miércoles, 7 de mayo de 2025

Capítulo 62-2, Románico en la "Comarca de la Sidra"

 Románico en la "Comarca de la Sidra" 

Lugás
La parroquia de Lugás está situada en el concejo de Villaviciosa, entre los ríos Espadañal y Viacaba, a 6 km de la capital del concejo y a 49 km de Oviedo.
En Lugás se documenta en las primeras décadas del siglo XI un castillo que perteneció al conde Piñolo y su esposa Aldonza hasta 1032, cuando éstos lo cedieron a Bermudo III a cambio de otros bienes con los que se dotaría al monasterio de Corias. El castillo de Lugás figura entre las propiedades que Alfonso IX dio a su esposa Berenguela en 1199 y que ésta, junto a su padre, el castellano Alfonso VIII, devolvió al marido en 1206, cuando se celebró entre los dos monarcas la paz o la concordia de Cabreros. Aún quedan restos de esta fortaleza en la llamada Pica Castiellu. Entre 1219 y 1229 varios particulares donan y venden numerosas heredades situadas en el pueblo al monasterio de Valdediós (Villaviciosa), que ya en 1201 había recibido de manos de Alfonso IX la iglesia de Santa María de Lugás.

Iglesia de Santa María
La iglesia parroquial está situada en una colina desde la que se divisan las parroquias vecinas y la vega de Villaviciosa.
Según la tradición que recoge Caveda y Nava, la iglesia de Lugás fue cedida por el pontífice Zacarías al rey Alfonso I en el año 745, aunque no existen documentos que respalden estas afirmaciones. La primera referencia documental sobre esta iglesia data del año 1201, cuando el rey Alfonso IX y su esposa Berenguela la donaron al monasterio de Valdediós. Es posible que este último cediera sus derechos sobre el templo de Lugás al abad de San Salvador de Fuentes (Villaviciosa), que, según el Libro Becerro de la Catedral de Oviedo (1385-1386), presentaba los capellanes de Lugás al obispo de Oviedo y recibía una parte de los diezmos de la parroquia. La iglesia románica de Lugás sustituyó a otro edificio anterior, del que no se conservan restos, y fue construida probablemente por el monasterio de Valdediós a principios del siglo XIII. Se relaciona estilísticamente con Santa Eulalia de Ujo (Mieres), San Juan de Mieres, San Esteban de Ciaño (Langreo) y en especial con San Esteban de Aramil (Siero).

La iglesia románica de Santa María de Lugás constaba en origen de una nave rectangular que se remataba con una cabecera formada por un ábside semicircular precedido de tramo recto. Esta última fue derribada en una reforma que tuvo lugar a finales del siglo XVII, con el fin de construir el crucero y la cabecera que se conservan en la actualidad. Durante la mencionada reforma también se adosó una sacristía al lado septentrional del templo, y a mediados de la centuria siguiente fue construido el cabildo que envuelve la fachada y el costado meridional. El aparejo está formado por sillares bien escuadrados en toda la nave románica, un hecho excepcional en los templos rurales de la zona.

En la fachada del templo se encuentra una portada románica, cubierta con tejaroz, que presenta tres arquivoltas semicirculares recorridas por guardapolvo, que reposan en tres pares de columnas acodilladas. La primera rosca se decora mediante series de zigzag, que dan forma de perfil al arco, la central mediante medias cañas y la interior mediante flores inscritas en círculos.
El primer capitel de la izquierda está compuesto por cintas en forma de grandes palmas abiertas, de las que penden piñas, y el segundo por hojas triangulares de perfil dentado. En el tercer capitel del mismo lado se representan dos cuadrúpedos que atrapan con sus zarpas una figura humana, situada en el centro de la cesta. Los animales tienen cuerpo de león y cabeza monstruosa, mientras que la figura central tiene una actitud de oración con las manos enlazadas. Podría representar a Daniel en la fosa de los leones, aunque también se ha relacionado con la disputa entre el bien, representado por la figura central, y el mal, que se identifica con los animales. Esta composición recuerda a los relieves asirios, en donde se representa a Gilgamesh y se incorpora posteriormente a los tapices coptos y persas. Este modelo se repite en Santa Eulalia de Ujo, en San Juan de Amandi y en San Salvador de Fuentes en el concejo de Villaviciosa y, fuera de Asturias, en uno de los relieves de San Cipriano de Zamora. Los dos primeros capiteles de la derecha se decoran mediante hojas nervadas, volutas y entrelazados, y el interior está compuesto por hojas triangulares con nervios rizados, colocadas en posición invertida, que se repiten en Arbas (León), Ujo (Mieres), Sotiello (Lena) y Amandi (Villaviciosa).
Sobre los capiteles de uno y otro lado se sitúan cimacios que se decoran mediante cintas perladas que envuelven tetrapétalas, palmetas y otros motivos geométricos y vegetales.

Primer capitel izquierda
Segundo capitel izquierda
Tercer capitel izquierda

Primer capiterl derecha
Segundo capitel derecha
Tercer capitel derecha

Enriquecen la ornamentación de la portada de poniente los nueve canecillos que sostienen el tejaroz, dos de ellos decorados mediante repertorios zoomorfos (una cabeza de felino y un cuadrúpedo con la cola vuelta sobre el lomo). También existen canes con ornamentación geométrica y vegetal, encontrándose en ellos medios círculos enfilados, bolas, dientes de sierra, volutas y hojas nervadas que se enroscan.
En el costado meridional del templo aparece otra portada que cuenta con dos arquivoltas semicirculares protegidas por guardapolvo que reposan en dos columnas, la exterior, y en jambas perfiladas a bocel, la interior. En la primera rosca se encuentra una sucesión de cabezas de pico, que se esculpen a medio relieve, y la segunda se decora mediante lóbulos cerrados. Las series de testas de pájaro mencionadas aparecen en numerosos templos de Inglaterra (condados de York, Lincoln, Herefort, Cornualles, Kilkhampton y otros), Irlanda (Offaly) y en Francia (Normandía, Poitou, Guyena y Borgoña). También se encuentran en numerosos templos asturianos, especialmente los de los valles del Nalón y del Caudal y de la zona de Villaviciosa, como Santa María de Arbas, San Juan de Mieres, San Esteban de Ciaño, San Esteban de Aramil y San Juan de Amandi. Las cabezas de pico de Lugás, que tienen forma semicircular, cuentan con modelos similares en las portadas de las iglesias de Kilkhampton y Morwnstow, situadas en el condado de Cornualles (Inglaterra). Además, se relacionan con las cabezas de pico de la portada de San Juan de Mieres y se diferencian de otros ejemplares de la zona de Villaviciosa, donde estas testas son triangulares. La segunda arquivolta se decora mediante lóbulos cerrados, que fueron aplicados por primera vez en el antiguo reino de León en la Puerta del Obispo de la catedral de Zamora. Según Gudiol y Gaya Nuño, dicho motivo fue utilizado anteriormente en un arco del testero de la mezquita de Córdoba, y Chueca lo vincula a motivos sirios. Los rollos cerrados se encuentran además en los templos asturianos de San Esteban de Ciaño, San Esteban de Aramil y Santa Eulalia de Ujo.
El capitel izquierdo de esta portada se decora mediante cintas perladas y en el derecho aparece una cabeza mordiendo una hoja que ocupa casi la totalidad de la cesta, pudiendo relacionarse con otras piezas pertenecientes a templos del románico atlántico. El templo San Esteban de Aramil cuenta con ejemplares muy similares a estos dos capiteles.

En el interior, la nave se cubre con techumbre de madera, y en los muros septentrional y meridional se perforaron dos saeteras, una de ellas oculta por la sacristía añadida al templo con posterioridad. El arco triunfal da acceso al crucero y a la cabecera actuales, aunque en origen comunicaba la nave con el ábside románico, que fue derribado a finales del siglo XVII. Se compone de tres arquivoltas semicirculares, protegidas por guardapolvo, que reposan en tres columnas acodilladas a cada lado y éstas últimas a su vez sobre plintos. La primera arquivolta se decora mediante varias series de zigzag y la segunda presenta tres molduras aboceladas en el lado interno, y en el externo una cenefa ornada con motivos vegetales. La tercera rosca no cuenta actualmente con ornamentación, aunque pudo estar decorada en origen. Uno de los capiteles del lado izquierdo muestra dos aves afrontadas, y en el contiguo se representan a la Virgen sosteniendo al Niño y a dos personajes con instrumentos musicales sobre un fondo de follaje. En el primer capitel de la derecha se disponen dos leones en actitud pasante, cuyos cuerpos se unen en el ángulo de la cesta en una sola cabeza, formando una composición que se repite en otros templos de la zona, como Valdebárcena, Narzana, Ceares y Puelles. Los demás capiteles del arco triunfal se decoran mediante máscaras, grandes hojas nervadas y volutas.


En cuanto a los signos lapidarios, en Santa María de Lugás se hallan varias “M”, numerosas “P”, “B” y “S”, algunas “I” y una estrella. Estas marcas de cantero también se encuentran en numerosos templos de los valles del Caudal y de la zona de Villaviciosa, como Santa María de Valdediós, San Juan de Amandi, San Antolín de Sotiello y Santa Eulalia de Ujo.
Es posible que la iglesia románica de Lugás sustituyera a otro edificio y que fuera construida por el monasterio de Valdediós, a principios del siglo XIII. Se aprecian en esta iglesia numerosos elementos que la relacionan con otras románicas de la zona de Villaviciosa, como San Esteban de Aramil, San Juan de Amandi y Santa María de Narzana, y también de los valles del Nalón y del Caudal, como San Esteban de Ciaño (Langreo) y Santa Eulalia de Ujo (Mieres), por lo que todos estos edificios pudieron haber sido construidos por el mismo taller. Es muy posible que el monasterio de Valdediós levantase también algunos de estos templos, por ejemplo, San Juan de Amandi y Santa Eulalia de Ujo, y, por otro lado, también hay que tener en cuenta que a este cenobio cisterciense estaban vinculados los patronos de San Esteban de Aramil (véanse los estudios monográficos de estos tres templos).

 
Fuentes
En las faldas del monte Cubera, en un paraje de tierras cultivadas y pomaradas destinadas a la obtención de manzana sidrera, tomando la carretera AS-332, a 2 km de Villaviciosa y 46 km de la capital del Principado, se encuentra el pueblo de Fuentes, cuyo topónimo deriva del gran número de fuentes que brotan en la zona.

Iglesia de San Salvador
En una en una amplia hondonada separada del caserío desde donde se alcanza a divisar la también románica iglesia de San Juan de Amandi, se levanta el templo parroquial de San Salvador de Fuentes, recientemente restaurado, y cuyo valor artístico ya fue puesto en relieve en el siglo XIX a través de los estudios del erudito Francisco de Paula Caveda, vecino del lugar, seguido por su hijo Jose Caveda y Nava, y otros estudiosos decimonónicos como C. Miguel Vigil y F. Canella Secades.

La historia de este templo, fundado como monasterio de carácter propio vinculado a una familia de la nobleza local, comienza a escribirse en sus propios muros, ya que en las jambas de su acceso norte, tapiadas hasta que en el siglo XIX fueron descubiertas y estudiadas por Francisco de Paula Caveda, fue esculpido un interesante documento en el que se narra el momento de la fundación, la consagración y varias donaciones otorgadas al monasterio por sus benefactores. Según exponen F. Diego Santos y C. García de Castro, en sus respectivos estudios epigráficos, se trata de cuatro inscripciones independientes pero directamente interrelacionadas, narrándose en las dos primeras, que ocupan la imposta y la jamba oeste, el momento de la fundación, datada hacia 1021; en la tercera, en la cara interna de la jamba opuesta, se recogió la consagración del templo dos años después; mientras que en la última, en la cara externa de esta misma jamba, aparecen nuevas donaciones y se hace referencia a las reliquias habidas en la iglesia. Tomando como referencia la transcripción y traducción realizada por el mencionado F. Diego Santos, en su obra Inscripciones Medievales de Asturias, se menciona que:
… IN ERA [LA] VIIIIA [POST] MIL(LESIMA) VIII ... SIUNIAS / QUOS (A)EDIFICAVIT DOMUN D(OMI)NI DIDAGO PERO ET / MANSURA ET MATER SUS DMNA. VISTRILDI CONCEDIMUS / HOS QUI EST IBI CUM OM(N)IA (H)EREDITATE ET ILLA VILLA DE CEM/BIAS PROPTER REMEDIUM DE ANIMAS N(O)S(TR)AS ET DE PA/TER MEO PETRUS UNDE MERCEM COPIAM INVENIAMUS ANTE / D(EU)M QUI FUERINT [EO]RUNDE(M) IN ISTO LOCO S(AN)C(T)O (H)HABITANTES DE FI/LI(I)S AUT DE NEP/TIS AUT DE PELEGRI/NIS AUT DE PRO/PINQUIS DISTRI/BUANT ILLIS ELE/MOSINA(M) IN PAUPERI/BUS VEL IN SA/CERDOTIBUS / PROPTER REME/DIUM DE ANIMAS / N(O)S(TR)AS ET VIVAN(T) / ILLIS IN DOMO / IPSO / LEODENANDO / PR(E)SBITER TI/TULABIT.
En la era de M[L]VIIII (año 1021), el día octavo antes de las Klds de junio (25 de mayo), Diego Pérez, que edificó esta casa del Señor, y Mansura y su madre Doña Vistrildi concedemos a todos éstos que allí habiten junto con toda la heredad, y también aquella villa de Cembias, para la salvación de nuestras almas y la de mi padre Pedro y así encontremos copiosa recompensa ente Dios. Y quines de los mismos fueren los moradores de este santo lugar, hijos o nietos, extraños o parientes, que distribuyan limosnas entre los pobres o los sacerdotes, para la salvación de nuestras almas, y que ellos residan en esta casa.
Leodenando presbítero dio el título”. (Sello notarial). 

ET DE ISTO QUE CONCEDIMU[S] / NOS IBIDEM ALIQUIS (H)OMO DE [GEN]TE AUT POTESTATE QUI VALUE[RI(T)] / IN TERRA ALIQUO INDE TU(L)LER[IT] / ANATEMA SIT MARENATA ET [CUM] / IUDA TRADITORE ADEAT PART[E] / CIBIUM IN ETERNUM DAM(NA)TIO[NE] / ET SI ALIQUIS OMNE ISTO DO[MU] / DNI. IN ALTERO LOGARE TRADE[RE(T)] / AD ALIOS LOCOS NISI QUE SEDEA(NT) SUP[ER] / SERVE(T) TRADAT D(EU)S ANIMA(M) SUA(M) POST P[AR]/TE DE IUDAS ET ESQUOMUNICATUS IAC[EAT] / FORIS ILLO IN CENSO DE SCO. SALVAD[OR].
“Y de cuantas posesiones cedimos a este lugar, si algún hombre del pueblo o de los ostenten poder en la tierra se llevara de aquí algo, sea anatema, ven Señor, y aléjese con el traidor Judas de la convivencia con ciudadanos, hacia sus eterna condena. Y si alguno llevara algo de esta casa del Señor desde un lugar a otros lugares, a no ser que conserve con cuidado lo que no se mueva, que Dios entregue su alma en pos de Judas y quede excomulgado fuera del censo de San Salvador”. 

… IN ERA LXI POST MIL(L)ESI/MA VIO KLDS MARCIAS SA/CRABIT BASELIGA(M) ISTA(M) DMMO / ADEGANI EB(I)SCOBO OVETEN/SE SEDIS IN (H)ONORE SCI SALBA/TORIS ET EDIVIMUS IBIDEM SCA. / MARIA VIR. ET CONCEDEMUS/ ET ADEMUS NOS IN DOMO ISTO / EGO DIDAGO PEPPICI ET MANSUARA / ILLA VILLA DE VIDRINIANA CU(M) SUA / TORQUIRIA TODA CENSUM VEL RE/GRESUM ET SERVOS TRES NOMINI/BUS MENENDO ET SENDINO / QUI FUIT DE PADRE NSO. SARRACI/NO ET DE DMNA SCEMANA ET / ALIA VILLA DE VILLARE MEDIA QUI FUIT / DE PADRE MEO PETRUS ET DE MADRE MEA / VISTRIDILDI P(ROP)TER REMEDIU(M) DE ANI/MAS NSAS. UNDE / MERCEDE(M) COBIA INVENIA(N)T ILLIS ET NOS / ANTE DEU(M) E(T) DE ALIO P(RO)PIO QUI IPSAS / VILLAS VEL OM(N)IA CAUSA DE ISTO DO/MU SCO. TULLERE(T) ANAT(H)EMA SIT / MARENATA ET INSUPER PARIET / AURIOS TELENTOS IIOS / SCEMENO SARRACINICI TES(TE) VERMU/DO SAR(R)ACINICI TES(TE) FROILA RODERICI / TES (TE).
En la era de MLXI, sexto día de las Klds. de marzo (24 de febrero de 1023), consagró esta iglesia Adeganis, obispo de la sede de Oviedo, en honor del Salvador, y le añadimos Santa María Virgen. Y yo Diego Peppigi y Mansuera, nosotros concedemos y adscribimos a esta casa la villa de Bedriñana con todos sus molinos, las entradas y salidas, y tres siervos de nombre Menendo y Sandino, que fue de nuestro padre Sarracino y de Doña Jimena, y la mitad de otra villa, la de Villar, que fue de mi padre Pedro y de mi madre Vistrildi, para la salvación de las almas de ellos y las nuestras, y que así encuentren ellos y nosotros copiosa recompensa ante Dios. Y quien llevare algo perteneciente a estas villas o cualquier cosa de esta santa casa, sea anatema, ven Señor, y que además, pague dos talentos de oro. Jimeno Sarracino, testigo; Bermudo Sarracino, testigo; Fruela Rodríguez testigo”.

… VOCATUM TE[MPLUM TUI NOMINIS] / SCI IN LOCO ISTO QU[OS(A)EDIFICAVIT] / RELIQUIA(E) S(UNT) RECON[DIT(A)E SCI] / SALVATORIS SCI MIC(H)A[ELIS AR(CHANGELI) SCI.] / PETRI ET PAULI SCI B[ART(H)OLOM(A)EI SCE] MARINA(E) VIRG(INIS) / BOTO FERA / AD SCO SALBA/DORE Q(UA)T(O)R DE / PANE ET COR/DARIO AUT PIS/CATO ET S DE / VINO / FROILA RODE/RIGUICI CONCE/DE(T) ERETADES / DE AVOLOS DE / PARENTES DE / KARRALE IN / IUS ET IN ISTA / SEDE DE SCO / SALVATORIS / P(RO)PTER REME/DIU(M) DE ANIMAS / NSAS ET GODES/TEO LOBON ET GERMANA SUA / GONTERODO / CONCEDEMUS / NSAS ERETA/TES ET MAGITO RE/MIRIGI P(RO)PTER / REMEDIUM DE / ANIMAS SUAS / MANUS NSAS/ ROVORAVIMUS.
“En el templo que edifiqué en este lugar, bajo la advocación de tu santo nombre, están escondidas las reliquias de San Salvador, las de San Miguel Arcángel, las de San Pedro y San Pablo, las de San Bartolomé, y las de Santa Marina virgen. Me obligo en voto a llevar a San Salvador cuatro panes y un cordero o pescado y media cuba de vino. Froila Rodríguez cede las heredades de sus abuelos y las de sus padres, del Carral, en posesión de esta sede de San Salvador, por la salvación de nuestras almas, Y Godesteo Lobón y su hermana Gonterodo y Magito Ramírez cedemos nuestras heredades, por la salvación de sus almas. Lo corroboramos con nuestras manos”.


Portada norte. Inscripción de la jamba izquierda
Portada norte. Detalle de la inscripción de la jamba derecha 

Nos indica este texto que el templo de San Salvador de Fuetes fue fundado hacia 1021 por iniciativa particular, bajo el régimen de monasterio propio, según era habitual en la época, (en el 1024 la infanta Cristina hizo lo propio con el monasterio de San Salvador de Cornellana; y en el 1044 los condes Piniolo y Aldonza fundaron el monasterio de San Juan de Corias), dotándolo de una serie de bienes fundacionales, entre los que se menciona la propia heredad de Fuentes, donde se levantó la iglesia, y la villa de Cembias, identificada por algunos autores con la aldea de Cenvis, en el vecino concejo de Cabranes. Dos años después, en el 1023, el obispo Adeganis, que ocupó la cátedra episcopal ovetense al menos desde 1019 a 1025/28, procedió a su consagración, momento que los fundadores aprovecharon para dotar al cenobio con nuevas propiedades: las villas de Villare y Vidriniana, actual Bedriñana, donde se localiza el templo de origen prerrománico de San Andrés. A las que se unieron las otorgadas, por los otros cuatro personajes que aparecen en la última de las inscripciones, quienes, según interpretación de C. García de Castro, pudieran ser miembros de la comunidad monástica.

Esta temprana construcción de principios del siglo XI, a la que alude la inscripción, fue sustituida a mediados del siglo XII por una nueva fábrica, objeto de nuestro estudio, en la cual, como veremos más adelante, aunque se mantiene cierto apego a las tradiciones altomedievales, se introdujeron ya elementos novedosos propios del lenguaje románico.
Ya construido el nuevo templo, la abadía de Fuentes y su abad, aparecen citados en varios documentos posteriores, de los siglos XIII y XIV, como la Nómina de parroquias mandada elaborar entre 1385 y 1386 por el obispo Don Gutierre, donde se menciona que San Salvador de Fuentes húsala apresentar el abbad de Fuentes. Es capellán Pedro Alfonso. Ha de manso çinco días de bues. Los diezmos desta eglesia liévalos todos el dicho abbad e el capellán lieva dos dezmeros et la metad del pie de altar e el mortuorio se y venier. Riende la capellanía mrs.e lo que lieva el abad.
Posteriormente, en el siglo XV, la todavía abadía, aunque probablemente sin vida monástica, aparece vinculada, sin que, como menciona A. Martínez Villa, pueda determinarse en que grado, al monasterio piloñés de Santa María de Villamayor, quien, según un documento de 1483 tenía parte de presentación sobre sus derechos. Unos derechos que tras la anexión de Villamayor a las benedictinas de San Pelayo de Oviedo pasarían a formar parte del vasto patrimonio de este cenobio, de forma que en 1550 su abadesa, como la única y verdadera patronera, otorgó la presentación de la abadía, junto con la de Viñón, a favor del chantre de la catedral de Oviedo.
Declarada Monumento Nacional en 1931, esta armónica construcción, incendiada durante la guerra civil y restaurada en la década de los 50 por el arquitecto Luis Menéndez Pidal, llama la atención por lo cuidado y estudiado de sus proporciones. El sencillo esquema de nave única y cabecera cuadrada, cubierta la primera con armadura de madera y la segunda con bóveda de cañón, consigue en este templo una de sus máximas cuotas de perfección, pues como bien advierte la profesora María Soledad Álvarez, a pesar de las reducidas dimensiones y la simplificación planimétrica y espacial, el cálculo de proporciones de cada uno de los elementos está perfectamente estudiado y pensado, reflejando la existencia de un módulo, que explica los logros armónicos alcanzados por el conjunto. Viniendo con ello a demostrar que estamos ante una obra que no debe ser considerada como un simple producto del románico rural.
Ricamente articulada en sus paramentos interiores por una arquería ciega, similar a la que encontramos en los cercanos templos de Viñón y Valdebárcena, la cabecera de San Salvador de Fuentes constituye el elemento más destacado de todo el conjunto, siendo especialmente apreciable en su formulación el sentido de proporcionalidad y equilibrio que inundan toda la obra. Elevada sobre un banco corrido, cada uno de los paños, en perfecta simetría, se articula con tres arquillos de medio punto, especialmente realzados los de los muros del testero, entre los que además destaca el tratamiento dado al central, con el doble de luz que los que le flanquean y sirviendo de marco a una aspillera abocinada, de derrame interno y perfil semicircular, que constituye el único foco de luz natural que en origen iluminaba este espacio (actualmente se abre un vano adintelado en el muro sur). Los arcos descansan sobre columnillas de fuste monolítico, cilíndrico en los paños laterales y poligonal en el central, con basa ática y capiteles troncopiramidales de sencilla decoración vegetal, a base de pequeñas y toscas hojas lanceoladas dispuestas en uno o varios pisos superpuestos, siguiendo un modelo de influencia prerrománico, del que tenemos ejemplos en el cercano templo de San Salvador de Priesca. Como hemos visto, en el conjunto de la arquería se pone especial relieve en la enfatización del espacio central del ábside, un hecho que, como sostiene I.
Bango Torviso, puede venir determinado por su función dentro de la liturgia hispánica, ya que sería el lugar señalado para la ubicación del tabernáculo o recipiente destinado a contener los elementos de la eucaristía. Completa la decoración la línea de imposta, con trenzas y ajedrezados, que, continuando la línea marcada por los ábacos del arco triunfal, recorre los muros laterales por encima de la arquería, dando unidad al conjunto y sirviendo de base a la bóveda de cañón con que se cubre el espacio.

Nos encontramos aquí con una formulación fuertemente apegada a las tradiciones prerrománicas, a la manera en que aparecen en la ya mencionada San Salvador de Priesca. Se busca así, en oposición a la austeridad de la nave, aunque no debemos olvidar que estaría cubierta de pinturas murales, la dignificación y acentuación del espacio más sagrado del templo: la capilla. Es el santuario, el sanctuarium altaris, la representación terrenal de la Jerusalén Celeste, evocada, aquí, como en San Julián de los Prados, a la manera de los ambientes palatinos de tradición bajoimperial, de sobra conocidos en la corte asturiana a través de la sala áulica del palacio ramirense de El Naranco y posiblemente también a través de las dependencias palatinas de Alfonso II. Un microcosmos mágico, cargado de simbolismo y puesto al servicio de la liturgia, que, aunque hoy desnudo, podemos imaginar, para hacernos una idea más acertada de su aspecto original, cubierto de una rica y vibrante policromía y revestido de los elementos propios del ajuar litúrgico, del que formaría parte la espléndida cruz procesional, hoy en el Metropolitan Museum de Nueva York, de la que más tarde nos ocuparemos.

Como elemento de transición entre la nave y la capilla, siguiendo ya esquemas propiamente románicos, se sitúa el arco triunfal, cargado de simbolismo como puerta hacia esa ciudad celestial. Un sencillo esquema de arco de medio punto con dos roscas, ligeramente rebajadas, de las que la interior apoya sobre columnas de alto fuste monolítico y capiteles con interesantes representaciones figurativas en la cesta y roleos vegetales en los ábacos.
El capitel del lado del Evangelio, de complicada lectura iconográfica, presenta una escena formada por el cordero apocalíptico, como el Salvador–víctima, ante la imagen del león, símbolo del Salvador–victorioso. Una composición que E. Fernández González interpreta, aunque advirtiendo que es una circunstancia poco frecuente, como una visión unitaria de dos versículos del Apocalipsis.
Debemos mencionar que en uno de los capiteles del panteón de la Colegiata de San Pedro de Teverga, perteneciente a las primeras manifestaciones del románico asturiano, se representan, en dos caras opuestas de la pieza, la imagen de lo que pudiera ser un cordero y la de un león pisoteando una cruz. Se repiten, por tanto, los mismos elementos que en el capitel que nos ocupa, aunque para el de Teverga se considera una lectura simbólica diferente, al considerar al león como imagen de lo demoníaco y del mal, con lo que en oposición al cordero se representaría la lucha de contrarios, la continua pugna entre el bien y el mal, tan frecuente en los repertorios románicos, una interpretación que también tendría cabida en el caso de Fuentes, donde las figuras de los dos animales aparecen enfrentadas.
Por su parte, en el lado de la Epístola dos felinos flanquean la figura central de un hombre que les pasa el brazo por el lomo; una escena de tradición oriental, relacionada con Gilgamesh, el Señor de los Animales de la mitología mesopotámica, y adoptada por la iconografía cristiana. Es la lucha entre el bien y el mal, entre la razón humana y la irracionalidad de la bestia, de la que encontramos numerosas representaciones tanto dentro como fuera de Asturias: Santa Eulalia de Ujo, Santa María de Villanueva o Santa María del Camino de Carrión de los Condes. Se trata en ambos de figuraciones un tanto toscas y sumarias en la ejecución, resueltas en composiciones sencillas marcadas claramente por la simetría.
La concepción exterior del templo manifiesta de manera aún más clara la sencillez que caracteriza toda la obra, y su momento constructivo en una fase de transición entre las formulaciones altomedievales y la nueva estética románica, ya que ni los vanos, simples aspilleras, ni las dos portadas (una la septentrional, en el interior del templo, con la mencionada inscripción, por lo que pudiera ser una pieza procedente de la construcción anterior, y otra la occidental) recurren a soluciones monumentales propias del románico, sino que se componen de un sencillo arco de medio punto apoyado directamente sobre las jambas, sin ningún tipo de decoración. En contraste con esto debemos destacar la presencia de una cornisa típicamente románica, decorada con moldura de billetes, de la que penden una serie de canecillos, entre los que, junto a sencillos canes geométricos: lóbulos, bolas, cilindros..., se encuentra un variado repertorio figurativo del que forman parte escenas de la vida cotidiana medieval, como el tañedor de vihuela, y diversos animales, monos, felinos, cérvidos... representados de cuerpo entero o a través de sus testas, siguiendo modelos habituales en la decoración de este tipo de piezas. Completa la decoración del exterior un grueso sogueado que recorre el remate angular tanto de la cabecera como de la nave, y que también encontramos en otras construcciones vinculadas al primer románico, como San Pedro de Teverga, decorado con taqueado y San Andrés de Valdebárcena donde se recurrió a los roleos vegetales.








A pesar de los añadidos posteriores, cabe destacar la integración de la obra en el paisaje que la rodea, ya que la proporcionalidad y la armonía establecidas entre los volúmenes queda también patente en su relación con el entorno y en la comunicación visual con la iglesia de San Juan de Amandi, situada casi en línea recta con Fuentes en su línea de horizonte.
A modo de conclusión, como ya se ha mencionado en párrafos anteriores, podemos decir que la antigua iglesia monástica de San Salvador de Fuentes, en su segunda fase constructiva, datada a mediados del siglo XII, es una obra de transición entre las arraigadas fórmulas del prerrománico asturiano, tan vinculado a la imagen áulica de la monarquía, y los nuevas esquemas del románico, apegado al nuevo espíritu de las peregrinaciones y la reforma religiosa, que llevará al abandono de la liturgia visigoda a favor de la romana.

Cruz Procesional
En1898, cuando eruditos como J. M. Quadrado o C. Miguel Vigil ya habían llamado la atención sobre la relevancia artística de la llamada Cruz de Fuentes–como “estimable alhaja” la define el primero y como “artística cruz” el segundo– en un extraño “negocio”, que todavía hoy no queda muy claro, en el que se vieron involucrados tanto el párroco de la iglesia como el obispo de Oviedo Martínez Vigil, el industrial francés Ernesto Guilhou logró por unas 2.000 pesetas de la época comprar la pieza y sacarla de Asturias. Su primer destino fue la colección particular que el industrial tenía en la ciudad france sa de Bayona, pero poco tiempo después, junto con otros objetos de su colección, la cruz fue subastada, pasando entonces a manos del financiero norteamericano J. Pier pont Morgan, quien, tras su fallecimiento en 1913, legó la pieza al Metropolitan Museum de Nueva York, de cuya valiosa colección forma parte desde 1917.
La exaltación a la Santa Cruz en las cortes cristianas desde tiempos del emperador Constantino, queda perfectamente reflejada en las donaciones efectuadas a la iglesia de San Salvador de Oviedo por Alfonso II y Alfonso III. Una tradición que parece que se mantuvo durante los años del románico, siendo habitual por parte de los nobles donar este tipo de piezas a las iglesias o monasterios de su devoción, como queda demostrado en el documento fundacional del monasterio de Cornellana, en 1024, cuando la infanta Doña Cristina, entre los bienes que entrega al nuevo cenobio, incluye cruces argenteas. Sin embargo, pocas muestras de ellas han llegado hasta nuestros días: la de San Salvador de Fuentes que nos ocupa, la de la iglesia de Sales (Colunga), en una colección particular, el Cristo de Nicodemus de la catedral de Oviedo, y podemos incluir en esta relación, aunque ya fuera de la cronología románica aunque manteniendo la tradición, la Cruz de Beloncio (Piloña). Al lado de estos ejemplares, debemos de mencionar también las desaparecidas cruces de Manzaneda y Amandi, conocidas por grabados y/o descripciones antiguas.
La Cruz de Fuentes, con función procesional, es una pieza capital de la orfebrería románica que data del tercer cuarto del siglo XII, coincidiendo su donación probablemente con la reconstrucción del templo en que se alojaba. Se trata de una cruz latina (59,1 x 48,3 cm) con los brazos ensanchados en los extremos, para cuya ejecución se utilizaron ricos materiales preciosos, ya que, mientras que el alma es de madera, la pieza está repujada en plata, plata dorada y níquel, con incrustaciones de piedras semipreciosas, piedras antiguas, cristal, zafiro y un granate.
Siguiendo fielmente la iconografía propia del crucificado románico, en el anverso de la cruz, como una figura exenta unida al resto de la pieza por medio de pequeños clavos, se presenta la imagen victoriosa de Cristo Rey, vivo y sin ápice de dolor en su expresión o su cuerpo. Con cuatro clavos y los pies separados dispuestos sobre el escabel, viste faldellín largo hasta las rodillas y lleva corona regia. Lo flanquean, dispuestos en los ensanchamientos de la cruz, a la derecha la imagen de la Virgen y a la izquierda el discípulo fiel, San Juan Evangelista.
Mientras que en los remates del brazo longitudinal se presentaron, en el superior un ángel portando un incensario, y en el inferior, aunque deteriorada, la figura de Adán saliendo de su tumba, a la manera en que se representó en la Cruz de Fernando y Sancha de la Colegiata de San Isidoro de León. Se complementa la pieza con un cristal rojizo que, dispuesto encima de la cabeza del crucificado, sella la pequeña cajita relicario que se encuentra en su interior; y las cuatro abrazaderas decoradas con filigranas, piedras semipreciosas y dos entalles de posible origen romano, reutilizados en esta pieza, como era habitual en la orfebrería románica y prerrománica.
En el reverso, las cuatro abrazaderas están destina das a una inscripción votiva, en la que, siguiendo el sentido opuesto a las agujas del reloj, se puede leer IN HONORE: SA/LVATORIS: SA/NCCIA: GUIDIS/ALVI: ME: FECIT (En honor del Santo Salvador, Sancha de Guidisalvo me hizo). El centro de la pieza lo ocupa la imagen del Cordero Apocalíptico, el Salvador-víctima, rodeado en los extremos por los símbolos del tetramorfos, una composición, también presente en la antes mencionada Cruz de Fernando y Sancha y en el Cristo de Nicodemo, que para M. S. Álvarez Martínez responde a una clara intención simbólica, ya que los cuatro evangelistas se asocian a la cruz como testigos de la Redención de la Humanidad, conocida por todos a través de sus textos. El resto de la cruz se cubre de una hermosa filigrana con decoraciones vegetales, en clara alusión al Árbol de la Vida.
Llama especialmente la atención en esta pieza el hermoso juego bicromático, con la combinación de la plata blanca, utilizada para los brazos de la cruz y la carne de las figuras, y la plata dorada reservada para los ropajes, el incensario, la corona, el cabello, el escabel del crucifica do... Desde el punto de vista formal, las figuras, de trata miento anatómico muy sumario y estilizado, se vuelven lánguidas, esbeltas y elegantes, siguiendo modelos habituales en las miniaturas y los trabajos de eboraria. Siendo especialmente destacable, como menciona M. S. Álvarez Martínez, la relación existente entre la pieza que nos ocupa y el llamado Díptico de Gundisalvo, ya que en ambas piezas el trabajo de filigrana responde a plantea mientos similares, lo que podría explicarse si fuesen obras de un mismo taller, asentado en Oviedo y heredero del que a finales del siglo XI elaboró otras destacadas piezas de la orfebrería románica asturiana, como son el Arca Santa y la Arqueta de Arias.

 

Viñón
La aldea de Viñón, a la que se llega por la carretera comarcal AS-255, a 53 km de Oviedo, se localiza en el límite de los concejos de Villaviciosa y Cabranes, perteneciendo a este último, de cuya capital, Santa Eulalia, dista unos 2 km. Zona de praderías y pomaradas, la agricultura y la ganadería han constituido desde la antigüedad los principales medios de vida para sus habitantes.
El oscurantismo de las fuentes con respecto a este pequeño municipio asturiano hace que gran parte de su historia permanezca en el olvido. Según parece, durante la alta edad media, tal como sostienen algunos autores, al menos parte de su jurisdicción actual debió de formar parte del llamado territorio de Maliayo. Por este tiempo, según se desprende de estudios arqueológicos y de la lectura de algunos documentos, la red parroquial de la comarca estaba ya más o menos establecida, pues varios templos remontan su fundación a la etapa altomedieval, caso de Viñón, Gramedo, Torazo y Santa Eulalia de Cabranes. A finales del siglo XIII, momento de la concesión de la Carta Puebla al concejo de Maliayo, las tierras de Cabranes no se integran en el nuevo poder municipal, hecho que algunos historiadores ponen en relación con la vinculación de este espacio al monasterio de Santa María de Valdediós, fundado unas décadas antes que la Puebla, con la que desde los primeros momentos se disputó derechos sobre algunos enclaves. Poco tiempo después, a inicios de la siguiente centuria, aparece documentado ya el denominado concello de Cabranes, sobre cuyas tierras debieron de disfrutar de importantes derechos, además de las principales instituciones eclesiásticas de la región, el linaje de la poderosa casa de Noreña.

Iglesia de San Julián
Al llegar al pueblo de Viñón, en una hondonada de la margen derecha de la carretera, se levanta la iglesia parroquial de San Julián, de la que O. Belmunt y F. Canella dicen que fue residencia de invierno de muchos abades de Covadonga. Se trata de una construcción de origen altomedieval, en la que, junto a rasgos ya característicos del arte románico, perviven soluciones propias de una tradición prerrománica fuertemente arraigada en la región.
Las primeras referencias documentales sobre el templo se remontan al siglo IX, cuando aparece citado bajo la advocación de San Clemente en la donación otorgada en el año 857 por el monarca Ordoño I a favor de San Salvador de Oviedo. Se cita en el documento: in Maliayo territorio ecclesiam Sancti Clementis inter duos amnes Rego de Roza, Vinionem, lo que vendría a indicar que el lugar formaba entonces parte del territorio de Maliayo, nombre con el que hasta el siglo XIV se conoció al vecino concejo de Villaviciosa. Hay que tener en cuenta que el documento al que nos referimos es obra del Scriptorium Pelagian, y es considerado uno de los documentos falsificados para afianzar el patrimonio episcopal ovetense en las primeras décadas del siglo XII, por lo que debemos tratarlo con cierta precaución, aunque sin descartar que esté tomando como base un texto anterior original. En efecto, Magín Berenguer hace referencia, atendiendo a un resumen contenido en la Libro Maestro de la catedral de Oviedo, donde en 1780 se catalogaron los documentos que formaban parte del archivo catedralicio, a un diploma que por entonces se conservaba en el llama do Cajón de donaciones, en el que con fecha de 1059 se hacía mención a “una donación otorgada por Nuño González, a favor del monasterio de San Clemente de Viñón, de Villa de Roza, junto a él; cuyo monasterio dice pertenecer a esta Sta. Iglesia”. Por lo tanto, mucho antes de las falsificaciones pelagianas la iglesia de Viñón, o una parte de ella, formaba parte del patrimonio episcopal ovetense. No todos los derechos sobre el monasterio, que como muchos otros de la época debió de ser fundado por laicos bajo el régimen de herederos, debían de pertenecer a San Salvador, porque tiempo después, en 1223, lo encontramos mencionado ya como San Miliano de Vinnon entre los bienes y derechos donados por un tal Munio Alfonso al abad y monasterio de Valdediós.
Bajo el título de abadía aparece la iglesia referida en varios documentos bajomedievales, diciendo de ella la Nómina de parroquias elaborada por el obispo don Gutierre entre 1385-1385 que San Juliano de Vinnón apresentan a esta abadía padrones fijosdalgo e institue el obispo. Ha en esta eglesia quatro benefiçios e un capellán. Ruy Martínez e benefiçiados Iohán Ferrándiz e Iohán Ferrán de Colunga e Diego Alvarez e (). Et a la capellanía e benefiçios presenta el abbad. Ha de manso dos fanegas de pan. Los diezmos pártense en esta manera: fázense seys partes e el capellán lieva las dos e los benefiçiados cada sennos e el abbad lieva la metad de la quarentena e de toda la ofierta que vien de sua parte. Rien de la capellanía. mrs.e cada benefiçio. También debió de tener derechos sobre la misma, sin que los diferentes estudios hayan determinado su naturaleza, el monasterio piloñés de Santa María de Villamayor, según una licencia otorgada por su abadesa en 1483 donde se menciona que tenía parte de presentación. Una parte que tras la anexión de Villa mayor con San Pelayo de Oviedo pasó a integrarse en el patrimonio del poderoso monasterio benedictino, cuya abadesa, en 1550 como única y verdadera patronera de Viñón, hizo presentación a favor del chantre de la catedral de Oviedo.

El templo de Viñón debe de ser entendido dentro del ambiente constructivo del llamado grupo o taller de Villa viciosa, tanto por la cercanía geográfica con estas mues tras, como por las similitudes estructurales, formales y estilísticas, siendo de especial relieve las relaciones con San Salvador de Fuentes y San Andrés de Valdebárcena, de los que sólo dista unos 7 km.
San Julián de Viñón, al igual que en los otros dos templos citados, como puede verse en las entradas correspondientes de esta misma colección, continúa una tradición planimétrica y estructural arraigada ya en las construcciones prerrománicas: nave única y cabecera cuadrada articulada en el interior por medio de arquerías ciegas. Nos encontramos, por tanto, ante una serie de obras que pue den considerarse propias de una etapa intermedia, datada en la segunda mitad del siglo XII, entre las formulaciones de uno y otro estilo, ya que junto a la tradición encontramos también, sobre todo a nivel ornamental, las innovaciones propias del románico internacional. La muestra de este tránsito entre la tradición y la innovación se encuentra perfectamente reflejada en los tres templos que estamos citando, ya que podemos decir que en una progresión ascendente y escalonada se manifiesta a través de ellos el proceso de adaptación a las nuevas fórmulas. Así, San Salvador de Fuentes se situaría en esa primera grada, al ser de las tres construcciones la de mayor apego a la tradición y servir de modelo a las otras dos fábricas, ya que es esta la que presenta mayor cuidado en el cálculo de las proporciones. En el templo de Viñón, deudor del anterior, encontramos ya un mayor grado de complejidad en la formulación de algunos de sus elementos, como el arco triunfal o la decoración de los capiteles. Por último, San Andrés de Valdebárcena constituye el ejemplo más evolucionado, justo en el umbral del románico pleno, pero sin abandonar algunos estilemas arcaizantes.
Siguiendo la tipología mencionada, el templo de Viñón responde al modelo de nave única, cubierta con armadura de madera a dos aguas y cabecera cuadrada, que se cierra con bóveda de cañón.

Este esquema es patente tanto en el exterior como en el interior del templo, donde el juego de volúmenes destaca por la proporción y la armonía, sin llegar a alcanzar la perfección matemática existente en San Salvador de Fuentes.
Como ya se mencionó, los paramentos del interior de la capilla aparecen especialmente decorados por medio de una arquería ciega, rematada en los muros laterales por una imposta con motivos vegetales y dispuesta sobre un banco corrido, con tres arquillos de medio punto en cada uno de los muros, especialmente realzados en los del muro del testero, donde el central, además de destacarse sobre los laterales, cobija en su interior un estrecho vano partido por un fuste poligonal, similar a los que encontramos en la arquería de Fuentes. Cada uno de los arcos, de una sola rosca y sin ningún tipo de decoración, apoya sobre la correspondiente columnita, de basa ática, fuste monolítico y capitel troncopiramidal.

En los doce capiteles de esta arquería interna parece apreciarse la participación de dos manos distintas, ya que, aunque predomine en ellos la sencillez y la tosquedad, algunos presentan un mayor grado de naturalismo y jugosidad en las formas, así como esquemas compositivos más trabajados. Todos ellos, a excepción del situado en el ángulo noroeste, recurren a motivos vegetales de carácter ornamental, con variadas combinaciones de hojas (lanceoladas, nervadas, rizadas...) con o sin frutos esféricos, siguiendo modelos muy repetidos en los repertorios románicos.







El único capitel que no sigue esta tendencia está situado en el ángulo noroeste y presenta una estilizada composición en la que, sobre un fondo de hojas lanceoladas, se disponen dos parejas de reptiles entrelazados. Cada una de las sierpes, dotadas de cuerpos cilíndricos que combinan las superficies lisas y las escamadas, sujeta con la boca la cola de su compañera en un sinuoso juego de curva y contracurva lleno de plasticidad. La representación de la serpiente en la plástica románica es una constante hereda da de la antigüedad, puesto que a los diferentes sentidos simbólicos negativos o positivos que se le pueden dar, su fisonomía y adaptabilidad formal favorece la adopción del motivo con fines meramente decorativos. En el románico asturiano encontramos esta representación en numerosos templos, entre ellos en San Andrés de Valdebárcena, perteneciente al mismo grupo que Viñón.
Al lado de esta estructura, que puede calificarse de arcaizante por derivar de los últimos modelos prerrománicos, encontramos formulaciones innovadoras en los repertorios ornamentales, en la formulación del arco triunfal y, sobre todo, en los capiteles. El tránsito a la capilla se realza con un arco de medio punto de dos roscas desornamentadas y sin guardapolvo, como en Fuentes y en Sebrayo, la exterior está apoyada sobre la imposta que da paso a las jambas y se decora con motivos florales, y la interior lo hace sobre dos columnas pareadas en cada uno de los lados. Dos capiteles gemelos coronan cada uno de los pares de columnas; están trabajados en medio y en alto relieve, con superficies blandas y redondeadas de gran efectismo, que los convierten en las piezas de mayor calidad técnica y plástica de todo el conjunto y en las que debió de intervenir el mismo maestro que talló los mejores capiteles del interior de la capilla. Los del lado de la Epístola decoran su cesta con una plástica composición vegetal a base de acantos, mientras que los del Evangelio presentan, sobre un fondo de grandes hojas nervadas que parten de un collarino sogueado, una pareja de felinos, unidos en el ángulo de la cesta en una sola cabeza, con las fauces abiertas engullendo por las piernas a una figura humana, semejante a las ya comentadas en Santa Eulalia de la Lloraza y Santa María de la Oliva. El tema alude a la lucha de opuestos, la confrontación entre el bien y el mal, lo negativo y lo positivo, entre el hombre y la bestia, lo racional y lo irracional. Representa al hombre vencido y devorado por el pecado, el hombre que sucumbe ante los más bajos instintos y abandona el camino de la Salvación. Esa vida ante la que debe reaccionar, la que debe abandonar para conseguir la Redención de los pecados y atravesar el arco triunfal, el umbral que le llevará a la Jerusalén Celeste.

El rico tratamiento desplegado en la cabecera, en oposición a la sencillez y austeridad de la nave, tiene mucho que ver con el sentido simbólico propio del templo medieval, en el que tanto los elementos materiales como los inmateriales, espacio e iluminación, se compactan para formar un todo, un universo simbólico que ha de alcanzar ante el altar, el espacio más sagrado del mismo, el cenit de su significado. El espacio templario, puesto al servicio de la liturgia y el discurso doctrinal de la iglesia, es concebido como una alegoría de la ciudad celestial, el reino de Dios: la Jerusalén Celeste. Se representa ésta, como en Fuentes y Valdebárcena, siguiendo los modelos de la arquitectura prerrománica, bien representada en San Julián de los Prados (Oviedo), a imagen de los salones palatinos, el espacio de presentación del monarca cristiano, representante de la divinidad en la tierra. Las arquerías, recubiertas en su día de vivos colores, en conjunción con los distintos elementos del ajuar litúrgico y un estudiado juego lumínico, emulan ese espacio áulico, rodeado de efectividad y teatralidad, de misticismo y solemnidad, al que el fiel, posicionado en la nave en un lugar concreto a su dignidad, le estaba prohibido el acceso.
En el exterior, la limpieza de los volúmenes y su proporcionalidad es la nota más destacada, ya que, como muestra de ese románico incipiente, ni las portadas ni los vanos presentan un tratamiento monumental, siendo la sencillez y la falta de ornamentación su principal característica. Como único elemento decorativo debemos señalar la cornisa, con sus correspondientes canecillos, que remata todo el perímetro de la construcción, tanto en la nave como en la cabecera.
Llama la atención que todos los canes hayan sido decorados con modillones de lóbulos, motivo de tradición islámica que ha sido adoptado por el arte cristiano peninsular desde la etapa altomedieval, y que cuenta con importantes muestras en el románico.
Es, por tanto, la iglesia de San Julián de Viñón, obra de la segunda mitad del siglo XII, una muestra de la transición entre la estética prerrománica, patente en la tipología planimétrica y en la concepción espacial del conjunto, y las nuevas formas del espíritu románico, que se dejan sentir aquí en los motivos ornamentales y en la formulación del arco triunfal. La llegada de las nuevas formas aparece íntimamente ligada a la reforma de la iglesia española, que en el siglo XI, impulsada por los intereses políticos de la monarquía, abandonó las practicas propias de la liturgia hispánica a favor de la romana, adaptándose la estructura de los templos al nuevo concepto litúrgico.

 

Valdebárcena
Valdebárcena, a 42 km de Oviedo, da nombre a un estrecho valle del concejo de Villaviciosa, de cuya capital dista unos 9 km, salpicado de pequeñas aldeas y caseríos rodeados de tierras de labor y pomaradas.
En el centro de valle, aislada de los principales núcleos de población, se encuentra la iglesia de San Andrés de Valdebárcena, a la que se llega a través de la carretera AS-330, tomando un sinuoso ramal que parte de esta vía poco antes de llegar al pueblo de Ambás. Se trata de una de las principales muestras del románico asturiano, gracias a su buen estado de conservación y a las escasas reformas a las que ha sido sometida su fábrica a lo largo de la historia.

Iglesia de San Andrés
La inscripción inserta en los muros de la fachada meridional del templo constituye la primera y más directa referencia sobre la iglesia. Esta inscripción, de la que más tarde nos ocuparemos detenidamente, es el testimonio epigráfico de su consagración en el año 1189 por el obispo Rodrigo y en presencia de Martinus presbiter peccator et filii ecclesiae. Para algunos autores, los menciona dos podrían ser los miembros de una comunidad monástica, mientras que para otros, como C. García de Castro, dado lo avanzado de la fecha, formarían parte de una comunidad parroquial de la que se destacaría el párroco y un grupo de feligreses, patronos de la iglesia y promotores de su construcción.
A juzgar por documentos posteriores, la iglesia fue creada bajo el régimen de herederos, tal y como podemos ver en un documento de 1231 perteneciente al archivo del monasterio de San Pelayo, donde consta que Mayor Pétriz, monja del citado cenobio, hizo entrega a su prima María Gonzalviz de una heredad in villa pernominata in Val de Varzena (...) cun mea parte de ipso monasterio de Sancti Andree, aclarando que era quam habeo de avis et de perentibus meis in alfoz de Maliayo, indicando además a qué otros miembros de la familia debían ser entregados dichos bienes tras su fallecimiento. Posteriormente, en 1305, Aldonza González, donó al monasterio de San Pelayo de Oviedo, de donde ara abadesa, todos los heredamentos que yo he a ver devo en Varzana, que ye en na alfoz de la pola de Maliayo, que ye la meetat de toda la villa de Varzena con la meetat de la iglesia de Santo Andrés dessi logar, aclarando que le pertenecían por habérselos compra do a su hermana, María González, un patronímico que coincide con el que aparece en el documento anterior, aunque no disponemos de los suficientes datos para asegurar que se trate de la misma persona.
De esta forma, siguiendo un proceso paralelo al de otras instituciones eclesiásticas creadas bajo el régimen de iglesias o monasterios propios, las distintas raciones de sus herederos pasaron a través de ventas y donaciones a for mar parte del patrimonio de los principales monasterios de la región y del cabildo ovetense. Para el caso que nos ocupa, el Libro Becerro de la catedral de Oviedo, en la Nómina de parroquias elaborada hacia 1385, recoge que la iglesia de Santianes de Valdevarzena (parece ser que el cambio de advocación se debe a un error del copista, ya que en ningún otro documento anterior o posterior aparece citado como tal), husala apresentar el tenedor de la primada de la eglesia de Oviedo. Por su parte el Libro de Veros Valores de la misma catedral, copiado por Jovellanos, recoge respecto a esta iglesia que “Dios (Valdedios) presenta la tercera parte. San Pela yo de Oviedo otra parte; el Cabildo de Oviedo la otra ter cera parte. Y añade que los títulos son una donación real hecha a las tres comunidades como patronos, por dueños de las tierras y bienes de Barcena en que se edificó y fundó la iglesia”.
Inscripción 

Declarada Monumento Nacional en 1965, la iglesia de Valdebárcena ha sufrido alguna que otra intervención a lo largo de la historia con la construcción del pórtico, la espadaña, la sacristía y otro cuarto anexo al muro norte que fue retirado posteriormente tras la restauración. A pesar de estos añadidos, el núcleo de la construcción se conserva prácticamente en su totalidad y en buen estado y ello, junto al interés de su estructura y ornamentación, la convierte en una de las piezas más destacadas del románico regional.
Desde el punto de vista estructural se trata de una construcción deudora de modelos sencillos altomedievales, pero en el campo decorativo el templo de Valdebárcena destaca por toda una serie de motivos figurativos, vegetales y geométricos que se relacionan con los repertorios del románico internacional, entre los que debe prestarse una especial atención a los motivos de procedencia atlántica -normanda, inglesa, irlandesa- llegados a la costa cantábrica asturiana a través de las relaciones comerciales con los puertos del norte de Europa. De esta forma nos hallamos ante una construcción a caballo entre los elementos del primer románico y las novedosas soluciones aportadas por el románico pleno, que llegan a Asturias bien entrado el siglo XII. Se trata de un templo consagrado en 1189, que E. Fernández González considera como uno de los edificios claves para conocer el proceso de implantación de las fórmulas internacionales en las tierras asturianas.
Siguiendo modelos tradicionales tanto en planta como en alzado, la estructura general de la obra se compone de una sola nave de trazas rectangulares y cubierta con armadura de madera a dos aguas y de cabecera cuadrada con bóveda de cañón, un tanto apuntada, debido a las trazas del arco triunfal. En el interior de la cabecera se encuentra uno de los elementos más destacados de todo el conjunto: la arquería ciega que articula los muros perimetrales. Este elemento nos remite a construcciones prerrománicas como San Julián de los Prados o San Salvador de Priesca, y a templos más o menos contemporáneos al que nos ocupa, como San Salvador de Fuentes o San Julián de Viñón, y con él, de manera efectista por lo que supone de dignificación del espacio que enmarca, en su día policromado y revestido de los diferentes elementos del ajuar litúrgico medieval, se busca realzar el lugar más sagrado del templo. Así, para recrear el sentido simbólico de este espacio, la encarnación en la tierra del Reino de los Cielos, la mismísima Jerusalén Celeste, se recurre a la recreación de las aulas regias, a las fórmulas del boato palatino, conocidas en Asturias a través de los palacios cortesanos, entre los que cabe destacar el aula palatina de Santa María del Naranco.


Así, siguiendo los modelos de Fuentes y Viñón, aunque en Valdebárcena más evolucionado en aspectos ornamentales, el interior de la cabecera se articula por medio de una triple arquería, elevada sobre un banco, que recorre sus tres lienzos murales. En cada uno de ellos se disponen tres arquillos de medio punto con un sola rosca y envueltos por un guardapolvo, apoyados sobre cuatro columnillas de fuste monolítico, basas de tipo ático y capiteles troncopiramidales.

Las arquerías de los muros norte y sur presentan unas proporciones análogas y armónicas, mientras que en la del frontal los arcos son más elevados y peraltados, sobre todo el central que se realza por encima de los laterales y hace de marco a la ventanita abocinada que perfora el muro. Así, a través de lo que podemos llamar una perspectiva jerárquica, y de manera gradual, se señala el lugar más destacado del templo, el centro de la capilla. Desde el punto de vista plástico, campo en que aporta las principales novedades, el mayor despliegue decorativo se centra en las cestas de los capiteles, con jugosas combinaciones de hojas y frutos, pero sin olvidar otros elementos de la estructura, como los arcos, donde tanto en la rosca como en el guardapolvo, se recurre al tema del ajedrezado, un motivo sencillo pero bastante efectista gracias a los contrastes de luces y sombras que permite su trazado; y lo mismo cabe decir de las basas, ábacos e impostas con distintos motivos geométricos y vegetales.



Detalle del arco triunfal
Capiteles del lado izquierdo del arco triunfal 

Al lado de estas soluciones apegadas a la tradición encontramos una serie de elementos innovadores, entre los que destaca la formulación del arco triunfal, compuesto por un arco apuntado, con las roscas dobladas y envueltas por un guardapolvo, todo ello profusamente decorado, combinando motivos geométricos, zigzag con perlas intercaladas, reticulado y medios círculos, con motivos vegetales, entre los que adquieren especial protagonismo las rosetas tetrafolias, siguiendo así modelos que podemos ver repetidos, con mayores o menores variantes, en otros templos de la zona, ya sea en las arquivoltas del arco triunfal, como es el caso de Santa María de Narzana, o en las de las portadas, caso que veremos en el propio templo que nos ocupa, y en los de Santa Eulalia de Selorio o Santa Eulalia de La Lloraza, entre otros.
Las roscas descansan en tres columnas adosadas a cada lado y coronadas por los correspondientes capiteles, cuyas cestas aparecen cargadas de una jugosa y rica composición de hojas y frutos, similares a las de los capiteles de la arquería, aunque aquí, quizás acentuados por el mayor tamaño de las piezas, con mayor plasticidad y fuerza volumétrica. Los seis capiteles repiten esquemas similares y muy difundidos, con sus grandes hojas nervadas combina das con otras rizadas o lanceoladas, de las que penden frutos o entre las que asoman cabecitas humanas. Subrayan do el fuerte sentido decorativo de toda la obra, también aparecen ricamente decorados los collarinos, destacados mediante molduras de perfil ondulante, y los cimacios, donde se despliegan una serie de repertorios ornamentales muy difundidos en toda el área geográfica del románico, siendo muy habitual, en el caso de Asturias, su presencia en otros templos del llamado grupo de Villaviciosa y de la ruta de peregrinación que conducía desde León a Oviedo por el puerto de Pajares, donde los talleres itinerantes que llegaron a tierras maliayas también dejaron su impronta, tal como puede verse en Santa Eulalia de Ujo y en la portada de San Juan de Mieres.

El exterior, en perfecta armonía con el interior, destaca principalmente por el despliegue decorativo, por el proporcionado juego de volúmenes y la absoluta integración del monumento con el paisaje que lo rodea. El aparejo constructivo es el sillarejo, a excepción de los esquinales, vanos y cornisas en los que se utiliza buen aparejo de cantería. Como ocurría en el interior, si desde el punto de vista estructural guarda relaciones con las obras del primer románico todavía apegado a las tradiciones altomedievales, desde el punto de vista ornamental se aproxima ya a las corrientes más decorativistas del románico pleno, del que es uno de los principales ejemplos el cercano templo de San Juan de Amandi.
El elemento más destacado lo constituye la portada occidental, principal puerta de acceso al templo, umbral entre dos mundos, profano y sagrado, que el fiel ha de atravesar para conseguir la salvación del alma, pues tal y como expone M. S. Álvarez Martínez, la puerta del templo, en base al texto evangélico “yo soy la puerta… Quien pase por mi se salvará”, se identifica en el plano simbólico con la imagen de Cristo, en relación al sacramento eucarístico.
La portada de San Andrés de Valdebárcena, de concepción monumental, destacada sobre el muro del imafronte y como es habitual resguardada bajo el tejaroz, del que se han perdido la mayor parte de canecillos, se compone de un arco de medio punto con tres arquivoltas de perfil bocelado envueltas por un guardapolvo. De ellas, la interna se apoya directamente sobre las jambas, mientras que las dos restantes hacen lo propio sobre dos columnas acodilladas a cada lado. Las arquivoltas aparecen profusamente decoradas, tanto en el frente como en el intradós, de manera que, comenzado desde el exterior, la primera de ellas se cubre mediante líneas en zigzag y tetrapétalas en aspa, la central ocupa la cara externa con una sucesión de retículas y una nueva variante de tetrapétalas, al tiempo que en la cara interna se recurre a una combinación de diferentes modelos de rosetas y la última de las arquivoltas, la más interna, se decora en la cara externa con una sucesión de molduras a bocel y media caña, combinadas con retículas en aspa, y en la cara interna una cenefa de rosetas tetrafolias nervadas, que se extiende a la cara interior de las jambas, y se repite también en el guardapolvo y las impostas. Continuando con el barroquismo ornamental que presenta esta portada, los codillos se decoran con escamas de pez, en las jambas externas, y con moldura a media caña, en la jamba más interna.


Junto a estos repertorios meramente decorativos, los capiteles y metopas son el espacio seleccionado para la representación figurativa, cargada de simbolismo y puesta al servicio de la función didáctica y moralizante de la iglesia. De este modo, mientras que los capiteles de la jamba izquierda recurren a representaciones vegetales de estilizadas hojas nervadas y rizadas, sus compañeros de la jamba derecha representan una pareja de extrañas aves afrontadas con las patas entrecruzadas el interior, y una pareja de felinos con cabeza única de cuyas fauces penden una serie de hojas, y dispuesta bajo un fondo de volutas, el exterior.
Dos escenas muy difundidas y repetidas en los repertorios románicos, de las que encontramos abundantes muestras tanto dentro como fuera de Asturias, y de las que aquí, dada la proximidad y relación no sólo iconográfica sino también formal y estética, podemos destacar las que encontramos en algunos capiteles de Santa María de Nar zana, Santa Eulalia de La Lloraza o Santa María de Lugás.
Iconográficamente, el tema de los leones andrófagos se relaciona con el mensaje salvífico a través de la regeneración, un mensaje que también podría estar implícito en las aves del segundo capitel, pues si, como expone M. S. Álvarez Martínez, estos fantásticos seres se están metamorfoseando, estaríamos ante una representación de la conversión de las almas, simbolizadas habitualmente por las aves.
Un mensaje salvífico y de regeneración que habrán de conseguir las almas de los pecadores, representados en algunas de las metopas del tejaroz, donde, a pesar del lamentable estado de conservación y del esquematismo de las figuras, talladas en un relieve muy poco acusado, torpe y tosco, pueden distinguirse escenas relacionadas con diferentes actividades lúdicas del hombre medieval: juglares cas, con danzarines y músicos, y cinegéticas, con jinetes y monterías, en las que a la función decorativa es preciso sumar una intención moralizante.

En la fachada meridional se abre una segunda portada secundaria, más sencilla que la anterior desde el punto de vista estructural y decorativo, que sigue un modelo muy difundido en otros templos de la zona. Como las de Santa Eulalia de La Lloraza y Santa Eulalia de Selorio se compone de un arco de medio punto despiezado y protegido por un guardapolvo decorado con taqueado y medios círculos enfilados, que se continúa por las impostas. A su lado aparece, inserta en el muro, la lápida de consagración a la que anteriormente hicimos referencia.
Se trata de una placa pétrea de 104 cm de largo por 40 cm de ancho, en cuyo campo epigráfico, junto a la inscripción propiamente dicha, se tallaron tres cruces griegas, a las que se adaptan los renglones del texto, en el que, según trascripción y traducción de F. Diego Santos, se puede leer:
† MARTINVS † PSB´ PECATOR † ET FILII ECCLESIE PATER NSR QVI ES I CELIS IN ERA CˆC XˆX VˆII POST MLˆA EPS RODERICVS CONSECRAVIT PRIMA ?NA ? AGVSTVS PETER NSR
(“Martín, sacerdote pecador, y los hijos de la iglesia. Padre nuestro que está en los cielos. En la Era MCCXXVII (año 1189 d. C.), la consagró el obispo Rodrigo, el primer domingo de agosto. Padre Nuestro”)


Por encima de esta portada y también en el piñón que remata el muro de la cabecera, se insertan una serie de piezas, único caso conocido dentro de los repertorios del románico asturiano, esculpidas con bajorrelieves tallados a bisel con gran sentido decorativo, que representan una serie de motivos similares a los vistos en otras partes del templo, como la portada principal. Estas similitudes permiten datar estas piezas como contemporáneas a la construcción románica del templo, y no, como apreciaba en su día Magín Berenguer, a una etapa anterior de filiación prerrománica, aún a pesar de la dependencia que éstas presentan a nivel compositivo y formal respecto a los repertorios y los modelos compositivos difundidos por las estampaciones textiles orientales y bizantinas y a las placas de cancel de la arquitectura visigoda. De las piezas de la fachada meridional, la central, de mayor tamaño que las laterales, aparece enmarcada por una cenefa de tetrapétalas, y en su interior, en una retícula romboidal se inscriben, en los dos rombos centrales, una cruz griega y un ave flanqueadas por una estilización vegetal, mientras que en los triángulos que los flanquean se insertan parejas de palomas picoteando de un árbol, en una iconografía de tradición clásica, vinculada al mundo cristiano desde los primeros tiempos como símbolo de la eucaristía. Mientras que las placas laterales, de menor tamaño, y enmarcadas por una hilera de medios círculos enfilados, decoran el campo central con flores inscritas en círculos, en la pieza de la derecha, y palmetas estilizadas y acorazonadas, en la de la izquierda. Por su parte, los relieves del testero, adaptados a las trazas agudas del espacio, repiten los mismos modelos, de forma que enmarcados por una cenefa de medios círculos y pequeñas flores en aspa, se disponen un friso de grandes tetrapétalas de botón central, rosetas y palmetas aco razonadas, todo ello presidido por una gran cruz patada que se coloca en el centro de la composición.

La cabecera, construida como el resto de los paramentos con sillarejo, a excepción de los esquinales y del piñón anteriormente mencionado, que hoy aparece a la vista al habérsele eliminado la carga que originalmente hubo de ocultar las partes más pobres y de servir de base a la pintura mural, se articula mediante la ventanita que se abre en su centro. La formulación de esta ventana repite fórmulas ya conocidas, semejantes a las que podemos encontrar en San Juan de Amandi o Santa María de Sograndio, relacionadas con esquemas y composiciones del románico internacional. El aspecto novedoso del caso que nos ocupa, respecto a otros templos de Asturias, es que este tratamiento monumental no se aplica sólo al vano de la cabecera, sino que también se repite en las dos ventanas más occidentales de los muros de la nave. De forma que en los tres casos, la aspillera de derrame interno que se abre en el muro se destaca en el exterior, con una función meramente decorativa, mediante una arquivolta con guardapolvo que descansa sobre sendas columnillas de pequeño fuste monolítico y graciosos capiteles. Los motivos decorativos repiten esquemas semejantes a los vistos en otras partes del templo, a base de zigzag, tetrapétalas y molduras boceladas, para las rocas, y composiciones vegetales y parejas de aves, para los capiteles.

La decoración del templo se completa con la rica cornisa, que lo recorre horizontalmente en todo su perímetro superior, subrayando la tendencia a la horizontalidad, tan manifiesta en la estética románica. Todos sus elementos apa recen ricamente decorados, tal y como también podemos ver en otros ejemplos del románico asturiano, como Santa María de Villamayor o San Esteban de Aramil, de modo que en las metopas y los sofitos se recurre a distintas composiciones florales. En cuanto a los canecillos, aunque predomina el repetido modelo de apomados en sus distintas combinaciones, debemos destacar la presencia de una serie de piezas en las que la figura humana es la protagonista. Son figuras, al igual que las vistas en las metopas de la portada, caracterizadas por el esquematismo, la sencillez, la falta de naturalismo y un total desinterés los detalles, tanto en la anatomía como en la indumentaria. Una mujer con un niño en brazos u otro personaje que pudiera ser un músico tocando un pandero cuadrado, son algunas de las representaciones antropomorfas a las que nos estamos refiriendo. Sin embargo, las piezas más destacas, situadas en el extremo occidental del alero Sur de la nave, son dos canes en los que, como menciona E. Fernández González, se hace una representación del Pecado Original, pues en uno de ellos, dos personajes desnudos, Adán y Eva, se disponen a ambos lados de un estilizado árbol, el del Paraíso. Representa el momento en que ésta apunto de producirse el pecado, cuan do los primeros hombres, desobedeciendo el mandato del Padre, son tentados por el diablo y toman la fruta prohibida, que les expulsará del Paraíso y condenará a la humanidad. Es este momento, cometido ya el pecado, que se representa en el canecillo contiguo, donde se repite la misma escena con la única diferencia de que los personajes, ya pecadores, utilizan las manos para, llenos de vergüenza, cubrir su desnudez. Una representación, la del Pecado Original, muy difundida en la escultura románica peninsular, del que son ejemplo los capiteles de San Juan de Amandi y San Martín de Frómista, entre otros muchos.




A modo de conclusión, podemos decir que el templo de San Andrés de Valdebárcena destaca principalmente por la riqueza ornamental, donde encontramos un repertorio decorativo a base principalmente de composiciones vegetales y novedosos motivos de procedencia normanda, como los zig-zag, que por aquel entonces, finales del siglo XII, comenzaban a formar parte de los repertorios decorativos del románico asturiano, ya dentro de los presupuestos del románico internacional. Desde el punto de vista formal, en estos relieves quedan patentes las características generales del llamado taller o grupo de Villaviciosa: la simplificación formal, el esquematismo y una cierta torpeza en la ejecución.


Lloraza
A unos 8 km de Villaviciosa y 53 km de Oviedo, tomando desde la mencionada villa la carretera AS-256, desde donde parte la local VV-5 en dirección a Tazones, se llega al lugar de La Lloraza, sito en el territorio de La Marina, muy cerca del litoral costero. De orografía poco accidentada, las fértiles praderías definieron la tradicional dedicación de sus gentes a las actividades agrícolas y ganaderas.
Varios testimonios arqueológicos dan fe de la presencia de asentamientos romanos en la zona, como las dos estelas encontradas en las proximidades de la iglesia, poniendo así de relieve, una vez más, que toda el área vinculada a la ría de Villaviciosa y próxima al concejo de Gijón, fue uno de los espacios más romanizados de Asturias.
Durante el período medieval el territorio de Villaviciosa, conocido entonces como Malia yo, alcanzó un gran desarrollo económico gracias, principalmente, al paso de peregrinos que atravesaban estas tierras siguiendo el ramal costero del llamado Camino del Norte en dirección a Santiago, y también al tráfico marítimo, que facilitaba las relaciones comerciales con los puertos del Atlántico europeo. Varios documentos del siglo XII muestran la importancia del puerto de Tazones, a sólo 5 km de La Lloraza, como uno de los principales puertos balleneros de la cornisa cantábrica. Estas actividades se vieron fortalecidas y afianzadas a partir de 1270, cuando por iniciativa de Alfonso X, dentro de sus políticas de reorganización política y administrativa, se fundó la Puebla de Maliayo, actual villa de Villaviciosa, como centro y capital de todo el municipio.

Iglesia de Santa Eulalia
En la orilla de la carretera, dispuesta en un amplio llano, se levanta la iglesia de Santa Eulalia, Monumento Nacional desde 1960 y uno de los templos románicos más destacados de la zona, por ser uno de los mejor conservados y menos intervenidos a lo largo de la historia.
Las referencias escritas sobre esta iglesia son muy tardías, ya que no aparece citada hasta finales del siglo XIV, cuando en la Nómina de parroquias de la diócesis de Oviedo, elaborada entre 1385 y 1386, se dice de ella Santa Olalla de Lorazo húsanla apresentar padrones herederos. Es capellan della Alfonso Martínez e beneficiado Diego Goncález de Coro. Ha de manso dos días de bues. Los diezmos pártense en esta manera: la metad lieva el capellán, la otra metad el beneficiado. Non pagan procuración. Rinde esta capellanía mrs e el beneficiado. La tradición, tal como recoge Madoz, viene considerando que se debe su construcción a la iniciativa regia, bien de Doña Urraca o de Doña Berenguela. Unas suposiciones que de ser ciertas, a juzgar por las características estéticas y formales de la obra, responderían más bien a la época del reinado de Berenguela, segunda esposa de Alfonso IX, entre 1198 y 1244.
Más clara parece la vinculación del templo al hospital de leprosos levantado en el mismo lugar, activo hasta el siglo XVIII, y del que todavía a finales del XIX podían verse algunos restos en las inmediaciones de la iglesia. Sobre la fundación de este asilo, menciona Tolivar Faes, en su estudio sobre los hospitales de leprosos en Asturias, que se desconoce el momento exacto en que tuvo lugar, si bien ya se encontraba en pie a finales del siglo XIII, pues en los testamentos del Arcediano Fernando Alfonso y de Don Pedro Díaz de Nava, datados en 1274 y 1289 respectiva mente, así como en el de Rodrigo Álvarez de Asturias, de 1331, se cita a los los lazranos de Lloraza que es en maliayo, como beneficiarios de sus herencias. Como ocurrió en otras fundaciones de la época, el origen de la iglesia y la malatería de La Lloraza, puede haber surgido a la par como dos acciones de una misma obra pía, pues no es extraña, tal y como también ocurrió en San Esteban de Ciaño (Langreo) y en Santa María Magdalena de los Corros (Avilés), entre otros, la vinculación de una leprosería con un templo de fundación románica.
Al menos desde finales del siglo XIV, la iglesia adoptó las funciones de parroquial, hasta que a principios del siglo pasado, tras la reordenación de la diócesis, quedó relega da a ermita hijuela de San Félix de Oles. Durante la guerra civil, como muchos otros templos de la región, fue víctima de las llamas, aunque en esta ocasión, gracias al excelente sistema de cantería con que están construidos sus paramentos, los daños fueron menores a los sufridos por otras edificaciones más pobres. En los años 50 el arquitecto Luis Menéndez Pidal llevó a cabo su restauración, para la cual se procedió, “descombrando, limpiando sus paramentos, cubriendo su nave con ricas armaduras de madera a la vista, habiendo sido cerrados sus huecos, en puertas y ventanas”.

Realizada en su totalidad con buen aparejo de cantería, costumbre no muy usual en las construcciones de ámbito rural, la iglesia de Santa Eulalia de la Lloraza es uno de los templos mejor conservados y menos intervenidos del románico regional. Construida hacia la primera mitad del siglo XIII, su sencilla concepción planimétrica y estructural, con nave única cubierta con armadura de madera y cabecera cuadrada con bóveda de cañón apuntado, perfectamente definida, tanto al interior como en el exterior, sigue los cánones propios del románico de la época, tendente a la sencillez y a la simplificación, a la manera en que podemos verlo en otros templos contemporáneos, como los de La Magdalena de los Pandos o Santa María de Sariegomuerto, en la misma comarca de Villaviciosa.
En el interior, totalmente desnudo y diáfano, la mar cada axialidad del templo románico queda perfectamente definida en un discurso ascendente, que, partiendo desde la nave, iluminada por medio de dos estrechos vanos en cada uno de los muros, y pasando por el arco triunfal, un escalón más elevado que el espacio anterior, llega al fondo de la capilla, sobreelevada por un segundo escalón, y en cuyo testero, sobre el altar que lleva adosado, se abre un profundo vano que ilumina como luz mística el lugar más sagrado del templo. Esta direccionalidad señalada por cada uno de los elementos de la composición, y dirigida especialmente a través del juego lumínico que desde la puerta principal, abierta a los pies, se dirige directamente a la ventana del ábside, es el camino hacia la salvación que el fiel habrá de seguir hasta encontrarse con la divinidad.
Como tránsito entre uno y otro espacio, el fiel ha de detenerse y atravesar el arco triunfal, ante el cual el buen cristiano consigue la Redención de sus pecados y la vida eterna. La formulación de este elemento presenta escasas variantes entre unos y otros templos, encontrando principalmente en la mayor o menor carga decorativa el principal rasgo diferenciador. En el caso que nos ocupa, la iglesia maliaya de Santa Eulalia de La Lloraza, el toral se compone de un arco apuntado, con dos roscas lisas y guardapolvo en caveto, con el listel orlado por medios círculos enfilados, que apea en cada lado sobre tres columnillas adosadas a las jambas.
Desde el punto de vista plástico, el relieve integrado, única técnica decorativa que se conserva en la mayoría de templos del románico regional ante la ausencia de restos pictóricos, se despliega principalmente por la superficie de los capiteles, pero sin olvidar otros elementos más secunda rios, como los ábacos y las impostas, donde, con un sentido meramente ornamental, se recurre a conocidos y variados repertorios, entre los que encontramos motivos geométricos, como los medios círculos enfilados, y vegetales, en combinaciones de efectistas rosetas y sinuosos vástagos de flores campaniformes. Pero, como dijimos, el campo predilecto por el maestro medieval para desplegar la iconografía románica lo constituyen las cestas de los capiteles, convertidos, como en este caso, en el libro pétreo sobre el que el fiel, inculto y analfabeto, debía aprender la palabra de Cris to y el camino hacia su salvación. Ya sea con intención moralizante o simplemente decorativa, los capiteles del arco de La Lloraza llaman la atención desde el punto de vista formal y técnico por lo jugoso de su talla, el detallismo de algunos elementos y la elegancia de sus cuidadas tra zas; y ello nos lleva a ponerlos en conexión con los excelentes talleres que trabajaron en el templo de San Juan de Amandi, en el mismo concejo de Villaviciosa, donde no sólo encontramos paralelismos desde el punto de vista técnico, sino también, como veremos más adelante, en los modelos iconográficos. Por ello puede pensarse que los talleres que trabajaron en Amandi, construida unos años antes, sirvieron de fuente de inspiración y escuela para los artífices de obras posteriores como la que nos ocupa.
De los seis capiteles del arco, tres de ellos –los dos interiores de cada lado y el intermedio del lado del Evangelio– recurren a composiciones vegetales de plásticas y efectistas folias de variados diseños, que, partiendo del collarino en uno o varios pisos superpuestos, despliegan su fuerte sentido ornamental por toda la superficie de la cesta, siguiendo en sus combinaciones modelos derivados de los tradicionales ordenes clásicos, muy difundidos en toda el área geográfica del románico, tanto dentro como fuera de Asturias, con especial incidencia en los templos vinculados a la orden cisterciense, caso del cercano monasterio de Valdedios, que debió de haber servido de fuente de inspiración para otros templos de la zona. Tam bién motivos vegetales, aunque combinados con representaciones antropomorfas, aparecen en el capitel intermedio del lado de la Epístola, en este caso, un ejemplar de gran elegancia. Entre el follaje se intercalan tres estilizados personajes en pie, ataviados con largas túnicas de pliegues simétricos, de los cuales, los dos situados en la cara externa, un hombre y una mujer, portan dos instrumentos musicales, que pueden identificarse con un pandero y una vihuela; mientras que el tercero, en la cara central de la pieza como eje simétrico de la composición, porta en sus manos un libro abierto. Es la representación de los músicos y cantores del medioevo, que en este caso, dada la quietud y solemnidad de su representación debemos poner en relación con los intérpretes de música sacra, que tienen su versión palaciega en los trovadores y poetas que anima ban las celebraciones festivas de las cortes señoriales, a la manera en que podemos verlos en los templos de Santa María de Lugás (Villaviciosa) y San Juan de Cenero (Gijón), donde se repiten esquemas semejantes. El sentido de estas imágenes era bien diferente del que caracterizaba a los danzantes, acróbatas y músicos de la música profana, ligada al espíritu juglaresco, como los que aparecen en los templos próximos de Santa María de La Oliva o San Andrés de Valdebárcena, entre otros muchos ejemplos, a los que se relacionaba con la tentación y el pecado.



Al lado de estas piezas, encontramos otros dos capite les, los exteriores de cada uno de los lados, en los que la lectura didáctica y moralizante, parece más evidente. Así, en el capitel del lado de la Epístola, de marcada composi ción simétrica, se disponen dos robustos felinos en posición rampante, que con una única cabeza, situada en la arista de unión de las dos caras visibles de la cesta, a modo de eje compositivo, engullen por los pies la figura de un hombrecillo, que, totalmente derrotado ante la poderosa fuerza del animal, apenas opone resistencia. Es, como expone M. S. Álvarez Martínez, la representación del hombre caído, el hombre pecador, que incapaz de vencer a la irracionalidad de sus propios instintos, representados por la bestia, se deja vencer por ellos. Estamos ante una iconografía muy difundida en el románico de la zona, pues, entre otros, podemos verla representada en el arco triunfal de San Julián de Viñón (Cabranes), obra temprana dentro del conjunto románico del entorno, y en la porta da de Santa María de la Oliva, en este caso muestra tardía y ejemplo de las corrientes protogóticas de los últimos años del siglo XIII, con lo que queda patente el fuerte arraigo y pervivencia de esta escena en el ámbito geográfico del llamado románico de Villaviciosa.
En oposición al hombre pecador, encontramos, en el capitel opuesto, también en composición simétrica, una escena muy similar a las que se tallaron en San Andrés de Valdebárcena y Santa María de Narzana (Sariego), por citar ejemplos cercanos, aunque es un tema de sobra conocido y difundido a lo largo y ancho de los caminos románicos a ambos lados de los Pirineos. Sobre un fondo de cestería romboidal, se dispone una pareja de aves afronta das, con las patas entrelazadas, picoteando una gran hoja lanceolada situada en el centro de la escena. En oposición a la escena vista en el capitel anterior, la lectura iconográfica de esta pieza, siguiendo los textos de los Bestiarios, se interpreta como una visión de las almas de los buenos cristianos que, alcanzada la gloria y la Salvación, comen del fruto de la redención.

En el exterior, con los volúmenes perfectamente definidos y de gran calidad, los muros de la nave aparecen cerrados y compactos, solamente rotos en su monotonía por el zócalo, cortado a bisel, sobre el que se elevan, y por dos estrechas saeteras a cada lado. No hay cabida en ellos, a excepción de las portadas que luego veremos, para el tratamiento ornamental, ya que incluso entre los canecillos que rematan la cornisa, cortada a media caña, el modelo predominante es el liso o el compuesto por una placa rectangular adosada a la parte cóncava de la pieza. Similares características encontramos en los paramentos de la cabecera, con la única salvedad de la formulación del vano del testero, para el cual se buscó una solución monumental, siguiendo modelos propios del románico internacional, como los que podemos ver en los cercanos templos de San Andrés de Valdebárcena o San Juan de Amandí, también en Villaviosa, así como en muchas otras construcciones tanto dentro como fuera de Asturias. La ventaba absidal de La Lloraza se realza monumentalmente por medio de una arquivolta con guardapolvo, decora do con bocel y zigzag el primer elemento y con rosetas tetrapetalas el segundo, dispuesta sobre dos columnillas, de fuste monolítico y capitel vegetal, coronadas por impostas con vástagos ondulantes y rosetas muy similares a las vistas en el interior.


Fachadas norte y oeste
Canecillos
Ábside
Ventana del ábside 

Llama la atención, frente a esta limpieza ornamental y sencillez estructural, el tratamiento que recibe la portada occidental del templo, acceso principal al mismo, donde, al contrario que en el resto de la construcción, la monumentalidad y la profusión decorativa son las notas características. Si bien el resto de la fábrica, como venimos manteniendo, ha de presentarse como una obra propia de las primeras corrientes arcaizantes del románico asturiano, en el caso de esta portada, tanto por su formulación estructural como por el tratamiento decorativo y el repertorio iconográfico, debe, paradójicamente, ponerse en conexión con el lenguaje del románico internacional, aunque no es un caso aislado en la zona, ya que lo mismo ocurre en La Magdalena de los Pandos.
Así, siguiendo los presupuestos del románico pleno, y en perfecta consonancia con otras muestras del estilo, en especial con la portada occidental de San Andrés de Valdebárcena, a la que pudo tomar como modelo, la portada de La Lloraza, destacada sobre el muro del imafronte y resguardada bajo un tejaroz, se compone de un arco de medio punto con tres arquivoltas y guardapolvo (todo ello profusamente decorado), de las cuales, la interior, descansa directamente sobre las jambas y las dos restantes sobre columnas acodilladas. Desde el punto de vista ornamental, el guardapolvo se decora con rosetas tetrafolias; mientras que las arquivoltas, en las que se alternan boceles y medias cañas, se decoran, tanto el intradós como el extradós, con diferentes motivos geométricos, como zigzag, taqueados y medios círculos enfilados, y representaciones florales, entre las que destacan las tetrapétalas de botón central y las trifolias inscritas en círculos. La decoración se extiende también a las jambas, donde las aristas se suavizan con medias cañas y boceles, lisos o con medios círculos enfila dos, y a las impostas, recorridas por ondulantes tallos vegetales que dan unidad al conjunto.
En cuanto a los capiteles, que se relacionan tanto formal como técnicamente, como apunta E. Fernández González, con algunas piezas de San Juan de Amandi y San Esteban de Ciaño, podemos decir que se distinguen dentro de los del entorno por el cuidado de la talla, la proporcionalidad de las figuras y cierto atisbo naturalista, aunque sin perder nunca de vista los rasgos definidores de llamado taller de Villaviciosa: simplicidad compositiva, esquematismo y tosquedad en el tratamiento de las superficies; figuras inexpresivas y faltas de personalidad, con actitudes estereotipadas y convencionales, carentes de movilidad.
Tanto desde el punto de vista compositivo como iconográfico, las piezas más destacadas del conjunto son las situadas en la jamba sur, donde se suceden una escena de cacería y la representación de un episodio hagiográfico relacionado con el martirio de San Esteban. La primera de ellas, en el capitel interno, en una composición de tipo piramidal, se representa un dramático momento acaecido durante la cacería del jabalí. Es el momento en que la bestia, acorralada entre sus captores, trata de defenderse y ataca a uno de ellos, al que aprisio na en el suelo, mientras que sus dos compañeros, arma dos con lanza y cuchillo, tratan de defenderlo. La escena central, con el jabalí y el cazador atacado, se sitúa en un primer plano, justo en el centro de composición, situando la imagen más dramática de la escena en la arista de unión de las dos caras del capitel. Los otros dos cazado res, uno en cada lado de la cesta, se sitúan flanqueados de dos grandes caulículos, que enmarcan la escena en un segundo plano, simulando así cierta perspectiva bidimensional.
Su portada está cerrada en un porche que impide fotografiarla desde el exterior.




Las representaciones cinegéticas, como la que encontramos en esta pieza, fueron uno de los temas predilectos de la plástica medieval. En las distintas muestras aparecen especialmente vinculadas al estamento noble, para quien estas actividades, en relación con el espíritu cabelleresco, constituían un ideal y un modelo de vida, pues eran necesarias para mantenerse preparado para la guerra. Ya sea con sentido puramente estético o con una lectura simbólica, dependiendo del contexto en que se encuentren, escenas de este tipo se repiten en varios templos del románico peninsular, pero sin duda los ejemplos más cercanos al que nos ocupa los encontramos dentro del propio concejo de Villaviciosa y zonas limítrofes. Así, escenas muy similares a las de La Lloraza, salidas todas ellas de fuentes comunes, las encontramos en varios capiteles de San Juan de Aman di, Santa María de la Oliva y San Juan de Ceares (Gijón).
El segundo de los capiteles nos ofrece la representa ción de un episodio de la vida de San Esteban, uno de los primeros mártires de la iglesia, quien, tras ser consagrado diácono por los Apóstoles, fue acusado de blasfemar con tra Moisés, por lo que fue llevado ante el sanedrín de Jerusalén, donde confesó su fe y fue condenado a la lapidación. Sus representaciones en el arte se remontan ya a las primeras manifestaciones paleocristianas, alcanzando gran difusión tanto en oriente como en occidente. La escena que se representa en este capitel, muy similar a las que encontramos en otros de San Juan de Amandi y San Este ban de Ciaño (Langreo), recoge el episodio de la lapidación, en una línea iconográfica, según expone E. Fernán dez González, cercana a la de las pinturas de Müstair y al fresco catalán de Boí. Desde el punto de vista compositivo, la distribución de las figuras en las dos caras visibles de la cesta presenta una organización muy similar a la vista en el capitel anterior. La figura del santo caído, con el cuerpo apedreado y en posición de oración (exclamando al cielo, según se recoge en los Hechos de los Apóstoles: “Veo los cielos abiertos y al hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”, Señor Jesús, recibe mi espíritu”) se sitúa en el centro de la escena, en acusado y forzado escorzo para adaptarse al marco, lo cual subraya el expresionismo de la figura y contribuye a aumentar el dramatismo de la escena. A su lado, uno en cada cara de la pieza, dos personajes en pie y ataviados con largas túnicas sujetan entre sus puños las piedras que están dispuestos a lanzar. Para dar sentido de profundidad a la escena, el artífice, además de recurrir a la alternancia de medio y bajorrelieve, sitúa a uno de los sayones en un segundo plano, por detrás de su víctima, con lo que, al igual que vimos en la pieza anterior, se con sigue cierta sensación de profundidad espacial.
Los personajes de las dos piezas, tratados con cierta tosquedad, sobre todo si los comparamos con las estiliza das y cuidadas figuras del capitel de los cantores visto en el interior del templo, que no parecen salidos de la misma mano, presentan un somero tratamiento anatómico: el rostro, de perfil oval, está definido por grandes ojos almendrados, carentes de pupila, lo cual resta expresividad a la figura, nariz recta y achatada, y boca apenas señalada por una leve incisión. Los cuerpos, ataviados con pesadas túnicas carentes de tratamiento, no dejan apreciar ningún tipo de movimiento, a no ser en las extremidades superiores, que, ya sea para asir la lanza o la piedra, son el único elemento que rompe la anquilosada rigidez de las figuras.
Más sencillos, tanto compositiva como iconográfica mente, son los capiteles de la jamba izquierda, donde encontramos, en el más interno, un modelo vegetal idéntico al utilizado en San Juan de Amadi, en el que las dos caras visibles de la cesta se decoran con un esquema romboidal en el que se alternan piñas y palmetas. Por su parte, el capitel externo, presenta en cada lado, dispuesta entre dos volutas y ocupando todo el campo, la figura de una lechuza con las alas extendidas y en rígida posición frontal. Este animal, que en composición similar se talló en Ciaño (Langreo), y apa rece también en uno de los capiteles de Santa María de Villanueva (Teverga), según los Bestiarios medievales es un ser “más amante de las tinieblas que de la luz (...) de igual manera Nuestro Señor Jesucristo nos amó a quienes yacía mos en tinieblas y sombras de muerte”.
 
En el tejaroz, por debajo de la cornisa, decorada con una cenefa de rosetas inscritas en círculos, penden una serie de interesantes canecillos con representaciones antropomorfas, un tanto toscas y descuidadas, entre las que podemos distinguir: una pareja formada por un hombre y una mujer que portan un objeto indefinido; un personaje con túnica larga y los brazos pegados al cuerpo, sin ningún atisbo de movimiento; una mujer con un niño en brazos; un guerrero con arco; un segundo guerrero que se protege con un gran escudo; y una pareja abrazada. Se trata de representaciones muy difundidas para las que encontramos paralelismo en templos de la zona, como Santa María de Narzana (Sariego), donde se repite el tema de los guerreros, y en los canecillos de Amandi y Aramil.

Fuera de Asturias tenemos que destacar la semejanza entre el canecillo de la pareja abrazada y una pieza de la iglesia cántabra de Santa María de Yermo, donde, en relación con la temática obscena, tan extendida por los templos rurales, se representa una pareja en actitud amorosa. La decoración de la cornisa se completa con el tratamiento de las metopas, en las que, con una técnica en bajorrelieve y muy esquemática, se representaron motivos florales y geométricos al lado de dos felinos, una pareja de aves, similar a las esculpidas en un capitel del arco triunfal, y una escena, de difícil identificación, compuesta por un personaje que, sobre un fondo de espigas entre las que asoma el sol, porta un aro en una mano y una especie de gran tijera en la otra.
A la exuberancia ornamental de esta portada se opone la sencillez, que, más acorde con el planteamiento general de fábrica, define la portada meridional; la cual, siguiendo un modelo presente en otras obras del entorno, como Valdebárcena o Selorio, se compone de un sencillo arco de medio punto, resguardado bajo un guardapolvo con medios círculos enfilados como decoración.
Antes de terminar, es preciso mencionar la existencia de una primitiva pila bautismal, de trazas cuadradas y totalmente desornamentada, y del altar construido con sillares que está adosado al muro de testero, ambos con temporáneos al resto de la fábrica.
Concluyendo, cabe decir que en la iglesia de Santa Eulalia de La Lloraza, construida en la primera mitad del siglo XIII, conviven, junto a soluciones sencillas y esquemáticas que pueden ponerse en relación con un incipiente arcaísmo, soluciones propias del lenguaje internacional, presentes en la portada occidental del templo, donde, en estrecha relación con San Andrés de Valdebárcena y La Magdalena de los Pandos, desde el punto de vista estructural, y con San Juan de Amandi, en los aspectos icono gráficos y formales, los talleres del románico maliayés dejaron una de sus principales muestras. 

Aunque Villanueva no está en la Comarca de la Sidra sino cerca de los Picos de Europa, en el concello de Cangas de Onís, incluimos aquí este señero edificio románico porque no está a más de 40 Km. de Villaviciosa.

 

Villanueva (Cangas de Onís)
Entre Arriondas y Cangas de Onís, en el valle de la margen derecha del río Sella, se encuentra el lugar de Villanueva de Cangas. Salvando el río por un pequeño puente se accede a la iglesia y dependencias modernas del antiguo monasterio de San Pedro de Villanueva, uno de los más importantes centros monásticos de la región, estrechamente ligado a la etapa germinal del reino de Asturias, a cuyos venerables muros se ha adosado hace algunos años un edificio con fines hosteleros.
Los orígenes históricos de San Pedro de Villanueva se han venido asociando tradicional mente a la política de restauración eclesiástica y fundaciones monásticas atribuida a Alfonso I (739-757), tercero en el orden de los monarcas asturianos, después de Pelayo y Favila. Pero el texto que se presenta como escritura de donación de ese monasterio, pretendidamente otor gado por aquel monarca y su esposa Ermesinda el 21 de febrero de 746, resulta ser una falsificación tardía. Eso no obsta para que pueda contener elementos auténticos –los referidos, por ejemplo, a la delimitación del coto monástico– atribuibles en todo caso a una concesión posterior.
La regularización de la vida monástica en Villanueva, ya bajo la regla benedictina, segura mente habría que ponerla en relación con el movimiento general de expansión del monacato asturiano en torno al 1100. En el año 1114 se fecha una interesante pila bautismal, hoy custodiada en el Museo Arqueológico Nacional, que se reconoce en Villanueva al menos desde el siglo XIX, y que tal vez deba asociarse al ministerio parroquial ejercido desde el monasterio. Y en todo caso sabemos, por un interesante documento de 29 de mayo de 1137 –el más antiguo de los escasísimos que se conservan del desaparecido archivo monástico– que en esa fecha existiría ya una comunidad sujeta a la disciplina de un abad en San Pedro de Villanueva, debiendo lógicamente retrotraerse en el tiempo esa vida monástica. Dicho diploma es una donación entre particulares, condicionada a que a la muerte de la donataria dichas heredades pasen a integrarse en el dominio Sancti Petri de Villa Nova; del mismo modo, se establece que si, por razones de necesidad, la beneficiaria se viese obligada a vender dichas heredades, debía darse derecho de adquisición preferente a favor de illo abate de Villa Nova.
La escasez de textos medievales procedentes de San Pedro de Villanueva dificulta reconstruir su peripecia histórica, pero de los conservados se extrae la imagen de un importante dominio monástico en la zona interior del oriente de Asturias, cuyas rentas le permitieron la construcción de un importante conjunto arquitectónico. Muy interesante resulta a estos efectos una teja localizada hace varias décadas en la que se halló una inscripción, según la cual el abad Rodrigo habría concluido la iglesia monástica en el año 1223. Sin embargo, como veremos, la propia lectura e interpretación de los elementos arquitectónicos y el repertorio ornamental de dicha iglesia remiten sin género de dudas a una época anterior. Por eso la inscripción de la teja quizá deba interpretarse como testimonio de ciertos trabajos de reconstrucción, mantenimiento o remate del edificio claramente posteriores a las obras de erección del mismo. Tam bién podría ser que dicha teja proceda de la capilla monástica dedicada a Santa María, que hacía las veces de templo parroquial de la iglesia de Villanueva. En efecto, un documento del mismo 1223 presenta una donación dirigida a los monjes de Villanueva y a sus santos titulares: San Pedro, pero también San Juan Bautista, San Martín –posibles titulares de sus ábsides laterales– y Santa María.
Descartando su originaria vinculación a una hipotética actividad constructiva de Alfonso I en el siglo VIII, todo parece apuntar al apoyo regio en su etapa fundacional, debiendo atribuir se igualmente a esa iniciativa regia la conformación de las bases del dominio monástico que se iría perfilando desde el siglo XII por la vía de las donaciones nobiliarias, eclesiásticas y de particulares y por la propia gestión de la comunidad. Como el resto de los monasterios comarca nos, San Pedro de Villanueva aparece también entre los beneficiarios de algunos legados piadosos de la nobleza local, como Pedro Díaz de Nava o don Rodrigo Álvarez de Asturias, que le ofrecen en sus testamentos propiedades o dinero a cambio de sufragios por su alma en el momento de la muerte. Por esa vía, y seguramente por las consabidas adquisiciones y permutas que la pérdida casi total de su archivo nos impide comprobar, los monjes de Villanueva irían extendiendo su patrimonio por el territorio de Cangas de Onís y los concejos próximos de Parres, Llanes, Onís y Cabrales. Junto a sus propiedades territoriales el abad de Villanueva gozaría del derecho de presentación de clérigo en la parroquia de Santa María de Villanueva y en otras próximas, y, en, fin continuaría constituyendo un importante centro religioso y eco nómico de la zona hasta la desamortización de los bienes monásticos en las primeras décadas del siglo XIX.

Monasterio de San Pedro
En la actualidad el conjunto monasterial de San Pedro de Villanueva consta de dos partes, bien diferenciadas cronológicamente: por un lado, el claustro y dependencias monásticas, fruto, salvo ciertos vestigios románicos, de las reformas llevadas a cabo en los siglos XVII y XVIII; y sobre todo ello la magnífica iglesia románica de la que nos ocupamos a continuación.

La iglesia consta en planta de una nave rectangular de época moderna que se remata por una cabecera de triple ábside semicircular escalonado, precedido de tramos rec tos, como es habitual en muchos templos benedictinos. No se conoce cómo era la planta románica originaria, pero es probable que haya constado también de una sola nave, al igual que se observa en otros templos monásticos asturianos del siglo XII, como San Miguel de Bárcena o Santa María de Tina, en los que los tres ábsides se abren a una única nave de gran anchura. En Villanueva, los muros calizos actuales son probablemente los primitivos, contemporáneos a la cabecera, y reservan el empleo de sillares para las esquinas, vanos y muro toral de embocadura del ábside, tanto al exterior como al interior. El alero de este muro y los de la nave cobijan una cornisa en nacela, recorrida, en el caso de estos últimos, por sendas hileras de canecillos en caveto decorados con bolas bajo caperuzas y alguna cabeza zoomorfa aislada. En fin, el templo presenta tres accesos, que más tarde trataremos en detalle: la portada principal próxima a la cabecera en el muro meridional; una segunda entrada, hoy cegada, pocos metros al Oeste de ésta, y un acceso a los pies del templo, que comunica con la estancia occidental, tránsito hacia el claustro.

La triple cabecera presenta, tanto al exterior como al interior, un cuidado paramento de sillares bien escuadra dos, abundantes en marcas de cantero, que se refuerzan por un potente zócalo biselado. El ábside central se articula verticalmente mediante dos esbeltas semicolumnas adosadas al muro que se elevan sobre basas áticas y plintos prismáticos desde el zócalo hasta la cornisa, y se coronan con bellos capiteles esculpidos con aves entrelazadas. Otros elementos de articulación y refuerzo del ábside central son los contrafuertes que se adosan a ambos lados, sobre los tejados de los ábsides laterales, en el lugar donde el tramo recto se estrecha para dar paso al ábside propia mente dicho. En cuanto a éstos, cuatro capiteles esculpidos testimonian la existencia de dichos pares de columnas, cuyos fustes y basas no han perdurado hasta la actualidad.
Cada uno de los ábsides se cala con una aspillera en el testero, rematada en un arquillo de medio punto, que se complementaron en el siglo XVIII con otras abiertas en los muros laterales de los ábsides secundarios. De ellas, la del ábside central es mayor y se ornamenta con cuidados relieves; arranca de una moldura, acotada por las dos columnas, y está recorrida horizontalmente por dos incisiones en su parte superior y un friso de dientes de sierra en la inferior. Se remata con una arquivolta de medio punto, decorada con diez tetrapétalas enfiladas y guardapolvo con sogueado; la rosca arranca de impostas desarrolladas, decoradas con roleos en su mitad inferior y apoya en dos columnillas de fuste liso, monolítico y basas áticas, que soportan capiteles finamente esculpidos con hojas rizadas el derecho, y dos cuadrúpedos con melena el izquierdo.


El muro toral se remata al exterior por un piñón construido con aparejo de sillares regulares, en cuyo eje se abre una aspillera semejante a las de los ábsides laterales, aunque mayor. El templo conserva otras aspilleras originales que iluminan la nave; dos de ellas en la fachada oeste, sólo visibles desde el exterior; otras dos calan el muro norte, tapiadas al interior pero perceptibles al exterior y otra visible únicamente desde el interior, en el muro sur, con derrame interno.

Al interior, el muro toral está construido con buen aparejo de sillar, y da paso a los tres ábsides mediante otros tantos arcos de medio punto doblados. Las roscas de los tres arcos descansan en semicolumnas de fuste liso formado por tambores superpuestos, adosadas al muro, decoradas en su parte media por molduras en nacela que se unen formando un friso que articula la superficie del muro toral comprendida entre cada semicolumna. Éstas presentan basas áticas sin garras que se elevan sobre altos basamentos. Se coronan por bellos capiteles troncopiramidales, con astrágalo anular y cimacios, con la mitad inferior recorrida por un bocel de taqueado separado de la superior por una incisión.
Estos cimacios se prolongan, en el arco central, hasta la rosca exterior de los arcos laterales, y en el interior de las capillas, a modo de impostas que recorren los tramos rectos en las laterales, y también el espacio semicircular, en la central.
A su vez, los tres ábsides se comunican entre sí mediante arcos que horadan los muros del central; estos vanos constan de una doble rosca de medio punto, protegida por un guardapolvo taqueado, que arrancan de impostas en nacela que se prolongan a lo largo de los muros; la rosca interior apoya en jambas lisas y la exterior en columnillas adosadas, con basas áticas sobre plinto, que se rematan con bellos capiteles troncopiramidales, con astrágalo anular, esculpidos.

Las tres capillas de la cabecera cubren sus tramos rectos con bóvedas de medio cañón que arrancan de líneas de imposta decoradas con ajedrezado en su parte inferior; los tramos semicirculares se cubren con bóvedas de cuarto de esfera. Ambas cubiertas se separan en el ábside central por un estrechamiento del muro en la zona semicircular. La ventana que ilumina este espacio, con derrame interno, presenta también al interior una fina decoración; se rema ta por un arquillo de medio punto, de rosca lisa, realzada por un guardapolvo con taqueado, que arranca de impostas en nacela recorridas por roleos; apoya en dos columnillas de fuste liso, con finas basas áticas sobre plintos y garras apomadas; se coronan por capiteles de astrágalo anular, con cimacios de perfil en nacela decorados con roleos que se prolongan hasta el guardapolvo. Los capiteles presentan los siguientes motivos esculpidos: tallos vegetales cuyos extremos se enroscan sobre bolas, en la izquierda, y una pareja de aves que unen sus alas y picos en la esquina del capitel, el de la derecha.

La portada principal es una de las más bellas del románico asturiano. Se encuentra muy próxima a la cabecera y se compone de cuatro arquivoltas de medio punto protegidas por un sencillo guardapolvo, que apoyaban en cuatro columnas acodilladas a cada lado, de fuste liso, de mayor diámetro las dos interiores; presentan basas áticas decoradas en las esquinas con garras en forma de hojas planas y lisas, y plintos moldurados, que se elevan sobre altos basamentos prismáticos acodillados con el borde biselado; A. M. Navarro Alonso supuso la existencia de un tejaroz sobre este arco, que habría desaparecido con la construcción de la torre moderna. Los capiteles, de forma tronco piramidal, soportan cimacios corridos en forma de bocel, con la mitad inferior decorada con taqueado y la superior lisa, separadas por una incisión horizontal. Todos los capiteles presentan astrágalo anular, y algunos de ellos tienen claros paralelos en la iglesia de Santa María, de la villa cántabra de San Vicente de la Barquera, datada hacia 1210.
En este mismo muro de la nave se abre la portada secundaria, que daba paso desde la iglesia al claustro y que fue tapiada hacia 1775, al construir la bóveda moderna de la nave, con uno de los machones que la sustentan. En la actualidad sólo es visible desde el claustro; se empotra en su crujía Norte, elevada con respecto al pavimento, a la altura aproximada del solado de la nave de la iglesia. Se estructura en un arco de medio punto doblado, protegido por un guardapolvo recorrido por medias cañas, cuya rosca interior descansa en dos jambas de sillares, y la exterior en dos columnas de fuste monolítico; éstas presentan basas áticas con plintos cuadrangulares que se elevan sobre un zócalo con el borde biselado.
A los pies del templo se abre una portada que comunica la nave con su interesante recinto occidental; el acceso, elevado mediante tres peldaños del pavimento, consta de una rosca de medio punto bien despiezada, protegida por un guardapolvo decorado con nido de abeja, que descansa en jambas coronadas por impostas sencillas, con incisiones horizontales, elevadas sobre un potente zócalo de borde biselado. Esta puerta presenta al interior de la nave un arco de medio punto, de factura posterior, cuyas dovelas conservan restos de pintura rojiza, que imita el despiece.
El recinto occidental al que da paso esta portada resulta, en efecto, del mayor interés, ya que en el pasado fue reconocido como capilla de San Miguel y se le llegó a atribuir una finalidad funeraria, relacionada con su supuesto fundador, el rey Alfonso I. Sin embargo nada ha podido probar ese supuesto uso, y se limita a ser zona de acceso al único testimonio del claustro románico, demolido hacia 1690. Este espacio presenta una planta tendente al cuadrado que se alinea con el muro Sur de la nave, estrechando se con respecto al lienzo Norte; se abre al claustro mediante una bella arquería románica que apoya en un murete de piedra, con el acceso en la parte central.
La arquería se compone de tres vanos de una rosca lisa de medio punto, con guardapolvo sencillo, que se alzan sobre un murete de piedra y muestran el siguiente sistema de apoyos: el central, descansa en haces de cuatro columnillas monolíticas, con basas áticas sobre plintos; cada par de columnas se corona por una pareja de capiteles troncopiramidales, con astrágalos anulares y cimacios en nacela prolongados horizontalmente sobre el muro, esculpidos con motivos vegetales estilizados: desde el recinto, los de la derecha presentan volutas muy esquemáticas y los de la izquierda hojas alargadas sin nervios; los arcos laterales apoyan en sendos pares de columnas adosadas a las jambas, con basas áticas igualmente elevadas sobre plintos; sus capiteles se esculpen con volutas entrelazadas que se enroscan sobre bolas y varios motivos vegetales esquemáticos, los de los arcos derecho e izquierdo respectivamente.

La rica escultura del exterior de la cabecera se con centra en la zona de los aleros, que presentan cornisas sen cillas en nacela, en los ábsides laterales y tramo recto del central, y abocelada con ajedrezado, en la zona semicircular del ábside central; completan la decoración de los ale ros de los ábsides veinticuatro canecillos de perfil en cave to, esculpidos con una espléndida variedad de motivos: geométricos con rollos, toneles, bolas; zoomórficos de aves y cabezas de felinos; monstruosos y antropomórficos, con músicos sentados y personajes en diversas posturas, etc. Por su parte, los aleros de los ábsides laterales cobijan siete canecillos y dos capiteles cada uno, estos últimos en las esquinas y en la intersección de los ábsides con el muro toral, que coronaban columnas, hoy desaparecidas; los capitelillos del ábside lateral Sur se decoran con hojas y volutas, presentando, el izquierdo, un astrágalo sogueado; el izquierdo del ábside lateral Norte muestra a un monstruo de cuya boca salen hojas. Los lacunarios y metopas del ábside central exhiben relieves de temas variados, entre los que predominan las tetrapétalas con botón central (tema típico de decoración de este elemento arquitectónico, que aparece en el románico de Villaviciosa y Villa mayor) y estrellas; destacan algunas escenas, como la de la metopa que está sobre la ventana, en la que se representa a tres personajes sentados a una mesa que podrían identificarse como monjes en el refectorio.
En la ventana del ábside central, tanto las arquivoltas como los capiteles muestran una fina decoración, como mencionamos más arriba.
Canecillos
Canecillos
Canecillos
Canecillos
Canecillos
Ventana del ábside
Capitel del ábside 

Pero es la portada meridional a la que aludíamos anteriormente la que concentra la mejor escultura de San Pedro de Villanueva. La arquivolta exterior presenta dientes de sierra en la parte izquierda, que desaparecen antes de llegar a la clave por el deterioro causado en la demolición de la torre románica en 1685-88. Las dos intermedias, de borde abocelado, muestran tetrapétalas con botón central enfiladas, motivo que recorre también la parte interna de la arquivolta exterior; en fin, la arquivolta interior se decora con boceles lisos y dos molduras con puntas de diamante separan las roscas intermedias.
Portada principal 

Los capiteles de esta portada despliegan un variado repertorio iconográfico, ejecutado con la delicadeza de un taller de gran calidad. Desde la izquierda, en un relieve y en dos de los tres capiteles de este lado, se desarrolla en tres escenas yuxtapuestas el tema iconográfico de la despedida del caballero, rematado en los capiteles por volutas vegetales. El relieve representa a un caballero y una dama besándose; ella va tocada y lleva su diestra al pecho del caballero; éste, a caballo y con riendas y halcón en sus manos, realiza una torsión para besar a la mujer que despide. El primer capitel, algo mutilado, continúan las escenas amorosas con el beso de una pareja en el ángulo, junto a un castillo que identifica a los personajes como nobles; la otra cara del mismo muestra a otro caballero hiriendo de muerte a un oso. El segundo capitel representa en su cara exterior un castillo como el anterior; a su lado, una dama en pie con los brazos en jarras observa a un caballero que parte a la caza, con el halcón en la diestra y un ave a su derecha.






La interpretación de estos capiteles ha dado lugar a muchas hipótesis y reflexiones; popularmente se ha identificado con el guerrero al rey Favila, que murió en las garras de un oso a mediados del siglo VIII. A lo largo del siglo XX, diversos autores han descrito las escenas y hallado paralelismos en otros muchos templos próximos, amén de otras escenas caballerescas de iconografía semejante: en Asturias, las iglesias de Villamayor (Piloña), Narzana (Sariego) y Sograndio y San Pelayo (Oviedo); fuera de la región otros casos como los de Santillana del Mar (Cantabria), la catedral de León y las iglesias de San Juan del Mercado de Benavente o la colegiata de Toro (Zamora). Por nuestra parte, en un estado de la cuestión realizado recientemente, hemos tratado de agrupar los distintos ejemplos del Noroeste peninsular en escuelas, vinculándolos a modelos de la costa occidental francesa, datándolos en torno al 1200.
En cuanto a su interpretación, la presencia de motivos pro fanos en entornos eclesiásticos se puede explicar, por un lado, por su interpretación alegórica: las escenas de despedida de caballero se asocian al triunfo del caballero cristiano sobre el mal y al encuentro entre Cristo y María, entre Cristo y su Iglesia; esa interpretación de victoria sobre el mal se abona, en Villanueva, por la presencia de la lucha del guerrero y del ángel con el monstruo, en los capiteles contiguos.
Pero el desarrollo de esta iconografía en algunas de las zonas más relevantes de los templos monásticos del Noroeste peninsular también podría testimoniar un aspecto de la realidad de este momento. En nuestra opinión, este sería el afán de una iglesia, dirigida por los postulados de la Reforma Gregoriana, por controlar a una sociedad aristocrática, poseedora aún, a estas alturas, de iglesias propias, en algunos de los actos sociales más importantes de su vida, como el matrimonio.
El tercer capitel describe la lucha de San Miguel y la corte angélica con el dragón que narra el Apocalipsis, y el cuarto exhibe dos parejas de aves, finamente esculpidas y enmarcadas por dos pares de grandes volutas.
Al lado derecho de la puerta la decoración de tipo narrativo se sustituye por motivos de exquisita factura; el capitel interior presenta finos entrelazos vegetales, y los dos siguientes, hojas de acanto cobijando bolas en sus ápices, rematadas por volutas vegetales.
La escultura de la portada meridional secundaria es mucho más sencilla. El capitel izquierdo presenta dos pares de caballos en cada cara, dispuestos simétricamente alrededor de un tallo que los entrelaza y une con las volutas, mientras que el derecho es idéntico a uno de los de la portada principal: hojas con bolas bajo el ápice surmontadas por volutas vegetales. Tanto las jambas como los capiteles se rematan por cimacios de borde abocelado, decora dos en su mitad inferior con taqueado y lisos en la parte superior.
Estas dos portadas han concentrado las hipótesis sobre la cronología del templo; según J. Manzanares serían posteriores a la fábrica de la cabecera y podrían adscribirse al taller de la Cámara Santa, activo en Asturias a finales del siglo XII.
M. S. Álvarez Martínez, por su parte, opina que las diferencias estilísticas de las portadas con respecto a la cabecera responderían más bien a la intervención de distintos talleres con grados de experiencia también distintos. A nuestro modo de ver, la datación de la pila bautismal arriba mencionada, posiblemente perteneciente a una de las capillas del monasterio, en 1114, junto con la documentación en 1137 de la comunidad monástica de Villanueva, nos inclinan a proponer el comienzo de la edificación del templo ya en ese primer tercio del siglo XII. Pero el estudio de la expansión icono gráfica del tema de la despedida del caballero en los reinos de León y Castilla, así como el análisis estilístico de la escultura de las dos portadas meridionales del templo, nos obligan, cuando menos, a retrasar la ornamentación escultórica del mismo hasta el tercer cuarto del siglo XII.

En el interior, la decoración escultórica se concentra en los capiteles de las arquerías absidales. De izquierda a derecha, dichos capiteles representan dos parejas de aves con cabeza única, que unen sus alas bajo el pico; dos cabezas monstruosas de cuyas bocas salen dos serpientes; en el tercero, dos hombres que sujetan a dos animales de tiro con sendas varas; en el siguiente, una escena de lucha entre tres animales monstruosos y un ángel; en el quinto, un hombre sujetando a un león con una barra y otro que sostiene una porra en la mano derecha mientras sujeta a otro león por las fauces; y en el último, una escena semejante a ésta, si bien aquí son dos grandes aves y el personaje de la porra lleva en este capitel una maza. Los capiteles de los arcos interabsidales están igualmente esculpidos. En el de la Epístola figuran una cabeza masculina, con barba y bigote trenzados, y un mono en cuclillas que come uvas de un racimo.
En el del Evangelio se representa la lucha de un hombre armado contra un dragón alado, y a otro hombre que alancea un jabalí bajo dos volutas.
Capitel de la arquería absidial
Capitel de la cabecera
Capitel de la cabecera
Capitel de la cabecera
Capitel del arco intrabsidal. Simio comiendo frutos
Capitel del arco intrabsidal. Caza del jabalí

 

 Próximo Capítulo: Románico en el Concejo de Siero y el Este de Oviedo-Mieres

 

 

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