Románico en la comarca la Ría de Arousa
En esta zona nos ocuparemos del soberbio
Monasterio de Armenteira y de las numerosas iglesias de Caldas de Reis.
Armenteira
Parroquia perteneciente al Municipio de Meis,
diócesis de Santiago de Compostela, ubicada en el afamado Valle del Salnés y en
la ladera occidental del Monte Castrove, que sirve de separación a las rías de
Pontevedra y Arousa. Se accede a ella, fundamentalmente, por dos vías: desde la
capital de la provincia, de la que dista alrededor de 20 km, por la carretera
comarcal 550 hasta Samieira, tomando entonces una vía a la derecha, bien
señalizada, que, tras otros 10 km y dos cruces siempre perfectamente indicados,
conduce hasta el lugar. La otra opción de acceso, sea cual fuere el punto de
partida, implica tener como referencia la autopista del Salnés y, en ella, la
variante que conduce a Ribadumia y Cambados. Desde el nudo en el que se produce
esta desviación, bien marcado como los precedentes, se toma la carretera que,
tras 4 km de ascensión y en dirección al citado Monte Castrove, en cuya cima se
halla ahora un Campo de golf, nos lleva hasta el núcleo de Armenteira.
Monasterio de Santa María
Es uno de los centros monásticos más afamados
de Galicia, hecho que resulta llamativo por no haber sido de los más poderosos
ni ofrecer, por ello, un grandioso conjunto monumental. La belleza del paraje
en que se ubica, determinados episodios de su densa historia, la singularidad
de su iglesia o el predicamento de que go za su titular, la Virgen de las
Cabezas –referente de una multitudinaria romería que se celebra el lunes de
Pascua– están, sin duda, en la raíz de ese incuestionable prestigio.
Los orígenes de Armenteira, como acontece con
tanta frecuencia en nuestra historia monástica, son poco claros. En ellos, como
sucede también en otras muchas ocasiones, se mezclan datos históricos y
legendarios, éstos, para el caso que nos ocupa, suministrados en buena medida
por Fray Basilio Duarte, archivero y prior del monasterio, autor en 1624 de
una, por muchos motivos, valiosa historia del mismo. Este relato, para bien y
para mal, es la fuente en la que han bebido la mayor parte de los estudiosos que
en las últimas décadas se han ocupado del cenobio.
¿Cuándo nace Armenteira como núcleo monástico?
La primera referencia documental, hoy conocida, que nos habla de su existencia
procede de 1151. En este año, el 6 de marzo, Diego Ovéquiz hace donación al
abad Ero y a los monjes que con él vivían, sub regula Sancti Benedicti, de una
heredad en la villa de Gondes. Esta referencia, pues, nos da un terminus ante
quem para la fundación del monaterio, un arranque que pudo haberse producido o
poco tiempo antes de esta mención (Armenteira sería, así, uno más de los cenobios
que nacen como consecuencia de la renovación que en el noroeste peninsular se
produce, marcada ya por el impacto cisterciense, a partir de los años
veinte-treinta de la duodécima centuria) o muchos años atrás. Avalaría esta
última suposición la aparición, en marzo de 1975 y en el transcurso de unos
trabajos de destierro efectuados en el exterior de la cabecera de la iglesia,
de una lauda perteneciente al tipo denominado de “estola”, hecho que
permite conjeturar que el origen último del monasterio, aunque no poseamos
testimonios escritos de su existencia por entonces, podría remontarse a tiempos
altomedievales, pues, aunque la datación precisa de este tipo de obras es
discutida, no se cuestiona, en cambio, su adscripción genérica a momentos
anteriores al románico.
Con posterioridad a la primera mención
documental referida y siguiendo un proceso idéntico al que encontramos en otras
abadías, tanto gallegas como de otras latitudes, la comunidad asentada en
Armenteira se incorporó a la Orden del Císter. ¿Cuándo se produjo este cambio?
No tenemos referencias seguras. Viene datándose el hecho, a partir de la
información proporcionada por Fray Ángel Manrique, basada en las muy
controvertidas Tablas de Cîteaux, en el año 1162, un año que, sin poder
garantizarlo plenamente, hay que considerar como verosímil, pues en 1167, como
se dirá, comenzaron las obras de la iglesia abacial y en ella se acusan ya
desde el arranque, con pasmosa claridad, los austeros ideales de la edilicia
cisterciense, lo que permite afirmar que en ese año el monasterio ya estaba
integrado en tan afamado Instituto. Hasta 1190 y merced a una definición de su
Capítulo General que recoge una sanción a su abad, en todo caso, no tendremos
constancia documental de la pertenencia del monasterio a la Orden.
Armenteira, pues, a tenor de lo indicado, no
fue una fundación cisterciense, una abadía nacida ex nihilo, sino una
afiliación, recibiendo la reforma, tal como refrenda la definición citada de
1190 del Capítulo General, de Clairvaux, el monasterio puesto en marcha en 1115
por San Bernardo y que fue el gran dominador en el proceso colonizador de
Galicia por parte de la Orden. El recuerdo de los monjes ultrapirenaicos que
introdujeron a los de Armenteira, con Ero a la cabeza como abad, en los nuevos
usos y costumbres se rastrea con claridad, pese a los errores de su cronología,
en la que se evidencia el deseo de vincular el hecho a San Bernardo,
prestigiando los orígenes de la Casa, en el relato, ya invocado, de Fray
Basilio Duarte.
No hubo en Armenteira nunca, como con
reiteración se afirma, un monasterio dúplice ni dos comunidades independientes,
una masculina y otra femenina. Nace el equívoco, de un lado, del relato
legendario que sobre los orígenes del cenobio y su primer abad, Ero, ofrece
Fray Basilio Duarte, responsable en última instancia de que se haya considerado
como una misma persona a este religioso y a Ero Armentáriz, el personaje que
suscribe documentos ya en tiempos de Alfonso VI († 1109), y, de otro, en la
incorrecta interpretación de un documento del 15 de octubre de 1166, una
donación de Aragonta Froilaz, en el que se alude, en clave de futuro, a los fratribus
tuis vel sororibus qui vita sancta perseveraverint Monasterio Sanctae Mariae de
Armenteira, mención que llevó a pensar equivocadamente que, en efecto,
había en Armenteira dos comunidades por entonces, hecho que en última
instancia, si estuvieran suficientemente alejadas la una de la otra, no sería
contrario a la normativa cisterciense. Nótese en todo caso, además del tiempo
verbal, que en el documento se utiliza la conjunción disyuntiva vel, no la
copulativa et, lo que ratifica la interpretación que propongo.
No cabe entrar a considerar aquí con detalle,
en relación con Ero, la leyenda, el sueño de doscientos años, de la que es
protagonista, pues, pese a que los orígenes del relato se sitúan en la Edad
Media (lo recoge con carácter genérico, no personalizado, ampliando el tiempo
del “éxtasis” a trescientos años, Alfonso X en la Cantiga CIII,
magistralmente analizada en su día por J. Filgueira Valverde), su relación con
nuestro personaje no se documenta hasta el siglo XVI, siendo responsable de la
transmisión, según todos los indicios, Fray Malaquías de Aso, abad de la Casa
entre 1578 y 1580.
La vida del monasterio de Armenteira, una vez
superado el que, en sentido amplio, podemos denominar período fundacional,
consolidado, pues, como núcleo de vida religiosa, no fue muy distinta de la de
otros centros de naturaleza similar. Recibió donaciones de reyes y particulares
que lo hicieron dueño de un importante patrimonio.
Conoció también los efectos de la crisis
bajomedieval, no viéndose libre tampoco de la gestión de los abades comen
datarios. El último, Fray Gonzalo de Saavedra, renunció al cargo a finales del
año 1523, retrasándose hasta 1536 el otorgamiento de la Bula de anexión de la
Casa a la Congregación de Castilla. La incorporación a este Organismo, clave en
la evolución general de la Orden, no sólo en lo que atañe al solar hispano,
supuso para Armenteira, como para todos los demás monasterios hermanos, el
comienzo de una etapa de prosperidad que repercutió también, como es lógico, en
la renovación de las diversas dependencias comunitarias, muy deterioradas por
el paso del tiempo.
A la Congregación perteneció hasta 1835, año en
el que, como consecuencia de la Desamortización, los monjes abandonaron la
Casa. Ésta, desde 1989, vuelve a estar poblada. Cuenta con una activa comunidad
cisterciense femenina procedente del monasterio de Alloz, en Navarra.
Atrio de entrada con
"Cruceiro" en el centro, y al que dan las fachadas de la iglesia y el
monasterio.
Iglesia
El templo abacial de Armenteira no es de
grandes dimensiones. Está orientado litúrgicamente. Presenta planta basilical,
con tres naves de cuatro tramos, la central más ancha –aproximadamente el
doble– que las laterales, en el cuerpo longitudinal. El crucero, de una sola
nave, no sobresale, pero se acusa a la perfección por ser el tramo de mayores
dimensiones que los de las naves.
Fachada románica cisterciense de
principios del siglo XIII. A su derecha se encuentra la torre barroca de 1778.
Consta de tres parcelas, una central y dos
laterales, una por cada brazo. La cabecera, escalonada, exhibe tres ábsides
semicirculares, el central destacado, todos precedidos de tramo recto
presbiterial.
Nos ofrece la iglesia de Armenteira un modelo
de cabecera utilizado por la Orden del Císter con relativa asiduidad por toda
Europa, no con tanta frecuencia, en cualquier caso, como la ahora denominada
planta bernarda, la cisterciense por antonomasia. El tipo, en esencia, es uno
de los más habitualmente empleados por la arquitectura románica. Su uso, por
parte de los monjes blancos, hay que entenderlo como resultado de la
persistencia de fórmulas anteriores al desarrollo de su peculiar actividad
constructiva, fuertemente implantadas y arraigadas, lo que en muchas ocasiones,
al no contravenir su adopción las normas habituales de su funcionamiento,
dificultaba o no hacía imprescindible su sustitución por nuevas so luciones.
Frente a la planta, cuyo esquema no muestra
rasgo alguno en el que se evidencie su filiación cisterciense, el interior de
Armenteira se ofrece como un genuino testimonio de lo que cabe denominar la
arquitectura específica de la Orden, con un sentido de la austeridad y de la
simplicidad muy marcado, con un gusto tan acusado por la supresión de la
ornamentación como pocas veces se alcanzó en sus empresas, efecto reforzado hoy
en la que nos ocupa al ser visible, sin enlucidos que lo oculten, el paramento
de sillería granítica de gran regularidad, cuidadosamente asentado, con el que
está construida.
La nave central, más ancha, casi el doble, y
más alta que las laterales, se cubre con bóveda de cañón apuntado, sostenida
por arcos fajones de la misma directriz, dobla dos y de sección prismática
ambos. Se apoyan en pilastras embebidas en el núcleo del pilar, salvo el
último, el más próximo a la fachada, que lo hace sobre un saliente del muro. La
separación entre los arcos y sus soportes se rea liza por medio de una imposta
lisa con perfil de nacela. Se prolonga por encima de los arcos formeros, sirviendo
para señalar el arranque de la citada bóveda.
Sobre ella, en el primer tramo a partir del
crucero, se abren dos pequeñas ventanas con derrame interno, una por lado, las
cuales penetran en toda su longitud en el arranque de la bóveda provocando
lunetos. Estas ventanas, rematadas por arco de medio punto de aristas vivas, se
encuentran cegadas actualmente por estar cobijadas las tres naves de la
iglesia, frente a la individualización de sus cubiertas en origen, por un
tejado único a doble vertiente.
Los arcos formeros son también apuntados,
doblados y de sección prismática lisa. Se apean los menores, como los fajones,
sobre pilastras embebidas en el núcleo del pilar, haciéndolo las dobladuras
sobre ese mismo núcleo del soporte, mediando siempre entre elemento sustentado
y sustentante una imposta de perfil igual al ya descrito.
Los pilares compuestos poseen sección
cruciforme, muy marcada, pues, al prescindirse de columnas para apeo de los
arcos y sustituirlas por pilastras, los cuatro grupos de arcos que descansan en
cada soporte contribuyen a re forzar la configuración cruciforme que ya posee
su núcleo. Se asientan sobre basamentos también en forma de cruz y de aristas
vivas, no siempre visibles por completo debido a las modificaciones de nivel
que, con respecto al original, experimentó el pavimento del templo a lo largo
del tiempo.
Dos inscripciones se conservan en los pilares
de las naves. La primera se encuentra en el segundo pilar compuesto del lado
norte, en la cara frontal de la pilastra que soporta el segundo arco formero.
Dice, desarrollando las abreviaturas, lo siguiente:
CONFRATR(um) HIC ARCUS
El segundo epígrafe, hoy incluso de apreciación
muy difícil (es imprescindible, para leerlo, contar con ayuda de la copia que
de él hizo a principios del pasado siglo Enrique Campo), se sitúa en el último
pilar del lado sur, en el frente de la pilastra sobre la que voltea el último
arco formero. Desarrollando las abreviaturas, su texto sería éste:
ARCUS ISTE CONFRA(t)R(um) S(anctae)
M(ariae) DE LANCADA
Por los caracteres de las letras, cabe fechar
las dos inscripciones, a las que no aluden ni Fray Basilio Duarte ni Fray
Bernardo de Santa Cruz, autor de un Tumbo de gran utilidad para conocer la
historia del monasterio, hacia la época de construcción del templo. Su
finalidad última, sin embargo, se nos escapa por completo.
La organización que presentan los tramos de la
nave central se rompe al llegar al último pilar compuesto. En él, frente a lo
que sucedía en los soportes anteriores, las pilastras sobre las que voltea el
arco fajón no llegan hasta el suelo. Se interrumpen a cierta altura. Ofrecían
en esa terminación, como puede apreciarse en parte en el lado norte, ya no en
el sur, una ménsula de rollos lisos, constituida por varios cilindros
horizontales dispuestos escalonadamente. La misma solución se adoptó para la responsión,
empotrada en la parte posterior de la fachada oeste, sobre la cual se apoya el
arco menor del último for mero del frente septentrional. No acontece lo mismo
en la responsión del costado opuesto. Aquí las dos pilastras que lo conforman
llegan hasta el suelo.
Una segunda variante con respecto a los
precedentes se acusa también en los dos últimos pilares compuestos: alguna de
las impostas que exhiben presenta decoración.
El complemento, de gran simplicidad (bandas
horizontales superpuestas, óvalos tangentes, rombos, etc.), tiene un in dudable
valor por romper con la lisura que caracterizaba a esas molduras en las
parcelas anteriores del edificio.
Las naves laterales se cubren con bóveda de
arista, con arcos fajones apuntados y doblados, de perfil rectangular, ambos
aristados y lisos, sostenidos, de un lado, por el núcleo del pilar y una
pilastra y, del otro, por la característica responsión, en este caso pilastras
dobles, para el arco y su dobladura, empotradas en los muros exteriores del
edificio. Una sencilla imposta de nacela lisa separa en todos los casos a los
arcos de sus soportes.
Una diferencia con respecto a los demás se
evidencia, contando a partir del crucero, en el segundo fajón de las dos naves.
Este arco es apuntado, pero está doblado de manera diferente: la dobladura sólo
se desarrolló en un lado, el correspondiente al segundo tramo, destacando muy
poco. En el otro costado, el oriental, ya ni se aprecia. Esta organización
explica por qué la responsión que recibe al arco es simple, no doble,
resolviéndose el problema derivado de la presencia de la dobladura en un lado
haciendo que ésta penetre directamente en el muro.
Las naves laterales reciben iluminación directa
por medio de ventanas. Son largas y estrechas, de alturas no uniformes (crecen,
para compensar el desnivel, a medida que se avanza hacia el Oeste), se abre una
por tramo y poseen doble derrame, cobijándolas un arco de medio punto liso, sin
resaltes ni molduración, apeado directamente sobre las jambas, también
aristadas.
Las ventanas de la nave norte se conservan
todas prácticamente intactas. No sucede lo mismo en el lado meridional, donde
las dos primeras en dirección oeste, como consecuencia de la construcción del
claustro, están tapiadas, desapareció la tercera al ejecutarse la puerta de
acceso al coro alto desde el piso superior de esa misma dependencia y se alteró
en parte, por idéntico motivo, la del último tramo.
En esta misma nave sur, en el tramo inmediato
al crucero, se halla la puerta utilizada por los monjes para acceder al
claustro. Es del siglo XVII. Vino a sustituir a otra, coetánea del templo, de
la que quedan todavía restos significativos: la jamba izquierda y las dovelas
del arco hasta la clave. Su análisis revela que se organizaba exactamente igual
que las demás puertas existentes en el interior del templo, incluidas las tres
que, en el costado occidental, comunican con el exterior: cierre con arco de medio
punto simple, de sección prismática, volteado, sin mediar sepa ración alguna,
sobre las jambas, también con arista viva.
El crucero, como ya se dijo, no sobresale en
planta de las naves longitudinales. Su presencia, por el contrario, se impone
con absoluta nitidez en alzado. Consta de tres tramos, uno central y dos
laterales, uno por cada brazo. Se cubren éstos con bóveda de cañón apuntado, de
eje perpendicular al de la nave principal. En sus arranques, tanto al Este como
al Oeste y lo mismo en el costado norte que en el sur, se abren ventanas, una
en cada caso. Reiteran las características que ofrecen las situadas en el primer
tramo de la nave principal.
En el hastial norte del crucero, en la parte
inferior, se dispone la puerta de los muertos, así denominada por ser la que
servía para acceder al cementerio, ubicado siempre en el flanco de la iglesia
opuesto a las dependencias comunitarias y en las inmediaciones de la cabecera.
Salvo que presenta una doble arquivolta, nada ofrece de novedoso con respecto a
las otras puertas existentes en el edificio. Lo mismo acontece con la ventana,
de doble derrame, que centra la parte alta del muro. Otra, idéntica, se sitúa
en el hastial frontero, en cuya zona inferior se halla la puerta de
comunicación con la sacristía, obra del tramo final del siglo XVIII, sustituta
de la que, desde el inicio de las obras del templo, cumplió idéntica función.
Algo más arriba y hacia el Oeste persiste, en cambio, la puerta de maitines,
empleada por los monjes para desplazarse a la abacial desde el dormitorio
comunitario, emplazado sobre las de pendencias situadas en el costado este del
recinto claustral. Nada exhibe de novedoso su configuración, con arco de medio
punto de sección prismática y liso, hacia el interior del templo. Por el otro
frente, hacia la parcela en la que se hallaba el dormitorio, muestra un dintel
pentagonal apoyado en simples mochetas con perfil de nacela sin ornato.
El tramo central del crucero está perfectamente
delimitado por los arcos torales, doblados y apuntados, de características
idénticas a las de los restantes arcos de la iglesia. Se cubre con una
interesantísima cúpula, ligeramente esquifada, que arranca de trompas en cuyos
remates se sitúan una especie de botones enmarcados por lo que parece ser un
motivo vegetal estilizado. Permiten las trompas el paso del cuadrado del tramo
al octógono que constituye la base sobre la que voltea la cúpula, cuyo arranque
señala una sencilla imposta lisa.
La composición de la cúpula es muy vistosa. De
los lados que se corresponden con los arcos torales inferiores, los mayores,
arrancan dos nervios resaltados, de sección prismática, lisos y sin
molduración, paralelos entre sí y paralelos, a su vez, a los lados de donde
surgen los otros dos nervios. Éstos y aquéllos se cruzan perpendicularmente
entre sí, delimitando en el centro de la cúpula, al no existir un punto de
convergencia único, un pequeño cuadrado. Las confluencias entre los nervios,
sin penetraciones ni claves comunes, se resuelven con escasa maestría.
Además de los referidos, otros nervios
resaltados, uno solo por cada ámbito en este caso, parten de los lados
diagonales, los menores, uniendo la zona situada sobre la clave de las trompas
con el lugar en el que se cruzan perpendicularmente los nervios paralelos,
insertándose en punta entre ellos.
En el arranque de la cúpula y en el espacio que
delimitan los dos nervios paralelos se abren pequeñas ventanas, una en cada
parcela, de doble derrame y con arco semicircular liso apeado directamente
sobre las jambas, también aristadas.
Esta cúpula, de estructura única, completamente
aislada en Galicia, se incluye, por sus características, en una tradición que
parte de las cúpulas levantadas en la Mezquita de Córdoba durante las obras de
ampliación llevadas a cabo por el Califa Alhaquem II entre los años 961 y 968.
Los paralelos más cercanos, sin embargo, no los encontramos en la arquitectura
califal, sino en la obras o actividades municipales almohades, pues los nervios
arrancan aislados y no por parejas, como sucede en las cúpulas construidas en
la Mezquita de Córdoba o en aquellas otras que derivan inmediatamente de éstas,
o, en segundo lugar, en obras mudéjares relacionadas a su vez con la
arquitectura almo hade. Como paralelos podemos citar, entre las empresas del
primer grupo, la cúpula de la Capilla de la Asunción, emplazada en las
inmediaciones del claustro denominado de Las Claustrillas, en el monasterio
cisterciense burgalés de Las Huelgas, y, entre las del segundo grupo, las de
las iglesias segovianas de San Millán y la Vera Cruz, así como la de la Capilla
de Talavera, en la Catedral Vieja de Sala manca. Cabría invocar también, como
testimonios próximos, las cúpulas de las iglesias de San Miguel de Almazán, en
Soria, Torres del Río, en Navarra, o las francesas de L’Hôpital Saint-Blaise y
Sainte-Croix d’Oloron. Si prescindimos del ejemplo burgalés por las
discusiones, imposibles de comentar aquí, que en la actualidad genera la
fijación de su precisa cronología, todos los demás, en general, vienen
datándose en torno al año 1200, referencia que, como se verá, resulta
particularmente apropiada para la estructura levantada en Armenteira, de
inequívoca progenie mudéjar.
Las circunstancias que explican su exótica
presencia aquí serán comentadas más abajo.
La cabecera de la iglesia presenta una
estructura con tres ábsides escalonados, de planta semicircular, el central muy
destacado, todos precedidos por un tramo recto ligeramente más ancho,
marcándose el paso de uno a otro por medio de un simple codillo de aristas
vivas. Este tramo recto se cubre, en las tres capillas, con bóveda de cañón
apuntado. Los hemiciclos absidales, más bajos, lo hacen con otra de cascarón.
El ingreso en los tres ábsides se hace a través
de arcos triunfales apuntados y doblados, los dos de sección prismática lisa.
Voltean ambos sobre pilastras de características idénticas a las que ofrecen
las que se hallan en las naves. En los tres casos las impostas de separación,
lisas las de los ábsides laterales, con bandas superpuestas, dos o tres, según
el costado, en el central, se prolongan por el tramo recto y, en los extremos,
también por el semi circular, marcando el arranque de las bóvedas que cubren
cada una de las parcelas. Otra imposta, más baja que las precedentes, cumple
idéntica misión en el tramo curvo de la capilla central.
En las pilastras que soportan el arco menor de
ingre so en el ábside principal se encuentran dos epígrafes de capital
significación por ofrecernos la fecha de comienzo de los trabajos del templo y
el nombre del abad bajo cuyo mandato esa tarea se puso en marcha.
La inscripción situada en el lado norte,
escrita en el frente de la pilastra y en su costado este, dice, desarrolla das
sus abreviaturas, así:
FUNDATA EST ECC(les)IA ERA MCCV
Q(uo)T(um) / XVI K(alendas) IULI
La ubicada en el lado opuesto, circunscrita en
este ca so únicamente al frente de la pilastra, indica, desarrolladas asimismo
las abreviaturas, lo siguiente:
ABBAS DOMNUS ERU[s] FEC(i)T
M(e)M(o)R(i)A S(anctae) M(a)RIA(e)
De acuerdo con estos dos epígrafes, pues, el
arranque de las obras de la iglesia de Armenteira, siendo abad de la Casa Ero,
documentado ya en el cargo, según tuvimos oportunidad de comentar más arriba,
en 1151, se llevó a cabo el 16 de junio del año 1167.
En los tres ábsides el tránsito del tramo recto
al semicircular, éste algo más estrecho, se acusa por medio de un sencillo
codillo de aristas vivas. Sobre él voltea un arco, semicircular en los ábsides
extremos, carpanel en el central, que marca el inicio de la bóveda de horno que
remata la parcela curva. Sobre esos arcos, aprovechando la diferencia de altura
de las bóvedas que cubren los dos tramos, se disponen, en los costados, una
minúscula venta na con arco de medio punto y un óculo también de escasa entidad,
situándose en la capilla mayor, más desenvuelto, un pequeño rosetón de cuidado
y efectista diseño.
En el tramo semicircular del ábside central se
abren tres largas ventanas, de indudable esbeltez. Rematadas por arco de medio
punto y con doble derrame, repiten los rasgos que ofrecen las ubicadas en el
crucero y las naves. Lo mismo sucede con las emplazadas en las capillas
laterales, dos en cada caso, una situada en el ramo recto y otra en el curvo.
Los tres ábsides poseen sus respectivas
credencias, emplazadas, como es habitual, en el lado sur, en el arranque de sus
respectivos hemiciclos. Destaca, por su mayor vistosidad, la de la capilla
central, en su conformación actual fruto de una intervención posterior,
seguramente muy temprana, a la de la fábrica de arranque.
Pese a que hoy no se encuentran los restos in
situ, sí, en cambio, en el recinto monástico (en la iglesia en un caso y en las
dependencias complementarias en otro), vale la pena reseñar, por su indudable
valor testimonial, que conservamos un fragmento de ara (17 cm de altura) y dos
soportes que, por su altura (75 cm) y características (se componen de dos
columnillas unidas, talladas en un mismo bloque, con fustes lisos, montadas
sobre un sencillo basamento paralelepipédico, de aristas achaflanadas, y capiteles
de tipo vegetal, con hojas estilizadas de escaso resalte), debieron de
pertenecer a uno de los altares (poco importa si se trataba del mismo o de dos
diferentes) inicia les de la iglesia que analizamos.
El exterior de Armenteira, de marcada
horizontalidad pese al cimborrio situado en el tramo central del crucero, se
impone por el sentido claro y neto de sus diversos componentes, sabiamente
articulados, siempre compactos. Destaca también, en una primera visión, la
perfección en el corte de los sillares, dispuestos en hiladas muy regulares.
La cabecera resalta por la pulcra organización
de sus volúmenes, magníficamente agrupados y escalonados, reforzados en su
impacto por la lisura y desnudez de los paramentos, desprovistos de elementos
decorativos.
Los tres ábsides se alzan sobre un dobe
retallo escalonado. El central, destacado, divide su hemiciclo en tres espacios
por medio de dos contrafuertes prismáticos, de escaso resalte y remate
escalonado, que llegan hasta la cornisa, de perfil achaflanado, liso, montada
además sobre canecillos cortados en nacela, también sin ornato alguno. En cada
una de las parcelas se practica una ventana, idéntica en todos sus rasgos a los
que ofrecían por el otro frente. El tramo recto, más elevado que el semicircular,
muestra sendos estribos, prismáticos y de saliente poco pronuncia do, en sus
flancos norte y sur. A partir de ellos se proyecta el arranque del hemiciclo,
ubicándose en el muro que salva el desnivel entre las dos zonas el pequeño
rosetón ya seña lado al analizar el interior del edificio.
Los ábsides laterales, de menor envergadura que
el central, reiteran en lo esencial, sin embargo, su misma conformación. Se
diferencian de él por la ausencia de contrafuertes en el hemiciclo, lo que hace
más evidente todavía la austera rotundidad de sus formas.
Tras la cabecera se sitúa el crucero,
perfectamente marcado en alzado, culminando el escalonamiento de volúmenes en
el tramo central, el punto más elevado de la iglesia medieval, el cual se acusa
exteriormente por medio de un cimborrio cuadrangular, discretamente destacado,
que se corresponde con la cúpula del interior. Se cubre este cuerpo, rematado
por una cornisa con perfil de nacela lisa apoyada en contrafuertes de poco
saliente y canecillos también cortados en nacela y sin decoración, con un
tejado piramidal a cuatro vertientes, solución que será la adoptada la mayor
parte de las veces en la arquitectura ga llega. Una pequeña cruz, de brazos
ensanchados y núcleo circular, corona el conjunto.
Los brazos del crucero, cubiertos por un tejado
a doble vertiente, no ofrecen nada de particular. Si algo destaca en ellos, en
todo caso, es la simplicidad, particular mente impactante en el hastial norte,
flanqueado por dos sólidos contrafuertes, doble el oriental, simple, pero de
mayor grosor, con triple retallo escalonado en su arranque y doble en el
remate, el occidental. Entre ellos, en la parte baja del muro, se dispone la
puerta de los muertos, cerrada por este lado mediante un sencillo dintel monolítico
apoyado en mochetas de nacela sin ornato alguno. Sobre la puerta, centrando el
cuerpo alto del paramento, se sitúa una ventana que nada tiene de novedoso.
Del cuerpo longitudinal de la iglesia es
visible el flanco septentrional, permaneciendo oculto el sur por el claustro,
adosado a ese lado del edificio. Aquél, en el que se aprecia a la perfección el
desnivel del terreno sobre el que se asienta el templo, está surcado por cuatro
contrafuertes muy gruesos, uno ubicado en el extremo este, los otros en los
lugares en los que se emplazan los arcos fajones. Todos, unidos entre sí, en la
parte inferior, por la cimentación, se alzan sobre un triple retallo escalonado
y llegan hasta la altura de la cornisa. Sólo el primero, el más próximo al
crucero, presenta un marcado escalonamiento en su zona superior.
En cada uno de los tramos delimitados por los
contrafuertes se encuentra una ventana larga y estrecha. Repite la
configuración comentada al describir el interior. Como aquí, su longitud va
aumentando poco a poco a medida que progresamos en dirección oeste.
Las tres naves se cubren en la actualidad con
un tejado común a doble vertiente. Como ya se anticipó al analizar el interior,
no responde esta ordenación a las previsiones iniciales. Dos datos, además del
ya valorado precedentemente, lo ratifican ahora: el que las ventanas abiertas
en el lado de poniente de los brazos del crucero queden en gran parte tapadas
por el tejado y el que, bajo éste, se pueda apreciar el muro de la nave
central, jalonado por contrafuertes prismáticos, con la cornisa con perfil de nacela
lisa montada sobre canecillos cortados de la misma manera, idénticos a los
existentes en el resto del templo. Esta organización completa, si los otros
argumentos no bastasen, confirma que en un principio el remate de los muros
laterales de la nave central estaba concebido para ser visible o, lo que viene
a ser lo mismo, que cada una de las naves, por más que la diferencia de altura
entre ellas fuera relativamente escasa, iba a recibir su propia cubierta, a
doble vertiente la central, simple las extremas.
La fachada occidental, la principal de la
iglesia, centra sin duda su atención, reforzada en su impacto por haber
desaparecido, fruto de las reformas, la mayor parte de las de las abaciales
cistercienses ubicadas en Galicia.
Un primer dato se impone al enfrentarse con la
facha da de Armenteira: su sencillez, la ausencia de monumentalidad
estructural, efecto nada extraño en una empresa perteneciente a la Orden bajo
cuyas directrices se levantó el templo.
La fachada está dividida, con nitidez, en tres
calles, la central de una anchura equivalente al doble de la de las laterales,
por medio de cuatro robustos contrafuertes prismáticos, dobles, de resalte no
muy acusado, situados dos en los extremos y otros dos, éstos con el remate
escalona do muy marcado, en los puntos en que ejercen sus empujes los arcos
formeros. Se reproduce en la conformación del hastial, pues, la ordenación con
tres ámbitos que exhibe el cuerpo longitudinal del edificio, distribución usual
en la época en que se levantó y muy en especial en construcciones de filiación
cisterciense.
En la calle norte de la fachada, entre los
contrafuertes, se abre una puerta con arco de medio punto doblado, los dos de
sección prismática y volteados directamente sobre las jambas, asimismo
aristadas. En el interior de la puerta se dispone un tímpano semicircular,
sostenido por moche tas en forma de proa, decorado con una cruz potenzada en
relieve. Sobre la puerta se sitúa una ventana, estrecha, alargada y de doble
derrame. Se cierra con arco de medio punto que reitera los rasgos de los
emplazados en la puerta inferior.
La calle meridional de la fachada, oculta tras
la construcción, en el siglo XVIII, de la actual fachada del monasterio, repite
en esencia la misma organización que la del costado opuesto. Sólo cabe destacar
en ella, por su disparidad, que el arco de la puerta es simple, no doble, y que
el tímpano interior, apeado en mochetas de nacela lisa, se muestra sin ornato
alguno.
En los extremos de la fachada, practicadas en
el grueso de los muros, se hallan sendas escaleras de caracol. La del lado
septentrional, a la que se accede por medio de una puerta adintelada ubicada en
el último tramo de la nave inmediata, se conserva a la perfección. La del Sur
perdió su parte alta como consecuencia de la construcción, en 1778, de la
torre-campanario que hoy posee la iglesia. Se ingresa en ella desde el interior
de la puerta abierta en ese costado del hastial. Las dos escaleras, en cualquier
caso, siguen permitiendo comunicar, a través de un pasadizo practicado en el
arranque de la bóveda, con la zona de los pies de la nave central, facilitando
el acceso hasta el rosetón. Esta solución, conocida en construcciones de la
Orden, cuenta con paralelos también en edificios gallegos coetáneos vinculados
a la esfera del Maestro Mateo.
El tramo central del hastial que comentamos se
divide, en alzado, en dos cuerpos separados por un tejaroz, decorado con
ajedrezado, sostenido por canecillos con perfil de nacela lisa. En el cuerpo
inferior, cuadrado, se abre la portada principal, desprovista de tímpano. Sus
características básicas (marcado abocinamiento, multiplicidad de arquivoltas,
abundante decoración y rica molduración) nada tienen que ver con la simplicidad
que nos ofrecía el resto de la abacial.
La portada consta de seis arquivoltas de medio
punto. Las enmarca una chambrana de la misma directriz. Las cinco arquivoltas
interiores perfilan sus aristas en baquetón liso que provoca, en rosca e
intradós, sendas escocias, las últimas también lisas, las otras, salvo la más
interna, exornadas con ajedrezado, al presente muy erosionado ya. La arquivolta
mayor difiere en todo de las restantes. Exhibe un simple baquetón ceñido por
una serie de arquitos de herradura dispuestos en sentido radial, motivo utilizado
con relativa frecuencia en empresas gallegas del entorno del año 1200
relacionadas con el Maestro Mateo, sus co laboradores y seguidores. La
chambrana que ciñe al conjunto se orna con una fina decoración de tacos,
ubicándose en su arranque una estrella de ocho puntas inscrita en un cuadrado,
motivo que se repite en una estrecha franja que se dispone entre la chambrana y
la última arquivolta, y también en la mayor parte de los plintos de los
soportes.
El arco interior del portal perfila sus aristas
con baquetones lisos, situándose entre ellos una escocia decorada con grupos de
cinco bolas, formando una suerte de flores, dispuestos de trecho en trecho.
Repiten la misma organización (molduras y ornato) tanto las mochetas como las
jambas.
Las arquivoltas descansan todas sobre columnas
acodilladas. Los fustes, monolíticos y lisos, presentan formas alternas: unos
son poligonales (los impares, contando desde el interior); otros son
cilíndricos (los pares según la misma secuencia). Los codillos, a su vez, no
son aristados, sino redondeados, matados por boceles lisos que en su parcela
inferior, para facilitar el enlace, exhiben congés.
Los capiteles, alguno con astrágalo sogueado,
desta can por su canon alargado. Ofrecen todos, muy sencillos, ornato de
carácter vegetal. Los coronan cimacios con perfil de nacela lisa que se
prolongan en imposta por el frente del muro.
Las basas, de tipo ático, responden al modelo
usual en las construcciones de la Orden del Císter. Poseen un ancho toro
inferior y gruesas bolas en los ángulos. Se apoyan en plintos cúbicos decorados
en su mayoría, en las dos caras visibles, con estrellas de ocho puntas. En el
costado sur dos plintos, uno en las dos caras, otro sólo en una, sustituyen ese
motivo por rosetas de seis pétalos inscritas en círculos. Bajo los plintos,
culminando el zócalo en el que se asientan y sobre el que se alza toda la portada,
corre una estrecha banda saliente que se prolonga también por el frente del
tramo. La del lado norte está lisa. En la opuesta todavía se puede apreciar
parte de una inscripción (ERA MCCL … INCEPIT HISTUD PORTALE). Su lectura
completa nos la ofreció en su Tumbo, en el siglo XVII (ca. 1642-1644), Fray
Bernardo de Santa Cruz. El facsímil de su interpretación es el siguiente:
Aunque alguna de las palabras abreviadas del
texto que el monje archivero nos ofrece no es fácil de interpretar, los datos
esenciales del epígrafe son muy claros. Según él, la portada se empezó en el
mes de marzo de la Era 1250, es decir, del año 1212, y de ese inicio se ocupó
Petrus Froya, persona a la que consideré en su día , hipótesis que mantengo,
como el responsable de la ejecución de la portada –y tal vez, por extensión
obvia, de toda la fachada e incluso de la campaña de trabajos en que esta parcela
se inserta– y que, con posterioridad, también ha sido valorada (R. YZQUIERDO
PERRÍN) como el abad bajo cuyo mandato se llevó a cabo esa construcción. Aunque
en parte de 1212, en efecto, estaba al frente del monasterio de Armenteira un
abad de nombre Pedro (en el mismo año se documenta ya a su sucesor, Fernando),
la inclusión del apellido y la ausencia de referencia a su estatus monástico
(no veo posible interpretar como abreviación de Abbas los caracteres que en la
lectura del Tumbo preceden a la de Petrus) hacen inviable, a mi manera de ver,
esta segunda hipótesis.
Sea como fuere, conviene destacar que la
portada de poniente de Armenteira, por su configuración (estructura compleja y
abundante ornato, al margen de que éste no incluya, como es lógico en una
empresa de filiación cisterciense, referentes figurativos), se acomoda a la
perfección a las pautas que por los años en que nos movemos (tránsito de los
siglos XII al XIII) eran habituales en tales emplazamientos en otras muchas
áreas peninsulares (también foráneas), incluyéndose en esa misma tendencia
asimismo las construcciones de la Orden a la que pertenecía nuestra Casa. Baste
invocar como paralelo a este respecto, por su proximidad territorial, la
portada occidental de la iglesia de Santa María de Meira, en la provincia de
Lugo.
Sobre la portada, en la parte superior del
tramo, se abre un espléndido rosetón. Es uno de los pocos ejemplos gallegos de
su tiempo que conserva prácticamente intacta su tracería. La compone un núcleo
circular al que se abren ocho pequeños lóbulos, muy cerrados, situándose
alrededor del mismo una serie de círculos concéntricos decorados con motivos
diversos (lóbulos, rosetas, una especie de tréboles, etc.), tallados con
minuciosidad y simétricamente ordenados. La arista del círculo que define el
rosetón, así como la chambrana que lo ciñe, se decoran con los característicos
tacos, muy similares a los reseñados en la zona externa de la portada ubicada
en la parte inferior de la calle.
La fachada, como es habitual en las iglesias de
la Orden del Císter, remata en un sencillo piñón, coronado, en su vértice, por
una cruz similar a la que se halla sobre el cimborrio. Debe señalarse que, si
bien en la actualidad las tres calles del hastial están englobadas por un único
piñón definido por las vertientes del tejado, también único, que cubre las tres
naves del templo, esta disposición no responde a su primitiva ordenación, sino
que es producto de una restauración llevada a cabo en el transcurso de la
segunda mitad del pasado siglo. En dibujos y fotografías antiguos, en efecto,
puede apreciarse con claridad que la calle norte (la sur, como sabemos, la tapa
la fachada del recinto comunitario) posee su propio remate inclinado, más bajo
e independiente del correspondiente a la nave central. Aunque la diferencia de
altura entre las dos zonas sea escasa, la individualización corrobora, con un
nuevo y no menos contundente argumento, lo que ya se indicó sobre la
modificación de las cubiertas de las naves.
La iglesia de Armenteira es una de las grandes
construcciones de su tiempo en Galicia y también, en muchos aspectos, en el
territorio peninsular en su conjunto. No es de grandes dimensiones. Su tamaño,
que podríamos considerar mediano para la época en que se levanta, se comprende
a partir de la entidad, también de carácter mediano, que poseyó el monasterio
al que sirvió como referente cultual. La comunidad de Armenteira, a lo largo de
su historia varias veces secular, no fue, en efecto, rica ni fue nunca, tampoco,
muy numerosa, lo que explica a la perfección que las estancias en las que se
desarrollaba su vida cotidiana, comandadas por el templo abacial, no destacasen
por su envergadura. Frente a ello y quizás justamente por ello, la iglesia,
testimonio arquetípico de la simplicidad que caracterizó a la edilicia de la
Orden en sus tiempos de esplendor, ha llegado hasta nosotros casi intacta,
prácticamente tal como la dejaron sus constructores en las primeras décadas del
siglo XIII. Las alteraciones que sufrió su estructura inicial, pocas y de muy
escasa entidad, no afectan para nada, en todo caso, a la esencia de su
estructura y fundamentos.
La abacial de Armenteira, como se desprende de
los datos ya reseñados, no plantea problemas de datación. Su comienzo, tal como
señalan los dos epígrafes de la capilla mayor, se llevó a cabo el 16 de junio
de 1167, siendo entonces abad de la Casa Ero, considerado habitualmente como su
fundador, aunque tan vez sea más adecuado considerarlo como el primer superior
documentado. Sus obras se desarrollaron durante varias décadas, pues, aunque la
información que sobre ese particular poseemos es práctica mente nula –tan sólo
contamos con una referencia específica a ellas: la manda que otorga en su
testamento del 30 de julio de 1199 Urraca Fernández, hija del Conde Fernando
Pérez de Traba–, la inscripción ubicada en la portada principal, que fecha su
arranque en 1212, permite afirmar que, hacia 1220-1225, las tareas de su
edificación estarían, en sus aspectos esenciales, plenamente concluidas.
Mayores dificultades, sin duda, presenta
delimitar la secuencia constructiva de la iglesia, pues, tal como se desprende
de la descripción precedente, son evidentes en ella cambios, alteraciones
estructurales, soluciones de continuidad que autorizan a señalar en su
ejecución, al menos, dos campañas perfectamente diferenciadas por el distinto
origen de las fórmulas que en cada una de ellas se utilizan.
En el análisis del templo, en efecto, se
señalaron, tanto en el interior (nave principal y laterales) como en el
exterior (contrafuertes), claras modificaciones estructurales. Las primeras
variaciones se aprecian a partir del primer tramo de las naves: en la central
es éste el único que posee ventanas en el arranque de la bóveda; en las que la
flanquean, el fajón que señala el inicio del segundo tramo es simple o, mejor
aún, su dobladura no es igual a las de más, correspondiéndole una responsión
simple, no doble, como sucede en las restantes; finalmente, el contrafuerte
ubicado en el punto que nos ocupa presenta un acusado escalonamiento en su
parte superior, terminación que ya no encontramos en los siguientes.
Todo lo indicado está a favor de la existencia
de una primera campaña constructiva en el edificio. ¿Cabe pensar en una
detención de los trabajos en ese punto, continuados tras un período de
interrupción? Nada, en principio, se opone a ello. La paralización de las
tareas constructivas en un lugar como el que comentamos, esto es, en los
primeros tramos de las naves, instalando un cierre provisional, normalmente
tras la conclusión de los que se consideraban necesarios para acomodar el coro
de los monjes, no es, por otro lado, desconocida en empresas de la Orden y tal
hecho viene en apoyo de que lo mismo, visto lo que la fábrica nos transmite,
hubiera acontecido en la abacial de Armenteira. Si reparamos, además, en las
dimensiones de la iglesia y en el tiempo que, a partir de lo que nos dicen los
epígrafes, se empleó en su ejecución (más o menos sesenta años), la hipótesis
se torna todavía más verosímil.
¿Quién continuó las obras de la iglesia tras la
paralización? ¿El mismo equipo que las había iniciado? ¿Llegó un nuevo
colectivo? El análisis estructural del edificio, reforzado por la información
que nos transmite la distribución de las marcas de cantero, idénticas las que
aparecen antes y después de la zona de corte, permite pensar que el grupo
iniciador de los trabajos fue también el responsable de su prosecución tras esa
paralización, que debió de ser corta, procediendo entonces a un replanteamiento
de su estructura. Sólo así, contando con la intervención del mismo equipo, no
desmentida, como se dijo, por las particularidades físicas de las marcas de
cantero presentes antes y después del corte, puede explicarse que a partir del
segundo tramo vuelvan a emplearse, en las naves laterales, fajones doblados y
responsiones dobles análogas a las utilizadas previamente en la zona de acceso
a esas naves desde el crucero; que el tercer pilar compuesto de ambos lados
presente exactamente la misma configuración que los dos anteriores y,
fundamentalmente, que adquieran plena significación las modificaciones que se
documentan en los últimos pilares y en el tramo final de las naves. En efecto,
la ruptura que aquí se produce con lo anterior, dando entrada a fórmulas y elementos
de filiación hispánica, mudéjar, es tan significativa que resulta
imprescindible pensar en la llegada al monasterio de un nuevo equipo de
constructores.
Ellos serían, justamente, los que aportarían
esas novedades, coincidiendo su incorporación a los trabajos con la aparición
no tanto o no sólo de nuevas marcas de cantero cuanto sobre todo con su
ejecución según técnicas distintas: mientras las utilizadas por el primer
colectivo están grabadas con cincel, siendo el surco que las define de muy
escasa profundidad, las empleadas por el segundo grupo, obtenidas mediante la
utilización de un puntero grueso, presentan, además de una incisión
considerablemente más profunda, remates embolados.
Comienza a ser visible la actividad de estos
nuevos maestros en el último pilar compuesto de las naves, en el cual se rompen
las pautas que se habían seguido en los tres anteriores. Por un lado, frente a
las impostas lisas existen tes, salvo en los machones que enmarcan el ábside
central, en el resto de la iglesia, parte de las correspondientes a estos dos
pilares, uno por lado, ofrecen motivos decorativos de carácter marcadamente
geométrico. Por otro, es aquí también donde aparecen los primeros vestigios de
una ménsula lobulada, fácilmente emparentable, por su abolengo hispánico, con
el que explicitan tanto la fachada occidental –y, en particular, su portada–
como la cúpula que cubre el tramo central del crucero.
A tenor de lo indicado, pues, cabe concluir que
la intervención de este segundo equipo de artífices, que en algunas zonas llegó
a compartir tareas con el precedente, responsable de su inicio (la
simultaneidad de las marcas lo corrobora, por ejemplo, en el último formero del
lado sur y en el segundo y tercero del norte), se ceñiría a la conclusión de
las naves de la iglesia, cuyo abovedamiento final también les incumbe, y a la
construcción de prácticamente la totalidad de la fachada occidental (se exceptúa,
vistas las marcas de cantero, la zona baja del costado sur, tanto por dentro
como por fuera) y la cúpula que corona el tramo central del crucero. Si en la
primera etapa se usaban estructuras y elementos de clara filiación borgoñona
(la combinación de bóvedas de las naves, de cañón apuntado en la central y de
arista en las laterales, es muy típica de esa región francesa, cuna de la Orden
a la que pertenecía Armenteira –se utilizó ya en la abacial de Cluny III,
empezada en el año 1088–, no siendo anómala, por ello, su presencia en nuestro
templo), ahora se introducen además rasgos y elementos netamente hispánicos, en
su mayor parte de abolengo mudéjar (repárese, en particular, en la cúpula del
tramo medio del crucero). Este segundo grupo de constructores, muy
posiblemente, como ya se indicó, estuviera dirigido por Petrus Froya, personaje
cuyo nombre figura en la inscripción de la portada principal y del cual no
sabemos nada más. ¿Fue un laico? ¿Fue un converso, pese a que en el epígrafe
nada se dice al respecto? No tenemos, a día de hoy, respuesta para ninguna de
las dos preguntas.
En el colectivo que comandó Petrus Froya, en
todo caso, tuvo que haber artífices de progenie musulmana o, como mínimo,
buenos conocedores de sus propuestas, experimentados en sus tradiciones
constructivas. La pureza de las soluciones mudejarizantes que se emplearon en
la campaña por él encabezada (la cúpula del crucero, sin pre cedentes conocidos
en Galicia, es, de nuevo, el elemento clave de referencia) hacen esta hipótesis
incuestionable.
La iglesia de Armenteira, comenzada con pautas
foráneas, borgoñonas (recordemos, de nuevo, que el monasterio pertenecía a la
filiación de Clairvaux, abadía ubicada en esa región francesa, de la que
procederían tanto los planos como, a tenor de los hábitos del Instituto en
cuestiones edificatorias, el responsable de su materialización, no sabe mos si
un monje o un converso), ajenas a las formulaciones del país (la cabecera, el
esquema de cuya planta era ya conocido en Galicia cuando se inicia, nada tiene
que ver en alzado con lo que por entonces aquí se construía, dato que confirma
que sus trazas eran de procedencia “exótica”, por más que las marcas
documenten la intervención de canteros laicos, asalariados, tal vez incluso
locales, en su ejecución), supo incorporar más tarde, sin romper con ello las
pautas básicas de referencia de una empresa de la Or den (el ornato que aparece
en la segunda campaña no tiene en ningún caso carácter figurativo: es vegetal o
geométrico), elementos que, siendo de progenie más próxima, netamente
hispánica, contribuyen a dotarla de una marcada personalidad en el panorama
edificatorio de su tiempo: es, por un lado, el único monumento actualmente
existente en Galicia en el cual el impacto de lo mudéjar se aprecia con
claridad en lo constructivo, más allá, por tanto, de lo puramente ornamental,
y, por otro lado, es la única em presa peninsular en la que se produce una
simbiosis, una fusión perfecta de soluciones informadas por los principios
ideológicos de las dos grandes corrientes de austeridad, la cisterciense y la
almohade, surgidas alrededor del año 1100 en dos mundos contrapuestos, el
cristiano y el islámico, y que desde mediados del siglo XII se dieron cita en
tierras hispánicas. No es poco honor para un templo de sus dimensiones,
emplazado en las proximidades del límite occidental del mundo por entonces
conocido.
Monasterio
La incorporación de Armenteira a la
Congregación de Castilla, culminada, como ya vimos, en 1536, supuso, al igual
que para las demás casas que en ella se integraron, el inicio de un largo
período de prosperidad que tuvo como una de sus consecuencias más visibles la
renovación prácticamente total de las viejas dependencias comunitarias,
ubicadas en el flanco meridional de la iglesia abacial. De ellas, junto a
restos dispersos de muy diverso alcance (véase más abajo), sólo conservamos una
puerta, situada en el extremo oeste de la galería norte, la inmediata al
templo, del claustro procesional. Exhibe, hacia este lado, un dintel pentagonal
liso apoyado sobre mochetas con perfil de nacela que descansan directamente en
las jambas. Por el otro frente presenta un arco de medio punto de sección
prismática volteado, sin mediar separación alguna, sobre las jambas, también
aristadas y sin ornato.
Por su ubicación, cabe pensar que ésta era la
puerta utilizada por los conversos para acceder a la iglesia. Normalmente,
estas puertas, conocidas como “de conversos”, se sitúan en el último
tramo, el más occidental, de la nave lateral colindante con las dependencias
comunitarias. En Armenteira, sin embargo, no sucedía así, hallándose la puerta
ubicada unos metros al oeste del hastial de poniente de la abacial. Los conversos,
pues, penetrarían en ésta no directamente, sino por la puerta sur de la fachada
principal, la más próxima a la zona del monasterio en que se encontraban sus
dependencias específicas, una solución sin duda poco frecuente, si bien cuenta
con paralelos en otros conjuntos de la Orden.
La existencia de la puerta que comentamos
permite suponer que hubo en Armenteira también un callejón de conversos. En
este caso, el claustro actual, comenzado en una fecha avanzada del siglo XVI,
no se ajustaría en sus dimensiones a las del precedente. Sería de mayor
superficie, pues en su construcción se habría aprovechado parte de la zona
ocupada por las dependencias destinadas a los conversos.
Restos diversos
En distintos puntos de la iglesia y del
monasterio se conservan restos muy diversos (capiteles, fragmentos de fustes,
basamentos, etc.) aparecidos en el curso de las ta reas de desescombro y
restauración llevadas a cabo en el complejo a partir de los años sesenta de la
pasada centuria. Fechables, con la excepción de la citada lauda de estola, ésta
de cronología imprecisa, altomedieval en todo caso, como ya se dijo, hacia los
años de construcción del templo o algo después, responden todos, en lo esencial,
a sus mismos planteamientos estilísticos.
No ha debe olvidarse tampoco, finalmente, que
en la iglesia se conservan, por un lado, un sepulcro del siglo XIV (perteneció
a Roi Páez, hijo del almirante poeta Paio Gómez Charino, y fue reutilizado por
Álvaro de Mendoza y Sotomayor en el mausoleo que levantó en la capilla mayor en
el siglo XVII), una preciosa imagen del siglo XVI, Nuestra Señora de las
Cabezas, y un interesante conjunto de estructuras arquitectónicas (baldaquino y
retablos) y esculturas del siglo XVIII.
Caldas de Reis
Parroquia del municipio del mismo nombre,
perteneciente al arciprestazgo de Moraña y diócesis de Santiago de Compostela.
Acceder a Santa María de Caldas es muy sencillo, ya que se encuentra inmersa en
el núcleo urbano. Dista aproximadamente 21 km de la capital provincial y 38 de
la autonómica.
Numerosos restos arqueológicos, como el Castro
de Eirín o una serie de vestigios de tiempos romanos, encontrados en el propio
atrio de la iglesia parroquial, son testimonio de la antigüedad de la ocupación
de esta feligresía. En la Edad Media, la iglesia de Santa María es la obra
conservada más significativa, destacando en el período moderno el considerable
desenvolvimiento de la arquitectura palaciega, de la que nos han llegado
interesantes ejemplos, entre los que se pueden mencionar el Pazo de Casalnovo, el
de Curuxal o el de Peroxa. Además de esto, Caldas se distingue por ser desde
tiempos antiguos un importante centro termal, al igual que Cuntis, su
colindante.
En cuanto a referencias históricas, es difícil
discernir si los datos conservados se refieren a la parroquia de Santa María o
al término en general. Teniendo eso en cuenta, se sabe que en el 1147 Alfonso
VII otorgaba un privilegio al monasterio de Carracedo, dotándolo de di versas
propiedades e iglesias en Caldas. Según Sá Bravo, entre los años 1178 y 1214
Caldas se incorporaba a los bienes territoriales del arzobispo de Santiago,
aunque dicha anexión no se haría efectiva definitivamente hasta enero de 1254,
con la concesión de los Fueros a los habitantes de esta villa, lo que les
suponía, además de enormes privilegios, la excepción de ciertos impuestos.
Iglesia de Santa María
La iglesia parroquial se ubica en las
inmediaciones del casco urbano de Caldas, en el margen izquierdo de la N-550,
dirección Pontevedra-Santiago, poco antes de llegar al antiguo puente que
atraviesa el río Umia, en su curso por el centro de la villa. El templo se
encuentra resguardado por un pequeño murete que delimita su entorno, situándose
ante la fachada principal del mismo el cementerio parroquial.
Apenas han llegado datos históricos sobre el
pasado medieval de la iglesia de Santa María. Únicamente López Ferreiro expone
que se habría levantado en el siglo XI o XII, con la finalidad de “substituir
a la que Almanzor destruyó del monasterio de Santa María”.
La iglesia de Santa María, aunque no exenta de
modificaciones, conserva importantes testimonios de la primitiva fábrica
románica, que, indudablemente, la convierten en uno de los templos con mayor
unidad arquitectónica dentro del término de Caldas.
La planta originariamente sería de una nave con
ábside rectangular, tipología más habitual en el románico gallego. Sin embargo,
diversas intervenciones a posteriori han transformado esa sencilla organización
en una compleja y barroquizante edificación. Entre las obras efectuadas,
destaca la realización en los laterales de la nave de dos capillas de planta
rectangular y gran tamaño: la de San Diego, ubicada en la fachada
septentrional, fue mandada construir por Gonzalo Buceta Caamaño en el 1602,
mientras que su opuesta, dedicada a Nuestra Señora del Carmen, fue levantada en
1759. Asimismo, sobre la fachada principal se dispuso un portentoso torreón
barroco, obra del maestro Esteban Ferreiro en 1714. Ya con posterioridad, en la
fachada septentrional y a la altura del presbiterio, se añadió una pequeña
construcción de planta cuadrangular, con función de sacristía.
El ábside, aun cuando presenta muestras
evidentes de reconstrucción, es sin duda la parte que mejor ha preservado la
fábrica románica. Es de planta rectangular y en sus muros laterales se han
dispuesto sendos contrafuertes, que contribuyen a contrarrestar las presiones
internas. El muro norte, según se indicaba, está oculto a causa de la añadida
sacristía, perdiendo por ello prácticamente todos los canecillos que cobijaría
su alero, a excepción de uno que todavía se conserva en el interior de la
sacristía. El muro del testero, según Sánchez Puga, fue reconstruido, hecho que
supuso la desaparición del primitivo vano que iluminaba el ábside. En el piñón
del testero destaca una hermosa antefija compuesta por una figura zoomórfica
que representa un cordero, surmontado de una cruz, formada a partir de la unión
de una cruz latina y otra de San Andrés.
Mayor interés presenta el muro meridional, ya
que bajo su alero conserva una magnífica muestra de canecillos de gran
plasticidad, muy similares a los de la también románica iglesia de San Estevo
de Saiar (Caldas). Los tres más próximos a la nave ostentan los siguientes
temas: uno en forma de cartela, superpuesta de un cilindro o barrilete; otro
conformado por una hoja avolutada de gran volumen, sobre la que igualmente se
acomoda un cilindro o barrilete; el tercero, de difícil interpretación, exhibe
dos figuras siamesas con la cabeza erguida y el cuerpo apoyado. A partir del
contrafuerte se disponen dos más, uno muestra una figura humana sentada que
sostiene un barril sobre las piernas, y el otro una cabeza de bóvido. En este
último tramo se abre una ventana cuadrangular de factura posterior, realizada
con el fin de favorecer la iluminación del mismo, tras perder la primitiva
ventana románica, que según Sánchez-Puga se abriría en el testero.
La fachada septentrional preserva la primitiva
traza románica, a excepción de la citada capilla de los Caamaño y la añadida
sacristía. En el tramo entre la sacristía y la capilla se observa una puerta de
arco de medio punto, actualmente cegada, acompañada de una sencilla saetera.
Además, destacan unas piedras salientes a modo
de toscos canes, que podrían haber contribuido a sostener alguna dependencia
anexa, quizá un pórtico. El alero posee todavía un conjunto de canecillos de
proa, nueve en el tramo analizado, y otros cuatro dispuestos en la parte más
occidental, tras la capilla. Conviene señalar también la existencia de un
sillar en el muro norte de esta última, con una labra que ostenta las armas de
los Caamaño, patrocinadores de la misma. En cuanto a la fachada meridional, al
margen de la reutilización de sillares, nada queda de la primitiva organización
románica, ya que al realizarse la capilla del Carmen, en 1759, se reedificó por
completo.
La fachada occidental ostenta una ornamentada
portada románica, precedida, según se indicó, de un apara toso
torreón-campanario que en su base desenvuelve un “seudopórtico” con
bóveda de crucería.
La portada, de arco de medio punto, presenta
chambrana y dos arquivoltas que envuelven un sencillo tímpano. Conforman la
primera once dovelas ornadas con bustos de ángeles en diversas actitudes, unos
con un libro abierto, otros orantes, cruzando las manos, portando una cruz,
etc. Las figuras, hieráticas y en posición frontal, muestran un canon corto y
gran corpulencia. En cuanto a las arquivoltas, la exterior luce una sucesión de
arquitos de medio punto, ceñidos a un grueso baquetón, mientras que la interior
exhibe flores carnosas de seis pétalos, acompañadas cada una de ellas de cuatro
pequeñas hojas. Aquéllas voltean sobre dos pares de columnas de fustes lisos,
con capiteles ornados y basas áticas sobre pequeños plintos.
Los capiteles externos, con decoración vegetal,
presentan, el septentrional, hojas alargadas rematadas en pomas, mientras que
el meridional, de factura posterior, muestra estilizadas hojas con decoración
perlada que emergen del collarino entrecruzándose en la parte superior. Sobre
ambos capiteles se disponen unos cuidados ábacos que, al igual que en la
chambrana, exhiben figuras de ángeles en diversas actitudes. Los capiteles
interiores son historiados y, aunque se encuentran muy erosionados, exhiben dos
figuras zoomórficas afronta das, que representan arpías o sirenas. Sus ábacos
tienen ornamentación vegetal a modo de palmetas, enmarcada por sendas bandas
con sogueado.
El tímpano muestra una cuidada decoración en
bajorrelieve. Es una sencilla composición en la que destaca la figura del Agnus
Dei sosteniendo con una de sus patas delanteras una cruz patada; lo acompaña,
en el ángulo inferior izquierdo, una flor carnosa de cinco pétalos. La mentada
composición, sin duda, nos lleva a la de la ahora desaparecida iglesia de San
Pedro de Fora, en Santiago, en la que se desenvolvía un tímpano de similares
características.
Interiormente, el ábside vuelve a ser la parte
que mejor ha preservado la primitiva fábrica románica. Según se indicó,
presenta planta rectangular y cubierta de bóveda de cañón. Se abre a la nave a
través de un gran arco triunfal de medio punto, doblado y en arista viva, que
voltea sobre sendas columnas de fustes de tambores, con capiteles de gran
plasticidad y basas áticas sobre pequeños plintos. Estos últimos están elevados
sobre un banco corrido que se extiende por el interior del ábside. El capitel del
lado de la epístola muestra un pequeño animal de perfil, quizá un cordero,
ladeado por dos monstruosas figuras zoomórficas que abren sus fauces mostrando
los dientes; su opuesto presenta decoración vegetal a base de hojas avolutadas,
rematadas algunas de ellas en pomas. En una de las dovelas del arco triunfal
existe una inscripción en tres renglones de difícil interpretación. Según Bango
Torviso se transcribiría de este modo:
PMMRUCU / RVQ(ÓT) A C.ISO /
CORICIQ(ÓT)U.C
Paralelo al arco triunfal, en el interior del
ábside se desenvuelve un fajón de similares características, aunque sin
dobladura. Del mismo modo, también éste voltea en sendas columnas de fuste de
tambores, con capiteles y basas áticas sobre pequeño plinto. El capitel del
lado de la epístola es similar a su opuesto del arco triunfal, mostrando una
decoración vegetal mediante hojas picudas avolutadas, algunas de ellas con
pomas en el envés; su frontero presenta una curiosa organización a base de
grandes hojas, sobre las que se disponen diversos motivos: un fruto, una piña,
una esquemática cabeza humana, etc. También en el interior del ábside, entre
las columnas de ambos arcos y a la altura de los ábacos, se extiende una línea
de imposta abilletada que sólo se interrumpe en el lienzo meridional a causa de
una ventana cuadrangular de factura posterior.
En el muro septentrional, al margen de la
citada capilla de los Caamaño, se distingue, al igual que en el exterior, los
restos de una puerta de arco de medio punto, actualmente cegada. Próxima a la
anterior, se abre una sencilla ventana abocinada. No obstante, se intuye, a
tenor de ciertas discontinuidades en la disposición de los sillares, que
originariamente habrían sido tres vanos. En la parte más oriental de este mismo
lienzo mural se dispusieron dos grandes placas de piedra decoradas con
diferentes escenas en bajorrelieve, procedentes de un antiguo baldaquino que,
según Sá Bravo, habría pertenecido a una capilla dedicada a San Jorge. En una
de las placas se observa un gran arco conopial, que alberga otros dos
lobulados, y a los lados del primero dos ángeles con instrumentos musicales. La
otra, de mayores dimensiones, ostenta dos arcos conopiales entre los que se
ubican tres figuras masculinas de gran tamaño, que por sus atuendos representan
religiosos. En la parte superior, en el centro, se disponen otras dos figuras
–hombre y mujer– coronadas, acompañadas por el escudo de los Reyes Católicos y
ladeadas por sen das carabelas. Según algunos autores, el conjunto podría
relacionarse con el Descubrimiento de América. A tenor de la decoración
expuesta, es evidente que estamos ante una obra gótica.
En el muro meridional ya nada queda de su
primitiva organización; aun así, cabe mencionar la barroquizante capilla del
Carmen y, ubicado contiguo al ábside, un sepulcro con estatua yacente bajo
arcosolio. Aparte de esto, en diferentes lugares del paramento mural, tanto
interior como exteriormente, se encuentran pequeñas cruces de malta inscritas
en círculo, que presumiblemente serían cruces de consagración.
A los pies de la nave se construyó una moderna
tribuna de madera, desde la que se accede a la torre a través de una puerta de
arco de medio punto. Esta última tiene en dos de sus sillares una inscripción
de cuatro líneas, de la que, debido a su estado de conservación, no se ha
podido llevar a cabo su lectura.
Santa María de Caldas muestra, principalmente
en su tratamiento ornamental, una diversidad de planteamientos e influencias
sobre las que es importante reflexionar, previamente a su datación. Así, en
cuanto a los canecillos, en el ábside se observaba un pequeño muestrario de
gran plasticidad y volumen, combinando temas geométricos e historiados
plenamente difundidos. Frente a éstos, los de la nave, todos geométricos y con
predominio de los de proa, ofrecen una ejecución diferente, muy en concordancia
con los canecillos de la iglesia de San Estevo de Saiar (Caldas de Reis), lo
que nos lleva a una cronología más avanzada que para los primeros. En el
interior del ábside, los capiteles, y principalmente el que exhibe los dos
cuadrúpedos monstruosos afrontados, presentan notorias semejanzas con otros,
igualmente ubicados en el presbiterio, de las iglesias de Santo André de Cesar
(Caldas de Reis) y de San Martiño de Sobrán (Vilagarcía de Arousa), ambos
ejemplos datables en torno al último tercio del siglo XII. Con respecto a la
portada, nuevamente las similitudes con San Estevo de Saiar son notorias. En
ambos ejemplos sus arquivoltas ostentan pequeños arcos abrazados a un grueso
bocel, que, a su vez, nos remite a la obra del maestro Mateo. Pero también
coinciden en la decoración de sus tímpanos, exhibiendo los dos el Agnus Dei,
iconografía desarrollada previamente en la desaparecida iglesia de San Pedro de
Fo ra (Santiago). Continuando con la portada, el motivo más singular es la
decoración a base de pequeños bustos de ángeles en diversas actitudes, muy en
consonancia con los de la portada occidental de la iglesia de Carboeiro, aunque
es con la principal de Camanzo con la que guarda un mayor parecido la de Santa
María de Caldas, por lo que no sería extraño que el maestro de esta última
estuviera vinculado a la de Camanzo, o que incluso se hubiese formado allí. No
obstante, tanto estos ejemplos como el que nos ocupa, se encuentran todos bajo
la influencia de la obra del maestro Mateo en la catedral de Santiago, donde se
emplean cada uno de los motivos decorativos citados.
En cuanto a la cronología, los diferentes
autores que han estudiado el templo discrepan en sus planteamientos. Castillo y
García Romero la consideran de la segunda mitad del siglo XII, sin embargo
López Ferreiro la sitúa entre finales del siglo XI y principios del XII. Bango
Torviso y Sánchez Puga, más minuciosos, coinciden al plantear etapas
diferenciadas. Precisamente Bango considera que el ábside pudiera corresponder
a mediados de siglo XII, pero, debido a los capiteles del presbiterio, que
anuncian formas del último tercio, se inclina a situarlo en los primeros años
de ese último. En cuanto a la portada, este mismo autor, dadas las manifiestas
influencias del maestro Mateo, la incluiría en los últimos años del XII.
Sánchez Puga coincide con Bango al plantear que el ábside es la parte de mayor
antigüedad. La fachada septentrional, fundamentándose en la puerta lateral, la
situaría a mediados del XII; mientras que la portada, de acusada influencia
mateana, la ubicaría entre finales del siglo XII y principios del XIII. Valle
Pérez, por su parte, considera que la portada, a pesar de su rudeza, es una
muestra interesante de la expansión de las fórmulas vinculadas al maestro
Mateo, datándola a principios del siglo XIII. Teniendo esto en cuenta, además
de las mencionadas coincidencias con la iglesia de San Estevo de Saiar, es muy
probable que la de Santa María se edificara a mediados del siglo XII, aunque la
portada occidental, como todos los autores expresan, evidencia una notable
dependencia de la obra del maestro Mateo, por lo que indudablemente corresponde
a una etapa posterior, más propia de los albores del siglo XIII.
Bemil
Partiendo de Caldas de Reis, en dirección a
Santiago, se sitúa la parroquia de Santa María de Bemil. Dista aproximadamente
2 km de la capital municipal y 21 de la provincial. Pertenece al arciprestazgo
de Moraña y diócesis de Santiago. Bemil limita al Norte con la feligresía de
Santa Mariña de Carracedo, al Sur con Santa María de Caldas, al Este con Santo
André de Cesar y al Oeste con San Estevo de Saiar, todas pertenecientes al
término municipal de Caldas. La parroquia ocupa un territorio elevado, sin grandes
desniveles, que riegan los ríos Follente y Bermaña. Existen numerosos vestigios
arqueológicos, como el castro de Follente, testimonio de la antigüedad de su
ocupación.
Respecto a la documentación histórica, apenas
han llegado referencias sobre la parroquia e iglesia de Bemil. La primera
noticia conocida hasta el momento, citada por Sá Bravo, es un privilegio
otorgado por Alfonso VII en 1147, en el que donaba al monasterio de Carracedo
diversas propiedades e iglesias de Caldas, entre las que se incluía Santa María
de Bemil. No obstante, según veremos, la referida cronología es demasiado
precoz para lo conservado del templo de época románica. Ferreira Priegue recoge
también una referencia tardía relativa a la parroquia, concretamente en 1229,
sobre la venta de unas lareas en Sismir, feligresía de Beymir, quo
modo incipit in ipsum caminum regis et vadit ad ipsum flumine quod dicitur
Vermania.
Iglesia de Santa María
La iglesia de Santa María de Bemil se ubica en
el lugar de Outeiro, en una elevada planicie desde la que se contempla una
espléndida panorámica. El acceso al templo resulta muy sencillo, partiendo de
Caldas por la N-550, dirección a Santiago, a 2 km se tomará un desvío a la
izquierda y a unos 350 m llegaremos al mismo.
Del primitivo templo románico sólo se conserva,
debido a intervenciones posteriores, el magnífico ábside y parte de los muros
de la nave, destacando también un ornamentado rosetón que corona la fachada
principal.
La iglesia presenta actualmente planta de cruz
latina, consecuencia de la adición a la primitiva –de nave única y ábside
semicircular– de dos profundas capillas laterales, que darían lugar a un
peculiar crucero. Este último ostenta una linterna poligonal, en la que se
abren pequeños vanos circulares, que remata en una sencilla cúpula.
La fachada occidental, muy modificada como
evidencia la falta de continuidad en la organización de sus hiladas, presenta
una puerta de arco de medio punto moldurado, sobre la que se dispone un
magnífico rosetón, y sobre el piñón una antefija moderna. Aquél ostenta
chambrana decorada con pequeñas hojas y arquivolta baquetonada y, en el centro,
una flor octapétala calada rodeada de cuatro tetrapétalas, entre las que se
abren, además, cuatro pequeños círculos y cuatro semicírculos. En el ángulo
septentrional se edificó con posterioridad una torre campanario de planta
cuadrangular.
En cuanto a los muros laterales de la nave,
debido a posteriores cambios arquitectónicos, prácticamente no se ha conservado
nada de su configuración medieval, a excepción de la reutilización de los
primitivos sillares. No obstante, Ángel del Castillo, al analizar el templo,
señalaba la existencia de una portada románica ubicada en la fachada
septentrional. Actualmente nada queda en el exterior de la mentada portada,
ahora bien, en esa misma fachada, donde hoy se sitúan varias sepulturas, se
evidencia una discontinuidad en la disposición de los sillares, que nos hace
pensar que podría haber sido su ubicación original. También en la fachada
septentrional, pero en el muro oriental de la capilla, que junto con su opuesta
da lugar al transepto, se observa un pequeño sillar con un epígrafe incompleto,
de difícil interpretación, en el que se lee “RRO”. En el alero de esta
capilla se halla un canecillo románico, que luce una gran voluta entre dos
cordones de sogueado, disponiéndose, igualmente en el del crucero, otro con
decoración geométrica.
El ábside es sin duda el elemento que mejor ha
conservado la primitiva fábrica románica. Consta de un pequeño tramo recto, en
el que se sitúa un contrafuerte, a partir del cual se desarrolla el hemiciclo.
Este último se encuentra compartimentado en tres calles mediante dos columnas
entregas. Tienen fustes de tambores, con capiteles vegetales y basas áticas muy
erosionadas, elevadas, a su vez, sobre un pequeño podio.
Los capiteles exhiben, uno, decoración de hojas
en forma de bastón rematadas en espiral y, el otro, dos órdenes de hojas con
voluminosas pomas en el envés.
En la calle central, enmarcada por las dos
columnas citadas, se abre una ventana ornamentada de arco de medio punto.
Presenta chambrana orlada de rombos y arquivolta baque tonada, que voltea, tras
salvar una pequeña línea de imposta, en sendas columnas de fustes lisos, con
capiteles vegetales y basas sobre plinto.
Los capiteles muestran, uno, desarrolla das
hojas picudas con pomas en el envés y, el otro, hojas con pomas y caulículos.
Las basas, áticas, exhiben decoración de cordoncillo y garras en los ángulos.
El vano se encuentra rasgado en saetera, y sobre ella, aunque muy deteriorado
debido a la colocación de un enrejado, se observa un motivo decorativo,
compuesto por una pequeña tetrápetala inscrita en círculo, y, a su vez este
último, en un cuadrado, por lo que podría representar la cruz de San Andrés. El
alero de cobijas en caveto muestra un nutrido grupo de canecillos geométricos,
en perfil de nacela y chaflán recto.
En el interior, la nave, como ya se mencionaba,
ha sufrido importantes reformas que han enturbiado su primitiva configuración
medieval. No obstante, en el muro meridional, próximo a la fachada, se obró un
pequeño cubículo cuadrangular, que se abre a la nave mediante una peculiar
portada de arco semicircular.
Presenta arquivoltas tóricas, decorándose la
interior con bolas, que apean en sendas columnas con capiteles y basas. Una de
las columnas ostenta un fuste entorchado decorado con puntas de diamante,
capitel vegetal de hojas picudas con pomas en el envés y una singular basa con
collarino y volutas en los ángulos.
Aunque esta última realmente sería el capitel
original de la columna, pues el actual no se ensambla correctamente en el
fuste. La otra columna, de fuste monolítico liso, ostenta un seudocapitel de
for ma cónica acanalada –probablemente una ménsula–, de factura posterior, y
basa ática con sogueado en el toro superior. En el interior del cubículo, sobre
el paramento mural, se dispone una placa de piedra, muy erosionada, decorada en
bajorrelieve, en la que se representa un recién nacido acompañado por un buey y
un burro, es decir, el Nacimiento. Analizando la citada portada, es evidente
que ésa no sería su ubicación original, ni, lógicamente, su organización
primitiva, ya que presumiblemente ostenta elementos de diversa procedencia. Sin
embargo, teniendo en cuenta el análisis de Castillo, es muy probable que muchas
de esas piezas sean originarias de aquella primitiva portada románica que,
según este autor, se encontraba en la fachada norte.
En el muro septentrional se conserva una pieza
excepcional, compuesta de tres placas de base ovalada, con decoración en
bajorrelieve enmarcada por una greca vegetal. La placa central muestra un
jarrón del que salen tres flores; la que se ubica a su izquierda una figura
masculina togada que semeja leer un libro apoyado en un atril y la de la
derecha un ángel portando un objeto, posiblemente una antorcha. En este muro, y
concretamente en el arco de ingreso a una pequeña capilla que se abre a
continuación del transepto, es interesante mencionar la existencia de un
epígrafe alusivo a la obra de la capilla, aunque, debido a su disposición
elevada, no se ha podido verificar su lectura.
El ábside, también en el interior, es la parte
que mejor ha conservado la primitiva fábrica románica, aunque oculta, en parte,
debido a un magnífico retablo barroco que impide la visualización del hemiciclo
y, en consecuencia, de la ventana románica analizada ya externamente.
Se abre a la nave a través de un gran arco
triunfal de medio punto, con cierta tendencia a la herradura, seguramente por
la falta de estabilidad de los muros laterales. El arco, en arista viva, voltea
sobre sendas columnas de fustes de tambores, con capiteles vegetales y basas
elevadas sobre pequeños plintos.
El capitel del lado de la epístola se decora
con hojas estriadas en forma de bastón, rematadas en espiral, y su opuesto con
dos órdenes de hojas de voluminosas pomas en el envés. Las basas son áticas y
con garras. La septentrional muestra decoración de dientes y labor de cestería
en el plinto. Paralelo al arco triunfal se dispone en el interior del ábside un
arco fajón semicircular en arista viva, a partir del cual se desarrolla el
hemiciclo. Tal como se veía en el triunfal, también el fajón voltea sobre sendas
columnas de fustes de tambores, con capiteles decorados y basas áticas. El
capitel del lado de la epístola exhibe decoración vegetal a base de estilizadas
hojas con pomas en el envés, mientras que su opuesto representa un cuadrúpedo
de gran tamaño, acompañado de otro más pequeño, sobre el que se sitúa un
elemento no identificado. Los ábacos, en chaflán recto, se impostan por los
muros del presbiterio hasta enlazar con los del arco triunfal. A tenor de la
disposición del mencionado retablo barroco, no se puede visualizar el vano
románico situado en el hemiciclo, lo que conlleva, a su vez, la falta de
iluminación del mismo. Para mejorarla, con posterioridad se abrieron en el
tramo recto de la capilla absidal sendos vanos cuadrangulares. En cuanto a la cubrición,
el hemiciclo lo hace con bóveda de horno, mientras que el tramo recto ostenta
bóveda de cañón, una y otra de cascajo.
Estilísticamente, algunos de los capiteles con
decoración vegetal del ábside de Bemil son semejantes a los de las cercanas
iglesias de Santa María de Portas y San Xulián de Romai (Portas), ambas de
finales del siglo XII, aunque en estas últimas ofrecen una mayor plasticidad y
una ejecución más cuidada que los de Santa María de Bemil. En cuanto a los
canecillos, como veíamos, todos geométricos, predominando los de curva de
nacela, responden, en efecto, a tenor de la clasificación llevada a cabo por
Bango Torviso, a modelos de época avanzada. El rosetón de la fachada principal
repite el tipo de decoración que ostenta el de la iglesia del monasterio de
Armenteira, seguramente por influencia de esta última, lo que nos sugiere que
correspondería a una etapa posterior al ábside.
Respecto a su cronología, teniendo en cuenta
las características mencionadas del ábside y fundamentalmente del alero y
capiteles, coincido con los planteamientos de Bango Torviso y Valle Pérez, que
la sitúan a finales del siglo XII. No obstante, el rosetón que preside la
fachada principal pertenecería a una campaña inmediata, a comienzos del siglo
XIII. En cuanto a la portada ubicada en el interior de la nave, el arco, la
columna de fuste liso y el capitel que ostenta la entorchada, serían asimismo
de fina les del siglo XII, es decir, de la primera etapa constructiva del
templo. Ahora bien, el fuste entorchado, con el capitel que hace función de
basa, correspondería a una época más avanzada, ya que, si bien en la fachada de
Platerías de la Catedral de Santiago aparecen fustes entorchados, distan
considerablemente de la configuración del presente, más en consonancia con la
plástica renacentista.
Saiar
Dentro del término de Caldas de Reis, dirección
Vilagarcía, se ubica la parroquia de Santo Estevo de Saiar. Pertenece al
arciprestazgo de Arousa y diócesis de Santiago. La delimitan, por el Norte, las
feligresías de Santa María de Bemil (Caldas de Reis) y San Pedro de Dimo
(Catoira); por el Sur, Santiago de Godos (Caldas de Reis); al Oeste, el río
Umia, que la separa de Santa María de Portas, y, por el Este, San Pedro de Cea
(Vilagarcía de Arousa). Dista tan sólo 1,5 km de la capital municipal y 23 de la
provincial. El acceso a la misma es muy sencillo; así, partiendo de Caldas de
Reis dirección Vilagarcía de Arousa por la N-640, se tomará un desvío a la
derecha, a la altura de Portas, que nos conduce a Saiar.
La historia de esta parroquia se vincula a la
existencia del conocido “Coto de Sayar”, que posteriormente terminaría
siendo anexionado a Caldas de Reis.
Iglesia de Santo Estevo
El templo de Santo Estevo se sitúa en el valle
del Salnés, concretamente en el lugar de A Igrexa, sobre un rellano ligeramente
elevado, rodeado del caserío circundante, del que sobresale de forma notoria.
La iglesia de Saiar, aunque ha sufrido
numerosas modificaciones, mantiene gran parte de la primitiva fábrica románica.
No obstante, a diferencia de la mayoría de los templos románicos conservados,
en los que habitualmente sólo queda la cabecera, Santo Estevo carece de la
misma, preservando casi sin alteraciones la nave y fachada occidental
originaria. Presenta nave única y ábside rectangular de factura posterior,
además de otros añadidos, como la torre-campanario en la fachada occidental o
la sacristía en el ábside.
La fachada principal se reformó en el cuerpo
superior, producto de lo cual se abrió un moderno vano cuadrangular, ubicado
sobre la primitiva portada románica. Esta última presenta chambrana de chaflán
recto –de la que sólo se conserva el arranque meridional– y dos arquivoltas
semicirculares. La exterior exhibe una sucesión de carnosas y voluminosas
flores tetrapétalas de botón central, que guardan un gran parecido con las de
la puerta sur de Carboeiro. La interior, sin embargo, desarrolla un grueso baquetón
al que se abrazan pequeñas hojas, que se enroscan sobre sí mismas, muy en
consonancia con la plástica del maestro Mateo. Ambas descansan, tras salvar una
gruesa y fileteada línea de imposta, en dos pares de columnas acodilladas, de
fustes lisos y monolíticos, con capiteles vegetales y basas áticas. Los
capiteles externos lucen estilizadas hojas con decoración perlada rematadas en
espiral, muy similares a los de la fachada principal de la también románica
iglesia de Santa María de Caldas.
Los internos ofrecen un planteamiento
diferenciado: el capitel septentrional se decora con anchas hojas, apenas
esboza das, rematadas en espirales voluminosas, mientras que su opuesto se
configura a base de estilizados tallos entrecruzados, que, al igual que el
anterior, rematan en espiral. Sobre los mencionados capiteles se disponen unos
peculiares cimacios que muestran una apretada decoración vegetal. Las basas,
muy erosionadas, son áticas y con garras en los ángulos. Carece de tímpano,
desarrollándose en su lugar un curioso arco en gola –que no parece ser de
época–, con el intradós decorado mediante una sucesión de pequeños óvalos
paralelos. En el piñón de la fachada se dispone una antefija románica,
compuesta por la figura de un cordero, muy erosionada, surmontada de una cruz
florenzada, que seguramente procede del primitivo ábside. En el costado
meridional de esta fachada se erigió una poderosa torre campanario de fábrica
moderna.
La fachada meridional, sin duda, es el conjunto
más interesante. El tramo de nave románico se encuentra en marcado por una
desarrollada cabecera de factura posterior y por la gran torre-campanario, que
se sitúa en el extremo opuesto. Para acceder a esta última, se edificó una
escalera de piedra adherida de forma lateral al lienzo mural. En el mencionado
tramo se encuentra una ornamentada portada románica, sobre la que se abre una
sencilla saetera y, bajo su tejaroz, una interesante colección de canecillos.
La puerta, de arco semicircular, presenta
chambrana y arquivolta. La primera muestra unas pequeñas hojas nervadas con
terminación rizada, mientras que la arquivolta, de mayor envergadura, ofrece
una sucesión de arquitos que abrazan un grueso baquetón y que, en cierto modo,
recuerda a las de la parte superior de la portada de Platerías de la Catedral
de Santiago. Aquélla, tras salvar una pequeña línea de imposta –sobre la que
también voltea la chambrana–, apea sobre sendas columnas acodilladas, de fustes
lisos y monolíticos, con capiteles vegetales y basas elevadas sobre pequeños
plintos. El capitel más occidental ofrece una decoración a base de grandes
hojas, apenas esbozadas, con nervio central perlado y rematadas en voluminosa
espiral. Su opuesto, sin embargo, muestra palmetas nervadas, que al igual que
el anterior adquieren mayor volumen en su terminación. Las basas son áticas,
con garras en los ángulos y plinto liso ele vado sobre un pequeño podio. El
tímpano, similar al de la iglesia de Caldas de Reis, ostenta una sencilla
composición, que centra la figura del Agnus Dei sosteniendo con una de sus
patas delanteras una cruz patriarcal y, a uno y otro lado del mismo, sendas
flores con gran botón central.
Su tejaroz alberga catorce canecillos, algunos
con decoración geométrica, la mayoría en nacela o en proa, otros en forma de
aspa, en uno, acanalada con los extremos rematados en pomas, y, en otro,
sencilla acompañada de dos pomas; y finalmente, en menor representación, los de
tema figurado, entre los que se distingue una cabeza de bóvido, una figura
humana de rasgos faciales muy esque máticos, sentada y agarrando con sus
enormes manos las piernas dobladas y pegadas al pecho, y otra volteada en
posición acrobática. En esta misma fachada, se observan dos voluminosos y
erosionados canes, que seguramente habrían contribuido a sostener un primitivo
pórtico.
En la fachada septentrional se abren dos
sencillas saeteras, originariamente acompañadas por una portada ornamentada,
que actualmente está cegada. De esta última tan sólo se aprecia una chambrana
de chaflán recto sin decoración, apoyada sobre una pequeña línea de imposta,
que semeja haber sido desbastada en la parte en que también se apearía la única
arquivolta que habría poseído.
Esta fachada conserva un interesante conjunto
de dieciséis canecillos. Una vez más, predominan los de curva de na cela y
proa, entre los que se puede observar, igualmente, uno de modillones de rollos,
otro con un óvalo grueso sobre superficie nacelada y uno de dientes de sierra
que aprisionan un pequeño baquetón. Es interesante el cuarto empezando por la
parte oriental, en el que se observa una superficie nacelada, que remata la
parte superior por dos abultadas y adheridas pomas. Sobre el lienzo mural se distinguen
también, aunque aquí notoriamente erosionados, tres canes, que al igual, que
los de la meridional, habrían contribuido a sostener un antiguo pórtico.
La riqueza decorativa vista en el exterior del
templo contrasta con la sobriedad y sencillez de su tratamiento interior, donde
la pureza de líneas y la economía de medios no deja cabida al desarrollo
ornamental. En el ábside ya na da queda de tradición románica, siendo, por
tanto, la nave el único exponente de la misma. En el muro meridional se abre
una puerta de arco de medio punto y una saetera de acusado derrame interno,
ambas de sobria ejecución. No obstante, a la altura de la moderna tribuna se
percibe –sólo desde el interior del templo y de modo parcial, debido a la
disposición de la torre-campanario– otra ventana de similares características a
la citada. Igualmente, en el muro meridional, pero en la parte más occidental,
se abrió un arco que antecede a una pequeña estancia cuadrangular, en la que se
sitúa una gran pila bautismal. Próxima a ella, pero fuera del cubículo, se
halla otra datada en 1762. En el muro septentrional se observan, también aquí,
los restos de una primitiva puerta de arco de medio punto, al presente cegada,
y tres sencillas saeteras de acusado derrame interno.
Estilísticamente, aun cuando ya se hicieron
algunas referencias, cabe mencionar las semejanzas, bien sea en el
planteamiento iconográfico del tímpano o bien en la decoración de sus
capiteles, entre Santo Estevo y Santa María de Caldas. No obstante, a tenor de
las desigualdades técnicas entre la obra de una y otra, lo más probable es que
fue sen realizadas por diferentes autores, pero con formación pareja, bajo la
influencia de los presupuestos desarrollados en torno al taller del maestro
Mateo. También en estrecha vinculación estilística con Saiar, principalmente en
cuanto a los motivos que decoran sus portadas, se encuentra la iglesia del
monasterio de Carboeiro. Yzquierdo Perrín, al respecto, plantea que sería
probable que tanto el maestro de Saiar como el de Caldas de Reis se hubiesen
formado en Carboeiro –a partir del cual les llegaría la influencia mateana–, ya
que de él proceden los repertorios empleados en ambos ejemplos.
Teniendo esto en cuenta –además de las
características de su alero, que según Bango Torviso es de tipo transitivo, lo
que nos lleva asimismo a una cronología avanzada–, indudablemente Santo Estevo
es una obra tardía, datable en torno a los primeros años del siglo XIII.
Cesar
En el término municipal de Caldas de Reis,
próximo al centro urbano y en dirección a Cuntis, se encuentra la parroquia de
Santo André de Cesar. Pertenece al arciprestazgo de Moraña y diócesis de
Santiago. La delimitan, por el Norte, las parroquias de Bemil y San Clemente
(Cal das de Reis), por el Sur, Santa María de Caldas, al Este, Arcos da Condesa
(Caldas de Reis) y Troáns (Cuntis), y al Oeste, nuevamente Bemil (Caldas de
Reis). En el curso del río Umia por las tierras de Santo André se conserva un
antiguo puente, probablemente de origen romano. La mayor elevación de la
parroquia es “O Porreiro”, en el que todavía se preservan vestigios de
primitivas construcciones castreñas, testimonio de la antigüedad de su
ocupación.
Respecto a la documentación histórica, apenas
se han conservado referencias relativas al período medieval acerca de la
parroquia e iglesia de Santo André. Solamente Sá Bravo recoge que en el
Privilegio Real concedido por Alfonso IX en abril de 1218, se mencionaba, entre
los Cotos pertenecientes a los arzobispos de Santiago, el de Arcos y el de
Cesar.
Iglesia de Santo André
La parroquial de Santo André se ubica en el
lugar de Reirís. Acceder a la iglesia resulta muy sencillo desde el centro
urbano de Caldas, tomando la N-640 dirección Cuntis, hasta encontrar una
indicación que conduce a la misma. Se sitúa aproximadamente a 2 km de la
capital municipal y a 21 de la provincial. El templo se emplaza en una llanura
situada a gran altura, lo que favorece notablemente su visualización. Próximo a
ésta se encuentra el cementerio parroquial, además de un “cruceiro” y la
casa rectoral.
La iglesia de Santo André presenta actualmente
planta de cruz latina, consecuencia de la disposición, a continuación de la
cabecera, de dos profundas capillas laterales con carácter de nave transversal.
Existe diversidad de opiniones sobre cómo sería la planta originaria de este
templo, ya que los diversos cambios arquitectónicos, síntoma de la ejecución de
proyectos sucesivos en la edificación, dificultan considerablemente su estudio.
De acuerdo con esto, de la primitiva fábrica románica sólo se conserva la
cabecera y parte de los lienzos murales de la nave principal.
Exteriormente, el ábside es la parte de Santo
André que mejor ha preservado su primitiva configuración. Aquél muestra una
organización y ornamentación considerable mente similar a la del ábside de San
Martiño de Sobrán (Vilagarcía de Arousa), lo cual puede ser indicativo de que
ambos templos son obra de un mismo taller. Se compone de un tramo semicircular
que se une a la nave a través de uno recto, en el que se disponen dos pilastras
acodilladas y dos pequeños contrafuertes, adjuntos estos últimos a los muros
que configuran el transepto. El hemiciclo se encuentra compartimentado en cinco
tramos median te cuatro columnas entregas. Éstas presentan fustes de tambores,
con capiteles ornamentados y basas áticas con garras en los ángulos,
dispuestas, a su vez, sobre elevados podios. En cuanto a los capiteles, de Sur
a Norte exhiben: el primero, dos estilizadas aves afrontadas que unen sus picos
y ciñen las garras al collarino; le sigue otro, en el que preside una figura
humana que cruza los brazos sobre el pecho, rodeada de decoración vegetal a
base de desarrolladas hojas picudas con pomas en el envés; mientras que, los
dos últimos, muestran una decoración vegetal, similar a la citada para el
anterior.
En los tres tramos centrales se desarrolla una
línea de imposta con decoración de billetes, que los divide en dos cuerpos,
abriéndose en el superior tres ventanas semicirculares de tipo completo. Éstas
ostentan chambrana de billetes y arquivolta doblada con aristas matadas en
baque tillas, que apean, tras salvar una sencilla línea de imposta, en un par
de columnas de fustes lisos monolíticos, con capiteles vegetales y basas
entregas. Los capiteles exhiben una frondosa decoración, mediante voluminosas
hojas picudas con pomas en el envés. Las basas, áticas, se asientan sobre un
pequeño plinto de perfil semicircular. Sobre la ventana central es interesante
señalar la disposición del escudo de los Montenegro, sostenido por la sirena de
los Mariño, circunstancia que manifiesta una evidente relación de patronazgo
por parte de este linaje con la iglesia de Santo André.
El tejaroz, perfectamente conservado, de
cobijas en chaflán recto, presenta una interesante colección de canecillos, en
donde, de Norte a Sur, se suceden los siguientes temas: una gran hoja picuda
rematada en poma; forma de voluta; uno muy erosionado que muestra un personaje
sentado con los brazos extendidos; un ave de largo cuello, con la cabeza
agachada entre sus garras; doble voluta; voluta acanalada; un hombre invertido
con la cabeza entre sus piernas exhibiendo el sexo; un cuadrúpedo mordiendo una
serpiente que se enrosca a su cuerpo; doble voluta; superposición de planos,
rematados en una forma avolutada; cabeza humana barbada y, por último, uno en
forma de voluta. Además de esto, el ábside conserva todavía sus primitivas
bancadas, visibles hoy gracias a la disposición de canales perimetrales.
En la fachada meridional se ha preservado parte
de unas antiguas bancadas, aunque es poco probable que pertenezcan a la fábrica
románica. Aquélla ostenta un vano cuadrangular y una puerta adintelada,
cobijada por un pequeño pórtico, todo de factura moderna. La capilla exhibe un
pequeño vano en cada uno de sus frentes, destacando el oriental, pues, en lugar
de mostrar una configuración cuadrangular, se abre en sencilla saetera.
La fachada septentrional muestra una
organización similar a la descrita para el meridional, a excepción de una
añadida dependencia cuadrangular, actualmente con función de sacristía.
En la fachada occidental nada queda ya de la
primitiva organización medieval, presentando en la actualidad una imponente
fachada neoclásica, acompañada en el costado septentrional de una poderosa
torre-campanario.
En el interior del templo, inevitablemente, el
ábside vuelve a acaparar nuestra atención, inicialmente por concentrar una
mayor riqueza arquitectónica y ornamental, pero también debido a su armoniosa
configuración. Según se indicaba en el análisis externo, se compone de dos
tramos, uno recto cubierto con bóveda de cañón, rematado en un segundo tramo
semicircular, que lo hace con bóveda de cascarón. Es interesante señalar que,
también interior mente, el ábside se encuentra compartimentado, así, al margen
de la citada división en tramos, subrayada aquí por la disposición de dos pares
de columnas, a media altura se extiende una línea de imposta con decoración de
billetes, que origina dos cuerpos, rematándose el superior por una nueva
moldura, en este caso lisa. El ábside se abre a la nave principal a través de
un gran arco triunfal semicircular y en arista viva, que tras salvar una
sencilla línea de imposta voltea sobre sendas columnas entregas de fustes de
tambores, con capiteles decorados y basas de perfil ático con garras en los
ángulos. En cuanto a los capiteles, el del lado de la epístola muestra dos
cuadrúpedos monstruosos afrontados, de evidente parecido a otros, también
ubicados en el presbiterio, de las iglesias de Santa María de Caldas y de San
Martiño de Sobrán (Vilagarcía de Arousa); su opuesto, sin embargo, ofrece una
decoración vegetal mediante cinco hojas de gran desarrollo, terminando las de
los extremos menores en forma de voluta, mientras que las tres frontales lo
hacen en esquemáticas cabezas seudozoomórficas.
Paralelo al arco triunfal se dispone en el
interior del ábside, diferenciando el tramo recto del semicircular, un arco
fajón de similares características que el anterior. Consecuentemente, voltea
sobre sendas columnas, con capiteles y basas entregas. Los fustes, monolíticos,
se fragmentan a media altura debido a la imposta de billetes, que, como se
indicaba, divide el ábside en dos cuerpos. En cuanto a los capiteles, el del
lado de la epístola, notablemente singular, presenta una desornamentada cesta,
que únicamente exhibe en la parte superior una forma serpenteante que se
enrosca a la moldura de remate; su opuesto, muy erosiona do, muestra decoración
vegetal a base de estilizadas hojas picudas. Las basas son áticas y de perfil
semicircular. La iluminación del hemiciclo, como ya se reseñaba, se realiza
mediante tres vanos de arco de medio punto. Éstos, en una perfecta simetría
compositiva, desenvuelven una sobria configuración, que contrasta con su
ornamentado desarrollo externo, abriéndose ahora como sencillas saeteras de
acusado derrame interno. Ladeando la ventana central, es importante señalar la
disposición de un epígrafe: “REX _ A”.
El transepto, según se indicaba, se configura a
partir de la anexión de dos capillas laterales de gran desarrollo, generándose
en su unión un crucero que al presente se cubre con bóveda de crucería. En el
arco que da paso a la capilla meridional existe la siguiente inscripción: SIENDO
/ RECTOR DN / NICOLAS / DELLAMAS / LASY CO A / SUIOOSTA/ TONIOLO / PEZ MEFT /
AÑO DE / 1725. Lo que nos confirma la fecha de realización de la capilla,
1725, patrocinador, el rector D. Nicolás Llamas y ejecutor, Antonio López.
En la nave, a la altura del crucero, sobresalen
única mente dos altísimas columnas, siendo la del muro meridional de mayor
antigüedad. Presentan fustes de tambores, con capiteles de cesta decorados con
hojas planas y basas áticas con garras. También es interesante mencionar una
pequeña estancia ubicada en el muro norte, próxima a la fachada occidental,
actualmente con función de baptisterio, que se abre a la nave mediante un arco
de medio punto de perfil acanalado. En su interior, además de una moderna pila
bautismal, se encuentran los fragmentos de un antiguo baldaquino de tradición
gótica, similar a otros conservados en las iglesias de San Breixo de Arcos
(Cuntis) o Santa María de Caldas.
Santo André –debido a los diversos cambios
tanto arquitectónicos como decorativos, producto de la existencia de diferentes
etapas constructivas, a veces de confusa identificación– es un templo de
difícil interpretación. Ante esta situación, han contribuido notablemente a su
estudio los trabajos de restauración llevados a cabo en el templo, y
fundamentalmente en el ábside, en los que aparecieron diferentes piezas,
ocultas hasta el momento, en parte debido a la disposición de un gran retablo
barroco. Entre los restos hallados se encontró: un altar de piedra de tradición
románica; columnas con capiteles prismáticos, que según Sá Bravo serían de
origen visigótico –testimonio, tal vez, de la existencia de una etapa
constructiva previa a la románica–; un tímpano sin ornamentación alguna;
fragmentos de fustes; una basa ática, etc. Muchos de éstos todavía se conservan
en las inmediaciones de la iglesia, concretamente bajo el pórtico de la fachada
meridional; de otros, sin embargo, se desconoce el paradero.
Previamente a la datación y valoración
estilística del templo, es oportuno exponer algunas de las hipótesis planteadas
acerca de la planimetría original de Santo André. Bango Torviso, sin
profundizar demasiado en este aspecto, menciona que de la fábrica románica sólo
queda el ábside semicircular, a partir de lo cual se deduce que la disposición
del transepto es consecuencia de una intervención posterior. Sá Bravo, por su
parte, considera que ésta en origen sería ya de cruz latina, pues, si se
analizan los cimientos y sillares inferiores, se intuye que las capillas que
hoy configuran el transepto habrían sido levantadas sobre la cimentación de los
brazos de un primitivo y antiguo crucero, probablemente visigótico. Ante estas
circunstancias, sería conveniente, para poder plantear una conclusión
definitiva, que se realizara una intervención arqueológica en las mentadas
capillas. En lo que a mí respecta, dada la notable falta de continuidad en la
organización de los muros que configuran el presbiterio y los del transepto,
considero que de la primitiva fábrica se conserva únicamente el ábside, el
testero de la nave y fragmentos de los muros laterales de esa misma, siendo el
transepto consecuencia de una actuación posterior.
Respecto a la cronología del templo, según
Bango Torviso, a tenor de las indudables similitudes con San Martiño de Sobrán
(Vilagarcía de Arousa), Santo André estaría muy próximo al último tercio del
siglo XII, habiéndose ejecutado este último poco después que el anterior. Este
mismo autor plantea, además, que ambos templos corresponderían a las mismas
manos, dadas las coincidencias constructivas y decorativas de sus ábsides. Por
otra parte, como ya se señalaba, el capitel del presbiterio con decoración zoomórfica,
muestra un evidente parecido con otro de la iglesia de Santa María de Caldas.
Teniendo esto en cuenta, y de acuerdo con las características estilísticas del
alero y canecillos, tal como plantea Bango Torviso, cabría datarlo en un
avanzado siglo XII.
Románico en la Comarca da Paradanta,
Pontevedra
A Paradanta es la comarca
de Pontevedra situada en el extremo sureste de la provincia, y limita
con Orense y Portugal.
En esta comarca no existe un románico tan
abundante como en otras comarcas pontevedresas próximas (O Condado, Baixo Miño
y Vigo), pero aún así es interesante recorrer sus parroquias en busca de sus
restos románico.
Trataremos aquí las iglesias de San Pedro,
en Crecente, San Juan de Albeos, perteneciente al concello de
Crecente y el monasterio de la Virgen de A Franqueira, en el concello de A
Cañiza.
Crecente
Parroquia del municipio del mismo nombre
ubicada a 240 m de altura en el extremo meridional del término municipal, entre
las suaves colinas que configuran la margen pontevedresa del fronterizo río
Miño.
El origen del topónimo podría derivar del
genitivo Crescentius en opinión de Joseph Piel, encuadrándose entre los
topónimos gallegos de origen latino-cristiano. Otros elementos que denotan la
impronta de la romanización en esta parte de la provincia son los diferentes
hallazgos de monedas, de época de Augusto y Tiberio, en un cerro de las
inmediaciones de la iglesia parroquial.
Escasas son las referencias relativas a
Crecente durante la Edad Media, entre ellas la de mayor antigüedad aparece
contenida en una bula de 1186, Crescenten cum cauto et pertinentiis suis,
citada por Alfonso Vázquez, que adelanta en prácticamente 70 años la única
mención, contenida en los milagros de San Pedro Telmo de 1258, tradicionalmente
recogida por la bibliografía.
Iglesia de San Pedro
El templo se encuentra en el lugar de Castro,
en la parte inferior de la ladera que ocupa el núcleo urbano en el que reside
la capital municipal.
El enigmático origen histórico del edificio
estaría vinculado, según autores como Enrique Flórez, Francisco Ávila, Samuel
Eiján, Alfonso Vázquez o Eliseo Alonso, a la desaparición de la antigua iglesia
y monasterio que, supuestamente, los Templarios tuvieron hasta 1312 en Crecente
y con cuyas rentas se erigió la iglesia dedicada a San Pedro, dato que en
ningún caso ha sido contrastado con referencia documental alguna y que los
restos materiales no pueden refrendar. En lo que no se ponen de acuerdo Enrique
Flórez y Eliseo Alonso es en la ubicación de las primitivas edificaciones,
puesto que para el primero la iglesia de Santa María, que habría pertenecido a
la extinta orden de los Templarios y que se encontraba en estado de ruina a
finales del siglo XVIII, estaría en la parte sur de la de San Pedro, mientras
que para el segundo esta última se levantó en el solar de la anterior, que
habría sido construida con piedra de una antigua torre del siglo XI situada en
la cuenca del río Miño.
La construcción, reedificada en algún momento
indeterminado de la Edad Moderna, mantiene los aleros, una portada de la nave y
el ábside románico.
Adiciones posteriores son la sacristía del muro
sur del ábside, realizada en 1541, el campanario y un par de capillas
laterales, llevadas a cabo durante el siglo XX, que definen la actual planta de
cruz latina. Así pues, este edificio respondía en su plantea miento inicial a
la clásica tipología de iglesia de nave única y ábside rectangular, con
cubierta de madera la primera y bóveda de cañón apuntado el segundo.
En la larga nave destacan los aleros de cobija
en gola que cargan sobre una numerosa y variada colección de canecillos. En el
primer tramo del paramento sur, desde la fachada occidental hasta la capilla
lateral del crucero, encontramos quince canes de proa, uno de planos
superpuestos, uno de tête coupée y otro de cabeza de carnero. En el
segundo tramo, desde la capilla hasta el ábside, tan sólo se repite el de proa,
los otros tres muestran combinaciones de un cilindro, planos superpuestos y una
placa en sentido vertical que puede ser lisa, con incisión central o con dos
baquetones. Entre los veintiséis modillones del lienzo septentrional destacan,
respecto a los tipos ya vistos, las nuevas variaciones de cilindro y proa,
cilindro sobre planos superpuestos, cilindro sobre dos junquillos y la cabeza
de équido o cánido del primero desde la fachada occidental.
La portada meridional de la nave presenta arco
ligeramente apuntado en arista y tímpano fuertemente erosionado y rebajado en
la parte inferior, en cuyo centro, bajo un arco también apuntado, podemos
apreciar una figura con un báculo en su mano izquierda que representa
posiblemente un obispo. Figuración que tiene íntima relación con la
representación iconográfica del ritual y ceremonia de consagración del templo.
Los aleros de los paramentos laterales del
ábside cargan sobre dos columnas entregas de basa de perfil ático y capiteles
de decoración vegetal, con dos órdenes de hojas planas, el meridional, y
combinación de abastonadas y caulículo con poma en el envés, el septentrional,
y los canecillos que repiten los esquemas ya vistos en la nave.
En el exterior del muro oriental del ábside se
abre una ventana de arco apuntado en arista con chambrana en nacela lisa,
ábacos del mismo tipo, que se impostan por el muro, y un par de columnas
monolíticas acodilladas, de basa de tipo ático y capiteles entregos figurados.
El capitel del lado norte muestra a un hombre en cuclillas que se lleva las
manos a las rodillas, mientras que el del sur muestra un ave que sujeta con su
pata izquierda la cabeza del reptil que está picando.
El arco triunfal del ábside es apuntado, como
el fajón del interior, y doblado en arista viva. Ambos apean en columnas
entregas con capiteles de decoración vegetal, y basas de tipo ático con garras
que se erigen sobre un rebanco. El ábaco, formado por listel, nacela y bocel,
se imposta por los paramentos interiores del ábside y por el frontero oriental
de la nave. Los capiteles del fajón responden al esquema de hojas secas en las
esquinas y picudas muy planas, pegadas al bloque, mientras el capitel del lado
del evangelio del arco triunfal es de hojas recortadas y rehundidas, de nervio
central marcado, rematando en bolas las de las esquinas, con hojas muy planas
ceñidas al bloque, y el opuesto del lado de la epístola se ajusta al esquema de
entrelazo simple, de tallos anillados, del que parten hojas secas retorcidas.
Todos ellos, junto con el florón que decora la clave de la dobladura interna
del arco triunfal, responden a patrones de la arquitectura cisterciense. La
ventana del testero es de arco apuntado en arista viva, ábaco en caveto y
columnas acodilladas, aunque las actuales no sean las originales.
En el paramento meridional del interior del
ábside, en el tramo comprendido entre las dos columnas, permanece el arcosolio
del interesante sepulcro gótico de doña Inés Annes de Castro, cuya yacija se
encuentra en el Museo de Pontevedra. Pieza que estilísticamente deriva del arte
ourensano de hacia 1300.
Los restos conservados, principalmente los
aleros y los capiteles del interior del ábside, nos permiten fechar el edificio
como obra del segundo tercio del siglo XIII, si atendemos a la geometrización
de los canes típica de un alero transitivo de finales del primer cuarto del
siglo XIII, siguiendo la clasificación de Isidro Bango, y a la fuerte
vinculación estilística de los capiteles con modelos de la cabecera de la
iglesia del cercano monasterio cisterciense de Melón, que José Carlos Valle ha
datado entre 1190 y 1230. Si bien la pieza que en mayor medida demuestra la
dependencia estilística de este edificio respecto al monasterio anteriormente
citado y la posible presencia en Crecente de un taller que hubiese colaborado
en su construcción o conociese su repertorio de primera mano es el florón de la
clave del arco triunfal, inequívoca copia de la clave de la bóveda de crucería
cuatripartita del brazo norte del crucero de Melón, realizada a mediados del
siglo XIII.
Albeos
Lugar y parroquia del municipio de Crecente
situado en el área fronteriza conocida como a Raia, entre las fortalezas de
Fornelos y Melgaço (Portugal).
Todas las referencias documentales medievales
sobre Elvenis, Elvenos o Alveus, nombres con los que se la menciona, se centran
en el antiguo monasterio de San Salvador, fundado probablemente en el siglo X y
situado a 300 m de la iglesia parroquial, ladera abajo.
Iglesia de San Xoán
El edificio se encuentra a media altura de una
de las laderas que desde la sierra de A Paradanta descienden hacia el cauce del
río Miño, definiendo el fértil paisaje de las tierras de O Condado.
En 1585 el visitador del obispo de Tui, el
Licenciado Sáenz Masalena, nos informa de que en el monasterio de San Salvador
no había ni imagen del Santísimo ni pila bautismal porque la parroquia estaba
en San Xoán. Este dato nos permite apreciar la clara e histórica división de
funciones existente entre los dos templos, el monástico y el parroquial, así
como su posible origen histórico, también medieval, vinculado a la creación del
primero.
Del templo románico conservamos parte de los
aleros y la portada de la fachada occidental de una nave rectangular que
probablemente, en origen, estaría unida a un ábside también rectangular,
sustituido por el actual del siglo XVI, lo que la integraría dentro de una de
las tipologías planimétricas de mayor arraigo en nuestra tradición
arquitectónica medieval, prerrománica y románica.
Los aleros están formados por una cobija con
chaflán decorado con una cadeneta de rombos, que apoya sobre seis canecillos en
el lado norte y cinco en el sur. Los del lado norte están separados por un
añadido moderno en la parte occidental que permite el acceso al campanario.
El primero, desde la parte occidental, está
aislado y es de proa sobre planos superpuestos. Los otros cinco están en la
parte oriental, después del añadido moderno. Todos ellos son similares al
primero, a excepción del segundo de este tramo que presenta a un hombre vestido
con una túnica y sentado sobre una especie de cubo o barreño, lo que podría
indicar que está defecando. Iconografía que entraría dentro del ámbito de lo
escatológico y marginal, representado habitualmente en el exterior de los
templos románicos.
Este segundo tramo del muro norte también
conserva los restos de una portada tapiada y englobada, su mitad derecha, en el
añadido moderno. Está formada por un arco de medio punto de grandes dovelas y
un tímpano decorado con una gran palmeta o flor de lis, similar a las del
tímpano de la portada occidental.
Los cinco canes del lado sur se concentran en
el primer tramo del muro contiguo a la fachada occidental. El primero y el
tercero efigian la cabeza de un cánido y de un hombre, el segundo y el quinto
son de proa, y el cuarto presenta proa sobre planos superpuestos.
Una construcción posterior en el muro
norte de la iglesia, dejo de este modo esta portada, ahora tapiada, en la que
se muestra una flor de lis en su tímpano.
La portada de la fachada occidental posee dos
arquivoltas de arco de medio punto, cuyo perfil es de listón y media caña en la
parte frontal y arista baquetonada. A la arquivolta externa le sustituyeron las
siete dovelas centra les. Ambas apean sobre dos pares de columnas acodilladas,
de fuste liso, con capiteles y basas entregas. Los capiteles del lado
izquierdo, iguales que los del derecho pero en orden invertido, presentan dos
filas de hojas puntiagudas de nervio central con pomas en el envés, en el caso del
exterior. Los ábacos en caveto se prologan por la fachada, repicada en el siglo
XX, y por las jambas de sillares que sostienen el tímpano. Las basas, sumamente
erosionadas, son troncocónicas invertidas, con un fino toro en la parte
superior.
El tímpano, con una cenefa de perlado, centra
su decoración en una cruz bilobulada acompañada por cuatro florones en la parte
superior y cuatro palmetas o lises en la inferior. La combinación de todos
estos elementos indica, en palabras de Rocío Sánchez, que los artistas tudenses
que elaboraron éste y otros tímpanos, como el de San Salvador de Louredo o
Santa María de Castrelos, durante las primeras décadas del siglo XIII, contaban
con un repertorio que incluía modelos de sarcófagos antiguos de “cruz invicta”,
que desarrollarán hasta la creación de diseños similares a los del tema de la
cruz triunfante en un cielo de estrellas fijas de los mosaicos paleocristianos.
La datación del tímpano coincide plenamente con
la de los aleros de tipo transitivo, según clasificación de Isidro Bango,
existentes en la nave. Así pues, ambos elementos hacen referencia a un templo
que podríamos datar como obra del primer tercio del siglo XIII.
Concello de A Cañiza
Monasterio de Nuestra Señora de la
Franqueira.
El antiguo monasterio de Santa María de A
Franqueira (Municipio de A Cañiza) se encuentra situado en las tierras altas
del sureste de la provincia de Pontevedra, en el corazón de los Montes de A
Paradanta. Llegar hasta él es hoy muy fácil. No lo era tanto hace sólo tres o
cuatro décadas. Este aislamiento físico, unido a lo muy agreste de su
emplazamiento, explica a la perfección el escaso protagonismo, evidente
asimismo en lo monumental, que poseyó la Casa a lo largo de su historia.
Frente a ello, debe significarse que en su seno
recibe acomodo una Virgen que nuclea una de las devociones más grandiosas del
sur de Galicia e incluso del norte de Portugal. A comentar lo esencial de la
evolución histórico-artística del cenobio y a ponderar esta eclosión cultural
está dedicada esta sección. De su lectura pausada se derivarán también pistas
muy sugestivas para valorar convenientemente tanto el lugar que le corresponde
a A Franqueira en el contexto del monacato cisterciense de Galicia, particularmente
brillante en los siglos centrales de la Edad Media, como el que hay que
asignarle a la iglesia, único testimonio de entidad llegado hasta hoy del
complejo constructivo comunitario, en el panorama monumental de su tiempo, el
siglo XIV, marcado por el auge de las empresas vinculadas a las colectividades
de filiación mendicante y el declive de las inspiradas por agrupaciones de
progenie monástica, hecho que confiere a los vestigios que contemplamos,
humildes en apariencia, una dimensión ciertamente insospechada.
Nada o muy poco sabemos del nacimiento, pasos
iniciales e incluso primeros siglos de vida del monasterio de Santa María de A
Franqueira, sumidos, como acontece en tantos otros casos, en el confuso campo
de las leyendas, fundidas, en el que nos ocupa, con el arranque del culto a la
Virgen titular. Dejándolas de lado, hecho que implica a la vez olvidarse de los
intentos de remontar los orígenes de la vida monástica en este lugar a tiempos
anteriores o inmediatamente posteriores a los de la invasión musulmana, el
primer testimonio relativamente seguro de la existencia del cenobio procede del
9 de junio de 1063, día en el que, según referencia del padre Jerónimo Ávalos
transmitida por Hipólito de Sa, Fernando I hace una donación a su abad Alvito y
a los monjes que le acompañaban, especificando que la casa la habían fundado “viri
boni in Sancata vita degentes” y otros, “post multa”, la habían
restaurado. El mismo padre Ávalos, monje de San Martín Pinario, en Santiago de
Compostela, invocado de nuevo por Hipólito de Sa, da cuenta de otro documento,
el segundo por orden cronológico, relacionado con A Franqueira. Se trata ahora
de un privilegio expedido a su favor en el mes de junio de 1144 por Alfonso
VII. En él, junto a la confirmación de los derechos y propiedades que el
monasterio tenía y a la concesión de todo lo que al rey le pertenecía en los
lugares que se mencionan, se especifica taxativamente que la comunidad,
comandada por el abad Odoario, vivía “sub regula ste, benedicti”.
Ninguno de estos dos documentos se conservaba
en el monasterio a mediados del siglo XVII ni se tenía noticia de su
existencia, pues no lo menciona Fray Nicolás de Robles, autor, alrededor de
1656, año de su terminación (las adiciones posteriores no afectan a lo que aquí
se comenta), del Tumbo hoy conservado en el Archivo Histórico Nacional de
Madrid. A pesar de esto y también de la ausencia de ambos instrumentos en las
colecciones diplomáticas de los dos monarcas citados, Fernando I y Alfonso VII,
lo que se deduce de su contenido revela una secuencia que en nada se diferencia
de la que podemos encontrar en otras muchas Casas monásticas: una comunidad
surgida a partir de precedentes, verosímilmente eremíticos, que en un momento
determinado de su evolución decide organizarse conforme a las prescripciones
establecidas en la Regula Benedicti, referente imprescindible de la mayor
parte de las colectividades monásticas que por entonces existían.
El paso siguiente en la vida de esta comunidad,
de la que prácticamente no sabemos nada, será, tal como sucedió en diferentes
cenobios gallegos y también de otras latitudes más o menos próximas, su
incorporación a la Orden del Cister. Suele fecharse esse hecho en el año 1293,
pero no existe ningún documento que ratifique su validez para fijar tan
decisivo su evento en la vida de la Casa. Su proximidad relativa a la data,
1343, que figura en el epígrafe que exhibe el dintel del tímpano que preside la
fachada principal de la iglesia, fundamental para la cronología de toda ella,
que se habría comenzado antes y con toda probabilidad, según es usual dentro de
la Orden del Cister, tras el cambio de observancia, la hace muy verosímil,
aunque no sea segura, permitiendo pensar que la adscripción, si no se produjo
exactamente en el mentado de 1293 (una deficiente lectura del epígrafe y una
incorrecta interpretación de su exacta finalidad, como se ha comentado en
alguna ocasión, parecen estar en el origen de la invocación precisa de este año
para situar el acontecimiento que estamos valorando), sí debió acaecer en un
momento próximo a él y sin duda por afiliación, ya que, más allá de la escasez
de noticias sobre el cenobio en los tiempos que la precedieron, nada hace suponer
que la vida monástica desapareciera antes de ese tránsito por completo del
lugar de A Franqueira.
Nada sabemos tampoco sobre el proceso mismo de
afiliación de la comunidad franqueirense a la Orden del Cister, ignorándose
también algo tan esencial a ese respecto como la manera de llevarse a cabo la
afiliación, es decir, si se produjo de un modo directo, con intervención de una
de las grandes abadías madres borgoñonas, que en este caso, dada la ubicación
de A Franqueira, habría sido con toda seguridad Clairvaux, la gran dominadora
del panorama cisterciense en Galicia, o de un modo indirecto, mediante la actuación
de una Casa ya afincada en el territorio gallego. La poca entidad que como
núcleo comunitario siempre tuvo A Franqueira hace más probable, sin que
contemos con documentación que la avale, la segunda opción comentada, siendo su
cercanía a Santa María de Melón (Municipio del mismo nombre, provincia de
Ourense), a falta de otros datos, el argumento que sirve de apoyo a quienes
vienen afirmando que ésa fue su Casa madre, dependencia orgánica que
incorporaría a Santa María de A Franqueira a la filiación del monasterio
borgoñón que fundó Melón poco después de 1150, esto es, Clairvaux, la abadía
nacida en 1115 de la mano de San Bernardo.
La incorporación de A Franqueira a la Orden del Cister, al margen ya de los
interrogantes que plantea el proceso, tiene un enorme interés histórico. Con
ella, en efecto, se daba fin a varias décadas de ausencia, sin presencia activa
del organismo en Galicia, donde en tiempos anteriores, tras la fundación en
1142 de Santa María de Sobrado (A Coruña), había actuado con particular éxito e
intensidad (de Clairvaux dependieron en el noroeste peninsular, de un modo u
otro y entre 1142 y 1225, un total de 13 cenobios importantes), debiendo
significarse también que, de hecho fue el de A Franqueira el último monasterio
que se integró en la Orden en nuestro territorio durante la Edad Media. Los que
a ella se adscribieron en la segunda mitad del siglo XV lo hicieron no
libremente, como suponemos que sucedió en el caso que nos ocupa, sino forzados
desde fuera y como consecuencia de su difícil estado interno.
Situadas en sus justos términos o, si se prefiere, matizadas las dudas que
suscitan tanto el momento exacto en el que se produjo como la modalidad precisa
de incorporación de A Franqueira a la Orden del Cister, el siglo XIV será ya el
de su plena consolidación y asentamiento definitivo. Son prueba inequívoca de
ello, por un lado, la construcción del complejo monástico (la iglesia, único
vestigio medieval hoy conservado, debió concluirse en lo esencial, como se
verá, alrededor de 1343), y, por otro, las donaciones que recibe, no muchas ni,
en general, de gran empaque, aunque sí muy significativas. Buena parte de ellas
tendría su origen en la difusión del culto a la Virgen titular de la abadía,
una expansión devocional de la que es muestra elocuente el testamento otorgado
el 19 de diciembre de 1361, en Rivadavia (Ourense), por Johán Gomes, escudero,
quien manda “yr en romaria por min huun home ou moller con oferta e con
candea a Santa María da Franqueira, tamaña candea como eu de meu estado”.
No bastaron dádivas como ésta ni otras
posteriores, alguna tan importante como la recibida en fechas imprecisas,
avanzado ya el mismo siglo XIV, de don Payo Sorreda de Sotomayor (incluía,
entre otros, el coto de A Franqueira), o la incorporación a su patrimonio en
1481, con todas sus propiedades, del recientemente extinguido monasterio de
Casteláns (Municipio de O Covelo, Pontevedra) para que Santa María de A
Franqueira conservase la categoría abacial al ingresar en la Congregación de
Castilla, acontecimiento que se produjo el 16 de agosto de 1521 mediante bula
otorgada por el Papa León X, uniéndose a nuestra Casa, tras la dimisión como
abad comendatario de Ildefonso de Pisa, familiar del Pontífice, al Colegio que
la Congregación tenía en Salamanca.
Con posterioridad,
concretamente en el año 1572 y por iniciativa ante el Capítulo General de la
Congregación del Conde de Salvatierra, se intentó que el monasterio de A
Franqueira recuperara su rango abacial. Esta pretensión, sin embargo, no llegó
a consolidarse por no disponer el mentado personaje de los medios económicos
necesarios para hacer frente a las exigencias que esa condición conllevaba.
Durante prácticamente toda la Edad Moderna, pues, A Franqueira tendrá la
categoría de priorato o, mejor aún, de presidencia, nombre con el que en la
referida Congregación eran conocidas parte de este tipo de Casas de menor
entidad.
Poblado por pocos
monjes, con rentas bajas y con una vida cotidiana escasamente destacada,
premisas que pueden aplicarse con idéntico fundamento a lo esencial de su
trayectoria como núcleo monástico, llegará el cenobio de Santa María de A
Franqueira hasta 1835, año en el que, como consecuencia de las leyes
desamortizadoras auspiciadas por Mendizábal, los religiosos lo abandonan,
pasando ulteriormente la iglesia a servir como parroquial, misión que sigue
cumpliendo ejemplarmente todavía en la actualidad.
Iglesia
Del conjunto de construcciones que en el pasado
compusieron el complejo monástico de Santa María de A Franqueira sólo queda en
pie hoy el templo abacial. Nada resta, en cambio, de las otras dependencias
comunitarias. Poco espectaculares, sin duda, desde un principio (la escasa
entidad del cenobio y las particularidades que ofrece la iglesia así lo
sugieren), no debieron experimentar grandes transformaciones en tiempos
postmedievales a juzgar por las circunstancias en las que se desenvolvió la
vida del monasterio durante los años, más de trescientos, de su pertenencia a
la congregación de Castilla. Lo poco que de esas estancias restaba hace algunas
décadas fue utilizado para construir la actual casa rectoral y un albergue para
acogida de los peregrinos que, multitudinariamente, se dan cita en el Santuario
los días de romería.
Exterior de la
iglesia
La otrora iglesia
abacial de A Franqueira ofrece hoy un esquema con cabecera hipertrofiada, más
ancha, globalmente considerada, que la nave, que nada tiene que ver con su
diseño inicial. Ampliaciones y reformas tanto de época barroca como del siglo
XX explican la conformación que exhibe actualmente la parcela del naciente. En
origen, sin embargo, la planta de la iglesia era muy simple. Constaba de una
sola nave rectangular, amplia, dividida en cuatro tramos, y una capilla,
también única y rectangular, seguramente en tres tramos (hoy persisten sólo
dos), dispuesta en la cabecera, un modelo, pues, sin pretensiones, idéntico en
lo sustancial al que testimonian numerosas empresas gallegas desde tiempos
prerrománicos. No sucede lo mismo cuando se analizan con detalle sus diversos
elementos.
En el conjunto de la cabecera, destacable por su vistoso juego de volúmenes,
poco y en todo caso sin interés es lo que hoy puede significarse de tiempo
medievales. Muy distinta se presenta la situación al enfrentarse con el bloque
de la nave, cubierta por un sencillo tejado a dos aguas, perfectamente
apreciable ahora en su totalidad por haber desaparecido por completo las
estancias comunitarias que en otras épocas se le adosaban a su costado
meridional.
Lado norte
El muro norte de la
nave está dividido en cuatro tramos por medio de tres contrafuertes,
prismáticos y escalonados, que llegan hasta la cornisa. Ésta, conformada por
cobijas de nacela sin ornato, se apoya en canecillos geométricos compuestos por
cuartos de bocel superpuestos y un filete superior, unos y otros lisos.
En los tramos primeros y tercero, contando siempre, como en el anterior, desde
el lado este, se abren ventanas, la inicial descentrada. Idénticas en su
organización, repiten en todo (composición general y detalles estructurales y
decorativos) las características ya señaladas al comentar su cara interna.
Ocupa parte del tramo occidental, al menos desde las primeras décadas del siglo
XVIII, etapa en la que se levantan sus dos cuerpos bajos (los otros son muy
probablemente del último tercio del siglo XIX), una vistosa torre a la que se
accede desde fuera por medio de escaleras simples.
En el segundo tramo de
la nave, protegida por un arco ligeramente rebajado que ata los contrafuertes y
que, limitado en su parte superior por una imposta de nacela lisa, configura en
realidad, un sencillo pórtico (su valor referencial se refuerza por la presencia
en los arranques de su intradós de dos figuras que, vistas sus actitudes y a
pesar de su erosión, deben ser la Virgen y el Arcángel Gabriel), se abre una
puerta muy simple, con arco apuntado compuesto por grandes dovelas de artista
tallada en baquetón sin ornato que se prolonga por las jamabas sin solución de
continuidad.
Lado sur
Está dividido también
en cuatro tramos por medio de contrafuertes, apreciándose ahora perfectamente
el emplazado en la esquina de poniente. Repiten todos el modelo conocido,
supeditándose también al esquema descrito tanto su remate como la manera de
sostener las cobijas. En el segundo tramo se halla una puerta moderna (en la
cartela de su clave figura el año 1955), sucesora, sin duda, de la que en un
principio comunicaba la iglesia con las otras dependencias colectivas. Una
ventana, remodelada, se abre encima de la puerta, disponiéndose otra,
restaurada en parte, en el tramo final. Nada ofrece de innovador con respecto a
lo ya conocido.
Completa la
organización del flanco meridional de la iglesia, emplazada justamente delante
de la puerta últimamente mencionada, una plataforma o palco que, si bien no
tiene ningún protagonismo estructural, sí posee una extraordinaria importancia
desde el punto de vista cultual: se utiliza para mostrar a los fieles a la
Virgen de A Franqueira en el marco de las actividades festivo-religiosas que se
llevan a cabo durante los días de mayor solemnidad.
Fachada
occidental
Es la principal y
nuclea la atención exterior de todo el edificio. Está construida, al igual que
el resto del templo, con aparejo de sillería granítica, en general bien
escuadrada y asentada. Dos contrafuertes prismáticos de escaso resalte y con
remate escalonado, el del norte alterado por la erección de la torre, ya
citada, la flanquean.
Centra la parte baja de la fachada una espléndida portada. De marcada
profundidad y muy cuidad tanto en lo formal como en lo decorativo, la componen
cuatro arquivoltas semicirculares y una chambrana de idéntica configuración.
La arquivolta menor,
cuya clave ocupa un dosel, decora su rosca con rosetas de ocho pétalos y botón
central, ocupando la arista ocho ángeles, cuatro por lado, instalados en el
sentido de la curvatura del arco. Prácticamente idénticos en su disposición, presentan
actitudes y, en su caso, exhiben objetos diferentes; un libro, abierto o
cerrado, una filacteria o un incensario. La segunda arquivolta talla su arista
en plástico baquetón liso, apareciendo en rosca e intradós sendas medias cañas
sin ornato. La tercera arquivolta se diferencia de la anterior por la inserción
en la superficie cóncava de la rosca de una sucesión de bolas. La cuarta
arquivolta, la mayor, ofrece en su arista puntas de diamante de ocho pétalos,
figurando en intradós y rosca motivos vegetales. La chambrana, finalmente, se
exorna con una sucesión de pequeños arcos trebolados recortados.
Las cuatro arquivoltas
voltean sobre columnas acodilladas, perfilándose las aristas de los codillos
con un grueso y plástico baquetón sin decoración. Las columnas se alzan sobre
plintos cúbicos (en origen decorados con castillos y leones, en buena medida
desaparecidos ya a causa de la erosión). Sus basas son áticas y los fustes,
monolíticos, poligonales unos, cilíndricos otros, exhiben modelos o
configuraciones diversas (lisos, con estrías helicoidales o con motivos
decorativos: bolas, castillos, un trenzado, conchas de vieira). Los capiteles,
con desbastado troncopiramidal, tienen un enorme interés. Todos son figurados,
ofreciendo unas representaciones humanas, con o sin animales, otros éstos
solos, incidiendo el conjunto, presidido por una Anunciación situada en los dos
capiteles externos de la jamba norte, en la contraposición del Bien y del Mal.
El ábaco de los capiteles está recorrido por un motivo, un fino baquetón liso
enmarcado por surcos, idéntico al que vemos en la parte superior de los
cimacios, exhibiendo la inferior una alta nacela sin ornato. Se prolongan estos
cimacios en imposta por el frente del muro, enlazando a uno y otro lado con el
cimacio de dos curiosos soportes que, dominados por grandes capiteles decorados
con hojas lisas marcadas sólo en su parte alta, flanquean la portada. Sin otra
misión hoy, al menos en apariencia, que la puramente ornamental, en su
conformación actual son producto de intervenciones de época diversas. En ellos
se apoyan, a modo de esfinges protectores del templo, dos extrañas y compactas
figuras humanas, exhibiendo la septentrional de un reloj de sol.
Preside la portada un interesante tímpano, monolítico en origen, compuesto hoy,
a causa de una fractura, por dos piezas unidas. Está nucleado por una Virgen
sedente, frontal y solemne, que sostiene sobre su pierna izquierda, ya ladeado,
al Niño. Encima de la Virgen, reforzando su protagonismo, se dispone un dosel
en forma de castillo, situándose a un lado los Reyes Magos, con Melchor
arrodillado, los tres con sus presentes en las manos, y, al otro, un personaje
arrodillado y suplicante, sin duda el donante, y, tras él, sentado y con un
bastón en forma de tau, San José. Sobre estos dos grupos de figuras que
custodian o flanquean a la Virgen se hallan dos ángeles turiferarios,
completando la decoración del tímpano dos escudos de armas (su enorme desgaste
hace imposible la identificación de sus componentes) dotados de tiracol.
Corresponden, con su seguridad al donante, quien con su inserción haría
ostentación de su patrocinio.
El tímpano apoyado en
las jambas mediante mochetas, muestra en su cara inferior, además de un tallo
ondulante del que surgen, alternadamente, hojas muy estilizadas, una larga y
muy útil inscripción, en parte mutilada, si bien, a juzgar por la información
que de ella nos transmite Francisco de Ávila y La Cueva, quien escribe hacia
los años de la exclaustración (ca. 1835 o algo después), nada esencial de su
texto se perdió. Desarrollando sus abreviaciones, dice lo siguiente:
Era MCCCLXXXI. Frei Gonzalo Primo he que començou e acabou.
Lamentablemente, la pérdida de la documentación del monasterio nos impide decir
algo más sobre este Frei Gonzalo, obviamente el abad que mandó labrar el
tímpano y la portada y seguramente también el impulsor de la construcción, como
se dirá, de gran parte del templo. Él, en consonancia con esta lectura, es
quien, arrodillado y vestido, en efecto, como un monje, pues lleva cogulla, se
representa implorante ante la Virgen y el Niño, culminando en su actitud o,
mejor, en la escena en la que él se introduce, el mensaje que se desprende del
programa iconográfico desplegado en la portada, estructurado, como ya vimos, a
partir de la dicotomía entre el Bien y el Mal que se relata en los capiteles,
dominados por la presencia de la Anunciación, promesa sabida de Redención,
explicitada en el grupo central del tímpano y realzada aún más por las figuras
angélicas que se distribuyen en él y en una de las arquivoltas, la menor.
A Frei Gonzalo, pues, pertenecerían los dos escudos de armas reseñados. Su
inserción en un lugar tan destacado y visible y, sobre todo, con unas
dimensiones tan notables, confiere al tímpano una posición de excepción en la
secuencia de los tímpanos presididos por una Epifanía, un conjunto, vinculado a
la actividad de talleres escultóricos derivados o nacidos del surgido alrededor
del año 1300 en la Claustra Nova de la Catedral de Ourense, que, tal como
señaló S. Moralejo, parece tener en el compostelano de San Félix de Solovio,
datado en 1316 y firmado por F. Paris, su punto de partida.
Para terminar la
descripción de la iglesia sólo resta por decir que en la parte alta de la
fachada se halla un rosetón, hoy sin tracería, y que hasta hace tres o cuatro
décadas la portada estaba protegida por un humilde pórtico de cronología
imprecisa. Recuerda su existencia la huella sobre el paramento mural del tejado
a dos aguas que lo cubría.
Interior de la iglesia
Resulta llamativa, en
una primera aproximación, la desenvoltura, esto es, la anchura y la altura de
la nave, distribuida en cuatro tramos, y de apariencia poco espectacular. Los
muros norte y sur se levantan sobre un banco de fábrica. Una puerta y dos ventanas
perforan el primero. Aquélla, emplazada en el segundo tramo, se cierra con un
arco de medio punto liso montado directamente sobre las jambas. Las ventanas se
abren en los tramos impares. Exhiben idéntica organización. Constan de una sola
arquivolta semicircular, con rosca y sin ornato, perfilando su arista una
sencilla moldura cóncava lista. Voltea este arco, mediante imposta de nacela
también sin decoración, en columnas acodilladas, con basas muy simples y fustes
monolíticos lisos. Los capiteles, entregos, son de canon muy esbelto y poseen
desbastado troncopiramidal. Muestran cuerpos desnudos rematados en bolas o
cabecitas, motivos vegetales o animales con cabeza humana común emplazada en el
ángulo exento de la pieza. Todos adornan su ábaco con incisiones horizontales,
una en unos casos, dos en otros.
Una puerta y dos ventanas se practican también en el muro sur de la nave, la
primera en el mismo lugar que la opuesta, las otras en los tramos dos y cuatro,
es decir, en emplazamientos distintos de los fronteros. La puerta, por la que
se accedía en otros tiempos a las dependencias monásticas, no pertenece en su
conformación actual a la estructura inicial del templo. Es producto de una
reforma posterior, como le acontece a la ventana que está sobre ella. Sí es de
época la otra, idéntica en su configuración a las situadas en el costado
contrario. Merece mención detallada uno de sus capiteles, el occidental,
decorado con dos parejas de aves, una en cada cara.
La superior, de mayor
tamaño, está picando la cabeza del inferior, sobre la que se apoya,
disponiéndose entre las atacantes, en la esquina del capitel, una cabeza
humana.
Una techumbre de madera
a dos aguas cubre la nave. Se apoya en tres arcos diafragma apuntados. Su
dobladura, de escaso saliente, mata sus aristas con molduras cóncavas lisas; el
arco inferior, de sección prismática, las perfila, por su parte, en chaflán,
también sin ornato, aditamento que, en forma de vistosos, complejos y muy
cuidados signos lapidarios (un cáliz, una estrella, diversas combinaciones
geométricas, etc.) sí encontramos en el intradós de algunas dovelas el arco más
occidental.
Voltean los arcos diafragma, mediante impostas de nacela desnudas, en ménsulas
escalonadas compuestas por una sucesión de prismas y semicilindros o cilindros,
listos siempre los últimos, que se sitúan abajo, adornados con rosetas muy
geometrizadas, inscritas en círculos, los frentes y partes de los laterales de
los primeros, emplazados arriba.
El ábside, único y de
planta rectangular, está dividido hoy en dos tramos (determinados indicios
sugieren que poseyó tres en su arranque) cubiertos por bóveda de cañón agudo.
Se accede a él desde la nave por medio de un arco triunfal apuntado y doblado.
El arco mayor exhibe su
arista externa (la interna sigue viva) biselada y lista. Se apoyaba en origen
sobre el muro, tratado de idéntica manera, mediante una imposta de nacela sin
ornato, hoy repicada. El arco menor, a su vez, ofrece, con sección prismática,
las aristas vivas en sus dos frentes. Se apoya en columnas entregas montadas
sobre un alto y complejo basamento, muy deteriorado en la actualidad. Las basas
de aquéllas presentan una simple moldura biselada, muy aplastada, divididos en
tambores de altura igual a la de las hiladas del muro en que se empotran. Los
capiteles, toscos, tienen un desbastado tronco cónico. Fueron repicados,
conservando sólo parte de su decoración: hojas estilizadas y de poco resalte el
del norte y una arpía el del sur.
Un cimacio con perfil de nacela listo, también repicado, se situaba sobre los
capiteles descritos. Proseguía en forma de imposta por el frente del muro y por
el interior de la capilla, sirviendo aquí para marcar el arranque de la bóveda
de cañón apuntado que la cubre. Se monta ésta hoy sobre un único arco fajón de
la misma directriz, idéntico en su configuración a la que muestra en el ingreso
desde la nave. Coincide con él también el tipo de soporte, bien conservado
ahora, sobre todo en el costado sur, en sus componentes esenciales.
En los lados norte y
sur del ábside, en cada uno de los dos tramos de que consta actualmente, se
abrió hacia los años centrales de la década de los cincuenta del pasado silo
(ca. 1955), un sencillo arco de medio punto que sirve para poner en
comunicación la capilla con unas estancias regulares, una por costado, de no
mucha amplitud, que se crearon como consecuencia de la renovación y ampliación
que experimentó la parte oriental de la iglesia a raíz de la potenciación del
culto a la Virgen titular del Santuario.
Mucho antes de que se produjeran estas importantes modificaciones, sin embargo,
el ábside medieval ya había sufrido la supresión de parte de su fábrica.
En el lugar en que hoy
remata al oriente se dispone-y así sucede desde más o menos el año 1700 o las
primeras décadas del siglo XVIII- un arco de medio punto simple volteado sobre
pilastras cajeadas montadas en altos basamentos. Comunica este arco con un
espacio de planta cuadrada delimitado por otros tres arcos, doblados los de los
frentes norte y sur, sencillo, como su opuesto del flanco oeste, el del
naciente. Se apoyan estos arcos en pilastras que, en su conjunción o
confluencia con las contiguas, acaban conformando unos muy sólidos machones.
Cubre el espacio cuadrado citado una vistosa cúpula semiesférica, perforada en
su remate para facilitar el paso de la luz, apeada sobre pechinas decoradas hoy
con relieves dieciochescos (proceden de algún retablo de la iglesia), que
posibilitan el paso a una circunferencia de base marcada por una imposta muy
saliente.
Al este de esta parcela coronada por cúpula, lugar donde en la actualidad se
sitúa el altar del templo, se encuentra un nuevo y sorprendente espacio. Vista
su composición o, si se quiere, su compartimentación, es evidente que pretende
reproducir simétricamente, utilizando incluso elementos medievales (el arco de
la estancia centra y sus soportes proceden verosímilmente de la primitiva
capilla de la iglesia, que habría contado en origen con un tramo más de los que
hoy muestra), la ordenación de la zona opuesta, esto es, la nucleada por el
ábside antiguo, apareciendo así como centro de todo el conjunto, producto,
pues, de un impulso unitario, de una concepción global, al margen de reajustes
de cronologías dispares, el espacio rematado por la cúpula. Bajo ella, acogida
seguramente por un baldaquino, con toda probabilidad el mismo que,
reestructurado o remodelado en fecha imprecisa, dentro del siglo XX, sin duda,
aún hoy la enmarca, datable en origen hacia 1700 o en las primeras décadas del
siglo XVIII, se colocaría, reforzando el impacto potente de su visión, muy en
clave efectista barroca, la luz que desde arriba se proyectaba, la imagen de la
Virgen con el Niño, Nuestra Señora de A Franqueira, la titular del Santuario,
una figura, que a juzgar por lo que se desprende de su análisis estilístico,
debió presidir el altar mayor de la iglesia monástica desde el momento mismo en
que se construyó.
Esta Virgen, en efecto, responde por estilo a propuestas de uso muy frecuente
en Galicia, particularmente en ámbitos vinculados a la Orden del Cister, en el
segundo cuarto del silo XIV, cronología que, vista su semejanza formal con la
figura que preside el tímpano de la fachada principal de la iglesia, también
una Virgen sedente con el Niño, datable alrededor de 1343, conviene justamente
a la que ahora nos ocupa. Ésta, sentada y en rígida posición frontal, perpetúa
el conocido tipo de Virgen como Sedes Sapientiae. Está trabajada en
todo su perímetro, dato que confirma que fue concebida como pieza exenta.Bibliografía
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