El románico en la provincia de Burgos.
Marco histórico
El arte románico avanza por el Camino de Santiago
La
penetración y florecimiento del arte románico en la España cristiana vino a
coincidir con los siglos de las peregrinaciones masivas hacia el sepulcro del
apóstol Santiago. Por los caminos de los peregrinos que cruzaban los Pirineos
por Roncesvalles y Jaca, fundidos en un único camino desde Puente la Reina a
Compostela, llegará a los reinos cristianos: Aragón, Navarra y León el nuevo
arte que estaba naciendo en la Cristiandad europea y que florecía bajo el
influjo de la gran abadía borgoñona de Cluny. Los caminos de la peregrinación,
el arte románico y el influjo de Cluny constituyen una trinidad indisoluble en
la península Ibérica.
Las
ciudades y villas del Camino fueron las primeras en recibir en esos reinos las
precoces manifestaciones del nuevo arte; Jaca, Leire, Pamplona, Burgos,
Frómista, León y Santiago iniciarán muy pronto la construcción de nuevas
iglesias, adoptando las técnicas y los gustos llegados del norte de los
Pirineos. El territorio de
la actual provincia de Burgos era cruzado de este a oeste en toda su extensión
por el Camino de Santiago, que dividía la provincia casi en dos mitades
exactas; penetraba en la actual provincia, abandonando La Rioja, por Redecilla
del Camino y salía por el Puente de Hitero sobre el Pisuerga en Itero del
Castillo; los principales hitos burgaleses del Camino serán Belorado,
Villafranca, Montes de Oca, San Juan de Ortega, Burgos y Castrojeriz.
Pero
entre todos estos grandes hitos camineros sobresalía Burgos, que desde los años
de Fernán González (931-970) se había constituido en capital del naciente
condado de Castilla, que había ido ampliando su extensión hasta extenderse por
un territorio que comprendía desde el mar Cantábrico a la Sierra de Somosierra,
y desde el río Pisuerga hasta las fronteras del reino de Pamplona y Nájera.
Además
los condes de Castilla eran al mismo tiempo condes de Álava, de una Álava que
no coincidía con la provincia actual del mismo nombre, ya que el condado de
Álava englobaba también a la totalidad de la actual provincia de Vizcaya,
porque tanto el condado de Álava como el de Castilla no se limitaban a las
tierras sitas al sur de la Cordillera Cantábrica, sino que se extendían
igualmente al norte de las cumbres hasta las orillas del mar. Esta situación de
un territorio no dividido por los montes, sino a caballo sobre los mismos, se
designaba gráficamente en Castilla cuando se distinguían en su territorio dos
partes bien diferenciadas, designando a la actual Cantabria como de Peñas al
Mar y a las actuales tierras burgalesas como de Peñas adentro, pero ambas
igualmente castellanas.
Estas
circunstancias harán de Burgos un centro político y cultural de máxima
importancia, capaz de codearse de igual a igual con León o Pamplona; por eso
nada tendrá de extraño que la primera acogida del nuevo arte románico en el
condado castellano tenga lugar en Burgos, cuando Alfonso VI, hacia el año 1075,
inicie la construcción de una iglesia-catedral para el obispo de Oca que ya
venía residiendo en Burgos o en sus alrededores.
Desgraciadamente
este primer templo románico de Burgos y de Castilla fue demolido en el siglo
XIII para alzar sobre el solar del mismo la nueva catedral gótica; de él sólo
se conservan tres capiteles, hoy en el claustro de la catedral, que comparten
un mismo estilo primitivo y parecen pertenecer a la misma escuela de la portada
de la iglesia románica de San Isidro de Dueñas (Palencia), de planta semejante
a la iglesia de San Martín de Frómista, sita en el Camino de Santiago y obra de
la condesa castellana y reina de Navarra doña Mayor. Es muy posible que estos
tres templos estuvieran edificándose casi a un mismo tiempo.
La diócesis de Burgos
La
llegada del arte románico a tierras burgalesas vino a coincidir con el traslado
de la sede episcopal de Oca a la ciudad de Burgos, un traslado que no tendrá
lugar en una única fecha o con un único acto jurídico; se tratará más bien de
una transferencia iniciada por el obispo Julián (1028-1041) de Oca, que ya en
mayo de 1036 sustituye el nombre de su sede de Oca por el de Burgos: ego
Iulianus, episcopo dux Burgus, audivi ab ore Sancio, gratia Dei rex, que
aunque sólo se trate de un cambio nominal de la sede, denota ya las
preferencias del obispo de Oca por Burgos, cuando residía muy probablemente en
Cardeña.
Su
sucesor Gómez (1042-1057), aunque obispo de la diócesis de Oca, residió durante
todo su pontificado en el monasterio de Cardeña, donde anteriormente había
ejercido el abaciazgo; el título que prefirió utilizar y con el que era
habitualmente designado fue el de obispo Burgensis, Vurgensis, Vurgalensis,
Burgalense o Burgalensis. Sólo en una ocasión y muy solemne, se trata del
Concilio de Coyanza, aparece el obispo Gómez de Burgos con el título de Oca,
esto es, como Occensis.
Con
casi seguridad la razón de este cambio nominal de la sede hay que buscarla en
la división del condado de Castilla entre los dos hermanos García de Nájera y
Fernando tras la muerte en 1035 de su padre Sancho el Mayor. Oca había quedado
en el reino de Nájera mientras que Burgos y su alfoz se hallaban en el
territorio de Fernando. El obispo aucense preferiría residir habitualmente en
los alrededores de Burgos y sin abandonar el título de Oca designarse más bien
como obispo de Burgos.
A
don Gómez le sucede en 1057 como obispo de Oca su sobrino Jimeno I, originario
de Villariezo, lugar sito a seis kilómetros de Burgos; lo mismo él que su
sucesor del mismo nombre, esto es, Jimeno II, no utilizaron nunca el título de
Oca, al menos, no tenemos ningún testimonio de ello y en cambio sí reiterados
documentos de uno y otro suscritos por los mismos como burgensis episcopus.
No
bastaba el traslado nominal de Oca a Burgos y que los obispos residieran en el
monasterio de Cardeña; era preciso asignarles una sede permanente y dotar
convenientemente a la renovada sede. Es aquí donde va a intervenir el primer
rey de Castilla, el llamado Sancho II, otorgando el 18 de marzo de 1068 al
obispo Jimeno, cuyo lugar de residencia no se menciona, y al obispado de Oca
una magnifica dote: facio testamenti privilegium ad Aucensem episcopium et
vobis domino meo Symeoni episcopum... Quia quamvis prefatam sedem a multis
temporibus desolata iacet et non possum ad integrum restaurare, tamen in
renovatione ipsius episcopii concedo parvusculam partem, scilicet.... La mayor
parte de los bienes citados en la donación se hallan sitos en tierras del
Arlanza y del Arlanzón, fuera de la comarca de Oca.
El
rey Sancho II sería asesinado el 7 de octubre de 1072 ante los muros de Zamora
sin haber podido completar el traslado de la sede de Oca a Burgos y sin asignar
un lugar para su residencia. Con su muerte el reino de Castilla desaparece y
vuelve a fundirse en estrecha unidad con su reino originario de León bajo la
autoridad de Alfonso VI.
Pero
no pasarán dos años sin que las infantas Urraca y Elvira, hermanas del reinante
Alfonso VI y del difunto Sancho II, siguiendo los consejos de su hermano, el
monarca reinante, vengan en auxilio del obispo de Oca-Burgos, regalándole el 8
de julio de 1074 la iglesia de Santa María de Gamonal, a tres kilómetros de
Burgos, para que instale en ella la sede episcopal que anteriormente estaba en
Oca. Este asentamiento de la sede de Oca en Gamonal será confirmado en mayo de
1075 por el propio Alfonso VI.
Ya
tenemos al obispo de Oca-Burgos con su sede en Gamonal, pero falta todavía
asignarle un lugar, una iglesia en la misma ciudad de Burgos para que asentara
en ella su sede. Este paso definitivo lo dará Alfonso VI el 25 de diciembre de
1081 desprendiéndose, en favor del obispo Jimeno II y de su sede, del palacio
heredado de los reyes Fernando y Sancha en la ciudad de Burgos y de la iglesia
que junto al mismo estaba edificando, para que en ella residiera la sede
episcopal, que debía ser considerada por todos como cabeza de toda Castilla.
Es
en este instante cuando la sede de Oca se asienta definitivamente en Burgos, en
los palacios que el rey Alfonso poseía en esta ciudad, cuando aparece también
la primera noticia de la iglesia que el mismo monarca estaba construyendo a su
costa junto a esos palacios con forme al nuevo arte y que por voluntad del
monarca se convertirá en la primitiva catedral románica; desde aquí el nuevo
arte se difundirá por el resto de la extensa diócesis burgalesa.
Una dinastía europeísta rige los destinos de Castilla
Junto
con el Camino de Santiago otro de los factores que contribuyó a la temprana e
intensa difusión del arte románico por las tierras de Burgos fue el gobierno
del condado castellano por una nueva dinastía, que procedente de Navarra había
heredado el condado castellano primero y el reino leonés más tarde; esta
dinastía de origen pirenaico practicará una intensa y decidida política de
puertas abiertas a las corrientes culturales y artísticas proceden tes del
norte de los Pirineos.
Desde
el siglo VIII hasta el año 1037 otra dinastía, procedente por línea agnaticia,
esto es varonil, del duque de Cantabria, Pedro, había gobernado
ininterrumpidamente toda la cornisa cantábrica, desde Finisterre hasta los
límites de Guipúzcoa y desde ese baluarte de resistencia habían ido lentamente
extendiendo sus dominios por la cuenca del Duero. Estos reyes, primero de
Oviedo y luego de León, si exceptuamos el breve período de Alfonso II
(790-842), apenas mantuvieron contactos con la cristiandad europea; aislados en
el occidente de la Península, sin comunicación directa por tierra y sin marina,
vivieron de espaldas al mundo carolingio y a su cultura, cultivando su herencia
visigoda y abiertos, salvo en lo religioso, a los influjos culturales de la Córdoba
emiral y califal.
Muy
distinta era la situación de la monarquía de Pamplona en íntimo contacto por
razones geográficas con sus vecinos cristianos del norte de los Pirineos; dada
su escasa extensión territorial este diminuto reino sólo alcanzará una
proyección e influjo al otro lado de sus fronteras con Sancho el Mayor
(1004-1035).
Este
monarca navarro extenderá sus dominios mucho más allá del pequeño reino de
Pamplona; por razones de herencia será también rey de Aragón y a partir de 1015
gobernará el condado de Castilla, primero como tutor de su cuñado el infante
García Sánchez y luego en nombre de su hijo Fernando, conde de Castilla. Mas
tarde incorporará también a sus dominios los condados de Sobrarbe y Ribagorza y
extenderá su influjo hasta los condados catalanes por Oriente y hasta las
tierras leonesas, como protector del rey menor de edad Vermudo II, en
Occidente. Esta proyección de Sancho el Mayor sobre la mayor parte de las
tierras cristianas peninsulares hará que el abad Oliba, del monasterio de
Ripoll, se dirija a él como Sancius rex ibericus y que el obispo Bernardo de
Palencia escriba que Sancho “con justicia pudo ser llama do rey de los reyes
de España”.
Sancho
el Mayor, unido con estrecha amistad personal con el abad Oliba y en íntimas
relaciones con Sancho Guillermo de Gascuña, a través de ellos se vinculó
también con Odilón, el abad de Cluny, centro del movimiento de renovación
eclesiástica y monástica de la época; de este modo se abría el rey de Pamplona
a las corrientes culturales de principios del siglo XI y anudaba los primeros
lazos con Europa.
Sancho
el Mayor abrió las puertas de los principales monasterios de su reino a monjes
formados en Cluny, que introdujeron en ellos la reforma y los ideales
cluniacenses; iniciado este movimiento en San Juan de la Peña en 1025,
proseguiría por las importantes abadías de Oña, Albelda e Irache. Además la
admiración que Sancho sentía por la abadía borgoñona le llevó a convertirse en
protector económico de Cluny.
Otra
decisión que demuestra la amplia visión política de Sancho el Mayor fue el
haber fomentado y facilitado la llegada de los peregrinos por un trazado vial
más fácil; el antiguo camino que seguían los peregrinos de Pamplona a Burgos
por Alsasua, Vitoria y Miranda, lo desvió y lo hizo transcurrir por Estella,
Logroño, Nájera, Belorado y Villafranca Montes de Oca. El nuevo Camino de
Santiago ofrecía más seguridad, mejores condiciones y lugares más poblados a
los devotos del Apóstol. Por esta vía entraría pocos años después el arte
románico en todo el occidente peninsular.
Ala
muerte de Sancho, el año 1035, sus dominios quedaron divididos entre sus tres
hijos: Navarra, La Rioja, y buena parte del condado de Castilla a su
primogénito García; Burgos y el resto del condado de Castilla a Fernando, que
muy pronto, tras la muerte de Vermudo II en 1037, se convertiría también en rey
de todo León, Galicia y Portugal; a Ramiro le correspondería la Corona de
Aragón. Los tres hijos continuaron la misma política de apertura a las
corrientes religiosas y culturales europeas; Fernando I (1035-1065), el más
poderoso de los tres, incluso se comprometió a enviar a Cluny cada año 1.000
monedas de oro.
Pero
el monarca que abrirá de par en par las puertas de su reino a la europeización
será el rey leonés Alfonso, cuyos dominios a partir de 1076 se extenderán desde
el Ebro y Guipúzcoa hasta el Atlántico, y desde el Cantábrico hasta Coimbra y
Toledo; durante su reinado se introducirá la liturgia romana y se abandonará la
visigoda, comenzará la implantación de la letra carolina en lugar de la
visigótico-mozarábica; escogerá para arzobispo de Toledo y primado de España a
un monje de Cluny de origen borgoñón, Bernardo de Sauvetat, y pondrá al frente
de la mayor parte de las sedes episcopales a obispos de origen franco como
agentes de la implantación de las ideas y usos de la Iglesia europea. Respecto
de Cluny Alfonso VI duplicará el censo que cada año enviaba su padre,
elevándolo hasta 2.000 áureos anuales.
Dentro
de estas directrices europeístas de Alfonso VI nada tiene de extraño que el
nuevo arte románico encontrara las máximas facilidades para una amplia y rápida
expansión y una cálida acogida en el reino leonés y en el territorio burgalés
en él incluido, ni que fuera el propio monarca el que a su costa estuviera
construyendo el año 1081 en la ciudad de Burgos el templo románico que
entregaría al obispo Jimeno de Oca para que instalara en él su cátedra
episcopal.
El
obispado asentado en Burgos definitivamente desde ese año 1081 no sólo asumiría
todo el territorio diocesano del obispo de Oca, sino que también al morir hacia
1087 don Munio, obispo de Valpuesta y de Sasamón-Muñó, también esas sedes
nacidas en el siglo X se unirían al obispado de Burgos, unificando así bajo un
único prelado los tres obispados que habían regido la Castilla condal durante
los siglos X y XI. De este modo los límites de la diócesis de Burgos se
extenderían desde el Cantábrico al Duero y desde el Deva asturiano y el
Pisuerga hasta las proximidades del río Nervión y colindar con La Rioja.
Sólo
tras la conquista de Toledo en 1085 y el nombramiento como arzobispo de la sede
primacial de don Bernardo de Sauvetat el Concilio de Husillos de 1088 señalará
un límite meridional a la diócesis de Burgos por Calatañazor, Espeja, Peñaranda
de Duero y luego por las aguas de este río. Más tarde al restaurarse la
diócesis de Osma, probablemente el año 1103, tras una larga disputa por
cuestión de límites entre ambos obispos, la línea divisoria entre ambas
diócesis quedará fijada de oeste a este por el río Esgueva primero, desde su
confluencia en el Pisuerga hasta sus fuentes, y luego por el río Arlanza, desde
Salas de los Infantes hasta su nacimiento. Así una buena parte de la actual
provincia de Burgos, las tierras de Roa, Aranda y Coruña del Conde quedaron
bajo el obispo de Osma.
Precisamente
esta división diocesana tendrá un reflejo muy importante en la difusión del
arte románico; frente a la abundancia de monumentos románicos en los
territorios de la diócesis burgalesa, destaca la mucho menor densidad de
manifestaciones de ese mismo arte en la no pequeña parte de la provincia
burgalesa que vivió bajo el gobierno del obispo de Osma. Esta notable
diferencia es un reflejo de la importancia decisiva que tuvieron los obispos y
la catedral de Burgos en la propagación del nuevo arte.
Este
influjo de la cabeza de la diócesis sobre todo el territorio de la misma hemos
de recordar que nada tenía que ver con los límites provinciales actuales
trazados en 1833, y que por lo mismo el influjo de la catedral y del obispado
de Burgos alcanzaba también por igual a toda la comarca de Aguilar de Campoo y
de Barruelo de Santullán, siempre eclesiásticamente vinculada a Burgos hasta el
año 1956.
Los grandes monasterios: Arlanza, Cardeña, Oña y Silos
Junto
con el obispo y la catedral el otro gran foco de irradiación cultural y
artística serán los grandes monasterios; en esta primera fase de introducción
del arte románico estos grandes monasterios en la provincia de Burgos eran
cuatro, todos los cuatro observantes de la regla de San Benito, a saber:
Arlanza, Cardeña, Oña y Silos.
El
monasterio de Arlanza, muy ligado en sus orígenes a la familia de Fernán
González, será elegido por éste como lugar de sepultura para sí mismo y para su
primera esposa la princesa navarra doña Sancha; el segundo monasterio, Cardeña,
fundado muy probablemente el año 899, también será elegido como panteón por el
conde García Fernández, hijo de Fernán González. El monasterio de Oña algo más
tardío fue fundado el año 1011 por el tercer conde de la dinastía de Fernán
González, por el conde Sancho García, que también lo convirtió en panteón de sí
mismo y de su esposa Urraca; también fue elegido para el descanso de sus restos
mortales por el rey navarro Sancho el Mayor, yerno del fundador, y por el
primer rey de Castilla Sancho II.
Algo
diversos son los orígenes del monasterio de Silos; en sus inicios era un
pequeño e irrelevante monasterio, de los que había centenares en el territorio
burgalés. Sólo pasó a tener cierto relieve e importancia cuando, huyendo del
rey García de Nájera (1035-1054), encontró refugio en él un monje de San Millán
de la Cogolla de nombre Domingo; designado abad del llamado San Sebastián de
Silos hacia el año 1041 y gozando de toda la confianza de Fernando I de León
convirtió al pequeño cenobio en un importante y famoso monasterio; murió el 20
de diciembre de 1073, reinando ya en Castilla Alfonso VI. Canonizado poco
después, el monasterio, antes llamado San Sebastián, se colocó bajo su
patrocinio y pasó a llamarse Santo Domingo de Silos.
Es
un caso notable que al frente de los cuatro monasterios burgaleses coincidieran
duran te 20 años otros tantos abades que han sido canonizados y elevados a los
altares: San Sisebuto en Cardeña (1031-1081), San Íñigo en Oña (1035-1068),
Santo Domingo en Silos (1041 1073) y San García en Arlanza (1048-1071). La
importancia y singularidad de los cuatro monasterios burgaleses queda bien
patente en el diploma que los reyes de León Fernando I y doña Sancha otorgan el
21 de diciembre de 1063, con ocasión del solemne traslado de los res tos de San
Isidoro a la iglesia de San Juan Bautista de la capital leonesa. Allí
subscriben el diploma como abades castellanos únicamente los cuatro abades de
los cuatro grandes monasterios ya mencionados: Ennigus, abba de Onia, conf.;
Garsia, abba de Sancto Petro Aslonce, conf.; Sisiue tus, abba de Cardenia,
conf.; Dominicus, abba de Silos, conf.
En
estos monasterios se iniciarán muy pronto nuevas construcciones o ampliaciones
siguiendo las pautas del nuevo arte que estaba llegando por el Camino; ya en
1080 en San Pedro de Arlanza, bajo el gobierno del abad Vicente, los artistas
Guillermo y Etostem emprendían la construcción de una basílica de tres naves
sin crucero, encabezadas por otros tantos ábsides con tramo recto muy
prolongado, cuyas monumentales ruinas todavía pueden contemplarse.
En
San Pedro de Cardeña todavía se halla en pie una primitiva torre cuadrada
románica de fecha no documentada pero que muy bien se puede datar en los
últimos decenios del siglo XI, de la época del Cid Campeador. También se
conservan algunos restos románicos en el claustro en la llamada Cripta de los
mártires; se trata de trece arcos atribuidos a la segunda mitad del siglo XII,
en los que alternan dovelas rojizas y blancas al estilo de la mezquita
cordobesa.
Tampoco
se retrasó en el monasterio de Oña el comienzo de un nuevo monasterio e iglesia
que sustituyera a los primitivos edificios que el conde Sancho había construido
para su hija Tigridia y excesivamente reducidos para las necesidades de la
comunidad benedictina masculina que ahora habitaba el monasterio; quizá por los
mismos años que en Cardeña, finales del siglo XI, o más probablemente en los
primeros lustros de la duodécima centuria comenzaron en Oña las obras de una
nueva iglesia con su claustro, ambos de estilo románico, de la que se conservan
partes del hastial, de la torre y del crucero.
En
Silos la muerte de Santo Domingo en 1073 señaló el comienzo de una intensa
actividad artística románica, que se inicia por una iglesia de tres naves y
cimborrio sobre el cruce ro, que fue consagrada en 1088; a la iglesia seguiría
el famoso claustro, parte del cual es fechable dentro del siglo XI,
verosímilmente entre los años 1085 y 1100, aunque otra buena parte de las
esculturas del mismo claustro sean muy posteriores. La iglesia románica fue
derruida y sustituida por otra de Ventura Rodríguez entre los años 1756 y 1816,
mientras el maravilloso claustro se ha conservado hasta nuestros días.
A
estos cuatro monasterios principales, y especialmente al cenobio oniense, que
se convirtió por razón de su ingente patrimonio en el más pujante monasterio de
toda la Corona de Castilla, habían sido agregados y subordinados centenares de
parroquias, iglesias y pequeños monasterios. De aquí la importancia que para la
propagación del románico por toda el área del territorio burgalés tendrá el
hecho de que desde muy pronto los cuatro cenobios principales acogieran el
nuevo arte y se convirtieran en focos de difusión del mismo entre sus
parroquias, iglesias y monasterios subordinados.
Testimonios
notables del arte románico en iglesias dependientes del monasterio de Oña
podemos citar entre otras las de San Pedro de Tejada, Santa María del Valle en
Monasterio de Rodilla, San Andrés de Tabliega y San Martín de Tartalés de Cilla
en la provincia de Burgos y la de Santa María de Mave en la de Palencia.
Abadías y Colegiatas de la diócesis burgalesa
Entre
los grandes centros religiosos, capaces de ejercer un influjo cultural y
artístico en su entorno, al lado de la catedral y de los grandes monasterios
debemos tomar también en consideración a las colegiatas y abadías seculares
existentes en los siglos XI-XIII en la diócesis burgalesa.
Estos
importantes centros religiosos eran numerosos en la diócesis burgalesa; podemos
enumerar hasta diecisiete. De ellos seis se encontraban Peñas al Mar, esto es,
en el territorio de la Montaña, que en siglo XVIII se segregaría de Burgos para
constituir la nueva diócesis de Santander. Estas seis iglesias abaciales eran
Santander, Santillana del Mar, Castañeda, Santa María de Santoña, San Martín de
Elines y San Pedro de Cervatos; basta su mención para comprender al instante
que estamos ante las obras cumbre del arte románico montañés.
Una
séptima abadía secular dependiente del obispado de Burgos era la de Santa
Eufemia de Cozuelos, hoy en la diócesis de Palencia; donada por Alfonso VI al
obispo de Burgos, en 1186 el obispo la trocó con el rey Alfonso VIII a cambio
del monasterio de San Pedro de Cer vatos, donde el prelado erigiría una abadía
secular. Precisamente del período en que Santa Eufemia fue abadía burgalesa
data la mayor parte de la obra de la espléndida iglesia románica.
Todavía
quedaban otras diez abadías o colegiatas en el actual territorio burgalés, a
saber: San Martín de Escalada, Castrojeriz, San Quirce, Covarrubias, San Millán
de Lara, Salas de Bureba, Foncea, Valpuesta, San Pedro de Berlangas y
Briviesca. Tres de ellas, Foncea, San Pedro de Berlangas y la antigua Santa
María de Briviesca, arrasadas a ras de tierra no han conservado restos que nos
informen de sus construcciones románicas. El abad de Foncea ejercía su
jurisdicción sobre el arciprestazgo de San Vicente del Valle con 11 parroquias
y sobre otras 40 parroquias diversas.
En
otras dos abadías: en la de Salas de Bureba fundada en 1087 por el magnate
Pedro Díaz, que construyó la iglesia, y en la de Valpuesta, obispado
independiente esta última hasta 1087, la obra románica también fue derruida
para dar paso a templos de factura gótica, a la magnífica colegiata levantada
el año 1342 en Valpuesta y a la iglesia de la Edad Moderna de Santa María en
Salas de Bureba.
En
dos de las restantes se han conservado algunos restos de su fábrica románica:
en la colegiata de Covarrubias tan sólo un capitel doble, hoy custodiado en su
museo, intento tosco de copiar la técnica y los motivos del primer artífice del
claustro de Silos; en la colegiata de Santa María del Manzano de Castrojeriz
también son muy escasos los restos románicos y éstos muy tardíos.
Más
importantes son ya los restos arquitectónicos de las tres últimas abadías o
colegiatas: en la de San Millán de Lara han llegado hasta nosotros dos
portadas, la meridional de hacia 1165 y la occidental más tardía, de su
iglesia, en la que además nos ha llegado una inscripción en el cuerpo bajo de
la torre, al norte del templo, con el nombre de tres de los artífices, Benedictu,
Micael et Martinus, y con la fecha de la obra, año 1165. Sólo la colegiata
de San Martín de Escalada conserva su iglesia románica en la que destaca su
magnífica portada.
Finalmente
la obra románica mejor conservada de las diez abadías seculares burgalesas es
la de San Quirce, hoy en un descampado en el término de Los Ausines; esta
iglesia fue consagra da el año 1147, aunque en su construcción cabe distinguir
dos fases: una edificada en el siglo XI y otra poco anterior a la fecha de
consagración. Todo lo conservado pertenece a la obra románica, con las únicas
excepciones de la torre nueva del siglo XVII y la cubierta ojival de la nave.
Las fundaciones cistercienses y de canónigos regulares
Cuando
se inició la llegada del arte románico a Castilla los cuatro grandes
monasterios del territorio burgalés seguían la Regla de San Benito; como otros
muchos monasterios hispanos o europeos habían acumulado un gran patrimonio
fruto de los donativos de varias generaciones de creyentes apareciendo ante los
coetáneos como importantes centros de riqueza e influencia.
Voces
que reclamaban una reforma de ese estado de cosas, una vuelta a una mayor pobre
za y austeridad se alzaban en diversos puntos de la cristiandad; esa reforma
iniciada por Roberto de Molesmes en el monasterio de Cîteaux o Cister cerca de
Dijon en 1098 recibiría su gran impulso con la llegada al Cister de San
Bernardo el año 1112 con 30 compañeros. Muy pronto el movimiento cisterciense
iniciará una asombrosa expansión por toda la cristiandad hasta alcanzar a la
muerte de San Bernardo en 1153 la cifra de 343 monasterios masculinos y de 540
al acabar el siglo XII.
Hacia
1140 llegan los primeros cistercienses a España e inmediatamente comienzan las
fundaciones y afiliaciones de nuevos monasterios; especialmente numerosas entre
1141 y 1153, por el patrocinio que encuentran en Alfonso VII y su hermana doña
Sancha, las fundaciones continuarán durante todo el siglo XII y comienzos del
XIII hasta alcanzar la cincuentena de monasterios.
La
llegada del Cister a España viene a coincidir con el período de plena madurez
del arte románico; los nuevos monasterios cistercienses que nacen por doquier
edificarán sus iglesias y sus claustros siguiendo los cánones del arte románico
reinante, aunque simplificando la ornamentación e imprimiendo una mayor
austeridad arquitectónica a toda la obra. El Cister con sus decenas de
monasterios en España y centenares en Europa dará un renovado impulso a las
construcciones románicas.
Cuatro
serán los monasterios cistercienses que surgieron en territorio burgalés; el
primero de ellos, el que encontrará su asentamiento final en Rioseco, en el
valle de Manzanedo, no lejos de Incinillas, pasará antes por otras dos sedes
anteriores; la primera de ellas en Quintanajuar, donde en 1139 Alfonso VII
establece una comunidad monástica, que al menos ya en 1171 seguía en Santa
María de Quintanajuar la observancia cisterciense, y de donde entre 1181 y 1184
se traslada al hospital de San Cebrián de Montes de Oca, en Villamezquina,
lugar hoy despoblado; de aquí los monjes pasarán a Santa María de Rioseco en el
valle de Manzanedo.
La
segunda fundación cisterciense fue Santa María de Herrera, obra ya de Alfonso
VIII el año 1171, entre Miranda y Haro, en la raya provincial de Burgos y
Logroño. La tercera tuvo lugar en Bujedo de Juarros al año siguiente, 1172, por
el conde Gonzalo de Marañón que fundó y dotó el monasterio de Santa María de
Bujedo. El cuarto y último monasterio cisterciense erigido en territorio
burgalés fue el de San Pedro de Gumiel de Hizán; antiguo monasterio benedictino
hacia 1179, adoptó la observancia cisterciense, aunque la agregación plena no
tuvo lugar hasta el año 1195.
De
los cuatro monasterios cistercienses sólo Santa María de Bujedo nos presenta su
iglesia en parte románica, edificada en los primeros decenios del siglo XIII,
rescatada de la ruina por el desinteresado mecenazgo de un insigne bienhechor.
En
cambio San Pedro de Gumiel ha sido utilizado como cantera y totalmente
arrasado, sólo en el museo parroquial de Gumiel de Izán se han salvado algunos
capiteles procedentes del antiguo claustro de este monasterio25. Durante el
reinado de Alfonso VIII (1158-1214) se construyó la iglesia románica del
monasterio en forma de cruz latina, con una nave de 42 metros de longitud por
18 la del crucero; hoy sólo quedan los cimientos.
Santa
María de Rioseco, muy arruinado, no presenta hoy restos románicos; y en Santa
María de Herrera la posible obra románica fue sustituida tardíamente por otra
gótica y sólo en la iglesia se aprecian algunos vestigios de esta segunda.
Los monasterios de canónigos regulares
Simultáneamente
con la reforma cisterciense también se extendía por toda España otro movimiento
monástico, el de los canónigos regulares seguidores de la Regla de San Agustín,
especialmente representados en el territorio burgalés por la familia premonstratense
con cuatro monasterios: San Cristóbal de Ibeas, Santa María de La Vid, Santa
María de Bujedo de Campajares y San Miguel de Villamayor de Treviño. A estos
cuatro cabe añadir otro monasterio de canónigos regulares no premonstratenses,
el de San Juan de Ortega, hito importante para la travesía de los Montes de Oca
por los peregrinos que seguían el camino de Santiago.
Los
premonstratenses, llegados de la abadía de Casa Dei de Gascuña instalaron en
Ibeas de Juarros su monasterio de San Cristóbal el año 1151, iniciando
inmediatamente la construcción de la iglesia románica, que estaba ya acabada en
1166; ni de ella ni de los edificios posteriores queda ningún resto;
únicamente, si se visita el solar donde estuvo asentada la iglesia, las huellas
de los cimientos permitirían reconstruir la planta de la misma con tres ábsides
románicos en su cabecera.
El
año 1152 el rey Alfonso VII entregaba el lugar de La Vid al obispo de Osma
quien a su vez se lo cedía a los premonstratenses para que fundaran un
monasterio; la obra románica se alzó entre los años 1156 y 1162, pero fue
sustituida por otra gótica entre 1288 y 1318, renovándose la iglesia y las
dependencias del monasterio en el siglo XVI. De la época románica sólo se ha
conservado la sala capitular.
De
la abadía de San Cristóbal de Ibeas procedió la de Santa María de Bujedo de
Campajares, sita entre Pancorbo y Miranda; fue fundada en 1165 ó 1166; ha
conservado su bella iglesia románica de la segunda mitad del siglo XII con tres
ábsides para otras tantas naves, aunque el resto de las dependencias monásticas
datan de fines del siglo XVI.
La
cuarta abadía premonstratense burgalesa, la de San Miguel de Villamayor de
Treviño, fue filiación de La Vid, y se constituyó en abadía el 3 de mayo de
1166; de la primera fábrica románica, que empezó a levantarse poco después,
sólo quedaba tiempo atrás el ábside ya arruinado de la iglesia de San Miguel y
cuatro capiteles en la Casa Consistorial de Villahizán de Treviño procedentes
de la abadía premonstratense.
Fuera
de los límites actuales de la provincia de Burgos, pero dentro de la diócesis
burgalesa no podemos omitir, aunque nos limitemos a su sola mención, la
existencia de un quinto monasterio premonstratense más importante y con mayor
irradiación que los anteriores. Nos referimos al monasterio de Santa María de
Aguilar de Campoo, que será contemplado dentro de los límites de la provincia
de Palencia, pero cuya vinculación religiosa con Burgos perduró hasta el año
1956.
Como
casa de canónigos regulares no premonstratenses erigía San Juan de Ortega un
monasterio-hospital para acogida y socorro de los peregrinos en su travesía de
los Montes de Oca, para je infestado de peligros de parte de los hombres, de
las fieras y de las inclemencias del tiempo. El mismo santo inició en vida,
hacia 1152, la construcción de un bello templo y ya había levantado los tres
ábsides y la nave del crucero cuando murió el año 1163; es la única parte de
estilo románico que ha llegado hasta nosotros. En el interior de la cripta se
halla el sepulcro del santo, que constituye la pieza de mayor valor
histórico-artístico del arte funerario románico burgalés.
Por
la fama de santidad y veneración de que fue objeto y por su emplazamiento en
medio del Camino no cabe duda de que la obra de San Juan de Ortega sería un
notable foco de difusión de algunas formas del románico.
El Cister femenino: las Huelgas y Villamayor de los Montes
La
incuria y abandono ruinoso ocasionados por la violenta e injusta exclaustración
del siglo XIX ha borrado en la provincia de Burgos el arte románico de los
monasterios cistercien ses masculinos, con la ya citada excepción de Bujedo de
Juarros; pero esta privación es compensada en parte por alguna de las
manifestaciones artísticas del Cister femenino burgalés.
En
la ciudad de Burgos, demolida la primitiva catedral románica para elevar en su
solar la esplendorosa catedral gótica, el monumento románico más notable no es
otro que la parte más primitiva del monasterio de Santa María la Real,
ordinariamente conocido como Las Huelgas Reales de Burgos.
Este
monasterio fue edificado por iniciativa de la reina doña Leonor de Inglaterra,
esposa de Alfonso VIII; no sabemos la fecha exacta en que se iniciaron las
obras, pero sí que en el curso del año 1186 se había reunido allí la primera
comunidad de religiosas, constituido un nuevo monasterio con el nombre de Santa
María la Real y elegido abadesa.
Con
el apoyo de los reyes solicitaron del papa Clemente III que el nuevo monasterio
se convirtiera en la casa-madre de todos los monasterios femeninos del Cister
de los reinos de Castilla y de León, y que en él, a imitación de lo que ocurría
en la casa-madre del Cister para los varones, donde todos los años se reunían
los abades de los monasterios masculinos, se reunieran tam bién todos los años
en capítulo general todas las abadesas cistercienses de Castilla y de León.
Esta
gracia singularísima que convertía al monasterio de Santa María la Real de
Burgos en cabeza de todos los monasterios femeninos de la orden en Castilla y
León, con los mismos derechos y honores respecto a ellos, de que gozaba el abad
del Cister respecto de los monasterios masculinos, le fue otorgada a la abadesa
doña Misol para ella y para sus sucesoras por bula del papa Clemente III datada
el 3 de enero de 1187.
Convertida
Santa María la Real en cabeza de todos los monasterios femeninos del Cister de
Castilla y de León, era preciso dotarla de un patrimonio acorde con su rango de
cabeza y madre de los demás monasterios. Esto es lo que hizo el rey Alfonso
VIII el 1 de junio de 1187 donándole un gran cúmulo de bienes y derechos
económicos que se extendían desde Castro Urdiales hasta Atienza, aunque como
era obvio se adensaban más en el territorio burgalés y en las proximidades de
la ciudad de Burgos.
Dotado
el nuevo monasterio de abundantes medios materiales, pudo construir el claustro
románico, conocido como Las Claustrillas, en el que sabemos trabajaba el
maestro Ricardo en torno al año 1203; al claustro siguió inmediatamente la
iglesia ya bajo el influjo del primer gótico o protogótico del primer tercio
del siglo XIII.
El
puesto que ocupaba Santa María la Real de Burgos como cabeza y madre de muchos
monasterios cistercien ses hizo que sus construcciones monásticas influyeran en
las obras de otros monasterios e iglesias convirtiéndose en uno de los últimos
focos de influencia y de continuidad del arte románico en Burgos y en Castilla.
Esta
influencia se dejará sentir muy singularmente sobre el monasterio de religiosas
cistercienses de Santa María de Villamayor de los Montes, fundado por don
García Fernández de Villamayor y su esposa doña Mayor el 4 de marzo de 1228 y
puesto bajo la autoridad de Santa María la Real de Burgos; de él tenemos su
magnífico claustro románico perfectamente conservado. La ruina completa de otro
monasterio cisterciense femenino, Santa María de Vileña, fundado por la reina
de León, doña Urraca de Haro, en 1222 no nos permite valorar su primerísima
fábrica, ya que sólo se han conservado de él algunos restos de arte gótico.
Los
monasterios femeninos benedictinos en el territorio burgalés: San Salvador de
Palacios de Benaver, San Cebrián de Renuncio anterior a 1194 (desde fines del
siglo XIV cisterciense), Santa Apolonia de Los Ausines fundado en 1194 y Santa
María de Tórtoles de Esgueva erigido hacia 1197, no han conservado
manifestaciones del arte románico, salvo parte de un claustro y unos capiteles
de este último monasterio.
El románico en las iglesias rurales
El
arte románico burgalés es prácticamente un arte de edificios religiosos; nada
se ha con servado de palacios o residencias reales o señoriales, que hayan sido
construidas siguiendo las reglas y las preferencias de este arte.
Por
lo tanto eran los centros religiosos que hemos descrito: catedral, colegiatas,
abadías y monasterios los que servían de pauta para la difusión del románico
por las parroquias e iglesias rurales. De ellas nos han quedado abundantes y
valiosos ejemplos en pequeñas iglesias de una sola nave en casi su totalidad,
que corresponden a los diversos períodos del arte románico desde la segunda
mitad del XI hasta bien avanzado el siglo XIII. Probablemente el grado de
actividad constructiva de nuevos templos corre paralelo a la mayor o menor
prosperidad eco nómica del reino y éste a su vez responde a los diversos
avatares de la incesante lucha contra el enemigo islámico.
La
llegada del arte románico encuentra al reino leonés, en el que se hallaba
integrado el condado de Castilla y con él el territorio burgalés, en unos años
de incapacidad militar del islam y prosperidad económica de los reinos
cristianos. El año 1009 había estallado en Córdoba la rebelión que puso fin al
gobierno de los hijos de Almanzor; la guerra civil entre andalusíes y bereberes
y entre los diversos aspirantes al califato condujo al fraccionamiento del
territorio de al-Andalus entre una veintena de reyes taifas, cada uno de ellos
incapaz de inquietar a los reinos cristianos ni de hacerlos frente
militarmente.
Fernando
I (1037-1065) aprovechó estos años para una profunda labor de restauración de
sus territorios de las destrucciones y desolaciones sufridas bajo las terribles
campañas de Almanzor; también ante la debilidad de los reyes de taifas somete a
buena parte de ellos al pago de una parias o censo que hace afluir hacia su
reino importantes sumas de oro, nunca antes conocidas.
Alfonso
VI (1072-1109) en la primera parte de su reinado hasta el año 1085 lleva el
límite de su reino al río Tajo con la conquista de Toledo y repuebla todos los
territorios entre el Duero y el Tajo; al mismo tiempo extiende y refuerza el
cobro de parias, hasta el punto que los reyezuelos musulmanes agobiados
llamaron en su auxilio a los almorávides instalados en el norte de África.
El
año de 1086 con el desastre de Zalaca se acaban los años dorados; cesa para
Alfonso VI la afluencia del oro de las parias y en su lugar comienzan años de
dura pelea con los nuevos invasores africanos que logran unificar de nuevo al-Andalus.
El arte románico no ha ido más allá de la catedral y de los grandes
monasterios; no hay posibilidad de dispersar los escasos recursos en nuevas
construcciones.
Este
período podemos decir que se prolonga hasta el año 1118 en que con la conquista
de Zaragoza y Tudela los reinos cristianos toman ya importantes iniciativas
militares y apare cen las primeras debilidades del poder almorávide. Son los
años de Alfonso VII (1126-1157), que abrió una nueva época de superioridad
cristiana, y provocó el estallido de al-Andalus en unas segundas taifas, ahora
posalmorávides.
El
año 1147, una nueva invasión africana, ahora de los almohades, reunifica de
nuevo al Andalus y equilibra la situación militar; el reinado de Alfonso VIII
(1158-1214) consistirá todo él en un terrible pulso con los invasores
musulmanes con suerte desigual; sufrirá la gran derrota de Alarcos en 1195,
pero conseguirá la decisiva victoria de Las Navas de Tolosa en 1212, aunque es
cierto que su reinado conocerá tres largos períodos de tregua. La victoria de
Las Navas de Tolosa significará la definitiva superioridad de las armas
cristianas y abrirá las puertas de Andalucía a las conquistas de Fernando III
(1217-1252).
Mientras
tanto las tierras de la cuenca del Duero, alejadas para siempre de cualquier
amenaza de invasión musulmana y con recursos económicos disponibles, podrán
dedicarse a la reconstrucción interior. Creemos que de estos años de Alfonso
VIII procede la mayor parte de las iglesias románicas rurales, correspondiendo
por lo tanto a un románico ya maduro e incluso tardío.
Los mudéjares en Castilla y León
Primero
la victoria de Las Navas de Tolosa y luego mucho más las conquistas andaluzas
de Fernando III ofrecerán, conforme a los usos de la guerra, ocasiones para que
numerosas poblaciones, que tras ofrecer dura resistencia debieron capitular sin
condiciones, fueran cautivadas, lo mismo hombres que mujeres y niños, privadas
de su libertad personal, repartidas entre los vencedores y conducidas hacia
Castilla para ser destinadas a trabajos útiles.
Sólo
tras la batalla de Las Navas, al rendirse Úbeda, donde se habían refugiado
también los habitantes de Baeza y de otras villas comarcanas, fueron hechos
casi 100.000 prisioneros, de los que un cierto número fue cedido al rey de
Aragón, otros empleados en el reforzamiento de los castillos fronterizos y la
mayor parte repartidos entre los hombres de la hueste vencedora, que los
dispersó consigo en todas las comarcas del reino de Castilla.
Estos
cautivos eran atribuidos en gran parte a los nobles, que conducían sus mesnadas
a la guerra; sabemos que entre los apresados en Úbeda algún millar correspondió
a don Diego López de Haro, el señor de Vizcaya, que en la batalla de Las Navas
había dirigido la van guardia del ejército cristiano.
Estos
grupos de musulmanes cautivos no solían permanecer en el estado legal de
siervos o esclavos más allá de una generación; la mayor parte de ellos
recuperaban la libertad en la primera generación. En el caso de las mujeres,
porque destinadas casi todas al servicio doméstico se posibilitaba una relación
de afecto con sus amas, que bien en vida o bien a la hora de la muerte por
agradecimiento o por merecer para la vida eterna las manumitían en su
testamento; en el caso de los hombres porque destinados al trabajo, con
frecuencia de iglesias y templos, ante lo dificultoso y costoso de la
vigilancia que evitara su fuga, resultaba más provechoso y útil para el dueño
un acuerdo, que fijara la suma que debía pagar por su manumisión y que podría
obtener trabajando por su cuenta cierto número de años.
Estos
musulmanes, hombres y mujeres, así violentamente trasplantados en el siglo XIII
y dispersados, lejos de tierras musulmanas, por la mayor parte de ciudades y
villas de Castilla y de León, se unían entre sí matrimonialmente y se agrupaban
en algunas calles o barrios for mando las morerías, donde una vez obtenida la
libertad continuaron habitando, sin que se produjeran intentos
cuantitativamente importantes de emigrar al reino de Granada o al norte de
África.
Dos
eran las ocupaciones a las que se dedicaban especialmente estos moros de paz,
según podemos conocer por la documentación burgalesa, la de hortelanos y la de
obreros de la construcción, especializados en el trabajo del yeso y de la
madera. Esta participación de trabaja dores musulmanes en la construcción hará
que un cierto número de edificios del último románico y del arte gótico acusen
la influencia de albañiles de otra religión, que siguen otras tradiciones
artísticas y den paso a un arte bautizado como mudéjar, nombre con que
había sido designado el musulmán, que conservando su fe, vivía en los reinos
cristianos.
Sabemos,
por un diploma del 24 de mayo de 1304, que el monasterio de Las Huelgas Reales
de Burgos contaba entre sus oficiales o servidores al menos con doze moros
forros, esto es, doce moros libres, que estaban exentos de cualquier pecho
o impuesto, mientras vivieran en el compás o corro de dicho monasterio o del
Hospital de Rey dependiente del mismo.
No
sería nada extraño que estos moros de Las Huelgas burgalesas fueran obreros y
artesanos de las obras del monasterio, al estilo de los 50 moros que Alfonso el
Batallador regaló al obispo de Ávila para que trabajaran en la obra de la
catedral o de los 20 cautivos que correspondieron al obispo de la misma ciudad
en la presa de cierta algara con la condición de que trabajasen en la misma
catedral: “a tal que trabajassen en el Santo Templo”.
El primer románico castellano: entre los
usos tardoantiguos y las nuevas formas constructivas
Hasta
el presente casi siempre se ha vinculado y unido el origen, desarrollo y
culminación del arte románico castellano y burgalés, y la mayor parte de sus
formas y expresiones, a la influencia de determinados ámbitos foráneos siendo
algunas regiones y monumentos galos uno de los puntos de obligada referencia.
Todo
parecía indicar que en estos lares se detectaba cierta incapacidad, falta de
tradición y escasa disposición para la creatividad y por tanto se hacía
necesario mirar al exterior para copiar, tomar modelos y esperar a la llegada
de maestros de la obra y sus talleres, de fuera, para llevar a cabo las grandes
y pequeñas obras. Hay, pues, una manifiesta inferioridad de las gentes de estas
tierras que se traduce en una dependencia de las modas, usos y conocimientos
foráneos en el ámbito del arte y, por tanto, cualquier actividad en este campo
debe venir necesariamente de determinadas zonas de allende los Pirineos. Es un
lugar común expuesto y mantenido por la mayoría de los historiadores del arte,
sin mayo res argumentos o demostraciones, que las grandes corrientes culturales
procedentes del norte de los Pirineos son las que hacen progresar la
arquitectura e imponen sus gustos y usos constructivos. Esa posición niega
valor de influencia a la cultura islámica hispana que tiene uno de sus focos
principales en la ciudad de Córdoba. Según ello las relaciones con el ámbito
islámico son casi imposibles e impensables por la guerra santa que entre ambos
mundos mantuvieron durante siglos. Pero además en el momento que la relación de
fuerzas cambian entre el norte y el sur hispano, a partir de la segunda década
del siglo XI, se abre la gran vía de comunicación y penetración cultural que es
el Camino de Santiago y la decidida vinculación ideo lógica con la aceptación
de la reforma gregoriana que afectará a la vida monástica, organización
jerárquica y litúrgica que da comienzo con el concilio de Coyanza (1050) y
culmina en el de Burgos (año 1080). La nueva situación abre estas tierras a una
gran corriente cultural que las inunda y fuerza a aceptar las formas románicas,
fundamentalmente de origen galo.
A
pesar de lo anterior los datos que nos aportan las investigaciones más actuales
suponen, cuando menos, introducir dudas más que razonables respecto a lo que
hasta ahora se ha mantenido como hecho probado y cierto. Ese proceso
investigador va haciendo luz en determinados ámbitos castellanos poniendo de
manifiesto la existencia de un panorama constructivo, cultural y artístico de
nota ble riqueza e importancia en estas tierras que empieza a gestarse y
desarrollarse ya en las décadas finales del siglo IX. Esos datos y las
reflexiones que imponen los nuevos aportes de la última investigación en este
campo nos llevan a plantear nuevas hipótesis que, a nuestro juicio, suponen en
muchas ocasiones una demostración de que el origen y el proceso de implantación
de las formas románicas en estas tierras debe ser analizado y enfocado desde
planteamientos bastante diferentes de los que hasta el presente se han
sostenido. Todo apunta a que los primeros pasos y el desarrollo del románico
tienen mucha más relación con las formas y mundo tardoantiguo de lo que hasta
el presente se ha afirmado y que las relaciones con el mundo islámico fueron
muy importantes y posiblemente más decisivas en los cambios operados en la
forma de construir que lo que supuestamente pudiera venir, nunca a través de la
ruta jacobea, de allende los Pirineos.
Nosotros
vamos a centrar nuestra exposición en un conjunto de monumentos y obras, de
distinta entidad, cuya cronología va desde finales del siglo IX hasta las
décadas finales del XI tanto del ámbito burgalés como riojano, que son la
expresión más clara de cómo perduran las formas constructivas tardoantiguas y
cómo sobre ese campo y técnica, dan los primeros pasos las formas y el mundo
románico. Otro de los datos que se desprenden de una atenta y crítica mirada a
esa época es que hay un ambiente cultural y estético de primera línea y que el
mismo se desarrolla y crece en todo momento a pesar de las dificultades y
pruebas provenientes del exterior, sobre todo las razzias y destrucciones de
las últimas décadas del siglo X. A medida que se consolida el régimen condal,
desde el poder y grandes magnates, se toma partido decidido en este sentido,
pues es a iniciativa de ellos y formando parte de su política en este campo
como vemos restaurar, remozar o levantar de nueva planta muchos de los
monumentos que analizaremos y se implican en no pocas de las obras de otra
naturaleza salidas de los scriptoria monásticos de San Millán de la Cogolla,
San Pedro de Cardeña o San Pedro de Berlangas. En el momento que la situación
militar, económica y de seguridad da un notable vuelco, con el conde Sancho
García (“el de los buenos fueros”), se deja sentir con más fuerza la
cultura y conocimientos de estos lares, su rápido crecimiento y la capacidad
para abrirse a las corrientes exteriores y hacer obras de síntesis de notable
personalidad y originalidad. Todos los datos de que disponemos nos llevan a
pensar que los primeros pasos del románico en tierras castellanas hay que
vincularlos a los usos constructivos y culturales de la tradición tardoantigua.
Ello no quiere decir que no se aprecie la presencia de formas y elementos
foráneos que ponen de manifiesto las relaciones que mantienen con el mundo que
les rodea pero las mismas cobran un alto grado de originalidad y personalidad
en estas tierras porque encuentran un campo abonado para su desarrollo. Ese
mundo hacia el que miran es tanto el sur como el norte, lo tardoantiguo y las
tradiciones monásticas his panas, del norte de África, irlandesas, italianas o
galas.
La renovatio: de finales del siglo IX y del X
Vamos
a realizar un recorrido por diferentes zonas de la Castilla primitiva en la que
se deja sentir la renovatio realizada desde pautas tardoantiguas. Uno de los
ámbitos más significa dos es el de la Demanda, burgalés-riojano, que como
sucede en otras zonas de la actual provincia de Burgos, experimenta un proceso
de crecimiento y consolidación en momentos en que el mundo islámico hispano
vive sumido en guerras civiles, revueltas y crisis internas, sobre todo en las
últimas décadas del siglo IX y las tres primeras del X. Ello, junto con la
corriente migratoria de diferentes comunidades mozárabes a partir de los
sucesos del Arrabal y la polí tica llevada a cabo por Abd-al Rhamán II,
explicarán en gran medida la corriente de renovación, crecimiento y cambio que
vive la incipiente Castilla en esos momentos. Lugares como la ermita de las
santas Centola y Elena, el templo de Santa Olalla, la basílica de San Félix de
Oca, la de San Vicente del Valle, las reformas en el martyrium santuario de San
Millán de Suso, Santa María de Quintanilla de las Viñas, San Pelayo de Arlanza,
Santa Cecilia de Santibáñez del Val, Santa María de Retortillo, San Cosme y San
Damián de Covarrubias o los scriptoria de Cardeña, San Millán o Valeránica son
una prueba evidente de la actividad constructiva y creativa llevada a cabo en
tierras castellanas y burgalesas.
Dentro
de estos monumentos y centros de producción y creación artística observamos
unas características que los diferencian y muestran panoramas políticos,
militares, culturales y artísticos diferentes. Unos tienen una historia
anterior rica y destacada conservando construcciones precedentes y lo que ahora
se hace en ellas es reformarlas, renovarlas o remozarlas y en algunos casos
restaurar alguna parte que estaba en ruina o en mal estado de conservación como
sucede en Quintanilla de las Viñas, San Vicente del Valle, y tal vez también en
Retortillo. Otras veces se recuperan, restauran o remozan lugares de especial
significación como constatamos en el atrium o basilica de San Millán de Suso.
Finalmente en la mayor parte de los lugares, muy a menudo levantados sobre
asentamientos anteriores, se hacen construcciones de nueva planta, lugares de
culto siguiendo las antiguas técnicas y usos constructivos e incluso
reaprovechando materiales precedentes del lugar o de otros cercanos como
podemos constatar en Santa Cecilia, San Félix de Oca, Siero o San Pela yo de
Arlanza. Esta no despreciable tarea de renovación, reforma o nueva obra se
ejecuta siempre dentro de las técnicas constructivas tardoantiguas. En unas
ocasiones se deja sentir el fuerte influjo del mundo islámico a través de los
mozárabes, como sucede en San Millán y Retortillo, pero en la mayoría de los
casos constatamos cómo perduran los usos tardoantiguos sin la presencia e
influencia de las técnicas constructivas islámicas, también herederas de
similar tradición, pero mucho más evolucionadas técnicamente hablando. Lo que
se percibe tam bién es el peso de los comitentes en el sesgo que toman las
construcciones. No pocas de esas obras se levantan a iniciativa y bajo el
patrocinio de los monarcas navarros, condes castella nos, magnates de tierras
burgalesas o algunas comunidades de aldea que comienzan a tener alguna
relevancia jurídica.
El
monasterio de Sancte Marie Virginis, in corum honore baselica est fundata in
suburbio que ferunt Lara, levantado sobre un importante centro tardorromano
–una señalada villa– con una larga secuencia histórica, parece que sufrió un notable
deterioro desde su construcción a comienzos del siglo VIII y cuando se
reconstruye por parte de miembros femeninos de la familia con dal –¿la condesa
Flamula mujer del fundador de Arlanza Gundesalvo Telliz que figura con él en el
documento del año 912?– el monasterio familiar en favor de la abadesa Acisclo
se procede a una restauración, reforma y rehabilitación dejando constancia
epigráfica de ello en el capitel izquierdo del arco triunfal. Todo parece
indicar que el trabajo, ahora llevado a cabo, consiste, a tenor de lo que
conservamos en pie, en la recuperación de la cabecera cubriéndola con cúpula
sobre pechinas de factura similar a otras que veremos en edificios de este
momento. En esta ocasión se conserva el espacio, los muros, la escultura monumental
y otros elementos del mundo precedente y se levanta una nueva cubierta por
artesanos familiarizados y muy conocedores de los usos constructivos
tardoantiguos. Sin que aún podamos documentar el origen de este taller, todo
parece indicar que la obra se ejecuta bajo los auspicios del poder condal, y
que quienes trabajan, posiblemente venidos de otros lares, lo hacen de acuerdo
con los usos y costumbres tardoantiguas.
Mayor
información y secuencia constructiva nos proporciona la iglesia parroquial de
San Vicente del Valle pues, tanto la nave, la galería porticada como el ábside
nos permiten trazar una larga secuencia constructiva que va desde el siglo
VII–o tal vez algo anterior– hasta el año 1699 sin contar con las
intervenciones posteriores. Como sucede en Quintanilla de las Viñas a finales
del siglo IX o comienzos del X se procede a una rehabilitación y reforma de la
construcción preexistente. La actual nave, restaurada y recompuesta
recientemente, por su estructura muraria, tipo de vanos, módulo, maineles y
labra de los capiteles nos parece una obra de finales del siglo VI o comienzos
del VII que se levanta siguiendo los usos y pautas constructivas tardoantiguas,
aunque el relieve de los capiteles hable ya un lenguaje muy provincializa do.
Los datos nos llevan a pensar que el lugar pudo ser inicialmente un palatium
que pasó más tarde a convertirse en un lugar de culto del que parece había
desaparecido la primitiva cabe cera o estaba en mal estado de conservación. En
esta ocasión la intervención consiste en levantar de nueva planta el ábside, de
planta cuadrangular, con muros de sillarejo, un vano en cada paño, cadenas de
sillares angulares, alero con cuidada cornisa, arco triunfal de acceso y
cubierta con cúpula sobre pechinas que aún podemos ver en la actualidad.
Esta
cabecera fue ampliamente retocada en la reforma de finales del siglo XVII, se
altera el arco triunfal anterior, desaparecen las columnas y capiteles
tardorromanos, se cubre la cúpula con una gruesa capa de yeso y pintura, se
adosa al mediodía la sacristía cubierta con bóveda de crucería y se aboveda
toda la nave. Pese a que esta intervención afea el conjunto y altera la imagen
del aula, no modifica la cubierta del ábside que conserva afortunadamente la
estructura y formas de la primitiva construcción condal. Los añadidos de época
condal se completan con la galería porticada que claramente se adosa a la
edificación pre cedente y presenta unas formas constructivas cercanas a las
vistas en los muros de la cabe cera. El volumen de esta obra, la cuidada técnica
constructiva, el dominio del oficio y los claros vínculos con el pasado
tardoantiguo nos llevan a pensar que, bien porque los usos constructivos
antiguos en la zona no se han perdido, o porque el comitente encarga el tra
bajo a un taller que domina esa forma y técnica constructiva lo cierto es que
nuevamente volvemos a constatar que en una obra de notable entidad y
envergadura se mantiene la tradición. Es posiblemente un signo que pone de
manifiesto que la romanización de la zona fue bastante más profunda y duradera
de lo que hasta el presente se había sostenido y que, a pesar de que no haya en
ella una organización estatal hay una pervivencia de grupos capa ces de
mantener una mínima estructuración social que parece conserva no pocas formas y
tradiciones tardoantiguas e hispanovisigodas. Estos elementos del templo
condicionarán el futuro del mismo pues ni las intervenciones llevadas a cabo a
comienzos del siglo XIII por iniciativa del obispo Mauricio, añadiendo la
portada y una espadaña a los pies, ni la más agresiva de finales del siglo
XVII–año 1699 figura en la espadaña barroca– alteran en lo esencial la fábrica
tardoantigua y condal que ha recuperado algo de su esplendor a raíz de la
reciente restauración y reconstrucción.
Un
panorama bien diferente nos brinda la baselica o atrium de San
Millán de Suso y Santa María de Retortillo, el primero bastante próximo a San
Vicente del Valle y el segundo ubicado en el valle bajo del Arlanza, en las
proximidades de la calzada romana que lo recorría en sentido noroeste desde
Clunia a Pallantia.
El
gran santuario navarro-castellano de San Millán, nacido en torno a las cuevas
del eremitorio donde se retirará Aemilianus, patrono de estas tierras,
presenta una secuencia constructiva que va desde época visigoda, pasando por la
época condal y concluyendo en el primer románico. Luego de una profunda reforma
y reconstrucción a la que parece se da fin el año 984, debió sufrir la
devastación de Almanzor y se rehace, cambiando su anterior forma, en las dos
primeras décadas del siglo XI ya con añadidos y elementos románicos.
Los
aportes arqueológicos de la fábrica no permiten conocer con certeza en qué
consistió la primera edificación levantada en torno a la santidad de la cueva
de San Millán. En todo caso algunos muros, varios de los arcos y su despiece
hacen sospechar que hubo una primera edificación de época hispanovisigoda que
posiblemente se mantiene en pie como lugar de culto con carácter sacral hasta
el siglo X. A lo largo de esta centuria se procede a levantar sendos espacios
orientados en sentido norte sur que desembocaban en una de las cuevas
eremíticas, posiblemente la cella de San Millán. Estas estancias se cubren con
bóvedas esquifadas cuya construcción delata la influencia islámica que
posiblemente debamos atribuir a la presencia de artesanos musulmanes o cristianos
mozárabes. A esa misma época corresponden los tres tramos inmediatos a estas
estancias, con triple arcada apeada sobre toscos pilares circulares y rematados
en seis arcadas de medio punto que nos pare ce pudieran ser un signo de que
delante de la cueva hubo un pórtico cubierto. La reformas, cambios y obras de
nueva planta llevadas a cabo en este santuario las costean tanto los reyes
navarros como los condes castellanos y parece que dan fin en torno al año 984
cuando se dota espléndidamente al monasterio, se consagran o inauguran los
edificios de Suso y nace un nuevo monasterio ya cercano a los usos y formas
benedictinas que no parece estaba situado aquí sino en la parte baja de la
montaña, el de Yuso.
No
debe extrañar una construcción de esta naturaleza, con una importante
aportación mozárabe, pues los datos que aportan los documentos y las obras
salidas del scriptorium monástico, indican que hay presencia de monjes
mozárabes. Buena señal de ello son la glosa árabe a una Biblia salida del
taller del monasterio; la referencia de que dependen del monasterio cinco
eremitorios conocidos bajo el nombre colectivo de “cella Alfoheta” y la
existencia de un escriba denominado Moterrafe que se documenta el año 977.
Las
construcciones precedentes, hispanovisigodas y de formas mozárabes, se
completarán en las primeras décadas del siglo XI añadiendo los dos tramos
occidentales ya dentro de la estética y lenguaje románico. Todo parece indicar
que es ahora cuando se convierte el anterior atrium en un templo de dos
naves, cuyas cabeceras son los anteriores espacios cubiertos con bóvedas
esquifadas de tipo califal. Hay, pues, un final de obras en época medieval que
acaba dentro de la estética románica en sus primeros pasos, y la reforma se
debe a la iniciativa del monasterio y al apoyo decidido de Sancho III el Mayor.
A
artífices y maestros de similar procedencia, igualmente construido por
iniciativa y apoyo condal, debemos los restos que quedan en pie del antiguo
templo de Retortillo. Los datos que podemos constatar en el monumental arco
triunfal, el único canecillo original y el arranque de la torre adosada al muro
norte son de ascendencia mozárabe. Tanto la técnica de talla y corte de los
sillares como las proporciones y formas del arco, el módulo utilizado y las
formas del canecillo nos llevan a pensar que los autores son mozárabes
conocedores y posiblemente formados en el mundo islámico. Al igual que
constatamos en la fábrica de San Millán de la Cogolla, –nos referimos a la
reforma llevada a cabo a lo largo del siglo X que pare ce concluye en torno al
año 984, antes de la destrucción de Almanzor el año 1001 y posterior
reconstrucción con los tramos finales románicos–, creemos que este templo se
debe situar cronológicamente hacia mediados del siglo X.
Las
formas mozárabes, tanto en monumentos de clara iniciativa condal como de
magnates, son una excepción en la zona, pues, la norma en las diferentes obras
que se levantan en este tiempo tanto sean de nueva planta como remodelación o
restauración de obras preexistentes, es que se ajusten a las técnicas y usos
constructivos tardoantiguos o hispanovisigodos. Igualmente se constata que con
mucha frecuencia se reutilizan materiales procedentes de construcciones o
monumentos anteriores: tardoantiguos o hispanovisigodos.
Nuestra
derrota nos sitúa ahora ante una de las obras más significativas de este
período, el centro de culto levantado en torno a la gruta eremítica de San
Millán de Lara, no lejos de la citivas Lara. El origen de este lugar lo
debemos situar en torno a la gruta excavada en roca, al pie de un cortado, a
orillas de un pequeño riachuelo y mirando hacia el sureste. En esta ocasión no
conservamos la fábrica primera completa, pues el monumental templo románico de
tres naves y triple ábside levantado en las inmediaciones a lo largo de los
siglos XI y XII, con importantes reformas y añadidos posteriores, lo han
alterado de forma considerable. Los datos arqueológicos nos indican que las
obras de ampliación de la primera fábrica románica, de no excesiva entidad, no
afectarán de manera importante al lugar de culto primero, el nacido en torno a
la gruta eremítica. Mayor entidad e incidencia tendrán las reformas iniciadas a
media dos del siglo XII, que en parte se debieron concluir hacia el año 1165
según consta en la inscripción recolocada en uno de los sillares que cierra la
portada que daba acceso a la cabecera del primer lugar de culto.
La
reconstrucción que se puede hacer del lugar indica que a la gruta se añade, en
dirección noreste, una pequeña torre a manera de crucero que se levanta sobre
la roca viva. Esta edificación presenta muros de piedra sillería, de aparejo
isódomo, con sillares de notable tamaño, colocados a hueso y posiblemente con
cubierta abovedada, tal vez una cúpula como las que hemos visto en otros
monumentos de la zona. Este crucero comunicaba con el ábside, de plan ta
cuadrangular, mediante el correspondiente arco triunfal en la actualidad cegado
que se apea ba en columnas de fuste torneado. En la parte superior se abría y
abre una ventana con arco de herradura cuya factura y proporciones nos hacen
sospechar que sus artífices se deben ubicar dentro de la tradición tardoantigua
y no en la corriente mozárabe. En el muro sur se abría la portada o pequeño
arco de ingreso desde el exterior, hecho que aún se puede constatar en los
retalles de la roca viva, que en la actualidad ha sido recolocada cerrando el
acceso a la cueva, alterando completamente el primitivo espacio completamente
diáfano. Los datos arqueológicos y las formas constructivas indican que este
lugar de culto lo levantan o reacomodan artesanos que siguen las pautas y
técnicas constructivas tardoantiguas o hispanovisigodas.
Este
lugar, muy próximo a Quintanilla de las Viñas y vinculado a los magnates
locales, se mantiene dentro de unas coordenadas constructivas y artísticas
similares que en la actualidad no podemos contemplar en todo su esplendor por
las modificaciones que el tiempo ha impuesto pero que se hacen evidentes en lo
que queda en pie. La reforma de ambos lugares posiblemente la pudiera llevar a
cabo alguno de los talleres que trabajan en la zona en las obras encargadas
tanto por la familia condal como por los magnates.
Nuestro
recorrido por este misterioso, desconocido, sugerente y arcano mundo en el que
hunde sus raíces el primer arte románico castellano y burgalés, no termina
aquí. En la zona de la Demanda hay aún más construcciones como San Félix de
Oca, San Juan de la Hoz de Cillaperlata –ésta fuera del ámbito, se ubica junto
al Ebro–, Santa Cecilia o San Pelayo de Arlanza que nos muestran que el empeño
constructivo de la época estuvo bastante generalizado y que debió dar lugar a
la formación de talleres y expertos en los diferentes oficios que hacían
posible esta arquitectura. Todos nos muestran en pie la fábrica completa o
parte de ella excepto el de San Juan de Cillaperlata que es una ruina y del que
únicamente se ha podido recuperar arqueológicamente la planta del lugar de
culto existente en este momento sobre el que más tarde se levantaron la iglesia
y monasterio románicos. Los que conservamos en pie son fruto del tiempo
conservando en mejor estado la cabecera que el resto del templo que ha
desaparecido como sucede en San Félix de Oca. La fábrica de la cabecera es de
piedra sillería o de mampostería, presenta planta cuadrangular, arco triunfal
de ingreso apeado en su origen sobre columnas y la cubierta de cúpula sobre
pechinas. El módulo constructivo utilizado, el tipo de cúpula y la articulación
del espacio nos indican que quienes trabajan en ellos forman parte de ese
amplio taller o formas arquitectónicas, que imperan en ese momento en estas
tierras, de clara ascendencia tardoantigua.
Miremos
hacia donde miremos, nos gustaría contar con más obras; todo parece indicar que
a partir de las décadas finales del siglo IX hay una importante actividad
constructiva en el con dado castellano o lo que es lo mismo en tierras
burgalesas. Este hecho hay que vincularlo a la labor de reorganización de la
vida y sociedad del momento en la que jugarán un destacado papel los
monasterios, los magnates y las pequeñas comunidades de aldea que se implican
de lleno en la labor y son los comitentes de estas obras. Es cierto que la
mayor densidad de obras la documentamos en la zona de la Demanda pero también
tenemos algunas en otros lares como la de San Juan de Cillaperlata, no pocos
templos excavados en roca en el Alto Ebro u obras tan señaladas como la ermita de
Siero, el templo parroquial de Santa Olalla cerca de Espinosa de los Monteros o
Santa María de Mijangos. Estos tres lugares no presentan unas formas
constructivas cercanas a los usos constructivos que venimos constatando, pues,
el primero es una reconstrucción de mediados del siglo IX con unas técnicas muy
rurales, y el segundo presenta formas que recuerdan los usos constructivos
asturianos y el tercero únicamente conservamos unas venerables ruinas
recientemente excavadas. Lamentablemente los restos que conservamos en esa zona
son tan parciales que no nos permiten trazar un panorama, aunque lo poco que
hay nos está indicando que la construcción en ellas se debe a planteamientos
distintos que la zona sur. En ésta, posiblemente porque se mantuvo más tiempo
la tradición tardoantigua, porque la romanización fuera más profunda, porque
nunca se perdieran los usos y técnicas constructivas vinculadas a ese mundo o
porque las autoridades condales y los magnates trajeran grupos de artesanos y
maestros que dominaban esa técnica, lo cierto es que la mayor parte de las
obras que se levantan a partir de finales del siglo IX se hacen siguiendo los
planteamientos formales, técnicos y estéticos tardoantiguos o hispanovisigodos.
Es
posible que sean igualmente fruto de una decisión política en la que influyen
tanto los condes como los magnates o entidades mona cales, pero lo cierto es
que al final resultará un hecho decisivo para comprender los primeros pasos de
las formas románicas en la actual provincia de Burgos.
En
una etapa en que las fronteras carecen del sentido que tienen para nosotros,
pero en la que los reyes, condes, magnates o señores son muy conscientes de su
autoridad y poder, encontramos que, tanto si miramos al reino navarro como al
condado castellano en la zona de la Demanda, el proceso seguido es muy similar.
Ello nos lleva a suponer que tuvo una extensión mucho mayor que la que los
restos conservados pudieran hacernos suponer a primera vista y podemos
analizar. El paso del tiempo no supondrá grandes cambios y en no pocas
ocasiones hasta bien entrado el siglo XI, se mantienen unas coordenadas
artísticas y constructivas no alejadas de las que encontramos a finales del IX.
Es igualmente reseñable que los primeros pasos de las formas románicas no sean
sustancialmente diferentes de las precedentes, como se constata en San Millán
de Suso.
Estos
templos o lugares de culto, sean de mayor o menor entidad, no son del todo
nuevos pues en su realización no sólo mantienen técnicas y conceptos espaciales
vinculados a la tradición hispanovisigoda sino que con frecuencia reutilizan
materiales de obras precedentes como se constata en San Pelayo de Arlanza, San
Juan de Barbadillo del Mercado, San Millán de la Cogolla, San Félix de Oca y
tantos otros. Las dimensiones de los sillares, su estereotomía y el tipo de
muro resultante, incluso cuando es de sillarejo o mampostería, nos hacen volver
los ojos al pasado. Todo lo que vemos nos induce a pensar que, aun no habiendo
una gran cualificación de muchos de los artesanos y maestros y habiendo
desaparecido los grandes talleres precedentes, no ha desaparecido la
vinculación con aquel mundo. El mismo, por diferentes razones, siguió presente
y cuando las condiciones cambian recupera la fuerza que nunca perdió del todo.
Posiblemente
la actividad constructiva fue más fuerte y constante de lo que suponemos. Por
ello la renovación primera, la que constatamos también en otros campos y en
todos los estamentos sociales, mira hacia ese mundo que es una obligada
referencia para todos por razones muy distintas. Los magnates, los monjes o los
condes se apoyan en ese pasado para desarrollar la sociedad y su poder dentro
de ella y una de las fórmulas más eficaces, es la implicación en estas grandes
empresas religiosas que acaban por convertirse en necesidad política y
económica.
Otro
de los hechos que ponen de manifiesto estas fábricas es que a partir de finales
del siglo IX hay una notable recuperación de la actividad constructiva en
tierras castellanas, sobre todo constatable en la zona de la Demanda y valles
del Arlanza y Arlanzón, que se mantendrá y acentuará, con algunos intervalos,
en la siguiente centuria. Otro asunto reseñable es la implicación en esta tarea
de las autoridades condales, con mayor o menor dependencia de los monarcas
asturianos o leoneses, de los magnates y comunidades aldeanas lo que supone
unas directrices políticas y posiblemente la existencia de talleres y grupos de
artesanos que marcan las pautas que se siguen en la mayoría de los casos.
Aparece por tanto un tipo de construcción y formas vinculadas al poder. El arte
que vemos, aparentemente pobre, de escasa entidad y en ocasiones tosco y poco
brillante, tiene un alto valor simbólico tanto religioso como político, que es
lo que le confiere la importancia y alta valoración política y social que hay
detrás de él. Al mismo tiempo su presencia en estas tierras indica su
consideración política, religiosa y estratégica por parte de los poderosos que
concentrarán en ellas no pocos esfuerzos para organizarlas y poner de relieve
que su poder no sólo es militar sino que enlaza con la fuerza religiosa que de
ellos emana como sucede en San Millán de la Cogolla, lo que lo acaba por
convertir en un símbolo que da sentido y cohesión al poder y al reino tanto
castellano como navarro. No todos alcanzan esa universalidad pero no están
exentos de esos valores bien hablemos de los que alcanzan una estima bastante
general o bien nos refiramos a otros mucho más locales, como San Millán de
Lara, San Pelayo de Arlanza o San Félix de Oca.
Otro
de los datos que se desprende de la información que nos proporcionan estos
documentos es que el eremitismo estuvo bastante arraigado y que en torno al valor
mistérico, religioso y simbólico de esos lugares se desarrolló una importante
actividad constructiva. En el momento que se buscaba recuperar y utilizar esos
valores sacrales. En no pocas ocasiones esos lugares fueron la base del
posterior monacato y la razón de ser de algunos de los monasterios benedictinos
más importantes del siglo XI como San Millán de la Cogolla, San Pedro de
Arlanza, Santo Domingo de Silos o en alguna medida Cardeña y Oña.
Otras
veces la razón del rápido e importante crecimiento de un monasterio se debe a
que es elegido como lugar de enterramiento de los condes o monarcas como sucede
en Arlanza, Cardeña y San Salvador de Oña lo que al mismo tiempo les convertirá
en puntos de referencia cultural, religiosa y de poder de amplios territorios.
Todo parece indicar que algunos de ellos se convertirán también en centros de
talleres de copia de códices y documentos vinculados al poder regio, condal o
de los magnates como sucede en San Millán del Cogolla, Cardeña y en el mítico y
fabuloso San Pedro de Berlangas, que suponemos se ubicaba en la cercanía de la
actual población de Tordómar. Los cambios que el paso del tiempo trae consigo
supone la aparición de importantes señoríos jurisdiccionales y territoriales en
torno a algunos cenobios. A algunos se acabarán vinculando muchos de los
pequeños templos de propio, denominados también monasterios en la
documentación, lo que acabará convirtiéndolos en centros de notable poder y con
una no desdeñable capacidad para llevar a cabo obras en sus fábricas y dotarse
de un rico patrimonio artístico de variadas formas. Con alguna frecuencia son
receptores de importantes donaciones del poder en forma de objetos de esmalte,
marfil, ricos libros y telas para usos litúrgicos. Al mismo tiempo en ellos
nacen talleres con capacidad para realizar obras necesarias para el culto o
para significar las reliquias u objetos que le dan trascendencia pública. Ese
cambio de tendencia y crecimiento de los viejos eremitorios se hace evidente
sobre todo ya a mediados del siglo XI.
El
mundo castellano y burgalés del siglo X, también gran parte del XI, vive
volcado mirando hacia el sur. Desde él llegan grupos de cristianos que emigran
hacia el norte a partir de mediados del siglo IX por la abierta confrontación
que los mozárabes plantean con el mundo islámico. Es especialmente
significativa la oposición que se vive en algunas de las ciudades aunque el
caso más señalado sea Córdoba. Ello no quiere decir que la organización de las
comunidades cristianas que viven en Al-Andalus desaparezca sino que siguen
siendo punto de obligada referencia para no pocos monasterios de territorios
del norte e incluso para la jerarquía eclesiástica. Todo indica que se mantiene
una fluida, continua e importante comunicación entre ambos territorios a nivel de
monjes y eclesiásticos que darán no pocos frutos artísticos y culturales. No se
debe olvidar que la situación de los cristianos en tierras islámicas hispanas
es la de una minoría que conserva sus formas de vida, códigos legales y que la
misma viene recogida en documentos firmados en el momento de la conquista
musulmana.
Hay
que recordar el tratamiento que el Corán da a las religiones del libro y la
tolerancia hacia las mismas impuesta desde los comienzos. De otro lado se deben
tener presentes las importantes y continuas relaciones políticas de los
monarcas asturianos, leoneses y de los propios condes castellanos con los
emires y califas que implicaban el reconocimiento de vasallaje y el pago de un
tributo lo que suponía no pocas embajadas a la capital andalusí.
Las
fronteras no son por tanto un elemento impermeable sino más bien todo lo
contrario.
El
desigual grado de desarrollo económico, la pujanza cultural, intelectual y
religiosa del mundo andalusí, junto con las necesidades mercantiles y
económicas, imponen unas relaciones obligadas con las tierras musulmanas y no
con las zonas ubicadas allende los Piri neos hasta bien entrado el siglo XII.
Es
cierto que a partir de comienzos del siglo XI las relaciones con los reinos y
multitud de pequeños estados cristianos galos o de otros lares empiezan a ser
más fluidas, pero creemos que ello no supone una merma sino un incremento de
las relaciones castellanas con el mundo andalusí. La situación de vasallaje res
pecto al califato primero y los reinos de taifas después, abre una nueva etapa
de relaciones cada vez más favorable para los cristianos que seguramente tendrá
consecuencias en el mundo artístico.
No
deberemos perder de vista que los grandes centros culturales, religiosos y
monásticos de la Hispania visigoda y anterior se encontraban en Mérida,
Sevilla, Córdoba, Toledo, Zaragoza o Cartagena y que, a pesar del dominio
musulmán, lo siguieron siendo durante largo tiempo. Creemos que ese signo y
situación se rompió definitivamente durante el gobierno de Almanzor y sus
regulares y destructivas acometidas militares contra los cristianos del norte y
también de dentro del califato. Esa nueva coyuntura acabará por diezmar y
debilitar a las poderosas comunidades mozárabes toledana, emeritense, cordobesa
y sevillana lo que permitirá el renacer de algunos centros jerárquicos leoneses
y castellanos.
Se
constata una importante relación entre las comunidades monásticas y religiosas
de los reinos cristianos y las de Al-Andalus. Ello es debido no sólo a las
migraciones de algunas de ellas del sur hacia el norte sino también con
aquellas que permanecen en tierra islámica y a veces tienen formas y costumbres
bastante islamizadas en sus gustos culturales y artísticos. No se debe olvidar
que la información que tenemos de esos intercambios se documenta en la copia de
códices, en determinados objetos litúrgicos, a veces en las pautas
constructivas como hemos visto en los lugares religiosos, pero que ha
desaparecido cómo se hacía presente en los palacios, castillos y costumbres de
los monarcas, condes y magnates. A tenor de lo que informan los viajeros de
épocas posteriores y de los restos materiales, ya de los siglos XI y XII, pare
ce que se adoptó la organización de los palacios, las formas de vestir y de
ornamentar las estancias al modo y manera andalusí. Baste recordar la
admiración, sorpresa y asombro que causaron los palacios de Madinat-Azhara en
las comitivas regias, condales y de nobles que encabezaron las embajadas a la
Corte cordobesa. Unas veces se compran objetos, telas, cerámicas, perfumes o se
encarga a artesanos musulmanes los trabajos más delicados como se puede
comprobar en Silos, Oña, Leyre y tantos otros monasterios. Seguramente también
sucedió algo parecido para las estancias condales, reales y palaciegas de los
magnates. Otras veces esos objetos son el fruto de las acciones bélicas en las
ciudades, castillos o palacios que tienen importantes talleres o cortes de
mayor o menor rango. Todo apunta hacia una importante relación entre el mundo
castellano y el andalusí lo que debió dejar notables huellas de las que quedan
pocos restos y sí muchas referencias de crónicas y documentos.
Todo
indica que Castilla es cada vez un mundo mucho más abierto y que sus
relaciones, seguramente de otro signo, también se establecen con el vecino
reino navarro y con otros estados allende los Pirineos. No se debe olvidar que
los castellanos son igualmente herederos de las tradiciones asturleonesas que
son la base y los comienzos del notable desarrollo de estas tierras. Los
diferentes códices y documentos conservados, salidos de los scriptoria
de Valeránica, Cardeña y sobre todo de San Millán de la Cogolla, el más activo,
productivo y longevo de todos –desde la cuarta década del siglo X hasta finales
del XI–, pone de manifiesto la enorme capacidad de asimilar ese rico pasado
para acabar logrando un lenguaje propio con una enorme personalidad, como se
constata sobre todo en los trabajos de Florencio de Valeránica. Ese rico mundo
expresado a través tanto de una escritura propia, la minúscula visigótica, herencia
de un rico pasado, como de las imágenes, dibujo, color y el mundo expresivo que
subyace detrás es al que los investigadores coinciden en vincular al nacimiento
y culmen del mozárabe.
El
lenguaje cultural, religioso y estético es la expresión de una cultura rica,
plenamente consolidada, que ha alcanzado un alto grado de expresión propia y
que logra plasmar con acierto y calidad la mentalidad que la hacen posible y a
la que sirve. Los historiadores del arte que se han acercado a los manuscritos
y libros de Florencio, sobre todo en los últimos tiempos, señalan que el mundo
que se expresa a través de las imágenes de la Biblia de León, de los Moralia in
Job o de los documentos salidos de ese taller, lo hacen en un lenguaje mozárabe
plena mente formado y en la cima de su capacidad expresiva.
Todo
parece indicar que el calígrafo Florencio, vinculado al poder condal, debía
proceder de Arlanza o tal vez de Cardeña donde encontramos otro importante scriptorium
cuyo recorrido artístico va desde la Biblia, muy cercana a los usos
hispanovisigodos, a otras ya plenamente mozárabes de la segunda mitad del siglo
X. Un panorama más rico y amplio en el tiempo nos lo brinda el taller de San
Millán de la Cogolla en el que se hacen muchas obras y manuscritos desde
mediados del siglo X hasta bien entrado el XII y en donde el recorrido
artístico y la presencia de diferentes corrientes se deja sentir con mucha más
fuerza. En todo caso lo que ahora nos interesa destacar es la importante
actividad de estos talleres de escritura, su gran capacidad creativa y de interpretación
de las antiguas tradiciones y nuevas corrientes culturales y la personalidad
que ponen de manifiesto las obras salidas de las manos de los grandes archipictor
y scribas bien diferenciados de los del ámbito leonés. A lo anterior
debemos sumar la tarea constructiva con lo que el panorama de estas tierras a
lo largo del siglo X supone una profunda renovación y actividad creativa que
será el suelo adecuado que permita dar el paso y la evolución hacia la nueva
estética y formas que denominamos románico.
Otro
dato que constatamos, tanto en los edificios como en los escritorios, es la
casi total paralización de la actividad a partir de las dos últimas décadas del
siglo X. Posiblemente la actividad militar musulmana de la mano de Almanzor y
sus frecuentes incursiones, creando confusión y una notable destrucción, tengan
algo que ver con el hecho. Es posible también que las relaciones con el mundo
islámico, sobre todo con las comunidades mozárabes, sufran una ralentización,
lo que sumado a la situación militar y a los ingentes gastos y destrucción de
la misma pudieran ser una explicación a este fenómeno. La desaparición del
hachib Almanzor el año 1002–muere en Medinaceli–, luego de la destrucción de
San Millán en pleno corazón navarro y castellano, a consecuencia de las
escaramuzas a que se ve sometido en Hacinas y Calatañazor, supo ne un cambio
importante. El hecho es reflejado de forma ostensible y con cierta alegría por
las crónicas cristianas. El Chronicon Burgense dice en la Era MXL mortuus
est Almanzor, et sepultus est in inferno. El Silense con mayor amplitud de
matices nos informa que:“…hasta que por fin la divina piedad,
compadeciéndose de tanta ruina, dignose alzar esta calamidad de la cerviz de
los cristianos, porque el año décimo tercero de su reinado, después de muchos
horribles estragos de los cristianos, sorprendido Almanzor por el demonio, que
en vida le poseyera, en Medinaceli, grandísima ciudad, fue sepultado en el
infierno”. Hay en todo caso una expresión de alivio, una sensación de
liberación de un terrible azote y parece como si fuera el comienzo de una era
de ven tura para los cristianos. Más allá de las exageraciones y las contenidas
expresiones de júbilo y no pocos lugares comunes, lo cierto es que los trece
años de que nos habla el cronista que redacta la obra conocida como El Silense,
han sido en el mundo del arte un pequeño parón que en los años sucesivos se va
a recuperar en algunas zonas con notable rapidez y fuerza.
La tarea constructiva y artística en el primer cuarto del
siglo XI
La
política seguida por el conde Sancho dará sus frutos y a partir del año 1010
los castellanos consolidan su dominio hasta el Sistema Central, se acaban las
devastadoras incursiones y el condado empieza a recibir las parias por la
protección y vasallaje que ejerce sobre el califato cordobés que comienza a
desintegrarse. Todo ello permitirá llevar a cabo una política de restauración y
recuperación, cuando no la creación de nuevas instituciones monásticas como la
de San Salvador de Oña. El año 1011 crea el más amplio señorío eclesiástico de
Castilla del que será señora su hija Tigridia.
A
partir de la segunda década del siglo XI se inicia una notable tarea de
restauración, reconstrucción y obras de nueva planta promovidas con mucha
frecuencia por el poder y favorecidas por la nueva coyuntura militar y
económica y por la necesidad de restablecer lo des aparecido, en algunos casos
con una fuerte carga simbólica. Paralelamente se va haciendo cada vez más
presente una corriente cultural de nuevo cuño, venida de la mano de otros
cambios que acabará por hacer suyos la dinastía navarra, que afectarán a la
observancia y vida monástica, a la organización religiosa, a la liturgia y
también a la propia concepción del poder. Hay una corriente de aculturación de
procedencia foránea, en gran medida de allende los Pirineos, que se irá
haciendo presente cada vez con más fuerza y acabará por incardinarse también en
estas tierras, no sin reticencias, luego de un largo período de asimilación y
acomodación de más de medio siglo.
Una
de las obras de las que tenemos noticia arqueológica y documental que va a
sufrir una remodelación, recomposición y acomodo a los nuevos tiempos, es el
atrium dedicado a la memoria y exaltación de las virtudes de San Millán y San
Félix, en torno a los antiguos eremitorios y cuevas que ambos ocuparon. Con
anterioridad procuramos definir los añadidos, cambios y reformas que tienen
lugar en el martyrium; ahora se reconstruye y sobre todo se con vierte en un
templo de dos naves, añadiendo dos tramos de nuevo cuño hacia los pies. El
resultado es un templo de orientación este-oeste, con los altares en las
precedentes estancias de planta cuadrangular y cúpula esquifada y una galería
porticada adosada en la zona meridional que sirve de marco a los enterramientos
de los míticos infantes de Lara y de su ayo. Esta tarea la lleva a cabo el
monarca navarro Sancho III el Mayor, no sin el apoyo castellano, con cuyo conde
mantiene buenas relaciones familiares y de vecindad. La tarea que se concluye
en la década de los veinte respeta lo anterior, lo recupera y se hace eco de
los nuevos gustos y pau tas constructivas, pues los dos tramos de los pies son
ya de formas y trazas románicas bien que perfectamente integrados en la
construcción precedente, no muy alejada de ella en muchas de sus concepciones y
formas.
La
nueva fábrica, de trazas y concepción románica, nos indica que los primeros
pasos del nuevo estilo, aún algo dubitativos, tienen lugar en estas tierras en
las primeras décadas del siglo XI.
Quienes
llevan a cabo esta obra reutilizan, aprovechan y mantienen lo precedente pero
cambian de forma notable su sentido convirtiendo al anterior lugar sagrado en
un templo que tiene como cabecera los espacios del anterior orientado en
sentido norte sur. Por contra la nueva fábrica, los dos tramos de los pies en
las naves norte y sur, se levanta de acuerdo con los usos y técnicas
constructivas de lo que denominamos románico por el tipo de arco, la
articulación de los sillares del mismo y los pilares rematados en capiteles
troncocónicos o encapitelados. Es claro que tanto el maestro como el taller que
le acompaña ya no son mozárabes y que son conocedores y utilizan unas técnicas
constructivas diferentes, o se hace desde planteamientos distintos. Ellos conocen
y trabajan ya bajo la estética y técnica románica. Este hecho pone de
manifiesto que entre la fecha que parece se dio fin a las obras anteriores, año
984, y los prime ros veinte años de la siguiente centuria, se ha producido un
cambio y los usos constructivos han emprendido un nuevo camino haciendo suyas
otras técnicas y expresándose en un lenguaje for mal cada vez más alejado del
anterior. Nunca sabremos si el que el maestro y taller no llegaran más lejos en
su propuesta se debe a los condicionantes del lugar o porque sus conocimientos
y sentido de la obra hacían imposibles otros planteamientos. Los restos que han
llegado hasta nosotros nos hacen suponer que esos cambios más radicales sí eran
posibles en quienes levantan este tipo de arcos, pilares y bóvedas. De ser
cierta nuestra suposición el grado de evolución e implantación del románico
debía estar mucho más avanzado y evolucionado de lo que esta obra concreta nos
permite afirmar.
En
todo caso el volumen de la obra, como sucederá más tarde en San Salvador de
Leyre, la actual cripta y anterior basílica monástica, es seguramente al que
aspiran en ese momento y por tanto el mismo no difiere sustancialmente de lo
precedente. Sólo los cambios posteriores, ya en las décadas finales del siglo
XI, llevarán a unas construcciones mucho más ambiciosas, monumentales y
prepotentes, impensables para la mentalidad de estos momentos.
Lamentablemente
no conservamos nada del monasterio de Yuso, parece que se levanta ahora de
nueva planta y que debiera ser nuestra obligada referencia, pues, seguramente
aquí podríamos ver en qué medida se ajusta ya a los usos y necesidades de la
reforma monástica en curso –que sigue la observancia regular de San Benito de
Aniano, la de los cluniacenses– o por contra se mantiene vinculado a la
observancia hispánica. En todo caso los códices salidos del scriptorium
emilianense siguen la vieja tradición tanto por el tipo de letra como por las
minia turas y concepción de la obra. Incluso los marfiles destinados a las
arquetas San Félix y San Millán, algo posteriores, ponen de manifiesto, una vez
más, la fuerte implantación de los usos y vínculos anteriores, tanto con la
tradición tardoantigua como con lo mozárabe.
El
monasterio de San Millán de la Cogolla, tanto el de Suso como el de abajo y las
obras que ahora se ejecutan, nos pudiera parecer un caso singular y en cierta
manera único en la zona y lo es. En todo caso aquí vemos las primeras
manifestaciones románicas a comienzos del siglo XI que parece no se hacen
presentes de repente sino que tienen un tiempo. Todo pare ce indicar que la
ruta jacobea no es el camino sino que más bien hay otros factores locales y
exteriores que lo hacen posible. Pero este notable lugar no es un caso único en
el ámbito rio jano-burgalés, la tierra castellana del momento. En la zona de la
Demanda, tanto en la actual provincia de Burgos como en La Rioja, por no
incidir en la de Soria, documentamos obras que nos permiten plantear una secuencia
histórica de las primeras formas románicas posiblemente desde fines de la
décima centuria hasta mediados de la siguiente. En la zona la tarea
constructiva no estuvo ausente de los lugares de menor entidad jurídica y
económica en la centuria precedente y en las primeras décadas del XI se
reanuda, con más fuerza si cabe, recuperan do, rehaciendo o remodelando
antiguos lugares de culto. En algunos monumentos como Santa María de Barbadillo
del Pez, Villanueva de Carazo, Iglesiapinta, ermita de Cueva de Juarros o
Tolbaños de Abajo se mantiene la estructura precedente bien de la cabecera o de
gran parte de la nave, tanto sean de piedra sillería como de sillarejo o
mampostería. En casi todos los casos se rehace la cubierta del ábside,
posiblemente en forma de cúpula como las que vimos en la etapa anterior, siendo
reemplazada por una de bóveda de medio cañón añadiendo en el exterior el
correspondiente alero, con o sin canecillos. Algo más tarde, ya a finales de la
centuria o tal vez en el siglo XII, se procede a cubrir la nave de Cueva con
bóveda de medio cañón, se abren nuevas ventanas y se articula en tres tramos
mediante los correspondientes arcos fajones apeados sobre pilar y columna
entrega. En San Quirico y Santa Julita de Tolbaños de Abajo se añadirá una segunda
nave al mediodía, con cabecera recta, bóveda de medio cañón y portada, con
relieve cercano a las formas del “expresivo culto”.
En
todas ellas, tanto sean muros de opus spicatum o de grandes sillares
procedentes de edificaciones anteriores, man tienen los volúmenes, formas y
conceptos constructivos de la tradición tardoantigua, aunque los talleres que
lo remozan o rehacen ya conocen lo románico. En el templo de Tolbaños se
levanta ahora una torre exenta con muros de mampostería que responden a los
usos y formas tardoantiguas que perdurarán en esta zona y en algunos templos de
la Ribera hasta la tercera o cuarta década del siglo XII. Por tanto la nueva
construcción, remozada, recuperada, restaurada o reacomodada no se aleja de las
formas de la tradición aunque se hacen evidentes elementos románicos que
conviven, en notable armonía, con los anteriores.
Ya
un lenguaje románico en todo el proceso constructivo es el que vemos en el
templo de San Bartolomé de Canales y en la iglesia parroquial de Monterrubio de
la Demanda. En ambos casos la cabecera presenta un módulo constructivo,
–también lo que queda de la primitiva nave–, que se corresponde con los
volúmenes, formas y conceptos espaciales y estéticos del mundo tardoantiguo que
hemos visto en no pocas de las obras de la zona levantadas entre finales del
siglo IX y las últimas décadas del X. En ambos casos los datos arqueológicos de
las cabeceras y de gran parte de la nave de Canales, el tipo de sillar, la
articulación de los muros, la ornamentación cordada de la ventana central del
ábside e incluso las arcadas de medio punto, delatan que el taller que las hace
y el maestro que las dirige son románicos. Pero únicamente las formas son
románicas, pues la tipología de cabecera, la forma de engarzar la nave y el
ábside e incluso las arcadas nos recuerdan la vieja tradición. Lamentablemente
no conservamos completos los templos de estas primeras décadas del siglo XI
pues ambas han sufrido importantes reformas, añadidos y cambios a lo largo del
tiempo. En San Bartolomé de Canales –algunos la denominan también de San
Cristóbal– en época románica se recrecieron los muros, se añadió una portada al
muro meridional y se adosó la actual galería porticada ya a finales del siglo
XI o comienzos del XII, lo que modificó el espacio templario precedente. En
época barroca, posiblemente hacia mediados del siglo XVII, se elimina una parte
de la galería porticada, se prolonga el templo hacia los pies, se añade una
capilla en la zona norte y se cubre la nave con bóveda de ladrillo enyesada
formando el habitual cañón con lunetos. En todo caso la primera fábrica
románica marca claramente la diferencia con el resto y nos informa que tuvo
también torre adosada el muro norte, hueca en su interior y de formas que
recuerdan los usos constructivos tardoantiguos en esta tipología de edificio.
En Monterrubio los añadidos barrocos alteran completamente la nave románica,
anulan la torre y únicamente se mantiene en pie la cabecera aunque embebida por
la nueva obra. Todo parece indicar que fue el mismo maestro y taller los que
trabajaron en ambas iglesias.
Pero
la pervivencia de esas formas y conceptos constructivos y espaciales no se
circunscriben a esos dos monumentos, pues en el cercano Villavelayo
documentamos un templo no alejado de los precedentes. La iglesia parroquial,
fruto de la una larga secuencia constructiva, en la última gran reforma de
época barroca, de finales del siglo XVII y tal vez concluida a comienzos de la
siguiente centuria, supone un cambio muy notable en la fábrica anterior pero a
pesar de ello se pueden documentar con bastante fidelidad los diferentes
momentos constructivos. En este caso los muros son un excepcional documento.
En
la actualidad se puede reconstruir la nave del templo más antiguo y ver cómo ha
sido respetada y ha servido de base en las sucesivas reformas: románica,
tardogótica y barroca. El arranque de los muros presenta sillares de forma
cuadrada, colocados casi a hueso, de aparejo bastante regular y de formas no
diferentes a las que vimos en Canales y Monterrubio. El exterior va recorrido
mediante arcadas ciegas, de arco de herradura, que se apean en una pequeña
banda relativamente ancha. El despiece de los arcos no indica que sean de
formas mozárabes sino que más bien se ajustan a la vieja tradición
tardoantigua.
La
primera portada, abierta en el muro occidental, presenta un arco que nuevamente
nos sitúa dentro de la tradición. De lo que fuera el primer templo también
conservamos la torre, adosada al muro norte, con muros de piedra sillería y
alzado ligeramente trapezoidal, hueca en su interior y portada y vano
practicados en el muro sur que nuevamente nos recuerdan más los usos
tradicionales que a las formas mozárabes. De lo que fuera la cabecera
primitiva, posiblemente de planta cuadrangular, no conservamos su alzado pero
sí parte de los sillares y relieves con que se ornamentaban algunos de ellos.
Las formas de labra, la temática y los conceptos plásticos nos obligan
nuevamente a mirar hacia la tradición tardoantigua. Todo parece indicar, salvo
que así no fuera en la cabecera, que el templo se levanta de nueva planta a
finales del siglo X comienzos del XI. Hay no pocos indicios de que el maestro y
taller se deben situar dentro del románico, sobre todo por el tipo de muro que
realizan, pero que no acaban de despegarse de la tradición como ponen de mani
fiesto las arcadas, vano y portadas. Este templo, lo mismo que sucediera en
Canales, en las primeras décadas del siglo XII sufre la primera gran
transformación. Esa reforma se hace siguiendo las pautas y formas del románico
pleno al que corresponde la portada y el relieve de los canecillos
reutilizados. Todo parece indicar que ahora se levanta una galería porticada
adosa da al muro meridional que luego desaparecerá en la reforma barroca.
Como
tendremos oportunidad de ver más adelante, en tierras burgalesas el románico da
sus primeros pasos vinculado a la vieja tradición con formas como las que hemos
visto en estos tres templos o sencillamente reutilizando las antiguas aulas,
como sucederá más tarde en los templos de Vizcaínos, Jaramillo de la Fuente o
San Quirico y Santa Julita en Barbadillo del Pez. Todos los datos de que
disponemos señalan que la actividad constructiva, sin alcanzar cotas muy
elevadas, se mantiene a un ritmo constante desde el siglo X hasta finales del
XI incrementándose algo con posterioridad, por lo que la moda de lo románico no
nos parece que sea algo que viene de fuera sino que encuentra aquí una tierra
abonada y los suficientes conocimientos para ensayar nuevas técnicas o asimilar
las corrientes que van llegando del exterior. De otro lado el arte románico no
supone un cambio sustancial en relación con lo que se venía haciendo hasta ese
momento pues, sobre todo en el ámbito rural, las necesidades cultuales no
cambian y por tanto los antiguos lugares de culto siguen siendo esencialmente
válidos. La organización del templo con el aula y el lugar sagrado, a veces
también torre, es similar en una y otra etapa. Sólo a partir de un momento el
relieve empieza a cobrar un protagonismo des conocido y rechazado hasta el
momento, lo que modificará de forma importante la imagen de la cabecera, la
portada y a veces los aleros de la nave. No parece que los nuevos tiempos
exijan espacios cultuales mayores o diferentes por lo que en muchos casos se
reutilizan las naves precedentes o sencillamente se reacomodan. Sólo las
construcciones de mayor empeño como la catedral, monasterios, colegiatas o
algunos templos de cierta categoría jerárquica, verán ampliado notablemente el
espacio y lo articularán siguiendo las nuevas necesidades cultuales derivadas
de la nueva observancia litúrgica y regular.
Se
nos pudiera decir que la mayor parte de las obras que hemos ido viendo carecen
de la entidad necesaria para ser por sí mismas las que definan una tendencia,
pues únicamente el atrium de San Millán de Cogolla, el de Suso, pudiera influir
y marcar una orientación en el en torno. Aun concediendo que ello pudiera ser
cierto, ese conjunto de templos y edificios ponen de manifiesto, a nuestro
juicio, que en esta zona se mantuvo un alto nivel de actividad constructiva que
hizo posible asimilar y evolucionar hacia las formas románicas. Lo anterior
pone de manifiesto que en estos lares sí había tradición y capacidad
constructiva y que por tanto, las corrientes foráneas, no suponen otra cosa que
un aporte. No parece que se importen formas, edificios y otros elementos por
mor de la novedad y nuevas modas de origen galo. No sería extraño que el
panorama artístico que vemos en esta zona fuera similar en otras de la
provincia burgalesa, ante todo en el valle del Ebro, páramos y Bureba. No
deberemos olvidar que, aunque no sea objeto de este estudio, una parte de
Palencia y Cantabria también formaban parte de la Castilla a la que nos estamos
refiriendo y en ellas la tarea constructiva también es clara como podemos
documentar en San Martín de Elines, cerca de la sede de Siero, por no citar
otros casos. Otro dato que hemos podido documentar y demostrar es que los
primeros pasos del románico se vinculan en estas tierras a las técnicas
constructivas precedentes por lo que las formas románicas aparecen envueltas en
ese lenguaje precedente del que se desprenden lentamente. Por ello podemos
afirmar que el románico, pese a las indudables y perceptibles relaciones con el
exterior, del que también bebe, se inicia también en estas tierras desde dentro
y que el mismo es posible por la existencia de un adecuado suelo y hábitos
constructivos. Por todo lo anterior podemos concluir que las importantes
reformas y cambios que vamos a constatar en las décadas finales del siglo XI no
serían posibles sin esta trayectoria ante rior y muchos de los edificios no
tendrían la singularidad y personalidad que presentan sin todo lo que les
precede. Por ello las propuestas de cambios y la política de apertura hacia el
exterior, –creemos que nunca fue una zona cerrada en sí misma–, que de forma
más evidente postula y hace realidad la dinastía navarra, se desarrollan en un
terreno abonado, preparado y capaz de asumir los cambios y reformas con un alto
grado de personalidad y originalidad, no sin importantes resistencias y
reticencias, que acabarán calando profundamente hasta convertirlas en algo
propio.
El mundo y las formas románicas entre 1029 y entorno de
1100
Como
ya hemos apuntado la dinastía navarra se asienta en estas tierras con Sancho
III el Mayor (muere el año 1035) como fruto de las relaciones matrimoniales con
el condado castellano. El mundo navarro mantenía una política cercana al mundo
galo haciendo suyas algunas de las reformas postuladas por la Santa Sede a
través del principal impulsor de las mismas, el monasterio de San Pedro de
Cluny. En estas tierras harán realidad esos cambios, con cierta parsimonia y
lentitud, los monarcas Fernando I (1029-1065) y Alfonso VI (1072 1109). Al
conde Fernando, luego rey de Castilla y más tarde también de León, debemos las
primeras decisiones en este sentido. Este monarca emprende decididamente la
consolidación y desarrollo de las entidades monásticas auspiciando una reforma
en la observancia regular que las asimile al mundo benedictino, según la Regla
de San Benito de Aniano, la seguida por Cluny. Fruto sazonado de esa labor son
los nuevos monasterios benedictinos de San Salvador de Oña, Cardeña, Arlanza y
Silos. Decimos nuevos porque todos ellos acaban por abandonar la observancia de
la regla hispánica para acogerse a la benedictina lo que les convertirá, por
vías diferentes, en notables señoríos territoriales y jurisdiccionales que
hacen posible la realización de grandes edificios, que respondan a las nuevas
necesidades y se acomoden al gusto y a los usos benedictinos. La construcción
de los monasterios y templos, no siempre todo de nuevo cuño en sus inicios,
será un factor decisivo en la implantación y desarrollo del arte románico en
tierras burgalesas. La organización eclesiástica episcopal, otro de los
sectores con especial incidencia en el mundo del arte, vive momentos de
reacomodación y cambio. Sobre todo hay una preocupación por recuperar el papel
episcopal y concentrar las sedes burgalesas en una sola lo que acabará
realizándose en torno a la de Oca, que establecerá su sede definitivamente en
la ciudad de Burgos a partir del año 1087. En esta labor se implicarán
decididamente los monarcas Sancho II y sobre todo su hermano Alfonso VI.
Los
cambios en la observancia monástica, la concentración del poder en unos pocos,
antes tan disperso, y la necesidad de acomodarse a las nuevas exigencias
explican las reformas, ampliaciones o nuevas fábricas levantadas en los cuatro
grandes monasterios benedictinos a partir de la década de los treinta.
Los
datos históricos, arqueológicos y de otra naturaleza nos presentan un panorama
poco claro, en ocasiones confuso y lleno de sombras e incertidumbres no exentas
de polémica. En todo caso la información disponible nos permite afirmar, con
alguna seguridad, que las obras más ambiciosas se llevaron a cabo en las tres o
cuatro últimas décadas del siglo XI y que una parte de ellas se hicieron desde
los planteamientos constructivos y estéticos del románico pleno. Los datos que
nos aporta la catedral románica parece que la sitúan también dentro de esta
época y planteamientos artísticos.
Vamos
a dar comienzo a nuestro recorrido y argumentación partiendo de las fábricas de
los grandes monasterios benedictinos y en menor medida de la catedral. La mayor
información arqueológica nos la aportan Oña, Arlanza y Silos siendo mucho menor
la de Cardeña y bastante escasa la del conjunto catedralicio románico.
Nada
sabemos sobre la existencia de un lugar de culto anterior al actual de San
Salvador de Oña puesto que la nueva fábrica, posiblemente iniciada a partir de
la tercera década del siglo XI para luego ser remodelada y renovada a lo largo
de casi doscientos años, dificulta de forma notable e incluso imposibilita
rastrear esos primeros pasos. Todo parece indicar que el espacio templario se
va modificando y ampliando hacia el este desplazando, a medida que pasa el
tiempo, el ábside en esa dirección hasta llegar al actual. Tenemos la sensación
que lo que perdura, con una intervención menor a lo largo del tiempo, es la
zona occidental y una parte importante de las naves. Por ello los testigos
arqueológicos que delatan los primero pasos los documentamos ante todo en la
fachada occidental y en parte del alzado de las naves.
El
hastial occidental se articula en tres paños separados mediante pequeños
contrafuertes que señalan espacios y sobre todo definen direcciones ascendentes
cuya monumentalidad y fuerza se rompe por la existencia de sendos vanos, un
óculo central y el nártex, que se adelanta al muro cobijando la portada de
acceso al recinto sagrado. La tipología de vanos, la forma y volumen de los
capiteles, la ornamentación de los arcos de las portadas y la propia estructura
del nártex hablan un lenguaje formal cercano a los usos constructivos del
primer románico que bien pudiéramos situar a partir de la tercera década del
siglo XI. No sería de extrañar que lo que aún queda en pie del templo románico,
sobre todo en esta parte, sea aún lo correspondiente al primer templo oniense y
por tanto que nos encontremos ante una obra que se pudiera colocar en el haber
de San Íñigo, pues toma las riendas del lugar a partir del año 1034. No
deberemos olvidar que es la parte del monasterio situada frente al mausoleo y
cementerio del conde Sancho, de su hijo García y que también eligen Sancho III
el Mayor y su mujer. Todo parece indicar que la categoría jurídica del
monasterio y el convertirse en panteón de condes y reyes debió obligar a
realizar unas obras acordes con esa circunstancia. No hay prueba documental
alguna de que el templo que vemos en la actualidad se dé comienzo en fecha tan
temprana, el que a buen seguro se remozó o levantó en época del santo abad
Íñigo, pero no sería extraño que así fuera, pues las formas, tipología y organización
de la fachada no hacen imposible esa hipótesis. Poco más podemos aña dir al
respecto salvo que el alzado que presentan los muros románicos de este templo,
la zona más occidental y la tipología de ventana, nos hacen volver la vista
hacia el primer románico y suponer que esta parte del templo bien pudiera
levantarse en la primera mitad del siglo XI.
De
otro lado los capiteles que aparecieron sobre las bóvedas góticas tienen todas
las características, por su volumen, temática y tipo de labra, de haber formado
parte de los pila res y columnas sobre los que se apeaban los arcos formeros
que comunicaban la nave central con las laterales del primer templo románico.
Mayores dificultades presenta la reconstrucción de la primera cabecera pero
todo induce a pensar que la iglesia fue de planta basilical con ábside en
cascada, siguiendo el modelo benedictino. De ser así el central debió ser mayor
que los laterales. Ello nos permite reconstruir la iglesia primera como un
templo de tres naves, con muros de piedra sillería, más alta la central que las
laterales, nártex a los pies, todo ello cubierto con armazón de madera excepto
el atrio y rematado en triple ábside de cabecera semicircular en este caso sí
con cubierta abovedada. Los datos arqueológicos que aporta esta fábrica nos
permiten suponer que el primer templo románico pudo estar en construcción hacia
media dos de la undécima centuria y que por tanto nos encontraríamos ante una
de las muestras del gran románico de la primera etapa en tierras burgalesas y
castellanas.
El
monasterio de San Pedro de Arlanza, vigilado y contemplado desde su alcor por
la ermita de San Pelayo es una entidad que aparece jurídicamente por decisión
del conde Gonzalo Téllez y de su mujer Flámula el 12 de enero del año 912,
respaldado y ampliado por Fernán González más tarde cuando lo elige como lugar
de enterramiento. El lugar recibe un nuevo impulso de Fernando I quien lo
amplía de una forma considerable por similares razones que sus predecesores.
Una vez más de ese amplio período histórico carecemos de edificaciones que
puedan corresponderse con la información que nos aportan los documentos, o al
menos resulta difícil poder identificarlas como tales. En todo caso el actual
templo románico, muy alterado y modificado a lo largo de su devenir histórico,
según la opinión mayoritaria inicia su andadura constructiva a partir del año
1080. Todo parece indicar que ese año die ron comienzo las obras del templo por
la cabecera, cuyas formas y planteamientos estéticos responden a los usos y
pautas del románico pleno. Al mismo tiempo se abre una cuidada portada en la
parte recta del ábside, el del lado de la epístola, que comunicaba directamente
con el ala este del claustro desde la que se accedía a la primera sala
capitular.
Ésa
es la escueta información histórica, epigráfica y el fruto de una primera
mirada a los muros y edificio que está condicionada y casi predeterminada por
quienes nos han precedido en el análisis y sobre todo por atribuir un valor
casi absoluto y definitivo a los documentos escritos. No pretendemos ahora
poner en duda la veracidad de las inscripciones colocadas en los arcos que
comunicaban el ábside central con los laterales, que nos informan del comienzo
de las obras y de los maestros que las llevaron a cabo en sus inicios. Pero sí
invitamos a un análisis más detenido de los muros del templo, sobre todo el
meridional, el único que se con serva bastante intacto y nos aporta
informaciones valiosas en este sentido, de no menor entidad que las
documentadas en las inscripciones que nosotros no hemos podido ver, a no ser un
calco de una de ellas tomado el año 1771, conservado en el archivo del
monasterio de Silos.
El
primer hecho reseñable es la existencia de una portada tapiada abierta en el
centro del muro meridional que desde el claustro presenta jambas apeadas sobre
sillares, es arquitrabada y sobre el arquitrabe se coloca un arco de medio
punto que define la platabanda. Es una obra que tanto por sus formas como por
su factura y proporciones no parece ser románica sino de una etapa constructiva
anterior. Nos retrotrae a los usos constructivos asturianos e incluso
anteriores y por tanto bien pudiéramos estar ante un testigo del primer templo
sobre el que se construye la nueva fábrica que muy probablemente consiste en
una remodelación de lo anterior, vinculado a los usos tradicionales, tal vez ya
de formas románicas. Desde el interior del templo únicamente se constata
arqueológicamente que el hueco fue rellenado, que se retiró parte del arco y
portada para incrustar un sepulcro, el de la condesa Sancha, y que el resto se
rellenó con posterioridad a su realización. Esta modificación y reacomodación
parece obra de las décadas finales del siglo XV.
Pero
no es el único hecho que nos está indicando la existencia de una construcción
pre cedente sino que el propio aparejo del muro en esta zona es distinto al
resto, así como el tipo de vanos, de formas más bien cercanas a los usos del
primer románico, y las arcadas lombardas apeadas sobre columnas que recorren
verticalmente el muro corresponden al mismo período que la portada.
Lo
anterior nos lleva a pensar que se debe matizar mucho más qué se hace a partir
del año 1080 y en qué consisten esas nuevas obras. Esos hechos demuestran una
vez más algo que hemos constatado en la mayor parte de los monumentos que han
servido de pauta en nuestra argumentación, que los primeros pasos del románico
no suponen una ruptura y eliminación de lo precedente sino que más bien se
reutiliza y reaprovecha lo preexistente. El románico más monumental, el
correspondiente a la etapa denominada “románico pleno”, es el dominante
y el que ha logrado ocultar y casi anular a la fábrica precedente. No obstante
la nueva se levanta sobre una anterior y además lo hace reutilizando parte de
su estructura. La gran innovación llevada a cabo en este templo a partir del año
1080 no es otra que la cabecera y la nueva tipología de portada y pilar que
suponemos dan al edificio un aire y unas formas más monumentales que la
construcción anterior. Pero ello no significa el comienzo de las formas
románicas en este lugar como vimos en Oña. Esa vinculación con el pasado no
desaparecerá del todo, pues, cuando se adosa la torre al muro norte del templo,
la primera portada de acceso al cuerpo inferior, el que cumplía la función de
sacristía como sucedió en Oña y también en Silos, se levanta siguiendo
similares pautas y formas de la que estaba abierta casi enfrente. Nueva mente
las formas de esta portada delatan la existencia de una construcción
precedente.
Una
información bastante más problemática y compleja nos la proporciona el cercano
cenobio silense o los monasterios de San Miguel y de San Sebastián de que
hablan los documentos en determinados momentos. En esta ocasión vamos a hacer
referencia en exclusiva a la “iglesia inferior”, la más antigua y la que
parece tener algún interés en lo que ahora nos importa. De lo que fuera el
templo abacial románico –parece que debió ser ante todo la denominada “iglesia
superior”– no ha llega do hasta nosotros otra cosa que alguna descripción,
varias referencias antes de su derribo y el brazo meridional de la nave
transversal con parte de su alzado, algo de la cubierta, una capilla y la
portada que lo comunicaba directamente con el claustro. De otro lado la
documentación histórica que conservamos presenta no pocas dificultades y dudas,
por lo que la deberemos utilizar con suma precaución, y en ocasiones hay que
prescindir de ella porque pudiera llevarnos a utilizar una información que se
nos antoja falsificada en algunos de sus extremos.
Por
ello, mientras en Arlanza y Oña hay acuerdo que el origen de los señoríos
monásticos hay que buscarlo en los años 912 y 1011 respectivamente, en Silos
las fechas del año 919 del documento, falsamente atribuido a Fernán González
como uno de los de Arlanza, luego retrasada a 954 suscitan no pocas dudas.
Recientemente
se ha demos trado que no sólo no se puede sostener que fuera dado el año 919
sino que tampoco resulta creíble el año 954, pues el documento tal como ha
llegado hasta nosotros parece falsificado hacia mediados del siglo XI, como
sucediera con otro similar de Arlanza. Otro hecho que siempre se ha mantenido
para demostrar la antigüedad del cenobio es la existencia de un scriptorium ya
en época altomedieval. El paso del tiempo ha puesto de manifiesto que la mayor
parte de los códices que hubo en Silos de época anterior a mediados del siglo
XI, de tradición mozárabe, procedían de compras realizadas o donaciones
recibidas por el cenobio silense en época más moderna. Todos los datos apuntan
a que la verdadera reconstitución del monasterio y el gran impulso en la mayor
parte de las facetas es el santo abad Domingo Manso (1041?-1073).
Los
datos que nos van aportando los sucesivos estudios dedicados al monasterio
silense, la relectura de las informaciones que conservamos de los siglo XVI,
XVII y XVIII y las informaciones que de la arqueología llegan nos van
permitiendo una aproximación algo más fiable a la evolución de las
construcciones de los monasterios de San Sebastián y San Miguel de Silos. Ese
notable empeño nos ha permitido valorar en su justo término el supuesto
documento fundacional del monasterio depurándolo de los añadidos y quedándonos
con lo realmente interesante del mismo y sobre todo aproximarnos con mayor
precisión a la labor de Santo Domingo de Silos y de su sucesor en el gobierno
del monasterio unificado, el abad Fortunio.
Pese
a que el documento que atribuía la independización y creación del señorío
monástico de San Sebastián ha resultado ser falso en muchos de sus extremos, sí
parece cierto que a comienzos del siglo X existía en la zona un lugar de culto
dedicado a San Sebastián y que en el entorno había otros templos o núcleos de
población y que junto a él también se documenta un segundo monasterio bajo la
advocación de San Miguel. Ambas entidades acabarán integrándose plenamente a
partir del año 1067, momento en que muere el abad Nuño de Gete, quien ostentaba
la jurisdicción sobre él. Será por tanto durante el abadiato del abad riojano
Domingo Manso, llegado, según la tradición, leyenda y relatos de los
hagiógrafos y poetas, como consecuencia de los ruegos e insistencias del santo
monje Liciniano y de la comunidad de monjes (¿eremitas?), cuando se sienten las
bases del futuro desarrollo y esplendor. A él se atribuye la tarea de
restaurar, remozar y vuelta al primer esplendor del monasterio de San Sebastián
sin que esa tradición se exprese en documento alguno escrito, tanto en
pergamino como en piedra.
Los
restos arqueológicos, no muy abundantes y claros, y las descripciones de los
siglos XVI, XVII y XVIII nos han permitido una aproximación, no exenta de
dudas, a la evolución desde la primera fábrica del templo monacal. Ahora nos
limitaremos a plantear lo que se puede afirmar de los primeros pasos de la
construcción hasta la primera gran reforma que parece inicia Santo Domingo de
Silos y completa el abad Fortunio. La información que nos proporciona el
arranque del muro norte de la “iglesia inferior”, por el tipo de
sillares y aparejo murario, nos permite deducir que es perfectamente posible
que el mismo pudiera ser realizado a finales del siglo IX o en el X. La
arqueología muraria nos informa que exteriormente iba recorrido por arcadas
ciegas, –ya las vimos en iglesia parroquial de Villavelayo–, y que la torre es
una edificación posterior al muro pues se adosa a él. Hay por tanto un
documento firme que nos per mite afirmar que en ese momento allí hubo un lugar
de culto. Nosotros suponemos que, por la escasa entidad del monasterio o laura
de eremitas en ese momento, el volumen y formas del mismo no debía ser muy
diferente a otros del entorno como el de Santa Cecilia o San Pelayo de Arlanza.
Lo anterior nos lleva a reconstruir el primer templo de una sola nave rematada
en cabecera recta con cubierta de cúpula sobre pechinas.
Ése
debió ser el templo que encontró, probablemente en mal estado de conservación,
cuando llegó el nuevo abad Domingo Manso. Bien porque el mismo u otras
dependencias estuvieran en mal estado, o porque a este monje se le deba suponer
la reforma y restauración, o porque cambios de otra naturaleza lo exijan, todo
parece indicar que, posiblemente a partir del año 1067 –momento en que se
integran plenamente los dos monasterios jurídicamente hablando– se inician las
obras de restauración y reforma. El resultado de esta intervención,
restauración o profunda reforma, supone una ampliación del espacio templario
precedente hasta convertirlo en otro de tres naves, cinco tramos y cabecera con
triple ábside de planta interior semicircular y recta exteriormente y tres
portadas (una abierta al mediodía, la de San Miguel, otra al norte, hacia la
villa y una necrópolis y una tercera abierta en el hastial occidental).
Las
obras de esta nueva iglesia parece que se concluyen durante el abadiato de
Fortunio. Nosotros, por algunos de los restos que han llegado hasta nuestros
días, suponemos que la obra no debió diferenciarse estilísticamente de la de
San Millán de Suso y de otras del entorno y que coincidía con lo que más tarde
las fuentes denominan “iglesia inferior”. Es a este templo al que se
trasladan los restos mortales del abad Domingo Manso cuando es proclama do
santo, en torno al año 1086 y que cuando se lleven a cabo las grandes
construcciones románicas se respetará en su integridad, no sin algunas reformas
y añadidos. La “iglesia alta”, obra que consideramos levantada de
acuerdo con presupuestos y planteamientos estéticos del románico pleno, se
adosa a la precedente, ocupa parte de la triple cabecera que se descubre al
derribarla para levantar la actual (hecho constatado por las descripciones
anteriores a su destrucción a mediados del siglo XVIII).
Los
escasos restos que tenemos, el tipo de capiteles y pilares conservados, los
utilizados como relleno en la fachada occidental durante la reforma de finales
del siglo XII que se descubren en el siglo XVIII, las descripciones que
conservamos de esta fábrica y las arcadas ciegas que recorrían el exterior
–algunas cobijaron pinturas y relieves– nos posibilitan una reconstrucción
hipotética de la obra que creemos se puede ajustar bastante a la realidad.
Todos los datos precedentes, unos más fiables que otros, nos permiten suponer
que era un templo en el que debían existir no pocos elementos de la tradición
tardoantigua, como el módulo constructivo, la concepción espacial, el valor del
muro y la organización de la luz.
Respetando
en parte esos conceptos, junto a ellos se debieron dejar sentir los primeros
pasos del mundo y de las formas románicas. El panorama constructivo que debió
aportar la profunda remodelación a la que es sometido el anterior templo no
debió ser muy diferente del que podemos ver en San Millán de Suso o el de otros
templos del entorno serrano y monacal de Oña y Arlanza, a que venimos haciendo
referencia. Creemos que este templo es la primera gran obra que concluye el
abad Fortunio, que el mismo debió formar parte del plan de obras del resto del
monasterio ya acomodado a los usos y exigencias benedictinas que debía tener
como centro del con junto el claustro, el actual románico, y que el mismo se
pudo consagrar, dedicar o sacralizar en el momento en que se traslada el santo
cuerpo del abad Domingo al interior del templo, hecho que muy bien pudo tener
lugar en torno al año 1086. No podemos concluir esta breve referencia a Silos
sin aportar otras reflexiones que creemos complementan lo hasta aquí expuesto y
que tienen que ver con las reformas y añadidos a este primer templo románico y
la relación que el mismo tuvo con la planta del resto del monasterio. Es algo
que dejaremos planteado en la pequeña monografía dedicada en su momento a este
monasterio pero que deseamos matizar brevemente ahora.
El
primer hecho que llama la atención al analizar la planta del monasterio
románico es que el claustro debió ser el eje en torno al que se lleva a cabo la
profunda reforma de las construcciones monacales para acomodarlas a la
observancia benedictina. De ese análisis se deduce que la iglesia inferior y el
claustro debieron formar parte del mismo plan de obras mientras que la iglesia
alta, levantada ya dentro de la estética y formas del románico pleno, formó
parte de otra tanda de obras, se incardina mal en el conjunto, rompe los planes
iniciales y parece edificarse en un momento en que el resto se encuentra en un
estadio de realización muy avanzado o que se ha concluido en gran parte. Ello
hace que la cabecera, la monumental iglesia románica, sea en realidad un
añadido al templo y monasterio precedentes y que la unión entre ambos se vea
complicada tanto por la orografía como por las diferencias de planteamiento
existentes entre ambas. Como constatamos en Oña y Arlanza, aquí también se
añade a la edificación anterior una nueva cabecera que en esta ocasión acabará
por convertirse de hecho en la iglesia abacial.
Con
posterioridad se adosará, a la portada norte, otra de mayor monumentalidad de
la que conservamos la memoria histórica y hemos tenido la fortuna de que se encontrara,
en la década de los sesenta del siglo XX, parte del arranque de la jamba
izquierda, el tímpano y una dovela de la triple arquivolta. Con posterioridad
se adosa la galería portica da que recorría el muro norte de la iglesia, se
levanta la torre adosada al muro norte y se modifica sustancialmente la fachada
occidental, obra ya de las décadas finales del siglo XII. Todo lo anterior nos
permite afirmar que, si existió alguna consagración de la iglesia y claustro
silenses el año 1086 ó 1088, se debe referir a la iglesia inferior cuya reforma
se inicia con Santo Domingo de Silos y que el claustro a que aludimos, son los
primeros pasos del actual románico y condicionan los añadidos posteriores. Esas
obras no debieran ser sustancialmente distintas, aunque fueran de menor
volumen, que las de Oña, Arlanza y seguramente las de la fábrica catedralicia
burgalesa.
Hemos
preferido en esta ocasión ceñirnos a los datos relativos a la fábrica templaria
pero no podemos dejar de recordar algunos trabajos realizados en el monasterio
al mismo tiempo, o en momentos inmediatamente anteriores o posteriores a la
gran reforma de la iglesia, como el conocido como cáliz de Santo Domingo –la
inscripción grabada señala quién manda hacer lo y a quién lo dedica– y el
notable códice del Comentario del Apocalipsis de San Juan, conocido como Beato
de Silos, que nos permiten ubicarnos con mayor nitidez en el mundo cultural y
espiritual en el que vivía el cenobio silense en esos momentos. Las formas,
volumen y los elementos ornamentales del cáliz salido del taller monástico
hablan claramente un lenguaje mozárabe y ligado a la tradición tardoantigua. Un
lenguaje algo más ambivalente en algunas de sus formas, sin lugar a dudas
dentro de la tradición mozárabe, es el que observamos en el Beato cuya primera
referencia de fecha es el año 1091 y al que se da por concluido el 1109. Ello
nos confirma más si cabe en nuestra sospecha de que el templo monacal debía
presentar formas y expresar conceptos no muy alejados de estas dos obras.
Conocemos
la existencia del monasterio de San Pedro de Cardeña desde el siglo X por los
códices salidos de su scriptorium, por algunos restos arqueológicos y por la
amplia dotación que recibe del conde Garçi Fernández cuando lo elige como lugar
de enterramiento. En todo caso los restos materiales de las edificaciones de
esta época y de lo existente en la centuria siguiente son muy exiguos: apenas
queda en pie parte de la primitiva torre y varios códices entre los que
significamos la conocida como “Biblia de Cardeña” de la primera mitad
del siglo X. A primera vista es una información escasa que dificulta cualquier
intento de relacionarlo con lo visto en los otros cenobios benedictinos. Pese a
ello la que nos aporta la torre, tanto en la factura de sus muros como en la
tipología de los vanos, columnas y capiteles, habla un lenguaje cercano a los
usos del primer románico con lo que bien pudiéramos estar ante restos de una
edificación de la primera mitad del siglo XI, si no algo anterior. Tanto esas
formas como la tipología arquitectónica se ajustan a los usos constructivos del
primer románico. Esas formas las documentamos en algunas torres de la zona
serrana de la época. El volumen de los capiteles, la técnica de labra y la
temática están muy cercanas a los que vimos en San Millán de Suso.
Una
vez más constatamos que, apenas indagamos mínimamente y miramos los restos
materiales que quedan en esta zona, hay un fuerte sustrato tardoantiguo. Ello
nos lleva a concluir que los primeros pasos del románico en estas tierras se
desarrollan y producen, no a través de corrientes foráneas, sino que más bien,
como sucede en otros ámbitos, al darse determinadas condiciones económicas,
políticas y culturales los cambios se desarrollan de igual manera que en otros
ámbitos a ambos lados de los Pirineos. No parece que los primeros pasos haya
que vincularlos necesariamente a los cambios litúrgicos, a la observancia
regular, o a la tan nombrada reforma gregoriana. Las nuevas técnicas y formas
constructivas no llegan a través de la ruta jacobea como se ha sostenido y aún
se mantiene como si de un dogma se trata ra. Se puede afirmar que la reforma
hará habituales determinadas formas, espacios e incluso de su mano vendrá la
generalización de la escultura monumental. Es incluso posible que determinadas
magnitudes en las fachadas, portadas, torres, templos o claustros se deben
vincular más bien a la reforma monástica sin que ello quiera decir que
necesariamente se copien o imiten formas de otros ámbitos, sobre todo en una
tierra con un alto grado de desarrollo y calidad de la actividad constructiva.
Entendemos
que de los datos de que disponemos se puede concluir que estamos en una tierra
abierta, relacionada con el exterior cristiano y musulmán y por tanto se
perciben formas y elementos de otras procedencias, pero no es menos cierto que
los restos materiales del pasado y de la actividad constructiva propias
permiten matizar, cuando no minimizar, la supuesta labor de copia o importación
de lo exterior. En todo caso las gentes que vie nen de fuera, por diferentes
razones, lo hacen a iniciativa de los monarcas y magnates de esta tierra que
ofrecen muy buenas condiciones de vida a caballeros y a sus mesnadas por el
importante botín que se puede lograr en la lucha contra las taifas islámicas.
No deberemos olvidar que los monarcas castellanos apoyan la reforma monástica,
religiosa y litúrgica como una apuesta política más de sus programas y que al
mismo tiempo contribuyen de forma importante y generosa a la construcción de
monasterios como el de San Pedro de Cluny.
De
la catedral románica burgalesa apenas conservamos algunas referencias
documentales de que se está levantando, que se ubica en terrenos cuya cesión
hace efectiva Alfonso VI, que este monarca corre con el costo de las obras y
que algunos restos materiales más bien parecen de mediados del siglo XII, pero
casi nada del templo y complejo catedralicio que debía estar muy avanzado en su
construcción el año 1092. La información indirecta que nos proporcionan las
medidas de la nave del actual templo gótico indican que el módulo responde al
de los grandes templos monacales del momento por lo que no debía ser diferente
de los de Arlanza, Silos –primer templo– u Oña. Todo apunta a que era un templo
de plan ta basilical de tres naves, con cubierta de armazón de madera, cabecera
de triple ábside en cascada y claustro y dependencias episcopales adosadas al
muro meridional. Dada la época en que se levanta las formas debieran asimilarse
a las que documentamos en la cabecera de San Pedro de Arlanza.
Los
datos e informaciones que nos aportan la fábrica de la catedral y monasterios
benedictinos más señalados, no conocemos lo que sucedió en el Infantado de
Covarrubias, nos indican que en todos existen templos levantados o bien a
comienzos del siglo XI o que las primeras intervenciones habidas en esa
centuria se realizan de acuerdo con los usos constructivos del primer románico.
Todo indica que esas formas, técnicas y planteamientos técnicos, como
constatamos en otras construcciones de entidades rurales o de menor
importancia, las llevan a cabo maestros de la obra y talleres locales
conocedores tanto de la tradición como de los cambios que el paso del tiempo va
imponiendo. No parece que su trabajo sea la consecuencia de la llegada de modas
o gustos del mundo cluniacense o de otras procedencias, sino que más bien en
esta tierra también se experimentan y ensayan obras en las que se dejan sentir
las nuevas formas. Se constata una vez más que aquí se responde a la nueva
tarea constructiva de lugares de culto, en constante crecimiento desde finales
del siglo IX hasta bien entrado el XI, desde sus conocimientos de las formas
tardoantiguas sin que con ello queramos afirmar que el mundo y las formas
románicas den necesariamente sus primeros pasos aquí, pero tampoco que su
origen haya que buscarlo en otros edificios o áreas determinadas. Más bien
creemos, así lo ponen de manifiesto los datos que tenemos, que se ensaya y
desarrolla en amplias zonas de Europa occidental en una época determinada en la
que las condiciones de conocimiento, culturales, económicas y políticas lo
hacen posible y esta tierra también se dan esas condiciones.
Otro
dato que se desprende de la información que aportan estos grandes edificios, si
los comparamos con otros templos más locales y del ámbito rural más profundo,
es que las nuevas formas constructivas no suponen una ruptura con lo anterior
sino que más bien la obra se hace tratando de volver al pasado.
Es
cierto que las nuevas fábricas son de mayor tamaño y empeño que las precedentes
pero no es menos cierto que la articulación espacial, el valor de los muros, su
organización, el tipo de cabecera y el sentido que se imprime a la escultura
monumental son muy similares entre lo que documentamos en los edificios
tardoantiguos y vinculados a esa tradición y los primeros pasos que
documentamos en el románico. Ni tan siquiera se modifica la cubierta de las
naves, siguen siendo de armazón de madera y sólo la cabecera mantiene la
cubierta abovedada, en este caso de medio cañón, que en no pocos lugares
reemplaza a la precedente bóveda sobre pechinas, de tanta importancia y
difusión a partir del siglo IX.
La
escultura monumental se reduce a la mínima expresión: cuando aparece
elementales capiteles con motivos vegetales o a sencillas molduras en los
aleros o pequeñas cenefas en algunas ventanas y casi siempre con motivos
geométricos o con algún valor simbólico heredado del inmediato pasado. Las
portadas o los vanos son unos sencillos huecos abiertos en el muro, de una o
más arquerías pero habitualmente carentes de escultura monumental como se puede
constatar en Silos, Arlanza, Cardeña, San Millán de Suso o San Salvador de Oña.
La arquitectura recibe una austera y ritual ornamentación basada en escasos
temas y en la utilización con valor estético de determinados elementos
constructivos como las arcadas ciegas, las bandas, las molduras, la sucesión
rítmica de huecos, o la profusión de columnas que bus can romper con la
monumentalidad y monotonía de los espacios o muros creando un determinado
concepto de belleza y obra bien hecha. Todo lo que documentamos en estos prime
ros momentos del románico es el fruto de la renovatio y vuelta a las fuentes de
que nos informan los pensadores y filósofos de este momento y que parece ser el
espíritu y mentalidad que animó tanto a quienes encargaron las obras como a
quienes las hicieron realidad. Por ello tanto aquí como en otros ámbitos no
deben extrañar las similitudes que esos edificios guardan con el mundo
precedente, en este caso con las formas tardoantiguas o hispanovisigodas.
La
universalización e invasión de la escultura monumental en todos los lugares:
claustros, refectorios, salas capitulares, salas de trabajo y las distintas
partes de los templos, tanto en el interior como en el exterior, se hace
realidad en las décadas finales del siglo XI. Ese cambio, fruto de una nueva
consideración y valoración de la imagen esculpida, hasta ese momento rechazada
en parte por razones religiosas, en estas tierras parece venir de la mano de
importantes reformas impulsadas por los monarcas desde mediados de la centuria.
Los nuevos planteamientos señoriales, religiosos, políticos y la favorable
coyuntura económica castellana posibilitarán cambios señalados primero en las
grandes fábricas y con posterioridad en otros centros de menor entidad. A la
renovatio, que no desaparece, se superpone la mentalidad seño rial cada vez más
necesitada de una ostentosa expresión exterior de su autoridad y poder. Se
compran los bienes imperecederos con cuantiosas inversiones en edificios
religiosos. Por ello las instituciones religiosas plasmarán en los edificios
esa nueva coyuntura y los cambios habi dos en la mentalidad. En monasterios
como Arlanza, Oña, Cardeña o Silos las reformas y cambios ahora llevados a cabo
ocultan y en parte anulan las obras inmediatamente precedentes de las que hemos
hablado. En estos casos una de las primeras reformas se constata en la
modificación de los ábsides primitivos, afectando por tanto a la cabecera y no
al resto de la construcción precedente. Ahora se procede también a la modificación
de los anteriores espacios monacales acomodándolos a los usos regulares
benedictinos significando ante todo la sala capitular, el claustro y el templo
abacial. En todos ellos la escultura monumental y una concepción constructiva
mucho más monumental reemplazan a lo precedente sin que supongan necesariamente
una gran innovación técnica aunque sí cambia profundamente la imagen que
percibimos.
Todo
lo anterior lo vemos en Arlanza donde el trabajo llevado a cabo en la iglesia,
en torno a 1081 según rezaba la inscripción “gobernando el señor Abad
Vicentio, era 1119 (año 1081), hicieron esta obra Guillermo y su padre Osten)
–GUILLELMEZ ET OSTEN P(ate)R EIUS FECERUNT HANC OPERA (m) GUVERNAN (te)
DOM(im)O ABBA (te) VICEN (tio) IN ERA M (cxix)–, supone una reforma de la
cabecera precedente y posiblemente una notable ampliación del resto
acomodándolo a las nuevas necesidades de una comunidad de monjes de observancia
benedictina. A la cabecera habría que añadir las portadas del nártex y la que
comunicaba el ábside sur con el claustro amén de la escultura monumental que
todo lo puebla. En todo caso la anterior fábrica queda embebida entre la nueva.
En el caso de Oña todo parece indicar que ahora se completa con una nueva
cabecera más monumental y pequeñas reformas en la facha da occidental amén de
la torre adosada, como sucede en Arlanza, al muro norte, que servía de
sacristía en ambos casos.
No
podemos concluir estas reflexiones, que buscan presentar los primeros pasos de
las formas románicas en tierras burgalesas, sin aportar algunos datos más, que
nos parece abundan y confirman los planteamientos que venimos haciendo.
Nuevamente son algunos monumentos de ámbito más rural y menor entidad los que
nos sirven de guía en este complicado caminar. El primero de ellos es la
singular ermita del Cristo de Coruña del Conde. Esta excepcional obra, fuera
del casco urbano municipal, vigilada por el maltratado y afeado castillo
medieval –junto al que han colocado recientemente un avión a reacción para
conmemorar las notables aportaciones al conocimiento del insigne Diego Marín
Aguilera– es el fruto de una larga secuencia constructiva que se concluye con
las reformas y el reacondicionamiento llevadas a cabo hacia mediados del siglo
XII, sin olvidar la espadaña barroca levantada sobe el muro meridional en la
vertical de la portada.
El
conjunto presenta unas formas, volúmenes y proporciones que nuevamente nos
obligan a recordar la tradición tardoantigua. Nos atrevemos a afirmar que esta
construcción no es románica en el sentido pleno del término sino que más bien
en ella hay elementos románicos. Tanto el tipo de nave, cubierta de armazón de
madera, como la cabecera, con bóveda de medio cañón y arcadas ciegas
exteriores, forman parte de una construcción que bien pudo levantarse a
comienzos del siglo X o que en ese momento se reacondiciona una construcción
preexistente. Las sucesivas intervenciones románicas suponen pequeñas reformas
en las que se reutilizan materiales romanos, hispanovisigodos y posteriores en
los aleros de la nave, en la portada o en la cabecera que únicamente dejan constancia
de los cambios y gustos estéticos de cada época sin que la construcción primera
sea sustancialmente alterada. La primera reforma y reacondicionamiento románico
la documentamos en la portada y en las arcadas ciegas de la cabecera que muy
bien se pudieron realizar en la primera mitad del siglo XI. En la portada vemos
cómo la cornisa del alero del tejaroz tiene elementos escultóricos de época
tardoantigua o hispanovisigoda y en las jambas hay restos de pilastras
estriadas romanas y el único capitel románico existente, tanto en su decoración
como en las formas del equino, nos recuerda el prototipo de San Millán de Suso,
Silos o San Salvador de Leyre. El tipo de sillares de la cabecera, su
estereotomía, el aparejo murario, la organización de la doble arcada ciega de
los muros norte y sur e incluso la triple del este nos están indicando que
forman parte de una edificación anterior que se recompone y reutiliza en la
primera mitad del siglo XI. Sólo la cornisa, colocada de una forma forzada y
poco afortunada, habla ya un lenguaje del románico pleno pero que difiere en
sus formas de la moldura que remata la fachada este del ábside. Esa cornisa y
la articulación e incardinación en el muro nos aproxima a la de San Vicente del
Valle. Hay en todo caso una notable reutilización de relieves, capiteles y
sillares de diferente procedencia.
Se
nos pudiera decir que esta ermita es un caso singular y atípico por el acarreo
de materiales desde la cercana ciudad romana de Clunia Sulpicia reaprovechados
en diferentes momentos y también en las reformas románicas y que por tanto no
permite ir más allá. Sin embargo creemos que no estamos ante un caso aislado
sino que más bien es una prueba más de algo bastante generaliza do a lo largo
del siglo XI y en la siguiente centuria como se ha constatado hasta aquí y
veremos en algunos monumentos más. Pero esa manera de proceder no es sólo de
esta época sino que ha sido la norma a lo largo del tiempo en la mayor parte de
las construcciones religiosas burgalesas, no sólo en los pequeños edificios
sino también en los de mucho mayor empeño en época gótica, renacentista o
barroca.
No
lejos de esta ermita, en los aledaños de la población de Hinojar del Rey,
encontramos otro lugar de culto con similar advocación y no muy alejada de ella
en algunos de sus planteamientos constructivos. En esta ocasión tanto la nave
como la cabecera recta responden a los usos, planteamientos y formas
tardoantiguas. Nuevamente el módulo del ábside y de la nave nos recuerdan lo
visto en Coruña del Conde. Este edificio que bien pudiera levantarse a finales
del siglo X o comienzos del XI se completa con una tosca galería porticada
adosada al mediodía en la que se reutilizan cuatro toscos capiteles de alguna
edificación anterior y ahora se abre una portada ya de formas tardorrománicas.
Esta
construcción nos aporta la novedad de la técnica constructiva utilizada en la
nave. El aparejo presenta las formas y técnicas de la mampostería de hormigón
romano pero realizada por tandas y tramos de muro que se van uniendo unos a
otros. Esa forma constructiva es la que se documenta en no pocos edificios
levantados al sur del Duero desde mediados del siglo IX hasta bien entrado el
XII, como se puede ver en algunos templos de Sepúlveda y en diferentes lugares
de culto de la cuenca del río Duratón, en la provincia de Segovia
fundamentalmente. Por el muro sabemos la tarea de cada día y cómo el muro fue
creciendo en longitud por las partes realizadas en cada momento y en altura por
los testigos donde estuvieron colocados los maderos de los andamios. Esa técnica,
heredada de época antigua, se mantiene tanto entre los musulmanes hispanos,
castillo de Gormaz, como entre las comunidades cristianas. En no pocos de esos
monumentos segovianos el románico supone reformas en la cabecera de los
anteriores templos, nuevas portadas y ventanas y la presencia de la escultura
monumental, pero no la desaparición de las viejas fábricas sino más bien la
acomodación de las mismas a los nuevos tiempos. Es lo que pare ce sucede tanto
en Coruña del Conde como en esta pequeña ermita de Hinojar del Rey, algo que ya
hemos constatado en la mayor parte de los monumentos que nos han servido de
guía en nuestras reflexiones.
Una
vez más, en pleno siglo XI, se constata cómo perviven las formas antiguas y
cómo la edificación islámica, heredera igualmente de similares tradiciones y
conceptos constructivos, pervive también en estas tierras. Los primeros pasos
de las formas románicas van de la mano de los usos tradicionales y los cambios
que se producen son fruto, en gran medida, de ellos por lo que la personalidad
y singularidades que presentan en alguna medida los deberemos atribuir a ello.
Ello no quiere decir que no haya presencia y que carezca de importancia lo
venido de otros lares sino más bien que sin la existencia de ese sustrato y
tradición posible mente no alcanzaría la entidad que tiene. Esta tierra no mira
necesariamente hacia la otra ver tiente de los Pirineos para copiar, imitar o
dejarse imbuir por ello sino que más bien lo demanda y acomoda a sus gustos y a
su sentido de lo religioso y de su cultura.
Pero
volvamos al ámbito de la Demanda que tantas informaciones y gratas sorpresas
nos ha aportado. En esta zona, ante todo en monumentos que en la actualidad se
incluyen en la provincia de Burgos, hay tres construcciones que nos ayudan a
comprender un poco mejor el paso de las formas tardoantiguas a las románicas y
sobre todo cómo se hacen presentes, tan cercanas conceptual y formalmente unas
de otras. La primera de ellas es en la actualidad la ermita de San Quirico y
Santa Julita, en el término municipal de Barbadillo del Pez, parroquia en otro
tiempo del poblado medieval de Villasarracín. La imagen exterior que en la
actualidad percibimos es la de un templo de una sola nave, con muros de
mampostería, cadenas de silla res en los ángulos, portada de formas románicas
abierta en el ángulo suroeste y remate en cabecera semicircular y pequeño vano
en la zona central. A primera vista todo nos lleva a pensar en una fábrica ya
del románico pleno en la que se han utilizado modelos románicos plenamente
consolidados, con ausencia casi total de escultura monumental excepción hecha
del extraño arco triunfal de acceso al ábside que en realidad es una portada
con triple arquivolta, línea de impostas y jambas con doble columna rematada en
capiteles con elementales relieves vegetales y animales. Es muy extraño que la
portada se vea únicamente desde la cabecera hacia el aula y no en el sentido
contrario. Todo parece indicar que ha habido una recolocación de una portada
procedente de otro lugar, ajena completamente a los usos y gustos del románico
pleno.
Pero
una mirada algo más detenida nos permite apreciar que el aula y su relación con
la cabecera nos recuerda la vieja tradición, hecho que viene confirmado por la
recolocación de una ventana de planta rectangular, de una sola pieza, con el
marco significado mediante pequeñas molduras y en el que aún se hacen presentes
los restos de una celosía que debía responder a usos tardoantiguos. Es
igualmente sorprendente el muro porque su técnica constructiva se asemeja al
hormigón romano que hemos visto en otras obras de la zona. Hay, pues, un lugar
de culto antiguo al que se añade una nueva cabecera con remate en capilla
absidal semicircular pero que conserva la mayor parte de la edificación
precedente.
El
actual templo parroquial de Jaramillo de la Fuente, muy cerca de la ermita de
Villasarrracín, tiene una larga historia constructiva en la que se significan
las formas del románico pleno realizadas en varias etapas de obras, con el
ábside, portada, galería porticada y torre como hitos más señalados y la
posterior reforma de época renacentista, que recompone el muro norte y sobre
todo cubre la nave con bóveda de crucería de formas góticas. Una vez más una
mirada detenida a la fábrica de los muros nos permite constatar la diferencia
en el aparejo de la nave, de mampostería que recuerda el hormigón romano visto
en la edificación precedente y la cuidada sillería, románica y renacentista,
del resto.
Iglesia de la Asunción de Jaramillo de la Fuente
Una
posible explicación pudiera estar en que quienes levantan este templo a partir
de finales del siglo XI o comienzos de la siguiente centuria desean ennoblecer
el sancta sanctorum respecto a la nave, siguiendo similares plantea mientos en
los que se levanta con posterioridad, ya a partir de mediados del siglo XII o
en la primera gran reforma llevada a cabo en el siglo XVI. Pero un análisis más
cuidadoso de los muros, sobre todo del meridional, nos permite apreciar que su
factura es la propia de las construcciones tardoantiguas por la composición del
calicanto, tan cercano al hormigón romano.
Una
vez más percibimos aquí la presencia de talleres que trabajan como quienes lo
hicieron en Tolbaños de Abajo, ermita del Cerro de Cueva de Juarros, cabecera y
galería porticada de San Vicente del Valle, Santa Cecilia de Santibáñez del Val
o en el templo parroquial de Cascajares de la Sierra del que únicamente queda
en pie el hastial, en la actualidad arranque de la torre barroca.
La
oportuna comparación con el entorno nos permite sostener que aquí, como en
aquéllos el trabajo de la época románica no anuló el templo precedente. Todo
indica que se mantiene la anterior aula modificando inicialmente la cabecera y
abriendo una nueva portada al mediodía reemplazando la anterior ubicada en el
hastial que luego anulará la torre. Esa obra la lleva a cabo un taller serrano
que hace suyas las pautas y formas del románico pleno, pero con un trabajo en
la escultura monumental que presenta rasgos y elementos locales, cercanos a los
del arco triunfal-portada visto en San Quirico y Santa Julita de Barbadillo del
Pez.
Posiblemente
el templo donde mejor se documenta este extremo es la iglesia parroquial de San
Martín, seguramente de Braga, de Vizcaínos. Nuevamente las formas dominantes en
la cabecera, portada, torre y la engañosa galería porticada, supuestamente
románica, nos llevan a pensar en un templo levantado siguiendo las pautas y
formas del románico pleno que llevan a feliz término varios talleres y que el
paso del tiempo ha introducido pequeñas reformas que no alteran esa singular y
bella obra en la que destaca la espectacular elegancia de la torre adosada al
oeste. Una vez más contrasta profundamente la factura de los muros de la nave,
de mampostería con excelente calicanto, el hormigón romano, con el cuidado
aparejo de piedra sillería y formas isódomas del ábside, galería porticada
recompuesta y rehecha en el siglo XVIII, portada y sobre todo la de la torre. A
pesar de las reformas introducidas en el ábside, con su elevación en dos
hiladas de sillares y el ambiente que crea el cuerpo inferior de la torre integrado
espacialmente en el templo, estamos ante un aula de conceptos y formas
tardoantiguas en la que únicamente falta la cabecera primitiva. En este caso,
además de la evidencia de la factura de los muros y del módulo constructivo
utilizado, ha venido en nuestra ayuda la últi ma intervención arqueológica que
puso de manifiesto la existencia del cierre occidental con el correspondiente
vano de portada y sobre todo la existencia de una ventana, actualmente
conservada en la casa parroquial, cuyas formas, tipo de relieve, arco y ajimez
central la identifican como una celosía que debió pertenecer al templo
tardoantiguo del que sólo conserva mos la nave. Las formas de este vano,
bastante deteriorado y fragmentado, nos indican que fue de una sola pieza, de
formas cuadrangulares y que muy probablemente ocupó el testero del ábside. Esta
obra se remata en un espacio, definido por las molduras que lo delimitan
exteriormente y las arcadas de medio punto peraltadas, que ocupaba el relieve
de un cuadrúpedo que resulta imposible identificar en el momento actual.
Vizcaínos de la Sierra. Iglesia de San Martín
Una
vez más el contraste y factura entre los muros del templo levantado en el
románico pleno y los de la edificación anterior, además de la ventana que
afortunadamente conserva mos, nos permiten seguir el proceso constructivo
habido en esta iglesia. Se constata que el maestro de la obra y taller románico
que primero intervienen, únicamente levantan de nueva planta el ábside y
rematan todo el muro con el correspondiente alero de formas románicas apeado en
canecillos. Los escultores que aquí trabajan no son sustancialmente diferentes
en sus concepciones estéticas y dominio de la técnica de quienes lo hacen en
muchos de los templos del entorno de las décadas finales del siglo XI.
De
otro lado se constata que la renovatio románica no fue en sus primeros pasos
una ruptura con lo anterior sino que más bien entre una etapa y otra no hay
excesivas diferencias en los primeros momentos. Sólo la presencia de la
escultura monumental, ya a finales del siglo XI y una mayor monumentalidad
abren nuevas perspectivas a las formas románicas de estas tierras.
Todo
lo anterior nos confirma y afianza en la idea, derivada y consecuencia de los
datos que aportan los edificios, que los primeros pasos del románico parecen
envueltos en las formas, valores y formas constructivas tardoantiguas y que
únicamente el románico pleno supo ne un cambio, no tanto en el concepto cuanto
en el valor de la escultura monumental y en la utilización de un nuevo modelo
murario, realizado en la mayor parte de los casos con técnicas diferentes y con
una articulación de las superficies alejada ya de los planteamientos esté ticos
mucho más duros y austeros vistos en lo tardoantiguo y primer románico. Como
sucederá en épocas posteriores, con mucha frecuencia se reutilizan parte de los
muros, espacios y elementos anteriores sobre los que se levantan otros, se
modifican los vanos o sencillamente se articulan espacios y cabeceras con
criterios ajustados a los nuevos planteamientos estéticos que respondan más
acertadamente a las nuevas necesidades, no tanto espaciales o cultuales, cuanto
de gustos y preferencias estéticas. Este extremo lo podremos seguir igualmente
en época gótica, renacentista o barroca no sólo en las fábricas de menor
entidad. En este sentido son una buena muestra las iglesias abaciales de
Arlanza y de San Salvador de Oña. En época románica, tanto en sus primeros
momentos como también más tarde, lo nuevo son las cabeceras, las portadas, las
torres, la presencia cada vez con más fuerza de la escultura monumental
–prohibida o condenada casi por completo en los primeros momentos– o la
articulación y organización óptica de los muros, pero el volumen y la
concepción espacial, tanto de las naves como de las cabeceras, no varía
sustancialmente respecto a lo que se exigía en las etapas precedentes. Es
bastante habitual que se conserve gran parte del templo precedente. Por ello no
debe extrañar que en templos como la ermita de Nuestra Señora del Cerro de
Cueva de Juarros simplemente abran nuevas ventanas, tapien las precedentes y
cubran el templo anterior con cubierta de bóveda de cañón en la cabecera y
nave, pero el edificio anterior se mantenga. Lo mismo sucede en Villanueva de
Carazo, ermita del Carmen de Castrovido, Santa María de Barbadillo del Pez, San
Juan de Barbadillo del Mercado o iglesia parroquial de Iglesiapinta.
Que
el módulo constructivo utilizado por los maestros de la obra románicos y sus
talleres no difiere sustancialmente del precedente lo ponen de manifiesto
iglesias como la de Cascajares de la Sierra, Hoyuelos o Tinieblas cuyas naves
se verán algo alteradas con posteriori dad o sencillamente se hacen nuevas
cabeceras, que no difieren sustancialmente de las de Vizcaínos, Jaramillo de la
Fuente, San Quirico y Santa Julita de Barbadillo del Pez o tantas otras que
podríamos citar. Es cierto que la mayor parte de ellas se circunscriben al
ámbito de la Demanda pero no es menos cierto que también se aprecian similares
hechos en otras zonas de la actual provincia de Burgos y en las limítrofes.
Un
dato de la pervivencia a lo largo del tiempo, pese a los nuevos planteamientos
estéticos que aporta el románico pleno, es que perduran los viejos módulos
constructivos y similares concepciones espaciales a ellos unidos como la
utilización de la cubierta de armazón de madera. Salvo en algunas zonas, ya a
partir de mediados del siglo XII, la cubierta abovedada queda circunscrita a la
cabecera como sucediera en los templos tardoantiguos o levantados de acuerdo
con esos presupuestos a partir de finales del siglo IX. Con alguna frecuencia
se ha achacado este hecho tanto a la escasez de recursos económicos como a las
dificultades técnicas que llevaba consigo y a la falta de dominio de las mismas
de los maestros y talleres que trabajan en ella. Esa explicación podría ser
válida para algunos templos de menor entidad como numerosas iglesias de los
núcleos de población más apartados y con menores recursos económicos y pocos
conocimientos técnicos de quienes trabajan en ellos. Pero cuando maestros de la
talla de quienes levantan San Salvador de Oña, San Pedro de Arlanza, la
catedral románica de Burgos, San Quirce, San Pedro de Lara y un muy largo
número y más cuando tenemos en esos mismos edificios complejas construcciones
abovedadas nos llevan a concluir que ésa no debe ser la razón. Creemos que el
que perdure la cubrición de las naves con armazón de madera obedece a razones
estéticas y planteamientos conceptuales, cercanos a la cul tura y concepción de
los espacios religiosos propios de estas tierras, también constatado en otros
como amplias zonas alemanas. Los mismos hunden sus raíces en las tradiciones
tardo antiguas y sólo la estética gótica acabará por cambiar esos usos y
conceptos. La bóveda de medio cañón en los templos no forma parte de los
planteamientos generales de los maestros y talleres románicos de tierras
burgalesas y castellanas, aunque ello sí se constate en algunos lugares y otras
zonas.
Pese
a la creencia casi dogmática que ha extendido determinada literatura y
corrientes de la historia del arte, los templos románicos y la mentalidad que
subyace detrás de ellos buscan una renovación y vuelta a las fuentes como rezan
no pocos textos de filósofos o teólogos. La renovatio por tanto no es
una revolución y una ruptura con lo anterior como ponen igualmente en evidencia
las propias fábricas, tanto las de los lugares más poderosos como las de menor
entidad. La presencia de la escultura monumental, escasa o inexistente en la
primera, cobra un destacado papel a partir de las últimas décadas del siglo XI.
Su
presencia, tan contraria y enfrentada al pretendido aniconismo anterior, es
ahora obsesiva en la mayor parte de los templos, sean de nueva factura o
renovación y reacomodación de otros precedentes. Nos otros creemos que sí hay
lugares en los que el valor didáctico es evidente. Pero no es menos cierto que
en la mayoría de los casos tiene más bien un valor estético y ornamental. Su
presencia obedece en muchos casos a un deseo de poner de relieve, con hechos
materiales y monumentales, la preponderancia y significación tanto del
monumento como de las personas o entidades que lo levantan y son señores del
mismo. La escultura monumental no añade valor constructivo a las fábricas, si
acaso nos presenta una imagen diferente.
Salvo
muy contados monumentos que por su volumen constructivo –catedral, monasterios
benedictinos, algunas colegiatas o templos parroquiales– como la catedral
románica de Burgos, Oña, Arlanza, Silos, Santa María de la Vid, San Quirce, San
Pedro de Tejada, San Millán de Lara, San Martín de Elines o San Pedro de Lara
hay una apuesta técnica considerable que supondrá a la larga cambios y ensayos
de nuevas técnicas constructivas. Las formas románicas más bien se vinculan al
sentido primero de la renovatio y no suponen grandes cambios en relación
con el panorama que presentaban los templos de épocas precedentes. Salva das
las fantasías y exageraciones que presiden el trabajo del monje Grimaldo en su Vita
Dominici siliensis, que tienen como objetivo resaltar y dar a conocer las
virtudes y santidad del abad Domingo Manso, no parecen más acertadas cuando
dice, en relación con las obras llevadas a cabo en el templo y monasterio, …restauraverit,
quam eleganter ecclesiam et omni monasterii habitacula… restauraverit et a
pristino melioratoque decori restauraverit… Hay, pues, en este caso un
deseo de recuperar, de renovar y restaurar dentro de los conceptos de calidad,
belleza y bondad heredados de la tradición que creemos son los que van
implícitos en la idea de la renovatio que preside el quehacer de la mayor parte
de los maestros de la obra y comitentes del siglo XI y gran parte del XII.
Estas
reflexiones, dudas y propuestas que sobre el origen y primeros pasos del
románico burgalés hemos ido aportando en una primera aproximación a esas
manifestaciones artísticas desde finales del siglo IX hasta comienzos del XII
creemos presiden el quehacer artístico castellano y burgalés como un hito más
unido al momento en que se alcanza la madurez política, económica, social y
cultural con su vehículo de expresión escrita: el castellano. Al igual que en
la epopeya del gran héroe castellano “mio Çid” la lengua se expresa con
madurez, en la arquitectura y formas constructivas se alcanza esa cumbre,
también desde las raíces tardoantiguas, a lo largo del siglo XI.
Hemos
procurado ir presentando el panorama en que se desarrolló e hizo posible la
actividad constructiva y artística en la etapa final del mundo altomedieval y
en los primeros pasos del plenomedieval. Igualmente se ha tratado de dar un
paso más hacia una lectura de las informaciones arqueológicas que nos brindan
las fábricas levantadas o remozadas en el período de tiempo susodicho. Todo lo
anterior pone de manifiesto que hay una reseñable actividad constructiva y
creativa y que es desde ella y a través de ella como se hacen presentes las
primeras formas románicas, tanto en las grandes obras como en otras de menor
predicamento y entidad. Ese fenómeno es una constante a lo largo del tiempo y
se puede constatar también en etapas posteriores.
La
realidad histórica, política y económica castellana de este período hace que
sea una tierra abierta y conocedora de su entorno del que sin duda bebe y con
el que evoluciona desde sus incontestables raíces, entroncadas en el mundo tardoantiguo.
Ese pasado es el que le per mite evolucionar y cambiar al mismo tiempo y en
similar dirección que en otras tierras y lugares que participan de similares
raíces, sin las cuales no hubieran sido posibles determinadas obras y formas
constructivas y espaciales. El suelo existente es el que posibilita que la
creación presente determinadas características y que las formas románicas se
desarrollen en estas tierras al mismo tiempo que en otras lejanas y que
presenten no pocas concomitancias y similitudes. Lo anterior nos hace dudar de
determinadas propuestas que vinculan el origen del románico y de sus formas y
cultura a determinados monumentos o ámbitos territoriales concretos desde donde
se expande al resto que lo copia, lo imita y lo reproduce, con más o menos
fortuna.
Todo
parece indicar que el proceso de nacimiento y desarrollo de las formas
románicas se hace en un amplio espacio territorial de la Europa occidental que
tiene unas raíces culturales y técnicas comunes o muy similares. El ámbito
burgalés también participa de esas coordenadas y por tanto en él es
perfectamente posible que se ensayen, con mayor o menor fortuna, las formas
románicas al mismo tiempo que en otros territorios hispanos, galos, germanos o
italianos.
Únicamente
sostenemos, con datos constatables hoy día, que en tierras castellanas se
dieron las condiciones para que ello se pudiera producir y que de hecho tuvo
lugar. Por ello se pue den rastrear los primeros pasos del románico que con
alguna frecuencia aparecen envueltos en los usos tardoantiguos en edificios que
presentan gran parte de su fábrica como realización y concepción ligada a ese
mundo desde el que se inicia la renovatio. Lo anterior no quiere decir que las
formas se generen sólo aquí y que no se perciban préstamos de otros lares, pues
el de las influencias es siempre un camino de ida y vuelta. Muchos de los
elementos comunes a nivel espacial y de organización de los templos deben
vincularse al hecho de que respondan a similares necesidades litúrgicas y de
uso. Cierta tendencia a presentar formas muy similares en unos y otros lugares
no es sinónimo de uniformidad, pues quedan patentes las variantes idiomáticas y
dialectales de cada territorio y el burgalés no es una excepción en este campo.
Esperamos
que estas reflexiones, fruto de algunos años de paciente investigación, de
análisis cuidado de los monumentos románicos burgaleses y de su pertinente
relación con lo que sucede en otros lares, puedan hacer alguna luz en la mejor
comprensión del arte románico burgalés y por ende del castellano e hispano. Nos
daríamos por contentos si las mismas ayudaran a un mejor acercamiento y
elucidación de algunas de las claves que celosamente guarda aún esta época que
hemos procurado descubrir y explicar. Hemos buscado deslindar algunos asuntos
aproximándonos al mundo de la creación artística sin ideas preconcebidas y
falsos chauvinismos nacionalistas que tantas dudas y sombras han proyectado
sobre la cultura y mundo románicos. Otro de los fantasmas que a veces
enseñorean el acercamiento a este mundo es el deseo de trasladar al mismo
concepciones, planteamientos y valores contemporáneos.
Obras
de época tan alejada de la nuestra que no resisten ni permiten pretender ver
las con parámetros sólo actuales pues ello supondría falsear y manipular
tendenciosamente su valor y sentido.
Siempre
ha sido peligroso y contraproducente acudir a cualquier campo del conocimiento
con estereotipos y apriorismos y no con la mente abierta para captar la
información y los mensajes, a veces cifrados, que puedan hacer luz en nuestro
trabajo y nos ayuden a conocer y entender cada vez mejor la realidad de lo que
investigamos. En el campo de las humanidades y en la disciplina de Historia del
Arte sobre todo, el utilizar como herramienta del conocimiento objetos y
materiales que necesitan una interpretación, ha dado lugar a no pocas
equivocaciones y somos conscientes que en algunos casos de más que dudosa
fiabilidad. A la obra de arte se ha acudido con mucha frecuencia en busca de
mensajes, valoraciones e interpretaciones que a la luz del actual estadio del
conocimiento parecen de dudosa honradez. Una de las etapas sobre las que la
historiografía ha buscado con más fuerza la justificación, el apoyo y la
explicación de determinadas ideas y concepciones, ajenas en muchos casos a las
propias del momento en que nacieron y se realizaron esas obras, es el arte
románico.
Por
ello resulta con frecuencia difícil sustraerse a ellas tanto para criticarlas
como para convertirlas en el hilo directriz de nuestra argumentación y
aproximación al mundo románico. Por ello debemos reconocer que nuestras
reflexiones y argumentaciones son deudoras de quienes nos han pre cedido en
este empeño y al mismo tiempo somos conscientes de que nuestro pretendido
aporte tendrá lagunas y carencias no menores. A pesar de lo anterior y
precisamente por ello reconocemos que a día de hoy es lo que es posible afirmar
y creemos que podemos aportar al conocimiento de algunas claves de la época.
Por todo lo anterior debemos concluir que nuestras propuestas son en gran
medida la expresión de una duda que esperamos animen a otros a explorar esos
caminos siempre abiertos y que deben ser transitados para ir colmando nuestra
ansia de conocimiento. Estas reflexiones son por tanto un campo abierto con más
interrogantes que certidumbres pero a día de hoy consideramos que se debe ir en
la dirección que nos otros hemos propuesto
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