domingo, 16 de noviembre de 2025

Capítulo 142, Románico en la comarca la Ría de Arousa, Románico en la Comarca da Paradanta, Pontevedra

 

Románico en la comarca la Ría de Arousa
En esta zona nos ocuparemos del soberbio Monasterio de Armenteira y de las numerosas iglesias de Caldas de Reis. 


Armenteira
Parroquia perteneciente al Municipio de Meis, diócesis de Santiago de Compostela, ubicada en el afamado Valle del Salnés y en la ladera occidental del Monte Castrove, que sirve de separación a las rías de Pontevedra y Arousa. Se accede a ella, fundamentalmente, por dos vías: desde la capital de la provincia, de la que dista alrededor de 20 km, por la carretera comarcal 550 hasta Samieira, tomando entonces una vía a la derecha, bien señalizada, que, tras otros 10 km y dos cruces siempre perfectamente indicados, conduce hasta el lugar. La otra opción de acceso, sea cual fuere el punto de partida, implica tener como referencia la autopista del Salnés y, en ella, la variante que conduce a Ribadumia y Cambados. Desde el nudo en el que se produce esta desviación, bien marcado como los precedentes, se toma la carretera que, tras 4 km de ascensión y en dirección al citado Monte Castrove, en cuya cima se halla ahora un Campo de golf, nos lleva hasta el núcleo de Armenteira.

Monasterio de Santa María
Es uno de los centros monásticos más afamados de Galicia, hecho que resulta llamativo por no haber sido de los más poderosos ni ofrecer, por ello, un grandioso conjunto monumental. La belleza del paraje en que se ubica, determinados episodios de su densa historia, la singularidad de su iglesia o el predicamento de que go za su titular, la Virgen de las Cabezas –referente de una multitudinaria romería que se celebra el lunes de Pascua– están, sin duda, en la raíz de ese incuestionable prestigio.
Los orígenes de Armenteira, como acontece con tanta frecuencia en nuestra historia monástica, son poco claros. En ellos, como sucede también en otras muchas ocasiones, se mezclan datos históricos y legendarios, éstos, para el caso que nos ocupa, suministrados en buena medida por Fray Basilio Duarte, archivero y prior del monasterio, autor en 1624 de una, por muchos motivos, valiosa historia del mismo. Este relato, para bien y para mal, es la fuente en la que han bebido la mayor parte de los estudiosos que en las últimas décadas se han ocupado del cenobio.
¿Cuándo nace Armenteira como núcleo monástico? La primera referencia documental, hoy conocida, que nos habla de su existencia procede de 1151. En este año, el 6 de marzo, Diego Ovéquiz hace donación al abad Ero y a los monjes que con él vivían, sub regula Sancti Benedicti, de una heredad en la villa de Gondes. Esta referencia, pues, nos da un terminus ante quem para la fundación del monaterio, un arranque que pudo haberse producido o poco tiempo antes de esta mención (Armenteira sería, así, uno más de los cenobios que nacen como consecuencia de la renovación que en el noroeste peninsular se produce, marcada ya por el impacto cisterciense, a partir de los años veinte-treinta de la duodécima centuria) o muchos años atrás. Avalaría esta última suposición la aparición, en marzo de 1975 y en el transcurso de unos trabajos de destierro efectuados en el exterior de la cabecera de la iglesia, de una lauda perteneciente al tipo denominado de “estola”, hecho que permite conjeturar que el origen último del monasterio, aunque no poseamos testimonios escritos de su existencia por entonces, podría remontarse a tiempos altomedievales, pues, aunque la datación precisa de este tipo de obras es discutida, no se cuestiona, en cambio, su adscripción genérica a momentos anteriores al románico.
Con posterioridad a la primera mención documental referida y siguiendo un proceso idéntico al que encontramos en otras abadías, tanto gallegas como de otras latitudes, la comunidad asentada en Armenteira se incorporó a la Orden del Císter. ¿Cuándo se produjo este cambio? No tenemos referencias seguras. Viene datándose el hecho, a partir de la información proporcionada por Fray Ángel Manrique, basada en las muy controvertidas Tablas de Cîteaux, en el año 1162, un año que, sin poder garantizarlo plenamente, hay que considerar como verosímil, pues en 1167, como se dirá, comenzaron las obras de la iglesia abacial y en ella se acusan ya desde el arranque, con pasmosa claridad, los austeros ideales de la edilicia cisterciense, lo que permite afirmar que en ese año el monasterio ya estaba integrado en tan afamado Instituto. Hasta 1190 y merced a una definición de su Capítulo General que recoge una sanción a su abad, en todo caso, no tendremos constancia documental de la pertenencia del monasterio a la Orden.
Armenteira, pues, a tenor de lo indicado, no fue una fundación cisterciense, una abadía nacida ex nihilo, sino una afiliación, recibiendo la reforma, tal como refrenda la definición citada de 1190 del Capítulo General, de Clairvaux, el monasterio puesto en marcha en 1115 por San Bernardo y que fue el gran dominador en el proceso colonizador de Galicia por parte de la Orden. El recuerdo de los monjes ultrapirenaicos que introdujeron a los de Armenteira, con Ero a la cabeza como abad, en los nuevos usos y costumbres se rastrea con claridad, pese a los errores de su cronología, en la que se evidencia el deseo de vincular el hecho a San Bernardo, prestigiando los orígenes de la Casa, en el relato, ya invocado, de Fray Basilio Duarte.
No hubo en Armenteira nunca, como con reiteración se afirma, un monasterio dúplice ni dos comunidades independientes, una masculina y otra femenina. Nace el equívoco, de un lado, del relato legendario que sobre los orígenes del cenobio y su primer abad, Ero, ofrece Fray Basilio Duarte, responsable en última instancia de que se haya considerado como una misma persona a este religioso y a Ero Armentáriz, el personaje que suscribe documentos ya en tiempos de Alfonso VI († 1109), y, de otro, en la incorrecta interpretación de un documento del 15 de octubre de 1166, una donación de Aragonta Froilaz, en el que se alude, en clave de futuro, a los fratribus tuis vel sororibus qui vita sancta perseveraverint Monasterio Sanctae Mariae de Armenteira, mención que llevó a pensar equivocadamente que, en efecto, había en Armenteira dos comunidades por entonces, hecho que en última instancia, si estuvieran suficientemente alejadas la una de la otra, no sería contrario a la normativa cisterciense. Nótese en todo caso, además del tiempo verbal, que en el documento se utiliza la conjunción disyuntiva vel, no la copulativa et, lo que ratifica la interpretación que propongo.
No cabe entrar a considerar aquí con detalle, en relación con Ero, la leyenda, el sueño de doscientos años, de la que es protagonista, pues, pese a que los orígenes del relato se sitúan en la Edad Media (lo recoge con carácter genérico, no personalizado, ampliando el tiempo del “éxtasis” a trescientos años, Alfonso X en la Cantiga CIII, magistralmente analizada en su día por J. Filgueira Valverde), su relación con nuestro personaje no se documenta hasta el siglo XVI, siendo responsable de la transmisión, según todos los indicios, Fray Malaquías de Aso, abad de la Casa entre 1578 y 1580.
La vida del monasterio de Armenteira, una vez superado el que, en sentido amplio, podemos denominar período fundacional, consolidado, pues, como núcleo de vida religiosa, no fue muy distinta de la de otros centros de naturaleza similar. Recibió donaciones de reyes y particulares que lo hicieron dueño de un importante patrimonio.
Conoció también los efectos de la crisis bajomedieval, no viéndose libre tampoco de la gestión de los abades comen datarios. El último, Fray Gonzalo de Saavedra, renunció al cargo a finales del año 1523, retrasándose hasta 1536 el otorgamiento de la Bula de anexión de la Casa a la Congregación de Castilla. La incorporación a este Organismo, clave en la evolución general de la Orden, no sólo en lo que atañe al solar hispano, supuso para Armenteira, como para todos los demás monasterios hermanos, el comienzo de una etapa de prosperidad que repercutió también, como es lógico, en la renovación de las diversas dependencias comunitarias, muy deterioradas por el paso del tiempo.
A la Congregación perteneció hasta 1835, año en el que, como consecuencia de la Desamortización, los monjes abandonaron la Casa. Ésta, desde 1989, vuelve a estar poblada. Cuenta con una activa comunidad cisterciense femenina procedente del monasterio de Alloz, en Navarra.
Atrio de entrada con "Cruceiro" en el centro, y al que dan las fachadas de la iglesia y el monasterio.
 

Iglesia
El templo abacial de Armenteira no es de grandes dimensiones. Está orientado litúrgicamente. Presenta planta basilical, con tres naves de cuatro tramos, la central más ancha –aproximadamente el doble– que las laterales, en el cuerpo longitudinal. El crucero, de una sola nave, no sobresale, pero se acusa a la perfección por ser el tramo de mayores dimensiones que los de las naves.
Fachada románica cisterciense de principios del siglo XIII. A su derecha se encuentra la torre barroca de 1778.
Consta de tres parcelas, una central y dos laterales, una por cada brazo. La cabecera, escalonada, exhibe tres ábsides semicirculares, el central destacado, todos precedidos de tramo recto presbiterial.
Nos ofrece la iglesia de Armenteira un modelo de cabecera utilizado por la Orden del Císter con relativa asiduidad por toda Europa, no con tanta frecuencia, en cualquier caso, como la ahora denominada planta bernarda, la cisterciense por antonomasia. El tipo, en esencia, es uno de los más habitualmente empleados por la arquitectura románica. Su uso, por parte de los monjes blancos, hay que entenderlo como resultado de la persistencia de fórmulas anteriores al desarrollo de su peculiar actividad constructiva, fuertemente implantadas y arraigadas, lo que en muchas ocasiones, al no contravenir su adopción las normas habituales de su funcionamiento, dificultaba o no hacía imprescindible su sustitución por nuevas so luciones.
Frente a la planta, cuyo esquema no muestra rasgo alguno en el que se evidencie su filiación cisterciense, el interior de Armenteira se ofrece como un genuino testimonio de lo que cabe denominar la arquitectura específica de la Orden, con un sentido de la austeridad y de la simplicidad muy marcado, con un gusto tan acusado por la supresión de la ornamentación como pocas veces se alcanzó en sus empresas, efecto reforzado hoy en la que nos ocupa al ser visible, sin enlucidos que lo oculten, el paramento de sillería granítica de gran regularidad, cuidadosamente asentado, con el que está construida.
La nave central, más ancha, casi el doble, y más alta que las laterales, se cubre con bóveda de cañón apuntado, sostenida por arcos fajones de la misma directriz, dobla dos y de sección prismática ambos. Se apoyan en pilastras embebidas en el núcleo del pilar, salvo el último, el más próximo a la fachada, que lo hace sobre un saliente del muro. La separación entre los arcos y sus soportes se rea liza por medio de una imposta lisa con perfil de nacela. Se prolonga por encima de los arcos formeros, sirviendo para señalar el arranque de la citada bóveda.
Arcos fajones apuntados en la nave mayor
Nave mayor,   mirando a la entrada 

Sobre ella, en el primer tramo a partir del crucero, se abren dos pequeñas ventanas con derrame interno, una por lado, las cuales penetran en toda su longitud en el arranque de la bóveda provocando lunetos. Estas ventanas, rematadas por arco de medio punto de aristas vivas, se encuentran cegadas actualmente por estar cobijadas las tres naves de la iglesia, frente a la individualización de sus cubiertas en origen, por un tejado único a doble vertiente.
Los arcos formeros son también apuntados, doblados y de sección prismática lisa. Se apean los menores, como los fajones, sobre pilastras embebidas en el núcleo del pilar, haciéndolo las dobladuras sobre ese mismo núcleo del soporte, mediando siempre entre elemento sustentado y sustentante una imposta de perfil igual al ya descrito.
Los pilares compuestos poseen sección cruciforme, muy marcada, pues, al prescindirse de columnas para apeo de los arcos y sustituirlas por pilastras, los cuatro grupos de arcos que descansan en cada soporte contribuyen a re forzar la configuración cruciforme que ya posee su núcleo. Se asientan sobre basamentos también en forma de cruz y de aristas vivas, no siempre visibles por completo debido a las modificaciones de nivel que, con respecto al original, experimentó el pavimento del templo a lo largo del tiempo.
Dos inscripciones se conservan en los pilares de las naves. La primera se encuentra en el segundo pilar compuesto del lado norte, en la cara frontal de la pilastra que soporta el segundo arco formero. Dice, desarrollando las abreviaturas, lo siguiente:
CONFRATR(um) HIC ARCUS
El segundo epígrafe, hoy incluso de apreciación muy difícil (es imprescindible, para leerlo, contar con ayuda de la copia que de él hizo a principios del pasado siglo Enrique Campo), se sitúa en el último pilar del lado sur, en el frente de la pilastra sobre la que voltea el último arco formero. Desarrollando las abreviaturas, su texto sería éste:
ARCUS ISTE CONFRA(t)R(um) S(anctae) M(ariae) DE LANCADA
Por los caracteres de las letras, cabe fechar las dos inscripciones, a las que no aluden ni Fray Basilio Duarte ni Fray Bernardo de Santa Cruz, autor de un Tumbo de gran utilidad para conocer la historia del monasterio, hacia la época de construcción del templo. Su finalidad última, sin embargo, se nos escapa por completo.
La organización que presentan los tramos de la nave central se rompe al llegar al último pilar compuesto. En él, frente a lo que sucedía en los soportes anteriores, las pilastras sobre las que voltea el arco fajón no llegan hasta el suelo. Se interrumpen a cierta altura. Ofrecían en esa terminación, como puede apreciarse en parte en el lado norte, ya no en el sur, una ménsula de rollos lisos, constituida por varios cilindros horizontales dispuestos escalonadamente. La misma solución se adoptó para la responsión, empotrada en la parte posterior de la fachada oeste, sobre la cual se apoya el arco menor del último for mero del frente septentrional. No acontece lo mismo en la responsión del costado opuesto. Aquí las dos pilastras que lo conforman llegan hasta el suelo.
Una segunda variante con respecto a los precedentes se acusa también en los dos últimos pilares compuestos: alguna de las impostas que exhiben presenta decoración.
El complemento, de gran simplicidad (bandas horizontales superpuestas, óvalos tangentes, rombos, etc.), tiene un in dudable valor por romper con la lisura que caracterizaba a esas molduras en las parcelas anteriores del edificio.
Las naves laterales se cubren con bóveda de arista, con arcos fajones apuntados y doblados, de perfil rectangular, ambos aristados y lisos, sostenidos, de un lado, por el núcleo del pilar y una pilastra y, del otro, por la característica responsión, en este caso pilastras dobles, para el arco y su dobladura, empotradas en los muros exteriores del edificio. Una sencilla imposta de nacela lisa separa en todos los casos a los arcos de sus soportes.
Una diferencia con respecto a los demás se evidencia, contando a partir del crucero, en el segundo fajón de las dos naves. Este arco es apuntado, pero está doblado de manera diferente: la dobladura sólo se desarrolló en un lado, el correspondiente al segundo tramo, destacando muy poco. En el otro costado, el oriental, ya ni se aprecia. Esta organización explica por qué la responsión que recibe al arco es simple, no doble, resolviéndose el problema derivado de la presencia de la dobladura en un lado haciendo que ésta penetre directamente en el muro.
Las naves laterales reciben iluminación directa por medio de ventanas. Son largas y estrechas, de alturas no uniformes (crecen, para compensar el desnivel, a medida que se avanza hacia el Oeste), se abre una por tramo y poseen doble derrame, cobijándolas un arco de medio punto liso, sin resaltes ni molduración, apeado directamente sobre las jambas, también aristadas.
Nave lateral
Nave lateral 

Las ventanas de la nave norte se conservan todas prácticamente intactas. No sucede lo mismo en el lado meridional, donde las dos primeras en dirección oeste, como consecuencia de la construcción del claustro, están tapiadas, desapareció la tercera al ejecutarse la puerta de acceso al coro alto desde el piso superior de esa misma dependencia y se alteró en parte, por idéntico motivo, la del último tramo.
En esta misma nave sur, en el tramo inmediato al crucero, se halla la puerta utilizada por los monjes para acceder al claustro. Es del siglo XVII. Vino a sustituir a otra, coetánea del templo, de la que quedan todavía restos significativos: la jamba izquierda y las dovelas del arco hasta la clave. Su análisis revela que se organizaba exactamente igual que las demás puertas existentes en el interior del templo, incluidas las tres que, en el costado occidental, comunican con el exterior: cierre con arco de medio punto simple, de sección prismática, volteado, sin mediar sepa ración alguna, sobre las jambas, también con arista viva.
El crucero, como ya se dijo, no sobresale en planta de las naves longitudinales. Su presencia, por el contrario, se impone con absoluta nitidez en alzado. Consta de tres tramos, uno central y dos laterales, uno por cada brazo. Se cubren éstos con bóveda de cañón apuntado, de eje perpendicular al de la nave principal. En sus arranques, tanto al Este como al Oeste y lo mismo en el costado norte que en el sur, se abren ventanas, una en cada caso. Reiteran las características que ofrecen las situadas en el primer tramo de la nave principal.
Crucero y cúpula
 

En el hastial norte del crucero, en la parte inferior, se dispone la puerta de los muertos, así denominada por ser la que servía para acceder al cementerio, ubicado siempre en el flanco de la iglesia opuesto a las dependencias comunitarias y en las inmediaciones de la cabecera. Salvo que presenta una doble arquivolta, nada ofrece de novedoso con respecto a las otras puertas existentes en el edificio. Lo mismo acontece con la ventana, de doble derrame, que centra la parte alta del muro. Otra, idéntica, se sitúa en el hastial frontero, en cuya zona inferior se halla la puerta de comunicación con la sacristía, obra del tramo final del siglo XVIII, sustituta de la que, desde el inicio de las obras del templo, cumplió idéntica función. Algo más arriba y hacia el Oeste persiste, en cambio, la puerta de maitines, empleada por los monjes para desplazarse a la abacial desde el dormitorio comunitario, emplazado sobre las de pendencias situadas en el costado este del recinto claustral. Nada exhibe de novedoso su configuración, con arco de medio punto de sección prismática y liso, hacia el interior del templo. Por el otro frente, hacia la parcela en la que se hallaba el dormitorio, muestra un dintel pentagonal apoyado en simples mochetas con perfil de nacela sin ornato.
El tramo central del crucero está perfectamente delimitado por los arcos torales, doblados y apuntados, de características idénticas a las de los restantes arcos de la iglesia. Se cubre con una interesantísima cúpula, ligeramente esquifada, que arranca de trompas en cuyos remates se sitúan una especie de botones enmarcados por lo que parece ser un motivo vegetal estilizado. Permiten las trompas el paso del cuadrado del tramo al octógono que constituye la base sobre la que voltea la cúpula, cuyo arranque señala una sencilla imposta lisa.
La composición de la cúpula es muy vistosa. De los lados que se corresponden con los arcos torales inferiores, los mayores, arrancan dos nervios resaltados, de sección prismática, lisos y sin molduración, paralelos entre sí y paralelos, a su vez, a los lados de donde surgen los otros dos nervios. Éstos y aquéllos se cruzan perpendicularmente entre sí, delimitando en el centro de la cúpula, al no existir un punto de convergencia único, un pequeño cuadrado. Las confluencias entre los nervios, sin penetraciones ni claves comunes, se resuelven con escasa maestría.
Además de los referidos, otros nervios resaltados, uno solo por cada ámbito en este caso, parten de los lados diagonales, los menores, uniendo la zona situada sobre la clave de las trompas con el lugar en el que se cruzan perpendicularmente los nervios paralelos, insertándose en punta entre ellos.
En el arranque de la cúpula y en el espacio que delimitan los dos nervios paralelos se abren pequeñas ventanas, una en cada parcela, de doble derrame y con arco semicircular liso apeado directamente sobre las jambas, también aristadas.
Esta cúpula, de estructura única, completamente aislada en Galicia, se incluye, por sus características, en una tradición que parte de las cúpulas levantadas en la Mezquita de Córdoba durante las obras de ampliación llevadas a cabo por el Califa Alhaquem II entre los años 961 y 968. Los paralelos más cercanos, sin embargo, no los encontramos en la arquitectura califal, sino en la obras o actividades municipales almohades, pues los nervios arrancan aislados y no por parejas, como sucede en las cúpulas construidas en la Mezquita de Córdoba o en aquellas otras que derivan inmediatamente de éstas, o, en segundo lugar, en obras mudéjares relacionadas a su vez con la arquitectura almo hade. Como paralelos podemos citar, entre las empresas del primer grupo, la cúpula de la Capilla de la Asunción, emplazada en las inmediaciones del claustro denominado de Las Claustrillas, en el monasterio cisterciense burgalés de Las Huelgas, y, entre las del segundo grupo, las de las iglesias segovianas de San Millán y la Vera Cruz, así como la de la Capilla de Talavera, en la Catedral Vieja de Sala manca. Cabría invocar también, como testimonios próximos, las cúpulas de las iglesias de San Miguel de Almazán, en Soria, Torres del Río, en Navarra, o las francesas de L’Hôpital Saint-Blaise y Sainte-Croix d’Oloron. Si prescindimos del ejemplo burgalés por las discusiones, imposibles de comentar aquí, que en la actualidad genera la fijación de su precisa cronología, todos los demás, en general, vienen datándose en torno al año 1200, referencia que, como se verá, resulta particularmente apropiada para la estructura levantada en Armenteira, de inequívoca progenie mudéjar.
Las circunstancias que explican su exótica presencia aquí serán comentadas más abajo.

La cabecera de la iglesia presenta una estructura con tres ábsides escalonados, de planta semicircular, el central muy destacado, todos precedidos por un tramo recto ligeramente más ancho, marcándose el paso de uno a otro por medio de un simple codillo de aristas vivas. Este tramo recto se cubre, en las tres capillas, con bóveda de cañón apuntado. Los hemiciclos absidales, más bajos, lo hacen con otra de cascarón.
El ingreso en los tres ábsides se hace a través de arcos triunfales apuntados y doblados, los dos de sección prismática lisa. Voltean ambos sobre pilastras de características idénticas a las que ofrecen las que se hallan en las naves. En los tres casos las impostas de separación, lisas las de los ábsides laterales, con bandas superpuestas, dos o tres, según el costado, en el central, se prolongan por el tramo recto y, en los extremos, también por el semi circular, marcando el arranque de las bóvedas que cubren cada una de las parcelas. Otra imposta, más baja que las precedentes, cumple idéntica misión en el tramo curvo de la capilla central.
En las pilastras que soportan el arco menor de ingre so en el ábside principal se encuentran dos epígrafes de capital significación por ofrecernos la fecha de comienzo de los trabajos del templo y el nombre del abad bajo cuyo mandato esa tarea se puso en marcha.
La inscripción situada en el lado norte, escrita en el frente de la pilastra y en su costado este, dice, desarrolla das sus abreviaturas, así:
FUNDATA EST ECC(les)IA ERA MCCV Q(uo)T(um) / XVI K(alendas) IULI
La ubicada en el lado opuesto, circunscrita en este ca so únicamente al frente de la pilastra, indica, desarrolladas asimismo las abreviaturas, lo siguiente:
ABBAS DOMNUS ERU[s] FEC(i)T M(e)M(o)R(i)A S(anctae) M(a)RIA(e)
De acuerdo con estos dos epígrafes, pues, el arranque de las obras de la iglesia de Armenteira, siendo abad de la Casa Ero, documentado ya en el cargo, según tuvimos oportunidad de comentar más arriba, en 1151, se llevó a cabo el 16 de junio del año 1167.
En los tres ábsides el tránsito del tramo recto al semicircular, éste algo más estrecho, se acusa por medio de un sencillo codillo de aristas vivas. Sobre él voltea un arco, semicircular en los ábsides extremos, carpanel en el central, que marca el inicio de la bóveda de horno que remata la parcela curva. Sobre esos arcos, aprovechando la diferencia de altura de las bóvedas que cubren los dos tramos, se disponen, en los costados, una minúscula venta na con arco de medio punto y un óculo también de escasa entidad, situándose en la capilla mayor, más desenvuelto, un pequeño rosetón de cuidado y efectista diseño.
En el tramo semicircular del ábside central se abren tres largas ventanas, de indudable esbeltez. Rematadas por arco de medio punto y con doble derrame, repiten los rasgos que ofrecen las ubicadas en el crucero y las naves. Lo mismo sucede con las emplazadas en las capillas laterales, dos en cada caso, una situada en el ramo recto y otra en el curvo.
Los tres ábsides poseen sus respectivas credencias, emplazadas, como es habitual, en el lado sur, en el arranque de sus respectivos hemiciclos. Destaca, por su mayor vistosidad, la de la capilla central, en su conformación actual fruto de una intervención posterior, seguramente muy temprana, a la de la fábrica de arranque.
Pese a que hoy no se encuentran los restos in situ, sí, en cambio, en el recinto monástico (en la iglesia en un caso y en las dependencias complementarias en otro), vale la pena reseñar, por su indudable valor testimonial, que conservamos un fragmento de ara (17 cm de altura) y dos soportes que, por su altura (75 cm) y características (se componen de dos columnillas unidas, talladas en un mismo bloque, con fustes lisos, montadas sobre un sencillo basamento paralelepipédico, de aristas achaflanadas, y capiteles de tipo vegetal, con hojas estilizadas de escaso resalte), debieron de pertenecer a uno de los altares (poco importa si se trataba del mismo o de dos diferentes) inicia les de la iglesia que analizamos.

El exterior de Armenteira, de marcada horizontalidad pese al cimborrio situado en el tramo central del crucero, se impone por el sentido claro y neto de sus diversos componentes, sabiamente articulados, siempre compactos. Destaca también, en una primera visión, la perfección en el corte de los sillares, dispuestos en hiladas muy regulares.
La cabecera resalta por la pulcra organización de sus volúmenes, magníficamente agrupados y escalonados, reforzados en su impacto por la lisura y desnudez de los paramentos, desprovistos de elementos decorativos.
Los tres ábsides se alzan sobre un dobe retallo escalonado. El central, destacado, divide su hemiciclo en tres espacios por medio de dos contrafuertes prismáticos, de escaso resalte y remate escalonado, que llegan hasta la cornisa, de perfil achaflanado, liso, montada además sobre canecillos cortados en nacela, también sin ornato alguno. En cada una de las parcelas se practica una ventana, idéntica en todos sus rasgos a los que ofrecían por el otro frente. El tramo recto, más elevado que el semicircular, muestra sendos estribos, prismáticos y de saliente poco pronuncia do, en sus flancos norte y sur. A partir de ellos se proyecta el arranque del hemiciclo, ubicándose en el muro que salva el desnivel entre las dos zonas el pequeño rosetón ya seña lado al analizar el interior del edificio.
Los ábsides laterales, de menor envergadura que el central, reiteran en lo esencial, sin embargo, su misma conformación. Se diferencian de él por la ausencia de contrafuertes en el hemiciclo, lo que hace más evidente todavía la austera rotundidad de sus formas.
Tras la cabecera se sitúa el crucero, perfectamente marcado en alzado, culminando el escalonamiento de volúmenes en el tramo central, el punto más elevado de la iglesia medieval, el cual se acusa exteriormente por medio de un cimborrio cuadrangular, discretamente destacado, que se corresponde con la cúpula del interior. Se cubre este cuerpo, rematado por una cornisa con perfil de nacela lisa apoyada en contrafuertes de poco saliente y canecillos también cortados en nacela y sin decoración, con un tejado piramidal a cuatro vertientes, solución que será la adoptada la mayor parte de las veces en la arquitectura ga llega. Una pequeña cruz, de brazos ensanchados y núcleo circular, corona el conjunto.


Los brazos del crucero, cubiertos por un tejado a doble vertiente, no ofrecen nada de particular. Si algo destaca en ellos, en todo caso, es la simplicidad, particular mente impactante en el hastial norte, flanqueado por dos sólidos contrafuertes, doble el oriental, simple, pero de mayor grosor, con triple retallo escalonado en su arranque y doble en el remate, el occidental. Entre ellos, en la parte baja del muro, se dispone la puerta de los muertos, cerrada por este lado mediante un sencillo dintel monolítico apoyado en mochetas de nacela sin ornato alguno. Sobre la puerta, centrando el cuerpo alto del paramento, se sitúa una ventana que nada tiene de novedoso.
Del cuerpo longitudinal de la iglesia es visible el flanco septentrional, permaneciendo oculto el sur por el claustro, adosado a ese lado del edificio. Aquél, en el que se aprecia a la perfección el desnivel del terreno sobre el que se asienta el templo, está surcado por cuatro contrafuertes muy gruesos, uno ubicado en el extremo este, los otros en los lugares en los que se emplazan los arcos fajones. Todos, unidos entre sí, en la parte inferior, por la cimentación, se alzan sobre un triple retallo escalonado y llegan hasta la altura de la cornisa. Sólo el primero, el más próximo al crucero, presenta un marcado escalonamiento en su zona superior.
En cada uno de los tramos delimitados por los contrafuertes se encuentra una ventana larga y estrecha. Repite la configuración comentada al describir el interior. Como aquí, su longitud va aumentando poco a poco a medida que progresamos en dirección oeste.
Las tres naves se cubren en la actualidad con un tejado común a doble vertiente. Como ya se anticipó al analizar el interior, no responde esta ordenación a las previsiones iniciales. Dos datos, además del ya valorado precedentemente, lo ratifican ahora: el que las ventanas abiertas en el lado de poniente de los brazos del crucero queden en gran parte tapadas por el tejado y el que, bajo éste, se pueda apreciar el muro de la nave central, jalonado por contrafuertes prismáticos, con la cornisa con perfil de nacela lisa montada sobre canecillos cortados de la misma manera, idénticos a los existentes en el resto del templo. Esta organización completa, si los otros argumentos no bastasen, confirma que en un principio el remate de los muros laterales de la nave central estaba concebido para ser visible o, lo que viene a ser lo mismo, que cada una de las naves, por más que la diferencia de altura entre ellas fuera relativamente escasa, iba a recibir su propia cubierta, a doble vertiente la central, simple las extremas.

Fachada occidental
 

La fachada occidental, la principal de la iglesia, centra sin duda su atención, reforzada en su impacto por haber desaparecido, fruto de las reformas, la mayor parte de las de las abaciales cistercienses ubicadas en Galicia.
Un primer dato se impone al enfrentarse con la facha da de Armenteira: su sencillez, la ausencia de monumentalidad estructural, efecto nada extraño en una empresa perteneciente a la Orden bajo cuyas directrices se levantó el templo.
La fachada está dividida, con nitidez, en tres calles, la central de una anchura equivalente al doble de la de las laterales, por medio de cuatro robustos contrafuertes prismáticos, dobles, de resalte no muy acusado, situados dos en los extremos y otros dos, éstos con el remate escalona do muy marcado, en los puntos en que ejercen sus empujes los arcos formeros. Se reproduce en la conformación del hastial, pues, la ordenación con tres ámbitos que exhibe el cuerpo longitudinal del edificio, distribución usual en la época en que se levantó y muy en especial en construcciones de filiación cisterciense.
En la calle norte de la fachada, entre los contrafuertes, se abre una puerta con arco de medio punto doblado, los dos de sección prismática y volteados directamente sobre las jambas, asimismo aristadas. En el interior de la puerta se dispone un tímpano semicircular, sostenido por moche tas en forma de proa, decorado con una cruz potenzada en relieve. Sobre la puerta se sitúa una ventana, estrecha, alargada y de doble derrame. Se cierra con arco de medio punto que reitera los rasgos de los emplazados en la puerta inferior.
La calle meridional de la fachada, oculta tras la construcción, en el siglo XVIII, de la actual fachada del monasterio, repite en esencia la misma organización que la del costado opuesto. Sólo cabe destacar en ella, por su disparidad, que el arco de la puerta es simple, no doble, y que el tímpano interior, apeado en mochetas de nacela lisa, se muestra sin ornato alguno.
En los extremos de la fachada, practicadas en el grueso de los muros, se hallan sendas escaleras de caracol. La del lado septentrional, a la que se accede por medio de una puerta adintelada ubicada en el último tramo de la nave inmediata, se conserva a la perfección. La del Sur perdió su parte alta como consecuencia de la construcción, en 1778, de la torre-campanario que hoy posee la iglesia. Se ingresa en ella desde el interior de la puerta abierta en ese costado del hastial. Las dos escaleras, en cualquier caso, siguen permitiendo comunicar, a través de un pasadizo practicado en el arranque de la bóveda, con la zona de los pies de la nave central, facilitando el acceso hasta el rosetón. Esta solución, conocida en construcciones de la Orden, cuenta con paralelos también en edificios gallegos coetáneos vinculados a la esfera del Maestro Mateo.
El tramo central del hastial que comentamos se divide, en alzado, en dos cuerpos separados por un tejaroz, decorado con ajedrezado, sostenido por canecillos con perfil de nacela lisa. En el cuerpo inferior, cuadrado, se abre la portada principal, desprovista de tímpano. Sus características básicas (marcado abocinamiento, multiplicidad de arquivoltas, abundante decoración y rica molduración) nada tienen que ver con la simplicidad que nos ofrecía el resto de la abacial.
La portada consta de seis arquivoltas de medio punto. Las enmarca una chambrana de la misma directriz. Las cinco arquivoltas interiores perfilan sus aristas en baquetón liso que provoca, en rosca e intradós, sendas escocias, las últimas también lisas, las otras, salvo la más interna, exornadas con ajedrezado, al presente muy erosionado ya. La arquivolta mayor difiere en todo de las restantes. Exhibe un simple baquetón ceñido por una serie de arquitos de herradura dispuestos en sentido radial, motivo utilizado con relativa frecuencia en empresas gallegas del entorno del año 1200 relacionadas con el Maestro Mateo, sus co laboradores y seguidores. La chambrana que ciñe al conjunto se orna con una fina decoración de tacos, ubicándose en su arranque una estrella de ocho puntas inscrita en un cuadrado, motivo que se repite en una estrecha franja que se dispone entre la chambrana y la última arquivolta, y también en la mayor parte de los plintos de los soportes.
El arco interior del portal perfila sus aristas con baquetones lisos, situándose entre ellos una escocia decorada con grupos de cinco bolas, formando una suerte de flores, dispuestos de trecho en trecho. Repiten la misma organización (molduras y ornato) tanto las mochetas como las jambas.
Las arquivoltas descansan todas sobre columnas acodilladas. Los fustes, monolíticos y lisos, presentan formas alternas: unos son poligonales (los impares, contando desde el interior); otros son cilíndricos (los pares según la misma secuencia). Los codillos, a su vez, no son aristados, sino redondeados, matados por boceles lisos que en su parcela inferior, para facilitar el enlace, exhiben congés.
Los capiteles, alguno con astrágalo sogueado, desta can por su canon alargado. Ofrecen todos, muy sencillos, ornato de carácter vegetal. Los coronan cimacios con perfil de nacela lisa que se prolongan en imposta por el frente del muro.
Capiteles de la portada occidental 
Basas de la portada occidental
Las basas, de tipo ático, responden al modelo usual en las construcciones de la Orden del Císter. Poseen un ancho toro inferior y gruesas bolas en los ángulos. Se apoyan en plintos cúbicos decorados en su mayoría, en las dos caras visibles, con estrellas de ocho puntas. En el costado sur dos plintos, uno en las dos caras, otro sólo en una, sustituyen ese motivo por rosetas de seis pétalos inscritas en círculos. Bajo los plintos, culminando el zócalo en el que se asientan y sobre el que se alza toda la portada, corre una estrecha banda saliente que se prolonga también por el frente del tramo. La del lado norte está lisa. En la opuesta todavía se puede apreciar parte de una inscripción (ERA MCCL … INCEPIT HISTUD PORTALE). Su lectura completa nos la ofreció en su Tumbo, en el siglo XVII (ca. 1642-1644), Fray Bernardo de Santa Cruz. El facsímil de su interpretación es el siguiente:
Aunque alguna de las palabras abreviadas del texto que el monje archivero nos ofrece no es fácil de interpretar, los datos esenciales del epígrafe son muy claros. Según él, la portada se empezó en el mes de marzo de la Era 1250, es decir, del año 1212, y de ese inicio se ocupó Petrus Froya, persona a la que consideré en su día , hipótesis que mantengo, como el responsable de la ejecución de la portada –y tal vez, por extensión obvia, de toda la fachada e incluso de la campaña de trabajos en que esta parcela se inserta– y que, con posterioridad, también ha sido valorada (R. YZQUIERDO PERRÍN) como el abad bajo cuyo mandato se llevó a cabo esa construcción. Aunque en parte de 1212, en efecto, estaba al frente del monasterio de Armenteira un abad de nombre Pedro (en el mismo año se documenta ya a su sucesor, Fernando), la inclusión del apellido y la ausencia de referencia a su estatus monástico (no veo posible interpretar como abreviación de Abbas los caracteres que en la lectura del Tumbo preceden a la de Petrus) hacen inviable, a mi manera de ver, esta segunda hipótesis.
Sea como fuere, conviene destacar que la portada de poniente de Armenteira, por su configuración (estructura compleja y abundante ornato, al margen de que éste no incluya, como es lógico en una empresa de filiación cisterciense, referentes figurativos), se acomoda a la perfección a las pautas que por los años en que nos movemos (tránsito de los siglos XII al XIII) eran habituales en tales emplazamientos en otras muchas áreas peninsulares (también foráneas), incluyéndose en esa misma tendencia asimismo las construcciones de la Orden a la que pertenecía nuestra Casa. Baste invocar como paralelo a este respecto, por su proximidad territorial, la portada occidental de la iglesia de Santa María de Meira, en la provincia de Lugo.
Sobre la portada, en la parte superior del tramo, se abre un espléndido rosetón. Es uno de los pocos ejemplos gallegos de su tiempo que conserva prácticamente intacta su tracería. La compone un núcleo circular al que se abren ocho pequeños lóbulos, muy cerrados, situándose alrededor del mismo una serie de círculos concéntricos decorados con motivos diversos (lóbulos, rosetas, una especie de tréboles, etc.), tallados con minuciosidad y simétricamente ordenados. La arista del círculo que define el rosetón, así como la chambrana que lo ciñe, se decoran con los característicos tacos, muy similares a los reseñados en la zona externa de la portada ubicada en la parte inferior de la calle.
La fachada, como es habitual en las iglesias de la Orden del Císter, remata en un sencillo piñón, coronado, en su vértice, por una cruz similar a la que se halla sobre el cimborrio. Debe señalarse que, si bien en la actualidad las tres calles del hastial están englobadas por un único piñón definido por las vertientes del tejado, también único, que cubre las tres naves del templo, esta disposición no responde a su primitiva ordenación, sino que es producto de una restauración llevada a cabo en el transcurso de la segunda mitad del pasado siglo. En dibujos y fotografías antiguos, en efecto, puede apreciarse con claridad que la calle norte (la sur, como sabemos, la tapa la fachada del recinto comunitario) posee su propio remate inclinado, más bajo e independiente del correspondiente a la nave central. Aunque la diferencia de altura entre las dos zonas sea escasa, la individualización corrobora, con un nuevo y no menos contundente argumento, lo que ya se indicó sobre la modificación de las cubiertas de las naves.
La iglesia de Armenteira es una de las grandes construcciones de su tiempo en Galicia y también, en muchos aspectos, en el territorio peninsular en su conjunto. No es de grandes dimensiones. Su tamaño, que podríamos considerar mediano para la época en que se levanta, se comprende a partir de la entidad, también de carácter mediano, que poseyó el monasterio al que sirvió como referente cultual. La comunidad de Armenteira, a lo largo de su historia varias veces secular, no fue, en efecto, rica ni fue nunca, tampoco, muy numerosa, lo que explica a la perfección que las estancias en las que se desarrollaba su vida cotidiana, comandadas por el templo abacial, no destacasen por su envergadura. Frente a ello y quizás justamente por ello, la iglesia, testimonio arquetípico de la simplicidad que caracterizó a la edilicia de la Orden en sus tiempos de esplendor, ha llegado hasta nosotros casi intacta, prácticamente tal como la dejaron sus constructores en las primeras décadas del siglo XIII. Las alteraciones que sufrió su estructura inicial, pocas y de muy escasa entidad, no afectan para nada, en todo caso, a la esencia de su estructura y fundamentos.
La abacial de Armenteira, como se desprende de los datos ya reseñados, no plantea problemas de datación. Su comienzo, tal como señalan los dos epígrafes de la capilla mayor, se llevó a cabo el 16 de junio de 1167, siendo entonces abad de la Casa Ero, considerado habitualmente como su fundador, aunque tan vez sea más adecuado considerarlo como el primer superior documentado. Sus obras se desarrollaron durante varias décadas, pues, aunque la información que sobre ese particular poseemos es práctica mente nula –tan sólo contamos con una referencia específica a ellas: la manda que otorga en su testamento del 30 de julio de 1199 Urraca Fernández, hija del Conde Fernando Pérez de Traba–, la inscripción ubicada en la portada principal, que fecha su arranque en 1212, permite afirmar que, hacia 1220-1225, las tareas de su edificación estarían, en sus aspectos esenciales, plenamente concluidas.
Mayores dificultades, sin duda, presenta delimitar la secuencia constructiva de la iglesia, pues, tal como se desprende de la descripción precedente, son evidentes en ella cambios, alteraciones estructurales, soluciones de continuidad que autorizan a señalar en su ejecución, al menos, dos campañas perfectamente diferenciadas por el distinto origen de las fórmulas que en cada una de ellas se utilizan.
En el análisis del templo, en efecto, se señalaron, tanto en el interior (nave principal y laterales) como en el exterior (contrafuertes), claras modificaciones estructurales. Las primeras variaciones se aprecian a partir del primer tramo de las naves: en la central es éste el único que posee ventanas en el arranque de la bóveda; en las que la flanquean, el fajón que señala el inicio del segundo tramo es simple o, mejor aún, su dobladura no es igual a las de más, correspondiéndole una responsión simple, no doble, como sucede en las restantes; finalmente, el contrafuerte ubicado en el punto que nos ocupa presenta un acusado escalonamiento en su parte superior, terminación que ya no encontramos en los siguientes.
Todo lo indicado está a favor de la existencia de una primera campaña constructiva en el edificio. ¿Cabe pensar en una detención de los trabajos en ese punto, continuados tras un período de interrupción? Nada, en principio, se opone a ello. La paralización de las tareas constructivas en un lugar como el que comentamos, esto es, en los primeros tramos de las naves, instalando un cierre provisional, normalmente tras la conclusión de los que se consideraban necesarios para acomodar el coro de los monjes, no es, por otro lado, desconocida en empresas de la Orden y tal hecho viene en apoyo de que lo mismo, visto lo que la fábrica nos transmite, hubiera acontecido en la abacial de Armenteira. Si reparamos, además, en las dimensiones de la iglesia y en el tiempo que, a partir de lo que nos dicen los epígrafes, se empleó en su ejecución (más o menos sesenta años), la hipótesis se torna todavía más verosímil.
¿Quién continuó las obras de la iglesia tras la paralización? ¿El mismo equipo que las había iniciado? ¿Llegó un nuevo colectivo? El análisis estructural del edificio, reforzado por la información que nos transmite la distribución de las marcas de cantero, idénticas las que aparecen antes y después de la zona de corte, permite pensar que el grupo iniciador de los trabajos fue también el responsable de su prosecución tras esa paralización, que debió de ser corta, procediendo entonces a un replanteamiento de su estructura. Sólo así, contando con la intervención del mismo equipo, no desmentida, como se dijo, por las particularidades físicas de las marcas de cantero presentes antes y después del corte, puede explicarse que a partir del segundo tramo vuelvan a emplearse, en las naves laterales, fajones doblados y responsiones dobles análogas a las utilizadas previamente en la zona de acceso a esas naves desde el crucero; que el tercer pilar compuesto de ambos lados presente exactamente la misma configuración que los dos anteriores y, fundamentalmente, que adquieran plena significación las modificaciones que se documentan en los últimos pilares y en el tramo final de las naves. En efecto, la ruptura que aquí se produce con lo anterior, dando entrada a fórmulas y elementos de filiación hispánica, mudéjar, es tan significativa que resulta imprescindible pensar en la llegada al monasterio de un nuevo equipo de constructores.
Ellos serían, justamente, los que aportarían esas novedades, coincidiendo su incorporación a los trabajos con la aparición no tanto o no sólo de nuevas marcas de cantero cuanto sobre todo con su ejecución según técnicas distintas: mientras las utilizadas por el primer colectivo están grabadas con cincel, siendo el surco que las define de muy escasa profundidad, las empleadas por el segundo grupo, obtenidas mediante la utilización de un puntero grueso, presentan, además de una incisión considerablemente más profunda, remates embolados.
Comienza a ser visible la actividad de estos nuevos maestros en el último pilar compuesto de las naves, en el cual se rompen las pautas que se habían seguido en los tres anteriores. Por un lado, frente a las impostas lisas existen tes, salvo en los machones que enmarcan el ábside central, en el resto de la iglesia, parte de las correspondientes a estos dos pilares, uno por lado, ofrecen motivos decorativos de carácter marcadamente geométrico. Por otro, es aquí también donde aparecen los primeros vestigios de una ménsula lobulada, fácilmente emparentable, por su abolengo hispánico, con el que explicitan tanto la fachada occidental –y, en particular, su portada– como la cúpula que cubre el tramo central del crucero.
A tenor de lo indicado, pues, cabe concluir que la intervención de este segundo equipo de artífices, que en algunas zonas llegó a compartir tareas con el precedente, responsable de su inicio (la simultaneidad de las marcas lo corrobora, por ejemplo, en el último formero del lado sur y en el segundo y tercero del norte), se ceñiría a la conclusión de las naves de la iglesia, cuyo abovedamiento final también les incumbe, y a la construcción de prácticamente la totalidad de la fachada occidental (se exceptúa, vistas las marcas de cantero, la zona baja del costado sur, tanto por dentro como por fuera) y la cúpula que corona el tramo central del crucero. Si en la primera etapa se usaban estructuras y elementos de clara filiación borgoñona (la combinación de bóvedas de las naves, de cañón apuntado en la central y de arista en las laterales, es muy típica de esa región francesa, cuna de la Orden a la que pertenecía Armenteira –se utilizó ya en la abacial de Cluny III, empezada en el año 1088–, no siendo anómala, por ello, su presencia en nuestro templo), ahora se introducen además rasgos y elementos netamente hispánicos, en su mayor parte de abolengo mudéjar (repárese, en particular, en la cúpula del tramo medio del crucero). Este segundo grupo de constructores, muy posiblemente, como ya se indicó, estuviera dirigido por Petrus Froya, personaje cuyo nombre figura en la inscripción de la portada principal y del cual no sabemos nada más. ¿Fue un laico? ¿Fue un converso, pese a que en el epígrafe nada se dice al respecto? No tenemos, a día de hoy, respuesta para ninguna de las dos preguntas.
En el colectivo que comandó Petrus Froya, en todo caso, tuvo que haber artífices de progenie musulmana o, como mínimo, buenos conocedores de sus propuestas, experimentados en sus tradiciones constructivas. La pureza de las soluciones mudejarizantes que se emplearon en la campaña por él encabezada (la cúpula del crucero, sin pre cedentes conocidos en Galicia, es, de nuevo, el elemento clave de referencia) hacen esta hipótesis incuestionable.
La iglesia de Armenteira, comenzada con pautas foráneas, borgoñonas (recordemos, de nuevo, que el monasterio pertenecía a la filiación de Clairvaux, abadía ubicada en esa región francesa, de la que procederían tanto los planos como, a tenor de los hábitos del Instituto en cuestiones edificatorias, el responsable de su materialización, no sabe mos si un monje o un converso), ajenas a las formulaciones del país (la cabecera, el esquema de cuya planta era ya conocido en Galicia cuando se inicia, nada tiene que ver en alzado con lo que por entonces aquí se construía, dato que confirma que sus trazas eran de procedencia “exótica”, por más que las marcas documenten la intervención de canteros laicos, asalariados, tal vez incluso locales, en su ejecución), supo incorporar más tarde, sin romper con ello las pautas básicas de referencia de una empresa de la Or den (el ornato que aparece en la segunda campaña no tiene en ningún caso carácter figurativo: es vegetal o geométrico), elementos que, siendo de progenie más próxima, netamente hispánica, contribuyen a dotarla de una marcada personalidad en el panorama edificatorio de su tiempo: es, por un lado, el único monumento actualmente existente en Galicia en el cual el impacto de lo mudéjar se aprecia con claridad en lo constructivo, más allá, por tanto, de lo puramente ornamental, y, por otro lado, es la única em presa peninsular en la que se produce una simbiosis, una fusión perfecta de soluciones informadas por los principios ideológicos de las dos grandes corrientes de austeridad, la cisterciense y la almohade, surgidas alrededor del año 1100 en dos mundos contrapuestos, el cristiano y el islámico, y que desde mediados del siglo XII se dieron cita en tierras hispánicas. No es poco honor para un templo de sus dimensiones, emplazado en las proximidades del límite occidental del mundo por entonces conocido.

Monasterio
La incorporación de Armenteira a la Congregación de Castilla, culminada, como ya vimos, en 1536, supuso, al igual que para las demás casas que en ella se integraron, el inicio de un largo período de prosperidad que tuvo como una de sus consecuencias más visibles la renovación prácticamente total de las viejas dependencias comunitarias, ubicadas en el flanco meridional de la iglesia abacial. De ellas, junto a restos dispersos de muy diverso alcance (véase más abajo), sólo conservamos una puerta, situada en el extremo oeste de la galería norte, la inmediata al templo, del claustro procesional. Exhibe, hacia este lado, un dintel pentagonal liso apoyado sobre mochetas con perfil de nacela que descansan directamente en las jambas. Por el otro frente presenta un arco de medio punto de sección prismática volteado, sin mediar separación alguna, sobre las jambas, también aristadas y sin ornato.
Por su ubicación, cabe pensar que ésta era la puerta utilizada por los conversos para acceder a la iglesia. Normalmente, estas puertas, conocidas como “de conversos”, se sitúan en el último tramo, el más occidental, de la nave lateral colindante con las dependencias comunitarias. En Armenteira, sin embargo, no sucedía así, hallándose la puerta ubicada unos metros al oeste del hastial de poniente de la abacial. Los conversos, pues, penetrarían en ésta no directamente, sino por la puerta sur de la fachada principal, la más próxima a la zona del monasterio en que se encontraban sus dependencias específicas, una solución sin duda poco frecuente, si bien cuenta con paralelos en otros conjuntos de la Orden.
La existencia de la puerta que comentamos permite suponer que hubo en Armenteira también un callejón de conversos. En este caso, el claustro actual, comenzado en una fecha avanzada del siglo XVI, no se ajustaría en sus dimensiones a las del precedente. Sería de mayor superficie, pues en su construcción se habría aprovechado parte de la zona ocupada por las dependencias destinadas a los conversos.

Restos diversos
En distintos puntos de la iglesia y del monasterio se conservan restos muy diversos (capiteles, fragmentos de fustes, basamentos, etc.) aparecidos en el curso de las ta reas de desescombro y restauración llevadas a cabo en el complejo a partir de los años sesenta de la pasada centuria. Fechables, con la excepción de la citada lauda de estola, ésta de cronología imprecisa, altomedieval en todo caso, como ya se dijo, hacia los años de construcción del templo o algo después, responden todos, en lo esencial, a sus mismos planteamientos estilísticos.
No ha debe olvidarse tampoco, finalmente, que en la iglesia se conservan, por un lado, un sepulcro del siglo XIV (perteneció a Roi Páez, hijo del almirante poeta Paio Gómez Charino, y fue reutilizado por Álvaro de Mendoza y Sotomayor en el mausoleo que levantó en la capilla mayor en el siglo XVII), una preciosa imagen del siglo XVI, Nuestra Señora de las Cabezas, y un interesante conjunto de estructuras arquitectónicas (baldaquino y retablos) y esculturas del siglo XVIII.

 
Caldas de Reis
Parroquia del municipio del mismo nombre, perteneciente al arciprestazgo de Moraña y diócesis de Santiago de Compostela. Acceder a Santa María de Caldas es muy sencillo, ya que se encuentra inmersa en el núcleo urbano. Dista aproximadamente 21 km de la capital provincial y 38 de la autonómica.
Numerosos restos arqueológicos, como el Castro de Eirín o una serie de vestigios de tiempos romanos, encontrados en el propio atrio de la iglesia parroquial, son testimonio de la antigüedad de la ocupación de esta feligresía. En la Edad Media, la iglesia de Santa María es la obra conservada más significativa, destacando en el período moderno el considerable desenvolvimiento de la arquitectura palaciega, de la que nos han llegado interesantes ejemplos, entre los que se pueden mencionar el Pazo de Casalnovo, el de Curuxal o el de Peroxa. Además de esto, Caldas se distingue por ser desde tiempos antiguos un importante centro termal, al igual que Cuntis, su colindante.
En cuanto a referencias históricas, es difícil discernir si los datos conservados se refieren a la parroquia de Santa María o al término en general. Teniendo eso en cuenta, se sabe que en el 1147 Alfonso VII otorgaba un privilegio al monasterio de Carracedo, dotándolo de di versas propiedades e iglesias en Caldas. Según Sá Bravo, entre los años 1178 y 1214 Caldas se incorporaba a los bienes territoriales del arzobispo de Santiago, aunque dicha anexión no se haría efectiva definitivamente hasta enero de 1254, con la concesión de los Fueros a los habitantes de esta villa, lo que les suponía, además de enormes privilegios, la excepción de ciertos impuestos.

Iglesia de Santa María
La iglesia parroquial se ubica en las inmediaciones del casco urbano de Caldas, en el margen izquierdo de la N-550, dirección Pontevedra-Santiago, poco antes de llegar al antiguo puente que atraviesa el río Umia, en su curso por el centro de la villa. El templo se encuentra resguardado por un pequeño murete que delimita su entorno, situándose ante la fachada principal del mismo el cementerio parroquial.
Apenas han llegado datos históricos sobre el pasado medieval de la iglesia de Santa María. Únicamente López Ferreiro expone que se habría levantado en el siglo XI o XII, con la finalidad de “substituir a la que Almanzor destruyó del monasterio de Santa María”.
La iglesia de Santa María, aunque no exenta de modificaciones, conserva importantes testimonios de la primitiva fábrica románica, que, indudablemente, la convierten en uno de los templos con mayor unidad arquitectónica dentro del término de Caldas.
La planta originariamente sería de una nave con ábside rectangular, tipología más habitual en el románico gallego. Sin embargo, diversas intervenciones a posteriori han transformado esa sencilla organización en una compleja y barroquizante edificación. Entre las obras efectuadas, destaca la realización en los laterales de la nave de dos capillas de planta rectangular y gran tamaño: la de San Diego, ubicada en la fachada septentrional, fue mandada construir por Gonzalo Buceta Caamaño en el 1602, mientras que su opuesta, dedicada a Nuestra Señora del Carmen, fue levantada en 1759. Asimismo, sobre la fachada principal se dispuso un portentoso torreón barroco, obra del maestro Esteban Ferreiro en 1714. Ya con posterioridad, en la fachada septentrional y a la altura del presbiterio, se añadió una pequeña construcción de planta cuadrangular, con función de sacristía.

El ábside, aun cuando presenta muestras evidentes de reconstrucción, es sin duda la parte que mejor ha preservado la fábrica románica. Es de planta rectangular y en sus muros laterales se han dispuesto sendos contrafuertes, que contribuyen a contrarrestar las presiones internas. El muro norte, según se indicaba, está oculto a causa de la añadida sacristía, perdiendo por ello prácticamente todos los canecillos que cobijaría su alero, a excepción de uno que todavía se conserva en el interior de la sacristía. El muro del testero, según Sánchez Puga, fue reconstruido, hecho que supuso la desaparición del primitivo vano que iluminaba el ábside. En el piñón del testero destaca una hermosa antefija compuesta por una figura zoomórfica que representa un cordero, surmontado de una cruz, formada a partir de la unión de una cruz latina y otra de San Andrés.

Canecillos de la cabecera
 
Canecillos de la cabecera
Remate de la cabecera 

Mayor interés presenta el muro meridional, ya que bajo su alero conserva una magnífica muestra de canecillos de gran plasticidad, muy similares a los de la también románica iglesia de San Estevo de Saiar (Caldas). Los tres más próximos a la nave ostentan los siguientes temas: uno en forma de cartela, superpuesta de un cilindro o barrilete; otro conformado por una hoja avolutada de gran volumen, sobre la que igualmente se acomoda un cilindro o barrilete; el tercero, de difícil interpretación, exhibe dos figuras siamesas con la cabeza erguida y el cuerpo apoyado. A partir del contrafuerte se disponen dos más, uno muestra una figura humana sentada que sostiene un barril sobre las piernas, y el otro una cabeza de bóvido. En este último tramo se abre una ventana cuadrangular de factura posterior, realizada con el fin de favorecer la iluminación del mismo, tras perder la primitiva ventana románica, que según Sánchez-Puga se abriría en el testero.

La fachada septentrional preserva la primitiva traza románica, a excepción de la citada capilla de los Caamaño y la añadida sacristía. En el tramo entre la sacristía y la capilla se observa una puerta de arco de medio punto, actualmente cegada, acompañada de una sencilla saetera.
Además, destacan unas piedras salientes a modo de toscos canes, que podrían haber contribuido a sostener alguna dependencia anexa, quizá un pórtico. El alero posee todavía un conjunto de canecillos de proa, nueve en el tramo analizado, y otros cuatro dispuestos en la parte más occidental, tras la capilla. Conviene señalar también la existencia de un sillar en el muro norte de esta última, con una labra que ostenta las armas de los Caamaño, patrocinadores de la misma. En cuanto a la fachada meridional, al margen de la reutilización de sillares, nada queda de la primitiva organización románica, ya que al realizarse la capilla del Carmen, en 1759, se reedificó por completo.
La fachada occidental ostenta una ornamentada portada románica, precedida, según se indicó, de un apara toso torreón-campanario que en su base desenvuelve un “seudopórtico” con bóveda de crucería.
La portada, de arco de medio punto, presenta chambrana y dos arquivoltas que envuelven un sencillo tímpano. Conforman la primera once dovelas ornadas con bustos de ángeles en diversas actitudes, unos con un libro abierto, otros orantes, cruzando las manos, portando una cruz, etc. Las figuras, hieráticas y en posición frontal, muestran un canon corto y gran corpulencia. En cuanto a las arquivoltas, la exterior luce una sucesión de arquitos de medio punto, ceñidos a un grueso baquetón, mientras que la interior exhibe flores carnosas de seis pétalos, acompañadas cada una de ellas de cuatro pequeñas hojas. Aquéllas voltean sobre dos pares de columnas de fustes lisos, con capiteles ornados y basas áticas sobre pequeños plintos.
Los capiteles externos, con decoración vegetal, presentan, el septentrional, hojas alargadas rematadas en pomas, mientras que el meridional, de factura posterior, muestra estilizadas hojas con decoración perlada que emergen del collarino entrecruzándose en la parte superior. Sobre ambos capiteles se disponen unos cuidados ábacos que, al igual que en la chambrana, exhiben figuras de ángeles en diversas actitudes. Los capiteles interiores son historiados y, aunque se encuentran muy erosionados, exhiben dos figuras zoomórficas afronta das, que representan arpías o sirenas. Sus ábacos tienen ornamentación vegetal a modo de palmetas, enmarcada por sendas bandas con sogueado.


El tímpano muestra una cuidada decoración en bajorrelieve. Es una sencilla composición en la que destaca la figura del Agnus Dei sosteniendo con una de sus patas delanteras una cruz patada; lo acompaña, en el ángulo inferior izquierdo, una flor carnosa de cinco pétalos. La mentada composición, sin duda, nos lleva a la de la ahora desaparecida iglesia de San Pedro de Fora, en Santiago, en la que se desenvolvía un tímpano de similares características.
Interiormente, el ábside vuelve a ser la parte que mejor ha preservado la primitiva fábrica románica. Según se indicó, presenta planta rectangular y cubierta de bóveda de cañón. Se abre a la nave a través de un gran arco triunfal de medio punto, doblado y en arista viva, que voltea sobre sendas columnas de fustes de tambores, con capiteles de gran plasticidad y basas áticas sobre pequeños plintos. Estos últimos están elevados sobre un banco corrido que se extiende por el interior del ábside. El capitel del lado de la epístola muestra un pequeño animal de perfil, quizá un cordero, ladeado por dos monstruosas figuras zoomórficas que abren sus fauces mostrando los dientes; su opuesto presenta decoración vegetal a base de hojas avolutadas, rematadas algunas de ellas en pomas. En una de las dovelas del arco triunfal existe una inscripción en tres renglones de difícil interpretación. Según Bango Torviso se transcribiría de este modo:
PMMRUCU / RVQ(ÓT) A C.ISO / CORICIQ(ÓT)U.C
Paralelo al arco triunfal, en el interior del ábside se desenvuelve un fajón de similares características, aunque sin dobladura. Del mismo modo, también éste voltea en sendas columnas de fuste de tambores, con capiteles y basas áticas sobre pequeño plinto. El capitel del lado de la epístola es similar a su opuesto del arco triunfal, mostrando una decoración vegetal mediante hojas picudas avolutadas, algunas de ellas con pomas en el envés; su frontero presenta una curiosa organización a base de grandes hojas, sobre las que se disponen diversos motivos: un fruto, una piña, una esquemática cabeza humana, etc. También en el interior del ábside, entre las columnas de ambos arcos y a la altura de los ábacos, se extiende una línea de imposta abilletada que sólo se interrumpe en el lienzo meridional a causa de una ventana cuadrangular de factura posterior.
En el muro septentrional, al margen de la citada capilla de los Caamaño, se distingue, al igual que en el exterior, los restos de una puerta de arco de medio punto, actualmente cegada. Próxima a la anterior, se abre una sencilla ventana abocinada. No obstante, se intuye, a tenor de ciertas discontinuidades en la disposición de los sillares, que originariamente habrían sido tres vanos. En la parte más oriental de este mismo lienzo mural se dispusieron dos grandes placas de piedra decoradas con diferentes escenas en bajorrelieve, procedentes de un antiguo baldaquino que, según Sá Bravo, habría pertenecido a una capilla dedicada a San Jorge. En una de las placas se observa un gran arco conopial, que alberga otros dos lobulados, y a los lados del primero dos ángeles con instrumentos musicales. La otra, de mayores dimensiones, ostenta dos arcos conopiales entre los que se ubican tres figuras masculinas de gran tamaño, que por sus atuendos representan religiosos. En la parte superior, en el centro, se disponen otras dos figuras –hombre y mujer– coronadas, acompañadas por el escudo de los Reyes Católicos y ladeadas por sen das carabelas. Según algunos autores, el conjunto podría relacionarse con el Descubrimiento de América. A tenor de la decoración expuesta, es evidente que estamos ante una obra gótica.
En el muro meridional ya nada queda de su primitiva organización; aun así, cabe mencionar la barroquizante capilla del Carmen y, ubicado contiguo al ábside, un sepulcro con estatua yacente bajo arcosolio. Aparte de esto, en diferentes lugares del paramento mural, tanto interior como exteriormente, se encuentran pequeñas cruces de malta inscritas en círculo, que presumiblemente serían cruces de consagración.
A los pies de la nave se construyó una moderna tribuna de madera, desde la que se accede a la torre a través de una puerta de arco de medio punto. Esta última tiene en dos de sus sillares una inscripción de cuatro líneas, de la que, debido a su estado de conservación, no se ha podido llevar a cabo su lectura.
Santa María de Caldas muestra, principalmente en su tratamiento ornamental, una diversidad de planteamientos e influencias sobre las que es importante reflexionar, previamente a su datación. Así, en cuanto a los canecillos, en el ábside se observaba un pequeño muestrario de gran plasticidad y volumen, combinando temas geométricos e historiados plenamente difundidos. Frente a éstos, los de la nave, todos geométricos y con predominio de los de proa, ofrecen una ejecución diferente, muy en concordancia con los canecillos de la iglesia de San Estevo de Saiar (Caldas de Reis), lo que nos lleva a una cronología más avanzada que para los primeros. En el interior del ábside, los capiteles, y principalmente el que exhibe los dos cuadrúpedos monstruosos afrontados, presentan notorias semejanzas con otros, igualmente ubicados en el presbiterio, de las iglesias de Santo André de Cesar (Caldas de Reis) y de San Martiño de Sobrán (Vilagarcía de Arousa), ambos ejemplos datables en torno al último tercio del siglo XII. Con respecto a la portada, nuevamente las similitudes con San Estevo de Saiar son notorias. En ambos ejemplos sus arquivoltas ostentan pequeños arcos abrazados a un grueso bocel, que, a su vez, nos remite a la obra del maestro Mateo. Pero también coinciden en la decoración de sus tímpanos, exhibiendo los dos el Agnus Dei, iconografía desarrollada previamente en la desaparecida iglesia de San Pedro de Fo ra (Santiago). Continuando con la portada, el motivo más singular es la decoración a base de pequeños bustos de ángeles en diversas actitudes, muy en consonancia con los de la portada occidental de la iglesia de Carboeiro, aunque es con la principal de Camanzo con la que guarda un mayor parecido la de Santa María de Caldas, por lo que no sería extraño que el maestro de esta última estuviera vinculado a la de Camanzo, o que incluso se hubiese formado allí. No obstante, tanto estos ejemplos como el que nos ocupa, se encuentran todos bajo la influencia de la obra del maestro Mateo en la catedral de Santiago, donde se emplean cada uno de los motivos decorativos citados.
En cuanto a la cronología, los diferentes autores que han estudiado el templo discrepan en sus planteamientos. Castillo y García Romero la consideran de la segunda mitad del siglo XII, sin embargo López Ferreiro la sitúa entre finales del siglo XI y principios del XII. Bango Torviso y Sánchez Puga, más minuciosos, coinciden al plantear etapas diferenciadas. Precisamente Bango considera que el ábside pudiera corresponder a mediados de siglo XII, pero, debido a los capiteles del presbiterio, que anuncian formas del último tercio, se inclina a situarlo en los primeros años de ese último. En cuanto a la portada, este mismo autor, dadas las manifiestas influencias del maestro Mateo, la incluiría en los últimos años del XII. Sánchez Puga coincide con Bango al plantear que el ábside es la parte de mayor antigüedad. La fachada septentrional, fundamentándose en la puerta lateral, la situaría a mediados del XII; mientras que la portada, de acusada influencia mateana, la ubicaría entre finales del siglo XII y principios del XIII. Valle Pérez, por su parte, considera que la portada, a pesar de su rudeza, es una muestra interesante de la expansión de las fórmulas vinculadas al maestro Mateo, datándola a principios del siglo XIII. Teniendo esto en cuenta, además de las mencionadas coincidencias con la iglesia de San Estevo de Saiar, es muy probable que la de Santa María se edificara a mediados del siglo XII, aunque la portada occidental, como todos los autores expresan, evidencia una notable dependencia de la obra del maestro Mateo, por lo que indudablemente corresponde a una etapa posterior, más propia de los albores del siglo XIII.


Bemil
Partiendo de Caldas de Reis, en dirección a Santiago, se sitúa la parroquia de Santa María de Bemil. Dista aproximadamente 2 km de la capital municipal y 21 de la provincial. Pertenece al arciprestazgo de Moraña y diócesis de Santiago. Bemil limita al Norte con la feligresía de Santa Mariña de Carracedo, al Sur con Santa María de Caldas, al Este con Santo André de Cesar y al Oeste con San Estevo de Saiar, todas pertenecientes al término municipal de Caldas. La parroquia ocupa un territorio elevado, sin grandes desniveles, que riegan los ríos Follente y Bermaña. Existen numerosos vestigios arqueológicos, como el castro de Follente, testimonio de la antigüedad de su ocupación.
Respecto a la documentación histórica, apenas han llegado referencias sobre la parroquia e iglesia de Bemil. La primera noticia conocida hasta el momento, citada por Sá Bravo, es un privilegio otorgado por Alfonso VII en 1147, en el que donaba al monasterio de Carracedo diversas propiedades e iglesias de Caldas, entre las que se incluía Santa María de Bemil. No obstante, según veremos, la referida cronología es demasiado precoz para lo conservado del templo de época románica. Ferreira Priegue recoge también una referencia tardía relativa a la parroquia, concretamente en 1229, sobre la venta de unas lareas en Sismir, feligresía de Beymir, quo modo incipit in ipsum caminum regis et vadit ad ipsum flumine quod dicitur Vermania.

Iglesia de Santa María
La iglesia de Santa María de Bemil se ubica en el lugar de Outeiro, en una elevada planicie desde la que se contempla una espléndida panorámica. El acceso al templo resulta muy sencillo, partiendo de Caldas por la N-550, dirección a Santiago, a 2 km se tomará un desvío a la izquierda y a unos 350 m llegaremos al mismo.
Del primitivo templo románico sólo se conserva, debido a intervenciones posteriores, el magnífico ábside y parte de los muros de la nave, destacando también un ornamentado rosetón que corona la fachada principal.
La iglesia presenta actualmente planta de cruz latina, consecuencia de la adición a la primitiva –de nave única y ábside semicircular– de dos profundas capillas laterales, que darían lugar a un peculiar crucero. Este último ostenta una linterna poligonal, en la que se abren pequeños vanos circulares, que remata en una sencilla cúpula.
La fachada occidental, muy modificada como evidencia la falta de continuidad en la organización de sus hiladas, presenta una puerta de arco de medio punto moldurado, sobre la que se dispone un magnífico rosetón, y sobre el piñón una antefija moderna. Aquél ostenta chambrana decorada con pequeñas hojas y arquivolta baquetonada y, en el centro, una flor octapétala calada rodeada de cuatro tetrapétalas, entre las que se abren, además, cuatro pequeños círculos y cuatro semicírculos. En el ángulo septentrional se edificó con posterioridad una torre campanario de planta cuadrangular.
En cuanto a los muros laterales de la nave, debido a posteriores cambios arquitectónicos, prácticamente no se ha conservado nada de su configuración medieval, a excepción de la reutilización de los primitivos sillares. No obstante, Ángel del Castillo, al analizar el templo, señalaba la existencia de una portada románica ubicada en la fachada septentrional. Actualmente nada queda en el exterior de la mentada portada, ahora bien, en esa misma fachada, donde hoy se sitúan varias sepulturas, se evidencia una discontinuidad en la disposición de los sillares, que nos hace pensar que podría haber sido su ubicación original. También en la fachada septentrional, pero en el muro oriental de la capilla, que junto con su opuesta da lugar al transepto, se observa un pequeño sillar con un epígrafe incompleto, de difícil interpretación, en el que se lee “RRO”. En el alero de esta capilla se halla un canecillo románico, que luce una gran voluta entre dos cordones de sogueado, disponiéndose, igualmente en el del crucero, otro con decoración geométrica.

El ábside es sin duda el elemento que mejor ha conservado la primitiva fábrica románica. Consta de un pequeño tramo recto, en el que se sitúa un contrafuerte, a partir del cual se desarrolla el hemiciclo. Este último se encuentra compartimentado en tres calles mediante dos columnas entregas. Tienen fustes de tambores, con capiteles vegetales y basas áticas muy erosionadas, elevadas, a su vez, sobre un pequeño podio.



Los capiteles exhiben, uno, decoración de hojas en forma de bastón rematadas en espiral y, el otro, dos órdenes de hojas con voluminosas pomas en el envés.
En la calle central, enmarcada por las dos columnas citadas, se abre una ventana ornamentada de arco de medio punto. Presenta chambrana orlada de rombos y arquivolta baque tonada, que voltea, tras salvar una pequeña línea de imposta, en sendas columnas de fustes lisos, con capiteles vegetales y basas sobre plinto.
Los capiteles muestran, uno, desarrolla das hojas picudas con pomas en el envés y, el otro, hojas con pomas y caulículos. Las basas, áticas, exhiben decoración de cordoncillo y garras en los ángulos. El vano se encuentra rasgado en saetera, y sobre ella, aunque muy deteriorado debido a la colocación de un enrejado, se observa un motivo decorativo, compuesto por una pequeña tetrápetala inscrita en círculo, y, a su vez este último, en un cuadrado, por lo que podría representar la cruz de San Andrés. El alero de cobijas en caveto muestra un nutrido grupo de canecillos geométricos, en perfil de nacela y chaflán recto.

En el interior, la nave, como ya se mencionaba, ha sufrido importantes reformas que han enturbiado su primitiva configuración medieval. No obstante, en el muro meridional, próximo a la fachada, se obró un pequeño cubículo cuadrangular, que se abre a la nave mediante una peculiar portada de arco semicircular.
Presenta arquivoltas tóricas, decorándose la interior con bolas, que apean en sendas columnas con capiteles y basas. Una de las columnas ostenta un fuste entorchado decorado con puntas de diamante, capitel vegetal de hojas picudas con pomas en el envés y una singular basa con collarino y volutas en los ángulos.
Aunque esta última realmente sería el capitel original de la columna, pues el actual no se ensambla correctamente en el fuste. La otra columna, de fuste monolítico liso, ostenta un seudocapitel de for ma cónica acanalada –probablemente una ménsula–, de factura posterior, y basa ática con sogueado en el toro superior. En el interior del cubículo, sobre el paramento mural, se dispone una placa de piedra, muy erosionada, decorada en bajorrelieve, en la que se representa un recién nacido acompañado por un buey y un burro, es decir, el Nacimiento. Analizando la citada portada, es evidente que ésa no sería su ubicación original, ni, lógicamente, su organización primitiva, ya que presumiblemente ostenta elementos de diversa procedencia. Sin embargo, teniendo en cuenta el análisis de Castillo, es muy probable que muchas de esas piezas sean originarias de aquella primitiva portada románica que, según este autor, se encontraba en la fachada norte.



En el muro septentrional se conserva una pieza excepcional, compuesta de tres placas de base ovalada, con decoración en bajorrelieve enmarcada por una greca vegetal. La placa central muestra un jarrón del que salen tres flores; la que se ubica a su izquierda una figura masculina togada que semeja leer un libro apoyado en un atril y la de la derecha un ángel portando un objeto, posiblemente una antorcha. En este muro, y concretamente en el arco de ingreso a una pequeña capilla que se abre a continuación del transepto, es interesante mencionar la existencia de un epígrafe alusivo a la obra de la capilla, aunque, debido a su disposición elevada, no se ha podido verificar su lectura.
El ábside, también en el interior, es la parte que mejor ha conservado la primitiva fábrica románica, aunque oculta, en parte, debido a un magnífico retablo barroco que impide la visualización del hemiciclo y, en consecuencia, de la ventana románica analizada ya externamente.
Se abre a la nave a través de un gran arco triunfal de medio punto, con cierta tendencia a la herradura, seguramente por la falta de estabilidad de los muros laterales. El arco, en arista viva, voltea sobre sendas columnas de fustes de tambores, con capiteles vegetales y basas elevadas sobre pequeños plintos.
El capitel del lado de la epístola se decora con hojas estriadas en forma de bastón, rematadas en espiral, y su opuesto con dos órdenes de hojas de voluminosas pomas en el envés. Las basas son áticas y con garras. La septentrional muestra decoración de dientes y labor de cestería en el plinto. Paralelo al arco triunfal se dispone en el interior del ábside un arco fajón semicircular en arista viva, a partir del cual se desarrolla el hemiciclo. Tal como se veía en el triunfal, también el fajón voltea sobre sendas columnas de fustes de tambores, con capiteles decorados y basas áticas. El capitel del lado de la epístola exhibe decoración vegetal a base de estilizadas hojas con pomas en el envés, mientras que su opuesto representa un cuadrúpedo de gran tamaño, acompañado de otro más pequeño, sobre el que se sitúa un elemento no identificado. Los ábacos, en chaflán recto, se impostan por los muros del presbiterio hasta enlazar con los del arco triunfal. A tenor de la disposición del mencionado retablo barroco, no se puede visualizar el vano románico situado en el hemiciclo, lo que conlleva, a su vez, la falta de iluminación del mismo. Para mejorarla, con posterioridad se abrieron en el tramo recto de la capilla absidal sendos vanos cuadrangulares. En cuanto a la cubrición, el hemiciclo lo hace con bóveda de horno, mientras que el tramo recto ostenta bóveda de cañón, una y otra de cascajo.
Estilísticamente, algunos de los capiteles con decoración vegetal del ábside de Bemil son semejantes a los de las cercanas iglesias de Santa María de Portas y San Xulián de Romai (Portas), ambas de finales del siglo XII, aunque en estas últimas ofrecen una mayor plasticidad y una ejecución más cuidada que los de Santa María de Bemil. En cuanto a los canecillos, como veíamos, todos geométricos, predominando los de curva de nacela, responden, en efecto, a tenor de la clasificación llevada a cabo por Bango Torviso, a modelos de época avanzada. El rosetón de la fachada principal repite el tipo de decoración que ostenta el de la iglesia del monasterio de Armenteira, seguramente por influencia de esta última, lo que nos sugiere que correspondería a una etapa posterior al ábside.
Respecto a su cronología, teniendo en cuenta las características mencionadas del ábside y fundamentalmente del alero y capiteles, coincido con los planteamientos de Bango Torviso y Valle Pérez, que la sitúan a finales del siglo XII. No obstante, el rosetón que preside la fachada principal pertenecería a una campaña inmediata, a comienzos del siglo XIII. En cuanto a la portada ubicada en el interior de la nave, el arco, la columna de fuste liso y el capitel que ostenta la entorchada, serían asimismo de fina les del siglo XII, es decir, de la primera etapa constructiva del templo. Ahora bien, el fuste entorchado, con el capitel que hace función de basa, correspondería a una época más avanzada, ya que, si bien en la fachada de Platerías de la Catedral de Santiago aparecen fustes entorchados, distan considerablemente de la configuración del presente, más en consonancia con la plástica renacentista.

 
Saiar
Dentro del término de Caldas de Reis, dirección Vilagarcía, se ubica la parroquia de Santo Estevo de Saiar. Pertenece al arciprestazgo de Arousa y diócesis de Santiago. La delimitan, por el Norte, las feligresías de Santa María de Bemil (Caldas de Reis) y San Pedro de Dimo (Catoira); por el Sur, Santiago de Godos (Caldas de Reis); al Oeste, el río Umia, que la separa de Santa María de Portas, y, por el Este, San Pedro de Cea (Vilagarcía de Arousa). Dista tan sólo 1,5 km de la capital municipal y 23 de la provincial. El acceso a la misma es muy sencillo; así, partiendo de Caldas de Reis dirección Vilagarcía de Arousa por la N-640, se tomará un desvío a la derecha, a la altura de Portas, que nos conduce a Saiar.
La historia de esta parroquia se vincula a la existencia del conocido “Coto de Sayar”, que posteriormente terminaría siendo anexionado a Caldas de Reis.

Iglesia de Santo Estevo
El templo de Santo Estevo se sitúa en el valle del Salnés, concretamente en el lugar de A Igrexa, sobre un rellano ligeramente elevado, rodeado del caserío circundante, del que sobresale de forma notoria.
La iglesia de Saiar, aunque ha sufrido numerosas modificaciones, mantiene gran parte de la primitiva fábrica románica. No obstante, a diferencia de la mayoría de los templos románicos conservados, en los que habitualmente sólo queda la cabecera, Santo Estevo carece de la misma, preservando casi sin alteraciones la nave y fachada occidental originaria. Presenta nave única y ábside rectangular de factura posterior, además de otros añadidos, como la torre-campanario en la fachada occidental o la sacristía en el ábside.

La fachada principal se reformó en el cuerpo superior, producto de lo cual se abrió un moderno vano cuadrangular, ubicado sobre la primitiva portada románica. Esta última presenta chambrana de chaflán recto –de la que sólo se conserva el arranque meridional– y dos arquivoltas semicirculares. La exterior exhibe una sucesión de carnosas y voluminosas flores tetrapétalas de botón central, que guardan un gran parecido con las de la puerta sur de Carboeiro. La interior, sin embargo, desarrolla un grueso baquetón al que se abrazan pequeñas hojas, que se enroscan sobre sí mismas, muy en consonancia con la plástica del maestro Mateo. Ambas descansan, tras salvar una gruesa y fileteada línea de imposta, en dos pares de columnas acodilladas, de fustes lisos y monolíticos, con capiteles vegetales y basas áticas. Los capiteles externos lucen estilizadas hojas con decoración perlada rematadas en espiral, muy similares a los de la fachada principal de la también románica iglesia de Santa María de Caldas.
Portada occidental.
Detalle de la portada
Detalle de la decoración floral de la arquivolta 

Los internos ofrecen un planteamiento diferenciado: el capitel septentrional se decora con anchas hojas, apenas esboza das, rematadas en espirales voluminosas, mientras que su opuesto se configura a base de estilizados tallos entrecruzados, que, al igual que el anterior, rematan en espiral. Sobre los mencionados capiteles se disponen unos peculiares cimacios que muestran una apretada decoración vegetal. Las basas, muy erosionadas, son áticas y con garras en los ángulos. Carece de tímpano, desarrollándose en su lugar un curioso arco en gola –que no parece ser de época–, con el intradós decorado mediante una sucesión de pequeños óvalos paralelos. En el piñón de la fachada se dispone una antefija románica, compuesta por la figura de un cordero, muy erosionada, surmontada de una cruz florenzada, que seguramente procede del primitivo ábside. En el costado meridional de esta fachada se erigió una poderosa torre campanario de fábrica moderna.
Figura del Agnus Dei en el tejado de la iglesia
 

La fachada meridional, sin duda, es el conjunto más interesante. El tramo de nave románico se encuentra en marcado por una desarrollada cabecera de factura posterior y por la gran torre-campanario, que se sitúa en el extremo opuesto. Para acceder a esta última, se edificó una escalera de piedra adherida de forma lateral al lienzo mural. En el mencionado tramo se encuentra una ornamentada portada románica, sobre la que se abre una sencilla saetera y, bajo su tejaroz, una interesante colección de canecillos.

La puerta, de arco semicircular, presenta chambrana y arquivolta. La primera muestra unas pequeñas hojas nervadas con terminación rizada, mientras que la arquivolta, de mayor envergadura, ofrece una sucesión de arquitos que abrazan un grueso baquetón y que, en cierto modo, recuerda a las de la parte superior de la portada de Platerías de la Catedral de Santiago. Aquélla, tras salvar una pequeña línea de imposta –sobre la que también voltea la chambrana–, apea sobre sendas columnas acodilladas, de fustes lisos y monolíticos, con capiteles vegetales y basas elevadas sobre pequeños plintos. El capitel más occidental ofrece una decoración a base de grandes hojas, apenas esbozadas, con nervio central perlado y rematadas en voluminosa espiral. Su opuesto, sin embargo, muestra palmetas nervadas, que al igual que el anterior adquieren mayor volumen en su terminación. Las basas son áticas, con garras en los ángulos y plinto liso ele vado sobre un pequeño podio. El tímpano, similar al de la iglesia de Caldas de Reis, ostenta una sencilla composición, que centra la figura del Agnus Dei sosteniendo con una de sus patas delanteras una cruz patriarcal y, a uno y otro lado del mismo, sendas flores con gran botón central.
En el tímpano de la portada meridional está representado un Agnus Dei flanqueado por dos rosetas.
 

Su tejaroz alberga catorce canecillos, algunos con decoración geométrica, la mayoría en nacela o en proa, otros en forma de aspa, en uno, acanalada con los extremos rematados en pomas, y, en otro, sencilla acompañada de dos pomas; y finalmente, en menor representación, los de tema figurado, entre los que se distingue una cabeza de bóvido, una figura humana de rasgos faciales muy esque máticos, sentada y agarrando con sus enormes manos las piernas dobladas y pegadas al pecho, y otra volteada en posición acrobática. En esta misma fachada, se observan dos voluminosos y erosionados canes, que seguramente habrían contribuido a sostener un primitivo pórtico.

En la fachada septentrional se abren dos sencillas saeteras, originariamente acompañadas por una portada ornamentada, que actualmente está cegada. De esta última tan sólo se aprecia una chambrana de chaflán recto sin decoración, apoyada sobre una pequeña línea de imposta, que semeja haber sido desbastada en la parte en que también se apearía la única arquivolta que habría poseído.

Esta fachada conserva un interesante conjunto de dieciséis canecillos. Una vez más, predominan los de curva de na cela y proa, entre los que se puede observar, igualmente, uno de modillones de rollos, otro con un óvalo grueso sobre superficie nacelada y uno de dientes de sierra que aprisionan un pequeño baquetón. Es interesante el cuarto empezando por la parte oriental, en el que se observa una superficie nacelada, que remata la parte superior por dos abultadas y adheridas pomas. Sobre el lienzo mural se distinguen también, aunque aquí notoriamente erosionados, tres canes, que al igual, que los de la meridional, habrían contribuido a sostener un antiguo pórtico.
La riqueza decorativa vista en el exterior del templo contrasta con la sobriedad y sencillez de su tratamiento interior, donde la pureza de líneas y la economía de medios no deja cabida al desarrollo ornamental. En el ábside ya na da queda de tradición románica, siendo, por tanto, la nave el único exponente de la misma. En el muro meridional se abre una puerta de arco de medio punto y una saetera de acusado derrame interno, ambas de sobria ejecución. No obstante, a la altura de la moderna tribuna se percibe –sólo desde el interior del templo y de modo parcial, debido a la disposición de la torre-campanario– otra ventana de similares características a la citada. Igualmente, en el muro meridional, pero en la parte más occidental, se abrió un arco que antecede a una pequeña estancia cuadrangular, en la que se sitúa una gran pila bautismal. Próxima a ella, pero fuera del cubículo, se halla otra datada en 1762. En el muro septentrional se observan, también aquí, los restos de una primitiva puerta de arco de medio punto, al presente cegada, y tres sencillas saeteras de acusado derrame interno.
Estilísticamente, aun cuando ya se hicieron algunas referencias, cabe mencionar las semejanzas, bien sea en el planteamiento iconográfico del tímpano o bien en la decoración de sus capiteles, entre Santo Estevo y Santa María de Caldas. No obstante, a tenor de las desigualdades técnicas entre la obra de una y otra, lo más probable es que fue sen realizadas por diferentes autores, pero con formación pareja, bajo la influencia de los presupuestos desarrollados en torno al taller del maestro Mateo. También en estrecha vinculación estilística con Saiar, principalmente en cuanto a los motivos que decoran sus portadas, se encuentra la iglesia del monasterio de Carboeiro. Yzquierdo Perrín, al respecto, plantea que sería probable que tanto el maestro de Saiar como el de Caldas de Reis se hubiesen formado en Carboeiro –a partir del cual les llegaría la influencia mateana–, ya que de él proceden los repertorios empleados en ambos ejemplos.
Teniendo esto en cuenta –además de las características de su alero, que según Bango Torviso es de tipo transitivo, lo que nos lleva asimismo a una cronología avanzada–, indudablemente Santo Estevo es una obra tardía, datable en torno a los primeros años del siglo XIII.


Cesar
En el término municipal de Caldas de Reis, próximo al centro urbano y en dirección a Cuntis, se encuentra la parroquia de Santo André de Cesar. Pertenece al arciprestazgo de Moraña y diócesis de Santiago. La delimitan, por el Norte, las parroquias de Bemil y San Clemente (Cal das de Reis), por el Sur, Santa María de Caldas, al Este, Arcos da Condesa (Caldas de Reis) y Troáns (Cuntis), y al Oeste, nuevamente Bemil (Caldas de Reis). En el curso del río Umia por las tierras de Santo André se conserva un antiguo puente, probablemente de origen romano. La mayor elevación de la parroquia es “O Porreiro”, en el que todavía se preservan vestigios de primitivas construcciones castreñas, testimonio de la antigüedad de su ocupación.
Respecto a la documentación histórica, apenas se han conservado referencias relativas al período medieval acerca de la parroquia e iglesia de Santo André. Solamente Sá Bravo recoge que en el Privilegio Real concedido por Alfonso IX en abril de 1218, se mencionaba, entre los Cotos pertenecientes a los arzobispos de Santiago, el de Arcos y el de Cesar.

Iglesia de Santo André
La parroquial de Santo André se ubica en el lugar de Reirís. Acceder a la iglesia resulta muy sencillo desde el centro urbano de Caldas, tomando la N-640 dirección Cuntis, hasta encontrar una indicación que conduce a la misma. Se sitúa aproximadamente a 2 km de la capital municipal y a 21 de la provincial. El templo se emplaza en una llanura situada a gran altura, lo que favorece notablemente su visualización. Próximo a ésta se encuentra el cementerio parroquial, además de un “cruceiro” y la casa rectoral.
La iglesia de Santo André presenta actualmente planta de cruz latina, consecuencia de la disposición, a continuación de la cabecera, de dos profundas capillas laterales con carácter de nave transversal. Existe diversidad de opiniones sobre cómo sería la planta originaria de este templo, ya que los diversos cambios arquitectónicos, síntoma de la ejecución de proyectos sucesivos en la edificación, dificultan considerablemente su estudio. De acuerdo con esto, de la primitiva fábrica románica sólo se conserva la cabecera y parte de los lienzos murales de la nave principal.

Exteriormente, el ábside es la parte de Santo André que mejor ha preservado su primitiva configuración. Aquél muestra una organización y ornamentación considerable mente similar a la del ábside de San Martiño de Sobrán (Vilagarcía de Arousa), lo cual puede ser indicativo de que ambos templos son obra de un mismo taller. Se compone de un tramo semicircular que se une a la nave a través de uno recto, en el que se disponen dos pilastras acodilladas y dos pequeños contrafuertes, adjuntos estos últimos a los muros que configuran el transepto. El hemiciclo se encuentra compartimentado en cinco tramos median te cuatro columnas entregas. Éstas presentan fustes de tambores, con capiteles ornamentados y basas áticas con garras en los ángulos, dispuestas, a su vez, sobre elevados podios. En cuanto a los capiteles, de Sur a Norte exhiben: el primero, dos estilizadas aves afrontadas que unen sus picos y ciñen las garras al collarino; le sigue otro, en el que preside una figura humana que cruza los brazos sobre el pecho, rodeada de decoración vegetal a base de desarrolladas hojas picudas con pomas en el envés; mientras que, los dos últimos, muestran una decoración vegetal, similar a la citada para el anterior.


En los tres tramos centrales se desarrolla una línea de imposta con decoración de billetes, que los divide en dos cuerpos, abriéndose en el superior tres ventanas semicirculares de tipo completo. Éstas ostentan chambrana de billetes y arquivolta doblada con aristas matadas en baque tillas, que apean, tras salvar una sencilla línea de imposta, en un par de columnas de fustes lisos monolíticos, con capiteles vegetales y basas entregas. Los capiteles exhiben una frondosa decoración, mediante voluminosas hojas picudas con pomas en el envés. Las basas, áticas, se asientan sobre un pequeño plinto de perfil semicircular. Sobre la ventana central es interesante señalar la disposición del escudo de los Montenegro, sostenido por la sirena de los Mariño, circunstancia que manifiesta una evidente relación de patronazgo por parte de este linaje con la iglesia de Santo André.
Ventana central del ábside
Ventana lateral del ábside 

El tejaroz, perfectamente conservado, de cobijas en chaflán recto, presenta una interesante colección de canecillos, en donde, de Norte a Sur, se suceden los siguientes temas: una gran hoja picuda rematada en poma; forma de voluta; uno muy erosionado que muestra un personaje sentado con los brazos extendidos; un ave de largo cuello, con la cabeza agachada entre sus garras; doble voluta; voluta acanalada; un hombre invertido con la cabeza entre sus piernas exhibiendo el sexo; un cuadrúpedo mordiendo una serpiente que se enrosca a su cuerpo; doble voluta; superposición de planos, rematados en una forma avolutada; cabeza humana barbada y, por último, uno en forma de voluta. Además de esto, el ábside conserva todavía sus primitivas bancadas, visibles hoy gracias a la disposición de canales perimetrales.
En la fachada meridional se ha preservado parte de unas antiguas bancadas, aunque es poco probable que pertenezcan a la fábrica románica. Aquélla ostenta un vano cuadrangular y una puerta adintelada, cobijada por un pequeño pórtico, todo de factura moderna. La capilla exhibe un pequeño vano en cada uno de sus frentes, destacando el oriental, pues, en lugar de mostrar una configuración cuadrangular, se abre en sencilla saetera.

La fachada septentrional muestra una organización similar a la descrita para el meridional, a excepción de una añadida dependencia cuadrangular, actualmente con función de sacristía.
En la fachada occidental nada queda ya de la primitiva organización medieval, presentando en la actualidad una imponente fachada neoclásica, acompañada en el costado septentrional de una poderosa torre-campanario.
En el interior del templo, inevitablemente, el ábside vuelve a acaparar nuestra atención, inicialmente por concentrar una mayor riqueza arquitectónica y ornamental, pero también debido a su armoniosa configuración. Según se indicaba en el análisis externo, se compone de dos tramos, uno recto cubierto con bóveda de cañón, rematado en un segundo tramo semicircular, que lo hace con bóveda de cascarón. Es interesante señalar que, también interior mente, el ábside se encuentra compartimentado, así, al margen de la citada división en tramos, subrayada aquí por la disposición de dos pares de columnas, a media altura se extiende una línea de imposta con decoración de billetes, que origina dos cuerpos, rematándose el superior por una nueva moldura, en este caso lisa. El ábside se abre a la nave principal a través de un gran arco triunfal semicircular y en arista viva, que tras salvar una sencilla línea de imposta voltea sobre sendas columnas entregas de fustes de tambores, con capiteles decorados y basas de perfil ático con garras en los ángulos. En cuanto a los capiteles, el del lado de la epístola muestra dos cuadrúpedos monstruosos afrontados, de evidente parecido a otros, también ubicados en el presbiterio, de las iglesias de Santa María de Caldas y de San Martiño de Sobrán (Vilagarcía de Arousa); su opuesto, sin embargo, ofrece una decoración vegetal mediante cinco hojas de gran desarrollo, terminando las de los extremos menores en forma de voluta, mientras que las tres frontales lo hacen en esquemáticas cabezas seudozoomórficas.
Paralelo al arco triunfal se dispone en el interior del ábside, diferenciando el tramo recto del semicircular, un arco fajón de similares características que el anterior. Consecuentemente, voltea sobre sendas columnas, con capiteles y basas entregas. Los fustes, monolíticos, se fragmentan a media altura debido a la imposta de billetes, que, como se indicaba, divide el ábside en dos cuerpos. En cuanto a los capiteles, el del lado de la epístola, notablemente singular, presenta una desornamentada cesta, que únicamente exhibe en la parte superior una forma serpenteante que se enrosca a la moldura de remate; su opuesto, muy erosiona do, muestra decoración vegetal a base de estilizadas hojas picudas. Las basas son áticas y de perfil semicircular. La iluminación del hemiciclo, como ya se reseñaba, se realiza mediante tres vanos de arco de medio punto. Éstos, en una perfecta simetría compositiva, desenvuelven una sobria configuración, que contrasta con su ornamentado desarrollo externo, abriéndose ahora como sencillas saeteras de acusado derrame interno. Ladeando la ventana central, es importante señalar la disposición de un epígrafe: “REX _ A”.

Capiteles del arco triunfal
 

El transepto, según se indicaba, se configura a partir de la anexión de dos capillas laterales de gran desarrollo, generándose en su unión un crucero que al presente se cubre con bóveda de crucería. En el arco que da paso a la capilla meridional existe la siguiente inscripción: SIENDO / RECTOR DN / NICOLAS / DELLAMAS / LASY CO A / SUIOOSTA/ TONIOLO / PEZ MEFT / AÑO DE / 1725. Lo que nos confirma la fecha de realización de la capilla, 1725, patrocinador, el rector D. Nicolás Llamas y ejecutor, Antonio López.
En la nave, a la altura del crucero, sobresalen única mente dos altísimas columnas, siendo la del muro meridional de mayor antigüedad. Presentan fustes de tambores, con capiteles de cesta decorados con hojas planas y basas áticas con garras. También es interesante mencionar una pequeña estancia ubicada en el muro norte, próxima a la fachada occidental, actualmente con función de baptisterio, que se abre a la nave mediante un arco de medio punto de perfil acanalado. En su interior, además de una moderna pila bautismal, se encuentran los fragmentos de un antiguo baldaquino de tradición gótica, similar a otros conservados en las iglesias de San Breixo de Arcos (Cuntis) o Santa María de Caldas.
Santo André –debido a los diversos cambios tanto arquitectónicos como decorativos, producto de la existencia de diferentes etapas constructivas, a veces de confusa identificación– es un templo de difícil interpretación. Ante esta situación, han contribuido notablemente a su estudio los trabajos de restauración llevados a cabo en el templo, y fundamentalmente en el ábside, en los que aparecieron diferentes piezas, ocultas hasta el momento, en parte debido a la disposición de un gran retablo barroco. Entre los restos hallados se encontró: un altar de piedra de tradición románica; columnas con capiteles prismáticos, que según Sá Bravo serían de origen visigótico –testimonio, tal vez, de la existencia de una etapa constructiva previa a la románica–; un tímpano sin ornamentación alguna; fragmentos de fustes; una basa ática, etc. Muchos de éstos todavía se conservan en las inmediaciones de la iglesia, concretamente bajo el pórtico de la fachada meridional; de otros, sin embargo, se desconoce el paradero.
Previamente a la datación y valoración estilística del templo, es oportuno exponer algunas de las hipótesis planteadas acerca de la planimetría original de Santo André. Bango Torviso, sin profundizar demasiado en este aspecto, menciona que de la fábrica románica sólo queda el ábside semicircular, a partir de lo cual se deduce que la disposición del transepto es consecuencia de una intervención posterior. Sá Bravo, por su parte, considera que ésta en origen sería ya de cruz latina, pues, si se analizan los cimientos y sillares inferiores, se intuye que las capillas que hoy configuran el transepto habrían sido levantadas sobre la cimentación de los brazos de un primitivo y antiguo crucero, probablemente visigótico. Ante estas circunstancias, sería conveniente, para poder plantear una conclusión definitiva, que se realizara una intervención arqueológica en las mentadas capillas. En lo que a mí respecta, dada la notable falta de continuidad en la organización de los muros que configuran el presbiterio y los del transepto, considero que de la primitiva fábrica se conserva únicamente el ábside, el testero de la nave y fragmentos de los muros laterales de esa misma, siendo el transepto consecuencia de una actuación posterior.
Respecto a la cronología del templo, según Bango Torviso, a tenor de las indudables similitudes con San Martiño de Sobrán (Vilagarcía de Arousa), Santo André estaría muy próximo al último tercio del siglo XII, habiéndose ejecutado este último poco después que el anterior. Este mismo autor plantea, además, que ambos templos corresponderían a las mismas manos, dadas las coincidencias constructivas y decorativas de sus ábsides. Por otra parte, como ya se señalaba, el capitel del presbiterio con decoración zoomórfica, muestra un evidente parecido con otro de la iglesia de Santa María de Caldas. Teniendo esto en cuenta, y de acuerdo con las características estilísticas del alero y canecillos, tal como plantea Bango Torviso, cabría datarlo en un avanzado siglo XII.

 

Románico en la Comarca da Paradanta, Pontevedra
A Paradanta es la comarca de Pontevedra situada en el extremo sureste de la provincia, y limita con Orense y Portugal.
En esta comarca no existe un románico tan abundante como en otras comarcas pontevedresas próximas (O Condado, Baixo Miño y Vigo), pero aún así es interesante recorrer sus parroquias en busca de sus restos románico.
Trataremos aquí las iglesias de San Pedro, en Crecente, San Juan de Albeos, perteneciente al concello de Crecente y el monasterio de la Virgen de A Franqueira, en el concello de A Cañiza. 


Crecente
Parroquia del municipio del mismo nombre ubicada a 240 m de altura en el extremo meridional del término municipal, entre las suaves colinas que configuran la margen pontevedresa del fronterizo río Miño.
El origen del topónimo podría derivar del genitivo Crescentius en opinión de Joseph Piel, encuadrándose entre los topónimos gallegos de origen latino-cristiano. Otros elementos que denotan la impronta de la romanización en esta parte de la provincia son los diferentes hallazgos de monedas, de época de Augusto y Tiberio, en un cerro de las inmediaciones de la iglesia parroquial.
Escasas son las referencias relativas a Crecente durante la Edad Media, entre ellas la de mayor antigüedad aparece contenida en una bula de 1186, Crescenten cum cauto et pertinentiis suis, citada por Alfonso Vázquez, que adelanta en prácticamente 70 años la única mención, contenida en los milagros de San Pedro Telmo de 1258, tradicionalmente recogida por la bibliografía.

Iglesia de San Pedro
El templo se encuentra en el lugar de Castro, en la parte inferior de la ladera que ocupa el núcleo urbano en el que reside la capital municipal.
El enigmático origen histórico del edificio estaría vinculado, según autores como Enrique Flórez, Francisco Ávila, Samuel Eiján, Alfonso Vázquez o Eliseo Alonso, a la desaparición de la antigua iglesia y monasterio que, supuestamente, los Templarios tuvieron hasta 1312 en Crecente y con cuyas rentas se erigió la iglesia dedicada a San Pedro, dato que en ningún caso ha sido contrastado con referencia documental alguna y que los restos materiales no pueden refrendar. En lo que no se ponen de acuerdo Enrique Flórez y Eliseo Alonso es en la ubicación de las primitivas edificaciones, puesto que para el primero la iglesia de Santa María, que habría pertenecido a la extinta orden de los Templarios y que se encontraba en estado de ruina a finales del siglo XVIII, estaría en la parte sur de la de San Pedro, mientras que para el segundo esta última se levantó en el solar de la anterior, que habría sido construida con piedra de una antigua torre del siglo XI situada en la cuenca del río Miño.
La construcción, reedificada en algún momento indeterminado de la Edad Moderna, mantiene los aleros, una portada de la nave y el ábside románico.
Adiciones posteriores son la sacristía del muro sur del ábside, realizada en 1541, el campanario y un par de capillas laterales, llevadas a cabo durante el siglo XX, que definen la actual planta de cruz latina. Así pues, este edificio respondía en su plantea miento inicial a la clásica tipología de iglesia de nave única y ábside rectangular, con cubierta de madera la primera y bóveda de cañón apuntado el segundo.
En la larga nave destacan los aleros de cobija en gola que cargan sobre una numerosa y variada colección de canecillos. En el primer tramo del paramento sur, desde la fachada occidental hasta la capilla lateral del crucero, encontramos quince canes de proa, uno de planos superpuestos, uno de tête coupée y otro de cabeza de carnero. En el segundo tramo, desde la capilla hasta el ábside, tan sólo se repite el de proa, los otros tres muestran combinaciones de un cilindro, planos superpuestos y una placa en sentido vertical que puede ser lisa, con incisión central o con dos baquetones. Entre los veintiséis modillones del lienzo septentrional destacan, respecto a los tipos ya vistos, las nuevas variaciones de cilindro y proa, cilindro sobre planos superpuestos, cilindro sobre dos junquillos y la cabeza de équido o cánido del primero desde la fachada occidental.

La portada meridional de la nave presenta arco ligeramente apuntado en arista y tímpano fuertemente erosionado y rebajado en la parte inferior, en cuyo centro, bajo un arco también apuntado, podemos apreciar una figura con un báculo en su mano izquierda que representa posiblemente un obispo. Figuración que tiene íntima relación con la representación iconográfica del ritual y ceremonia de consagración del templo.
Portada meridional
 

Los aleros de los paramentos laterales del ábside cargan sobre dos columnas entregas de basa de perfil ático y capiteles de decoración vegetal, con dos órdenes de hojas planas, el meridional, y combinación de abastonadas y caulículo con poma en el envés, el septentrional, y los canecillos que repiten los esquemas ya vistos en la nave. 

Canecillos del muro meridional del ábside
Canecillos del paramento septentrional del ábside
Canecillos en la cornisa norte del ábside. 

En el exterior del muro oriental del ábside se abre una ventana de arco apuntado en arista con chambrana en nacela lisa, ábacos del mismo tipo, que se impostan por el muro, y un par de columnas monolíticas acodilladas, de basa de tipo ático y capiteles entregos figurados. El capitel del lado norte muestra a un hombre en cuclillas que se lleva las manos a las rodillas, mientras que el del sur muestra un ave que sujeta con su pata izquierda la cabeza del reptil que está picando.
Ventana en el muro oriental del ábside.
 

El arco triunfal del ábside es apuntado, como el fajón del interior, y doblado en arista viva. Ambos apean en columnas entregas con capiteles de decoración vegetal, y basas de tipo ático con garras que se erigen sobre un rebanco. El ábaco, formado por listel, nacela y bocel, se imposta por los paramentos interiores del ábside y por el frontero oriental de la nave. Los capiteles del fajón responden al esquema de hojas secas en las esquinas y picudas muy planas, pegadas al bloque, mientras el capitel del lado del evangelio del arco triunfal es de hojas recortadas y rehundidas, de nervio central marcado, rematando en bolas las de las esquinas, con hojas muy planas ceñidas al bloque, y el opuesto del lado de la epístola se ajusta al esquema de entrelazo simple, de tallos anillados, del que parten hojas secas retorcidas. Todos ellos, junto con el florón que decora la clave de la dobladura interna del arco triunfal, responden a patrones de la arquitectura cisterciense. La ventana del testero es de arco apuntado en arista viva, ábaco en caveto y columnas acodilladas, aunque las actuales no sean las originales.
En el paramento meridional del interior del ábside, en el tramo comprendido entre las dos columnas, permanece el arcosolio del interesante sepulcro gótico de doña Inés Annes de Castro, cuya yacija se encuentra en el Museo de Pontevedra. Pieza que estilísticamente deriva del arte ourensano de hacia 1300.
Los restos conservados, principalmente los aleros y los capiteles del interior del ábside, nos permiten fechar el edificio como obra del segundo tercio del siglo XIII, si atendemos a la geometrización de los canes típica de un alero transitivo de finales del primer cuarto del siglo XIII, siguiendo la clasificación de Isidro Bango, y a la fuerte vinculación estilística de los capiteles con modelos de la cabecera de la iglesia del cercano monasterio cisterciense de Melón, que José Carlos Valle ha datado entre 1190 y 1230. Si bien la pieza que en mayor medida demuestra la dependencia estilística de este edificio respecto al monasterio anteriormente citado y la posible presencia en Crecente de un taller que hubiese colaborado en su construcción o conociese su repertorio de primera mano es el florón de la clave del arco triunfal, inequívoca copia de la clave de la bóveda de crucería cuatripartita del brazo norte del crucero de Melón, realizada a mediados del siglo XIII.


Albeos
Lugar y parroquia del municipio de Crecente situado en el área fronteriza conocida como a Raia, entre las fortalezas de Fornelos y Melgaço (Portugal).
Todas las referencias documentales medievales sobre Elvenis, Elvenos o Alveus, nombres con los que se la menciona, se centran en el antiguo monasterio de San Salvador, fundado probablemente en el siglo X y situado a 300 m de la iglesia parroquial, ladera abajo.

Iglesia de San Xoán
El edificio se encuentra a media altura de una de las laderas que desde la sierra de A Paradanta descienden hacia el cauce del río Miño, definiendo el fértil paisaje de las tierras de O Condado.
En 1585 el visitador del obispo de Tui, el Licenciado Sáenz Masalena, nos informa de que en el monasterio de San Salvador no había ni imagen del Santísimo ni pila bautismal porque la parroquia estaba en San Xoán. Este dato nos permite apreciar la clara e histórica división de funciones existente entre los dos templos, el monástico y el parroquial, así como su posible origen histórico, también medieval, vinculado a la creación del primero.
Del templo románico conservamos parte de los aleros y la portada de la fachada occidental de una nave rectangular que probablemente, en origen, estaría unida a un ábside también rectangular, sustituido por el actual del siglo XVI, lo que la integraría dentro de una de las tipologías planimétricas de mayor arraigo en nuestra tradición arquitectónica medieval, prerrománica y románica.
Los aleros están formados por una cobija con chaflán decorado con una cadeneta de rombos, que apoya sobre seis canecillos en el lado norte y cinco en el sur. Los del lado norte están separados por un añadido moderno en la parte occidental que permite el acceso al campanario.
El primero, desde la parte occidental, está aislado y es de proa sobre planos superpuestos. Los otros cinco están en la parte oriental, después del añadido moderno. Todos ellos son similares al primero, a excepción del segundo de este tramo que presenta a un hombre vestido con una túnica y sentado sobre una especie de cubo o barreño, lo que podría indicar que está defecando. Iconografía que entraría dentro del ámbito de lo escatológico y marginal, representado habitualmente en el exterior de los templos románicos.
Espadaña barroca y canecillos románicos en el muro sur.
Canecillo del alero norte de la nave 

Este segundo tramo del muro norte también conserva los restos de una portada tapiada y englobada, su mitad derecha, en el añadido moderno. Está formada por un arco de medio punto de grandes dovelas y un tímpano decorado con una gran palmeta o flor de lis, similar a las del tímpano de la portada occidental.
Los cinco canes del lado sur se concentran en el primer tramo del muro contiguo a la fachada occidental. El primero y el tercero efigian la cabeza de un cánido y de un hombre, el segundo y el quinto son de proa, y el cuarto presenta proa sobre planos superpuestos.
Una construcción posterior en el muro norte de la iglesia, dejo de este modo esta portada, ahora tapiada, en la que se muestra una flor de lis en su tímpano.
 

La portada de la fachada occidental posee dos arquivoltas de arco de medio punto, cuyo perfil es de listón y media caña en la parte frontal y arista baquetonada. A la arquivolta externa le sustituyeron las siete dovelas centra les. Ambas apean sobre dos pares de columnas acodilladas, de fuste liso, con capiteles y basas entregas. Los capiteles del lado izquierdo, iguales que los del derecho pero en orden invertido, presentan dos filas de hojas puntiagudas de nervio central con pomas en el envés, en el caso del exterior. Los ábacos en caveto se prologan por la fachada, repicada en el siglo XX, y por las jambas de sillares que sostienen el tímpano. Las basas, sumamente erosionadas, son troncocónicas invertidas, con un fino toro en la parte superior.



El tímpano, con una cenefa de perlado, centra su decoración en una cruz bilobulada acompañada por cuatro florones en la parte superior y cuatro palmetas o lises en la inferior. La combinación de todos estos elementos indica, en palabras de Rocío Sánchez, que los artistas tudenses que elaboraron éste y otros tímpanos, como el de San Salvador de Louredo o Santa María de Castrelos, durante las primeras décadas del siglo XIII, contaban con un repertorio que incluía modelos de sarcófagos antiguos de “cruz invicta”, que desarrollarán hasta la creación de diseños similares a los del tema de la cruz triunfante en un cielo de estrellas fijas de los mosaicos paleocristianos.
La datación del tímpano coincide plenamente con la de los aleros de tipo transitivo, según clasificación de Isidro Bango, existentes en la nave. Así pues, ambos elementos hacen referencia a un templo que podríamos datar como obra del primer tercio del siglo XIII.

 

Concello de A Cañiza

Monasterio de Nuestra Señora de la Franqueira.
El antiguo monasterio de Santa María de A Franqueira (Municipio de A Cañiza) se encuentra situado en las tierras altas del sureste de la provincia de Pontevedra, en el corazón de los Montes de A Paradanta. Llegar hasta él es hoy muy fácil. No lo era tanto hace sólo tres o cuatro décadas. Este aislamiento físico, unido a lo muy agreste de su emplazamiento, explica a la perfección el escaso protagonismo, evidente asimismo en lo monumental, que poseyó la Casa a lo largo de su historia.
Frente a ello, debe significarse que en su seno recibe acomodo una Virgen que nuclea una de las devociones más grandiosas del sur de Galicia e incluso del norte de Portugal. A comentar lo esencial de la evolución histórico-artística del cenobio y a ponderar esta eclosión cultural está dedicada esta sección. De su lectura pausada se derivarán también pistas muy sugestivas para valorar convenientemente tanto el lugar que le corresponde a A Franqueira en el contexto del monacato cisterciense de Galicia, particularmente brillante en los siglos centrales de la Edad Media, como el que hay que asignarle a la iglesia, único testimonio de entidad llegado hasta hoy del complejo constructivo comunitario, en el panorama monumental de su tiempo, el siglo XIV, marcado por el auge de las empresas vinculadas a las colectividades de filiación mendicante y el declive de las inspiradas por agrupaciones de progenie monástica, hecho que confiere a los vestigios que contemplamos, humildes en apariencia, una dimensión ciertamente insospechada.
Nada o muy poco sabemos del nacimiento, pasos iniciales e incluso primeros siglos de vida del monasterio de Santa María de A Franqueira, sumidos, como acontece en tantos otros casos, en el confuso campo de las leyendas, fundidas, en el que nos ocupa, con el arranque del culto a la Virgen titular. Dejándolas de lado, hecho que implica a la vez olvidarse de los intentos de remontar los orígenes de la vida monástica en este lugar a tiempos anteriores o inmediatamente posteriores a los de la invasión musulmana, el primer testimonio relativamente seguro de la existencia del cenobio procede del 9 de junio de 1063, día en el que, según referencia del padre Jerónimo Ávalos transmitida por Hipólito de Sa, Fernando I hace una donación a su abad Alvito y a los monjes que le acompañaban, especificando que la casa la habían fundado “viri boni in Sancata vita degentes” y otros, “post multa”, la habían restaurado. El mismo padre Ávalos, monje de San Martín Pinario, en Santiago de Compostela, invocado de nuevo por Hipólito de Sa, da cuenta de otro documento, el segundo por orden cronológico, relacionado con A Franqueira. Se trata ahora de un privilegio expedido a su favor en el mes de junio de 1144 por Alfonso VII. En él, junto a la confirmación de los derechos y propiedades que el monasterio tenía y a la concesión de todo lo que al rey le pertenecía en los lugares que se mencionan, se especifica taxativamente que la comunidad, comandada por el abad Odoario, vivía “sub regula ste, benedicti”.
Ninguno de estos dos documentos se conservaba en el monasterio a mediados del siglo XVII ni se tenía noticia de su existencia, pues no lo menciona Fray Nicolás de Robles, autor, alrededor de 1656, año de su terminación (las adiciones posteriores no afectan a lo que aquí se comenta), del Tumbo hoy conservado en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. A pesar de esto y también de la ausencia de ambos instrumentos en las colecciones diplomáticas de los dos monarcas citados, Fernando I y Alfonso VII, lo que se deduce de su contenido revela una secuencia que en nada se diferencia de la que podemos encontrar en otras muchas Casas monásticas: una comunidad surgida a partir de precedentes, verosímilmente eremíticos, que en un momento determinado de su evolución decide organizarse conforme a las prescripciones establecidas en la Regula Benedicti, referente imprescindible de la mayor parte de las colectividades monásticas que por entonces existían.
El paso siguiente en la vida de esta comunidad, de la que prácticamente no sabemos nada, será, tal como sucedió en diferentes cenobios gallegos y también de otras latitudes más o menos próximas, su incorporación a la Orden del Cister. Suele fecharse esse hecho en el año 1293, pero no existe ningún documento que ratifique su validez para fijar tan decisivo su evento en la vida de la Casa. Su proximidad relativa a la data, 1343, que figura en el epígrafe que exhibe el dintel del tímpano que preside la fachada principal de la iglesia, fundamental para la cronología de toda ella, que se habría comenzado antes y con toda probabilidad, según es usual dentro de la Orden del Cister, tras el cambio de observancia, la hace muy verosímil, aunque no sea segura, permitiendo pensar que la adscripción, si no se produjo exactamente en el mentado de 1293 (una deficiente lectura del epígrafe y una incorrecta interpretación de su exacta finalidad, como se ha comentado en alguna ocasión, parecen estar en el origen de la invocación precisa de este año para situar el acontecimiento que estamos valorando), sí debió acaecer en un momento próximo a él y sin duda por afiliación, ya que, más allá de la escasez de noticias sobre el cenobio en los tiempos que la precedieron, nada hace suponer que la vida monástica desapareciera antes de ese tránsito por completo del lugar de A Franqueira.
Nada sabemos tampoco sobre el proceso mismo de afiliación de la comunidad franqueirense a la Orden del Cister, ignorándose también algo tan esencial a ese respecto como la manera de llevarse a cabo la afiliación, es decir, si se produjo de un modo directo, con intervención de una de las grandes abadías madres borgoñonas, que en este caso, dada la ubicación de A Franqueira, habría sido con toda seguridad Clairvaux, la gran dominadora del panorama cisterciense en Galicia, o de un modo indirecto, mediante la actuación de una Casa ya afincada en el territorio gallego. La poca entidad que como núcleo comunitario siempre tuvo A Franqueira hace más probable, sin que contemos con documentación que la avale, la segunda opción comentada, siendo su cercanía a Santa María de Melón (Municipio del mismo nombre, provincia de Ourense), a falta de otros datos, el argumento que sirve de apoyo a quienes vienen afirmando que ésa fue su Casa madre, dependencia orgánica que incorporaría a Santa María de A Franqueira a la filiación del monasterio borgoñón que fundó Melón poco después de 1150, esto es, Clairvaux, la abadía nacida en 1115 de la mano de San Bernardo.
La incorporación de A Franqueira a la Orden del Cister, al margen ya de los interrogantes que plantea el proceso, tiene un enorme interés histórico. Con ella, en efecto, se daba fin a varias décadas de ausencia, sin presencia activa del organismo en Galicia, donde en tiempos anteriores, tras la fundación en 1142 de Santa María de Sobrado (A Coruña), había actuado con particular éxito e intensidad (de Clairvaux dependieron en el noroeste peninsular, de un modo u otro y entre 1142 y 1225, un total de 13 cenobios importantes), debiendo significarse también que, de hecho fue el de A Franqueira el último monasterio que se integró en la Orden en nuestro territorio durante la Edad Media. Los que a ella se adscribieron en la segunda mitad del siglo XV lo hicieron no libremente, como suponemos que sucedió en el caso que nos ocupa, sino forzados desde fuera y como consecuencia de su difícil estado interno.
Situadas en sus justos términos o, si se prefiere, matizadas las dudas que suscitan tanto el momento exacto en el que se produjo como la modalidad precisa de incorporación de A Franqueira a la Orden del Cister, el siglo XIV será ya el de su plena consolidación y asentamiento definitivo. Son prueba inequívoca de ello, por un lado, la construcción del complejo monástico (la iglesia, único vestigio medieval hoy conservado, debió concluirse en lo esencial, como se verá, alrededor de 1343), y, por otro, las donaciones que recibe, no muchas ni, en general, de gran empaque, aunque sí muy significativas. Buena parte de ellas tendría su origen en la difusión del culto a la Virgen titular de la abadía, una expansión devocional de la que es muestra elocuente el testamento otorgado el 19 de diciembre de 1361, en Rivadavia (Ourense), por Johán Gomes, escudero, quien manda “yr en romaria por min huun home ou moller con oferta e con candea a Santa María da Franqueira, tamaña candea como eu de meu estado”.
No bastaron dádivas como ésta ni otras posteriores, alguna tan importante como la recibida en fechas imprecisas, avanzado ya el mismo siglo XIV, de don Payo Sorreda de Sotomayor (incluía, entre otros, el coto de A Franqueira), o la incorporación a su patrimonio en 1481, con todas sus propiedades, del recientemente extinguido monasterio de Casteláns (Municipio de O Covelo, Pontevedra) para que Santa María de A Franqueira conservase la categoría abacial al ingresar en la Congregación de Castilla, acontecimiento que se produjo el 16 de agosto de 1521 mediante bula otorgada por el Papa León X, uniéndose a nuestra Casa, tras la dimisión como abad comendatario de Ildefonso de Pisa, familiar del Pontífice, al Colegio que la Congregación tenía en Salamanca.
Con posterioridad, concretamente en el año 1572 y por iniciativa ante el Capítulo General de la Congregación del Conde de Salvatierra, se intentó que el monasterio de A Franqueira recuperara su rango abacial. Esta pretensión, sin embargo, no llegó a consolidarse por no disponer el mentado personaje de los medios económicos necesarios para hacer frente a las exigencias que esa condición conllevaba. Durante prácticamente toda la Edad Moderna, pues, A Franqueira tendrá la categoría de priorato o, mejor aún, de presidencia, nombre con el que en la referida Congregación eran conocidas parte de este tipo de Casas de menor entidad.
Poblado por pocos monjes, con rentas bajas y con una vida cotidiana escasamente destacada, premisas que pueden aplicarse con idéntico fundamento a lo esencial de su trayectoria como núcleo monástico, llegará el cenobio de Santa María de A Franqueira hasta 1835, año en el que, como consecuencia de las leyes desamortizadoras auspiciadas por Mendizábal, los religiosos lo abandonan, pasando ulteriormente la iglesia a servir como parroquial, misión que sigue cumpliendo ejemplarmente todavía en la actualidad.

Iglesia
Del conjunto de construcciones que en el pasado compusieron el complejo monástico de Santa María de A Franqueira sólo queda en pie hoy el templo abacial. Nada resta, en cambio, de las otras dependencias comunitarias. Poco espectaculares, sin duda, desde un principio (la escasa entidad del cenobio y las particularidades que ofrece la iglesia así lo sugieren), no debieron experimentar grandes transformaciones en tiempos postmedievales a juzgar por las circunstancias en las que se desenvolvió la vida del monasterio durante los años, más de trescientos, de su pertenencia a la congregación de Castilla. Lo poco que de esas estancias restaba hace algunas décadas fue utilizado para construir la actual casa rectoral y un albergue para acogida de los peregrinos que, multitudinariamente, se dan cita en el Santuario los días de romería.

Exterior de la iglesia
La otrora iglesia abacial de A Franqueira ofrece hoy un esquema con cabecera hipertrofiada, más ancha, globalmente considerada, que la nave, que nada tiene que ver con su diseño inicial. Ampliaciones y reformas tanto de época barroca como del siglo XX explican la conformación que exhibe actualmente la parcela del naciente. En origen, sin embargo, la planta de la iglesia era muy simple. Constaba de una sola nave rectangular, amplia, dividida en cuatro tramos, y una capilla, también única y rectangular, seguramente en tres tramos (hoy persisten sólo dos), dispuesta en la cabecera, un modelo, pues, sin pretensiones, idéntico en lo sustancial al que testimonian numerosas empresas gallegas desde tiempos prerrománicos. No sucede lo mismo cuando se analizan con detalle sus diversos elementos.
En el conjunto de la cabecera, destacable por su vistoso juego de volúmenes, poco y en todo caso sin interés es lo que hoy puede significarse de tiempo medievales. Muy distinta se presenta la situación al enfrentarse con el bloque de la nave, cubierta por un sencillo tejado a dos aguas, perfectamente apreciable ahora en su totalidad por haber desaparecido por completo las estancias comunitarias que en otras épocas se le adosaban a su costado meridional.

Lado norte
El muro norte de la nave está dividido en cuatro tramos por medio de tres contrafuertes, prismáticos y escalonados, que llegan hasta la cornisa. Ésta, conformada por cobijas de nacela sin ornato, se apoya en canecillos geométricos compuestos por cuartos de bocel superpuestos y un filete superior, unos y otros lisos.
En los tramos primeros y tercero, contando siempre, como en el anterior, desde el lado este, se abren ventanas, la inicial descentrada. Idénticas en su organización, repiten en todo (composición general y detalles estructurales y decorativos) las características ya señaladas al comentar su cara interna. Ocupa parte del tramo occidental, al menos desde las primeras décadas del siglo XVIII, etapa en la que se levantan sus dos cuerpos bajos (los otros son muy probablemente del último tercio del siglo XIX), una vistosa torre a la que se accede desde fuera por medio de escaleras simples.

En el segundo tramo de la nave, protegida por un arco ligeramente rebajado que ata los contrafuertes y que, limitado en su parte superior por una imposta de nacela lisa, configura en realidad, un sencillo pórtico (su valor referencial se refuerza por la presencia en los arranques de su intradós de dos figuras que, vistas sus actitudes y a pesar de su erosión, deben ser la Virgen y el Arcángel Gabriel), se abre una puerta muy simple, con arco apuntado compuesto por grandes dovelas de artista tallada en baquetón sin ornato que se prolonga por las jamabas sin solución de continuidad.

Lado sur
Está dividido también en cuatro tramos por medio de contrafuertes, apreciándose ahora perfectamente el emplazado en la esquina de poniente. Repiten todos el modelo conocido, supeditándose también al esquema descrito tanto su remate como la manera de sostener las cobijas. En el segundo tramo se halla una puerta moderna (en la cartela de su clave figura el año 1955), sucesora, sin duda, de la que en un principio comunicaba la iglesia con las otras dependencias colectivas. Una ventana, remodelada, se abre encima de la puerta, disponiéndose otra, restaurada en parte, en el tramo final. Nada ofrece de innovador con respecto a lo ya conocido.


Completa la organización del flanco meridional de la iglesia, emplazada justamente delante de la puerta últimamente mencionada, una plataforma o palco que, si bien no tiene ningún protagonismo estructural, sí posee una extraordinaria importancia desde el punto de vista cultual: se utiliza para mostrar a los fieles a la Virgen de A Franqueira en el marco de las actividades festivo-religiosas que se llevan a cabo durante los días de mayor solemnidad.

Fachada occidental
Es la principal y nuclea la atención exterior de todo el edificio. Está construida, al igual que el resto del templo, con aparejo de sillería granítica, en general bien escuadrada y asentada. Dos contrafuertes prismáticos de escaso resalte y con remate escalonado, el del norte alterado por la erección de la torre, ya citada, la flanquean.
Centra la parte baja de la fachada una espléndida portada. De marcada profundidad y muy cuidad tanto en lo formal como en lo decorativo, la componen cuatro arquivoltas semicirculares y una chambrana de idéntica configuración.

La arquivolta menor, cuya clave ocupa un dosel, decora su rosca con rosetas de ocho pétalos y botón central, ocupando la arista ocho ángeles, cuatro por lado, instalados en el sentido de la curvatura del arco. Prácticamente idénticos en su disposición, presentan actitudes y, en su caso, exhiben objetos diferentes; un libro, abierto o cerrado, una filacteria o un incensario. La segunda arquivolta talla su arista en plástico baquetón liso, apareciendo en rosca e intradós sendas medias cañas sin ornato. La tercera arquivolta se diferencia de la anterior por la inserción en la superficie cóncava de la rosca de una sucesión de bolas. La cuarta arquivolta, la mayor, ofrece en su arista puntas de diamante de ocho pétalos, figurando en intradós y rosca motivos vegetales. La chambrana, finalmente, se exorna con una sucesión de pequeños arcos trebolados recortados.


Las cuatro arquivoltas voltean sobre columnas acodilladas, perfilándose las aristas de los codillos con un grueso y plástico baquetón sin decoración. Las columnas se alzan sobre plintos cúbicos (en origen decorados con castillos y leones, en buena medida desaparecidos ya a causa de la erosión). Sus basas son áticas y los fustes, monolíticos, poligonales unos, cilíndricos otros, exhiben modelos o configuraciones diversas (lisos, con estrías helicoidales o con motivos decorativos: bolas, castillos, un trenzado, conchas de vieira). Los capiteles, con desbastado troncopiramidal, tienen un enorme interés. Todos son figurados, ofreciendo unas representaciones humanas, con o sin animales, otros éstos solos, incidiendo el conjunto, presidido por una Anunciación situada en los dos capiteles externos de la jamba norte, en la contraposición del Bien y del Mal.
El ábaco de los capiteles está recorrido por un motivo, un fino baquetón liso enmarcado por surcos, idéntico al que vemos en la parte superior de los cimacios, exhibiendo la inferior una alta nacela sin ornato. Se prolongan estos cimacios en imposta por el frente del muro, enlazando a uno y otro lado con el cimacio de dos curiosos soportes que, dominados por grandes capiteles decorados con hojas lisas marcadas sólo en su parte alta, flanquean la portada. Sin otra misión hoy, al menos en apariencia, que la puramente ornamental, en su conformación actual son producto de intervenciones de época diversas. En ellos se apoyan, a modo de esfinges protectores del templo, dos extrañas y compactas figuras humanas, exhibiendo la septentrional de un reloj de sol.
Preside la portada un interesante tímpano, monolítico en origen, compuesto hoy, a causa de una fractura, por dos piezas unidas. Está nucleado por una Virgen sedente, frontal y solemne, que sostiene sobre su pierna izquierda, ya ladeado, al Niño. Encima de la Virgen, reforzando su protagonismo, se dispone un dosel en forma de castillo, situándose a un lado los Reyes Magos, con Melchor arrodillado, los tres con sus presentes en las manos, y, al otro, un personaje arrodillado y suplicante, sin duda el donante, y, tras él, sentado y con un bastón en forma de tau, San José. Sobre estos dos grupos de figuras que custodian o flanquean a la Virgen se hallan dos ángeles turiferarios, completando la decoración del tímpano dos escudos de armas (su enorme desgaste hace imposible la identificación de sus componentes) dotados de tiracol. Corresponden, con su seguridad al donante, quien con su inserción haría ostentación de su patrocinio.
El tímpano apoyado en las jambas mediante mochetas, muestra en su cara inferior, además de un tallo ondulante del que surgen, alternadamente, hojas muy estilizadas, una larga y muy útil inscripción, en parte mutilada, si bien, a juzgar por la información que de ella nos transmite Francisco de Ávila y La Cueva, quien escribe hacia los años de la exclaustración (ca. 1835 o algo después), nada esencial de su texto se perdió. Desarrollando sus abreviaciones, dice lo siguiente:
Era MCCCLXXXI. Frei Gonzalo Primo he que començou e acabou.
Lamentablemente, la pérdida de la documentación del monasterio nos impide decir algo más sobre este Frei Gonzalo, obviamente el abad que mandó labrar el tímpano y la portada y seguramente también el impulsor de la construcción, como se dirá, de gran parte del templo. Él, en consonancia con esta lectura, es quien, arrodillado y vestido, en efecto, como un monje, pues lleva cogulla, se representa implorante ante la Virgen y el Niño, culminando en su actitud o, mejor, en la escena en la que él se introduce, el mensaje que se desprende del programa iconográfico desplegado en la portada, estructurado, como ya vimos, a partir de la dicotomía entre el Bien y el Mal que se relata en los capiteles, dominados por la presencia de la Anunciación, promesa sabida de Redención, explicitada en el grupo central del tímpano y realzada aún más por las figuras angélicas que se distribuyen en él y en una de las arquivoltas, la menor.
A Frei Gonzalo, pues, pertenecerían los dos escudos de armas reseñados. Su inserción en un lugar tan destacado y visible y, sobre todo, con unas dimensiones tan notables, confiere al tímpano una posición de excepción en la secuencia de los tímpanos presididos por una Epifanía, un conjunto, vinculado a la actividad de talleres escultóricos derivados o nacidos del surgido alrededor del año 1300 en la Claustra Nova de la Catedral de Ourense, que, tal como señaló S. Moralejo, parece tener en el compostelano de San Félix de Solovio, datado en 1316 y firmado por F. Paris, su punto de partida.
Para terminar la descripción de la iglesia sólo resta por decir que en la parte alta de la fachada se halla un rosetón, hoy sin tracería, y que hasta hace tres o cuatro décadas la portada estaba protegida por un humilde pórtico de cronología imprecisa. Recuerda su existencia la huella sobre el paramento mural del tejado a dos aguas que lo cubría.

Interior de la iglesia
Resulta llamativa, en una primera aproximación, la desenvoltura, esto es, la anchura y la altura de la nave, distribuida en cuatro tramos, y de apariencia poco espectacular. Los muros norte y sur se levantan sobre un banco de fábrica. Una puerta y dos ventanas perforan el primero. Aquélla, emplazada en el segundo tramo, se cierra con un arco de medio punto liso montado directamente sobre las jambas. Las ventanas se abren en los tramos impares. Exhiben idéntica organización. Constan de una sola arquivolta semicircular, con rosca y sin ornato, perfilando su arista una sencilla moldura cóncava lista. Voltea este arco, mediante imposta de nacela también sin decoración, en columnas acodilladas, con basas muy simples y fustes monolíticos lisos. Los capiteles, entregos, son de canon muy esbelto y poseen desbastado troncopiramidal. Muestran cuerpos desnudos rematados en bolas o cabecitas, motivos vegetales o animales con cabeza humana común emplazada en el ángulo exento de la pieza. Todos adornan su ábaco con incisiones horizontales, una en unos casos, dos en otros.
Una puerta y dos ventanas se practican también en el muro sur de la nave, la primera en el mismo lugar que la opuesta, las otras en los tramos dos y cuatro, es decir, en emplazamientos distintos de los fronteros. La puerta, por la que se accedía en otros tiempos a las dependencias monásticas, no pertenece en su conformación actual a la estructura inicial del templo. Es producto de una reforma posterior, como le acontece a la ventana que está sobre ella. Sí es de época la otra, idéntica en su configuración a las situadas en el costado contrario. Merece mención detallada uno de sus capiteles, el occidental, decorado con dos parejas de aves, una en cada cara.

La superior, de mayor tamaño, está picando la cabeza del inferior, sobre la que se apoya, disponiéndose entre las atacantes, en la esquina del capitel, una cabeza humana.
Una techumbre de madera a dos aguas cubre la nave. Se apoya en tres arcos diafragma apuntados. Su dobladura, de escaso saliente, mata sus aristas con molduras cóncavas lisas; el arco inferior, de sección prismática, las perfila, por su parte, en chaflán, también sin ornato, aditamento que, en forma de vistosos, complejos y muy cuidados signos lapidarios (un cáliz, una estrella, diversas combinaciones geométricas, etc.) sí encontramos en el intradós de algunas dovelas el arco más occidental.
Voltean los arcos diafragma, mediante impostas de nacela desnudas, en ménsulas escalonadas compuestas por una sucesión de prismas y semicilindros o cilindros, listos siempre los últimos, que se sitúan abajo, adornados con rosetas muy geometrizadas, inscritas en círculos, los frentes y partes de los laterales de los primeros, emplazados arriba.

El ábside, único y de planta rectangular, está dividido hoy en dos tramos (determinados indicios sugieren que poseyó tres en su arranque) cubiertos por bóveda de cañón agudo. Se accede a él desde la nave por medio de un arco triunfal apuntado y doblado.
El arco mayor exhibe su arista externa (la interna sigue viva) biselada y lista. Se apoyaba en origen sobre el muro, tratado de idéntica manera, mediante una imposta de nacela sin ornato, hoy repicada. El arco menor, a su vez, ofrece, con sección prismática, las aristas vivas en sus dos frentes. Se apoya en columnas entregas montadas sobre un alto y complejo basamento, muy deteriorado en la actualidad. Las basas de aquéllas presentan una simple moldura biselada, muy aplastada, divididos en tambores de altura igual a la de las hiladas del muro en que se empotran. Los capiteles, toscos, tienen un desbastado tronco cónico. Fueron repicados, conservando sólo parte de su decoración: hojas estilizadas y de poco resalte el del norte y una arpía el del sur.
Un cimacio con perfil de nacela listo, también repicado, se situaba sobre los capiteles descritos. Proseguía en forma de imposta por el frente del muro y por el interior de la capilla, sirviendo aquí para marcar el arranque de la bóveda de cañón apuntado que la cubre. Se monta ésta hoy sobre un único arco fajón de la misma directriz, idéntico en su configuración a la que muestra en el ingreso desde la nave. Coincide con él también el tipo de soporte, bien conservado ahora, sobre todo en el costado sur, en sus componentes esenciales.
En los lados norte y sur del ábside, en cada uno de los dos tramos de que consta actualmente, se abrió hacia los años centrales de la década de los cincuenta del pasado silo (ca. 1955), un sencillo arco de medio punto que sirve para poner en comunicación la capilla con unas estancias regulares, una por costado, de no mucha amplitud, que se crearon como consecuencia de la renovación y ampliación que experimentó la parte oriental de la iglesia a raíz de la potenciación del culto a la Virgen titular del Santuario.
Mucho antes de que se produjeran estas importantes modificaciones, sin embargo, el ábside medieval ya había sufrido la supresión de parte de su fábrica.
En el lugar en que hoy remata al oriente se dispone-y así sucede desde más o menos el año 1700 o las primeras décadas del siglo XVIII- un arco de medio punto simple volteado sobre pilastras cajeadas montadas en altos basamentos. Comunica este arco con un espacio de planta cuadrada delimitado por otros tres arcos, doblados los de los frentes norte y sur, sencillo, como su opuesto del flanco oeste, el del naciente. Se apoyan estos arcos en pilastras que, en su conjunción o confluencia con las contiguas, acaban conformando unos muy sólidos machones. Cubre el espacio cuadrado citado una vistosa cúpula semiesférica, perforada en su remate para facilitar el paso de la luz, apeada sobre pechinas decoradas hoy con relieves dieciochescos (proceden de algún retablo de la iglesia), que posibilitan el paso a una circunferencia de base marcada por una imposta muy saliente.
Estancias ubicadas en el entorno del espacio cupulado dispuesto al naciente del ábside medieval

Al este de esta parcela coronada por cúpula, lugar donde en la actualidad se sitúa el altar del templo, se encuentra un nuevo y sorprendente espacio. Vista su composición o, si se quiere, su compartimentación, es evidente que pretende reproducir simétricamente, utilizando incluso elementos medievales (el arco de la estancia centra y sus soportes proceden verosímilmente de la primitiva capilla de la iglesia, que habría contado en origen con un tramo más de los que hoy muestra), la ordenación de la zona opuesta, esto es, la nucleada por el ábside antiguo, apareciendo así como centro de todo el conjunto, producto, pues, de un impulso unitario, de una concepción global, al margen de reajustes de cronologías dispares, el espacio rematado por la cúpula. Bajo ella, acogida seguramente por un baldaquino, con toda probabilidad el mismo que, reestructurado o remodelado en fecha imprecisa, dentro del siglo XX, sin duda, aún hoy la enmarca, datable en origen hacia 1700 o en las primeras décadas del siglo XVIII, se colocaría, reforzando el impacto potente de su visión, muy en clave efectista barroca, la luz que desde arriba se proyectaba, la imagen de la Virgen con el Niño, Nuestra Señora de A Franqueira, la titular del Santuario, una figura, que a juzgar por lo que se desprende de su análisis estilístico, debió presidir el altar mayor de la iglesia monástica desde el momento mismo en que se construyó.
Esta Virgen, en efecto, responde por estilo a propuestas de uso muy frecuente en Galicia, particularmente en ámbitos vinculados a la Orden del Cister, en el segundo cuarto del silo XIV, cronología que, vista su semejanza formal con la figura que preside el tímpano de la fachada principal de la iglesia, también una Virgen sedente con el Niño, datable alrededor de 1343, conviene justamente a la que ahora nos ocupa. Ésta, sentada y en rígida posición frontal, perpetúa el conocido tipo de Virgen como Sedes Sapientiae. Está trabajada en todo su perímetro, dato que confirma que fue concebida como pieza exenta.

 

 

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