovaciones que puedan ir llegando. Esa difícil coyuntura, no lo olvidemos, es también la “responsable”, en última instancia, de que, como ya comenté más arriba, conservemos hoy la Catedral románica de Santiago, pues en 1258 el arzobispo Juan Arias puso en marcha la construcción de una nueva catedral, gótica, obviamente, como correspondía a su tiempo histórico, cuyas obras pronto fueron interrumpidas por razones económicas y nunca más volverían a ser retomadas.

La escultura románica en la provincia de A Coruña
El día 24 de junio de 1228, el rey Alfonso IX de León recalaba con su séquito en Seregia, pequeño núcleo de población situado en la parte más resguardada de la ría de Camariñas. el periplo había dado comienzo en Compostela y llevaría al monarca hasta su querida villa de A Coruña, refundada veinte años antes junto al faro romano cuya fama era pregonada hasta en los confines de occidente. Pero, en esta ocasión, en lugar de tomar el camino más corto –por Ardemil, Alvedro y Burgo do Faro–, la corte itinerante se desplazaba a través de la Terra de Soneira para visitar por primera vez los lejanos territorios de la zona más septentrional de la Costa da Morte (vid. Ferreira Priegue, 1988a, pp. 133 y 139). en este lugar, que cabe identificar sin atisbo de duda con la actual parroquia de Santiago de Cereixo, permanecería Alfonso IX dos días, como atestiguan seis documentos emitidos por la cancillería regia (González, 1944, vol. II, pp. 652-7, docs. 552-557). Quizás entonces, el soberano leonés habría podido contemplar uno de los escasos tímpanos de carácter narrativo del rural gallego, el que preside la portada sur de la iglesia que todavía hoy se erige en lo que queda de aquella populationem Seregia.
Portada sur de la iglesia parroquial de Santiago de Cereixo 

Ciertamente, la portada de Cereixo (ca. 1200) palidecería a ojos de los ilustres visitantes en comparación con las dos grandes fachadas figuradas del crucero de la Catedral de Santiago, y más aún frente al gran escenario regio del Pórtico de la Gloria o a la más reciente portada occidental de la Catedral de Tui, obras en las que se teje un paralelismo sutil entre Alfonso IX y Salomón (Moralejo Álvarez, 1988 y 2004, pp. 120-121; Sánchez Ameijeiras, 2008, pp. 310-316). Sin embargo, la rareza del tema representado y el arcaísmo de la labra no habrían impedido a una audiencia cortesana reconocer en el tímpano la imagen de la traslación del Apóstol Santiago, llegado milagrosamente en una barca hasta Galicia en compañía de sus discípulos. Parece ser ésta la primera representación monumental de la translatio Sancti Iacobi en Galicia –ya figurada en el claustro de la Catedral de Tudela ca. 1170-1188–, aunque, en opinión de Serafín Moralejo, tal vez algún ciclo compostelano perdido hubiese precedido al de Cereixo (Moralejo Álvarez, 1990, p. 15; Melero Moneo, 1989, pp. 74-75). Como quiera que fuese, durante el reinado de Fernando II (1157-1188) ya se había acuñado en la ceca compostelana una moneda que figuraba la traslación del cuerpo de Santiago desde Palestina, bien visible sobre la cubierta de un barco “de tingladillo” junto a sus dos discípulos, Atanasio y Teodoro (Carro Otero, 1987). Las semejanzas entre la imagen de la moneda y el relieve del tímpano coruñés son tantas, hecha la salvedad de pequeños detalles como la eliminación del mástil del navío en el segundo, que sugieren la utilización del modelo numismático por parte del anónimo escultor de Cereixo (Ferrín González, 1999, pp. 94-99). no obstante, debe tenerse presente que la difusión de imágenes vinculadas al santuario jacobeo se cimentaba en una rica tradición oral y escrita, tanto o más efectiva a la hora llevar a tierras lejanas el recuerdo del viaje prodigioso que el trasiego de unas monedas de mano en mano. en consecuencia, cabe imaginar que los clérigos compostelanos que acompañaban al monarca habrían evocado ante el tímpano de Cereixo aquellos pasajes del Libro III del Códice Calixtino relativos a la llegada del Apóstol a Iria Flavia, en los que se entremezclaban diversas tradiciones textuales que podrían remontar a finales del siglo X o principios del XI (Díaz y Díaz, 1999).
Para muchos peregrinos, la figuración de este tema en la pequeña iglesia ribereña habría certificado, en cambio, la estrecha vinculación del área de la Costa da Morte con el Apóstol Santiago. Era ésta una geografía jacobea por derecho propio, donde mitos y leyendas señalaban los pasos de aquel que corrió por las aguas del mar siguiendo la orilla. De acuerdo con el Liber Sancti Jacobi, el asentamiento romano de Dugium (actuales parroquias de San Vicente y San martiño de Duio, Fisterra) habría de identificarse con el palacio donde moraba el esposo de la reina Lupa, acreedor del castigo divino por haber tendido una emboscada a los discípulos que transportaban el cuerpo santo (libro III, cap. i; Moralejo, Torres y Feo, 2004, pp. 392-393). puesto que el apóstol había muerto en Jerusalén (Act. 12: 1-2), la consolidación del culto jacobeo en Galicia requería de un relato sólido que justificase el hallazgo de la tumba en Santiago, de ahí que el cabildo compostelano hubiese desplegado todo un aparato propagandístico para multiplicar los testimonios milagrosos y signos providenciales alrededor del santuario. En este sentido, la presencia en la clave de la arquivolta menor de Cereixo de un personaje eclesiástico bendiciendo y con báculo, acompañado de un ángel turiferario en la clave de la rosca externa, habría podido ser interpretada por los romeros como una sanción eclesiástica expresa del relato de la translatio que se figuraba en el tímpano. es más, en lugar de aludir a la inventio del sepulcro apostólico por Teodomiro –una cita visual de la miniatura correspondiente del Tumbo A (ACS, CF 34, fol. 1v) que nadie habría advertido fuera del más estrecho ámbito catedralicio (cfr. Ferrín González, 1999, pp. 97-98)–, se antoja más probable que algunos reconociesen en esta figura al papa San León, cuya carta sobre la traslación de Santiago era leída en voz alta a los peregrinos (Díaz y Díaz, 2004, p. 123 n4). En este texto apócrifo se hacía mención también de un ángel que había guiado a los discípulos hasta la barca que los llevaría a Galicia, aunque la inclusión en la escena del ser alado con el incensario podría haber venido dada simplemente por la necesidad de hacer visible la condición sagrada del cuerpo del apóstol, puesto que se trataba de una composición iconográfica de reciente creación y lectura equívoca para una audiencia lega.
Ha de recordarse además que la iglesia parroquial de Cereixo formaba parte de la diócesis de Santiago y que dependía del vecino monasterio benedictino de San Xiao de Moraime (Muxía).
Portada sur de la iglesia monástica de San Xiao de Moraime 

Este cenobio era el verdadero centro religioso de la zona, gozando de la protección del linaje de los Traba y de soberanos como Alfonso VII, Fernando II y el propio Alfonso IX. No es de extrañar, por tanto, que el taller encargado de labrar el tímpano del pequeño templo rural hubiese trabajado antes en la portada sur de este cenobio (Sousa 1983a, p. 154 n14; Ferrín González, 1999, p. 100). Los lazos de Moraime con la Catedral de Santiago eran muy estrechos ya desde principios la centuria anterior, como sugiere la posible factura compostelana del documento de donación de la noble Argilo Peláez a este monasterio, otorgado en 1095 y suscrito por Diego Gelmírez una vez elegido obispo (Lucas Álvarez, 1975, p. 615). La cruz parroquial de San Sebastián de Serramo (Vimianzo), a escasos 15 kilómetros de Cereixo y a otros tantos del monasterio muxián, constituye una prueba adicional de los contactos de Soneira y Costa da Morte con la sede compostelana. Realizada en el primer tercio del siglo XII a instancias del abad Ordoño de Moraime, ha sido considerada por Serafín Moralejo un “reflejo vulgarizado” de la orfebrería gelmiriana de hacia 1100, además de expresión de una progresiva renovación del mobiliario litúrgico acorde con los dictados del concilio compostelano de 1060 (Moralejo Álvarez, 1980, pp. 201-202). Cabría añadir que estas indicaciones conciliares, que suponían la paulatina substitución de las cruces de tradición visigoda o asturiana por modelos con el crucificado, se verían complementadas a partir de 1080 por otras medidas destinadas a asegurar la implantación del rito romano y la consolidación del control episcopal sobre un incipiente tejido de arcedianatos, arciprestazgos y parroquias (López Ferreiro, 1899-1903, vol. IV, pp. 317-318; Andrade Cernadas y Pérez Rodríguez, 1995, pp. 93-112; Sánchez Pardo, 2010).
Bajo esta luz, la portada de Cereixo adquiere nuevos matices en los que conviene detenerse. La denominación del lugar como “puebla” en la documentación regia permite adivinar una realidad “con pretensiones urbanas”, surgida probablemente al amparo de la política repobladora de Alfonso IX, lo que justificaría el viaje y estancia del monarca por estas tierras (Rey Souto, 2001, p. 79). de ser así, este pequeño enclave pronto habría quedado eclipsado por la pujanza a lo largo de los siglos XIII y XIV del cercano puerto de Muxía, que servía de punto de atraque para los barcos que comerciaban entre Italia y Flandes, además de como fondeadero de peregrinos (Ferreira Priegue, 1988a, p. 139). Sin embargo, en torno a 1200 la elección de Cereixo para una fundación regia podría haber supuesto una amenaza para los intereses de la mitra compostelana en los puertos de la zona, de los que Moraime obtenía también una parte substancial de sus rentas (Rey Souto, 2001, p. 81). en una época en la que los ataques de normandos y sarracenos ya no atenazaban el desarrollo urbano y comercial de la costa gallega, las fricciones entre poder monárquico y eclesiástico por el señorío de ciertos territorios podrían haber llevado al cabildo compostelano a acotar simbólicamente su dominio llevando la imagen del Apóstol allí donde se ponían en cuestión sus derechos jurisdiccionales o económicos.
Todo ello hace de Cereixo un ejemplo de particular interés para el análisis de las dinámicas políticas, económicas y culturales que subyacen a la creación de buena parte del románico rural gallego y en ciertos –por entonces– embrionarios núcleos urbanos. Pero, además, la escena de la translatio escogida para decorar la portada de esta pequeña iglesia podría considerarse como una suerte de leitmotiv conceptual a la hora de encarar el estudio de la escultura románica en el área que hoy ocupa la provincia de A Coruña. Por un lado, la imagen del traslado del apóstol de Palestina a Santiago y la posterior difusión de su culto desde el epicentro compostelano permite evocar la irradiación de los talleres que habían trabajado en la fábrica de la catedral por toda la diócesis de Santiago. durante la segunda mitad del siglo XII, cuando se aprecia la eclosión del nuevo lenguaje formal románico, la casi totalidad del noroeste gallego había quedado bajo la autoridad de la sede compostelana, a excepción de los arciprestazgos de Trasancos, Labacencos y Amos, pertenecientes a la diócesis de Mondoñedo (HC, II, cap. LVI; López Alsina, 1988, pp. 228-242) y del arciprestazgo de Abeancos, disputado por las sedes de Oviedo y Lugo (Carrillo LisTa, 1997, pp. 24-28). Pero incluso en estas comarcas se dejaba notar la impronta de la Catedral de Santiago a nivel institucional y artístico, en el primer caso desde el poderoso monasterio cluniacense de San Martiño de Xuvia –asociado a la sede compostelana desde 1110– y, en el segundo, a través del propio camino de peregrinación, culminando en la cesión regia del señorío de Abeancos a la Iglesia de Santiago (1214). Con todo, el seguimiento de la translatio compostellana invita también a la reflexión sobre la naturaleza de las relaciones entre centro y periferia –a veces, periferia de la periferia–, además de brindar la ocasión para una reevaluación del carácter “provincial” que se ha atribuido a la mayor parte del románico gallego. Como ha señalado James d’Emilio, su condición periférica no implica necesariamente conservadurismo o ausencia de creatividad (D’EMILIO, 1997). Muy al contrario, el desplazamiento de talleres y modelos llevó aparejada la necesidad de traducir el bagaje previo de estos artistas itinerantes a otras circunstancias y funciones. Esta nueva translatio dio como resultado la creación de testimonios singulares que contrarrestan la fuerza normativa del ejemplo compostelano. A este respecto, es preciso recordar también la existencia de obras en las que participaron talleres ajenos a la fábrica catedralicia, no por casualidad en aquellas fundaciones en las que parecen haber jugado un papel relevante otras instancias como la monarquía, la nobleza local o poderosos monasterios.
Por otro lado, la imagen de la navegación prodigiosa de la barca apostólica invita a retornar a la orilla del mar, donde comenzaba este relato. Conviene tener presente que a partir de esta centuria la costa empieza a desempeñar una función preponderante en la articulación del territorio gallego. a lo largo de los reinados de Fernando II y Alfonso IX (1157-1230), los casi 1.000 km de línea de costa de la actual provincia coruñesa constituyen la principal salida al mar del reino de León, por lo que no es de extrañar que ambos soberanos pusiesen especial empeño en la repoblación de zonas como el tómbolo donde se emplazaba el antiguo faro romano o la ría de Betanzos, y que intentasen disputar a la mitra compostelana el dominio de los puertos del Salnés y Costa da Morte (Ferreira Priegue, 1988b, pp. 72-80; López Alsina, 2008). Con este proceso, se sentaban las bases de una nueva Galicia más urbana y en la que la sociedad agraria altomedieval, cerrada en el interior, dejaba paso a una emergente sociedad comercial orientada hacia el mar. Anticipándose a este proceso, el fenómeno jacobeo ya aparece ligado al mar desde sus comienzos, si bien el ciclo legendario fundacional habría ido tejiéndose mar adentro (Díaz y Díaz, 2004). Curiosamente, tanto el famoso “Pedrón” de Iria Flavia, en el que de acuerdo con la tradición los discípulos habrían amarrado la barca en la que transportaban al Apóstol, como el altar donde habrían celebrado su primera misa en Santiago –el ara de Antealtares–, han sido identificadas como aras romanas dedicadas a Neptuno (Pereira Menaut, 1991, nº 12; Moralejo Álvarez, 1993a). No podía ser de otro modo; el pasado antiguo seguía presente en núcleos muy romanizados como Coruña, Iria y Santiago (Ferreira Priegue, 1999; Suárez Otero, 2004a; Sánchez Pardo, 2012), y también en pequeñas poblaciones costeras como Moraime, donde se constata una continuidad de asentamiento desde época prehistórica (Chamoso Lamas, 1976) o Mens (Malpica de Bergantiños), poblada cerca de un posible templo tardoantiguo (Sánchez Pardo, 2012, p. 404). Este sustrato romano acabaría entrelazándose con el relato de la translatio, como en el caso de la ubicación del palacio de Lupa y su esposo en el mítico Dugium, y, en ocasiones, llegará a utilizarse como elemento prestigiador, como es el caso de la fundación de Iria por una hija de Príamo, en recuerdo de su Ilión natal (García Álvarez, 1963, p. 105). Sin embargo, para cuando el Chronicon Iriense (ca. 1120) tejía este breve relato sobre la diócesis, la sede episcopal ya había sido trasladada a Santiago y, en buena medida, el desplazamiento había venido determinado por el creciente dominio de la iglesia compostelana sobre las principales zonas portuarias de la fachada atlántica gallega, así como sobre una red de fortalezas –entre ellas las Torres do Oeste– que la protegían de las invasiones sarracenas y normandas (Barreiro Somoza, 1987; López Alsina et alii, 1999; Andrade Cernadas, 2004). La reestructuración del mapa diocesano servirá de espoleta para el ambicioso programa de colonización de la costa llevado a cabo por Gelmírez (Mollat, 1964; López Alsina, 1987), en paralelo con una serie de campañas constructivas que no se ceñirán a la catedral y urbe compostelana (Moralejo, 1987; Castiñeiras González, 2010). Es de lamentar que poco quede de esta labor reformadora y edilicia por la Tierra de Santiago, en especial en el santuario padronés (HC, II cap. LV; Singul, 2004).
El terreno quedaba abonado para el florecimiento edilicio de la segunda mitad del siglo, que acabará por conformar un paisaje monumental que se mantiene casi inalterado en la Galicia rural. Iglesias parroquiales y monasterios se convertirán en referentes –políticos, económicos y sociales– para una población dispersa y eminentemente campesina. Con ellos, la iglesia toma simbólicamente posesión del espacio y sale al encuentro de los fieles. Pero, en tanto que indicadores de la presencia humana en un territorio en ocasiones agreste, estos templos servirían también de hitos en una trama viaria cada vez más compleja y ramificada, en la que se superpondrían diversos estratos temporales y funcionales. Ya fuesen antiguas vías romanas, caminos medievales o rutas de peregrinación más allá del propio Camino de Santiago, es preciso destacar una vez más el valor de estas stratae publicae como elementos que permitían el tráfico de mercancías y personas, y hacían permeable el territorio a nuevas ideas, modas y formas artísticas (Moralejo Álvarez, 1985a, pp. 398-399). nada mejor, pues, que acompañar a los artistas en su camino por tierras coruñesas.
para rastrear sus huellas, es preciso examinar una serie de conjuntos figurativos, dispersos por toda la provincia, en los que se repiten temas y motivos presentes en las portadas del crucero de la Catedral de Santiago. su análisis revela también hasta qué punto la iglesia compostelana llevó los nuevos valores promulgados por la reforma Gregoriana allá donde desarrollaba su función pastoral y civilizadora. Al igual que la iluminación contemporánea, ciertas metáforas caras a la meditación monástica hallaron traducción figurativa en la piedra, como aquellas que asimilaban la agónica resistencia frente al pecado a una lucha violenta contra bestias salvajes (cfr. Camille, 1992; Rudolph, 1997; Kendrick, 1999 y 2006). En otros casos, la figuración desplegada en el interior y exterior de las iglesias coruñesas tendría una función disuasoria, al aludir a los castigos merecidos por los que se dejan llevar por sus más bajos instintos, y al hacer de lo grotesco y deforme un espejo de la degradación moral atribuida fundamentalmente a los laicos (Moralejo, 1981 y 1985b; Castiñeiras González, 1996 y 2003; cfr. Kenaan-Kedar, 1992; Dale, 2001 y 2006; Rico Camps, 2008). Ambas posibilidades habían sido desarrolladas en la primera campaña constructiva de la catedral compostelana, de particular empaque erudito por el protagonismo de sirenas, grifos y otros híbridos mitológicos en el conjunto (Nodar, 2004), así como en la serie de expresivos canecillos de la fachada sur (Castiñeiras González, 1996, 2000 y 2003; Abou-el-Haj, 1997), relacionados con el programa de corte penitencial que se desarrollaba en esta platea aneja al palacio de Gelmírez (Castiñeiras González, 1998). Muy semejantes a éstos en su disposición –alternancia de canes figurados y tabicas con rosetas y círculos– son los que decoran la cornisa de la Iglesia de Santa María Salomé, edificada ca. 1140 a instancias de Pelayo, chantre de la catedral (Yzquierdo Perrín, 1967-1968 y 1995, pp. 260-262). Se trata de una obra atribuible al taller de platerías, por lo que no es de extrañar que los temas escogidos coincidan sustancialmente con los que se representaban allí, incluyendo una imagen de sansón desquijarando al león de fortuna posterior en el área rural. en tanto que emblema de virtud, su presencia se opondría aquí a la de los restantes personajes, víctimas de sus pasiones –músicos y una juglaresa, una mujer a lomos de un león– o de la no menos peligrosa acedía (Castiñeiras González, 2003, pp. 315-6).
No obstante, lejos de la cosmopolita ciudad arzobispal esta poliglosia figurativa –en la que cabía tanto la sutil evocación de modelos paleocristianos como juegos verbo-visuales de corte popular, el escarnio del rústico y el complejo discurso teológico– derivaría en una ornamentación de carácter simbólico, alusivo y fragmentado, a la que sólo se sustraen templos monásticos de relevancia como los de Moraime y Cambre. Aún así, una parte del repertorio arraigado en el efervescente centro catedralicio, tan efectivo en el aspecto doctrinal como apropiado a la hora de explorar las posibilidades compositivas ofrecidas por capiteles y canecillos, estaba destinado a propagarse por la región durante la segunda mitad del siglo XII. A modo de ejemplo, pueden recordarse los espléndidos capiteles zoomórficos que se localizan en las iglesias monásticas de San Martiño de Xuvia (Narón), Santa María de Mezonzo (Vilasantar), Santiago de Mens y la ya mencionada Santa María de Cambre. En esta última, la dependencia de los talleres del crucero de la catedral de santiago se hace evidente en los tramos más cercanos a la fachada occidental –correspondientes a la primera etapa constructiva (ca. 1141-1161)–, los únicos en los que se deja a un lado la ornamentación de carácter vegetal que predomina en el resto del templo (Vila Da Vila, 1986, pp. 26-27 y 1988; Carrillo Lista, 2005, pp. 672-675). De especial calidad es el capitel del tercer tramo de la nave central, en el que se reconocen varios leones encabalgados en torno a tres figuras humanas. más interesante aún es la reelaboración que de este tema se ofrece en Santa María de Melide (ca. 1170-1200), situada justo al borde del Camino de Santiago. En el capitel derecho del arco triunfal se figura a un hombre acosado por dos figuras monstruosas, erguidas sobre las patas traseras, en las que algún autor ha querido ver a un basilisco y un león. Tal identificación convertiría esta imagen en una escena de lucha entre las fuerzas divinas y las demoníacas (Carrillo Lista, 1997, p. 67).
Algo semejante ocurre en el otrora poderoso monasterio cluniacense de Xuvia, situado en la ría de Ferrol, cuyas obras habrían comenzado hacia 1120-1130 (López Pérez, 1989). En la zona oriental del templo se recurre a este repertorio animalístico con un claro fin moralizador, como evidencia la representación de una zorra atacada por un león en el pilar del primer tramo de la nave, junto al ábside sur y, tal vez, donde se abría la puerta que comunicaba con las dependencias monásticas (Pita Andrade, 1944-1945; Carrillo Lista, 2005, pp. 490 y 494-495; Domingo Pérez-Ugena, 1998, p. 364). En este caso, la elección del tema podría haber venido dada por cierta familiaridad con la tradición del Bestiario –donde se identifica a la zorra con el diablo–, aunque no se certifique su dependencia de modelos miniados como en la Iglesia de Santiago de Breixa (Silleda, Pontevedra), donde la representación de sirenas, sagitarios y otros seres fantásticos se acompaña de tituli explicativos (Yzquierdo Perrín, 1978 y 1995, pp. 370-374; Sánchez Ameijeiras, 2012, p. 80). Al igual que en Breixa, es muy probable que este tipo de imaginería estuviese orientada más a la propia comunidad monástica que a una audiencia laica. No obstante, conviene no descartar otras lecturas complementarias, ya que este capitel hace pendant con el situado a la izquierda en el ábside del lado de la epístola, donde se figura un motivo común en el románico leonés y castellano, pero inédito en tierras gallegas: la victoria de un caballero cristiano sobre otro musulmán, ambos identificables por sus respectivos arreos (Carrillo Lista, 2005, p. 491). Redundando en el significado atribuido al capitel vecino, ha de tenerse presente que, aparte de la inmediata lectura de este tipo de escenas de combate ecuestre en clave de cruzada, cabría reconocer en ellas una manifestación más de la “lucha espiritual” frente al mal, a la que se alude en estos mismos términos bélicos en la literatura exegética (Ruiz Maldonado, 1986, pp. 44-46). Sin embargo, podría ser también que la estrecha vinculación del monasterio con los condes de Traba –en él estaban enterrados el conde don Froila Bermúdez († 1091), padre de don Pedro Froilaz, el hijo de este último, Rodrigo Froilaz († 1133), almirante de los puertos de Galicia, y otros miembros de la familia (Fletcher, 1993, pp. 33-44; Pallares y Portela 1993; Carrillo Lista, 2005, pp. 484-485; López Sangil, 2007, pp. 274-277)– hubiera determinado la inclusión de este tema bélico. En este sentido, resulta sugerente especular con la posibilidad de que esta imagen de victoria sobre el islam hubiese traído el recuerdo de la participación de Froila Bermúdez en la batalla de Zalaca, de la que había salido milagrosamente ileso como él mismo recordaba en un documento donación a san martiño, fechado en 1086 (Montero Díaz, 1935, doc. 9).
Como quiera que fuese, la vigencia del modelo compostelano vuelve a certificarse en los dos capiteles conservados de la fachada norte de Moraime (ca. 1150-1165). En este caso, el león y el grifo se convierten en elementos apotropaicos que enmarcan la puerta y ofrecen al fiel un ejemplo de triunfo sobre el mal en el umbral del espacio sagrado (Ferrín González, 1999, pp. 46-47). Su ubicación responde al patrón habitual, a juzgar por los ejemplos precedentes, ya que este tipo de capiteles con ornamentación animalística parecen localizarse fundamentalmente en la inmediata proximidad de las portadas, en los arcos triunfales o en los ábsides laterales. Buena prueba de ello es la irregular distribución de los elementos historiados en la iglesia de San Miguel de Breamo (Pontedeume). Aunque se ha especulado con la posibilidad de que fuese una iglesia templaria, hoy parece imponerse la idea de que se creó sub canonica regula, lo que haría de ella una de las fundaciones más tempranas inspiradas por la reforma agustiniana en Galicia (Castro, 1995; Carrero Santamaría, 2000; Jaspert, 2006; Calleja, 2009). concretamente, aunque la primera referencia cierta a su condición de priorato de los canónigos regulares de San Agustín aparece en un documento de 1236, el Tumbo de Caaveiro recoge información relativa a un pleito entre Breamo y Sobrado en 1169, mencionándose ya a un prior, Juan Ovéquiz (Castro, 1997, p. 179). Este detalle la situaría en una posición de privilegio tras Santa María de Sar (1136), la Catedral de Tui (1138), el mencionado monasterio de Caaveiro (1143) y, tal vez, la Catedral de Mondoñedo (1156). Sin embargo, las obras de la fábrica actual debieron de comenzar más tarde, a juzgar por la inscripción –casi borrada– en el contrafuerte a la izquierda de la puerta principal, en la que se leía e: M: CCXX: V, es decir, 1187 (Castillo, 1914 apud Couceiro Freijomil, 1927-1928, p. 271).
Breamo une a su probable condición de canónica una marcada singularidad tipológica –es la única iglesia de cruz latina y tres ábsides del románico gallego, junto con la de Vilar de Donas– y una ornamentación escultórica que hasta ahora no ha encontrado una lectura satisfactoria (Chamoso Lamas et alii, 1979, pp. 270-277; Yzquierdo Perrín 1995, pp. 350-355; Carrillo Lista, 2005, pp. 641-661). En el capitel derecho del ábside sur se figura un motivo, el del hombre con un olifante, que tiene su antecedente último en uno de los capiteles de la girola de la catedral compostelana anejo a la capilla de San Juan. No obstante, el referente más cercano para el ejemplo eumés se halla en la Iglesia de Santiago de Tabeirós (A Estrada), dependiente también de la mitra compostelana. Como se precisa en la Historia Compostelana (I, cap. XXXVI), Tabeirós era de las parroquias por las que litigaban las diócesis de Santiago y Mondoñedo, de ahí que se haya apuntado la posibilidad de que el taller encargado de labrar los capiteles y canecillos de la iglesia pontevedresa hubiese trabajado antes en San Martiño de Mondoñedo, donde se representa este mismo tema (Sánchez Ameijeiras, 2012, p. 74). Si estos escultores pasaron por Breamo de camino al sur o fue al revés es cuestión difícil de resolver, aunque la datación atribuida a la obra pontevedresa –en torno al tercer cuarto del siglo XII (Bango Torviso, 1979, pp. 209-210)– da visos de credibilidad a la segunda opción. El motivo se prestaba, no obstante, a múltiples variaciones. Mientras que en Tabeirós se advertía en las caras laterales del capitel la presencia de unos lobos que atacan a su presa, aquí se reconoce a un caballo al galope y a un oso, al que el hombre agarra por una oreja. Por extraño que parezca, en Breamo las bestias han sido desplazadas a la basa de la columna opuesta. La existencia de basas historiadas es uno de los aspectos más sorprendentes de esta iglesia, y no tiene paralelo en ningún otro templo románico gallego, a excepción de la esquemática serpiente incisa en la basa del lado de la epístola de la cabecera de San Martiño de Tiobre, en Betanzos, que podría aludir al Castro da Serpe donde se asienta el templo (Carrillo Lista, 1994, p. 235; cfr. DoMingo Pérez-Ugena, 1997, p. 211). Esta particularidad se repite en las basas del ábside central, en las que cabe distinguir una figura arrodillada a la izquierda y una cabeza barbada en la de la derecha. La elección de este elemento como soporte figurativo pudo haber venido dada su visibilidad, mayor de lo habitual, debido a que los plintos descansan sobre un banco de fábrica que circunda los tres ábsides.
Esta disposición precisa de los elementos figurativos, limitada al área de los ábsides central y lateral, debió de venir condicionada por la topografía sagrada y funcional de este pequeño templo, ya que el acceso a las dependencias monásticas se haría por una puerta situada presumiblemente en el lado sur del crucero (Carrillo Lista, 2005, p. 659). A juzgar por sus exiguas dimensiones, la comunidad sería reducida, y la existencia de la cercana iglesia parroquial de Santa María de Centroña –erigida junto a los restos de una uilla maritima roma na– hace poco probable que los canónigos ejercieran labores pastorales de consideración. Por el contrario, la ubicación de este templo en lo alto de un monte, acorde con su dedicación a San Miguel, se aviene mejor a una existencia retirada y ascética por la que habrían optado muchos agustinianos. En este contexto ha de imaginarse que los canónigos verían al entrar en la iglesia la basa con las bestias en ordenada procesión y con la cabeza gacha –una imagen de connotaciones disciplinarias– para, a continuación, ser exhortados a seguir el ejemplo de los dos personajes allí representados, simbólica y literalmente humillados ante el altar. A la vuelta, pasarían de camino al claustro junto al hombre que somete al oso, recordándoles desde las alturas que ellos habrían de dominar sus pasiones, también. De ser así, en Breamo se habría invertido el significado originario del motivo, que de aludir a “la eclosión de las pasiones bajo la influencia maligna” (cfr. Castiñeiras González, 1999, p. 308), habría pasado a convertirse en una llamada al autocontrol. La ambigüedad y la fluidez de los significados son consustanciales a la plástica románica y no será ésta la última ocasión para comprobarlo. Pero no es menos cierto que la dificultad planteada por el análisis de la ornamentación de la iglesia eumesa se ve agravada en este caso por la rudeza de la labra. El mismo problema se plantea en la iglesia de Santo Tomé de Monteagudo (Arteixo), en la que podrían haber trabajado los mismos artífices, dadas las semejanzas formales entre los relieves de las basas de Breamo y los capiteles que se sitúan en los muros laterales. En uno de ellos, se ha reconocido una rudimentaria representación del infierno (López Salas, 2012, p. 68), aunque cualquier aserto sobre su significado y filiación resulta aventurado. Aún así, el estudio de las soluciones arquitectónicas desarrolladas en una y otra iglesia parece apuntalar esta hipótesis (Yzquierdo Perrín, 1995, pp. 352 y 428-431).
Iglesia del priorato de San Miguel de Breamo (Pontedeume). Capitel derecho del ábside sur. Hombre tocando el cuerno
Iglesia del priorato de San Miguel de Breamo (Pontedeume). Basa izquierda del ábside sur. 

Se aludía antes al arraigo particular del tema iconográfico de la lucha de Sansón con el león en la Galicia interior, y es momento ahora de retomar la cuestión, al hilo de la posible conexión lucense de la escultura de San Miguel de Breamo y Santo Tomé de Monteagudo. Como se señaló antes, la representación más temprana del desquijaramiento del león por parte del caudillo hebreo se encuentra en la cornisa de Santa María Salomé en Santiago, referente lejano para un canecillo con el mismo tema labrado en San Salvador de Asma (Chantada). Este último va acompañado del titulus sanso, acaso una prueba de las dificultades que presentaba el reconocimiento de la imagen, situada a una altura considerable y semejante a otras figuras a lomos de leones y bestias demoníacas como para ser confundida con éstas. No es casual, por tanto, que la difusión de este tema haya venido precedida por la adaptación a un formato diverso, el ofrecido por el tímpano semicircular. De hecho, no faltan ejemplos relivarios franceses e ingleses de la misma época (vid. Sastre Vázquez, 2003, pp. 331-332 y 335) con los que podrían haber estado familiarizados algunos de los artífices que trabajaron en el entorno de la Catedral de Santiago.
Fuesen o no independientes los desarrollos del tema de Sansón y el león en canecillos y tímpanos, la primera manifestación de esta nueva fórmula se halla en el relieve procedente de San Xoán de Palmou (Silleda), hoy conservado en el museo de Pontevedra (ca. 1150-1160), obra de un escultor formado en el taller de platerías que servirá como punto de partida a una serie de tímpanos figurados labrados a finales de esta centuria: Santa María de Taboada dos Freires (Taboada, Lugo), Pazos de San Clodio (San Cibrao das Viñas, Ourense), Turei (Beiro, Ourense), los de Santiago de Taboada y San Miguel de Oleiros, ambos en Silleda (Pontevedra), así como el de San Martiño de Moldes en Melide (Valle Pérez, 2006; Ramón y Fernández-Oxea, 1936, 1944, 1962 y 1965; Yzquierdo Perrín, 1995, pp. 378-383; Sastre Vázquez, 2003). Sin duda, la fortuna de este tema no fue ajena al significado atribuido al pasaje bíblico que relata la lucha de Sansón con el león (Jc. 14: 5-6), leído tipológicamente como una prefiguración del descenso al infierno. debe tenerse en cuenta que en moldes el cementerio se encuentra todavía hoy ante la fachada occidental, por lo que el tímpano habría servido de telón de fondo para la antífona salva me ex ore leonis, cantada en el oficio de difuntos (Sánchez Ameijeiras, 2001, p. 169).
Las estrechas semejanzas entre el tímpano de Moldes y el cercano de Taboada dos Freires hacen muy probable que el PELAGIUS MAGISTER que suscribe el segundo –circunstancia del todo infrecuente en el románico gallego (D’Emilio, 2007, pp. 3 y 10)–, sea también el responsable del primero. Dado que la inscripción de Taboada incluye la fecha de 1190, cabría encuadrar la obra melidense en los años inmediatamente posteriores (Carrillo Lista, 1997, p. 105, y 2005, pp. 242-244). Pero la actividad de este escultor y la particular difusión de los tímpanos con Sansón y el león, prácticamente circunscritos a las actuales comarcas de Deza, Terra de Meli de, Chantada y Ourense, invita a revisar ciertas ideas sobre la circulación de talleres y modelos en el románico rural. Por un lado, es preciso advertir la vinculación de este tema al Camino de Santiago, puesto que la mayoría de estos testimonios se encuentran en sus inmediaciones, ya sea en la ruta francesa, como Moldes, o en la Vía de la Plata, como Santiago de Taboada, Oleiros y Pazos de San Clodio. Por otro lado, dado que las diferencias en la labra permiten descartar que Pelagio fuese responsable de todos los tímpanos derivados del de Palmou, se hace necesario postular la existencia de una cadena de aprendizaje o el manejo de dibujos entre diferentes talleres (vid. D’Emilio, 1997, p. 561). El carácter caligráfico de la lengua del felino en el relieve de moldes parece inclinar la balanza a favor de esta segunda opción.
Iglesia parroquial de San Martiño de Moldes (Melide). Portada occidental. Tímpano con la lucha de Sansón y el león
 

La existencia de estos modelos gráficos podría dar cuenta de errores y alteraciones ocasionales entre estos siete tímpanos con el tema de Sansón –como las herraduras del león en Taboada dos Freires–, pero también explicaría la homogeneidad que desde un primer momento presentan los conjuntos de canecillos en el rural coruñés, con independencia de los talleres responsables de su labra. Ciertamente, el repertorio de motivos había quedado fijado en las cornisas compostelanas de Platerías y Salomé, a las que ya se hizo referencia. Mientras que en la primera aparecían por primera vez seres demoníacos, cuadrúpedos amenazadores, un músico y personajes en actitudes obscenas, en la segunda se incorporaban dos motivos que darían origen a una larga progenie en el románico gallego: el contorsionista y la juglaresa (Castiñeiras González, 1996 y 2003; Yzquierdo Perrín, 1997a). Otros, por el contrario, dejarán de tener sentido lejos de los cultivados ambientes compostelanos y de los principales centros artísticos. Es el caso de la alusión a la acedía de Salomé, o del espinario labrado en un tejaroz de la Catedral de Lugo, que no tendrán trascendencia figurativa alguna (Moralejo Álvarez, 1981, p. 345; Yzquierdo Perrín, 1997a, p. 76). al mismo tiempo que se constata este proceso de decantación figurativa, se advierte que la sutil gradación modal establecida en Platerías entre ornamentación central y marginal quedará diluida con frecuencia en las zonas rurales, dada la escasa calidad de muchos de estos artífices.
Iglesia monástica de Santiago de Mens (Malpica de Bergantiños). Canecillos del ábside central con la figuración de un acróbata y una figura con un libro abierto 

Como resultado, cabe hablar de una tradición consolidada en lo que a la ornamentación de aleros se refiere ya desde mediados del siglo XII. En este sentido, tanto los ciclos de templos monásticos como Santiago de Mens y Santa María de Ozón, como los de las cercanas iglesias parroquiales de Morquintián, Xaviña, Leis y Cereixo, incluyen músicos y acróbatas, así como seres monstruosos y personajes en actitudes procaces. Pero sus similitudes no han de achacarse únicamente a la proximidad geográfica ni a la irradiación del taller de Mens, puesto que muchos de estos motivos reaparecen en iglesias distantes, como las de San Martiño de Xuvia, o fuera de los límites de la actual provincia de A Coruña, como en Santiago de Tabeirós. No obstante, en los aleros de Mens, Ozón y Cereixo el escarnio del rústico y la crítica de los placeres humanos adquieren un nuevo matiz, al alternarse estas imágenes degradantes con la representación de figuras sentadas que portan un libro abierto en el regazo (Barral iglesias, 1996-1997, pp. 111-115; Ferrín González, 1999, pp. 68-69, 122-123; Carrillo Lista, 2005, pp. 500-503). La contundencia del mensaje se verá reforzada en el alero de la capilla mayor de Santa María del Sar –obra de talleres mateanos (ca. 1190-1200)– mediante la inclusión de una psicostasis como punto focal del ciclo, más reseñable aún por tratarse de un tema iconográfico poco habitual en el románico gallego (Yzquierdo Perrín, 1997b, pp. 78-79). Con todo, aunque esta nítida contraposición entre litterati e ilitterati es una de las muestras más claras de la actitud de rechazo y desprecio por lo secular de una iglesia militante empeñada en imponer a los laicos la férula de la disciplina monástica, es preciso señalar que la crítica habría alcanzado en contadas ocasiones a las mismas instituciones eclesiásticas. Así, en uno de los canecillos de San Martiño de Xuvia puede reconocerse a un abad boca abajo junto a una pareja homosexual, evocador de esos eclesiásticos glotones y lujuriosos como el denostado Pedro de Antealtares (cfr. HC, libro III, cap. XX). Esta inusual fórmula testimonia el conocimiento de modelos franceses –la filiación con Santa Fe de Conques es clara– en el taller desplazado desde Compostela para erigir el monasterio Naronés (Castiñeiras González, 2003, pp. 317-319).
Iglesia monástica de San Martiño de Xuvia (Narón). Canecillos del ábside central con un abad boca abajo y una pareja homosexual 

Bestias malignas, rústicos lujuriosos, clérigos simoníacos y pecadores de toda laya quedaban relegados a los márgenes del edificio en una estrategia consciente de apropiación y delimitación del espacio muy vinculada al avance de la Reforma Gregoriana. Sin embargo, este afán punitivo y normativizador tampoco sería ajeno al proceso de repoblación del noroeste gallego que tiene su apogeo durante la segunda mitad del siglo XII. De ahí que las portadas –en tanto que zonas liminales– se conviertan en elementos privilegiados desde los que afirmar la presencia y autoridad de la iglesia en estos territorios, tal y como se sugirió en el caso de Santiago de Cereixo. Sin embargo, la elección de un tema hagiográfico como el allí figurado no dejaba de ser insólita, puesto que la ornamentación predominante en el medio rural es de carácter emblemático y conservador, quedando limitada a la labra de cruces y crismones con los que señalar la condición sagrada del edificio. es en este sentido que Serafín Moralejo calificaba de “pragmáticas” a buena parte de las portadas del primer románico hispano. Tal calificación pue de atribuirse también a los tímpanos coruñeses, puesto que más parecen decorados concebidos “para el desarrollo de un rito, de una liturgia” que “un conjunto de imágenes desplegadas para suscitar emociones o reflexiones entre los fieles” (Moralejo Álvarez, 1989, p. 48).
Claro exponente de esta vinculación entre portada y liturgia son aquellas inscripciones alusivas a la consagración del templo, como la que se lee todavía en el dintel de la puerta norte de San Pedro de Oza dos Ríos, de cronología temprana: era:
T: C: LVIIII ET Q(VOTUM) IIII: ID(V)S (E)RB(VARII) [1121].
A la izquierda, se distingue a duras penas el resto de la inscripción:
SVUARIUS ABBAS FECIT MEMORIA.
Tal vez pueda identificarse a este personaje con el Abad Suero de Oza que aparece confirmando documentos del monasterio de Sobrado en 1155 (Carrillo Lista, 2005, pp. 168-169; cfr. García G.-Ledo, 1982; D’Emilio, 2007, pp. 18-19). Como quiera que fuese, no se hace aquí alusión a la dedicación del templo, un aspecto que, en cambio, se detalla en la inscripción de Santiago de Mens, en la que el acento litúrgico es aún más patente:
+ IN N (OMI)NE D(O)MINI X (=CHRISTI) IHS (IESU) HONOREM S(ANCTE) MARIA VIRGI(NI)S ET S(ANC)TOR(UM) OM(N)IUM. REMAVIRA AB(A)S // ERA M C L X X [1134] : ME FEQ(U)IT GUNSA (Barral iglesias, 1996 1997, p. 108). Una información similar es la que preserva el epígrafe fundacional de Santa María Salomé, que originalmente debió de estar dispuesto en la portada. En esta losa, ahora dispuesta en el coro alto, se indica:
AD HONOREM D(E)I ET S(ANCTE) M(ARIE) VIRGINIS ET S(ANCTI) I (ACOBI) AP(OSTO)LI ET / ET MATRIS S(ANCTE) M(ARIE) SALOME PELAGIUS ABBAS ECCLE(SIE) B(EATI) I (ACOBI) CANTOR (Yzquierdo Perrín, 1995, pp. 260 y 262). A pesar de las diferencias formales y de contenido entre estas tres inscripciones, todas ellas documentan la trascendencia atribuida al ceremonial de consagración, acrecentada desde la adopción del ritual romano (Carrero Santamaría y Fernández Somoza, 2005, pp. 387-388). En este sentido, la mención expresa de los benefactores podría ponerse en relación con una de las últimas fases de la liturgia de consagración, cuando el oficiante volvía a la puerta después de haber realizado la unción del interior para recordar a los presentes el deber de celebrar el aniversario de la dedicación y, muy especialmente, la obligación contraída por los patronos de mantener la obra en buen estado (Repsher, 1998, pp. 59 y 165; Sánchez Ameijeiras, 2003a, p. 61).
En la iglesia de San Martiño de Oleiros (Toques), en cambio, el mensaje habría sido de otro tenor. La divinidad habría hecho oír su voz desde el dintel de la puerta sur, sellada con su signo. Se trata de uno de los escasos crismones representados en el románico gallego, de tipo trinitario como los de O Meire (Melide) –cuya ubicación original se desconoce a ciencia cierta–, Santa María de Retorta (Guntín, Lugo) y los más antiguos en la Portada de Platerías y en la fachada oeste de San Martiño de Mondoñedo (Yzquierdo Perrín 1995, pp. 175-176; Castiñeiras González, 1999, p. 309). Este tipo particular de crismón se caracteriza por incluir la letra s junto a la x y la P, generalmente sobre el brazo inferior de la ji, alterando el significado original del monograma hasta hacer de él una alusión a las tres personas de la trinidad (Ocón Alonso, 1983 y 2003; Scott Brown, 2004; Castillo, 1987, pp. 496-497; Delgado Gómez 1988-1989, 1995 y 1998). A pesar de que todos ellos siguen patrones distintos, es posible aislar el conjunto formado por los crismones de Retorta, O Meire y Oleiros, puesto que, a diferencia de los ejemplos compostelanos y mindoniense, no incluyen las letras α y Ω.
En este sentido, el testimonio lucense (finales del siglo XII) sería el antecedente directo para los dos dinteles de Terra de Melida, que se hallan concentrados en un área de unos 25 km de radio y en la inmediata proximidad del Camino de Santiago. por el contrario, cabe señalar al de Oleiros como el último y más delicado ejemplo de la serie, labrado tal vez ya bien entrado el siglo XIII. Siendo éste un motivo tan poco frecuente en el noroeste hispánico –en contraste con su notable difusión en Navarra, Aragón, Cataluña y sur de Francia–, llama la atención la presencia de las palabras LUX y REX en el interior del círculo, un detalle para el que sólo puede citarse un lejano paralelo ultrapirenaico, el tímpano de la Iglesia de Saint Jean Baptiste en Diusse (Favreau, 2003, p. 630). Esta característica lo convierte en un “crismón parlante” (Daugé, 1916, p. 71), además de vincularlo a una tradición de origen carolingio, basada en el juego erudito con los cuatro monosílabos PAX, REX, LUX, LEX asociados a Cristo (Favreau, 2003). el hecho de que el formato escogido en la iglesia coruñesa sea el de un dintel pentagonal, de probable origen auvergnate (Torres Balbás, 1922), parecería afianzar esta vinculación con el sur de Francia, si no fuese porque el mismo elemento aparece ya en Mondoñedo. Este detalle, a su vez, invita a especular con la posibilidad de que existiese una tradición autóctona y que ciertos eslabones de esta serie –quizás sobre otros soportes– se hayan perdido. A este respecto, conviene tener presente que obras paleocristianas o prerrománicas pudieron haber sido reutilizadas durante estos siglos, como sugiere el hallazgo de un relieve del siglo VI con un crismón –tal vez procedente de Moraime– en la iglesia parroquial de San Pedro de Leis en Muxía (Suárez Otero, 2004b).
Iglesia parroquial de San Martiño de Oleiros. Dintel de la portada sur con la representación de un crismón trinitario
Iglesia parroquial
de San Pedro de Oza dos Ríos. Dintel de la puerta norte con el epígrafe de consagración 

Sin embargo, resulta difícil precisar cuánto habría en Oleiros de voluntad consciente de retorno a la Ecclesiae primitivae forma, o de asunción del significado político y dogmático asociado al monograma constantiniano, tan patente en los tímpanos de la zona pirenaica y en otros testimonios, como el crismón de San Isidoro de León (Bartal, 1987; Ocón Alonso, 1983 y 2003, pp. 92-101; Scott Brown, 2004; Senra Gabriel y Galán, 2008; Mann, 2009, pp. 132 160). Probablemente poco quedaría de todo ello, si bien los crismones de Terra de Melide debieron de retener un significado más primario de los apuntados hasta ahora, el funerario y profiláctico (vid. Ocón Alonso, 2003, pp. 82-92). La vinculación de este motivo con el Agnus Dei en el dintel de Mondoñedo parece corroborar esta interpretación en clave penitencial, lo mismo que la ubicación del cementerio en las proximidades de la portada de Oleiros (vid. Moralejo Álvarez, 1989, p. 40). Pero, además, el crismón trinitario habría eternizado en piedra otro instante del ceremonial de consagración, en el que el oficiante ungía con el crisma el altar y los muros del templo, realizando la señal de la cruz, para acabar volviendo a la puerta, que bendecía en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Repsher, 1998, p. 58; Scott Brown, 2004, pp. 212-252; Sánchez Ameijeiras, 2003a, p. 57).
Trasunto pétreo de estas señales efímeras trazadas por el obispo serían también las cruces que, con notable frecuencia, constituyen la única decoración de los tímpanos rurales gallegos. Las iglesias de A Coruña no son la excepción, como atestiguan la sencilla cruz tallada en reserva en la portada sur de San Estevo de Pezobrés (Melide), o la más compleja representada en la portada occidental de San Martiño de Tiobre (Betanzos), cuyo formato –encerrada en un círculo, con el alfa y el omega de pendilia– evocaría el de las cruces de consagración, como las que hoy son visibles todavía en la Catedral de Santiago (Sánchez Ameijeiras 2003a, pp. 56-57, y 2012, p. 80). Al mismo tiempo, el escultor que labró este tímpano a finales del siglo XII habría intentado hacer reconocible la silueta de una cruz procesional, reproduciendo incluso el estrechamiento de la parte inferior del brazo vertical, donde se encajaría el fuste (Carrillo Lista, 1994, p. 240, y 2005, pp. 342-343). Otro tanto puede decirse de la cruz flordelisada que aparece figurada en el tímpano de la portada occidental de Santo Estevo de Culleredo, aunque en este caso lo más reseñable sea el extraño relieve de líneas tangentes que le sirve de telón de fondo (Carrillo Lista, 2005, p. 764). Esta voluntad de llevar a la piedra elementos del mobiliario litúrgico de las iglesias parece haber guiado también al autor del tímpano de la portada occidental de San Tirso de Oseiro, en Arteixo, donde la cruz flordelisada se encierra en un clípeo y se acompaña de dos aves, en una clara cita de modelos paleocristianos (Barral Rivadulla, 2012, pp. 90-91).
De hecho, no debería descartarse la idea de que en alguno de estos casos se hubiese pretendido reproducir objetos concretos, tal y como sucedía con la compleja cruz patada que decora el tímpano de Santo Tomé de Serantes (Ourense), remedo de la que se conserva en la vecina iglesia de San Munio de Veiga (Sánchez Ameijeiras, 2003a, pp. 54-56). Cruces como la de Serramo no parecen haber dejado huella monumental en el románico coruñés, pero la extraordinaria cruz potenzada labrada en San Pedro de A Mezquita (Ourense) –en la que tampoco faltan el medallón central con el Agnus Dei ni los remates con medallones–, evidencia hasta qué punto pudo haber llegado este diálogo entre la orfebrería y la escultura, que marca el desarrollo de la plástica románica desde sus inicios (vid. Moralejo, 1980). Tanto es así que el examen de la decoración de estos tímpanos permite seguir la evolución de la orfebrería medieval gallega, desde las cruces de tradición asturiana, que se representan en Santa Eulalia de Chamín (Arteixo) o Santiago de Traba (Vimianzo), hasta los modelos más modernos, como los de San Pedro de Oza o San Tirso de Oseiro, que ya responden a los usos latinos impuestos gradualmente tras el cambio de rito. No obstante, la utilización de uno u otro tipo de cruz no ha de considerarse un marcador cronológico fiable –a excepción de Oza, todos estos tímpanos parecen haber sido labrados en las últimas décadas del siglo XII–, sino muestra del mayor o menor conservadurismo del entorno en el que se erigen estas iglesias.

Se mencionaba antes la invocación trinitaria que seguía a la unción de la puerta del templo, y tal vez no sea aventurado relacionar con estas palabras la aparición ca. 1170 en los tímpanos gallegos de un tipo particular de cruz de entrelazo de filiación anglonormanda, formado al combinarse una cruz latina con la de San Andrés, intersecadas por un círculo (Sánchez Ameijeiras, 2003a, pp. 52-53). El exponente más antiguo se encuentra en San Martiño de Ferreira (Lugo), y lucenses son otros testimonios como los de San Cristovo de Novelúa y San Xoán de Friolfe, aunque la fórmula no tardaría en difundirse por Pontevedra, puesto que aparece en la iglesia de Santo Tomé de Ancorados (A Estrada) por esas mismas fechas (Ramón y Fernández Oxea, 1942; D’Emilio, 2007, pp. 31-32; Bango Torviso, 1979, p. 154 y lám. LVIIa). En el área coruñesa su introducción debió de ser también muy temprana, como demuestra el tímpano de la portada sur de Tiobre, aunque es en otros elementos ornamentales en los que cabe advertir el éxito de esta fórmula. Las cruces antefijas que decoran los hastiales orientales de muchas iglesias ya habían atraído la atención de Castelao en 1950, que incluye dibujos de un buen número de ellas en su libro As Cruces de Pedra na Galiza (Castelao, 1950, pp. 49-58), aunque en fechas más recientes se han sumado las aportaciones de otros autores (Vales Villa Marín, 1981 y 1982; García Lamas, 2008, pp. 39-44). Su origen parece estar, una vez más, en la “petrificación de un rito”, aquél por el que se situaba una rama o una cruz en un edificio recién construido. A ello habría que añadir su función como hitos topográficos en el medio rural, ya que su tamaño las hace visibles en la distancia (Sánchez Ameijeiras, 2012, p. 82). Tal vez la extraordinaria densidad del tejido parroquial en los arciprestazgos de Pruzos y Nendos explique que estas acróteras teriomorfas sean especialmente numerosas en la comarca betanceira, donde esta tradición perdurará aún bien entrado el gótico de manos de los escultores que trabajaron para Fernán Pérez de Andrade, o Boo (García Lamas, 2008, pp. 39-44; Sánchez Pardo, 2010).
Iglesia parroquial de San Tirso de Oseiro (Arteixo). Tímpano de la portada occidental con la representación de una cruz flordelisada
Detalle de la cruz 

En cualquier caso, conviene señalar que estas cruces suelen erigirse sobre el lomo de carneros o bueyes –animales mansos de connotación sacrificial–, como en San Xiao de Mandaio (Cesuras) o en Santa María Salomé, aunque no escaseen tampoco otros animales como el lobo o el cocodrilo, figurados respectivamente en Santiago de Cereixo y San Martiño de Tiobre, a los que cabe considerar encarnaciones demoníacas sobre las que triunfa la cruz. El ejemplo de Tiobre, tan exótico, podría explicarse por la ocasional presencia de cocodrilos disecados en los tesoros de las iglesias medievales (Domingo Pérez-Ugena, 1998; cfr. Mariaux, 2006), aunque también se haya visto en él un reflejo de la imaginería antiquizante de origen italo méridional introducida en los acroterios de la catedral compostelana ca. 1120 (Castiñeiras González, 2003, pp. 313-314). En este sentido, quizás no resulte ocioso recordar que esta iglesia se encontraba en las proximidades de una antigua vía romana que discurría por el interior de la ría de Betanzos (Sánchez Pardo, 2010, p. 154).
Iglesia parroquial de San Martiño de Tiobre (Betanzos). Acrótera con un cocodrilo
 

Este recorrido por los caminos de A Coruña nos depara una galería de capiteles y canecillos derivados de modelos compostelanos, así como de sencillas cruces labradas en los tímpanos o colocadas como antefijas. Su análisis se antoja prueba elocuente de que este territorio de población escasa y dispersa sólo podía absorber una parte muy limitada del torrente creativo surgido en torno a la basílica jacobea. De hecho, la ausencia de conjuntos figurativos de extensión, concebidos para atrapar la mirada de la audiencia, es la característica que parece singularizar al noroeste gallego frente a las restantes provincias de la comunidad. Por este motivo, sorprende hallar en San Xulián de Moraime y en Santa María de Cambre tres ciclos de relativo calado teológico y poderosa imaginería –las portadas occidental y sur de la primera y la occidental de la segunda– cuyo lenguaje formal es ajeno por completo al de los talleres que trabajaron en las portadas del crucero de la Catedral de Santiago. Así, durante el último cuarto del siglo XII se constata la presencia en Cambre de un taller de origen castellano (Vila Da Vila, 1986, pp. 70-74; Sánchez Ameijeiras, 2001, pp. 158-159), alguno de cuyos maestros habría recalado a finales de la centuria en Moraime para hacerse cargo de las obras de la fachada sur (Ferrín González, 1999, pp. 60-61). Por el contrario, la portada occidental del cenobio muxián, labrada ca. 1180-1190, ha de considerarse obra de un taller local conocedor de fórmulas propias del Béarn francés (Sousa, 1983b). Esta particularidad resulta tanto más reseñable cuanto que, como se indicó, habían sido escultores desplazados desde Compostela los responsables de la etapa constructiva inicial de ambas fábricas.
Portada occidental de la iglesia monástica de San Xulián de Moraime (Muxía)
Detalle
Portada occidental de la iglesia monástica de Santa María de Cambre 

Sin embargo, el hecho de que estas dos iglesias monásticas hayan sido polo de atracción para escultores y repertorios foráneos no debería causar extrañeza. Por un lado, ambos cenobios acumulaban considerables riquezas derivadas de su emplazamiento en zonas donde el tejido urbano y comercial alcanzaba ya cierta magnitud. Cambre se situaba a pocos kilómetros del pujante puerto de Burgo do Faro, fundado por el conde de Traba durante el reinado de Alfonso VII, cuyas rentas se repartían la catedral compostelana, la Orden del Temple y el monasterio de Sobrado (Ferreira Priegue, 1988b, pp. 74-75; López Alsina, 2008, pp. 203-208). Por su parte, Moraime actuaba como cabeza de una serie de iglesias parroquiales del arciprestazgo de Nemancos (Sousa, 1983b, p. 157), además de obtener una parte de sus ingresos de los puertos de la zona. Ambas se erigían, pues, en nodo económico, administrativo y de comunicaciones en sus respectivas áreas de influencia, la ría coruñesa y la parte septentrional de la Costa da Morte.
Pero, además, ambas fundaciones estaban ligadas desde época muy temprana a la poderosa familia condal de Traba, que durante décadas les había donado numerosas propiedades y rentas, estimulando con su ejemplo la concesión de nuevos privilegios por parte de los monarcas (Vila Da Vila, 1986, pp. 13-20; Lucas Álvarez, 1975, pp. 620-622 y 624-626; López Sangil, 2007, pp. 266-268 y 287). Parece lógico, por tanto, que sean estos dos monasterios los que se destaquen en el conjunto del románico coruñés, actuando como centros artísticos a nivel local. Es más, tal vez no sea aventurado juzgar su eclecticismo e independencia con respecto al foco compostelano como una expresión más de las tensiones entre poder eclesiástico y poder nobiliario. A propósito de esta cuestión, conviene recordar que el proceso de implementación de la Reforma Gregoriana llevó aparejado el desmantelamiento paulatino del sistema altomedieval que permitía a los laicos intervenir a su antojo en los asuntos internos de las iglesias y monasterios de su propiedad (Framiñán Santas, 2005). Puede que los condes de Traba y sus allegados ya no gozasen de una autoridad total sobre los monasterios de Cambre y Moraime pero, sin duda, todavía harían oír su voz. La elección de un taller castellano para llevar a término las dos obras señeras del condado de Trastámara bien pudo haber sido una sutil respuesta a la omnipresencia –institucional y estética– de la Iglesia de Santiago.
No son éstos los únicos aspectos que aconsejan encarar conjuntamente el estudio de la portada occidental de Cambre y la meridional de Moraime. Entre estas dos obras existe una profunda afinidad que se manifiesta en su común carácter sacramental, de exaltación de la eucaristía y exhortación a la penitencia (Sousa 1983a; Vila Da Vila, 1986, pp. 58-70). Además, se trata de ciclos más presentativos que narrativos, lo que vuelve a marcar distancias con los programas labrados en las portadas del crucero de la basílica jacobea. Así, tanto en el tímpano de Cambre como en el reverso del tímpano de Moraime se destaca la presencia del Agnus Dei en un clípeo sostenido por dos ángeles, tema éste ya representado en la “Puerta del Cordero” de San Isidoro de León y en el baldaquino de Gelmírez en la catedral compostelana (Moralejo Álvarez, 1977 y 1980, p. 236). No obstante, ninguno de estos precedentes da razón de las particulares fórmulas empleadas en uno y otro caso: crismón con venera en Cambre y con aves afrontadas que picotean un arbusto en Moraime. Dichos elementos de reminiscencias paleocristianas –y, por tanto, acordes con el deseo reformador de vuelta a la primitiva pureza de la iglesia– son muy raros y se alejan de otras representaciones del Agnus Dei más comunes en el románico gallego, como la del tímpano de Santa María de Doroña, modelo a su vez para el labrado en el siglo XIX en el monasterio de Caaveiro. Nada tienen que ver tampoco estas imágenes con el relieve que se custodia en el interior de la iglesia cambresa, en el que el Cordero triunfante aparece enmarcado por dos figuras de difícil identificación (Vila Da Vila, 1986, pp. 76-80). Pero las coincidencias se advierten, asimismo, al analizar los capiteles historiados que, en Cambre y en Moraime, otorgan nuevos matices al tema figurado en el tímpano. El sentido salvífico del que es portadora la imagen del Cordero triunfante se ve reforzado por la presencia en ambos conjuntos de Daniel entre los leones, prefiguración de Cristo y de su resurrección, así como exemplum de esa rectitud moral que ha de regir la vida del cristiano. En Cambre se lo figura en la clave de la arquivolta externa, aludiendo a su condición de profeta visionario, mientras que en la iglesia muxiana se hace especial hincapié en su virtud, hasta el punto de que se encuentra allí otro capitel relativo a la segunda condena de Daniel y la visita de Habacuc (Sousa, 1983a, pp. 148-150). En él se han reconocido tanto vínculos con la escultura jaquesa como, de nuevo, la pervivencia de una tradición iconográfica de origen paleocristiano y alto medieval (Moure Pena, 2006, pp. 281-286). Este sentido funerario y penitencial asociado a la milagrosa salvación de Daniel –recuérdese la antífona de la liturgia de difuntos mencionada ya a propósito del tímpano de Sansón con el león figurado en San Martiño de Moldes– se habría visto completado con la representación en ambas portadas de San Miguel con la balanza. Como se indicó en el caso de Santa María del Sar, no es éste un tema frecuente en Galicia y tampoco lo es el motivo de las “cabezas rostradas” que decoran la arquivolta externa de Cambre (Vila Da Vila, 1986, pp. 63-64 y 72-74; cfr. Fernández, 1979). Esta amalgama caótica de aves y bestias impuras encuentra su equivalente en Moraime con la representación en el capitel interior derecho de dos centauros en lucha, símbolos negativos de las pasiones incontroladas (Sousa, 1983a, p. 151).
Iglesia monástica de San Xulián de Moraime (Muxía). Reverso del tímpano de la portada meridional.
 

Sin embargo, la portada sur de Moraime semeja tejer una red más densa de asociaciones, al incluir también una representación de la tentación de Adán y Eva –acaso la reprensión y expulsión del paraíso– en el capitel externo del lado izquierdo, así como una expresiva imagen de la Última Cena en el anverso del tímpano. En este caso, el gesto enfático de los apóstoles señalando a Jesús parece dar la clave al observador, quien no sólo habría advertido la contraposición trazada entre caída y redención, sino también la identidad entre el sacrificio de Cristo y el Triunfo del Cordero sobre la muerte, visible únicamente al traspasar el umbral (Sousa, 1983a, p. 153; Sánchez Ameijeiras, 2001, pp. 158-159). Por otro lado, la imagen de los discípulos reunidos en torno a Jesús habría servido de espejo a la comunidad (Forsyth, 1986), paralelismo que se vería acentuado al reparar en que el número de apóstoles –siete– coincide con el de las figuras representadas en el tímpano de la portada occidental (Sánchez Ameijeiras, 2001, p. 173). En él, se ha reconocido a san Julián, a quién está consagrado el templo, rodeado por sus discípulos. acompañarían al santo y su “caterva” otras figuras dispuestas en las jambas, entre las que parece establecerse una relación de a dos: en los extremos serían san Benito y san Martín los que dotarían al conjunto de un neto sentido pastoral –acentuado por la representación del santo turonense pisando un basilisco, topos frecuente en contextos de repoblación y evangelización–, mientras que en el segundo paso del portal serían San Pablo y, una vez más, el profeta Daniel los que se ofrecerían al fiel como encarnación de fortaleza moral frente al pecado (Sousa, 1983b, pp. 160-173).
Aunque la identificación de los personajes efigiados en las estatuas-columna interiores resulte más arriesgada, la organización de la portada evidencia una precisa adecuación entre elemento arquitectónico, topografía sagrada y figuración. En primer lugar, ha de señalarse que la presencia de san Julián con sus discípulos tiene unas claras connotaciones ceremoniales –el santo lleva vestiduras litúrgicas y sus acompañantes semejan acólitos portando los libros sagrados– que se advierten mejor al comparar este tímpano con el de la portada occidental de San Martiño de Moaña, donde los tituli permiten identificar a los personajes allí figurados como San Millán y los obispos San Martín y San Bricio (Bango Torviso, 1979, p. 186 y lám. LXXXIIIa).
En ambos casos, las escenas escogidas habrían evocado uno de los momentos más emotivos del ceremonial de dedicación, cuando la comunidad se dirigía en procesión hasta la entrada entonando la antífona Surgite sancti de mansionibus vestri, loca sanctificate, plebe benedicte et nos homines peccatores in pace custodite (Sánchez Ameijeiras, 2003a, pp. 59-60). De este modo, y a diferencia de los testimonios examinados antes, la portada occidental de Moraime habría tornado la evocación conceptual del rito en una verdadera visión celestial. Así, la metáfora paulina que asimilaba a apóstoles y profetas con las columnas que sostienen la iglesia, frecuentemente repetida a lo largo del ceremonial de consagración, habría alcanzado aquí una afortunada traducción figurativa, contemporánea con la experiencia mateana en el Pórtico de la Gloria. Sin embargo, el referente formal para la portada de la iglesia de Moraime parece haber sido otro, como se deduce del estudio de las figuras secundarias del conjunto, en las que se constata de nuevo una particular sensibilidad para dotar de valor expresivo a ciertos elementos arquitectónicos. Por ejemplo, el atlante que sostiene la columna interior de la jamba izquierda, ataviado con un “cinturón de fuerza” sobre el que llamó la atención José Sousa, tiene su paralelo en la portada occidental de Sainte-Foy de Morláas (Béarn, Francia), donde un gigante soporta el peso de las figuras que decoran la arquivolta central. Idéntica filiación puede atribuirse a los veinticuatro ancianos del apocalipsis que aparecen en la arquivolta intermedia protegidos por un grueso bocel con sus instrumentos y redomas, muy semejantes a los de Sainte-Marie de Oloron, también en los Pirineos franceses (Sousa, 1983b, pp. 160-164 y 170).
Con todo, la exploración de las relaciones entre arquitectura y figuración habría tenido una de sus más destacadas manifestaciones en una obra de segura filiación bearnesa con la que la fachada occidental de Moraime guarda un parentesco estrecho. Se trata de las columnas marmóreas que un día sirvieron de apoyo al ara apostólica custodiada en San Paio de Antealtares, en las que se habría efigiado al colegio apostólico en el momento de la Transfiguración, tal y como se deduce por la inclusión de Matías en el conjunto (Sánchez Ameijeiras, 2003b; cfr. Carro García, 1931; Vázquez De Parga, 1931; Gaillard, 1957). De las cuatro que compondrían el conjunto original sólo se han conservado tres, repartidas entre el Museo Arqueológico Nacional y el Fogg Art Museum de la universidad de Harvard. Fue Serafín Moralejo quien vinculó estas piezas con un taller cercano a los que labraron las portadas de Sainte-Marie de Oloron y Sainte-Foy de Morlàas, cuya presencia se documenta además en Uncastillo y en varias iglesias segovianas, como San Martín de Fuentidueña y San Justo de Sepúlveda (Moralejo Álvarez, 1993b, pp. 392-395). De acuerdo con este mismo autor, el responsable de la venida de este taller a Santiago habría sido el arzobispo compostelano Bernardo de Agen, firmante en 1152 de una nueva concordia con Antealtares por la que se devolvía el ara al cenobio. Sin embargo, la actividad de los escultores bearneses no debió de quedar reducida a esta intervención puntual, ya que se les ha atribuido otro relieve con dos figuras femeninas –quizás parte de una anunciación– procedente casi con certeza de San Paio de Antealtares, además del relieve del Salvador que un día hubo de servir de parteluz a la iglesia de Santiago de Vigo (Sánchez Ameijeiras, 2003c y 2004d). El testimonio de Moraime certifica que esta corriente bearnesa llegó a calar en el medio artístico local, aunque las vías de penetración de este repertorio foráneo, más allá del núcleo compostelano, no sean tan claras. En este sentido, si la llegada de estos artífices foráneos a Santiago puede achacarse al origen pirenaico de Bernardo de Agen, tal vez la participación en Moraime de un taller formado a su sombra deba relacionarse de algún modo con la protección otorgada por la familia condal de Traba tanto al monasterio muxián como a Santa María de Cambre, cuya dependencia de Antealtares está atestiguada documentalmente (Vila Da Vila, 1986, pp. 13-5).

A la vista de lo expuesto hasta aquí, conviene concluir que, más allá de la fábrica catedralicia y de las singulares iglesias de Cambre y Moraime, el románico coruñés parece haberse limitado a la constante recreación de un repertorio formal e iconográfico ciertamente reducido. Por este motivo y a modo de contrapunto, corresponde un último comentario a la importación de obras foráneas durante el período. Esta referencia resulta más tentadora si cabe porque la única pieza a reseñar, la hidria conservada en Santa María de Cambre, semeja haber recorrido el mismo camino que la barca del Apóstol con la que comenzaba este relato (VILADAVILA, 1983, y 1986, pp. 105-118). Este gran vaso pétreo realizado ca. 1165-1170, decorado con rosetas y zarcillos y atribuible a un taller de escultores que trabajaron para la Orden del Temple en el Reino de Jerusalén, debió de ser traído por un caballero templario vinculado a la cercana iglesia de Santa María del Temple, en Burgo do Faro. Su impacto en la plástica local fue nulo, no así la impronta dejada en la imaginación de los feligreses de siglos posteriores. Perdido ya el recuerdo de su origen, su procedencia hierosolimitana acabó por granjearle el estatus de reliquia, convirtiéndola en milagroso recordatorio de las bodas de Caná. De ahí que muchos visitantes no dudasen en limar sus bordes para preparar con el polvillo pócimas curativas, hasta dejarla en el lastimoso estado en el que se encuentra ahora. Su suerte se asemeja, por tanto, a la de la gran piedra que, de acuerdo con el testimonio del viajero León de Rozmithal, fue hundida en el agua “por mandato del Papa, en la ciudad de Padrón”, ya que “los peregrinos arrancaban grandes trozos de ella; sin embargo se la puede reconocer bien todavía en el agua. Precisamente sobre esta piedra viajó por mar el venerado Señor Santiago; la piedra le sirvió de barco y flotó sobre las aguas” (vid. HERBERS, 2004, p. 282).
Columna marmórea procedente de la iglesia de San Paio de Antealtares (Museo Arqueológico Nacional)
Hidria de Jerusalén. Iglesia de Santa María de Cambre


Santiago de Compostela
Capital administrativa de facto de Galicia desde el año 1982 (de iure no lo será hasta veinte años más tarde, en 2002), su protagonismo, por el que será conocida universalmente, se inicia en el siglo IX, en tiempos del rey Alfonso II (788-842), cuando se localiza, con toda probabilidad en la tercera década del siglo IX y en lo que acabará siendo un poderoso núcleo cultual, un sepulcro conteniendo unos restos mortales que se identificaron como pertenecientes al Apóstol Santiago. a partir de entonces, este lugar apartado, con entidad suficiente ya, no obstante, en tiempos romanos y centurias inmediatas posteriores (siglos VI-VIII), ubicado en los confines occidentales del mundo entonces conocido y perteneciente al obispado de Iria Flavia, por esos años regido por Teodomiro († 847), irá ganando entidad y, gracias al apoyo real, cobrando protagonismo paulatino hasta convertirse, en el entorno del año 1100 y sobre todo en las primeras décadas del siglo XII, con Diego Gelmírez, obispo desde el citado año (cinco años después de que la sede de la diócesis pasase de Iria a Compostela) y arzobispo, el primero de la sede, desde 1120 hasta 1140, año de su fallecimiento, en uno de los tres grandes hitos devocionales de la cristiandad, en pie de igualdad con Roma y Jerusalén.
A esa proyección cultual, generadora desde muy temprano de un poderoso flujo peregrinatorio, y a las exigencias en clave interna que tal hecho conllevaba, debe Santiago, en buena medida, su paulatino crecimiento, un desarrollo que tiene en el inicio, en 1075, de la Catedral románica un punto inequívoco de partida. Consagrada definitivamente en 1211, durante el reinado de Alfonso IX, quien asistió a tan solemne ceremonia, su fábrica y la de las construcciones subsidiarias que la complementan (palacio episcopal y claustro) serán no sólo el referente monumental de la ciudad, amurallada desde el siglo IX y definida en su perímetro final durante el episcopado de Cresconio (1037-1066), sino también el núcleo a partir del cual, como todavía hoy se puede comprobar con pasmosa nitidez, se estructura la trama urbana, la ocupación del espacio en ese recinto delimitado por las murallas.
En paralelo con la Catedral y fruto de las mismas circunstancias cultuales, políticas y económicas que propiciaron su conformación, la ciudad de Santiago conocerá también una importante renovación monumental a partir de los tiempos de Gelmírez. Acontecimientos de carácter muy dispar y de manera especial la aparición de nuevas exigencias o necesidades y también y sobre todo los cambios de gusto, particularmente durante los siglos XVII y XVIII, los de vigencia del Barroco, que tuvo en Compostela un extraordinario desarrollo, como el propio conjunto catedralicio explicita (lo esencial de su aspecto exterior, por ejemplo, es producto de las intervenciones que sobre él se llevaron a cabo durante las dos centurias citadas), harán que, salvo excepciones tan singulares como las de la iglesia y claustro de Santa María de Sar, ubicada, conviene recordarlo, fuera del núcleo amurallado, lo llegado hasta hoy de tiempos románicos (desde finales del siglo XI hasta más o menos los años centrales del siglo XIII), tanto en el recinto intramuros como fuera de él, tenga un carácter fragmentario (repárese en las iglesias de Santa María Salomé y San Fiz de Solovio o, fuera de las murallas, en la de Santa Susana, en los vestigios de San Pedro de Fóra o en lo que de tiempos tardorrománicos persiste del templo conventual dominicano de Bonaval), faltando testimonios de empresas que por entonces, en virtud de las especiales circunstancias histórico-cultuales que en ellas concurrían, tuvieron que contar con fábricas de entidad. Ese sería el caso de los complejos monásticos de Antealtares y San Martín Pinario o, extramuros, del de Santa María de Conxo.
Santiago, cuyo primer gran momento de eclosión internacional, tras su consolidación como núcleo cultual de referencia en el reino astur-leonés (siglos IX-XI), se produce en lo esencial durante el tiempo de vigencia plena de las formulaciones románicas, esto es, entre los reinados de Alfonso VI (1065-1109), representado en uno de los capiteles de la cabecera de la catedral, iniciada en 1075 con su patrocinio, y Alfonso IX, fallecido en 1230, presente, como ya se dijo, en su consagración definitiva en el año 1211 (esas formas románicas, paulatinamente “contaminadas” por pautas estilísticamente góticas, estarán vigentes todavía durante el mandato de Juan Arias, arzobispo (1238 -1266), cuyo impulso constructor se documenta en empresas como el claustro catedralicio o el palacio episcopal, que en 1258 promovió el inicio de una nueva catedral, plenamente gótica, de la que sólo se levantó la parte baja del cierre de la cabecera), conoció etapas muy dispares a lo largo de su densa historia. Hoy es una ciudad de casi 100.000 habitantes que vuelve a conocer momentos de esplendor merced al dinamismo que le confieren el ser la capital político-administrativa de Galicia (sede, por ello, del Parlamento y de la Xunta) y muy en particular también por el resurgimiento que en las últimas décadas han experimentado la peregrinación al santuario del Apóstol Santiago y todo lo que con ella se relaciona, un fenómeno de masas que tuvo su punto de inflexión en la visita que a él hizo en el mes de noviembre de 1982, Año Santo Compostelano, Juan Pablo II, primer papa que, en cuanto tal, llegó a Compostela como peregrino.

Catedral de Santiago
La Basílica de Santiago ha suscitado una riquísima bibliografía. sin embargo, a pesar de tratarse de uno de los edificios más paradigmáticos de la arquitectura románica europea, el análisis arquitectónico de la Catedral románica apenas cuenta con dos títulos fundamentales. la tesis doctoral de Kenneth John Conant, leída en 1925, sigue siendo la obra fundamental. La edición de esta obra en 1983, con versión en gallego y castellano, permitió a Serafín Moralejo realizar unas notas sobre el texto original que demuestran el buen conocimiento de la catedral por parte de este historiador. Para la historia del edificio son fuentes documentales del siglo XII excepcionales la Historia Compostelana y el Libro V del Códice Calixtino. La historia de la catedral compostelana de López Ferreiro también es imprescindible para el manejo de la documentación catedralicia.

Las circunstancias que dieron origen al santuario catedralicio románico de Compostela
El locus sanctus jacobeo, descubierto en el siglo IX, terminó por definirse con el siguiente conjunto de edificios sagrados: la capilla de santiago, bajo la cual se encontraba la tumba apostólica, la iglesia mayor bajo la advocación del Salvador, San Juan y San Pedro, y el baptisterio de San Juan.
Primitiva iglesia de Santiago en Compostela 

Tanto el gran templo como la capilla de Santiago adoptaban una disposición axial tal como también había sido concebida en el santo sepulcro de Jerusalén, el primero y más paradigmático de los grandes martiria de la arquitectura cristiana. En agosto del 997 Almanzor, con la colaboración de condes cristianos, entra en Compostela y ordena destruir el templo de Santiago, respetando la integridad del sepulcro. Tras una estancia de una semana en la ciudad, regresa a Córdoba llevándose las campanas y las puertas de madera de la basílica. El obispo Pedro Mezonzo, ayudado por el rey Bermudo II, procedió a restaurar el santuario y cuando concluyó esta obra, tal como nos dice la Historia Compostelana, “se durmió en el señor -1003”. la información que nos han suministrado las excavaciones arqueológicas nos confirma que esta restauración no afectó a la disposición planimétrica del conjunto ni al estilo tradicional hispano de sus formas.
¿Cuándo se proyectó construir un nuevo edificio? ¿Qué circunstancias propiciaron realizar la nueva construcción, más amplia y en un nuevo lenguaje estilístico? no contamos con ningún testimonio explícito al respecto. Sin duda una afluencia de peregrinos en continuada progresión hacía necesario un santuario más grande, pero ésta, con ser muy importante razón, no fue la única. No sólo se trataba de edificar un templo más monumental y extraordinario, sino que era necesario modernizar la vertebración del espacio martirial con el cultual. Ambos habían surgido de manera espontánea y con dominio compartido por el obispo y otras instituciones religiosas, que se habían establecido aquí buscando el beneficio espiritual y el prestigio social proporcionados por el culto jacobeo. Precisamente esta autoridad y prestigio que confería el sepulcro apostólico llevaron a los obispos de Iria a residenciarse definitivamente en Santiago.
En 1049, el papa León IX excomulgó a Cresconio, obispo de Iria, por el abuso que éste hacía por reivindicar para sí el culmen Apostolici nominis. Preocupaba a la curia romana que un obispo fundamentase su autoridad en estar al frente de una sede apostólica, exactamente igual que el obispo de Roma. Seis años después, Cresconio se había moderado en sus pretensiones, pero no por ello cejaba en que junto a la expresión de su título episcopal figurase el referente de “sede apostólica”: Cresconius Iriensis et apostolice sedis. Así subscribía las actas del concilio de Coyanza. Los sínodos compostelanos convocados por Cresconio son el mejor testimonio del espíritu reformador que venía impulsando el Papa desde mediados del siglo XI, pero a su vez también nos confirman el deseo del prelado por abandonar la tradición iriense y constituir una sede episcopal fundamentada en el prestigio de la tumba apostólica. La titulación que adopta Cresconio, al suscribir las actas de estos concilios, pone de manifiesto su verdadero propósito: Cresconius apostolice ecclesie episcopus. Surge así la figura de un renovador cuya sede no es la Catedral de Iria, sino el locus sanctus. Él es el obispo de la “iglesia apostólica”, o, dicho de otra forma, la nueva iglesia apostólica también será la catedral. Con la legitimidad que le confiere el lugar y su título episcopal aparece como protagonista indiscutible de la reforma eclesiástica. La consecuencia inmediata de todo esto es la reordenación de la topografía monumental del lugar de acuerdo al nuevo orden que se quiere establecer.
El locus Sanctus ya no es sólo un santuario de peregrinación, sino que es el lugar donde se asienta con continuidad la cátedra episcopal. Todo esto gestado bajo la prelatura de Cresconio (1033-1067) le condujo a desarrollar una actividad edilicia que contribuyese a crear la imagen conveniente no sólo a la nueva realidad, sino a la que se vislumbraba para un futuro inmediato. Su experiencia militar le llevó a proteger el poder emergente de la sede. A este respecto la Compostelana nos informa como fortificó la ciudad con un muro: aedificia murorum turriumque ad muniendum urbem Compostellae construxit. Debió de ser entonces cuando surgió la necesidad de construir una catedral. El proyecto engendraba serias dificultades. además de la consabida dotación de una fábrica que permitiese la financiación de un largo proceso constructivo, tal como ya hemos indicado, una nueva catedral en Compostela tenía los problemas habituales de espacio en este tipo de proyectos, pero mucho más complejos. El obispo y la mayor parte de su cabildo no habían dejado de ser personas en tránsito en el lugar, con muy limitadas actuaciones rituales, lo que había dado lugar a que otros adquiriesen derechos en el mismo. La iglesia mayor con sus altares en honor del Salvador y de los apóstoles Pedro y Juan estaba en manos de los monjes, y el espacio martirial incluso tenía su altar de Santiago hipotecado en parte a los mismos monjes.
Si nos atenemos a los criterios documentados en grandes templos de la época, tendremos que pensar que, para comenzar su construcción, era necesario un largo período previo en el que se gestase un importante fondo económico que permitiese la financiación de la construcción. Casi debió de trascurrir medio siglo para comenzar las obras desde que en 1030 se empezaron a reunir los medios que sufragaran el nuevo templo de Saint-Sernin de Toulouse. Teniendo en cuenta que serán los reyes el principal soporte económico del nuevo templo compostelano, y que la economía de éstos era excepcional para su época a causa de los ingresos de las parias, deberemos rebajar sustancialmente los plazos previos. Tradicionalmente se atribuye a Diego Peláez la idea de realizar un nuevo templo. Si fuera así, estaríamos obligados a datar el origen del proyecto en el inicio de su episcopado (1070-1088). Aceptando esta propuesta, la más tardía de las posibles y en la que yo no creo, con toda lógica constructivo/administrativa deberíamos evitar afirmaciones simplistas. En este sentido se ha dicho que en 1075, con motivo de un concilium magnum celebrado en Santiago, habían dado comienzo las obras del nuevo edificio “gracias al botín que el monarca traía de las parias de Granada”. Una propuesta de este tipo se completa con otras afirmaciones contundentes en apariencia, que pretenden “redondear la historia” con afirmaciones como la siguiente: con el citado concilio, celebrado ad restaurationem fidem ecclesie, se daba lugar a una iglesia con un nuevo estilo, el románico, que se acomodaba al cambio de rito, del hispano al romano, y concretaba en lo que se llama el tipo templario propio de la reforma gregoriana. He estudiado como en la historiografía se suele confundir reforma eclesiástica y cambio de rito, haciendo que una y otro confluyan en la misma cronología. pero si este error es grave, todavía es peor lo que hemos venido afirmando: reforma y rito coincidiendo en cronología dan lugar a una nueva arquitectura.
Las parias que pudiera otorgar el monarca en 1075 fueron un complemento, seguramente importante, a un proyecto que ya llevaba algunos años en gestación. Yo me inclinaría a pensar que con motivo de esta magna reunión se consagraría la capilla del Salvador, es decir el opus al que se refiere el epígrafe de los capiteles.
Todo esto obligaba a planificar la financiación, diseñar una estrategia que permitiese liberar o minimizar las hipotecas externas a las que estaba sometido el santuario y buscar un maestro de obras que proyectase no sólo un santuario sino una catedral, verdadera sede apostólica, acorde con el nuevo estilo triunfante en los reinos hispanos.
Desde mi punto de vista, lo que no tiene duda es que el nuevo templo catedralicio venía a facilitar una precisa organización del locus Sanctus clarificando la propiedad y las competencias de las comunidades religiosas que allí coexistían; a este respecto, debemos considerar que una de ellas, la de los canónigos, iba a tener un amplio desarrollo y una plena actividad litúrgica propia de una catedral además del necesario culto martirial. El espacio donde se va a levantar el nuevo templo se corresponde básicamente con el túmulo apostólico, la iglesia del Salvador y el baptisterio de San Juan más una parte del atrio del monasterio. propiamente hablando, el templo de Santiago es el minúsculo oratorio con altar que se ha erigido sobre la cripta del sepulcro. La iglesia grande, con sus tres altares, es la que corresponde a la comunidad que, por la ubicación de su templo, se conoce como Antealtares. Estos monjes celebran sus actos litúrgicos en la iglesia grande, dedicada al salvador, y además tienen el privilegio de celebrar también en el altar de Santiago.
En principio, para compensar a la comunidad de Antealtares, se le promete, además de la indemnización económica, que los monjes pudieran seguir utilizando los altares que les correspondía y la práctica ritual en el altar mismo de Santiago. estas circunstancias explican el oneroso compromiso que contrae Diego Peláez con los monjes de Antealtares: el obispo hipoteca el uso y disfrute de la nueva iglesia, nada menos que una sede episcopal, a una comunidad religiosa ajena a su persona y a su cabildo catedralicio.

La primera fase de la obra
En la cabecera de la catedral compostelana existen dos capiteles, enmarcando la capilla del Salvador, que han sido considerados el acta monumental que conmemora el comienzo de las obras del nuevo edificio románico. En uno de ellos se representa la figura de un rey sostenido por dos ángeles; un letrero nos dice lo siguiente: REGNANTE PRINCIPE ADEFONSO CONSTRUCTUM OPUS (Reinando el príncipe Alfonso ha sido hecha la obra). El otro reproduce a un joven que parece tener las manos juntas y metidas en las mangas según una actitud bien conocida entre los clérigos, también es agarrado por sendos ángeles. Su cartela dice: TEMPORE PRESULIS DIDACI INCEPTUM HOC OPUS FUIT (en tiempo del prelado Diego fue comenzada esta obra). No hay duda de que los dos capiteles han sido realizados por la misma mano; sin embargo no mantienen la lógica simetría en su ubicación. El capitel del rey corresponde al lado derecho del arco de entrada a la capilla del Salvador. El del obispo no ocupa el capitel correspondiente a la izquierda, pues se encuentra aquí uno representando sirenas, sino que se desplaza hacia la girola. Si no se trata de algo meramente accidental, que no lo creo, habría que buscar una explicación para la que no tengo absoluta certeza, aunque sí una interpretación con cierta lógica. Los dos epígrafes hablan de una obra (opus). si se tratase de la misma obra, lo que parece indiscutible, es evidente que el correspondiente al obispo señala el comienzo de la misma, mientras que el del monarca, la conclusión.
Lo que no se puede aceptar es que la citada obra sea el conjunto de la catedral, pues salta a la vista que por entonces no es que estuviese terminada, sino que se sabía que se iniciaba un proceso de muy larga duración. al igual que después el maestro Mateo “firmará” la parte concreta que realizó, aquí se está señalando también un espacio determinado. Éste debe de ser la capilla del Salvador, donde se colocaría el altar principal de la que había sido la iglesia mayor de Santiago. iniciado el trabajo en la girola, se continuó por el ábside y se daba por concluida en el arco triunfal. Todos coinciden en la identificación de los personajes: Alfonso VI y el obispo compostelano Diego Peláez. Teniendo en cuenta que Alfonso no podía ser considerado con propiedad rey en Galicia antes de 1073, este año tendrá que ser tenido en cuenta como referencia tope de inicio. Otro epígrafe, por desgracia hoy muy mutilado, se quiere que diga que las obras se iniciaron en 1075. Desde mi punto de vista, y con todas las cautelas, creo que sólo se puede decir que en el año 1075 tuvo lugar una consagración, que bien pudiera referirse en abstracto a consecr(atum) como a consecr(ata). Si la primera lectura fuera la correcta, sería lógico interpretarlo como consecratum opus, es decir la consagración de lo enmarcado por los capiteles. La llamada Concordia de Antealtares, fechada en 1077, nos confirma que por entonces ya estaban en pleno proceso de construcción las tres capillas centrales de la girola y el muro que las articulaba. Intentar precisar más, con la información documental de que disponemos, resulta un esfuerzo bastante gratuito.
Detalle de la planta de la girola indicando la ubicación del capitel con la imagen de Alfonso VI (1) y el de Diego Peláez (2)
 

Tribuna y girola definen el arquetipo de gran templo románico
La catedral compostelana, durante los casi 150 años que duró su construcción, apenas conoció pequeñas modificaciones del tipo de templo diseñado en el proyecto original. sí sufrirá una profunda transformación en su aspecto exterior, debida a la necesidad de crear un sistema de estabilización del edificio.
El arquitecto tuvo que realizar un proyecto templario que hiciese frente a las necesidades propuestas por el obispo. El edículo apostólico, que hasta entonces ocupaba un espacio autónomo detrás de la cabecera del gran templo de Antealtares, se integraría en el interior del nuevo templo constituyendo la parte nuclear de su presbiterio. Fieles y peregrinos no tendrían acceso a la cripta que albergaba los sarcófagos de Santiago y sus discípulos, pero sí contemplarían palacio el túmulo y, sobre todo, rezarían y darían rienda suelta a su piedad ante el altar de Santiago. Por otro lado, el templo no sólo debía cumplir con las necesidades del culto martirial, sino que además, como novedad, debía ser escenario de la liturgia propia de una catedral, en la que la ubicación de un coro capitular requería disponer de una parte importante de la nave central. Había que añadir un sustancial cambio de dimensiones; el edificio proyectado alcanzaría una superficie de siete a ocho veces superior a la del templo existente ante el conjunto martirial. Esta amplia topografía funcional se verá en parte enmascarada por una compleja estructura, cuya función principal era articular todo el complejo sistema de abovedamiento de la fábrica arquitectónica.
Se proyectó así un tipo de templo que respondía a la experimentación que venía desarrollando la arquitectura europea desde el cambio de milenio y que tendría en el tercer cuarto del siglo XI su eclosión en diversos monumentos de Francia y España. Girola y tribuna/triforio, sus formas más significativas, definirán durante el resto del medievo los grandes templos. Conant, siguiendo los erróneos planteamientos de Boinet y de Male sobre los edificios y la peregrinación, realizó una acientífica decantación de formas que le llevó a afirmar que los templos de Santiago, Limoges, Conques, Tours y Toulouse formaban un tipo unitario que debía recibir el título de “iglesia de peregrinación”. es evidente que todas estas iglesias son centros de peregrinación, pero también es rigurosamente cierto que la definición del tipo se ha hecho con criterios sesgados. como dijimos antes, los elementos definitorios responden a las grandes iglesias europeas, sean de peregrinación o no.
Planta de la iglesia de la catedral románica según Conant
Planta actual del conjunto


Contamos con una interesantísima descripción del templo compostelano tal como debía de ser durante la primera mitad del siglo XII. Me refiero al libro V del Codex Calixtinus, escrito entre 1139 y 1173. Gracias a este texto y lo conservado del edificio podemos hacernos una idea del proyecto original y de las transformaciones del mismo a lo largo del proceso constructivo. La descripción es tan minuciosa en los detalles, tanto en los existentes como en los que todavía no estaban hechos por entonces, que no hay duda de que gran parte de la información se hacía a partir de la maqueta del proyecto que se encontraría en las dependencias de la fábrica/obra. La arquitectura medieval, al menos la que podemos constatar desde época carolingia, contaba, además del proyecto dibujado, con maquetas que permitían hacerse una idea previa de los volúmenes y su articulación, así como la adecuación del conjunto sobre la topografía real del terreno (dispositio loci).
Se trataba de un templo en forma de cruz latina, cuyos brazos de igual anchura se articulaban en tres naves cada uno, siendo el brazo mayor, el occidental. La cabecera dispone un presbiterio rodeado de una girola (laurea). Por encima de las naves laterales y sobre la girola discurre una espaciosa tribuna.

Planta de la tribuna según F. J. Alonso de la Peña (Plan Director del conjunto catedralicio. Xunta de Galicia)
 
La girola
Esta parte de los templos, que en su origen había tenido una función de deambulatorio en torno a una cripta de culto martirial, fue adquiriendo, a partir del año mil, un sentido polifuncional: articular capillas y facilitar la liturgia procesional. El autor del Calixtino pone su énfasis en las absidiolas (capita parva) como espacios donde se dispone un altar. En el centro, la parte más oriental de la girola, se encontraba la capilla mayor (caput maius), de testero recto al exterior mientras que internamente describía una curiosa forma triconque. Se erigía bajo la advocación del Salvador. A derecha e izquierda estaban las capillas de san Juan y de san Pedro adoptando una planta semicircular. Se completa la girola con dos capillas más, en este caso de planta poligonal, dedicadas a san Andrés y santa Fe. Otras cuatro capillas más se construyen en el crucero: las dedicadas a san Nicolás y santa Cruz en el brazo septentrional, mientras que las meridionales lo serían a san Martín y san Juan Bautista.
La disposición de las capillas es la obligada en un esquema topográfico que estaba bien definido en el románico de la época. La advocación de las mismas responde a dos criterios distintos: reubicar los antiguos cultos del templo y erigir otros nuevos en función de la nueva realidad cultual y devocional. Es evidente que el gran templo que estaba ante el edículo martirial de Santiago estaba dedicado al Salvador y en dos altares contiguos a los apóstoles Juan y Pedro. Este templo, que debía ceder su espacio a la construcción de la gran basílica de Santiago, era propiedad de la comunidad monástica de Antealtares. En la llamada Concordia de Antealtares (1077), entre el obispo Diego Peláez y el abad Fagildo de Antealtares, se establecen unas cláusulas leoninas a favor de los monjes. Esta circunstancia sólo es explicable porque los altares (el Salvador, san Juan y san Pedro) eran los de su iglesia, que hasta entonces se había considerado la iglesia mayor del santuario. Así pues, estos altares pasan a tener un puesto preferencial en la girola, siendo el del Salvador el altar mayor de la misma. A los monjes se les reservará una puerta en la girola que permita su acceso directo a esta parte del templo. El antiguo baptisterio de San Juan también desaparecerá por necesidades espaciales para la nueva obra, pero como no era propiedad de Antealtares no consta en la concordia. El altar de san Juan Bautista se situará en la capilla más meridional del crucero, ubicando la pila bautismal en el tramo inmediato de la nave lateral y más próxima a una de las puertas principales del templo. Es ésta una solución funcional muy divulgada en los grandes templos románicos.


La parte curva de la girola se compone de siete tramos de planta trapezoidal cubiertos por una bóveda de arista cada uno. Partiendo de la capilla central, estos tramos alternan una solución con ventana y un óculo sobre ella, con otra en el tramo contiguo disponiendo el acceso a la absidiola correspondiente. en estos arcos triunfales de las capillas podemos comprobar como este proyecto resuelve perfectamente uno de los principios fundamentales de la teoría de la arquitectura románica que en Conques y Toulouse no se supieron interpretar. los arcos se doblan, apeando la dobladura sobre los codillos que flanquean la columna.

De capilla del túmulo apostólico a altar principal del templo
La innovación más revolucionaria del nuevo proyecto románico era la integración del edículo martirial en el interior del gran templo. esto suponía la articulación del edículo en el presbiterio, constituyéndose así en la referencia focal de todo el conjunto templario. de esta manera, la cripta apostólica propiamente dicha se integraría en el subsuelo a partir del piso del presbiterio románico. La capilla, que se había construido encima de esta cripta, funcionaría como una especie de ciborio monumental en cuyo interior estaba lo que entonces se suponía el altar que habían erigido los discípulos de Santiago. Pero esta solución no permitía una celebración ritual con el esplendor y solemnidad que se estaba imponiendo en el santuario compostelano de principios del siglo XII. Será el mismo Gelmírez el que tome una decisión drástica sobre algo que afectaba a la integridad del edículo original: “a este fin –el ampliar la mesa del altar–, corroborado con el prudente consejo de varones religiosos –Gelmírez–, se propuso destruir aquel habitáculo (habitaculum), fabricado por los discípulos del apóstol, a semejanza del mausoleo inferior (inferioris mausolei), donde sin género de escrúpulo sabemos que están encerradas las reliquias del sagrado apóstol, dando a conocer su propósito al cabildo, que sobre este punto le oponía fuerte resistencia; pues con mucha decisión afirmaban que una obra edificada por manos de tales varones, por tosca y deforme que fuese, no debía destruirse en manera alguna... pero él, armado, como esforzado guerrero, ...arrasó hasta el suelo el sobredicho habitáculo, y ensanchó por todos lados, cual convenía, aquel altar de pequeñas dimensiones que había estado desde un principio cubriéndolo con una tercera lápida marmórea. Luego, sin dilación de tiempo, comenzó admirablemente y más admirablemente terminó un frontal de plata que puso en toda su extensión cerca del magnífico y óptimo altar. Hizo también renovar el pavimento con las gradas por las que se sube al altar, dándole factura llana (plano opere) y perfectamente decorada. Además para honor del altar apostólico mandó hacer de oro y plata con variado y conveniente artificio el baldaquino (cibolium) que su exquisito gusto expuso a la humana admiración”. (Historia Compostelana, lib. I, cap. XVIII).
Como vemos por esta precisa información, la cripta quedó como estaba, pero la capilla superior es derribada dejando el altar para ser visible por todas partes. Se construye entonces un altar más grande conteniendo en su interior el original y su pequeña ampliación posterior. Todo esto requiere un tratamiento del suelo del presbiterio construyéndose unas gradas para enfatizar la ubicación del altar bajo el ciborio de oro y plata. ¿Cómo se producía el acceso de los fieles a la contemplación de la tumba apostólica? La respuesta no es fácil, pues, a diferencia de otros santuarios, en Santiago no existe un ritual en relación con el sarcófago, ni hay una tradición documentada, más o menos fantástica, sobre el tema. Si a todas estas carencias añadimos ciertas informaciones documentadas sobre la negación de permiso para contemplar la cripta a algunos personajes, así como el no hallar un testimonio arqueológico que nos indicase una posibilidad de acceso a la misma, tendremos que admitir que la cripta propiamente dicha nunca se organizó como un espacio de veneración pública.
Es más; pienso que la entrada a ella o estaba sellada o se abría de manera bastante dificultosa. Hasta entonces los peregrinos entraban en la capilla y rezaban a Santiago dirigiéndose al altar. Gelmírez, al derribar los muros de la capilla, dejaba el altar a la vista de todos, circunstancia que le llevó a construir una capilla en la que pudieran rezar de manera más íntima y privada: “Mas como el altar (altare), construido de la manera que hemos dicho, estaba por todas partes patente a los humanos ojos, sin quedar sitio alguno oculto donde pudiesen los devotos satisfacer el deseo de orar secretamente, era oportuno, y para la santa meditación evidentemente necesario un local recogido, a fin de que las almas radiantes con el esplendor de la interna contemplación, ora lavasen con abundante raudal de las lágrimas, derramadas en lugar retirado, las manchas de sus conciencias, ora respuestas, digámoslo así, con los regalos del celestial convite, y favores de la santa oración, saliesen exoneradas de la pestífera mole de los vicios. de aquí comenzó el obispo a insistir consigo mismo en el pensamiento de hacer una confesión (confessio) junto al altar, deseando íntimamente hacerla con infatigable solicitud, y que al fin llevó a cabo por debajo de dos de las columnas del altar que sostienen el baldaquino. Mas cuán amplia y magnífica la construyó, aparece cuando da feliz entrada a los que la visitan”. (Historia Compostelana, lib. I, cap. XVIII).
Esta confessio jacobea, construida por Gelmírez y situada a partir de las dos columnas orientales del ciborio, ocupaba todo el hemiciclo del presbiterio. Se accedía a ella desde la girola, justamente frente al arco de la capilla del Salvador. El Calixtino, además de informarnos la advocación del altar de esta capilla, nos amplía los usos de la misma en función con los peregrinos: “entre el altar de Santiago y el del Salvador está el de santa María Magdalena, donde se cantan las misas tempranas para los peregrinos”.
La capilla fundacional de la catedral de Santiago dedicada a San Salvador ocupa la posición más al este de la girola, justo tras el lugar donde se ubica la tumba apostólica. Desde su embocadura se puede ver una estrella al frente que indica el lugar dónde se halla la citada tumba. 
Capilla del Salvador
Capilla del Salvador
Capitel del lado izquierdo del arco de embocadura a la capilla encontramos a Alfonso VI, identificado por la inscripción: "REGNANTE PRINCIPE ADEFONSO CONSTRVCTVM OPVS" (Reinando el príncipe Alfonso se hizo esta obra
El equivalente alusivo al obispo Diego Peláez: "TEMPORE PRESVLIS DIDACI INCEPTVM HOC OPVS FVIT" (En tiempo del prelado Diego se comenzó esta obra". 

El arco triunfal es doblado y se halla elegantemente decorado a base de baquetón y escocia en arco y dobladura. Posee además inscripción pintada alusiva a la titularidad de la capilla. Los capiteles de esta zona más próxima al atar son diferentes a los del resto de la capilla.

Para empezar, el material en que se labraron es el mármol. Además su estilo más arcaico difiere de los restantes. No sería descabellado pensar en ellos como reutilización de un templo precedente.
El situado a nuestra izquierda (Imagen primera) muestra a un personaje con vestidura clásica a modo de túnica sentado en silla de tijera no decorada que sujeta por el cuello a sendas aves de gran tamaño situadas una a cada lado de él. En las caras laterales, tras las aves, hay vegetación muy estilizada con sus frutos. Los ojos del personaje y los de las aves están señalados por orificios de trépano. Se ha apuntado a que este personaje podría representar la escena de la ascensión de Alejandro al cielo llevado por dos grifos; pero a mi entender faltan casi todos los atributos del mito. Basta compararlo con la deliciosa imagen de Revilla de Collazos (Palencia) donde hay silla con arneses sujetos a los grifos, grifos y pértigas con carne para que éstos vuelen. Más pienso que la escena pueda estar en relación con el Señor de los Animales, figurando el dominio del hombre sobre la naturaleza.
Frente a él hay otro capitel también de mármol y tosca hechura con cesta muy cuadrada obligando a que torso y cuerpo de los grifos que lo adornan formen casi un ángulo recto (Imagen segunda). En la cara frontal del capitel y entre ambos grifos hay un cáliz y sobre él y tras las cabezas de los grifos un elemento circular que asoma dando la sensación de forma eucarística. Sin duda, tras la aparente sencillez de la idea debe de haber más trasfondo simbólico del que vemos.
Los capiteles de las arquivoltas de los vanos laterales se muestran en las imágenes 1, 2 y 3. El capitel de la imagen 1 se decora con leoncitos que muerden su cola y en el de la imagen 2 hallamos volutas vegetales en su nivel inferior. En ambos hay caulículos con apoyo de sogueado entre los mismos y decoración bajo ellos que me evocan sin duda el estilo jaqués; tanto de la propia cabecera de la catedral como de Iguacel. También es directamente jaqués el que asoma en el lado derecho del muro, semioculto desde la posición que tras la verja me veo obligado a tomar la foto: Imagen 3. En el mismo se distingue un grifo; pero sobre todo, un elegante pitón jaqués bajo el caulículo.
Imagen 1
Imagen 2
Imagen 3 

La tribuna.
De su función arquitectónica a su uso por la comunidad catedralicia.
El Calixtino nos habla con admiración de los pisos en que se divide el interior de la iglesia: “y está edificada doblemente, como un palacio real (regale palatium)”. Se expresa en estos términos al tener presente aquí una de las soluciones arquitectónicas más característica de los palacios reales: dos pisos como en el palacio de la monarquía astur en Naranco. No debía de tener muy claro a qué uso se destinaba el amplio espacio de la tribuna. Al ignorar el nombre que identifica este espacio en la arquitectura templaria, no duda, siguiendo con el argumento que había utilizado anteriormente, en denominarlo palacio. Sobre su función tan sólo es capaz de un comentario estético, claro recurso literario: “Quien por arriba va través de las naves del palacio –naves palacii– (los traductores interpretan esta expresión: “naves del triforio”; “naves de la tribuna”), aunque suba triste se anima y alegra al ver la belleza de este templo”.
La tribuna, en las basílicas tardías de Roma, se utilizó para que los fieles pudieran contemplar los sepulcros de los mártires situados en el altar principal. Sin embargo no tuvo continuidad en la arquitectura occidental. Volvió a reaparecer, por influencia de la arquitectura bizantina, en un edificio singular de la arquitectura otoniana: San Ciriaco de Gernrode, templo edificado por el margrave Gero entre el 960-965. Como este templo estaba destinado a una comunidad de monjas, se ha propuesto interpretar la tribuna como un espacio destinado a ellas, tal como en oriente eran ocupadas por las mujeres. Sea cual fuere la causa de su construcción en Gernrode, la realidad es que causó tanto impacto entre los constructores de la época que, a partir de entonces, fue objeto de diferentes experimentaciones en las nuevas basílicas. En la Champagne surgen templos que disponen arquerías sobre los arcos de los intercolumnios que separan las naves, como si tras ellos existiese una tribuna. En realidad no hay nada, sólo se ha subsanado algo que obsesionaba a los arquitectos: el terrible paramento liso y pesado que caracteriza el llamado muro prerrománico, según expresión de la historiografía arquitectónica germánica. Los vanos bíforos sobre los intercolumnios de San Esteban de Vignory, iglesia consagrada en 1050, han sido interpretados como uno de los hitos en el proceso de definición del triforio románico. Una de las grandes preocupaciones del arquitecto medieval es experimentar en búsqueda de la fórmula articulatoria que defina los muros laterales de la nave central, experimentación que se prolongará incluso en la arquitectura gótica. En este mismo sentido los arcos bíforos de la catedral compostelana, además de facilitar el paso de la luz desde las ventanas de la tribuna, constituyen un hermoso y monumental triforio románico.
Cuando contemplamos la altura alcanzada por la nave central compostelana, nos damos cuenta que su proporción con respecto a la anchura es de una enorme esbeltez, 1/3, prácticamente igual a la del primer gótico. Si la altura podía crear problemas en la estabilidad del edificio, éstos se agravan al tener que abovedar tal como exigía la teoría de la arquitectura románica. ¿Cómo se consigue controlar los empujes de una bóveda de cañón sobre fajones cubriendo un espacio tan alto? La arquitectura romana tenía una solución: un grueso muro complejo. En realidad este muro complejo era una sólida estructura compuesta por dos muros paralelos, entre los cuales se disponían espacios sólidamente abovedados. Si observamos una sección transversal de la catedral compostelana, veremos como la nave central está “amarrada” de arriba abajo por una sólida estructura de dos pisos, nave colateral y tribuna, ambos abovedados. Lo lógico era que sobre el triforio (recuérdese que en este caso los arcos de la tribuna funcionan como tal) se abriese una línea de vanos que iluminase la nave central; sin embargo, al igual que en casos más simples como la iglesia de San Martín de Frómista, no se hace por miedo a la estabilidad del edificio. El tipo de la tribuna de Santiago, paradigma del románico, será abandonado cuando el gótico resuelva de manera más práctica sus funciones estéticas y constructivas.
El triforio haciendo ángulo donde se unen los tramos norte y oeste, este último justo sobre el Pórtico de la Gloria, delimitando la nave central del cuerpo principal de la cruz latina que describe la planta catedralicia.
Aspecto de la tribuna al bordear la capilla mayor.
Detalle del “triforio” desde el interior de la tribuna 

La tribuna se concibe como un espacio lo más amplio y alto posible desde la parte correspondiente a la girola. Basta comparar con los edificios del mismo tipo para darse cuenta como los supera, no sólo en las diferencias sensibles de anchura y altura, sino en una concepción espacial de carácter monumental. Con este fin recurre a utilizar el orden columnario con una complejidad organizativa sin parangón en la arquitectura románica, especialmente para un lugar como éste. También se facilita con grandes vanos la comunicación con el interior del presbiterio, aunque debemos advertir que el podio intercolumnario ha sido rebajado en una reforma posterior. La nave de la tribuna, al abandonar la curva de la girola y pasar a las partes rectas, se hace más alta adquiriendo la forma que mantendrá a lo largo del resto del edificio. Surgen así amplios espacios definidos por la sucesión de tramos de formas absolutamente regulares, que crean, tanto interna como externamente, una bellísima imagen ritmada de su arquitectura.
Aunque la denominación de tribuna lleva a interpretar este espacio como una ampliación del piso bajo, en realidad es una zona que no tiene un acceso fácil y fluido desde las naves inferiores. Salvo en las zonas de cierre de los brazos del templo, desde la tribuna solo se visualiza lo que está enfrente; para ver abajo es necesario sacar más de medio cuerpo fuera de los vanos. Si lo dicho hasta aquí creo que demuestra cuáles son las verdaderas razones de la existencia de la tribuna, también es evidente que una vez que existe este espacio se le intenta buscar un aprovechamiento funcional. En principio siempre tuvo un acceso restringido, destinándose a su utilización por el obispo y la comunidad catedralicia. El obispo pasaba directamente aquí desde su palacio, cuya puerta de comunicación todavía se conserva. Desde la tribuna se tenía el acceso a las cubiertas mediante las escaleras situadas en los extremos del crucero y en la intersección de éste con la nave mayor del templo, por lo menos hasta la construcción de las escaleras en las grandes torres de la fachada occidental.
Este ámbito de uso privado sirvió para colocar en él altares correspondientes a devociones y servicios propios del prelado y de su cabildo. Así Gelmírez, hacia 1120, dispuso para su comodidad que se situase su capilla personal en la tribuna sobre el crucero septentrional: “asimismo, porque el coro estaba muy distante de estos palacios y le resultaba muy molesto ir y volver, subiendo y bajando continuamente, construyó una capilla arriba sobre el pórtico (porticum), ante la cual está la fábrica de la moneda frente a la iglesia del glorioso Santiago, a la derecha de los que salen de la misma iglesia apostólica. Consagró dicha capilla en memoria del Apóstol San pablo, de San Gregorio, de San Benito y de San antonino. Porque antes que se fabricase la presente iglesia de Santiago, los altares de San Benito y de San Antonino estaban en las torres que para defensa de la apostólica iglesia había construido el obispo Cresconio ante la vieja iglesita. Estas torres las había destruido el arzobispo, al edificar esta insigne iglesia apostólica; por lo cual quiso reponer en sus honores a San Benito y a San Antonino; que, pues él les había destruido sus altares, él mismo había de procurar que tuviesen memoria en la dicha capilla, como así se hizo” (Historia Compostelana, lib. II, Cap XXV).
Dos años más tarde se trasladarían los altares de las antiguas torres al brazo opuesto de la tribuna. En medio de la girola de la tribuna se dispuso otro altar dedicado a San Miguel, siguiendo la tradición de dedicar a este arcángel las partes más altas de un templo.
También encontramos algún capitel zoomorfo como el de la loba que amamanta a sus crías. Lo vemos aquí, se transmitió después a otros templos y así el mismo tema se halla en la fachada de la ex-colegiata de Xunqueira de Ambía y en la de la iglesia de San Pedro de A Mezquita, en el también concello ourensano de A Merca. La loba amamanta a Rómulo y Remo, los fundadores de la ciudad de Roma. La presencia de la loba dando su leche a las crías en un templo cristiano medieval nos está indicando la ciudad eterna, Roma, en la que está la sede de Pedro, la sede de la Iglesia.
Las lobas amamantando a sus crías aluden a Roma.
 

El aspecto del románico en el proyecto compostelano
Como todas las catedrales, las necesidades del obispo como señor feudal obligaron a trasformar el aspecto de templo en una verdadera fortaleza militar que defendiese sus derechos frente a sus vasallos y frente a enemigos foráneos.
En este proceso de ocultamiento de las formas del proyecto original no faltan los nuevos usos cultuales y estilísticos. Si a todas estas razones añadimos criterios de restauración, unos convenientes y otros caprichosos, nos encontramos con que el aspecto exterior de la catedral prácticamente no se percibe en la actualidad. Un dibujo de Vega y Verdugo nos permite ver cuál era la imagen del conjunto oriental de la catedral hacia 1655-1657. Podemos ver aquí como, en la parte alta, los muros románicos han sido trasformados por lienzos completos de almenado, pero este aspecto de fortaleza todavía se reafirma aún más con nuevas arquitecturas castilleras añadidas al conjunto: a nuestra derecha está la torre del arzobispo Berenguel, construida para situar la máquina de guerra que domine la ciudad; a la izquierda, la torre del palacio encastillado del arzobispo. este dibujo, completado por la arquitectura aún conservada, permitió a Conant realizar una magnífica reconstrucción de esta parte del templo románico según el proyecto original. 
Aspecto oriental del conjunto catedralicio (1655/1657) según Vega y Verdugo
Reconstrucción de la parte oriental de la Catedral románica según Conant 

Sin negar que esta parte de la iglesia responde, en la concepción general de sus volúmenes, al mismo tipo de los edificios franceses con los que tradicionalmente se compara, es evidente que el tratamiento de los muros y algunos aspectos estructurales son sustancialmente diferentes. el conjunto del cuerpo de la girola es tratado como si fuese una obra de orfebrería que acumula elementos ornamentales de todo tipo articulados sobre el paramento. El dibujo nos permite ver el testero de la capilla del salvador, decoración que hoy no se conserva. El frente remataba en un frontón, mientras que su paramento se organizaba con dos arcos en mitra flanqueando uno semicircular en cuyo interior se disponía un arco polilobulado. Salvo este último arco, el conjunto de la fachada parece un calco de la iglesia hispanovisigoda de san Fructuoso de Montelios. Moralejo ve en estas formas del Salvador un recuerdo de lo que pudo haber sido el túmulo apostólico. sin negar que esto sea posible, debemos tener en cuenta que ésta es la solución que también se da en el remate de las fachadas de los brazos del crucero. Por otro lado deberíamos tener en cuenta que la presencia de arcos en mitra está también presente en san Saturnino de Toulouse.
Remate de la parte alta de la nave del crucero 

El primer nivel, el que arranca directamente del suelo, se define con los absidiolos. Forman una sólida estructura vertebrada por vanos, columnas y cornisas, que contrarresta a su nivel los empujes de la fábrica. Graciosas acróteras remataban la cima de estos ábsides. En una de ellas todavía podemos percibir la imagen de un David/Sansón. En los espacios libres entre las capillas se disponen ventanas; las correspondientes a la girola llevan óculos por encima de ellas. Si toda esta organización responde al mismo tipo y esquema que los otros edificios, Compostela añade la presencia de puertas. Según el Calixtino, las correspondientes a esta parte del templo serían cuatro: en el brazo septentrional del crucero, la de Santa María; en la girola, la de la Vía sacra y la de san Pelayo; en el brazo meridional del crucero, la de la canónica. Aunque esta situación de las puertas no es la habitual en la topografía canónica de un templo, la existencia de las puertas tiene toda la lógica en función de los usos rituales, la organización del conjunto catedralicio y los compromisos contraídos por el obispo.
La puerta de san Pelayo debió de ser pactada con los monjes de Antealtares para permitir a éstos el acceso fácil a los altares sobre los que tenían jurisdicción. El mantenimiento del culto en la iglesita de Santa María hacia lógica una fácil e inmediata comunicación con la catedral. La de la Vía sacra era utilísima para el desarrollo del ritual estacional del santuario. La puerta de la canónica se situaba en el crucero, pues era el más cómodo y rápido acceso de la comunidad desde el lugar en el que estaba ubicada su residencia.
David/Sansón y el león. Acrótera de la capilla de Santa Fe
Puerta de la Vía Sacra entre la capilla de San Juan y la de Santa Fe
Fachada de la puerta Vía sacra 
Muro exterior de la girola de la tribuna
Muro exterior de la girola de la tribuna 
Parte alta del muro exterior del presbiterio
Ventanas altas del muro oriental del crucero septentrional 

Sobre este primer orden de capillas y vanos surge un segundo cuerpo arquitectónico que no existe en los otros edificios. Su existencia está justificada por el gran desarrollo alcanzado por la tribuna interior, característica exclusiva del templo jacobeo, tal como ya hemos comentado. Las saeteras que se abrían a esta zona para iluminar la tribuna se flanquearon por un par de columnas que soportarían la cobija de una cornisa, que terminaría impostándose con el cimacio de los capiteles de las ventanas del crucero. A cada lado de estas saeteras se disponían dos arcos ciegos. Sin embargo esta rica solución articulada no se llegó a concluir: sobre las columnas que flanqueaban las saeteras se voltearon arcos.
Por último venía un tercer orden, el correspondiente al cierre del presbiterio que sobresalía por encima de la tribuna. Aunque recrecidos, todavía podemos ver los planos que conformaban el paramento externo original. El sistema de articular el muro nos permite observar cuál era el proyecto previsto para el orden inferior que, tal como acabamos de comentar, sufrió cambios debidos a un mal cálculo de alturas y a una profunda trasformación de la idea original. Las saeteras se flanquean por un par de columnas que, con algunos canecillos, soportan la cornisa. En las esquinas de los paños murarios se disponen columnas entorchadas. Las saeteras se abren en paños alternados con otros en los que se sitúan de manera decorativa arcos trilobulados o columnas. Tanto este orden como el anterior muestran recursos ornamentales similares a los empleados en las fachadas del crucero.
Cuando contemplamos el muro oriental del crucero con sus cinco grandes ventanas que todavía se conservan en su integridad, descubrimos dos características fundamentales del edificio en relación con el estilo: el sistema de ocultamiento del contrarresto y la luminosidad del edificio.

El sistema de ocultamiento del contrarresto
La visión que se suele dar de la arquitectura románica se fundamenta en las características de los edificios de segundo orden e inclusive de construcciones mucho más modestas. Es un caso insólito en la historia de los estilos, pues lo lógico es que sean las obras maestras las que sirvan para definir los grandes logros de un estilo. Formados con esta visión sesgada de la caracterización de la arquitectura románica, nos parece increíble la esbeltez de la catedral de Santiago, que antes comentábamos.
El arquitecto, en un arranque de genio, decide mostrarnos toda la superficie paramental de los brazos del crucero limpia, sin ningún tipo de resalte vertical; tan sólo rompen la continuidad del paramento las ventanas y el volumen de la cornisa (hoy no se conserva). Ninguno de los arquitectos de las otras grandes iglesias del grupo se ha atrevido a tanto. Los arcos diafragma que delimitaban en tramos la tribuna acusaban al exterior unos contrafuertes para contrarrestarlos. Así Toulouse, Conques, Limoges y Tours presentaban estos muros cortados verticalmente por gruesos contrafuertes que trasmitían una sensación de pesadez que afeaba el conjunto. En Compostela, el arquitecto, perfecto conocedor de los cálculos del contrarresto necesario, decidió que con la solución interna y el muro corrido exterior bastaban para estabilizar la bóveda de la nave central. Esto le permitió mostrarnos ese gran muro de aspecto liviano al desembarazarse de la monotonía y pesadez de los contrafuertes.

La luminosidad del edificio
El Calixtino muestra su admiración por el edificio en multitud de ocasiones a lo largo del texto, pero con estas palabras que exponemos a continuación expresa su valoración de conjunto: “en esta iglesia, en fin, no se encuentra ninguna grieta ni defecto; está admirablemente construida, es grande, espaciosa, clara, de conveniente tamaño, proporcionada en anchura, longitud y altura, de admirable e inefable fábrica”. Hemos comentado ya como son evidentes estas características; sin embargo hay una, “iglesia clara”, que nos cuesta creer al entrar en el edificio actual y si tenemos en cuenta lo que tradicionalmente se dice del estilo románico. El proyecto sólo privó de luz directa la nave central; sin embargo la existencia de una gran ventana en cada tramo de las naves colaterales y otro tanto en las tribunas contribuía a que las gentes de la época admirasen la luminosidad del templo. Circunstancia que llevó a Gelmírez a renovar los viejos edificios de Santiago de Padrón y Santa Eulalia de Iria con construcciones románicas “a causa de la excesiva obscuridad de estos vetustos edificios”. (Historia Compostelana, lib. i, cap. XXII).

 

 

 

 

 

 

 

 

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[1] 5 Liber Sancti Jacobi, Codex Calixtinus, libro v, cap. IX, p. 556. cito según la traducción clásica de A. Moralejo, C. Torres y J. Feo, Santiago de Compostela, 1951, p. 556. para el texto en latín me remito, en última instancia, a la transcripción de K. Herbers y M. Santos Noia, Liber Sancti Jacobi, Codex Calixtinus, a coruña, 1998, pp. 251-252.