martes, 6 de mayo de 2025

Capítulo 62, Románico asturiano

Románico asturiano
Románico asturiano es la subdivisión local del arte románico en el reino de Asturias. En la época (siglos XI y XII) el primitivo reino cristiano que inicialmente se restringía a una zona de la cordillera Cantábrica ya se había extendido hasta el Duero, y llevaba la denominación de reino de León, pero la especificidad geográfica y la pervivencia en la zona asturiana del potente Prerrománico local (el llamado arte asturiano —expresión que Jovellanos acuñó para designar genéricamente a todo lo que hoy conocemos como Románico y que posteriormente la historiografía ha restringido a los siglos IX y X—), permiten distinguir el románico asturiano del Románico leonés (dentro del que pueden identificarse zonas limítrofes, como el románico cántabro o el románico gallego).
La Enciclopedia del Románico en la Península Ibérica del Centro de Estudios del Románico identifica unas doscientas muestras de Románico en el territorio de la actual Comunidad Autónoma o Principado de Asturias; frente a las sesenta y tres que recoge del Prerrománico (diecinueve edificios, treinta y siete elementos arquitectónicos y escultóricos y siete piezas de orfebrería). ​
La obra de la Catedral de Oviedo conserva partes destacadas de época románica, aunque las más visibles son góticas. El periodo románico se prolonga en el siglo XIII con un Tardorrománico arcaizante y popular, diferenciable de las grandes fundaciones patrocinadas por la monarquía en épocas anteriores.

Características del Románico Asturiano
El sorprendente y heroico Reino de Asturias, nacido tras la invasión musulmana de comienzos de siglo VIII, generó un sorprendente arte que se extendió por toda la cornisa cantábrica, desde Galicia hasta las Asturias orientales en los siglos IX y X.
Prueba de ello, es que el románico internacional, arte foráneo venido principalmente de Francia a través del Camino de Santiago y por el asentamiento de monasterios cluniacenses va a tener dificultades en penetrar.
De hecho, el románico no lo conseguirá, salvo excepciones, hasta bien entrado el siglo XII, jugando la catedral de Oviedo un papel preponderante en su difusión.
Desgraciadamente queda poco del románico ovetense, pero lo suficiente para saber que existieron grandes talleres en la capital asturiana que después irían extendiendo su arte por el resto de la actual provincia.
Una de las características más acusadas del románico en Asturias es que frecuentemente combina decoración y elementos aislados románicos con estructuras básicamente prerrománicas.
Ni siquiera cuando el románico comienza su curva de su decadencia hacia un estilo preciosista y cercano al gótico con arquivoltas apuntadas y decoración naturalista (como en Villaviciosa y la Comarac de la Sidra) los testeros planos desaparecen completamente.
El románico rural asturiano suele ser modesto desde el punto de vista arquitectónico, mientras que en canecillos, metopas, ventanales y portadas suele haber un riquísimo repertorio decorativo. Llamamos aquí la atención en la especial belleza de muchas portadas asturianas.
Otra característica menor pero interesante es la profusión de arquivoltas con zigzagueado, formas del románico anglonormando desembarcado en las costas asturianas desde las Islas Británicas.

Características iconográficas del románico asturiano
En función de la “fuerza de la inercia de los motivos iconográficos” se explica la presencia en el arte románico de imágenes antiguas, que en Asturias cuentan con un repertorio limitado pero no exento de interés. Aunque desprovistas de su contenido originario y con una interpretación moralizante, es posible identificar en los repertorios asturianos algunas representaciones del Hércules moralizado (Serrapio), del Hombre entre leones (Ujo, Fuentes, Lugás y Amandi) y de la pelea de Eros y Anteros (Amandi y Narzana), así como de algunos signos del Zodiaco (Ciaño, Amandi), de máscaras y, especialmente, del atlante, que es la figura de origen antiguo más repetida en el románico de la región (Cámara Santa, Libro de los Testamentos, Serrapio, Santa María del Concejo de Villaviciosa, Celón, etc.).
Las creaciones del Arte de la Monarquía Asturiana es lógico que funcionen como modelos tipológicos e icónicos durante los siglos siguientes. Las cruces de los Ángeles y de la Victoria y las cajas de las Ágatas y de Astorga se entienden como modelos de la valoración simbólica del brillo y riqueza del material, como ejemplos de tesaurización en la reutilización de piedras paganas talladas y como fuentes iconográficas. Por su parte, la plástica de los monumentos ramirenses del siglo IX ofrece ya perfectamente definidos algunos de los prototipos iconográficos del románico regional, como los bellatores y oratores, representados a través de las figuras de los jinetes armados y de los hombres con bastón, respectivamente. La plástica ramirense anticipa, asimismo, varios motivos repetidos en los bestiarios románicos, fundamentalmente de felinos y aves, y algunos recursos iconográficos para las representaciones del poder y de la fiesta, que cuentan en las jambas de San Miguel de Lillo con un magnífico punto de partida.
Las miniaturas hispánicas del siglo X y en especial las ilustraciones de los Beatos constituyen otra fuente iconográfica de importancia. En ellas se encuentran los modelos del tema de la lucha de la zorra y el gallo, representado bajo los pies de los apóstoles San Pedro y San Pablo en la Cámara Santa, y del que muestra un ave venciendo a la serpiente, como la que, entre otros templos, se localiza en la portada de Santa María del Concejo de Villaviciosa. Pero al margen de ejemplos concretos, su referencia está en la base de las representaciones escatológicas, de la oposición de contrarios y de los combates victoriosos sobre las fuerzas demoníacas, de los que San Miguel dando muerte al dragón constituye una magnífica muestra representada varias veces en Asturias.
Aunque cabe suponer que llegarían a la región importadas con una formulación plástica, resulta imprescindible la referencia a las fuentes escritas de las imágenes asturianas, en las que es preciso citar además de la Biblia y de numerosos textos doctrinales y religiosos, otros de muy diferente naturaleza, como los moralizados de la Psicomaquia, las fábulas, los bestiarios y los Specula, o la propia literatura medieval, con sus cantares de gesta y su poesía trovadoresca.
Fundamental en la implantación en la región de determinados programas iconográficos tuvo que ser la influencia ejercida por los templos románicos de las regiones vecinas. Los centros emisores de modelos de imágenes plásticas de estilo románico8 fueron sin duda diversos, pero los emplazados en territorio leonés, especialmente en las ciudades de León y de Zamora, parecen haber desempeñado un papel fundamental en la difusión en Asturias de algunos de los repertorios. Así se desprende de la localización en las rutas que conducen de León a Oviedo por San Isidro y sobre todo por Pajares de imágenes y temas bien representados en San Isidoro de León, en la catedral de Zamora y en otros templos de esta ciudad. León ejerció como centro exportador de repertorios desde los mismos orígenes del románico regional, según reflejan las representaciones zoomórficas que se integran por un igual en los canecillos de San Isidoro de León y de la Torre Vieja de la catedral de Oviedo y de San Pedro de Teverga. Y esa función de centro emisor de repertorios aún la mantuvo la capital del reino en la centuria siguiente coincidiendo con una fase más evolucionada del estilo románico, en la que los programas escultóricos, y de su mano las imágenes, alcanzaban mayor protagonismo en los templos. En ese momento las relaciones fueron estrechas asimismo con Zamora y Salamanca, donde se localizan magníficas muestras de palmas y otros motivos vegetales presentes en los templos asturianos que jalonan la ruta que conduce a los peregrinos desde Pajares a Oviedo y también en algunos ejemplos de la comarca costera de Villaviciosa emparentados con los anteriores.
Tímpano de San Juan de Priorio. Pantocrátor y Tetramorfos 

Desde la Meseta pudieron llegar también repertorios borgoñones y ultrapirenaicos que tuvieron fundamental incidencia en las obras ovetenses y en las de los mayores monasterios de la región. Diversas versiones de acantos, palmetas y tallos vegetales enrollados con cintas de perlas, representaciones de animales y monstruos inspirados en bestiarios esculpidos, e imágenes relacionadas con el fenómeno literario del amor cortés, de gran desarrollo en Francia a partir de las obras de Chrétien de Troyes (1135-1183), han de ser explicadas en Asturias a partir de la irrupción de elementos culturales foráneos, a los que es preciso sumar la llegada por vía atlántica de las beak-heads inglesas y de los gloutons, motivos de amplia difusión en las costas atlánticas francesas e insulares, que también alcanzan el litoral de la región asturiana.

Topografía de las imágenes
El significado de las imágenes alcanza toda su dimensión en conexión con la funcionalidad y el simbolismo del recinto arquitectónico en el que se integran. Y en Asturias existen buenos ejemplos de la adecuación topográfica de las imágenes en algunos templos, claustros, panteones, pilas bautismales y relicarios.
Dentro del microcosmos que el templo románico reproduce tanto en el plano formal como en el simbólico, las portadas adquieren un especial significado que puede responder a diferentes intenciones. Puede realzar la asimilación alegórica con Cristo (ego sum ostium), como en el templo de San Juan de Priorio, que acoge en su tímpano la visión mayestática de Cristo en Majestad, representado como Pantocrátor y rodeado del Tetramorfos. También puede transmitir un mensaje de salvación por medio de prefiguraciones de la Redención, como en los templos de Grandas de Salime, donde se representan los temas de la Anunciación y la Visitación, y de Amandi, que incluye en un capitel de la portada la escena de la Presentación en el templo. La promesa de salvación se realiza en otros casos por medio de imágenes y símbolos eucarísticos, como en el templo de San Martín de Argüelles, que incluye en un capitel la Última Cena.
Capitel del arco triunfal de Sograndio. Despedida del caballero 

Pero, con mucha frecuencia la portada se presenta con el sentido de limes, de tránsito entre los mundos profano y sagrado, mediante mensajes específicos tendentes a poner de manifiesto una oposición que para el cristiano es sinónima de separación entre la vida y la muerte. La portada del monasterio de San Salvador de Cornellana es la más representativa de este discurso, que está ampliamente extendido en otros casos de la región mediante recursos iconográficos más limitados. En Cornellana se recurre para aludir a esa idea de límite entre dos mundos a la figura del león. Como perfecto vigilante, dada la capacidad de dormir con los ojos abiertos que se le atribuye en la Antigüedad y se recoge en el Fisiólogo, el león se representa en ambas jambas dispuesto a defender el ingreso al espacio sagrado. Una tercera representación de la fiera aparece sobre la clave del arco de ingreso, donde, como en Jaca y en algunos otros ejemplos del románico navarro y castellano, acoge entre sus patas al pecador arrepentido y alcanza un simbolismo cristológico.
Tampoco es excepcional el modelo de portada de prohibición, que es la que muestra imágenes admonitorias de los castigos infernales. Los recursos iconográficos para mostrar los castigos padecidos por el pecador son numerosos, como se analizará al hablar de los repertorios, y en Santa María del Concejo de Villaviciosa encontramos ejemplos significativos que más adelante se analizarán. En relación con este planteamiento simbólico, es preciso citar, aunque fuera de la cronología románica que se estudia, una muestra de la pervivencia de las portadas de prohibición en la meridional del templo gótico de Eulalia de Abamia (Cangas de Onís).
Dentro de los templos también los arcos triunfales constituyen una buena muestra de topografía simbólica. En ellos resulta especialmente adecuado el tema del sacrificio que se rememora en la liturgia oficiada en el presbiterio. Así, en el templo de Sograndio, se representa el Calvario en uno de los capiteles, frente a la despedida del caballero que, en el capitel simétrico, debe ser interpretado como la unión del alma con Cristo, según un sentido alegórico ampliamente difundido en la mística del momento al que se volverá a hacer alusión. Además de otros repertorios simbólicos alusivos a la victoria, de los que constituye un buen exponente el arco triunfal de Fuentes con su representación del hombre entre leones en el capitel simétrico al dedicado a la visión apocalíptica del Cordero ante el león, existe en los arcos de triunfo un predominio de las representaciones de aves y de motivos fitomorfos, quizá elegidos con la intención de aludir al orden natural creado por Dios. En este sentido, es preciso tener en cuenta la idea expuesta por Champeaux en relación con la función metaestética desempeñada en el templo románico por cualquier figura fitomorfa o zoomorfa con independencia de lo modesta y torpe que pueda parecer.
Los repertorios vegetales también se repiten en los altares y en las arquerías murales de los presbiterios, en cuyo espacio sagrado están colocadas las imágenes devocionales de Cristo en la cruz, la Virgen y los santos patronos, que evocan su vida celestial a través de sus figuras triunfantes, mayestáticas, inexpresivas y distantes respecto al fiel. Cristo se representa tocado con el símbolo máximo de la realeza, la corona, y permanece clavado en la cruz vivo e inmune al sufrimiento en la imagen conservada en San Juan Bautista de Corias, mientras que en la perteneciente a Santa María de Obona muestra ya los ojos cerrados en un primer paso hacia la humanización que caracterizará a la mayor parte de los crucificados tardorrománicos de la región, que son los más numerosos. Santa María, que cuenta en la región con una devoción que se remonta a la época de la Monarquía Asturiana, es titular de buena parte de los templos románicos. Siguiendo las pautas iconográficas imperantes en el momento, las imágenes de la Virgen la muestran como reina mayestática, tocada con la corona y sentada en el trono, adoptando como madre de Cristo los atributos de Cristo, rey supremo, y acogiendo, a su vez, a Jesús en el regazo al adoptar la tipología mariana de Tronum Dei y de Sedes Sapientiae.
Una muestra importante de la adecuación topográfica de las imágenes la ofrecía el desaparecido claustro románico de la catedral, interpretado como Jerusalén celestial. Las figuras de apóstoles y santos, hoy descontextualizadas, que se disponen bajo hornacinas, debieron de ocupar los pilares del antiguo claustro catedralicio, de acuerdo con una asimilación metafórica del pilar como soporte arquitectónico y las imágenes como soporte de la Iglesia que cuenta con una larga tradición en Asturias, según demuestran las basas de las columnas prerrománicas de San Miguel de Lillo. Ese planteamiento simbólico quizá se haya repetido en otros claustros monásticos construidos en Asturias en el siglo XII, como los de San Vicente y San Pelayo de Oviedo y el de San Salvador de Cornellana. Sin embargo los escasos vestigios que se han conservado de ellos impiden la aproximación al planteamiento de su programa iconográfico.
También los panteones y las tumbas destacan, al menos en los casos conocidos, por la adecuación de las imágenes a la funcionalidad y simbolismo de sus estructuras y espacios. Como ámbitos en los que se realiza el paso del mundo terrenal al celestial, pueden ser interpretados como relicarios. Buen exponente de tal identificación lo ofrece el cimiterium puellarum que se agrupa a mediados del siglo XI en torno al sepulcro de San Pelayo en el monasterio benedictino ovetense del que es santo titular. En él, el programa escultórico se dedica a realzar la idea de eternidad y resurrección a través de unas piñas inscritas en tallos, que, como en el Panteón de San Isidoro de León, están dotadas de un simbolismo funerario. En ese contexto, el pino, que es de hoja perenne, se entiende como árbol de la vida y símbolo de eternidad. La alusión a la vida eterna se recoge en otro capitel del panteón de San Pelayo a través de la figura polisémica del león, que ha de interpretarse como símbolo cristológico, y, por tanto, de resurrección. Similar intención iconográfica parece presidir el programa del porche occidental de San Pedro de Teverga, en el que se repiten símbolos funerarios de victoria, como los caballos, y alusiones a la plegaria como escala de salvación a través de la figura del orante.
Mensajes similares del acceso a una nueva vida ofrecen las tumbas y laudas procedentes de los monasterios de Santa María de Tina (Pimiango) y de la Vega (Oviedo), que se comentarán en las entradas correspondientes al Museo Arqueológico y al monasterio ovetense.
Los iconogramas de regeneración son igualmente adecuados a la función de las pilas bautismales, en las que se traducen mediante escuetas imágenes-signo como el zigzag, aplicado en los ejemplos pertenecientes a los templos de Grazanes y Mestas de Con, los arquillos y gallones, que recorren varios ejemplos tardíos de pilas bautismales del suroccidente asturiano, y la flor de lis de la pila de Beloncio. El caso de la pila de Santa María de Villanueva resulta excepcional dentro del conjunto de pilas asturianas por el desarrollo del mensaje en varias secuencias zoomórficas de lobos, ciervos, gallos y caballos, y por su oscuro significado.
Los mensajes de salvación se hacen más explícitos en los relicarios. El modelo lo ofrece el Arca Santa, en la que se desarrolla un extenso programa narrativo que recoge la historia de la salvación del hombre a través de episodios narrativos alternados con mayestáticas imágenes de la Divinidad. La narración se inicia en el lateral izquierdo con las escenas de la Anunciación y la Visitación, el Anuncio a los pastores, el Nacimiento y la Huída a Egipto, y continúa en la tapa, donde se alude a la Redención a través del tema del Calvario. La siguiente secuencia se adapta al lateral derecho, donde se muestra la Ascensión entre dos representantes de los ejércitos celestiales, un querubín y un serafín, y ante la mirada de ocho de los apóstoles que figuran como testigos. Culmina el ciclo iconográfico en el frontal, que ofrece en toda su majestad una visión Teofánica.
Esta narratio asequible al pueblo iletrado es susceptible también de una lectura simbólica: Cristo nace y muere como hombre (lateral izquierdo y tapa), vence a la muerte como Dios (lateral derecho) y se manifiesta en toda su gloria (frontal) rodeado de los apóstoles y los evangelistas, que, situados entre las inscripciones en los cuatro ángulos del frontal, parecen aludir a la difusión de la palabra evangélica en las cuatro esquinas del mundo. La victoria sobre la muerte física (Ascensión) tiene un paralelo en el triunfo sobre la muerte espiritual a través de la escena de San Miguel venciendo al dragón, tema que aparece junto al anterior en el lateral derecho por razones del paralelismo simbólico y de la advocación a San Miguel del relicario monumental ovetense.
La influencia iconográfica del Arca Santa se aprecia en el Díptico de Gundisalvo, en el que el programa se reduce a las imágenes solemnes de la divinidad al suprimir las secuencias narrativas, y lo mismo se puede apreciar en la Cruz procesional de San Salvador de Fuentes. Similar incidencia iconográfica del relicario de plata explica también el programa elegido para la escultura de la Cámara Santa, que, como se verá en la entrada correspondiente de este volumen, resulta completamente acorde con su función de gran relicario monumental de piedra. En ella destaca nuevamente como idea rectora la salvación del hombre, representada a través imágenes de la muerte y resurrección de Cristo que son susceptibles, como en el Arca, de dos niveles de lectura: narrativo el más sencillo, que parte de los episodios de la vida de Cristo, y simbólico el más complejo, que alude a la promesa, cumplimiento y difusión de la Redención.

Los repertorios y su intención discursiva o simbólica
La gran proyección iconográfica de la cultura enciclopédica medieval tuvo lugar fundamentalmente en el arte gótico. Ningún templo románico de Asturias ha mostrado en su ideario plástico un compendio global del saber de su momento. Pero en los siglos XI y XII el templo se entendía con sus imágenes simbólicas de los seres de la creación como una imago mundi en la que se escribía la historia de la salvación. Las preocupaciones científicas y el conocimiento histórico, natural y moral aparecieron reflejados en las imágenes del arte asturiano en el siglo XIII y sólo de forma limitada. Ahora bien, el simbolismo ejemplarista y la alegoría, que tan gran difusión iconográfica consiguieron a partir de la influencia de los Specula, han regido cualquier planteamiento iconográfico de la etapa estudiada.
Capitel del arco triunfal de Fuentes. Cordero frente al león 

La visión religiosa del mundo
En esta etapa histórica caracterizada por una visión religiosa del mundo que condicionaba la vida del hombre en todos sus aspectos, una parte importante de las imágenes estaba dedicada a ilustrar la historia de la salvación. Los episodios del Antiguo y Nuevo Testamento alcanzaron en este sentido un doble valor: por una parte eran narraciones bíblicas destinadas a transmitir al fiel analfabeto los principales pasajes de la historia de la religión cristiana, y, por otra, se convertían en representaciones simbólicas de la salvación del hombre.

La historia de la salvación
En este sentido, se aprecia que en el románico asturiano los temas del Antiguo Testamento han sido seleccionados por su condición de prefiguraciones bíblicas de la Pasión. De ahí la preferencia por las escenas de sacrificio de un ser inocente, como el de Isaac, paralelo veterotestamentario del Camino del Calvario, que aparece en Amandi, y de Daniel, que sale victorioso del foso de los leones igual que Cristo resucitado lo hace del sepulcro, que se representa en Fuentes, Ujo y Lugás, entre otros ejemplos. Junto a ellas, la enseñanza bíblica se transmite únicamente a través de la representación del Pecado Original, el episodio de la historia del hombre que ha generado la necesidad de Redención, que podemos localizar en San Nicolás y Santa María Magdalena de los Corros en Avilés, en Amandi y en Valdebárcena.
Si los temas anteriores prefiguran la Redención, la promesa de ésta toma forma a través de secuencias del nacimiento e infancia de Cristo. En este sentido se puede explicar la Anunciación que aparece en el Arca Santa, en la Cámara Santa y en la portada de Grandas de Salime, entendida al modo de Beda el Venerable como exordium nostrae Redemptionis por estar asociada a ella la Conceptio o Encarnación de Cristo y constituir, por tanto, un preludio de la salvación. Y similar promesa se traduce en la escena de la Visitación (Arca Santa, Grandas de Salime) en la que la Virgen y su prima Isabel se estrechan en un abrazo que ilustra bien la prefiguración observada por los teólogos en el Salmo: “Se han encontrado la piedad y la fidelidad, se han dado el abrazo la justicia y la paz”.
Capitel de la portada de Ciaño. Lapidación de San Esteban 

La Natividad y el Anuncio a los pastores (Arca Santa), la Sagrada Familia (Cámara Santa, Museo de Teverga), la Epifanía (Santa María de Villanueva, Narzana), el Sueño de los Magos (Narzana), la Huída a Egipto (Arca Santa, Santa María de Villanueva) y la Presentación en el templo (Amandi) constituyen otras secuencias de la infancia de Jesús que en el plano simbólico nos remiten a la Redención de la humanidad.
Con una clara omisión de la vida pública de Jesús, las imágenes del románico asturiano pasan del ciclo de la infancia al de la Pasión, que se traduce a través de escuetas representaciones de la Última Cena (Argüelles) y de la Crucifixión, ampliamente escenificada en el relieve monumental (Cámara Santa, Capilla del Rey Casto, Sograndio) y en los relicarios (Arca Santa, Díptico de Gundisalvo, Cruz de Fuentes).
Como dogma fundamental de la fe cristiana, las imágenes recogen el triunfo de Cristo sobre la muerte en escenas como la Anastasis o Descensus ad Inferos (Cámara Santa) y la Ascensión (Arca Santa, Cámara Santa). La primera tiene como fuente el Evangelio apócrifo de Nicodemo, que sitúa este episodio antes de la Resurrección al interpretar que tras la muerte de Cristo sólo su cuerpo permanece en el sepulcro, mientras su alma desciende al Limbo de los Padres para rescatar a los patriarcas de la Antigua Ley. La Ascensión, como secuencia histórica posterior a la Crucifixión, adquiere en estas representaciones el sentido de una “Resurrección diferida”.
Finalmente, culmina la historia de la salvación la visión apocalíptica de Cristo en Majestad (Arca Santa, Cámara Santa, Díptico de Gundisalvo, Priorio, Amandi, San Esteban de las Dorigas) que, tras la Ascensión, se sienta todopoderoso a la derecha del Padre, con el que se funde en una única persona. Se trata de la representación que parte de la visión apocalíptica de San Juan28, inspirada, a su vez, en la de Ezequiel, en la que Cristo se representa entronizado y rodeado de los cuatro vivientes.
También apocalíptica es la representación de Cristo como Cordero, destacando entre todas las asturianas la integrada en el arco triunfal de San Salvador de Fuentes, en la que el Cordero que porta una cruz se coloca frente a un león, que, como él, está dotado de sentido cristológico, según se desprende de la lectura del Apocalipsis de San Juan.

Los modelos de comportamiento
Junto a la historia de la salvación, las imágenes del románico asturiano ofrecen a los fieles modelos de comportamiento a seguir para alcanzar la gloria. María es la principal referencia, que en este momento se representa fundamentalmente como Sedes Sapientiae en las numerosas imágenes de culto, que dejan constancia de su condición de Theotocos. A este modelo responden todas las vírgenes románicas de la región, de las que cabe destacar la de Santa María de Celón. Pero también es el modelo adoptado para su representación monumental en la portada de Santa María del Concejo de Villaviciosa y en algunas escenas evangélicas antes citadas. Conviene destacar por excepcional la imagen de María de la miniatura correspondiente al testamento de Alfonso II en el Libro de los Testamentos, donde se muestra como Porta coeli sobre un fondo de estrellas.
Siguen a la Virgen como modelos de comportamiento los Domini discipuli et imitatoris, es decir, los discípulos de Cristo, los mártires, las vírgenes y cristianos perfectos. Sin entrar en la enumeración de las figuras de culto de los santos patronos, que existieron en todos los templos románicos, conviene destacar las imágenes pétreas aún conservadas en el claustro de la catedral, en la Cámara Santa y en los templos de Fano, Argüelles, Ciaño, Amandi y la Lloraza, entre otros muchos ejemplos.
En una región como Asturias, que cuenta con tan importante relicario, parece lógico que la peregrinación fuera entendida y representada como escala de salvación. No obstante, la rivalidad mantenida con el santuario compostelano puede explicar que el tránsito jacobeo haya tenido menor incidencia plástica e iconográfica en el ámbito asturiano que en otras zonas geográficas. No obstante, los símbolos y atributos peregrinatorios de la venera, la escarcela y el bordón son apreciables en el paramento exterior del ábside de San Antolín de Ibias. Y lo mismo cabe decir de las imágenes del apóstol compostelano, que destaca como peregrino en la Cámara Santa sin que existan otras muestras conocidas de época románica, como tampoco de su versión de matamoros.
Son fundamentalmente la oración y el modelo monacal los que a través de las imágenes se presentan ante el hombre románico como vía más segura para alcanzar la gracia. El programa más desarrollado de monjes en torno al abad lo ofrecía el templo monástico de San Juan Bautista de Corias, del que únicamente se conservan cuatro figuras de monjes tonsurados, representados en otras tantas dovelas en posición sedente y portando en sus manos diversos utensilios litúrgicos. Junto a ellos, una pieza desaparecida representaba al abad, que aparecía ataviado con ricas vestiduras litúrgicas y portaba el bastón de mando en la mano izquierda y la Regla de San Benito lujosamente encuadernada en la derecha. Además de las procedentes de Corias, las figuras del sector eclesiástico, ya sean aisladas o agrupadas, se repiten en numerosos templos de la región, de los que conviene mencionar Amandi, Aramil, San Martino y Hontoria.
Destaca también la reiterada presencia de la alta jerarquía eclesiástica en las miniaturas del Libro de los Testamentos, aunque en ese caso se presenta como imagen inequívoca de poder, y no como modelo a imitar. Únicamente la miniatura de Alfonso II representa al monarca como rex castus y primer princeps Hispaniae postrado ante una visión teofánica, dejando patente su condición de modelo y prototipo de monarca de la dinastía astur.
La oración constituye la principal vía de superación para el cristiano, de modo que la figura del orante muestra en las imágenes del románico asturiano otro camino de superación. El ejemplo más interesante de figura de orante se localiza en un capitel del porche de San Pedro de Teverga, que se relaciona con el hombre ascensional integrado en varios canecillos de Avilés que representan al hombre que trasciende su primer estado humano y accede a otro espiritual superior.

Los ejemplos moralizantes
En el contexto de la mentalidad religiosa del período románico se entiende que alcance gran protagonismo la visión moralizante y simbólica que transmiten algunos de los repertorios iconográficos. Ese discurso iconográfico moralizante tiene un remoto precedente en la tradición instaurada por los estoicos de otorgar significaciones espirituales a sus dioses y enseñanzas morales a sus hazañas, y con este sentido se repiten las alusiones a las virtudes, poco frecuentes en Asturias como conceptos abstractos, pero sí simbolizadas por escenas hagiográficas de carácter narrativo, que ponen de relieve las cualidades de los santos representados. Mediante ese recurso, encontramos en la portada de Argüelles la representación simbólica de la Caridad en la escena de San Martín repartiendo la capa con el pobre, y en Ciaño, Amandi y la Lloraza, la de la Fe en la escena de la Lapidación de San Esteban.
Más frecuentes y variadas son las imágenes simbólicas de los vicios, como la lujuria, que toma forma de sirena en numerosos ejemplos, de los que destacan las sirenas situadas bajo los pies de los apóstoles San Simón y San Judas Tadeo en la Cámara Santa, las del capitel de las naves de Santa María de Villanueva y del arco triunfal de Serrapio, por citar algunas de las muestras más relevantes. Similar carga simbólica transmite la figura del mono cabalgando sobre la bestia en el arco triunfal de Colloto, así como las escenas de música y danza, que se comentarán posteriormente, y la representación del pecado carnal, que en Asturias se manifiesta en un capitel de la portada de Porceyo que muestra el coito de dos animales, y en varios canecillos de Amandi, Aramil, la Lloraza y varios templos más, que acogen el abrazo erótico de una pareja humana.
Capitel de arco triunfal de Colloto. Mono cabalgando sobre un león 

Otros vicios también cuentan con buen número de representaciones. La discordia es uno de los más frecuentes al manifestarse a través de las numerosas variantes de la oposición de contrarios, pero también queda patente en la lucha entre humanos que se muestra en sendos capiteles de Amandi y de Narzana. La gula adopta la figura del mono engullendo groseramente algún fruto, como se puede comprobar en Priorio y en San Pedro de Villanueva. Y, en menor medida, se encuentra también representada la vanidad bajo forma de pavo real en Colloto y en Porceyo.
Como se acaba de señalar, el tema de la discordia enlaza con las representaciones de las confrontaciones u oposiciones de contrarios, que están integradas por figuras de valor disémico. Constituye un buen ejemplo de este tipo de confrontaciones la escena de San Miguel venciendo al dragón, que en Asturias cuenta con tres magníficas representaciones, una repujada en plata en el Arca Santa, otra pintada en una miniatura del Libro de los Testamentos y otra tallada en piedra en un capitel de la portada del templo de San Pedro de Villanueva. Similar sentido simbólico adquiere la lucha de hombres y fieras, ya sean leones, osos o grifos, todos ellos representados en San Pedro de Villanueva, además de aparecer en otros ejemplos.
La identificación de los vicios y seres demoníacos con la figura animal se deduce de lo ya expuesto y tiene una fuente literaria fundamental en El Fisiólogo, tratado de origen antiguo, escrito probablemente en Alejandría entre los siglos II y V en lengua griega y copiado desde el siglo V tanto en Oriente como en Occidente. Este texto y los bestiarios medievales de él derivados han inspirado con su interpretación moralizante las muy numerosas imágenes zoomórficas del románico asturiano, generalmente polisémicas y por tanto dotadas de distinto significado según el contexto. El león, el águila, el grifo, el pelícano, las grullas y palomas son los más repetidos, con ejemplos fundamentales en San Pedro y Santa María de Villanueva y, en general, en el conjunto de templos pertenecientes a los grupos de Oviedo y Villaviciosa. El león, “rey de todos los animales”, es una de las figuras zoomórficas más repetidas en los bestiarios de piedra. Se representa con frecuencia como guardián del edificio sagrado, tal como aparecía en el templo de Salomón, pero además este significado se enriquece para el cristiano con un sentido religioso que identifica el león con el “Hijo de la Virgen María”, según aparece en Asturias en la portada del monasterio de Cornellana. Pero su imagen puede tener también el sentido demoníaco del “león rugiente”, como antítesis del león místico, cuando adopta formas fabulosas y gestos grotescos o cuando realiza actos deshonestos, como los representados en las portadas de Serín y de Arlós.
Junto a ellos, también se representan otros seres reales o fantásticos mencionados en los bestiarios, como la serpiente, ampliamente repetida, pero con importancia relevante por su reiteración en el templo de Celón, el búho en la Lloraza y en Amandi, el centauro, representado entre otros templos en Santa María de Villanueva, y las sirenas, que ya han sido citadas. Conviene hacer especial mención de la serpiente38, que es otro animal polisémico, der difícil interpretación cuando no aparece dentro de un contexto iconográfico concreto. Su sentido negativo está claro en las escenas del Pecado Original, pero lo está menos en otras representaciones. Cuando se dispone reptante y vinculada a la tierra puede remitir al mundo de los muertos y de lo desconocido (Teverga, Celón) y puede constituir también un modelo para el cristiano (San Juan de Llamas) por la capacidad de regeneración de su piel que elogia El Fisiólogo.
El lenguaje alegórico no excluye los repertorios fitomorfos, que como parte de la imago mundi deben responder a intenciones moralizantes, especialmente en el caso de determinadas plantas dotadas de propiedades terapéuticas. A ellas es preciso sumar la palma (La Lloraza, Lugás), la piña (San Pelayo, Torre Vieja y otros) y la hiedra (San Francisco de Tineo) que se representan como símbolos de inmortalidad, la lis (Fano, Limanes) que lo es de la purificación, inocencia y virginidad, y la vid (Llamas) que adquiere sentido eucarístico.
Portada de San Juan de Amandi. Beak-heads 

Junto a estas y otras plantas cargadas de simbolismo cristiano, algunas representaciones vegetales del siglo XIII, a modo de speculum naturae, son consecuencia del incipiente interés por la naturaleza y la ciencia y reproducen hojas de la flora local, como las de castaño de Santo Tomás de Sabugo y San Francisco de Avilés, San Francisco de Tineo y Santa María del Concejo de Villaviciosa, y las de roble de los plintos de la Cámara Santa.
La imagen de la naturaleza múltiple y una a la vez queda representada en las máscaras de tierra, que se repiten en numerosos ejemplos (Llamas, Lugás y Aramil, etc.) con diversas variantes antropomorfas. En ellas el tallo vital parte de la boca en alusión simultánea al surgimiento y retorno a la Tierra conforme a antiguas tradiciones paganas que afloran con gran fuerza en el mundo románico (Llamas), pero existen numerosas variantes que muestran versiones más sencillas de máscaras dispuestas entre frutos o follajes.

Las imágenes admonitorias
Los conceptos antiguos de vanitas y de fugacidad son ampliamente utilizados en la iconografía religiosa medieval con una intención aleccionadora. La advertencia de la caducidad de la vida y de las consecuencias que la conducta humana va a tener tras el gran Juicio Universal se traducen en imágenes y repertorios de diverso tipo. De ahí el recuerdo del memento mori a través de sencillas imagines mortis (Aramil, San Martino) e imagines post mortem de los difuntos yacentes en las tumbas (Villanueva de Oscos) y de los condenados (San Pedro de Villanueva, Santa María del Concejo de Villaviciosa). En general, la muerte es representada en el románico asturiano a través de tipos iconográficos muy sencillos. El más simple, reducido a mero signo, es una calavera o una cabeza humana separada del cuerpo (Aramil, San Martino), cuya representación en las portadas de los templos cuenta con antiguos precedentes en el ámbito de la cultura celta quizá en la creencia religiosa de que la conservación de la cabeza hace posible la resurrección.
Capitel de Santa María de Villanueva de Teverga. Sirenas 

La muerte de los bienaventurados parece ejercer menor influencia en el comportamiento de los fieles. Al menos eso se deduce de las escasas muestras iconográficas, que sólo se aprecian en la assumptio animae representada en un relieve funerario del claustro de la catedral, en la que una pareja de ángeles psicopompos eleva hacia el “seno de Abraham” la figura del difunto. También se muestra la imagen de la buena muerte en la humanidad redimida de los pedestales de la Cámara Santa, donde pequeñas cabezas muestran al hombre resucitado que logra alcanzar el estado de gracia con la Redención y emerge del mundo de ultratumba tal como lo hace también Adán bajo los pies de Cristo en las cruces y calvarios de la época.
Por su gran capacidad para condicionar la conducta del fiel, las representaciones del Infierno son muy numerosas. En Abamia, templo bajomedieval que se escapa al estilo y cronología aquí analizados, existe una importante muestra de lo que entendemos como pervivencia iconográfica de época anterior. Allí, el infierno se manifiesta como hornalla de Leviatán, pero, en general, en los templos románicos de la región predomina la interpretación simbólica de las fauces de Leviatán o animalización monstruosa del infierno, que constituyen una imagen simbólica inspirada en el Libro de Job. Las fauces de Leviatán se asimilan también con las cabezas monstruosas de los gloutons, máscaras de aspecto aterrador, de ojos saltones y grandes fauces con afilados dientes que carecen de mandíbula por engolar la cesta del capitel, y con las beak-heads o cabezas de pico que se repiten en los templos de las comarcas costeras, como Amandi, y en otros templos de los valles interiores del centro de la región.
Pero la identificación de las fauces monstruosas con las puertas del infierno resulta aún más evidente en la escena de la Anástasis de la Cámara Santa y en el iconograma del hombre caído, que se repite en Viñón y en Santa María del Concejo de Villaviciosa, entre otros ejemplos. Del mismo modo, el infierno queda representado en otros casos mediante las imágenes de los demonios de la violencia y la lujuria, como en la portada de San Juan de Fano.

Las imágenes transgresoras
La interpretación de la función de las imágenes resulta más oscura cuando se abordan temas duramente combatidos por el estamento clerical, como las relacionadas con la magia, la superstición y el sexo. Su condición moralizante es más que dudosa. La transgresora parece más lógica, pero resulta difícil creer que dichas representaciones hayan escapado al control del clero. La de principio regenerador y ejemplo de acceder a otra realidad es excesivamente compleja, dado el bajo nivel cultural predominante. Quizá constituyan simplemente una válvula de escape del vitalismo popular.
De su estudio se deduce que aún no han sido erradicadas las viejas supersticiones y tradiciones paganas. Al menos eso parece desprenderse de las escenas de los capiteles de las naves de San Pedro de Teverga, cuya interpretación resulta compleja, aunque las imágenes parecen indicar que se trata de representaciones de ritos y de prácticas mágicas, que aún menciona el obispo don Pelayo en el Concilio de Oviedo de 1115.
Otro tipo de imágenes transgresoras demuestra por su elevado número que el clero rural no fue excesivamente combativo con la necesidad de dar escape al erotismo y la sexualidad a través de las representaciones. Ya se ha hecho mención de la cópula entre animales del capitel de Porceyo y de las parejas unidas en abrazo erótico de los canecillos de San Pedro de Villanueva, Amandi, Aramil y la Lloraza, entre otros. A estas escenas es preciso añadir las de la fellatio en Valliniello y Serín; de hombres masturbándose en San Pedro de Villanueva, la Oliva y Sograndio; de personajes impúdicos, itifálicos y priapeos, también en el templo de Villanueva y en Santa Eulalia de la Mata, en el que la portada muestra en sendos capiteles un atlante priapeo y una cariátide impúdica mostrando el sexo, que por su emplazamiento debieron ser algo más que representaciones eróticas, aludiendo posiblemente al principio generador de vida.

La representación de la vida cotidiana
Además de mostrarse a través del sector contemplativo, ya mencionado como modelo de vida para asegurar la salvación, la división estamental del feudalismo queda recogida en el imaginario del románico asturiano en las representaciones de la nobleza feudal, que aparece en relación con las ocupaciones a las que dedica su vida. Por una parte se muestra en escenas alusivas a la guerra que cuenta con escasas muestras iconográficas en los templos del románico regional a pesar de la conflictividad existente en el siglo XII. Como se ha expuesto en la introducción histórica de este volumen, durante la duodécima centuria se suceden en Asturias dos importantes rebeliones contra la corona leonesa, la primera del conde Gonzalo Peláez contra el emperador Alfonso VII, y la segunda de Urraca la asturiana, hija del emperador y de doña Gontrodo, contra su hermano Fernando II. Sin embargo, únicamente pueden destacarse como imágenes alusivas al estamento guerrero de la sociedad feudal la escena de lucha ecuestre de un capitel de Amandi, que enfrenta a dos caballeros armados con lanzas y escudos y protegidos por el yelmo y unas esquemáticas cotas de malla, la figura de un caballero de una metopa de la portada en Valdebárcena y la del guerrero a pie que se encuentra en representado en dos canecillos de la portada de la Lloraza.
Con mayor frecuencia, se representa el estamento noble ocupado en la actividad cotidiana de la caza. Esta se muestra tanto en la modalidad de la montería del jabalí, que cuenta con numerosos ejemplos, entre los que destacan los de Santa María del Concejo de Villaviciosa, de Ceares o de Amandi, como en la de la cetrería, que aparece en la primera de las iglesias antes citadas, en Arlós, San Antolín de Bedón y varios ejemplos más. Destacan las representaciones del primer templo mencionado, que ocupan buena parte de los capiteles de las portadas occidental y meridional. En la primera la escena discurre a través de tres capiteles, en los que los cazadores con sus jaurías de perros se acompañan de un amplio cortejo de músicos y bailarinas poniendo de relieve un interés descriptivo que sigue caracterizando las escenas del mismo tema de la portada sur.
Pero los hábitos cinegéticos de la nobleza feudal comprendían también la modalidad de la cetrería, que, iconográficamente, se presenta como reflejo de las costumbres e ideales caballerescos. Generalmente se traduce el momento inicial de la partida del cazador, que con un halcón o con un azor en la mano se aleja del castillo cabalgando sobre su montura, tal como se puede ver en un capitel de la jamba derecha de la portada de Santa María del Concejo de Villaviciosa y en otro de la izquierda de la de Arlós.
La figura del halconero a caballo en las representaciones de cetrería enlaza con otra escena ampliamente repetida en Asturias: la despedida del caballero, que tiene sus mejores ejemplos, aunque no únicos, en San Pedro de Villanueva, Sograndio y Villamayor. En estos templos, la escena antes descrita del caballero ante el castillo se completa con la presencia de una dama que despide a su pareja con afectuosas muestras de afecto. Aunque sin duda el tema da cuenta de la incidencia en la plástica románica de las costumbres y la literatura trovadoresca de la época, es posible que su representación en los ámbitos monásticos asturianos responda a intenciones religiosas de carácter simbólico y se explique por la incidencia de las descripciones de la unión del alma con Cristo recogidas en la literatura mística del momento, inspiradas, a su vez, en unas fórmulas literarias del amor cortés que no dejan de ser deudoras del Cantar de los Cantares.
El otium cum dignitate del estamento noble se resume en las escenas señaladas del juego ecuestre del torneo y de la caza. En ésta, los monteros se acompañan de cuadrillas de músicos y bailarinas (Santa María del Concejo de Villaviciosa, San Antolín de Bedón). Pero las representaciones juglarescas se repiten también al margen de la caza en el contexto de las manifestaciones festivas, como en Amandi, Ciaño y otros templos. En esas escenas también participan acróbatas y contorsionistas, que, en otros ejemplos, se presentan aislados en posible alusión a una manifestación del más elemental ocio popular, tal como se pueden apreciar en San Martino, Serrapio y Manzaneda, entre un elevado número de ejemplos.
Los tipos populares están representados fundamentalmente en las escenas obscenas y juglarescas ya mencionadas. Asociadas a ellas y en el contexto de la fiesta popular parece alcanzar sentido la figura muy repetida del hombre del tonel (Aramil, San Pedro de Villanueva, etc.), en la que el tonel vendría a constituir un símbolo de la abundancia. Quizá también algunas cabezas carentes de atributos (Aramil, Ujo, San Martino, etc.) sean exponentes de la fuerza y vitalidad populares. Pero la actividad cotidiana de los minores es llamativamente limitada y se reduce al trabajo campesino, además muy escasamente representado (San Pedro de Villanueva), excluyéndose la actividad artesanal y mercantil, quizá como reflejo de una recalcitrante defensa del sistema social establecido.
El imaginario del románico asturiano no se muestra por tanto como el speculum scientiae que integraba los oficios en las compilaciones teóricas. Pero las cabezas humanas que desde mediados del XIII invaden las portadas de los templos (San Francisco de Avilés, Santo Tomás de Sabugo) quizá tengan su explicación como proyección iconográfica del speculum socialis, que en paralelo al speculum naturae de los mismos templos, da cuenta del nuevo afán recopilador y clasificador y del interés por lo particular, lo pintoresco y lo anecdótico.

Iglesias y monasterios, caracterizados por sus pequeñas dimensiones y su integración en el entorno natural, se encuentran dispersos por todo el medio rural, como el conjunto de iglesias en la zona de Villaviciosa: Santa María Magdalena de los Pandos, San Salvador de Fuentes, Iglesia de San Andrés (Valdebárzana), Santa María de la Oliva, Santa Maria de Valdediós y San Juan de Amandi. Otros ejemplos, distribuidos por todo el territorio, son: la Colegiata de San Pedro de Teverga, San Julián de Viñón (Cabranes), Iglesia de Santa María (Narzana) (Sariego), San Pedro de Villanueva (Cangas de Onis), San Antolin de Bedón (Llanes) o Santa Maria de Obona (Tineo). ​
Otros: San Vicente de Serrapio (Aller), Santa Eulalia de Abamia (Corao), ​Aramil, Cornellana, Piedeloro, Priorio, Santa Maria de Villanueva, ​ Santo Tomas de Sabugo, San Jorge (Manzaneda), ​ San Esteban (Sograndio) o San Pedro de Arrojo. ​

 

Oviedo
La ciudad de Oviedo, capital del Principado de Asturias, se sitúa en el centro de la región, en la confluencia de importantes vías de comunicación, como la que en dirección Norte-Sur pone en relación Asturias con la Meseta a través del puerto de Pajares, y la que en dirección Este-Oeste recorre toda la región comunicándola con las tierras cántabras y gallegas. Estos caminos, transitados desde tiempos inmemoriales, constituyeron el elemento imprescindible y determinante para el desarrollo de la urbe en sus distintos momentos históricos.
Es mí objetivo en estas líneas acercarnos, a modo de síntesis, a la historia y desarrollo de la ciudad de Oviedo durante los siglos del románico, un espacio temporal que podemos situar entre las primeras décadas siglo XI, tomando como punto de referencia la visita de Fernando I a la ciudad, momento en que se llevaron a cabo una serie de obras en el monasterio de San Pelayo con las que parece que se introducen en Asturias las formas del nuevo estilo, y las primeras décadas del siglo XIII, con el establecimiento de la orden franciscana, portadora ya de nuevas ideas. A lo largo de estos dos siglos la ciudad sufrió importantes trasnformaciones, dando lugar al nacimiento de una nueva y activa urbe en la que el apoyo regio, el fenómeno de las peregrinaciones y el auge de la actividad comercial fueron los principales motores de desarrollo.
La tesis tradicional defiende que la fundación de la ciudad tuvo lugar en la segunda mitad del siglo VIII, cuando, según se recoge en un controvertido documento del monasterio de San Vicente, en el año 761 un grupo de monjes encabezados por el abad Fromestano y su sobrino el presbítero Máximo, se establecieron en la llamada colina del Ovetao. Relata el documento que tras allanar y despoblar de monte la colina, la cual no pertenecía a nadie, fundaron en ella el monasterio de San Vicente, que constituiría la génesis de la ciudad. No es éste el lugar para debatir esta tesis tradicional que ha sido revisada en estudios más recientes, en los que se han enunciado otras hipótesis que incluso plantean la posible existencia en el lugar de una villa tardorromana como punto de partida de un centro religioso de carácter familiar.
El pequeño núcleo se convirtió en capital del reino de Asturias con el monarca Alfonso II, quien, según recogen las Crónicas Asturianas, levantó en ella templos y palacios, y, según cuenta la leyenda recogida en el Libro de los Testamentos, trasladó a Oviedo las santas reliquias que procedentes de Jerusalén habían llegado a Asturias desde Toledo para ponerlas a salvo del invasor infiel. El desarrollo de la sedes regiae prosiguió con los monarcas posteriores, hasta que en el siglo X, perdida la importancia política al trasladarse la corte a León, experimentó un proceso de decadencia que se mantuvo hasta entrado el siglo XI.
Un conde, en nombre del monarca, y sobre todo el obispo, quien se erigió en principal autoridad de la ciudad, dirigieron en aquellos tiempos los designios de una población mermada por la pérdida demográfica y la falta de un revulsivo económico que permitiera el desarrollo urbano. La institución eclesiástica fue entonces la gran beneficiada, de manera que la ciudad emprendió el camino que la llevaría a dejar de ser sede regia para convertirse sede episcopal, un período en el que el cabildo, a principios de siglo todavía poco definido, comenzó a organizarse con el respaldo de importantes donaciones de la familia real y de la nobleza. A su lado, los monasterios de San Vicente y de San Juan, llamado de San Pelayo desde el traslado de las reliquias del santo desde León a Oviedo, empezaban a despuntar en el panorama monástico de la región favorecidos también por un buen número de donaciones. El de San Pelayo, mencionado en los documentos como conventus dominarum, mantuvo desde sus orígenes un estrecho vínculo con la corte leonesa, puesto que fue lugar de refugio de reinas viudas y repudiadas, como Teresa Ansúrez y Velasquita, y a él acudió el monarca Fernando I, acompañado de su esposa la reina Sancha, de sus hijos, obispos y magnates, el día 7 de noviembre de 1053, para asistir al traslado del cuerpo de San Pelayo a un lugar más digno y acorde con su santidad. Este viaje constituye un precedente de la visita realizada a Oviedo dos décadas más tarde por el hijo de los monarcas para asistir al acto solemne de apertura del Arca Santa, tal como se expondrá más adelante, que, a su vez, inicia la tradición de la peregrinación a San Salvador por parte de los monarcas leoneses, que se mantendrá en las dos centurias siguientes.
Muchos han sido y son los autores que se ocuparon de la historia de la ciudad en los siglos XI-XIII y a ellos se remite desde aquí para ampliar lo que simplemente se plantea como marco histórico que ayude a contextualizar las principales creaciones del románico en la ciudad. Conviene recordar dentro de esa extensa historiografía los trabajos eruditos de C. Miguel Vigil y de F. Canella, los estudios de los medievalistas J. Uría Ríu, J. I. Ruiz de la Peña, F. J. Fernández Conde, I. Torrente Fernández y M. Calleja Puerta, y los aportados por historiadores del arte como M. S. Álvarez Martínez, E. Carrero Santamaría y M. P. García Cuetos, entre otros. De las aportaciones realizadas por los distintos historiadores se desprende que desde el segundo cuarto del siglo XI los aires de renovación llegan a la vieja ciudad de Oviedo, dibujando los perfiles de una nueva ciudad que poco a poco sale de su letargo. La llegada del obispo catalán Ponce de Tavernoles (1025-1035), formado como monje en Ripoll en el entono del abad Oliba, y con una posición destacada en la corte navarra de Sancho III el Mayor, del que fue maestro y consejero, debió de traer a la diócesis las ideas del nuevo espíritu cluniacense tan arraigado ya en el ámbito franco- navarro del que procedía. Varios autores coinciden en señalar su papel como uno de los propulsores del culto a San Salvador y a las reliquias de la Cámara Santa, pues dada su privilegiada situación en la corte navarra, parece que favoreció en gran medida la buena disposición que Fernando I de Castilla, hijo del monarca navarro y esposo de la reina Sancha de León, manifestó hacia la iglesia de San Salvador, a la cual, según recoge la Crónica Silense, “entre todos los lugares sagrados y venerables dio culto preferente (...) y entregó mucho oro y plata”. La devoción del monarca quedó reflejada además en las donaciones realizadas a la Iglesia ovetense, a la que junto con su esposa, siendo obispo Froilan, sucesor de Ponce, confirmó en 1036 todas las donaciones y privilegios concedidos por sus antecesores. Y similar devoción puede deducirse de su presencia en San Pelayo de Oviedo en 1053, aunque no conste documentalmente que visitase las reliquias de San Salvador.
Según reflejan las fuentes documentales, ya desde entonces va en aumento la presencia de peregrinos en la ciudad, si bien no será hasta los años finales de la centuria cuando el fenómeno comience a alcanzar verdadera importancia cuantitativa. Todo parece indicar que el motor que dio impulso definitivo a la peregrinación a San Salvador fue la visita realizada al relicario ovetense en el año 1075 por el monarca Alfonso VI, quien acompañado de las más altas dignidades del reino asistió al solemne acto de apertura del Arca Santa. Ese acto fue recogido oficialmente en un documento fechado el viernes 13 de marzo de 1075, en el que se incluyó la relación de piezas encontradas en el interior del relicario, que comprendía, entre otros objetos sagrados, hasta ochenta y tres reliquias. Grandes festejos precedieron y siguieron a ese acto de apertura del Arca de las reliquias, tras el cual el monarca mandó hacer un nuevo relicario de plata para dar un lugar más digno a tan importante tesoro, y dotó a la Iglesia con importantes donaciones, entre las que se destaca la de la tierra de Langreo, punto de partida del basto señorío de la mitra ovetense. Con ese acontecimiento de 1075 el culto a las reliquias de San Salvador dio el paso definitivo hacia su internacionalización, pues lo ocurrido se recogió en diversos textos y leyendas que se divulgaron por buena parte del mundo cristiano promovidos por lo que algunos autores consideran una campaña de propaganda política perfectamente orquestada por el cabildo y la corte. Muestra de ello es que aparezcan ya en textos franceses de finales del siglo XI el inventario de las reliquias de San Salvador y la leyenda de su traslado a la ciudad, así como que en el siglo XII el cronista inglés Osberno de Baldr haga mención en referencia a Oviedo de la ecclesia Salvatoris et totius Hyspaniae preciosissimae reliquiarum.
La creciente fama del relicario asturiano pronto atrajo a peregrinos de otras partes de España y de más allá de los Pirineos, los cuales en su camino hacia Compostela no dudaban en desviarse de su ruta, a la ida o a la vuelta, para visitar la Sancta Ovetense. Para llegar a ella los romeros seguían fundamentalmente el camino de León a Oviedo a través del puerto de Pajares o, procedentes del santuario gallego, el que comunicaba Compostela y Oviedo por el alto de la Espina a través del llamado camino primitivo, pero también se transitaron otros ramales secundarios y la ruta de la costa. La presencia de viajeros en Oviedo generó una población itinerante cada vez mayor que hizo necesaria la dotación de una serie de servicios para su asistencia. Las aportaciones de los monarcas para cubrir esas necesidades fueron fundamentales. Uno de los primeros en realizar donaciones con fines asistenciales fue Alfonso VI, quien, además de acondicionar las principales vías de comunicación que conducían a la ciudad, en el año 1096 entregó a la Iglesia ovetense el antiguo palacio de Alfonso III para convertirlo en hospital. Esta donación estuvo acompañada de la de otros establecimientos hospitalarios vinculados a diferentes instituciones que, más adelante, se verían ampliados por las iniciativas de particulares que abrieron sus propios albergues.

A lo largo del siglo XII la peregrinación a San Salvador se fue consolidando e internacionalizando, destacándose, tras la de Compostela y siempre ligada a ella, como la más importante de la Península. De ello dan cuenta varios textos de la época, entre los que a modo de ejemplo podemos citar las disposiciones de Las Partidas de Alfonso X, en las que se considera peregrino a todo ome estraño que va a visitar el Sepulcro Santo de Hierusalen e los otros santos logares (...) o que andan en pelegrinaje a Santiago o a Sant Salvador de Oviedo o a otros logares de luenga e de estraña tierra.
De la mano de las peregrinaciones, junto con los romeros llegaron otras gentes, comerciantes y artesanos en su mayor parte, que atraídos por las perspectivas de hacer negocios en una ciudad que había de prestar servicios a sus visitantes, comenzaron a asentarse en ella constituyendo nuevos grupos de población libre de vasallaje que actuaron de manera decisiva en la estimulación del desarrollo urbano, del florecimiento de la vida municipal y la formación del nuevo grupo social de la burguesía. Entre estos nuevos pobladores, junto a gentes llegadas de las áreas rurales del entorno y de otras tierras del reino, destacó un nutrido grupo de colonos ultrapirenaicos, conocidos con el nombre genérico de francos, cuya presencia ya se constata en la ciudad en los últimos años del siglo XI, se afianza en las primeras décadas del XII y se muestra perfectamente integrada a mediados de ese mismo siglo. Al igual que ocurriera en otras ciudades del reino, esta nueva población contribuyó de manera decisiva al crecimiento económico, ya que una de sus principales actividades fue la de facilitar el intercambio entre los mercados de sus ciudades de origen y los de su lugar de asentamiento, según demuestran documentos datados desde finales del siglo XII. En ellos se recogen las relaciones comerciales existentes entre Oviedo, a través del puerto de Avilés, y otros centros de la cornisa cantábrica y el atlántico francés; en dichas relaciones comerciales, la capital asturiana actuó como ciudad de acarreo, siendo al mismo tiempo receptora y distribuidora de mercancías.

El desarrollo de la actividad comercial y el crecimiento demográfico se vieron favorecidos por la concesión a la ciudad del Fuero y por la posterior elaboración de las ordenanzas municipales. En un momento impreciso, ya que no se conserva el original, el Fuero de Oviedo fue concedido por Alfonso VI poco tiempo después de su visita a la Cámara Santa, entre 1085, fecha de la concesión del fuero de Sahagún, que es el modelo del ovetense, y la muerte del monarca en 1109. Con la concesión del fuero, instrumento jurídico necesario para constituirse como verdadero centro urbano, se inauguró un nuevo modelo de ciudad que favorecía la organización municipal y el nacimiento del concejo para regir los intereses de una población libre, dispensada de cargas señoriales y que solamente había de prestar obediencia y vasallaje al monarca.
Aunque el documento original no se ha conservado, ha llegado hasta nosotros en un traslado de 1295 la ratificación del mismo que en 1145 concedió a la ciudad su nieto Alfonso VII. Este documento facilita algunos datos, válidos al menos para los años centrales de la duodécima centuria, que permiten explicar que la ciudad disfrutase ya entonces de cierta madurez municipal, que se favoreciese el cambio de la vieja ciudad episcopal en una nueva ciudad mercantil y que el concejo se consolidase frente al poder eclesiástico y nobiliario. Se recogen en el documento, además de otros preceptos, el nombramiento de dos merinos, uno para la población castellana y otro para la franca, demostrando así la importante posición de esta colonia en la configuración de la ciudad, varias disposiciones sobre orden público y la regulación oficial de las transacciones comerciales, entre las que debemos destacar el privilegio de no pagar portazgos hasta León, lo que sin duda debió de ser un importante incentivo para la actividad comercial de una urbe, que como hemos visto anteriormente, era considerada como ciudad de acarreo.

En los años siguientes la ciudad continuó favoreciéndose de los diferentes privilegios otorgados por los monarcas. Durante parte del reinado de Alfonso VII y de su hijo Fernando II, destaca en la ciudad la presencia de la reina Urraca de Navarra, apodada “la asturiana”, hija bastarda del emperador y de la dama asturiana Gontrodo Petri. Casada en 1144 con el rey navarro García Ramírez, quedó viuda y sin descendientes seis años después, por lo que regresó a Oviedo, su ciudad natal, donde manteniendo las dignidades de su título se estableció con su propia corte y actuó, por designio de su padre, con total soberanía e independencia sobre las tierras asturianas, hasta que hacia 1164, según un documento del monasterio leonés de Otero de las Dueñas, protagonizó un intento de secesión de Asturias, tras el cual tuvo que abandonar la región.

Durante el reinado de Alfonso IX (1188-1230), con el que podemos poner fin al período histórico que nos ocupa, la ciudad alcanza su plenitud estructural y funcional como hábitat netamente urbano, en perfecta sintonía con lo que estaba ocurriendo o ya había ocurrido en otras ciudades de la Península relacionadas con las rutas de peregrinación, como León y Burgos. Entre las donaciones y privilegios otorgados por este monarca a la ciudad cabe destacar la concesión en 1222 de la tierra llamada de Nora a Nora, que ensanchaba los dominios de la ciudad, la concesión de celebrar un mercado semanal, y la disposición de 1261 por la que se inició la construcción de un nuevo perímetro de murallas acorde con las nuevas dimensiones y pretensiones de crecimiento de la urbe.

La Iglesia, si bien vio mermado su poder absoluto, mantuvo siempre una posición destacada en la política de la ciudad, de manera que le pertenecían un tercio de las magistraturas locales y recibía la tercera parte de los derechos económicos. Los siglos XI y XII fueron testigos del proceso de organización de la vida eclesiástica en la sede ovetense, que siguiendo un discurso similar al de otras diócesis del noroeste peninsular, alcanzó entonces lo que podríamos considerar la mayoría de edad como institución. Así, desde la segunda mitad del siglo XI, bajo el gobierno de los obispo Froilán (1035-1073) y Arias (1073-1094), el cabildo ovetense, siguiendo los preceptos de los concilios de Coyanza (1055) y de Compostela (1063), emprendió la reforma efectiva de su institución comenzando entonces a constituirse como tal al independizarse por completo del grupo monástico de San Vicente, al que había estado unido desde sus orígenes, y a consolidar su patrimonio económico y jurisdiccional gracias a las jugosas donaciones y privilegios de la familia real y otros miembros de la nobleza, entre los que cabe destacar la donación de la tierra de Langreo en 1075.

En el siglo XII sobresale la figura del obispo don Pelayo (1101-1130), quien además de impulsar en toda la diócesis la reforma gregoriana, promovió una política de consolidación jurídica y económica de la mitra ovetense. Buscando mantener el poder episcopal sobre la ciudad frente al avance del concejil, en un documento de 1112 considerado por la mayor parte de autores como una falsificación pelagiana se dispone que, junto con otras propiedades, la totalidad de Oviedo fue donada a la mitra por la reina Urraca. Considera F. J. Fernández Conde que si bien la reina realizó por ese tiempo una importante donación a favor de San Salvador, no alcanzó ésta a la totalidad de la ciudad y su mandación, sino únicamente, además de otros bienes fuera de urbe, a la llamada corte de Santa Cruz, situada en las inmediaciones de la catedral, siendo el resto del documento conservado, en el que se aprecia el esquema propio de las fórmulas diplomáticas pelagianas, falsificaciones vinculadas a las intenciones del prelado.
Junto con la catedral dominaban la vida religiosa de la ciudad los monasterios de San Vicente y San Pelayo, para cuyo desarrollo histórico remitimos a los estudios monográficos a ellos dedicados en las páginas siguientes, los cuales se consolidan ahora como dos de los cenobios más importantes de la región. Acogidos, en distintos momentos, a la regla benedictina, se ven favorecidos por numerosas donaciones y privilegios otorgados tanto por los monarcas y la familia real como por otros miembros de la nobleza, lo que permitió la extensión de su patrimonio y la configuración de su señorío jurisdiccional. A su lado, completando el perfil religioso de la ciudad, se documentan una serie de templos de menor entidad y anteriores en origen al estilo románico, calificados unas veces como iglesia y otras como monasterio, ya que como es sabido en aquel tiempo todavía no aparecían definidas las diferencias entre ambos términos. Aunque no se hayan conservado restos materiales de ellos, las fuentes documentales dan cuenta de la existencia de los templos de Santa Cruz, Santa Marina, Santa María, Santa Águeda y San Andrés, algunos de los más antiguos de la ciudad y fundados, como era costumbre en la época, como iglesias propias bajo el régimen de herederos. El documentado en fecha más temprana es el de Santa Cruz, que se menciona ya antes del siglo XI, desde cuyos inicios aparecen citados los restantes hasta la primera mitad del XII, período en que sus propietarios comienzan a deshacerse de ellos entregándolos a las instituciones eclesiásticas de acuerdo con uno de los preceptos del concilio de Coyanza.

El siglo XII, en plena consolidación de la ciudad comercial, ven la luz nuevas instituciones religiosas, en la que se deja sentir el nuevo espíritu urbano y la presencia de las colonias foráneas. Así, cuando en 1153 Gontrodo Petri, concubina de Alfonso VII y madre de la reina Urraca de Navarra, fundó extramuros de la ciudad el monasterio de Santa María de la Vega, lo puso bajo la sujeción de la orden francesa de Fontevraud, lo que constituía una novedad en la historia del monacato asturiano, si bien por poco tiempo. Así mismo, la fundación de la denominada ecclesia mercatorum de San Isidoro se pone en relación con la presencia en la ciudad de un importante grupo de comerciantes leoneses, y la construcción del templo de San Juan, relacionada con la iniciativa del monarca Alfonso VI, se halla vinculada a la peregrinación como iglesia del hospital homónimo. En el siglo XIII, poniendo fin al período del románico, tiene lugar la llegada y establecimiento de la orden franciscana a la ciudad que es portadora de una nueva espiritualidad que abre paso al estilo gótico. Hacia 1230 debió de tener lugar la fundación del convento de San Francisco, seguido décadas después por el de Santa Clara, establecidos ambos extramuros de la ciudad, en cuyas fábricas parecen haberse combinado elementos de ambos estilos.

Todo este proceso de expansión y desarrollo urbano que venimos comentando quedó necesariamente reflejado en la morfología de la ciudad, asentando por entonces las bases de su definitiva fisonomía urbana. El aumento demográfico y la llegada de nuevos pobladores condujeron al crecimiento de la urbe y a su expansión más allá del primitivo foco prerrománico, comenzando a distinguirse entonces tres núcleos perfectamente diferenciados, determinados por la función predominante de cada uno de ellos: el barrio clerical, el comercial y el político-militar, cada uno con su significativo centro de poder (la catedral, el mercado y el castillo-fortaleza).
La que podríamos denominar como ciudad eclesiástica, perfectamente delimitada por las antiguas murallas de Alfonso III, se irá formando en torno al primitivo núcleo de la ciudad desarrollada alrededor de la basílica de San Salvador. En su recinto, además del conjunto catedralicio y de los antiguos monasterios de San Vicente y San Pelayo, se situaban otra serie de construcciones menores. Algunas de ellas, como el panteón de Santa María o la iglesia de San Tirso, eran de origen prerrománico y a ellas se sumaron entonces una serie de construcciones situadas entorno al atrio catedralicio, de las que no se ha conservado ningún resto material, pero que aparecen citadas desde el siglo XI hasta mediados del siglo XII. A la luz de los documentos debió de tratarse de pequeñas edificaciones de naturaleza no muy definida, fundadas como iglesias o monasterios propios bajo el régimen de herederos, y donadas con posterioridad a la Iglesia de Oviedo. Su localización en torno al atrio de la catedral puede ser debida, como expone E. Carrero, a una particular topografía sacra de tradición altomedieval, que está documentada en las vecinas catedrales de León y Astorga, así como en otros templos del ámbito europeo, según la cual una serie de oratorios y pequeños monasterios prestaban servicio a un templo mayor del que dependían.

Los documentos conservados, algunos conocidos a través de referencias o trascripciones decimonónicas, dan cuenta de la existencia y localización de algunos de estos monasterios e iglesias, como el de la Santa Cruz, que aparece mencionado por primera vez en una falsa donación de la reina Velasquita a la Iglesia de Oviedo, que lo sitúa adherente ecclesie Sancti Saluatoris; el de Santa Marina, citado en sucesivas donaciones de 1037, 1075 y 1086, según las cuales se emplazaba in cimenterio supratate sedis iuxta ecclesiam beati Tirsi; los de Santa María y Santa Águeda, que según un documento de 1104, conocido a través de una trascripción de C. Miguel Vigil, se localizaban in Oueto in atrium Saluatoris nostri quos vocitant sancte agathe martiris iusta eccesia sancti Tyrsi et monasterium sancte Marie secus sanctus andreas, templo este último vinculado a las llamadas mansiones de San Andrés, que según un documento de 1133 había edificado el arcediano Pedro Anaya como hospital para canónigos enfermos.

En el costado sur de la catedral, en las proximidades de la Cámara Santa donde se daba custodia a las veneradas reliquias, reaprovechando las antiguas dependencias palaciegas de Fruela I y Alfonso II, se situaría el palacio episcopal, centro del poder de la sede, que funcionaría, según expone E. Carrero a manera de muro de separación del resto de la ciudad, ya que detrás de él se desarrolló, casi independiente del resto de la urbe, el denominado barrio de canónigos, en el que tenían sus residencias los canónigos, dignatarios y personal adjunto al servicio de la catedral, además de las distintas instituciones religiosas que contaban con sede en la capital, como es el caso del monasterio de San Juan Bautista de Corias o de la Colegiata de San Pedro de Teverga.
A la sombra de este primitivo núcleo, principalmente en su parte meridional, siguiendo el trazado de las principales vías de comunicación que conducían a los peregrinos a San Salvador, se fueron asentando preferentemente los comerciantes y artesanos, dando lugar a la ciudad comercial. En un principio, los nuevos pobladores tendieron a separarse por barrios según su lugar de origen, pero en el siglo XIII aparecen ya plenamente integrados en la ciudad. Así, por ejemplo, las colonias francas prefirieron ocupar los aledaños de la Rua Francisca, por la que los peregrinos atravesaban la ciudad, mientras que los grupos llegados de tierras leonesas se situaron en las inmediaciones de Cimadevilla, donde hacia el año 1200 se levantó la iglesia parroquial de San Isidoro, advocación muy arraigada en tierras leonesas, que puede ser considerada como la auténtica ecclesia mercatorum del Oviedo medieval al ocupar el centro del barrio mercantil de la urbe, en cuyas inmediaciones se situaba el mercado local.
Por su parte la ciudad político-militar, situada al Noroeste de la ciudad en el denominado barrio de Socastiello, se desarrolló en torno a la antigua fortaleza de Alfonso III, símbolo del poder civil de la urbe como residencia del representante del monarca en la ciudad. Allí fijó su residencia la floreciente burguesía ovetense, y tenían lugar, en la llamada plaza de Santa María del Campo, donde también se celebraban certámenes comerciales, las principales manifestaciones públicas de la vida municipal, tales como asambleas vecinales y la elección de justicias.
Como unión de los tres barrios se estableció un sistema viario sencillo, de trazas bastante regulares y ordenado en torno a dos vías longitudinales y paralelas, a las que más delante se uniría una tercera, orientadas en dirección norte-sur siguiendo el trazado de la principal vía de comunicación de la ciudad, y cortadas transversalmente por otra serie de vías secundarias permitiendo la distribución del espacio en manzanas. Una de ellas, la llamada Rua de las Tiendas o Rua Francisca, ponía en conexión el barrio mercantil, Cimadevilla, con el administrativo, Socastiello; mientras que la segunda, discurría por delante de la catedral.

Para dar unidad y protección a esta nueva ciudad, por disposición de 1261, el rey Alfonso IX mandó construir un nuevo perímetro de murallas para Oviedo. La cerca alcanzó un perímetro de unos 1400 metros y delimitaba una superficie de 11,4 hectáreas, en la que se dispondría, tal y como se deja ver todavía en el plano de la ciudad dibujado por Francisco Reiter en 1777, de un amplio espacio sin construir preparado para recibir nuevas edificaciones. Fuera de la muralla quedó igualmente una buena parte del caserío ya existente, principalmente en la zona sur, en la que se prolongaba el barrio comercial, así como en la zona de El Campo, donde los franciscanos y las clarisas establecieron sus casas conventuales, y, a mayor distancia, en las inmediaciones del camino que conducía a Avilés, en una zona de huertos, el monasterio de Santa María de la Vega.

Si bien es cierto que en la actualidad apenas se conservan restos materiales que puedan adscribirse a este período histórico, la documentación refleja, especialmente en los años centrales del siglo XII, una intensa actividad constructiva que debe ponerse en relación con la pujanza y auge económico que vive la ciudad, situación que favoreció la llegada de las fórmulas y estética del estilo románico imperante en Europa de la mano de talleres foráneos atraídos por las posibilidades de trabajo que ofrecía una ciudad en pleno estado de desarrollo. Los primeros pasos del románico en tierras ovetenses se habían dado con anterioridad, a mediados del siglo XI, cuando se llevaron a cabo en el monasterio de San Pelayo una serie de obras de las aún se conservan restos en el llamado claustrillo del monasterio. En aquella etapa inicial del románico ovetense también se construiría la torre Vieja de la Catedral, que puede deberse a iniciativa de Alfonso VI, así como otra serie de obras no conservadas, como el pórtico funerario que parece fue construido entonces en el lado norte de la Cámara Santa. Estas obras, en contra de las tesis tradicionales que hablan de la penetración tardía del léxico románico en Asturias, demuestran, como ha expuesto M. S. Álvarez Martínez, que ya en la segunda mitad de la undécima centuria se aplicaron en la región soluciones propias del nuevo estilo respaldadas por la iniciativa regia y desarrolladas por talleres cualificados, que explican las relaciones existentes con trabajos llevados a cabo contemporáneamente en León.

En el siglo XII, con el auge de las peregrinaciones, el esplendor económico y en pleno “renacimiento” cultural, Oviedo se abre al románico internacional. Talleres de alta cualificación relacionados con las corrientes francesas, de cuño borgoñón fundamentalmente, intervienen en San Salvador, que emprende entonces la construcción del claustro y la reforma de la Cámara Santa, donde el estilo alcanzará una de las más altas cotas del románico español. También se llevan a cabo entonces remodelaciones y ampliaciones en las dependencias de las instituciones monásticas de San Pelayo y de San Vicente, así como la construcción de nueva planta del monasterio de Santa María de la Vega y de las iglesias parroquiales de San Juan y San Isidoro, a las que habría que unir, ya en el siglo XIII, dentro de los presupuestos del románico tardío, el convento de Santa Clara que sigue los mismos modelos. Una actividad constructiva, caracterizada, en rasgos generales, por el preciosismo, la plasticidad y el virtuosismo técnico, que dio lugar al estilo de Oviedo, según denominación de M. S. Álvarez Martínez, que tuvo importantes repercusiones en otros centros del románico regional.
Según se ha indicado, no son muchos los vestigios de la época que se conservan en la actualidad, unas veces debido a infortunados accidentes, como el incendio que en la Navidad de 1521 destruyó gran parte de la ciudad, en que debieron de desaparecer un buen número de edificaciones, predominantemente civiles; otras al simple discurrir de la historia, que pone en boga nuevos estilo y genera nuevas necesidades que suponen la sustitución de las viejas fábricas por otras nuevas, como ocurrió con los claustros románicos de la catedral y de los monasterios de la ciudad; y otras muchas, las más difíciles de comprender o aceptar, a la propia acción voluntaria del hombre, como las que llevaron a la destrucción, a pesar de voces contrarias como las de la Comisión Provincial de Monumentos, de los templos de San Juan, San Isidoro y Santa Clara.
A modo de conclusión podemos decir que los siglos XI, XII y parte del XIII, que coinciden con el desarrollo del románico en la ciudad de Oviedo, significan para ésta una consolidación como entidad urbana que cuenta con el patrocinio regio, la peregrinación y el comercio como principales puntos de apoyo y desarrollo.

Catedral de San Salvador
El impulso del monarca Alfonso II (791-842) a la actividad constructiva dentro de la nueva capital del reino de Asturias está en el origen de la catedral de Oviedo, cuya primera fábrica se construye en el siglo IX siguiendo el modelo basilical del prerrománico asturiano. Los aspectos relativos a aquella primera fase histórica de San Salvador de Oviedo se comentan con detalle en el volumen correspondiente al Arte Prerrománico Asturiano de esta misma colección, al que se remite desde aquí. En este trabajo interesa analizar cuál ha sido la evolución del conjunto catedralicio en los siglos XI y XII, cuando algunas de sus dependencias fueron objeto de unas intervenciones en sus fábricas que les otorgaron la estructura que mantienen en la actualidad.
Las intervenciones de estilo románico parecen iniciarse en la Torre Vieja, cuyo cuerpo inferior prerrománico y de carácter defensivo se remató a fines del siglo XI con un cuerpo románico de dos pisos, que en el superior acogía las campanas. Los trabajos continuaron con la construcción del claustro, que posiblemente no haya llegado a concluirse antes de ser sustituido por el actual gótico. En torno a él, se edificaron una sala capitular, de la que se han conservado descontextualizadas algunas piezas pertenecientes a los arcos de su fachada, y la residencia de los canónigos. Los trabajos más tardíos se desarrollaron en la Cámara Santa, en la que durante la segunda mitad del siglo XII se acometió la reforma de la Capilla de San Miguel.
Las obras mencionadas se sucedieron dentro de un marco cronológico de aproximadamente un siglo de duración y coincidieron con el episcopado de tres figuras relevantes: los obispos Arias (1073-1094), Pelayo (1101-1130) y Gonzalo Menéndez (1162-1174). Al desarrollarse dentro de un período cronológico amplio, los trabajos ejecutados responden a distintas fases evolutivas del estilo románico y son resultado de la intervención de diferentes talleres y consecuencia de la influencia de las corrientes estilísticas foráneas que en los distintos momentos llegan a la ciudad. Pero en todos los casos, como se podrá comprobar en los textos que siguen a esta breve introducción, la renovación de las estructuras de este conjunto religioso ovetense se ha visto favorecida por el reiterado apoyo que le han prestado los sucesivos monarcas leoneses con sus donaciones y prebendas, por el de las familias nobles asturianas, por el impulso de sus obispos y por la constante afluencia de peregrinos, que acudían en número cada vez más alto al viejo santuario atraídos por la fama de santidad alcanzada por sus reliquias.
Paralelamente a los trabajos arquitectónicos mencionados, la catedral engrosaba su afamado tesoro con relicarios, códices ilustrados e imágenes. Es preciso destacar como magníficas obras de metalistería o de eboraria creadas entonces el Arca Santa, el Díptico de Gundisalvo, el Cristo de Nicodemo y la Arqueta del obispo Arias. Así mismo, conviene indicar que en el primer tercio del siglo XII, durante el obispado de don Pelayo, existió un activo scriptorium catedralicio cuya obra cumbre es el Libro de los Testamentos.

Torre vieja de la catedral
En el lado sur de la catedral gótica, adosada a la Cámara Santa, se levanta la conocida como Torre Vieja de la catedral de Oviedo. Sus orígenes se remontan al período de la Monarquía asturiana, tal como se analiza en el volumen correspondiente al Prerrománico Asturiano de esta Enciclopedia, desempeñando originalmente una función defensiva dentro el conjunto palatino ovetense. En época románica ya dentro de las dependencias catedralicias, de las que pudo haber pasado a formar parte tras el traslado de la corte a León y la transformación de la antigua sede regía en una ciudad eminentemente episcopal, la torre se reformó por completo, conservando del período prerrománico solo el cuerpo bajo, para transformarla en torre campanario, y quizás también como apuntan algunas opiniones, en archivo de la catedral.
Sobre la fecha de construcción de esta torre existen diferentes opiniones, ya que algunos autores, como I. Bango Torviso, por la sencillez de la talla y la presencia de algunos repertorios que consideran arcaizantes, datan la obra en la segunda mitad del siglo XII; mientras que otros apuntan a una datación más temprana entorno a finales del siglo XI y primeras décadas del XII. Así M. S. Álvarez Martínez, además de señalar los paralelismos que muestra la obra con otras construcciones del primer románico asturiano, argumenta a este respecto que ni por estilo ni por repertorios ornamentales se pueden comparar los trabajos realizados en la torre con el románico ovetense de la segunda mitad del siglo XII, caracterizado por el preciosismo y la minuciosidad de la talla. Apoyan también esta datación los estudios realizados por E. Fernández González y C. García de Castro, apoyando este último sus teorías en el hecho de que el aspecto del trasdós de la bóveda sea similar a la de la bóveda del ábside de San Miguel de Lillo, también en Oviedo, fechada de acuerdo con los análisis del Carbono 14 entre los últimos años del siglo XI y la primera década de la siguiente centuria. Además de esto hay que tener en cuenta que por ese tiempo la Iglesia ovetense fue la destinataria de numerosas y cuantiosas donaciones de la nobleza y sobre todo de la corona, teniendo en la figura de Alfonso VI, quien visitó la sede en 1075, uno de sus principales beneficiarios. Así pues, no sería nada extraño que fuera bajo el reinado de este monarca, que coincide además con el despegue de las peregrinaciones a San Salvador, cuando la mitra ovetense decidiese la renovación y modernización de las viejas dependencias prerrománicas de la catedral, ya que contaba entonces con suficiente capital y con el apoyo de la corona para acometer las obras.

Detalle de la torre vieja 

De sección cuadrada y elevada en tres alturas, la inferior prerrománica, la torre vieja de la catedral de Oviedo se presenta como una estructura sólida, armónica y regular en todos sus aspectos. Construida en aparejo de cantería más o menos regular, marcando aquí ya la diferencia respecto de la fábrica precedente, en la que se emplea el sillarejo, según expone el arqueólogo C. García de Castro, debieron de trabajar en ella, en atención a las marcas de cantería, al menos dos artífices o cuadrillas diferentes, siendo los autores del tercer nivel, donde se advierte una unidad de proyecto, tanto desde el punto de vista arquitectónico como plástico más expertos que los del segundo nivel. Este cuerpo intermedio, cubierto con bóveda de crucería, se articula al exterior en cada uno de sus paños mediante un vano de medio punto dovelado envuelto por un guardapolvo moldurado que a modo de imposta se prolonga alrededor de todo el volumen de la torre, dando así continuidad al conjunto como nexo de unión entre las distintas caras del cubo y sirviendo al mismo tiempo como arranque de un amplio arco ciego y apoyado en dos potentes pilastras que generan un ligero retranqueo en el paramento. Este arco ciego, además de una posible función estructural de la que luego nos ocuparemos, actúa como elemento articulador del volumen, da mayor ligereza a la estructura y rompe con la monotonía del muro cerrado y compacto.
Bóveda del cuerpo superior de la Torre Vieja 

Sobre este segundo piso, imponiendo como elemento de separación entre los dos cuerpos una moldura a bisel decorada con listel en la parte superior y bolas en los ángulos, se alza el tercer nivel de la torre, el destinado explícitamente a cuerpo de campanas, al que se accede por medio de una trampilla abierta en la clave de la bóveda del piso precedente. Se trata de un cuerpo ricamente articulado en el que cada uno de los paños se abre al exterior a través de arcos de medio punto con las roscas dobladas, ligeramente ultrapasados los de las caras norte y sur, por lo que adquieren la apariencia de arcos de herradura; en ellos la arquivolta exterior se apoya directamente sobre impostas mientras que la interior hace lo propio sobre columnillas de capitel entrego pero fuste y basa exentos. Esta arquería responde en todos los sentidos a un lenguaje propiamente románico del que podríamos citar numerosos ejemplos, si bien el más cercano y con el que más paralelismos guarda tanto a nivel estructural como plástico, se encuentra a pocos metros de la torre, en el llamado claustrillo del monasterio de San Pelayo, donde encontramos las primeras muestras del románico regional, y que sin ninguna duda debieron de conocer los artífices de la torre de la catedral.
Como sistema de cubiertas se recurrió aquí a una bóveda esquifada, dependiente de los modelos hispano árabes derivados de la cubierta del mirab de la mezquita de Córdoba, lo que no sería nada extraño si recordamos la insinuación de la forma de herradura en algunos de los vanos. Construida en sillarejo, presenta una compleja morfología, ya que, en lugar de reforzarse por medio de arcos longitudinales como era habitual, al igual que ocurre en la iglesia segoviana de San Salvador de Sepúlveda, con la que como apunta I. Ruiz Montejo se pueden establecer algunas relaciones, los arcos se cortan perpendicularmente uniéndose en la clave en ángulo recto. En el interior, recogen los contrapesos de estos arcos unas columnillas adosadas al paramento central de cada paño, mientras que el exterior hacen lo propio cuatro potentes contrafuertes rematados en ménsulas, piezas éstas en las que en opinión de E. Fernández González se fundamenta la clave de este complejo diseño. Estas piezas, además de recoger los contrapesos de la bóveda, recogen los restantes generados por la estructura ya que a esta misma altura se descomponen los empujes de los vanos que perforan el muro, de los cuales si bien los externos derivan hacia los ángulos de la torre, los internos confluyen debajo de estas ménsulas en el lugar donde por tanto se concentra el mayor peso estructural. Esta solución se hace posible gracias a la bóveda de arista del piso intermedio, cuyo peso es recogido por el arco ciego, que, prolongado por medio de las pilastras angulares, actúa como verdadero arco de descarga permitiendo así el calado del piso alto. En contra de esta opinión debemos citar la propuesta de C. García de Castro, para quién tanto los arcos como las columnas y los contrafuertes no desempeñan función estructural alguna, actuando simplemente como elementos de articulación de los muros.
Se trata de un modelo de torre que en Asturias carece de precedentes conocidos y que debió constituir un referente para otras posteriores como la del monasterio ovetense de Santa María de la Vega, conocida a través de los dibujos decimonónicos de Frasinelli, la del monasterio llanisco de San Salvador de Celorio y posiblemente también la de San Salvador de Cornellana, un tanto alterada actualmente por reconstrucciones posteriores.
El lenguaje plástico también tiene cabida en este tercer piso de la torre, centrándose principalmente en los capiteles, donde encontramos composiciones vegetales y zoomorfas, en las basas de las columnas, que responden a tipologías muy variadas surgidas de las distintas composiciones de toros y escocias, destacando la compuesta por tres toros y dos escocias decoradas con bolas, y en los ábacos, que, compuestos por un bloque prismático cortado a bisel, aparecen en ocasiones lisos pero en otras se decoran con bolas, piñas o ajedrezados. Las cestas de los capiteles, de traza troncopiramidal invertida, presentan una decoración a base de sencillas composiciones en las que predominan los repertorios vegetales casi siempre enmarcados por volutas entre las que asoman testas humanas o zoomorfas. Recorren sus superficies una, dos o tres filas superpuestas de hojas enfiladas de variados tamaños y modelos nervadas o lisas y rematadas en volutas o con los ápices doblados sobre si mismos dando cobijo a jugosos frutos esféricos, siguiendo en algunos de los capiteles modelos de filiación prerrománica que adquieren ahora una nueva formulación.
Al lado de estas fórmulas más o menos tradicionales encontramos también composiciones y temáticas novedosas, como el reticulado romboidal, presente también en San Pelayo, y las figuraciones zoomorfas de aves y simios. Así, en dos de los capiteles la cesta aparece decorada con parejas de aves afrontadas, picoteando frutos esféricos, en una iconografía de tradición oriental representada por el arte cristiano desde sus primeras manifestaciones como símbolo de las almas de los buenos cristianos que al tomar el fruto de la redención disfrutan del Paraíso de los justos. Se opone esta representación a la del hombre pecador que sufre el castigo, al que quizás hagan alusión en dos de estos capiteles los monos, asomados en uno de ellos entre cintas ondulantes y dispuestos en el otro en friso y agarrados a una gruesa soga que parece aprisionarlos, según un modelo iconográfico que recuerda un capitel del ábside de la iglesia burgalesa de San Quirce en el que aparecen grotescos simios atrapados por cuerdas que les aprisionan el cuello.
Capiteles del cuerpo superior de la Torre Vieja 

Completan la decoración de la torre las ménsulas de los estribos exteriores que acogen cabezas de osos y lobos, animales propios de la fauna local, de los que nuevamente encontramos paralelos en las colegiatas de San Isidoro de León y de San Pedro de Teverga, demostrando una vez más las similitudes existentes entre el panteón leonés y las primeras muestras del románico asturiano, similitudes que, como apunta M. S. Álvarez Martínez, se explican por tratarse de obras vinculadas a la promoción regia o a círculos muy cercanos a la corte y que se construyen muy próximas en el tiempo. En ese sentido se puede afirmar, siguiendo a dicha autora, que la penetración del románico en Asturias fue paralela a su implantación en León y afectaría a un grupo de obras importantes que contaban con el respaldo económico necesario para que trabajaran en ella talleres foráneos conocedores del lenguaje y la estética del nuevo estilo.
Desde el punto de vista formal y técnico caracteriza a estos relieves la talla tosca, simple y elemental que caracteriza las obras del primer románico, similar a la que podemos encontrar en otras más o menos contemporáneas del entorno. En algunas de las piezas se aprecia una mayor tendencia al decorativismo, como muestra un capitel del lado oeste decorado con palmetas nervadas a la manera del orden corintio, y sobre todo las representaciones de las aves, en las que se presta especial atención al tratamiento del plumaje, aspecto éste que también se aprecia en la pila bautismal de Santa María de Villanueva y en una pieza desconstextualizada del monasterio de San Pelayo, datadas ambas a finales del siglo XI. Estos afanes ornamentales quizá se deban a la influencia de la eboraria hispanomusulmana, lo que no sería extraño si recordamos que también para la bóveda esquifada que cubre este espacio se proponen antecedentes islámicos, lo mismo que para los capiteles decorados con cintas y entramados romboidales. A modo de conclusión podemos decir que la Torre Vieja de la catedral de Oviedo es una de las primeras muestras del románico regional, construida entre finales del siglo XI y primera década del XII, en un momento de pujanza de la mitra ovetense que por entonces se encuentra en pleno proceso de expansión y consolidación gracias a las numerosas donaciones de la nobleza, al apoyo de la corona, especialmente de Alfonso VI, y al auge de las peregrinaciones a San Salvador. Se introducen en ella esquemas estructurales y repertorios decorativos propiamente románicos, que encontramos también en otras obras más o menos contemporáneas del entorno, como el claustrillo de San Pelayo y la colegiata de San Pedro de Teverga, relacionadas a su vez con las obras del panteón y primitivo templo de San Isidoro de León (en origen San Juan y San Pelayo), poniendo de relieve, como apunta M. S. Álvarez Martínez, que ya en la segunda mitad del siglo XI, a la par que en la capital leonesa, encontramos en Asturias un lenguaje románico perfectamente definido.

Real Monasterio de San Pelayo
En la parte norte del casco antiguo de la ciudad de Oviedo, colindante con las dependencias de la catedral de San Salvador y del antiguo convento de San Vicente, se encuentra el monasterio de San Pelayo, habitado hoy, como antaño, por un grupo de monjas benedictinas, conocidas popularmente como “las pelayas”.
El origen y primeros años de historia de este cenobio, que con los años llegaría a convertirse en una de las principales instituciones de la región, nos son completamente desconocidos, dada la parquedad y escasez de las fuentes documentales conservadas al respecto, ya que el primer documento a él referido explícitamente como monasterio de San Juan Bautista y San Pelayo, advocación con que se conoció originalmente, se fecha en el 996. Por lo tanto, todo lo que pueda decirse acerca de este monasterio con anterioridad a esa fecha pertenece al terreno de la especulación. En relación con ese período inicial de la historia de San Pelayo se han enunciado diferentes hipótesis. Por una parte conviene enunciar la mantenida por la historiografía tradicional, que, prácticamente desde el siglo XII, se basa en historias en las que se mezclan leyenda y realidad; por otra, existen estudios más recientes y de carácter científico que se recogen en la bibliografía, destacando, fundamentalmente, las aportaciones de I. Torrente Fernández y de F. J. Fernández Conde.
A grandes rasgos, cuenta la historiografía tradicional que el rey Alfonso II (791-842) fundó en Oviedo el monasterio de San Juan Bautista como lugar de retiro de su hermana la infanta Jimena, que había desobedecido al monarca al contraer matrimonio con el conde Suer Díez de Sandaña. Mucho tiempo después, hacia el 987-988, huyendo de los asedios de Almanzor sobre la ciudad de León, un grupo de monjas del monasterio leonés de San Juan y San Pelayo, encabezadas por su abadesa, la reina Teresa Ansúrez, viuda de Sancho I, se trasladaron al monasterio de San Juan de Oviedo, trayendo consigo los restos del niño mártir San Pelayo, custodiados en el mencionado cenobio leonés desde el año 967, a donde habían llegado procedentes de Córdoba, por lo que el cenobio ovetense pasó a denominarse entonces de San Juan y San Pelayo.
Para F. J. Fernández Conde, la historia anteriormente relatada carece de todo fundamento histórico, siendo lo más probable, dado que las primeras referencias a estos hechos aparecen en el siglo XII, que el relato se haya fraguado en ese mismo siglo, dentro de una campaña de prestigio emprendida desde la propia institución, la cual empezaba entonces a despuntar como uno de los principales monasterios de la región. Apoyan esta idea, por una parte, el hecho de que no haya menciones anteriores al respecto, cuando en las Crónicas de la Monarquía asturiana se ponía especial interés en enumerar las fundaciones debidas al rey Casto; y por otra, el propio carácter del relato, protagonizado por la trovadoresca historia de la infanta Jimena, muy acorde con el espíritu épico y cortesano de duodécima centuria.
En vista de esto, y teniendo en cuenta los restos localizados en el subsuelo de la actual iglesia barroca del monasterio, de los que sólo puede decirse que son prerrománicos sin especificar a qué etapa pertenecen dentro del estilo, el mencionado historiador propone para la fundación del monasterio de San Juan Bautista una cronología coincidente con el final del reinado de Alfonso III (866- 910), posterior al año 900 y a la redacción de las crónicas, por lo que no se mencionaría en ellas, si bien apunta que la fundación del cenobio femenino no tuvo por qué deberse a la iniciativa del propio monarca. Añade, así mismo, que dada su localización próxima al panteón real de Santa María, la comunidad religiosa de San Juan pudo haber estado encargada de funciones litúrgico-cortesanas relacionadas con éste, lo que explicaría que el grupo monástico de San Juan y San Pelayo de León, que cumplía estas funciones en el panteón real leonés, eligiera en su huida como destino el monasterio de San Juan de Oviedo por tratarse de una institución encargada de trabajos análogos en relación con los antepasados reales, pues hay que tener en cuenta, además, que según algunos relatos, por ese tiempo y huyendo del mismo peligro fueron trasladados también a Oviedo los cuerpos de algunos monarcas leoneses que se depositaron en el panteón de Santa María.
Por su parte, la profesora I. Torrente, sin contradecir las opiniones de Fernández Conde en algunos aspectos, considera que el origen del monasterio de San Pelayo puede encontrarse en el monasterio de la Santa Cruz, que los textos sitúan en las inmediaciones de la basílica de San Salvador, en un emplazamiento muy próximo a donde se encuentra San Pelayo. Se trata de una hipótesis a la que llega la mencionada autora, no sin advertir la escasez de documentación, al considerar que la llegada de la reina Teresa a Oviedo ha de explicarse en relación con los acontecimientos políticos que por entonces, finales del siglo X, se sucedieron en la corte leonesa, así como con la biografía de la reina Velasquita, primera esposa de Bermudo II, que por aquel entonces también llegó a la capital asturiana.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, el matrimonio en 991 del monarca leonés Bermudo II con la dama castellana Elvira pudo haber sido determinante para la llegada de las dos reinas a Asturias, puesto que el casamiento del monarca y las alianzas que con éste conseguía debieron de suponer para ambas una gran pérdida de poder en la corte, ya que para Teresa significó una merma en las posibilidades de recuperar el trono para su nieto, el infante Ordoño Ramírez, legítimo heredero de Ramiro III, y para Velasquita, una posición muy incómoda, al ser ella la esposa repudiada. Ante esta situación las dos mujeres pudieron haberse aliado buscando intereses comunes, de lo que es indicativo el matrimonio entre el infante Ordoño, nieto de Teresa, y la infanta Cristina, hija de Velasquita, para lo cual se trasladaron a Asturias, donde esta última contaba con importantes bienes patrimoniales y derechos, entre ellos los del monasterio ovetense de la Santa Cruz, a cuya comunidad monástica, de la que tenemos noticia desde el año 974, debieron de unirse las dos reinas.
Sin embargo, al disponer Velasquita de otros bienes patrimoniales en la región, de la que debía de ser natural, no circunscribió su vida únicamente al centro ovetense, y es sabido que fundó el monasterio de San Salvador de Deva. En cambio, Teresa Ansúrez, que tenía su patrimonio en tierras leonesas y castellanas, centró su vida en el monasterio ovetense, al que seguramente ya habían llegado los restos de San Pelayo, por lo que, dada la procedencia de éstos y la estrecha relación que con ellos tenía la reina, puesto que habían sido trasladados a León por iniciativa de su esposo Sancho I, el cenobio ovetense se erigió en continuador de San Juan y San Pelayo de León y adoptó su misma titularidad. En relación con este aspecto, conviene tener en cuenta que la mención a la titularidad de San Juan como primitiva advocación aparece por primera vez en textos del obispo don Pelayo en el siglo XII, que pueden ser libres interpretaciones de éste para explicar la doble titularidad que encuentra documentada, por una parte la de la Santa Cruz, cuya mención comienza a desaparecer según aparece la de San Juan y San Pelayo, manteniéndose como una realidad fundaria, denominada corte o casa de Santa Cruz, vinculada a las descendientes de la reina Velasquita y después al propio monasterio de San Pelayo.
Sea cual fuere el origen del monasterio, es preciso esperar hasta finales del siglo X y primeras décadas del XI para encontrar las primeras referencias explícitas sobre él, siendo la primera de éstas el documento de año 996 por el que Bermudo II dona a San Juan y San Pelayo de Oviedo el valle y gentes de Sariego, punto de partida de lo que será su vasto dominio patrimonial. Esta donación del monarca puede ser entendida como un acto de conciliación con las reinas Teresa y Velasquita, residentes entonces en el monasterio ovetense, quienes, según los acontecimientos históricos que se sucedieron, contaron con importantes apoyos entre la nobleza.
No ofrecen estos primeros documentos datos precisos y claros acerca de la naturaleza del primitivo núcleo monástico, si bien puede deducirse que debía de tratarse de una comunidad dúplice con destacada presencia del sector femenino, lo que explicaría su mención como cimiterio puellarum. De él formaron parte damas de la nobleza, como las ya mencionadas reinas Teresa y Velasquita, la primera de ellas calificada como regimine, así como la infanta Teresa, hija de Bermudo II y, según algunos relatos su hermana la infanta Sancha, quienes dieron prestigio a la institución, que se configuró como lugar de retiro de damas de la aristocracia y la realeza, mencionándose en la documentación como conventus dominarum. Junto a ellas, siguiendo las peculiares formas de los monasterios familiares, vivían sus correspondientes sirvientes, hombres y mujeres, y se atendía una hospedería abierta a pobres y peregrinos.
No sabemos cuál era en estos primeros momentos el grado de institucionalización del cenobio, ni si se encontraba sometido a la obediencia de alguna norma rectora concreta. En un documento de 1012 se alude a la figura de una abadesa y se hace mención a la observancia benedictina, pero no se vuelve a tener noticias de dicha observancia hasta 1152, si bien en el epitafio de la infanta Teresa, de 1039, se hace alusión a que esta vivió “una vida ejemplar conforme a la Regla”, sin que se haga mención a cuál de ellas se refiere. Por otra parte, la documentación de la época evidencia una cierta dependencia de la basílica de San Salvador y de la comunidad masculina de San Vicente, como si la diferenciación entre las tres entidades todavía no estuviese claramente definida.
La segunda mitad del siglo XI debió de ser de capital importancia en el proceso de institucionalización del cenobio ovetense. Coincidiendo con la reforma gregoriana, las tres instituciones religiosas de la ciudad, San Salvador, San Vicente y San Pelayo, comienzan a definirse individualmente, siendo determinante para ello en el caso que nos ocupa la visita que en 1053 realizó al monasterio el monarca Fernando I con motivo del traslado del cuerpo de San Pelayo a un lugar más digno. Acto que, en opinión de I. Torrente, puede ser entendido como una decisión oficial de que el cuerpo del mártir permaneciera en Oviedo, implicando para el monasterio que lo custodiaba una confirmación como tal. A finales de esta centuria, en 1097, se encuentra además la primera mención explícita a la existencia de una abadesa al frente de un grupo de monjas.
El siglo XII fue decisivo en la historia del monasterio, ya que supone su consolidación tanto institucionalmente, ya que se vislumbran en estos momentos una clara organización interna y la obediencia a la orden benedictina, como desde el punto de vista social y económico. Fue entonces cuando a las iniciales donaciones de Bermudo II (996) y Fernando I (1053), por las que entraron a formar parte de los bienes patrimoniales del monasterio el valle de Sariego y el monasterio de San Juan de Aboño, se unieron, además de las realizadas por algunos miembros de la nobleza, las del emperador Alfonso VII, gran benefactor del monasterio, al que concedió importantes donaciones y privilegios entre 1144 y 1153, las de su hermana doña Sancha, de cuyo infantazgo formó parte San Pelayo, por lo que aparece en varios documentos tomando decisiones sobre los asuntos y bienes del cenobio en virtud de sus derechos, y las de la reina Urraca, hija natural del emperador y de la dama asturiana Gontrodo Petri, quien establecida en Oviedo como reina viuda de Navarra concedió a San Pelayo importantes donaciones.
Durante la baja Edad Media y etapas posteriores de la historia, con algunos altibajos en consonancia con los avatares históricos de la región, la realidad del cenobio es la de una institución en continuo proceso de expansión, siendo siempre notable su prosperidad. Perfectamente integrado en la vida urbana ovetense durante estos siglos gracias al incremento de las rentas proporcionadas por la explotación de sus propiedades rurales y por las nuevas donaciones, el monasterio fue conformando un vasto dominio repartido por toda la geografía asturiana y algunos puntos de León. Esta situación, unida al apoyo de la Corona, que lo siguió dotando de importantes privilegios, entre los que destacan los derechos sobre ciertos porcentajes de distintos tributos, convirtió al cenobio benedictino ovetense en una de las instituciones más poderosas e influyentes de la región, aspecto afianzado ya en el siglo XVI por la incorporación a su patrimonio en 1530 de los bienes, derechos y señoríos jurisdiccionales de las comunidades rurales de Santa María de Villamayor y San Bartolomé de Nava. Esta posición destacada se mantuvo hasta las desamortizaciones del siglo XIX, cuando los bienes de la Iglesia y las órdenes monásticas son confiscados por el Estado y puestas a la venta, aunque gracias al capital en dinero y a las aportaciones de la denominada “vida particular” de las monjas –las dotes de las que éstas disponían– la comunidad no tuvo que abandonar la Casa, saliendo únicamente de ella de manera provisional en los años de la guerra civil.

El actual monasterio de San Pelayo es un monumental conjunto barroco construido en diferentes fases entre finales del siglo XVI y principios del XVIII, cuando se reformaron por completo las antiguas dependencias medievales, no quedando entonces de ellas ningún resto a la vista. Tras los acontecimientos vividos durante la revolución de octubre del 1934 y la guerra civil española, el monasterio, como muchas otras construcciones de la ciudad, quedó fuertemente dañado por el efecto de las bombas y el fuego. Fue entonces, primero en 1934 y después en 1953, cuando al realizar diversas obras de restauración en el edificio quedaron al descubierto algunos restos del primitivo cenobio, poniendo de relieve que entre los siglos X y XII fue objeto de importantes campañas constructivas, pues entre las piezas encontradas se distinguen al menos tres momentos constructivos diferentes: prerrománico, románico temprano de mediados del siglo XI y románico pleno de mediados del siglo XII, quedando así patente, como ya dejaban entrever los documentos de la época, la pujanza de la que entonces gozaba la institución.

Los restos románicos conservados, muy escasos y muy deteriorados, se adscriben a dos momentos diferentes del desarrollo del estilo, pero en ambos casos las construcciones a las que pertenecen parecen vinculadas al patrocinio de la monarquía, de Fernando I y la reina Sancha, los primeros, y de Alfonso VII y su hermana la infanta doña Sancha, los segundos, poniendo de relieve una vez más las estrechas relaciones entre esta institución monástica y la casa real leonesa.
En el llamado claustro antiguo o “claustrillo” de San Pelayo, adosada al actual templo clasicista, en el que parece ser el espacio más antiguo del cenobio, fue encontrada en 1954 una interesante y controvertida estructura compuesta por dos arcos románicos unidos a un tercer arco de factura anterior, a la que también debieron de pertenecer otras piezas con características técnicas y formales similares que aparecieron como material de relleno en diferentes partes de la construcción. Los hallazgos se corresponden con la primera fase románica del cenobio, que puede datarse a mediados del siglo XI.
Arquerías del claustro. Alzado
 Arquerías del claustrillo 

Construida en sillares bien escuadrados, la arquería románica, conservada parcialmente y con algunas piezas muy deterioradas, presenta en su cara externa un tratamiento monumental plenamente románico, aunque con la impronta prerrománica todavía muy presente. La estructura es sencilla; consta de dos arcos de medio punto con sus roscas dobladas, que apoyan sobre pilares en forma de T con columnas entregas en el intradós y en el frente, donde sólo se ha conservado en el arco de la izquierda. Las columnas, de fustes despiezados en tambores más o menos regulares, parten de basas monolíticas, de talla tosca y esquemática, en las que la impronta de la tradición prerrománica queda patente tanto en los repertorios ornamentales como en las características técnicas y formales.
Las basas, de talla tosca y simplificada, responden, como apunta M. S. Álvarez Martínez, a modelos derivados del lenguaje y la estética del arte de la Monarquía asturiana, como queda patente en el repertorio de motivos ornamentales utilizados. De esta forma, las basas de las dos columnas entregas de cada uno de los arcos parten de un plinto cuadrangular liso y se componen de dos toros, decorados con esquemáticos y geométricos acantos similares a los ramirenses del Naranco (siglo IX), y una escocia, que, en lugar de cóncava, adopta forma de gruesa moldura cilíndrica decorada en algunas de las piezas con el tradicional sogueado. La basa de la única columna adosada en el frente del pilar se relaciona con el modelo de las basas de San Miguel de Lillo y presenta en su toro inferior una serie de medios cilindros enfilados y moldurados que generan una especie de bovedillas, mientras que la escocia y el segundo toro permanecen lisos. A estas piezas, que se conservan in situ, formando parte de la arquería, debemos unir otros dos ejemplares, que, dadas sus características, debieron de pertenecer en su día a esta misma estructura. Una de las piezas responde al mismo modelo de la basa de la columna frontal, mientras que en la otra se decora los toros con sogueados en espiga y la escocia aparece bordeada por un sencillo listel.
Lamentablemente los capiteles de esta arquería han llegado hasta nosotros incompletos, ya que la cara interna de cada uno de ellos fue destruida para colocar los batientes de unas puertas colocadas en fecha indeterminada para cerrar los intercolumnios. Rematados con sencillas impostas de tres listeles superpuestos y dotados de grueso collarino cilíndrico, sogueado en algunos ejemplares, los capiteles decoran sus cestas con distintos motivos vegetales y figurativos. Comenzando de izquierda a derecha, el primero de ellos, que corona la columna frontal, presenta una composición en friso con tres filas superpuestas de esquemáticas y geométricas formas de acantos, que al igual que en el caso de las basas, guardan cierta relación con modelos propios de la estética prerrománica. También vegetales, aunque ya con una formulación más propiamente románica, los dos capiteles del arco izquierdo debieron de seguir una composición simétrica en la que los ejes compositivos estaban definidos por dos desarrolladas volutas situadas en sus vértices, de las que pendía un vástago exento, tal como se puede apreciar aún en el capitel situado más a la derecha. El resto de la superficie de la cesta se presenta reticulado con un trazado romboidal en el que se inscriben jugosas piñas, siguiendo un modelo también aplicado en un capitel de la Torre Vieja de la catedral.
Relacionados también de la estética románica incipiente, los dos capiteles del arco derecho sustituyen las composiciones vegetales por la figuración. Estas dos piezas, que como las restantes tienen la cara central mutilada, parecen seguir un tipo de composición de marcada simetría; en ellos, bajo grandes volutas que alcanzan mayor desarrollo en los vértices, en las caras laterales del primer capitel aparece la figura de un cuadrúpedo en posición pasante, que, aunque ha perdido la cabeza, por sus características físicas puede ser identificado con un león. Es éste uno de los animales más representados en el románico, solo o acompañado de seres humanos, como símbolo del pecado, en su acepción negativa, o representando al propio Cristo y como guardián de lo sagrado, en su vertiente positiva. El capitel opuesto también se ha conservado incompleto, presentando en dos de sus lados, en lo que parece una escena simétrica, un hombrecillo vestido con túnica y en actitud oferente, aunque no puede apreciarse qué es lo que porta en las manos.
Técnica y formalmente estas piezas resultan toscas y elementales; sus volúmenes presentan superficies lisas y redondeadas, aunque sin prestar atención al detalle, y los contornos se muestran bien definidos. Los planteamientos compositivos e iconográficos, con protagonismo de la figuración, resultan propios de una incipiente estética románica, muy similar a la que encontramos en algunas piezas de la primera fase constructiva de la colegiata leonesa de San Isidoro (antiguo monasterio de San Juan y San Pelayo de León), centro con el que el monasterio ovetense mantuvo unas relaciones que rebasan la esfera de lo institucional y afectan a los aspectos artísticos, y que también se aprecia en el templo de San Pedro de Teverga, en el que, como en San Pelayo, conviven las soluciones románicas y la tradición prerrománica.
Además de estas piezas debieron de formar parte de esta misma estructura algunas otras no conservadas in situ que han aparecido como material de relleno en distintas partes de la construcción barroca. Entre ellas podemos destacar un capitel de tipo corintio, muy simplificado, similar a los que encontramos en los monumentos ramirenses de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, aunque con la novedad respecto a estos, según expone M. S. Álvarez Martínez, de presentar un vástago exento que, partiendo de las volutas, enlaza con las tres filas de acantos superpuestos, a la manera en que lo vimos en los capiteles del arco izquierdo; y un segundo capitel, aparecido recientemente, con dos filas superpuestas de hojas, siguiendo también modelos muy conocidos.
Formal, técnica e iconográficamente, según hemos visto, es evidente la presencia en esta estructura de piezas procedentes de distintas filiaciones, de manera que unas se muestran más apegadas a la tradición, mientras que otras se encuadran ya, por múltiples razones, en el llamado románico temprano. Para M. S. Álvarez Martínez, esta circunstancia responde a la reutilización de piezas procedentes de una construcción anterior en la nueva estructura románica, realidad nada excepcional en el panorama constructivo de la época cuando era una práctica común y muy extendida. De esta forma, principalmente las basas y algunos capiteles (el de la columna frontal y los dos descontextualizados) pertenecerían a un momento anterior, no muy lejano en el tiempo, ya que, aunque derivan de modelos prerrománicos, se aprecia en ellos la esquematización, simplificación y degeneración, propios de los últimos coletazos del estilo, de manera que pudieran corresponder a los últimos años del siglo X o primeras décadas del XI, momento en que coincidiendo con la llegada al cenobio de las reinas e infantas leonesas y las primeras donaciones con que se acrecienta su patrimonio, debieron de realizarse obras de cierta relevancia. En ellas debieron de trabajar talleres formados en la tradición de la arquitectura asturiana anterior, que, según los vestigios conservados, permaneció vigente en la región a lo largo del siglo X y en la primera mitad del siglo XI.
Parece evidente que esta pequeña estructura conservada en San Pelayo debió de formar parte en su día de una construcción mucho más compleja y monumental. Tanto G. Ramallo como M. S. Álvarez Martínez, que se han ocupado de su estudio, coinciden en considerar la pieza como parte de un pórtico funerario anexo a la primitiva iglesia monacal donde recibirían sepultura las ilustres damas del cenobio y los restos del mártir San Pelayo. Varios enterramientos localizados en el claustrillo durante las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en la restauración de los años cincuenta, confirman la función funeraria de este espacio, el más próximo a la catedral de San Salvador, donde se levantarían las primeras dependencias de la institución monástica. También parece confirmar esta hipótesis el mencionado documento de 1053, redactado con motivo de la visita que Fernando I y la reina Sancha realizaron al monasterio ovetense para acudir a la traslación del cuerpo de San Pelayo, en el que se puede leer expresamente, ut in melius restauraremus ipsius cimiterium, ubi ipsum corpusculum martiris sanctissimi requiescit.
De este texto se deduce, por una parte, que con anterioridad a 1053 ya existía en el monasterio un cementerio, del que quizás formaran parte las piezas que hemos calificado como reaprovechadas y el arco peraltado al que se anexan los románicos; y por otra, que a mediados del siglo XI se realizaron con el patrocinio real obras en las dependencias del cenobio, al menos en la parte de su cementerio. Unas obras que pueden coincidir con la construcción de los dos arquillos románicos, puesto que las características formales y estéticas de las piezas responden perfectamente al momento cronológico señalado. En efecto, se trata de un momento en que el románico leonés comienza a dar sus primeros pasos con la construcción del templo monástico de San Juan y San Pelayo en la capital del reino, en el que se reconstruye el panteón real, a partir del patrocinio de los monarcas Sancha y Fernando I, hijo éste de Sancho III el Mayor de Navarra, gran impulsor de la cultura románica en el Noroeste peninsular. De esta manera, según lo expuesto, la arquería que hoy se conserva en el claustrillo de San Pelayo formaría parte de un panteón construido por iniciativa regia sustituyendo posiblemente otro anterior del que se reaprovecharon algunas piezas.

En cuanto al emplazamiento del panteón dentro del recinto, los dos autores mencionados coinciden en situarlo adosado al templo, si bien discrepan en su localización respecto de éste, ya que mientras G. Ramallo habla de un pórtico lateral, anexo al muro sur, a la manera del existente en el templo prerrománico de San Salvador de Valdediós, Álvarez Martínez, advirtiendo que la falta de datos respecto del primitivo templo no permite establecer una opinión concluyente, considera más oportuno hablar de un pórtico occidental situado a los pies del templo. Según esta opinión, la localización y orientación de la antigua iglesia de San Pelayo no tiene por qué coincidir con la del templo actual, sino que siguiendo la costumbre cristiana de la época cabe pensar en una orientación de la cabecera hacia el Este, y por tanto contraria a la del templo actual. Por otra parte, quizá el primitivo templo estuviera emplazado más al Sur que el actual, de modo que su panteón coincidiría con el emplazamiento de los arcos comentados. De esta forma, según ha expuesto la autora mencionada, el panteón del monasterio ovetense mantendría la costumbre arraigada en la arquitectura hispánica de disponer los panteones regios y de personajes de alta estirpe opuestos al santuario en la zona occidental del templo, siguiendo modelos altomedievales estudiados por I. Bango Torviso, entre los que destaca uno muy próximo a San Pelayo, que pudo ser tomado como modelo. En efecto, la basílica de Santa María, que estaba contigua al monasterio, presentaba a sus pies el espacio funerario dedicado a panteón de los reyes asturianos. Y ya se ha expuesto la relación establecida por Fernández Conde entre la comunidad benedictina de San Pelayo y el panteón regio, por lo que no sería extraño que el espacio funerario monástico lo tomara como modelo.

Además, afianzando esta hipótesis, no se debe perder de vista que muchas de las damas que moraban en San Pelayo pertenecían o descendían directamente de la estirpe real y de las más importantes familias del reino, y que la propia obra estaba patrocinada y contaba con el apoyo de la monarquía. Hablamos, por tanto, de una construcción regia destinada al eterno descanso de damas de su estirpe real, pues al menos la reina Teresa Ansúrez y la infanta Teresa debieron de enterrarse en San Pelayo, lo que también explica la elección de un modelo de fuertes connotaciones áulicas en relación con la Monarquía asturiana y que por ello se repite en el panteón real de San Isidoro de León, que, como se ha indicado, se construye por iniciativa de los mismos monarcas y se consagra diez años después que el asturiano.
Dentro de tierras asturianas existe otra estructura equiparable a las comentadas en la colegiata de San Pedro de Teverga, que, según se expone en la entrada a ella referida dentro de esta misma colección, puede estar relacionada en su origen con la condesa Aldonza Ordóñez y sus descendientes, que pertenecieron a la más alta nobleza del reino y tuvieron asidua presencia en la corte leonesa, ocupando destacados cargos. Esa dama, que era hija de la infanta Cristina y el infante Ordoño, y por tanto descendiente directa de las reinas Teresa y Velasquita, queda como beneficiaria de la Corte de Santa Cruz –que I. Torrente pone en relación con el origen de San Pelayo– tras el pleito con el obispo de Oviedo, argumentando que ista corte mea est et ad me pertinet quia fuit ex mea progenie, lo que nuevamente pone de manifiesto los paralelismos existentes entre los primeros ejemplos del románico astur-leonés, San Isidoro de León, San Pelayo de Oviedo y San Pedro de Teverga, entre los que se pueden establecer tanto relaciones tipológicas y estilísticas como institucionales, pues en todos los casos aparecen vinculados a la monarquía o a personajes muy próximos a su círculo. Una tipología arquitectónica apegada a la tradición, que si bien en algunos casos, como parece que ocurrió en San Pelayo y en San Isidoro de León, parte de una construcción previa, a lo que algunos autores achacan el conservadurismo de la estructura, también puede deberse a la propia voluntad de los artífices o promotores de las obras, pues no debemos olvidar que estamos hablando de un espacio de representación del poder áulico, una estructura cargada de fuertes connotaciones históricas y políticas para la monarquía, aspecto que queda manifiesto en el hecho de que Alfonso VI elige un modelo semejante para la construcción ex-novo de su panteón real en el monasterio de San Benito de Sahagún a finales del siglo XI.

Hablamos por tanto de un pórtico funerario situado a los pies del templo y en línea con él, probablemente, como los ejemplos mencionados, desarrollado en varios tramos y, según se deduce de las columnas adosadas en los frentes, preparado para recibir una cubierta abovedada, si bien no parece que ésta llegara a construirse, ya que no hay signos de ella, por lo que, como expone G. Ramallo, la obra pudo quedar inconclusa. Se pone así de manifiesto, según expone la profesora M. S. Álvarez Martínez en contra de las tesis tradicionales que hablan del aislamiento y la tardía penetración del románico en Asturias, que ya en la segunda mitad del siglo XI existieron en la región ejemplos en los que el lenguaje románico aparecía perfectamente definido.
A esta misma fase constructiva debió de pertenecer una pieza rectangular, encontrada también en la zona del claustrillo, de la que se desconocen la ubicación y función dentro de la estructura arquitectónica. Incompleta y con unas medidas de 17 x 100 x 56 cm, presenta en su frente, dispuestas en friso, escenas protagonizadas por distintos animales. De izquierda a derecha, se suceden en ella un felino y un toro enfrentados en actitud amenazante, un águila con las alas extendidas que caza al vuelo una liebre, y una elegante garza que parece flanquear algún tipo de formación vegetal, en una escena incompleta por quebrarse en ese lugar la pieza. De talla muy plana y esquemática, de contornos y volúmenes bien definidos y sin apenas tratamiento de las superficies, a excepción de las alas del águila en las que se puede apreciar un mayor cuidado y detenimiento, recuerdan estos relieves, tanto iconográfica como técnicamente, a los de las mencionadas colegiatas de San Isidoro de León y San Pedro de Teverga, pero, sobre todo, en este caso particular, a los de la pila bautismal de la iglesia de Santa María de Villanueva, donde al igual que aquí se suceden luchas entre animales y se presta una especial atención al plumaje de las aves en oposición la talla más elemental de las restantes figuras, lo que puede ser debido al fuerte sentido decorativo que por si sólo tiene el plumaje de los pájaros.
Si la donación de Fernando I en 1053 permite datar las obras del claustrillo, la realizada por Alfonso VII y la infanta doña Sancha cien años más tarde, según consta en un documento de 1153, establece el marco cronológico del resto de las piezas adscritas al estilo románico que se conservan en el monasterio. De la lectura de ese documento, por el que el emperador confirma a la institución todos los bienes y privilegios otorgados con anterioridad, se desprende que habiendo resultado el monasterio dañado por las guerras, quizás en alusión de los enfrentamientos entre los partidarios del emperador y los del magnate asturiano Gonzalo Peláez, aquél le hizo entrega de una serie de bienes con los que poder afrontar la restauración de sus dependencias, según se recoge literalmente en el texto: et ad restaurandum supra dictum monasterium quod [a tempore guerrarum multum fuit corru]ptum et in maxima angustia possitum.

A la segunda mitad del siglo XII pertenece por tanto, teniendo en cuenta las características estéticas y formales, el segundo conjunto de piezas románicas que se conservan en San Pelayo; piezas de gran calidad y preciosista talla, que constituyen una mínima parte de lo que debió de ser un conjunto arquitectónico de primer orden dentro del románico internacional.
Presentan todas las piezas similares características formales y técnicas, evidenciando que son producto del trabajo de un mismo taller. Taller de técnica virtuosa y detallista que da origen a obras cargadas de preciosismo, minuciosidad y elegancia, que crea formas estilizadas, dispuestas en cuidadas composiciones de considerable dinamismo y que consigue juegos de claroscuro que fuerzan los efectos pictóricos. Desde el punto de vista iconográfico, al menos en los restos conservados, hay un absoluto predominio de motivos vegetales, vástagos, acantos y palmetas, dispuestos en rítmicas y plásticas composiciones que se adaptan a la estructura de cada pieza.
Capitel de la arquería 

Los rasgos formales y los repertorios ornamentales apuntados suponen una novedad en el panorama artístico asturiano, pero no son exclusivos del monasterio de San Pelayo. Se encuentran también en el mismo período cronológico en otros monasterio benedictinos de la región, como Santa María de la Vega y San Vicente de Oviedo, Santa María de Villamayor (Piloña) y San Pedro de Villanueva (Cangas de Onís); y caracterizan también las obras llevadas a cabo en la catedral y la Cámara Santa en esas fechas (claustro y reforma de la Capilla de San Miguel), que, a su vez, influyen en algunos templos parroquiales dependientes de la diócesis, como San Esteban de Sograndio y San Juan Priorio. Se trata de un grupo de construcciones que M. S. Álvarez Martínez identifica con un estilo propio de Oviedo, pues de los paralelismos y similitudes de todas estas construcciones se deduce la existencia en la capital asturiana de una importante actividad artística, que la mencionada autora pone en relación con los favores otorgados por Alfonso VII y su entorno, pues a ellos se debieron varias donaciones dirigidas a distintas instituciones de religiosas de la ciudad para la realización de algunas obras. Este estilo tiene sus principales puntos de referencia en obras del románico francés, especialmente en el borgoñón, donde se manifiestan características y repertorios similares a los del taller ovetense, cuya difusión se hubo de ver favorecida por la peregrinación a San Salvador y por las relaciones de todo tipo establecidas con las tierras ultrapirenaicas.
Las piezas de San Pelayo, para las que se utilizó la caliza blanca de las canteras de Laspra, debieron de formar parte del desaparecido claustro románico, situado en el lugar que ocupa hoy el de estilo barroco. Entre estos restos, además de algunos otros fragmentos de similares características, debemos destacar en primer lugar un hermoso capitel triple, de finísima talla, decorado con jugosos y plásticos acantos, que sigue una libre interpretación del capitel corintio, tal y como también lo encontramos en la portada de San Pedro de Villanueva y en otros ejemplos del románico ovetense. Esta pieza actualmente se presenta como una pieza aislada, pero, según demuestran las fotografías realizadas en el momento de su hallazgo, en 1934 formaba parte de una de las crujías del claustro. De acuerdo con lo que puede apreciarse en dichas fotografías, la estructura en la que se integraba estaba formada por un arco de medio punto ligeramente apuntado y decorado en su única rosca con lacerías vegetales que descansaba sobre tres columnillas rematadas por el capitel que se ha descrito, el cual se completaba con un potente cimacio decorado con cesterías, similar al del capitel perteneciente al claustro del vecino monasterio de San Vicente.
Capitel triple 

Debía de formar parte también de esta estructura, o de otra similar, la triple basa, de exquisita y caligráfica decoración de tallos entrelazados, que se conserva en el monasterio. También a capiteles pertenecen los restos de otras cuatro piezas, en no muy buen estado de conservación, aparecidas como material de relleno en distintas partes del monasterio. Dos de ellas siguen el mismo modelo que el capitel triple, por lo que pueden haber formado parte de otros similares al descrito, mientras que la tercera era un capitel sencillo, del que sólo se conservan dos caras, decorado a base de complicados dibujos de lacería. En este caso, que muestra ciertas influencias orientales, se ven también, como en el anterior, paralelos con capiteles de otros monasterios benedictinos de la región, en especial San Pedro de Villanueva y Santa María de Villamayor, que también debemos citar en relación con el último fragmento de capitel perteneciente a este grupo.
El gran deterioro de la piedra impide apreciar las características técnicas y formales de ese capitel, aunque es de suponer que sería tan cuidada como en las ya analizadas. En una de sus caras se puede apreciar la representación de un castillo medieval con sus almenas y ventanas, y en la otra, muy dañada por la erosión, la escena de un beso entre un hombre y una mujer, imágenes que aluden sin duda al conocido tema iconográfico de la despedida del caballero, que aparece también en los monasterios antes mencionados y en algunas iglesias relacionadas con el románico ovetense (Sograndio y Narzana). Es ésta una temática de carácter profano, relacionada con el espíritu caballeresco de la lírica cortesana, cuya aparición en el ámbito sacro debe vincularse a la llegada de nuevas corrientes, ya próximas al espíritu gótico. En éstas se apuesta por la humanización y el naturalismo, que en el caso del monasterio de San Pelayo, donde además no debemos olvidar moraban damas de la más alta aristocracia, tendrá su reflejo no sólo en la iconografía de este relieve, sino también en la leyenda fundacional de la misma institución, como ya vimos en opinión de Fernández Conde, gestada en estos momentos, según la cual el cenobio se fundó como lugar de retiro de la infanta Jimena tras contraer matrimonio con el conde de Saldaña contra la voluntad de su hermano Alfonso II.
En último lugar debemos hacer referencia a dos fragmentos de cimacio, uno de ellos conocido sólo a partir de las fotografías, decorados ambos, aunque en composiciones diferentes, a base de jugosos y plásticos tallos entre los que se insertan o rematan palmetas, siguiendo modelos muy próximos, como expone M. S. Álvarez Martínez, a algunos de los relieves de la Capilla de San Miguel de la Cámara Santa de la catedral, en lo que, como aquí, a través del trabajo en distintos planos y la utilización del trepano se consiguen hermosos juegos de claroscuro.

Tras lo expuesto, podemos concluir, por tanto, que contamos en San Pelayo con piezas procedentes de dos campañas constructivas diferentes, vinculada una, que podemos fechar en la segunda mitad del siglo XI, a las primeras muestras de un románico temprano muy unido a lo que se estaba haciendo entonces en la capital del reino, y en las que la impronta de la tradición prerrománica está todavía presente; y una segunda campaña, ejecutada un siglo después, donde nuevamente, como receptor de nuevas corrientes, el cenobio ovetense se acoge a la estética de un románico evolucionado, con fórmulas y técnicas de influencia ultrapirenaica. Significativo y determinante es el hecho de que al frente de ambas campañas se sitúe el patrocinio del correspondiente monarca, Fernando I y Alfonso VII, respectivamente, poniendo así de relieve el prestigio y consideración de los que gozaba el monasterio y su vinculación a la corona. Debemos hacer referencia además a una serie de inscripciones conservadas en el monasterio, y a otras de las que se tiene noticia, que se sitúan cronológicamente dentro del período románico. Actualmente unas están empotradas en los muros del claustrillo y otras colocadas en la cabecera del templo. Se recogen aquí siguiendo la transcripción y traducción de F. Diego Santos:
Epitafio de la Infanta Teresa:
En quem cava saxa tegit
compago sacra, hic dilecta Deo recubans
Tarasia Chisto dicata, proles Vermundi regis
et Geloirae reginae, genere clara paren{ta}tu(m),
clarior et merito vitam duxit praeclaram,
ut continet norma; hanc imitari velis
si bonus esse cupis
vel si obbiit sub die (septimo) VII Klas. Magii, feria
hora mediae noctis, era MLXXVII, post
peracta aetate saeculi porrecta per ordinem VI.
Da, Christe, quaeso veniam, parce precor. Amen.

“He aquí a quien ves que oculta la construcción sagrada de esta hueca piedra. Aquí yace Teresa, amada de Dios, consagrada a Cristo, hija del rey Bermudo y de la reina Elvira. Ilustre por la estirpe de sus padres y más esclarecida por sus méritos, llevó una vida ejemplar conforme a la Regla. Trata de imitarla, si quieres ser bueno. Murió el séptimo día antes de las kalendas de Mayo (25 de abril), un miércoles a la media noche, en la era de MLXXVII (año 1039), en la sexta edad del mundo. Concédele, Cristo, el perdón, te ruego que la perdones. Amén.”


Alrededores de Oviedo

Sograndio
El pueblo de Sograndio está situado en el término municipal de Oviedo, a 9 km de la capital del concejo. En la localidad no se encontraron vestigios materiales pertenecientes a las fases históricas anteriores a la Edad Media, aunque ya se ha expuesto que sí se han conservado en otros lugares del concejo.
Las primeras noticias medievales sobre el pueblo aparecen en un documento de la catedral de Oviedo datado en 1147, en el que el emperador Alfonso VII hace donación a Gonzalo Bermúdez, su soldado y merino en Asturias, de la villa de Sograndio. Este último era hermano del magnate Suero Bermúdez y tío de Pedro Alfonso y contribuyó a sofocar la rebelión del conde Gonzalo Peláez. Posteriormente, la villa de Sograndio pasó a manos de doña Urraca, que la con cedió a la sede ovetense en 1161, permaneciendo bajo el dominio del cabildo desde esta fecha.

Iglesia de San Esteban
San Esteban de Sograndio se sitúa en un alto desde el que se divisa una parte de la ciudad de Oviedo, en especial el monte Naranco. La primera referencia documental conocida sobre este templo data de 1290, año en el que el concejo de la ciudad de Oviedo lleva a cabo una pesquisa con el fin de averiguar la situación de las heredades de propiedad concejil emplazadas en varias parroquias del alfoz de Nora a Nora, entre las que se encontraba San Este ban de Sograndio. La iglesia no se cita en los documentos fechados en las décadas centrales del siglo XII, antes mencionados, que se referían a la villa de Sograndio, que, según se expuso, fue donada a la catedral de Oviedo en 1161 y permaneció bajo el dominio del cabildo. Por lo tanto, puede ser que el templo de Sograndio no existiese en el citado período de la duodécima centuria y que el cabildo emprendiese su construcción tras dicha donación, al tener en su poder dicha villa desde entonces y presentar los capellanes de San Esteban a finales de la decimocuarta centuria, según el inventario de parroquias redactado por orden del obispo Gutierre entre 1385 y 1386 y recogido en el Libro Becerro.
Las características estructurales y estilísticas que presenta la iglesia parroquial de Sograndio apoyan esta hipótesis y ayudan a datar la iglesia, que sería levantada en las décadas finales de la duodécima centuria.

Su planta consta de una nave rectangular y de un ábside semicircular precedido de tramo recto, según el esquema planimétrico difundido en el marco cronológico propuesto.
En el imafronte, rematado con una espadaña posterior, destaca una portada ricamente estructurada y decorada, que se cubre con un tejaroz y se realza en arimez sobre el resto del muro occidental.
La portada, de cuidada proporción como todos los elementos de esta obra, se compone de tres arquivoltas semicirculares protegidas por guardapolvo, que reposan en columnas acodilladas, las dos exteriores, y en jambas, la interior. Las roscas combinan los mismos motivos que aparecían en la portada meridional del monasterio de San Pedro de Villa nueva (Cangas de Onís), pues se decoran mediante zig-zag, tetrapétalas con botón central y puntas de diamante. Todos los capiteles de la portada presentan idéntica ornamentación, que consiste en volutas que se disponen sobre hojas de las que penden bolas, siguiendo un esquema apli cado también en las iglesias de importantes monasterios benedictinos de la región, como el ya mencionado y el de Santa María de Villamayor (Piloña), así como en obras relacionadas con ellos y con el estilo difundido por los talleres que trabajaron en los principales centros religiosos de Oviedo.
El guardapolvo y las impostas de esta portada de Sograndio se ornan mediante billetes, los canecillos de su tejaroz adoptan forma de quilla o se formulan en caveto, decorándose en este último caso con repertorios variados, entre los que destaca un motivo vegetal de abultadas hojas engullido por un mascarón, siguiendo un modelo que encontramos en numerosas iglesias del románico tardío francés y en los mencionados templos de Villamayor y Villanueva. Alternándose con este motivo, otros canes se ornan con rollos y cabezas humanas.



Junto con la portada, el ábside es el elemento que con centra en el exterior los elementos románicos de mayor interés. Su muro semicircular se articula en dos pisos por medio de una imposta lisa y se eleva sobre un basamento en el que se dispone una moldura decorada con dientes de sierra. Perpendicularmente está recorrido por dos columnas que generan tres paños murales, potenciando el central, que acoge la ventana que ilumina directamente el interior del santuario.
Estas columnas, de fustes construidos con buenos tambores, se rematan bajo la cornisa con capiteles que se disponen en paralelo con los canecillos. Éstos presentan motivos ya comentados para el tejaroz de la portada, y otros repertorios como apomados, testas monstruosas, figuras humanas, ramilletes de hojas, etc. En el centro del hemiciclo y de las dos columnas mencionadas se abre una ventana de gran interés por su esmerado tratamiento estructural y ornamental. Adopta la disposición característica de los templos románicos asturianos del siglo XII relacionados con las corrientes internacionales, de modo que consta de una arquivolta envuelta por guardapolvo y apoyada en un par de columnas rematadas por capiteles con ornamentación similar a la que aparece en las cestas de la portada occidental.

En los costados norte y sur, destaca fundamentalmente la línea de cornisas, que se apoya en los correspondientes canecillos, en este caso decorados con rectángulos escalo nados. En el lado meridional fueron añadidas con posterioridad a su construcción dos dependencias rectangulares des tinadas a sacristías.

En el interior, la nave se cubre con una armadura de madera a doble vertiente y recibe la luz del exterior a través de tres aspilleras, dos de ellas abiertas en los muros laterales y otra por encima del arco triunfal. Éste se alza sobre un zócalo decorado con dientes de sierra y consta de dos ros cas lisas que se protegen por un guardapolvo decorado con puntas de diamante y que reposan en columnas acodilladas. En el frente del segundo capitel de la izquierda se incluye un Calvario, integrado por el crucificado, María y San Juan y en los lados laterales figuras humanas con manos pegadas al cuerpo y las palmas abiertas, reflejando el sentimiento ante la muerte de Cristo a través de sus ojos cerrados. El tema se relaciona sin duda con los calvarios de la Cámara Santa y la capilla de Santa María del Rey Casto, que respondían a planteamientos de mayor envergadura, pero que debieron de influir en obras de templos dependientes de la Iglesia de Oviedo.
El dolor en la representación de Sograndio se aprecia en la expresión contenida de los rostros, que, al igual que en el Calvario de la Cámara Santa, comienzan a distanciarse de la inexpresividad propia de las fases más tempranas del románico. También evoca el relieve monumental de la Cámara Santa, especialmente el de los capiteles, el tratamiento de los paños que cubren a los componentes de la escena.
Frente a la Pasión de Cristo, en el primer capitel del lado derecho del arco triunfal, se representa en Sograndio la despedida del caballero, tema de origen ultrapirenaico que refleja los cambios iconográficos experimentados por el tratamiento de la figura de la mujer en el siglo XII, que son noto rios en el ámbito de la poesía trovadoresca y del amor cortés, fuente de inspiración de este motivo en la plástica monumental. En el capitel comentado, el caballero, subido a su montura, besa a la dama, que se caracteriza por su esbeltez, proporciones elegantes y onduladas caderas, y que va vestida con un brial ceñido al cuerpo que realza sus curvas, conforme a la moda del traje señorial del momento.
Denota esta escena un interés hacia lo femenino, tanto en la temática, a través de las relaciones de dependencia amorosa entre la dama y el caballero, como en las formas, que buscan la captación de una mujer de delicada figura. La pareja apare ce delante de un castillo de dos pisos que cuenta con otras tantas torres cuadradas y almenadas en las que se abren pequeños arcos. Santa María de Narzana, San Pelayo de Oviedo, Santa María de Villamayor y San Pedro de Villa nueva cuentan con representaciones de la despedida del caballero, aunque la de Sograndio se asemeja en mayor medida a la que aparece en el último templo mencionado.
El capitel interior de la derecha está decorado median te hojas de acanto cuyos ápices se curvan y se distribuyen conforme a caprichosas composiciones simétricas, que generan fuertes efectos claroscuristas, recordando al capitel triple de San Pelayo, y a varias cestas de la Cámara Santa, Cofiño y San Pedro de Villanueva. La ornamentación de esta cesta de Sograndio constata la influencia de soluciones francesas, evidenciadas en la elección de los repertorios vegetales, en los que predomina el acanto, que se interpreta con total libertad para dar origen a numerosas variantes ale jadas del motivo clásico. En la iglesia de San Esteban, el capitel exterior del lado derecho del arco triunfal presenta una decoración de acantos similar a la comentada, aunque ésta no se conserva en una de las caras de la cesta.

La iglesia parroquial de Sograndio se vincula estilística mente a Santa María de Villamayor, San Pedro de Villanueva y San Miguel de Cofino, templos relacionados con el románico ovetense, que también ejerció gran influencia sobre este templo de San Esteban, especialmente, como se ha visto, en los capiteles del arco triunfal. Teniendo en cuenta las afinidades estilísticas e iconográficas que se han expuesto, parece lógico pensar que éstos sean producto del trabajo de artistas formados en la Cámara Santa y en los monasterios benedictinos de Oviedo, como San Pelayo. Los trabajos románicos de la Cámara Santa y de dicho cenobio se llevaron a cabo en el tercer cuarto del siglo XII, por lo que la iglesia de Sograndio sería levantada en las décadas finales de la mencionada centuria, cuando se habían concluido dichos trabajos. Los paralelos que presenta el templo de San Esteban con las soluciones francesas comentadas se explican, a su vez, por la presencia de clérigos en San Salvador de Oviedo procedentes de Francia y por la llegada de pobla dores francos que se afincaron en dicha ciudad.

 

Priorio
Localidad y parroquia del concejo de Oviedo. Distante de la capital asturiana apenas 10 km, se incorporó al municipio ovetense en 1862. La localidad de Priorio se sitúa en un alto sobre Las Caldas y el río Gafo, que desemboca en el Nalón y actúa de límite con las localidades de Caces y Puerto, con las que Priorio formó anteriormente el concejo de Ribera de Abajo.
Ésta fue una zona de temprano asentamiento humano, tal como demuestran las cercanas cuevas de La Lluera I y La Lluera II, con un rico yacimiento del Paleolítico Superior (solutrense y magdaleniense) y, sobre todo, con un notable conjunto de grabados rupestres.

Iglesia de San Juan Evangelista
La iglesia de San Juan Evangelista de Priorio es una de las construcciones más destacadas del románico asturiano. El templo fue declarado Monumento Histórico Artístico el 1 de junio de 1965. A pesar de su relevancia, no conservamos documentos que hagan referencia a la iglesia de Priorio antes del siglo XIV, quizá por que el foco de atención solía ser el cercano castillo de Priorio. Magín Berenguer alude a una cita contenida en el testamento del rey Ordoño I, fechado en el año 857, y entre cuyas donaciones a la Iglesia de Oviedo figura la ecclesia S. S. Justi, Pastoris in Porio; de corresponderse el topónimo Porio del testamento con el actual Priorio, ésta primera referencia indicaría, además, un cambio de advocación en el templo. Una referencia segura es la que aparece en la donación efectuada por el rey Fernando IV y su esposa a favor de Oviedo, donación fechada el 14 de mayo de 1305: Et nos por grant voluntata que havemos de facer mucho vien, et mucha merced a este concejo de Oviedo, et por que hayan cobro de los Daños et de los males que recivieron su termino porque hayan maes con que nos servir, tenemos por bien de les dar por su termino, et por su alfoz Priorio, et Puerto, et Cazes, que son tres feligresías los cuales lugares son en la Rivera de Yuso. Otra referencia importante es un documento que lleva fecha de agosto de 1312 y que registra un cambio de iglesias entre el abad del monasterio de San Vicente de Oviedo y el obispo de Oviedo: damos a vos [...] en concambio e permutason de las cosas las nuestras iglesia e celleros de Santiagués de Priorio, e de Santianes de Cazes.
La mayoría de los autores no duda en datar esta iglesia como obra del siglo XII avanzado o incluso del XIII, a pesar de que, como hemos visto, las escasas referencias conservadas se datan en épocas posteriores. Según F. Canella, la iglesia de Priorio fue una parroquia sobre la que los concejos vecinos juraron un “tratado para defenderla de las pretensiones de la nobleza”, quizá de ahí el relativo silencio documental.

Actualmente, San Juan de Priorio es una iglesia de planta de cruz latina, aunque el templo románico original debió de ser un edificio de nave única, con cubierta de armadura de madera y cabecera de ábside semicircular, cubierta de bóveda de cañón en el tramo recto que le pre cede y cuarto de esfera en el remate. El transepto es obra de principios del siglo XX, y el gran pórtico que enmascara actualmente la portada occidental fue construido en 1926; por su parte, la espadaña fue reformada en 1777.


El ábside, al exterior, aparece reforzado por dos gran des columnas adosadas que rematan en capiteles esculpidos, uno de ellos con decoración vegetal y el otro con dos cuadrúpedos separados por un motivo de lacería muy estilizado y sencillo. En el interior, el ábside está recorrido por una sencilla imposta. A lo largo de toda la cornisa de esta iglesia, así como sobre el tejaroz de la portada, se disponen varios canecillos, de buena factura técnica y talla detallista, de temática muy diversa; lisos, con lacerías, con apomados, modillones de rollos, tetrapétalas, atlantes, hombres sedentes, figuras femeninas, serpientes, cabezas animales, figuras monstruosas, etc.










En el interior se conserva el arco triunfal románico, estructurado en dos arquivoltas de medio punto, desornamentadas, que descansan sobre columnas coronadas por capiteles vegetales; la decoración de los capiteles, todos ellos de buena factura, es similar, aunque con pequeñas variantes (hojas terminadas en apomados, remates en volutas, etc.) y mayor estilización en los del lado izquierdo.


En el interior también se conserva un pequeño soporte, que en el siglo XIX cumplía funciones de pila para agua bendita, y que está formado por una pequeña columna, con basa y capitel tallados, lo que llevó a pensar que “su servicio inicial haya sido el de sustentar al primitivo altar”. Hay que reseñar otra pieza, aparecida en la década de 1980 entre unos escombros, a los pies del muro que cierra el campo de la iglesia por el norte; se trata de un relieve de la Virgen con el Niño, tallado en un bloque de piedra caliza (25 x 17 x 7 cm). La pieza está rota en su extremo superior, de forma que se ha perdido la parte del relieve correspondiente a la cabeza de la Virgen, mientras que la parte conservada se halla, además, bastante erosionada y deteriorada, aunque aún pue den apreciarse las características formales y técnicas. El Niño, en actitud de bendecir, inclina la cabeza para dirigir su mirada hacia la Virgen, lo que rompe el hieratismo y la frontalidad propias de la estética románica, características que aún están presentes en el cuerpo de ella, que sigue actuando a modo de trono y cuyos vestidos, aunque con un cierto detallismo en la decoración de mangas y cuellos, presentan aún plegados rígidos.

San Juan de Priorio destaca sobre todo por ser la única iglesia románica de Asturias que presenta tímpano esculpido en su portada occidental. Es cierto que también presenta tímpano la portada de Santa María de Valdediós, pero en ella, y guiándose por los preceptos cistercienses, no se incluyó ningún relieve escultórico.
Las portadas son uno de los espacios más importantes desde el punto de vista simbólico en los templos medievales. Su importancia radica precisamente en que son el acceso a la revelación y a la vida eterna, como reflejan las palabras de Cristo en los Evangelios: “Yo soy la puerta. El que pase por mí será salvado”. En Priorio, la portada acusa un gran abocinamiento y se articula con cinco arquivoltas de medio punto, todas ellas molduradas con potentes boceles y apoyadas sobre una sobria línea de imposta. Las columnas se elevan sobre un alto basamento y, las correspondientes a las tres arquivoltas exteriores aparecen rematadas en capiteles vegetales estilizados, de aspecto muy similar entre sí, y muy relacionados con los modelos de Oviedo.
Las columnas correspondientes a la arquivolta interior, por su parte, aparecen claramente individualizadas con respecto a las otras, por incluir en sus fustes las figuras de cuatro personajes, dispuestos dos a dos y coronados todos ellos por un pequeño dosel; vestidas con largas túnicas, cuyos plegados caen rígidos, son figuras representadas en posición frontal, de canon corto y gran severidad en los rostros. M. Berenguer quiso reconocer en ellas las figuras de dos santos (las superiores) y dos personajes reales (las inferiores), mientras que M. C. Morales y E. Casares identifican estas cuatro figuras con los cuatro evangelistas. Los capiteles que coronan estas dos columnas interiores incluyen sendas figuras de atlantes.

La portada de San Juan de Priorio se completa, como hemos dicho, con el relieve del tímpano, que representa el conocido tema de la Maiestas Domini rodeada del Tetramorfos. La imagen principal del tímpano es, por tanto, Cristo en majestad, sentado, bendiciendo y sosteniendo el libro de las Sagradas Escrituras abierto; como en el caso de las figuras anteriormente descritas, este Cristo también fue tallado siguiendo un modelo de canon corto, ligeramente desproporcionado en las extremidades inferiores, concentrando la atención en el rostro y las manos. A su derecha aparecen el león y el hombre, símbolos de San Marcos y San Mateo, y a su izquierda, el buey y el águila, símbolos de San Lucas y San Juan. Y como remate del conjunto, dos pequeños ángeles en el extremo superior.

M. S. Álvarez ve estrecha relación entre la obra de San Juan de Priorio y los talleres que se movían en el ámbito ovetense, no sólo por su evidente proximidad geográfica y su pertenencia a la jurisdicción episcopal, factores ambos que ejercerían una lógica influencia, sino por diversas soluciones formales, manifiestas especialmente en la portada occidental. Comienza esta vinculación con el pro pio tímpano: el tema del Pantócrator y el Tetramorfos no es una iconografía habitual en Asturias, aunque podemos encontrar un antecedente en uno de los capiteles de la Cámara Santa ovetense, igual que ocurre con los atlantes y las figuras esculpidas en los fustes de las columnas interiores. Aunque la calidad técnica no puede equipararse a la obra ovetense, es muy probable que el taller responsable de la obra de San Juan de Priorio, no sólo tomara modelos, sino que incluso se inspirara directamente en algún templo concreto de Oviedo.

 

Románico en la Comarca de Gijón
Los alrededores de Gijón estuvieron habitados desde, al menos, el siglo V a.C. por pueblos prerromanos que basaban su economía en la ganadería y la extracción de metales como hierro, bronce, plata y oro.
Posteriormente, la Gigia romana llegó a tener cierto esplendor a partir del siglo II como demuestran los restos romanos hallados en la ciudad, especialmente las termas.
Como tantas otras ciudades, la crisis y desaparición del Imperio Romano trajo una etapa de despoblación y de ausencia de noticias.
Se sabe que el gobernador musulmán Muniza ocupó Gijón y junto a otras ciudades norteñas como Lugo y Astorga sirvieron de sede de su dominio durante algunos años.
Hasta el año 1270 no volvemos a saber nada de Gijón, que es cuando Alfonso X le concede la categoría de puebla.
Pero es indudable que lo que hoy conocemos como Comarca de Gijón estuvo poblada desde los siglos altomedievales y en ella nos han quedado algunas obras arquitectónicas románicas más o menos parciales. 

Monumentos románicos de la Comarca de Gijón
Del nutrido conjunto de iglesias y restos románicos de la comarca de Gijón hemos elegido las iglesias de San Miguel de Serín y San Juan Bautista de Cenero. 

Serín
Parroquia del concejo de Gijón situada a 14,3 km. de esta ciudad costera. Se encuentra en el extremo suroccidental del municipio, en la vega del río Aboño y a los pies del monte Areo. Limita con Llanera, Corvera y Carreño, y dista 23,3 km. de la capital asturiana. Así pues, la localidad de Serín está emplazada en una zona de remoto poblamiento, según denota la proximidad del monte Areo, que cuenta con un importante conjunto tumular, y de Cenero, que desde la época prerromana mantuvo una importante actividad hasta la Baja Edad Media.

Iglesia de San Miguel
La iglesia de San Miguel de Serín ha sido uno de los templos románicos más ricos y destacados del municipio gijonés. Carecemos de referencias documenta les concretas sobre ella, aunque en el Libro de los Testamentos de la catedral de Oviedo se recoge una alusión al valle Serio. El origen del topónimo podría estar en relación con un antropónimo de origen latino; en efecto, numerosas localidades deben su actual denominación a un antiguo nombre de persona, por ejemplo, el propietario de una explotación agrícola, cuyo nombre perdura una vez que se ha desarrollado en torno un núcleo de población, al que pasa a identificar en su totalidad. Serín, o Serio según la documentación medieval, podría ser, por tanto, la derivación de algún personaje de nombre Serus o Serinius.

Su fábrica fue restaurada en 1938 y ampliada de nuevo en 1966, y sólo conserva de la estructura románica la portada occidental, el arco del triunfo y algunos canecillos de la cornisa. Estas reconstrucciones y modificaciones son especialmente apreciables en el interior, pues en el arco toral se observa una clara asimetría en su lado derecho y desajustes en la clave del arco.
El arco triunfal, de luz amplia, tiene dos arquivoltas semicirculares, ambas con perfil abocelado y protegidas por guardapolvo ajedrezado. La arquivolta exterior se decora, tanto en su frente como en el intradós, con un doble motivo de semicírculos imbricados y puntas de diamante; la segunda arquivolta presenta una ligera variante de estos motivos geométricos al añadir una línea de semi círculos concéntricos sobre los imbricados y las grandes puntas de diamante, que se continúan en el intradós.
En cuanto a los capiteles, todos ellos presentan motivos que también se aplicaron en otros templos románicos emplazados en su mayor parte en la zona costera de la región y en sus áreas de influencia. Se encuentran repertorios similares a los de Serín, entre otros ejemplos, en Santa María de Junco (Ribadesella), en San Juan de Ciliergo (Peñamellera Baja), en San Juan de Amandi y Santa María Magdalena de los Pandos (Villaviciosa) y en Santa María de Villamayor (Piloña). Pero el ejemplo más cercano y relacionado con Serín es el de la abadía de San Juan de Cenero.
Comenzando la descripción por el lado izquierdo, el primer capitel del arco de triunfo presenta una imagen muy esquematizada de grandes tallos vegetales de los que pen den bolas; el segundo muestra dos parejas de aves, de cuerpos estilizados y largas alas, picoteando una imagen que, por su avanzado estado de erosión, no puede ser completamente identificada, pero pudiera tratarse de la imagen de un sapo, tal como ocurre en uno de los capiteles de la portada de esta misma iglesia. Este motivo de las aves afronta das, como hemos comentado, también está presente en Cenero, aunque en el caso de Serín la factura es más cui dada y delicada. La imagen de dos aves afrontadas puede tener varias lecturas simbólicas; la primera de ellas, y de amplia difusión desde la etapa paleocristiana, es aquella en la que, acompañadas de una crátera o del árbol de la vida, las aves simbolizan las almas de los hombres justos bebiendo del vino consagrado. La otra lectura es de signo contrario y se basa en cambios morfológicos en la representación de las aves, de colas robustas y en ocasiones, incluso, escamosas, y actitud beligerante, atacándose entre ellas con sus largas patas, lo que permitiría identificarlas no tanto con aves sino con grifos, temática utilizada para simbolizar la angustia y el miedo producidos por el pecado o incluso como representación del propio infierno. El hecho de que las aves, o grifos, del capitel de Serín tengan entre sus picos la figura de un sapo, reforzaría ese mensaje infernal, como símbolo del castigo de los pecados. Siguiendo con la decoración escultórica del arco triunfal de Serín, en el lado derecho, uno de los capiteles alterna la representación de rostros o máscaras humanas con piñas, iconografía que también encontramos en Valdediós (Villaviciosa); mientras que el otro, del lado de la nave, muestra una cabeza monstruosa, de aspecto bovino, pero con enormes fauces abiertas que engullen el capitel, iconografía que también se aplicó en San Juan de Cenero, en este caso en la portada, en Amandi, Villamayor o Junco, por citar tan sólo algunos ejemplos, y que tuvo una amplia difusión en el marco geográfico del Arco Atlántico, gracias a las rutas comerciales y al Camino de Santiago. En efecto, entre los numerosos temas del repertorio zoomórfico medieval, las cabezas engoladas, como también se les suele denominar, adquirieron gran importancia entre finales del siglo XII y la prime ra mitad del siglo XIII.
Es difícil precisar el origen exacto de esta iconografía, pudiendo estar relacionada con las más caras de la antigüedad oriental, con las gorgonas clásicas o con diferentes mitos galos; en cualquier caso, en la etapa románica se le dota de un significado acorde con la religión cristiana, al asimilarlo con el monstruo bíblico Leviatán, que luego se verá contaminado y confundido con otros monstruos también bíblicos, como el que venció San Miguel. La representación de las cabezas engoladas, inde pendientemente del grado de detallismo o la calidad técnica, suele presentar la misma formulación: se trata de una gran cabeza de aspecto fiero, a veces incluso demoníaco, que, con su enorme boca abierta, ocupa casi toda la superficie del capitel, al que parece tragar, grandes ojos redon dos, orejas puntiagudas, nariz prominente y ancha; la representación carece de mandíbula inferior, y la superior se recorre con una línea de grandes dientes de perfil agudo.

En los muros del arco triunfal de San Miguel de Serín pueden observarse marcas de cantería, algunas de ellas tam bién repetida en el arco del triunfo y en la portada de San Juan de Cenero, así como en el ábside de Santa María de Villamayor, lo que junto con las afinidades iconográficas y estilísticas respalda la existencia de un taller, de buena formación técnica, trabajando en esta zona central de Asturias.

La portada occidental es un bello ejemplo de talla románica, aunque estructuralmente presenta una evidente asimetría debida a una intervención en la que se incorporaron algunos sillares nuevos a la jamba derecha. Se trata de una portada de arco de medio punto con tres arquivoltas, todas ellas molduradas con boceles y medias cañas; la exterior, además, se decora con una línea de dientes de sierra, y la interior presenta esta misma ornamentación de dientes de sierra, acompañada con destacadas puntas de diamante. El arco va protegido por un guardapolvo fina mente decorado con flores entre roleos vegetales y con dientes de sierra, motivo que sirve para dar unidad a la portada, ya que también aparece en la imposta de la parte derecha, mientras que en la del lado izquierdo se superponen dos filas de escamas.
La estructura de la portada se realza en un cuerpo saliente que se corona con un tejaroz, del que se conservan dos canecillos de rollos. Las puntas de diamante se repiten también en el bocel que remata el arimez de la portada.
A pesar de desarrollarse en tres arquivoltas, esta portada sólo presenta dos capiteles decorados a cada lado; la tercera rosca del arco apoya, tras la correspondiente imposta, directamente en la columna, hecho que parece deberse a razones estéticas, pues la línea de puntas de diamante que remata dicha arquivolta continua a lo largo de las jambas, hasta llegar al nivel de la basa. Desgraciada mente, los desajustes estructurales ya comentados hacen que esta disposición sólo luzca en el lado derecho de la portada, quedando en el lado izquierdo semioculta por el propio fuste de la columna.
En cuanto a los capiteles de la portada, Morales encuentra motivos para hablar de dos canteros diferentes. Así, los dos capiteles de la derecha y el capitel interior de la izquierda serían producto de un mismo taller que, según ha expuesto Álvarez Martínez, trabajaría después en Avilés, concretamente en San Pedro Navarro de Valliniello, donde se repite, sin apenas variantes, la misma iconografía a base de cuadrúpedos algo toscamente tallados. En el capitel exterior del lado derecho se muestra una felación entre dos cuadrúpedos afrontados, escena que volveremos a encontrar prácticamente idéntica en el templo avilesino; el capitel se corona con grandes volutas vegetales remata das en espiral. El segundo capitel de la derecha muestra dos felinos, posiblemente leones, devorando un pequeño animal. Sobre ellos se sitúan dos rostros humanos descontextualizados, entre sendas parejas de aves que doblan su largo cuello para alcanzar un fruto, en el caso de las aves de los ángulos, y para atacar las propias cabezas de los cuadrúpedos, en el caso de las aves situadas en el centro. Todos ellos son temas relacionados con el mundo infernal, y símbolos de los vicios o sus castigos.

Los capiteles del lado izquierdo también muestran escenas zoomórficas. En este caso, el capitel interior presenta dos parejas de caballos enjaezados, superpuestos verticalmente, y prácticamente idénticos a los que aparecen en la iglesia de Valliniello. El capitel exterior de esta jamba es, sin embargo, muy diferente a los descritos hasta ahora. Representa dos aves afrontadas, probablemente pelícanos, comiendo un sapo de grandes dimensiones, iconografía alusiva al triunfo de Cristo sobre la tentación. Sobre ellos, se sitúan las cabezas de otras dos aves, también afrontadas; y a ambos lados, en el ángulo superior del capitel, aparece una máscara humana, motivo que San Miguel de Serín vuelve a tener en común con el templo de Valliniello. El estilo de este capitel es mucho más elegante, la talla es más delicada y detallada, destacando especialmente el cuidado y fino tratamiento que recibe el plumaje de sus largas alas, lo que hace suponer que este capitel se debe al mismo artífice que esculpió el de similar temática en el arco del triunfo.

Más aún, la inclusión de este capitel con la imagen de los pelícanos, motivo frecuente en el románico del grupo ovetense, pero prácticamente ausente de la zona costera, además de la calidad técnica y estética, hacen pensar que éste y el mencionado capitel de las aves del arco del triunfo se deben a un artista formado en Oviedo o cuando menos familiarizado con las formas escultóricas ovetenses, tal como ha expuesto Álvarez Martínez, y cuya preparación técnica es claramente superior a la de los otros miembros del taller que participa rían en las obras de esta iglesia y posteriormente en Valli niello. Teniendo esto en cuenta, sería lógico pensar que este capitel en concreto se haya tomado como referencia o modelo a la hora de diseñar el resto de los capiteles de la portada. En efecto, como ya hemos visto, sobre los cuadrúpedos de uno de los capiteles del lado derecho se superponen tanto los rostros humanos como las aves, de parecidas características, clavando sus picos sobre dichas fieras, ahondando en esa alusión cristológica y dotando de una perfecta unidad al programa iconográfico de esta portada. De esta forma, la homogeneidad conseguida con la decoración geo métrica, a base de los dientes de sierra y, sobre todo, de las puntas de diamante, que unen arquivoltas y jambas, lo mismo que el repertorio iconográfico de los capiteles, con vierten la portada de San Miguel de Serín en uno de los ejemplos más cuidadosamente diseñados del románico cos tero, que aúna además diversas corrientes estilísticas. Por un lado, la ovetense, más culta y compleja; por otro, la del románico rural, predominante en la zona costera.

 

Cenero
Cenero es la parroquia de mayor extensión del concejo de Gijón. Se encuentra situada en el Suroeste del municipio, próximo al límite con el concejo de Llanera, a 24,2 km de Oviedo y tan sólo a 10,8 km de la capital municipal.
Históricamente, Cenero fue un enclave de gran importancia estratégica en las épocas prerromana y romana, de la que son testigos importantes restos arqueológicos, como el yacimiento bajomedieval de Peñaferruz, asentado sobre un posible nivel tardorromano, y las villas romanas de Murias de Beloño y de Veranes, esta última con un interesante espacio basilical, conocido popularmente como Torrexón de San Pedro, y con necrópolis de época medieval.

Iglesia de San Juan
La primera noticia documental de Cenero proviene de una donación efectuada por Ordoño I en el año 857, luego confirmada a mediados del siglo XI por Fernando I, a la iglesia de San Salvador de Oviedo en el Fuero de los Vasallos, donde se citan in Veranes ecclesias Sanc ti Petri et Sanctae Mariae de Riera, et Sancta Eulaliae de Cenero.
Sin duda, el documento más importante es el Fuero o Carta Puebla concedido por el rey Alfonso X el Sabio en 1270 a los vecinos del barrio de Trubia de la abadía de Cenero. Según este documento, conservado en el Monasterio de San Vicente de Oviedo, el rey concede al abad y al convento “la nuestra iglesia de la puebla de Gijón que mandamos facer en Asturias, y si más iglesias ficieren en este lugar de aquí adelante que sean otrossí suyas del monasterio”. Queda de esta forma fundado el señorío de la Abadía de Cenero.
A partir de mediados del siglo XV, y tras las tumultuosas disputas dinásticas en la Casa de Trastámara, en las que tuvieron activa participación miembros de las familias Álvarez de Asturias y Valdés, el señorío de la abadía de Cenero queda vinculado a este último linaje e irá progresivamente adquiriendo mayor importancia por el destaca do papel político que jugarán algunos de sus abades.

San Juan Bautista de Cenero fue una de las iglesias románicas más importantes de Gijón, sin duda por el área geográfica en la que estaba situada, y ello explica que su estructura haya sido mayor de lo que era habitual en Asturias en el período románico.
Ampliada durante el siglo XVIII y reconstruida tras la guerra civil, de la edificación románica se conservan la portada oeste, situada en el interior de un pórtico moderno; el arco triunfal, muy elevado y de formas ligeramente apuntadas; y algunos restos dispersos en el edificio. Pero, a pesar de las destrucciones sufridas, resulta relativamente sencillo establecer la forma original de la iglesia.
Aún se puede apreciar su organización planimétrica y espacial, de nave única y triple cabecera, tal como atestiguan los nichos laterales originales que se han conservado flanqueando el ábside. Esta tipología no es extraña en Asturias, pues también existe en San Vicente de Serrapio (Aller), en San Pedro de Villanueva (Cangas de Onís) y en San Miguel de Bárcena (Tineo), iglesia esta última con la que Cenero muestra mayor relación, ya que en ambos casos los ábsides laterales de la cabecera quedan reducidos a meros nichos. No obstante, los de Cenero tienen el testero recto, mientras que en Bárcena son semicirculares, lo que hace que Álvarez Martínez ponga también en relación la cabecera de Cenero con la de la iglesia de Serrapio, que tiene capillas laterales cuadradas.


El arco triunfal, de gran altura, se presenta hoy apuntado, aunque un análisis más detallado permite observar que se debe a una alteración posterior a su construcción, pues la clave no está encajada de forma perfectamente simétrica, como correspondería, sino que está ligeramente desplazada hacía un lado.
Este arco se estructura en dos arquivoltas: la interior completamente lisa, mientras que la exterior aparece recorrida por dos líneas de molduras en zigzag en su frente y grandes flores tetrapétalas de botón central ocupando el ancho interior de la rosca; todo ello enmarcado por un guardapolvo decorado con puntas de diamante, y apoyado en una línea de imposta. Dicha imposta, que ha sido completada y rehecha en algunas partes, aparece decorada con motivos vegetales en el lado derecho y rosetas en el izquierdo. En los muros del arco pueden observarse tres marcas de cantería diferentes, alguna de ellas repetidas en otro punto del arco. E. Fernández constató que algunas de las abundantes marcas de cantero de San Juan de Cenero, visibles en el arco del triunfo y, de forma menos numerosa, en la portada, eran las mismas que se podían encontrar en el ábside de Santa María de Villa mayor, tanto en el exterior como en el interior, y en San Miguel de Serín. Se tratarían de una “S” alargada, una “A” en espiral y una “B”, a veces marcadas en sentido horizontal, lo cual permite reforzar la tesis de un taller, de buena formación técnica, que trabajó en esta zona central de Asturias.
Las columnas, altas y esbeltas, aparecen divididas en dos por una nueva línea de imposta ajedrezada que continúa hacia la parte superior de los nichos laterales. Los tres capiteles que coronan las columnas del arco toral en el lado izquierdo están tallados con motivos vegetales, distintos en los tres casos, aunque predominan las grandes hojas palmiformes, de apariencia carnosa y de cuidada fac tura, detallando las líneas de los nervios de las hojas. Dos de estos capiteles se coronan en su parte superior con una doble voluta que remata en sendas espirales a cada extremo del capitel.

El capitel restante, que se corresponde con el más interior del lado izquierdo, es decir, el que queda hacia la parte interior del ábside, no presenta esta última voluta, sino que sus hojas, de largos tallos que se comban hacia el interior, ocupan todo el cuerpo del capitel. Desde luego, la temática vegetal entre el repertorio decorativo de los templos románicos era muy habitual y contaba con numerosas variantes, aunque las tipologías más difundidas puede que hayan sido las hojas lanceoladas, en sus diversas formulaciones; o las grandes hojas nervadas, bien sea solas o bien acompañadas de apomados o máscaras, que tuvieron gran éxito entre la ornamentación cisterciense.
En los capiteles del lado derecho del arco triunfal se introducen algunas variantes dentro del repertorio comentado: si bien dos de ellos reinciden en la decoración de grandes tallos vegetales, en uno de ellos, concretamente en el central, se puede apreciar, entre las grandes palmetas vegetales, la imagen de un personaje caracterizado como músico o cantor. La presencia de lo que, en sentido amplio podríamos llamar escenas juglarescas, era el reflejo de un hecho común de la vida cotidiana medieval, del que han quedado algunas referencias documentales también en nuestra región, y no debe extrañarnos su representación entre el repertorio decorativo de los edificios románicos. Aunque el lugar más frecuente para representación de esta temática eran los canecillos de la cornisa, también conta mos, sin salir de Asturias, con varios ejemplos en los que el repertorio juglaresco se talla sobre capiteles de las portadas o de los arcos triunfales, como en Santa María de Lugás, San Juan de Amandi, Santa Eulalia de la Lloraza o San Esteban de Ciaño. Cuando las escenas juglarescas se representan sobre el cuerpo de un capitel podemos encontrarnos con dos variantes fundamentales: la que represen ta la escena en sí misma o la que representa a los personajes dispuestos entre palmetas, volutas y otras formas vegetales, como es el caso del capitel de Cenero. Aquí, dispuesto como eje de simetría entre las grandes hojas, se halla la figura de un hombre en pie que ocupa toda la altura del capitel, vestido con un largo y sencillo atuendo, que le cubre hasta los pies, y portando en su mano lo que pudiera ser una máscara de teatro. La anatomía del personaje se cuidó muy poco, enmascarándola con la indumentaria; el canon empleado es estilizado, de tres cabezas. Sus formas son estereotipadas, de factura bastante tosca y, según E. Fernández, el artesano tuvo como modelo un relieve similar de Santa Eulalia de la Lloraza. En las caras laterales del capitel se disponen dos personajes similares, aunque de canon mucho menos estilizado y aspecto aún más rudo, formando todos ellos una escena yuxtapuesta en la que los protagonistas no mantienen ningún tipo de comunicación entre sí.
Por su parte, el tercer capitel de la jamba derecha del arco triunfal, es decir, el más exterior, frontal a la nave, muestra dos aves apicadas, de cuerpos estilizados y largas alas. El tema de dos aves afrontadas es un motivo recurrente del arte románico, y se conocen numerosos ejemplos en edificios asturianos de la época, especialmente en las zonas costeras. Esta iconografía nació en la etapa paleocristiana y, aunque irán progresivamente reforzando su carácter decorativo, en detrimento del significativo, la imagen poseía un claro significado eucarístico; así, acompañadas de una crátera o del árbol de la vida, las aves simbolizan las almas de los hombres justos bebiendo del vino consagrado. Si estas aves eran representadas como pavos reales, el simbolismo eucarístico era doble, pues el pavo real, como animal que pierde sus largas y llamativas plumas durante el invierno para recuperarlas en la primavera, era una perfecta metáfora de la idea de muerte y resurrección (las plumas) combinada con la idea de la vida eterna (el vaso eucarístico). La ausencia del vaso eucarístico y la confrontación entre ambas, atacándose mutuamente con sus patas, en el capitel de San Juan de Cenero, lleva a E. Fernández a considerarlo como la variante iconográfica de grifos afrontados. Tomada también de la Antigüedad, esta temática fue utilizada durante la Edad Media para simbolizar la angustia y el miedo producidos por el pecado, o incluso como representación del infierno. La figura del grifo se correspondería con un animal híbrido, formado por cabeza de ave y cuerpo de cuadrúpedo con alas; sin embargo, sí es cierto que este modelo experimentó muchas variantes, y no resulta extraño poder identificarlo por la imagen de dos aves de gran cola de aspecto robusto, incluso escamoso, como en el caso de Cenero, San Andrés de Ceares, Santa Eulalia de la Lloraza o Santa María de Narzana. El mismo motivo iconográfico, de aves que pueden ser identificadas con grifos, existe en San Miguel de Serín, pero en Cenero la factura es más descuidada, debido, quizá, a los condicionamientos impuestos por el material, ya que la piedra arenisca utilizada en este templo parece haber resultado de una calidad algo inferior a la de la utilizada en Serín.

Los ábsides laterales, como hemos dicho, quedan reducidos a pequeños nichos de medio punto, no demasiado profundos, protegidos por una línea de imposta curva, imposta decorada con el ajedrezado ya visto anteriormente, a modo de guardapolvo, protegiendo la única rosca, lisa, del arco. Ambos nichos presentan una única columna, muy esbelta, en el lado más próximo al muro de carga. La columnilla del nicho izquierdo remata en un capitel con motivos vegetales de grandes hojas, como los del arco del triunfo, aunque de factura más tosca; la del lado derecho, tiene un capitel de similares características, pero muy deteriorado y apenas identificable.
En el lado izquierdo, adosado perpendicularmente al nicho, se sitúa un sepulcro de la familia de los Valdés. Esta particularidad permite observar como el nivel actual del suelo ha sido levantado unos 30 cm sobre el nivel de los cimientos románicos, según parece por graves problemas de humedad. Así pues, la reconstrucción efectuada a mediados del siglo XX reedificó la iglesia elevándola ligeramente sobre su emplazamiento, pero manteniendo un pequeño espacio abierto junto al sepulcro, para que éste, fechado en época gótica, fuese íntegramente visible. Se trata de un sepulcro empotrado en el muro, sobre el que se abre un arcosolio de medio punto, de una única rosca protegida por un guardapolvo moldurado por boceles. El sarcófago, tallado toscamente en su frente, con escudos y motivos geométricos hoy apenas identificables, se apoya sobre tres figuras de animales yacentes, posiblemente leones, muy deteriorados.
La portada occidental alcanza gran desarrollo y riqueza decorativa. Se trata de una portada monumental de gran originalidad, pues el interior de sus cuatro arquivoltas de medio punto adopta forma polilobulada a base de arquillos de herradura, siguiendo un modelo que se repite en varios ejemplos románicos distribuidos por toda la región asturiana (Oviedo, Villaviciosa, Nava y Tineo).
Estas formas polilobuladas, o su versión conocida como portadas de modillones de rollos, están relacionadas con la Puerta del Obispo de la catedral de Zamora. Estas relaciones estilísticas son comprensibles si tenemos en cuenta las vías de comunicación del periodo medieval, no en vano, una de las más importantes unía la costa de Villaviciosa con la zona de la cuenca minera, y a lo largo de su recorrido pueden verse ejemplos de este tipo de portadas (Santa María de Lugás, San Esteban de Ciaño, Santa Eulalia de Ujo, San Esteban de Aramil).
Esta relación con Zamora, que, por otra parte, está probada gracias a unos documentos que se conservan en el monasterio de Valdediós, permite demostrar y afirmar la tesis de la tardía cronología del románico asturiano.
Así pues, y siguiendo el orden descriptivo habitual, esto es, desde el exterior hacia dentro, la arquivolta exterior, lisa, se articula con molduras desornamentadas, protegidas por guardapolvo ajedrezado; la segunda, aparece animada con bocel y moldura de rombos en sentido negativo y positivo; la tercera, combina el bocel correspondiente con una hilera de perlas, y la última, como hemos dicho, con el intradós polilobulado. Los arcos apoyan sobre una línea de imposta decorada, al igual que el guardapolvo, con motivos de billetes.

Los capiteles de esta portada están muy relacionados con los de San Miguel de Serín, aunque en el caso de Cenero presentan una talla menos suelta y detallista. El capitel exterior del lado izquierdo vuelve a repetir el motivo de las aves que habíamos visto en el arco del triunfo, aunque ahora, en la portada, no resultan tan gráciles. Entre ellas aparece un espacio vacío que no existe en Serín, donde el capitel tallado con esta misma iconografía se complementa con la figura de un gran sapo que cuelga de los picos de ambas aves. Los otros dos capiteles de este lado izquierdo representan, respectivamente, dos cuadrúpedos enfrentados y nuevamente motivos vegetales, complementados ahora con frutas y apomados. Ese capitel de dos animales cuadrúpedos afrontados, quizá felinos, resulta de gran interés, puesto que uno de ellos se dispone en actitud pasante mientras el otro apoya las patas delanteras sobre la cerviz del primero. Esta variante no es frecuente, y recuerda uno de los capiteles de la portada de Pozancos, donde se cruzan y enlazan las cabezas de dos leones.

La presencia de leones, o felinos en general, es una de las iconografías más difundidas y completas del repertorio medieval, debido a sus múltiples lecturas.
La primera de ellas es la que se relaciona con el miedo que provocan estos animales, por lo que su ataque podría simbolizar, sencillamente, la muerte, tal como es frecuente encontrar entre sarcófagos paleocristianos; otra posibilidad es la lucha entre el vicio o la virtud, los propios castigos infringidos a los pecadores o, siguiendo con los temas relacionados con el mundo infernal, la lucha del Bien contra el Mal; aunque también es preciso señalar que el león puede tener una lectura positiva, como símbolo apotropaico.
En el lado derecho de la portada, el primer capitel muestra una cabeza monstruosa, de aspecto bovino, pero con enormes fauces abiertas que simulan tragarse el capitel, imagen que volveremos a encontrar en el arco triunfal de Serín. Entre los numerosos temas del repertorio animalístico medieval, ya sea de animales reales o fantásticos, las llamadas cabezas engoladas adquirieron gran importancia entre finales del siglo XII y la primera mitad del siglo XIII, difundiéndose desde la costa atlántica francesa y dejando numerosos ejemplos en Asturias. La representación suele presentar la misma formulación, independientemente del mayor detallismo con que se talle o la pericia del artesano responsable: se trata de una gran cabeza de aspecto fiero, a veces incluso demoníaco, que, con su enorme boca abierta, ocupa casi toda la superficie del capitel al que parece tragar, grandes ojos redondos, orejas puntiagudas, nariz prominente y ancha; la representación carece de mandíbula inferior, y la superior se representa con una línea de grandes dientes de perfil agudo. Es difícil precisar el origen exacto de esta iconografía, que puede estar relacionada con las máscaras de la antigüedad oriental, con las gorgonas clásicas o con diferentes mitos galos; en cual quier caso, en la etapa románica se les dota de un significado acorde con la religión cristiana, al asimilarlo con el Leviatán bíblico.
En los otros dos capiteles de la jamba derecha de la portada se repiten los motivos de la jamba izquierda, aun que en este caso invertidos: el segundo capitel muestra esa decoración vegetal con apomados, y el tercero, o interior, las aves apicadas, de nuevo con un espacio vacío entre sus cuerpos. Estos temas pueden encontrarse en otros templos asturianos, como Santa María Magdalena de los Pandos, Santa María de Junco, San Juan de Amandi o Santa María de Villamayor, aunque el ejemplo más cercano es el de San Miguel de Serín, que, por ejecución y estilo, parece ser un ejemplo algo más temprano que San Juan de Cenero.
En el pórtico moderno, junto a diversas piezas arqueológicas procedentes de los yacimientos de Veranes y Beloño, se conservan fragmentos del tejaroz de la porta da románica, entre ellos dos canecillos que parecen representar sendos hombres príapos. El mejor conservado de ellos se encuentra situado sobre la portada, en el extremo superior izquierdo. El segundo aparece descontextualiza do en uno de los laterales del gran pórtico que envuelve la iglesia por su frente y su lateral derecho.
En el exterior, aún se pueden distinguir varios canecillos originales entre las piezas modernas colocadas para no romper el ritmo de la cornisa. Entre las ventanas abiertas en el muro, destacan especialmente las situadas a ambos lados de la cabecera, realizadas en la reconstrucción moderna siguiendo modelos historicistas de carácter prerrománico.

Próximo Capítulo:  Románico en Villaviciosa y Amandi

 

  

 

 

Bibliografía
ÁLVAREZ MARTÍNEZ, Mª S., “Valdediós y el arte de su tiempo”. En FERNÁNDEZ CONDE, F. J. (Ed.), La época de Alfonso III y San Salvador de Valdediós, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1994, pp. 97-112.
ÁLVAREZ MARTÍNEZ, Mª S., “Consideraciones en torno al templo prerrománico de San Salvador de Valdediós”, Liño, nº 12, 1006, pp. 9-29.
ÁLVAREZ MARTÍNEZ. M.S., El románico en Asturias, Gijón, 1999, pp. 74-80.
ÁLVAREZ MARTÍNEZ, M.S., y TORRENTE FERNÁNDEZ, I., “Consideraciones sobre algunos restos de la fábrica románica del monasterio de San Pelayo y de la plástica monumental de Oviedo en el siglo XII”, Scripta. Homenaje a Élida García García, Oviedo, 1998, pp. 669-698.
ÁLVAREZ MARTÍNEZ, M.S., “La portada como tránsito de salvación y fuente de vida: iconografía y simbolismo en el románico asturiano”, Homenaje a Juan Uría Ríu, II, Oviedo, 1997, pp. 611-634.
ARIAS PÁRAMO, L., “Los signáculos funerarios de San Salvador de Valdedios y su contexto histórico artístico”, Liño, nº 18, 2012, pp. 9-18.
BANGO TORVISO, I. G., “El espacio para enterramientos privilegiados en la arquitectura medieval española”, Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte, Universidad Autónoma de Madrid, vol. IV, 1992, pp. 93-132.
BERENGUER, M., La pintura mural prerrománica en Asturias, 1966.
BIALOSTOCKI, J., Estilo e iconografía. Contribución a una ciencia de las artes, Barcelona, 1973, p. 111.
CANELLA SECADES, E., El libro de Oviedo. Guía de la ciudad y su concejo, 1887.
CASARES, E. y MORALES, M.C., El románico en Asturias. (Centro y Occidente), Salinas, 1978.
CAVEDA Y NAVA, J., Historia de Oviedo, 1848.
FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, E., “Sobre la serpiente: aproximación a un tema iconográfico universal”, Astura, 4 (1985), pp. 43-53.
FERNÁNDEZ CONDE, J., “Orígenes del monasterio de San Pelayo”, en: Semana de Historia del Monacato Cántabro-Astur-Leonés, Oviedo 1980, 1982, pp. 99-121.
FERNÁNDEZ CONDE, J., “Relaciones políticas y culturales de Alfonso II el Casto”, en: Historia social, pensamiento historiográfico y Edad Media. Homenaje a A. Barbero de Aguilera, 1997, pp. 593-611.
FERNÁNDEZ CONDE, J., “Orígenes e historia inicial”, en: Real Monasterio de San Pelayo, 1994, pp. 31-49.
GARCÍA LARRAGUETA, S. Colección de documentos de la catedral de Oviedo, 1962.
GÓMEZ MORENO, M.: El arte románico español, Madrid, 1934.
GUERRA, M., Simbología románica, Madrid, 1978, p. 150.
JOVELLANOS, G. M. de, “Carta IV a Don Antonio Ponz”, en: Obras publicadas é inéditas de don G. M. de Jove llanos. Colección hecha é ilustrada por don C. Nocedal II, 1859, pp. 284-289.
MIGUEL VIGIL, C., Asturias monumental, epigráfica y diplomática. Datos para la historia de la Provincia, 1887, edición 1987.
NÚÑEZ RODRÍGUEZ, M., San Salvador de Valdediós o la fábrica sencilla de una arquitectura admirable, Oviedo, 1991.
QUADRADO, José María, España, sus monumentos y artes, su naturaleza e historia. Asturias y León. Barcelona, 1855.
REQUEJO PAGÉS, O., MARTÍNEZ VILLA, A. y JIMÉNEZ, M., “Excavaciones arqueológicas en el conjunto monumental de Valdediós (Villaviciosa). 1988-89, Excavaciones Arqueológicas en Asturias. 1987-90, 0viedo, Servicio de Publicaciones del Principado de Asturias, 1992, pp. 179-188.
TOLIVAR FAES, J., “Para la historia de la lepra en Asturias. La maldición de la lepra en un epígrafe de Valdediós”, en: Historia y vida de Valdediós, 1971, pp. 69-79.
YARZA LUACES, J., “Las bestias apocalípticas en los Beatos”, Traza y Baza, 4 (1974), pp. 51-75; “El infierno del Beato de Silos”, Estudios Pro-Arte, 12 (1977), pp. 26-39; “Seres y mansiones infernales en los Beatos”, Actas del Simposio para el estudio de los códices del Comentario al Apocalipsis de Beato de Liébana, II, Madrid, 1980, pp. 231-258; “San Miguel y la balanza. Notas iconográficas acerca de la Psicostásis y el pesaje de las acciones morales”, Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar, VI-VII (1981), pp. 5-37.

No hay comentarios:

Publicar un comentario