miércoles, 11 de junio de 2025

Capítulo 64-2, Románico en la ciudad de Burgos

 

Románico en la ciudad de Burgos
Independientemente de los restos arqueológicos de cronología prehistórica hallados en su solar, especialmente en el cerro del castillo, Burgos es una ciudad surgida y desarrollada plenamente durante la Edad Media, lo mismo que le ocurre a Soria, las dos únicas capitales de la actual Comunidad de Castilla y León que no tienen ocupación romana o visigoda.
Aunque las crónicas altomedievales dan fechas un tanto distintas, parece aceptado que fue en el año 884 cuando realmente se produce la fundación de la ciudad por el conde Diego Rodríguez Porcelos, repoblador igualmente de Ubierna. El primer asentamiento estaría constituido simplemente por un castillo, de cuya denominación latina (burgus), derivaría el nombre de la ciudad. Esta fortaleza –cuyos restos aún se alzan sobre la ciudad– ocupó un cerro que dominaba el valle del Arlanzón, a cuya vera discurría la vieja calzada romana de Astorga a Burdeos que servía de camino de penetración a las algaradas musulmanas, como ocurrió en 882 y 883. Probablemente esta fortaleza principal estaría apoyada por dos torres menores, ubicadas sobre sendos cerros laterales: el del Montecillo, en el camino que venía de Ubierna y demás tierras del norte, y el del Castillejo, junto al camino de poniente, hacia Castrojeriz, otro de los lugares fortificados en las mismas fechas.
Surge pues la ciudad en primera instancia como simple fortaleza, en cuyo entorno poco a poco se alzarían casas de colonos, primero sobre la cumbre o las laderas superiores del cerro, a cuyos pies el paisaje debía ser fundamentalmente un húmedo valle, casi pantanoso, en el que convergían los ríos Arlanzón, Pico, Vena y otra serie de arroyos menores.
Cuando en el año 912 los condes castellanos establecen una serie de plazas fuertes junto al Duero, Burgos deja de ser puebla fronteriza, haciendo posible un desarrollo en otras direcciones que las estrictamente militares, asentada como estaba en un cruce de caminos verdaderamente estratégico. Igualmente, cuando a partir del siglo X se empiezan a desarrollar las peregrinaciones a Compostela, con afluencia de gentes allende los Pirineos (ya el obispo Godescalco de Aquitania hizo el camino en el 950), Burgos pasará a ser uno de los hitos principales en la ruta.
Los primeros asentamientos en el valle se documentan desde muy principios del siglo X y en el año 914 el presbítero Jimeno vende al presbítero Ariolfo omnia mea erentia que abeo in Uurgos, id est, terras, kasas, et ecclesia Sancte Crucis et Sancti Iuliani et quantum potueris inuenire, quod in mea potestate abui. Esta iglesia se encontraba en la ribera izquierda del Arlanzón, aunque por los mismos años deben ir surgiendo los caseríos desperdigados a un lado y otro del río. Tras las puntuales crisis que supondrían las aceifas de 920 y 934, dirigidas personalmente por Abderramán III, en 941 se habla de la iglesia de San Torcuato, en 950 se cita por primera vez el Barrio de Eras–aunque su existencia debía ser bastante anterior– y en 982 el conde García Fernández dona a Cardeña dos tiendas en Burgos, in media uilla, unam ad dexteram et aliam ad sinistram, per medium uia publica que discurrit ubique ad Oriente et ab Occidente a Meridie et ab Septentrionalem partem, lo que pone de relieve el carácter “urbano” que iba alcanzando la puebla, venturosamente libre de las aceifas de Almanzor que afectaron a los reinos cristianos en la segunda mitad del siglo X.
En 1039 las fuentes mencionan ya las iglesias de San Saturnino y San Lorenzo con sus correspondientes barrios y en 1073 la de San Esteban. Estos años finales del siglo XI suponen además un momento clave en el futuro desarrollo de la ciudad. En 1068 Sancho II había restaurado la vieja sede episcopal de Oca, de origen visigodo, pero el lugar entonces quizá no era geo gráficamente el más adecuado para convertirse en centro de una importante diócesis, por lo que en 1074 las infantas Elvira y Sancha, hijas de Fernando I donan al obispo Simeón (conocido tam bién como Jimeno) la iglesia y villa de Gamonal para que estableciera allí su sede, traslado que confirma al año siguiente Alfonso VI. Pero seguramente nunca se asentó el obispo en Gamonal, ya que ese mismo año de 1075, el 1 de mayo, el monarca dispone el traslado de la sede de Oca a Burgos: mutare Burgis aucensem episcopatum. A tal fin Alfonso VI confirma los bienes y derechos episcopales y añade otros nuevos, entre ellos el palacio que tenía en Burgos y que había sido de sus padres, los reyes Fernando I (1037-1065) y Sancha. Este palacio –cuya donación reitera el día de Navidad de 1081– se encontraba junto a la iglesia de Santa María, que los mismos monarcas habían levantado, lo que a juicio de Martínez Díez da idea de hasta qué punto el sector principal de la ciudad ya a mediados del siglo XI se había trasladado a la zona baja.
En 1081 se celebra aquí un concilio presidido por el cardenal Ricardo de San Víctor, como legado papal, al que asisten, además de los reyes y dignatarios de la Corte, los obispos de Compostela, Oviedo, Coimbra, Mondoñedo, Tuy, Orense, Lugo, Astorga, León, Palencia, Burgos, Álava y Calahorra, quienes acuerdan la sustitución de la tradicional liturgia mozárabe por la nueva romana.
Este hecho fue un hito importante dentro de la historia eclesiástica del reino, incardinado en la política innovadora de Alfonso VI y que supuso, entre otras cosas, la llegada de las corrientes europeas y con ellas el arte románico. Sobre todo es notoria la influencia fran ca en el rey castellano, hasta el punto de que en esos momentos está sosteniendo la construcción de la gran iglesia de Cluny –llamada por los historiadores Cluny III–, más grande y magnífica que las anteriores, un templo que mucho debe a las parias recaudadas a los musulmanes y que el propio abad Hugo de Semur vino a recoger a Burgos, de manos del rey, en abril de 1090.
La ciudad sigue su crecimiento y en 1088 se cita ya la iglesia de San Felices, al sur del Arlanzón, en 1092 se habla del monasterio de San Ginés y en 1138 del Barrio de San Román. A mediados del siglo XII al-Idrisi cuenta que Burgos está dividida en dos por el río, cada zona con su propia muralla, y que en ella abundaban las casas comerciales, los mercados y las alhóndigas. El autor musulmán la describe como fuerte y opulenta, lugar de paso y destino de viajeros, con un entorno dominado por el viñedo.
Otro hito importante en el desarrollo de la ciudad será la fundación del monasterio de San Juan, surgido a orillas del Vena, casi en su confluencia con el Arlanzón, poco antes de que el camino de peregrinos llegara a la ciudad. En este punto, el día 3 de noviembre de 1091, el rey Alfon so cede al monje Adelelmo (San Lesmes para la Historia) el monasterio de San Juan con las heredades que entonces tenía y lo que Dios antes le había dado: monasterium Sancti Iohannis, qui est in introito de Burgos, cum suas hereditates quos hodie habet et Deus in antea dederit. Parece ser por tanto que en el lugar había desde poco antes un pequeño monasterio, junto al cual el mismo rey había levantado también una capilla dedicada a San Juan Evangelista, que igualmente entrega a San Lesmes para que se destine a enterramiento de pobres y peregrinos: illa mea capella quam ego edificaui in hono rem Sancti Iohannis Euangeliste, ut pauperes et peregrini ibidem sepelirentur; et est in introitu Burgis, circa monasterium Sancte Iohannis Babtiste, quod ego similiter edificaui; et omnes illas hereditates que sunt inter duas aquas, qua rum una uocatur Rio Uena et altera uocatur Arlançon, et a molendino comitis usque ad illum meum palacium. Entre las mandas reales que acompañan a la donación existe una muy particular: que al monasterio pueda acogerse cualquier hombre de Burgos, tanto franco como castellano, lo que da idea de la importancia que ya en ese momento tenía en la ciudad la población de origen francés, de la que el propio Lesmes era exponente, como también lo fueron cuatro de las cinco esposas de Alfonso VI: Inés, Constanza, Isabel y Beatriz; la otra, Berta, tercera en el orden de matrimonios, era de Lombardía. Éste será pues el verdadero origen del monasterio y del hospital que junto a él se levantó durante siglos, en cuyo solar hoy se ubica la Biblioteca Pública con su portada gótica.
La importancia de este monasterio, desde el punto de vista urbanístico, radica en la influencia que tuvo en la expansión de la ciudad en esa dirección, ocupándose rápidamente el territorio intermedio, donde surgió un nuevo barrio, La Puebla, cuyo nombre aún se mantiene en una de las calles de esa zona. Mientras, hacia el otro extremo, la ciudad también continúa su expansión, con el surgimiento del importante Hospital del Emperador, que fundó el mismo Alfonso VI in usum pauperum et substentatione peregrinorum.
Durante el siglo XII Burgos debió adquirir su verdadera dimensión urbana, tras superar la crisis de los primeros años, cuando los aragoneses de Alfonso I –en guerra con su esposa Urraca de Castilla– ocupan la fortaleza de la ciudad, que será rendida por el famoso Gelmírez, obispo de Compostela, lo que sucedía en 1113. A media dos de siglo la ciudad cuenta al menos con once parroquias, citadas en una bula de confirmación de Alejandro III al obispo de Burgos, con fecha de 1163: Ecclesiam Sanc ti Laurentii; ecclesiam Sancti Stephani; ecclesiam Sancti Iacobi; ecclesiam Sancti Nicolai; ecclesiam Sancti Romani; ecclesiam Sanc ti Egidii; ecclesiam Sancti Michaelis; ecclesiam Sancti Petri; ecclesiam Sancte Marie de Roccaboia; ecclesiam Sancte Agathe; ecclesiam Sancti Saturnini; has undecim ecclesias, in burgensi ciuitate sitas.
Autores como Martínez Díez sostienen que a fina les de siglo eran catorce las parroquias de la ciudad, de las que once estaban intramuros, a saber: San Román, San Andrés, Santa María de Viejarrúa, San Martín, San Nicolás, San Gil, Santa Águeda, San Esteban, San Lorenzo, Santiago de la Fuente y Santiago de la Capilla. Las cuatro primeras han desaparecido por completo, aunque la advocación de San Martín ha pervivido en el nombre de una de las puertas de la muralla; las cuatro siguientes siguen en pie, pero muy transformadas en siglos posteriores; San Lorenzo trasladó su advocación a finales del siglo XVIII desde las inmediaciones de la catedral –donde se hallaban casi todas, principalmente flanqueando el Camino de Santiago– a la que fuera iglesia de la Compañía de Jesús, mientras que las dos de Santiago fueron absorbidas por la ampliación de la iglesia metropolitana, pues se hallaban junto a sus muros, la primera donde hoy está la capilla de Santa Tecla y la segunda junto a la cabecera, en la capilla que aún mantiene la misma advocación. También aparece documentada en 1179 Santa Coloma, que debió anexionarse a Santa María de Viejarrúa. Extramuros se hallaban las de San Juan –hoy San Lesmes–, San Pedro de las Eras y San Felices, a las que se sumarían otros templos de diverso carácter: San Zadornil o Saturnino, San Ginés, Santa Cruz, San Miguel y San Martín de la Bodega. Más allá, en los últimos años del siglo XII e inicios del XIII, junto a las dos importantes fundaciones de Alfonso VIII y Leonor de Aquitania, surgen sendas pueblas, la de Las Huelgas y la del Hospital del Rey, cuyas estructuras urbanas independientes se han mantenido prácticamente hasta hoy, cuando han empezado a ser absorbidas por el crecimiento de la ciudad moderna.
Aun así no cabe pensar que en estos tiempos la ciudad intramuros fuera una estructura compacta, abigarrada, compuesta sólo por edificios, pues la existencia de corrales, solares, huertos–entre los que se hallaba el Huerto del Rey–, incluso tierras, también debía ser habitual, a juzgar por las citas documentales, que en 1173 y 1190 llegan a hablar hasta de un molino en Santa Águeda, cuyo entorno parece constituido fundamentalmente por huertos. A todos esos espacios abiertos habría que añadir los cementerios de cada una de las parroquias, que por aquellos tiempos acostumbraban a ser verdaderos lugares públicos donde a veces las actividades realizadas muy poco tenían que ver con su carácter funerario, como consta en otros lugares.
El siglo XIII supuso el gran desarrollo comercial y los barrios de los extremos del casco urbano van completando su estructura urbana, como parece deducirse de un documento de Fernando III, fechado en 1235 y en el que manda que nadie “que huertos o heredades tienen o ternan daqui endelant del monesterio de Sanct Iohan de Burgos en todo so termino o so moion de Sanct Iohan non sean osados de poblar nin de dar a poblar huertos nin heredades sin special mandado del prior e del conuento de Sanct Iohan”. Parece pues que la necesidad de suelo edificable no es un problema sólo de nuestros días.
La importancia de la ciudad se ve también en estos momentos en la cantidad de hospitales y centros de atención a pobres y peregrinos documentados, no menos de nueve, necesarios para una ciudad de ruta que además iba creciendo. Desde este siglo Burgos adquiere una dinámica comercial que se desarrollará imparablemente durante toda la Baja Edad Media, hasta alcanzar su momento cumbre en la segunda mitad del siglo XV y primera mitad del XVI. Se necesitan ahora espacios para instalar mercados, puesto que el viejo centro comercial en torno a La Llana queda desbordado, lo que obliga a Fernando III a establecer en 1230 una nueva ubicación, entre el Arlanzón y el Vena, desde el puente de piedra (el de Santa María), por el de madera, hasta el monasterio de San Juan, un ámbito verdaderamente amplio. En la ciudad se documentan ahora muy distintos oficios artesanos y gentes extranjeras que debieron crear un ambiente un tanto cosmopolita y mercantil, propio de una de las principales ciudades del reino.
En el centro urbano parece verse asimismo la necesidad de ampliar la catedral y ante esta posibilidad el obispo don Martín (1181-1200), en la donación que hace al cabildo de unas casas junto a la vieja catedral, expresa que si alguna vez se quisiera ampliar la iglesia o hacer una nueva, él otorga potestad para que se puedan derribar. El cambio no tardará en llegar, asumido por el obispo Mauricio (1213-1238), quien en 1221, junto con Fernando III, coloca la primera piedra de la catedral gótica que hoy podemos contemplar.
Las transformaciones de la ciudad a lo largo de la Edad Media provocaron también profundos cambios en el trazado de sus defensas que debieron ir ampliándose sucesivamente abarcando los nuevos barrios que surgían en torno al río. Sin embargo todo el proceso es muy mal conocido, como lo es también la transformación del cas tillo hasta adoptar el aspecto bajomedieval con que fue retratado en numerosos grabados y pinturas y que volaron las tropas napoleónicas en 1813. Al menos a comienzos del siglo XII existían dos puntos fortificados, el superior, que coincidiría con el cas tillo propiamente dicho, y otro un poco más abajo, donde vivían los judíos (plebs iudaeorum inco lebat, como cuenta la Historia Compostelana) y que debía coincidir aproximadamente con el lugar donde se levantó la iglesia de Santa María la Blanca, previamente sinagoga. En cuanto a las murallas, su desarrollo histórico es aún más desconocido, al menos hasta que en la segunda mitad del siglo XIII Alfonso X levantó un nuevo recinto que más o menos coincide con el que sobrevivió hasta el siglo XIX y del que aún se mantienen algunos lienzos y puertas.

La catedral de Santa María
La fundación de la ciudad de Burgos en el año 884 no significa necesariamente que en la misma existiera a partir de ese momento un entramado de calles y una actividad que la asimilara a los usos y formas de vida de los entornos urbanos. Sólo la expansión demo gráfica llevada a cabo a partir del siglo XI y ante todo el proceso expansivo hacia el sur, habido en el reino caste llano, la convierten en un centro económico, de profundo calado político y en una de las urbes de obligada referencia en la estrategia regia. Es a partir de aquí cuando comienza el crecimiento urbano vertebrado inicialmente en torno al castellum y hecho realidad en las zonas bajas, cercanas al Arlanzón, en donde juega un papel de primera línea el complejo catedralicio que se inicia con el traslado de la sede de Oca a la ciudad el año 1075.
La ciudad no era exclusivamente urbana pues tenía un amplio alfoz en el que las actividades agrícolas y ganaderas conservaban un destacado papel. Sin embargo la urbe se va definiendo como centro urbano respecto al entorno pues se amuralla y adquiere funciones administrativas que recoge su carta puebla y que se ven confirmadas y aumentadas a lo largo de los siglos XI y XII. El auge, desarrollo y crecimiento de la vieja ciudad se pone de manifiesto en el crecimiento económico y en la decisión de establecer en ella la sede episcopal de Castilla por parte del rey Alfonso VI (1072-1109). La nueva ciudad se vertebraba en torno a algunos hitos señalados como: plazas de mercado, vía jacobea, residencias palaciegas, aljamas, castellum y ante todo el conjunto catedralicio. Las vías de comunicación jugarán un destacado papel pues dan acceso a la villa por las respectivas puertas, en ocasiones luego de atravesar algunos de los puentes más señalados, como el Santa María, San Pablo o Malatos, importándonos ahora el primero que da acceso al entorno de la catedral.
La ciudad románica burgalesa, dentro de la que nace y crece el primer conjunto catedralicio, se desarrolla en torno a un pequeño entramado de calles, algunas plazas, diferentes templos, el castillo y una pequeña cerca o muralla. A pesar del cambio cualitativo que supone ser la sede episcopal más notable del reino, del decidido apoyo regio al conformarla como el centro más reseñable de la vieja Castilla, parece que la ciudad mantiene una vida lánguida y no crece excesivamente en el momento en que se levanta la catedral románica. El Camino de Santiago que la atra viesa de este a oeste no es suficiente aliciente económico como para cambiar profundamente su devenir histórico. Parece que es a partir de mediados del siglo XII cuando hay un notable crecimiento económico, coincidiendo en el tiempo ese hecho con la dinamización de una poderosa corriente mercantil con un eje norte-sur en el que la ciu dad de Burgos tendrá un papel de protagonista principal. Esa corriente hará que Burgos sea el centro más importan te en el reseñable comercio de la lana en cuyos beneficios y organización participará ampliamente la sede episcopal.
El crecimiento económico de la ciudad, el papel político y la vinculación que con ella tienen algunos reyes castellanos permitirán importantes inversiones en obras suntuosas que van engrandeciendo el pequeño núcleo de población altomedieval, confiriendo al mismo una imagen externa de poderío y gran señorío. La catedral románica es un primer paso en ese proceso, lo mismo que el conjunto de iglesias que poblaban los diferentes barrios, muchas de las cuales se levantan a lo largo del siglo XII. Siendo la primera una fábrica noble, importante y en consonancia con su tiempo y con los conjuntos monásticos de los señoríos eclesiásticos más notables, el paso del tiempo va imponiendo algunas reformas y remodelaciones, llegando a finales del siglo XII a la conclusión de remodelar profundamente la primera fábrica o levantar una de nueva planta. Seguramente los trabajos llevados a cabo en Las Huelgas, la profunda remodelación de San Salvador de Oña o el notable trabajo realizado en los templos de Sasamón, Villamorón o en los monasterios premonstratenses de La Vid, Retuerta o Aguilar de Campoo, por no citar otras obras, asestan el golpe definitivo a la fábrica románica cuya sustitución será cuestión de tiempo y oportunidad política y económica.
Entendemos que la catedral románica, tal vez ya levantada en gran medida a finales del siglo XI, debía ser una construcción acomodada a las necesidades y usos de la ciudad y obispado del momento, en donde la suntuosidad y nobleza se mide en relación con el inmediato pasado y el entorno. Por ello el templo inicial de tres naves, tres ábsides, tal vez una fachada reseñable en el hastial occidental, el claustro adosado a la nave meridional, las dependencias de los canónigos y el palacio episcopal –residencia también de los reyes– podrían ser perfectamente comparables con los grandes monasterios de Silos, San Pedro de Cardeña, Oña o San Pedro de Arlanza.
Los cinco tramos de la nave central, tal vez algo más alta que las laterales, crearían un ritmo espacial y ambiental propio de un edificio basilical, con formas seguramente no muy diferentes a las de muchas obras de época prerrománica.
Creemos que debía ser un amplio espacio bastante abierto, seguramente con cubierta de armazón de madera y rematado en tres ábsides con bóveda de cañón y horno, al estilo y manera de los de época condal o hispanovisigodos. Debía ser a buen seguro un espacio notablemente más amplio y espacioso que el de San Félix de Oca o el más antiguo de San Vicente del Valle, pero conceptualmente no muy diferente. A pesar de ello las naves laterales son la gran novedad espacial y estructural.
La primera fábrica del templo catedralicio, por los escasos pero suficientes datos de que disponemos, nos parece que era un templo y espacio símbolo al estilo de los de Oña, San Pedro de Arlanza, el primer templo silense o la pro pia construcción inicial de la antigua sede episcopal de Sasamón.
Dado que los restos materiales son de escasa importancia y muy parciales, la tarea de reconstruir el conjunto de edificaciones del complejo constructivo de lo que denominamos “catedral de Burgos”, se torna particularmente difícil. En principio tenemos documentada la existencia de tres construcciones o conjuntos de edificios que conformaban el complejo catedralicio: el templo catedralicio, el recinto canónico y las dependencias episcopales o domus episcopi. Con las cautelas, dificultades y dudas más que razonables vamos a tratar de reconstruir y ubicar cada una de ellas siempre que sea posible.
La sede episcopal del primer obispo diocesano, el legendario San Indalecio, se encontraba en Oca, donde se restaurará en el siglo IX cuando el mundo astur-leonés logra ejercer el control sobre la zona. El lugar se encontraba bas tante alejado del Duero y su trayectoria histórica la ligaba al metropolitano de Tarragona. De otro lado Castilla no contaba con un único obispo pues sabemos de la existencia del de Valpuesta y otro denominado de Castilla que extendía su jurisdicción a Asturias de Santillana y la parte occidental de la actual provincia burgalesa. No conocemos cuál fue la sede de los obispos de Castilla pero sí sabemos que estuvo en Sasamón, Amaya y tal vez en el entorno de Pampliega.
El acontecer histórico y el desarrollo de la ciudad de Burgos a partir de principios del siglo XI la convierten en uno de los puntos más importantes del condado y reino de Castilla por lo que se hace necesario que en la misma exista y se afinque el poder episcopal. La reorganización eclesiástica habida al calor de la reforma gregoriana supondrá a la larga trasladar a la ciudad de Burgos la más antigua de las sedes episcopales: la de Oca. El primer síntoma de que se opta por ella es la importante donación que al citado obispado realiza el rey Sancho II el año 1068. Este hecho vendrá avalado por el concilio romano del año 1074 y por la decisión política de Alfonso VI, quien por medio de sus hijas, las infantas Elvira y Urraca, el 8 de julio de 1074 dona la iglesia de Santa María de Gamonal al obispo Jime no II (1067-1082) trasladando la sede episcopal a Gamonal. El documento dice que se dona para que se construya en su lugar la sede episcopal castellana …ut edificetur ibi ecclesia espicopalis katedre, que sit mater totius diocesis Castelle. Al año siguiente el rey confirma el traslado de la sede episcopal a Gamonal consagrando su iglesia el 8 de febrero de 1078, que ya posee su propio cabildo.
Sin embargo esa sede era provisional hasta que la nueva catedral que se estaba levantando pudiera ser utilizada. El año 1075 Alfonso VI transfirió al obispo Jimeno el palacio de sus padres Fernando I y Sancha con el fin de que se pudiera levantar en el lugar la nueva sede episcopal. Además la declaración real tiene el valor añadido de que restablecía el asentamiento del episcopado haciéndose cargo de los costes. Dice así: Concedo, itaque, tibi et ecclesie tue in renovacione ipsius episcopii quandam parvusculam partem, palacium, videlicet, patris mei, Ferdinadis regis, et matris mee, Sacie, regine, quod burgis habeo... Hanc, uero, ecclesiam cum prefacto palacio Deo Sancteque Uirgini Marie, et sibi, Symeoni, apiscopo, tribuo…Dono insuper, tibi et bugensi sedi tue, quam ex proprio censu meo reedifico... Esta actitud del rey plantea problemas con el obispo de Muñó, con sede en Sasamón, que tenía jurisdicción en Burgos, Castilla la Vieja y Transmiera. Finalmente su titular, don Munio, es acomodado en la sede de Valpuesta que recibe vitaliciamente. De esta forma en 1075 el obispo reside ya en su sede de Burgos y tiene potestad en todo el ámbito excepto en Valpuesta; esta zona se integrará en Oca a la muerte de su obispo (1087) y es precisamente en ese momento cuando nace el obispado de Burgos en la acepción medieval del término. Los límites geográficos del nuevo obispado se delimitan en el Concilio de Husillos (celebrado el año 1088) aunque sus límites definitivos, perdiendo una parte importante del sur, se fijarán por decisión de Alfonso VII y la correspondiente bula papal el año 1136.
Paralelamente a la decisión política de Alfonso VI, el obispo de Oca primero y de Burgos después recibe la donación de los palacios reales en la ciudad de Burgos. Esa donación, realizada ya por Fernando I, fue luego confirma da y ampliada por Alfonso VI el 1 de mayo de 1075 y el 25 de diciembre de 1081 cuando dice …uixta palatium patris mei, Ferdenandi, uel matris mee, ecclesiam edifico in Burgensi opido... Así el obispo recibe el espacio físico sobre el que se levantarán el conjunto de construcciones de la catedral, el recinto canónico y la residencia episcopal. Este compromiso adquirido por Alfonso VI con la construcción de la nueva catedral llegó más lejos pues se hizo cargo de los gastos hasta su conclusión. Así lo sabemos por un documento del año 1096 que dice …quam sedem Sancte Marie de meo (propio censu) et in ipso loco ubi tunc tempori meum palatium erat, edificari mandaui et meo tempori consumaui...
Todo ello nos confirma que a partir del año 1075 se ubica en Burgos la sede episcopal, que lo es de pleno derecho a partir del año 1087 cuando muere don Munio, que la misma recibe el apoyo decidido del monarca Alfonso VI y que sobre los espacios cedidos por los monarcas se inicia el proceso de construcción de las dependencias catedralicias y episcopales. El proceso constructivo, al menos en la parte más importante de la fábrica del templo, recinto canónico y domus episcopi (éste levantado sobre los palacios reales) se lleva a cabo en las dos últimas décadas del siglo XI; parece que el inicio de las obras se pudiera datar el año 1075. Algunos documentos nos informan del proceso constructivo del templo catedralicio. El año 1085 el obispo Osmundo de Astorga concede al de Burgos (a la sazón Gómez, 1082-1097) la iglesia de Santa Eulalia de Muciehar para la dotación del altar mayor consagrado a la Vir gen. Ello nos permite suponer que el ábside central estaba ya concluido y en uso para ese momento. El año 1092 se constata la existencia de dos altares dedicados a Santiago y San Nicolás. Seguramente su consagración, al menos de la cabecera, pudo tener lugar hacia el año 1088 aprovechando el concilio de Husillos y la presencia de importantes magnates laicos y eclesiásticos. Una obra de ese empeño es normal que siga modificándose y completándose a lo largo del tiempo de tal forma que no es extraño que recientes excavaciones hayan permitido descubrir res tos tardorrománicos.

La catedral románica (1075-1221)
La catedral románica se ubicaba en el mismo espacio ocupado por el templo actual, bien que en un nivel bastante inferior, acomodando su longitud a lo que nos permite el claustro, “la claustra vieja” de que hablan los textos medievales.
Nos parece que hacia el este se prolongaba hasta el actual crucero donde se ubicaban los ábsides dando como resultado un templo con cinco tramos, tres naves, planta de salón y posiblemente un crucero señala do en altura con cúpula similar a la existente en San Quirce. Seguramente a los pies, sobre la superficie ocupada por el primer tramo del templo actual se levantaran las torres. Nos parece que debió haber una sola portada, la correspondiente a la nave central y sobre ella se debió elevar un pequeño pórtico a manera de nártex. Las otras portadas eran de comunicación interior entre el templo catedralicio y el claustro y de éste con las dependencias episcopales, del cabildo y el palacio real.
Para esta reconstrucción hipotética no tenemos otro aval que la longitud del ala norte de “la claustra vieja” adosada a la nave meridional que correspondía exactamente con los cinco tramos del actual templo gótico. El hecho de que el módulo utilizado en los tramos susodichos no se corresponda con lo que es habitual en una catedral gótica sino que más bien su desarrollo responda a los usos imperantes en las catedrales y monasterios románicos, nos hace pensar que las naves del actual templo gótico se levantan sobre la construcción precedente.
Otro dato histórico importante es la referencia de la “concordia mauriciana” habida entre el cabildo y el obispo el año 1230. En esa fecha se pasa a reorganizar las relaciones entre el cabildo y obispo y además se traslada el culto desde la vieja catedral románica a la nueva. Ésta consiste únicamente en el ábside y los tres tramos correspondientes al coro medieval, con la correspondiente girola levantada tal como reconstruye H. Karge la primera. Por ello pensamos que se ha respetado en su totalidad el templo románico y es a partir de esa fecha cuando se empieza su destrucción para levantar el gótico.
Por todo ello suponemos que los ábsides llegaban hasta el actual crucero y el conjunto del templo ocupaba la superficie que en la actualidad ocupan las naves del templo gótico.
Sin mucha certeza parece que esta obra estaba ya levantada en gran medida el año 1085, cuando se dota el altar mayor dedicado a Santa María. El año 1092 sabemos de la existencia de otros altares erigidos en honor de San Nicolás y Santiago. Ya en pleno siglo XII, año 1167, se documentan varias casas, una en la vía regia y otra camino de la catedral que conducían al templo desde San Lorenzo (San Llorente) y desde San Esteban a San Nicolás. Nos parece que las formas constructivas tanto en la tipología de los muros, como en la forma de los ábsides y alzado de los pilares, no debiera distar mucho de lo que es habitual en ese momento. Por ello pensamos que la catedral de Burgos no sería sustancialmente diferente de los templos monacales de San Salvador de Oña o San Pedro de Arlanza, ambos ubicados dentro de una amplia escuela que extiende sus formas a ambas vertientes de los Pirineos y dentro de la que se incluyen obras tan importantes como las catedrales de Jaca, Pamplona, León, Astorga, Palencia, Orense y los templos de algunos monasterios como Sahagún, San Isidoro de León, San Zoilo de Carrión, San Salvador de Oña, San Pedro de Cardeña, Arlanza y San Isidoro de Dueñas entre otros.
Uno de los datos más comunes a la mayor parte de esas construcciones es la utilización de la planta basilical significando sobre manera la nave central y el remate en cabecera en cascada al estilo de muchos templos benedictinos. A ese concepto espacial y de tipología templaria nos parece debió pertenecer la catedral burgalesa que se debió rematar en tres ábsides con cubierta abovedada (de cañón y horno), seguramente con arcadas interiores como vemos en Arlan za y San Quirce, así como pilares con doble columna presentes en Silos y Arlanza. Más complicado resulta saber si hubo alguna significación en el hipotético crucero con la presencia de la habitual cúpula sobre trompas que vemos en San Quirce, existió en Silos y adquiere especial relieve en el templo del monasterio de Frómista, catedral de Jaca y en la pequeña iglesia del castillo de Loarre.
En el mundo castellano en general y en el burgalés en particular las cubiertas abovedadas, salvo en los ábsides, no fueron un rasgo destacado de los templos románicos, incluso en los más monumentales, en los primeros momentos de desarrollo del estilo. A pesar de la existencia en muchos casos de arcos formeros y de pilares cruciformes (San Pedro de Arlanza, por ejemplo) la primera cubierta fue de armazón de madera. No estamos ante un problema económico que prefiera esta solución por menos costosa que el abovedamiento pétreo, sino ante una concepción espacial diferente, heredada a buen seguro de tradiciones anteriores, muy arraigada entre los maestros de la obra. La iglesia del citado monasterio de Arlanza así como las de otros tan notables como Silos u Oña no tuvieron en su diseño original abovedamiento pétreo. Estamos con vencidos de que también la catedral románica respondía a estos mismos planteamientos espaciales. Esta forma de cubrir la nave, o las naves de un templo, fue una constan te del románico en el ámbito burgalés donde sólo bien entrado el siglo XII se generaliza, sólo en algunas zonas, el uso de la bóveda.
Otra de las singularidades de los dos grandes templos monacales, los más similares en planta a la propia catedral, es la existencia de un nártex a los pies. En Oña se abría hacia el oeste y en Arlanza, por estrictas razones orográficas, la portada se abría a una escalera en el norte. No sería extraño que el templo catedralicio burgalés tuviera esta construcción, algo que perdurará a lo largo del tiempo y de los estilos artísticos en la actual provincia de Burgos.

El recinto canónico
Uno de los hechos más importantes de la reforma gregoriana es la implantación de un cabildo catedralicio cuya organización y formas de vida se irán conformando a lo largo de los siglos XI y XII. En todo caso desde sus orígenes tienden a llevar una vida en común regida por una regla, habitualmente no lejana a la de San Agustín. A lo largo del siglo XI se va confirmando el tipo de vida y las obligaciones y derechos que a ellos competen. Ello hace que junto al templo catedralicio, muy frecuentemente siguiendo el modelo monacal, encontremos un claustro en torno al que se establecen un conjunto de dependencias necesarias en la vida regular de los canónigos. A ese conjunto de construcciones ligadas al uso y necesidades de estos clérigos se denomina recinto canónico, que consta de: claustro, sala capitular, refectorio, biblioteca y residencias individuales (a veces colectivas) de estos clérigos.
De lo que fuera el recinto canónico románico ante todo tenemos la referencia de la documentación medieval que habla de “la claustra vieja”, en clara alusión al claustro, y a algunas capillas existentes en esa zona. Hace pocas fechas las reformas habidas en la capilla del Cristo han permitido llevar a cabo unas catas en la zona denominada “vestuario de los canónigos” –crujía meridional del claustro románico–; gracias a ellas han aparecido restos del suelo primitivo, una portada, parte de otra y ha quedado constancia de que el muro perimetral es en lo esencial románico hasta cierta altura. Junto a ello debemos añadir que la crujía meridional se prolongaba hasta la mitad de la actual escalera del Sarmental, donde se ubicaba el ángulo suroeste. Ello nos permite suponer que el muro este de la claustra se continuaba desde aquí hasta morir en la facha da meridional del templo catedralicio a la altura del crucero o arranque del ábside meridional.
Los aportes de esas excavaciones condicionadas han puesto de manifiesto que en el mismo se siguió trabajando y remozando a finales del siglo XII o principios del XIII, pues los restos de esas porta das delatan su origen tardorrománico. Las portadas abiertas en el muro meridional nos permiten más aproximaciones a lo que era la fábrica del conjunto catedralicio románico en esta zona. Ambas comunicaban el claustro con estancias del palacio real y episcopal que no parece fueran abiertas al exterior. 

Arcadas del patio del palatium 

Por los aportes de la documentación, algunas noticias históricas, la tradición y los restos encontrados parece que el claustro y sus dependencias ocuparon el espacio situado al sur de la nave lateral derecha, lo que ahora es la capilla del Cristo, la de la Presentación, la de San Juan de Sahagún y gran parte de la superficie que ha quedado sin construir a partir del momento que se derrumba el antiguo palacio episcopal y lo que fuera la escuela catedralicia. Poco más se puede hacer que ubicar esta dependencia y sus anexos pues cualquier intento de reconstrucción resulta poco menos que imposible. Ello no obsta para que podamos imaginar que sus formas, estructura y organización no diferían de la de cualquiera de los claustros monacales o catedralicios que han quedan en pie y que son coetáneos como parte del de Santo Domingo de Silos.

Las dependencias episcopales
La documentación del 1 de mayo de 1075, momento en que se traslada la sede episcopal a la ciudad de Burgos, recoge la confirmación de la donación de los palacios reales para establecer la sede episcopal. Esa decisión de Alfonso VI es la confirmación de otra anterior de su padre Fernando I y la misma se verá ampliada el año 1081 con la iglesia contigua y los palacios, todo ello para servicio de la domus episcopi. Este conjunto de donaciones palaciegas e iglesia se ubican al sur y al este de la iglesia catedral y recinto canónico en el espacio que más tarde ocuparán “la claustra vieja”, el palatium y “la claustra nueva”, es decir el conjunto de estancias y espacios que ahora conforman el ala meridional del templo catedralicio gótico.
Se conocía por los documentos y las reseñas de la pro pia catedral la existencia de esos palacios pero los mismos se han documentado en una excavación en la que han aparecido algunos restos de algunas de esas construcciones. Igualmente podemos suponer que una parte del palacio de la alta y plena Edad Media se levantaba sobre la actual estancia levantada junto a “la claustra vieja” de la que queda la parte inferior, abovedada y articulada en siete tramos mediante los correspondientes arcos fajones –sólo dos de ellos son doblados y con baquetoncillos que sustituyen a los pilares en los ángulos–. Es una estancia de tra zas y formas románicas que, a pesar de las reformas lleva das a cabo por Lampérez cuando destruye el viejo palacio episcopal adosado al anterior, mantiene sus formas arquitectónicas y sólo se altera la fachada exterior. Esta estancia, lo mismo que vimos en la “claustra vieja”, ha perdido una parte del tramo este al hacer la actual escalera del Sarmental pero parece que estuvo alineada con el muro este del propio claustro románico hasta los cambios que supo ne el templo gótico y las reformas realizadas por el cardenal La Puente y Primo de Rivera el año 1866. Encima se colocaba el palacio del que sabemos que tenía una gran estancia central –comunicaba directamente con la portada del claustro– articulada en varios pisos de la que única mente quedan en pie una arcada doble que por sus trazas y restos escultóricos parece tardorrománica. Poco más se puede asegurar, ni tan siquiera reconstruir hipotéticamente el aspecto que pudo tener esta construcción residencial y administrativa, cerca de la que seguramente debió ubicarse el hospital. Sólo sabemos que alguna edificación debió presentar aspecto de fortaleza pues se ha aparecido parte de lo que fue un cubo del castillo-palacio.

Detalle de las arcadas

Capitel de la portada de acceso al palacio desde la “claustra vieja” 

Sepulcros románicos en la capilla de San Nicolás
En la capilla de San Nicolás, abierta en el brazo septentrional del transepto de la seo y reciente mente restaurada, se custodian dos sepulcros románicos que hasta fechas recientes se conservaron empotra dos en la capilla de San Enrique, “colocadas en la parte más alta del muro que media entre esta capilla y el claustro alto, en la perpendicular del sepulcro de Juan García de Medina de Pomar (†1492)”, según señala don Nicolás López Martínez.
Retablo románico y altar capilla de San Nicolás
 
Retablo
 

Dicho autor describe en su pormenorizado estudio las vicisitudes y traslados sufridos por las piezas, desde su primitiva ubicación en el presbiterio, de donde fueron desalojados en el siglo XVI a las capillas del Ecce Homo y de San Andrés y la Magdalena en virtud de las obras acometidas en aquella zona del templo, hasta su penúltimo emplazamiento en el siglo XVII, así como la leyenda forjada sobre ellos en cuanto a su contenido, supuestamente los restos de los obispos de Oca y Valpuesta.
Pedro Orcajo cita un documento del Archivo en el que se manda que, en el momento de la refundición de esas dos capillas en la nueva de San Enrique, “los entierros de los señores obispos que están en ella se pongan en la misma capilla decentemente”, añadiendo luego, con referencia a documentos catedralicios, que se decoran con “dos órdenes de estatuas en nichos divididos por columnas, en donde se guardan los huesos de los obispos de la sede de Oca, que trajo consigo don Simón, obispo de la misma”.
La falacia fue desvelada con la apertura de los ataúdes en mayo de 1999, hallándose los restos de un niño de entre 6 y 9 meses y el cadáver momificado de una niña de entre 2 y 4 años. Nicolás López argumenta que los mismos corresponden a los de los infantes don Sancho (†1181) y doña Sancha (†1184/1185), ambos hijos tempranamente fallecidos de Alfonso VIII y doña Leonor. El estilo y algunos detalles iconográficos, como inmediatamente veremos, parecen avalar tal adscripción, que forzosamente debe mantener la duda ante la ausencia en ambos de epitafios.
Consérvanse dos cajas y una sola tapa, labrados los tres bloques en buena piedra de Hontoria, que conservan en su actual colocación la dispuesta en el siglo XVI al ser empotrados en el muro, en la que la tapa se situó sobre el sarcófago que carece de ella.
Pareja de sepulcros románicos en la capilla de San Nicolás
 

Sepulcro de la infanta doña Sancha
En el sepulcro que, según la anterior identificación de Nicolás López, correspondería a la infanta doña Sancha, la caja mide 140 cm de longitud × 57,5 cm de ancho en la cabe cera –46 cm en los pies, ya que es como el otro ligeramente trapezoidal– y 33,5 cm de altura. Aparece sólo labrado el frente de la pieza, estando retallado en parte el fondo para su mejor encaje en el muro. El relieve, de exquisita factura, representa la muerte y el tránsito del alma de un infante, acompañado de un cortejo fúnebre de obispos y aba des, todas las figuras inscritas en un marco arquitectónico encuadrado en las esquinas por sendas columnillas de ángulo y pilastras bajo arquitrabe ornado con florones. La minuciosidad llega a individualizar los elementos de la basa y el capitel vegetal de las columnas, mientras que los pilares se ornan con dos líneas de finas puntas de clavo, mismo tipo de decoración que a modo de cenefa recorre la base de la pieza.
En el centro del relieve preside la composición, bajo un arquillo trilobulado decorado con puntas de clavo, la muerte y elevatio animæ de una infanta.
Aparece ésta tendida en su lecho y cubierta por una sábana excepto la cabeza, flanqueada por dos adultos, el situado en la cabecera es un hombre ataviado con saya corta con cinturón mesándose los cabellos y a los pies una plañidera lacerándose el rostro, ambos incurvados sobre la difunta. Sobre la escena del duelo, dos ángeles que surgen de una figuración de ondas recogen y elevan el alma de la infanta en un lienzo, apareciendo ésta desnuda, con las manos unidas y, detalle importante, coronada.
Tránsito del alma y cortejo en el sepulcro de doña Sancha
A ambos lados de esta escena central se representó el cortejo funerario, situándose los personajes bajo arquería de arcos de medio punto ornados con puntas de clavo, bandas de contario en las roscas o simplemente sugiriendo el despiece de dovelas, con tetrapétalas en las enjutas. Apean estos arcos en finas columnitas de basas áticas de grueso toro inferior sobre plinto, coronándose por capiteles vegetales de hojas lisas simple mente sugeridas. Las dos figuras más cercanas al tránsito del alma del difunto corresponden a sendos obispos en actitud de bendecir, mitrados, revestidos de pontifical y portando el báculo. Tras ellos, a cada lado, se disponen tres abades tonsurados portando báculos y en dos casos libros. Estas figuras laterales se dispusieron en posición entre frontal y de tres cuartos, dirigiendo su mirada a la escena central.
La tapa que hoy corona el sepulcro superior parece corresponder por sus medidas al que nos ocupa, con 140 cm de longitud, 52,5 cm de anchura en la cabecera y 31,5 cm de altura máxima en el ángulo de la doble vertiente. Su tipología es la típica de esta época, recibiendo como la caja finísima decoración escultórica.
El lateral de la cabecera del sepulcro se decora con un dragonzuelo en acrobática posición invertida, de largo cuello escamoso, cabeza de león, alado, con garras felinas y cola resuelta en tallo vegetal describiendo un ornamental molinillo, al decorativista modo frecuente en la metalistería y miniatura. De las rugientes fauces del híbrido brota un tallo ondulante que recorre el frente de la tapa, en cuyos meandros se arremolinan anillados brotes entre cruzados. Este tallo es engullido, en la zona de los pies, por una grotesca cabeza monstruosa, aunque este lateral de la tapa restó sin esculpir. Sobre la citada cenefa corre, entre dos bandas de puntas de clavo, una efectista línea de hojas nervadas hendidas. De las dos vertientes sólo se labró una de ellas, enmarcada en la cumbrera por una cadeneta de lazo de tres probablemente no finalizada, pues hacia la cabecera muestra decoración de contario luego interrumpida. En ésta se representó nuevamente la elevatio animæ, aunque mostrada en un plano más celestial y eliminando las referencias terrenales de la vista en la caja.
Aparece así el alma de la difunta –lamentablemente descabezada– con las manos mostrando las palmas sobre el pecho e inscrita en una mandorla almendrada decorada con contario que es elevada sobre un sudario por una pare ja de ángeles; surgen éstos a cada lado de un fondo nubes, ambos de sonrientes rostros de efebo, con nimbos estrellados y vestidos con túnicas de barrocos plegados, desta cando el fino trabajo del despiece de las alas.
Acompaña a la elevatio animæ, que ocupa un lugar más preeminente que en la caja, un cortejo fúnebre bajo arquitecturas de arcos de medio punto de roscas ornadas con contario y tetrapétalas en las enjutas sobre columnillas o pilares de basas con garras sobre plintos y capiteles vegetales. Aquí, algunos de los soportes aparecen acanalados o con decoración de zigzag. Como en la tapa, los más cercanos a la figura central aparecen mitrados y revestidos de pontifical (con las estolas ornadas con orifrés y puntos de trépano), portando báculos y bendiciendo, lo que les identifica como obispos o abades mitrados, los que les siguen portan báculo y los de los extremos son acólitos turiferarios, tonsurados y con navetas. Como el resto visten calzado puntiagudo, siendo sus ropajes menos ricos que los anteriores.
Detalle del cortejo fúnebre en la tapa
 

Sepulcro del infante don Sancho
Sólo se conserva la caja de este sepulcro, de dimensiones algo inferiores al anterior (135 cm de longitud, 33,5 cm de altura y 48 cm de profundidad en la cabecera por 42 cm en los pies). En el frente de la caja –sospechamos que inacabada– se dispuso un incompleto Apostolado, con ocho figuras bajo arquerías de medio punto rebajado sobre finas columnillas inconclusas, de basas áticas de grueso toro inferior sobre plinto, que dejan paso en los extremos a pilastras ornamentadas con zarcillos. En las enjutas de los arcos se dispusieron florones y tallos acogollados.
Las figuras de los apóstoles presentan variadas actitudes, entre frontal y tres cuartos, en no muy explícita actitud de diálogo por parejas, sosteniendo en la mano izquierda un códice o filacteria (algunos con la mano velada) y mostrando la palma, bendiciendo o realizando un gesto con el índice extendido hacia su compañero que materializa la idea de diálogo. Escapa a esta tónica la figura de San Pedro, tonsurado y portando las llaves que lo identifican; aparece junto a San Pablo, caracterizado por su alopecia. Todos ellos aparecen nimbados, algunos de ellos con la aureola estrellada y en otros ornada de puntos de trépano, descalzos, vistiendo túnica y manto de gruesos pliegues en tubo de órgano, en “uve” o recostados, amén de la recurrente banda plisada del manto que recorre desde la cintura hasta debajo de la rodilla contraria.
Aunque se intuye un esfuerzo de individualización que huye de la isocefalia, da la sensación que el modelado de las figuras quedó pendiente de la definición final, nunca realizada. No es éste el único caso de apresurada entrega de la obra en el arte funerario –por los condicionantes de uso de la pieza–, razones que aquí se acrecientan por la sorpresiva muerte de los infantes a tan tierna edad. Refuerza esta idea el número de apóstoles, que alcanzaría el de doce caso de haberse dispuesto dos parejas en los latera les, sin labrar, aunque esto no deja de ser una hipótesis.
Detalle del apostolado en el sepulcro de don Sancho
 

Pese a que por dimensiones la tapa que hoy lo corona parece corresponder al otro sepulcro, como observa don Nicolás López, temáticamente las escenas tradicionales en el arte funerario de la época se complementan bien en su actual disposición. El carácter real de la difunta del primer sepulcro estudiado parece ratificarse tanto en la corona que porta el alma de la elevatio animæ de la caja como en la categoría del cortejo fúnebre, cuajado de prelados y abades.
Como ya sugiriese Pérez Carmona y más recientemente López Martínez, estas obras manifiestan evidentes relaciones con otras contemporáneas, conservadas en San Juan de Ortega (cenotafio del santo) y las dos piezas más antiguas del Panteón de Las Huelgas Reales de Burgos, correspondientes al sarcófago de doña Leonor (†1194) y la tapa del sepulcro de María de Almenara (†1196). Parece meridianamente claro que en la capital se instaló, durante el reinado de Alfonso VIII, un taller áulico si no exclusivo sí especializado en el arte funerario, el mismo que Gómez Bárcena denomina “Taller de Las Huelgas”. En las producciones de dicho taller, cuyo marco cronológico conviene a las piezas que nos ocupan, se observa además la evolución tanto estilística como iconográfica de los artistas, desde las plantillas plenamente románicas hasta la introducción de las nuevas corrientes francesas y la irrupción de la heráldica.
La fuerte personalidad escultórica de dicho taller alcanza las cotas más altas de dominio del estilo y la técnica, no viendo nosotros aquí influencia silense alguna más allá del común ambiente estilístico de ambos talleres. De las cuatro piezas referidas, el sepulcro de don Sancho muestra una composición algo menos recargada que el resto, aunque ellos no sea indicio de mayor antigüedad, pues ambos parecen haber salido del mismo taller en fechas muy próximas.

Santa María la Real de Las Huelgas
Tras la dotación por parte de Alfonso VIII y la afiliación al Cister del monasterio de San Clemente de Burgos en 1175, el monarca intentó la fundación de otro gran cenobio femenino en la consolidada Caput Castellae. Rodrigo Jiménez de Rada, siguiendo a Lucas de Tuy, señalaba que tras la amarga derrota de Alarcos, Alfonso VIII y doña Leonor alzaron muy cerca de Burgos un monasterio de monjas cistercienses, en realidad una donación particular por la salvación de sus almas y una decidida instancia solicitando el favor de la benevolencia divina. Pero es más probable que la decidida voluntad regia hubiera nacido años atrás, durante la visita de los monarcas al monasterio soriano de Santa María de Huerta y a su santo abad en 1179.
En 1181 a Alfonso VIII le nació un hijo varón, mostrándose entonces espléndido con varias casas bernardas femeninas –Ovila, Gradefes, Aza y Matallana–, pero el prematuro fallecimiento del heredero pocos meses más tarde pudo acentuar su remordimiento y el celo piadoso del rey motivando entonces una fundación puntera, y así para Julio González, el planto fúnebre al infante, recogido en el célebre Códice musical de Las Huelgas, permite sugerir que el monasterio ya había sido fundado.
En 1185 el rey concedió al obispo Marino de Burgos la iglesia de San Cosme de Cillaperiel a cambio de la iglesia de Santa María de Villalbura; acto seguido el prelado la donó al monasterio quod fabricatur nostris largitionibus et sumptibus iuxta Burgensem civitatem. Se eligió un cómodo emplazamiento a orillas del Arlanzón, en una ribera óptima para el sesteo del ganado y junto al palacio real según infería Lucas de Tuy. Si releemos los estatutos de la orden, se trataba de un lugar muy poco adecuado para una fundación cisterciense. Pero Las Huelgas fueron desde su ori gen un monasterio atípico y muy especial. Los mismos reyes intentaron que la casa burgalesa, asiduamente visita da por infantas y damas nobles, se instituyera como cabe za de los cenobios femeninos del reino de Castilla. Mientras tanto Alfonso VIII se prodigaba en donaciones a otras casas bernardas como Rioseco, Santa María de los Huertos de Segovia, Ovila y Sacramenia. Martín de Hinojosa, abad de Huerta y que en 1186 asumió la dignidad episcopal segontina, fue un seguro valedor del monarca ante instancias superiores de modo que la fundación llegó a buen puerto y doña Misol fue su primera abadesa.
El 1 de junio de 1187, junto a su mujer y a sus hijas, Alfonso VIII otorgaba la escritura de dote: construimus ad honorem Dei et eius genitricis Virginis Marie monasterium in la Vega de Burgis, quod uocatur Sancta Maria Regalis, in quo ordo Cisterciensis ordo perpetuo obseruetur, incluyendo el coto monástico, tierras, rentas, molinos, bodegas y baños reales en Burgos, la Llana de Burgos y sus beneficios, las dehesas de Arguiso y Estepar, una pesquera en la laguna de Muñó, hereda des con sus sernas en Belbimbre y Pampliega, otras en Barrio de Muñó, Briviesca, Quintanilla (cerca de Castrojeriz), Isar, Monasterio de Rodilla, Hontoria del Pinar, Castro-Urdiales y un pozo de sal en Atienza, además de la exención del portazgo para mercaderías y el derecho de pastos y maderas en todos los montes de propiedad real.

 

El monasterio de Las Huelgas quedó bajo la protección real, gozaba de inmunidad dentro de su compás y de pleno señorío jurisdiccional sobre sus propios dominios presentes y futuros. En 1188 el papa Clemente III eximía al monasterio del control episcopal, aunque obviamente sometido a la observancia cisterciense, lo colocaba directamente bajo la protección de la Santa Sede.

Acceso al monasterio
 

Martín de Hinojosa obtuvo de Cîteaux el derecho de Las Huelgas para instituirse como cabeza –matrem ecclesiam– de los monasterios cistercienses femeninos hispanos y lugar de celebración de capítulo general cada 11 de noviembre presidido por la abadesa; desde 1189 se dieron cita las abadesas de Perales, Torque mada, San Andrés de Arroyo, Carrizo, Gradefes, Cañas, Tulebras y Fuencaliente, con posterioridad se sumaron Vileña, Villamayor de los Montes, Avia, Barria y Renuncio. Según esta prerrogativa, sólo equiparable al monasterio aquitano de Fontevrault, la abadesa burgalesa adquiría un rango similar al del abad de Cîteaux.
Entre 1187 y 1188 la abadía fue engrosando sus propiedades (Peñafiel) y añadiendo mandas familiares, al tiempo que recibía nuevas rentas y privilegios reales: una renta de 400 áureos en las salinas de Atienza a cambio de sus posesiones en Castro Urdiales, Torresandino, la villa de Arlanzón, un olivar en San Cebrián de Mazote, molinos cerca de Talavera, heredades en Magán y Fresno, el Hospital del Rey, los nuevos baños de Burgos y una bode ga en Dueñas, etc., acogiendo además frecuentes visitas reales de Alfonso VIII, Leonor y sus hijos, especialmente Berenguela y su nieto Fernando.
En 1199, coincidiendo con la llegada del abad Guido, general entonces del Cister, el rey sometía la comunidad monacal a la observancia de la casa madre borgoñona y la peculiar abadía se convertía en panteón real –del infante don Sancho, don Fernando de la Cerda (1211), los reyes fundadores Alfonso VIII y Leonor de Aquitania en 1214, de su hijo Enrique en 1217 y de Constanza, Leonor (1244) y Berenguela (1246), además de María de Almenar (1196), don Nuño (1209) y otros nobles de alta alcurnia–, con la promesa expresa de tomar el hábito de la orden si alguno de los miembros regios decidía abrazar la vida religiosa.
En el cenobio de Las Huelgas profesaron varias féminas de ascendencia real: Constanza y Berenguela, hijas de Alfonso VIII; Constanza, hija de Berenguela, así como Berenguela y Constanza, hermana e hija de Alfonso X. Jiménez de Rada atribuía a Alfonso VIII la finalización de las obras del monasterio structuris, claustro, ecclesia et caeteris aedificiis regulariter consummatis.
Todas estas elitistas circunstancias que confluyeron en su fundación y dotación convirtieron la casa burgalesa en un monasterio excepcional desde el punto de vista espiritual, jurisdiccional, artístico y social: Las Huelgas se convirtió en panteón real de los reyes de Castilla, detentó un amplio señorío quasi episcopalis, se convirtió en cabeza de la orden y resultó feraz punto de encuentro de novedades musicales y literarias, reforzando la capitalidad de Burgos como auténtica cabeza de Castilla.

La monumental iglesia monacal de Las Huelgas, elevada hacia el primer cuarto del siglo XIII, está litúrgicamente orientada y presenta planta cruciforme, con transepto acusado, y tres naves de ocho tramos separados por pilares octogonales de capiteles lisos, cubriéndose con bóvedas de crucería. La capilla mayor describe un ábside poligonal y cuenta con presbiterio recto, está flanqueada por cuatro capillas de testero plano dispuestas en batería y advocadas–de norte a sur– a San Nicolás, San Miguel, Santo Tomás Mártir, y la última conjuntamente a Santiago Apóstol y Santa Catalina, quedando el ábside central bajo el patronazgo de Santa María. Junto a la septentrional capilla de San Nicolás se alza un atrio que comunica con la capilla de San Juan. Se trata en realidad de una tipología eclesial un tanto desconcertante, más cercana a la adoptada por las iglesias masculinas de la orden. En la nave central se halla el coro monacal que da paso al crucero mediante una reja.

Fachada septentrional
Cabecera de la iglesia

 

Las esculturas talladas para las nervaduras de las trompas de las capillas recuerdan estereotipos angevinos al tiempo que contradicen la parquedad ornamental cisterciense en un templo que participa plenamente de la estética gótica.
Nave de San Juan
 

La nave septentrional –advocada a Santa Catalina– mantiene un par de puertas cegadas decoradas con dientes de sierra que antaño se abrían al Atrio de los Caballeros, sobre éste se alza una gran torre amatacanada. El atrio cuenta con arcos apuntados instalados entre contrafuertes y capiteles vegetales que rememoran los de Las Claustrillas, se cubre con bóvedas de crucería que arrancan de ménsulas vegetales. En el primer tramo de la nave meridional –advocada a San Juan– se encuentra la puerta del corredor de conversas y la correspondiente a la salida de monjas hacia el claustro. La fachada occidental carece de portada aunque queda reforzada –como en ambos brazos del transepto– mediante un par de contrafuertes, tres vanos y agudo piñón.
Nave Santa Catalina
 
Torre
 

Las Claustrillas, vergel claustral de planta cuadrangular, parece obra perteneciente al primer monasterio alzado por iniciativa de Alfonso VIII y su esposa Leonor Plantagenêt.








Capitel de La claustrilla
 

Hacia el ángulo noreste se alza la cuadrangular capilla de la Asunción, que pudo ser oratorio y panteón del primitivo palacio real, con alardes almohades, cuenta con arcos polilobulados y bovedillas de mocárabes que contrastan poderosamente con el resto de la pétrea fábrica cisterciense. Se cubre con bóveda ochavada de dieciséis nervios–paralelos dos a dos– que arrancan de cuatro trompas angulares, delimitando así una bella estructura estrellada central mientras que los muros alzados con ladrillo y mampuesto configuran arquillos ciegos polilobulados, en realidad heredera de una tipología que podría entroncar con las exóticas qubbas andalusíes. Hacia el lado meridional dos arcos lobulados y una cesta pinjante delimitan la entrada a un lucillo –como el arco de Mudarra proceden te de Arlanza y el ventanal occidental del atrio de Rebolledo de la Torre– que permite acceder hasta un espacio de clara funcionalidad funeraria.
En su frente interior se despliega un interesante bajorrelieve con la escena de la ascensión del alma flanqueada de arpías en sus enjutas. La cubrición del mismo plantea tres bovedillas de mocárabes, bajo las que pudieron estar enterrados Alfonso VIII y Leonor hasta 1279. Gómez-Moreno atribuyó el sepulcro al infante Fernando, hijo de Alfonso VIII, que falleció en 1211.


Capilla de la Asunción de “Las Claustrillas”
Detalle decorativo de la capilla de La Asunción
 

La capilla de Santiago, que puede datarse hacia 1275, sirvió para armar caballeros a los monarcas castellanos, tal uso quedaba ratificado al recurrir a una curiosa imagen sedente de Santiago de inicios del siglo XIV cuyo brazo articulado daba el contundente “espaldarazo” guerrero (se custodia ahora en la capilla de Belén del claustro de San Fernando). Se accede desde una puerta practicada en el muro occidental, donde un arco de herradura apuntado apoya sobre capiteles califales y fustes que parecen fruto de un lejano expolia de materiales andalusíes. La capilla se cubre con armadura mudéjar en su cabecera (se trabó una artesa con almizates) y presenta abigarrada decoración de yeserías en su friso superior.
Yeserías
 
Artesonado de la Capilla de Santiago

Cada panda de Las Claustrillas, que mantiene una clara estructura románica, cuenta con doce vanos que apoyan sobre columnas pareadas y capiteles vegetales, reservando machones rectangulares hacia el centro de las pandas, en el lado norte se recrean arquitecturas con vanos rasgados y almenados, ricos manteos, arquillos de herradura, celosías, cupulillas gallonadas y portadillas.
Parece evidente que esta mos ante la más antigua de las claustras cistercienses caste llanas. La fronda vegetal, de sofisticados entrelazos y bayas centrales, tiene algunos paralelos en capiteles silenses y también en los capiteles del claustro de Santa María de Aguilar, dejando además hijuelas en las portadas de Madrigal del Monte y Castil de Lences.
La historiografía ha asignado al maestro Ricardo la construcción de este ámbito, que debe datarse poco antes de 1203 –cuando Alfonso VIII le recompensaba con una heredad en la localidad de Salazar de Amaya tras su participación en la construcción del monasterio burgalés–, fecha en que debió instalarse en tierras palentinas para acometer otras empresas edilicias como las de Santa María de Aguilar y San Andrés de Arroyo. Las cuatro galerías de Las Claustrillas se cubren con armaduras de madera, conservando muros perimetrales en mampostería con verdugadas de ladrillo.

El claustro de San Fernando, cuya construcción se inició en época del rey Fernando III, hacia el primer cuarto del siglo XIII, se convirtió en claustro reglar sustituyendo a Las Claustrillas, destinadas a convertirse en claustro del parlatorio. Sus galerías –alzadas al sur de la iglesia– se cubren con bóveda de medio cañón construida en ladrillo reforzada mediante fajones apuntados que apoyan sobre ménsulas vegetales hacia el interior y otras lisas hacia el patio. En algunas zonas de la bóveda se conservan interesantes yeserías hispanomusulmanas policromadas figura das con pavos reales, lacerías, atauriques y motivos heráldicos que Torres Balbás dató hacia 1230-1260 aunque podrían ser más tardías. Las galerías se abrían al vergel mediante arcadas apuntadas que descansaban sobre columnas pareadas con cestas de crochets, sólo se conservan las del ángulo NE aledañas a la capilla de Belén, pues fue ron cubiertas cuando se reforzaron los muros tras la construcción del claustro alto entre 1611 y 1629.
Claustro
 

La panda oriental aloja la sacristía y el capítulo, además del locutorio y el pasaje a la huerta. La panda meridional deja espacio para la sala de monjas –algo desplazada por la presencia de Las Claustrillas, que pudo alojar el dormitorio–, y el refectorio, en una localización donde generalmente se instalaba el calefactorio, se cubre con bóveda de cañón con lunetos que data del siglo XVIII, al tiempo que se cegaron los vanos medievales aún visibles desde fuera y por encima de la bóveda conserva también restos de una armadura mudéjar.

Hacia occidente reserva espacio para la cilla rectangular, cuyo piso inferior se cubre con armadura de madera y queda dividida en dos naves mediante seis columnas con capiteles lisos sobre los que apoyan siete arcos apuntados –en su sector central aloja hoy el Museo de Ricas Telas aunque el nivel superior hizo las veces de troje–, corredor y patio de conversas.

Al locutorio –hoy museo–, de planta rectangular, accedemos desde una puerta apuntada, se cubre con bóveda de cañón ornada de yeserías policromadas con castillos, rosetas y alafías arábigas. Las impostas alojan un epígrafe con los salmos de David aludiendo a la protección divina contra los enemigos y la fecha de 1275. En el paramento oriental de la misma estancia se abría una portada apuntada cuyas arquivoltas apoyan sobre capiteles vegetales, quizá un primitivo acceso hacia el claustro de San Fernando. El pasaje a la huerta –que conduce hasta la capilla de Santiago y Las Claustrillas– se cubre con bóveda de cañón que sigue presentando yeserías e inscripciones con la salve y un fragmento de completas. Hacia el muro oriental una puerta adintelada permite acceder hasta la capilla de Santiago.

Puerta del claustro de caballeros
 

El diáfano capítulo se zanjó con mañosa altura –propia de los monasterios cistercienses femeninos– y declarada sobriedad, apoyando los nueve tramos de crucerías sobre dos pares de soportes centrales de planta circular, finas columnas adosadas, grandes impostas –se imaginan las cestas lisas– que forman ceñido cinturón. No parece aventurado sugerir que acogotadas in situ, nunca llegaran a tallarse. La entrada presenta tres grandes vanos, el central con arco de medio punto cuyas arquivoltas –la central de chevrons– apoyan sobre columnillas de cestas lisas. Los arcos laterales son apuntados, perfilando un doble vano con óculo perforando el tímpano. En los muros del capítulo asoman otras cestas vegetales sobre delgados fustes y suspendidos capiteles-ménsula (hacia occidente) acordes con una cronología de mediados del siglo XIII (en los documentos de consagración de tumbas y altar de la Santa Cruz realizada por el obispo de Albarracín en 1279 se cita la sala del capítulo) para una de las estancias capitulares cistercienses más hermosas de Castilla.
Sala capitular
Sala Capitular
 

Si deseamos penetrar en el compás de adentro debemos traspasar el torreón gótico. Hacia el compás de afuera, junto a la cerca monástica, se alza la capilla de San Martín, remodelada con intención funeraria por Fernando Ruiz de Aguilar, criado de Las Huelgas, según se desprende de su propio testamento dado en 1346 aunque con anterioridad debió hacer las veces de capilla de forasteros. Tiene cabecera recta y cuatro tramos cubiertos con crucerías –bóveda sexpartita en el presbiterio– que apoyan sobre ménsulas ornadas con cabecillas. Hacia el suroeste del cenobio se halla el patio de Infantas y la capilla del Salvador, quizá antigua cabecera de la capilla del viejo palacio regio, que presenta bóveda de mocárabes repintada en el siglo XVII.

Todo el conjunto monacal de Las Huelgas fue utilizado como gran cementerio destinado al enterramiento de los monarcas fundadores (en el coro y frente a la sillería, junto a los sepulcros de doña Berenguela, esposa de Alfonso IX y madre de Fernando III, además de las infantas Berengue la, hija de Fernando III, y Blanca, hija de Alfonso III de Portugal), reyes e infantes (en la nave de Santa Catalina, donde destacan los sepulcros de Fernando de la Cerda y los infantes Sancho, Fernando, Enrique I y las infantas San cha, Leonor y Mafalda, todos ellos vástagos de Alfonso VIII o Fernando, hijo de Sancho VI de Navarra y primo de Alfonso VIII), e infantas señoras del monasterio (en la nave de San Juan, con los sepulcros de Constanza, hija de Alfonso VIII, Constanza, hija de Alfonso IX, Leonor, hija de Fernando IV, María, hija de Jaime II o María de Aragón, hija de Fernando el Católico), aspirando todos ellos a beneficiarse de un aval tan seguro como el emitido por los rezos monacales.
El doble sepulcro exento de los fundadores, sito en el centro del coro eclesial y orientado hacia la capilla mayor, es una pieza de mediados del siglo XIII que apoya sobre las archipresentes peanas con leones. Seguramente encargado por Fernando III el Santo, las cajas rematan en cubiertas a doble vertiente, bajo arquillos trilobulados presentan señas heráldicas del reino de Castilla –castillos dorados sobre campo de gules, un blasón que se instaura como divisa real durante el reinado de Alfonso VIII– y de la dinastía Plantagenêt (tres leopardos coronados). Reserva para los laterales cortos una pareja de ángeles sosteniendo la cruz de la victoria de las Navas de Tolosa (según infería Ricardo del Arco), el rey en su trono entregando el documento de la fundación monacal –un rollo del que pende un sello– a las monjas llegadas desde Tulebras para instituir el cenobio de Las Huelgas (en el de Alfonso VIII), un Calvario en cuyos brazos aparece el sol y la luna y la ascensión del alma de la reina que surge de un paño sostenido por los típicos ángeles turiferarios (en el de Leonor). 
Sepulcro del rey Alfonso VIII de Castilla (1155-1214) y de su esposa, la reina Leonor de Plantagenet (1160-1214).
Sepulcro del rey Alfonso VIII de Castilla y de su esposa, la reina Leonor de Plantagenet. Escudos de armas del rey castellano y los tres leones de los Plantagenet.
 

El sepulcro de la infanta doña Blanca también está instalado en el coro. Nacida en 1259, era hija del rey Sancho III de Portugal y de doña Beatriz –hija a su vez de Alfonso X–, profesó como monja en Las Huelgas entre 1295 y su muerte acaecida en 1321. El arca tiene forma trapezoidal y toda su superficie se halla decorada con relieves entrelazados de estrellas con sabor mudéjar que alternan las armas de Castilla y León con las del reino de Portugal.
Sepulcro de la infanta Blanca de Portugal (1259-1321), que era hija del rey Alfonso III de Portugal y de la reina Beatriz de Castilla y nieta de Alfonso X el Sabio.
 

Pero tal vez uno de los sepulcros de Las Huelgas más interesantes desde el punto de vista iconográfico y formal sea el atribuido por Julio González al infante don Sancho, hijo de Alfonso VIII y Leonor, nacido y fallecido en 1181. Gómez-Moreno prefería adjudicárselo a doña Leonor, infanta que murió poco después de su nacimiento. Datado por una inscripción de 1194, se encuentra en la nave de Santa Catalina desde 1251, aunque parece proceder del ámbito de Las Claustrillas. De pequeño tamaño, debió acoger un difunto infantil, con cubierta a doble vertiente, está decorado con motivos vegetales, zoomórficos y figurativos.
Destaca la representación de las exequias fúnebres con la escena de la elevación del alma bajo un arquillo trilobulado, tema que aparece también en los sepulcros de María de Almenar y de doña Berenguela, además de obispos y abades bajo arquerías almenadas. Para el lateral de los pies reserva el tema del Agnus Dei y para la cubierta la recepción del alma del difunto por parte de Cristo coronado con nimbo crucífero, además de San Martín partiendo la capa con el atribulado pobre junto a un irreverente grifo. La rica fauna de arpías tocadas con caperuzas, el grifo meticulosamente labrado y los carnosos vástagos vegetales sugieren las habilidades escultóricas ensayadas por los artistas tardorrománicos del segundo taller de Silos. De otro lado, cuerpo y composición, hacen recordar el célebre sepulcro de San Juan de Ortega. Una inscripción epigrafiada sobre su cubierta y poco afecta al adiós de un párvulo reza QUIS QUIS ADES QUI MORTE CADES NRA PLEGE FLORA SUM QUOD ERIS QUOD ES TRE FUI PRO ME PRECOR ORA E MCCXXXII P M F, apareciendo así en tan temprana fecha un tópico funerario de larga duración. La fiable traducción de Gómez-Moreno señala: “Quien quiera que vengas, tú que caerás en la muerte, atiende y deplora la nuestra. Soy lo que serás, lo que eres en el tiempo fui. Ora por mí te ruego. Era 1234”, más las enigmáticas iniciales PMF, asignadas –con crasas pistas– al insondable Petrus Martini Fui.
La misma nave de Santa Catalina aloja la tumba asignada a los despojos de Alfonso X el Sabio o a don Nuño–sobre la misma se lee efectivamente la inscripción: ERA MCCXLVII (1209) O(biit) DOMINUS UN/NIUS X DIES KAL AUGUSTI EN LEONI FERIA V–, según se mire, lo cual hace desconfiar si el carnero hispalense da fe de cuanto presume o si, por contra, se prodigaron en exceso los traslados de momias regias. La caja va decorada con arquerías entre las que se disponen escudos que penden de correas cuyos campos presentan ocho barras irradiando en cruz y aspa en torno a una broca cuadrada más bordura con aspas de San Andrés (para la descripción heráldica remitimos a Gómez Bárcena). La cubierta a doble vertiente deja una cubierta para presentar señas heráldicas con idénticos motivos a los ya descritos mientras reserva para la otra una gran cruz procesional lisada entre roleos. Entre la cubierta y la caja se perfila un tallo de hojillas treboladas.

La nave de Santa Catalina acoge además la caja mortuoria de Fernando de la Cerda –primogénito de Alfonso X, casado con doña Blanca, hija de San Luis de Francia y fallecido en 1275 antes de ser coronado–, único sepulcro que se libró del expolio por tener arrimado delante otro carnero. De caja completamente lisa, presenta algunos restos pictóricos: la Virgen con Jesús entre ángeles con candeleros en la cabecera y para el frente octógonos entrelazados cobijando escudos, leones y barras (tal vez por ser hijo de Yolanda, hija del rey Jaume I de Aragón). La tumba queda realzada mediante un arcosolio de triple arquivolta ornada con motivos vegetales y heráldicos que han sido vinculados con los talleres del claustro de la seo burgalesa. El tímpano está ocupado por un Calvario de fines del siglo XIII o inicios del XIV.
Sepulcro de Alfonso de la Cerda «el Desheredado» (1270-1333), hijo del infante Fernando de la Cerda y nieto del rey Alfonso X de Castilla.

El sepulcro de Alfonso de la Cerda estuvo frente al de Fernando de la Cerda, se dispone hoy en el centro de la nave y presenta esculpida ornamentación de lacerías de tradición mudéjar, con unas franjas horizontales que delimitan octógonos en los que se incluyen castillos, leones y lises recordándonos la caja de don Fernando de la Cerda; parece datar del primer cuarto del siglo XIV. En los frontispicios de la cubierta se representa una Virgen sedente con el Niño flanqueada por ángeles portando candeleros (a los pies) y a Cristo Varón de Dolores entre la Virgen y San Juan genuflexos (en la cabecera).
En el atrio de San Juan se encuentra el sepulcro de María de Almenar, aunque con escasa seguridad Pérez Carmona considera que la finada pudo ser el aya de la infanta doña Blanca, futura reina de Francia. La pieza data de 1196 según se aprecia en el epitafio: TERCIO X KL IANUARII OBIIT FAMULA DEI MARIA D(e) ALMENARA E(ra) MCCXXXIIII. Es de caja lisa, despliega en su cubierta diferentes arquillos y el tema del lecho funerario con los habituales ángeles psicopompos trasladando el alma de la difunta, además del cortejo de eclesiásticos, laicos y dolientes que asiste a las exequias. Bajo las escenas figuradas surge una banda ornada con canes, arpías y dragones y otra más de roleos de remedo silense.

El cenotafio de doña Berenguela, hija de Fernando III y sobrina de San Luis, rey de Francia, que profesó en Las Huelgas entre 1242 y su fallecimiento en 1279, es obra de un escultor formado en los talleres de la catedral que pudo ser encargado por la propia ocupante con destino a albergar los restos de su abuela la reina doña Berenguela. Instalado en el coro, presenta forma trapezoidal. En su frente dispone escenas con la Epifanía y la Matanza de los Inocentes, reservan do para al testero la Coronación de la Virgen y la ascensión del alma (acompañada de abad y obispo) mientras que en la cubierta a doble vertiente –y bajo arquerías– se desarrollan otros pasajes de la vida del redentor no tan habituales en cajas fúnebres: Anunciación, Visitación, Natividad, Anunciación a los pastores, Presentación en el templo y Huida a Egipto, junto a emblemas heráldicos con leones, castillos y águilas, heredadas quizá de su madre doña Beatriz, son las aves distintivas del blasón de la casa de Suabia. 
Sepulcro de la infanta Berenguela de Castilla (1228-1279), hija de Fernando III el Santo y de la reina Beatriz de Suabia.
 

En el recinto aledaño al Atrio de los Caballeros y junto al brazo septentrional del crucero están instalados cinco sepulcros del primer cuarto del siglo XIII (quizá fueran allí enterrados los Caballeros de la Banda). El más interesante–y que podría fecharse hacia mitad de siglo– procede de Las Claustrillas, el frente de la caja representa un Pantocrátor y un Apostolado bajo arquillos trilobulados (temas repetidos en otra de las cajas del mismo ámbito), reservando para los laterales la escena de la ascensión del alma y diferentes escudos que penden de correas de sujeción. La cubierta lisa figura un Agnus Dei en el frontal y la tapa ostenta una cruz procesional sostenida por cuatro ángeles (vuelve a aparecer en otra de las cajas del mismo espacio). Sobre la tapa se alza un curioso baldaquino compuesto por seis columnillas –en las dos centrales se adosan imágenes de San Pedro y San Pablo– que soportan bovedillas con nervaduras de horma aquitana (Lambert) y cuatro ángeles sosteniendo candeleros adosados a las columnillas angulares.
Sepulcro del infante Fernando de la Cerda en la capilla del Salvador
 
Tumbas románicas en el atrio de la iglesia.
 
De las tumbas del Panteón de Las Huelgas, casi todas profanadas y expoliadas durante la francesada, procede el lote más rico de tejidos islámicos hallado en la península Ibérica. Según delimitó Shepherd puede agruparse en dos grandes series: la hispanomusulmana y la mudéjar o nazarí.

Hospital del Rey
Reconvertido en sede del rectorado de la Universidad de Burgos y Facultad de Derecho, este antiguo Hospital dedicado a la asistencia de peregrinos se encuentra en el extremo oeste de la capital, en el Barrio de Las Huelgas. Perdida su función benéfica en el siglo XX, sólo la iglesia continuó prestando uso religioso, tal como aún hoy se mantiene. La dimensión económica, social y artística del Hospital del Rey ha sido durante sus siglos de existencia de tal calibre que continuamente ha recabado la atención de cronistas y estudiosos, desde su fundación hasta el más reciente estudio de Luis Martínez García donde se hace un detenido repaso a todo el proceso vital de la institución.
En una de sus Cantigas cuenta Alfonso X la actividad constructora que desarrollaron el rey Alfonso VIII y su esposa Leonor de Aquitania en esta zona del extrarradio burgalés en el entorno de 1200: “E pois tornous a Castela / de sí en Burgos moraba / e un hospital facía / él, e su moller labraba / o monasterio das Olgas”. El mismo monarca ilustrado, parafraseando a Jiménez de Rada, describe en su Primera Crónica General lo magnífico que resultaba el nuevo Hospital y la atención que prestaba a todos los necesitados: “El fizol grand a marauilla, et fermosos de fechuras et de obras fechas altamientre, et muy noble de casas et de palacios, et con tantas riquezas le enssancho yl enrriquesçio segund que diximos que fiziera el monesterio de las duennas, que todos los romeros que passan el camino françes et de otro logar, dond quier que uengan, que ninguno non sea refusado dend, mas todos reçebidos, et que ayan y todas las cosas que mester les fuera de comer et beuer et de albergue, en todas las oras del dia et de la noche quando quier que lleguen; et a todos los que y quisieren albergar que les sean dados buenos lechos et complimiento de ropas. Et esto as sisse mantiene y oy cutianamientre; et al que y uiniere enfermo, o enferma o que enfermare y, danle mugieres et uarones que piensen de yl den guisadas et pres tas todas las cosas quel fueren mester, fasta que sane o muera. Et desta guisa se fazen alli en aquel ospital las obras de pie dad, que quiquier podrie alli uer todo lo que dicho es como se uerie all en un espeio”. A tenor de este texto no cabe duda de que resultaba en aquel momento un modelo en lo asistencial y en lo constructivo, para cuyo mantenimiento el mismo Alfonso VIII dotó a la institución de un rico patrimonio que fue incrementando en los siglos siguientes.
Se desconoce el momento exacto de su fundación, aunque el 28 de mayo de 1209 ya se documenta su existencia, precisamente a través de un documento en el que Alfonso VIII da al hospitali quod est situm inter Monasterium Sancte Marie Rega lis et Hospitali Ioannis Mathei, quod est in medio camini, hereditates, terras, vineas, etc. ... et totum aliud quod mihi pertinet in Burgis de infantico preter collacios. En 1211 el rey añade a la dotación varias villas, así como el diezmo de la bodega real del cas tillo de Muñó y el 15 de mayo de 1212 coloca a la institución, con todas sus posesiones, bajo la dependencia del inmediato monasterio de Las Huelgas, pero sin que las monjas pudieran enajenar nada ni utilizar los bienes del Hospital en provecho del monasterio.
Al frente había un prior, doce freires y siete capellanes que estuvieron vinculados a la Orden de Calatrava, pero nunca estos caballeros llegaron a tener dominio sobre los bienes o gestión de la entidad, que siguió dependiendo de la abadesa de Las Huelgas hasta el año 1822, cuando se incauta de él la Junta Municipal, dando paso a un continuo trasiego de unas manos a otras, de devoluciones y nuevas incautaciones que provocaron el desgaste de su actividad y patrimonio. Tras perder todos sus bienes por la desamortización de 1855, una efímera recuperación parcial volvió con Alfonso XII, que duró hasta poco después de la Guerra Civil, cuando se produce el completo abandono. Lo que desde entonces se perfilaba como un desastre más para el patrimonio cultural fue felizmente superado en 1986, año en que comienzan las obras de restauración para su uso universitario.
El edificio, tal como se conserva, es un compendio de estructuras y pabellones que en cierto modo cuentan su historia desde los comienzos hasta la última restauración, con múltiples fases que se suceden desde sus orígenes en tiempos de Alfonso VIII, y especialmente con obras de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX.
Quizá lo más sobresaliente de su arquitectura histórica sea el Patio de Romeros, con la puerta del mismo nombre que sirve de entrada principal, la Casa del Fuero Viejo y el pórtico de la iglesia, obras levantadas en un brillante estilo renacentista en las décadas centrales del siglo XVI.
Del más antiguo edificio no es mucho lo que se conserva e incluso resulta complejo valorarlo en su justa medida pues al margen de los elementos emblemáticos, como son las portadas, el resto resultan muros casi de anónima cronología. De todo ello nuestro interés deberá centrarse en dos puntos: la puerta que da acceso al amplio patio interior y la iglesia.

La primera es hoy un lugar de tránsito entre el Patio de Romeros y la zona docente y se ubica junto a la actual cafetería. Es un arco formado por tres arquivoltas apunta das, la interior adornada con un grueso bocel delante del cual se dispone otro bocel quebrado, en forma de pronunciados dientes de sierra. La segunda y tercera, muy similares, portan abultadas molduraciones donde se combinan boceles con profundas escocias, rematando todo con una chambrana de nacela en cuya clave se dispuso una ménsula posterior. Los soportes presentan ligero abocinamiento y corto podio, con el arco interior descansando en una combinación de pilastra y columnilla acodillada en cada lado, coronadas respectivamente por un friso y un capitel que comparten la misma decoración: largas hojas de finos tallos rematadas en pequeños cogollos, a las que se adhieren otras pequeñas hojitas planas y lobuladas. Por su parte las dos arquivoltas externas descansan sobre columnillas acodilladas con el mismo tipo de cestas, aunque ahora las hojitas lobuladas alternan con tréboles; estos mismos motivos aparecen también en el sector de las pilastras detrás de los capiteles. Llama la atención el hecho de que, tanto a un lado como otro, los tres capiteles y las pilastras asociadas están tallados en un mismo bloque de piedra, lo que denota la maestría del cantero.

Esta portada es uno de los últimos restos de una amplia construcción rectangular, de testero plano, compuesta por tres naves de ocho tramos, que desapareció en 1910 y de la que quedan también una serie de grandes pilares ochavados y unos planos dibujados por Juan Moya que publicó en 1922 Vicente Lampérez. Este autor entra en discusión con la teoría mantenida hasta entonces y transmitida por Amador de los Ríos, de que ese ámbito correspondía a la vieja iglesia levantada por Alfonso VIII pues según él toda la estructura –sin ábsides o cabeceras propiamente dichas– y sus distintos elementos son los “inconfundibles de un hospital del siglo XIII: las naves laterales para los lechos; la alta nave central para la aereación (sic); el altar del fondo para decir la Misa que los enfermos veían desde las camas”. Esta construcción debía presentar una rica ornamentación, seguramente ya más tardía, pues sufrió diversas reformas en siglos posteriores, aunque Lampérez no tenía duda alguna sobre su carácter: “Creo, pues, con creencia firme, que el recinto llamadoarcos de la Magda lena’... era el más auténtico resto del hospital del siglo XIII. Fueron esas naves aquellos ‘palacios’ (salas) muy notables de que habla el Rey Sabio”.
Capiteles de la portada oeste de la iglesia
 

Desde que el arquitecto-historiador enunciara tan categóricamente esta idea, nadie se ha atrevido a opinar otra cosa, aunque Luis Martínez, en su reciente obra, apunta la idea de que pudiera tratarse del “dormitorio de pobres sanos” descrito en un inventario de 1500. Pero esta posibilidad tampoco invalida la opinión de Lampérez.

En cuanto a la iglesia, el actual edificio es igualmente producto de sucesivas reformas que obedecen sobre todo a momentos posteriores a la Edad Media y que han dado como resultado una planta de cruz latina, con capilla mayor cuadrangular, acceso a los pies y esbelta torre que se alza encima del pórtico. Buena parte de su fábrica –y especialmente la imagen del interior– obedece a transformaciones de los siglos XVI y XVII, aunque creemos que la caja de muros de la nave, con la portada oeste y otra portadita en el lado norte, se remontan al momento fundacional o en todo caso a años casi inmediatos.
El templo primitivo sin duda debía ir completamente enlucido, aunque los modernos gustos impuestos durante la restauración del conjunto han eliminado los revocos de algunas partes. Esto nos ha dejado ver el sistema constructivo a base de mampostería que alterna con verdugadas de ladrillo compuestas por una simple hilera, en lo que quizá haya que identificar la noticia transmitida por Lucas de Tuy –que escribe en tiempos de Fernando III– de que “el Hospital y su capilla estaban construidos con piedra, ladrillo y cal, y pintados con oro y colores vivos”, según la traducción de Lacarra.
El elemento más noble de este templo es la portada de poniente, ahora encajada bajo el pórtico cubierto por bóveda de arista que se adapta perfectamente al arco de entrada. Su amplio dovelaje compone cuatro arquivoltas apuntadas que no son sino una sucesión de molduras, lis teles, boceles y mediascañas, en cuyo sector interior, en la segunda arquivolta, volvemos a encontrar los agudos dientes de sierra. Los apoyos son columnillas acodilla das, para las tres arquivoltas exteriores, mientras que el arco de ingreso combina media pilastra y un cuarto de columna. El basamento, ahora bien conservado, es un corto podio quebrado sobre el que se disponen las basas de plinto, toro inferior formado casi por un bocel completo, corta y profunda escocia y otro toro más delgado.
Los fustes son monolíticos y los capiteles vegetales, con dos series de delgadas hojas rematando en volados cogollos, casi como ganchos, lo que se viene llamando por influencia de la nomenclatura francesa crochets. Los cimacios son de nuevo muy moldurados, todo lo cual pone en estrecha relación esta portada con la anterior, aunque ahora la decoración de los capiteles no se extiende por las pilastras, que además presentan las aristas cortadas en nacela.
Aunque nada tiene que ver con la época que nos ocupa no podemos dejar de hacer alusión a las puertas de made ra que cierran este arco, talladas hacia 1540 y donde se representan a Adán y Eva en el Paraíso por encima de dos grandes paneles donde los peregrinos rodean a Santiago, que es protegido por un ángel. Esta escena muestra una veta totalmente costumbrista, con personajes bien vestidos, pobres desarrapados, niños, o una madre amamantan do a su hijo.
Una tercera portada, más modesta, se localiza en el muro norte de la nave de la iglesia. También apuntada, consta simplemente de una arquivolta con el mismo tipo de molduras descritas y una chambrana de similares características. Las dos columnas que la flanquean también repiten la forma y decoración de las que hay en la portada occidental.
Al poco de concluirse la construcción de la iglesia se adosó a los pies la torre-pórtico, abierta en la base por tres lados mediante sendos arcos apuntados, cegados más tarde. De planta cuadrada, su fábrica seguía el mismo tipo de aparejo de mampostería con verdugadas de ladrillo que veíamos en la nave, con un alto cuerpo inferior –ligeramente troncopiramidal– sobre el que se disponía otro con función de campanario, abierto con dos troneras de sillería a cada lado, levemente apuntadas y unidas a la altura de los salmeres por una imposta corrida de nacela, sobre todo lo cual se elevó un tercer cuerpo ya en siglos posmedievales. En sus sencillos muros se ubican dos escudos con las armas de Castilla, uno situado en el lado norte, en el pilar que separa las dos troneras primitivas, y otro en el oeste, en el cuerpo inferior. Son escudos que se asemejan bastante a los que porta el sarcófago de Alfon so VIII, conservado en el monasterio de Las Huelgas, cuya labra se viene fechando a mediados del siglo XIII, aunque el monarca falleció en 1214. En todo caso cabría pensar que los de la torre del Hospital del Rey fueran anteriores a la unión de León y Castilla, en 1230, aunque también hay que reconocer que el castillo sólo aparece representado en siglos posteriores y ha sido el emblema tradicional del Hospital.
De la misma época de la torre debe ser el espacio adosado al norte de la nave y que se usa en invierno para el culto. Está formado por una bóveda de cañón apuntado, con un arco fajón en el centro y por su aspecto diríase que fue originalmente bodega, almacén o similar.
Fechar estos restos conservados puede entrañar un problema pues dada la ausencia de datos sobre el momento fundacional y el proceso constructivo no se puede ser muy preciso. La enorme similitud que guardan los capiteles de las portadas de la iglesia especialmente, con los que decoran la cabecera del templo de Las Huelgas encuadran la obra, a grandes rasgos, en el primer cuarto del siglo XIII, fecha que se viene aceptando para la iglesia de ese monasterio. Las cronologías tradicionalmente asignadas para lo más antiguo de lo conservado en el Hospital ronda el año 1220, sin embargo, si sabemos que existía ya a comienzos de 1209 no hay razón para pensar que entonces no se hubieran levantado aún los dos espacios más importantes, como eran la iglesia y la sala de enfermos. Una idea más difícil de aceptar todavía, diríamos que casi imposible de asumir, es pensar que ya hubiera una renovación de los mismos en tan corto espacio de tiempo.
Por otro lado las tres portadas conservadas, especial mente las dos con dientes de sierra forman parte de una tipología que fue el emblema de la arquitectura noble de la época, con amplísima difusión por toda la Corona de Cas tilla, por la fachada atlántica francesa y por el sur de Inglaterra, coincidiendo en buena mediada con los dominios de los Plantagenêt, familia a la que pertenecía la reina Leonor, esposa de Alfonso VIII. Aparecen también en el monasterio de Las Huelgas –quizá el edificio más representativo del reinado–, e igualmente en otros monasterios de indudable importancia, como son San Andrés de Arroyo, Santa María la Real de Aguilar, Santa María de Huerta, Santa Eufemia de Cozuelos o Santa María de Mave, además de en multitud de parroquias rurales que tomaron como modelo la nueva manera de construir de estas grandes casas, aunque combinándolo con la tradición más asentada. Entre esos edificios citados hay además dos que portan inscripciones de su construcción, Santa María de Mave, datada en 1200–en todo caso acabada antes de 1208–, y la sala capitular del monasterio de Aguilar, cuyo artífice, Domingo, dejó testimonio de su nombre y fecha en una columnilla con servada hoy en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, con la data de 1209.
Sin duda estamos asistiendo aquí al nacimiento de unas formas novedosas, que unos incluyen todavía dentro del mundo románico –como podemos ver en muchas páginas de esta obra– y que para otros suponen ya el paso al gótico. No queremos entrar en un debate tan arduo, pero esta mos convencidos de que en este mismo Hospital del Rey se produce un cambio significativo, y no sólo en el aspecto ornamental. La muestra se halla en el esquinal noroeste de la iglesia, construido todo él en sillería de similar apa rejo, pero en cuyas hiladas inferiores vemos nítidamente las marcas de talla que dejaba el hacha, el típico instrumento románico, y en las superiores los rastros del trinchante, un útil que se incorpora al mundo de la cantería a comienzos del siglo XIII y con el que se labrarán los sillares de todos los edificios hasta que a comienzos del siglo XVI sea sustituido por nuevo instrumental. 

Castrillo del Val
San Pedro de Cardeña se encuentra en el término municipal de Castrillo del Val, a escasos 15 km al sur de la capital burgalesa. Al igual que ocurre con la mayor parte de los monasterios de época medieval, las fuentes documentales con que contamos son muy escasas y poco significativas en relación con la realidad románica del edificio. Y a pesar de la importancia institucional del centro, tampoco ha sido muy prolija en detalles la historiografía contemporánea, pudiéndose citar tan sólo un estudio en profundidad, dedicado a su dominio monástico.
Una las características más notorias de la historiografía sobre Cardeña es la progresiva y continuada elaboración de un prolijo tejido legendario, al que se dio título de fe desde fechas tempranas y en el que todavía cayeron una buena parte de autores decimonónicos. Según la tradición, en el año 537 el infante Teodorico, hijo del rey italiano del mismo nombre, falleció mientras descansaba junto a una fuente, a la que se denominaría Cara-digna, y donde habría una ermita con la advocación a los apóstoles San Pedro y San Pablo. Llegada la reina consorte doña Sancha, mandó sepultar allí a su hijo, fundando un monasterio que ocupó con monjes benedictinos traídos de Italia. Berganza puntualiza que la propia soberana conminaría al santo de Nursia a que le mandase algunos discípulos. Esta mítica fundación fue recogida por la Primera Crónica General y asumida durante toda la Edad Media como cierta; desde fechas tempranas las supuestas sepulturas de ambos se conservaban en el presbiterio.
La motivación era clara: convertir a Cardeña en uno de los más antiguos monasterios de España y en el pionero en adoptar la regla benedictina. Este privilegio fue reivindicado fren te a las pretensiones de otras instituciones y así, en el siglo XVIII, Berganza reaccionó contra el reclamo del monasterio de San Millán de la Cogolla, que reivindicaba una mayor antigüedad en su benedictinismo.
Sin embargo, la realidad histórica debió ser muy diversa. Ya en el siglo XVI, Esteban de Garibay y Ambrosio de Morales desconsideraron la veracidad de tales planteamientos, pese a los cual posteriormente, fray Prudencio de Sandoval, basándose en una noticia apócrifa, les daba crédito. Antonio Yepes, si bien admitía como cierta la fundación en tales fechas, puntualizaba que a los papeles de Cardeña “se debe dar mucho crédito” e iniciando su ambiciosa obra sobre la Orden de San Benito con este monasterio –“el primero en España”–, trató de hacer compatibles la leyenda y la historia. De este modo con objeto de hacerla más verosímil optó por reconvertir la identidad del protagonista más conocido de la leyenda: Teodorico sería en realidad Teudis (531-548). Finalmente, Enrique Flórez, ya en 1772, realizaría una crítica sistemática de la tradición, analizando lo referido por cada uno de los autores para, final mente, rechazarla. Sin embargo, aunque no se posicionaba sobre el espinoso tema, aceptaba, como antes Yepes, la fundación del monasterio, quizá en época visigoda, por una doña San cha que enterró allí a su hijo, llamado Teodorico, y mandó que sus propios restos reposaran en aquel lugar tras su muerte.
Respecto a su temprano benedictinismo, obviamente, resulta impensable suponer la llegada de monjes italianos durante el siglo VI pues Cardeña, como el conjunto de los monasterios hispánicos, siguió las reglas autóctonas hasta el siglo XI. Antonio Linage Conde ha percibido, entre los códices del propio monasterio, uno de los testimonios que evidencian la timidez con que la Regla de San Benito fue entrando en las instituciones monásticas hispanas.
Al margen de las voluntades de elevar los orígenes de la institución a lo increíble, el primer dato histórico incuestionable procede de los respectivos testimonios del Cronicón de Cardeña y de los Anales Compostelanos, según los cuales, en el 899 se repoblaron los territorios próximos al monasterio. El abad Lope de Frías (1543) pensaba que durante la expansión llevada a cabo por Alfonso III, el monarca reconstruiría el monasterio aunque no en la magnitud del mitificado primigenio.
En este sentido, Luciano Serrano, a partir de una referencia directa a su antigüedad vertida en un documento del 931, sospechaba que su origen pudiera remontarse a aquella época. Sin embargo, la inexistencia y, sobre todo, la nula mención a una escritura fundacional en los primeros años del siglo X, obligarían a pensar en un origen más antiguo. Para el historiador benedictino su fundación tendría que remontarse al menos a comienzos del siglo IX, sobre algún antiguo oratorio dedicado al apóstol San Pedro. Mucho más recientemente, también María Inés Carzolio de Rossi se muestra favorable a la posibilidad de una continuidad desde el siglo IX, momento en el que se produjo la inmigración de los mozárabes debido a la intolerancia que se produjo en al-Andalus. En cualquier caso no parece difícil que al igual que en otros monasterios como Dueñas o Sahagún –quizá también Silos y Arlanza– se produjera ahora la revitalización de un antiguo asentamiento religioso de época visigoda.
Lo único que resulta claro es que a comienzos del siglo X–en 902–, el monasterio fue dotado por Gonzalo Téllez y Lambra, su mujer. Las sucesivas donaciones que fue recibiendo desde entonces, hicieron que pronto alcanzara prosperidad suficiente como para poner en marcha un fecundo escritorio. Por aquel entonces debía contar ya con un destacado prestigio, tal como se deriva de la voluntad del rey navarro, Sancho Garcés I (905-925), de poner en marcha su nueva fundación de San Martín de Albelda (924) a través de Cardeña. Tres años después de que el rey Alfonso IV confirmara los límites de sus posesiones, concretamente el 6 de agosto del 934, una expedición musulmana, capitaneada por Abderramán III (912-961), se adentraba en el condado castellano destruyendo el monasterio, entonces regido por el abad Esteban. Este acontecimiento marcaría considerablemente su devenir legendario. Repetida mente interpolado en las crónicas, se elevó la cifra de monjes martirizados hasta doscientos, situándose el momento de la destrucción un siglo antes, en el 834, a manos de un contingente que, a continuación, sería derrotado por las tropas cristianas, comandadas por el apóstol Santiago, en la legendaria batalla de Clavijo. En el claustro monástico, concretamente en el muro norte de la iglesia, se conserva una inscripción relativa al acontecimiento, deslizando un siglo su cronología para hacerlo coincidir con la mítica confrontación –era 872, año 834–. Este testimonio epigráfico, que debe corresponder a los siglos XIII o XIV, fue prueba suficiente para que los cronistas e historiadores modernos certificaran –aunque con ciertas matizaciones– su autenticidad.
Sólo un año después, en agosto del 935, una donación de la progenitora de Fernán González revelaba que el monasterio estaba otra vez en funcionamiento con un nuevo abad a la cabeza, de nombre Alfonso. Pronto alcanzaría su primitivo desarrollo, lo que le permitió relanzar la actividad de su ya prestigioso escritorio. Moreta ha señalado que desde este momento, y hasta el final del siglo, el patrimonio del monasterio alcanzó un considerable incremento, progresan do por un área geográfica cada vez más amplia. Fundamentales para ello fueron las políticas de los condes castellanos, que prosiguieron con el impulso repoblador, valiéndose de las principales instituciones religiosas del momento: San Pedro de Arlanza, San Pedro de Baleránica y San Pedro de Cardeña. Al parecer, durante la primera etapa del gobierno de Fernán González (923 970) éste fue el monasterio más beneficiado. En sucesivas donaciones, y por la atracción que provocaba su prestigio, sólo en este período incorporó un total de treinta y dos establecimientos religiosos. Esta expansión no escapaba a su proximidad respecto a una todavía vacilante ciu dad de Burgos. Reyes leoneses, como Alfonso IV (925-931) o Ramiro II (931-951), y, por extensión, muchos de sus cortesanos, colaboraron en su auge.
Tras el turbulento clima civil suscitado por la desaparición de Ramiro II, el monasterio detuvo su crecimiento durante unos años. Superado éste, incrementará aún más su expansión hasta la muerte de Fernán González en el 970. Pero, según se desprende del Becerro Gótico, Car deña alcanza su máxima prosperidad durante este siglo en tiempos de su sucesor, el conde García Fernández (970-995). A través de la documentación del monasterio sabemos que en el 972 confirmaba la jurisdicción y privilegios obtenidos hasta la fecha.
Desde ese año el conde, junto a su mujer Ava, se vinculó a Cardeña mediante la traditio, voluntad que renovó diez años después.
En el último cuarto del siglo dos acontecimientos afectaron negativamente al monasterio: por un lado, la creación del infantado de Covarrubias (978); por otro, las campañas de castigo iniciadas por al-Mansur entre el 981 y el 992. A continuación, la propia confrontación interna entre el conde y su hijo Sancho García acabaría por sumir al condado en una difícil situación, que culminaría con la muerte de aquél en el 995, tras lo que fue enterrado en su protegido monasterio. Una vez llegado al poder el nuevo conde y restituido territorialmente el condado, a la caída de al-Mansur, se puso en marcha su recuperación económica, comenzando una segunda fase de prosperidad para la casa benedictina. Su importancia durante este período se refleja en el hecho de que fuera frecuentemente utilizado como residencia de los obispos burgaleses. Según Berganza, es precisamente durante el reinado en Castilla de Sancho III el Mayor cuando, al abrigo de una política aplicada en 1033 en Oña –entonces uno de los más jóvenes monasterios del condado–, se introdujo la reforma cluniacense. La existencia en su abadologio de un García (1030-1032) le llevó a considerar que se produjo durante su gobierno y –teniendo seguramente presente el caso de Oña– que éste procedería de San Juan de la Peña.
El reinado de Fernando I (1035-1065) puede significarse como el del inicio del período de mayor expansión de Cardeña. Junto a San Pedro de Arlanza, fue el monasterio castellano más favorecido. Su proximidad a Burgos, junto con la intención del monarca de trasladar la sede episcopal de Oca a esa ciudad, hizo que jugara un papel de importancia y continuara siendo utilizado como circunstancial residencia del obispo. Aún ahora, el acceso de los aba des al episcopado, o colaborando estrechamente con el obispo, va a ser frecuente. Sin embargo, esta situación geográfica, a escasa distancia de la futura sede, determinó también, de alguna manera, su limitación expansiva, ya que el dominio territorial de Cardeña se centraba en los alrededores de la ciudad; sobre todo una vez que fueron restaurados los privilegios episcopales, a mediados de siglo, y reivindicados de manera efectiva durante el XII.
Por otra parte, la presencia del monarca en el monasterio sería frecuente. Además, el período 1040-1060 fue ampliamente favorecido por uno de sus vasallos, el conde Gonzalo Salvadores, que dominaba todas las tierras colindantes a Burgos, junto a las de Lara y La Bureba; esta relación sería continuada por sus descendientes.
Desde mediados del siglo gobernó el monasterio Sisebuto (1056-1086), sin duda el abad más representativo del siglo, coetáneo de Íñigo de Oña, Domingo de Silos y García de Arlanza. Durante su amplio gobierno el monasterio no sólo consolidó su prestigio, sino que vio cómo su patrimonio se incrementaba hasta alcanzar su máximo desarrollo. Especialmente próspero fue el período 1056-1065, en el que se registran diversas donaciones reales. Con la muerte de Fernando I y la llegada al poder castellano de su primogénito, Sancho II (1066 1073), con el que apenas mantuvo más que una mínima relación, el dominio se estancó. Poco después, uno de los primeros gestos de atracción hacia el sector eclesiástico castellano por parte de Alfonso VI, una vez ocupado el reino a fines de 1072, fue una visita al monasterio con cuyo motivo le donó dos villas.
La tradición del monasterio quería que el abad Sisebuto muriera en olor de santidad, algo que no tiene respuesta por parte de la documentación cuando hace alusión al personaje. Sólo a comienzos del siglo XIV, concretamente en un breviario del monasterio, lo denominaba santo e incluía unas letanías en su memoria. A ello se suma la inexistencia en el archivo monástico de literatura hagiográfica alguna sobre el personaje. Luciano Serrano ya advirtió que el reconocimiento de su santidad fue muy tardío; de hecho, hasta mediados del siglo XV no se colocaron sus reliquias en el altar mayor de la iglesia, nunca fue canonizado, y hasta el pontificado de Pío VI (1775-1799) no se autorizó la celebración de su culto. Más recientemente, otros autores han visto en estas contradicciones una nueva creación de los monjes burgaleses en el curso del siglo XIII con objeto de mitificar aún más la institución. Pero, al margen de sus virtudes espirituales, la amplitud de su gobierno –casi cincuenta años– y la prosperidad que protagonizó el monasterio durante su mandato, son razones que pudieron hacerlo especial mente atractivo de cara a magnificar aún más su figura por parte de una comunidad cada vez menos pujante.
También durante estos años se produjo la asociación de otra figura mitificada, la del Cid, personaje fundamental en el aparato legendario creado en el entorno de Cardeña. Tras su fallecimiento en Valencia (1099) y el abandono de la ciudad, fue trasladado a Castilla, dándosele sepultura en el monasterio. Pero aunque su relación con Cardeña apenas está documentada, la literatura cidiana subraya esta consideración. El propio San Pedro se aparecería al héroe en sueños profetizando su muerte y victoria póstuma sobre los musulmanes, destacan do los favores que habría hecho al monasterio. Sabemos que Rodrigo Díaz representó sus intereses como procurador (1073), pero no se ha conservado testimonio de donación alguna. La misma realidad del Poema cuando hace del monasterio refugio temporal del Cid y sus tropas tras el primer destierro (1081), choca abiertamente con la lógica histórica, ya que esto hubiera significado un desafío abierto del monasterio al rey Alfonso VI, con lo que ello hubiera significado. Y no se debe olvidar la promoción de su abad Pedro III a la sede de Compostela en 1088. La única donación de cierta importancia conocida realizada por el Cid a un monasterio se remonta a 1076 y no atañe a Cardeña –aunque es expedida desde allí, durante una estancia de la comitiva real–, sino a Silos. Es también notorio que cuando murió fue enterrado en la catedral de Valencia y, sólo ante la necesidad de evacuar la ciudad, en 1102, sus restos fueron trasladados al monasterio castellano. Depositario de las ya míticas reliquias, no se tardarían en envolver de un denso aparato legendario con el que se buscaría subrayar la vinculación de la institución con el héroe. Quizá, con los referentes de los panteones funerarios de Oña y Arlanza, se pensaba que ello traería consigo una nada desdeñable reactivación del suyo propio, reportando considerables beneficios. Ya desde el siglo XIII se veneraban en el monasterio diversos objetos que se suponían de su pertenencia.
Tras la desaparición del abad Sisebuto y hasta fin de siglo, se sucedieron una serie de aba des de muy corto mandato. El primero de ellos, Pedro (1086-1088), fue elevado a la dignidad episcopal de Compostela durante el Concilio de Husillos, tras la deposición del hasta entonces titular, Diego Peláez. En 1090, bajo el gobierno del abad Pedro (1086-1088), el monarca donó el monasterio de Santa Olalla de Cabuérniga (Cantabria). Del volumen de la expansión alcanzada durante este siglo dan idea los 39 establecimientos religiosos que fueron incorporados.
En contraste con otros monasterios como Oña, Arlanza o Silos, durante la primera mitad del siglo XII Cardeña detuvo su hasta entonces continua expansión territorial, a la que seguiría un precoz y prolongado declive económico. De hecho, la comunidad se limitó a conservar y defender los bienes y derechos ya adquiridos. En adelante, sus intereses se redujeron a un área muy limitada, optando por los beneficios que pudieran derivarse de su proximidad a la ciudad de Burgos. Relegando el ansia expansiva, se llevó a cabo una política patrimonial eminente mente defensiva.
Durante los desórdenes civiles quedó dentro del área de dominio del Alfonso I de Aragón. En este período hay que referirse al abad Pedro Virila (ca.1103-ca.1125), de cuyo gobierno desgraciadamente sabemos muy poco. Debemos suponer que con él, una vez superada la crisis, debió reactivarse, hasta cierto punto, la actividad económica del monasterio, haciendo así posible la prosecución del proceso constructivo. En este sentido, su inscripción funeraria le responsabilizaba de las fábricas de dos casas monásticas: Nuestra Señora de la Piscina y el monasterio de su propio nombre.
No es mucho más lo que conocemos sobre la trayectoria del centro durante el abadiato de Domingo II (ca.1125-1140); prácticamente sólo que Alfonso VII entregó la iglesia de San Andrés de Granadera. Más interesante resulta un acontecimiento ligeramente posterior, que pone de manifiesto la decadencia alcanzada por el otrora pujante monasterio. En agosto de 1142 el propio emperador ordenaba su anexión al de Cluny, coincidiendo con la estancia de Pedro el Venerable en la península Ibérica. Con esta donación, Alfonso VII quedaba liberado de la gravosa carga que suponía el censo anual, instituido por su bisabuelo Fernando I. Como ha señalado Bishko, e igual que sucediera una década antes respecto a Sahagún, es difícil imaginar que Pedro el Venerable presintiera alguna viabilidad al proyecto de anexión. Así, la dependencia de Cardeña –convertido en sumiso priorato– con respecto a Cluny no debió sobrepasar los cuatro años, ya que, según señala Berganza, la antigua comunidad, encabezada por el abad Martín de Cobiellas (1140-1151), se resistió al nuevo destino impuesto, que pasa ba por la pérdida de su tradicional autonomía. Una bula de Eugenio III obligó a los cluniacenses a abandonar Cardeña, aunque, según señala el Cronicón del monasterio, despojaron la casa, llevándose el tesoro litúrgico. De esta forma, Cardeña no llegó a figurar en ninguna de las actas conservadas de la abadía borgoñona.
El abad Martín viajó a Roma, no pudiendo conseguir una entrevista con Lucio II por su inesperado fallecimiento. En 1145, en el primer año del pontificado de su sucesor, el cisterciense Eugenio III, las revueltas que asolaban Roma obligaron al Papa a ausentarse de la ciu dad. Un año después, tras justificar que seguía la observancia benedictina según las constituciones cluniacenses, consiguió el apoyo del Pontífice y regresó a Castilla, dejando un monje en Roma para proseguir la causa. Según el Cronicón del monasterio la ocupación cluniacense tan sólo duró tres años y medio; es decir, desde agosto de 1142, en que se realizó la entrega, hasta comienzos de 1146. A pesar del apoyo regio, los despachos del Pontífice consiguieron que los cluniacenses se vieran obligados a abandonarlo, aunque seguramente lo consideraron ilegítimo y, como compensación, se llevaron el tesoro monástico.
Aunque en 1150 el monasterio obtuvo del Pontífice la dependencia directa de la Santa Sede, eludiendo, de esta forma, la intromisión del obispo de Burgos, la realidad fue otra. El pleito con Cluny aún duró algún tiempo –hasta, al menos, los comienzos de la década de los sesenta–, debido a la intervención del obispo Pedro Pérez (1156-1181), que medió en favor de la abadía borgoñona. Durante una visita a Cluny, en 1157, confirmaba la teóricamente derrogada donación, sí bien con matices a su favor, e igualmente en 1163. Con la muerte del prelado los intentos debieron cesar y en 1190 Alfonso VIII confirmaba los privilegios otorga dos por sus antecesores, sin mentar en ningún momento a la orden cluniacense.
El tránsito de los cluniacenses por Cardeña ha quedado registrado en dos documentos. Por un lado, un testimonio de la gestión territorial del dominio: la falsificación de un diploma, fechado en 1045, en el que Fernando I afirmaría la potestad del abad del monasterio sobre los moradores de algunos lugares próximos. Se ha puesto de relieve el desconocimiento de la realidad hispánica, que queda patente a lo largo todo su desarrollo. Por otro, como más adelante analizaremos, algunos restos del conjunto claustral.
El monasterio no fue en absoluto ajeno a la alterada situación que se derivó de la mino ría de edad de Alfonso VIII. De hecho, sabemos que durante el conflicto del reino castellano con Navarra (1163-1179), a causa de su ubicación en la vía principal de penetración de tropas, sufrió el embate del ejército invasor. A partir del último cuarto del siglo XII la situación se había normalizado, ya que es entonces cuando, presumiblemente, financia la denominada Biblia de Burgos y un Beato en los que se perciben los alientos de la miniatura inglesa.
Durante el siglo XIII el declive del monasterio se acentúa. A la drástica disminución de donaciones se unió la amenaza que supuso una continua intromisión sobre su dominio, por las poblaciones de su entorno y las diversas instituciones religiosas. Significativamente, hasta comienzos del XIV se suceden las confirmaciones regias de antiguos derechos. Fue entonces cuando debió cobrar especial desarrollo el aparato mítico, que acabaría entremezclándose con su realidad histórica.
Durante la primera mitad del siglo XIV se encontraba en una difícil situación económica, dominada por el endeudamiento. De hecho, mientras que hasta 1329 recibían rentas de cien to ochenta y nueve lugares, a partir de 1338 se habían reducido a ochenta y uno.
Un año antes de su muerte, Enrique IV (1454-1474) restituía la cantidad que el monasterio le había prestado tanto a él como a su padre, Juan II (1406-1454), y otorgaba un documento elaborado por la comunidad en el que se reconocían como ciertas todas y cada una de sus tradiciones: fundación por la mujer de Teodorico, primer monasterio benedictino, muerte de los doscientos monjes por el rey Zepha. Este certificado de autenticidad fue una justificación más para la concesión de crédito a la tradición, por parte de las diversas elaboraciones históricas posteriores. Tres años más tarde Fernando e Isabel ratificaban ese documento.
Después de un período de decadencia, en 1502 el monasterio ingresó en la Congregación de Valladolid. Algunos años antes, la visita de Isabel la Católica (1496) había puesto en evidencia la falta de gobierno, a causa de la residencia de su abad en Sevilla como inquisidor general. En 1592 llegaba Felipe II, centrando buena parte de su atención sobre las reliquias del Cid, depositadas por orden de Carlos I en lugar preferente, en medio de la capilla mayor. Sólo Carlos II consideró impropio encontrar a los condes castellanos desplazados por alguien a quien consideraba advenedizo.

Monasterio de San Pedro de Cardeña
Los restos románicos que se conservan en el monasterio son muy escasos. Se limitan a la torre de la iglesia, una arquería del claustro y algunos restos materiales descontextualizados. Hay que tener en cuenta que el conjunto monumental experimentó profundas reformas en época moderna.
Las primeras intervenciones sobre el claustro remontan al abadiato de Juan de Mecerreyes (1351-1356) período en el que se realizaron dos nuevas galerías.
Pero no sería hasta el siglo siguiente cuando el abad Fernando de Belorado (1430-1446) puso en marcha una importante remodelación, que afectaría al conjunto de forma íntegra y que tenemos bastante bien documentada. Dicha intervención–que precedió en pocos años a la sustitución de la iglesia consistió en la construcción de un claustro tardogótico “de paredes de piedra y armadura de madera”. La voluntad de remplazar la iglesia obligó a que las obras se detuvieran, dejando tan sólo concluida una de las pandas.
El promotor de esta renovación del templo fue el abad Pedro de Burgo (1446-1447). Para poder costear el ambicioso proyecto realizó un viaje a Roma, donde obtuvo de Eugenio IV una bula de indulgencias. Con su nombra miento como abad del monasterio de Sahagún (1448 1467), las obras continuaron –aunque ralentizadas cobrándose las limosnas destinadas a su prosecución. Como decíamos de la iglesia románica tan sólo se conservó la torre de campanas. En 1450 ya estaba prácticamente construida y hacia esta fecha se procedió a consagrarla, con idéntica dedicación a los santos Pedro y Pablo, y celebrar la primera misa. Sin embargo con el alejamiento del abad promotor del monasterio y la falta de fondos, el proyecto final no pudo rematarse y se prescindió de construir los dos últimos tramos. Finalmente, en 1458, siendo abad Diego Ruiz de Vergara (1457-1488), pudieron rematarse los trabajos. Paralelamente se proseguían las obras en el claustro, auspiciadas por el abad Juan Fernández (1448 1457). Años después, en 1499 comenzó a construirse un sobreclaustro concluido bajo el gobierno de fray Juan López de Belorado (1513-1523) quien realizó otras mejo ras en el monasterio; entre otras rematar la torre de la iglesia con el chapitel que aún se conserva, ampliar el tesoro y concluir los dos claustros altos. A comienzos del siglo XVII el Pontífice reconocía el martirio de la comunidad del siglo IX, posibilitando el culto público. Con el apoyo eco nómico de Felipe III, la única galería románica subsistente se convirtió en santuario. No mucho después –durante el gobierno de Juan de Salazar (1617-1621)–, la vieja sala capitular fue transformada en sacristía y ya en la segunda mitad del siglo se inició la remodelación del claustro tardogótico por el ala norte. Este nuevo conjunto herreriano respetó la “capilla de los mártires”, que fue aislada del patio exterior por la galería meridional. Asimismo se renovó el refectorio, el noviciado y la librería. En noviembre de 1679 visitaba el monasterio Carlos II, a quien se mostró la vieja panda románica, ya convertida en panteón-reliquia.
A fines de este siglo los restos románicos conservados debían ser ya escasos.
En el XVIII nuevas iniciativas constructivas dejaron el monasterio en el estado actual. Ya a comienzos del XIX, en 1808, las tropas francesas expoliaron el conjunto monástico, profanando el panteón funerario y causando una primera ruina. No mucho después, el Trienio Constitucional trajo consigo un segundo abandono, fruto del cual empeoró su ya lamentable situación. Desde 1824 comenzaron las labores de restauración. El mal estado de la iglesia obligó a que la comunidad realiza ra los oficios en la “capilla de los Mártires”. En 1835 el decreto desamortizador volvía a sumirlo en una degradación, ya imparable.
Desde entonces, y hasta después de la Guerra Civil, el monasterio entró en un largo y acusado proceso de deterioro. La consecuencia fue la ruina de los edificios y la pérdida de una buena parte de su biblioteca; el resto se dispersó. Esta situación tan sólo se detuvo, intermitentemente, por el paso de diversas órdenes religiosas. En 1933, dos años después de haber sido declarado Monumento Histórico-Artístico, el arzobispado de Burgos cedió el monasterio a la comunidad cisterciense de San Isidoro de Dueñas. La Guerra Civil imposibilitó el proyecto y el conjunto monástico acabó convertido en campo de concentración. Definitiva mente, en 1941 un grupo de monjes de Dueñas se trasladó a Cardeña, haciéndose cargo y habilitando el monasterio, que cinco años después se independizaba de la casa madre. Desde entonces se han ido sucediendo diversas obras de restauración, que culminaron con la reinauguración del templo en 1950.
Como ya señalamos, del templo románico no queda más que la torre y la documentación conservada nada señala al respecto. Teniendo en cuenta la importancia del monasterio durante la mayor parte del siglo X, hay que suponer que contaría con una iglesia llevada a cabo con un léxico prerrománico y una ejecución de calidad. No pode mos ir más allá y la esperanza de obtener algún aval arqueológico quedó disipada tras las últimas excavaciones realizadas (junio 1991), que ofrecieron un desolador y definitivo balance. El único documento en el que se hace alusión a las diferentes iglesias de Cardeña y al que ya se ha hecho alusión, data de 1473 y fue otorgado por Enri que IV. En el se dice: “...el qual dicho Monesterio por ser vicio de Dios, E por la memoria de los que alli están sepultados, el Rey D. Juan mi Señor, E mi padre de gloriosa memoria, E yo, fuimos causa de su tercera reedificacion de nuevo...”. Concretamente este testimonio pondría de manifiesto la idea que la comunidad monástica de Cardeña, desgraciadamente de muy poco crédito, tenía de su iglesia. Es decir, habría una primera edificación que fue renovada en una sola ocasión; tratando de aplicar su razonamiento, debemos suponer que tras la destrucción de que fue objeto tras el martirio de los monjes. Además, dado el objetivo último del diploma no parece sino lógico que de este modo se tratara de magnificar la antigüedad del templo y a su vez subrayar el gesto del rey Enrique al apoyar una renovación cuyo último referente se encontraba en la más mitificada época de la institución monástica.
Tampoco podemos ir muy lejos al tratar de concretar la realidad material del templo románico. Su temprana sustitución nos ha privado de un primordial testigo para la interpretación de las primeras manifestaciones románicas castellano-leonesas. Hay que tener en cuenta que el cenit económico alcanzado por el monasterio a lo largo del tercer cuarto del siglo XI debió traducirse en una renovación arquitectónica de envergadura. Según parece, la construcción de un nuevo edificio se debió al mal estado del románico. Berganza apunta que la anómala ubicación de la iglesia tardo gótica, al mediodía de las dependencias, cuando lo ortodoxo era su disposición al norte de las mismas, se debía a que se asentaba sobre la antigua. La torre, “lo único que quedó de la iglesia antigua”, fue aprovechada integrándose en la iglesia para lo cual en su parte inferior se dispuso una capilla dedicada, al igual que el propio ábside de la epístola, a San Benito. De hecho la documentación del monasterio nos per mite saber que las advocaciones de los tres ábsides del templo románico eran: Nuestra Señora (evangelio), San Pedro (central) y San Benito (epístola). El templo del siglo XV rebasaba ampliamente al precedente en anchura, concretamente hacia el lado meridional, ya que se adaptó al muro norte, frontero con el claustro de los Mártires.
Planta general
 
Planta del claustro
 

A través de la torre podemos tratar de aproximarnos levemente al templo desaparecido. Se trata de un cuerpo cuadrado de 27 m de altitud, con seis niveles, señalados por igual número de ventanas. Los dos primeros, de abajo arriba, los conforman sendos estrechos vanos en aspillera, de los que sólo percibimos los del lado sur. El tercero presenta ventanas con columnas y arquivoltas en sus lados sur, este y oeste. Esta última es visible desde el interior del templo, ya que el transepto tardogótico absorbió todo este lado. El cuarto nivel cuenta con ventanas geminadas en estos mismos tres paramentos, aunque la del occidental queda oculta bajo la cubierta del transepto. El quinto nivel, añadido a los otros, como muestra un simple análisis paramental, incluía al menos dos vanos. El sexto y último, asimismo agregado a los anteriores, es el cuerpo de campanas, que se abre en sus cuatro lados.
En 1908 Juan Menéndez Pidal, entonces gobernador civil en Burgos, dio a conocer la verdadera dimensión de esta torre. Hasta entonces, a pesar del testimonio de los cronistas, se consideraba, al menos en su mayor parte, obra coetánea al templo del siglo XV. Colaboraba en ello el sobrecuerpo que se le añadió, a fin de adecuarla en altura a la iglesia tardogótica, a comienzos del siglo XVI. A ello se sumaba el hecho de que, como decíamos, bajo ella se construyó una capilla. Finalmente, entre 1561-1562 se colocó un reloj.
Tras la comprobación de que existían vanos inferiores cegados, Menéndez Pidal, ayudado por miembros de la comunidad capuchina que ocupaba el monasterio en 1908, procedió a liberarlos desde el interior, pudiendo comprobar que la torre, lejos de ser gótica, pertenecía al viejo templo destruido. Ante la ausencia de indicios que pudieran hacer pensar en la existencia de un husillo, o de una escalera de fábrica en el interior, y teniendo en cuenta la miniatura del Beato de Tábara, consideró que en origen presentaría el sistema de escalera levadiza.
Sin embargo, no sería hasta 1951, una vez restaurada la iglesia y el “claustro de los Mártires”, cuando se procedió a su consolidación. Las obras consistieron en perforar hacia el exterior las ventanas de los paños oriental, meridional y occidental. En el quinto de los niveles –bajo el cuerpo de campanas–, perteneciente a una primera ampliación, todavía de época románica, aparecieron dos vanos, uno de ellos con restos de decoración ajedrezada; el otro, aunque debió tenerla, apareció sin rastro alguno de ella. Con un aún vigente criterio historicista y el apoyo de las evidencias existentes, se reconstruyeron ambas como geminadas –la segunda íntegramente–, introduciendo capiteles inspirados en los de la iglesia de San Pedro de Arlanza.
En función de las fuentes y de la información con temporánea, podemos concluir que la torre primitiva contaba con cuatro niveles (21 m); al no percibirse en el interior huella alguna de escalera pétrea, hemos de suponer que fue de madera.
Probablemente en la segunda mitad del siglo XII se añadiría el quinto cuerpo, con ventanas geminadas de las que tan sólo se conserva parte de la occidental.
Así permanecería hasta el siglo XV cuando, construida ya la nueva iglesia gótica, se añadió un sexto nivel para ubicar el cuerpo de campanas, así como un husillo en su lado oriental. No mucho después, a fin de aprovechar el habitáculo del primer nivel, se habilitó allí la mencionada capilla de San Benito, a modo de ábside meridional, introduciéndose además una escalera helicoidal de acceso.
Ya en época contemporánea, debido a la colocación en el presbiterio de la sillería de coro, traída desde el ex monasterio de San Juan de Ortega, se inutilizó el acceso primitivo, localizado en el muro meridional de aquél, y se realizó otro perforando la capilla. Ade más se completó la ventana occidental del último nivel románico y se reproducía otra, siguiendo sus líneas, en la cara meridional.
Como acabamos de señalar, en 1908 se inicia el estudio de la torre, apareciendo un primer trabajo monográfico.
En él, a partir del descubrimiento de las ventanas, Juan Menéndez Pidal ponía de relieve su antigüedad, llevándola a los últimos años del siglo X o comienzos del XI. Para Leopoldo Torres Balbás (1934) la torre pertenecería, como la cripta de la catedral de Palencia, a la época de Sancho el Mayor. Diez años más tarde, en un trabajo sobre la cabecera de Leire, que databan en 1057, José Gudiol y José María Lacarra relacionaron las ventanas de la torre del monasterio navarro con las realizaciones de la primera fase románica de San Pedro de Cardeña. En una conferencia inédita pronunciada en Madrid en enero de 1951, coincidiendo con la restauración del conjunto monástico y con una exposición de arte retrospectivo medieval, Manuel Gómez-Moreno consideraba su escultura como “un foco espontáneo sin par en barbarismo que no tuvo expansión”.
Dos años después, el abad Jesús Álvarez la consideraba construida entre 1040 y 1060, poniendo su escultura en relación con otros ejemplos, como San Pedro de Teverga (Asturias). De 1954 data un breve artículo en el que José Luis Monteverde trataba de realizar un esquema de los tipos del románico en la provincia de Burgos. Partiendo de la citada conferencia de Gómez-Moreno, señalaba dos focos espontáneos en los que comenzaría el románico: la torre de Cardeña y Silos. Dentro del siglo XI encuadra la torre de Cardeña (1040-1060?), los capiteles procedentes de la catedral burgalesa –fechados por Gómez-Moreno entre 1070 y 1080–, la ermita de Santa Cruz de Juarros, la cabecera de San Quirce, el ábside de Arlanza y la Puerta de las Vírgenes en Silos, cuya cronología ubicaba hacia el año 1100. Para Luciano Huidobro (1955) la desaparecida iglesia románica y la torre serían resultado de una misma campaña constructiva.
En 1956 Georges Gaillard publicaba un trabajo en torno a la escultura del siglo XI en Navarra; apuntaba en él la existencia de un románico, centrado en los reinos de Navarra y Aragón (Leire, Ujué e Iguácel) y anterior a lo que él consideraba un “arte de las peregrinaciones”. Se trataría de formas elementales, cuyas similitudes con otros ejemplos no serían sino “simples coincidencias entre dos formas embrionarias que ignoran todavía el estilo de la escultura románica”.
Entre los ecos de este trabajo nos interesa reseñar el de un segundo artículo de Monteverde. Retomando esta hipótesis, planteaba que el área de esta escultura primitiva se podía ampliar hacia el occidente de la Península, señalando como ejemplos la torre de Cardeña en Castilla y, tomando el ejemplo propuesto por dom Jesús Álvarez, la iglesia de Teverga en Asturias. Asimismo, olvidando el principio metodológico sugerido por el historiador francés, y como ya planteara años antes Gudiol, realizaba una serie de comparaciones entre las obras de Leire y Cardeña.
En 1959, José Pérez Carmona reproducía la descripción de Jesús Álvarez, señalando que se trataría de la construcción más antigua de la provincia, “probablemente de época cidiana”. Insiste en la conexión con Leire, ya apuntada por Gudiol, encontrando similitudes en edificios de un amplio espectro cronológico. Finalmente, consideraba que el penúltimo cuerpo se habría levantado en el siglo XII, aunque sus capiteles copiarían algunos temas de los primitivos.
Desde esta fecha, con frecuencia se hace mención de esta estructura en los tratados generales de arte románico.
Con frecuencia se ha venido sosteniendo que la torre habría sido construida con material reaprovechado. Si bien es cierto que en el cuarto nivel de ventanas se evidencian materiales cronológicamente divergentes, el tercero presenta una unidad incuestionable. Es muy fácil que al proceder a la ampliación de la segunda mitad del siglo XII se reparara el nivel sobre el que se iba a elevar el cuerpo tardorrománico. De hecho, algunas de las basas sobre las que se asientan los capiteles antiguos deben pertenecer a ese momento. Observamos también que una de las columnas se dispone sobre una cesta de capitel inconclusa, similar a las del claustro.
Los capiteles de los vanos correspondientes a los niveles tercero y cuarto, los dos primitivos, responden a dos tipologías distintas: de cesta troncocónica –casi cilíndrica y trocopiramidal invertida, respectivamente. En cualquier caso, su decoración ofrece los mismos planteamientos, más próxima, en principio, a las experiencias prerrománicas que a las románicas: técnica y plásticamente muy tosca, a base de motivos geométricos (espiral, triángulos contrapuestos, o simples líneas entrecruzadas), vegetales (piñas o palmetas) o figuración sumaria (aves y rostros, torpemente resueltos), tallados a bisel, incluyendo en ambos casos ábacos –de más desarrollo en altura los del tercer piso– perforados con pequeñas celdas cuadradas. Algunos de los correspondientes a los vanos geminados –cuarto nivel– conservan además sus collarinos sogueados.
A partir de la entidad institucional del monasterio y con las convenientes reservas, nos decantamos por considerar los más arcaicos que arcaizantes. En este sentido, podríamos traer a colación los capiteles de la cripta y cabecera de San Salvador de Leire. Pretender hacer de los ejemplos de Cardeña resultado de experiencias arcaizantes de fines del siglo XI–como de hecho se hizo, durante algún tiempo, con el ejemplo navarro, relacionándolo con la consagración de 1098– parece algo difícilmente sostenible. A este respecto, en 1978 Jean Cabanot fundamentó la hipótesis de Lacarra y Gudiol respecto a la adscripción de la cabecera de Leire a la consagración de 1057 con un pormenorizado análisis escultórico. Consideraba que cripta e iglesia superior formaban un todo estilísticamente unitario.
En resumen, los capiteles de Cardeña han de sumarse al resto de ejemplos que se han utilizado para subrayar la existencia, en el tercer cuarto del siglo XI, de una escultura absolutamente ajena a la vitalidad que se alcanzaría tan sólo unas décadas más tarde. La no asimilación del nutrido léxico ornamental de fines del XI, no obliga a considerarlos fruto de una experiencia retardataria, sino más bien, como en Leire o Teverga, obras de un tramo cronológico inmediatamente anterior. La proximidad a la ciudad de Burgos y, sobre todo, el mencionado potencial económico del monasterio desde mediados del siglo XI, apuntan a esta valoración.







Todo lo dicho hasta ahora nos lleva a considerar, no sin mantener un razonable margen de cautela –debido a los escasos datos que poseemos– que es factible la posibilidad de una iglesia prerrománica en Cardeña, a mediados del siglo XI. Como veremos, la asociación de ese presunto edificio con la torre que, como hemos señalado, incorpora escultura monumental, permite que consideremos la posibilidad de que la iglesia también lo hiciera. Como hemos visto, el abadiato de Sisebuto, especialmente en su prime ra fase, es decir entre 1056 y 1065, se caracterizó por representar el mayor auge económico alcanzado por Car deña a lo largo de la Edad Media. Efectivamente, puede decirse que, junto a Arlanza, fue el monasterio castellano más favorecido por Fernando I, alcanzando una cota de apogeo jamás conseguidas ni antes ni después.
Ya en el siglo XII este edificio pudo experimentar alguna intervención renovadora cuyo alcance obviamente se nos escapa. Existen algunos datos que permite suponer esta posibilidad: el primero, indirecto, se remonta a la época del abad Domingo II (ca.1126-1140), cuando el noble Miguel Pérez de Cardeñajimeno y doña Juana entregaban dos frontales de altar. Por el segundo, poco preciso, sabemos que en una fecha desconocida del abadiato de Martín de Cobiellas (1140-1151) Alfonso VII concedía el lugar de Carcedo para la fábrica de la iglesia. Este período coincide, en sus años centrales, con la esporádica y conflictiva ocupación cluniacense (1142-1146) durante la cual parece que se procedió a renovar el recinto claustral.
Afortunadamente, las sucesivas intervenciones sobre el ámbito claustral nos permiten realizar una mínima reconstrucción de su morfología topográfica, a partir de algunas superestructuras de época románica, liberadas del enfosque.
Al margen de los restos subsistentes –la arque ría románica y el acceso de la sala capitular–, de las diversas dependencias tan sólo contamos con un dato puntual, ya adelantado: durante el gobierno de Pedro II (1086 1088) el noble Pedro de Uz costeó la edificación de un refectorio. Quizá fuera éste el sustituido en el curso de abadiato de fray Juan de Balbas (1419-1422), cuando sabemos que se llevó a cabo uno nuevo, sobre el que más tarde se dispondría un dormitorio.
Sin embargo, las diferentes pandas muestran testigos más que evidentes de las sucesivas remodelaciones, que en algunas zonas respetaron los muros primitivos y algunos vanos. Es de advertir, en primer lugar, el fuerte condicionamiento topográfico que supuso la ubicación del monasterio en una ladera, dando como resultado un gran des equilibrio norte-sur. Precisamente partiendo de los vanos que perviven, podemos comprobar que, de más a menos, son constatables al menos tres niveles o cotas: el del templo –elevado aún más durante la construcción del tardo gótico–, el de la mitad meridional de la panda del capítulo y panda meridional o de la iglesia y, finalmente, el de la mitad septentrional de la del propio capítulo, que debía resultar coincidente con la panda del refectorio.
A pesar de las sucesivas intervenciones experimentadas–al menos tres–, el llamado “claustro de los Mártires” se mantuvo como testimonio del histórico, pero mitificado, acontecimiento. Para ello debió irse conformando, continuadamente desde fines del siglo XII, todo un corpus legendario al que ya se ha hecho alusión. Por el privilegio de Enrique IV, fechado en 1474, sabemos que ya entonces estaba vigente la tradición que situaba un milagro en el claustro. Según ella, durante algún tiempo, cada año y en el día del martirio, del pavimento del ala románica del claustro –supuesto testigo de la matanza– brotaba sangre.
El suceso sería reconocido por el Pontífice durante el segundo abadiato de fray Gaspar de Medina (1601-1604), para lo que no se reparó en gastos. Con el apoyo económico de Felipe III, la galería románica se convirtió en santuario, tabicándose las arcadas y compartimentando su desarrollo longitudinal en tres partes, dejando la central–frente al acceso del templo– para ubicar la capilla. Una bóveda de ladrillo, colocada en el centro, permitía elevar el piso de aquélla, salvando el acusado desnivel respecto a la iglesia. Se colocó el altar orientado al norte, que cegaba algunos capiteles y en las cámaras laterales se respetó el viejo pavimento y, por lo tanto, el desarrollo completo de las arquerías, quedando a modo de oscuras criptas-santuario sin acceso. Tan sólo podían contemplarse a través de sendas puertas laterales, abiertas en la capilla central, con siguiéndose así un ambiente impactante en torno a la escenografía del martirio. La cámara oriental, más pequeña, quedaba conformada por las arquerías más orientales y por parte de las ventanas meridionales del ala capitular. El 6 de agosto de 1603 se celebró la primera conmemoración litúrgica. Dos años después, Felipe III y Margarita de Austria asistieron a la fiesta conmemorativa.
El resultado estético del claustro, con una de las pandas cegada, debía ser inadecuado y por ello, como reseñábamos al comenzar este epígrafe, a mediados del mismo siglo XVII, por iniciativa del abad Juan de Agüero (1657 1661), el conjunto claustral tardogótico se comenzó a demoler con la abierta oposición de la comunidad. Tan sólo se respetó la capilla, delante de la cual se colocó, en 1669, la galería meridional, cuyas bóvedas apoyaban en el muro exterior de las arcadas románicas.
La historiografía del arte ha sido excesivamente parca con los restos del claustro y de la sala capitular; sobre todo en los últimos años, los especialistas han obviado su análisis sistemático, centrando su atención, especialmente, en la torre de la antigua iglesia. A mediados del siglo XIX el Diccionario de Pascual Madoz recogía una tradición según la cual, por tratarse de los restos visibles más antiguos, se hacían remontar a los legendarios días en que se fundó el monasterio, durante el siglo VI, considerando la arquería como el único ejemplar de aquella época conservado en España, tras las devastaciones musulmanas.
En 1888 Rodrigo Amador de los Ríos negaba esta antigüedad, situándolas en época románica. Más tarde, en 1908, Juan Menéndez Pidal daba a conocer la realidad material de la arquería en un muy pormenorizado trabajo que incluía las primeras fotografías de los restos medievales. Condicionado por la tradición que hacía de la galería coetánea del martirio, la hacía remontar “cuando menos, á la fecha en que Alfonso el Magno repobló la comarca” (ca. 900). Sin embargo, desvinculándolo del claustro y a la luz de los arcos apuntados que lo constituyen, situaba la realización del acceso a la sala capitular en la segunda mitad del siglo XII o comienzos del XIII. Para tal afirmación se apoyó en una inscripción funeraria muy destruida, situada en el machón meridional, donde la lectura del nombre de Michael le llevó a identificarlo con uno de los dos abades que dirigieron los destinos del monasterio en ese período.
Este mismo año Vicente Lampérez situaba el claustro a fines del siglo XI o comienzos del siglo XII, apuntando, finalmente, la existencia de reformas en los siglos siguientes. Sin embargo, dejaba abierta la posibilidad de que los capiteles pertenecieran en realidad a una construcción del siglo IX, siendo posteriormente reutilizados.
Para Narciso Sentenach (1921), la portada de la sala capitular no se remontaría sino a comienzos del siglo XIII. En los años cincuenta llegaba la opinión más ponderada, cuando el entonces abad del monasterio, dom Jesús Álvarez, se refería a la galería como construida tras una importante reparación experimentada en el siglo XV, en el momento de levantarse la actual iglesia. Los capiteles más antiguos pertenecerían a otro claustro anterior, que situaba, certeramente, a mediados del siglo XII. En cuanto a la sala capitular, a causa de su arco apuntado de acceso, aún la desligaba de la campaña de las arcadas claustrales, fechándola en el siglo XIII.
Finalmente, en 1959 José Pérez Carmona señalaba, de modo sumario, la particularidad de la alternancia de “dovelas rojizas y blancas, ofreciendo un aspecto semejante al de los arcos de la Mezquita de Córdoba”. En cuanto a la cronología, indicaba que la construcción podía remontarse a la segunda mitad del siglo XII.
Sala Capitular. Portada

Como ya se ha referido en otro lugar, las arcadas y puerta de la sala capitular, así como la galería claustral de la iglesia, presentan una clara filiación borgoñona. La ocupación del monasterio por parte de monjes cluniacenses entre 1142 y ca.1145 ha de ser el momento en que habría que situar cronológicamente este interesante testimonio escultórico. Lamentablemente no tenemos sino un conocimiento muy limitado de los claustros borgoñones. El de la iglesia pleno  rrománica de Cluny (la llamada Cluny III) fue realizado entre 1120-1130 en detrimento de la nave del templo primitivo. Otros como los de Vézelay o Paray-le-Monial tam bién han desaparecido y tan sólo a través de sus fragmentos puede tenerse cierto conocimiento de su realidad.
La articulación del claustro castellano participa de algunos de los rasgos más definitorios de estos conjuntos. Si bien las arcadas, tradicionalmente decoradas con perlas en los fragmentos de aquéllos, se perfilan con una absoluta desornamentación. Por otro lado, el recurso clásico de introducir medallones o rosetas en las enjutas es una solución utilizada, con relativa frecuencia, en las galerías claustrales desde el siglo XII. Las arquitecturas borgoñonas lo incorporan de forma sistemática y constante como medio de articulación, esculpiendo, fundamentalmente, flores.
En lo que respecta a su planificación, hay que señalar que el hecho de prescindir de columnas pareadas no tiene parangón en este momento en el contexto castellano-leonés conocido. Así, únicamente se introducen en los extremos de la galería –tan sólo subsiste uno de ellos–, y en las ventanas de la sala capitular. Los ejemplos conservados, a excepción de los restos del claustro de la catedral de Hues ca, se encuentran en la zona catalana. Concretamente en el Rosellón es bastante frecuente esta tipología claustral durante el segundo cuarto del siglo XII, como evidencian los de Cuxá o el de Espira de l’Angly, ambos trasladados a Estados Unidos. Este último incorpora el mismo efecto dinamizador que vemos en Cardeña, la bicromía en las dovelas, recurso utilizado también en la basílica borgoñona de Vézelay.
Los capiteles –con excepción de cuatro de ellos, pertenecientes a la sustitución de fines del siglo XV–, reproducen, tal como hemos dicho, modelos clásicos “corintinizantes”, que sintonizan con las recreaciones borgoñonas, y específicamente, cluniacenses, aunque con un tratamiento menos plástico.
Todos sus rasgos presentan una acusa da relación con los realizados en la cabecera de la basílica de Paray-le-Monial (Saône-et-Loire), también perceptibles en las casas de la villa de Cluny. No parece exagerado señalar que un taller procedente de la fábrica se trasladó a Cardeña y trabajó en su claustro. El final de la primera campaña constructiva de Paray, centrada en la cabecera suele situarse entre 1120 y 1130. Este autor señala como características de la escultura de esta zona una talla más lisa y una consiguiente disminución de su profundidad, perceptible también en otras obras vinculadas a este taller, que definió, asimismo, una de las últimas campañas de Cluny. En ella se reduce el número de hojas, aumentando el tamaño de cada una de ellas, y las líneas inscritas sobre y entre las hojas son más largas y numerosas.
En lo que respecta tanto a la ornamentación de las arcadas como a su propia molduración, los medallones floreados de Cardeña ofrecen una dependencia muy acusada con respecto al conjunto del repertorio floral borgoñón y, particularmente, con el alfiz de la portada septentrional de Paray, los fragmentos del cancel del coro y las conserva das en algunas de las casas románicas de Cluny.
Al igual que Paray, Cardeña reduce la figuración a la mínima expresión. Sólo un medallón figurado recrea una composición presente en uno de los capiteles de la basílica borgoñona. Concretamente, en el derecho del arco de acceso al hemiciclo de la absidiola meridional: aves enfrentadas, dispuestas de idéntica forma, aunque el escultor que trabaja en Cardeña parte del condicionamiento espacial impuesto por el propio medallón. Por otro lado, su ejecución plástica resulta similar, a pesar de las dificultades de apreciación impuestas por el desgaste experimentado en la pieza castellana. Todavía se conserva en el monasterio un fragmento figurado, parcialmente perdido, que bien pudiera estar relacionado con este mismo taller.
En suma, puede decirse que la composición de la única arcada que nos queda del claustro de San Pedro de Cardeña y los vanos de su sala capitular recrean el esquema de los conjuntos claustrales borgoñones, ejemplificado por el del palacio episcopal de Auxerre. Asimismo, sus capiteles incorporan modelos muy difundidos en el gran monasterio borgoñón y su área de influencia, encontrando su filiación concreta en el eje Cluny/Paray-le-Monial. Con una cronología difícil de precisar, no parece conflictivo situar la a partir de la ocupación por los monjes de Cluny. Si la cabecera de Paray, la portada de Cluny III y el cancel del coro de su iglesia –obras, estas últimas, puestas en conexión con los canteros de la basílica–, han sido fechadas en torno a 1130, esta fecha nos sirve como término post quem para Cardeña. A ello hay que añadir el testimonio de la presencia de una cantería cluniacense en Castilla, que ofrecen los fragmentos del frontal del refectorio de Oña, fechados en 1141.
Por último hay que reseñar la existencia de algunos fragmentos, la mayor parte pertenecientes al siglo XII. En primer lugar una cesta reutilizada como basa en una de las columnas del tercer nivel de la torre y que resulta similar a uno de las conservadas en el “claustro de los Mártires”. En segundo lugar una enjuta de entrelazos empotrada en el exterior del muro oriental semejante a otra claramente reutilizada en la arquería del claustro. Una segunda enjuta representando figuras de animales pertenece a mediados del siglo XII. Planteada en dos planos y con escaso modelado, pudo haber pertenecido al claustro. En el curso de las excavaciones de la iglesia apareció un capitel de arenisca muy sencillo con la representación de hojas lisas. Otro capitel, de fines del XII, de caliza y figurado, representa un centauro y decoración de cuatrifolias en su chaflán, ya casi imperceptibles.

Beato de San Pedro de Cardeña
A diferencia de lo que sucedía en los siglos centrales de la Edad Media, en que se valoraba de manera especial el texto de los Beatos, leído obligatoriamente bajo pena de excomunión en los monasterios en el tiempo litúrgico comprendido entre Pascua y Pentecostés, los Beatos tardíos e incluso los anteriores fueron considerados objetos de prestigio en los cenobios de nueva fundación, sobre todo por la belleza de las ilustraciones. El Beato de Cardeña presenta un exuberante colorido a base de rojos, azules, verdes, con los que se asocian rígidas planchas de oro en nimbos así como en convenciones arquitectónicas, que contribuyen a resaltar la lujuriante decoración, plenamente armonizada con el texto escrito por hábiles copistas; tal vez, como Santo Martino de León, se lamentaran de los extenuantes dolores producidos en la espalda y hombros por tan arduo y agotador trabajo. Realizado en torno a los años 1175-1185, la iluminación afecta patentes influencias del arte insular y lejanos recuerdos del arte carolingio, sobre un ostensible sustrato bizantino.
La prestigiosa finalidad antes referida constituye uno de los motivos de haber llegado a nosotros bastante bien conservado, debiéndose los destrozos y deterioro a la ignorancia y brutalidad de nuestros recientes antepasados.
El Beato de Cardeña (Pc) es el ejemplar más bello de los códices tardíos de los Comentarios al Apocalipsis del monje Beato de Liébana. Sirvió de modelo para otros códices, como el mejor conservado en la John Rylands University Library, de Manchester, y el folio suelto del Museo Diocesano de Gerona que formó parte de un códice distinto del que ahora se analiza. Las características similares, aunque no la calidad, invitan a proponer el scriptorium de Cardeña como lugar de ejecución para los tres.
Según el estudio codicológico –con encuadernación estezada, tal vez de la época del códice– realizado por E. Ruiz, el manuscrito tenía en origen 245 folios, faltando 82, no 81, como se ha propuesto al contabilizar el folio suelto del Museo de Gerona. La foliación es como sigue: [1]h. + 164 fols. + [1] h. Al cómputo de los folios originales (126) en el Museo Arqueológico Nacional, hay que añadir los 15 de The Metropolitan Museum of Art, de Nueva York, adquiridos recientemente, y los dos de la Biblioteca Here dia Zabálburu, de Madrid. Los textos de que se compone son los siguientes: I. Tablas Genealógicas (fols. 1-15), II. Commentarius in Apocalypsin (ff. 19-190), III. Explanatio in Danielem, (fols. 210-245).
En cuanto al posible número total de ilustraciones del Beato, creo poder concluir que sumaban dieciséis los Pre liminares, si bien advierto que no he contabilizado las Tablas Genealógicas, en algunas de las cuales se incluyen ilustraciones pequeñísimas, inscritas en círculos, como es el caso del rey David, setenta y siete el Comentario al Apocalipsis y doce el Comentario al Libro de Daniel. Todo ello sumaría un total de ciento cinco. Dicho número es el resultado de un análisis comparativo con el Beato Rylands y en consecuencia recomposición de las ilustraciones perdidas del Beato de Cardeña. Del conjunto de las ilustraciones quedan 35 y restos de algunas, que o bien han sido arrancadas, como el doble folio de la Lucha de la mujer y el dragón (fols. 110v-111r), o recortadas. Acompaño en la relación el nombre de cada uno de los miniaturistas, Maestro A y B, respectivamente.

I.- PRELIMINARES. 1.- Doble Arco (fol. 1r). The Metropolitan Museum. Maestro A. 2.- Cruz de Oviedo (fol. 1v.). The Metropolitan Museum de Nueva York. Maestro A. 3. Cristo en Majestad con el Tetramorfos (fol. 2r). Desaparecida. 4.- Los Evangelistas: Evangelista San Mateo entronizado y un personaje (fol. 2v). Desaparecida. Ángeles con el evangelio de Mateo (conservado parcialmente en el actual fol. 9r). Maestro A. Evangelista San Marcos entronizado y el testigo en pie (conservado parcialmente en el actual fol. 9v). Maestro A. Ángeles con el evangelio de Marcos (perdido). Ángeles con el evangelio de Lucas (perdido). Evangelista San Juan entronizado y el testigo (perdido). Ángeles con el evangelio de San Juan (perdido). 5. Tablas Genealógicas: Genealogía Adán y Eva (fol. v). Desaparecida. Presumiblemente Maestro A. Continuación de la Genealogía de Adán y Eva (fol. r). Desaparecida. Genealogía de Noé (fol. v). Desaparecida. Genealogía de Sem (fol. 10r), actual fol. 2r. The Metropolitan Museum. Genealogía de Tara (fol. 10v), actual fol. 2v. The Metropolitan Museum.
Genealogía de Abraham, actual fol. 3r. Museo Arqueológico Nacional. Maestro A. Genealogía de Isaac, actual fol. 3v. Museo Arqueológico Nacional. Genealogía de Jacob y Lía, actual fol. 4r. Museo Arqueológico Nacional. Genealogía de Raquel, actual fol. 4v. Museo Arqueo lógico Nacional. Continuación de la genealogía de Raquel, actual fol. 5r. Museo Arqueológico Nacional. Genealogía de David, actual fol. 5v. Museo Arqueológico Nacional. Maestro A. Continuación de la Genealogía de David, actual fol. 6r. Museo Arqueológico Nacional. Ascendencia de los padres de Cristo, actual fol. 6v. Museo Arqueológico Nacional. 6.- Anunciación/Epifanía (fol. 15r), actual fol. 7r. The Metropolitan Museum. Maestro A. Inscripción en forma de cruz (fol. 15v), actual fol. 7v. The Metropolitan Museum. 7.- Fábula del águila y la serpiente (fol. 8r). Desaparecida. Retrato de los comentadores del Apocalipsis. Desaparecida.
Fol. 3v. Tablas Genealógicas, Sacrificio de Isaac. Museo Arqueológico Nacional. Madrid
Cristo en Majestad con ángeles
La Cruz de Oviedo arranca desde el Cordero, un ángel, símbolo de San Juan lo señala.
 

II.- APOCALIPSIS. 1.- San Miguel Arcángel. Desaparecida. 2.- León. Desaparecida. 3.- Inicial S, actual fol. 19v. Museo Arqueológico Nacional. 4.- Dios entrega el Libro al Ángel y éste a Juan (Storia: Ap 1, 1-6), fol. 20 r. The Metropolitan Museum. Maestro B. 5.- Aparición de Cristo en la nube (Storia: Ap 1, 7-11), actual fol. 22r. Museo Arqueológico Nacional. Maestro B. 6.- El encargo a Juan para que escriba la Revelación (Storia: Ap 1, 10-20). Existió ilustración en el actual fol. 24r, perdido, pues el tema se indica en fol. 23v. 7.- Inicial E, actual fol. 31v. Museo Arqueológico Nacional. 8.- Apostolado. Desaparecida. 9. Mapa mundi (fol. 34v-35r). Desaparecida. 10.- Las cuatro bestias del Libro de Daniel (Dan 7, 3-10). La estatua con cabeza de oro (Dan 2, 31-46). Desaparecida. 11.- La mujer sobre la bestia (Ap 17, 3). Desaparecida. 12.- El mensaje de la Iglesia de Éfeso (Storia: Ap 2, 1-7), actual fol. 41r. Museo Arqueológico Nacional). Maestro B. 13.- El mensa je de la Iglesia de Esmirna (Storia: Ap 2, 8-11), actual fol. 44v. Museo Arqueológico Nacional. Maestro B. 14.- El mensaje de la Iglesia de Pérgamo (Storia: Ap 2, 12-17), actual fol. 48v. Museo Arqueológico Nacional. Maestro B. 15.- El mensaje de la Iglesia de Tiatira (Storia: Ap 2, 18-29), actual fol. 51v. Museo Arqueológico Nacional.
Maestro B. 16.- El mensaje de la Iglesia de Sardes (Storia: Ap 3, 1-6), fol. 55r. The Metropolitan Museum. Maestro B. 17.- El mensaje de la Iglesia de Filadelfia (Storia: Ap 3, 7-13), fol. 58v. The Metropolitan Museum. Maestro B. 18.- El mensaje de la Iglesia de Laodicea (Storia: Ap 3, 14 22), actual fol. 63r. Museo Arqueológico Nacional. Maes tro B. 19.- El Arca de Noé. Desaparecida. 20.- Visión de Dios en el cielo y los veinticuatro ancianos (Storia: Ap 4, 1-6). Desaparecida. 21.- La adoración del Cordero (Storia: Ap 4, 6-5, 14). Desaparecida. 22.- Apertura de los cuatro primeros sellos (Ap 6, 1-8). Desaparecida. 23.- Apertura del quinto sello [las almas de los mártires] (Ap 6, 9-11), fol. 76r. The Metropolitan Museum. Maestro B. 24.- La apertura del sexto sello [La caída de las estrellas (Storia: Ap 6, 12-17). Desaparecida. 25.- Los cuatro ángeles frenando los cuatro vientos (Storia: Ap 7, 1-3), actual fol. 81r. The Metropolitan Museum. Maestro B. 26.- El Cordero adorado por ángeles, mártires y bienaventurados (Storia: Ap 7, 4-12), actual fol. 82. Colección Heredia Spínola, Madrid. Maestro B. 27.- La metáfora de la palme ra, actual fol. 92r. Museo Arqueológico Nacional. Maestro A. 28.- Aparición de los siete ángeles con las siete tubas ante el trono del Señor (Storia: Ap 8, 2-5). Desaparecida, pero indicada en el texto en el actual fol. 93v; la miniatura iría en el actual fol. 94r. 29.- El ángel de la primera trompeta (Ap 8, 6-7), actual fol. 95v. The Metropolitan Museum. Maestro A. 30.- El ángel de la segunda trompe ta: el monte en llamas arrojado al mar (Storia: Ap 8, 8-9), actual fol. 96r. Museo Arqueológico Nacional. Maestro A. 31.- El ángel de la tercera trompeta: la estrella grande ardiendo (Storia: Ap 8, 10-11), actual fol. 96v. Museo Arqueológico Nacional. Maestro A. 32.- El ángel de la cuarta trompeta: el eclipse (Ap 8, 12-13), actual fol. 96 bis v. The Metropolitan Museum. Maestro A. 33.- El Ángel de la quinta trompeta (Storia: Ap 9, 1-6), actual fol. 100r. The Metropolitan Museum. Maestro A. 34.- El ángel del abismo y las langostas infernales (Storia: Ap 9, 7-12). Desaparecida. 35.- El ángel de la sexta trompeta: los ángeles del río Éufrates (Storia: Ap 9, 13-16), actual fol. 100v. The Metropolitan Museum. Maestro A. 36.- Los caballos de fuego y sus jinetes (Storia: Ap 9, 17-21). Desaparecida. 37.- San Juan recibe el libro para ser comido y la vara para medir el templo (Storia: Ap 10, 1-11, 2). Desaparecida. 38.- Los dos testigos: Enoch y Elías (Storia: Ap 11, 3-8), actual fol. 104. Colección Heredia-Spinola, Madrid.
Maestro A. 39.- El Anticristo da muerte a los dos testigos (Storia: Ap 11, 7-10), actual fol. 106r. Museo Arqueológico Nacional. Maestro A. 40.- La ascensión al cielo de los dos testigos (Storia: Ap 11, 11-14), actual fol. 107r. Museo Arqueológico Nacional. Maestro A. 41.- La séptima trompeta (Storia: Ap 11, 15), actual fol. 108v. The Metropolitan Museum. Maestro A. 42.- El Templo con el Arca de la Alianza y la bestia que surge del abismo (Storia: Ap 11, 19). Cortada. 43.- La lucha de la serpiente contra el hijo de la mujer (Storia: Ap 12, 1-18), actuales folios 110v-111r. Desaparecida casi en su totalidad. Maestro A. 44.- El reino de la bestia de las siete cabezas (Storia: Ap 13, 1-10). Desa parecida. 45.- La bestia de la tierra (Storia: Ap 13, 11-17). Perdida la miniatura en el actual folio 118r; 46.- La raposa y el gallo, actual fol. 119v. Desaparecida. 47-48.- Tablas del Anticristo (Ap 13, 18), fol. 123v, The Metropolitan Museum y fol. 124r. Museo Arqueológico Nacional, arrancada la mayor parte. 49.- La adoración del cordero sobre el Monte Sión (Storia: Ap 14, 1-5). Desaparecida. 50.- El Ángel con el Evangelio eterno y la caída de Babilonia (Storia: Ap 14, 6-13). Desaparecida. 51.- El lagar de la cólera de Dios (Storia: Ap 14, 14-20). Desaparecida. 52. Los siete ángeles y las siete plagas (Ap 15, 1-4), actual fol. 132r. The Metropolitan Museum. Maestro A. 53.- Los siete ángeles de las plagas salen del templo (Storia: Ap 15, 5-8). Desaparecida. 54.- El mandato a los siete ángeles para que derramen las siete copas (Ap 16, 1). Desaparecida. 55.- El primer ángel derrama su copa sobre la tierra (Storia: Ap 16, 2), actual fol. 135r. Museo Arqueológico Nacional. Maestro A. 56.- El tercer ángel derrama su copa: los ríos se convirtieron en sangre (Storia: Ap 16, 4-7), actual fol. 135r. Museo Arqueológico Nacional. Maestro A. 57.- Cuarto ángel derrama su copa sobre el sol (Storia: Ap 16, 8-9), falta miniatura, cortada en el actual fol. 135v. Museo Arqueológico Nacional. 58.- El quinto ángel derrama su copa sobre el trono de la Bestia (Storia: Ap 16, 10 11). Desaparecida. 59.- El sexto ángel derrama su copa sobre el Éufrates (Storia: Ap 16, 12). Desaparecida. 60. Los espíritus inmundos, como ranas (Storia: Ap 16, 13 16). Desaparecida. 61.- El séptimo ángel derrama su copa sobre el aire: relámpagos, truenos, terremoto y granizo (Storia: Ap 16, 17-21). Desaparecida. 62.- La gran mere triz de Babilonia y los reyes de la tierra (Storia: Ap 17, 1 3). Desaparecida. 63.- La mujer sentada sobre la bestia escarlata (Storia: Ap 17, 3-13). 64.- El triunfo del cordero sobre el seudoprofeta, el dragón y la bestia (Storia: Ap 17, 14-18). Museo Arqueológico Nacional, conservado sólo el ángulo superior derecho, actual fol. 140v. Maestro A. 65. El fuego de Babilonia y el duelo de los reyes y mercaderes (Storia: Ap 18, 1-20). Desaparecida. 66.- El ángel arroja la rueda de molino sobre el mar (Ap 18, 21-24). Desaparecida. 67.- La adoración de Cristo en el cielo (Storia: Ap 19, 1-10). Desaparecida. Presumiblemente Maestro B. 68.- El Jinete fiel y veraz (Storia: Ap 19, 11-16). Desaparecida; 69.- El ángel en el sol (Storia: Ap 19, 17-18). Desaparecida. 70.- Triunfo del jinete sobre la bestia (Storia: Ap 19, 19-21). Desaparecida. 71.- El Ángel con la llave del abismo y el diablo encadenado (Storia: Ap 20, 1-3). Desaparecida. Presumiblemente Maestro B. 72.- Los justos entronizados que reciben el poder de juzgar y las almas de los mártires (Storia: Ap 20, 4-6). Desaparecida. 73.- El último ataque de Satanás: Gog y Magog (Storia: Ap 20, 7-9). Desaparecida. 74.- El diablo, la bestia y el falso profeta arrojados al estanque de fuego (Storia: Ap 20, 9-10). Des aparecida. 75.- El Juicio Final (Ap 20, 11-15). Desaparecida. 76.- El río de la vida que salía del trono de Dios (Ap 22, 1-15). Desaparecida. 77.- San Juan a los pies del ángel del Apocalipsis (Storia: Ap 22, 6-21). Desaparecida.

III.- COMENTARIO DE SAN JERÓNIMO AL LIBRO DE DANIEL. 1.- Babilonia rodeada de serpientes (Dan 1, 1). Desaparecida. 2.- Primera Visión: el asedio de Jerusalén y la lamentación de Jeremías (Dan 1, 1). Desaparecidas. 3.- Segunda Visión. El sueño de Nabucodonosor y la estatua de pies de barro que se rompe (Dan 2, 1-35), fol. 152v. Conservado sólo el ángulo inferior derecho. 4.- Tercera Visión. La adoración de la estatua de oro y los tres jóvenes hebreos en el horno de Babilonia (Dan 3). Miniatura desaparecida. 5. Cuarta Visión. Nabucodonosor hace vida selvática (Dan 4). Desaparecida. 6.- Quinta Visión. La cena de Baltasar (Dan 5). Desaparecida. 7.- Sexta Visión. Daniel en el foso de los leones (Dan 6). Desaparecida. 8.- Séptima Visión. La visión del anciano de muchos días y las bestias del mar (Dan 7, 2-10). Desaparecida. 9.- Octava Visión. La ciudad de Susa y la lucha del carnero y el macho cabrío (Dan 8, 1 10). Desaparecida. 10.- Daniel instruido por Gabriel sobre el significado de la visión anterior (Dan 8, 15-17). Desaparecida. 11.- Daniel queda quebrantado y se le anuncian los años de la desolación de Jerusalén (Dan 8, 27; IX, 1). Des aparecida; 12.- Undécima Visión. Daniel junto al río Tigris (Dan 10, 4-8; 12, 5-7). Desaparecida.
A pesar de la mengua sufrida por el códice, es posible formular una hipótesis en cuanto al sistema de distribución del trabajo entre los miniaturistas. Se han distribuido en cuatro grupos de folios, que se corresponden con los dos maestros. El primero de ellos, al que denomino Maestro A, es de una calidad exquisita. Domina el color y el dibujo, de una maestría inigualable. El dibujo, dotado de nervio sismo y movimiento, lo vincula al arte de códices bastan te anteriores, a diferencia del Maestro B, que se inspira en ilustraciones más cercanas a la fecha de la confección del Beato. Pero ambos tienen referencias a la miniatura anglo sajona. Los colores, aplicados generosamente, son planos y brillantes, sobre todo los rojos, azules y verdes, este últi mo con una técnica no depurada, ya que ha calado al verso. Los ocres, en cambio, no afectan superficies uniformes, sino manchadas. El Maestro B es de calidad sensible mente inferior, pero de un estilo muy personal. Se halla muy cerca del estilo de las ilustraciones de la Biblia de Bur gos, con la que coincide en la disposición de las columnillas helicoidales con éntasis, que aparecen en alguna de las Iglesias de Asia.
Los folios custodiados en el Museo Arqueológico Nacional, a donde ingresaron en condiciones lamentables en 1869, fueron sometidos a una dudosa restauración en 1975, –a la vez que el Beato de Tábara, en el Archivo Histórico Nacional–, en la cual, aunque se mejoró la conservación, sufrió algunos desperfectos irremediables para el estudio codicológico. Los folios de The Metropolitan Museum of Art fueron adquiridos en 1991 en París, al no haberse satisfecho las tasas correspondientes al Estado francés, tras el fallecimiento de la última descendiente de Marquet de Vasselot. Dichos folios, de entre los más hermosos del códice, habían sido comprados al Estado español en el siglo XIX por el entonces embajador ruso en España, Sr. Schevitch. Hubo posibilidad de recuperarlos, pues este personaje los ofreció al Estado en 1907 por el mismo importe con que fueron adquiridos por él, extremos conocidos a través de la publicación de N. Sentenach.
Es larga la tradición de representar a los evangelistas sentados bajo arcos con lujosos cortinajes. Es probable que el modelo de las miniaturas en los Beatos haya salido de las elegantes copias medievales iluminadas de evangeliarios; no en vano su figuración constituye una especie de evangeliario sintético (Evangelistas y Genealogías). Cada evangelista está entronizado y sostiene su evangelio en un rollo. Ante él se sitúa una figura de pie, nimbada como el evangelista. Se han barajado diversas hipótesis a propósito de su identificación, aunque la crítica artística no se decanta por una solución definitiva. El hecho de aparecer en códices posteriores la representación de un mensajero junto al apóstol, como es el caso de San Pablo entregando la Carta a los Colosenses a un mensajero, proporciona la hipótesis de su identificación con dicho personaje el que se designa como un testigo; no existe mucha diferencia entre uno y otro personaje. Las primeras representaciones medievales de los evangelistas en la Grecia oriental los figuran acompañados de un pendolista o de otro evangelista y tal vez se haya adoptado indirectamente este prototipo para la ilustración. Está claro que la figura entronizada no es Cristo, aunque se haya barajado esta propuesta. No sólo carece de nimbo crucífero –atributo privativo de Cristo–, sino que también en evangeliarios europeos el personaje entronizado se identifica con el evangelista escribiendo, cuyo símbolo sostiene entre sus patas el rollo evangélico. No cabe duda que existían fórmulas ya codificadas. En el Beato de Cardeña se mantiene el arco de herradura, remembranza de lo mozárabe, pero la idea responde a similares convenciones. Los capiteles y basas animales se han sustituido por hojas vegetales.
El orden de los evangelistas en las ilustraciones del códice sigue el establecido por la tradición cristiana, es decir, Mateo, Marcos, Lucas y Juan. La tradición II de los Beatos dispone ocho ilustraciones, dentro de módulos codificados de la siguiente manera: evangelista entronizado y testigo, siempre descalzos salvo el folio suelto del Museo Diocesano de Gerona –parte inferior– y símbolo de aquél bajo el arco de herradura –parte superior–; dos ángeles en pie sos teniendo el evangelio –parte inferior– y símbolo del evangelista –parte superior–, lo cual suma el total de ilustraciones antedicho. Como a veces se suprimen algunas, su número suele oscilar entre seis y ocho, que comienzan en verso y finalizan obviamente en recto. Como en el Beato Rylands, existieron en origen ocho ilustraciones: evangelista San Mateo con testigo y hombre alado [no ángel]; dos ángeles con el evangelio y símbolo teriomorfo, que en el caso de Mateo coincide con el símbolo propiamente; evangelista Marcos con testigo y león; dos ángeles con el evangelio y símbolo teriomorfo; evangelista San Lucas con testigo y toro; dos ángeles con el evangelio y símbolo teriomorfo; evangelista San Juan con testigo y águila; dos ángeles con el evangelio y símbolo teriomorfo. En el Beato de Cardeña sólo se conserva un folio (actual fol. 9r-9v), con la parte superior arrancada, cuya identificación he propuesto a partir de su similitud dispositiva con respecto al Beato Rylands. Los personajes del folio conservado del Beato de Cardeña equivaldrían a los folios 3r y 3v del inglés. En éste se figuran dos ángeles sosteniendo el evangelio de San Mateo en la parte inferior y bajo el arco su símbolo, que falta en el folio del MAN. Puesto que la disposición del evangelista Marcos entronizado y el testigo coincide puntualmente en el verso en ambos códices, es presumible la identificación del citado evangelista en el Beato de Cardeña, donde falta el símbolo. Los símbolos teriomorfos siguen una larga tradición muy hispánica, cuya inclusión en los Beatos surgió con la revisión iconográfica de la rama II de los Comentarios, debiendo tener el iluminador del Beato de Osma un protagonismo muy especial y en todo caso, es probable que conociera dicha versión.
El último folio del conjunto mostraba dos ángeles con el Evangelio de San Juan y su símbolo teriomorfo, como en el Beato de Manchester y en el folio del Museo Diocesano de Gerona. Su descubridor, Cid Priego, lo adscribió “con muy pocas dudas” al Beato Rylands o en todo caso algo anterior. Considera que el Beato de Cardeña está compuesto del grueso del códice conservado en el MAN., los dos folios de la Biblioteca Zabálburu y los quince de la primitiva de Marquet de Vasselot. En la ficha 47 del Museo de Gerona se consigna: “Fue adquirido a un trape ro y ofrecida particularmente como regalo al Rvdo. Lamberto Font, quien la deja en depósito al Museo [7 de abril de 1979]. En caso de morir sin disponer del mismo, queda propiedad del Museo Diocesano de Gerona”. Tiene el n. inv. 607. J. Yarza lo vinculó al Beato del Museo Arqueológico Nacional, no siendo hasta el momento contestado su aserto, lo que se debe indudablemente a la proximidad cronológica y estilística entre ambos. Sin embargo, hay una serie de elementos que obligan a desechar dicha pro puesta; razones de orden codicológico, iconográfico y estilístico lo avalan. Las medidas del folio de Gerona (19,7 × 28,7 cm) no coinciden con las del de Cardeña (19,1 × 27 cm) –esta última medida me ha sido posible conseguir la gracias a la prolongación del círculo, que es perfecto, y reconstrucción del marco en base a las medidas de la parte de la miniatura conservada–. Es sabido que estaban codificadas y la diferencia resulta excesivamente ostensible. Los ángeles del Beato de Cardeña están descalzos, cualidad que afecta al resto de los Beatos, salvo el folio de Gerona.
Por lo que compete al estilo, comparando la calidad del folio 9r-9v conservado en el Beato del Museo Arqueológico Nacional, con ángeles sosteniendo el evangelio, se echa de ver la extraordinaria calidad artística y destreza de dibujo del Maestro A, cosa que no acontece con el folio de Gerona. A la vida y delicadeza de dibujo con finísima pluma de finísimos contornos se opone un trazo más duro y menos hábil. Los personajes del Maestro A son de dimensiones reducidas, pero con énfasis monumental. El primero de ambos artistas fue presumiblemente el organizador del trabajo, que distribuyó por grupos de folios. El segundo maestro, denominado Maestro B, denota una calidad notablemente inferior. Los ángeles del códice de Gerona en cambio, son mayores, alcanzan prácticamente el capitel del arco, pero son envarados y disponen las ropas de manera muy poco hábil y convencional. Contrasta asimismo la profunda vida interior entre unos y otros personajes. Los colores son en general más vivos y brillantes en el Beato de Cardeña. El cobalto de la túnica del evangelista y de uno de los ángeles es más brillante, circunstancia que afecta al verde del ángel compañero. Los rojos se asemejan más, y otro tanto puede decirse de los otros, aunque algo más generosos en el modelo. Así pues, se trata de un Beato diferente de los indicados, del que hasta el momento sólo conocemos el folio conserva do en Gerona, cuya cronología hay que retrasar sobre la propuesta por C. Cid –mediados del siglo XII– hacia comienzos del siglo XIII.

Se ha hablado de la dependencia o no del Beato de Manchester con respecto al Beato de Cardeña, con el que le unen bastantes similitudes, de orden iconográfico y estilístico fundamentalmente. No cabe duda que ambos salieron sin duda ninguna del mismo scriptorium, del que se conservan códices datables entre la primera mitad y mediados del siglo X. No sería extraño que, junto a obras de esmaltería importantes, como una Virgen con Niño, se siguiera trabajando en la iluminación de manuscritos en un momento en que los beatos eran considerados casi como exclusividad objeto de prestigio, como recientemente ha analizado Weitman, concepto que nunca perdieron. Tres manuscritos de estilo bas tante similar, además de la Biblia de Burgos, entre otros códices, podrían justificar la labor de dicho scriptorium en fecha tan tardía como finales del siglo XII e incluso en el cambio de la centuria. En mi opinión, ha sido el Beato de Cardeña el modelo para el Beato Rylands, como se deduce a partir de varios extremos. En primer lugar, está fuera de duda que el Beato inglés es posterior al del Museo Arqueológico Nacional. No se ha figurado la cruz de los ángeles, la típica de los Beatos, herencia de la visigoda, adoptada en el reino asturiano y perviviente en época mozárabe. En cambio, en el Beato Rylands se ha representado una cruz más cercana a las románicas, y no pervivencia de lo anterior. La comparación de las ilustraciones correspondientes a los mensajes del ángel a las siete Iglesias (Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea), del Códice de Cardeña y el Rylands proporciona datos sumamente expresivos en cuan do a que el Beato inglés es copia del de Cardeña.
Aparte de la procedencia de Cardeña del Beato de su nombre, hay un dato que delata el origen castellano del Beato de Manchester, salido sin duda del mismo scriptorium que el Beato del Museo Arqueológico Nacional. En el folio 207, correspondiente al lamento de Jeremías a consecuencia de la toma de Jerusalén, uno de los soldados situado en lugar bien visible sobre la puerta de la ciudad embraza una rodela con un castillo perfectamente dibujado. Es sin duda una de las primeras representaciones del emblema de Castilla, recién estrenado, lo cual delata el entusiasmo por dicho símbolo, y además el origen castellano del códice.
El 20 de mayo de 1998 se firmaba el convenio entre el director general de Bellas Artes y Bienes Culturales del Ministerio de Cultura y D. Manuel Moleiro Editor, para realizar la edición facsímil del Códice Beato de Cardeña y reproducción fotográfica de una parte del manuscrito para un volumen de estudio. Coordiné la parte técnica y cien tífica de la edición, y encomendé los estudios científicos que debían de acompañar a la edición facsimilar a varios estudiosos, que figuran en la bibliografía. 
El Cordero al pie de la cruz, flanqueado por dos ángeles; La vocación de San Juan con Cristo entronizado flanqueado por ángeles y un hombre sosteniendo un libro
El cuarto ángel toca la trompeta y un águila grita aflicción
El ángel de la iglesia de Sardis con San Juan
 
Las langostas vienen sobre la tierra
Siete Ángeles sostienen las copas de las siete últimas plagas; El Himno del Cordero
Dos ángeles nimbados sostienen el Evangelio de San Juan en forma de rollo. Fragmento del folio del Beato de San Pedro de Cardeña (ca. 1175-1185) en Gerona
 
Hoja de un manuscrito de Beato: el Cordero al pie de la cruz, flanqueado por dos ángeles; La vocación de San Juan con Cristo entronizado flanqueado por ángeles y un hombre sosteniendo un libro
 
Símbolo de San Juan, Beato de Cardeña. Fragmento de un folio iluminado atribuido al scriptorium de San Pedro de Cardeña y también relacionado con el de la John Rylands Library. Iluminado por Ende y Emeterius (ca. 1175-1185).

 

 

 

 

 

 

 

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