Iglesia de Santiago el Viejo o de los
Caballeros
Esta antigua iglesia, conocida indistintamente
como Santiago el Viejo, Santiago de los Caballeros e incluso como Santiago de
las Eras, se halla en los arrabales de la ciudad, al pie del castillo y cerca
del barrio de Olivares, en una zona casi descampada, junto al arroyo de
Valorio. Esta situación marginal, que hoy de momento conserva, posiblemente es
la que siempre ha tenido, de ahí el nombre que la vincula a una zona de eras.
Garnacha supone que su primera fundación, bajo
la advocación de Santa María la Blanca, tuvo lugar a fines del X o comienzos
del XI y la leyenda y el romancero relatan acontecimientos sucedidos en ella a
mediados del siglo XI, pues se supone que aquí fue armado caballero el Cid en
1072, mientras que Cesáreo Fernández Duro sostenía también que fue éste el
lugar donde Alfonso VI juró su inocencia en el asesinato de su hermano Sancho.
Leyendas aparte, documentalmente aparece por primera vez en 1168, en una carta
de donación que extienden Diego Romániz y su esposa Mayor Pétriz a favor de la
catedral; el objeto de la donación será precisamente la quarta parte
ecclesie sancto Iacobi qui in suburbio Zemorensi sita est, in parte
occidentali, versus porta Sancte Columbe. Muy poco tiempo después, en 1176
son García Carcíaz y su hermana María quienes entregan al cabildo su parte en
esta iglesia, haciendo lo propio dos años después Pedro y Teresa Lópiz,
citándose en ambos casos Sancti Iacobi de las Eiras. Ya en 1204 el obispo
Martín I acuerda con el abad de Antealtares, en presencia del arzobispo de
Santiago, una resolución sobre la causa de la villa de Cerna que había tenido
María Vélez y que ambos reivindicaban, concluyendo que el abad reciba la
iglesia de Santiago de las Eras, extramuros, y una heredad en Villamor de los
Escuderos, adscrita a ella, cediendo a cambio la mitad de Cerna. Teniendo en
cuenta que el segundo recinto amurallado se estaba construyendo desde mediados
del siglo XII, no parece que quepa identificar Santiago de las Eras con
Santiago del Burgo, como a veces se ha hecho, pues este último templo ya queda
dentro de esa ampliación de la muralla y su mismo apellido, netamente urbano,
contrasta con el más propio arrabalero del otro nombre.
Sin que al parecer haya jugado nunca el papel
de parroquia, ignoramos por completo los motivos que dieron lugar a su
fundación.
Es un templo levantado en la deleznable
arenisca local, con unos lienzos de sillería y otros de mampostería, con un
material tan degradado en el exterior que indudablemente en los próximos años
obligará a una profunda y drástica intervención. Consta de cabecera
semicircular, corto presbiterio y larga nave, con portada a mediodía y con un
sencillísimo arco-campanario de ladrillo levantado sobre el hastial, contando
hasta hace muy pocos años con alguna dependencia adosada por el lado sur.
Estructuralmente se conserva el edificio románico completo, aunque buena parte
de los paramentos, sobre todo en la nave, han sido renovados en distintas
épocas, aunque difíciles de precisar cronológicamente.
El ábside, de reducidas dimensiones pero
gruesos muros, es fundamentalmente de sillería, pero también se halla
reformado. Exteriormente del paramento original sólo se conserva la mitad
norte, mientras que la mitad sur es una reconstrucción ya antigua, con un
zócalo mucho más moderno. Cuenta además con un recrecimiento de mampostería de
en torno a un metro de altura, lo que debió motivar la completa pérdida del
alero original, y en el frente se abre una pequeña y sencilla saetera,
abocinada hacia el interior, la mitad de la cual es original y la otra mitad
reconstruida. En el interior este ábside es muy angosto, con un podium más
ancho que remata en una pieza moldurada; la saetera es simple y el muro se
remata en imposta ajedrezada, sobre la que se eleva el recrecimiento de
mampuesto antes de dar paso a la bóveda de horno, que lógicamente, a tenor de
las modificaciones sufridas por el muro, no es la original.
El presbiterio es corto e igualmente macizo,
también de sillería, ligeramente más ancho pero de la misma altura que el
ábside. Exteriormente, en el lado norte conserva parte del alero, muy
deteriorado, con tres canes muy erosionados; en el sur el aparejo es menos
uniforme, con una ventanita cuadrada posmedieval.
Interior
En el interior este tramo presbiterial presenta
en cada uno de los muros un gran arco ciego de medio punto, sobre los que
directamente se levanta la bóveda de cañón, que se prolonga además directamente
desde la bóveda absidal, lo que hace pensar también en su reconstrucción
posterior.
Un gran arco triunfal da paso a la nave,
soportado en el exterior por dos pequeños contrafuertes que indudablemente han
sido insuficientes -y lo siguen siendo- para contrarrestar los empujes.
Interiormente y visto desde la nave, este arco presenta estructura de portada,
un caso único en Zamora pero similar al de dos iglesias sorianas, la de Nafría
la Llana y la desaparecida ermita de San Miguel de Parapescuez, organizándose
con tres arquivoltas de medio punto.
La interior tiene arco de sección cuadrada,
apoyando en semicolumnas con alto podium y elevado plinto, con basas de grueso
toro inferior flanqueado por bolas -en la epístola- o decorado con hojas
enrolladas -en el evangelio-, ancha escocia -decorada la norte con bolas- y
capiteles figurados, toscos y de complejo significado, como son todos los que
aparecen en esta iglesia.
En el lado del evangelio tienen en la cara que
mira a la nave dos figuras humanas, hombre y mujer -ésta con los brazos
cruzados sobre el abdomen-, mientras que, ajenos a ellos, leones de altas patas
y marcado pelaje ocupan el frente y el lado que mira al ábside, con las cabezas
unidas, todo bajo un cimacio de roleos con una especie de flores de lis.
El capitel de la epístola es una tosquísima
composición con tres grandes cuadrúpedos que parecen leones, con breve cimacio
de finos tallos dentro de ovas.
La segunda arquivolta presenta el arco con
grueso bocel, una de las características del románico más antiguo, apoyando en
cuartos de columna acodillados, con basas similares a las anteriores, aunque
sin el menor elemento decorativo. En el capitel del evangelio aparecen de nuevo
dos figuras humanas, masculina y femenina, más o menos desnudas -aunque ésta
parece que con falda-, el hombre con el sexo muy marcado -aunque roto-,
abrazados por una serpiente que les atenaza, lo que hace pensar en una eventual
identificación con Adán y Eva.
Arco triunfal. Capiteles del lado del
evangelio Arco
triunfal. Capiteles del lado de la epístola
Capitel de la
nave, lado del evangelio
Capitel de la nave, lado de la epístola
Capitel de la nave, lado de la epístola
El cimacio, al contrario que el capitel, es un
fino trabajo de ovas con ramitos rematados en dobles racimillos de bayas, con
una cabeza porcina en el ángulo de cuya boca nacen los tallos que conforman
dichas ovas. En cuanto al capitel del lado de la epístola muestra una
composición con dos aves -seguramente águilas-, de alas plegadas, erguidas y
afrontadas simétricamente; en la cara que mira hacia el intradós del arco,
arrinconada, aparece una mujer con los brazos cruzados sobre las piernas
abiertas, mostrando un exagerado y detallado sexo. El cimacio es en este caso
más tosco, con grandes ovas acogiendo hojas palmeadas, un motivo que es muy
frecuente en un edificio tan temprano como San Martín de Frómista.
La tercera arquivolta tiene el arco y los
soportes idénticos a los de la anterior. El capitel del evangelio se decora
mediante una composición vegetal a base de ramilletes de finas hojas
lanceoladas, de abultado relieve, dispuestas en dos alturas, entre las que
sobresale lateralmente una especie de bola; el cimacio es de ovas con hojas
palmeadas y con dos abultadas cabecitas antropoides. La cesta de la epístola
nos muestra a dos leones afrontados, envueltos entre tallos, con una rizada
melena finamente trabajada y que con sus patas delanteras, alzadas a la par,
cogen una bola. Por su parte el tosco cimacio es también de ovas con hojas
palmeadas, flanqueadas en el frente por dos piñas en vez de aquellas cabecitas
de la pieza contraria. Este último capitel está mucho mejor tallado que las
demás piezas figuradas, aunque quizá el otro de esta misma arquivolta pudiera
ser del mismo escultor, un tallista que trabaja más el relieve, el detalle y la
proporción frente al otro autor, que no cuida ninguno de estos aspectos. La
autoría de los cimacios podía ser de ellos mismos, correspondiendo al más hábil
el septentrional de la segunda arquivolta y el meridional de la primera.
En cuanto a la nave resulta muy complicado
valorar su filiación constructiva dadas las sucesivas reformas que ha sufrido.
Es bastante más alta que la cabecera y el tercio anterior presenta notables
diferencias respecto a los dos tercios restantes. La parte más antigua y sin
duda contemporánea de la cabecera es el primer tercio, macizo, hecho
fundamentalmente a base de sillería, contando con un recrecido posterior y
careciendo de alero.
Exterior
Exteriormente este tramo está delimitado al
norte por un somero contrafuerte, truncado, perdido en el sur en alguna de las
reformas.
En el interior queda perfectamente definido por
dos pilastras laterales, con semicolumnas adosadas, dispuestas sobre gran
podium cuadrado -sin duda resultado de reformas posteriores-, que rematan en
sendos capiteles de alta cesta, el del lado del evangelio dotado de collarino
de doble sogueado -una característica muy arcaica, prerrománica- del que nacen
altos tallos verticales y paralelos, rematados en rollos y ocasiona piña e
invadidos por alguna ova y palmera; sobre esta base vegetal aparece un abigarrado
grupo de leones y personas, todos con poco detalle, liados con sogas. En el
ángulo occidental se halla uno de estos leones con las fauces abiertas por la
mano de uno de los personajes desnudos, mientras que otra persona cabalga a
lomos del animal sosteniendo una bola en la mano derecha, una representación
que nada tiene que ver con la habitual de Sansón desquijarando al león,
episodio que no creemos por tanto que se relate en esta escena. El otro ángulo
está ocupado por tres leones -uno con el pelaje marcado- en actitud de pelear o
de morder la cuerda intentando desligarse, mientras que el cimacio es de ovas
rellenas por hojas palmeadas, rematadas en las esquinas con bolas y una
cabecita animal, también con una bola en la boca. Es una composición muy similar
a la que tiene otro capitel de San Cipriano, aunque el escultor es distinto.
Por lo que se refiere al capitel de la epístola
es una abigarradísima composición de doce figuras humanas y un caballo en las
más diversas actitudes, entre circenses, orgiásticas, belicosas y
escatológicas. Empezando por el extremo suroeste aparece un personaje, creemos
que femenino, boca abajo o haciendo el pino, mientras que sobre él otro
masculino se agarra el voluminoso aunque mutilado sexo, como queriendo penetrar
a la figura inferior, a la vez que con su mano derecha sostiene un objeto
cuadrado. Junto a ellos hay otras dos figuras, una a hombros de la otra, la de
arriba parece ser que masculina y la de abajo una mujer cubierta con toca, de
cuyo sexo sale una serpiente. En el frente del capitel, en la base, hay dos
personajes en actitud de pelea, con la mano de uno sobre el hombro del
contrario, algo que pudiera interpretarse también como posición amorosa, aunque
las dos parecen figuras masculinas; sobre el varón izquierdo aparece la cabeza
de la serpiente que salía del sexo de la mujer, mordiendo, a la vez que encima
de esta pareja hay otras dos mujeres, una que parece enseñar la vulva mientras
que la otra cogería a uno de los hombres por el cuello, levantando una piedra
con la otra mano. Al lado de las mujeres, en la parte alta de la cesta, aparece
otro personaje haciendo el pino, dando paso a un hombre montado a caballo, con
escudo oval y calzado con acicates y a cuya espalda se encarama otra figurilla
masculina. El cimacio es de ovas con palmetas y con dos cabecitas animales en
las esquinas, contactando hacia el lado oriental con el arranque de una imposta
ajedrezada.
Estos soportes estaban preparados para recibir
un potente arco doblado, pero no sabemos si llegó a construirse e incluso si la
nave original llegó a tener bóveda. Hay argumentos para pensar una cosa u otra:
a favor de que hubo bóveda está el hecho de la existencia de los soportes
interiores y exteriores, de que los muros son muy gruesos e incluso del
desplome de éstos, como si el empuje de los arcos o bóveda les hubiera abierto
hasta tal punto que sobreviniera su hundimiento; en contra está el hecho de que
los muros laterales de este primer tramo están bien rematados con sillería
prácticamente hasta la actual cubierta de madera, muy por encima de donde tuvo
que estar la bóveda, e incluso son muy evidentes los mechinales. Tampoco en el
frente del arco triunfal se aprecian restos de abovedamiento.
Este primer tramo de nave tiene en la base de
los muros interiores bancales corridos, con la pieza superior moldurada con
tres boceles, una estructura que desaparece en el resto de la nave, cuyos muros
son también más delgados y construidos en mampostería, indudable resultado de
reconstrucciones posteriores. Entre estas reformas podemos ver al menos dos
momentos, aunque de cronología imprecisa, uno que reconstruye la caja de muros
y otro que eleva ligeramente el nivel de la cubierta en todo el perímetro del
templo.
Portada
En cuanto a la portada es muy probable que esté
remontada pues, salvo un sector en el interior, es el único paño de sillería de
toda la reconstrucción. No obstante se recompuso de forma un tanto tosca ya que
avanza sobre el lienzo de poniente pero queda a ras del oriental. De pequeño
tamaño y muy erosionada, consta de doble arquivolta de medio punto, de dovelaje
simple, sobre pilastras rematadas con impostas de listel y chaflán y sobre todo
ello una chambrana ajedrezada. En el interior esta parte reconstruida de la
nave aparece revocada.
En el templo, hoy sin culto habitual, hay
algunas otras piezas que pertenecen a época románica. Tal es el caso de la mesa
de altar, una gran losa con perfil de listel y chaflán, o de un cimacio con
labor de espiguilla, aunque destaca sobre todo un capitel doble, de 54 cm de
anchura, 35 cm de altura y 30 cm de profundidad decorado en uno de sus lados
con acantos y en el otro con un personaje a caballo que se enfrenta con un
león, escena que se desarrolla entre vegetales, todo muy mutilado.
Sin entrar en interpretaciones iconográficas de
la escultura de Santiago el Viejo, terreno harto resbaladizo pero muy abonado
para imaginaciones desbordantes, que ha atraído especialmente a diferentes
autores, podemos decir sin embargo que nos hallamos ante uno de los más viejos
edificios del románico de esta provincia, cuya escultura nos remite a las más
tempranas imágenes, con profusión de personajes y de leoncillos, unas
representaciones que tienen su más alta expresión en San Isidoro de León pero
cuya mejor conexión en nuestro caso creemos que está con lo castellano, desde
las cantábricas tierras de Castañeda y Cervatos, o las burgalesas de San Quirce
de Los Ausines, hasta San Andrés de Ávila, pasando por las palentinas de Santa
Eufemia de Cozuelos o por la propia Frómista. Son todo ellos ejemplos
significativos de construcciones levantadas en las postrimerías del siglo XI o
en todo caso en los primeros años del XII, cuando creemos que se puede fechar
sin ninguna duda la iglesia de Santiago de los Caballeros, un templo en el que
en esos momentos parecen trabajar dos escultores, de diferente capacidad
técnica pero con similar inspiración. El desarrollo que experimentó la ciudad
con Alfonso VI, tras el cerco castellano de su hermano Sancho II en 1072, y especialmente
a partir de la repoblación promovida por Raimundo de Borgoña en los últimos
años del siglo XI, pudieron ser unas circunstancias históricas muy favorables
para que se iniciara esta construcción.
Iglesia de San Claudio de Olivares
Centraba esta iglesia de San Claudio el arrabal
de Olivares, extramuros y emplazado en la orilla derecha del Duero, entre el
centro neurálgico del primer recinto, formado por el castillo y la catedral, y
el IÍo. Comunicábase la puebla de Olivares con este primer núcleo fortificado a
través de la puerta del mismo nombre (o Puerta Óptima), actualmente llamada
"del Obispo" por situarse junto al palacio episcopal y salida
natural por el sur del carral maior. La documentación sobre el arrabal y su
mismo topónimo hacen referencia a actividades agrícolas y tenerías y a la
explotación de las cercanas aceñas, recientemente restauradas.
La primera noticia documental nos la
proporciona Escalona y hace referencia a la donación al monasterio de Sahagún
por Ramiro II de unas aceñas en Olivares iuxta palatium nostrum, en el año 945
(R. Escalona, 1782 (1982), p. 393). Gómez-Moreno cita la donación de Dulcidio
San Gaudío desde la torre de la Catedral Sarracéniz al presbítero Rodrigo, en
1082, de una heredad sita en la orilla del Duero, junto a la porta optima
zamorensse que vocitant Olivares (op. cít., p. 86). En 1172 se documenta la
venta al obispo Esteban de "unas casas junto con sus acuarios [ ... J
sitas en la Puerta de 0livares". La primera referencia al templo,
aunque indirecta, aparece en el documento de donación de una parte de la
iglesia de Santiago de las Eras al cabildo zamorano, datado en 1176 y en el que
se cita a un Petrus Mauro sacristan quefuit de San Claudi (Ramos de
Castro, C., 1977, doc. 12). El propio edificio conserva dos restos epigráficos
con dataciones tardías -1242 y 1259-sobre los que más tarde nos detendremos.
El templo aparece hoy como una sencilla
construcción de nave única coronada por cabecera compuesta de amplio
presbiterio dividido en dos tramos y ábside semicircular, con su única portada
abierta al norte. Las importantes reformas y restauraciones que ha sufrido han
afectado principalmente al conjunto de las cubiertas y a la caja de muros de la
nave y parecen responder a problemas de cimentación y de contrarresto de los
empujes de las bóvedas, a los que no es ajena su ubicación en terreno aluvial y
anegable hasta el reciente encauzamiento del Duero. Francisco Antón señalaba en
1927 que "las aguas del río, cuando se hincha su cauce en la invernada,
mojan los viejos muros del templo" (op. cit., p. 11).
Pese a las transformaciones, conserva el
edificio lo fundamental de su estructura románica, en la que es preciso
distinguir dos fases.
A la primera campaña constructiva corresponden
la cabecera y el arranque de la estructura de la nave, levantadas en sillería
con el típico conglomerado local zamorano, de pátina rojiza.
El evidente desplome del muro meridional del
presbiterio debió estar en el origen de la ruina de la bóveda de cañón de esta
parte del edificio, sustituida a principios del siglo XX (1910) por la actual,
al igual que la bóveda de horno del hemiciclo. En las fotografías que publicó
Antón se observa la profunda grieta que rasgaba el muro del hemiciclo.
A esta cabecera se añadió en época moderna una
sacristía adosada al muro norte del presbiterio, con acceso a través de un vano
adintelado abierto en la arquería del mismo. Esta estancia -visible en
fotografías antiguas- fue eliminada en la reciente restauración del conjunto
(años 80 del siglo XX), que dotó a la nave de la actual cubierta de madera.
Llama la atención el contraste entre la airosa proporción exterior de la
cabecera y el algo angosto espacio interior de la misma, fruto del
recrecimiento del suelo.
El hemiciclo es de una sencillez extrema.
El desnudo tambor absidal se alza exteriormente
sobre un basamento de remate escalonado, preparado para recibir seis
columnillas adosadas decorativas, de las que sólo se conserva de lo original la
del ángulo suroriental, con fuste de sección poligonal y una de las basas, muy
maltratada. Las columnas de los codillos remataban bajo la cornisa en capiteles
decorados con aves o arpías y cuadrúpedos alados afrontados, muy erosionados.
Tres pequeñas saeteras con derrame hacia el
interior dan luz al ábside, una en el eje axial y otras dos a los lados,
rehechas todas en la última restauración. La concesión decorativa se concentra
sólo en la rica serie de canes del alero, cuya cornisa se decora con tres
hileras de tacos.
Junto a los sencillos canes del muro sur del
presbiterio, de simples rollos o crochets, el hemiciclo nos muestra, además de
otros del mismo tipo, una serie de figuras personajes en variadas actitudes,
entre los que destacan, un músico con bonete cónico tocando el arpa o
arpa-salterio, dos personajes barbados en actitud de lucha (uno ase al otro por
la muñeca), un descabezado dragón de cola enroscada, una cabecita junto a un
barril y un grupo de personajes que parecen extrapolados de un zodiaco y del
menologio de la portada septentrional: varios exhibicionistas que levantan sus
faldones (febrero), una figura masculina con los brazos en jarras sosteniendo
sendos ramos con flores treboladas (abril), un campesino vendimiando que porta
un calderillo (septiembre) y otro empuñando un gran podón con el que trabaja la
vid (marzo).
Canecillos en
la cornisa del ábside Canecillos en
la cornisa del ábside
Entre los muy deteriorados canes del muro
septentrional del presbiterio señalaremos la figura de un grotesco atlante y
una figura que parece alzar un hato o balanza. Pese a la erosión, en estas
piezas se adivinan varias manos, una de ellas próxima en estilo a la del autor
de los bellos capiteles del interior e iconográficamente cercana a la
decoración de la portada norte.
El interior repite la austeridad del hemiciclo,
sólo amenizado por las dos líneas de imposta decoradas con tres hileras de
tacos que corren bajo el arranque de la bóveda de horno, continuándose por el
presbiterio, y bajo la línea de las ventanas. En los elementos originales se
aprecia aún la policromía de tonos ocres y negros. El profundo presbiterio se
articula en dos tramos, señalados por un fajón que apea en sendas ménsulas
decoradas con una pareja de atlantes, el del muro septentrional en actitud pensativa
y el del meridional en la tradicional postura acuclillada de brazos alzados.
Los muros interiores del tramo recto se aligeran y animan con arquerías ciegas
de dos arcos de medio punto cada una, que recaen en dobles columnas en el
centro y columnas acodilladas en los laterales. En esta decoración interior con
arcuaciones ciegas ha pretendido verse una progenie asturiana (Viñayo),
segoviana y abulense (Ávila de la Torre) o ambas (Gómez-Moreno señala recuerdos
asturianos y de San Andrés de Ávila). Sin embargo, y sin negar tal ascendencia,
ya la más próxima capilla mayor de San Cipriano de Zamora presenta una similar
articulación de paramentos, que tampoco resulta excepcional, pues la integran
un nutrido grupo de edificios del norte de Castilla (Vallespinoso de Aguilar,
Villanueva del Río, Zorita del Páramo, parroquial de Perazancas, etc.), del
sudoeste de Francia, etc. Da paso a la cabecera un rehecho arco triunfal de
medio punto, doblado hacia la nave y que reposa en sendos machones con
semicolumnas en los frentes. Sus basas se molduran con finos toros y una
desproporcionada escotadura, perfil que repiten las columnas del presbiterio y
la muy erosionada del exterior del tambor absidal.
El interior del presbiterio presenta
cuatro arcos ciegos de medio punto, repartidos en los muros norte y sur,
apoyados sobre columnas con capiteles historiados.
La decoración escultórica de los capiteles del
arco triunfal y presbiterio resulta excepcional tanto iconográfica como
estilísticamente, situándose entre las producciones de mayor calidad del
románico provincial.
El capitel del lado del evangelio del triunfal
se decora con una pareja de grifos que beben de una fuente o cáliz alzado sobre
una columna, al que asen con sus patas interiores.
Sobre ellos, en el dado del ábaco, se esculpió
una máscara grotesca de ojos saltones que se introduce una mano en la boca. En
el lateral que mira a la nave aparece un deteriorado personaje sentado que
porta en su mano izquierda una forma aplastada y redondeada a modo de pan o
sagrada forma y en la otra cara de la cesta una hoja lanceolada y carnosa sobre
la que aparece otra máscara de rasgos humanoides.
La disposición de aves o grifos bebiendo de la
fuente o cáliz nos trae al recuerdo el bello capitel del brazo meridional del
crucero de la catedral de Salamanca, así como un amplio catálogo de estas
representaciones en el románico europeo (Sainte-Foy de Conques, etc.), con un
contenido eucarístico apropiado para la ubicación del tema. Estilísticamente,
sin embargo, la proximidad con un capitel de Santa María de Villanueva
(Asturias) resulta, como luego veremos, sorprendente.
En la cara lateral
izquierda aparece un personajillo sentado con un pequeño disco en su mano
La cara derecha se llena con
una enorme hoja de acanto rematada en una poma y con volutas.
Frente a este capitel, el del lado de la
epístola muestra la figura de Sansón desquijarando al león (1 Jue 14, 5-10) en
el frente y dos águilas de alas explayadas en los laterales. La presencia de
esta prefiguración cristológica es también frecuente en la iconografía
románica, así como su ubicación en los arcos de triunfo (Vallespinoso de
Aguilar, Dehesa de Romanos, Cezura, Henestrosa de las Quintanillas, etc.).
Los capiteles de la arquería interior del
presbiterio aúnan una extraordinaria calidad de ejecución con un estado de
conservación impecable. Iniciamos su descripción desde el más próximo a la nave
del muro septentrional con un capitel decorado con una máscara monstruosa de
rasgos felinos, orejas puntiagudas y fauces rugientes de las que surgen tallos
enredados con pesadas piñas y racimos y, en la cara que mira al altar, hojas de
vid con racimos picoteados por un ave.
El cimacio, parcialmente fracturado al
colocarse el hoy desplazado púlpito, recibe tres filas de tacos. Coronan las
columnas que centran el tramo dos capiteles unidos decorados, respectivamente,
con dos arpías-ave de alas explayadas, cabellera partida y expresivos ojos
saltones, de cuerpo recubierto de plumaje y garras de rapaz que asen el
astrágalo, el izquierdo, y una pareja de leones pasantes afrontados, cuya cola
pasa entre sus cuartos traseros y cae sobre su lomo.
Entre los caulículos de parte alta (que también
coronan la otra cesta), se dispusieron dos cabecitas, una de carnero y la otra
de un can o lobo. El cimacio único de estos capiteles recibe un tallo ondulante
del que brotan gruesas hojas carnosas enrasadas.
El tercer capitel de este paramento, el del
ángulo noreste del presbiterio, se orna con un piso inferior de carnosos
crochets de cuyas puntas penden una especie de botellas -o bien peras- y un
piso superior de caulículos, entre los cuales se disponen dos figurillas, la de
la cara sur de rasgos grotescos, cabello partido y gran boca sonriente y la de
la cara oeste femenina, con toca y brial, que ase con sus manos la punta de una
de las hojas. El cimacio recibe carnosas lises en tallo ondulante.
El capitel del ángulo sudeste del presbiterio
es vegetal, con un piso de hojas lanceoladas de profundo nervio central partido
y bayas en las puntas y su cimacio muestra clípeos entrelazados en los que se
disponen un batracio, un ibis o pelícano, un ave, especie de abubilla, de gran
penacho tras la cabeza, un atlante o acróbata vestido con túnica corta, acuclillado
y asiendo el clípeo que lo enmarca y un cerdo o jabalí.
El capitel doble del centro del tramo es una
pieza excepcional, tanto iconográfica como estéticamente y justamente hemos de
considerarlo como la más significativa del estilo del escultor. Labrada en un
único bloque, la doble cesta nos muestra, en su frente, el combate de dos
centauros sobre un fondo de hojas carnosas partidas. Ambos presentan el cuerpo
de equino de grandes cascos partidos y pelaje marcado por mechones triangulares
y rizados el derecho e incisiones en zigzag el otro, y torso humano, de efebo y
larga cabellera partida uno y barbado el otro, éste tocado con un curioso
bonete puntiagudo y perlado, y ambos con saltones ojos de pupilas horadadas y
labios de comisuras caídas.
Precisamente el centauro barbado tensa un muy
fracturado arco contra su oponente, el cual blande una gran lanza. En la cara
oriental de la cesta se labró un extraño híbrido de cuerpo serpentiforme y cola
escamosa rematada por una cabecita de serpiente, torso alado y con brazos y
busto humano, en actitud de lanzar una piedra que sostiene en su mano derecha.
Su rostro muestra un gran mostacho y barba puntiaguda, con el consabido rictus
de su boca, de labios de comisuras caídas y aparece tocado con un puntiagudo
gorro frigio con decoración de perlado.
La cara occidental del capitel recibe una bella
representación de una sirena-pez femenina, que alza su escamosa cola con su
diestra -en graciosa contorsión-, mientras se mesa con su otra mano la larga
melena partida. En estas representaciones de la lujuria en sus vertientes
masculina (centauros) y femenina (arpía), el escultor alcanza la máxima
manifestación de su destreza, dotando a las figuras de un excepcional volumen,
que prácticamente llega al bulto redondo en el caso del combate central.
Las concesiones al detalle se manifiestan en el
cuidado tratamiento de las texturas de los cuerpos (escamas, alas, vaciado de
los iris con trépano, rellenos con pasta vítrea, ombligos, etc.).
Tanto desde el punto de vista estilístico como
iconográfico, resulta sorprendente la similitud de este capitel con uno de los
pilares orientales de la nave de la iglesia asturiana de Santa María de
Villanueva, en el valle de Carzana (Teverga), que la profesora Etelvina
Fernández considera "réplica, casi exacta" del capitel que nos
ocupa, "hasta el punto que podríamos considerarlo del mismo taller e
incluso de la misma mano" (op. cit., p. 231). En realidad, en el
capitel asturiano se produce una condensación de los motivos que vemos en San
Claudia de Olivares en los capiteles de la lujuria y en el frontero de las
arpías, pero con unas características que efectivamente hacen pensar que los
escultores de la fase "Villanueva-II" son los mismos que
trabajan en Zamora, sin que podamos entrar aquí en el análisis de qué obra
antecede a cuál. Etelvina Fernández data dicha campaña de Santa María de
Villanueva en los años centrales del siglo XII, cronología que no se contradice
con la del edificio zamorano.
Otro capitel de Santa María de Villanueva, éste
decorado con grifos afrontados, se aproxima igualmente al del lado del
evangelio del triunfal de Olivares, incluso en la ornamentación de carnosas
hojas de lis inscritas en tallos ondulados del cimacio; igualmente, la misma
concepción de los rostros del capitel de la Epifanía de Villanueva la
encontramos en los de los personajes de San Claudio.
Finalmente, el capitel del ángulo occidental de
la arquería meridional del presbiterio recibe una sencilla decoración vegetal,
con dos pisos de carnosas hojas lanceoladas y lisas, con bayas en sus puntas
las inferiores y rematadas en caulículos las superiores. El cimacio presenta
hojitas pentafolias entre tallos ondulados. Las basas de las columnas de la
arquería y del triunfal presentan perfil ático, aunque de finos toros y
amplísima escocia, sobre breve plinto. En los cimacios e impostas de la cabecera
son aún perceptibles restos de policromía, de tonos ocres y negros.
La nave se encuentra profundamente alterada por
reformas posteriores. Debió de cubrirse en origen con bóveda, aunque los ya
referidos problemas estructurales del templo supusieron su ruina. De hecho, a
nuestro juicio, la nave corresponde a una segunda campaña románica, de la
segunda mitad del siglo XII, siendo notoria la ruptura de hiladas en el
arranque del muro norte de la misma, único original conservado. Tanto el muro
meridional como el hastial occidental del templo corresponden a reformas
posmedievales. En este muro septentrional, además de las dos saeteras con
fuerte abocinamiento al interior, destaca la portada, abierta en un antecuerpo
coronado por una cornisa soportada por diez canes muy deteriorados,
aproximadamente en el centro de la nave.
Portada
La portada se compone de arco liso de medio
punto y tres arquivoltas profusamente decoradas que apean en jambas escalonadas
con tres parejas de columnas acodilladas, éstas fruto de la restauración de
mediados de los ochenta del siglo XX.
Sus capiteles se encuentran sumamente
erosionados, adivinándose sólo que el exterior del lado derecho recibía dos
cuadrúpedos afrontados entre ramaje. El resto de las cestas eran vegetales, con
una fila de acantos el central del lado izquierdo.
La arquivolta interior es la iconográficamente
más interesante, pues recibe en sus catorce dovelas un interesante calendario
agrícola, con la labor propia de cada mes individualizada en una pieza, y las
dos laterales con representaciones de felinos, al modo, por ejemplo, de la
portada de Santiago de Carrión de los Condes.
La lectura de los muy maltratados relieves, que
debe realizarse de derecha a izquierda, se inicia con enero, representado por
dos personajes sedentes y ricamente ataviados ante mesas, en actitud de comer.
Febrero aparece figurado por dos rústicos calentándose al fuego, uno ya sentado
ante él y el otro levantándose el sayón, como es costumbre. La tercera
representación, que correspondería al mes de marzo es complicada de descifrar,
aunque creemos ver a un hombre portando un cántaro junto a otro, encorvado y vestido
de rústico, portando un podón o azada. La figmación de abril es más clara, y
aparece representada por un sembrador y un hombre con dos ramos y un pájaro
sobre su hombro (el denominado "señor de la primavera"), ambos
descabezados. Le sigue mayo, simbolizado por el caballero que parte de caza
acompañado por un lebrel sobre la grupa de la montura y un halcón.
Las dovelas correspondientes a los meses de
junio y julio están tan sumamente erosionadas que apenas podemos adivinar que
representan tareas agrícolas: en la primera un personaje arrodillado alza un
objeto irreconocible (rama, fruto o colmena), mientras su compañero, por su
actitud encorvada, parece sugerir el gesto de segar o podar; en la de julio
vemos un personaje rodilla en tierra y cargando un fardo a su espalda (cun haz
de trigo?) y frente a él una muy mutilada figura que sostiene en su mano izquierda
alzada un vaso o copa (la sed).
Creemos reconocer la labor de la trilla en el
mes de agosto, bajo la forma de un personaje tras un animal. Septiembre, como
es habitual, es el mes de la vendimia, aquí bajo la forma de dos personajes
sentados y acuclillados a ambos lados de una viña de enroscado tallo; le sigue
el trasiego del vino para simbolizar octubre, en forma de dos personajillos,
uno subido a un gran tonel y el otro ante él, ambos muy mutilados. Noviembre,
como es tradicional, aparece representado por la figura del cerdo, en nuestro caso,
dos porqueros entre dos animales, y diciembre por el acarreo de la leña,
cargada ésta en un pesado haz sobre los lomos de una mula y acompañada por un
personaje. El orden de los motivos que simbolizan los meses mediante la tarea
agrícola asociada varía, lógicamente, en función de la latitud y clima
característico de cada zona. En nuestro caso, las mayores similitudes en cuanto
a temas las establecemos con los calendarios agrícolas de San Martín de
Salamanca, Beleña de Sorbe, El Frago y San Isidoro de León.
Sobre el friso de tallo ondulante que acoge
hojitas se dispone la segunda arquivolta, ésta decorada con una fina banda de
palmetas y grandes hojas lobuladas y dobladas de profundas escotaduras y
acusado relieve. La arquivolta exterior se decora con motivos animalísticos y
del Bestiario, entre los que destacamos a un gran león pasante con la cola
sobre el lomo, otros felinos, varios cuadrúpedos cuyas colas remata en hojas y
palmetas, un grifo, una especie de carnero, aves y hojas, una pareja de trasgos
o arpías afrontados, un dragón devorando un animal, una pareja de aves
picoteando los frutos de un árbol, un personaje con un bastón ante un erguido
simio u oso ((juglar?), etc. El conjunto de las arquivoltas se rodea con una
chambrana decorada con un friso de palmetas.
En la clave del arco se dispuso, quizás
posteriormente, un tosco Agnus Dei inscrito en un clípeo ovoide, tallado en
reserva. Junto a él, en la misma rosca del arco de ingreso y bajo las
representaciones de agosto y septiembre de la primera arquivolta, se grabó
posteriormente la siguiente inscripción, hoy muy borrosa, por lo que seguimos
la transcripción que realizó Gómez-Moreno, con las correcciones de Maximino
Cutiérrez: VESPERA : DE : NATALEM : / E : LA : MILINARIA : DEL : DI/O : E :
NO : TIE(M)PO : DE : LOS : ANOS : /MALOS : REINA(N)TE : EL : RE! : / DO(N)
ALFONSO : SUB : / E(RA) : M(ILLESIM)A: ce (ducentesim)A : NON(A)G(IN)TA VII,
es decir "En la víspera de la Navidad, en el milenario de Dios, en el
tiempo de los años malos, reinando el rey don Alfonso (X). En el año 1259".
No creemos que pueda tomarse la fecha de esta inscripción más que como
referencia cronológica ante quem para la portada, a todas luces anterior a tal
fecha, máxime ante los evidentes signos de remonte, al menos parcial, de ésta.
Además de este testimonio epigráfico, el templo conserva otros dos, uno
absolutamente ilegible, en el salmer del mismo arco de la portada y otro, al
menos parcialmente distinguible, en el muro septentrional del presbiterio. En
este último, que permaneció oculto por la primitiva sacristía, leemos: ...
s: IH(o)ANE s: CLA ... /DE: SOLA: POIOTA: T ... / OLIVARES: ... SUB/ E: M: ce:
LXXX/ ANOS, año 1242.
De imprecisa cronología, probablemente
medieval, es la pila bautismal, de copa troncocónica lisa y 1, 15 m de diámetro
y 0,66 m de altura; lo mismo podríamos decir de los herrajes de la puerta del
templo, considerados como probablemente coetáneos de su fábrica.
Por lo que se refiere a una valoración global
del edificio, ya señaló en lo arquitectónico Gómez-Moreno las similitudes de la
cabecera con la de San Andrés de Ávila y obras asturianas, reflejando además la
duplicidad de campañas entre la cabecera y la nave, ésta posterior.
El historiador granadino veía en lo escultórico
de la cabecera raigambre leonesa, "con similitudes en Frómista y
Santillana", vínculos que se refuerzan, como vimos, con las
sorprendentes identidades de factura entre estos relieves y algunos de Santa
María de Villanueva, en Asturias. Así las cosas, la primera campaña de San
Claudia de Olivares debe rondar los años centrales del siglo XII, mientras que
la reforma de su nave parece obra más tardía, de las dos últimas décadas del
siglo.
Iglesia de Santa María la Nueva
Esta antigua parroquia, de reconocida
trascendencia histórica dentro de la ciudad, se ubica en el centro del casco
urbano medieval, hoy entre la Diputación Provincial -antiguo Hospital de
Hombres o de La Encarnación- y el Museo de la Semana Santa. El templo,
actualmente sólo con culto ocasional, está adscrito a la parroquia de San Juan
de Puerta Nueva.
Ubicada dentro del primer recinto amurallado,
desde sus orígenes estuvo ligada a la nobleza zamorana, que aquí celebraba sus
reuniones. Como ocurre en otros casos, las primeras referencias del templo
vienen más de mano de la tradición o de la leyenda que de una verdadera
documentación histórica, aunque en este caso ese tipo de noticias sí parecen
tener visos de recoger algún hecho histórico. El relato de lo que ocurrió se
conserva en su más antigua versión en la obra del cronista Florián de Ocampo,
del siglo XV, pero también aparece en uno de los documentos del estado noble
que se guardaban en el archivo de esta iglesia, un texto que se ha fechado en
el siglo XVII y que cuenta pormenorizadamente un levantamiento popular que tuvo
como escenario a esta iglesia, conocido como el Motín de la Trucha.
Más dudoso es el año en que ocurrió pues aunque
el manuscrito dice que fue en 1168, "reynando en este Reyno de León D.
Fernando 11, y ocupando la silla apostólica Alejandro III", la mayoría
de los autores sugieren sin embargo el de 1158, año en que aún vivía ese Papa.
Según esta versión, en esas fechas, cuando la iglesia se llamaba todavía San
Román, se estableció una disputa en el mercado entre el hijo de un zapatero y el
criado del noble Gómez Álvarez de Vizcaya; el objeto era una trucha que el
primero había comprado y pagado ya pero que el segundo, en virtud del
privilegio que permitía a los nobles comprar antes que a los plebeyos, reclamó,
entablándose una reyerta de la que el zapatero salió airoso, más no por mucho
tiempo ya que los nobles, entendiendo que se habían violado sus derechos, lo
prendieron. Reunidos los aristócratas en esta iglesia, según era su costumbre,
discutiendo qué castigo aplicar al hijo del menestral, el pueblo llano,
amotinado, resolvió quemar el templo con todos los que estaban dentro: "y
como la iglesia era de tres naves y no muy alta y tenía tres puertas, tanto
fuego y leña echaron por encima del tejado y por las dichas puertas, que todo
el tejado vino al suelo con algunos arcos; y tanto fue el fuego, que los que
dentro estaban se quemaron vivos, y no quedó retablo, imagen ni reliquias, ni
libros, ni bulas ni arcas ni ornamentos que todo fue ardido, y de tres capillas
de bóveda que la iglesia tenía, las dos vinieron al suelo, con viene a saber,
la del altar mayor a la cual entonces decían la capilla de Dios Padre, y la de
la mano derecha hacia el medio día, a la cual decían de Santa María, y quedó la
del septentrión, la cual se dice la de la Santísima Trinidad, en la cual hasta
hoy día se hallan unas piedras estalladas con el fuego". El fuego y la
ruina hicieron gran estrago entre los nobles, muriendo Álvarez de Vizcaya y,
según se dice, dos hijos del conde Ponce de Cabrera -aunque un documento de
1172 evidencia que el mayor no murió aquí-, pero eso no detuvo a los amotinados
que a continuación derribaron la casa del primero y liberaron a todos los
presos y se marcharon de la ciudad, asentándose "en un llano que está
sobre las peñas, encima de la iglesia de Santi-Spiritus, donde había tenido sus
tiendas y real en tiempos el Cid en el cerco de Zamora". Cuenta el
relato que huyeron de la ciudad cuatro mil hombres, ascendiendo a siete mil
entre mujeres y niños, y que de aquí marcharon por el puente de Ricobayo hasta
un lugar llamado Constantino, junto a la raya de Portugal, mandando entonces
cartas a Fernando II solicitando el perdón real y la absolución papal,
comprometiéndose además a reconstruir la iglesia, lo que finalmente sucedió.
Este mismo texto se hace eco también de un
milagroso episodio ocurrido en pleno incendio de la parroquia: "al
tiempo que las puertas con el gran fuego se quemaron y cayeron, quiso nuestro
Señor hacer tal milagro por sí mismo, que la sacratísima Hostia y Cuerpo suyo
milagrosamente se salió de la Custodia del Altar mayor, adonde estaba sin nadie
llegar a ella, y volando en el aire por entre el fuego y el humo, a vista de
muchas jentes se metió en una concabidad o abujero que en una pared de la
iglesia, en una rinconada cerca del suelo era adonde después acá ha hecho Dios
muchos milagros y hace hoy día con los que allí van, con devoción y a Dios se
encomiendan y es muy cierto que se hallan muy aliviados de los dolores y penas
con que allí van, del cual abujero y concavidad sale hoy día gratísimo olor".
Aún en la actualidad se conserva en los muros de la iglesia este agujero.
Documentalmente el rastro más antiguo se
remonta también a esas mismas fechas, en concreto el 6 de noviembre de 1159,
cuando miembros del concilio Sancti Cirpiani et Sancta Maria e la Nova
aparecen como testigos de una donación hecha por el rey Fernando II a Palla. A
partir de este momento aparece con cierta frecuencia, reflejándose la
importancia de la parroquia en el hecho de que muy pronto alcanzó la dignidad
abacial, como ya figura en una carta del año 1200 en la que el abad Pedro, del
monasterio de Santa María de Valparaíso, llega a un acuerdo con Román, dicto
ahbate ecclesiae Sancta Maria e Navae, qua e sita est intramuros civitatis
Zemorae, y con otros clérigos de la misma iglesia, sobre el litigio que
mantenían acerca de una propiedad en Peleas de Arriba. En los siglos
posteriores llegó a contar, además de con el abad, con ocho presbíteros y
varios clérigos y acólitos.Exento de todo su entorno, el edificio consta
hoy de cabecera semicircular, con tramo presbiterial flanqueado por dos
dependencias cuadrangulares. La única nave se articula en tres tramos,
separados por grandes arcos apuntados y cubiertos con bóvedas barrocas de
lunetos, con una potente torre alzándose a los pies, en cuya base hay una de
las tres puertas que tiene el edificio, abriéndose las otras dos al norte y sur
respectivamente.
La construcción está hecha a base de sillería
de piedra arenisca local, con paramentos parcialmente renovados en algunos
sectores a consecuencia de diferentes erosiones. El conjunto de la fábrica se
remonta a época románica, aunque cabe distinguir dos etapas, una primera,
correspondiente más o menos a la cabecera -con muchas dudas acerca de la
extensión de la misma-, y un segundo momento, explicado como consecuencia de la
reconstrucción del templo a raíz del incendio provocado durante el Motín de la
Trucha, que serían los muros de la nave y la torre. Sin embargo un importante
problema lo plantean los dos absidiolos cuadrangulares, como tendremos ocasión
de comprobar.
El ábside central, de planta semicircular,
presenta gruesos muros, hallándose semienterrado hasta que las restauraciones
han rebajado las tierras del entorno, aflorando entonces también algunas
sepulturas de la necrópolis medieval. Sus paramentos fueron muy reparados en el
año 1959, especialmente el alero y el sector central, donde se hallaba un
camarín, construido en el año 1715.
Exteriormente arranca de podium, en el que
apoyan siete altos arcos ciegos de medio punto que llegan hasta el alero, de
los cuales el central es algo más ancho y ligeramente más alto y el del extremo
norte algo más bajo que el resto, tal vez porque en algún momento fue
remontado. Están formados todos por dovelas cuadrangulares, lisas, apoyando en
delgadas columnas adosadas, con basas formadas por plinto, grueso bocet ancha
escocia y otro toro más estrecho, aunque sólo una de las piezas parece ser original.
Los fustes son ultrasemicirculares y los nueve
capiteles son todos originales siendo sus decoraciones de norte a sur las
siguientes: el que está en contacto con la capilla del evangelio no apoya sobre
columna por lo que es una pieza pinjante sin cimacio, que en realidad tiene
forma de canecillo de nacela con laterales sogueados y rollo en el centro; el
segundo sí es ya un verdadero capitel con una tosquísima figura humana en el
frente que sostiene con su mano derecha un palo o porra y con la otra se agarra
una larga barba mientras que a su izquierda se halla un cuadrúpedo quizá en
actitud atacante conformando una escena hoy muy deteriorada pero que quizá pudo
ser similar a las que se ven en el siguiente capitel; el cimacio presenta
cuatro líneas de tacos. La tercera pieza luce en el frente una figura humana de
cuerpo entero vestida con túnica y flanqueada en los laterales por sendos
leones que muerden los brazos extendidos de aquélla; el cimacio es igualmente
ajedrezado. El cuarto capitel muy erosionado muestra cuatro grandes hojas
palmeadas en las que destaca la marcada talla a bisel; el cimacio es nuevo. El
quinto es una labor de cestería de ancha retícula romboidal, que estuvo
rematada en los ángulos superiores por bolas; el cimacio es igualmente nuevo. El
sexto tiene cimacio ajedrezado y cesta vegetal compuesta por amplias hojas
palmeadas triangulares alternando unas con la punta hacia arriba y otras hacia
abajo ajustándose por completo al espacio y mostrando igualmente talla
biselada. El siguiente capitel parece hecho en una piedra distinta y su talla
es también diferente, aunque igualmente tosca con extraño motivo vegetal
formado por hojas rectangulares de nervios verticales y paralelos con entrelazo
en el frente rematando en rollos y bolas y cubierto todo por una plataforma a
modo de sombrerete de hongo sobre la que además se dispone un ábaco de
entrelazo; el cimacio es también ajedrezado.
Por último la octava pieza es prácticamente
idéntica a la primera, aunque con estrías verticales y horizontales.
De forma alterna en tres de los arcos se sendas ventanas de factura muy similar entre sí con pequeña saetera enmarcada
por doble arco sin chambrana el exterior con arista abocelada trasdosada de
estrías apoyando en simples jambas sin ningún tipo de imposta y el interior con
dovelas lisas cuadrangulares sobre columnillas con basamentos similares a los
de los arcos ciegos cortos fustes monolíticos y capiteles decorados con motivos
diversos.
La ventana norte tiene en su capitel más
septentrional una serpiente enroscada formando bucles con cimacio ajedrezado,
mientras que la otra cesta se ornamenta con tosquísima águila frontal de alas
abiertas, con roseta y hojitas lobuladas -talladas a bisel- en los espacios del
fondo; el cimacio es de zarcillos.
La ventana central fue hecha ex novo en
1959 y sus capiteles con una figura humana cuya cabeza picotean dos aves y con
dos serpientes el otro, se hicieron tomando como modelo otros dos de la misma
iglesia, uno de la primera ventana que hemos descrito y otro de la ventana de
la capilla meridional aun - que esta última como veremos también nos presenta
serios problemas; en todo caso el cimacio izquierdo con entrelazas y motivos
vegetales es original aunque probablemente sería hallado en las obras y
colocado aquí.
En cuanto a la ventana más meridional cabe
decir que sí es original aunque las dovelas del arco interior son nuevas, al
igual que el cimacio meridional.
En ésta el capitel norte porta una figura
humana desnuda creemos que femenina tal vez Eva situada entre dos arbolitos con
grandes hojas y/o frutos con un cimacio de entrelazo similar al ábaco del
extraño capitel que soportaba uno de los arcos ciegos, el séptimo en nuestro
orden de descripción; la cesta del otro lado está presidida por una figura
humana frontal/ vestida con túnica con los brazos abiertos y un altar detrás
flanqueada por distintos motivos vegetales y de entrelazo un recurso frente al horror
vacui que parece caracterizar el trabajo de este escultor. Ambos capiteles
están sospechosamente limpios especialmente el izquierdo, aunque más que pensar
en que sean de nueva talla cabe suponer que sufrieron una profunda limpieza
durante la restauración del templo, ya que esta ventana quedaba dentro de una
estancia y seguramente se hallaba cegada y revocada, pues ninguno de los
autores que describen el edificio antes de tales obras la mencionan.
El alero de esta capilla mayor está muy
erosionado y aunque muchas de las piezas de la cornisa fueron añadidas en la
restauración de 1959, se hallan igualmente deterioradas; las originales son
ajedrezadas. cuanto a los canecillos de los veinte que porta sólo once son
originales y de ellos tan sólo en siete se puede averiguar la decoración: tres
de modillones de rollo, otro - el frontal ostenta una cabeza simiesca que
parece estar atenazada por una serpiente, otro más es un cilindro acogido por
una hoja lanceolada, hay uno de nacela de varios planos concéntricos rematados
por gruesa bola y finalmente otro que se ha descrito como un ángel visto
frontalmente, sin cabeza, aunque, teniendo en cuenta que el cuerpo es también
plumífero, lo más probable es que sea otra águila vista frontalmente.
Antes de introducirnos en el interior de este
ábside cabe hacer una sencilla reflexión sobre la relación entre la
arquitectura y la escultura de este cuerpo y es que mientras la fábrica es de
buena ejecución, con un elemento como los arcos ciegos que dan esbeltez al muro
y denotan cierta preparación de quienes trazaron esa arquitectura, los
escultores son sin embargo todo lo contrario, tallistas muy poco hábiles, con
unos recursos muy rudimentarios, con unos volúmenes francamente básicos, unas
figuras simples, toscas y planas y recurriendo en el mejor de los casos al
bisel.
Interior
El interior del ábside central está igualmente
muy retocado, sobre todo la parte inferior y la central. Casi al ras del
pavimento actual se ve aflorar un primer cuerpo o podium, muy poco destacado y
con los sillares superiores rematando en bocel, aunque buena parte son de nueva
factura. Encima se dispone un cuerpo liso y macizo, rematado por imposta
totalmente nueva y sobre la que se hallan las tres ventanas, abocinadas y
completamente lisas, aunque el abocinamiento que también tiene el alféizar nos
parece una solución reciente. El muro remata en imposta ajedrezada de la que
sólo quedan originales las piezas de ambos extremos, arrancando de aquí una
bóveda de horno, de sillería arenisca, que trasciende al cuarto de esfera hasta
alcanzar un desarrollo de ligera herradura. El arco frontal de la bóveda, en su
encuentro con la más amplia del presbiterio, lleva además una pequeña chambrana
de dovelas cuadrangulares lisas.
El presbiterio sigue el esquema habitual,
rectangular y ligeramente más ancho que el ábside, aunque al exterior queda
prácticamente enmascarado por las dos piezas cuadrangulares laterales. En el
lado norte incluso se ha desmontado la parte superior del muro, de modo que
entre el ábside y la nave queda un vacío.
En el sur sí se conserva hasta la misma altura
que el ábside, elevándose brevemente sobre la capilla lateral, pero la cornisa
no parece original y carece además de canecillos. En el interior este espacio
presbiterial enlaza perfectamente con el hemiciclo, con muros lisos donde se
abren las puertas que comunican hoy con los laterales y cubierto con bóveda de
cañón que nace de la misma imposta ajedrezada. Por lo que respecta al arco
triunfal, es muy apuntado, resultado de la renovación de la nave que creemos que
se hizo ya en época gótica -a la que se añadieron después los yesos barrocos-,
con el mismo arco doblado sobre pilastras que muestran los de separación de
tramos de esa nave.
Las presuntas capillas laterales, hoy con la
función de sacristía y almacén, presentan un problema de interpretación muy
complejo, para el que debemos recurrir en primer lugar a la descripción y
planta de la iglesia que publicó Salvador García de Pruneda en 1907, mucho
antes de cualquier restauración con intenciones miméticas, y aunque tampoco sea
demasiado lo que nos pueda aportar, sin embargo en el dibujo de la planta se
aprecia también una dependencia adosada a la cabecera, envolviendo el absidiolo
sur y la mitad correspondiente de la capilla mayor. Pero vayamos por partes.
El pretendido absidiolo norte aparentemente es
el que mejor conserva su estructura original. Es un reducido espacio de planta
rectangular que muestra al exterior una sillería irregular con grandes bloques
en las esquinas. Se cubre a un agua y en el testero tiene una sencillísima
saetera adintelada que se abocina hacia el interior, mientras que el muro norte
es macizo, con alero muy erosionado soportado por seis canecillos que parecen
ser todos de nacela, y cornisa quizás de listel y chaflán. El interior es hoy
un espacio cerrado al que se accede a través de un estrecho arco de medio
punto, seguramente ya de época bajomedieval o moderna, cubriéndose con bóveda
de cañón y careciendo de cualquier elemento decorativo. Ni desde dentro de la
capilla ni desde la nave -aquí tal vez por la existencia de retablo- se ve
atisbo de arco triunfal y la saetera en el interior curiosamente es
rectangular, rasgada, como suelen ser las posmedievales, todo lo cual complica
extraordinariamente la datación de esta dependencia, que si no fuera por el
alero románico diríamos incluso que es posterior a la Edad Media. Para colmo de
dificultades, en el interior la piedra ha sido rejuntada e incluso toda la
bóveda parece reconstruida, igual que la puerta parece estar remontada.
La capilla de la epístola tiene casi todo el
muro exterior del testero reconstruido, lo que se debió hacer en la
restauración de 1959, cuando se eliminó la estancia que tenía adosada en ese
lado, a la que se accedía por una puerta que quedaría más o menos bajo la
ventana actual. Esta ventana presenta igualmente una complicada interpretación
pues si gran parte de ella está reconstruida, el lateral norte sin embargo es
original, tanto las dovelas, como el cimacio ajedrezado como la columnilla con
su capitel, en el que aparece una figura humana cuya cabeza picotean dos aves.
El muro meridional de esta capilla presenta
alto zócalo con remate achaflanado -como el que aparece ya en la fachada
meridional de la nave- y tiene toda la esquina! reconstruida, como el alero,
que carece de canes o de cualquier otro elemento de filiación románica,
abriéndose por el contrario una ventana cuadrangular posmedieval. Hoy en el
interior tampoco tiene comunicación con la nave e igualmente tampoco hay rastro
de arco triunfal, a la vez que el arco de medio punto por el que se accede
desde la capilla mayor es completamente nuevo, aunque sustituye a otro cegado,
también de medio punto pero más bajo. En su interior todo se halla muy
restaurado: el abocinamiento de la ventana del testero sólo conserva original
la mitad norte y del conjunto de paramentos la única piedra que parece antigua
-o que al menos no ha sido limpiada con saña-, son las hiladas superiores del
muro norte y tres o cuatro hiladas del mismo lado de la bóveda de cañón,
precisamente las que conservan restos de pintura gótica donde se reconocen
varias escenas de la vida de la Virgen, paneles que diversos autores fechan
entre el último tercio del siglo XIII y el primer tercio del XIV. En cuanto al
aparejo, los muros este y norte son de sillería mientras que el del sur y oeste
son de mampuesto y la bóveda nace de imposta ajedrezada en el lado norte,
aunque no existe en el sur, hallándose igualmente en el testero, bajo la
ventana, si bien la mayor parte es reconstruida.
A partir de tal panorama no resulta nada fácil
interpretar la actual cabecera de Santa María la Nueva y cualquier especulación
al respecto resulta sumamente frágil. En principio pudiera pensarse que la
capilla meridional bien pudo ser contemporánea del ábside central, aunque buena
parte de ella es producto de una reforma posmedieval y de una contundente
intervención durante las obras de restauración.
En cuanto a la capilla norte, posiblemente
también pudo tener un origen similar, aunque al menos en el interior todo
parece renovado e incluso puede que toda ella fuera reconstruida, reduciéndose
ligeramente en anchura y empleando numerosas piezas antiguas, entre ellas el
alero. Claro que también podemos hallarnos ante estancias posteriores a la
capilla mayor y que la presencia de motivos románicos sea siempre
reutilizaciones, incluyendo la ventana del testero de la actual sacristía, que
bien pudo estar en origen en el muro meridional del presbiterio que precede a
la capilla mayor. En todo caso volveremos sobre este asunto en las conclusiones
finales.
La nave no presenta menores problemas de
interpretación y las hipotéticas tres naves originales de que hablan casi todos
los autores e incluso el texto que relata el Motín de la Trucha, pasaron a
convertirse en una sola en época gótica, muy probablemente en el mismo momento
en que se realizan las pinturas murales.
Al exterior el muro norte contacta con la
capilla de ese lado mediante un contrafuerte ligeramente desviado y más que
probablemente reconstruido. Dos contrafuertes más se reparten por el muro,
enmarcando la portada que se halla en el centro de la nave. García de Pruneda
no dibuja en su plano ninguno de estos contrafuertes, aunque sí habla de ellos.
El primer tramo es macizo, en el segundo se ubica la portada y el tercero es
igualmente sobrio, con una sencilla saetera en la parte alta.
La portada de este lado se halla bastante
descentrada respecto a los contrafuertes, incluso parcialmente tapada por el
más oriental, lo que hace pensar que en realidad tales soportes sean producto
también de la renovación gótica de la nave. La puerta es muy apuntada, con arco
de ingreso moldurado con bocel entre medias cañas, seguido de varias
arquivoltas también molduradas con varios boceles, nacelas y mediascañas,
seguidas por nacela con la típica moldura zamorana de listel, nacela y bocel,
la misma que porta la imposta sobre la que descansa el arco de ingreso. Las
arquivoltas descansan en un total de cuatro columnillas acodilladas, sin
podium, con basas formadas por plinto, gruesos toros y ancha escocia, con
tosquísimos capiteles de cestas estriadas que tratan de imitar nervaduras de
hojas, con una bola en el extremo superior. Sobre la clave de la chambrana hay
un escudete muy erosionado y al oeste de la portada una saetera que parece
original.
A lo largo de todo este paramento septentrional
se aprecian varias rozas, mechinales y canecillos que son testigos de las
numerosas reformas que ha sufrido el edificio. En el segundo y tercer tramos se
aprecia, a media altura, una línea de erosionados canes, que posiblemente hubo
también en el primero, aunque ahí el paramento ha sido reformado. Son sin duda
el testimonio de un antiguo alero, que curiosamente está por debajo del que se
conserva en el absidiolo norte, otra particularidad a tener en cuenta a la hora
de hacer una valoración de las etapas constructivas del edificio. Son en total
once las piezas completas, todas muy erosionadas, entre las que se aprecia una
decorada con varios rollos, como los que luce la capilla mayor.
En el remate del muro actual se encuentra el
alero resultado de la reforma, igualmente muy erosionado, con cornisa al
parecer de listel y chaflán y con 24 canecillos, generalmente de ancha nacela,
en algún caso de cuarto de bocel y puede que alguno con representación de
cabeza zoomorfa, junto a dos que son piramidales con cuatro hojitas lanceoladas
y uno de rollos. La mayoría de estas piezas parecen claramente góticas -las
anchas nacelas y los cuartos de bocel-, pero la duda estriba en los dos últimos
tipos, que bien pueden ser antiguos canes empleados en la nueva obra o quizá
una perduración de modelos románicos, lo que parece detectarse en la iglesia de
Fuentecarnero, que fechamos en un momento muy avanzado del siglo Xlll y en cuyo
alero aparecen estos mismos canecillos de hojas lanceoladas tan habituales en
el tardorrománico de la capital: en la Puerta del Obispo de la catedral, en San
Pedro y San Ildefonso, en San Juan de Puerta Nueva, en Santa Lucía o en el
Santo Sepulcro, entre otros templos.
El testero de la nave -incluido el triunfal de
la capilla mayor- sería igualmente obra de la misma reforma, de ahí que no se
aprecie el menor testimonio de la anterior altura de naves.
Fachada
Por lo que respecta a la fachada meridional, su
organización es similar a la norte, también con tres contrafuertes construidos
cuando se hizo la nave única. Entre los dos primeros se halla el osario,
enmascarando parcialmente el paramento, aunque sobre él llegan a verse la línea
de canes original, con seis erosionadas piezas entre las que aparece la
representación de un águila con las alas abiertas. En esta ocasión la cornisa
sí queda en una cota superior a la de la capilla lateral correspondiente.
En el segundo tramo, descentrada respecto a la
ubicación de los contrafuertes, se encuentra la actual portada, bajo un arco de
ladrillo mucho más moderno y con una pequeña hornacina en la que hasta hace
algunos años ubicaba una Virgen gótica.
Está formada por arco doblado, el interior de
medio punto, sobre pilastras, totalmente nuevo, y el exterior -que destaca
sobre el muro- en arco de herradura, con dovelas aboceladas apoyando en toscas
semicolumnas de basamento alto y prismático, reconstruido, con rudimentarios
capitelillos, el occidental con sirena que se agarra la doble cola y el
oriental con dos aves gallináceas que entrelazan sus largos cuellos, bajo los
que se dispone una bola, con ambos cimacios decorados con rosetas de siete
hojas puntiagudas. A nuestro juicio esta puerta es el resultado de una
reconstrucción en la que se utilizan piezas románicas¡ el arco de herradura,
que ha dado lugar a tantas especulaciones -y que también aparece en la parte
interior, aunque mucho más alto y menos marcado-, puede ser el que tuvo la
portada precedente, lo que coincidiría en todo caso con la forma de la bóveda
del ábside mayor, o incluso puede ser pura coincidencia, resultado de un
deficiente ensamblaje de las piezas.

Portada meridional
En el tercer tramo el sector del antiguo alero
conservado es menor, con tan sólo dos canes recortados¡ bajo ellos aparece una
saetera de la primera fábrica y sobre ellos otra de mayor tamaño. El alero
actual por su parte sigue un esquema similar al del lado norte, con 21
canecillos erosionados, generalmente de nacela, aunque hay tres de rollos, otro
con lo que parece una estrella de cuatro puntas, otro más con una cabeza y
siete con las omnipresentes cuadrifolias planas lanceoladas.
En los muros interiores de la nave no hay
elementos claramente identificables con tiempos románicos, aunque en el muro
norte se aprecia una línea de sillares más estrechos que podían ser el remate
original del muro antiguo, a la vez que se observa en el tercer tramo un remate
vertical del muro que quizá nos muestra hasta dónde llegó la primera nave. Por
su parte, en el primer tramo se conservan restos de pintura mural, con un San
Cristóbal, seguramente de los siglos XVI o XVII y junto a la base del primer arco,
el hueco donde según la tradición se refugió la hostia consagrada durante el
incendio de 1158.
En cuanto al paramento interior sur sólo cabe
reseñar la presencia de un arcosolio funerario en el primer tramo, fechable en
época tardogótica, con restos de pinturas murales de inicios del siglo XVI en
el intradós y con una cartela en su base con el sobrio epitafio: HIC NVNC
QVIESCIT QVI NVNCQVAN QVIEVIT, es decir, "Aquí reposa ahora quien
nunca descansó". En el tercer tramo se halla otro arcosolio gótico,
embutido en el muro original, en cuyo entorno se hallan nuevos restos de
pinturas murales, contemporáneas de las de la capilla de la epístola,
representando escenas como la Huida a Egipto, la Anunciación o la Adoración de
los pastores.
A los pies se levanta la potente torre,
cubierta parcialmente por las pinturas que acabamos de señalar. Es una
voluminosa pieza con la misma anchura que la nave y con un pequeño hueco
cerrado con reja, junto al ángulo noroeste de dicha nave, donde estuvo el
Archivo del Estado Noble de los Caballeros Hijosdalgo de Zamora, hoy en el
Archivo Histórico Provincial. En los laterales se aprecia perfectamente cómo se
adosa a los muros románicos y cómo el recrecimiento gótico del edificio se
apoya en ella. De planta rectangular y robustos muros, en el interior muestra
un alto y abierto espacio abovedado con cañón apuntado, siguiendo el eje de la
nave, sobre impostas de listel y chaflán en los cuatro lados. Comunica este
espacio con la nave mediante un alto arco con impostas molduradas de listel,
caveto y bocel, idénticas a las que aparecen en la iglesia del Espíritu Santo.
En este mismo cuerpo inferior, en el lateral de mediodía, precediendo a la
escalera de caracol, hay una pequeña capilla abierta, también abovedada con
cañón, transversal a la anterior, donde se ubica la pila bautismal y en cuyos
muros se conserva una inscripción funeraria fechada en la era MCCCXXXIII
(año 1295). El husillo ocupa el ángulo suroeste y a través de la escalera de
caracol se accede a una estancia en el tercio superior de la torre, cubierta
igualmente por bóveda, sala que hoy usa la Cofradía de la Vera Cruz. El remate
de la torre es ahora un espacio aterrazado donde se ubican dos espadañas, una
al sur, barroca, de dos cuerpos con tres troneras, y otra muy pequeña, al
oeste, de ladrillo y piedra, seguramente de fechas no muy distintas a la
anterior.
En el exterior la torre muestra en su paramento
sur un par de arcosolios de medio punto, con arista en bocel, y coincidiendo en
altura con el antiguo alero románico de la nave tres canzorros -más uno
desaparecido- que sostendrían un pórtico. En la parte alta de este lado hay una
saetera lateral que ilumina la escalera de caracol y el muro se remata con la
espadaña barroca. En el lado norte el muro es completamente macizo mientras que
en el de poniente hay cinco vanos: tres saeteras que iluminan la sala superior
de la torre y la escalera de caracol, un ventanal en el centro -arrojando luz a
la base de la torre- y finalmente la portada.
El citado ventanal debió ser en origen una
saetera central enmarcada por doble arco, vaciado después para finalmente, en
una reciente reconstrucción, rehacerse de forma un tanto extraña; el arco de
enmarque, trasdosado por chambrana de nacela, es de medio punto doblado, con
arquivoltas molduradas de bocel entre mediascañas descansando en cuatro
columnillas acodilladas con capiteles de estrechas pencas dispuestas en dos
órdenes, vueltas y enrolladas, similares a las que aparecen en la catedral, en
San Esteban o Santiago del Burgo, pero sobre todo a las de sendas ventanas de
San Juan de Puerta Nueva y San lldefonso. Los cimacios presentan la habitual
moldura zamorana de listel, nacela pasada y bocel, que se vuelven a repetir en
todos esos templos y otros más. En el interior se repite la misma forma y
decoración, aunque seguramente por el abocinamiento inicial, sólo hay lugar
para un arco y un par de columnas con los mismos capiteles.
Portada occidentalLa p
ortada occidental es un sencillo arco de
medio punto, doblado y apoyado en pilastras, con chambrana e impostas
molduradas con el esquema que acabamos de describir, una portada que se repite
en la pequeña iglesia del Espíritu Santo.
Esta torre se halla desmochada y a juzgar por
su estructura pudo ser bastante más alta, dotada incluso de elementos
defensivos, aunque también cabe la posibilidad de que no se llegara a concluir.
Llegados a este punto, como hiciera en 1907
García de Pruneda, no podemos menos que pedir disculpas "por haber
tratado con tanta pesadez un asunto tan árido", según sus propias
palabras. Sin embargo no ha sido nuestra intención la misma que animara a aquel
autor de demostrar "esa forma nacional que tanto nos discuten los
extranjeros" del arco de herradura, sino buscar los argumentos para
trazar la evolución histórica de tan complejo edificio, sobre cuyas fases
constructivas casi siempre se ha pasado de puntillas o creemos que no se ha
definido lo suficiente. Así pues, a partir del detallado recorrido que hemos
hecho por el edificio creemos que se pueden establecer las siguientes etapas:
1. A la más primitiva iglesia corresponde el
ábside central. Es posible que formara parte de un templo de tres naves, como
casi todos los autores se han empeñado en creer pero realmente no hay
argumentos sólidos que lo aseguren, tan sólo la presencia de una imposta
ajedrezada en los muros norte y este de la capilla de la epístola -la actual
sacristía- pudiera ser testimonio de un antiguo presbiterio en ese lado, aunque
ciertamente no es un dato demasiado sólido. A esa misma construcción pertenecen
elementos reutilizados después, como las piezas que se remontan para formar la
portada meridional e incluso alguno de los canecillos. Sería ésta la iglesia
anterior al Motín de la Trucha de 115 8 -si es que realmente ocurrió así y en
tal fecha- pues la escultura de la capilla mayor habría que situarla en las
primeras décadas del siglo XII, empleando motivos como la sirena de doble cola
o el águila de alas abiertas que forman parte de los repertorios más extendidos
en esas fechas. Es una escultura muy tosca, con empleo de recursos e incluso
ciertos motivos decorativos que parecen anclados casi en lo prerrománico,
aunque la tosquedad que la caracteriza no significa necesariamente antigüedad.
A veces se ha buscado como referencia las tallas más antiguas de San Cipriano,
quizá por lo rudimentario de las figuras, pero en realidad el escultor o
escultores que trabajan en Santa María la Nueva tienen aún unos recursos más
limitados. Más hábiles fueron los artífices que trazaron la arquitectura,
aplicando al muro un elemento tan extraño en el románico zamorano como son los
arcos ciegos recorriendo los paramentos exteriores del ábside, algo que sin
embargo es mucho más característico de otros lugares, como las tierras
burgalesas, donde se utilizan en la más variada composición desde los momentos
más antiguos a los más tardíos del período románico. La particularidad que se
ha querido también resaltar a veces en esta iglesia de una capilla mayor
semicircular con dos absidiolos planos -algo que casi un siglo después se
emplearía en el templo leonés de Arbas del Puerto-, y que podría ser una
solución mixta entre las cabeceras más ortodoxamente románicas formadas por
hemiciclos y la particularidad zamorana de preferencia por los testeros planos,
en realidad es un argumento falaz pues no sabemos la morfología de los
absidiolos más antiguos o, como hemos señalado, si siquiera los hubo.
2. Si nos fiamos del episodio del Motín de la
Trucha -aunque en modo alguno podemos tomar al pie de la letra los desperfectos
que pudo sufrir el templo-, Santa María la Nueva, ya con este nombre, se
reconstruyó con posterioridad a 1158. Sin embargo, si nos atenemos a un
análisis escultórico, una segunda fase de obras se llevó a cabo muy a finales
del siglo XII o incluso en los primeros compases del XIII. Esta remoción afecta
a la nave, que al menos entonces pasa a tener unas dimensiones muy similares a las
de ahora, aunque con los muros más bajos. Ahora sí parece que hubiera tres
naves, al menos si nos atenemos a la anchura del conjunto, aunque seguiríamos
sin saber cómo eran los absidiolos, que no obstante y a juzgar por la forma en
que se estaba construyendo en la ciudad, perfectamente pudieron ser ya
cuadrangulares, aunque reiteramos nuestra convicción de que nada de ellos ha
sobrevivido, a no ser alguna pieza reutilizada en los posteriores. De este
momento se conservan los muros norte y sur de la nave, incluyendo la portada
septentrional, mientras que la meridional se reconstruiría reutilizando piezas
de la fábrica anterior. En este momento se hizo nueva la portada norte mientras
que para la sur se reutilizan algunas piezas de la fábrica anterior.
3. De forma inmediata a la reforma de la nave o
incluso en las mismas campañas se construye la torre. Aunque se aprecia bien
cómo se adosa a la nave románica, lo que en principio sería indicio de
posterioridad, las fechas pueden ser prácticamente las mismas pues una
estructura de este tipo se levanta muchas veces sin trabar con el resto del
edificio, estando muy claro además que el recrecimiento gótico de la nave sí
apoya sobre la torre. Esa compatibilidad de fechas queda demostrada
perfectamente porque nave y torre comparten el mismo lenguaje decorativo, el
mismo que se está empleando en casi todos los edificios que se están levantando
en la ciudad en esos momentos.
4. A finales del XIII se acomete una nueva
reforma, pasando de las hipotéticas tres naves a la única actual, a la vez que
sería entonces cuando se hacen los absidiolos o dependencias laterales
actuales, lo que se puede ver perfectamente en la del lado de la epístola, cuyo
muro sur presenta un regruesamiento que se continúa perfectamente en los
contrafuertes que se datan en esta misma época.
En esos mismos absidiolos se reutilizan
elementos de la fábrica románica de las capillas o testeros precedentes -entre
ellos el ventanal románico que sería de la fase más antigua- y tal vez, al
transformarse ahora en nave única, pudo ser que los absidiolos no se
concibieran como tales sino como capillas independientes, de ahí que no haya
rastro de arcos triunfales, o al menos no los hemos sabido encontrar. El cambio
que sufre el cuerpo central de la iglesia obliga a elevar los muros laterales,
para que tengan cabida tan amplios arcos, lo que posibilita que en el muro
septentrional el viejo alero quede por debajo de la cota del que tiene la
capilla que ahora se reconstruye en ese lado, cosa que hubiera sido un tanto
incomprensible si fueran contemporáneos. Entonces, o escasos años después, el
templo se decora con las pinturas murales de las que han sobrevivido escasos
restos.
5. Con posterioridad a la Edad Media se
reconstruye el absidiolo norte y se altera profundamente el meridional. Puede
que sea entonces cuando se hace la bóveda de lunetas que hoy cubre la nave y el
camarín junto a la cabecera. En ese caso la fecha sería el año de 1715.
Finalmente, en 1959 una restauración mimética
complica la interpretación de toda esta historia constructiva, eliminando
estancias añadidas y recreando piezas que estaban mutiladas o que habían
desaparecido.
6. Pero al margen del edificio, en el interior
se hallan numerosas piezas escultóricas descontextualizadas pero que por su
indudable interés debemos recoger, aunque sea de forma breve y selectiva.
Capitel con sirena: Hecho en caliza blanca
y tallado en dos de sus caras, con unas medidas de 40 cm de altura y 43 X 36 cm
de anchura. Representa a una tosca sirena de dos colas, las que agarra con sus
manos, una representación que ya vimos empleada en la fábrica más antigua del
edificio, con la que comparte la misma cronología de las décadas iniciales del
siglo XII, aunque sea de distinto escultor. En el plano superior son bien
visibles las líneas de replanteo trazadas por el artista antes de acometer la talla.
Soporte de la mesa de altar: Haciendo las funciones
de tenente de altar se encuentra un capitel de 43 cm de altura, 46,5 cm de
anchura y 42 cm de , decorado en tres de sus caaño y la disposición de la decoración, muy posiblemente sea uno de los
capiteles del arras y realizado en arenisca local de grano fino, con una planta ultrasemicircular. A juzgar por el tamco triunfal de la iglesia más primitiva.Se decora con tres figuras humanas de manos
alzadas y enlazadas, vestidas con túnicas, ocupando cada cual una de las caras,
todas con rasgos muy rudimentarios aunque la del lado izquierdo porta una rama
en su mano libre y se peina con una melena que parece identificarla como mujer.
La talla, que guarda mucha similitud con uno de los capiteles de la ventana sur
de la capilla mayor, es muy tosca, característica de la fase más antigua del
templo, con cuya escultura comparte el obsesivo horroroacui que se pretende
solucionar rellenando de manera indiscriminada todo espacio mediante motivos
vegetales o geométricos, quizá con la intención también de dar a la escena un
entorno campestre. Álvaro Ávila de la Torre ve en estos elementos que envuelven
a las figuras posibles llamas y explica la escena a través de un pasaje bíblico
del Éxodo en el que Aarón y Jur ayudan a Moisés a sostener los brazos en alto
mientras a sus pies se desarrolla el combate entre los ejércitos de Amalee y de
Josué.
Fragmento de figura sedente: Es una pieza muy
erosionada, de 55 X 35 X 26 cm, hecha en arenisca de grano fino y representa a
un personaje sentado del que sólo se conservan las piernas. Viste con túnica y
tiene los pies desnudos, por lo que pudiera tratarse de un Cristo en Majestad.
La talla con volúmenes bien marcados, el tratamiento de los pliegues en forma
de V y las proporciones de la figura hacen de esta pieza la mejor escultura que
se conserva en la iglesia. Su cronología puede establecerse en las primeras
décadas e incluso en las centrales del siglo Xlll.
Pila bautismal
Se localiza bajo la torre, en una pequeña
capilla lateral. Es un gran vaso troncocónico invertido, casi un cilindro, de
136 cm de diámetro y 86 cm de altura, asentado sobre un escalón circular,
fabricado en arenisca local.
Presenta embocadura plana, con chaflán hacia el
interior y arista viva hacia el exterior. El cuerpo se decora a base de siete
grandes arcos de medio punto rebajado sostenidos por columnillas con capiteles
vegetales de tres hojas planas lanceoladas -que a veces parecen enrollarse en
la parte superior- y en cuyo interior se disponen seis personajes nimbados
además de una escena. En esta última aparecen dos figuras, una masculina y otra
femenina que sostienen un paño sobre el que aparece un tercer personaje, en
cuya cabeza se dispone la paloma del Espíritu Santo, conformando una imagen
alegórica del bautismo. Del resto de los personajes que ocupan las arquerías
cinco visten con pesados ropajes, sostienen libros abiertos o filacterias y
miran frontal o lateralmente; uno, portando llaves, se identificaría con San
Pedro. Finalmente, el séptimo arco es el peor conservado y en él se halla un
ángel turiferario que se dirige a la escena del bautismo.
Esta pieza, con una escultura de calidad muy
superior a la del resto del templo -pareja quizá a la de la figura sedente-, es
un caso único en la provincia y prácticamente en el Reino de León, todo lo
contrario que ocurre en el castellano, donde las pilas decoradas con arcos son
muy frecuentes, especialmente en Palencia, Burgos y Soria, aunque en esta
última son composiciones más bien geométricas, sin apenas figuraciones. En
Burgos pilas como las de Cayuela, Cascajares de la Sierra, Albacastro o Cumiel
de Mercado siguen el mismo esquema de Santa María la Nueva, con apóstoles -o a
veces animales- encuadrados individualmente en arquerías; en Palencia hay
igualmente ejemplos muy notables de composiciones similares, como ocurre en
Moarves de Ojeda, Renedo de Valdavia o Valcobero, aunque las tallas sean muy
distintas entre sí. En cuanto a las fechas todas son ejemplares tardíos, de
modo que la pila zamorana pudiera ser contemporánea de la segunda etapa
románica de la iglesia.´
Iglesia de San Pedro y San Ildefonso
Se encuentra esta iglesia, en origen
probablemente una de las más antiguas de Zamora, en el centro del casco
histórico de la ciudad, dentro del primer recinto amurallado, en la confluencia
de las calles de los Notarios y de Francos y ante la plazuela que lleva su
mismo nombre. Su importancia a nivel eclesiástico radica fundamentalmente en el
hecho de que aquí reposan y se veneran los restos de San Atilano, obispo de
Zamora a comienzos del siglo X y patrón de la diócesis de Zamora, y de San
Ildefonso, arzobispo de Toledo en la primera mitad del siglo VII y patrono de
la ciudad.
Cesáreo Fernández Duro y Ursicino Martínez
cuentan que en origen esta iglesia estuvo bajo la advocación de santa Leocadia
y que a su vera se edificó el primer palacio episcopal, en el solar que después
ocuparía el palacio gótico de los marqueses de Villagodio, ya desaparecido.
Sería el lugar donde se instauró el obispado de
Zamora en el año 901, siendo su primer obispo San Atilano (901-91 n el Attila
de la documentación de la época, del que todavía se conservarían su anillo
episcopal y un peine litúrgico, reliquias que no obstante parecen bastante
posteriores.
Pero las noticias más antiguas de una ocupación
en este lugar las aporta la arqueología, pues las excavaciones llevadas a cabo
en 1989 pusieron a descubierto una necrópolis en la que se localizan algunos
objetos que los autores del trabajo datan entre los siglos VI y Vlll, aunque
creemos que una de las fíbulas halladas puede datarse entre fines del V y
comienzos del VI, correspondiendo a los ajuares de los visigodos procedentes de
Europa oriental. La presencia de un cementerio es a la vez indicativo de la existencia
de un lugar de culto, y aunque no se identificaron de forma clara restos
constructivos atribuibles a tan temprana época, ciertos elementos pudieran ser
testimonio del indudable templo que hubo de existir ya en época visigoda, quizá
aquel semilegendario de Santa Leocadia.
La misma excavación descubrió también diversas
tumbas que se han fechado entre los siglos XI -momento al que parece
corresponder una lauda con cruz griega, alfa y omega- y XIV, a las que
posteriormente se sumó el hallazgo de un magnífico frontal de piedra
policromada que debió tallarse para acoger las reliquias de San Ildefonso,
cuando se redescubrieron, también en el subsuelo de esta iglesia, el día 26 de
mayo de 1260.
Al margen de aquel primitivo asentamiento de la
Semure visigoda y después del vacío histórico que se produce durante la
invasión musulmana, el lugar debió ser recuperado para el culto tras la
reconquista de la ciudad hacia el año 893. Es a partir de este momento cuando
se instaura el obispado y cuando se edificaría -o reedificaría- el templo
conocido a partir de este momento como San Pedro, tal como aparece citado en un
documento de 1154, aunque en realidad se hable de "la casa del hijo del
presbítero de San Pedro". Este nombre se haría extensivo a todo el
barrio o colación adyacente, regido por su propio concilium, como se
documenta en 1170. Tras la invención de los restos de San Ildefonso en 1260,
esta advocación pasó a formar pareja con la anterior, para finalmente
imponerse, de manera que hoy es esta última con la que se conoce a la iglesia a
nivel popular.
A partir de tan fragmentarias noticias cabe
suponer que después del antiguo templo de Santa Leocadia se levantara, al
menos, un segundo edificio altomedieval tras la recuperación de la ciudad, que
sería sustituido a su vez por la fábrica románica que se nos ha conservado. Tal
vez con esta nueva obra pudiera tener relación el documento del que se hace eco
Guadalupe Ramos, que, aunque sin data concreta, la autora fecha con
anterioridad a 1215 y en el que Juan Díaz hace una manda testamentaria para las
obras de San Pedro. También don Gira! Fuchel en su testamento, redactado antes
de 123 8, expresará de forma lacónica su deseo de enviar algún dinero para el
mismo fin: "Mando a la obra de San Pedru I morabetinos".
Por estas fechas ya el entorno de la iglesia de
San Pedro es el centro neurálgico de la ciudad, discurriendo a su vera la
principal calle que atraviesa el núcleo, el carral maior, o lo que es lo mismo,
las actuales calles de rúa de los Notarios y nía de Francos, nombre éste que
nos transmite quiénes conformaban, al menos en parte, la población de la zona,
donde también se registraba notable presencia hebrea, según A. Represa. Muy
cerca de aquí se encontraba también la puerta de la muralla que recibía el nombre
de la iglesia y en su entorno, como correspondía a una zona céntrica se
documentan algunas tiendas, como la tende que oulgariter dicitur Tenda de
Petro García, iuxta Sactum Petrum, la mitad de la cual entrega el
monasterio de Valparaíso al cabildo de Zamora en 1253. La parroquia debió
acumular también diversos bienes en el mismo entorno pero también en otras
poblaciones, pues ya en 1226 varios de sus clérigos venden a don Pedro de
Ribera una yugada de bueyes con sus pertenencias en Aldea de la Franca por
doscientos treinta áureos, mientras que en otros documentos se nombran casas
pertenecientes a San Pedro en la propia ciudad.
A fines del siglo XV el obispo Diego Meléndez
Valdés acomete la modificación de la cabecera del templo con el fin de dar
mayor relevancia a las reliquias de los santos Ildefonso y Atilano,
construyendo la reja y quedando de la forma que hoy la podemos contemplar. Los
Cuerpos Santos son colocados en una urna bajo nueve llaves y la solemne
elevación al lugar que ocupan se lleva a cabo el 25 de mayo de 1496. Esta obra
modificó también todo el interior del templo, que pasó a tener una sola nave,
cubierta con bóvedas góticas. Escasos años después, por bula del papa Julio 11
en 1506, el templo fue elevado a la categoría de iglesia arciprestal que hoy
conserva.
A lo largo de los siglos XVII y XVIII se
acometen nuevas reformas que consistieron fundamentalmente en añadir distintas
estancias a la cabecera, destacando la capilla funeraria de Gabriel López de
León, que hacia 1678 supone la desaparición del absidiolo románico del
evangelio; o la modificación de la fachada occidental realizada entre 1719 y
1721 y la construcción de una nueva portada en el lado norte, que cubre a la
románica anterior, obra llevada a cabo en 1795- 1796.
Debió ser una de las pocas iglesias en las que
hasta tiempos muy tardíos se estuvo practicando el rito bautismal por
inmersión, en contra del ritual romano que impone la ablución. Tal costumbre
fue prohibida expresamente por el obispo Fernando Manuel y Megía en la visita
que realizó en noviembre de 1695 a esta parroquia y a la de San Claudia de
Olivares.
Las continuas reformas que ha sufrido la
iglesia dificultan la interpretación de los restos románicos conservados, que
casi siempre están enmascarados por modificaciones o simples decoraciones de
tiempos posteriores, de ahí que las interpretaciones de los distintos autores
varíen sustancialmente e incluso sean en ocasiones contradictorias. Hoy el
templo que podemos contemplar es un monumental edificio construido a base de
sillería en piedra arenisca de grano grueso, la misma que conforma el sustrato
sobre el que se asienta toda la ciudad medieval. Exteriormente se muestra como
un edificio cuadrangular, con varios volúmenes, sobre los que destaca la torre
que se eleva en la esquina suroeste; en el interior la cabecera se nos muestra
como un gran panel pintado con arquitecturas doradas donde se abren tres
huecos, con una amplia y alta nave de tres tramos cubiertos con bóvedas góticas
de crucería a cuyos pies se dispone un cuarto tramo compartido por el coro y
por la base de la torre. La primitiva cabecera aparece envuelta por sacristías
y capillas datadas en los siglos XVII y XVIII, mientras que son tres las
portadas, de distintas épocas y con diversas reformas, que se pueden apreciar,
una al norte, otra al oeste y otra más al sur, ésta ahora impracticable.
Ya he comentado arriba que la construcción
románica que nos ha llegado tuvo que ser históricamente al menos el tercer
edificio que se construiría en este mismo solar y aunque a primera vista pueda
parecer que es muy poco lo que se ha conservado de él, en realidad se ha
mantenido relativamente completo. Tuvo prácticamente las mismas dimensiones que
el actual -aunque de menor altura-, formado por triple cabecera de ábsides
semicirculares, con sus correspondientes presbiterios que daban paso a una
triple nave repartida en los mismos tramos que la actual, con su torre, la
misma que en buena parte es la que hoy se puede contemplar y a la que, entonces
como ahora, se accedía por una escalera de caracol cuya entrada está en el
interior del templo. Creemos que tuvo esta iglesia sólo dos portadas, una al
norte y otra al sur, que más o menos se consevan de forma completa.
Es necesario por tanto despojar al edificio de
sus envoltorios posteriores para poder quedarnos con la imagen original que nos
permita hacer el análisis de uno de los edificios más espléndidos de la Zamora
románica. Para ello haremos un detenido recorrido por el edificio, desde la
cabecera hasta la torre.
De la triple cabecera absidada sólo se ha
conservado la capilla mayor y el absidiolo de la epístola, aunque en ambos
casos muy afectados por distintas reformas. El ábside central aparece al
exterior flanqueado por la sacristía, la capilla de López de León y una pequeña
estancia que une ambas estructuras modernas, elevándose el hemiciclo por encima
de ellas, dejando ver su buen aparejo de sillería que formaba un muro recorrido
por cuatro semicolumnillas que dividirían el muro en cinco paños. No se aprecian
posibles ventanales y sólo llegan a verse la parte superior de tres de esas
semicolumnas, rematadas en cortos capiteles de anchas cestas decoradas con
hojas planas rematadas en caulículos.
El alero se decora con canecillos de cuatro
hojas planas, lanceoladas -modelo harto repetido en numerosas iglesias tardías
de la capital, como el Santo Sepulcro, San Juan de Puerta Nueva o la propia
catedral, entre otras muchas- sosteniendo una cornisa de nacela con pequeñas
molduras en las aristas. Tras el ábside destaca el cuerpo del presbiterio,
mucho más alto, hasta el punto que permite abrir en su testero un óculo de
doble rosca, lobulada tanto en las dovelas interiores como en las exteriores.
Cabe suponer que la nave sería aún más alta, alcanzando prácticamente la misma
cota de cumbre que tienen la actual, pero de ello ya no apreciamos ningún
indicio. Nada puede verse tampoco de los absidiolos desde el exterior del
templo.
En el interior las modificaciones llevadas a
cabo a partir del año 1496 apenas si dejan ver nada de esta cabecera original.
El ábside central se dividió entonces a mitad de altura, quedando la parte
superior como camarín para las urnas de los Cuerpos Santos, cerrado con reja, y
la inferior como angosto espacio para el altar mayor, división que obligó
además a construir un sistema de abovedamientos para sostener toda la parte
superior. Posteriormente, entre 1617 y 1621, diversos artistas añadieron decoraciones
doradas y esculturas, y entre 1805 y 1807 se realiza el altar mayor, separando
el antiguo presbiterio románico -que queda como capilla mayor- del espacio
absidado, que, con su bóveda gótica estrellada, cumple desde entonces la
función de recóndito despacho. Dentro de este último espacio se llega a
apreciar el paramento románico, de sillería, con algunas marcas de cantero y
con una imposta que recorrería en origen el sector inferior del muro, formada
por un listel moldurado con medio bocel entre dos filetes y nacela recorrida
por arquillos ciegos, como los que nos encontraremos en los basamentos de las
portadas.
Sobre la imposta se aprecian los arranques de
los tres ventanales románicos que daban luz a la cabecera, formados por saetera
abocinada enmarcada en arco sostenido por dos columnillas, de las que sólo
llegan a verse las típicas basas compuestas de plinto, toro, escocia y toro.
Igualmente se puede observar cómo los muros del viejo ábside se decoraron,
cuando se hizo la transformación tardogótica, con pinturas murales, ya muy
maltratadas pero entre las que se aprecian bandas de leones y castillos y
restos de una inscripción, con un trampantojo frente a la puerta de acceso que
reproduce el modelo de la que sirve de entrada a este espacio.
A pesar de tantas compartimentaciones, aún
llega a apreciarse la enorme altura del ábside central, cubierto con bóveda de
horno y precedido por un corto tramo presbiterial cuyos muros también aparecen
recubiertos, aunque se intuye la bóveda de cañón apuntado que lo corona. El
absidiolo de la epístola muestra mejor su estructura, con hemiciclo liso, con
bóveda de cuarto de esfera y cortísimo presbiterio rematado con bóveda de cañón
que por sus dimensiones apenas si es un simple arco; estos abovedamientos parten
de una imposta corrida, moldurada a base de listel, filete en ángulo, bocel y
nacela. Esta capilla fue modificada ya hacia el primer tercio del siglo XVI
para convertirse en capilla funeraria de los Ayala, abriéndose en un lucillo en
el costado norte y una puerta en el testero para dar paso a la sacristía,
edificada en 1615 y reformada hacia 1773, destruyéndose entonces, según parece,
una ventana románica. Desde esta sacristía se accede a su vez a un pequeño
habitáculo desde el que llega a verse parte del paramento exterior del
absidiolo, con su alero de destrozados canes.
Por lo que se refiere al absidiolo del
evangelio, desapareció por completo cuando se construye la capilla funeraria de
Gabriel López de León -fallecido en 1648-, con su correspondiente sacristía y
con una cripta o pudridero bajo ella. Se conserva a pesar de todo su antiguo
arco triunfal, con su imposta, todo revocado e intradosado en ese momento
barroco con un nuevo arco, oblicuo, que estrecha algo más la entrada y la
orienta hacia el altar de la Inmaculada, nombre con el que conoce también a
esta capilla.
Los muros de la nave conservan básicamente la
estructura románica, aunque igualmente con fuertes alteraciones. El primer
tramo es ligeramente más ancho que los demás, dando lugar a un atrofiado
crucero, prácticamente inapreciable pero que quizá en época románica podía
estar más destacado, mediante el recurso de diferenciarlo en altura.
En todo caso, hacia 1496 o en años
inmediatamente posteriores las tres antiguas naves se convirtieron en una sola,
unificando alturas al elevarse el espacio de las laterales prácticamente hasta
la cota que alcanzaría la central, para lo cual se embuten en el paramento
románico unas pilastrillas de las que parten los nervios de las bóvedas
estrelladas. Más tarde aún, ya en época barroca, se elevan de nuevo los muros y
la cubierta pasa a ser de cuatro aguas.
En el exterior del muro norte de la nave se
aprecian los contrafuertes que separan los distintos tramos, unos apoyos que
quizá en origen fueran románicos pero que ahora obedecen a la reforma
tardogótica. El primer paño parece totalmente renovado en este momento,
añadiéndose un gran ventanal; en el segundo se eleva la gran portada neoclásica
realizada en 1795 -1796 por Pedro Castellote, delante de la primitiva románica,
que aún puede verse dentro del portalillo resultante de la modificación.
La vieja puerta se dispone sobre un alto y
maltratado zócalo y está formada por tres arquivoltas lisas trasdosadas con una
chambrana, mientras que el arco de ingreso ha desaparecido. Los apoyos son
columnillas acodilladas de basas muy erosionadas pero que parecen estar
compuestas por un alto cilindro -quizás un plinto y toro retallados-, caveto y
bocel, mientras que los capiteles son de carnosas pencas y los cimacios
moldurados con listel, filete anguloso, medio bocel, nacela y medio bocel.
Esta portada románica ha sido restaurada una
vez descubierta, pues durante casi dos siglos permaneció oculta tras la
neoclásica. La misma obra ha puesto también al descubierto una inscripción
funeraria recogida por Maximino Cutiérrez Álvarez, quien la fecha en los años
centrales del siglo XIII:
HIC:
IACET DON(us): D[)AC(us) ABBAS.
En el tercer tramo de esta nave -continuando en
el exterior de la fachada norte- se aprecia claramente el paramento románico,
en cuya parte inferior se disponen dos arcosolios funerarios de medio punto,
del mismo momento constructivo y que en algún momento tardío fueron precedidos
de una estancia abovedada ya desaparecida, uno de los cuales alberga la
siguiente inscripción, publicada igualmente por Maximino Cutiérrez, quien la
considera de fines del XII o comienzos del XIII:
+ HIC · IACET PETR vs. [
.................. ].
Más completa está la inscripción que se
conse1va en el lucillo contiguo, fechada el 5 de julio de 1229 y que según
aquel mismo autor dice:
+ OBIIT EGIDIVS PETRI TERCIO NONAS
IVLIII SUB ERA MCCLXV!l.
Sobre esos arcosolios se aprecia un ventanal
cegado, posiblemente románico, y sobre éste una hilera de ocho canecillos
recortados que indican la altura que tuvo el alero de esta nave colateral, una
altura que casi fue doblada al hacerse el recrecimiento gótico. Por lo que se
refiere al cuarto tramo, el paramento parece que fue totalmente renovado en
época tardogótica y posteriormente en la barroca, reforzándose la base en torno
al coro y añadiéndose un potente contrafuerte oblicuo sobre el que fue necesario
abrir un arco para salvar el paso de la calle.
En el interior este muro septentrional, en el
primer tramo, como ya dijimos, pudo conformar una especie de pequeño crucero y
sobre él se abrieron dos arcosolios, que presentan sendas inscripciones
funerarias, una de ellas correspondiente al epitafio de Esteban Yáñez,
caballero de Zamora, de 1272, y la otra al de Domingo Yuanes, arcipreste de
Zamora, de 1274. El segundo tramo conserva también el paramento románico,
recubierto por unas pinturas fechadas el 17 de agosto de 164? y por un gran
cancel de madera cuya construcción motivó ciertas alteraciones en el paramento,
cubriendo parcialmente además una inscripción -a nuestro entender desplazada de
su ubicación original- fechada por Maximino Gutiérrez a mediados del XIII,
autor que la considera como duplicación de la que se veía al exterior, junto a
la portada, y cuya lectura sería:
[HIC]: IACET[FAM(u)L(us)] [DE]! DON(us) DIDAC(us) [A]BBAS.
El tramo tercero, aunque recubierto por el
órgano y un retablo, también parece románico y lo mismo ocurre con el cuarto,
coincidiendo con el coro -de hacia el siglo XVII y sotocoro, y separado del
resto del templo por una reja de comienzos del siglo XVIII.
Pasando al muro sur, en el exterior se nos
muestra la fábrica románica igualmente bien conservada, ocupando la mitad
inferior del paramento actual -a consecuencia del citado recrecimiento, con un
zócalo que recorre la base y con sus contrafuertes originales, que fueron
reforzados mediante dos grandes arbotantes en 1721, según traza de Joaquín de
Churriguera. Siguiendo un esquema que en cierto modo podemos ver también en la
Puerta del Obispo de la catedral, el primer tramo está decorado con cuatro
arcos ciegos de medio punto, soportados por columnillas con capiteles de
robustas pencas y cimacios de nacela, apareciendo dentro del más oriental una
roseta de botón central y seis hojas cuyos extremos, en gran parte rotos, se
vuelven; no hay restos de alero románico pues una hilera por encima de estos
arquillos da paso ya a la reforma tardogótica.
En el segundo tramo se encuentra la otra
portada románica, más decorada que la norte, lo que hace pensar que quizá fuera
la entrada principal, aunque hace siglos ya que se halla inutilizada, quedando
muy por encima de la actual cota de calle. Su morfología y decoración de
nuevo son casi idénticas a las de la Puerta del Obispo: cuatro arquivoltas de
medio punto formadas por pequeños lóbulos rematados en peltas, chambrana de
nacela y soportes constituidos por tres columnillas acodilladas, a cada lado,
con plinto decorado con arquillos ciegos y estrías y capiteles de macizas
pencas, motivo que también se encuentra en el remate de las pilastras del arco
de ingreso, aunque en este caso la pieza es cuadrangular. Las diferencias
con la puerta de la catedral se concretan en algunos detalles: mientras en el
arco de la iglesia metropolitana la arquivolta interior tiene peltas simples y
en el resto son de doble cola, en San Pedro y San Ildefonso todas reproducen el
modelo de aquella primera, aunque en el caso de esta iglesia tampoco aparece la
chambranilla que se ubica entre los dos primeros arcos; por otro lado los
capiteles de este templo arciprestal son de cesta algo más alta y por último
mientras que aquí los cimacios se molduran con listel, nacela y bocel, en el caso
de la catedral la nacela es más suave y el bocel inferior ha sido sustituido
por una simple curva.
Sobre los dos cimacios interiores del lado
derecho se dispone una inscripción funeraria, en letra carolina, bien trazada,
fechable hacia las décadas iniciales o centrales del siglo XIII. Dice así:
HIC IACET PET(rus) VERMUDI DE lA MORA.
Dado el lugar en que se ubica la inscripción
cabe pensar que estamos ante un personaje de cierto rango, que tal vez podamos
identificar con el Pedro Vermúdez que se titula clérigo de García Muniz y
alcalde del rey y que el 13 de enero de 1260 compra, en nombre del obispo don
Suero, una heredad que tenía en Villamor de los Escuderos el caballero toresano
Álvaro Domingo. Ahora bien, para Maximino González el difunto se llamaría
Petrus Vermudi de Xamora y la fecha de la inscripción la sitúa en torno a 1174.
Otra inscripción, mucho más tosca e incompleta, se dispone, en dos líneas, en
la parte inferior del fuste más oriental, donde sólo se alcanza a leer: [HI]C
IACET.
El tercer tramo de la nave está muy
transformado por reformas posteriores, con la base reforzada, aunque aflora el
zócalo original. Sobre él se disponen dos arcosolios funerarios como los que se
veían en el lado norte, de medio punto, aunque el resto del muro es macizo,
salvo una saetera muy erosionada en la parte superior, en contacto con el
alero, del que se ven restos de seis canes, uno de ellos con bola o cabeza,
sobre los que ya se dispone el recrecimiento gótico. Los arcosolios albergan
sendas inscripciones funerarias cuya cronología es similar a la de la portada:
HIC: YACET MIASOL: MVLER: DE: FERNAN
Bl.ANCV: HIC: YACET: FERNAND(us) GOMECII.
Epitafio de doña Miasol, en un arcosolio
de la fachada sur
El cuarto tramo de este lado de la nave está
ocupado por la torre, de la que nos ocuparemos más adelante, centrándonos de
momento en el interior de este mismo muro. Así, en el primer tramo encontramos
de nuevo dos arcosolios parejos a los del muro del evangelio y creemos que,
como ellos, fueron embutidos hacia el último tercio del siglo XIII. Sólo el más
occidental porta inscripción, de buena factura, pero fechada ya en la era MCCCXXIX
(año 1291). En el segundo tramo, en el que se halla la portada, el paramento
parece igualmente original, aflorando el podium achaflanado que se sigue en
toda la obra románica; en el tercero encontramos un nuevo arcosolio de
características similares a las de los anteriores, muy cerca del acceso a la
escalera de caracol por la que se sube a la torre.
Ocupa esta torre-campanario el ángulo
suroccidental de la iglesia, tiene planta ligeramente rectangular y presenta
actualmente tres cuerpos.
En el exterior, el cuerpo inferior, de
construcción románica, fue totalmente reforzado con un forro en época barroca,
pero el segundo muestra su aspecto original, macizo, con pilastras en los
extremos de los muros, mientras que el cuerpo de campanas original fue
sustituido en época moderna por el que hoy se conserva.
Dentro de la iglesia la torre presenta en su
zona baja una alta sala utilizada como museo, cubierta con bóveda de cañón
apuntado sobre impostas y que debió estar dividida en dos alturas mediante un
forjado de madera, a juzgar por la puerta y ventanas que se conservan en la
parte superior, cuya funcionalidad sólo se puede explicar de esta manera. En el
muro oeste del museo hay restos de pintura gótica con escenas de la
Resurrección, bajo las que se dispone una inscripción fechada en la era
MCCCLXII (año 1324). La puerta de acceso es de arco de medio punto, con varias
marcas de cantero e impostas molduradas con listel, nacela y bocel, similares a
las de la portada sur del templo. Maximino Cutiérrez recoge un maltratado
fragmento de inscripción funeraria, descontextualizado, conservado en esta sala
y que fecha hacia fines del siglo XII o comienzos del XIII, sin que apenas
puedan leerse más que algunas letras.
Finalmente, por lo que respecta al muro de
poniente de la nave, el exterior fue muy modificado al abrirse la nueva portada
entre 1719 y 1721, a expensas de la ciudad y ejecutada por Joaquín de
Churriguera y Valentín de Mazarrasa. Sobre esta renovación puede verse un
ventanal románico, de arco apuntado y doblado, de arquivoltas molduradas a base
de boceles y medias cañas que descansan en cuatro columnillas acodilladas con
capiteles de delgadas pencas, dispuestas en dos órdenes, y cuyos extremos se
vuelven o enrollan; su factura y decoración son prácticamente idénticas a las
que muestra el ventanal de la fachada oeste de Santa María la Nueva. En el
interior del templo, al margen de las transformaciones sufridas para disponer
el coro, este muro oeste conserva el paramento románico, aunque no se ven en él
indicios de otra posible portada anterior a la barroca.
En definitiva, este complejo edificio, al
margen de una historia que se remonta hasta época visigoda, muestra unos muros
que son un compendio de la evolución de los distintos estilos artísticos desde
época románica hasta fines del siglo XVIII. Aun así y a pesar de la difícil
interpretación de los paramentos, podemos concluir que la primitiva fábrica
románica se conse1va de forma relativamente completa, hasta el punto que es
posible imaginar una iglesia de tres naves, más ancha y alta la central, con
absidiolos semicirculares, cuerpo del templo articulado en cuatro tramos -quizá
abovedados-, al menos con dos portadas y con fuerte torre. La construcción, sin
duda, se hizo de manera unitaria, a fines del siglo XII y/o comenzando el XIII,
guardando estrecha relación con otros edificios de la ciudad, como la propia
catedral -cuya Puerta del Obispo está en directa relación con las dos que aquí
vemos-, con Santiago del Burgo, con Santa María de la Horta o con Santa María
la Nueva, en diversos detalles decorativos, así como con toda la serie de
templos que se están levantando en la ciudad hacia esas mismas fechas, aunque
en el caso de San Pedro y San lldefonso no se utilicen las características
cabeceras zamoranas del momento, con testeros planos, sino los más clásicos
ábsides semicirculares.
Pero quizá el rasgo que más extensamente
relaciona esta iglesia con un contexto tardío del románico zamorano son los
canecillos decorados con someras hojas lanceoladas, tal vez la nota más
peculiar de esta zona y que encontramos al menos en una veintena de edificios
en la ciudad y provincia: catedral, San Juan de Puerta Nueva, San Pedro y San
lldefonso, Santa Lucía, Santo Sepulcro, La Magdalena, San Isidoro, Santa María
de la Horta, San Leo nardo, ermita del Carmen del Camino, edificios civiles de
la calle Balborraz, n.º 44, calle de la Plata, n.º 16, y del arrabal de San
Frontis, o en una pieza depositada en el Museo de Zamora - todos ellos en la
capital-, a los que pueden sumarse las iglesias de Peleas de Abajo,
Fuentelcarnero, Sobradillo de Palomares, Villamor de la Ladre, La Hiniesta,
Benegiles, las ventanas de Santa María del Azogue y San Juan del Mercado, el
monasterio de San Martín de Castañeda o el oratorio de la dehesa de La
Albañeza, en Abelón. A pesar de tal representatividad es justo reconocer que no
pueden considerarse como modelo exclusivo de estas tierras, pues piezas muy
similares aparecen en lugares bien lejanos, como en el monasterio burgalés de
San Juan de Ortega o en la concatedral soriana de San Pedro y en el monasterio
de San Juan de Duero, en esta misma ciudad.
Iglesia de Santiago del Burgo
La iglesia de Santiago del Burgo se sitúa
dentro de la primera ampliación que sufrió el primitivo recinto de Zamora hacia
el este durante el siglo XII, englobando los antiguos arrabales que habían
surgido en esta zona de ampliación urbana. Se sitúa al borde de la antigua Rua
Nova o Renova (actual Santa Clara), prolongación en aproximada línea recta del
carral maior, principal eje longitudinal del primitivo recinto, al que
confluían tanto esta calle como la de los Francos (hoy San Torcuato) y la de
San Andrés. Próximas a ella se encontraban las desaparecidas iglesias de Santo
Tomás de Canterbury, propiedad del Temple, y San Miguel del Burgo. Durante el
siglo XIII se consolidó el paulatino proceso de traslación del centro
neurálgico de Zamora hacia esta zona de El Burgo, preponderancia que aún hoy
mantiene.
No resulta fácil desentrañar los avatares
históricos de este templo, tanto por la falta de documentación como por la
confusión asentada en la historiografía entre éste y el de Santiago el Viejo o
de los Caballeros, situado extramuros por la parte occidental de la cerca
vieja, junto a la Puerta de Santa Colomba, luego incluida en la muralla del
castillo. Las referencias históricas de 1168, 1176, 1178 que aluden a Santiago
de las Eras, señaladas por Gómez-Moreno y Guadalupe Ramos, corresponden a la
iglesia de Santiago "el Viejo" o de los Caballeros, que se
localiza in suburbio zemorensi, sita est in parte occidentali, versus porta
Sancte Columbe. Sí aparece citada esta iglesia de Santiago del Burgo como
referencia para la ubicación de la iglesia de Santo Tomás y Santa Marina, en el
documento de 1181 de donación de dicho edificio a los templarios por el obispo
Guillermo. Perteneció a la jurisdicción del arzobispado de Santiago de
Compostela hasta las reformas diocesanas de mediados del pasado siglo.
El de Santiago del Burgo es el templo zamorano
de tres naves que mejor ha mantenido hasta nuestros días la estructura original
de finales del siglo XII, y ello pese a haber sufrido notables reformas y
restauraciones, la más importante de estas últimas a principios del siglo XIX,
cuando el sector de la cabecera sufrió un colapso que dio por tierra con el
triunfal y bóvedas de la capilla mayor y bóvedas de la parte oriental de la
nave.
De modestas dimensiones y levantado en buena
sillería de conglomerado local, la iglesia presenta planta de tres naves
desiguales, más ancha la central, delimitadas por pilares prismáticos con
semicolumnas en sus frentes y cabecera triple de capillas con testeros planos,
más ancha y levemente avanzada la central, al estilo de las de San Cipriano,
Santo Tomé, San Esteban y San Juan de Puerta Nueva de la capital. Posee tres
portadas, una en el hastial occidental, hoy inutilizada, y dos en los muros
norte y sur del tercer tramo de las colaterales, así como torre cuadrada sobre
el tramo más occidental de la nave de la epístola.
Sus naves se distribuyen en cuatro tramos
regulares, separándose por formeros doblados de medio punto y fajones apuntados
e igualmente doblados.
El mayor desarrollo también en altura de la
nave central permitió su iluminación directa.
Cubríase esta nave con una bóveda de cañón
corrido con fajones, de la que sólo subsisten los dos tramos más occidentales,
al haber sido sustituidas las cubiertas de los otros dos, hacia 1820, por las
actuales bóvedas de crucería, iguales que la que cierra el ábside central. Las
repisas de ángulo decoradas, colocadas en los responsiones del tercer tramo de
la nave, parecen sugerir la presencia de nervios de una no conservada bóveda de
crucería que destacaría este espacio.
La colateral, de las que la norte es algo más
estrecha, reciben bóvedas de arista, algunas claramente rehechas, cuyos fajones
recaen, respectivamente, en las semicolumnas de los pilares hacia la nave y en
los responsiones semicruciformes lisos hacia los muros. Se ilumina el cuerpo
del templo mediante ventanas rasgadas de medio punto, una por muro y tramo,
tanto de la nave como de las colaterales, además de dos vanos sobre la portada
occidental y otro en el cierre de la nave del evangelio. Las ventanas son lisas,
de arcos de medio punto doblado, o bien con columnas acodilladas de capiteles
de pencas, hojas lanceoladas, lobuladas, perladas y volutas. Interiormente, la
nave central se articula en tres niveles mediante impostas con la típica
molduración zamorana de nacela, bisel y bocel, una a la altura de los cimacios
de los capiteles de los formeros, otra bajo la línea de ventanas, y la superior
marcando el arranque de la bóveda.
Los tramos más occidentales de las naves
manifiestan una mayor complicación. El primero de la nave de la epístola es
algo más corto debido al regruesamiento del muro para soportar la estructura de
la torre y la escalera de acceso a su cuerpo alto, y en él se disponía una
estancia abovedada con medio cañón, de planta rectangular (2)2 X 1,60 m) y
parcialmente embutida en el hastial. Ignoro su función, aunque pudo haber
servido como archivo, tesoro o depósito de diezmos. Más o menos sobre ella se
abre en el paramento interior del hastial un arco en esviaje -que conserva las
quicialeras-, portada que daba servicio al husillo con la escalera de caracol y
que obliga a pensar en escaleras sobre la mutilada estancia antes referida.
Actualmente el acceso se realiza por un vano adintelado moderno. Por lo que
respecta al tramo occidental de la nave del evangelio, fue cerrado con una
artística reja y convertido a mediados del siglo XVI en capilla funeraria,
realzada por una bóveda de terceletes y combados, disponiéndose entonces tres
arcosolios en los muros norte y oeste. Se conservan los epitafios de Luis de
Villarreal, fallecido en 1554 y de quien se dice que dotó la capilla, y su hija
Antonia, muerta dos años antes. Hoy funciona como capilla bautismal, alojando
la pila, ésta de copa semiesférica y gallonada, de 96 cm de diámetro y 63 cm de
altura, sobre basamento moldurado; tiene cronología medieval aunque imprecisa,
pudiendo bien corresponder a los primeros años del siglo XIII.
La capilla mayor, muy reformada, avanza
ligeramente sobre las laterales, como arriba señalamos. En el eje se abre una
ventana, interiormente oculta por el retablo. Al exterior, el vano rasgado se
rodea de arco y dos arquivoltas molduradas con bocel entre mediascañas sobre
impostas zamoranas, chambrana de nacela y dos pares de finas columnas
acodilladas coronadas por deteriorados capiteles de pencas.
Al ábside del evangelio, cubierto con bóveda de
cañón apuntado sobre imposta de típico perfil zamorano, le da paso desde la
colateral un robusto arco toral liso, apuntado y doblado, que recae en
responsiones prismáticos.
En el testero se abre una ventana de vano
rasgado y arco de medio punto sobre columnas acodilladas de basas de toro
inferior muy aplastado sobre fino plinto y capiteles de tres niveles de pencas
y volutas bajo ábaco de dados. Otra ventana igual, cuyo vano se amplió
posteriormente, se abre en el muro norte del absidiolo, con capiteles de dos
niveles de pencas. Bajo ella y en arcosolio de arco rebajado moldurado con
bolas, se sitúa el sepulcro de Diego Osario Laso de Castilla y Marte! "teniente
general de los ejércitos", fallecido en 1767. Bajo el retablo de
principios del XVII que ocupa el muro meridional de esta capilla se
restituyeron, en 1990, los vestigios conservados del primitivo altar románico
(de 1,80 X 0,45 m), concretamente la parte alta del mismo. De idéntica
decoración al de Santa María de la Harta, el frente presenta cuatro arcos de
medio punto con bocel exornado con dientes de sierra, correspondiendo un
arquillo a los laterales. El ábside de la epístola fue cegado y transformado en
sacristía y, como en su gemelo, en fecha imprecisa se abrieron en sus muros
interiores vanos de medio punto para comunicarlos con el central, hoy cegados.
La estructura original del templo es hoy
perfectamente visible al exterior tras haberla liberado de los añadidos que la
ceñían por el sur ("por un mal atrio y por la sacristía y casa del
sacristán que, edificados posteriormente por necesidad, han desfigurado parte
de las bellezas exteriores de este templo", escribía Ursicinio Álvarez
en 1883) y por el norte (tenía adosado el monasterio dominico de la Victoria),
cuyas huellas restan en las innumerables rozas y reparaciones de sus
paramentos. Hoy sólo mantiene como añadido la antigua sacristía, adosada al
cuarto tramo de la nave del evangelio.
La fachada meridional del templo es la que
ofrece una más clara lectura del edificio y los avatares de su fábrica. La
portada de este lado, ceñida como la norte entre dos contrafuertes prismáticos,
consta de tres arquivoltas de arcos de medio punto levemente peraltados y
moldurados con tres cuartos de bocel en esquina retraído y chambrana lobulada
con decoración estriada, que apean en jambas escalonadas en las que se
acodillan tres pares de columnas.
Éstas, sobre basamento escalonado y basas muy
desgastadas, se coronan con capiteles de dos niveles de hojas picudas y
caulículos superiores, similares a los de la zona oriental del interior, bajo
la imposta con el recurrente perfil de listel, nacela u bocel. La principal
originalidad de esta portada radica en el cierre del vano con un tímpano liso
que alberga un arco geminado recercado por chambrana de nacela y apeado por un
capitel pinjante de hojas lisas con bayas y remate bulboso. Sus más cercanos referentes
son los de las portadas de la catedral de Lugo y San Juan de Portomarín. Corona
la fachada, sobre el acceso, un rosetón de doble tracería geométrica, con óculo
circular central y seis hexagonales rodeándolo, ornados con botones de
molinillos.
Fachada meridional de la iglesia (ss.
XII-XIII). Interesante su portada con capitel pinjante.
Uno idéntico se abrió sobre la portada norte.
En cada tramo de la colateral sur se abrió una ventanita de vano rasgado
cobijado por arco liso de medio punto sobre columnas acodilladas y capiteles de
hojas lisas y volutas y crochets.
Los canes de la cornisa se decoran todos con
mediacaña entre dos boceles o bocel entre mediascañas y bajo ellos, como en el
muro norte, restan los canzorros de una estructura porticada. Tanto en el
remate del hastial de la nave como en el del ábside de la epístola (a menor
altura que aquélla) vemos los acroterios, a modo de hojas incurvadas, que
coronaban el presbiterio de San Juan del Mercado de Benavente, San Esteban, San
Isidoro de Zamora y la cabecera del Espíritu Santo (aunque estos últimos
parecen rehechos).
En la fachada septentrional, muy similar a
la meridional, destacan los contrafuertes entre los que se sitúan la portada,
ventanas y un cuerpo de edificación adosado que se utiliza como sacristía. La
portada presenta cuatro arquivoltas de medio punto con dovelas almohadilladas y
chambrana de media caña y bocel, las dos centrales se apoyan en columnas y las
interior y exterior en jambas lisas. Sobre la portada se abre un rosetón de
doble tracería formado por seis hexágonos rodeando un círculo. La ventana del tercer
tramo es de gran belleza, presenta arco de medio punto y columnas con capiteles
de decoración vegetal muy elaborados. Sosteniendo el tejaroz se alternan
canecillos de nacela y bocel. Se conservan las ménsulas que sustentaban el
techado del pórtico que la protegía.
La portada septentrional, que conserva
vestigios de policromía, situada entre dos contrafuertes de la nave, se compone
de arco y tres arquivoltas de medio punto con dovelas almohadilladas y
chambrana de mediacaña y fino bocel. Apean en jambas escalonadas con dos pares
de columnas en los codillos, sobre zócalo y muy desgastadas basas de toro
inferior aplastado. Los capiteles, todos vegetales y del mismo tipo, presentan
(Ávila de la Torre sospecha de su modernidad) hojas de geometrizados nervios y
volutas. La curiosa decoración almohadillada de los arcos la encontramos en las
iglesias de San Leonardo de Zamora, San Juan de Arroyo de la Encomienda
(Valladolid) y La Asunción de Barcenilla (Palencia). El motivo, de exótica
infrecuencia en nuestras tierras y de probable raigambre oriental -aparece en
las arquivoltas de las puertas dobles y ventanas de la fachada del transepto
"de los cruzados" de la basílica del Santo Sepulcro de
Jerusalén-, es relativamente frecuente en el románico meridional italiano,
estando presente en algunas iglesias poitevinas, más probable raíz de nuestro
caso. Sobre la portada, y como en la fachada meridional, se abrió un rosetón
del mismo tipo que el allí visto, similar al del testero del Espíritu Santo y
al norte de San Juan de Puerta Nueva.
En cuanto a la portada occidental de la
iglesia, abierta entre dos contrafuertes del hastial, se compone de arco de
medio punto y dos arquivoltas de lóbulos calados y recercados por una línea
incisa, del mismo tipo que los vistos en la portada meridional de San Pedro y
San Ildefonso y similares a los de la Puerta del Obispo de la seo -éstos
dobles- y a la portada sur de la Harta. Los rodea una chambrana de bocel y
mediacaña de aspecto restaurado, al igual que los cimacios, bajo los cuales
vemos dos parejas de columnas acodilladas de capiteles idénticos a los de la
portada septentrional, sobre plintos decorados con arquillos incisos, del mismo
tipo que los visibles en la catedral, San Juan de Puerta Nueva, etc. Sobre esta
portada dan luz a la nave dos ventanas rasgadas de profundo abocinamiento
interior que al exterior muestran arcos doblados moldurados con boceles y
mediascañas, así como un doble rosetón lobulado con ocho arcos y cruz calada
central.
Lo fundamental de la escultura de este templo
se emplaza en los capiteles de los formeros y fajones de las naves, así como en
las ventanas. En toda la zona oriental del templo el tipo de cesta que domina
es el capitel de dos niveles de pencas, grandes hojas lisas y picudas, hendidas
y coronadas por caulículos bajo los salientes cuernos del ábaco. Este esquema
se convierte en único en los capiteles de las ventanas de la cabecera y dos
pilares más orientales de la nave.
El resto manifiesta una mayor variedad,
dominando los temas vegetales, de hojas lanceoladas lisas de puntas vueltas y
rematadas en peltas y volutas, hojas muy ramificadas, acantos con granas en sus
puntas, helechos, palmetas, hojas rizadas y avolutadas, tallos anillados y
entrecruzados de los que penden hojitas, gruesos tallos incurvados y enredados,
que surgen de cabecitas de felino, de los que penden hojas carnosas a modo
lengüetas, etc.
Alguna de estas composiciones, como la del
capitel de hojas espinosas de la cara oeste del pilar central (nave del
evangelio), parece sugerir una conexión con la escultura de la catedral de
Ciudad Rodrigo. Encontramos además temas figurativos, como los cuatro
personajes acuclillados que ornan las ménsulas del tercer tramo de la nave, uno
desquijarando un león, otro león rodilla en tierra en actitud orante y los
otros dos, también arrodillados, blandiendo un hacha y una maza
respectivamente. En los fajones y formeros de las naves vemos también animales
fantásticos, como una cesta con cuatro arpías encapuchadas afrontadas, otra con
dos parejas de dragones de cabezas perrunas y largos cuellos entrelazados, que
mordisquean las hojitas de las que penden granas, en los ángulos. El capitel
del formero inmediato a la portada meridional presenta el tema recurrente de
las aves afrontadas de largos cuellos vueltos y picoteando granas que brotan de
un cáliz vegetal en el centro del frente y en los laterales; en otro, éste del
pilar meridional del tramo oeste, asistimos a la enigmática representación de
dos leones que ocupan los laterales de la cesta, mientras, en el frente, un
personaje ataviado con túnica corta, alza en su diestra una especie de maza con
puntas, que blande contra una extraña gallinácea de cola erguida rematada en
brote vegetal, pico de pato y largo cuello, que ase violentamente el
personajillo. Ignoramos absolutamente la posible significación del asunto
representado.
En los muros norte y sur del segundo tramo de
las colaterales se conservan dos magníficos ejemplares de sepulcros
tardorrománicos, ambos realizados en el espesor del muro. El dispuesto en la
nave del evangelio y hoy día semienterrado al estar sobreelevado el suelo de la
iglesia en casi 50 cm, presenta dos arcos de medio punto moldurados con bocel
entre mediascañas, corridos a modo de bovedillas que reposan en haces de
triples columnas, adosadas las laterales y exentas las del medio, rematadas por
sumarios capiteles vegetales de hojas nervadas de puntas avolutadas. El
arcosolio del muro sur, quizá algo más tardío y de mayores dimensiones,
presenta similar disposición, aunque los arcos son apuntados y las columnas muy
cortas respecto a su flecha, coronadas por aplastados capiteles corridos de
hojas lanceoladas y puntas vueltas y sobre basas de perfil ático, con lengüetas
y sobre fino plinto. Ambos se enmarcan con alfices moldurados con listel,
mediacaña y bocel y deben datar de la primera mitad del siglo XIII.
Sepulcro tardorrománico en el muro norte
de la iglesia de Santiago del Burgo en Zamora
Un letrero conservado en el ábside de la
epístola (actual sacristía) reza: "Se reedificó esta yglesia en el año
de 1820 a expensas de su fábrica y del exmo e ylmo señor on Rafael Muzquiz y
Aldunate, arzobispo de Santiago a quien pertenece", en alusión a las
obras de reparación acometidas tras el desplome de la zona oriental del
edificio en 1819. Aún hoy es bien patente el desplome del muro volado de la
nave, que cedió por los empujes de sus bóvedas. Esta intervención moderna, a la
que corresponden las bóvedas y ventanas orientales de la nave central, es la
más significativa, junto a la de mediados del siglo XVI en el tramo occidental
de la nave del evangelio.
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