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martes, 6 de mayo de 2025

Capítulo 62-1, Románico en Villaviciosa y Amandi-Románico en la "Comarca de la Sidra"

Románico en Villaviciosa y Amandi
La comarca que, alejándose por el este de Oviedo, se acerca a Villaviciosa y alcanza la costa oriental de Asturias es una de las más interesantes monumentalmente del Principado. Esta zona se denomina corrientemente "La Comarca de la Sidra".
Pero Villaviciosa capital y sobre todo uno de sus barrios, Amandi, tiene el suficiente románico de calidad como para una sección exclusiva. En otra sección tratamos el románico rural de la Comarca de la Sidra. 

Amandi
La parroquia de San Juan de Amandi se sitúa en el concejo de Villaviciosa a 46 km de Oviedo y a 2 km de la capital municipal.
La presencia humana en el concejo de Villaviciosa se remonta al Paleolítico Inferior. Del Neolítico datan numerosas necrópolis tumulares, que se localizan sobre todo en la rasa costera y en los cordales que unen ésta con las sierras interiores. Del alto grado de presencia romana en la zona dan fe numerosos yacimientos, entre los que destaca el de la villa de Puelles, excavada por J. F. Menéndez, quien exhumó parte del complejo arquitectónico, dotado de termas y otras estancias, que se ha atribuido al siglo I.
Durante las tres primeras décadas del siglo XII la Iglesia de Oviedo comenzó a mostrar interés por la adquisición de bienes raíces en la comarca de Villaviciosa, como bien demuestra el gran número de documentos falsos, redactados en el escritorio del obispo Pelayo, que se encuentran en el Libro de los Testamentos de la Catedral de Oviedo. Otras entidades eclesiásticas ovetenses, como el monasterio de San Vicente, contaban con propiedades en este concejo.
El monasterio cisterciense de Santa María de Valdediós, fundado en el año 1200, se convertirá en la institución más influyente en Villaviciosa, territorio en el que acumulaba un enorme patrimonio. En 1270 Alfonso X otorgó el instrumento fundacional de la puebla de Maliayo, antiguo nombre de Villaviciosa, que habría de convertirse en el centro económico y administrativo de todo su alfoz.

Iglesia de San Juan
El templo de san Juan de Amandi está emplazado en el rellano de un montículo y sobresale nítidamente del caserío circundante, por lo que resulta visible desde numerosos puntos de Villaviciosa.
Del análisis de varios documentos datados en la Edad Media se desprende que este templo se conocía como San Juan de Maliayo, al menos hasta el siglo XIV, cuando se cita por primera vez con la denominación actual. Según el padre Carballo, San Juan de Maliayo existía durante el reinado de Ordoño I (850-866), aunque no contamos con documentos que confirmen este hecho. Sin embargo, una inscripción que se hallaba en la lápida del sepulcro emplazado en el muro meridional de la iglesia podría confirmar la existencia de San Juan de Amandi en las décadas finales de la décima centuria. Dicha inscripción, que actualmente no se conserva, fue dada a conocer por varios autores, como José Caveda y Nava, Francisco de Paula Caveda y Pascual Madoz, entre otros, que ofrecen distintas trascripciones de su contenido, aunque todos ellos afirman que en el epitafio se hallaba una fecha comprendida entre 986 y 990.
San Juan de Maliayo se cita como monasterio en el testamento de Alfonso III, que, pese a su falsedad, aporta información perfectamente válida para las tres primeras décadas del siglo XII. En el mencionado testamento sólo se mencionan el nombre y la ubicación del monasterio de San Juan, que a principios de la decimotercera centuria pudo convertirse en parroquia. Como se expondrá más adelante, el monasterio de San Vicente de Oviedo recibía los diezmos de San Juan de Maliayo en la segunda década del siglo XIII.
Mediante un documento datado en 1201, Alfonso IX y su esposa Berenguela donan al monasterio de Valdediós el cellero de San Juan de Maliayo con todas sus pertenencias y divisiones, como se encontraba en tiempos del emperador. En 1216 tiene lugar una permuta que el rey Alfonso IX hizo con San Vicente de Oviedo, del que recibe los diezmos de San Juan de Maliayo para cederlos a Santa María de Valdediós a cambio de la mitad de los controcios de Siero. Cabe pensar que el mencionado cenobio cisterciense construyera el templo de San Juan de Amandi en torno a 1216, cuando recibió los diezmos de esta iglesia de manos de Alfonso IX. Esta hipótesis quedaría apoyada por el hecho de que Santa María de Arbas, iglesia muy relacionada con Amandi, fue construida dos años antes, y no resulta extraño que muchos de los canteros que trabajaron en la mencionada colegiata edificasen un par de años más tarde la nueva iglesia de San Juan. Además, es posible que éstos se integrasen a partir de 1218 en la obra del templo del monasterio de Valdediós, que también se relaciona estilísticamente con el de Amandi.
En 1270 se funda la Puebla de Maliayo y el lugar escogido para su instalación fue Buetes (Huetes), situado de forma estratégica en el fondo de la, por entonces, profunda ría. En 1277 el obispo Fredolo obligó a los vecinos de esta puebla, que labrasen heredades en los lugares de Lagos, Buetes y Tornón, a que pagasen el diezmo íntegro en la iglesia de San Juan de Maliayo, de la que dependían antes de la fundación de dicha villa. Incluso se prohibía a los capellanes de las inmediaciones (los de Fuentes, San Vicente de Palma, Cazanes) y demás iglesias de Maliayo que acogiesen moradores de la puebla en sus templos. Las órdenes del mencionado prelado se producían poco antes de que fuera inaugurado el templo parroquial de la villa, Santa María de la Oliva. San Juan de Amandi se menciona en el Libro Becerro, redactado por orden del obispo Gutierre entre 1385 y 1386, en donde se afirma que el propio obispo de Oviedo era quien presentaba los capellanes de esta iglesia y los diezmos de la parroquia se repartían entre éste y el capellán. El monasterio de Valdediós ya no contaba con derechos sobre el templo de San Juan de Amandi, por lo tanto, no sería extraño que el mencionado monasterio los hubiera cedido al obispo.
San Juan de Amandi es una de las iglesias más importantes del románico asturiano e incluso del español por la riqueza y variedad de su relieve integrado. El aparejo empleado en el templo es de sillares bien escuadrados, aunque una parte de los muros meridional y septentrional está oculta por un revoco. Su planta está formada por una nave rectangular que remata en una cabecera que sigue el planteamiento benedictino de ábside semicircular precedido de un tramo recto presbiterial.
La iglesia cuenta con dos portadas a través de las que se accede al templo. En el hastial occidental del templo se localiza una de estas puertas monumentales que presenta un gran abocinamiento y destaca por sus proporciones esbeltas y armoniosas. Se compone de cuatro arquivoltas apuntadas y protegidas por guardapolvo que reposan en columnas acodilladas, las tres primeras, y en las jambas, la interior. La arquivolta exterior y la interior están recorridas por zigzag, motivo que aparece en otras partes de la iglesia de San Juan y en un nutrido grupo de templos pertenecientes al románico asturiano. La segunda rosca se decora mediante rosetas, muy reiteradas en las iglesias de la comarca de Villaviciosa, y la tercera presenta una serie de cabezas de pico que muerden un grueso bocel. Este último motivo estuvo muy difundido en todo el ámbito atlántico, en Inglaterra (condados de York, Lincoln, Herefort, Cornualles, Kilkhampton y otros), Irlanda (Offaly) y Francia (Normandía, Poitou, Guyena y Borgoña). Su origen puede establecerse en la abadía de Reading (Inglaterra) a comienzos del siglo XII, con la que están emparentados algunos ejemplos asturianos, como Aman di, cuyas cabezas rostradas se asemejan también a las del templo de Kilpeck, situado en Inglaterra. Estas testas de pájaro se encuentran también en numerosos templos asturianos situados en los valles del Nalón y del Caudal y en la comarca costera de Villaviciosa, entre otros, en Santa María de Arbas (León), San Juan de Mieres, Santa María de Lugás (Villaviciosa), San Esteban de Ciaño (Langreo) y San Esteban de Aramil (Siero). Sin embargo, las cabezas de pico de Amandi, por su forma triangular, se asemejan especialmente a las de los dos últimos templos mencionados.
Solamente uno de los capiteles muestra una escena historiada, pues la mayor parte de los mismos se decora mediante motivos geométricos y vegetales, como volutas, hojas con nervios rizados, piñas y otros. Dichos motivos también se encuentran en templos de la zona de Villaviciosa, como Santa María de Lugás y Santa María de Valdediós, y de los valles del Caudal, como Santa Eulalia de Ujo (Mieres) y Santa María de Arbas (León). En la mencionada escena historiada, de la que se hablará más adelante, se representa el tema de la Presentación en el Templo, que también aparece en otro capitel del presbiterio de Amandi. Enriquecen la ornamentación de la portada los cimacios, decorados mediante cintas que se unen a trifolias, y el guardapolvo, en el que se aplican tetrapétalas.
En el lado meridional de la nave aparece otra portada más sencilla, que consta de dos arquivoltas lisas protegidas por guardapolvo que reposan sobre jambas rematadas en cimacios. La ornamentación de esta portada se centra en el guardapolvo, decorado mediante rosetas, y en los cimacios, que presentan cintas perladas que se entrelazan. Al lado de esta puerta monumental y bajo un arcosolio se encuentra un sepulcro en el que se hallaba una inscripción que, como se ha dicho anteriormente, no se conserva en la actualidad. Un pórtico construido en el siglo XVIII envuelve la fachada y el lienzo meridional al que también se une una sacristía, levantada a finales de la mencionada centuria. En 1755 se reedificó buena parte del muro septentrional, al que se adosó en el siglo XX la capilla de las Ánimas. La cubierta de la nave es a dos aguas y se remata con un alero que reposa en una hilera de canecillos lisos, en el lienzo meridional, y con una cornisa construida en época moderna, en el muro del sur.
Capiteles de la portada de San Juan de Amandi
Capiteles de la portada de San Juan de Amandi
Capiteles de la portada de San Juan de Amandi 

Cabecera
El volumen de la cabecera presenta en el exterior una rica articulación plástica. Tres esbeltas columnas compartimentan en cuatro paños el muro del hemiciclo y otras dos salvan la diferencia de anchura entre los tramos recto y semicircular.
El ábside se divide en tres pisos por dos impostas ornadas con billetes y tetrapétalas y dispuestas en el arranque de las ventanas y bajo sus arcos. En los cuatro paños del hemiciclo se abren otras tantas ventanas formadas por una arquivolta semicircular y dos columnas acodilladas, coronadas con capiteles que se decoran con repertorios que también aparecen en el interior de este templo, como varias parejas de aves, un grupo de tres clérigos, dos cabezas engoladas, etc. Tanto en el tramo recto de la cabecera como en el hemiciclo se sitúan cornisas que reposan sobre las columnas mencionadas y sobre canecillos.
Muchos de éstos tienen forma de quilla y se decoran mediante dientes de sierra, roleos y medios círculos enfilados. Otros canes desarrollan motivos figurativos, como cabezas humanas y de felinos, o presentan repertorios de temática obscena, por ejemplo, parejas abrazadas en actitud erótica y personajes mostrando los genitales.
Canecillos del ábside
Canecillos del ábside
Canecillo del ábside
Canecillo del ábside 

Según varios autores del siglo XIX, como Madoz y José Caveda y Nava, el ábside de San Juan se encontraba en estado ruinoso en torno a 1780, lo que motivó que el párroco de Amandi, José Caunedo Cuenllos, emprendiese su restauración. Éste desmontó todas sus piezas numerándolas previamente, y una vez que se construyó un buen basamento volvió a colocarlas sobre él de la misma manera en la que se disponían. De esta restauración da fe la lápida que se conserva empotrada en el exterior del ábside.
Ventana del ábside
Ventana del ábside
Detalle del capitel de la ventana 

Interior
En el interior, la nave, que cuenta con una tribuna situada a los pies, se cubre con una techumbre de madera y recibe la luz del exterior a través de cuatro aspilleras que se abren en los muros laterales. Éstos tienen además cuatro puertas, una de ellas se sitúa en el lienzo meridional y da acceso a la sacristía, y las otras tres, emplazadas en el costado meridional, comunican con la capilla de las Ánimas.
Un arco triunfal doblado realza el acceso a la cabecera y se protege por guardapolvo decorado mediante una cuadrícula en la que se inscriben aspas. Reposa en tres columnas a cada lado, coronadas con capiteles, que, en el lado derecho, presentan acantos, hojas alargadas y volutas. Estos motivos se repiten en dos capiteles de la izquierda, mientras que en otro se representan un par de sirenas, que adoptan forma de ave y cabeza humana y que ocupan dos caras de la cesta. Dichos animales tienen el cuerpo totalmente cubierto por plumas, a excepción de la parte superior del mismo y de las patas, y aparecen con las alas desplegadas, asemejándose a otras representaciones que se encuentran en Santa Eulalia de la Lloraza (Villaviciosa) y en San Esteban de Ciaño. Sin embargo, las sirenas de Amandi se diferencian de las que se encuentran en estos dos templos, especialmente en la cabeza, que tiene unos rasgos más naturalistas en el templo de San Juan. Estas criaturas se presentan en los escritores clásicos con cuerpo de ave y cabeza humana, pero en ellos no se encuentra ni una sola alusión a la cola del pez, al igual que en el Fisiólogo. La sirena-pez aparece a finales del siglo VII o comienzos del VIII y se incorpora a los bestiarios medievales con un sentido negativo. Esta nueva forma de sirena fue ganando importancia hasta el siglo XIII, aunque sin llegar a desplazar a la sirena ave, pues en el románico coexistieron ambas y otras formas.
La sencillez de la nave contrasta con la cabecera, que presenta la estructura más compleja en los templos del románico asturiano y la mayor riqueza arquitectónica y ornamental en todos los de este estilo, con independencia de su localización geográfica. En el interior cuenta con una arquería de arcos semicirculares apoyados sobre columnas que se disponen en dos pisos y que articulan el muro generando paños cóncavos, tanto en el tramo recto como en el hemiciclo, donde se abren las cuatro aspilleras mencionadas más arriba. La doble columnata se eleva sobre un podio corrido que, junto a las columnas, impostas y arquillos, otorga gran movimiento al interior de los muros. Ambos tramos del presbiterio se cubren con bóvedas, hoy muy modificadas, de arista en el tramo recto y de cañón en el ábside, que se separan mediante un arco de perfil en zigzag, paralelo al triunfal. Esta cabecera presenta estrechos paralelismos con la de Santa María de Arbas, situada en el puerto de Pajares, y es prácticamente idéntica a la del templo burgalés de Santa María de Siones.
En los capiteles que coronan las columnas de la mencionada arquería se encuentran reunidos repertorios de carácter sagrado, profano, simbólico y meramente ornamental. El Antiguo Testamento está representado por el Pecado Original y el Sacrificio de Isaac, y el Nuevo Testamento por la Presentación de Jesús en el templo, que, como se ha dicho, se repite en la portada del templo. También aparece una Maiestas Domini o visión de Cristo dentro de la mandorla rodeado por los apóstoles, así como una escena hagiográfica: la Lapidación de San Esteban.
Interior del ábside 

En el capitel número 5 del piso bajo de la arquería se representa el Pecado Original, que simboliza la aparición del mal en la tierra, lo que justifica la necesidad de redención, y por tanto la venida de Cristo y la existencia del propio cristianismo. En Amandi se representa el momento inmediatamente siguiente al pecado, como se advierte en el gesto simbólico de Adán, que lleva la mano derecha a la garganta como si no pudiera tragar el fruto maldito. En una de las caras laterales de la cesta se dispuso la figura de este personaje bíblico que aparece desnudo y cubriendo su sexo con una hoja de parra. El árbol, de acuerdo con la tradición italiana, se representa como un manzano que posee numerosas ramas y frutos que se extienden por toda la superficie de la cara central del capitel, pero carece de hojas. La figura de Eva quedó oculta, al adosarse al muro entre el tramo recto y el hemiciclo del ábside; no obstante se pueden apreciar sus pies y parte de sus piernas desnudas. En esta escena no aparece la serpiente, lo que no será raro en el románico español, como sucede, entre otros ejemplos, en un capitel de San Juan de la Peña (Huesca).
El tema bíblico del Sacrificio de Isaac, que prefigura el sacrificio de Cristo encarnado, se representa en el capitel número 14 de la columnata inferior de San Juan. En Amandi se representa en el momento en el que Abraham está a punto de degollar a su hijo y es detenido por un ángel. El patriarca aparece en la cara lateral del capitel y sujeta con fuerza el cabello de Isaac, hasta conseguir inclinar la cabeza del joven hacia atrás con el fin de degollarlo. La violencia que se advierte en la figura de Abraham se convierte en sumisión en la de Isaac, que, con las manos juntas, se somete resignadamente al sacrificio. En la cara principal se representa al ángel con las alas desplegadas, levantando la mano izquierda en actitud discursiva, mientras que con la derecha porta, cogido por un cuerno, un carnero para el sacrificio. Del animal únicamente se ve la cabeza, que es enorme, y una pata, que se apoya en el astrágalo, ya que el cuerpo queda oculto por el ángulo del codillo. Este tema es bastante frecuente en el románico español y aparece, entre otros, en San Isidoro de León y en varios monumentos burgaleses.
La Presentación de Jesús en el templo, relatada en el evangelio de San Lucas, se representa en dos capiteles de San Juan de Amandi con una disposición similar; se repite en el número 4 del piso bajo de la columnata del presbiterio y en el número 3 del lado derecho de la portada principal. Refleja la obligación que tenían los judíos, según la ley de Moisés, de consagrar al Señor a los hijos primogénitos y de redimirlos mediante el sacrificio de un cordero o de dos tórtolas. El cordero era la ofrenda de los ricos y las tórtolas la de los pobres. En la cara frontal del capitel de la columnata de Amandi se representa a la Virgen sosteniendo al Niño, que aparece con el nimbo crucífero, en actitud de bendecir, y en la cara izquierda se encuentra San José con las palomas de la ofrenda ritual. En la parte derecha de la cesta se encuentra Simeón, dispuesto en una postura muy forzada, con las manos tendidas para coger al Niño. Simeón se representa según el evangelio apócrifo de Nicodemo, que lo califica de sumo sacerdote, por lo que aparece revestido de algunos atributos de esa dignidad, como la capa pluvial, la estola y la tonsura. Se hace alusión al templo, lugar donde se desarrolla la escena, mediante dos objetos litúrgicos, el altar y el cáliz, que se colocan arbitrariamente sobre la espalda de Simeón. La Presentación de Jesús en el templo del capitel de San Juan de Amandi no se ajusta por completo a la iconografía tradicional, quizás por un deseo de simplificación impuesto por el limitado espacio del campo del capitel y también a causa del tamaño que alcanzan las figuras. Por ejemplo, no está presente la profetisa Ana, que cita el Evangelio de San Lucas y que tanto se repite en el románico francés y en algunos capiteles catalanes. Además, la interpretación de este tema en Amandi es poco correcta, ya que Simeón no coge al Niño con las manos veladas por paños y el altar no está situado bajo los pies, entre la Virgen y Simeón. El capitel de la portada se diferencia del comentado de la arquería interna únicamente en la disposición de las figuras, que se distribuyen en dos caras de la cesta, en el primero de ellos, y en tres, en el segundo. Este tema es frecuente en otros ámbitos del románico español; aparece en varios templos de la región vecina de Cantabria y se repite ampliamente en los del Pirineo catalán.
El capitel número 2 del piso bajo de la columnata del presbiterio se adorna con el tema del Pantocrátor, una visión suprema de Cristo en Majestad que se inspira en texto del Apocalipsis de San Juan. En la cara frontal de la cesta, se representa a Cristo como soberano del mundo, pues aparece sentado en el trono, impartiendo la bendición con la mano derecha y sujetando con la izquierda el Libro de la Vida. La figura de Cristo se esculpió dentro de la mandorla y las de los evangelistas en las esquinas de ésta, ajustándose a una disposición que se inspira en la visión de Ezequiel (I, 5-21). En las caras laterales de la cesta aparecen las cabezas de los Apóstoles. En algunas ocasiones los veinticuatro Ancianos del Apocalipsis acompañan al Pantocrátor, como es frecuente en la iconografía española desde mediados del siglo XII, pero en el relieve de la parroquial de Amandi se prefiere el apostolado a la visión de dichos personajes. El motivo del cambio de este tema iconográfico se debe, probablemente, al hecho de que resultaba incomprensible para el pueblo, que se iba distanciando de los terrores apocalípticos y avanzaba paulatinamente hacia un arte más humanizado.
La escena en la que se representa la Lapidación de San Esteban aparece en el capitel número 2 del piso bajo de la arquería interna. En éste el santo se representa con las manos unidas en oración y totalmente cubierto por las piedras, que son lanzadas por las figuras de los esbirros, situados detrás de San Esteban y en las caras izquierda y derecha de la cesta. Estos últimos se disponen en posición rígidamente frontal y con una marcada isocefalia, estando inmutables frente al drama que acontece y del que son protagonistas, mientras el santo, implorante, dirige su mirada ausente al espectador.
Otra composición similar se encuentra en Santa Eulalia de la Lloraza, templo que también se sitúa en la comarca de Villaviciosa, y en San Esteban de Ciaño. La Lapidación de San Esteban se representa también en un nutrido grupo de templos de la provincia de Burgos y de la región leonesa del Bierzo.
Otros capiteles que aparecen en la mencionada columnata interna de Amandi incluyen escenas que reflejan la vida cotidiana de la Edad Media, pues presentan temas cinegéticos, ecuestres y juglarescos. En el capitel número 10 aparece una escena de la caza del jabalí, actividad que apasionaba particularmente a la nobleza medieval y que era practicada por todos los estamentos sociales de la época. Esto explica que las representaciones cinegéticas alcanzaran gran difusión en la Edad Media, y en particular en las tierras asturianas, que se mencionan como especialmente indicadas para la caza en el Libro de la Montería de Alfonso XI. En la escena del mencionado capitel de Amandi se podría aludir a toda una piara de jabalís, pues en la cara frontal se encuentran dos robustos ejemplares y encima de éstos se observan cabezas de otros tres, indicando un segundo plano alejado del espectador. En las caras laterales aparecen un par de personajes tocando el olifante, mientras clavan su lanza en los dos mencionados jabalíes que se encuentran en la parte baja de la cesta. Un nutrido grupo de templos situados en el concejo de Villaviciosa cuenta también con escenas de este tema, destacando especialmente las que se encuentran en Santa María de la Oliva. En todas las representaciones cinegéticas del mencionado municipio no aparece el caballo, que era imprescindible en las monterías y que, por el contrario, está presente en otras áreas geográficas y en vestigios del prerrománico asturiano. La falta de este animal doméstico dotaba a este tipo de escenas de mayor dramatismo, pues los cazadores se enfrentaban y atacaban al animal a pie con mayor riesgo de sus vidas.
Los capiteles número 9 y 10 de la columnata inferior del ábside de Amandi son geminados y en ellos se representa una escena ecuestre: el combate entre dos caballeros que se atacan mutuamente con lanzas. Éstos van provistos de armadura, que en este capitel no se describe con demasiada precisión, al contrario de lo que ocurre en otras piezas en las que la cota de malla se esculpe con mayor realismo. Su cabeza se protege con un yelmo ovoide, con dos amplios orificios a la altura de los ojos y un nasal, bajo el que se encuentra una ventanilla que sirve de aireación. El caballero de la derecha porta un escudo alargado de grandes dimensiones, al estilo de los siglos XII y XIII, mientras que su adversario se defiende con una rodela muy pequeña, que sujeta con la mano izquierda. Los caballos disponen de un cabezal, del que parten las riendas y el freno, y protegen su cuerpo con una gran manta, sobre la que pasan las cinchas que sostienen la silla y el estribo. Tienen una cola poblada y robusta que llega hasta el suelo. El tema del torneo entre caballeros es muy frecuente en España como ilustración de los cantares de gesta o bien como oposición entre el caballero cristiano y el moro infiel. Un nutrido grupo de templos burgaleses, cántabros y palentinos cuenta con relieves similares a esta representación ecuestre que se encuentra en Amandi.

Presentación en el Templo




Capitel con el Pantocrátor y los apóstoles




En los capiteles 15 y 16 del piso bajo de la columnata inferior se esculpieron dos escenas juglarescas. Los juglares eran hombres y mujeres que en la Edad Media se ganaban la vida cantando versos y algunos de ellos poseían también habilidades de saltimbanqui. En su trabajo se acompañaban de diversos instrumentos musicales, como la vihuela, la cítola, la trompeta, el órgano, etc. El hecho de que hayan sido representados en los templos como el de Amandi refleja la gran importancia que llegaron a adquirir en la sociedad medieval. Como se ha dicho, una de estas escenas aparece en el capitel número 16, en cuya cara frontal se representan dos personajes, uno de ellos tañe un órgano de mano, formado por gruesos tubos paralelos, y el otro está en actitud discursiva, como narrando o cantando. En las caras laterales del mismo capitel se representan otras tantas figuras, una de ellas tocando el pandero circular y la otra el cuadrado, instrumentos que colocan delante del pecho a la altura del rostro. Estos personajes pueden ser juglaresas pues, al igual que la Virgen que aparece en el capitel de la Presentación en el Templo, llevan toca con barbuquejo que oculta el cuello, las orejas y la cabellera. Por otro lado, es frecuente que sea una figura femenina la que toque instrumentos de percusión, como el pandero. El modelo ornamental de esta cesta de San Juan de Amandi se repite en San Esteban de Ciaño.
En el capitel número 15 del piso bajo de la columnata de Amandi se encuentra otra representación juglaresca. En su frente se representa a un músico que se inclina hacia su lado derecho, para colocar el pandero que se eleva a la altura del rostro. En las caras laterales se encuentran dos personajes que tañen la vihuela de arco, antiguo instrumento de cuerda cuya caja de resonancia se diseña en este capitel con precisión y sobre ella se sitúan las cuerdas en las que descansa el arco. En las esquinas se disponen un par de saltimbanquis que apoyan sus manos en el collarino y elevan el cuerpo hacia lo alto, para dar la voltereta al son de la música producida por el resto de los personajes que aparecen en el capitel. Sobre los acróbatas, que per dieron la cabeza y los pies, se sitúan una cabeza, que carece de cuerpo, y una voluta.
A la vida cotidiana también hace referencia la escena de lucha que aparece en el capitel número 17 de la columnata inferior. En la cara frontal de dicho capitel aparecen dos luchadores con el tórax desnudo, mientras que cubren el resto del cuerpo con un calzón corto, sujeto con un cíngulo. El personaje de la derecha intenta derribar a su adversario, cogiéndole por la nuca y haciéndole la zancadilla, mientras que el de la izquierda intenta empujar a su adversario con el fin de desasirse de él. En las caras laterales de la cesta fueron esculpidas otras dos figuras que sostienen unas telas, quizás la ropa de los luchadores. Algunos autores han interpretado esta escena como la lucha entre Jacob y el ángel, que aparece en el Libro del Génesis. Por otro lado, en los capiteles 8 y 16 del piso alto de la columnata del interior aparecen tres personajes con trajes talares que, de forma muy simplificada, hacen referencia al estamento eclesiástico. Estos clérigos también aparecen en otros dos capiteles que coronan las ventanas exteriores del ábside.
La temática simbólica de los capiteles de la columnata comprende representaciones de las almas como aves y composiciones que muestran la lucha contra el mal y el demonio o que aluden simplemente a las fuerzas demoníacas. En los capiteles número 2, 11 y 14 del segundo piso de la columnata se disponen parejas de aves de cuello largo, canon esbelto y plumaje bien detallado. Algunas de ellas se representan picoteando un fruto.
En el capitel 12 de la columnata inferior de Amandi tiene lugar una escena en la que se disponen dos felinos que muerden los brazos de una figura humana, situada en el centro de la cesta, que se representa en actitud de oración con las manos enlazadas. Esta representación podría hacer referencia a Daniel en la fosa de los leones, aunque también se ha relacionado acertadamente con la lucha contra el demonio y el mal. La composición que aparece en este capitel recuerda los relieves asirios dedicados a Gilgamesh, que se incorporan posteriormente a los tapices coptos y persas. Sigue un modelo iconográfico que también se aplica en Santa Eulalia de Ujo, en Santa María de Lugás, y en San Salvador de Fuentes en el concejo de Villaviciosa y, fuera de Asturias, en uno de los relieves de San Cipriano de Zamora.
De simbolismo parecido es el capitel número 7 del piso bajo de la columnata, que muestra dos híbridos tensando un arco en dirección a un personaje que se sitúa en el centro de la cesta y del que solamente son visibles la cabeza, de tamaño desproporcionado, las manos y los pies. Los híbridos mencionados se han identificado la mayoría de las veces con centauros, mezcla de hombre y caballo, aunque recientemente un estudio señala que se trata de onocentauros, combinación de hombre y asno. Para afirmar esto último los autores de dicho trabajo se basan en que el onocentauro aparece en la Biblia, al contrario del centauro, que no se menciona en ella y, por otro lado, el onocentauro se asocia, en el Fisiólogo y en numerosos bestiarios medievales, con la sirena, que aparece en esta misma iglesia en el arco triunfal. Sin embargo, tanto si se quiso representar uno de estos animales fantásticos como el otro, no cabe duda de que en este capitel se trata de mostrar la lucha entre la virtud, representada por el personaje que ocupa el ángulo de la cesta, y el mal, al que simbolizan los monstruos. Este capitel sigue un esquema que también se aplica en la cercana iglesia de Santa Eulalia de la Lloraza y en San Esteban de Ciaño. Por otro lado, el tema de los centauros flanqueando una figura humana aparece también en varios templos cántabros, navarros y catalanes.
En los capiteles número 6 y 12 del piso superior de la columnata aparecen gloutons o cabezas monstruosas engoladas, que aluden a las fuerzas demoníacas. Estas testas, que en San Juan de Amandi se adaptan a las tres caras de la cesta, tienen orejas puntiagudas y ojos muy grandes, que enmarcan una nariz prominente y ancha, bajo la cual se encuentra una boca enorme con multitud de dientes. El origen de estos motivos podría relacionarse con máscaras del mundo oriental, con la cabeza de la gorgona en el mundo clásico y con los mitos y leyendas galos. En el románico simbolizan a Leviatán, el monstruo infernal que aparece en el Libro de Job y en el texto de Isaías, donde se mencionan otra serie de elementos que lo acompañan. El motivo de la cabeza engolada se difunde a mediados del siglo XII por la costa atlántica francesa, cuenta con gran número de ejemplos y se encuentra en varios templos de Inglaterra datados en la mencionada centuria. En Asturias, aparecen en templos pertenecientes a la comarca de Villaviciosa, como Santo Tomás de Coro, la Magdalena de Los Pandos y Santa María de la Oliva; en dos situados en el concejo de Gijón, San Miguel de Serín y San Juan de Cenero, y en otros tantos de la zona oriental asturiana, San Miguel de Hontoria y Santa María de Junco.
Pecado Original
Duelo de jinetes 

Antes de finalizar el comentario sobre los capiteles historiados de la columnata de Amandi, hay que hacer algunas consideraciones sobre sus rasgos formales y otros aspectos. En cuanto a los rasgos formales, en numerosos de los relieves comentados los personajes, que se disponen por lo general con una marcada isocefalia, tienen una mirada carente de expresividad que, por el contrario, se concentra en los gestos. Por esta razón, las manos se esculpen de manera detallista y con un tamaño exagerado, contrastando con los pies, que por lo general son muy pequeños y descuidados en su forma. Estas características son claramente arcaizantes, especialmente si se comparan con las de la obra escultórica románica de la Cámara Santa, dotada de un mayor naturalismo y llevada a cabo varias décadas antes (véase entrada correspondiente en este mismo volumen). Por otro lado, algunos relieves de las cestas de la columnata del ábside de Amandi quedan ocultos en la inserción del tramo recto presbiterial con el hemiciclo, lo que hace suponer que todos los capiteles de la misma fueron trabajados sin un orden preconcebido, sin tener en cuenta el lugar definitivo de su emplazamiento. Otro grupo de capiteles se decora mediante motivos geométricos y vegetales, como volutas, acantos, lacerías, apomados, hojas con nervios rizados del tipo de las que aparecen en la portada principal, etc.
En los sillares de San Juan de Amandi fueron hallados los siguientes signos lapidarios: B, I, N y P (repetidas varias veces), Q y S (repetidas dos veces) y X. Estas marcas de cantero se encuentran también en Lugás y Valdediós, dentro de la comarca de Villaviciosa, así como en Villamayor (Piloña), Ujo (Mieres) y Arbas y Sotiello (Lena). Por lo tanto, los signos lapidarios confirman las conexiones estilísticas que se aprecian tanto en los elementos escultóricos como en los arquitectónicos de San Juan de Amandi.
Como se ha dicho, la iglesia de San Juan pudo ser construida en 1216, dos años después del comienzo de las obras en Santa María de Arbas, que tiene una cabecera muy parecida a la de este templo de Villaviciosa y que comparte con él, además, numerosos motivos ornamentales. Es posible que muchos de los canteros que trabajaron en Amandi se incorporasen también a las obras de Santa María de Valdediós, que arrancan en 1218, pues numerosos repertorios se encuentran en ambas iglesias, al igual que buena parte de los signos lapidarios. De hecho, San Juan de Amandi parece haber sido un modelo iconográfico para las construcciones llevadas cabo con posterioridad en el entorno, haciéndose especialmente notoria su incidencia en Santa Eulalia de la Lloraza, cuyos capiteles historiados reproducen temas comentados en el que nos ocupa. Además, presenta numerosas similitudes con San Esteban de Ciaño, tanto en lo que se refiere a motivos iconográficos como a los geométricos y vegetales. Y lo mismo ocurre con algunos templos situados en la comarca del Caudal, como San Juan de Mieres y Santa Eulalia de Ujo, que cuentan un gran número repertorios presentes en Amandi. Temas, por otra parte, como los restantes historiados de este templo, que están presentes en un nutrido grupo de templos situados en provincias cercanas a Asturias, como Cantabria, Palencia, León y Zamora, y en otros pertenecientes a otros lugares más alejados, como el Pirineo Catalán.

 

Villaviciosa
En una fértil llanura, en el fondo de saco de la ría de Villaviciosa, se encuentra la villa homónima, sita a 45,5 km de Oviedo. Conocida durante la Edad Media como Maliayo, la actual Villaviciosa fue uno de los núcleos urbanos más activos y pujantes de Asturias, teniendo en la agricultura, el comercio marítimo y la industria sidrera sus principales medios de subsistencia.
La fundación de la villa es de sobra conocida, ya que la entonces Puebla de Maliayo fue uno de los nuevos núcleos urbanos que por iniciativa regia surgieron en Asturias en el siglo XIII dentro de las políticas de repoblación llevadas a cabo en todo el reino, si bien, como apunta en su estudio J. I. Ruiz de la Peña, en el caso asturiano, como también ocurrió en el resto de regiones cantábricas, este fenómeno repoblador no debe ser entendido desde el punto de vista demográfico, puesto que tuvo lugar en territorios densamente poblados, sino encaminado a centralizar la vida jurídico-administrativa de las zonas rurales del entorno, fortaleciendo así el desarrollo de la economía y un mayor control sobre las tierras.
En el caso que nos ocupa, la carta puebla de Maliayo fue otorgada por Alfonso X en Vitoria, a 17 de octubre de 1270. Se señala en ella que los hombres de la tierra de Meleayo (...) que pueblen en el lugar que dicen Buetes, y fagan y villa (...) otorgamos que fagan mercado cada semana en día de miércoles (...) les otorgamos el fuero de Benavente por que se juzguen (...) les otorgamos que ayan estos terminos libres (...). Es ésta el acta de nacimiento de la nueva puebla urbana, localizada según expone el propio documento en el lugar de Buetes, un privilegiado emplazamiento en un terreno suave, fértil y fácilmente controlable, donde, como expone Uría Ríu, confluyen los intereses marítimos y agropecuarios, todo lo cual contribuyó al rápido y pujante desarrollo del nuevo núcleo urbano, según todos los datos, construido ex novo.
Esta construcción ex novo no implica que la zona estuviese deshabitada, ya que tanto las fuentes documentales como las arqueológicas señalan la existencia de algún tipo de poblamiento rural en los aledaños del lugar. Así parece desprenderse de un documento de 1277 por el que el obispo de Oviedo manda a los moradores de la Puebla de Maliayo que den a la iglesia de Santiannes, identificada con el actual templo de San Juan de Amandi, el diezmo integro de lo que labrasen en los heredamientos de Buetes, Lagos y Tornón, dependientes de aquella iglesia antes de que se hiciera allí la puebla, y que sean feligreses de ella como lo eran antes. Además, la pertenencia de otra parte de las heredades del lugar en que se levantó la villa a los monasterios de San Pelayo de Oviedo y San Salvador de Valdediós, trajo problemas con estas dos fuertes instituciones, lo que llevó al monarca, según un documento de 1278, a ordenar al concejo de la puebla que pagase anualmente a los dos cenobios una especie de renta anual en compensación por la ocupación del lugar.
Desde el punto de vista de la arqueología, el hecho de no encontrarse en el solar de la villa restos anteriores a su fundación parece indicar que no existió previamente ocupación alguna. Pero son abundantes los restos de ocupación localizados en sus alrededores. Es preciso destacar en este sentido la existencia en el lugar de El Coroñu, a solo 500 m en línea recta de la villa, de un poblado castreño, que, a falta de más datos, puede adscribirse tanto a la época prerromana como a la romana, y que sigue con su emplazamiento la estela de otros castros situados en las inmediaciones de la ría, donde la romanización está más que probada. Además, al lado del puente de Buetes se localiza la llamada fortificación de Peña Castiellu, en la que se advierte una larga ocupación comprendida entre los siglos VIII y XII. Algunos autores ponen en relación esta fortificación con el castro de Santa María, que aparece citado como uno de los castillos propiedad del Conde Piniolo, que en 1032 permuta con Bermudo III a cambio de los terrenos para fundar el monasterio de Corias en Cangas de Narcea. El arqueólogo J. Camino propone que esta fortificación, dados los paralelismos que mantiene con las de Gozón y Soto del Barco en cuanto a configuración y emplazamiento, pueda haber formado parte en sus orígenes de un frente de fortificaciones levantado en los últimos tiempos del reino asturiano para proteger el litoral. Finalizada esta primitiva función, el castillo pudo haberse convertido, tal y como ocurrió con otras fortificaciones, en el centro jurídico-administrativo de la tierra de Maliayo, a cuyo frente se situaría la figura de un tenente. De esta forma, la Peña Castiellu se revelaría como el antecedente más directo de la puebla de Maliayo, y en el emplazamiento de la misma hubo de haber influido de manera decisiva la posición de éste.
Sea como fuere, la nueva Puebla de Maliayo parece que se fundó ex novo, siguiendo una disposición urbanística muy habitual en las trazas de la época, con un predominio en su trazado urbano de la disposición regular. Delimitada en origen por una cerca elíptica, la articulación general está marcada por dos calles paralelas, dispuestas en dirección NE-SE, cortadas por una tercera vía transversal, en cuya intersección se abre una plaza rectangular. Las dos calles paralelas se unen en los extremos formando, justo delante de las dos principales puertas de acceso a la villa, dos plazuelas. En la del NE se construyó la iglesia de Santa María del Concejo, en cuyo pórtico se celebraban las reuniones municipales, y un hospital destinado a socorrer a viajeros y peregrinos; mientras que en el extremo opuesto la plazoleta se situaba extramuros y en ella se celebraba el mercado semanal, ya que esta puerta era conocida como Puerta del Mercado Viejo.
Tras el nacimiento de la puebla, el nuevo núcleo urbano, muy ligado al tráfico comercial tanto marítimo como terrestre y al camino compostelano de la llamada ruta costera del norte, se convierte en el eje económico de toda la comarca, llegando a ser una de las villas más pujantes de Asturias. A mediados del siglo XIV, sin que se conozcan realmente las motivaciones que llevaron a ello, se decide cambiar el topónimo tradicional de Puebla de Maliayo por una nueva denominación: Puebla de Villaviciosa, lo que algunos autores interpretan como un deseo del concejo de la villa de mostrar a través del nombre la realidad de la localidad como villa rica y abundante, pues según apuntaba Tirso de Avilés en el siglo XVI, la villa de Villaviciosa es en Asturias; que por ser sitio tan apacible y fértil de todas cosas, tengo entendido que tuvo ese sobrenombre; porque goza del mar y de la opulencia de la tierra. Según los estudios de J. I. Ruiz de la Peña, el cambio de denominación debió de producirse de forma radical, sin que mediara un período transitorio donde los dos topónimos convivieran, ya que el último documento donde se cita la Puebla de Maliayo se data en 1343 y el primero donde aparece bajo la nueva designación se fecha en 1346. Poco tiempo después, por extensión, el resto del alfoz también paso a denominarse Villaviciosa.

Iglesia de Santa María del Concejo
La iglesia de santa maría, hoy conocida como de La Oliva, se sitúa en el extremo NO de la villa, delante de donde se abría una de las puertas principales de la muralla. Declarada Monumento Nacional en 1931, su construcción está ligada a la fundación de la villa, siendo la iglesia uno de los edificios emblemáticos del nuevo núcleo, ya que no sólo se celebraba en ella el culto religioso, sino que además en su pórtico tenían lugar las reuniones del concejo. Su denominación tradicional con el apelativo del Concejo viene a señalar que su construcción fue patrocinada por los vecinos y el poder municipal de la villa, al igual que ocurrió en el templo de Santa María del Concejo de Llanes. La construcción del templo la sitúa E. Fernández González con posterioridad al año 1277, poco tiempo después de la concesión de la Carta Puebla, puesto que por ese tiempo, según un documento del archivo de la catedral, el obispo de Oviedo pidió a los moradores de la puebla que siguieran pagando sus diezmos y siendo feligreses de la parroquia de San Juan de Amandi, de la que lo habían sido hasta la creación del nuevo núcleo, lo que parece indicar que en esos momentos el nuevo templo no debía de estar todavía terminado.
Las primeras referencias documentales que mencionan explícitamente la iglesia de Santa María no aparecen hasta finales del siglo XIV en la Nómina de parroquias del obispo Don Gutierre, donde se cita en el arcedianato de Villaviciosa la iglesia de Santa María de conçejo de Villaçiosa es de apresentar e instituyr del obispo la capellanía e el benefiçio del abbad de Valdediós e del pueblo. Es capellán Alfonso Díaz e benefiçiado Alfonso Ferrándiz, abbad de Vinnón. Los diezmos pártense en esta manera: el obispo lieva le metad et de la otra metad lieva el capellán dos terçios e el benefiçiado uno. Pagan media procuraçión. Riende la capellanía mrs. e el beneficio. Esta Nómina deja claro que la iglesia de Maliayo se encontraba bajo la influencia de dos de las grandes instituciones religiosas de la región, por una parte la mitra ovetense, a la que en 1254 Alfonso X donó todas las iglesias de las pueblas que había mandado hacer en Asturias y de las que mandase hacer en adelante, y, por otra, del monasterio de San Salvador de Valdediós, la institución monástica más poderosa de la zona, cuya presencia como beneficiaria de la iglesia de la villa puede estar en relación con el hecho de que la puebla se levantase en heredades sobre las que tenía derechos.
Poco tiempo después de la fundación de la villa debieron de dar comienzo las obras de construcción de su iglesia parroquial, para la que puede establecerse una cronología entre finales del siglo XIII y primeros años del XIV, dentro de las llamadas construcciones protogóticas, por incorporar soluciones del nuevo estilo gótico dentro de las tradicionales estructuras románicas. Si se tienen en cuenta los límites cronológicos establecidos con carácter general para el románico y el gótico español, tendríamos que considerar el templo de la Oliva como una construcción completamente arcaizante, ya que con anterioridad a ella se habían iniciado las grandes catedrales góticas de Burgos y León; sin embargo, debe advertirse que dentro del panorama artístico asturiano, a pesar de la temprana aparición de innovaciones estilísticas en la escultura monumental de la Cámara Santa de Oviedo donde se anticipaban algunas soluciones que anunciaban el gótico, la presencia de fórmulas de este estilo en la obra que nos ocupa, lo mismo que en otros ejemplos de la región, puede considerarse con independencia de su cronología avanzada como una muestra de renovación artística, puesto que los primeros ejemplos propiamente góticos no se inician en la región hasta los últimos años del XIII y principios del XIV en las construcciones de la sala capitular y el claustro gótico de la catedral de Oviedo.

Arquitectura
Construida en su totalidad con buen aparejo de cantería, tanto la planimetría como la concepción estructural y espacial de Santa María del Concejo responden a las formulaciones propias del románico tardío. De esta manera la estructura general de la fábrica, de muros cerrados y compactos, sigue el sencillo y repetido esquema de nave única y cabecera cuadrada precedida de tramo recto. Tres espacios perfectamente diferenciados, tanto en planta como en alzado, interior y exteriormente, a través de la nitidez, sencillez y limpieza de sus volúmenes, en los que el lenguaje románico se deja todavía sentir con fuerza. Novedoso es en cambio el sistema de proporciones utilizado, tendente ya a la verticalidad y longitudinalidad propias del gótico, en oposición a las directrices horizontales del románico, que se deja sentir con especial incidencia en el gran desarrollo del presbiterio, de considerables dimensiones si se compara con obras anteriores, y, como veremos más adelante, en la formulación del imafronte, que es sin duda la parte más gótica del conjunto.
Es de destacar, como expone M. S. Álvarez Martínez, el riguroso y estudiado planteamiento llevado a cabo por el arquitecto para la construcción del templo, ya que, según se desprende del estudio de sus proporciones y medidas, la obra se proyectó a través de perfectos cálculos matemáticos, siguiendo un sistema ad cuadratum basado en un módulo de 7,92 m de lado. La utilización de las proporciones matemáticas, basadas en los estudios y composiciones de figuras geométricas puras, ya sean triángulos o cuadrados, es nota característica de las construcciones medievales con participación de talleres de cierta cualificación, generalmente cuadrillas itinerantes que, siguiendo las distintas rutas comerciales y de peregrinación, se movían de un lugar a otro en busca de trabajo. Trasmitida de generación en generación como secreto propio del gremio, la utilización de la geometría y las matemáticas, tanto en las manifestaciones arquitectónicas como en las artes plásticas y otros objetos decorativos, debe ser entendida, como menciona Tatarkiewicz, tanto desde el punto de vista práctico, ya que facilitaba transposición del diseño del plano a la obra, como desde un enfoque estético y simbólico, pues en la proporción y la armonía de las partes, el hombre medieval instruido, siguiendo entre otros los textos de San Agustín, dice encontrar la belleza del mundo y la perfección de la naturaleza, pues ésta fue creada por Dios conforme al número y la geometría; de tal modo que si el hombre quiere emular y conseguir esa belleza ha de actuar también conforme al número.
La utilización del módulo matemático en la Oliva, donde, como iremos viendo a lo largo de los siguientes párrafos, parece evidenciarse la intervención de talleres locales aparentemente carentes de los suficientes conocimientos técnicos para plantear este tipo de soluciones, puede ponerse en relación, siguiendo el planteamiento de la mencionada autora, por la presencia unas décadas antes de maestros cualificados en la construcción del monasterio cisterciense de Santa María de Valdediós, donde también se hace uso del módulo numérico, y donde, además de algunos elementos constructivos, como la bóveda de crucería, encontramos los mismos signos lapidarios, repetidos, según expone E. Fernández, en otras obras del llamado taller de Villaviciosa como San Juan de Amandi o Santa Eulalia de Ujo (Mieres). Se plantea así la posibilidad de que en torno a la construcción de Valdediós se hubiera creado una escuela de canteros capaces de mantener vivo el buen oficio de sus maestros. Hay que recordar también que, antes de la construcción del citado cenobio cisterciense, ya se constata en territorio Maliayo la presencia de buenos maestros, pues el templo de San Salvador de Fuentes, obra de la segunda mitad del siglo XII, fue proyectado basándose en cálculos matemáticos precisos.
Presenta el templo una estructura sencilla de nave única y cabecera cuadrada precedida de tramo recto, siguiendo difundidos modelos del románico tradicional. La nave, cubierta con armadura de madera a dos aguas, se presenta como un espacio de gran sencillez y marcada direccionalidad Oeste-Este.
Sus muros cuentan con tres accesos practicados en las fachadas laterales y en la occidental, a los que más tarde nos referiremos, y con un sistema de iluminación en el que, como constante de toda la obra, vuelven a conjugarse elementos de los dos estilos. Si bien desde el punto de vista conceptual podemos decir que el juego lumínico, tenue y en penumbra, responde todavía a los presupuestos de la estética románica, es en la formulación material de los vanos donde se dejan sentir los influjos del nuevo estilo. De esta manera las estrechas ventanas bíforas, partidas por un pilar poligonal, que se abren en los muros laterales, se decoran con torpes e ingenuas incisiones geométricas simulando tracerías, al tiempo que en los piñones este y oeste se abren dos rosetones, de considerable desarrollo el occidental, decorados con sencillas tracerías geométricas ya plenamente góticas y elaborados por manos más expertas.

Ventana del ábside 

El presbiterio se presenta como una de las estructuras más complejas de la construcción. Compartimentado en dos espacios perfectamente diferenciados, tanto al interior como al exterior, se accede a él a través de un sencillo arco triunfal, con dos arquivoltas apuntadas orladas por un guardapolvo bocelado y apoyadas, en cada una de las jambas, sobre dos columnas adosadas, de basa ática con garras de bolas, fuste poligonal y capiteles troncopiramidales, todo ello completamente desornamentado. El primero de los tramos, de trazas rectangulares y profundo desarrollo, se cubre con bóveda de cañón ligeramente apuntada, reforzada por un arco fajón de igual trazado y dispuesto sobre columnas, que además de actuar estructuralmente como elemento sustentante, desde el punto de vista espacial hace las funciones de segundo arco triunfal, marcando el tránsito hacia el siguiente tramo, verdadero sancta sanctorum del templo.
Para el segundo espacio, más innovador que el precedente, se recurrió a una bóveda de crucería de sencilla traza, cuyos nervios diagonales, constituidos por tres boceles, descansan sobre cuatro columnas situadas en los ángulos. Para reforzar los empujes de esta bóveda fue necesaria la construcción en el exterior de seis potentes contrafuertes, que recorren de arriba abajo los paramentos de la cabecera, dándole un aspecto pesado y compacto, sólo roto, tímidamente, por la saetera abierta en cada uno de los paños, de las que únicamente la del testero recibe tratamiento monumental. Concebida conforme a los esquemas propios del lenguaje románico, la ventana absidal de La Oliva, muy similar a las de San Andrés de Valdebárcena y Santa Eulalia de la Lloraza, realza la estrecha saetera que perfora el muro por medio de una arquivolta de medio punto, decorada en el extradós con zigzag y en el intradós con trabajadas rosetas nervadas, que, envuelta por un guardapolvo de pequeñas tetrapétalas, es recibida por columnillas de fuste poligonal, como las vistas en el interior, con sus correspondientes basas, decoradas con felinos, y capiteles de temática vegetal.
Planta con una nave y arcosolios. 

Debemos mencionar, que la presencia de la bóveda de crucería en esta parte de la fábrica, es considerada por algunos autores, como M. S. Álvarez Martínez, como propia de la obra original, en cuya formulación se dejaría sentir la influencia del cercano monasterio de Santa María de Valdediós, levantado unas décadas antes, y en el que ya se utilizaron bóvedas de crucería. Sin embargo, otros autores consideran que esta parte del templo responde a planteamientos posteriores, relacionados con una reconstrucción a la que debió de ser sometido el templo a finales del siglo XV, cuando, tras un incendio que arrasó gran parte de la villa, los Reyes Católicos, en 1484, promulgaron un privilegio por el que concedieron a los vecinos de la puebla una renta anual para la reconstrucción de la urbe.
Desde el punto de vista ornamental, tanto técnica como formal e iconográficamente, todos los elementos responden netamente a planteamientos propios del románico internacional, aquí formulado tardíamente, siguiendo la estela de otras construcciones de la zona. Como dijimos, con el arco triunfal totalmente desornamentado, el despliegue decorativo, sencillo y sobrio, se concentra principalmente en el arco fajón de la primera bóveda y en las cuatro columnas que reciben los empujes de la segunda.
El fajón, de trazas apuntadas, decora su única rosca con un festón en zigzag, y descansa en cada uno de los lados sobre una esbelta columna, como las demás que veremos de fuste poligonal, que forma pareja con los apoyos más exteriores de la bóveda de crucería, ya que se presentan como dos columnas pareadas, con sus correspondientes capiteles unidos en una sola pieza, tanto tectónica como iconográficamente. En los dos pares de capiteles se repite la misa escena, una composición simétrica y dispuesta en friso en torno a tres ejes compositivos perfectamente diferenciados, de modo que señalando el centro de la pieza se dispone una gran cabeza humana, en un acusado altorrelieve, que asomada entre las dos columnas mira hacia el suelo; flanqueándola y pisoteándola, dos parejas de monos agachados y con una única cabeza, que en el eje de unión de las dos caras de la cesta, marcando los ejes secundarios, sostienen entre sus garras otras figurillas humanas a las que parecen tener prisioneras. Desde el punto de vista compositivo, recuerda la escena a una serie de piezas, comunes en varios templos de la zona, en las que en similares actitudes parejas de felinos devoran a seres humanos, ejemplo de lo cual tenemos en los arcos triunfales de San Julián de Viñón y Santa Eulalia de La Lloraza, y para los que, distintos autores, dan una lectura iconográfica relacionada con la caída del hombre en las garras del pecado. Similar lectura puede darse a estas escenas de La Oliva, pues la representación del mono, como puede verse, entre otros, en un magnifico capitel de la iglesia burgalesa de San Quirce, y más cerca en capiteles de San Pedro de Villanueva y Santa Eulalia de Colloto o en canecillos de San Juan de Godán, San Salvador de Fuentes y el propio templo que nos ocupa, aparece en la plástica románica siempre vinculado al mal, pues este grotesco ser, de actitud burlona y excéntricos chillidos, encarna al hombre convertido en bestia al sucumbir ante las tentaciones del diablo. También grotescas y expresionistas son las imágenes que decoran los capiteles situados en los ángulos internos de la capilla, en los cuales, dispuestos en ángulos a modo de ménsulas para recoger los nervios orientales de la bóveda, se tallaron dos esquemáticos y toscos atlantes, compuestos por una gran mascara, una de ellas engolando serpientes o ramas, y dos desproporcionados brazos que la flanquean y sobre los que parece descansar el peso de la pieza. La simplificación de estas imágenes, que son similares a las aparecen en el templo de Santo Tomás de Coro, pone de manifiesto la intervención, al menos en cuanto a los trabajos escultóricos se refiere, de talleres locales, un tanto toscos y tendentes a la simplificación.

Fachada
La fachada occidental, realzada en toda su longitud por un cuerpo saliente rematado a dos aguas y flanqueado en la parte inferior por dos columnillas acodilladas en las aristas, en el que se inscriben la portada principal y un rosetón de tracerías vegetales, es quizás la parte de la construcción donde mejor se evidencia el momento de transición en el que fue levantado el templo, siendo evidente, desde el punto de vista estructural, la incidencia del nuevo estilo y su tendencia a la verticalidad.
De esta forma, apuntando ya hacia nuevas maneras constructivas, la portada, de cierto abocinamiento, se compone de un arco ojival, en el que se inscribe una tracería que enmarca la imagen en bulto de la Virgen, desarrollado por cuatro arquivoltas envueltas por un guardapolvo y dispuestas sobre las correspondientes columnillas acodilladas. Adoptan estas columnas especial relevancia en el tratamiento de los fustes para los que se recurre, como elemento novedoso, a la tipología de estatua-columna, ya que a pesar de su presencia temprana en la Cámara Santa de la catedral de Oviedo y en portadas de varios templos castellanos, como San Vicente de Ávila o San Juan del Mercado en Benavente, y sobre todo en el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago, el modelo no había arraigado en el panorama artístico asturiano donde sólo lo encontramos, además de en la mencionada Cámara Santa, en algunas de las columnas de San Juan Priorio (Oviedo). Por ello, la presencia de este elemento en la portada de la iglesia de Villaviciosa debe tomarse como una innovación derivada de la nueva estética gótica, interpretada aquí, ingenua y libremente por algún taller local.
A pesar de las novedades, es de destacar, que, en relación con otros ejemplos del protogótico asturiano, estudiados por M. S. Álvarez Martínez, el caso que nos ocupa se mantiene más fiel a la tradición románica, no sólo en los repertorios iconográficos y ornamentales, rasgo común a todos ellos, sino también en la relación existente entre los diferentes elementos que dan forma a la portada. Mientras que aquí estos elementos, siguiendo la tradición, aparecen perfectamente individualizados y relacionados unos con otros, de manera que cada rosca apea sobre el correspondiente capitel, en otros templos próximos por cronología u estilo no existe una clara relación entre elementos sustentados y sustentantes (valga como ejemplo la portada occidental de la iglesia de Sabugo en Avilés), y se tiende a la unificación de los capiteles en un solo bloque corrido.

Desde el punto de vista plástico, salvo algunas excepciones puntuales, como la iconografía de algunas las estatuas, que luego veremos, tanto los repertorios ornamentales e iconográficos, como los esquemas compositivos y las características formales y técnicas de estas piezas, responden netamente a planteamientos propios del lenguaje y la estética románica, tan arraigada en las actividades constructivas de la zona. De esta forma, para la decoración de las arquivoltas, el guardapolvo y las impostas se recurrió a conocidos diseños de boceles, zigzags y tetrapétalas siguiendo modelos semejantes a los que pueden verse en Valdebárcena, Amandi o La Lloraza.



Los capiteles siguen también conocidos repertorios iconográficos, prestando especial atención a las escenas cinegéticas y las representaciones zoomorfas con aves y felinos. Todas las piezas se caracterizan por el uso de sencillos esquemas compositivos, en los que predomina la distribución de las figuras en friso o de acuerdo a las leyes de la simetría bilateral, buscando siempre la adaptación al marco arquitectónico, lo que hace que adopten extrañas posiciones carentes de realismo. La superposición de planos y la utilización en la talla de medio y bajo relieve contribuyen a crear la sensación de profundidad en algunas de las escenas, lo que les da un cierto matiz naturalista, aunque carecen de toda referencia espacial al lugar en que se desarrolla la acción.
Las figuras se caracterizan por la simplificación y el esquematismo; aparecen desproporcionadas, faltas de expresividad y limitadas en sus movimientos. El tratamiento anatómico, tanto de humanos como de animales, se presenta descuidado y falto de detalle, destacándose sólo el elemento principal de la acción, aquel sobre el que se quiere incidir y reclamar la atención del espectador, como puede ser el caso de los terroríficos y expresionistas rostros de los felinos, el brazo con que el montero empuña la lanza o la mano con que la danzarina hace sonar los crótalos.
Los tres primeros capiteles de la jamba norte presentan una secuencia narrativa unitaria en la que, yuxtapuestos en friso corrido, se representan los personajes que forman parte de un episodio cinegético relacionado con la caza del jabalí. Como estudió E. Fernández González, las representaciones de este tipo de escenas cuentan con varios ejemplos dentro del románico de Villaviciosa, como los capiteles de San Juan de Amandi y Santa Eulalia de La Lloraza, en los que se evidencia la utilización de un modelo común.
La presencia de escenas cinegéticas en la plástica románica, costumbre heredada de la antigüedad, tiene mucho que ver con el modo de vida del hombre medieval, para el cual la caza era una de sus principales actividades, ya fuera por necesidades alimenticias, caso de los campesinos, o por mero entretenimiento y deporte, en las clases elevadas, para las que el ejercicio derivado de las cacerías, tal como mencionan varios tratados de la época, era necesario para mantenerse en forma y cumplir con las acciones de guerra propias de su estirpe. Como parecen mostrar los capiteles de La Oliva, y se recoge en otras representaciones y textos de la época, en ocasiones la celebración de las monterías constituía todo un acto social y festivo del que también formaban parte los torneos y la música. Uno de estos actos parece ser el que trataron de plasmar los artífices de nuestra iglesia, de forma que, comenzando de fuera a dentro, se representaron, en el primer capitel, las figuras de un perro, en alusión a la jauría encargada de detectar la presa, y un músico que toca una especia de gaita; en el segundo, formando parte de la misma escena, dos danzarinas, que, al tiempo que bailan, hacen sonar unas castañuelas y un pandero y acompañan a un montero que se dispone a alancear a un robusto jabalí. Completando la escena, en la tercera pieza, un segundo cazador, a la vez que hace sonar un cuerno, clava su lanza en un feroz y rabioso jabalí (tal como muestran las erizadas cerdas de su lomo) que ataca a un tercer cazador, caído en el suelo, al que trata de devorar los genitales. La presencia de este tipo de escenas de temática profana en edificios religiosos puede ser debida a una mera intención estética y decorativa, pero también pueden estar sujetas a interpretaciones moralizantes, según el contexto en que se encuentren.
En el caso concreto que estamos tratando parece evidente que pueden relacionarse estas escenas con los castigos destinados al hombre lujurioso; pues además de la especifica imagen de la bestia devorando los genitales, la presencia de los músicos y danzantes también puede llevarnos a estas consideraciones, ya que este tipo de gente, de vida errante y desordenada, es puesto en numerosos casos como símbolo del pecado y las tentaciones, representándose, como aquí ocurre, a las figuras femeninas en movimiento y con el cabello suelto, en clara alusión a la iconografía de Salomé, emblema de la lujuria.
También a la temática del hombre vencido ante el pecado puede adscribirse el cuarto de los capiteles de la jamba izquierda, que muestra una iconografía muy extendida en la zona (San Julián de Viñón y Santa Eulalia de La Lloraza, entre otros) y a la que ya hicimos referencia al hablar de los capiteles del presbiterio. Se trata de una pareja de felinos en posición rampante y con una cabeza común que devoran por los pies una pequeña figurilla humana que trata desesperadamente de defenderse.




En cuanto a los capiteles de la jamba derecha, los situados en segundo y cuarto lugar, de fuera a dentro, presentan una escena de similares características a la mencionada en el capitel anterior, con la única diferencia de que en el segundo la figurilla humana es sustituida por un águila, tal como más adelante veremos en uno de los capiteles de la portada meridional, y en el otro, repitiendo el mismo modelo que en Santa María de Narzana (Sariego) y Santo Tomás de Coro, aparece sólo la pareja de felinos. De las otras dos piezas, el capitel exterior sigue una iconografía de origen oriental muy extendida por toda la geografía románica en la que, con ligeras variantes, se muestra a dos cándidas aves afrontadas, que en este caso picotean unas serpientes, aunque también es frecuente encontrarlas en torno a vegetales o una cratera, como aparece en uno de los capiteles de la arista del arimez en esta misma iglesia. Con ellas, en oposición al simbolismo de los capiteles anteriores, se trata de representar la salvación del alma del buen cristiano a través de la redención de los pecados, pues, siguiendo los relatos de los bestiarios, para el mundo medieval la paloma o tórtola, ave con que pueden identificarse las aquí presentes, se identifican con las almas puras y castas alimentándose del fruto de la redención, aquí simbolizada por la serpiente, interpretada con un valor positivo en relación con su capacidad regenerativa.


En la última de las piezas, situada en la tercera posición, se recurre nuevamente a la temática cinegética, en esta ocasión vinculada al arte de la cetrería, modalidad asentada en la península en el período altomedieval, que, según se desprende de los tratados de la época, fue principalmente practicada por los más altos estamentos de la sociedad, siendo necesarias para su buena práctica, en oposición en la fuerza física de la montería y en clara relación con el espíritu caballeresco, la paciencia, la prudencia y la astucia. En el capitel de La Oliva se representa el momento en el que el caballero, a lomos de su caballo, y llevando sobre la mano un ave, que pudiera ser un halcón o un azor, ya que era la rapaz más utilizada en Asturias para estos menesteres, abandona o regresa a su castillo, representado en bajorrelieve, de manera muy simple y esquemática. E. Fernández González vincula la escena aquí presente con el tema de la despedida del caballero, una de las iconografías vinculadas al humanismo gótico que cuenta con representaciones en varios templos de la región, como San Pedro de Villanueva, Santa María de Villamayor, Santa María de Narzana y San Esteban de Sograndio, entre otros.

Como ya mencionamos, característico y novedoso de esta portada en el panorama artístico asturiano, con las salvedades indicadas, es el tratamiento que reciben los fustes de las columnas, los cuales, utilizando la estatua-columna, adquieren protagonismo monumental e iconográfico. Se trata de fustes cilíndricos, con toda su superficie tallada por medio de tradicionales repertorios románicos, como lacerías, ajedrezados, tetrapétalas y cestería, a los que se adosan en la parte superior, descansando sobre sencillas peanas, pequeñas estatuas. Se trata de figuras desproporcionadas, torpes en su ejecución y tendentes, como síntoma de arcaísmo, a la rigidez, hieratismo y frontalidad propios del lenguaje románico; a pesar de lo cual, se advierte un tratamiento más naturalista y cuidado que en los relieves de los capiteles, prestando un mayor detalle a la indumentaria.

Los incidentes acaecidos en la villa durante la guerra civil española llevaron a la mutilación de estas estatuas, perdiendo todas ellas la cabeza y en la mayoría de los casos las manos con los atributos que portaban, por lo que hoy resulta muy complicada su identificación, y por ende un análisis conjunto de su programa iconográfico. E. Fernández González propone, en base a los escasos elementos que pueden apreciarse, una aproximación a la identificación de las figuras, entre las que distingue cuatro posibles monjes, un obispo, la imagen de Santa Catalina, ya que se conserva a su lado la rueda de su martirio, y correspondiéndose con la tercera columna de cada una de las jambas, las figuras enfrentadas de un ángel y una mujer embarazada, para la que propone una identificación con la Virgen de la Esperanza. En relación con estas dos últimas figuras, que parecen componer una esquemática representación de la Anunciación, y teniendo en cuenta la representación de la Virgen como reina que aparece en la clave del arco, a la que nos referiremos a continuación, la mencionada autora propone para este conjunto de piezas un programa de exaltación mariana, muy acorde con la nueva sensibilidad religiosa de la época, en la que el fervor y el culto a María, predicado por las nuevas órdenes monásticas aquí representadas, adquiere gran relevancia.
En relación con ese nuevo espíritu humanizado de la Iglesia cristiana bajomedieval y la proliferación del culto mariano, debe explicarse la presencia en esta portada de la imagen de la Virgen colgando de la clave del arco de entrada y presidiendo el acceso al templo, que la tiene como patrona, a la manera en que, salvando las distancias formales, se muestra en la portada occidental de la catedral de León. La imagen que aquí nos ocupa es una muestra paradigmática del momento de transición en que se construyó el templo, ya que si puede ser considerada gótica, tanto desde el punto de vista conceptual como por algunos detalles de su iconografía, tales como la presencia del velo en sustitución de la toca o la disposición del niño sobre una de sus rodillas en lugar de en el centro, en aspectos estéticos y formales es una pieza apegada a los arcaísmos románicos, pues la frontalidad, la rigidez y la falta de expresividad son las notas que la caracterizan.

Completan la decoración de esta fachada los dos capiteles de las columnas que flanquean el arimez. Uno de ellos muestra una pareja de palomas bebiendo de una cratera, y el otro, una monstruosa cabeza con expresionistas rasgos de felino que engola el propio cuerpo del capitel, siguiendo así una iconografía de procedencia gala, especialmente difundida en el románico de la costa asturiana, donde aparece en templos como Amandi, Cenero, Serín o Villamayor, así como en varios ejemplos cántabros y palentinos, que viene poniéndose en relación con temas infernales y demoníacos.

Más sencilla y conservadora se presenta la portada meridional, formulada por un arco de medio punto con dos roscas envueltas por un guardapolvo, todo ello desornamentado, que descansan sobre dos columnas acodilladas en cada una de las jambas. En los capiteles se repiten composiciones y repertorios similares a los vistos en la portada anterior, de modo que, comenzando por la jamba de la izquierda, de exterior a interior, tenemos en primer lugar un nuevo episodio de cetrería, en el cual, se representa un halcón apresando a una liebre, flanqueado por tres cabezas de perro superpuestas y por una figura femenina, que pudiera encarnar a la halconera, pues es conocido que en la época, la caza con halcón era una de las actividades practicadas por las damas de la nobleza; a su lado, en la pieza contigua, una extraña escena, que puede estar relacionada con la representación de los pecados y las tentaciones, pues en ella, en la parte superior, se coloca un extraño híbrido con cabeza de felino, cuerpo de ave y cola de reptil, de cuyas fauces parece salir una gran hoja de castaño que ocupa prácticamente la totalidad de la cesta y tras la cual, semiocultos por ella y aprisionados, aparecen dos figuras humanas en posición rígida y frontal, en posible representación de los hombres pecadores presos por las tentaciones del terrorífico animal, al que puede relacionarse con seres como las sirenas, las arpías o los dragones, a los que los bestiarios medievales consideran representaciones del pecado.


En la jamba opuesta, la primera de las piezas evoca nuevamente el tema de la montería, en esta ocasión representada por un jabalí, que es a su vez atacado por el cazador y por un perro; mientras que en la segunda, con dos felinos engullendo un águila, se repite la misma imagen vista en uno de los capiteles de la portada occidental. La presencia de esta correlación de escenas entre una y otra portada, sin que en ellas exista un claro discurso organizado, pone de manifiesto la ausencia de un ciclo iconográfico elaborado, limitándose sus artífices, pertenecientes a talleres locales, como indica la ya mencionada M. S. Álvarez Martínez, a copiar temas extraídos de modelos preexistentes y disponerlos en las portadas sin atender a una valoración de conjunto.
Completan la visión la fábrica, la portada septentrional, formulada sencillamente con un arco de medio punto, guardapolvo y capiteles imposta nacelados, y los canecillos que rematan los aleros de la nave, todos ellos lisos, y de la cabecera, donde al lado de piezas lisas encontramos una serie de piezas con representaciones de frutos esféricos y temas antropomorfos. Entre estos últimos pueden distinguirse grandes cabezas humanas, un monje mostrando un libro y figurillas humanas con aspecto de simios dispuestas en cuclillas, en actitud obscena.
El templo parroquial de Villaviciosa, fundado bajo la advocación de Santa María del Concejo, hoy conocido como La Oliva, es una construcción a caballo entre la tradición románica y las tendencias del nuevo estilo gótico, construida entre las postrimerías del siglo XIII y los albores de la centuria siguiente. En su factura se aprecia la presencia de talleres locales discípulos de maestros cualificados llegados a la región para trabajar en obras de mayor envergadura, pertenecientes al llamado grupo de Villaviciosa, uno de los más destacados del románico asturiano, cuya difusión se extiende al área de influencia del entonces concejo de Maliayo, hoy Villaviciosa, y a la ruta de peregrinación que por el puerto de Pajares comunicaba León y Oviedo, en la que dejaron su impronta en iglesias como Santa Eulalia de Ujo y San Juan de Mieres.

 

Románico en la "Comarca de la Sidra"
Tiende a conocerse como "Comarca de la Sidra" a un territorio situado en el centro-oriente del Principado de Asturias que se extiende por los concejos de Villaviciosa, Colunga, Nava, Sariego, Cabranes y Bímenes que, por su importante producción manzanera, se ha convertido por méritos propios en el principal centro fabricante de la mundialmente famosa sidra asturiana.
Además de por su incomparable encanto paisajístico y su justa fama a nivel gastronómico, se sabe que esta comarca conocida como "Comarca de la Sidra" fue ya poblada por los romanos y tuvo protagonismo durante el esplendor del reino asturiano y más tarde en siglos románicos, testimonio de lo cual ha llegado a nuestros días una interesante colección de construcciones de los siglos XII y XIII.
Además del influyente monasterio cisterciense de Santa María de Valdediós, la nómina de pequeñas parroquias rurales de estilo románico mejor o peor conservadas es amplísima, principalmente en torno a la pujante villa de Villaviciosa (de la que nos ocupamos en otra sección), aunque nosotros en el presente artículo nos centraremos en algunas de las más importantes.
Se trata de un románico de eminente carácter tardío, levantado en la mayoría de casos entre las últimas décadas del siglo XII y primeras del XIII. Pese a una cierta uniformidad estilística, no resulta en absoluto un románico monótono, presentando cada una de sus construcciones sus pequeñas particularidades que las hacen dignas de una visita.

Características del románico en la Comarca de la Sidra
En esta zona de elevada concentración de románico, encontramos en ella una gran variedad de soluciones no siendo monótona en absoluto.
No obstante existen algunas características comunes para casi todas ellas. Más allá del cenobio de Valdediós, en su mayoría son pequeñas parroquias rurales de carácter tardío con nave única cubiertas con techumbres de madera abiertas a cabeceras semicirculares o, en algunos casos, por probable influjo prerrománico, de planimetría rectangular y decorada en su interior por series de arcos.
También muestran similitud en las portadas, que son de gran belleza, estando decoradas con arquivoltas de ornatos geométricos y zigzagueados.
Para esta sección del románico en la Comarca de la Sidra de Asturias hemos elegido los siguientes edificios de las decenas que existen: Monasterio de Santa María de ValdediósValdebárcena, Santa Eulalia de LlorazaSanta María de LugásSan Salvador de Fuentes y San Julián de Viñón.

 

Valdediós
La localidad de Valdediós está emplazada en el concejo de Villaviciosa, a 39 km de Oviedo y a 10 de la capital municipal, en el fondo de un valle de singular belleza citado en la documentación medieval con el nombre de Boiges. Con la llegada de los monjes del Cister a ese lugar para fundar el monasterio de Santa María, y siguiendo la costumbre de la orden de renombrar los territorios ocupados por sus fundaciones, el topónimo inicial fue sustituido por el de Valle de Dios, Valdediós, que ha pervivido hasta la actualidad.
La localidad pertenece a la parroquia de Puelles, cuya ocupación humana se remonta por lo menos al Neolítico, al que se adscriben un nutrido grupo de necrópolis tumulares entre las que destacan la de Los Cerezales, la del Pico Arbazal y la de Les Cruces. En un lugar de dicha feligresía, fue hallada una villa romana, datada en el siglo I, que excavó J. F. Menéndez, descubriendo parte del complejo arquitectónico dotado de termas y otras estancias. En Valdediós se encuentra el templo prerrománico de San Salvador, construido durante el reinado de Alfonso III y conocido popularmente como el Conventín, que fue consagrado en el 893 por siete obispos, según consta en su inscripción fundacional. En la crónica de Sampiro se relata que los hijos del rey Magno se sublevaron contra su padre, viéndose éste obligado al final de su reinado a recluirse en Boides, lugar que tradicionalmente se ha relacionado con Valdediós y donde se ha señalado que Alfonso III tenía un palacio para su estancia, del que el Conventín sería una especie de capilla palatina. No se han encontrado vestigios de dicho palacio y las hipótesis sobre la posible ubicación del mismo han sido múltiples, pero hasta el momento ninguna definitiva.

Monasterio de Santa María
El cenobio cisterciense de Santa María de Valdediós se estableció junto al Conventín, en un lugar donde las condiciones de humedad son casi insalubres y las horas del sol escasas, especialmente en invierno. Por lo tanto, puede extrañar la elección del emplazamiento del monasterio, aunque existen importantes factores que contribuyeron a ella, como es el caso de la presencia del río Asta, cuyo cauce fue desviado por los monjes para apartarlo del centro del valle y aprovechar su amplitud para la edificación de la abadía.
En efecto, los monjes bernardos se instalaban preferentemente junto a las corrientes de agua, que precisaban para sus usos domésticos y agrícolas. La zona cuenta con otro elemento sustancial para la orden, la piedra, que se extraía de una cantera próxima al monasterio, y de otras situadas en terrenos cercanos al mismo. Además, el emplazamiento de esta abadía cisterciense, caracterizado por su aislamiento, cumple con el capítulo de 1134 en el que se establece que ningún monasterio puede fundarse en las ciudades, castillos o aldeas, sino en lugares apartados del camino de la gente.
Un incendio, acaecido en 1238, destruyó la mayoría de los diplomas de la época fundacional del monasterio, que no obstante se copiaron parcialmente en el denominado Libro Becerro de Valdediós. Éste llegó a desaparecer con el tiempo, pero por fortuna se conserva una copia del mismo realizada por José de Acevedo Villarroel a finales del siglo XVIII por orden de Jovellanos. En el año 1344 tuvo lugar otro incendio, que redujo a cenizas la mayor parte de la documentación que el monasterio debiera de haber acumulado en los años trascurridos entre ambos siniestros. La reconstrucción de la historia inicial del monasterio ha de basarse, por lo tanto, en la copia del Libro Becerro y en algún pergamino guardado en el Archivo Histórico Nacional. Para otras etapas históricas se han tenido en cuenta fuentes de diversa procedencia.
El 27 de diciembre de 1200 Alfonso IX y su esposa Berenguela otorgaron la carta de fundación del monasterio, que se guarda en el Archivo Histórico Nacional. Según ella, dichos monarcas donaron su heredad de Boiges con todas sus dependencias y aprovechamientos a la orden del Cister para construir en aquel lugar un cenobio. También a principios del siglo XIII dos comunidades, establecidas desde tiempo atrás en dos monasterios asturianos, adoptaron la reforma cisterciense: la de Santa María de Lapedo (Belmonte) y la de Santa María de Villanueva de Oscos. No obstante, a diferencia de aquellas, la instaurada en el monasterio fundado ex novo en Boiges, se había implantado en el mismo sin relación probada con un establecimiento monástico preexistente en la localidad de Valdediós.
En todos estos monasterios asturianos se comenzó a observar la regla del Cister tardíamente en relación con otros cenobios de Galicia, León y Castilla, en los que ésta ya había arraigado en el umbral de la decimotercera centuria. Se desconocen otros monasterios cistercienses en el país astur, a excepción del femenino de Santa María de Gúa (Somiedo), aunque no se tiene constancia de cuando abrazó con exactitud la mencionada reforma.
En el Archivo Histórico Nacional se conserva la carta de fundación del monasterio establecido en Boiges, en la que éste se contemplaba como filial del de Santa María de Sobrado (La Coruña), fundación directa de Clairvaux y decana de las del Cister en Galicia que está datada en 1142. Sin embargo, la copia del documento fundacional, que se recoge en el Libro Becerro del cenobio asturiano, no hace referencia a dicho vínculo, que pudieron omitir intencionadamente los monjes de Santa María de Valdediós. Fue el mismo Alfonso IX el que contribuyó en mayor medida a la formación del amplio y diversificado señorío de la nueva abadía, puesto que el 28 de julio de 1201, junto con su esposa Berenguela, concedió al monasterio de Valdediós el cellero de Sariego con todas sus posesiones, y aún dentro del mismo año, le otorgó también el realengo de Melgar, situado en tierras leonesas de Valencia y Mansilla, y el cellero de San Juan de Maliayo, tal como se encontraban en tiempos del emperador Alfonso VII y con sus correspondientes pertenencias. En los documentos en los que se recogen estas donaciones, otorgadas a los pocos meses de la fundación de la abadía, ya aparece el término Valle de Dios –Valdediós– que sustituyó al de Valle de Boiges.
Alfonso IX y Berenguela favorecerán de nuevo al cenobio con la concesión de 100 maravedíes anuales en las rentas devengadas por el portazgo de Avilés, mediante un documento fechado en febrero de 1202. Cuatro años más tarde el citado rey donó a la comunidad de Valdediós y a su abad Nuño todo el realengo de Boñar (León), disponiendo que el monasterio se trasladase a aquel lugar, situado en la ruta que por el puerto de San Isidro descendía hacia León. Parece que dicha intención era firme, pues en el capítulo general del año siguiente se menciona que el abad de Sobrado, padre inmediato de este cenobio asturiano, pidió y obtuvo de la Orden el traslado proyectado. Éste sin duda debe ponerse en relación con una serie de dificultades en la etapa fundacional de Valdediós, que no se mencionan en la documentación conservada. No obstante, se ha expuesto acertadamente que estas dificultades pudieron deberse a la existencia de algún tipo de oposición que Alfonso IX encontraría al establecer en Asturias las bases de un nuevo dominio monástico, colisionando quizás con derechos adquiridos por otros centros religiosos de la región, como el monasterio de San Vicente. En efecto, según un documento fechado en 1216, el rey leonés tuvo que recurrir a fórmulas de permuta con el poderoso cenobio ovetense, para recuperar ciertos derechos en Felgueras (Lena), Boiges y San Juan de Maliayo, otorgados a Valdediós.
El traslado no llegaría a prosperar, aunque se desconocen las causas. En noviembre de 1210, el papa Inocencio III otorgó una bula al convento de Valdediós mediante la cual confirmó la posesión de los bienes del mismo, redimió a los monjes del pago de los diezmos y les concedió derecho de asilo. Alfonso IX donó a este monasterio la heredad y el cellero realengos de Peón, con sus hombres y derechos, según se desprende de dos documentos fechados en 1216 y en 1220. En este mismo año esta abadía recibió de manos del citado monarca el elemento fundamental de todo el señorío monástico, el coto, en cuya extensión –de unos 7 km2 – el abad de Valdediós asumió diversas prerrogativas entre las que destacaba la administración de justicia, si bien el rey tenía potestad para intervenir en aquellos casos que revestían especial gravedad. También en 1220 Alfonso IX concedió al monasterio otro importante privilegio: el eminagium salis de la villa de Avilés, cuyo puerto comenzaba ya a canalizar un movimiento mercantil en el que las importaciones de sal constituían uno de los objetos fundamentales de tráfico portuario.
Paralelamente a las concesiones regias de Alfonso IX, el núcleo inicial del dominio monástico se incrementó además por la doble vía de las donaciones de particulares y las propias adquisiciones a título oneroso de la abadía. A finales de la segunda década del siglo XIII el cenobio poseía un importante patrimonio, hecho que permitió el inicio de la construcción de su iglesia consagrada a Santa María.
El arranque de las obras tuvo lugar en 1218, según una inscripción que se conserva en el tímpano de la portada norte del transepto. Además en dicho epígrafe se recoge que las obras del templo estuvieron dirigidas por un maestro de probable origen franco llamado Gualterio, que es el único artífice románico de nombre conocido en Asturias. A este maestro le han sido atribuidos también los trabajos realizados en otros monasterios cistercienses del reino, como los de Gradefes y Sandoval (León), por su relación estilística con el cenobio asturiano y por la mención de Galterius magister como firmante de una escritura de Santa María de Gradefes fechada en 1202. Las obras de la iglesia pueden darse por finalizadas en 1225.
En 1232, Fernando III confirmó todas las donaciones que había otorgado su padre a la abadía de Valdediós, a la que otorgó nuevas concesiones cuando visitó Asturias ese mismo año. En el siglo XIV el monasterio recibió otras donaciones; dos de las más importantes fueron la del coto de Camás, otorgado por el magnate Rodrigo Álvarez de las Asturias en 1314, y la del portazgo de San Pedro de Boñar, concedido por Fernando IV. Entre 1377 y 1381, el obispo de Oviedo, Gutierre de Toledo, disolvió las comunidades de los monasterios femeninos de Santa María de Villamayor y San Martín de Soto a causa de la relajada disciplina imperante en ellos. Con los bienes de estos monasterios el prelado fundó otra abadía con monjes procedentes de Santa María de Valdediós, hecho que refleja que éste había adquirido un importante prestigio espiritual.
En 1515 el monasterio de Valdediós se incorporó a la Congregación Cisterciense de Castilla y siete años más tarde sufrió una grave inundación que provocó graves daños en todas las construcciones monásticas medievales, a excepción de la iglesia, que ha llegado hasta nosotros en buenas condiciones. A mediados del siglo XVI comenzó a llevarse a cabo una reconstrucción de todo el monasterio, que implicó la desaparición de casi todos los primitivos recintos comunitarios, que habían resultado bastante dañados durante la inundación.
En torno a 1580, finalizaron las obras del claustro renacentista, cuya dirección se ha atribuido a Juan de Cerecedo el Viejo, que trabajó en varios monasterios de la orden. Dicho claustro fue construido en el mismo emplazamiento que el medieval y constaba en origen de dos pisos con arquerías, a los que se superpuso un tercero en el siglo XVII, cuando el monasterio pasaba por una de sus etapas más prósperas. A mediados de la decimoséptima centuria se erigió un nuevo patio y en 1691 el monasterio padeció otra fuerte inundación, que tuvo como consecuencia la deformación del tímpano de la portada septentrional del transepto.
Ante la llegada de las tropas francesas se produjo el desalojo del monasterio en enero de 1810, lo que provocó su saqueo. La comunidad cisterciense volvió al cenobio diecisiete meses después, pero en 1812 y en 1820 soportó nuevos desalojos. En octubre de 1835 el monasterio de Valdediós fue suprimido, si bien tres monjes permanecieron obstinadamente en él hasta su muerte. Aunque el 21 de noviembre de 1843 salieron a subasta los edificios conventuales, la enajenación no llegó a ser efectiva. En 1862, año en el que murió el último de los citados monjes, el obispado recobró el conjunto monacal donde se instaló un seminario menor que fue reconocido como colegio de segunda enseñanza veinticinco años después.
Las iglesias de San Salvador y Santa María fueron declaradas Monumento Nacional en 1931, coincidiendo con una etapa diocesana que finaliza en 1951 cuando los recintos monásticos fueron abandonados a causa del traslado del seminario menor a Covadonga, circunstancia que provocó un deterioro importante en alguno de ellos. En 1985 se inició un proyecto de restauración integral del conjunto y en 1992 el monasterio es ocupado de nuevo por una comunidad cisterciense.
A través del tiempo, el monasterio de Valdediós sufrió numerosas trasformaciones, algunas ya mencionadas, conservándose de la antigua construcción del siglo XIII el templo monástico y algunos restos reaprovechados en las reformas posteriores.

Arquitectura
El templo se dispone en lado norte del claustro actual. Como se explicará a lo largo de este estudio, el templo de Santa María, cuyas dimensiones son las mayores del románico asturiano, cumple los requisitos fundamentales de la arquitectura cisterciense en lo referente al uso de la piedra, al abovedamiento y al relieve integrado, aunque su esquema planimétrico es el característico de los templos benedictinos. Por otro lado, el templo de Valdediós comparte numerosas afinidades estilísticas con los también cistercienses leoneses de Gradefes y Sandoval y con los templos románicos del entorno de Villaviciosa y de los valles de Lena y Mieres.
La piedra utilizada en las construcciones del Cister tenía que ser clara, lisa y de talla cuidada, como sucede en el templo de Santa María de Valdediós. Con el fin de obtener la armonía en las hiladas que configuran el paramento debía buscarse también la regularidad de los sillares, que se observa en dicho edificio. Además, se debía edificar con piedra el templo en su totalidad, así como el resto de las dependencias. La piedra se ocultó con un revoco que se eliminó en 1916 durante unas obras de restauración de la iglesia, llevadas a cabo por el entonces director del seminario, Francisco Roseta.

La planta de Santa María de Valdediós se compone de tres naves longitudinales, crucero ligeramente marcado y cabecera de tres ábsides semicirculares escalonados precedidos de tramo recto. Esta formulación enlaza con la tradición benedictina y se repite en las iglesias de las abadías bernardas de Santa María de Sandoval (León) y San Martín de Castañeda (Zamora). De lo expuesto se deduce que las trazas de Valdediós difieren de los esquemas planimétricos propios de los templos cistercienses, que tendían a multiplicar las capillas del testero para que los monjes pudieran cumplir con el precepto de la celebración litúrgica diaria. Las soluciones arquitectónicas aplicadas para adaptarse a dicha exigencia consistieron en un primer momento en abrir directamente en el transepto múltiples capillas de testero recto; con posterioridad se aplicó un esquema más complejo derivado del templo monástico de Clairvaux, en el que se disponían en torno a una girola capillas radiales tangentes. Ninguna de estas tipologías, como tampoco la que enfila las capillas laterales en torno a la central de trazas semicirculares, se aplicó en Valdediós.
El imafronte presentaba en origen un armónico escalonamiento de los volúmenes de sus tres naves que fue alterado cuando se le adosaron en época moderna la estructura rectangular que comunica con las dependencias monacales y el pórtico que se adapta a su frente occidental. El cuerpo de la nave central destaca en altura respecto a los de las laterales y soporta una espadaña que se construye por necesidades funcionales al prescindir de la torre campanario, que el Cister rechaza como elemento ostentoso y superfluo. Aunque la formulación de la espadaña ha sido alterada con el añadido del arco superior y de algunos elementos ornamentales, dan cuenta de su estado inicial los dos arquillos semicirculares doblados del cuerpo bajo, que descansan en columnas acodilladas. Bajo la espadaña se abre un óculo que contó inicialmente con una tracería recuperada en parte durante los últimos trabajos realizados en el monasterio, que es un signo de las innovaciones constructivas propias del gótico que en este monasterio asturiano conviven con una arraigada tradición románica.

Portada
La portada principal se corresponde con la nave mayor y se abre en el cuerpo central del imafronte. Es la más desarrollada del edificio y tiene tres arquivoltas semicirculares envueltas por guardapolvo que engloban un tímpano y apean sobre cuatro columnas acodilladas entre las jambas y coronadas por capiteles. Las roscas se ornan con zigzag, rosetas con botón central y tetrapétalas, y tanto el guardapolvo como las impostas se cubren con billetes. En una de las impostas se esculpió una máscara que engulle un par de tallos, repitiendo un modelo aplicado en el arco triunfal de la capilla central de este monasterio. Todos estos repertorios se aplicaron en un nutrido grupo de templos románicos del entorno, como San Andrés de Valdebárcena, Santa María de Lugás y San Juan de Amandi, entre otros ejemplos.
En los capiteles de la portada principal de Santa María de Valdediós se emplea una importante variedad de fórmulas decorativas, presentes en dichos edificios y también en el templo cisterciense de Santa María de Gradefes (León). Con los capiteles de esta iglesia, se relacionan estilísticamente los que en la mencionada puerta de Valdediós muestran cintas entrelazadas con forma acorazonada que rodean hojas de las que penden. Otros capiteles presentan hojas enmarcadas por cintas dispuestas de manera romboidal tal como aparecen en varios de los templos de la zona de Villaviciosa, ya mencionados, y de algunos de los emplazados en los valles de Lena y Mieres, como Santa Eulalia de Ujo y Santa María de Arbas. Entre los tallos vegetales, en las dos cestas exteriores del lado derecho, se inscriben pequeñas cabezas humanas que también aparecen en Selorio y se repiten más toscas y simplificadas, al margen de la vegetación, en los templos arcaizantes de Santo Tomás de Coro y Santa Mera. El capitel número cuatro del lado izquierdo integra una escena –para algunos estudiosos de carácter infernal– en la que aparecen una figura humana y un rostro de largo cuello que introduce en su boca un objeto que acerca con su mano.



Capiteles de la portada occidental 

La portada izquierda es más sencilla, como las restantes del templo. También cuenta con un tímpano delimitado por dos arquivoltas protegidas por guardapolvo y molduradas con boceles, todo ello apoyado en jambas que llevan acodilladas dos pares de columnas, que se coronan con capiteles. En tres de éstos se esculpieron hojas muy planas en cuyos ápices se disponen apomados y pequeñas hojitas, que también aparecen en la parte alta de la otra cesta de esta portada donde se enmarcan con tallos vegetales entrelazados que se disponen de forma oval.
La estructura de la puerta de la nave derecha, oculta actualmente al exterior, es prácticamente idéntica a la de la portada occidental de Santa María de Arbas. Ambas se componen de una arquivolta y un tímpano que reposan en jambas con dos columnas rematadas con sus respectivos capiteles, que, en Santa María de Valdediós, presentan un ornato muy similar al de la portada de la izquierda del imafronte. Sobre cada una de las portadas laterales se emplaza una ventana, destinada a iluminar la nave correspondiente desde el imafronte y a articular y a embellecer el muro. Dichos vanos cuentan con sendos arcos de medio punto que se disponen sobre columnas coronadas con capiteles que integran grandes hojas planas curvadas en sus ápices.

Los muros laterales de las naves del templo se articulan con contrafuertes, entre los que se abren las ventanas. En el lado meridional, se ocultaron los estribos y los vanos en época moderna, aunque permanece visible la portada que comunica con el claustro del cenobio construido entre los siglos XVI y XVIII. Esta puerta tiene dos roscas semicirculares molduradas con boceles y guardapolvo, que descansan en columnas acodilladas rematadas por capiteles en los que se disponen hojas lanceoladas planas y frutos. Presenta no pocas afinidades con la portada norte del hastial occidental del templo, tanto desde un punto de vista tectónico como ornamental, pero a diferencia de aquella carece de tímpano.
Gran parte del brazo meridional del crucero quedó oculto en el exterior por las construcciones de época moderna –a las que se accede a través del claustro–, al contrario del septentrional, cuya fachada está divida en dos pisos, enmarcada por un par de contrafuertes y realzada en planta en el cuerpo central. En éste se abren la portada y sobre ella la ventana más desarrollada del conjunto arquitectónico, que cuenta con dos arquivoltas que apean en jambas con columnas acodilladas; los capiteles de éstas presentan frutos, hojas y volutas. Dichas roscas se ornamentan con boceles y medias cañas al igual que las de la portada del hastial septentrional, que tiene tímpano y jambas acodilladas con columnas coronadas por capiteles, de talla muy plana, decorados con hojas y bolas en el lado izquierdo y con hojitas lanceoladas tangentes y apomados vegetales en el derecho. Esta portada destaca por incluir en su tímpano –deformado durante una de las inundaciones que padeció el templo– la inscripción que hace referencia al inicio de las obras en la iglesia y al artífice de la misma, Gualterio. La lectura de dicho epitafio, que comienza de abajo hacia arriba, es la siguiente:
TERIO Q(u)I BASILICAM ISTAM CONSTRUXIT RTUS POSITUM EST HOC FUNDAMENTUM MAGISTRO PR(a)ESENTE GAL E(is)P(copus) AUTEM OVETENSIS JOHA(n)ES ABBAS VALLIS D(e)I IOHNES QUA XV KLDS IUNII ERA MCCLVI REGNA(n)TE D(omi)NO ALPHONSO IN LEGIONE
(“El día decimoquinto de las calendas de junio (18 de mayo) en la era MCCLVI (1218), reinando don Alfonso y siendo obispo de Oviedo Juan y abad de Valdediós Juan IV, fueron puestos estos cimientos estando presente el maestro Gualterio, que construyó esta iglesia”).


También la articulación mural de los ábsides y la formulación de las cornisas sobre los canecillos repiten esquemas aplicados en otros templos de cabecera triple, como San Salvador de Cornellana y San Pedro de Villanueva. En efecto, mientras que los ábsides laterales de Santa María mantienen las superficies murales lisas, el central está compartimentado por cuatro columnas. Los capiteles de éstas se decoran con motivos fitomorfos y los repertorios de los canecillos que recorren el alero se limitan a repetir formas geométricas (bolas, rollos, estrellas) y vegetales (diversos tipos de hojas y rosetas). En cada uno de los ábsides laterales únicamente se abre una saetera de gran sencillez y en la capilla central otras tres de mayor realce. Éstas se protegen por un guardapolvo que se prolonga en sentido lateral hasta las columnas adosadas.
Triple ábside semicircular. 

Interior
El templo de Santa María de Valdediós presenta en el interior tres naves longitudinales separadas por arquerías de medio punto, dobladas y desornamentadas, que otorgan al edificio un carácter arcaizante para haber sido construidas en el primer tercio del siglo XIII. Sin embargo, en el interior del edificio también se emplean estructuras innovadoras como las bóvedas de crucería que cubren las crujías de dichas naves, que se dividen a su vez mediante arcos perpiaños apuntados. La formulación de las citadas bóvedas, generadas por nervios diagonales de sección cuadrada, es similar en las tres naves y cuenta con paralelos en las longitudinales de los templos leoneses de Gradefes y Sandoval. La articulación mural de la nave central proporciona a la iglesia un carácter horizontal y macizo, al limitarse únicamente a dos niveles, el de las arcadas ya mencionadas y el de los ventanales, separados por una línea de imposta, en consonancia con la norma cisterciense que prohíbe la existencia de tribunas y triforios. Los vanos del claristorio presentan un ligero abocinamiento en el interior y se decoran únicamente mediante boceles y medias cañas, al igual que los que se abren en los muros perimetrales.


Nave izquierda
Nave derecha 

Los pilares cuentan con numerosos acodamientos que enlazan con las arquivoltas de los arcos formeros y con los nervios de las bóvedas situadas en la nave mayor. Los perpiaños doblados de ésta conectan directamente con el frente del pilar y con la columna adosada al mismo, que se interrumpe en cul-de-lamp, según un recurso característico de la arquitectura del Cister.
Los nervios diagonales de las bóvedas de las naves laterales establecen también una continuidad con los pilares quebrados, pero en los muros perimetrales tiene lugar el enjarje directo en la pared. Los arcos perpiaños de dichas naves son más apuntados que los de la central y reposan en columnas adosadas al frente interno de los pilares y a los citados lienzos, como sucede en Santa María de Gradefes. La articulación de todas las bóvedas del templo con los elementos sustentantes y la estructura mural es lo suficientemente fuerte como para haber resistido el fuerte impacto de las inundaciones, causadas en gran medida por el desbordamiento del río Asta, que hicieron peligrar la estabilidad del templo. En una inscripción situada en uno de los pilares del crucero se dejó constancia de una de las más graves, que deformó en parte la estructura del hastial del norte y especialmente de la portada abocinada que se abre en el mismo.

En el interior de las naves del templo se acentúa la sobriedad ornamental ya señalada para el exterior, respetándose así el espíritu de la reforma de San Bernardo. Algunos capiteles se decoran mediante sencillas hojas inscritas en cintas dispuestas de forma oval, triangular o romboidal que se repiten de manera menos esquemática en las portadas del templo. Otros presentan o bien arquillos enfilados, motivo bastante difundido en los templos cistercienses de Gradefes y Sandoval, o bien hojas lanceoladas planas, que en algunos casos tienen en sus ápices apomados vegetales, como también sucede en los cenobios leoneses. La ornamentación de los cul-de-lamp se reduce a motivos geométricos y vegetales como hojas lanceoladas, escamas, etc. En las crujías más cercanas a los pies templo se construyó en época moderna una tribuna, bajo la que se dispuso un recinto cerrado con rejas que permite a los fieles entrar a la iglesia sin romper la clausura.
El crucero de Valdediós se asemeja en gran medida al de Santa María de Sandoval al presentar cuatro arcos perpiaños doblados que dividen el espacio en cinco tramos, que se corresponden con las tres naves y con los dos tramos más que sobresalen en planta. En ambas iglesias estos últimos se cubren mediante cañón ligeramente apuntado, los espacios inmediatos a ellos con crucería similar a la de las naves longitudinales y el cuadrado del crucero con una bóveda de ocho paños, cuyos nervios diagonales presentan un perfil que alterna listeles y bocel, mientras que los cuatro restantes se ornan mediante zigzag. Además, en el brazo izquierdo del transepto de Sandoval y de Valdediós se encuentra empotrada en el espesor del muro una escalera de caracol que permite el acceso a la cubierta. Los arcos perpiaños del crucero del monasterio asturiano son similares a los de las naves laterales del mismo y reposan en pilares quebrados y en columnas adosadas a estos últimos o a los muros transversales. Una línea de imposta, situada por encima de los capiteles de estas columnas –ornados con motivos similares a los de las naves–, recorre además todos los muros del transepto y se decora parcialmente con repertorios diversos (cintas perladas enroscadas, tiras unidas a trifolias, tetrapétalas, billetes…). Entre todos éstos destaca una máscara engullendo hojas, que sigue el mismo modelo que se aplica en uno de los cimacios de la portada principal.
El espacio del crucero se ilumina mediante una ventana situada en el hastial del norte, la de mayores proporciones del templo, y otras dos que se abren por encima de los arcos triunfales de las capillas laterales. La primera de ellas tiene en el interior dos arquivoltas ornadas con boceles, al igual que los vanos ya comentados de las naves de la iglesia, mientras que las otras dos, con fuerte derrame interno, presentan una estructura elemental y sin decoración.

Realzan el acceso a las tres capillas de la cabecera sendos arcos triunfales que cuentan con un par de arquivoltas apuntadas y desornamentadas; los de las capillas laterales reposan en columnas y directamente sobre las jambas, mientras que el de la central –situado bajo un pequeño óculo abocinado y decorado con zigzag– lo hace en los pilares quebrados y en columnas adosadas a los mismos. Las columnas mencionadas se coronan con capiteles ornados con motivos fitomorfos, entre los que destacan hojas de roble inspiradas en la flora del entorno, que también se pueden ver en Gradefes. En estos últimos capiteles se aprecia una tendencia naturalista y próxima a la estética gótica, que contrasta con el resto de la ornamentación del edificio, mucho más sintética y abstracta. Las capillas se cubren mediante bóveda de cañón en el tramo recto y de horno en el hemiciclo. A pesar del gran número de conexiones estilísticas entre Sandoval y Valdediós, reiteradamente señaladas en este comentario, la disposición de la cubierta de las capillas en el templo leonés es más compleja, al utilizarse la bóveda de horno con nervios dispuestos en abanico para el tramo semicircular.
En 1882 fueron descubiertos, detrás de los retablos barrocos, los primitivos altares de las capillas laterales adosados a los muros de los hemiciclos. Uno de ellos fue instalado exento en el ábside central, lugar en el que se conserva hoy, mientras que el otro se ubicó en el centro del ábside, retornando al emplazamiento que tendrían en origen.
Estos altares son de piedra y siguen el modelo tipológico de mensa. El ara, de forma rectangular, se eleva sobre cuatro columnas de fuste monolítico y un pilar central, en el que se abre el loculus u orificio practicado para receptáculo de las reliquias. Dicha abertura se inscribe en un espacio cuadrangular, rehundido y algo mayor en el que encajaría el cierre del loculus, una vez que en él se depositaba la caja con reliquias.
En estos altares el respeto al purismo cisterciense puede explicar el rechazo de toda representación figurativa y el recurso a repertorios vegetales, que decoran la orla que envuelve el perfil de las aras. En el mismo sentido los capiteles de las columnas angulares o bien presentan su cuerpo liso o bien adoptan soluciones ornamentales (bolas, volutas y follajes) emparentadas no sólo con otros templos de la comarca de Villaviciosa, sino también con los mencionados monasterios leoneses de Sandoval y Gradefes. La estructura de estas piezas, que cuentan con un paralelo próximo en el templo de Santa María de Obona (Tineo), está bastante generalizada en todo el románico europeo.
Existe además un tercer altar parcialmente conservado que actualmente permanece adosado al segundo pilar del lado derecho de la arquería de separación de las naves. Ha perdido los apoyos primitivos del ara –que es similar a la de los otros dos ejemplares conservados–, por lo que se apoya sobre dos pilares formados por piezas reaprovechadas de tamaños desiguales. Aunque no hay documentación alusiva a la consagración de los altares del cenobio, se piensa que ésta tuvo lugar torno a 1225, cuando la construcción del templo parece finalizada, como se ha expuesto anteriormente. En efecto, el ritual de consagración del altar es otro elemento de la ceremonia de dedicación de la iglesia, ceremonia que se efectuaba una vez que la fábrica de la iglesia había concluido.

Capiteles del interior 
La iluminación del monasterio cisterciense y especialmente del templo fue un motivo de preocupación constante para el Cister y se le concedió una importancia extraordinaria. Y Valdediós muestra especial cuidado en el tratamiento de la luz, como parece desprenderse del emplazamiento, proporciones y número de los vanos. Las ventanas, salvo el rosetón central del imafronte, parten de modelos románicos aunque adquieren mayor protagonismo dentro de la estructura arquitectónica que en los templos románicos asturianos de aquel estilo, e iluminan abundantemente el espacio interno, dando origen a una claridad y diafanidad lumínicas bien diferenciadas de los espacios en penumbra del románico. Sin embargo, los elementos añadidos a la primitiva fábrica en la Edad Moderna han alterado la primitiva luminosidad, ya que una edificación adosada a los pies del muro norte cegó parte de los vanos correspondientes a esa zona del templo, mientras que el pórtico occidental y el cuerpo de escaleras que conduce a los pisos altos de las dependencias monásticas taparon las dos ventanas del imafronte. Lo mismo sucedió con los vanos de las capillas de la cabecera, cegados por los retablos barrocos adosados a sendos hemiciclos.
En los sillares románicos de la iglesia fueron hallados varios signos lapidarios con forma de capitales romanas, que se repiten varias veces en el templo: B, C, D, M, N, P y S. Dichas marcas de cantero también aparecen en otras iglesias de la comarca de Villaviciosa y de los valles del Nalón y del Caudal, construidas antes de 1218, especialmente en Amandi, Ujo, Lugas y Villamayor. Es preciso añadir a esta nómina de signos lapidarios de Santa María de Valdediós una G que no se encuentra en otros templos de la zona y que curiosamente coincide con la inicial del nombre de su artífice, el maestro Gualterio, al que se hace referencia en la mencionada inscripción de la portada abierta en el tramo norte del crucero. Además se ha hallado en el ábside de este templo una marca de cantero que se compone de una flecha y un arco. Esta última se repite también en Santa María de Arbas.

Junto a la iglesia se dispondría en origen el monasterio, adosado al costado meridional y dispuesto en torno a un claustro que debió ocupar el mismo emplazamiento que el actual, construido entre los siglos XVI y XVIII, y a él pertenecieron las canalizaciones y los cimientos del templete del lavatorium descubiertos recientemente. Éste se componía, según un estudio reciente, de cuatro crujías probablemente abovedadas, a juzgar por las huellas de los arranques de haces de nervios que han aparecido al eliminar los revocos de la pared de frontera con la iglesia. De la estructura monástica original también se ha conservado un pilar románico, que ha de proceder de un amplio espacio cubierto con bóveda. Es similar a los pilares de los capítulos de los monasterios cistercienses de Piedra, Senanque o Fossanova, por lo que todo apunta a que su ubicación original fuera algún recinto comunitario, posiblemente la sala capitular.

De lo expuesto se desprende que el templo de Santa María, cuyas obras de construcción se inician en 1218 bajo la dirección del maestro Gualterio, cumple los preceptos fundamentales de la arquitectura cisterciense en lo referente a los aspectos constructivos y ornamentales. En efecto, la piedra se utiliza en toda la estructura, que está completamente abovedada y se muestra sobria en lo referente a ornamentación, ya que los programas figurativos son prácticamente inexistentes y los fitomorfos repiten esquemas propios de la arquitectura de la orden. No obstante, es importante resaltar que la planta del templo se aparta de los esquemas del Cister y mantiene la tradición benedictina al presentar tres naves, crucero y tres ábsides escalona dos. En su alzado se funden, por un lado, soluciones vinculadas a la tradición románica, como los arcos de medio punto y las cubiertas de medio cañón y cuarto de esfera y, por otro, elementos más evolucionados e innovadores como los arcos apuntados, las bóvedas de cañón apuntado y las de crucería. Otros monasterios cistercienses del antiguo reino leonés presentan numerosas afinidades estilísticas con Santa María de Valdediós, como es el caso de San Martín de Castañeda (Zamora), cuya planta es similar a la del monasterio asturiano, y especialmente de los monasterios de Gradefes y Sandoval (León). Se ha supuesto que el artífice de Santa María de Valdediós, Gualterio, trabajó con anterioridad en estos dos cenobios de la provincia vecina, según se desprende de las analogías reseñadas y del hecho de que este maestro aparezca como testigo en uno de los documentos de Gradefes, datado en 1202. Así mismo, es preciso destacar las afinidades existentes con algunas iglesias románicas de Villaviciosa y de los valles de Lena y Mieres, en especial con las parroquiales de Lugás, Amandi y Ujo, que además son las comparten el mayor número de marcas de cantero presentes en Valdediós.

Próximo Capítulo: Románico en la Comarca de la Sidra 

 

 

 

 

 

 

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