La provincia de A Coruña en la época del
románico
El rey García de Galicia, mediante diploma
signado el día 23 de febrero de 1067, transfirió ciertos derechos de propiedad
y algunos privilegios de carácter político al abad Tanoi y a los monjes que,
bajo su autoridad, ponían en práctica los preceptos de la regla de san Benito
en el lugar de Toques. San Antolín de Toques, escondido en un pliegue de la
falda de la Sierra del Bocelo que mira al Sureste, no lejos del camino de
Santiago a su paso por el centro de Galicia, sigue conservando hoy, en sus
agrestes soledades, las características que, ya desde la alta edad media,
hicieron de su apartado emplazamiento un lugar muy adecuado para la vida
cenobítica. es éste, por varias razones, un buen sitio para empezar nuestro
breve recorrido por la especialmente rica historia de tiempos del románico en
el escenario territorial de la provincia de a coruña. no son poca razón para
empezar allí nuestro viaje los rasgos protorrománicos de parte de lo que de la
iglesia monástica ha llegado a nuestros días. Hay más razones. San Antolín es,
ante todo, un punto muy adecuado para hacer pasar por él las coordenadas
espacio-temporales de nuestro estudio.
Estamos junto al límite de la provincia de A Coruña;
quienes hacen la decimotercera, larga y última etapa del viaje a Compostela
–tal como, entre Palas y la meta final, ha quedado establecida en el libro
quinto del Liber Sancti Iacobi– entran, a la altura del monasterio de Toques,
en el territorio que aquí nos importa.
Las circunscripciones provinciales
decimonónicas no tienen equivalente, como se sabe bien, en la Edad Media; pero
en el caso de A Coruña no es difícil hacer una traducción relativamente fiel.
la diócesis es, en categorías espaciales del medievo, el territorio comparable
a la provincia; casi toda la provincia de A coruña está dentro de la diócesis
de Santiago. después de la insistente pugna que sostuvo Diego Gelmírez con los
obispos de Mondoñedo por la incorporación a su jurisdicción eclesiástica de los
arciprestazgos de Bezoucos, Trasancos y Seaia, solamente una reducida parte del
nordeste de la provincia se queda fuera, entonces y hoy, de la diócesis
compostelana. Y, precisamente en el lugar en que hemos comenzado, se produce
una pequeña irrupción de la sede lucense en tierras coruñesas.
Lo demás, la mayor parte del territorio que
aquí importa, dependía, a los efectos eclesiásticos entonces principalísimos,
de los obispos y, desde 1120, de los arzobispos de la sede apostólica. Todo el
espacio diocesano y provincial se hallaba dividido, a efectos eclesiásticos y
políticos, en terrae, territorios que podríamos considerar de dimensión
comarcal y que, articulados, en el doble escalón de arciprestazgos y
arcedianatos, han conservado largamente su sentido en la administración de la
iglesia. en la Historia Compostelana se nos han transmitido abundantes
referencias a este sistema de la organización territorial de la edad media.
Sólo una breve selección de los nombres transmitidos nos muestra que, desde
Postmarcos a Abeancos, en el Sur, entre Nemancos y Trasancos, al norte, desde Entíns
a Sobrado, pasando por Barcala o Montaos, en el centro, todo el territorio
provincial estaba cubierto por la red de las terrae. es, a la altura del
siglo XII, una red vieja o, como indica en ocasiones su toponimia, muy vieja,
puesto que puede remontarse al tiempo de la Galicia castreña romana y
prerromana.
Cuando, durante los siglos de la antigüedad
tardía, los poblados fortificados de altura que venían constituyendo la forma
de asentamiento de los habitantes del noroeste, fueron abandonados y
sustituidos por asentamientos abiertos en el valle y la llanura, por debajo de
los territorios castrales se creó una nueva red, mucho más fina, conformada por
las villae, el marco esencial del asentamiento de las comunidades
campesinas. por debajo de las terrae, de raíces castreñas, la red de las
villae, final y definitivamente escogidas por los administradores eclesiásticos
de tiempos gregorianos como asiento de la función parroquial, estaba plenamente
viva en la época del románico; sigue estándolo hoy como referencia principal
del espacio en Galicia. Y es en esa malla en la que quedaron prendidas las
numerosas manifestaciones del románico rural.
Este cuadro organizativo sólidamente asentado
desde antiguo conoció, en los siglos centrales de la Edad Media, algunos
cambios significativos de índole indudablemente política, que se corresponden
con la plena articulación del feudalismo.
El juego de poderes alrededor de la monarquía
dio lugar a un sistema de control del territorio del reino en el que las viejas
terrae siguieron cumpliendo, dominadas ahora desde los castillos, función
importante en el permanente sistema de equilibrios y desequilibrios en que se
mantenía la relación entre el rey y los aristócratas laicos. el flujo político
entre monarcas y clérigos, esencialmente canalizado a través de obispos y
abades, dio lugar a los cotos jurisdiccionales, nuevos marcos de organización territorial
que se sobre impusieron a los ya existentes. Junto a los cotos que dependieron
de los monasterios más importantes, la Tierra de Santiago fue, sin duda, el más
extenso y significativo de todos ellos. en tiempos de diego Gelmírez, el
espacio de específico dominio político de los obispos compostelanos ocupaba,
entre los ríos Tambre y Ulla, entre el río Iso y el mar, todo el tercio
meridional de la actual provincia coruñesa.
De dimensiones más modestas, el coto del
monasterio de Santa maría de Sobrado, crisol de tradiciones y de novedades, es
un buen testimonio de la participación de los abades en el ejercicio del regnum.
Hubo aún un tercer invitado a la mesa del poder: los nacientes núcleos urbanos.
en ellos y en torno a ellos se generaron, rasgando aquí y allá las viejas
redes, nuevos espacios económicos y políticos que los concejos aspiraron a
dirigir. en el tránsito del siglo XII al siglo XIII, el nacimiento de A Coruña
expresa muy bien el impulso final de la urbanización medieval de Galicia. Compostela,
Sobrado y A Coruña son los tres observatorios que escogeremos aquí para
contemplar el discurrir de la historia en que se enmarca el románico en el
extremo noroccidental de la península ibérica.
Volvamos antes a San Antolín de Toques, para
hacer pasar también por ese punto el eje del tiempo a que atenderemos. Ya hemos
dicho que en su iglesia se encuentran testimonios expresivos del primer
románico gallego. Nuestro tiempo se inicia allí, entonces, al comienzo del
último tercio del siglo XI. reina, en Galicia, García, el benefactor del abad y
los monjes que, en Toques, seguían los preceptos de la regla benedictina. así
se hace constar en el privilegio real, al referirse a la cella, asentada en las
rocas, en la que vivía el abbas Tanoi cum agmine monacho rum beati Benedicti
regula clarens. No es irrelevante el dato; estamos ante la más antigua
referencia segura del seguimiento integral de la norma casinense en un
monasterio de Galicia. No es imposible que la novedad del hecho y la
importancia que se le da sean las razones de que lo subraye el redactor del
diploma regio: al cumplimiento de la regla de Benito obedece el brillo
especial, el esplendor que se atribuye al abad Tanoi. Era, ya lo hemos dicho, el
lugar apartado; pero no estaba lejos del cauce por el que fluían intensas las
comunicaciones de la época, por el que alcanzaban el extremo noroeste novedades
que llegaban de lejos. el rey García donó al monasterio de Toques el lugar, la
villa, de Meire; estaba situada a la orilla del río Seco, junto a Leboreiro, es
decir, al lado de la ruta principal a Compostela, el camino francés, que es
seguramente el mismo illo camino que expresamente se menciona como
límite de la heredad donada. Algunos años atrás, durante el tiempo en que
García, todavía infante, se educaba en Compostela con el obispo Cresconio, el
canónigo de San Pedro de Lieja, Ricardo, se cruzó en el viaje de regreso desde
Santiago con un grupo de compatriotas que hacían el camino de ida de su
peregrinación; todos ellos pasaron por las lindes de la heredad de San Antolín
de Toques y sus viajes muestran bien la dimensión ampliamente europea del culto
al apóstol alcanzada desde los años del siglo XI. El tiempo a que atendemos es
el de la edad de oro de la peregrinación medieval a compostela y ese telón de
fondo es, se sabe bien, fuente constante de explicaciones en el ciclo completo
del arte románico del noroccidente ibérico.
En la definición de los hitos políticos, el
documento real de San Antolín de Toques ofrece también sólido apoyo para fijar
el inicio de nuestro recorrido histórico.
Reinaba García sobre el territorio que,
comprendido entre el mar cantábrico, el río Mondego, el océano Atlántico y el
macizo Galaicoduriense, le había correspondido en el reparto del reino con sus
hermanos Sancho y alfonso, decidido desde 1063 por Fernando i. comenzamos,
pues, en el tiempo del reino repartido. duró la división poco tiempo. las
luchas entre los hermanos, la muerte de Sancho en el cerco de Zamora y el
encarcelamiento de García en el castillo de luna hicieron a alfonso vi rey
único en Galicia, León y Castilla desde 1072.
Hubo aún un nuevo y último reparto del reino;
el que tuvo lugar en 1157 a la muerte de alfonso VII, que dejó a su hijo
Fernando el gobierno de León y Galicia, y a su hijo Sancho el gobierno de Castilla.
la división duró más tiempo en esta ocasión; concluyó cuando, en 1230, los
reinos leonés y castellano se reunieron bajo el dominio de Fernando III, para
dar lugar al espacio político que conocemos con el nombre de Corona de Castilla.
Situamos ahí, en las primeras décadas del siglo XIII, el final de nuestra
andadura. empezamos y concluimos, pues, en tiempos de reino dividido.
Señalemos que la posición de Galicia es muy
diferente entre la división del siglo XI y la que tiene lugar casi un siglo más
tarde. en tiempos de García, Galicia, que, en ese momento es aún la Gallaecia
de tradición antigua, prolongada hasta la línea del Mondego como consecuencia
de la conquista de Coimbra en 1064, es, en pie de igualdad, una de las tres
piezas que resultan del reparto. Todas las posibilidades de evolución política
en la fachada atlántica del reino estaban abiertas. a la muerte de Alfonso VII,
cuando el reino volvió a dividirse, la situación fue ya distinta. en 1158,
Fernando II y Sancho III, los sucesores, establecieron entre sí un acuerdo de
paz. en él, se titula Sancho rey de Toledo y de Castilla; Fernando, rey de León
y de Galicia. Una de las cláusulas del tratado expresamente se refiere al rey
de Portugal: Et nullus nostrum ali quam compositionem uel amicitiam cum rege
Portugalis, uel cum aliquo alio, faciat que alteri nocere possit, absque
consenso, consilio et uoluntate alterius. El reparto, puesto que se
reconocía de facto la independencia del rey de Portugal, era en realidad en
tres partes y no en dos. Galicia, que, fijada la frontera del miño es ya la
Galicia actual, ha cambiado de posición respecto al siglo XI y, separada de Portugal,
se vincula ahora al reino leonés. durante los reinados de Fernando II y Alfonso
IX, el peso territorial y político del redefinido territorio gallego es aún
significativo en el conjunto del reino. Dentro de él, Santiago es la sede
distinguida con la dignidad metropolitana y será escogido el templo
compostelano como panteón real. después, a partir de la definitiva unión de Castilla
y León, la plena afirmación del reino portugués y el rápido avance hacia el sur
de la frontera cristiana empujan a Galicia hacia una posición periférica, que
no es sólo geográfica sino también política. pero ese es, para nosotros, el
futuro en que no hemos de adentrarnos.
Antes, entre las últimas décadas del siglo XI y
las primeras del XIII, por Galicia pasaron los principales hilos argumentales
de la historia política del reino. del reino de Hispania, conviene decir. así
era, en efecto, cuando nuestra historia comienza. El rey García signó de este
modo el privilegio concedido al abad Tanoi: Ego Garsia, nutu Dei rex, diuina
misericodia imperans Ispania hunc meum factum confirmo. En la única ocasión
en que en sus diplomas conservados se alude a la proyección territorial del
ejercicio del regnum, no es la amplia Galicia que gobernaba lo que
aparece, sino Hispania, el conjunto del reino. No puede ser más clara la
referencia a la tradición hispano gótica. García se entiende a sí mismo, junto
a sus hermanos, como cogobernante en el reino de Hispania, que es el reino en
que mandan los reyes que reclaman para sí la legítima sucesión de los reyes de
Toledo. con el reino unificado, Alfonso VI, en esa misma tradición, se entendió
a sí mismo como imperator Hispanie; con el título de imperatrix
Hispanie encabezó la reina Urraca alguno de sus diplomas; el hijo de Urraca
y Raimundo de Borgoña, Alfonso VII, reorientó la tradición tiñéndola de usos
feudales y se coronó y tituló imperator totius Hispanie en tanto que rey
de reyes vasallos. Y condujo hasta su final, al repartir el reino entre sus
hijos, la vieja idea del reino de Hispania. Luego gobernaron la Península Ibérica,
en Portugal, en Castilla, en Aragón, los jefes de las monarquías feudales. En
este viaje, Galicia, que comenzó siendo pieza esencial en el cogobierno de
Hispania, llegó a la meta redefinida en su territorio y convertida en regnum
sin rey en la corona de castila.
Pero, durante el tiempo del románico, entre las
balbucientes manifestaciones de la iglesia de Toques y los anuncios de un nuevo
estilo en las iglesias cistercienses, entre el comienzo de las obras del templo
compostelano en 1075 y su definitiva consagración en 1211, en el extremo
noroccidental se conocieron, sobre todo, estímulos de comunicación y de
integración que no pueden explicarse, solamente, en razón de una frecuentada
ruta de peregrinos.
Compostela
Compostela es un mirador privilegiado de esta
historia. ante todo, por la abundancia y la riqueza del conjunto de textos
escritos que, encabezados por la Historia Compostelana, allí se compusieron a
fines del siglo XI y durante la primera mitad del siglo XII. nos muestran, en primer
lugar, la ciudad misma.
Extraordinariamente viva, abierta a todos los
vientos. el autor del libro V del Códice Calixtino concluye, de este
modo, la enumeración de nombres de pueblos del camino entre Somport y Santiago:
“y por último Compostela, la excelentísima ciudad del apóstol, que posee
toda suerte de encantos y tiene en custodia los preciosos restos mortales de
Santiago, por lo que se la considera justamente la más feliz y excelsa de todas
las ciudades de España”. Ha de descontarse, desde luego, la propaganda;
pero, si la propaganda es inteligente, y ésta ciertamente lo parece, no ha de
despegarse demasiado de la realidad. en el conjunto de los reinos
hispanocristianos, a la altura de los años centrales del siglo XII, no es
negación de la realidad incluir a Compostela entre los núcleos urbanos
relevantes. Lo era; y las cosas venían de atrás. Cuando, en 997, Almanzor llegó
en una de sus razzias hasta la tumba de Santiago, buscaba no sólo golpear el
prestigio de los infieles, sino conseguir botín en el lugar santo –sólidamente
fortificado a mediados del siglo por el obispo Sisnando II– y en el denso suburbio
que para entonces había crecido ya en su entorno. Aproximadamente seis décadas
después, el obispo Cresconio, el protector y maestro del infante García, mandó
construir un segundo recinto murado que protegiera a los instalados alrededor
del primero. Esa es ya la muralla que define a la ciudad para el resto de la
edad media; y su perímetro, que cuadruplica el del recinto anterior, muestra
bien el dinamismo del hasta entonces suburbio. es esa la muralla cuyas siete
puertas se enumeran en el Liber Sancti Iacobi. la enumeración les pone
nombre; comienza la relación con la puerta Francesa, es decir, aquella a la que
llega la vía de los francos, y concluye en la puerta de Mazarelos, “por la
cual llega el precioso vino a la ciudad”. Al destacar esta doble realidad
el autor del texto apunta a los dos causas que explican la urbanización
compostelana: el impulso cultural, la peregrinación, que da cuenta de buena
parte del trasiego de gentes entre el exterior y el interior del recinto murado;
el fundamento material, la relación económica de la ciudad y su entorno, que
está en la raíz de la urbanización y es su permanente sostén.
Claramente definida ya desde el punto de vista
físico por la cerca que la envuelve, Compostela se define políticamente en el
tránsito del siglo XI al XII. El primer cuadro normativo conocido que da carta
de naturaleza política a la sociedad urbana en Compostela se despliega en el
reinado de Alfonso VI y podemos conocerlo gracias a cuatro textos diferentes:
la concesión de salvoconducto a favor de los mercaderes y habitantes de
Santiago hecha por los condes de Galicia, Raimundo y Urraca, el 24 de
septiembre de 1095; la confirmación de tal privilegio realizada por Alfonso VI en
diploma fechado ese mismo año, con el añadido de la definición de un ámbito
propio para la administración de justicia; el relato explicativo que, a
propósito de estos dos documentos, se incluye en la Historia Compostelana; y,
en fin, la carta foral otorgada por raimundo de Borgoña y Urraca a los hombres
y mujeres de Santiago en 1105.
Tanto el diploma de Alfonso VI como los dos que
encabezan Raimundo y Urraca dejan bien claro el destinatario colectivo de los
privilegios que conceden: los habitantes de la ciudad de Compostela y, en
primer lugar, sus comerciantes, los negotiatores. El perfil urbano de la
sociedad compostelana está perfectamente destacado y es inmediatamente
reconocible. Por sí mismo y en relación con lo demás, con lo que no es la
ciudad. los favorecidos por los fueros de 1105 son los hombres y mujeres que
moran en la ciudad de Compostela y que, para asentarse allí, han venido, dicen
los condes de Galicia, “de nuestros condados, de nuestros castillos, de
todas las mandaciones y de todos los espacios de las tierras”. El nuevo
marco normativo los ampara y defiende procurando frenar abusos, garantizar la
libre circulación de hombres y mercancías, extender el amparo de la justicia
local, reducir las cargas fiscales y restringir las obligaciones militares.
ahora bien, ese nuevo cuadro normativo que ahora se establece queda clara y
estrechamente sometido a los titulares de la sede episcopal. Entre el rey y sus
súbditos urbanos, la transmisión del poder tiene en los prelados compostelanos
un incómodo y difícilmente eludible intermediario; los inquietos y dinámicos
habitantes de la villa burgensis encuentran ahí un límite nítidamente
trazado para sus aspiraciones políticas. Se crea, a partir de entonces, una
línea de fractura en la relación entre el obispo y la ciudad sometida a su
señorío, que producirá erupciones periódicas a lo largo de la Edad Media. Diego
Gelmírez conoció dos violentas sacudidas en los años 1116-1117 y 1136. mantuvo,
a pesar de ellas, su posición política el obispo y primer arzobispo
compostelano.
Volveremos más adelante sobre la historia
urbana situando en A Coruña el lugar de observación. continuamos ahora en
Santiago para contemplar desde allí las líneas principales de la evolución
política. es ciertamente, en razón de las fuentes, el más adecuado
observatorio. Y, sin duda alguna, el personaje que mejor puede mostrarnos el
panorama que desde allí se domina es Diego Gelmírez. Su intensa participación
en la acción de gobierno, durante el medio siglo que va de 1090 a 1140, hace de
él una figura clave de la historia del poder, cuya proyección rebasa
ampliamente, aunque lo incluya y de modo muy significativo, el ámbito
territorial más próximo. Son tres los niveles en que actúa el prelado
compostelano. el afianzamiento de los obispos de Roma como cabeza rectora de
los cristianos de Occidente, que conoce en este tiempo un largo y decisivo
salto hacia adelante, convierte a los papas y a sus representantes en
partícipes significados de la toma de decisiones políticas y hace de la Christianitas
un espacio que se reconoce como propio y como apropiado para el establecimiento
de vínculos políticos.
Los caminos de Roma o de Cluny son recorridos
por don Diego en persona, que pasó por dos veces allende el pirineo, y, sobre
todo, por mensajeros y mensajes que aseguraron la permanencia de la
comunicación. Y ese tráfico se convierte, ante todo, en un potente generador y
transformador de ideología política que remueve y renueva viejas
justificaciones del poder público respecto al segundo ámbito de nuestra
atención, el reino. el reino es, sin duda, el escenario principal de la toma de
decisiones políticas. La presencia en él de Diego Gelmírez es una constante. Y
no está allí como comparsa, sino como destacado actor de reparto en el tiempo
en que Alfonso VI, Urraca y Alfonso VII ocuparon el trono de León.
Sus intervenciones con tribuyeron a orientar,
en ocasiones de modo substancial, el sentido general de la trama; pero buscaron
principalmente subrayar la peripecia propia y sirvieron, sobre todo, para fijar
y estabilizar el marco en que los poderes finalmente se ejercen: el señorío. Ahí,
en ese nivel esencial del contacto entre gobernantes y súbditos, entre dueños
del poder y sometidos a él, impulsó decididamente la fijación del continente
–el espacio señorial conformado por la ciudad y la tierra de Santiago– y
procuró además mantenerlo bien cargado de contenidos. Examinemos brevemente los
resultados de la acción política en cada uno de estos tres planos.
Diego Gelmírez estaba en Roma en los primeros
meses del año 1100. Regresó de allí promovido al orden sagrado del subdiaconado
y protegido por la carta de Pascual II de que era portador. Enseguida, el día
primero de julio, fue elegido obispo en Compostela. Hacía ya algún tiempo que
las elecciones episcopales no tenían lugar por estos pagos sin la decidida y
decisiva intervención de los obispos de Roma. dice la Historia Compostelana
que Diego Peláez fue nombrado obispo, en 1071, por el rey Sancho. Hay razones
para pensar que quien realmente lo nombró fue, un poco antes, García de
Galicia. cualquiera de los dos actuaba, al hacerlo, como continuador de la
monarquía teocrática hispana. Las cosas comenzarían a cambiar justamente
durante el pontificado de Diego Peláez, cuando, al decir de la crónica, la lex
toletana fue sustituida por la lex romana. el nuevo obispo se adaptó
bien a la realidad política creada por la muerte de Sancho en Zamora y el
encarcelamiento de García. la buena relación con Alfonso VI, el beneficiario
directo de la desgracia de sus hermanos, se manifiesta con mucha claridad en la
estrecha colaboración entre monarca y obispo que da lugar al inicio de las
obras de la catedral románica en 1075. Eran los buenos tiempos en que el flujo
de las parias aseguraba abundante liquidez. después de la conquista de Toledo y
de la llegada de los almorávides, cambiaron muchas cosas y, en ese nuevo marco,
la alianza se tornó enfrentamiento y el obispo fue a parar a la cárcel por
orden del rey. En el concilio que se celebró en Husillos el año 1088, el
prelado fue obligado a desprenderse de anillo y báculo y a recorrer el camino
de vuelta a la prisión. Alfonso VI puso al frente de la sede de Iria-Compostela
al abad Pedro de Cardeña. las cosas, sin embargo, no eran ya como antes. Urbano
II desaprobó radicalmente y formalmente desautorizó lo ocurrido en el concilio
hispano. Su legado, el cardenal Rainiero y futuro papa Pascual II, depuso a Pedro
de Cardeña en la asamblea conciliar reunida en León el año 1090 y abrió el
camino para el nombramiento episcopal, ahora con la expresa autorización de la
iglesia romana, del monje cluniacense Dalmacio. Ya no era posible actuar en
asuntos eclesiásticos sin contar con la instancia pontificia y, en adelante,
los papas se hicieron muy presentes en la política del reino.
Gelmírez fue muy consciente de la nueva
realidad desde el comienzo mismo de su pontificado. Se sabe bien que, después,
se desenvolvió en ella con evidente soltura y obtuvo éxitos tan notables como
la conversión de Compostela en sede metropolitana y el consiguiente ascenso
propio a la dignidad de arzobispo. Antes y después de ese quicio que fue el año
1120, el horizonte de la Christianitas es una permanencia de múltiples
manifestaciones en el pontificado gelmiriano. No podemos atender a todo. Destacaremos
solamente, en razón de nuestro hilo conductor, las proyecciones ideológicas de
todo esto, porque, en efecto, Diego Gelmírez forjó, en el contacto estrecho con
los centros directores de la cristiandad, una sólida construcción teórica a la
que frecuentemente recurrió para orientar y amparar la acción política.
En el año 1113 estaba el obispo de Santiago en
Burgos, acompañando al ejército de los gallegos en el momento en que se dirimía
el pulso entre la reina Urraca y Alfonso el Batallador por el control del trono
de León. Por dos veces se escuchó allí la voz potente del prelado compostelano.
la homilía-arenga que pronunció en la iglesia de San Juan fue una suerte de
discurso sobre el estado de la nación en que lamentó el obispo la situación
política del reino y, bien apoyado en los depósitos del texto bíblico, se
erigió en orientador del pueblo. Esto es, ciertamente, esencia de cristiandad. Pero
la vinculación directa con los principios de la iglesia en trance de fortalecimiento
y reforma se manifiesta de modo más claro y directo en la segunda alocución
burgalesa. es distinto el escenario: de la iglesia de San Juan pasamos al
claustro de la catedral y, en vez de misa, lo que se celebra ahora es una
asamblea en la que se suceden intervenciones acaloradas. Se discute acerca de
la conveniencia de aceptar o no una propuesta de nueva reconciliación del
matrimonio real, con la que han llegado los legados del Batallador.
Esa reconciliación es, desde el punto de vista
de Gelmírez, lo peor que puede ocurrir. Impone silencio y vuelve a hablar el
obispo. Lo hace como tal, como ministro de Dios, porque es a los ministros de Dios,
a los sucesores de los apóstoles, a quienes corresponde vigilar y apacentar el
rebaño y defenderlo de los ataques del lobo salvaje. “a nosotros –dice don Diego–
están sometidos los reyes de naciones, los caudillos, los príncipes y todo el
pueblo, renacido en Cristo, y al cuidado de todos atendemos”. parece que no
convenció del todo Gelmírez a su auditorio, entre el que se contaba la propia
reina. Pero, independientemente del éxito obtenido, la posición ideológica
adoptada es la de la prevalencia del sacerdotium sobre el regnum,
la de la hierocracia pontificia que impulsaban los clérigos romanos, francos y
alemanes desde mediados del XI. Apoyado en su concepción de la cristiandad, el
obispo trataba de ponerse por encima.
Convertido en arzobispo y en legado pontificio,
Gelmírez reforzó la línea de pensamiento que lo vinculaba al papado romano. la
adopción y el impulso propio dado a la idea de cruzada es muestra
particularmente clara de lo que decimos.
En 1124 y, de nuevo, en 1125, llamó Gelmírez a
concilio en Compostela. En la Historia Compostelana, la recensión de las
actas de la primera de esas reuniones es presentada como un monográfico acerca
de la paz y la tregua de Dios. Se señalan los períodos de paz y se indican
aquellos que han de ser especialmente protegidos durante ellos: los obispos,
los presbíteros, los abades, los monjes y las monjas. Es indudable la filiación
de estas ideas. Por si no estuviera suficientemente clara, los reunidos en Compostela
despejan cualquier duda: “mandamos –dicen– y por la autoridad apostólica
establecemos que la paz de Dios que se observa entre romanos, francos y otras
fieles naciones sea mantenida en todo el reino de España”. añaden aún que,
si alguno de los que salieren contra el violador de la paz resultare muerto en
cumplimiento de esta obediencia, sea absuelto de sus pecados como si hubiese
muerto en la peregrinación a Jerusalén. Es evidente que Gelmírez recibe y usa
la corriente de pensamiento que amparó y puso en marcha la cruzada. La reunión
de 1125 es aún más clara a este respecto. el arzobispo predica entonces
directamente la cruzada. en carta dirigida “a los reyes, condes y otros
príncipes y también a los caballeros y soldados de a pie”, insta a que, del
mismo modo que los que han abierto con mucho esfuerzo el camino de Jerusalén, “hagámonos
caballeros de cristo y, vencidos sus enemigos, los pésimos sarracenos, abramos
hasta el mismo sepulcro del Señor con ayuda de su gracia un camino que a través
de las regiones de España es más breve y mucho menos laborioso.” la
reconquista se ha hecho cruzada. el clérigo, el obispo feudal ha ocupado, en el
plano ideológico, plenamente su puesto. Hablar a los reyes desde ese pedestal
no estaba al alcance de todos. Y, en todo caso, no es mala posición para
intentar hacer política. Evidentemente –y menos en política– la ideología no lo
es todo.
La cristianad se define en el siglo XII como la
última instancia en la legitimación de los poderes. El reino es el ámbito
crucial en el que los poderes se deciden y se distribuyen. Hemos visto a
Gelmírez revestirse de la más alta legitimidad para intervenir en los asuntos
del reino, en la toma de decisiones políticas. lo esencial de la crónica
compostelana está dedicado a esto: a las decisiones que se toman en el
reino, a la constante relación con los reyes en la disputa por el poder. desde
muy joven estuvo Gelmírez al tanto de los asuntos del reino. El conflicto con
el obispo compostelano Diego Peláez, tal vez la sublevación de algunos nobles y
la muerte en prisiones de su hermano García, parecen haber animado al rey Alfonso
VI a replantear los asuntos de Galicia. A eso seguramente responde la decisión,
tomada en 1090 o poco después, de poner a Raimundo de Borgoña al frente de los
territorios que había gobernado, a título de rey, su hermano menor.
El noble franco venía desempeñando ya
importantes funciones de gobierno y estaba prometido en esponsales con Urraca,
la hija legítima de Alfonso VI. Su nombramiento como conde de Galicia para
gobernar un territorio, que, en la fachada occidental del reino, se extendía
desde el Cantábrico hasta la línea del Tajo, no debió de ser ajeno a las
expectativas sucesorias centradas por entonces en quien en poco tiempo se
convertiría en yerno el rey. Era, en todo caso, un paso más en la consolidación
de la influencia del grupo cluniacense. entre los colaboradores directos del
nuevo conde de Galicia estuvo desde el principio y destacó pronto un joven
clérigo de nombre Diego Gelmírez. cuando, en 1093, fue nombrado por vez primera
administrador de la sede vacante de Iria-Compostela, diego Gelmírez venía
desempeñando la función de notario y canciller del conde de Galicia. volvió a
ocupar el mismo puesto durante el pontificado compostelano del cluniacense Dalmacio,
antes de convertirse por segunda vez en villicus de la sede vacante,
desde 1096 hasta su nombramiento episcopal en el año 1100. en torno a Raimundo
de Borgoña como conde Galicia, se formó un poderoso grupo integrado por
obispos, con Dalmacio de Compostela y Cresconio de Coimbra en cabeza, y un
nutrido grupo de nobles portucalenses y gallegos, entre los que destaca ya Pedro
Fróilaz. Hay síntomas de que, tras el nacimiento del infante Sancho, que
modificaba por completo el horizonte sucesorio, este grupo pudo considerar la
posibilidad de dar continuidad al gobierno de Galicia en la forma en que había
sido desempeñado por García. No es imposible que la decisión tomada por Alfonso
VI en 1096 de dividir el espacio político unitario creado en el oeste del
reino, entregando al conde Enrique Portugal y el territorio de la frontera,
obedezca al deseo de frenar las nuevas expectativas. Cortada esa evolución
posible, la acción de Gelmírez en el reino se orienta en otra dirección. Cualesquiera
que hubiesen sido los proyectos de autonomía concebidos en los tiempos de la
cancillería de Raimundo de Borgoña, la división del gobierno de Galicia y Portugal,
la restauración de la dignidad metropolitana para la sede bracarense y la
muerte de Raimundo de Borgoña vinieron a alterarlos por completo. desde los
años finales del reinado de Alfonso VI, la estrategia política de Gelmírez pasa
por el trono de León.
En la relación con el reino, el juego
alternante de la colaboración y el enfrentamiento no puso nunca en tela de
juicio quién era el interlocutor en un diálogo no siempre sosegado. En los
comienzos del reinado de Urraca, Gelmírez defendió los derechos de Alfonso Raimúndez
y, con la intención de consolidarlos definitivamente, ungió y coronó rey en
Santiago al niño que, a la vuelta aún de unos cuantos años, habría de suceder a
su madre en el trono. Subrayemos que la idea fue de Gelmírez y que lo que ponía
de manifiesto era que el interés del obispo se orientaba no ya a Galicia sino
al conjunto del reino o, mejor, a una Galicia entendida siempre como integrada
en el reino.
Siguió siendo así en adelante. estuvo con pedro
Fróilaz y su grupo en la protección de Alfonso Raimúndez, pero no acompañó a
los Traba en la exploración de los caminos que se abrían en Portugal. con Alfonso
VII en el trono, las relaciones, lo mismo que con su madre, no fueron siempre
fáciles; pero no hay rastro de que el arzobispo buscara fuentes de legitimidad
política diferentes a las que manaban del imperator Hispaniae.
En la actuación política del primer arzobispo
compostelano, tal como queda reflejada en la crónica que mandó componer,
Galicia, redefinida en el espacio frente a la tradición antigua, se desdibuja
políticamente respecto a ella. Es un territorio al que se describe con
frecuencia con el nombre de regnum, un ámbito de influencia real o
deseada de los próceres gallegos y, en primer lugar, del propio arzobispo, pero
ya no un escalón operativo en la articulación de los poderes, como en los
tiempos del rey García o Ramón de Borgoña. Al situar el trono leonés como
instancia esencial de la distribución de los poderes políticos, el primer
arzobispo compostelano definió el campo en el que también se situaron
finalmente los sectores más influyentes de la aristocracia laica y de las
elites urbanas. De este modo, la posición de Galicia en el reparto del reino
tras la muerte de Alfonso VII y su posterior integración en la corona de Castilla
tienen que ver con la actuación del primer arzobispo compostelano.
El tercero de los ámbitos en que ha de
entenderse la política gelmiriana es el del señorío. Ese es el espacio en el
cual los poderes finalmente se ejercen. Diego Gelmírez trató de definirlo con
precisión. Y lo consiguió. Tanto desde el punto de vista territorial como
conceptual. La progresiva creación del espacio señorial alcanza en 1120 un
hito, un momento de plenitud, con la fijación, por la reina Urraca, de los
límites de la Tierra de Santiago: entre el Tambre y el Ulla; entre el río Iso y
el mar. En ese espacio confluyen todos los poderes; y los ejerce el arzobispo,
que busca en el interior del dominio señorial un vaciamiento completo del regnum,
de la capacidad de mandar. Tan completo llegó a ser que incluyó, ya desde Alfonso
VI, el derecho, real por excelencia, de la acuñación de moneda.
En la primera mitad del siglo XII, al final del
camino de Santiago, se ha creado un espacio político, en cuyo interior el
territorio y la ciudad interpretan, con modulaciones diferentes, un tema común:
el de la plena articulación de los poderes feudales. La defensa de la comunidad
y la garantía de la paz pública son los objetivos del poder en toda
construcción de ideología política. Defiende el arzobispo los muros de la “patria
señorial” contra los ataques del exterior, que llegan ahora en la forma de
la piratería almorávide. Y es también el organizador y el jefe de un ejército
que, compuesto por la hueste de la Tierra y la milicia urbana, participa en las
luchas entre los cristianos, acudiendo a la llamada de la reina Urraca y de su
hijo el rey Alfonso en las guerras contra Teresa de Portugal y Alfonso Enríquez
o tomando por su cuenta la iniciativa contra los nobles de su entorno
inmediato.
Entre los demás instrumentos del poder,
destacaremos la potestad normativa, la capacidad para supervisar o ejercer la
actividad legislativa. Se revela, en este aspecto, la dialéctica, la tensión
entre la realidad urbana y su entorno. En 1113, Gelmírez promulga decretos “con
el fin de proteger al pueblo” y excluye de ellos expresamente a los
habitantes de la ciudad, “donde los forasteros y otros muchos que allí
afluyen no podrían en modo alguno observar lo establecido”. la ciudad es
objeto de decretos especiales. Conocemos los establecidos en el año 1133. En
los decretos de 1113, referidos a la Tierra de Santiago, predominan los asuntos
relacionados con la administración de justicia: administradores y ejecutores
(jueces, vicarios, sayones); lugares de presentación de querellas y celebración
de juicios; penas, prendas y multas. Preocupa, sobre todo, el control de las
relaciones sociales. El peso de la normativa urbana recae, en cambio, sobre la
actividad económica: regulación de precios; vigilancia de la actividad de
posaderos, monederos y cambiadores; control de monedas, pesos y medidas. la
aplicación de las normas no se hizo de la misma manera en el campo y en la
ciudad. no se hizo con la misma facilidad. Lo demostraron las violentas
revueltas de los años 1116 y 1136. Tomemos como ejemplo el nombramiento del villicus
de la ciudad. Los ciudadanos sublevados lo rechazaron frontalmente en dos
ocasiones: a Gundesindo, el hermano de Gelmírez, lo expulsaron de Compostela; a
Diego el Bizco lo expulsaron de este mundo.
El modelo tripartito (rey-señor-súbditos) de la
articulación política que suele presentarse como característico de la Edad Media
no es exacta y plenamente aplicable al señorío de Santiago. Funcionó para la
Tierra de Santiago; pero no funcionó, o no lo hizo sin graves sobresaltos, en Compostela.
En la ciudad, el grupo social emergente de clérigos, artesanos y mercaderes
contestó el modelo y buscó un cambio de posición en él; esa búsqueda sólo podía
hacerse en competencia con el señor y en alianza con la monarquía y, de este
modo, se generó una nueva relación tripartita, pero no ya lineal, vertical,
sino triangular y altamente conflictiva que afecta al conjunto del señorío. Los
ciudadanos de Compostela estaban interesados en el favor y la protección de la
monarquía. Los reyes no los rechazaron. El mutuo acercamiento abría
perspectivas también muy interesantes para los monarcas; nada menos que la
recuperación del señorío de la ciudad y la tierra de Santiago y la apropiación
de la máquina de generación de riqueza en que se había convertido. La reina Urraca
metió al arzobispo en la cárcel en su intento por conseguirlo. Alfonso VII sólo
pudo ser aplacado en los suyos con la entrega de muy importantes cantidades de
dinero. Diego Gelmírez consiguió mantenerse –no, desde luego, sin lucha grande–
a la cabeza del señorío hasta el final de sus días. Y, con su actuación en los
tres niveles de que hemos hablado –la cristiandad, el reino, el señorío–, dio
fin a la construcción de un sistema de relaciones sociales que, en sus líneas
esenciales, se mantuvo inalterado hasta las guerras sociales de siglo XV.
En Compostela hemos atendido al panorama que
desde allí se contempla mejor, el de la historia política. Cambiamos ahora el
lugar de observación para atender a otros aspectos de la vida social que
completen nuestra aproximación al contexto histórico de los tiempos del
románico.
Sobrado
Las noticias de la existencia de monjes en el
lugar de Sobrado son de hace ahora mil sesenta años; nos llegan exactamente del
año 952. Desde ese momento vivió allí una comunidad dúplice que continuó la
existencia, al amparo de la familia aristocrática fundadora y de sus
descendientes, hasta los años centrales del siglo XI. Luego hubo un hiato, una
interrupción que duró hasta 1142. En ese año, llegó a Sobrado un grupo de
monjes cistercienses procedentes de Claraval, la abadía que en ese tiempo regía
san Bernardo. El viaje es, en sí mismo, testimonio de la integración y de la
comunicación intensa del espacio que consideramos con el conjunto de la
cristiandad. Es seguro que los enviados de san Bernardo hicieron el camino de
Santiago; en Compostela se expidieron, en efecto, las cartas de dotación
fundacional hechas por los nobles Fernando Pérez y su sobrina Urraca, hija de
su hermano Bermudo. Los hijos del conde Pedro de Traba amparaban a los recién
llegados. Era el testimonio del primer viaje; pero enseguida hubo más.
En el capítulo VI del libro IV de la Vita
Prima de san Bernardo, obra de Godofredo de Auxerre, se incluye el relato
de un milagro que tuvo lugar en Sobrado por intercesión del abad de Claraval. Este
fragmento de la hagiografía bernardina prueba que tuvo lugar muy pronto un
viaje de retorno desde Sobrado a Claraval y otro nuevo de regreso al recién
fundado cenobio en Galicia. Alberto, uno de los integrantes de la primera
comunidad cisterciense de Sobrado, enferma allí de parálisis y pide a su abad
que transmita a san Bernardo la noticia del mal que le aqueja. así lo hace el
abad y, de regreso en su monasterio, comprueba que la curación de Alberto ha
tenido lugar en el mismo momento en que san Bernardo oraba por él. Es muy
probable que la visita del abad Pedro a Claraval se realizase poco tiempo
después del asentamiento de los monjes en Sobrado y, seguramente, su objeto
principal fue dar cuenta en la abadía madre de la marcha de la nueva fundación.
La creación del primer monasterio cisterciense gallego sienta las bases de una
comunicación regular y consistente a lo largo del tiempo.
El camino entre Sobrado o las otras abadías
cistercienses gallegas y Claraval o Císter seguirá recorriéndose en el futuro;
es el resultado de la integración de Galicia en el espacio cisterciense, que, a
esta altura, comienza a ser ya tanto como el ámbito de la cristiandad
occidental toda. Como en el nivel de la historia política, en el de la historia
social a que ahora queremos atender predominan los estímulos de integración.
La instalación de los monjes blancos en las
dependencias del viejo monasterio familiar abandonado supuso una rápida
transformación de los espacios en el entorno inmediato y menos inmediato. el
rápido arraigo de la reforma monástica, el reclutamiento enseguida local de la
comunidad de monjes y conversos, la instalación en o junto al monasterio, a
partir de 1160, de un grupo de cautivos musulmanes, la multiplicación de cargos
conventuales –priores y subpriores, cillerero mayor y cillereros menores,
frailes mercaderes, monjes encargados de los caminos, responsables de la
ropería, de la sacristía, maestro del escritorio– son el testimonio de la
vitalidad y de la progresiva complejidad adquirida por la comunidad del nuevo
cenobio. Pronto se hizo necesario ampliar las dependencias heredadas de la
etapa prerrománica. Aunque es muy probable que los trabajos hayan comenzado
antes, los primeros datos seguros de que las obras están en marcha son del año
1168. Los restos conservados de las construcciones cistercienses y las noticias
que podemos recoger en las fuentes escritas son suficientes para que sea
posible asegurar que todo el conjunto se ordenó de acuerdo con el modelo no
sólo físico, sino también conceptual, que caracterizó al Císter de la época de
san Bernardo. La iglesia y el monasterio que los monjes blancos pusieron en pie
en el lugar de Sobrado se convirtió, sin duda, en referencia principal del
espacio en derredor. los nuevos edificios, de dimensiones considerablemente más
amplias que las que albergaron a las monjas y monjes en los siglos X y XI,
expresaban de modo muy visible y claro el peso social del nuevo monasterio. Hay
otros monasterios en el territorio que consideramos, hay otras iglesias; pero
la calidad de la información guardada en sus documentos, los estudios realizados
sobre ella y la envergadura del papel histórico desempeñado por el primer
monasterio cisterciense gallego, hacen que escojamos aquí Santa María de
Sobrado como revelador expresivo de la evolución social, en sus manifestaciones
principalmente económicas, durante la segunda mitad del siglo xii y las
primeras décadas del XIII.
Si en la etapa altomedieval las construcciones
prerrománicas habían surgido del impulso directo de la familia fundadora, la
arquitectura cisterciense es obra de los monjes, es el resultado de la intensa
actividad económica y política del monasterio. resultado de la actividad
económica, porque los edificios de época románica son impensables sin el
potente mecanismo de generación de excedentes y rentas en que pronto se
convirtió el extenso dominio patrimonial de Santa María de Sobrado. resultado
de la actividad política, no sólo porque la capacidad de mandar se tradujo, en
ocasiones, en exigencias de esfuerzo directamente aprovechable en la actividad
constructiva, sino, sobre todo, porque el ejercicio del poder por parte de la
comunidad monástica y su representante, el abad, es garantía última de los
demás procesos de control social.
A partir del núcleo inicial de derechos
concedidos en la primera dotación, los mismos personajes que intervinieron
directa o indirectamente en la fundación del nuevo monasterio –Fernando Pérez
de Traba, su hermano Bermudo y Alfonso VII– ampliaron su espacio de influencia.
Es el monarca el primero en intervenir, ahora de manera directa e inequívoca:
en 1151, dona al abad Pedro y sus sucesores toda la hereditatem quam
vocitant regiam que se encuentra dentro de los límites que el documento
señala y que son, a partir de ahora, los límites del coto de Sobrado. dos años
después, el conde Fernando Pérez y su hermano Bermudo, en un nuevo documento,
delimitan el mismo espacio y por los mismos términos para donar también al
monasterio toda la heredad que en él les pertenece. Hay en el texto de esta
donación una explicación de la razón por la que se hace, que nos parece que
debe ser subrayada. Se refieren los de Traba a la donación inicial diciendo que
había consistido en una pequeña parte de su heredad, porque les parecía que
poco iba a crecer el monasterio vista su, en aquel momento, paupertatem
presentem; sin embargo, por intervención de la diestra del altísimo, tanto
ha crecido ahora y se ha sublimado que se extiende su fama por la tierra y
alcanza los confines del orbe religio illius. Una bien clara
manifestación del rápido arraigo del nuevo monasterio y del éxito de la orden
cisterciense.
El espacio que estos documentos definen, que
coincide a grandes rasgos con el antiguo condado de Présaras, será, a partir de
ahora, el área central del dominio de Sobrado y el ámbito en que ejercerá el
abad funciones de carácter político.
Ese territorio se organiza muy pronto, desde el
punto de vista económico, mediante la instalación de una primera red de
granjas. el crecimiento del dominio de Sobrado se produce, además y desde fecha
temprana, más allá de ese centro principal. al amparo de los protectores
iniciales, gracias también a la aparición de nuevos donantes y como resultado
de las primeras compras hechas por los propios monjes, se crean dos nuevos
enclaves dominiales: uno en la Galicia norteña, entre el cabo Prior y la ría de
Ferrol, que dará lugar a la aparición de la granja de reparada; en el Sur, el
otro, en la Castella ourensana, donde se creará la granja de San Lorenzo de
Temes. Es claro que detrás de estos movimientos expansivos iniciales están la
búsqueda de un emplazamiento cercano al mar y a sus frutos y el deseo de
acceder a las tierras de viñedo. los privilegios concedidos por, una vez más, Alfonso
VII y Fernando de Traba en el Burgo del Faro desde 1153 y los bienes adquiridos
por el cenobio en Melide a partir de 1156 confirman la presencia del monasterio
en el medio urbano, repartida también entre la Galicia costera y la Galicia
interior. a la altura de 1160, el monasterio de Sobrado ha configurado ya la
estructura básica de su dominio.
Y vino luego una intensa y rápida fase
expansiva. el monasterio asegura su presencia en lugares situados fuera de
Galicia. Al otro lado de Pedrafita, en el Bierzo, el monasterio adquiere bienes
en Villafranca y Molinaseca; y se cruzan también los montes de León, para
acceder al territorio de la meseta y adquirir allí bienes que darán lugar a la
aparición de la granja de Santo Tirso, en tierras zamoranas, y a la granja de Villanueva,
en el espacio entre los ríos Cea y Esla.
Dentro de Galicia, se multiplican las
adquisiciones en las áreas de asentamiento anterior y se buscan enclaves
nuevos, como el que, en torno a la ría de Corme, dará lugar a la aparición de
la granja de Almerezo. la presencia en el espacio urbano se acelera también
considerablemente en las décadas finales del siglo XII y durante las primeras
del XIII. entre Villafranca y Santiago, el dominio monástico queda bien
representado en la ruta de peregrinación con los bienes adquiridos en
Portomarini, Palas de Rei, Leboreiro, Melide y Arzúa. Fuera de Galicia, Zamora,
Benavente y Valderas establecen relación con el cenobio y las salidas costeras
en Galicia se refuerzan ahora con los privilegios reales concedidos al
monasterio en Noia (1168), A Coruña (1208) y Betanzos (1219).
Este vasto conjunto patrimonial extendido por
una amplia zona del noroccidente ibérico se ordena en función de una red
compuesta por tres decenas de granjas desde las que maestros y conversos
organizan y dirigen la producción agraria, canalizan rentas y controlan los
merca dos urbanos. muchas de esas granjas se especializan, en función de las
condiciones del lugar en que se instalan. la granja de Santo Tirso es la granja
de la sal: la que se obtiene en las salinas de Villafáfila. la de Villanueva es
la granja del trigo: el que producen las buenas tierras de cereal de los valles
del Esla y el Cea. las granjas de Molinaseca, San Lorenzo, Recheda y Tibiás son
las granjas del vino: el que se hace con el fruto de los viñedos del Bierzo y,
en Galicia, los del tramo central del valle del Miño. La de Constantin es, tal
vez, el caso más claro y llamativo de especialización, porque ésta es la granja
del hierro, en cuya producción se asocian un cercano yacimiento minero y la
fundición y la forja instaladas por los monjes. En las primeras décadas del
siglo XIII, el dominio monástico de Sobrado se ha convertido en un potente
mecanismo de generación y transferencia de excedente que permite entender
algunos de los soportes principales del sostenido impulso de crecimiento
económico que tiene lugar en este tiempo.
Sobrado no es el único dominio monástico del
momento y el espacio que estudiamos. Antealtares y Pinario, en Compostela, Moraime,
Toxos Outos, Cambre, Cis, Xuvia, Monfero y otros muchos, en el territorio
provincial, compusieron y organizaron, a su escala, los correspondientes
dominios, del mismo modo que lo hizo la sede episcopal, a partir de los bienes
del obispo y del cabildo. Conocemos peor el fenómeno; pero también las familias
aristocráticas fortalecieron seguramente en este tiempo su base patrimonial y
basaron, además, su riqueza en la participación en el ejercicio del poder. el
proceso de la concentración de la propiedad y de la consiguiente nueva sujeción
económica del campesinado –sometido también a los nuevos controles políticos de
los nobles al frente de las terrae y del obispo y los abades a la cabeza
de sus cotos jurisdiccionales– está en la base del crecimiento económico que
genera los excedentes necesarios para la creación de los núcleos urbanos y para
la intensificación de los flujos de rentas, en especie y en moneda, una parte
de las cuales será invertida en la elaboración de los objetos artísticos del
románico y, muy especialmente, en sus manifestaciones arquitectónicas y
escultóricas. Contemplemos desde A Coruña, para concluir, el panorama del
crecimiento.
A Coruña
Cuanto queda dicho a propósito de la creación
de dominios señoriales, concentración de la propiedad, generación de excedentes
y rentas y transferencias al mundo urbano encuentra en el caso de A Coruña
prueba concreta y clara y, además, facilita mucho el paso desde el mirador
anterior a éste que ocupamos ahora. En junio de 1208, Alfonso IX de León dio
término y fuero al concejo de A Coruña. Dice el texto del diploma signado en
Santiago lo siguiente: “concedo al mencionado concejo pastos y agua, leña y
madera en todo mi reino. le concedo el fuero de Benavente. Y mando que no
reciba en su villa por vecinos ni a caballeros ni a monjes, salvo a los monjes
de Sobrado, quienes habrán de hacer tal fuero de las casas que allí tuvieren
cual hacen los otros hombre del concejo”.
En la ciudad de A Coruña medieval, los monjes
de Sobrado estuvieron desde el principio. Puede decirse que desde antes del
principio. Al mes siguiente de la concesión de fuero, en 19 de julio de 1208, Alfonso
IX expidió en Lugo otro diploma, dirigido esta vez a los monjes de Sobrado.
dice el monarca que, desde tiempos de Alfonso VII, percibía el monasterio una
parte de las rentas del burgo viejo de Faro; y que, como consecuencia de la
nueva población que, para utilidad del reino, construye en el lugar que se
llama Crunia, están los monjes abocados a perder las rentas del burgo
viejo. así que, en compensación, decide el monarca conceder al cenobio
cisterciense el diezmo del portazgo de la nueva población.
Cuando, en el burgo de Faro, la actividad
económica, la relación con el entorno permitía el nivel de intercambios que
hacía conveniente el uso de un puerto de la ría para establecer contactos con
el exterior, ya estaban allí los monjes facilitándolo con sus productos y
obteniendo a cambio beneficios de la venta y de la participación en los
impuestos. La intensificación de los contactos aconsejó después buscar un lugar
más adecuado, y el rey amparó el traslado de puerto y pobladores al lugar de A Coruña.
Y los monjes continuaron allí cumpliendo las mismas funciones que antes.
Volvamos al fuero y al concejo. El concilium.
la asamblea de los vecinos. El rey los señala, los distingue, los contrapone
con respecto a otros grupos sociales: el de los nobles y el de los clérigos. Y,
frente a ellos, les asegura sus poderes propios. reconoce el monarca la nueva
realidad urbana, quiere integrarla en el sistema de poderes del que él mismo es
cabeza. Ni en Europa, ni en España, ni en Galicia puede decirse que, a
comienzos del siglo XIII, la realidad urbana sea un hecho nuevo. Pero tampoco
es un hecho eterno; no está ahí desde siempre. conviene insistir, en primer
lugar, en que esta realidad urbana que tenemos ahora delante es un fenómeno
específicamente medieval, que nace y alcanza su primer desarrollo en los siglos
centrales del medievo. Cualesquiera que sean los puntos de contacto con el
mundo romano, lo que ahora florece por doquier es otra cosa. por eso,
cualesquiera que hayan sido los avatares de la fijación de pobladores en el
entorno del Faro Herculino desde la época tardoantigua, lo que el fuero de 1208
desvela es otra cosa, es un hecho nuevo: el nacimiento medieval de la ciudad de
A Coruña.
A mediados del siglo XII, Aymerico Picaud, el
orientador de peregrinos camino a Santiago, podía describir Galicia como tierra
abundante en fuentes y bosques, rara en villas y ciudades. Cien años después,
un observador atento de la realidad difícilmente podría decir lo mismo. La
centuria comprendida entre las primeras décadas del siglo XII y las primeras
del XIII es la fase que, en su conjunto, podemos caracterizar como de
aceleración de la urbanización medieval en Galicia. Ya hemos dicho que Compostela
va por delante. Después, en la ruta principal de la peregrinación, una serie de
poblaciones, a las que se da el nombre de burgo en la Historia Compostelana
y en los documentos de los siglos XII y XIII, desde Triacastela hasta
Ferreiros, concentraron la función de hospedar y abastecer viajeros y
desarrollaron una actividad comercial, cuando menos, de ámbito local. Algunos
de ellos tuvieron una vida efímera; es el caso de Leboreiro, sustituido por Melide,
que aprovechó su emplazamiento en la convergencia del camino de la costa norte
y del camino ovetense con el camino francés. En los demás burgos, la vida
urbana no debió de alcanzar una gran actividad; pero todos ellos constituyeron
un temprano testimonio de la incipiente urbanización en el sur de la provincia
actual de A Coruña. En la orla costera de la tierra de Santiago, Padrón y Noia
ofrecen, en la segunda mitad del siglo XII, testimonios seguros de su acceso a
la condición de núcleos urbanos. La intervención del rey Fernando II en el
impulso del proceso, con la concesión del fuero de Noia en 1168, parece
fundamental. Al norte, el cambio de emplazamiento de la población de Betanzos
desde San Martín de Tiobre al castro de Untia, en 1219, pedido por sus
habitantes a Alfonso IX, da lugar al nacimiento definitivo de la villa de
Betanzos. La concesión de rentas a Sobrado en el nuevo núcleo, como
compensación de la pérdida de derechos de propiedad de los monjes en el lugar,
da cuenta de situaciones parecidas, ahora en la desembocadura del Mandeo, a las
ya señaladas en el caso de A Coruña.
Las líneas de fuerza de la evolución histórica
creaban, en el siglo XII, estímulos de comunicación e integración del extremo
noroccidente peninsular con el resto del reino de León y de la cristiandad
latina. Los contemplábamos desde Compostela antes de que la creación de la
corona de Castilla reorientara el camino en una dirección algo diferente. Desde
las alturas de Sobrado pueden percibirse, tras la instalación allí de los
monjes de Císter, muy claros los estímulos al crecimiento de la actividad
económica durante la segunda mitad del siglo XII y los primeros decenios del XIII.
La aparición y la generalización del hecho urbano que se nos ha hecho visible
desde A Coruña es un potente dinamizador del cambio social. estos sucesivos
miradores nos han permitido recomponer una parte significativa del telón de
fondo ante el que se creó el arte románico estudiado en las páginas que siguen.
El 21 de abril de 1211 se celebró en la
catedral compostelana la solemne fiesta litúrgica de dedicación del templo. Lo
había querido así el rey, como expresamente dejó dicho alfonso IX en el
privilegio signado en tan solemne ocasión. Celebró el arzobispo don Pedro Muñiz;
asistieron obispos de Galicia, León y Portugal; estuvieron nobles principales;
y todos acompañaron al monarca y a su hijo, el infante Fernando. Se ha dicho
que era éste el futuro Fernando III. pero es lo más probable que no, que se
trate del otro infante Fernando, el primogénito de alfonso IX, habido de su
matrimonio con Teresa de Portugal. Justamente en este año de 1211 tenía lugar
la muerte del rey Sancho I y la crisis que inmediatamente sobrevino enfrentó,
en la disputa por el trono portugués, a los partidarios de alfonso II y a los
de su hermana Teresa. Contó ésta con el apoyo de su exesposo el rey de León. El
enfrentamiento abría expectativas sucesorias en el reino vecino para el hijo de
Alfonso IX y Teresa de Portugal, el infante Fernando, en quien se pensaba por
entonces que recaería la herencia del trono de su padre. Es muy probable que
una parte de la aristocracia leonesa y portuguesa viera en este momento con
buenos ojos la posibilidad de la unión de las coronas de Portugal y León en la
persona del infante Fernando Alfonso.
Su muerte, en 1214, impidió que tales planes se
llevaran a cabo. La posibilidad de reconstruir un mapa político que recordara
los tiempos de don García y el abad Tanoi se hizo finalmente inviable. De algún
modo, el ciclo de la Gallaecia antigua quedaba ahora definitivamente cerrado.
Los monjes y la ciudad. Cerremos el circuito;
lo que de él claramente se observa desde A Coruña. Cuando, en 1142, llegaron a
Sobrado los cistercienses, estaba en marcha el proceso urbanizador, al menos en
el primero de sus ejes, el camino de Santiago. La presencia de Sobrado en sus
burgos demuestra que los recién llegados pronto participaron en el hecho urbano
y seguramente lo potenciaron.
En todo caso, la generalización el fenómeno en
la segunda mitad del XII y en las primeras décadas del XIII, tiene ya que ver
con la influencia de los monjes. La acumulación de un muy importante patrimonio
territorial está basada en los privilegios de los reyes, en las donaciones de
los particulares; pero también, y sobre todo, en las compras. Y es precisamente
en este punto donde mejor se ve la adaptación de los monjes blancos a las nuevas
circunstancias económicas.
Sólo merced a la obtención de unos excedentes
regulares de productos agrarios y a su comercialización, puede obtenerse el
dinero necesario para la adquisición de nuevas tierras. La creación de
excedentes se produjo gracias a la explotación racional de las tierras y a una
administración perfeccionada. Y la venta de los productos está asegurada por la
participación del monasterio en los núcleos urbanos. La reordenación del
espacio rural y la canalización de excedentes llevada a cabo no sólo, pero
también, por los monasterios es un factor decisivo en la difusión generalizada
de la urbanización.
En sus aspiraciones políticas, los
compostelanos no consiguieron, pese a sus denodados esfuerzos, eliminar el
pesante intermediario episcopal en la transmisión y el ejercicio del poder. A Coruña
ofrece un modelo diferente. Puede entenderse bien en la relación con los monjes
de Sobrado. La relación económica es intensa y, en su conjunto, no sólo no
obstaculiza sino que estimula el desarrollo urbano. Pero, en la relación
política, el monasterio no está por encima. La carta de concesión de fuero
excluye de la vecindad de la villa a caballeros y monjes, salvo, dice
expresamente, a los de Sobrado; tendrán éstos, en razón de las casas que posean
dentro de la nueva población, el estatuto jurídico, es decir, las mismas obligaciones
y derechos que los demás hombres del concejo. Vinieron luego las concesiones
fiscales a favor del monasterio. Y surgieron los primeros roces. dos años
después del otorgamiento del fuero, Alfonso IX advierte al concejo coruñés de
que el representante del abad y los monjes de Sobrado deben entrar en la villa
sin estorbo para cobrar el diezmo de lo que a ella llegue tanto por tierra como
por mar. Hubo aún algunos desencuentros a lo largo del siglo XIII. A comienzos
del siguiente, llegaron quejas del monasterio a doña María de Molina porque
pretendía el concejo coruñés el monopolio de la venta de vinos en la plaza,
contraviniendo la bien establecida costumbre de hacer llegar al mercado de la
villa quanto vino ellos cogían de las sus vinnas. Dio la reina madre la
razón, al menos en parte, a los de Sobrado, y ordenó al concejo que permitiese
a los monjes hacer entrar dentro de los muros hasta cien toneles de vino,
siempre que fuesen de su cosecha. Como se ve, funciona la articulación
económica –el monasterio abastece el mercado urbano– y, a pesar de los
conflictos, el concejo sigue tomando, por debajo de la instancia real, sus
decisiones políticas.
Fin de ciclo. El infante Fernando
fue sepultado en la catedral compostelana, donde descansaban los restos de su
abuelo Fernando II y donde serían acogidos también los de su padre. El templo
consagrado en 1211, que cumplía en el momento la función de panteón regio en el
reino leonés, se cerraba en su fachada occidental con la gran construcción del
maestro Mateo, que venía a poner fin a las obras iniciadas, ciento treinta y
seis años atrás, con el impulso del obispo Diego Peláez y el rey Alfonso VI. Por
el tiempo en que tenía lugar la dedicación de la iglesia catedral, visitaban Compostela
Francisco de Asís y Domingo de Guzmán; se anunciaba la instalación de las
nuevas órdenes mendicantes. los edificios que las acogieron serían construidos
en un nuevo estilo, el gótico, y en un nuevo marco histórico, diferente y algo
más ensimismado al de los tiempos del románico que aquí importan.
Los estudios sobre el románico en La
provincia de A Coruña
“en esta iglesia, en fin, no se encuentra
ninguna grieta ni defecto; está admirablemente construida, es grande,
espaciosa, clara, de conveniente tamaño, proporcionada en anchura, longitud y
altura, de admirable e inefable fábrica, y está edificada doble mente, como un
palacio real. quien por arriba va a través de las naves del triforio, aunque
suba triste, se anima y alegra al ver la espléndida belleza de este templo”[1].
Comienzo con esta cita del libro V del Códice
Calixtino, escrito a partir de la contemplación directa del monumento cuando
éste, como en el mismo texto se señala, no estaba todavía concluido, por un
doble motivo. de un lado, porque, en efecto, puede y debe considerarse en
puridad como el primer texto en el que se describe y valora un monumento
románico ubicado en la provincia de a coruña y, de otro lado, porque anticipa
lo que va a ser habitual en el futuro, en los casi novecientos años
transcurridos desde que se redactó ese libro: el protagonismo excepcional de la
basílica compostelana, explicable por las circunstancias históricas, cultuales
y también artísticas tan extraordinarias que en él concurren, en el marco de
los análisis y re flexiones que sobre el estilo que nos ocupa han venido
realizándose a lo largo del tiempo, tanto en el ámbito de la jurisdicción
territorial a la que pertenece (recordémoslo una vez más: nacida en el siglo XIX),
como en el más genérico de los estudios sobre las manifestaciones artísticas
coetáneas de Galicia, la Península Ibérica y Europa.
No debe extrañar, pues, a la vista de lo
anterior, que encontremos numerosas referencias o documentemos intervenciones
que implican una valoración del monumento o de su mobiliario en los siglos
posteriores, imposibles de glosar aquí con detalle. una de esas aproximaciones,
por lo que en sí mismo supuso y también y sobre todo por las consecuencias que
tuvo, merece, sin embargo, referencia detallada: la publicación, en Londres y
en 1865, de la obra Some Account of Gothic Architecture in Spain, de la
autoría de G. E. Street, en la que se pondera el valor estructural y figurativo
del pórtico de la Gloria y, como consecuencia de su impacto, la realización, un
año después, de un vaciado del pórtico para el también londinense South
Kensington Museum, hoy Victoria and Albert Museum, en cuya sala de
reproducciones puede contemplarse actualmente todavía su espectacularidad.
La doble intervención británica referida, como
documentaron sobre todo los estudios de M. Mateo Sevilla, repercutió muy
positivamente no sólo en la proyección exterior del monumento referido, sino
también en la potenciación de los estudios locales, inicialmente sobre él, poco
a poco también sobre su tiempo y sobre toda Galicia, una Galicia que se
benefició asi mismo de la recuperación de la peregrinación a Santiago como
consecuencia del proceso que condujo, en 1884 y por medio de la bula Omnipotens
Deus, a la autentificación de las reliquias del apóstol Santiago. en ese
contexto comienzan a hacerse notar autores que, si bien tendrán a Santiago como
núcleo esencial de sus preocupaciones intelectuales, irán adentrándose poco a
poco en ámbitos investigadores de mayor alcance, referidos tanto a la provincia
coruñesa co mo al conjunto de Galicia. ese sería el caso de figuras señeras de
nuestra historiografía artística como A. López Ferreiro, A. de la iglesia, B.
Barreiro de Vázquez Varela, J. Villaamil y Castro o incluso, pese a la mayor
diversidad de su producción escrita, de M. Martínez Murguía.
El último autor citado, M. Martínez Murguía,
fue el primer presidente de la Real Academia Gallega. creada en la Habana en
1905, su constitución formal se producirá, sin embargo, algo más tarde, tras la
aprobación de sus estatutos y la concesión en paralelo del título de real por
parte de Alfonso XIII el 25 de agosto de 1906. afincada en la ciudad de a
coruña desde sus inicios, donde todavía continúa, puso en marcha también desde
el momento mismo de su nacimiento una publicación, el Boletín de la Academia Gallega,
capital para la investigación y difusión de la cultura gallega en general y de
la artística en particular, un campo, este último, que con demasiada frecuencia
se olvida o no se pondera como se merece en la labor centenaria de esta excelsa
corporación. en esta publicación, de la que será complemento indispensable la
Colección de documentos históricos de Galicia, colaborarán importantes
investigadores, entre ellos ángel del castillo, uno de los grandes estudiosos
del románico gallego en general y del coruñés en especial, como pone de
manifiesto su conocido Inventario de la riqueza monumental y artística de
Galicia, publicado en 1972, por iniciativa de la editorial de los bibliófilos
Gallegos, con el patrocinio de la Fundación Pedro Barrié de la Maza, once años
después del fallecimiento del autor. Útil todavía hoy, pese a lo mucho que se
ha avanzado en el conocimiento y valoración de nuestro patrimonio
histórico-monumental, esta obra resume toda una vida de dedicación al estudio
de ese patrimonio artístico. significativamente, uno de sus primeros trabajos,
el cuarto según la secuencia que de sus publicaciones se recoge en el libro que
comento, aparecido en 1906 en el número 2 de la revista citada de la real
academia gallega, versó sobre un edificio románico coruñés, la iglesia de santa
maría de celas, ubicada en el municipio de Culleredo, inmediato al de la
capital provincial.
Los estudios de Ángel del Castillo sobre
patrimonio monumental gallego, en general, y sobre arquitectura románica
coruñesa, en concreto, serán muy frecuentes, pues, tanto en prensa como en
revistas especializadas a partir del año referido en el párrafo anterior, 1906.
solo un año posterior, de 1907, es el artículo que S. García de Pruneda publica
sobre “cuatro iglesias románicas en la ría de Camariñas” en el Boletín
de la Sociedad Española de Excursiones. El trabajo, independientemente de la
valoración que nos merezca desde hoy su contenido, tiene una significación
incuestionable: supone la inclusión de edificios, no estelares, ciertamente,
ubicados en la provincia coruñesa en una publicación de carácter general
español, no local, hecho que, de alguna manera, se produce también en 1908 con
la publicación en Madrid del tomo I de la Historia de la Arquitectura Cristiana
Española en la Edad Media, de V. Lampérez y Romea, una obra, valiosa todavía
hoy, que marcó un hito en su momento. en ella, en el apartado que dentro del
románico se dedica a las manifestaciones gallegas, se analizan, además de la
catedral compostelana, otros diez monumentos coruñeses, entre ellos Cambresar,
Xuvia, Caaveiro o Breamo.
tras lo anterior, habrá que esperar a la
tercera década del siglo, a los años veinte, para encontrar nuevas iniciativas
o nuevas publicaciones de especial significación para el análisis y valoración
del románico coruñés. en esta década, en efecto, exactamente en 1926, vio la
luz en Cambridge, Massachusetts (estados unidos de américa), editada por la
universidad de Harvard, una obra fundamental aún en la actualidad para el
estudio de la basílica catedralicia compostelana: The Early Architectural
History of the Cathedral of Santiago de Compostela, de K. J. Conant, un trabajo
modélico tanto por la manera de acercarse al edificio como por la valoración
que hace del esquema tipológico que explicita y de las circunstancias que lo
fundamentan.
Cuando se publicó esta valiosa investigación
del investigador norteamericano estaba desarrollando ya su actividad el
Seminario de Estudos Galegos, nacido en Santiago en 1923. impulsó esta entidad
desde los primeros momentos de su vida, truncada con el inicio de la Guerra Civil
en 1936, la realización de estudios multidisciplinares sobre ámbitos
territoriales /jurisdiccionales bien definidos. solo uno, el referido a la
Terra de Melide, integrada por los municipios coruñeses de Melide, Santiso y Toques,
se terminó. Fue publicado en Santiago, por iniciativa del seminario, en 1933. Uno
de sus capítulos, de la autoría de X. Carro García, E. Camps Cazorla y X. Ramón
y Fernández Oxea, está dedicado al análisis de la arqueología religiosa. ocupa
las páginas 251-322 y en él se estudian, encabezadas por la iglesia del
monasterio de santo Antoíño de Toques, un total de once edificios considerados
como románicos.
El seminario editó a partir de 1927 y hasta
1934 una publicación periódica, Arquivos do Seminario de Estudos Galegos, en la
que se insertan trabajos de interés para el examen del románico gallego en
general y coruñés en particular.
Lo mismo acontece con la revista Nós, nacida en
1920 y con vida hasta el inicio de la Guerra civil.
En la década de los treinta también, invocada
ya en los dos párrafos precedentes y en la que para el estudio del estilo en España
en general se publica una obra tan decisiva en su tiempo y tan referencial
durante décadas como la de Manuel Gómez Moreno titulada El arte románico
español. Esquema de un libro, ve la luz en Barcelona, dirigida por J. Carreras
Candi, la Geografía General del Reino de Galicia. en el volumen denominado
Generalidades del Reino de Galicia se incluye un estudio de conjunto sobre “la
arquitectura en Galicia”, de la autoría de Ángel del Castillo, en el que se
analizan numerosos edificios románicos ubicados en la provincia coruñesa. También
son reseñadas empresas estilísticamente románicas en los dos volúmenes
consagrados por la misma colección a la provincia de A Coruña, redactados por E.
Carré Aldao. Al igual que acontece en el dedicado a Pontevedra en el mismo
proyecto editorial, los comentarios sobre las iglesias son menos precisos que
los que ofrece Ángel del Castillo.
La década de los cuarenta, superado el difícil
trance de la Guerra Civil, marca un punto de inflexión en los estudios sobre el
arte románico en Galicia en general y, como es obvio, también sobre los
testimonios ubicados en territorio coruñés, con Santiago como referente siempre
privilegiado. Una institución, el instituto Padre Sarmiento de Estudios
Gallegos, nacido en 1944 para, de alguna manera, dar continuidad a la labor del
viejo Seminario de Estudos Galegos; una publicación, Cuadernos de Estudios
Gallegos, promovida por ese instituto, y un nombre, J. Pita Andrade, son de
invocación imprescindible a partir de estos momentos al enfrentarse con la
investigación del estilo que nos ocupa. Pita Andrade publicará en 1944, en el
tomo I, que abarcará ese año y 1945, de la citada revista, Cuadernos de
Estudios Gallegos, su primer estudio sobre un monumento románico gallego: la
iglesia coruñesa, próxima a Ferrol, aunque en otro municipio, el de Narón, de San
Martín de Xuvia. Desde ese año y durante décadas sus estudios, bien de carácter
monográfico, bien de alcance general, serán una constante en el panorama de
publicaciones gallego y sobre la Galicia de tiempos románicos, con Cuadernos y
el instituto mencionado como ejes fundamentales, no únicos, de su actividad en
relación con el estilo y el marco territorial que nos incumbe, Galicia.
En 1956 inicia su andadura en Santiago otra
revista, activa también todavía hoy, como la reseñada en el párrafo anterior,
llamada a tener un gran protagonismo en los ambientes científicos:
Compostellanum. En ella, en el año 1965, se publican las actas del congreso
internacional de estudios Jacobeos celebrado en Santiago en el mes de
septiembre de ese año. un artículo incluido en ese número tiene un especial
interés para nosotros. se trata del titulado “problemas de la Catedral
románica de Santiago”, de la autoría de R. Otero Túñez. Ofreció entonces
importantes novedades tanto sobre la cronología como acerca de la escultura
(estilo e iconografía) del complejo catedralicio compostelano y ejerció un
incuestionable impacto sobre los estudios de arte románico en Galicia. Hoy,
pese a lo mucho que se ha avanzado sobre las cuestiones que abordaba, sigue
siendo un trabajo de inexcusable referencia.
En Compostellanum también, unos años más tarde,
en 1969, publicará S. Moralejo Álvarez su tesis de licenciatura sobre la
primitiva fachada norte de la catedral compostelana. Fue el primero de sus
trabajos sobre este edificio, al que dedicará hasta la década de los noventa lo
mejor de su esfuerzo investigador, contribuyendo, con estudios de contenido muy
dispar, a renovar tanto su visión crono-estilística como su proyección y
significación en el contexto del arte europeo de su tiempo.
S. Moralejo Álvarez defendió su tesis de
licenciatura en la Facultad de Filosofía y letras de la universidad de Santiago.
Fue su director el citado R. Otero Túñez, catedrático de Historia del arte y
responsable, durante muchos años, del departamento correspondiente de ese
centro educativo, con él se formaron y realizaron sus tesis de licenciatura o
sus tesis de doctorado desde finales de los años sesenta numerosos
investigadores que contribuyeron a renovar la visión del arte gallego tanto en
clave interior como en su proyección exterior, para los intereses de la
publicación que me ocupa y en el ámbito de las manifestaciones estilísticamente
valorables o catalogables como románicas citaré aquí, en la década de los
setenta, las tesis doctorales del ya mencionado S. Moralejo Álvarez, de R.
Yzquierdo Perrín y de A. Sicart Giménez.
En la década de los setenta también, en 1972
exactamente, publicó H. de Sá Bravo, en A Coruña, El Monacato en Galicia, una
obra en dos volúmenes, entonces muy valorada, y que hoy, pese a sus errores y
limitaciones, sigue siendo de utilidad. centrada en cuestiones histórico
monásticas, las monografías incluyen también el estudio de las edificaciones
conservadas de los distintos cenobios, muchas de tiempos románicos.
Un año después, en 1973, vio la luz, en la
prestigiosa colección La Nuit des Temps, promovida por Éditions Zodiaque, en
Francia, el libro titulado Galice romane, del que fueron autores M. Chamoso Lamas,
B. Regal y V. González en él, junto a los estudios monográficos de cinco
significativos edificios ubicados en tierras coruñesas (san Juan de Vilanova,
la Catedral de Santiago, Santa María de Sar, San Miguel de Breamo y Santa María
de Cambre), se insertan comentarios, en el capítulo titulado “notes sur
soixante-cinq églises romanes de Galice”, sobre diecisiete empresas
asentadas en la provincia que comentamos.
Concluyo la reseña de la década de los setenta
significando, por un lado, que es entonces, en 1974, cuando comienza a editarse
la Gran Enciclopedia Gallega, un hito en la historia cultural de Galicia,
repleta de información, organizada alfabéticamente, para el estudio de los
monumentos pertenecientes a la época que nos atañe; por otro, que A. Vázquez Penedo
da a la imprenta en 1977, en Pontedeume, su trabajo sobre El románico en la
comarca Eumesa; en tercer lugar, que en 1978, año en el que M. Ward defiende su
importante tesis doctoral sobre el Pórtico de la Gloria, empieza sus
publicaciones sobre el románico coruñés J. R. Soraluce Blond y, finalmente, que
en 1980 comienza a difundirse, promovida por Edicións Xerais de Galicia, la
colección Galicia enteira, de la autoría de X. l. Laredo Verdejo. integrada por
un total de 12 libros, el último aparecido en 1989, ofrece, pese a su finalidad
“turístico-divulgativa”, información de interés, muchas veces inédita,
sobre edificios de tiempos románicos.
La década de los ochenta se abre, en lo que a
nuestros intereses se refiere, con la publicación, en 1982, de la tesis
doctoral, dirigida por el citado R. Otero Túñez y defendida un año antes en la
universidad de Santiago, por José Carlos Valle Pérez, titulada “la
arquitectura cisterciense en Galicia”, se incluyó en la colección
Catalogación Arqueológica y Artística de Galicia, dirigida por el museo de Pontevedra
y promovida por la Fundación Pedro Barrié de la Maza. Junto a un análisis
general de las particularidades tipológicas y estilísticas de las empresas de
la orden en Galicia, esenciales para el desarrollo de las formulaciones
tardorrománicas en nuestra comunidad, como se dirá, estudia monográficamente los
restos de ese tiempo conservados del que fue uno de los más importantes
monasterios peninsulares de su época: santa maría de sobrado.
En 1982 también, año en el que F. Vales Villamartín
publica un interesante artículo sobre cruces antefijas románicas en la comarca
de Betanzos, comienza a publicarse el Boletín do Centro de Estudos Melidenses.
Museo da Terra de Melide en él, desde el nº 1, serán habituales las
colaboraciones de X. M. Broz Rei sobre el arte románico de la comarca,
ofreciendo con mucha frecuencia, fruto de su excelente conocimiento del
territorio, valiosa información inédita.
Un año después de la aparición del boletín de Melide,
en 1983, publicado por el colegio oficial de arquitectos de Galicia como
suplemento, el nº 4, de la revista Obradoiro, aparece el libro Arquitectura
románica de La Coruña. Faro-Mariñas-Eume realizado por el departamento de
Historia de la arquitectura de la escuela técnica superior de arquitectura de a
coruña, analiza un total de cuarenta y seis edificaciones ubicadas en las
comarcas citadas, particularmente ricas en testimonios constructivos de tiempos
románicos. Útil por la información histórico artística que da sobre cada uno de
los edificios, lo es aún más por los planos (plantas, alzados y secciones) que
de ellos ofrece. cuenta la publicación, además, con un estudio introductorio de
J. R. Soraluce Blond, quien completará el inventario de empresas románicas de
la zona con un artículo publicado en la revista del colegio oficial de
arquitectos de Galicia el mismo año en el que reseña otros siete.
Ven la luz en los años ochenta asimismo,
resultado de tesis de licenciatura defendidas en la Facultad de Geografía e
Historia de la universidad de Santiago, artículos o monografías sobre empresas
románicas tan emblemáticas de la provincia coruñesa como Cambre, Moraime o
Xuvia, apareciendo en 1987 igualmente, en la colección biblioteca básica da
cultura Galega, editada por Galaxia, el libro Galicia Románica, de la autoría
de isidro G. Bango Torviso, autor, como tendremos oportunidad de comentar más
abajo, de otros sólidos estudios sobre el románico de Galicia, singularmente
sobre la basílica compostelana.
concluyo la revisión de la década con la
mención de diversas iniciativas en las que la em presa últimamente citada, la
catedral de Santiago, edificio, decoración y mobiliario, brilló con especial
intensidad: la conmemoración, con una gran exposición y un muy relevante
simposio internacional64, del viii centenario del asiento de los dinteles del
pórtico de la Gloria, una y otro celebrados en santiago; el coloquio
internacional sobre el Códice Calixtino que tuvo lugar en la universidad
de Pittsburg en el mismo año y la aparición, en 1990, de la monumental obra de M.
Durliat, culminación de varias décadas de brillante investigación sobre la
materia, acerca de La Sculpture romane de la Route de Saint-Jacques. De Conques
à Compostelle, un libro de invocación imprescindible también, como parece
obvio, para el análisis de cuestiones arquitectónicas.
El año últimamente citado, 1990, es asimismo el
año en el que la Fundación Pedro Barrié de la Maza publica la monografía de R. Otero
Túñez y R. Yzquierdo Perrín sobre el coro pétreo del maestro Mateo en la
catedral de santiago, anticipo del proyecto de reconstrucción, materializado en
1999, de tan espectacular empresa, destruida a principios del siglo XVII,
dirigido por los dos investigadores citados y promovido y patrocinado por la
misma Fundación, a ella se debe también otra iniciativa singular: la reconstrucción
de los instrumentos del pórtico de la Gloria, materializado el proyecto en un
concierto celebrado el 4 de diciembre de 1991 al pie del mismo emblemático
monumento, el complejo proceso que a él condujo, de la mano de reputados
especialistas coordinados por el padre J. López Calo, se recoge en una magna
publicación en dos volúmenes, Los instrumentos del Pórtico de la Gloria. Su
reconstrucción y la música de su tiempo, editado en a coruña dos años más tarde
por la Fundación promotora de la iniciativa.
La década de los noventa del pasado siglo, la
que ahora estamos valorando, fue pródiga en estudios de entidad sobre el
románico gallego, en general, y sobre el coruñés, en particular. un buen número
de edificios ubicados en la provincia, todos los significativos, en cualquier
caso, son analizados por R. Yzquierdo Perrín en los dos volúmenes, aparecidos
en los años 1995 y 1996, que al Arte Medieval de Galicia se le consagran en la
sección de arte en el Proyecto Galicia, promovido por la editorial Hércules.
En 1995 también se publica el primer volumen
del proyecto, promovido por la Diputación Provincial de A Coruña, con la
colaboración del departamento de composición de la universidade de a Coruña y
dirigido por J. R. Soraluce Blond y X. Fernández Fernández, titulado
genéricamente Arquitecturas da Provincia da Coruña, organizado el inventario
constructivo por comarcas, debían componerlo veinte entregas. sólo se editaron,
debido al fallecimiento del segundo de los autores citados, dieciocho, la
última, centrada en la “comarca de Arzúa”, aparecida en el año 2010.
ofrece información planimétrica, gráfica y textual (breve, pero muy precisa)
sobre todos los edificios religiosos y civiles significativos localizados en
cada uno de los municipios estudiados, siendo, justamente por esa proximidad a
los monumentos, un instrumento de consulta imprescindible. Útiles son también
para los ámbitos territoriales que analizan, aunque desiguales, las
publicaciones de X.F. Correa sobre el románico eumés, de C. Fornos sobre
comarcas diversas de la provincia, singularmente las más próximas a la capital,
de C. de Castro Álvarez, de nuevo sobre la comarca eumesa, y de G. Casado
González sobre Arteixo.
Dos tesis de licenciatura defendidas en la
universidad de Santiago, una en 1994, otra en 1997, dieron lugar a dos
importantes publicaciones, ambas promovidas por la diputación coruñesa. se
trata, en el primer caso, de la titulada El arte románico en Terra de Melide,
de la autoría de M. P. Carrillo Lista y, en el segundo, del titulado
Arquitectura románica en la “Costa da Morte”. De Fisterra a Cabo Vilán,
cuyo autor es J. R. Ferrín González. Fruto de un trabajo académico también, en
este caso una tesis doctoral defendida en la universidad de Salamanca, es la
obra Bestiario en la escultura de las iglesias románicas de la provincia de A
Coruña. Simbología, de la autoría de M. J. Domingo Pérez-Ugena, editada
asimismo por la diputación provincial de a Coruña, en este caso en 1998.
Aunque su ámbito de referencia no sea el
específico de esta colaboración, no puede silenciarse en este apartado
bibliográfico tanto por su entidad como por la ayuda que los comentarios y
reflexiones que en él se introducen suponen para la valoración global de los
testimonios de tiempos románicos llegados hasta hoy en la demarcación
territorial que estamos considerando.
Termino mi valoración de la década final de la
pasada centuria con la indicación de que es en esos años cuando comienzan a
aparecer publicadas las investigaciones de M. Castiñeiras, quien tendrá desde
entonces y hasta hoy, en el románico gallego en general y en relación con la
catedral de santiago en particular, uno de los ejes esenciales de su trabajo
intelectual.
El siglo XXI, a nuestros efectos, se abre con
una exposición sobre el románico en Galicia y Portugal programada por las
fundaciones Pedro Barrié de la Maza y Calouste Gulbenkian inaugurada en el mes
de febrero de 2001 en la sede coruñesa de la primera, su catálogo y el ciclo de
conferencias que le sirvió de complemento ofrecieron no sólo un estado de la
cuestión sobre el desenvolvimiento del estilo al norte y el sur del río Miño,
sino también noticias o visiones novedosas sobre algunos edificios,
particularmente sobre la catedral de Santiago, una empresa siempre abierta,
permanentemente generadora de debates, sea sobre la secuencia de sus primeras
campañas, sea sobre el proceso de su culminación y, en consecuencia, sobre el
alcance de la etapa vinculada al maestro mateo y que la llevará a su
terminación, sancionada por una solemne consagración, en el año 2011, como ya
se dijo, en el transcurso de un acto en el que estuvo presente Alfonso IX, el
monarca entonces reinante en León.
una novedad importante se abre paso poco a poco
también en las investigaciones sobre patrimonio construido en la década que
ahora analizamos: la reflexión –y consiguiente valoración– sobre las
intervenciones restauradoras en los monumentos, un campo de análisis que tiene
como hitos de referencia para el románico coruñés (para el gallego en general y
también para otros estilos) el estudio de J. Esteban Chapapría y Mª P. García Cuetos
sobre Alejandro Ferrant en los años previos a la Guerra Civil y, para las intervenciones
tras esa contienda, los trabajos de B. M. Castro Fernández sobre F. Pons-Sorolla,
quien contó como eficaz colaborador en su tarea con M. Chamoso Lamas el trabajo
de éste en relación con el asunto que comentamos, la tutela/intervención sobre
el patrimonio monumental, fue analizado también por la real academia Gallega de
bellas artes con propuestas expositivas y catálogos que arrancaron en 1995 en Lugo
y que, para el ámbito territorial que nos incumbe, se materializaron en dos
proyectos, uno específico sobre santiago en 1999, otro sobre el resto de la
provincia coruñesa en 2004, un año santo compostelano también, como el
anterior, acontecimiento a cuya programación específica se acogió la iniciativa
en las dos ocasiones.
Un año después de la última actividad
mencionada en el párrafo precedente, esto es, en 2005, defendió su tesis
doctoral en la universidad de Santiago M. P. Carrillo Lista titulada Arte
románico en el Golfo Ártabro y en el oriente coruñés, analiza alrededor de
setenta edificios ubicados en el territorio delimitado permanece inédita a día
de hoy.
Menos edificios, sin duda, se examinan en la
última publicación específica, monográfica y de entidad, aparecida hasta ahora
sobre el románico coruñés me refiero al libro Arteixo, patrimonio románico.
editado en 2012 por iniciativa del ayuntamiento, fue materializado, sirviendo
de complemento a una exposición sobre el patrimonio románico del municipio, por
el departamento de composición de la universidad de a Coruña. Ofrece, junto a
textos de carácter general sobre el estilo en Galicia y en Arteixo, estudios
monográficos sobre tres templos, los de Monteagudo, Oseiro y Loureda,
resultando particularmente valiosas en todas las colaboraciones las fotografías
que documentan momentos diversos en la evolución de los edificios.
Comenzaba este capítulo invocando un texto del
Códice Calixtino como preludio del protagonismo que la basílica santiaguesa iba
a tener a lo largo de los siglos.
Lo termino citando dos iniciativas que, como un
todo o sólo en parte, la tienen también como referente y de las que habrán de
derivarse significativas aportaciones para su mejor conservación y
conocimiento: la elaboración de su plan director, ultimado en 2011 –año en el
que, como ya se dijo, se conmemoró el 800 aniversario de la consagración
definitiva del monumento– y promovido por el cabildo catedralicio y el
consorcio de santiago con la colaboración de la Fundación Pedro Barrié de la Maza,
y, por parte de esta última, la puesta en marcha, en el año 2008, del programa
de restauración del pórtico de la Gloria, un proyecto, en el marco del Programa
Catedral de la misma entidad, esencial tanto para su conservación como para su
más preciso análisis desde los puntos de vista formal e iconográfico
Los edificios románicos coruñeses:
Análisis de las formas.
alrededor de doscientas construcciones
valorables desde el punto de vista de su estilo como románicas se alzan todavía
hoy, completas o sólo en parte, en el territorio adscrito a la provincia de A
Coruña. desiguales en su implantación o distribución, fruto tanto de
circunstancias históricas, siempre aleatorias, como de exigencias o
determinismos físicos (las comarcas de montaña cuentan siempre con menos
población que las próximas a la costa, por invocar al menos un dato objetivo de
referencia al respecto, lo que explica que en las últimas sean mayores las
exigencias de espacios para el culto), su número es muy similar, por ejemplo,
al que pudimos documentar en la provincia de Pontevedra y es prueba evidente,
como él, de la brillantez del tiempo histórico en que se levantaron.
No es el numérico el único dato coincidente,
para el cometido de este estudio, entre las provincias de A Coruña y
Pontevedra. como en ésta o, mejor todavía, más que en ella, pues en puridad,
salvo el palacio episcopal de Santiago, con los matices que su específica
función conlleva, nada de una mínima entidad, susceptible de ser considerado
como románico, puede señalarse hoy en el ámbito civil, todas las empresas
llegadas hasta nosotros tienen o tuvieron en su arranque un cometido religioso,
un dominio que, aunque no tan aplastante, tuvo que hacerse evidente ya en su
tiempo histórico en virtud de las especiales circunstancias cultuales,
litúrgicas y monásticas que en él concurrían.
En paralelo con Pontevedra también, dos rasgos
destacan de entrada al analizar como un bloque todas las empresas llegadas
hasta el presente: la ausencia de esquemas constructivos complejos y el
predominio absoluto de las edificaciones que ostentan una sola nave. en éstas,
frente a las ubicadas en la provincia meridional que nos está sirviendo de
comparación, solo encontraremos dos modelos de cierre oriental, uno con capilla
rectangular, el más numeroso, como en toda Galicia, otro con ábside
semicircular, prácticamente siempre precedido de tramo recto. No tenemos hoy
constancia de que hubieran existido entonces iglesias con un solo ábside
poligonal. No deja de ser curioso, en cuanto a los dos esquemas de cierre
mencionados, que los dos edificios más antiguos de la provincia con una sola
nave y un ábside también solitario llegados hasta el presente respondan ya a
esa diversidad de cierres señalada: Santo Antoíño de Toques (Toques)
rectangular y san Xoán de Vilanova (Perbes, Miño) semicircular, en este caso sin
tramo recto presbiterial.
Nada especialmente novedoso ofrecen todos estos
templos en lo más definitorio de su materialización interior (alzados y
cubiertas) con respecto a lo que ya se comentó en la provincia de Pontevedra.
un rasgo, sin embargo, sí debe ser traído a colación a propósito de los cierres
exteriores orientales: la presencia en algunos casos, en los paramentos sur y
norte de ábsides rectangulares, de arcos semicirculares uniendo, atando
contrafuertes, una solución, que veremos también más abajo armando los muros
laterales de las naves de empresas de más envergadura, basilicales, que arranca
de la capilla central de la girola de la Catedral de Santiago y que se hará
particularmente evidente –e impactante– a partir del costado de poniente de su
grandioso transepto.
Integran el segundo bloque de edificios
susceptible de ser considerado aquí los que exhiben o exhibieron planta
basilical, con tres naves, sin crucero (o con crucero, sin que éste, en tal
caso, sobresalga lateralmente, evidenciándose su existencia por la mayor
longitud del tramo que le corresponde), y cabecera con tres capillas, la
central siempre saliente. Son catorce las empresas coruñesas llegadas hasta hoy
o de las que tenemos referencias seguras o verosímiles a ese respecto, que
responden a ese planteamiento planimétrico. Las más, nueve, presentan capillas
semicirculares, la central saliente, precedidas de tramo recto: san salvador de
Bergondo; Santiago de A Coruña; Santiago do Burgo (Culleredo); Santa María de Mezonzo
(Vilasantar); Santo Tomé de Monteagudo (Arteixo); San Martín de Xuvia (Narón); San
Julián de Moraime (Muxía); San Pedro de Ozón (Muxía) y San Pedro de Fóra (Santiago),
ésta ya desaparecida. Dos, Santa María de Sar (Santiago) y Santiago de Mens (Malpica
de Bergantiños), la segunda fruto de una reformulación de un templo
prerrománico, eligen para la capilla central un esquema poligonal, con cinco
lados, derivado del modelo introducido en las capillas occidentales de la
girola de la catedral compostelana, de las cuales hoy sólo se conserva la de Santa
Fe/San Bartolomé. Otras dos, finalmente, una conservada, la iglesia de A Corticela,
en el entorno del recinto catedralicio santiagués, otra desaparecida, la
abacial de Monfero (Monfero), pero de reconstrucción verosímil, presentan
capillas de planta rectangular, la central siempre saliente, la primera como
fruto de una supeditación a una solución ya presente en el mismo edificio desde
tiempos prerrománicos, la segunda en consonancia con una formulación de uso
habitual en empresas pertenecientes a su misma orden, la del Císter.
Todas estas iglesias, de mayor envergadura que
las incluidas en el primer bloque delimitado, sólo utilizaron bóvedas en las
capillas de la cabecera, las normales en su tiempo y en los espacios de
referencia (cañón, apuntado o no, en las de configuración rectangular y en los
presbiterios de las otras, y cascarón en los hemiciclos). Las naves, a tenor de
lo conservado o, como ya señalé, a partir de lo que cabe deducir por la
información llegada hasta nosotros, recibieron una cubierta de madera,
englobando una estructura única a doble vertiente a las tres que componen el
cuerpo longitudinal del templo.
El tercer grupo a considerar, el menos nutrido,
lo integran los edificios que poseen planta de cruz latina, tres llegados hasta
hoy y un cuarto, desaparecido, cuya organización cabe inferir a partir de la
convergencia de fuentes dispares. se trata, en el primer caso, de la Catedral
de Santiago y de las iglesias, monástica una y con toda probabilidad canonical
otra, respectivamente, de Santa María de Cambre (Cambre) y San Miguel de Breamo
(Pontedeume), y, en el segundo, de la abacial de Santa María de Sobrado (Sobrado
dos Monxes).
La Catedral de Santiago, una de las grandes
empresas europeas de su tiempo, como ya dije, destaca ante todo por sus
dimensiones: alrededor de 100 m en su brazo mayor y cerca de 70 en el crucero.
Presenta tres naves en el cuerpo longitudinal, otras tantas en el crucero, con
dos capillas semicirculares en el flanco este de cada uno de sus brazos, y una
cabecera compuesta por una capilla mayor muy desarrollada en torno a la cual se
dispone una girola a la que se abren cinco ábsides, el central rectangular por fuera
y con cierre semicircular por dentro, flanqueando esta parcela interior, en las
esquinas, sendos nichos, uno por lado, de idéntica configuración; los dos
siguientes semicirculares por el interior y el exterior y las dos últimas, una,
la meridional, desaparecida en tiempos barrocos, poligonales por dentro y por
fuera, disponiéndose en todos los casos entre ellas tramos libres, sin
aditamentos, en los que se practican puertas y vanos superpuestos.
Un rasgo estructural destaca por encima de los
demás al valorar internamente el alzado del edificio: la inserción de una
tribuna con bóveda de cuarto de cañón por encima de las naves laterales y de la
girola, circundando, enlazando todo el complejo, singularizado también por el
hecho de que la totalidad de sus espacios están cubiertos por bóvedas (de cañón
en las naves centrales de los dos brazos principales, de arista en las naves
laterales y en la girola, de cuarto de cañón, ya citada, en la tribuna y de cascarón
en los hemiciclos absidales).
Excepcional no sólo en Galicia, sino también en
la Península Ibérica, este edificio, ponderado ya en su tiempo, como señalé más
arriba, responde, en su conformación básica, esencial, en planta y en alzado,
uno y otro ajenos en su combinación a las tradiciones constructivas
cispirenaicas, al esquema definitorio de las llamadas genéricamente “iglesias
de peregrinación”, un grupo reducido de edificios, cinco en total, cuatro
ubicados más allá de los Pirineos, indudablemente emparentados, cuyo prototipo,
si existió, nos es desconocido.
La iglesia de Cambre, de complejo proceso
constructivo, muestra tres naves de cinco tramos en el brazo longitudinal,
crucero con una sola y cabecera con capilla mayor semicircular, girola y cinco
capillas radiales, también semicirculares con tramo recto, separadas por
parcelas libres en las que se abren vanos, un esquema que, como se ha repetido
hasta la saciedad, deriva del que ofrece, como acabamos de ver, la basílica
catedralicia compostelana. Son estas capillas radiales hoy, cubiertas por
bóvedas nervadas de filiación compostelana, “mateana”, las únicas
parcelas del edificio que exhiben cierre de época.
San Miguel de Breamo ofrece una sola nave, de
no mucho empaque, en el brazo longitudinal de la cruz, crucero con nave única
también, con un solo tramo por brazo, y cabecera compuesta por tres ábsides de
planta semicircular, el central, único que ostenta tramo recto presbiterial,
saliente. Todos los espacios del templo, hecho no excesivamente frecuente en
Galicia, están abovedados, respondiendo los más a pautas usuales en la época
(cañón semicircular en la nave y brazos del crucero; cañón apuntado en el tramo
recto del ábside central; cascarón en los tres hemiciclos), siendo menos
frecuente –y por eso más reseñable– la presencia de una bóveda de crucería
cuatripartita, sin duda de filiación cisterciense, en el tramo central del
crucero.
La espectacular iglesia del monasterio de
Sobrado, la última citada en este apartado, es en su aspecto actual, en lo
esencial, un producto del siglo XVII. el análisis de esta fábrica, las
referencias documentales que poseemos de la anterior y las normas usuales en
materia constructiva en la orden a la que perteneció la comunidad que la
promovió, la del Císter, y la filiación a la que perteneció, la de Claraval, en
los años en que se levantó la primera, permiten afirmar que ésta, la medieval,
respondía en su conformación básica a las pautas de la llamada “planta
bernarda”, la adoptada en Claraval, su casa madre, en los años treinta del
siglo XII. Presentaría, por tanto, un brazo longitudinal con tres naves de
cinco tramos, crucero marcado, con una sola, y cabecera compuesta por cinco
capillas rectangulares, la central destacada, las laterales, dos por lado,
cerradas a oriente por un muro común plano. se trataría, pues, de un modelo
análogo, no idéntico, al que hoy podemos ver en Galicia en la abacial de Santa
María de Oia (Pontevedra), a la que, sin duda, se asemejaría también en la
organización del alzado, con bóvedas de cañón apuntado en todos los espacios,
explicitando aquellas en su distribución, perpendiculares unas, paralelas
otras, al eje longitudinal del edificio, los fundamentos borgoñones de los que
parten.
En líneas generales y con la excepción, lógica,
de la Catedral de Santiago, el románico coruñés, en cuanto a sus exteriores, no
ofrecerá, tal como acontece también con el pontevedrés, soluciones de especial
complejidad. para las materializadas, le es de aplicación, en lo esencial, lo
indicado en su día para la provincia situada al sur tanto a propósito de los
hastiales de poniente como de las fachadas laterales y la organización de las
cabeceras. Hay, sin embargo, algunas singularidades, no muchas en todo caso,
que sí deben reclamar nuestra atención y que tendrán como referencia, sobre
todo, aunque no exclusivamente, a los edificios de mayor envergadura y, por
ello, de mayor significación también. tres son, a ese respecto, los ámbitos que
voy a ponderar seguidamente, en consonancia con las tres parcelas comentadas:
el hastial de poniente, los cierres laterales y la cabecera.
Comenzaré, en lo que a la primera zona acotada
se refiere, con la Catedral de Santiago. Su hastial occidental, concluido en lo
fundamental y más definitorio, no, según cabe deducir de testimonios
posteriores, en su totalidad, alrededor de 1211, año, como se dijo ya, de la
definitiva consagración del edificio, exhibía, sobre la plataforma que permitía
salvar el desnivel que, con respecto a la cabecera, ofrecía la parcela de
poniente, una vistosa estructura en H, de inequívoca progenie borgoñona. Dos
torres de planta rectangular, salientes, la del norte incompleta, lo
flanqueaban. El bloque central, dispuesto en un segundo plano con respecto a
las torres, se organizaba en cuerpos y calles, concibiéndose, en lo esencial,
como transposición externa de la disposición interna del edificio. Señalaba la
separación entre el primer y el segundo cuerpo de la fachada una imposta
montada sobre arquitos apoyados, a su vez, sobre canecillos, una solución de
gran vistosidad que se utilizó también en el remate del cuerpo bajo de la torre
septentrional.
En el inferior de la fachada se abrían tres
puertas con arcos de medio punto, situándose encima de los extremos sendos
óculos. Sobre la imposta, el segundo cuerpo exhibía altas arquerías
semicirculares, dos en la calle central, una en las laterales. Encima de estas
últimas, como remate de esos ámbitos extremos, se hallaba otro cuerpo integrado
por tres nuevos arcos de medio punto cobijados por otro en mitra ubicado, a su
vez, bajo otro semicircular que abarcaba al conjunto, con cierre superior
recto. La calle central, por su parte, remataba con un enorme rosetón enmarcado
por cuatro óculos dispuestos en los ángulos de la parcela cuadrada en la que se
inserta.
Esta fachada, inicialmente abierta, sufrió
diversas intervenciones a lo largo de los siglos. Algunas, la última de
entidad, de la que procede su imagen básica actual, culminada en 1750 de la
mano de Fernando de Casas y Novoa, alteraron muy significativamente su
configuración, por más que sea fácil “leer” todavía hoy aspectos
esenciales de ella, sin duda uno de los testimonios más destacados de su tiempo
en el occidente cristiano. Frente a las zonas descritas, las reformas de la
edad moderna borraron por completo las huellas de la organización de la fachada
de la estancia, la cripta o “catedral vieja”, sobre la que se levanta la
parcela occidental del templo, al igual que la de las escaleras de acceso por
el exterior a esta última zona así como la conformación de la plataforma
ubicada delante del cierre del templo.
El hastial occidental de Cambre, de menor
empaque y monumentalidad, sin duda, está también muy cuidado. Presenta tres
calles, la central saliente, enmarcada por contrafuertes prismáticos en cuyo
frente se disponen dos columnas entregas con capiteles vegetales. en la calle
central, coronada por una espadaña de dos vanos, se sitúan, separadas por un
tejaroz, la portada, con dos arquivoltas, en el cuerpo inferior y un rosetón en
el superior, distribución, en esencia, aunque reducida, idéntica a la que vimos
en Santiago y nada anómala, por lo demás, en cuanto a estructura básica, en el
románico gallego. En las calles laterales, la septentrional con un nuevo
contrafuerte en la esquina, sin él en la opuesta, se abren sendas ventanas, las
dos con arcos lobulados.
Muy distinta en su imagen, sólida, maciza,
robusta, pese a que, en lo definitorio, emplea el mismo vocabulario
constructivo, es la fachada occidental de la iglesia de San Miguel de Breamo.
se organiza en dos cuerpos. exhibe el inferior una sencilla puerta con arco
semicircular de sección prismática, lisa, volteada directamente sobre las
jambas, también aristadas, flanqueán dola cuatro contrafuertes de no mucha
proyección, dos por lado. sobre ellos se dispone una imposta sin ornato que
marca el arranque del cuerpo superior, centrado hoy, no en origen, por un
rosetón cuya tracería, de gran exquisitez formal, delicadeza en el tratamiento
que se extiende a la arista, cortada en zigzag, de la rosca que enmarca el
vano, resulta particularmente llamativa vista la aplastante simplicidad de todo
el hastial.
Es también digno de mención en el capítulo que
me ocupa, pese a que el desnivel de su emplazamiento y alguna intervención en
ella no muy afortunada (es el caso del pórtico de acceso) le restan
protagonismo visual, la fachada de poniente de la abacial de san Julián de
Moraime. Está flanqueada por dos torres de planta cuadrada, hoy al menos
desiguales en altura y remodeladas, conservando, no obstante, significativos
restos de origen. Se divide, por medio de dos contrafuertes emplazados a los
lados de la portada, en correspondencia con los pilares y arcos interiores, en
tres calles. La central, en la actualidad más baja que el terreno en el que se
asienta y protegida externamente por un pórtico añadido, exhibe en su parte
baja una portada excepcional en el ámbito no urbano de Galicia tanto por su
composición como por su decoración. Ofrece tres arquivoltas profusamente
decoradas volteadas, en cada jamba, sobre otras tantas columnas de fustes
decorados con figuras y animales. También exhibe decoración –siete figuras
cobijadas por arcos semicirculares montados sobre finas columnas– la parte
inferior, la situada sobre el vano, del tímpano que nuclea la portada. Sobre
ésta, visible por encima del citado pórtico, se disponen hoy un vano
rectangular, barroco, producto de una intervención que conllevó la desaparición
del elemento original, con toda probabilidad un rosetón o, como mínimo, un
óculo, tal como acontece en los tramos laterales. Éstos, en su parte baja, se
organizan, como consecuencia de la acusada pendiente que ofrece el terreno
sobre el que se asienta el templo, de manera distinta, disponiéndose una
ventana con arquivolta y chambrana apuntadas y un óculo en el lado norte, y
también una ventana de organización similar a la descrita y de nuevo un óculo
encima en el flanco meridional.
Los cierres laterales de los edificios de mayor
entidad tendrán, como en la parcela anterior, a la Catedral de Santiago como
inexcusable referente inicial. Dos datos de su fábrica merecen retenerse a este
respecto: la presencia de dos puertas en las fachadas de los brazos del
crucero, solución de innegable vistosidad, explicable por razones
estructurales, sin duda, pues un número impar, simétricamente distribuidas,
sería incompatible con la implantación en el interior de los pilares que
delimitan las naves, pero a la que no le eran ajenas tampoco resonancias del
mundo romano, y el uso, a partir del costado occidental del crucero, de arcos
atando los contrafuertes, un dispositivo muy eficaz desde el punto de vista
constructivo, pues dota de solidez a la fábrica, y de evidente atractivo visual
también.
Del modelo catedralicio santiagués deriva la
organización que exhiben el flanco norte de San Julián de Moraime y los dos de
la colegiata compostelana de Santa María de Sar, uno y otros con arcos
semicirculares atando los contrafuertes, fórmula, recordémoslo, que
encontraremos también, en algunas ocasiones, en los costados de ábsides
rectangulares de algunas iglesias más sencillas y que será “recuperada”,
para idénticas funciones, constructiva y decorativa, en tiempos barrocos. Al
recinto compostelano remite también la solución, presente en los dos casos, de
cubrir las tres naves con un tejado común, único, a doble vertiente.
Las cabeceras, sean simples o triples, suelen
alzarse sobre retallos escalonados. Nada ofrecen de especial, vistas como un
todo, con respecto a las que podemos encontrar en la provincia de Pontevedra.
Justamente por ello, por salirse de la norma, merece mención detallada, como
allí acontecía con el bloque de naciente de Carboeiro, la singular organización
que exhibe esa misma parcela en la remodelada a finales del siglo XIX, en clave
historicista, iglesia de Santa Isabel del complejo de Caaveiro (A Capela). su
único ábside, semicircular con tramo recto presbiterial, se construye, para
salvar el desnivel del terreno sobre el que se asienta, sobre una alta
plataforma o basamento granítico, cuadrangular, macizo, cuyos paramentos
visibles decoran y animan vistosos arcos, dos, ligeramente apuntados y ciegos,
de sección prismática, lisos, montados sobre pilastras y ménsulas, en cada una
de las dos parcelas en que se divide el frente este, uno, también apuntado y
con el mismo perfil, en cada uno de los dos ámbitos que animan los de los
costados norte y sur, volteados todos, sin solución de continuidad, sobre
pilastras.
Al hilo de la singular organización de la
cabecera de Caaveiro, vale la pena reseñar ahora también la presencia, tan
infrecuente como ella, de campanarios exentos, independientes del edificio al
que sirven, próximos a su cabecera. Inhabituales son también hoy pórticos como
el que, pese a ser posterior al templo al que complementa, vemos en la fachada
oeste de Doroña (Vilamaior). este aditamento, en la actualidad casi una
reliquia, como es bien sabido, fue de uso muy común tanto en las fachadas
occidentales como en las laterales. de organización siempre muy sencilla
(normalmente una techumbre inclinada, a una sola vertiente, apoyada en soportes
de madera o pétreos), sirvieron para acoger actividades diversas, cultuales y/o
civiles o, si se prefiere, laicas.
Termino la valoración del exterior de los
edificios religiosos con una referencia a la cabecera de las empresas de la
provincia coruñesa que en esa parcela muestran una girola: la Catedral de
Santiago y la abacial de Cambre. la primera, transformada a lo largo del tiempo
y hoy difícil de apreciar a causa precisamente de la acumulación en sus
inmediaciones de otras construcciones, sigue admirándonos por su grandiosidad,
su armonía y su riqueza compositiva, más sorprendente, si cabe, por tratarse de
un producto foráneo, importado, terminado, en lo que a esa parcela de poniente
se refiere y pese a las interrupciones que sufrió, fruto de las dificultades
que conoció la sede episcopal, en treinta años, los que van desde su inicio en
1075 hasta su consagración en 1105. Un solo dato, la diversidad de esquemas
que, según ya comenté, muestran las cinco capillas abiertas a la girola, sirve
de aval a esta valoración: rectangular al exterior la central, semicirculares
las dos siguientes y poligonales las extremas, las más próximas al crucero, al
que se adosan o, mejor, se adosaban, pues sólo queda hoy parte de una de época,
otras dos, también semicirculares, en cada uno de sus costados de naciente. Su
grandeza se hace aún más evidente cuando se compara con la imagen, muy cuidada,
en cualquier caso, que ofrece la misma parcela, la cabecera, provista también
de una girola, de la iglesia monástica de Cambre, una estructura, la de remate,
poco frecuente en su tiempo en Galicia, lo que le confiere una evidente
jerarquía en ese contexto territorial, levantada ad similitudinem de la
compostelana, tal como ya señalé anteriormente.
Comentaba al comienzo de este apartado la
escasez de vestigios arquitectónicos de carácter civil llegados hasta hoy en la
provincia de A Coruña de los tiempos que estamos valorando. En realidad, sólo
una empresa y, en parte, con reparos, puede ser traída a colación aquí: el
palacio arzobispal compostelano. Iniciado en el lugar que hoy ocupa, al norte
de la Catedral, por iniciativa de Diego Gelmírez alrededor de 1120, nada de lo
que en él se conserva actualmente procede de su tiempo, sino de épocas posteriores,
las más antiguas, para nuestros intereses, de finales del siglo XII. Exhibe una
curiosa distribución, con dos pabellones, uno paralelo a las naves
longitudinales de la basílica, otro perpendicular en dirección norte a la
fachada occidental de aquella, los cuales convergen en una estructura torreada
que les sirve de enlace. Valioso desde el punto de vista constructivo (la sala
de armas, otras veces llamada de recepciones, la cocina y el refectorio son las
tres estancias de interés para nuestro cometido) y también decorativo (en
particular las ménsulas sobran las que descansan los nervios que cubren la
última estancia citada), su análisis detenido se efectúa en la monografía
correspondiente.
Al igual que en la provincia de Pontevedra,
tampoco son abundantes, aunque haya más testimonios en la de A Coruña, las
dependencias complementarias de las iglesias llegadas hasta nosotros. Desde el
punto de vista documental, las primeras referencias que poseemos sobre una de
esas estancias, un claustro en concreto, nos las proporciona la Catedral de
Santiago. se recogen en la Historia Compostelana y proceden de tiempos de Diego
Gelmírez, fallecido, como ya se dijo, en 1140. La primera de esas menciones,
datada en 1124, tiene el interés excepcional de informarnos del carácter
exótico, foráneo, ajeno a las tradiciones autóctonas, que por entonces se
atribuía a esas dependencias, usuales ya al otro lado de los pirineos por esas
mismas fechas. Nada estilísticamente datable en tiempos de tan importante
prelado, sin embargo, ha llegado hasta hoy, debido con toda probabilidad a la
lentitud con que los trabajos en esa dependencia se desarrollaron en un
principio, agilizándose, impulsándose, tras la terminación de la basílica
apostólica, consagrada en 1211 en presencia del rey Alfonso IX, tal como ya se
comentó precedentemente. A ese horizonte temporal apuntan los vestigios de esa
procedencia hoy conocidos, algunos todavía in situ, bajo el claustro
renacentista vinculado a Juan de Álava, otros reinstalados en la cabecera del
santuario de Agualada, en la parroquia santiaguesa de Marantes, un tercer
bloque, en fin, integrado por restos fragmentarios, conservados en el museo de
la catedral o en el de las peregrinaciones y de Santiago, en la misma ciudad.
De la valoración conjunta de todos ellos cabe concluir que las galerías
claustrales, cubiertas por bóvedas de crucería cuatripartita con clave
decorada, se abrían al patio en grupos de dos arcos de medio punto montados sobre
columnas dobles, exentas las centrales, empotradas las extremas, apoyadas en un
alto banco de fábrica. un arco de descarga apuntado, volteado sobre columnas
acodilladas, enmarcaba por el exterior, hacia el patio, cada uno de los grupos
de arcos citados. no distaba mucho en su organización, pues, de la que exhibe
hoy el claustro de la catedral de tui (Pontevedra), con el que nada tenía que
ver, en todo caso, estilísticamente. desde este punto de vista, como se dirá
más abajo, se ofrecía como una síntesis de formulaciones, unas vinculadas en
origen al entorno mateano, ya evolucionado, otras ya plenamente góticas, una
fusión explicable por su tardía cronología, de tiempos del prelado Juan arias
(1238-1266).
Una síntesis similar se documenta en el
claustro de la también compostelana colegiata de Santa María de Sar, empresa de
la que en la actualidad sólo persiste en pie una galería, la septentrional,
contigua a la iglesia, a cuyo lado meridional se adosa. Nueve arcadas, montadas
sobre un alto zócalo, integran hoy esta galería. Su organización no es
uniforme. Dos secuencias la conforman. Integran la primera las cinco arcadas
iniciales contando desde el este. se distribuyen en tres grupos, en origen
todos con dos vanos semicirculares (falta uno en el primero), volteados sobre
soportes geminados, exentos los centrales, adosados a los pilares que delimitan
los tramos, los otros. Frente a esta distribución binaria, los cuatro arcos
siguientes se disponen como un todo, sin solución de continuidad. esta
disparidad rítmica se corresponde con diferencias estilísticas también muy
marcadas, fruto, sin duda, de la existencia de campañas constructivas diversas,
la primera susceptible de ser considerada como románica, próxima a las pautas
específicamente mateanas, la segunda más proclive ya a formulaciones plenamente
góticas, lo que nos llevaría, en este caso, a una cronología similar a la
señalada para el vecino claustro catedralicio.
Anterior a los dos compostelanos, sin duda, es
el del monasterio, benedictino en tiempos plenomedievales, de San Justo de Toxos
Outos (Lousame), trasladado alrededor de 1920 por José Varela de Limia,
vizconde de San Alberto, a una finca de su propiedad ubicada entonces en los
alrededores de Noia. De pequeñas dimensiones, se encontraba situado al sur de
la iglesia abacial. Tenía planta rectangular, con ocho arcos semicirculares en
los lados mayores y cinco en los menores. Voltean todos, de organización muy similar,
sobre columnas pareadas que reiteran las soluciones comentadas. Los capiteles,
simples, se decoran en su totalidad con hojas. aunque en alguna ocasión se han fechado
a mediados del siglo XIII, el que en su estructura y decoración no se detecte
el impacto de fórmulas vinculadas al entorno mateano impide datarlo más allá de
la etapa final del siglo XII (ca. 1180-1190).
Un claustro medieval, que sabemos que estaba en
obras en 1213, existió también en el monasterio cisterciense de Santa María de
Sobrado. Desapareció ya en el siglo XVI. De él deben proceder parte de los
restos fragmentarios que se conservan hoy en el propio recinto. Su planta, a
juzgar por la que exhibe el que le sucedió, condicionada en su implantación por
la conservación de estancias pertenecientes al proyecto anterior, era
rectangular, más larga por los lados este y oeste que por los del sur y oeste. la
ubicación de las dos dependencias citadas y los datos que poseemos sobre otras
alteradas en tiempos relativamente recientes, permiten afirmar que, en su
organización/distribución, claustro y estancias adyacentes se supeditaban en su
disposición a las normas/pautas “canónicas” de un complejo comunitario
cisterciense.
Como tales, en su ubicación y conformación
básica, han de ser consideradas asimismo las dos estancias de tiempos
medievales llegadas hasta hoy en mejor estado: la sala capitular y la cocina.
De planta similar, un cuadrado dividido en nueve compartimientos por medio de
cuatro soportes centrales, cubiertos todos, excepción hecha del que, en la
cocina, se destina al hogar, cobijado por una gran campana troncocónica, con
una bóveda de crucería cuatripartita, responden en lo esencial de su estructura
y decoración, por más que la imagen que ofrecen a la vista sea muy distinta
(sobria en la cocina, más refinada en el capítulo, tratamiento en consonancia
con los usos y funciones de cada una de las dependencias), a formulaciones
usuales en esos mismos ámbitos más allá de los pirineos, singularmente en
tierras borgoñonas, en las que nació la orden a la que perteneció sobrado, la
cisterciense, y de donde, sin duda, procedían los planos y tal vez, incluso,
los maestros que se encargaron de su ejecución.
Los edificios románicos coruñeses:
evolución de Las formas
Frente a lo difuso que tal cuestión resulta en
otros territorios, empezando por los más próximos, el “nacimiento” del
románico en la provincia coruñesa, visto o analizado, obviamente, a partir de
los testimonios materiales llegados o conocidos hoy, cuenta con una fecha de
referencia relativamente segura: 1067. en torno a este año, según cabe deducir
del contenido de un documento de donación que al monasterio de Toques (Toques)
y a su abad Tanoi le hace el rey García I, debió de producirse la reformulación
en clave románica de su viejo templo comunitario, sin duda de progenie
altomedieval. pertenecen a esta nueva campaña constructiva, entre otros
elementos significativos, las arcuaciones semicirculares sobre canecillos que
se emplazan bajo las cornisas de la capilla. Su filiación inmediata,
emparentable, en última instancia, con el románico lombardo catalano-aragonés,
habrá de buscarse, sin embargo, como han demostrado estudios recientes, más
cerca, en la Tierra de Campos, una comarca esencial en el proceso de renovación
monástica, litúrgica y también artística que los territorios centro
occidentales de la península conocían durante los años que estamos considerando
y que tuvo en la benedictinización del monacato una de sus señas de identidad.
no es una casualidad, por ello, que en el documento citado de toques de 1067
tengamos hoy el primer testimonio seguro en Galicia de una comunidad supeditada
a esa regla, a las normas de vida colectiva que en ella se contienen y
prescriben.
Soluciones emparentables con el primer arte
románico (ábside semicircular sin tramo recto presbiterial, contrafuertes de
escaso resalte asimilables a lesenas y un friso de arquitos dobles volteados
sobre canecillos) encontramos también en la cabecera de otro edificio coruñés,
la iglesia de San Juan de Vilanova, en Perbes (Miño), de cronología algo más
tardía que el anterior (años iniciales del siglo XII), relacionable con la
irradiación de la iglesia otrora catedralicia de San Marín de Mondoñedo (Foz, Lugo).
Las formulaciones novedosas que, en lo
constructivo y decorativo, ofrecen Toques y Vilanova, valiosas por documentar,
al igual que Mondoñedo, ésta ya, como acabamos de señalar, en la provincia de
Lugo, la irrupción en el noroeste peninsular de expedientes típicos del “primer
románico”, quedarán eclipsadas, sin embargo, por las que incorporará la
ejecución de la Catedral de Santiago.
La basílica compostelana fue levantada, en lo
esencial de su compleja estructura, entre 1075 y 1211, años, respectivamente,
de su inicio, en tiempos del obispo Diego Peláez, y consagración definitiva,
durante el mandato del prelado Pedro Muñiz, acontecimientos, uno y otro, bien
documentados. Ofrece hoy una imagen, sobre todo en su exterior, muy distinta de
la que exhibía cuando sus trabajos se dieron por concluidos en sus aspectos
fundamentales. Fruto de un proyecto maduro, bien definido desde el comienzo de
las obras, su materialización se llevó a cabo en campañas sucesivas, con
responsables directos distintos, supeditadas en lo definitorio al esquema
inicial de referencia, de progenie foránea, ultrapirenaica, sin duda, tanto en
planta como en alzado.
No me corresponde aquí analizar el alcance de
las distintas campañas constructivas de la catedral santiaguesa,
particularmente complejas en su delimitación en la cabecera y en la parcela
occidental. para la culminación de la primera, cuyos trabajos se vieron
interrumpidos como consecuencia de la crisis que llevó a la deposición y
encarcelamiento, entre 1087 y 1088, de Diego Peláez, será esencial la actividad
de Diego Gelmírez, nombrado obispo en 1100 y ascendido a arzobispo en 1120,
cargo en el que permanecerá hasta su fallecimiento en 1140. En cuanto a la
segunda zona, soy de los que creen que, pese a que en el libro V del Códice
Calixtino se fija en 1122 la colocación de la última piedra del templo y se
describe una fachada occidental, las obras en ese frente de poniente no se
terminaron hasta que, con la consagración de 1211, se dio cima al proyecto, a
cuyo frente estaba el maestro Mateo desde por lo menos 1168. más abajo volveré
con detalle sobre esta cuestión.
Sabemos, por el citado libro V del Códice
Calixtino, que del comienzo de las obras se encargó un maestro de nombre
Bernardo, al que adjetiva como “viejo” (senex) y también como
“admirable” (mirabilis), ayudado por Roberto y cincuenta canteros “poco más
o menos”. Hay consenso generalizado al considerar a los dos responsables,
Bernardo y Roberto, como foráneos, origen que se ve incuestionablemente avalado
por las formulaciones que emplean, maduras y desconocidas entonces aquí, no así
allende los pirineos. más difícil se torna, en cambio, identificar a “nuestro”
Bernardo con el artífice que “firma” un capitel decorado con un ángel
que sujeta una filacteria en la abacial de santa Fe de Conques, una hipótesis
planteada por sabemos, por el citado libro v del Códice Calixtino166, que del
comienzo de las obras se encargó un maestro de nombre bernardo, al que adjetiva
como “viejo” (senex) y también como “admirable” (mirabilis),
ayudado por Roberto y cincuenta canteros “poco más o menos”. Hay
consenso generalizado al considerar a los dos responsables, bernardo y Roberto,
como foráneos, origen que se ve incuestionablemente avalado por las
formulaciones que emplean, maduras y desconocidas entonces aquí, no así allende
los pirineos. más difícil se torna, en cambio, identificar a “nuestro”
Bernardo con el artífice que “firma” un capitel decorado con un ángel
que sujeta una filacteria en la abacial de Santa Fe de Conques, una hipótesis
planteada por V. Nodar a partir de la convergencia de argumentos diversos, que
incide, en cualquier caso, en el conocido parentesco que tanto en lo
estructural/tipológico como en lo escultórico existió entre los dos santuarios,
referentes, como es bien sabido, de importantes flujos peregrinatorios. No dar
a partir de la convergencia de argumentos diversos, que incide, en cualquier
caso, en el conocido parentesco que tanto en lo estructural/tipológico como en
lo escultórico existió entre los dos santuarios, referentes, como es bien
sabido, de importantes flujos peregrinatorios.
Antes de 1101, año en el que se le documenta en
Pamplona, donde está ya plenamente asentado, pues tiene mujer, sin duda
navarra, visto el apellido de su suegra, e hijos, trabajó en santiago un
maestro de nombre Esteban. su intervención en la catedral, en contraste con el
protagonismo que se le dio en el pasado, fue, en realidad, de escasa entidad,
interviniendo sólo en la conclusión de la girola y posiblemente también en el
arranque del crucero. Menos significativa todavía desde el punto de vista
material, frente a lo que en algún momento se mantuvo, fue la actuación de otro
Bernardo, esencial, en cambio, vistos los cargos que acumuló en el entorno y
con el apoyo de Gelmírez y el rey (tesorero y archivero catedralicio, canciller
real, promotor de proyectos), en el ámbito de la gestión
económico-administrativa de la fábrica catedralicia desde la segunda y hasta la
cuarta década del siglo XII.
Las novedades que aportó la construcción de la
catedral compostelana –también su decoración escultórica y, aunque desconocida,
igualmente sin duda la pictórica, así como su mobiliario– repercutieron muy
significativamente en el desarrollo de las manifestaciones artísticas de toda
Galicia y en particular, como parece lógico, en su territorio diocesano, ámbito
de referencia que, como ya se indicó más arriba, incluye a la mayor parte de
las tierras que integran desde el siglo XIX la provincia de A Coruña. en ésta,
al igual que ya señalé en la de Pontevedra, haciendo explícita una apreciación
de hace más de cuarenta años de J. M. Pita Andrade, ese impacto, apreciable
desde fechas relativamente tempranas (no mucho después de 1119 en Moraime, a
juzgar por lo que se recoge en un documento de ese año otorgado por Alfonso VII
en el que, al comentar su destrucción a sarracenis –almorávides–, menciona su
intención de restaurarlo; alrededor de 1134, según atestigua un epígrafe, en
Mens, lo detectaremos “de una manera fragmentada, incluso inconexa”:
ábsides, semicirculares o poligonales, compartimentados en tramos por medio de
columnas; arcos atando contrafuertes; pilares compuestos; modelos de capiteles;
fustes entorchados; arcos lobulados; composición de puertas; molduraciones;
temas ornamentales (rosáceas en particular); cubiertas a dos aguas para
estructuras de tres naves, etc.
Soluciones o fórmulas como las comentadas,
documentadas ya en los años veinte y treinta de la centuria, irán haciéndose
particularmente intensas y evidentes a partir del fallecimiento del arzobispo
Gelmírez en 1140, un prelado, no lo olvidemos, que impulsó múltiples proyectos
en Santiago y por toda la diócesis durante su largo y fructífero pontificado.
Los problemas que afectan a la institución
episcopal compostelana ya en la etapa final de su ministerio y que continúan en
los años inmediatamente posteriores, por un lado, y el paulatino
distanciamiento de Santiago por parte del monarca, interesado por otros asuntos
a partir también de los años treinta de la centuria, propiciaron, en un momento
de expansión económica y como consecuencia de la necesidad de nuevos ámbitos
para el culto, la marcha a distintos núcleos de la diócesis de maestros
formados en el chantier santiagués. los epígrafes conservados, no muchos
ciertamente, son muy ilustrativos en lo que a la paulatina expansión del estilo
se refiere en torno a o a partir de los años centrales del siglo y durante su
segunda mitad. En las nuevas fábricas, fruto del lugar de formación de quienes
las ejecutan, será fácil encontrar elementos de progenie compostelana como los
comentados. No resultará difícil tampoco documentar en una comarca la actividad
de un equipo o taller en varias construcciones, debiendo tenerse en cuenta
también, mezcladas con las santiaguesas, soluciones de otra filiación.
La expansión de las pautas estructurales y
decorativas compostelanas por el territorio de su diócesis va a coincidir en el
tiempo con la aparición de novedades constructivas, figurativas y ornamentales
cuya filiación última se documenta en buena medida más allá de los Pirineos,
concretamente en Borgoña y la Isla de Francia. dos serán los núcleos de
referencia a ese respecto: los monasterios cistercienses, por un lado, y de
nuevo, por otro, la Catedral de Santiago.
Solo dos abadías cistercienses, Sobrado y
Monfero, se asentaron en tierras hoy coruñesas en los siglos centrales de la
edad media (XII y XIII). de la primera nada ha llegado hasta hoy de su iglesia
comunitaria, renovada en esencia en el siglo XVII. De la de la segunda, también
reformulada en esa misma centuria, sólo ha persistido el muro meridional del
cuerpo longitudinal, una obra tardía, de los años iniciales del siglo XIII, sin
nada especialmente destacable en lo estructural, muy en consonancia, en lo decorativo,
con las tradiciones inherentes en ese dominio al instituto monástico al que
sirvió como referente cultual.
La desaparición del templo medieval de Sobrado,
por las circunstancias tan especiales que en el monasterio y en su fábrica
concurrían, sí es muy de lamentar. Téngase en cuenta, en apoyo de la
afirmación, que Sobrado fue, incuestionablemente, la primera fundación que la
orden del Císter promovió en la Península ibérica –arrancó como tal el 14 de
febrero de 1142– y, por otro lado, que para la dirección de los trabajos de
construcción de la iglesia y de las restantes dependencias comunitarias se
desplazó desde Claraval, en Borgoña, el monasterio a cuyo frente se encontraba
por entonces san Bernardo, un religioso, no sabemos si monje o converso,
llamado Alberto, quien, sin duda, utilizó aquí, en Sobrado, en la provincia de
A Coruña, en el extremo occidental del mundo entonces conocido, soluciones
constructivas y decorativas experimentadas, aprendidas en su casa de
procedencia. La pérdida de ese edificio y de gran parte de las estancias que
integraban el complejo monástico hace que sea muy difícil valorar hoy el alcance
exacto de su impacto. Las novedades que en lo formal y conceptual introdujeron,
particularmente la abacial (planta de cruz latina con cinco capillas
rectangulares, las laterales, dos por costado, cerradas a oriente por un muro
común plano; presencia de bóvedas de cañón agudo y arcos apuntados; simplicidad
decorativa, etc.), debieron de actuar como un revulsivo, imposible de
documentar con nitidez en la actualidad por falta de referencias, evidente, sin
embargo, en tiempos algo posteriores, y ello a pesar del carácter fragmentario
y disperso de los restos constructivos y sobre todo decorativos que lo avalan y
fundamentan.
De naturaleza muy distinta son los problemas
con los que nos enfrentamos al analizar la campaña de trabajos que dio fin a lo
que podemos denominar sin más Catedral románica de Santiago. Esa campaña tendrá
como referente a un maestro, Mateo, perfectamente documentado en relación con
la iglesia compostelana, primero en 1168, año en el que, el 23 de febrero,
Fernando II le otorga una importante renta anual vitalicia por la labor ya
realizada en sus obras, más tarde en 1188, año en el que, el 1 de abril, firma el
epígrafe que figura en los dinteles del tímpano del pórtico de la Gloria.
No hay unanimidad en lo que respecta al alcance
de los trabajos de mateo –o por él dirigidos– en la catedral compostelana. Para
simplificar la cuestión diré que, en esencia, las posturas oscilan entre
quienes opinan que este maestro es el referente de una campaña de trabajos que
comporta ante todo la terminación de un edificio inconcluso por su costado
occidental, correspondiéndole también, en consecuencia, la construcción de todo
el macizo de poniente con su triple estructura (cripta y pisos del pórtico y tribunas,
éste y el anterior flanqueados por torres) y quienes, por otro lado, creen que
es alguien que se limita a reformular/reestructurar el área de poniente de un
templo que había sido terminado en tiempos anteriores. Esta segunda opción, con
predicamento hasta los años cincuenta-sesenta del siglo pasado, ha vuelto a
cobrar protagonismo en los últimos años, en particular en ambientes académicos
no españoles. A mi modo de ver, el análisis detenido del edificio,
singularmente sus parcelas occidentales, combinado con el examen también sereno
de las fuentes, permiten pensar que Mateo, sea cual fuere el alcance exacto que
queramos darle o que haya que darle al término magister con el que se le
designa tanto en el documento de 1168 como en el epígrafe de 1188, fue el
responsable de una larga campaña de trabajos que comportó la terminación de un
templo inacabado, interviniendo en el cierre de las naves, tanto en el piso
bajo como en el de tribunas, por su lado oeste, y la ejecución de todo el
macizo occidental, con sus tres pisos, como ya comenté anteriormente.
argumentos de alcance y significación muy dispar –arquitectónicos,
ornamentales, iconográficos y documentales– lo corroboran plenamente.
No puedo analizar aquí en detalle los datos
genéricamente invocados en el párrafo precedente. Me limitaré, por ello, a
glosar o valorar tan sólo uno: el uso de la expresión a fundamentis en el
epígrafe de los dinteles sobre los que se asienta el tímpano del Pórtico de la
Gloria. su empleo, en la época que nos atañe, no admite discusión: desde los
cimientos implica novedad, renovación, nueva construcción, no reaprovechamiento
de algo ya existente. Frente a esto, la campaña nucleada por Mateo sí conllevó reajustes,
modificaciones o incluso rupturas en zonas como el cierre a occidente de las
naves laterales del templo, donde se aprecia una junta vertical que señala un
enlace de fábricas y, con toda probabilidad, un cambio de proyecto.
La campaña vinculada a Mateo, pues, en marcha
ya en 1168, como vimos, y tal vez iniciada alrededor de 1160, año en el que,
como señaló C. Manso Porto, consta la existencia de una donación ad opus de la
Catedral, debió de prolongarse, con o sin su presencia, pues desconocemos
cuándo murió, hasta el 21 de abril de 1211, día en el que, como ya sabemos, se
procedió a la consagración definitiva de la catedral en presencia de Alfonso
IX, quien, con tal motivo, le hizo una generosa donación. Pertenecen a ella,
como ya anticipé, el cierre a poniente de las naves, tanto en la planta baja
como en el piso de tribunas, y todo el bloque occidental, organizado, en
altura, en tres niveles: una cripta, pensada para salvar el desnivel del
terreno sobre el que se asienta el edificio, organizada como si de un templo se
tratase, con naves y cabecera con girola a la que se abren capillas de
tipologías diversas; un cuerpo principal, enmarcado por torres, en el que se
emplaza el Pórtico de la Gloria, y un piso alto en correspondencia con las
tribunas que rodean todo el templo.
Desde el punto de vista estructural y
compositivo, ya desde los estudios pioneros de E. Lambert, se ha incidido, al
valorar este bloque de poniente de la Catedral, marcado por la presencia de
bóvedas de crucería en todas las plantas, lo que le confiere una indudable
unidad, en su vinculación o derivación de propuestas borgoñonas, bien
documentadas en tierras caste llanas, leonesas y gallegas por los mismos años
en los que aparecen en Santiago.
Frente a la unidad dominante en el conjunto
desde el punto de vista constructivo, la diversidad de formulaciones, o, si se
prefiere, de talleres de dispar formación, es nota destacada ya en la cripta.
Vinculables unos a pautas del gótico inicial nacidas en la Île-de-France, a
soluciones definidas en Borgoña otros, lo más significativo será constatar la
aparición en esta dependencia, en su parcela oeste, de capiteles decorados con
hojas de acanto de especial carnosidad, de filiación inmediata desconocida, aunque
muy verosímilmente también ultrapirenaica visto el perfil trebolado del soporte
ubicado en el costado de poniente de su gran machón occidental, que acabarán
imponiéndose con carácter prácticamente exclusivo, extendiéndo se a otras
piezas y molduras, a partir de la planta noble del pórtico. Estos motivos,
conocidos habitualmente como mateanos, sin que contemos con ningún argumento
directo inequívoco que permita vincularlos con el maestro referido, serán el
rasgo finalmente distintivo y definitorio de la última campaña de trabajos de
la Catedral.
Las soluciones estructurales y, sobre todo,
decorativas, en particular, en este caso, las que acabo de citar y también
otras como los arcos decorados con arquitos, incorporados al ornato en la
basílica apostólica también en el macizo de poniente, conocerán una expansión
extraordinaria, tanto en el propio recinto catedralicio y sus complementos
(claustro, iglesia de la Corticela, Palacio Episcopal) como en la ciudad de
Santiago (iglesia de Solovio y claustro de la Colegiata de Sar, por ejemplo),
en la provincia coruñesa (iglesias de Herbón –Padrón– o Lampai–Teo–, entre
otras ) y en toda Galicia (Catedral de Ourense o abacial Carboeiro, por invocar
solo dos monumentos señeros, convertidos, a su vez, en reexportadores de las
fuentes de referencia que valoramos). Su implantación, en un momento, el del
tramo final del siglo XII y el inicial del XIII, durante los reinados de
Fernando II y sobre todo de Alfonso IX, particularmente brillante para Galicia,
será tan densa, estará tan asentada, que, con frecuencia, será la base sobre la
cual o a partir de la cual irán introduciéndose paulatinamente pautas de
carácter ya gótico, de progenie final ultrapirenaica. empresas ya citadas como
el Palacio Episcopal compostelano en las estancias vinculadas al tiempo del
arzobispo Juan Arias o los claustros catedralicio y de la Colegiata de Sar,
levantados en buena medida también durante los años de su episcopado, en el
transcurso, pues, del segundo tercio del siglo XIII, ejemplifican, documentan
esa fusión a la perfección. Su impactante presencia en unas fechas tan
avanzadas como las que estamos considerando, sin embargo, no ha de ser
analizada o valorada sólo en clave positiva. Su perpetuación, como apuntó en su
momento S. Moralejo, documenta justamente lo contrario: la paulatina pérdida de
peso específico de Galicia, arrinconada, sin posibilidades de expansión, a
partir de la unificación en 1230, tras la muerte de Alfonso IX y en la persona
de Fernando III, de los reinos de León y Castilla, que será el que irá
imponiendo poco a poco su liderazgo. En ese adverso contexto y ante la
dificultad de incorporar novedades, parece lógica no sólo la perpetuación
inercial de fórmulas vinculadas al “glorioso” pasado inmediato, sino también
que se fundamenten en ellas las innovaciones que puedan ir llegando. Esa
difícil coyuntura, no lo olvidemos, es también la “responsable”, en
última instancia, de que, como ya comenté más arriba, conservemos hoy la
Catedral románica de Santiago, pues en 1258 el arzobispo Juan Arias puso en
marcha la construcción de una nueva catedral, gótica, obviamente, como
correspondía a su tiempo histórico, cuyas obras pronto fueron interrumpidas por
razones económicas y nunca más volverían a ser retomadas.
La escultura románica en la provincia de
A Coruña
El día 24 de junio de 1228, el rey Alfonso IX
de León recalaba con su séquito en Seregia, pequeño núcleo de población situado
en la parte más resguardada de la ría de Camariñas. el periplo había dado
comienzo en Compostela y llevaría al monarca hasta su querida villa de A
Coruña, refundada veinte años antes junto al faro romano cuya fama era
pregonada hasta en los confines de occidente. Pero, en esta ocasión, en lugar
de tomar el camino más corto –por Ardemil, Alvedro y Burgo do Faro–, la corte
itinerante se desplazaba a través de la Terra de Soneira para visitar por
primera vez los lejanos territorios de la zona más septentrional de la Costa da
Morte (vid. Ferreira Priegue, 1988a, pp. 133 y 139). en este lugar, que cabe
identificar sin atisbo de duda con la actual parroquia de Santiago de Cereixo,
permanecería Alfonso IX dos días, como atestiguan seis documentos emitidos por
la cancillería regia (González, 1944, vol. II, pp. 652-7, docs. 552-557).
Quizás entonces, el soberano leonés habría podido contemplar uno de los escasos
tímpanos de carácter narrativo del rural gallego, el que preside la portada sur
de la iglesia que todavía hoy se erige en lo que queda de aquella populationem
Seregia.
Portada sur de la iglesia parroquial de
Santiago de Cereixo
Ciertamente, la portada de Cereixo (ca. 1200)
palidecería a ojos de los ilustres visitantes en comparación con las dos
grandes fachadas figuradas del crucero de la Catedral de Santiago, y más aún
frente al gran escenario regio del Pórtico de la Gloria o a la más reciente
portada occidental de la Catedral de Tui, obras en las que se teje un
paralelismo sutil entre Alfonso IX y Salomón (Moralejo Álvarez, 1988 y 2004,
pp. 120-121; Sánchez Ameijeiras, 2008, pp. 310-316). Sin embargo, la rareza del
tema representado y el arcaísmo de la labra no habrían impedido a una audiencia
cortesana reconocer en el tímpano la imagen de la traslación del Apóstol
Santiago, llegado milagrosamente en una barca hasta Galicia en compañía de sus
discípulos. Parece ser ésta la primera representación monumental de la translatio
Sancti Iacobi en Galicia –ya figurada en el claustro de la Catedral de
Tudela ca. 1170-1188–, aunque, en opinión de Serafín Moralejo, tal vez algún
ciclo compostelano perdido hubiese precedido al de Cereixo (Moralejo Álvarez,
1990, p. 15; Melero Moneo, 1989, pp. 74-75). Como quiera que fuese, durante el
reinado de Fernando II (1157-1188) ya se había acuñado en la ceca compostelana
una moneda que figuraba la traslación del cuerpo de Santiago desde Palestina,
bien visible sobre la cubierta de un barco “de tingladillo” junto a sus
dos discípulos, Atanasio y Teodoro (Carro Otero, 1987). Las semejanzas entre la
imagen de la moneda y el relieve del tímpano coruñés son tantas, hecha la
salvedad de pequeños detalles como la eliminación del mástil del navío en el
segundo, que sugieren la utilización del modelo numismático por parte del
anónimo escultor de Cereixo (Ferrín González, 1999, pp. 94-99). no obstante,
debe tenerse presente que la difusión de imágenes vinculadas al santuario
jacobeo se cimentaba en una rica tradición oral y escrita, tanto o más efectiva
a la hora llevar a tierras lejanas el recuerdo del viaje prodigioso que el
trasiego de unas monedas de mano en mano. en consecuencia, cabe imaginar que
los clérigos compostelanos que acompañaban al monarca habrían evocado ante el
tímpano de Cereixo aquellos pasajes del Libro III del Códice Calixtino
relativos a la llegada del Apóstol a Iria Flavia, en los que se entremezclaban
diversas tradiciones textuales que podrían remontar a finales del siglo X o
principios del XI (Díaz y Díaz, 1999).
Para muchos peregrinos, la figuración de este
tema en la pequeña iglesia ribereña habría certificado, en cambio, la estrecha
vinculación del área de la Costa da Morte con el Apóstol Santiago. Era ésta una
geografía jacobea por derecho propio, donde mitos y leyendas señalaban los
pasos de aquel que corrió por las aguas del mar siguiendo la orilla. De
acuerdo con el Liber Sancti Jacobi, el asentamiento romano de Dugium
(actuales parroquias de San Vicente y San martiño de Duio, Fisterra) habría de
identificarse con el palacio donde moraba el esposo de la reina Lupa, acreedor
del castigo divino por haber tendido una emboscada a los discípulos que
transportaban el cuerpo santo (libro III, cap. i; Moralejo, Torres y Feo, 2004,
pp. 392-393). puesto que el apóstol había muerto en Jerusalén (Act. 12: 1-2),
la consolidación del culto jacobeo en Galicia requería de un relato sólido que
justificase el hallazgo de la tumba en Santiago, de ahí que el cabildo
compostelano hubiese desplegado todo un aparato propagandístico para
multiplicar los testimonios milagrosos y signos providenciales alrededor del
santuario. En este sentido, la presencia en la clave de la arquivolta menor de
Cereixo de un personaje eclesiástico bendiciendo y con báculo, acompañado de un
ángel turiferario en la clave de la rosca externa, habría podido ser
interpretada por los romeros como una sanción eclesiástica expresa del relato
de la translatio que se figuraba en el tímpano. es más, en lugar de aludir a la
inventio del sepulcro apostólico por Teodomiro –una cita visual de la miniatura
correspondiente del Tumbo A (ACS, CF 34, fol. 1v) que nadie habría
advertido fuera del más estrecho ámbito catedralicio (cfr. Ferrín González,
1999, pp. 97-98)–, se antoja más probable que algunos reconociesen en esta
figura al papa San León, cuya carta sobre la traslación de Santiago era leída
en voz alta a los peregrinos (Díaz y Díaz, 2004, p. 123 n4). En este texto
apócrifo se hacía mención también de un ángel que había guiado a los discípulos
hasta la barca que los llevaría a Galicia, aunque la inclusión en la escena del
ser alado con el incensario podría haber venido dada simplemente por la
necesidad de hacer visible la condición sagrada del cuerpo del apóstol, puesto
que se trataba de una composición iconográfica de reciente creación y lectura
equívoca para una audiencia lega.
Ha de recordarse además que la iglesia
parroquial de Cereixo formaba parte de la diócesis de Santiago y que dependía
del vecino monasterio benedictino de San Xiao de Moraime (Muxía).
Portada sur de la iglesia monástica de
San Xiao de Moraime
Este cenobio era el verdadero centro religioso
de la zona, gozando de la protección del linaje de los Traba y de soberanos
como Alfonso VII, Fernando II y el propio Alfonso IX. No es de extrañar, por
tanto, que el taller encargado de labrar el tímpano del pequeño templo rural
hubiese trabajado antes en la portada sur de este cenobio (Sousa 1983a, p. 154
n14; Ferrín González, 1999, p. 100). Los lazos de Moraime con la Catedral de
Santiago eran muy estrechos ya desde principios la centuria anterior, como sugiere
la posible factura compostelana del documento de donación de la noble Argilo
Peláez a este monasterio, otorgado en 1095 y suscrito por Diego Gelmírez una
vez elegido obispo (Lucas Álvarez, 1975, p. 615). La cruz parroquial de San
Sebastián de Serramo (Vimianzo), a escasos 15 kilómetros de Cereixo y a otros
tantos del monasterio muxián, constituye una prueba adicional de los contactos
de Soneira y Costa da Morte con la sede compostelana. Realizada en el primer
tercio del siglo XII a instancias del abad Ordoño de Moraime, ha sido
considerada por Serafín Moralejo un “reflejo vulgarizado” de la
orfebrería gelmiriana de hacia 1100, además de expresión de una progresiva
renovación del mobiliario litúrgico acorde con los dictados del concilio
compostelano de 1060 (Moralejo Álvarez, 1980, pp. 201-202). Cabría añadir que
estas indicaciones conciliares, que suponían la paulatina substitución de las
cruces de tradición visigoda o asturiana por modelos con el crucificado, se
verían complementadas a partir de 1080 por otras medidas destinadas a asegurar
la implantación del rito romano y la consolidación del control episcopal sobre
un incipiente tejido de arcedianatos, arciprestazgos y parroquias (López
Ferreiro, 1899-1903, vol. IV, pp. 317-318; Andrade Cernadas y Pérez Rodríguez,
1995, pp. 93-112; Sánchez Pardo, 2010).
Bajo esta luz, la portada de Cereixo adquiere
nuevos matices en los que conviene detenerse. La denominación del lugar como “puebla”
en la documentación regia permite adivinar una realidad “con pretensiones
urbanas”, surgida probablemente al amparo de la política repobladora de
Alfonso IX, lo que justificaría el viaje y estancia del monarca por estas
tierras (Rey Souto, 2001, p. 79). de ser así, este pequeño enclave pronto
habría quedado eclipsado por la pujanza a lo largo de los siglos XIII y XIV del
cercano puerto de Muxía, que servía de punto de atraque para los barcos que
comerciaban entre Italia y Flandes, además de como fondeadero de peregrinos
(Ferreira Priegue, 1988a, p. 139). Sin embargo, en torno a 1200 la elección de Cereixo para una fundación regia podría haber
supuesto una amenaza para los intereses de la mitra compostelana en los puertos
de la zona, de los que Moraime obtenía también una parte substancial de sus
rentas (Rey Souto, 2001, p. 81). en una época en la que los ataques de
normandos y sarracenos ya no atenazaban el desarrollo urbano y comercial de la
costa gallega, las fricciones entre poder monárquico y eclesiástico por el
señorío de ciertos territorios podrían haber llevado al cabildo compostelano a
acotar simbólicamente su dominio llevando la imagen del Apóstol allí donde se
ponían en cuestión sus derechos jurisdiccionales o económicos.
Todo ello hace de Cereixo un ejemplo de
particular interés para el análisis de las dinámicas políticas, económicas y
culturales que subyacen a la creación de buena parte del románico rural gallego
y en ciertos –por entonces– embrionarios núcleos urbanos. Pero, además, la
escena de la translatio escogida para decorar la portada de esta pequeña
iglesia podría considerarse como una suerte de leitmotiv conceptual a la
hora de encarar el estudio de la escultura románica en el área que hoy ocupa la
provincia de A Coruña. Por un lado, la imagen del traslado del apóstol de
Palestina a Santiago y la posterior difusión de su culto desde el epicentro
compostelano permite evocar la irradiación de los talleres que habían trabajado
en la fábrica de la catedral por toda la diócesis de Santiago. durante la
segunda mitad del siglo XII, cuando se aprecia la eclosión del nuevo lenguaje
formal románico, la casi totalidad del noroeste gallego había quedado bajo la
autoridad de la sede compostelana, a excepción de los arciprestazgos de Trasancos,
Labacencos y Amos, pertenecientes a la diócesis de Mondoñedo (HC, II, cap. LVI;
López Alsina, 1988, pp. 228-242) y del arciprestazgo de Abeancos, disputado por
las sedes de Oviedo y Lugo (Carrillo LisTa, 1997, pp. 24-28). Pero incluso en
estas comarcas se dejaba notar la impronta de la Catedral de Santiago a nivel
institucional y artístico, en el primer caso desde el poderoso monasterio
cluniacense de San Martiño de Xuvia –asociado a la sede compostelana desde
1110– y, en el segundo, a través del propio camino de peregrinación, culminando
en la cesión regia del señorío de Abeancos a la Iglesia de Santiago (1214). Con
todo, el seguimiento de la translatio compostellana invita también a la
reflexión sobre la naturaleza de las relaciones entre centro y periferia –a
veces, periferia de la periferia–, además de brindar la ocasión para una
reevaluación del carácter “provincial” que se ha atribuido a la mayor parte del
románico gallego. Como ha señalado James d’Emilio, su condición periférica no
implica necesariamente conservadurismo o ausencia de creatividad (D’EMILIO,
1997). Muy al contrario, el desplazamiento de talleres y modelos llevó
aparejada la necesidad de traducir el bagaje previo de estos artistas
itinerantes a otras circunstancias y funciones. Esta nueva translatio dio como
resultado la creación de testimonios singulares que contrarrestan la fuerza
normativa del ejemplo compostelano. A este respecto, es preciso recordar
también la existencia de obras en las que participaron talleres ajenos a la
fábrica catedralicia, no por casualidad en aquellas fundaciones en las que
parecen haber jugado un papel relevante otras instancias como la monarquía, la
nobleza local o poderosos monasterios.
Por otro lado, la imagen de la navegación
prodigiosa de la barca apostólica invita a retornar a la orilla del mar, donde
comenzaba este relato. Conviene tener presente que a partir de esta centuria la
costa empieza a desempeñar una función preponderante en la articulación del
territorio gallego. a lo largo de los reinados de Fernando II y Alfonso IX
(1157-1230), los casi 1.000 km de línea de costa de la actual provincia
coruñesa constituyen la principal salida al mar del reino de León, por lo que
no es de extrañar que ambos soberanos pusiesen especial empeño en la
repoblación de zonas como el tómbolo donde se emplazaba el antiguo faro romano
o la ría de Betanzos, y que intentasen disputar a la mitra compostelana el
dominio de los puertos del Salnés y Costa da Morte (Ferreira Priegue, 1988b,
pp. 72-80; López Alsina, 2008). Con este proceso, se sentaban las bases de una
nueva Galicia más urbana y en la que la sociedad agraria altomedieval, cerrada
en el interior, dejaba paso a una emergente sociedad comercial orientada hacia
el mar. Anticipándose a este proceso, el fenómeno jacobeo ya aparece ligado al
mar desde sus comienzos, si bien el ciclo legendario fundacional habría ido
tejiéndose mar adentro (Díaz y Díaz, 2004). Curiosamente, tanto el famoso “Pedrón”
de Iria Flavia, en el que de acuerdo con la tradición los discípulos habrían
amarrado la barca en la que transportaban al Apóstol, como el altar donde
habrían celebrado su primera misa en Santiago –el ara de Antealtares–, han sido
identificadas como aras romanas dedicadas a Neptuno (Pereira Menaut, 1991, nº
12; Moralejo Álvarez, 1993a). No podía ser de otro modo; el pasado antiguo
seguía presente en núcleos muy romanizados como Coruña, Iria y Santiago
(Ferreira Priegue, 1999; Suárez Otero, 2004a; Sánchez Pardo, 2012), y también
en pequeñas poblaciones costeras como Moraime, donde se constata una
continuidad de asentamiento desde época prehistórica (Chamoso Lamas, 1976) o Mens
(Malpica de Bergantiños), poblada cerca de un posible templo tardoantiguo (Sánchez
Pardo, 2012, p. 404). Este sustrato romano acabaría entrelazándose con el
relato de la translatio, como en el caso de la ubicación del palacio de Lupa y
su esposo en el mítico Dugium, y, en ocasiones, llegará a utilizarse como
elemento prestigiador, como es el caso de la fundación de Iria por una hija de Príamo,
en recuerdo de su Ilión natal (García Álvarez, 1963, p. 105). Sin embargo, para
cuando el Chronicon Iriense (ca. 1120) tejía este breve relato sobre la
diócesis, la sede episcopal ya había sido trasladada a Santiago y, en buena
medida, el desplazamiento había venido determinado por el creciente dominio de
la iglesia compostelana sobre las principales zonas portuarias de la fachada
atlántica gallega, así como sobre una red de fortalezas –entre ellas las Torres
do Oeste– que la protegían de las invasiones sarracenas y normandas (Barreiro Somoza,
1987; López Alsina et alii, 1999; Andrade Cernadas, 2004). La reestructuración
del mapa diocesano servirá de espoleta para el ambicioso programa de
colonización de la costa llevado a cabo por Gelmírez (Mollat, 1964; López Alsina,
1987), en paralelo con una serie de campañas constructivas que no se ceñirán a
la catedral y urbe compostelana (Moralejo, 1987; Castiñeiras González, 2010). Es
de lamentar que poco quede de esta labor reformadora y edilicia por la Tierra
de Santiago, en especial en el santuario padronés (HC, II cap. LV; Singul,
2004).
El terreno quedaba abonado para el
florecimiento edilicio de la segunda mitad del siglo, que acabará por conformar
un paisaje monumental que se mantiene casi inalterado en la Galicia rural.
Iglesias parroquiales y monasterios se convertirán en referentes –políticos,
económicos y sociales– para una población dispersa y eminentemente campesina.
Con ellos, la iglesia toma simbólicamente posesión del espacio y sale al
encuentro de los fieles. Pero, en tanto que indicadores de la presencia humana
en un territorio en ocasiones agreste, estos templos servirían también de hitos
en una trama viaria cada vez más compleja y ramificada, en la que se
superpondrían diversos estratos temporales y funcionales. Ya fuesen antiguas
vías romanas, caminos medievales o rutas de peregrinación más allá del propio
Camino de Santiago, es preciso destacar una vez más el valor de estas stratae
publicae como elementos que permitían el tráfico de mercancías y personas,
y hacían permeable el territorio a nuevas ideas, modas y formas artísticas
(Moralejo Álvarez, 1985a, pp. 398-399). nada mejor, pues, que acompañar a los
artistas en su camino por tierras coruñesas.
para rastrear sus huellas, es preciso examinar
una serie de conjuntos figurativos, dispersos por toda la provincia, en los que
se repiten temas y motivos presentes en las portadas del crucero de la Catedral
de Santiago. su análisis revela también hasta qué punto la iglesia compostelana
llevó los nuevos valores promulgados por la reforma Gregoriana allá donde
desarrollaba su función pastoral y civilizadora. Al igual que la iluminación
contemporánea, ciertas metáforas caras a la meditación monástica hallaron traducción
figurativa en la piedra, como aquellas que asimilaban la agónica resistencia
frente al pecado a una lucha violenta contra bestias salvajes (cfr. Camille,
1992; Rudolph, 1997; Kendrick, 1999 y 2006). En otros casos, la figuración
desplegada en el interior y exterior de las iglesias coruñesas tendría una
función disuasoria, al aludir a los castigos merecidos por los que se dejan
llevar por sus más bajos instintos, y al hacer de lo grotesco y deforme un
espejo de la degradación moral atribuida fundamentalmente a los laicos
(Moralejo, 1981 y 1985b; Castiñeiras González, 1996 y 2003; cfr. Kenaan-Kedar,
1992; Dale, 2001 y 2006; Rico Camps, 2008). Ambas posibilidades habían sido
desarrolladas en la primera campaña constructiva de la catedral compostelana,
de particular empaque erudito por el protagonismo de sirenas, grifos y otros
híbridos mitológicos en el conjunto (Nodar, 2004), así como en la serie de
expresivos canecillos de la fachada sur (Castiñeiras González, 1996, 2000 y
2003; Abou-el-Haj, 1997), relacionados con el programa de corte penitencial que
se desarrollaba en esta platea aneja al palacio de Gelmírez (Castiñeiras González,
1998). Muy semejantes a éstos en su disposición –alternancia de canes figurados
y tabicas con rosetas y círculos– son los que decoran la cornisa de la Iglesia
de Santa María Salomé, edificada ca. 1140 a instancias de Pelayo, chantre de la
catedral (Yzquierdo Perrín, 1967-1968 y 1995, pp. 260-262). Se trata de una
obra atribuible al taller de platerías, por lo que no es de extrañar que los
temas escogidos coincidan sustancialmente con los que se representaban allí,
incluyendo una imagen de sansón desquijarando al león de fortuna posterior en
el área rural. en tanto que emblema de virtud, su presencia se opondría aquí a
la de los restantes personajes, víctimas de sus pasiones –músicos y una
juglaresa, una mujer a lomos de un león– o de la no menos peligrosa acedía (Castiñeiras
González, 2003, pp. 315-6).
No obstante, lejos de la cosmopolita ciudad
arzobispal esta poliglosia figurativa –en la que cabía tanto la sutil evocación
de modelos paleocristianos como juegos verbo-visuales de corte popular, el
escarnio del rústico y el complejo discurso teológico– derivaría en una
ornamentación de carácter simbólico, alusivo y fragmentado, a la que sólo se
sustraen templos monásticos de relevancia como los de Moraime y Cambre. Aún
así, una parte del repertorio arraigado en el efervescente centro catedralicio,
tan efectivo en el aspecto doctrinal como apropiado a la hora de explorar las
posibilidades compositivas ofrecidas por capiteles y canecillos, estaba
destinado a propagarse por la región durante la segunda mitad del siglo XII. A
modo de ejemplo, pueden recordarse los espléndidos capiteles zoomórficos que se
localizan en las iglesias monásticas de San Martiño de Xuvia (Narón), Santa
María de Mezonzo (Vilasantar), Santiago de Mens y la ya mencionada Santa María
de Cambre. En esta última, la dependencia de los talleres del crucero de la
catedral de santiago se hace evidente en los tramos más cercanos a la fachada
occidental –correspondientes a la primera etapa constructiva (ca. 1141-1161)–,
los únicos en los que se deja a un lado la ornamentación de carácter vegetal que
predomina en el resto del templo (Vila Da Vila, 1986, pp. 26-27 y 1988;
Carrillo Lista, 2005, pp. 672-675). De especial calidad es el capitel del
tercer tramo de la nave central, en el que se reconocen varios leones
encabalgados en torno a tres figuras humanas. más interesante aún es la
reelaboración que de este tema se ofrece en Santa María de Melide (ca.
1170-1200), situada justo al borde del Camino de Santiago. En el capitel
derecho del arco triunfal se figura a un hombre acosado por dos figuras monstruosas,
erguidas sobre las patas traseras, en las que algún autor ha querido ver a un
basilisco y un león. Tal identificación convertiría esta imagen en una escena
de lucha entre las fuerzas divinas y las demoníacas (Carrillo Lista, 1997, p.
67).
Algo semejante ocurre en el otrora poderoso
monasterio cluniacense de Xuvia, situado en la ría de Ferrol, cuyas obras
habrían comenzado hacia 1120-1130 (López Pérez, 1989). En la zona oriental del
templo se recurre a este repertorio animalístico con un claro fin moralizador,
como evidencia la representación de una zorra atacada por un león en el pilar
del primer tramo de la nave, junto al ábside sur y, tal vez, donde se abría la
puerta que comunicaba con las dependencias monásticas (Pita Andrade, 1944-1945;
Carrillo Lista, 2005, pp. 490 y 494-495; Domingo Pérez-Ugena, 1998, p. 364). En
este caso, la elección del tema podría haber venido dada por cierta
familiaridad con la tradición del Bestiario –donde se identifica a la zorra con
el diablo–, aunque no se certifique su dependencia de modelos miniados como en
la Iglesia de Santiago de Breixa (Silleda, Pontevedra), donde la representación
de sirenas, sagitarios y otros seres fantásticos se acompaña de tituli
explicativos (Yzquierdo Perrín, 1978 y 1995, pp. 370-374; Sánchez Ameijeiras,
2012, p. 80). Al igual que en Breixa, es muy probable que este tipo de
imaginería estuviese orientada más a la propia comunidad monástica que a una
audiencia laica. No obstante, conviene no descartar otras lecturas
complementarias, ya que este capitel hace pendant con el situado a la
izquierda en el ábside del lado de la epístola, donde se figura un motivo común
en el románico leonés y castellano, pero inédito en tierras gallegas: la
victoria de un caballero cristiano sobre otro musulmán, ambos identificables
por sus respectivos arreos (Carrillo Lista, 2005, p. 491). Redundando en el
significado atribuido al capitel vecino, ha de tenerse presente que, aparte de
la inmediata lectura de este tipo de escenas de combate ecuestre en clave de
cruzada, cabría reconocer en ellas una manifestación más de la “lucha
espiritual” frente al mal, a la que se alude en estos mismos términos bélicos
en la literatura exegética (Ruiz Maldonado, 1986, pp. 44-46). Sin embargo,
podría ser también que la estrecha vinculación del monasterio con los condes de
Traba –en él estaban enterrados el conde don Froila Bermúdez († 1091), padre de
don Pedro Froilaz, el hijo de este último, Rodrigo Froilaz († 1133), almirante
de los puertos de Galicia, y otros miembros de la familia (Fletcher, 1993, pp.
33-44; Pallares y Portela 1993; Carrillo Lista, 2005, pp. 484-485; López
Sangil, 2007, pp. 274-277)– hubiera determinado la inclusión de este tema
bélico. En este sentido, resulta sugerente especular con la posibilidad de que
esta imagen de victoria sobre el islam hubiese traído el recuerdo de la
participación de Froila Bermúdez en la batalla de Zalaca, de la que había
salido milagrosamente ileso como él mismo recordaba en un documento donación a
san martiño, fechado en 1086 (Montero Díaz, 1935, doc. 9).
Como quiera que fuese, la vigencia del modelo
compostelano vuelve a certificarse en los dos capiteles conservados de la
fachada norte de Moraime (ca. 1150-1165). En este caso, el león y el grifo se
convierten en elementos apotropaicos que enmarcan la puerta y ofrecen al fiel
un ejemplo de triunfo sobre el mal en el umbral del espacio sagrado (Ferrín
González, 1999, pp. 46-47). Su ubicación responde al patrón habitual, a juzgar
por los ejemplos precedentes, ya que este tipo de capiteles con ornamentación
animalística parecen localizarse fundamentalmente en la inmediata proximidad de
las portadas, en los arcos triunfales o en los ábsides laterales. Buena prueba
de ello es la irregular distribución de los elementos historiados en la iglesia
de San Miguel de Breamo (Pontedeume). Aunque se ha especulado con la
posibilidad de que fuese una iglesia templaria, hoy parece imponerse la idea de
que se creó sub canonica regula, lo que haría de ella una de las fundaciones
más tempranas inspiradas por la reforma agustiniana en Galicia (Castro, 1995;
Carrero Santamaría, 2000; Jaspert, 2006; Calleja, 2009). concretamente, aunque
la primera referencia cierta a su condición de priorato de los canónigos
regulares de San Agustín aparece en un documento de 1236, el Tumbo de Caaveiro
recoge información relativa a un pleito entre Breamo y Sobrado en 1169,
mencionándose ya a un prior, Juan Ovéquiz (Castro, 1997, p. 179). Este detalle
la situaría en una posición de privilegio tras Santa María de Sar (1136), la
Catedral de Tui (1138), el mencionado monasterio de Caaveiro (1143) y, tal vez,
la Catedral de Mondoñedo (1156). Sin embargo, las obras de la fábrica actual
debieron de comenzar más tarde, a juzgar por la inscripción –casi borrada– en
el contrafuerte a la izquierda de la puerta principal, en la que se leía e: M:
CCXX: V, es decir, 1187 (Castillo, 1914 apud Couceiro Freijomil, 1927-1928, p.
271).
Breamo une a su probable condición de canónica
una marcada singularidad tipológica –es la única iglesia de cruz latina y tres
ábsides del románico gallego, junto con la de Vilar de Donas– y una
ornamentación escultórica que hasta ahora no ha encontrado una lectura
satisfactoria (Chamoso Lamas et alii, 1979, pp. 270-277; Yzquierdo Perrín 1995,
pp. 350-355; Carrillo Lista, 2005, pp. 641-661). En el capitel derecho del
ábside sur se figura un motivo, el del hombre con un olifante, que tiene su
antecedente último en uno de los capiteles de la girola de la catedral
compostelana anejo a la capilla de San Juan. No obstante, el referente más
cercano para el ejemplo eumés se halla en la Iglesia de Santiago de Tabeirós (A
Estrada), dependiente también de la mitra compostelana. Como se precisa en la
Historia Compostelana (I, cap. XXXVI), Tabeirós era de las parroquias por las
que litigaban las diócesis de Santiago y Mondoñedo, de ahí que se haya apuntado
la posibilidad de que el taller encargado de labrar los capiteles y canecillos
de la iglesia pontevedresa hubiese trabajado antes en San Martiño de Mondoñedo,
donde se representa este mismo tema (Sánchez Ameijeiras, 2012, p. 74). Si estos
escultores pasaron por Breamo de camino al sur o fue al revés es cuestión
difícil de resolver, aunque la datación atribuida a la obra pontevedresa –en
torno al tercer cuarto del siglo XII (Bango Torviso, 1979, pp. 209-210)– da
visos de credibilidad a la segunda opción. El motivo se prestaba, no obstante,
a múltiples variaciones. Mientras que en Tabeirós se advertía en las caras
laterales del capitel la presencia de unos lobos que atacan a su presa, aquí se
reconoce a un caballo al galope y a un oso, al que el hombre agarra por una
oreja. Por extraño que parezca, en Breamo las bestias han sido desplazadas a la
basa de la columna opuesta. La existencia de basas historiadas es uno de los
aspectos más sorprendentes de esta iglesia, y no tiene paralelo en ningún otro
templo románico gallego, a excepción de la esquemática serpiente incisa en la
basa del lado de la epístola de la cabecera de San Martiño de Tiobre, en
Betanzos, que podría aludir al Castro da Serpe donde se asienta el templo (Carrillo
Lista, 1994, p. 235; cfr. DoMingo Pérez-Ugena, 1997, p. 211). Esta
particularidad se repite en las basas del ábside central, en las que cabe
distinguir una figura arrodillada a la izquierda y una cabeza barbada en la de
la derecha. La elección de este elemento como soporte figurativo pudo haber
venido dada su visibilidad, mayor de lo habitual, debido a que los plintos
descansan sobre un banco de fábrica que circunda los tres ábsides.
Esta disposición precisa de los elementos
figurativos, limitada al área de los ábsides central y lateral, debió de venir
condicionada por la topografía sagrada y funcional de este pequeño templo, ya
que el acceso a las dependencias monásticas se haría por una puerta situada
presumiblemente en el lado sur del crucero (Carrillo Lista, 2005, p. 659). A
juzgar por sus exiguas dimensiones, la comunidad sería reducida, y la
existencia de la cercana iglesia parroquial de Santa María de Centroña –erigida
junto a los restos de una uilla maritima roma na– hace poco probable que los
canónigos ejercieran labores pastorales de consideración. Por el contrario, la
ubicación de este templo en lo alto de un monte, acorde con su dedicación a San
Miguel, se aviene mejor a una existencia retirada y ascética por la que habrían
optado muchos agustinianos. En este contexto ha de imaginarse que los canónigos
verían al entrar en la iglesia la basa con las bestias en ordenada procesión y
con la cabeza gacha –una imagen de connotaciones disciplinarias– para, a
continuación, ser exhortados a seguir el ejemplo de los dos personajes allí
representados, simbólica y literalmente humillados ante el altar. A la vuelta,
pasarían de camino al claustro junto al hombre que somete al oso, recordándoles
desde las alturas que ellos habrían de dominar sus pasiones, también. De ser
así, en Breamo se habría invertido el significado originario del motivo, que de
aludir a “la eclosión de las pasiones bajo la influencia maligna” (cfr.
Castiñeiras González, 1999, p. 308), habría pasado a convertirse en una llamada
al autocontrol. La ambigüedad y la fluidez de los significados son
consustanciales a la plástica románica y no será ésta la última ocasión para
comprobarlo. Pero no es menos cierto que la dificultad planteada por el
análisis de la ornamentación de la iglesia eumesa se ve agravada en este caso
por la rudeza de la labra. El mismo problema se plantea en la iglesia de Santo
Tomé de Monteagudo (Arteixo), en la que podrían haber trabajado los mismos artífices,
dadas las semejanzas formales entre los relieves de las basas de Breamo y los
capiteles que se sitúan en los muros laterales. En uno de ellos, se ha
reconocido una rudimentaria representación del infierno (López Salas, 2012, p.
68), aunque cualquier aserto sobre su significado y filiación resulta
aventurado. Aún así, el estudio de las soluciones arquitectónicas desarrolladas
en una y otra iglesia parece apuntalar esta hipótesis (Yzquierdo Perrín, 1995,
pp. 352 y 428-431).
Iglesia del priorato de San Miguel de
Breamo (Pontedeume). Capitel derecho del ábside sur. Hombre tocando el cuerno
Se aludía antes al arraigo particular del tema
iconográfico de la lucha de Sansón con el león en la Galicia interior, y es
momento ahora de retomar la cuestión, al hilo de la posible conexión lucense de
la escultura de San Miguel de Breamo y Santo Tomé de Monteagudo. Como se señaló
antes, la representación más temprana del desquijaramiento del león por parte
del caudillo hebreo se encuentra en la cornisa de Santa María Salomé en
Santiago, referente lejano para un canecillo con el mismo tema labrado en San Salvador
de Asma (Chantada). Este último va acompañado del titulus sanso, acaso una
prueba de las dificultades que presentaba el reconocimiento de la imagen,
situada a una altura considerable y semejante a otras figuras a lomos de leones
y bestias demoníacas como para ser confundida con éstas. No es casual, por
tanto, que la difusión de este tema haya venido precedida por la adaptación a
un formato diverso, el ofrecido por el tímpano semicircular. De hecho, no
faltan ejemplos relivarios franceses e ingleses de la misma época (vid. Sastre Vázquez,
2003, pp. 331-332 y 335) con los que podrían haber estado familiarizados
algunos de los artífices que trabajaron en el entorno de la Catedral de Santiago.
Fuesen o no independientes los desarrollos del
tema de Sansón y el león en canecillos y tímpanos, la primera manifestación de
esta nueva fórmula se halla en el relieve procedente de San Xoán de Palmou
(Silleda), hoy conservado en el museo de Pontevedra (ca. 1150-1160), obra de un
escultor formado en el taller de platerías que servirá como punto de partida a
una serie de tímpanos figurados labrados a finales de esta centuria: Santa
María de Taboada dos Freires (Taboada, Lugo), Pazos de San Clodio (San Cibrao
das Viñas, Ourense), Turei (Beiro, Ourense), los de Santiago de Taboada y San
Miguel de Oleiros, ambos en Silleda (Pontevedra), así como el de San Martiño de
Moldes en Melide (Valle Pérez, 2006; Ramón y Fernández-Oxea, 1936, 1944, 1962 y
1965; Yzquierdo Perrín, 1995, pp. 378-383; Sastre Vázquez, 2003). Sin duda, la
fortuna de este tema no fue ajena al significado atribuido al pasaje bíblico
que relata la lucha de Sansón con el león (Jc. 14: 5-6), leído tipológicamente
como una prefiguración del descenso al infierno. debe tenerse en cuenta que en
moldes el cementerio se encuentra todavía hoy ante la fachada occidental, por
lo que el tímpano habría servido de telón de fondo para la antífona salva me ex
ore leonis, cantada en el oficio de difuntos (Sánchez Ameijeiras, 2001, p.
169).
Las estrechas semejanzas entre el tímpano de
Moldes y el cercano de Taboada dos Freires hacen muy probable que el PELAGIUS
MAGISTER que suscribe el segundo –circunstancia del todo infrecuente en el
románico gallego (D’Emilio, 2007, pp. 3 y 10)–, sea también el responsable del
primero. Dado que la inscripción de Taboada incluye la fecha de 1190, cabría
encuadrar la obra melidense en los años inmediatamente posteriores (Carrillo
Lista, 1997, p. 105, y 2005, pp. 242-244). Pero la actividad de este escultor y
la particular difusión de los tímpanos con Sansón y el león, prácticamente
circunscritos a las actuales comarcas de Deza, Terra de Meli de, Chantada y
Ourense, invita a revisar ciertas ideas sobre la circulación de talleres y
modelos en el románico rural. Por un lado, es preciso advertir la vinculación
de este tema al Camino de Santiago, puesto que la mayoría de estos testimonios
se encuentran en sus inmediaciones, ya sea en la ruta francesa, como Moldes, o
en la Vía de la Plata, como Santiago de Taboada, Oleiros y Pazos de San Clodio.
Por otro lado, dado que las diferencias en la labra permiten descartar que
Pelagio fuese responsable de todos los tímpanos derivados del de Palmou, se
hace necesario postular la existencia de una cadena de aprendizaje o el manejo
de dibujos entre diferentes talleres (vid. D’Emilio, 1997, p. 561). El carácter
caligráfico de la lengua del felino en el relieve de moldes parece inclinar la
balanza a favor de esta segunda opción.
Iglesia parroquial de San Martiño de
Moldes (Melide). Portada occidental. Tímpano con la lucha de Sansón y el león
La existencia de estos modelos gráficos podría
dar cuenta de errores y alteraciones ocasionales entre estos siete tímpanos con
el tema de Sansón –como las herraduras del león en Taboada dos Freires–, pero
también explicaría la homogeneidad que desde un primer momento presentan los
conjuntos de canecillos en el rural coruñés, con independencia de los talleres
responsables de su labra. Ciertamente, el repertorio de motivos había quedado
fijado en las cornisas compostelanas de Platerías y Salomé, a las que ya se
hizo referencia. Mientras que en la primera aparecían por primera vez seres
demoníacos, cuadrúpedos amenazadores, un músico y personajes en actitudes
obscenas, en la segunda se incorporaban dos motivos que darían origen a una
larga progenie en el románico gallego: el contorsionista y la juglaresa
(Castiñeiras González, 1996 y 2003; Yzquierdo Perrín, 1997a). Otros, por el
contrario, dejarán de tener sentido lejos de los cultivados ambientes
compostelanos y de los principales centros artísticos. Es el caso de la alusión
a la acedía de Salomé, o del espinario labrado en un tejaroz de la Catedral de
Lugo, que no tendrán trascendencia figurativa alguna (Moralejo Álvarez, 1981,
p. 345; Yzquierdo Perrín, 1997a, p. 76). al mismo tiempo que se constata este
proceso de decantación figurativa, se advierte que la sutil gradación modal
establecida en Platerías entre ornamentación central y marginal quedará diluida
con frecuencia en las zonas rurales, dada la escasa calidad de muchos de estos
artífices.
Iglesia monástica de Santiago de Mens
(Malpica de Bergantiños). Canecillos del ábside central con la figuración de un
acróbata y una figura con un libro abierto
Como resultado, cabe hablar de una tradición
consolidada en lo que a la ornamentación de aleros se refiere ya desde mediados
del siglo XII. En este sentido, tanto los ciclos de templos monásticos como
Santiago de Mens y Santa María de Ozón, como los de las cercanas iglesias
parroquiales de Morquintián, Xaviña, Leis y Cereixo, incluyen músicos y
acróbatas, así como seres monstruosos y personajes en actitudes procaces. Pero
sus similitudes no han de achacarse únicamente a la proximidad geográfica ni a
la irradiación del taller de Mens, puesto que muchos de estos motivos
reaparecen en iglesias distantes, como las de San Martiño de Xuvia, o fuera de
los límites de la actual provincia de A Coruña, como en Santiago de Tabeirós.
No obstante, en los aleros de Mens, Ozón y Cereixo el escarnio del rústico y la
crítica de los placeres humanos adquieren un nuevo matiz, al alternarse estas
imágenes degradantes con la representación de figuras sentadas que portan un
libro abierto en el regazo (Barral iglesias, 1996-1997, pp. 111-115; Ferrín
González, 1999, pp. 68-69, 122-123; Carrillo Lista, 2005, pp. 500-503). La
contundencia del mensaje se verá reforzada en el alero de la capilla mayor de
Santa María del Sar –obra de talleres mateanos (ca. 1190-1200)– mediante la
inclusión de una psicostasis como punto focal del ciclo, más reseñable aún por
tratarse de un tema iconográfico poco habitual en el románico gallego
(Yzquierdo Perrín, 1997b, pp. 78-79). Con todo, aunque esta nítida
contraposición entre litterati e ilitterati es una de las muestras más claras
de la actitud de rechazo y desprecio por lo secular de una iglesia militante
empeñada en imponer a los laicos la férula de la disciplina monástica, es
preciso señalar que la crítica habría alcanzado en contadas ocasiones a las
mismas instituciones eclesiásticas. Así, en uno de los canecillos de San
Martiño de Xuvia puede reconocerse a un abad boca abajo junto a una pareja
homosexual, evocador de esos eclesiásticos glotones y lujuriosos como el
denostado Pedro de Antealtares (cfr. HC, libro III, cap. XX). Esta inusual
fórmula testimonia el conocimiento de modelos franceses –la filiación con Santa
Fe de Conques es clara– en el taller desplazado desde Compostela para erigir el
monasterio Naronés (Castiñeiras González, 2003, pp. 317-319).
Iglesia monástica de San Martiño de
Xuvia (Narón). Canecillos del ábside central con un abad boca abajo y una
pareja homosexual
Bestias malignas, rústicos lujuriosos, clérigos
simoníacos y pecadores de toda laya quedaban relegados a los márgenes del
edificio en una estrategia consciente de apropiación y delimitación del espacio
muy vinculada al avance de la Reforma Gregoriana. Sin embargo, este afán
punitivo y normativizador tampoco sería ajeno al proceso de repoblación del
noroeste gallego que tiene su apogeo durante la segunda mitad del siglo XII. De
ahí que las portadas –en tanto que zonas liminales– se conviertan en elementos
privilegiados desde los que afirmar la presencia y autoridad de la iglesia en
estos territorios, tal y como se sugirió en el caso de Santiago de Cereixo. Sin
embargo, la elección de un tema hagiográfico como el allí figurado no dejaba de
ser insólita, puesto que la ornamentación predominante en el medio rural es de
carácter emblemático y conservador, quedando limitada a la labra de cruces y
crismones con los que señalar la condición sagrada del edificio. es en este
sentido que Serafín Moralejo calificaba de “pragmáticas” a buena parte
de las portadas del primer románico hispano. Tal calificación pue de atribuirse
también a los tímpanos coruñeses, puesto que más parecen decorados concebidos “para
el desarrollo de un rito, de una liturgia” que “un conjunto de imágenes
desplegadas para suscitar emociones o reflexiones entre los fieles” (Moralejo
Álvarez, 1989, p. 48).
Claro exponente de esta vinculación entre
portada y liturgia son aquellas inscripciones alusivas a la consagración del
templo, como la que se lee todavía en el dintel de la puerta norte de San Pedro
de Oza dos Ríos, de cronología temprana: era:
T: C: LVIIII ET Q(VOTUM) IIII: ID(V)S
(E)RB(VARII) [1121].
A la izquierda, se distingue a duras penas el
resto de la inscripción:
SVUARIUS ABBAS FECIT MEMORIA.
Tal vez pueda identificarse a este personaje
con el Abad Suero de Oza que aparece confirmando documentos del monasterio de
Sobrado en 1155 (Carrillo Lista, 2005, pp. 168-169; cfr. García G.-Ledo, 1982;
D’Emilio, 2007, pp. 18-19). Como quiera que fuese, no se hace aquí alusión a la
dedicación del templo, un aspecto que, en cambio, se detalla en la inscripción
de Santiago de Mens, en la que el acento litúrgico es aún más patente:
+ IN N (OMI)NE D(O)MINI X (=CHRISTI) IHS
(IESU) HONOREM S(ANCTE) MARIA VIRGI(NI)S ET S(ANC)TOR(UM) OM(N)IUM. REMAVIRA
AB(A)S // ERA M C L X X [1134] : ME FEQ(U)IT GUNSA (Barral iglesias, 1996 1997,
p. 108).
Una información similar es la que preserva el epígrafe fundacional de Santa María
Salomé, que originalmente debió de estar dispuesto en la portada. En esta losa,
ahora dispuesta en el coro alto, se indica:
AD HONOREM D(E)I ET S(ANCTE) M(ARIE)
VIRGINIS ET S(ANCTI) I (ACOBI) AP(OSTO)LI ET / ET MATRIS S(ANCTE) M(ARIE)
SALOME PELAGIUS ABBAS ECCLE(SIE) B(EATI) I (ACOBI) CANTOR (Yzquierdo
Perrín, 1995, pp. 260 y 262). A pesar de las diferencias formales y de
contenido entre estas tres inscripciones, todas ellas documentan la
trascendencia atribuida al ceremonial de consagración, acrecentada desde la
adopción del ritual romano (Carrero Santamaría y Fernández Somoza, 2005, pp.
387-388). En este sentido, la mención expresa de los benefactores podría
ponerse en relación con una de las últimas fases de la liturgia de
consagración, cuando el oficiante volvía a la puerta después de haber realizado
la unción del interior para recordar a los presentes el deber de celebrar el
aniversario de la dedicación y, muy especialmente, la obligación contraída por
los patronos de mantener la obra en buen estado (Repsher, 1998, pp. 59 y 165; Sánchez
Ameijeiras, 2003a, p. 61).
En la iglesia de San Martiño de Oleiros
(Toques), en cambio, el mensaje habría sido de otro tenor. La divinidad habría
hecho oír su voz desde el dintel de la puerta sur, sellada con su signo. Se
trata de uno de los escasos crismones representados en el románico gallego, de
tipo trinitario como los de O Meire (Melide) –cuya ubicación original se
desconoce a ciencia cierta–, Santa María de Retorta (Guntín, Lugo) y los más
antiguos en la Portada de Platerías y en la fachada oeste de San Martiño de
Mondoñedo (Yzquierdo Perrín 1995, pp. 175-176; Castiñeiras González, 1999, p.
309). Este tipo particular de crismón se caracteriza por incluir la letra s
junto a la x y la P, generalmente sobre el brazo inferior
de la ji, alterando el significado original del monograma hasta hacer de
él una alusión a las tres personas de la trinidad (Ocón Alonso, 1983 y 2003;
Scott Brown, 2004; Castillo, 1987, pp. 496-497; Delgado Gómez 1988-1989, 1995 y
1998). A pesar de que todos ellos siguen patrones distintos, es posible aislar
el conjunto formado por los crismones de Retorta, O Meire y Oleiros, puesto
que, a diferencia de los ejemplos compostelanos y mindoniense, no incluyen las
letras α y Ω.
En este sentido, el testimonio lucense (finales
del siglo XII) sería el antecedente directo para los dos dinteles de Terra de
Melida, que se hallan concentrados en un área de unos 25 km de radio y en la
inmediata proximidad del Camino de Santiago. por el contrario, cabe señalar al
de Oleiros como el último y más delicado ejemplo de la serie, labrado tal vez
ya bien entrado el siglo XIII. Siendo éste un motivo tan poco frecuente en el
noroeste hispánico –en contraste con su notable difusión en Navarra, Aragón,
Cataluña y sur de Francia–, llama la atención la presencia de las palabras LUX
y REX en el interior del círculo, un detalle para el que sólo puede
citarse un lejano paralelo ultrapirenaico, el tímpano de la Iglesia de Saint
Jean Baptiste en Diusse (Favreau, 2003, p. 630). Esta característica lo
convierte en un “crismón parlante” (Daugé, 1916, p. 71), además
de vincularlo a una tradición de origen carolingio, basada en el juego erudito
con los cuatro monosílabos PAX, REX, LUX, LEX asociados
a Cristo (Favreau, 2003). el hecho de que el formato escogido en la iglesia
coruñesa sea el de un dintel pentagonal, de probable origen auvergnate (Torres
Balbás, 1922), parecería afianzar esta vinculación con el sur de Francia, si no
fuese porque el mismo elemento aparece ya en Mondoñedo. Este detalle, a su vez,
invita a especular con la posibilidad de que existiese una tradición autóctona
y que ciertos eslabones de esta serie –quizás sobre otros soportes– se hayan
perdido. A este respecto, conviene tener presente que obras paleocristianas o
prerrománicas pudieron haber sido reutilizadas durante estos siglos, como
sugiere el hallazgo de un relieve del siglo VI con un crismón –tal vez
procedente de Moraime– en la iglesia parroquial de San Pedro de Leis en Muxía (Suárez
Otero, 2004b).
Iglesia parroquial de San Martiño de
Oleiros. Dintel de la portada sur con la representación de un crismón
trinitario
Iglesia parroquial de San Pedro de Oza dos Ríos. Dintel de
la puerta norte con el epígrafe de consagración
Sin embargo, resulta difícil precisar cuánto
habría en Oleiros de voluntad consciente de retorno a la Ecclesiae
primitivae forma, o de asunción del significado político y dogmático
asociado al monograma constantiniano, tan patente en los tímpanos de la zona
pirenaica y en otros testimonios, como el crismón de San Isidoro de León
(Bartal, 1987; Ocón Alonso, 1983 y 2003, pp. 92-101; Scott Brown, 2004; Senra
Gabriel y Galán, 2008; Mann, 2009, pp. 132 160). Probablemente poco quedaría de
todo ello, si bien los crismones de Terra de Melide debieron de retener un
significado más primario de los apuntados hasta ahora, el funerario y profiláctico
(vid. Ocón Alonso, 2003, pp. 82-92). La vinculación de este motivo con el Agnus
Dei en el dintel de Mondoñedo parece corroborar esta interpretación en clave
penitencial, lo mismo que la ubicación del cementerio en las proximidades de la
portada de Oleiros (vid. Moralejo Álvarez, 1989, p. 40). Pero, además, el
crismón trinitario habría eternizado en piedra otro instante del ceremonial de
consagración, en el que el oficiante ungía con el crisma el altar y los muros
del templo, realizando la señal de la cruz, para acabar volviendo a la puerta,
que bendecía en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Repsher,
1998, p. 58; Scott Brown, 2004, pp. 212-252; Sánchez Ameijeiras, 2003a, p. 57).
Trasunto pétreo de estas señales efímeras
trazadas por el obispo serían también las cruces que, con notable frecuencia,
constituyen la única decoración de los tímpanos rurales gallegos. Las iglesias
de A Coruña no son la excepción, como atestiguan la sencilla cruz tallada en
reserva en la portada sur de San Estevo de Pezobrés (Melide), o la más compleja
representada en la portada occidental de San Martiño de Tiobre (Betanzos), cuyo
formato –encerrada en un círculo, con el alfa y el omega de pendilia– evocaría
el de las cruces de consagración, como las que hoy son visibles todavía en la
Catedral de Santiago (Sánchez Ameijeiras 2003a, pp. 56-57, y 2012, p. 80). Al
mismo tiempo, el escultor que labró este tímpano a finales del siglo XII habría
intentado hacer reconocible la silueta de una cruz procesional, reproduciendo
incluso el estrechamiento de la parte inferior del brazo vertical, donde se
encajaría el fuste (Carrillo Lista, 1994, p. 240, y 2005, pp. 342-343). Otro
tanto puede decirse de la cruz flordelisada que aparece figurada en el tímpano
de la portada occidental de Santo Estevo de Culleredo, aunque en este caso lo
más reseñable sea el extraño relieve de líneas tangentes que le sirve de telón
de fondo (Carrillo Lista, 2005, p. 764). Esta voluntad de llevar a la piedra
elementos del mobiliario litúrgico de las iglesias parece haber guiado también
al autor del tímpano de la portada occidental de San Tirso de Oseiro, en
Arteixo, donde la cruz flordelisada se encierra en un clípeo y se acompaña de
dos aves, en una clara cita de modelos paleocristianos (Barral Rivadulla, 2012,
pp. 90-91).
De hecho, no debería descartarse la idea de que
en alguno de estos casos se hubiese pretendido reproducir objetos concretos,
tal y como sucedía con la compleja cruz patada que decora el tímpano de Santo
Tomé de Serantes (Ourense), remedo de la que se conserva en la vecina iglesia
de San Munio de Veiga (Sánchez Ameijeiras, 2003a, pp. 54-56). Cruces como la de
Serramo no parecen haber dejado huella monumental en el románico coruñés, pero
la extraordinaria cruz potenzada labrada en San Pedro de A Mezquita (Ourense)
–en la que tampoco faltan el medallón central con el Agnus Dei ni los remates
con medallones–, evidencia hasta qué punto pudo haber llegado este diálogo
entre la orfebrería y la escultura, que marca el desarrollo de la plástica
románica desde sus inicios (vid. Moralejo, 1980). Tanto es así que el examen de
la decoración de estos tímpanos permite seguir la evolución de la orfebrería
medieval gallega, desde las cruces de tradición asturiana, que se representan
en Santa Eulalia de Chamín (Arteixo) o Santiago de Traba (Vimianzo), hasta los
modelos más modernos, como los de San Pedro de Oza o San Tirso de Oseiro, que
ya responden a los usos latinos impuestos gradualmente tras el cambio de rito. No
obstante, la utilización de uno u otro tipo de cruz no ha de considerarse un
marcador cronológico fiable –a excepción de Oza, todos estos tímpanos parecen
haber sido labrados en las últimas décadas del siglo XII–, sino muestra del
mayor o menor conservadurismo del entorno en el que se erigen estas iglesias.
Se mencionaba antes la invocación trinitaria
que seguía a la unción de la puerta del templo, y tal vez no sea aventurado
relacionar con estas palabras la aparición ca. 1170 en los tímpanos gallegos de
un tipo particular de cruz de entrelazo de filiación anglonormanda, formado al
combinarse una cruz latina con la de San Andrés, intersecadas por un círculo (Sánchez
Ameijeiras, 2003a, pp. 52-53). El exponente más antiguo se encuentra en San Martiño
de Ferreira (Lugo), y lucenses son otros testimonios como los de San Cristovo
de Novelúa y San Xoán de Friolfe, aunque la fórmula no tardaría en difundirse
por Pontevedra, puesto que aparece en la iglesia de Santo Tomé de Ancorados (A Estrada)
por esas mismas fechas (Ramón y Fernández Oxea, 1942; D’Emilio, 2007, pp.
31-32; Bango Torviso, 1979, p. 154 y lám. LVIIa). En el área coruñesa su
introducción debió de ser también muy temprana, como demuestra el tímpano de la
portada sur de Tiobre, aunque es en otros elementos ornamentales en los que
cabe advertir el éxito de esta fórmula. Las cruces antefijas que decoran los
hastiales orientales de muchas iglesias ya habían atraído la atención de Castelao
en 1950, que incluye dibujos de un buen número de ellas en su libro As Cruces
de Pedra na Galiza (Castelao, 1950, pp. 49-58), aunque en fechas más
recientes se han sumado las aportaciones de otros autores (Vales Villa Marín,
1981 y 1982; García Lamas, 2008, pp. 39-44). Su origen parece estar, una vez
más, en la “petrificación de un rito”, aquél por el que se situaba una
rama o una cruz en un edificio recién construido. A ello habría que añadir su
función como hitos topográficos en el medio rural, ya que su tamaño las hace
visibles en la distancia (Sánchez Ameijeiras, 2012, p. 82). Tal vez la extraordinaria
densidad del tejido parroquial en los arciprestazgos de Pruzos y Nendos
explique que estas acróteras teriomorfas sean especialmente numerosas en la
comarca betanceira, donde esta tradición perdurará aún bien entrado el gótico
de manos de los escultores que trabajaron para Fernán Pérez de Andrade, o Boo (García
Lamas, 2008, pp. 39-44; Sánchez Pardo, 2010).
Iglesia parroquial de San Tirso de
Oseiro (Arteixo). Tímpano de la portada occidental con la representación de una
cruz flordelisada
En cualquier caso, conviene señalar que estas
cruces suelen erigirse sobre el lomo de carneros o bueyes –animales mansos de
connotación sacrificial–, como en San Xiao de Mandaio (Cesuras) o en Santa
María Salomé, aunque no escaseen tampoco otros animales como el lobo o el
cocodrilo, figurados respectivamente en Santiago de Cereixo y San Martiño de Tiobre,
a los que cabe considerar encarnaciones demoníacas sobre las que triunfa la
cruz. El ejemplo de Tiobre, tan exótico, podría explicarse por la ocasional presencia
de cocodrilos disecados en los tesoros de las iglesias medievales (Domingo
Pérez-Ugena, 1998; cfr. Mariaux, 2006), aunque también se haya visto en él un
reflejo de la imaginería antiquizante de origen italo méridional introducida en
los acroterios de la catedral compostelana ca. 1120 (Castiñeiras González,
2003, pp. 313-314). En este sentido, quizás no resulte ocioso recordar que esta
iglesia se encontraba en las proximidades de una antigua vía romana que
discurría por el interior de la ría de Betanzos (Sánchez Pardo, 2010, p. 154).
Este recorrido por los caminos de A Coruña nos
depara una galería de capiteles y canecillos derivados de modelos
compostelanos, así como de sencillas cruces labradas en los tímpanos o
colocadas como antefijas. Su análisis se antoja prueba elocuente de que este
territorio de población escasa y dispersa sólo podía absorber una parte muy
limitada del torrente creativo surgido en torno a la basílica jacobea. De
hecho, la ausencia de conjuntos figurativos de extensión, concebidos para
atrapar la mirada de la audiencia, es la característica que parece singularizar
al noroeste gallego frente a las restantes provincias de la comunidad. Por este
motivo, sorprende hallar en San Xulián de Moraime y en Santa María de Cambre
tres ciclos de relativo calado teológico y poderosa imaginería –las portadas
occidental y sur de la primera y la occidental de la segunda– cuyo lenguaje
formal es ajeno por completo al de los talleres que trabajaron en las portadas
del crucero de la Catedral de Santiago. Así, durante el último cuarto del siglo
XII se constata la presencia en Cambre de un taller de origen castellano (Vila
Da Vila, 1986, pp. 70-74; Sánchez Ameijeiras, 2001, pp. 158-159), alguno de
cuyos maestros habría recalado a finales de la centuria en Moraime para hacerse
cargo de las obras de la fachada sur (Ferrín González, 1999, pp. 60-61). Por el
contrario, la portada occidental del cenobio muxián, labrada ca. 1180-1190, ha
de considerarse obra de un taller local conocedor de fórmulas propias del Béarn
francés (Sousa, 1983b). Esta particularidad resulta tanto más reseñable cuanto
que, como se indicó, habían sido escultores desplazados desde Compostela los
responsables de la etapa constructiva inicial de ambas fábricas.
Sin embargo, el hecho de que estas dos iglesias
monásticas hayan sido polo de atracción para escultores y repertorios foráneos
no debería causar extrañeza. Por un lado, ambos cenobios acumulaban
considerables riquezas derivadas de su emplazamiento en zonas donde el tejido
urbano y comercial alcanzaba ya cierta magnitud. Cambre se situaba a pocos
kilómetros del pujante puerto de Burgo do Faro, fundado por el conde de Traba
durante el reinado de Alfonso VII, cuyas rentas se repartían la catedral
compostelana, la Orden del Temple y el monasterio de Sobrado (Ferreira Priegue,
1988b, pp. 74-75; López Alsina, 2008, pp. 203-208). Por su parte, Moraime
actuaba como cabeza de una serie de iglesias parroquiales del arciprestazgo de
Nemancos (Sousa, 1983b, p. 157), además de obtener una parte de sus ingresos de
los puertos de la zona. Ambas se erigían, pues, en nodo económico,
administrativo y de comunicaciones en sus respectivas áreas de influencia, la
ría coruñesa y la parte septentrional de la Costa da Morte.
Pero, además, ambas fundaciones estaban ligadas
desde época muy temprana a la poderosa familia condal de Traba, que durante
décadas les había donado numerosas propiedades y rentas, estimulando con su
ejemplo la concesión de nuevos privilegios por parte de los monarcas (Vila Da
Vila, 1986, pp. 13-20; Lucas Álvarez, 1975, pp. 620-622 y 624-626; López
Sangil, 2007, pp. 266-268 y 287). Parece lógico, por tanto, que sean estos dos
monasterios los que se destaquen en el conjunto del románico coruñés, actuando
como centros artísticos a nivel local. Es más, tal vez no sea aventurado juzgar
su eclecticismo e independencia con respecto al foco compostelano como una
expresión más de las tensiones entre poder eclesiástico y poder nobiliario. A
propósito de esta cuestión, conviene recordar que el proceso de implementación
de la Reforma Gregoriana llevó aparejado el desmantelamiento paulatino del
sistema altomedieval que permitía a los laicos intervenir a su antojo en los
asuntos internos de las iglesias y monasterios de su propiedad (Framiñán
Santas, 2005). Puede que los condes de Traba y sus allegados ya no gozasen de
una autoridad total sobre los monasterios de Cambre y Moraime pero, sin duda,
todavía harían oír su voz. La elección de un taller castellano para llevar a
término las dos obras señeras del condado de Trastámara bien pudo haber sido
una sutil respuesta a la omnipresencia –institucional y estética– de la Iglesia
de Santiago.
No son éstos los únicos aspectos que aconsejan
encarar conjuntamente el estudio de la portada occidental de Cambre y la
meridional de Moraime. Entre estas dos obras existe una profunda afinidad que
se manifiesta en su común carácter sacramental, de exaltación de la eucaristía
y exhortación a la penitencia (Sousa 1983a; Vila Da Vila, 1986, pp. 58-70).
Además, se trata de ciclos más presentativos que narrativos, lo que vuelve a
marcar distancias con los programas labrados en las portadas del crucero de la
basílica jacobea. Así, tanto en el tímpano de Cambre como en el reverso del
tímpano de Moraime se destaca la presencia del Agnus Dei en un clípeo sostenido
por dos ángeles, tema éste ya representado en la “Puerta del Cordero” de
San Isidoro de León y en el baldaquino de Gelmírez en la catedral compostelana
(Moralejo Álvarez, 1977 y 1980, p. 236). No obstante, ninguno de estos
precedentes da razón de las particulares fórmulas empleadas en uno y otro caso:
crismón con venera en Cambre y con aves afrontadas que picotean un arbusto en
Moraime. Dichos elementos de reminiscencias paleocristianas –y, por tanto,
acordes con el deseo reformador de vuelta a la primitiva pureza de la iglesia–
son muy raros y se alejan de otras representaciones del Agnus Dei más comunes en
el románico gallego, como la del tímpano de Santa María de Doroña, modelo a su
vez para el labrado en el siglo XIX en el monasterio de Caaveiro. Nada tienen
que ver tampoco estas imágenes con el relieve que se custodia en el interior de
la iglesia cambresa, en el que el Cordero triunfante aparece enmarcado por dos
figuras de difícil identificación (Vila Da Vila, 1986, pp. 76-80). Pero las
coincidencias se advierten, asimismo, al analizar los capiteles historiados
que, en Cambre y en Moraime, otorgan nuevos matices al tema figurado en el
tímpano. El sentido salvífico del que es portadora la imagen del Cordero
triunfante se ve reforzado por la presencia en ambos conjuntos de Daniel entre
los leones, prefiguración de Cristo y de su resurrección, así como exemplum de
esa rectitud moral que ha de regir la vida del cristiano. En Cambre se lo
figura en la clave de la arquivolta externa, aludiendo a su condición de
profeta visionario, mientras que en la iglesia muxiana se hace especial
hincapié en su virtud, hasta el punto de que se encuentra allí otro capitel
relativo a la segunda condena de Daniel y la visita de Habacuc (Sousa, 1983a,
pp. 148-150). En él se han reconocido tanto vínculos con la escultura jaquesa
como, de nuevo, la pervivencia de una tradición iconográfica de origen
paleocristiano y alto medieval (Moure Pena, 2006, pp. 281-286). Este sentido
funerario y penitencial asociado a la milagrosa salvación de Daniel –recuérdese
la antífona de la liturgia de difuntos mencionada ya a propósito del tímpano de
Sansón con el león figurado en San Martiño de Moldes– se habría visto
completado con la representación en ambas portadas de San Miguel con la balanza.
Como se indicó en el caso de Santa María del Sar, no es éste un tema frecuente
en Galicia y tampoco lo es el motivo de las “cabezas rostradas” que
decoran la arquivolta externa de Cambre (Vila Da Vila, 1986, pp. 63-64 y 72-74;
cfr. Fernández, 1979). Esta amalgama caótica de aves y bestias impuras
encuentra su equivalente en Moraime con la representación en el capitel
interior derecho de dos centauros en lucha, símbolos negativos de las pasiones
incontroladas (Sousa, 1983a, p. 151).
Sin embargo, la portada sur de Moraime semeja
tejer una red más densa de asociaciones, al incluir también una representación
de la tentación de Adán y Eva –acaso la reprensión y expulsión del paraíso– en
el capitel externo del lado izquierdo, así como una expresiva imagen de la
Última Cena en el anverso del tímpano. En este caso, el gesto enfático de los
apóstoles señalando a Jesús parece dar la clave al observador, quien no sólo
habría advertido la contraposición trazada entre caída y redención, sino también
la identidad entre el sacrificio de Cristo y el Triunfo del Cordero sobre la
muerte, visible únicamente al traspasar el umbral (Sousa, 1983a, p. 153;
Sánchez Ameijeiras, 2001, pp. 158-159). Por otro lado, la imagen de los
discípulos reunidos en torno a Jesús habría servido de espejo a la comunidad
(Forsyth, 1986), paralelismo que se vería acentuado al reparar en que el número
de apóstoles –siete– coincide con el de las figuras representadas en el tímpano
de la portada occidental (Sánchez Ameijeiras, 2001, p. 173). En él, se ha
reconocido a san Julián, a quién está consagrado el templo, rodeado por sus
discípulos. acompañarían al santo y su “caterva” otras figuras dispuestas en
las jambas, entre las que parece establecerse una relación de a dos: en los extremos
serían san Benito y san Martín los que dotarían al conjunto de un neto sentido
pastoral –acentuado por la representación del santo turonense pisando un
basilisco, topos frecuente en contextos de repoblación y evangelización–,
mientras que en el segundo paso del portal serían San Pablo y, una vez más, el
profeta Daniel los que se ofrecerían al fiel como encarnación de fortaleza
moral frente al pecado (Sousa, 1983b, pp. 160-173).
Aunque la identificación de los personajes
efigiados en las estatuas-columna interiores resulte más arriesgada, la
organización de la portada evidencia una precisa adecuación entre elemento
arquitectónico, topografía sagrada y figuración. En primer lugar, ha de
señalarse que la presencia de san Julián con sus discípulos tiene unas claras
connotaciones ceremoniales –el santo lleva vestiduras litúrgicas y sus
acompañantes semejan acólitos portando los libros sagrados– que se advierten
mejor al comparar este tímpano con el de la portada occidental de San Martiño
de Moaña, donde los tituli permiten identificar a los personajes allí figurados
como San Millán y los obispos San Martín y San Bricio (Bango Torviso, 1979, p.
186 y lám. LXXXIIIa).
En ambos casos, las escenas escogidas habrían
evocado uno de los momentos más emotivos del ceremonial de dedicación, cuando
la comunidad se dirigía en procesión hasta la entrada entonando la antífona
Surgite sancti de mansionibus vestri, loca sanctificate, plebe benedicte et nos
homines peccatores in pace custodite (Sánchez Ameijeiras, 2003a, pp. 59-60). De
este modo, y a diferencia de los testimonios examinados antes, la portada
occidental de Moraime habría tornado la evocación conceptual del rito en una verdadera
visión celestial. Así, la metáfora paulina que asimilaba a apóstoles y profetas
con las columnas que sostienen la iglesia, frecuentemente repetida a lo largo
del ceremonial de consagración, habría alcanzado aquí una afortunada traducción
figurativa, contemporánea con la experiencia mateana en el Pórtico de la
Gloria. Sin embargo, el referente formal para la portada de la iglesia de
Moraime parece haber sido otro, como se deduce del estudio de las figuras
secundarias del conjunto, en las que se constata de nuevo una particular
sensibilidad para dotar de valor expresivo a ciertos elementos arquitectónicos.
Por ejemplo, el atlante que sostiene la columna interior de la jamba izquierda,
ataviado con un “cinturón de fuerza” sobre el que llamó la atención José
Sousa, tiene su paralelo en la portada occidental de Sainte-Foy de Morláas
(Béarn, Francia), donde un gigante soporta el peso de las figuras que decoran
la arquivolta central. Idéntica filiación puede atribuirse a los veinticuatro
ancianos del apocalipsis que aparecen en la arquivolta intermedia protegidos
por un grueso bocel con sus instrumentos y redomas, muy semejantes a los de Sainte-Marie
de Oloron, también en los Pirineos franceses (Sousa, 1983b, pp. 160-164 y 170).
Con todo, la exploración de las relaciones
entre arquitectura y figuración habría tenido una de sus más destacadas
manifestaciones en una obra de segura filiación bearnesa con la que la fachada
occidental de Moraime guarda un parentesco estrecho. Se trata de las columnas
marmóreas que un día sirvieron de apoyo al ara apostólica custodiada en San
Paio de Antealtares, en las que se habría efigiado al colegio apostólico en el
momento de la Transfiguración, tal y como se deduce por la inclusión de Matías
en el conjunto (Sánchez Ameijeiras, 2003b; cfr. Carro García, 1931; Vázquez De
Parga, 1931; Gaillard, 1957). De las cuatro que compondrían el conjunto
original sólo se han conservado tres, repartidas entre el Museo Arqueológico
Nacional y el Fogg Art Museum de la universidad de Harvard. Fue Serafín
Moralejo quien vinculó estas piezas con un taller cercano a los que labraron
las portadas de Sainte-Marie de Oloron y Sainte-Foy de Morlàas, cuya presencia
se documenta además en Uncastillo y en varias iglesias segovianas, como San
Martín de Fuentidueña y San Justo de Sepúlveda (Moralejo Álvarez, 1993b, pp.
392-395). De acuerdo con este mismo autor, el responsable de la venida de este
taller a Santiago habría sido el arzobispo compostelano Bernardo de Agen,
firmante en 1152 de una nueva concordia con Antealtares por la que se devolvía
el ara al cenobio. Sin embargo, la actividad de los escultores bearneses no
debió de quedar reducida a esta intervención puntual, ya que se les ha
atribuido otro relieve con dos figuras femeninas –quizás parte de una
anunciación– procedente casi con certeza de San Paio de Antealtares, además del
relieve del Salvador que un día hubo de servir de parteluz a la iglesia de
Santiago de Vigo (Sánchez Ameijeiras, 2003c y 2004d). El testimonio de Moraime
certifica que esta corriente bearnesa llegó a calar en el medio artístico
local, aunque las vías de penetración de este repertorio foráneo, más allá del
núcleo compostelano, no sean tan claras. En este sentido, si la llegada de
estos artífices foráneos a Santiago puede achacarse al origen pirenaico de
Bernardo de Agen, tal vez la participación en Moraime de un taller formado a su
sombra deba relacionarse de algún modo con la protección otorgada por la
familia condal de Traba tanto al monasterio muxián como a Santa María de
Cambre, cuya dependencia de Antealtares está atestiguada documentalmente (Vila
Da Vila, 1986, pp. 13-5).
A la vista de lo expuesto hasta aquí, conviene
concluir que, más allá de la fábrica catedralicia y de las singulares iglesias
de Cambre y Moraime, el románico coruñés parece haberse limitado a la constante
recreación de un repertorio formal e iconográfico ciertamente reducido. Por
este motivo y a modo de contrapunto, corresponde un último comentario a la
importación de obras foráneas durante el período. Esta referencia resulta más
tentadora si cabe porque la única pieza a reseñar, la hidria conservada en Santa
María de Cambre, semeja haber recorrido el mismo camino que la barca del
Apóstol con la que comenzaba este relato (VILADAVILA, 1983, y 1986, pp.
105-118). Este gran vaso pétreo realizado ca. 1165-1170, decorado con rosetas y
zarcillos y atribuible a un taller de escultores que trabajaron para la Orden
del Temple en el Reino de Jerusalén, debió de ser traído por un caballero
templario vinculado a la cercana iglesia de Santa María del Temple, en Burgo do
Faro. Su impacto en la plástica local fue nulo, no así la impronta dejada en la
imaginación de los feligreses de siglos posteriores. Perdido ya el recuerdo de
su origen, su procedencia hierosolimitana acabó por granjearle el estatus de
reliquia, convirtiéndola en milagroso recordatorio de las bodas de Caná. De ahí
que muchos visitantes no dudasen en limar sus bordes para preparar con el
polvillo pócimas curativas, hasta dejarla en el lastimoso estado en el que se
encuentra ahora. Su suerte se asemeja, por tanto, a la de la gran piedra que,
de acuerdo con el testimonio del viajero León de Rozmithal, fue hundida en el
agua “por mandato del Papa, en la ciudad de Padrón”, ya que “los
peregrinos arrancaban grandes trozos de ella; sin embargo se la puede reconocer
bien todavía en el agua. Precisamente sobre esta piedra viajó por mar el
venerado Señor Santiago; la piedra le sirvió de barco y flotó sobre las aguas”
(vid. HERBERS, 2004, p. 282).
Santiago de Compostela
Capital administrativa de facto de Galicia
desde el año 1982 (de iure no lo será hasta veinte años más tarde, en 2002), su
protagonismo, por el que será conocida universalmente, se inicia en el siglo
IX, en tiempos del rey Alfonso II (788-842), cuando se localiza, con toda
probabilidad en la tercera década del siglo IX y en lo que acabará siendo un
poderoso núcleo cultual, un sepulcro conteniendo unos restos mortales que se
identificaron como pertenecientes al Apóstol Santiago. a partir de entonces,
este lugar apartado, con entidad suficiente ya, no obstante, en tiempos romanos
y centurias inmediatas posteriores (siglos VI-VIII), ubicado en los confines
occidentales del mundo entonces conocido y perteneciente al obispado de Iria
Flavia, por esos años regido por Teodomiro († 847), irá ganando entidad y,
gracias al apoyo real, cobrando protagonismo paulatino hasta convertirse, en el
entorno del año 1100 y sobre todo en las primeras décadas del siglo XII, con
Diego Gelmírez, obispo desde el citado año (cinco años después de que la sede
de la diócesis pasase de Iria a Compostela) y arzobispo, el primero de la sede,
desde 1120 hasta 1140, año de su fallecimiento, en uno de los tres grandes
hitos devocionales de la cristiandad, en pie de igualdad con Roma y Jerusalén.
A esa proyección cultual, generadora desde muy
temprano de un poderoso flujo peregrinatorio, y a las exigencias en clave
interna que tal hecho conllevaba, debe Santiago, en buena medida, su paulatino
crecimiento, un desarrollo que tiene en el inicio, en 1075, de la Catedral
románica un punto inequívoco de partida. Consagrada definitivamente en 1211,
durante el reinado de Alfonso IX, quien asistió a tan solemne ceremonia, su
fábrica y la de las construcciones subsidiarias que la complementan (palacio
episcopal y claustro) serán no sólo el referente monumental de la ciudad,
amurallada desde el siglo IX y definida en su perímetro final durante el
episcopado de Cresconio (1037-1066), sino también el núcleo a partir del cual,
como todavía hoy se puede comprobar con pasmosa nitidez, se estructura la trama
urbana, la ocupación del espacio en ese recinto delimitado por las murallas.
En paralelo con la Catedral y fruto de las
mismas circunstancias cultuales, políticas y económicas que propiciaron su
conformación, la ciudad de Santiago conocerá también una importante renovación
monumental a partir de los tiempos de Gelmírez. Acontecimientos de carácter muy
dispar y de manera especial la aparición de nuevas exigencias o necesidades y
también y sobre todo los cambios de gusto, particularmente durante los siglos
XVII y XVIII, los de vigencia del Barroco, que tuvo en Compostela un extraordinario
desarrollo, como el propio conjunto catedralicio explicita (lo esencial de su
aspecto exterior, por ejemplo, es producto de las intervenciones que sobre él
se llevaron a cabo durante las dos centurias citadas), harán que, salvo
excepciones tan singulares como las de la iglesia y claustro de Santa María de
Sar, ubicada, conviene recordarlo, fuera del núcleo amurallado, lo llegado
hasta hoy de tiempos románicos (desde finales del siglo XI hasta más o menos
los años centrales del siglo XIII), tanto en el recinto intramuros como fuera
de él, tenga un carácter fragmentario (repárese en las iglesias de Santa María
Salomé y San Fiz de Solovio o, fuera de las murallas, en la de Santa Susana, en
los vestigios de San Pedro de Fóra o en lo que de tiempos tardorrománicos
persiste del templo conventual dominicano de Bonaval), faltando testimonios de
empresas que por entonces, en virtud de las especiales circunstancias
histórico-cultuales que en ellas concurrían, tuvieron que contar con fábricas
de entidad. Ese sería el caso de los complejos monásticos de Antealtares y San Martín
Pinario o, extramuros, del de Santa María de Conxo.
Santiago, cuyo primer gran momento de eclosión
internacional, tras su consolidación como núcleo cultual de referencia en el
reino astur-leonés (siglos IX-XI), se produce en lo esencial durante el tiempo
de vigencia plena de las formulaciones románicas, esto es, entre los reinados
de Alfonso VI (1065-1109), representado en uno de los capiteles de la cabecera
de la catedral, iniciada en 1075 con su patrocinio, y Alfonso IX, fallecido en
1230, presente, como ya se dijo, en su consagración definitiva en el año 1211
(esas formas románicas, paulatinamente “contaminadas” por pautas
estilísticamente góticas, estarán vigentes todavía durante el mandato de Juan
Arias, arzobispo (1238 -1266), cuyo impulso constructor se documenta en
empresas como el claustro catedralicio o el palacio episcopal, que en 1258
promovió el inicio de una nueva catedral, plenamente gótica, de la que sólo se
levantó la parte baja del cierre de la cabecera), conoció etapas muy dispares a
lo largo de su densa historia. Hoy es una ciudad de casi 100.000 habitantes que
vuelve a conocer momentos de esplendor merced al dinamismo que le confieren el
ser la capital político-administrativa de Galicia (sede, por ello, del
Parlamento y de la Xunta) y muy en particular también por el resurgimiento que
en las últimas décadas han experimentado la peregrinación al santuario del
Apóstol Santiago y todo lo que con ella se relaciona, un fenómeno de masas que
tuvo su punto de inflexión en la visita que a él hizo en el mes de noviembre de
1982, Año Santo Compostelano, Juan Pablo II, primer papa que, en cuanto tal,
llegó a Compostela como peregrino.
Catedral de Santiago
La Basílica de Santiago ha suscitado una
riquísima bibliografía. sin embargo, a pesar de tratarse de uno de los
edificios más paradigmáticos de la arquitectura románica europea, el análisis
arquitectónico de la Catedral románica apenas cuenta con dos títulos
fundamentales. la tesis doctoral de Kenneth John Conant, leída en 1925, sigue
siendo la obra fundamental. La edición de esta obra en 1983, con versión en
gallego y castellano, permitió a Serafín Moralejo realizar unas notas sobre el
texto original que demuestran el buen conocimiento de la catedral por parte de
este historiador. Para la historia del edificio son fuentes documentales del
siglo XII excepcionales la Historia Compostelana y el Libro V del
Códice Calixtino. La historia de la catedral compostelana de López Ferreiro
también es imprescindible para el manejo de la documentación catedralicia.
Las circunstancias que dieron origen al
santuario catedralicio románico de Compostela
El locus sanctus jacobeo, descubierto en el
siglo IX, terminó por definirse con el siguiente conjunto de edificios
sagrados: la capilla de santiago, bajo la cual se encontraba la tumba
apostólica, la iglesia mayor bajo la advocación del Salvador, San Juan y San
Pedro, y el baptisterio de San Juan.
Tanto el gran templo como la capilla de
Santiago adoptaban una disposición axial tal como también había sido concebida
en el santo sepulcro de Jerusalén, el primero y más paradigmático de los
grandes martiria de la arquitectura cristiana. En agosto del 997 Almanzor, con
la colaboración de condes cristianos, entra en Compostela y ordena destruir el
templo de Santiago, respetando la integridad del sepulcro. Tras una estancia de
una semana en la ciudad, regresa a Córdoba llevándose las campanas y las puertas
de madera de la basílica. El obispo Pedro Mezonzo, ayudado por el rey Bermudo
II, procedió a restaurar el santuario y cuando concluyó esta obra, tal como nos
dice la Historia Compostelana, “se durmió en el señor -1003”. la
información que nos han suministrado las excavaciones arqueológicas nos
confirma que esta restauración no afectó a la disposición planimétrica del
conjunto ni al estilo tradicional hispano de sus formas.
¿Cuándo se proyectó construir un nuevo
edificio? ¿Qué circunstancias propiciaron realizar la nueva construcción, más
amplia y en un nuevo lenguaje estilístico? no contamos con ningún testimonio
explícito al respecto. Sin duda una afluencia de peregrinos en continuada
progresión hacía necesario un santuario más grande, pero ésta, con ser muy
importante razón, no fue la única. No sólo se trataba de edificar un templo más
monumental y extraordinario, sino que era necesario modernizar la vertebración
del espacio martirial con el cultual. Ambos habían surgido de manera espontánea
y con dominio compartido por el obispo y otras instituciones religiosas, que se
habían establecido aquí buscando el beneficio espiritual y el prestigio social
proporcionados por el culto jacobeo. Precisamente esta autoridad y prestigio
que confería el sepulcro apostólico llevaron a los obispos de Iria a
residenciarse definitivamente en Santiago.
En 1049, el papa León IX excomulgó a Cresconio,
obispo de Iria, por el abuso que éste hacía por reivindicar para sí el culmen
Apostolici nominis. Preocupaba a la curia romana que un obispo fundamentase
su autoridad en estar al frente de una sede apostólica, exactamente igual que
el obispo de Roma. Seis años después, Cresconio se había moderado en sus
pretensiones, pero no por ello cejaba en que junto a la expresión de su título
episcopal figurase el referente de “sede apostólica”: Cresconius
Iriensis et apostolice sedis. Así subscribía las actas del concilio de
Coyanza. Los sínodos compostelanos convocados por Cresconio son el mejor
testimonio del espíritu reformador que venía impulsando el Papa desde mediados
del siglo XI, pero a su vez también nos confirman el deseo del prelado por
abandonar la tradición iriense y constituir una sede episcopal fundamentada en
el prestigio de la tumba apostólica. La titulación que adopta Cresconio, al
suscribir las actas de estos concilios, pone de manifiesto su verdadero
propósito: Cresconius apostolice ecclesie episcopus. Surge así la figura
de un renovador cuya sede no es la Catedral de Iria, sino el locus sanctus. Él
es el obispo de la “iglesia apostólica”, o, dicho de otra forma, la
nueva iglesia apostólica también será la catedral. Con la legitimidad que le
confiere el lugar y su título episcopal aparece como protagonista indiscutible
de la reforma eclesiástica. La consecuencia inmediata de todo esto es la
reordenación de la topografía monumental del lugar de acuerdo al nuevo orden
que se quiere establecer.
El locus Sanctus ya no es sólo un
santuario de peregrinación, sino que es el lugar donde se asienta con
continuidad la cátedra episcopal. Todo esto gestado bajo la prelatura de
Cresconio (1033-1067) le condujo a desarrollar una actividad edilicia que
contribuyese a crear la imagen conveniente no sólo a la nueva realidad, sino a
la que se vislumbraba para un futuro inmediato. Su experiencia militar le llevó
a proteger el poder emergente de la sede. A este respecto la Compostelana nos
informa como fortificó la ciudad con un muro: aedificia murorum turriumque
ad muniendum urbem Compostellae construxit. Debió de ser entonces cuando
surgió la necesidad de construir una catedral. El proyecto engendraba serias
dificultades. además de la consabida dotación de una fábrica que permitiese la
financiación de un largo proceso constructivo, tal como ya hemos indicado, una
nueva catedral en Compostela tenía los problemas habituales de espacio en este
tipo de proyectos, pero mucho más complejos. El obispo y la mayor parte de su
cabildo no habían dejado de ser personas en tránsito en el lugar, con muy
limitadas actuaciones rituales, lo que había dado lugar a que otros adquiriesen
derechos en el mismo. La iglesia mayor con sus altares en honor del Salvador y
de los apóstoles Pedro y Juan estaba en manos de los monjes, y el espacio
martirial incluso tenía su altar de Santiago hipotecado en parte a los mismos
monjes.
Si nos atenemos a los criterios documentados en
grandes templos de la época, tendremos que pensar que, para comenzar su
construcción, era necesario un largo período previo en el que se gestase un
importante fondo económico que permitiese la financiación de la construcción.
Casi debió de trascurrir medio siglo para comenzar las obras desde que en 1030
se empezaron a reunir los medios que sufragaran el nuevo templo de Saint-Sernin
de Toulouse. Teniendo en cuenta que serán los reyes el principal soporte económico
del nuevo templo compostelano, y que la economía de éstos era excepcional para
su época a causa de los ingresos de las parias, deberemos rebajar
sustancialmente los plazos previos. Tradicionalmente se atribuye a Diego Peláez
la idea de realizar un nuevo templo. Si fuera así, estaríamos obligados a datar
el origen del proyecto en el inicio de su episcopado (1070-1088). Aceptando
esta propuesta, la más tardía de las posibles y en la que yo no creo, con toda
lógica constructivo/administrativa deberíamos evitar afirmaciones simplistas.
En este sentido se ha dicho que en 1075, con motivo de un concilium magnum
celebrado en Santiago, habían dado comienzo las obras del nuevo edificio “gracias
al botín que el monarca traía de las parias de Granada”. Una propuesta de
este tipo se completa con otras afirmaciones contundentes en apariencia, que
pretenden “redondear la historia” con afirmaciones como la siguiente:
con el citado concilio, celebrado ad restaurationem fidem ecclesie, se
daba lugar a una iglesia con un nuevo estilo, el románico, que se acomodaba al
cambio de rito, del hispano al romano, y concretaba en lo que se llama el tipo
templario propio de la reforma gregoriana. He estudiado como en la
historiografía se suele confundir reforma eclesiástica y cambio de rito,
haciendo que una y otro confluyan en la misma cronología. pero si este error es
grave, todavía es peor lo que hemos venido afirmando: reforma y rito
coincidiendo en cronología dan lugar a una nueva arquitectura.
Las parias que pudiera otorgar el monarca en
1075 fueron un complemento, seguramente importante, a un proyecto que ya
llevaba algunos años en gestación. Yo me inclinaría a pensar que con motivo de
esta magna reunión se consagraría la capilla del Salvador, es decir el opus al
que se refiere el epígrafe de los capiteles.
Todo esto obligaba a planificar la
financiación, diseñar una estrategia que permitiese liberar o minimizar las
hipotecas externas a las que estaba sometido el santuario y buscar un maestro
de obras que proyectase no sólo un santuario sino una catedral, verdadera sede
apostólica, acorde con el nuevo estilo triunfante en los reinos hispanos.
Desde mi punto de vista, lo que no tiene duda
es que el nuevo templo catedralicio venía a facilitar una precisa organización
del locus Sanctus clarificando la propiedad y las competencias de las
comunidades religiosas que allí coexistían; a este respecto, debemos considerar
que una de ellas, la de los canónigos, iba a tener un amplio desarrollo y una
plena actividad litúrgica propia de una catedral además del necesario culto
martirial. El espacio donde se va a levantar el nuevo templo se corresponde básicamente
con el túmulo apostólico, la iglesia del Salvador y el baptisterio de San Juan
más una parte del atrio del monasterio. propiamente hablando, el templo de
Santiago es el minúsculo oratorio con altar que se ha erigido sobre la cripta
del sepulcro. La iglesia grande, con sus tres altares, es la que corresponde a
la comunidad que, por la ubicación de su templo, se conoce como Antealtares.
Estos monjes celebran sus actos litúrgicos en la iglesia grande, dedicada al
salvador, y además tienen el privilegio de celebrar también en el altar de
Santiago.
En principio, para compensar a la comunidad de
Antealtares, se le promete, además de la indemnización económica, que los
monjes pudieran seguir utilizando los altares que les correspondía y la
práctica ritual en el altar mismo de Santiago. estas circunstancias explican el
oneroso compromiso que contrae Diego Peláez con los monjes de Antealtares: el
obispo hipoteca el uso y disfrute de la nueva iglesia, nada menos que una sede
episcopal, a una comunidad religiosa ajena a su persona y a su cabildo catedralicio.
La primera fase de la obra
En la cabecera de la catedral compostelana
existen dos capiteles, enmarcando la capilla del Salvador, que han sido
considerados el acta monumental que conmemora el comienzo de las obras del
nuevo edificio románico. En uno de ellos se representa la figura de un rey
sostenido por dos ángeles; un letrero nos dice lo siguiente: REGNANTE
PRINCIPE ADEFONSO CONSTRUCTUM OPUS (Reinando el príncipe Alfonso ha sido
hecha la obra). El otro reproduce a un joven que parece tener las manos juntas
y metidas en las mangas según una actitud bien conocida entre los clérigos,
también es agarrado por sendos ángeles. Su cartela dice: TEMPORE PRESULIS
DIDACI INCEPTUM HOC OPUS FUIT (en tiempo del prelado Diego fue comenzada
esta obra). No hay duda de que los dos capiteles han sido realizados por la
misma mano; sin embargo no mantienen la lógica simetría en su ubicación. El
capitel del rey corresponde al lado derecho del arco de entrada a la capilla
del Salvador. El del obispo no ocupa el capitel correspondiente a la izquierda,
pues se encuentra aquí uno representando sirenas, sino que se desplaza hacia la
girola. Si no se trata de algo meramente accidental, que no lo creo, habría que
buscar una explicación para la que no tengo absoluta certeza, aunque sí una
interpretación con cierta lógica. Los dos epígrafes hablan de una obra (opus).
si se tratase de la misma obra, lo que parece indiscutible, es evidente que el
correspondiente al obispo señala el comienzo de la misma, mientras que el del
monarca, la conclusión.
Lo que no se puede aceptar es que la citada
obra sea el conjunto de la catedral, pues salta a la vista que por entonces no
es que estuviese terminada, sino que se sabía que se iniciaba un proceso de muy
larga duración. al igual que después el maestro Mateo “firmará” la parte
concreta que realizó, aquí se está señalando también un espacio determinado.
Éste debe de ser la capilla del Salvador, donde se colocaría el altar principal
de la que había sido la iglesia mayor de Santiago. iniciado el trabajo en la girola,
se continuó por el ábside y se daba por concluida en el arco triunfal. Todos
coinciden en la identificación de los personajes: Alfonso VI y el obispo
compostelano Diego Peláez. Teniendo en cuenta que Alfonso no podía ser
considerado con propiedad rey en Galicia antes de 1073, este año tendrá que ser
tenido en cuenta como referencia tope de inicio. Otro epígrafe, por desgracia
hoy muy mutilado, se quiere que diga que las obras se iniciaron en 1075. Desde
mi punto de vista, y con todas las cautelas, creo que sólo se puede decir que
en el año 1075 tuvo lugar una consagración, que bien pudiera referirse en
abstracto a consecr(atum) como a consecr(ata). Si la primera
lectura fuera la correcta, sería lógico interpretarlo como consecratum opus,
es decir la consagración de lo enmarcado por los capiteles. La llamada Concordia
de Antealtares, fechada en 1077, nos confirma que por entonces ya estaban
en pleno proceso de construcción las tres capillas centrales de la girola y el
muro que las articulaba. Intentar precisar más, con la información documental
de que disponemos, resulta un esfuerzo bastante gratuito.
Detalle de la planta de la girola
indicando la ubicación del capitel con la imagen de Alfonso VI (1) y el de
Diego Peláez (2)
Tribuna y girola definen el arquetipo de
gran templo románico
La catedral compostelana, durante los casi 150
años que duró su construcción, apenas conoció pequeñas modificaciones del tipo
de templo diseñado en el proyecto original. sí sufrirá una profunda
transformación en su aspecto exterior, debida a la necesidad de crear un
sistema de estabilización del edificio.
El arquitecto tuvo que realizar un proyecto
templario que hiciese frente a las necesidades propuestas por el obispo. El
edículo apostólico, que hasta entonces ocupaba un espacio autónomo detrás de la
cabecera del gran templo de Antealtares, se integraría en el interior del nuevo
templo constituyendo la parte nuclear de su presbiterio. Fieles y peregrinos no
tendrían acceso a la cripta que albergaba los sarcófagos de Santiago y sus
discípulos, pero sí contemplarían palacio el túmulo y, sobre todo, rezarían y
darían rienda suelta a su piedad ante el altar de Santiago. Por otro lado, el
templo no sólo debía cumplir con las necesidades del culto martirial, sino que
además, como novedad, debía ser escenario de la liturgia propia de una
catedral, en la que la ubicación de un coro capitular requería disponer de una
parte importante de la nave central. Había que añadir un sustancial cambio de
dimensiones; el edificio proyectado alcanzaría una superficie de siete a ocho
veces superior a la del templo existente ante el conjunto martirial. Esta
amplia topografía funcional se verá en parte enmascarada por una compleja
estructura, cuya función principal era articular todo el complejo sistema de
abovedamiento de la fábrica arquitectónica.
Se proyectó así un tipo de templo que respondía
a la experimentación que venía desarrollando la arquitectura europea desde el
cambio de milenio y que tendría en el tercer cuarto del siglo XI su eclosión en
diversos monumentos de Francia y España. Girola y tribuna/triforio, sus formas
más significativas, definirán durante el resto del medievo los grandes templos.
Conant, siguiendo los erróneos planteamientos de Boinet y de Male sobre los
edificios y la peregrinación, realizó una acientífica decantación de formas que
le llevó a afirmar que los templos de Santiago, Limoges, Conques, Tours y
Toulouse formaban un tipo unitario que debía recibir el título de “iglesia
de peregrinación”. es evidente que todas estas iglesias son centros de
peregrinación, pero también es rigurosamente cierto que la definición del tipo
se ha hecho con criterios sesgados. como dijimos antes, los elementos
definitorios responden a las grandes iglesias europeas, sean de peregrinación o
no.
Planta de la iglesia de la catedral
románica según Conant
Contamos con una interesantísima descripción
del templo compostelano tal como debía de ser durante la primera mitad del
siglo XII. Me refiero al libro V del Codex Calixtinus, escrito entre
1139 y 1173. Gracias a este texto y lo conservado del edificio podemos hacernos
una idea del proyecto original y de las transformaciones del mismo a lo largo
del proceso constructivo. La descripción es tan minuciosa en los detalles,
tanto en los existentes como en los que todavía no estaban hechos por entonces,
que no hay duda de que gran parte de la información se hacía a partir de la
maqueta del proyecto que se encontraría en las dependencias de la fábrica/obra.
La arquitectura medieval, al menos la que podemos constatar desde época
carolingia, contaba, además del proyecto dibujado, con maquetas que permitían
hacerse una idea previa de los volúmenes y su articulación, así como la
adecuación del conjunto sobre la topografía real del terreno (dispositio
loci).
Se trataba de un templo en forma de cruz
latina, cuyos brazos de igual anchura se articulaban en tres naves cada uno,
siendo el brazo mayor, el occidental. La cabecera dispone un presbiterio
rodeado de una girola (laurea). Por encima de las naves laterales y
sobre la girola discurre una espaciosa tribuna.
Planta de la tribuna según F. J. Alonso de la Peña (Plan Director del conjunto catedralicio. Xunta de Galicia)
La girola
Esta parte de los templos, que en su origen
había tenido una función de deambulatorio en torno a una cripta de culto
martirial, fue adquiriendo, a partir del año mil, un sentido polifuncional:
articular capillas y facilitar la liturgia procesional. El autor del Calixtino
pone su énfasis en las absidiolas (capita parva) como espacios donde se
dispone un altar. En el centro, la parte más oriental de la girola, se
encontraba la capilla mayor (caput maius), de testero recto al exterior
mientras que internamente describía una curiosa forma triconque. Se erigía bajo
la advocación del Salvador. A derecha e izquierda estaban las capillas de san
Juan y de san Pedro adoptando una planta semicircular. Se completa la girola
con dos capillas más, en este caso de planta poligonal, dedicadas a san Andrés
y santa Fe. Otras cuatro capillas más se construyen en el crucero: las
dedicadas a san Nicolás y santa Cruz en el brazo septentrional, mientras que
las meridionales lo serían a san Martín y san Juan Bautista.
La disposición de las capillas es la obligada
en un esquema topográfico que estaba bien definido en el románico de la época.
La advocación de las mismas responde a dos criterios distintos: reubicar los
antiguos cultos del templo y erigir otros nuevos en función de la nueva
realidad cultual y devocional. Es evidente que el gran templo que estaba ante
el edículo martirial de Santiago estaba dedicado al Salvador y en dos altares
contiguos a los apóstoles Juan y Pedro. Este templo, que debía ceder su espacio
a la construcción de la gran basílica de Santiago, era propiedad de la
comunidad monástica de Antealtares. En la llamada Concordia de Antealtares
(1077), entre el obispo Diego Peláez y el abad Fagildo de Antealtares, se
establecen unas cláusulas leoninas a favor de los monjes. Esta circunstancia
sólo es explicable porque los altares (el Salvador, san Juan y san Pedro) eran
los de su iglesia, que hasta entonces se había considerado la iglesia mayor del
santuario. Así pues, estos altares pasan a tener un puesto preferencial en la
girola, siendo el del Salvador el altar mayor de la misma. A los monjes se les
reservará una puerta en la girola que permita su acceso directo a esta parte
del templo. El antiguo baptisterio de San Juan también desaparecerá por necesidades
espaciales para la nueva obra, pero como no era propiedad de Antealtares no
consta en la concordia. El altar de san Juan Bautista se situará en la capilla
más meridional del crucero, ubicando la pila bautismal en el tramo inmediato de
la nave lateral y más próxima a una de las puertas principales del templo. Es
ésta una solución funcional muy divulgada en los grandes templos románicos.
La parte curva de la girola se compone de siete
tramos de planta trapezoidal cubiertos por una bóveda de arista cada uno.
Partiendo de la capilla central, estos tramos alternan una solución con ventana
y un óculo sobre ella, con otra en el tramo contiguo disponiendo el acceso a la
absidiola correspondiente. en estos arcos triunfales de las capillas podemos
comprobar como este proyecto resuelve perfectamente uno de los principios
fundamentales de la teoría de la arquitectura románica que en Conques y Toulouse
no se supieron interpretar. los arcos se doblan, apeando la dobladura sobre los
codillos que flanquean la columna.
De capilla del túmulo apostólico a altar
principal del templo
La innovación más revolucionaria del nuevo
proyecto románico era la integración del edículo martirial en el interior del
gran templo. esto suponía la articulación del edículo en el presbiterio,
constituyéndose así en la referencia focal de todo el conjunto templario. de
esta manera, la cripta apostólica propiamente dicha se integraría en el
subsuelo a partir del piso del presbiterio románico. La capilla, que se había
construido encima de esta cripta, funcionaría como una especie de ciborio
monumental en cuyo interior estaba lo que entonces se suponía el altar que
habían erigido los discípulos de Santiago. Pero esta solución no permitía una
celebración ritual con el esplendor y solemnidad que se estaba imponiendo en el
santuario compostelano de principios del siglo XII. Será el mismo Gelmírez el
que tome una decisión drástica sobre algo que afectaba a la integridad del
edículo original: “a este fin –el ampliar la mesa del altar–, corroborado con
el prudente consejo de varones religiosos –Gelmírez–, se propuso destruir aquel
habitáculo (habitaculum), fabricado por los discípulos del apóstol, a
semejanza del mausoleo inferior (inferioris mausolei), donde sin género
de escrúpulo sabemos que están encerradas las reliquias del sagrado apóstol,
dando a conocer su propósito al cabildo, que sobre este punto le oponía fuerte
resistencia; pues con mucha decisión afirmaban que una obra edificada por manos
de tales varones, por tosca y deforme que fuese, no debía destruirse en manera
alguna... pero él, armado, como esforzado guerrero, ...arrasó hasta el suelo el
sobredicho habitáculo, y ensanchó por todos lados, cual convenía, aquel altar
de pequeñas dimensiones que había estado desde un principio cubriéndolo con una
tercera lápida marmórea. Luego, sin dilación de tiempo, comenzó admirablemente
y más admirablemente terminó un frontal de plata que puso en toda su extensión
cerca del magnífico y óptimo altar. Hizo también renovar el pavimento con las
gradas por las que se sube al altar, dándole factura llana (plano opere) y
perfectamente decorada. Además para honor del altar apostólico mandó hacer de
oro y plata con variado y conveniente artificio el baldaquino (cibolium)
que su exquisito gusto expuso a la humana admiración”. (Historia Compostelana,
lib. I, cap. XVIII).
Como vemos por esta precisa información, la
cripta quedó como estaba, pero la capilla superior es derribada dejando el
altar para ser visible por todas partes. Se construye entonces un altar más
grande conteniendo en su interior el original y su pequeña ampliación
posterior. Todo esto requiere un tratamiento del suelo del presbiterio
construyéndose unas gradas para enfatizar la ubicación del altar bajo el
ciborio de oro y plata. ¿Cómo se producía el acceso de los fieles a la
contemplación de la tumba apostólica? La respuesta no es fácil, pues, a
diferencia de otros santuarios, en Santiago no existe un ritual en relación con
el sarcófago, ni hay una tradición documentada, más o menos fantástica, sobre
el tema. Si a todas estas carencias añadimos ciertas informaciones documentadas
sobre la negación de permiso para contemplar la cripta a algunos personajes,
así como el no hallar un testimonio arqueológico que nos indicase una
posibilidad de acceso a la misma, tendremos que admitir que la cripta
propiamente dicha nunca se organizó como un espacio de veneración pública.
Es más; pienso que la entrada a ella o estaba
sellada o se abría de manera bastante dificultosa. Hasta entonces los
peregrinos entraban en la capilla y rezaban a Santiago dirigiéndose al altar.
Gelmírez, al derribar los muros de la capilla, dejaba el altar a la vista de
todos, circunstancia que le llevó a construir una capilla en la que pudieran
rezar de manera más íntima y privada: “Mas como el altar (altare), construido
de la manera que hemos dicho, estaba por todas partes patente a los humanos
ojos, sin quedar sitio alguno oculto donde pudiesen los devotos satisfacer el
deseo de orar secretamente, era oportuno, y para la santa meditación
evidentemente necesario un local recogido, a fin de que las almas radiantes con
el esplendor de la interna contemplación, ora lavasen con abundante raudal de
las lágrimas, derramadas en lugar retirado, las manchas de sus conciencias, ora
respuestas, digámoslo así, con los regalos del celestial convite, y favores de
la santa oración, saliesen exoneradas de la pestífera mole de los vicios. de
aquí comenzó el obispo a insistir consigo mismo en el pensamiento de hacer una
confesión (confessio) junto al altar, deseando íntimamente hacerla con
infatigable solicitud, y que al fin llevó a cabo por debajo de dos de las
columnas del altar que sostienen el baldaquino. Mas cuán amplia y magnífica la
construyó, aparece cuando da feliz entrada a los que la visitan”. (Historia
Compostelana, lib. I, cap. XVIII).
Esta confessio jacobea, construida por
Gelmírez y situada a partir de las dos columnas orientales del ciborio, ocupaba
todo el hemiciclo del presbiterio. Se accedía a ella desde la girola,
justamente frente al arco de la capilla del Salvador. El Calixtino, además de informarnos
la advocación del altar de esta capilla, nos amplía los usos de la misma en
función con los peregrinos: “entre el altar de Santiago y el del Salvador
está el de santa María Magdalena, donde se cantan las misas tempranas para los
peregrinos”.
La capilla fundacional de la catedral de
Santiago dedicada a San Salvador ocupa la posición más al este de la girola,
justo tras el lugar donde se ubica la tumba apostólica. Desde su embocadura se
puede ver una estrella al frente que indica el lugar dónde se halla la citada
tumba.
Capitel del lado izquierdo del arco de
embocadura a la capilla encontramos a Alfonso VI, identificado por la
inscripción: "REGNANTE PRINCIPE ADEFONSO CONSTRVCTVM OPVS"
(Reinando el príncipe Alfonso se hizo esta obra
El equivalente alusivo al obispo Diego
Peláez: "TEMPORE PRESVLIS DIDACI INCEPTVM HOC OPVS FVIT" (En
tiempo del prelado Diego se comenzó esta obra".
El arco triunfal es doblado y se halla
elegantemente decorado a base de baquetón y escocia en arco y dobladura. Posee
además inscripción pintada alusiva a la titularidad de la capilla. Los
capiteles de esta zona más próxima al atar son diferentes a los del resto de la
capilla.
Para empezar, el material en que se labraron es
el mármol. Además su estilo más arcaico difiere de los restantes. No sería
descabellado pensar en ellos como reutilización de un templo precedente.
El situado a nuestra izquierda (Imagen primera)
muestra a un personaje con vestidura clásica a modo de túnica sentado en silla
de tijera no decorada que sujeta por el cuello a sendas aves de gran tamaño
situadas una a cada lado de él. En las caras laterales, tras las aves, hay
vegetación muy estilizada con sus frutos. Los ojos del personaje y los de las
aves están señalados por orificios de trépano. Se ha apuntado a que este
personaje podría representar la escena de la ascensión de Alejandro al cielo
llevado por dos grifos; pero a mi entender faltan casi todos los atributos del
mito. Basta compararlo con la deliciosa imagen de Revilla de
Collazos (Palencia) donde hay silla con arneses sujetos a los grifos,
grifos y pértigas con carne para que éstos vuelen. Más pienso que la escena
pueda estar en relación con el Señor de los Animales, figurando el dominio del
hombre sobre la naturaleza.
Frente a él hay otro capitel también de mármol
y tosca hechura con cesta muy cuadrada obligando a que torso y cuerpo de los
grifos que lo adornan formen casi un ángulo recto (Imagen segunda). En la cara
frontal del capitel y entre ambos grifos hay un cáliz y sobre él y tras las
cabezas de los grifos un elemento circular que asoma dando la sensación de
forma eucarística. Sin duda, tras la aparente sencillez de la idea debe de
haber más trasfondo simbólico del que vemos.
Los capiteles de las arquivoltas de los vanos
laterales se muestran en las imágenes 1, 2 y 3. El capitel de la
imagen 1 se decora con leoncitos que muerden su cola y en el de la imagen 2
hallamos volutas vegetales en su nivel inferior. En ambos hay caulículos con
apoyo de sogueado entre los mismos y decoración bajo ellos que me evocan sin
duda el estilo jaqués; tanto de la propia cabecera de la catedral como de
Iguacel. También es directamente jaqués el que asoma en el lado derecho del
muro, semioculto desde la posición que tras la verja me veo obligado a tomar la
foto: Imagen 3. En el mismo se distingue un grifo; pero sobre todo, un
elegante pitón jaqués bajo el caulículo.
La tribuna.
De su función arquitectónica a su uso por la
comunidad catedralicia.
El Calixtino nos habla con admiración de los
pisos en que se divide el interior de la iglesia: “y está edificada
doblemente, como un palacio real (regale palatium)”. Se expresa en estos
términos al tener presente aquí una de las soluciones arquitectónicas más
característica de los palacios reales: dos pisos como en el palacio de la
monarquía astur en Naranco. No debía de tener muy claro a qué uso se destinaba
el amplio espacio de la tribuna. Al ignorar el nombre que identifica este
espacio en la arquitectura templaria, no duda, siguiendo con el argumento que
había utilizado anteriormente, en denominarlo palacio. Sobre su función tan
sólo es capaz de un comentario estético, claro recurso literario: “Quien por
arriba va través de las naves del palacio –naves palacii– (los traductores
interpretan esta expresión: “naves del triforio”; “naves de la
tribuna”), aunque suba triste se anima y alegra al ver la belleza de este
templo”.
La tribuna, en las basílicas tardías de Roma,
se utilizó para que los fieles pudieran contemplar los sepulcros de los
mártires situados en el altar principal. Sin embargo no tuvo continuidad en la
arquitectura occidental. Volvió a reaparecer, por influencia de la arquitectura
bizantina, en un edificio singular de la arquitectura otoniana: San Ciriaco de
Gernrode, templo edificado por el margrave Gero entre el 960-965. Como este
templo estaba destinado a una comunidad de monjas, se ha propuesto interpretar
la tribuna como un espacio destinado a ellas, tal como en oriente eran ocupadas
por las mujeres. Sea cual fuere la causa de su construcción en Gernrode, la
realidad es que causó tanto impacto entre los constructores de la época que, a
partir de entonces, fue objeto de diferentes experimentaciones en las nuevas
basílicas. En la Champagne surgen templos que disponen arquerías sobre los
arcos de los intercolumnios que separan las naves, como si tras ellos existiese
una tribuna. En realidad no hay nada, sólo se ha subsanado algo que obsesionaba
a los arquitectos: el terrible paramento liso y pesado que caracteriza el
llamado muro prerrománico, según expresión de la historiografía arquitectónica
germánica. Los vanos bíforos sobre los intercolumnios de San Esteban de
Vignory, iglesia consagrada en 1050, han sido interpretados como uno de los
hitos en el proceso de definición del triforio románico. Una de las grandes
preocupaciones del arquitecto medieval es experimentar en búsqueda de la
fórmula articulatoria que defina los muros laterales de la nave central,
experimentación que se prolongará incluso en la arquitectura gótica. En este
mismo sentido los arcos bíforos de la catedral compostelana, además de
facilitar el paso de la luz desde las ventanas de la tribuna, constituyen un
hermoso y monumental triforio románico.
Cuando contemplamos la altura alcanzada por la
nave central compostelana, nos damos cuenta que su proporción con respecto a la
anchura es de una enorme esbeltez, 1/3, prácticamente igual a la del primer
gótico. Si la altura podía crear problemas en la estabilidad del edificio,
éstos se agravan al tener que abovedar tal como exigía la teoría de la
arquitectura románica. ¿Cómo se consigue controlar los empujes de una bóveda de
cañón sobre fajones cubriendo un espacio tan alto? La arquitectura romana tenía
una solución: un grueso muro complejo. En realidad este muro complejo era una
sólida estructura compuesta por dos muros paralelos, entre los cuales se
disponían espacios sólidamente abovedados. Si observamos una sección
transversal de la catedral compostelana, veremos como la nave central está “amarrada”
de arriba abajo por una sólida estructura de dos pisos, nave colateral y
tribuna, ambos abovedados. Lo lógico era que sobre el triforio (recuérdese que
en este caso los arcos de la tribuna funcionan como tal) se abriese una línea
de vanos que iluminase la nave central; sin embargo, al igual que en casos más
simples como la iglesia de San Martín de Frómista, no se hace por miedo a la
estabilidad del edificio. El tipo de la tribuna de Santiago, paradigma del románico,
será abandonado cuando el gótico resuelva de manera más práctica sus funciones
estéticas y constructivas.
El
triforio haciendo ángulo donde se unen los tramos norte y oeste, este último
justo sobre el Pórtico de la Gloria, delimitando la nave central del cuerpo
principal de la cruz latina que describe la planta catedralicia.
La tribuna se concibe como un espacio lo más
amplio y alto posible desde la parte correspondiente a la girola. Basta
comparar con los edificios del mismo tipo para darse cuenta como los supera, no
sólo en las diferencias sensibles de anchura y altura, sino en una concepción
espacial de carácter monumental. Con este fin recurre a utilizar el orden
columnario con una complejidad organizativa sin parangón en la arquitectura
románica, especialmente para un lugar como éste. También se facilita con
grandes vanos la comunicación con el interior del presbiterio, aunque debemos
advertir que el podio intercolumnario ha sido rebajado en una reforma
posterior. La nave de la tribuna, al abandonar la curva de la girola y pasar a
las partes rectas, se hace más alta adquiriendo la forma que mantendrá a lo
largo del resto del edificio. Surgen así amplios espacios definidos por la
sucesión de tramos de formas absolutamente regulares, que crean, tanto interna
como externamente, una bellísima imagen ritmada de su arquitectura.
Aunque la denominación de tribuna lleva a
interpretar este espacio como una ampliación del piso bajo, en realidad es una
zona que no tiene un acceso fácil y fluido desde las naves inferiores. Salvo en
las zonas de cierre de los brazos del templo, desde la tribuna solo se
visualiza lo que está enfrente; para ver abajo es necesario sacar más de medio
cuerpo fuera de los vanos. Si lo dicho hasta aquí creo que demuestra cuáles son
las verdaderas razones de la existencia de la tribuna, también es evidente que
una vez que existe este espacio se le intenta buscar un aprovechamiento
funcional. En principio siempre tuvo un acceso restringido, destinándose a su
utilización por el obispo y la comunidad catedralicia. El obispo pasaba
directamente aquí desde su palacio, cuya puerta de comunicación todavía se
conserva. Desde la tribuna se tenía el acceso a las cubiertas mediante las
escaleras situadas en los extremos del crucero y en la intersección de éste con
la nave mayor del templo, por lo menos hasta la construcción de las escaleras
en las grandes torres de la fachada occidental.
Este ámbito de uso privado sirvió para colocar
en él altares correspondientes a devociones y servicios propios del prelado y
de su cabildo. Así Gelmírez, hacia 1120, dispuso para su comodidad que se
situase su capilla personal en la tribuna sobre el crucero septentrional: “asimismo,
porque el coro estaba muy distante de estos palacios y le resultaba muy molesto
ir y volver, subiendo y bajando continuamente, construyó una capilla arriba
sobre el pórtico (porticum), ante la cual está la fábrica de la moneda frente a
la iglesia del glorioso Santiago, a la derecha de los que salen de la misma
iglesia apostólica. Consagró dicha capilla en memoria del Apóstol San pablo, de
San Gregorio, de San Benito y de San antonino. Porque antes que se fabricase la
presente iglesia de Santiago, los altares de San Benito y de San Antonino
estaban en las torres que para defensa de la apostólica iglesia había
construido el obispo Cresconio ante la vieja iglesita. Estas torres las había
destruido el arzobispo, al edificar esta insigne iglesia apostólica; por lo
cual quiso reponer en sus honores a San Benito y a San Antonino; que, pues él
les había destruido sus altares, él mismo había de procurar que tuviesen
memoria en la dicha capilla, como así se hizo” (Historia Compostelana, lib.
II, Cap XXV).
Dos años más tarde se trasladarían los altares
de las antiguas torres al brazo opuesto de la tribuna. En medio de la girola de
la tribuna se dispuso otro altar dedicado a San Miguel, siguiendo la tradición
de dedicar a este arcángel las partes más altas de un templo.
También encontramos algún capitel zoomorfo como
el de la loba que amamanta a sus crías. Lo vemos aquí, se transmitió después a
otros templos y así el mismo tema se halla en la fachada de la ex-colegiata de
Xunqueira de Ambía y en la de la iglesia de San Pedro de A Mezquita, en el
también concello ourensano de A Merca. La loba amamanta a Rómulo y Remo, los
fundadores de la ciudad de Roma. La presencia de la loba dando su leche a las
crías en un templo cristiano medieval nos está indicando la ciudad eterna, Roma,
en la que está la sede de Pedro, la sede de la Iglesia.
El aspecto del románico en el proyecto
compostelano
Como todas las catedrales, las necesidades del
obispo como señor feudal obligaron a trasformar el aspecto de templo en una
verdadera fortaleza militar que defendiese sus derechos frente a sus vasallos y
frente a enemigos foráneos.
En este proceso de ocultamiento de las formas
del proyecto original no faltan los nuevos usos cultuales y estilísticos. Si a
todas estas razones añadimos criterios de restauración, unos convenientes y
otros caprichosos, nos encontramos con que el aspecto exterior de la catedral
prácticamente no se percibe en la actualidad. Un dibujo de Vega y Verdugo nos
permite ver cuál era la imagen del conjunto oriental de la catedral hacia
1655-1657. Podemos ver aquí como, en la parte alta, los muros románicos han sido
trasformados por lienzos completos de almenado, pero este aspecto de fortaleza
todavía se reafirma aún más con nuevas arquitecturas castilleras añadidas al
conjunto: a nuestra derecha está la torre del arzobispo Berenguel, construida
para situar la máquina de guerra que domine la ciudad; a la izquierda, la torre
del palacio encastillado del arzobispo. este dibujo, completado por la
arquitectura aún conservada, permitió a Conant realizar una magnífica
reconstrucción de esta parte del templo románico según el proyecto original.
Sin negar que esta parte de la iglesia
responde, en la concepción general de sus volúmenes, al mismo tipo de los
edificios franceses con los que tradicionalmente se compara, es evidente que el
tratamiento de los muros y algunos aspectos estructurales son sustancialmente
diferentes. el conjunto del cuerpo de la girola es tratado como si fuese una
obra de orfebrería que acumula elementos ornamentales de todo tipo articulados
sobre el paramento. El dibujo nos permite ver el testero de la capilla del
salvador, decoración que hoy no se conserva. El frente remataba en un frontón,
mientras que su paramento se organizaba con dos arcos en mitra flanqueando uno
semicircular en cuyo interior se disponía un arco polilobulado. Salvo este
último arco, el conjunto de la fachada parece un calco de la iglesia
hispanovisigoda de san Fructuoso de Montelios. Moralejo ve en estas formas del
Salvador un recuerdo de lo que pudo haber sido el túmulo apostólico. sin negar
que esto sea posible, debemos tener en cuenta que ésta es la solución que
también se da en el remate de las fachadas de los brazos del crucero. Por otro
lado deberíamos tener en cuenta que la presencia de arcos en mitra está también
presente en san Saturnino de Toulouse.
Remate de la parte alta de la nave del
crucero
El primer nivel, el que arranca directamente
del suelo, se define con los absidiolos. Forman una sólida estructura
vertebrada por vanos, columnas y cornisas, que contrarresta a su nivel los
empujes de la fábrica. Graciosas acróteras remataban la cima de estos ábsides.
En una de ellas todavía podemos percibir la imagen de un David/Sansón. En los
espacios libres entre las capillas se disponen ventanas; las correspondientes a
la girola llevan óculos por encima de ellas. Si toda esta organización responde
al mismo tipo y esquema que los otros edificios, Compostela añade la presencia
de puertas. Según el Calixtino, las correspondientes a esta parte del templo
serían cuatro: en el brazo septentrional del crucero, la de Santa María; en la
girola, la de la Vía sacra y la de san Pelayo; en el brazo meridional del
crucero, la de la canónica. Aunque esta situación de las puertas no es la
habitual en la topografía canónica de un templo, la existencia de las puertas
tiene toda la lógica en función de los usos rituales, la organización del
conjunto catedralicio y los compromisos contraídos por el obispo.
La puerta de san Pelayo debió de ser pactada
con los monjes de Antealtares para permitir a éstos el acceso fácil a los
altares sobre los que tenían jurisdicción. El mantenimiento del culto en la
iglesita de Santa María hacia lógica una fácil e inmediata comunicación con la
catedral. La de la Vía sacra era utilísima para el desarrollo del ritual
estacional del santuario. La puerta de la canónica se situaba en el crucero,
pues era el más cómodo y rápido acceso de la comunidad desde el lugar en el que
estaba ubicada su residencia.
David/Sansón y el león. Acrótera de la
capilla de Santa Fe
Sobre este primer orden de capillas y vanos
surge un segundo cuerpo arquitectónico que no existe en los otros edificios. Su
existencia está justificada por el gran desarrollo alcanzado por la tribuna
interior, característica exclusiva del templo jacobeo, tal como ya hemos
comentado. Las saeteras que se abrían a esta zona para iluminar la tribuna se
flanquearon por un par de columnas que soportarían la cobija de una cornisa,
que terminaría impostándose con el cimacio de los capiteles de las ventanas del
crucero. A cada lado de estas saeteras se disponían dos arcos ciegos. Sin
embargo esta rica solución articulada no se llegó a concluir: sobre las
columnas que flanqueaban las saeteras se voltearon arcos.
Por último venía un tercer orden, el
correspondiente al cierre del presbiterio que sobresalía por encima de la
tribuna. Aunque recrecidos, todavía podemos ver los planos que conformaban el
paramento externo original. El sistema de articular el muro nos permite
observar cuál era el proyecto previsto para el orden inferior que, tal como
acabamos de comentar, sufrió cambios debidos a un mal cálculo de alturas y a
una profunda trasformación de la idea original. Las saeteras se flanquean por
un par de columnas que, con algunos canecillos, soportan la cornisa. En las
esquinas de los paños murarios se disponen columnas entorchadas. Las saeteras
se abren en paños alternados con otros en los que se sitúan de manera
decorativa arcos trilobulados o columnas. Tanto este orden como el anterior
muestran recursos ornamentales similares a los empleados en las fachadas del
crucero.
Cuando contemplamos el muro oriental del
crucero con sus cinco grandes ventanas que todavía se conservan en su
integridad, descubrimos dos características fundamentales del edificio en
relación con el estilo: el sistema de ocultamiento del contrarresto y la
luminosidad del edificio.
El sistema de ocultamiento del
contrarresto
La visión que se suele dar de la arquitectura
románica se fundamenta en las características de los edificios de segundo orden
e inclusive de construcciones mucho más modestas. Es un caso insólito en la
historia de los estilos, pues lo lógico es que sean las obras maestras las que
sirvan para definir los grandes logros de un estilo. Formados con esta visión
sesgada de la caracterización de la arquitectura románica, nos parece increíble
la esbeltez de la catedral de Santiago, que antes comentábamos.
El arquitecto, en un arranque de genio, decide
mostrarnos toda la superficie paramental de los brazos del crucero limpia, sin
ningún tipo de resalte vertical; tan sólo rompen la continuidad del paramento
las ventanas y el volumen de la cornisa (hoy no se conserva). Ninguno de los
arquitectos de las otras grandes iglesias del grupo se ha atrevido a tanto. Los
arcos diafragma que delimitaban en tramos la tribuna acusaban al exterior unos
contrafuertes para contrarrestarlos. Así Toulouse, Conques, Limoges y Tours
presentaban estos muros cortados verticalmente por gruesos contrafuertes que
trasmitían una sensación de pesadez que afeaba el conjunto. En Compostela, el
arquitecto, perfecto conocedor de los cálculos del contrarresto necesario,
decidió que con la solución interna y el muro corrido exterior bastaban para
estabilizar la bóveda de la nave central. Esto le permitió mostrarnos ese gran
muro de aspecto liviano al desembarazarse de la monotonía y pesadez de los
contrafuertes.
La luminosidad del edificio
El Calixtino muestra su admiración por
el edificio en multitud de ocasiones a lo largo del texto, pero con estas
palabras que exponemos a continuación expresa su valoración de conjunto: “en
esta iglesia, en fin, no se encuentra ninguna grieta ni defecto; está
admirablemente construida, es grande, espaciosa, clara, de conveniente tamaño,
proporcionada en anchura, longitud y altura, de admirable e inefable fábrica”.
Hemos comentado ya como son evidentes estas características; sin embargo hay
una, “iglesia clara”, que nos cuesta creer al entrar en el edificio
actual y si tenemos en cuenta lo que tradicionalmente se dice del estilo
románico. El proyecto sólo privó de luz directa la nave central; sin embargo la
existencia de una gran ventana en cada tramo de las naves colaterales y otro
tanto en las tribunas contribuía a que las gentes de la época admirasen la
luminosidad del templo. Circunstancia que llevó a Gelmírez a renovar los viejos
edificios de Santiago de Padrón y Santa Eulalia de Iria con construcciones
románicas “a causa de la excesiva obscuridad de estos vetustos edificios”.
(Historia Compostelana, lib. i, cap. XXII).
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[1] 5 Liber Sancti Jacobi, Codex
Calixtinus, libro v, cap. IX, p. 556. cito según la traducción clásica de A.
Moralejo, C. Torres y J. Feo, Santiago de Compostela, 1951, p. 556. para el
texto en latín me remito, en última instancia, a la transcripción de K. Herbers
y M. Santos Noia, Liber Sancti Jacobi, Codex Calixtinus, a coruña, 1998, pp.
251-252.