miércoles, 3 de septiembre de 2025

Cspítulo 105, Románico de Zamora, Iglesia de Santiago el Viejo o de los Caballeros

 

Iglesia de Santiago el Viejo o de los Caballeros
Esta antigua iglesia, conocida indistintamente como Santiago el Viejo, Santiago de los Caballeros e incluso como Santiago de las Eras, se halla en los arrabales de la ciudad, al pie del castillo y cerca del barrio de Olivares, en una zona casi descampada, junto al arroyo de Valorio. Esta situación marginal, que hoy de momento conserva, posiblemente es la que siempre ha tenido, de ahí el nombre que la vincula a una zona de eras.
Garnacha supone que su primera fundación, bajo la advocación de Santa María la Blanca, tuvo lugar a fines del X o comienzos del XI y la leyenda y el romancero relatan acontecimientos sucedidos en ella a mediados del siglo XI, pues se supone que aquí fue armado caballero el Cid en 1072, mientras que Cesáreo Fernández Duro sostenía también que fue éste el lugar donde Alfonso VI juró su inocencia en el asesinato de su hermano Sancho. Leyendas aparte, documentalmente aparece por primera vez en 1168, en una carta de donación que extienden Diego Romániz y su esposa Mayor Pétriz a favor de la catedral; el objeto de la donación será precisamente la quarta parte ecclesie sancto Iacobi qui in suburbio Zemorensi sita est, in parte occidentali, versus porta Sancte Columbe. Muy poco tiempo después, en 1176 son García Carcíaz y su hermana María quienes entregan al cabildo su parte en esta iglesia, haciendo lo propio dos años después Pedro y Teresa Lópiz, citándose en ambos casos Sancti Iacobi de las Eiras. Ya en 1204 el obispo Martín I acuerda con el abad de Antealtares, en presencia del arzobispo de Santiago, una resolución sobre la causa de la villa de Cerna que había tenido María Vélez y que ambos reivindicaban, concluyendo que el abad reciba la iglesia de Santiago de las Eras, extramuros, y una heredad en Villamor de los Escuderos, adscrita a ella, cediendo a cambio la mitad de Cerna. Teniendo en cuenta que el segundo recinto amurallado se estaba construyendo desde mediados del siglo XII, no parece que quepa identificar Santiago de las Eras con Santiago del Burgo, como a veces se ha hecho, pues este último templo ya queda dentro de esa ampliación de la muralla y su mismo apellido, netamente urbano, contrasta con el más propio arrabalero del otro nombre.
Sin que al parecer haya jugado nunca el papel de parroquia, ignoramos por completo los motivos que dieron lugar a su fundación.

Es un templo levantado en la deleznable arenisca local, con unos lienzos de sillería y otros de mampostería, con un material tan degradado en el exterior que indudablemente en los próximos años obligará a una profunda y drástica intervención. Consta de cabecera semicircular, corto presbiterio y larga nave, con portada a mediodía y con un sencillísimo arco-campanario de ladrillo levantado sobre el hastial, contando hasta hace muy pocos años con alguna dependencia adosada por el lado sur. Estructuralmente se conserva el edificio románico completo, aunque buena parte de los paramentos, sobre todo en la nave, han sido renovados en distintas épocas, aunque difíciles de precisar cronológicamente.
El ábside, de reducidas dimensiones pero gruesos muros, es fundamentalmente de sillería, pero también se halla reformado. Exteriormente del paramento original sólo se conserva la mitad norte, mientras que la mitad sur es una reconstrucción ya antigua, con un zócalo mucho más moderno. Cuenta además con un recrecimiento de mampostería de en torno a un metro de altura, lo que debió motivar la completa pérdida del alero original, y en el frente se abre una pequeña y sencilla saetera, abocinada hacia el interior, la mitad de la cual es original y la otra mitad reconstruida. En el interior este ábside es muy angosto, con un podium más ancho que remata en una pieza moldurada; la saetera es simple y el muro se remata en imposta ajedrezada, sobre la que se eleva el recrecimiento de mampuesto antes de dar paso a la bóveda de horno, que lógicamente, a tenor de las modificaciones sufridas por el muro, no es la original.
El presbiterio es corto e igualmente macizo, también de sillería, ligeramente más ancho pero de la misma altura que el ábside. Exteriormente, en el lado norte conserva parte del alero, muy deteriorado, con tres canes muy erosionados; en el sur el aparejo es menos uniforme, con una ventanita cuadrada posmedieval.

Interior
En el interior este tramo presbiterial presenta en cada uno de los muros un gran arco ciego de medio punto, sobre los que directamente se levanta la bóveda de cañón, que se prolonga además directamente desde la bóveda absidal, lo que hace pensar también en su reconstrucción posterior.
Un gran arco triunfal da paso a la nave, soportado en el exterior por dos pequeños contrafuertes que indudablemente han sido insuficientes -y lo siguen siendo- para contrarrestar los empujes. Interiormente y visto desde la nave, este arco presenta estructura de portada, un caso único en Zamora pero similar al de dos iglesias sorianas, la de Nafría la Llana y la desaparecida ermita de San Miguel de Parapescuez, organizándose con tres arquivoltas de medio punto.
La interior tiene arco de sección cuadrada, apoyando en semicolumnas con alto podium y elevado plinto, con basas de grueso toro inferior flanqueado por bolas -en la epístola- o decorado con hojas enrolladas -en el evangelio-, ancha escocia -decorada la norte con bolas- y capiteles figurados, toscos y de complejo significado, como son todos los que aparecen en esta iglesia.
En el lado del evangelio tienen en la cara que mira a la nave dos figuras humanas, hombre y mujer -ésta con los brazos cruzados sobre el abdomen-, mientras que, ajenos a ellos, leones de altas patas y marcado pelaje ocupan el frente y el lado que mira al ábside, con las cabezas unidas, todo bajo un cimacio de roleos con una especie de flores de lis.
El capitel de la epístola es una tosquísima composición con tres grandes cuadrúpedos que parecen leones, con breve cimacio de finos tallos dentro de ovas.
La segunda arquivolta presenta el arco con grueso bocel, una de las características del románico más antiguo, apoyando en cuartos de columna acodillados, con basas similares a las anteriores, aunque sin el menor elemento decorativo. En el capitel del evangelio aparecen de nuevo dos figuras humanas, masculina y femenina, más o menos desnudas -aunque ésta parece que con falda-, el hombre con el sexo muy marcado -aunque roto-, abrazados por una serpiente que les atenaza, lo que hace pensar en una eventual identificación con Adán y Eva.
Arco triunfal. Capiteles del lado del evangelio
Arco triunfal. Capiteles del lado de la epístola
Capitel de la nave, lado del evangelio 
Capitel de la nave, lado de la epístola
Capitel de la nave, lado de la epístola 

El cimacio, al contrario que el capitel, es un fino trabajo de ovas con ramitos rematados en dobles racimillos de bayas, con una cabeza porcina en el ángulo de cuya boca nacen los tallos que conforman dichas ovas. En cuanto al capitel del lado de la epístola muestra una composición con dos aves -seguramente águilas-, de alas plegadas, erguidas y afrontadas simétricamente; en la cara que mira hacia el intradós del arco, arrinconada, aparece una mujer con los brazos cruzados sobre las piernas abiertas, mostrando un exagerado y detallado sexo. El cimacio es en este caso más tosco, con grandes ovas acogiendo hojas palmeadas, un motivo que es muy frecuente en un edificio tan temprano como San Martín de Frómista.

La tercera arquivolta tiene el arco y los soportes idénticos a los de la anterior. El capitel del evangelio se decora mediante una composición vegetal a base de ramilletes de finas hojas lanceoladas, de abultado relieve, dispuestas en dos alturas, entre las que sobresale lateralmente una especie de bola; el cimacio es de ovas con hojas palmeadas y con dos abultadas cabecitas antropoides. La cesta de la epístola nos muestra a dos leones afrontados, envueltos entre tallos, con una rizada melena finamente trabajada y que con sus patas delanteras, alzadas a la par, cogen una bola. Por su parte el tosco cimacio es también de ovas con hojas palmeadas, flanqueadas en el frente por dos piñas en vez de aquellas cabecitas de la pieza contraria. Este último capitel está mucho mejor tallado que las demás piezas figuradas, aunque quizá el otro de esta misma arquivolta pudiera ser del mismo escultor, un tallista que trabaja más el relieve, el detalle y la proporción frente al otro autor, que no cuida ninguno de estos aspectos. La autoría de los cimacios podía ser de ellos mismos, correspondiendo al más hábil el septentrional de la segunda arquivolta y el meridional de la primera.
En cuanto a la nave resulta muy complicado valorar su filiación constructiva dadas las sucesivas reformas que ha sufrido. Es bastante más alta que la cabecera y el tercio anterior presenta notables diferencias respecto a los dos tercios restantes. La parte más antigua y sin duda contemporánea de la cabecera es el primer tercio, macizo, hecho fundamentalmente a base de sillería, contando con un recrecido posterior y careciendo de alero.

Exterior
Exteriormente este tramo está delimitado al norte por un somero contrafuerte, truncado, perdido en el sur en alguna de las reformas.

En el interior queda perfectamente definido por dos pilastras laterales, con semicolumnas adosadas, dispuestas sobre gran podium cuadrado -sin duda resultado de reformas posteriores-, que rematan en sendos capiteles de alta cesta, el del lado del evangelio dotado de collarino de doble sogueado -una característica muy arcaica, prerrománica- del que nacen altos tallos verticales y paralelos, rematados en rollos y ocasiona piña e invadidos por alguna ova y palmera; sobre esta base vegetal aparece un abigarrado grupo de leones y personas, todos con poco detalle, liados con sogas. En el ángulo occidental se halla uno de estos leones con las fauces abiertas por la mano de uno de los personajes desnudos, mientras que otra persona cabalga a lomos del animal sosteniendo una bola en la mano derecha, una representación que nada tiene que ver con la habitual de Sansón desquijarando al león, episodio que no creemos por tanto que se relate en esta escena. El otro ángulo está ocupado por tres leones -uno con el pelaje marcado- en actitud de pelear o de morder la cuerda intentando desligarse, mientras que el cimacio es de ovas rellenas por hojas palmeadas, rematadas en las esquinas con bolas y una cabecita animal, también con una bola en la boca. Es una composición muy similar a la que tiene otro capitel de San Cipriano, aunque el escultor es distinto.

Por lo que se refiere al capitel de la epístola es una abigarradísima composición de doce figuras humanas y un caballo en las más diversas actitudes, entre circenses, orgiásticas, belicosas y escatológicas. Empezando por el extremo suroeste aparece un personaje, creemos que femenino, boca abajo o haciendo el pino, mientras que sobre él otro masculino se agarra el voluminoso aunque mutilado sexo, como queriendo penetrar a la figura inferior, a la vez que con su mano derecha sostiene un objeto cuadrado. Junto a ellos hay otras dos figuras, una a hombros de la otra, la de arriba parece ser que masculina y la de abajo una mujer cubierta con toca, de cuyo sexo sale una serpiente. En el frente del capitel, en la base, hay dos personajes en actitud de pelea, con la mano de uno sobre el hombro del contrario, algo que pudiera interpretarse también como posición amorosa, aunque las dos parecen figuras masculinas; sobre el varón izquierdo aparece la cabeza de la serpiente que salía del sexo de la mujer, mordiendo, a la vez que encima de esta pareja hay otras dos mujeres, una que parece enseñar la vulva mientras que la otra cogería a uno de los hombres por el cuello, levantando una piedra con la otra mano. Al lado de las mujeres, en la parte alta de la cesta, aparece otro personaje haciendo el pino, dando paso a un hombre montado a caballo, con escudo oval y calzado con acicates y a cuya espalda se encarama otra figurilla masculina. El cimacio es de ovas con palmetas y con dos cabecitas animales en las esquinas, contactando hacia el lado oriental con el arranque de una imposta ajedrezada.
Estos soportes estaban preparados para recibir un potente arco doblado, pero no sabemos si llegó a construirse e incluso si la nave original llegó a tener bóveda. Hay argumentos para pensar una cosa u otra: a favor de que hubo bóveda está el hecho de la existencia de los soportes interiores y exteriores, de que los muros son muy gruesos e incluso del desplome de éstos, como si el empuje de los arcos o bóveda les hubiera abierto hasta tal punto que sobreviniera su hundimiento; en contra está el hecho de que los muros laterales de este primer tramo están bien rematados con sillería prácticamente hasta la actual cubierta de madera, muy por encima de donde tuvo que estar la bóveda, e incluso son muy evidentes los mechinales. Tampoco en el frente del arco triunfal se aprecian restos de abovedamiento.
Este primer tramo de nave tiene en la base de los muros interiores bancales corridos, con la pieza superior moldurada con tres boceles, una estructura que desaparece en el resto de la nave, cuyos muros son también más delgados y construidos en mampostería, indudable resultado de reconstrucciones posteriores. Entre estas reformas podemos ver al menos dos momentos, aunque de cronología imprecisa, uno que reconstruye la caja de muros y otro que eleva ligeramente el nivel de la cubierta en todo el perímetro del templo.

Portada
En cuanto a la portada es muy probable que esté remontada pues, salvo un sector en el interior, es el único paño de sillería de toda la reconstrucción. No obstante se recompuso de forma un tanto tosca ya que avanza sobre el lienzo de poniente pero queda a ras del oriental. De pequeño tamaño y muy erosionada, consta de doble arquivolta de medio punto, de dovelaje simple, sobre pilastras rematadas con impostas de listel y chaflán y sobre todo ello una chambrana ajedrezada. En el interior esta parte reconstruida de la nave aparece revocada.

En el templo, hoy sin culto habitual, hay algunas otras piezas que pertenecen a época románica. Tal es el caso de la mesa de altar, una gran losa con perfil de listel y chaflán, o de un cimacio con labor de espiguilla, aunque destaca sobre todo un capitel doble, de 54 cm de anchura, 35 cm de altura y 30 cm de profundidad decorado en uno de sus lados con acantos y en el otro con un personaje a caballo que se enfrenta con un león, escena que se desarrolla entre vegetales, todo muy mutilado.

Sin entrar en interpretaciones iconográficas de la escultura de Santiago el Viejo, terreno harto resbaladizo pero muy abonado para imaginaciones desbordantes, que ha atraído especialmente a diferentes autores, podemos decir sin embargo que nos hallamos ante uno de los más viejos edificios del románico de esta provincia, cuya escultura nos remite a las más tempranas imágenes, con profusión de personajes y de leoncillos, unas representaciones que tienen su más alta expresión en San Isidoro de León pero cuya mejor conexión en nuestro caso creemos que está con lo castellano, desde las cantábricas tierras de Castañeda y Cervatos, o las burgalesas de San Quirce de Los Ausines, hasta San Andrés de Ávila, pasando por las palentinas de Santa Eufemia de Cozuelos o por la propia Frómista. Son todo ellos ejemplos significativos de construcciones levantadas en las postrimerías del siglo XI o en todo caso en los primeros años del XII, cuando creemos que se puede fechar sin ninguna duda la iglesia de Santiago de los Caballeros, un templo en el que en esos momentos parecen trabajar dos escultores, de diferente capacidad técnica pero con similar inspiración. El desarrollo que experimentó la ciudad con Alfonso VI, tras el cerco castellano de su hermano Sancho II en 1072, y especialmente a partir de la repoblación promovida por Raimundo de Borgoña en los últimos años del siglo XI, pudieron ser unas circunstancias históricas muy favorables para que se iniciara esta construcción.

Iglesia de San Claudio de Olivares
Centraba esta iglesia de San Claudio el arrabal de Olivares, extramuros y emplazado en la orilla derecha del Duero, entre el centro neurálgico del primer recinto, formado por el castillo y la catedral, y el IÍo. Comunicábase la puebla de Olivares con este primer núcleo fortificado a través de la puerta del mismo nombre (o Puerta Óptima), actualmente llamada "del Obispo" por situarse junto al palacio episcopal y salida natural por el sur del carral maior. La documentación sobre el arrabal y su mismo topónimo hacen referencia a actividades agrícolas y tenerías y a la explotación de las cercanas aceñas, recientemente restauradas.
La primera noticia documental nos la proporciona Escalona y hace referencia a la donación al monasterio de Sahagún por Ramiro II de unas aceñas en Olivares iuxta palatium nostrum, en el año 945 (R. Escalona, 1782 (1982), p. 393). Gómez-Moreno cita la donación de Dulcidio San Gaudío desde la torre de la Catedral Sarracéniz al presbítero Rodrigo, en 1082, de una heredad sita en la orilla del Duero, junto a la porta optima zamorensse que vocitant Olivares (op. cít., p. 86). En 1172 se documenta la venta al obispo Esteban de "unas casas junto con sus acuarios [ ... J sitas en la Puerta de 0livares". La primera referencia al templo, aunque indirecta, aparece en el documento de donación de una parte de la iglesia de Santiago de las Eras al cabildo zamorano, datado en 1176 y en el que se cita a un Petrus Mauro sacristan quefuit de San Claudi (Ramos de Castro, C., 1977, doc. 12). El propio edificio conserva dos restos epigráficos con dataciones tardías -1242 y 1259-sobre los que más tarde nos detendremos.
Planta
 

El templo aparece hoy como una sencilla construcción de nave única coronada por cabecera compuesta de amplio presbiterio dividido en dos tramos y ábside semicircular, con su única portada abierta al norte. Las importantes reformas y restauraciones que ha sufrido han afectado principalmente al conjunto de las cubiertas y a la caja de muros de la nave y parecen responder a problemas de cimentación y de contrarresto de los empujes de las bóvedas, a los que no es ajena su ubicación en terreno aluvial y anegable hasta el reciente encauzamiento del Duero. Francisco Antón señalaba en 1927 que "las aguas del río, cuando se hincha su cauce en la invernada, mojan los viejos muros del templo" (op. cit., p. 11).
Pese a las transformaciones, conserva el edificio lo fundamental de su estructura románica, en la que es preciso distinguir dos fases.
A la primera campaña constructiva corresponden la cabecera y el arranque de la estructura de la nave, levantadas en sillería con el típico conglomerado local zamorano, de pátina rojiza.
El evidente desplome del muro meridional del presbiterio debió estar en el origen de la ruina de la bóveda de cañón de esta parte del edificio, sustituida a principios del siglo XX (1910) por la actual, al igual que la bóveda de horno del hemiciclo. En las fotografías que publicó Antón se observa la profunda grieta que rasgaba el muro del hemiciclo.
A esta cabecera se añadió en época moderna una sacristía adosada al muro norte del presbiterio, con acceso a través de un vano adintelado abierto en la arquería del mismo. Esta estancia -visible en fotografías antiguas- fue eliminada en la reciente restauración del conjunto (años 80 del siglo XX), que dotó a la nave de la actual cubierta de madera. Llama la atención el contraste entre la airosa proporción exterior de la cabecera y el algo angosto espacio interior de la misma, fruto del recrecimiento del suelo.
El hemiciclo es de una sencillez extrema.

El desnudo tambor absidal se alza exteriormente sobre un basamento de remate escalonado, preparado para recibir seis columnillas adosadas decorativas, de las que sólo se conserva de lo original la del ángulo suroriental, con fuste de sección poligonal y una de las basas, muy maltratada. Las columnas de los codillos remataban bajo la cornisa en capiteles decorados con aves o arpías y cuadrúpedos alados afrontados, muy erosionados.

Tres pequeñas saeteras con derrame hacia el interior dan luz al ábside, una en el eje axial y otras dos a los lados, rehechas todas en la última restauración. La concesión decorativa se concentra sólo en la rica serie de canes del alero, cuya cornisa se decora con tres hileras de tacos.
Junto a los sencillos canes del muro sur del presbiterio, de simples rollos o crochets, el hemiciclo nos muestra, además de otros del mismo tipo, una serie de figuras personajes en variadas actitudes, entre los que destacan, un músico con bonete cónico tocando el arpa o arpa-salterio, dos personajes barbados en actitud de lucha (uno ase al otro por la muñeca), un descabezado dragón de cola enroscada, una cabecita junto a un barril y un grupo de personajes que parecen extrapolados de un zodiaco y del menologio de la portada septentrional: varios exhibicionistas que levantan sus faldones (febrero), una figura masculina con los brazos en jarras sosteniendo sendos ramos con flores treboladas (abril), un campesino vendimiando que porta un calderillo (septiembre) y otro empuñando un gran podón con el que trabaja la vid (marzo).
Canecillos en la cornisa del ábside
Canecillos en la cornisa del ábside


Entre los muy deteriorados canes del muro septentrional del presbiterio señalaremos la figura de un grotesco atlante y una figura que parece alzar un hato o balanza. Pese a la erosión, en estas piezas se adivinan varias manos, una de ellas próxima en estilo a la del autor de los bellos capiteles del interior e iconográficamente cercana a la decoración de la portada norte.



Interior
El interior repite la austeridad del hemiciclo, sólo amenizado por las dos líneas de imposta decoradas con tres hileras de tacos que corren bajo el arranque de la bóveda de horno, continuándose por el presbiterio, y bajo la línea de las ventanas. En los elementos originales se aprecia aún la policromía de tonos ocres y negros. El profundo presbiterio se articula en dos tramos, señalados por un fajón que apea en sendas ménsulas decoradas con una pareja de atlantes, el del muro septentrional en actitud pensativa y el del meridional en la tradicional postura acuclillada de brazos alzados. Los muros interiores del tramo recto se aligeran y animan con arquerías ciegas de dos arcos de medio punto cada una, que recaen en dobles columnas en el centro y columnas acodilladas en los laterales. En esta decoración interior con arcuaciones ciegas ha pretendido verse una progenie asturiana (Viñayo), segoviana y abulense (Ávila de la Torre) o ambas (Gómez-Moreno señala recuerdos asturianos y de San Andrés de Ávila). Sin embargo, y sin negar tal ascendencia, ya la más próxima capilla mayor de San Cipriano de Zamora presenta una similar articulación de paramentos, que tampoco resulta excepcional, pues la integran un nutrido grupo de edificios del norte de Castilla (Vallespinoso de Aguilar, Villanueva del Río, Zorita del Páramo, parroquial de Perazancas, etc.), del sudoeste de Francia, etc. Da paso a la cabecera un rehecho arco triunfal de medio punto, doblado hacia la nave y que reposa en sendos machones con semicolumnas en los frentes. Sus basas se molduran con finos toros y una desproporcionada escotadura, perfil que repiten las columnas del presbiterio y la muy erosionada del exterior del tambor absidal. 

El interior del presbiterio presenta cuatro arcos ciegos de medio punto, repartidos en los muros norte y sur, apoyados sobre columnas con capiteles historiados.
 

La decoración escultórica de los capiteles del arco triunfal y presbiterio resulta excepcional tanto iconográfica como estilísticamente, situándose entre las producciones de mayor calidad del románico provincial.
El capitel del lado del evangelio del triunfal se decora con una pareja de grifos que beben de una fuente o cáliz alzado sobre una columna, al que asen con sus patas interiores.
Sobre ellos, en el dado del ábaco, se esculpió una máscara grotesca de ojos saltones que se introduce una mano en la boca. En el lateral que mira a la nave aparece un deteriorado personaje sentado que porta en su mano izquierda una forma aplastada y redondeada a modo de pan o sagrada forma y en la otra cara de la cesta una hoja lanceolada y carnosa sobre la que aparece otra máscara de rasgos humanoides.
La disposición de aves o grifos bebiendo de la fuente o cáliz nos trae al recuerdo el bello capitel del brazo meridional del crucero de la catedral de Salamanca, así como un amplio catálogo de estas representaciones en el románico europeo (Sainte-Foy de Conques, etc.), con un contenido eucarístico apropiado para la ubicación del tema. Estilísticamente, sin embargo, la proximidad con un capitel de Santa María de Villanueva (Asturias) resulta, como luego veremos, sorprendente.


En la cara lateral izquierda aparece un personajillo sentado con un pequeño disco en su mano
La cara derecha se llena con una enorme hoja de acanto rematada en una poma y con volutas.
 

Frente a este capitel, el del lado de la epístola muestra la figura de Sansón desquijarando al león (1 Jue 14, 5-10) en el frente y dos águilas de alas explayadas en los laterales. La presencia de esta prefiguración cristológica es también frecuente en la iconografía románica, así como su ubicación en los arcos de triunfo (Vallespinoso de Aguilar, Dehesa de Romanos, Cezura, Henestrosa de las Quintanillas, etc.).


Los capiteles de la arquería interior del presbiterio aúnan una extraordinaria calidad de ejecución con un estado de conservación impecable. Iniciamos su descripción desde el más próximo a la nave del muro septentrional con un capitel decorado con una máscara monstruosa de rasgos felinos, orejas puntiagudas y fauces rugientes de las que surgen tallos enredados con pesadas piñas y racimos y, en la cara que mira al altar, hojas de vid con racimos picoteados por un ave.
El cimacio, parcialmente fracturado al colocarse el hoy desplazado púlpito, recibe tres filas de tacos. Coronan las columnas que centran el tramo dos capiteles unidos decorados, respectivamente, con dos arpías-ave de alas explayadas, cabellera partida y expresivos ojos saltones, de cuerpo recubierto de plumaje y garras de rapaz que asen el astrágalo, el izquierdo, y una pareja de leones pasantes afrontados, cuya cola pasa entre sus cuartos traseros y cae sobre su lomo.

Entre los caulículos de parte alta (que también coronan la otra cesta), se dispusieron dos cabecitas, una de carnero y la otra de un can o lobo. El cimacio único de estos capiteles recibe un tallo ondulante del que brotan gruesas hojas carnosas enrasadas.
El tercer capitel de este paramento, el del ángulo noreste del presbiterio, se orna con un piso inferior de carnosos crochets de cuyas puntas penden una especie de botellas -o bien peras- y un piso superior de caulículos, entre los cuales se disponen dos figurillas, la de la cara sur de rasgos grotescos, cabello partido y gran boca sonriente y la de la cara oeste femenina, con toca y brial, que ase con sus manos la punta de una de las hojas. El cimacio recibe carnosas lises en tallo ondulante.
El capitel del ángulo sudeste del presbiterio es vegetal, con un piso de hojas lanceoladas de profundo nervio central partido y bayas en las puntas y su cimacio muestra clípeos entrelazados en los que se disponen un batracio, un ibis o pelícano, un ave, especie de abubilla, de gran penacho tras la cabeza, un atlante o acróbata vestido con túnica corta, acuclillado y asiendo el clípeo que lo enmarca y un cerdo o jabalí.
El capitel doble del centro del tramo es una pieza excepcional, tanto iconográfica como estéticamente y justamente hemos de considerarlo como la más significativa del estilo del escultor. Labrada en un único bloque, la doble cesta nos muestra, en su frente, el combate de dos centauros sobre un fondo de hojas carnosas partidas. Ambos presentan el cuerpo de equino de grandes cascos partidos y pelaje marcado por mechones triangulares y rizados el derecho e incisiones en zigzag el otro, y torso humano, de efebo y larga cabellera partida uno y barbado el otro, éste tocado con un curioso bonete puntiagudo y perlado, y ambos con saltones ojos de pupilas horadadas y labios de comisuras caídas.

Precisamente el centauro barbado tensa un muy fracturado arco contra su oponente, el cual blande una gran lanza. En la cara oriental de la cesta se labró un extraño híbrido de cuerpo serpentiforme y cola escamosa rematada por una cabecita de serpiente, torso alado y con brazos y busto humano, en actitud de lanzar una piedra que sostiene en su mano derecha. Su rostro muestra un gran mostacho y barba puntiaguda, con el consabido rictus de su boca, de labios de comisuras caídas y aparece tocado con un puntiagudo gorro frigio con decoración de perlado.
La cara occidental del capitel recibe una bella representación de una sirena-pez femenina, que alza su escamosa cola con su diestra -en graciosa contorsión-, mientras se mesa con su otra mano la larga melena partida. En estas representaciones de la lujuria en sus vertientes masculina (centauros) y femenina (arpía), el escultor alcanza la máxima manifestación de su destreza, dotando a las figuras de un excepcional volumen, que prácticamente llega al bulto redondo en el caso del combate central.
Las concesiones al detalle se manifiestan en el cuidado tratamiento de las texturas de los cuerpos (escamas, alas, vaciado de los iris con trépano, rellenos con pasta vítrea, ombligos, etc.).
Tanto desde el punto de vista estilístico como iconográfico, resulta sorprendente la similitud de este capitel con uno de los pilares orientales de la nave de la iglesia asturiana de Santa María de Villanueva, en el valle de Carzana (Teverga), que la profesora Etelvina Fernández considera "réplica, casi exacta" del capitel que nos ocupa, "hasta el punto que podríamos considerarlo del mismo taller e incluso de la misma mano" (op. cit., p. 231). En realidad, en el capitel asturiano se produce una condensación de los motivos que vemos en San Claudia de Olivares en los capiteles de la lujuria y en el frontero de las arpías, pero con unas características que efectivamente hacen pensar que los escultores de la fase "Villanueva-II" son los mismos que trabajan en Zamora, sin que podamos entrar aquí en el análisis de qué obra antecede a cuál. Etelvina Fernández data dicha campaña de Santa María de Villanueva en los años centrales del siglo XII, cronología que no se contradice con la del edificio zamorano.
Otro capitel de Santa María de Villanueva, éste decorado con grifos afrontados, se aproxima igualmente al del lado del evangelio del triunfal de Olivares, incluso en la ornamentación de carnosas hojas de lis inscritas en tallos ondulados del cimacio; igualmente, la misma concepción de los rostros del capitel de la Epifanía de Villanueva la encontramos en los de los personajes de San Claudio.
Finalmente, el capitel del ángulo occidental de la arquería meridional del presbiterio recibe una sencilla decoración vegetal, con dos pisos de carnosas hojas lanceoladas y lisas, con bayas en sus puntas las inferiores y rematadas en caulículos las superiores. El cimacio presenta hojitas pentafolias entre tallos ondulados. Las basas de las columnas de la arquería y del triunfal presentan perfil ático, aunque de finos toros y amplísima escocia, sobre breve plinto. En los cimacios e impostas de la cabecera son aún perceptibles restos de policromía, de tonos ocres y negros.
La nave se encuentra profundamente alterada por reformas posteriores. Debió de cubrirse en origen con bóveda, aunque los ya referidos problemas estructurales del templo supusieron su ruina. De hecho, a nuestro juicio, la nave corresponde a una segunda campaña románica, de la segunda mitad del siglo XII, siendo notoria la ruptura de hiladas en el arranque del muro norte de la misma, único original conservado. Tanto el muro meridional como el hastial occidental del templo corresponden a reformas posmedievales. En este muro septentrional, además de las dos saeteras con fuerte abocinamiento al interior, destaca la portada, abierta en un antecuerpo coronado por una cornisa soportada por diez canes muy deteriorados, aproximadamente en el centro de la nave.

Portada
La portada se compone de arco liso de medio punto y tres arquivoltas profusamente decoradas que apean en jambas escalonadas con tres parejas de columnas acodilladas, éstas fruto de la restauración de mediados de los ochenta del siglo XX.
Sus capiteles se encuentran sumamente erosionados, adivinándose sólo que el exterior del lado derecho recibía dos cuadrúpedos afrontados entre ramaje. El resto de las cestas eran vegetales, con una fila de acantos el central del lado izquierdo.
La arquivolta interior es la iconográficamente más interesante, pues recibe en sus catorce dovelas un interesante calendario agrícola, con la labor propia de cada mes individualizada en una pieza, y las dos laterales con representaciones de felinos, al modo, por ejemplo, de la portada de Santiago de Carrión de los Condes.
La lectura de los muy maltratados relieves, que debe realizarse de derecha a izquierda, se inicia con enero, representado por dos personajes sedentes y ricamente ataviados ante mesas, en actitud de comer. Febrero aparece figurado por dos rústicos calentándose al fuego, uno ya sentado ante él y el otro levantándose el sayón, como es costumbre. La tercera representación, que correspondería al mes de marzo es complicada de descifrar, aunque creemos ver a un hombre portando un cántaro junto a otro, encorvado y vestido de rústico, portando un podón o azada. La figmación de abril es más clara, y aparece representada por un sembrador y un hombre con dos ramos y un pájaro sobre su hombro (el denominado "señor de la primavera"), ambos descabezados. Le sigue mayo, simbolizado por el caballero que parte de caza acompañado por un lebrel sobre la grupa de la montura y un halcón.

Las dovelas correspondientes a los meses de junio y julio están tan sumamente erosionadas que apenas podemos adivinar que representan tareas agrícolas: en la primera un personaje arrodillado alza un objeto irreconocible (rama, fruto o colmena), mientras su compañero, por su actitud encorvada, parece sugerir el gesto de segar o podar; en la de julio vemos un personaje rodilla en tierra y cargando un fardo a su espalda (cun haz de trigo?) y frente a él una muy mutilada figura que sostiene en su mano izquierda alzada un vaso o copa (la sed).
Creemos reconocer la labor de la trilla en el mes de agosto, bajo la forma de un personaje tras un animal. Septiembre, como es habitual, es el mes de la vendimia, aquí bajo la forma de dos personajes sentados y acuclillados a ambos lados de una viña de enroscado tallo; le sigue el trasiego del vino para simbolizar octubre, en forma de dos personajillos, uno subido a un gran tonel y el otro ante él, ambos muy mutilados. Noviembre, como es tradicional, aparece representado por la figura del cerdo, en nuestro caso, dos porqueros entre dos animales, y diciembre por el acarreo de la leña, cargada ésta en un pesado haz sobre los lomos de una mula y acompañada por un personaje. El orden de los motivos que simbolizan los meses mediante la tarea agrícola asociada varía, lógicamente, en función de la latitud y clima característico de cada zona. En nuestro caso, las mayores similitudes en cuanto a temas las establecemos con los calendarios agrícolas de San Martín de Salamanca, Beleña de Sorbe, El Frago y San Isidoro de León.
Sobre el friso de tallo ondulante que acoge hojitas se dispone la segunda arquivolta, ésta decorada con una fina banda de palmetas y grandes hojas lobuladas y dobladas de profundas escotaduras y acusado relieve. La arquivolta exterior se decora con motivos animalísticos y del Bestiario, entre los que destacamos a un gran león pasante con la cola sobre el lomo, otros felinos, varios cuadrúpedos cuyas colas remata en hojas y palmetas, un grifo, una especie de carnero, aves y hojas, una pareja de trasgos o arpías afrontados, un dragón devorando un animal, una pareja de aves picoteando los frutos de un árbol, un personaje con un bastón ante un erguido simio u oso ((juglar?), etc. El conjunto de las arquivoltas se rodea con una chambrana decorada con un friso de palmetas.
En la clave del arco se dispuso, quizás posteriormente, un tosco Agnus Dei inscrito en un clípeo ovoide, tallado en reserva. Junto a él, en la misma rosca del arco de ingreso y bajo las representaciones de agosto y septiembre de la primera arquivolta, se grabó posteriormente la siguiente inscripción, hoy muy borrosa, por lo que seguimos la transcripción que realizó Gómez-Moreno, con las correcciones de Maximino Cutiérrez: VESPERA : DE : NATALEM : / E : LA : MILINARIA : DEL : DI/O : E : NO : TIE(M)PO : DE : LOS : ANOS : /MALOS : REINA(N)TE : EL : RE! : / DO(N) ALFONSO : SUB : / E(RA) : M(ILLESIM)A: ce (ducentesim)A : NON(A)G(IN)TA VII, es decir "En la víspera de la Navidad, en el milenario de Dios, en el tiempo de los años malos, reinando el rey don Alfonso (X). En el año 1259". No creemos que pueda tomarse la fecha de esta inscripción más que como referencia cronológica ante quem para la portada, a todas luces anterior a tal fecha, máxime ante los evidentes signos de remonte, al menos parcial, de ésta. Además de este testimonio epigráfico, el templo conserva otros dos, uno absolutamente ilegible, en el salmer del mismo arco de la portada y otro, al menos parcialmente distinguible, en el muro septentrional del presbiterio. En este último, que permaneció oculto por la primitiva sacristía, leemos: ... s: IH(o)ANE s: CLA ... /DE: SOLA: POIOTA: T ... / OLIVARES: ... SUB/ E: M: ce: LXXX/ ANOS, año 1242.
De imprecisa cronología, probablemente medieval, es la pila bautismal, de copa troncocónica lisa y 1, 15 m de diámetro y 0,66 m de altura; lo mismo podríamos decir de los herrajes de la puerta del templo, considerados como probablemente coetáneos de su fábrica.
Por lo que se refiere a una valoración global del edificio, ya señaló en lo arquitectónico Gómez-Moreno las similitudes de la cabecera con la de San Andrés de Ávila y obras asturianas, reflejando además la duplicidad de campañas entre la cabecera y la nave, ésta posterior.
El historiador granadino veía en lo escultórico de la cabecera raigambre leonesa, "con similitudes en Frómista y Santillana", vínculos que se refuerzan, como vimos, con las sorprendentes identidades de factura entre estos relieves y algunos de Santa María de Villanueva, en Asturias. Así las cosas, la primera campaña de San Claudia de Olivares debe rondar los años centrales del siglo XII, mientras que la reforma de su nave parece obra más tardía, de las dos últimas décadas del siglo.

Iglesia de Santa María la Nueva
Esta antigua parroquia, de reconocida trascendencia histórica dentro de la ciudad, se ubica en el centro del casco urbano medieval, hoy entre la Diputación Provincial -antiguo Hospital de Hombres o de La Encarnación- y el Museo de la Semana Santa. El templo, actualmente sólo con culto ocasional, está adscrito a la parroquia de San Juan de Puerta Nueva.
Ubicada dentro del primer recinto amurallado, desde sus orígenes estuvo ligada a la nobleza zamorana, que aquí celebraba sus reuniones. Como ocurre en otros casos, las primeras referencias del templo vienen más de mano de la tradición o de la leyenda que de una verdadera documentación histórica, aunque en este caso ese tipo de noticias sí parecen tener visos de recoger algún hecho histórico. El relato de lo que ocurrió se conserva en su más antigua versión en la obra del cronista Florián de Ocampo, del siglo XV, pero también aparece en uno de los documentos del estado noble que se guardaban en el archivo de esta iglesia, un texto que se ha fechado en el siglo XVII y que cuenta pormenorizadamente un levantamiento popular que tuvo como escenario a esta iglesia, conocido como el Motín de la Trucha.
Más dudoso es el año en que ocurrió pues aunque el manuscrito dice que fue en 1168, "reynando en este Reyno de León D. Fernando 11, y ocupando la silla apostólica Alejandro III", la mayoría de los autores sugieren sin embargo el de 1158, año en que aún vivía ese Papa. Según esta versión, en esas fechas, cuando la iglesia se llamaba todavía San Román, se estableció una disputa en el mercado entre el hijo de un zapatero y el criado del noble Gómez Álvarez de Vizcaya; el objeto era una trucha que el primero había comprado y pagado ya pero que el segundo, en virtud del privilegio que permitía a los nobles comprar antes que a los plebeyos, reclamó, entablándose una reyerta de la que el zapatero salió airoso, más no por mucho tiempo ya que los nobles, entendiendo que se habían violado sus derechos, lo prendieron. Reunidos los aristócratas en esta iglesia, según era su costumbre, discutiendo qué castigo aplicar al hijo del menestral, el pueblo llano, amotinado, resolvió quemar el templo con todos los que estaban dentro: "y como la iglesia era de tres naves y no muy alta y tenía tres puertas, tanto fuego y leña echaron por encima del tejado y por las dichas puertas, que todo el tejado vino al suelo con algunos arcos; y tanto fue el fuego, que los que dentro estaban se quemaron vivos, y no quedó retablo, imagen ni reliquias, ni libros, ni bulas ni arcas ni ornamentos que todo fue ardido, y de tres capillas de bóveda que la iglesia tenía, las dos vinieron al suelo, con viene a saber, la del altar mayor a la cual entonces decían la capilla de Dios Padre, y la de la mano derecha hacia el medio día, a la cual decían de Santa María, y quedó la del septentrión, la cual se dice la de la Santísima Trinidad, en la cual hasta hoy día se hallan unas piedras estalladas con el fuego". El fuego y la ruina hicieron gran estrago entre los nobles, muriendo Álvarez de Vizcaya y, según se dice, dos hijos del conde Ponce de Cabrera -aunque un documento de 1172 evidencia que el mayor no murió aquí-, pero eso no detuvo a los amotinados que a continuación derribaron la casa del primero y liberaron a todos los presos y se marcharon de la ciudad, asentándose "en un llano que está sobre las peñas, encima de la iglesia de Santi-Spiritus, donde había tenido sus tiendas y real en tiempos el Cid en el cerco de Zamora". Cuenta el relato que huyeron de la ciudad cuatro mil hombres, ascendiendo a siete mil entre mujeres y niños, y que de aquí marcharon por el puente de Ricobayo hasta un lugar llamado Constantino, junto a la raya de Portugal, mandando entonces cartas a Fernando II solicitando el perdón real y la absolución papal, comprometiéndose además a reconstruir la iglesia, lo que finalmente sucedió.
Este mismo texto se hace eco también de un milagroso episodio ocurrido en pleno incendio de la parroquia: "al tiempo que las puertas con el gran fuego se quemaron y cayeron, quiso nuestro Señor hacer tal milagro por sí mismo, que la sacratísima Hostia y Cuerpo suyo milagrosamente se salió de la Custodia del Altar mayor, adonde estaba sin nadie llegar a ella, y volando en el aire por entre el fuego y el humo, a vista de muchas jentes se metió en una concabidad o abujero que en una pared de la iglesia, en una rinconada cerca del suelo era adonde después acá ha hecho Dios muchos milagros y hace hoy día con los que allí van, con devoción y a Dios se encomiendan y es muy cierto que se hallan muy aliviados de los dolores y penas con que allí van, del cual abujero y concavidad sale hoy día gratísimo olor". Aún en la actualidad se conserva en los muros de la iglesia este agujero.
Documentalmente el rastro más antiguo se remonta también a esas mismas fechas, en concreto el 6 de noviembre de 1159, cuando miembros del concilio Sancti Cirpiani et Sancta Maria e la Nova aparecen como testigos de una donación hecha por el rey Fernando II a Palla. A partir de este momento aparece con cierta frecuencia, reflejándose la importancia de la parroquia en el hecho de que muy pronto alcanzó la dignidad abacial, como ya figura en una carta del año 1200 en la que el abad Pedro, del monasterio de Santa María de Valparaíso, llega a un acuerdo con Román, dicto ahbate ecclesiae Sancta Maria e Navae, qua e sita est intramuros civitatis Zemorae, y con otros clérigos de la misma iglesia, sobre el litigio que mantenían acerca de una propiedad en Peleas de Arriba. En los siglos posteriores llegó a contar, además de con el abad, con ocho presbíteros y varios clérigos y acólitos.Exento de todo su entorno, el edificio consta hoy de cabecera semicircular, con tramo presbiterial flanqueado por dos dependencias cuadrangulares. La única nave se articula en tres tramos, separados por grandes arcos apuntados y cubiertos con bóvedas barrocas de lunetos, con una potente torre alzándose a los pies, en cuya base hay una de las tres puertas que tiene el edificio, abriéndose las otras dos al norte y sur respectivamente.
La construcción está hecha a base de sillería de piedra arenisca local, con paramentos parcialmente renovados en algunos sectores a consecuencia de diferentes erosiones. El conjunto de la fábrica se remonta a época románica, aunque cabe distinguir dos etapas, una primera, correspondiente más o menos a la cabecera -con muchas dudas acerca de la extensión de la misma-, y un segundo momento, explicado como consecuencia de la reconstrucción del templo a raíz del incendio provocado durante el Motín de la Trucha, que serían los muros de la nave y la torre. Sin embargo un importante problema lo plantean los dos absidiolos cuadrangulares, como tendremos ocasión de comprobar.

El ábside central, de planta semicircular, presenta gruesos muros, hallándose semienterrado hasta que las restauraciones han rebajado las tierras del entorno, aflorando entonces también algunas sepulturas de la necrópolis medieval. Sus paramentos fueron muy reparados en el año 1959, especialmente el alero y el sector central, donde se hallaba un camarín, construido en el año 1715.

Exteriormente arranca de podium, en el que apoyan siete altos arcos ciegos de medio punto que llegan hasta el alero, de los cuales el central es algo más ancho y ligeramente más alto y el del extremo norte algo más bajo que el resto, tal vez porque en algún momento fue remontado. Están formados todos por dovelas cuadrangulares, lisas, apoyando en delgadas columnas adosadas, con basas formadas por plinto, grueso bocet ancha escocia y otro toro más estrecho, aunque sólo una de las piezas parece ser original.
Los fustes son ultrasemicirculares y los nueve capiteles son todos originales siendo sus decoraciones de norte a sur las siguientes: el que está en contacto con la capilla del evangelio no apoya sobre columna por lo que es una pieza pinjante sin cimacio, que en realidad tiene forma de canecillo de nacela con laterales sogueados y rollo en el centro; el segundo sí es ya un verdadero capitel con una tosquísima figura humana en el frente que sostiene con su mano derecha un palo o porra y con la otra se agarra una larga barba mientras que a su izquierda se halla un cuadrúpedo quizá en actitud atacante conformando una escena hoy muy deteriorada pero que quizá pudo ser similar a las que se ven en el siguiente capitel; el cimacio presenta cuatro líneas de tacos. La tercera pieza luce en el frente una figura humana de cuerpo entero vestida con túnica y flanqueada en los laterales por sendos leones que muerden los brazos extendidos de aquélla; el cimacio es igualmente ajedrezado. El cuarto capitel muy erosionado muestra cuatro grandes hojas palmeadas en las que destaca la marcada talla a bisel; el cimacio es nuevo. El quinto es una labor de cestería de ancha retícula romboidal, que estuvo rematada en los ángulos superiores por bolas; el cimacio es igualmente nuevo. El sexto tiene cimacio ajedrezado y cesta vegetal compuesta por amplias hojas palmeadas triangulares alternando unas con la punta hacia arriba y otras hacia abajo ajustándose por completo al espacio y mostrando igualmente talla biselada. El siguiente capitel parece hecho en una piedra distinta y su talla es también diferente, aunque igualmente tosca con extraño motivo vegetal formado por hojas rectangulares de nervios verticales y paralelos con entrelazo en el frente rematando en rollos y bolas y cubierto todo por una plataforma a modo de sombrerete de hongo sobre la que además se dispone un ábaco de entrelazo; el cimacio es también ajedrezado. 
Por último la octava pieza es prácticamente idéntica a la primera, aunque con estrías verticales y horizontales.




De forma alterna en tres de los arcos se sendas ventanas de factura muy similar entre sí con pequeña saetera enmarcada por doble arco sin chambrana el exterior con arista abocelada trasdosada de estrías apoyando en simples jambas sin ningún tipo de imposta y el interior con dovelas lisas cuadrangulares sobre columnillas con basamentos similares a los de los arcos ciegos cortos fustes monolíticos y capiteles decorados con motivos diversos. 

La ventana norte tiene en su capitel más septentrional una serpiente enroscada formando bucles con cimacio ajedrezado, mientras que la otra cesta se ornamenta con tosquísima águila frontal de alas abiertas, con roseta y hojitas lobuladas -talladas a bisel- en los espacios del fondo; el cimacio es de zarcillos.
La ventana central fue hecha ex novo en 1959 y sus capiteles con una figura humana cuya cabeza picotean dos aves y con dos serpientes el otro, se hicieron tomando como modelo otros dos de la misma iglesia, uno de la primera ventana que hemos descrito y otro de la ventana de la capilla meridional aun - que esta última como veremos también nos presenta serios problemas; en todo caso el cimacio izquierdo con entrelazas y motivos vegetales es original aunque probablemente sería hallado en las obras y colocado aquí.
En cuanto a la ventana más meridional cabe decir que sí es original aunque las dovelas del arco interior son nuevas, al igual que el cimacio meridional.
En ésta el capitel norte porta una figura humana desnuda creemos que femenina tal vez Eva situada entre dos arbolitos con grandes hojas y/o frutos con un cimacio de entrelazo similar al ábaco del extraño capitel que soportaba uno de los arcos ciegos, el séptimo en nuestro orden de descripción; la cesta del otro lado está presidida por una figura humana frontal/ vestida con túnica con los brazos abiertos y un altar detrás flanqueada por distintos motivos vegetales y de entrelazo un recurso frente al horror vacui que parece caracterizar el trabajo de este escultor. Ambos capiteles están sospechosamente limpios especialmente el izquierdo, aunque más que pensar en que sean de nueva talla cabe suponer que sufrieron una profunda limpieza durante la restauración del templo, ya que esta ventana quedaba dentro de una estancia y seguramente se hallaba cegada y revocada, pues ninguno de los autores que describen el edificio antes de tales obras la mencionan.
El alero de esta capilla mayor está muy erosionado y aunque muchas de las piezas de la cornisa fueron añadidas en la restauración de 1959, se hallan igualmente deterioradas; las originales son ajedrezadas. cuanto a los canecillos de los veinte que porta sólo once son originales y de ellos tan sólo en siete se puede averiguar la decoración: tres de modillones de rollo, otro - el frontal ostenta una cabeza simiesca que parece estar atenazada por una serpiente, otro más es un cilindro acogido por una hoja lanceolada, hay uno de nacela de varios planos concéntricos rematados por gruesa bola y finalmente otro que se ha descrito como un ángel visto frontalmente, sin cabeza, aunque, teniendo en cuenta que el cuerpo es también plumífero, lo más probable es que sea otra águila vista frontalmente. 

Antes de introducirnos en el interior de este ábside cabe hacer una sencilla reflexión sobre la relación entre la arquitectura y la escultura de este cuerpo y es que mientras la fábrica es de buena ejecución, con un elemento como los arcos ciegos que dan esbeltez al muro y denotan cierta preparación de quienes trazaron esa arquitectura, los escultores son sin embargo todo lo contrario, tallistas muy poco hábiles, con unos recursos muy rudimentarios, con unos volúmenes francamente básicos, unas figuras simples, toscas y planas y recurriendo en el mejor de los casos al bisel.

Interior
El interior del ábside central está igualmente muy retocado, sobre todo la parte inferior y la central. Casi al ras del pavimento actual se ve aflorar un primer cuerpo o podium, muy poco destacado y con los sillares superiores rematando en bocel, aunque buena parte son de nueva factura. Encima se dispone un cuerpo liso y macizo, rematado por imposta totalmente nueva y sobre la que se hallan las tres ventanas, abocinadas y completamente lisas, aunque el abocinamiento que también tiene el alféizar nos parece una solución reciente. El muro remata en imposta ajedrezada de la que sólo quedan originales las piezas de ambos extremos, arrancando de aquí una bóveda de horno, de sillería arenisca, que trasciende al cuarto de esfera hasta alcanzar un desarrollo de ligera herradura. El arco frontal de la bóveda, en su encuentro con la más amplia del presbiterio, lleva además una pequeña chambrana de dovelas cuadrangulares lisas.

El presbiterio sigue el esquema habitual, rectangular y ligeramente más ancho que el ábside, aunque al exterior queda prácticamente enmascarado por las dos piezas cuadrangulares laterales. En el lado norte incluso se ha desmontado la parte superior del muro, de modo que entre el ábside y la nave queda un vacío.



En el sur sí se conserva hasta la misma altura que el ábside, elevándose brevemente sobre la capilla lateral, pero la cornisa no parece original y carece además de canecillos. En el interior este espacio presbiterial enlaza perfectamente con el hemiciclo, con muros lisos donde se abren las puertas que comunican hoy con los laterales y cubierto con bóveda de cañón que nace de la misma imposta ajedrezada. Por lo que respecta al arco triunfal, es muy apuntado, resultado de la renovación de la nave que creemos que se hizo ya en época gótica -a la que se añadieron después los yesos barrocos-, con el mismo arco doblado sobre pilastras que muestran los de separación de tramos de esa nave.

Las presuntas capillas laterales, hoy con la función de sacristía y almacén, presentan un problema de interpretación muy complejo, para el que debemos recurrir en primer lugar a la descripción y planta de la iglesia que publicó Salvador García de Pruneda en 1907, mucho antes de cualquier restauración con intenciones miméticas, y aunque tampoco sea demasiado lo que nos pueda aportar, sin embargo en el dibujo de la planta se aprecia también una dependencia adosada a la cabecera, envolviendo el absidiolo sur y la mitad correspondiente de la capilla mayor. Pero vayamos por partes.
El pretendido absidiolo norte aparentemente es el que mejor conserva su estructura original. Es un reducido espacio de planta rectangular que muestra al exterior una sillería irregular con grandes bloques en las esquinas. Se cubre a un agua y en el testero tiene una sencillísima saetera adintelada que se abocina hacia el interior, mientras que el muro norte es macizo, con alero muy erosionado soportado por seis canecillos que parecen ser todos de nacela, y cornisa quizás de listel y chaflán. El interior es hoy un espacio cerrado al que se accede a través de un estrecho arco de medio punto, seguramente ya de época bajomedieval o moderna, cubriéndose con bóveda de cañón y careciendo de cualquier elemento decorativo. Ni desde dentro de la capilla ni desde la nave -aquí tal vez por la existencia de retablo- se ve atisbo de arco triunfal y la saetera en el interior curiosamente es rectangular, rasgada, como suelen ser las posmedievales, todo lo cual complica extraordinariamente la datación de esta dependencia, que si no fuera por el alero románico diríamos incluso que es posterior a la Edad Media. Para colmo de dificultades, en el interior la piedra ha sido rejuntada e incluso toda la bóveda parece reconstruida, igual que la puerta parece estar remontada.
La capilla de la epístola tiene casi todo el muro exterior del testero reconstruido, lo que se debió hacer en la restauración de 1959, cuando se eliminó la estancia que tenía adosada en ese lado, a la que se accedía por una puerta que quedaría más o menos bajo la ventana actual. Esta ventana presenta igualmente una complicada interpretación pues si gran parte de ella está reconstruida, el lateral norte sin embargo es original, tanto las dovelas, como el cimacio ajedrezado como la columnilla con su capitel, en el que aparece una figura humana cuya cabeza picotean dos aves.
El muro meridional de esta capilla presenta alto zócalo con remate achaflanado -como el que aparece ya en la fachada meridional de la nave- y tiene toda la esquina! reconstruida, como el alero, que carece de canes o de cualquier otro elemento de filiación románica, abriéndose por el contrario una ventana cuadrangular posmedieval. Hoy en el interior tampoco tiene comunicación con la nave e igualmente tampoco hay rastro de arco triunfal, a la vez que el arco de medio punto por el que se accede desde la capilla mayor es completamente nuevo, aunque sustituye a otro cegado, también de medio punto pero más bajo. En su interior todo se halla muy restaurado: el abocinamiento de la ventana del testero sólo conserva original la mitad norte y del conjunto de paramentos la única piedra que parece antigua -o que al menos no ha sido limpiada con saña-, son las hiladas superiores del muro norte y tres o cuatro hiladas del mismo lado de la bóveda de cañón, precisamente las que conservan restos de pintura gótica donde se reconocen varias escenas de la vida de la Virgen, paneles que diversos autores fechan entre el último tercio del siglo XIII y el primer tercio del XIV. En cuanto al aparejo, los muros este y norte son de sillería mientras que el del sur y oeste son de mampuesto y la bóveda nace de imposta ajedrezada en el lado norte, aunque no existe en el sur, hallándose igualmente en el testero, bajo la ventana, si bien la mayor parte es reconstruida.
A partir de tal panorama no resulta nada fácil interpretar la actual cabecera de Santa María la Nueva y cualquier especulación al respecto resulta sumamente frágil. En principio pudiera pensarse que la capilla meridional bien pudo ser contemporánea del ábside central, aunque buena parte de ella es producto de una reforma posmedieval y de una contundente intervención durante las obras de restauración.
En cuanto a la capilla norte, posiblemente también pudo tener un origen similar, aunque al menos en el interior todo parece renovado e incluso puede que toda ella fuera reconstruida, reduciéndose ligeramente en anchura y empleando numerosas piezas antiguas, entre ellas el alero. Claro que también podemos hallarnos ante estancias posteriores a la capilla mayor y que la presencia de motivos románicos sea siempre reutilizaciones, incluyendo la ventana del testero de la actual sacristía, que bien pudo estar en origen en el muro meridional del presbiterio que precede a la capilla mayor. En todo caso volveremos sobre este asunto en las conclusiones finales.
La nave no presenta menores problemas de interpretación y las hipotéticas tres naves originales de que hablan casi todos los autores e incluso el texto que relata el Motín de la Trucha, pasaron a convertirse en una sola en época gótica, muy probablemente en el mismo momento en que se realizan las pinturas murales.

Al exterior el muro norte contacta con la capilla de ese lado mediante un contrafuerte ligeramente desviado y más que probablemente reconstruido. Dos contrafuertes más se reparten por el muro, enmarcando la portada que se halla en el centro de la nave. García de Pruneda no dibuja en su plano ninguno de estos contrafuertes, aunque sí habla de ellos. El primer tramo es macizo, en el segundo se ubica la portada y el tercero es igualmente sobrio, con una sencilla saetera en la parte alta.

La portada de este lado se halla bastante descentrada respecto a los contrafuertes, incluso parcialmente tapada por el más oriental, lo que hace pensar que en realidad tales soportes sean producto también de la renovación gótica de la nave. La puerta es muy apuntada, con arco de ingreso moldurado con bocel entre medias cañas, seguido de varias arquivoltas también molduradas con varios boceles, nacelas y mediascañas, seguidas por nacela con la típica moldura zamorana de listel, nacela y bocel, la misma que porta la imposta sobre la que descansa el arco de ingreso. Las arquivoltas descansan en un total de cuatro columnillas acodilladas, sin podium, con basas formadas por plinto, gruesos toros y ancha escocia, con tosquísimos capiteles de cestas estriadas que tratan de imitar nervaduras de hojas, con una bola en el extremo superior. Sobre la clave de la chambrana hay un escudete muy erosionado y al oeste de la portada una saetera que parece original.

Portada norte
 

A lo largo de todo este paramento septentrional se aprecian varias rozas, mechinales y canecillos que son testigos de las numerosas reformas que ha sufrido el edificio. En el segundo y tercer tramos se aprecia, a media altura, una línea de erosionados canes, que posiblemente hubo también en el primero, aunque ahí el paramento ha sido reformado. Son sin duda el testimonio de un antiguo alero, que curiosamente está por debajo del que se conserva en el absidiolo norte, otra particularidad a tener en cuenta a la hora de hacer una valoración de las etapas constructivas del edificio. Son en total once las piezas completas, todas muy erosionadas, entre las que se aprecia una decorada con varios rollos, como los que luce la capilla mayor.
En el remate del muro actual se encuentra el alero resultado de la reforma, igualmente muy erosionado, con cornisa al parecer de listel y chaflán y con 24 canecillos, generalmente de ancha nacela, en algún caso de cuarto de bocel y puede que alguno con representación de cabeza zoomorfa, junto a dos que son piramidales con cuatro hojitas lanceoladas y uno de rollos. La mayoría de estas piezas parecen claramente góticas -las anchas nacelas y los cuartos de bocel-, pero la duda estriba en los dos últimos tipos, que bien pueden ser antiguos canes empleados en la nueva obra o quizá una perduración de modelos románicos, lo que parece detectarse en la iglesia de Fuentecarnero, que fechamos en un momento muy avanzado del siglo Xlll y en cuyo alero aparecen estos mismos canecillos de hojas lanceoladas tan habituales en el tardorrománico de la capital: en la Puerta del Obispo de la catedral, en San Pedro y San Ildefonso, en San Juan de Puerta Nueva, en Santa Lucía o en el Santo Sepulcro, entre otros templos.
El testero de la nave -incluido el triunfal de la capilla mayor- sería igualmente obra de la misma reforma, de ahí que no se aprecie el menor testimonio de la anterior altura de naves.

Fachada
Por lo que respecta a la fachada meridional, su organización es similar a la norte, también con tres contrafuertes construidos cuando se hizo la nave única. Entre los dos primeros se halla el osario, enmascarando parcialmente el paramento, aunque sobre él llegan a verse la línea de canes original, con seis erosionadas piezas entre las que aparece la representación de un águila con las alas abiertas. En esta ocasión la cornisa sí queda en una cota superior a la de la capilla lateral correspondiente.
En el segundo tramo, descentrada respecto a la ubicación de los contrafuertes, se encuentra la actual portada, bajo un arco de ladrillo mucho más moderno y con una pequeña hornacina en la que hasta hace algunos años ubicaba una Virgen gótica.

Portada
Está formada por arco doblado, el interior de medio punto, sobre pilastras, totalmente nuevo, y el exterior -que destaca sobre el muro- en arco de herradura, con dovelas aboceladas apoyando en toscas semicolumnas de basamento alto y prismático, reconstruido, con rudimentarios capitelillos, el occidental con sirena que se agarra la doble cola y el oriental con dos aves gallináceas que entrelazan sus largos cuellos, bajo los que se dispone una bola, con ambos cimacios decorados con rosetas de siete hojas puntiagudas. A nuestro juicio esta puerta es el resultado de una reconstrucción en la que se utilizan piezas románicas¡ el arco de herradura, que ha dado lugar a tantas especulaciones -y que también aparece en la parte interior, aunque mucho más alto y menos marcado-, puede ser el que tuvo la portada precedente, lo que coincidiría en todo caso con la forma de la bóveda del ábside mayor, o incluso puede ser pura coincidencia, resultado de un deficiente ensamblaje de las piezas.

Portada meridional 

En el tercer tramo el sector del antiguo alero conservado es menor, con tan sólo dos canes recortados¡ bajo ellos aparece una saetera de la primera fábrica y sobre ellos otra de mayor tamaño. El alero actual por su parte sigue un esquema similar al del lado norte, con 21 canecillos erosionados, generalmente de nacela, aunque hay tres de rollos, otro con lo que parece una estrella de cuatro puntas, otro más con una cabeza y siete con las omnipresentes cuadrifolias planas lanceoladas.
En los muros interiores de la nave no hay elementos claramente identificables con tiempos románicos, aunque en el muro norte se aprecia una línea de sillares más estrechos que podían ser el remate original del muro antiguo, a la vez que se observa en el tercer tramo un remate vertical del muro que quizá nos muestra hasta dónde llegó la primera nave. Por su parte, en el primer tramo se conservan restos de pintura mural, con un San Cristóbal, seguramente de los siglos XVI o XVII y junto a la base del primer arco, el hueco donde según la tradición se refugió la hostia consagrada durante el incendio de 1158.
En cuanto al paramento interior sur sólo cabe reseñar la presencia de un arcosolio funerario en el primer tramo, fechable en época tardogótica, con restos de pinturas murales de inicios del siglo XVI en el intradós y con una cartela en su base con el sobrio epitafio: HIC NVNC QVIESCIT QVI NVNCQVAN QVIEVIT, es decir, "Aquí reposa ahora quien nunca descansó". En el tercer tramo se halla otro arcosolio gótico, embutido en el muro original, en cuyo entorno se hallan nuevos restos de pinturas murales, contemporáneas de las de la capilla de la epístola, representando escenas como la Huida a Egipto, la Anunciación o la Adoración de los pastores.
Portada sur
 
Capitel portada sur
Capitel portada sur 

A los pies se levanta la potente torre, cubierta parcialmente por las pinturas que acabamos de señalar. Es una voluminosa pieza con la misma anchura que la nave y con un pequeño hueco cerrado con reja, junto al ángulo noroeste de dicha nave, donde estuvo el Archivo del Estado Noble de los Caballeros Hijosdalgo de Zamora, hoy en el Archivo Histórico Provincial. En los laterales se aprecia perfectamente cómo se adosa a los muros románicos y cómo el recrecimiento gótico del edificio se apoya en ella. De planta rectangular y robustos muros, en el interior muestra un alto y abierto espacio abovedado con cañón apuntado, siguiendo el eje de la nave, sobre impostas de listel y chaflán en los cuatro lados. Comunica este espacio con la nave mediante un alto arco con impostas molduradas de listel, caveto y bocel, idénticas a las que aparecen en la iglesia del Espíritu Santo. En este mismo cuerpo inferior, en el lateral de mediodía, precediendo a la escalera de caracol, hay una pequeña capilla abierta, también abovedada con cañón, transversal a la anterior, donde se ubica la pila bautismal y en cuyos muros se conserva una inscripción funeraria fechada en la era MCCCXXXIII (año 1295). El husillo ocupa el ángulo suroeste y a través de la escalera de caracol se accede a una estancia en el tercio superior de la torre, cubierta igualmente por bóveda, sala que hoy usa la Cofradía de la Vera Cruz. El remate de la torre es ahora un espacio aterrazado donde se ubican dos espadañas, una al sur, barroca, de dos cuerpos con tres troneras, y otra muy pequeña, al oeste, de ladrillo y piedra, seguramente de fechas no muy distintas a la anterior.

En el exterior la torre muestra en su paramento sur un par de arcosolios de medio punto, con arista en bocel, y coincidiendo en altura con el antiguo alero románico de la nave tres canzorros -más uno desaparecido- que sostendrían un pórtico. En la parte alta de este lado hay una saetera lateral que ilumina la escalera de caracol y el muro se remata con la espadaña barroca. En el lado norte el muro es completamente macizo mientras que en el de poniente hay cinco vanos: tres saeteras que iluminan la sala superior de la torre y la escalera de caracol, un ventanal en el centro -arrojando luz a la base de la torre- y finalmente la portada.
El citado ventanal debió ser en origen una saetera central enmarcada por doble arco, vaciado después para finalmente, en una reciente reconstrucción, rehacerse de forma un tanto extraña; el arco de enmarque, trasdosado por chambrana de nacela, es de medio punto doblado, con arquivoltas molduradas de bocel entre mediascañas descansando en cuatro columnillas acodilladas con capiteles de estrechas pencas dispuestas en dos órdenes, vueltas y enrolladas, similares a las que aparecen en la catedral, en San Esteban o Santiago del Burgo, pero sobre todo a las de sendas ventanas de San Juan de Puerta Nueva y San lldefonso. Los cimacios presentan la habitual moldura zamorana de listel, nacela pasada y bocel, que se vuelven a repetir en todos esos templos y otros más. En el interior se repite la misma forma y decoración, aunque seguramente por el abocinamiento inicial, sólo hay lugar para un arco y un par de columnas con los mismos capiteles.

Portada occidentalLa p
ortada occidental es un sencillo arco de medio punto, doblado y apoyado en pilastras, con chambrana e impostas molduradas con el esquema que acabamos de describir, una portada que se repite en la pequeña iglesia del Espíritu Santo.
Esta torre se halla desmochada y a juzgar por su estructura pudo ser bastante más alta, dotada incluso de elementos defensivos, aunque también cabe la posibilidad de que no se llegara a concluir.
Llegados a este punto, como hiciera en 1907 García de Pruneda, no podemos menos que pedir disculpas "por haber tratado con tanta pesadez un asunto tan árido", según sus propias palabras. Sin embargo no ha sido nuestra intención la misma que animara a aquel autor de demostrar "esa forma nacional que tanto nos discuten los extranjeros" del arco de herradura, sino buscar los argumentos para trazar la evolución histórica de tan complejo edificio, sobre cuyas fases constructivas casi siempre se ha pasado de puntillas o creemos que no se ha definido lo suficiente. Así pues, a partir del detallado recorrido que hemos hecho por el edificio creemos que se pueden establecer las siguientes etapas:
1. A la más primitiva iglesia corresponde el ábside central. Es posible que formara parte de un templo de tres naves, como casi todos los autores se han empeñado en creer pero realmente no hay argumentos sólidos que lo aseguren, tan sólo la presencia de una imposta ajedrezada en los muros norte y este de la capilla de la epístola -la actual sacristía- pudiera ser testimonio de un antiguo presbiterio en ese lado, aunque ciertamente no es un dato demasiado sólido. A esa misma construcción pertenecen elementos reutilizados después, como las piezas que se remontan para formar la portada meridional e incluso alguno de los canecillos. Sería ésta la iglesia anterior al Motín de la Trucha de 115 8 -si es que realmente ocurrió así y en tal fecha- pues la escultura de la capilla mayor habría que situarla en las primeras décadas del siglo XII, empleando motivos como la sirena de doble cola o el águila de alas abiertas que forman parte de los repertorios más extendidos en esas fechas. Es una escultura muy tosca, con empleo de recursos e incluso ciertos motivos decorativos que parecen anclados casi en lo prerrománico, aunque la tosquedad que la caracteriza no significa necesariamente antigüedad. A veces se ha buscado como referencia las tallas más antiguas de San Cipriano, quizá por lo rudimentario de las figuras, pero en realidad el escultor o escultores que trabajan en Santa María la Nueva tienen aún unos recursos más limitados. Más hábiles fueron los artífices que trazaron la arquitectura, aplicando al muro un elemento tan extraño en el románico zamorano como son los arcos ciegos recorriendo los paramentos exteriores del ábside, algo que sin embargo es mucho más característico de otros lugares, como las tierras burgalesas, donde se utilizan en la más variada composición desde los momentos más antiguos a los más tardíos del período románico. La particularidad que se ha querido también resaltar a veces en esta iglesia de una capilla mayor semicircular con dos absidiolos planos -algo que casi un siglo después se emplearía en el templo leonés de Arbas del Puerto-, y que podría ser una solución mixta entre las cabeceras más ortodoxamente románicas formadas por hemiciclos y la particularidad zamorana de preferencia por los testeros planos, en realidad es un argumento falaz pues no sabemos la morfología de los absidiolos más antiguos o, como hemos señalado, si siquiera los hubo.

2. Si nos fiamos del episodio del Motín de la Trucha -aunque en modo alguno podemos tomar al pie de la letra los desperfectos que pudo sufrir el templo-, Santa María la Nueva, ya con este nombre, se reconstruyó con posterioridad a 1158. Sin embargo, si nos atenemos a un análisis escultórico, una segunda fase de obras se llevó a cabo muy a finales del siglo XII o incluso en los primeros compases del XIII. Esta remoción afecta a la nave, que al menos entonces pasa a tener unas dimensiones muy similares a las de ahora, aunque con los muros más bajos. Ahora sí parece que hubiera tres naves, al menos si nos atenemos a la anchura del conjunto, aunque seguiríamos sin saber cómo eran los absidiolos, que no obstante y a juzgar por la forma en que se estaba construyendo en la ciudad, perfectamente pudieron ser ya cuadrangulares, aunque reiteramos nuestra convicción de que nada de ellos ha sobrevivido, a no ser alguna pieza reutilizada en los posteriores. De este momento se conservan los muros norte y sur de la nave, incluyendo la portada septentrional, mientras que la meridional se reconstruiría reutilizando piezas de la fábrica anterior. En este momento se hizo nueva la portada norte mientras que para la sur se reutilizan algunas piezas de la fábrica anterior. 

3. De forma inmediata a la reforma de la nave o incluso en las mismas campañas se construye la torre. Aunque se aprecia bien cómo se adosa a la nave románica, lo que en principio sería indicio de posterioridad, las fechas pueden ser prácticamente las mismas pues una estructura de este tipo se levanta muchas veces sin trabar con el resto del edificio, estando muy claro además que el recrecimiento gótico de la nave sí apoya sobre la torre. Esa compatibilidad de fechas queda demostrada perfectamente porque nave y torre comparten el mismo lenguaje decorativo, el mismo que se está empleando en casi todos los edificios que se están levantando en la ciudad en esos momentos. 

4. A finales del XIII se acomete una nueva reforma, pasando de las hipotéticas tres naves a la única actual, a la vez que sería entonces cuando se hacen los absidiolos o dependencias laterales actuales, lo que se puede ver perfectamente en la del lado de la epístola, cuyo muro sur presenta un regruesamiento que se continúa perfectamente en los contrafuertes que se datan en esta misma época.
En esos mismos absidiolos se reutilizan elementos de la fábrica románica de las capillas o testeros precedentes -entre ellos el ventanal románico que sería de la fase más antigua- y tal vez, al transformarse ahora en nave única, pudo ser que los absidiolos no se concibieran como tales sino como capillas independientes, de ahí que no haya rastro de arcos triunfales, o al menos no los hemos sabido encontrar. El cambio que sufre el cuerpo central de la iglesia obliga a elevar los muros laterales, para que tengan cabida tan amplios arcos, lo que posibilita que en el muro septentrional el viejo alero quede por debajo de la cota del que tiene la capilla que ahora se reconstruye en ese lado, cosa que hubiera sido un tanto incomprensible si fueran contemporáneos. Entonces, o escasos años después, el templo se decora con las pinturas murales de las que han sobrevivido escasos restos.

5. Con posterioridad a la Edad Media se reconstruye el absidiolo norte y se altera profundamente el meridional. Puede que sea entonces cuando se hace la bóveda de lunetas que hoy cubre la nave y el camarín junto a la cabecera. En ese caso la fecha sería el año de 1715.
Finalmente, en 1959 una restauración mimética complica la interpretación de toda esta historia constructiva, eliminando estancias añadidas y recreando piezas que estaban mutiladas o que habían desaparecido.
 

6. Pero al margen del edificio, en el interior se hallan numerosas piezas escultóricas descontextualizadas pero que por su indudable interés debemos recoger, aunque sea de forma breve y selectiva.

Capitel con sirena: Hecho en caliza blanca y tallado en dos de sus caras, con unas medidas de 40 cm de altura y 43 X 36 cm de anchura. Representa a una tosca sirena de dos colas, las que agarra con sus manos, una representación que ya vimos empleada en la fábrica más antigua del edificio, con la que comparte la misma cronología de las décadas iniciales del siglo XII, aunque sea de distinto escultor. En el plano superior son bien visibles las líneas de replanteo trazadas por el artista antes de acometer la talla.

Soporte de la mesa de altar: Haciendo las funciones de tenente de altar se encuentra un capitel de 43 cm de altura, 46,5 cm de anchura y 42 cm de , decorado en tres de sus caaño y la disposición de la decoración, muy posiblemente sea uno de los capiteles del arras y realizado en arenisca local de grano fino, con una planta ultrasemicircular. A juzgar por el tamco triunfal de la iglesia más primitiva.Se decora con tres figuras humanas de manos alzadas y enlazadas, vestidas con túnicas, ocupando cada cual una de las caras, todas con rasgos muy rudimentarios aunque la del lado izquierdo porta una rama en su mano libre y se peina con una melena que parece identificarla como mujer. 
La talla, que guarda mucha similitud con uno de los capiteles de la ventana sur de la capilla mayor, es muy tosca, característica de la fase más antigua del templo, con cuya escultura comparte el obsesivo horroroacui que se pretende solucionar rellenando de manera indiscriminada todo espacio mediante motivos vegetales o geométricos, quizá con la intención también de dar a la escena un entorno campestre. Álvaro Ávila de la Torre ve en estos elementos que envuelven a las figuras posibles llamas y explica la escena a través de un pasaje bíblico del Éxodo en el que Aarón y Jur ayudan a Moisés a sostener los brazos en alto mientras a sus pies se desarrolla el combate entre los ejércitos de Amalee y de Josué. 

Fragmento de figura sedente: Es una pieza muy erosionada, de 55 X 35 X 26 cm, hecha en arenisca de grano fino y representa a un personaje sentado del que sólo se conservan las piernas. Viste con túnica y tiene los pies desnudos, por lo que pudiera tratarse de un Cristo en Majestad. La talla con volúmenes bien marcados, el tratamiento de los pliegues en forma de V y las proporciones de la figura hacen de esta pieza la mejor escultura que se conserva en la iglesia. Su cronología puede establecerse en las primeras décadas e incluso en las centrales del siglo Xlll. 

Pila bautismal
Se localiza bajo la torre, en una pequeña capilla lateral. Es un gran vaso troncocónico invertido, casi un cilindro, de 136 cm de diámetro y 86 cm de altura, asentado sobre un escalón circular, fabricado en arenisca local.
Presenta embocadura plana, con chaflán hacia el interior y arista viva hacia el exterior. El cuerpo se decora a base de siete grandes arcos de medio punto rebajado sostenidos por columnillas con capiteles vegetales de tres hojas planas lanceoladas -que a veces parecen enrollarse en la parte superior- y en cuyo interior se disponen seis personajes nimbados además de una escena. En esta última aparecen dos figuras, una masculina y otra femenina que sostienen un paño sobre el que aparece un tercer personaje, en cuya cabeza se dispone la paloma del Espíritu Santo, conformando una imagen alegórica del bautismo. Del resto de los personajes que ocupan las arquerías cinco visten con pesados ropajes, sostienen libros abiertos o filacterias y miran frontal o lateralmente; uno, portando llaves, se identificaría con San Pedro. Finalmente, el séptimo arco es el peor conservado y en él se halla un ángel turiferario que se dirige a la escena del bautismo.
Esta pieza, con una escultura de calidad muy superior a la del resto del templo -pareja quizá a la de la figura sedente-, es un caso único en la provincia y prácticamente en el Reino de León, todo lo contrario que ocurre en el castellano, donde las pilas decoradas con arcos son muy frecuentes, especialmente en Palencia, Burgos y Soria, aunque en esta última son composiciones más bien geométricas, sin apenas figuraciones. En Burgos pilas como las de Cayuela, Cascajares de la Sierra, Albacastro o Cumiel de Mercado siguen el mismo esquema de Santa María la Nueva, con apóstoles -o a veces animales- encuadrados individualmente en arquerías; en Palencia hay igualmente ejemplos muy notables de composiciones similares, como ocurre en Moarves de Ojeda, Renedo de Valdavia o Valcobero, aunque las tallas sean muy distintas entre sí. En cuanto a las fechas todas son ejemplares tardíos, de modo que la pila zamorana pudiera ser contemporánea de la segunda etapa románica de la iglesia.´

Iglesia de San Pedro y San Ildefonso
Se encuentra esta iglesia, en origen probablemente una de las más antiguas de Zamora, en el centro del casco histórico de la ciudad, dentro del primer recinto amurallado, en la confluencia de las calles de los Notarios y de Francos y ante la plazuela que lleva su mismo nombre. Su importancia a nivel eclesiástico radica fundamentalmente en el hecho de que aquí reposan y se veneran los restos de San Atilano, obispo de Zamora a comienzos del siglo X y patrón de la diócesis de Zamora, y de San Ildefonso, arzobispo de Toledo en la primera mitad del siglo VII y patrono de la ciudad.
Cesáreo Fernández Duro y Ursicino Martínez cuentan que en origen esta iglesia estuvo bajo la advocación de santa Leocadia y que a su vera se edificó el primer palacio episcopal, en el solar que después ocuparía el palacio gótico de los marqueses de Villagodio, ya desaparecido.
Sería el lugar donde se instauró el obispado de Zamora en el año 901, siendo su primer obispo San Atilano (901-91 n el Attila de la documentación de la época, del que todavía se conservarían su anillo episcopal y un peine litúrgico, reliquias que no obstante parecen bastante posteriores.
Pero las noticias más antiguas de una ocupación en este lugar las aporta la arqueología, pues las excavaciones llevadas a cabo en 1989 pusieron a descubierto una necrópolis en la que se localizan algunos objetos que los autores del trabajo datan entre los siglos VI y Vlll, aunque creemos que una de las fíbulas halladas puede datarse entre fines del V y comienzos del VI, correspondiendo a los ajuares de los visigodos procedentes de Europa oriental. La presencia de un cementerio es a la vez indicativo de la existencia de un lugar de culto, y aunque no se identificaron de forma clara restos constructivos atribuibles a tan temprana época, ciertos elementos pudieran ser testimonio del indudable templo que hubo de existir ya en época visigoda, quizá aquel semilegendario de Santa Leocadia.
La misma excavación descubrió también diversas tumbas que se han fechado entre los siglos XI -momento al que parece corresponder una lauda con cruz griega, alfa y omega- y XIV, a las que posteriormente se sumó el hallazgo de un magnífico frontal de piedra policromada que debió tallarse para acoger las reliquias de San Ildefonso, cuando se redescubrieron, también en el subsuelo de esta iglesia, el día 26 de mayo de 1260.
Al margen de aquel primitivo asentamiento de la Semure visigoda y después del vacío histórico que se produce durante la invasión musulmana, el lugar debió ser recuperado para el culto tras la reconquista de la ciudad hacia el año 893. Es a partir de este momento cuando se instaura el obispado y cuando se edificaría -o reedificaría- el templo conocido a partir de este momento como San Pedro, tal como aparece citado en un documento de 1154, aunque en realidad se hable de "la casa del hijo del presbítero de San Pedro". Este nombre se haría extensivo a todo el barrio o colación adyacente, regido por su propio concilium, como se documenta en 1170. Tras la invención de los restos de San Ildefonso en 1260, esta advocación pasó a formar pareja con la anterior, para finalmente imponerse, de manera que hoy es esta última con la que se conoce a la iglesia a nivel popular.
A partir de tan fragmentarias noticias cabe suponer que después del antiguo templo de Santa Leocadia se levantara, al menos, un segundo edificio altomedieval tras la recuperación de la ciudad, que sería sustituido a su vez por la fábrica románica que se nos ha conservado. Tal vez con esta nueva obra pudiera tener relación el documento del que se hace eco Guadalupe Ramos, que, aunque sin data concreta, la autora fecha con anterioridad a 1215 y en el que Juan Díaz hace una manda testamentaria para las obras de San Pedro. También don Gira! Fuchel en su testamento, redactado antes de 123 8, expresará de forma lacónica su deseo de enviar algún dinero para el mismo fin: "Mando a la obra de San Pedru I morabetinos".
Por estas fechas ya el entorno de la iglesia de San Pedro es el centro neurálgico de la ciudad, discurriendo a su vera la principal calle que atraviesa el núcleo, el carral maior, o lo que es lo mismo, las actuales calles de rúa de los Notarios y nía de Francos, nombre éste que nos transmite quiénes conformaban, al menos en parte, la población de la zona, donde también se registraba notable presencia hebrea, según A. Represa. Muy cerca de aquí se encontraba también la puerta de la muralla que recibía el nombre de la iglesia y en su entorno, como correspondía a una zona céntrica se documentan algunas tiendas, como la tende que oulgariter dicitur Tenda de Petro García, iuxta Sactum Petrum, la mitad de la cual entrega el monasterio de Valparaíso al cabildo de Zamora en 1253. La parroquia debió acumular también diversos bienes en el mismo entorno pero también en otras poblaciones, pues ya en 1226 varios de sus clérigos venden a don Pedro de Ribera una yugada de bueyes con sus pertenencias en Aldea de la Franca por doscientos treinta áureos, mientras que en otros documentos se nombran casas pertenecientes a San Pedro en la propia ciudad.
A fines del siglo XV el obispo Diego Meléndez Valdés acomete la modificación de la cabecera del templo con el fin de dar mayor relevancia a las reliquias de los santos Ildefonso y Atilano, construyendo la reja y quedando de la forma que hoy la podemos contemplar. Los Cuerpos Santos son colocados en una urna bajo nueve llaves y la solemne elevación al lugar que ocupan se lleva a cabo el 25 de mayo de 1496. Esta obra modificó también todo el interior del templo, que pasó a tener una sola nave, cubierta con bóvedas góticas. Escasos años después, por bula del papa Julio 11 en 1506, el templo fue elevado a la categoría de iglesia arciprestal que hoy conserva.
A lo largo de los siglos XVII y XVIII se acometen nuevas reformas que consistieron fundamentalmente en añadir distintas estancias a la cabecera, destacando la capilla funeraria de Gabriel López de León, que hacia 1678 supone la desaparición del absidiolo románico del evangelio; o la modificación de la fachada occidental realizada entre 1719 y 1721 y la construcción de una nueva portada en el lado norte, que cubre a la románica anterior, obra llevada a cabo en 1795- 1796.
Debió ser una de las pocas iglesias en las que hasta tiempos muy tardíos se estuvo practicando el rito bautismal por inmersión, en contra del ritual romano que impone la ablución. Tal costumbre fue prohibida expresamente por el obispo Fernando Manuel y Megía en la visita que realizó en noviembre de 1695 a esta parroquia y a la de San Claudia de Olivares.
Las continuas reformas que ha sufrido la iglesia dificultan la interpretación de los restos románicos conservados, que casi siempre están enmascarados por modificaciones o simples decoraciones de tiempos posteriores, de ahí que las interpretaciones de los distintos autores varíen sustancialmente e incluso sean en ocasiones contradictorias. Hoy el templo que podemos contemplar es un monumental edificio construido a base de sillería en piedra arenisca de grano grueso, la misma que conforma el sustrato sobre el que se asienta toda la ciudad medieval. Exteriormente se muestra como un edificio cuadrangular, con varios volúmenes, sobre los que destaca la torre que se eleva en la esquina suroeste; en el interior la cabecera se nos muestra como un gran panel pintado con arquitecturas doradas donde se abren tres huecos, con una amplia y alta nave de tres tramos cubiertos con bóvedas góticas de crucería a cuyos pies se dispone un cuarto tramo compartido por el coro y por la base de la torre. La primitiva cabecera aparece envuelta por sacristías y capillas datadas en los siglos XVII y XVIII, mientras que son tres las portadas, de distintas épocas y con diversas reformas, que se pueden apreciar, una al norte, otra al oeste y otra más al sur, ésta ahora impracticable.


Ya he comentado arriba que la construcción románica que nos ha llegado tuvo que ser históricamente al menos el tercer edificio que se construiría en este mismo solar y aunque a primera vista pueda parecer que es muy poco lo que se ha conservado de él, en realidad se ha mantenido relativamente completo. Tuvo prácticamente las mismas dimensiones que el actual -aunque de menor altura-, formado por triple cabecera de ábsides semicirculares, con sus correspondientes presbiterios que daban paso a una triple nave repartida en los mismos tramos que la actual, con su torre, la misma que en buena parte es la que hoy se puede contemplar y a la que, entonces como ahora, se accedía por una escalera de caracol cuya entrada está en el interior del templo. Creemos que tuvo esta iglesia sólo dos portadas, una al norte y otra al sur, que más o menos se consevan de forma completa.
Es necesario por tanto despojar al edificio de sus envoltorios posteriores para poder quedarnos con la imagen original que nos permita hacer el análisis de uno de los edificios más espléndidos de la Zamora románica. Para ello haremos un detenido recorrido por el edificio, desde la cabecera hasta la torre.

De la triple cabecera absidada sólo se ha conservado la capilla mayor y el absidiolo de la epístola, aunque en ambos casos muy afectados por distintas reformas. El ábside central aparece al exterior flanqueado por la sacristía, la capilla de López de León y una pequeña estancia que une ambas estructuras modernas, elevándose el hemiciclo por encima de ellas, dejando ver su buen aparejo de sillería que formaba un muro recorrido por cuatro semicolumnillas que dividirían el muro en cinco paños. No se aprecian posibles ventanales y sólo llegan a verse la parte superior de tres de esas semicolumnas, rematadas en cortos capiteles de anchas cestas decoradas con hojas planas rematadas en caulículos.
El alero se decora con canecillos de cuatro hojas planas, lanceoladas -modelo harto repetido en numerosas iglesias tardías de la capital, como el Santo Sepulcro, San Juan de Puerta Nueva o la propia catedral, entre otras muchas- sosteniendo una cornisa de nacela con pequeñas molduras en las aristas. Tras el ábside destaca el cuerpo del presbiterio, mucho más alto, hasta el punto que permite abrir en su testero un óculo de doble rosca, lobulada tanto en las dovelas interiores como en las exteriores. Cabe suponer que la nave sería aún más alta, alcanzando prácticamente la misma cota de cumbre que tienen la actual, pero de ello ya no apreciamos ningún indicio. Nada puede verse tampoco de los absidiolos desde el exterior del templo.

En el interior las modificaciones llevadas a cabo a partir del año 1496 apenas si dejan ver nada de esta cabecera original. El ábside central se dividió entonces a mitad de altura, quedando la parte superior como camarín para las urnas de los Cuerpos Santos, cerrado con reja, y la inferior como angosto espacio para el altar mayor, división que obligó además a construir un sistema de abovedamientos para sostener toda la parte superior. Posteriormente, entre 1617 y 1621, diversos artistas añadieron decoraciones doradas y esculturas, y entre 1805 y 1807 se realiza el altar mayor, separando el antiguo presbiterio románico -que queda como capilla mayor- del espacio absidado, que, con su bóveda gótica estrellada, cumple desde entonces la función de recóndito despacho. Dentro de este último espacio se llega a apreciar el paramento románico, de sillería, con algunas marcas de cantero y con una imposta que recorrería en origen el sector inferior del muro, formada por un listel moldurado con medio bocel entre dos filetes y nacela recorrida por arquillos ciegos, como los que nos encontraremos en los basamentos de las portadas.
Sobre la imposta se aprecian los arranques de los tres ventanales románicos que daban luz a la cabecera, formados por saetera abocinada enmarcada en arco sostenido por dos columnillas, de las que sólo llegan a verse las típicas basas compuestas de plinto, toro, escocia y toro. Igualmente se puede observar cómo los muros del viejo ábside se decoraron, cuando se hizo la transformación tardogótica, con pinturas murales, ya muy maltratadas pero entre las que se aprecian bandas de leones y castillos y restos de una inscripción, con un trampantojo frente a la puerta de acceso que reproduce el modelo de la que sirve de entrada a este espacio.
A pesar de tantas compartimentaciones, aún llega a apreciarse la enorme altura del ábside central, cubierto con bóveda de horno y precedido por un corto tramo presbiterial cuyos muros también aparecen recubiertos, aunque se intuye la bóveda de cañón apuntado que lo corona. El absidiolo de la epístola muestra mejor su estructura, con hemiciclo liso, con bóveda de cuarto de esfera y cortísimo presbiterio rematado con bóveda de cañón que por sus dimensiones apenas si es un simple arco; estos abovedamientos parten de una imposta corrida, moldurada a base de listel, filete en ángulo, bocel y nacela. Esta capilla fue modificada ya hacia el primer tercio del siglo XVI para convertirse en capilla funeraria de los Ayala, abriéndose en un lucillo en el costado norte y una puerta en el testero para dar paso a la sacristía, edificada en 1615 y reformada hacia 1773, destruyéndose entonces, según parece, una ventana románica. Desde esta sacristía se accede a su vez a un pequeño habitáculo desde el que llega a verse parte del paramento exterior del absidiolo, con su alero de destrozados canes.
Por lo que se refiere al absidiolo del evangelio, desapareció por completo cuando se construye la capilla funeraria de Gabriel López de León -fallecido en 1648-, con su correspondiente sacristía y con una cripta o pudridero bajo ella. Se conserva a pesar de todo su antiguo arco triunfal, con su imposta, todo revocado e intradosado en ese momento barroco con un nuevo arco, oblicuo, que estrecha algo más la entrada y la orienta hacia el altar de la Inmaculada, nombre con el que conoce también a esta capilla.

Los muros de la nave conservan básicamente la estructura románica, aunque igualmente con fuertes alteraciones. El primer tramo es ligeramente más ancho que los demás, dando lugar a un atrofiado crucero, prácticamente inapreciable pero que quizá en época románica podía estar más destacado, mediante el recurso de diferenciarlo en altura.
En todo caso, hacia 1496 o en años inmediatamente posteriores las tres antiguas naves se convirtieron en una sola, unificando alturas al elevarse el espacio de las laterales prácticamente hasta la cota que alcanzaría la central, para lo cual se embuten en el paramento románico unas pilastrillas de las que parten los nervios de las bóvedas estrelladas. Más tarde aún, ya en época barroca, se elevan de nuevo los muros y la cubierta pasa a ser de cuatro aguas.
En el exterior del muro norte de la nave se aprecian los contrafuertes que separan los distintos tramos, unos apoyos que quizá en origen fueran románicos pero que ahora obedecen a la reforma tardogótica. El primer paño parece totalmente renovado en este momento, añadiéndose un gran ventanal; en el segundo se eleva la gran portada neoclásica realizada en 1795 -1796 por Pedro Castellote, delante de la primitiva románica, que aún puede verse dentro del portalillo resultante de la modificación.
La vieja puerta se dispone sobre un alto y maltratado zócalo y está formada por tres arquivoltas lisas trasdosadas con una chambrana, mientras que el arco de ingreso ha desaparecido. Los apoyos son columnillas acodilladas de basas muy erosionadas pero que parecen estar compuestas por un alto cilindro -quizás un plinto y toro retallados-, caveto y bocel, mientras que los capiteles son de carnosas pencas y los cimacios moldurados con listel, filete anguloso, medio bocel, nacela y medio bocel.
Esta portada románica ha sido restaurada una vez descubierta, pues durante casi dos siglos permaneció oculta tras la neoclásica. La misma obra ha puesto también al descubierto una inscripción funeraria recogida por Maximino Cutiérrez Álvarez, quien la fecha en los años centrales del siglo XIII:
HIC: IACET DON(us): D[)AC(us) ABBAS.
En el tercer tramo de esta nave -continuando en el exterior de la fachada norte- se aprecia claramente el paramento románico, en cuya parte inferior se disponen dos arcosolios funerarios de medio punto, del mismo momento constructivo y que en algún momento tardío fueron precedidos de una estancia abovedada ya desaparecida, uno de los cuales alberga la siguiente inscripción, publicada igualmente por Maximino Cutiérrez, quien la considera de fines del XII o comienzos del XIII:
+ HIC · IACET PETR vs. [ .................. ].
Más completa está la inscripción que se conse1va en el lucillo contiguo, fechada el 5 de julio de 1229 y que según aquel mismo autor dice:
+ OBIIT EGIDIVS PETRI TERCIO NONAS IVLIII SUB ERA MCCLXV!l.

Sobre esos arcosolios se aprecia un ventanal cegado, posiblemente románico, y sobre éste una hilera de ocho canecillos recortados que indican la altura que tuvo el alero de esta nave colateral, una altura que casi fue doblada al hacerse el recrecimiento gótico. Por lo que se refiere al cuarto tramo, el paramento parece que fue totalmente renovado en época tardogótica y posteriormente en la barroca, reforzándose la base en torno al coro y añadiéndose un potente contrafuerte oblicuo sobre el que fue necesario abrir un arco para salvar el paso de la calle.
En el interior este muro septentrional, en el primer tramo, como ya dijimos, pudo conformar una especie de pequeño crucero y sobre él se abrieron dos arcosolios, que presentan sendas inscripciones funerarias, una de ellas correspondiente al epitafio de Esteban Yáñez, caballero de Zamora, de 1272, y la otra al de Domingo Yuanes, arcipreste de Zamora, de 1274. El segundo tramo conserva también el paramento románico, recubierto por unas pinturas fechadas el 17 de agosto de 164? y por un gran cancel de madera cuya construcción motivó ciertas alteraciones en el paramento, cubriendo parcialmente además una inscripción -a nuestro entender desplazada de su ubicación original- fechada por Maximino Gutiérrez a mediados del XIII, autor que la considera como duplicación de la que se veía al exterior, junto a la portada, y cuya lectura sería:
[HIC]: IACET[FAM(u)L(us)] [DE]! DON(us) DIDAC(us) [A]BBAS.
El tramo tercero, aunque recubierto por el órgano y un retablo, también parece románico y lo mismo ocurre con el cuarto, coincidiendo con el coro -de hacia el siglo XVII y sotocoro, y separado del resto del templo por una reja de comienzos del siglo XVIII.

Pasando al muro sur, en el exterior se nos muestra la fábrica románica igualmente bien conservada, ocupando la mitad inferior del paramento actual -a consecuencia del citado recrecimiento, con un zócalo que recorre la base y con sus contrafuertes originales, que fueron reforzados mediante dos grandes arbotantes en 1721, según traza de Joaquín de Churriguera. Siguiendo un esquema que en cierto modo podemos ver también en la Puerta del Obispo de la catedral, el primer tramo está decorado con cuatro arcos ciegos de medio punto, soportados por columnillas con capiteles de robustas pencas y cimacios de nacela, apareciendo dentro del más oriental una roseta de botón central y seis hojas cuyos extremos, en gran parte rotos, se vuelven; no hay restos de alero románico pues una hilera por encima de estos arquillos da paso ya a la reforma tardogótica. 

En el segundo tramo se encuentra la otra portada románica, más decorada que la norte, lo que hace pensar que quizá fuera la entrada principal, aunque hace siglos ya que se halla inutilizada, quedando muy por encima de la actual cota de calle. Su morfología y decoración de nuevo son casi idénticas a las de la Puerta del Obispo: cuatro arquivoltas de medio punto formadas por pequeños lóbulos rematados en peltas, chambrana de nacela y soportes constituidos por tres columnillas acodilladas, a cada lado, con plinto decorado con arquillos ciegos y estrías y capiteles de macizas pencas, motivo que también se encuentra en el remate de las pilastras del arco de ingreso, aunque en este caso la pieza es cuadrangular. Las diferencias con la puerta de la catedral se concretan en algunos detalles: mientras en el arco de la iglesia metropolitana la arquivolta interior tiene peltas simples y en el resto son de doble cola, en San Pedro y San Ildefonso todas reproducen el modelo de aquella primera, aunque en el caso de esta iglesia tampoco aparece la chambranilla que se ubica entre los dos primeros arcos; por otro lado los capiteles de este templo arciprestal son de cesta algo más alta y por último mientras que aquí los cimacios se molduran con listel, nacela y bocel, en el caso de la catedral la nacela es más suave y el bocel inferior ha sido sustituido por una simple curva.
Sobre los dos cimacios interiores del lado derecho se dispone una inscripción funeraria, en letra carolina, bien trazada, fechable hacia las décadas iniciales o centrales del siglo XIII. Dice así:
HIC IACET PET(rus) VERMUDI DE lA MORA.
Dado el lugar en que se ubica la inscripción cabe pensar que estamos ante un personaje de cierto rango, que tal vez podamos identificar con el Pedro Vermúdez que se titula clérigo de García Muniz y alcalde del rey y que el 13 de enero de 1260 compra, en nombre del obispo don Suero, una heredad que tenía en Villamor de los Escuderos el caballero toresano Álvaro Domingo. Ahora bien, para Maximino González el difunto se llamaría Petrus Vermudi de Xamora y la fecha de la inscripción la sitúa en torno a 1174. Otra inscripción, mucho más tosca e incompleta, se dispone, en dos líneas, en la parte inferior del fuste más oriental, donde sólo se alcanza a leer: [HI]C IACET.

El tercer tramo de la nave está muy transformado por reformas posteriores, con la base reforzada, aunque aflora el zócalo original. Sobre él se disponen dos arcosolios funerarios como los que se veían en el lado norte, de medio punto, aunque el resto del muro es macizo, salvo una saetera muy erosionada en la parte superior, en contacto con el alero, del que se ven restos de seis canes, uno de ellos con bola o cabeza, sobre los que ya se dispone el recrecimiento gótico. Los arcosolios albergan sendas inscripciones funerarias cuya cronología es similar a la de la portada:
HIC: YACET MIASOL: MVLER: DE: FERNAN Bl.ANCV: HIC: YACET: FERNAND(us) GOMECII.
Epitafio de doña Miasol, en un arcosolio de la fachada sur
 

El cuarto tramo de este lado de la nave está ocupado por la torre, de la que nos ocuparemos más adelante, centrándonos de momento en el interior de este mismo muro. Así, en el primer tramo encontramos de nuevo dos arcosolios parejos a los del muro del evangelio y creemos que, como ellos, fueron embutidos hacia el último tercio del siglo XIII. Sólo el más occidental porta inscripción, de buena factura, pero fechada ya en la era MCCCXXIX (año 1291). En el segundo tramo, en el que se halla la portada, el paramento parece igualmente original, aflorando el podium achaflanado que se sigue en toda la obra románica; en el tercero encontramos un nuevo arcosolio de características similares a las de los anteriores, muy cerca del acceso a la escalera de caracol por la que se sube a la torre. 

Ocupa esta torre-campanario el ángulo suroccidental de la iglesia, tiene planta ligeramente rectangular y presenta actualmente tres cuerpos.
En el exterior, el cuerpo inferior, de construcción románica, fue totalmente reforzado con un forro en época barroca, pero el segundo muestra su aspecto original, macizo, con pilastras en los extremos de los muros, mientras que el cuerpo de campanas original fue sustituido en época moderna por el que hoy se conserva.
Dentro de la iglesia la torre presenta en su zona baja una alta sala utilizada como museo, cubierta con bóveda de cañón apuntado sobre impostas y que debió estar dividida en dos alturas mediante un forjado de madera, a juzgar por la puerta y ventanas que se conservan en la parte superior, cuya funcionalidad sólo se puede explicar de esta manera. En el muro oeste del museo hay restos de pintura gótica con escenas de la Resurrección, bajo las que se dispone una inscripción fechada en la era MCCCLXII (año 1324). La puerta de acceso es de arco de medio punto, con varias marcas de cantero e impostas molduradas con listel, nacela y bocel, similares a las de la portada sur del templo. Maximino Cutiérrez recoge un maltratado fragmento de inscripción funeraria, descontextualizado, conservado en esta sala y que fecha hacia fines del siglo XII o comienzos del XIII, sin que apenas puedan leerse más que algunas letras.
Finalmente, por lo que respecta al muro de poniente de la nave, el exterior fue muy modificado al abrirse la nueva portada entre 1719 y 1721, a expensas de la ciudad y ejecutada por Joaquín de Churriguera y Valentín de Mazarrasa. Sobre esta renovación puede verse un ventanal románico, de arco apuntado y doblado, de arquivoltas molduradas a base de boceles y medias cañas que descansan en cuatro columnillas acodilladas con capiteles de delgadas pencas, dispuestas en dos órdenes, y cuyos extremos se vuelven o enrollan; su factura y decoración son prácticamente idénticas a las que muestra el ventanal de la fachada oeste de Santa María la Nueva. En el interior del templo, al margen de las transformaciones sufridas para disponer el coro, este muro oeste conserva el paramento románico, aunque no se ven en él indicios de otra posible portada anterior a la barroca.
En definitiva, este complejo edificio, al margen de una historia que se remonta hasta época visigoda, muestra unos muros que son un compendio de la evolución de los distintos estilos artísticos desde época románica hasta fines del siglo XVIII. Aun así y a pesar de la difícil interpretación de los paramentos, podemos concluir que la primitiva fábrica románica se conse1va de forma relativamente completa, hasta el punto que es posible imaginar una iglesia de tres naves, más ancha y alta la central, con absidiolos semicirculares, cuerpo del templo articulado en cuatro tramos -quizá abovedados-, al menos con dos portadas y con fuerte torre. La construcción, sin duda, se hizo de manera unitaria, a fines del siglo XII y/o comenzando el XIII, guardando estrecha relación con otros edificios de la ciudad, como la propia catedral -cuya Puerta del Obispo está en directa relación con las dos que aquí vemos-, con Santiago del Burgo, con Santa María de la Horta o con Santa María la Nueva, en diversos detalles decorativos, así como con toda la serie de templos que se están levantando en la ciudad hacia esas mismas fechas, aunque en el caso de San Pedro y San lldefonso no se utilicen las características cabeceras zamoranas del momento, con testeros planos, sino los más clásicos ábsides semicirculares.
Pero quizá el rasgo que más extensamente relaciona esta iglesia con un contexto tardío del románico zamorano son los canecillos decorados con someras hojas lanceoladas, tal vez la nota más peculiar de esta zona y que encontramos al menos en una veintena de edificios en la ciudad y provincia: catedral, San Juan de Puerta Nueva, San Pedro y San lldefonso, Santa Lucía, Santo Sepulcro, La Magdalena, San Isidoro, Santa María de la Horta, San Leo nardo, ermita del Carmen del Camino, edificios civiles de la calle Balborraz, n.º 44, calle de la Plata, n.º 16, y del arrabal de San Frontis, o en una pieza depositada en el Museo de Zamora - todos ellos en la capital-, a los que pueden sumarse las iglesias de Peleas de Abajo, Fuentelcarnero, Sobradillo de Palomares, Villamor de la Ladre, La Hiniesta, Benegiles, las ventanas de Santa María del Azogue y San Juan del Mercado, el monasterio de San Martín de Castañeda o el oratorio de la dehesa de La Albañeza, en Abelón. A pesar de tal representatividad es justo reconocer que no pueden considerarse como modelo exclusivo de estas tierras, pues piezas muy similares aparecen en lugares bien lejanos, como en el monasterio burgalés de San Juan de Ortega o en la concatedral soriana de San Pedro y en el monasterio de San Juan de Duero, en esta misma ciudad.

Iglesia de Santiago del Burgo
La iglesia de Santiago del Burgo se sitúa dentro de la primera ampliación que sufrió el primitivo recinto de Zamora hacia el este durante el siglo XII, englobando los antiguos arrabales que habían surgido en esta zona de ampliación urbana. Se sitúa al borde de la antigua Rua Nova o Renova (actual Santa Clara), prolongación en aproximada línea recta del carral maior, principal eje longitudinal del primitivo recinto, al que confluían tanto esta calle como la de los Francos (hoy San Torcuato) y la de San Andrés. Próximas a ella se encontraban las desaparecidas iglesias de Santo Tomás de Canterbury, propiedad del Temple, y San Miguel del Burgo. Durante el siglo XIII se consolidó el paulatino proceso de traslación del centro neurálgico de Zamora hacia esta zona de El Burgo, preponderancia que aún hoy mantiene.
No resulta fácil desentrañar los avatares históricos de este templo, tanto por la falta de documentación como por la confusión asentada en la historiografía entre éste y el de Santiago el Viejo o de los Caballeros, situado extramuros por la parte occidental de la cerca vieja, junto a la Puerta de Santa Colomba, luego incluida en la muralla del castillo. Las referencias históricas de 1168, 1176, 1178 que aluden a Santiago de las Eras, señaladas por Gómez-Moreno y Guadalupe Ramos, corresponden a la iglesia de Santiago "el Viejo" o de los Caballeros, que se localiza in suburbio zemorensi, sita est in parte occidentali, versus porta Sancte Columbe. Sí aparece citada esta iglesia de Santiago del Burgo como referencia para la ubicación de la iglesia de Santo Tomás y Santa Marina, en el documento de 1181 de donación de dicho edificio a los templarios por el obispo Guillermo. Perteneció a la jurisdicción del arzobispado de Santiago de Compostela hasta las reformas diocesanas de mediados del pasado siglo.
El de Santiago del Burgo es el templo zamorano de tres naves que mejor ha mantenido hasta nuestros días la estructura original de finales del siglo XII, y ello pese a haber sufrido notables reformas y restauraciones, la más importante de estas últimas a principios del siglo XIX, cuando el sector de la cabecera sufrió un colapso que dio por tierra con el triunfal y bóvedas de la capilla mayor y bóvedas de la parte oriental de la nave.

De modestas dimensiones y levantado en buena sillería de conglomerado local, la iglesia presenta planta de tres naves desiguales, más ancha la central, delimitadas por pilares prismáticos con semicolumnas en sus frentes y cabecera triple de capillas con testeros planos, más ancha y levemente avanzada la central, al estilo de las de San Cipriano, Santo Tomé, San Esteban y San Juan de Puerta Nueva de la capital. Posee tres portadas, una en el hastial occidental, hoy inutilizada, y dos en los muros norte y sur del tercer tramo de las colaterales, así como torre cuadrada sobre el tramo más occidental de la nave de la epístola.
Sus naves se distribuyen en cuatro tramos regulares, separándose por formeros doblados de medio punto y fajones apuntados e igualmente doblados. 

El  mayor desarrollo también en altura de la nave central permitió su iluminación directa.
Cubríase esta nave con una bóveda de cañón corrido con fajones, de la que sólo subsisten los dos tramos más occidentales, al haber sido sustituidas las cubiertas de los otros dos, hacia 1820, por las actuales bóvedas de crucería, iguales que la que cierra el ábside central. Las repisas de ángulo decoradas, colocadas en los responsiones del tercer tramo de la nave, parecen sugerir la presencia de nervios de una no conservada bóveda de crucería que destacaría este espacio.

Nave del evangelio
Nave de la epístola
 

La colateral, de las que la norte es algo más estrecha, reciben bóvedas de arista, algunas claramente rehechas, cuyos fajones recaen, respectivamente, en las semicolumnas de los pilares hacia la nave y en los responsiones semicruciformes lisos hacia los muros. Se ilumina el cuerpo del templo mediante ventanas rasgadas de medio punto, una por muro y tramo, tanto de la nave como de las colaterales, además de dos vanos sobre la portada occidental y otro en el cierre de la nave del evangelio. Las ventanas son lisas, de arcos de medio punto doblado, o bien con columnas acodilladas de capiteles de pencas, hojas lanceoladas, lobuladas, perladas y volutas. Interiormente, la nave central se articula en tres niveles mediante impostas con la típica molduración zamorana de nacela, bisel y bocel, una a la altura de los cimacios de los capiteles de los formeros, otra bajo la línea de ventanas, y la superior marcando el arranque de la bóveda.
Rosetón y ventanas
 

Los tramos más occidentales de las naves manifiestan una mayor complicación. El primero de la nave de la epístola es algo más corto debido al regruesamiento del muro para soportar la estructura de la torre y la escalera de acceso a su cuerpo alto, y en él se disponía una estancia abovedada con medio cañón, de planta rectangular (2)2 X 1,60 m) y parcialmente embutida en el hastial. Ignoro su función, aunque pudo haber servido como archivo, tesoro o depósito de diezmos. Más o menos sobre ella se abre en el paramento interior del hastial un arco en esviaje -que conserva las quicialeras-, portada que daba servicio al husillo con la escalera de caracol y que obliga a pensar en escaleras sobre la mutilada estancia antes referida. Actualmente el acceso se realiza por un vano adintelado moderno. Por lo que respecta al tramo occidental de la nave del evangelio, fue cerrado con una artística reja y convertido a mediados del siglo XVI en capilla funeraria, realzada por una bóveda de terceletes y combados, disponiéndose entonces tres arcosolios en los muros norte y oeste. Se conservan los epitafios de Luis de Villarreal, fallecido en 1554 y de quien se dice que dotó la capilla, y su hija Antonia, muerta dos años antes. Hoy funciona como capilla bautismal, alojando la pila, ésta de copa semiesférica y gallonada, de 96 cm de diámetro y 63 cm de altura, sobre basamento moldurado; tiene cronología medieval aunque imprecisa, pudiendo bien corresponder a los primeros años del siglo XIII.

La capilla mayor, muy reformada, avanza ligeramente sobre las laterales, como arriba señalamos. En el eje se abre una ventana, interiormente oculta por el retablo. Al exterior, el vano rasgado se rodea de arco y dos arquivoltas molduradas con bocel entre mediascañas sobre impostas zamoranas, chambrana de nacela y dos pares de finas columnas acodilladas coronadas por deteriorados capiteles de pencas.
Al ábside del evangelio, cubierto con bóveda de cañón apuntado sobre imposta de típico perfil zamorano, le da paso desde la colateral un robusto arco toral liso, apuntado y doblado, que recae en responsiones prismáticos.
En el testero se abre una ventana de vano rasgado y arco de medio punto sobre columnas acodilladas de basas de toro inferior muy aplastado sobre fino plinto y capiteles de tres niveles de pencas y volutas bajo ábaco de dados. Otra ventana igual, cuyo vano se amplió posteriormente, se abre en el muro norte del absidiolo, con capiteles de dos niveles de pencas. Bajo ella y en arcosolio de arco rebajado moldurado con bolas, se sitúa el sepulcro de Diego Osario Laso de Castilla y Marte! "teniente general de los ejércitos", fallecido en 1767. Bajo el retablo de principios del XVII que ocupa el muro meridional de esta capilla se restituyeron, en 1990, los vestigios conservados del primitivo altar románico (de 1,80 X 0,45 m), concretamente la parte alta del mismo. De idéntica decoración al de Santa María de la Harta, el frente presenta cuatro arcos de medio punto con bocel exornado con dientes de sierra, correspondiendo un arquillo a los laterales. El ábside de la epístola fue cegado y transformado en sacristía y, como en su gemelo, en fecha imprecisa se abrieron en sus muros interiores vanos de medio punto para comunicarlos con el central, hoy cegados.

La estructura original del templo es hoy perfectamente visible al exterior tras haberla liberado de los añadidos que la ceñían por el sur ("por un mal atrio y por la sacristía y casa del sacristán que, edificados posteriormente por necesidad, han desfigurado parte de las bellezas exteriores de este templo", escribía Ursicinio Álvarez en 1883) y por el norte (tenía adosado el monasterio dominico de la Victoria), cuyas huellas restan en las innumerables rozas y reparaciones de sus paramentos. Hoy sólo mantiene como añadido la antigua sacristía, adosada al cuarto tramo de la nave del evangelio.

La fachada meridional del templo es la que ofrece una más clara lectura del edificio y los avatares de su fábrica. La portada de este lado, ceñida como la norte entre dos contrafuertes prismáticos, consta de tres arquivoltas de arcos de medio punto levemente peraltados y moldurados con tres cuartos de bocel en esquina retraído y chambrana lobulada con decoración estriada, que apean en jambas escalonadas en las que se acodillan tres pares de columnas.
Éstas, sobre basamento escalonado y basas muy desgastadas, se coronan con capiteles de dos niveles de hojas picudas y caulículos superiores, similares a los de la zona oriental del interior, bajo la imposta con el recurrente perfil de listel, nacela u bocel. La principal originalidad de esta portada radica en el cierre del vano con un tímpano liso que alberga un arco geminado recercado por chambrana de nacela y apeado por un capitel pinjante de hojas lisas con bayas y remate bulboso. Sus más cercanos referentes son los de las portadas de la catedral de Lugo y San Juan de Portomarín. Corona la fachada, sobre el acceso, un rosetón de doble tracería geométrica, con óculo circular central y seis hexagonales rodeándolo, ornados con botones de molinillos.
Fachada meridional de la iglesia (ss. XII-XIII). Interesante su portada con capitel pinjante.



Capiteles de la portada
 
Capiteles portada
 

Uno idéntico se abrió sobre la portada norte. En cada tramo de la colateral sur se abrió una ventanita de vano rasgado cobijado por arco liso de medio punto sobre columnas acodilladas y capiteles de hojas lisas y volutas y crochets.
Los canes de la cornisa se decoran todos con mediacaña entre dos boceles o bocel entre mediascañas y bajo ellos, como en el muro norte, restan los canzorros de una estructura porticada. Tanto en el remate del hastial de la nave como en el del ábside de la epístola (a menor altura que aquélla) vemos los acroterios, a modo de hojas incurvadas, que coronaban el presbiterio de San Juan del Mercado de Benavente, San Esteban, San Isidoro de Zamora y la cabecera del Espíritu Santo (aunque estos últimos parecen rehechos).
Fachada norte

Portada septentrional
 

En la fachada septentrional, muy similar a la meridional, destacan los contrafuertes entre los que se sitúan la portada, ventanas y un cuerpo de edificación adosado que se utiliza como sacristía. La portada presenta cuatro arquivoltas de medio punto con dovelas almohadilladas y chambrana de media caña y bocel, las dos centrales se apoyan en columnas y las interior y exterior en jambas lisas. Sobre la portada se abre un rosetón de doble tracería formado por seis hexágonos rodeando un círculo. La ventana del tercer tramo es de gran belleza, presenta arco de medio punto y columnas con capiteles de decoración vegetal muy elaborados. Sosteniendo el tejaroz se alternan canecillos de nacela y bocel. Se conservan las ménsulas que sustentaban el techado del pórtico que la protegía.
La portada septentrional, que conserva vestigios de policromía, situada entre dos contrafuertes de la nave, se compone de arco y tres arquivoltas de medio punto con dovelas almohadilladas y chambrana de mediacaña y fino bocel. Apean en jambas escalonadas con dos pares de columnas en los codillos, sobre zócalo y muy desgastadas basas de toro inferior aplastado. Los capiteles, todos vegetales y del mismo tipo, presentan (Ávila de la Torre sospecha de su modernidad) hojas de geometrizados nervios y volutas. La curiosa decoración almohadillada de los arcos la encontramos en las iglesias de San Leonardo de Zamora, San Juan de Arroyo de la Encomienda (Valladolid) y La Asunción de Barcenilla (Palencia). El motivo, de exótica infrecuencia en nuestras tierras y de probable raigambre oriental -aparece en las arquivoltas de las puertas dobles y ventanas de la fachada del transepto "de los cruzados" de la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén-, es relativamente frecuente en el románico meridional italiano, estando presente en algunas iglesias poitevinas, más probable raíz de nuestro caso. Sobre la portada, y como en la fachada meridional, se abrió un rosetón del mismo tipo que el allí visto, similar al del testero del Espíritu Santo y al norte de San Juan de Puerta Nueva.
En cuanto a la portada occidental de la iglesia, abierta entre dos contrafuertes del hastial, se compone de arco de medio punto y dos arquivoltas de lóbulos calados y recercados por una línea incisa, del mismo tipo que los vistos en la portada meridional de San Pedro y San Ildefonso y similares a los de la Puerta del Obispo de la seo -éstos dobles- y a la portada sur de la Harta. Los rodea una chambrana de bocel y mediacaña de aspecto restaurado, al igual que los cimacios, bajo los cuales vemos dos parejas de columnas acodilladas de capiteles idénticos a los de la portada septentrional, sobre plintos decorados con arquillos incisos, del mismo tipo que los visibles en la catedral, San Juan de Puerta Nueva, etc. Sobre esta portada dan luz a la nave dos ventanas rasgadas de profundo abocinamiento interior que al exterior muestran arcos doblados moldurados con boceles y mediascañas, así como un doble rosetón lobulado con ocho arcos y cruz calada central.
Fachada occidental
Portada occidental
 

Lo fundamental de la escultura de este templo se emplaza en los capiteles de los formeros y fajones de las naves, así como en las ventanas. En toda la zona oriental del templo el tipo de cesta que domina es el capitel de dos niveles de pencas, grandes hojas lisas y picudas, hendidas y coronadas por caulículos bajo los salientes cuernos del ábaco. Este esquema se convierte en único en los capiteles de las ventanas de la cabecera y dos pilares más orientales de la nave.

El resto manifiesta una mayor variedad, dominando los temas vegetales, de hojas lanceoladas lisas de puntas vueltas y rematadas en peltas y volutas, hojas muy ramificadas, acantos con granas en sus puntas, helechos, palmetas, hojas rizadas y avolutadas, tallos anillados y entrecruzados de los que penden hojitas, gruesos tallos incurvados y enredados, que surgen de cabecitas de felino, de los que penden hojas carnosas a modo lengüetas, etc.
Alguna de estas composiciones, como la del capitel de hojas espinosas de la cara oeste del pilar central (nave del evangelio), parece sugerir una conexión con la escultura de la catedral de Ciudad Rodrigo. Encontramos además temas figurativos, como los cuatro personajes acuclillados que ornan las ménsulas del tercer tramo de la nave, uno desquijarando un león, otro león rodilla en tierra en actitud orante y los otros dos, también arrodillados, blandiendo un hacha y una maza respectivamente. En los fajones y formeros de las naves vemos también animales fantásticos, como una cesta con cuatro arpías encapuchadas afrontadas, otra con dos parejas de dragones de cabezas perrunas y largos cuellos entrelazados, que mordisquean las hojitas de las que penden granas, en los ángulos. El capitel del formero inmediato a la portada meridional presenta el tema recurrente de las aves afrontadas de largos cuellos vueltos y picoteando granas que brotan de un cáliz vegetal en el centro del frente y en los laterales; en otro, éste del pilar meridional del tramo oeste, asistimos a la enigmática representación de dos leones que ocupan los laterales de la cesta, mientras, en el frente, un personaje ataviado con túnica corta, alza en su diestra una especie de maza con puntas, que blande contra una extraña gallinácea de cola erguida rematada en brote vegetal, pico de pato y largo cuello, que ase violentamente el personajillo. Ignoramos absolutamente la posible significación del asunto representado.

En los muros norte y sur del segundo tramo de las colaterales se conservan dos magníficos ejemplares de sepulcros tardorrománicos, ambos realizados en el espesor del muro. El dispuesto en la nave del evangelio y hoy día semienterrado al estar sobreelevado el suelo de la iglesia en casi 50 cm, presenta dos arcos de medio punto moldurados con bocel entre mediascañas, corridos a modo de bovedillas que reposan en haces de triples columnas, adosadas las laterales y exentas las del medio, rematadas por sumarios capiteles vegetales de hojas nervadas de puntas avolutadas. El arcosolio del muro sur, quizá algo más tardío y de mayores dimensiones, presenta similar disposición, aunque los arcos son apuntados y las columnas muy cortas respecto a su flecha, coronadas por aplastados capiteles corridos de hojas lanceoladas y puntas vueltas y sobre basas de perfil ático, con lengüetas y sobre fino plinto. Ambos se enmarcan con alfices moldurados con listel, mediacaña y bocel y deben datar de la primera mitad del siglo XIII.
Sepulcro tardorrománico en el muro norte de la iglesia de Santiago del Burgo en Zamora
 

Un letrero conservado en el ábside de la epístola (actual sacristía) reza: "Se reedificó esta yglesia en el año de 1820 a expensas de su fábrica y del exmo e ylmo señor on Rafael Muzquiz y Aldunate, arzobispo de Santiago a quien pertenece", en alusión a las obras de reparación acometidas tras el desplome de la zona oriental del edificio en 1819. Aún hoy es bien patente el desplome del muro volado de la nave, que cedió por los empujes de sus bóvedas. Esta intervención moderna, a la que corresponden las bóvedas y ventanas orientales de la nave central, es la más significativa, junto a la de mediados del siglo XVI en el tramo occidental de la nave del evangelio.


 

 

 

 

 

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