martes, 17 de junio de 2025

Capítulo 69, Románico en la Bureba

Románico en la Bureba
La Bureba es una de las comarcas más definidas y de mayor personalidad que tiene Burgos.
Es tierra llana, situada al noreste de la provincia, recorrida por el río Oca y rodeada de crestas montañosas. Se la ha comparado a una “Castilla en miniatura”, con un importante patrimonio cultural.
Una profusión de pueblecitos se afanan en conservar sus templos y la herencia monumental de sus mayores. Y es que la Bureba, como otras tantas comarcas de Burgos, conserva un patrimonio románico verdaderamente envidiable.
Se han elegido -dentro de la especial abundancia y calidad de arquitectura románica de esta comarca burgalesa- seis monumentos románicos de importancia: el Monasterio de Rodilla y las iglesias de Navas de Bureba, Soto de Bureba, Aguilar de Bureba, Castil de Lences.

Monasterio de Rodilla
La pequeña localidad de Monasterio de Rodilla se encuentra emplazada en plena comarca de La Bureba y tiene un fácil acceso: desde Burgos, por la N-I, y bajando ya el puerto de la Brújula, un desvío a mano izquierda nos conducirá directamente a ella. La “ermita” –que es como se la conocen los naturales del lugar– de Nuestra Señora del Valle, está situada a unos dos kilómetros y a ella podemos acceder en coche por un camino que, desde la carretera local que conduce a las poblaciones de Temiño y Rioseras, fue inaugurado en 1954 con motivo del centenario de la proclamación, por parte de Pío IX, del dogma de la Inmaculada Concepción o bien dando un agradable paseo de apenas un par de kilómetros.
Monasterio, la Tritium Augtrigonum romana –una de las mansiones del Itineriario de Antonino en la vía que unía Braga con Burdeos–, reaparece en la Edad Media de la mano del “Privilegio de los Votos” –un documento supuestamente ligado al conde Fernán González pero en realidad interpolado hacia 1200– y con distintas denominaciones, entre otras las de Monesterio, Fenosa y Nava Fenosa, topónimos de origen prerromano que hacen referencia a una tierra de cultivo rica en pastos altos (Nava) y a una población (Fenosa) dedicada al cultivo del Feno (del heno). Topónimos que aún perduran muy cerca de Caborredondo (Camredondo), con quien Fenosa tuvo que delimitar sus términos en 1199: Nava Henosa, Nava Fenosa, un despoblado situado al norte de Monasterio de Rodilla (al otro lado del castillo), en el que todavía se conocen los restos de un poblado y Henosa o Fenosa, un terreno próximo ya al vecino término municipal de Temiño.
El primer pergamino en el que aparece la villa data del 12 de febrero del año 1011. Publicado por Juan del Álamo, recoge la fundación, por el conde castellano Sancho y su mujer Urraca, del monasterio benedictino de San Salvador de Oña. En él se nos informa de la existencia, además, de un castillo. Ambos, villa y fortaleza, fueron dominados, a lo largo del siglo XI, unas veces por Castilla y otras por Pamplona (al sennior Aznar Fortúnez en 1040 y a su hijo López en 1043 y 1048; a Aznar Sánchez en 1044, 1050, 1054 y 1063, etc.) pues La Bureba fue un punto estratégico codiciado por Castilla, Navarra y Aragón. Quizá fueran esas luchas por hacerse con su dominio las que pusieron fin a la existencia del castrum o castellum, definitivamente desmantelado para la construcción de la carretera local que conduce a Temiño. Probablemente (pues los datos sobre los que partimos fueron tomados por Argáiz de un documento desaparecido y sin fecha) sus ya muy escasos restos procedan de una reconstrucción del antiguo (destruido hacia 1050) efectuada entre los años 1161 y 1170 por el conde Gonzalo Rodríguez (1155-1202), hijo del conde Rodrigo Gómez y de doña Elvira, que dio dos sernas a Santa María de Rodilla como agradecimiento por la piedra recibida para edificar allí un castillo; piedra que tal vez pudo acarrearse desde la “cantera de Santa Marina”, a la que se accedía por un camino situada al sur de la ermita de Nuestra Señora del Valle.
Cabeza de alfoz castellano de Monasterio ya en el segundo cuarto del siglo XII (según consta en un documento de Alfonso VII datado el 10 de enero de 1133), otras noticias relativas a la villa proceden de una documentación muy heterogénea –repartida principalmente entre los archivos de la catedral de Burgos y de los monasterios de Oña, Las Huelgas Reales y San Millán de la Cogolla entre otros– en la que predominan las concesiones, como la realizada al monasterio de San Cristóbal de Ibeas por parte de doña Sancha Díaz realizada el 9 de julio de 1160 –documento en el que por primera vez encontramos mencionada la heredad de Monasterio de Rodella– o la donación, el 1 de junio de 1187 por el monarca Alfonso VIII, de dicha heredad al monasterio de Las Huelgas Reales de Burgos (donación que será confirmada el 12 de mayo de ese mismo año en Letrán por el papa Clemente III y ratificada el 11 de noviembre de 1219 en Rieti por Honorio III) y de la “Carta de arras y capitulaciones sucesorias concertadas por Federico I de Alemania y Alfonso VIII de Castilla” (1188), por la que el monarca castellano dota a su hija Berenguela –comprometida en matrimonio con Conrado, hijo de Federico I– con una serie de villas, entre la que se encuentra la de Monasterio de Rodilla, que al menos hasta 1273, fue una más de las posesiones del todopoderoso monasterio de Las Huelgas.

Ermita de Nuestra Señora del Valle
El primer edificio de culto del que se tiene noticia en Monasterio (año 1011) fue la iglesia de Santa María, que –como la villa– también fue donada por el conde de Castilla al recientemente fundado monasterio de San Salvador de Oña. Y a él perteneció hasta que en el año 1050 –según consta en un documento recogido por Antonio Ubieto– el rey de Pamplona, García “el de Nájera” la entregó en donación al monasterio riojano de San Millán de la Cogolla con motivo de la consagración de su abad Gonzalo. Probablemente se tratase entonces de un pequeño monasterio familiar, con alguna que otra propiedad, dedicado a Santa María (Santa María de Monasterio), tal y como aparece recogido en la concesión que de la villa de Naba Fenosa hizo el rey García al abad Gonzalo en el año1043; un pequeño cenobio –“... lugar de Santa María fundado en el valle de Monasterio...”– que veinte años más tarde (el 11 de marzo de 1063) vuelve a ser objeto de donación, esta vez a perpetuidad, por el susodicho abad, a Íñigo, abad del monasterio benedictino de San Salvador de Oña. Un abad, Gonzalo, y una comunidad que, según consta en el documento publicado por Juan del Álamo, “...(re)construyeron aquella (casa, monasterio) que fue de sus antepasados y en la que durante mucho tiempo no hubo otro abad a no ser de su generación...”, probablemente entre los años 1050 y 1063.
Durante un siglo las referencias documentales a la iglesia de Santa María desaparecen, reapareciendo en la bula otorgada por Alejandro III el 6 de junio de 1163 en Tours por la que se confirman las posesiones del monasterio de Oña. Entonces se habla de la cella –nombre con el que también aparece designado el edificio cultual en la documentación medieval– de Santa María y de una iglesia puesta bajo la advocación de la Beata María siempre Virgen sita en Monasterio. Diez años más tarde (1170) Alfonso VIII dona, como limosna, una serna y un prado para la iglesia “que se ha de hacer” (ut prefata ecclesia) y un año después (1171) donará otra serna al monasterio de Oña y a la iglesia de la Beata María, “sita en la villa que llaman Monasterio”. Será en el siglo XIII (según un documento de 1237 ya desaparecido y citado por el padre Gregorio Argáiz, cronista benedictino) cuando entre en juego una nueva advocación: la de Santa María del Valle.
En otro documento, datado en 1270, que trata de un pleito iniciado cinco años atrás entre el monasterio de Oña y Gonzalo Ruiz de Atienza –también recogido por Argáiz– se ordena que tanto la “casa” de Santa María de Monasterio de Rodilla como la aldea de Fenosa, sean devueltas a Oña. Pero será en 1291 –si hacemos caso de otro documento también desaparecido– cuando por vez primera se hable de tres lugares distintos, Navahenosa, Nuestra Señora del Valle y Monasterio de Rodilla, mientras que la última noticia data de 1317, cuando a Santa María del Valle, iglesia propiedad del abad de Oña, iban a “diezmar”, a pagar el diezmo, los vecinos de Fenosa y Monasterio de Rodilla.
Monasterio, Monasterio de Rodilla, iglesia de Santa María, de Santa María del Monasterio, de la Beata María siempre Virgen, de Santa María de Rodilla, de Santa María del Valle, de Nuestra Señora del Valle... Mientras que la denominación de Santa María de Rodilla únicamente la recoge otro cronista benedictino, fray Antonio de Yepes –partiendo también de documentos desaparecidos–, la iglesia/monasterio de Santa María, fundada en el valle de Monasterio, ya aparece en pergaminos de la primera mitad del siglo XI (años 1011 y 1050). Dicho monasterio no debió ser de una gran entidad, más bien todo lo contrario, pues su reaparición documental data de un siglo más tarde, en la bula del papa Alejandro III (1163).
Será en esa segunda mitad del siglo XII (1170) cuando encontremos por vez primera alusión a la iglesia/monasterio de la Beata María siempre Virgen, un edificio “que se ha de hacer”. Su período de construcción hemos de llevarlo al menos hasta el año 1223, pues en un documento datado el 21 de marzo de dicho año se hace referencia a la construcción de una aceña para las obras (aceniam ad opus monasterium Beate Marie). Pero no será hasta los siglos XIII-XIV que comienza a aparecer en la documentación la denominación de Nuestra Señora (o Santa María) del Valle, que hemos de identificar con la conocida como “casa” o “palacio” de Santa María de Monasterio de Rodilla, a cargo –ya antes de 1276– de un capellán de nombre Fernando. Una tradición que perduró hasta principios del siglo XX, pues allí vivió –en unas pequeñas dependencias adosadas a la parte noroccidental de la ermita– un “ermitaño” y su familia.
Probablemente Monasterio y Monasterio de Rodilla fueran dos entidades poblacionales distintas que en 1160 ya estaban reunificadas bajo la denominación de esta última, una diferenciación que se ha perpetuado en el tiempo pues actualmente el núcleo poblacional aparece disperso en dos barrios, el “Barrio de Arriba” o “Barrio de Santa Marina” y el “Barrio de Abajo”, Monasterio de Rodilla. El primero hemos de identificarlo con la antigua villa de Monasterio; allí, y a finales del siglo XIII únicamente permanecerían algunas casas y solares propiedad de Oña, pues el grueso de la población ya se habría trasladado al “Barrio de Abajo”. Si realmente fue así el monasterio e iglesia conocidos como de Santa María y Santa María del Monasterio harían referencia al edificio que dio origen al nacimiento de la villa de Monasterio (ahora conocido como Santa Marina), distinto por tanto al erigido a partir de 1170: el de la Beata María siempre Virgen, Santa María del Valle o Nuestra Señora del Valle. La respuesta al por qué se produjo este trasvase de población es también económica ya que la ubicación del nuevo poblamiento a la sombra de una “roda” (peaje, camino) –“Rodilla” es su diminutivo– responde a la importancia que desde mediados del siglo XII alcanzó la vía Bayona-Burgos (una de las principales rutas jacobeas del siglo XIII), cuyo trazado discurría en parte por lo que ahora es la N-I. Importancia económica de la que también tenemos constancia por un documento de 1221 por el que el rey Fernando III cede al monasterio de Las Huelgas Reales el portazgo que, sobre la circulación de la sal, se percibía en Monasterio de Rodilla.
En conclusión, y para aclarar un poco la intrincada trama documental que se cierne sobre villas e iglesias podemos afirmar, aunque no sin ciertas dudas, que al menos en el año 1043 ya no existía monasterio alguno en la villa, aunque la toponimia nos indique que la villa nació a partir de un enclave monástico que a mediados del siglo XI subsistiría únicamente como iglesia. El único resto arquitectónico perteneciente a la Alta Edad Media se encontraría, según Luciano Huidobro, bajo la torre. Abandonada a su suerte la iglesia presenta, en efecto, recuerdos de actuaciones constructivas que van desde la Alta Edad Media hasta el siglo XVII (celosías de clara inspiración prerrománica, canecillos, arcos de medio punto con arquivoltas ajedrezadas, etc.).
La restauración del monasterio corrió a cargo del abad Gonzalo y muy probablemente la donación a dicho abad de la villa de Nava Fenosa, efectuada por el rey García en 1043, estuviera encaminada a favorecer económicamente su reconstrucción, tarea que fue realizada por dicho abad entre los años 1050 y 1063. De ser ciertas las noticias ofrecidas por Argáiz y Yepes, que nos informan de que fue en el monasterio de Santa María de Rodilla donde tomó el hábito la condesa Elvira Ramírez tras la muerte de su marido, el conde Rodrigo Gómez (fallecido en 1153), nos encontraríamos con que a mediados del siglo XII era un monasterio femenino. Pero en ninguno de los documentos en los que aparece dicha condesa, redactados entre los años 1146 y 1161, se da noticia alguna de su estancia allí.
Desde el año 1001 y hasta el 1050 la iglesia/monasterio de Santa María perteneció –al menos teniendo en cuenta la documentación conservada– al monasterio de San Salvador de Oña, mientras que desde 1050 hasta 1063 pasaría a formar parte del patrimonio del de San Millán de la Cogolla y, temporalmente, a Castilla y Navarra pues no podemos olvidar que tanto San Millán como Oña pertenecieron al reino de Navarra desde el reinado de Sancho III el Mayor (desde 1030 aproximadamente) hasta 1054, año en el que tuvo lugar la victoria de Fernando I de Castilla sobre su hermano García el de Nájera en Atapuerca, que significó la anexión a Castilla de aquella parte de la comarca de La Bureba en la que se encontraba San Salvador de Oña. Y poco después, en el 1063, el abad Gonzalo redactaría el documento, con carácter testamentario, por el que lo dona a perpetuidad al monasterio de Oña.
Para hablar de las fechas de construcción de la ermita de Nuestra Señora del Valle tenemos que partir de otra noticia conflictiva ofrecida por Argáiz, el documento de 1270, en el que uno de los testigos que lo confirman afirma que fue el abad de Oña, don Pedro Sánchez, el que la había construido hacía ya más de cincuenta años, es decir, al menos en 1220. Durante el siglo XII hubo en Oña dos abades de nombre Pedro: Pedro I, que finaliza su abadiato en 1168 y Pedro II, que lo ejerce desde 1187 hasta 1207. Si tenemos en cuenta el testimonio de Alfonso VIII en 1170 (que nos habla de “la iglesia que se ha de construir”) puede deducirse –al menos desde la perspectiva documental– que su fábrica comenzó a erigirse, como muy pronto, a partir de 1187, y que en 1223 todavía estaba en marcha la empresa constructiva, pues un documento de ese año recoge cómo Oña cambia la tierra denominada Redondella por la de Molino Quemado con el objetivo de construir allí una aceña para “la obra del monasterio de Beata María”. Su conclusión habríamos de situarla pues entre los años 1223 y 1237 ya que en una pesquisa ordenada ese año por Fernando III parece ser que la “hermita de Santa María del Valle”, perteneciente al monasterio de Oña ya estaba concluida. Desgraciadamente este documento, que podría arrojar muchas luces al respecto, ya estaba en paradero desconocido en 1986, tal y como señala Isabel Oceja.
Sobre el motivo de su fundación podría decirse que, además de los puramente devocionales, el económico tuvo una gran relevancia: una vez desaparecido el monasterio de Santa María localizado en la villa de Monasterio –lo que debió ocurrir hacia 1180, que es cuando desaparece de la documentación dicho cenobio– el monasterio de Oña necesitaba de otro lugar en el que sus vasallos de Monasterio y los campesinos de Fenosa fueran a satisfacer el diezmo; por eso se construye Nuestra Señora del Valle, su “casa” o “palacio” de Santa María, puesta al cuidado de un capellán, de un clérigo, que era el encargado de recibirlas y, posteriormente, de hacérselas llegar al monasterio de Oña. De hecho hasta principios del siglo XX, los vecinos todavía entregaban fanegas de trigo al “ermitaño” al que anteriormente hacíamos alusión, que vivía allí junto con su familia en una serie de dependencias anexas conocidas como “la casa del ermitaño”. Aunque destruidas hacia 1920 estas han dejado huellas de su existencia tanto en el exterior de sus muros como en el suelo (planta).
La ermita se encuentra situada a unos 200 m del “Barrio de Arriba”, en un bello y tranquilo paraje que rinde homenaje al topónimo “del Valle” con el que se la conoce, presenta una tipología planimétrica que guarda grandes similitudes con otros dos templos burgaleses: San Pedro de Tejada (erigido hacia el año 1150) y, muy especialmente, la iglesia de Arlanzón, aunque ésta no fuera concluida en época románica (al menos la torre y el husillo).
Erigida con sillería caliza, su silueta exterior viene marcada por la torre situada sobre el tramo cupulado y por un husillo o torre circular (de una altura de casi 15 m) dotada de tres pequeños vanos y coronada por una cubierta semiesférica decorada con puntas de diamante. Los muros norte y sur de la nave se articulan verticalmente en varios paños gracias a la presencia de contrafuertes escalonados que, en el caso de la nave, llegan hasta una cornisa decorada con puntas de diamante, mientras su muro de cierre occidental remata en un frontón decorado con puntas de diamante.

El ábside exteriormente aparece organizado por una triple arquería ciega de medio punto –cuyos arcos se ornamentan con una moldura de doble hilera de billetes– que apoya sobre cuatro pilastras de sección rectangular que a su vez descansan sobre un banco corrido que recorre todo el perímetro exterior; cada uno de estos arcos cobija un vano, también de medio punto sobre columnas acodilladas y muy estilizado, que a la altura del cimacio se prolonga en una moldura también de doble billete que recorre horizontalmente su exterior hasta llegar al tramo del falso crucero.
Eliminados los aditamentos que ocultaban su estructura románica (la “casa del ermitaño” y una sacristía añadida en el lado sur del ábside que llegó a publicar Lampérez), el edificio consta de una sola nave dividida en tres tramos (los dos primeros cubiertos con bóveda de medio cañón apuntada y el más cercano al ábside con una cúpula semiesférica sobre pechinas y arcos torales doblados) mediante arcos fajones doblados que se prolongan en pilastras con columnas entregas y de un ábside semicircular peraltado cubierto por una bóveda de medio cañón ligeramente apuntada en el tramo peraltado y de horno en el semicircular.
La nave consta de dos accesos (el principal abierto al norte, en el tramo intermedio de la nave, y otro en el muro occidental, hoy parcialmente cegado y más tardía, que comunicaría la iglesia con la “casa del ermitaño”) y su articulación en tramos se realiza mediante dos pares de semicolumnas; éstos se cubren con una bóveda de cañón ligeramente apuntada. El conjunto se completa con dos torres: una circular o husillo –con acceso desde el interior y escalera de caracol interna– que da paso a un pequeño pasadizo que permite acceder a la torre-campanario de planta cuadrada (que alcanza una altura de 16,5 m) situada sobre el tramo de la nave que ejerce las funciones de un falso crucero, pues carece de transepto. La ermita adopta en el tramo que ejerce de falso crucero una solución estructural, la de la cúpula semiesférica sobre pechinas, que en 1174 ya fue utilizada en la catedral de Zamora y alcanzó amplia difusión en el ámbito rural burgalés, en ocasiones con ciertas irregularidades como en San Pantaleón de Losa y Aguilar de Bureba. Este elemento en Rodilla presenta su ojo central abierto, tal vez por necesidades lumínicas o estructurales, y descansa sobre unas pechinas muy estilizadas en los ángulos y dos arcos torales en los muros norte y sur.
 
Portada
Su portada o acceso norte (de 6 × 4,5 m) muestra en su concepción general que no decorativa grandes afinidades con la alavesa de Santa María de Estíbaliz, de finales del siglo XII; dispuesta en un cuerpo ligeramente avanzado con respecto al muro de la nave y carente de tímpano decorado, se organiza sobre dos pares de columnas exentas –con basa y fustes lisos rematadas por capiteles decorados con bellas representaciones animalísticas– situadas sobre un alto zócalo o podium. A la altura de los cimacios aparece una moldura decorada con un entrelazado de triple cordón sobre la que descansan tres arcos ligeramente apuntados y abocinados con arquivoltas con decoración ajedrezada. En su conjunto –y salvo los canecillos y ménsulas, de los que nos ocuparemos más adelante– también refleja la austeridad decorativa, principalmente geométrica, que impera en el resto del edificio (puntas de diamante, ajedrezados, etc.), una acusada inercia al románico pleno que se encuentra en clara dependencia, como veremos al ocuparnos de su escultura, con el foco silense. Y todo ello en un momento en el que ya se apunta hacia nuevas soluciones. Como difusión del esquema adoptado en Nuestra Señora del Valle puede señalarse la portada de la ermita de la Virgen del Castillo, en la localidad de Los Ausines, aunque ésta en un tono más modesto.


Capiteles
Capiteles

Interior
Pero la auténtica singularidad arquitectónica de Nuestra Señora del Valle radica en la presencia, en los muros norte y sur del tramo de la nave que ejerce a modo de falso crucero, de unos nichos de 90 cm de profundidad que, como si de absidiolos o capillas se trataran –de los que tan sólo se traducen al exterior los correspondientes arcos de descarga–, presentan adosados y orientados al este sendos altares macizos asentados sobre un pequeño basamento semicircular; unos detalles que aunque nos permiten hablar de una posible economía de medios (pues esta solución resulta evidentemente menos costosa que erigir una nave transepto o una cabecera tripartita) hablan también de la pervivencia de ciertas reminiscencias litúrgicas y arquitectónicas cristianas ya muy lejanas en el medievo castellano de finales del siglo XII. Y no debió ser éste el único caso pues muy presumiblemente San Pedro de Tejada también contó con “capillas” similares, ya que todavía se conserva una de ellas –actualmente oculta por un retablo– en el tramo cupulado.
Estos singulares nichos a modo de absidiolos dotados de altares macizos o de bloque –tipología que también se constató para el altar localizado en el ábside a raíz de la remodelación de su pavimento en la segunda restauración llevada a cabo en 1968– aparecen resguardados por unos semi-baldaquinos rematados por un frontón triangular de idéntica estructura en ambos casos (arco de medio punto sobre columnas) con la función de realzar un espacio litúrgico, como ocurre en San Juan de Duero (Soria) y en Santa María Magdalena de Zamora. Por su ubicación lateral parece evidente que no fueron destinados a celebraciones multitudinarias, pudiendo estar destinados a un culto privado o semipúblico más esporádico y restringido. Sea como fuere nadie puede negar su singularidad arquitectónica con respecto a la adecuación del triple altar a una iglesia de una sola nave y un único espacio absidal que se observa en otras iglesias españolas de finales del siglo XII y principios del XIII como son las burgalesas de Butrera, Tabliega y Arlanzón, la palentina de San Salvador de Cantamuda, la cántabra de Bareyo, la alavesa de Nuestra Señora de Estíbaliz o las gallegas de San Miguel de Breamo y Santiago de Villar de Donas.
Los cuatro vanos abocinados que –rasgando el muro de manera armónica– iluminan su nave, presentan arcos de medio punto sobre un par de columnillas acodilladas (excepto el occidental que las ha perdido) y una austera decoración, que se reduce a la presencia de volutas, dados y zigzags en los capiteles y de una moldura –compuesta por triple hilera de billetes, por una retícula o bien por simples cabezas de clavo– en la arquivolta del arco. Una disposición ornamental y estructural que básicamente se mantiene en los abiertos en los muros norte y sur del tramo cupulado y en los tres del ábside.
Centrándonos ya en el apartado escultórico, la ornamentación se localiza, principalmente, en capiteles (69), canecillos, ménsulas, cimacios y relieves (2), predominando la decoración geométrica y zoomórfica sobre la vegetal y figurativa. Respecto a su iconografía cabe señalar el predominio de las representaciones de carácter fantástico propias del Bestiario medieval (monstruos alados, quimeras, basiliscos, sirenas, etc.), tanto en pareja como afrontadas. Pero también hay que destacar la presencia de otros elementos, como la venera localizada en la portada, concretamente en la moldura que corre sobre el capitel interior derecho, las “estrellas de mar” que aparecen en alguno de los pedestales sobre los que apoyan las semicolumnas del interior, las posibles algas que se balancean suavemente en uno de sus capiteles interiores, y dos figuras –una masculina y otra femenina– que, representadas en un canecillo de la portada, se vienen identificando como dos caminantes o peregrinos. La cercanía de Monasterio de Rodilla con respecto al monasterio de San Juan de Ortega, sin duda uno de los hitos constructivos más importantes de la ruta jacobea en tierras burgalesas, acaso pueda explicar su presencia en la decoración esculpida de la ermita.
Los capiteles se encuentran distribuidos entre el ábside (arco triunfal apuntado, pilastras y semicolumnas), la nave y la portada abierta en su muro norte; salvo los del ábside con cierto aire prerrománico por su decoración geométrica (entramado reticular) y talla a bisel los del exterior, en general los capiteles presentan una estructura o tipología de raigambre clásica (volutas, roleos, dados, etc.), pudiéndose destacar como una cierta singularidad la presencia en algunos de ellos de incisiones o perforaciones decorativas en los collarinos de los capiteles de la portada, como se observa también en Aguilar de Bureba y en Santa Eulalia (Barrio de Santa María, Palencia).
En los capiteles del arco triunfal se denota una gran tosquedad, lo que les diferencia del resto; ausentes de cualquier intención naturalista, presentan un relieve prácticamente plano. Y separando el resto de la nave del tramo crucero encontramos otros dos capiteles que aunque toscos de talla no llegan al encorsetamiento y frialdad de los anteriores y sus composiciones –más volumétricas– aparecen enmarcadas por palmetas y hojas de acanto. Finalmente, y rematando las semicolumnas que dividen la nave en dos tramos, encontramos otra pareja de capiteles que por su talla y plasticidad superan a las dos parejas anteriores; su mayor calidad los acercaría a los de la portada, aunque sin alcanzar su categoría.


En la portada, obra de un artista o taller distinto, encontramos cuatro capiteles más muy distintos, en cuanto a talla y volumen, al resto; tanto que podría hablarse de un “maestro de Rodilla” ligado a Silos. En ellos las representaciones –aves afrontadas, leones, animales fantásticos– alcanzan un gran protagonismo escultórico, son vigorosas, refinadas y muy detallistas, sobre todo en el tratamiento de las alas; las representaciones huyendo del relieve plano buscan el bulto redondo y la cesta del capitel se nos muestra como un simple soporte. Unas características que –a pesar de que la fragmentación en la que se encuentran los rostros de las figuras hayan velado su expresividad– ponen la escultura de estos capiteles en relación con la obra del segundo maestro de Silos. Como paralelos a este “maestro de Rodilla” podríamos señalar un capitel de la portada de Cerezo de Ríotirón (ahora en el Paseo de la Isla, en Burgos) en el que se representan dos leones enfrentados. En cuanto a la iconografía de monstruos alados podemos recordar los ejemplos de la Virgen del Castillo, en la localidad de Los Ausines, y de Aguilar de Bureba, de finales del siglo XII.
Los veinticuatro canecillos que sustentan la cornisa ajedrezada del ábside presentan, como los restantes del edificio, un gran volumen, talla angulosa desigual y temática muy variada (animales monstruosos, personales populares, etc.). Su tratamiento plástico, que apunta una evidente frontalidad, inexpresividad y falta de naturalismo, contrasta con los que aparecen en la portada y en los situados bajo las cornisas norte y sur de la nave, obra muy presumiblemente de otro taller; en ellos se aprecia una mayor vivacidad y naturalismo, pudiéndose entroncar en la órbita del segundo maestro de Silos (segunda mitad del siglo XII), sobre todo por las figuras del Bestiario localizadas en la fachada norte. Proliferan, en general, unas actitudes expresivas que, aunque sin llegar a la calidad de los de la portada, nos recuerdan a algunos otros canecillos de la iglesia de Soto de Bureba. Pero serán los siete que sustentan el tejaroz de la portada los que nos muestren en todo su esplendor al “maestro de Rodilla”, sobre todo en el tratamiento expresivo de los rostros (especialmente uno que representa a una dama tocada con un velo) y en los pliegues de los ropajes, todo ello de delicada factura.









En las jambas de la portada aparecen dos grandes ménsulas cargadas de expresividad, con las bocas semiabiertas y grandes ojos con pupilas almendradas muy acentuadas. Identificadas como leones, tal vez estuvieron en un principio destinadas a sustentar un tímpano que nunca se llegó a esculpir. Los cimacios alcanzan una gran belleza en su ejecución, mostrando triples entrelazos con botones, mientras que la cornisa presenta una decoración heterogénea (ajedrezada, lisa, con puntas de diamante) fruto quizá de las sucesivas intervenciones “restauradoras” que, bajo la dirección de José Antonio Arenillas, sufrió el edificio entre los años 1965 y 1968 y que fueron aprovechadas para acondicionar su entorno –sobre todo la parte occidental, en la que se encontraba “la casa del ermitaño”– como un espacio para el ocio. Un espacio en el que, como consecuencia de una serie de obras emprendidas entre los años 1954 y 1956, aparecieron varios sarcófagos que hoy se encuentran dispersos por la zona utilizadas como abrevaderos.
Y también cabe destacar los dos únicos relieves con representaciones sacras que encontramos en la ermita, localizados en las fachadas norte y sur de la torre-campanario que se alza sobre la cúpula. Estos relieves, que desde una perspectiva estilística y formal podríamos relacionar con el maestro o taller que trabajó en la portada, se encuentran empotrados en las enjutas de los vanos de medio punto sobre columnas que se abren en los lados norte y sur de la torre, una localización nada ajena a la estética románica como se puede observar en la torre de la iglesia de Santa María de Laguardia, donde encontramos representada la figura del Salvador. En este caso tenemos, en el lado sur, la figura de la Virgen entronizada con el Niño o Theotokos, tan común en la imaginería de la época y en el norte una figura con bellas vestiduras ejecutadas con una técnica similar a la de los artífices que trabajaron en la portada (probablemente San Miguel y no San Gabriel pues la presencia del Niño la hace incompatible con una representación de la Anunciación).
Y junto a varias marcas de cantero, el ábside de Nuestra Señora del Valle presenta –en un sillar (40 × 26 cm) situado en su parte nororiental– la siguiente inscripción, cuya narratio fue redactada con caracteres de unos 3 cm de altura distribuidos en siete líneas de pautado, siendo inteligibles únicamente –y no sin albergar ciertas dudas– el inicio de las tres primeras:
INVOCAT... PRESENTIS... ERA M.
El epígrafe no sólo se encuentra incompleto y mutilado sino alterado por grafías modernas en épocas muy recientes. Señalar, por último, la existencia de restos de pintura decorativa con elementos geométricos en el intradós del semibaldaquino sur y recordar que en la actual iglesia parroquial de Monasterio de Rodilla se custodian dos imágenes en madera policromada y de bella factura (una Virgen entronizada y un Cristo crucificado) procedentes de la ermita de Nuestra Señora del Valle, que pueden datarse en los siglos XII-XIII.

Aguilar de Bureba
La localidad de Aguilar de Bureba se sitúa a unos 5 km al norte de Briviesca, a cuyo alfoz pertenecía, accediéndose a través de un desvío que parte de la carretera que lleva hasta Cornudilla y Oña.
La más antigua mención a Aguilar de Bureba se remonta al año 947 y aparece recogida en el Cartulario de San Millán de la Cogolla, en documento por el que Nuño y Condesa se entregan a San Juan y San Millán de Hiniestra con diversas propiedades entre las que se encuentra una viña junto al río Aguilar (latus via de Aquilar). En sus términos poseía heredades el monasterio de San Millán del Hoyo, el de San Salvador de Oña y el cabildo de Burgos. En 1151, aparece Aguilar entre las poblaciones mencionadas en el Fuero de Cerezo de Riotirón, otorgado ese año por Alfonso VII.
Ignoramos sobre qué base apoyan algunos autores la existencia en la localidad de un monasterio femenino, del mismo modo que no comprendemos que Juan del Álamo, en el Cartulario de Oña, identifique al abbati de Aguilar –que ratifica el convenio de 1227 entre este monasterio y los clérigos de San Juan de Villanueva– con este pueblo. Sí aparece mencionado en la documentación oniense, en 1247, un Gil Gómez de Aguilar, cuya viuda, doña Teresa, arrienda junto a su sobrina, Teresa González, al abad y monasterio de Oña varios bienes en Aguilar de Bureba.
En el interior del templo se conserva un escudo nobiliario de los Salinas de Burgos, acompañado de inscripción de principios del siglo XVII que hace referencia al enterramiento en esta iglesia de varias hijas de dicha familia, “por haber muerto en este lugar”, donde además poseían heredamientos y una casa-palacio.

Iglesia de La Asunción de Nuestra Señora
Monumento Nacional desde 1983, la iglesia parroquial –que Madoz refiere como dedicada a San Guillermo de Aquitania– se ubica en la parte oriental del caso urbano, sobre un recinto ligeramente elevado. El primitivo templo románico presentaba planta de una sola nave con cabecera semicircular y portada bajo la espadaña –ésta con tres pisos de dos troneras cada uno a excepción del último donde se coloca el campanil– en el hastial occidental. También en el hastial occidental se abre una ventana de arco de medio punto, con guardapolvos y cimacios ornados de puntas de diamante, sobre dos columnas acodilladas de capiteles vegetales de hojas lisas con cogollos en las puntas. Los diferentes añadidos recibidos por la estructura original determinaron la actual planta de cruz latina y el ocultamiento de la estructura románica, a excepción del ábside semicircular y un retazo del esquinal suroccidental, junto a la espadaña, en cuyo muro sur se adosó una semicolumna rematada por capitel vegetal de hojas lisas con palmeta pinjante en las puntas.

Portada
La portada, resguardada por un pórtico con bóveda de arista epigráficamente datado en 1762, y probablemente remontada, se compone de un arco de medio punto liso exornado por cadeneta en la que se inscriben botones vegetales y tres arquivoltas. De éstas, la exterior es lisa, y las otras dos van ornadas con menuda decoración de banda quebrada en zigzag, cadeneta de entrelazo con puntas de diamante y dos filas de taqueado (la interior), y mediacaña en la arista y banda de rombos que acogen hojitas de tres y cuatro pétalos. El conjunto descansa sobre jambas escalonadas de arista abocelada, coronadas por imposta de doble nacela.

Cabecera
Al exterior la cabecera es el elemento más llamativo, debido a los numerosos añadidos antes referidos. Levantada en buena sillería de tono dorado labrada a hacha, está formada por presbiterio y retranqueado ábside semicircular, dividido éste en tres paños por dos columnas adosadas, cuyos capiteles alcanzan la cornisa –moldurada también con dos nacelas superpuestas–, integrándose en la línea de canes que la sustentan. Los capiteles de estas columnas entregas son ambos vegetales, el más meridional muestra, sobre una fina corona de palmetas, dos pisos de hojas lanceoladas y profusamente nervadas de cuyas puntas penden brotes apalmetados, coronándose por caulículos perlados y dados del ábaco con doble hilera de dientes de sierra; el capitel de la columna septentrional, fracturado, muestra tres pisos de anchas hojas de profundas acanaladuras y bordes vueltos, pendiendo de las superiores pesados frutos esféricos. Muy interesante es la línea de canecillos que sustenta la cornisa de ábside y presbiterio. Empezando por el muro sur del tramo recto vemos, tras unos lisos, una curiosa cabeza o máscara de diablo, cornudo y con alargada perilla y, ya en el ábside, un cuadrúpedo de rabo enroscado –posiblemente un cerdo–, una deteriorada figura humana de ojos almendrados y rehundidos y gesto grotesco que quizá representase un avaro, un ave descabezada, un busto humano tocado con un bonete cónico, una cabeza monstruosa de grandes fauces rugientes y aire maléfico, un can moldurado con un bocel aplastado entre nacelas, otra ave o arpía descabezada, una liebre, un prótomo de cáprido, otro prótomo monstruoso muy deteriorado y un pez.



Horizontalmente, el tambor absidal está dividido en dos pisos por un leve retranqueo a media altura, sobre el que se dispuso, en el lienzo central, una ventana en torno a una aspillera con derrame al interior –hoy cegada–, coronada por cuádruple banda de contario. El arco que la rodea, de medio punto con arista abocelada y chambrana de doble nacela, descansa en dos columnas acodilladas de basas áticas con garras y sobre plinto. Sus capiteles, bajo cimacios de doble hilera de dientes de sierra y vástago ondulante con hojitas, muestran sendas escenas de combate. En el de la derecha, de collarino sogueado, asistimos a la lucha de dos guerreros ataviados con cota de malla y armados con rodelas y espadas cortas contra sendos dragones, mientras que en el capitel de la izquierda aparece la lucha de dos pequeños cuadrúpedos afrontados, bajo motivos vegetales de hojas con abultadas palmetas pinjantes similares a las ya vistas. Muestra esta cabecera varias preocupantes grietas rasgando sus muros, especialmente seria la del eje, que ha llegado a desplazar el arco de la ventana absidal y poner en peligro tanto la propia estabilidad de la capilla como la del retablo que cubre interiormente el altar.

Interior
La estructura interior nos muestra la nave única dividida en dos tramos separados por un arco fajón apuntado que apea en semicolumnas adosadas y sustenta la bóveda de cañón del mismo perfil. Tras ellos, y como es recurrente en buena parte del románico del norte de Burgos y sur de Cantabria, se destaca el tramo que antecede a la cabecera tanto en superficie como en altura. Aprovechando la robustez del muro y de los recios torales una reforma posmedieval dispuso sendas capillas a los lados de este tramo, configurando así un transepto que determina una planta de cruz latina. El crucero se cubre hoy con una cúpula sobre pechinas de amplia claraboya y moderna linterna, resultando algo forzado el tránsito entre la superficie circular y la cuadrada del tramo. Aunque Pérez Carmona y otros consideraban está cubierta como románica, poniéndola en relación con las ciertamente similares de San Pantaleón de Losa y Nuestra Señora del Valle de Monasterio de Rodilla, varios indicios, ligados al apeo de la base de las pechinas en los pilares, nos obligan a considerar si no su contemporaneidad a las capillas laterales sí al menos su probable reconstrucción en ese momento.
En cualquier caso, el refuerzo y escalonamiento de los soportes indica que el tramo fue preparado para recibir una cubierta diferenciada del resto y con mayor desarrollo, quizá una cúpula.
Da paso a la cabecera desde el crucero un robusto fajón de medio punto y triple rosca que apea en el responsión escalonado, en cuyo frente recogen el arco interno una pareja de columnas entregas. El presbiterio, en cuyos muros se abrían sendas ventanas de las que hoy sólo resta la septentrional, se cubre con bóveda de cañón, mientras que el hemiciclo recibe una bóveda de horno, oculta como el paramento interno por el retablo. Dos impostas recorren el interior de la cabecera, la superior, que marca el arranque de las bóvedas, moldurada con doble nacela y la inferior, a la altura del alféizar de las citadas ventanas, con decoración de ajedrezado.
La ventana del muro norte del presbiterio, similar a la absidal, es visible también desde el interior de la sacristía que la condenó. En torno a una aspillera abocinada al interior se dispone un arco de medio punto con guardapolvos de dos mediascañas, sobre una pareja de columnas, coronada la izquierda por un capitel vegetal de hojas acogolladas y otras menores con piñas, con abundantes puntos de trépano y bajo cimacio de dos tallos ondulantes perlados; el capitel más oriental muestra dos leones andrófagos afrontados que comparten cabeza en el ángulo y devoran a un personajillo, mientras sobre ellos se disponen otras dos cabezas monstruosas. Su cimacio se decora con friso de palmetas y una sonriente cabecita barbada en el ángulo. Desde la sacristía y gracias al reciente desencalado podemos observar el aspecto exterior de esta ventana, con un pseudotímpano ornado con dientes de sierra incisos entre cordeles sogueados sobre el vano. Sólo resta la columna más occidental que recibía el arco, coronada por un capitel vegetal de finas hojas lobuladas con nervio central trepanado y rematadas en piñas.
Las semicolumnas que recogen el fajón oriental de la nave se rematan, respectivamente, con un sencillo capitel vegetal de hojas lisas resueltas en palmetas pinjantes, el del muro norte, mientras que el meridional muestra una más complicada composición, con tres grandes anillos concéntricos en los que se inscriben dos grandes rosetas y una especie de rueda solar, separados por una figura humana y un prótomo de bóvido, mientras que una carita simiesca se dispone sobre la gran roseta del frente.
El mayor interés iconográfico y plástico se concentra en la pareja de capiteles del arco triunfal. Sobre el del lado de la epístola, de espléndida composición, se dispusieron dos parejas de bellos basiliscos afrontados cuyas incurvadas colas de reptil rematan en monstruosas cabecitas de serpiente, con las alas plegadas y alzando los del frente de la cesta sus patas interiores hasta apoyarlas en el dado central del ábaco. El collarino recibe decoración incisa de zigzag, mientras que decora el cimacio una sucesión de palmetas finamente labradas que brotan de las fauces abiertas de dos mascarones monstruosos dispuestos en los ángulos. Su composición y factura recuerdan los capiteles decorados con aves afrontadas que vemos en el exterior del ábside de Castil de Lences y en las naves de Abajas y Escóbados de Abajo. 

Sobre el capitel del lado del evangelio del triunfal se suceden dos escenas compositivamente diferenciadas pero que parecen corresponder a un mismo ciclo. En la cara que mira al altar vemos, ante una cabecita monstruosa bajo una roseta, un jinete tocado con yelmo y armado con escudo de cometa y lanza; ante él, un personaje a pie, barbado y vestido con saya larga, prepara una honda para dirigir el proyectil contra su oponente. En la cara que mira a la nave observamos otro jinete que alza su diestra portando un objeto irreconocible y sujeta las riendas de su montura, la cual con sus patas delanteras aplasta la cabeza de un contrahecho personajillo que yace en tierra. Ante el sometido se dispuso la figura barbada de un cautivo de larga melena que inclina levemente su cuerpo hacia delante, atado como está por sus manos a una especie de poyo. Esta escena es contemplada desde un balcón volado sobre ménsulas por dos figurillas, una masculina y otra femenina, dispuestas bajo arquillos en la parte alta de la cesta. El cimacio muestra un tallo ondulante con zarcillos, y en los ángulos una cabeza masculina barbada y una rugiente máscara felina.
Resulta dudosa la interpretación iconográfica de este curioso capitel más allá de reconocer que plantea sendas escenas de desigual combate y quizá consecutivo sometimiento, temas de compleja traducción, al menos con meridiana certitud, a un plano simbólico en cualquier caso no fácilmente identificable (¿aplastamiento del infiel?, ¿victoria de David contra Goliat?)
A este edificio del último tercio del siglo XII vinieron a sumarse importantes reformas en época bajomedieval, como el bello coro tardogótico elevado que ocupa el tramo occidental de la nave, las dos capillas renacentistas antes citadas, que configuraron una planta de cruz latina y, ya en época moderna, el pórtico y las estancias adosadas por el costado septentrional, como la troje que recupera elementos de una primitiva ventana románica. 

Soto de Bureba
La pequeña localidad de Soto de Bureba se sitúa en el extremo septentrional de La Bureba, en la vertiente meridional de la Sierra de Oña, próxima al pico Pan Perdido, a medio camino entre el valle del Oca y las escarpadas cumbres de la sierra. Dista unos 800 m al norte de Quintanaélez por camino recientemente asfaltado y otros tantos de Quintanilla Cabe Soto. La iglesia de San Andrés, instalada sobre un pequeño promontorio cercado, se encuentra a la entrada del acceso meridional a la localidad, distante 20 km de Oña y 63 km de la capital provincial.
De la antigua ocupación del lugar dan prueba los numerosos vestigios de época romana que nos han llegado y entre ellos –quizá de origen prerromano– destaca un sistema defensivo, hoy apenas reconocible, situado a unos 900 m al norte de Soto, en el pago denominado con el expresivo nombre de “La Cerca”. Restos de una villa rustica, recientemente excavada, eran aún identificables a principios de siglo a escasa distancia del pueblo, en el lugar llamado “El Ortiguero”, que junto a los vestigios constructivos proporcionó restos cerámicos y bronces. De “Los Llanos” proceden dos interesantes lápidas romanas y quizá un ara –inédita y anepígrafa– conservada hoy día en el depósito lapidario de la iglesia.
Durante toda la Alta Edad Media el silencio de las fuentes sobre el lugar nos obliga a pensar en la inexistencia de un núcleo habitado o en su modesta importancia, constituyendo la primera referencia la proporcionada por la inscripción de la portada de la iglesia, con la fecha de 1176 y el nombre de sus autores, Pedro de Ega y Juan Miguélez.
Las noticias relativas a Soto proceden fundamentalmente del fondo documental de San Salvador de Oña. En 1191 Martín Fernández de Soto, adelantado del rey en Bureba, tomaba en encomienda del abad y convento oniense el monte de Domingo Sánchez; en 1232 es un “Paschasius Iohannes de Sotho” quien actúa como testigo en la venta por Acinario y su esposa María López al abad Miguel de Oña de un prado y una tierra sitos en Royales. En 1205 Juan López donó al monasterio de San Pedro de Tejada varias heredades en Huéspeda, Valdeande y un linar en Soto. De 1281 data la ejecución de la sentencia subsiguiente al pleito sostenido entre el monasterio y el concejo de Frías sobre la titularidad de ciertos bienes; en dicha ejecutoria firma como testigo un clérigo de Soto, Domingo García. De abril del mismo año data la venta de una tierra en el Barrio de Santa María de Pancorbo al monasterio de Oña por doña María y sus hijos, en la que testifica “Ferrant Bermudez, fi de Ferrant Ferrandez de Soto”, como uno de los hidalgos. Este mismo personaje vendió al abad Domingo un solar y medio en Valmayor, cerca de Almendres, el 28 de febrero de 1281. En 1288, el monasterio burebano arrendó por diez años a Pedro Martínez, clérigo de Soto, la heredad de Rodrigo Barlet en el pueblo de Soto, por 16 fanegas anuales de pan. Y dos años después, aparece en la documentación Martin Ferrandez de Soto, “alcallde del rey e adelantado en Burueua e de Rioja” como compareciente por parte de su hermano, Alfonso Ferrández, en la disputa que éste sostenía con el abad de Oña a cuenta de unas heredades y la tercia de las rentas de San Esteban de Navas de Bureba. La avenencia no debió ser definitiva, pues en 1295 Martín Fernández encomendó a Pedro López de Fontecha la solución del pleito que enfrentaba a sus sobrinos, Diego y Sancha, hijos de Ferrant Martínez, sobre la propiedad de la casa de Navas. Este mismo Martín Fernández recibió en encomienda de Oña y de por vida –en diciembre de 1291–, el monte “de Varzina, que fue de Domingo Sancho”. En marzo del año siguiente actuó como testigo de una venta su hijo Ferrant Martinez, “fi de Martín Ferrandez de Soto”. También en 1292, un Alfonso de Soto arrendó una casa a Domingo, abad de Oña. Ya en julio de 1305, el monasterio de San Salvador de Oña y su abad Domingo cambiaron con Juan Martínez una era por una haza en término de Soto de Bureba. El Libro Becerro de las Behetrías, recoge a un Sancho Ferrandez de Soto cuyos hijos poseían un solar en Valmayor de la Losa (Burgos).
Hemos de esperar al siglo XV para encontrar nuevas referencias a la localidad. A principios dicha centuria, Andrequina Fernández de Soto vendió a Juan Fernández de Velasco sus bienes, casas fuertes y heredamientos en éste y otros lugares cercanos. En 1458 el mayorazgo principal de la casa de los Velasco, otorgado por el conde Pedro Fernández de Velasco, cita entre otras muchas posesiones “las mis casas fuertes de La Parte y de Quintana de Loranco y Soto...”, de las que él hace entrega a su primogénito Pedro de Velasco y su mujer Beatriz Manrique. En el sepulcro tardogótico y una lápida del interior del templo aparece el escudo de los Velasco, exponentes de la nobleza más poderosa de la Castilla de finales de la Edad Media. Aunque la identificación del clérigo que aquí se enterró resulta complicada pensamos, a título de hipótesis, que pudiera corresponder con Juan de Velasco, arcediano de Valpuesta en 1447 y que debió morir antes de 1472, pues en ese año ya aparece ocupando tal dignidad Juan Manrique. Corrobora su avanzada edad el verle en un documento del Archivo Catedralicio como camarero del obispo de Burgos en 1415.
A partir de estas fechas, nuevamente el silencio de las fuentes nos priva de datos históricos. A mediados del siglo XIX Pascual Madoz recoge la presencia de 43 vecinos. Hoy día y tras la práctica despoblación de la localidad a inicios del último decenio del siglo XX, parece ésta recobrar vitalidad a costa de acoger residencias secundarias.
La inscripción grabada en reserva en dos de las dovelas del arco de la portada meridional de la iglesia nos proporciona la fecha de 1176, constituyendo así el primer testimonio escrito sobre el edificio y la localidad, además de haber sido utilizada como argumento cronológico para la datación de la escultura de este templo y otros conjuntos más importantes con ella relacionados, por lo que nos detendremos en su análisis.
Ocupando una superficie de 77 cm de longitud × 27 cm de anchura, la inscripción se desarrolla en una mezcla de capitales y minúsculas con caracteres acordes a la fecha propuesta y separación de líneas mediante bandas en relieve a modo de celdillas. La transcripción del texto, en un latín deficiente, es la que sigue:
IN NOMINE / DOMINI / NOSTRI / IHES(u) XR(ist)I / ISTA ECCL / ESIA CLA / MANT S(an)C(t)I ANDRE(æ) / ERA M / CCXIIII / ISTE PORTAL / FECIT PETR / US DA EGA / IHOHANES / MICHAEL
Es decir: “En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. A esta iglesia la llaman de San Andrés. En el año de la era de 1214. Este portal hicieron Pedro de Ega y Juan Miguel”.
La inscripción nos proporciona la advocación del edificio, así como la fecha de 1214 de la era, es decir, el año 1176. Las cinco últimas líneas del texto establecen la autoría del “portal” por Petrus da Ega y Johannes Michael. El texto deja bien claro que la obra que podemos atribuir a estos dos artistas se reduce, en principio, a la portada y no al conjunto del edificio. Portal sirve para designar tanto “portada” como “pórtico”, debiendo aquí traducir el término por el primero de sus significados. Recordemos que en la galería de Rebolledo de la Torre, una inscripción testimonia igualmente la autoría de un portal (fecitistum portale m), aunque allí se refiere al pórtico. Desde el punto de vista cronológico, la fecha de 1176 proporcionada por la inscripción debemos considerarla como una referencia válida para datar el conjunto, ya que el reducido tamaño de la iglesia parece sugerir la elevación de los muros perimetrales a un mismo tiempo. Avala igualmente este extremo la fecha de 1181 proporcionada por la datación de la ermita de San Facundo de Los Barrios de Bureba, edificio arquitectónicamente análogo al de Soto.
Sobre una de las dovelas de la primera arquivolta encontramos otra inscripción en bajorrelieve, con la misma talla en reserva de la anterior, que precisa la identificación de un cuadrúpedo con el unicornio (UNICORNIVM). La identidad de tal inscripción con la situada en el arco es evidente. Ambos epígrafes se labraron utilizando una misma técnica y tomando como soporte elementos esculpidos por el que denominaremos taller local.

Iglesia de San Andrés Apóstol
La iglesia de Soto de Bureba–declarada Monumento Histórico Artístico en 1981– presenta planta basilical de nave única orientada, dividida en tres tramos cuadrados, y cabecera compuesta de presbiterio rectangular y ábside en hemiciclo, todo ello abovedado, austera estructura general muy frecuente en el románico rural castellano y que por ciertos rasgos que inmediatamente veremos podemos calificar de arquetípica del románico del actual norte de Burgos y sur de Cantabria. La portada se abre en el muro meridional del segundo tramo de la nave, en un ligero antecuerpo que prolonga aproximadamente en un tercio el grosor de dicho muro. El hastial se presenta liso y rematado en piñón volado, y en él se abre un interesante óculo tetralobulado. La división de los tramos de la nave se efectúa mediante fajones apuntados, doblados en el caso de los que delimitan el tramo que precede al presbiterio, que reposan en pilares rectangulares –prismáticos los occidentales y semicruciformes, correspondiendo a fajones doblados, los que delimitan el tramo más oriental de la nave– con semicolumnas adosadas en sus frentes. Grandes arcos apuntados ciegos, a razón de uno por tramo, adelgazan y animan los paramentos internos de la nave, disposición que encontramos también en la iglesia de Nuestra Señora de la Oliva de Escóbados de Abajo, en Moradillo y Gredilla de Sedano o en Quintanarruz. Un banco corrido de fábrica discurre, aumentando la superficie de apoyo, a lo largo de los tres tramos.
Dentro del conjunto de tramos de la nave se establece una jerarquía espacial determinada por la altura y tipología de las cubiertas, llamando la atención la mayor elevación de la cabecera respecto a la nave, circunstancia anómala que pudiera responder a una reconstrucción de las cubiertas de esta última. Así, mientras los dos más occidentales reciben bóvedas de cañón ligeramente apuntado –de las cuales sólo la primera es original– reforzadas por un fajón sencillo, el tramo que antecede al presbiterio, que soporta una estructura torreada, se cubre a mayor altura, recibiendo además un sistema distinto de abovedamiento.
Vista desde el suroeste
Planta, antes de la restauración

La actual bóveda esquifada que lo cubre es producto de la reciente restauración y viene a sustituir a la antigua, de idéntica morfología, destruida en la ruina del edificio de 1988. José Pérez Carmona consideraba está cubierta como original y destacaba su carácter de unicum dentro del románico burgalés, hecho hoy indemostrable al haberse perdido. Basándonos en el cuadrado perfecto que determinan los dos formeros doblados que delimitan el tramo, así como en analogías estructurales, podremos suponer, caso de haber sido rehecha la bóveda hoy perdida, bien una cubierta cupuliforme del tipo de las de San Pedro de Tejada, El Almiñé y Valdenoceda, bien una bóveda de crucería similar a la de la iglesia de Santa María de Siones, edificios todos ellos relativamente próximos a Soto y que destacan el tramo de nave inmediatamente anterior a la cabecera.
Sobre el referido tramo se eleva una torre de sección cuadrada que proporciona extradós a la bóveda esquifada. Adosada a ella y cargando sobre el arco de triunfo, se alzaba la espadaña –no restituida en la restauración aunque visible en fotografías antiguas–, que contaba con dos vanos para campanas ligeramente apuntados, realzados por una sencilla chambrana y remate apiñonado cobijando el campanil. Hemos de notar que el muro meridional de la torre no se entrega al paramento del presbiterio sino que es patente la discontinuidad entre ambos. Esta sorprenderte yuxtaposición de torre y espadaña parece fundamentarse en un cambio de planes en plena obra. Así, la hipótesis más plausible quiere que se proyectase una torre cuadrada, del tipo de las visibles en El Almiñé, Valdenoceda y San Pedro de Tejada, torre que no parece que llegase a concluirse, siendo sustituida a media altura por una espadaña que carga sobre el arco de triunfo –al estilo de las de Los Barrios de Bureba o San Pantaleón de Losa–, no preparado a tal efecto, por lo que debió ser reforzado en el siglo XVIII.
Muro hastial

Adosado al muro meridional de este tercer tramo se sitúa un cubo albergando la escalera de caracol que da acceso a la torre. Esta estructura no se entrega a la fábrica de la nave sino que se yuxtapone a su paramento. El seguimiento de las hiladas de sillares nos revela este extremo, además de advertirnos de una línea de discontinuidad en el lienzo comprendido entre el antecuerpo de la portada y el cubo.
Óculo

El óculo abierto en el hastial y una estrecha saetera en el muro meridional del primer tramo son las únicas fuentes de iluminación de la primitiva fábrica con las que cuenta la nave, no pudiendo precisarse las correspondientes al muro septentrional al haber sido suprimido éste con el añadido de una colateral.
La referida ventana se dispone en torno a un estrecho vano abocinado que repite interior y exteriormente la misma estructura, de tosco arco sin moldurar que descansa en sendas columnillas rematadas por capiteles, figurados los externos y vegetales los interiores.
Ventana de la nave
Capitel ventana de la nave
Capitel ventana de la nave

Un sencillo hastial con remate en piñón volado sobre la cubierta de la nave cierra ésta por el oeste, al estilo de las soluciones de El Almiñé y San Pedro de Tejada. En su parte alta se abre un óculo profusamente decorado, que constituye uno de los elementos arquitectónicos más significativos del edificio. El vano, compuesto de cuatro bloques, presenta forma tetralobulada, y aparece exornado por dos arquivoltas molduradas con sendos boceles rodeados, interior y exteriormente, por un festoneado de semibezantes, motivo que volveremos a encontrar decorando el arco de la ventana absidal. Una chambrana con decoración de dientes de sierra rodea el conjunto, que repite idéntica disposición al interior. La estructura del óculo se construye a partir de los cuatro círculos calados centrales; las molduras que los contornan toman como centro el de estos círculos, trazando sucesivos semicírculos secantes de un radio cada vez mayor. Las especie de arquivoltas cuadrilobuladas presentan un perfil rectangular moldurado con sendas mediascañas flanqueando el bocel central y sobre las mediascañas discurre la cinta festoneada antes referida. Al interior, la chambrana, tangente al intradós de la bóveda, aparece deteriorada en su lóbulo superior, fractura que pudiera corresponder a una hipotética restauración en época imprecisa del tramo de bóveda adyacente o bien simplemente a filtraciones de humedad. La presencia de óculos en las construcciones románicas de época avanzada es relativamente infrecuente en la Península Ibérica, excepción hecha de Galicia y lo zamorano. Pérez Carmona señala los ejemplos burgaleses de Escóbados de Abajo, San Quirce y San Vicentejo de Treviño, a los que podemos añadir los de Ahedo del Butrón y San Martín de Piérnigas, todos ellos, salvo el primero, de mucha menor entidad que este de Soto y presentando además morfologías bastante alejadas. El vano calado con un tetralóbulo responde pues a una tipología extraña al románico castellano, si exceptuamos el también burebano y tardío de San Martín de Piérnigas.
Volviendo al interior, da paso de la nave a la cabecera un restaurado arco de triunfo de medio punto, recrecido en fecha imprecisa, al igual que los pilares que lo sustentan, para soportar el peso de la espadaña. La presencia de molduras de perfil clásico parece confirmar este aserto.
La cabecera se compone de presbiterio rectángular, sobreelevado por dos peldaños respecto a la nave y cubierto con bóveda de cañón ligeramente apuntada –rehecha en la restauración como bóveda de cañón y ya dijimos que anómalamente más elevada que las bóvedas de la nave–, y ábside semicircular nuevamente sobreelevado por sendos peldaños respecto al presbiterio y cubierto con bóveda de horno generada por un arco igualmente apuntado. Dos impostas recorren internamente el tambor del ábside, ambas molduradas en bisel y la inferior decorada con taqueado; una señala el arranque de la bóveda y la otra corre bajo el alféizar de la ventana abierta en el eje de la nave. Las dos fueron deterioradas en el momento de la inclusión del retablo del XVII –que, hoy desmontado, se conserva en Navas de Bureba– y se continuaban a ambos lados del presbiterio. Restos del banco de fábrica sobre el que apoyaba el retablo, en el que se abren dos profundos silos, ocupan parte del interior del ábside.
El hemiciclo se eleva sobre un basamento de sillería de grandes bloques, zócalo que alcanza aproximadamente un tercio de la altura total del tambor. Como en otras partes del edificio y en varios ejemplos burebanos, junto a sillares de arenisca se observan otros de piedra toba muy deleznable, circunstancia ésta que, al perderse el enfoscado que la protegía, ha favorecido el deterioro de las estructuras en las que se integra.

Cabecera
Exteriormente, el tambor del ábside se articula en dos pisos separados por una imposta que corre bajo la ventana, del mismo tipo de las descritas en el interior, y tres lienzos delimitados por dos columnas adosadas en los codillos del tramo presbiteral, y dos haces de tres columnas, el doble de ancha la central, a ambos lados del eje axial. Estos haces de columnas, alzados sobre altos plintos, añaden a su función tectónica como contrafuertes un rol estético, animando el paramento externo del ábside y aumentando con los capiteles que las rematan la superficie apta para recibir decoración escultórica. Haces de tres columnas del tipo de los señalados e n Soto los encontramos en las iglesias burgalesas de Boada de Villadiego, Revillalcón y las cercanas de Los Barrios y Navas de Bureba, así como en los ejemplos aragoneses de San Miguel de Daroca y Santiago de Agüero. En Soto los capiteles alcanzan la cornisa integrándose en la línea de canes que la soportan.
La ventana absidal se desarrolla en torno a una estrecha saetera abocinada hacia el interior y flanqueada tanto interior como exteriormente por sendas columnas con capiteles animalísticos, arco de medio punto decorado con un grueso bocel y chambrana animada por una banda de semibezantes, que ya vimos decorando el óculo del hastial y que volvemos a encontrar con profusión en la cercana portada de Pino de Bureba. Los fustes de estas columnas de ventana son monolíticos y en la parte exterior sus basas no forman pareja sino que la derecha presenta perfil ático mientras que en la izquierda la escocia queda reducida a una estrecha acanaladura y el toro inferior alcanza un mayor desarrollo. Esta última tipología se repite en ambas basas interiores.
Ventana del ábside
 

Del estudio de los elementos e hiladas de sillería se deduce una misma campaña, claramente románica, en la construcción del hemiciclo y presbiterio. Los añadidos posteriores, principalmente derivados de la reciente restauración, no han desfigurado más que en lo estético su primitivo aspecto.
Rivaliza en importancia con la bella cabecera la portada del templo, abierta en un antecuerpo del muro meridional del segundo tramo de la nave. Su ubicación al sur responde a una característica común a un gran número de templos castellanos que buscan así proteger el acceso de los fríos vientos del norte, en nuestro caso y dada la proximidad de los Montes Obarenes, especialmente notables.

Portada
La portada de Soto concentra la mayor parte de la decoración escultórica del edificio así como un buen número de interrogantes sobre la cronología y fases decorativas del mismo. Desde un plano arquitectónico se presenta como portada abocinada con tres arquivoltas historiadas siguiendo el sentido longitudinal del arco, ligeramente apuntadas, sobre jambas en arista viva que acogen tres pares de columnas acodilladas de capiteles figurados. Dos placas esculpidas, siguiendo la línea decorativa de los capiteles, coronan las jambas de la puerta.
El vano se remata actualmente con un arco escarzano que determina un pseudotímpano en forma de media luna. Este arco se compone de cuatro dovelas de tamaños desiguales decoradas con bajorrelieves inscritos en medallones circulares. Las dovelas centrales recogen en su intradós la inscripción. Una quinta dovela, del mismo tipo de las anteriores, aparece encastrada sobre sus compañeras en el pseudotímpano. Las tres arquivoltas, sin bandas decorativas entre ellas, se protegen por una chambrana decorada con un motivo vegetal. De las columnas de la portada solamente los dos fustes exteriores de la parte izquierda y los dos internos de la derecha se mantienen in situ; uno de ellos es liso y los otros se decoran con trenzados, motivos de cestería y entrelazos, especialmente frecuentes en la zona norte de Burgos (Almendres, Bercedo, Colina de Losa, etc.), Álava (Estíbaliz, Urúnaga, Argandoña, Lopidana), Navarr a (Puente la Reina, Learza, etc.) y Aragón (Santa María de Uncastillo).
Los dos tambores del fuste interior de la parte izquierda se conservan en el pequeño depósito lapidario sito en la colateral de la iglesia; se trata de un fuste acanalado helicoidalmente cuyas estrías cambian de dirección a la mitad del tambor, mismo tipo de decoración que encontramos en la ventana absidal de Boada de Villadiego y en la portada de Bercedo. La basa de la desaparecida columna extrema del lado derecho, muy deteriorada, se conserva igualmente en la nave septentrional, mientras que el fuste de la columna exterior del lado derecho había desaparecido ya en 1959. Las basas, muy deterioradas, presentan perfil ático degenerado de toro inferior aplastado y se instalan sobre plintos. Al interior la portada se corresponde con uno de los grandes arcos que adelgazan los paramentos internos de la nave.
La impresión de cierto desorden en la disposición de los elementos de la portada se ve confirmada, en primer lugar, por el análisis del arco escarzano que enmarca el acceso. Efectivamente, las dovelas extremas del mismo no funcionan como auténticos salmeres, ya que no reposan sobre las impostas de la puerta sino que entre éstas y aquéllas hubo de incluirse un relleno de argamasa; además, las juntas entre las dovelas se realizan con dificultad, hecho que motivó la ruptura, creemos que intencionada, de la pieza extrema de la derecha para completar el arco, dejando fuera del mismo la referida quinta dovela, empotrada en el pseudotímpano y que forma conjunto con las anteriores. Todo ello nos parece indicio suficientemente claro como para considerar este arco como una readaptación moderna, solidaria de la puerta del siglo XVIII que observamos en la actualidad, en cuyo tímpano de madera aparece grabada la siguiente inscripción: IHS Mº / SAIN(t) A(n)DREA AÑO 1749, siendo dudosa la lectura de la última cifra, que pudiera ser un “2”. Por ello, y realizadas las mediciones comprobatorias oportunas, creemos que las cinco dovelas citadas conformaban el arco original de la portada que, por otro lado, se concibió sin tímpano. Efectivamente, la suma de las cuerdas externas –extradoses– de las dovelas nos revela una longitud solidaria a la del intradós de la primera arquivolta, con un margen de error aceptable que tiene en cuenta una media de cuatro milímetros para las juntas entre las piezas. La fractura de dos de las dovelas en la readaptación del arco nos ha obligado a realizar ajustes en sus medidas, basándonos en las de las tres piezas intactas. De ello resulta que a una longitud de 291 cm proporcionada por el intradós de la primera arquivolta se sigue una cuerda externa del arco de ingreso de aproximadamente 287,25 cm, con un margen de error despreciable. Coincide esta opinión con la expresada por el arquitecto encargado de la rehabilitación del edificio, el cual ofrece en los anexos de la memoria de restauración una restitución del estado original de la portada, aunque diferimos en el orden de colocación de las dovelas, pues el propuesto dejaría la inscripción en una posición que dificultaría enormemente su lectura.
Un esquema decorativo similar lo encontramos en las fachadas de las cercanas iglesias de Miñón y Almendres, en las que el arco recibe igualmente una decoración inscrita en medallones circulares. Quizá la portada de Bercedo ofreciese en origen un aspecto similar, pero aquí el arco ha sido sustituido por otro moderno y liso.
El desorden en la disposición de las dovelas y la presencia de dos estilos bien diferenciados nos podría hacer pensar en dos campañas escultóricas en la portada. Sin embargo, un análisis detenido revela una gran homogeneidad en la estereotomía de los sillares y dovelas que la componen. Además, la perfecta ligazón entre los paramentos internos y externos del tramo de la nave en relación a sus vecinos, salvo la ya citada intervención en el lienzo entre la portada y el cubo de acceso a la torre, nos obligan a ser prudentes y considerar la posibilidad de una misma campaña constructiva y quizá decorativa para el edificio como la hipótesis más probable, siendo la presencia de un motivo tan característico como los dents de loup o semibezantes decorando la ventana absidal y el óculo del hastial un argumento más para apoyar esta afirmación.
La estructura románica del edificio ha sufrido reiteradas alteraciones que han variado y enmascarado en parte su aspecto original. En fecha imprecisa, probablemente en torno a la primera mitad del XVI, se añadió a la nave románica una colateral situada al norte, de menor longitud, compuesta de tres tramos cubiertos con dos bóvedas de crucería y acceso independiente, posiblemente algo posterior, abierto en el muro occidental. Todo apunta a un fin funerario de este espacio, que solapa parcialmente el ábside románico, financiado por los Fernández de Velasco, familiares de los poderosos condestables de Castilla. Los dos tramos occidentales de esta nave se cubrían con una sola bóveda. Para comunicar ambas naves se abrieron tres arcos apuntados en el muro septentrional de la iglesia del siglo XII. Asimismo, se añadió un coro alto de madera en el tramo occidental de la nave románica, con acceso exterior mediante arco carpanel –que corta arbitrariamente uno de los formeros ciegos de la nave– con una molduración en su rosca y jambas similares a la de la puerta occidental de la nave gótica y a la de acceso a la sacristía. Trazas de la viga del coro se advierten horadando la semicolumna del pilar. El añadido de una sacristía, adosada al sur del presbiterio, y el sepulcro conservado en el interior del templo finalizan las intervenciones que podemos atribuir a la época bajomedieval. La primera, levantada en mampostería y cubierta con bóveda de terceletes, presenta planta rectangular y acceso desde el interior mediante un vano rematado por arco conopial y las referidas molduras propias del gótico tardío. Los trabajos realizados supusieron notables transformaciones en el lienzo meridional del presbiterio, que se traducen en el caótico aspecto que hoy presenta su aparejo, con inclusión de mampostería en la zona media del muro.
Al siglo XVIII podemos atribuir una serie de trabajos efectuados en distintos puntos del edificio. Por lo que respecta a la nave románica las reformas consistieron en un recrecimiento de los soportes que anteceden al presbiterio –a los que se dota de molduras clásicas– con el fin de reforzar los apoyos de la espadaña, quedando configurados como sencillos pilares adosados lisos, carentes de la semicolumna que aparece en el frente del resto de los de la nave.
El arco de triunfo y la bóveda esquifada que cubre el tramo que soporta la torre quizá sean también fruto de esta actuación. Esta opinión contrasta con la de Pérez Carmona, para quien tanto la torre, el cubo con la escalera de caracol como la bóveda esquifada pertenecían a época románica. En opinión del arquitecto responsable de la restauración, Miguel Ángel de la Iglesia, se trataría más de una bóveda de rincón de claustro que de una auténtica esquifada. Tanto el arco de triunfo como la bóveda han sido reconstruidos en la reciente restauración del templo.
El refuerzo de estructuras en el siglo XVIII es también visible en la nave gótica, consistiendo aquí en la adición de un pilar moldurado y en el doblamiento del arco que separaba los dos tramos. Se añadió asimismo un tramo suplementario al oeste, prolongando la colateral hasta la altura del hastial románico. Esta estructura, en mampostería, presenta planta trapezoidal y condena una de las ventanas de esta nave. El acceso se realiza desde el exterior a través de un vano rematado por un sencillo arco de medio punto sin moldurar. Su función, además de albergar la escalera de acceso al coro alto, parece haber sido la de trastero, aunque se le han supuesto también funciones de baptisterio y cilla. En este mismo momento se dota al templo de un pórtico de madera protegiendo la portada, no conservado, pero del que quedan trazas en el paramento externo del muro meridional, así como en el murete bajo que prolonga la línea del hastial hacia el sur, único vestigio del original, visible en fotografías anteriores a la ruina, rematado en talud y que alcanzaba casi la altura del arranque del piñón del hastial.
Adosado al paramento meridional del tramo que antecede al presbiterio y no solidario respecto a él, se levanta un cubo, con acceso desde el interior, que alberga la escalera de caracol de acceso al campanario. Su aparejo en sillería de bloques regulares de arenisca con una junta entre los sillares de mayor grosor que la observada en las partes románicas nos acerca esta estructura al tipo de muro utilizado en la colateral gótica. No obstante, su tosco acceso interno, arbitrariamente abierto en el paramento románico y carente de decoración, así como su no solidaridad con respecto a la sacristía sitúan su construcción en una campaña distinta a la tardogótica referida. Las trazas visibles de un vano cegado por esta estructura, desestiman su erección en una primera campaña románica del edificio. El acceso a la escalera se realizaba, hasta la ruina del edificio, por una puerta abierta al exterior.
En una situación similar de imprecisión se encuentra el vano, hoy cegado, que se abría sobre la puerta de la sacristía. Mayor importancia para nuestro estudio tiene la intervención en la portada, que supuso el remontaje del arco de acceso y probablemente de parte de las dovelas de las arquivoltas. El primitivo arco, que podemos suponer levemente apuntado, se transformó en el escarzano y rebajado que actualmente cierra el vano, delimitando un tímpano en forma de media luna. La puerta aparece datada por una inscripción en el año 1749 y así, aunque no podamos establecer un determinismo entre la reforma del arco y la puerta, sí podemos afirmar que tal reforma es contemporánea o anterior a ésta.
La escultura monumental de la iglesia de Soto de Bureba, que se concentra en el exterior –cabecera, portada y vanos–, alcanza unos niveles de riqueza, plástica e iconográfica, ciertamente sorprendentes en relación con el austero interior y la sobriedad arquitectónica descrita.
Tres capiteles por cada lado coronan las columnas acodilladas de la portada, mientras que una serie de tres placas esculpidas con relieves animalísticos adornan las jambas del arco, interior y exteriormente en la parte derecha y únicamente al exterior en la izquierda. Los capiteles del lado izquierdo muestran la siguiente iconografía: el interior, bastante deteriorado, presenta un mascarón monstruoso flanqueado por dos arpías opuestas por la cola; le sigue, en el central, un cuadrúpedo alado, especie de equino, de cola erguida y orejas puntiagudas y, a su derecha, un mascarón humano. A su izquierda vemos un capitel vegetal –muy similar a uno de la portada de Bercedo – con tres filas de hojas planas que acogen piñas en sus puntas, hojas ligeramente dobladas y resueltas en caulículos en el caso de las de los vértices; en el centro de cada frente aparecen sendos mascarones humanos del tipo visto en la cesta anterior y en la derecha de la ventana meridional.
En la parte superior de la jamba izquierda del arco, un relieve tallado en reserva muestra una sirena - pájaro masculina de melena suelta, bigote y alas explayadas, con cola rematada por un motivo vegetal. El cimacio corrido que discurre sobre los capiteles de este lado izquierdo se decora con un tallo vegetal ondulado que acoge pequeñas hojas nervadas y piñas; el tallo brota de un mascarón de rasgos demoníacos –cabellos llameantes y orejas puntiagudas– situado en el ángulo de la jamba del arco, atacado por una serpiente alada que, en el intradós de la jamba, le muerde la oreja.
La jamba derecha del arco muestra dos placas esculpidas del mismo tipo de la ya vista. La del intradós se decora con una pareja de aves de cuellos entrelazados, garras erguidas, alas replegadas y colas rematadas por un motivo vegetal. El relieve del exterior de la portada presenta una pareja de sirenas de torso humano desnudo y colas de pez entrelazadas, marcándose la transición entre sus partes humanas y animales por una especie de cinturón. La sirena izquierda es masculina y toca un olifante con su mano izquierda, mientras que con la derecha se apresta a recoger el pez que le ofrece su compañera; ésta, de larga melena, sostiene un segundo pescado. Parece claro que el mensaje es de prevención ante la tentación del vicio de la lujuria.
En los capiteles del lado derecho el escultor vuelve a adoptar un eje de simetría axial en torno al cual afronta motivos diversos. En el capitel interior, el eje aparece ocupado por un busto humano de rostro masculino tocado con una especie de bonete cilíndrico adornado con una banda de contario. A ambos lados se oponen sendos animales, una arpía a la izquierda y un cuadrúpedo de rasgos felinos a la derecha, que entrelazan sus colas bajo la máscara. Esta tipología de capitel la encontramos, con ligeras variantes, en las portadas de Almendres y Bercedo. En el capitel central, una pareja de serpientes aladas afrontadas se disponen bajo sendas hojas lisas rematadas por caulículos, iconografía repetida fielmente en un capitel de la portada de Bercedo. El desgaste sufrido por el capitel exterior ha borrado prácticamente todo su relieve, apenas distinguiéndose en la parte derecha de la cesta una figura humana reclinada y con el brazo izquierdo retrotraído en actitud de clavar un objeto hoy perdido a un hipotético oponente. Como en la parte izquierda de la portada, decora la imposta un friso decorado con tallos perlados, ondulantes y retorcidos, que surgen de un mascarón monstruoso y acogen brotes y hojitas; un diseño similar, en idéntico marco, lo encontramos en la portada de Almendres, así como en la segunda arquivolta de la portada sur del hastial de la basílica alavesa de Nuestra Señora de Estíbaliz.
Ya vimos cómo la parte superior de la portada había sufrido importantes alteraciones que supusieron el remontaje del arco y muy probablemente de parte de las dovelas de las arquivoltas. Ello explica ciertas fracturas no justificadas por un desgaste normal de la piedra, que afectan a zonas interiores de las dovelas, así como el desorden en la disposición de algunas de ellas.
El remontado arco de la puerta se compone de cinco dovelas decoradas con una serie de clípeos que acogen representaciones humanas y animales en un bajorrelieve tallado en reserva. La primera dovela presenta tres clípeos en los que se desarrolla un único motivo: una gran serpiente enroscada que engulle a un personajillo del que son aún visibles la cabeza y parte del torso y brazo derecho. El mismo motivo se repite, en idéntico emplazamiento, en la portada de Almendres, ocupando aquí el monstruo dos clípeos.
En la segunda dovela, dos aves curvan sus cuerpos adaptándose a la forma circular de sus respectivos marcos, motivo que volvemos a encontrar en Almendres y, con ciertas variantes, también en la portada de Miñón.
La siguiente dovela acoge dos clípeos: en el izquierdo un personaje representado en posición frontal, sentado y vestido con capa y túnica bajo la que se aprecian sus diminutos pies, sostiene en su mano izquierda un mascarón monstruoso, a su lado aparece un león rampante cuya cola pasa entre sus piernas y remonta sobre el lomo, motivo que se recoge también en Almendres, aunque allí el león es sustituido por un grifo. La pieza desplazada muestra en sus dos clípeos un ave de cuerpo incurvado rematado por un motivo vegetal, del tipo de las vistas en la segunda dovela, y una pareja de aves de largos cuellos entrelazados.


Medallones del arco interior
Medallones del arco interior
Medallones del arco interior
 
Medallones del arco interior
 
Medallones del arco interior

En la primera arquivolta –la interior–, donde las figuras están dispuestas en sentido longitudinal, se inicia la decoración con un pequeño león de fauces rugientes y cola rematada por un motivo acorazonado; a su lado vemos un pequeño cuadrúpedo barbado, especie de equino, con la inscripción “UNICORNIVM” que lo identifica.
Sobre él, apoyado en una repisa saliente, una representación masculina nimbada, barbada y de largos cabellos que caen sobre su espalda, alza su brazo izquierdo mostrando la palma abierta, en actitud de adoración, mientras que con su mano derecha –fracturada– señala al cordero que se sitúa en el centro de la arquivolta. El personaje, que ha sido interpretado como San Andrés y como San Juan Bautista, opinión esta última que compartimos, viste una larga túnica que se adapta a su cuerpo y deja ver sus pies desnudos. La representación del Agnus Dei ocupa el centro de la arquivolta, desarrollándose en dos dovelas unidas por una tosca y gruesa junta de argamasa. El tipo del cordero, con largos y voluminosos mechones, sosteniendo con su pata derecha doblada una cruz patada y portando un nimbo crucífero, responde a un tipo de iconografía derivada del Apocalipsis suficientemente conocido desde la época paleocristiana. A la derecha del Agnus Dei se sitúa una figura femenina con gesto de respeto y adoración hacia el Cordero, expresado mediante su brazo derecho alzado mostrando la palma de la mano abierta y el brazo izquierdo en similar actitud, pero pegado al costado y alzando la palma a la altura de la cintura. Como San Juan, la Virgen se apoya en una especie de repisa. Viste una larga y ceñida túnica escotada bajo la que surge el calzado puntiagudo con el que cubre sus pies. Un manto, que recoge en su antebrazo derecho, cuelga de sus hombros cayendo por la espalda. Aparece nimbada y porta barboquejo y corona, por lo que sorprende que Pérez Carmona la identificara con Isaías, poniendo en relación la iconografía con el tímpano de Armentia, pues parece claro que se trata de la figura de la Virgen. Nos encontramos así ante el grupo trinitario básico de la Deesis bizantina, tema infrecuente en el arte occidental, donde el Precursor suele ceder su lugar a San Juan Evangelista, y ello en representaciones del Calvario y Juicio Final. El grupo formado por el Bautista, el Cordero y María de la portada de Soto de Bureba, bien que no responda a un modelo de uso corriente, se relaciona, desde el punto de vista iconográfico, con una amplia serie de obras de la plástica hispana de finales del siglo XII del ámbito castellano y navarro, obras que tienen por denominador común la exaltación de la divinidad-majestad con referencias y matices distintos en cada caso. Citaremos así las Majestades trinitarias, como culmen de un rico y completo programa en la fachada de Santo Domingo de Soria, bajo la apariencia de la visión de San Juan y centrando una figuración del Juicio Final en San Miguel de Estella, así como en San Nicolás de Tudela; las Maiestas Domini de Moradillo, Santiago de Carrión, la Magdalena de Tudela, etc. Con gran frecuencia estas teofanías incluyen a ambos lados del grupo central sendos personajes, cuya identificación resulta en ocasiones dudosa, pero que en cualquier caso testimonian o participan de la visión central. El ejemplo más próximo al nuestro lo representa el tímpano reutilizado en el muro sur de la iglesia alavesa de San Andrés de Armentia. En este contexto, debemos interpretar la escena como una exaltación del sacrificio del Cordero-Cristo, víctima inocente, y al mismo tiempo símbolo del poder de Dios. La revelación de la divinidad bajo una tal apariencia es sancionada por la presencia del Bautista, “testigo-precursor” y de María, “testigo-actor” en tanto que madre de Cristo y testigo de su Pasión y de su Gloria y así, el esquema de la teofanía visto en Soria, Tudela o Estella se encuentra aquí representado con un contenido iconográfico similar al de Armentia o Aguilar de Codes. Faltan en nuestro caso las alusiones al dogma de la Trinidad, una de las particularidades más reseñables de la iconografía hispana de fines de la décima centuria, presente en buen número de los casos señalados. Bajo la figura de María se representa un dragón alado de cuya boca surgen dos tallos rematados por sendas hojas nervadas, resolviéndose su cola con un motivo vegetal del mismo tipo. Finalizando la arquivolta aparece la figura de una cabeza de serpiente de afilados dientes que devora un pequeño cuadrúpedo.





En la segunda arquivolta se combinan representaciones en sentido longitudinal con algunas radiales. Un pequeño lazo en forma de ocho albergando dos estrellas de seis puntas inicia la decoración. Sobre él, en sendas dovelas el escultor talló dos iniciales, una “H” y una “B”. La representación de letras sin intención de componer un texto es infrecuente en la escultura románica y su emplazamiento en la portada de Soto de Bureba parece responder a un deseo de plasmar en piedra el decorativismo de la inicial miniada, no siendo éste el único rasgo que los escultores de Soto tomaron prestado del arte de la miniatura. Una representación demoníaca continúa la línea del arco, bajo la apariencia de un ser antropomorfo desnudo, de cuerpo cubierto por líneas de escamas, arrodillado y las manos atadas a la espalda con una fuerte contorsión del tronco. Su rostro es humano, pero de rasgos grotescos y de su estrecha frente surgen cabellos llameantes. Una serie de figuras animales continúan la decoración, a saber: un cuadrúpedo, posiblemente un zorro de larga cola, devorando un gallo, un prótomo de mamífero –quizá un jabalí– y un trasgo alado de cuerpo de reptil, garras de ave y rostro maléfico. Aproximadamente en el centro de la arquivolta aparece representada una figura femenina de cuerpo entero –vestida con brial y corpiño– que apoya su mano izquierda sobre su talle, siendo bien visible la amplísima manga de su vestido, mientras con su diestra muestra al espectador un cinturón de paño; su larga melena cae sobre sus hombros, no siendo posible advertir los detalles del rostro debido a la usura de la piedra. Presenta sorprendentes similitudes con las figuras de las vírgenes necias y las prudentes de sendos capiteles de la girola de Santo Domingo de la Calzada. A su derecha se emplaza un acanto de punta doblada acogiendo una piña –probablemente desplazado de la arquivolta externa– e inmediatamente después la representación de un guerrero protegido por una cota de malla bajo la cual se advierten los plisados de su túnica.
El soldado embraza un escudo “de cometa” y alza el brazo derecho blandiendo una lanza, perdida por la fractura de la dovela. El objeto de su ataque –un dragón alado, de cuerpo cubierto de escamas y larga cola enroscada– no se encuentra como cabría esperar a sus pies, sino desplazado hacia abajo, con la interposición entre ambos de una arpía de rostro de efebo, frontal y con las alas extendidas. Este disgregado combate podría ser interpretado como San Miguel alanceando al demonio, motivo derivado del combate celeste descrito en Ap 12, 7-12 que simboliza la victoria de las fuerzas del bien y la expulsión del “dragón grande, la antigua serpiente” sobre la tierra. No obstante, la ausencia de rasgos angélicos en el soldado nos lleva a buscar el sentido de la escena en un plano más general. A este respecto, la descripción de la milicia cristiana recogida en el texto de San Pablo en su epístola a los Efesios 6, 10-24 nos aporta la perspectiva necesaria para una correcta interpretación. Efectivamente la escena representada en la arquivolta de Soto, bajo la luz del texto de Pablo, se nos presenta como un reflejo del combate simbólico de la virtud cristiana contra las fuerzas del mal, recogiendo así de un modo sintético la idea desarrollada en extenso en el ciclo de la Psicomaquia o combate entre vicios y virtudes que, partiendo del texto bíblico citado, se materializará a principios del siglo V en la obra de Prudencio. El tema gozó de un enorme éxito durante toda la Edad Media ilustrándose profusamente tanto en las artes del color como en la escultura. Pero a esta lectura histórica debe sucederle otra simbólica, pues la primera no explicaría satisfactoriamente la ubicación en lugares destacados de un templo de una iconografía de este tipo. De un modo general, el combate de caballeros se interpreta como la lucha del soldado de Cristo –el miles christianus– contra el mal, éste no ya encarnado en un animal simbólico o fantástico sino en un semejante.
Así entendido, el combate físico se asocia a un combate espiritual, en el que el enemigo es el pecado o muerte del espíritu. Dos motivos de entrelazos vegetales y hojas nervadas y dobladas, meros juegos de simetría vegetal bastante deteriorados y que encuentran su copia literal en la portada de Almendres, finalizan la decoración del arco.




La tercera arquivolta se inicia con la gran figura de un hombre encadenado que ocupa las tres primeras dovelas de la parte izquierda. El personaje, cuyos pies se han perdido, presenta una larga melena acaracolada, aparece barbado, y viste una rica túnica ornada con bordados en el escote, mangas y rebordes, bajo la que se aprecia el plisado de su falda. Una gruesa argolla rodea su cuello y de ella parte una pesada cadena de gruesos eslabones, que el personaje ase con ambas manos sobre su pecho, descendiendo hasta sus tobillos, igualmente aprisionados por sendas argollas.





Parece hacer pareja con la figura femenina, de una talla algo menor que su compañero, igualmente ataviada con una rica túnica aunque no encadenada, que aparece en el otro extremo del arco. Su actitud es de sorpresa o temor, con una mano sobre el vientre y apoyando la otra en el mentón. La presencia de personajes encadenados en un contexto similar es relativamente frecuente, así en Bercedo, Almendres, Vallejo de Mena y el parteluz –hoy en Barcelona– de Tubilla del Agua. Sobre la interpretación de la escena se ha aludido a la representación de prisionero s musulmanes, en relación con el relieve silense, de un esclavo (aunque las ricas vestiduras de los personajes parecen invalidar esta hipótesis), en un plano más simbólico al pecador preso de sus vicios (Palma) o incluso el demonio encadenado por la virtud (Pérez Carmona).
Un prótomo de grifo o ave rapaz, una arpía encapuchada con cola de gallo, en posición lateral, y un pez continúan en sentido longitudinal la línea de la arquivolta. El centro de la misma lo ocupan tres acantos del tipo de los de Santiago de Agüero y el deambulatorio de Santo Domingo de la Calzada, compañeros del desplazado a la segunda arquivolta, seguidos de un pequeño monstruo con cabeza felina de orejas puntiagudas, cuerpo de reptil, patas de ave y cola de pez. Tras él asistimos a una enigmática escena en la que tres personajes establecen un diálogo de gestos cuyo sentido se nos escapa. Los dos extremos se dirigen hacia la figura central, mujer tocada con una especie de turbante, ricas vestiduras y un expresivo rictus de difícil interpretación. El personaje masculino de la izquierda de voluminosa cabeza aún más evidente por la desproporción expresiva que se le aplica, muestra la frente surcada por las arrugas y una incipiente calvicie, atributo de sabiduría, mientras que la expresión de su boca parece indicar el uso de la palabra; luce barba corta y bigote y está ricamente ataviado, manifestando rasgos próximos a los de algunas figuras de la cabecera de la seo calceatense. El personajillo de la derecha, de un canon deliberadamente inferior, porta un tosco sayón y cubre su cabeza con una puntiaguda capucha, carácter de rusticus que se suma a una serie de desproporciones que lo acercan a la figura del enano deforme. El gesto de su brazo izquierdo, pegado al pecho y mostrando el puño, responde a una clara intención expresiva, difícil de precisar, pero en cualquier caso negativa, ya sea signo de rechazo, incredulidad, cólera, discordia, burla, etc. ¿Qué relación une a los tres personajes?.
Indudablemente entre ellos se establece un diálogo cerrado, a imagen de la misma composición simétrica en la que se integran. Las ricas vestiduras y serena expresión de los dos personajes de la izquierda nos indican su alto rango, del mismo modo que el gesto del brazo, el atuendo, el rostro burlón y la deformidad de la figura de la derecha son indicios de su baja estirpe, con connotaciones grotescas. La ausencia de detalles definitorios impide, sin embargo, precisar el significado exacto de la escena, tal como ocurre con otras escenas de Santa María de Uncastillo, Siones, Lara de los Infantes, etc. Pérez Carmona afirmaba que “bien pudiera representar la tentación”, aunque quizá el misterio de su lectura no haga sino añadir atractivo a la escena. Un espléndido basilisco de cola rematada por cabecita monstruosa –que mezcla así su naturaleza con la de la anfisbena– y la ya citada representación femenina que hace pareja con el encadenado finalizan el campo de la arquivolta. La chambrana que corona el conjunto de las arquivoltas se decora con un friso de tallos ondulantes que acogen hojas nervadas y rizadas.
Cuatro capiteles de bella factura ornan interior y exteriormente la ventana del ábside. El izquierdo del exterior muestra una pareja de dragones alados afrontados ocupando cada uno una cara de la cesta y separados por un tallo que, a media altura, se divide en tres ramas; la central se remata por un brote de hojas vueltas y caladas y las dos laterales pasan entre las alas y el cuerpo de las bestias para dar lugar a sendas hojas lisas trilobuladas. Los dragones presentan una especie de capucha que cubre el cuello y cae en pliegues paralelos sobre el pecho.
Capitel ventana del ábside
Capitel ventana del ábside

Las alas, extendidas hacia atrás, surgen del cuerpo escamoso del animal sobre sus patas de cabra. Una larga cola con sucesivas filas de ventosas, del mismo tipo de las vistas en uno de los dragones de la portada, se enrosca en una de las patas y cae sobre el astrágalo. En el capitel parejo se representan dos arpías de rostro humano, tocadas con una especie de bonete o corona y luciendo en el cuello sendos paños con pliegues en tubo de órgano que caen sobre sus pechos. Sus cabezas ocupan el centro de la parte cóncava del ábaco y se separan por el cuerno de éste, bajo el cual se cobija, a modo de caulículo, un crochet. Las arpías presentan las alas replegadas y su cuerpo escamoso se remata, al igual que sus patas por gruesos tallos enroscados calados con puntos de trépano. En la parte inferior del capitel estos tallos producen un rítmico efecto de curvas y contracurvas y dos de ellos pasan sobre los flancos de los híbridos, dando lugar a sendas hojas rematadas por flordelisados en la parte derecha del capitel y por un crochet en la izquierda. Ambos cimacios se decoran con un motivo vegetal de tallos ondulantes que albergan hojas nervadas de bordes vueltos y calados con trépano, tallos que en el segundo caso nacen de las colas de dos pequeñas arpías encapuchadas que se afrontan en la esquina.
Una gruesa capa de revoco y pintura dificulta la lectura de los capiteles interiores de la ventana, ocultando gran parte de los detalles. En el izquierdo vemos una pareja de cuadrúpedos afrontados, el izquierdo un grifo, alado y con cabeza de ave. Sobre el capitel derecho, un centauro-sagitario avanza y dispara una flecha contra un ciervo que se encuentra frente a él. Ambos cimacios presentan la consabida decoración de tallos ondulantes albergando hojas.
En la ventana meridional del primer tramo de la nave rematan las columnas dos parejas de capiteles, los del interior vegetales formados por tres hojas lisas, las centrales rematadas por caulículos y acogiendo frutos en sus puntas. Los capiteles del exterior presentan motivos animalísticos. En el izquierdo, sobre un fondo vegetal de hojas planas resueltas en caulículos, una pareja de aves se oponen por sus colas y cabezas y apoyan sus patas en los bordes de la cesta; entre ambos dejan un espacio elíptico que se rellena con un motivo geométrico de volutas, recurrente composición que vemos por ejemplo en un descontextualizado capitel de ángulo hoy en el claustro de la catedral de Burgos.
En el capitel derecho un tosco león en posición heráldica, con cola erguida de punta acorazonada, cabeza redonda y orejas puntiagudas, vuelve su cuello, decorado con incisiones oblicuas, hacia el espectador. En la parte izquierda de la cesta vemos un pequeño mascarón humano. El tipo de representación del león, así como su actitud, encuentra paralelos directos en sendos capiteles de las portadas de Almendres y Bercedo. Frente a la sencilla molduración del resto de cimacios de esta ventana, el correspondiente al último capitel descrito se decora profusamente con un friso de pequeñas serpientes enroscadas en frutos –especie de granadas– que se muerden unas a otras.

Comenzamos el análisis de los capiteles que se sitúan bajo la cornisa del ábside siguiendo un orden de sur a norte. El primer capitel, que remata la columna del codillo del presbiterio, ofrece en sus dos caras visibles, respectivamente una arpía de rostro humano y paño anudado en el cuello –del tipo recurrente en el tardorrománico castellano y navarro– cuya cola se prolonga en un tallo vegetal enroscado en su cuerpo y rematado en hojas trilobuladas entre sus patas, detrás de su cabeza y ante ella. En la cara oriental del capitel se desarrolla el combate entre un guerrero a pie y un dragón alado, de larga cola que pasa tras las piernas de su oponente y se alza enroscándose en su vientre. El soldado protege su cuerpo con una vestimenta guerrera ligera revestida de mallas redondas que le protege el torso, los brazos, baja hasta las rodillas y se prolonga en una especie de capuchón que cubre la cabeza, dejando descubiertos los ojos y la nariz (el haubergon francés). Se arma con una espada corta que blande contra el monstruo en su diestra mientras que con su mano izquierda tira de las barbas del dragón, como sujetándole para asestarle el golpe definitivo.



El segundo capitel, correspondiente a la columna izquierda del primer haz del tambor, se decora con sendas sirenas-pájaro afrontadas sobre un fondo de crochets, de similares características a la antes vista, salvo la ausencia del paño alrededor del cuello, una mayor torpeza en el tratamiento del tallo vegetal que brota de su cola y la utilización del trépano para destacar las comisuras de los labios. En la cesta central del haz, la decoración se dispone a modo de friso corrido: en la cara oriental aparece la escena principal, ligeramente descentrada hacia la izquierda, con el combate de dos infantes, armados con sendas espadas cortas y escudos de cometa. El avanzado deterioro del relieve ha significado la pérdida de numerosos detalles de la indumentaria de los personajes. El guerrero de la izquierda embraza el escudo con la izquierda y avanza el brazo derecho –con el que sujeta la espada– y su pierna izquierda, mientras que retira su tronco con una torsión de la cadera intentando evitar el arma de su contrincante. Difícilmente se aprecian los re s t o s de la cota de malla que protege su cabeza. Su oponente, que embraza el escudo con su izquierda, avanza su pierna derecha. A la izquierda de esta escena de combate, ocupando la cara sur y el ángulo del capitel, aparecen representadas dos rapaces afrontadas de alas explayadas. Su identificación como águilas no ofrece dudas en el caso de la izquierda. La derecha, sin embargo, presenta una cola de reptil que se e n rosca sobre su ala izquierda, único aspecto en el que difiere de su compañera. Sobre el lateral norte del capitel se presenta un cuadrúpedo con sus cuartos traseros en tierra y la cabeza erguida en la actitud vigilante propia de un cánido. La correa que rodea su cuello parece apoyar esta interpretación, que no podemos precisar debido al deterioro de la cabeza del animal. En el capitel norte del mismo haz, la usura del relieve y la escasa claridad compositiva dificultan el análisis de su iconografía, distinguiéndose con meridiana claridad un cuadrúpedo, probablemente un felino, que devora a otro animal, quizá un équido, al que mantiene bajo sus patas mientras le muerde en el cuello. El caballo se presenta con el lomo en el suelo y alzando las patas. Sobre su flanco se advierte un objeto rectangular que, si aceptamos la interpretación avanzada, podría corresponder a un tapiz de m o n t a r, del tipo de los que presentan las monturas del capitel vecino. En cuanto al animal atacante, destacar su largo cuello, su cráneo aplastado y las poderosas fauces, abiertas mostrando unos afilados caninos que clava en el lomo de su víctima.
En el capitel izquierdo del triple haz septentrional, a la derecha de la ventana absidal, aparece representada sobre fondo vegetal una sirena-pájaro de cola de reptil afrontada a un águila de alas explayadas. La sirena-pájaro presenta rostro masculino, prominente nariz frente estrecha y cabellos lisos que se rematan por un pequeño bucle a la altura de la mandíbula. Luce el paño anudado al cuello cayendo en pliegues paralelos sobre el pecho y su cuerpo se remata por una larga cola, troncada por una fractura del capitel, que se incurva y pasa entre las patas del animal. Todo él aparece recorrido por líneas ondulantes a modo de escamas. Sus alas, replegadas hacia arriba, poseen una articulación del plumaje similar a la ya vista en los ejemplos estudiados; sin embargo, estas alas no nacen del flanco sino que surgen de una especie de triple anillo sobre las patas. El águila, por su parte, presenta una fina decoración de plumaje en todo su cuerpo, las alas replegadas hacia atrás y un anillo perlado que enmarca la parte superior de su pata izquierda. Este motivo del anillo marcando la transición entre las patas y el ala lo encontramos representado únicamente en los capiteles de este haz septentrional, siendo común a otros edificios como Hormaza, Bercedo, etc.
El capitel central del haz muestra una disposición de figuras semejante a la del tercero: en el frente se desarrolla el combate de dos jinetes, el situado a la derecha ocupa la cara corta norte de la cesta, mientras que en la sur aparece una sirena-pájaro, híbrido de rostro, brazos y torso humano, alado, con patas y cola de ave y en el que la transición entre sus dos naturalezas, que se produce a la altura de la cadera, se marca por un doble anillo. Los cabellos retirados hacia atrás en una especie de media melena, las profundas incisiones que delimitan los ojos y la boca, el rictus expresivo, los brazos doblados apoyando las manos sobre el vientre y los diminutos pechos apenas reconocibles nos permiten reconocer su naturaleza femenina y el carácter expresivo de la representación, frente al hieratismo de las arpías anteriormente descritas. El deterioro de la parte inferior del capitel no permite determinar la forma de sus garras, que asemejan más a patas de cuadrúpedo que a auténticas patas de ave. En el frente del capitel se desarrolla el combate de dos jinetes. Ambas monturas presentan características similares: larga cola trenzada, tapices de montar –decorados con incisiones de trépano– que se atan con una doble cinta bajo el vientre del caballo, bridas que ambos jinetes sujetan con la mano derecha y los cuartos delanteros avanzados, actitud típica de la montura en el momento de consumarse el ataque. El caballero de la izquierda sujeta la lanza y las bridas con la derecha mientras que avanza ligeramente su torso y su pierna derecha, cuyo pie se instala decididamente en el estribo, espoleando a su montura. Este jinete protege su rostro con cota de malla y la cabeza con un yelmo semiesférico que sujeta bajo su mentón. Con su brazo izquierdo parece embrazar un escudo con el que repele la lanza de su oponente, el cual aparece con la cabeza descubierta y la melena cayendo sobre su espalda, con un escudo de cometa en su izquierda, sobre el cual viene a estrellarse el arma de su contrincante. Como él, combate con una larga lanza, que sujeta con su derecha. En el capitel de columna sencilla, ligeramente desplazado de su primitivo emplazamiento por la reciente restauración, se representa un extraño cuadrúpedo de larga cola que pasa entre sus cuartos traseros y vuelve sobre su lomo, cuyo largo cuello se remata por una cabeza humana bicéfala, lo que le convierte en una especie de centauro. Frente a él, en la otra cara, un grifo en posición heráldica alza su pata derecha, que apoya sobre el lomo del centauro de doble rostro. La representación del grifo responde a la iconografía tradicional de este híbrido: cuadrúpedo alado de cuerpo de león, busto y garras de águila. Su cabeza presenta grandes ojos globulosos, pico puntiagudo y barba bajo él, cejas prominentes y plumaje cubriendo el lomo y la pechuga. Las alas, extendidas hacia atrás, surgen de un anillo perlado que corona su pata visible.
Por último, corona la columna del codillo septentrional del ábside un capitel que ha sido emplazado en la reciente restauración. Su tamaño, desproporcionadamente pequeño en relación al diámetro del fuste que corona, así como la forma en la que la parte esculpida se integra en el sillar, nos hacen reconocer en él un capitel de ventana, que formaría pareja con otro del mismo tipo conservado hoy en el depósito lapidario de la iglesia. El que nos ocupa presenta una pareja de híbridos afrontados, con cuerpo de rapaz y colas de reptil entrelazadas y articuladas en bandas longitudinales con filas de ventosas.
Las sucesivas transformaciones y traumatismos que han afectado al edificio supusieron la pérdida de buen número de los modillones, sobre todo los correspondientes al muro septentrional de la nave y tramo recto del ábside, eliminados con el añadido de la colateral gótica. Asimismo, la ruina de 1988 significó el deterioro o desaparición de parte de los del muro sur. Únicamente los canes que soportan la cornisa de la cabecera han llegado hasta nosotros en buen estado de conservación. En total señalamos un número de 22 piezas originales in situ, de las cuales sólo media docena corresponden a la nave y antecuerpo de la portada. Seis se sitúan en el lienzo sur del presbiterio y el resto coronan el tambor del ábside, a razón de tres en las calles laterales y cuatro en la central. Sus dimensiones son 30 cm de altura, misma profundidad y 20 cm de ancho. Salvo dos con decoración de rollos, uno liso de tipo proa de nave y otro decorado con una ancha hoja de grueso nervio central acogiendo un cogollo en su punta, el resto presenta prótomos de animales, máscaras humanas masculinas y femeninas, algunas de rasgos grotescos o demoníacos, así como un cuadrúpedo, especie de felino, que vuelve su cabeza hacia el espectador.
Canecillo del ábside
 
Canecillo del ábside
 
Canecillo del ábside
Canecillo del ábside
 
Canecillo del ábside
 
Canecillos del ábside
 
Canecillos del ábside
 

Una placa esculpida, a modo de metopa, se integra en la línea de canes del ábside; en ella, pese al desgaste del relieve, observamos un personaje que alarga su brazo derecho hacia un arbusto cargado de frutos que se alza frente a él. Es la única pieza de este tipo que conserva el edificio y se ha hablado de una posible representación, mutilada, del Pecado Original.
Un grupo de piezas procedentes de la iglesia románica y desplazadas de su primitiva ubicación se conservan en el pequeño depósito lapidario situado en la colateral. De entre ellas destaca el capitel de ventana con la representación de Sansón desquijarando el león y tres hojas lisas de nervio marcado con puntas dobladas y rizadas. Probablemente formaría pareja –con el hoy desplazado a la cornisa absidal– en una de las ventanas románicas abiertas en el presbiterio o nave, a la que también deben corresponder los fustes lisos que se guardan en el mismo depósito lapidario, así como los cimacios. Se conservan igualmente los dos fragmentos de uno de los capiteles vegetales de la nave, decorado con carnosas hojas lisas de nervio central, lanceolada la central y resueltas en caulículos las laterales. Dos fragmentos de imposta ornada con cuatro filas de billetes, procedentes del interior del presbiterio, así como dos cimacios decorados con tallos ondulados y hojas rizadas, del mismo tipo de los que ornan la ventana absidal, engrosan el conjunto, que se completa con un tercer cimacio, decorado con un friso de acantos y palmetas, y cuatro modillones ornados con dos prótomos –de cáprido y cánido–, un busto humano muy deteriorado y un acanto de nervio central calado con puntos de trépano.
Pese a los peregrinos intentos de traducir los motivos anteriormente descritos como eslabones de un estructurado mensaje de contenido simbólico, ningún programa iconográfico coherente parece desprenderse del estudio de la escultura del edificio. Bien al contrario, tenemos la impresión de asistir a la representación de una serie de motivos y asociaciones de figuras extraídas de un libro de modelos, dando lugar a imágenes significantes en sí mismas y mediante asociaciones parciales, que se yuxtaponen sin integrarse en un discurso lógico, destacando la recurrencia a las escenas de combate, bien entre el hombre y bestias, bien entre jinetes, que tanto pueden considerarse como símbolos de la lucha entre el vicio y la virtud como meros ornamentos.
En lo estilístico, dos son las maneras representadas en la escultura del edificio. A la primera de ellas se deben los relieves de los capiteles de la nave, de la ventana meridional y portada así como la intervención en la zona inferior de las arquivoltas y chambrana que las circunda. El segundo estilo es el responsable del conjunto de capiteles y modillones de la cabecera, así como de las figuras centrales de las arquivoltas del portal y varias piezas sueltas conservadas en el interior del edificio. Pese a sus muy distintos recursos y fuentes que los nutren, ambos alcanzan en el portal meridional –la única zona donde coinciden– una cierta armonía estética, sin agresiones que alteren en lo esencial la contemplación del conjunto. Por otro lado, entre los dos talleres se establece un diálogo a nivel iconográfico y estilístico que pone en contacto no ya sólo sus expresiones concretas plasmadas en el edificio sino también las desarrolladas en otras obras con las que, individualmente, guardan relación.
Desde esta perspectiva, la escultura de Soto de Bureba se presenta como el punto de encuentro de dos tradiciones –mejor que “escuelas”–, una local y en cierto modo anclada en la plástica que hunde sus raíces en los inicios del siglo XII, y la segunda imbuida de los aires renovadores que configuraron las últimas expresiones de la escultura románica hispana. De su actividad en la iglesia ambos talleres, pero de modo particular el primero citado, extrajeron una lección a la que dieron continuidad en Bercedo y Almendres.
La producción del taller local trasluce una cierta pobreza de recursos técnicos del artista o artistas. En efecto, la construcción de las figuras y la misma manera de afrontar su talla responde a un concepto lineal que difícilmente consigue despegarse del dibujo que lo generó. Esta carencia de afirmación del volumen está en el origen de ciertos rasgos de su estilo, principalmente el predominio del bajo y medio relieve, que llega a la talla en reserva en las jambas de la portada, la problemática integración de las figuras en su marco –que supone ya su yuxtaposición con respecto a éste, ya la incapacidad de surgir de él–, y la concepción frontal o lateral de las figuras, sin considerar la posición en tres cuartos. En el caso de superficies curvas como las de los capiteles el artista pegó las figuras al cuerpo troncocónico de la cesta, sin aprovechar para integrarlas el sumario fondo vegetal con el que las dota. Ello produce la sensación de caída, de despegue del soporte en ciertos capiteles, sobre todo aquellos a los que imprime un mayor volumen. Para crear la sensación de profundidad se acudió a dos recursos arcaizantes: la colocación de un elemento, en nuestro caso un cuarto trasero del animal, directamente sobre el astrágalo, y la elevación de la otra pata siguiendo el principio de perspectiva en altura. Cuando se trata de acometer representaciones de gran tamaño situadas en superficies ligeramente cóncavas como la de las arquivoltas, el resultado son figuras ligadas al cilindro en las que sólo las cabezas se liberan del soporte, con el consiguiente aplastamiento de los miembros y su plena sumisión a la curva de las dovelas. Intentando matizar esta sensación de planitud y animar la monotonía de un cuerpo que oculta su articulación bajo los vestidos, el escultor recurrió al dibujo en bajo relieve de detalles ornamentales sobre ellos y al escalonamiento en planos horizontales, ondulantes o rectos, de las diferentes piezas de la indumentaria. La sumaria definición de los rostros, de ojos almendrados marcados por incisiones, y de la anatomía es suplida por un cierto detallismo en el tratamiento de los cabellos y el recurso a estereotipos para dotar de expresión a las figuras.
Frente a estos arcaísmos y deficiencias en lo figurativo, este taller o artista se muestra mucho más hábil en la representación de elementos meramente decorativos. Aquí el sentido caligráfico de su escultura alcanza niveles remarcables y podríamos decir que la torpeza en la obtención del volumen se transforma en destreza en el calado. Los entrelazos y caprichos vegetales constituyen sin duda lo más representativo de su repertorio: iniciales y entrelazos de la segunda arquivolta, decoración de cimacios y chambrana, etc. Precisamente, la presencia de dos representaciones de iniciales nos sitúa la fuente principal de inspiración del artista en el arte de la miniatura, no sólo ya en cuanto a repertorio de motivos sino reflejándose en el mismo esquematismo de sus figuras. A la decoración de manuscritos se vinculan igualmente los motivos de fantasía vegetal que rematan las colas de sus animales, algunas de sus composiciones y la decoración inscrita en clípeos que decora el arc o de la puerta, presente en otros edificios de la región como Almendres y Miñón. Los caracteres hasta este punto enunciados ponen en relación a este maestro con una tradición figurativa presente en el norte de Burgos y sur de Cantabria, que hunde sus raíces en los años centrales del siglo XII, manifestándose principalmente en los valles de Manzanedo, Valdivieso y Mena. A este respecto la decoración de San Pedro de Tejada se presenta como un posible modelo para los entrelazos y el tipo de cestas. Una relación directa liga la escultura de Soto que nos interesa con las port a d a s de Almendres y Bercedo, pudiendo afirmarse que tal relación es de identidad en el primero de los casos citados.
Una serie de rasgos estilísticos de las figuraciones de este artista escapan, sin embargo, al referido ambiente local del norte de la provincia. Así, mientras que el tratamiento del plumaje de las arpías y dragón de Soto, concebido a modo de hojas lisas lanceoladas o fusiformes con nervio central marcado es conocido en la región (Tejada, Almendres, Bercedo), el trabajo de las plumas con líneas oblicuas y, sobre todo, el motivo del entrelazo de la parte derecha de la segunda arquivolta –posiblemente inspirado en Abajas– introducen la posibilidad de un contacto estilístico entre las dos tradiciones que trabajan en el edificio. Un posible eco de la decoración de este escultor lo encontramos en la portada de Miñón, aunque se trata en cualquier caso de una relación iconográfica y compositiva. El seco tratamiento de la escultura de Miñón se relaciona en un plano estilístico más con el grupo de iglesias de la región de Villadiego (San Lorenzo) y Escalada que con los valles del noroeste de Burgos.
Si el taller local ligaba su producción a una corriente comarcal con raíces en la primera mitad del siglo XII, las producciones del más rico estilo se incluyen, por su parte, en el estilo que generará las realizaciones más características de la plástica castellana del último tercio de la centuria. Las obras que podemos atribuir al segundo estilo se integran en los capiteles de la cabecera, el conjunto de los modillones y las figuras centrales de las arquivoltas. En todas ellas los artistas probaron un dominio del volumen y una habilidad para integrar las figuras en sus soportes en fuerte contraste con los anteriores, y ello tanto en las de mayor tamaño de las arquivoltas como en los relieves que pueblan los capiteles. En cuanto a las primeras, el análisis detenido de las representaciones de San Juan Bautista y la Virgen nos revelará de manera precisa las habilidades y carencias del escultor. La figura de San Juan presenta el torso ligeramente proyectado hacia delante, siguiendo la curva del arco, la pierna izquierda avanzada y levemente flexionada con el pie abierto hacia el interior de la arquivolta y la pierna derecha retraída, firmemente asentada en el zócalo. El movimiento interno de la figura se complementa con el gesto de los brazos, el izquierdo avanzado y doblado en ángulo recto y el derecho proyectado diagonalmente, señalando al Cordero, y la posición de la cabeza, ligeramente alzada. Si bien los detalles anatómicos aparecen ocultos por el evidente grosor que se supone a las vestiduras, el artista sacará partido del efecto rítmico de los plegados para afirmar el volumen de la figura y, sobre todo, subrayar el sentido ascendente predominante en la representación. Fijémonos en el segundo de los aspectos señalados.
La posición de piernas abiertas, la izquierda avanzada y la otra hacia atrás, se traduce en la creación de dos contornos, uno tenso –sobre el muslo derecho– y el otro más relajado. Entre ambos corre una gruesa y efectista banda de pliegues que parte sobre el pie derecho y, en un movimiento diagonal ascendente, enmarca la rodilla izquierda. Dos pliegues en tubo de órgano de marcadas aristas caen entre las piernas, verticalmente el derecho y levemente ascendente el izquierdo, solidario con la banda antes citada. Una similar disposición de plegados aparece en las vestimentas de algunos de los apóstoles del friso palentino de Santiago de Carrión de los Condes. La organización de los plegados en el torso reafirma la tendencia ascensional citada, al mismo tiempo que delimita su proyección, no sin recurrir a ciertos arcaísmos que dificultan una clara lectura de la indumentaria. El manto, recogido en una ancha faja de pliegues arrugados, realiza el contorno del abdomen, remonta sobre el hombro derecho para caer en una cascada de pliegues tras la espalda. A la altura del pecho, de esta faja surge una más que arbitraria banda de tela que vela sobre la muñeca el brazo de San Juan. Los registros expresivos citados proporcionan a la figura del Bautista un marcado movimiento de elevación y, de hecho, asistimos aquí a la ejecución de una serie de recursos frecuentes en la iconografía de la Ascensión, utilizados por otro lado en numerosos trabajos en marfil contemporáneos. El acusado volumen que se imprime a los pliegues que delimitan las líneas de tensión de la figura se complementa con otros en cuchara, dibujados en bajo relieve sobre las piernas y el brazo derecho. Su ubicación en las zonas del vestido que enmarcan los miembros refleja el abombamiento y la tensión que soporta el tejido. Siguiendo el borde interior de estos pliegues se dispone una serie de pequeñas incisiones triangulares. Este rasgo, que encontramos igualmente aplicado a todas las representaciones humanas del artista, pone en relación su estilo con el de un amplio número de obras del ámbito navarro-aragonés y castellano, como Santiago de Agüero, San Juan de la Peña, Tudela, seo de Zaragoza, San Vicente de Almazán, Santo Domingo, San Juan de Duero y San Nicolás en Soria, Ahedo del Butrón, Gredilla de Sedano, Butrera, claustro de Silos, etc. El motivo parece tener su origen en la escultura en marfil, donde su presencia se atestigua, independientemente de las regiones y estilos, desde inicios del siglo XI y se aplica igualmente, en escultura y eboraria, a las representaciones animales.
Uno de los rasgos más característicos de este taller, en relación a las figuraciones humanas, lo constituye la valoración del ángulo de visión del relieve y las correcciones que, en función de la perspectiva, se aplican a los miembros. La figura de San Juan fue concebida para presentar una visión de perfil-tres cuartos. Su contemplación frontal nos revela toda la serie de desproporciones aplicadas por el escultor. Así, vemos cómo la figura bascula hacia el extradós de la arquivolta, la cabeza aparece descentrada en relación al nimbo, el brazo derecho arranca arbitrariamente del tórax mientras que el izquierdo parece despegarse del tronco; el pie izquierdo muestra una perspectiva inverosímil, los plisados de los pliegues pierden volumen y se muestran aplastados, etc. La figura muestra su visión más grata en tres cuartos, la posición normal de visión en una observación no lejana del portal. Ópticamente las deformaciones se atenúan, la cabeza aparece perfectamente centrada en el nimbo, el brazo izquierdo muestra una perspectiva correcta y la valoración del volumen de los plegados alcanza su máximo nivel. La figura de la Virgen presenta unas características similares en cuanto a correcciones ópticas, con el brazo izquierdo pegado al costado, el antebrazo formando ángulo de 45° respecto a él y la mano erguida mostrando la palma, actitud únicamente valorable en una visión en tres cuartos. En la figura observamos el mismo amaneramiento de plegados que en San Juan. Sin embargo, aquí el corpiño se ciñe a la anatomía trasluciendo el ensanchamiento de las caderas y la curva del abdomen. Sendos pliegues enmarcan las piernas, que aparecen recorridas por otros en cuchara con las incisiones triangulares anteriormente señaladas, con una disposición similar a la de la Virgen del tímpano de Ahedo del Butrón. Una cascada de pliegues, delimitados por dos gruesos en tubo de órgano, desciende del vientre entre las piernas, disposición que se repite en la figurilla femenina de la tercera arquivolta.
A la derecha de la Virgen, tras su pierna, cae un pliegue que remonta y se resuelve en un artificioso plisado.
Los rostros de las figuras, tanto humanas como arpías, muestran una serie de rasgos comunes: cejas prominentes, ojos almendrados y ligeramente globulosos con tratamiento del iris, dos profundas arrugas enmarcando el labio superior y utilización del trépano en las fosas nasales, orejas y comisuras de ojos y labios, junto a una cierta dificultad en la caracterización del sexo femenino. Este tratamiento, excepción hecha del último de los rasgos citados, pone en relación la obra del taller con la escultura de la cabecera de San Juan de Ortega y con las portadas de Hormaza y Abajas. En este último edificio encontramos, en la figura del espinario, el mismo tratamiento duro y geométrico de la barba, a base de incisiones paralelas, que vemos en la figura de San Juan. Otros detalles como el uso del trépano marcando líneas de puntos y el perfil seco, casi metálico de los pliegues, ligan esta figura a la escultura de Soto. El escultor se complace en las deformaciones expresivas de los rostros, ya sea para traducir su carácter grotesco, estático o beatífico. En general, el canon de sus figuras es aceptable, algo achaparrado –seis cabezas– y manifiesta un cierto gusto por el contraposto.
En las figuras de animales e híbridos, donde acomete tanto representaciones de perfil como frontales demostrando un buen dominio en el plano compositivo, el escultor da prueba de su gran creatividad y de la riqueza de su repertorio, con un gusto por el detalle que llega al uso del bajo relieve e incisiones para diferenciar texturas. Su minuciosidad queda plasmada en el tratamiento del pelaje del cordero en alargados mechones triangulares trabajados y dotados de volumen independientemente, así como en el diseño del plumaje. La máxima calidad se alcanza en los capiteles externos de la ventana absidal, donde, frente a la subordinación del relieve a la cesta que mostraba el otro escultor, aquí únicamente es visible el ábaco con cuernos y ello para subrayar una compartimentación entre las figuras. En el derecho la pareja de arpías puebla la superficie del capitel, integrándose en su volumen gracias al constante recurso al calado y sus efectos de claroscuro y, en un plano compositivo, al arabesco del remate vegetal de sus colas. Este taller utiliza la decoración vegetal –crochets, tallos y hojas dobladas y caladas– con una función integradora y delimitadora de las figuras en su marco, salvo en la tercera arquivolta de la portada, donde –como en Moradillo de Sedano– concede protagonismo exclusivo a los acantos. En el capitel izquierdo de la ventana absidal, el tallo que surge en la arista, rematándose en un cogollo bajo el cuerno del ábaco, actúa como eje de simetría y, al mismo tiempo, sirve para integrar ambas figuras en un conjunto unitario a través de las dos ramas que brotan del t ro n c o común y pasan entre las alas y el cuerpo de los dragones. El mismo recurso lo encontramos en sendos capiteles de Ahedo del Butrón, en otro del claustro de Silos, en Hormaza, Hermosilla y otros numerosos ejemplos, aunque en los dos primeros monumentos citados el esquema se barroquiza y pierde claridad compositiva. Insistimos en este aspecto porque, por lo que respecta a la disposición de elementos en los capiteles, los de Soto mantienen una sobriedad que los acerca más a los ejemplos de Abajas y Hormaza que a los silenses.
Una serie de rasgos característicos en las representaciones animales retendrá nuestra atención y nos llevará a precisar más concretamente las afinidades estilísticas del taller. El uso del trépano en las comisuras de labios y orejas, creando líneas de puntos en las sillas de los caballos, aplicado a las capuchas, tallos y ventosas del basilisco de la portada, si bien es recurso utilizado entre otros en el claustro de San Pedro de Soria, en Moradillo de Sedano, etc. sitúa a nuestro escultor en contacto directo con las portadas de Abajas y Hormaza, reforzando los vínculos iconográficos y estilísticos hasta aquí señalados. Ello es particularmente evidente en el caso de Hormaza. El edificio, situado en la zona central de Burgos, a 26 km al oeste de la capital, presenta en la decoración de su portada dos estilos bien diferenciados, siendo el que nos interesa el responsable de los capiteles de las jambas y parte de las figuras de las arquivoltas. El escultor principal parece haberse formado en Abajas, como da prueba la repetición de un cierto número de motivos, apenas sin variaciones en ambas portadas y el mismo tratamiento del relieve. Si esta relación con Abajas es evidente, sus analogías con la producción del mejor taller de Soto nos hacen pensar en la participación de un mismo equipo de escultores en ambos edificios. Tal identidad es plenamente visible entre los capiteles de Hormaza y los de la ventana absidal de Soto, así como entre algunas cabezas de la arquivolta y los modillones de nuestro templo y las figuras de Sansón desquijarando al león de ambos edificios. El mismo tratamiento de las colas y sillas de los caballos se constata en Soto, Abajas y Hormaza, el diseño del plumaje partiendo de un anillo perlado es el mismo, así como los detalles de las coronas y paños de las arpías, el tipo de hojas trilobuladas, crochets y hojas dobladas y caladas y la decoración de líneas de puntos de trépano en el nervio central de los acantos y acantos y palmetas en los cimacios son detalles suficientemente significativos como para elevar la relación entre ambos edificios a nivel de identidad de talleres.

La tantas veces referida influencia silense se diluye en cuanto profundizamos en los aspectos iconográficos y estilísticos. No alcanzando el preciosismo del segundo taller de Silos, el escultor de Soto se muestra más original e imaginativo que éste en las representaciones animales. Siempre en relación a Silos y a las obras claramente ligadas a su estilo –Ahedo del Butrón, Gumiel de Hizán, Moradillo de Sedano, Hermosilla, Butrera, etc.–, la claridad compositiva e incluso la cierta torpeza de la escultura de Soto nos hablan de un estadio estilístico menos recargado. El barroquismo de los plegados y el amaneramiento de gestos y actitudes de los relieves silenses se manifiesta de un modo mucho más sencillo, primario si se quiere, en las grandes figuras humanas de nuestra iglesia. El mismo perfil de los pliegues, con aristas vivas y un tratamiento geométrico, junto al caligrafismo de los plegados de la Virgen, sitúan la relación estilística del taller respecto al claustro de Silos más en un plano de coincidencias ambientales que de dependencia o inspiración directa. Algo similar puede decirse respecto a las relaciones con el taller escultórico que trabaja en la cabecera de la catedral de Santo Domingo de la Calzada, especialmente evidentes en los recursos  expresivos de algunos rostros y en la antes citada figura femenina de la segunda arquivolta. No hay duda que durante el último tercio del siglo X I I la plástica hispana sufrió una auténtica revolución estética de la mano de una serie de talleres y maestros de origen francés –como bien han demostrado en sus tesis autores como Michael Ward o Jacques Lacoste–, cuyas obras cumbres podemos admirar en Santiago de Compostela, Carrión, Sangüesa, Santo Domingo de Silos, Ávila, Aguilar de Campoo, etc. Sin embargo creemos empobrecedor intentar reducir el estudio de la plástica tardorrománica sólo a la menor o mayor dependencia respecto de tales edificios, pues las pro p i a s obras se encargan de demostrarnos que las inspiraciones y movilidad de los talleres rara vez siguen una sola dirección.

Castil de Lences
Al pie del páramo, en los inicios de la tierra llana, recostado y recogido de los aires fríos del cierzo, se encuentra Castil de Lences, cercana y nacida al abrigo de un viejo castro. Alejada de las grandes vías de comunicación nos aproximamos a ella desde Poza y Abajas o, viniendo de Burgos, por la carretera que conduce a la villa pozana.
La localidad aparece vinculada desde mediados del siglo X al alfoz de Poza, cuya fortaleza será siempre el punto de referencia jurisdiccional. La primera vez que aparece el nombre del lugar es en el documento dotacional de San Salvador de Oña del año 1011 donde figura como “Castriello de Lençes”. En el lugar tuvieron algunas posesiones los monasterios de Oña, San Millán de la Cogolla y, ya a finales del siglo XII, el cisterciense de Rioseco, el cual adquirió una heredad en 1213 por permuta con don Diego López de Haro, otra por compra en 1226, un molino en 1249, etc. La fundación del monasterio de monjas clarisas de Castil data del siglo XIII y al mismo estará en alguna medida vinculada parte de la jurisdicción de la villa, que se incluye dentro de la merindad de La Bureba como un lugar solariego.

Iglesia de Santa María
Los únicos restos románicos los encontramos en la iglesia parroquial de Santa María de la que no encontramos documentación alguna y únicamente los restos arqueológicos nos informan de su existencia ya en el siglo XII.
Es un templo de una sola nave rematada en capilla absidal semicircular, es decir, la habitual en muchos de los templos de esta escuela, guardando grandes relaciones formales con la iglesia de Carcedo. Sobre el muro occidental se levanta la espadaña que consta de tres cuerpos, ciego el primero y con doble vano en los restantes. En el muro norte aún se pueden apreciar los contrafuertes que recorren toda la nave, ocultos en el meridional por los añadidos posteriores. Los muros son de sillería en piedra toba. Se cubre la nave con bóveda de medio cañón articulada en tres tramos mediante dos arcos fajones doblados que apean en haces de tres columnas. Longitudinalmente se ve recorrido por arcos ciegos que animan y adelgazan el muro, de similares características de los que podemos ver en Carcedo, Quintanarruz y Valdearnedo.
Planta
 

Ábside
El ábside consta de presbiterio y capilla absidal semicircular unidos mediante un codillo, esta última compartimentada al exterior en tres paños por dos columnas entregas, cuyos capiteles se ornan con hojas lisas con cogollos en sus puntas el septentrional y dos parejas de águilas pareadas y afrontadas en los ángulos dos a dos cuyos cuerpos describen elegantes ondulaciones. Cada lienzo tiene su correspondiente vano aunque sólo el central se perfora con luz de aspillera, actualmente cegada. Las ventanas no poseen columnas ni capiteles pero sí un guardapolvo que se continúa por el muro a modo de cenefa decorativa en sentido horizontal. Un elemento interesante de estas ventanas son los tres arquillos de medio punto que decoran su tímpano y que, tal y como veremos más adelante, aparecen también en varios templos más. Muy distinta es la ventana del muro oeste, con una arquivolta apeada en columnas.
Ábside
 
Ventana del ábside
 
Capitel y canecillos del ábside
Capitel y canecillos del ábside
 
Canecillos del ábside
 
Capitel y canecillos del ábside
 
Canecillos del ábside
 

La portada se abre en el tramo central del muro sur, enmarcada por dos contrafuertes, y no se puede apreciar en sus justas proporciones pues la protege un pórtico. Presenta un aspecto muy abocinado, con guardapolvo y seis arquivoltas de medio punto, aunque en las jambas alternan columnas y secciones prismáticas por lo que el número de capiteles de cada una es cuatro y no seis.
Coronan los muros de la nave y cabecera, bajo cornisa de simple nacela o dos hileras de billetes, una rica serie de canecillos, donde junto a los simplemente lisos vemos otros con pencas y acantos, hojas dobladas, dos piñas a ambos lados de una flor, tallos entrelazados rematados en hojas superpuestas, un florón de abultado botón central, aves de cuellos entrelazados, dos elegantes aves similares a la del capitel de la columna exterior del tambor absidal, leones, etc. Destacamos de esta serie los tres bustos humanos que aparecen juntos en la zona meridional del hemiciclo, dos masculinos y barbados y el central femenino.

La ventana abierta en el hastial occidental, bajo la moderna espadaña, decora su guardapolvo con un ajedrezado y el arco con hojitas tetrapétalas, reposando éste en sendas columnas acodilladas cuyos toscos capiteles se decoran con una pareja de aves afrontadas y una hoja de acanto dividida en cinco.
Espadaña
Ventana de la espadaña
 

Portada
La portada es uno de los elementos principales del edificio. Consta de arco baquetonado y seis arquivoltas, rodeadas por guardapolvo con puntas de diamante. De las arquivoltas, sólo la segunda, tercera y cuarta llevan decoración, recibiendo el resto boceles más o menos gruesos.
En la segunda y la cuarta vemos un bocel ornado con hojas duramente labradas a bisel, de estructura más bien triangular, que se van ensamblando unas con otras, más carnosas y de tamaño algo más grande en la segunda. La tercera presenta una serie de hojas de acanto radialmente dispuestas que acaban sustentando un fruto. Los ocho capiteles que las sustentan presentan variaciones sobre la hoja de acanto, todas ellas muy estilizadas con un cuidadoso estudio de su entramado.

Los capiteles del interior son en realidad triples puesto que, al ser el arco fajón doblado, descansa sobre triple columna. En el más decorado, el capitel central –con tres caras esculpidas– presenta motivos diferentes en cada cara: la frontal la ocupa un ángel de pie desplegando sus alas de gran tamaño; la cara izquierda la ocupa un águila que camina hacia el ángulo donde pica un objeto imposible de reconocer y en el ángulo derecho un busto humano en actitud solemne; en la cara izquierda vemos otro ángel similar al de la cara frontal. El capitel lateral izquierdo presenta unas sencillas hojas de acanto y su compañero del otro lado tiene la decoración prácticamente perdida. Los restantes cinco capiteles prácticamente repiten los mismos temas: hojas de acanto completamente lisas que ocupan toda la base de la cesta y se dividen en tres o más partes para acabar sustentando un fruto.






La ventana del muro norte del presbiterio tapiada y probablemente ornamental como la de Abajas, muestra toscos capiteles, uno con hojas de tratamiento espinoso y otro con una sirena abriendo en dos su cola de pez sobre un fondo de volutas. Cierra el vano un tímpano exornado por una cenefa ondulante y con una roseta calada inscrita en un clípeo con banda de contario en su centro. El arco decoraba su nacela con puntas de diamante rasuradas.

A pesar del elevado número de canecillos que este templo posee, la portada y los seis capiteles del interior, la ornamentación escultórica presenta muy poca variedad.
Hay un predominio claro de la temática vegetal, presente en la mayoría de los capiteles, en muchos canecillos y prácticamente en toda la portada. Las formas vegetales son por lo general muy simples –únicamente en las arquivoltas de la portada las hojas se complican algo más– de superficie lisa y con sus bordes claramente definidos por una labra a bisel dura. No obstante, el escultor traza surcos limpios y seguros y sus motivos vegetales, aunque sencillos, no están carentes de plasticidad.
En las hojas de los capiteles de la portada la técnica que impera es la del modelado por facetas, con transiciones suaves de unos planos a otros, sin bruscos contrastes lumínicos. A pesar del grado de deterioro de estos capiteles, está claro que están labrados por una mano diferente a los motivos vegetales del ábside y a los capiteles del interior; posiblemente los labre el director del taller que trabaja en este templo. Respecto a la temática animal, es mucho menos abundante que la vegetal, aunque hay algunas cosas interesantes. Por ejemplo, el capitel de columna entrega del ábside con aves afrontadas están realizadas con una labra dura pero muy cuidada.
Atendiendo a las características de su decoración escultórica, en el templo de Castil de Lences se ven dos manos claramente diferenciadas: por un lado los canecillos y capiteles del ábside y del interior, y por otro la portada. Los primeros, junto con ciertos elementos arquitectónicos como las arcadas ciegas con las que se refuerzan internamente los distintos tramos de los muros norte y sur, relacionan este templo con otros como Escóbados de Abajo y Carcedo de Bureba. La estructura exterior del ábside y el tipo de ventanas que en él se emplean son iguales a lo que podemos ver en Abajas. Respecto a la portada, guarda una estrecha relación con la de Escalada, Madrigal del Monte y algo menos con la de Lences.
Las formas constructivas de este templo presentan una notable calidad a tono con lo que es habitual en muchas de las construcciones de esta zona. Es particularmente interesante la forma de articular los muros del interior en donde se siguen unas pautas que parecen propias de un taller. Otro de los hechos notables lo vemos en el ábside, que presenta una estructura muy esbelta y una articulación en donde una vez más se ven las pautas del taller o escuela de algunas de las cuadrillas y maestros que trabajaron en esta tierra. Este ábside, el Abajas y el de Quintanarruz parecen obra de un mismo taller. Es muy probable que otros que han desaparecido como el de Tobes y Rahedo tuvieran similares características.
En una capilla lateral del muro norte de la nave se conserva un curioso ejemplar de pila bautismal románica, de copa cuadrada y frentes ornados con simples arquillos dobles y otro central imitando una fuente o puerta, simplemente incisos. Pilas cuadradas las encontramos también en Castrovido y Valluércanes, siendo las dimensiones de ésta 81 cm de lado × 74 cm de altura.
Nos parece un templo en el que tanto las trazas constructivas como la decoración de los capiteles del interior y ábside hablan un lenguaje de mediados del siglo XII. La portada parece obra de otro taller y fechable en la segunda mitad de la centuria.

 

 

 

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