Aleros
En las
construcciones renacentistas
aragonesas, donde con tanta frecuencia se
ven techos de
madera decorados al modo
mudéjar, aunque sus armaduras no
lo sean, parecía natural
que los vuelos de cubierta o grandes aleros
del mismo material tendieran a reproducir los mismos
temas empleados en
la decoración interior
para dar unidad al conjunto. Pero no es así.
Los aleros aragoneses de
madera siguen el estilo ojival y entran en el del renacimiento sin admitir la fusión
con el mudéjar.
Su elemento principal,
los canecillos, nada tienen, ni en sus formas ni en el ornato, que pueda
emparentarlos con el estilo. De talla ojival, sencillos o superpuestos¡ imitando ménsulas con
ornamentación renacentista, o bien
tallados en el extremo con figuras
humanas, grotescos o bichas, jamás
recuerdan la típica terminación en venera o proa
de barco vista en las vigas de
ciertas techumbres mudéjares.
Los sófitos o parte
plana, donde cabrían lazos o labores del estilo, tampoco los presentan,
ocupándolos, en cambio, recuadros moldurados, rosetones y piñas colgantes.
Tan sólo
conocemos el caso de una
obra en madera, tipo
mudéjar, que, sin ser alero, puede considerarse como tal porque, sí bien
no constituye el verdadero vuelo de cubierta, tiene por
misión proteger parte de la
fachada de un edificio. En la
interesante ciudad de Da roca es corriente en las viviendas un avance de las fachadas sobre las
plantas bajas por salida al exterior del
envigado, siguiendo la facha da a línea con el extremo de las vigas; sistema de construcción que igualmente se emplea en pueblos de la provincia de Soria.
El ejemplar al cual se alude, rico y único en la ciudad
de los Corporales, presenta vigas
robustas, bastante espaciadas, tallados los extremos en proa que
asoma entre labores, y sobre ellos, unas zapatas colocadas en sentido
perpendicular al de las vigas,
para recibir otra corrida. Las caras de la viga que soporta la
carga de la fachada y las de avance llevan
lazos de cuatro, grabados. Los
techillos y frentecillas que cierran
los espacios van recuadrados con
molduras y talla y, además, pintados con temas vegetales y blasones. Obra que
remeda las techumbres con vuelo sobre arco vistas en Maluenda, Torralba y Tobed,
sirviendo de coro en sus iglesias.
A la casa o
palacio donde figura esta
obra se le
conoce con el nombre de Casa del
Archiduque, y en ella se conservan, como
restos de su pasado, una pequeña
techumbre de madera, pintada, y las yeserías de unos ventanales.
Carpintería
La obra
de madera aplicada
a la construcción - descartados aleros y
techumbres, es decir, puertas y ventanas
de viviendas - se caracteriza por
la sencillez de los armados y la escasa
variedad de tipos ornamentales.
Ninguna tiene las particularidades que
distinguen a la carpintería de este género
castellana o andaluza,
con sus ligaduras
de lazos hechos mediante
los largueros y peinazos, y
completando la decoración tableros
enrasados o clavados
por el respaldo. Nuestra obra es más pobre: casi siempre
es un tablero liso reforzado por
travesaños o armadura de la forma más simple, cubierta de
tablas, que en uno
u otro caso sirve de campo donde se
desarrolla la decoración de
lazos o labores
mediante listones o
molduras clavadas sobre ellas.
Los temas que
se utilizan para su ornato son los mismos que se usan para el ladrillo, yeso y pintura: labores y lazos
de cuatro, octogonales, de seis,
ocho y diez, aprovechados
en ocasiones fragmentariamente para dar la sensación de dibujos
nuevos, con los
fondos desnudos.
No obstante, hay ejemplares de
puertas en que, además
de los lazos, se refuerza la decoración con tallas o apliques movidos
puestos en los huecos
de la lacería, encuadradas éstas
con fajas talladas o molduras.
Con todo, la
carpintería mudéjar
aragonesa confirma, como las demás manifestaciones de este
arte, las limitaciones del estilo,
así como su probable origen
local, dada la pobreza de los temas, que en este caso no había por
qué dejar de
reproducir los complicados y
ricos que en carpintería son de sencilla
confección.
PUERTA
DE LA IGLESIA DE SAN MIGUEL. TAMARITE. Cierra el vano de la
iglesia románica, hoy sin culto, sita en uno de los barrios de la población.
De dos hojas de
tableros rasos sobre armado
sencillo, las viste labor
de hexágonos y estrellas de seis, dispuestas de modo que alrededor de una estrella se forman
seis hexágonos por prolongación
de los lados; labor correctamente
ejecutada que se fija sobre los tableros con clavos grandes de media
bola puestos en ángulos y
uniones de las figuras.
En Tamarite de la
Litera se conserva una de las escasas puertas exteriores de madera mudéjares
que tenemos en Aragón. La puerta, que se puede datar en el siglo XIV, fue
recuperada de la desaparecida ermita románica de San Miguel para colocarse en
su ubicación actual: el Santuario de Nuestra Señora del Patrocinio.
Las dos hojas de la
puerta se cubren con una labor de seis (como no hay entrecruzamientos no se
puede hablar de lacería) a base de una red de rombos horizontales que da lugar
a hexágonos con dos lados verticales y a estrellas de seis puntas, dos en horizontal
y cuatro en vertical. De esta manera se crea una combinación con una estrella
central circundada de hexágonos regulares. La labor de madera se decora con
clavos de gruesa cabeza de media esfera colocados en los ángulos de las figuras
y enlaces.
PUERTA
DE LA EX-CATEDRAL DE RODA.- EI
tema decorativo es, aparentemente, igual
al de la puerta de Tamarite:
estrellas de seis en la misma posición, prolongados todos sus lados para
formar labores complementarias que, como
en aquélla, van clavadas a los
tableros con clavos de cabeza
redonda puestos en ángulos y
cruces.
Pero así como en la de
Tamarite los hexágonos que cercan a la
estrella son regulares, en ésta
se alargan y quedan encerrados en otro mayor, de cuya combinación resulta red de hexágonos enlazados que en la unión de seis forman la
estrella.
Roda de Isábena tiene
por orgullo ser la localidad más pequeña de España donde se levanta una
catedral, además de ser la sede episcopal más antigua de Aragón. Fue en
el siglo X cuando el conde Ramón II consigue la independencia de la Ribagorza y
que Roda sea nombrada sede episcopal, de manera que esta población se convierte
en el centro religioso y político del condado.
La primitiva catedra
fue destruida en agosto de 1006 por Abd-al-Malik, hijo de Almanzor. Más de una
década después, en 1017, se comenzó a construir la actual. Tras la conquista de
Barbastro en 1064 se trasladó la sede episcopal a esta ciudad, que a partir de
entonces se llamó de Roda-Barbastro. Ramón Berenguer IV, esposo de la reina
Petronila, la llevó a Lérida en 1149. En el siglo XVIII la iglesia rotense
perdió el rango de catedral por el de colegiata, quedando más tarde reducida a
parroquial de la localidad.
Situada en la parte
alta de la población, el conjunto monumental incluye la iglesia con tres
criptas, torre-campanario y claustro trapezoidal, al que se añadirían más tarde
la hospedería y el pórtico.
Al exterior lo más
interesante de la fábrica románica lo encontramos en los tres ábsides de la
cabecera decorados con lesenas, arquillos ciegos y bandas de esquinillas. En la
fachada meridional abre la puerta de acceso al interior cobijada por un pórtico
obra del siglo XVIII, al igual que la torre. Se trata de una portada que cierra
en un gran arco de medio punto con arquivoltas molduradas sobre columnillas
adosadas. El guardapolvo se decora con puntas de diamante, la imposta con
palmetas y los capiteles con pasajes bíblicos en el lado izquierdo y con otros
motivos de carácter religioso en el derecho.
Aquí nos interesa
especialmente la puerta que cierra esta portada. De madera, con dos batientes,
presenta decoración mudéjar en forma de lazo de seis que parte de una estrella
de seis puntas cuyos lados se prolongan generando espacios hexagonales y
triangulares; los lados exteriores de hexágonos y triángulos forman un hexágono
de lados iguales cuyo centro es la estrella de seis puntas. Todo ello a base de
pequeñas piezas de madera que se unen con clavos de gruesa cabeza semiesférica
que sirve, a su vez, de motivo decorativo. Se completa la puerta con dos
tiradores-llamadores.
Esta puerta es igual a
la que cierra la iglesia de San Antonio en la cercana localidad de Merli, ambas
datables entre finales del siglo XIII y principios del XIV. Junto a ellas, en
Tamarite de la Litera encontramos una tercera puerta con decoración mudéjar en
el Santuario de Nuestra Señora del Patrocinio, proveniente de la desaparecida
ermita románica de San Miguel. Cierra el catálogo de puertas de madera
exteriores mudéjares en Aragón la del Santuario de la Virgen de la Fuente de
Peñarroya de Tastavins.
PUERTA
DE LA SACRISTIA DE LA
IGLESIA DE CERVERA DE LA CAÑADA- En este
caso, la ornamentación se basa en la
estrella de ocho, no en el polígono de igual número. Cuadrados chicos en posición normal que
cortan otros mayores colocados en sentido diagonal. Cada cuatro cuadrados, y las respectivas
interferencias de los otros, originan en el centro una estrella de ocho. Las
dos hojas de la puerta, una vez cerrada, repiten, sin interrupción y
simétricamente, el tema.
De una sola hoja, el motivo que desarrolla parte de un lazo de ocho.
Pequeños cuadrados los cortan otros mayores en sentido diagonal, de tal manera
que cada cuatro cuadrados y las respectivas interferencias de los otros
se genera una estrella de ocho puntas, quedando en el centro de cada cuadrado
romboidal inscrita una cruz de brazos apuntados.
PUERTA
DE LA SACRISTIA DE ANIÑON.- En ésta,
la decoración, idéntica a la de Cervera, se distribuye con independencia en cada hoja, si bien con absoluta simetría.
El tema es
estrella de ocho
formada por los
ángulos de cuatro cuadrados en posición normal,
con la necesaria separación, y los de otros cuatro mayores que
aquéllos, cortándolos diagonalmente, no apareciendo enteros los
cuadrados grandes porque la labor se reproduce sin enlazar con el tema inmediato. Cada hoja lleva cuatro
temas iguales separados por calles y, a la vez, unidos uno a
uno por cruces arbitrarios.
Las dos hojas de madera
presentan una decoración que, según José Galiay y Sarañana “parte de una estrella de ocho formada
por los ángulos de cuatro cuadrados en posición normal, cortándolos
diagonalmente, no apareciendo enteros los cuadrados grandes porque la labor se
reproduce sin enlazar con el tema inmediato. Cada hoja consta de cuatro temas
iguales separados por calles, a la vez unidos uno a uno por cruces arbitrarios”.
Esta puerta se puede datar en 1599, año a que corresponden los mandatos
pastorales que ordenan se termine de proveer todo lo necesario para el servicio
de la iglesia, incluida la puerta para el coro y el cancel de la sacristía.
PUERTAS
DEL CORO DE LA SEO. ZARAGOZA.- En el coro
de la catedral del Salvador hay dos pasos laterales de servicio abiertos entre las capillas del trascoro.
Cada hueco tiene dos puertas de cierre, colocadas unas a
línea con el saliente de las capillas
que lo circundan, y otras con los fondos
de la sillería; las cuatro, decoradas con lazos y labores mudéjares.
Las dos exteriores se
adornan por la cara exterior con lacería de ocho,
interpretada de modo distinto. En
la de la derecha, el tema es una estrella de ocho que, por prolongación de los
lados verticales y horizontales, da
lugar a grandes cuadrados, dentro de los
cuales las prolongaciones diagonales originan nuevas
estrellas de ocho en posición distinta a la inicial. La lacería
no es correcta porque los lados horizontales de la estrella quedan
cortos con relación a los demás,
defecto que podía
atribuirse a deseo de simular el
lazo de la estrella secundaria, ya que
la composición general queda cortada en los lados mayores
de la puerta. El tema se
repite en unión directa.
En la de la izquierda,
el lazo de ocho se presenta con mayor
clasicismo, separado uno de otro
por una banda horizontal que sirve de unión al inmediato y de traba a la lacería.
El respaldo está adornado con
labor de moldura
muy acusada, formando octógonos
y estrellas de
ocho, fragmentadas. Los
octógonos van inscritos en
cuadrados cuyos ángulos sirven
de puntas de la estrella, que se
completa con la adición de hexágonos
alargados que se adosan a los lados
del cuadrado.
Las puertas interiores están decoradas, únicamente por la cara que da al
coro, con labor semejante a la del respaldo de las puertas
exteriores, pero más correcta y rica. Aquí, el octógono no
está inscrito en el cuadrado: ocupa el
centro, y los lados del cuadrado se cortan
en la mitad para doblarse. Los
lados del octógono, prolongados y
cambiando de dirección para formar
las estrellas correspondientes, dan lugar dentro del cuadrado a cuatro estrellas de cinco puntas, Es labor inspirada en
lacerías de cuatro, octogonales.
Pero así
como en las otras puertas sólo los lazos o las
labores constituyen el ornato, en éstas se decoran también los fondos con profusa
talla que los llena por completo: cabezas varoniles en los
octógonos, y flores de diversos tipos en
los demás huecos.
PUERTA
DE LA SACRISTIA MAYOR DE LA SEO. ZARAGOZA.- De dos hojas de gran
tamaño, donde aparece, tallada en los frentes, lacería de cuatro octogonaL
idéntica a la labor del mismo tipo vista en las puertas interiores del coro. Es ejemplar curioso
porque, además de tener los
lazos tallados se
pintan los fondos
y dora la traza. La moldura es plana, con filetes en
los bordes; en vez
de cabezas varoniles, son cabezas
de angelitos colocadas en los hexágonos; dentro
de las estrellas de cinco se
reproduce la figura en bisel. Los motivos florales están más
acusados, y las estrellas parciales que se forman en los ángulos de los
cuadrados se deforman por adición torpe
de una punta que penetra en el campo de la estrella. Es obra seguramente tardía
inspirada en las del coro.
BARANDILLA
DEL CORO DE LA ERMITA DE CABAÑAS. Al
borde del voladizo que forma la pequeña
techumbre que sirve de coro asoma la barandilla de madera formada por
tablas recortadas en forma de balaustres
puestos en los extremos, y dos tableros calados, a modo de celosías, en el centro;
el de la derecha del espectador, con huecos de estrellas de ocho,
regulares, y el de la izquierda, en
forma de polígono irregular de lados y ángulos
entrantes y salientes. En sí no encierran nada de particular, pero
es muy curiosa su construcción: ambas están hechas con tablas de cierto grosor,
horizontales unas y verticales otras, con escotaduras angulares en los costados,
dispuestas en tal proporción que al enlazarse, dejan el hueco en forma de
estrella; la unión o enlace está hecho a media madera, reforzado con clavos de
media bola que ayudan a la decoración. Descompuesta la otra, resulta ser una
cruz de brazos iguales armada de la misma manera.
A los pies de la nave
de San Nicolás de la ermita de Cabañas se levanta sobre un alfarje mudéjar el
coro, a modo de pequeña tribuna, cerrado al frente con un pretil de madera.
Actualmente sin acceso, es de suponer que en origen se llegase a él mediante
escalera de mano desde la nave principal.
En cada uno de los
extremos del pretil que lo cierra al frente hay tres tablas en forma de
balaustres, mientras que el centro lo ocupan dos tableros calados con motivos
de lazo.
El de la derecha, un
lazo de cuatro octogonal, con los huecos en forma de estrella de ocho puntas
entre cruces de brazos apuntados que forman las tablas, y el de la izquierda
con huecos cuadrilobulados.
Los frentes de las
tablas con que cierra todo el conjunto se rellenan con motivos policromados. El
de la parte superior en forma de zig-zag en blanco y negro debajo de una línea
de bandas rojas verticales, que es de suponer alternarían con otras perdidas de
color amarillo.
El motivo de la tabla
de la izquierda es en forma de punta de flecha, también con alternancia de
blanco y negro.
El de separación de los
paneles centrales y el del lateral derecho es de tallos vegetales con hojas
formando roleos.
Por último, en el de la
parte inferior, que apea sobre el voladizo del alfarje, aunque muy perdido,
todavía se aprecia el mismo motivo anterior, esta vez en color rojo sobre fondo
negro.
El alfarje que sustenta
el coro tiene forma casi cuadrada, con unas medidas de 3,90 m. de largo por
3,78 m. de ancho. Consta de tres jácenas transversales, la de los pies embutida
en el muro, que lo dividen en dos tramos.
Entre las jácenas van,
en cada uno de los tramos, dieciocho jaldetas en sentido longitudinal a la
nave.
A su vez, el espacio
entre las jaldetas se divide con listeles en pequeños espacios sobre los que se
coloca la tablazón. Como es habitual en lo mudéjar, estos listeles se decoran
en color rojo en el papo y con círculos blancos entre dobles líneas del mismo
color, todo sobre fondo negro.
Muy perdida está la
policromía de los laterales de las jácenas, de la que se conservan bandas
rojas, que es de suponer alternarían con otras amarillas, al igual que en el
pretil.
El frente de la primera
jácena presenta, encima del motivo anterior, las figuras de cinco jinetes
alanceando, de los que solamente dos se conservan en buen estado; del resto
apenas se aprecia la silueta en negro. Estandartes, escudos y gualdrapas de los
caballos tienen el mismo motivo en forma de alternancia de bandas blancas y
negras.
Las dos jácenas se decoran en el
papo con series de círculos unidos por pequeños nudos. En la exterior estos
círculos se rellenan con motivos heráldicos.
Sobre fondo rojo y rodeados de
pequeñas y finas líneas blancas, aparecen los escudos de armas de los Reyes de
la Corona de Aragón -cuatro palos de gules en campo de oro-, una cruz que
podría ser la de San Jorge esquematizada, familia López de Luna –de gules,
menguante con ocho escudetes con faja azur-
y el de Cabañas –cuarteado, primero y cuarto de oro; segundo y tercero,
de sable.
Los espacios libres entre
círculos los ocupan motivos triangulares con forma de estilizadas estrellas de
ocho y de barras.
Más simple es la decoración de la
segunda jácena, donde el interior de todos los círculos se rellena con
estrellas de ocho puntas de estilizados brazos en color negro. Los círculos
están ribeteados por una estrecha cenefa de fondo blanco con sencillos motivos
circulares entre dobles líneas verticales.
El voladizo sobre el que apea el
pretil del coro se sustenta en canecillos aquillados con terminación bastante
tosca.
En los laterales de los
canecillos únicamente hay pintados dos ojos y unas líneas oblicuas, todo en
color negro sobre fondo blanco; en los laterales quedan restos de bandeado
inclinado de color rojo.
Los espacios entre canecillos
están cerrados por tabicas al interior y por una viga corrida al exterior que
protege la terminación aquillada y sobre la que apoya el pretil. De esta manera
se genera en el centro del hueco un espacio cuadrado de fondo rojo con una
roseta de ocho pétalos blanca dentro de un círculo negro en el centro.
Las tabicas que cubren los huecos
entre los canecillos y la jácena son rectangulares, ribeteadas por una cenefa
en zig-zag en color rojo o negro sobre fondos blancos o rojos. Su decoración es
a base de motivos heráldicos en el interior de un arco mixtilíneo acompañado de
estilizadas estrellas de ocho puntas.
Los blasones corresponden a
Cabañas –, Cruz de San Jorge y los Albero –en campo de oro cruz de veros. Veros
son los esmaltes que cubren el escudo en figura de campanillas alternadas, unas
de plata y otras de sinople, con las bocas opuestas.
El papo de la viga exterior se
decora en los huecos entre las cabezas aquilladas en que terminan los
canecillos con dobles escudos heráldicos alternando con estilizados roleos.
Entre estos escudos están los de
los Alagón –en campo de plata seis roeles de sable en dos palos de tres cada
uno, los Ximénez – en campo de oro, banda de gules de derecha a izquierda-, los
Urrea –bandado de seis piezas de azur y plata, los Albero, Cabañas y Cruz de
San Jorge.
Las tabicas de la parte posterior
de esta primera jácena son del mismo tipo que las ya vista, incluidos los
motivos heráldicos que las rellenan, sustituidos en algunas por rosetas de seis
y ocho pétalos o finas líneas, todas sobre fondo rojo y acompañadas por
estrellas de ocho puntas, excepto una de fondo blanco, otra con una roseta de
seis pétalos inscrita en un lazo de cuatro octogonal en lugar de en un arco
mixtilíneo, y una de las pocas representaciones de animales que hay en la
techumbre, en este caso la figura de un ciervo.
En las tabicas del frente de la
jácena central se repiten blasones heráldicos y rosetas de seis y ocho pétalos
en el interior de arcos mixtilíneos, todas sobre fondo rojo.
Dentro de la monotonía de motivos
y policromía de las tabicas del alfarje, las de la parte posterior de la jácena
central son las que ofrecen una mayor variedad. Los escudos heráldicos, rosetas
y estrellas de ocho en el interior de los arcos mixtilíneos, alternan fondos
marrones, blancos y negros; al igual que en el frente de la jácena exterior,
también aquí una de ellas encierra dos estrellas de ocho en el interior de un
lazo de cuatro octogonal.
Dos de las tabicas presentan
figuras animales en blanco sobre fondo negro, una paloma en el interior de un
arco mixtilíneo, y un oso inscrito en un lazo de cuatro octogonal.
La última serie de
tabicas corresponden al frente de la jácena embutida en el muro de los pies. Al
igual que en la anterior, alternan fondos marrones, blancos y negros. De sus
escudos heráldicos, únicamente uno de ellos con dos torres no se ha visto hasta
ahora. También incluyen las figuras de un mulo y un toro.
En cuanto a la
cronología del alfarje, podría situarse hacia mediados del siglo XIV, en base a
las referencias que proporcionan dos de los arcosolios que hay bajo el coro y
que se verán con detalle en la página siguiente. Corresponden a doña Horia
Pérez, esposa de don Martín Pérez Doraiz y a doña Guillelma Pérez, mujer de don
Miguel de Albero. Ambos esposos aparecen en la colección diplomática de La
Almunia publicada por Ángel Canellas. Martinus Petri de Huarrit, y Miguel
Ximénez Dalbero aparecen como síndicos y procuradores de Cabañas, el primero en
1315 y el segundo en 1338.
VENTANAS
DE LA CASA DE ZAPORTA. ZARAGOZA.- Procedentes de este hermoso palacio, que también se llamó «Casa de la Infanta», levantado
en 1501 figuran en el Museo
Provincial restos de carpintería
artística de las estancias bajas.
Lo conservado son hojas de ventano decoradas
con lazos mudéjares de cuatro,
octogonales, colocados de manera que la estrella que da
nombre al lazo ocupa los bordes de la
composición y, como centro de ella, sus
enlaces.
Hubo también
en la casa una puerta interior
que comunicaba las habitaciones dichas, de arco de medio punto tipo
renacimiento, cuya hoja de madera se vestía con
rica lacería de tema semejante al
de los ventanos, pero con la variante
de hallarse mezclados
los lazos de cuatro con otros de ocho, con
algunas modificaciones para enlazarlos convenientemente.
Se conservaron un par de elementos que actualmente se exponen en la
segunda planta del Museo del Teatro Romano de Zaragoza: las hojas de madera de
una de sus ventanas y una puerta forrada con una lámina metálica repujada.
Las hojas de ventana
cerrarían una de las del entresuelo de la casa. Con forma rectangular constan
de dos zonas diferenciadas, aunque con el mismo motivo de lazo tallado en
ellas. En las dos hojas superiores, más pequeñas que las inferiores, una serie
de molduras van cerrando el espacio hacia el interior, que se cubre con un
motivo tallado de lazo de ocho de lados quebrados. Los huecos se rellenan con
flores abiertas con un sobresaliente botón central.
Las dos hojas
inferiores se enmarcan entre tres pilastras adosadas decoradas con una malla de
puntas de diamante.
En la parte superior se
disponen sendos espacios semicirculares con figuras mitológicas que sustentan
sendos escudos heráldicos en blanco. En la hoja izquierda son dos dragones, y
en la contraria dos centauros.
En la más amplia zona
inferior, la decoración es a base del motivo de lazo de ocho de lados quebrados
visto en las hojas superiores. aunque aquí por el espacio disponible son dos
las estrellas que se generan. El interior de estas últimas se rellena, en la
hoja de la izquierda con las representaciones talladas del Sol y de la Luna. En
la contraria, en la estrella superior se aprecia una figura alada, mientras
que, en la inferior, aunque muy perdida, también parece verse la misma figura.
El resto de los huecos de ambas hojas se rellena con flores abiertas con
resaltados botones centrales.
El segundo elemento que
se conserva de esta casa de Gabriel Zaporta es una puerta forrada con una
lámina metálica repujada muy deteriorada. Se aprecia que se decoraba con un
motivo de lazo de cuatro con estrellas de cuatro puntas entre cruces de brazos
romboidales de cuatro lados iguales.
La
encuadernación en los talleres islámicos, punto de partida de las
encuadernaciones mudéjares.
La relación existente
entre el arte islámico y el arte mudéjar, o lo que es igual, entre la
encuadernación islámica y la encuadernación mudéjar requiere el conocimiento de
la primera antes de abordar la segunda. Por ello es imprescindible partir del
trabajo realizado en los talleres musulmanes de al-Andalus, por ser el
precedente más directo de las encuadernaciones mudéjares. Tal como ha expresado
recientemente Hossam Mujta al-cAbba _dı, el desarrollo de la encuadernación (…)
en al-Andalus y en el resto del Occidente islámico se remonta a los primeros
siglos de la presencia musulmana en Occidente.
Desde
el momento en que se asienta la sociedad islámica, la necesidad de conservar la
memoria, su expresión escrita y sus leyes provocan la existencia del libro,
que, contra la tradición romana, no es un rollo, sino un volumen compuesto de
un cierto número de páginas cosidas y protegidas por una cubierta rígida
forrada de piel trabajada. Se convierte, pues, en una artesanía o industria, la
cual va a alcanzar en los siglos venideros un gran desarrollo y será muy
apreciada por los sabios y coleccionistas andalusíes. De aquí parte la
reconocida calidad alcanzada por las técnicas de trabajo del cuero en la España
musulmana, así como la admiración que despertaron las obras salidas de los
talleres de Córdoba, que hicieron que se generalizase el uso del término
cordobán para designar a cualquier piel de macho cabrío o cabra curtida, teñida
y ornamentada con perfección. En este contexto surgiría tanto el trabajo de los
guadamacileros, que manufacturaban tapicerías, cortinas, almohadones,
alfombras, calzados, fundas de armas, estuches y cajas, como el de los
encuadernadores, que, aunque diferenciado del anterior, no cabe duda que se
fundamentó en la aplicación de las mismas técnicas y sistemas de labra de la
piel.[1]
Sin embargo, dado que no han llegado hasta nosotros cubiertas artísticas de
libros andalusíes, por haber sido destruidas o haber desaparecido con el paso
del tiempo, debemos acudir a otras encuadernaciones islámicas conservadas,
directamente vinculadas con las hispanomusulmanas, como fueron las del Magreb.
Resulta
así esencial el estudio de algunos importantes conjuntos de encuadernaciones
llegados hasta nosotros, como uno de Túnez, correspondiente al hallazgo de algo
más de 179 libros en Kairúan que fue publicado por Georges Marçais y Louis
Poinssot en 1948, y otro de Marruecos, procedente de la Madraza de Ben Yusuf de
Marraqués (heredera a su vez de los fondos de la mezquita de la Kutubiyya,
fundada por los emires almohades en el siglo XII), que dio a conocer Prosper
Ricard en 1933. Las encuadernaciones de los referidos libros magrebíes,
coetáneas e iguales a las que se hicieron en los talleres andalusíes, esbozan
desde sus ejemplares más antiguos fechados en el siglo IX algunas de las
constantes que caracterizarán a las encuadernaciones mudéjares posteriores —tal
como ya señalara Juan Ainaud de Lasarte—, como son: la excelente calidad de las
pieles, bien curtidas, flexibles y finas; el trazado ornamental de dibujos
realizados sobre pautados geométricos compuestos previamente con regla y
compás; las técnicas de estampación decorativa, consistentes en gofrados en
seco y en oro (técnicas que, respectivamente, son denominadas también gofrado y
dorado, iniciada esta última en época almohade); el uso de pequeños hierros
para obtener líneas rectas y paralelas al borde de las tapas (mediante la rueda
de dorar) u ornamentaciones geométricas diversas (en forma de bastoncillos
rectos y curvos o círculos) apoyándose únicamente en la repetición de su
estampación en seco sobre una trama geométrica simple (se componen de este modo
motivos aislados o se rellenan cenefas y fondos sin dejar un solo hueco vacío),
de planchas mayores mediante las que se conseguía un motivo decorativo mayor
(que quedaba en relieve al estampar la plancha sobre el cuero ligeramente
húmedo en la prensa) y también de algún útil afilado (punta o punzón) con el
que podían añadirse pequeños detalles manuales; la preferencia por los temas de
lazo y geométricos (temas estrellados, trenzas o cordones, anudamientos, óvalos
y círculos); y la creación de unos modelos compositivos concretos para la
ornamentación de las cubiertas, como son el trazado centrado de un motivo
enmarcado por una o más cenefas, o la repetición de un mismo tema ornamental en
el panel rectangular de la tapa, perfilado de la misma manera que el anterior.
La
calidad alcanzada por las técnicas artísticas en la confección de los libros en
los talleres islámicos occidentales aparece minuciosamente recogida en varios
manuscritos llegados hasta nosotros, que resultan ser una fuente fundamental
para el conocimiento de todo el proceso de elaboración de un libro, dentro del
que se encuentra el arte de la encuadernación, dado que en general se
escribieron para dar a conocer sus técnicas, describiendo los materiales, los
instrumentos empleados para cada una de sus labores y el orden y procedimientos
que debían seguirse en el dibujo de estas cubiertas artísticas. Entre otros, se
conserva el del tunecino al-Mu’izz ben Ba _dir (1007-1061), titulado Apoyo de
los secretarios y material para la inteligencia, que trata tanto del papel como
del arte de la caligrafía y de la encuadernación, y el de AbulAbbas ben
Muhammad al Sufyain, El arte de la encuadernación y del dorado, redactado en
Fez el año 1619, que se ocupa de la manufactura de las cubiertas de piel y fue
descubierto en dicha ciudad por Prosper Ricard, el cual lo publicó con la
intención de que sirviera de punto de partida para la recuperación de las
técnicas antiguas por parte de los encuadernadores marroquíes contemporáneos.
El primero de ellos ha sido recientemente traducido por Hossam Mujta _r
al-CAbba _dı _ (2005), investigador que además ha dado a conocer y traducido
otras fuentes textuales sobre las técnicas de la encuadernación en al-Andalus y
el Magreb.
Un
excelente testimonio de la perfección alcanzada en los talleres islámicos
occidentales nos lo ofrece la encuadernación de un Corán almohade, fechado en
1178, conservado en la Biblioteca Real de Rabat (Marruecos). Este ejemplar ha
mantenido intacta la solapa que es característica de los libros musulmanes,
muestra una ornamentación de lacería que compone una estrella central de ocho
puntas enmarcada por varias cenefas y se realizó con una técnica grabada,
dorada y policromada en verde y morado-rosáceo (esto último bastante
excepcional). Las decoraciones en oro, inventadas en los talleres islámicos del
periodo almohade, alcanzarían gran difusión en los siglos XIV y XV, pasando a
los talleres cristianos europeos hacia mediados del Cuatrocientos, posiblemente
a través de Nápoles.
El
arte mudéjar en la
encuadernación.- Curtido de pieles
y fabricación de papel, base de ella.- Algunos ejemplares de encuadernaciones aragonesas del estilo.
Los primeros libros
manuscritos hechos por copistas al objeto de transcribir y perpetuar textos históricos o
científicos antiguos, base de las
primeras bibliotecas, cubríanse
generalmente con tapas sencillas de
madera, sin otra finalidad
que protegerlos convenientemente para
mejor y más cómodo manejo.
Más tarde, la
encuadernación se transforma y convierte en rica vestidura, a veces tan interesante
o más
que el contenido, poniéndose sobre
la madera planchas de plata
que se labran y repujan,
adicionadas de piedras
preciosas, que, como es
natural, formaban un conjunto bellísimo y
rico. En Aragón hubo ejemplares de
este tipo, así como otros con
relieves de marfil.
En otra fase de la encuadernación, la tapa de madera
se cubrió de telas de seda o
terciopelo, completada la decoración mediante
cabos y cierres de oro o plata
cincelados con adornos de gusto
exquisito.
Por lo
que a Aragón
afecta, el arte
de encuadernar llega en el
siglo XIV a tales términos, como procedimiento industrial, que se aplica a toda clase de obras, y se forman
talleres al servicio de Comunidades religiosas, Cabildos y bibliotecas particulares, donde los artistas dejaron pruebas de sus habilidades y
refinamiento artístico. Este período coincide con la aparición de los
primeros temas de estilo
mudéjar, aplicado; en composiciones de mucho
carácter grabadas en las pieles que
forran las maderas, nuevo procedimiento que, por su
condición eminentemente
decorativa y a la vez económica, suple lo artístico de épocas pasadas, sin el coste material
de aquéllas.
Relacionadas íntimamente
con el arte de la encuadernación
estuvieron, desde sus orígenes, las industrias de curtido de
pieles y fabricación de papel, ambas de
gran arraigo en nuestra región y que, indudablemente, sirvieron para
fomentar las artes del libro. Así lo
hace pensar la temprana instalación
de imprentas en Zaragoza, primera
población española donde se instalaron prensas, según
Serrano Sanz, de las cuales
salieron los libros más bellos del último tercio
del siglo XV.
Mediante el curtido
de pieles se
logran dos materias
distintas: hojas de pergamino y
vitelas, aprovechadas por el rescriptor
como folios para su labor, y
los cordobanes y badanas que emplea el librero o encuadernador para
armar las cubiertas protectoras del libro.
En citas
de textos y en
documentos figuran los nombres de Graus,
Barbastro, Tarazana, Brea, Zaragoza y Teruel como
centros industriales dedicados a la
preparación de pieles
para ambos fines. Brea y Tarazana todavía siguen en ellas. En Zaragoza fueron
famosas sus tenerías, donde se obtenían los pergaminos más finos de Aragón, y en Barbastro se
preparaban vitelas celebradas por su
excelente calidad.
Entre los gremios
más numerosos que había
en Zaragoza en el
siglo XVI figuran el de pelliceros o preparadores de pieles, y el de guadamacileros, dedicados
éstos a decorar pieles con fondos de plata y oro en labores
de relieve, o pintadas en colores,
que se destinaban a ornamentación de habitaciones y muebles; gremios
que, con su pujanza, dan fe del incremento que
había alcanzado la industria de
las pieles.
De las de buey,
macho cabrío y cabra
salían los pergaminos, y de las
de ternera, las vitelas o pergamino, de gran finura.
Tanto unas como otras
requerían manipulaciones largas y delicadas: primero se sometían a un baño de cal o de sal, después de bien lavadas, para reblandecer los restos
de grasa y sangre del animal, quitándolos a continuación por medio
de raederas, más
tarde se pulimentaban
con piedra pómez, se desprendían los pelos, y vuelta a lavar
y estirarlas mediante bastidores,
donde se clavaban; finalmente se impregnaban de aceite de albayalde, y pasaban al blanqueo con greda, tras el cual
todavía se afinaba la superficie con
otros pasos de piedra pómez.
Las pieles destinadas a cubiertas de libros, cordobanes y badanas se obtenían de las de macho cabrío o cabra y de las de oveja, cordero o ternera, curtidas por procedimientos distintos y luego teñidas.
Las pieles destinadas a cubiertas de libros, cordobanes y badanas se obtenían de las de macho cabrío o cabra y de las de oveja, cordero o ternera, curtidas por procedimientos distintos y luego teñidas.
Así como la hoja
de pergamino sustituyó al papiro
de los egipcios, que no en todo
momento podía obtenerse, el papel de fibra, inventado mucho más tarde, vino a reemplazar al pergamino
en aquellos casos en que la condición del texto escrito no
interesaba conservarlo
indefinidamente, quedando éste en
uso cuando los escritos tenían verdadera importancia.
El arte de fabricar
papel de fibra se introdujo en
España hacia el siglo X, y ya
en el XIV estaba desarrollado en distintos pueblos y ciudades de Aragón,
que producían respetables cantidades de muy buena
calidad. Nuestros monarcas de esta época
protegieron la industria y
usaron los productos a la vez que el pergamino.
Asso, en su Historia de la economía política de Aragón, escrita en el siglo
XVIII, cita como localidades productoras
de papel Graus, Castejón, Ateca,
Calcena y Calamocha; pero
documentos de Zaragoza y Tarazana hablan de
estas dos poblaciones ensalzando la calidad de los papeles que fabricaban, y con ellas los
pueblos de Juslibol y Villanueva
de Gállego, foco; no despreciables de
esta industria.
Hasta tiempos
muy recientes, todavía funcionaba un molino
de papel sito, probablemente, en el mismo
lugar señalado por
documentos del siglo XVI, en el
curso de una de las
principales acequias de riego de la huerta de Zaragoza, término de
Villanueva de Gállego, donde, por
procedimientos muy primitivos, se
producía el papel llamado de barbas.
Merece la pena
reseñar el proceso que
seguía la fabricación. Como
materia prima entraban los
trapos, los que, una vez separados los blancos
de los teñidos, y desprovistos de botones, corchetes y otros
aditamentos, pasaban a grandes estancas
para su maceración, y más tarde a otros
depósitos, donde, con ayuda de
sustancias quí micas, quedaban
decolorados. De aquí se transportaban a
nuevos depósitos para batidos, con objeto de separar los
hilos del tejido, que quedaban sueltos y rotos en
fragmentos pequeños merced a la operación. Transformados en
pasta se almacenaban
hasta el momento
de convertir las fibras o
hilitos en papel.
La obtención de éste
tenía lugar diluyendo la pasta en una proporción conveniente de agua con arreglo a densidades determinadas, según el grosor
del papel que se iba a fabricar, cuya masa de agua, constantemente batida para que las fibras se mantuvieran en suspensión y densidad
proporcionada, llegaba pausadamente a la
máquina. El artefacto consistía en un
armado de hierro, cilíndrico,
hueco, recubierto de tela
metálica, girando sobre su
eje y movido rítmicamente
por un pequeño salto de agua.
Las fibras conducidas por el líquido quedaban
aprisionadas por la tela metálica
mientras el agua escapaba por
sus huecos. Como
los hilitos caían sobre la malla en distintas direcciones, al quedarse
separadas del líquido
formaban una trama o cuerpo.
El tamaño del papel
dependía del de la tela metálica
que retenía la pasta, y aunque los límites del marco
de hierro donde se fijaba la rejilla eran rectos y
bien cortados, la caída
desigual de las
fibras daba lugar a
bordes desiguales. De
ahí su nombre de
papel de barbas.
Logrado el papel,
cada hoja iba al secadero en espera
del baño de cola necesario
para adquirir la debida consistencia, y tras
esto se satinaba y prensaba
como última operación.
Las curiosísimas marcas que
suelen llevar esas
clases de papel, llamadas marca de agua, con
signos, emblemas, nombres o iniciales, algunas muy interesantes, se conseguían
al fabricar el papel median te una filigrana de
alambre con la figura
o distintivo del fabricante, puesta en el centro de la tela metálica,
que, al servir de obstáculo al paso del agua,
deja sobre la marca menor número de
fibras, y, por consiguiente, el
papel tiene menos espesor en esta parte,
lo que ocasiona la diferencia de
densidad entre la marca y
el resto del pliego.
Los documentos
conocidos que tienen relación
con la industria del papel en Aragón pertenecen
al siglo XVI, y, aunque todos
ellos se refieren a
arrendamientos de molinos, no dejan de
tener algún interés por
ciertos detalles que
consignan sobre los útiles de la fabricación.
Uno de estos
documentos, dado a conocer
por Abizanda, lleva fecha de
1512, y es
una capitulación en virtud de
la cual Johan de Aguerrí, infanzón, vecino de Zaragoza, arrienda al papelero Esteban de Escareda un molino
de papel sito en
el lugar de
Villanueva de Burgacut, obligándose el propietario a
entregar al maestre Esteban
cinco pilas con todos sus aparejos, tres prensas para prensar
el papel, dos pares de formas
y dos mármoles de los de bruñir el papel.
Otro documento de igual
fecha, publicado por
el mismo autor, trata del arriendo de otro molino harinero y de
papel de Villanueva de Gállego,
situado en el término de la Granja
de la Junquera, pro piedad de don
Miguel López de
Frago, el cual lo
cede al maestro Bartolomé Chabarin.
También los
protocolos notariales de Tarazana
aportan datos relacionados con la industria del papel allí explotada,
todos ellos referentes a maestros
papeleros que arrendaban los molinos
de la ciudad y pueblos próximos. Un documento del
protocolo de Juan Español, con
techa de octubre de
1529, presenta a
Guillén de las Cortes, vecino de
Tudela, arrendando a los maestros
Remón Lo rente y
Arnaut Selmes, papereros franceses, habitantes en Tarazana, su
molino de papel emplazado en el
término de esa
población.
El mismo Guillén
de las Cortes firma en 1531 una
capitulación o contrato del trabajo que Pedro
Pérez había de hacer en el molino de papel sito en los términos de
Tarazana propiedad de aquél,
colocando piedras nuevas
sobre pilares. Sin duda, la
fábrica o molino
se amplió para intensificar la producción de papel.
Siguen las
noticias sobre maestros en el arte de fabricar papel
domiciliados en Tarazona. Los protocolos de
Francisco Malón, de 1531 y 1536, contienen documentos de
diversa índole otorgados por Jaime
Pérez, que tiene
un hermano, Miguel Pérez,
vecino de Villanueva,
barrio de Zaragoza, dedicado, como él, a la
fabricación de papel. Este Jaime Pérez
aparece unas veces
como vecino de
Tara zona y otras residiendo en Torrellas. El
maestro Esteban Frartella
otorga poder, en la segunda
de las fechas citadas, por
asuntos de su industria de papel que
explota en Tarazona.
Como se dijo al comienzo del capítulo, en
Aragón, desde el siglo XIV, se cubren las códices con
tapas forradas de piel, en las cuales van estampados dibujos o lazos
mudéjares de infinitas formas, dentro de
tipos poco variados.
Tras la invención
de la imprenta, las obras
que salen de las prensas de Zaragoza siguen
encuadernándose de igual manera,
como industria ya asentada y típica
del siglo XV.
Bien entrado el siglo
XVI todavía están en uso las encuadernadores de estilo mudéjar;
pero ahora la característica trama de
lazos se simplifica y convierte en figuras de líneas rectas,
sin cruces ni enlaces,
que forman cuadrados o fajas cuyos
fondos se gofran con
los mismos elementos decorativos de antes utilizados con el
mismo fin.
Durante los dos siglos
o más en que se sigue usando en Aragón,
el método de cubrir los libros por el
procedimiento iniciado en el XIV no se altera, consiste siempre
en dos tapas
de madera articuladas con el lomo mediante los nervios del cosido, recubiertas de cuero o piel, en el que de antemano se labró y estampó la decoración, distinguiéndose
dentro del tipo dos variedades: la llamada encuadernación
entera, cubierta toda ella de
piel, y la media encuadernación, en la que el cuero sólo cubre
la mitad de la tapa por la parte
que se articula con el lomo,
dejándose el resto sin
decorar, procedimiento éste muy aragonés.
Dos factores
entran en la decoración de las cubiertas
y lomos de toda encuadernación mudéjar: el arte puesto por
el artista para trazar la red o composición, bien sea a base de
un lazo más o menos complicado que figura en el centro de
la cubierta como tema único o repetido, con sus enlaces correspondientes y prolongación
de algunos lados
del polígono o estrella para formar
el cierre que
ha de llenar toda
la superficie de
la encuadernación, labor personalísima que se practica mediante un hierro especial siguiendo las líneas
del calco hecho de antemano sobre la piel; y el otro, más
mecánico, que consiste en llenar
los senos de los lazos
y los fondos de las fajas que lo
circundan, si es que la composición
lleva ambas cosas.
Así se explica que cuando los encuadernadores mudéjares estaban al
servicio de una Comunidad donde el trabajo era
continuado, el maestro de taller, seguramente autor y ejecutante de las
líneas generales que
iban a constituir la base de la decoración, no repitiera casi nunca el mismo
tema, sino que concebía y trazaba uno distinto para cada caso,
porque así lo exigían las dimensiones de la obra, ejemplares variados
de una biblioteca, quedando confiada
a los oficiales
o aprendices la faena de estampar
los adornos de los fondos mediante los hierros precisos para ello.
Los hierros de gofrar no
fueron usados por los artistas mudéjares como invención suya:
venían empleándose con igual
fin desde otros períodos y fueron
utilizados por los confeccionadores de guadamaciles para
lograr los dibujos que ellos
hacían en las pieles
con fines decorativos. Los
mudéjares aprovecharon la idea y los
confeccionaron en tamaños y dibujos adecuados a su estilo,
siendo muy probable que
las pieles de
encuadernar libros fuesen decoradas por los guadamacileros por encargo de los encuadernadores, y que éstos no tuvieran más misión, después de cosido
y armado el libro, que cubrirlo con la piel ya decorada.
Completan las cubiertas
mudéjares los broches de cierre,
metálicos en unos ejemplares y de cuero
grueso en otros,
adornados los dos con motivos
sencillos que juegan
con la decoración general, y, además, los clavos de cierto
relieve clavados en las tapas
aprisionando la piel
con objeto de preservarla
de las rozaduras que el uso pudiera imprimir
en ella.
La operación de estampar dibujos en los fondos de las composiciones
por medio de
punzones o matrices
se conoce hoy
con el nombre de gofrado.
Hemos señalado
como elementos propiamente mudéjares
de toda encuadernación del estilo,
en primer lugar, la traza o líneas generales de la composición, bien
sea de labor o de lazo, una y
otra dibujadas en líneas
sencillas o dobles, trabajo que
evidentemente hubo de practicarse a mano, sin auxilio de otro hierro que el de rayar, porque así lo prueban las mismas
encuadernaciones, donde es frecuente encontrar
enlaces mal hechos o
cruces equivocados que no
han podido enmendarse porque el
hierro caliente dejó sobre la piel la huella
de su paso, y en segundo término,
los adornos de fondos y fajas, también de carácter mudéjar, que se
estampan de manera menos artística, casi mecánicamente.
Entre los primeros se
encuentran variedades de dos
temas nada más: lazos de cuatro,
simples u octogonales, y lazos de seis en forma de polígono, o la
estrella, y como derivación del de seis, la estrella en mezcla
con lazos curvos. Antes de hacer esta
apreciación se ha consultado
un número crecido de ejemplares, y
entre todos los vistos no se halla uno
solo con lazos de mayor número que !os
citados, es decir como si aquí, lo mismo que en la decoración arquitectónica y
en la de relieve o pintada, los lazos de
grandes combinaciones no se hubieran
conocido. Y este hecho, casual o no, es una nueva confirmación de lo dicho al tratar de este elemento en sí, apreciado
como de origen local, que se toma
de los de igual número de lados de la Aljafería.
Las composiciones
típicas que predominan, con lazos o
labores, son siempre, en lo aragonés, lazos de cuatro, estrellas de seis, estrellas de seis con enlaces curvos¡ lazos
de cuatro, octogonales; estrellas
de ocho combinadas con cuadrados, y
hexágonos enlazados dentro de un cuadrado.
En los fondos se han
visto lazos curvos, estrellas pequeñas de ocho puntas,
sin enlazar o en unión de cuatro, fondos de tallos, orlas hechas con rombos, orlas y fondos de
trenzas, y fondos de cuadrados montando, más algunas otras formas
menos interesantes.
No es tan fácil
como parece señalar
los tipos decorativos mudéjares
aplicados en los primeros tiempos de
este período de la encuadernación y cuáles siguieron a éstos,
porque, si se examina el contenido, no en todos los
casos el
tipo de encuadernación aparente mente más arcaico
corresponde a un códice
o manuscrito. Desde luego, puede
afirmarse que la riqueza
de la composición decorativa y su pureza
artística se relacionan
con la del libro, bien por ser el texto de
suma importancia o
tan sólo bello, tipográficamente considerado.
Menos dificultades encierra fijar los de la época del apogeo, que para nosotros está entre trabajos del siglo XV, viéndose en
manuscritos y en incunables
tipos de cubiertas con temas
parecidos.
Señalar la decadencia de este arte no tiene
grandes dificultades.
No precisa analizar
el texto de la obra ni buscar
la fecha de impresión; la marca
la misma cubierta, de la que han desaparecido los lazos como traza
o tema, y la composición general se
ha convertido en líneas rectas que
recuadran fondos, o puestas como
filetes apareados para separar fajas. En
éstas, así como en los
fondos, sigue el gofrado con los mismos motivos de trenzas que en ocasiones constituyen toda la decoración, y aparecen otros nuevos
formados por estrellas de ocho,
macizas o a dos rayas, estrellitas pequeñas, ojos, puntos
y lazos curvos en labor muy
grata a la vista.
Considerada la
encuadernación como arte menor,
de poca importancia, no cabe que los documentos arrojen contratos de obra o convenios entre maestros y aprendices, como si se tratase de arte puro o industria. Practkada en el seno de
la Comunidad y por
elementos de la misma, no había
por qué recurrir al testimonio notarial ni
aun en el caso en que los obreros
fueran extraños a ella, los cuales, de haberlos, serían pocos, seguramente, y se
sucederían en el cargo como derecho de familia.
Tan sólo
en los libros de cuentas de las
catedrales, donde siempre hubo
magníficas bibliotecas al servicio
del Cabildo, se encuentran algunos
datos relacionados con jornales
que devengan los
obreros que escriben y
encuadernan sus libros.
En los de la catedral de Tarazana figuran en
varios años partidas pagadas a
amanuenses y encuadernadores, a los cuales
se les llama cribanos y libreros,
por determinados trabajos, unos preparatorios del material donde se ha de escribir el texto, otros por confección y encuadernado. Entre las
fechas 1495 y 1526 aparecen
los nombres de Maestre joan,
librero que adoba varias obras; Maestre
Joan de Somer, que encuaderna una
Pasión y un Evangeliario; Juan
López de Sarría, librero de
Tarazana, quien encuaderna unos
procesionales y varios libros de coro;
Maestre Pedro López,
que prepara papel
pautado y encuaderna después los
libros.
La obra que
nosotros hemos visto de estos
encuadernadores de apellidos
cristianos, que bien pudieran encubrir los de algún morisco, responde en
absoluto a las características que se han asignado. Un libro de 1480 va cubierto con lazos
de cuatro dispuestos de manera que
dan lugar a calles o fajas cruzadas, con los fondos gofrados con labores trenzadas. Otro de 1485 emplea como tema
principal la estrella de seis con
enlaces rectos y curvos
para unirse a una especie de banda, también
de lazo, que circunda la
composición, cubiertos los fondos con labores estampadas de distinto dibujo para
mayor contraste. Del mismo
año reproducimos la composición
hecha a base de la estrella de seis, con cruces rectos
que se unen a un cierre curvo, al modo como se hacen las celosías de los
óculos de las iglesias del Arcedianato
de Calatayud, y dentro de un rectángulo enlazado con dos extremos o puntas
de la estrella. De 1495 y 1496
son dos encuadernaciones a base
de la estrella
de ocho: una
en lazo de cuatro, octogonal, repetido, unidas como
las lacerías de este tipo que en fajas
figuran en muchos
campanarios aragoneses; la otra
tiene una sola estrella dentro de
un fileteado rectangular alargado, y para ocuparlo solamente con la
estrella, ésta dobla en las puntas superior e inferior mediante
cuadrados.
Al comenzar el siglo
XVI, el tema lazo pierde carácter: tiende a la degeneración y se
utiliza como orla o faja que deja un
pequeño rectángulo en el centro,
ornamentado bien con una figura
caprichosa o con el título del contenido.
Otras veces se emplea
la estrella de ocho en masa, cuatro, seis o más, según las
dimensiones del libro, con enlaces
caprichosos, y se orla con repetidos filetes, acompañados de grupos de
puntos o incisiones menudas que ayudan
al contraste.
Las llamadas medias encuadernaciones no llevan el trazado
general reproduciendo lacería o labor
clásica: Filetean con líneas más o menos apretadas para convertirlas
en fajas decoradas con labor menuda
o simplemente limpias, y en el centro, alargado en unos
casos o en paneles otras, es donde aparece la estrella,
menuda, de ocho, aplicada en masa como
labor.
Curiosa es la decoración de
un lomo de libro
en que entran
el hexágono y el cuadrado en
posición diagonal. Dentro de cada cuadrado v a un hexágono interferido por otro
que monta sobre dos cuadrados. Labor
muy original y poco
usada.
Lacerias
Los métodos clásicos para
desarrollar una lacería, expuestos por Diego López de Arenas en su obra impresa en 1633 con el título Carpintería de lo blanco
y tratado de alarifes, glosada en los
tiempos presentes por el
ingeniero Prieto y Vives,
no pudieron ser utilizados por nuestros
albañiles, carpinteros, decoradores, etc., mudéjares
y moriscos, dada la
pobreza de su
obra; de haberlos
conocido, se hubieran apresurado
a ejecutarla con
toda la riqueza de
figuras y combinaciones
empleadas por los
artistas del sur, maestros en
el arte de las lacerías.
El trazado
científico de un
tema decorativo de esta
naturaleza requiere, en efecto, conocimientos no vulgares de aritmética y geometría, o
estar en el secreto de
reglas perfectas que los sustituyan, sobre todo cuando en las composiciones entra como
base del tema un polígono estrellado de
muchos lados o dos
de diferente número que han de enlazarse
con belleza de
modo exacto. Si para ello no fueran necesarias
normas obedientes a un
cálculo, los artistas
aragoneses, sin duda alguna, hubieran dejado pruebas de estos conocimientos
en trabajos de mayor empeño, y no es así.
Al estudiar los lazos y
labores que decoran lo
arquitectónico o son el
motivo decorativo en la obra
de madera, yeso y
pintura en los monumentos aragoneses,
se confirma que los temas predominan tes son de gran sencillez: polígonos
y estrellas de pocos
lados, para enlazarse generalmente con el menor
número de combinaciones, huyendo
del empleo de lazos de doce,
dieciséis y veinte, base de enrevesadas
lacerías. En la obra de albañilería figuran
tan sólo lazos
de cuatro: de cuatro, octogonales, de seis y de ocho.
En los trabajos en yeso, los temas
son más ricos, encontrándose
lazos dobles de diez
y de cinco, de siete, y alguna
variante curiosa aplicada
como motivo único en óculos o ventanales. En la madera
se usan idénticos temas, que
llegan a simplificarse hasta lo
inverosímil, sin que
aparezcan en trabajos determinados, como puertas
y techumbres, los complicados lazos
que originan los polígonos de muchos lados,
tan corrientes en obras de alfargía
castellanas y andaluzas.
La limitación de temas
en las lacerías aragonesas es
demostración clara del desconocimiento de los métodos de trazarlas con todas
las reglas del arte; y este juicio, expuesto en
términos tan categóricos, no tendría
valor alguno si no lo hubiéramos visto confirmado en
la las propia obra.
No obstante, los
artistas mudéjares de Aragón debieron
conocer pronto la decoración por
lazos, apresurándose a utilizar los
primeros temas divulgados: los
sencillos, que para trazarlos no exigían conocimientos
especiales, y, una vez adoptados, arraigarían
de tal modo que quedasen
definitivamente en uso, sin esperar las
evoluciones del sistema. Porque es de
suponer que las lacerías, en su origen,
fueran de temas sencillos para llegar a nuevas y más ostentosas formas después
de tanteos y cálculos,
rechazándose aquí las complicadas si con las otras se llenaban
todas las necesidades
decorativas.
Por otra parte, la obra misma, volvemos a decir, descubre los medios de que
se valieron los artífices
aragoneses para lograr el trazado
de lacerías sin recurrir a
métodos científicos, por procedimientos de lo
más rústico y primitivo; sospecha
despertada en nosotros al desentrañar algunos
lazos, y comprobada más tarde en
uno de los monumentos decorados con motivos
del estilo. Mahoma Rami,
mudéjar especializado en decoración pintada, como prueban
documentos en que aparece su
nombre, hizo la de la iglesia de
Cervera de la Cañada, y para trazar el
dibujo de estrellas de ocho que
llenan las paredes del coro,
utilizó una regla
de madera, de
poca anchura, y con ayuda de un
clavo o herramienta semejante rayó la pared verticalmente y en
sentido horizontal para
formar una red de cuadros
dispuesta de la manera siguiente:
tres regladas verticales,
cuatro espacios o anchos de la
regla sin rayar,
otras tres regladas
de rayas, nuevo espacio vacío y así sucesivamente por todo
el muro; después idéntica
distribución en sentido
horizontal, dejando
alternativamente el espacio vacío
equivalente a cuatro regladas, y para
finar, regladas diagonales
desde los centros del grupo de tres fajas para formar cuatro puntas de la
estrella. Hecho esto, le bastó
llenar de color
la faja interna de cada cuadrado en blanco proyectándose la estrella
y enlaces con las vecinas, y más tarde
pintar el fondo con
un motivo de otro color, consiguiendo
una decoración perfecta, de gran efecto. El tiempo se encargó
de borrar lo pintado, dejando al descubierto la ingeniosa red que
muestra el procedimiento seguro y
sencillo usado por
Rami.
No es éste el
único ejemplo donde
trasciende el probable método de trazado. En la mayoría de las puertas adornadas con lazos o labores se observa que sus dimensiones
equivalen a las de
un paralelogramo rectángulo formado por dos
cuadrados, es decir, tienen
por longitud dos latitudes, forma susceptible
de dividirla en mitades repetidas veces y dar lugar, por
tanto, a un gran número de cuadrados
de lados horizontales y verticales, más a otro no menor
de lados inclinados, si dentro de los primeros se
trazan sus diagonales. Dicha red sirve cómodamente para el trazado
rápido de octógonos, estrellas de ocho
y demás figuras geométricas de
valor equivalente, y de ella pudieron
servirse, sin necesidad de
tanteos ni cálculos, para desarrollar una lacería de
este sistema.
Para las labores y lazos
con temas de seis, bien sean hexágonos o estrellas,
pudo aplicarse un
procedimiento parecido
mediante la descomposición del
hexágono en triángulos
equiláteros, dividido por diámetros que
unen los ángulos opuestos, red
que equivale a su vez
a otra de rombos formados
por dos
triángulos equiláteros.
Fundados en estas observaciones, y ante la posibilidad de haber
coincidido con el modo utilizado
por nuestros mudéjares
para el trazado de lazos, no vacilamos
en exponer el seguido por
nosotros para desentrañarlos con
ayuda de los
más elementalísimos principios geométricos y de útiles tan sencillos
como un compás, una
regla y una escuadra. Pero antes
de entrar en materia
conviene exponer cómo pueden
construirse los polígonos
estrellados partiendo de un
principio natural, instintivo, al
que se
tiende espontáneamente, aun en el
caso de
conocerse los científicos.
En toda lacería, el tema motivo
de ella suele ser una
estrella de menor o mayor
número de puntas, de las
cuales dependen su riqueza decorativa y sus distintos
enlaces, embelleciéndola. Como es natural,
a mayor número de
puntas corresponden más
lazos y más variedad de combinaciones, y de ellas o del número de
lados del po lígono
que las engendra
toma nombre la
lacería, llamándolas de cuatro,
seis, ocho, diez, doce, dieciséis, veinte,
etc.
Una circunferencia
puede dividirse en seis partes iguales
mediante la abertura de compás
con que se ha trazado. Unidos por
líneas rectas los puntos de la división, queda inscrito en ella
un polígono regular de seis
lados. Todo polígono regular puede
transformarse en otrc estrellado sin más que unir alternativamente los puntos de división de
la circunferencia.
Para nuestros fines no
es indiferente la posición del polígono resultante, pues si la circunferencia ha
sido previamente cortada por dos
diámetros perpendiculares
entre sí, uno
vertical y otro
horizontal, y la división se hace partiendo de uno de
los extremos del diámetro horizontal, resultará un hexágono con
dos lados horizontales, mientras que si
se parte del vertical,
el hexágono tendrá
dos lados verticales y ninguno
horizontal.
Transformar el
polígono en estrella
se consigue, como
quedó dicho, por unión alternativa
de los puntos de división de la
circunferencia, o también por
prolongación de los lados del polígono,
hasta cruzarse con los de los
inmediatos. En ambos casos, la resultante es la misma, si bien
varían posición y tamaño
de la estrella por estar
inscrita en !a circunferencia en un caso
y circunscrita en el otro. Del hexágono
sólo puede derivarse
una estrella cuya posición
en las lacerías depende de la del
polígono, lo que señalamos
porque en las dos
proyecciones se la encuentra en la decoración aragonesa.
El octógono
engendra dos estrellas distintas en
cuanto al valor de sus ángulos y a las posiciones. La circunferencia partida en
cuatro partes iguales por
dos diámetros, uno horizontal y otro vertical, puede dividirse
en ocho si por tanteo
se halla la distancia media de la cuarta parte
correspondiente a dos extremos
de los diámetros. Unidos entre
sí directamente, por rectas, los
ocho puntos de la
división, se logra el polígono regular de
ocho lados u
octógono, sin ningún lado
paralelo ni perpendicular a
los diámetros. Y si
dichos puntos se unen alternativamente se obtendrán dos cuadrados,
que, interferidos simétricamente, dan lugar a una estrella de
ángulos salientes rectos
y ángulos entrantes obtusos, y si
estos últimos se unen directamente, dan lugar a
un octógono con cuatro lados
perpendiculares a los diámetros.
Las ocho
divisiones de la circunferencia unidas
no alternativamente, sino salvando
dos en cada
unión, nos dan
igualmente una estrella de
ocho que, con
referencia a la
otra, tiene invertidos
los valores de los ángulos, siendo
rectos los entrantes y
agudos los salientes.
Y si en vez de inscribir los
dos polígonos en la circunferencia se circunscriben
mediante la prolongación de los lados
del octógono, como se hizo al tratar del
hexágono, las estrellas serán, como allí, distintas en
tamaño y posición, aunque iguales
en el valor de sus ángulos.
El decágono da
lugar a la formación de tres estrellas.
El polígono regular
de doce lados es, para
los efectos de su trazado por
procedimientos no científicos, semejante
al del hexágono: una duplicidad
de éste. Basta, con el mismo radio que sirvió para trazar la circunferencia, dividirla primero
desde los extremos del
diámetro horizontal y después
desde los del vertical,
y unidos directamente los puntos por rectas
se obtiene el polígono.
Si, como demuestra una
de las figuras, los puntos en que se dividió la circunferencia se unen
alternativamente, se habrán inscrito dos
hexágonos regulares, distintos en posición, que
al cruzarse forman la estrella de doce,
normal.
Los polígonos estrellados que se forman con el
dodecágono son muy distintos en aspecto,
por las
diversas combinaciones
susceptibles de hacer.
Por ser doce los
lados del polígono y
el número doce múltiplo de tres, los enlaces de los temas
a base de este polígono son
también muy variables, según sean tres,
seis o doce las ligaduras de la
lacería. La división de la
circunferencia en doce
partes facilita el
trazado de triángulos equiláteros, y con ellos el de estrellas de seis en las dos posiciones citadas al tratar de ellas.
Con el polígono
de dieciséis lados se
logran estrellas en
cinco variedades, y con el de
veinte el número asciende hasta ocho, y
se trazan por el procedimiento
simple de unión de las divisiones en alternativa progresiva.
Los polígonos regulares
de lados impares (cinco, siete, nueve, etc.) y las estrellas correspondientes apenas se
encuentran en el mudéjar aragonés. Cuando se usan, como tema
único, sin repetirse o formar lacería. Su trazado por procedimientos naturales se
ajusta en todo al de los
polígonos y estrellas pares: tanteo de
la división de la circunferencia
en tantas partes como
lados ha de tener
el polígono y unión
de los puntos alternos cada tres,
cuatro, etc., según permita el número de lados.
Descrito el medio
de construir los temas
y darles la
posición adecuada, según las conveniencias, procede hacer lo propio con
sus enlaces para formar lacerías o labores, que para el caso
es lo mismo. Al ver que predominan en la decoración mudéjar aragonesa
los lazos de polígonos de pocos
lados, sencillos, rara vez dobles, hay que suponer
que la pauta para la confección correcta de la lacería se
basase en iguales o parecidos
procedimientos, y de nuestras observaciones hemos deducido que casi todas pudieron ser trazadas mediante redes de
rombos o de cuadrados. Las redes de rombos han de ser susceptibles de descomposición en triángulos equiláteros, y para su construcción nada
como servirse del hexágono regular partido por
diá metros que unan los
ángulos opuestos. Pero en la decoración
aparecen hexágonos y estrellas de seis en dos
posiciones distintas, lo que
requiere dos redes
diferentes, y ya se ha visto al
hablar del hexágono cómo
varía la posición de éste según se haga su
trazado comenzando desde el diámetro horizontal o desde el vertical, lo que da lugar a que los rombos y triángulos en que puede
descomponerse aparezcan en
distinta posición. Por eso hay que
distinguir si la red debe ser de rombos verticales o de rombos
horizontales. La forma de lograr
ambas redes se comprende a la vista de las figuras.
LAZOS DE
SEIS.- Las obras de albañilería,
decoración en yeso y madera dan
abundante número de ejemplos
de este tipo de lazo, en la forma más
simple unas veces y con
ligeras variantes otras, en redes de rombos verticales y de rombos
horizontales.
Mediante pauta de
rombos verticales se logra
la estrella de dos puntas
verticales y cuatro horizontales, que, por prolongación
de los lados, sé rodea de
hexágonos regulares. Es una de
las lacerías o labor de trazado más
fácil, susceptible de ligeras
modificaciones que, sin alterar su esencia, le comunican otro aspecto.
Tal ocurre con la lacería de
ladrillo que llena el paño
izquierdo del muro de la capilla de San Miguel en la Seo
de Zaragoza, cuyo tema
es una estrella de seis que, en
vez de estar cercada de hexágonos, éstos se han
convertido en una figura alargada de
seis lados por supresión de un cruce entre dos
hexágonos, dando lugar a
otras figuras complementarias que
sirven de enlace de los
temas reproducidos
alternativamente. La variante
está hecha, probablemente, para dar
lugar a grandes espacios o fondos donde colocar cerámica.
Con red de
rombos verticales debió trazarse uno
de los artesonados de la techumbre de la Sala Capitular del
Monasterio de Sigena, en el que
aparecía la estrella
vertical que da esta clase de red, reproducida en líneas
verticales alternas que separan
bandas en zig-zag laterales y cuatro
hexágonos colocados en la
línea de estrellas.
La modificación consiste en haber
suprimido dos hexágonos de los seis que normalmente se forman alrededor de la estrella, y al prolongarse
sin cruce cuatro lados de ésta se origina una banda
horizontal.
Más curiosa es la formación del tema
de una estrella semejante a las anteriores, encerrada dentro de
hexágonos enlazados, cuya
decoración figura en una de las
lacerías que conserva la interesante iglesia de Tobed. Para lograrlo debieron servirse de
la red de
rombos verticales, y elegido
como centro del tema el de
un hexágono cualquiera
de los que da la red descompuesta
en triángulos, se trazó en cada uno de los ángulos del
hexágono una circunferencia con un radio tal que obligara
a cortarse con las inmediatas. Dispuesta la nueva red de
circunferencias, bastó unir con
líneas rectas los
puntos en que las
circunferencias cortan los triángulos,
y el resultado es la
lacería que representa en esquema una de las
figuras.
La red de rombos horizontales da lugar
a un hexágono con dos lados
verticales y a una estrella de
seis puntas, de las cuales
dos están en posición horizontal, y las cuatro
restantes en posición vertical. La combinación más
sencilla a que puede
dar lugar es la
de la estrella circundada de hexágonos,
como en el primer caso
de los citados, si bien proyectada de otro modo.
Así se encuentra, como la bor, llenando
las dos hojas de la puerta de entrada de la iglesia románica de
San Miguel, en
Tamarite de Litera,
obra seguramente morisca tardía
o cristiana, la
cual, para mayor
belleza, se adornó con clavos de media esfera colocados en los ángulos de las figuras y enlaces.
Muy parecida
a ésta es la puerta
de entrada a la
catedral de Roda de
lsábena, con la
modificación de haber
sido prolongados los hexágonos,
dando la sensación de
estar encerrado el tema en un
hexágono muy grande. Esto, además, da lugar
a fajas de hexágonos irregulares
y pequeños triángulos que distancian los
temas.
Uno de
los ocho artesonados que formaban el techo de la Sala Capitular de Sigena estaba decorado con lacería de hexágonos verticales
ligados de modo parecido a la celosía
de la iglesia de Tobed, ya estudiada. En ésta de
Sigena, los hexágonos eran mucho
mayores que las estrellas, y al
enlazarse daban lugar a tres
rombos dentro de cada hexágono,
que se convertían en otros hexágonos más pequeños por la adición de
una figura complementaria bordeando la estrella, idéntica a ésta si no se le hubieran truncado las
puntas.
LAZOS DE
OCHO. - Para trazar los
lazos de este tipo en las dos variedades de estrellas puede servir
perfectamente la red de cuadrados normales con ayuda
de otra red secundaria de cuadrados en posición diagonal
con relación a los otros,
espaciados según convenga.
El caso más sencillo
es el de la
decoración pintada en la iglesia de Cervera
de la Cañada, del
cual se habló
ya, en la
que, como puede
verse, el artista
preparó la red
simplificándola sin perjuicio para
el buen trazado de
la lacería, que consiste en
la unión directa de estrellas
de ocho por cuatro de sus
puntas, dando lugar a un lazo de
cuatro octogonal. Este tipo se
prodiga en la decoración aragonesa puro y alterado por la interposición de cuadrados o supresión de cruces o
parte de estrellas. Ejemplos de ellos y sus modalidades, además del citado, están en las
torres de Teruel, Terrer y alguna más, y
también en muchas obras de
madera decorando las jácenas.
En mezcla
con el lazo
de cuatro octogonal se
encuentra el de ocho en dos obras
de ladrillo muy importantes: el fondo de la derecha
del muro de la capilla de San
Miguel en la Seo,
de Zaragoza, y el cuerpo ciego de la
torre de Quinto. En la primera, el
tema es una estrella de ocho puntas de ángulos rectos, que en las
prolongaciones verticales y horizontales da lugar a la formación de un lazo de cuatro, octogonal, encerrado en un cuadrado que trazan las
prolongaciones diagonales de la estrella principal. El tema
se repite invariable hasta
llenar la parte de
muro donde aparece.
En la torre de la
iglesia de Quinto constituye el tema una
estrella de ocho con puntas de
ángulos agudos, en mezcla también con
lazos de cuatro, octogonales.
El valor de
los ángulos de la
estrella y su posición
motivan una lacería
de aspecto muy
distinto a la otra, porque el cuadrado que
encierra el lazo de cuatro
octogonal está formado por la
prolongación de los lazos
horizontales y verticales de la
estrella principal y no por
los diagonales, resultando, además,
ser más
pequeños los temas secundarios.
La típica iglesita de
Cervera de la Cañada conserva en el costado derecho del presbiterio la entrada a la sacristía
con una
puerta vestida de labores a
base de estrellas de ocho, en la
posición que presentan en la
torre de Quinto. Para nosotros es
de especial interés demostrar
cómo pudo trazarse en este caso la red
por procedimiento verdaderamente exacto si los
artistas se sirvieron de los
medios simplicísimos sospechados. La puerta equivale en dimensiones a
dos cuadrados; es de tablas unidas,
tiene la
labor de moldura
aplicada mediante clavos, y libres de
decoración los bordes que montan
en el aro. La división de la
superficie a decorar, marcando las calles que dejan
los cuadrados, pudo hacerse de
la manera siguiente: división de
la superficie en dos cuadrados,
subdivisión en cuatro, nueva división
de los ocho resultantes en cuatro cada uno,
quedando la super· ficie total
descompuesta en treinta y dos cuadrados iguales. Por los ángulos opuestos de los cuadrados se
hacen pasar diagonales, y hecho esto se inscribe
en cada cuadrado una circunferencia
tangente a los lados, unidos los puntos en
que las circunferencias son cortadas por las diagonales
se habrá trazado dentro de cada cuadrado otro de tamaño menor, y el conjunto forma las calles de la composición; en las
confluencias de éstas, bien horizontal o
verticalmente, en alternativa simétrica, se sitúan las estrellas, de las
que cuatro de sus ángulos en trantes serán los de los cuadrados, y para
completarlas bastará trazar cuadrados en posición diagonal
a los otros, con los ángulos
a igual distancia del centro
de las calles y con
el saliente que
indican los cuadrados horizontales. El
trazado por este
procedimiento es, además de perfecto, rapidísimo.
Sirviéndose de la red
de cuadrados y diagonales se
consigue reproducir correctamente y sin
titubeos los motivos que en forma de fajas orlaban los artesones de la Sala Capitular de
Sigena. La primera
era un doble
hexágono irregular cuyos lados,
al cambiar la marcha, daban lugar a un
cuadrado; la segunda, similar a la anterior, con la sola diferencia de estar
modificada la marcha de los lados
para formar estrellas irregulares de seis; la faja tercera era el lazo de cuatro
simplificado por supresión
de algunos elementos y
adición de otros; la cuarta y
última, la más interesante, ofrecía
la particularidad de estar formada por paralelogramos rectángulos en
posición vertical y horizontal que desfiguraban los enlaces. Este
motivo era idéntico al que se ve, en forma de faja también, en la torre de Tauste.
Estrellas de ocho
en dos tamaños, unas mayores
como tema de la
composición y otras chicas
orlando a aquéllas, decoraban
otro de los artesones de
la techumbre de la
Sala Capitular de Sigena, tantas veces citada. La estrella del
tema prolongaba sus lados
tendiendo a formar un octógono que la encerraba, y los enlaces,
después de rebasarlo, daban lugar a las estrellas pequeñas colocadas en sentido
diagonal. Dentro de las dos, unos
octógonos regulares, a mayor profundidad que
la del plano general del artesón, ayudaban a resaltar los efectos de la lacería.
En esta misma obra
figuraba un tema vulgar repetido en
todas las piezas de composiciones en que intervienen octógonos regulares y que decoraban los cruces que
ellos dejaban . Era una
estrella de ocho que, al
prolongarse por sus puntas, daba lugar
a otra mayor en igual posición, y ésta, de la misma manera, a otra mayor que aquéllas, encerrándolas. El
motivo en sí no tiene nada de particular, pero sí su
trazado, porque las estrellas han
de ser proporcionalmente mayores para que los lados se crucen
debidamente, y por esta
causa dejan espacios de separación desiguales, siendo
imposible recurrir a la red de
cuadrados para llevarlo a cabo.
Buscando solución
al pequeño problema, hemos
supuesto las cosas del siguiente modo:
En el espacio cuadrado donde figura el motivo en posición
normal a los ejes, se traza una
circunferencia tangente a los lados; en ella, cuatro diámetros
perpendiculares dos a dos, dividiéndola en ocho
partes iguales, y desde los extremos se traza la estrella uniéndolos alternativamente. Formada la est
rella externa, se toma un
tercio del radio que
sirvió para su
trazado, y desde el mismo centro se traza otra, que,
cortada también en
ocho partes, sus puntos de división servirán
para desarrollar una estrella de
igual forma y posición que la otra. Para
situar la intermedia, basta prolongar las puntas de la central
o pequeña por fuera de la circunferencia en la misma
dirección y medida
que tiene dentro
de ella, y cruzar hacia
fuera, en dirección
paralela a los lados
del cuadrado, hasta alcanzar los de la estrella mayor.
Muchas veces, sobre
todo en obras de madera, la
estrella se sustituye por el octógono que
la engendra, y con
él se desarrolla el tema, base de infinito número
de variadas lacerías
y labores. Obra de este
tipo es la techumbre del
Salón mayor de la Casa de la Maestranza de Zaragoza, primitivo palacio de Miguel Don
Lope, levantado en la segunda
mitad del siglo XVI. En la
cubierta de la casa, alero y tal vez alguno
de los techos intervino Juan Fanegas,
según documentos publicados
por Abizanda sin
determinar el trabajo
del artista.
La que nos ocupa
es de grandes dimensiones, en
forma de artesonado de cajas octogonales cercadas por
lazo de dos cuadrados
en estrella de ocho, dispuestas de
manera tal que sus puntas
dejan otro octógono más pequeño
entre cuatro estrellas¡ los octógonos son artesones profundos
revestidos de molduras, y en los
fondos, pinas y mocárabes. El trazado de conjunto lo imaginamos posible
tomando como punto de partida una circunferencia que, dividida en dieciséis partes iguales, permite situar
la estrella de ocho
puntas en la
posición necesaria. Para repetir
el tema, construir en la prolongación de los diámetros normales circunferencias del mismo radio
que la inicial, haciendo que se corten en los puntos de contacto de
dos puntas de la estrella. Como
cada elemento aparece aislado,
sin enlace con el vecino en
simple contacto, es una labor que, en
masa, simula complicada lacería.
Hay que considerarla como
obra morisca degenerada.
A base de octógonos
regulares combinados en labores se encuentran decoradas algunas puertas de habitación: una, en el Museo Provincial de Zaragoza, procedente del
Palacio de los Barones de
Osera otra, en una
casa renacentista de Longares,
ambas de una sola hoja y pequeñas dimensiones, y otra tercera, ésta mayor que aquéllas, de dos hojas, que se conserva en uno de los patios de la casa de Ez mir, en Zaragoza. Cada hoja
tiene las mismas proporciones: dos
cuadrados y el tema, un octógono
en cada cuadrado, interferidos en el
centro por otro igual; en los ángulos alternos de los octógonos hay otras figuras
geométricas iguales, pero
más pequeñas, que, prolongando sus lados hacia los ángulos de los
cuadrados que las contienen, forman
rombos que, al reunirse en el
centro del cuadrado mayor, trazan
una estrella de cuatro puntas.
Esta al parecer complicada labor pudo
trazarse por medios a todas luces sencillos. Cada cuadrado dividido en cuatro por
sus centros, y los
resultantes vueltos a dividir en igual
forma; diagonales y
circunferencia inscritas en el cuadrado mayor;
la intersección de las diagonales
con la circunferencia, juntamente con los primeros diámetros, divide a ésta en
ocho partes iguales que sirven para
trazar el octógono mayor; con el
radio necesario se construyen en los
centros de los cuadrados resultantes de la primera división otras tantas
circunferencias que pasen por los ángulos correspondientes del octógono, y como estas
pequeñas circunferencias resultarán
divididas en ocho porciones
iguales por los respectivos diámetros, se trazan dentro de ellas los octógonos. A continuación
se prolongan los lados de estos pequeños octógonos en busca de
los ángulos de
los cuadrados en que asientan, resultando, finalmente, la
figura descrita al principio.
El coro de la Seo de Zaragoza tiene en los lados mayores dos pequeños
pasos de servicio abiertos a través de las capillas del trascoro, cerrándolos cuatro puertas decoradas en sus
caras y respaldos con lazos y labores
mudéjares, descritos en el capítulo que
trata de las obras en madera. Una de
ellas, similar a la puerta de entrada a la sacristía mayor,
tiene, decorándola, un tema clásico a base del octógono regular encerrado en un cuadrado, cuyo trazado
por procedimientos naturales se ha desentrañado como se expresa
en el gráfico de una de las figuras. El cuadrado de punto y
raya marca el límite
del tema; en él se trazaron dos
diámetros para unir los
ángulos opuestos y se ha inscrito una circunferencia que cortan los
diámetros del cuadrado; por los puntos de contacto de
circunferencia y diagonales,
uniéndolos directamente por rectas,
se formó otro cuadrado paralelo al primero.
Desde los cuatro puntos de
contacto de la circunferencia con el
cuadrado mayor se llevan
rectas a los ángulos del cuadrado menor fronteros a cada punto, dando lugar el cruce
de estas líneas a la formación
del octógono. La prolongación natural de los lados del
octógono marca los
cruces de repetición del tema, y ayuda a
formar, con los lados del
cuadrado menor, las cuatro estrellas
resultantes de sus cruces.
El tema clásico
de lacería que aquí intentó
reproducirse no está completo. El
verdadero es una estrella de ocho que
origina lo que en este
caso se tomó como tema principal.
Por eso interpretamos su trazado de la manera
indicada, semejante al seguido en el de la
puerta de la sacristía de la iglesia de Cervera de la
Cañada, y para completarlo con
los fragmentos de estrella de ocho
que aparecen a los lados
de la unión de los temas,
es preciso formar
un triángulo isósceles en los
ángulos del cuadrado interno, y
desde la base levantar, en los extremos,
dos perpendiculares prolongadas hasta
tocar en el cuadrado mayor. De este
modo, al repetirse el tema, quedan
formadas la parte de estrella de ocho
y completa la de cinco.
Octógono y estrella de ocho
combinados en un solo tema
formando lacería figuran
como motivo central
de una techumbre de tipo mudéjar
renacentista conservada en uno
de los saloncitos del palacio de la Maestranza de
Zaragoza. Los lados del octógono central, prolongados, tuercen en
dirección radial hacia
la periferia y vuelven
a doblar hacia dentro cruzándose. De los centros de los la dos
de otro octógono que circunda al anterior, colocado en sentido opuesto,
salen dos rectas que se interfieren con
simetría y más tarde
doblan cruzando con las que
salieron del primer octógono.
Una estrella interpuesta entre ellas avanza
con sus puntas en los espacios que dejan los lazos, y forma,
con un suplemento y dos
cruces, una estrella irregular
de seis, correspondiendo una
de éstas para
cada punta de la otra. Corta la composición otro octógono concéntrico y paralelo al segundo, así como también
al tercero que señalan los cruces
de las prolongaciones.
LAZOS DE
DIEZ.- Nada frecuentes.
Sólo se conoce un ejemplar en la bóveda de una capilla de la Colegiata de Caspe,
en decoración de yeso por facería clásica de dobles líneas.
Como el tema se repite para llenar
toda la concavidad, se ha
supuesto su trazado dividida la
superficie en rombos que alojan cada
uno un tema proyectado, en sentido normal, de manera
alterna. Inscribir en el rombo
una circunferencia que se divide
en diez partes iguales
para formar el decágono. Con el tercio
del radio que sirvió para trazarla, construir otra concéntrica que estará dividida
igualmente en diez partes
por los diámetros del decágono, y formación de la estrella por
unión de las divisiones una y cuatro, dos y cinco, tres y seis, etc.
Con ayuda de radios que pasen por los ángulos entrantes de la estrella
se situará la doble línea del lazo que nace en el cruce de los radios
con la circunferencia menor, prolongación de los
lados de la estrella hasta to car los lados del decágono, en cuyos ángulos se cruzan para enderezarse de nuevo en la dirección inicial, y trazado de la segunda
línea siguiendo a las otras con
el debido paralelismo.
Dentro de cada rombo
aparece la estrella
con todas las
figuras complementarias, pero sin
ocupar, como es natural, los ángulos del
rombo, donde se verifica la unión de los temas.
Por los cruces de la
lacería se originan
fuera de la estrella
otras de cinco, regulares,
enfrentadas con los lados del decágono.
Otra demostración clara
de la manera de cómo trazaban los mudéjares aragoneses los lazos
y labores, según el modo empleado
por Mahoma Rami en la iglesia de
Cervera de la Cañada, se encuentra en un
muro de una casa medio en ruinas que
se conserva en Belmonte de Calatayud.
Al tal
edificio, emplazado en la parte
más alta del pueblo, se le
conoce con el nombre del Palacio, donde,
traspuesta la que debió ser entrada del edificio, y en el muro de la izquierda, aparecen restos
de una al parecer celosía
cuyo respaldo muestra el sistema
seguido. En él marcaron con un rayador una red de
cuadrados abriendo en la primera
línea unas estrellas de ocho puntas en
cuadros alternos; la faja
siguiente, sin ellas, y en la tercera, estrellas iguales a
las otras dentro de cuadrados alternos entre sí y con
relación a los otros.
No hemos podido ver el anverso de la celosía
por hallarse recubierto de enlucido;
pero, juzgando por
otras pequeñas aberturas de forma
cuadrada acusadas en el dorso
del tablero, orlando las
estrellas, seguramente se formaron alrededor de éstas ocho
octógonos irregulares, y ocupando el centro de ellos estaban las
pequeñas aberturas con objeto de
aumentar el caudal de luz.
Para dibujarlos
con simetría y
situar adecuadamente los hexágonos
a la vez que se decoraban, pudieron servirse de una
moldura enmarcando todas las
aberturas; suponiendo por fin que, como
en el claustro de Tarazana,
se servirían de
pequeñas sierras o
herramientas cortantes para
abrir estrellas y cuadrados.
Como nuestro interés estriba
únicamente en probar que el
trazado de estos lazos o labores
se hizo mediante
una pauta de
cuadrados semejante a la
utilizada por Rami, procedimiento
seguido por todos nuestros
mudéjares y moriscos, no tratamos de
averiguar si la decoración fué tal como
hemos supuesto o
estuvo compuesta de otro modo;
ello es indiferente para nuestros
fines.
El mudéjar aragonés
utiliza en muchas ocasiones fragmentos de lacería para
decorar mediante pintura o moldura
de madera las obras de esta
materia, y, en busca de la sencillez para trazar
lo que se propone, recurre siempre
al lazo de ocho como elemento susceptible de fácil disgregación.
Así, por ejemplo, en los
cruces del armado de la techumbre de
la catedral de Teruel pinta la confluencia de cuatro ángulos de un lazo de cuatro octogonal, que
forman una cruz, y después, a lo
largo de la viga, sigue el motivo con enlaces sencillos hasta llegar a otro
cruce donde se
repite la figura
primera. Para trazar dicha labor no precisa
otro cuidado que dividir el ancho
de la madera en partes iguales, pares, o servirse
de una red de cuadrados de proporciones que se ajusten a las
de la superficie
a decorar, y siguiendo
los lados de los cuadrados y sus
diagonales se logra
desarrollar el tema sin tanteos
ni errores.
Del mismo mecanismo
debió servirse el artista
que construyó el armario
de dos hojas que hay en la sacristía de la iglesia de Leciñena, vestidas de moldura formando cuadrados normales y en sentido diagonal, las cuales,
una vez cerrado el mueble, dan
lugar a estrellas de ocho
en los centros por
reunión de aquellos
elementos. Si se quiere dibujar
la labor con exactitud y de
manera rápida, ha
de recurrirse a la división de cada
hoja en mitades, hasta construir
una red de cuadrados que en
número de doce ocupen el ancho
de la hoja y sean veinticuatro o treinta y seis la longitud, si el tema
se repite dos o tres veces, para que se
forme una estrella o dos. El motivo base se desarrolla dentro de un cuadrado de
doce por doce
cuadraditos, y consiste en otro de
seis por seis,
en posición normal,
cortado por diagonales que,
pasando por los
centros de los lados, mueren en los límites del cierre. Tres temas
en cada hoja constituyen dos estrellas centrales de ocho.
El desaparecido palacio zaragozano que se llamó Casa de la Infanta
tuvo en una de las
habitaciones ventanas de
carpintería mudéjar, de cuya obra
se conserva parte en el Museo
Provincial. También aquí se
echó mano de lazos fragmentados para decorada, y
se utilizó un tema semejante al
visto en la techumbre de la catedral de Teruel, sin otra variante
que la de montar los extremos de la
figura central, en vez de
cruzarse simplemente. El trazado, como
en los de más casos, se hace mediante red de
cuadrados, en tamaño conveniente
para un perfecto desarrollo y en armonía con las proporciones de la
obra.
Descrito el
sistema de trazar mediante procedimientos no
científico, los principales tipos
de lazos rectos y lacerías en
uniones naturales, y con ellos los
fragmentos aprovechados como temas nuevos, es de interés conocer el artificio que
probablemente sirvió a los artistas
aragoneses para construir lazos
mixtos, en especial los de número impar, que, como
motivo único, se
utilizaron para decorar huecos circulares en forma de celosías talladas en yeso, de los que, si
bien no abundan ejemplares, se conservan unos
pocos muy bellos y curiosos.
Varía el trazado con
arreglo al número de lados
del polígono estrellado base del
lazo recto, que si es par se hará mediante una
red de rombos o de cuadrados como
si se tratase de una lacería corriente, no sirviendo este sistema cuando
el lazo es impar. El caso más sencillo es el que se da en un ácula de la torre
de la iglesia de San Andrés, de Calatayud. Se trata de un lazo de cinco cercado de curvas que no se enlazan con la estrella. Para dibujarlo basta dividir la circunferencia que da la
medida del hueco en cinco
partes iguales mediante tanteo a
partir del extremo inferior del
diámetro vertical, para
dar al lazo la
posición con que
aparece en el original. Una
vez dividida la circunferencia en
cinco partes, se unen
alternativamente los puntos de la
división para formar la estrella que da nombre al lazo. Después, desde
los centros de los triángulos formados por la estrella
y con un radio que
pase por la punta, se trazan
los arcos de
circunferencia complemento de la
figura.
El lazo de seis, tema
del óculo de la
iglesia de Nuestra
Señora de Tobed, lazo par,
requiere, para su trazado
simplicista, recurrir a una
red de rombos horizontales construída según instrucciones señaladas ya.
Para que el
trazado no exija
cálculos ni tanteos previos, basta trazar la
circunferencia de cierre con arreglo al tamaño del hueco a llenar.
Una vez hecha, se divide en
seis partes iguales desde los extremos del diámetro
vertical, y luego,
por unión de los puntos de división mediante diámetros y cuerdas paralelas a
esto, se obtienen rombos grandes
que necesitan nueva
división para conseguir otros más pequeños, siendo ocho
el número de subdivisiones. De
esta manera queda hecha
una red apretada
de rombos en número tal que nos facilita todas las guías necesarias para el trazado
del lazo. Con los cuatro rombos centrales
se dibuja la estrella generatriz,
y sobre sus ángulos obtusos los seis hexágonos correspondientes,
los cuales se prolongan en sentido
radial con otros medios
hexágonos, desde cuyos extremos
se trazan rectas perpendiculares a ellos que se llevan
hasta tocar la
circunferencia, quedando de este modo
formados dos triángulos inscritos
en la circunferencia y proyectado el lazo. Al trazar los dos
triángulos quedan bordeando los
hexágonos unas estrellas de seis,
irregulares. El lazo curvo se forma por
tanteo desde las bisectrices de
los ángulos de la estrella mayor de modo que las curvas toquen en la circunferencia y sus
extremos se crucen en los centros de los triángulos de la misma
estrella.
Un lazo recto de siete, combinado con otro curvo, exige,
para ser trazado rápidamente y de manera sencilla, seguir el inétodo empleado para su similar de cinco.
Como el lazo es
impar, no puede
utilizarse red alguna, sino dividir la circunferencia, trazada de antemano con arreglo a las dimensiones del hueco, en siete
partes iguales, comenzando
por el extremo superior del
diámetro ver tical. Una vez dividida la circunferencia, se unen los
puntos de la división mediante rectas, primero
alternativamente y después
dejando dos divisiones. De este
modo se obtienen
tres estrellas de siete,
concéntricas: la externa y la
interna, de igual valor sus ángulos, si
bien en posiciones encontradas, y la
intermedia, de ángulos más agudos que
las otras. El lazo recto se
consigue marcando el contorno de la estrella mayor
o externa, después el de la
interna o menor, unidas más tarde
por prolongación interior de los lados de la estrella mayor
y exterior de la menor hasta su encuentro. El lazo curvo con que se
combina se traza con arcos de circunferencia cuyo centro
está en el
del trapezoide que se ha formado
al unir la estrella interna con la externa, sirvién dose de un
radio que no
llegue a contactar
con la circunferencia del límite, para de este modo
dejar el espacio
necesario donde se traza, sobre el centro de cada arco,
una pequeña circunferencia que ha de servir más tarde
para construir el
nudo con el
cual se liga todo.
Los huecos que deja el
lazo recto dentro de su área, y los
espacios donde terminan y contactan las
curvas, se llenan con motivos florales,
en tamaños y formas amoldados a ellos:
flores de cinco o siete pétalos, piñas estilizadas y cabos trebolados, según la
riqueza de la composición.
La obra decorativa de
mudéjares y moriscos aragoneses, con sus típicas lacerías, tiene una continuación en el arte de los
siglos XVII y XVIII,
recogida por el barroco para vestir
de manera singular
bóvedas y cúpulas de iglesias que
se remozan o construyen de planta.
Característicos de
este período son los lazos
curvos desarrolla dos en composiciones de cierta uniformidad exigida por las proporciones de
la superficie a decorar, lacerías
todas de gran relieve y traza
enrevesada, que se complica con el movimiento dado a los
fondos y apliques puestos en
ellos.
Los artistas de
esta época buscan
en lo fundamental de las lacerías
el pretexto para desarrollar
decoraciones fantásticas, por lo que olvidan la forma de realizarlas dentro de las reglas comunes, y tuercen y
enlazan caprichosamente las figuras, atentos tan
sólo a conseguir la armonía entre
lo arquitectónico y lo decorativo del
estilo.
Y aunque se usa con predilección el lazo curvo, como
éste tiene aplicación limitada, necesitan recurrir a los rectos, que utilizan, como
los mudéjares, en las formas más sencillas: de cuatro, seis y ocho, con
las consiguientes adulteraciones para
uniformados con los curvos.
Gran variedad
de tipos pueden
señalarse entre los rectos
que aparecen aplicados en
arcos y bóvedas
de capillas o
iglesias, en ejemplares de
cuatro, normales; de cuatro
con enlaces rectos
en rombo, y curvos en elipse,
de cuatro octogonales, con suplementos
cuadrados para formar estrellas de
ocho; de ocho, puros
en mezcla con octógonos regulares, y
de ocho, rectos, estrellados, amén de otras
formas francamente degeneradas. Los
fondos, en vez de ser planos
como en las lacerías verdaderas, aquí se tallan
en planos inclinados
y se adornan con sendos motivos de
gran relieve, a
imitación de los colgantes o
mocárabes de las techumbres de madera.
En el decorado de las
cúpulas se emplean
únicamente los lazos curvos
como forma que se amolda mejor
a su superficie,
y única que permite
cuantas combinaciones apetezcan, bien
por pura fantasía o impuestas
por la
presencia de elementos que
obligan a cambios insospechados,
sin que por esta
causa se violenten
más las le yes del trazado
general, ya por sí alterado.
El tipo de lazo
que se desarrolla en ellas
suele ser de ocho, repetido y
triplicado con formas
distintas intercaladas para simular otros más ricos. Los fondos,
planos o movidos, se llenan en
los espacios mayores
con cabezas y figuras de ángeles, o
bien con temas vegetales y florales.
Al hacer el análisis de
los lazos rectos pudo
verse, y así se señaló, su pobreza, reducida al empleo de lazos
de cuatro octogonales, de seis
y de ocho, para
toda suerte de
ornamentaciones, y, por
excepción, aumentado a unos cuantos
de número mayor
aplicados en obras consideradas
únicas dentro de lo aragonés.
El fenómeno fué
atribuído a su origen local, suponiéndolos, por esta causa,
derivados de los que como trabazón de algunas composiciones
florales están representados en la
obra musulmana del
siglo XI hecha en el palacio de los Beni-Hud, de Zaragoza, cuyos lazos son,
invariablemente, de seis y de ocho.
Su uso constante se convierte en rutina, y
sistemáticamente se aplican las
dos o tres variedades pobres, llegando de
este modo a manos
de los cristianos para transformarse en curvos y mixtos, que, como
derivados de los otros, deben
calificarse también como
arte local.
El trazado de
lazos mixtos y curvos
encaja perfectamente dentro
de los procedimientos descritos como
simples y correctos para los normales. Todos los de cuatro, de cuatro octogonales y
de ocho se construyen con auxilio de
cuadrados o redes de éstos si se trata de lacerías, incluso aquellas
en las cuales
el motivo se
presenta en posición inclinada con relación
a los ejes, en cuyo caso se da a
la red de cuadrados la inclinación
adecuada. Sólo una labor de
ocho degenerada, que figura en
la bóveda de la Sala
Capitular de la Colegiata de
Santa María, de Calatayud, requiere para su
desarrollo red de paralelogramos
rectángulos en lugar
de cuadrados, porque los fondos y enlaces se completan con
rombos y estrellas deformadas.
Ninguna dificultad encierra trazar
los lazos curvos de una cúpula circular o elíptica
con arreglo al método no
científico. Basta reparar que el
motivo se repite
ocho veces, aun cuando intervengan en la composición general otras
curvas complicando el lazo para producir
sensación de riqueza mayor.
El problema está en el
cálculo de las dimensiones de un sector
de esfera equivalente a la octava parte de la
cúpula, y dentro de ellas
dibujar el tema de
manera que los cruces o
enlaces se produzcan
siempre en los
límites laterales del sector y en su línea media.
Obtenido el patrón, se
repite en los de más sectores, y
queda formada la lacería.
Próximo Capítulo: Capítulo 13 - Arte Mudejar en Huesca
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[1] La evidencia de que tanto
guadamacileros como encuadernadores usaron las mismas técnicas e, incluso, los
mismos repertorios ornamentales en el trabajo del cuero y de que existió una
gran unidad entre la obra realizada en los talleres de al-Andalus y de la
España cristiana queda patente cuando comparamos piezas obradas por artesanos
de ambas especialidades en sendos ámbitos geográficos. Una muestra de ello nos
la ofrece un bote de piel fechado entre los siglos XIV-XV y clasificado como
hispanoárabe que se conserva en el Museo del Arte de la Piel, de Vich; su
ornamentación consiste en un trabajo gofrado en seco y en oro con trenzados y
botones, igual al que es frecuente en las encuadernaciones mudéjares [véase
AGUILÓ ALONSO, M.ª P., «Cordobanes y guadamaciles», en Bartolomé Arraiga, A.
(coord.), Las artes decorativas en España (tomo II), Summa Artis, vol. XLV,
Madrid, Espasa Calpe, 1999, pp. 257-297 (espec. figs. pp. 264-265)].
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